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Por otra parte, estaríamos dispuestos a confesar la precedencia de una teoría filosófica o
psicológica que supiera indicarnos los significados de las sensaciones de placer y displacer, tan
imperativas para nosotros. Por desdicha, sobre este punto no se nos ofrece nada utilizable.
G. T. Fechner: «Por cuanto las impulsiones conscientes siempre van unidas con un placer o un
displacer, estos últimos pueden concebirse referidos, en términos psicofísicos, a proporciones de
estabilidad o de inestabilidad; y sobre esto puede fundarse la hipótesis que desarrollaré con más
detalle en otro lugar, según la cual todo movimiento psicofísico que rebase el umbral de la
conciencia va afectado de placer en la medida en que se aproxime, más allá de cierta frontera, a la
estabilidad plena, y afectado de displacer en la medida en que más allá de cierta frontera se desvíe
de aquella, existiendo entre ambas fronteras, que han de caracterizarse como umbrales
cualitativos del placer y el displacer, un cierto margen de indiferencia estética. ..».
Por tanto, la situación no puede ser sino esta: en el alma existe una fuerte tendencia al
principio de placer, pero ciertas otras fuerzas o constelaciones la contrarían, de suerte que
el resultado final no siempre puede corresponder a la tendencia al placer.
El relevo del principio de placer por el principio de realidad puede ser responsabilizado
sólo de una pequeña parte, y no la más intensa, de las experiencias de displacer.
En la vida anímica existe realmente una compulsión de repetición que se instaura más allá
del principio de placer