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Mara Dyer quiere creer que hay más en las mentiras que le han dicho.
Lo Hay.
No deja de pensar respecto a dónde podría llevar su búsqueda de la verdad.
Debería.
Nunca tuvo que imaginar cuán lejos iría por venganza.
Lo hará ahora.
Las lealtades son traicionadas, la culpa y la inocencia se enredan, y el destino y el
azar chocan en esta impactante conclusión de la historia de Mara Dyer.
La retribución ha llegado.
Mara Dyer #3
2
Para las chicas malas, y los chicos que las quieren
3
“Lo que se hace por amor siempre está más allá del bien y el mal.”
Friedrich Nietzsche, Beyond Good and Evil
4
1
Traducido por Fanny
Corregido por Ladypandora
8
2
Traducido por Fanny
Corregido por LadyPandora
21
4
Antes
India. Provincia Desconocida
Traducido por Jo
Corregido por LadyPandora
El día en que Tía murió, nuestros vecinos observaron con cautela como 22
caminábamos por la aldea cargando su cuerpo. El aire estaba tan muerto como
ella; había caído por la enfermedad del río solo días después de que Tío me
hubiera traído a casa. Tía había sido la única razón por la que lo toleraban, en sus
ropas diferentes, siempre azules, con sus palabras diferentes y aspecto diferente.
Ella había sido especial, me había dicho Tío. Cuando asistía un parto, el bebé salía
rápidamente del vientre de su madre para encontrarla. Sin ella estábamos
desprotegidos. No entendí a qué se refería hasta que él murió.
Rumores de nosotros se esparcieron de aldea en aldea. A cualquier lado que
fuéramos, la plaga y la muerte ya habían llegado, y nosotros seguíamos su rastro.
Tío hizo lo mejor que pudo por la gente, compartir remedios, hacer cataplasmas,
pero los susurros seguían nuestros pasos. Mara, nos llamaban. Demonios.
Una noche Tío nos hizo levantar y me dijo a mí y a Hermana que nos fuéramos en
ese instante. No debíamos hacer preguntas, solo obedecer. Salimos de nuestra
choza en la oscuridad, y una vez que entramos en la jungla, escuchamos su grito.
Una columna de humo se elevó en el aire, llevando sus gritos con ella. Quería ir
con él, arreglarlo, pero Hermana dijo que habíamos prometido no hacerlo, que
sufriríamos el mismo destino si lo hacíamos. No había tomado nada más que mi
muñeca. Nunca la dejaría atrás.
Mi largo y enredado cabello se pegaba a mi cuello y hombros en el húmedo calor
de la noche para cuando los gritos de Tío fueron reemplazados con los sonidos de
la jungla, levantándose con la luna. No dormimos esa noche, y cuando el sol salió
de entre las nubes y el hambre retorció mi estómago, pensé que tendríamos que
rogar por comida, como huérfanas. Pero no tuvimos que hacerlo. Hermana habló
con los árboles, y ellos dejaron caer sus frutas para ella. El suelo dio su agua. La
tierra nos alimentó y sustentó hasta que llegamos a la ciudad.
Hermana me llevó directamente al edificio más alto en el puerto a ver al hombre
de anteojos. Se hacía llamar Sr. Barbary, y Hermana me llevó directo a él.
Estábamos sucias y cansadas, y nos veíamos bastante fuera de lugar.
—¿Sí? —dijo él cuando nos paramos frente a su escritorio—. ¿Qué quieren?
Hermana le dijo quién era, y quién había sido su padre. Él nos miró con nuevos
ojos.
—No la reconocí. Ha crecido.
—Sí —dije—. Lo hice.
Nunca le había hablado antes, o a nadie más que a Hermana y Tío. Nunca lo había
necesitado. Pero sabía por qué estábamos aquí, y quería impresionarlo.
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Funcionó. Sus ojos se ensancharon, y su sonrisa se estiró bajo el gracioso arco de
vello sobre su labio.
—¡Y habla!
Podía hacer más que eso.
Me hizo preguntas acerca de qué nos había pasado, y sobre otras cosas más… qué
había aprendido desde que lo había visto por última vez, qué talentos había
desarrollado, y si me había enfermado. Luego midió cuánto había crecido.
Después, le dio a Hermana una bolsa, y ella inclinó su cabeza con agradecimiento.
—Debo informarle a su benefactor de su cambio de circunstancias, ¿lo entiendes?
—explicó.
Hermana asintió, pero su rostro era una máscara.
—Entiendo. Pero su educación todavía no ha sido completada. Por favor, infórmele
que me encargaré de parte de mi padre, si se me permite.
El Sr. Barbary asintió y luego nos despidió, y Hermana me llevó fuera del edificio de
la mano. Me pregunté cómo conocía tan bien la ciudad. Nunca antes había venido
con Tío y conmigo.
Hermana le pagó a un hombre para que nos encontrara alojamiento temporal, y
luego nos compró ropa, ropa linda, de la clase que Tío solía usar. Por último,
compró una comida para que comiéramos en nuestra habitación.
No era como nada que hubiera visto antes, con camas altas talladas de árboles que
estaban vestidas con ropa de cama tan suave como las plumas. Hermana me bañó
y vistió, y luego comimos.
—Saldremos antes del anochecer —dijo, levantando fragante arroz amarillo con su
pan.
Mientras mi estómago se llenaba, comencé a sentirme complacida y somnolienta.
—¿Por qué no nos quedamos? —La habitación era sólida, sin polvo o suciedad, y
las camas se veían tan limpias. Anhelaba hundirme en una.
—Es mejor andar bajo perfil por tanto tiempo como podamos, hasta que
encontremos un nuevo hogar.
No discutí. Confiaba en Hermana. Me había cuidado cuando era pequeña, como
me cuidaría hasta que muriera.
24
Pasó mucho después de que Tío hubiera sido asesinado, sin embargo, no sé
cuánto. El tiempo no tenía significado para mí, estaba marcado solo por mis visitas
de inspección al Sr. Barbary. Tío no tenía calendarios, y tampoco Hermana. Ni
siquiera sabía mi edad. Nos movíamos por las afueras de las aldeas como
fantasmas, hasta que nos condujeron a las periferias. Luego nos movimos a la
siguiente aldea.
—¿Por qué debemos seguir moviéndonos? —le pregunté mientras
caminábamos—. ¿Por qué no nos dejan quedarnos?
Hermana dijo que era envidia. Las personas entre las que vivíamos no tenían dones
como nosotras. Ellos eran ordinarios como hojas de césped, pero nosotras éramos
como flores: hermosas y excepcionales. Ellos sospechaban de nuestras diferencias y
nos odiaban por eso. Así que teníamos que pretender ser lo que no éramos, para
que no nos lastimaran por lo que éramos.
Pero nos lastimaron de todas formas. Sin importar cuánto tratáramos de mantener
bajo perfil, alguien siempre nos reconocería o sospecharía de nosotras. En nuestro
tercer día en la aldea más reciente, se llevaron a Hermana cuando cayó la noche,
de la manera en la que se habían llevado a Tío. De la manera en que trataron de
llevarme.
Brazos se aferraron a mi piel y fui sacada de mi colchón. Hermana estaba gritando,
rogando que no me lastimaran, jurando nuestra inocencia, que éramos inofensivas,
pero antes de que estuviera completamente despierta, sus palabras se
interrumpieron. Un hombre había azotado una piedra contra su cabeza. Solo una
vez, pero había sido suficiente.
Me quedé flácida en los brazos de mi captor mientras el mismo hombre levantaba
la piedra de nuevo para golpearme con ella. Quise que muriera.
Su cuerpo tembló, y algo se desgarró dentro de él, soltando un torrente de sangre
por su nariz. Dejó caer su roca y gimió, retrocediendo lejos de mí.
Los otros se alejaron también. No les hablé. No les grité. Miré a Hermana, su boca
floja, su cuerpo flácido, su cabello brillando con sangre, y deseé.
Deseé que ellos se sintieran como ella se sentía. Deseé que nunca vieran otro
amanecer, ya que ella tampoco lo haría.
Me senté a su lado, acunando su cráneo roto en mi regazo. Los otros formaron un
amplio círculo alrededor de nosotras. En ese momento alguien lanzó una piedra.
Falló. Y terminó golpeando a alguien más.
Los gritos empezaron, y el aire se llenó de miedo. La aldea se vació esa noche 25
mientras los hombres, los asesinos, huían, tomando a sus mujeres y niños con ellos.
Vi herramientas pero las ignoré. Comencé a escarbar la tierra con mis manos, y
enterré a Hermana cuando terminé de cavar su tumba superficial, justo donde
había caído. Dormí allí hasta el día siguiente. Ni siquiera los insectos me
molestaron. Cuando desperté, comencé a caminar a Calcuta sola. Pasé junto a los
cuerpos esparcidos de los aldeanos en mi camino. La piel sobre sus labios
manchada de sangre, pero las moscas no los tocaban. No se atrevían.
Evité a las personas. Me bañé en mis únicas ropas sangrientas. El bosque no me
daría sus dones a mí, así que bordeé las aldeas y les robé para comer. Ignoré todo
menos mi soledad. Extrañé a Hermana, y también a Tío, en mi camino. Pero se
habían ido ahora y todo lo que me quedaba de ellos y mi vida con ellos era polvo y
ceniza, y la muñeca que Hermana me había hecho, y las palabras que Tío me había
dado, enseñado, para que así pudiera hablar con mi benefactor en Inglaterra algún
día.
Algún día había llegado.
Caminé al puerto, donde el Sr. Barbary, sola por primera vez en mi memoria. Él
miró mis ropas manchadas y mi enredado cabello. Me veía como una cosa salvaje,
pero hablé tan limpia y secamente como él, y en su propio idioma además. Le dije
que mi educación estaba completa. Me envió a una posada cercana, y me iría a
buscar cuando mi pasaje a Inglaterra ya estuviera procesado, dijo.
Me bañé en agua limpia esa noche, y froté mi cuerpo con jabón sólido, un lujo del
que había aprendido pero no experimentado. Me maravillé con la espuma en mi
piel, y en mi cabello, y cuando terminé, me metí desnuda en la cama, y dejé que el
aire secara mi cuerpo. Me sentía como si hubiera mudado mi piel como una
serpiente, y esta nueva piel me llevaría a mi nueva vida.
Al día siguiente, el Sr. Barbary apareció en la puerta para informarme que mi
benefactor había muerto la semana anterior, pero que no me preocupara porque
me había provisto en caso de que muriera. Su viuda había sido informada de mi
existencia y había estado de acuerdo en aceptarme, como él lo habría hecho algún
día. El Sr. Barbary había reservado mi pasaje para el primer barco disponible.
Partiría la semana siguiente, y tendría que entretenerme hasta entonces.
Y lo hice. Me dejó un bolso con mis propias monedas, y compré ropas nuevas y
comida que no tenía que preparar. Mi cuerpo se suavizó luego de una semana en
la ciudad, después de alimentarme cuando quisiera con esplendorosas y calientes
comidas dulces y picantes.
La noche antes de tener que ir, puse mis cosas nuevas en una pequeña maleta con
mucho cuidado. Saqué mi muñeca de debajo de mi almohada, donde la escondía 26
durante el día. Pasé mis dedos sobre sus costuras, toqué el punto de la sangre de
Hermana que marcaba su muñeca, y me pregunté qué forma adoptaría mi nueva
vida sin Hermana.
—¿Por qué el hombre blanco paga por mí? —le había preguntado una vez a Tío,
luego de un viaje a Calcuta para mi inspección. Las monedas tintineaban mientras
él caminaba.
—Porque cree que eres valiosa. Y cuando vayas con él, lo serás.
Procesé eso.
—¿Cuándo iré?
—Cuando te conviertas —dijo Tío.
—¿Me convierta en qué?
—En ti misma.
Y pensé: Pero si todavía no soy yo misma, entonces, ¿quién soy?
5
Traducido por Mari NC
Lo primero que noté cuando me desperté fue que estaba cubierta de sangre.
La segunda cosa que noté fue que eso no me molestó de la forma en que debería.
No sentí la urgencia de gritar o hablar, de pedir ayuda, o incluso de preguntar
dónde estaba. Esos instintos estaban muertos, y permanecí tranquila mientras mis
dedos mojados se deslizaban hasta la pared de azulejos, buscando a tientas un
interruptor de luz. Encontré uno sin siquiera tener que levantarme. Cuatro luces se
encendieron de golpe por encima de mí, una tras otra, iluminando un cuerpo
muerto en el suelo a pocos metros de distancia.
27
Mi mente procesó los hechos primero. Masculino. Pesado. Estaba tumbado boca
abajo en un ancho charco de color rojo que se extendía hacia fuera desde abajo de
él. Las puntas de su cabello negro rizado estaban mojadas con eso. Había algo en
su mano.
Las luces fluorescentes parpadearon en la habitación blanca, zumbaron y
resonaron. Me moví para tener una mejor vista del cuerpo. Sus ojos estaban
cerrados. Podría simplemente haber estado dormido, en serio, si no fuera por la
sangre. Había mucha de ella. Y cerca de una de las manos, la sangre estaba
salpicada en un patrón extraño.
No. No un patrón. Una palabra.
REPRODÚCEME.
Mi mirada se desvió a la mano. El puño estaba enroscado en torno a una pequeña
grabadora. Moví los dedos, todavía calientes, y presioné “reproducir”. Una voz
masculina comenzó a hablar.
—¿Tengo tu atención? —preguntó la voz.
Conocía esa voz. Pero no podía creer que la estaba oyendo.
—Noah está vivo —dijo Jude.
Él tenía mi atención ahora.
—Y tú no tienes mucho tiempo. Probablemente reconoces al hombre muerto en el
suelo como Wayne Flores. Yo soy el que lo mató, en caso de que te lo preguntaras.
La buena noticia es que es una de las dos personas con acceso a la oficina de la
Dra. Kells, la otra siendo la Dra. Kells. La mala noticia es que para tener ese acceso,
y salir de esta sala, vas a tener que arrancarle su ojo izquierdo.
¿Qué era esto? ¿Un truco? ¿Una trampa?
—Lo hubiera hecho por ti, pero no había tiempo. Cambié la jeringa con la que te
inyectaron antes de tu punción lumbar. Es por eso que tuviste una… reacción…
cuando te examinaron, lo que fue… realmente extraño, por cierto. De todos modos,
lo que sea. Hay un escáner de retina por encima de la puerta de su oficina, en la
esquina superior derecha, al igual que hay por encima de esta. Todas las puertas
de este lugar se auto bloquean. Cuando tengas el ojo, sostenlo un par de
centímetros por encima de donde están los tuyos, él era más alto que tú. Hay una
videocámara, están en todas partes, no puedes evitarlo, ella te verá, pero igual te
verá en donde quiera que estés. En cualquier parte, excepto en esta habitación. No
hay registros hechos de nada de lo que sucede en esta sala. Es por eso que te
dosifiqué antes de que ella te trajera aquí, me escabullí dentro antes que Wayne
pudiera salir. Te hubiera llevado también, pero no me dejarías acercarme a ti. De 28
todos modos, una vez que estés en la oficina de Kells, la puerta se cerrará detrás de
ti. Puedes salir usando el ojo de Wayne.
»En su oficina debería estar todo lo que estás buscando. Tus archivos, los de
verdad, no las mierdas falsas que usan para cubrirse las espaldas. Hay cosas acerca
de tus amigos; por cierto, también están aquí. Los estoy sacando mientras estás
escuchando esto. Una vez que la cinta termine, ve a la oficina de Kells, agarra lo
que necesites y sal. El mapa de allí te mostrará cómo salir de la isla. Kells o bien ya
se ha ido o… yo… yo… tuve que dejarla ir. Lo siento. Pero debes tener suficiente
tiempo para salir antes que ella pueda establecer manualmente el bloqueo. Voy a
sacar a tus amigos. Noah estará esperando por ti. —Él tosió con fuerza—. Además,
dejé mi reloj para ti. Está en la otra mano de Wayne. Agárralo antes… antes de que
te vayas.
»Y, sé que no hay razón por la que deberías confiar en mí. He hecho… yo… no
puedo hablar al respecto. Maldita sea. —Él volvió a toser. Fue profundo y húmedo,
y respiraba con dificultad cuando volvió a hablar—. No puedo hablar de ello. No sé
cuánto tiempo voy a ser así, ser yo, o si esto soy yo siquiera, pero lo que sea. Bien
podría… quiero decir… no voy a decir que lo siento… “lo siento” no significa nada
cuando no puedes prometer no volver a hacerlo, y no puedo prometerlo. Solo
voy… voy a dejarte en paz ahora. Lo prometo.
La cinta se quedó en silencio. Yo me quedé en silencio. Me quedé mirando la
grabadora, mis labios se separaron y mi cuerpo se puso rígido.
—Perdón por el mensaje con la sangre, por cierto. —Me sobresalté al oír el sonido
de la voz de Jude en la cinta una vez más—. No había nada más con qué escribir.
Entonces se apagó.
Tal vez estaba en shock, porque no estaba en pánico, gritando, temblando o
incluso asustada. Mi mente seguía repitiendo tres palabras, una y otra y otra vez.
—Noah está vivo.
Pero Jude era el que lo había dicho.
No sabía si debía creerle, pero sabía que quería. Una parte de mí estaba
aterrorizada a dejarme tener esperanza, pero otra parte de mí no podía evitarlo. Mi
mente se aferró a la posibilidad como un tiburón a una foca, y luego rebobiné la
cinta y escuché las palabras de Jude de nuevo.
«Noah estará esperando por ti».
Todo lo que tenía que hacer era salir de esta habitación.
«Vas a tener que arrancarle su ojo izquierdo». 29
Todo lo que tenía que hacer era arrancar el ojo izquierdo de Wayne.
Miré hacia él, una joroba de carne ensangrentada en el suelo, sus anteojos de
montura metálica torcidos en su rostro. Sus ojos estaban abiertos detrás de ellos.
—¡Mierda! —Mi corazón detonó y me tapé la boca para no gritar. Fue la primera
reacción normal que había tenido desde que desperté aquí—. Mierda —dije de
nuevo. Los pequeños ojos de puerco de Wayne siguieron cada uno de mis
movimientos. Él estaba vivo. Consciente—. ¿Hablas en serio? —susurré. Un gemido
sofocado brotó de su garganta.
Estaba clavada en el suelo, no podía moverme, pero necesitaba hacerlo. Estaba
encerrada en una habitación con el no-muerto Wayne y la única manera de salir
era utilizando su ojo para engañar al escáner de retina para liberarme.
Pero si él estaba vivo, tal vez no necesitaría engañarlo. Quizás Wayne podría
simplemente abrir la puerta por mí.
Pero para eso tendría que estar de pie. El charco de sangre alrededor de él se
ensanchaba. El olor de ello llenó mis fosas nasales, de alguna manera era metálico
y animal a la vez. Mis fosas nasales se dilataron.
—Wayne —dije en voz alta—. ¿Puedes hablar?
—Sí —susurró.
Bien.
—¿Puedes ponerte de pie?
—Yo… no creo. No.
No tan bien.
—¿Oíste lo que había en esa cinta?
—¿Qué…? —jadeó—. ¿Qué cinta?
La manecilla de los minutos en el reloj se movió. La oí de alguna manera. Kells
estaba en algún lugar de este edificio y Noah lo estaba también. No podía esperar
para encontrarlo o de lo contrario ella iba a encontrarme primero. Tendría que
tratar de levantar a Wayne yo misma.
Cuando me moví sobre él, mi estómago se contrajo (con náuseas, creo) y los ojos
de Wayne se abrieron alarmados. Le di la vuelta, más o menos, con cuidado para
que quedara sobre su espalda. Fue entonces cuando un olor diferente me golpeó
en la cara. Sus intestinos se sacudieron pastosamente de su estómago rasgado.
—¿En serio? —susurré con los dientes apretados. Me pregunté ligeramente cómo 30
me las había arreglado para no vaciar el contenido de mi estómago sobre él
cuando puse mis manos bajo sus axilas húmedas y traté de levantarlo.
—¡Para! —gimió—. Por favor.
Me detuve. Mis ojos se movieron alrededor de la sala de azulejos en busca de algo,
cualquier cosa que me ayudara, pero estaba bastante vacía. Una mesa de plástico y
dos sillas volcadas estaban en un extremo de la misma, y otra silla, de madera,
estaba hecha pedazos cerca de la pared. Algunos de los azulejos se habían roto,
presumiblemente por la silla. Pero algo metálico brillaba en las ruinas de lo que
alguna vez debió haber sido una sala médica limpia y ordenada.
Me acerqué a inspeccionarlo, pateando del camino piezas irregulares de madera y
retirando algunos trozos de cerámica, luego me di cuenta de lo que había
encontrado.
Era un bisturí. Lo recogí, rozándolo contra mi bata de hospital sucia para limpiar el
polvo. Simplemente sostenerlo se sentía extraño. Parecía ajustarse a la forma de mi
mano.
Wayne gimió de nuevo detrás de mí, un sonido miserable y desesperado. Me volví
hacia él. Se estaba muriendo. De hecho, estaba casi muerto. Y el hecho de que su
ojo izquierdo estaba todavía en su cráneo era lo único que me impedía salir. Llegar
a Noah.
Mientras miraba hacia él, traté de imaginar sus ojos cerrándose… pensar en él
muriendo por la pérdida de sangre o algo así, ¿por qué no había pasado eso
todavía? Pero los ojos de Wayne no se cerraban. Seguían mirándome.
Me dije a mí misma que en su estado actual, la muerte sería un alivio, una
amabilidad. Pero la cosa era que no quería matarlo. Recordé, en una especie de
manera clínica, que él había jugado un papel en mi captura aquí, en torturarme, y
esa memoria llevó consigo la sensación de que él lo había disfrutado. Pero recordé
estas cosas de la forma en que te acuerdas del nombre de tu maestra de segundo
grado: la Sra. Fish-Robinson. Y no me importó realmente que él lo hubiera hecho.
En ese momento no quería verlo muerto y realmente no quería ser la que lo
matara.
Él debió ver mi vacilación, porque susurró:
—Buena chica. —Incliné mi cabeza—. No eres tan mala, ¿verdad?
Esas fueron sus últimas palabras antes de que cortara su garganta.
31
6
Traducido por Vero
Me sentí un poco mal por eso, honestamente. No fue un corte limpio. Vacilé
demasiado; casi no miré mientras lo hacía. Pero sí me aseguré de que estuviera
muerto antes de sacar su ojo. ¿Eso cuenta como algo?
Y me quedé con el bisturí. Tenía la sensación de que lo necesitaría de nuevo.
Para entonces una suave alarma amortiguada se había disparado, pero cuando me
asomé desde la sala de examinación, los pasillos estaban vacíos. No podía recordar
haber visto a nadie aquí además de la Dra. Kells y Wayne, pero eso no significaba
demasiado. Había mucho que no podía recordar.
32
El ojo de Wayne chorreaba en mi puño cerrado. Era más grande de lo que pensaba
que sería y más redondo también. Parte del nervio óptico aún estaba unido a él,
asomando entre mis dedos. Cada segundo que pasaba podría traer a Kells, así que
me lancé a la izquierda, donde pensaba que su oficina podría estar. Las luces
fluorescentes parpadeaban y zumbaban por encima de mi cabeza y las paredes
blancas parecían curvarse e inclinarse a mí alrededor. No había modo de saber lo
lejos que había llegado, ni manera de asegurarme si iba en la dirección correcta.
Traté de desenredar mis recuerdos enmarañados de este lugar para poder escoger
una dirección, cualquier dirección, a seguir. Pero los pasillos vacíos, sin salida,
terminaban con puertas de acero cerradas o puertas que se abrían a habitaciones
sin nada ni nadie en ellas. Y no había ventanas, ni estatuas, ni obras de arte, nada
que remotamente se pareciera a la imagen borrosa de Horizontes como la
recordaba.
Me llené de pánico, doblando esquinas y abriendo puertas para no encontrar nada
más que blancura y metal. Nada de eso resultaba familiar. Era una rata en un
laberinto; podría no estar encerrada en una celda, pero todavía era una prisionera.
Traté de creer que Jude sacaría a Jamie y Stella, y que Noah estaba vivo y
esperando por mí, pero cada pasillo sin salida mataba un poco la esperanza, hasta
que casi no tuve ninguna.
Pero entonces, noté una pequeña puerta pintada de blanco mezclándose con las
paredes. La abrí y la atravesé. Estaba mirando hacia un estrecho tramo de escaleras
de metal.
Las subí, por supuesto. Crujieron bajo mis pies y mi corazón se sintió como si
pudiera estallar. Cuando abrí la puerta en lo alto, las bisagras chirriaron y yo me
encogí.
Detrás de la puerta, algo de metal cayó al suelo. Oí un susurro obsceno. Reconocí
ese susurro.
—¿Jamie? —pregunté, empujando la puerta.
—¿Mara? ¿Mara? De ninguna maldita manera. —La voz de Jamie se hizo eco en la
sala mayormente de metal, que era, de hecho, una cocina industrial. Lo busqué,
pero todo lo que vi fueron brillantes reflejos distorsionados de mí misma en los
armarios de acero que se alineaban en las paredes.
—¿Dónde estás? —le pregunté.
Me agaché debajo de una maceta colgante y capté un reflejo que no coincidía con
los otros. Incliné mi cabeza hacia un lado mientras el reflejo cambiaba,
distorsionado, a medida que Jamie abría la puerta del armario y se arrastraba fuera
de él. Estuvo a punto de tropezar con los utensilios de cocina esparcidos por el
33
suelo mientras corría hacia mí. Se detuvo justo a la distancia de un abrazo.
—Oh, Dios mío, Mara, ¿qué diablos te ha pasado?
Levanté la vista, observándome en la pared posterior de acero detrás de un horno
enorme. Esto fue lo que vi:
Un bisturí (agarrado)
Una grabadora (agarrada)
Un ojo humano (marrón) (agarrado)
Una bata quirúrgica empapada de sangre (usada)
Un Rolex de oro (usado)
1
SWAT (Special Weapons And Tactics): En español, Armas y Tácticas Especiales. Es un equipo o
unidad de élite incorporada en varias fuerzas de seguridad. Sus miembros están entrenados para
llevar a cabo operaciones de alto riesgo.
—Nunca nos dijo dónde encontrar el mapa —dijo Stella cuando terminó la cinta—.
Podría estar en cualquier lugar. Y solo hay una manera de entrar y salir. —Lanzó
una mirada nerviosa hacia la puerta.
—Que nosotros conozcamos —añadió Jamie.
Ambos tenían razón.
—Pero, ¿por qué Jude nos ayudaría a escapar para atraparnos en la oficina de ella,
cuando estábamos exactamente donde nos quería?
—Quizás él ya no quiere lo mismo que ella —dijo Stella—. Quizás… —Su voz se
apagó—. Cuando nos secuestró antes, yo estaba de camino a mi habitación y él
simplemente me agarró. Me puso algo en el brazo y me desmayé, luego desperté
en el jardín zen, atada como vieron.
Jamie tiró de sus labios con los dedos.
—Lo mismo conmigo. Y nunca nos dijo nada, no hasta que llegaste allí. Solo
permaneció… callado. Concentrado.
Stella cerró los ojos y sus gruesas cejas se juntaron.
—Megan despertó y le estaba rogando que no le hiciera daño.
39
¿Quién es Megan?, le murmuré a Jamie.
—¿Megan? ¿De Horizontes? ¿La que tenía miedo de todo en el Grupo?
No la ubiqué, y Jamie lo sabía. Parecía preocupado.
—Y entonces Adam… —comenzó Stella.
—El enorme idiota que siempre me molestaba —añadió Jamie amablemente.
—…quería saber por qué Jude nos estaba haciendo esto, y Jude solo lo miró, luego
a Megan, y entonces a Tara, que estaba desmayada. Cortó la garganta de Tara
mientras estaba inconsciente, así como así. —Stella chasqueó los dedos.
—No dijo ni una palabra hasta después de que su sangre hubiera empapado la
arena —aportó Jamie—. Y luego nos dijo que si no nos quedábamos en silencio,
nos haría lo mismo al resto de nosotros, uno por uno. Ningún monólogo diabólico.
Ninguna explicación. Nada. —Jamie hizo una pausa—. Eso es todo lo que hay para
decir: es un enfermo de mierda.
—Sé eso. —Mi voz fue firme y clara—. He conocido a Jude desde hace más tiempo
que a ustedes dos.
Pensé en contarles sobre Laurelton y el manicomio, y las cicatrices en mis muñecas:
las cosas que Jude me había hecho, las cosas que me había hecho hacer. Decidí
que lo haría, pero ahora no era el momento.
—No estoy diciendo que confío en él. Solo estoy diciendo que no tenemos muchas
más opciones. ¿Podemos buscar el mapa, por favor, y buscar a Noah y largarnos de
aquí?
Sin decir una palabra más, Jamie y Stella comenzaron a buscar. Abrimos cajón tras
cajón. Estaban todos vacíos.
Los minutos pasaron, avivando mi frustración y mi rabia. Quería golpear los
archivadores, levantar la mesa y tirarla contra la pared. Quería arañar las paredes
hasta sus cimientos. Stella se puso visiblemente nerviosa, apretando sus dientes y
serpenteando sus dedos a través de su cabello, hasta que finalmente dijo:
—Tenemos que salir de aquí.
—¿Escuchas algo? —le preguntó Jamie.
Negó con la cabeza.
—No. Pero me quiero ir. —Trató de girar el pomo de la puerta. Se había cerrado
detrás de nosotros. 40
—No puedes irte así —dije mientras Stella dejaba escapar un jadeo. Yo estaba
sobre mis manos y rodillas en la alfombra, bajo el escritorio, tratando de encontrar
algo que pudiera ayudarnos—. Necesitas usar el ojo.
Lo había dejado en la mesa encima de mí, pero mientras trataba de ponerme de
pie para agarrarlo me golpeé la cabeza.
—Ay.
Jamie asomó la cabeza por debajo de la mesa.
—¿Estás bien?
Le lancé una mirada.
—¿Luzco bien?
—Touché —dijo, arrodillándose a mi lado. Acarició mi cabeza un par de veces
hasta que amenacé con comerlo.
—Oye, Mara, ¿viste eso? —preguntó.
—¿Qué?
Estaba mirando un punto en la alfombra y extendió la mano hasta allí. Era una
llave.
El rostro de Stella se dividió en una sonrisa, mostrando sus dientes.
—¡Tiene que abrir algo!
—Eso es lo que las llaves hacen generalmente —dije.
—Y no un cajón —dijo, ignorándome—. Ninguno estaba cerrado con llave.
—¿Así que tal vez una caja fuerte o algo? —Jamie cruzó la habitación. Deslizó uno
de los archivadores hacia delante, para encontrar solamente una pared sólida
detrás.
Me mecí sobre mis talones y arranqué la llave de los dedos de Jamie.
—¿Dónde la encontraste?
—Estaba justo allí. —Señaló debajo de la mesa—. ¿Tal vez estaba pegada con cinta
debajo de la mesa y cuando te golpeaste la cabeza se cayó?
Una idea se cristalizó en mi mente mientras miraba la desgastada alfombra con
patrones.
—Ayúdame a mover esto —dije, indicando la mesa. Stella pareció insegura y echó
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una mirada hacia la puerta antes de unirse a Jamie y a mí. Nos alineamos a un lado
de la mesa.
Era increíblemente pesada, de metal sólido, y tomó todo lo que teníamos, que no
era mucho, para empujarla fuera de la alfombra. Jadeando, tomamos un momento
para recuperar el aliento antes que Jamie y yo llegáramos hacia la alfombra y
tiráramos de ella al mismo tiempo.
—Bueno, Dios mío —susurró Jamie.
Un rectángulo había sido cortado en el suelo de linóleo. Y en el fondo, justo en el
centro, estaba el ojo de la cerradura.
Antes que Jamie o Stella pudieran decir otra palabra, metí la llave en el agujero. La
habitación estaba tan silenciosa que los tres escuchamos el seco “clic”. No me
había dado cuenta antes que la alarma había sido silenciada.
Retiré la llave y la trampilla se levantó, sorprendentemente ligera. Nos asomamos
hacia abajo pero no pudimos ver nada excepto los últimos peldaños de una
escalera.
—Jamie, quédate con el ojo. Nunca sabes cuándo lo podrás necesitar. —Llevé mi
pierna hacia el primer peldaño. Stella tiró del hombro de mi bata de hospital.
—¿A dónde vas?
—Abajo. —Saqué sus dedos de mí. La escalera tenía marcas en relieve para la
adherencia, que pincharon en mis pies descalzos—. ¿Tienes la cinta? —le pregunté
a Jamie. Asintió. Y yo todavía tenía el bisturí, ahora escondido en la cintura de mi
ropa interior—. Pueden quedarse aquí si quieren hasta que vuelva con el mapa.
—Sí, no gracias —dijo Jamie—. Estaré justo detrás de ti.
—Entonces los veré en el otro lado —dije y desaparecí en la oscuridad.
42
8
Traducido por Jane.
Doble Anonimato.
Antes que pudiera decir algo, Jamie comenzó a escribir letras gigantes con su dedo
índice sobre las palabras.
J-Ó-D-A-N-S-E
Mis sentimientos exactamente.
Volví mi atención a las pilas y pilas de papeles, cuadernos y archivos esparcidos
por la habitación. Había libros apilados al azar en una estantería de cocina de
metal abierta, rollos de papel (¿mapas? ¿gráficas?) apoyados contra la pared. Un
globo de cristal se tambaleaba precariamente sobre una pequeña mesa,
sosteniendo lo que parecía un gran grano de arroz de metal. El lugar era un caos.
No es lo que esperaba de la Dra. Kells.
Tuve una corazonada acerca de los rollos de papel y me dirigí a ellos, rodeando la
mesa en forma de U en el centro de la habitación. Pero un ruido como una ráfaga
de estática de televisión hizo que girara mi cabeza.
Una pantalla plana colgaba del techo, y con otra ráfaga de estática cobró vida. La
Dra. Kells llenó la pantalla. Se encontraba sentada en una mesa frente a una pared
con rallas verdes y blancas. Sus labios se movían, pero no había sonido. Parecía
como si estuviera hablando con alguien, alguien fuera de la pantalla. Estaba más
animada de lo que la había visto nunca. Las mangas de su bata blanca de
laboratorio se encontraban enrolladas hasta los codos y sus manos se movían
mientras hablaba. Entonces, finalmente, el audio se encendió.
—El G1821 opera en muchos aspectos como el cáncer —dijo Kells—. Hay factores
ambientales y genéticos que pueden desencadenarlo y cuando se activa, el gen se
enciende, como un interruptor, activando una habilidad en su portador. Pero como
has sido testigo, el gen también parece desactivar ciertos conmutadores, como el
instinto de auto-preservación. Ciertos pensamientos y comportamientos pueden
llegar a ser compulsivos, tales como la necesidad de autolesionarse. 45
Un estallido de estática distorsionó la imagen, pero oímos hablar a Kells
esporádicamente:
—Jude era necesario para desencadenar a Mara, para exponerla a lo que ella más
temía, con el fin de saber si y cuándo se manifestaría, y con el fin de estudiar su
desarrollada capacidad, sus consecuencias y sus limitaciones —dijo ella, sacando
un cuaderno. Escribió tres palabras y luego las levantó, pero la cámara estaba
demasiado lejos para poder leer lo que había escrito.
—Si el yo es la parte organizada de su mente, y el superyo desempeña el papel
moralizante, permitiéndole distinguir entre el bien y el mal, entonces su ello es
solo un manojo de instintos. Éste esforzándose solo por satisfacer sus propias
necesidades básicas, como el hambre y el sexo. No conoce juicios y no distingue
entre lo moral o amoral. En las personas normales, no portadoras, el yo media
entre el ello… lo que una persona quiere, y la realidad. Satisface los instintos de
una persona usando la razón. El superyo actúa como conciencia; castiga a través de
sentimientos de remordimiento y culpa. Estos sentimientos son poderosos y, en las
personas normales, el yo y el superyo dominan al ello. Como has visto —continuó
Kells—, Mara parece tener la habilidad de convertir los pensamientos en realidad,
pero su capacidad es dependiente de la presencia de miedo o estrés, como creo
que lo es para el resto de los portadores. En cualquier caso, el G1821 hace al ello
de Mara reflexivo: si está asustada o estresada, su yo y superyo no funcionan. Y las
consecuencias, como hemos visto, pueden ser desastrosas. Sus más feos
pensamientos destructivos se hacen realidad.
—Bueno. Esa no es una buena noticia —dijo Jamie antes que Stella lo hiciera callar.
—Mara ni siquiera tiene que estar consciente de estos pensamientos, de su
intención detrás de ellos. Si la mezcla correcta de miedo y estrés está presente, sus
impulsos instintivos se hacen cargo. Y hay una teoría Freudiana de que junto con el
instinto creativo, la libido, un instinto de muerte también existe, un impulso
destructivo dirigido contra el mundo y otros organismos. La droga que hemos
desarrollado, esperamos, reactivará la barrera entre su ello, su yo y superyo. Está
diseñada para evitar que cualquier intención negativa se convierta en acción. Sin
embargo, la dosis debe ser ajustada y no puedo estudiar a Mara drogada. Y a la
vez, es demasiado inestable como para ser estudiada sin ellas. Las altas dosis de
otro fármaco que hemos desarrollado deberían lograr un recuerdo casi sin
defectos, por lo que en algún momento, cuando sea más seguro para nosotros,
Mara debería ser capaz de relatar exactamente lo que sucedió en el momento de
algún incidente específico y relatar lo que sintió en ese momento. Por suerte, es
sensible al Midazolam, que estamos utilizando para ayudarla a olvidar, de modo
que no tenga que revivir sus traumas diariamente.
46
La imagen en pantalla se deformó y parpadeó, y hubo una segunda voz,
distorsionada, que no puede distinguir. Entonces Kells regresó, tan nítida como
antes.
—Sí, traté de estudiarla de la forma menos invasiva como fue posible. Es por eso
que registré su comportamiento antes de tomar cualquier acción específica.
Instalamos fibra óptica en su casa para observar y registrar su comportamiento
antes que esto se intensificara. Pero el hecho es, que no puedo aprender a cómo
ayudarle hasta entender completamente lo que está mal con ella. Las utilidades,
beneficios, de lo que estamos haciendo aquí son mayores que los riesgos. Los
tratamientos que podríamos desarrollar en base a lo que nos mostraron, las
aplicaciones que podrían tener… —Su voz se volvió apasionada—, están muy lejos
de alcanzarse. Tan lejos que no sé ni el alcance de ellos todavía. Nadie debería
tener que sufrir en la manera que la gente ha estado sufriendo debido al G1821,
especialmente los adolescentes. Escucha —dijo—, el Anemosyne y el Amylethe
corrompen los resultados. Cambian los resultados de los estudios que necesitamos
hacer para asegurarnos que Mara y los otros puedan ser puestos en libertad de
forma segura. Tengo que ser capaz de estudiar a alguien sin esos medicamentos,
para esquematizar un cerebro manifestado con una resonancia magnética y
tomografías axiales computadorizadas, para estudiar la forma en que responde a
los estímulos, el miedo y el estrés. La respuesta no está en la sangre… se encuentra
en el cerebro. Así que los análisis de sangre, tubos de ensayo… no me darán lo que
necesito. Tengo que estudiar a los pacientes mientras están despiertos y
conscientes.
La Dra. Kells se inclinó hacia delante y se pasó las manos por el cabello.
—Tengo que estudiarte a ti.
—¿Qué quieres que haga? —Escuché a Noah preguntar, antes de que la pantalla se
volviera negra.
47
9
Traducido por Jenn Cassie Grey
Corregido por Beatrix85
Miré fijamente hacia la pantalla en blanco, como si solamente por mirarla, podría
hacer a Noah aparecer. Pero no lo hizo. Nada lo hizo.
—¿Viste una fecha marcada en ese vídeo? —preguntó Stella, mirándonos a ambos.
Jamie sacudió su cabeza—. ¿Mara?
No lo hice. Aún me encontraba mirando a la pantalla. Había sido la voz de Noah.
Estaba vivo. Y estaba aquí.
—Está bien —dijo Stella. Presionó el botón de encendido, pero no pasó nada—.
No creo que podamos encenderla o apagarla desde aquí, lo que significa que 48
alguien más, en algún lugar, lo está haciendo.
—Entonces investiguemos dónde está ese alguien más —dijo Jamie.
Ahí es donde Noah estaría. Todo dentro de mí lo sabía.
—Jude dijo que había un mapa. —Miré a nuestro alrededor, al desastre de papeles,
archivos y libretas, y entonces recordé los pergaminos.
Los señalé.
—Chicos, ¿algo de ayuda? —Comenzamos a desenrollar uno detrás de otro. Ahí
había mapas y gráficos, como suponía, pero no encontramos lo que buscábamos
hasta que nos quedamos casi sin pergaminos.
—Desenrollémoslo ahí —dije, apuntando con mi cabeza hacia el escritorio. Stella
apiló cuadernos sobre las esquinas para mantenerlo abierto.
Estábamos mirando a unos planos detallados del Centro Residencial de
Tratamiento Horizontes.
Excepto que no era solamente un centro de tratamiento. Era un recinto. El centro
de tratamiento era solamente la parte que podíamos ver. Debajo de eso, bajo
tierra, había una expansión, una estructura sin ventanas, dividida en diferentes
áreas que juntas comprendían la “Instalación de Pruebas”.
—Santa mierda —susurró Jamie.
Stella examinó el mapa y nos explicó qué era lo que estábamos viendo.
—Entonces, creo que estamos bajo el suelo nuevamente, en el nivel más bajo de la
Instalación de Pruebas. ¿Ven ahí? —Señaló a algunas formas pequeñas dentro de
una forma más larga—. Se ve como si esas pequeñas habitaciones podrían ser
donde nos estaban manteniendo retenidos. Encontraste a Jamie en el nivel 2. —
Trazó con su dedo un área etiquetada como COCINA, no tan lejos de donde Jamie
dijo que habíamos entrado a la oficina de la Dra. Kell: la oficina señuelo—. El nivel
3 es donde estamos ahora, no tan lejos de donde empezamos, de hecho. Y al
parecer, aún seguimos en la Isla Sin Nombre.
Entrecerré mis ojos.
—¿Dónde más podríamos estar?
Deslizó su dedo a través de una larga línea que recorría la longitud de lo que
parecía ser un túnel.
—Hay otras tres estructuras. En una isla completamente diferente.
Me asomé sobre su hombro y leí las letras. MANTENIMIENTO, CONTENCIÓN,
ALMACENAMIENTO. 49
—Creo que eso es una línea de alta tensión. Y allí —dijo escudriñando los planos—
, esa es la central eléctrica. Está en el área de Mantenimiento. Es donde
probablemente está Kells.
Y Noah también.
—Una manera de entrar, y salir —dijo Jamie, señalando hacia el túnel. No era lejos
de donde nos encontrábamos ahora, pero teníamos que ir a través de la falsa
oficina para llegar ahí. Ya estaba moviéndome hacia la escalera.
—Mara, espera… —comenzó Stella.
—¿A qué? —dije por encima de mi hombro.
—¿Qué es lo que vamos a hacer, solo caminar ahí dentro? —preguntó Jamie.
—¿Sí?
Stella hizo una mueca.
—¿No deberíamos tener un plan o algo así?
Me detuve.
—No importa lo que planeemos. Kells sabe que estamos yendo. Probablemente
nos está viendo ahora mismo.
Miré detrás de mí y escaneé la habitación buscando una cámara. Stella siguió mi
mirada, entonces se detuvo y señaló a un pequeño globo reflectante suspendido
en el techo, en la equina derecha más lejana de la habitación. Lo miré por un
momento, luego alcé mi mano y levanté mi dedo medio.
—Pensé que ibas a hacer el saludo del Distrito Doce —dijo Jamie.
Stella resopló.
—Mira, ¿tal vez deberíamos conseguir al menos un arma?
Alcé el dobladillo de mi bata de hospital y saqué el bisturí de mi ropa interior.
—Tengo una.
—Estás algo limitada con eso, ¿no?
Wayne no había pensado eso.
—Ella no dejaría nada aquí que pudiéramos usar en su contra —dije.
Stella tomó nuestros expedientes.
50
—Dejó estos. —Unos cuantos papeles revolotearon hasta el suelo. Se inclinó para
recogerlos, y se quedó inmóvil—. Mara —dijo mientras los tomaba—. Creo que
estos son los tuyos.
Se los quité a Stella. Eran dibujos, algo que parecían personas sin extremidades,
otros que parecían caras, con los ojos volteados y tachados. Mientras miraba, las
líneas en el papel comenzaron a moverse, organizándose de forma que formaron
mi cara. Aparté la vista.
—Probablemente los dejó aquí a propósito. —Así podría verlos. Así me
perturbarían—. Mira, no tienes por qué venir —dije, mi voz baja—. De hecho,
probablemente no deberías. —Arrugué los dibujos y los lancé a la papelera; fallé.
Jamie y Stella intercambiaron una mirada antes de que Jamie pusiera los ojos en
blanco.
—Claro que vamos contigo —dijo, mientras Stella metía unos cuantos expedientes
y libretas debajo de su brazo. Le ofrecí una pequeña sonrisa antes de subir por la
escalera.
Descansé mi mejilla contra la barandilla del barco, inhalando aire que olía a sal y 54
lluvia. Era de noche; la cubierta estaba casi vacía. Dos hombres jóvenes se
empujaban y bromeaban entre sí mientras trabajaban en atar los cabos, organizar
las velas. Marineros, eso era. No me prestaron atención, así que los miré por el
rabillo del ojo. Estaban familiarizados entre ellos, familia quizás. Se movían y
trabajaban juntos de la manera en que Hermana y yo lo hacíamos cuando solíamos
cocinar. Aunque ella y yo nunca fuimos hermanas, razón por la cual estaba aquí y
ella estaba muerta.
Pasé cada noche preguntándome por qué era eso, por qué me encontraba aquí
mirando hacia el negro mar que parecía no tener fin, cuando Hermana, Tío y tantos
otros se estaban pudriendo bajo tierra a medio mundo de distancia. Me pregunté
por qué mi benefactor, como era llamado por todos los que conocía, me quería lo
suficiente como para proveerme incluso después de su muerte. Me pregunté de
qué valor creía que era para él.
Era mi última noche en el mar, y estaba demasiado inquieta para gastarlo bajo
cubierta. Casi nunca pasaba tiempo en mi camarote, prefiriendo mirar a los
marineros colgados de las cuerdas de los mástiles en una red gigante, mirar las
velas moverse con el viento. En noches pasadas, cuando mi presencia fue notada y
perseguida por un hombre con anteojos como el Sr. Barbary y botones dorados
brillantes en su abrigo, me arrastré por los pasillos, me escondí detrás de las
puertas, y escuché conversaciones que nadie supuso que podía entender.
Pero esa mañana vi el amanecer, nítido y claro en el horizonte, antes que una nube
negra nos envolviera mientras el mar se reducía a un río. Humo de hierro devoraba
cada trozo de cielo azul, y cuando el barco atracó, fui empujada a un lado mientras
se arremolinaba con gente de la manera en que las aguas debajo rebosaban de
peces.
El río estaba atestado con otros barcos, las orillas repletas de muelles, y edificios
con cúpulas, arcos y torres que rozaban el cielo. Tubos escupían humo oscuro
hacia el aire, y mis oídos se llenaron con los sonidos de la ciudad, con gritos,
silbidos, campanadas, crujidos y otros sonidos tan extraños que ni siquiera podía
nombrarlos.
Volví a mi camarote para buscar mis cosas, solo para encontrar que alguien me
estaba esperando.
El hombre llevaba ropas negras que hacía juego con sus ojos oscuros, los cuales se
arrugaban en las esquinas. Su rostro era amable, su voz rica y profunda.
—Soy el Sr. Grimsby —dijo el hombre—. ¿Creo que tenemos una conexión mutua
a través del Sr. Barbary?
No respondí.
—Le envió un mensaje a mi señora para que la escolte a la casa de Londres. ¿Está
55
preparada, señorita?
Lo estaba.
Levantó mi baúl del suelo, y me puse rígida. Se dio cuenta.
—¿Puedo tomar sus cosas?
No, quería decir. En su lugar, asentí.
Seguí al Sr. Grimsby fuera del barco, observando la forma en que mi baúl se
balanceaba con sus pasos. De los sonidos de los cascos, ruedas, bastones y pies,
escogí el repiqueteo de mis nuevos zapatos sobre la calle de piedra. Conté mis
pasos para tranquilizarme.
El aire arañó mi muy delgado vestido, y me acurruqué en él mientras el Sr. Grimsby
se abría paso hasta un gran carruaje que nos esperaba. El caballo negro rechinó
ante mi aproximación.
—So, chica —dijo el conductor, acariciando su cuello.
Di un paso cauteloso hacia delante, y el caballo resopló y estampó su pata. No lo
entendía. Tenía una habilidad especial con los animales; mi mente estaba llena de
nebulosos recuerdos de alimentar a los monos con la palma de mi mano, montar
un elefante con Hermana mientras nadaba al cruzar el río.
El caballo pareció gritar, y se tensó contra las correas que sujetaban su cabeza y
cuerpo al carruaje.
El conductor se disculpó con el Sr. Grimsby.
—No sé qué se le ha metido, señor.
Extendí mi mano para calmarla.
Justo en ese momento se encabritó. Sus ojos negros líquidos se pusieron en
blanco, y entonces sin advertencia huyó.
El Sr. Grimsby miró con incredulidad al carruaje ahora yendo rápidamente por la
calle concurrida, atrayendo gritos y chillidos a su paso. Escuchamos el choque
antes de verlo.
El Sr. Grimsby casi se olvidó de mí y se fue a la carrera. Estaba tan cerca de sus
talones como me permitían mis piernas, pero entonces deseé no haberlo estado.
El carruaje estaba bocabajo, y sus ruedas estaban girando en el aire. El caballo trató
de saltar por encima de una puerta de hierro con puntas de púa.
56
No lo logró.
Mi garganta se tensó con un dolor que amenazó con convertirse en un grito.
Nunca lloraba. Ni cuando Tío fue quemado, ni cuando Hermana fue apedreada.
Pero cuando vi el cuerpo negro una vez perfecto del caballo ahora destrozado, su
pelaje cubierto de sangre, y oí el disparo que terminó con su dolor y miseria, mis
ojos ardieron a medida que se llenaban de lágrimas. Las limpié antes de que
alguien pudiera verlas.
11
Traducido por Jane.
Corregido por Beatrix85
Mis ojos se abrieron. Se sentía como si estuviera siendo sacudida, como si estuviera
balanceándome en el aire.
—Lo lamento tanto, Mara. —La voz se oía ahogada, distorsionada. Venía de una
criatura con enormes ojos oscuros y vacíos, y un hocico ahuecado. Olisqueó
mientras se inclinaba sobre mí, separando mi boca. Quería gritar, pero mis labios y
dientes estaban entumecidos.
*
57
Cuando abrí los ojos otra vez, el mundo era blanco y la criatura se había ido. Mis
fosas nasales picaban, invadidas por olores químicos, y el suelo debajo de mí era
duro e inflexible.
Porque no era el suelo, me di cuenta cuando la habitación quedó a la vista. Era una
mesa. Una camilla. Tenía frío, tanto frío, y no podía sentir mis extremidades.
—Desearía haber podido evitar esto. —La voz pertenecía a la Dra. Kells, quien
apareció por el rabillo de mi ojo. Nunca antes la había visto sin maquillaje. Parecía
sorprendentemente joven, a excepción de las líneas profundas que delineaban su
boca. Mechones de cabello escapaban de un moño suelto en su nuca. Olía a sudor
y lejía.
—Quería arreglarte. Pensé que podría salvarte. —Sacudió la cabeza, como si no
pudiera creer haber sido tan estúpida—. Pensé que, dándote infusiones regulares
de Anemosyne y Amylethe, finalmente seríamos capaces de liberarte de nuevo con
tu familia. ¡En realidad pensé que podrías ser capaz de volver a la escuela! —Se
echó a reír entonces, el sonido débil y aterrorizado. No me miraba, no estaba
segura de si incluso me hablaba a mí. Y… ¿estaba llorando?
—Siento haberte hecho creer que Noah estaba vivo. Lamento eso. Sé lo difícil que
debió ser, oír grabaciones de su voz. Pero Jude no me dio otra opción, ¿entiendes?
Él no está… bien. No tenía idea de que llevaría las cosas tan lejos como lo hizo en
el Tamerlane. No tenía ni idea. A veces ni siquiera yo puedo predecirlo. —Se rio de
nuevo—. Claire era la única que podía. Y nadie puede traerla de vuelta.
Kells secó sus ojos enrojecidos con el dorso de su mano.
—Cuando él te dejó salir y tú… ¿Qué pasó en la sala de examinación, con Wayne?
Por Dios, Mara. ¿Qué pasaría si algo así sucede otra vez? Sé que debes pensar que
soy la villana aquí. No hay duda de que me has matado miles de veces en tu
cabeza desde que has estado consciente, y quién sabe cuántas veces más mientras
estabas inconsciente. Pero piensa en lo que has hecho hoy. Piensa en lo que has
hecho antes. ¿Las personas a las que has lastimado? ¿Las vidas que has terminado?
—Ella miraba a la nada, sus ojos muy abiertos y con miedo—. Lo he intentado
tanto, pero simplemente no eres segura.
Luego se movió hacia una fila de armarios de acero y retiró algo de ellos. Oí el clic
del plástico mientras quitaba la tapa de una jeringa.
—Voy a darte una inyección que detendrá tu corazón. Te lo prometo, Mara, no
sentirás nada.
Pero podía sentir algo. Podía sentir mis dedos, y la forma en que la tela rígida de la
bata de hospital caía y se estiraba sobre mi pecho. Debería estar más asustada de
lo que estaba. Debería estar aterrorizada. Pero sentía como si estuviera viendo 58
todo esto sucederle a alguien más.
—Voy a decírselo a tus padres, después, acerca de lo que le hiciste a Phoebe.
Pero no le hice nada a Phoebe.
—Y a Tara.
Tampoco le hice nada a Tara.
—Tienes un grave historial de violencia bajo sedación —dijo ella, con las mejillas
mojadas, la nariz escurriendo—. Y un diagnóstico documentado de esquizofrenia
paranoide. Será extremadamente difícil para tu familia superar la pérdida, pero con
el tiempo lo aceptarán. Tendrán que aceptarlo. —Puso la jeringa en una mesa de
metal cerca a la camilla. Miré hacia abajo y vi un desagüe en el suelo. Miré hacia
arriba, a los armarios de metal de aspecto extraño detrás de ella. Me tomó unos
segundos darme cuenta de lo que eran, y dónde me encontraba.
La habitación era la morgue.
—No he hecho nada más que pasar años de mi vida tratando de ayudar a
adolescentes como tú, y a ti en particular. Pero no puedo engañarme más. —Su
voz se quebró con las palabras—. No puedes ser arreglada. No puedes ser salvada.
—Levantó la manga de mi manchada bata hasta mi hombro. Sentí sus dedos rozar
mi piel. Una oleada de sensación se arrastró a su paso.
Mi cuerpo había estado adormecido antes, pero la sensación recorrió y dejó mis
brazos, mis manos, y partes de mi espalda hormigueando. Aún no sentía nada en
las piernas o los pies.
Sentí el bisturí, metido en la cintura elástica de mi ropa interior, el metal caliente
por mi cuerpo. O bien la Dra. Kells no sabía nada de él o lo había olvidado, porque
estuvo muy sorprendida cuando la apuñalé en el cuello.
Levanté mi brazo con tanta fuerza que me caí de la mesa al suelo, volcando la
mesa de metal con las jeringas. La Dra. Kells no me ató. ¿Por qué molestarse si yo
estaba paralizada? El dolor atravesó mi hombro izquierdo, y luché contra el instinto
de aferrarlo, necesitaba seguir sosteniendo el bisturí en mi mano derecha. Kells
retrocedió contra la pared, y luego cayó al suelo. Sostenía su cuello con las dos
manos, sus ojos muy abiertos, la sangre fluyendo libremente a través de sus dedos.
Le dije a mis piernas que se movieran, pero no quisieron. Tendría que arrastrarme.
Eché un vistazo a la puerta de la morgue. Probablemente podría llegar a la manija,
pero la puerta en sí parecía pesada. Podría no ser capaz de empujar lo suficiente
para abrirla.
59
Mara.
Miré hacia arriba cuando escuché su voz, la voz de Noah. Y entonces vi su rostro.
De huesos finos, elegante y pálido, con la inclinación sarcástica de su boca que
amaba tanto, y una sombra de barba en su mandíbula. Era él. Justo en la forma en
que lo recordaba.
Pero entonces un corte apareció en su garganta, como si alguien lo hubiera
cortado con un cuchillo dentado. No hubo sangre, ni sonido mientras la herida
formaba una sonrisa dentada en la base de su cuello.
No era real. Sabía que no era real. Pero veía eso por una razón.
Rodeé a la Dra. Kells. Se encontraba pálida pero aún consciente, siendo capaz de
moverse, y ella se apartó de la pared. El suelo estaba resbaladizo por su sangre.
—¿Dónde está Noah? —dije. Mi voz sonó ronca y plana.
—Muerto —susurró. Ceñía la esquina de su bata de laboratorio, tratando de usarla
para contener la hemorragia.
—Estás mintiendo.
—Lo mataste.
—Jude me dijo que está vivo.
—Jude está enfermo —dijo ella con voz ronca.
Creía eso. Pero también creía que Noah estaba vivo. Lo sentiría si no lo estuviera, y
no sentía nada.
—Dime dónde está —le dije, mi lengua pesada en mi boca. Traté de pensar en lo
que podría decir o hacer para que me dijera, que la forzara a decirme, y entonces
recordé lo que le dijo a Jude.
Ella le dijo que podía traer de regreso a Claire. Jude le creyó. Tal vez tenía razón.
—Dime dónde está, así puedo traerlo de regreso.
—Nunca va a volver.
—Le dijiste a Jude… Claire…
—Mentí.
Incluso yo pensaba que eso era cruel. Estaba a punto de decirlo cuando la vi
acercarse a la jeringa. La rabia me lanzó hacia delante, y me las arreglé para
apartarla con la mano. Entonces me empujé hacia arriba.
La Dra. Kells tenía razón. La había asesinado miles de veces en mi cabeza, pero
60
todavía estaba aquí. Las drogas que me dio estuvieron funcionando en ese
entonces, por lo que me fue imposible matarla con mi mente. Pero podría matarla
ahora con mis manos.
Ella dejó caer su bata, y la sangre que fluía de su cuello se redujo al mínimo.
Va a morir de todos modos, susurró una parte de mí.
—Pero podría matarte antes de hacerlo.
Levanté mi cabeza en la dirección de mi voz. Me quedé mirando mi reflejo en uno
de los cajones de acero. Ella, yo, se encogió de hombros, como diciendo: ¿Qué se
puede hacer?
Mis brazos temblaban por el esfuerzo de sostenerme, pero no la dejaría ir hasta
que tuviera una respuesta.
—¿Cómo puedo encontrar a Noah? —pregunté.
Kells se arrastró lejos de la puerta, lejos de mí, pero seguía resbalando en su propia
sangre. Tiré de sus piernas, y su piel pareció venir en mi mano. No. No era su piel,
sus medias.
—¿Qué hiciste con él? Dime.
No respondió. Me miró y luego, sin previo aviso, se acercó a la jeringa de nuevo.
Me deslicé con ella, y en un arranque de fuerza me tiré encima de ella y presioné
en su pecho, en su cuello. Ella abrió la boca en busca de aire mientras quitaba la
jeringa de su puño encrespado.
No podía dejarla con vida. No después de todo. No podía correr ese riesgo. Pero
mientras sostenía la jeringa, me di cuenta que podía matarla sin dolor, como dijo
que lo haría conmigo.
¿Pero que había hecho ella sin que me doliera? Me hirió antes de esta noche, antes
de hoy. Me torturó. Dijo que tenía sus razones, pero entonces, ¿no las tenía todo el
mundo? ¿Importaban las razones?
Ella pronunciaba algo, ¿estaba orando, tal vez? No lo vi venir.
Cuando pensaba antes en la muerte, era tan abstracta. Pensaba las cosas pero
nunca las sentía. Pero esto, esto era real. Mi cara se encontraba a escasos
centímetros de la suya. Podía oír su corazón latiendo débilmente en su pecho
esforzándose para bombear la sangre que todavía permanecía en su cuerpo. Podía
oler el sudor de su piel y casi saborear su sangre en mi boca, caliente y metálica.
La verdad era que, supe desde el segundo en que desperté en Horizontes, desde el
segundo que ella confesó lo que me hizo, desde que me mostró la lista, que si
61
tuviera la oportunidad, la mataría.
—No te preocupes —le dije a la Dra. Kells—. Esto solo va a doler un poco.
12
Traducido por Lorenaa
Corregido por Beatrix85
Dormimos junto al agua. La playa era mitad arena, mitad barro y estaba cubierta
de conchas dentadas y raíces de árboles, pero me sentía más muerta que cansada,
así que metí el bolso de Noah bajo mi cabeza y me derrumbé de todos modos.
La sensación volvió a mis piernas como un goteo lento, no una oleada. Cuando me
desperté, mis músculos dolían, mi boca sabía mal, y me dolía el estómago. Me
encontraba con picazón, sucia y miserable, pero cuando el sol asomó entre los
árboles y me di cuenta que podía mirarlo, disfrutarlo, adorarlo si quería, mi boca se
curvó en una sonrisa. Era libre.
Jamie y Stella todavía dormían. La niebla se arrastraba desde el océano gris en la
67
playa, tratando de alcanzar sus pies, aferrándose a la hierba alta del mar. Avancé en
silencio, débil, pero capaz de caminar por mi cuenta. Las gaviotas recogían algo de
la orilla. Se dispersaron ante mi aproximación.
Mi delgada bata de hospital era como una gran costra de sangre, arena y suciedad.
No tenía ropa, así que llevé el bolso de Noah conmigo, pensando en bañarme en
el océano y cambiarme en algo suyo. Pero mi mano se congeló en la cremallera.
No sabía si podría soportar abrir su bolso, oler su aroma y sentir la tela que tocó su
piel. Sabía que vivía, lo sabía, pero él no se encontraba aquí.
Regresé justo cuando Jamie estaba despertando, estirando los brazos hasta tocar
la rama de un árbol por encima de él.
—Me siento como una mierda —dijo.
Stella bostezó ruidosamente.
—También te ves como una.
—Entonces, ¿qué hay para desayunar? —preguntó Jamie.
Stella entornó los ojos.
—Lindo.
—Mis jugos gástricos están disolviendo el revestimiento de mi estómago —dijo
Jamie. Stella hizo una mueca de disgusto—. Mi estómago está comiéndose a sí
mismo. Y nunca he estado así de irritado en mi vida.
Stella se apoyó en sus codos.
—¿Tal vez haya cocos o algo así?
—No vamos a buscar cocos —dije—. Tenemos que salir de la isla.
Stella estuvo de acuerdo.
—Tomé algunos expedientes de la oficina de Kells, pero realmente no miré lo que
agarré. Podríamos regresar, ella tenía que tener una manera de ir y venir. Quizás
podemos encontrarla.
—¿Y entonces qué? —preguntó Jamie.
—Hay un centro turístico en la Isla Sin Nombre —dije—. Si volvemos, podríamos
ser capaces de encontrar un teléfono…
Pero mi voz se apagó mientras seguía esa línea de pensamientos. ¿A quién
llamaríamos?
—¿Y qué podríamos decir? —añadió Jamie, viendo a dónde iba con ello. 68
—Kells mencionó a Phoebe y Tara antes… —antes de que yo la matara—. Dijo que
parecería ser que yo era la única que las había matado.
—Pero lo hizo Jude —dijo Stella.
—Justo en frente de nosotros —añadió Jamie.
—La Dra. Kells… eso fue en defensa propia —dijo Stella—. Te apoyaremos.
Tomé una respiración profunda, estabilizándome.
—No importa. Ya todo está en mi expediente. No podemos contar que alguien… va
a creernos. —Incluso mis padres. Incluso mis hermanos—. Si le contó a alguien
sobre ello antes de morir, le mostró a alguien mi expediente… —continué—,
entonces, en función de lo que había en ellos, las personas… —Mi familia—,
pensarán que estamos locos y aún bajo su cuidado, o locos y desaparecidos, o
locos y muertos. Pero sin importar qué, las personas… —Mi familia—, van a pensar
que estamos… —Que estoy—, locos.
—Y peligrosos —añadió Jamie, dándole a mi sangrienta bata de hospital una larga
mirada.
—Y peligrosos. —Realmente necesitaba cambiarme.
—Así que, bien —dijo Stella—. No llamamos a nadie que conozcamos para que
nos saque de aquí. Sin embargo, ¿está el ferry? ¿Qué hay de eso?
Me miré.
—Parecemos un poco…
—Sospechosos —dijo Jamie.
—Exactamente.
—¿Hay algo de Noah que puedas usar? —preguntó Stella.
—Yo… aún no he mirado.
Jamie y Stella permanecieron en silencio. Luego.
—Ten —dijo Jamie, metiendo la mano en su bolsa. Me entregó una camiseta negra
con la palabra TROPO2 al revés en blanco, y un par de pantalones cortos holgados
de carpintero.
Stella frunció el ceño.
—No lo entiendo.
—Tropo subvertido —dijo Jamie. 69
—¿No sería invertido?
—Eres tan literal. Jesús. —Se marchó para dejarme cambiarme.
El aire del océano heló mi piel mientras me quitaba la ropa y me metía en el agua,
la arena fangosa entre mis dedos. Se sentía como un lago, no el océano. No podía
ver el fondo, aunque el agua era poco profunda. Lavé mis brazos y piernas,
provocándome piel de gallina. Un recuerdo de la calidez de la sangre de la Dra.
Kells vino a mí espontáneamente, dejando un pico de placer en su estela. Me sentí
enferma y alegre a la vez.
—Oh, no. No, no, no, ¡no!
Esa era Stella. Me apresuré en ponerme los pantalones cortos que Jamie me dio y
corrí a ver lo que sucedía. Ella y Jamie miraban hacia el agua.
No. No, al agua. A una columna masiva de humo, elevándose sobe la Isla Sin
Nombre hacia el cielo.
Los tres nos miramos entre sí, pensando exactamente lo mismo.
2
TROPO: Uso figurativo o metafórico de una palabra o expresión.
—Bien. Tengamos una votación —dijo Jamie—. Jude, ¿incomprendido chico bueno
o malo de la película con motivos desconocidos? Voto por chico malo.
—Chico malo —dijo Stella.
Hice una pausa antes de hablar.
—Indecisa —dije finalmente—. ¿Crees que lo hizo?
—¿Qué mierda, Mara? Por supuesto que lo hizo.
—Nos ayudó a salir de allí.
—Sí, pero…
—Dijo que Noah estaba vivo. —Pero también dijo que Noah estaría esperándome
y no lo estaba. Negué con la cabeza para despejarla. Necesitaba creer que decía la
verdad. No lo había perdonado. Lejos de ello. Miré a mis muñecas, a las cicatrices
donde Jude me hizo cortarlas, desvanecidas pero no idas, después de que Noah las
sanara. Nunca perdonaría a Jude por lo que me hizo, por lo que le había hecho a
Joseph, pero ahora tenía que creerle, porque tenía que creer que Noah estaba vivo.
—Oye —dijo Jamie en voz baja.
Stella no le hizo caso. 70
—En este momento, no importa lo que es. ¿Cómo se supone que vamos a salir de
aquí si no podemos regresar a descubrir cómo Kells lo hacía por sí misma?
—¡Oye! —dijo Jamie de nuevo, chasqueando los dedos ante la cara de Stella para
llamar su atención. Señaló al océano—. ¿Eso es un barco?
Seguí su mirada, protegiéndome los ojos.
—Eso es conveniente —dije.
—Demasiado conveniente —dijo Jamie—. ¿Y si alguien ha sido enviado hasta aquí
por nosotros? ¿Así como una persona de Horizontes o algo por el estilo?
—¿Como uno de los consejeros? —preguntó Stella—. Lo dudo. ¿Tal vez la policía?
—Sin embargo, ¿podrían realmente llevarnos a cualquier sitio peor del que
venimos? —pregunté.
Jamie fingió pensar por un momento.
—Um, ¿la cárcel?
Le lancé una mirada furiosa.
—¿Sería peor?
Se encogió de hombros.
—Prefiero no averiguarlo. Tengo planes.
Stella protegió sus ojos y miró hacia el agua.
—Es un barco de pesca, creo. —Se mordió el labio, pensando—. Podríamos pedirle
que nos lleve a Cabo Sin Nombre, o a Marathon —dijo Stella—. ¿Pero a partir de
ahí?
—¿Pedir un aventón? —ofrecí. Jamie me miró como si estuviera loca—. ¡No sé! Soy
nueva en lo de ser fugitiva.
Stella se volvió hacia nosotros.
—Uno de nosotros va a tener que nadar hacia él. ¿Algún voluntario?
Jamie sacudió la cabeza.
—No. Tiburones, en primer lugar, y en segundo lugar, tiburones.
Stella ya estaba bajando la cremallera de sus jeans y tirando de ellos hacia abajo de
sus caderas.
—Estaba en el equipo de natación, hace un tiempo.
71
—No deberías ir sola —dije.
—¿Por qué? ¿Crees que el pescador podría ser un psicópata?
—Todo el mundo está un poco loco. Algunas personas simplemente lo ocultan
mejor que otras. —Miré a Jamie, quien estaba sonriendo, antes de ofrecerme a ir
con Stella. Honestamente, creía que todos deberíamos ir. No me gustaba la idea de
separarnos.
Ella negó con la cabeza.
—Has hecho más que suficiente. Está bien, voy a estar bien. Solo quédate en los
árboles con Jamie, ¿de acuerdo? —Nos despidió y luego se metió en el agua.
Mientras se alejaba, gritó—: Regresaré.
14
Traducido por Azuloni
Corregido por Mari NC
—Realmente, en serio, desearía que ella no hubiera dicho eso —dijo Jamie.
—¿Qué?
—“Regresaré”. Ahora definitivamente no volverá.
—¿De qué estás hablando?
—Son las reglas. —Jamie miró a través de los manglares3 mientras Stella nadaba
hacia el barco.
—Es rápida —le dije. 72
—Sí —dijo Jamie—. Sin embargo, una enorme aleta de tiburón va a aparecer
detrás de ella en cualquier momento.
—¡No digas eso! —Le di un puñetazo no muy suave en el brazo—. Imbécil.
Se quedó en silencio durante unos minutos, y luego me golpeó el brazo.
—Ay.
—Tenías un mosquito.
—No es cierto.
—Oye, mira. —Mientras nosotros habíamos estado hablando, el barco se había
acercado más, el sonido del motor lo suficientemente fuerte como para ahogar
todos nuestros esfuerzos de tener una conversación clandestina. Un enorme
hombre canoso estaba detrás del volante, el timón, la proa, o lo que fuera. Su
cabello caía más allá de sus hombros, y un montón de dientes de animales
indeterminados colgaban de un collar de cuero que llevaba. Movió el barco mucho
más cerca de la arena de lo que me esperaba que hiciera, y Stella saltó de él hacia
3
Manglares: Terrenos que, en la zona tropical, es cubierto de agua por las grandes mareas, lleno
de esteros que lo cortan formando muchas islas bajas, donde crecen los árboles que viven en el
agua salada.
el agua, nadando hacia la playa. Dos muchachos en camisas polo y pantalones
cortos de color caqui la siguieron. Uno de ellos llevaba una visera de plástico.
Ambos lazaban miradas abiertamente lascivas a su trasero.
Stella nos hizo un gesto a mí y a Jamie. Caminamos hacia el sol.
—Menudos amigos tienen —nos dijo el Hombre Canoso.
—Sí —dijo Jamie lentamente—. Menudos amigos, ¿verdad…?
—Le he contado lo de la broma pesada —dijo Stella suavemente—. Sobre Wayne y
Deborah dejándonos mientras acampábamos aquí toda la noche, y llevándose casi
todas nuestras cosas.
Ah. Ahora lo entendía.
—Unos idiotas totales —dije—. Estoy tan enfadada.
—¿Podemos, eh, irnos? —dijo el Chico de la Visera—. Solo nos quedan, ¿qué?
¿Seis horas más de alquiler?
—Relájate —le dijo Canoso—. Los llevaré de vuelta una vez que los dejemos a ellos
en el cabo.
—Solo estaremos en la ciudad hasta mañana —se quejó el Chico de la Visera, 73
molesto con toda la idea—. No tenemos tiempo para volver a salir.
—Te devolveré el dinero —espetó Canoso. El Chico de la Visera se animó
visiblemente ante eso—. ¿Ustedes quieren algo de beber?
Dios, sí. Asentí ferozmente. Jamie estaba asintiendo también. Canoso lo miró un
poco más que a mí.
—No tienen veintiún años, ¿verdad?
Ambos nos encogimos de hombros al mismo tiempo.
—Bueno, cerveza es todo lo que tenemos. No le digan a nadie.
Sonreí.
—Será nuestro secreto.
Canoso me entregó una helada lata de cerveza. Me estaba muriendo de sed, por lo
que tiré de la anilla y bebí… casi me ahogué. ¿Quién querría beber esto realmente?
Miré a Stella. Debo haber estado haciendo una mueca extraña, porque me estaba
sonriendo.
Nos tomó unos veinte minutos llegar a Cabo Sin Nombre. Jamie charló con
Canoso, cuyo nombre real, sorprendentemente, era Leonard; mientras que los
hombres de las polo intentaban charlar conmigo y Stella. Ella se las arregló para
ser amable. Yo no pude llegar hasta ahí.
El barco se detuvo en un pequeño muelle, y Canoso-Leonard saltó con nosotros.
Stella se había puesto sus jeans y camiseta de nuevo, y miré a lo que yo llevaba
puesto. La ropa de Jamie funcionaría por ahora, pero no por mucho tiempo. Estaba
húmeda y llena de arena. Y necesitaba en serio una ducha… una real.
—¿Hay algún lugar para conseguir comida por aquí? —pregunté.
—Pub Sin Nombre —dijo Canoso-Leonard, señalando a un pequeño edificio de
color amarillo brillante por delante de nosotros, a la sombra de unas palmeras y un
cartel de aspecto antiguo en el frente—. Abren a las once. La pizza cabo de
camarones es la mejor.
—¿Y un cajero automático? —preguntó Stella.
Con eso, Canoso-Leonard se rio.
—El pub se alimenta por un generador. No hay red eléctrica en la isla: los
residentes no la quieren.
Perfecto.
—¿No tienen dinero en efectivo con ustedes?
74
Stella negó con la cabeza.
—Estaba con nuestras cosas.
—Con las que sus amigos se fueron.
—Exactamente —dijo Jamie.
—Con amigos como esos, ¿quién necesita enemigos? —Entonces Canoso-Leonard
llamó a una mujer en el otro extremo del muelle a quien no había notado hasta ese
momento—. La pizza va a mi cuenta, Charlotte.
—No —dije—. No podemos pedirle que nos…
—No es ningún problema —dijo, sonriendo. Algunos de sus dientes habían
desaparecido.
—Tenemos muchas ganas de volver a salir al mar —dijo el Chico de la Visera. El
otro seguía mirando a Stella. Asqueroso.
—Cálmate —dijo Canoso-Leonard—. ¿Ustedes van a estar bien? —me preguntó.
Le dijimos que sí y le dimos las gracias, luego él llevó a su inútil carga de mediana
edad en dirección al mar para que mataran algunos trofeos. Mi estómago gruñó.
—¿Qué hora es? —preguntó Jamie.
Saqué el Rolex de Jude del bolsillo delantero de la mochila de Noah, donde lo
había escondido.
—Diez y media.
—Por lo menos, cuando lleguemos a una ciudad real, podremos empeñar esa cosa
—dijo Stella.
Jamie sacudió la cabeza.
—Nada de casas de empeño. Nada de tarjetas de crédito. Nada de cajeros
automáticos. Vamos a tener que pensar en una alternativa. Pero vamos a esperar
hasta que estemos en el interior.
Los tres básicamente observamos el minutero moverse, esperando que el pub
abriera. Mi estómago estaba francamente enfadado. Cuando el reloj dio las once,
prácticamente me lancé al pub, que estaba totalmente recubierto con billetes de
un dólar. Colgaban del techo, las paredes estaban empapeladas: cada centímetro
de cada superficie disponible estaba cubierto con ellos, a excepción de las mesas.
La mujer del muelle nos mostró una mesa cerca de la parte posterior.
—¿Qué puedo hacer por ustedes? —Nos entregó tres menús—. ¿Qué quieren de 75
beber?
—Agua —dijimos Jamie y yo a la vez. Mi boca se sentía asquerosa después de la
cerveza. Stella también pidió agua, y la camarera desapareció.
Jamie echó un vistazo al menú.
—Estoy hambriento. Lo quiero todo.
—Coincido —dijo Stella—. ¿Quizás la pizza cabo de camarones?
—Treif4 —dijo Jamie, sin levantar la vista.
Stella levantó una ceja.
—¿Salud?
—No es Kosher, quiero decir. Nada de camarones.
—Oh —dijo Stella—. Entonces, ¿pizza hawaiana?
Jamie sacudió la cabeza, sin dejar de mirar el menú.
4
Treif: En la religión judía, hay una serie de alimentos que los practicantes no pueden ingerir. Son
alimentos que no son Kosher, o “puros”. A esta lista de alimentos se la denomina Treif. Stella dice
“Salud”, porque no reconoce la palabra, y cree que ha estornudado.
—Nop. Jamón.
—¿Pepperoni?
—Lo mismo.
—Está bien, eres imposible.
—Vegetariano y solo queso. Eso es lo que puedo tener.
La camarera regresó, y pedimos dos pizas de queso extra. Antes de irse, Jamie le
preguntó:
—¿Hay, como, alguna manera de conseguir un taxi o algo parecido por aquí?
Ella se echó a reír de buena gana. Supongo que eso significaba que no.
—¿No pueden volver como vinieron?
—No exactamente —murmuró Jamie.
—¿Cómo llegaron hasta aquí?
—Vinimos con… unos amigos. En un… bote. Fuimos hasta la isla para… —dudó.
—Acampar bajo las estrellas —dijo Stella. Era buena en este juego. Sería muy útil.
76
Charlotte se colocó el lápiz detrás de la oreja.
—Eso es romántico.
—Se suponía que iba a serlo —le dije, mintiendo sin problemas—, pero luego se
largaron por la noche con nuestras cosas.
—Típica broma —añadió Stella.
—Menuda broma. —Charlotte negó con la cabeza—. Tengo un teléfono. Pueden
llamar a sus padres para que vengan y los recojan, y los invito a quedarse aquí
hasta entonces, todo el tiempo que necesiten. Los refrescos van por cuenta de la
casa.
—Esa es la cosa. No somos de aquí —dijo Stella.
—¿De dónde son?
—Nueva York —dijo Jamie. Levanté una ceja. ¿Qué había sido eso?
—Bueno, están lejos de casa —dijo Charlotte.
No tenía ni idea.
La camarera nos dejó y pensé que nos acabaríamos comiendo los unos a los otros
en el tiempo que tardó en traernos nuestro pedido. Los tres alcanzamos las pizzas
a la vez; la rebanada en mi mano quemaba, pero estaba tan hambrienta que no me
importó. No podía recordar la última vez que había probado la comida. No tenía
recuerdos de comer en absoluto en Horizontes, y no sabía si era porque las drogas
habían estado jugando con mi memoria o porque en realidad no había comido
nada.
Jamie sostenía una rebanada en cada mano y pasaba su mirada de una a otra.
—Quiero comerme las dos rebanadas a la vez.
Stella dejó de soplar en su rebanada.
—Eso no va a funcionar de la manera en que crees que lo hará.
Ni siquiera me molesté en soplar en la mía. Tomé un gran bocado, quemándome la
lengua y la garganta en el proceso. Pero eso no fue lo que me hizo querer vomitar.
—¿Mara? —Stella parecía preocupada.
—Estoy bien —dije cuando recuperé el aliento. El regusto era como de cemento—.
No puedo, ¿no puedo saborearlo o algo así? Tiene un sabor raro. ¿No tiene un
sabor raro?
Dos pares de ojos me miraron.
77
—¿No les sabe raro a ustedes?
Ellos negaron con la cabeza.
—Deberías intentar comerlo —dijo Stella suavemente.
—Sí, te ves bastante terrible —añadió Jamie, para nada sutil.
Los ojos marrones de Stella lucieron cálidos.
—Has pasado por mucho. Más que nosotros, probablemente.
Jamie alternó mordiscos de sus pizzas.
—Me voy a reservar ese juicio hasta que escuche tu historia.
Supuse que era hora de contarla.
Miré por encima de mi hombro, observando a las otras personas en el pub. Había
una mujer que llevaba una riñonera, y su marido una camisa de golf. Un hombre
con bigote que llevaba una camisa hawaiana estaba sentado en el bar, siguiendo el
canal de pesca con una cantidad anormal de interés. No parecía que nadie nos
escuchara, pero aunque lo hicieran, nadie en su sano juicio podría creer lo que
estaba a punto de decir.
15
Traducido por Selene1987
Corregido por Mari NC
Les conté todo a Jamie y Stella, desde lo de la tabla de Guija hasta el manicomio,
desde lo de Rachel a lo de Jude y Claire. Desde el propietario de mierda de Mabel
a Morales. Las cejas de Jamie se fruncieron mientras las palabras salían de mi boca.
Y luego les hablé de Noah. Del por qué no podía estar muerto.
—Porque puede sanar —dijo Jamie.
—¿A él mismo o a otras personas? —preguntó Stella.
—Ambas cosas. —Les hablé de Joseph, y cómo había sido secuestrado por Jude y
rescatado por Noah, y sobre mi padre, y cómo le habían disparado por mi culpa
78
pero había sobrevivido por Noah. No mencioné lo de “amarlo hasta destruirlo”. Eso
no me ayudaría. Y parecía algo demasiado privado para compartirlo.
—Pero no estás diciendo que podría sobrevivir a un disparo en su cabeza, ¿verdad?
—preguntó Jamie.
Stella le dio un codazo bruscamente.
—Jamie.
—No intento ser insensible…
—No, no lo estás intentando —dije.
—Solo digo…
Me eché hacia delante, con los codos en la mesa, con las manos sobre ella.
—Sé lo que estás diciendo. Lo sé. Pero hay demasiado que no sabemos como para
simplemente decidir que está… —no quería decir la palabra—. ¿Han visto siquiera
prueba de que Horizontes colapsó?
Menearon las cabezas.
—Pero aun así estaba el fuego —dijo Jamie.
Apreté la mandíbula.
—Él no estaba allí cuando pasó.
—Entonces, ¿dónde está?
Eso era lo que iba a averiguar.
Stella compartió su dolorosa historia después. Una vez fue una gimnasta y
nadadora. Entonces llegó la pubertad, y sus caderas y pechos crecieron, y cuando
tenía dieciséis años, dejó de comer, por culpa de su entrenador y de su madre,
dijeron sus psicólogos. Pero no sabían lo de las voces.
Para ella sonaban como los pensamientos de otras personas. Pero eso era
imposible, obviamente. Tuvo más y más pánico, y las voces aumentaron más y más
en respuesta, manteniéndola despierta por la noche y distraída durante el día. No
podía nadar, entrenar o comer, pero luego se dio cuenta de algo curioso. Cuanto
más estaba sin comer, más débiles se tornaban las voces. Bajó a cuarenta kilos y
perdió el cabello para cuando su padre por fin pasó por encima de su madre
(quien había insistido en que Stella simplemente estaba “bajando calorías”) y
obligó a Stella a buscar ayuda. Y la consiguió. Después de meses de terapia y 79
varios intentos de rehabilitación, los médicos por fin parecieron encontrar una
droga maravillosa que la ayudó, hasta que recientemente fue retirada por la
Administración de Comidas y Drogas. Se descarrió rápidamente, pero la Dra. Kells
contactó con sus padres justo a tiempo.
—Por suerte para mí. —Stella tomó un trozo de pizza—. Pero tenía la sensación de
que pasaba algo con ustedes al momento en que entraron en el programa. Como
cuando estábamos juntos para cosas de grupo, no podía escuchar a ninguno de los
dos, incluso cuando podía oír a todos los demás, pero mis medicinas hacían que
fuera algo confuso. Callaban la mayoría de las voces la mayor parte del tiempo,
pero cuando estoy estresada o ansiosa, empeora.
—¿O enfadada? —dijo Jamie.
—¿Así es como te pasa a ti? —le pregunté.
Jamie se encogió de hombros y evitó mis ojos.
—Antes de que fuera expulsado y enviado a la Ciudad Locura, me di cuenta que a
veces si le decía a las personas que hicieran cosas, en realidad las hacían. Pero no
en plan: “Oye, amigo, ¿te importaría darme las llaves de tu Maserati?”. Sino más
bien: “Dime ese secreto” o “Llévame aquí”. Parecía tan aleatorio, y las cosas que
hacía hacer a las personas no eran una locura. Podría haber sido una coincidencia
—dijo—, excepto que no siempre se sentía una coincidencia. A veces se sentía real.
—Se encontró con mis ojos, y sé que estaba pensando en Anna.
Anna, nuestra antigua compañera, que le había hecho bullying desde cuarto curso,
y a quien él le había dicho que se tirara por un acantilado. Después de eso condujo
ebria por un desnivel.
—Y me sentí loco por pensarlo —dijo Jamie.
Lo miré.
—Todos tenemos eso en común.
—¿Qué en común? —preguntó Stella.
Jamie lo entendió.
—Eso que está mal con nosotros, el gen, el G1821 o como sea… los síntomas nos
hacen parecer como si estuviéramos locos.
O quizás en realidad nos hacía estar locos. Pensé en mi reflejo. En la manera en
que me había hablado.
—Eso explica por qué nadie ha descubierto el gen —dijo Jamie, atrayendo
nuevamente mi atención—. Si alguien parece estar alucinando, o delirante, o se 80
muere de hambre por sí solo, o se hace daño a sí mismo, la explicación más obvia
sería una enfermedad mental, no ninguna extraña mutación genética…
—¿Mutación? —pregunté—. ¿Ahora somos mutantes?
Jamie sonrió.
—No se lo digas a Marvel. Nos demandaría. Pero escucha. Los genes no aparecen
sin más en algunas personas. No ocurre así. Los genes cambian con los siglos. Se
degradan, se alteran…
—Evolucionan —dije.
—Exactamente. Así que lo que tenemos, sea lo que sea, hemos evolucionado con
eso.
—Superman o El Hombre Araña —dije calmadamente.
Stella miraba entre Jamie y yo.
—Explíquense.
Recordé la conversación que había tenido con mi hermano, cuando le había
contado que necesitaba escribir mis problemas para una tarea falsa de Horizontes,
para así conseguir que me ayudara sin que supiera que me estaba ayudando.
—Entonces ella podría ser una superhéroe o una super villana —había dicho mi
hermano—. ¿Es una situación de Peter Parker o Clark Kent?
—¿Qué quieres decir?
—Es decir, ¿tu personaje ha nacido con esa cosa como Superman o la adquirió
como El Hombre Araña?
Entonces no sabía la respuesta, pero ahora sí.
—El Hombre Araña adquirió su habilidad por la mordedura de una araña
radioactiva —dije—. Superman nació con ella…
—Porque en realidad es Kal-El, un alienígena —dijo Jamie.
Yo era Superman. Como había pensado.
Pero cuando le conté a Noah la teoría de Daniel, estaba convencido de que
teníamos que haber adquirido lo que nos pasaba.
«¿Cuántas veces has deseado que alguien muera, Mara? ¿Alguien que te adelanta
en la autopista, etcétera?»
—Probablemente he deseado que mucha gente muera muchas veces —dije, y
repetí las palabras de Noah. 81
—Todo el mundo hace eso —me aseguró Stella.
—Y los padres de Noah se habrían dado cuenta que se curaba anormalmente
rápido cuando le llevaban al médico por diversos accidentes, ¿verdad? Así que,
¿por qué todo está empezando ahora, si es algo con lo que nacimos?
Jamie golpeó la mesa con la palma de su mano.
—Hay un desencadenante. Como el cáncer. Pueden escanearte genéticamente para
ver si estás en riesgo de desarrollarlo, porque hay marcadores. Pero solo porque
estés en riesgo…
—No significa que vayas a tener cáncer en realidad —terminé yo, a medida que la
pieza que faltaba del rompecabezas encajaba en su lugar.
—Exactamente. Simplemente significa que tienes más riesgo que cualquier otra
persona; y los factores de riesgo son biológicos y ambientales.
—O químicos —dije, las palabras de mi madre vinieron a mi mente.
—Has pasado por mucho, y sé que no lo entendemos. Y quiero que sepas que esto
—había indicado la sala—, no eres tú. Podría ser químico, conductual o incluso
genético…
Una imagen se alzó desde la oscuridad en mi cabeza. Una fotografía. Blanca.
Negra. Borrosa.
—¿Qué? —había preguntado rápidamente.
—Lo que estás sintiendo. Todo lo que te ha estado pasando. No es culpa tuya. Con
el trastorno de estrés postraumático y todo lo que ha pasado. Por lo que estás
pasando… —había dicho ella, evitando claramente las palabras “enfermedad
mental”—, puede ser causado por factores genéticos o biológicos.
—Pero entonces, ¿cuál es el desencadenante? —pregunté.
Stella me miró.
—¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete.
—¿Jamie?
—Dieciséis.
—Yo también tengo diecisiete —me dijo—, pero tendré dieciocho en unos meses.
¿Recuerdas lo que dijo Kells en ese vídeo? Estaba hablando de la pubertad o algo
así, y la manera en la que se desarrolla el cerebro adolescente. 82
—Tiene sentido que la edad sería el desencadenante —dije. Stella había empezado
a escuchar voces a los dieciséis. Yo tenía dieciséis durante el incidente con la Guija.
Rachel y Claire murieron seis meses más tarde—. Tiene sentido que las
progresiones de nuestras habilidades están en niveles diferentes, porque…
—Porque tenemos edades diferentes —dijo Jamie—. Casi hago que rime —añadió
innecesariamente.
Así que eso explicaba algo. Pero no todo. Les hablé a Stella y a Jamie de los
recuerdos que había tenido, de los eventos que no podría haber experimentado.
—Pensé que podría ser memoria genética —dije, y les conté del libro que Noah
había encontrado en uno de sus vuelos transatlánticos, aquel que habíamos
intentado y fallado en leer, aparentemente sobre memoria genética.
—¿Cómo se llamaba? —preguntó Jamie.
—Nuevas Teorías en Genética, por…. Mierda.
—¿Es… un seudónimo?
—Armin Lenaurd —dije—. El protocolo Lenaurd. —No había tenido que intentarlo
mucho para recordar en dónde lo había escuchado anteriormente. La lista estaba
grabada en mi memoria. La acabábamos de ver.
J. L.: manifestado artificialmente, protocolo Lenaurd, inducción temprana .
—Quiero morirme —dije calmadamente—. De verdad, quiero morir.
—Me estoy perdiendo algo —dijo Stella.
—Ya vieron la lista, con nuestros nombres en ella, lo que nos pasa. —Ambos
asintieron—. Si J.L. y C.L. son Jude y Claire Lowe —expliqué—, significa que había
algún protocolo, escrito por el autor de ese libro obscenamente aburrido, que
básicamente explicaba qué les habían hecho.
—Manifestado artificialmente —dijo Jamie calmadamente—. Inducción temprana…
eso significaría, ¿qué? ¿Los doctores estaban intentando causar los efectos de lo
que tenemos en personas normales, quizás?
—Jude apenas es normal —dije.
—Quizás es por eso —dijo Stella calmadamente.
—¿Por eso, qué?
—Por qué es como es —dijo Stella—. Pero esperen Si hay todo un libro sobre esto
que nos pasa, quizás podamos detenerlo. —Su voz subió un tono—. Podría haber
una cura. ¡Puede que esté en ese libro! —Me acorraló entonces—. Mara, ¿dónde
está?
83
—Se lo di a Daniel.
—¿A quién?
—Mi hermano mayor.
—Así que si encontramos a Daniel, encontramos el libro, y encontramos la cura…
—Espera, espera, espera. Retrocede un segundo, impaciente —dijo Jamie—. Si hay
siquiera una cura en ese libro, que es un gran “si”. Es decir, el protocolo Lenaurd,
sea lo que sea, se utilizó con Jude, ¿verdad? Y diría que no funcionó muy bien con
él. Entonces, ¿estamos incluso seguros de que queremos lo que sea que haya en
ese libro? Es decir, Kells seguía hablando de cómo estuvo intentando “curarnos” y
“salvarnos” y toda esa mierda, y no sé… acabar de su lado no me parece bien. —
Stella abrió la boca para hablar, pero Jamie la cortó antes de poder hacerlo—.
Además, ahora que sé lo que en realidad me pasa, no estoy seguro de que quiera
arreglarlo. —Hizo una pausa—. ¿Es una locura?
Nadie contestó.
—De todos modos, como sea. No hay manera de saber si lo que necesitamos está
en ese libro, pero hay otro problema.
—¿Jude? —pregunté.
—No. Es decir, sí, él es un problema, pero otro.
—¿Cómo vamos a sobrevivir sin dinero?
—No, otro. Escuchen —dijo, pareciendo exasperado—. Kells era una investigadora
médica. Pero hace falta dinero para llevar a cabo lo que estaba haciendo. ¿Quién lo
estaba patrocinando? ¿Y cuántas personas lo sabían, o saben? ¿Sobre nosotros? ¿Y
van a estar ligeramente cabreados de que su personal haya sido descuartizado y se
haya perdido su investigación? —continuó—. Y hablando de investigación,
¿cuántos portadores hay? No podemos ser los únicos, lo que significa que ahí
fuera, hay más de nosotros. ¿Intentamos encontrarlos? ¿Y si nos encuentran ellos?
—Eso es más que un problema —dijo Stella.
Jamie quería respuestas. Stella quería una cura. Yo quería a Noah. Y castigar a
quien fuera que me lo hubiera arrebatado.
Jamie se mordió el labio.
—Entonces, ¿por dónde empezamos?
84
16
Traducido por Mari NC
Corregido por LizC
No podíamos acordar qué problema resolver primero, por lo que comenzamos con
identificar lo que cada uno de nuestros problemas tenían en común: Horizontes.
Stella retiró las carpetas de archivos que había sacado de la oficina de Kells y las
puso sobre la mesa. Esto era lo que ella había tomado:
Siete páginas de registros de pacientes de quiénes nunca habíamos oído hablar.
Veintitrés imágenes de lo que parecían ser el interior de nuestras gargantas y otros
lugares, y resultados de laboratorio de las muestras de nuestro cabello, saliva y
orina.
85
Un dibujo de mí, hecho por mí, con garabatos negros sobre mis ojos.
Y demasiadas-páginas-para-contar de una declaración de impuestos del Grupo
Horizontes, llenada por Ira Ginsberg, CPC5. La dirección estaba en Nueva York.
Con lo poco que teníamos (Stella seguía disculpándose), Jamie sugirió que
siguiéramos el dinero. Stella y yo estuvimos de acuerdo. Pero todos nosotros
tendríamos que visitar a nuestros padres primero.
No sabíamos cuán apremiante era el problema de los padres, que de por sí era
parte del problema. ¿Dónde piensan que estábamos? ¿Qué sabían ellos? Las tres
de nuestras familias creían en la Dra. Kells y nos habían puesto a su cuidado, por
ignorancia, no malicia, pero aun así. No podíamos exactamente aparecernos en sus
respectivas puertas y explicar la situación en formato de buenas y malas noticias:
Oye, mamá, he sido torturada y han experimentado conmigo, pero no te
preocupes porque mis torturadores están muertos. Porque, postdata, yo los maté.
No sabía acerca de Stella y Jamie, pero en mi experiencia, decir la verdad solo
condujo a no ser creída.
Pero Jamie estaba bastante seguro (“¿Solo bastante seguro?”) de que podía
convencer a nuestros padres de nuestro bienestar general lo suficiente para evitar
5
CPC: Siglas para contador público certificado.
las Alertas ÁMBAR a nivel estatal y lo suficiente para posiblemente descubrir en
dónde pensaban ellos que estábamos, y con quién. Tal vez habían sido
contactados por alguien que no fuera Kells. Tal vez uno de los otros empleados de
Horizontes era el encargado de eso (aunque Stella no lo creía). Teníamos que
hablar con ellos para averiguarlo.
Y había una cuarta casa que teníamos que visitar, aunque Stella y Jamie no lo
sabían todavía. Necesitaba saber lo que los padres de Noah creían. Necesitaba
saber si había habido un funeral. Solo de pensar en la palabra me puso enferma.
Salimos del Pub Sin Nombre con los estómagos llenos, pero nada más. Charlotte,
la propietaria, trató de ayudarnos a encontrar un aventón, pero nadie se dirigía a
Miami ese día. Ella se ofreció a hospedarnos por esa noche, pero no había ninguna
garantía de que alguien se dirigiera a Miami al día siguiente, y ninguno de
nosotros quería esperar. Así que Charlotte, tan amable alma que era, se ofreció a
lavar nuestra ropa y nos señaló una pequeña tienda turística cercana que ella y su
marido poseían, donde podíamos cambiarnos a una de la media docena de
variaciones de camisetas de la temática AMO A FLORIDA mientras que muestra
ropa se secaba. Jamie y Stella tenían zapatos en sus bolsos, pero yo, al no tener
bolso, tampoco tenía zapatos, así que Charlotte me dio un par de cholas de su
86
propio armario. Después de todo lo que había pasado, había pensado que ya no
podía ser sorprendida por la gente. Pero Charlotte demostró que podía.
Stella ya llevaba un repuesto de la camiseta de Jamie (la amarilla, con el texto SOY
UN CLICHÉ), por lo que Jamie y yo nos quedamos a escoger nuestro veneno, por
así decirlo. Él terminó con una camisa de YO FLORIDA. Yo elegí BIENVENIDOS
AL ESTADO DEL SOL. No había un montón de opciones.
Me estaba cambiando a mi camisa (¡y pantaloncillos a juego! ¿No era suertuda?) en
el cuarto de baño de la tienda turística cuando una voz dijo:
—Pareces una retrasada.
Levanté la vista hacia el espejo. Mi reflejo se veía ridículo.
—Sí. Bueno. Tú no te ves muy sexy —le dije en respuesta.
Y así fue que los tres, vestidos como turistas, comenzamos a caminar a lo largo de
la carretera, consiguiendo un bocinazo cada vez que un auto nos pasaba, que
fueron muchos. Entre el calor abrasador y el aire lleno de insectos, pensé que no
podía ser peor, pero luego empezó a llover.
El cielo se abrió, y nos empapamos al instante; el agua era lo suficientemente
caliente como para sentirse como si las nubes estuvieran sudando sobre nosotros.
Nuestros rostros reflejaban expresiones de miseria mientras nos metíamos bajo un
gran árbol a un lado de la carretera que aun así no era lo bastante grande.
—Mis galletas se están quemando —dijo Jamie, quitándose los zapatos. La piel
sobre los dedos de su pie estaba rota y sangrando—. ¿Alguien sabe cómo iniciar
un incendio?
Miradas en blanco.
—Así que no podemos iniciar un incendio —dijo—. No podemos volar. No
podemos crear un campo de fuerza. Somos los superhéroes más mierda que hay.
Empujé mi cabello empapado fuera de mi cara.
—Premisa defectuosa. —Sabía lo que él quería decir, pero aun así—. Aunque,
Stella no está tan mal.
Ella arqueó una ceja.
—Eso significa mucho, viniendo de ti.
Hice un puchero.
87
—Eso hiere mis sentimientos.
—Sin embargo, Jamie tiene razón —dijo ella—. Y la lista de cosas que no podemos
hacer es incluso más larga: no podemos usar tarjetas de crédito, no podemos
llamar a nuestros padres, no podemos alquilar un auto…
—Pero podríamos ser capaces de robar un auto —dijo Jamie.
Las dos nos volvimos hacia él a la vez.
—Quiero decir, no como en reconectar el cableado ni nada así. No tengo ni idea
de cómo hacer esa mierda. Solo quería decir… ¿yo podría ser capaz de convencer a
alguien de darnos su auto?
—Prestado —añadí amablemente.
Jamie asintió con entusiasmo.
—Prestado. Exactamente. Si alguien viene.
—¿Por lo menos tienes licencia, Jamie? —preguntó Stella.
Él fingió sorpresa.
—¿Eso fue una pequeña broma, Stella? ¿Nuestras terribles circunstancias han
hecho que desarrolles un sentido del humor?
—En realidad, fue una broma de edad. Y una broma de apariencia. Tienes una cara
de bebé.
Sin embargo, nuestras circunstancias fueron terribles. No teníamos auto, ni dinero,
ni comida, ni ropa seca. Las horas pasaron, y la lluvia continuó su asalto, y cada vez
estábamos más empapados, más hambrientos y más fríos, pero no teníamos más
remedio que seguir caminando, yo en cholas de plástico que estaban asesinando a
mis pies.
La lluvia finalmente se detuvo cuando la luz del día se redujo en el atardecer. El sol
se disipó entre las nubes, colorándolas de color rosa, naranja y rojo. Caminamos
con dificultad por la carretera, que se enmarcaba en los hombros de árboles
densos y enredaderas. Después de una eternidad llegamos a una estación de
servicio, si se puede llamar así. Había una bomba, y el pequeño edificio de tablilla
detrás de esta figuraba precariamente a un lado; un pequeño depósito de chatarra
estaba a la sombra al lado de él. Una cabeza de muñeca de plástico con un solo
ojo se encontraba empalada en la valla de madera rota.
Jamie se acurrucó más cerca de mí.
—Este es territorio de asesino en serie. —Él vinculó sus brazos conmigo y Stella—.
Frente unido —susurró—. Ellos pueden oler el miedo.
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Me hubiera gustado fingir que no estaba tan nerviosa como él, pero…
Metí la mano en la cintura de los pantaloncillos para asegurarme de que mi bisturí
aún descansaba contra mi piel. Lo hacía. El acero caliente bajo mis dedos me hizo
sentir mejor.
Finalmente, los tres entramos. Era una luz tenue, naturalmente. Vislumbramos una
barra compuesta de láminas de metal acanalado, y tres hombres inmensos estaban
sentados en ella. Uno de ellos llevaba una camiseta sin mangas negra con gafas de
sol negras encaramadas en su frente calva. Otro llevaba una camisa de franela,
improbablemente, de manga larga y un sombrero de vaquero, de todas las cosas.
El tercero tenía el cabello blanco y una barba blanca manchada de tabaco. Tenía un
solo ojo.
Otra persona apareció de entre las sombras, limpiando un vaso con un trapo sucio.
—Se ven un poco perdidos —nos dijo a nosotros.
Esperé que Jamie hablara primero, pero Stella me sorprendió. Ofreció nuestra triste
historia falsa para los hombres, les habló de ser abandonados en un viaje de
campamento, bla, bla, bla y luego dijo que necesitábamos un aventón. Yo estaba
muy impresionada. Jamie parecía que estaba listo para mojar sus pantalones.
—¿Dónde se dirigen? —preguntó Vaquero.
—Miami —ofreció Stella.
—Se dirigen al norte. Yo me dirijo al sur. —Él cruzó sus brazos en direcciones
opuestas, como si necesitáramos que nos explicara lo que eso significaba. Los
otros hombres permanecieron en silencio.
Jamie asintió una sola vez y se aclaró la garganta.
—Bueno. Gracias de todos modos, señores. Por su tiempo.
Abatidos, salimos de la estación de servicio o el bar, o el lugar de encuentro de
asesinos en serie, lo que fuera, y nos dirigimos de nuevo afuera. Era casi de noche
ahora. Los insectos zumbaban alrededor de nosotros, y en nosotros. El aire
resonaba fuerte con su ruido mientras caminábamos por la calle.
Y luego oímos algo más, una camioneta acelerando y gruñendo mientras salía de
la estación. Se detuvo junto a nosotros.
—Me sentí mal por ustedes —dijo Vaquero—. Vengan. Suban.
El Sr. Ernst parloteó sin parar hasta que se detuvo en una zona de estacionamiento
en el área de descanso, si es que podía llamarse así. El bajo edificio estaba
apartado a un lado de la carretera, casi oculto completamente por una maraña de
malas hierbas que se adhería a las paredes, con moho manchando los muros.
Había un pequeño claro sin pavimentar a su alrededor. Y ningún otro auto o
camioneta.
El Sr. Ernst apagó la camioneta y se metió las llaves en el bolsillo.
—Voy a echar una meada —dijo—. ¿Vienes? —le preguntó a Jamie.
91
Jamie levantó una ceja hacia Stella.
—Sí… —Él no quería ir solo, y tampoco quería que Stella tuviera que hacerlo.
El Sr. Ernst me guiñó un ojo.
—Bueno, no te metas en problemas —dijo y luego se alejó hacia el edificio.
Stella y Jamie saltaron de la cabina, Stella casi corriendo. Ella debía haber
necesitado ir realmente. Me sentí mal por Jamie, quedándose rezagado, así que
también salté de la camioneta. Al acercarme al edificio, el inconfundible olor de
aguas residuales asaltó mis fosas nasales. Stella ya había entrado, pero alcancé a
Jamie rápidamente, y nos quedamos allí de pie solo mirándolo. Una gruesa capa
de suciedad cubría el cartel del baño de mujeres, en su día estampado de azul, y
las moscas obstruían la entrada. Jamie dio un manotazo al aire delante de su cara.
El baño de los hombres estaba en el otro lado del edificio.
—Mala suerte —me dijo Jamie.
—¿Qué?
—No tener pene.
—Dios, lo sé.
—Estamos postergándolo.
—Sí.
—No sé, Mara. No estoy seguro de que pueda hacerlo. No quiero entrar ahí y ver a
nuestro no tan ilustre conductor en el urinario. Podría ser raro. Simplemente voy a
ir en los arbustos.
—Siento que voy a atrapar hepatitis solo con estar aquí.
—Si quieres ir a los arbustos o algo, ¿puedo vigilar para asegurarme de que nadie
venga?
Me froté la nariz.
—Voy a entrar, creo. Por Stella. Solidaridad, ¿sabes?
—Eres mejor hombre que yo. —Jamie ofreció su puño. Lo choqué. Sus pasos
crujieron en la grava y luego se desvanecieron mientras se alejaba hacia los
arbustos.
Me tomé unos segundos para mentalizarme a mí misma, luego me cubrí la nariz y
abrí la puerta de una patada.
No era tan malo como había estado esperando. Era peor. Había unos pocos 92
cubículos. Uno de ellos estaba abierto, y el inodoro estaba tan atascado que luché
como pude para evitar tener arcadas. El espejo detrás del lavabo estaba roto y
sucio. El suelo de baldosas que probablemente una vez había sido blanco estaba
manchado con tonos de marrón y amarillo.
No. De ninguna manera.
Me di la vuelta para marcharme, pero cuando lo hice, oí un ruido detrás de mí.
Stella estaba presionada contra la pared, su cuerpo cubierto casi completamente
por el del Sr. Ernst, quien le tapaba la boca con una mano. Me vio mirarlo, y me
apuntó con su pistola.
—Ahora retrocede —dijo—. O serás la próxima.
Mis venas se llenaron de plomo. Yo no iba a ninguna parte. Ya estaba imaginando
al Sr. Ernst muerto en el suelo, con la garganta desgarrada, con su boca siendo un
agujero sangriento.
—Ha hecho esto antes —dijo Stella lloriqueando cuando él le destapó la boca—.
Va a matarnos —dejó escapar las palabras en un susurro. Ella podía escuchar lo
que él estaba pensando.
Él negó con la cabeza.
—El chico de color no. No es mi tipo.
Una parte de mí todavía estaba allí de pie, clavada en el sitio. La otra parte estaba
arrancándole la garganta. Pero solo en mi mente. En realidad no pasó nada. En los
segundos que siguieron me imaginé un centenar de maneras diferentes para que
muriera. Ninguna de ellas funcionó.
¿Qué me pasaba? Había pasado mucho tiempo desde que los fármacos habían
desaparecido. ¿Por qué no podía hacerlo?
¿Y qué sería de mí y de Stella si no podía?
—Déjala ir —dije con una calma aterradora. No sé de dónde salió.
—Si tú no te vas, les dispararé a las dos en este mismo momento.
Di un paso más cerca.
—Me estás poniendo celosa —dije con la misma voz fría que era y no era mía.
—Retrocede.
No lo hice. Di un paso más cerca.
—Todo este tiempo pensé que te me estabas insinuando. Es por eso que yo elegí
sentarme adelante.
93
Me miró de arriba abajo.
—Tendrás tu turno.
—Yo primero —dije—. Ella no puede hacer las cosas que yo puedo.
Esas fueron las primeras palabras que le dije que pareció entender. Miró de atrás
hacia delante entre Stella y yo, y finalmente se apartó de ella. Apuntó su arma
hacia mí.
—Tú —le dijo a Stella—. Quédate ahí y observa.
Stella se deslizó por la pared hasta que se apoyó contra el lavabo. Mis pies me
llevaron hacia el Sr. Ernst sin siquiera tener que ordenárselos.
—No grites —dijo el Sr. Ernst. Apretó la pistola contra mi costado, me dio la vuelta
y me empujó contra la pared, sujetando mis manos detrás de mí en un movimiento
bien practicado. Su sombrero de vaquero cayó al suelo.
Esperaba que mi corazón se acelerara, que mi piel sudara. Esperaba llorar y gritar.
No lo hice.
—No me toques —le dije en su lugar.
Se echó a reír. Era la risa de un niño pequeño, una risa tonta en realidad.
—¿Que no te toque? ¡Si no quisieras ser tocada, no estarías llevando esos
pantalones cortos! ¡Son una invitación! ¡Tú eres una provocación! Dispuesta a tener
sexo.
Hizo algo lascivo con su lengua. Me imaginé cortándola.
—Quítatelos —dijo señalando con la cabeza a mis malditos pantalones cortos.
—No puedo —dije sin rodeos—. No sin mis manos. —Retorcí el brazo detrás de
mí. Alcancé con la mano la cintura de los pantalones y sentí el bisturí, cálido por mi
piel. Me dolía el hombro, torcido detrás de mi espalda y apretado contra la pared
por la presión del cuerpo del Sr. Ernst. Su respiración era un rugido en mis oídos, el
tabaco podrido mezclándose con el hedor de los desechos humanos.
Mientras tanto, el Sr. Ernst parecía estar teniendo problemas con sus pantalones.
Retorcí el brazo detrás de la espalda, lo que por desgracia arqueó mi cuerpo hacia
el suyo. Lo tomó como un estímulo.
—Sabía que lo deseabas —susurró en mi oído. Luego me lamió la mejilla.
—La lengua definitivamente tiene que desaparecer —dijo alguien con mi voz.
Miré al espejo roto detrás de él y de Stella. Mi reflejo me devolvió la mirada.
94
Sacudió la cabeza con disgusto. Ni Stella ni el Sr. Ernst parecieron darse cuenta.
Un pequeño cambio en el movimiento, y el bisturí estuvo en mi mano. Lo puse
contra mi antebrazo, sosteniéndolo con fuerza contra mi piel. Era lo
suficientemente afilado para cortarme.
Tragué saliva, luego dije:
—Necesito las manos. No puedo hacer nada sin las manos.
Él ajustó su pistola, empujándola bajo mis costillas, y entonces asintió rápidamente.
Llevé mis manos frente a mí, tirando hacia abajo de la cintura de los pantaloncillos
de BIENVENIDOS AL ESTADO DEL SOL con mis pulgares. El Sr. Ernst estaba
observando, pero no lo suficientemente cerca. Stella había huido. Y antes de que él
pudiera siquiera registrar el movimiento, lo apuñalé en el ojo. Gritó hasta que le
corté la garganta.
Tomé sus llaves y su pistola cuando terminé. Antes de irme, miré a mi reflejo en el
espejo roto y oscuro. La estúpida camiseta de BIENVENIDOS AL ESTADO DEL SOL
estaba manchada y empapada con la sangre del Sr. Ernst, y también mi piel. Estaba
bajo mi uñas, en mi cabello. Formando pecas en mi cara.
Me quedé mirando mi reflejo, a la espera de una oleada de repugnancia, terror o
arrepentimiento… algo. Pero nunca llegó.
95
18
Traducido por Mari NC
Corregido por Jut
98
19
Traducido por Anelynn*
Corregido por Jut
—Esta es como la tormenta perfecta de las malas decisiones —dijo Jamie mientras
los tres nos acercábamos a un bed-and-breakfast6 en Cabo Largo. Estaba oscuro
afuera. Habíamos abandonado la camioneta hace unos once kilómetros; minutos
después, había comenzado a llover. No lo suficiente para limpiar la sangre de mi
camisa o mi piel, pero más que suficiente para hacer que la miserable caminata de
once kilómetros fuera incluso más miserable. Stella se rascaba miles de picaduras
de mosquitos, y Jamie murmuraba sobre los Lembas7 en todo el camino.
—Bien. Dejemos este show de mierda en la carretera —dijo mientras nos paramos
enfrente de una encantadora casa victoriana bien iluminada con persianas 99
amarillas y molduras curveadas. Las tejas estaban deterioradas y erosionadas, y las
enredaderas trepaban deslizándose desde el suelo hasta las ventanas—. Mara,
probablemente deberías quedarte afuera mientras yo…
—¿Qué? —Levanté la mirada. Había estado presionando un pedazo de sangre seca
entre mi pulgar y dedo índice, sin poner atención.
—No eres exactamente alguien que pase desapercibida —dijo—. Y nunca antes he
tratado de joderle la mente a lo Jedi8 a alguien de esa manera. —Su voz titubeó un
poco.
Arqueé una ceja.
—¿No quieres decir hacer un “engaño mental”?
—No cuando yo lo hago —dijo.
—Estarás bien —dije—. Solo pide tres habitaciones.
6
Bed and Breakfast: Es una casa en el campo o en la ciudad que ofrece cama y desayuno a sus
huéspedes a tarifas inferiores a las de un hotel.
7
Lembas: Es el nombre que recibe un alimento ficticio perteneciente al legendarium del escritor J.
R. R. Tolkien. Se trata de un pan que recupera las fuerzas de aquel que lo toma.
8
Jedi: Personajes de gran poder y sabiduría seguidores del Lado Luminoso de La Fuerza, que
pertenecen a una orden mística y monacal llamada la Orden Jedi.
Pero nunca lo había visto tan nervioso. Terminó por tomar mi mano y entrar
conmigo, aunque estaba sucia y cubierta de sangre. Nuestra ropa goteaba agua en
el corredor rojo oscuro que conducía hacia la recepción. La madera había estado
pintada en un oscuro verde cazador, y el mostrador por sí mismo parecía como si
estuviera cubierto con un tapete gigante. Un ventilador giraba perezosamente
sobre nuestras cabezas, y la brisa me hacía temblar.
De hecho nadie estaba en el mostrador, por supuesto. Había una pequeña
campana plateada, como una campana real, con una tarjeta que decía: “Hazla
sonar para atenderte”, escrita con caligrafía.
—¿Y bien? —Stella miró a Jamie.
Jamie se movió con nerviosismo.
—No estoy seguro de poder…
—Si puedes —dije suavemente.
—No, pero si puedo, entonces… quiero decir, si lo arruino, ¿y si llama a la policía?
—Entonces mejor no lo arruines. —Sonreí.
—No seas tan marica —dijo Jamie, pero también estaba sonriendo. Entonces hizo
sonar la campana. Se veía listo para salir corriendo en cualquier segundo.
100
—¡Solo un momento! —Los tres oímos a alguien arrastrar los pues, y entonces el
par de puertas se balancearon abiertas. Una anciana con gafas apareció,
sonriéndonos. Bueno, no a todos nosotros.
—Oh, Dios —dijo mientras me echaba una buena mirada—. Oh, cariño, ¿estás
bien?
Mostré mi sonrisa más encantadora. No tuvo el efecto deseado.
—Um, nos gustaría reservar una habitación —dijo Jamie rápidamente mientras la
mujer sostenía su mano en su pecho. Stella le dio un codazo—. Dos habitaciones.
Tres habitaciones —dijo corrigiéndose.
—Querida, ¿qué te pasó? —me preguntó—. ¿Necesitas un doctor?
—Um, no… solo estábamos… Jamie —dije a través de los dientes apretados,
todavía sonriendo incómodamente—. Haz algo.
Podía ver la confusión de la mujer convertirse en nerviosismo y entonces a miedo
mientras volvía su mirada de los otros a mí.
—Tres habitaciones, ¿dices? —Su voz tembló ligeramente—. Sabes, creo que tengo
justo las indicadas para ustedes. Solo correré y les haré una rápida revisada y me
aseguraré de que estén listas. Ha pasado un tiempo desde que tuvimos a alguien
arriba en las suites. No será más de un minuto.
—No hay necesidad de revisarlas —dijo Jamie repentinamente. Su tono de voz no
fue alto, pero aun así se sintió como si fuera el único sonido en la habitación—. Las
suites serán perfectas. ¿En qué piso están?
—En el tercero —dijo la mujer, parpadeando hacia él—. El tercer piso, habitaciones
311, 312 y 313.
—Esas estarán perfectas.
La mujer asintió, pareciendo un poco aturdida.
—Sí. Perfecto. ¿Solo necesitaré sus nombres? —Sacó un libro de registro y un
lapicero, y miró a Jamie expectante.
Algo se le ocurrió a Jamie entonces. Levantó su barbilla mientras decía:
—Pablo9. —Incliné mi cabeza hacia un lado—. Mármol.
Stella puso la cabeza en sus manos.
—Y ésta —dijo él, una sonrisa extendiéndose a través de sus labios mientras
caminaba furtivamente hacia Stella—, es Betty. —Puso su mano en su hombro. Ella 101
sonrío débilmente—. Y esta es nuestra hija. —Jamie puso una mano sobre mi
cabeza—. Bam Bam. —Le di un pisotón en su pie.
—Ay —dijo a través de los dientes apretados.
La mujer aplaudió con sus manos, claramente complacida.
—Qué bonita familia tiene, Sr. Mármol.
Sus ojos verdes parpadearon mientras escribía nuestros nombres en el libro de
registro.
—Solo necesitaré una tarjeta de crédito y una forma de identificación —le pidió a
Jamie.
—Ya te las hemos dado —respondió Jamie.
—¡Oh, sí! —dijo, sacudiendo su cabeza—. Ya me las han dado. Claro que sí.
Perdónenme. El viejo cerebro no es lo que solía ser. ¿Y por cuánto tiempo se
estarán quedando?
Jamie me miró. Me encogí de hombros.
9
Pablo Mármol: En el original Barney Rubble, es uno de los personajes de la serie animada “Los
Picapiedra”, de Hanna-Barbera, cuya familia estaba integrada por Betty Mármol (su esposa) y Bam
Bam Mármol (su bebé).
—Indefinidamente —dijo, destellando una sonrisa cegadora hacia ella.
La mujer le entregó tres llaves. Él le entregó una a Stella, una a mí, y guardó en su
bolsillo la última para él mismo.
—Una última cosa, Sra…
—Beaufain —contestó la mujer.
—Sra. Beaufain, ¿hay algunas cámaras de seguridad en las instalaciones?
—Me temo que no —contestó—. Tuvimos algunas una vez, justo en la entrada,
pero están descompuestas, y mi hijo no viene lo suficiente seguido como para
ayudarme a repararlas, por lo tanto las dejé así. La vida es muy corta.
—Palabras más ciertas nunca fueron dichas —dijo Jamie, y le agradeció.
Stella y yo comenzamos a dirigirnos hacia las escaleras.
—Estaré con ustedes en un minuto —dijo Jamie, mirándose tembloroso y gris.
—¿Estás bien?
—Estoy… no lo sé. Sra. Beaufain, ¿hay un baño ab-bajo?
Sacudió su cabeza. 102
—Solo en las habitaciones, Sr. Mármol. —Era un testamento a la asombrosidad de
Jamie que ella lo dijera con una cara seria.
Jamie asintió y se giró en sus talones. Lo observamos abrir la puerta de cristal y
vomitar en un seto afuera en jardín frontal.
—Ugh —dijo Stella—. ¿Crees que está bien?
—¿Deberíamos esperarlo? —pregunté. Mientras las palabras dejaban mi boca,
sentí un cosquilleo de conocimiento, como si estuviera siendo observada. Miré a
Stella.
—¿Qué? —preguntó.
—Nada. —Eché un vistazo detrás de nosotros. Mi piel todavía estaba
hormigueando; se sentía tensa, estirada sobre mis huesos. Incluso cuando Jamie
apareció, luciendo normal y saludable bajo las circunstancias, no podía sacudirme
la sensación de que algo estaba profundamente mal.
—Te ves rara —dijo Jamie, mientras subíamos las escaleras—. ¿Estás bien?
Sacudí mi cabeza pero no dije nada. No sabía qué decir.
Abrimos las puertas de nuestras habitaciones, pero nos congregamos en una para
tener una reunión y hablar de lo que acababa de pasar. Jamie y Stella fueron los
que hablaron más. Mi lengua se sentía gruesa en mi boca incluso mientras mis
pensamientos corrían a toda marcha. No podía enfocarme en lo que había pasado,
estaba pensando en lo que pasaría después.
Crucé la habitación y miré en el bolso de Noah. Mis dedos abrieron la cremallera
antes de darme cuenta de lo que estaban haciendo. Y entonces mis manos se
fijaron en algo familiar. La cubierta texturizada, la encuadernación en espiral, saqué
mi cuaderno de bocetos. No podía recordar la última vez que lo había visto.
Oí a Jamie decir mi nombre, pero lo ignoré mientras lo abría. Mi corazón dio un
vuelco cuando vi las imágenes de Noah que había dibujado en Croyden. En cada
trazo del lápiz, cada mancha de carboncillo, había una sensación de felicidad cauta,
o emoción contenida. Se sentía como si alguien más hubiera dibujado estas
imágenes. Se sentía como otra vida.
Me moví a través de ellas rápidamente sin saber por qué, pero entonces, cuando
pasé la siguiente página, me detuve.
Estaba mirando fijamente una imagen dibujada al negativo. Toda la página estaba
en negro, excepto por la figura en el centro de ésta. Era indudablemente Noah,
grabado en blanco; su cabello desordenado, su rostro durmiendo. Sus ojos estaban 103
cerrados, y pensé que lo había dibujado durmiendo hasta que miré su pecho.
Sus costillas estaban rotas y abiertas. Ellas perforaban su piel y exponían su
corazón.
El tiempo se estiró y fluyó a mí alrededor. El mundo se aceleró más allá de mí, pero
yo permanecí quieta. No sabía si estaba despierta o durmiendo hasta que Noah
apareció y tomó mi mano.
Me guio fuera de la habitación, fuera del bed-and-breakfast. Cuando abrió la
puerta por mí pasé a través de ella, estábamos en Nueva York. Caminamos
agarrados de la mano por una calle abarrotada en la mitad del día. Yo no tenía
prisa, podía caminar con él por siempre, pero él si la tenía. Me jaló junto a él, fuerte
y determinado, sin sonreír. No hoy.
Serpenteamos entre la gente, de alguna forma sin tocar a nadie. Los árboles eran
verdes, pero unos todavía florecían. Era primavera, casi verano. Un fuerte viento
sacudió algunas de las firmes flores fuera de los arbustos y en nuestro camino. Las
ignoramos.
Noah me guio hacia Central Park, el cual rebosaba de vida humana. Mantas de
picnic brillantemente coloridas brotaban a través del césped, con las pálidas,
formas estiradas de personas retorciéndose sobre ellas como gusanos de fruta.
Cruzamos el estanque, el sol resplandeciente reflejándose en la superficie, el cual
estaba salpicado con botes, y entonces Noah buscó en su bolso. Sacó una pequeña
ropa de muñeca, de mi abuela. La que habíamos quemado. Me la ofreció.
La tomé.
—Lo siento —dijo mientras mis dedos se cerraban alrededor de ella. Y entonces
cortó mi garganta.
Desperté jadeando. Y mojada. Agua caliente se rociaba alrededor de mí. Mi ropa
estaba puesta y mojada, y el agua estaba teñida en un oscuro rosa profundo. Mis
dedos agarraron el frío borde de hierro fundido de la tina antigua, y sentí manos
apretándose alrededor de mi muñeca.
—Estás bien —dijo Stella, de rodillas cerca de la tina.
También estaba vestida, y también mojada. No tenía idea de lo que ella o yo
estábamos haciendo allí.
Miré alrededor, o traté de hacerlo.
104
—¿Qué… qué pasó?
—Eras… —Midió sus palabras—. Un desastre. —Miró abajo hacia mi camisa, la que
conseguimos de la tienda de turistas. Eso lo recordaba—. La sangre… parecía estar
molestándote, pero no podías… no podías llegar a la ducha.
—¿De qué estás hablando?
Su cabello estaba rizado del vapor y el calor, y su piel lucía pálida.
—¿Qué es lo último que recuerdas?
Cerré mis ojos.
—Nos registramos. Recuerdo eso. Vinimos aquí arriba a la habitación… y encontré
mi cuaderno de bocetos en el bolso de Noah.
Lo que sea que pasó después se había deslizado fuera de mi agarre mental; entre
más duro pensaba en eso, más confuso se volvía.
Stella inhaló lentamente.
—En un segundo estabas bien. Y después solo… te quedaste flácida.
—¿Me desmayé?
Stella sacudió su cabeza.
—No. No al principio. Tus ojos estaban abiertos pero mirando a la nada. Y seguiste
tratando de quitarte tu ropa.
Eso, más que cualquier otra cosa que había dicho, me asustó.
—Traté de hablar contigo. Estabas consciente, esa es la cosa. Tus ojos me seguían
mientras yo hablaba. Cuando Jamie habló, era como, como si estuvieras
escuchando pero no respondías. Te convencimos de venir aquí, y pensé que tal vez,
si podía quitarte la sangre, regresarías. Te pusimos en la tina, pero entonces te
desmayaste.
—Eso es… —Ni siquiera sabía qué decir, excepto—, espeluznante.
—Está bien —dijo Stella, apretando mi mano.
No, no lo estaba. Miré hacia abajo a mí misma. Era un desastre por dentro y por
fuera.
—Gracias —le dije a Stella—. Por todo.
Sus cejas se fruncieron.
—Gracias. Sé que me puse como loca en la camioneta después… después. Pero oí 105
lo que él estaba pensando. Nos habría asesinado. Si no lo hubieras…
Matado. Desmembrado.
—No estaría aquí ahora.
Quería decirle que no tenía que agradecerme, pero las palabras se enredaron en
mi lengua.
—¿Puedo… puedo tener un minuto? —pregunté con voz ronca—. Ya no puedo
soportar esta ropa.
Se agarró de la tina y rápidamente se puso de pie.
—Por supuesto. ¿Quieres que me quede afuera? ¿Por si me necesitas?
Si la necesitaba. Si la necesitaba para ayudarme a bañarme. Apenas nos
conocíamos, pero sin su ayuda, ¿quién sabe cuánto tiempo habría estado
noqueada?
—Creo que estoy bien. Pero gracias. De verdad. —Oí la puerta cerrase detrás de
ella.
Miré inexpresiva la pared de poliestinero, apiñada en la tina. El agua había
comenzado a enfriarse. Saqué el tapón con mi dedo del pie y la drené, me quité mi
ropa y tomé un baño real. Sin ayuda.
Cuando terminé, me miré en el espejo temblorosa, preguntándome quién estaría
devolviéndome la mirada. Pero solo era yo. Mis ojos se veían amplios y redondos
en mi pálida cara, y mi clavícula era más afilada de lo que recordaba. El calor y el
vapor trajeron algo de color a mis mejillas y labios, y me veía mejor que cuando
estaba en Horizontes, pero aun así. No me veía como yo misma. Realmente no me
sentía como yo misma. Me golpeó entonces que esta era la primera vez que
realmente había estado sola desde Horizontes.
Envuelta en una toalla blanca, salí del baño de baldosas y entré a mi habitación, los
viejos tablones del piso crujieron debajo de mis pies. El bolso de Noah, todavía
estaba abierto, puesto sobre la cama de dosel cubierta de encaje. Mi cuaderno de
bocetos estaba junto a él. Cerrado.
Me acerqué a su bolso cuidadosamente, viéndolo como si pudiera soltar un golpe
y morder. Me senté en la cama y pasé mis dedos en la tela de nylon negra.
Necesitaba mirar adentro. Allí podría haber algo que pudiera ayudarnos a
descubrir en dónde estaba Noah, por qué no estaba con nosotros, si él estaba
realmente… 106
Cerré mis ojos y mordí mi labio para detenerme de pensar en eso. No abrí mis
ojos; solo dejé que mis manos deambularan sobre sus cosas, sintiendo su ropa, su
laptop…
Se habría llevado eso con él si hubiera podido, ¿cierto? Lo que significa que no
pudo, lo que significa que él…
Detente. Detente. Solté la laptop, pero mis dedos se toparon con algo más
mientras los sacaba. Era su camisa, la blanca con los agujeros en ella. Llené mis
manos con la tela y la levanté a mi cara.
Atrapé la más simple, la más ligera esencia de él, jabón, sándalo y humo, y en ese
momento no me sentí perdida sino necesitada. Noah había estado allí para mí
cuando no había nadie más. Me había creído cuando nadie más lo había hecho. No
pudo haberse ido, pensé, pero mi garganta comenzó a doler y mi pecho comenzó
a apretarse, y me acurruqué en la cama, las rodillas en el pecho, la cabeza en las
rodillas, esperando las lágrimas que nunca llegaron, y el sueño sí.
20
Antes
Londres, Inglaterra
Traducido por Jadasa Youngblood
Corregido por Jut
112
21
Traducido por Kathesweet
Corregido por Jut
10
La oración hace referencia al lugar, “bed-and-breakfast”, que literalmente se traduciría en “cama-
y-desayuno”.
Intenté mantener la calma. Tenía que mantener la calma, o seríamos echados de
allí sin más preguntas y con las pocas respuestas con las que habíamos llegado.
—¿Puedo darte algo para que se lo des?
No hubo respuesta, pero la puerta se abrió. Incliné mi cabeza hacia atrás contra el
asiento aliviada mientras Jamie conducía hacia el interior.
—No sé si pueda hacer esto —dijo Jamie. Lo había dicho antes. Cada vez, en
realidad.
Observarlo ejercer su habilidad era algo fascinante. Se conducía a sí mismo a un
frenesí nervioso y ansioso, preguntándose en voz alta si podía hacerlo,
murmurando para sí mismo las consecuencias. Me recordaba a algo que había
leído una vez, sobre buzos que empezaban a hiperventilar antes de sumergirse,
para llevar más oxígeno a sus pulmones o algo así. Ya que éramos provocados por
el estrés y el miedo, y posiblemente el dolor, Jamie enloquecía sobre si podía o no
hacer que su magia hiciera más de lo que podía.
Albert estaba esperándonos en la puerta principal cuando estacionamos. Sus
manos estaban escondidas en su espalda. Me pregunté fugazmente cómo 115
reaccionaría si Jamie vomitaba en una de las enormes macetas de boj cuando
terminara con él.
—Puedes hacer esto —le susurré a Jamie. Y entonces lo hizo.
—Hola, Albert —dijo Jamie con una voz calmada, confiada y cristalina—. Mi
nombre es Jamie Roth, aunque en realidad no vas a recordar eso, o el hecho de
que tuvimos esta conversación, una vez hayamos terminado.
—Por supuesto, señor.
—Entonces, así es como esto va a funcionar. Voy a hacerte unas preguntas, y vas a
darme respuestas honestas, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—Muy bien, ¿cuál es tu segundo nombre?
Stella y yo compartimos una mirada.
—Eugene.
—¿Tienes licencia de conducción?
—Sí.
—Dame tu billetera, por favor.
Albert lo hizo. Jamie la revisó.
—Su segundo nombre de hecho es Eugene. Genial. Muy bien, Albert. Ahora aquí es
donde se va a poner un poco raro. ¿Estás listo?
—Estoy listo para lo raro, señor.
—¿Noah Shaw está vivo?
Tomó un segundo eterno y agonizante para que Albert contestara.
—Sí, señor.
—¿Sí, Noah está vivo?
—Sí, lo está.
Quería hacer volteretas en el patio. Quería volar. Quería tomar un cohete hacia el
sol.
—¿Dónde está?
—En el Centro Residencial de Tratamiento Horizontes, señor.
No. No.
116
—¿Estás seguro, Albert?
—Sí, señor. Lo llevé yo mismo.
—¿Cuándo?
—Hace tres semanas.
Eso fue poco después de que yo hubiera llegado.
—¿Sabes si estaba allí solo por el retiro o si había sido admitido a largo plazo?
—No estoy seguro, señor.
—¿Sus padres no están preocupados?
—No particularmente, no.
No hay sorpresa en eso.
—¿Están en casa? —preguntó Jamie—. ¿Podemos hablar con ellos?
—Me temo que están en Europa en este momento.
—¿Qué hay de Katie? —pregunté. Jamie repitió mi pregunta.
—Ella también —contestó Albert.
Jamie me miró y se encogió de hombros.
—¿Ahora qué?
No sabía. Pero al menos teníamos una respuesta más de las que teníamos cuando
llegamos: no había habido ningún funeral. Lo que significaba que su familia creía
que estaba vivo. Pero también creían que estaba en Horizontes. Noah se había
internado allí por mí. Para estar conmigo. Y ahora…
Ahora no estaba en ninguna parte. Por mi culpa.
117
22
Traducido por Jessy
Corregido por Jut
Lo era, finalmente. La luz de la tarde se filtraba a través de las palmeras y robles 119
que salpicaban la calle privada en que vivíamos, e hice una comprobación rápida
de los autos de la casa cuando manejamos por ella. Los autos de mamá, papá y
Daniel estaban ahí, lo que significaba que con suerte Joseph también estaría ahí.
Jamie dijo que haría esto completamente fácil, proporcionarles a todos las mismas
líneas al mismo tiempo, y habría menos posibilidades de que una inconsistencia
saliera de la nada más tarde y contradijera lo que ellos recuerdan.
Pero para esta visita tanto Jamie como Stella tendrían que acompañarme. Porque
no era solo el problema de mis padres que teníamos que arreglar, también
necesitábamos recuperar Nuevas Teorías en Genética de Daniel. Mientras Jamie
estuviera hablando, Stella entretendría a mi hermano, y yo iría a buscarlo.
Facilísimo.
Me di cuenta cuando me acerqué a la casa que no tenía mi llave, y mis padres no
guardaban un repuesto en ningún lugar obvio, como bajo el felpudo o una roca
decorativa o algo así.
Miré a Jamie y a Stella.
—¿Entonces qué, solo toco?
—Lo sugeriría —dijo Jamie.
—¿Y luego?
—Y luego le digo a tu familia lo que le dije a mi familia, y a la mamá de Stella.
Stella puso una mano en mi hombro.
—Irá bien. No te preocupes.
Sonaba muy fácil. Pero mi mano seguía temblando cuando la levanté para tocar la
puerta.
Mi madre respondió. Sus ojos se abrieron ampliamente cuando me vio.
—¡Mara! ¿Qué estás haciendo aquí?
No sé por qué, pero mis ojos comenzaron a llenarse al segundo en que la vi.
Quería lanzar los brazos a su alrededor y escucharla decirme que me amaba. Que
todo estaría bien. Pero no podía moverme, y no dije una palabra.
Sin embargo, Jamie lo hizo.
—Todo está bien —dijo con fluidez mientras mi madre nos hacía pasar a los tres.
Observé su rostro mientras él le hablaba, le contaba la historia falsa de lo que nos
sucedió, por qué estábamos ahí, y por qué estaríamos yéndonos otra vez pronto.
Mi madre pareció completamente sin problemas por todo ello. Relajada incluso. 120
Instó a Jamie y a Stella a que se sentaran en la mesa de la cocina mientras ella nos
hacía algo para comer, y Jamie continuaba hablando. Todo parecía tan normal,
salvo por el hecho de que no lo era, en lo absoluto. Sabía por qué teníamos que
hacer esto, pero todavía sentía la necesidad de tomar a mi madre por los hombros
y gritar que todo no estaba bien, que yo no estaba bien, y que probablemente
nunca estaría bien otra vez.
Cuando Joseph y mi padre entraron a la cocina, Jamie también empezó a trabajar
en ellos, repitiendo la historia palabra por palabra. Hizo sonar a Horizontes como
un campamento. Dejó por fuera el hecho de que había matado a los consejeros.
Me preparé para la actitud sospechosa y cuestionadora de mi madre, pero ella no
encontró la explicación de Jamie para nada extraña. Sus palabras cortaron a través
de cualquier resistencia que mis padres podrían haber tenido, borrando mi futura
ausencia de sus futuras memorias como si nada. Más que cualquier cosa que
hubiera visto, eso me inquietó.
Jamie se excusó apenas dos minutos más tarde. Era el turno de Stella ahora.
—Así que, ¿dónde está Daniel? —oí que preguntó. Me di cuenta que ya ni siquiera
estaba mirando a mi familia. Había estado mirando a la nada por quién sabía
cuánto tiempo.
—En Nueva York —dijo mi padre.
Eso llamó mi atención.
—Fue a visitar a unos colegas —añadió mi madre, reuniendo cosas para el
sándwich del refrigerador—. ¿Creo que está decidiendo entre Columbia y
Princeton?
—¿Pensé que Columbia y Yale? —dijo mi padre.
—¿Cuándo vuelve? —pregunté, intentando no sonar tan ansiosa.
Papá se encogió de hombros.
—¿La próxima semana, tal vez? ¿O la semana después?
Mamá se veía como si estuviera intentando recordar.
—Dijo que también podría ir a visitar Harvard y Brown…
—Y Dartmouth, creo —dijo mi padre—. Recuerdo algo sobre Dartmouth. —No era
común de mis padres el no saber dónde estaban todos sus hijos. Especialmente mi
madre. Algo no estaba bien. Jamie regresó y tomó un sándwich.
¿Lo que él les había dicho estaba jodiendo sus otros recuerdos? Sentí una patada
bajo la mesa. Jamie estaba intentando, pobremente, indicar con sus ojos que
necesitábamos hablar a solas. 121
—Vuelvo en un minuto —le dije a mis padres—. ¿Stella?
—Todavía comiendo —dijo ella, arrojando papas fritas en su boca. Se había
sentado al lado de Joseph en el piso y estaba viéndolo jugar un vídeo juego. Dirigí
a Jamie hacia mi habitación y cerré la puerta tras nosotros. Tan pronto como lo
hice, él habló.
—Entonces, tenemos un problema —dijo él—. No he hecho mucho esto, pero sí sé
que Daniel va a notar que algo está fallando cuando tus padres le digan toda esta
mierda sobre ti, y por qué no están preocupados.
—¿Qué quieres decir?
—¿Crees que tus padres creerían que vas a un lugar de retiro al aire libre, sin
comprobarlo, si yo no estuviera aquí para hacerlos creerlo?
Tenía un punto.
—¿Hay algo que puedas hacer al respecto?
Jamie se vio dudoso.
—Lo dudo. Pensé en quizás intentar hablar con él por teléfono, pero, ¿no sé si mi
cosita mental funciona así? Especialmente cuando nunca he hablado realmente
con él antes. Puede ponerse raro… y si no me cree, también podría ser capaz echar
por tierra lo que le dije al resto de tu familia.
—Así que solo tenemos que ir, y entonces, espero que esté ocupado, y que mis
padres no mencionen nada extraño.
—Creo que sí.
—No es gran cosa —dije.
—No es gran cosa.
Justo entonces la puerta de mi habitación se abrió, con Stella tras ella.
—Tenemos un problema.
—Lo sabemos —dije—. Daniel no está aquí.
—Cierto. Daniel no está aquí. Y tampoco lo está el libro.
122
23
Traducido por Lalaemk
Corregido por veroonoel
Stella quería volar hasta allí. Estaba poniendo todas sus suposiciones en la canasta
de Nuevas Teorías, y estaba muriendo por comprobarlas. Si Daniel estaba en
Nueva York, razonó, el libro lo estaría también. Jamie también quería ir allí, por
otras razones. Quería seguir el dinero enviado a Horizontes, y para hacer eso
teníamos que seguir al contador, y el contador estaba en Nueva York. Pero volar
significaba pasar la seguridad del aeropuerto, lo que significaba cámaras de video
y agentes de la AST11 descontentos y estar rodeados de mucha gente. Con nuestro
estatus de semi-fugitivos, Jamie pensó que sería imprudente. Coincidí.
Así que condujimos. Por horas. Cambiamos de auto nuevamente mientras
pasábamos por el Oeste de Palm Beach, intercambiando por un auto no-
realmente-pero-en cierto modo-robado por otro, en caso de que nuestra ausencia
en Horizontes hubiera sido notada por alguien que podría haber estado buscando.
El verde de los árboles y el gris del cielo se difuminaban en una sopa de apariencia
húmeda. En algún punto el aire se espesó con neblina y lluvia mientras seguíamos
la autopista I-95 fuera de la ciudad y hacia el medio de la nada, Florida. Cuando
desperté de una siesta espontánea, miré hacia delante y me di cuenta de que
apenas podía ver a la carretera frente a nosotros. Y estúpidamente, Stella no había
disminuido la velocidad. Le dije sobre ello. Me ignoró.
Jamie se interpuso entre nosotras dos desde el asiento trasero para encender la
radio, pero las únicas estaciones no llenas de estática eran de predicadores
evangélicos.
—¿Ya llegamos? —se quejó.
—No te quejes —le dije—. Es impropio.
—Sintiéndonos un poco malhumorados, ¿no? —preguntó Stella—. Habría pensado
127
que una siesta te haría menos irritable.
—Muere en un incendio.
—Tal vez está teniendo su período —dijo Jamie.
Me giré sobre mi asiento.
—¿En serio?
—Estás actuando extrañamente malhumorada.
—¿Extrañamente? —intervino Stella.
—Los odio a los dos —murmuré, y descansé mi mejilla en el frío vidrio. Estaba tan
caliente. Y en realidad me estaba sintiendo malhumorada. Y adolorida. Tal vez iba a
tener mi período.
—¿Qué fecha es hoy?
—Veintiuno —dijo Stella.
11
AST: Administración de Seguridad en el Transporte. Es una agencia del Departamento de
Seguridad Nacional de los Estados Unidos.
Conté. Uh. Eso era extraño. No había tenido mi período desde… desde antes de
Horizontes. Más de un mes atrás.
O espera, no podía recordar haber tenido uno. Eso no quería decir que no hubiera
tenido uno.
Pero y si… ¿y si no lo había tenido?
La idea me inquietó. Nunca había tenido un retraso antes. Pero también nunca
había estado bajo experimentación con anterioridad. ¿Primera vez para todo?
Miré hacia el camino y le pregunté a Stella:
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste tu período?
Jamie cruzó sus brazos, luciendo petulante.
—Tenía razón.
Golpeé su oreja.
—Um, ¿hace tres semanas? Creo. —Ella me dio una mirada—. ¿Cuándo fue el tuyo?
—Hace un mes —mentí. Me disparó una mirada—. ¿Qué? —pregunté.
—Nada. —Se volvió nuevamente hacia el camino, luego maldijo—. Creo que no 128
traje tampones. ¿Tú?
Negué con la cabeza.
—Lo olvidé.
—Por más encantadora que sea la conversación —dijo Jamie—, ¿puedo preguntar
por qué la estamos teniendo?
No tenía una buena respuesta para esa pregunta, pero mientras luchaba por
encontrar alguna excusa, me di cuenta de que Stella estaba tomando una salida.
—¿Pensé que íbamos a detenernos en Savannah? —preguntó Jamie—. Todavía
estamos a una hora de distancia.
—Solo tenemos un cuarto del tanque de gasolina —explicó—. Y necesito un baño.
Esa mentirosa. Pensaba que yo necesitaba un baño, y que estaba avergonzada
sobre ello, así que me estaba cubriendo para que pudiéramos detenernos. Lo que
era extremadamente dulce.
Gracias, gesticulé hacia ella. Y estaba agradecida. Cuando nos detuvimos, le podía
preguntar a Stella lo que le quería preguntar, solo que no frente a Jamie.
En la estación de gasolina Stella decidió que realmente quería usar el baño, por
suerte, así que las dos nos dirigimos dentro mientras Jamie llenaba el tanque.
Compré tampones que desafortunadamente no necesitaba y seguí a Stella al baño.
Estaba a punto de caminar hacia un cubículo cuando la detuve.
—¿Estás segura que fue tres semanas atrás?
—Sí. Recuerdo haberle pedido a Wayne tampones. Su cara se puso tan roja, que
realmente pensé que el humo comenzaría a salir por sus oídos. —Sonrió, pero
rápidamente se desvaneció—. ¿Por qué? ¿Qué sucede?
Mordí mi labio.
—Tengo un retraso.
—¿De cuánto tiempo?
—No… no lo sé realmente. El tiempo está un poco jodido para mí… tal vez, ¿tal vez
dos semanas? —O tres.
—Eso es bastante —dijo Stella en voz baja.
No dije nada.
—Nunca he estado tan retrasada. 129
Seguí sin decir nada. Aparentemente, lo que sea que estaba sucediendo conmigo
no estaba sucediendo con ella.
La expresión de Stella rápidamente cambió de curiosidad a preocupación.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. —Pero no estaba bien. Sentía un montón de cosas, pero
definitivamente no me sentía bien.
—Luces extraña… —dijo.
Me miré en el espejo. Lucía horrible, así lucía últimamente. Mi cara era casi blanca,
y mis labios estaban grises, y las sombras bajo mis ojos parecían moretones.
Stella no se veía así. Ella se veía saludable. Normal. Si era diferente, como yo, ¿por
qué no me veía más como ella?
—Te ves como si fueras a desmayarte. —Miró de vuelta a la puerta—. ¿Debería ir
por Jamie? Iré por Jamie.
Comencé a protestar, pero la habitación comenzó a girar, y no pude hablar y
quedarme de pie al mismo tiempo. Me agarré del lavabo, pero mis rodillas se
sentían temblorosas, y me deslicé hacia el suelo.
24
Antes
Londres, Inglaterra
Traducido por Malu_12
Corregido por veroonoel
Tía Sarah cumplió su promesa. Me trató como si fuera su propia hija. Mejor, tal vez. 130
Siempre había querido en secreto una hija, según decía, una chica que sería dócil y
delicada, a diferencia de Elliot y Simon, muchachos jóvenes y ásperos, siempre
cayendo a la tierra y luchando entre sí con palos.
Estaba con ella en casi todas las comidas. Cepillaría y trenzaría mi cabello, aunque
yo tenía una doncella que podía hacerlo por mí. Era su princesa india, me decía, un
regalo que su marido ni siquiera sabía que le había dado, para hacerle compañía
después de su muerte. Pasé casi cada momento con ella mientras me enseñaba
todas las reglas.
Reglas sobre qué comer, cuándo y cómo. Qué llevar y cómo vestirse. Cómo
comportarse. Cómo dirigirse a las mujeres, cómo dirigirse a los hombres, cómo
dirigirse a los hombres de títulos, las diferencias entre los sirvientes, entre el
mayordomo, ayudante y los diferentes tipos de criados. Me enseñó con quién
podía ser vista, y qué podría ser vista haciendo.
Comíamos juntas en la mañana, hacíamos visitas por la tarde, y me enseñaba a
bailar y jugar a las cartas en la noche antes de retirarse a la cama. Nunca podría
haber imaginado una vida como esta. Me acostumbré a los gustos de las comidas
de ricos preparadas con esmero, a la ropa de cama limpia que no debía limpiar por
mí misma. Tomé largos paseos con Tía Sarah. Pasé el rato con los pequeños niños.
Y tres veces por semana, en secreto, el profesor venía a verme durante el día.
La primera vez que nos encontramos, estuve sorprendida por lo familiar que lucía.
Era moreno y guapo, y podría haber jurado que había visto su rostro antes, pero no
hizo mención de ello, y habría sido grosero si yo lo hubiera hecho.
El Sr. Grimsby lo hizo entrar en la casa sin ceremonia, y él hizo una reverencia
cuando llegué. Respondí con una reverencia y sonrió. Estudiaríamos en la
biblioteca, dijo el Sr. Grimsby, y le mostró el camino al profesor.
Era mi habitación favorita de la casa. Me encantaba el olor, la tranquilidad y la
forma en que los ejes de luz atrapaban pequeñas motas de polvo. Me sentía como
en otro mundo.
Nos sentamos.
—Bueno, Mara —me dijo en inglés con solo el más leve rastro de acento
extranjero—. Dime todo lo que sabes.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Haz la pregunta equivocada y obtendrás la respuesta errónea. Dejaré que hagas
tres de ellas antes de comenzar con nuestras lecciones.
Nunca me habían desafiado de manera tan directa, no desde mi llegada a Londres,
por lo menos, y estaba perturbada por ello. 131
—¿Quién eres tú? —le pregunté con recelo.
El profesor sonrió, dejando al descubierto todos sus dientes blancos.
—Soy una persona. Un humano. Un hombre. He sido un padre y un hijo, un esposo
y un hermano, y ahora soy tu maestro. ¿Es eso realmente lo que quieres
preguntarme?
—¿Por qué pareces familiar? —espeté, frustrada.
—Porque nos hemos visto antes. Esa es la tercera. Ahora…
—¡Espera! Nunca respondiste a mi primera pregunta —le dije mientras me cruzaba
de brazos sobre el pecho.
El profesor volvió a sonreír.
—Sé tu nombre —dijo—, porque el Sr. Grimsby te anunció antes de que entrara.
Entrecerré los ojos hacia él.
—¿Cuál es tu nombre?
—Hay poder en un nombre. Esas son cuatro preguntas, y tres era nuestro acuerdo,
pero a efectos prácticos, debería responder. Puedes llamarme Profesor. Ahora,
comencemos.
133
25
Traducido por Malu_12
Corregido por Veroonoel
Los ojos de Jamie se ensancharon cuando nos vio a Stella y a mí acercarnos. Estaba
demasiado débil para pararme por mi cuenta. Stella lo interrumpió antes de que
pudiera hacer cualquier pregunta.
—Mara está enferma —dijo—, y tú conducirás. —Le tiró las llaves a Jamie y me
ayudó a subir al asiento trasero.
Estaba agradecida por la ayuda, pero lo odiaba. Sin embargo, ni siquiera podía
reunir una cantidad apropiada de auto-odio. Estaba demasiado cansada, asustada
y enferma para hacer otra cosa que inclinarme hacia atrás en el asiento y cerrar los
ojos mientras Jamie conducía.
134
Era temprano en la tarde cuando llegamos a Savannah una hora más tarde. Nos
detuvimos en un estacionamiento de hotel no lejos de la carretera.
Después de que nos dieran las llaves, Stella le dijo a Jamie:
—Necesito hablar con Mara. Adelante.
—¿No puede esperar? —pregunté—. Tengo que ir al baño. —No tenía que ir, en
realidad, pero no estaba en condiciones de hablar sobre lo que ella quería hablar.
Solo quería dormir. Realmente dormir. En una cama de verdad.
—¿No acabas de ir? —preguntó Jamie.
Le lancé una mirada, y me dio una llave para mi habitación.
Stella me siguió, pero me escapé al baño de inmediato y abrí el grifo para ocultar
el hecho de que no estaba haciendo pis. Pero pronto oí voces afuera; Jamie estaba
en nuestra habitación también, por alguna razón. Maldita sea.
Después de que ya no podía justificar mi ocultamiento, me lavé la cara, tomé unas
cuantas respiraciones profundas, y abrí la puerta.
—Mi llave no está funcionando —dijo Jamie. Miró de mí a Stella—. Um, ¿estoy
interrumpiendo algo?
—Sí —dijo Stella mientras yo decía—: No.
—Tenemos que hablar de esto, Mara —dijo Stella.
Ahora estaba enojada.
—No hay nada de qué hablar.
—El período de Mara tiene tres semanas de retraso —dijo Stella a Jamie.
—Incómodo —murmuró Jamie mientras retrocedía hacia la puerta—. Yo, eh, iré… a
alguna otra parte.
—No podemos ignorar esto, sobre todo si…
—No estoy embarazada —le dije, respondiendo a la pregunta que iba a hacer
eventualmente.
Arqueó las cejas.
—Te has estado sintiendo mareada. Emocional. —Enumeró cada palabra con un
dedo—. Nauseabunda…
—Jamie tiene náuseas. Todos tenemos las malditas náuseas. Y todos estamos
jodidamente emocionales.
135
—No como tú —dijo Stella—. Cuando yo estuve… cuando noté por primera vez lo
que me estaba pasando, cuando empecé a oír voces, pensé que estaba loca. No
sabía qué estaba pasando, pero sabía que algo no estaba bien. Estaba confundida
todo el tiempo, mi cuerpo se sentía extraño, como si perteneciera a otra persona.
Dejé de comer, ya que era la única cosa que ayudaba. Pero luego empecé a tomar
medicamentos. Y las drogas ayudaron. Dejé de escuchar voces. Empecé a comer de
nuevo. E incluso en mi peor momento, el cual era bastante malo, no estaba como
tú ahora.
No lo dijo, pero sabía que estaba pensando en lo que le había hecho a la Dra. Kells.
A Wayne. Al Sr. Ernst.
No tenía nada que decir a eso, así que todo lo que dije fue:
—No estoy embarazada, Stella. ¡Soy virgen! Jesús.
—Por lo que sabes —murmuró.
—¿Qué significa eso, Stella? —pregunté bruscamente.
—Por lo que sabes —dijo ella, esta vez más fuerte—. Estabas fuera de ti en
Horizontes. Todos lo estábamos. Nos hicieron todo tipo de pruebas en ese lugar.
¿Y si…?
No.
—No, Stella.
—Pero, y si…
—Noah no estaba allí —interrumpió Jamie.
—Lo estuvo en un momento —dijo Stella—. Pero y si…
No.
Stella tragó saliva antes de hablar.
—¿Y si no es de Noah?
Sentí como si sus palabras hubieran acabado con todo el oxígeno en la habitación.
Una mirada a Jamie me dijo que se sentía exactamente de la misma manera.
No podía hablar, pero podía sacudir la cabeza.
—No vas a saberlo a menos que te hagas una prueba —dijo Stella.
No podía creer que ésta conversación estuviera incluso sucediendo. ¿Cómo había
llegado a esto? Me devané los sesos buscando desesperadamente un recuerdo,
cualquier recuerdo, que pudiera ayudarme a responder a esa pregunta. Me obligué 136
a pensar en Horizontes. Me habían hecho cosas. Pero, ¿qué cosas?
Stella no podía estar en lo cierto. Me sentí enferma. Iba a vomitar. Me tapé la boca
con la mano y corrí al cuarto de baño, apenas llegando al inodoro antes de
vomitar.
Me puse de cuclillas en el suelo de baldosas, temblando y sudando. Sentí la
presión de sus manos en mi cabeza mientras movía mi cabello húmedo.
—Aún estás a tiempo —dijo Stella suavemente—. Podrías terminarlo.
Vomité de nuevo.
—Necesitas saber, Mara. De una forma u otra.
—Oh, Dios —gemí.
Cuando ya no quedó nada en mi estómago, me puse de pie y me lavé el rostro. Me
lavé los dientes. Les di las buenas noches a Jamie y a Stella. Mi voz sonó robótica.
Extraña. No sonaba como si siquiera saliera de mí, pero eso ya no era realmente
sorprendente. Mi cuerpo ya no se sentía como mío. A veces hacía cosas que no
quería hacer, o decía cosas que no quería decir. A veces sentía ganas de llorar sin
motivo, o le espetaba a la gente que me importaba por lo más mínimo. Había
estado tan preocupada por tanto tiempo que estaba perdiendo la cabeza, pero
ahora me sentía como si también estuviera perdiendo mi cuerpo. Me sentía como
una extraña.
¿Y si llevaba a otro?
137
26
Traducido por HeythereDelilah1007
Corregido por Veroonoel
Nuestra siguiente parada debería haber sido Washington D.C., pero lo hice difícil.
No podía soportar estar en el auto. Estaba sudando a través de mis ropas, incluso
aunque Jamie hubiera puesto el aire tan frío como pudiese. Cada hora más o
menos me ponía enferma, y no siempre podía controlarlo. Stella y Jamie se
tomaban turnos al volante para que uno de ellos pudiera sentarse conmigo en el
asiento trasero.
Fue un recorrido silencioso; nadie mencionó nada sobre la noche anterior, mucho
menos yo, pero por algún acuerdo tácito, Jamie se detuvo a mitad del viaje de
ocho horas para cambiar de autos y detenernos en otro hotel, por mi bien, sin
138
duda. Jamie persuadió al dueño de un convertible para que nos lo prestara,
pensando que el aire me haría sentir menos náuseas. Después de que el dueño le
lanzara las llaves, Jamie se apresuró detrás de un arbusto.
Se estaba sintiendo cada vez más cómodo usando su habilidad, pero todavía lo
atrapaba clavando sus uñas en las palmas de sus manos algunas veces, o
mordiendo su labio hasta hacerlo sangrar. Perversamente, también me hacía sentir
mejor verlo luchar. Como si fuera menos rara entre otros raros. Tal vez lo que
teníamos era una enfermedad, como Kells había dicho. A veces atrapaba a Stella
mirándome nerviosamente, como si yo pudiera ser contagiosa.
Pero Jamie nunca se comportaba de esa manera. Hablamos sobre eso más tarde
esa noche, en mi habitación en uno de los moteles que habíamos encontrado
agrupados cerca a la salida de la autopista, mientras Stella estaba afuera en busca
de algo más sabroso que la comida rápida.
—Creo que Stella te tiene un poco de miedo —dijo, mientras me cambiaba en el
baño para ir a la cama.
—¿Y tú no? —dije en voz alta.
—¿De ti? Tienes el alma de un gatito.
Saqué mi cabeza fuera del baño.
—¿Un gatito?
—Un gatito asesino.
Reí por primera vez en no sé cuánto tiempo. La cosa sobre Jamie era que no
parecía lo suficientemente perturbado, a veces, por las cosas que yo había hecho.
Diría que eran jodidas en la misma manera en la que diría que el cielo era azul.
Solo un hecho, como todo lo demás. Pero las cosas que hacía nunca parecían
molestarlo realmente. Yo parecía no molestarlo nunca. De cierta manera eso hacía
que fuera mucho más fácil hablar con él que incluso con Noah.
—Así que, ¿qué vamos a hacer contigo? —preguntó Jamie.
—¿En qué sentido?
—En el sentido de que vas de cero a homicida en sesenta segundos.
—Soy apasionada.
—Eres una maniática —dijo Jamie.
—¿Prometes sacarme de mi miseria antes de que un alien emerja de mi estómago?
—Sin mentir, creo que Stella piensa que eso es algo que de verdad podría pasar. La
139
espantas como una galleta sin relleno.
—No estoy embarazada. No de un alien o algo más.
Jamie rápidamente cambió de tema.
—Sabes, he estado pensando…
—Qué novedad.
—En tu habilidad —dijo ignorándome—. ¿Has intentado, como, hacer que mierdas
buenas pasen?
—Por supuesto.
—¿Y?
—Nada. —Hice una pausa, preguntándome si debía preguntarle algo en lo que
había estado pensando por un tiempo. Oh, porque no—. ¿Alguna vez piensas en
Anna?
—Nop —dijo Jamie sin dudarlo, que fue cómo supe que estaba mintiendo. Pero
podía entender por qué. A veces las mentiras son más fáciles de creer.
Jamie cambió de tema.
—Que malo que no puedas, como, hacerte ganar la presidencia.
—¿A los diecisiete?
—Como sea. Solo quise decir… si las cosas que te imaginas podrían pasar
realmente, podrías cambiar al mundo.
—No creo que quiera ser presidente.
—¿En serio? —Jamie parecía incrédulo—. Dios, yo lo amaría.
—¿Por qué?
—Alguien tiene que ser el líder del mundo libre. Bien podría ser yo.
—¿Y qué harías con tu gran poder? Viene con una gran responsabilidad, sabes.
—Un nuevo orden mundial —dijo, sonriendo—. Los fenómenos heredarán la tierra.
—No creo que sea así como funcione la democracia.
—La democracia está sobrevalorada.
—Hablando como un verdadero dictador. Si tan solo pudiéramos cambiar de
habilidades.
—Tengo una inapropiada cantidad de entusiasmo por esa idea.
140
—Toda esta conversación es inapropiada. —Razón por la cual probablemente la
estaba disfrutando.
Jamie frunció el ceño.
—Necesitamos un poco de música en este basurero. —Miró a su alrededor—. ¿Esa
es la laptop de Noah?
Había abierto su bolso, al igual que el mío, y su computadora estaba
sobresaliendo.
—Sí.
—¿Has… mirado dentro?
Sacudí mi cabeza.
—Protegida con contraseña.
—¿No puedes resolverla?
—Nop.
—¿Puedo intentarlo?
Me encogí de hombros. Si yo no había tenido ninguna suerte, probablemente él
tampoco.
Menos de cinco minutos después sus ojos estaban cerrados y su expresión había
decaído. Como lo predije.
—¿Nada de suerte?
—No, la tengo —dijo. Su voz sonó extraña.
—¿En serio? —Sentí los nervios arremolinándose en mi estómago—. ¿Cuál era?
Jamie dudó antes de hablar. Entonces dijo:
—Marashaw.
No podía respirar. Dejé caer mi cabeza entre mis rodillas, pero cuando Jamie puso
sus brazos a mí alrededor salté.
No había visto venir esto. Era dulce, demasiado dulce para Noah. Si estuviera allí,
me habría burlado de él por eso, lo hubiera molestado por bosquejar mi futuro
apellido de casada en su carpeta.
Pero no estaba ahí. No podía molestarlo. De repente todo era demasiado. Alcancé
la computadora. 141
—¿Debería irme? —preguntó Jamie. Asentí, sin mirarlo. Lo escuché salir de la
habitación.
Mis dedos temblaron mientras hacía clic en los archivos de Noah, buscando algo,
cualquier cosa que pudiera decirme dónde encontrarlo, pero nada surgió.
Finalmente solo empecé a abrir cosas al azar. Lo que encontré me hizo desear no
haberlo hecho.
Estaba en una carpeta nombrada MAD:
Contuve el aliento mientras leía poema tras poema que Noah había escrito para
mí, el viejo Velveteen Rabbit, uno nuevo de Lolita, e incluso los terriblemente
sucios de Dr. Seuss. Mis manos temblaban y mi garganta ardía, pero no lloré. No
podía. En lugar de eso me sentía enojada. Si pudiese haber estado conmigo, lo
estaría, lo que significaba que no podía. Haría que quien fuera que lo alejaba de mí
pagara.
Abrí la llave de la tina y cerré la puerta, respirando el vapor mientras esta se
llenaba con agua, intentando calmarme. Me permití imaginar que Noah estaba ahí
conmigo mientras me desvestía.
Pensé en él levantando su camisa sobre su cabeza, la forma en la que sus músculos
se tensarían bajo su piel. Como treparía primero a la bañera, usando nada más que
una sonrisa torcida mientras esperaba por mí para que me uniera a él. Cerré mis
ojos y sonreí, pero cuando los abrí, tuve que tragarme un grito.
Noah estaba ahí, en la tina. El agua estaba roja con su sangre. Sus venas estaban
cortadas en sus muñecas.
Salí a toda prisa del baño, me puse ropa encima. Agarré la laptop de Noah sobre la
cama y la cargué conmigo hasta la habitación de Jamie. Toqué la puerta.
—Pon algo de música —dije al instante en que abrió la puerta, metiéndole la
computadora a sus manos.
—Mara…
142
—Solo hazlo, Jamie. —Pensamientos rugían en mi cerebro, ninguno bueno. Tenía
que ahogarlos.
—¿No crees que le moleste?
Sacudí mi cabeza sin levantar la mirada.
Escuché como Jamie se deslizaba entre su música.
—¿De qué estás de humor?
Cerré mis ojos.
—Algo con lo que podamos bailar.
Cinco minutos después escuché el inicio de “Sympathy for the Devil”. Jamie se paró
sobre su cama y levantó su mano. La tomé y forcé una sonrisa en mi rostro, pero
no alcanzó mis ojos. Se sacó sus zapatos, y yo me quité los míos.
Cuando la puerta se abrió, ni siquiera la escuchamos, estábamos gritando junto
con Mick Jagger con toda la fuerza de nuestros pulmones. Se sentía bien.
—Odio interrumpir —dijo Stella, mirándonos a ambos con interés—, pero la cena
ha llegado.
—Oh, gracias a Dios. —Jamie saltó de la cama—. Estoy muerto del hambre.
El olor de lo que sea que hubiese en la bolsa de plástico hizo que mi estómago
rugiera.
—Yo también. —Eché un vistazo a la bolsa que Stella estaba sosteniendo—. ¿Qué
compraste?
—Comida mexicana —dijo.
—Perfecto. —Saqué un burrito cubierto en papel de aluminio de la bolsa.
Comimos juntos con la lista de reproducción de Noah todavía sonando. Hablamos
y nos reímos sobre nada, porque si no lo hacíamos, nos rendiríamos. Antes de que
ella y yo dejáramos la habitación de Jamie, Stella me pasó una bolsa de plástico.
—Compré esto para ti.
—Um, ¿gracias?
Ya se estaba alejando, y despidiéndose con la mano sin voltearse. Miré dentro de la
bolsa.
Era una prueba de embarazo.
143
27
Traducido por Isa 229
Corregido por Veroonoel
Tan pronto como había dejado caer mis cosas en mi habitación, Jamie llamó a mi
puerta. Pasó frente a mí y luego se arrojó sobre mi cama.
—Mara, querida, ¿me pasas ese menú?
—Ponte cómodo —dije, arrojándoselo.
—Voy a pedir servicio a la habitación —dijo Jamie.
Me dejé caer en un sillón.
—Ni siquiera son las seis.
—Soy un chico que está creciendo. Déjame en paz. —Jamie cambió el canal de
televisión—. Oh, ¡una maratón de Tarantino!
Observé la televisión.
—¿Tiempos Violentos? No es mi favorita.
—Blasfemia.
—Prefiero Kill Bill.
—Hmm. Aceptable —dijo Jamie con un guiño—. Ugh, no puedo ordenar lo que
quiero hasta las siete. Bastardos. —Le dio un puntapié al control remoto y rebotó
en el colchón.
—Qué temperamento.
—El burro hablando de orejas. ¿Dónde está el minibar?
Señalé hacia el otro lado de la habitación.
—¿Me buscas algo?
—Búscalo tú mismo.
Samuel L. Jackson estaba recitando el último pedazo de su monólogo de Ezequiel 145
25:17 en la TV de pantalla plana: “Y destruiré con gran venganza y furiosa ira,
quienes intenten envenenar y destruir a mis hermanos”.
Jamie bloqueó mi vista.
—¿Supongo que no la tomaste?
—¿Tomar qué? —pregunté, viendo a John Travolta y Sammy vaciar sus cartuchos
en ese pobre chico.
—La, uh, prueba.
—La… oh. —La prueba de embarazo. Antes de que siquiera pudiera responder,
Jamie desvió su enfoque.
—Oh, hola ahí. —Jamie me tiró una caja negra de cartón mientras Samuel estaba
diciendo: “Y sabrás que mi nombre es el Señor cuando mi venganza caiga sobre ti.”
Lo atrapé incluso aunque no estaba mirando, y giré la caja.
—¿Qué es esto?
—Es, como, un kit sexual. —Jamie desgarró una bolsa de Skittles y arrojó un
puñado en su boca.
Le tiré la caja de regreso.
—Es más probable que lo necesites más que yo.
—¿Ya que estás incubando a un feto extraterrestre, querrás decir?
—No. Hay. Feto. Y soy virgen. Todavía. Lo cual creo haberte dicho ya. Varias veces.
—No creo que Stella crea en ti —dijo Jamie—. Y no puedo culparla totalmente.
Pierde credulidad imaginarse a Noah evitando tal tentación.
—No eres gracioso.
—Sí lo soy. Solo que tienes un sentido del humor de mierda. Dios, solo tú te las
podrías arreglar para embarazarte sin siquiera llegar a tener sexo primero.
—Mi vida últimamente parece estar excepcionalmente mal.
—Te concederé eso —dijo Jamie—. Pero en realidad, aunque… ¿por qué no lo han
hecho todavía?
La mejor defensa es un buen ataque.
—¿Por qué tú no lo has hecho aún?
—Me estoy guardando para el matrimonio —dijo Jamie, masticando con la boca
abierta.
146
—¿En serio?
—Sí. Probablemente. Tal vez. No sé. No estamos hablando de mí. ¿Tuviste… es
decir, quieres hacerlo? ¿Tener sexo con Noah? ¿Situación actual a un lado?
Noté que Jamie cambió el tiempo pasado al presente, pero lo ignoré.
—Por supuesto —dije en voz baja.
—Entonces, ¿qué te detuvo? Situación actual a un lado.
Me pregunté cómo explicar lo que nos había mantenido a Noah y a mí separados
incluso antes de Horizontes. Lo que temía que podría haberle hecho. Lo que me
había contado la adivina y la parte de mí que todavía creía.
—Tenía miedo… de hacerle daño.
Jamie levantó una ceja.
—Estoy bastante seguro que eso no funciona así.
—Ja ja, muy gracioso.
—Pero, en serio. Puedes decirme.
Me daba vergüenza, poner el misterio del beso en palabras, preocupada de que
Jamie podría pensar que estaba más loca de lo que en realidad estaba, dadas las
circunstancias. Pero escuchó atentamente, y no se burló de mí cuando terminé.
—¿Crees que es solo por besarse?
—No lo sé. Es decir, he besado a Noah antes, obviamente…
—Obviamente. Él nunca podría ser tan santo.
Lo ignoré.
—Y notamos que algo… pasó. Creo que tal vez está conectado a mi estado
emocional o lo que sea… como, no sé si habría pasado con un simple beso en la
mejilla, porque…
—Porque no hay ninguna intensidad.
—Correcto.
—Así que probablemente podrías haberme besado a mí o a Stella y nada hubiera
pasado.
—Stella hubiera pensado que estaba tratando de morderla. Me hubiera lanzado
gas pimienta. 147
Jamie rompió en una sonrisa.
—Dios, eso es tan preciso. Sin embargo, tiene sentido, ¿la cosa del beso? Como si
te salieras de tu estable alcance emocional, algo cambiaría con tu habilidad. Exceso
de energía o algo así.
—Así que un beso en la mejilla no haría nada —le dije.
—Probablemente no.
Planté un beso kamikaze en la mejilla de Jamie.
—MALDICIÓN —gritó, limpiándoselo—. ¡Qué pasaría si me mataras! —Tiró un
Skittle en mi cara. Golpeó mi frente.
—¡Ay!
—Saborea el arco iris, perra.
—No seas un bebé.
—Voy a ser un bebé. De hecho, voy a encerrarme en el baño y llorar ahora mismo.
—Jamie fue al baño, y cerró la puerta. Si lloró, quién sabe.
Oí jalar al inodoro y correr el agua, y cuando abrió la puerta, dijo:
—Dejé algo sobre el mostrador para ti.
—Tengo… miedo de preguntar.
—Realmente deberías tomarla.
—¿Estamos hablando de la prueba de embarazo otra vez? Porque, no.
—Sea cual sea el resultado tienes que saberlo. Lo resolveremos, pero no podemos
fingir que esto no está sucediendo.
—Admitiré que deriva un beneficio psicológico positivo que uses la palabra en
plural.
—Beneficio psicológico positivo previsto.
Quería discutir con él, pero realmente no podía. Jamie tenía razón. Si era negativo,
estaba así por algún otro motivo, y nada cambiaría. Pero si era positivo…
Si era positivo, todo cambiaría.
—No pienses en ello —dijo Jamie, metiendo otro Skittle en su boca—. Si piensas
en ello, podrías cambiar de parecer. Como dijiste, probablemente no estás… tú
sabes. ¿Pero no será un alivio saberlo?
Sí. Lo sería.
148
Se dio la vuelta y no tan suavemente me empujó hacia al cuarto de baño.
—Como rasgar una curita —dijo, cerrando la puerta detrás de mí—. Has pis.
Miré a la caja. Jamie ya la había abierto, y las instrucciones estaban a su lado, en el
lavabo. Las leí. Signo de “más” para positivo, “menos” para negativo. Bastante fácil.
Abrí el paquete y me senté en el inodoro. Casi podía oírlo fuera de la puerta,
respirando.
Me sentí como un acusado, esperando que el jurado entregara su veredicto. Los
segundos pasaron, o tal vez minutos, antes de que alguien tocara la puerta del
baño.
—No te oigo orinando —dijo Jamie burlonamente.
—Muérdeme —murmuré.
—¿Qué?
—Déjame —dije más fuerte. Mi voz era ronca, y mi vejiga estaba tímida. O algo así.
No podía hacerlo, no si él estaba escuchando. Se lo dije y le dije a Jamie que se
fuera. Para mi sorpresa, lo hizo.
Y luego lo hice. Rápidamente puse la prueba en el borde del tocador. Me sentí
enferma de solo mirarla, sentí las ganas de correr. Podría correr. Podría huir de la
habitación, huir del hotel, mentirle a Stella, a Jamie y a mí, nunca mencionarlo de
nuevo.
Pero mi madre siempre decía que la verdad te alcanzaba con el tiempo. Siempre lo
hace.
Así que me forcé a cerrar los ojos y a alcanzarla. A la cuenta de tres, me juré a mí
misma que vería.
Uno.
Dos.
Abrí los ojos.
Era negativo.
149
28
Traducido por Vanehz
Corregido por LizC
El tren estaba repleto de gente y tuvimos que caminar a través de unos miles de
vagones antes de poder encontrar asientos siquiera remotamente cerca uno del
otro. Me tambaleé dos veces. Jamie me atrapó en ambas.
Cuando finalmente encontramos asientos, prácticamente colapsé en el mío. Estaba
temblando. Crucé mis brazos para hacerlo menos obvio. No funcionó.
—¿Frío? —preguntó Jamie, cruzando el pasillo.
No lo sentía, pero de cualquier forma le dije que lo hacía, porque eso tenía más
sentido que la verdad.
—Ya regreso —dijo, y se levantó—. ¿Vigilas mis cosas? —Asentí, entonces apoyé
mi cabeza contra el vidrio. La gente llenaba la plataforma, tratando de subir a
bordo antes que el tren partiera. Los observé, hipnotizada, dejando que mi visión
se emborronara, fuera de foco, hasta que algo la trajo de vuelta abruptamente.
No. No algo. Alguien.
Un hombre parado entre la multitud. No por cómo lucía, o lo que vestía, sino
porque lo conocía.
Abel Lukumi miraba el tren partiendo de la estación, vistiendo el mismo traje negro
que había tenido cuando lo vi en el hospital después de que Jude me hubiera
hecho cortarme las muñecas. El mismo traje que había llevado en la Pequeña
Habana12, cuando había sacrificado a una gallina y me había hecho beber su
sangre. Mis labios se abrieron para hablar o gritar, pero para el momento en que
Jamie volvió, se había ido.
Miré fuera de la ventana por segundos, u horas quizás, mientras la gente se
levantaba, se sentaba, se movía alrededor del vagón. ¿Qué quería? ¿Por qué me
151
estaba siguiendo?
No sabía qué hacer o si decirle a Jamie y Stella. En realidad no sabían de Lukumi;
no entenderían. Noah podría, pero no estaba aquí.
—Estás sudando —dijo Stella mientras se deslizaba en el asiento junto a mí.
Lo estaba. También estaba tiritando.
—¿Tienes fiebre?
Me encogí de hombros. Su expresión se suavizó.
—¿Trata de descansar si puedes?
No podía.
—Estoy asustada —dije, aunque no quería decirlo en voz alta.
—Lo sé —dijo Stella.
Quería gritar que ella no sabía, que nunca sabría, porque esto no le estaba
pasando a ella, me estaba pasando a mí. Quería gritar que no estaba todo bien, y
que nunca lo estaría otra vez, porque había matado personas y esa no era la clase
12
La Pequeña Habana: Popular distrito de Miami donde se concentra la mayor población cubana.
de cosas que podías arreglar. Incluso si se lo merecían. Pero estaba cansada y mis
amigos estaban cansados, e incluso si no lo entendían completamente, entendían
lo que eso me estaba haciendo. Podían mentirme a la cara y pretender que iba a
estar todo bien, pero veía la verdad en el miedo de sus ojos. Me estaba poniendo
peor. Mucho peor. Y el tiempo se estaba acabando.
Estaba bañada en sudor cuando desperté horas más tarde. Levanté mi cabeza del
asiento y el movimiento sacudió las imágenes perdidas de mis sueños. Lukumi
parado al lado de la plataforma, una pluma negra en su mano. Yo, parada del otro
lado, un corazón en la mía. La línea del tren entre nosotros estaba llena de cuerpos
sin un rasguño en ellos, excepto por las manchas de sangre bajo sus narices. La
bilis se elevó en mi garganta. Me levanté, sujetando el asiento como apoyo. Stella
no se levantó, pero Jamie se giró mientras cruzaba el pasillo. Se sacó los audífonos.
—¿A dónde vas?
—Al baño —dije, no sabía si me pondría enferma, pero mejor asegurarme que
disculparme, y de cualquier forma, necesitaba cambiar mi camisa, la cual estaba
pegada a mi piel ahora. Titubeé en mi camino por el pasillo, agarrando mi bolso a
mi paso hacia el diminuto baño del tren. 152
Pero había agarrado el bolso de Noah, me di cuenta una vez que me encerré
dentro. El suyo era negro y el mío era gris. Parpadeé. Mi visión estaba velada, así
que todo se veía gris. Bajé la tapa del asiento de baño y me senté sobre ella,
sosteniendo mi cabeza entre mis manos, parpadeando otra vez. Mi camiseta se
aferraba a mi piel, dándome comezón.
Lo que sea. No me preocuparía por el bolso. Me pondría una de las camisas de
Noah. A él no le importaría.
Rebusqué entre ellas, pero apenas podía diferenciar una prenda de otra. Mordí mi
labio, apretando mi mandíbula para evitar perder el control, para mantenerme
aquí. Mientras lo hacía, mis dedos se curvaron alrededor de algo en su bolso que
no era ropa. Lo saqué.
Mi mano volvió a enfocarse, así como la cosa en ella. Una navaja de afeitar. La
navaja de Noah. Recuerdo preguntarle una vez por qué la usaba. Había dicho que
era de la clase más filosa.
Brilló bajo la luz fluorescente. Su peso era sólido y tranquilizador, de alguna forma,
en mi mano. Ya no me sacudía más. De modo que pude levantarme.
La miré, y entonces a mí misma en el espejo. El dolor se disparó en mi estómago,
en un arco, así se sintió. De izquierda a derecha.
Nadie más se sentía así. Nadie más actuaba así. Ni Stella, ni Jamie. Algo dentro de
mí era diferente.
Algo dentro de mí.
Algo dentro de mí.
Miré mi rostro en el espejo.
—Algo dentro de ti es diferente —dijo mi reflejo.
La navaja se cernía a solo un centímetro sobre la parte baja de mi vientre. Un
sonido precipitado resonó llenando mis oídos, como el sonido de miles de voces
susurrando: sí. Había demasiada presión, pero mis dedos no temblaron. Me miré
otra vez.
—Sácalos —dijo mi reflejo.
El tiempo saltó hacia delante. Un segundo estaba parada allí, encarando mi reflejo,
escuchándolo. Al momento siguiente, mi mano ya había pasado la navaja por mi
estómago.
Era solo una diminuta línea. Un centímetro de largo, no más grande. Pequeñas
gotas de sangre brotaron del corte como gemas relucientes. Vívidas. De hecho,
todo lo hacía. Cualquier velo que hubiera nublado mi visión, ahora se había
153
levantado. No me sentía enferma o caliente. La única cosa extraña era la presión en
mis dedos, trayendo la navaja sobre mi estómago otra vez.
Un golpe en la puerta del baño me sobresaltó antes de poder trazar la línea otra
vez.
—¿Mara? —La voz de Jamie sonó amortiguada por la puerta—. Llegamos.
Mecánicamente, sequé la navaja con el borde de mi camisa y la puse de vuelta en
el bolso de Noah. Sequé mi piel con toallitas y cambié la camiseta que llevaba por
una limpia de color negro. Salí del baño con pies estables, sintiéndome
imposiblemente ligera. Casi vertiginosa.
—¿Te sientes mejor? —preguntó.
—Sí —dije alegremente mientras un hilo de sangre caía por mi estómago—.
Bastante.
29
Traducido por Apolineah17
Corregido por LizC
No había estado en Nueva York desde que era pequeña y no lo recordaba así.
Éramos prácticamente las únicas personas que no encajaban en el tren, pero
cuando entramos en la vía y subimos las escaleras, nos mezclamos bien. La
estación Penn estaba llena de gente, un hombre con rastas hasta la cintura golpeó
mi cadera con su maletín y se disculpó, pero mientras me hacía a un lado, fui
golpeada por un cochecito siendo empujado por una madre con vidriosos ojos
muertos. Salimos de allí lo más rápido que pudimos.
La línea de taxi no fue mucho mejor. Estábamos atrapados entre un par de
preadolescentes que coincidían en el acné, en hablar ruidosamente y en llevar un
154
par de viejos tenis a juego, discutiendo en voz alta sobre un mapa en un idioma
que no conocía.
—Ouch —dijo Jamie.
—¿Estás bien? —le preguntó Stella.
—Oh, sí —dijo en voz baja—. Pero lo que la mujer de ese tipo le acaba de decir: “Si
tuvieran que poner tu cerebro en un pollo, éste correría directamente hacia la
carnicería”.
—¿Les entiendes?
—Hebreo —explicó Jamie, y luego fue nuestro turno en la fila—. ¿A dónde
primero, señoritas?
—Necesito una ducha —dijo Stella.
—¿Hotel? —pregunté.
Stella tiró de un mechón de su cabello.
—Supongo. Si tenemos que hacerlo. Pero no me gusta utilizarte para esas cosas,
Jamie.
—Patrañas. Pero mi tía tiene un lugar en el Upper West Side. Podríamos ir allí.
—Excepto que tal vez, ¿ella no se preguntaría por qué su sobrino y sus dos amigas
han aparecido frente a su puerta en una noche de escuela al azar?
—Ella no está allí. Está en su apartamento en Florida en este momento, hasta el
verano.
—¿Cómo conseguiríamos entrar? —preguntó Stella.
—Estoy seguro que podríamos averiguarlo —dijo Jamie—. Y ella ni siquiera es mi
verdadera tía. Es la madre de mi mejor amigo. Incluso si estamos siendo buscados,
no hay nadie que nos vincule.
Lo suficientemente bueno para mí. Stella estuvo de acuerdo, así que Jamie le dio
las instrucciones al conductor para ir a la casa de su tía. No presté mucha atención.
Mi mirada seguía vagando hacia mi estómago. Todavía estaba sangrando un poco,
había una pequeña mancha de humedad en la camiseta, pero afortunadamente la
camiseta era negra. Nadie lo notaría.
Mi pulgar siguió pasando sobre la pequeña línea, y me di cuenda que me estaba
quitando las suturas del corte. Parecía que no podía detenerme. Seguía pensando
en el tren, y en el borde de la navaja de Noah, y el alivio… la liberación, cuando la
presioné contra mi piel. Una voz susurró en mi mente.
155
Algo dentro de nosotras. Sácalos.
Le eché un vistazo a Stella nerviosamente. Ella no me vio; estaba mirando por la
ventana de la izquierda, y Jamie estaba mirando por la de la derecha. Pasé mis
dedos contra mi vientre, presionando sobre él. No sentí nada… no, espera. Deslicé
mi mano izquierda, hacia el interior de mi cadera izquierda, presionando hacia
abajo. Algo pareció… moverse, como un músculo tenso siendo masajeado fuera de
lugar, pero pequeño. ¿Qué era eso?
—¿Dolor de estómago? —preguntó Stella.
Atrapada.
—Ujum. —Crucé los brazos y me doblé ligeramente sobre ellos.
—Estaremos allí dentro de poco —dijo Jamie.
La vergüenza luchó con fuerza. No podía dejar que vieran que me había cortado a
mí misma. Tenía que encontrar una manera de conseguir diez, tal vez veinte
minutos a solas.
El taxi se detuvo junto a la acera, y Jamie dijo con esa voz suya:
—Nunca nos viste.
—Nunca los vi —repitió el conductor, sonando aturdido.
—Llevaste a este asombrosamente caliente modelo de ropa interior del sur de
Texas. Querías lamer sus abdominales.
—Quería lamer sus abdominales.
—Eres un imbécil —murmuró Stella cuando salía del taxi.
—Busco mis oportunidades donde puedo.
Mientras esperábamos a que el tráfico se detuviera y la luz cambiara, Jamie
aprovechó la oportunidad para vomitar en el cubo de basura.
—Ugh, asqueroso —chilló una chica en minifalda con tacones altos mientras
pasaba.
Con la cabeza todavía agachada, Jamie levantó su dedo medio hacia ella, luego
escupió en el cubo de basura y se limpió la boca con la manga.
—Ugh. Asqueroso —dijo él—. Nunca voy a acostumbrarme a eso.
—No se supone que te acostumbres a ello —dijo Stella—. Se supone que no lo
haces.
La casa de la tía de Jamie resultó ser una casa de piedra rojiza, en una
156
relativamente tranquilla calle arbolada. Caminamos hasta los escalones de la
entrada, y él se asomó por la puerta de vidrio. Estaba oscuro.
—¿Cómo se supone que vamos a entrar, otra vez? —preguntó Stella.
—Mi primo me contó una vez acerca de irrumpir el toque de queda utilizando una
llave de repuesto debajo de una roca falsa o algo así. Tal vez…
Jamie bajó de un salto nuevamente los escalones y se agachó detrás de una
pequeña puerta frente al apartamento con jardín. Allí había algunas plantas
marchitas, y un paquete con la palabra “perecedero” a un costado de éste, y…
—¡Roca falsa! —dijo Jamie, inclinándose—. Anotación. —Levantó la llave, saltó de
nuevo por los escalones, y abrió la puerta principal. Stella y yo lo seguimos al
interior.
La casa era hermosa. La sala todavía tenía la mayor parte de sus detalles originales:
un ornamentado medallón de yeso en el centro del techo, madera tallada entre la
sala y la cocina, y una enorme chimenea con un espejo sobre el revestimiento de la
misma. Stella silbó.
—Lo sé, ¿verdad? —dijo Jamie—. Las habitaciones y los baños están arriba. Tomen
la que quieran. Hay un paquete afuera para mi tía. Voy a buscarlo. ¿Deberíamos
convocar en una hora los planes para la comida?
Stella asintió. Yo también lo hice, a pesar de que no tenía hambre. Ya estaba de
camino a las escaleras.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Stella. Seguía detrás de mí.
—Un poco mejor —mentí. Luego arrugué la nariz—. Hueles mal. —Necesitaba
deshacerme de ella.
—Sí, me siento asquerosa —dijo—. Necesito una ducha desesperadamente.
—Odio decirlo —mentí—, pero realmente lo haces.
Cada uno reclamamos una habitación, pero justo como había esperado, Stella no
insistió antes de meterse en el baño, con bolso de lona en mano. Cuando las nubes
de vapor comenzaron a filtrarse por debajo de la puerta, puse el bolso de Noah
sobre la cama en la habitación que había elegido. Todavía tenía su navaja en mi
bolsillo trasero, pero no estaba segura de que eso fuera lo que quisiera. Lo que
necesitaba.
Después de un minuto o dos mi mano se cerró fuertemente alrededor de una 157
camiseta enrollada que había enterrado cerca de la parte inferior de sus cosas. La
saqué y la desenrollé, encontrando el bisturí que había escondido allí. Eso era lo
que necesitaba.
Mis dedos parecieron hormiguear mientras sostenía el metal en alto. Sabía,
objetivamente, que lo que estaba a punto de hacer era una locura, pero de alguna
manera mis pies me llevaron hacia la puerta de la habitación de invitados, y mis
dedos cerraron la cerradura para que así nadie fuera capaz de detenerme. Y
entonces levanté mi camiseta y comencé a cortar.
30
Traducido por Apolineah17
Corregido por LizC
La primera cosa que noté cuando desperté era que nuestra cama matrimonial 162
estaba empapada de sangre.
Encendí una vela de sebo, y el humo y el azufre llenaron mis fosas nasales a
medida que un pequeño destello de luz me mostró a Charles, mi marido. Estaba
entre las sombras; la línea de su espalda, expuesta a la cintura, lucía suave y
tranquila. No subía y bajaba con su respiración, porque él no estaba respirando.
Yacía boca abajo, con la cabeza inclinada hacia un lado, y un charco de sangre
acumulado por debajo de su rostro. Tenía los ojos abiertos, pero no veían nada.
No escuché nada más que el flujo de sangre en mis oídos, la dureza de mi propia
respiración entrecortada en el aire. Aparté las mantas que lo cubrían, y él no se
movió. Vi una gota de sangre verterse de su nariz, y él no la limpió. Me atraganté
con un sollozo, cubrí su cuerpo de nuevo, llevé mis dedos a mi cabello y tiré de él
para tratar de despertarme. No funcionó, porque no estaba durmiendo.
Pero sí me trajo a la consciencia lo suficiente para escuchar un nuevo sonido… el
crujido de algo en contra de la ventana del dormitorio. Mi cabeza se levantó de
golpe, pero mis ojos no vieron nada.
Con dedos temblorosos, tomé el candelabro de bronce junto a la cama. Una gota
de sebo caliente golpeó mis dedos, y me estremecí ante el dolor, luego le di la
bienvenida. Este hizo a un lado el horror por un momento, permitiéndome pensar
en otra cosa. Me arrastré aturdida hacia la ventana y miré fuera de ella, la vela
reflejándose en el cristal distorsionado.
El profesor estaba de pie bajo la casa de Charles, bajo nuestra casa, sesgado por la
luz de la lámpara de gas a través de la calle. Levantó un brazo y me apuntó,
acusándome.
¡Qué cosa tan loca por pensar! Una risita estridente escapó de mi garganta, y mi
risa apagó la vela. No había visto al profesor en seis meses, desde que me había
comprometido, y su presencia aquí, justo ahora, era tan sin sentido para mí como
los acontecimientos que habían ocurrido.
Algo pequeño golpeó la ventana una vez más. Incliné mi cabeza ante el profesor, y
vi que había estado apuntando, no a mí, sino al lado este de la casa, a la entrada
que conducía a las caballerizas detrás de ella. Él quería que abriera la puerta.
Pero los sirvientes… oh, Dios, los sirvientes. ¿Qué iba a decirles? ¿Cómo voy a
explicarles?
Tirando de mi cabello otra vez, traté de pensar. Podía evitar las dependencias del
servicio si tomaba la escalera principal, salía por la puerta principal en lugar de la
parte de atrás. La llave de la puerta estaba en la cocina. Si era cuidadosa, y callada,
podría conseguirlo sin molestar a nadie. 163
Casi dejé la habitación en mi bata manchada con la sangre de mi marido, pero me
detuve en el umbral, inundada con horror de nuevo. Me sentí enferma, pero me las
arreglé vertiginosamente para encontrar una bata limpia y ponérmela torpemente.
Había pasado tanto tiempo desde que me había vestido por mi cuenta, y casi me
había olvidado de cómo hacerlo.
Bajé la escalera principal con los pies descalzos, mi largo cabello suelto velando mi
cara, mi bata ondulando en mis tobillos. Todos los pensamientos de la decencia
fueron desterrados por la memoria de la sangre de mi marido acumulándose
debajo de su cara. Temblando de pánico, me encogí ante cada crujido de las tablas
del suelo, contuve la respiración con cada sonido. Mis dedos se arrastraron por la
pared para ayudarme a encontrar mi camino en la oscuridad.
Finalmente llegué a la cocina y a la llave, en silencio me deslicé fuera por la entrada
lateral de la casa, y abrí la puerta que conducía a las caballerizas. El profesor me
estaba esperando.
El cielo de color carbón se había devorado todas las estrellas, pero solo había
menoscabado un trozo de la luna, permitiendo solo la suficiente luz para verlo. Él
estaba allí de pie vestido con un chaleco negro con una camisa negra de mangas
largas por debajo. Me llevó en silencio a los establos vacíos. Desde que Charles
había comenzado a cortejarme, había sido incapaz de mantener a los caballos aquí.
Seguían lastimándose a sí mismos, pateando las puertas de sus puestos con miedo
o ira para escapar de algún destino sin nombre, y tuvieron que ser trasladados a un
establo cercano.
Fantasmas de telarañas colgaban en las esquinas de los tranquilos puestos, y una
ligera brisa arrojó hojas en los escalones adoquinados. Danzaron a los pies del
profesor, y yo temblé del frío.
—Tenemos que irnos esta noche —dijo el profesor.
Abrí la boca, pero las únicas palabras que salieron fueron:
—Mi marido… mi marido…
—¿Dónde está?
Pero no pude decir nada más que esas dos palabras. Seguí repitiéndolas como si lo
harían reaparecer.
El profesor me tomó por los hombros; nunca antes lo recordaba tocándome.
Retrocedí cuando él dijo:
—Tu marido está muerto.
Él lo sabía. Lo sabía. 164
—Tu marido está muerto —repitió—. Tienes que irte de esta casa, y de Londres.
No podía hablar, por lo que el profesor continuó.
—La vida que viviste ya no está disponible para ti. Todo lo que alguna vez tuviste
se desvanecerá. Serás rechazada, echada. Si no eres tratada como una criminal,
enfrentarás a la indigencia, la pobreza. Una mujer sin propiedades, sin marido, con
la maldición de la muerte de un marido sobre ella…
Sus palabras me trajeron de vuelta a mí misma.
—Pero mi familia…
—Ellos no son tu familia. ¿Te has olvidado de dónde vienes?
La pregunta me asustó.
—¿Cómo sabes de dónde vengo? —Él no contestó, pero no se había equivocado al
preguntar. Me había olvidado. Entre las cenas, los bailes, el cortejo y la boda, me
había olvidado de muchas cosas. Hacía tanto tiempo que no había hecho nada por
mí misma; había pasado años aprendiendo a dejar que otros me vistieran, me
alimentaran, me enseñaran, todo ello bajo la cuidadosa tutela de la Tía Sarah, y
ahora, ahora estaba indefensa—. No puedo… no puedo irme.
Habló con firmeza.
—Puedes y lo harás. —A continuación, inclinó la cabeza, como si hubiera oído
algo—. Debemos…
—¿Debemos? —pregunté bruscamente. Sus palabras habían abierto una ráfaga de
ira que no me había dado cuenta siquiera estaba allí—. ¿Dónde has estado? Te
fuiste sin decir una palabra, y ahora…
—Me fui porque había hecho todo lo que podía por ti en ese entonces, y estoy
haciendo todo lo que puedo por ti ahora. No eres mi único estudiante —dijo con
un poco de brusquedad—. Estaba asistiendo a otro en la Universidad de Cristo en
Cambridge, y vine aquí tan rápido como pude. Ahora recobra la compostura.
Tenemos una larga noche por delante de nosotros.
—Esto es una locura —le dije—. Mi marido…
—Tu marido está muerto porque lo mataste —dijo el profesor, dejándome
aturdida y en silencio—. No eres lo que Simon Shaw creía que eras —agregó en
voz baja.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Y, ¿qué era eso? 165
—Una cura.
—Entonces, ¿qué soy?
Su mirada cayó.
—Una enfermedad. —Él vaciló, y miró alrededor de nosotros en el establo vacío—.
Los caballos lo sabían.
El áspero soporte de una puerta en el establo se presionó en la curva de mi
espalda. Había retrocedido contra ella sin darme cuenta.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo he visto.
—¿Dónde?
—En tu futuro.
Sus palabras me helaron el corazón.
—¿Quién eres?
—Sabes quién soy.
Tragué saliva.
—¿Qué eres?
—Tu maestro —dijo simplemente—. Ahora obedéceme. Vístete, en colores oscuros
de preferencia. No tomes nada de esta casa. Nada de esta vida. —Miró al cielo, que
amenazaba con aligerar—. Debemos empezar antes del amanecer.
—¿Empezar qué? —susurré.
—Tu verdadera educación. —Entonces, metió la mano en su chaleco, y la sacó con
algo que no pude ver. Caminó hacia la luz de la luna, y yo lo seguí cuando abrió su
palma. Algo de plata brillaba en su mano. Un colgante, la mitad de él forjado en la
forma de una pluma, la otra mitad una espada.
166
32
Traducido por LizC
Corregido por Mari NC
169
33
Antes
Londres, Inglaterra
Traducido por Vanehz
Corregido por Jane
Desobedecí al profesor en una cosa cuando dejamos Londres antes del ocaso. 170
Llevaba en mis manos temblorosas la muñeca que Hermana me hizo. Nada más.
Nada menos. Miré, alerta, con ojos borrosos por las lágrimas, al carruaje que el
profesor había alquilado. Los caballos estaban inquietos, pero él les dio algo que
los calmó, dijo, antes de notar lo que estaba en mi mano.
—Mara…
—Ese no es mi nombre real —dije, con voz ronca. Quería cambiar el tema, así no
me forzaría a dejar mi muñeca.
Él me consideró.
—¿Lo elegiste por tu cuenta?
Asentí.
—Entonces es así como debemos llamarte.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunté mientras el carruaje andaba sobre las calles de
piedra hacia la ahumada salida de sol.
El profesor levantó una ceja.
—He tenido muchos.
—¿Cuál es el que elegiste para ti?
Ante esto, él sonrió.
—He elegido muchos. Abraham, Alexander, Alim, Abel, Arthur, Armin, Abdul, Aldis,
Alton, Alonzo, Aloysius…
—¿Todos empiezan con A? ¿Por qué?
—Estás tan inquisitiva como cuando me fui. Cuando vivas de la forma en que yo lo
hago, deberás encontrar formas de entretenerte.
No vi cómo eso fuera entretenido en ningún sentido, pero no dije nada. Había
mucho más en mi mente. Lo que podría pasar al amanecer, cuando los sirvientes se
levantaran y encontraran a mi esposo, lo que Tía Sarah podría decir, hacer, cuando
se enterara de que me había ido. Mi garganta se apretó, y apreté la muñeca hasta
que mis nudillos se pusieron blancos.
—¿Cómo me encontraste?
—¿En Inglaterra o en la India?
Mis ojos se ampliaron con sorpresa.
—¿India?
—Por destino —dijo casualmente—. Eras más joven entonces. 171
Volví hacia atrás, buscando en mi mente algún brillo de reconocimiento.
Recordaba a una mujer señalándome, susurrando algo. Un hombre estaba con ella,
pero no podía recordar su rostro.
—¿Eras tú? —Y entonces, antes de que pudiera responder—. ¿Cómo supiste dónde
encontrarme?
—Fui pagado por Simon Shaw para descubrir lo que él creía que era el secreto de
la inmortalidad. —El profesor sonrió solo ligeramente.
—Pensó que yo era…
Un ligero asentimiento.
—Conocía al hombre que tú llamabas Tío, y le sugerí al Sr. Shaw que lo contratara
para cuidar de ti hasta que crecieras, porque nadie podía estar seguro de en qué te
convertirías hasta que fueras mayor.
—¿Pero creí que habías visto mi futuro?
—Puedo ver sombras en él, bajo… particulares circunstancias. Pero muchas cosas
están ocultas, incluso para mí.
—¿Cómo es que conoces a Tío?
El profesor presionó sus labios juntos.
—No hay muchos de nosotros, y somos… —buscó la palabra—… atraídos hacia los
otros. —El carruaje disminuyó la velocidad hasta detenerse. Él salió del carruaje y
tendió su mano hacia mí. La tomé, aferrando mi muñeca en la otra.
—¿Profesor?
—¿Sí?
—¿Qué es lo que soy?
La mirada que me dio estaba teñida de tristeza, pero también esperanza. Nunca la
olvidaría.
—Eres una chica, Mara. Una chica bendecida y maldecida.
172
34
Traducido por Helen1
Corregido por Jane.
La luz cambió de negro a rojo brillante. Entrecerré los ojos hacia esta.
—Ella se está moviendo. Mira.
—Hola, tú.
La voz de Jamie. Traté de responderle, de tragar, pero mi garganta se sentía llena
de arena. Me obligué a abrir los ojos, la luz de la habitación era cegadora. Una
sombra a contraluz se movió a mi lado.
—Stella, un poco de agua, ¿tal vez?
173
En segundos otra sombra se unió a Jamie, entregándole algo. Sostuvo algo frío y
duro contra mis labios, un vaso. Estaba débil y no podía quitárselo, pero bebí de él
con avidez. El agua helada corrió por mi barbilla, y mientras lo hacía, me di cuenta
de que me congelaba también.
—Fría —dije entre tragos. Mi voz todavía era ronca, pero al menos tenía una. La
habitación se enfocaba también. Cuanto más consciente me hacía de todo a mí
alrededor, más consciente me hacía de mí misma. Me congelaba, y tenía náuseas,
pero de alguna manera no me sentía enferma.
—¿Qué pasó? —pregunté.
Jamie y Stella intercambiaron una mirada.
—¿Qué recuerdas? —preguntó ella con cautela.
Pensé de nuevo, buscando a través de los recuerdos nebulosos de los últimos días,
el viaje por carretera, la náusea, el tren, la navaja de afeitar…
Oh, Dios.
—Yo… yo me corté —admití. Mis mejillas ardían de vergüenza.
Pero entonces Jamie dijo:
—Los sacamos.
Parpadeé.
—Realmente había algo dentro de ti, Mara. Tenías razón.
Horror.
—Oh, Dios. ¿Qué era?
—¿Así como, cápsulas, quizás? —dijo Stella.
—¿Todavía las tienen? —pregunté.
—Sí. ¿Jamie?
—Están en mi habitación. Espera.
Jamie se fue, y cuando regresó, tendió su mano.
Había dos de ellas, un poco más grandes que un grano de arroz, y transparentes.
Algo cobre y negro se encontraba dentro de una, en la otra, cobre y rojo.
—¿Cómo sabías que estaban ahí? —preguntó Stella.
Pensé, recordé mi cara en el espejo, y los susurros:
174
Sácalos.
Por favor, detenlo.
Abrí la boca para decirles, pero luego me tragué las palabras.
—Tuve una sensación. —Fue todo lo que dije mientras me estremecía. Stella
envolvió una manta alrededor de mis hombros.
—Nos asustaste mucho, ya sabes.
Lo sabía. Pero no tuve otra opción. O al menos sentí como si no hubiera tenido
otra opción. Recordé la sensación que tuve en el tren, la sensación que estuvo
conmigo desde que desperté en Horizontes, en la isla. Se había ido ahora. Me
sentía como, como yo.
—Te ves mejor —dijo Jamie, estudiándome—. ¿Cómo te sientes?
—Mejor. —Tenía sed, estaba cansada, con náuseas y hambre al mismo tiempo.
Pero me sentía normal. Normal para mí, de todos modos.
—Escucha —comenzó él—. Hay algo que necesitas saber.
Levanté las cejas.
—Cuando tú… cuando te encontramos así como te encontramos, encontramos
algo más.
Jamie miró a Stella, que metió la mano en su bolsillo.
—Alguien dejó una nota en la puerta. —Ella me la entregó.
Créele.
No reconocí la escritura a mano.
—¿Se refiere a mí?
Jamie asintió.
—Vino con un kit médico o algo así. Una gran bolsa de mierda quirúrgica.
Sentí frío otra vez.
—Alguien sabía lo que había dentro de mí.
—Y sabe que estamos aquí.
—Lo que significa que tenemos que irnos —dijo Stella—. Como, ayer.
—Pero quienes fueran, quienes lo dejaron, te dijeron que me creyeras. Y tenían
razón.
175
—Sin embargo, esta persona sabe lo que está mal con nosotros, ¿y por qué solo no
dirían algo si quisieran ayudar?
Mi mente se aferró a la imagen del hombre que conocía como Abel Lukumi. Si
Noah hubiera estado allí, habría dicho que me aferraba a las coincidencias y
trataba de forzarlas a ser hechos. Pero Noah no se encontraba allí. Éramos solo
Stella, Jamie y yo, y un rastro de migas de pan que llevaba a nadie y nada más que
al sacerdote.
Así que les conté. Acerca de la botánica en la Pequeña Habana, donde él me vio,
me reconoció, y trató de echarme antes de darme de beber algún brebaje extraño
que me hizo, finalmente, recordar lo que le hice a Rachel y Claire. Les dije sobre
tratar de encontrarlo de nuevo, después de que aniquilara todo en la casa de
insectos en el zoológico de Miami. Les expliqué cómo era su rostro el que vi en el
hospital después de que Jude me cortara las venas, él en el andén mientras el tren
se alejaba del D.C. En el momento en que había terminado, Jamie se había
apoyado sobre la cama, con la cabeza entre las manos.
—Entonces, ¿lo qué me estás diciendo es… —Extendió la mano—, que algún tipo
de vudú de santería del sur de la Florida te siguió, nos siguió, todo el camino a
Washington D.C, y sabe que estamos en Nueva York, y sabe dónde estamos, pero
no se mostrará?
—Sí —le dije.
—¿Pero, por qué? ¿Qué ganaría él?
Recordé las palabras que una vez habían pertenecido a Noah, pero que ahora me
pertenecían a mí.
—Nunca sabes lo que una persona tiene para ganar o perder por algo.
—Sin embargo, no lo entiendo —dijo Stella—. ¿Por qué él simplemente dejaría la
bolsa? Si quiere ayudarnos, entonces debería jodidamente ayudarnos.
—Tal vez no puede —dijo Jamie.
—O tal vez no quiere —dije, el pensamiento formándose mientras las palabras
salían de mi boca—. Tal vez él es… responsable de esto.
—¿Responsable de qué manera? —preguntó Jamie.
—Responsable como, en tal vez él es el que está detrás de esto. Todo esto —dije—
. Si somos algún tipo de experimento o lo que sea, el que nos siga podría ser parte
de ello. Observando lo que hacemos, cómo reaccionamos, lo que nos sucede 176
cuando reaccionamos. —Pensé en las cosas que habíamos visto en Horizontes, las
cosas que Kells nos había dicho—. Tal vez él es el que… tal vez él es el que financió
a la Dra. Kells.
—Pero entonces, ¿por qué traernos la bolsa? ¿Por qué iba a querer ayudar a sacar
esos… lo que sea que fuera, de ti? —preguntó Stella.
—Tal vez ella los puso dentro sin permiso —sugirió Jamie—. Hablando de eso. —Él
me miró—. ¿Crees que el resto de nosotros también los tiene?
—No me siento diferente —dijo Stella—. ¿Tú?
Jamie tragó.
—Realmente ya no sé lo que significa “diferente”. Me desperté un día en la isla y
no podía caminar, al igual que tú —dijo, mirándome fijamente—. Pero entonces,
¿por qué no estoy enfermo?
—Estás enfermo —dijo Stella cuidadosamente—. Pero eres un año más joven que
nosotras. Tal vez solo estás en la primera etapa, de lo que sea que está
sucediendo…
Recordé las palabras escritas en la pizarra cuando me desperté en Horizontes.
J. Roth, manifestándose.
—Manifestación —dije en voz alta—. Esa lista, ¿la recuerdan? Decía que Stella y
Noah, ya se han manifestado. Kells escribió eso, en sus notas.
—Sin embargo, ¿qué significa eso? —preguntó Jamie.
—Eso significa que vas a ponerte más enfermo —dijo Stella—. Cuando me estaba
pasando, me puse peor antes de mejorar.
—¿Qué? Quieres decir cuando te estaba…
—Manifestando, o lo que sea. Las voces, no siempre fueron ruidosas. Al principio
pude medio ignorarlas. A veces, incluso las escuchaba —dijo ella en voz baja—. He
oído cosas que no debería haber hecho, y a veces hice… hice cosas —dijo—. Usé lo
que sabía, a pesar de que parte de mí sabía que estaba mal. Hice trampa en un
examen. Ésta chica que me intimidaba, expuse sus secretos a todo el mundo. Y
cada vez que hacía algo, las voces aumentaban. Más fuerte. Había más de ellas.
Eran tantas, que no podía decir qué pensamientos eran míos y cuáles pertenecían a
otra persona. Me sentí como si me estuviera volviendo loca. Me estaba volviendo
loca. —Ella se volvió hacia Jamie—. Usar tu habilidad… no es gratis, aunque
parezca de esa manera ahora. Está funcionando bastante bien para ti en este
momento, y por eso tienes suerte, pero con el tiempo, las consecuencias van a
alcanzarte.
177
Jamie aparentemente no tuvo ninguna reacción a esto.
—¿Y si hay algo dentro de ti —continuó Stella—, igual a lo que había dentro de
Mara? Se va a activar en algún momento, como lo hizo con ella, y vas a atravesar la
misma mierda.
Jamie puso los ojos en blanco, pero se encontraba inquieto. Podía decirlo.
—Entonces, bien —dijo—. ¿Qué hacemos ahora?
Los interrumpí a ambos.
—Casi muero esta noche —dije—. Mañana vamos a averiguar quién casi me mata.
35
Traducido por Jessy
Corregido por Jane.
Eran eso de las once cuando finalmente nos arrastramos fuera de la cama la
mañana siguiente. Podía caminar sola, pero dolía. Un montón. Así que era lenta.
Pero nuestra única ventaja real era las cosas fiscales que Stella tomó de la oficina
de Kells con la dirección del contador en ellas, y él no iba ir a ninguna parte.
Probablemente.
El taxi nos dejó en las entrañas de Midtown. Los tres nos quedamos mirando a una
pequeña propiedad horrible encajonada entre Laundromat y FedEx, un edificio que
llevaba la dirección donde Ira Ginsberg, Contador Público, presumiblemente
registraba los impuestos para malvadas corporaciones tales como Horizontes LLC. 178
—Entonces, ¿cuál es exactamente el plan? —preguntó Stella.
—Le vamos a preguntar para quién trabaja —dije.
Stella se rascó la nariz.
—¿Y qué pasa si él simplemente… no da voluntariamente esa información?
—Entonces Jamie lo animará a ofrecerla. —Y si eso fallaba, lo alentaría yo misma.
Me sentía extrañamente bien y extrañamente confiada. Lo que sea que la Dra. Kells
había intentado hacerme, había fallado. Todavía estaba aquí, y esas cosas que
habían estado en mi interior, lo que sea que fueran, habían desaparecido.
Teníamos la dirección del hombre que había hecho posible que ella hiciera lo que
había hecho. Nos estábamos acercando a todo. Más cerca de Noah. Podía sentirlo.
Jamie aclaró su garganta.
—¿Vamos?
Fuimos. Un portero nos entregó tarjetas de visitantes, las cuales pegamos (en mi
pecho, la cadera de Stella, en la nalga izquierda de Jamie). Luego nos montamos
en el ascensor hacia la suite indicada. La sala de espera parecía un consultorio
médico, completado con una recepcionista con coleta masticando chicle. Stella
miró a Jamie y le hizo señas a la masticadora.
—Me debes mucho, ni siquiera puedo contar lo mucho que me debes —murmuró
él.
—¿Nombres? —nos preguntó la recepcionista.
—Jesús —respondió Jamie.
—María —dijo Stella.
—Satanás —dije cuando caminé junto a ella y abrí la puerta hacia la oficina de Ira
Ginsberg.
La habitación era dolorosamente común, y también lo era Ira. Tenía un rostro
ligeramente pastoso que surgía del cuello de su muy apretada camisa de vestir y
corbata. Se levantó al instante que entramos, seguidos de la recepcionista.
—Está todo bien, Jeanine —dijo él—. Dile a mi cliente en la línea uno que tendré
que devolverle la llamada.
—Sí, Sr. Ginsberg —dijo ella, mirándonos mientras salía.
—¿Cómo puedo ayudarles? —nos dijo el Sr. Ginsberg.
Jamie se deslizó en un asiento frente a su escritorio.
—Me alegra que pregunte. —Le entregó al Sr. Ginsberg lo del impuesto que Stella
179
robó de la oficina de Kells—. ¿Quién lo contrató para preparar esto?
—Me temo que no puedo divulgar la información del cliente, señor…
—Jesús —dijo Jamie. Solté un bufido.
—Sr. Jesús —dijo Ira, sin humor.
Jamie asintió pensativamente.
—Lo entiendo. Reformularé. ¿Quién lo contrató para preparar esto? —Esta vez
cuando Jamie habló, su voz fue fuerte y persuasiva, y el Sr. Ginsberg miró el papel
por solo un segundo antes de responder. El interrogatorio había comenzado.
—Horizontes LLC, es una subsidiaria de propiedad absoluta; un representante de
su empresa matriz me contactó y me pidió si podía incorporarlos en Nueva York y
manejar sus finanzas. ¿Por qué?
—¿Sabe lo que hacen?
—No —dijo el Sr. Ginsberg alegremente.
—Alguien de la compañía, Horizontes, debió tener que firmar esto, ¿cierto?
—Creo que hay un representante designado de registro, sí.
—¿Quién?
El Sr. Ginsberg se frotó la barbilla.
—No recuerdo el nombre. Era muy genérico.
—¿Pero está en los documentos que preparó para ellos?
—En efecto.
—Entonces denos los documentos —dijo Jamie, con su voz cortando el aire como
cristal.
—Oh, lo haría, lo haría, excepto que no los tengo. Todo lo relacionado con EIC, la
empresa matriz, se mantiene en los archivos, no en la oficina.
—¿En los archivos?
—Un registro de documentos relacionados a la empresa y a sus filiales. Pero los
archivos están codificados. Les costará una gran cantidad de tiempo encontrar algo
ahí sin la clave de acceso.
Jamie le dio al Sr. Ginsberg una mirada dura con una ceja levantada.
—Entonces denos la clave de acceso.
180
Los ojos del Sr. Ginsberg parecían fuera de foco.
—No puedo. Ya no lo tengo.
Intercambié una mirada con Stella.
—¿Qué hiciste con ella? —le preguntó Jamie.
—Esos documentos en particular fueron solicitados hace unos días, junto con la
clave. Me dieron instrucciones para enviar la clave a un buzón en la Universidad de
Nueva York.
—¿Por quién? —preguntó Jamie.
—No lo sé —dijo el Sr. Ginsberg—. Tienen que entender, estos son los
procedimientos operativos de la compañía. Una persona autorizada me
proporciona el código de acceso, y yo le proporciono a él o a ella la clave de
acceso, para facilitar la localización de los documentos en los archivos. Muy útil
para el litigio.
Jamie se inclinó hacia delante en la silla.
—¿Explíquese?
—Sin la clave de acceso la compañía podría revelar pruebas y enterrar a sus
oponentes en el papel, y ellos no tendrían idea de lo que significaría nada de eso
—dijo el Sr. Ginsberg con una sonrisa socarrona—. Se necesitarían años para
arreglarlo todo, y tendrían que pagarle a sus abogados por la hora mientras lo
hicieran.
No podía aceptar que hubiéramos llegado hasta aquí y pasado por todo lo que
atravesamos para enfrentar otro callejón sin salida.
—Entonces díganos a quién le envió los documentos —dije, mi paciencia
decreciendo—. Y denos la dirección de los archivos.
El Sr. Ginsberg actuó como si no me hubiera escuchado. Jamie repitió mis
preguntas.
El Sr. Ginsberg suspiró.
—No había ningún nombre acompañando la dirección en la Universidad de Nueva
York, solo un departamento.
—¿Cuál? —preguntó Jamie.
—Literatura Comparativa.
Yo ya estaba caminando hacia la puerta.
181
36
Traducido por Kathesweet
Corregido por LizC
Dejamos la oficina con dos direcciones a la mano: una, los archivos; la otra, el
Departamento de Literatura Comparativa en la Universidad de Nueva York.
—Entonces, ¿a dónde vamos? —preguntó Jamie cuando nos detuvimos afuera—. A
los archivos primero, ¿cierto? —preguntó, al mismo tiempo que Stella dijo:
—A la UNY primero. —Sacudió la cabeza—. Si descubrimos quién recibió la clave
de acceso en la universidad, eso podría darnos al menos un nombre para ir más
rápido en lugar de buscar entre probablemente millones de páginas de estúpidos
documentos.
182
—Pero no hay nombre con esa dirección —dijo Jamie—. Quienquiera que le dio el
código a Ginsberg simplemente pudo haberle enviado la clave por correo para que
la recogiera, y yo solo quiero encontrar algo, cualquier cosa, ahora mismo, incluso
si todo lo que encontramos son estúpidos documentos en un enorme depósito en
algún lugar. ¿Qué dices, M?
—En realidad, estoy con Stella. —Me encogí de hombros—. UNY va a ser más fácil,
más simple, que encontrar nuestra aguja en un pajar de archivos.
Jamie levantó las manos derrotado, y los tres tomamos un tren a Village. Jamie
tuvo que persuadir al guardia de seguridad para que nos dejara entrar sin
identificación. Entonces nos dirigimos al piso donde las literaturas eran
comparadas, y le preguntamos a la pasante con mirada ausente en la recepción
dónde y cómo se distribuía el correo entrante. Ella nos señaló una caja de leche
apilada con muchos sobres.
—Entrego el correo a los profesores durante sus horas de oficina. Todo lo que no
tenga el nombre de un profesor va al jefe del departamento, Peter McCarthy.
Stella y yo enarcamos las cejas.
—¿Y dónde está la oficina del Profesor McCarthy?
—La última puerta a la izquierda.
Cuando llegamos allí, estaba cerrada.
—Por supuesto que está cerrada —dijo Stella después de haberlo probado—. Por
supuesto.
—Esperen —dijo Jamie, y sacó algo de su bolsillo. Puso lo que parecía un pasador
en el ojo de la cerradura y la sacudió con propósito. Prácticamente contuvimos el
aliento hasta que escuchamos que el mecanismo hacía clic.
—Después de ustedes —dijo él, empujando la puerta. Entré primero.
Filas de estanterías rebosantes se alineaban por toda la habitación, llenas con
documentos, cuadernos y objetos al azar en cada superficie disponible, y muchas
no disponibles también. Una planta que parecía húmeda colgaba de una maceta
sujeta al techo. Jamie se agachó debajo de ésta y empezó a explorar.
—¿Qué estamos buscando, exactamente?
—La clave de acceso, supongo —dijo Stella, levantando cuidadosamente algunos
papeles sobre el escritorio.
Jamie entrecerró los ojos.
—¿Te das cuenta que podría ser un código, no una llave real?
183
Me dirigí directamente a una caja medio enterrada colocada precariamente sobre
un estante, y empecé a buscar entre su correo.
—Sin embargo, Ginsberg dijo que había enviado el código de acceso aquí. Lo que
significa que lo envió por correo. —Levanté un montón de sobres y los repartí
entre Jamie y Stella—. Feliz búsqueda.
—Estoy bastante segura de que abrir el correo de alguien más es un crimen —dijo
Stella.
—Estoy bastante seguro de que también lo es ser cómplice de un asesinato —dijo
Jamie—. Y sin embargo, aquí estamos. —Levantó un sobre de manila y alzó las
cejas—. No hay dirección del remitente…
—Ábrelo —le dije.
Deslizó cuidadosamente un dedo debajo de la solapa y miró el interior, luego sacó
un catálogo de IKEA grueso y lustroso.
Así sucesivamente. Los tres trabajamos en silencio. Revisé mi pila, buscando por
algo con el nombre de Ginsberg, o incluso solo una dirección. Pero nada destacó.
—Este puede ser otro callejón sin salida —gimió Stella.
Sabía cómo se sentía. Frustración y rabia burbujeaba en mi interior, y abandoné la
pila de correo revisado apresuradamente y me dejé caer al suelo para revisar los
documentos, cuadernos y carpetas de archivos amontonados en pilas por toda la
oficina estrecha y repleta. Cualquier esperanza que hubiese tenido originalmente
se estaba agotando con cada segundo. Los archivos serían mil veces peor que esto.
¿Cómo podríamos encontrar lo que estábamos buscando cuando ni siquiera
sabíamos dónde buscar?
Stella y Jamie habían abandonado sus pilas de correo y ahora estaban siguiendo
mi ejemplo, buscando entre los documentos en el suelo.
—Estos documentos son, como, de nivel de lectura de cuarto grado. ¿Qué enseña
este tipo?
—“Estudios de Género de los Isleños del Pacífico de 1750 a 1825” —dijo Jamie,
leyendo un documento sin levantar la mirada.
—Esto es inútil —dije mientras me levantaba de mi posición—. Si la clave fue
enviada aquí, quienquiera que le dijo a Ginsberg que la enviara aquí ya podría
haberla recogido. Podríamos estar buscando algo que ni siquiera está aquí.
—Entonces, ¿qué, nos vamos? —preguntó Stella.
—Tenemos mejor oportunidad de encontrar lo que estamos buscando en los
184
archivos —dijo Jamie—. Para su información, se los dije antes. Miren, van a haber
un montón de cosas allí, obviamente, pero estamos obligados a encontrar algo
que podríamos usar para descubrir quién está detrás de todo esto. Eventualmente
—agregó.
Odiaba admitirlo, pero este, de hecho, estaba resultando ser un callejón sin salida.
—Pongamos todo en el lugar donde lo encontramos antes de que alguien nos
encuentre rebuscando entre sus cosas.
Stella se veía afligida. Jamie estaba ansioso por irse, y empezó a poner las cosas en
su lugar tan rápido como sus pequeñas manos podían moverse. Reordené la pila
de cuadernos que estaba sosteniendo en la esquina del escritorio y me giré, pero
cuando lo hice, tropecé con una pequeña estatua de madera tallada que había
puesto en el piso antes de eso. Extendí mis manos contra la estantería para evitar
caer, lo que funcionó, pero el movimiento hizo que algo cayera de la parte superior
de ésta, justo sobre mi cabeza.
Maldije y puse ambas manos contra la coronilla de mi cráneo mientras hacía como
si pateara la estúpida estantería. Jamie levantó lo que había caído sobre mí.
—Creía que tu cabeza sería lo suficientemente dura como para romper el vidrio —
dijo, sosteniendo el marco.
—Vas a sentirte como un idiota por reírte de mí si tengo una contusión.
—No tienes una contusión —dijo Jamie. Giró la foto—. ¿Alguien recuerda dónde
iba esto?
—¿Creo que estaba en la parte superior de la estantería? —dije.
Jamie se estiró para ponerlo de vuelta. La foto estaba de frente, era de alguien
hablando en lo que parecía una ceremonia de graduación. McCarthy, creo, era el
hombre canoso en el podio. Pero eso no fue lo que me llamó la atención. En el
fondo, parado a la izquierda del escenario frente a docenas de graduados con
túnicas y entre un grupo de académicos en trajes, estaba alguien que creí
reconocer. Le quité el marco a Jamie de su mano.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—No qué —dije—. Quién. —Estaba señalando a Abel Lukumi.
185
37
Traducido por Vani
Corregido por Itxi
Stella pasó por encima de una pila de revistas académicas en el suelo y se puso de
pie al lado de nosotros.
—¿Qué estamos mirando?
—Al responsable de todo esto —dije sin vacilar. No había otra explicación—. Es
Lukumi.
—Espera… ¿el hombre de Miami? ¿De la Pequeña Habana?
—No, se refería al de Suecia.
186
—Cállate. —Stella golpeó el brazo de Jamie.
Jamie inmediatamente tomó una foto de la foto de Lukumi y McCarthy, y entonces
apresuradamente reorganizamos la oficina del profesor para verse de la forma en
que la encontramos. En su mayoría.
—¿Cuáles son las probabilidades? —preguntó Jamie mientras caminábamos.
Me encogí de hombros.
—¿A quién le importa? Él estaba en la foto con el profesor, el jefe del
departamento donde Ginsberg envió por correo la clave. Y se encontraba en la
plataforma del tren en DC. Y en el hospital después de que Jude cortó mis venas.
Nos ha estado siguiendo todo el tiempo.
—No a nosotros —dijo Jamie en voz baja.
Jamie tenía toda la razón.
—A mí. Me ha estado siguiendo. Desde que lo conocí. —Mis pensamientos corrían
más rápido de lo que podía hablar—. Tiene que haber sido el que envió la nota,
con la bolsa de doctor, cuando me enfermé. Lo que significa que tiene que haber
sabido lo que me pasaba, lo que tenía dentro de mí, lo que significa…
También debía saber en dónde estaba Noah. Tal vez era él quien lo retenía.
—Pero entonces, ¿por qué necesitaría el código de acceso? —Jamie se rascó la
nariz—. Si es el hombre detrás del hombre o lo que sea, si él orquestó todo esto y
lo financió, y nos está siguiendo a, no sé, controla lo que nos está sucediendo, ¿no
debería tener acceso a los archivos ya? ¿Por qué necesita la clave?
—Tal vez no es así cómo funciona esto —dije—. Tal vez, para permanecer en el
anonimato, él organizó la corporación que financia Horizontes para que una sola
persona a la vez pueda acceder a los archivos; por lo que él necesitaba conseguir la
clave antes de que pudiera comprobar lo que quería ver, y porque ni siquiera las
personas que trabajan para él saben quién es, tuvo que enviar la llave a su amigo.
—Descabellado —dijo Jamie.
Stella enrollaba su cabello alrededor de su dedo.
—He escuchado teorías peores. Pero espera… ¿significa que tiene la clave ahora? Si
una persona a la vez puede acceder a ella, tal vez…
—Tal vez él está allí —dije, terminando su frase—. Tal vez está allí en este
momento.
Nos miramos el uno al otro. Ya era hora de acabar con esto.
—Vámonos. 187
Tomamos el tren justo antes de que las puertas se cerraran, y Stella y yo nos
aplastamos entre una señora mayor con el cabello púrpura agarrando una bolsa de
una tienda de ropa sobre su pecho y un adolescente judío encorvado sobre una
copia de El Guardián Entre el Centeno. Jamie se burló de un hombre en un traje de
negocios que escuchaba audiblemente la radio en sus audífonos, pero por lo
demás nos quedamos en silencio hasta que bajamos. Cuando salimos del tren, el
sol se ponía. Cualquiera que sea el barrio en el que estábamos, parecía bastante
industrial. Casi no había gente caminando. Casi parecía desierto.
—Está bien —dijo Jamie—. Dos cuadras al este, tres al norte, y deberíamos estar
allí.
El sol se deslizó detrás del horizonte de la ciudad mientras caminábamos. Era casi
de noche cuando llegamos.
—Esto es —dijo Jamie, mirando un depósito con la persiana baja. Había docenas
de ventanas alcanzando varios pisos de altura. La mayoría se hallaban cerradas con
madera, y otras estaban oscuras. Adrenalina se apoderó de mis venas. Este lugar
era donde se suponía que debíamos estar. Podía sentirlo.
—¿Cómo se supone que vamos a entrar? —Stella dio una patada a la enorme
persiana metálica que envolvía lo que debe haber sido la entrada.
—¡Idiota! —Jamie silbó entre dientes—. Si alguien está ahí, probablemente
escucharon eso —dijo, y se inclinó hacia el suelo—. Mira. El candado está suelto.
—Así que alguien está ahí —dijo Stella—. ¿Lukumi?
—Tal vez —dije. O tal vez Noah.
Jamie me miró.
—¿Estás segura de que deberíamos hacer esto?
—No —dije sinceramente, la mirada fija en el edificio—. Lukumi ha estado delante
de nosotros todo este tiempo. Sabe todo lo que estamos a punto de hacer antes
de que lo hayamos hecho. Probablemente nos está esperando.
Stella tiró de su cabello.
—No me gusta realmente la idea de eso.
—A mí tampoco, pero la alternativa es dar la vuelta y volver a casa —dije—. Y no
puedo hacer eso.
Jamie me miró, se agachó y luego levantó la persiana con ambos brazos.
188
Probablemente podrías haber oído el gemido de metal hasta el final de Miami.
Estábamos de pie frente a una oxidada puerta color marrón oscuro, o tal vez roja,
con una ventana cubierta con papel de periódico.
—Bueno —dijo Stella—, si él no sabía que estábamos aquí antes, definitivamente
lo sabe ahora.
Puse la mano en el picaporte. Giró sin esfuerzo, y entramos. La oscuridad exterior
no era nada comparada con la oscuridad interior. Parecía sólida, casi. Como si
extendieras la mano, la sentirías.
—¿Deberíamos buscar una luz? —susurró Stella.
—¿Le tienes miedo a la oscuridad? —preguntó Jamie.
—Prefiero no romperme el cuello tropezando contigo.
—Y estoy bastante segura de que ya nos anunciamos involuntariamente —dije—.
Voto por la luz. —En gran parte, porque de repente me sentí mucho más temerosa
en la oscuridad.
Jamie dio la vuelta y escudriñó la pared detrás de nosotros por un interruptor.
Tomó un tiempo, pero luego…
—Bingo —dijo, y la encendió.
Filas y filas de luces se encendieron de golpe, iluminando el vasto espacio, el cual
se alineaba con estantes que casi rozaban el techo. Escuchamos algo chocar contra
el suelo.
—¡Ay!
Jamie y Stella se miraron entre sí. Ninguno de ellos había hablado.
No miré a ninguno de ellos. Me quedé mirando al frente, mi boca abierta. Conocía
ese sonido.
—¿Daniel?
189
38
Traducido por Jeyly Carstairs
Corregido por Mire
—¿Qué dem… Mara? —dijo Daniel a todo volumen. Y entonces asomó su cabeza
desde detrás de un estante a la altura de la cintura.
No pude correr lo suficientemente rápido. Mi hermano se encontraba arrodillado
en el suelo, frotándose una rodilla, y me dejé caer dándole un gran abrazo…
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, mi voz amortiguada por su hombro.
Cerré los ojos. No podía creer lo bien que se sentía ser abrazada por mi hermano
mayor. O apretujarlo, realmente.
—Escuché la persiana abriéndose y apagué las luces y me escondí, o lo intenté, 190
detrás de los estantes. Y entonces encendiste las luces, y tropecé con un taburete.
—Eres un genio —dije, sonriendo.
—¿Qué estás haciendo tú aquí?
Me aparté, y las palabras solo salieron a borbotones de mí: lo que me pasó en
Horizontes, lo que me pasó antes de Horizontes, todo ello. La presa estaba rota, y
no había nada que pudiera repararla. La expresión de Daniel se transformó de
confusión a conmoción, luego de horror a resignación y de regreso a confusión
mientras yo hablaba, sin aliento y enrojecida para cuando terminé.
—Así que me estás diciendo… —comenzó Daniel—. Me estás diciendo que todo
era real. —Una risa nerviosa escapó de su garganta—. Todo lo que tú… todo lo que
dijiste que escribías, para esa asignación en Horizontes, ¿esa cosa de ficción? No
era ficción. No había ningún protagonista. Hablabas sobre ti.
Sonreí, pensando en lo que Noah diría si estuviera aquí. Habría pensado que me
hallaba siendo demasiado obvia acerca de mi pequeño problema, al decirle a
Daniel que era una “asignación”. Deseé que estuviera aquí, para que así yo pudiera
decir: te lo dije.
—Sabía que no me creerías —le dije a mi hermano, en su lugar.
—Porque es… ¿Cómo es posible?
—No lo sabemos —dijo Jamie—. Estamos aquí para tratar de averiguarlo.
Daniel cerró los ojos.
—Necesito un minuto. —Se frotó los ojos con las palmas de sus manos—. No me
vas a decir que… puedes volar ni nada así.
—No —dije.
—Y no puedes, como, escalar edificios altos y lanzar telarañas de tus dedos.
Negué.
—Está bien —dijo Daniel—. Está bien. —Miró a su alrededor, sus cejas
frunciéndose, y entonces pareció notar a Jamie y Stella por primera vez—. No te
conozco —le dijo a Stella—. Pero a ti te conozco. —Sus ojos se encontraban sobre
Jamie—. El chico Ébola, ¿no?
—Daniel.
—Correcto —dijo Jamie, una sonrisa apareciendo en la esquina de sus labios—.
Jamie Roth —dijo, extendiendo su mano. Daniel la sacudió lentamente, todavía
aturdido. 191
—Stella Benicia —dijo ella a continuación, presentándose a sí misma—. Y ahora
que sabes quiénes somos, y nosotros sabemos quién eres, te importaría decirnos,
¿qué estás haciendo aquí?
Daniel pareció un poco desconcertado.
Suspiré.
—Estábamos esperando…
—A un sacerdote de santería —interrumpió Jamie—. ¿Por casualidad no viste a
alguien más aquí cuando llegaste?
Daniel negó, viéndose aún más desconcertado, si eso fuera posible.
—Solo yo.
—¿Cómo conseguiste entrar? —preguntó Jamie.
—Esa es una larga historia —dijo Daniel.
—Por suerte para nosotros —dije—, tenemos un poco de tiempo.
Daniel entrecerró sus ojos hacia mí.
—Apuesto a que lo tienes. Sígueme, hermanita.
Daniel nos guió por una desvencijada escalera de metal en espiral y luego por un
estrecho pasillo que conducía a la parte trasera del edificio. Abrió una puerta a una
habitación con paredes de ladrillos, una bombilla y una mesa de dibujo. Varios
libros y archivos estaban perfectamente organizados sobre y alrededor de la
misma.
—Creo que esto fue una fábrica de ropa alguna vez —dijo, jalando un banco.
Había unas pocas mesas de costura viejas, polvorientas, y cajas apoyadas contra las
paredes de la pequeña habitación. Cada uno tomó una y se sentó sobre éstas
mientras Daniel comenzó a hablar.
—La primera vez que me di cuenta de que algo se encontraba mal detrás del retiro
Horizontes —dijo Daniel, mirándome—, fue cuando Noah no regresó.
Mi corazón dio un vuelco cuando mi hermano dijo su nombre. Todo el mundo en
la escuela sabía sobre el incidente de Lolita, dijo Daniel. Y el hecho de que Noah
fue enviado a un centro de tratamiento residencial por empujar a un hombre en el
tanque de una orca se volvió una gran noticia. Daniel sospechó que Noah había
sido enviado a Horizontes, por un lado, yo estaba allí, pero Daniel no pudo
confirmarlo; las leyes de privacidad de los pacientes impedían que el personal de 192
Horizontes le dijera. Así que él intentó con la segunda alternativa: los padres de
Noah. Había conducido hasta la casa y el Sr. Shaw lo dejó pasar.
—Espera, ¿conociste al padre de Noah? —pregunté, inclinándome hacia delante,
con los codos en las rodillas.
Daniel asintió.
—Él dijo que Noah estaría en Horizontes hasta que fuera “arreglado”, y entonces
me pidió muy cortésmente que me fuera. ¿Por qué no está Noah contigo, por
cierto?
Abrí mi boca, pero no sabía qué decir, o por dónde empezar.
—Estaba en Horizontes con nosotros —dijo Jamie—. Y luego pasó todo lo de Jude,
y yo no me encontraba allí, para cuando terminó esto… ayudaba a Stella porque él
le hizo daño, y Noah nos dijo que corriéramos. Nunca lo volví a ver después de eso
—dijo Jamie.
—Kells nos dijo que murió —dijo Stella—. En el derrumbe de Horizontes.
—Pero ella es una mentirosa —corté—. Mintió todo el tiempo, sobre todo.
—Entonces, ¿dónde está? —Daniel nos miró a cada uno de nosotros.
—No sabemos —dije—. Pero vamos a averiguarlo.
Los ojos de Daniel se estrecharon.
—Tuve una extraña sensación sobre su padre. Como, sé que Noah no se lleva bien
con él, pero enviarlo lejos por la cosa de Lolita parecía extremo.
—Nuestros padres me enviaron allí —dije.
—Lo sé. Pero, Mara, tú tienes…
—¿Qué?
—Una historia —dijo Daniel con cuidado.
Al igual que Noah.
—De todos modos, comencé a investigar al Sr. Shaw.
—¿Y? —preguntó Jamie.
—Cada documento presentado públicamente parecía legal. Y no tenía conexión
con Horizontes en absoluto, obvia o de otra manera. Así que de todos modos,
decidí ir allí, a Horizontes…
—Espera, ¿estuviste allí? —espeté—. ¿Cuándo? 193
—Un par de semanas después de que te fuiste. Cuestioné a mamá y papá sobre
Horizontes, y tu estadía allí, pero se encontraban tan sensibles al respecto,
especialmente mamá. Apenas podía hablar sobre lo que tú… sobre lo que ella
pensaba te hacías a ti misma —corrigió Daniel, dándole un vistazo a mis
muñecas—. Así que al final, solo le dije que Sophie y yo íbamos a salir en el barco
de su papá por el día, y fui a Horizontes en su lugar.
Daniel nos contó cómo llegó a la isla y la seguridad no le permitió entrar a verme,
lo cual lo frustró tanto que comenzó a saltarse su estudio independiente en las
tardes y buscó a través de los últimos cinco años de los documentos corporativos
de Horizontes LLC.
—Y esa fue mi primera pista —dijo Daniel—. Recordé a mamá diciendo que
Horizontes estuvo abierto por solo un año, pero habían años de registros para
revisar: documentos tributarios, informes anuales, dinero entrando, dinero
saliendo. Y uno de ellos me llevó a este contador en Nueva York…
—Sí, llegamos a él también —dijo Jamie—. Entonces, ¿qué hiciste?
—Lo llamé.
—¿Solo lo llamaste?
—Le di el nombre de uno de los empleados de Kells y le dije que me mandaron
para conseguir los documentos relacionados con uno de los “programas”.
Mis ojos se abrieron ampliamente.
—¿Y eso en realidad funcionó?
—No.
Oh.
—Me dijo que tenía que darle algún código de acceso y seguir el procedimiento
adecuado, cualquiera que fuera, aún si llamaba en nombre de Kells. Supe que
tendría que llegar a Nueva York para encontrar cualquier otra cosa, pero no quería
ir antes de saber que sería capaz de conseguir lo que necesitaba, y en ese
momento, obviamente, no tenía idea. Así que seguí buscando a través de
cualquier documento que pudiera conseguir que estuviera disponible al público,
pero no había nada que me dijera algo. Y entonces, un día llegué a casa agotado y
me fui a mi habitación a tocar el piano, y esto se encontraba encima del piano.
Daniel levantó algo de uno de los cajones detrás de él. Una copia de Nuevas
Teorías en Genética.
—Me olvidé de eso después de que te fuiste, y cuando lo vi allí, lo abrí y empecé a 194
leer. El argumento era de locos, pero la investigación estaba tan bien que no podía
dejar de leerlo.
Hice una mueca.
—Solo tú encontrarías ese libro fascinante.
—Bueno, es algo bueno que lo haya hecho, porque por éste bebé es que estoy
aquí.
Daniel nos contó sobre su corazonada de que una serie de números que seguía
apareciendo en el libro podría ser el código de acceso al contador con el que
habló. Su presentimiento resultó ser correcto. Empezó a decirnos más, recitando
jerga incomprensible, y tuve que luchar para permanecer despierta, pero entonces
le oí decir—: …1821.
Volví a la realidad.
—¿Qué acabas de decir?
Daniel me miró con una expresión curiosa.
—¿Los números de los que hablaba? ¿La secuencia? Lenaurd, el autor, siguió
refiriéndose a ellos como marcadores genéticos, los números de los genes que
llevan a la anomalía que hace a los sujetos diferentes. Uno de los estudios que
auto-publicó determinó que los sujetos con la anomalía ven esos números por
todas partes. La secuencia sobresale para ellos. Cada vez que ven un grupo,
cualquier emparejamiento de unos, ochos, dos o tres, los notan. Es como un
pensamiento obsesivo, o una forma de conteo en un trastorno obsesivo-
compulsivo. Comienzan a ver patrones donde no los hay, pero ni siquiera se dan
cuenta que lo están haciendo. Es uno de los primeros síntomas.
Me pregunté si yo lo hacía. Si es así, no me había dado cuenta.
—Él habla sobre la degradación y la evolución de estos marcadores particulares,
afirmando haber rastreado el linaje de algunos de los sujetos antes de que existiera
la tecnología de la secuencia de genes. Una ciencia inútil, como las cosas acerca de
la memoria genética…
—¿Como qué cosas? —preguntó Stella.
—A veces una proteína adicional se unirá al gen. Él llamo a los sujetos que la
tenían G1821-3 y afirmó que la tercera proteína les permitía conservar recuerdos
de sus antepasados genéticos, lo cual es ridículo.
—No es ridículo —dije en voz baja—. Es verdad.
—¿Qué?
195
Le dije a Daniel sobre los sueños, los recuerdos, o lo que sea que fueran… sobre la
India, y la muñeca de nuestra abuela.
—No sé lo que eso significa —dijo Daniel cuando terminé.
—Eso significa que lo que Lenaurd escribió acerca de esto es correcto —dije. Los
ojos de Stella se iluminaron con esperanza.
—También dijo que los sujetos con esta anomalía tenían “adicionalmente mayores
habilidades” —dijo Daniel, mirando a cada uno de nosotros—. Como, cosas de
superhéroes.
Nos quedamos en silencio hasta que Jamie dijo—: No de superhéroes,
exactamente. —Pateé su caja.
—Pero tú puedes… —Daniel dejó que su voz se fuera apagando, esperando a que
el resto de nosotros habláramos. Nadie lo hizo—. ¿Hacer cosas?
Jamie asintió lentamente.
—Sí.
—Solo, corríjanme si me equivoco aquí, pero lo que me estás diciendo es que tú
puedes…
—Escuchar tus pensamientos —dijo Stella.
—Obligarte a hacer lo que yo quiera que hagas —dijo Jamie.
—Y Noah puede sanar —dije, viendo los engranajes girar en la mente de Daniel.
Sabía cuál sería su próxima pregunta, y no me hallaba preparada para ella. Pero no
tenía otra opción.
—¿Y tú? —me preguntó él.
Mi mirada se desvió a Jamie, luego a Stella. Ellos evitaron mis ojos.
—Yo puedo hacer cosas —dije, sin convicción—, con mi mente.
Daniel inclinó la cabeza.
—¿Cosas? Como… ¿Carrie cosas?
En cierto modo.
—¿Sabes lo que Jude me hizo, la noche que Tamerlane se derrumbó?
Daniel asintió. Su manzana de Adam balanceándose en su garganta.
—Sí.
—Ese es el por qué lo hice —dije en voz baja, mientras las cejas de Daniel se
196
fruncían—. Estaba asustada. Y enojada. El manicomio se derrumbó porque yo
quería que lo hiciera.
Daniel negó en confusión.
—Estás diciendo…
—Yo maté a Rachel y a Claire. —Daniel se encontraba abriendo la boca para
discutir, pero hablé antes de que él pudiera—. ¿Y la Sra. Morales? Murió porque
estaba enojada con ella por fallarme.
—Mara, murió por un shock anafiláctico.
—Porque quise que se ahogara con su lengua.
Mi hermano no tenía respuesta para eso. No había nada qué decir.
Fue Stella quien finalmente me rescató del incómodo y doloroso silencio que
siguió a mi confesión.
—¿Has leído algo allí sobre cómo arreglarnos? ¿Algo como una cura?
Daniel negó.
—No es así, el gen anómalo es más como, como un cromosoma X o Y. —Encontró
mis ojos—. Simplemente es… parte de ti.
«Tú no estás rota», me dijo Noah cuándo le pedí que me arreglara hace mucho
tiempo.
Tal vez él tenía razón.
197
39
Traducido por Sandry
Corregido por Amélie.
Stella tuvo dificultades para creer lo que Daniel había dicho, y le preguntó si podía
mirar el libro.
—Todos deberían leerlo —dijo Daniel dándoselo a ella—. Tal vez piensen en algo
que a mí no se me ha ocurrido.
Jamie desplegó sus piernas y se levantó de su caja.
—¿Qué más has encontrado hasta ahora?
—No mucho para confirmar lo que hay en el libro —dijo Daniel—, pero bastante
acerca de una Deborah Susan Kells. —Daniel levantó una pila de archivos desde
198
detrás de una de las cajas. Era una pila de muchas—. No sabía nada de nada hasta
que llegué aquí, así que no tenía ni idea de dónde empezar siquiera. El nombre de
Kells fue lo único que tenía para seguir adelante, por lo que utilicé el código de
acceso para descifrar el sistema de archivos y encontré su expediente.
—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —pregunté, mirando alrededor de la pequeña
habitación y a los pequeños montones de conocimiento que Daniel había
adquirido y reunido en orden meticuloso.
—¿Aquí aquí? ¿O en Nueva York?
—Ambos.
—Cuando llegué a la ciudad, tenía el código de acceso a la cuenta electrónica de
un profesor con el que me escribí en la Universidad de Nueva York.
—Pero espera —dijo Jamie, sosteniendo las manos en alto—. ¿Entonces estás
diciendo que fue una coincidencia que Lukumi estuviera en la foto?
Negué con la cabeza.
—No existen las coincidencias.
Daniel nos miró a Jamie y mí.
—Retrocedan, ¿quién es Lukumi?
—Te lo explicaremos más adelante —dije—. Sigue.
—Bien… Bueno, de todos modos, concerté una cita con él para que así pudiera
mostrarme su departamento y tratar de reclutarme, pero me las arreglé para
infiltrarme desde su bandeja de entrada sin que él se diera cuenta de nada.
—Qué atrevido y travieso. ¿Todo eso y mentiste a nuestros padres acerca de la
razón de tu visita a Nueva York? Estoy impresionado.
—Bueno, sí visité a una universidad aquí. —Daniel sonrió—. Por lo tanto, no es
completamente falso.
Jamie miró hacia arriba.
—Una verdad a medias es una mentira entera, dice mi madre.
—Él tiene razón, lo sabes —intervine.
—Supongo que entonces, soy un rebelde.
—Pero espera —dijo Stella—. ¿Qué pasa si el código de acceso cambia?
—Entonces estoy jodido.
199
—Estamos jodidos —dije—. No podemos salir de aquí sin estas cosas. Es posible
que haya algo aquí que nos ayude a encontrar a Noah.
Daniel asintió.
—Deberíamos buscar entre lo que he encontrado hasta el momento, y luego uno
de nosotros debe empezar a hacer una lista de lo que todavía necesitamos. No
vamos a ser capaces de revisarlo todo, pero si nos hacemos las preguntas
correctas, tal vez con el tiempo, vamos a dar con las respuestas correctas.
—Puedes ser nuestro Gandalf13 —dije, recordando nuestra conversación de hace
semanas, y sonriendo.
—Solo soy un año mayor que tú. Pero lo tomaré como un cumplido, si me dejas
mejor ser Dumbledore.14
—Si insistes. —Me encogí de hombros—. Pero Dumbledore está más que muerto.
—Tienes razón —reconoció Daniel.
—Tampoco puedes serlo, en realidad. —Jamie levantó la vista de un archivo que
estaba leyendo—. Eres un muggle…
13
Gandalf: En referencia al personaje de El Señor de los Anillos.
14
Dumbledore: En referencia al personaje de Harry Potter.
—Oye.
—Lo que te hace Giles.15
Daniel lo consideró por un momento.
—Lo aceptaré.
—Bien. ¿Ahora, Mara? —Jamie me pestañeó dulcemente y me entregó una pila de
archivos—. A leer.
15
Giles: En referencia al personaje de Buffy La Cazavampiros.
—Conté seis abortos involuntarios, desde esa fecha en adelante —dijo Jamie—.
Luego salté unas páginas. Fue diagnosticada con infertilidad idiopática… ellos no
sabían lo que lo estaba causando.
—Así que…
Jamie se encogió de hombros.
—No sé lo que significa exactamente. Necesitamos más.
Miré las fechas de los registros: 1991, 1992, 1993. Y eso era solo en esta carpeta.
—¿Deberíamos saltarnos esto y seguir adelante? —preguntó Jamie.
—¿Hasta cuándo?
—Quiero saber cómo terminó trabajando en Horizontes.
Jamie tenía razón. Sin darnos cuenta por completo, habíamos estado leyendo su
archivo para encontrar la respuesta a una sola pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué ella
nos trajo allí? ¿Por qué nos había torturado? Si había una razón, no estaría en sus
registros de jardín de infantes. Teníamos que averiguar cómo descubrió Horizontes
en primer lugar. Y quién la había contratado.
Jamie hojeó algunas de las otras carpetas y recogió pequeños sobres con discos en 201
ellos.
—¿CDs? —Él les dio la vuelta—. No. DVDs —dijo—. “Entrevistas a DSK, 03/11/1999,
10/02/1999, 02/09/1999…” ¿Pero qué…?
—DSK —dije—. Deborah Susan Kells.
Jamie levantó una ceja.
—Cierto. ¿Hasta qué punto crees que retroceden?
Metí mis manos en la carpeta de archivo que Jamie había encontrado. Había
docenas.
—Al año 98, creo.
Jamie se puso de pie y miró en otra carpeta.
—Hasta el 96 y 97 en aquí.
Seguimos mirando carpeta tras carpeta y con el tiempo no dimos cuenta que los
primeros DVDs eran de 1994, comenzando poco después de que los registros
médicos terminaran.
—Me muero por ver estos —dije.
—Yo también.
—Están fijados en torno a la misma hora todos los meses. ¿Algún tipo de
experimento, tal vez? —Eso encajaría con lo que sabíamos acerca de ella. Tal vez el
primer sujeto de prueba de la Dra. Kells había sido ella misma.
—Tal vez.
—Debemos llevarnos los discos con nosotros.
—¿Todos?
Hice un gesto a la habitación.
—Bueno, no podemos verlos aquí.
Jamie se levantó y abrió la puerta, luego se volvió hacia mí.
—¿Deberíamos buscar más?
Deberíamos.
—Quiero ver cuántos hay. Y si hay alguno de este año. —Ella podría haber hablado
de nosotros. Podría haber hablado de mí.
Justo cuando reunimos algunos de los archivos y dejamos la pequeña habitación 202
mal ventilada, nos encontramos con Daniel y Stella.
Daniel dio un paso dramático hacia atrás.
—¿Qué pasa?
—Encontramos algo —dije, y entonces Jamie comenzó a hablar.
40
Traducido por Val_17
Corregido por Marie.Ang
—Guau —dijo Daniel mientras entraba en la casa de piedra rojiza—. ¿Qué hace tu
tía?
—Es maestra —dijo Jamie—. Tomó decisiones inteligentes de bienes raíces.
—Eso hizo.
—Tengo hambre —anunció Stella—. ¿Alguien más?
—Muerta de hambre —dije, notándolo en ese momento. No habíamos comido
nada durante todo el día.
203
—¿Deberíamos pedir algo? —preguntó.
Daniel sacudió la cabeza.
—Mientras menos atención atraigamos, mejor.
Tenía razón, así que nos las arreglamos para mendigar juntos una comida de la
basura que compramos en la bodega calle abajo. Daniel repartió las carpetas de
archivos entre nosotros y, como el tirano que era, nos dijo que las leyéramos. Pero
yo quería ver los vídeos primero.
Daniel no cedió.
—Haremos mucho más si nos dividimos el trabajo.
—Divide lo que sea que quieras —le dije—. Pero voy a ver las entrevistas.
—También quiero verlas —dijo Jamie.
Daniel miró a Stella, quien levantó las manos en derrota.
—Compramos palomitas de maíz —dijo—. ¿Debería hacerlas?
—Esta no es una noche de cine —gruñó Daniel.
No pude evitar mi sonrisa.
—Sí —le dije a Stella. Y luego, para completar el cuadro, Jamie fue a buscar mantas
y las arrojó sobre nosotros—. ¿Por dónde quieres empezar? —me preguntó Jamie
mientras Stella entraba con un tazón de palomitas.
—¿Cuál es la primera que tenemos?
Jamie arrastró los pequeños sobres de DVD y anunció—: Ocho de enero, 1994.
—Entonces, esa.
Jamie metió obedientemente el DVD en la Xbox de su tía (tenía muchas ganas de
conocer a esta tía), apagó las luces, y se dejó caer en un sillón.
Hubo estática al principio, y luego se aclaró para revelar a una muy joven Dra. Kells
sentada en una pequeña mesa plegable delante de una pared a rayas color verde y
blanco. Parecía familiar. Después de un momento me di cuenta de por qué.
Era la habitación del vídeo que había visto en la Instalación de Pruebas Horizontes,
el que usó para engañarme e ir en su búsqueda, así podría atraerme al área de
contención. Estuvo allí desde 1994.
—Indica tu nombre para el registro —dijo una voz masculina. No la reconocí.
—¿Es esto una declaración? —preguntó Daniel. Lo hice callar.
204
—Deborah Susan Kells.
—¿Alguna vez has usado algún otro nombre?
—Mi apellido de soltera —dijo la Dra. Kells.
—¿Y cuál es?
—Lowe.
—Santa mierda —dije en voz baja.
—De ninguna maldita manera —dijo Jamie.
No era posible. Conocí a los padres de Jude y Claire. Los vi en el funeral y el
servicio conmemorativo. Había…
—¿Cuál es tu fecha de nacimiento?
—Espera, alguien pause esto, debemos discutir —dijo Jamie mientras la Dra. Kells
comenzaba a recitar lo que sonaba como direcciones.
—¿Dónde está el control remoto? ¡Mierda!
—¿Títulos conferidos?
—Se me otorgó un doctorado en genética de la Universidad de Harvard, y mi
primera cita postdoctorado fue en…
La Dra. Kells se detuvo a media palabra. Jamie dejó su mano extendida mientras
apuntaba a la televisión.
—Así que, bien —dijo—. Deborah Susan Lowe. Como en…
—Jude Lowe —dijo Daniel.
—Qué demonios, chicos —dije—. Qué. Diablos.
Jamie parecía desconcertado.
—¿Quién se casaría con esa perra?
—Sin embargo, he conocido a la madre de Jude y Claire —dije débilmente—. La
conocí a ella y a su papá. Y fui a su casa. —Entonces recordé algo, algo que Noah
había dicho—. Pero… no era su casa.
Daniel ladeó la cabeza.
—¿De qué estás hablando?
—Noah fue allí antes de Horizontes —dije—. Antes… —Levanté mis muñecas.
Daniel se estremeció como si lo hubiera golpeado.
205
—¿A Laurelton? ¿En serio?
Asentí.
—Para tratar de encontrar a los padres de Jude, para ver si sabían algo, cuando
pensábamos que él me perseguía. Pero no se encontraban allí —dije—. Los padres
de Jude, quiero decir. Las personas que respondieron a la puerta dijeron que
habían sido dueños de la casa durante los últimos dieciocho años. Noah pensó que
le di la dirección equivocada.
—Entonces, bueno. —Stella levantó un dedo—. Si las personas que pensaste que
eran sus padres no eran realmente sus padres —dijo Stella—, ¿quiénes eran?
—Jesús, ¿hasta qué punto vuelve esto? —Jamie parecía nervioso.
—Jude y Claire se trasladaron a Laurelton un año antes de morir —dije—. Claire
estaba en mi curso, pero Jude…
—Estaba en el mío —dijo Daniel.
—¿Lo conociste? —preguntó Stella.
—No muy bien —dijo mi hermano, incómodo—. Debí hacerlo. Tal vez si lo hubiera
conocido mejor, habría podido…
—No —dije rápidamente—. Ni siquiera tú habrías imaginado esto.
—¿Entonces, qué? —preguntó Jamie—. Quiero decir, acabamos de ver páginas de
registros de embarazos abortados. ¿Crees que ella es su madre?
Volví a pensar en cada interacción que tuve con la Dra. Kells, rebuscando en mis
recuerdos por una pista, un indicio, cualquier cosa. Pero cada vez que había
hablado con ella, fue imparcial. Clínica.
Excepto por la última vez, de todos modos.
—Lowe no es realmente un nombre poco común —dijo Jamie.
Todos lo miramos fijamente.
—¿Tal vez sea una coincidencia? —preguntó tímidamente.
Me incliné hacia delante.
—No hablas en serio.
—¡No lo sé! —admitió—. Tal vez están relacionados, ¿pero ella no es su madre?
Apenas hemos visto cinco minutos de esto.
Tenía un punto.
206
—Vamos a tener una maratón de ellos.
—Hay cientos —dijo Stella.
Jamie se frotó la frente.
—Y no son exactamente El Señor de los Anillos.
—Bueno, no somos exactamente la jodida Comunidad —dije—. A menos que
alguien aquí pueda pensar en un atajo, probablemente deberías presionar el
botón.
—Espera. —Daniel se levantó. Desapareció en la cocina y volvió con cinco
cuadernos de espiral, los que debe haber comprado en la bodega. Arrojó uno para
cada uno.
—¿Sin lápices? —pregunté.
Daniel me tiró una caja de lápices, y luego los cinco nos pusimos a trabajar.
A las cinco de la mañana, apenas habíamos arañado la superficie de la Dra. Kells:
Los Primeros Años. Fuimos a dormir, o a tomar una siesta, en realidad, ya que
Daniel nos levantó a las diez para empezar de nuevo. Teníamos miedo de dividir el
trabajo… ¿y si uno de nosotros notaba algo que el resto no? Así que lo vimos todo
juntos, Stella y Daniel hojeaban archivos que parecían corresponder con los meses
y horas en que se entrevistó a Kells, aunque cada archivo no se hallaba
debidamente etiquetado o con fecha. La secuencia 18213 era un sistema de
cifrado, y teníamos que usarlo para encontrar los archivos que queríamos. Jamie
era extraordinariamente bueno en ello, así que él hizo el desciframiento de
códigos. Daniel y Stella buscaron archivos en las pilas, y me los trajeron para que
los leyera. Esto es lo que hemos aprendido:
La Dra. Kells era portadora del G1821. Sin embargo, nunca lo manifestó. Eso es
algo que puede suceder, al parecer, una pequeña trivialidad interesante de la que
Daniel hizo hincapié. La manifestación era como el cáncer, más o menos. Hay un
gen involucrado, pero también hay factores ambientales desencadenantes, así que
incluso si tienes el marcador de la enfermedad, es posible que aun estés a salvo si
nada activa el gen.
Lo cual nos llevó a la segunda cosa que aprendimos, a pesar de que ya lo sabíamos
en cierto modo: Kells estaba obsesionada con descubrir una manera de corregir “la
anomalía”, habiéndola culpado por su infertilidad. Mientras observábamos sus
entrevistas, la escuchamos mencionar trabajar con un hombre (un farmacólogo,
supuso Daniel) para desarrollar diferentes drogas para contrarrestar los efectos del
gen, apagar los efectos, ya sea si el portador lo hubiera manifestado o no. Pero
nada funcionó… con ella, por lo menos. Así que, quiso ver si las drogas
funcionaban en alguien más. Pero no pudo pasar a través de los aros adecuados 207
para ser capaz de hacer ensayos humanos en mujeres que trataban de quedar
embarazadas que podrían haber sido portadoras también. Las parejas que se
sometían a tratamientos de infertilidad solían ser ricas, lo que significaba que el
Congreso se preocupaba por ellos.
Sin embargo, nadie se preocupaba por los niños de acogida, por lo que Kells se
convirtió en un padre adoptivo. Una vez que me di cuenta de lo que estaba
buscando, comencé a encontrar registros de A. y B. Lowe, C. y D. Lowe, E. y F. Lowe,
y G. y H. Lowe. Todos gemelos idénticos. Todos chicos. Todos muertos.
Y todos estuvieron bajo su cuidado. Murieron a diferentes edades, con diferentes
síntomas, pero todos culminaron con una fiebre y “fallecimiento debido a causas
naturales”, según informes de los médicos forenses en cada uno de sus archivos.
Mi corazón dolía al ver sus fotos; Abraham a los ocho meses de edad, mordiendo
con las encías un estegosaurio de plástico verde que sostenía con ambas manos en
la boca; Benjamin, que vivió un año más que su gemelo, en cuclillas sobre dos
piernas regordetas mientras empujaba un camión de bomberos de juguete;
Christopher, muerto a los dos años, sin camisa en su fotografía mientras le sacaba
la lengua a la cámara; David, su gemelo, tres años al momento de su muerte,
usando un pequeño traje, rodeado de patos en un parque; Ethan, de cuatro años
cuando fue puesto en un hogar de acogida, cuatro años y medio cuando murió; y
su gemelo, Frederick, de cinco años cuando murió, cuatro en la foto con Ethan, sus
pequeños brazos alrededor de los hombros del otro; Garrett, seis años, las piernas
extendidas a lo largo de la parte posterior de un peludo caballo de aspecto
aburrido, con su gemelo, Henry, sosteniendo el cabestro. Garrett casi llegó a los
siete años. Henry murió en su séptimo cumpleaños.
Y luego una foto de un pequeño niño de ocho años, con una sonrisa demasiado
amplia y un diente frontal faltante, pecas esparcidas en la nariz y un hoyuelo en su
mejilla mientras sonreía bajo una gorra de los Patriots demasiado grande inclinada
casualmente en su cabeza rubia casi blanquecina.
Sujeto nueve: Jude Lowe.
208
41
Traducido por Vals <3
Corregido por Marie.Ang
Les dije a todos lo que pensaba. Se quedaron en silencio, aunque sabían que me
encontraba en lo cierto. Yo sabía que estaba en lo cierto. Al intentar desarrollar una
cura para lo que enfermaba a las personas, solo las enfermó más. Si estuviera viva,
todavía lo estaría intentando.
Y mientras investigábamos adentrándonos más profundamente en la noche,
supimos que una vez que rastreó a mi abuela como un portador conocido (a través
de métodos que no especificó), empezó a observar a mi familia. Todo había sido
organizado y planificado: mudar a Jude y Claire a Rhode Island, inscribirlos en mi
escuela para que así pudieran acercarse a mí… absolutamente todo. Daniel incluso 217
encontró registros que mostraban que una subsidiaria de Horizontes LLC, pagó por
una propiedad en el 1281 de Live Oak Court, la dirección que pensaba que era de
Jude. Las personas que Noah encontró allí no eran sus padres, eran mentirosos.
—Ella no pudo haber hecho todo esto sola —dijo Daniel—. Sabemos que no…
grababa estas entrevistas para alguien, usando recursos que no estaban a su altura.
Alguien la apoyaba, y la financiaba, haciendo que todo lo que hacía fuera posible.
—Lukumi —dije.
—Es lo que creemos —añadió Jamie.
Daniel se frotó los ojos como un niño pequeño.
—Esto es mucho, mucho más grande que solo nosotros —dijo—. Quiero decir,
mira los archivos. Hay millones, tal vez miles de millones de páginas allí. ¿Qué dijo
Kells antes? ¿Sobre rastrear el gen hasta nuestra abuela? Hay otros portadores.
Como tú —dijo, mirándome—. Lo que no tiene sentido es que, si eso es cierto,
¿por qué ninguna otra persona lo descubrió hasta ahora?
Nadie conocía la respuesta a esto mejor que yo.
—Porque si le decimos a cualquier persona la verdad, piensan que estamos locos.
—Bien, bueno, en ese punto tienes razón, Mara. Todos los caminos conducen a
Lukumi —dijo Daniel—. Es la única persona cuyo nombre sigue apareciendo.
—En realidad, ese no es su verdadero nombre —dije.
—Uh, ¿qué? —Stella había estado leyendo algo, pero levantó la vista.
—Noah y yo lo investigamos —expliqué—. Volvimos a la Pequeña Habana, e
hicimos una búsqueda en Google. “Lukumi” es el nombre de algún caso de
Santería que llegó a la Corte Suprema.
Jamie asintió.
—Por supuesto que lo es. Eso no hace que sea más difícil en absoluto.
—Sea quien sea —comenzó Daniel—, es el único que realmente puede probar que
eres inocente.
Bueno, no exactamente inocente.
—Es el único que sabe de ti.
La única persona con vida, de todos modos.
—Por lo cual, si fuera un hombre de apuestas, apostaría que también sabe acerca
de Noah.
218
También apostaba eso.
Vimos entrevistas y leímos documentos, trabajando toda la noche, rastreando
hacia donde éramos conducidos por los archivos. Los registros de propiedad, la
escritura de la casa de mis padres, el certificado de admisión del hombre a quien
mi padre se refería como el caso Lassiter, los registros médicos de los años sesenta,
los de los noventa, las fotos de la cicatrización en el interior de la garganta de
Jamie. (“¿Qué demonios?”, dijo Jamie.) Pero aún había muchas piezas que faltaban
del rompecabezas.
Mis pensamientos colgaban como hilos sueltos, rotos y enredados. No ayudaba
que estuviera agotada. Apoyé la cabeza en mis manos, mirando los documentos
frente a mí. Las palabras en la página se reorganizaban en una forma
incomprensible mientras luchaba por mantenerme despierta, pero perdí.
43
Antes
Cambridge, Inglaterra
Traducido por Niki
Corregido por Laurita PI
Había pasado más de un siglo desde que hui de Londres con el profesor, y sin 219
embargo, todavía me trataba como a una niña.
Esta noche se hallaba con un estado de ánimo particularmente malhumorado. Por
lo general, el clima era horrible, y su fría oficina húmeda era un desastre. Él se
calentaba con una botella de whisky, su veneno preferido, y garabateaba con furia
en uno de sus libros. Papel rasgado y libros usados tapaban el suelo de madera
lleno de cicatrices. Yo lo observaba en silencio.
Recientemente, algo captó su atención, concentrándose en una forma que nunca
antes había visto. Un próximo cambio, lo llamó él. Pensó que podría haber
descubierto una manera de activarlo. Pero se negó a compartir sus pensamientos
conmigo.
Me cuidó durante las fiebres, mientras mi Don florecía en mi interior, mientras mi
cuerpo cambiaba para aceptarlo. Me obligó a comer cuando la comida perdió todo
su sabor. Me consoló durante mis terrores nocturnos y me atrapó, me detuvo, la
primera vez que traté de hacerme daño.
Pero ahora, no lo precisaba para esas cosas, no lo había necesitado en muchos,
muchos años. Había dejado de ser la chica que huyó de Londres en la oscuridad, la
que lloró por su marido de una sola noche. Era fuerte, audaz, y podía controlarme
perfectamente. Si lo quería.
Ya no lo quería más.
Me cansé de fingir ser otra persona solo para poder estar a salvo de los demás.
Quería ser quien era. El profesor me conocía en una forma que nadie más lo hacía,
y por eso quería estar con él. Pero sin importar cómo abordara el tema, él lo
desestimaba. Me desestimaba. Todavía ni siquiera me diría su nombre.
El sonido de cristales rotos captó mi atención. El profesor se irguió en el asiento de
su escritorio, mirando a la nada.
No. No a la nada. Seguí su mirada que se dirigía a un retrato suyo que colgaba en
la pared de enfrente. Se lo obsequió un estudiante, me había dicho, y aunque no
me diría quién, tenía mis sospechas, el estilo era familiar y distintivo. Pero la
pintura brillaba por los restos de su bebida, por lo que su piel y cabello se veían
mojados. El llameante olor del whisky derramado mezclado con la de sus viejos
libros.
—¿Qué pasa? —le pregunté con suavidad.
No respondió, de modo que me interpuse entre su escritorio y el retrato. Miró a
través de mí, como si fuera invisible.
Pero sería vista esta noche. Me sentiría.
220
Rodeé el borde de la mesa, hasta que llegué a su silla.
—¿Cuál es tu nombre? —le pregunté, para nada sutil—. Dime.
Sonrió un poco. Estuve haciendo la misma pregunta por un tiempo muy largo.
Cada vez que le preguntaba, me daría una respuesta diferente.
Pero esta vez, esta noche, tomó un trozo de papel, un mapa desgarrado. Mi ritmo
cardíaco se aceleró. Escribió algo en él en un idioma que nunca había aprendido a
leer, y me lo mostró.
Rocé mi dedo sobre las palabras.
—Estoy enamorada de ti —le dije.
—Yo te crie —respondió, sin mirarme a los ojos.
—No me criaste. Sarah Shaw me crio…
—Hasta que cumpliste dieciocho años. Entonces te acogí, te enseñé…
Me acerqué, apreté mi mano sobre su mejilla. Se estremeció. No me moví.
—Sé que me cuidaste cuando era joven. Sé que te sientes responsable de mí. Pero
tú no eres mi padre y yo ya no soy joven.
—Esto está mal. —Su voz era vacía.
Me subí a su regazo.
—No se siente mal —le dije. No se oía nada salvo nuestra respiración, y el
deslizamiento de un cinturón a través de su lazo. Le di un beso en la barbilla. Él se
estremeció sin aliento, y entonces besé sus labios, una sola vez.
Fue suficiente.
Cuando desperté a la mañana siguiente, se había ido. Di a luz a una niña nueve
meses más tarde. Durante veintiún años, no volví a ver al profesor.
223
44
Traducido por Alex Phai
Corregido por AriannysG
Para disminuir la tensión, Daniel sugirió que nos tomáramos un descanso antes de
la conferencia. Nos encontrábamos cansados, de mal humor y confundidos, y
habíamos estado atrapados en la casa durante mucho tiempo. Sin embargo, Daniel
quería seguir leyendo, por lo que se quedó en casa, dejando a Stella, Jamie, y a mí
a nuestra propia suerte. Lo que para Jamie significó comprar comida.
Sin un auto, y con nuestro acuerdo de no ordenar, terminamos tomando el tren
hacia Whole Foods (Jamie insistió), lo que significó cargar con las bolsas de la
compra en nuestro camino de regreso. El andén se hallaba extrañamente vacío, a
excepción de un par de chicos muy bien vestidos orinando sobre una pila que lucía 228
como trapos. Stella y yo estábamos debatiendo los méritos artísticos del grafiti (mi
opinión, arte; la suya, vandalismo), pero me aparté por un momento para decirle
en voz alta a los chicos de su repugnancia. No dijeron nada de regreso. Ni siquiera
cuando Jamie les gritó. Fue entonces que me di cuenta de que la pila era en
realidad una persona.
Jamie habló primero.
—¿Qué jodida mierda piensan que están haciendo? —Él ya se encontraba
dirigiéndose hacia ellos.
Yo estaba en sus talones, y Stella cerraba la marcha. Pudimos ver a la persona, a la
mujer, acurrucada contra la pared, su pequeña y patética colección de cosas
esparcidas alrededor de ella como basura. Era mayor y su cara se encontraba sucia,
y se hallaba despierta. Parte de mí esperaba que estuviera inconsciente para que
así no tuviera que saber lo que le estaban haciendo, pero una mirada a su rostro
me dijo que sabía. Y ella lucía avergonzaba.
Vibré con rabia, justo cuando uno de los cabrones le dedicó una sonrisa de
suficiencia a Jamie y le dijo—: Cuando tienes que ir, vas…
Nunca terminó la frase, porque le di un puñetazo en su cara pecosa. El otro,
Rubiecito, levantó su brazo para arremeter contra mí, pero Jamie gritó—: ¡Alto! —
Con esa voz suya. Ambos se congelaron, por completo, pero todavía podían
escuchar. Sin duda alguna podían escuchar.
Mis manos estaban envueltos en puños tan apretados que mis uñas se clavaban en
mi piel.
—Ella es una persona —les dije—. ¿Cómo pueden hacerle esto a una persona?
—Respóndanle —dijo Jamie rotundamente—. Y digan la jodida verdad.
—Los indigentes son una plaga —respondió Pecas, luego tragó saliva, como si
haciendo eso pudiera regresar sus palabras. Rubiecito solo sonrió. No se
avergonzaba en absoluto.
Stella se había arrodillado cerca a la mujer, y la oí preguntarle si tenía hambre. Di
un paso hacia los idiotas, que se encontraban más lejos de la mujer, y más cerca de
la vía.
—Ella es más persona que ustedes —les dije. Podía oír a la mujer sollozando
suavemente—. Stella, ¿la ayudas?
No la miré para ver si asintió, pero supuse que lo hizo, porque oí el crujir del
plástico mientras la mujer se enderezaba.
—¿Le das algo de comer? —le dijo Jamie.
229
Stella miró a nuestros comestibles y asintió. Le ofreció a la mujer su brazo.
—¿Cuál es tu nombre?
—María —dijo la mujer.
Stella la ayudó a levantarse y preguntó—: Chicos, ¿nos vamos?
—No —dije lentamente, mirando hacia atrás, a los chicos—. Creo que me voy a
quedar.
—Mara. —Stella dijo mi nombre con los dientes apretados—. Vamos.
Jamie se me acercó.
—En realidad, también me voy a quedar.
Pecas se echó a reír.
—¿No estás en serio sugiriendo que vas a castigarnos?
Poco sabían ellos. Le lancé una mirada a Stella.
—¿Necesitas algo?
—No —arrastró la palabra.
Miré a Pecas y a Rubiecito mientras le decía a ella—: Entonces vete. Ahora.
Pero no lo hizo. En cambio, quitó su brazo de María.
—¿Qué vas a hacer con ellos?
—Creo que quiero ver que Mara les lance la maldición Crucio para torturar sus
traseros —dijo Jamie.
Los chicos se rieron.
—Más como el Avada Kedavra —le dije.
Stella miró de ida y vuelta entre nosotros dos.
—No están hablando en serio.
—Se lo merecen —declaré en voz baja.
Rubiecito se rio entre dientes.
—¿Dos chicas y un niño? —Miró a Jamie de arriba a abajo—. ¿Cuántos años tienes?
—Los suficientemente para patear tu trasero.
Pecas se dobló de la risa.
230
—Cortaría tu ojo solo para ver cómo se ve en mi mano —le dije sin absolutamente
ningún efecto.
Lo que estaba bien. Él todavía no tenía que creerme.
—Tú realmente no… no vas a… —añadió Stella, pero por el tono de su voz, sabía
que no se encontraba segura.
Me encogí de hombros.
—Sería justo.
Stella se volvió hacia Jamie.
—Jamie.
No le respondió.
—Háganlos sentarse y luego orinen sobre ellos —dijo Stella—. Eso sería justo.
Jamie sacudió su cabeza.
—Mira, si tú orinas sobre mí…
—Nunca orinaría sobre ti, Jamie. —Stella se había relajado un poco. Pensaba que
Jamie se encontraba jugando con ella. Tal vez lo estaba.
—Aprecio eso, pero digamos que lo hiciste. Entonces, de acuerdo a Kant, yo podría
orinar sobre ti. Eso es justicia retributiva, justo ahí.
Jamie se volvió hacia los chicos, que se hallaban congelados en el lugar,
presumiblemente porque Jamie les dijo que se detuvieran. Ellos nos miraban con
recelo.
—Orinar sobre una persona indigente, eso es diferente. Es peor. Hay niveles de
atrocidades, y eso está cerca de lo primero.
Lo estaba. No me sentía tan enojada en mucho tiempo, y había tanto placer en
estarlo. Mis nervios se hallaban electrificados. Nuevas sinapsis disparándose. Me
sentía diferente, y me pregunté si lo lucía. Estiré el cuello para ver mi reflejo en un
espejo de baldosas y esperé a que me dijera algo, a que me diga lo que debía
hacer en la forma en que ella solía hacerlo. Pero se quedó en silencio. Mmm.
Mientras tanto, Jamie le continuó explicando a Stella por qué los cabrones
merecían más de lo que ella pensaba que hicieron.
—Hay una diferencia poderosa —dijo él—. Están aprovechándose de alguien débil,
y es horrible, repugnante y amoral, y cualquiera que hace algo como eso, necesita
que le enseñen una lección. Orinar sobre ellos en respuesta no es suficiente.
No, no lo era. Una brisa caliente se abrió paso a través del túnel, dándome una
231
idea.
—Hay un tren viniendo —le comenté a Jamie.
Miró mis ojos. Entendió.
—Escuchen cuidadosamente —les dijo a los chicos, y lo hicieron, porque no tenían
otra opción—. Bajen fuera del andén del tren. No pasen sobre el tercer carril, sino
que permanezcan en las vías.
Los ojos de Stella se agrandaron.
—No —dijo, mirando a Jamie—. No.
Pero él no le hizo caso, y los chicos se acercaron a la línea amarilla, que les advertía
en grandes letras imprenta que se mantuvieran alejados. Ellos saltaron del andén y
hacia las vías, evitando el tercer carril como Jamie dijo. Dos ratas corrieron sobre
una bolsa desechada de papas y una extraviada cinta púrpura antes de que
desaparecieran en el túnel.
—Síganlas —les dijo Jamie a los chicos, mientras señalaba a las ratas—. Entren al
túnel.
—No pueden hacer esto —dijo Stella—. Jamie. Jamie.
Respondí por él.
—Lo que hicieron estuvo mal.
—Pero no se merecen esto.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunté—. ¿Qué están pensando?
Stella se quedó muy quieta. Observé su concentración, observé su cara cambiar,
oscurecerse mientras escuchaba las palabras en sus mentes.
—No importa lo que están pensando —argumentó Stella en voz baja y por el tono
de su voz, sabía que no le gustó lo que oyó—. Los pensamientos son solo
pensamientos.
Pero ahora que había preguntado, quería tanto saberlo.
—Jamie, ¿puedes hacer que digan lo que están pensando en voz alta?
—Puedo intentarlo —dijo, y se acercó al borde del andén—. Vamos a escucharlos,
cabrones. Díganme cada pensamiento atravesando sus diminutas mentes.
Otra brisa caliente rizó sus cabellos, y Pecas miró por encima del hombro antes de
gritarle a Jamie—: ¡Jódete! —Rubiecito añadió una palabra inexpresable.
Vi la expresión de Jamie endurecerse.
232
—Oh, no te detengas —dijo, en voz baja—. Dime cómo te sientes.
—Tu gente son unos parásitos —continuó Rubiecito—. Flojos e inútiles y sin valor.
Deberían ser mis esclavos.
El rostro de Stella se volvió blanco. Su voz tembló cuando habló nuevamente.
—No son más que ignorantes, Jamie. Ignorantes y estúpidos. —Jamie se
encontraba en silencio—. Matarlos te va a lastimar más a ti que a ellos —añadió—.
Y, ¿qué pasa con sus familias?
Sentí el indicador del metro retumbar bajo mis pies. Stella le dijo algo a Jamie,
pero no le presté atención. Me encontraba mirando a la mujer, Maria.
—Paren —dijo ella en voz baja, tan bajo que estaba insegura de haberlo oído.
Luego lo dijo otra vez—. Déjalos subir —le dijo María a Jamie.
Fue entonces cuando la fachada de Jamie se agrietó. Todavía se encontraba
enojado, pero era un tipo diferente de ira. Fría. Resignado. Sabía lo que iba a decir
antes de hacerlo.
—Fuera de aquí. Suban. —Lució enfermo cuando lo dijo—. Ella es una mejor
persona que cualquiera de ustedes.
Lo era, así como Jamie. Pero yo no lo era.
Jamie nunca iba a dejarlos morir, lo sabía. Él solo quería asustarlos. Yo quería
matarlos. Su marca de crueldad no era ilegal, pero era venenosa. Harían cosas
peores, algún día, y lastimarían a otras personas, personas que no lo merecerían.
Quería detenerlos antes de que tuvieran la oportunidad. Me pregunté si era
realmente capaz de ello.
Y mientras cavilaba, Pecas le ofreció su mano a Rubiecito para ayudarlo a
levantarse. El tren se acercaba, podía ver la luz en la distancia. Pero Rubiecito
estaría fuera de las vías en el momento en que llegara allí. No estaba segura de
qué desear, qué pensar, y eso me hizo estar aún más enojada. No podían salir de
aquí. No los dejaría.
Oí a Pecas maldecir. Se encontraba mirando a Rubiecito, cuyo rostro se hallaba
contorsionado por el dolor. Su nariz estaba sangrando.
—¡Qué mierda! —gritó Pecas, mientras la sangre fluía por sus labios. Levantó su
mirada, con los ojos desenfocados y salvajes mientras pellizcaba su nariz para
cortar el flujo.
Stella me miró con horror.
—Mara. —Jamie también me miró. Ellos sabían.
233
Cuando Pecas finalmente jaló a Rubiecito el resto del camino, se desplomó. Y
entonces, también empezó a sangrar.
Stella tiró del brazo de Jamie.
—Jamie, dile que… haz que se detenga. ¡Haz que se detenga!
María se cubrió la boca y parecía que podría estar enferma.
El tren se precipitó en la estación, trayendo a una horda de gente con él. Un grupo
se formó alrededor de Pecas y Rubiecito, y sentí una punzada de sorpresa al ver a
María en él. Ella se había alejado de Stella, de nosotros, y gesticulaba a alguien con
autoridad, tratando de ayudar a las mismas personas que la hicieron su víctima.
Eso me conmovió. Decidí dejar a los chicos vivir.
Por hoy.
46
Traducido por Zafiro
Corregido por Alexa Colton
236
47
Traducido por BeaG
Corregido por Alexa Colton
Nunca olvidaré la manera en la que Stella lucía esa tarde, parada a los pies de las
escaleras con sus cosas.
Su cabello negro caía sobre sus hombros, y sus ojos… había algo mal con ellos. La
había visto preocupada, asustada y horrorizada, pero hoy no era ninguna de esas
cosas.
Los cuatro habíamos estado planeando dirigirnos a la conferencia, pero cuando
bajé las escaleras detrás de mi hermano y miré a Stella con los ojos enrojecidos,
supe que no seríamos los cuatro después de todo.
237
—Me voy —dijo Stella. Sorbió por la nariz, pero en su voz no habían lágrimas,
había acero.
—Nosotros también —dijo Daniel—. Ven con…
—No, me voy —dijo, interrumpiendo a mi hermano.
Daniel pareció aturdido por un segundo.
—Pero estamos tan cerca…
—No lo estamos —dijo bruscamente—. Simplemente no lo podía ver hasta ahora.
—Mi hermano parecía como si estuviese a punto de hablar de nuevo, pero Stella
no lo dejó—. Tú no has estado aquí. Tú no has visto… —Ella se detuvo y lanzó una
mirada en mi dirección—. Lo que sea que estaba esperando, ya es muy tarde. —
Mordió su labio, y sin mirarlo dijo el nombre de Jamie.
No había estado esperando eso.
—¿Tú también? —Mi voz tembló.
Sus ojos rebotaron entre Stella y yo, y después de lo que pareció una eternidad,
dijo—: Quiero descifrar toda esta mierda más que nadie, pero tal vez… Mara…
—Mara está enferma —dijo Daniel, y no lo corregí, incluso cuando no estaba de
acuerdo—. Los necesitamos para ayudarla. Para ayudarnos.
Jamie no le respondió. Solo se quedó ahí mientras Stella lo esperaba en la puerta.
No podía creerlo. No quería creerlo.
—Cuídense —dijo Stella en una voz tan baja que casi no la escuché. La rabia se
había ido, y se veía cansada mientras le decía a mi hermano—: Fue un placer
conocerte.
—A ti también —dijo—. ¿A dónde irán?
Stella alzó sus hombros en un encogimiento y sonrió tristemente.
—Casa.
No quería verlos irse. Pasé delante de mi hermano, quien no me detuvo, y entré al
estudio, cerrando la puerta detrás de mí. Parcialmente.
—No es ella misma —escuché a mi hermano decir.
—Eso es un eufemismo —respondió Jamie.
Así que él aún estaba ahí.
238
—Se está poniendo aterradora, hombre —dijo después.
—Lo sé —dijo Daniel.
—No creo que realmente lo sepas. Eso fue en serio espeluznante.
—Mira, todo lo que tenemos que hacer es encontrar al tipo responsable por lo que
le está pasando. Este es un problema que tiene solución, pero los necesitamos para
conseguirla.
Para alguien más, mi hermano probablemente sonaba exasperado.
Condescendiente, incluso. Pero yo podía oír el nerviosismo en su voz.
—Creo que necesitamos al menos considerar la posibilidad de que… —Jamie se
detuvo y tomó un profundo respiro—. ¿Cuál es el plan B?
Daniel habló después de lo que pareció una eternidad.
—No hay plan B.
Daniel enlazó su brazo con el mío mientras bajamos las escaleras que estaban
resbaladizas por la lluvia, hacia el tren. Cuando no tienes a nadie más, aún te queda
tu familia.
El inconfundible perfume del metro, una mezcla de café, cuerpos, cigarrillos y
pescando, nos recibió mientras deslizábamos nuestras Tarjetas del Metro a través
de los torniquetes. Eran las cuatro y media, y la plataforma estaba llena de gente:
un tímido adolescente sosteniendo el estuche de un chelo que parecía que podía
tumbarlo, una chica con el cabello platinado con una trenza tejida en forma de
corona, usando pantalones patentes de cuero. Un pájaro que parecía perdido saltó
cerca de la mesa de información o lo que sea que fuera eso, picando en lo que
quedaba de un mugriento sándwich. Tan pronto como lo noté, fui barrida por una
ola de indefinida tristeza. Me paré donde estaba, jalando a Daniel hacia atrás.
—¿Qué pasa?
No sabía cómo responderle porque no sabía. Apunté hacia un pequeño quiosco, y
mi hermano asintió, soltándome de su lado. Compré un sándwich y lo lancé para el
pájaro.
Una brisa sofocante anunció la llegada de un tren aproximándose, y nos metimos
en el camino detrás de la chica con la trenza de corona y detrás de un hombre con
rastas que llegaban hasta su cintura, que sostenía la mano de una niña que no
dejaba de gritar: “¡Soy el Hombre Araña!”. Un hombre de negocios con una marca
de nacimiento color púrpura en su cara estaba apoyado contra un poste con su
pierna, comiendo de una grasienta bolsa de frutos secos dulces.
Jamie permaneció en silencio mientras nos movíamos a toda velocidad por las
venas de la ciudad, hasta que encontramos un espacio abierto lo suficientemente
grande para los tres y nos metimos dentro. La niña Hombre Araña todavía estaba
dando a conocer su identidad cuando Jamie habló.
—¿Y si alguien tiene piojos en el metro?
Una pareja preadolescente con la misma cantidad de acné que se había estado
240
besando medio segundo antes lo miró con disgusto.
—Uh, ¿qué? —preguntó Daniel.
—¿Y si algún niño en el tren tiene piojos? Y estás sentado a su lado y te los pega.
—Eso es asqueroso —dije.
Jamie pasó la mano por su cuero cabelludo.
—Apuesto que sucede.
—¡Para! —Tiré de su mano. Solo el pensamiento era suficiente para que me diera
picazón.
—No te preocupes, Mara —dijo mientras agitaba mi cabeza—. Tu cabello luce
luminoso.
Los dos nos echamos a reír al mismo tiempo. Alivio no era una palabra lo
suficientemente grande para explicar lo que sentí. Jamie aún era mi amigo. Quizás
ahora era diferente, pero necesitaba cuántos de ellos pudiera tener.
Sintiéndome más ligera, dejé que mis pensamientos fueran a la deriva mientras
miraba mi borroso reflejo dentro y fuera de la oscura ventana del tren en frente de
mí. Mi reflejo era obediente y silencioso, y me sentí extrañamente calmada. Estaba
a punto de quedarme dormida cuando las luces se prendieron y el tren frenó de
golpe. La próxima parada era la nuestra, pero nunca llegamos.
48
Traducido por Josmary
Corregido por Eli Mirced
—Hola, gente —anunció una voz metálica por el altavoz—. Parece que hay algún
tipo de interrupción del servicio. —Empezó a decir algo más, pero las palabras se
disolvieron en estática antes de que escucháramos—: Los vamos a evacuar tan
pronto como sea posible.
Los neoyorquinos son bastante imperturbables como grupo, y el grupo variopinto
en nuestro vagón no fue la excepción. Una anciana asiática sostuvo la mano de un
adorable niño pequeño vestido con un chaquetón azul, quien le habló con calma
241
en inglés, aunque ella le respondió en otro idioma, ¿en chino, tal vez? A su lado
una madre que lucía agotada, trataba de evitar que sus dos hijos escaparan en
dirección opuesta, después de que su bolsa de compra cayera al suelo. Sus
manzanas se dispersaron en el vagón como bolas de billar. Pero nadie lloró. Nadie
entró en pánico. No hasta que las luces se apagaron.
Al principio hubo silencio, luego estalló el ruido. Gente hablando, un niño llorando.
El vagón no estaba completamente oscuro: en los vagones adyacentes tenían las
luces de emergencia encendidas, pero en el nuestro no.
—Estas cosas suceden todo el tiempo —dijo Jamie. Su rostro iluminado por un
tenue resplandor escalofriante—. Van a resolver el problema.
Un estallido de estática sobresaltó a Daniel, lo sentí saltar contra mi hombro. El
celular de alguien zumbó con un texto. Y entonces un extraño dijo mi nombre.
—¿Mara Dyer?
La dueña de la voz era una chica veinteañera con expansiones en sus orejas, un aro
en la nariz, y una mata salvaje de cabello rizado. Sostenía un libro con un árbol
frondoso en la portada, el título no se podía distinguir, y en el celular de la otra.
—¿Quién es Mara Dyer?
Sentí los ojos de Jamie y Daniel clavados en cada lado de mi cara. El aire viciado
parecía pulsar sobre mí, frenando mis pensamientos.
—Uh, ¿yo? —dije, antes de que Jamie me callara.
Todo el mundo en el vagón se quedó mirando a la Chica Rizos mientras se
acercaba a mí y me daba su teléfono.
—Alguien te está enviando mensajes de texto.
—No te conozco —dije, señalando lo obvio.
—Y yo no te conozco a ti. Pero eso no parece importarle a la persona que envió el
mensaje. —Gesticuló con el teléfono—. Míralo por ti misma.
Traté, pero me di cuenta que me encontraba aprisionada por mi hermano y Jamie.
—Esto significa malas noticias —dijo Daniel—. Malas noticias.
Me los quité de encima y tomé el teléfono de la chica.
TENGO LO QUE QUIERES.
Y luego había una foto de Noah. No podía ver dónde estaba y no sabía lo que
estaba haciendo; era solo un primer plano de su rostro. Pero era Noah estando
vivo. Y a su lado había un periódico con la fecha de hoy.
242
—¿Ya puedo tener mi teléfono de vuelta? —preguntó Chica Rizos. La ignoré.
—Pregunta quién es —dijo Jamie.
—¿Y crees que él responderá? —respondió Daniel.
—¿Cómo sabes que es un él? —preguntó Jamie.
Daniel puso los ojos.
—Es un él.
¿Quién es?, envié en respuesta. Unos segundos más tarde, el teléfono de la chica
zumbó de nuevo.
¿ACASO IMPORTA? ABRE LA PUERTA ENTRE LOS VAGONES Y SAL. DEJA A TU
HERMANO Y AMIGO, PARA QUE NO SALGAN LASTIMADOS.
—Es una trampa —dijeron Daniel y Jamie al unísono.
—Oye —dijo Chica Rizos, claramente molesta—. ¿Mi teléfono?
Jamie la miró y dijo—: Este no es tu teléfono. —Su frente se arrugó y los ojos de la
chica se pusieron vidriosos—. Tu teléfono cayó en las vías.
—¿Se me cayó? —Su voz vaciló mientras su mirada se dividía entre Jamie y el
teléfono en mis manos.
—Sí. Ahora vete lejos. —Jamie hizo un gesto hacia ella—. Shuuuu.
Cuando ella se fue, me puse de pie.
—Oh, por favor, Mara —dijo Jamie.
Daniel estaba sacudiendo la cabeza mientras hablaba.
—No iras allá fuera.
—Por supuesto que voy a ir. —Más estática a través del altavoz, pero no había
luces ni movimiento todavía. Daniel y Jamie tenían razón. Obviamente la tenían. Y
yo no estaba en estado de ánimo para procesar el escenario de otra forma que no
fuera como prueba de que Noah estaba, de hecho, con vida. Tenía que asegurarme
de que siguiera siendo así. Tenía que asegurarme de que Daniel y Jamie también
siguieran así.
—Hermana, te amo, y haría cualquier cosa por ti, pero realmente no quiero
arrastrarme por las entrañas del sistema de tránsito de la ciudad de Nueva York
por ti. Por favor, no me obligues a hacerlo.
—No solamente no te obligaré —le dije cuando llegué a la manija de la puerta
243
entre los vagones—, no voy a dejar que lo hagas.
—No vas a detenerme —dijo Daniel.
Jamie se inclinó. Si hubiera tenido cabello, habría estado tirando de él.
—Maldita sea, Mara. Hemos estado aquí antes.
Abrí la puerta y salí a la oscuridad.
—Es cierto —le dije—. Y todo salió bien.
—Supongo que eso depende de tu definición de “bien”.
—Miren —le dije a Daniel y Jamie—, ¿cuál es la cosa más aterradora que imaginan
en estos túneles? ¿Ratas? ¿Gente topo?
—¿Una mente malvada del infierno empeñada en matarte? —sugirió Jamie.
—Te equivocas. Lo más aterrador en estos túneles soy yo. —Les cerré la puerta a
ambos y salté a las vías.
El celular de la chica zumbó en mi mano.
CAMINA HASTA EL FINAL DEL TREN HASTA QUE LO PASES. VE HACIA EL
TERCER NICHO CON PUERTA.
Las paredes curvas parecían extenderse hasta el infinito, pero empecé a caminar,
siguiendo un riachuelo entre las pistas que estaba atascado de basura. Volantes
pegados a las paredes húmedas, llenas de grafiti. Mi pulso empezó a acelerarse
mientras me acercaba al final del tren, pero no de miedo. Creía lo que le había
dicho a mi hermano y Jamie. Creía en mí misma. Encontraría a Noah, y castigaría a
quien lo alejó de mí.
Pasé el primer nicho, y luego el segundo. Pero antes de llegar al tercero, oí que
gritaron mi nombre detrás de mí.
—¿Mara? —La voz de Daniel se hizo eco en el túnel. El pánico se apoderó de mí.
—¿Wherefore art thou16, Mara Dyer? —La voz de Jamie esta vez.
—Eso quiere decir “por qué”, no “dónde” —escuché a mi hermano decir—. Solo
digo.
—¡Regresen! —grité automáticamente, luego me maldije a mí misma. No por
haber dado mi localización a mi misterioso redactor, sino por dársela a mi
hermano. Marco Polo solía ser su juego favorito.
—¡De ninguna manera! Soy tu hermano mayor. Es mi deber protegerte —gritó
Daniel.
244
Y luego una sombra se separó de la pared, formando la silueta de alguien que
conocía, de la persona que esperaba desde que había visto ese primer texto.
Realmente, desde que oí a la chica en el metro decir mi nombre.
—No les hagas daño —le dije a Jude, y lo dije en serio—. Por favor.
—No pretendía hacerlo —contestó, y me dio un puñetazo en la cara.
16
Wherefore art thou, Mara Dyer? Equivale a la famosa frase “Wherefore art thou, Romeo?” Que
quiere decir “¿Por qué eres Romeo?” O, “¿por qué tienes que ser tú, Romeo?”, en la que Julieta
lamentaba que no pudo enamorarse de otra persona, que no fuera tan difícil estar juntos. Jamie
aquí se está refiriendo a los problemas en que se mete por estar detrás de ella, pero Daniel ve
necesario hacer la aclaración porque normalmente “Wherefore art thou?” se confunde con “¿Dónde
estás tú?”.
49
Antes
Cambridge, Inglaterra
Traducido por MaJo Villa
Corregido por Emmie
No hubo ninguna llamada en la puerta del profesor antes de que ésta se abriera, 245
lanzando un rayo de luz tenue de color gris en la habitación.
Una chica se encontraba de pie en la puerta, pero no entró. Estaba medio en las
sombras, pero no necesité verla para saber quién era.
El profesor levantó un vaso de líquido color ámbar a sus labios y bebió mientras
escribía en su cuaderno de notas.
—Naomi, entra.
Naomi Tate se apresuró a entrar, trayendo consigo los olores de la lluvia y el
nerviosismo. Cerró la puerta con fuerza, haciendo sonar las persianas, y unas
cuantas hojas que se habían aferrado a su abrigo se esparcieron en el suelo de
madera rayado.
—Profesor, ¿no es un poco temprano para estar bebiendo? —dijo de forma casual,
al tiempo que se quitaba su abrigo.
—Tal vez sea un poco tarde. —Continuó escribiendo sin levantar su mirada.
El cabello de Naomi se encontraba húmedo y alborotado, así que lo ató como
pudo en un nudo desordenado en su nuca mientras se acercaba al frente del
escritorio del profesor. Finos mechones rubios se curvaban alrededor de su frente y
de sus sienes, enmarcándole el rostro.
Ese rostro. Con pómulos altos y una nariz elegante y larga, Naomi era hermosa en
una forma rara y peculiar, en una manera que demanda atención. La he conocido
por un año y aun así, jamás podría acostumbrarme a mirarla.
Pero hoy había algo diferente en ella. Me moví en el anudado y maltrecho sillón de
cuero en el que siempre me sentaba, mi isla en el medio del caos que era la oficina
del profesor en Cambridge, y olfateé el aire. Los olores en la habitación eran todos
familiares: papel viejo mezclado con cuero y moho; cilantro y almizcle que eran del
profesor; narcisos y cedro que venían de Naomi. Y algo más, algo…
—Sra. Shaw, ¿qué puedo hacer por usted? —preguntó. Tomó otro sorbo lento de
whisky.
Sra. Shaw. Ahora era Sra. Shaw. Lo seguía olvidando. Se había casado con el nieto
de Elliot, a quien vi por última vez a los ocho años de edad, arrojando libros y
juguetes en su habitación, porque no podía encontrar el que quería. No conocía
bien a su esposo, pero mi impresión era que David Shaw no era terriblemente
diferente.
Naomi se rehusó a contestarle al profesor; no pelearía por su atención. Haría que él
peleara por la suya. Amaba eso de ella.
Después de varios segundos, finalmente abandonó su cuaderno de notas y la miró. 246
Sus labios se retiraron en una sonrisa.
—Está embarazada —dijo al fin.
Una inhalación brusca. La mía.
—¿De cuánto tiempo?
No había escuchado al profesor levantarse de su escritorio, pero se encontraba de
pie cuando habló.
—Hace poco —dijo, acercándose con pasos lentos y gráciles a Naomi—.
¿Alrededor de dos semanas?
Naomi no habló, pero asintió. Frotó un antiguo nudo en el escritorio con su dedo,
se hallaba nerviosa, pero de todas formas sonriendo locamente.
Dejé escapar el aire que, sin darme cuenta, estaba reteniendo.
—Es demasiado pronto —le dije al profesor—. Ella no podría estar…
—Lo estoy —dijo, en un tono que no dejaba lugar a la discusión—. Lo estoy.
El profesor se pasó una mano por la barbilla y la boca. Luego dijo:
—¿Puedo? —Indicó su vientre plano. Naomi asintió.
El profesor se acercó más hasta que se encontró lo suficientemente cerca para
tocarla. Noté la forma en que sus músculos se tensaron con la aprehensión, la
forma en que sus ojos color agua cayeron al suelo mientras se le acercaba. Cuando
colocó su mano bajo su vientre, Naomi se estremeció. Un pequeño movimiento,
uno que trató de disimular. Si esto le molestó a él, no lo demostró.
—Tres, quince —dijo, y retiró su mano. Naomi se relajó—. ¿Qué significa eso para
usted?
Sus mejillas se sonrojaron, y empezó a frotar el escritorio lleno de agujeros una vez
más.
—El día que concebí, creo. El quince de marzo.
—¿David lo sabe? —le pregunté rápidamente.
Naomi negó con su cabeza.
—Todavía no —dijo, y tragó saliva. Levantó su mirada hacia el profesor—. Quería
decírselo primero.
—Gracias. —El profesor inclinó su cabeza. Ladeó sobre su escritorio y empezó a
escribir—. Por ahora, preferiría que no se lo mencionaras. ¿Puedes hacer eso
Naomi? 247
—Por supuesto —dijo, poniendo sus ojos en blanco.
—¿Sabes? Vas a tener un niño.
Todos los rastros de su irritación se desvanecieron. Una sonrisa se levantó desde la
comisura de su boca.
—Un niño —repitió, como si dijera la palabra por primera vez—. ¿Lo ha visto?
El profesor dudó por un momento, luego dijo—: Sí.
—Dígamelo todo —dijo, su rostro se iluminó con entusiasmo.
—No lo sé todo —dijo el profesor—, pero lo que sí sé es que tiene tu sonrisa.
Sus manos se deslizaron hacia su bajo vientre.
—No puedo creer que esto de verdad esté pasando.
—Está sucediendo. —El profesor había contado con esto, con ella, y yo también—.
El niño está destinado a la grandeza. Gracias a usted, él cambiará al mundo.
Y por él, Naomi moriría. Era un sacrificio que estaba dispuesta a hacer. No le costó
nada al profesor; pero fui yo la que la convenció para hacerlo. También necesitaba
a su hijo, y su muerte era fácil de aceptar cuando Naomi solo era una abstracción,
una extraña. Pero ahora la conocía, y me encontraba obsesionada por la culpa. Me
había hecho su amiga, la persuadí, sabiendo que no existía ninguna línea de
tiempo en donde tendría a este bebé y viviría, y a lo largo de los meses, el
fantasma de su día de muerte me atormentaba. Soñé con ella colgando de una
cuerda en las vigas de un establo, con sus pies desnudos, el balanceo del cuerpo
después de la tensión de la cuerda hizo que se rompiera la columna vertebral.
Soñé que un trozo de cristal atravesaba su pecho después de un accidente de auto,
y moría por asfixiarse con su propia sangre. Soñé con su asesinato, su
ahogamiento, que era enterrada viva bajo un edificio derrumbándose. No sabía
cuándo sucedería, pero sabía que iba a ocurrir.
Antes de su boda, no pude dejar de advertirle de nuevo. Le dije que sería una
mártir por su hijo.
Todo regalo tiene su costo, me había dicho en respuesta.
Hoy pude ver los inicios de ese costo. No había nada de la emoción de una madre
en su expresión, nada de temor o admiración, ni siquiera amor. En su lugar lucía
como una niña a la que le habían dicho que pronto emprendería una aventura, y
no podía esperar a que comenzara.
Casi saltó sobre sus tacones.
248
—Me gustaría no tener que esperar nueve meses para conocerlo —dijo.
—Nacerá en una buena hora. Sea paciente.
—¿Cuándo debería decirle a David?
—Se lo dejaré saber la próxima vez que nos reunamos.
—¿Y cuándo será eso?
—El próximo jueves. Usted, Mara y yo nos reuniremos en el laboratorio, y veremos
cómo está progresando todo. ¿De acuerdo?
—Si usted lo dice.
—Muy bien. Entonces, la veré luego. Ten un buen día, Sra. Shaw —dijo, mientras
Naomi se daba la vuelta para irse—. Y felicitaciones.
Lo miró por encima de su hombro.
—No me llame Sra. Shaw —agregó con petulancia—. Me hace sentir vieja.
Un atisbo de sonrisa tocó la boca del profesor, y después la puerta se cerró detrás
de ella.
—Este embarazo será difícil para ella —dijo el profesor, mirando tras ella.
—El niño va a vivir, ¿no?
—Sí. Por supuesto.
Me detuve por un momento. Luego pregunté—: ¿Y Naomi?
—No morirá en el parto.
Pero eso no fue lo que pregunté, y ambos lo sabíamos.
249
50
Traducido por Jasiel Odair
Corregido por Miry GPE
Abrí los ojos a la oscuridad. No vi nada, pero me sentí como una pequeña cosa
sola en un espacio amplio y cavernoso. Y alto… sentí que era alto, lo que me hizo
querer mantener mis miembros apretados y cerca de mi cuerpo. Traté, pero no
pude. Mis brazos y piernas se hallaban atados. Pero no tenía miedo; me sentía
lejana, distante. Donde debí sentirme asustada y aterrorizada, solo me sentí
observadora y calculadora.
Hasta que recordé a mi hermano, llamándome en la oscuridad.
Solo podía ver lo que estaba por encima y a cada lado de mi cabeza, y no muy
bien de hecho. Me encontraba en una especie de almacén; había una fuente de luz
250
en alguna parte, pero no pude encontrarla. Parpadeé una y otra vez. Un techo de
concreto desmoronándose y con agujeros se materializó por encima de mí,
enmarcado por ventanas empañadas de mugre. Y, a mi izquierda y derecha se
hallaban las sombras de cientos, tal vez miles, de personas.
No. Personas no. Maniquíes. O partes de ellos, al menos. Un ejército de torsos sin
cabeza y en posiciones firmes, extendiéndose más allá de lo que podía ver. Manos
sucias, brazos de resina, torsos de tela y ojos de plástico, amontonados y dispersos
en el suelo.
Pero Daniel no se encontraba allí, o al menos no podía verlo. Sabía que no estaba
sola, pero tal vez era a la única que Jude tomó. Recé a un Dios en el que no creía,
para que estuviera en lo cierto.
—Te preguntas dónde estamos —dijo una voz. Una voz extrañamente familiar,
resonante y convincente, a pesar de que nunca antes la había escuchado. Me
zumbaban los oídos y mi cabeza se sentía nubosa, y todo, incluso mis
pensamientos, parecía distorsionado.
—Te preguntas por qué estamos aquí. —Escuché el sonido de pasos lentos y
decididos, pero no vi a nadie. Luego, poco a poco, mis ojos detectaron
movimiento. Una figura se movió entre los cuerpos, tan altos y estrechos como
eran. Distinguí la silueta de un traje negro entre ellos, y mientras los pasos se
acercaban más, vi la silueta convertirse en una persona.
Tenía los ojos azules grises de Noah, pero no era Noah. Y tras él se encontraba
Jude.
—Me temo que nunca hemos sido presentados formalmente —me dijo el hombre.
Sus ojos se arrugaron en las esquinas cuando sonrió, la leve curva de su boca
haciendo hincapié en los huecos debajo de los pómulos esculpidos—. Mi nombre
es David Shaw.
Mi lengua se tornó pesada en mi boca, y mis pensamientos se disolvieron antes de
poder alcanzarlos. Escuché hablar del padre de Noah, pero nunca lo había
conocido, y ahora, ahora estaba aquí. Él estaba aquí, y yo fui llevada allí por él.
Para él.
Se quedó allí, mirándome amablemente, con simpatía, como si Jude, mi torturador,
no estuviera de pie junto a él. Como si no hubiera sido el orquestador de mi
tormento, utilizando Horizontes, Wayne y Kells como herramientas.
Muda por la sorpresa o las drogas, lo único que podía hacer era mirarlo fijamente,
y a Jude, que apenas se parecía a la criatura que yo recordaba. Atrás quedó la
convicción suave que exhibió en el muelle cuando me obligó a cortar mis muñecas.
251
No vi nada de la ira que mostró en el jardín de Horizontes, cuando torturó a mis
amigos, a Noah y a mí. Susurraba para sí mismo. Murmurando. No podía distinguir
las palabras.
—Estás asustada —me dijo David Shaw.
No lo estaba. Ya no.
—Me siento muy mal por esto. Desearía que las cosas pudieran ser diferentes.
Lo serían. No iba a matarlo, tal como hice con todos los demás. Lo torturaría, de la
misma forma en que me torturó.
No necesitaba que me dijera por qué lo hizo. No me importaba. Solo me
importaba una cosa, pero mi boca no formaría las palabras hasta que David Shaw
me diera el permiso. Reconocí la sensación. Estaba bajo la influencia de
Anemosyne, la droga elección de Kells.
—¿Noah lo sabía? —Mi voz sonó áspera y ronca, y no estaba segura de que me
escuchara, hasta que sus cejas se levantaron por la sorpresa.
—¿Preguntas si él te traicionó? —Los ojos de David se estrecharon un poco—. Qué
poco confías en él. —Su sentencia fue interrumpida por el sonido de metal contra
metal y el sonido de pasos acercándose—. Hablando del diablo —dijo David, luego
Noah apareció detrás de él.
252
51
Noah
Traducido por Julieyrr
Corregido por Mire
258
53
Noah
Traducido por ElyCasdel
Corregido por Daniela Agrafojo
¿Mi padre se había vuelto loco por la pérdida de mi madre? ¿Tal vez, por la
perpetua decepción de su hijo? Puede que nunca lo sepa.
—Escuché que la terapia de electrochoques ha recorrido un largo camino en el
último siglo —le digo. Mi ingenio cae en oídos sordos.
—Todo lo que siempre he querido para ti, Noah, lo que la mayoría de los padres
259
quieren para sus hijos, es que fueras saludable, normal. Pero soy parte de la razón
de que eso nunca te sucediera —dice—. Tu madre y yo, ambos somos portadores,
no manifestados, del gen original, el que te hace anormal.
Casi me rio en voz alta ante la palabra.
—Está bien. De acuerdo. ¿Cuánto tiempo lo has sabido?
—Tu madre dejó papeles, cartas —dice simplemente—. No los creí hasta que
tuviste ocho años.
Busqué en mi memoria por algún indicio y encontré uno.
—Lograste subir a tu vestidor mientras tu nana se encontraba en el baño, y
saltaste. Te abriste la cabeza. Me sentí aterrado. —Una ligera sonrisa aparece en su
rostro con líneas, y en ese momento una imagen de mi vieja habitación se
materializa en mi mente, techo alto de madera oscura. El suelo tenía un patrón de
incrustaciones en él. Escalé mi alto vestidor para tener una mejor vista, y cuando lo
hice, el suelo pareció tener otra dimensión, retirarse, como si pudiera brincar hacia
él. Así que lo intenté.
—Te llevé corriendo al hospital, pero para el momento en que llegamos, tu herida
estaba casi cerrada. Ordené que un doctor privado te atendiera, que te hiciera
tomografía, resonancia, pruebas sanguíneas, nada resultó positivo. Te encontrabas
perfectamente sano —dice mi padre con una pequeña sonrisa—. Excepto por el
hecho de que te seguías lastimando. No, no lastimándote accidentalmente, sino
haciéndote daño tú mismo —añade desagradablemente.
Quiero golpearlo fuertemente.
—Estuvo la pierna fracturada a los nueve.
Cuando salté del techo de nuestra casa de campo, esperando poder volar.
—La mordida de víbora en el viaje a Australia cuando tenías diez.
Cuando descubrí una serpiente debajo de una pila de hojas, y decidí que tenía que
sostenerla.
—La mano rota a los doce.
Después de una pelea con mi padre, cuando golpeé la pared.
—Las quemaduras a los trece.
Cuando prendí fuego al jardín que mi madre plantó años antes, el cual mi padre
amaba más que a mí.
—Y la primera vez que te cortaste, cuando tenías quince.
260
Cuando había tenido suficiente.
—Y en medio de eso, estuvo el fumar, beber, las drogas, ejercicios en contra de la
vida que tu madre y yo te dimos.
Un estribillo que he escuchado tantas, demasiadas veces antes. Aburrido.
—Psicólogos y psiquiatras insistieron en que estabas traumatizado por el asesinato
de tu mamá. A los cinco eras demasiado mayor para olvidarlo…
Verdad.
—Pero demasiado joven para hablar de ello.
Falso. Nadie lo intentó.
—Así que arremetiste contra el mundo, contra mí, contra ti mismo. Tu madre dio
su propia vida por ti y sigues escupiendo en su memoria. —Los ojos de mi padre,
gracias a Dios, pierden ese revelador brillo maníaco, pero aun así. Creo que nunca
lo había visto tan furioso. Es extrañamente fascinante.
Esta tal vez sea la conversación más larga que hemos tenido alguna vez.
Se detiene para recuperar la compostura y sacar un pañuelo de su bolsillo. Buen
Dios. Da golpecitos en la esquina de su boca.
—No podía mirar sus cosas luego de que muriera. Apenas podía mirarte, te
pareces mucho a ella. Pero con el tiempo, logré forzarme. Ella escribió sobre lo que
había hecho, lo que eras, en lo que te convertirías. No hay duda de por qué los
psiquiatras y doctores fueron inútiles. —Sacude la cabeza con disgusto—. No
podían comenzar a comprender tu desgracia. Así que contraté a Deborah Kells.
Me doy cuenta, mientras mi padre confiesa su participación en el asunto que ha
arruinado la vida de la chica que amo, y mi vida por consecuencia, que debería
sentir una profunda traición. Un enojo justificado, tal vez. Sorpresa, disgusto, ira,
cualquiera de eso sería perfectamente normal.
Que contratara a Kells para experimentar en los otros y en Mara, que dejara a Jude
atormentar a Mara, torturarla así, de hecho podía creerlo, monstruoso y psicópata
como era. Si habría alguna ganancia en todo ello, mi padre la tendría. Es algo que
tiene sentido. Y lo de Lukumi es un toque interesante, lo admito.
Pero el asunto del dragón, ¿esta mierda del héroe? Locura total. Mi padre está
desquiciado.
Y aun así parece tan normal. Especialmente al lado de Jude, quien se está 261
sacudiendo, y posiblemente babeando un poco, no puedo decirlo con certeza.
Mi padre confirma mi valoración con cada palabra que dice.
—Deborah tenía teorías sobre cómo encontrar a otros como tú, y teorías de cómo
curarlos. La hice registrar su progreso mensual y me enviaba los vídeos de modo
que pudiera preservarlos, pero nada en ellos prometía ayudarte. No hasta que
encontró a tu Mara.
Estoy asqueado por el sonido de su nombre en su boca.
—Deborah no estaba segura de que Mara fuera la indicada. En Providence,
Deborah pensó que podría ser su hermano mayor, de hecho. Pero luego de alguna
fiesta de cumpleaños, su hija adoptiva la convenció de que era Mara. El manicomio
fue elegido como escenario, con la esperanza de que el miedo de pasar la noche
ahí detonara el comienzo de la manifestación de Mara. Y lo hizo.
Asimilo poco a poco, lo que está diciendo. Está hablando de Claire, la hermana de
Jude. Habla del manicomio, el lugar donde Jude casi la violó. Me está diciendo
cómo todo fue puesto en escena, se planeó, y mi confusión se convierte en intenso
disgusto. No sé cómo sigo en pie.
—Mara terminó enseñándome tanto de ti, como tú me enseñaste de ella. Tal vez
más. No tenía idea de cómo funcionaba tu habilidad. Cómo escuchabas cosas, lo
que veías. Pero fue enorgullecedor —dice mi padre—. Si hay una manera de
detener la anomalía, no la hemos encontrado. Podrías ser la clave en esto, Noah,
pero nunca lo sabremos mientras ella viva. Y no puedes permanecer lejos de ella, y
ella no puede evitar lo que es.
Casi no puedo esperar a escuchar su respuesta.
—¿Y qué es?
—En cada generación alguien a lo largo de la línea sanguínea afectada desarrolla
una habilidad que es paralela a un arquetipo…
Jodido infierno. Hora de irse.
Mi padre sonríe, como si pudiera escuchar mis pensamientos.
—Mi hijo, el escéptico. También era uno. Pero dime, ¿no te has preguntado por
qué ella no puede desear nada bueno?
Sus palabras borran los comentarios sarcásticos que se hallaban en la punta de mi
lengua, y los reemplaza con un recuerdo. Me preguntaba exactamente eso. Y
escribí sobre ello en el diario que escondía de Mara.
Mi teoría: que Mara puede manipular eventos de la manera en que yo puedo
manipular células. No tengo idea de cómo cualquiera de nosotros puede hacer
262
eso, no obstante lo hacemos.
Intento hacerla ver algo benigno, pero ella mira y se concentra mientras su sonido
nunca cambia. ¿Su habilidad se encuentra ligada al deseo? ¿No quiere nada
bueno?
—Ella es la personificación del arquetipo Sombra: destructivo, dañino para sí
misma y para otros. Personifica la autodestrucción de la que hablaba Freud.
—Qué dramático. —Miro a Mara, pero no me mira a los ojos.
—Mara puede lograr lo que quiera —continúa mi padre—, y sus deseos se vuelven
realidad. Pero la naturaleza de su aflicción es que nunca creará nada bueno.
Incluso si lo que dice es verdad, simplemente me importa una mierda. Tengo cosas
de sobra para empezar. Pero miro a Mara mientras él dice esas palabras sin
sentido: “portador,” “anomalía,” “manifestación,” etcétera. No me importa lo que
eso significa, pero me importa lo que significan para ella. No he visto un brillo de
odio o miedo en sus ojos, si lo hubiera hecho, ya nos hubiéramos ido. En su lugar,
veo algo más. Comprensión.
—Aunque tal vez estés reacio, Noah, eres la representación del Héroe. No tienes
que aprender a convertir nada en algo bueno. Simplemente eres el mejor en todo.
Tus telómeros no dejan de multiplicarse. Si no eres asesinado, tal vez vivas para
siempre, de hecho. Tienes todos los dones posibles, Noah.
No los quiero.
—Pero una vez que ella se manifieste complemente, si estás cerca, serás
impotente. Vulnerable. Débil. No puede evitar lo que te hace. Es tu debilidad, así
como tú eres la suya.
263
54
Traducido por Geraluh.
Corregido por Alessandra Wilde
Realmente no había estado preocupada hasta que escuché esas palabras. El padre
de Noah no iba a matarlo. Seguramente no podía matarme, o no estaría viva. Así
que simplemente me recosté y disfruté mirando a Noah aplastar arrogantemente
las graves advertencias de su padre, sus terribles predicciones. Era el chico que
amaba, aún. No podía haberle importado menos. Pero entonces.
«Ella es tu debilidad».
«Contraindicación: M.A.D (Mara Amitra Dyer)».
«Como tú eres la suya». 264
«Contraindicación: N.E.S.S (Noah Elliot Simon Shaw)».
—Cuando evolucione completamente, estarás en riesgo cada día que pases con
ella. Tus células no se regenerarán. Tus telómeros no se reproducirán. ¿Si ella
sobrepasa sus límites… si sufre, tiene miedo o está bajo severo estrés, y tú estás
cerca? No serás capas de curarte a ti mismo. Su habilidad es dominante; anula la
tuya. Por eso me aseguré que le dijeran que habías muerto. Tu tendencia a la
autoagresión, un efecto secundario del gen que te hace diferente, hace a Mara
irresistible para ti. No es tu culpa, pero estar con ella no es tu elección. —Y
entonces David Shaw me dio esa mirada, un mezcla de lastima y desprecio—. No
te amaría si no fueras lo que eres.
Recordé besar a Noah en su habitación durante una tormenta eléctrica, viendo sus
labios volverse azules. Recordé estar frente a él en un vestido de color medianoche
en una silenciosa playa después de que había leído algo que no debería haber
hecho, y pensé que entendí lo que significaba.
—No voy a ser lo que tú quieres —le había dicho a Noah entonces.
—¿Y qué crees que es?
—Tu arma de autodestrucción.
Noah había dicho que no lo era, que no podía serlo, y quería tanto creerlo. Pero
escuchar esas palabras emanar de la boca de su padre me cortó con la verdad.
—No quiero estar aquí —dijo el padre de Noah—. Lo que sea que pienses de mí,
amé a tu madre. Era mi vida. Era mi razón de existir. Y le prometí que te
mantendría a salvo. Puede que le haya fallado en los demás aspectos, pero no
puedo fallar en eso. Mira a Jude —dijo, haciendo un gesto hacia él—. Un proyecto
de Deborah, uno que no ha valido la pena.
Si a Jude le importó que hablara como si él fuera una cosa, como si no estuviese
ahí, no lo demostró. Su expresión era plana, sus ojos vacíos.
—Es impredecible e inestable, a pesar de los esfuerzos de Deborah por controlarlo.
Se podría decir que él es responsable de su muerte, ya que es el que dejó salir a
Mara.
—Fue un error —dijo Jude entonces, en una firme voz extraña.
David lo miró con recelo.
—Sí. Lo fue. —Luego se centró en mí—. Lo que le está sucediendo a Jude te
sucederá a ti, también, Mara. Alucinas. Eres violenta en respuesta al dolor. Muestras
signos de trastorno de personalidad disociativo. Vas en ese camino.
265
Tal vez ya estaba ahí.
—Conocí a tu abuela, hace mucho tiempo. No tanto, no lo suficientemente bien en
absoluto, pero perseguía a mi esposa en el disfraz de una amiga, una confidente.
Era impredecible. Era inestable. Era una mentirosa, como tú, y una asesina, como
tú. Condujo a mi esposa a su muerte, y tú conducirás a mi hijo a la suya.
Noah interrumpió a su padre.
—¿Crees que me importa si no tengo poderes? Eso es lo que quiero.
—¿Para que así puedas finalmente matarte a ti mismo?
Contuve la respiración, esperando que Noah respondiera. Nunca lo hizo.
—Estás enfermo, Noah. La consecuencia de tu habilidad podría destruirte, la
manera en que han destruido a otros niños enfermos, y moriré antes de dejar que
eso te pase —dijo David.
Quizás podría ayudarlo con eso.
—Cuanto más tiempo pasa, más fuerte se volverá, hasta que se manifieste
completamente, y no puedo predecir cuándo pasara. —David se volteó hacia mí—.
Después de ese truco que hiciste en el andén del metro, me di cuenta que debes
estar cerca.
Así que él sabía de eso. Mmm.
—No podemos darnos el lujo de esperar más —le dijo David a Noah—. ¿Entiendes
lo que estoy diciendo? Hay una bomba de tiempo dentro de ella, a punto de
estallar. Con un pensamiento, un mal pensamiento, podría terminar con millones
de vidas. —Dio un paso cauteloso hacia adelante—. Si no lo detienes, tu madre
habrá muerto por nada. Existirías por nada —dijo David, su voz quebrándose—.
Amé a tu madre, y murió para salvarte de modo que pudieras ser la respuesta a la
enfermedad, al envejecimiento, posiblemente incluso a la muerte. No podría
haberme importado menos… todo lo que quería era a ella. Pero no tuve elección.
Sin embargo, voy a darte una.
David Shaw inhaló una respiración temblorosa recobrando la compostura. Luego
levantó el bolso de cuero y lo abrió. Sacó una pistola y una jeringa y las puso sobre
la mesa frente a mí al lado del cuchillo.
Jude no estaba aquí para lastimarme, y Noah no estaba aquí para salvarme. Ahora
lo sabía.
—No sabía cómo tú y ella preferirían hacerlo.
—¿Hacer qué? —gritó Noah.
Esperé hasta que el eco se desvaneciera antes de responder por su padre.
266
—Matarme.
Una risa obscena brotó de la garganta de Noah.
—Si pensaste que habría algo en el mundo que pudiera obligarme a hacer esto —
le dijo a su padre—, no tienes idea de quién soy.
—No necesito saber quién eres. La conozco a ella.
David sacó algo más del bolso. Una laptop. Escribió algo, y luego apoyó la
computadora en una caja de cartón vacía, posicionándola para que pudiera ver.
Mi hermano estaba en una cama, en una habitación, conectado a un millar de
máquinas. Jamie sentado a su lado en una silla. Estaba atado a ella, consiente. Mi
hermano no lo estaba.
55
Noah
Traducido por Sofía Belikov
Corregido por Luna West
268
56
Traducido por Vanessa Farrow
Corregido por Vane hearts
No podía apartar los ojos de mi hermano, y por eso al principio no noté cuando
Noah apuntó el arma hacia su padre.
—Podrías matarme —dijo David. Sus palabras hicieron que levante mi mirada—.
Esa es definitivamente una opción.
—Definitivamente lo es —dijo Noah. El arma parecía familiar, como una que yo
había sostenido antes.
—He estado esperando morir a causa tuya algún día. No me habría puesto al
descubierto si no lo hubiera esperado. A pesar de que asumí que ella sería la que 269
lo hiciera. —Su padre sonrió levemente, y se encontró con mis ojos. No miró el
arma ni una vez.
—Tal vez la ahorraré la molestia —dijo Noah.
—Bueno, entonces, debo advertirte que estarías terminando cuatro vidas con una
bala.
—¿Cómo lo sabes?
—Tu muerte no impedirá la de Mara. Si no tomas la responsabilidad y terminas con
ella, entonces Jude lo hará. —Miró a los ojos de Jude—. Por Claire, ¿no?
—Por Claire —repitió Jude robóticamente.
David suspiró.
—Si un portador original es asesinado por alguien que no sea su complemento, la
anomalía se manifestará de nuevo a lo largo de la línea de sangre afectada. En este
caso, Joseph Dyer; también es un portador. De ese modo, finalmente se suicidaría
o sería asesinado por alguien más. Ese es el patrón de los afligidos. Y, por
supuesto, Daniel moriría, porque yo no sería capaz de hacer la llamada para salvar
su vida. Entonces, son cuatro.
Noah se quedó en silencio, y yo me quedé estupefacta.
—Y probablemente debería mencionar que si fallas, y no muero al instante, podrías
desencadenar la habilidad de Jude, lo que parece hacerlo más… impredecible.
Sinceramente, no sé lo que él podría hacer si eso sucede. Noah, por favor,
escúchame. —Su padre se encontró con la mirada de Noah, sin pestañear—. Ya sea
que suceda hoy, mañana o algún otro día, al igual que los arquetipos
correspondientes, desarrollarás tu papel sea que lo desees o no. No tienes opción.
—Siempre hay una opción —dijo Noah, y quitó el seguro.
David volvió sus ojos azules grisáceos a mí.
—¿Estás dispuesta a dejarlo apostar la vida de Daniel en esto?
Aparté mi mirada de ellos y miré a la laptop. A mi hermano en la cama, a Jamie en
la silla.
—No lo hagas —le dije a Noah—. Por favor.
—No eres un asesino, Noah —dijo su padre—. La única persona a la que alguna
vez realmente has querido herir, es a ti mismo.
Noah soltó una pequeña risa.
—Tienes razón —dijo, y luego volteó el arma contra sí mismo.
270
57
Noah
Traducido por Mary Haynes
Corregido por Lizzy Avett’
Ni siquiera tuve tiempo de gritar antes de darme cuenta de que Noah seguía de
pie. El arma se había atascado, o algo así. No sabía y no me importaba.
Miraba a la nada. Estaba en blanco, sin expresión, aturdido, inmóvil. La pistola se
encontraba todavía en su cabeza. Su padre ni siquiera reaccionó.
Iba a tener que arreglar esto. Era la única que podía hacerlo. Dije el nombre de
Noah y me miró como si hubiera hablado con él por primera vez en la historia,
como si no tuviera ni idea de quién era yo.
—Dame el arma. 280
No lo hizo. Pero si bajó su mano, y entonces habló como si estuviéramos solos.
—Vamos a buscar a tu hermano. —Tomó mi mano en la suya libre.
—No hay tiempo —dije con calma.
—Podemos torturar a mi padre hasta que nos diga. —Creo que vi a David entornar
los ojos de disgusto. Era evidente que no se sentía amenazado.
—Eh, ¿chicos? —La voz de Jamie. Ambos parpadeamos, confundidos, hasta que
recordamos la laptop. Jamie lo vio todo—. Por mucho que me gustaría ver eso,
creo… creo que deben apurarse —dijo diplomáticamente. Pero sabía lo que
pensaba.
Noah actuó como si no lo hubiera oído.
—Tenemos que empezar a buscar. —Tiró de mi brazo flojo. Mis dedos eran peso
muerto en los suyos. No iba a seguirlo. No tenía sentido. Y algunas partes de mis
piernas todavía se sentían entumecidas de todos modos. No llegaría muy lejos,
incluso si David y Jude me dejaban.
—No puedo caminar —dije.
—Entonces te llevaré.
Noah todavía no lo entendía.
—Nunca vamos a encontrarlo antes… antes… —No pude decir la palabra.
—No si no intentamos.
Me obligué a recordar que para Noah, Horizontes se parecía al ayer. No sabía lo
que sucedió desde entonces.
Me desperté atada a la mesa como un animal, pero no era uno. Hice cosas… cosas
que lamentaba y cosas que no. Era demasiado mayor para culparlos por ser
jóvenes. Mi familia había sido demasiado buena conmigo para que los culpara.
Tomé mis decisiones por mí misma. Algunas de ellas estuvieron mal, pero fueron
mis elecciones. Me pertenecían. A nadie más.
El padre de Noah sabía que nunca sería capaz de convencerlo de que me matara.
Este show era para mí, para así poder demostrarle a Noah por qué debía morir.
Nadie más podía hacer eso por mí.
No quería morir, pero tal vez debería. Tal vez el mundo sería un mejor lugar si lo
hiciera.
—No —dijo Noah, en respuesta a la pregunta que no formulé en voz alta. Me
pregunté por un momento si, de alguna manera, podía oír mis pensamientos, pero 281
luego me di cuenta que no tenía por qué; podía leer mi cara.
—No puedo dejar que Daniel muera —dije, luchando en vano por mantener la
calma—. No puedo dejar que lo que me pasó a mí le pase a Joseph. No han hecho
nada, nada malo. Yo hice todo mal.
—No todo.
—No has estado aquí. —Noté que mis palabras lo aguijonearon—. No has visto…
—Incliné la cabeza en dirección a las fotos de la Dra. Kells, Wayne y el Sr. Ernst—.
Tu padre no miente. Hice esas cosas. Todas ellas.
—Estoy seguro de que se lo merecían —dijo Noah, una pequeña sonrisa
levantando la comisura de su boca. No pude devolverle la sonrisa.
David Shaw estaba enfermo y era horrible, pero también estaba en lo cierto sobre
mí. Nada bueno venía de mí. Nada nunca lo hizo. Pero Daniel, Joseph, eran
diferentes. Lo harían bien. Eran buenos. Y podía salvarlos.
Todo lo que tenía que dar era mi vida. Mi vida por mí la de hermano. Valdría la
pena. Nunca podría no valerla.
Dejar Miami con Jamie y Stella se sintió como una despedida. Se sintió como un
adiós porque era uno. Algo dentro de mí siempre lo supo.
Me levanté sobre mis codos, mis pies todavía se sentían entumecidos y tomé su
mano, la que tenía el arma en ella. Se atascó una vez, por Noah, pero sabía que no
lo haría por mí.
Un escalofrío rodó a través de él mientras mi piel se reunía con la suya. Parecía que
podría estar enfermo.
—Por favor —susurré—. Por favor.
—No sabes lo que me pides.
—Sí, lo hago. Acércate.
Sostuvo el arma sin fuerzas, así que levanté el cañón por él y lo apreté contra mi
frente. Estábamos vencidos, y yo decidida.
—Hazlo —dije en voz baja.
Lucía torturado, y odiaba ser la que lo torturara. Odiaba que tuviera que ser él
quien tenía que verme morir y vivir con la culpa por el resto de su vida. Odiaba
que, justo cuando mi esperanza de encontrarlo había sido recompensada, era
obligada a lanzarla al fuego, y a mí junto con ella. Odiaba dejar a mi familia.
Odiaba dejarlo a él.
—Mara —susurró. Su dedo se apoyaba en el gatillo. Temblaba.
282
—Te lo ruego. No quiero ser esta persona. —No era cierto, pero eso no importaba.
Lo que importaba era lo que Noah necesitaba oír—. Esta es mi elección. Ayúdame.
Sus cejas se fruncieron, y por una fracción de segundo, pensé que lo haría.
—No puedo. —Su brazo se aflojó, su rostro se retorció con disgusto. Luego,
inmediatamente, levantó su brazo otra vez, pero no a mí. Le disparó a un maniquí
en su lugar.
No había más balas. Miré a David; no había sorpresa en su expresión, ninguna
conmoción. Esperaba eso.
—Vamos a resolver esto —continúo Noah, con voz firme, fuerte, decidida—.
Llamaré a la policía. Encontraremos a Daniel. Voy a curarlo. Tú estarás mejor…
—¡Basta! —Mis palabras golpearon las paredes de la fábrica. Parecieron hacerse
eco para siempre—. Esto no es algo que puedas arreglar. —Y no podía arriesgarme
a dejar que lo intentara.
—Siempre piensas lo peor de ti misma —dijo con amargura.
—Y tú siempre piensas lo mejor. —Era verdad, lo que me hizo sonreír—. No me
puedes ver objetivamente porque me amas. Pero he hecho cosas. ¿Cómo soy
diferente de él? —Posé mis ojos en Jude, quien bajó los suyos al suelo. Si no lo
hubiera conocido mejor, habría dicho que parecía culpable.
Jude se encontraba más enfermo, más loco y era más cruel que yo, pero amó a su
hermana, su única familia. Deborah y David utilizaron ese amor para controlarlo.
No lo perdoné por las cosas que hizo, nunca lo haría. Pero las entendí.
—No importa lo que has hecho. Solo importa el por qué —dijo—. Él usa su
habilidad para hacer daño a la gente. Tú utilizas la tuya para proteger a las
personas.
No siempre, pensé, y le dije eso—: El villano es el héroe de su propia historia.
Nadie piensa que son malas personas. Todo el mundo tiene razones para hacer lo
que hacen. Jude y yo no somos tan diferentes como piensas.
Esas palabras hicieron algo en él, encendieron una chispa. Lució vivo, realmente
vivo, por primera vez desde que volvió. Sus manos acunaron mi cara mientras
decía—: Nunca digas eso otra vez. Te han mentido. Has sido manipulada,
torturada. No es tu culpa.
Me estremecí, por sus palabras o su contacto, no lo sabía.
—No es tu culpa, Mara. Dilo.
283
—Noah —dijo David. Una nota de urgencia teñía su voz y empecé a entrar en
pánico.
—No hay tiempo, Noah.
—Dilo y voy a… voy a hacerlo.
—¿Qué? —No estaba segura de escuchar lo que pensaba que escuché.
—No puedo con… el cuchillo. Lo veré por siempre —dijo él. Su voz sonaba
diferente. Como si algo se hubiera roto dentro de él. Quería suavizar el pliegue
entre sus cejas, tomar su rostro en mis manos, besarlo, mejorarlo. Pero era la que le
hacía daño.
Me tragué mi tristeza, por él, por mí misma.
—Solo parecerá que me iré a dormir. —Eché un vistazo a la laptop. Los ojos de
Jamie se hallaban muy abiertos con horror. Los de mi hermano se encontraban
cerrados. Me di cuenta de que nunca los vería abiertos otra vez, y ese fue el
momento en que me puse a llorar.
—Jamie —dije, reteniendo mi aliento—, dile a mi hermano… dile que lo amo.
Jamie asintió en silencio. Las lágrimas corrían por su rostro.
—Dile que lo siento.
—Mara —dijo mi amigo.
—Dile que es mi héroe. Y, ¿Jamie?
Sorbió por la nariz.
—¿Sí?
—Hazle olvidar lo que sabe acerca de mí. Hazle olvidar todo esto. ¿Puedes hacer
eso?
—No lo sé.
—¿Puedes tratar?
Su barbilla temblaba.
—Dios, eres tan exigente.
Una risa escapó de mi boca.
—Voy a tratar —dijo—. Sabes que voy a intentarlo.
—Eres un buen amigo.
284
—Lo sé —dijo de nuevo—. Tú no eres una tan mala.
—Sí, lo soy.
—Mara —dijo David—. Debes darte prisa. —No lo dijo cruelmente.
Lo odiaba, pero era un tipo de odio frío y distante. Lo vería en el infierno, algún
día, y lo castigaría allí. Pero en este momento solo quería amar a Noah. Quería
dejar el mundo con esa sensación.
Miré al chico que amaba, al que me salvó, todos los días. Se veía tan herido. No
sabía qué decirle, pero él parecía saber lo que yo necesitaba.
Me levantó de la mesa y me cargó, de la forma en que un novio llevaría a una
novia. Caminamos un poco, pero no mucho; necesitaba ser capaz de ver a mi
hermano. No me encontraba dispuesta a dejarlo todavía.
David y Jude nos dieron espacio. Sabían que no íbamos a ninguna parte. No
teníamos otro lugar a dónde ir.
Noah me colocó en su medio arrodillado regazo. Envolvió una mano alrededor de
mi estómago y la otra sobre mi pecho. Mi suave mejilla se apoyaba contra la suya
más áspera, sus labios apretados contra mi hombro. Alguna vez sus labios sobre mi
piel hicieron que me olvidara de mí misma. Podía reír, bromear y fingir con él, y su
voz ahogaría los pensamientos dentro de mí que nadie debería escuchar. Pero él
no podía cambiarme. Nadie podía. Aún era veneno, e incluso Noah no podía
hacerme olvidarlo.
Mi barbilla tembló a medida que decía lo que Noah necesitaba escuchar.
—No es… no es mi culpa —susurré.
—Una vez más.
—No es mi culpa —mentí, esta vez más fuerte.
Noah destapó la jeringa, con el rostro ensombrecido, y estiró mi brazo.
Creo que ahí es cuando supe, de verdad, que no llegaría ningún equipo de rescate
irrumpiendo para salvarnos. Ninguna batalla épica se pelearía en algún clímax
cinematográfico. No habría gritos, ni explosiones. Solo éramos nosotros dos. Dos
personas y una elección.
—Ni siquiera voy a sentirlo —dije, tratando de no imaginar todas las
conversaciones que nunca tendríamos. Eso era lo que más extrañaría, me di cuenta.
Solo ser capaz de decirle cosas. Todavía había mucho por decir.
—Te amo —susurré contra su cuello. Me sostuvo con más fuerza, no diciéndolo de
vuelta… sabía que no podía hablar. Entonces, sin previo aviso, sentí un pequeño
285
pinchazo en el brazo, el cual se profundizó en una picadura en llamas. Logré armar
una sonrisa de mierda mientras Noah hundía el contenido de la jeringa en mis
venas—. Gracias —dije cuando terminó. Mantuvo sus dedos sobre la herida
punzante. Su aliento retenido, atrapando un sollozo silencioso. Era muy valiente.
—Si Daniel todavía está… —Mi pecho se sintió apretado, y abrí mi boca, tratando
de tragar más aire—. Si está todavía enfermo cuando yo… y tu padre no…
—Lo haré —dijo con voz ronca. Se veía tan feroz y hermoso. Extrañaría esa cara.
—Encuéntralo —dije. Mis palabras salieron mal articuladas, y mis párpados se
cerraron. Mi respiración era muy superficial—. Arréglalo —dije con mi último
aliento, y entonces el mundo se oscureció.
60
Antes
Laurelton, Rhode Island
Traducido por Noelle
Corregido por Gabbita
Naomi dio a luz ese día a un niño sano. Tú acababas de nacer. 286
Cuando tu madre se encontraba embarazada de Daniel, pasé incontables noches
preguntándome si ibas a ser portador, como yo. Pero pocas horas después de su
nacimiento, el profesor lo declaró sano y saludable. Al segundo en que te vi, supe
que no serías tan afortunada.
El profesor me dijo sobre el niño Shaw, lo que se convertiría, pero no las
consecuencias de ello… que también te convertirías en algo.
He descubierto lo que realmente sucedió esa noche, cuando creí que seduje al
profesor.
Él sabía lo que iba a pasar. Sabía que tu madre iba a nacer, también que tú lo
harías algún día. Pensé que era su pareja, pero era solo una herramienta.
Me enfurecí con él por lo que había permitido que sucediera. Por lo que te
ocurriría algún día a ti. Mintió, dijo que no lo podría haber cambiado. Dijo: "Ella no
puede convertirse en otra cosa que lo que es."
Tiene razón en eso.
Niña, harás una diferencia en este mundo, así lo desees o no. La mayoría de las
personas es como la arena, el impacto de sus vidas es arrastrado por los años. No
causan ningún daño duradero, ningún beneficio duradero.
Tú no eres como la mayoría de las personas.
Tú eres como el fuego; vas a quemar donde sea que vayas. Si eres contenida,
encauzada, puedes traer luz, pero también siempre vas a emitir una sombra.
Puedes optar por ponerle fin a la vida o elegir darla, pero el castigo le seguirá a
cada recompensa. Y si tu fuego no es controlado, arderás a través de la vida y la
historia. Cuanto más se acerque alguien a ti, mayor será el riesgo de caer bajo tu
sombra, o de ser consumido por tu llama. Tendrás que fingir ser otra cosa que lo
que eres. Debes usar suficiente armadura para que nadie pueda verte o tocarte. No
es tu culpa. No es nada que hayas hecho. No puedes cambiar lo que eres, más de
lo que puedes cambiar tus ojos negros a azul. Solo puedes aceptarlo. Si luchas
contra ti misma, perderás, y luchar deja cicatrices. Pero tú vas a sobrevivir a ellos.
He sobrevivido a muchos. Vas a hacer cosas buenas de las que te vas a arrepentir, y
cosas malas de las que no, pero tienes que seguir adelante, por el bien de mi hija si
no es por el tuyo propio. Ella ya te ama tanto.
Quiero que sepas que habría deseado una vida diferente para ti, y para mi amada
hija, quien nunca sabrá acerca de nada de esto si puedo evitarlo. A veces me
pregunto, ¿si hubiera elegido un nombre diferente para mí, podría haber crecido
como una persona diferente? ¿Me podría haber convertido en otra persona? Había
días en que sentía que un dragón dormía dentro de mí, y exhalaba veneno con
cada respiración. Coqueteé con el suicidio más veces de las que puedo contar. 287
Pero ahora sé porque nunca lo hice. Guardaba ese día para ti.
Existe la posibilidad, aunque sea pequeña, de que si muero antes de que te
manifiestes, el ciclo de mi línea de sangre podría terminar con mi sacrificio. No sé
cuáles son las probabilidades, pero estoy dispuesta a tomar el riesgo por mi hija;
no puedo cambiar el pasado, pero puedo elegir mi futuro.
Sin embargo, debo advertirte que el profesor algún día va a encontrarte, ya que tu
destino está ligado al del chico. Tal vez te pida que lo ayudes, que te le unas, para
hacer una diferencia. Él escoge la historia como un niño a un juguete, y podría
ofrecerte la misma oportunidad. Pero debes saber esto: tiene más conocimiento
que cualquier otra persona viva, pero eso no le ha traído la felicidad. Tampoco a mí
me ha traído mucha. He conocido a muchas personas durante muchas vidas, y los
ignorantes parecen más contentos.
Pero debes decidir por ti misma. Si usas esto, él sabrá de tu elección.
No sé dónde dejar esto para ti de modo que lo encuentres, cuando estés lista, sin
tu madre viendo. Si compartiera la habilidad del profesor, tal vez tendría alguna
idea. Pero voy a hacer la mejor elección que puedo con el conocimiento que tengo,
y la esperanza.
Con la carta en una mano y la muñeca en la otra, hice mi camino a la cocina por un
cuchillo. Corté la muñeca desde la ingle hasta la barbilla, luego deslicé la carta en
su interior. Metí de vuelta el relleno en la muñeca, y empecé a coser antes de
recordar el collar. Lo busqué y traje de vuelta a la muñeca en mi puño cerrado, y
entonces lo empujé dentro con un dedo. La cosí.
Ya está. Hecho. Esperaría tres días, y luego dejaría el mundo como había entrado
en él… sola.
288
61
Noah
Traducido por Evanescita
Corregido por Adriana Tate
Una luz parpadeó detrás de mis párpados adoloridos. Me senté de golpe como si
alguien hubiera inyectado una jeringa de adrenalina directo en mi corazón.
Recordé unas manos que no eran mías ocultando una carta dentro de una muñeca.
Recordé lo que la carta decía. Recordé muertes que yo no deseé, familias que no
eran las mías, árboles y animales, barcos y polvo, plumas y corazones.
Lo recordé todo. Cada sentimiento, cada olor, tacto, vista. Mi mente se llenó con
los ecos de los recuerdos de mi abuela, su conocimiento, mi herencia. Todo se alzó
por mi garganta, y contuve la urgencia de decirle todo a Noah. Pero no fue el
rostro de Noah el que vi cuando abrí mis ojos.
291
Jude sonreía, mostrando sus hoyuelos y luciendo como un niño en Navidad.
Sostenía una jeringa.
—Sabía que regresarías una vez que te manifestara. La doctora supuso que lo
harías cuando terminaras de cambiar.
No me importaba lo suficiente como para preguntarle de qué hablaba, o pensar
demasiado sobre lo que me decía y cuán espeluznante se veía. Tenía solo una
pregunta, pero mi corazón supo la respuesta antes que mis ojos pudieran
confirmarlo.
Me di la vuelta para ver el cuerpo de Noah extendido detrás de mí. El cuchillo
seguía en su pecho.
63
Noah
Traducido por Juli
Corregido por Miry GPE
No hay nada como sostener el cuerpo de la persona que amas, y saber que
aquellos latidos están contados.
Noah todavía respiraba, pero superficialmente. Sus ojos no se abrieron cuando dije
su nombre. Lo acuné en mis brazos, y miré a Jude con odio.
—¿Por qué? —Apenas reconocí el sonido de mi propia voz.
—Necesitaba desencadenarte. La doctora lo dijo. Dijo que si te manifestabas,
podrías matarme. Y quiero eso. Es la única forma en la que puedo morir. Sabía que
si lo mataba, estarías lo suficientemente enojada para hacerlo. 293
Pero no me sentía enojada. Me sentía vacía.
—¿Mara? —La voz de Jamie. La laptop seguía sobre la pila de cajas. Estiré mi cuello
para mirarla—. Jesucristo —dijo—. Creí que habías muerto.
—¿Daniel está… mi hermano…?
—Se lo llevaron —dijo Jamie—. Los desgraciados se lo llevaron y me dejaron aquí.
—¿Él está…?
—Estaba vivo, sí. Le pusieron algo en su suero. Mara, estoy aquí… en alguna parte
del edificio. ¿Vienes a buscarme?
Bajé la mirada hacia el rostro de Noah. Su pulso palpitaba en su garganta. Le eché
un vistazo al cuchillo en su pecho. Tal vez… si lo sacaba…
No sabía qué hacer. No sabía.
—Hazlo antes de que vuelva —dijo Jude.
—¿Quién? —¿El padre de Noah? No me importaba. Él conseguiría lo que se
merecía. Me aseguraría de eso.
—El que está dentro de mí —dijo Jude, provocándome repugnancia—. La doctora
estaba trabajando en algo, una cura. Me apliqué una dosis, pero aparta al otro solo
por unos minutos. Tienes que hacerlo, Mara. Por favor. No hay nadie más que
pueda. No podías hacerlo antes de manifestarte, pero ahora, ahora ya lo hiciste.
Volviste. Te curaste a ti misma. Ahora puedes hacerlo. Por favor.
Jude me pedía que lo asesinara. Y lo haría. Él no podía vivir, no después de lo que
hizo. Pero lo que decía, cómo lo decía, desencadenó un recuerdo.
Lo recordé parado en el jardín de tortura de Horizontes, diciéndome que tenía que
tener miedo, que tenía que temer lo suficiente para devolverle la vida a Claire. Lo
cual era imposible.
En el momento en que lo pensé fue el momento en que Noah dejó de respirar.
Observé como el pulso se extinguía en su garganta, y un aliento, su último aliento,
escapaba de sus labios como un suspiro.
—Oh, Dios —susurré. Una lágrima cayó, luego otra. Miré el cuchillo a través de mi
visión borrosa.
—Mara, ¿escuchaste eso? —dijo Jamie.
Pero no escuché nada. No vi nada. No sentí nada, excepto a Noah. Quité el cuchillo 294
de su pecho, esperando, desesperadamente, que no fuera muy tarde, que de algún
modo pudiera curarse; se curaría, a pesar de las cosas que su padre dijo, a pesar de
las palabras de la adivina.
«Lo amarás hasta destruirlo».
Pensé en todas las decisiones que nos trajeron hasta aquí, cómo cada una podría
haber terminado de un modo diferente. Cómo Noah podría nunca haberme
conocido. Cómo ahora habría estado completo, intacto y vivo si no me hubiera
conocido.
—Sirenas —dijo Jamie con esperanza en su voz—. ¿Él está…? ¿Noah está…?
Pero era demasiado tarde. La vida que casi tuve, murió en mis brazos.
—Ha muerto —dije, sosteniendo su cuerpo y el cuchillo que lo mató.
—Por favor —dijo Jude de nuevo—. Por favor, por favor.
Miré el cuchillo en mis manos, el filo húmedo con la sangre caliente de Noah.
Había demasiada sangre, en su pecho, debajo de él. Incluso en su cabello.
El cuchillo no lo mató. Jude lo hizo.
Pero quizás podría traerlo de vuelta a la vida.
Dejé que la voz suplicante de Jude se desvaneciera en el fondo con la voz de
Jamie, con las sirenas, con todo lo demás. Cerré los ojos y lo imaginé.
Noah, vivo, atando los cordones de mis zapatos en el frente de mi casa antes de
llevarme al colegio.
Noah, vivo, mirando la imagen que dibujé de él, doblándola y guardándola en su
bolsillo.
Noah, vivo, mirándome desde arriba con su cabello despeinado y ojos soñadores,
con los brazos envueltos a mí alrededor mientras yacíamos en mi cama.
Abrí los ojos.
Noah seguía muerto.
Estaba haciendo algo mal. Repasé los recuerdos, los míos y los que no eran míos,
buscando desesperadamente por una manera de arreglar esto. El padre de Noah y
la Dra. Kells le dieron a Jude una habilidad, pero no fueron capaces de controlarlo.
Intentaron quitarme la mía, y perdí la habilidad de controlarme. Hasta ahora.
Limpié la sangre de Noah del cuchillo, miré mi reflejo en él, esperando que me
hablara, que me dijera cómo arreglar esto. Pero no dijo nada.
Jude ahora me rogaba, temblando. Entendí que quería que lo matara por su
295
bienestar, así nunca más tendría que convertirse en la cosa que era. Pero no me
importó. Quería que sufriera. Debería sufrir todos los días por lo que hizo. Eso era
lo que merecía.
Pero sabía que no lo haría sufrir.
El cuerpo de Noah continuaba cálido en mis manos. Su peso llenaba mi regazo. No
quería pensar en Jude. Pero a menos que deseara que desapareciera, no se iría.
Entonces pensé en su corazón corrompido deteniéndose, sus nervios dejando de
hacer sinapsis, sus pulmones inútiles ahogándose en fluidos. Pensé en esas cosas y
más, pero seguía con vida. Se encontraba encorvado sobre sí mismo. Creí que vi
una gota de sangre caer de su nariz, pero no tenía la certeza.
—Por favor —susurró de nuevo—. Por favor.
Podía matarlo sin tocarlo, pero no sabía cuándo en realidad, finalmente moriría.
Esa siempre era la parte que parecía que no podía predecir, no podía controlar. O
si lo hacía, aún no sabía cómo.
—Ven aquí —le dije en su lugar.
Jude me miró. Algo detestable y malicioso destelló en sus ojos. ¿Cómo no pude
verlo todos esos meses atrás? ¿Cómo pude haber mirado a esa cabeza rubia y
aquellos hoyuelos, y no ver que él era un cascarón vacío, sin nada? ¿Cómo alguna
vez le permití acercarse lo suficiente para herirme?
Daba igual. No cometería ese error de nuevo.
Físicamente dolió apoyar la cabeza de Noah en el suelo, vaciar mis brazos de él y
ponerme de pie para enfrentar a su asesino. Jude se arrodillaba, pero se obligaba a
hacerlo. Luchaba una guerra consigo mismo; sus músculos se veían tensos y las
venas sobresalían de su frente y cuello.
Quizás debería haber aprovechado la oportunidad de hacerle relatar sus pecados
antes de morir, obligarlo a decir alguna gran confesión de arrepentimiento, hacerlo
adueñarse de todo el dolor del que era responsable. Pero eso se sentía como más
de lo que merecía. Jude en realidad no era mejor que un animal, así que al final, lo
sacrifiqué como a uno. Corté su garganta con el cuchillo y cayó de costado.
Observé mientras sangraba hasta morir.
Vagamente era consciente de los cuerpos, unos vivos, apresurándose para entrar
en la habitación, gritando cosas mientras luces rojas y azules destellaban por las
ventanas cubiertas de mugre. Eché un vistazo brevemente a la laptop, observé
como la policía irrumpía en la habitación donde Jamie era retenido. Algo se movió
por el rabillo de mi visión.
296
—¡Baja el arma! —gritó una voz femenina. No me di cuenta que continuaba
sosteniendo el cuchillo. Abrí el puño. Repiqueteó en el piso polvoriento.
—Pon tus manos sobre la cabeza y date la vuelta lentamente.
Lo hice. Casi una docena de oficiales de NYPD permanecieron entre los maniquíes,
sosteniendo sus armas, apuntándome.
Bajé la mirada hacia el cuerpo de Jude, y al de Noah. Luego volví a levantarla hacia
la oficial. Me pregunté qué vio cuando la miré. ¿Una chica de luto? ¿Una asesina?
Me di cuenta que no me importaba. Le dije a Noah que no iba a morir. Las últimas
palabras que le dije fueron mentiras. Era una mentirosa. Él murió, y a pesar de que
intenté, no pude traerlo de vuelta.
Ya no lloraba. En su lugar, solo estaba el sollozo que no saldría, el escozor de las
lágrimas que no caerían, el dolor en mi garganta que moría por convertirse en un
grito. Llorar habría sido un alivio, pero no me sentía llena de tristeza. Me sentía
llena de ira.
Ira porque murió, sin ninguna razón, por tonterías, mientras que todos los demás
lograron vivir. Si las personas se enteraran de lo que sucedió, sus rostros se
convertirían en máscaras de horror por un momento, pero luego solo se convertiría
en una historia para ellos. Irían a vivir y reír, y yo estaría sola con mi pena.
—¡Él intentó matarla! —gritó Jamie desde los altavoces de la laptop de mierda,
mientras un oficial en la pantalla lo desataba. Atrajo la atención de uno de los
policías en la habitación conmigo, pero los otros pares de ojos no vacilaron en su
concentración.
Si me hubieran conocido, lo que pasé, lo que perdí, podrían haber dicho que lo
lamentaban por mí, que lamentaban mi perdida. Podrían incluso haber sido
sinceros. Pero debajo de eso, habría habido alivio de que esa muerte no les
sucedió a ellos.
Todo lo que quería en el mundo, justo entonces, era que Noah viviera. Eso era lo
que se merecía. Pero pensar en algo no lo volvía real. Querer algo no lo volvía real.
Excepto que cuando yo lo quisiera, debería. Ese se suponía que era mi don. Mi
desgracia.
Cerré los ojos, los apreté con fuerza. Vi escribir en mi mente, en una letra que no
era mía.
«Puedes elegir terminar con una vida o elegir darla, pero el castigo le seguirá a
cada recompensa».
Castigo. Recompensa.
297
Quería devolverle la vida a Noah. Recompensarlo con ella. Pero no sería gratis.
Nada lo era. Si yo quería algo, tendría que intercambiarlo por otra cosa.
Quería a Noah. ¿Qué intercambiaría por él?
A quién intercambiaría por él, era la pregunta que necesitaba estar haciendo.
«Las personas que nos importan son siempre las que valen más para nosotros que
las personas que no. Sin importar lo que cualquiera finja».
En algún momento esas fueron las palabras de Noah. Pero ahora eran mías. ¿A
quién no intercambiaría por él? No lo intercambiaría por mi familia. Ellos nunca.
Pero existían otras personas. El mundo se encontraba lleno de ellas. ¿Cuántos
tendrían que ser castigados para que así pudiera recompensar? ¿Qué valía la vida
de Noah?
Su padre, David, tenía que ser castigado por lo que hizo, sin duda alguna. Pero un
millón de él no equivaldría a un Noah. Él no valía nada. Menos que eso.
Pero no todas las personas no valían nada. Miré a mí alrededor, a los hombres y
mujeres que llenaban la habitación, corriendo hacia el peligro con la esperanza de
salvar la vida de alguien. Eran personas buenas. Valientes. Desinteresadas. En
realidad, héroes.
¿Intercambiaría a uno de ellos para tener a Noah de vuelta?
¿Intercambiaría a todos para tenerlo de vuelta?
Me sentí desprovista de todas las ilusiones, sobre esto y sobre mí misma. Sabía sin
pensarlo que la respuesta era sí.
298
65
Traducido por Mel Markham
Corregido por Luna West
Resultó ser, que era la prima de Jamie. La llamó al instante que pudo despachar a
su escolta policial. Él les dio a los policías el número de ella, diciéndoles que
pertenecía a mis padres. Le creyeron, por supuesto. No tenían opción.
Cuando por fin nos quedamos a solas, corté el acto catatónico y le dije que quería
hablar con Jamie. Lo hizo posible, con la ayuda de Jamie probablemente, y nos
dejó solos. Él acercó una silla y se sentó de revés.
—Entonces, así están las cosas.
No podía hablar lo suficientemente rápido como para que me sintiera satisfecha. 303
—Daniel también se encuentra en el hospital. —Abrí la boca para preguntar por él,
pero Jamie dijo rápidamente—: Está bien. Tendremos que idear un plan y
ejecutarlo al anochecer o algo así, armar una escena para entrar al hospital por él y
Noah. Quizás durante el cambio de turno.
—¿Qué hay de nosotros?
—Bueno, serías una sospechosa de homicidio, si no hubiera logrado con esmero,
dolorosamente, a costo de mi bienestar físico y mental, persuadir a la policía de lo
contrario.
—Estoy muy agradecida.
—Suenas así.
—¿Esto significa que al fin podemos irnos?
—Algo así. Rochelle se está encargando de eso.
—¿Qué dijo tu prima que debemos hacer? ¿Con todo esto?
—Bueno… —dijo la palabra lentamente—. En cierto modo le describí la situación
en una forma hipotética.
—Explícame.
—Como en: ”Digamos que un millonario financiaba deplorables experimentos
genéticos en jóvenes adolescentes…”
—Correcto…
—“Digamos que estos jóvenes tienen súper poderes…”
—Ajá…
—“Digamos que uno de ellos terminó matando a algunas personas con sus
pensamientos en alguna oportunidad y en otras con sus propias manos.
Hipotéticamente”.
Enterré el rostro en mis manos.
—“Digamos que existía evidencia física vinculándola a alguna de las muertes…”
Kells. Wayne. Ernst.
—Cristo, Jamie.
—“Y otra evidencia fue plantada para hacerla parecer culpable de asesinatos que
ella no cometió”.
Phoebe. Tara.
304
—“Ah, y solo por diversión, para hacerlo interesante, digamos que estos chicos
tienen un historial de enfermedades mentales. ¿Cuáles crees que serán nuestras
posibilidades si vamos en contra del millonario en la corte?”
—¿Supongo que mencionaste las cosas que tenemos? ¿Los vídeos? ¿Documentos?
—Sip.
—Supongo que su respuesta no fue alentadora.
—Sorprendente, ¿verdad? Ella dijo, hipotéticamente por supuesto, que los
documentos no podrían ser autenticados. Problemas en la cadena de custodia, no
son admisibles, bla, bla, bla. No lo sé, ¿luzco como un abogado?
Inhalé lentamente, tratando de permanecer calmada.
—Incluso dejé fuera las parte en donde tú y Noah murieron y regresaron a la vida,
pero por alguna razón aún sigue pensando que estoy bromeando con ella. De
hecho, se enfadó un poco. Pero es de confianza. E inteligente. Con su cerebro y mi
increíble poder, seremos capaces de irnos cuando queramos.
—Buenas noticias.
—Postdata, tenías razón sobre Noah. Estoy dispuesto a reconocer eso ahora.
—¿Acerca de qué? ¿Acerca de él estando vivo?
—Sí, pero también acerca de cómo es él. Como, en general.
—No estoy entendiendo…
—Cuando te conocí, pensé que él te usaba.
—Esto no es una sorpresa para nadie, Jamie.
—¿Puedes callarte por un segundo de modo que pueda admitir mi equivocación?
—Aclaró su garganta—. Como decía. Nunca podría usarte. Te pertenece. Deberías
haber visto la manera en la que te miraba cuando estabas muerta.
Sonreí un poco.
—¿Cómo?
—Como si fueras el océano y él estuviera desesperado por ahogarse.
Sus palabras borraron la sonrisa de mi rostro. Noah se ahogó. Con mi ayuda.
Sacudí mi cabeza, intentando despejarla. Jamie debió pensar que lo hacía porque
me encontraba en desacuerdo con él porque siguió—: No entiendes lo que le
haces. Eres como su manic pixie dream girl17 o algo así. —Jamie pensó por un
segundo—. De hecho, eres más como su psicópata demonio de pesadillas, pero
305
como sea. Entiendes mi punto.
Me negaba a reconocerlo.
—Hablando de demonios de pesadillas —siguió con gracia—, ¿tú muriendo y
volviendo a la vida? Ese fue un buen truco. ¿Cómo lo lograste?
—Jude dijo que es por eso que me manifesté finalmente, más o menos. La razón
por la que me sané a mí misma.
—Mmm. ¿Y Noah?
Me quedé callada.
—Debo decir que lucía bastante muerto cuando te sentaste allí con él, meciéndote,
sujetando su cuerpo aparentemente sin vida.
—¿En serio? ¿Tienes que decirlo?
—¿Por qué tengo la idea de que no eres completamente honesta, Mara?
17
Manic pixie dream girl: Termino acunado por críticos de cine para referirse a personajes
femeninos en las películas, que se caracterizan por ser excéntricas, con caracteres peculiares y
aniñadas. Invariablemente sirven de interés romántico para un protagonista masculino (a menudo
melancólico o deprimido).
—Estás imaginando cosas. Estás bajo mucho estrés.
Me miró como si estuviera a punto de golpearme, cuando alguien tocó la puerta.
Rochelle se asomó y nos hizo señas para que la siguiéramos al pasillo.
—Me debes una, primo —le dijo a Jamie mientras pasábamos a la detective
Howard y algunas enfermeras.
—Me amas y lo sabes.
—Tienes suerte de que lo hago.
Pasamos por la puerta cerrada de Noah en nuestro camino hacia el elevador. Los
policías seguían allí, custodiándolo. Reconocí a uno de ellos; estaba en el almacén.
Aquel que fue distraído por Jamie gritando desde la computadora.
Jamie dejó de caminar.
—¿Estás bien? —le preguntó al oficial. Me detuve a escuchar.
—Sí —dijo el oficial lentamente—. ¿Por qué?
Jamie hizo un gesto a su propia nariz.
—Tienes… algo.
306
Las cejas del policía se fruncieron y olfateó, luego se frotó la nariz. Sus dedos se
pusieron rojos. Dejaron una mancha de sangre por encima de su labio.
Asintió a Jamie.
—Gracias.
Reanudamos nuestra salida. Aunque, cuando estuvimos cerca el elevador, algo
llamó mi atención.
Un bisturí descansaba en un carrito fuera de una habitación. Miré alrededor para
comprobar si alguien me veía.
Nadie lo hacía.
Lo puse en mi bolsillo trasero y seguí a Jamie y Rochelle al elevador. El oficial se
secaba la nariz con un pañuelo ensangrentado cuando las puertas se cerraron.
68
Noah
Traducido por *~ Vero ~*
Corregido por Alessandra Wilde
Mara está esperándonos cuando Jamie se encuentra con Daniel y conmigo esa
noche. Está de pie debajo de una farola en una acera vacía, viéndose muy hermosa
en una muy mala manera.
—¿Metro? —sugiere Jamie.
Daniel levanta su mano en el aire.
307
—Taxi. Definitivamente.
Un minuto más tarde uno se detiene en la acera. El taxista se da la vuelta una vez
que entramos.
—¿A dónde vamos?
Mara me sonríe.
—Dondequiera que queramos.
Casi tan pronto como Jamie abre la puerta de entrada a la casa de su tía, se agacha
en el cuarto de baño, y Daniel se desmaya en el sofá en la sala.
Miro a mí alrededor.
—Bonito lugar —digo mientras Mara me lleva más lejos en su interior.
—¿Arriba o abajo? —pregunta.
—Cama —respondo. Su sonrisa se ensancha a medida que me lleva por las
escaleras. La sigo a un dormitorio y nos desplomamos juntos en los brazos del
otro.
Noah,
Adjunta hay una carta de tu madre. Me las arreglé para encontrarla antes de que tu
padre lo hiciera. La dejó en una vieja caja de joyería que nunca utilizó, junto con su
collar, que ahora llevas. Si te lo quitas, voy a saber de tu decisión.
A.L.
Quiero ser lo suficientemente fuerte para no leerla, pero no lo soy. Por supuesto
que no lo soy.
311
Ya estoy prácticamente llorando. Jesús.
La mayoría de los padres, cuando se les pregunta por qué quieren tener hijos,
dicen que quieren criar a un niño que sea feliz. Esté saludable. Sea querido. Sea
amado.
No es por eso que te tuve. Quiero más para ti que eso.
Quiero que derroques dictaduras. Que acabes con el hambre mundial. Que salves a
las ballenas. Que te asegures de que tus bisnietos sepan cómo son los gorilas, no
porque los hayan visto detrás de un foso, jugando con juguetes para perros en un
zoológico, sino porque los han seguido en las montañas de Uganda con sudor en
los ojos y sanguijuelas en sus calcetines. Verás a niños con vientres gordos con
gusanos en vez de comida. Vas a sentarte a las comidas, solo para encontrar que
los animales en peligro de extinción están en el menú. La felicidad te eludirá, y no
habrá descanso… tendrás que luchar todos los días porque hay tanta injusticia y
horror contra que luchar.
Pero si no luchas, crecerás perezoso y descontento con el pretexto de querer la
paz. Ganarás dinero para adquirir juguetes, pero los más grandes nunca serán lo
suficientemente grandes. Vas a llenar tu mente con basura porque la verdad es
demasiado fea para mirar. Y tal vez, si fueras otro niño, hijo de otra persona, tal vez
eso estaría bien. Pero no lo eres. Eres mío. Eres lo suficientemente fuerte y lo
suficientemente inteligente y estás destinado para la grandeza. Puedes cambiar el
mundo. Así que te dejo con estas palabras:
No encuentres la paz. Encuentra pasión. Encuentra algo por lo que quieres morir
más que algo por lo que quieres vivir. Si se trata de tus hijos, entonces lucha no
solo por los tuyos, sino por los huérfanos que no tienen a nadie más. Si es por
medicina, entonces no solo busques una cura para el cáncer, busca una cura para
el SIDA también. Lucha por los que no pueden luchar por sí mismos. Habla por
ellos. Grita por ellos. Vive y muere por ellos. Tu vida no siempre va a ser muy feliz,
pero tendrá sentido.
Te amo. Creo en ti. Más de lo que nunca, jamás sabrás.
PD: Cuando encuentres a alguien con quien luchar, dale a él o a ella esto.
312
69
Traducido por Estivali__
Corregido por Val_17
Mara,
La primera vez que te vi en Miami, no sabía quién eras. Esperaba que alguien
Dotado entrara a la botánica ese día, ¿Pero tú? Fuiste toda una sorpresa.
313
Preguntabas quién era yo y qué quería de ti, pero deberías haber estado
preguntado quién eras tú. Tenía la esperanza de que te descubrieras por tu cuenta;
aquellos conocimientos adquiridos por tu cuenta significan que son de tu
responsabilidad, de nadie más. Lo que sabes determina lo que haces y no puedo
darme el lujo de cambiarte. Me ha llevado siglos aprenderlo, pero no tengo el
poder para cambiar nada.
Sin embargo, tú sí, y debes hacerlo. Tu voluntad ha limpiado el mundo de gente
que no merece vivir, y de otros que no han lastimado a nadie, ni siquiera a ti. No te
voy a ayudar al absolverte de responsabilidad: somos responsables por todo lo que
hacemos y lo que no. Pero diré que perteneces a un legado de personas que han
enfrentado retos similares.
Evémero escribió que los dioses de mitos antiguos eran personas simples con
grandes habilidades a diferencia de otros, adorados por quienes los rodeaban.
Luego llegó Jung, y nosotros, los Dotados, nos convertimos en arquetipos.
Hombres normales convertidos en dioses. Mujeres simples, en monstruos. No
somos ninguna de esas cosas. Somos personas simples, bendecidas y maldecidas.
Nuestras habilidades no pueden ser explicadas por la ciencia. Pero esas habilidades
no vinieron sin un costo. Nos hacemos daño. Ignoramos la sabiduría. Nos ponemos
en peligro. Intentamos y cometemos suicidio. No tenemos enemigos más grandes
que nosotros mismos. Durante la mayor parte de nuestra historia no sabíamos qué
estaba mal con nosotros, o bien… por qué algunos de nosotros se manifestaban
con dolor, otros sin consecuencia, por qué algunos no sabían de sus orígenes
mientras que otros revivían momentos que nunca habían experimentado
personalmente. He pasado más de una vida tratando de responder esas preguntas
y muchas otras, y no estoy seguro de si mis respuestas han hecho más daño que
bien. Sin mi trabajo el chico llamado Jude nunca habría sido contaminado. Pero el
chico que amas, Noah, nunca habría nacido.
Creo que cada persona tiene la responsabilidad de dejar el mundo de una mejor
manera en que lo encontró. Mi Don en particular me permite elaborar una mejor
visión para este mundo, pero mi maldición es que carezco de las herramientas para
construirlo. He tratado y fallado al alterar el curso de mi propia historia, y he
aprendido que mi Don es inútil por sí solo. Y por eso encontré a otros para
ayudarme, tu abuela entre ellos.
Noah estaba destinado para la grandeza, hasta que tú naciste. Esperaba que el
modo de su nacimiento previniera que el ciclo se perpetuara: la eterna batalla
entre el Héroe y la Sombra, los maldecidos sirviendo a los Tramposos, Madres,
Mujeres y Hombres sabios. Esperaba que con mi conocimiento, yo podía terminar
con nuestra locura. Nunca eres demasiado viejo para ser susceptible al orgullo. El 314
universo demanda balance, y tres meses después de que Noah fuera concebido,
también lo fuiste tú.
El Don de Noah es que puede vivir para siempre y también ayudar a otros, pero su
maldición es que él solo quiere morir. Tú, Mara, estás Dotada con la habilidad de
proteger a los que amas, pero solo de una forma en que los lastimas y a los demás.
Puedes recompensar con vida, pero debes castigar al hacerlo.
Se dice que debe haber un héroe para cada villano, un demonio por cada ángel, un
monstruo por cada dios. A pesar de lo que somos, no creo en esto. He visto
villanos actuar heroicamente, y hombres llamados héroes actuar como villanos. La
habilidad de sanar no hace más bien que la habilidad de matar hace mal. Mata a la
gente correcta, y te conviertes en un héroe. Sana a los incorrectos, y te conviertes
en villano. Son nuestras decisiones las que nos definen, no nuestras habilidades.
¿Sabes por qué, incluso hoy en día, a las mujeres se les aconseja gritar “fuego” en
vez de “violación”? Porque la verdad fundamental sobre la humanidad es algo de
lo que la mayoría de la gente prefiere apartar la mirada.
Sean cuales sean tus defectos… y tienes muchos, Mara, desafíos que nadie jamás
enfrentará… nunca apartes la mirada. Cuando el mal te sonría, devuélvele la
sonrisa.
El pendiente que te dejó tu abuela representa dos símbolos de justicia: la pluma y
la espada. Los que eligen hacer una diferencia en el mundo lo han adoptado como
una forma de reconocerse entre ellos. Tu abuela lo usaba. La madre de Noah lo
usaba. Lo que tú decidas, no será el final para ti, sino un nuevo comienzo. Te animo
a pensarlo con cuidado; no necesitas decidirlo hoy. Pero sí debes saber que es una
decisión irrevocable, y puede conducirte a una vida solitaria.
Las decisiones que tomes, te cambiarán, mientras el tiempo pase, crecerás en
fuerza y convicción, y aparte de ti, Noah también tendrá que elegir. Mi esperanza
para él, la esperanza de su madre para él, era que ayudara a crear un mundo mejor.
Sin ti, puede hacerlo.
Así que, aunque ya sé cuál será tu elección, no puedo dejar de implorarte por
última vez. Tu amor será la destrucción de Noah Shaw, a menos que lo dejes ir. Ya
sea suerte o casualidad, coincidencia o destino, he visto su muerte de mil maneras,
en mil sueños, en mil noches, y la única que puede prevenir eso, eres tú.
Deberías elegir usar el pendiente de tu abuela, sabré de tu decisión. Pero sin
importar qué, nos volveremos a ver.
A.L.
315
Levanté la vista tan pronto como terminé de leer. Jamie me miraba.
—¿Qué decía la tuya?
Mi esperanza para él, la esperanza de su madre para él, era que ayudara a crear un
mundo mejor. Sin ti, puede hacerlo.
—Cosas —dije lentamente—. Sobre mí. ¿La tuya?
—La mía también. Cosas. —Hizo una pausa—. ¿Le crees?
Sin ti, puede hacerlo.
—No lo sé —mentí. Mi mente estaba llena de palabras que no había escrito,
pensamientos que no había pensado, recuerdos que nunca había experimentado, y
aún no podía descifrarlos—. ¿Tú?
—Quiero hacerlo —dijo Jamie. Bajó la cabeza y apretó el collar alrededor de su
cuello antes de poder decir otra palabra. Me sonrió a medias y se encogió de
hombros—. Los monstruos heredarán la tierra.
70
Traducido por Jadasa Youngblood
Corregido por Cotesyta
Esperé exactamente una hora antes de encontrar a Noah. Quería darle espacio,
pero también quería contarle sobre lo que había leído. Lo que recordaba. Quería
preguntarle qué pensaba que debíamos hacer.
Sabía lo que yo pensaba que debía hacer, pero necesitaba reunir el valor para
hacerlo.
No era la chica que fui cuando Noah me conoció. Ni siquiera la que era antes de
Horizontes. He sido fortalecida por lo que ocurrió, por las cosas que hice. Me
convertí en alguien nuevo; siento algo, lo hago. Quiero algo, lo tomo. Quizás para
Noah no cambié, pero he cambiado. Vio las fotografías, escuchó las palabras,
316
detallando mis crímenes, pero no me vio perpetrándolos. Una parte de mí se
alegraba. Hay algunas cosas que la gente que amas nunca debería verte hacer.
Y lo amo. Sean cuales sean las partes de mí que habían sido quemadas por lo que
había pasado, lo que había hecho, esa no era una de ellas.
Pero Noah era como Velveteen Rabbit. Lo amaría hasta que se quedara sin bigotes,
lo amaría hasta que se volviera gris, hasta que perdiera la forma. Lo amaría hasta la
muerte. Y él me lo permitiría. Con mucho gusto.
Lo encontré escondido en un dormitorio de invitados diferente. Tenía con él su
bolso de lona, aquel que Stella rescató de Horizontes, después de que salimos de
la morgue. Terminó de leer la carta de su madre, pero no vino a buscarme. Me
pregunté qué le dijo, pero no me atreví a preguntar.
Me quedé parada en la puerta, mi presencia sin ser reconocida.
—¿Puedo entrar? —Estaba leyendo algo, y asintió por encima del borde de su
libro.
—¿Qué estás leyendo? —pregunté, luego se sentó sobre la cama. Fuera lo que
fuese, casi lo terminaba.
—The Private Memoirs and Confessions of a Justified Sinner.
Mi libro. Debe haberlo tomado en Horizontes. Ni siquiera me di cuenta que se
encontraba en su bolso.
—¿Te gustó?
—No.
—¿No?
—El editor nunca dice si el protagonista está loco o era perseguido por el diablo.
No resolvió nada. —Noah bajó el libro sobre la mesita de noche. Me acerqué más,
hasta que pude sentir su calor.
Habíamos estado agotados la noche anterior y caímos del sueño, ni hablamos, y
cuando desperté esta tarde, Daniel y Jamie se encontraban ahí con las cartas de
Lukumi. Necesitábamos hablar de lo que sucedió ayer, anoche, y lo que ocurriría
mañana, pero las palabras que necesitaba decirle no saldrían. Todo en lo que
quería pensar era en el hoy. En esta noche.
No estaba segura de alguna vez, realmente, creer que Noah murió, pero tampoco
estaba segura de realmente creer que estuviera vivo. Aún no podía adaptarme
completamente a la realidad. Había sombras bajo sus ojos, y sus mejillas se
hallaban ásperas con barba de varios días. La luz de la tarde se desvanecía en la
ventana detrás de la cama brillando a través de su cabello, convirtiendo las hebras
317
en oro. Nunca quería dejar de mirarlo. Deseaba no tener que hacerlo.
Quizás aún no tengo que hacerlo, pensé. Había tanto para decir, pero tal vez no
tenía que decirlo ahora. Noah estaba vivo. Aquí. Ninguno de nosotros se
encontraba en peligro mortal. Estábamos sentados uno al lado del otro en una
cama. Quería extender mi mano hacia él, pero mis manos permanecieron
enredadas en las sábanas.
—Te dejé morir —dijo Noah indiferente—. En caso de que te lo estuvieras
preguntando.
No me lo preguntaba.
—Porque te rogué.
Noah vaciló antes de preguntar—: ¿Quieres morir?
—No. —Era la verdad. Lo haría, por mis hermanos, pero no quería eso para mí—.
¿Tú quieres morir?
Sabía la respuesta, pero de todos modos, hice la pregunta, porque él me preguntó.
Tal vez quería hablar de ello. Quizás lo necesitábamos.
—Sí —dijo.
—Dime por qué.
—No tengo las palabras. —Su voz era suave, su expresión indescifrable, pero sabía
que enmascaraba lo inútil que se sentía, cuán jodido, dañado y malo pensaba que
era. Cómo se sentía responsable por todos, por mí, y cómo le rompía el no
haberme salvado.
No sabía qué decirle, así que le pregunté—: ¿Estás pensando en tu padre?
Su mandíbula se tensó, fue la única señal de que me escuchó. Después de lo que
pareció una eternidad, dijo—: Nunca voy a volver ahí.
—¿A Miami?
—A dondequiera que esté, no iré. Está muerto para mí.
Me pregunté si eso era realmente cierto. Esperaba, egoístamente, que fuera así.
Recordé la manera en que su padre habló con él. David Shaw era culpable de
muchos crímenes, y la manera en que trató a Noah era uno de ellos. Algún día, me
aseguraría de que sufriera por todos ellos. De alguna manera, sería castigado, de la
forma en que se lo merecía, antes de que pudiera lastimar a alguien más.
Pero una mirada a Noah me dijo que no era el momento para mencionarlo.
318
—¿Qué hay de tu hermana? —pregunté—. ¿Y Ruth?
Se quedó mirando fijamente a la pared de enfrente.
—Supongo que ya se me ocurrirá algo.
—¿Qué harás? ¿Si no vas a casa?
No dijo nada, simplemente se encogió de hombros. Tenía un mal presentimiento
acerca de a dónde se dirigía esta conversación, y asustada, cambié de tema.
—¿Qué piensas de la carta? —le pregunté, pero no respondió, excepto para
decir—: Estoy cansado.
Se había cerrado por completo. No podía culparlo, había tenido menos tiempo
para procesar las cosas a diferencia del resto de nosotros, y en cierta forma, tenía
aún más para procesar.
Solíamos procesar las cosas juntos. Antes de ayer. Antes de Horizontes.
Era como si la vida que vivimos antes era de alguna línea de tiempo alternativa.
Había algo que nos faltaba a ambos, y cuando nos encontramos ahí por primera
vez, nos encontramos el uno al otro. Pero ahora, después, todo era diferente. Nos
deslizamos fuera de esa línea de tiempo, y esa vida se perdió para nosotros. Ahora
éramos extraños el uno para el otro. Nos encontrábamos a un centímetro de
distancia, pero se sentía como miles de kilómetros.
Noah se puso de pie, tiró hacia atrás las mantas y las sostuvo hasta que me metí
debajo. Esperé a sentirlo deslizarse de nuevo en la cama detrás de mí, sentir sus
brazos envolverse alrededor de mi pecho, mi cintura, sentir sus piernas
enredándose con las mías. Pero no lo hizo. Simplemente me arropó suavemente.
—Quédate —dije. Dudó por un momento, pero luego se recostó a mi lado.
—Soñé contigo, cuando te fuiste —dije.
Esa sonrisa apareció de nuevo en sus labios, solo por un momento.
—¿Fue bueno?
—Sí —mentí—. Sí, fue bueno.
Cerró sus ojos, pero no cerré los míos.
—¿Noah?
—¿Mara? —preguntó, sin abrirlos.
—¿Puedo preguntarte algo?
319
—Cualquier cosa.
—¿Cualquier cosa?
—No hay nada que no te contaría. Sin secretos —dijo. Sus ojos se abrieron, y
finalmente, me miró—. Espero que sepas eso.
No sabía eso. Nunca antes le pregunté sobre eso, porque nunca había sentido
como si necesitara oír su respuesta. Pero ahora necesitaba escucharla.
—¿Me amas?
Hubo una pausa antes de que Noah hablara. Se movió en la cama y apoyó su
mano sobre mi mejilla.
—Locamente —dijo, y sentí la verdad de ello en la presión de su mano.
Pero cuando se alejó, la sensación se fue con él.
—¿Me amas? —preguntó.
Desesperadamente, pensé.
—Locamente —dije.
Se inclinó sobre mí, sus largas pestañas proyectando sombras sobre sus mejillas, y
besó mi frente. Las palabras “te necesito” salieron de mi boca tan pronto como sus
labios tocaron mi piel.
Nunca antes le dije a alguien esas palabras, y nunca imaginé que las diría ahora,
incluso, o especialmente, a él. Pero era la verdad, y quería que lo supiera, sin
importar lo que ocurra después. Nadie más haría o podría hacer lo que Noah había
hecho por mí. Lo que hacía por mí, incluso ahora.
—Me tienes —respondió.
Pero entonces, ¿por qué lo sentía tan lejos?
320
71
Noah
Traducido por Luly.-
Corregido por ElyCasdel
329
73
Traducido por Annabelle
Corregido por Luna West
Noah
Sé lo que puedo hacerle a una chica con una simple palabra, una mirada, una
caricia. Y quiero hacérselo todo a ella.
330
Mara
Presioné mis labios contra su garganta, y él levantó mi barbilla, haciendo mi rostro
a un lado. Susurró cosas perversas en mi oído.
Sonreí, y desabotoné su camisa.
331
Noah
La beso suavemente, dos veces. Luego su cabeza se inclina, se hunde, y su boca se
cierne sobre mi corazón. Mientras besa mi piel en llamas, una descarga me
estremece desde adentro.
Mara es la persona que nunca pensé que estaba esperando, y siempre y cuando
me quiera, nunca la dejaré ir.
332
Mara
Removí la camisa de sus hombros, y él levantó la mía de mi pecho. Nos deshicimos
de todo hasta que piel y piel tuvieron un encuentro.
Y entonces, Noah Shaw me mostró la razón por la que tenía la reputación que
tenía.
Temblé ante el delicioso picor de su mandíbula a medida que dejaba un camino de
besos hacia la hendidura de mi ombligo, ante su sonrisa llena de picardía mientras
me pintaba en sensaciones. Primero en colores suaves, mates y soñadores: ocre,
color tierra y rosa con su lengua. Mi respiración se aceleró, y necesitaba…
necesitaba…
—Rápido —rogué.
—Lento —dijo él.
333
Noah
Me estremezco ante sus sonidos de necesidad cada vez más en aumento mientras
dibujo cada tormentoso beso. Sus músculos se contraen y aprieta las sábanas en
sus manos, levanto la mirada, necesitando ver su rostro.
Está enloquecida. Y nunca antes en mi vida había visto nada tan atrozmente
hermoso.
Pero entonces introduce sus dedos en mi cabello y lo jala.
334
Mara
Mientras lo empujaba contra mí, dentro de mí, hubo una explosión de escarlata.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz sonando de una forma tan gentil como nunca
antes le había escuchado.
Suspiré un “sí” mientras el color se suavizaba y desvanecía. Lo jalé aún más cerca.
335
Noah
Deslizo mis manos por su espalda, y sus tobillos se envuelven alrededor de mi
cintura mientras me observa fijamente con esos ojos insondables. Estamos
conectados: manos, miembros, bocas, cuerpos, almas. Nunca antes había
experimentado esto.
Mara me besa, y es azúcar en mi lengua y champagne en mi sangre; me quiero
ahogar en su sabor, en su esencia y sus sonidos. Su cuerpo es electricidad; ella es la
cima que había estado persiguiendo y que nunca había alcanzado hasta ahora.
336
Mara
Mordiendo. Jalando. Jugando. Tentando. Sus estocadas fueron lentas, intricadas,
mientras me sacudían, me acariciaban y me sonrojaban hasta reducirme a algo
radiante. Los colores brillaban y resplandecían en algo atrevido y luminoso.
337
Noah
Cada toque compone un nuevo e inaudito compás; me siento hipnotizado por la
textura y el timbre de sus notas a medida que se estremecen, giran, zumban y se
deslizan. Las sábanas son nuestro mundo, y en ellas Mara es infinita, hermosa y
sublime, aprisionada en mis brazos y al mismo tiempo libre.
Me muevo y su escala se alarga, se estira, rapsódica y hermosamente violenta
mientras sus ojos se oscurecen y amenazan con cerrarse.
—Quédate conmigo —casi gruño, intentando mantener a raya mi desesperación,
mi miedo a que logre escabullirse. Jamás quiero dejar de mirarla desde aquí—.
Quédate.
Sus ojos aletean al abrirse, aún está aquí, aún es ella.
—Necesito escucharte —ruega con esa voz, y no puedo negarme, a nada de lo que
diga, ni ahora, ni nunca. Pero las palabras que salen de mi boca no son las
suficientes para esto. Para ella. Así que hablo en un idioma que no conoce.
—Je t’aime. Aujourd’hui. Ce soir. Demain. Pour toujours. Si je vivais mille ans, je 338
t’appartiendrais pour tous. Si je vivais mille vies, je te ferais mienne dans chacune
d’elles.
Te amo. Hoy. Esta noche. Mañana. Por siempre. Si viviera mil años, pertenecería a ti
en cada uno de ellos. Si viviera un millón de vidas, querría hacerte mía en todas
ellas.
Mara
El mundo destilaba solo el sonido de nosotros mientras ambos nos acercábamos a
la cima del mundo.
Los colores brillaban, quemaban. Eran siena, carmesí y dorado. Tragué mi nombre
de su boca y él besó el suyo de mis labios, y me sentí incandescente mientras me
tropezaba hacia la…
339
Noah
Dicha.
El eco de su placer golpeó mi sangre y me llevó con ella. Mara queda relajada,
desatada, deshecha en mis brazos.
Finalmente.
340
Mara
Luego, me recuesto contra él. El latido de nuestros corazones está sincronizado y
me ceño sobre él como musgo al tronco de un árbol. Me siento suave en su agarre
y él sólido, tan cálido y real contra mi mejilla. Mi sonrisa no se desvanecía, pero los
colores comenzaban a hacerlo. De violeta a azul cobalto, luego a índigo, después
negro.
341
Noah
No hay silencio, pero el timbre de su sonido cambia. Notas llenas de armonía,
dulces y conservadoras, balanceándose, deslizándose y cayendo majestuosamente.
Sé lo que eso significa.
—Quédate —susurro contra su húmedo cabello rizado, como si fuera la única
palabra que conozco—. Quédate conmigo.
Pero sus ojos pestañean y se cierran.
No puedo cerrar los míos. Y Mara se queda dormida al ritmo de “Hallelujah.”
342
Epílogo
Traducido por ElyCasdel
Corregido por Alessa Masllentyle
El amanecer se cuela por las cortinas, tiñendo la parte trasera de mis párpados de
rojo. Parpadeo una vez, dos veces en la casi oscuridad, luego me estiro. Inhalo la
esencia del champú de Noah y sonrío mientras me estiro en la cama para acercarlo.
Sin embargo, mi mano se cierra alrededor de un pedazo de papel, no de su
cabello.
Me levanto sobre un codo y bostezo, buscando en la habitación evidencia de
Noah. Cuando no encuentro nada, enciendo la lámpara al lado de la cama. Su
bolso está aquí y su ropa también, no esparcida por ahí como la mía. Se suponía
que nos íbamos hoy de Nueva York, y parece que ya ha empacado. No era raro. 343
Pero no despertarme con él a mi lado sí lo era. Me muerdo el labio inferior,
recordando su boca sobre él anoche, y aparto las sábanas para buscar mi ropa. La
nota ondea hasta el suelo a mi lado. La levanto.
Una sonrisa se extiende por mis labios, tan grande que duele. Soy dominada por
mi amor por él, por este chico que sabe exactamente lo que soy, exactamente
quién soy, y me ama de todas formas, a pesar de ello. Gracias a ello. No podía
esperar para que regresara y así poder decírselo. Mostrárselo. Una semana había
pasado, pero bien podría ser un año; nunca tendría suficiente.
Y no tengo que tenerlo. Tenemos todo el tiempo del mundo.
Miro el reloj: 9:30 a.m. Me ducho y visto antes de bajar a la cocina, mi hermano está
golpeando las gavetas, fuerte, para anunciar su presencia; un amuleto de
protección contra las muestras públicas de afecto, sin duda. Afortunadamente para
él, me encontraba tan avergonzada por nuestra fuerte colonización de la casa en la
ciudad como él… probablemente, más. Desafortunadamente para los dos, a Noah
no le importaba. Dios sabe lo que Daniel escuchó.
Un feroz sonrojo aparece en mis mejillas, e intento en vano ocultarlo con mi
cabello.
—¡Buenos días! —digo alegremente. Soy tan obvia—. ¿Hay café? —Revuelvo entre
la despensa, haciendo yo misma un montón de ruido innecesario.
—En la olla… que acabas de pasar.
Correcto.
—¡Cierto! ¡Gracias! —Saco una taza del armario.
Daniel me da una mirada severa.
—¿Estás bien?
—¡Sí! ¿Y tú?
—Me estoy acostumbrando lentamente a una nueva realidad que incluye
adolescentes súper poderosos y las entidades que intentan controlarlos. ¿Ya
empacaste? 344
Nop.
—Ajá.
—El auto nos va a recoger a las cuatro.
—Ya sé.
Luego dice lo que estoy pensando.
—Va a ser raro en casa, ¿no? —Asiento—. ¿Pero regresarán pronto? ¿Ese sigue
siendo el plan?
Lo era. Una vez que regresáramos a casa, a nuestros respectivos hogares, Jamie
presentaría nuestra propuesta de saltarnos el último año y dirigirnos directo a la
universidad. Era algo real, admisiones tempranas o algo así, y eso nos sacaría de
Florida más rápido y con menos finales perdidos que cualquier otra cosa con la
que pudiéramos salir. Y necesitábamos irnos. Ninguno de nosotros se podía
imaginar terminar nuestro último año de secundaria. Sería bastante difícil actuar
para nuestros padres, pretender para ellos, pero sabía que necesitaba el verano.
Joseph no perdería a uno, sino a sus dos hermanos en el otoño… eso sería difícil
para él. Quería que tuviera tiempo con nosotros. Conmigo.
Daniel toma un sorbo de zumo de naranja y luego desliza sus brazos en las
mangas de una camisa de botones.
—Voy a ver a mi amigo Josh cerca de Julliard antes de irnos. No lo olvides, auto a
las cuatro.
—No lo haré.
—Ah, otra cosa. —Daniel se gira sobre sus talones y se dirige hacia el armario del
pasillo—. Necesitas empezar a prepararte si vas a hacer la prueba en junio. —Se
estira por algo en el estante más alto, que está lleno de juegos de mesa, que caen
al suelo y se dispersan—. No salió como lo planeé. —Comenzamos a levantar los
juegos: Risk, Monopolio, Scrabble—. Ah. Hola ahí.
Miro a mi hermano para verlo sosteniendo una pieza de madera en forma de
corazón en una mano, una tabla de escritura espiritista. De un tablero de Guija.
Miro alrededor bastante segura, ahí está detrás de él, yaciendo entre Sorry! y The
Game of Live. Mi hermano me mira por el pequeño círculo de plástico en el medio.
—¿Quieres jugar?
Lo miro furiosa, sin embargo con piel de gallina.
—Bromeo, bromeo. —Deja caer la pieza en su caja—. Esto es lo que realmente 345
quería darte. —Registra entre los juegos y saca un libro: Mil Mundos Misteriosos
del SAT.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Qué haría sin ti?
—Nunca tendrás que averiguarlo.
Me pregunto si Daniel sabe que haría cualquier cosa que pueda, todo lo que
pueda, para asegurarme de que eso siga siendo verdad.
—Teniendo un post-desayuno de reunión con la muerte, ¿no? —Me giro ante el
sonido de la voz de Jamie. Está mirando el tablero de Guija desdoblado. No
amablemente.
—Un accidente —dice Daniel, me lanza el libro. Lo meto en mi nuevo bolso estilo
mensajero mientras mi hermano pone los juegos de regreso en el armario al que
pertenecen—. Los veo más tarde, niños —dice ondeando la mano—. El auto viene
a las cuatro, J.
Miro a Jamie una vez que la puerta se cierra detrás de Daniel.
—¿J?
Levanta la barbilla.
—Nos hicimos amigos rápido. Mientras tú y Noah estaban… ocupados.
Camino hacia atrás a la puerta, colgando mi bolso sobre mi hombro.
Sonrojándome también.
—Voy a caminar.
—¿Tú? ¿Caminar? ¿Desde cuándo necesitas comida, luz del sol y aire fresco? —
Jamie mira dramáticamente alrededor—. Oh. Noah no está aquí. Eso lo explica.
—Cállate.
—Ven. Vamos a encontrarlo juntos —dice Jamie y ofrece su brazo, el cual acepto.
Deambulamos un poco antes de dirigirnos al parque. No fallo en notar el colgante
alrededor del cuello de Jamie; ha desarrollado un hábito en la última semana de
enredar sus dedos alrededor de él mientras habla. El mío descansa en mi bolsillo,
junto al de Noah. Aún no he tomado mi decisión.
—Entonces, ¿sobre qué universidad le voy a mentir a tus padres por ti? —pregunta
Jamie, golpeando mi hombro.
—No estoy segura. —Caminamos más allá de un carrito en la calle vendiendo
cacahuates asados; el olor se mezcla con la esencia de polvo y metal de la
346
construcción llevada a cabo en la calle—. Pero me gusta Nueva York.
—Lo mismo. Pensaba en Columbia, o NYU tal vez. No estoy seguro de que voy a
entrar, pero soy negro, marica, y Judío; sí que tengo los tres folletos.
Sonrío y atrapo un brillo de nuestro reflejo en un vidrio oscuro de la ventana de
una oficina. Hace no mucho tiempo, probablemente me hubiera muerto de risa
ante las cosas que Jamie decía. Pero lo que hemos vivido nos ha empujado
adelante una década, al menos. La gente que no nos conoce probablemente
pensaría que lucimos como adolescentes aún, y si veían las fotos de nosotros
Antes y Después tal vez no serían capaces de notar la diferencia. Pero yo puedo.
Nuestras sonrisas para las cámaras ya se han agotado para ahora, nuestras sonrisas
ante las bromas un poco amargas. Eso es lo que nos separa de las multitudes de
Ellos. Vivimos más duro. Conocemos más. Pero de todas formas, reímos. Reímos
porque no había nada más que hacer que rendirse.
Y nunca me rendiría. Hice cosas terribles de las que me arrepiento y cosas terribles
de las que no. Pero no necesito ser arreglada, ni salvada. Solo tengo que seguir.
Cruzamos la calle hacia el parque y las flores caen como nieve mientras caminamos
bajo los árboles. El cielo es azul y sin nubes, un día perfecto de primavera. Es como
un sueño: luminoso, hermoso y feliz, del tipo que nunca tengo.
—De lujo encontrarlos aquí —dice Noah. Está justo detrás de nosotros, en
ajustados jeans oscuros y una camisa negra desvanecida. Su cabello
descuidadamente despeinado y limpio. Está cargando una bolsa de compras, que
cuelga ligeramente de sus dedos.
Lo miro con los ojos entrecerrados.
—¿Cuánto tiempo nos has estado siguiendo?
—Siempre.
Toco mis labios con un dedo.
—Qué curioso, no parece que hayas estado corriendo.
Jamie aplaude una vez.
—¡Esa sería mi indicación! —Me besa en la mejilla—. Voy a despedirme de mi
ilustre prima, tu ilustre abogada.
—Salúdala por mí.
—Lo haré.
—También por mí —grita Noah, pero Jamie ya se está alejando. Levanta su mano
para mostrarle el dedo medio sobre su hombro. La boca de Noah se expande en
347
una sonrisa.
—Entonces, ¿dónde estabas?
Empuja la bolsa de compras detrás de él.
—Oh, putas, mamadas, lo usual.
—¿Por qué siquiera te quiero?
—Porque te doy regalos —dice Noah y saca la cosa de la bolsa con mucha gracia.
Un cuaderno de dibujo.
Mi frío corazón se derrite un poco.
—Noah.
—El viejo era un poco mórbido —dice, la esquina de su boca elevándose en una
sonrisa—. Pensé que podías tener un nuevo comienzo.
Me levanto sobre las puntas de mis pies para besarlo.
—Espera —murmura contra mis labios—. No has visto la mejor parte.
—¿Hay otra parte? —pregunto mientras me toma la mano y me jala hacia una
banca. Desliza el cuaderno de dibujo por debajo de su brazo y me sienta
empujando mis hombros.
—Cierra los ojos —dice y lo hago. Lo escucho dando vuelta a las páginas del
cuaderno de dibujo—. Bien. Abre.
Estoy mirando un dibujo, si puedes llamarlo así. Pero de qué, no tengo idea.
—Pensé en bautizarlo para ti, así que te dibujé un retrato.
—¡Ah! —Ah, demonios—. Es… muy especial, Noah. Gracias.
Se muerde el labio.
—Mmm.
—Pero espera. —Lo giro horizontalmente—. ¿Por qué tengo una cola?
Levanta la cabeza y lo mira.
—No es una cola, es tu brazo.
—¿Por qué sale de mi trasero?
Cierra el cuaderno. 348
—Compórtate.
—¿O qué, me vas a nalguear?
Se inclina hacia mí. Su boca haciendo contacto con el lóbulo de mi oreja, su dura
mandíbula con mi mejilla y dice—: Eso sería una recompensa, cariño. No un
castigo.
Mi corazón ya está corriendo. Me tiene cada vez.
—Hablando de eso —digo suavemente—. Te extrañé esta mañana.
—Tendré que encontrar una manera de compensártelo. ¿Ya empacaste?
—Todavía tenemos tiempo —digo, porque no estoy lista para irme.
Noah sabe lo que pienso. Enlaza sus dedos entre los míos.
—Regresaremos.
Lo haríamos. Podía sentirlo. Me estiro al lado de Noah, mi cabeza en su regazo, mi
pie en la barandilla. La gente pasa a nuestro alrededor, pero se siente como si
estuviéramos solos en un océano de corazones palpitantes y pulmones respirando.
Miro el humo elevarse de una alcantarilla del otro lado de la calle, y casi puedo ver
las palabras formándose en el aire: bienvenidos a casa. Podíamos pasar
desapercibidos aquí. Solo una pareja normal, joven y enamorada, sosteniendo sus
manos en Nueva York.
Me inclino y saco un libro de mi propio bolso mientras Noah juega con mi cabello.
Es el libro SAT. El equivocado. Lo dejo caer de nuevo y finalmente encuentro el que
estoy buscando: una novela, comprada recién, sobre adolescentes súper
poderosos. Llámenlo investigación.
—¿Qué libro es?
Le muestro la portada a Noah, luego me salto a la última página.
—Espera, Mara Dyer, ¿estás leyendo primero el final?
—Sí.
—Eres fascinante.
—Soy rara —digo sin levantar la vista—. Hay una diferencia.
—Pero en serio, ¿cómo es que no sabía esto de ti? Lo cambia todo.
Lo miro enojada y cierro el libro de golpe.
—Oh, por mí no te detengas.
349
—Lo hago. Me detengo por ti.
—Lo siento.
—No, no lo sientes.
—No. Además, probablemente deberíamos estar leyendo… —Mi cuello cruje
mientras Noah se inclina para revolver en mi bolso. Saca el libro SAT—. Esto.
¿Adquisición de Daniel?
—¿Cómo lo supiste?
—Ten, te preguntaré.
—Noah…
—No, no, insisto. —Hojea a través de él—. Bien, primera palabra: quintaesencia.
—No quiero jugar este juego.
Me ignora.
—Nombre de pluma.
—Eso no es misterioso.
—Y no es una palabra real, ¿o sí? Más como una frase. De todas formas, ¿quién
escribió este libro?
—¿A quién le importa? —Le robo el libro de las manos, lo lanzo en mi bolso y saco
un cuaderno en su lugar. Y unos audífonos.
—¿Qué haces?
Inhalo profundamente.
—Estoy huyendo para unirme al circo. ¿Qué parece que hago?
—El circo nunca te aceptaría. No eres lo bastante flexible. Vamos a tener que
trabajar en ello. —Lo golpeo. Duro—. ¿Vas a dibujar?
—Nop.
—Lástima. Iba a pedirte que me hicieras como una de tus chicas francesas.
—Estás citándolo mal.
—¿Sí? —Pretende parecer pensativo—. Combinación Freudiana, supongo.
Entonces, ¿qué estás haciendo?
—Decidí que necesito un nuevo pasatiempo.
350
—¿Escribiendo?
—Intentando —digo, enfadada.
—¿Tus memorias?
A principio de semana, firmé un anticipo en acuerdo con Rochelle. Es una abogada
de defensa criminal, yo soy una criminal: un equipo perfecto. Pensamos que Jamie
sería capaz de controlar el daño de la mayor parte de lo que pasó con nosotros, en
términos de exposición, pero en realidad quería hacerlo público. Rochelle me
advirtió contra ello, como cualquier buen abogado haría, citando la falta de
evidencia, la posibilidad de contrademandas… todos argumentos sólidos. Pero no
podía pretender que este último año no había pasado. La gente necesitaba saber
de ello. Yo necesitaba compartirlo.
Fue idea de Daniel publicar nuestra historia como ficción que en realidad no era
ficción. Le juré a Rochelle que cambiaría los nombres, redactaría los días y
adoptaría un seudónimo. Estaba escéptica, pero sabía que no podía detenerme, así
que accedió a ayudar en su lugar.
Daniel pensó que todo el asunto era divertidísimo. “¡Como una metanarración18!
Oh por Dios, no tiene precio”. Jamie no estuvo muy impresionado. Noah, como
siempre, se encontraba entretenido por la posibilidad, e incluso dijo que ayudaría.
—Es como, en cierto modo, esconderse a plena vista —dijo cuando le conté la
idea—. Me agrada.
—Necesitaré tu ayuda —dije—. Hay un montón que no recuerdo.
—Lo llenaré por ti.
—Pero tienes que decirme la verdad.
—¿Cuándo has sabido que miento?
—¿En serio me estás preguntando eso?
—Estás lastimando mis sentimientos. Nunca he sido nada menos que atrozmente
honesto. Dolorosamente confiable. ¿No confías en mí?
—Sí —dije honestamente—. Lo hago.
Ahora solo tenía que escribir la cosa. ¿Cuán difícil podía ser?
Noah enrolla una hebra de mi cabello en su dedo y lo jala, justo cuando estoy a
punto de ponerme uno de los audífonos.
351
—Nadie va a creerlo, ya sabes.
Lo sé, pero no me importa. Si habíamos aprendido algo en concreto para ahora,
habría sido esto: no estábamos solos. Hay otros como nosotros allá afuera. Gente
que cree que solo son extraños, diferentes, inestables, deprimidos o enfermos.
Podría que simplemente lo sean. Pero también, tal vez sean algo más. Podían
convertirse en uno de nosotros. Y deberían saberlo antes de que sea demasiado
tarde.
—La verdad debe ser dicha, incluso si nadie la cree —digo. Levanto la cabeza para
mirar a Noah—. La gente que no puede amarla, odiarla o importarle y olvidarla,
alguna vez lo leerá. Pero tal vez alguien como nosotros lo leerá y sabrá que no está
solo. O tal vez no lo leerá alguien como nosotros, pero creerá y estará advertido de
gente que lo es.
Noah me mima, como siempre.
—Entonces, ¿qué tipo de historia será?
18
Metanarración: Se refiere a una narración dentro de la narración. En este caso a la historia de
Mara dentro de una historia.
Buena pregunta. No es de horror, aunque algunas partes son horríficas. No es
ciencia ficción porque la ciencia e historia son reales.
Miro a Noah sonriéndome, con mi cabeza en su regazo, sus manos en mi cabello, y
pienso en él, Jamie, mis hermanos y mis padres. Gente que haría todo en su poder
para ayudarme, incluso cuando no siempre me entiendan. Gente por la que yo
haría lo que fuera, sin importar a quién tuviera que herir o qué cueste. Luego miro
la página en blanco, y entonces, sé.
Esta es una historia de amor. Retorcida y desastrosa. Imperfecta y jodida. Pero es
nuestra. Somos nosotros. No sé cómo terminará nuestra historia, pero sé cómo
comenzará.
Levanto mi pluma y comienzo a escribir.
Mi nombre no es Mara Dyer, pero mi abogado me dijo que tenía que elegir
algo.
352
Fin
Sobre la Autora
A los dieciséis años, Michelle Hodkin perdió
los derechos sobre su alma en un juego de
póker con piratas al sur de Natchez. Poco
después, se unió a una compañía de
actuación y viajó por el mundo realizando
hazañas de asombro y picardía. Ha sido
vista en escenarios de todo el país y obtuvo
críticas muy favorables por su
interpretación como única mujer en Titus
Andronicus antes de escribir The
Unbecoming of Mara Dyer, su primera
novela, ahora disponible al público en
español. Su secuela, The Evolution of Mara
Dyer, llegó a las estanterías en general el 23 353
de octubre de 2012, y el tercer libro de la trilogía, The Retribution of Mara Dyer, ya
está aquí para su disfrute.
Michelle actualmente vive con sus 3 perros y puede o no ser una narradora fiable
de su propia vida.
Staff Bookzinga
M O D E R A D O R AS:
LizC
Mari NC
T R A D U C T O R A S:
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Apolineah17 Jane. Malu_12
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HeythereDelilah1007 Lalaemk Vanehz
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Jadasa Youngblood
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Vero
Veroonoel
354
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REVISIÓN&RECOPILACIÓN
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Evanescita Juli Noelle 355
Fany Stgo. Julieyrr Sandry
C O R R E C T O R A S:
Adriana Tate ElyCasdel Marie.Ang
Alessa Masllentyle Emmie Mire
Alessandra Wilde Florbarbero Miry GPE
Alexa Colton Gabbita SammyD
Amélie. GypsyPochi Vane hearts
AriannysG Itxi Val_17
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D I S E Ñ O:
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