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La

Rosa de Los Tiempos


Por

Luis Parmenio Cano Gómez




Con todo lo que conozco a Alejandrina Puyana Puyo; es como si la hubiera


visto por primera vez, cuando la encontré en casa de Alipio Guasca Guaneme.
Una insólita visión. De puro nervio somático. Como figura envolvente. Casi
como sutura ciega. Ahora recuerdo la entelequia de su conocimiento acerca de
las voces acalladas. Por allá, en año 1956. Corría el sopor perverso de la
soldadesca bandida. Una inefable, la suya, manera de persuadirnos en
términos de tratar de entender la misoginia y la violencia generalizada. Casi
como abreviatura enervante. En pura seguidera de la ortodoxia que ya, de por
sí, se había implementado de manera tosca y vulneradora.
Ese lunes dos de agosto, nos reuniríamos para intercambiar propuestas y
opciones, Estaban, además de ella, Isabela Aguilar Buitrago, Lorenzo
Benjamín Portocarrero Hinojosa y Eufrasio Roldán Valiente. Desde mucho
tiempo atrás, habíamos diseñado un plan que, supuestamente, nos llevaría a
proclamar la Teoría de la Triada Ideológica y las Condiciones Dialécticas”.
Algo así como la aproximación a la Idea Hegeliana. Tocamos, inclusive, lo
relacionado con la avanzada contestataria y sombría. No tanto en la intención
de evadir responsabilidades en el quehacer político. Era más, una tendencia a
desinhibir el discurso, para adaptarlo a las necesidades de la década. Tratando
de enfatizar sobre los errores de interpretación y la correspondiente actuación,
en el sentido de postular otras opciones, sin menoscabar la Idea Básica ya
apropiada.
El análisis exhaustivo de cada hecho y cada expresión; nos iría
conduciendo a desentramar la lógica con la cual veníamos actuando. Como
entender que nuestro Manifiesto Primero, presentaba vacíos recurrentes. Por
ejemplo, eso de señalar nuestras convicciones y el discurso político en la
década anterior. Lejos estaba ya ese momento en el cual redefinimos la táctica,
al momento de conocer la perspectiva burguesa, a partir de 1930. Desde el
punto de vista del día a día, nos habíamos sumergido en algo así como
idolatría en términos de la consecución de insumos históricos, elaborados
desde comienzo de siglo. Una directriz un tanto ampulosa. Vista, en lo que
referiría a la brecha abierta en la entre guerra civil en nuestro país. Habíamos
dibujado una opción, a mano alzada. Como cuando no se tiene suficiente
fuerza de convicción necesaria, para poder inferir resultados políticos serios,
sin perder la ortodoxia vinculada con la confrontación vertical y contundente a
los partidos en uso y que venían siendo utilizados como soporte fundamental
al momento de asfixiar y violentar a campesinos y habitantes de las ciudades
en crecimiento.
De mi parte, y lo dije con certeza, no seguiría en ese pulso estrambótico y
deshilvanado. Propuse, en contrario, asumir la noción de pertenencia, como
ínclitos sujetos en capacidad de derrotar a la soldadesca y a los partidos
usufructuarios del poder. Por la vía armada, sin ninguna tregua. Ya antes lo
había expresado en el último Congreso Revolucionario. Es decir, siendo
nosotros y nosotras sujetos de pleno liderazgo; tendríamos que buscar el
equilibrio preciso entre acciones violentas y la Teoría de Partido, soportada en
los agregados políticos, históricos y sociológicos. De tal manera que, derrotar
a los partidos y sus poderdantes, así como a la soldadesca que actuaba como
punta de lanza en las matanzas generalizadas en el campo y que, con
expresiones insinuadas, se iban perfilando también en las ciudades; debería ser
muestro objetivo fundamental.
Alejandrina, centró sus intervenciones en lo que ella daba en llamar “La
generalización de la Teoría del aprovechamiento de las Fisuras en la Clase
Dominante”. Era algo así como la utilización de la Teoría del Estado,
soportada en “El Leviatán” de Thomas Hobbes y su nexo con la disquisición
kantiana en cuanto hacía énfasis en la tipificación de la razón, como
instrumento para “adelgazar” la ideología imperante, por la vía de
acercamientos paulatinos. Hasta lograr combatirlos desde adentro. Ella
llamaba a esto “El Caballo de Troya al servicio de la Revolución”.
Sin pensarlo, Aleja, desembocaría en el tipo de directrices conjugadas por
los traidores a la causa obrera en España durante la Guerra Civil. Es decir, la
destrucción (con sus directrices) de lo logrado en Cataluña, por parte de las
“Comisiones Obreras” de Gobierno en las fábricas y su extensión a las
ciudades. Por lo mismo, entonces, trataría de persuadirnos en el sentido de
deponer parte de la doctrina básica que ejercía como soporte ideológico. Esta,
en lo fundamental, hacía énfasis en el entendido de la lucha de clases como
expresión indelegable, mucho menos suplantada por ninguna opción de
equilibrio con la totalidad o parte de los dominadores políticos y su ejército y
policía armados para hostigar y matar a quienes estamos decididos a imprimir
una connotación de defensa y ataque en el campo, y de confrontación en las
calles en las ciudades, en la intención de subvertir cualquiera posición de
represión...
Lorenzo Benjamín, se hizo al lado de la teoría expuesta por, Alejandrina.
Asumiendo un galimatías circunstancial. Como una variante de la proclama de
delirio transicional. Particularmente, Lorenzo, avalaba lo fundamental en la
teoría alejandrina, pero con agregado de lo que él empezaría a llamar “estar
preparados para lo circunstancial. Porque no podríamos descartar el
acercamiento político táctico con disidentes de la opción política de los
partidos dominantes”. Una tipología sociológica que ilusiona con la
posibilidad de recabar en “equilibrios transitorios”. Esto traducía la posibilidad
de trazar directrices relacionadas con la entrega de armas por parte del
movimiento campesino organizado y, colateralmente, orientar la conformación
de consejos campesinos en las localidades, en capacidad de negociar.
Fundamentalmente, porque ya se empezaban a dilucidar los movimientos de
los partidos dominantes. De una parte en relación con la modificación en el
trato y respaldo al Jefe Militar que fungía como poder ejecutivo desmirriado,
que había sido promovido por esos mismos partidos y sus dirigentes. Ya, en
ciernes, se percibía no solo desistir del respaldo; sino también la búsqueda de
una solución partidista que trataría de conciliar entre ellos mismos y, como
consecuencia, constituir una forma de gobierno alternado. En capacidad de
escindir al movimiento campesino en armas.
De mi parte, con el respaldo de Isabela, no solo confronté esas expresiones
entreguistas. Además profundicé en la defensa de nuestra doctrina
fundamental. Una guerra a muerte en contra de los detentadores del poder
económico, militar y político. Sin ningún tipo de fisura engalanada con
posiciones asimiladas a la política que guio a los traidores al movimiento
Obrero español.
El año en que conformamos nuestro movimiento (1943), hacía parte de un
periodo más extenso. Veníamos de la lectura de documentos históricos, que se
remontaban a sucesivas confrontaciones, casi desde los años inmediatos
posteriores a 1819. Destaco algunas historias de vida, encontradas y
entendidas en lo que yo dí en llamar “historia coloquial verbal”.
Y, siguió elucubrando Ángel María, que infancia manifiesta en su hedor de
puta mierda. Una simbología inane. Al menos para él. En esa contracorriente
tan infame. Unos vertimientos de historias entrelazadas por lo bajo. Como ese
cuento con la bisabuela Serafina. Una mujer de tres mundos. Uno, el del siglo
XIX, que conoció en toda su segunda mitad. Con esos embates de los amos de
la tierra. Unos cruzados peleando hasta morir y hacer morir. Unas arengas
embalsamadas, desde 1819. En esas junturas de caminos entre santanderistas y
bolivaristas. Cardúmenes de población societaria retenida o expulsada a la
fuerza. Los esclavos y las esclavas todavía con la yunta al cuello. Las
repúblicas iban y venían. Como en recetario perverso. Policromías a partir de
surtidores rojos y azules. Como si ese fuera el único espectro posible. Una
caballería vergonzante. Hoy los unos. Mañana los otros. Y, así, pasaba el
tiempo. Heridas abiertas. Ahí no más, esperando el discurso del próximo
caudillo. Herederos del imperativo y empalagoso General. Dictador de siete
muelas.
El otro mundo, el segundo, de la bisabuela, dado por esos años de
comienzo del Siglo XX. Unos tras otros. Venidos desde la política bifronte
consolidada desde 1886. Constitución en mano. Los generalotes. Solo lúcidos
para las entelequias y para la soberbia. Exacerbadores, a partir de manifiestos
impúdicos. El reyecito, Reyes, dando tumbos. Inventándose valores al calor
del Sagrado Corazón de Jesús. Un templario tardío. Llegado al poder a puro
pulso de espadas, bayonetas y fusiles. Y así fue extendiendo su habladuría y su
hechura de sujeto obsoleto. Pero, por lo mismo, atizador de los mismos fuegos
de antes. En esos mil y pico de días de desangre. Y, siempre, los hombres y las
mujeres de a pie, ahí. Como depositarios de las tres o más letras que les
dejaron conocer.
Y el tercer mundo de Serafina. Esa última década de su vida. Entre 1947 y
1958. Que osadía la de ella. Tratando de aplicar lo aprendido de Ignacio Torres
y de María Cano. Confesa partícipe de esos idearios. El PSR, dando vueltas.
Por esos lugares recónditos. El sentimiento de ser mujer (Serafina) en la
dermis. Mujer, otrora poseída y violentada. Casi a la fuerza. Porque eso y solo
eso eran las relaciones de amor unipartitas. Porque, siendo ella inmersa en esa
relación; solo surtía como objeto. Abertura para el falo de los prohombres. U
hombres, apenas en nombre. Machucantes huracanados solo en las noches.
Sus noches. O a cualquier hora.
Y sí que cabalgó con la Cano, la abuela Serafina. Conociendo en directo o
de ladito las andanzas de los dueños del país. Llevando ella y la María,
panfleticos bien escritos por el jefe de jefes, Torres Giraldo. Un apocado. Así
lo describía la bisabuela. Un insípido sujeto de buena letra. Pero no más. Lo
mismo de los otros hombrecitos del día a día. Una pulsión de vida, asociada
más a un oficio de omnipotente gendarme ideológico, que de verdaderos
pulsos libérrimos. Punzantes. Revolucionarios.
Murió Serafina, el trece de mayo de 1959, de manos de Serapio
Epaminondas Roldán. Quien la mató por celos. Le faltaban dos añitos para
cumplir 106. Qué malparido varoncito matacandelas. Le hizo los hijos y las
hijas que se le antojó tener con ella. “…En sus ojos quedaron sucesión de
imágenes vividas. Tres que resaltaba ella: el asesinato de Rafael Uribe; el
asesinato de J. Eliécer Gaitán y la figura de la liberta inmensa. Como, a bien
tenía de llamar a DOÑA MARIA CANO”. Así rezaba el texto escrito en su
honor, por parte de Virgiliano Cifuentes, quien fuera su amante furtivo, en
toda su vida como mujer incendiaria y sublime.
Ese tósigo de vida, siguió murmurando angelito. Y le volvió la pensadera.
Esta vez con lo de la abuela Isaura. La sexta hija de Serafina. Esa sí que entró
por donde era. Como queriendo decir que empezó a mandar todo al carajo.
Desde pequeñita ya sabía que mamá Serafina y Virgiliano eran amantes. Para
ella fue siempre un deleite absoluto verlos retozar y gemir en la estera que
tenía en “el cuarto de nadie”, como llamaban la piecita de atrás. Pero, además,
sabía de todo un poquito…o mucho. Nunca se supo, ni se sabrá. Interpretaba
sueños. En la escuelita fabricaba “peos químicos” que cargaba en un frasquito
y lo destapaba en clase de religión, con la señorita Consuelo. Sabía cómo era
eso de “venir al mundo”. Lo aprendió, viéndolo en directo cuando la comadre
Eunice asistía los partos de doña Beatriz Alviar. Nunca se tragó el cuento de
El Arca de Noé. Mucho menos lo de El Paraíso Terrenal. Ella había leído y
releído las “Nociones de Historia Sagrada” y el Catecismo escrito por el padre
Astete. Y cotejó esos escritos con los de Charles Darwin y H. Morgan. Estos
últimos los halló en el escaparate que había heredado Serafina de Antonia, la
tatarabuela.
Angelito vivió parte de esa historia. Por ejemplo, le tocó ver como Macario
Verdún, el marido de la abuela Isaura, le arruino uno de sus ojos con el punzón
de la cocina. En “un arrebato de ira santa” como tipificó el malparido cura del
barrio, la agresión. También cuando la azotaron, entre Juvenal y Ponciano, los
seminaristas hijos de Hipólito Benjumea, el dueño de la ferretería “El buen
precio”. Todo porque les dio por creer y aseverar en palabra, que “…esa perra
se lo da a Braulio Castañeda” Angelito sabía que eso no era así. Porque, entre
otras cosas, Braulio era homosexual en su clandestina vida íntima. Los azotes
los ordenó Venturiano Alfonso, papá de doña Eugenia, la tía de Eufrasio Parra.
Todo en nombre de “La Divina Providencia”, nombre y símbolo de los “Neo-
Cruzados”.
Mientras esperaba al doctor Valeriano, se puso a mirar, por lo bajo, a tres
mujeres que llegaron después. Con su ojo de buen tasador, le adjudicó entre
veinticinco y treinta añitos a cada una. Qué belleza de cuerpos, dijo para sí. Se
les acercó, como queriendo ir más allá del primer corte. Y, ellas, alborozadas
como estaban por haber llegado al municipio. Es decir, a los termales; se
dejaron sonsacar por la risa de don caballero. La conversa fue larga y tendida.
Quedaron, en preciso, que se veían en las piscinas. En esto estaban, cuando
apareció “el doctor Valeriano”.
Su mamá Leonilda creció al lado de Joaquina. Dos amigas, de esas que
llaman inseparables. De siempre. Una y la otra, andariegas a más no poder.
Yendo y viniendo por todo el barrio, primero. Luego, por todo el país. En la
escuelita Eucarística, adscrita al barrio Moravia, conocieron los primeros
trinos del hablar y escribir. Con la gramática y la semántica incorporada. Muy
tenue, sí, pero en fin de cuentas con lo necesario. Destacaron, ambas, en los
bordados en tambora. Y en el canto. Tanto así que, en el barrio, las bautizaron
“el dueto Lejo”. Amenizaban piñatas. Cantaban en la eucaristía de los
domingos a las once, en la parroquia Cristo Sacerdote. Se enamoraron del
mismo muchacho. Pero zanjaron diferencias, rotándolo. Una semana Leo y la
otra Joaqui. Y, así, estuvieron largo tiempo. Hasta que Eusebio Luján se cansó
de ellas y se casó con Leopoldina Beltrán; una vecina que había pasado
desapercibida; pero que estuvo al acecho, hasta que conquistó al caribonito.
Las dos siguieron como si nada. Se matrimoniaron casi al mismo tiempo.
La una (Leo) con Bautisterio Mondragón. La otra (Joaqui), con Bersarión
Álvarez. La preñez vino, también, en simultáneo. Y empezó ese reguero de
hijos y de hijas. Uno de tantos fue angelito. Y, en esa condición de ser uno
entre muchos, asumió la vida desde el rinconcito. Como diciendo, fui a la
escuelita. Y estuve al lado de mamá. Y la respaldé cuando ese pérfido de
Bautisterio le pegaba esas zumbas deprimentes y dolorosas. Y sí que, pensaba
angelito, estuvo bien lo que le hice a esa mortecina. Que se las daba de macho
bravucón. Como queriendo ser soporte en la casuística freudiana. O en la
teoría acerca de los niños difíciles, esquizoides; en la opción neurolingüística.
O en el o la sujeto con la palabra autoritaria como forma permanente de acción
hacia la inhabilidad de la palabra como pulsión; a la manera de Foucault.
Angelito sequía como envarado. No atinaba a entender lo que debía hacer.
Si conversar con el doctor dueño del hotel. O si seguirle la corriente a las
tremendas de cuerpo. Como diría el poeta, en ese decir de “…hay días en que
somos tan…”. O si seguir en la pensadera en que estaba desde hacía mucho
rato. En ese inventario de vida, en que se había metido. Se decidió por lo
último.
Y Leo, su mamá, siguió por ahí. Por esa brecha abierta desde la bisabuela.
La abuela. Ahora, era ella. Tejiendo esa tesura de vida inmediata. Sin el
asidero en ciernes que solo puede dar la ternura, tierna. Física, verdadera. Por
lo que ternura es y ha sido puerto de salida y de llegada. Desde el momento
mismo en que fue inventada. Y es que, en veces a cualquiera le da por
enhebrar delgadito. Y como que se apega al dicho “…de qué y, precisamente,
las guerras y la erosión de la ternura, como que son y han sido sinónimos
compuestos. En lo que este símil tiene de juntar palabras. Más allá de una sola.
O de, simplemente, azuzar el ambiente equívoco de los poderes…”
Le siguió rondando la pensadera, a angelito. Se quedó dormido en el sofá
de la sala de recepción. Y empezaron los sueños a dar tumbos y golpes de
vida. Veía a leíto al lado de Gumersindo Arbeláez, su amante. Él lo supo
estando aún muy niño. Cualquier día le dio por salir al solarcito que tenía la
casita en que vivían, allá en el barrio Palermo. Estaban en el piso, en una
revolcadera convocante. Pletórica de contorsiones y siseos, como en los
serpentarios. Ni Leonilda le advirtió nada. Ni él dijo nada, nunca. Y esos
encuentros furtivos se prolongaron. En tiempo y espacio. En un sueño, dentro
del mismo sueño primero la vio con Hermógenes Bobadilla, el carnicero del
barrio. Casi en el mismo sitio. Casi a las mismas horas. Tampoco dijo nada,
nunca. Y así, sucesivamente. Belisario, Norberto Elías, Franklin Mayolo,
Juvenal Alzate; el negro Apolinar Vargas. Insaciable, mamá Leonilda. Una
promiscuidad que resultó ser imagen y acción bella para él. Lo erótico en
superficie. Nunca le preguntó, a mamá Leonilda, de la profundidad de su goce.
Si era o no directamente proporcional a las contorsiones y la gemidera. Lo
cierto es que navegó (angelito) entre sueños y más sueños. Todos en fijación a
la cual le construyeron un soporte sublime, de su perspectiva de sujeto entero.
Zoraida, en sumisión estaba, cuando la azotó el sueño viajero. En
locomoción simbólica. Atada a los rigores de lo incendiario. Ya “los tíos”
habían muerto. Tal vez de tanto amarse. Una juntura nacida de tanta soledad
compartida. Los y las que se fueron yendo, fueron condicionando el quehacer.
Del vivir de ellos. En cada espacio de su casa. En cada recodo esquinero de su
barrio. Por fin pudieron amarse en la libertad del albedrío. Centinelas, uno y
otro, creativos. Desde la desesperanza primera habida, cuando les mataron sus
almas, por la vía de matar a sus crías. Y desde allí. Desde esa desesperanza,
empezaron construir la esperanza que habrían de ser sus vidas. Juntas. Retozos
bien hechos. Mejor culminados. En cada acechanza. El uno y el otro.
Buscándose en todos los entornos. Entregándose en cualquiera de ellos. No
hubo en esa, su casa, rincón que no conocieran en sus escarceos pulcros,
prístinos. De ternura no afanada por nadie. Solo él, uno, y él otro. En
combinatoria perfecta. Como ajedrecistas vitales. Tan vitales eran que no se
dieron cuenta cuando pasó la vida pasando. Y, ellos, ahí. En esa vida que pasó
sin advertirles nada. Tal vez para no desdibujar lo hecho por ellos. En esas
pinceladas gruesas. Como las de los niños y las niñas. Como aprendices de
motricidad fina. Ya estando viejos.
Angelito se deslizó, otra vez, hacia la soñadera y la pensadera. En fin, de
cuentas siempre la tuvo clara. Ir de tiempo en tiempo. Corroborando los
decires y los haceres. De su historia. De sus parentescos. De lo que fue. Bien o
mal haya sido. Como infusiones milenarias. Tratando de azotar lo cotidiano
con el cuero habido en la vida. De lo inmemorial. O de lo del entorno en
cercanía. Y se vio, otra vez, sumergido en el follaje de la diatriba y de lo
atrabiliario. Regresó a uno de los tres mundos de la bisabuela. Al tercero. Y lo
sintió como viacrucis sin el crucificado a bordo. Más bien como esa hechura
plena. De instantes en la voltereta. Viéndolos y viéndolas a todos y a todas.
Desde López Pumarejo a Eduardo Santos. Desde Laureano hasta Ospina
Pérez. Desde “el caudillo del pueblo”; hasta Lleras Camargo. Pasando por “el
sargento hecho poder nimio, vergonzante”, hasta el triunvirato. Y desde ahí
hasta…la letanía continuada.
Siguió soñando. Angelito, cada vez más extirpado de sesera propia. Corría
veloz. En el tiempo. Como aventajado sujeto; al que le dio por buscar la
ternura. En cualquier evento.
O en cualquier recodo de vida. Haciendo de su quehacer ramplón y
perverso de ayer; pulsión de vida. Percepción de lo sublime. Como
desesperado jinete cabalgando a los rígidos dromedarios en el desierto:
Tratando de llevarlos por el camino cierto. Sin esa ambivalencia de los
plenipotenciarios negociadores perennes. Sin la cantinela de los pregoneros.
Gnomos perdularios. Heraldos con la semiótica perdida. Como perdido fue y
ha sido el rastro de los lobos de la estepa.

Y sí que estaba ella, en el escampado. No había encontrado refugio.


Absolutamente nadie le tendió la mano. Y yo con esa impotencia bárbara. Por
lo que era otro náufrago, al garete. Algo en mí latía muy hondo. Como
diciéndome ¡no la dejes sola! Benjamín. Como soportados en balineras, mis
pasos me llevaron. Y la palpé. Siendo, ella, niña como la que más. La sin
familia, me dijo que se llamaba. Y, en sus ojos, hice su inventario de vida.
Empezando en el por allá en bajo Guaviare. En ese entonces río empecinado
en hacerse grande. Y las aguas bifurcadas, lentamente llegaban hasta él. Y
territorio expandido. Bravo. 1966, recién empezado. De Guayabero bajaban
los itinerantes. Los mismos que habían visto y vivido la batalla. Ya, la Gran
Travesía, se había hecho. Desde ese Tolima grande. Desde los surcos vivos del
Meta. Territorio que había visto crecer todas las rabias juntas. Ellos y ellas
habían sentido, ahí no más la avanzada de la soldadesca. Y de sus generales,
capitanes y mayores, blandiendo las armas. En defensa espuria de una patria
asolada. Matada por ellos mismos. Y los titanes campesinos. De mirada fija,
amable, solidaria. Caminando pantanos y abismos. Algo parecido a la columna
mosaica de la que habla la Biblia Católica y el Torá: Y el Corán. En esa triada
enhebrada desde Abraham y que generó el crecimiento de opciones
diferenciadas, pero soportadas en las mismas y recurrentes historias.
Cuando la matanza cuajaba. Ellos y ellas. Con sus niños y niñas,
resistieron. Sin inmolarse en pasivo. Más bien con esa fuerza de vida
pendiente por vivir. Abriendo brechas. Instalando fundos en diferentes lugares.
Haciéndole el quite al hambre. Sembradíos de yuca, plátano, maíz…buscando
una felicidad cada vez más esquiva. Todo el piedemonte llanero, severo y
áspero. Y las familias, todas, en trabajo punzante. Exhibiendo el entusiasmo
que solo es posible encontrar en quienes, como ellos y ellas, ven la vida.
Viviéndola en el anchuroso horizonte. Hasta allá abajo. Caquetá, Arauca.
Guainía…
Y Zoraida, “La sin familia” no paraba de enviar palabras con sus ojos.
Diciendo “a mi familia la mataron hace tanto tiempo que casi no lo recuerdo”.
“Fui violada y avergonzada. Ahí no más las Sabanas de la Fuga. Cerquitica a
Puerto Lleras. En el entorno mismo de San José del Guaviare”. “Y vagué por
todos los caminos posible. Si no los había, mi imaginario los construía. El
machete y la rula. Al lado de Arcadio Buen Hombre. Esquivo como el que
más. A sus ochenta años recorrió, conmigo, enojadas plantas que se cruzaban
como largas culebras quietas. Por ensanchadas aguas desafiantes. Por el borde
mismo de la Macarena que ya había sido violentada por supuestos lingüistas,
bajo la fachada del Instituto Lingüístico de Verano. Obviamente avalados por
los acorazados forjadores del Frente Nacional. Gobernantes de mierda.
Acaricié sus labios. Su frente altanera. Sus ojos que, aunque expeliendo
toda la tristeza del mundo, dejaban verse en la negritud más que azabache. Y
miré los trapos empantanados que le servían de vestido. Y que, a pesar de
todo, la hacían ver ese cuerpo de adolescente adulta. Potente hechura de
piernas y de pechos.
Yo no sabía que decirle. Simplemente le susurraba el joropo lejano,
azotando las cuerdas del harpa milenaria. En empatía con absoluta con los
pobladores, aparejados con etnias casi perdidas.
Vivía, yo, en el cuarto piso del sitio destinado a los ausentes. Lo del
número cuatro, era pura invención fatalista. Porque no le venía bien entrabar
relación con el albur de la vida del insomne dormido. Lo de Torrente era otra
cosa. Algo así como peregrinar en el tiempo. Como cuando el ser se empecina
en recorrer el universo, en búsqueda de no se sabe qué. Lo único cierto es que
Napoleón se inició en el arte de hablar sin la existencia de interlocutor o
interlocutora. Un trasegar por territorios hechos de antemano para él. Porque,
entre otras cosas, era sujeto anunciado. Todo giraba alrededor de lo ya dicho y
hecho. Es decir, el repetido, no era otra cosa que historia ya sabida.
Por lo mismo, Gertrudis Valenciano decía de él: “…no le hagan mucho
caso, porque el pobre está loco”. Locura de principio a fin. Es decir: desde su
nacimiento hasta su muerte. Un inveterado oficio, en el que los naufragios son
asimilados a simples actitudes de vendettas entre dioses. Y, como es apenas
obvio, relacionadas con la predilección de cada dios por cada uno o una de los
humanos (as). Resulta que esa enajenación surtía efecto en todos los ámbitos
asociados al entorno del titiritero.
Había aprendido el oficio de Sofonías Licuado, loco también y padre del
abuelo materno de Torrente. Eso de hacer hablar a los muñecos se tornó en un
reto familiar. Ya antes, en el Siglo de las Obscuridades, un nieto de San
Agustín había anticipado que “…vendrán días en los cuales otros hablaran por
nosotros y dirán lo que no quisiéramos haber dicho nosotros mismos”.
Expresión esta surtida de múltiples colaterales. Uno de ellos, tal vez el más
cercano al cuadro de las verdades agustinianas, tuvo que ver con el hecho
siguiente:
Siendo todavía infante, Benedicto el Orfebre, sucedió que la ciudad El
Manto Sagrado, estaba enardecida. Por doquier, los herederos virgíneos,
vociferaban. Una rebelión sin parangón en la era cristiana. Todo de revés. El
pretor regente protomártir, Virgelino Primero, había decidido ir al sacrificio.
Estableció relaciones conyugales con la hermosa heredera de Valentín el
Valiente. Hombre poco común; como quiera que hubiera emprendido mil
batallas en contra de los pecaminosos. Es necesario hacer claridad en el
sentido de que no ganó ninguna. Simplemente porque, el pecado se había
diseminado a lo largo y ancho del territorio mariano. Unos con otros. Otros
con otras. Unas con unas. Unas con otros…etc.
Cuentan que, el mismo Valentín, había estado en el escenario destinado a
otros con otros. Dicen, además, que allí conoció a Victoriano. Hombre ajeno a
cualquier expresión terráquea. De una lindura asfixiante. Y, por si acaso, con
una capacidad incuantificable para hacer de cada acción un placer ilimitado.
Esto fue lo que cautivó al partícipe en las mil batallas perdidas. Dicen que
enloqueció, cuando Victoriano se enamoró de Valeria, a su vez, enamorada de
Beatriz, la virgen recluida en el monasterio ubicado en el territorio conocido
como Villa Ejemplarizante.
De esa relación nació Emanuel. Niño dotado de poderes extraterrenos.
Como ese de levitar y de hacer levitar. Ya, cuando cumplió los cuatro años,
estuvo en la ciudad Eterna. Allí confrontando con el Tomasino Niño también.
También mago, como Emanuel. Pero su magia era más atrayente. Como
querer decir que era más cautivante, más magia. El Tomasino hacia llorar a las
rosas y a los claveles. Vertían lágrimas que eran como perlas. Y, como perlas,
eran vendidas en las celebraciones de San Isidro, en todas las veredas
circundantes.
Allí, en la ciudad Eterna, convocaron a todos y todas quienes quisieran
desafiar a los dos magos. Eso de todas era un decir. Porque las féminas no eran
del agrado de Valenciano, llamado el casto. Este era regente y definía acerca
de todo, en ausencia del papa Espermatozoo, quien, estaba casi siempre en
ciudad Ovulínea, centro de la lujuria. Allí se realizaban competencias entre
colegas lascivos. El punto de comienzo era la capacidad para otorgar y recibir.
Cuentan que Espermatozoo, lidió con más de una diosa del delirio. Lo
vencieron en franca lid. No pudo con el décimo cuarto orgasmo de Angelina,
la diosa cuatro de la cuarta versión del cuarto quinquenio de competencias.
Pero, siguiendo el hilo del relato, cuando Napoleón debutó como titiritero,
vinieron delegados de todas las legiones marianas. Desde Pentecostés, hasta El
Amparo. Delegados insomnes también. Dueños de la capacidad para no
dormir durmiendo. Es decir, magia en fin de cuentas. Estuvo Simeón
Bautista…y eso es mucho decir. Porque Bautista si sabía que era poner a decir
a los muñecos lo que los humanos no querían decir. Cuentan que Simeón
estuvo en Villa Mercedes. Allí se inició en el arte de la ventriloquia. Allí
aprendió a interpretar y transmitir lo que los magos querían decir. Y, asimismo,
cuentan que Simeón construyó el vocabulario propio. Con cuatro mil letras.
Desde la a, hasta la z. Todo pasando por la célebre posición lingüística que
asocia ene con ene cigarro y ene con ene barril, rápido ruedan los carros
cargados de azúcar al ferrocarril... Dicho un tanto coloquial, pero certero, al
momento de redefinir los espacios subliminales de las expresiones inequívocas
de los fonemas y las rimas incorpóreas de los poetas divinos.
Y se vino el mundo encima, cuando la hermana de Zoraida confesó que
esperaba un hijo de Simeón. Inclusive, hizo el relato completo. Que cuando
ella quedó sola, porque Gertrudis había ido a ciudad Eterna a coadyuvar en la
proclamación de Espermatozoo como santo varón, vino el tal Simeón y le dijo:
… Tan solita y con ese cuerpo, hermana Magdalena
Y…que se le echó encima. Y que le abrió el cinturón virgíneo y que…
Todo pasó, así de rápido. Como cuando Valentín el Valiente preñó a su hija y
luego la entregó al protomártir Virgelino Primero. Y, seguía diciendo
Magdalena, yo sentí como que algo me entraba por ahí, por abajo, entre las
piernas…y, después, sentí como un líquido caliente…Y, después, vi que el
señor se quedó dormido, como cansado…Y, después yo, le cogí eso duro que
tenía y lo volví a meter ahí abajo, entre las piernas…Y volví a sentir ese
líquido caliente. Como ochenta veces conté yo.
Como a los cuarenta días de eso, empecé a sentir mareos y nauseas. Y le
conté a mi hermana. Y ella me dijo que tal vez había sido un sueño. Y yo le
dije: cómo que un sueño, si mi barriga se está hinchando. Y ella me dijo, tal
vez algo te está cayendo pesado en las comidas. Y, yo le dije: sí hermana, tal
vez es el chorizo que me hace daño. No lo volveré a probar.
Lo cierto es que nació Nacianceno. Nació lo que llaman bobo. Es decir,
como perdido. Babeando todo el día y toda la noche. Y se saca el coso y se lo
toca; y grita…y ese líquido aparece, caliente. Y, después, se queda dormido,
como el papá. Y yo le cojo eso duro y, sin que me vea Gertrudis, me lo meto
ahí abajo, entre las piernas…y siento, otra vez ese líquido caliente y gris.
Ahora estoy, otra vez, preñada. Es como un juego. Porque lo hago todos los
días; cuando estoy bañando a Nacianceno. Porque él no se sabe bañar. Y eso
que ya tiene quince años.
Y Magdalena empezó a deambular. Estuvo como socia del titiritero
primero. Y después estuvo vendiendo las imágenes de todos los papas,
incluida la de Espermatozoo. Y, con Simeón el mago de magos, estuvo en
Tierra Santa. Allí conoció a Abdalá Simdalá Comdalá, un hermoso árabe que
se le apareció. Así, de un momento a otro, cuando ella se estaba bañando.
Abdalá le dijo: ¡qué cuerpo y…que….Probó la versión musulmana del líquido
caliente y gris. Cuenta que, por eso, cuando nació Adelita, Magdalena decidió
irse con todos sus retoños, a peregrinar. Aquí y allá…hasta que, cualquier día,
en el desierto de San Bonifacio, vio una luz que centelleaba y que se centró en
ella y en sus doce y que la envolvió y los envolvió. Y que, sin saber cómo,
apareció al lado de Santa Lucía, quien la nombró su asistente, contando ojos.
Y Simeón volvió a Tierra No Santa, después de su paseo por la que si era.
Le contaron lo de Napoleón. Le dijeron que se había hecho titiritero y que
estaba al lado de los grandes señores, en las bananeras. Y que había escrito un
libreto para sus muñecos. Y que ese libreto hablaba de lo que pasó, por allá en
calendas ignoradas. Y que, los muñecos decían que hubo una asonada. Y que,
esa asonada, era algo así como parecido a la Babel histórica y a la Sodoma que
hace delirar. Y que, decían los muñecos, tembló la Madre Tierra; porque
aparecieron Luciferes por todas partes. Rojos todos. Hablando cosas que nadie
entendía. Y, decían los muñecos, el General Pacificador, en nombre del orden,
de la Virgen María y de su Santo Hijo Inmolado, ordenó fuego. Y que se
murieron todos. Y los muñecos de Napoleón desaparecieron. Alguien los robó.
Mucho tiempo después se supo que habían sido torturados e incinerados,
porque no quisieron retractarse de lo que habían dicho acerca de los Luciferes
y del divino Pacificador.
Y, entonces, Simeón, se puso a recomponer la historia. Y, dicen, que llamó
a Napoleón y que le dijo: vamos a realizar una gira por todo el universo
cristiano. Y les vamos a enseñar y re-enseñar lo que son las voces del perdón y
del olvido de las vejaciones, Y, cuentan, que primero fueron a Villa Eutanasia
y que estuvieron con los prístinos mandatarios. Y que, uno de ellos, se ofreció
para aprendiz de mago. Y que, Simeón, lo cooptó. Y que, ese prístino, hizo de
la magia un arte absoluto. Y creativo. Ya no se trataba de sacar conejos y
pañuelos del sombrero. Ya no bastones que aparecían en un tris. Ahora era otra
cosa: el parloteo con la verdad y con los hechos. Un embrujo único: Yo fui, yo
soy; estoy aquí, pero no estoy. Y si estuviera, no estaría; porque donde yo
estoy no estoy y donde estoy yo no está nadie. Luego estar es nadie y hacer es
estar. Luego nadie hizo y nadie está; porque así, si se está no se está en donde
debo estar y donde, cada quien está, sin saber dónde está. Y, después yo no
seré porque estuve; pero como estar no es estar; nunca se sabe si estuve o no
estuve en donde dicen que estuve.
Y, el nuevo mago, construyó escenarios disímiles. Viajó por lugares que,
aunque ya conocidos, no habían sido lo suficientemente explotados. Por
ejemplo: en Villa Aburrá de la Trinidad, sembró sus mejores semillas. Y,
pueblo imbécil, se recreó y ufanó con las realizaciones de su prístino. Primero
fueron los gendarmes colectivizados. Izando la bandera del exterminio. Luego,
la gendarmería in crescendo. Es decir, con asesorías de pares extranjeros.
Luego el sortilegio mayor. Es decir, el emblema de la mano alzada.
Apuntando y disparando a lo que se moviera. Y, luego, el adalid del tesoro
de la paz. Bizarro, gendarme…y santo. Y Villa Aburrá de la Trinidad, que lo
vio crecer, se hizo Tierra Santa. Se hizo hoguera y se hizo cadalso. Todos y
todas, pueblo imbécil, coreando el himno en do de pecho, auspiciado por el
prístino. Y los y las que murieron y siguen muriendo, mueren en el cadalso del
prístino; pero en realidad no mueren porque son invento de los Luciferes.
Porque ellos mismos y ellas mismas se mataron; para después decir que los y
las mataron. Acusando a los protectores del orden. Vuelve y juega lo
perdulario y el malabar con las palabras. Pero, qué pena, se embolató otra vez
el hilo del cuento. Decíamos que Napoleón se hizo titiritero y que siendo
titiritero, puso a unos muñecos a decir lo que los humanos no queremos decir.
Y que, por esto mismo de decir lo que no queremos decir; los muñecos dicen
lo que no queremos que digan. Y, entonces, diciendo lo que dicen, dicen lo que
no queremos decir…!que vaina!, se nos pegó la magia de las palabras del
prístino.
Ya, entonces, el abuelo materno, podía haber sido o no consciente de lo
que implicaba y soportaba a su entorno inmediato. Lo cierto es que, aun así, su
familia, era lo que yo fui después: una sumatoria de cifras perdidas, olvidadas.
Una expresión tanto o más ausente de verdad, como lo fueron los sueños de la
madre de mí abuelo. Sueños un tanto proclamados como simples expresiones
de presencias simples. Vidas alrededor de la tierra, como suelo que produce.
Inmediatez que habla de la caña de los platanales. Alrededor de las minas. Oro
que estuvo ahí, desde antes de todos nacer. Ahí. Como expresión de lo que
existe. Al margen de lo que somos o queremos ser. Una herencia cultural que
fue saqueada. Por los que vinieron y se fueron…y volvieron a saquear y a
saquear…Hasta que se acabó. Pero, ahí, las plataneras y los cañaduzales de la
panela el padre de Adelina, ahí. Trabajando por lo bajo. Es decir, en el día a
día. Sin entender la dinámica propia del Capital. Sin entender el naufragio
económico de España. Sin entender el centro-poder inglés, ni del Imperio en
ciernes.
Ya, ahí cerca, en Fredonia, se vivían momentos así:”…Las precondiciones
para el auge del cultivo del café se dieron en Antioquia, y específicamente en
la zona de Fredonia, el siglo XIX con el proceso de colonización de la
frontera, por parte del campesinado libre, migrante, de origen español, mestizo
o negro, que buscaba tierras cultivables para establecerse. Esta colonización,
promovida en parte por el Estado, así como vinculada a intereses mercantiles,
hizo posible la formación de un campesinado medio en la zona, al tiempo que
fortaleció la expansión de las haciendas. Muchas veces, las familias de
campesinos que iban abriendo la selva fueron financiadas por el capital
mercantil que proveía a los colonos con bienes de consumo hasta que se
establecían como agricultores. Pero el endeudamiento de los colonos permitió
al capital mercantil acaparar las tierras. A medida que llegaban más colonos en
busca de tierras, sin medios de subsistencia, las haciendas fueron captando la
mano de obra disponible para su propia expansión. Así se dio el proceso por el
cual las tierras eran dadas a familias campesinas para desmontar y sembrar sus
cultivos por varios años hasta que el hacendado se apropiaba de ellas para la
producción ganadera, moviendo la familia campesina más adentro de la selva.
Como en otras zonas del país, recayó sobre la familia conquistar la naturaleza,
dando paso a la futura expansión agrícola y ganadera, y por tanto a la
acumulación de la clase dominante.
En la época de 1870 se empezó a producir café, principalmente en las
haciendas grandes. Parece que la iniciativa en el cultivo partió de la clase
terrateniente, pero rápidamente se incorporó a la producción de unidades
campesinas, tal vez por la baja técnica y la escasa inversión requerida, dadas
las tierras aptas para el cultivo…”1
De mi parte, es apenas obvio, no existía ninguna fundamentación teórica.
Simplemente una visión un tanto intuitiva. La transcripción del texto de la
investigación liderada por la profesora Magdalena León, es producto de mi
itinerario posterior. Como cuando una accede, pasado el tiempo, a
conocimientos que le permiten rastrear el pasado. Y no “el pasado efímero” al
que le canta Serrat. Más bien es la referencia a ese tiempo pasado que viví en
compañía de mi madre Adelina, del tío Manuel y del tío Luciano.
Ya dije que el abuelo materno vivió en la segunda mitad del siglo XIX y el
primer cuarto del 1siglo XX. Las alusiones, que se perciben en esta parte de
mi escrito, a las pugnas relacionadas con el poder político, constituyen una
asociación de ideas construida a partir de lo que denomino esa percepción de
la vida y que, después, adquiere una connotación de mucho más talante,
habida cuenta de mi ejercicio político y sindical posterior. En este contexto,
cito el texto de la profesora Magdalena, así:
“…Aunque los comerciantes antioqueños habían incursionado durante el
siglo XIX en el comercio mundial exportando quina y tabaco, Colombia no
había logrado desarrollar una producción con arraigo relativamente estable en
el mercado internacional. Exiliado en Guatemala, uno de los representantes de
la burguesía comercial antioqueña, Mariano Ospina Rodríguez, escribía a su
amigo Julián Vásquez, minero, comerciante y, posteriormente terrateniente,
sobre las grandes utilidades que allí producía la siembra de cafetales. Fueron
estos señores quienes iniciaron el cultivo de café en Fredonia, donde los
terrenos según se sabía, eran muy propicios para tal industria. La mentalidad
empresarial con que se iniciaron los primeros cultivos de café en la región, no
solo se denota en los propósitos claramente expresados de que ello constituiría
una rentable inversión con un mercado asegurado para la producción, sino en
el empleo de una tecnología moderna para el cultivo y una maquinaria que
agilizaba el proceso de beneficio. En las primeras décadas del siglo XX
Fredonia se destacó en Antioquia como una importante zona cafetera.
Sectores de la burguesía comercial antioqueña hicieron una amplia
difusión del cultivo y muchos de ellos, que ya poseían haciendas ganaderas en
el suroeste, dedicaron parte de sus terrenos al cultivo del grano. La
introducción del cultivo no desplazó la actividad ganadera, más bien
contribuyó a conformar el peculiar complejo agrícola ganadero en cuya alta
productividad insiste Ospina Vásquez. Así, las tierras cafeteras abandonadas
durante los periodos en que se deprimen los precios del café, pueden ser
rápidamente adaptadas para la ganadería, aminorando el impacto de las
pérdidas de la producción cafetera para el hacendado…”
León de L., Magdalena. “Mujer y Capitalismo Agrario”. Asociación
colombiana para el estudio de la población; primera edición 1980, página 34
Y yo seguía ahí. Como sujeta de mil y un hechizos. Como partícipe de ese
proceso cultural que desde mucho antes de yo nacer estaba vigente. La
religión era y ha sido uno de los referentes mayores. Con su peculiar manera
de condicionarnos, particularmente a nosotras las mujeres. Con un extravío de
la vida plena. Convocada a ser simple réplica de las de antes y de las que
vendrían después. Ese tósigo que me conminaba a ser prudente, a ser virgen de
eternos sueños. Todo a pesar de que la sexualidad como posibilidad latente de
convocar al deseo y a la pasión, también estaba ahí. Unos sueños casi
enfermizos. Una combinación de “lo bueno” y “lo malo”; esa lucha que ha
estado ahí. Como opuestos. Como en casi todo. El día y la noche; el frío y el
calor; la verdad y la mentira; etc.
El intento por canalizar los poderes mágicos desembocó en la necesidad de
socializar a los africanos dentro de los márgenes culturales occidentales,
proceso que corría paralelo a la cristianización. Pero la enseñanza y la
aprehensión de las costumbres, tradiciones e instituciones españolas chocaba
de frente con el diametralmente opuesto modelo de socialización africano: Los
territorios de donde procedía la mano de obra esclava estaban organizados en
una unidad básica de carácter familiar, ‘ampliada o extendida, especie de
fracción de clan de tipo patriarcal: grupo de parientes y por línea paterna o
materna fijado o ligado al suelo’. En este sentido, la socialización era diferente
al modelo de educación europeo en tanto que todo el grupo participaba de la
educación de los hijos de la comunidad, sin importar quiénes fueron los padres
biológicos. El sistema educativo reposaba en una organización de carácter
gerontocrático, es decir, a los ancianos les correspondía la iniciación social y
la educación sexual de los adolescentes.
En estas circunstancias, la comprensión del bien y del mal, de la muerte y
la sexualidad, reposaba en una estructura muy distinta que seguía las
tradiciones culturales propias sin que tuviera incorporado el férreo dualismo
cristiano. Ni la diversidad de mecanismos que utilizó la cultura dominante ni
la aprehensión de los comportamientos blancos, lograron desterrar del todo
esta conciencia no dualista. Por el contrario, se convirtió en uno de los
bastiones de resistencia contra la sociedad esclavista. En el pensamiento
africano occidental nada era enteramente bueno ni enteramente malo, idea que
se reforzaba en sus sistemas religiosos tradicionales por la carencia de una
teoría del pecado original y por la extensión del concepto del demonio. A esta
carencia de dualismo se le sumó la apropiación de poderes mágicos de santos
y demonios, lo que permitía la creación de un sistema coherente de creencias
nacidas para la resistencia y la búsqueda de factores que los identificaba como
pertenecientes a una comunidad…”
Durante mucho tiempo permaneció en mi (…y aún aparecen secuelas) esa
sensación de estar inmersa en un contexto pleno de situaciones ancladas en esa
herencia cultural. Por lo pronto era mujer-niña. Con obligaciones reales y
potenciales. Alrededor de la casa; pero también en el escenario escolar;
asimismo en la herencia religiosa. Era profundamente inmersa en los ires y
venires de los ejercicios parroquiales. Estaba en los ejercicios inherentes a la
eucaristía y en las celebraciones relacionadas con las realizaciones de fiestas y
expresiones afines. La Semana Santa era una de ellas. Yo estaba ahí, al lado
del vía crucis. Mi capacidad para la lectura clara y comprensiva me hacía
partícipe en términos puntuales en la procesión del viernes santo. Tal vez,
desde ese entonces, se produjo una inquietud relacionada con el significado
del sacrificio de Jesús y los verdaderos alcances del mismo.
“…La manera como se planteó la evangelización a comienzos de la
conquista marcó el camino que tendría durante los siguientes siglos. El
proceso de cristianización de las Indias se dio en el contexto de un
convencimiento colectivo que provenía desde finales del siglo XV: se acercaba
el final del mundo. Los convulsionados acontecimientos del Renacimiento
daban razón a las angustiosas profecías del Apocalipsis, quizás el libro que
más había marcado el pensamiento cristiano. La escatología afirmaba que el
final estaría preanunciado por acontecimientos calamitosos, contexto en el
cual vendría el Anticristo. La expansión geográfica que incluía loa conquista
de las Indias reafirmaba la creencia, pues un texto de los evangelios lo
profetizaba: ´se proclamará este Evangelio del Reino en el mundo entero, para
dar testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin’.
Borja G., Jaime H. “Rostros y rastros del demonio en la Nueva Granada”.
Impreandes presencia S.A. Primera edición, 1998; páginas 132-133.
Entonces, después de la conversión del mundo al cristianismo como
verdadera fe, acaecería el escalón final. Siguiendo la misma tradición
cristiana, la ´bestia ´del Apocalipsis-entendida como el demonio-tendría que
soltarse por un tiempo antes de la segunda venida del Mesías. Esta postura
hacía más entendible la obsesión cristiana de contemplar el reino de Satanás
en el Nuevo Continente: Los misioneros españoles se planteaban, no sin cierta
angustia, si evangelizar no equivalía a aclarar el proceso de autodestrucción.
La idea de la decrepitud del mundo y su pronta transformación era frecuente
durante el siglo XVI. Fray Rafael de los Ángeles lo escribía así:
Verdad es que el mundo está en lo último y allegado a la decrépita, porque
aun en materia de virtud se hallan en él cien mil novedades y disparates nunca
antes vistos, y en materia de pecados no tienen número de invenciones que
cada día salen, como diremos más adelante, ni hay teólogos que agoten sus
dificultades (…). Al fin la virtud en estos desdichados tiempos no tiene la
armadura o el esqueleto, que lo demás casi todo es prudencia de carne
enemiga de Dios.
Borja G., Jaime H., Ibíd.; pp. 305-306.

Recuerdo que, en 1937, ví por primera vez a Alejandrina. Venía de familia


acaudalada. Terminó pregrado de sociología. Un caso raro en nuestro tiempo,
cuando todos los soportes ideológicos de dominación, mantenían como
constante el hecho de que las mujeres no pueden atender opciones diferentes a
aquellas relacionadas con el hogar.
En febrero de ese año estuvimos en una fiestecita organizada por Doroteo
Hernández Piernagorda, un trabajador bananero que había sobrevivido a la
matanza generalizada en Ciénaga. Hombre fortacho. De una habladera
hermosa; con la cual nos cautivaba. Asistimos, en su lenguaje, a parte de las
historias de vida. Remontándose, inclusive, a lo sucedido con Panamá y la
situación puntual de lo que se conoce como “La Guerra de Los Mil Días”.
Diseccionando cada hecho. Con anotaciones inesperadas; que, en verdad ni
siquiera las habíamos imaginado.
Esperanza Raigosa Bacca, compañera sentimental de Doroteo, intervenía
con deliciosas anécdotas relacionada con la crianza de los hijos e hijas. Y con
exposiciones de tal profundidad, que nos dejaron boquiabiertos. Nunca
habíamos conocido de esa calidad de discurso. Para desenvolver la historia
cercana y lejana, a partir de palabras bien elaboradas y mejor escogidas. Desde
ese tiempo data mi enamoramiento. Veía en la negra Esperanza una sutiliza
embriagante. Adornada con un cuerpo exuberante y con el don de la palabra.
Poco tiempo después, supe que la negra también se había enamorado de
mí. Y que, sufría con su bipolaridad afectiva manifiesta. Se mantenía fiel a
Doroteo, porque lo amaba y admiraba. Pero, en mí, veía el tipo de hombre
intelectual, cimero. Revolucionario trascendental.
Fue la misma, Alejandrina, quien me contó lo que sucedía con Esperanza y
Doroteo. Ella, Alejandrina, me expresó, ese mismo día, que se sentía atraída
hacia mí. Que quisiera, decía ella, retozar conmigo. Anhelaba el sexo en mi
compañía. Sin ningún tipo de compromisos. Estuvimos por mucho tiempo
haciéndolo; hasta que se enamoró de Virgilio Pontevedra, un allegado a su
familia.
El tío Manuel Restrepo trabajaba como jornalero, en la modalidad de
prestación de servicios día a día en haciendas de terratenientes. El pago que
recibía era el soporte económico fundamental de la familia. Todo, a pesar de
que en la casa teníamos sembrados de pan coger, necesarios para hacer más
llevadera la subsistencia. Su talante fue siempre vinculado con una opción
solidaria. No solo para su hermana Adelina y su hermano Luciano; sino
también para sus sobrinas María Helena y yo. Un tipo de interacción (…la del
tío Manuel), en la cual ejercía como insumo básico la compartición de sus
ingresos y de su presencia constante. Algo así como lo opuesto a la posición
asumida por el negro Eugenio.“…En las primeras iniciativas del cultivo hubo
contratación de mano de obra libre, especialmente en las haciendas ligadas al
capital mercantil, donde la producción de café se dio bajo la administración
directa de la hacienda. El sistema utilizado, llamado de agregados, tiene como
característica ser mano de obra asalariada a la que, además del efectivo, se le
da como parte de su remuneración, el acceso a un terreno dentro de la
hacienda para construir su casa y sembrar algunos productos de pan coger.
La fuerza de trabajo para el cultivo del café en este tipo de hacienda,
incluía tanto hombres como mujeres, pero dividida en sus respectivas
cuadrillas. Parece que, aunque las mujeres trabajaban en casi todas las
operaciones del cultivo, el uso de mano de obra masculina era más estable y
los hombres trabajaban todo el año, ya fuera en arreglos de la finca o en los
trabajos más pesados del cultivo. Por lo tanto, podría pensarse que, siendo la
participación masculina más permanente que la de la mujer en las tareas del
cultivo del café para la hacienda, buena parte de la producción de pan coger
estuviera en manos de la mujer campesina…”
León de L., Magdalena; Ibíd., página 35
No tengo plena certeza acerca de los orígenes del tío Manuel. Por lo menos
en términos de su acervo cultural y de su inserción en la familia. Yo diría que,
así como en el caso del abuelo materno, su infancia y adolescencia estuvieron
influidas por lo que describí antes en el sentido de finales del siglo XIX y
comienzos del siglo XX. Lo que sí es, plenamente cierto, es el origen primero
de la influencia política y social.
“…Es imposible hablar favorablemente de la administración de justicia en
Colombia; los códigos civil y penal son poco más que una colección de
supersticiones y abusos, bajo los nombres de Castilla, ordenanzas reales, leyes
de las indias y varias recopilaciones de decretos españoles y regulaciones
coloniales, de los cuales, para el disgusto del demandante y beneficio del
abogado, se pueden sacar deducciones contradictorias sobre todo aspecto
posible de litigio. Este defecto es percibido y reconocido por el gobierno; se ha
propuesto introducir el nuevo código penal español. El juicio por jurado
felizmente se ha restablecido en casos de libelo y la legislación se ha
declarado a favor de introducirlo en forma general en todos los casos en que
sea aplicable; sin embargo, el gran mal que probablemente persista en el
gobierno del país en todas sus ramas, tiene su origen en los hábitos de
disimulo, indolencia y corrupción que marcan el carácter de todas las naciones
esclavizadas. Los brotes momentáneos de sensibilidad o aun de ideas correctas
y las buenas intenciones en general, no son suficientes para romper la oscura
cadena de vicios, con las cuales generaciones de ignorancia, supersticiones y
opresión han entrelazado todas las situaciones sociales y contraído o
distorsionado todos los sentimientos morales…”
Coronel Hall Francis. “Colombia y su estado actual”, pp. 17-18. Obra
aparecida en la recopilación “Santander y la Opinión Angloamericana”
(David Sowell, compilador). Biblioteca de la Presidencia de la República,
1991.
He resuelto comenzar a desandar lo andado. Porque tengo afán. El declive
es insoslayable. Como anti-ícono. O mejor como ícono que está ahí. Pero que
no significa otra cosa que el regreso. Al comienzo. Como lo fue ese día en que
nací. Para mí, sin quererlo, fue el día en que nacimos todos y todas. Porque, en
fin, de cuentas, para quienes nacemos algún día, es como si la vida comenzara
ahí. He dibujado en mi piel el cuerpo de Esperanza. Un tipo de avidez,
prohibida. Porque yo sé que me ama y que me desea. Pero, en ella y yo, puede
más el respeto a la lealtad de Doroteo.
Lo cierto es que accedí a vivir. Ya, estando en el territorio asociado al
entorno y a la complejidad del ser uno. Pronto me di cuenta de que ser yo,
implica la asunción de un recorrido. Y que este supone convocarse a sí mismo
a recorrer el camino trazado. Tal vez no de manera absoluta. Pero si en
términos relativos; como quiera que no sea posible eludir la pertenencia a una
condición de sujeto que otear el horizonte. En la finitud, o en la infinitud. Qué
más da. Si, en fin, de cuentas, lo hecho es tal, en razón a esa misma
posibilidad que nos circunda. Bien como prototipo. O bien como lugares y
situaciones que se localizan. Aquí y allá, como cuando se está, en veces sin
estar. O, por lo menos, sin ser conscientes de eso.
Cualquier día, entré en lo que llaman la razón de ser de la existencia. No
recuerdo como ni cuando me dio por exaltar lo cotidiano, como principio. Es
decir, me vi abocado a ser en sí. Entendiendo esto último como el escenario de
vida que acompaña a cada quien. Pero que, en mí, no fue crecer, Ni mucho
menos construir los escenarios necesarios para actuar como sujeto válido.
Un quehacer sin ton ni son. Como ese estar ahí que es tan común a quienes
no podemos ni queremos descifrar los códigos que son necesarios para vivir
ahí, al lado de los otros y de las otras. Duro es decirlo, pero es así. La vida no
es otra cosa que saber leer lo que es necesario para el postulado de la
asociación. De conceptos y de vivencias. De lazos que atan y que ejercen
como yuntas, Por fuera todo es inhóspito. Simple relación de ideas y de
vicisitudes. Y de calendas y de establecer comunicación soportada en el
exterminio del yo, por la vía de endosarlo a quienes ejercen como gendarmes.
O a ese ente etéreo denominado Estado. O a quienes posan como gendarmes
de todo, incluida la vida de todos y todas.
Y, sin ser consciente de ello, me embarqué en el cuestionamiento y en la
intención de confrontar y transformar. Como anarquista absoluto. Pero, corrido
un tiempo, me di cuenta de mi verdadero alcance. No más allá de la esquina de
la formalidad. Sí, de esa esquina que obra como filtro. En donde encontramos
a esos y esas que lo intuyen todo. A esos y esas que han construido todo un
acervo de explicaciones y de posiciones alrededor de lo que son los otros y las
otras. Y de sus posibilidades y de su interioridad. Y de sus conexiones con la
vida y con la muerte.
Esas esquinas que están y son así, en todas las ciudades y en todos los
escenarios. Y yo, como es apenas obvio, encarretado conmigo mismo y con
mis ilusiones. Y con mis asomos a la libertad. En ellas se descubrieron mis
filtreos con la desesperanza. Y mis expresiones recónditas, en las cuales
exhibía una disponibilidad precaria a enrolarme en la vida, en el paseo que
está orientado, hacia la muerte.
Y estando así, obnubilado, me dispuse a ver crecer la vecindad. A ver
cómo crecían, alrededor de mi estancia, las mujeres y los hombres que conocí
cuando eran niños y niñas. Y, estando en vecindad de la vecindad, conocí lo
perdulario. Ese ente que posa siempre latente. Que está ahí; en cualquier parte;
esperando ser reconocido y por parte de quienes ejercen como mascotas del
poder. Como ilusionistas soportados en las artes de hacer creer que lo que
vemos y/o creemos no es así; porque ver y creer es tanto como dejarse
embaucar por lo que se ve y se cree. Una disociación de conceptos, asociados
a la sociedad de los que disocian a la sociedad civil y la convierten en la
sociedad mariana y en la sociedad trinitaria y confesional. Y, siendo ellos y
ellas ilusionistas que ilusionan acerca de la posibilidad de correr el velo de la
ilusión para dar paso al ilusionismo que es redentor de la mentira que aspira a
ser verdad y la mentira que es sobornada por quienes son solidarios y
consultores para construir verdades.
Y, estando en esas me sorprendió la verdadera verdad. Justo cuando
empezaba a creer en el ilusionismo y en los ilusionistas. Verdadera verdad que
me convocó a reconocerme en lo que soy en verdad. Sujeto que va y viene.
Que se enajena ante cualquier soplo de realidad verdadera. Que ha recorrido
todos los caminos vecinales. En lo cuales he conocido a magos y videntes de
la otra orilla. Con sus exploraciones nocturnas, cazando aventureros que
caminan atados a la vocinglería que reclama ser reconocida con voz de los
itinerantes. Y, estando en esas, me sorprendió la incapacidad para protestar por
la infamia de los desaparecedores. De los dioses de los días pasados y de los
días por venir y de los días perdidos.
Y volví a pensar en mí. Como tratando de localizar mi yo perdido, desde
que conocí y hablé con los magos y videntes de la otra orilla. Un yo endeble.
Entre kantiano y hegeliano. Entre socrático y aristotélico. Entre kafkiano y
nietzscheano. Pero, sobre todo, entre herético y confesional. Ese yo mío tan
original. Filibustero. Pirata de mí mismo. Y, sin embargo, tan posicionado en
los escenarios de piruetas y encantadores de serpientes. Saltimbanquis que me
convocan a cantarle a la luna, desde mi lecho de enfermo terminal. La
enfermedad de la tristeza envalentonada. Sintiéndome poseído por los avatares
increados; pero vigentes. Artilugios de día y noche.
Sopla viento frío. En este lugar que no es mío. Pero en el cual vivo.
Territorio fronterizo. Entre Vaticano y Washington. Cómo han cambiado la
historia. Cómo la han acomodado ellos. En tiempo de mi pequeñez de infante,
tenía mis predilecciones a la hora de rezar y empatar. La tríada indemostrable.
Uno que son tres y tres que vuelven a ser uno. Pero también le recé a Santo
Tomás y al Cristo Caído, patrono de todos los lugares y de todos los periodos.
Caminé con la Virgen María. De su mano recibía El Cáliz Sagrado cada
Cuaresma. En esos mis sueños en los cuales también buscaba el Santo Crial.
En esa blancura perversa de la Edad Media. Definida así por una cronología
nefasta. Purpurados blandiendo la Espada Celestial; y los Santos Caballeros
recorriendo los inmensos territorios habitados por infieles. Rodaron cabezas
setenta veces siete. La tortura fue su diversión predilecta. En la Santa Hoguera
y en los Santos Cadalsos. Y cayó Giordano Bruno. Y cayeron muchos y
muchas enhiestas figuras de la libertad y de la herejía. Y las canonizaciones se
otorgaban como recompensas. Y Vaticano todavía está ahí. Vivo. Como cuñete
que soporta la avanzada papista; aun en este tiempo. Vaticano nauseabundo.
Sitio en el cual la presencia de los herederos de San Pedro, ejercen como
espectro que pretende velar el contenido criminal de pasado y presente. Siguen
anclados. Y difundiendo su versión acerca de la vida y de la muerte.
Purpurados perdularios. Para quienes la Guerra Santa es heredad que debe ser
revivida.

4

Un año después, 1944, se hizo nuestra primera aproximación a la doctrina
relacionada con el movimiento obrero. Sabíamos que constituía un grupo muy
pequeño, comparado con los campesinos y campesinas y con la inmensa
población en las ciudades, sin ningún tipo de opción laboral. Esto se superó,
en parte, cuando cuajó la politica de sustitución de importaciones, liderada por
la naciente burguesía industrial. Tal vez, por esto, profundizamos en historias
de vida ciudadana. Al lado, fundamentalmente, de Carmelo Polanía
Insignares, quien trabajaba en una de las textileras que recién empezaban a
consolidarse.
No podría precisar lo que sentí el mismo día en que accedí al espectro
invariado de la casa. Si de esa en que nací. Escuchaba las voces. De aquí y de
allá. A decir verdad, no tengo claro, ahora, a distancia, si me identifiqué con
esas voces. Si eran para mí, asociadas a mi condición de recién llegados. O si
fueron voces vertidas al garete. Para quien pudiera asirlas y entenderlas. Tengo
la sensación de haber escuchado, como ráfagas, los cantos. Desde la aldeana,
hasta la pastora. Pero, al mismo tiempo, tengo la sensación de haber
escuchado las versiones libres que se hacían de las historias de las Mil y una
Noches. Pero, también, esas leyendas que me hacían temblar. El Fantasma.
Ese que se sentaba en el tejado de las casas; una figura larguirucha. A la espera
de poder entrar a las casas, para excitar la risa en la víctima elegida.
Cosquilleo que no cesaba hasta que se producía la muerte, entre los espasmos
ocasionados por la imposibilidad para retomar la respiración normal. O el
Sombrerón. Sujeto regordete, con sombrero alón y que transitaba por las calles
a la espera de alguien a quien engañar, por la vía de la palabra y desaparecer
con él o con ella. O la Patasola. Una expresión sin características físicas fijas,
identificables. O la Llorona. Mujer en búsqueda perenne del hijo que perdió. O
las sucesivas y variadas versiones de brujas. Habitantes de la noche. En la
calle, pendientes de cualquiera que se atreviese a desafiar la soledad y la
oscuridad. Siendo, esta última, su acompañante permanente, su mundo; su
fortaleza. Recuerdo, para este caso, inclusive, que mi padre decía tener el
antídoto o, al menos, la clave para evitar que entraran a los cuartos. Se trataba
de esparcir arroz en la sala de la casa. De tal manera que ellas, precisamente
por su tendencia a antojarse de cualquier objeto, se detendrían a contarlos;
hasta que las sorprendía la luz del sol y se ocultarían de manera inmediata. Su
refugio, durante el día, era desconocido.
O el exterior. El mundo callejero. En la ciudad existían lugares que se
exhibían como referentes. Que la Plaza de Cisneros. Una especie de central de
abastos al menudeo. O el Hipódromo San Fernando. Inclusive, este último,
coincidía con el estadio; antes de la construcción y puesta en funcionamiento
del Atanasio Girardot. O la carrilera; o la Estación del Ferrocarril. O El
Pedrero, sitio adyacente a la plaza de mercado. Sitio para el rebusque de
promociones de tomates, plátanos, cebolla, papas, legumbres, etc. O La
Bayadera; territorio conocido como lugar de aviesas costumbres. O el Barrio
Antioquia; identificado como otro sitio no recomendable. O El Bosque de la
Independencia. Sitio convocante. Allí estaban los mangos; las pomas; el lago;
el carrusel; la rueda de Chicago; el trencito con su túnel. O, ahí cerca, La
Curva del Bosque. Sitio al cual arribaban los bandidos: Pistocho y Pacho
Troneras; después de haber asaltado un banco. Allí bebían ellos e invitaban a
quien pasara. Todo hasta gastar hasta el último centavo. O El Fundungo,
Lovaina, Las Camelias. Reconocidos como sitios, en veces, o como barrios,
otras veces. De todas maneras, zonas en las cuales se podían encontrar lo que
se conocía como “casas de citas”. Y se llamaban así, porque allí llegaban los
hombres, adultos y muchachos, buscando mujeres. Y allí esperaban estas para
ofrecer su cuerpo. Y allí estaban las barraganas que administraban. O los
dueños que atendían, sin ninguna intermediación, las solicitudes y designaban
a las muchachas; por riguroso turno.
O el Puente del Mico. Referente un tanto extraño. Nunca se supo porque
esa denominación. Solo, que por ahí atravesaban los rieles del ferrocarril,
sobre el río. O Moravia. Otra zona-barrio en donde se encontraban bares y
casas de citas. O el manicomio. Sitio destinado a recepcionar y servir de
reclusorio a los locos y las locas. El concepto de enfermedades mentales, solo
lo manejaban los médicos. Para todos y todas las demás, eran simplemente
eso: locos o locas. Ubicado en “cuatrobocas”; barrio Aranjuez.
Pero, asimismo, barrios originarios. El Camellón; La Toma; Loreto; San
Diego; en la parte sur-oriental. Desde muy pequeño supe que allí nació y
creció mi madre. Su madre Sara y su padre Arturo. Hogar que fue creciendo
en residentes. Que la tía Nana; que la tía Fabiola; que los tíos Carlos, Israel y
Conrado. Que el trabajito del abuelo Arturo, cuidador de fincas en lo que era
la periferia: que la parte alta del barrio El Poblado; que la parte aledaña a la
carretera que conducía a Envigado. Con el correr del tiempo, tengo memoria
de ello, lo visitábamos allá. Le llevábamos el almuerzo o la comida, o el
desayuno. Allí tumbábamos los mangos. Biches, preferiblemente. Allí
escuchábamos su rogativa para que no dañáramos lo que el denominaba las
bellotas. Arturo Gómez.
Hombre nacido a finales del siglo XIX. Tal vez conoció de cerca algunos
eventos. Que la Guerra de los Mil Días. Que a Salvita ascendiendo en el globo
inflado con helio. Y la tragedia de Salvita; que murió en ese intento. Arturo
Gómez, tal vez, conoció de la construcción del túnel de la quiebra. Y, tal vez,
conoció de la presencia del ingeniero Francisco Cisneros; de origen cubano.
Que dirigió la construcción de ese túnel y también la construcción del puente
colgante conocido como “Puente de Occidente”; sobre el Río Cauca; entre
Sopetrán y Santafé de Antioquia.
Pero estaban, también, los barrios Manrique, Aranjuez, Campo Valdes; San
Cayetano; Prado (situados al centro y nororiente. O Laureles, Belén (con sus
diferentes secciones); San Javier, Calasanz; Robledo.
Y seguí creciendo. Y seguí viviendo. Y, ahora, recuerdo otras cosas. La
ciudad seguía expandiéndose. Con las limitaciones asociadas a su
particularidad geográfica. Pendientes que hacen del tránsito central un surco.
Por allí, por ese surco, fue delineándose la ciudad- centro. Mientras las
pendientes iban siendo saturadas de viviendas. Un bien construidas. Otras,
simplemente, pautadas por los requerimientos de quienes llegaban del campo.
Como ahora, en ese tiempo, había desplazados. Porque la violencia se
ensañaba con quienes habitaban las zonas rurales. No solo en el Departamento
de Antioquia. Era todo el país. Porque los impulsores del desarraigo eran, al
mismo tiempo, los que azuzaban la violencia. Eran (…y siguen siendo), al
mismo tiempo, beneficiarios de la guerra. Por su condición usufructuarios de
los sucesivos regímenes. Tenían el control desde hacía mucho tiempo. Casi
desde el mismo inmediato posterior a 1819.
Y, ese crecimiento de la ciudad, nos fue convocando a vivirla. Ya por la vía
de apropiarnos de las calles para auspiciar la lúdica. O, y combinado con esto,
para conocer y asumir ese territorio. Y, entonces, creció la expectación por el
desarrollo de los cantos y los juegos primarios. Por lo mismo, en
consecuencia, crecimos los ejecutores. Que brincar el lazo; que las escondidas;
que la lleva; que la guerra libertaria; que los trompos; y las bolas de cristal y,
“las vistas” (recortes de las cintas o las películas), con sus acepciones
“cuadros” (para designar a aquellas en las cuales aparecían los protagonistas o
los denominados “el muchacho” y la “muchacha”); o el ejercicio de elevar las
cometas (con sus variantes de capar hilo); o lanzar los globos de papel, llenos
del calor y el humo producidos por el mechón encendido con gasolina o
petróleo y el cebo o la esperma como combustibles. O el ejercicio de lanzar
piedras con caucheras y las hondas (dos cuerdas que tenían en el centro un
receptáculo hecho de cuero y en el cual se colocaba la piedra a lanzar). O el
intercambio de revistas (folletos con las aventuras de Tarzán, el Llanero
Solitario, Batman y Robin; El Pájaro Loco; el Conejo de la Suerte; El Pato
Donald; etc.). O las funciones matinales (películas) en los teatros (salas de
cine) de los barrios. Recuerdo los más importantes: Manrique; Rialto;
Olimpia; Aranjuez; Belén. O la trenza humana (formaciones entre dos grupos.
Uno al frente de otro; cogido de la mano. Hombres y mujeres); a partir de la
cual se cantaba matarile lire lo. O la trenza en rueda que permitía o impedía
salir al ratón, designado o designada por quien quedaba libre por fuera de la
rueda. O la ronda que cantaba y preguntaba al lobo del bosque si estaba listo
ya. O el juego de la perinola; o el de catapis (Jaz); o el juego de la carga
montón (se escogía la víctima que tenía que aceptar que todos y todas cayeran
encima de él o de ella). O el juego con el lazo en los dedos, construyendo
figuras diversas (la escalera, la flor de iraca). O la recolección de cajetillas de
cigarrillos a las cuales se les asignaba un valor y así se jugaban. Como si
fueran billetes. (Pielroja 1, Dandy 25; Kool, Lucky; L & M, Chesterfield;
Mapleton, valían 100 y, así, sucesivamente). O la preparación y realización de
novenario en la época de diciembre; incluido el ejercicio alrededor del
pesebre. O el juego a la gallina ciega. Y, no podía faltar, el fútbol. La pelota en
la calle. Con desafíos entre cuadras y barrios. Siempre en la calle. Calle para el
juego. Calle libre. Inclusive con el vigía, encargado de avisarnos cuando
llegaba la tomba (policía municipal); la bola (vehículo policial). Esto suponía
suspender, provisionalmente, el juego. Porque estaba prohibido tomarse la
calle para ello. Porque, siempre, ha existido la posición de quien o quienes,
siendo habitantes del barrio, odian la expresión lúdica.
Ahora bien, la confrontación entre grupos interbarriales, era hecho común.
Inclusive, llegando a expresiones vandálicas, violentas. Con piedras (lanzadas
con caucheras y hondas), palos, etc. Forzando un paralelo, algo parecido con
lo que hoy aparece como enfrentamiento entre bandas en los barrios y/o en los
colegios
Y, entonces, esa apropiación de los espacios, corrió paralela a las jornadas
escolares. Maestros y maestras. Muchos y muchas, autoritarios y autoritarias.
Tanto que contribuyeron a la deserción escolar. Porque infringían castigos
físicos. Otros, accesibles, tolerantes, amigos (as). Que la sopa escolar (una
figura reducida del restaurante), a la cual accedían los niños y niñas cuyas
familias eran mucho más pobres que el promedio. Que el pan y la leche que se
entregaba en los recreos y que era posible, en razón al convenio con Caritas
Arquiodecesana (organización religiosa-católica) y las entidades que regían la
academia. O, en ese mismo horizonte, a partir de convenios internacionales
con países europeos o con EE.UU.
O, llegado octubre, lo que se denominaba la “semana del niño”. Aquí cabía
todo: los disfraces; las caminatas; el sancocho elaborado a partir de recursos
propios recogidos en las escuelas. O a partir de los aportes de las familias.
Queda claro, de paso, que las escuelas no eran mixtas. Además, que, las
jornadas, eran completas. Desde las 8:00 a.m., hasta las 11:30 a.m. y desde la
1:30 p.m., hasta las 4:30 p.m., de lunes a viernes. Los sábados de 8:00 a.m.;
hasta la1:00 p.m.

El siete de marzo, Carmelo, apareció a la reunión del Comité Ideológico,


con Fabricio Pineda Pinedo, obrero como él. Nos contó de su correría por
diferentes pueblos, huyendo de lo que en general llamaba “la violencia de los
chulos”. Un individuo sereno, ilustrado, soñador. Vivía con su familia en el
barrio Palermo. Dos hijas, con su actual compañera Patricia Bedoya Jácome.
También campesina y Tropelera. Siempre ha estado al lado de Fabricio. Una
solidaridad absoluta. Entre ella y él, construyeron su casita en un terrenito que
heredó (ella) de su papá Aurelio Bedoya Benjumea.
…Y corrió la voz de que algo estaba sucediendo. Venía desde muy atrás.
El método había sido perfeccionado. Desde Núñez, el trasgresor. El sujeto
cambiante; según las circunstancias. Método aplicado. Con ese mismo se
justificó la Guerra de comienzos del siglo XX. Método soportado en el manejo
solapado de las verdades. O, a decir verdad, las casi verdades. En recintos
cerrados, a prueba de filtraciones plenas. Solo el gota a gota. Para potenciar las
repercusiones. Se dice y se desdice, al mismo tiempo. Entonces, se embauca y
se extiende la sensación de que algo está pasando. Aquí y allá.
Ese mismo día de marzo, escrituramos nuestro Manifiesto Obrero
Campesino. Previamente habíamos leído y analizado el texto El Desarrollo del
Capitalismo en Rusia; Las Guerras Campesinas en Alemania; tuvimos,
además, acceso a documentos compilados por varias personas, estudiosas de la
cuestión agraria en Colombia y en América Latina. Analizamos,
puntualmente, escritos que datan desde 1836 y 1864. Insumos teóricos de gran
calidad. Relacionados, fundamentalmente, con los conflictos por tierras; con la
situación de los artesanos. Con la confrontación entre bolivaristas y
santanderistas. Le seguimos la huella a la discusión que condujo a la
imposición de la Constitución Politica de 1886.
Pero no es lo mismo, tratándose de recomposiciones ideológicas y políticas
de largo aliento. Porque, de ser así, se desemboca en ese tipo de opciones en
los cuales lo que cuenta es el juego a la reversa absoluta. Como si no
importara el acumulado de acciones y de convocatorias. Ante todo, tratándose
de un proceso como el nuestro. Un país inmerso, históricamente, en sucesión
de guerras. A veces presentadas, por parte de la burguesía y los terratenientes,
como expresiones centradas en desviaciones atípicas respecto a la yunta
propuesta y ejecutada por el poder imperante. Un consecutivo que ha
involucrado, siempre, a los nativos, a los campesinos y campesinas, a los
obreros y obreras y al lumpen proletariado; como invitados (as) para que
sirvan de sparring. Todo por la vía de la fuerza. Militares y policías al servicio
de la propuesta de sometimiento constante. Casi como perenne. Una herencia
habida, desde los ejecutores de gobiernos como extensión de la lucha por la
libertad. Porque, entre otras razones, ni Santander, ni Bolívar fueron centinelas
de la liberación constante, verdadera. Más bien, las sucesivas divisiones y el
surgimiento de los partidos liberal y conservador, significaron la preclusión de
la revolución en contra del poder español.
Visto así, entonces, estuvo y ha estado latente una propuesta libertaria, en
contra de ese proceso por medio del cual se instauró un modelo de Estado y de
gobierno, próximos al autoritarismo. Que, aún hoy, azuzan la violencia, por la
vía de decantar sus idearios perversos. Uno a uno, fueron imponiendo roles
cada vez más entrelazados con el dominio punzante; con fisuras propias de sus
contradicciones internas. Proclamando constituciones al vuelo de sus intereses.
Nunca ancladas en los derechos de la población, siempre marginada. Siempre
vulnerada. Un horizonte patrio, vergonzosamente modelado, con linderos y
mojones construidos a partir de sus visiones recortadas. Dejando casi a medio
camino, la ruta propuesta en principio. Inclusive, desde mi interpretación,
podría decirse que nunca hubo perspectiva diferente a la de entronizar el culto
a la personalidad. Ya, desde ese entonces, empezaba a prefigurarse el tipo de
gobierno y de Estado, en perspectiva anclado en los conceptos oligárquicos de
poder. Tanto como entender que iríamos avanzando con una ruta,
deliberadamente promovida por odios. Por ese tipo de propuestas que
desdibujan la razón de ser de la democracia. Ruta de bárbaros que habían
peleado, peleaban y pelearían a partir de construir íconos perversos. Veámoslo
en palabas de Germán Carrera Damas, en su texto “El culto a Bolívar”.
“…Finalizada la guerra de independencia se inicia para Venezuela la
experiencia republicana. Hasta ese momento la República no había sido más
que una especie de ensayo general, en cuanto corresponde a la que existió
entre el 5 de julio de 1811 y la firma del armisticio con Domingo de
Monteverde (25 de julio de 1812), o un desiderátum siempre propuesto en
función dela guerra. Bien puede decirse que la precariedad de los ensayos
republicanos, tanto por la corta duración de los que lograron cuajar, como por
las numerosas limitaciones e incluso suspensiones que se le impuso en razón
de la emergencia bélica, reservaron para 7después de la contienda la verdadera
confrontación de la experiencia republicana, ya despojado el panorama del
enemigo que la había hecho imposible hasta ahora…”
Carrera Damas G. “El culto a Bolívar”, Editorial Universidad Nacional
de Colombia, pp. 43-44
Ha sido una constante para los países bolivarianos. Un ir decantando las
ilusiones y los programas. Una asociación contradictoria, con respecto a la
herencia colonial, que siempre se ha presentado como la acción de posponer,
corrido el tiempo, la realización de opciones libertarias. Es algo así como
asistir a periodos históricos, unas veces ambiguos. La mayoría de las veces
como expresiones autoritarias. Centradas en posiciones caudillistas. De la
mano con intereses que no tenían nada que ver con la liberación. En cambio, sí
mucho, de imposiciones de la burguesía agraria.
El texto citado antes, a pesar de una narrativa del caso venezolano, ejerce
como insumo común para la República de Colombia
“…Las dos fuerzas que hemos delineado (sic), entendidas como las dos
corrientes de problemas básicos presentes en el orden histórico, con
imbricaciones de todo género, entran en una nueva etapa de su acción con el
advenimiento de la República. Es la hora de confrontar los resultados con las
promesas. Los sacrificios han sido extremos y prolongados, la impaciencia es
mucho. Venezuela aparece en este momento bajo un curioso aspecto en lo
político: el centro o la personificación del poder no solo se halla distante, sino
que se aleja más con las campañas sureñas de Bolívar. Queda libre el terreno
para la definición de nuevas apetencias de mando, y la guerra ha sido un buen
semillero de ellas. Para tantas y tan voraces hay solo una patria que
usufructuar….”
Ibíd., página 45
Entre otras cosas, porque el oferente de poder no puede sustraerse al lío
perverso. Entre estar con lo conseguido en el campo de batalla, a nombre de la
liberación del yugo español. Y estar en interdicción, con respecto a la
perspectiva que se abría. Perspectiva de compromiso con la construcción de
una Nación libre. Por la vía absoluta. Es decir, de plena confluencia con el
entendido d libertad. Incluida la liquidación del racismo. Del esclavismo. De
reconocimiento a la libre autonomía de las etnias.
Precisamente, al no resolverlo. Viendo que no había una posición ni
latente, ni efectiva en términos de la libertad. Por esto mismo, nuestra
República empezó con soporte endeble. Por la vía de otorgar poderes a los
generales. A un concepto de patria vinculada con demostraciones de fuerza por
la vía de imposiciones autoritarias y, en cuanto juego democrático,
manipulaciones en torno al significado de la participación de campesinos
mestizos y las etnias. Y ni que hablar de los negros y las negras en razón que
eran sometidos en peores condiciones que los anteriores.
“…La Campaña de la Nueva Granada, vasta y arriesgada operación que
marca una transformación profunda en la concepción estratégica de la guerra
emancipadora, da como resultado no solamente un cambio en la relación de
fuerzas, hasta entonces favorable al eficaz dispositivo montado por Pablo
Morillo al frente del único ejército organizado que había actuado en
Venezuela. Produce, lo que no es menos importante, al Padre de Colombia, al
Libertador admirado, temido y acatado. El triunfo magnífico echaba al olvido
una trayectoria militar en la cual no escaseaban, al lado de victorias
espléndidas victorias a medias por mal consolidadas y hasta puras y simples
derrotas aparatosas. Poco podía el hiperbolizado brillo de la Campaña
Admirable de 1813 en contraste con el abrumador derrumbe de la Segunda
República bajo los golpes de Tomás Boves. Y este era, hasta el momento, el
más notable hecho militar de Bolívar en tierras venezolanas. Piar y Mariño,
entre ellos, no hallaban nada descabellado el equipara sus propios méritos con
los de Bolívar…
Ibid, páginas 83 y 88
Es una incursión, a propósito, con referentes de la campaña y la posguerra
en Venezuela. Un miramiento en términos de la localización de insumos en
perspectiva. Para alcanzar una posición en contravía de los dimes y diretes,
con respecto a la democracia, supuestamente inmersa en los hechos y las
acciones santanderistas y bolivarianas. Por una vía un tanto extraviada; en
consideración a la idealización por parte de quienes ejercía como oligarcas y
gamonales. Pidiendo pista para un ensamblaje posterior. De un Estado y una
Nación que dieran cuenta de sus ambiciones.
Las discusiones fueron intensas y extensas. Si se quiere, la confrontación
llegaría hasta profundizaciones en términos de politica e ideología. Mucho
tuvimos que discernir para ir construyendo la trama de nuestro manifiesto.
Recorrido por la historia. Tanto en nuestro país como en algunos países
cercanos de tradición en lo que respecta a las luchas agrarias.
El día 14 de marzo, tendríamos una de las disquisiciones más fuertes. Nos
enfrentamos Alejandrina, Fabricio Posada Elejalde, Doroteo y yo. Transitamos
por caminos no recorridos antes. Enhebramos la palabra, con giros
circunstanciales. Particularmente, enfrentaríamos dos opciones en lo
correspondiente a la caracterización del Estado en Colombia y su nexo con la
teoría expuesta en “Leviatán” y “El Contrato Social”. Una perspectiva de gran
aliento. En lo puntual, las diferencias hacían alusión a si éramos o no un país y
una nación fundamentalmente dirigida por la burguesía emergente. O si
éramos un país y una nación en la cual predominan los intereses de
terratenientes y lo que, en mala legua, llamaban algunos “Oligarquía”. En
torno a ese término y su significación, horadamos teorías e historias. Yo
demostré que al hablar de “Oligarquía”, no se hacía otra cosa que velar la
magnitud e importancia de la dirigencia burguesa. Y que, en relación con ello,
el poder de los terratenientes era subsumido no por la teoría de país
semifeudal. Los terratenientes, tenían la mira puesta en salvar intereses como
propietarios de tierras. Pero, en lo fundamental, su ideario tiende a consolidar
un Frente burgués-terrateniente, de largo alcance. DE tal manera, entonces,
que el concepto de Oligarquía tal y como se ha expresado, diluye en un limbo
sociológico a los verdaderos poderdantes y sus intereses centradas en crecer
como país, al lado de los imperios Británicos y Estados Unidos. En
consecuencia, el hilo conductor de nuestro movimiento tendría que ser la clase
obrera.
El día 21 de marzo, tratamos de avanzar en la caracterización del gobierno
de Alfonso López Pumarejo y el continuismo de Eduardo Santos. Doroteo,
realizó un análisis portentoso acerca dell significado de “La Revolución en
Marcha”, como Programa de Gobierno de Alfonso López. Demostró, con
plena claridad, que ese programa estaba orientado a cimentar el proceso de
desarrollo del capitalismo en nuestro país. Además de la modernización del
Estado. Precisando en lo correspondiente a los tres poderes enhebrados para
ejercer como soporte a las implementaciones de corte Liberal. Entendido, esto
último, no como mera alusión a su partido; sino como expresión envolvente,
que incluiría reformas a la educación universitaria y básica en las ciudades y
en el campo. La tierra, decía el programa, debe ser utilizada para el desarrollo
de proyectos relacionados con el desarrollo agrícola.
El día 31 de marzo, antes de iniciar nuestra sesión de trabajo, fuimos
informados del asesinato de Fabricio, a manos de sujetos que lo sacaron de la
fábrica y lo llevaron hasta la periferia de la ciudad. Y, allí, lo mataron. La
noticia, a más de ser dolorosa. Nos tendría que anunciar las posibilidades que
vendrían planeando los informantes de la policía y el ejército. Es decir, a partir
de ese día nos declaramos anunciados y empezaría una modalidad de trabajo
diferente. Nuestro movimiento entró en la clandestinidad. Haríamos más
énfasis en analizar cada uno o una de los militantes. Trataríamos de minimizar
el riesgo de ser infiltrados. En esta decisión, nos apoyamos en las experiencias
en Cataluña.
Entonces yo seguía el tránsito. Tratando de entender el modelo impuesto.
El problema era que no tenía ni medios; ni conocimientos; ni donde hallarlos.
Porque mi vida era eso: una predisposición a seguir ahí. Mientras tanto el
grupo familiar se desintegraba. Mejor sería decir que venía fragmentado desde
el primer día en que se hizo cuerpo visible. Ese grupo familiar vigente desde
antes de mi nacimiento. Pero que adquirió, para mí, presencia con el correr de
los años; de mis años. Ya, entonces, Chagualo y Fundungo fueron mi entorno.
Pero yo no accedía a el. Simplemente, ahí en la casita o en las casitas. Ya la
madre era esclava. Se hizo así, a partir de mis miradas y del proceso
construido en este país envuelto en miserias. Miserias intelectuales. Miserias
políticas. Pero, a la vez, país de violentos y de violentados. De violentos que
conducían con rumbo definido por ellos. Violentos que agredían aquí y allá.
Violentos que protagonizaban ejercicios aparentemente diferenciados; pero
que eran lo mismo.
Y ya, aquí en esta dimensión. En este rol protagónico de mí mismo; seguía
el curso, mi curso. Ya en la calle. Ya en la casita. O ya en los sueños en los
cuales me mimetizaba, para impedir ser visto desde afuera; tratando de
impedir el cuestionamiento y la comparación. Sujeto niño sin posibilidad de
acceder a cualquier cosa. Seguía siendo el desertor de la escolaridad. Desertor,
más no herético. Porque el origen de esa deserción, la motivación de la misma,
no estaban anclados en una opción de vida diferente. Y no tenía por qué serlo.
Porque no tenía opciones alternativas. Simplemente ahí. Donde la abuela
materna, los domingos. Si donde Sara y donde Arturo Gómez. Una vida al
garete. Incluso con tendencias y manifestaciones perversas; vistas con una
óptica moralista. Sujeto niño ahí; sin nada entre las manos.

Y, entre tanto, la ciudad crecía y el país también. Ya la ciudad no era la


misma que conocí o que imaginé. Ya los barrios en las pendientes estaban en
pleno desarrollo. Ya apareció Castilla Y Pedregal y Alfonso López. Ya, hacia
el sur, se extendían híbridos. Ya con fastuosas viviendas ya con casitas en las
cuales habitaban los habitantes originarios de El Poblado. Ya Bello y
Copacabana, al norte, se integraban; en un concepto de territorio mucho más
vasto. No se si, desde ese primero momento, se asumían los conceptos de
zonas metropolitanas. Pero también, al sur, se acercaba Itagui y, aunque de
manera más lenta, Envigado.
Lo que contaba, para mí, era la sensación de estar inmerso en un proceso
no pensado; no entendido. Pero estaba ahí. Como proceso envolvente. Porque,
la perspectiva de ciudad moderna, actuaba independientemente de mi
participación. O de la participación de los otros y las otras. No sé, en fin, de
cuentas, si ya estaba presente, en ese crecimiento urbano, una opción como la
planteada por Manuel Castells. No sé, si en el caso de los y las ciudadanas en
mi ciudad y en las otras ciudades. No sé si la presión, a partir de los
desplazamientos masivos, sobre la ciudad y, por lo mismo, en la exigencia d
vivienda y de servicios básicos; ya tenían o no expresión en términos de
exigencias organizadas. Volviendo a lo de Castells, no sé si alguien, en nuestro
país tuviera, en ese entonces, posiciones como: “…Cuando se habla de
problemas urbanos nos referimos más bien, tanto en las ciencias sociales como
en el lenguaje común a toda una serie de actos y de situaciones de la vida
cotidiana cuyo desarrollo y características dependen estrechamente de la
organización social general. Efectivamente, a un primer nivel se trata de las
condiciones de vivienda de la población, el acceso a las guarderías, jardines,
zonas deportivas, centros culturales, etc.; en una gama de problemas que van
desde las condiciones de seguridad en los edificios (en los que se producen,
cada vez con mayor frecuencia accidentes mortales colectivos) hasta el
contenido de las actividades culturales de los centros de jóvenes reproductores
de la ideología dominante…”
Castells, Manuel; “Movimientos sociales urbanos”. Siglo XXI Editores,
segunda edición en español, 1976, página 5
En verdad dudo que se hubiera desarrollado una opción de vida urbana, así
en esas condiciones. Lo que este sujeto niño perverso entendía, no iba más allá
del discernimiento de quien no tenía ni siquiera, a su disposición las
posibilidades que otorga la escuela. Más aún, reconociendo que, cuando hablo
de escuela, estoy hablando de lo básico. En una estructura escolar-académica
en donde el lugar para la profundización no existía. No iba más allá, como lo
expresé arriba de aglutinar una serie de saberes, cruzados por la textura
tradicional religiosa, particularmente la católica.
Estaba, pues, situado en un reconocimiento del entorno inmediato y
mediato. Reconocimiento que no iba más allá de encontrar espacios para una
lúdica restringida. Porque, ¿qué lúdica podría haber, en mi escenario de niño
condicionado por mis propias actitudes y que originaron y mantuvieron una
posición hostil de los otros integrantes del grupo familiar; particularmente de
la madre y el padre. Porque, a la vez, crecían las posibilidades y justificaciones
para profundizar en torno al cuadro comparativo con mi hermano, el
escolarizado, que seguía avanzando.
Entonces, una noción de ciudad y de país y de mí mismo y de los demás;
que comprometía las fijaciones que había venido construyendo. Ya lo dije,
visiones enfermizas; sueños acechantes. Expresiones en las cuales las
imágenes recorrían mis espacios. Imágenes que recorrían mi cuerpo y que
ocasionaban estigmas más lacerantes que las posturas religiosas asumidas por
mí antes. Imágenes que vertían opciones y que me convocaban a asumirlas.
Opciones como latigazos. Opciones que conminaban a no existir más.
Opciones que me proponían huir de la casita y abordar el camino del
transeúnte sin referentes. Como si me propusieran jugarme la vida en el
amplio espectro que permite la inmensidad de la ciudad. Ir ahí, a cualquier
sitio sin ningún nexo con los hermanos, las hermanas, el padre, la madre, las
abuelas… En fín imágenes que se erigían como mandantes sombríos y que me
colocaban en posiciones de profunda angustia. En extravíos que yo no estaba
en capacidad de asumir. Porque lo mío era una angustia sobre otra. La mía
propia y la heredada de esos sueños absolutamente onerosos.
Y era el año que marcaba el inicio de otra década. Quien lo hubiera creído,
ya había vivido casi dieciséis años. No era sujeto hábil para realizar
inventarios de vida. Sin embargo, estaba ahí en la posición de niño-
adolescente que había accedido, otra vez, a la escolaridad en nombre de la
necesidad de reconciliación. Más, nunca, en términos de avanzar en el
conocimiento. Vale la pena aclarar, ahora, que había innovado en lo que
respecta a la justificación para desertar. Una figura, parecida a las imágenes
que me atormentan en mis sueños, exhibiendo una postura y una voz que me
reta. Algo así como entender la posición como cuestionamiento a la autoridad.
¿Pero sería cierto eso? ¿De cuándo acá había adquirido algún criterio
elaborado? Aún ahora no me lo creo. Yo no era, en ese tiempo sujeto de
elaboraciones. Era, por el contrario, un bandido que se azuzaba así mismo;
vertiendo palabras. Sin poder construir una o dos frases con sentido. Solo, en
esos sueños tormentosos, venían a mí interpretaciones de lo cotidiano; de esa
exterioridad que no percibía sino en la vigilia del día a día.
Así fue, por ejemplo, como accedí a entender todo lo relacionado con la
continuación del exterminio. Veía, a ráfagas, lo sucedido con quienes no
accedieron al pacto bochornoso. A ese pacto entre los mismos. Pacto que
avasallaba a la democracia. Convertía en delito el solo hecho de aspirar a una
alternativa diferente. Y, sin saberlo, iba profundizando, todas las noches. Veía
a los campesinos y campesinas. Niños y niñas. En las travesías. Solo ahora,
después de haber leído al maestro Alfredo Molano, en su trilogía “Siguiendo
el corte”, “Aguas arriba” y “Selva adentro”, he podido descifrar esos mensajes
de mis sueños. He podido dilucidar el significado de esas imágenes. Los sin
tierra; los desarrapados; tratando de arrancarle aliento a la vida. Como si esta
estuviera flotando ahí. Y ellos y ellas, tratando de asirla. Mientras tanto los
aviones y la tropa de los jerarcas. Apuntándoles.
Matándolos. Y los gritos de rabia y las lágrimas y la ternura invitando a
resistir. Y los jerarcas riendo en las ciudades. Invitándonos a reconocerlos
como voceros válidos. Como convocantes ciertos a la paz. Y, nosotros, en las
ciudades sin arriesgar nada. Solo consumiendo los discursos ampulosos. Y
llegó el segundo de la lista. El hijo del poeta. El mismo de la sagrada ciudad
blanca. Impoluto. Hijo de poeta que no sabe nada de la vida de los y las
demás. Que mantuvo la línea de acción. Con los chafarotes a la ofensiva.
Limpiando el campo. Siendo, esa limpieza, un concepto asociado a la
matanza. Generalizada y selectiva. E inundaban los campos de panfletos.
Convocando a la rendición. Expresando que los bandidos eran quienes
reclamaban justicia. Bandidos eran quienes no se dejaban acribillar y
respondían a los vejámenes, con la fuerza de la dignidad y, porque no, con las
armas que habían logrado salvar. Y los niños ahí. Y las niñas también.
Muriendo ellos y ellas. Y sus madres. Y sus padres…y todos y todas.
Y busqué una expresión de vida. Y la encontré allí.
En esos sueños de todas las noches. Y me preguntaba a mí mismo.
¿Qué puedo hacer yo?
Y me respondía, como en la frase última: Todo está consumado. Y volvía a
ver a los sátrapas.
Volando blindados. Lanzando panfletos y proyectiles que matan.
Y veía al hijo del poeta.
Borracho. Buscando palabras para justificar la muerte. De los niños y las
niñas. De las madres y los padres.
Y yo atormentado, con tantas imágenes juntas. Con tantas preguntas juntas.
Ni enojadas que estuviéramos. Como que soy María Cartuja I, te lo juro
Petronila. Cómo se te ocurre dudar de mi solidaridad. No más regrese
Pacholuis, le digo que me preste los dos mil pesitos. Cómo vamos a dejar sin
ajuar la nena. Lo que sí me parece el colmo es que el padre Alberto salga con
esas cosas. Conociendo como conoce a la feligresía. Nunca había pasado eso
aquí en Punta Canela en este cuarto de siglo que llevo viviendo en esta tierrita.
Si no más mi mamá, que ha sido tan de la iglesia y que le ha ayudado tanto,
siempre ha sido de la opinión de liberar el espíritu. Haciéndolo más cercano a
lo mundanal. Y menos aplicado a esas amarras religiosas, ya caducas, según
ella. Dizque amenazar a tu familia, con el cuento ese de que los(as) bautizados
y bautizadas deben parecerse a los ángeles. Y que, por lo tanto, deben vestir tal
cual. Es decir, de blanco el vestidito y además en el caso de las niñas, con
encajes azules en honor a la Reina Madre.
Tal parece que se le olvidó cómo llegó aquí. Con una sotana hecha
hilachas. Un sombrero que más parecía una gorra de basurero. Y que fuimos
nosotras, las de la Cofradía de San Miguel, quienes lo hospedamos. Esther le
cedió el cuarto de Juvenal, que se fue para Méjico con su Mariachi Botero. Y
es que, me da una rabia, viendo como vio que ayudamos para que sacaran al
padre Alonso de la Casa Cural. Se estaba haciendo el remilgado. No quería
irse. Fuimos nosotras las que le escribimos al Obispo Marceliano. Diciéndole
que, aquí en nuestro pueblo, no caben las pataletas de curas amargados.
Y es que esa época fue muy tormentosa. Siendo yo una pelaita, de escasos
tres añitos, me tocó lidiar con esos braveros vergonzantes que tenían asolada
toda la comarca. Que vi cuando mataron a casi toda una familia. Por el asunto
ese de linderos, usted sabe Petronila. Y que, a fuetazos me cogió mi padre,
cuando le dije que ese grandulón de Serapio no era guapo sino con quienes no
se pueden defender. Y que fui yo quien no dejé zarandear a ese cura remilgón.
Y que, además, puse trampas de doble uso, en todos los rincones y esquinas.
De doble uso para ratas, ratones y similares. Y para los jarretes de esos
perversos.
Y, cuando llovía a cántaros, le prestamos la capa de hule y casco, para que
pudiera visitar e impartir la extremaunción a los (as) enfermos y enfermas
próximas(as) a morir. Tal vez no se acuerda que le regalamos una mula para
que la montara, facilitándole las travesías en Semana Santa. Y que, cuando
hubo las primeras elecciones, hicimos campaña por Baudelio Higuita, hijo de
doña Brígida y de don Everardo, el mandamás de este pueblito. Y que, cuando
mataron a Lázaro Perdomo, fuimos nosotras las que le conseguimos la cajita,
juntando nuestros ahorritos. Y que intervinimos ante el Obispo Pilatos
Madariaga, para que le permitiera al hijo mayor de Lazarito y de doña
Begonia, lo sucediera como sacristán.
En verdad me da ira santa saber que este padrecito Alberto venga con esas.
Como si no recordara que, a mediados de octubre hace tres años, linchamos al
tipito ese que intentó robar la Custodia del Santo Eccehomo. Y que, para más
veras, construimos el local para la Cooperativa que comercializa las cosechas
de arroz y maíz. Desplazando a esos picaros intermediarios. Y que hicimos
cadena de oración, rogándole a Dios que aliviara al Cardenal José de Arimatea
Bermúdez, cuando estuvo tan enfermo. Petronila, fíjese que es como si hubiera
olvidado el padre Alberto, que, en esos días aciagos, cuando partieron a
Colombia en dos bandos. Y que, por esto mismo, construimos trincheras para
defender esta tierrita, cuando llegaran los rojos, que venían asolando la región
e invitando a no creer en Dios ni en el dogma del misterio Trinitario. Y que
nos turnábamos para hacer vigilia toda la noche, para impedir que nos
cogieran de sorpresa. Y que, en los diciembres, decoramos el Parque Central
Pioquinto Rengifo y el Pesebre Comunitario que hacemos, en vivo, ha ganado
varios reconocimientos de la y el mismísimo Vaticano.
No sé cómo olvida que, cada año, nos encargamos del Altar de San Isidro
Labrador. Que llenamos la Casa Cural de bultos de arroz, plátanos, maíz,
gallinas y cerdos. Y que incineramos a la Bruja Bertilda. Y que nos negamos a
recibir la recompensa ofrecida, por parte de Monseñor Hipólito del Carmen
Bajonero. Como si fuera fácil olvidar el día aquel en que le quemamos los
cultivos de plátano y caña dulce, propiedad de Gaspar Monsalve. El mismo
que cerraba la puerta y ponía el radio a todo taco, cuando pasaba la Procesión
de Once, el Viernes Santo. Y que recogimos dinero, haciendo empanadas para
pagarle al muchachito ese de las Gómez, para que lo matara en las afueras,
tirara su cuerpo al rio.
Y qué no decir de la vez en que organizamos todo lo concerniente a la
fiesta cuando llegó la imagen de María Auxiliadora. Que fuimos nosotras
quienes convencimos a Monseñor Humberto Pira Liévano para realizar la
gestión necesaria para que incluyeran nuestro pueblito en la romería
organizada por Don Pascual Berrio, el alcalde de San José Magno. De paso le
cuento Petronilita, que el que es hoy Presidente de la Federación de
Congregaciones Marianas, fue novio de mi hija Encarnación.
Y qué decir de la Peregrinación que impulsamos e hicimos hasta Girardota
Antioquia, para visitar al Señor Caído. Como retribución por todos los favores
recibidos. Principalmente, aquel que permitió la lluvia, cuando hubo esa
sequía tan horrible. O cuando desaparecimos a la hija mayor de Doroteo
Zuluaga y Sara Bohórquez, que vinieron a predicar el ateísmo. Ernesto
Benjumea y Cristo Fernando Úsuga se la llevaron bien lejos. Mandado que
resultó más barato que lo que pensábamos.
No lo deje entrar doña Bárbara. Quién sabe de dónde vendrá, y que
intenciones trae: Mejor vamos hasta la Alcaldía. Ese Coronel si es capaz de
ponerle el tatequieto a cualquiera. Como que me llamo Cartuja II y, con el
poder que me da el ser suegra del Epifanio, glorioso soldado de la Patria;
aportaré todo mi esfuerzo por pacificar este País.
Como es de raro ese abuelo de Rosalbita. Estoy por creer que algo tuvo
que ver con el mariposo ese de Cayetano. ¿Recuerda lo que pasó, el año
pasado? En plena ceremonia militar de graduación de mis dos hijos, don
Lucrecio Jaramillo, intentó matar al Brigadier General, que vino en
representación del Gobernador Isidoro Fonseca. Y lo cogimos a batazos. Con
el primero, que le di en la cabeza, tuvo. Oiga mija, yo no sabía que el cerebro
es como una masa gelatinosa, gris.
Como si fuera poquito, Américo Asdrúbal no ha llegado. Tanto que le
insistí, Barbarita, que no se demorara. El patrullaje en la noche me pone
intranquila, señora María Cartuja. No sé porque no he podido olvidar ese
cuerpo desmembrado que encontramos, yendo para Pajarito. Cuando Federico
Fonseca, era Jefe de Zona, sucedieron muchas cosas. Como esa que me cuenta
del abuelo de Rosalbita. Dizque vino desde Armenia, cuando se desató la
violencia. Pero estuvo un tiempo sin salir, ni a la ventana. Solo salió a la calle,
el 20 de Julio del año pasado. Y eso por la mañana. Como si temiera algo o a
alguien. Esas gafas obscuras le quedan grandes. Y nunca se las quita. Creo que
hasta duerme con ellas puestas.
Como que soy hija del Sargento Matallana, le insisto, señora Bárbara no lo
vaya a dejar entrar. Recuerde que esos bandidos son muy engañosos.
Comoquiera que lo único que les interesa es apoderarse de los valores ajenos.
Para ellos, nunca median consideraciones de respeto a los derechos humanos
de los demás. ¡Por favor no lo deje entrar ¡O nos veremos perjudicados (as)
todos y todas que habitamos en Punta Canela!
Además, como que soy Cartuja desde antes de nacer. Como que soy hija de
mi madre desde siempre. No vaya a ser que se desconozca el sentido de
pertenencia que ha exhibido nuestra familia, a través del tiempo. Desde
inmemoriales momentos. Casi despuesito del triunfo de la Campaña
Libertadora. Claro que, mi bisabuelo, estuvo del lado de los llamados
Realistas. Tanto como que apoyó, con recursos de su Hacienda la Coloniala,
La Campaña de Exterminio y de Recuperación del Mandato de la Corona,
emprendida por Don Pablo Morillo. Y, como si fuera poco, entregó todos sus
hijos para lo que él llamó “La Reinstauración del Poder de Dios. Y que decir
tiene el hecho de su ingreso a la Cofradía de las Madres Vírgenes Visitadoras.
Somos de tradición, Barbarita. Y seguiremos siéndolo por mucho tiempo más.
Cómo no voy a recordarlo, mija. Si llegué a la par con él, hace cuarenta
años. Aquí, en Punta Canela, creció al lado de mis hijos e hijas. Cómo que me
llamo María Cartuja Tercera. Su papá fue elegido Alcalde, con los voticos que
levantamos todas nosotras; las de la Cofradía Virgen del Carmen. Llegaron
achilados. Sin un peso. Pero, casi hay mismo percibimos su talante. Muy
parecido al de Augusto Fourier; el gringo ese que llegó a dominar todo el
comercio de la región. Con mucho ímpetu. Pero, también, con mucha rosca.
Muy amigo de los Valencia C. trabajó siempre a su lado. Ahí en el Directorio
Conservador del Departamento. Primero, le consiguieron un plante de casi un
millón de pesos. Un jurgo de plata en ese entonces. Luego, lo conectaron con
los gerentes de los principales bancos. El Gran Banco Central. El Banco
Ambrosiano. El Banco Gota a Gota… en fin todos de alto vuelo.
Todavía tengo clarita la imagen de su mamá. Doña Francisca. Matrona de
armas tomar. Con decirle que asistieron todos los partos habidos durante casi
diez años. Trabajaba por levantarles a los niños y las niñas, jugueticos en
Navidad. Se apoyó en las influencias de su hijo. Y ya le conté que este, a su
vez, se hizo íntimo de las familias más prestantes de la Capital.
Y qué decir de los servicios prestados a los ricos de la comarca. Siempre
les brindó protección. Tanto así que los grupos armados que se crearon,
durante los años duros de la Guerra, siguieron operando aun cuando esta
terminó Lo vigilaban todo…y a todos y todas. No se movía una pulga sin que
ellos lo supieran. Cuando llegaron los izquierdistas, antes de que pelecharan,
los acabaron. A sangre y fuego que llaman. No quedó piedra sobre piedra. Más
bien quedaron huesos sobre huesos. A mí me conmovió mucho la muerte de
doña Zoilita. Mujer ejemplar, solidaria a morir. Pero llevaba el estigma de
apoyar a su esposo y a sus hijos. Dio la vida por ellos.
Lo de Juliana Pamplona fue otra cosa. Se hizo guerrillera del Frente
Treinta Seis. Se salvó de milagro. Cuando allanaron y quemaron su casa,
Zoilita, como pudo, la disfrazó de monja y así pudo salir sin que la
reconocieran, los Apóstoles (así se llamaban y se llaman aún los
Recuperadores de la Fe en Dios y Todos Los Santos).
Y esa muchacha era arrecha desde pelaita. Con decirle que hizo sublevar a
todos (as) los(as) jóvenes del Pueblito, cuando el Padre Absalón Machado,
prohibió los bailes los sábados. Claro que, hasta cierto punto, él tenía razón.
Porque se veían unas cosas, nena. Besos y abrazos. Cogidas de cola y de
senos. Muchas crías hubo. Casi niñas, muchas se hicieron madres. Pero, desde
otro punto de vista, el curita fue muy autoritario y, yo diría que perverso.
Imagínese Pachita que a las muchachas las hizo tusar y a los muchachos los
hizo marcar en sus brazos con la imagen de la Virgen... Dizque para que
recordaran siempre sus pecados. Y, además, “Los Apóstoles”, los levantaron a
planazos, hasta que se cansaron. Las nalgas les ardían.
Y fíjese la vaina. Todo el aspaviento alrededor de ese problemita. Pero
nada ha dicho o hecho el curita ante la matazón que hierve por todos lados. En
ciudades grandes y pequeñas. En pueblitos de escasos cinco mil almas.
Cuando yo dije eso, en el velorio del viejito Peralta. Al que mataron por haber
votado por Aristóteles Núñez, candidato al Concejo Municipal. Sobra decir
que a él fue al primero que mataron después de las elecciones. Y se incendió el
campo. Muertos por aquí y por allá. Yo recuerdo el caso de Virginia
Peralonzo. La mataron despuesito que su marido quemó un afiche de
Guillermo León Valencia. Allí no más. En el Parquecito. Yo nunca estuve de
acuerdo con esa forma de enseñar religión e historia que llaman patria. Ese
curita Astete y esos señores Henao y Arrubla, nos llenaron la cabeza de
aserrín. Según estos últimos, nosotras las mujeres no hemos hecho nada. Ni
Policarpa. Ni Manuelita. Ni María Cano. Ni Virginia Pineda…ninguna pues.
Pero lo más tenaz lo constituyen esas acciones perversas. Esos Decretos y
Leyes. Y la misma Constitución de 1886. Nosotras somos retratadas como
proclives al síndrome pecaminoso heredado de Eva. Sin horizontes plenos de
libertad. Y, después siguió el otro Lleras. Y, después Misaelito. Cuando le
robaron las elecciones al achatado de Rojas Pinilla. De todas maneras, hubiera
sido lo mismo.
Como que me llaman y me llamo María Cartuja Tercera; no descansaré
hasta ver a mis hijas profesionales universitarias. Que no les vaya a pasar lo
que a mis hijos. Que los engañaron de oficio. Resultaron siendo estudiantes
del Seminario Mayor de Pueblo Viejo. Ahí cerca de Popayán. Cuando el
acuerdo había sido otro. Así pues, mijita, que yo tengo mucho que contar.
Pero, también mucho que callar. Si no lo hago, algo me recorrerá pierna arriba,
como dicen los señores ahora.
Yo ya estoy curada. No solo de lo vieja en años. Sino también de tantas
cosas malas juntas. Que me han pasado. No solo a mí; sino a todos y todas que
somos conminadas a decir una cosa y pensar otra. A decir que sí, diciendo que
no. En fin. Todo lo habido y por haber se conjugan. No sé si ya te conté lo que
me pasó con El Indio Vergara. Se las ha dado y se las da de hacedor de
talismanes. En contra del mal de ojo. Y en contra de las envidias. Y de la mala
leche.
Resulta y pasa que su mujer vino un día aquí, a mi casa y me contó
tremendo rollo. Que, cuando lo de la Toma del Palacio de Justicia, en
noviembre seis de 1985, su querido estaba en una sesión de autocontrol con el
Presidente Belisario Betancur Cuartas. Y que, mi indiecito, le advirtió lo que
iban a hacer los integrantes de la Cúpula Militar. Y que, Belisario le dijo: ¡Qué
va mi Nativo ¡Yo los tengo bajo control! Tienen que respetar a su Presidente.
Qué él no admitiría ninguna otra acción que la negociación. Y mire Cartujita
lo que pasó. Cuál Presidente ni que nada. “…Usted hace lo que nosotros
digamos y punto. Le pasó lo mismo que a Guillermo León Valencia, con su
Ministro de Guerra (como se llamaba antes el Ministerio que hoy llamamos de
Defensa).
Y sí que pasó lo que pasó. A mí me dio mucho miedo. Y eso que estaba a
casi a quinientos kilómetros de distancia. Allí, en mi Santandercito de
Quilichao Hermoso. Tierra de tropeleras. Con decirle que se arruga más fácil
Gartubela, la excepcional.
Y dele, una semana después lo de Armero. Y antes lo de la tal Paloma de la
Paz. Lo de la negociación con los subversivos. Nada de Nada. Puro cuento.
Porque este País no tendrá arreglo así, por las buenas.
Y se me vino a la cabeza lo de Gandhi. Y lo de Mandela. Mucho lo
templaos. Su coraje a toda prueba. Sin veleidades. Extirpe de hombres
absolutos. Sin nada entre las manos, pasaron a gobernar con su ejemplo. Aquí
y allá. Pero sigo con lo de la mujer del Indio Vergara. Me dijo que leyó el
tabaco Julio César Turbay. Y que, le dijo: doctorcito sus días están contados.
Como reyezuelo. Como bailador, por lo bajo, del Polvorete. Y, asimismo, le
dijo: doctorcito la veo dura para usted. Pero eso se lo ha ganado. Por lo bruto.
Usted no sabe diferenciar entre átomo y molécula. Usted cree que es lo mismo
decir “hay viene Josefina” que “Josefina viene de Viena”.
Yo no soy quien, para decirte, nenita, lo que debes creer o no creer. Pero lo
cierto es que te invito a no tragar entero. Ni siquiera en tu casa. Con ese
perdulario de Adonías, tu padre. Yo diría, más bien, cono ese hijueputa como
dueño de hogar.

El primero de enero de 1945, detuvieron a Doroteo. Estaba en la esquina


de la carrera octava por calle 63 de la ciudad. Lo llevaron, primero, hasta la
Brigada doce, en donde tenía su asiento la organización criminal conocida
como F 2. Fue torturado hasta lo indecible. Su cuerpo fue encontrado en el
barrio Belencito, en la zona alta de la ciudad. Tal parece que la información
para su detención, se originó en la familia que vive al lado de su casa. Con
mayor razón, y con ese precedente, reforzamos medidas de seguridad y nos
dividimos en células. Actuaríamos por separado; pero mantendríamos el nexo;
de tal manera que no perdiéramos la unidad de propósitos y la consolidación
de nuestra doctrina básica.
Empezaríamos a recorrer un camino tortuoso. De por medio, estaría la
“crisis entre los detentadores del poder. Un proceso que asumimos con
conocimiento de causa. La denominada “crisis” no sería otra cosa que el
infame engaño a los campesinos y habitantes de las ciudades. Algo así como
una “ruptura transicional entre los partidos, a través de sus delegatarios en el
gobierno. Lo anterior, supondría, reacomodamientos y la búsqueda de un
“nuevo “equilibrio” entre ellos. Al gobierno vigente, y como producto de esos
requerimientos, accedería un teniente del ejército. Este estaría, como
poderdante respaldado por una sección de uno de los partidos. Luego, al
precipitarse condiciones de ingobernalidad, estos mismos sujetos, le retiran el
respaldo. Y empieza, entonces, otro proceso de reacomodamiento. Este
termina en el acuerdo en “Benidorm”. Lo denominaron “Frente Nacional por
la Reconciliación. Incluiría el usufructo del poder de manera sucesiva y
alternada. Es decir, la democracia participativa sería un decorado miserable.
Esto, en razón a que, la alternancia en el gobierno iría hasta 1970; con el
compromiso de no admitir ninguna otra expresión politica diferente.
Y es que corría el año 1954. Coincidieron hechos. El militar ya estaba ahí.
Venía de rapar el poder. Siendo el cuadro político antecedente una heredad
vinculada con el genocidio auspiciado desde ahí. Desde ese centro-poder
conservador. Ya casi olvidadas las reformas de López Pumarejo y su
Revolución en Marcha. Todavía cercana, en el tiempo, la muerte de Jorge
Eliécer Gaitán. El sargento (¿…o cuál era su grado?), ya jugaba a ser prócer. A
ser libertador. A ser guerrero guiando a un pueblo famélico y agarrotado.
Nuestra familia era una de tantas miles sin horizontes gratificantes.
La heredad, provenía de dos íconos perversos. Mariano Ospina Pérez y
Laureano Gómez; “el divino Laureano”. El perdulario que encendía el
Congreso, a viva voz. Voz transmisora de ideas achatadas. Con una sola
perspectiva: justificar la matanza. A viva voz. Voz de pigmeo intelectual.
Hacedora de fetiches. Voz, mirada, cuerpo, de aprendiz de ideólogo. Ese que
pretendía pasar a la historia como héroe. En una Colombia desagarrada por él,
y por Ospina Pérez, y por Marco Fidel Suárez y por los azuzadores perennes.
Un fascismo inveterado. Héroe de la miseria que auspiciaron él y ellos. De la
tragedia de un pueblo inerme.
Pero, asimismo, heredad de los Lleras y de Eduardo Santos, y de Olaya
Herrera y…del mismo Alfonso López, que se arredró ante la infamia.
…Y yo en la ventana, mirando las imágenes distorsionadas en el televisor.
Y con el frío de las nueve de la noche. Inclusive fui hasta la casa por un saco y
volví. Y ahí estaba ella; enrollando la cortina para que yo mirara. Y Enriqueta
al acecho. Y llegaban las diez de la noche. Fin de la emisión. Y Norela
desenrollaba la cortina. Y, con la mirada, hasta mañana.
Y, al otro día, a la escuela. Y la veía con su pertrecho para bordar; en la
escuelita eucarística. Y es que las niñas recibían solo eso. Una fugaz pincelada
de la aritmética y del castellano y de la geografía y de la historia y,
fundamentalmente, del catecismo escrito por el padre Astete. Y, lo demás,
enseñanza para aprender a ser mujeres. Del hogar. Es decir casi esclavas como
mi madre. Y que se repita el ciclo.
…Y corrió la voz de que algo estaba sucediendo. Venía desde muy atrás.
El método había sido perfeccionado. Desde Núñez, el trasgresor. El sujeto
cambiante; según las circunstancias. Método aplicado. Con ese mismo se
justificó la Guerra de comienzos del siglo XX. Método soportado en el manejo
solapado de las verdades. O, a decir verdad, las casi verdades. En recintos
cerrados, a prueba de filtraciones plenas. Solo el gota a gota. Para potenciar las
repercusiones. Se dice y se desdice, al mismo tiempo. Entonces, se embauca y
se extiende la sensación de que algo está pasando. Aquí y allá.
Y, en verdad, algo estaba pasando. El militar todavía estaba ahí. Pero,
quienes lo adularon y lo felicitaron por su desprendido amor a la patria; ya
tejían otra red. Otra, porque, a pesar de ser la misma; era otro tiempo.
Estábamos en 1956. Y, ya, el ceremonial estaba en curso. Ya estaban los
contactos. Que si en España, en Benidorm. Que si en Londres o en
Washington. Que más daba. Siendo lo único cierto, el programa. Primero se
auspiciaría la presencia de una Junta Militar politizada. Que si el General
París. Que si ahora. Que si el plan incluiría allanar el camino para que
volvieran los de siempre. Liberales y Conservadores, sus cúpulas. Las mismas
que sembraban el odio entre los de la periferia. Y que, una vez empezaba la
barbarie, en cualquiera de sus versiones periódicas, convocaban al buen
sentido. Al entendimiento. A la paz. No importaba si por fuera de ella quedaba
los más afectados. Los desarraigados y las desarraigadas. Los y las
caminantes, en travesía. Buscando refugio. Aquí y allá. Y, en ninguna parte
donde pasar la noche y ver amanecer el otro día.
Y se reunieron. Y acordaron. Usted y yo. Yo y usted. Primero usted,
después yo. Amarremos el pacto a doce o más años. Qué más da. Primero
usted, luego yo. Y todo volverá a empezar. Hagamos borrón y abramos nueva
cuenta. No importa lo de atrás. El perdón suyo, lo avalo yo. El perdón mío, lo
avala usted. Y así, saldamos cuentas, por ahora.
Eso sí, quienes no regresen. Quienes no acepten lo que usted y yo
hacemos; están al margen de la ley. Y serán perseguidos y serán matados y
serán olvidados. Queda claro, entre nosotros, que hemos sacrificado nuestro
tiempo por este país. Y, por lo mismo merecemos ser recompensados. Y qué
mejor recompensa que primero usted y después yo. Y después usted y luego
yo.
Y, ahora lo entiendo, era eso lo que se estaba urdiendo. Era eso. Y los
periféricos, los sin nada, ahí; sin saber qué hacer ni para dónde coger. Y se
extendía la penuria. Y ya se había agotado el modelo de sustitución de
importaciones. Modelo económico restringido. En el cual la variable más
dinámica era crecer, sin crecer. Quedar flotando entre los imperios; entre sus
intereses y los nuestros (¿…nuestros?). Y, entonces se acumuló capital. Para
los terratenientes, para los comerciantes, para la naciente burguesía bastarda.
Sí; esa que conoció de las libertades democráticas y de las reformas y de los
derechos y los deberes; como quien aprende a tocar piano por
correspondencia.
Ya, a esta altura de mi recorrido, estaba inmerso en ese ir y venir que no se
detiene. Hasta cierto punto ya mis giros y mis vivencias eran cansinos. Como
si, cada año repitiera lo del año anterior. Sólo había momentos en los cuales
escapaba a la realidad. Esos en los cuales le daba al balón, en la calle. O,
cuando coleccionaba láminas y las pegaba en el folleto. El primero: héroes de
la lucha libre. Luego, la vuelta a Colombia. Y, a reclamar el folleto para anotar
a los ganadores de cada etapa. O, cuando salía, en familia a verlos entrar por lo
que denominábamos la autopista sur. Al lado del puente monumental (llamado
así, porque fue el primer puente en concreto, elevado; por debajo del cual
pasaban, a la vez, el río y la autopista). Al lado del puente Guayaquil
(construido con ladrillos y con una amalgama que incluía sangre. Al menos
eso decía la historia). Y, pegando el oído a la amplificación que hacían algunas
emisoras; avizorarlos a distancia. Cuando subían a minas, después de haber
pasado por Versalles y por Santa Bárbara. Y, sentirlos más cerca aún, cuando
ya estaba en Caldas, en las “goteras” de Medellín.
Pero había más, sin saber cómo y porqué, accedí a la impudicia religiosa.
Ferviente adorador de imágenes. Sujeto que se laceraba, pretendiendo asimilar
las enseñanzas, por la vía más dolorosa posible. Sanando el alma, se alcanza la
virtud y se acumulan gracias para poder llegar a dios. Y yo allí. Asumiendo el
dicho: el que quiere llegar al cielo, debe purgar sus miserias y nada mejor que
vivir los dolores; tratando de simular los que sufrió y vivió Jesús.
Pretendiendo ser ungido.
Entré, pues, en la dinámica soportada en el vacío de la desescolarización.
Con extravíos. Con los imperativos y las imprecaciones, ahí. En la casa. A
pesar de que el grupo seguía cosido con hilos endebles; sin ese cruce de
caminos que recrea algunos entornos familiares. Con un solidaridad formal
entre nosotros y nosotras. Ellas, la hermanas, ahí. Una ensimismada en sus
procesos internos. Las otras dos, ansiando ser matrimoniadas, lo más pronto
posible. Para ausentarse de ese territorio inhóspito, auspiciado por el padre y
por el hermano mayor. Una de ellas, desertando, hacia otro territorio de
familia. Por la vía de la abuela y la tía paternas. Abuela ya reducida a la silla
de ruedas, casi sin ruedas. Más como silla estática.
Ya aparecía un punto de comparación. O, mejor sería decir: un sujeto de
comparación. Porque el otro hermano mantuvo su escolarización y avanzaba.
Terminó primaria y enfrentó el reto del bachillerato. Y yo, ahí. Sin darme por
entendido. Pretendiendo una tangente asociada a las angustias que me
erosionaban. Que viajaban conmigo a todas partes. Hijo menor que ya, desde
ese entonces, alucinaba. Creando espacios y personajes enfermizos. Ese yo
ahí. Aparentemente un holgazán niño. Un sujeto en la quietud que suponían
quienes me veían deambular; por la casa. O por el barrio. O por la ciudad.
Porque ya empezaba a acceder a ella. Ya viajaba solo a lo que denominábamos
el centro de la ciudad. A la Plaza Cisneros; a la feria de ganados; al lado del
padre. Sujeto niño holgazán. Que viajaba al occidente, al lado del padre. A
Sopetrán, San Jerónimo, Santafé de Antioquia; Liborina. Pero, también a
Rionegro y a Fredonia. Siempre al lado del padre.
Ya estaba, desde entonces, con una predisposición a ser marcado, de por
vida, por hechos y situaciones que fueran adversas. De una u otra manera. Por
ejemplo, como cuando ansiaba la soledad, pero huía de ella. O como, cuando
sufría el azote de los sueños en los cuales era víctima o victimario. O como,
cuando escuchaba el estruendo de los truenos en una tormenta eléctrica. Pero,
más aún, por no hallar explicación ninguna. O porque me enseñaron a
asociarlos con el exterminio a que seríamos sometidos los pecadores. Y allí, en
esta categoría, estaba situado yo. Por no ir a la escuela; por andar la calle. En
fin, por todo o por casi todo. Porque, a decir verdad, me sentía bueno para
nada. Y no es que, ahora, esté exagerando esa angustia. Simplemente, los
hechos, están ahí. Estuvieron ahí. Los viví y sufrí yo. Siendo niño, entre
perverso y santo. Solo que la santidad me abandonó, en proporción directa a
mi incapacidad para ascender, para levitar; para volar al lado de dios.
Y pasaban los días. Ya estaba el primer sujeto del compromiso, en el poder.
Ya empezaba la feria de las mudanzas. De los intercambios. Aquí y allá.
Empezaba a concretarse el pacto ignominioso. Pacto construido a partir de la
sangre derramada por los súbditos martirizados. Pacto suscrito, vulnerando la
existencia de otras opciones; asfixiándolas. No podían nacer; ni crecer; ni
mucho menos expresarse.
Tal vez ya lo había dicho. Pero sentí la necesidad de volverlo a expresar.
Aquí; ahora. Estando en ese tránsito; sintiendo flotar en el ambiente la
perversidad. Porque el Pacto se impuso. Ellos lo impusieron. Los jerarcas de
los Partidos Liberal y Conservador. Ellos que auspiciaron, y lo siguen
haciendo aún hoy, la muerte de toda esperanza; como quiera que esperanza es
vivir; y caminar; y trabajar en la ciudad; y arar la tierra; y reír; y soñar. Ellos
que promovieron las muertes físicas masivas. Y que promovieron la
extirpación de las ilusiones. Y que, por esto mismo, han lobotomizado los
espíritus. Al menos, han cortado el vuelo. Por lo tanto, convocan al olvido. A
creer que no pasó nada. Que los muertos y las muertas son solo invenciones de
los enemigos de la patria.
Entonces yo seguía el tránsito. Tratando de entender el modelo impuesto.
El problema era que no tenía ni medios; ni conocimientos; ni donde hallarlos.
Porque mi vida era eso: una predisposición a seguir ahí. Mientras tanto el
grupo familiar se desintegraba. Mejor sería decir que venía fragmentado desde
el primer día en que se hizo cuerpo visible. Ese grupo familiar vigente desde
antes de mi nacimiento. Pero que adquirió, para mí, presencia con el correr de
los años; de mis años. Ya, entonces, Chagualo y Fundungo fueron mi entorno.
Pero yo no accedía a él. Simplemente, ahí en la casita o en las casitas. Ya la
madre era esclava. Se hizo así, a partir de mis miradas y del proceso
construido en este país envuelto en miserias. Miserias intelectuales. Miserias
políticas. Pero, a la vez, país de violentos y de violentados. De violentos que
conducían con rumbo definido por ellos. Violentos que agredían aquí y allá.
Violentos que protagonizaban ejercicios aparentemente diferenciados; pero
que eran lo mismo.
Y ya, aquí en esta dimensión. En este rol protagónico de mí mismo; seguía
el curso, mi curso. Ya en la calle. Ya en la casita. O ya en los sueños en los
cuales me mimetizaba, para impedir ser visto desde afuera; tratando de
impedir el cuestionamiento y la comparación. Sujeto niño sin posibilidad de
acceder a cualquier cosa. Seguía siendo el desertor de la escolaridad. Desertor,
más no herético. Porque el origen de esa deserción, la motivación de la misma,
no estaban anclados en una opción de vida diferente. Y no tenía por qué serlo.
Porque no tenía opciones alternativas. Simplemente ahí. Donde la abuela
materna, los domingos. Si donde Sara y donde Arturo Gómez. Una vida al
garete. Incluso con tendencias y manifestaciones perversas; vistas con una
óptica moralista. Sujeto niño ahí; sin nada entre las manos.
Y, entre tanto, la ciudad crecía y el país también. Ya la ciudad no era la
misma que conocí o que imaginé. Ya los barrios en las pendientes estaban en
pleno desarrollo. Ya apareció Castilla Y Pedregal y Alfonso López. Ya, hacia
el sur, se extendían híbridos. Ya con fastuosas viviendas ya con casitas en las
cuales habitaban los habitantes originarios de El Poblado. Ya Bello y
Copacabana, al norte, se integraban; en un concepto de territorio mucho más
vasto. No se si, desde ese primero momento, se asumían los conceptos de
zonas metropolitanas. Pero también, al sur, se acercaba Itagui y, aunque de
manera más lenta, Envigado.
Lo que contaba, para mí, era la sensación de estar inmerso en un proceso
no pensado; no entendido. Pero estaba ahí. Como proceso envolvente. Porque,
la perspectiva de ciudad moderna, actuaba independientemente de mi
participación. O de la participación de los otros y las otras. No se, en fin de
cuentas, si ya estaba presente, en ese crecimiento urbano, una opción como la
planteada por Manuel Castells. No se, si en el caso de los y las ciudadanas en
mi ciudad y en las otras ciudades. No se si la presión, a partir de los
desplazamientos masivos, sobre la ciudad y, por lo mismo, en la exigencia d
vivienda y de servicios básicos; ya tenían o no expresión en términos de
exigencias organizadas. Volviendo a lo de Castells, no se si alguien, en nuestro
país tuviera, en ese entonces, posiciones como: “…Cuando se habla de
problemas urbanos nos referimos más bien, tanto en las ciencias sociales como
en el lenguaje común a toda una serie de actos y de situaciones de la vida
cotidiana cuyo desarrollo y características dependen estrechamente de la
organización social general. Efectivamente, a un primer nivel se trata de las
condiciones de vivienda de la población, el acceso a las guarderías, jardines,
zonas deportivas, centros culturales, etc.; en una gama de problemas que van
desde las condiciones de seguridad en los edificios (en los que se producen,
cada vez con mayor frecuencia accidentes mortales colectivos) hasta el
contenido de las actividades culturales de los centros de jóvenes reproductores
de la ideología dominante…”
Castells, Manuel; “Movimientos sociales urbanos”. Siglo XXI Editores,
segunda edición en español, 1976, página 5
En verdad dudo que se hubiera desarrollado una opción de vida urbana, así
en esas condiciones. Lo que este sujeto niño perverso entendía, no iba más allá
del discernimiento de quien no tenía ni siquiera, a su disposición las
posibilidades que otorga la escuela. Más aún, reconociendo que, cuando hablo
de escuela, estoy hablando de lo básico. En una estructura escolar-académica
en donde el lugar para la profundización no existía. No iba más allá, como lo
expresé arriba de aglutinar una serie de saberes, cruzados por la textura
tradicional religiosa, particularmente la católica.
Estaba, pues, situado en un reconocimiento del entorno inmediato y
mediato. Reconocimiento que no iba más allá de encontrar espacios para una
lúdica restringida. Porque, ¿qué lúdica podría haber, en mi escenario de niño
condicionado por mis propias actitudes y que originaron y mantuvieron una
posición hostil de los otros integrantes del grupo familiar; particularmente de
la madre y el padre. Porque, a la vez, crecían las posibilidades y justificaciones
para profundizar en torno al cuadro comparativo con mi hermano, el
escolarizado, que seguía avanzando.
Entonces, una noción de ciudad y de país y de mí mismo y de los demás;
que comprometía las fijaciones que había venido construyendo. Ya lo dije,
visiones enfermizas; sueños acechantes. Expresiones en las cuales las
imágenes recorrían mis espacios. Imágenes que recorrían mi cuerpo y que
ocasionaban estigmas más lacerantes que las posturas religiosas asumidas por
mí antes. Imágenes que vertían opciones y que me convocaban a asumirlas.
Opciones como latigazos. Opciones que conminaban a no existir más.
Opciones que me proponían huir de la casita y abordar el camino del
transeúnte sin referentes. Como si me propusieran jugarme la vida en el
amplio espectro que permite la inmensidad de la ciudad. Ir ahí, a cualquier
sitio sin ningún nexo con los hermanos, las hermanos, el padre, la madre, las
abuelas… En fín imágenes que se erigían como mandantes sombríos y que me
colocaban en posiciones de profunda angustia. En extravíos que yo no estaba
en capacidad de asumir. Porque lo mío era una angustia sobre otra. La mía
propia y la heredada de esos sueños absolutamente onerosos.

Y era el año que marcaba el inicio de otra década. Quien lo hubiera creído,
ya había vivido casi dieciséis años. No era sujeto hábil para realizar
inventarios de vida. Sin embargo, estaba ahí en la posición de niño-
adolescente que había accedido, otra vez, a la escolaridad en nombre de la
necesidad de reconciliación. Más, nunca, en términos de avanzar en el
conocimiento. Vale la pena aclarar, ahora, que había innovado en lo que
respecta a la justificación para desertar. Una figura, parecida a las imágenes
que me atormentan en mis sueños, exhibiendo una postura y una voz que me
reta. Algo así como entender la posición como cuestionamiento a la autoridad.
¿Pero sería cierto eso? ¿De cuándo acá había adquirido algún criterio
elaborado? Aún ahora no me lo creo. Yo no era, en ese tiempo sujeto de
elaboraciones. Era, por el contrario, un bandido que se azuzaba así mismo;
vertiendo palabras. Sin poder construir una o dos frases con sentido. Solo, en
esos sueños tormentosos, venían a mí interpretaciones de lo cotidiano; de esa
exterioridad que no percibía sino en la vigilia del día a día.
Así fue, por ejemplo, como accedí a entender todo lo relacionado con la
continuación del exterminio. Veía, a ráfagas, lo sucedido con quienes no
accedieron al pacto bochornoso. A ese pacto entre los mismos. Pacto que
avasallaba a la democracia. Convertía en delito el solo hecho de aspirar a una
alternativa diferente. Y, sin saberlo, iba profundizando, todas las noches. Veía
a los campesinos y campesinas. Niños y niñas. En las travesías. Solo ahora,
después de haber leído al maestro Alfredo Molano, en su trilogía “Siguiendo
el corte”, “Aguas arriba” y “Selva adentro”, he podido descifrar esos mensajes
de mis sueños. He podido dilucidar el significado de esas imágenes. Los sin
tierra; los desarrapados; tratando de arrancarle aliento a la vida. Como si esta
estuviera flotando ahí. Y ellos y ellas, tratando de asirla. Mientras tanto los
aviones y la tropa de los jerarcas. Apuntándoles. Matándolos. Y los gritos de
rabia y las lágrimas y la ternura invitando a resistir. Y los jerarcas riendo en las
ciudades. Invitándonos a reconocerlos como voceros válidos. Como
convocantes ciertos a la paz. Y, nosotros, en las ciudades sin arriesgar nada.
Solo consumiendo los discursos ampulosos. Y llegó el segundo de la lista. El
hijo del poeta. El mismo de la sagrada ciudad blanca. Impoluto. Hijo de poeta
que no sabe nada de la vida de los y las demás. Que mantuvo la línea de
acción. Con los chafarotes a la ofensiva. Limpiando el campo. Siendo, esa
limpieza, un concepto asociado a la matanza. Generalizada y selectiva. E
inundaban los campos de panfletos. Convocando a la rendición. Expresando
que los bandidos eran quienes reclamaban justicia. Bandidos eran quienes no
se dejaban acribillar y respondían a los vejámenes, con la fuerza de la dignidad
y, porque no, con las armas que habían logrado salvar. Y los niños ahí. Y las
niñas también. Muriendo ellos y ellas. Y sus madres. Y sus padres…y todos y
todas.
Y llegó otra vez el enamoramiento. Ahora estaban allí Rosita y Gudiela.
Dos niñas. Y les hablaba. Una a una. Como macho subrepticio. Pero,
profundamente, apegado a esos íconos. Me disipaban las angustias y los
tormentos. Las esperaba a la salida de la escuela. Yo corría raudo, al salir de
mi jornada. Y el Bosque de la Independencia lo atravesaba como flecha veloz.
Y llegaba y Rosita ahí y Gudiela también. Un día con una y al otro día con la
otra. Y ellas accedían. No se porque. Tal vez porque era adolescente alucinado.
Con toda la carga emocional de los sueños. Me fui volviendo taciturno; de
mirada profunda y triste. Tal vez por eso Rosita, la más cercana, la más tierna
y la más conmovida; me acogió. También me acogió su madre. Y Miguel, su
hermano. Con él profundicé en amistad.
Y Rosita me acompañaba. Aún en mis sueños. Porque la veía, al lado de
las imágenes tormentosas. Porque con ella hablaba. Y ella decía “no sufras
tanto patico”. Y, esa expresión me transportaba al universo en el que he
pensado. Lejos, muy lejos. Yo no sabía nada acerca de los años luz, como
ahora. Pero si imaginaba una distancia absoluta. Allí quería estar solo. Pero
tenía miedo a la soledad. Por eso, le conté a Rosita. Y, con ella, si quería
viajar.
Y Gudiela ahí. Tal vez más bella que Rosita. Pero más distante. Más fría.
Me daba miedo esa actitud. Hablar con ella no suponía, como con Rosita,
disipar la tristeza y la angustia. Pero me hacía falta hablarle. Algo, en mí,
decía que ella me entendía. Que estaba conmigo. Pero no lo expresaba. Al
contrario de la madre de Rosita, la madre de Gudiela nunca me aceptó. Me
consideraba demasiado feo para su niña, tan linda; tan perseguida. “Y ella, con
ese personaje tan feo”. Esto me lo contaba Gudiela. Y lloraba al decirlo. Me
amaba, pero sufría con las expresiones de su madre.
Y así estuve mucho tiempo. Con ellas. Hasta que, un día cualquiera, se fue
Gudiela. Su familia se trasladó hacia Envigado. Y yo quedé ahí. Me dejó una
nota con Miguel, el hermano de Rosita. Notica que conservé mucho tiempo.
La llevaba siempre conmigo: “Patico, me tengo que ir. Se que no volveré a
verte. Mi familia no te quiere; pero yo sí. No puedo hacer nada, porque no soy
libre. Adiós”.
Y, en verdad, no la volví a ver. Seguí ahí, con Rosita. Con mi Rosita.
Crecíamos los dos. Éramos cómplices en todo. Caminar, desde la escuela,
hasta el barrio fue una experiencia inolvidable. Ella y yo, de la mano. Conocí
que sus amigas, también se burlaban de mi feura. Pero ella, incólume.
Conmigo, en contravía de su entorno, de sus amigas.
Y se repetían los sueños. Y ella, mi Rosita estaba ahí. Al lado de las
imágenes que me atormentaban. “No sufras patico”, me decía. En sueños y en
el día. Y nos veíamos los fines de semana; como si no hubiéramos hablado
todos los días, al salir de la escuela.
Y la década corría veloz. Mi escolaridad seguía en veremos. Muy
intermitente, casi nula. Y, Rosita, se volvió recuerdo. Como con Norela, no la
volví a ver, después de que se produjo otra etapa del peregrinar. Y fuimos a dar
a la carrera 46, entre las calles 77 y 78. Y fue creciendo, otra vez, mi deseo de
ser un asceta. Fui recibido en la parroquia El Calvario, entre Prado, Campo
Valdés. Volví a mis andanzas; a mis ayunos y a mis excoriaciones producidas
por mí mismo. Y el grupo familiar se había ido desmantelando. Ya no estaba el
hermano mayor. Tampoco dos de las hermanas. Se habían matrimoniado,
huyendo de la casita inhóspita
Y, estando en esas; de las excoriaciones provocadas y en los ayunos,
conocí al padre Daniel. Exégeta, pero demócrata. Había logrado construir y
posicionar grupos de acción, dentro de los jóvenes cercanos al ideario católico.
A través de él llegamos, muchos, a la
J.O.C (Juventud Obrera Católica). Y conocimos, desde allí, las huelgas y a
quienes las promovían, no como proceso continuo y/o programático y político;
sino como respuesta a los atropellos de los patronos. Yo, en ese entonces, ya
trabaja. Alternaba mi actividad laboral, periódica e intermitente, con la
escolaridad. Y caminábamos las calles solicitando ayuda para los huelguistas.
Recaudábamos alimentos y algún dinero. Participábamos en las reuniones con
ellos, con los trabajadores.
Cuando no había huelgas, nos reuníamos todos los sábados, en la sala de
reuniones de la casa cural. Y leíamos los evangelios. Y los comentábamos. Y
trazábamos tareas. Íbamos a los hospitales, a visitar a los enfermos y las
enfermas sin familia. E intercambiábamos textos. Por esa vía conocí a Ortega
Y Gasset; y a Alberto Moravia; y a Sartre; y a Camus; y a Kant; y A Hegel; y a
Hobbes; y a Rousseau; y a Homero; y a Sócrates. Fuimos tejiendo la red de los
rebeldes. De los que aprendimos, en las huelgas, el sufrimiento profundo en
las ciudades. Y fuimos relacionando esto con la tragedia de nuestro país,
tragedia de los nómadas forzados; los de las travesías; los bombardeados; los
fusilados y decapitados. De los niños y las niñas muertas y muertos, al lado de
sus madres y de sus padres.
Y, allí, en esos ejercicios bravíos; heréticos, se empezó a desenvolver la
actuación como proceso. Como continuidad. Porque accedí a otros y a otras.
Porque ya me arriesgué a ir a la universidad, sin matrícula. Solo por ver y
palpar el conocimiento. Y lo social fue mi alternativa. Y decanté lo hablado, lo
escuchado, lo leído. Y, por esa vía, conocí de Camilo Torres Restrepo. Todo
porque el sacerdote Vicente Mejía, comprometido en una lucha acompañando
a los desarrapados del basurero. Hoy los llaman recicladores. Y Vicente
convocó a Camilo, un día cualquiera de octubre. Y estuvimos con él. Y, al
poco tiempo, ya estaba yo en la perspectiva de equilibrar mi religiosidad con
la acción de riesgo. Con la propagación del ideario desprendido de la lucha de
clases. Empecé a reconocer, en todos los entornos, los objetivos fundamentales
por los cuales luchar. Y se hizo gigante y hermosa la espiritualidad; esa
tendencia que había estado ahí y que fue resortada y voló a todos los lugares.
Empecé a vivir, ya no en sueños, la realidad y a asumirla. Profundamente triste
y conmocionado. Y volví a alucinar. Me veía en el universo absoluto
cabalgando en las nubes y en el polvo cósmico. Iba y regresaba. De aquí hasta
allá.
Estos cantos me estremecen. Porque grafican lo acontecido conmigo.
Porque, en el día a día, sentía morir por todos y por todas. Suplantar a quien
estuviera sufriendo. Para sufrir yo, en su reemplazo. Empezó el delirio, el
frenesí. Esa ambición de terminar ya con la dominación impuesta a sangre y
fuego. Terminar con el hijo del poeta y con quien lo siguió; el otro Lleras.
Porque el pacto entre los perdularios seguía vivo. Como viva seguía la
acechanza a los trasgresores y trasgresoras del orden establecido. Ya habían
aniquilado a cientos de miles. Fue la década de la infamia. La muerte de
Camilo; la muerte de Ernesto Guevara; las muertes de todos y todas.
Soñadores y soñadoras; intérpretes de la lucha diaria. Aquí, en esta ciudad que
seguía creciendo. Ya estaba Andalucía y los barrios
Popular 1 y 2. Y había crecido Aranjuez. Ya estaba el barrio obrero,
Campoamor; y había crecido San José la Cima; y Santo Domingo y apareció
Guadalupe y Loreto se extendió hacia el oriente; y Villa Hermosa se
fragmentó. Y sus aristas crecieron. Y se construyó la ciudad universitaria, para
agrupar las facultades que estaban diseminadas. Y se hizo visible, otra vez, el
movimiento estudiantil Ya había demostrado su poder en los enfrentamientos
en Estudios Generales, sección de la Universidad de Antioquia. Y creció la
lucha por vivienda digna y por un servicio de transporte eficiente y masivo. Es
decir, ahora si se estaba dando lo que preconizaba Castells. Era otra ciudad,
sin lugar a dudas. Éramos otros y otras.
Y, cualquier día, recordé a Rosita. Porque la vi, allá. En una batalla
callejera, izando la bandera de la esperanza. La vi y me vio. Con ella estaba
Jesús, conocido dirigente estudiantil. Ella era de él. Y, por esto, volví a
alucinar. Volví a la tristeza que rondaba por ahí; como manifestación latente.
Como figura dispuesta a aparecer al menor descuido.
Y volvieron los sueños tormentosos. Y veía a Rosita llamándome ¡ ven
patico ¡. Y me negué a seguir viviendo. Y desperté. Y navegué, deambulé por
todos los espacios conocidos. Y no estaba en condiciones de ir al tropel.
Porque ella, mi Rosita, me hizo acordar de lo tanto que he transitado. Porque
ella, sin mí; sin su patico, construyó futuro; arriesgando tanto o más que yo. Y
volví a la religiosidad enfermiza. Volvieron los ayunos y las laceraciones..
Por fin terminó la crisis. Volví a realizar acciones. En veces, en los barrios.
Otras en las huelgas y en las fábricas. Había retomado el proceso. Ya
estábamos en 1968. Y supe del Mayo Francés. Y supe de Daniel el Rojo, en
Alemania. Y supe de la masacre en la Plaza Tlatelolco, en ciudad Méjico, en
plena realización de los Juegos Olímpicos. E interpreté el proyecto político de
la tercera cuota del Pacto. Y analicé su propuesta de modernizar el Estado, a
partir de un concepto de eficiencia coherente con el concepto de desarrollo
capitalista periférico. Y conocí de su propuesta de Pacto Andino; esbozo de
mercado común regional. Y recorrí mil caminos, en esa ciudad que seguía
creciendo. Y se fue borrando el recuerdo de Rosita. Y recordé que no había
sido tocado, en su momento, por la Revolución Cubana. Y, en ejercicio
retrovisor, volví a 1959; cuando era lo que ya conté que era. Pero, intentando
descifrar una imagen en uno de mis sueños. Imagen de contrastes. Porque, a
veces, veía seres jubilosos, posicionados de un territorio que no supe ni pude
identificar. Pero, al mismo tiempo, seres en travesía; sufriendo los rigores de
los bombardeos. Este último territorio si me era familiar; pues lo había visto
desde siempre. Que Tolima, Huila, Sumapaz; Territorios Nacionales;
Y, así, fui desenvolviendo el ovillo, similar al nudo de Ariadna. Y reconocí,
en esos contextos enunciados, la posición alusiva al desarrollo capitalista
tardío. Como el nuestro. Ya no era, simplemente, el modelo de sustitución de
importaciones. Ya era, todo un modelo de amplio espectro. Pero no autónomo.
Simplemente vinculado a los condiciones que imponía el Imperio. Fue,
entonces, cuando conocí las propuestas puntuales de Joaquín Vallejo Arbeláez,
a la sazón ministro en el gobierno de la tercera cuota del pacto (Carlos Lleras
Restrepo). Y leí, ávidamente, todo el texto sustentatorio de El Pacto Andino. Y
lo cotejé con las propuestas de la CEPAL (Comisión económica para América
Latina). Y encontré las coincidencias. Algo así como un proyecto en el cual
cabían las opciones políticas y económicas, por la vía de entender una forma
de la división del trabajo. Obviamente a países como el nuestro, como
Venezuela, como Ecuador, como Argentina, Brasil, etc., nos correspondía la
parte de lo accesorio. No podíamos acceder a la tecnología necesaria para
implementar un proyecto de industria pesada. Solo lo periférico; y eso sí, con
limitaciones.
Y, a partir de ahí fue que conocí la teoría del desarrollo desigual y
combinado; lo cual no es otra cosa que la implementación de los modelos
precarios, súbditos. Y, por esa misma vía, conocí la teoría de Celso Furtado,
expresando la opción clásica del desarrollismo económico. Y conocí, además,
las teorías de Samir Amín (en la misma perspectiva del modelo de desarrollo
desigual y combinado). Y, de manera apenas obvia, profundicé los textos
económicos de Marx, y de Rosa Luxemburgo. Y leí el texto económico de
Lenin “El desarrollo del capitalismo en Rusia”. Y conocí las teorías de partido
de Lenin, en lucha en contra de las postulaciones socialdemócratas en Rusia
(Los Mencheviques) y en Alemania (Rosa Luxemburgo). Y, muy
posteriormente, conocí la teoría del Programa de Transición de León Trotski.
Y entendí que yo no había tenido el libreto completo; pero esto fue culpa mía
y solo mía. Cuando leí las obras de Mao y su descripción de la Gran Marcha,
antecedente de la Revolución China, me embelesé con su visión de Frente
Patriótico.
Todo lo anterior, en paralelo a mi militancia partidista. Asumiendo
opciones de riesgo. Ya, en mí, no contaban tanto las realizaciones inconexas
en la ciudad. Ya yo estaba del lado de un proceso y de una posición
programática para acceder al poder, por la vía armada. Y, aún hoy, no me
arrepiento de ello. Y, seguí en los barrios; difundiendo la doctrina. Y seguí en
las huelgas, haciendo lo mismo. Todo, en una perspectiva no de filantropía.
Fue el tiempo en que conocí la Declaración de la Habana. El nuevo curso de
las revoluciones en América Latina, propuesto por el Partido Comunista en
Cuba. Texto de inmenso contenido teórico y práctico.
Y, en los barrios, hice mi carrera política fundamental. Estuve trabajando
de manera grupal. Con amigos y amigas coincidentes conmigo. Pero también
con personas que no compartían mis opciones. Pero, ahí, estuve con ellos y
ellas. E hice alfabetización de niños, niñas y adultos (as); teniendo como guía
los escritos pedagógicos de José Martí (fundamentalmente “El Siglo de oro”);
pero también trabajé con la teoría de Paulo Freyre. Y conocí, derivado de allí,
el modelo de investigación-acción. Instrumento metodológico básico, para
realizar todo un trabajo de interpretación sociológica del desarrollo urbano y
rural. Y, lo que es fundamental, de las tendencias políticas, económicas y
culturales; de tal manera que se pudieran construir opciones de intervención
revolucionarias. Y, en ese contexto, investigamos acerca de la vivienda urbana
y acerca del modelo gubernamental a través del ICT. Y conocí de cerca, a
partir de ese modelo de investigación, el significado del desplazamiento
campo ciudad. Y, arriesgué mi propia teoría, en el sentido de entender como
migraciones ese proceso de desplazamiento y, además, hablé acerca de
identificar la diversidad cultural que se estaba asentando en las ciudades,
particularmente en la que vivía. Y, por esta vía, propuse la realización de
eventos globales, que convocaran, a nivel local y nacional, a quienes, desde
diferentes perspectivas y opciones, trabajaban como nosotros y nosotras, en
los barrios. Y lo hicimos. Primero en mi ciudad. Y surgió el COBAPO
(Comité de barrios populares). Y movilizamos miles de miles de personas,
alrededor de problemas como los asociados a los servicios público; la
vivienda; el transporte; la cultura; los hogares infantiles.
Pero, también, propuse una interpretación acerca del nexo del barrio con
las luchas obreras. Particularmente en torno a las familias de los huelguistas. Y
fue por esa expresión que se concretó uno de los eventos de masas más plenos,
en términos de la relación lucha obrera- lucha barrial. Fue en el Barrio
Campoamor, cerca de Guayabal, en el camino hacia Itagui
Pero había un gran vacío en mí. Por más amplia y apasionada que fuera mí
actividad; seguía en esa soledad interna. Los sueños me seguían atormentado.
Identifiqué mi esquizofrenia. Estaba partido. De un lado, una individualidad y
una internalidad, profundamente afectadas. Sin sosiego. Aquí y allá, busca
salidas, sin encontrarlas. De otro lado mi profundo convencimiento de la
necesidad de revolucionarizar la vida política, económica y cultural del país. Y
eso tenía que hacerse efectivo con el combate directo, armado. Por eso yo
definí la teoría que habla de lograr en la ciudad un apoyo absoluto; para
articularlo con la lucha armada en el campo. Inclusive alcancé a plantear una
figura de guerrilla urbana, como la propuesta y realizada por Carlos
Mariguella en Brasil. Y es que ya había leído algunos escritos de José Carlos
Mariátegui, el esplendoroso líder y teórico ecuatoriano. Y es que ya había
leído a los nihilistas rusos y había conocido la teoría de Bakunin en Rusia.
Empecé a navegar entre la opción guerra de guerrillas y la teoría de la
insurrección, tan cerca al trotskismo.
Y vuelvo, entonces, al momento en que descifré mi esquizofrenia. Y ahí
estaba yo, partido. Mi interioridad seguía deteriorándose. Esos eternos sueños
conmigo. Y empecé a buscar alternativas para alcanzar el equilibrio necesario;
sin lograrlo. Me acerqué a la tesis freudiana del malestar espiritual, individual;
por la vía de leer “El malestar en la cultura”. Pero, también leí, en esa
perspectiva, las interpretaciones de sociedad y desasosiego, de Hebert
Marcuse (en “Eros y Civilización” y en “El hombre unidimensional”). Y
empecé a asociar mi fragmentada interioridad, con el condicionamiento
ideológico que está en la base de la dominación capitalista. Y, por esto mismo,
leí a Lukacs, tratando de descifrar el contenido de los códigos ideológicos.
Pero, simultáneamente, estaba leyendo a Kafka, sobre todo, sus obras “El
Proceso” y “La metamorfosis”. Y me iba perdiendo, cada vez más. Llegando
casi al delirio. Y, esos sueños ahí. Y seguía viendo a Rosita. Y trataba de
dilucidar esos sueños con la madre azotada por el padre. Y, en ese momento,
reconocía que nunca había tenido en cuenta los asuntos relacionados con el
inequidad de género. Ni en el Partido; ni en nuestros trabajos y acciones
cotidianos, valorábamos, de manera acertada, la participación de nuestras
compañeras mujeres.
Y, eso, me atormentaba. Y volví a analizar al grupo familiar. Seguía ahí,
cada vez más reducido. No solo en número; sino también en su vertebración
fraternal. Una figura parecida a esos conglomerados que están, pero que
ninguno o ninguna de sus integrantes se reconocen el. Estar con alguien, pero
estar solo. Así lo sentía y así lo vivía.
Y es que mi individualidad no tenía referentes. Como cuando se siente que
no te encuentras contigo mismo. Cuando, por ejemplo, la imaginación se
desenvuelve en un territorio enfermizo; lleno de imágenes que no logras
identificar. Como cuando no percibes ninguna ilusión. Y es que, estando así,
no logras asir nada diferente a tu propia angustia. Es una laceración mucho
más profunda y dolorosa que los azotes que yo mismo me infringía; cuando
aspiraba a la santidad. Cuando pretendía evadir la realidad, por la vía de
inventarme un universo que tenía como centro la divinidad. Esa que deviene
de una concepción de dios y de sus efectos colaterales. Pues si que esos
sueños; en los cuales cabalgaba en un ser deforme. Parecido al caballo alado,
pero con los ojos desorbitados y con las orejas de conejo y con unos dientes
afilados, acezando. Buscándome; y yo encima de él. Vertiendo un líquido rojo,
alusivo a la sangre que derramaban miles de seres que estaban a lado y lado
del camino. Y, despertaba sudoroso, llamando al Sol y a Júpiter; y a la luna.
Totalmente perdido. Y, volvía a empezar el sueño. Y, ahí estaban Rosita,
Norela y Gudiela; envejecidas; con enormes cadenas al cuello. Y me llamaban.
Y me decían “patico, vuelve por nosotras. No nos dejes al garete, por favor “.
Y yo gritando y anhelando despertar pronto. Pero me pesaban los párpados.
Como paralizado todo. Sin mover ningún músculo. Y, entonces, veía al hijo de
poeta, llamándome. Mostrándome sus manos, ensangrentados. Y veía al divino
Laureano, como poseído, blandiendo un hacha; similar a la que se utilizó para
dar muerte a Rafael Uribe Uribe. Y, también, veía al primero de la lista
elaborada para el Gran Pacto. Y me mostraba un inmenso lienzo blanco. Allí
estaban dibujadas las manos de todos los súbditos muertos. Allí estaban
graficados todos los caminos de la Travesía. Y veía a las abuelas y a los
abuelos, con sus miradas perdidas, absortos y absortas. Y, los niños y las niñas,
estaban también ahí dibujados y dibujadas, con inmensos ojos tristes. Y,
también estaban las mujeres detrás de los hombres de la Travesía. Y, el padre y
la madre, cuando niños. Oteaban todos los territorios. Y la casita estaba
dibujada, sin nada adentro. Y, yo estaba dibujado, con la mirada al cielo; y con
una aureola inmensa. Y me flagelaba y quemaba mis dedos. Y estaba las
piedras en los zapatos y corría como enajenado.
Y veía a María Cano y a Torres Giraldo. Este último gritaba. Y María Cano
obedecía. Y la vi trajinando mil caminos. Y la escuchaba en sus discursos. Sus
manos izadas y repetía lo de la masacre las bananeras. Y me decía que eso iba
a volver a ocurrir; aquí y allá. Y me decía que, como en Iquique, habría
muertos y muertas. Que los obreros y las obreras. Que los campesinos y
campesinas. Que los niños y las niñas. Y me decía que leyera los poemas de
Gabriela Mistral y que recordara siempre a Picasso y su Guernica. Y que
volviera a leer el Canto General de Neruda. Y que, leyera las Venas Abiertas
de América Latina y que entendiera el mensaje de Galeano.
Casi siempre, al despertar, sentía un inmenso cansancio. Como de no
querer levantarme. Y volvía a dormir. Y veía los hospitales. Y yo estaba ahí,
amarrado y gritaba, alucinando. Y no reconocía a nadie; como perdido; con la
mirada en vacío; sin nada en ella. Creo que así debe ser la locura profunda.
Creo que así fue la locura de Van Gogh y la Nietzsche y la de Kafka. Y, ahí,
estaba Giordano Bruno, en la hoguera; sacrificado por buscar opciones
diferentes, conceptos diferentes, vidas diferentes. Y me trepé a los semáforos
de cada esquina. Con una mano me asía para no caer y con la otra le daba
fuerza a mis palabras. Y me bajan de allí, los gendarmes. Y, otra vez, el
hospital y sus cadenas. Y estaba atado a la cama. Y me inyectaban un líquido
que me enmudecía. Y, así, no podía gritar ni defenderme.
Y comencé otra década. La anterior había sido, un tránsito de profundos
cambios en mí y en mi entorno cercano. La ciudad seguía creciendo, casi hasta
la saturación total. Y el país también crecía. Y ya se había posesionado el
último de la lista del Gran Pacto. Conocí y actué ante el grosero fraude en las
elecciones de ese abril. Y estuve agitando y convocando. No tanto por el
General; sino mostrando y denunciando el comportamiento de los
beneficiarios del Frente Nacional; de ese Pacto entre reyezuelos. Ese que
conminó a la democracia, para que dejara de existir. Y estuve en los barrios y
en sus calles. Con la bandera de la dignidad. Y llamé a todas las puertas. Y les
dije a todos y a todas que ahí estaba la opción. La Guerra total en contra de los
mandarines perversos y su ejército. Y hablé de la necesidad de la lucha
armada; en el campo y en la ciudad.
Y llegó el momento de la partida. Había aceptado el reto. Me iría al campo.
Pero no a cualquier campo. Me iría a esos inmensos territorios de
colonización. Era una decisión mía, la aceptación de la propuesta. Y me
preparé para esto. Y la madre y el padre y las hermanas y los hermanos, no me
importaban. Me iría, con la misma convicción y con la misma fuerza y con la
misma pasión de siempre. Y volvían los sueños. Y ahí estaba el hospital. Y ahí
los hombres de blanco, aplicándome otra vez la dosis que paraliza. Y, yo
haciendo un esfuerzo inmenso por fugarme. Y ellos detrás, persiguiendo a su
presa. Y me volvía a subir a los semáforos y a los buses. Y gritaba vivas a la
lucha armada y a la guerra total contra los impúdicos auspiciadores de la
amnesia individual y colectiva. Y me bajaban, otra vez. Y despertaba y volvía
a dormir. Y, otra vez, la rutina.

Partí un día cualquiera del séptimo mes, del primer año de la década. Me
despedí del padre y de la madre. A nadie más dije nada. Tampoco hubo
mensajes. Para qué; si ya los había enviado todos. Si ya había dicho lo que
tenía que decir. Ya no me acompañaba el recuerdo de Rosita. Como si hubiera
mimetizado, del todo, el vacío inmenso que me causó su distanciamiento. Ya,
en mí, aparecía una especie de coraza. Endeble, pero coraza al fin. Las
acciones preparatorias se limitaron a estudiar la geografía de la zona. A
conocer su historia lejana y reciente. Y, por esa vía, supe de su existencia
como campo de experimentación y como olvido absoluto. Y, entonces, Volvía
a leer “La Vorágine” de José Eustasio Rivera. Y volví a leer “Doña Bárbara”,
de Rómulo Gallegos. E indague acerca de la historia de sucesivas vejaciones,
por la vía del caucho y la siringa. Y profundicé en el conocimiento del
significado que tenía El Pato; Guayabero; el Unilla; La Uribe. Y estudié acerca
de la Macarena y de su condición de hospedante de la biodiversidad y de su
riqueza en flora y fauna. Y estudié acerca de las sucesivas migraciones de
mucha gente de nuestro pueblo, buscando paliar la miseria. Y conocí la
historia de la guerra con el Perú y de la manipulación que se hizo, por parte de
los jerarcas de la historia oficial.
Y, entonces, conocí de los procesos de colonización; incluido el último, a
partir de 1966. Ya Vaupés, Arauca, Guanía, Putumayo, Amazonas, Vichada; se
convirtieron en referentes políticos, económicos y geográficos. Con pleno
conocimiento. Y, desde ahí, preparé mi intervención. Dándole, a futuro, un
profundo significado. No solo en lo que respecta a mi intervención inmediata;
sino, y fundamentalmente, a la perspectiva que se abría.
Y llegué en plena época de lluvias. Había pasado por el Meta. Y, desde allí,
volé a San José de Guaviare; entonces vinculado geográficamente, a la
Comisaría del Vaupés. Desde allí, por inmensos lodazales, unas veces a pie y,
en otras, en tractor, me desplacé hasta El Retorno, también conocido como
Caño Grande. Llegué un sábado, todavía corría el mes de julio. Y, ya allí,
comencé el recorrido, en términos de postular una intervención política,
asociada al programa partidista. Ya, allí, empecé a trabajar en esa línea. Me
vincule, laboralmente, a la Cooperativa Integral de Caño Grande, como
contador y como asistente de la administración. Todos los fines de semana,
además de las labores de entre semana, colaboraba en la atención a los
usuarios; en razón que, sobre todo el domingo, el día de mercado. Y llegaban
los colonos; después de haber recorrido inmensas distancias. La remesa era
repetida. La panela, las papas, las lentejas, el fríjol. Eventualmente se incluían
las herramientas de trabajo: machetes, rulas, azadones, palas. Extremadamente
limitados muchos de ellos y ellas. Porque dependía de algún préstamo del
Incora, o de la Cooperativa, en su condición de socios y socias. Una vida
áspera; en donde el aliciente básico estaba del lado de las mejoras que se
pudieran alcanzar. Las siembras: maíz, arroz; ejercían como proyectos
cíclicos. La rozada tal mes, la quema en tal otro. Siguiendo el mismo ciclo
relacionado con las lluvias y el verano.
Y comencé a ejercer mi labor como conductor político. Empecé a
establecer relaciones más allá de la simple atención en la Cooperativa. Y
empecé a exponer mi posición política. Y establecí puntos de apoyo básicos.
Aprovechando el día libre a que tenía derecho, semanalmente, visité los
fundos de aquellos y aquellas que iba considerando como potenciales cuadros
políticos y de acción. Y no me importaba ningún riesgo. Como, en los sueños,
hablaba abiertamente de la necesidad de la lucha armada. Trabajé con
avezados y avezadas hombres y mujeres. Que venían de lejos. Que habían
realizado sus luchas; como habitantes de ciudad y como habitantes en el
campo. Luchas por sus reivindicaciones mínimas. Y llegaron allá, en el
contexto de un proceso y de un programa propuesto desde algunas instancias
gubernamentales. Lucha por la sobrevivencia. Y lo entendí así. Ya conocía
muchas de esas historias de vida. Desde cuando estuve participando en
aquellos procesos ya expuestos, en términos de la investigación-acción. Y que
los había profundizado, a partir de aplicar el método pedagógico de Paulo
Freyre. Pero, asimismo, porque muchas de las experiencias similares en
Ecuador, Perú, Chile y Bolivia; las había conocido en el contexto de mi
actuación. Y, además, porque había leído acerca de experiencias en Polonia y
Rusia. Pero, también, porque había conocido historias de vida de África y
Asia. En este último, ante todo, las experiencias en China y Vietnam.
Y, casi sin advertirlo, llegó el cuarto enamoramiento. Otro simultáneo.
Nelly y Leticia. Dos mujeres, otra vez, absolutamente diferentes. Nelly, más
inexpresiva. Con un rol a cuestas, parecido al de muchas mujeres que han
soportado mil batallas. Supe de cuando se produjo su llegada, con sus hijas y
con Leonidas. Supe de su primera hazaña; cuando, por si sola, impidió el
despegue de un avión, en el aeropuerto de San José. Estaban ella y muchas
mujeres más y muchos hombres más y muchos niños y niñas más. Recién
habían llegado y reclamaban el cumplimiento de lo que les habían prometido.
Mujer sin mucha predisposición a la ternura. Más bien fría en sus
expresiones. Curtida por el tiempo y por las vivencias en el. Pero me supo
amar, casi desde mi llegada. Como aquellas expresiones que se concretan de
manera instantánea. La supe amar. Siempre he creído que lo más distintivo de
mi vida, ha sido el apasionamiento. En todos los momentos y ante todas las
cosas que asumo. Y, en lo afectivo, no es la excepción. Con ella, Nelly, fue así
también. La amé tanto que se convirtió, para mí, en algo parecido a la
constante vivencia, en profundidad, sin límites. Lo cierto, entonces, es que su
imagen me impregnaba. La llevaba conmigo siempre.
Y, volvieron los sueños. Veía a Nelly navegando en un velero. Un mar
agitado y adportas de zozobrar. Un viento tibio, borrascoso. Que la envolvía a
ella y al velero. Sola, sin sus hijas. Y me hablaba, a gritos: otras veces la veía,
allá, cerca de Guayabero; o en Miraflores; o en Calamar. O en su natal
Pensilvania, Caldas. Pero, siempre, en actitud convocante. Nelly, la mujer un
tanto sombría, se me acercaba y me susurraba algo acerca de su infancia;
cuando en su hogar primaban los valores de la tradicionalidad mojigata. O me
contaba de su adolescencia. La vivió de manera intensa. O me contaba cuando
conoció a Leonidas, o cuando nació su primera hija. Me contaba acerca del
origen de esa mirada inmensa; en veces taciturna; en veces expresando una
profunda soledad. O me contaba como se había iniciado en el arte de predecir
acontecimientos. Como el de ese día, en que soñó que efectuaba un largo
viaje, sin mucho convencimiento y que, en la noche siguiente, Leonidas le dijo
que se vendrían a fundar, al Vaupés. O cuando entrevió la figura de un
gigantesco alud que se tragó a muchas personas y que se tragó dos tractores y
dos volquetas. Y, justo al día siguiente, supo que En Quebrada Blanca, no lejos
de Villavicencio, una riada y un alud, sepultaron buses, personas…
Pues bien, así era mi Nelly. “Ojitos verdes” la empecé a llamar. Yo que era
tan reacio a expresiones formales. Pero, en ella, veía a una mujer plena. Nunca
me arrepentí de haberla llamado así; ni de haberle hablado del cielo y de la
tierra. De lo que había sido y de lo que era en ese momento. De mis soledades
y de mis sueños. Solo ella conoció el soporte de mi peregrinar por la vida,
tratando de encontrarme. Me dijo un día: “Patico, vos sos un ejemplar
inimitable; sos único. Por eso te amo.”
Y recorríamos todos los lugares; a escondidas. Y se nos perdía la cuenta en
cuanto a horas o minutos, o cualquier unidad de tiempo. Porque éramos así.
Sin más limitaciones y sin más aliciente que el de vernos. Nos mirábamos, en
la Cooperativa. Yo la miraba; ella, lo mismo. Sin importar nada más; ella y yo.
Y, en el entretanto, volvían los sueños. Y se iban después. Y sentía la
persecución constante de las imágenes de todos los sueños. Y me acechaban
también allá; como en la ciudad donde nací. Como en todos los momentos
vividos antes de estar aquí; antes de conocer a Nelly. Pero, ahora no es como
antes. Ahora está ella. Y ella me convocaba a trabajar por dilucidar el lenguaje
cifrado que me ha acompañado. Porque, para ella, el problema había que
resolverlo así; descifrando esos códigos. Y me decía que no podía seguir
aferrado a las posibilidades de ser tangente; de no cruzar esa barrera entre
realidad y ficción enfermiza. Que ya era hora de dejar de lado esa imaginación
cansina y enrevesada. Imaginación achatada y condicionada por las imágenes
de esos sueños. Había que volver sobre los legados fundamentales de la
humanidad y asirlos para siempre; en un proceso en el cual, como sujeto,
pudiera avanzar en términos de consolidar la individualidad, sin escapar de la
realidad. Hacer coherente el ser y el hacer.
Nelly se volvió indispensable para mí. Cuando no estaba con ella me sentía
perdido. Otra vez sin referentes. Volvía sobre mí mismo, sobre mis soledades
y mis miserias. Y la buscaba a todo momento y en todos los sitios. Necesitaba
de sus palabras y de sus ojos.
Pero, en algunos momentos, me sentía sujeto utilitarista. Porque la veía,
siempre, en el rol de mujer acompañante de mis tristezas. Otras veces, era
como si quisiera fugarme con ella, hacia cualquier lugar; con la sola condición
de que estuviera en la lejanía absoluta. Sin nadie en derredor. Solo ella y yo.
Lo mío, en esos instantes de reflexión tendenciosa, se podría haber asimilado a
ese tipo de comportamiento que deja de lado el regocijo y lo trascendente y
bello que tiene la opción de amar. Estando así, me sentía perverso. Y, en
verdad, al retrotraer mí tiempo vivido, me escindía. Porque, esa percepción de
haber sido guerrero consecuente, se desdibujaba, al recordar vacilaciones y
debilidades. Ante todo en lo que tiene que ver con el entendido de humanidad
y su concreción en hechos efectivos; y no tanto en simples expresiones,
simplemente viscerales. Ese tipo de reflexiones me condicionaba. Ahí, en ese
momento, cuando Nelly era mi horizonte, parecía sucumbir y, en
consecuencia, volver a esa soledad y a esa tristeza y a esa condición de
individuo partido; sin referentes; sin soportes humanos válidos.
De manera sorprendente, la hilvanación de nuestros propósitos, derivarían
en una opción trajinada antes. Pero, con todo lo que sufrimos, se irían
presentando situaciones de riesgo. Empezaría, por decirlo de alguna manera, a
dilucidarse el camino, cada vez más riesgoso. Pero, el reto estaba ya
planteado. Por lo tanto, si en verdad éramos consecuentes con nuestro
manifiesto, tendríamos que asumirlo. Y, casi de manera simultánea, la
actividad sindical organizada. Hasta aquí, en ese tipo de actividades, lo mío
había sido apenas tangencial. Como auxiliador y agitador en las huelgas. En
eso me inicié, casi desde que tenía memoria.
Los Sindicatos han sido, al menos para mí, una opción más vinculada con
la teoría del leninismo que con una convicción efectiva, real. La teoría de la
Dictadura del Proletariado, no era más que un referente un tanto formal. Lo
que si era cierto es mi entendido de proletariado. Fundamentalmente obreros,
vinculados a las fábricas. Los otros trabajadores no eran otra cosa que
instrumento accesorio. Sujetos que aprendían de la lucha; por lo mismo de
que, todas las reivindicaciones se pueden validar. Pero no es lo mismo. Los
trabajadores al servicio del Estado, constituyen y han constituido siempre,
simples usufructuarios o beneficiarios plusválicos. Porque, en mí, ya estaba
claro que la noción de plusvalía defina por Marx, estaba asociada a la
producción de riqueza; al agregado, por la vía de la mano de obra, que
contribuye a la reproducción del capital. Y es que esta, la plusvalía, es el
soporte de lo demás. Lo otro no es otra cosa que consumo de la misma. Los
trabajadores de las empresas de bienes y servicios, incluidas la actividad
financiera; consumen plusvalía originada en la industria. Y esta interpretación
mía no es caprichosa. Es el resultado de un estudio juicioso y crítico del
proceso de acumulación del capital. Por lo mismo, mi lectura de la obra de
Rosa Luxemburgo, no fue al azar. Ese texto es tan expresivo y tan riguroso en
el cuestionamiento de la ortodoxia marxista; que, en muchas ocasiones ha sido
presentado como posición herética, por la vía socialdemócrata.
Esta posición teórica, derivó en el sentido que le di a mi intervención
sindical. Trabajando en una entidad pública, cuyos trabajadores somos,
simplemente beneficiarios plusválicos.
Esa fue mi hoja de ruta desde un primer comienzo .Por lo tanto, y me
quedó claro, también desde el comienzo, que encontraría posiciones
contrarias. Al menos, entre aquellos y aquellas que exhibían una posición de
mera interpretación formal. Como si el solo hecho de la intervención sindical,
diera lugar a una posición marxista. Esto para no hablar de los y las militantes
del Partido, quienes asumían que ortodoxia marxista-leninista, era lo mismo
que la desviación teórica de creer que los trabajadores y las trabajadoras de
bienes y servicios, hacíamos parte de la Vanguardia Proletaria. Términos,
preciso, acuñado por Lenin y que, aún hoy, a pesar de la acción de los y las
personas que han renegado de su pasado; sigue siendo un principio
insoslayable.
Y es que, todavía, tenía memoria para recordar el hermoso fragmento de
Eduard Dolléans, en su “Historia del Movimiento Obrero”.:
“A lo largo de los cuarenta años que van desde 1830 hasta 1970 se oye una
queja. Los mismos murmullos, los mismos llamados no escuchados. A veces
el murmullo se transforma en clamor; las voluntades se anudan en una acción
más clara y el fracaso provoca de repente el motín. De tanto en tanto, una
insurrección cuya represión reduce al silencio, durante algunos años, la voz de
las clases laboriosas. En vano, como dice Sismondi, se hará crecer el trigo para
los que tienen hambre, o se fabricarán vestidos para los que andan desnudos, si
no están en condiciones de pagar.
Este grito que brota de la miseria es irreprimible. Por eso, la voz reanuda
su queja monótona. Poco a poco, esta voz se afirma: al grito del sufrimiento se
mezcla un grito de esperanza.
La atmósfera de estos cuarenta años de luchas obreras, estuvo cargada
como un cielo gris cubierto de nubes, siempre encapotado, atravesado a veces
por relámpagos…”
Dolléans, Eduard. “Historia del movimiento obrero, primer tomo; sexta
edición, 1957.
Era y es una expresión portentosa. Cargada de un significado profundo.
Que define el sentido del quehacer obrero. Arriesgándolo todo. Con su
esperanza puesta en el triunfo. Un triunfo que puede ser obstaculizado por la
fuerza patronal y por la fuerza del Estado. Productores directos. Que nacen y
mueren vinculados a la industria; a la naciente industria. Al capitalismo
salvaje que crece a costa de la muerte de los obreros.
Entonces, visto así, lo nuestro era y es un mero ensayo, ni siquiera ensayo
general de las posibilidades revolucionarias del proletariado. Nosotros y
nosotras éramos y somos, aún ahora, meros replicadores de las consignas
centrales del movimiento obrero: Por el poder, hasta nuestra vida damos. Por
la dignidad, siempre estaremos en pie de lucha.
Y tuve que luchar en contra de esas opciones de interpretación. Entre
populistas y malvadas. Voces y consignas vinculadas con la posibilidad de
aparecer como representantes del proletariado. Cuando, solo éramos y somos
simples reproductores de la ideología dominante; en razón a que ejercemos
como usufructuarios; en lo que Gramsci llamó la superestructura y que tiene
que ver con la ideología .Y que, Lukács, propone como diferenciación
fundamental y básico. Este último, siempre luchó por dejar de lado ese tipo de
ilusiones que, independientemente de la connotación un tanto peyorativa que
se le ha dado, la pequeña burguesía asalariada, le ha dado a su participación.
Y, en consecuencia, ese camino ejerció para mí, como norte. Se produjo un
enfrentamiento desde un comienzo. Porque nunca acepté que la dirección del
Partido fuera ejercida por intelectuales alejados de la producción y, por lo
mismo desconocedores y desconocedoras de la miseria de los obreros y las
obreras. Dirección pequeñoburguesa que prostituyó la lucha obrera. Que la
convirtió en un simple lugar común. Con una supuesta ortodoxia marxista
leninista que no era otra cosa que (parodiando a un autor que no recuerdo) una
caricatura de revolución.

10

Y es que, en nuestro país, se había enquistado, entre los grupos
revolucionarios, una manera de ver la lucha anti-capitalista, como simple
expresión de vocinglería. Una figura parecida a esas expresiones que todo lo
reducen a posiciones preestablecidas, sin nexo con los hacedores de la riqueza
con la cual se alimenta y se reproduce la burguesía. Era y es una perorata de
nunca acabar. Inclusive, con posturas ante el Imperio, supuestamente
radicales. Pero que, en fin de cuentas no eran y son otra cosa que discursos
inocuos; sin sentido. Una especie de radicalidad y de discurso revolucionario,
para los días de fiesta.
Ya, desde ese entonces, yo participaba de una caracterización del sentido
en que se movía la burguesía. Arriesgué, desde ese entonces, una expresión
teórica, originada en Gramsci y en Lukács, que deriva en un entendido de lo
que se denomina bloque de clases o de fracciones de clase en el poder.
Produje, en ese sentido, un escrito en el cual le daba forma a este tipo de
caracterización. Hablaba, a manera de ejemplo, de lo siguiente: Y es que la
burguesía ha diversificado su dominio y sus fuentes de enriquecimiento. Ya no
es el capital industrial, como arquetipo de la burguesía. Ahora, confluyen la
burguesía, industrial, la burguesía comercial agraria y la burguesía financiera.
En una relación en la cual, esta última, ejerce como centro. Y, entonces, el
Estado, ha modificado su textura y su manifestación. Un Estado que es
conducido, por lo mismo, en esa proporción. Somos, en consecuencia, un país
en el cual los gregarios del Imperio, tienen múltiples manifestaciones. Lo que
traduce que el movimiento sindical y las direcciones políticas
revo9lucionarias, no pueden caer en la trampa de proponer una ortodoxia
engañosa al momento de confrontar al capital.
Y el problema, entonces, es que posicionamos una dirigencia sindical que,
lo primero que hizo, fue prostituir el significado, por ejemplo, de los permisos
sindicales. Los convirtieron en escape y justificación para alejarse de la
producción y/o de la intervención directa como obreros o como trabajadores.
Por esta vía se convirtieron en burócratas. En líderes que ensayan discursos y
proponen alternativas, desde posiciones cómodas, sin las afugias del obrero o
de los y las trabajadoras de base. Y, esto, es fundamental al momento de re
direccionar el quehacer sindical.
Porque deviene en un universo de conceptos en donde, a manera de
ejemplo, a cualquier trabajador se le dice obrero y a cualquier dirigente
sindical se le dice dirigente obrero. Un movimiento obrero que hizo crisis
desde el primer momento de haber surgido. Porque, si bien la semilla de María
Cano y las experiencias de los trabajadores de las bananeras, habían colocado
puntos altos en el proceso de la lucha anti-capitalista. No es menos cierto que
las expresiones en la CTC y en la UTC, no fueron otra cosa que satélites de los
Partidos Liberal y Conservador. Casi podría afirmarse que en Colombia nunca
ha existido un movimiento sindical de la categoría que requiere una
confrontación directa con el capital. Y no es así por el hecho simple de que
nuestro país haya accedido a la generalización de la producción industrial y
comercial, por la vía de la sustitución de importaciones, en 1930, como
respuesta a la crisis capitalista mundial. Ha sido y es así, porque, insisto en
esto, ha sido entendida la lucha como simples expresiones contestatarias y con
la conducción de un marxismo distorsionado. Esto, para no hablar de que el
concepto de partido obrero; no ha sido otra cosa que un lugar común y que
pretendió ser impuesto desde la opción retardataria del Partido Comunista de
Colombia.
Y lo expreso con conocimiento de causa y con autoridad moral. Porque he
sido partícipe de alternativas diferentes, en el tiempo, en el proceso de
confrontación al capital y sus colaterales. He sido participé de la confrontación
profunda, desde el punto de vista teórico, al momento de entender la dinámica
que debe adquirir el movimiento obrero y sindical.
Mi posición devino en sucesivas herejías. Por las cuales fui confrontado y
sancionado, en los términos que esto tiene, cuando se habla de disciplina de
Partido. Peo, justo es reconocerlo, cometí profundos errores en ese proceso.
Tal vez, el fundamental, tiene que ver con la manera con la cual abordé las
contradicciones. Y con las intermitencias en mis acciones. De un
apasionamiento absoluto, pasaba a una posición de profundo escepticismo.
Como veleta al viento, al garete. Y, tengo que reconocerlo, hacía parte de mi
cuadro patológico. En veces caía en el profundo abismo de la locura o, por lo
menos de algo similar. Volvían los sueños; las imágenes. Me cabalgaban. Me
inducían a posiciones enfermizas cada vez más profundas. Y volvían las
reclusiones. Aquí y allá. Sujeto que era depositario de mil un experimentos en
términos de la siquiatría. Y perdía la lucidez. Y la volvía a encontrar. Pero,
indudablemente, a costa de un deterioro progresivo de mi capacidad física que
conllevaba, incluso, a expresiones que desdibujaban los términos de mi
intervención. Una reclusión tras otra. Y así se fue consolidando en mí, la
esquizofrenia. Unas veces no vinculante e inhabilitante. Otras veces,
conduciéndome a la absoluta inacción, como efecto colateral de los
medicamentos y de esos tratamientos infames a que fui sometido en la
caracterización que se hizo de mis padecimientos como padecimientos
mentales, incapacitantes.
Y seguía la intervención barrial. Con una perspectiva plena, absoluta. Con
el acumulado de conocimientos y de propuestas reivindicativas. Y, allí, en ese
ejercicio y en esa época (ya entrada otra década), conocí al que,
posteriormente, fuera (como lo es, efectivamente) el Emperador Pigmeo. No
vale la pena nombrarlo por su nombre. Esto, aunque siempre he sido muy
respetuoso de cada persona. Pero es que, en este caso, (confirmado hoy) se
trata de un personaje que induce a un odio visceral hacia él. Una figura que es
nada; habida cuenta de que ni siquiera ha tenido claro el significado que tiene
la democracia, aún en el contexto de la dominación burguesa. Por lo menos,
aún a riesgo de desvertebrar mi línea conceptual de respeto, lo dejo ahí.
El contexto, tuvo que ver con nuestras organizaciones y nuestras luchas,
reivindicando derechos como la vivienda digna, el buen servicio de transporte,
el derechos a la recreación y la construcción de un concepto de cultura,
abierta, plena heterogénea y respetuosa. Y, confrontamos al futuro Emperador
Pigmeo. Y, como era previsible, no cumplió con ninguno de los compromisos.
Y estuve en procesos de reivindicación lúdica. Y promoví el concepto de
tomarnos las calles para la recreación. Y, desde su esbozo, confronté el
proyecto del Metro. Y confronté, en los términos que ya he descrito.
Y, no sé por qué, vino a mi recuerdo, lo siguiente:
“…La mayor parte de vosotros vais a ser puestos en libertad; todos sin
embargo no estáis exentos de reproches; pero los motivos de indulgencia para
los culpables fueron, en a duda, motivos de absolución para vosotros….Todas
las autoridades formulan votos sinceros por el mejoramiento de vuestro
destino; la voz de la humanidad no tardará en hacerse comprender; los ricos
propietarios de las minas no pueden ser vuestros tiranos, no, no pueden serlo,
les está
Reservado un título más digno; no dejarán a otros el mérito de volverse
bienhechores…”.
Palabras del presidente del Tribunal de Valenciennes. Citado en la obra
citada de Eduard Dolléans, página 71.
Ya estaba posicionado en mis convicciones. Mis valores los defendía, con
absoluta pasión. Confrontando aquí y allá. A aquellos y aquellas que
pretendían limitar mi intervención. A aquellos y aquellas que, supuestamente,
asumían posiciones de verticalidad y de ortodoxia revolucionaria.
Y lo intenté de nuevo. Estuve en la zona bananera en Antioquia. Se trataba
de reforzar el frente de guerra. Ya habíamos caracterizado el tipo de ofensiva
del gobierno, a través de su sección militar. La denominábamos “campaña de
cerco y aniquilamiento”. En esta se prefiguraba mucho de lo que,
posteriormente, se dio. En principio y, fundamentalmente, civiles informantes
entraban en la zona y detectaban a dirigentes políticos y sindicales
revolucionarios afines a la lucha armada, por la vía de lo que denominábamos
Frente Patriótico de Liberación. Esta expresión no era otra cosa que una copia
de lo que hizo el Partido Comunista Chino, en todo el proceso de la Gran
Marcha y que derivó en el triunfo del Ejército Rojo Chino sobre los
Kuomintang de Chang Kai Check. En términos teóricos, simples, se trataba de
la construcción de zonas liberadas con un gobierno revolucionario de Frente
Patriótico, vinculado al Partido, pero diferente a él. Algo así como que los y
las dirigentes de Frente Patriótico no tenían que ser militantes del Partido.
Ellos y ellas, eran militantes del Frente Patriótico. Ahora bien, en aplicación
del concepto de gobierno revolucionario popular; el Ejército Popular de
Liberación, garantizaba la seguridad en esas zonas liberadas. Entonces, al
entrar los informantes vinculados al ejército, detectaban a los y las dirigentes
de Frente; luego ese ejército entraba y mataba a quienes habían sido
identificados e identificadas previamente.
Entonces, otros compañeros y otras compañeras y yo, entramos a reforzar
la zona de Frente Patriótico de Liberación, una penetración lenta; habida
cuenta de los riesgos. En principio, por lo menos yo, me vinculé como
trabajador a una de las empresas bananeras. Y, a partir de ahí empecé mi labor.
Sin embargo ya se estaba profundizando una crisis de amplio espectro, al
interior del Partido. Un tipo de confrontación en donde predominaban dos
opciones. Una de ellas, la de la ortodoxia marxista leninista, con la influencias
del Partido Comunista Chino y la otra una posición de apertura hacia
expresiones menos ortodoxas. Inclusive, en la perspectiva de postular
opciones de largo aliento y vinculadas con un ejercicio un tanto parecido al del
MIR Chileno. Esto es, un tipo de organización político-militar; pero con
énfasis en un estilo de trabajo de militantes, sin la mediación del concepto de
Frente Patriótico. Una tendencia hacia posicionar de manera efectiva la noción
de Partido Obrero, con las consecuencias inherentes. Porque trascendía lo
asumido y lo vivido hasta ese momento. Una especie de opción trotskista, por
la vía de recomponer las realizaciones. Con una perspectiva que incluyera la
posibilidad de participar de manera abierta en el la actividad política de amplio
espectro, incluida la electoral.
En consecuencia, la lucha armada, pasaba a ser cuestionada. No en los
términos de hablar, de manera filistea de opciones de paz. Más bien en el
contexto de un replanteamiento que incluyera la posibilidad de la insurrección.
Obviamente, esto, suponía la construcción de un Partido Obrero fuerte; en el
cual se enfatizara en una noción de Programa de Transición, en una
perspectiva socialista; retomando los postulados básicos de la Tercera
Internacional.
Obviamente que se trataba de un cuestionamiento a lo hecho hasta ahora.
Con lo complejidad que esto conlleva, Porque suponía la erradicación, en lo
posible consensuada, de esas expresiones partidistas construidas desde
posiciones pequeñoburgueses. No en una posición peyorativa. Más bien en lo
que esta acotación tiene de opciones que, como por ejemplo, validar la lucha
armada, desde una interpretación de guerra campesina; pero con una dirección
de partido, comprometida más con una interpretación del marxismo y del
leninismo, asimilada por la vía de posturas intelectuales. Lo del idealismo, era
un calificativo benévolo. Porque, ojala hubiese sido solo eso. Se trataba de una
interpretación impuesta, por la vía de impedir posiciones diferentes al interior
del Partido; como corresponde a una plena aplicación del ejercicio dialéctico y
de una estructura de partido que, inclusive, había sido avalado por Lenin, a
partir de la intervención de León Trotsky, en todo el proceso de confrontación
a la posición estalinista.
Entonces, en el entendido de mi decisión por esa opción de
cuestionamiento y de reconstrucción del ideario socialista; empecé a tener
contradicciones que concluyeron a la evasión. Abandoné la zona, sin
consultarlo con nadie. En una actitud de irresponsabilidad inmensa. Porque,
una cosa era estar en desacuerdo con determinado tipo de orientaciones y otra,
bien distinta, era arriesgarme y arriesgar toda una estructura organizativa.
Queda claro, sin embargo, que no fue una postura en perspectiva de renegar de
lo actuado, ni de los compromisos asumidos, con todas sus repercusiones. Por
el contrario, fue una decisión tomada y, en paralelo, la disposición de enfrentar
cualquier tipo de confrontación. Y, en efecto fue así. Fui sancionado
políticamente, después de un proceso en el cual asumí mi defensa como
corresponde a un militante decidido a defender sus puntos de vista y la calidad
de su compromiso.
Regresé. Ya había expresado antes el tipo de modelo sindical vigente. Mi
actividad tenía dos frentes de acción. De un lado mi ejercicio como
sindicalista. De otra parte, el trabajo barrial. Había avanzado en la
caracterización de los problemas urbanos.
Fundamentalmente en lo que concierne al entendido del nexo entre las
acciones revolucionarias urbanas y la perspectiva de construcción de una
opción socialista. Es, a manera de ejemplo, el compromiso por posicionar a los
y las habitantes de las ciudades en el contexto de le necesidad de la
transformación revolucionaria; por la vía de la ruptura con el frente burgués.
Esto no supone plantear una posición que reivindique a los pobladores como
vanguardia, así en abstractos. Es y ha sido, más bien, entender que los obreros
y las obreras; que los y las trabajadores de bienes y servicios, viven en la
ciudad, en sus barrios y que, por consiguiente, desde allí se produce el
acercamiento a ellos y a ellas. Diseccionando el quehacer revolucionario en un
proceso de cobertura que implica los diferentes niveles de acción y de
reivindicación.
Entonces, en ese horizonte, la cultura, los servicios públicos, el transporte,
la recreación. Los servicios de salud; el problema de la vivienda; constituyen
referentes que es posible retomar para avanzar en la confrontación.

11
La noción de Frente Burgués, supone entender lo que yo he denominado el
bloque de fracciones de clase en el poder. En una interpretación que supera la
homogeneidad que habla de la burguesía como clase dominante sin fisuras. Y,
en la posición de una ortodoxia mal entendida, con la concreción de la
burguesía industrial como opción única. Lo que señalo es otra cosa. Es un
conglomerado de secciones, cada una con intereses particulares precisos y
referidos a instancias muy precisas del poder económico y de su
desenvolvimiento en diferentes áreas. Por esto mismo, en una aproximación a
Lukács, cuando se habla de hegemonía de clase y/o de los aparatos
ideológicos de Estado; se tiene que hablar de ese conglomerado que, en
periodos diferenciados, en el tiempo, tiene como centro una u otra sección.
Últimamente, y así lo he sostenido en diferentes instancias de intervención, el
centro-poder está en manos de la Burguesía Financiera. Y, por esto mismo, las
otras secciones o fracciones, están plegadas a la misma. Pero esto no,
necesariamente, implica que estén diluidas. Están ahí, conviven ahí; haciendo
énfasis en modificaciones puntuales de las formas de gobierno y del Estado.
En consecuencia, la intervención de los partidos obreros, tiene que ver con
identificar esas modificaciones gubernamentales y, en veces, las fisuras que se
reflejan en el Estado; para lanzar una ofensiva. Ya no tanto, por la vía simple
del ejercicio huelguístico, sino por la coordinación de una serie de acciones de
confrontación que lesionen ese centro-poder. Con una opción de unidad de
acción con diferentes sectores de la población. Pero no a la manera populista,
como identificó Gramsci, cuando caracterizó los periodos de ascenso de los
movimientos con tendencias al fascismo. Más bien, por la vía de saber
coordinar esas acciones; pero con la claridad de que el centro de la
reivindicación fundamental, sigue siendo el poder político. Y para esto, en vez
de la postura asimilada a la figura de guerra de guerrillas campesina clásica; se
debe trabajar por hacer de esa articulación la posibilidad de proponer y
desarrollar formas de insurrección.
Es ahí en donde encaja mi intervención. Por esto mismo, mi doble acción;
sindical-barrial; no era otra cosa que actuar en consecuencia con esa opción de
revolución. Revolución Socialista, con la conducción de un partido obrero;
pero con la articulación de diferentes reivindicaciones que devengan en
movilizaciones urbanas cada vez más amplias y radicales. Inclusive,
accediendo a posiciones de control político; en el cual se crearan milicias de
confrontación. Porque, era y sigue siendo claro, que la burguesía entendida
como clase única dominante; ni el Frente Burgués que articula a las fracciones
de clase van a entregar el poder de manera pacífica. La violencia
revolucionaria era y sigue siendo una opción. Pero no a la manera de “la
combinación de todas las formas de lucha”; como lo han planteado de manera
formal los estalinistas y, de una u otra manera, los guevaristas. Es la
construcción de una opción en la cual, cada fase de la lucha revolucionaria,
hace parte de un proceso dirigido por el partido obrero y; por esa vía, es la
posibilidad de aglutinar a los diferentes sectores de la población; en torno a
reivindicaciones generales y específicas; con la mira puesta en la toma del
poder.
Ahora bien, siendo como era y como es actualmente, la fracción financiera
quien hace centro en eses bloque o frente burgués; los trabajadores y las
trabajadoras bancarias, de las corporaciones de ahorro y crédito y de otras
empresas otorgadoras de crédito financiero; pueden (al menos esa era mi
visión) realizar acciones puntuales que influyan en la posibilidad de inducir a
una crisis generalizada de ese sector. Pero sin que esto implique la pérdida del
control obrero a lo clásico; es decir por la vía de su partido. Era y es, inducir
una crisis que repercuta en el Frente Burgués. Crisis que, sin caer en el
oportunismo propio de la lógica formal, pueda derivar en una crisis política en
ese Frente Burgués. Fisuras que pueden, a su vez, permitan la concreción de la
ofensiva obrera y popular.
En ese mismo contexto, los trabajadores al servicio del Estado, así como lo
esbocé arriba, no somos otra cosa que consumidores plusválicos. No en
condición de beneficiarios fundamentales; más bien como sector de
trabajadores que no tenemos ni el control, ni tenemos porque tenerlo, del
centro de confrontación con el Frente Burgués. Lo nuestro se puede asimilar a
esa condición en la cual los y las trabajadores y trabajadoras; ejercemos la
confrontación; sin que esto implique la destrucción de ese Frente y de su
control político. Por muy fuertes que sean las contradicciones. Inclusive, por
muy fuertes que sea nuestro movimiento en momentos precisos de la
confrontación; no podemos tener el referente de que somos la conducción. Por
lo tanto, entonces, no podemos obnubilar nuestra razón de ser.
Es, con estos elementos políticos de claridad, como plantee mi
intervención. Inclusive, señalando con certeza, la desviación que se estaba
produciendo; cuando se avaló al movimiento de trabajadores de la educación
(maestros y maestras); como punto de lanza en la confrontación al Frente
Burgués. Así mismo cuando se hizo lo propio, en general, con los trabajadores
y las trabajadoras al servicio del Estado. Porque, de por sí, esto constituyó una
desvertebración en lo que hace al reconocimiento del eje de intervención. Con
absoluta entereza lo planteo, aún ahora: La gran debilidad estructura de la
CUT, tuvo y tiene que ver con el hecho de entronizar a los y las dirigentes de
estas organizaciones sindicales estatales, como hilo conductor. Esto traduce
que, no fue tanto el hecho de la debilidad de los obreros industriales (incluso
señalo que, por esto, fue tan endeble la promoción de los movimientos
sindicales obreros industriales) en el proceso, porque sí. Fue, insisto en ello,
por el error en la ubicación de ese hilo conductor, que el movimiento obrero se
fue debilitando. No comparto la opción teórica que sostiene que la responsable
es la burguesía por instaurar, por la vía de sucesivas reformas laborales, la
precarización del empleo industrial. Fundamentalmente es responsabilidad de
la dirigencia de la CUT y, de las otras Centrales Sindicales.
Es, repito, en ese esquema de confrontación, en el cual mi intervención
trató de ser consecuente en la crisis política que me correspondió enfrentar. Es
decir, independientemente de la repercusión que tuvieron mis errores, lo cierto
es que mi actuación fue absolutamente conciente y nunca me he arrepentido ni
me arrepentiré de lo que fue mi pasado revolucionario. No reniego, ni siquiera
del periodo en que impulsé y participé de la opción revolucionaria
emparentada con la lucha armada por la vía de la guerra de guerrillas, a la
manera maoísta y guevarista. Con el propósito de ilustrar el contexto en el cual
efectuaba mis reflexiones y mis actividades, transcribo el siguiente trabajo
realizado en esa época.
Uno de los aspectos más relevantes en nuestro proyecto, tendría que ver
con la precisión del concepto “Nación” y sus implicaciones al momento de
redefinir procesos. Empezaríamos a hablar, por ejemplo, de la noción de
regiones y de etnias. En principio y fundamentalmente, decidiríamos avocar el
conocimiento de la Región Pacífico y las alternativas. Para acceder a un
proyecto de revolucionarización en ella.
“…Petronila Rentería de Girardot, una mujer de 84 años, ha vivido la
mayor parte de su vida, alrededor de su familia. Desde niña, añoró trascender
esos territorios. Sin embargo, la fuerza de las convicciones y valores vigentes,
la han convertido en simple reproductora de hijos, nietos, biznietos… Nunca
ha sido feliz. Su primer matrimonio, con Escolástico Girardot, fue una réplica
de la concreción de la dominación por parte del hombre sobre las mujeres.
Este, Escolástico, venía de una familia de tradiciones casi inquisidoras. Su
abuelo materno, había conocido los rigores de la transición entre la
independencia real, a la independencia formal. Cuando, después de haber
concretado la expulsión de los invasores, nos convertimos en territorio de
confrontaciones. Algunas de ellas bizantinas. Otras, de mayor calado, se
referían a los conceptos disímiles de libertad y de la construcción de Estado.
Como si, en cada una de esas expresiones, se descifrara el código de la
dominación, anclada en poderes y macro poderes absurdos; en los cuales se
destruía la razón de ser de la libertad. Sumatorias de territorios y de poderes.
Con actores convencidos de su condición de predestinados por la divinidad del
Dios Católico, para salvar a la nación de las perversidades liberales,
entendidas estas como apertura al conocimiento y a la construcción de
democracia efectiva.
Lo cierto es que Petronila convirtió su vida en un continuo hacer repetitivo,
por la fuerza de la tradición. A pesar de la obvia diferenciación inherente a los
seres humanos, considerados individualmente, lo suyo fue y es una réplica de
la dominación ejercida sobre las mujeres. De por sí, ellas han constituido una
franja de la población, sobre la cual recae el control sobre sus vidas. Hasta
cierto punto, lo aquí expresado, puede aparecer como discurso que ha sido
expresado en diferentes escenarios políticos y sociales. La necesidad de
postular una perspectiva, en concreto para el caso de mi madre Isolina, a partir
de la situación relacionada con su abuelo y su abuela, supone reiterar acerca de
esa dominación. Tal vez, porque en esta situación descrita, reside una especie
de referente asumida por Isolina. Referente no patético. Más bien centrado en
la continua búsqueda efectuada por las mujeres que, como mi madre, aspiran a
desafiar esos condicionantes y trascenderlos., por la vía creativa y proactiva.
De hecho, Isolina tiene un recorrido de vida, que le ha permitido descifrar
las alternativas necesarias para proponer, desarrollar y fortalecer una teoría y
una praxis vinculada al proceso de liberación femenina. Esto es lo que explica,
a manera de ejemplo, su compromiso con las mujeres de Ruta Pacifico y con
la gestión popular alrededor de la periferia en que fue situada, junto con
Demetrio. Escenarios en los cuales crece, de manera exponencial, las
carencias, la desvertebración social y la existencia, latente y real, de opciones
asimiladas a la degradación del entorno físico y de los grupos sociales.
Desde ahí, entonces, Isolina ha comprometido su acción, conocedora de
que la confrontación, en últimas, es con los gobiernos y con el Estado. Por esa
vía ha desembocado en la construcción de proyectos económicos, políticos y
sociales. Cuando le hablé de mi deseo por conocer esa segunda parte de su
texto, me reitero la expresión relacionada con un tipo de actitud, como la mía,
que conduce a pretender abarcar los conceptos de manera tal, que pueden
convertirse en simple formalidad.
Isaías, en consideración a tus inquietudes, acerca de mi compromiso con
las luchas sociales, tengo la posibilidad de presentarte dos escritos míos,
relacionados con ese tipo de actividad. Ya, por vía de tu decisión anterior,
relacionada con esa búsqueda; conociste la primera parte del documento en el
cual realizo un análisis de propuesta de Nietzsche, a partir de su texto
“Humano,
Sinceramente, quedé impresionado por la claridad conceptual aplicada por
mi madre en el escrito. No sé por qué, vinieron a mi mente algunos recuerdos.
Como si estuviera enfrente de otra realidad pasada. Algo así como tener la
sensación de haber vivido momentos pasados relacionados con hechos en los
cuales Isolina y yo estuvimos involucrados. Tanto como haber asistido a un
proceso con una dinámica similar a la que estoy asistiendo. Así se lo expresé a
mi madre. Me dijo, trato de entenderte. Los seres humanos somos sujetos con
imaginación. Creo que esto nos diferencia de los otros animales. La capacidad
para retrotraer imágenes, a partir de nuestras experiencias, proyectándonos al
futuro. En una interacción en la que intervienen diferentes acciones. Por esto
el pasado, para nosotros, es como un escenario en el cual nos recreamos.
Como vivencias que no podemos precisar con certeza cuando se produjeron.
En esto, la memoria colectiva e individual, son factores fundamentales, a la
hora de dirimir contradicciones entre pasado y presente; entre presente y
futuro.
Demetrio estaba jugando en una zona aledaña a su casa. Era un niño, hasta
cierto punto extraño. Su comportamiento tenía mucho de adulto. Como quiera
que expresara, en todos los ámbitos, palabras no solo coherentes; sino que esa
coherencia relacionaba hechos centrados en una figura similar al liderazgo.
Tanto así que sus juegos, no tenían la espontaneidad con que los niños y las
niñas acompañan sus actividades, de imaginaciones, a veces inconexas, pero
casi siempre llenas de ilusiones y de creatividad. Lo de Demetrio era otra cosa.
Parecía tatuado por los rigores de la vida. Una vida signada por las
dificultades. Su familia tenía un peque lote. En el mismo sembraban productos
de pan coger.
Había ido a la escuela, hasta quinto grado. Una escuelita rural, situada en
la zona periférica de Bahía Solano. Su abuelo, destacado líder comunal,
coadyuvaba, con el padre y con la madre, en la manutención de la gran
familia; tanto por su extensión; como también por ser un grupo cálido,
tejedores de historias de vida, al lado de la gente. Una entrega casi absoluta.
Compartían sus escasas cosechas, con quienes lo necesitaban más que ellos.
Demetrio, se forjó en la brega diaria. La lucha por la subsistencia; el
acompañamiento al abuelo Isaías, a sus giras por los barrios de Bahía Solano y
por toda la zona rural. Giras, cagadas de pasión por la unidad para enfrentar la
adversidad que siempre estaba con ellos. Pobreza extrema, sumada, sumada a
los avatares propios de una lucha en contra del olvido gubernamental y las
tenazas de terratenientes. Y, como colateral, la estigmatización y la
persecución por parte de agentes oficiales y grupos armados. Algunos de los
cuales, en veces, actuaban en connivencia con las fuerzas de seguridad del
Estado.
Su primera experiencia de tragedia y dolor, tuvo que ver con el asesinato
selectivo de algunos campesinos y campesinas en una de las veredas. Ocurrió
un sábado en la tarde, cuando las víctimas asistían a una jornada de trabajo
comunitario. Varios hombres armados, irrumpieron en el salón de reuniones de
la vereda. Una vez los identificaron, los mataron allí, en el mismo sitio.
Para Isaías y para Demetrio, la matanza, constituyó un fuerte impacto. Los
nexos con hombres, mujeres, niños y niñas de la región. Sus luchas comunes y
solidarias, por una mejor calidad de vida, habían construido fuertes lazos de
amistad y compañerismo.
Los juegos de infancia eran entonces, para Demetrio, un ejercicio en el
cual la lúdica era reemplazada por una profunda tristeza. Parecía algo innato;
de lo cual nunca se ha podido zafar. En una de las sesiones de juego, conoció a
mi madre, Isolina. Mujer con temperamento y alegría bulliciosa; disfrutaba
plenamente lo que hacía. Desde las rondas, con letra y música de su Pacífico.
No sé por qué la niñita no ha venido, Tal vez con su padre se haya ido,
Para el mar y para el río,
A buscar peces, camarones y langostas; Para traer aquí. Para llevar allá.
Para los niños y las niñas que se alegrarán. Yo tengo un secretito y,
No lo voy a contar,
Es mi secretito, es mi secretón;
Es mi compañía en toda la región.
Secreto que tengo yo. Secretos que tienes tú. Mi secretito y el tuyo se
volverá común.
Tengo un amiguito, es negro como yo. Negro como ustedes; negro de gran
vigor, Que viene en la noche a prender el fogón,
A tocar la marimba y a cantar con mucho amor.
Demetrio porqué estás triste?, Será porque no te miro,
O será porque nunca has reído.
Si juegas conmigo, si ríes con todos, De daré la luna y te daré el Sol.
Isolina era toda exuberancia de amor, lealtad y ternura. Su familia, cercana
a la de Demetrio, compartía lo suyo con todos. Allí había lugar para la
solidaridad. Hasta las tristezas constituían insumos para compartir.
Tenía 12 años, cuando su padre murió. Fue una exhibición del dolor, a la
manera de ellos y ellas. Con cánticos sutiles; llenos de ternura. La que sólo
ellos y ellas entendían e interpretaban.
Duerme, duerme padre mío. Duerme mi negro,
La distancia es larga, Te has marchado;
No volverás en ese cuerpo,
Volverás en mis cantos y en mis oraciones, Con Oriza y con La Madre del
Cobre.
No te veré más en el rancho, Pero allí estarás,
Atizando el fuego, Antes de salir a pescar. Duerme padre querido, El
camino se abre, Para que poses tus pies,
Donde yo nunca he llegado, Pero después te seguiré.
Isolina creció a la par con Demetrio. Amigos de siempre. Amantes niños.
Todo un canto a la capacidad para entender la lógica al revés. Como es la vida,
sin códigos pétreos. Una vida que fueron construyendo. Para ella y para él.
Solo suya. Esto no se comparte; porque se vive. Cada pareja un mundo de
imaginaciones y de creatividad. Solidaridad de cuerpo. Él y ella. Los dos
forjando un mundo para la esperanza.
Isolina proyectó a Demetrio; lo hizo hombre en capacidad de reír y de
otorgar ternura. Dejó de ser ese sujeto rígido, Se convirtió a la única religión
posible para los libertarios: el amor, la solidaridad y la actividad constante por
alcanzar transformaciones sociales, políticas y económicas; de tal manera que
los beneficios sean para todos y para todas quienes hemos estado padeciendo
el dominio, la subyugación. Es una frontera entre lo injusto y lo justo;
entendido esto última como posibilidades reales de crecer individual y
colectivamente.
Con este bagaje, como inventario fundamental de insumos, asumieron la
responsabilidad que implican estos objetivos. Un tránsito dinámico, en el cual
acechaban los peligros inherentes a la misma. Porque eran algo así como
entender las transformaciones, a partir de la cotidianidad.
De hecho, después del asesinato colectivo en la vereda cercana, fue
necesario realizar sus actividades con mucho más riesgo. Este no se podía
minimizar en términos absolutos. Porque constituía un elemento en nexo con
sus luchas. Una figura similar a un corolario indispensable.
El abuelo Isaías asistió, con Demetrio e Isolina, al homenaje póstumo a las
víctimas. Constituyó un hito, desde el punto de vista de su trascendencia. Era
desafiar a los asesinos, desde una posición en la cual confluían el dolor y la
esperanza. Un acto, en el cual se hizo un recorrido coloquial, por las
realizaciones alcanzadas. La unidad férrea; la adquisición de instrumentos
legales y sociales, con los cuales se mejoró la confrontación. Una manera
creativa de asumir los retos. En donde, cada quien, aportaba ideas y
propuestas. Una solidaridad continua y permanente, efectiva. Puesta a prueba
ante las calamidades, propiciadas por quienes veían en las mismas, el
comienzo y desarrollo de una oposición fundamentada en esas unidades de
cuerpo.
Después de la lectura de su documento, mi madre, asistió a un evento
comunitario en el barrio. Se trataba de una actividad, en relación con el
mejoramiento de las condiciones laborales de las mujeres que ejercen como
madres comunitarias. Ellas habían alcanzado un nivel tal de actividad
pedagógica con los niños y las niñas; que han permitido el crecimiento del
nivel de conciencia acerca del compromiso, para proyectarla a todas las zonas
de la localidad. En esta perspectiva, Isolina ha logrado promover y realizar
actividades que han dotado a ese movimiento de una fuerte textura. Un tejido
humano sólido; en donde las fisuras trataban de ser superadas a partir de
acuerdos para avanzar en su ideario. En donde los niños y las niñas, sean
sujetos de participación necesarios. Una visibilidad que sea coherente con sus
expectativas. A partir de entender su dinámica y la realización efectiva de sus
derechos.
Isolina ya había realizado una serie de reuniones con las organizaciones de
madres comunitarias. Un tipo de gestión que les había permitido una
reconstrucción de sus historias. A manera de historias de vida de las
trabajadoras comunitarias. Una historia que comenzó mucho tiempo atrás y
que había avanzado hasta lo que son hoy. Uno de los insumos fundamentales,
tuvo que ver con lograr la participación de los padres y las madres en el
proceso educativo de sus hijos e hijas. Proceso que incluye la preparación de
ellas en términos de su gestión educativa.
Mi madre ha efectuado aportes muy relevantes al respecto. Desde
promover reuniones y acciones alrededor de ese proceso; hasta la promoción
de eventos que incluyan el análisis, en los contextos nacional e
internacional….”
Isolina creció a la par con Demetrio. Amigos de siempre. Amantes niños.
Todo un canto a la capacidad para entender la lógica al revés. Como es la vida,
sin códigos pétreos. Una vida que fueron construyendo. Para ella y para él.
Solo suya. Esto no se comparte; porque se vive. Cada pareja un mundo de
imaginaciones y de creatividad. Solidaridad de cuerpo. Él y ella. Los dos
forjando un mundo para la esperanza.
Isolina proyectó a Demetrio; lo hizo hombre en capacidad de reír y de
otorgar ternura. Dejó de ser ese sujeto rígido, Se convirtió a la única religión
posible para los libertarios: el amor, la solidaridad y la actividad constante por
alcanzar transformaciones sociales, políticas y económicas; de tal manera que
los beneficios sean para todos y para todas quienes hemos estado padeciendo
el dominio, la subyugación. Es una frontera entre lo injusto y lo justo;
entendido esto última como posibilidades reales de crecer individual y
colectivamente.
Con este bagaje, como inventario fundamental de insumos, asumieron la
responsabilidad que implican estos objetivos. Un tránsito dinámico, en el cual
acechaban los peligros inherentes a la misma. Porque eran algo así como
entender las transformaciones, a partir de la cotidianidad.
De hecho, después del asesinato colectivo en la vereda cercana, fue
necesario realizar sus actividades con mucho más riesgo. Este no se podía
minimizar en términos absolutos. Porque constituía un elemento en nexo con
sus luchas. Una figura similar a un corolario indispensable.
El abuelo Isaías asistió, con Demetrio e Isolina, al homenaje póstumo a las
víctimas. Constituyó un hito, desde el punto de vista de su trascendencia. Era
desafiar a los asesinos, desde una posición en la cual confluían el dolor y la
esperanza. Un acto, en el cual se hizo un recorrido coloquial, por las
realizaciones alcanzadas. La unidad férrea; la adquisición de instrumentos
legales y sociales, con los cuales se mejoró la confrontación. Una manera
creativa de asumir los retos. En donde, cada quien, aportaba ideas y
propuestas. Una solidaridad continua y permanente, efectiva. Puesta a prueba
ante las calamidades, propiciadas por quienes veían en las mismas, el
comienzo y desarrollo de una oposición fundamentada en esas unidad de
cuerpo.
Después de la lectura de su documento, mi madre, asistió a un evento
comunitario en el barrio. Se trataba de una actividad, en relación con el
mejoramiento de las condiciones laborales de las mujeres que ejercen como
madres comunitarias. Ellas habían alcanzado un nivel tal de actividad
pedagógica con los niños y las niñas; que han permitido el crecimiento del
nivel de conciencia acerca del compromiso, para proyectarla a todas las zonas
de la localidad. En esta perspectiva, Isolina ha logrado promover y realizar
actividades que han dotado a ese movimiento de una fuerte textura. Un tejido
humano sólido; en donde las fisuras trataban de ser superadas a partir de
acuerdos para avanzar en su ideario. En donde los niños y las niñas, sean
sujetos de participación necesarios. Una visibilidad que sea coherente con sus
expectativas. A partir de entender su dinámica y la realización efectiva de sus
derechos.
Isolina ya había realizado una serie de reuniones con las organizaciones de
madres comunitarias. Un tipo de gestión que les había permitido una
reconstrucción de sus historias. A manera de historias de vida de las
trabajadoras comunitarias. Una historia que comenzó mucho tiempo atrás y
que había avanzado hasta lo que son hoy. Uno de los insumos fundamentales,
tuvo que ver con lograr la participación de los padres y las madres en el
proceso educativo de sus hijos e hijas. Proceso que incluye la preparación de
ellas en términos de su gestión educativa.
Mi madre ha efectuado aportes muy relevantes al respecto. Desde
promover reuniones y acciones alrededor de ese proceso; hasta la promoción
de eventos que incluyan el análisis, en los contextos nacional e internacional.

13

En diciembre de 1954, nos reunimos. La convocatoria la haría yo. Fui


informado de una infiltración en la Célula 49. Una unidad con muchos y
muchas camaradas. Tal vez, lo más preocupante tenía que ver con la
información que se manejaba. Descripción de objetivos. Planeas para realizar
una campaña de afiliación en dos de las ciudades más importantes. Además,
nombres de dirigentes sindicales que participaban de nuestras acciones y que,
serían promovidos, algunos de ellos, al Comité de Dirección. Empecé
presentando el informe. Incluidas las fuentes de información, personas de
mucha responsabilidad y conocimiento de causa. No sé por qué, entraría en
sospecha de dos miembros del Comité de Dirección. Una de ellas Alejandrina.
La otra persona sería Emilio Buriticá Pomares. Un muchacho recién ingresado
a nuestro movimiento. Su trayectoria lo mostraba, en principio, como un
camarada sin mucha formación política. Su disciplina daba mucho que desear.
Lo había propuesto Orión Benjumea Cristancho. Lo había conocido en la
ciudad portuaria del Departamento del Valle. El mismo día de la postulación,
yo presenté mis dudas. Uno aprende a leer el pensamiento. Ante todo porque
mis lecturas y realizaciones, me habían dotado de mucha sensibilidad. Una
especie de psicología práctica Alejandrina haría su defensa, presentando
pruebas testimoniales que la situaban en una posición envidiable. Habida
cuenta de su trayectoria y de sus acciones. Fundamentalmente, en los barrios
del sur de la capital. Miles de adeptos valoraban su trabajo como intelectual y
como camarada Tropelera, al momento de promover y realizar movilizaciones
en plaza pública, sin ningún temor. Incluida, a manera de ejemplo la realizada
el primero de mayo de este mismo año. Tuvo la valentía de enfrentar a los
cahiporros asesinos a sueldo. No solo salió indemne; sino que lesionó a dos de
ellos con su bastón de mando.
Siendo así, entonces, me apoyé en correspondencia escrita entre ella y
Simón Alvarado Tenorio, un sujeto que iba y venía, según las condiciones. Esa
correspondencia, hacía referencia a algunos aspectos de nuestras realizaciones
internas; que él no tenía por qué saberlos. La justificación, le leí en esas cartas,
hablaría de una supuesta inserción en mandos medios de los dos partidos.
Supuestamente, algo que nos beneficiaría para realizar acciones de mucha más
importancia y envergadura.
Lo cierto es que terminamos la reunión casia a la una de la madrugada del
domingo. Por mayoría calificada, se tomaría la decisión de no aceptar mis
acusaciones en contra de Alejandrina. Sobre Emilio, acordamos una
suspensión provisional. Suponía modificar todas nuestras rutinas. Además del
cambio de sede para las reuniones. Esos cambios lo conoceríamos en la
próxima reunión, con fecha en suspenso, por obvias razones..
Al fin, Demetrio no vino el lunes pasado; tal y como lo habíamos
acordado. Esta actitud no es extraña en él. Siempre eludiendo cualquier tipo de
confrontación. Tal vez, en mi interior, confiaba en que asistiría. Lo que está en
juego va más allá de una discusión formal. No es de trabar palabras, como al
garete. Se trata de tratar de recomponer una ruta. Ya está claro, como se lo
dije, el sábado. Hay que encontrar una alternativa viable. Porque, de lo
contrario, estaremos adportas de otra crisis. Lo que sucedió en Plaza Santander
convoca a desandar algún trecho. Eso de ver erosionar el contexto conceptual
de nuestra revolución, no admite posiciones dubitativas. Ya sabemos que, en
perspectiva, estar como falderos con respecto al actual gobierno y, en general,
ante el Estado, no va a traducir otra cosa que conculcar lo que tanto trabajo
nos ha costado.
Estando en celebración del Primero de Mayo, me di cuenta de muchas
cosas. Una de ellas, tal vez la fundamental, tiene que ver con el desapego a
que hemos llegado. Como que nuestro soporte ideológico se ha ido diluyendo.
Como que vamos en contravía. De esos anhelos en una utopía que merecemos
y que hemos desarrollado en plena lucha. En la confrontación sin
intermediaciones. Contando con ese referente de sociedad socialista que sigue
estando ahí, como horizonte alcanzable. Y es que viene, de tiempo atrás, esa
delgadez. Es lisura. Ese asumirse con en derrota. Como decir que no somos ya
lucha cuerpo a cuerpo en lo que esto tiene de corpus teórico e ideológicos. Un
tal parece que es verdad. Es decir que nos sumergimos. Una globalización
anclada en la economía de mercado. Y en la reconceptualización, por parte de
la burguesía en lo que la soporta. Es decir, en dos eventos básicos. Uno del
lado del significado que infiere la denotación Clase Obrera. De otra la
prevención de desideologización del Estado. En una premura por habilitar un
entendió de “Estado Social de Derecho”, pero siempre atado al poder que da
ejercer dominancia económica y soportando esto en las armas.
En esas estaba cuando encontré a Raquel, la Flaca con mayúscula. Con ella
tengo algunos altibajos en términos de interpretación. Ella se ha hecho
proclive a una opción demediada.
Algo así como asumir la confrontación en la verbalización de proclama. Y,
en consecuencia, se ido por una tangente inmensa. Como corolario de una
función mecánica. En la cual la variable, siendo como somos nosotros los
trabajadores, se ubica como recorriendo una cantaleta. En una certeza de que
los ha atrapado la duermevela de la flexibilización burguesa. Y, entonces, el
estado de dominio ya no es la “Revolución Clásica”, ortodoxa. Si no, más
bien, una caricatura cruzada por mil y un matices asociados siempre al
concepto socialdemócrata.
De regreso a casa estuve con Miguel. Un obrerito tempranero. Quiero decir
un mozalbete precoz. De viva voz y más viva alma. Como quiera que ha
asumido retos de complejidad y trascendencia. Me ha cautivado su manera de
entender la lógica compuesta. Yo traduzco esta expresión como: confrontar en
varios frentes al mismo tiempo; enhebrado con un mismo hilo conductor.
Sobre todo, en esta época en que ejercer como dirigente sindical tiene solo dos
opciones, opuesta entre sí: o se proclama condición de lucha sin tersuras y, en
consecuencia, se expone a la devertebración por vía de fuerza. Incluida la
pérdida de la vida en ello. O, simplemente, se accede al laberinto propuesto
por los poderdantes y por su séquito de saltimbanquis y opereta.
No hablamos mucho. Solo algunas palabras respecto a la movilización y a
lo lejana que vemos la recomposición de nuestras fuerzas. En esto, Miguel, es
certero: no ha lugar una búsqueda de equilibrio. Más bien es el momento de
profundizar la contradicción. Es decir, no ha lugar al entendido de
acercamientos vergonzantes ante el poder burgués.
Fue, justo, al día siguiente que hablé con Demetrio. No lo vi en la
movilización. No le pregunté la causa. Yo estoy advertido en una suposición.
Que, Demetrio, ha entrado en la doble vía. Algo así como por aquí. Pero
también por allá. Es ese tipo de vuelo de resorte. Al garete. Como quien
desdice mucho lo poco que ha logrado decir y actuar. Es ese universo aciago el
que me fastidia. Como rumiando conmigo mismo. En eso de hasta dónde
puedo llegar, que no sea al ablandamiento.
Nos dijimos poco el uno al otro. Como que ya estamos avisados. Pero, le
insistí en eso, nuestra responsabilidad es alcanzar la delimitación. De tal
manera que no queden insumos por ahí. En el ropero de la memoria. Ante
todo, conociendo él, que de nuestra decisión depende, en mucho, lo que va a
acontecer a futuro inmediato.
Fue, ese día, en que acordamos la reunión crucial. Y lo convencì de la
necesidad de convocarla. Como debe hacerse. Con expresiones precisas. De
tal manera que no haya lugar al entendido vago. Que, a veces, son perversos.
Por lo que significan a la hora de discernir sobre como desatar ese nudo tan
complejo. Pero, a la vez, tan necesario; por cuanto da la oportunidad de definir
de cual lado se está.
Y, llegado ese lunes, Demetrio no apareció. Tampoco Rafael, ni Raquel, ni
Luzardo, ni el pibe Abel. Para quienes llegamos y esperamos fue algo así
como entender que, en adelante, estaríamos solos. Por parte de Abelardo hubo
una expresión certera: vamos los que quedamos, dejando atrás a los no se
quedan.
El domingo siguiente, como casi siempre, me encontré con Genaro Gaspar.
De mucho tiempo amigos. Él a un lado. Yo al otro. Quiero decir que, Gaspar,
se ajusta al modelo de lo que peyorativamente llamamos “pequeño burgués”.
Y es que, con él no he tenido necesidad de discusiones yendo al fondo.
Simplemente porque ha estado en lo suyo. Sin ninguna pretensión de largo
vuelo mentiroso. Simplemente asume con mucho respeto nuestra relación.
Como quiera que nos conocemos desde niños. Allá en ese lejano tiempo del
barrio y de las travesuras tan lindas y tan recordadas. Ese día estuvimos hasta
tarde, en su casa. Dele a la recordación y a la carreta desprevenida y sincera.
El martes iba hacia el trabajo. Mucha gente en la calle. Cerca de la casa de
Miguel. Ahí mismo, en la acera estaba su cuerpo, tirado. Me acerqué. Solo un
balazo. Certero. En su frente amplia y limpia. Le destrozaron ese cerebro de
ansiedad, de ideas, de movimiento, de amor, de amistad.
Me quedé ahí, a su lado. Diciéndola tantas cosas juntas; que casi sentí que
me estaba escuchando y que reía. Como solo sabía hacerlo. Mirada abierta,
incisiva. Convocante. Pasado un rato, no sé por qué, recordé el día en que
Demetrio, en plena discusión, le dijo a Miguel:” …cualquier día de estos vas a
saber de lo que soy capaz…”
El día 23 de diciembre nos reunimos en una casa de otro barrio diferente al
acostumbrado. Yo seguía dudando de Alejandrina. La muerte del compañero
Miguel, había exacerbado mis dudas y mis dudas. No encontraría, en mi
análisis, ninguna otra explicación que la expuesta por mí. La única persona
con acceso a los códigos y los sitios de reunión, era Alejandrina.
Como siempre lo ha hecho, planteó su defensa, haciendo acopio de una
disquisición en términos de supuesta aversión de mi parte hacia ella, por el
hecho de ser mujer. Propuse una reflexión en lo relacionado con mis
antecedentes hacia las compañeras de trabajo en la organización de
movilizaciones y confrontaciones directas con la tropa. Además, Eugenia
Benítez Hinestroza y Patricia Lara Espitia, camaradas de vieja data, podría dar
fe de lo que yo decía. Acordamos apelar de Jorge Quinchía Marmolejo,
nuestro veterano e insigne camarada, radicado en uno de los países vecinos.
Tuvo que salir del país, después de sobrevivir a un atentado en Pueblo rico.
Realizaríamos todos los trámites necesarios. Esperaríamos hasta el 30 de
enero. Nos tomaríamos el tiempo necesario; de tal manera que cometiéramos
errores.
Yo había asumido el compromiso de presentar más pruebas relacionadas
con Emilio Buriticá Pomares. Su seudónimo interno era Samuel Albarracín.
Tenía (Yo) declaraciones de fuente válida y verdadera. Además de historias de
vida de muchas personas que, de una u otra forma, conocía a Samuel. De otra
parte, en lo fundamental, todo conducía a denunciar las infames argucias de
Samuel. Como resultado fue muerta Isolina Rentería y Demetrio Carvajalino.

14

Al volver, ese día, encontré a Ariadna inmolada. En casa no había nadie.


Solo ella. En el mismo sitio en que la dejé hace diez años. Todos se habían
ido. No encontré rastros de mi padre y de mi madre. Tal parece que habían
abandonado este espacio físico. De los otros hermanos y hermanas, no
quedaba ningún registro. Me instalé en el mismo cuarto en que estaba, inerte,
Ariadna. Allí dormí esa noche. Tuve un sueño extraño. Estaba con Isolina y
con Juliana, en un territorio desértico. A mi lado había un sinnúmero de niñas,
vestidas con trajes de color negro. Ululaban en mis oídos. Un sonido
profundo, que aumentaba con el paso del tiempo. Juliana me advertía algo.
Con su mirada hermosa. Isolina me requería. Como diciéndome: dónde
estabas, cuando desapareció Demetrio, tu padre. Yo no atinaba ninguna
respuesta. Simplemente, me refugiaba en la coraza de mi yo como sujeto
dueño de mis acciones. Le expresé algo relacionado con mi odio por quienes
pretenden ser justos, equilibrados; libertarios. Esos que postulan, a cada paso,
la necesidad de una transformación. Hacia un sociedad igualitaria. Le decía:
Lo mío no es eso. Yo coadyuvé a su desaparición. Por eso mismo. Porque veía
en él un sujeto estereotipado. Un bastardo político. Que heredó triquiñuelas, a
manera de opciones metodológicas que pretenden demostrar que esta sociedad
está soportada en el dominio hegemónico de quienes poseen la riqueza. Ese
tipo de sujetos tienen que ser cuestionados y eliminados.
Lo mismo usted, Isolina. Lo mismo usted, Juliana. Hice matar a Demetrio.
La maté a usted y a su hija. La perseguí a usted y a Pedro Arenas. Porque eran
insoportables con sus discursos obsoletos. De libertad y de derechos. Porque,
en mí, cobra fuerza la limpieza social. La entronización de quienes no
reclamamos nada. Porque somos dueños absolutos de esa heredad en donde
cada quien es cada quien. Una selección natural que nos sitúa, a quienes no
reconocemos equilibrios, en dueños de nosotros mismos. Yo soy uno de ellos.
Soy una vertiente continua que irriga a quienes son como yo. Irrigación que
está soportada en la individualidad. Ajena a eufemismos circunstanciales que
postulan solidaridad. La solidaridad, en mí, es una expresión grotesca. Ya lo
he dicho antes y lo repito ahora.
Después las vi alejarse. A Juliana y a Isolina. A las niñas vestidas de negro.
Un color que me obnubila. Para mí es un desagrado. Los negros, son como las
mujeres. Inferiores. No racionalizan nada. Un cerebro que no trasciende más
allá que lo inmediato. Incapaces para construir opciones válidas. Tal vez por
esto, instigué a las fuerzas de control y exterminio para que actuaran en
Bojayá. Y en Caloto. Y en los Cabildos indígenas del Cauca. Expresé todo mi
odio a esas razas primarias. Hacia ese género que debe ser dominado. Que son,
para mí, solo sujetas de deseo. Que exacerban mis instintos. Ya, de por sí en
ese sueño, mi falo permaneció erecto. Cuando vi a las niñas, a Isolina, a
Juliana. Erección que es única.
Vertí inmensa cantidad de líquido. Un sueño en otro sueño. Las monté a
todas. Manipulé mi músculo inmenso. Cuando desperté, estaba inundado. Mí
pene seguía ahí. Como esperando otra visión. De Juliana y de Isolina,
desnudas. De las niñas que tenían su sexo destruido.
Me levanté. Otra vez vi a Ariadna. Parecía dormida. No se había
descompuesto su cuerpo. Como en el relato de García Márquez, estaba
inmóvil. Incorruptible. Como diciéndome: aquí estoy. Para reclamar justicia.
Para condenarte a ti. Como sujeto vulnerador. Yo hice caso omiso de sus
expresiones. Salí a la calle. Caminé largo rato. Avenidas sombrías. Sin nadie
presente. Como si se hubieran evaporado los transeúntes. Solo estaba yo.
Caminé sin descansar. Al fin hallé a alguien. Una mujer muy joven. Estaba
parada en un sitio destinado para la espera de transporte. Negra, con un cuerpo
hermoso. La desnudé con mi mirada. Sus pezones erectos. Nadie los había
tocado. Un triángulo pélvico, cerrado. Con vellos blancos y negros.
Impenetrado. Me habló algo que no entendí. Solo sé que, cuando traté de
asirla, desapareció. Como si lo visto hubiese sido simple visión enrarecida.
Después la volví a ver. Un callejón obscuro, como su piel. Me llamó con
sus ojos y con sus manos. Al entrar, para poseerla, sentí un intenso dolor en el
vientre. Una daga inmensa me penetró. No volví a despertar. Estaba muerto.
Efectivamente, hui. Caminé sin descanso. Llegué hasta Villa Gabriela. Un
lugar sórdido. Ya estuve ahí. En el tiempo de en qué me sometieron al
aislamiento. Un lugar monótono. Solo blanco y negro. Sin la iridiscencia
propia de la vida, cuando se vive sin ataduras que laceran. Lugar propicio para
ejercer como leprosorio para espíritus corroídos. Allí conocí al par de
Calígula, individuo de un odio inveterado a la libertad. Cuando lo conocí
estaba preparando su viaje al territorio de las elecciones manejadas. Al lugar
en donde se envolvía a la verdad, amarrándola, asfixiándola en un traje
parecido9 a camisa de fuerza. Lugar patrio manejado a distancia. En donde la
mentira enrolla a la lógica. Hasta construir escenarios de intervención como
simples compilaciones de evangelios eternamente aprendidos. Guiados por
una opción única. Sin ningún tipo de asidero diferente. Lugar de pantomima.
De la norma jurídica implantada como ideario enrevesado. Una lógica del
derecho que obnubila. Donde hay víctimas sin victimarios. Donde los
controladores son supremos jerarcas que trastocan lo cotidiano. En donde los
mensajes son soliloquios entre gendarmes. En donde la vida, el derecho a ella,
no existe con realización; sino como postulación incorpórea. Que nunca se
concreta. Que está a merced de los lapidadores garantes del poder. Poder
aciago, que crispa los sentidos. Ahí, ende los conceptos son vertidos de
manera unilineal; sin lugar para desencuentros. En donde el príncipe perverso;
el aprendiz de rey, ejecuta trozos de opereta soportada en la teoría de conmigo
o en contra mía.
Pasó, también por aquí, el Inhibido. Que permitió todo tipo de ejercicios
vandálicos. Aquel que dibujó la paz como concepto de idolatría pusilánime. El
de las palabras ampulosas. El que cerró los ojos ese día trágico de noviembre.
El que persuadió a la comunidad internacional de que le manipularon el pulso
y la mente. El defensor infame de la gendarmería atrabiliaria. Esa que hizo
añicos la expresión física de la justicia. Como gnomo fantasioso. El que se
refugió en la poesía sin piso y sin talante. Aquel que convocó a los habitantes
del país de nunca jamás, a diluirse como colectivo; mientras que el manto
blanco de los inquisidores se cernía sobre la verdad. Ocultándola. Haciendo de
los desaparecidos simples figuras ignotas. Sin cuerpo y sin palabras.
Estuvo el brigadier de brigadieres. El general de generales. Aquellos que
asolaron el Cono Sur. Desde Chile hasta Uruguay. Vencedores que lapidaron
hasta más no poder. Los que mimetizaron la tragedia de los pueblos. Los que
inventaron el descenso obligado, sin paracaídas. Que zambulleron, a la fuerza,
en los mares cercanos, a los patriotas que revindicaron sus derechos. Aquellos
que exterminaron la alegría. Y las voces. Y las canciones. Y las ilusiones de
los adolescentes. Aquellos que creyeron que las madres son simples íconos.
Aquellos que no sospecharon que estas crecería la solidaridad, en ternura
guerrera; en símbolos de la pasión por sus hijos y por sus hijas.
A su lado estuve yo. El de siempre. El que nunca ha levantado la voz. El
que nunca ha arriesgado un solo concepto, por efímero que sea. Este Samuel,
convertido en Isaías, espécimen aturdido por las mentiras de sí mismo. Este
que debutó en el mundo, amarrado al destino. Y que fue conciente de ello.
Desde que, en el vientre, le arrebataba a su madre su condición de mujer
viviente. Este que imitó al padre desde un comienzo. Que hizo veeduría
gendármica de los pasos de Rosa. Este que mató y volvió a matar. Amigo de
Pánfilo. Supuesto enemigo de Sinisterra. Pero que, en verdad, coincidió con él.
Su única contradicción estuvo del lado de desear el cuerpo de Susana. Nada
más. El que inventó, una y mil veces las ejecuciones en serie. La matanza de
mujeres para exhibirlas como trofeo infame. El que ha muerto y ha vuelto a
nacer multitud de veces. En todos los tiempos y en todos los territorios.
Es mi segunda llegada a la Villa. Vine dispuesto a recordar. Y ya lo he
hecho. Vine huyendo de mí mismo. Pero conmigo estoy aquí. Vine, esta vez,
porque Urania descubrió mi juego. Se convirtió en defensora de sí misma y de
su madre. De todas aquellas que pasaron por mis manos ácidas. Desde Rosa,
hasta Silvia. Desde Isolina hasta Juliana.
Urania me retó a volver adonde nunca debía de haber salido. Esa tierra que
ha incoado y protegido a los perversos.
Siendo el tercer día, desde mi segunda llegada, recibí la visita de Rosa.
Supo de mi nueva estadía en la Villa. Hablamos durante 24 horas continuas.
Me contó de su reencuentro con Alejandro Verdaguer. De su permanencia en
Paysandú. Ella y Francesca, vivieron al lado de él. Por turnos. Como macho
cerril, las poseía a ambas. Una y otra. A cada momento. Decidieron equilibrar
el otorgamiento de placer. Hasta el día en que Francesca y Verdaguer
desaparecieron. Indagó por ella y por él, desesperada. Rosa no concebía el
mundo sin la presencia del macho Alejandro. Federica Maidana le refirió que
los había visto Montevideo. En compañía de Susana y de su nuevo amante
Adrián. Habían llegado dos años atrás. Lideraban una sucursal de empresa
traficadora con etnias. Susana abortó el sembrado que dejó Sinisterra en ella.
Éste último había viajado a Londres, como escala de su destino final, Arabia
Saudita. Le escribió a Susana, contándole de sus éxitos. Había establecido en
Lisboa y en Islamabad, sendas sucursales de su nueva empresa traficadora de
migrantes e inmigrantes africanos y asiáticos.
Rosa, una vez conoció el paradero de su Alejandro, viajó hasta
Montevideo. Llevaba consigo unas ganas inmensas de él. Nunca había pasado
tanto tiempo, desde que lo conoció, sin su fortaleza, sin su vigor. Inclusive, me
comentó que todas las noches, en la misma cama, ella, él y Francesca,
construían fantasías orgiásticas. Una y otra vez, el falo de Verdaguer las
alucinaba. Ellas se inundaban, mientras él permanecía con su taladro erguido.
Pasaba una y pasaba la otra. Durante cuarenta horas se amaron, en la versión
más sucia que este término tiene. Ella y ella, también se recorrían, cuando
Alejandro no estaba o cuando dormía. Al final del relato, Rosa me expresó que
nunca supo si perseguía a Alejandro o a Francesca. Lo cierto, me dijo, es que
no podía vivir sin poderse vaciar. Sin que la excitaran y que la penetraran, o
cualquier otro ejercicio. No la encontró ni lo encontró. Ella y él nunca
volvieron a aparecer.
Abandonada por él y por ella, viajó a su país de origen. Buscó a Santiago.
Antes de localizarlo, surtía sus ansias, masturbándose, con la imagen de su
Santiago y la de Francesca. Se había convertido en una mujer insaciable. O, tal
vez, siempre lo había sido. Su repudio. Hubo un momento de su vida en que se
sintió vulnerada. En el tiempo en que vivió con Santiago. En ese periodo en
que parió una y otra vez. En el periodo en que me tuvo a mí como compañía.
Cuando creyó que podría ser sujeto mujer autónoma, combinando placer y
jerarquía. Imitando a Isolina, que se había constituido en su referente. No
alcanzo a entender la verdadera dimensión del feminismo como movimiento
que reclama el derecho a ejercer la diferencia de género. Nunca supo, si ella
podía revertir su lascivia; para convertirse en hacedora de cultura fémina. Con
todo lo que esto tiene de postura racional, con imaginación. De radicalidad en
valores y principios. No hablo de una ética feminista, insulsa. Hablo de una
ética feminista coincidente con ejecuciones propias, sin arribar al puerto
prostituido. Lo cierto, debo reconocerlo así, es que sus entregas sucesivas no
constituyen ejercicio de barragana. Porque siempre ha estado con ha querido
estar. A excepción de la época en que estuvo al lado de Santiago.
Lo volví a buscar, me dijo, porque ya no están aquellos a quienes amé,
antes de él. Lo busco como refugio. En un giro utilitarista. Porque aspiro a que
él haya cambiado. Que ya me sepa poseer como yo quiero, como lo he
querido. Ululando, imaginando opciones no repetidas.
Cuando lo encontré, me dijo, nos apareamos. Lo seguimos haciendo.
Ahora mismo voy en tránsito hasta donde está. Mi paso por aquí es
circunstancial. Aproveché el momento para visitarte. Veo que has cambiado
mucho físicamente. Te veo derruido. Esos enfermizos personajes tuyos te han
aniquilado. Ya no tienes la fuerza espiritual que conocí. O será que nunca las
has tenido. Y que, por el contrario, has vivido, desde siempre, al garete. Como
noria perdida, sin rumbo.
Esa misma noche resolví demostrarle que si era el mismo. Me sentí retado
por ella. Sus relatos en relación a Francesca, a Verdaguer, a Santiago; y su
afirmación despectiva en torno a mi aniquilamiento; despertaron en mí ese yo
que creía perdido. Mi decisión ya estaba tomada. Rosa pagaría muy caro su
osadía. Nunca he soportado que me definan como sujeto pusilánime. En el
pasado inmediato reaccioné, huyendo, ante las expresiones de Urania. Lo hice
así, porque consideré prematura la decisión del volver a ser yo. Pero, ahora, no
soporté más. La tumbé al piso. La golpeé. La inmovilicé. La forcé a abrir sus
piernas, hasta llegar casi a una horizontal. vi. Todas sus paredes vaginales. Los
bordes acezaban. Su centro clitórico, estaba erguido. Me zambullí ahí. Me
desnudé. Ya mi asta estaba dispuesta. Siempre ha sido grande y voluminosa.
Sin embargo, hoy ha crecido más. La introduje violentamente. El ritmo del
ejercicio que había aprendido desde niño, la hacía gritar. Por lo lacerante.
Porque, al mismo tiempo la hurgaba con mis dedos. Halaba los bordes
vaginales con ellos. Haciendo fuerza. Cada vez con más fuerza. Mi asta
entraba y salía. No sentía lubricación alguna. Fue una manera de demostrarme
que no sentía placer. Me indigné. No soportaba el dolor por la resequedad. No
soportaba que ella no sintiera placer. Mordí sus pezones, como represalia. Le
grité: puta, puta. Ahora veras que sigo siendo el mismo. Cuando empezó a
sangrar por entre las piernas, me exacerbé más. Un olor agrio. Allí mismo se
desangró. Sus heridas en los pezones y en su vagina produjeron una
hemorragia imparable. Sin embargo seguí allí, encima de ella. Hasta que vacié
todo el líquido viscoso, amarillento. Le susurré, por última vez: puta, no me
vuelvas a provocar…pero ya no me oía. Estaba muerta.
La levanté, caminé hasta el acantilado y empuje su cuerpo hasta verlo caer.
Entonces, miré en derredor y me encontré de frente con Urania. Estaba ahí, a
mi lado. Me golpeó con una varilla, en la frente, me empujó…y empecé a
caer…lo último que vía fue el rostro sonriente de Urania que me veía caer.
Demetrio estaba en su sitio de trabajo. Un salón inmenso con hornos a lado
y lado. Como operario, debía surtir el horno que le había sido asignado. Un
calor insoportable. Una sensación de asfixia, que invitaba a desear los espacios
abiertos, frescos. Un salón en el cual estaba acompañado por otros hombres,
igual que él, atosigados por el infernal fuego. Su labor era, y sigue siendo,
coadyuvar a la transformación del hierro en diferentes aleaciones. Decantando
esa figuración asignada al elemento primario, según los requerimientos de la
empresa.
Cierto día, sin saber por qué, me asediaba un vago recuerdo. Como si yo
hubiera estado, e n el pasado, como operario. Así como Demetrio. La
diferencia radicaba en que, siendo yo sujeto partícipe de un proceso, ese
proceso era algo así como orientar las perversiones inherentes a la
desculturización. Como raponazo a nuestras vivencias. Como si yo hubiese
estado al servicio de los destructores de etnias y de los elementos asociados a
ellas. Siendo, así, un sujeto pervertido, auriga de los controladores. Me veía
desarrollando lenguajes lineales. Pretendiendo suplantar la creatividad y la
belleza de nuestros saberes ancestrales, nativos, desde antes de la invasión.
Pretendí deshacerme de ese recuerdo, a partir de orientar mi quehacer con
los postulados de Demetrio y de Isolina. Siendo yo una derivación de un amor
pleno, íntegro. Sin embargo, persistían en mí esos vagos recuerdos. Como
haber conocido otros lugares y otras personas. Una de ellas, una mujer
parecida a Isolina, en lo que esta tiene de entereza, de sutilidad, de elevados
valores acumulados. No como simple sumatoria de agregados
circunstanciales; sino como expresión de una vida dedicada a construir
espacios humanizados, garantes del progreso, centrado en la convivencia, el
respeto y la creatividad colectiva e individual. Escenarios no endosados a los
poderes. Más bien, en interacción con todos y todas aquellos (as) que tenemos,
en cualquier momento de nuestras vidas, unas vivencias inconexas,
segmentadas, valoradas como simples accesorios que adornan la sociedad
regida por quienes esquilman a los demás…Aún siento esas secuelas.
Petronila Rentería había llegado, con su hija, la noche anterior. Caloto las
vio llegar. Un tanto desorientadas. Venían desde Bahía Solano. Desorientación
y desesperanza. Una llegada forzada, en razón a hechos que comprometían la
seguridad y la supervivencia. Venían, precedidas de caravanas enteras, de
nativos originarios, de afro descendientes, de campesinos rasos. Cada paso, en
su huida, constituyó una odisea. Porque el hambre, el cansancio y el
desarraigo ejercían como peso que los obligaba a establecer una comunicación
continua con un horizonte perdido. Porque, los conceptos de familia y de
grupo tendían a convertirse en expectativa latente, no hecho concreto. Han
pasado tantos años de lucha por la supervivencia, por superar la marginalidad
y el tratamiento como parias, por parte de los poderes central y regional; que
el solo hecho de sentirse vivos era, de por sí, una hazaña. Llegaron, pues, a
Caloto, sin saber si constituía punto de llegada; o mero tránsito hacia otro
territorio que no se avizoraba.

15

Ciudad de historias. De luchas y de expresiones por el reconocimiento y el


respeto a las etnias. Lugar de asiento de Paeces y de Nasas. Con un perfil
construido a lo largo de un proceso que se remonta a los años inmediatos
después de la invasión de los españoles. Fundada una y otra vez. Allanada una
y otra vez, por las fuerzas perversas de los invasores; que veían en ese
territorio una zona estratégica para apuntalar el dominio den Popayán. Lugar
de confluencia y de demostraciones en lo que a la resistencia nativa se refiere.
Ya había sido demostrada la capacidad guerrera y libertaria en 1543,
cuando derrotaron las pretensiones de Sebastián de Belalcázar. También, en
1563, Paeces y Pijaos les infringieron otra derrota. Ya, con la conducción de
Joaquín de Caicedo y Cuero, insinuaban su disposición a contribuir con la
lucha independentista. Un territorio localizado en el centro del norte del
Departamento del Cauca. Entre Toribío,
Corinto, Santander de Quilichao y Jamundí.
Paso a paso, con dignidad y capacidad organizativa, se construyeron los
Resguardos de Huellas, López Adentro y Toez. Forjadores de la Asociación de
Cabildos Indígenas y del CRIC. Con una historia vinculada a la Campaña
Libertadora que se dirigió al sur, al mando de Simón Bolívar. Que lo acogió.
Con una participación activa, desde 1810. Prueba de resistencia y de acción.
Isolina Girardot, siempre al pie de su madre. Con un recuerdo vago de su
padre Escolástico. Pero, asimismo, con una fijación plena de su recorrido. Una
aldea destruida. Persecuciones continuas que las vulneraron. A ellas y a sus
grupos sociales y étnicos. Fijación que gira a su alrededor. Sin perderse nunca,
ni como visión, ni como recuerdo. Una incitación constante a realizar
actividades tanto o más importantes que las anteriores. Con la mirada puesta
en el hoy y en el mañana. Soportando, otra vez, el asedio de las fuerzas que
tratan de imponerles el reconocimiento del poder de terratenientes. De quienes
han instalado grandes ingenios azucareros. Inclusive, robándoles el agua. De
quienes ejercen un poder occidentalizado. Aquellos que pretenden, por la vía
del aniquilamiento, destruir sus ancestros culturas y sociales. Por la vía de
desdibujar la extensión y complejidad de las tradiciones. Desde los Muiscas
hasta los Nasas. Llegando inclusive, los invasores y sus herederos, a trastocar
el significados de esas culturas. Como, cuando, invirtieron los valores;
dándoles significados y denominaciones diferentes. Entonces, no es San
Agustín o la “Cultura Agustiniana”; es y será la Cultura Muisca. Aquella que
se extiende desde Boyacá, Bacatá (Bogotá); pasando por Tolima, Huila,
Tolima, Nariño. Fueron etnias que interactuaban; a las cuales se les ha cortado
el circuito complejo de integración.
Isolina, empezó a crecer en conocimientos y en capacidad para aplicarlos.
Ella y su madre, tuvieron que soportar tristezas y privaciones. Hubo momentos
de profunda desprotección. Solo la articulación con sus pares individuales y
colectivos, pudo desatar el nudo de la desolación. Isolina creció en capacidad
organizadora. Juntando ingenio, destrezas e investigaciones acerca de sus
orígenes, como etnia. Acerca del cruce de caminos en los que se han
encontrado similitudes. No solo desde el punto de vista económico y cultural;
sino también en lo que hace referencia al enfrentamiento político con quienes
han insistido, por la fuerza del poder, en asfixiarlos. Restringiendo sus
territorios y conminándolos a ejercer como pueblos y grupos sociales en
condiciones infames. Han sido los usurpadores, de ayer y de hoy. Los que han
expropiado sus tierras; lanzándolos, expulsándolos. A sangre y fuego.
Comenzó un itinerario. Visitando regiones y postulando opciones. Algo así
como lo que hizo María Cano en el movimiento obrero. Estuvo en todos los
municipios y resguardos cercanos a Caloto. Luego expandió su acción a
territorios más alejados. Llegando, inclusive, hasta la frontera con Ecuador,
por el sur, compartiendo conocimientos con los Pastos. Con los cuales
interactuó, a pesar de la pérdida de su dialecto, por la vía de la absorción por
parte del castellano.
Viajó al Amazonas. Comunicando energía y expectativas a los Ticuna.
Recibiendo, en beneficio de inventario cultural, las enseñanzas de los
chamanes, en Puerto Nariño y la Chorrera. Estuvo con los Huitotos en
Caquetá, aprendiendo sus lenguas mika y minika y su acumulado histórico
como cosmovisión de amplio espectro. Visitó a los Mukak-Makú, los nómadas
en el Guaviare.
Aprendió de los Guambianos, en Silvia, Jambaló, Caldono y Toribio. Viajó
a la Guajira, asumió con los Kogi retos en términos de conservar su lengua
ancestral, Chibcha. Conoció de ellos, el culto a la Madre Tierra. Convivió con
los Wayú y su lengua Arawak. Con sus niñas menstruantes, recluidas en su
preparación para el matrimonio. En el intercambio de las familias que asumen
el proceso de casamiento.
Con los Arahuacos en Sierra Nevada. Con su perfil lingüístico Chibcha y
sus ceremonias de casamiento, bajo el régimen matrilocal. Con los Embera en
el Choco y sus variantes Cholos, en el Pacífico, Chaméis o memes en
Risaralda. Catíos en Antioquia y los Eperas en Nariño.
Con sus pares en raza, los negros y las negras. Construyendo nexos como
afro descendientes; por toda la franja que bordea al Pacífico. Aunando
expresiones de consolidación cultura. Asumiendo roles que reivindican su
potencia cultural-musical. Con sucesivas variantes; en términos de
localización y particularidades. Sin pretender opciones hegemónicas y/o
racistas. Siendo artífice de las organizaciones de mujeres. Organizaciones
inherentes a sus luchas. Como mujeres que asumen la defensa de su raza, de
sus costumbres. Y, fundamentalmente, sus derechos. Ante la despiadada
persecución y aniquilación a que son sometidas ellas, sus hombres, sus niños y
sus niñas. Tratando de forjar lazos de unidad y organización con las etnias. Sin
pretender un intercambio cultural o político, que destruya sus soportes y
registros ancestrales.
Estuvo en Barrancabermeja, cuando el asedio de los grupos armados al
servicio del Estado (abiertos y clandestinos). Actuó con las Mujeres Ruta
Pacifico; buscando justicia. Exigiendo restitución de bienes y derechos.
Comunicando al mundo las acciones de exterminio oficiales y paraoficiales.
Siguiendo, un poco, el mapa construido por las Madres de la Plaza de Mayo,
en Argentina. Siguiendo el registro histórico de Rigoberta Menchú, en
Guatemala y su incidencia en el Caribe y en Centro América.
La actuación de Isolina, entonces, estuvo centrada en propiciar y actuar, en
relación con los derechos conculcados a las minorías étnicas y a los afro
descendientes. Nunca olvidó la historia del luchador Álvaro Ocué Chocué;
asesinado de manera infame.
Conoció a Demetrio en Jambaló. (...o, ¿tal vez, ya lo había conocido,
siendo niña?) Durante una de sus actividades. Realizaban una acción
comunitaria, consistente en analizar la situación planteada en torno al despojo
territorial de que habían sido víctimas los Paeces y Nasas. Concretamente de
la Hacienda Emperatriz. De tiempo atrás, terratenientes caucanos habían
realizado un proceso de expropiación, a nombre de la propiedad privada. Para
sucesivos gobiernos, esa interpretación de los terratenientes era válida.
Abstrayendo el significado cultural y organizativo alcanzado por los
Resguardos. No solo en lo que supone el nexo con la Tierra, como parte de su
cosmovisión, a la manera de los Kogi; sino también en lo relacionado con su
subsistencia. Había sido decretada una nueva toma por parte de la dirigencia
indígena. A su vez, el gobierno central, había determinado el desalojo. Una
confrontación ineludible.
Demetrio, un hombre sencillo. De mirada fuerte, decidida. Una contextura
física parecida a todos los hombres de su raza. Hercúlea. Había llegado a
Jambaló, desde Quibdó. Allí realizaba tareas de pesquería y estaba asociado a
la eterna lucha por derechos fundamentales inmediatos. El alcantarillado, agua
potable, acueducto, etc. No habían sido nada fáciles su vida y su gestión
comunitaria. De hecho era un itinerante obligado. Tenía sobre si un estigma.
Una marca que lo colocaba con la placa de subversor del orden público. En el
pasado reciente había sido reportado como auxiliador de guerrillas, por parte
de las fuerzas paraoficiales. Escapó del asedio, por parte de la gendarmería
clandestina, al barrio en donde vivía, en la ciudad de Medellín. Por
coincidencia, estaba alojado en casa de un primo. El barrio Corazón, fue
declarado objetivo militar; en el contexto de la ofensiva de las fuerzas oficiales
y paraoficiales, en la Comuna 13. Salió clandestino para Apartadó, en la zona
adscrita a una forma de región y de organización similar a la reinserción. Allí
estaba cuando el ataque paraoficial. Escapó hacia Turbo. De allí salió para
Arboletes. Siempre huyendo. Como nómada forzado. En un desarraigo brutal.
Por fin logró establecerse en Quibdó.
Isolina presentó, en esa sesión, un análisis preciso. Acerca de la situación
de la etnias y de los afro descendientes en el país. Hizo referencia a la
dinámica de la confrontación social y política. Desde antes de la Reforma
Constitucional de 1991 y sus antecedentes, hasta la valoración del impacto
efectivo del Mandato Constitucional, que refiere una Nación pluriétnica y
pluricultural. Con todos los agregado estructurales y circunstanciales a que
esto conlleva. Como correlato de ese marco conceptual. Asimismo, enfatizó
acerca de las limitaciones para apropiarse de esos conceptos y su traducción a
la acción común, cotidiana, efectiva.
Uno de los elementos, dijo Isolina, que nos convoca a la reflexión, tiene
que ver con el significado como simple alegoría; o como concreción. Lo que
yo percibo es que se presenta una dicotomía real. La Constitución por un lado
y la realidad por la otra. Porque no solo los particulares hegemónicos y
vandálicos; sino el gobierno actual y su predecesor, han hecho caso omiso de
ese mandato. Y, cuando se produce, como ahora, una lucha exigiendo los
derechos constitucionales para las etnias y los afro descendientes; se produce y
se publicita una andanada panfletaria. Pretendiendo localizarnos como
eslabones de la cadena terrorista y” antipatriota”.
En mi opinión, entonces, es la siguiente: a como dé lugar. Arriesgando lo
que sea. Incluso nuestras vidas; debemos estar al lado de Paeces y Nasas. No
es este el momento de asumir posiciones dubitativas. Somos pacíficos; pero
eso no implica ser inferiores a quienes nos han precedido y que han
sacrificado sus vidas en nombre de los derechos ancestrales y actuales. Si por
solidarizarnos, efectivamente, con ellos y ellas, nos han de llamar subversivos,
que venga ese nombre.
Demetrio quedó impresionado por la coherencia en las expresiones de
Isolina. Por sus conocimientos, vertidos en lenguaje popular, asequible a todos
y a todas. Se acercó a ella, en la intención de felicitarla. Isolina miró a
Demetrio. Una cautivación instantánea. La conmovieron su mirada y sus
gestos. Respondió con una sonrisa a los halagos de Demetrio. Le preguntó
desde donde venía. A la respuesta de Demetrio, Isolina indagó si tenía en
donde alojarse. Demetrio trató de mentir, con un si borroso. Ella le ofreció el
cuarto que compartía con su madre.
Al llegar a casa, Isolina lo presentó a su madre Petronila. La negra se
encantó con Demetrio. Tal vez, porque vio en él el hijo que no pudo crecer. El
antecesor a Isolina. Ella siempre había querido un hijo varón. Lo perdió, sin
nacer. Cenaron un menú constante: arroz, sopa de champiñones y pescado.
Conversaron largo rato, hasta las 12 de la noche. De todo hablaron. De la vida,
de la muerte, del gobierno, de su gente, de su familia. En fin, siendo esa hora,
Isolina invitó a Demetrio a dormir en el piso. Con almohadas y cobertores
como contrapeso a la dureza del piso.
Al amanecer, Isolina resbaló al sitio de Demetrio. Petronila estaba
dormida. Demetrio, al sentir el cuerpo de Isolina en su sitio, reaccionó con
timidez. Isolina pegó su cuerpo al de Demetrio. Lo besó en la boca. Le
susurró: quiero compartir contigo. Quiero que estés conmigo. Quiero tu
aliento. Quiero tus brazos. Y tus manos. Y que me recorras el cuerpo. Así, con
la fuerza que tienes. Quiero que me preñes. Ya, lo quiero.
Él sintió un espasmo. Nunca había estado con una mujer, tan cerca. Nunca
había tenido coito. Nunca había amado a una mujer. El calor insinuante de
Isolina, lo aturdió. Sintió crecer lo suyo. Esa largueza y esa dureza que él veía
a diario, cuando se bañaba. En ciertos momentos, de manera subrepticia, se
sentía orgulloso de ese. Porque era un músculo negro, duro, inmenso. Solo
había sentido y palpado el líquido que manaba por ahí. Justo el día en que
despertó, después de haber soñado con una mujer desnuda. Negra, como
Isolina.
No soportó más. Saltó sobre ella. Destruyó todo lo que, al paso de su
largueza y dureza, encontró. Isolina sintió cuando se rompió su respaldo a la
virginidad. Sintió un dolor dulce, infinito. Movía su cuerpo. Como danzando.
Demetrio la dominó. Decía: soy lo que quiero que seas. Negra hermosa. Negra
provocativa. Negra libertaria. Negra absoluta.
Así estuvieron toda la noche. Una y otra vez, sin sentir cansancio. Al
despertar, observaron sus cuerpos desnudos. No pudieron seguir, porque ya
Petronila estaba al pie de ella y de él. Con una mirada de dulzura plena. Como
diciendo: “es lo que siempre desee, que Escolástico me amara así”.
Isaías nació, cuando en Nicaragua los sandinistas accedían al poder;
después de derrotar a Anastasio Somoza. Un día pletórico de enseñanzas y de
alegrías. Demetrio estaba enfrente del recién nacido. Un niño normal, en
términos de físico, peso, talla. Tenía algo que llamaba la atención: una mirada
profunda, escrutadora, por unos ojos inmensos, azabaches. Lo escrutaba todo.
Desde el espacio físico de la habitación; hasta los cuerpos de Demetrio e
Isolina. Un niño precoz. Aún en la manera llorar. Una exigencia prematura.
Respecto a la distancia entre él, su padre y su madre. Un niño de un negro
inmenso. Su piel brillaba. Como el ébano.
Isaías creció rápidamente. En cuerpo y en espíritu A los cinco años sintió
que su padre traspasaba la línea entre el ser y no ser. Lo vio muerto en una
fosa común. Compartida por quienes, como él, nunca se ofrecieron como
sujetos transables. Susceptibles de ser erigidos como imagen de compromiso,
con lo valores impuestos desde su edad temprana.
Isolina le hablaba, en su cubículo, improvisado como cuna y como sitio.
Sin embargo, ella, percibía en él un sujeto extraño. Evasivo. Como cuando
alguien, en la literatura vinculada con el terror, percibe, retiene un personaje
para que ejerza como símbolo de la maldad. Hasta cierto punto, Isolina, hizo
una reflexión inmediata. Algo así como sentirse azarada por la mirada de su
hijo. Pero, insistió a sí misma, en una elucubración posible. Como si quisiera
desentrañar los vericuetos del destino. Percibía a Isaías como sujeto que, con
el tiempo, podría llegar a ser un asesino en serie, o algo así.
Precisamente, el día del décimo aniversario de Isaías, Isolina tuvo un sueño
alucinante, de un gran dolor. Isaías estaba enfrente de ella y de una niña que
parecía ser su hija. Al menos eso aparentaba al observar, fijamente, sus ojos y
su rostro. Isaías andaba desnudo por toda la casa. Hablaba cosas ininteligibles.
Más bien parecía una vocinglería inexplicable. Con términos mendaces,
obscenos. Cuando se acercaba a la niña, Isaías, se tomaba el pene y lo
manipulaba. Sin ningún recato. Luego empezaba a verter litros de líquido
amarillento. Se reía y ahogaba sus voces. La de la niña y la de Isolina.
Cuando despertó, Isolina miró a Isaías que dormía placentero en su cama.
Respiraba tranquilo. Pero, de pronto, despertó. La miró y se desnudó. Gritaba:
¡ven Isolina, ven ¡. Esto es para ti y para tu hija. Ese bastardo de Demetrio lo
hice matar. No me gustaba la manera como te miraba. Mucho menos me
gustaba la manera como te poseía, cada noche. Ustedes dos. Tú y él.
Descifrando códigos de ternura y de placer. Yo, en entre tanto, sollozando,
porque no atinaba a hacer crecer lo mío como el de Demetrio. Te sentía
sollozar, pero de alegría. Con una inmensa felicidad absurda. Yo no creo en la
felicidad. Creo en mí. Le entregué a Demetrio a los gendarmes. Calculé con
ellos el momento más propicio para raptarlo y para matarlo. Con la técnica que
han aprendido, a fuerza de ver pasar la historia. Generaciones y generaciones
de gendarmes. Siempre sumisos, atados al poder de momento o al de siempre.
Lo desollaron. Mientras tú llorabas. Mientras esa niña, la hija de Demetrio y
tuya ululaba y se sentía ajena.
Sentí, dijo Isolina, como si mi pecho explotara en mil pedazos. No
sospeché, ni prefiguré nunca que un hijo pudiera contribuir al asesinato de su
padre y a profundizar el dolor de su madre. Lo veía, allí sentado. Riendo.
Celebrando su triunfo. Sobre mí y sobre Demetrio. A favor de los dueños del
poder. Esos que, siempre han mentido, a propósito de todo. Pero,
fundamentalmente, a propósito de la muerte de los adversarios. Adversarios
que solo tienen o han tenido la culpa de ser diferentes. Ajenos a opciones
malvadas. Cercanos a construcciones solidarias y justas. Tanto en relación con
sus pares; como también en relación con los escenarios de vida.
¿Fue un sueño, de otro sueño? Isolina no podía descifrarlo de inmediato.
Lo cierto es que Demetrio Desapareció. Unas vecinas vinieron a informarme
que había sido violentado y obligado a subir a un vehículo. No tuve fuerzas
para levantarme y seguir a mis vecinas. Mi respiración era entrecortada.
Sollozaba. (… ¿Será que ya viví ese momento, antes?) No como sujeta
pusilánime, a la manera de las plañideras. Pero si como madre y amante. Tanto
más el dolor, en cuanto este era originado por un hijo que entrega a su padre y
violenta, por esa vía a la madre. Son signos inequívocos de una
descomposición de los valores. Cada vez más punzante y más cuantiosa. Todo,
relacionado con el Joyero que ejerce el poder. Que vende cachivaches, a
manera de mercancía excelente. Un joyero abominable. Que rige en el país de
las utilidades, de las recompensas, de las verdades a medias, o simplemente,
no verdades. Es la consecuencia del raponazo a la democracia. Es, en otras
palabras, el ejercicio del poder, a nombre de la democracia. Con una
popularidad construida en la manipulación de datos. O, simplemente, con la
aquiescencia de un pueblo mudo, ciego y deleznable.
…Al volver a despertar, Isolina, encontró a Isaías, su lado, dormido. Se
estremeció, al recordar su sueño…”.
El uno de febrero de 1955, nos reunimos en la frontera entre nuestro país y
otro en el sur próximo. Asistió el camarada Jorge Quinchía Marmolejo
(Quitian Maya). Asistimos, en pleno, todos y todas los integrantes de nuestro
Comité de Dirección. Quitian Maya nos instruyó en relación con la
convocatoria y con la lectura de su análisis. Empezó por señalar que siempre
ha tenido muy buenas referencias de la camarada Alfonsina (Alejandrina).
Desde mucho tiempo atrás había recabado información acerca de su lealtad. El
Movimiento 14 de Noviembre, del vecino país siempre contó con la
participación de Alfonsina en procesos relacionados con los comités
internacionales. Siempre fue (Alfonsina) protagonista de primera línea. No
solo por sus vastos conocimientos en términos de los países de nuestra
América Latina. Una camarada con fundamentación política y sociológica.
Decidida luchadora incansable. Ha sido de esas mujeres que difícilmente se
repiten en la historia de los movimientos revolucionarios. En lo concerniente a
su opción feminista, no había duda en que era la mujer más representativa.
Inclusive, tuve información precisa de su valentía en las movilizaciones en
nuestro país, relacionada con la lucha por los derechos políticos de las
mujeres. Hasta cierto punto, el hecho de pulsión en torno a la aprobación del
derecho al voto a nuestras mujeres, no se puede ver solo en el sentido de que
los partidos dominantes necesitaban más respaldo en el plebiscito; hay que
mirarlo, también como el apoyo logrado a partir de las movilizaciones
lideradas por la camarada Alfonsina. Con el agravante de haber participado
como informante para que esos grupos de asesinos, para atentar en contra del
Profesor universitario Pedro Arenas y su compañera, la profesora Juliana.
De mi parte, insistí en el acopio documental que tenía, respecto al
comportamiento de Alfonsina. Una de las historias de vida conocidas por mí y
de fuente válida; sitúan a Alfonsina, en otro tiempo y otras acciones, con el
seudónimo de Susa. Ella (Susana o Alejandrina) tenía relaciones muy
puntuales con determinados sujetos de corte parecido a los grupos utilizados
por los partidos dominantes para exterminar a todos y todas que ejercieron o
ejerzan posiciones revolucionarias. O, simplemente, por el hecho de postular
una opción política diferente. Con el agravante de haber participado como
informante para que esos grupos de asesinos, para atentar en contra del
Profesor universitario Pedro Arenas y su compañera, la profesora Juliana.
Asimismo, su actuación como informante, absolutamente clave para que estos
grupos asesinaran a Isolina Rentería y su compañero Demetrio. Ella y él,
venían desarrollando actividades en defensa de las etnias en la Región Pacifico
en algunas ciudades. Queda claro, expuse, que toda esa caterva miserable tenía
a Samuel (Emilio Buriticá)
Ya Susana había comenzado su actividad. Yo la veía ir y venir. Dando
órdenes. Comprometiendo sus conocimientos en las pruebas cotidianas que
demanda la realidad. Yo, por el contrario, permanecía inmóvil. Como una
estatua, creada por Pigmalión, indescifrable; sin saber qué hacer. Cuando
Sinisterra me habló yo estaba abstraído. Todavía miraba a Susana. Sinisterra
me ordenó bajar al primer piso, para recibir una mercancía que venía desde
Somalia. Era como raro el negocio. Porque el emblema de las cajas, hablaba
de etnias suprimidas, ignoradas. Que se vendían como recordatorios para los
turistas en Cartagena. Con el correr de los años, creo haber identificado el
destino de las cajas. No sé por qué se me asemejan a Bazurto, a la periferia de
la ciudad. En ese drama de ser la otra cara. Aquella que se desenvuelve en la
marginalidad absoluta. Dueña solo de su miseria.
Sin embargo, a pesar de mi capacidad para percibir y concretar el sentido
que tiene la asociación de conceptos, había sido vulnerada desde la época de
mi primer encuentro con mi madre. En ese lejano día en que ella no había
nacido aún. Y que yo ya estaba ahí, esperándola. Hasta el día en que conocí a
Santiago, violando el sexo de mi madre. Agrediéndola.

16

Ahora recuerdo que siempre he estado atado a un condicionante en el cual


la vida es reinventada, como lo es la realidad. Un devenir constante. Hechos y
acciones sin nexo con la certeza. Nunca he podido entender la dinámica
concreta, del ser y haber sido. Esto supone la existencia de un requisito básico:
reconocerse a sí mismo. De no ser así, los entornos y las vivencias, no son otra
cosa que representaciones autos construidos, a partir del hilo conductor
invisible que soporta el tránsito de un lugar a otro, sin horizonte. Esto es lo
mismo que la ausencia de identidad.
De todas maneras, mi viaje al pasado estuvo precedido por aquel momento
en el cualnconocí a Susana. Aunque recuerdo donde, es como si no conociera
el sitio. Por lo tanto, nunca he podido discernir acerca de los límites entre la
interacción con mi yo y el contacto con los personajes que he ido creando. En
un ejercicio de iteración, en el cual cada personaje me propone una
interpretación de los referentes y de los conceptos. Siendo así, entonces, amar,
odiar, vulnerar, ser vulnerado, y vivir, siguen siendo para mí fantasmas que me
acechan, como simples agregados, sumatorias inconscientes.
Lo cierto es que, Susana ha adquirido forma. Según los códigos biológicos.
He deseado palpar su vientre. Sería una estrategia para recorrerla. Pero no en
la misma forma que lo hizo mi padre con mi mujer-madre. He sentido la
necesidad de penetrar esa zona estrecha y punzante, mimetizada en sedosos
vellos y que ella llegara al éxtasis, y oírla susurrar metáforas. Susurros y
metáforas que no escuché a mi madre, cuando Santiago la avasallaba a la
fuerza.
Sentirme invadido e invasor. Navegar en ese mar corporal inmenso, tierno,
insinuante. Imaginando la cúpula de templos oscuros; como territorios
ofertantes de ilusiones y creencias, para todos los seres como yo. Ávidos de
espacios para la alucinación; necesitados de significados para la vida.
Al regresar de ese viaje, me encontré con el sábado siguiente.
Absolutamente solo. Como al principio de mi periplo por los lugares en que
esperé a mi madre…buscando, de manera constante, equilibrios a bordo de mi
itinerario. Con la certeza de mi desencuentro
Hilvanar acontecimientos, es una prueba soportada en la lógica. El hecho
de conocer el oficio de la autoridad, de la cual Sinisterra es intermediario.
Supone, asimismo, distanciamiento en relación con mi rol inmediato. Susana
no es así. Ella ejerce su labor, como sintiendo una felicidad absoluta. Una
abstracción que no le permite ver a las etnias comercializadas. Mucho menos,
las consecuencias de ese comercio. Tal vez por esto está más cercana a
Sinisterra que a mí. Lo de ella es una complicidad matizada por el exceso de
egolatría. Porque, ella, es su cuerpo. Una transversalidad, en la cual no
importa sino la capacidad para cautivar. Ya lo había dicho y ya lo había
insinuado. Su anarquía conceptual y práctica es el camino para no
comprometerse en disquisiciones.
Ese día, en que conocí a su hermana, Susana vestía un gris liviano. Casi
todas las cosas tocadas por ella, tienen la misma connotación. De su blanco o
negro discursivo, desprendía un quehacer exterior, en donde no existe lugar
para la controversia. Siempre se ha comprometido en acciones de radicalidad,
sin que medie ninguna discusión. La más visible, sin duda, es su ímpetu al
momento de descifrar los códigos sexuales. Sin necesidad de preguntar, ni de
reflexionar, convoca a quienes la observamos, a una excitación casi alucinada.
El padre de Susana había transitado por varios países. Un aventurero
absoluto. Conoció a Batista en su breve paso por Cuba. Se convirtió en su
asesor e intérprete de ideas y convicciones. Por esto, no es de extrañar su
versión en torno a Martí. Lo llamó pigmeo intelectual. Aduciendo que la única
expresión posible es el control del poder; independientemente de sus
consecuencias. Había heredado de su padre, el talante de corsario perverso. A
sus veinticinco años, originó una disputa por el poder en Guatemala. Propuso
convertir a Miguel Ángel Asturias en reo continuo, traidor a la patria. Por esto,
tal vez, Susana avaló la invasión de la Empajada de España, por parte de los
gendarmes. Aún hoy, Susana insiste en que, a veces, es necesario extirpar de
raíz, aquello que puede derivar en un cuestionamiento a la legitimidad del
poder, no importa a que intereses sirve. Es de la idea de que todo poder es
legítimo, en la medida en que satisfaga las necesidades de quien o quienes lo
detenten.
Hasta cierto punto, la opción nietzscheana y wagneriana, asumida por
Hitler, ha sido lo mejor que pudo haber pasado para la humanidad. Porque los
arios deben conducir al mundo. No importando los campos de concentración y
el genocidio. En esto, Susana, propone una interpretación en la cual Mussolini
y Franco son hijos bastardos del antisemitismo y de la perspectiva de los arios.
Es un ser extraño, Susana. Heredera de unas convicciones estereotipadas
del poder. Por eso lo ejerce de esa manera. Su convocatoria perenne es a la
cautivación, a partir de su sexo. Lo cierto es que no hay ni habrá ninguno
como el suyo. Con solo mirarla, fluyen imaginarios heréticos. Sueños en que
se prolongan, de manera infinita, el deseo por poseerla. Sueños que esclavizan.
Es una sujeta aria. Lucha de manera tenaz por lograr los propósitos de
extensión del dominio de lo sexual, por encima de principios. Es una doctrina
sacralizada.
Precisamente, el primero de enero de 1959, el padre de Susana, huyó de la
Habana. Estuvo viajando por todo el Caribe. Desde Haití, en donde se
entrevistó con Devaluar, hasta Nicaragua, en la que compartió con Somoza, en
Managua. Aprendió, también, de su padre, el don de la adulación.
Transcurría mi aniversario 14. Mi madre, se enamoró de Alejandro
Verdaguer. Un ciudadano uruguayo, anodino. Lo único que lo destacaba era
haber sido mercenario en Paraguay, en época de Alfredo Stroessner. Entre
otras cosas, se distinguió por su capacidad de servicio como auriga del
dictador. Al momento de conocerlo, tenía 42 años. Desde el comienzo yo le
hice saber, con mi mirada, que era un varón celoso. Y que mi madre era mía y
no de él.
Sin embargo, se cuenta de él, que había estado 40 años tratando de
establecer, con alguna exactitud, el número real de puntos brillantes a espacio
abierto. El problema no residía en la condición de abajo o arriba, en eso de
mirarlos para contar.
Aún hoy, no se ha podido descifrar su pasión por este oficio. En una
aproximación, hace tres años, le hizo a su madre el siguiente comentario: en
uno de mis sueños, cuatro años atrás, Prometeo habló conmigo. Un mensaje
claro. Tanto como dibujar en palabras unos ojos inmensos instalados en la cara
oculta de la luna. La posibilidad de contemplar la belleza azabache de los
mismos, tiene como prerrequisito el recorrido por ese inmenso vacío azul, que
es tal, en razón a la refracción de luz solar en la línea de protección adyacente
a la Tierra. Su color negro, emerge a partir de la pérdida de luminosidad. Algo
así como quiera que es condición indispensable para que confluyan estos
momentos la validación de la posibilidad de identificar el brillo desde
Uruguay.
Prometeo me advirtió, eso sí, que debía descontar de la suma adquirida, los
planetas atrapados por el Sol, con su imantación. De todas maneras, el
resultado final no podía ser igual al obtenido en una operación divisoria de 0
sobre 0.
Cuentan que, Federica Maidana, novia perenne de Alejandro, ese mismo
día de marzo en que Prometeo hizo la revelación; adjuntó una observación,
así: la única posibilidad de descanso, en el interregno de la tarea impuesta,
tiene relación con los noventa minutos en que Peñarol y Nacional, diriman
superioridad y que coincidan con el primer eclipse entre 2025 y 2034,
sumados a los que Talleres de Córdoba ( en la vecina Argentina), asuma con el
Nantes francés, al día siguiente de esta interacción Sol y Luna.
También cuentan que, en octubre 31, en 2035, Francesca Gavilán, madre
paraguaya de Federica, insinuó que su hija y su yerno escamotearon la
celebración, a raíz de sus expresiones visionarias enfermizas. Mirando hacia
arriba (desde Paraguay y Uruguay), contando puntos luminosos.
Se dice que, el Prometeo de Alejandro, el mismo que reveló el secreto
aprendido de Zeus, en su encadenamiento infinito y en su dolor visceral,
originado en el asedio continuo del ave enviada por el Padre, transfirió al
pueblo paraguayo, parte de su castigo. Y que, por esto, se justificaba la
vigencia de los generales, liderados por Stroessner
Un día, en septiembre, tuve que atender un requisitorio del colegio. Un
viaje de reconocimiento de los coleópteros, concretamente, de su reproducción
en libertad, en la Macarena. Alejandro Verdaguer, ofreció a mi madre la
posibilidad de viajar a Montevideo. Ante las dudas de ella, en términos de que
yo quedaba en situación de soledad; él le planteó ¡o soy yo; o es él!
Obviamente mi madre accedió a su petición. Entre otras razones, porque
mi madre me consideraba un sujeto amargado. Al cual lo persigue la sombra
de Santiago, como fantasma violador. Ya, desde mi encuentro con ella, antes
de nacer, me consideraba un advenedizo. Como suplicante. Como individuo
que reclama para sí, el trofeo vinculado a palpar su orgasmo. El cual, a decir
verdad, no ha tenido, de manera plena, en abundancia.
En Montevideo, Rosa (ese es el nombre de mi madre), estuvo escoltando a
Verdaguer. Ese es el nombre de su oficio. Algo así como llamarla amante
vergonzante. Así, estuvo tres años.
Cuando ella regresó, yo estaba con Silvia; quien me había brindado apoyo,
para matizar su soledad y la mía. Ya no era lo mismo. A decir verdad, yo la
odiaba. Un odio que se transformó de latente a real; a partir de su preferencia
por su amante.
Nos contó de sus aventuras; de su búsqueda de amor, al lado de quien ya,
antes que, a ella, tenía una amante de nombre Federica. Ella era, para
Verdaguer, un objeto de consumo rápido. Su verdadera ilusión, estaba del lado
de Federica. Mujer casi mágica, en lo que la magia tiene de posibilidad para
construir sueños patéticos. Tanto así que, que se le endilga el hecho de haber
producido la pócima que utilizaron Stroessner, en Paraguay, J.C. Galtieri en
Argentina y Humberto Castelo Branco en Brasil, cuando este derrocó a Joao
Goulart.
La madre de Juliana, había llegado desde Méjico. Conoció a Ernesto
Gardeazábal, se enamoró de él. El matrimonio fue un tanto acelerado, a raíz de
su preñez. Los Gardeazábal, tenían un universo de anécdotas que los hacía
célebres. Tal vez la más cautivante, se relaciona con haber establecido una
singular amistad con el Sol. Se decía que se les había anunciado de un viaje
alrededor del mismo, casi en sus fronteras. Toda la familia se preparó para el
evento. Hasta compraron trajes en asbesto, para cualquier eventualidad.
…Su desilusión surgió, a raíz de un pequeño detalle. Quien les había
prometido que los llevaría a las cercanías de Sol, hizo la aclaración, en el
sentido de que, para él, Sol era el nombre de un caño adyacente a un lugar
desconocido en la provincia de Córdoba en Argentina. Inclusive, se dice que,
aun así, el viaje no era posible, ya que la invitación fue producto de una
secuela a raíz de una noche de insomnio de Ricardo Valbuena; hombre
perdulario que se pasaba los días y las noches, horadando el espacio, con su
vara de pescar. Inclusive, intento tumbar una estrella con esa misma vara.
Transcurridos seis meses, después del matrimonio, nació Juliana. Desde su
temprana infancia, alucinó de manera continua. Cada evento alucinante estuvo
relacionado con su posición como oferente. Su destinatario fue siempre
Valbuena; al que conoció, cuando ella estaba aún en vientre de Mariana, su
madre. Un hecho bastante incómodo. Porque inducía a pensar que ese
perdulario, la visitaba en ausencia de Ernesto. Juliana, siempre mantuvo la
sensación de haber visto a Valbuena, al lado de Mariana, sobre ella,
aturdiéndola con sus groseros susurros de amante saciado.
Nunca trató de hablar con su padre al respecto. Mantuvo esa alucinación en
secreto. Habiendo crecido, ya como graduada en pedagogía aplicada, supo de
mis desvaríos, como subyugado por mi madre, aún antes de que ella naciera.
Siendo así, me convocaba a que le relatara mí recorrido por esos caminos, a
veces áridos, otras veces pletóricos de pasión por ella. Una pasión
inconfesada, hasta ese instante.
Con sus pretensiones de mujer en capacidad de analizar cualquier acción
humana y proponer alternativas; me hablaba. En una perorata inacabada. Yo la
escuchaba, no con interés en lo que decía. Más bien, por saberme cerca de su
cuerpo insinuante, perfecto. En esto competía, sin saberlo, con Susana. Las
dos, mujeres perfectas. La una (Susana), consciente de su poder sexual;
Juliana, consciente de su capacidad para arropar con su cuerpo, al hombre que
llegara a amarla, con la convicción de alcanzar el equilibrio entre sexo y un rol
activo, intelectual, en capacidad para transformar el mundo.
Al despedirme de Juliana, volví a casa. Me sentía todavía obnubilado.
Como sujeto que aspira a ser amado por una diosa que transfiere pasión en
cada uno de sus movimientos…hasta que quedaba dormido, abrazando la
almohada que le había robado a mi madre; que todavía conserva su olor a
mujer. Ese olor que no termina, inconfundible. Porque es el olor a mujer en
sublime celo. Yo amaba esa almohada, la rescaté antes de que Verdaguer le
impregnara ese olor amargo y nefando que poseía y al que he odiado.
Cuando Francesca Gavilán, conoció a Susana, esta estaba tratando
descifrar cierta lectura asociada con el caso del Prometeo Verdagueriano.
Había conocido la leyenda, un día en que, estando al lado de su máquina
podadora de etnias y al lado de Sinisterra, recibió una llamada de su padre.
Andaba por Paraguay, buscando asilo perenne. No tanto asilo físico, lo de él
era una constante sensación de estar perdido espiritualmente. Susana le dijo,
padre, no recuerdo el camino, pero me ingeniaré la manera de llegar. Nos
vemos en Asunción. No te preocupes por mí, tengo la posibilidad de algún
dinero. En este negocio, la empresa tiene perspectivas halagadoras. Las etnias
son como corolarios a los cuales se arriba, simplemente fingiendo
preocupación por lo ancestral. Tanto es así que hemos negociado con los
norteños, una transferencia cultural, incluida la patente. Ante todo, con las
posibilidades que otorga el Amazonas. Desde Bolivia, hasta Brasil.
Mientras hablaba con Atanasio, Sinisterra deslizaba sus manos por las
piernas de Susana. Ya no resistía. Habían encontrado los conceptos comunes.
Una y otro, se sabían poseedores de un extraño poder. Un magnetismo viciado
que atraía. Habían progresado, ya conocían de los huitotos; de su religión, de
sus mitos, de sus sueños. Desatando las cajas que contenían los acumulados
históricos de las etnias, habían encontrado un escrito: “Hablando así, buscó en
la casa, en las ollas, debajo de los tiestos. Pero no había. Por esa razón Uikiegi
desató una tempestad desde los confines del mundo. La tempestad sacudía la
casa. Mientras ellos buscaban en los zarzos, el viento sacudía la casa y
levantaba las crisnejas. Entonces vieron a Magieza; la vieron muy claramente
allí donde el viento había levantado las crisnejas, estaba acostada en una
hamaca en lo alto de la casa.
Oye, madre, dijiste que tú misma habías cogido los frutos de achiote.
¿Quién es la que está allí arriba? ¿Por qué ocultaste a la famosa Magieza? Ella
cogió el ramillete de achiote.
¡Ve a traerla! ¡Bájala para devorarla, ya que cogió el ramillete de achiote!
Timada ¡bájala para devorarla! – Dijo Uikiegi y el jaguar Timada fue por una
viga, sacó a Magieza de la hamaca y la lanzó abajo...”
Este y otros textos llegaron desde Manaos, fueron robados. Los exhibieron
como trofeo, se quedaron con ellos y los subastaron de manera subrepticia.
Eran fruto de la investigación realizada por Konrad Theodor Preuss. Tal vez,
el más valioso dice: “...al llegar a la superficie de la tierra, saliendo del hueco
del que vinimos nosotros, se topó con Gaimi quien venía por entre los árboles
iguyina, que estaban al borde de ese hueco. Jidiroma disparó contra Gaimi
porque era bonito, pero no dio en el blanco. Gaimi se había transformado en
una gota de rocío y dormía. Colgaba en forma de mico churuco y dormía...”
Susana acordó con Atanasio, verse en las afueras de Asunción, en casa de
Francesca Gavilán, un día después de haber sido preñada por Sinisterra.
Al despertar, ese sábado de abril, encontré a Susana a mi lado…solo
entonces comprendí que había soñado cosas muy extrañas. Antes de despertar
había visto a Susana ondeando una bandera teñida en la sangre de su
primogénito, el hijo de Sinisterra.
Me quedó la sensación amarga a que conduce toda dicotomía. Lo mío era
algo así como un perfil esquizofrénico, que se adhiere al espíritu. Que te
acompaña
He estado deambulando todo el tiempo. Desde que me he negado a
reconocer y aceptar la realidad; no percibo señales de vida. Algo así me había
sucedido antes. Por ejemplo, en mi infancia, los sueños desbordaban mi
entorno. Era algo así como un sujeto inmóvil. Inmerso en situaciones
determinadas por un imaginario perturbado. Tanto así que, a cada momento,
ejercía como referente. Ese que, cuando requería de espacio para asumir la
vida; de motivaciones ancladas en la felicidad, no tan distante o efímera. Me
zambullía en un mar de nostalgias absolutas. Creo que estuvo conmigo desde
el vientre.
Lo cierto es que, hoy, no veo diferencia. Esos sueños amarrados a
escenarios difusos, permeados por una sensación de contra ternura; se han
reiterado en el tiempo. Es un desasosiego innato. Sigo sin percibir la realidad
como momento válido para desplegar mi vida. Es una saturación de
expresiones inocuas. Al menos eso creo. Porque vivir la vida no es
simplemente asumir como sujeto con movimiento. Supongo que es algo más
trascendente. Como, por ejemplo, amar y sentirse amado. Lo mío es una
postura ecléctica. Es un ejercicio, en el cual se asfixia la lucidez. En el cual no
existen ni recuerdos, ni horizontes de esperanza.
En mí, la esperanza, está hecha de una lucha constante. Contra la lógica
que soporta al quehacer diario. Es un abismo. Una sima sin refugios ni
momentáneos, ni duraderos. Es decir, una existencia estática. Sin la ilusión
como fundamento primero de la imaginación válida, oferente de acciones no
saturadas de angustias. Ni de desequilibrios tan continuos.
La realidad, entonces, me conmueve. De tal manera que, a cada paso,
navego sin brújula. En donde la rosa de los vientos no señala ninguna opción,
distinta a iniciativas recortadas. Como esas en las que me veo restringiendo tu
cuerpo y tu vida, al mínimo posible. Como aspirando a andar sin ti. A sentir
una innovación diferente al ejercicio de sujeto sin ilusiones
No sé por qué, al regresar de cada sueño, percibo la reiteración de mi
infancia. Porque, cada sueño, era y es, ahora, una continuidad áspera, árida.
Tal vez sea, porque nunca he tenido verdaderas certezas. Con respecto a la
vida. Incluida tú; desde el momento en que te conocí; ejerciendo como
imantación discontinua, dicotómica. Como bifurcación fría. Como caminos
recorridos y por recorrer. Tal vez sea porque no he tenido la sensación de
libertad, distinta a la libertad de la cometa, dirigida, atada a tus manos.
Muchas veces invisibles. Otras veces con la visibilidad agrietada; más hostil
que esos recuerdos, en los cuales aparezco como sujeto atávico.
…Será porque nunca he sentido tu cuerpo y tu ser completo,
convocándome a ser feliz, sin restricciones; sin sentirme consecuencia
esquizofrénica. Sin tocar la irrealidad como lastre. Todo esto le expresé a
Susana, mientras ella dormía.
Ese mismo día asumí el reto de no volver a alucinar. Porque me estaba
convirtiendo en esclavo de mi pasado. Salí del cuarto, necesitaba respirar un
aire diferente. Sin las convulsiones inherentes a esos momentos enfermizos.
Estuve en todos los lugares que había conocido. Tratando de modificar el
futuro que hoy me acompaña. Como si quisiera mover al menos unos
elementos que permitieran una continuidad en el tiempo, diferente. Sin ese
acoso hacia mi madre, sin Santiago, sin Verdaguer, sin los exorcismos de
Juliana, sin las erosiones sistemáticas que me sitúan al borde del abismo. Ese
abismo parecido al hueco de los huitotos.
Al terminar el día, me encontré con Daniel. No sé por qué me alegró verlo;
a pesar de mis profundas contradicciones con él. Con su manera de ver y vivir
la vida. Tal vez fue porque, al encontrarlo, me había sumergido en la soledad.
Verlo, entonces, suponía que alguien más que yo existía en el mundo.
Daniel, como siempre, me indagó acerca de todo. Como tratando de
localizar mi yo, en las preguntas y en mis respuestas. Un tipo de indagación,
como variante perversa de las indagaciones de Juliana.
Silvia, me dijo, está en el país del invierno. Acostumbraba, Daniel, utilizar
un lenguaje figurado, achatado, sin imaginación. Eso del país del invierno,
traducía la casa de mi madre, con los rastros de Verdaguer. Un significado del
invierno, en el cual emergía, en silencio, de nuevo, mi pasado. Ese que estuve
tratando de modificar, desde el principio, para ubicarme en este presente de
una manera diferente. Al menos en contacto con cuadros alegres, con sitios y
con personas sin ningún asomo de actitudes que duelen y que me convocan
permanentemente a sentirme sujeto sin oficio distinto a cargar con la culpa de
haber conocido, amado y poseído a mi madre aún antes de que ella naciera.
Asumiendo, sin quererlo, el perfil de Santiago, de Verdaguer de…
Corría el mes de enero de un año más de aniversario. Ya había perdido la
cuenta. Creo que era el número treinta. Encontré, después de tanto tiempo, a
Martha. Tenía, ella, unos ojos cansados de mirar lo cotidiano, en gris. Supe
que se había separado del lado de Santiago. Había rodado por ahí, por donde
los sitios son, a la vez nuevos y repetidos. Me dijo, he estado buscándote.
Desde que nos separamos he pensado siempre en ti. Sigues siendo, para mí, un
ícono que retrotrae los caminos andados. Te he visto en mis sueños; jugando
con las palabras, como a los acertijos. Siempre te has distinguido por la
capacidad para hilvanar los hechos, de manera tal que estos aparezcan unidos
a tus recuerdos, a tus dolores, a tu vida. Una vida que siempre pretendes
explicar, a partir de ese rol tuyo. Incierto, pero tan real como los avatares de la
humanidad. Has sido y sigues siendo digno representante de las angustias que
exhibe la humanidad entera. Sin conocer la razón de ser de la felicidad.
Creyendo que esta es sinónimo de la tristeza al revés y no como un agente
autónomo, válido por sí mismo.
Al escucharla, recordé lo del sábado aquel, en que salí dispuesto a no
alucinar, buscando el pasado para deshacer este presente y recomponer mi
futuro. Sus palabras eran duras, laceraban de tal forma que sentí deseos de
ahogarla con la almohada de mi madre, la que me acompañaba todas las
noches. O de montarla y cabalgarla, hasta que hubiera derramado hasta la
última gota de mi riqueza líquida, amarillenta, de varón bandido que ha sido
desnudado de sus principios, por aquellas palabras expresadas de manera
vehemente. Recuerdo que, algo así, sentí el día en que mi madre me conminó
a no seguir siendo su centinela. Cuando, marchó con Verdaguer. Esa noche, en
sueños, la cabalgué, la horadé, hasta que me deshice de ese acumulado de
nostalgias, por la vía que siempre lo he hecho, por la vía edípica, en su versión
más cruel.
Después de despedir a Martha, dormí en profundo. Volví a ver a Susana, a
Atanasio, a Sinisterra; como máquinas depredadoras de las etnias. Volví a
escuchar las palabras de los mitos huitotos. Esta vez, estaba en un sitio
cercano a la antigua Biafra. Una localización ambigua. Porque, al mismo
tiempo, veía los paisajes abrumados de Inglaterra, de Italia, de Portugal. Un ir
y venir tatuado. Con los negros, niños, niñas, mujeres, hombres, clamando por
su libertad. Demandando justicia ante el arrasamiento racial. Vi a Lumumba,
en el antiguo Congo; vi. a Idhi Amín, recorriendo desiertos a lomo de su
pueblo. Vi a los Nazis, otra vez, a la ofensiva, matando a todo que no fuera
ario. En esta parte del sueño, recordé las posturas de Susana y de Atanasio. Vi
a los reyes Fernando de Aragón e Isabel de Castilla reconquistando a Granada,
subyugando a judíos y a musulmanes, aniquilando sus culturas, sus religiones,
hasta lograr un equilibrio cultural, bajo su hegemonía. Vi a Colón y a sus
piratas, entrando a América, avasallando, aniquilando. Recordé mi lectura de
Las Venas Abiertas.
Desperté, como casi siempre, desmoronado, lleno de estigmas, como las de
los enfermizos visionarios católicos. No pude levantarme. Deseaba no hacerlo,
quería morir ahí, en ese silencio cómplice.
Al no morir ese día, continué mi rutina. Estuve en la empresa, hablé con
Susana, profundicé mi odio hacia Sinisterra. Este estaba vociferando.
Increpaba a los y las empleadas. Palabras sueltas, incoherentes, pero de una
dureza grosera. Como todo lo que se relacionaba con su ser y con sus
actuaciones.
Invité a Susana a almorzar. A decir verdad, nunca lo había hecho. Nos
dirigimos al “Sinrazón”, un restaurante cercano a la empresa. Se distinguía por
sus menús extraños. Un poco como la cocina de nuestro pacífico. Pero
saturada de pimienta y ají. Una sazón parecida a la de los mejicanos. Pedimos,
según la carta, lo del día.
Lo nuestro seguía igual. Mientras comíamos, nos mirábamos, como seres
adportas de deshacer lo andado. Tantos vericuetos; tantos laberintos. Nos
transmitíamos ausencia de vida real. Proponíamos interpretaciones que nos
alejaran de nosotros mismos. Ella veía en mí, un sujeto acabado, sin energía,
sin compromiso consigo mismo. Yo veía en ella, el cuerpo absoluto, tanto
como el de Juliana. No veía en ella sino su imagen desnuda. Con su triángulo
pélvico, con sus pezones erectos, con sus piernas que terminaban en ese lugar
de inacabada oferta de placer para ser saciado; una propuesta perenne, para mí
y para cualquiera que deseara amarla.
Dejamos la mesa y despedimos ese encuentro. Ella, creo yo, con la
convicción de que yo no era otra cosa que una sumatoria de tristezas. Un
hombre lleno de nostalgias. Sin más presente que la interdicción con respecto
a la vida. Yo, con la sensación de haber perdido la posibilidad de atraerla, de
motivarla. Porque, en mi opinión, el amor es eso, una lucha constante por
convocar imágenes y acciones lúdicas y una pasión que bordea todos los
lugares cercanos y lejanos. Al lado de quien amamos. Yendo al pasado,
convirtiéndolo en presagio de un presente sin erosiones espirituales. Y un
futuro, a partir de ahí, soportado en esos momentos, en los cuales la ilusión se
transforma en posibilidad de ser felices. Una felicidad no saturada de
repeticiones. Más bien, creando imágenes y lugares siempre nuevos. Siempre
autónomos. Sin permitir que el entorno, como inmediata exterioridad
dominada por las voces, nuestras voces, secretas y abiertas. Convocando al
mundo a que nos mire y sienta esa felicidad con nosotros.
Juliana estaba sentada, analizando los reportes escolares. El trabajo, para
ella, es un reto constante. Lo asume, no como rutina. No es lineal. Cada hecho
y cada acción suyos, constituyen un universo de sensaciones siempre nuevas.
Lo pedagógico asumido como motivación a investigar y a construir. No como
inexpresivas admoniciones académicas formales. La escuela, como escenario
para ofrecer nuevas interpretaciones; para ejercer una relación de continua
interacción. Yo veía en ella, a pesar de lo hablado ese día en que cuestioné sus
métodos, un referente siempre válido. No solo por su cuerpo; sino con
agregados expansivos, con un crecimiento exponencial. Algo así como
entender su condición de mujer oferente, libertaria
Le hablé. No con palabras prefabricadas. Porque, la vi. inmersa en su tarea.
Y no sé por qué, la compare con Susana. En ese tipo de comparación que
pretende ser motivación para deshacer una relación y comenzar otra, diferente,
nueva. Ya antes me había pasado, cuando observaba a mi madre. Cuando la
veía en mis alucinaciones. La veía en esa interpretación de lo real, como
multiplicación de opciones. A veces como guerrera situada en territorios
dominados y avasallados. Guerrera enérgica, incendiando su entorno con
gritos de libertad. Otras veces, como mujer asfixiada por los rigores del
sometimiento. Otras veces como diosa maravillosa. Proponiéndole a Sísifo
una solución al ejercicio continuo, en cumplimiento de su castigo.
Mis palabras, produjeron un efecto no preciso. Juliana respondió con frases
asimiladas a una sensación de fatiga. Un tanto híbrida. Como queriendo
expresar satisfacción por verme. Pero, al mismo tiempo, como tratando de
enfatizar acerca de la molestia por verse interrumpida.
Hablamos poco. Se decidió a proponerme asistir con ella a una conferencia
acerca de “El proceso” de J. Kafka. Concretamente a una conferencia ofrecida
en el auditorio del colegio de abogados, y en la cual se abordaría una
interpretación jurídica de la obra. Hasta cierto punto me pareció paradójica la
invitación. Porque la entendí como convocatoria para acceder a un personaje
tan complejo como el escritor, justo en el momento en que sentía la necesidad
de atravesar ese límite entre mi patología nostálgica y la tranquilidad, a
manera de equilibrio entre el estar ahí, viviendo y aspirar a la felicidad.
El día de la conferencia, Juliana me llamó por teléfono para recordarme el
compromiso adquirido. Va ser una jornada importadísima, me dijo. Un
encuentro con la complejidad que adquiere la vida, me reiteró.
Nos encontramos a la entrada del auditorio, llevaba un traje completo, de
color negro. Un traje estrecho, que realzaba sus formas. Yo la miré extasiado.
Nunca la había visto tan bella y tan insinuante.
El expositor, un profesor joven y sonriente. Con gestos que transmitían
seguridad y convicción en lo que hacía. Sus actitudes transmitían cierta
sensación de compromiso. Vi, en él, una réplica creativa de Juliana.
Antes de empezar su intervención, nos obsequió una copia escrita del
contenido. Juliana y yo nos sentamos juntos. Le tomé la mano, como
queriendo que me transmitiera ese interés que reflejaba en sus ojos. Pero, al
mismo tiempo, esperanza.
Una vez terminada la conferencia, Juliana abordó al profesor Arenas. Yo
veía en ella, unos ojos escrutadores hacia él. Ojos que trasmitían admiración.
Sentí que me había abandonado. Era, para mí, un estar con ella, sin estar.
Como falso acompañante. Le dijo, profesor, nunca había asistido a un evento
como este. Usted estuvo maravilloso. Quisiera, algún día, estar con usted y
que me dedicara un momento, para expresarle algunas dudas que tengo,
respecto a las consideraciones filosóficas del derecho penal. Siempre me ha
apasionado ese hecho de mirar, la nomenclatura del análisis jurídico, en el cual
los y las sujetos, nos vemos inmersos en la necesidad del castigo, porque
vulneramos las normas que rigen la interacción social. Hablar con usted de ese
ejercicio del poder y de la coacción que hacen posible el equilibrio. Mirar con
usted esa interpretación del nexo entre el poder y la religión, como usted lo
expresó en su conferencia.
-Mire, profesora Juliana, el día en que usted asistió al coloquio sobre los
derechos de las mujeres, quedé impresionado por su manera de interpretar la
revolución cultural y de valores que se han derivado del proceso relacionado
con la lucha de las mujeres por su emancipación. Inclusive, tuve la intención
de hablar con usted. Sin embargo, no lo pude hacer, ya que debía estar en el
aeropuerto, para viajar a Brasilia. Trataré de concretar un encuentro. Puede ser,
la próxima semana. De todas maneras, yo la llamo para precisar día y hora.
Yo era un asistente pasivo a ese diálogo. Sentí una indignación profunda.
Una mezcla de impotencia y celos. Siempre me ocurre lo mismo, cuando me
siento insignificante. Cuando se reitera mi ignorancia ante los procesos
trascendentales, colectivos. Como quiera que soy un sujeto que interiorizo los
entornos, a partir de códigos preestablecidos. Códigos que no son otra cosa
que el resultado de mi incapacidad. Porque, soy sujeto aprisionado, atado a la
yunta de un pasado lleno de momentos que he vivido. Momentos de
insatisfacción espiritual. Una aridez, convertida en angustia, en nostalgias
mías, en los cuales mi relación con los otros y las otras, no es más que
sumatoria de soledades y de interpretaciones, en las cuales confundo mis
sueños con la realidad. Vinculado a mi madre, en sus acciones que transmiten
la imposibilidad para encontrarse. En su concepto de amor de amantes. En sus
continuos rechazos a mi exigencia.
Acompañé a Juliana hasta el colegio. Al despedirnos, sentí que mis deseos
furtivos, por acercarme a ella y poseerla, estaban absolutamente distantes de
concretarse. Porque, queda claro que lo de ella es una condición de amante
latente, solo para quienes podían asumir, con ella, la vida en todo lo que esta
tiente de pasión y de entrega. Pedro Arenas era su ícono referente.
Cuando Isolina Girardot despertó, el día primero de abril de 2025, recordó
lo sucedido el día anterior.
Estuvo con Isabel Pamplona, en Annapolis, ciudad siempre acogedora.
Uno de los aspectos más importantes, hacía referencia a la manera de abordar
la doctrina de la libertad. Doctrina inmersa en vacíos conceptuales. Algo así
como entender su dinámica, anclada a la teoría de “vista atrás”.
Es decir, una reiteración en torno al hilo conductor: por más que
avancemos en el discurso libertario, navegamos en el remolino de la
repetición. Significa desandar, por lo menos en la noción de asumir los hechos,
en un contexto de cotidianidad, agresivo.
Ya Isabel le había advertido a Isolina sobre las consecuencias relacionadas
con la depravación vigente. Los malos tratos recibidos avanzaban
exponencialmente. Inclusive, Isabel, hizo referencia a la cantidad de
momentos vividos bajo el énfasis de los textos producidos. Textos que
relacionan la libertad con esquemas discursivos. Unos esquemas de
fulgurantes palabras huecas.
De hechos formales. Inclusive le recordó lo sucedido el 8 de marzo
anterior. Cuando enfrentaron la fatiga de los escenarios y de las intervenciones
alusivas a la mujer. Como ícono, en constante crecimiento. Una forma de
respaldar la interpretación de los aportes, en términos de epopeyas vinculadas
con la defensa de sí mismas en la ciudad, en el campo, en el hogar; utilizando
un lenguaje impúdico. Una reflexión atada a la globalización. Un contexto en
el cual se vulneraba la emancipación, por la vía de utilizar ese referente, como
doctrina soportada en la superficialidad; cuando no con una variante perversa
del homenaje a las madres, de por si degradado, absorbido por la literatura y
las prácticas inveteradas. Como aquella de hacer coincidir afecto y respeto,
con la oferta de mercancías.
No obstante, en esa referencia, Isabel postuló la posibilidad de rehacer el
concepto de libertad de las mujeres. Tal vez, volver al origen de la declaración
primera. Esa derivada de las obreras y las mujeres libertarias, cuando erigieron
la lucha autonómica, soportada en la dignidad, contra los atropellos, contra la
asimilación de sus reivindicaciones, a simples acciones cautivas de la lógica
de una sociedad absolutamente centrada en la opción de la ternura como la
implicación de las mujeres en el proceso orientado por el rotulo: nacieron para
ser madres. Esa huelga de las mujeres obreras en una empresa de Estados
Unidos, en 1910, constituye referente obligado, al momento de valorar la
celebración del 8 de marzo, como el Día Internacional de las Mujeres.
Asimismo, Isabel, hizo alusión a la variante de transformar esa
degradación absoluta, por la vía de otorgarles el derecho, inmóvil, pasivo y
condicionado, a la expresión. En eventos y celebraciones. Es obvio, decía
Isabel, que no ha habido traslado de lo allí expresado, a una generalización
real, en el día a día.
Para Isolina, ese día de abril de 2025, fue la reafirmación de su autonomía.
Pues decidió su ruptura con Adrián, su gendarme y tutor en casa. Aquel que
siempre reivindicó en público su condición de amante libertario que compartía
con ella la opción de vida vinculada con el concepto de autonomía plena. Un
desdoblamiento que ella no soportó más.
Yo no tenía certeza, si Isolina había estado conmigo en la caminata que
hice en compañía de Susana y Juliana. Lo único claro, para mí, fue su
recuerdo, al quedarme dormido, una vez en casa, después de despedirme de
Juliana.
Isolina fue compañera de Martha y de Maritza en los primeros grados de
escuela. Había conocido a Adrián, mi hermano, en una fiesta, realizada en
celebración de los cuarenta años de Liceo Nietzsche, en el cual trabajaba
Juliana. Morena, esbelta, un cabello crespo, pegado al cráneo. Nunca
pretendió alisárselo. Se sentía feliz con esa prueba de su afro descendencia.
Fue mi confidente en los momentos de angustia causados por el quehacer
perverso de la empresa.
De ella aprendí el amor por nuestras raíces. Siempre me ha acompañado su
recuerdo. Mujer abierta, sincera y de una fortaleza impresionante para
enfrentar los rigores asociados a la lucha por los derechos de las etnias.
Cercana a todo el proceso reivindicatorio de la equidad y solidaridad de
género. Acompañante de las mujeres de la Ruta del Pacífico. Conocedora de
los crímenes de lesa humanidad en el país. Y, por lo mismo, tejedora de
posibilidades libertarias de las negras y los negros. De nuestros nativos wayú,
huitotos, de los paeces; de los de la Sierra Nevada.
El día que se conoció de la tragedia provocada en Bojayá y en la cual
murieron más de 100 negros y negras, mujeres, niños, niñas, adultos; Isolina
promovió un clamor social, un repudio al hecho y de solidaridad. Asimismo,
ocurrió, cuando en Barrancabermeja, fueron asesinados y asesinadas personas,
civiles; trabajadores y trabajadoras
De todas maneras, ese día, al despertar tenía la esperanza de encontrarla,
de que lo soñado era realidad. Quería que me repitiera esas imágenes escritas
que leí en el sueño. Pero no. Isolina no estaba. En su lugar estaba esa sombra
de la soledad. Esa que me acompaña a cada momento. Pensé en Juliana, en su
mirada hacia el profesor Arenas. Pensé en Susana, en la cita que tuvimos y que
nos distanció más. Pensé en Sinisterra en su pérfida pasión por el
enriquecimiento, en su malvada tendencia a engañar y a fornicar, con
consentimiento o sin él.
Maritza estaba sentada en el vergel. Una casa inmensa. Había conocido a
un hombre con el poder que otorga el hecho de tener dinero en abundancia. Su
nombre era Pánfilo. Individuo de malas mañas. Con extensiones de tierra, casi
infinitas. Conocedor del negocio que alucina Controlador de procesos de
envíos, de siembras, de crímenes ligados a esos procesos. Demasiado rico.
Demasiado hacedor de poderes y macropoderes. Tanto que, en 2002, auxilió a
campañas políticas hacia los instrumentos de poder. Año aciago ese. Cuando
se conoció de un discurso ampuloso vinculado con la seguridad y la paz.
Cuando, la asunción al poder ejecutivo, constituyó un pulso entre la libertad y
la ignominia la presencia de una versión bastarda de la libertad. Una extensión
de poderes y macropoderes, en todos los ámbitos. Una manera de proponer la
interpretación de la lógica. Una manera de poner de revés la búsqueda de la
libertad. Un tanto como el fascismo de Mussolini, anclado en la denominada
voz del pueblo. En la expresión no cierta de que éste nunca se equivoca. La
voz del pueblo es la voz de Dios, en crecimiento exponencial. En donde todo
es sensato y posible, por la vía de la teoría de que el fin justificaba los medios.
Pánfilo Castaño, era un hombre pragmático. Así se había hecho rico. Así
había comprado su posibilidad de crecer en un entorno de corrupción. Lleno
de expresiones que conducen a validar el poder, por la vía de construir un
equilibrio entre el delito y los crímenes, con el ejercicio de un poder ejecutivo
vertical, supuestamente democrático.
Al llegar, saludé a Maritza. Ella permaneció inmóvil, en silencio. Se creía
sujeta de alto vuelo. Por lo mismo, significaba el hecho de que sus
circundantes le reverenciaran. Un hacer la vida, por la vía del control. En
donde el dinero permite ascender de estrato y de controlar poderes y
micropoderes.
Por fin atendió mi expresión. Me dijo, Samuel, tú eres incorregible. Sigues
pegado al recuerdo de nuestra madre. Por el contrario, yo aprendí la lógica de
lo cotidiano, de lo real. De aquello que, siendo real, permite la manipulación.
Es un empoderarse de los ofrecimientos que otorga la vida. En el cual los
valores no existen, en el cual, lo que vale es sentirse pleno, sin afugias.
Yo, seguía diciendo Maritza, estoy aquí, porque he podido interpretar la
magia de ese equilibrio. En eso, apareció Pánfilo, con su esotérica presencia,
saludando en la distancia.
Asumiendo que yo, también, era sujeto controlado.
Me dijo: estoy aquí, no por tu hermana que parece una fufurufa, sino por la
fascinación que ofrece el poder y el logro del equilibrio. Como si de antemano
supieras que no existe barrera para el poder dinero.
Yo, me resistí a la veleidad de Pánfilo. A su peculiar manera de entender la
vida como simples sumas y restas. En el cual, lo humano se traduce en simple
expectación
Una vez terminada la conversación con Maritza, me dirigí al Teatro
Esparta, en donde se realizaba una conferencia, titulada, Estado, poder,
educación y bienestar. El conferencista era el mismo profesor Pedro Arenas.
Había conocido de la misma, por una llamada que me hizo Juliana y me invitó.
Más tarde comprendí que, Juliana, había concretado con el profesor
Arenas, una reunión, o para ser más preciso, un estar, después de la
disertación. La denominación de la intervención, hablaba de la noción de
poder educación y de bienestar social en América Latina. Antes de empezar, el
profesor Arenas, pidió, al auditorio, un reconocimiento hacia la labor realizada
por Juliana en El colegio Federico Nietzsche.
Aparentemente era, una visión congruente. La entendía después, como una
figura que puede servir como ícono, como referente para un programa de
gobierno. Y, en realidad, el ciudadano A., lo asumió como soporte de su
campaña. Es obvio que su implementación, depende de las circunstancias,
como todo hecho y toda realidad en la que, cada quien, construye su universo
de conceptos. Este es claro y preciso. Coincido con él en cuanto discurso
propuesto. Pero, me enerva la manera en la que lo ejercitan como instrumento
válido para perpetuarse en el poder. En ese contexto entendí, entonces los
principios de Pánfilo y la perspectiva en el poder, por parte del ciudadano A,
Una base teórica insoslayable, pero una apropiación absolutamente perversa
de la misma, para desarrollar una forma de gobierno avasalladora de los
conceptos de verdad, de democracia y del rol de los ciudadanos y ciudadanas.
Al terminar, el profesor Arenas se acercó a Juliana y la besó en los labios.
Todo lo anterior se me vino encima, aplastándome., cual peso de toneladas de
cemento. Me sentí como sujeto enfermizo, que había trasegado por todos los
entornos, buscando en Juliana una perspectiva de libertad y de gozo. Este
último, en relación a lo que más me ha fascinado y que lo viví en mi madre: el
placer sexual, como soplo divino indispensable para vivir. Como tónico
espiritual. La exacerbación de mí odio al profesor Arenas, vino después de
haberle escuchado a Juliana, unas palabras al profesor Arenas: por fin me has
preñado. Espero que ese hijo o hija se parezca a ti, como, norte del proceso de
fundamentación intelectual.
Como alucinado, dejé atrás a Juliana y al odiado profesor Arenas. Regresé
donde Maritza, le pedí el favor de anunciarme con Pánfilo. Hablé con él. Le
hice saber de mis deseos de venganza. Le pedí el favor de realizar una acción,
para lograrlo. En concreto, le pedí que me ayudara a eliminar a un rival.
Pánfilo, acostumbrado a este tipo de requerimientos, me expresó que lo haría.
Solo tenía que describir al sujeto, fijar hora, sitio y día. Lo demás corría por su
cuenta.
El día 32 de mi nacimiento, Olga me despertó. No pude ocultar mi
malestar. Me habló de algo parecido a iniciar un nuevo día. Me acompañaba,
todavía, el sabor un tanto dulzón, de la leche de mi madre. Ella dormía. Olga
me enseñó una foto y un anuncio, recortado del periódico. Hablaban de un
señor Arenas que había sido atacado por sicarios, al momento de salir de la
universidad. La crónica, además hablaba de una mujer que acompañaba al
profesor Arenas. Ella sufrió heridas de alguna consideración, pero se hallaba
fuera de peligro en el Hospital Samaritano. Sentí una alegría perversa. Como
si esta noticia ya estuviera previamente diseñada. No solo por el hecho en sí,
sino por el alcance de la misma. Yo había estado interactuando con mi madre.
Cuando llegó Santiago, sentí ese desconcierto visceral, parecido al miedo y al
odio. Cabalgó sobre mi madre toda la noche, hasta que la sintió sin aliento. No
por placer, más bien por el cansancio físico que produce el asco y el dolor de
sentirse violada, vulnerada.
Caminé largo tiempo. Parecía un enano de sesenta años, cuando apenas si
llegaba a un tamaño normal para mí edad y a una desesperanza. Brutal. Como
cada que soy convocado a rendir cuentas ante los visires gubernamentales.
Aquellos que controlaban la infancia, con el propósito de adecuar su
comportamiento hacia una sociedad de impecable blancura exterior, y de un
profundo respeto por los bienes del otro o de la otra, Una ciudad artificiosa, en
donde vale lo híbrido como sistema de vida. Sin placer real y sin poder
cortejar a la mujer a quien uno ama. Al margen de las afugias cotidianas.
Olga, era una de esas mujeres-niñas, que lo sabía todo. Tanto en términos
de intimidad sexual, como también en términos de exterioridad social. Sabía, a
manera de ejemplo, del cortejo del amante que pretende dominar a una
hembra, de manera casi salvaje. También sabía del origen del orgasmo. Ella
misma me confesó que, a sus tres años, ya sabía explorar su clítoris, de tocarlo
y de vaciarse de dicha. Le dije al oído: si buscas una información más precisa,
si averiguas por la mujer que acompañaba al profesor Arenas; te haré lo que
siempre deseas. Una exploración por tu sexo, con mi lengua y mis manos.
Haciéndote explotar de pasión y de satisfacción, parecido a lo que le hago a mi
madre, cuando no puede dormir y necesita hacerlo.
Olga, me miró desconcertada. Sin embargo, accedió a mi solicitud. Salió
de casa, con la mira puesta en el premio que yo le ofrecía. Estuvo en el
Colegio Nietzsche. Habló con la asistente de la dirección. Preguntó por la
profesora Juliana, fingiendo ser una colega que conocía a Juliana, desde la
infancia. La asistente le comunicó que la profesora Juliana había sido herida
en un atentado en el cual murió el profesor universitario Pedro Arenas. Está
recluida en el Hospital Distrital, recuperándose de heridas relativamente leves.
Al regresar a casa, yo estaba en posición de acecho. Desnudo, con mi pene
afuera, erecto. Olga me contó lo averiguado y reclamó su trofeo. La avasallé
con furia, le rompí el traje, me sumergí en ese sitio en donde las piernas
terminan. En ese lugar hermoso de todas las mujeres y que es mi constante
convocante. Luego subí a su vientre, me deslicé hacia sus pechos ya
inflamados en un temblor, como si estuvieran simulando un terremoto. Lamí
sus pezones, los succioné, de igual manera que lo hago todas las noches con
mi madre, cuando Santiago no ha llegado.
Exhausta, Olga, se perdió en la obscuridad del cuarto. Regresó, desnuda al
pasado; al lugar que era su nicho y desde el cual proyectaba sus apariciones de
futuro; según las circunstancias y los requerimientos de sujetos como este
hermano suyo que la convocaba constantemente.
Adrián estaba sentado en su despacho ministerial. Había logrado ascender
hasta allí, a través de Pánfilo, quien contaba con algunos cupos en la frondosa
burocracia afín al ciudadano A. Este, a su vez, había alcanzado un aura
mágica. Un poder absoluto. Un control mediático sobre la población. Tenía un
particular concepto sobre el poder y su relación con el manejo de la verdad.
Siendo esta presentada de tal manera, que su enrevesado marco teórico le
permitía una manipulación constante. Una verdad suya, según las
circunstancias. Sumaba verdades, como se suman peones políticos. Es decir, lo
suyo, es una contravía a la lógica humanista. Ese tipo de lógica que absorbe,
adormece, a partir de un discurso aparentemente simple, pero que, en realidad,
está cargado de mensajes subliminales, como dicen ahora los semiólogos.
Mi hermano había sido expulsado del entorno de Isolina. Ella se negó a
continuar siendo sometida. En un ejercicio de plena consecuencia con sus
principios. Adrián conoció a Pánfilo, el día en que Maritza lo llamó para que
asistiera a un acto político convocado por su amante y en apoyo a varias
candidaturas regionales. Por esta vía, le dijo Maritza, lograremos que el
ciudadano A., acceda al poder.
Ya, de tiempo atrás, Pánfilo había promovido la creación de grupos de
gendarmes violentos. Una envoltura que tenía como fines directos e indirectos,
la destrucción de ilusiones de libertad y de sobrevivencia económica, por parte
de quienes él suponía enemigos del orden establecido. Una variante del
bandidaje similar a la Camorra italiana, a los Cangaceiros en el Brasil; a los
escuadrones de la muerte en Argentina y en Uruguay. Del mismo tipo de
quienes promovieron la violencia contra los seguidores del presidente Allende
en Chile, en las barriadas de Santiago.
El día del acto político, Adrián asistió. Coincidió con la implementación
del acto de libertad realizado por Isolina Girardot. Siguió de cerca, con mucha
atención, las intervenciones verbales de los promotores, futuros controladores
de poderes regionales y, aún, de aquellos que aspiraban un sitio en el Congreso
de la República. Hablaron, a manera de contar anécdotas, de sus realizaciones.
Estas, en muchas ocasiones, suponían la eliminación directa o camuflada de
líderes contradictores, de sus familias. En universo de interpretaciones que
hacían de su actividad un instrumento avasallante, pérfido.
Al terminar la reunión, Maritza relacionó a Adrián con Pánfilo. Este, con
un aire de satisfacción inocultable, le dijo a mi hermano: espero tenerte por
acá con más frecuencia. Si tienes alguna necesidad cuenta conmigo. Adrián
respondió: actualmente me encuentro sin una actividad laboral permanente.
Además, Isolina, la negra revolucionaria, me ha expulsado de casa. Pánfilo,
aprovechó esta denuncia, para expresar la reafirmación y la validez del
exterminio a quienes se oponen a entrar en razón, bajo el control de sus
dependientes y del ciudadano A.
Cuando quieras vengarte, cuenta conmigo. Te hacemos el trabajito de
limpieza que necesitas.
Lo cierto es que Adrián se comprometió con Pánfilo a trabajar a su lado, en
ese proceso de control y de violencia, justificando esta última, en razón de la
necesidad de orden en el país.
El día en que el cuerpo de Isolina Girardot fue encontrado en las afueras de
la capital, luego de haber sido sacada violentamente de su casa, por un grupo
de hombres encapuchados, había sido reportada como desaparecida. Ese día,
yo estaba al lado de Susana. Había concertado con ella una entrevista, después
de la jornada laboral en la empresa. Al conocer la noticia, Susana me dijo:
mira Samuel, ese tipo de personas, como Isolina, no deberían existir. Son
personas que no permiten el desarrollo de opciones de beneficio. No permiten
la implementación de medidas conducentes a la restauración del ordenamiento
institucional. Son algo así como la extensión de los promotores de la anarquía.
Ya lo hemos visto en el pasado aquí mismo. Pero, también los vemos en
Santiago, en Buenos Aires, en Montevideo, en Brasilia. A decir verdad, dijo al
final, quien lo haya hecho, hizo muy buen trabajo. Ojalá lo hagan
permanentemente con personas de su tipo.
Ante la interpretación que Susana le dio a la desaparición y muerte de
Isolina, la miré con rabia. Esa misma que sentía por Pánfilo, por Sinisterra, por
Adrián, por Maritza, por sus seguidores…por el ciudadano A. Sin embargo,
era una rabia interior que no se transformaba en acciones directas en su contra.
Algo parecido a interiorizar el descontento. Pero con un miedo absoluto a
hacerlo público. Siempre me sucede que quiero expresar algo, sentido,
necesario; termino en la inactividad. En un sometimiento absoluto. Inclusive,
en muchos de mis sueños, he cohonestado con la satrapía. En uno de ellos, en
mi lejana infancia, busqué la venganza, como hombre traicionado, por parte de
una mujer y de su amante. Mujer que todavía no he podido identificar en la
realidad. Lo mío, en ese entonces, no fue otra cosa que una proyección de mi
verdadera catadura, como sujeto incapaz de superar la dicotomía entre querer
ser libertario y consecuente y un ser sometido por la variante perversa de
promover actos sexuales vandálicos. Así lo he hecho con mi madre, con Olga,
con Martha…y así he querido hacerlo con Juliana, quien se ha convertido en
mi obsesión, a quien quiero horadar con mi falo insaciado; hasta matarla de
dolor físico y de vulneración espiritual. He querido violarla de manera
constante.
Lo mío, pensé, no es otra cosa que una lucha iniciada desde antes de nacer
mi madre, desde mi vida fetal en su vientre, desde que la vulneré el primer día
de mi nacimiento, como sujeto que activa su psiquis, a partir de añorar las
explosiones eróticas de ella y de cualquier mujer. Como sujeto que odia a
Santiago, a Verdaguer y a los amantes de mi madre niña, antes de yo nacer.
Sinisterra estuvo en casa de Susana. Celebraban la conquista de un nuevo
mercado para la empresa. España había sido un tanto renuente a comprar la
patente del registro étnico. Por fin habían logrado superar el obstáculo
asociado a una especie de remordimiento. Una sensación de culpabilidad que
derivaba de su presencia en esta parte de América.
Dicha celebración, incluía la entrega de condecoraciones a quienes se
habían destacado en la empresa, por su capacidad de sometimiento a su
desarrollo y fortalecimiento. Susana era una de ellas. Sinisterra la había
propuesto ante la dirección de la empresa. Con el título: a la más capaz de
nuestras impulsadoras. Condecoración que incluía una bonificación
económica.
Yo asistí a ese evento. Lo hice como propietario del yo cuestionador
encubierto, de la perversa actividad empresarial. Por el mismo hecho de ser
cuestionador encubierto, fui invitado. No alcancé el tope de sometimiento
requerido. Me asignaron 50 puntos de 100. Apenas obvio, Susana alcanzó 100
de 100.
Sinisterra habló. Se deshizo en halagos verbales a Susana. La presentó
como una mujer dinámica, emprendedora, capaz de sacar adelante a la
empresa, por encima de cualquier consideración o principio.
Tres días después supe que Susana había volado mucho más bajo. Había
claudicado ante el incisivo Sinisterra. Habían viajado a un lugar cerca de la
capital y estuvieron dos días encerrados; otorgándose al placer que brinda el
forcejeo grosero, sin otro aliciente que vaciarse.
Tal vez mi descontento y caracterización de ese hecho, era una muestra de
mi capacidad para engañarme a mí mismo. Porque, en fin, de cuentas, ha sido
ese mi estilo de vida. En sueños y en la realidad. Repudiaba lo de Susana y
Sinisterra, realmente, porque no era yo el horadador de Susana.
Corría el mes de agosto el año en que llegué a los 35 años. Se celebraba en
la ciudad un encuentro de estudiantes de filosofía e historia. Este evento fue
organizado por la universidad en la cual es profesor Pedro Arenas. Juliana me
hizo llegar el cuadernillo con la invitación. Se incluía una conferencia del
profesor Arenas, titulada LA Virtud y la ética en Sócrates.
Decidí asistir a la conferencia. Lo hice, en el interregno de mis constantes
reflexiones. Sabía, de ante mano, que Juliana y el profesor Arenas, aparecería
ante el público, como concordantes en sus principios y valores. Como agentes
del conocimiento profunda acerca de la historia de la humanidad. Como
defensores de la libertad de pensamiento y de la prodigalidad que permite la
filosofía, como soporte.
Efectivamente, al llegar al auditorio, ya estaban ahí Arenas y Juliana.
Organizaban los documentos y la logística inherente a la conferencia. Un
auditorio colmado de estudiantes e intelectuales de la capital, de otras ciudades
y del exterior.
Los aplausos fueron abrumadores. El profesor y Juliana estaban sonrientes,
sabían que sus aportes eran bien importantes, para la interpretación del legado
socrático. Yo volví a sentirme como pigmeo intelectual. Ante esa alegría
sincera de Juliana y ante el reconocimiento hecho al profesor Arenas. Volví a
sentir odio exacerbado. Yo, con mis convicciones torcidas. Esas que reclaman
un reconocimiento a mi condición de sujeto portador de una nueva lógica y de
una nueva ética para la intervención individual y colectiva, en el proyecto de
vida futuro.
Con mis perversidades aceptadas por mí mismo en un desdoblamiento en
el que interactúan ese yo interno amado por mí, cual narciso pervertido. La
perversión es para mí, un ícono interior que alimenta mi quehacer, que lo
orienta a manera de referente continuo. Ese yo que destruye opciones, que
invalida la intervención de los otros y de las otras. Que pretende aparecer
como admirador de Isolina y de su memoria, que pretende enjuiciar a Pánfilo y
al ciudadano A., pero que a la postre los reivindica, porque son como el yo
interior. El que vivifica figuras nihilistas, a partir de un Nietzsche
escamoteado, falseado.
El asunto es que, Hipólito, regresó de su viaje al pasado. Había asumido un
itinerario cargado de vicisitudes. No más, al partir, enfrentó el dilema asociado
a la significación que adquiere la ilusión; cuando se pretende recuperar la
memoria con respecto a hechos idos. Aquellos que, según la ortodoxia
inherente a la lógica, no pueden ser recuperados; a no ser que se descifre el
código vinculado a la libertad para transgredir las consecuencias de la relación
tiempo, espacio y suceso.
Sin embargo, a decir verdad, su capacidad para percibir y concretar el
sentido que tiene la asociación de conceptos, había sido vulnerada desde aquel
día en que decidió reinventar la noción de realidad. Porque siempre estuvo
atado a un condicionante en el cual la vida era algo así como un devenir
constante. Hechos y acciones sin nexo con la certeza. Nunca había podido
entender la dinámica concreta, en donde el ser y el haber sido, supone la
existencia de un prerrequisito básico; esto es reconocerse a sí mismo. De no
ser así, los entornos y las vivencias, no son otra cosa que representaciones auto
construido, a partir del hilo conductor invisible que soporta el tránsito de un
lugar a otro, sin horizonte. Esto es lo mismo que la ausencia de identidad.
Con todo esto, el no reconocerse, le deparó ciertas ventajas; como aquella
de poder establecer un diálogo constante consigo mismo. Una abstracción
cercana al don de alucinar al yo. Proponerle, siempre, la asunción de
realidades estables, sin aquella angustia que erosiona al ser; cuando no puede
alcanzar el equilibrio pertinente con respecto a los otros.
De todas maneras, su viaje al pasado estuvo precedido por aquel momento
en el cual conoció a Zoraida. Nunca supo cuándo ni dónde. Por lo mismo que
nunca había podido discernir acerca de los límites entre la interacción con yo y
el contacto con los personajes que el mismo había construido; en un ejercicio
de iteración, en el cual cada personaje le proponía una interpretación de
referentes y de conceptos. Siendo así, entonces, amar, odiar, vulnerar, ser
vulnerado, vivir; eran para Hipólito sumatorias, agregados no vinculantes.
Algo así como su inconsciente nunca legitimado.
Lo cierto es, Carolina, adquirió forma. Según los códigos biológicos, era
una mujer joven. Reconociendo, eso sí, como en todo lo suyo, nunca tuvo
certeza de su edad. Esto para no hablar de los atributos del cuerpo. Tal vez,
porque el universo de sensaciones que sustentan la cautivación originada en la
presencia de pezones turgentes, piernas sólidas, pelvis delineadas como
triángulos perfectos, vellos púbicos encubridores de un sexo no penetrado; etc.
; no constituían para él asideros precisos. Más bien eran, como ahora siguen
siendo, representaciones lúdicas afines a la necesidad de eludir el desasosiego
inveterado.
Por lo tanto, palpar el vientre de Carolina, surgió como estrategia un tanto
convencional adherida a los recetarios vigentes para alcanzar cierta textura en
aquella motivación que convoca a los sentidos y estos la transmiten al yo y
este se excita hasta el orgasmo virtual; como quiera que es una derivación de
lo erótico como figura etérea.
Sintió, inclusive, que recorría el cuerpo de Carolina; que penetraba esa
zona estrecha y punzante, mimetizada en los sedosos vellos y que ella se
extasiaba y que susurraba metáforas cantadas en donde lo protagónico era el
placer, la plenitud de mujer amada una y otra vez por ese ser lejano, volátil,
herético. Se sintió invadido; navegó en ese mar corporal inmenso, tierno,
insinuante. Imaginó la cúpula de templos obscuros, como territorios ofertantes
de ilusiones y creencias para todos los seres como él; ávidos de espacios para
la alucinación; necesitados de significados para la vida.
Por lo mismo, al regresar de su viaje al pasado, se encontró tan solo como
al principio de su periplo por el mundo...Con equilibrios constantes a bordo;
con la certeza de su desencuentro. La diferencia, ahora, era la nostalgia por
Carolina….por su cuerpo y su don de promover ilusiones.
Y, como s fuera poco, ahora resultó presa del erotismo. Yo nunca he
deseado mujer u hombre. Simplemente, también, en eso se expresa mi
desorientación. Más bien decirlo, mi incapacidad. Inclusive, nunca me
imaginé siendo el producto de un momento orgásmico. Simplemente, crecí
como si nada. Negándome a entender el nexo entre una cosa y otra. Como
jugando al que será. Y, a decir verdad, lo descrito por la Nana, me convocó, de
una vez por todas a asumir una decisión. Lo digo, al menos, en lo que supone
validar la existencia conociendo la belleza de ese tipo de relación. Tal vez
llegue el momento. Por ahora me basta seguir embadurnado de esa impudicia
que han dado por llamar ética.
Salí, sin saludar y sin despedirme de Juliana. Vagué por las calles sórdidas
de la ciudad, amasando mi interpretación de la vida y construyendo venganza,
a partir de posesionar mis convicciones como norte. Ese norte mío que va
desde mi pasado tortuoso, hasta este presente alienador de mí mismo. Como
sujeto suplicante. Como profeta de una nueva vida asociada a lo que soy.
Como sujeto vandálico, sin otra moral que la que sirve para acuñar
tipificaciones de la humanidad y su historia, similares a Mirosvick en su
justificación del aniquilamiento de bosnios. Como imagen de un Robespierre
transformado en verdugo insaciable. O como vendedor de ilusiones saturadas
de maldad. Una maldad mística. Tatuada al cuerpo, para que todos y todas lo
miren y se conviertan en promotores perpetuos. Incluidos Pánfilo y el
ciudadano A.
Al finalizar mi presentación de las pruebas, a través de sucesivas historias
de vida, el camarada Quinchía, objetó mi documentación. Como única
sustentación, expresó una frase anodina: “…muchas veces, todo lo que
creemos creer, no es otra cosa que lo que queremos que los otros y las otras
crean…”.
Obviamente, Quitian Maya, expresó su respaldo a Alejandrina.
(Alfonsina). Al término de la reunión, no quise despedirme de Quitian. Salí a
la calle. Estaba decidido a hacer ruptura con todo el Comité de Dirección. Su
silencio los hizo cómplices de Alejandrina (o Alfonsina, o Susana). Para mi
quedaba claro que habíamos llegado a un punto de no retorno: en lo que
implica al desvertebramiento de no retorno. Para mí, efectuando un análisis en
profundidad de lo que venía aconteciendo, Jorge Quinchía (Quitian Maya) y
Alejandrina (o Alfonsina; o Susana) y Emilio Buriticá (o Samuel), habrían
tejido una organización dentro de la organización. Una estructura que les
permitió, no solo la infiltración. También cortar la ilusión de la revolución en
nuestro país.
El día uno de marzo allanaron mi casa la soldadesca y los grupos de
exterminio. Fui llevado a las afueras de la ciudad, Me dieron muerte de
manera ignominiosa. Mi última mirada sería para recordar a Juliana, Pedro
Arenas, Isolina y Demetrio.

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