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Marco Teórico

La diversidad sexual es un término que plantea “variedad”, lo que implica que hay

un referente sobre el cual se marca la variación y la diferencia. Cuando hablamos entonces

de diversidad sexual, estamos hablando de diferencia sexual, con relación a algo

establecido como “natural”, “común” o “normal”. El reconocimiento de la diversidad

sexual no contiene en su interior un principio moral si no un principio de referencia. Es

decir, se establece la diversidad basándose en lo que se encuentra dentro de los parámetros

de lo que una sociedad ha establecido como “normal” y que se considera deseable respecto

a la sexualidad. Lo normal al mismo tiempo, apela a lo que la mayoría en una sociedad

define como deseable (bueno); sin embargo, en más de una ocasión se confunde con

anormalidad lo que determinan a las minorías (Collignon, 2011).

De esta forma, lo común o la referencia en nuestra sociedad en cuanto a la

sexualidad es que a la mayor parte de las personas le atraen sexualmente y se enamoran de

personas del sexo contrario; a esta orientación sexual se le llama heterosexualidad. Por lo

tanto, es desde la heterosexualidad que se define la diferencia (Collignon, 2011).

Sin embargo, en diferentes culturas y en nuestra sociedad actual, así como a lo largo

de la historia de la humanidad, tenemos constancia de que muchas personas sienten

atracción y deseo sexual y amoroso hacia personas de su mismo sexo, o bien le atraen

personas sin importar su sexo (Pichardo, De Stéfano, Faure, Sáenz & Williams, 2015).

Es por esto, que debido a las diferentes sexualidades existentes, en la actualidad se

considera que las atracciones, orientaciones y comportamientos sexuales entre personas del

mismo sexo son variantes normales del comportamiento sexual humano. Así mismo, la
atracción y prácticas sexuales entre personas del mismo sexo pueden ocurrir en el contexto

de una variedad de orientaciones e identidades. Los homosexuales pueden tener vidas muy

satisfactorias; no existen estudios empíricos, ni literatura revisada que apoye las teorías que

asocian la orientación homosexual o identidad transgenérica con disfunción familiar o

trauma infantil. Es la estigmatización y la discriminación, y no la orientación no

heterosexual en sí, lo que genera tensión y estrés a lo largo de la vida y consecuente

impacto sobre la salud mental de las personas con diversa sexualidad (Cáceres, Talavera &

Mazín, 2013).

Por otra parte, García, 2007 (citado en Farfán, 2017, p.2) señala que la diversidad

sexual incluye “la multiplicidad de deseos y modos de resolución en las relaciones afectivas

y eróticas existentes en la humanidad”. No obstante, con el fin de ayudar a visibilizar las

expresiones diferentes a la heterosexualidad, el término diversidad sexual suele aplicarse a

las manifestaciones minoritarias pero relevantes para la sociedad, que son contrarias a la

dominante; es decir, se refiere a las personas lesbianas, homosexuales, bisexuales y trans

que impulsan los denominados movimientos LGBT (Farfán, 2017).

En relación a los trans, es importante aclarar que son personas cuya identidad de

género no se corresponde con el sexo de nacimiento. Dentro de esta categoría se encuentran

los travestis, personas que temporalmente se visten y se comportan como el sexo contrario,

sin hacer cambios en el cuerpo ni en la genitalidad; los transgénero, personas cuya

identidad es opuesta al sexo con el que nacieron y modifican su cuerpo con tratamientos

hormonales y quirúrgicos sin cambiar los genitales; y los transexuales, personas cuya

identidad es opuesta al sexo con el que nacieron, pero cuya modificación corporal incluye

también el cambio de los genitales, adoptando así una nueva genitalidad (Farfán, 2017).
Es así, como las personas con diversidad sexual, que no encajan en la normatividad

social de heterosexualidad o de identificación con el sexo biológico, además de luchar por

el reconocimiento del derecho a la diversidad sexual, han luchado por el derecho a

permanecer en la iglesia, el derecho a no abandonar una religión por la aceptación de su

diversidad. Se encuentran entonces frente a una tensión social que tiene su centro en el

enfrentamiento de fuerzas contrarias, unas que buscan la conservación de un orden

sociosexual que se ha mantenido por años en las sociedades latinoamericanas (la iglesia), y

otras que proponen el cambio de ese orden (Farfán, 2017).

La religión católica es la región de la mayoría de Latinoamericanos, ya que fueron

conquistados y evangelizados por católicos, creyentes y practicantes de una fe particular,

con unos principios morales centrados en una visión del mundo y del ser humano

esencialmente construida en torno a un Dios omnipotente, omnipresente, vigilante y

censurador en lo que al sexo y a la sexualidad se refiere. Después de más de 500 años del

encuentro entre conquistadores y habitantes de Suramérica y Centroamérica, aunque las

cosas hayan ido cambiando y parecen seguir en la ruta de la trasformación, en cuanto a

referentes y principios que rigen la sexualidad y la expresión de la diversidad en ese campo,

aún es un reto la aceptación de la diversidad sexual por parte de la iglesia (Collignon,

2011).

Ahora bien, otro tema que amerita la lucha por parte de las personas sexualmente

diversas es la representación de la familia, puesto que ésta aún se señala como aquel grupo

conformado por la madre, el padre y los hijos; lo cual corresponde con un modelo

homogéneo y hegemónico de familia. Sin embargo, a través de los años han ido sucediendo

variados fenómenos que han provocado transformaciones más o menos profundas de orden
económico, político, social, tecnológico, ideológico, filosófico, cultural, etc., las que a su

vez produjeron importantes modificaciones en la vida cotidiana y en aspectos relacionados

con la nueva concepción de familia. Resulta frecuente escuchar que la sociedad atraviesa un

proceso de “crisis de la familia”, perspectiva desde la cual la presencia de otros tipos de

organización familiar es percibida en términos de disfuncionalidad. Esta llamada “crisis de

la familia” remite a la transformación de esa única modalidad de concebir a la familia en

tanto organización heterosexual, intacta, conviviente y conservadora. Analizar la familia

hoy en día como institución social implica comprender las variaciones que muestra su

evolución, las que están determinadas por los permanentes cambios vividos en las

sociedades modernas (Robles, Ieso & Rearte, 2014).

Es por esto, que en las sociedades modernas las personas homosexuales y lesbianas,

tienen hijos (y los tuvieron en todos los tiempos, no solo en la modernidad), pero lo que

encontramos ahora es que la modalidad de configuración de estas familias cambió. Antes lo

más frecuente era encontrar mujeres lesbianas y homosexuales que ocultando su

orientación sexual en general, desconociéndola o negándola en algunos casos se casaban

conformando parejas heterosexuales y tenían hijos, muchas de estas personas luego se

separaban y asumían su orientación sexual siguiendo con sus roles maternos o paternos. En

los últimos años comenzaron a aparecer, principalmente gracias a las nuevas tecnologías

reproductivas y a la mayor aceptación social, otras formas de acceder a la maternidad y la

paternidad y conformar una familia para las personas LGBT (Camacho & Gagliesi, 2013).

Partiendo de esto, es necesario y a la vez un reto, contextualizar la temática hacia

una población a la que, en el panorama actual de nuestro país, rara vez se les da a conocer

las especificidades del tema. En este caso, la población asignada son niños y niñas de los 8
a los 11 de edad, los cuales podrían ubicarse en lo que sería la niñez intermedia. Es

pertinente tener en cuenta las características correspondientes a su ciclo vital para lograr un

mejor abordaje, es por esto que Pizzo (2006) dice que en esta edad los niños comienzan a

ser miembros activos de la sociedad, su individualidad se expresa más al incluirse en

actividades fuera de su círculo familiar, incluyéndose en actividades dentro o por fuera de

la escuela, comprende las normas propuestas en diferentes ámbitos, se puede sentir movido

por contenidos que la cultura le propia logrando apropiarse de ellas. Los medios de

comunicación logran impactarlo, en donde puede tomar postura frente a temes y seguir

modas imperantes del momento. Desde la perspectiva psicoanalítica, se entiende esta etapa

como una de reordenamiento intrapsíquico, en donde la instancia del súperyo ya está

instaurada. Es así como el niño ya tiene una conducta regida por una moral, unos limites y

como se mencionó anteriormente, la introyección de las normas.

Para Piaget (1932), es en estas edades en donde el niño logra realizar operaciones

concretas, desprendiéndose del egocentrismo característico de la etapa anterior. Es por esto

por lo que ahora tiene la capacidad de tener en cuenta las opiniones de sus pares en

contraste con las suyas, avanzando así en su proceso de socialización. Desde el punto de

vista educativo, es en esta etapa en donde la lectura y la escritura son objetivos

fundamentales dentro de la escolarización, como también lo es la ampliación de su

vocabulario, facilitando así todo lo relacionado a su comunicación.

Al ser una etapa de latencia, el interés sexual se encuentra en un segundo plano, por

lo que el deseo se orienta hacia objetos de conocimiento y de aprendizaje, ampliando su

percepción del mundo y lo que ocurra en el que logre movilizarlo. Márquez (1986),

afirmaba que leer y escribir le dan cierta autonomía al niño, generando procesos de
identificación y proyección diferentes a los dados por sus padres o familiares. Es así como

se van desmontando los ideales de omnipotencia y autoridad introyectados en base al

vínculo con sus padres, para dirigirlos entonces a nuevas figuras de autoridad, generalmente

a sus maestros, los cuales, en cierta forma, amplían su panorama de la vida.

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