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SIETE FORMAS

EFECTIVAS
DE ESCRIBIR
PARA ENGANCHAR AL

LECTOR
¿Para qué escribes, si no es para que te lean?

Por tanto, tienes que escribir para enganchar al lector. Pero hay determinados
aspectos de una lectura que pueden dar al traste con su atención.

El lector no te va a dar muchas oportunidades y, si tu historia no le resulta atractiva


e interesante, cerrará el libro sin más contemplaciones.

El objetivo es tejer una red que cautive su atención para que solo desee seguir
avanzando en la lectura. Aunque son muchos los factores que pueden contribuir a
ello (la presentación de la propia trama, el ritmo, la elección del narrador, la fuerza
de los personajes…) hay pequeños detalles que podemos implementar casi en
cada párrafo.

Para ello importa tanto la historia que cuentas como la manera en que la cuentas.
Incluso puede suceder que una historia no tan buena, bien contada, sepa ganarse
al lector.

En esta miniguía te damos siete claves para enganchar al lector y lograr una
escritura que lo mantenga atado a los hilos de tu historia.

Estas claves tienen que ver con cómo usar los detalles, cómo equilibrar la trama,
evitar usar relleno solo para alargar la historia o ser específico.

Hemos ilustrado cada uno de estos siete puntos con ejemplos que te ayudarán a
comprender cómo aplicar estas claves a tus textos.

Siete formas efectivas de escribir para enganchar al lector


1. Persuadir con el detalle
Lo importante a la hora de contar algo es saber elegir los detalles que muestren
de manera fidedigna aquello que quieres expresar, mostrándolo de una manera
persuasiva.

Debes aplicar esta idea a la trama en general, pero también a cada una de las
escenas. Veamos cómo.

La pequeña parecía muy cansada, era evidente que necesitaba una siesta.

Esta frase es sencilla y directa; sin duda describe de manera efectiva lo que sucede.
Sin embargo, no estimula la imaginación de lector, ni le impulsa a seguir leyendo.

Llevaba puesto un casco de vikingo y tenía la boca pringosa de algodón de


azúcar. Aunque sus ojos marrones se cerraban por el cansancio, se negaba a
acostarse. Sabía lo terca que era y que la lucha cotidiana estaba a punto de
comenzar.

Esta versión, al proporcionar más detalles, proporciona más información sobre lo


que sucede: la niña está cansada y necesita dormir, y el narrador debe conseguir
acostarla.

Sin embargo, proporciona ciertos detalles secundarios —la boca pringosa, el casco
de vikingo— que, aunque ayudan a corporeizar la escena, no apoyan la cuestión
principal.

Aunque sus ojos marrones se cerraban por el cansancio, se negaba a


acostarse. El casco de vikingo que llevaba puesto le daba un aspecto
cómicamente fiero. Usando el palo del algodón de azúcar como si fuera una
espada apuntó a mi pecho y dijo:
—No pienso acostarme.

En esta versión, se han transformado los detalles para que apoyen el sentido
general del texto: el casco y el palo del algodón dulce se han convertido en

Siete formas efectivas de escribir para enganchar al lector


pertrechos de guerra que anuncian una pequeña batalla doméstica. Además,
sabemos mucho más sobre la niña: no le gusta echarse la siesta, pero además es
imaginativa y luchadora.

De este modo, se ha creado una escena mucho más atractiva para el lector que
querrá saber cómo reacciona el narrador al ultimátum de la pequeña, cómo se
resuelve el conflicto y quién resulta vencedor.

Al escribir, tienes que buscar implicar las emociones, la imaginación y el intelecto


del lector. Y para ello, nada mejor que cuidar el detalle revelador.

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2. Emocionar
Leemos para emocionarnos.

Por ello, la mejor escritura es aquella que logra que el lector se ponga en el lugar de
los protagonistas y sienta lo que ellos sienten: ira, amor, camaradería, frustración,
felicidad, terror, tensión…

De modo que nuestros textos tienen que lograr atrapar tanto la mente del lector
como su imaginación y su corazón.

Limitarse a nombrar las emociones significa empobrecer la narración. Lo que


debes buscar es presentar aquellos detalles específicos, concretos, que representan
una emoción. Ofrecer una imagen definida y precisa que se represente de modo
claro en la mente del lector y que le lleve a sentir la emoción o el sentimiento que
quieres transmitir.

El objetivo debe ser hacerle participar de la acción para que sienta, no nombrar
emociones abstractas que no logran hacer sentir.

Veámoslo con un ejemplo:

Cuando Pedro murió, me sentía miserable.

Esta frase puede parecer certera, pero es muy imprecisa. No basta con nombrar lo
que siente el narrador, porque el lector se siente ajeno a ese sentimiento. ¿A qué se
refiere exactamente la idea de sentirse miserable? Es algo demasiado vago como
para despertar la empatía del lector.

Aunque viva mil años nunca olvidaré lo completamente sola que me sentí
tras la muerte de Pedro. Aunque los meses fueron pasando, no era capaz de
apartarlo de mi mente: todas las cosas me recordaban a él. Creí que nunca lo
superaría.

Si bien en esta ocasión se han añadido detalles específicos, esos detalles sólo
ayudan a la narración, resultan meramente enunciativos. En realidad no le

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proporcionan al lector una razón para echar de menos a Pedro, lamentar su muerte
y sufrir junto a la narradora.

No podía desprenderme del recuerdo de Pedro. A las cuatro, la hora a la que


solía regresar del trabajo, me sorprendía esperando escuchar el ruido de su
llave en la cerradura. Por la noche, levantaba la vista de mi libro esperando
encontrarle sentado en su sillón, con los auriculares con los que escuchaba
su programa de radio favorito puestos. Curiosamente, las imágenes de Pedro
enfermo en el hospital se habían borrado de mi mente.

Esta última versión resulta conmovedora porque, con sus detalles, nos ayuda a
comprender y visualizar la relación entre Pedro y la narradora: las rutinas tranquilas
que compartían y cómo uno formaba parte de la vida del otro. No existe una
descripción pormenorizada, pero la hábil elección de los detalles permite que
el lector se represente tanto la vida con Pedro, como la vida sin él. Al tiempo, en
ningún lugar se menciona expresamente la muerte, pero la ausencia del hombre y
la alusión al hospital logran que el lector interprete los hechos, involucrándolo en la
composición del texto.

Se trata simplemente de escribir textos que impliquen emocional e


intelectualmente al lector con la obra. Permitir que este se identifique con los
hechos narrados, que empatice con las emociones de los personajes y que
complete con naturalidad las elipsis que presenta el texto.

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3. Cada parte debe
aportar al todo
Para enganchar al lector, debes proporcionar además aquellos detalles que te
ayudarán a crear una imagen clara de lo que significa esa escena concreta, al
tiempo que proporcionas información que haga avanzar la trama.

Debes incluir aquellos detalles que transmitan una idea más profunda o completa
que lo que la mera escena cuenta, incluyendo detalles que refuercen el sentido de
una escena dentro de la trama.

No se trata únicamente de incluir la escena de un coqueteo en un restaurante, sino


que esa escena proporcione nueva información relevante sobre tus protagonistas,
sobre sus aspiraciones y su forma de actuar, ayudando a comprender mejor la
historia del conflicto que estás presentando.

Por la forma en que se comportó en el restaurante lleno de gente, podría


decirse que Fátima se había sentido imantada por el atractivo desconocido de
la camisa negra. Probó un par de trucos para llamar su atención y, finalmente,
tuvo éxito.

Aunque en este fragmento el autor proporciona información (la protagonista se


encuentra en un restaurante donde un desconocido le resulta atractivo, por lo que
decide —y logra— llamar su atención), la historia en sí es poco enjundiosa: no se
narra nada interesante. Esta escena tampoco nos dice nada sobre Fátima.

El atractivo desconocido parecía pasear su mirada distraídamente sobre las


personas que llenaban el restaurante. Sin embargo, Fátima percibió cómo
sus ojos se detenían en ella con un parpadeo y una media sonrisa subía a sus
labios. ¿Era su imaginación o se había llevado la mano al corazón mientras
fingía sacudir ligeramente la pechera de su camisa negra? “Es guapo”, observó
su amiga Carmen. “Pse”, concedió Fátima mientras jugueteaba con un mechón
de pelo. Evitó mirarle de nuevo, pero lanzó una sonrisa radiante por encima
de las mesas. Girándose despacio, cruzó las piernas como lo haría una femme
fatale en una película antigua. “Con esto bastará”, pensó para sí misma con
humor.

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Al igual que en el fragmento anterior, en este se proporciona la información
necesaria para el desarrollo de la escena, pero además se ha hecho mucho más rica
al contar el desarrollo del coqueteo entre la protagonista y el desconocido, lo que
ya de por sí atrapará la atención del lector, haciéndole partícipe del intercambio de
miradas y sonrisas.

Pero, además, esta escena incluye ahora pormenores acerca del personaje,
desarrollándolo y dando idea de su personalidad al lector: la protagonista es una
mujer que sigue el juego del coqueteo con un desconocido; no es la primera vez
que lo hace, puesto que sabe los pasos a seguir para alcanzar el éxito; y muestra
sentido del humor cuando se dice a sí misma que ya ha hecho lo suficiente para
que el hombre se acerque.

Como ves, se trata de incluir ciertos detalles que transmitan una idea más profunda
o completa que lo que la mera escena cuenta. No se trata únicamente de incluir la
escena de un coqueteo en un restaurante, sino que esa escena debe proporcionar
nueva información relevante sobre tus protagonistas, sobre sus aspiraciones y su
forma de actuar, ayudando a comprender mejor la historia de su conflicto que estás
presentando.

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4. Evitar el relleno
Ninguna forma es más efectiva para acabar con la atención (y la paciencia) de un
lector que acumular páginas y páginas en las que no sucede nada.

El secreto para mantener cautivo el interés del lector es hacer que la trama siempre
avance, aportarle casi con cada párrafo nueva información sobre la historia para
que desee seguir avanzando a través de ella.

Esto no significa que debas aplicarte a idear tramas trepidantes, donde en cada
línea aguarde un giro argumental, sino trabajar para que cada palabra permita
comprender mejor a tus personajes y la manera en que sus decisiones y reacciones
van dando lugar al desarrollo de la acción.

¿Cómo hacerlo? Fundamentalmente evitando el relleno.

A veces puedes caer en la tentación de rellenar páginas y páginas con texto que,
realmente, está aportando muy poco al desarrollo de la historia que deseas contar.

Qué le vamos a hacer: te gusta escribir y es difícil resistirse al impulso. Sin embargo
tienes que permanecer atento para asegurarte de que todo lo que escribes, cuenta.
Es decir, aporta una información útil para comprender algún hecho que vendrá a
continuación.

Veámoslo como siempre con un ejemplo:

A Guillermo le encantaban los deportes, ya fuera salir a correr por el parque


cercano a su casa o practicar submarinismo. Pero sin duda, su deporte favorito
era el ping-pong.

La información esencial de este párrafo es que el deporte preferido del


protagonista es el ping-pong. El resto aumenta la cifra de palabras que contabiliza
el procesador de texto, pero no aporta nada que ayude al lector a comprender
por qué a Guillermo le gusta especialmente este deporte, qué siente cuando lo
práctica. Es decir, no hay detalles que persuadan ni emocionen al lector.

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El deporte favorito de Guillermo era el ping-pong. Aunque la gente lo suele
tomar por un juego relajante, lo cierto es que se precisa destreza manual,
agilidad y resistencia para jugarlo bien.

Aunque en esta ocasión se proporcionan detalles, estos son de carácter general:


ayudan a la narración, pero al no referirse concretamente a las sensaciones
de Guillermo, no logran que el lector entienda por qué prefiere ese deporte a
cualquier otro.

A Guillermo le gustaba practicar cualquier deporte, pero el ping-pong le


entusiasmaba. Exigía de él destreza, agilidad y resistencia y no entendía cómo
había quien podía considerarlo simplemente un pasatiempo relajante.

Esta versión está más cerca de no ser simple relleno: no solo aporta datos sobre
los requisitos para jugar al ping-pong, sino que los relaciona directamente con el
protagonista, de modo que nos cuenta algo sobre él. Las exigencias del deporte le
complacen y, de hecho, siente que le elevan por encima de aquellos a quienes el
ping-pong les parece un mero pasatiempo.

A Guillermo le gustaba practicar cualquier deporte, pero el ping-pong le


entusiasmaba. Exigía de él destreza, agilidad y resistencia y no entendía
cómo había quien podía considerarlo simplemente un pasatiempo relajante.
Le gustaba sentir la firmeza con la que su mano sostenía la pala, el sudor
corriendo por su espalda y cómo crecía la tensión entre él y su contrincante a
cada nuevo tanto.

Este último párrafo profundiza todavía más en los sentimientos del protagonista.
No se detiene en consideraciones generales sobre el deporte, sino que describe
con detalles vívidos las sensaciones de Guillermo mientras lo práctica, desde lo
físico: cómo agarra la pala, cómo corre el sudor; hasta lo psicológico: la tensión
entre los jugadores, que depende directamente de los tantos que señala el
marcador.

La última versión nos dice que a Guillermo le gusta el ping-pong y por qué, nos
dice cómo se siente cuando juega, nos habla de una cierta competitividad.
Todos esos detalles no solo sirven para fijar la atención del lector para que se
sitúe mentalmente frente a una mesa de ping-pong dispuesto a vencer a su

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contrincante, también contribuyen a que más adelante comprenda que para
Guillermo sea más importante asistir a un torneo de ping-pong que acompañar a su
mujer a una cita médica.

De modo que se cumple un doble objetivo: se aportan detalles que apelan al


lector, que le permiten ligarse a la acción y a sus personajes; pero también se
proporciona un contexto que explica lo que sucederá a continuación.

Un buen texto debe satisfacer ese doble objetivo, lo que no resulta sencillo, así que
es mejor que no desperdicies palabras escribiendo mero relleno.

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5. Profundizar
Para enganchar al lector, nada mejor que profundizar.

No basta con narrar, no basta con describir: hay que adentrarse en los abismos e
iluminar la oscuridad. Quedarse en la superficie puede significar que el lector no se
implique con tu historia y la abandone.

Pero si profundizas en las motivaciones de tus personajes, en las consecuencias


de cada acontecimiento que sucede, el lector logrará meterse bajo la piel de la
narración, hacerla suya, y no querrá abandonarla.

Para profundizar en tu historia necesitas tener muy claro qué quieres contar y qué
impresiones buscas provocar. Sin esas certezas, será imposible que logres hacer
sentir al lector lo que quieres que sienta.

Veámoslo con un ejemplo:

Todos en el colegio sabían que Blanca era la más mala de cuarto curso. Era
una niña preciosa y muy inteligente y siempre lograba salirse con la suya. Por
el contrario, yo era torpe y tenía pocos amigos y era la empollona de la clase.
Así que Blanca convirtió mi vida en un infierno durante todo el curso.

En este fragmento, el autor pretende hacer comprender que Blanca es mala. Sin
embargo, se ha centrado tanto en los sentimientos de la narradora que solo la
hemos “visto” a ella.

Todos en el colegio, menos los profesores, sabían que Blanca era la más
mala de cuarto curso. Era una niña preciosa y muy inteligente y siempre
lograba salirse con la suya. Por el contrario, yo era torpe y tenía pocos
amigos y era la empollona de la clase. Una vez hice un mural precioso
sobre la llegada del otoño, trabajé en él durante días. El día en que debía
entregarlo, Blanca me arrebató la cartulina y arrancó una por una, con sonrisa
perversa y complacida, las hojas de árbol que yo había recopilado y pegado

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cuidadosamente. Ni siquiera intenté explicar al profesor lo sucedido, porque
sabía que no me creería, y me vi obligada a pedir más tiempo para presentar
el trabajo. Blanca convirtió mi vida en un infierno durante todo el curso.

En esta versión, más extensa, se aportan detalles clarificadores sobre la


conducta de Blanca. Ahora el lector tiene un ejemplo claro de su maldad, puede
representarse a Blanca destrozando el mural que la protagonista había preparado
con esmero. Y también sabe algo más de la propia protagonista, de su manera de
ser y de su relación con Blanca.

Como puedes ver, ambos pasajes se ocupan de lo mismo; sin embargo la segunda
versión, al centrarse en un momento específico, logra que el lector se represente
a Blanca, que se sienta presente en el momento en que destroza el trabajo de la
protagonista. Y, al representarse esa acción injusta, el lector no solo comprende
la maldad de Blanca, sino que además se pone instintivamente del lado de la
narradora.

Por tanto, al incluir una acción concreta que cristaliza la maldad de Blanca se la
presenta como a una niña mala de una forma mucho más clara y palpable que si
simplemente se apunta «Todos en el colegio, menos los profesores, sabían que
Blanca era la más mala de cuarto curso».

Así mismo, en la segunda versión se concretan rasgos importantes del carácter de


la narradora: ella misma se define como “empollona”, pero su esmerado trabajo
sobre el otoño la muestra como tal de manera concisa. Al tiempo, descubre su
carácter tranquilo pero laborioso, cuando nos la representamos recogiendo hojas.
También su carácter algo conformista y un poco cobarde, al dar por hecho que el
profesor no la creerá y no atreverse a plantar cara a Blanca.

Se trata por tanto de profundices, no te limites a esbozar acciones o sentimientos,


penetra en ellos, comprende su esencia y plásmala de manera clara y
representativa.

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6. Lo específico mejor
que lo general
Al escribir, a veces puedes perderte en divagaciones.

La narración se deshace en detalles secundarios o se disuelve en ideas generales,


que no atañen de cerca ni a tus personajes ni a la línea argumental.

Esto suele suceder porque no tienes claro lo que quieres contar, es decir, no has
visualizado bien la escena, prestando atención a todos sus detalles, calibrando las
acciones que describirás y previendo las consecuencias que tendrán.

Basta con que seas preciso y hagas constar aquello que mejor puede hacer
comprender al lector lo que estás contando y su significado en el conjunto de la
obra.

Veamos un ejemplo:

Me miró de una manera que, sin resultar amenazante, me hizo sentir


incómoda.

En esta frase se menciona una mirada y el sentimiento que dicha mirada suscita.
Sin embargo, la descripción es demasiado general: se podría definir con más
exactitud esa mirada, así como concretar ese vago sentimiento de incomodidad.

Por ejemplo, un ceño fruncido o una mirada fija pueden reforzar esa idea de una
mirada que resulta incómoda. Mientras que esa incomodidad puede traducirse en
un gesto como levantarse para salir del foco de los ojos o arreglarse la ropa.

Un ejemplo más:

Estaba claro que había que hacer algo para resolver esa terrible crisis.

Expresiones como “estaba claro”, “sin duda”, “era evidente”… a menudo son indicio
de que el escritor no está del todo seguro de haber logrado que se haga patente

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para el lector lo que buscaba contar. En lugar de incluir ese “estaba claro” debería
haberse especificado los motivos por los cuales esa crisis debía ser resuelta: de no
hacerlo el protagonista perderá su empleo, un bosque será talado o la paz mundial
correrá peligro.

No se trata de escribas expresiones como “estaba claro”, sino de que te asegures de


que, en efecto, las consecuencias quedan claras.

Si te expresas con la necesaria contundencia te podrás ahorrar el uso de binomios


como “terrible crisis”, “cosas horribles” o “sucesos inimaginables”, porque habrás
especificado qué es lo terrible, lo horrible o lo inimaginable. Evitando las
vaguedades, impedirás que la mente del lector se pierda en suposiciones.

En resumen, si eres un buen escritor te ocuparás de hacer evidente para el lector las
causas y las consecuencias de las acciones que mueven tu narración de la manera
más diáfana posible.

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7. A veces contar puede
ser suficiente
Por lo general se recomienda a todo escritor que muestre y no se limite a contar.

Esa idea es la base de todos estos consejos, pues si te limitas a contar pocas veces
lograrás alcanzar la profundidad que logre emocionar al lector o dejar constancia
de esos detalles persuasivos que cautivan para siempre la atención del lector.

Pues bien, hay ocasiones en las que no es necesario mostrar y basta con contar.

¿Cuándo basta con contar? Cuando la narración es meramente informativa y, por


tanto, no necesitamos que resulte persuasiva o que apele a las emociones.

En ocasiones, ir al grano sin detenerse en detalles accesorios es fundamental para


que la trama avance.

Tal es el caso cuando quieres dar brevemente una información que ponga en
antecedentes al lector sobre un hecho que necesita conocer para entender una
escena que se desarrollará a continuación.

Lo comprenderás mejor con un ejemplo.

Imaginemos que Pedro va a casa de Miguel para devolverle un libro y, al llegar a


casa de este, se encuentra con que su novia está allí en actitud más que cariñosa
con el que hasta ese momento había sido su mejor amigo.

En ese caso bastará con escribir algo como “Al salir de clase, Pedro tomó el autobús
para acercarse a casa de Miguel y devolverle el libro que le había prestado”. No
hace falta que te detengas a describir cómo fue el trayecto en autobús en mitad de
una tarde de tormenta, ni que las gotas de lluvia resbalaban por los cristales como
lágrimas.

Incluso aunque creas que esos detalles (la tormenta, las gotas como lágrimas)
anticipan lo que viene a continuación, esos detalles no le van a decir nada al

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lector que todavía no sabe la que se le viene encima al pobre Pedro. La escena
significativa, importante, es la que viene a continuación, cuando Pedro llega a casa
de Miguel y encuentra allí a Rebeca. Esa es la escena en la que deberás poner toda
la carne en el asador, poniendo en práctica todos los recursos que hemos visto a lo
largo de esta miniguía.

Otro ejemplo.

Tu protagonista va a comer ese día cerca de su oficina para poder finalizar antes
su jornada laboral y acudir a una importante cita por la tarde. Bastará con señalar:
“Para salir antes, Pedro se quedó ese día a almorzar en un local de comida rápida
cerca de su oficina”.

No es necesario que expliques el menú, cuál era la estatura y color de ojos del
camarero que le atendió o cómo a la mujer de la mesa de al lado se le volcó el vaso
de la bebida. Reserva los detalles que enganchan para la cita que Pedro tendrá por
la tarde para optar a un nuevo puesto de trabajo.

Y un ejemplo más.

Pedro tiene una decisiva entrevista de trabajo en las oficinas de una importante
multinacional. Mientras espera a que llegue su entrevistador no hace falta describir
prolijamente el color blanco roto de las paredes, el grosor de la moqueta y el
número y la forma de las manchas que tiene o los fluorescentes que iluminan la
estancia.

Nuevamente, la escena decisiva viene a continuación, cuando Pedro descubra que


le va a entrevistar Miguel, un antiguo compañero de clase que, en la universidad, le
robó la novia.

Así que recuerda, cuando se trate de proporcionar determinadas informaciones,


de describir determinados entornos o de presentar a personajes secundarios no es
necesario que te lances a un derroche de detalles.

Reserva esos recursos, que pueden marcar la diferencia, para las escenas
importantes de tu narración, aquellas que hacen avanzar la trama, que desarrollan
el conflicto y en las que de verdad te interesa que el lector permanezca bien atento.

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