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(StarCraft, 03) (Hickman, T) - La Velocidad de La Sombra
(StarCraft, 03) (Hickman, T) - La Velocidad de La Sombra
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Caída
Dorado...
Ésta era la palabra apropiada para aquel día raro y perfecto, uno
de esos que calientan el alma con un dorado resplandor de júbilo.
Había paz en un día dorado.
Algunos días eran verdes, densos de nubes plomizas y lluvia,
perforados por brillantes destellos de ardiente blanco y truenos
agolpados. Otros días eran de un vibrante y frío azul que se extendía
en arco sobre las cúpulas cubiertas de escarcha y las naves del
asentamiento. Había también días rojos: el cielo de la tarde pintado
por el polvo de los vientos primaverales antes de que las cosechas
se hubieran asentado en los suelos. Algunos días hasta se extendían
en dirección a la noche con una manta de seda de color cobalto que
cubría el cielo.
Le gustaban aquellas noches de otoño en las que podía dejar
atrás sus mundos levantando la vista hacia aquella rica oscuridad.
Dios había atravesado el cielo con un alfiler, se imaginaba, para que
Su luz pudiera brillar por los agujerillos. De niño escudriñaba las
estrellas tratando de ver el otro lado y encontrar a su Creador. Nunca
había dejado de buscar aunque al llegar a los diecinueve años se
había dicho que era demasiado maduro para esa clase de cosas.
Cada día tenía colores diferentes para él. Los había
experimentado en todos sus matices. Cada uno de ellos tenía un
recuerdo y un lugar en su corazón. Pero ninguno podía compararse a
un día dorado. Era el color de los campos de trigo que se extendía
como un oleaje por las colinas bajas que rodeaban la granja de su
padre. Dorada era la calidez del sol en su rostro. Dorado era el brillo
que sentía en su interior.
Dorado era el color del pelo de ella y el sonido de su voz.
--Otra vez estás soñando, Ardo --le susurró con voz juguetona--.
Vuelve conmigo. ¡Estás muy lejos!
Abrió los ojos. Ella era dorada.
--Melani, estoy aquí, contigo.
Sonrió.
--No, de eso nada --protestó ella con fingida tristeza... un arma
formidable cuando quería salirse con la suya--. Estás soñando de
nuevo y me has dejado atrás.
Se puso de lado y apoyó la cabeza sobre el codo para poder
verla mejor. Tenía un año menos que él. Su familia había llegado
cuando Ardo tenía nueve, otro grupo en la larga cadena de
refugiados religiosos que caían desde el cielo para unirse con los
demás Santos en el pueblo de Helaman.
Se habían reunido refugiados de casi todos los planetas de la
Confederación: pioneros de las estrellas a su pesar. Muchos grupos
religiosos habían estado entre los primeros en ser ilegalizados por la
Liga de las Potencias Unidas de la Tierra, allá por el año 31. La
historia no era nueva para santos y mártires. A lo largo de la historia
de la humanidad, aquellos que no entendían a los fieles los habían
exiliado y los habían obligado a buscar nuevos hogares. El hecho de
que se vieran obligados a viajar de planeta en planeta y luego de
estrella en estrella empezaba a resultar un hecho dolorosamente
repetitivo en las clases de Herencia. Ahora, exiliadas de nuevo, las
familias de los fieles se habían desperdigado entre los transportes
del malogrado proyecto ATLAS y cuando esta misión había
terminado en un estrepitoso fracaso, los supervivientes habían
empezado a buscar a sus hermanos y hermanas. Cuando finalmente
se reestablecieron las comunicaciones entre los mundos, los
Patriarcas eligieron como nuevo hogar una región apartada de un
planeta al que llamaron Plenitud. En cuestión de poco tiempo,
estaban llegando a diario cargueros orbitales al Espaciopuerto
Zarahemia. Las familias que acababan de llegar se las arreglaban a
continuación para llegar a los asentamientos. Arthur y Ket Bradlaw,
con su pequeña de grandes ojos, formaban una de las cinco familias
que llegaron aquel día. Ardo había acompañado a su padre cuando
el pueblo entero se reunió para dar la bienvenida a las nuevas
familias y ayudarlas a asentarse.
No recordaba demasiado sobre cómo era Melani en aquel
tiempo aunque conservaba la vaga imagen de una chiquilla flacucha
que parecía incómoda, solitaria y tímida. Sólo empezó a fijarse en
ella cuando su decimocuarto cumpleaños trajo consigo algunos
cambios notables. La "chiquilla flacucha" pareció irrumpir en sus
pensamientos como una mariposa saliendo de su crisálida. Sus
facciones poseían belleza natural --los Patriarcas desaprobaban la
escultura corporal y el maquillaje-- y Ardo había tenido la gran suerte
de ser el primero en acercarse a ella. Su corazón y su alma cayeron
en el interior de aquellos grandes ojos azules y luminosos.
La cálida brisa que soplaba sobre los campos de trigo mecía el
nimbo de su largo y brillante cabello. El viento arrastraba el zumbido
distante del molino y el tenue aroma del pan que se cocía en la
panadería.
Dorado.
--Puede que estuviera soñando, pero nunca te dejo atrás --dijo
sonriendo. El trigo crujía alrededor de la manta en la que
descansaban--. Dime adonde quieres ir. ¡Te llevaré!
--¿Ahora mismo? --su sonrisa era como la luz del sol--. ¿En tus
sueños?
--¡Claro! --Ardo se arrodilló sobre la pesada manta que había
colocado para que pudieran tenderse--. ¡A cualquier lugar en las
estrellas!
--No puedo irme --sonrió--. Esta tarde tengo un examen de
Hidroponía con la hermana Johnson. Además --dijo con tono
cariñoso--, ¿por qué iba a querer marcharme? Todo lo que quiero
está aquí mismo.
Dorado. ¿Quien querría marcharse en un día dorado como
aquél?
--Entonces no nos vayamos --dijo con voz ansiosa--.
Quedémonos aquí... y casémonos.
--¿Casarse? --lo miró, en parte divertida, en parte intrigada--. Ya
te he dicho que tengo clase de Hidroponía esta tarde.
--No, lo digo en serio --Ardo llevaba algún tiempo preparándose
para aquel momento--. Me he graduado y las cosas están yendo muy
bien en la granja de papá. Me ha dicho que está pensando en darme
cuarenta acres en uno de los extremos de la explotación. Es el lugar
más bonito, junto a la base del cañón. Hay un lugar junto al río
donde... donde... ¿Melani?
La muchacha del pelo dorado no lo escuchaba. Se había
incorporado y dirigía una mirada entornada hacia el pueblo.
--¡Ardo, la sirena!
Entonces también él la oyó. El aullido distante, subiendo y
bajando sobre los campos.
Ardo sacudió la cabeza.
--Siempre suena a mediodía...
--Pero no es mediodía, Ardo.
El sol se eclipsó en aquel momento. Ardo se levantó de un salto
y giró la cabeza hacia el sol oscurecido. Se quedó boquiabierto al ver
que una sombra cada vez mas grande se desplazaba sobre los
amarillentos campos de trigo. El miedo hizo que se le abrieran los
ojos como platos. La adrenalina empezó a correr por sus venas.
Enormes volutas de humo volaban tras unas bolas de fuego que
se dirigían directamente hacia él desde el extremo occidental del
amplio valle. Rápidamente, Ardo se agachó y ayudó a Melani a
levantarse. Su mente corría. Tenían que huir, encontrar refugio...
¿Pero dónde podían ir? Melani gritó y entonces se dio cuenta de que
no tenían dónde ir y no había ningún lugar seguro para esconderse.
Las bolas de fuego parecían tan próximas que los dos se
agacharon. Las llamas describieron un arco sobre ellos, mientras el
atronador sonido de su furia ahogaba rápidamente la lejana sirena de
advertencia. La sombra de su paso cubrió el valle entero. Cinco
enormes columnas pasaron sobre ellos, como dedos extendiéndose
por encima de Ardo y Melani en dirección a los apiñados edificios del
pueblo de Helaman.
Ardo se estremeció --si de miedo o excitación, no hubiera podido
decirlo-- pero al menos su estupor había terminado. Cogió a Melani
del brazo y empezó a tirar de ella.
--¡Vamos! ¡Tenemos que llegar al pueblo antes de que cierren
las puertas! ¡Vamos!
No hizo falta que insistiera.
Corrieron.
***
No recordaba cómo lograron entrar en la ciudad.
El dorado del día se había trocado por un pardo terroso que
derivaba en gris a causa del humo que seguía cubriendo el cielo
sobre sus cabezas. Era un color opresivo, oscuro y frío. Allí parecía
fuera de lugar.
--Tenemos que encontrar al tío Dez --se oyó decir a sí mismo--.
¡Tiene una tienda en el recinto! ¡Vamos! ¡Vamos!
Ardo y Melani lucharon por avanzar por el centro del pueblo, que
ahora estaba atestado de refugiados. Originalmente, Helaman no
había sido más que un puesto avanzado en los confines más lejanos
de Plenitud. Su centro era el antiguo recinto defensivo con un muro
de defensa que rodeaba todo el edificio. Desde entonces, se había
extendido más allá de aquellos muros centrales. Ahora más de diez
mil personas llamaban hogar a Helaman... y casi todas ellas habían
buscado refugio en el antiguo recinto fortificado.
Podía ver el cartel "Equipos Dez" al otro lado de la plaza central.
El traqueteo del fuego automático resonó de repente desde el
muro del perímetro. Hubo dos explosiones sordas, seguidas casi al
instante por más fuego de ametralladora.
Un grito se alzó entre la multitud de la plaza. Más que oírlo, Ardo
sintió el temor que embargaba a la muchedumbre. Hubo gritos,
algunos estridentes y otros tranquilizadores. El humo proyectaba un
velo opresivo sobre todos los presentes.
--¡Ardo, por favor! --dijo Melani--. ¿Dónde... dónde vamos?
¿Qué hacemos?
Ardo miró a su alrededor. Podía notar el pánico en el aire.
--Sólo necesitamos llegar al otro lado de la plaza --se atragantó
al ver la mirada en los ojos de Melani--. Lo hemos hecho un centenar
de veces.
--Pero, Ardo...
--No está más lejos que antes. Sólo un poco más concurrido,
eso es todo --vio que en sus preciosos ojos azules empezaban a
formarse unas lágrimas. Le apretó la mano con fuerza--. No te
preocupes. Estaré a tu lado.
De alguna manera habían logrado llegar hasta la mitad de la
plaza cuando ocurrió.
Una cortina de llamas explotó a este lado del muro de la
fortaleza. Su luz escarlata destelló contra la manta de humo que
pendía de forma opresiva sobre el pueblo. Todos los gritos, aullidos y
alaridos se fundieron en una cacofonía, pero algunas voces sin
cuerpo se adentraron con claridad por los pensamientos de Ardo.
--¿Dónde están las fuerzas de la Confederación? ¿Dónde están
los Marines?
--¡No discutas! ¡Coge a los niños! ¡No os separéis!
--¡No pueden ser los Zerg! ¡Es imposible que hayan penetrado
tanto en el territorio de la Confederación...!
¿Zerg? Ardo había oído rumores sobre ellos. Pesadillas, creía
él, para asustar a los niños o para impedir que la gente se instalase
en las Colonias Exteriores. No podía recordar todas las historias pero
lo cierto era que ahora las pesadillas estaban allí y eran muy reales.
Otra voz penetró en sus pensamientos. Se volvió hacia ella.
--¡Ardo, estoy aterrada! --los ojos de Melani estaban muy
abiertos y parecían líquidos--. ¿Qué ocurre? ¿Qué está pasando?
Ardo abrió la boca. No pudo responder a la pregunta. No brotó
ninguna palabra. Había tantas cosas que quería decirle en aquel
momento... tantas palabras que lamentaría no haber dicho durante
incontables años futuros. Pero no brotó ninguna palabra.
Hubo una luz. Sintió el calor tras de sí. Se volvió, manteniendo a
Melani a su espalda.
Habían abierto una brecha en el muro oriental. La antigua
fortificación estaba siendo derribada desde el otro lado,
desmantelada frente a los mismos ojos de Ardo. Parecía como si una
ola oscura se estuviera precipitando contra la brecha, una silueta
ondulante. Entonces los detalles se abrieron paso en su mente: un
resplandeciente caparazón púrpura, unas garras de marfil teñidas de
rojo que abandonaban el cuerpo fláccido de un colono, los cuerpos
arqueados, semejantes a serpientes, que se desperdigaban reptando
sobre la piedra rota.
Era inconcebible... La pesadilla había llegado a Plenitud.
La apiñada muchedumbre que ocupaba la plaza rugió de terror y
se volvió para escapar corriendo de la brecha. No había sitio al que
ir. Los Hidraliscos Zerg habían coronado ya la muralla del lado
opuesto y se estaban arrojando en cascada sobre las calles, como
gotas negras de un vertido grasiento. En cuestión de segundos,
desplegaron las capuchas semejantes a cobras por encima de las
garras afiladas como cuchillas. Arquearon hacia arriba las colas. Las
bolsas de los hombros serrados vomitaron espinas blindadas, que
cayeron con terroríficos efectos sobre la muchedumbre.
Aquellos que se enfrentaban a la nueva amenaza trataron de
repente de cambiar de dirección y chocaron al hacerlo contra el
gentío que avanzaba detrás de ellos.
Ardo oyó que Melani jadeaba tras él.
--No puedo... no puedo respirar.
La multitud los estaba aplastando. Lleno de desesperación, miró
a su alrededor tratando de encontrar una salida.
Un movimiento sobre su cabeza atrajo su atención. Una forma
bulbosa parecida a un cerebro flotaba sobre el muro de la colonia.
De su parte inferior colgaban unos zarcillos que parecían vísceras y
que se estremecían constantemente. Se estaban extendiendo hacia
el centro de la muchedumbre. Ardo había oído historias en las que
los Zerg capturaban a colonos con vida y los llevaban a un destino
que sólo podía ser peor que la muerte.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. No había escapatoria ni
nada que él pudiera hacer.
De repente el Señor Supremo Zerg que flotaba sobre la colonia
se estremeció y se deslizó hacia un lado. Varias explosiones
perforaron el costado de la horripilante bestia. El Señor Supremo
estalló en una enorme bola de fuego. Los Hidraliscos Zerg que
estaban penetrando en el complejo vacilaron de pronto.
Un ala de cinco Espectros de la Confederación atravesó la
cortina de humo que cubría el cielo con un chirrido de motores que
casi ahogó los gritos de la aterrorizada multitud. Las ráfagas de láser
de veinticinco milímetros parpadearon repetidamente mientras los
Espectros daban vueltas en el aire, y alcanzaron sus objetivos al otro
extremo de la muralla derruida.
Uno de los Espectros se estremeció de repente y entonces, tras
recibir una salva de fuego antiaéreo lanzada por los enfurecidos
Zerg, explotó.
Los Zerg que habían entrado en el recinto reemprendieron su
ataque. Mataban a algunos y se llevaban a otros sin que existiera
una razón aparente. Habían acorralado a los humanos; ahora todo lo
que tenían que hacer era cosecharlos desde los extremos de la
muchedumbre hacia su centro.
Un segundo escuadrón de Espectros atravesó el cielo
ennegrecido. A continuación, una Nave de Descenso confederal
desgarró el aire, viró en una rápida maniobra de frenado y descendió
hacia la plaza. La fuerza de los motores creó al instante un huracán
en el suelo. Los árboles se doblaron hasta casi partirse por la mitad.
Era imposible oír nada con el estruendo de los motores. La gente
que rodeaba a Ardo cayó al suelo, tratando de escudarse del
vendaval.
Ardo parpadeó en medio de una nube de polvo. La Nave de
Descenso siguió flotando sobre ellos pero de alguna manera logró
bajar la rampa de carga a la plaza. Vio la figura de un Marine de la
Confederación que les llamaba con gestos.
Toda la gente que había en la plaza lo vio también. Sin pensarlo
un instante, corrieron hacia la rampa. Una ola humana arrastró a
Ardo.
Soltó la mano de Melani.
--¡Melani! --gritó. Trató de enfrentarse a la presión creciente del
gentío aterrorizado. Sus palabras se perdieron en el estruendo de los
motores de la 1 Nave de Descenso--. ¡Melani!
La vio tras él. Ahora los Zerg habían reemprendido su ataque
con más premura. La Nave de Descenso les estaba arrebatando su
premio. Al ver la rapidez con la que la gran muchedumbre había sido
diezmada, Ardo empalideció: los habían segado como trigo
manchado de rojo en un campo. Los Zerg estaban casi ya junto a
Melani.
Ardo luchó y arañó. Gritó.
Tres Hidraliscos apresaron a Melani al mismo tiempo y la
apartaron a rastras de la muchedumbre.
--¡Ardo, por favor! --sollozó--. ¡No me dejes sola!
La muchedumbre aterrorizada lo arrastró hacia la nave. De
repente se escuchó el chirrido de unas garras Zerg sobre el casco de
la Nave de Descenso. El piloto les había dado todo el tiempo que su
suerte iba a concederle. La nave respondió al instante a su orden
apartándose de los Zerg y llevándose a Ardo lejos de su hogar, su
vida y su amor.
--¡No me dejes sola! --éstas fueron sus últimas palabras.
Resonaron por su mente y su alma, más y más ruidosas cada vez,
hasta que fue como si el cráneo le fuera a estallar...
El mundo de Ardo se volvió negro. Seguiría así durante mucho
tiempo.
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Mar Sara
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Tierra adentro
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Littlefield
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Tiempo de misión
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Madriguera de ratón
Ardo caía.
Había en aquella caída algo ajeno al tiempo, era como un
descenso en una negrura que no parecía tener fin. Los golpes de su
casco contra las paredes invisibles del pozo por el que estaba
cayendo interrumpían su descenso. De tanto en cuanto sus brazos y
piernas se doblaban y retorcían a causa de los impactos pero los
sistemas servodirigidos de seguridad automática de la armadura
habían impedido que sufrieran daños de consideración. Pero seguía
cayendo, adentrándose cada vez más en la inconcebible negrura que
se abría debajo de él.
Se detuvo con una sacudida, envuelto en una cascada de
escombros, y aterrizó cabeza abajo sobre el suelo del pozo. La
armadura le había salvado la vida reaccionando de manera
automática pero ahora los bordes rotos y desprendidos del pozo
estaban derrumbándose sobre él y lo enterraban en las entrañas de
un mundo que no era el suyo.
El pánico se apoderó de él. Gritó: un grito que resonó vacío y
privado de fuerzas en sus oídos a pesar de haber rebotado en el
interior de su casco. Sacudió brazos y piernas contra los escombros
y sus pies golpearon los objetos que rodaban a su alrededor. Se
puso de pie con dificultades.
Perdió el equilibrio en su apresuramiento y volvió a caer de
espaldas, sacudiendo los brazos en un intento por encontrar algún
asidero. Su espalda golpeó la pared resbaladiza que tenía detrás.
Allí, al fin con las piernas temblorosas debajo del cuerpo, logró
incorporarse apoyándose en la pared, al tiempo que boqueaba
buscando aire y trataba de recobrar el control de sí mismo.
La oscuridad lo rodeaba, completa y penetrante.
Se estremeció tratando de contener su acelerada respiración.
--Respira hondo, Ardo --decía su madre con preocupación en la
mirada--. No digas nada hasta que hayas respirado hondo.
Inspiró temblorosamente.
--Melnikov a... Melnikov a... ¡Cutter! ¡Vamos, Cutter!
Sólo oyó un débil siseo en los oídos.
Volvió a respirar hondo, asustado.
--¿Ekart...? ¿Bernelli? ¿Me... me recibís? ¡Vamos, Ekart!
¡Bernelli, he caído por un pozo en...?
¿Dónde? La pantalla de posición del visor estaba apagada. En
el marcador de navegación parpadeaba la señal CP, que significaba
que había perdido el contacto con la baliza de posicionamiento de la
base. ¿Cuánto había caído? Recordaba haber estado caminando
sobre la Biomasa en dirección a la torre, desde el este...
Se quedó sin aliento. ¡La Biomasa!
Instintivamente levantó el cañón del rifle gauss y apuntó hacia
delante con la mano derecha. Con la izquierda tanteó a sus espaldas
hasta encontrar la pared. El guantelete de la armadura resbaló por la
húmeda superficie cubierta de nervaduras.
--¡Maldición! --resolló, mientras el temor hacía que los ojos se le
abrieran como platos.
Empuñó el rifle gauss con ambas manos y se apartó de la
pared. Se inclinó ligeramente hacia delante, tal como le habían
enseñado a hacer.
--¡Luz! ¡Espectro completo!
Los focos del casco cobraron vida de repente.
El Zergling se encontraba como mínimo a diez metros del túnel
que se abría inmediatamente a la izquierda de Ardo. La horrenda
criatura se volvió de repente hacia la luz, al mismo tiempo que Ardo
recuperaba el control. Las alargadas y marfileñas garras que
sobresalían de cada antebrazo se cerraron con un chasquido en
dirección al aterrorizado Marine. La cabeza del Zergling, de color
pardo vómito, se echó hacia atrás mientras profería un chirrido
ominoso.
Ardo no tuvo tiempo de pensar. Instrucción. Instinto. Volteó el
arma mientras la pantalla de su visor cambiaba de forma automática
al modo de ataque.
El Zergling se precipitó por el corredor, impelido a prodigiosa
velocidad por unas patas traseras de bordes afilados como cuchillas.
--No matarás --susurró una voz en el fondo de su mente.
Ardo apretó el gatillo y se inclinó sobre el rifle.
El cañón del rifle gauss escupía treinta proyectiles de punta de
acero por segundo. Quince estallidos sónicos traquetearon en el aire.
Ardo soltó el gatillo. Ráfagas cortas. Instrucción.
Al menos la mitad de la ráfaga original había acertado,
destrozando la carne del Zergling y salpicando las paredes con su
sangre. Un icor verdoso y negro manaba de las heridas abiertas en
el torso de la criatura.
El Zergling no se frenó.
Ahora los separaban diez metros.
Ardo volvió a apretar el gatillo. Ráfagas más largas, pensó de
manera automática, mientras su mente consciente era apartada a un
lado en medio de un alarido.
El rifle gauss volvió a tronar. La trayectoria de las trazadoras se
registraba en su pantalla visual y corregía de forma automática el
seguimiento del coloso de odio y muerte que trataba de alcanzarlo.
Saltaban pedazos del caparazón de la criatura y chocaban contra las
paredes y el duro suelo del túnel de esporas. Brotaba sangre negra
de las arterias expuestas y la criatura se estremecía con cada
impacto.
Ardo volvió a soltar el gatillo.
Cinco metros.
El Zergling, echando espumarajos por la boca de largos
colmillos, se tambaleó, pero logró reponerse y --aunque pareciera
imposible-- siguió adelante.
Ardo, con los ojos muy abiertos a causa del terror, apretó el
gatillo. El rifle gauss respondió casi al instante. Una nueva andanada
de metal ardiente salió disparada contra su enemigo y lo atravesó.
Pero la criatura siguió avanzando contra la lluvia de acero que la
golpeaba. En aquel instante el entrenamiento de Ardo se evaporó.
Un grito, puro e inconsciente en su intensidad, brotó de su garganta.
El animal que había en su interior tomó el control. La Confederación
dejó de existir. Los Marines dejaron de existir. Sólo estaba Ardo, con
la espalda contra el muro, luchando por su vida.
Un metro.
Los ojos de Ardo estaban paralizados, incapaces de pestañear,
mientras el horripilante rostro del alienígena se le acercaba un poco
más. El rifle gauss dejó de disparar a pesar de que Ardo seguía
apretando frenéticamente el gatillo. El cargador estaba vacío. El
suave y moteado rostro del Zergling chocó contra el casco de Ardo.
Éste fue incapaz de apartar la mirada. Contempló aquellos ojos
negros, carentes de alma, que se encontraban a escasos
centímetros de los suyos. Sus manos sacudieron el rifle de asalto,
confiando contra lo que dictaba la razón en que de alguna manera
pudiera volver a disparar.
Ardo no podía dejar de gritar.
Lentamente, el rostro del Zergling resbaló sobre el casco y su
torso cayó fláccido en los brazos de Ardo.
Éste retrocedió tambaleándose. Las botas de su armadura
estuvieron a punto de resbalar mientras se apartaba de los
destrozados restos de la repulsiva criatura. Con manos temblorosas
sacó el cargador del rifle. Golpeó uno nuevo contra el casco para
limpiarlo de la arena que pudiera habérsele metido, más por instinto
que por necesidad real, antes de introducirlo en el arma y volver a
prepararla.
El Zergling yacía a sus pies. Había perdido casi la mitad del
caparazón. Ardo vio que había perdido un brazo, que había salido
despedido por el corredor de esporas. En el suelo se estaba
formando un charco negro cada vez más grande.
Aún respiraba.
--Todas las criaturas de Dios nuestro Señor --cantaba su
madre--. Levanta la voz y oye cómo cantamos...
Sin poder evitarlo, Ardo empezó a temblar.
Tenía doce años y estaba en la clase dominical.
--Pero éstas, como salvajes bestias de la naturaleza, hechas
para ser abatidas y destruidas, hablan mal de todo aquello que no
comprenden; y habrán de perecer por completo en su propia
corrupción... --las bestias eran interesantes para un niño de doce
años...
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Asado y en su punto
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_____ 8 _____
Viendo al elefante
_____ 9 _____
Retirada
--¡Melnikov!
Ardo se volvió al escuchar su propio nombre por el comunicador.
--¡Muévete, Marine! ¡Maldita sea, Melnikov! ¡Responde!
La bola de fuego avanzaba a su espalda, devorando el aire
entre los edificios. Sintió su poder y su voracidad tras él. Empezó a
correr hacia la barricada en la que desembocada la sinuosa calle,
iluminada ya por las llamas que se acercaban.
Los pies le pesaban como el plomo. Sus brazos y piernas se
movían con agónica lentitud. El tiempo estaba operando en su
contra. Trató de gritar para pedir ayuda pero las palabras le sonaron
deformadas e incoherentes.
De repente la luz lo envolvió. Un caos estalló en su casco.
Saltaron media docena de alarmas diferentes, pero no tuvo tiempo
de prestar atención a ninguna de ellas. Estaba nadando por la
brillante luz y el calor. Los servosistemas del traje se opusieron a la
onda expansiva, tratando de mantener sus miembros y extremidades
donde les correspondía. Se tambaleó en medio de las llamas,
mientras el calor abrumaba los sistemas de refrigeración. Podía
sentir que la red flexible de la ropa interior se le pegaba a la carne.
Todo sentido de la dirección, del equilibrio, se desvaneció mientras el
pánico se apoderaba de él.
De repente estaba cayendo desde el cielo. El suelo se precipitó
sobre él y su cabeza golpeó con fuerza el interior del casco. Aturdido,
se sintió como si siguiera moviéndose aunque los toscos gránulos de
tierra y roca que enterraban su casco hasta la mitad contradecían
esta posibilidad. Se quedó quieto un momento, consciente de que un
fino reguero de sangre estaba resbalando por el plástico
transparente de su casco y empezaba a formar un charquito.
Se incorporó de una sacudida y el movimiento hizo que la
sangre se extendiera por todo el interior del casco y la cara. Littlefield
estaba retrocediendo hacia él, arrastrando consigo la caja de metal.
Xiang había estado ayudándolo con ella hasta hacía un momento. Se
preguntó vagamente lo que habría sido de él. El rifle gauss del
sargento traqueteaba entre sus manos, despidiendo un chorro de
muerte. Otros miembros del grupo retrocedían también desde la
barricada.
--¡No os paréis! ¡No os paréis! --gritaba Littlefield a pesar de que
todos ellos lo oían perfectamente por el comunicador.
Ardo se puso en pie con dificultades. A su lado, el sargento giró
bruscamente sobre sus talones con el arma preparada como
respuesta instintiva a un movimiento tan próximo. Por un momento,
miedo y desesperación cruzaron las facciones del veterano Marine.
Ardo creyó que iba a matarlo allí mismo, pero el dedo del gatillo del
sargento se contuvo el tiempo suficiente como para que su mente
reconociera quién era el que estaba delante.
--¡Joder, Melnikov, eres un hombre difícil de matar! --dijo
Littlefield con un atisbo de risa histérica en la voz. A continuación se
volvió hacia la barricada--. ¡Retroceded! ¡Escuchadme! ¡Retroceded
ahora mismo!
El infierno provocado por la explosión de Wabowski continuaba
ardiendo alegremente por toda la calle que se extendía más allá de
la barricada, lo que impedía que la mayoría de los Zerg terrestres los
alcanzaran. Aquí y allá, no obstante, pequeños grupos de ellos
lograban de alguna manera sortear las llamas. Cutter, erguido con su
enorme armadura de Murciélago de Fuego sobre los restantes
miembros del grupo, seguía lanzando chorros cortos de plasma
sobre los Zerg, que trataban repetidamente de superar la barricada.
Ardo jadeó. Cutter seguía disparando con una sola mano mientras
con la otra sostenía el cuerpo del superviviente que seguía llevando
sobre los hombros.
--Está funcionando --susurró Ardo, más para sí mismo que para
el sargento, que seguía a su lado.
--Y una mierda --le espetó Littlefield--. Esos bichejos viscosos
son muy astutos. Nos mantienen aquí ocupados con unos pocos de
los suyos mientras el resto da una vuelta y nos ataca por la espalda.
¡Haz algo útil, Melnikov, y coge la otra asa de la caja! --el sargento
volvió una vez más su atención hacia el colosal Murciélago de
Fuego--. ¡Cutter, saca a esa civil de aquí! ¡Sejak! ¡Ekart! Quiero
fuego de cobertura mientras retrocedéis hacia cero-treinta-siete
marca uno-cincuenta-tres. ¡Ya tenemos lo que veníamos a buscar,
ahora salgamos de aquí cagando leches!
Cutter gruñó por el comunicador pero obedeció y retrocedió
junto con el resto de la línea. Los brillantes caparazones de los Zerg
saltaron sobre la barricada con una rapidez y una gracia que Ardo no
hubiera creído posibles. Cada uno de ellos fue recibido por el fuego
concentrado de los Marines en retirada.
--¿Qué tal vamos, jefa? --exclamó Littlefield.
--El tiempo se acaba --era la teniente, todavía en la torre de
Operaciones que, en la mente de Ardo, se encontraba a kilómetros
de distancia--. No los veo en la pantalla táctica pero estoy segura de
que vienen hacia aquí. Vamos a abandonar el Centro de
Operaciones. Nos reuniremos en cero-treinta-siete marca uno-
cincuenta-tres-- ¿Lo has cogido, Peaches?
--Sí, señora --la voz hablaba con un tono extraño. Si Peaches
estaba respondiendo por el canal de mando era que las cosas no
habían ido bien para el equipo de los Buitres.
--Zorra, ¿tienes las coordenadas?
--Vosotros traed esos culitos aquí y la Zorra se encargará del
resto. ¡Recogida y envío! Tiempo estimado de llegada, cinco
minutos.
--Vamos, tíos --bramó Littlefield--. ¡No tenemos mucho tiempo!
Cutter volvió a gruñir por el comunicador y entonces se volvió.
Ardo se volvió hacia él y pudo ver la expresión de su rostro. Sus
palabras eran para Littlefield pero sus ojos fríos y negros estaban
fijos en Ardo mientras hablaba.
--¡Debo informar de la pérdida de un Murciélago de Fuego,
señor! ¡Wabowski, señor!
Ardo agarró al instante el asa de la caja de metal. Su armadura
tenía sistemas de potencia independientes pero los sensores le
informaron de que era pesada.
--Vamos --le espetó Littlefield.
Los dos juntos empezaron a correr por la plaza. Littlefield señaló
hacia la izquierda de la torre de Operaciones. Ardo sintió que el resto
del pelotón venía tras ellos y que el perímetro cedía mientras corrían
hacia el punto de recogida.
También él estaba corriendo, pero no lograba aclarar sus
pensamientos.
--Sargento... con respecto a Wabowski, yo...
--Eso fue una jodienda, chico --le interrumpió Littlefield. La caja
saltaba entre los dos mientras corrían--. Wabowski era ya hombre
muerto. Le hiciste un favor... y estamos desperdiciando el poco
tiempo que nos conseguiste al hacerlo.
--Sí... gracias --Cutter corría justo detrás de ellos. El casco le
impedía ver al enorme isleño pero su tono de voz resultaba cualquier
cosa menos agradecido.
--Tú asegúrate de no perder a esa civil, Cutter, y déjame a mí el
pensar. En cuanto a ti, Melnikov... si sigues vivo al final del día
--resolló Littlefield con la voz entrecortada--, bueno, para entonces,
hijo, puede que seas un veterano.
Cutter intervino con voz venenosa dos pasos detrás de ellos.
--Un veterano, ¿eh, Melnikov? En ese caso ve delante, por
favor. Ya he visto lo que eres capaz de hacer con un rifle y creo que
es mejor ir detrás de ti.
--Tiempo estimado de llegada, dos minutos. Zorra
descendiendo. ¡Coño! ¡Mirad eso! ¡Habéis conseguido despertar a la
madriguera entera, Breanne!
Corrieron junto a la línea de edificios, vigilando sus flancos.
Desde luego había algo allí, pero Ardo no podía verlo. Movimientos
oscuros que aparecían y desaparecían en los espacios que
separaban las estructuras. No te pares a mirar, se dijo, en
contrapunto al ritmo de sus pisadas. No te pares o te cogerán.
--¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego en dirección treinta-tres-cinco!
--era la voz de Breanne. Ardo lanzó una mirada al radial de
navegación. La teniente estaba corriendo hacia ellos con el rifle
preparado. Tres soldados la acompañaban, dos menos de los que
había visto en la Sala de Operaciones quince minutos antes.
--¡No os paréis! ¡Seguid adelante! --la teniente no dejó de correr
mientras los instaba a continuar--. ¿Es eso nuestro premio,
Littlefield?
--¡Sí, señora! --Littlefield apretó un poco el paso para ponerse a
la altura de Breanne. Ardo, que aún llevaba el otro lado de la caja, se
vio obligado a hacer lo mismo.
--¡Buen trabajo, sargento! --la teniente Breanne estaba mirando
en dirección a la abertura del final de la calle, a la que se
aproximaban rápidamente--. ¿Qué es ese fardo que trae Cutter?
--No lo sé, señora. Una civil que encontró cuando entramos a
buscar la caja y que aún respiraba.
--Bien, Cutter, parece que ha rescatado usted con vida a una
princesa de verdad --una sonrisa se insinuó en la voz de Breanne--.
No la suelte, soldado. Quiero hablar con ella cuando salgamos de
aquí.
Ardo oía el traqueteo filtrado de los rifles gauss por encima del
intercomunicador. Alguien estaba disparando ráfagas cortas a poca
distancia.
--¡Contacto, teniente! --era Mellish--. ¡A la derecha!
--¡Yo también los veo! --Bernelli se batía en retirada por la
izquierda--. ¡Maldita sea! ¡Mirad cómo se mueven!
Breanne levantó la mirada mientras corría.
--¡Zorra! ¿Cuál es tu situación?
--Estoy girando la base ahora mismo. Sujétese los faldones,
teniente. Estaré allí en... ¡Oh, demonios! Un momento.
El pelotón emergió de la cobertura de los edificios circundantes.
La pista de aterrizaje de Oasis se extendía a su alrededor. Había
varios hangares y almacenes destruidos a ambos lados. Después de
las claustrofóbicas callejuelas que discurrían entre los edificios, el
área parecía expuesta y vulnerable. Más allá de la pista de aterrizaje,
en dirección sur, había una gran extensión de hidrogranjas y la larga
carretera que habían seguido aquel mismo día para llegar hasta allí.
Al sur, en la lejanía, Ardo divisó la pared vertical de la Cuenca. El
Pezón de Molly se veía en la distancia y entre la niebla asomaban
algunos de los Picos del Muro de Piedra. Sabía que justo entre ellos
se encontraba Pintoresco y su base fortificada.
Parecían estar a un millón de kilómetros de distancia.
El soldado William Peaches y la soldado Amy Wisdom estaban
aterrizando con sus Buitres en el centro del área abierta. Al comienzo
del día, había cinco Buitres. Ahora su número se había reducido a
dos.
--¡Littlefield! ¡Melnikov! --la teniente corrió hacia los Buitres--.
¡Que no se separe esa caja de mí! ¡Cutter! ¡Traiga también a la civil!
Los demás, necesito un perímetro de recogida a nuestro alrededor, y
lo necesito ahora mismo.
Ardo vio los colectores eólicos situados cerca de la pista de
aterrizaje. No dejaba de mirar hacia el sur, hacia las lejanas
estribaciones en las que lo esperaban un jergón limpio, un baño y
puede que una cierta seguridad. Había matado dos veces en el
mismo día. Ansiaba la inconsciencia. Si el capitán Marz estaba
siguiendo una trayectoria de aproximación convencional, debía de
aparecer por aquella dirección.
Breanne también miraba hacia allí, escudriñando el cielo en
busca de cualquier señal de movimiento.
--¡Zorra! --exclamó--. ¡Informe!
Los Marines confederales formaron un círculo en la pista de
aterrizaje, con las armas apuntando hacia fuera. Las arenas de la
Cuenca volaban sobre el terreno y tapaban las marcas hasta hacía
poco visibles. Ardo oía el roce de la arena contra el duro caparazón
de su armadura de combate.
Nada más.
--¡Zorra! --la voz de Breanne estaba en calma--. Estamos en el
punto de recogida. ¿Cuál es su tiempo estimado de llegada?
Por el canal de comunicación no llegó más que el crepitar de la
estática. El equipo había aumentado la ganancia de forma
automática tratando de obtener una respuesta.
--¡Teniente! ¡Movimiento!
--¿Dónde, Bernelli?
--¡Al otro lado de los hangares, señora! Nos están flanqueando
por el este, más allá de...
--¡Por el oeste también, teniente! ¡Dioses! ¿Cómo pueden ser
tan rápidos?
--¡Zorra! ¡Maldición! ¡Informe! --Breanne se volvió hacia el sur--.
¡Littlefield! ¿La ve? Dijo que estaba a un minuto de aquí. Ya
deberíamos de haberla visto.
--Ya debería de estar aquí, teniente --replicó Littlefield--. Algo ha
ido mal, señora.
Breanne volvió a mirar hacia el sur.
--¡Zorra! ¡Vamos, Zorra! ¿Cuál es su situación?
--No está ahí --dijo Littlefield con voz grave mientras señalaba
en dirección sur--. Pero sí que veo algo, señora.
Unas figuras oscuras empezaban a moverse por el extremo sur
de la pista de aterrizaje.
--Zerg --resolló Breanne--. Nos están cortando la retirada.
Littlefield sacudió la cabeza.
--Teniente, creo que...
--¡No le pagan para pensar, sargento! --le interrumpió Breanne--.
¡Peaches y Wisdom! ¡Monten! ¡Los demás, quiero que recarguen las
armas ahora mismo! Cuando dé la orden, salgan con los Buitres a
toda velocidad y vuelen en dirección sur, hacia la línea de los Zerg.
Tienen que abrirme una abertura entre esos bichos. El resto, corran
detrás de ellos, carguen por la abertura y no se detengan. Crucen
sus filas y no se detengan por nada del mundo, ¿comprendido?
--¿Y luego qué, teniente? --preguntó Esson con voz temblorosa.
--Luego corre, chico. Corre hacia la base y no mires atrás.
_____ 10 _____
El guantelete
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Vuelta a casa
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Ciudad fantasma
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Merdith
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Recuerdos disminuidos
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El ojo de la mente
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Barricadas
***
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Eslabones débiles
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Fauces de victoria
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Deudas
Ardo estaba conmocionado. Su mente parecía incapaz de
comprender lo que acababa de ocurrir. De repente le costaba
respirar. Empezó a inhalar en largos y temblorosos jadeos. ¿Qué
podían hacer?
Se volvió hacia la teniente Breanne. Los ojos de la mujer
miraban fijamente la mole que ardía al otro lado de los muros del
perímetro, como si estuvieran viendo a través de ella.
--Teniente --dijo Ardo con voz débil, como si temiera
perturbarla--. ¿Qué hacemos ahora?
Breanne parpadeó. No podía --o no quería-- mirar en su
dirección.
--Debemos... no... lo... sé. Yo...
--¿Qué hago, teniente? --repitió Ardo, con la voz temblorosa a
causa de la rabia que estaba acumulándose en su interior--. ¡Déme
una orden, teniente! ¡Dígame lo que tengo que hacer, teniente!
¿Cómo puedo resolver esto, teniente!
Breanne se volvió hacia él. Sus ojos estaba húmedos y no
enfocaban bien.
--Creo que... puede que Littlefield sepa...
--Littlefield está muerto, teniente --gritó Ardo con voz temblorosa.
La bestia que siempre parecía enjaulada en las profundidades de su
mente se liberó y se desató frente a su superior--. ¡Ya no está! ¡No
puede ayudarla a salir de ésta, teniente! No va a salvarla. No hará
que parezca mejor de lo que es. ¡Y desde luego no va a salvarle la
vida esta vez! ¡Ahora le toca a usted, teniente! ¡Usted da las
órdenes! ¡Tiene que sacarnos de aquí...!
--Bernelli a Mando.
El canal táctico seguía funcionando. La voz de Bernelli irrumpió
a través de la estática.
Ardo miró a la teniente Breanne, expectante.
Breanne tragó saliva mientras se formaban gotas de sudor en su
frente y entre su pelo rapado.
--Bernelli a mando; contesten.
Ardo esbozó una mueca y abrió el canal con el control de su
armadura.
--Bernelli --replicó con brusquedad--. La teniente ordenó
específicamente que no se utilizara este canal.
--Ya no es muy necesario, Ardo. Se marchan.
--¿Qué?
--Los Zerg. Nos rodean y se dirigen hacia el oeste. Toda la
columna acaba de cambiar de dirección.
--Eso no tiene sentido --musitó Ardo, aún con el canal abierto.
--Con sentido o sin él, eso es lo que están haciendo.
--Tiene razón, Melnikov --era la voz de Mellish esta vez--. Los
estoy viendo desde el bunker. Han pasado sobre nosotros como una
nube de langostas y nos han dejado atrás. Los veo con los
prismáticos y han virado hacia el oeste. Yo diría que pretenden pasar
una noche de juerga en la ciudad.
Ardo silbó entre dientes. La ciudad de Mar Sara se encontraba
al oeste, había sido abandonada por los Marines y, en esencia, ahora
estaba indefensa.
--Cutter, aquí Melnikov. Estoy con la teniente en la Sala de
Operaciones... o lo que queda de ella. ¿Dónde estás?
--En el bunker cuatro, perímetro occidental. ¿Qué demonios ha
pasado ahí arriba? ¿Dónde demonios están Littlefield y la teniente?
--Sube aquí a toda prisa --replicó Ardo sin más explicaciones--.
La... la teniente te necesita.
--Ya, bueno, si la teniente me necesita, que me lo diga ella y no
un capullo novato con el gatillo fácil...
--Basta de gilipolleces, Cutter --lo interrumpió Ardo--. ¡La
teniente te quiere aquí así que muévete!
--Voy para allá --respondió Cutter en tono frío--. Aunque sólo
sea por eso, tengo ganas de verte. Confío en que hayas mantenido a
la chica caliente para mí, recluta. Estoy seguro de que estará
encantada de ver a un hombre después de haber pasado un rato
contigo.
Ardo apagó el canal de comunicaciones con un gesto de furia y
se volvió a continuación hacia el ascensor.
--Lo siento, Merdith. Me encargaré de que Cutter no te mol...
La puerta del ascensor estaba cerrada. Las luces del panel
indicaban que estaba descendiendo. El miedo lo embargó.
Merdith se había ido.
Ardo lanzó una rápida mirada a su alrededor. La sección caída
de la estructura exterior descansaba ahora sobre el suelo en un
ángulo extraño. Las consolas del lado izquierdo de la isleta de
mando habían sido aplastadas casi hasta el suelo por su peso, pero
la parte derecha permanecía intacta. Ardo se encaminó hacia allí
sorteando los agujeros de ácido.
--¿Melnikov? --dijo Breanne como si acabara de despertar--.
¡Maldición! ¿Qué estás haciendo?
--Estaba en el suelo, apenas a unos pasos de mí --murmuró
Ardo mientras se inclinaba para asomarse entre las consolas del lado
derecho.
La caja también había desaparecido.
Ardo gritó con una voz que era una expresión sin palabras de
furia animal. Miró el ascensor. Demasiado tiempo, comprendió.
Nunca la alcanzaría así. Se volvió y subió la corta escalera que
conducía a la pasarela ahora retorcida que circunvalaba la
habitación. Se agarró al marco de uno de los paneles destrozados,
sacó la cabeza al viento aullante y miró abajo.
La oscura y curva estructura desaparecía debajo de él a la luz
mortecina del crepúsculo. Pequeñas luces emanaban de las
ventanas del Centro de Mando y de las señales anticolisión que
parpadeaban con aire lúgubre en las diferentes estructuras que
sobresalían de la sección principal. Un poco más allá de la curva del
casco exterior, una alargada y brillante franja de luz amarilla se
extendía desde las puertas principales del Centro de Mando y sobre
la vereda de tierra compactada que discurría por la oscura madeja de
la base.
Allí. Una sombra alargada estaba saliendo. La proyectaba una
única figura femenina que ponía todo su empeño en arrastrar una
pesada caja.
Ardo lanzó una mirada a los indicadores de potencia que tenía
justo debajo del borde del casco. Aún no había utilizado la reserva.
Tendría más que de sobra para alcanzarla. Con un solo movimiento,
salió por la ventana y empezó a descender corriendo por la superficie
del casco exterior. Sus pisadas resonaban contra el metal mientras
bajaba esquivando los diferentes sensores. Semejante carrera
hubiera sido imposible sin la armadura pero, a pesar de los zumbidos
de queja que emitían los servosistemas, avanzaba rápidamente por
la pendiente cada vez más empinada. Merdith estaba corriendo en
dirección oeste, hacia la fábrica. Ardo verificó su posición mientras
corría. Al cabo de un par de segundos, la pendiente se hizo
demasiado acusada y no pudo seguir sosteniéndolo pero para
entonces se encontraba tan sólo a siete metros del suelo. Se agarró
a una antena sobresaliente, aguantó un segundo y entonces saltó.
Cayó con fuerza y rodó por el suelo, tal como le habían
enseñado a hacer. La armadura absorbió la mayor parte del impacto
y los servos zumbaron mientras volvía a ponerse en pie y salía
detrás de la chica a toda velocidad.
Tras doblar la esquina, se encontró con una fila de vehículos.
Los habían aparcado delante de la misma fábrica que los había
producido obedientemente para ver cómo eran abandonados a
continuación. El viento del atardecer levantaba una nube cegadora
de polvo entre los VCE, los camiones de apoyo y las motos Buitre.
Ardo se detuvo. Estaba allí, en alguna parte. Lo único que tenía
que hacer era encontrarla.
El viento aullaba alrededor de su cabeza pero a pesar de ello
subió el volumen de los sensores auditivos exteriores. Puso el canal
táctico en posición de Espera. Sabía que Breanne no tardaría mucho
en empezar a hacerle preguntas y no quería distracciones en aquel
momento.
Empezó a avanzar con cautela entre las máquinas. Se preguntó
de forma ausente cómo era posible que una máquina tan complicada
como una armadura de combate fuera capaz de moverse con
semejante sigilo cuando era necesario. Levantó el arma y la preparó.
Sabía que estaba perfectamente dispuesto a pegarle a Merdith un
tiro en la cabeza si era necesario... y también aunque no fuera
necesario.
En medio de la arena que casi los ocultaba, los VCE se erguían
como centinelas silenciosos. Los metálicos titanes superaban los tres
metros de altura. Ardo caminó entre ellos con sigilo y el rifle
preparado.
Hubo un crujido en el viento, a su derecha. Giró sobre sus
talones y apuntó con el rifle en aquella dirección. Los sistemas de
aumento de su armadura encontraron al culpable al instante: la
escotilla de mantenimiento de un VCE se movía de un lado a otro,
sacudida por el viento. Le dio la espalda y continuó avanzando con
una trayectoria zigzagueapte.
En algún lugar situado delante de él, un motor se encendió con
agónica lentitud. Ardo esbozó una fina sonrisa y rodeó con sigilo otro
VCE que le tapaba la línea de visión.
Era un camión de transporte casi tan alto como un VCE. El
chasis se apoyaba en seis gigantescas ruedas, tres por cada lado.
La cabina de mandos sobresalía de la parte delantera. Ardo
distinguió a duras penas la luz de la cabina por culpa de la arena.
Subir al camión no resultaba sencillo. Uno tenía que trepar por
una escalerilla vertical para llegar a una de las puertas laterales.
Naturalmente podría hacerlo con la armadura puesta, pero
sospechaba que la teniente preferiría que capturara a Merdith con
vida. Un asalto directo no era la mejor manera de conseguir su
objetivo. De pronto se le ocurrió una idea mejor. Sonriendo para sus
adentros, se dirigió hacia la parte trasera del vehículo, con cuidado
para no colocarse en los campos de visión de los espejos
retrovisores que había a ambos lados de la cabina. Entonces se
agachó y empezó a reptar bajo el chasis del camión. A medio
camino, volvió a oír la agonía sorda del motor de arranque. Se
apresuró. El motor balbució un par de veces y volvió a calarse.
Cuando estuvo debajo de la cabina, levantó el cuerpo junto a la
puerta del conductor. Veía sombras que se movían en su interior, oía
cómo apretaban diversos interruptores y escuchaba los murmullos de
Merdith.
Se levantó de repente y arrancó la puerta del conductor. Con su
mano libre, sujetó del brazo a una estupefacta Merdith con la
intención de sacarla de allí y arrojarla al suelo.
Con un solo movimiento de la armadura, que le proporcionaba
una fuerza prodigiosa, se la arrebató al asiento del conductor. La
mujer salió de la cabina, mientras sus manos se sacudían
desesperadamente tratando de agarrarse a Ardo. Apoyó las piernas
en el costado del vehículo, empujó y Ardo se vio impulsado
inesperadamente hacia atrás. Se apartó del vehículo, arrastrando a
Merdith consigo.
Cayeron juntos al suelo. Ardo rodó sobre sí mismo para ponerse
rápidamente en pie y para cuando se hubo incorporado, tenía el
arma preparada. Merdith seguía tirada a sus pies, gimiendo en medio
del polvo.
--Levanta --le dijo--. Te vienes conmigo.
Merdith levantó la mirada, tratando de recobrar el aliento.
--Eres mi prisionera --dijo con voz neutra, al tiempo que
levantaba el arma.
--¿Prisionera? --preguntó ella con tono despectivo--. ¿Prisionera
de quién?
--Prisionera de la Confederación --le explicó Ardo.
Merdith soltó un bufido desdeñoso.
--Vaya, ya somos dos.
--¡Cierra el pico! --gruñó Ardo.
--Escucha, he estado espiando las comunicaciones desde aquí
--indicó la cabina del camión--. Las fuerzas de la Confederación ya
han terminado la evacuación, soldadito. Joder, lo más probable es
que a estas alturas hayan salido ya del sistema.
--¡Pues tendremos que encontrar una conexión vía satélite!
--Ardo estaba empezando a sudar--. Solicitaremos una evacuación.
Vendrán a buscarnos y...
Merdith lo interrumpió.
--¡Despierta, Ardo! ¡Se supone que estamos muertos! ¿Crees
que esa nuclear cayó sola del cielo? ¡Se supone que nos la hemos
comido, soldadito! El Cuartel General de la Confederación os envió a
tus amigos y a ti para que nos encontraseis a mi caja y a mí y en el
preciso instante en que supieron que lo habíais hecho, ordenaron a
vuestro transporte que se marchara y lanzaron una bomba sobre
nosotros. Conocían perfectamente vuestra posición. Os la jugaron.
¡Si os enviaron aquí fue para que nos encontrarais a la preciosa caja
y a mí y pudierais morir con nosotros!
--Somos soldados --Ardo tenía la cara roja--. ¡Los soldados
mueren! ¡Morir es nuestro trabajo!
--No --la voz de Merdith perdió volumen pero no intensidad--.
Vuestro trabajo es luchar. Hoy habéis luchado y seguimos con vida.
El Cuartel General de la Confederación os sentenció a muerte, pero
a pesar de ello luchasteis y a pesar de ello sobrevivisteis. No te
equivoques, Ardo. Por lo que a ellos se refiere, estamos muertos y es
mejor que sea así. ¡Joder, si lo planearon de ese modo! Nadie debe
conocer la existencia de esta caja. Si os presentarais con ella en el
Cuartel General, se asegurarían de que acabarais mucho más
muertos de lo que ahora se supone que estáis.
--¡Cierra la boca! ¿Por qué coño no puedes cerrar la boca?
Ella le suplicó por encima del viento aullante:
--¡No sacrifiques tu vida por fantasmas, muchacho! La
Confederación te ha mentido, te ha arrebatado tu amor, tu familia y
todo tu pasado. Te envió aquí para que les hicieras un trabajo sucio y
una vez que lo has hecho han intentado matarte como si tal cosa.
Por debajo de toda esa programación y esos lavados de cerero y esa
"resocialización neural" sigue habiendo un hombre, Ardo Melnikov,
que se merece tener una vida propia y poder disfrutarla --Merdith
suspiró al viento--. En tu interior debe de quedar algo de ese noble
muchacho que fue criado por una familia amorosa.
Ardo parpadeó. Estaba sudando y los sistemas de refrigeración
de la armadura no parecían estar haciendo nada por impedirlo.
--¿Qué... qué es lo que sugieres? ¿Qué estás diciendo?
Merdith asintió sin apartar la mirada.
--Digo que salgamos de aquí. Ellos creen que estamos
muertos... dejemos que lo sigan creyendo. Salimos del planeta y
conseguimos una nueva vida. Deja que otros se encarguen de la
matanza.
Ardo esbozó una sonrisa triste.
--¿Y cómo se supone que vamos a salir de aquí? ¿Andando? La
Confederación se ha marchado. Se ha llevado los últimos
transportes. Aunque dijera que sí, aunque confiara en ti, no hay
manera de salir de esta roca.
Merdith se le acercó sonriendo.
--Oh, sí, creo que existe una manera de salir de esta roca.
Ardo levantó ligeramente el arma. Merdith captó la indirecta y
retrocedió.
--Los Hijos de Korhal --dijo con voz comedida.
--¿Los Hijos de Korhal? --bufó Ardo--. ¿Un puñado de ingenuos
fanáticos?
--Sí --asintió Merdith con una sonrisa en los labios. Porque hay
una flota de naves de transporte de esos "ingenuos fanáticos" a
cinco horas de aquí y dirigiéndose en este momento hacia esta
misma roca. Vienen a evacuar a todos los que puedan... todos los
que queden... y, mi buen soldadito, algo me dice que estarán
especialmente dispuestos a aceptarnos a nosotros a bordo.
Ardo sacudió la cabeza pero no dijo nada.
--¡Ardo, si les damos la caja, nos pondrán en primera clase!
--insistió Merdith fervientemente--. Lo único que tenemos que hacer
es salir de aquí y permanecer con vida las próximas seis horas. Yo
sé dónde hay un enclave, el último lugar que los Zerg atacarían. Es
casi seguro que se dirigirán primero a las ciudades.
--¿Qué? --Ardo comprendió de repente lo que le estaba
diciendo.
--El enclave debería de ser capaz de resistir hasta que llegue la
flota. Las ciudades frenarán un poco el avance de los Zerg, de modo
que tendremos tiempo suficiente para...
--¿Las ciudades? --Ardo se vio de repente galvanizado por sus
propios pensamientos--. ¿Los civiles masacrados a millares por esas
pesadillas... y lo único que haces tú es contar los minutos que su
muerte te proporcionará para escapar?
Merdith tragó saliva.
--Todos tenemos que hacer sacrificios, Ardo. Algunas veces es
duro, pero...
El Patriarca Gabinas le estaba hablando en la clase del
seminario.
--¿De qué le serviría a un hombre ganar el mundo entero si para
ello ha de perder su alma?..
Melani le sonreía bajo un sol dorado.
--¿De modo que su sacrificio, el sacrificio de miles de vidas,
tiene significado porque tu preciosa rebelión y tú podéis seguir
viviendo? --Ardo se estremecía de furia--. ¡Littlefield dio la vida por ti!
Se adelantó y tiró su vida para que tú pudieras vivir. ¿No basta con
eso? ¿Cuántas personas vale tu vida, Merdith? ¿Cientos? ¿Miles?
Los ojos de Merdith destellaron. Ardo se volvió, enfurecido, y
levantó el rifle por encima de su cabeza. Lanzó un grito furioso y, con
un golpe de la culata, destrozó la ventana inferior de la puerta. No
sirvió de nada. Con otro grito, arrojó el arma al interior de la cabina.
Se volvió hacia Merdith y la zarandeó por los hombros.
--¿Y qué hay de mi vida, Merdith? ¿Cuánta gente vale mi vida?
¿Cuántos deben morir por mí?
Apretó con más fuerza. Merdith se encogió de dolor.
--¿Qué hay de mi alma, Merdith? Mi alma es mía. Nadie puede
arrebatármela. Ni la Confederación ni tu preciosa rebelión. No
puedes comprar mi redención. ¿Cuánto vale mi vida, Merdith?
¿Cuántas... cuántas personas puedo comprar con mi vida?
Su padre estaba leyendo frente a la familia entera:
--Y no le temáis a aquello que mata el cuerpo pero no es capaz
de matar el alma; mas temedle al miedo, pues es capaz de destruir
tanto el cuerpo como el alma en el infierno.
Ardo se quedó helado. Estaba como transfigurado.
Merdith levantó la mirada. Aún la estaba estrujando.
--¿Qué ocurre?
Melani estaba de pie en el campo de dorado trigo. Le estaba
tendiendo la caja mientras recitaba un pasaje de las Escrituras.
--Por favor --suplicó Merdith--. ¡Me estás haciendo daño!
--Es preferible que perezca un solo hombre a que una nación
mengue y caiga en la incredulidad...
De repente, Ardo la soltó.
--¿Cuántas naves vienen?
--¿Qué? Puede que un centenar... Todas las que hayan podido
reunir, supongo... pero nunca llegarán a las ciudades a tiempo.
--No pero, ¿y si los Zerg no se dirigieran a las ciudades? --se
volvió hacia el camión mientras hablaba. Abrió la puerta y subió a la
cabina--. Podrían salvarse miles, ¿no?
--¡No puedes detener a los Zerg, soldadito!
Ardo bajó de un salto de la cabina.
Tenía en las manos la caja de metal.
--No, no podemos --dijo Ardo--. Pero tal vez, sólo tal vez,
podamos frenarlos...
_____ 20 _____
Sirenas
***
_____ 21 _____
Asedio
_____ 22 _____
Despedida