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El regreso
El regreso

Ezequiel
Alemian

F u e r a d e s e r i e

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¶ La
Alemian, Ezequiel
El regreso / Ezequiel Alemian. - 1a ed . - Ciudad Autonoma de Buenos Aires : El
autopista tiene su bajada final sobre Bernardo de Irigoyen
8vo. Loco : Tren en Movimiento Ediciones, 2017. a la altura de Carlos Calvo. Viene sostenida por columnas de
52 p. ; 24 x 17 cm. - (Fuera de serie ; 7) concreto y termina apoyándose sobre un largo talud de tierra
ISBN 978-987-4074-07-2 cubierto con paños de pasto fresco.
Del otro lado de la 9 de Julio se levanta el primero de los
1. Ensayo Literario. 2. Paseos. 3. Prosa Literaria. I. Título.
CDD A864 accesos que va hacia el Oeste. La curva que empalma con el
cuerpo principal hace suponer que el tránsito que lleva se dirige
hacia Provincia, cuando el que desciende por Irigoyen parece
Coordinación general: Ana Ojeda y Alejandro Schmied venir desde el lado del río.
Edición: Ana Ojeda
Interiores y tapa: Alejandro Schmied
El diagrama de cruces y desvíos es difícil de entender sin una
Diseño original de tapa: Laura Ojeda Bär (laura.ojeda.bar@gmail.com) perspectiva abierta. No sólo cada uno de los carriles de ida y
Imagen de tapa: www.hubblesite.org vuelta de cada una de las autopistas se combina con cada uno de
los carriles de ida y vuelta de la otra, sino que cada uno de los
© 2017, Ezequiel Alemian carriles de cada autopista parece tener acceso y salida propios.
Este libro puede leerse y descargarse de manera gratuita de: www.el8voloco.com.ar Donde más niveles se superponen, los carriles corren a alturas
y de: www.trenenmovimiento.com.ar comparables con las de los edificios que los rodean. Se solapan
© 2017, El 8vo. loco ediciones
por tramos, como si de pronto desaparecieran o irrumpiesen de
fb: /el8voloco ningún lado, y no puede distinguirse el punto en que un carril se
el8vo.loco@gmail.com
desprende de la autopista o va a confluir con otro. Lo que parece
© 2017, Tren en movimiento ediciones ser un empalme, con una circulación determinada, al cabo de
fb: /trenenmovimiento.ediciones unos minutos da la impresión de seguir un recorrido distinto.
trenenmovimiento@gmail.com
El carril más alto es una vía angosta que hace equilibrio sobre
Se terminó de imprimir en una sola fila de pilotes. Las vibraciones del tránsito podrían ra-
Bonus Print, Luna 261, CABA
en el mes de marzo de 2017 jarlos, la rajadura podría provocar un desmoronamiento y este
desmoronamiento arrastrar al resto de las columnas. El carril
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
podría inclinarse hacia uno u otro lado, hasta desencastrarse.

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Viene tal vez de la zona del puerto, dibujando una curva muy
abierta que al cabo confluye en la autopista que va hacia el Sur,
pero también podría venir de esa misma autopista, y tras reco-
rrer las tres cuartas partes de una circunferencia desembocar en
la que va hacia el Oeste.
Dos paralelas de acero acanalado reemplazan los guardarraí-
les que hay en el resto de los corredores. A cada lado, un muro
de protección de concreto; circula por ahí una gran cantidad de
vehículos pesados: micros de larga distancia, de doble piso, ca-
miones cargados con mercadería, otros que trasladan contene-
dores, acoplados cisterna.
¶ Un estrecho puente peatonal cruza la autopista que va hacia
el Sur justo donde los carriles de la 9 de Julio empiezan a levan-
Cada vehículo produce un roce particular contra el piso, de tarse sobre los primeros pilotes de cemento.
gravedad propia. Cuanto más pesado y lento es el rodado, más El puente pasa varios metros por encima del tránsito, que
tiende el ruido a lo opaco. Si el coche es liviano y rápido, pierde corre a una velocidad vertiginosa.
cuerpo y se convierte en un hilo de sonido. Cerrado a los costados y por encima con un enrejado firme,
Las juntas de las placas de hormigón estallan en latigazos sin bajadas intermedias y oculto en tramos por las columnas
cuando algunos vehículos pasan de una a otra. Pero no todas se entre las que se desliza como un callejón sinuoso, debe tener
desacomodan, ni las que lo hacen lo hacen siempre, ni cuando unos ciento cincuenta metros de largo. Si alguien que va se topa
lo hacen lo hacen de la misma manera. con alguien que viene, ambos deberán pegarse a las rejas para
El ruido de los motores permanece suspendido en el aire, no golpearse.
como un eco cuya reverberación es siempre reemplazada por Los pies sacuden las chapas de acero de la base. Algunas es-
otra similar, antes de apagarse. Hecha de variaciones mínimas tán combadas, se mueven como si apenas tuviesen apoyo sobre
y aleatorias, la intensidad de esa masa de sonido nunca cesa ni algún eje.
varía tampoco demasiado, convertida en aire que se expande y El acceso al puente pasa desapercibido junto a la columna
contrae como una respiración ambiental. que hay en una isla de concreto, en medio del tráfico. Para lle-
gar a la isla hay que cruzar el carril que usan taxis y colectivos.
Del otro lado, desemboca en el terreno de atrás de la iglesia que
mira a la plaza.
El terreno está ocupado por un archipiélago de canteros con
tierra seca, entre los que circulan unos senderos cubiertos de
polvo. La espalda de la iglesia es un muro de concreto sobre el
que han marcado las siluetas de unos bloques de piedra. No hay
aberturas en la pared, que lleva diseñados los espacios donde
podrían ponerse, por ejemplo, unos vitrales erguidos, con al-
gún tipo de estampa.

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Contra la base del muro hay dos baños sanitarios de fibro-


cemento.

¶ Se puede cruzar por debajo de la autopista a la altura de Ga-


ray. Es tan bajo el techo y la luz escasa que para ver se hace
necesario acostumbrar rápidamente la mirada.
El paso de vehículos es constante: autos y colectivos que
suben desde la zona del río y tienen que ir al otro lado de la
ciudad: colectivos, charters y otros pesados que llegan de Pro-
vincia y doblan por Garay a la izquierda, para desembocar en
la estación.
Sobre la vereda Norte está una de las playas de infractores de
la ciudad, un predio rodeado por un cerco de alambre tejido sin
tensión, desvencijado entre los postes de cemento que lo sostie-
nen. Hay dos barreras livianas sobre Bernardo de Irigoyen, con
ruedas de goma, que algún empleado empuja en un movimien-
to radial, abriendo el espacio del playón. Todo el tiempo hay
conductores retirando sus autos y grúas trayendo otros.
Contra la pared que baja a pique, como sosteniendo el descen-
so de la autopista, apoyaron dos contenedores blancos, donde
funcionan las oficinas de la dependencia. Al lado de los con-
tenedores cobran las multas en una pequeña cabina. La gente
pasa por uno de los contenedores, va a la caja y después retira
su auto.
Los coches se acomodan contra el perímetro de alambrado,
mirando hacia adentro. Tienen tanta tierra encima que parecen
llevar largo tiempo en el lugar.
La autopista cubre el sitio con una sombra húmeda, tenebrosa
y hostil.

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Varias grúas permanecen detenidas en la esquina de Lima.


Tienen los motores encendidos y las puertas abiertas. Los con-
ductores esperan fumando en ronda, escuchando la música tro-
pical que sale del equipo de audio de una de las cabinas.
Afuera hay un poste de hierro alto, pintado de un gris me-
talizado, que se angosta a medida que asciende; el diámetro de
la última parte equivale al de un puño. En lo más alto tiene afe-
rradas seis guías independientes, horizontales: son unas cajas
largas y estrechas llenas de lámparas diminutas, de mucha in-
tensidad. Las luces están siempre todas de un mismo color, y
varían de color al mismo tiempo. Pasan del rojo al naranja, del
¶ Adoble
la altura de Brasil, la autopista viene de hacer una curva
que la desvía hacia afuera y termina apoyándola sobre el
naranja al amarillo, del amarillo al verde, del verde al celeste, talud de Garay. Acá tienen su cabecera varias líneas de colectivos:
del celeste al azul, del azul al violeta, del violeta al rojo. Del rojo 62, 65, 84, 151, 168.
pasan después al verde, del verde al azul, del azul al amarillo, y La 65, la 151 y la 168 serían completamente blancas si no tu-
después del amarillo permanecen unos instantes apagadas. viesen estampados en los laterales unos trazos finos con forma
de boomerang. Impresos en cada coche, cada línea se diferencia
por el color de sus trazos.
En la 65 predomina el azul y hay algo de verde.
Los coches de la línea 62 son rojos.
A mitad de cuadra sobre Caseros, un sistema de semáforos
regula la salida de los colectivos. Lo integran un aparato frontal,
otro lateral y tres para peatones.
En la esquina de Caseros y Bernardo de Irigoyen se destaca
un edificio de varios pisos; sobre un frente de piedra envejecida
un balcón se prolonga a lo largo del primero, sobre Caseros y el
lateral. En los pisos de arriba los balcones son estrechos y las puer-
ta-ventanas son de dos hojas, con una pequeña luneta abovedada.
Una ferretería industrial ocupa la planta baja: fotografías de
mezcladoras de cemento, máquinas agujereadoras, tanques de
agua, compresores, diferentes cortadoras de jardín, lavadoras a
presión, instrumentos eléctricos para carpintería, accesorios e
indumentaria, aparecen impresas en los carteles desteñidos que
coronan la vidriera.
No hay otro edificio en la manzana. Cierran la parte que que-
da bajo la autopista unos paneles de alambre tejido. El piso es de

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cemento alisado y alrededor de las columnas se ven colchones


apilados hasta media altura, montículos de trapos, bolsas de re-
siduos llenas con algo blando, cartones, botellas descartables,
cajas, muebles pequeños.
A los costados del edificio crece el césped abundante y bien
cuidado de una plaza, y entre los juegos, areneros y espacios
libres, corre un sendero con curvas que nadie transita y llega
hasta la cuadra siguiente.
No hay ventanas en las medianeras del edificio, apenas un
ventiluz corto por piso, con vidrio grueso esmerilado. La parte
más baja de los muros está cubierta con grafitis, pero sobre los
¶ Hornos nace donde Lima se cruza con Caseros y bordea la
estación por el Este, pegada a la autopista.
grafitis han pegado carteles en los que está impresa la foto de Autos y colectivos aceleran en estas cuadras largas con cur-
una esquina de la zona. vas y contracurvas.
En la imagen, grupos de personas conversando, patrulleros Un muro de ladrillo viejo, interrumpido cada tanto por unas
detenidos y policías. También un par de camionetas para fletes. columnas macizas, flanquea la vereda de la estación. A través
Del frente de una casa, sobre la ochava, cuelgan dos telas con de unas rejas se ve una larga construcción de dos pisos y detrás,
estas inscripciones: “La lucha nos da lo que la ley nos quita” y recortándose contra la lejanía, el perfil curvo de la estructura de
“La resignación es un suicidio cotidiano”. acero oxidado y vidrio que cubre los andenes.
Excepto un pordiosero flaco y barbudo, que a pesar del calor
lleva bien cerrada una campera de nylon que se ajusta a la cin-
tura, no anda nadie por esta mano. La capucha de la campera le
cubre la cabeza hasta las cejas. Camina muy despacio, apoyan-
do los pies con cuidado, después de haber tanteado varias veces.
Metros antes del cruce de Finochietto con Hornos hay una
pequeña rotonda cubierta con una suerte de alfombra de mugre
y cascotes dispersos.
Del talud de la autopista se levanta un olor a pasto recién
cortado.
El muro y la autopista se bifurcan en Guanahaní. El trán-
sito sigue hacia la izquierda, acompañando Hornos, mientras
la estación se retrae hacia el lado opuesto. Una construcción
abandonada, sobre cuyo techo descansan dos piletones de hie-
rro comidos por el tiempo, marca la escisión.
En esa extraña calma de barrio vacío, dos cuadras de Guana-
haní se articulan en ángulo recto.

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Un puente de acero abulonado pasa por encima del corredor


por el que entran y salen los trenes. Tal es la maraña de rieles y
estructuras ferrosas sostenidas en el aire que es imposible divi-
sar las formaciones detenidas en los andenes.
Operarios repasan con bordeadoras los lugares entre las
vías donde han crecido matas de pasto. Utilizan mangueras de
aire cuyos motores cargan a las espaldas como mochilas: con
el viento que emiten levantan del suelo papeles, nylons y otros
objetos livianos. Con palas y varillas afiladas retiran de entre las
piedras los residuos más pesados; todo lo meten en bolsas de
basura negras, que arrastran a su paso. Van de manera dispersa,
¶ Paracas podría ser la continuación de Lima Oeste, pero Lima
Oeste corre de Norte a Sur y Paracas corre de Sur a Norte. Se
vestidos con mamelucos grises, a rayas naranjas y verdes. encuentran donde se continúa Caseros, después de la estación,
Dos estructuras iguales y sucesivas, con un ligero empina- escindiéndose en dos diagonales; la que va hacia el Sur mantie-
miento en el centro, constituyen el puente de hierro abulonado. ne el nombre, la otra es 15 de Noviembre.
Después de haber alcanzado su mayor altura en el punto de en- Por 15 de Noviembre se dispersan los taxis y colectivos que
castre, desciende hasta Paracas, donde recomienza el muro de acaban de vaciarse junto a la estación, en una cuadra tomada por
ladrillo. un shopping a cielo abierto de ropa y electrodomésticos. Sosteni-
Paracas es una calle de piedras. Frente al paredón hay gome- das por tutores, para que no se balanceen, en la vereda pusieron
rías, negocios de repuestos para autos, venta de transformado- unas palmeras.
res y baterías. Taxis detenidos esperan sus turnos en una relo- Frente a las palmeras, sobre una rampa de acceso está el bar
jería para autos. Roca & Pizza. Sus dos paredes exteriores son de vidrio, tiene
La vereda es angostísima, el piso y partes del paredón están adentro muebles de madera joven, bien barnizada, y suelos cre-
manchados con aureolas negras de hollín y restos de ceniza. ma, de porcelanato brillante. Venecitas en los tonos del marrón
Semitapados con una manta mugrienta, tres chicos duer- y del naranja decoran la barra. En sus columnas hay varias pan-
men tirados sobre unos cartones. tallas de plasma, sintonizadas en un mismo canal; transmiten la
imagen de un galpón que arde en llamas. Los manguerazos de
los bomberos se levantan hasta alcanzar casi la vertical, y caen
luego sobre el punto en que es más intenso el fuego.
Sobre unos paneles de cartón, afuera, un vendedor exhibe
anteojos para sol, plantillas para zapatos y máquinas de afeitar.
Al lado de los anteojos tiene un espejo. Varias personas se detie-
nen a conversar con él, o simplemente lo saludan.
Atrás, una chica con un carrito y termos vende café y factu-
ras. Cuando sirve, da o recibe dinero, tiende la mirada hacia un
punto lejano y difuso.

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Después, donde estaba ella hay un muchacho con una canas-


ta de mimbre llena de sándwiches. Una mujer busca monedas
para terminar de pagar el suyo, un anciano que anda achacosa-
mente compra otro, que mete en una bolsa de plástico.
Viniendo del hall de la estación baja un chico vestido con un
equipo de gimnasia verde y blanco y el pelo rapado, salvo una
larga crencha en el centro. Carga otro canasto lleno de sándwi-
ches, y se pierde en dirección a la plaza.
Por Lima Oeste pasa un vehículo de registro de Google
Maps. Es blanco, pequeño, y tiene en el techo un aparejo tecno-
lógico que corona una cámara esférica con varios ojos de vidrio.
¶ La primera cuadra de Caseros es ancha hasta Salta. En Salta
se vuelve a escindir, girando alrededor de una estación de gas.
A los pocos minutos, haciendo el mismo recorrido, pasa otro Todos los surtidores están ocupados por taxis, el capot en alto,
auto igual. el cable que conduce el gas conectado en alguna boca del motor.
Otros esperan en el espacio libre entre las islas, o hacen fila en la ca-
lle. Los taxistas aprovechan la demora para pasarle un plumero a la
carrocería, o se recuestan en el lugar del acompañante y descansan.
Un silbido agudo, de fuga a presión, cruza el aire como un
disparo.
Por la mano que viene hasta Salta llegan camiones pesados sin
carga.
La mano que va se abre por tercera vez en el vértice de un
parque. Remonta la senda de los hospitales psiquiátricos hacia
un lado y bordea el parque hacia el otro.
Hay en ese vértice una plazoleta con una fuente. En el medio
tiene una escultura de mármol blanco, tamaño natural, de un
indio montado. El animal se ha parado sobre sus patas traseras
y el indio se sostiene de las crines con la zurda; estira la diestra
hacia abajo como si estuviese lanceando algo.
El grafiti de una cabeza oscura, redonda y pelada, con los
ojos sin párpados; la rodean otras similares más pequeñas, que
se confunden con el gris azulado del fondo. La mayor exhibe
debajo de cada ojo una estrella, que también podría ser una lá-
grima.
El barrio parece comprimirse cuadra sobre cuadra, de forma
espiralada.

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Sobre un edificio de la esquina de 15 de Noviembre destacan Parrillas podridas, puestos de flores desvencijados, pupitres
unos carteles que anuncian la gestión del documento a inmi- rotos, carcasas desarmadas de objetos irreconocibles, cajas para
grantes. Grupos de extranjeros se agolpan en la puerta. En dos vendedores ambulantes, pancheras, carros vencidos y otros ob-
camionetas estacionadas ahí se hace el trámite “express”. En la jetos de hierro se acumulan sobre el empedrado.
caja cerrada de una de ellas, tres empleados revisan papeles en
unas mesitas. No hay demasiada luz, ni altura suficiente como
para que alguien permanezca de pie. La gente espera afuera,
sentada en unos sillines de camping.
Uniendo Lima con Salta, el pasaje Echagüe corta en dos la
manzana de enfrente. La mitad que rodean Echagüe, Lima, 15
de Noviembre y Salta está a su vez partida al medio por otro
pasaje, Vieyra.
Un solo edificio ocupa el terreno que rodean Vieyra, 15 de
Noviembre, Salta y Echagüe. El esmog de los escapes y el polvo
urbano han oscurecido las paredes de piedra del inmueble has-
ta volverlas de un negro lustroso. Tiene unas puertas de metal
forjado, sin vidrios, que dejan adivinar la apretada oscuridad de
los pasillos interiores y permiten que salga a la calle un hedor
a humedad fría y antigua. Es un edificio de tres pisos, el último
con bohardillas y balcones. Lo atraviesa un pasaje a cielo abier-
to paralelo al Vieyra. Sastre se llama, es peatonal y público, y
para pasar por él hay que empujar un portón de chapa.
Al Sastre dan las ventanas traseras del edificio, que los veci-
nos usan para colgar ropa. En el aire se mezclan olores de co-
mida con música tropical. El piso es irregular, por tramos tiene
baldosas y por tramos cemento; grandes rejillas destapadas de-
jan ver la confluencia de líquidos espesos.
Otras ventanas dan al Sastre, que no pertenecen al edifi-
cio. Están en un rincón, protegidas por unas rejas blancas de
trama estrecha. El frente del inmueble al que pertenecen da al
Vieyra. Desde el pasaje se ve en la sombras un hall distribui-
dor, y una escalera de hierro en el centro del espacio desnudo.
Hay un portero eléctrico con un solo timbre, sobre el cual un
pequeño cartel: “Casa transitoria. Movimiento territorial de
liberación”.

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A los internos de los psiquiátricos se los distingue yendo ha-


cia alguno de esos locales por la lentitud con que andan, por la
fisonomía de sus cuerpos. Usan ropa gastada, compran empa-
nadas, alfajores, cigarrillos. Algunos van con sus madres, con-
versan. Su habla es balbuceante.
La inmensa mole en “U”, de color rosa viejo, agujereada de
ventanas, del Borda, está un tanto replegada hacia adentro. Una
barrera y una garita de seguridad controlan la rampa que des-
ciende hacia el estacionamiento subterráneo y las rampas que
¶ Salta sigue hasta Ambrosio Olmos, donde se junta con Ra-
món Carrillo. Ramón Carrillo viene de una cuadra de cientos
suben al estacionamiento de superficie. Junto a la barrera hay
un paso por el que cruzan a pie empleados, familiares, inter-
de metros, detrás de la cual se vislumbra un parque poblado nos con permiso. Una mujer sentada en una banqueta revisa los
por árboles jóvenes. Se ven unas flores rojas, anudadas en unas documentos y anota algunos datos en una planilla que sostiene
trenzas pesadas que doblan las ramas, y otras amarillas, más sobre los muslos.
lejos, más difíciles de mirar en detalle. Por entre esa vegetación Detrás y en diagonal hay otro pabellón, similar al primero.
tupida se recortan los techos piramidales del neuropsiquiátrico No hay donde guarecerse de las miradas ni de la lluvia, y
para mujeres. empieza a llover.
En la pequeña saliente de uno de los pabellones, el fuego ha Donde se había prendido el fuego han desviado el tránsito
tomado la persiana de una ventana. La pared se ha teñido de ne- hacia la derecha y hay un autobomba detenido.
gro y de la madera se desprende un humo blanco arremolinado. Un pasacalle cruza la esquina de Finochietto: “115 muertos.
Sigue sobre Ramón Carrillo el neuropsiquiátrico para meno- ¡No a la antena cancerígena!”. En Salta y 15 de Noviembre está
res. El edificio principal, de varios pisos, recién pintado, da a la el edificio donde hace unos días dos camionetas aceleraban la
calle. Luce sobre el frente un tono verde musgo, con algo de ce- tramitación del documento. En el frente del local, una inscrip-
leste para subrayar las estructuras horizontales. Las ventanas son ción muy visible: “Centro de Acceso a la Justicia y Casa de la
pequeñas, de color marfil. Dirección Nacional de Readaptación Social”.
Pegado a éste hay otro pabellón, abandonado hace tiempo, Si uno pasara por acá por tercera vez, el cartel volvería a leer-
sin terminar. se distinto. No hay otro valor de verdad que el momento en que
Enfrente, un portón de hierro abierto deja ver la carga de una impresión se produce. En otro momento, la verdad de cada
unos acoplados. Autoelevadores van y vienen llevando pallets impresión sería muy diferente.
de mercadería en sus brazos. En el suelo hay una mecha de per- Pasaje O’Brien: hoteles pequeños, sucios, locutorios, locales
foración del diámetro de un barril, de varios metros de largo. de venta de caretas, de cotillón, de disfraces; adoquines irregu-
Operarios con mameluco fuman y conversan. lares, charcos de agua espesa y aceitosa, espacios minúsculos
En las pocas casas particulares que hay sobre esa mano de convertidos en puestos de comida, grasa, frituras.
Carrillo improvisaron pequeños quioscos o almacenes en los
ambientes que dan a la calle.

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Después viene otro playón, con decenas de máquinas esta-


cionadas: topadoras, elevadores, palas mecánicas, grúas, gene-
radores. De cada aparato hay versiones de tamaño diferente,
algunas con sus brazos mecánicos a medio extender, con sus
hojas levantadas, inmóviles.
Por una calle que pasa debajo de las vías avanza una larga
fila de hombres y mujeres. Visten de civil, muy prolijos, aunque
también hay quienes llevan ropa de trabajo y, mezclados como
al azar, otros que tienen puestos unos chalecos fosforescentes.
¶ El tren alcanza una velocidad pareja a la altura de los techos
del pabellón principal del Borda. Entre las vías y el hospital se
Esos mismos chalecos titilan en puntos más alejados, distribui-
dos por la zona en algún tipo de red estratégica.
distribuyen las instalaciones de una cerealera, cuyo predio va La calle por la que viene la fila se divide en uno de los ingre-
estrechándose hasta desaparecer. Ahí el terreno del Borda des- sos al playón de las máquinas. Una mano corre hacia la izquier-
ciende sobre la avenida con una pendiente marcada, cubierta da, pegada a las vías. Contra el alambrado del tren hay media
por vegetación espesa. docena de ranchos de chapa y cartón. Enfrente, una sucesión de
Tiras plateadas de material impermeabilizante cubren los te- construcciones devastadas, sin techo.
chos del edificio. Por esa calle se alcanza el puente vehicular que cruza el Ria-
En el terreno que le sigue, miles de contenedores se acumu- chuelo.
lan en formaciones diversas; algunas son pequeñas, otras tienen El agua es densa y está quieta. Algunos objetos claros flo-
varios contenedores de alto y ocupan grandes superficies. Son tan en los recodos de la orilla. En dirección a su nacimiento,
contenedores de un gris acero, con una estrella blanca en cada la vegetación enmarca el curso proyectándolo en un paisaje de
costado y un círculo celeste en el centro de la estrella. Ocupan- llanura. Sobre la línea del fondo se destacan tanques de agua y
do el resto del lateral, una sola palabra: MAERSK. una torre de concreto.
Entre los contenedores hay montañas de piedra para cons- Del lado de Provincia, una cuadrilla de obreros construye un
trucción, cada una en una tonalidad distinta del azul, tirando muro bajo contra la caída del río. Han pavimentado la calle que
al verde, o al gris. bordea la ribera, que sigue el recorrido del curso y se abre a un
En un sector salpicado de charcos se levanta un complejo de recreo de espacios libres.
silos, alrededor de los cuales maniobran unos camiones. La sombra que proyecta un edificio en construcción cubre el
Cuando el tren hace su primera parada, los techos de las ca- andén por completo, en Avellaneda. Es una mole de dos cuer-
sas que rodean la estación están por debajo del nivel de las vías. pos, articulados en bisagra, de más de treinta pisos, vacía.
Los hay de chapa, pintados de un naranja opaco. También los En lo alto del edificio hacen base dos grúas de elevación, los
durmientes, la piedra partida y el interior de las vías tienen ese brazos abiertos, de hierro amarillo, con un contrapeso de con-
tono de polvo seco y rojizo. creto en la otra punta de la pluma que pende.
Sobre el techo curvo de un galpón, una doble fila de paneles
solares.

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de ladrillo a la vista, con el frente cubierto de lajas en los tonos


del ocre o del negro. Tienen techos coloniales y techos con tejas
suizas. Algunas imitan un estilo colonial con aberturas bajas y
curvas, y molduras que pintan de amarillo sobre la pared clara.
Aparecen edificios esparcidos entre las casas, cuando el tren
se acerca a una estación; después de la estación la densidad de
edificios decrece, y la zona retoma su perfil residencial.

¶ El ramal viejo gira hacia al Sur y el eléctrico se inclina en


dirección al sudoeste. En la hondonada que los separa se abre
un predio para prácticas ecuestres. Hay una cancha de pato, un
terreno con vallas para salto, una franja libre donde se disputan
carreras cuadreras.
Las vías van descendiendo hasta que la formación avanza al
nivel del terreno.
Entre yuyales, vagones abandonados a la inclemencia del
tiempo suceden al predio. Están sobre rieles muertos, como
enterrados, y algunos han sido parcialmente prendidos fuego.
Conservan en los costados, en el techo, adentro, las aureolas
oscuras de la combustión de las llamas. De varios sólo queda la
estructura: la plataforma, algún parante, los trenes de marcha.
Entre estos vagones sueltos se amontonan pesados ejes de
rodamiento.
Una mujer camina por el campo cruzado de vías y pastos
altos arrastrando una bicicleta con muchísima dificultad.
Tres gendarmes toman mate en sendos sillines, junto a un va-
gón sanitario. Debe tener varias décadas de antigüedad; más bajo
que los otros, su parabrisas está facetado con vidrios angulares.
El tren pasa por debajo de un puente de hierro sostenido por
pilotes de concreto. Aislado en la altura, no tiene conexión con
ningún camino. Después pasa por debajo de una autopista de
cuatro carriles, que corre paralela al puente.
El tejido urbano se cierra sobre la formación; junto a las vías
surge una calle. Las casas son pequeñas, de paredes blancas o

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¶ Los cercos de concreto y las paredes de los galpones que dan a


las vías están cubiertos con grafitis. Son como siglas; dibujadas
¶ El tren inclina su línea de avance, dibujando una curva que
lo desgaja en una nueva bifurcación.
con aerosol en mayúsculas, cada una tiene su color predomi- Ya no se ven edificios y las cuadras exhiben una forestación
nante y su propia tipografía, que en general se desborda hacien- tupida.
do que las letras se superpongan entre sí, o se deformen hasta Las vías corren encajonadas por debajo del nivel de las calles.
volverse ilegibles. Cuando salen a la superficie, las cruza una ruta; un semáforo y
Junto a algunas se ven dibujos: dos ranas apareándose, chan- una barrera detienen la larga fila de vehículos que esperan a que
chos voladores, construcciones de una geometría irregular, la termine de pasar el tren.
caricatura de un tanguero, la de una vedette. Un complejo industrial flanquea el avance de la formación:
BCTA, DES, BS, DAKU, IULE, BATA, ZER, TWE, CIPP, junto al edificio principal se levanta una chimenea de ladrillo
GRMC, NRDT, RILAR, DESIC, MYSL, NIGLCS, TESS, se lee. rojo y más adelante hay un conjunto de silos vinculados entre sí
También SAG, DMRS, ADEP, MINR, SNARE, YEPO, PIR, por unos conductos circulares de aluminio.
SENS, EPMR, LEP, EITO, EOIRK, SDR, PRA, SCOS, PEBEOS, Entre el complejo y el tren, en terrenos del ferrocarril, va-
OKSD, DRMP, EMC, SCRAPSE, PRC, EPOM, MAKRA, SLRS, rias montañas de piedra partida producen chispazos de luz
MFCPR, FOT, NGRE, TTKD, DUSDORA, GTTO, ROIS, a la distancia y con el movimiento. De altura similar, están
CRKO, DISIC, NARE, JULL, KCOQ, ENOVS, TRONE, OGL, cubiertas por el pasto. Flores azules nacen de los manchones
NALOS, AS, MHEC, OKS!, SDRAP, CNIC, SHAE, SVR, DAI- de plantas silvestres que han crecido ahí. Flores amarillas, en
IIE, NERF, PCXT, ZITNER, VEN, ASUNO, ROOZ, PIESOL, lo alto de unos yuyos, se esparcen por el suelo. En las enre-
JLTO, TIL, TUTS, KTCH, ROMBO, IRSS, TOVA, COS, NA- daderas que empiezan a tomar los alambrados, las flores son
LES, YEAHG, DOKO, DEJEK, SONX, MELOM, SKS . rosadas.
En el frente de un galpón parcialmente demolido, los restos Viejos durmientes de madera, arrugados por los años, espe-
de una inscripción más antigua: AVA ER P UL LE RY. ran destino apilados en desorden. Se han ido ennegreciendo y
presentan grandes zonas blancas, como calcificadas.
Los durmientes nuevos están acomodados en torres, separa-
dos de dos en dos; de madera joven y lisa, predomina en ellos el
tono rojizo de la arcilla.

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Personal con mameluco pinta de verde los bancos de ce-


mento de la estación Llavallol; los rodean con cinta para que
nadie los toque. Verde es también el color de las columnas de
hierro que sostienen los techos de los andenes, de los marcos,
de las persianas y los enrejados.
En los barrios que el tren deja atrás predominan las calles
de tierra. Se ven algunos sauces y las construcciones exhiben
señales de deterioro: hace mucho que no se las pinta, o tienen
los frentes sin revocar, o los techos son de cemento, planos.
La calle que corre junto a las vías confluye con una ruta que
venía desde el Sur, y después de girar en una rotonda se acomo-
¶ Aunlacarril
altura de la estación la ruta se ensancha y divide en tres:
doble corre hacia el Sur, otro vuelve hacia el Centro. El
da a la par de los vagones. tercero, reducido por los autos que la gente estaciona contra el
El tren pasa por encima de un arroyo bajo salpicado de islo- cordón, es de doble mano.
tes de basura descompuesta. Por los tres pasan colectivos. Llevan sobre los parabrisas
Del otro lado de la ruta, una plaza triangular de una cuadra carteles que indican sus recorridos: Barrio Parque, Country,
por lado, o poco menos, marca el comienzo de la urbanización. La Reja, Desvío Cresmani, Barrio Lindo, Camino a Las Flores,
Rodea la plaza una malla de esterilla que no deja ver los trabajos Canning, La Colorada, Por Alem, Camino Negro, Las Rosas,
que se están haciendo sobre el terreno. Mejorado, Allá en el Sur.
Nubes medio disueltas viran a lo amarillento, confundién- Cruza la ruta desde la estación un puente peatonal de ce-
dose entre sí. Debajo pasan otras, más veloces, desprendidas mento que baja sobre la entrada a una casa de artículos para el
como grumos de polvo. Algunas han llegado casi a desintegrar- hogar. Sobre el techo del negocio hay un chalet prefabricado.
se, cual babas de viento. Los locales se suceden frente a la estación: una panadería,
una casa que vende muebles de algarrobo, un local en cuya
vereda se acomodan motos a estrenar, sin marca, de un negro
mate, bicicletas cubiertas con hule transparente, lavarropas,
muebles de pino sin barnizar, calesitas para jardín, de caño, si-
llas de plástico.
Entre estos locales hay dos más estrechos. Uno funciona
como remisería; sobre una pared recubierta de madera han ex-
tendido un mapa de la Capital y alrededores. El otro pertenece
a un estudio de abogados, especialistas en despidos, accidentes
de trabajo y consultas laborales, según dice la vidriera.
Lo que parece haber sido una estación de servicio, trans-
formada luego en playón de lavado y finalmente abandonada,
ocupa el tramo final de la cuadra. Paneles desprendidos del

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cielorraso yacen por el piso, y otros penden a medio caer. En


el centro del espacio queda la estructura oxidada de un local,
donde debieron estar la caja, los tableros de mando de las má-
quinas, tal vez una cafetería. Hay autos estacionados, en estado
de chatarra, y grandes cantidades de basura entre ellos, contra
las paredes, alrededor de las columnas.
La banquina ha sido cementada, se levantó un cordón y des-
pués del cordón se cementó una franja de concreto. Sobre esta
franja instalaron una pirámide pintada de rosa. Rodeada de re-
jas, una placa de mármol señala que la pirámide está dedicada
“a los hombres y mujeres que hicieron de El Jagüel una ciudad
¶ En la isla central se suceden unos postes de iluminación elevadí-
simos, que culminan en una estructura lumínica en forma de “V”.
rica y pujante”. A la vera de la ruta los postes son más bajos y la estructura
tiene solamente un ala.
Después hay una segunda plaza triangular, cercada con este-
rilla verde. Detrás de los carteles de obra se ven palas mecánicas
removiendo el suelo y montañas de tierra extraída. Levantan
una construcción cúbica casi ciega, apenas con unas aberturas
bien delgadas para ventilar. Al lado están terminando la entrada
a un túnel que pasa por debajo de la ruta y de las vías. Las pare-
des del túnel están cubiertas con la misma piedra gris del cubo.
Como no hay trazada una conexión de ingreso, la obra per-
manece desafectada de las vías, de la ruta y del barrio.
En una segunda etapa, cuando el paso esté concluido, segura-
mente harán la vinculación con los carriles que van hacia el Cen-
tro; tal vez también hagan una rotonda o un centro distribuidor.
Es un túnel angosto, de un solo carril.
Se ven camiones mezcladores y una topadora, que al retroce-
der emite un agudo sonido de advertencia.
Los peones usan chalecos fosforescentes de color naranja; se
los puede ver en grupos, en la proximidades, descansando a la
sombra de un árbol, o contra la pared de alguna casa, conver-
sando en voz baja. Sobre la calle, junto a la obra, hay dos baños
sanitarios.
El cementado de la banquina se extiende hasta el descampa-
do que rodea a la autopista que va a Cañuelas.

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Para seguir por la ruta cuando se termina la banquina hay que


ir por la tierra, junto a los autos que pasan a toda velocidad. Si
en cambio uno cruza la ruta, como si quisiera seguir no a su cos-
tado sino al costado de la autopista, se encuentra con una calle
que avanza paralela al talud de uno de los brazos de acceso, justo
donde comienza a empinarse, mientras gira sobre sí mismo.
Manchones de asfalto viejo se mezclan con la tierra hasta vol-
verse indistintos. Baches profundos conservan el agua de una llu-
via reciente.
Unos árboles están recién brotados: del tamaño de una mano,
las flores son como ramas minúsculas, muy frágiles, amarillas,
¶ Sia ElalJagüel,
bajar del tren, en vez de ir hacia la izquierda, en dirección
se va hacia la derecha por el paso peatonal que cruza
que se abren en una proliferación de otras ramas, cada vez más las vías por debajo, fresco, invadido por un olor en que se mez-
pequeñas, al cabo de las cuales, en el último brazo, una media clan la lavandina y el orín, se sale a un paisaje diferente.
docena de esferas, como semillas, despiden un olor dulce. Sólo hay una pequeña remisería frente a la estación, y la gen-
La calle gira hacia adentro, como regresando, y se mete por te anda a pie o en bicicleta. El espacio es limpio; las voces se
entre unas casas de material muy precarias, sin terminar, os- escuchan con bastante nitidez, aunque las personas se encuen-
curas y húmedas. Al cabo de un par de cuadras, otra calle más tren lejos.
embarrada todavía, con más charcos y más grandes, a tal punto Son casi todos lotes vacíos. Las pocas construcciones que hay
que parte del camino hay que hacerlo sobre el pasto barroso de entre ellos son bajas. Hacia adentro las calles se pierden en una
los bordes, vuelve a acercarse a la subida. perspectiva cruzada cada tanto por un trenzado de cables aé-
Pequeños y sucios, avejentados; afuera, o detrás de un cerco, reos. Sobre el techo de una casa flamea una bandera argentina.
sobre el pasto, mansos de una manera muy particular, tristes, Es un día de calor con un sol espléndido, sin una nube; corre
los perros observan la autopista. por momentos una brisa refrescante y hay polvo seco suspen-
Después la calle pierde el trazo, desdibujado por los yuyos de dido en el aire.
los costados, que avanzan hasta cubrirla por completo. Para acoplarse con el paso bajo nivel que construyen del otro
Un alambre sencillo, de un par de hilos oxidados, marca el lado de la vía, de éste han cavado otro túnel, donde termina la
fin del camino. Sin embargo, es posible separar los hilos y seguir estación. Surge como de la nada, sobre la calle que bordea las
todavía un poco más. Lo que viene es un campo cubierto por vías, y desciende hasta hundirse en una pared de tierra.
plantas y árboles jóvenes, dispersos. Aún recorriendo algunas cuadras hacia adentro, derivando
Un poco más lejos, en la perspectiva de la autopista se obser- hacia la autopista, la búsqueda del lugar en que el túnel sale a la
va la estructura de una nueva planta industrial. superficie se vuelve infructuosa. No hay ningún obrador que lo
señale, ni existen indicaciones de obra, ni brillan los tonos flúo
de los chalecos, ni de la esterilla. La deriva se expande hasta el
descampado que rodea al terraplén. La autopista es una línea de
horizonte perfecta, que se levanta al cabo de un extenso terreno

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desierto. Sobre ella se deslizan en una y otra dirección, como


juguetes, autos y camiones.
Cruzan el cielo agitándose y cambiando de dirección rápida
y sorpresivamente unos pájaros oscuros, en bandada; más arri-
ba hay un ave más corpulenta. Blanca en la parte inferior de sus
largas alas extendidas, planea despacio y sola. Otros pájaros se
mueven entre los yuyos como resortes, a los saltos, y un par de
cotorras se persiguen a baja altura. A contraluz, se distinguen
enormes enjambres de libélulas.
El pasto del terreno ha sido quemado por manchones. No
hay árboles, sólo matas que apenas llegan a la cintura. El piso es
¶ Bajo la luz del sol brillan pequeños pedazos de plástico de
diferentes envoltorios.
irregular, seco, arcilloso, como si en algún momento le hubie- Viniendo del Norte, gira en la lejanía un avión de pasajeros,
sen quitado la capa superior, de tierra negra. No hay senderos en un arco amplísimo, hacia el sudeste, perdiéndose de vista.
que avancen sobre el descampado, ni se puede entrar demasia- Predomina la sensación de que nunca se encontrará un pun-
do en él; unas enredaderas frondosas se extienden por el suelo to de partida.
como una red. En uno de los laterales del puente sobre el que la autopista
Del otro lado de la ruta, con todas sus luces encendidas, avan- pasa por encima de la ruta y las vías, pintaron un mural que
zan en caravana varias camionetas policiales. Están pintadas de cuenta, en secuencia continua, lo que sigue: el desembarco
negro y de rojo, con algún detalle blanco. Son modelos nuevos; de sus galeones de unos conquistadores que, armas en mano,
tienen cabina de cuatro puertas y caja descubierta atrás, en al- arrasan un bosque, dentro del cual se ve, rodeado de llamara-
gunas de las cuales viajan efectivos uniformados. Circulan a una das y artesanías, a un grupo de indígenas de pelo largo y vin-
misma velocidad, manteniendo entre sí idéntica distancia. chas de cuero, cubiertos con unas telas que parecen ponchos.
En el último tercio del mural hay un espacio de fantasía en el
que se mezclan un pez azul que parece volar, una langosta ver-
de sobre un árbol y un zorrino. Por un lugar ya sin sombras,
sin oscuros, y con algunas ondulaciones, avanza finalmente
una locomotora roja lanzando un humo multicolor por la chi-
menea.
La ruta se adelgaza a un carril por mano, la banquina es más
vieja; con el paso de los años en su tierra dura se han ido amal-
gamando piedras con restos de objetos.
Treinta y dos kilómetros, dice un cartel, sobre un poste.
En un paso a nivel en obras, fuera de uso, la ruta y las vías
inician un tramo de bifurcación. Hay un terreno con paja y
troncos de palmera en el espacio que las separa. De los troncos

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emana un olor ácido, a reptil. En otro terreno hay durmientes las cuales está la inmensa puerta de acceso, con una cúpula cir-
de quebracho acomodados verticalmente. cular, y otras dos ventanas, menores, a los costados. Todo es de
Más allá de las vías asoman los frentes lisos de las casas de un un amarillo desgastado. A lo largo del techo hay otra balaustra-
barrio privado; colores netos, techos negros, blanco impecable, da, en el medio de la cual se levanta una torre. Por una escalera
volúmenes básicos. caracol se asciende a una segunda terraza. Sobre esta terraza
Una cuadra larga se extiende detrás de la planta industrial hay, a su vez, una torre más.
que se veía desde el otro lado de la autopista. Por las salidas de No es sin embargo esa construcción sino un quiosco de dia-
ventilación emerge el ruido asordinado de unos motores. rios lo que llama la atención. Con sus alas laterales extendidas,
A una parrillita con mesas de plástico y sillas de caño la suce- pintado de un azul mate, para salvar las irregularidades del piso
den una marmolería, la estructura de un galpón para comercio, sobre el que se apoya han puesto algunos suplementos: un peda-
inconclusa, y lo que era un depósito y reparto de frutas y verdu- zo de cubierta, listones de madera, ladrillos. Pero la chapa ha co-
ras, semiabandonado y cerrado con rejas, delante del cual han menzado a pudrirse, y por el propio peso la base se comprime de
apilado varios cajones de madera, y un corralón de materiales, manera irregular, impidiendo a la estructura permanecer firme.
en cuyo espacio interior se acomodan packs de ladrillos y vigas
de cemento.
Al final del paredón industrial, una playa de estacionamiento,
y después un arroyo rodeado de vegetación, profundo, por el que
corre un caudal de agua no demasiado sucia, marrón pero limpia,
sin residuos.
Enfrente está el Departamento de Policía, una construcción
de dos niveles con entrada por un patio central descubierto. En-
tre las patrullas estacionadas, en el centro exacto del patio, un
mástil con una bandera flameando a media asta. A la ruta dan
las oficinas de la Policía Científica, la Dirección de Bomberos y
el Patronato de Liberados, como si fuesen locales comerciales.
La ruta se junta con otra que corría por el lado opuesto del
galpón y vuelve a ensancharse: dos carriles de ida, dos carriles
de vuelta. El zócalo de la isla central ha sido pintado de amarillo
y tiene adentro diferentes tipos de plantas, entre las cuales se
distinguen, a razón de una cada veinte o treinta metros, unas
palmeras bajas.
En la entrada a Ezeiza hay una quinta antigua, en los fondos
de un terreno profundo. Unas enredaderas tupidas cubren el
cerco, ocultándola. Dos ventanales enmarcan el hall de ingreso,
protegido por unas balaustradas con forma de jarrón, detrás de

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¶ Los altarcitos se suceden junto a las vías como pequeñas edi-


ficaciones alpinas, dentro de las cuales hay una vela consumida,
¶ La ruta a la que dan los andenes se llama acá “Avenida Néstor
Carlos Kirchner”. En la esquina de ésta con una peatonal de piso
una estampa milagrosa, un ramo reseco. En memoria de quien alisado hay un bar con unas ventanas muy pequeñas, tapadas
ha perdido la vida en el lugar, atropellado por un tren, existe con cortinas blancas.
una inscripción en una baldosa o en el cemento de la base. Desde una de esas ventanas, desplazando la cortina sobre su
El humo sube por entre los pastos que hay junto a los dur- eje de madera, se ven los locales que explota la ferroviaria en la
mientes. Es una columna vacilante, irregular, como de hilo, que estación. Sobre esa mano, después de las boleterías y el acceso
trepa deshaciéndose. general, lo que hay es un largo tinglado común, con una es-
Hay una construcción de ladrillo hueco y techo de fibroce- tructura básica debajo, en la que se han ubicado puesteros que
mento y aberturas blancas, de plástico, con un cartel de fondo cuelgan su mercadería del techo, o la acumulan en mesas sobre
claro y letras negras, a pulso, donde dice: “Asamblea Cristiana”, taburetes, o desordenadamente en cajas de cartón, sobre el piso.
y casi sobre barro, detrás de un alambrado vencido, una casilla En la vereda del bar están los vendedores más precarios. Al aire
levantada con una mezcla caótica de chapas, cartones y maderas. libre, arman y desarman sobre caballetes una tabla cubierta con
un paño. Exhiben una bisutería brillante: relojes, cadenas, ani-
llos, aros, pañuelos, pulseras.
En la mesa del bar, un libro abierto en el comienzo de un
poema de François Cariès:

En el techo de la torre de todos los amores


un niño alza los ojos. En el fondo del aire
juntos están los himnos, las banderas, la luna y la línea del
/mar.
Ve el cielo que se niega a caer, a lo lejos ríen las hierbas del mar.
Más cerca, bajo sus pies, impera el sueño de su madre,
Y, más pesado, hacia el negro Norte, también el sueño de los
/caballos.

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El niño no quiere dormir, las huestes de Admeto se precipitan


sobre los murciélagos furiosos. Se niega, poco le importa,
y mientras tanto giran sin cesar las ratas emplumadas,
ligeras como la prosa y la maldición.

Sobre El regreso, de Ezequiel Alemian


Las afueras interiores
En 1681, un discípulo del maestro del haiku japonés planta un
banano (bashō) junto a su choza, a modo de regalo. Desde en-
tonces y hasta el final de sus días todos llaman al poeta así, aun-
que tres años más tarde el lugar arda en un incendio, banano
incluido. Meses después del incendio, muere su madre. Meses
después de la muerte de su madre, Matsuo Bashō emprende un
largo viaje y comienza sus diarios. Escribe, peregrino, mirando.
Escribe, dicen sus traductores, “más allá de sí mismo, arrancán-
dose de la propia persona, de la mente pequeña del ego, a fin de
vivir absorto en la contemplación.”1
Son ochenta y una las meditaciones taoístas que se recopilan
en el Hua Hu Ching a partir de las enseñanzas orales de Lao Tse.
La décima advierte que el ego es un mono que salta a través de
la selva y que hay que dejarlo partir, entre muchas otras cosas
que hay que dejar partir: la lista es larga pero termina, como to-
das. El asunto no termina con esa lista, pero. “Permanece sim-
plemente en el centro, observando. Y después olvídate de que
estás en él”, agrega.
En el centro, observando –un centro nómade, como el de la
camarita de registro del auto de Google Maps que pasa en un
trayecto de El regreso– está la voz de este libro. Un cuerpo que
avanza y mira y dice lo que ve. Una máquina viva, con sus algo-
ritmos en ejercicio.

1. Alberto Silva y Masateru Ito en Diarios de viaje, de Matsuo Bashō, edición


del Fondo de Cultura Económica. Los datos de su biografía también están
tomados de allí.

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Son antiguas las líneas que enseñan que quien parte en viaje ejercita eso que Thoreau llamaba el arte de caminar. Aparece
ya ha regresado, pero ¿adónde se regresa en El regreso? Esto es, una cartografía personalísima, donde pueden encontrarse mo-
¿desde dónde se parte? ¿Por dónde se avanza? Igual que cuando jones como los de un “archipiélago de canteros con tierra seca”.
soltamos –con un movimiento tan económico como el de un Personalísima, sí, aunque la redacción sea impersonal y se de-
clic– al hombrecito amarillo después de ajustar las coordenadas dique a hacer conjeturas acerca de la estabilidad y proveniencia
en el mapa, y de repente somos atraídos hacia el lomo de la de los materiales, la dirección de los vehículos o el espesor de
Tierra a velocidad de meteorito, la perspectiva directa irrumpe. los sonidos, apuntados con precisión murciélaga. Y es que si
Caemos a una madeja de cemento y vidrio y hierro, y es impo- bien las capturas dan una primera impresión de higiénicas o
sible encontrarle la punta, conseguir orientación de inmediato. desapegadas, poco tarda cualquiera en recordar que algo así se-
Quien anda en El regreso parece estar circulando, sin em- ría imposible de hacer y que, como es natural, hay los engaños
bargo, por calles que conoce bien. Lo que sorprende son las holográficos del deseo, de la memoria, del gusto y del disgusto.
variaciones en un recorrido repetido, sedimentado por la cos- Como mínimo, en la dirección del foco, en la elección de lo que
tumbre. Buenos Aires, Constitución: ahí los primeros pasos, se mira cuando se mira, en la elección de todo aquello a lo que
a la orilla de los meandros de las autopistas, de los colectivos, se le da la espalda cuando se mira otra cosa en vez.
de los giros, los puentes, los cordones, las baldosas, los cruces. “La autopista cubre el sitio con una sombra húmeda, tene-
Son las afueras interiores de una ciudad monstruosa, como brosa y hostil”, leemos, por caso. ¿A alguien más entre todos
todas las ciudades capitales. El recorrido es lineal, pero el efec- los que alguna vez pasaron bajo esa oscuridad breve se le habrá
to es de trompo, quizás porque las descripciones son laborio- ocurrido pensarla de ese modo, con esos mismos tres adjetivos?
sas, detalladas. Llevadas tan a fondo retoban la mansedumbre “No hay aberturas en la pared, que lleva diseñados los espacios
a la que cualquier ciudadano termina por caer. Producen un donde podrían ponerse, por ejemplo, unos vitrales erguidos,
extrañamiento, incluso para quien conoce esas avenidas y ca- con algún tipo de estampa”. ¿Qué viene a decir esa proyección de
llejones que se refieren con exactitud de GPS. la imaginación sobre la propiedad ajena acerca de la descripción
como procedimiento? “Una descripción no es lo que se ve, son
Si el Georges Perec de Lo infraordinario y el Ezequiel Alemian las palabras con que está tramada”, responde Alemian desde una
de El regreso fuesen puestos a caminar uno al lado del otro por la entrevista hace unos años, alrededor de otro libro. “Si uno pasa-
misma vereda, sus pasos tarde o temprano se sincronizarían en ra por acá por tercera vez, el cartel volvería a leerse distinto. No
esa especie de marcha militar involuntaria a la que todos hemos hay otro valor de verdad que el momento en que una impresión
caído alguna vez con algún amigo, volviendo a casa, de noche. se produce. En otro momento, la verdad de cada impresión sería
“Interrogar aquello que parece haber dejado de sorprendernos muy diferente”, parece responder ahora, promediando El regreso.
para siempre”, quería el francés. “Describa su calle. Describa otra.
Compare”, arengaba. Su método, su proyecto –el de asediar las “Uno se descubre más a sí mismo proyectándose en el mundo
cosas comunes–, podría decirse, es también el de Alemian aquí. exterior que en la introspección del diario íntimo”, escribió otra
francesa, una que podría alinear sus zancadas con las de aquella
Las visiones son las de alguien a pie: la perspectiva y el ritmo, pareja de poetas que dejamos caminando en la vereda: Annie Er-
al menos, sugieren que estamos ante las anotaciones de uno que naux. Su Diario del afuera / La vida exterior es, a su modo, una

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colección de instantáneas. También el peregrinaje de quien anda, “Un día salí para un viaje de mil leguas. Me fui sin llevar pro-
mira y escribe lo que ve, también la puesta en tensión del yo, de visiones. Como sobre bastón, me apoyaba en las palabras de un
la primera persona, del ego que salta a través de la selva. “Evité hombre antiguo quien, según dicen, ‘entró en la nada utópica
en lo posible entrar en escena y expresar la emoción que dio ori- bajo la luna de medianoche’”: así inaugura el japonés su Diario
gen a cada texto. Al contrario, busqué practicar una especie de de una calavera a la intemperie. En El regreso, los últimos pasos
escritura fotográfica de la realidad”, advierte la escritora. Pero Er- que se dan llegan hasta la mesa de un bar, hasta “un libro abier-
naux, para eso, mira más bien a las personas en los lugares, y Ale- to en el comienzo de un poema de François Cariès”. También,
mian a los lugares con sus personas allí, casi como accidentes del como sobre bastón, lo que propulsa el cuerpo hacia delante son
paisaje. Un pordiosero, conductores de grúas haciendo tiempo, las palabras.
operarios, chicos que duermen en la calle tapados con cartones, Si los versos que cita Alemian de ese poeta francés hubiesen
vendedores: de ninguno más que dos o tres pinceladas. Ninguno estado al principio, los llamaríamos epígrafe. El recorrido sería
puesto en relieve contra el escenario como fondo. No es suya la el inverso. La llegada, una salida. Da igual: quien parte en viaje…
crueldad ni es suya la distancia, es la de la ciudad, que queda así
retratada como una pajarera indolente. Es notable que los nom-
bres propios se reserven para las calles, las estaciones y los puen-
tes, nunca para un ser humano. Como una madre inconmovible Valeria Tentoni
que ha abandonado a todos sus hijos, la ciudad reposa hinchada Buenos Aires, diciembre de 2016
de una leche que se pudre bajo su piel. Hiede. Es por eso.
Mientras el narrador vuelve adonde sea que vuelva, pasa por
al lado de muchos que no tendrían cómo emprender una cami-
nata en esa dirección. Los que están como los vencejos –pájaros
que pueden pasar meses sin posarse, que duermen, comen y
hasta copulan volando, eternamente suspendidos en la extran-
jería– no se le dirigen ni entorpecen su trayecto.
El regreso es un lujo en una ciudad como la que se atraviesa
en este libro. También una urgencia.

¿Adónde regresa Bashō cuando regresa? Hay mapas, recorri-


dos. Los hay porque los han trazado otros, después. Pero ¿desde
qué momento podemos decir que va, desde cuándo que viene,
persiguiendo el favor del sol, de las montañas, del viento? Su
madre muerta, su casa muerta. Le levantaron otra, en Edo, dé-
cadas más tarde; y era otra, siempre es otra, como el río inter-
minable que pasa y queda. Ah, “pero la mente se desespera por
fijar el río en un lugar”, como sigue Lao Tse en sus meditaciones.

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Sobre el autor

Ezequiel Alemian nació en Buenos Aires, en 1968. Poeta,


narrador y periodista, ha publicado Una introducción (Mansal-
va), Impresiones (Excursiones) y Onnainty (Iván Rosado), entre
otros textos.

Fotografía: Laura Crespi 51


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