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Farge La Atraccion Del Archivo PDF
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LA ATRACCION
DEL ARCHIVO
1991
MILLARES DE HUELLAS
dernar, únicamente reunido y atado como un haz de paja), En las bibliotecas, el personal (conservadores y alma-
en cierto modo, está preparado para su eventual utili- ceneros) no se pierde en el mar; habla del archivo por la
zación. cantidad de tramos que ocupa. Se trata de otra forma de
Utilización inmediata, la que necesitaba el siglo xvm gigantismo o de una astuta manera de domesticarlo seña-
para el funcionamiento de su policía; utilización diferida, lando de entrada la utopía que significaría la voluntad de
posiblemente inesperada, para aquél o aquélla que deci- tomar posesión de él exhaustivamente un día. La metáfo-
de, más de dos siglos después, tomar el archivo como tes- ra delsistema métrico crea la paradoja: extendido sobre
tigo casi exclusivo, privilegiándolo en relación con fuen- anaqueles, medido en metros de cinta como las carrete-
tes impresas, al mismo tiempo más tradicionales y más ras, aparece infinito, posiblemente indescifrable. ¿Acaso
directamente accesibles. se puede leer una autopista, aunque sea de papel? 4
9 Jeígá profesional que sfénifíéá: vtílvér á'casa después de haber traba- 10 «Récolement»: término jurídico utilizado en el siglo xvm que signifi-
jado en la Biblioteca. ca llamada de los testigos tras la declaración de los acusados.
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pasar a lo largo de las altas páginas para no perder la esen- frecuente con mucho; en Francia, la mecanización avan-
cia de ese material, en definitiva pocas veces mudo, aun za a pasos cortos.
cuando sea opaco. No se pueden fotoeopiar los manuscritos del si-
Los personajes abundan en el archivo, más que en glo xvm, demasiado frágiles, la modernidad los capta so-
cualquier texto o en cualquier novela. Esa población in- lamente a través de microfilms o microfichas, indispensa-
habitual de hombres y mujeres, cuyo nombre desvelado bles pero dañinos para los ojos. Compulsar el archivo,
en absoluto reduce el anonimato, refuerza en el lector la hojearlo, ir de atrás adelante, se hace imposible con esa
sensación de aislamiento. El archivo pronto impone una técnica despiadada que cambia sensiblemente su lectura,
sorprendente contradicción; al mismo tiempo que invade y por lo tanto su interpretación. Útiles para la conserva-
y sumerge, remite, por su desmesura, a la soledad. Una ción, esos sistemas de reproducción de archivo suponen
soledad donde bullen tantos seres «vivos» que no parece seguramente otras fructíferas formas de plantear pregun-
en absoluto posible dar cuenta de ellos, hacer su historia, tas a los textos, pero harán que algunos olviden la aproxi-
en suma. Millares de huellas... es el sueño de todo investi- mación táctil e inmediata al material, la sensación prénsi-
gador (pensemos por un instante en los historiadores de ble de las huellas del pasado. El archivo manuscrito es un
la antigüedad). Su abundancia seduce y solicita, mante- material vivo, su reproducción microfilmada es un poco
niendo al lector en una especie de inhibición. letra muerta, aun cuando se haga indispensable. :
¿Qué quiere decir exactamente: disponer de innume- Leer el archivo es una cosa; encontrar el modo de re-
rables fuentes, y cómo sacar eficazmente del olvido exis- tenerlo es otra distinta. Puede sorprender la afirmación
tencias que nunca fueron notadas, ni siquiera en vida (si de que las horas pasadas en la biblioteca consultando el
no era eventualmente para ser castigadas o amonestadas)? archivo son horas dedicadas a copiarlo, sin cambiar ni una
Si la historia es resurrección intacta del pasado, la tarea palabra. Cuando llega la noche, después de ese ejercicio
es imposible; sin embargo esa población insistente se pa- banal y extraño, puede uno interrogarse sobre esa ócupa :
rece a un requerimiento. Ante ella, es posible estar sólo ción laboriosa y obsesiva. ¿Tiempo perdido o medio utó-
como lo está un individuo enfrentado a la muchedumbre; pico dé encontrarlo cueste lo que cueste? Tiempo que evoca
solo y algo fascinado. Porque se presiente al mismo tiem- un poco los otoños de la infancia y de la escuela primaria
po la fuerza del contenido y su imposible desciframiento, pasados en medio de hojas muertas copiando palabras o .
su ilusoria restitución. dictados, que el maestro juzga demasiado maltratados du-
La tensión se entabla —a menudo conflictivamente— rante la misma mañana. Es eso, pero también es algo in-
entre la pasión de recogerlo completamente, de hacer que definible; se trata de un espacio, situado entre el aprendi-
se lea entero, de jugar con su aspecto espectacular y su zaje infantil de la escritura y el ejercicio maduro de los
contenido ilimitado, y la razón, que exige que se lo cues- estudiosos benedictinos, con la vida sometida a .la .copia
tione meticulosamente para que tenga sentido. Entre la de los textos. En la época de la informática, ese gesto de
pasión y la razón se decide escribir historia a partir de él. copiar, apenas puede confesarse. Como inmediatamente
Apoyándose una en otra, sin vencer jamás ninguna ni aho- aquejado de imbecilidad. Por otra parte, a lo mejor es cier-
gar a la otra, sin confundirse nunca tampoco, ni mezclar- to: seguramente hay cierta imbecilidad en el hecho de co-
se, pero imbricando su camino hasta que ni siquiera sur- piar siempre, antes que tomar notas o simplemente resu-
ge la cuestión de su necesaria distinción. mir la idea principal de un documento. Imbecilidad, aliada
Admitamos de momento que el archivo esté sobre la con terca obstinación, es decir, maníaca y orgullosa, a me-
mesa de una biblioteca, depositado por el almacenero en nos que se experimente el dibujo absoluto de las palabras
el estado en que fue recogido y clasificado, es decir mani- como una necesidad, un medio privilegiado para entrar
pulable por manos deseosas de consultarlo. Es el caso más en connivencia y sentir la diferencia. Se puede razonar,
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repetirse que es posible conocer bien á Diderot sin sentir SOBRE L A PUERTA DE ENTRADA
jamás la necesidad de copiarlo; sin embargo, ante el ar-
chivo manuscrito se crea una urgencia, la de dejarse arras-
trar por el gesto en el flujo irregular de las frases, en la
elocución entrecortada de las preguntas y las respuestas,
en la anarquía de las palabras. Dejarse arrastrar, pero tam-
bién dejarse extraviar, entre la familiaridad y la extrañeza,
. La atracción del archivo pasa por ese gesto artesano,
lento y poco rentable, durante el cual se copian los tex-
tos, trozo tras trozo, sin transformar su forma, ni su orto-
grafía, ni siquiera la puntuación. Sin siquiera pensar de-
masiado en ello. Pensando en ello continuamente. Como
si la mano, al actuar así, permitiese que el espíritu perma-
nezca simultáneamente cómplice y extraño al tiempo y SOBRE la puerta de entrada, un cartel indica las horas de
a esas mujeres y esos hombres que se expresan. Como si apertura y cierre de la biblioteca; nadie puede saber que
la mano, al reproducir a su modo el contorno de las síla- no coinciden necesariamente con las de consulta de do-
bas y de las palabras de antaño, al conservar la sintaxis cumentos; abajo, se puede leer la lista de días festivos, así
dgLsiglo pasado, se introdujese en el tiempo con más auda- como la de los días de cierre que los acompaña a uno y
cia 3¡ue a través de notas pensadas, en las que la inteligen- otro lado de los fines de semana. La inscripción es larga,
cia hubiese escogido de antemano lo que considera indis- mecanografiada sin más sobre un simple papel con mem-
pensable y hubiese dejado de lado el exceso del archivo. brete del ministerio de Cultura, y está colocada tan dis-
Ese gesto de aproximación se ha impuesto hasta tal pun- cretamente que rara vez se distingue a primera vista. Eso
to que jamás se distingue del resto del trabajo. El archivo es exactamente lo que le sucede al lector; al empujar la
copiado a mano, en una página blanca, es un trozo de tiem- pesada puerta, no se había dado cuenta de que faltaban
po domesticado; más tarde, se delimitarán los temas, se diez minutos para el final de las consultas de archivo de
formularán interpretaciones. Ello supone mucho tiempo la mañana. No lo sospecha; al salir del metro solamente
y a veces duele el hombro al estirar el cuello; pero así se ha dado un vago vistazo a su alrededor para localizar el
descubre un sentido. Café más próximo, que le servirá en el momento de la
pausa.
El edificio es majestuoso, la escalera de piedra abso-
lutamente cómoda: anchos peldaños ajustados al ritmo de
la ascensión, y suave baranda acabada en una falsa bola
de cristal, excesivamente inclinada hacia la derecha. En
el rellano, el busto de un desconocido; el nombre grabado
debajo no le da más información. Uno se imagina a un
conservador erudito, o posiblemente a un donante mece-
nas, y sigue su camino. Grandes pinturas murales, vaga-
mente bucólicas, claramente académicas, ensombrecen los
corredores contiguos. Hace fresco; a pesar de la suavidad
de la temperatura exterior, el aire es al mismo tiempo frío
y húmedo, hace encogerse de hombros. Frente a él, puer-
tas cerradas; a pesar de estarlo, abren las paredes con su
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promesa de dar a una sala de lectura. Nada invita a em- con no dejarse desbordar por ningún movimiento que per-
pujar una antes que otra. En ese momento pierde algo de mita al otro pasar delante en un momento de distracción.
su despreocupación. Se le ve vacilar, intimidarse ligera- De hecho, nadie puede imaginarse que se trata de un com-
mente, adoptar un falso aspecto de saber. Ya no tiene la bate implacable, y que un buen puesto en una sala de ar-
flexible negligencia de cuando ha llegado, más aún cuan- chivo es uno de los bienes más preciados que pueden exis-.
do acaba de cruzarse con varias personas cuyo aspecto no tir. Para obtener sin dificultad, y sin tener aspecto de
da lugar a equívocos. Son lectores, de pasos regulares y luchar, ese benéfico puesto número 1, hay que empezar
rápidos, habitando el espacio sin énfasis, pero con la faci- temprano. No entretenerse demasiado en el desayuno,
lidad característica de quienes, desde hace tiempo, han es- comprar el diario sin dejarse atraer por los titulares, salir
tablecido una connivencia con ese género de madrigue- del metro con ojos vigilantes para reconocer al intruso,
ras. Alguien le adelanta, con el brazo izquierdo cargado avanzar sin apresurar el paso hasta la puerta. Si, por ca-
con una cartera de cuero, el otro doblado sobre una car- sualidad, sale del mismo metro, no correr jamás, ni siquiera
peta que debió ser naranja. Es una suerte: sigue sus pasos saludarlo o sonreírle, cualquier complicidad provoca por
y finge, a partir de entonces, un rostro más aéreo. Reco- fuerza fastidiosos compromisos. Hay que continuar el ca-
rre un primer Corredor, atraviesa un espacio vacío, perci- mino y tomar a escondidas el pequeño callejón poco co-
be el nombre de una sala inscrito sobre el dintel de una nocido que lleva más rápidamente al destino. A l abrir las
puerta, mira distraídamente las copas de los árboles por puertas si se encuentra uno codo con codo para subir las
la ventana, entra en una vasta antecámara amueblada con escaleras, hay que adoptar el aire despreocupado de quien
tres banquetas de terciopelo ajado y con dos vitrinas que sabe que, evidentemente, tiene derecho al puesto núme^
contienen algunas medallas antiguas. A la derecha, una ro 1. El otro, ante tanta seguridad, ocupará el 2, justo al
puerta entreabierta deja Ver largos anaqueles negros don- lado; o mejor, ei 16", exactamente frente al 1, por lo tan-
de se aprietan millares de cajas de cartón como en la vís- to, bien iluminado, buena perspectiva inversa, etc. y que
pera de un traslado o en el día de después de una catástro- posee la incuestionable ventaja de poder clavar los ojos
fe. Sigue escrupulosamente al que, cortésmente, mantiene irritados implacablemente sobre el detentador del núme-
abiertas las puertas a pesar de sus manos cargadas. Una ro 1. Es un cara a cara insoportable para el vencedor, siem-
vez atravesado el último paso, una bocanada de calor le pre algo lastimoso por haber logrado una victoria tan irri-
informa: acaba de entrar en una sala de lectura. soria. No hay tregua en esa competición que se encarniza
todos los días; algunas mañanas, puede suceder que uno
se encuentre más cansado que otras, y que firme la derro-
ta en cuanto se pone en pie. Entonces, es fácil soñar ante
El puesto número 1 es, con mucho, el mejor de la sala; una taza de té, o sumergirse en un baño espumoso char-
próximo al elevado crucero, está bien iluminado; ningún lando con la gata, esbozar tres pasos de gimnasia ante una
vecino a la izquierda, el pasillo de comunicación invita al ventana casi abierta. La guerra está perdida pues, a esta
espacio, especialmente a dejar que el codo flote tranqui- hora, el otro ya está en el puesto número 1; basta con trans-
lamente. Una vez instalado, se descubre una agradable formar la derrota en indiferencia o sentirla como otra vic-
perspectiva sobre la sala y sobre la estrecha galería de ma- toria. Depende de la forma y justamente del modo en que
dera con balaustrada que la domina a la mitad de su altu- la tetera hoy ha vertido su contenido en la taza, sin inun
ra. Todas las mañanas a las 10, al menos dos personas han darlo todo alrededor. En ese caso, se puede uno tomar todo
decidido que ése es su lugar. Asis.ecrea permanentemen- el tiempo, y oír las^o^igia.^. hasta la meteorología, bajar
te una pequeña guerra, muda, invisible, pero tozuda. Para por la avenida acariciando a todos los perros en vez de
vencer, basta con llegar el primero al patio de entrada, y renegar por tener que esquivar sus huellas. La salida del
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metro se parece á uña mañana de Austerlitz: son las diez RECORRIDOS Y PRESENCIAS
y media y ya no queda nadie ante la puerta. La entrada
en la sala de lectura es triunfal: ahí está él número 1, cris-
pado por no haber tenido que combatir esa mañana. No
queda más que rozarlo un poco, negligentemente, con la
vista perdida hacia los libros del fondo, y después alejarse
normalmente hacia el lado opuesto de la sala, detrás de
él, hacia el puesto 37. Una mirada furtiva de costado per-
mite vislumbrar la nuca del 1 qué acaba de ponerse osten-
siblemente rígida. Es normal, el puesto 37 es tan agra-
dable...
LA CIUDAD ATENTA
Ante todo, he aquí la ciudad, París, como un perso-
naje, que reside por completo en los actores que la habi-
tan y, conforman, fabricada con modos de sociabilidad que
concuerdan con su aspecto enmarañado y con sus edifi-
cios sin secretos.
Llena a rebosar de gente, atenta ál menor aconteci-
miento, tiene todos los motivos para sentirse conmocio-
nada por la avalancha de noticias y de rumores que la
llenan cada día. A veces, afligida por intemperies o acci-
dentes, se defiende con energía de las agresiones. Natu-
ralmente receptiva a los acontecimientos colectivos que
jalonan su calendario, se presta de buena gana o con indi-
ferencia según los casos al «alborozo organizado» de las
fiestas reales y los fuegos artificiales. En el infinito deta-
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lie de sus reglamentaciones, los informes policiales la re- EL. PUEBLO EN PALABRAS
fieren a veces inquieta, otras febril e incluso implorante;
también la muestran despreocupada o colérica, reaccio- Ahora, he aquí ai pueblo y sus múltiples rostros ilu-
nando con tenacidad y vigor a todo cuanto sucede. minados: se destacan de la multitud, sombras chinescas
Siempre despierta, la ciudad se mantiene vigilante: po- sobre los muros de la ciudad. El archivo nace del desor-
see los medios para hacer que se manifieste su opinión, den, por mínimo que sea; arranca de la oscuridad largas
buena o mala, sobre lo que se le hace vivir, pues da mie- listas de seres jadeantes, desarticulados, obligados a ex-
do. Da miedo a las gentes de bien, a los viajeros, a la poli- plicarse ante la justicia.
cía como al rey, y conserva el misterio suficiente para ha- Mendigos, desocupados, demandantes, ladronas o se-
cer que nazcan a lo largo del siglo xvm innumerables ductores agresivos, un día surgen de la masa compacta,
notas de la policía que intentan que nada se oculte en su atrapados por el poder que los ha perseguido en el centro
sombra. A través de este impresionante material, como de su algarabía ordinaria, bien por haberse encontrado don-
a través de las crónicas de Louis-Sébastien Mercier o de 11 dé hói debían, bien porque ellos mismos hayan querido
los relatos de Nicolás Rétif de La Bretonné, la descubri- 12 transgredir y atronar, o quizá nombrarse al fin ante el po-
mos huidiza, aunque minuciosamente vigilada por una ad- der. Los pedazos de vida, allí estampados, son breves y
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ministración que la quiere llana y dócil. De hecho, es opaca sin embargo impresionan: ceñidos entre las pocas palabras
y móvil, y es su desorden lo que adivinamos inmediata- que los definen y la violencia que, de golpe, los hace exis ¿
mente tras la monotonía de las reglamentaciones incan- tir ante nosotros, llenan registros y documentos con su pre-
sablemente repetidas mes tras mes y pocas veces obedeci- sencia. Si hay proceso y más tarde sentencias, éstas, por
das; la ciudad escucha poco, y las órdenes recibidas de lacónicas que sean —«galeras temporales», «sospechoso
arriba no tienen mucha influencia en su tumulto festivo de sedición», «enviado a prisión»—, revelan, no la otra
H
o picaro. El archivo policial la muestra al desnudo, dísco- cara del decorado, sino las escenas familiares de la vida
la casi siempre, a veces sumisa, siempre ausente, allí don- urbana donde él orden y el desorden a menudo se confun-
de el sueño policial desearía inmovilizarla definitivamente. den, antes incluso de enfrentarse.
En cierta forma, el archivo sorprende a la ciudad en Con frecuencia, el archivó no describe completamente
flagrante delito: trampear con la orden, por ejemplo, de a los hombres; los saca de su vida cotidiana, los fija en
no aceptar la utopía de los hombres de la policía o incluso algunas reclamaciones o en algunas lamentables negati-
decidir, según los acontecimientos, aclamar o abuchear a vas, sujetos como mariposas de alas vibrantes, incluso
sus reyes, y rebelarse cuando se siente amenazada. Leyendo cuando consienten. Consienten en quejarse, con palabras
los registros de la policía, se constata hasta qué punto la torpes y tímidas, en las que su aparente seguridad oculta
revuelta, el desafío o incluso la rebelión, son hechos so- un miedo infantil. A menos que no sean astutos y respon-
ciales habituales que la ciudad sabe gestionar, suscitar y dones o, peor aún, burlones y mentirosos desvergonzados.
cuyas primeras señales reconoce fácilmente. De entrada, el archivo juega con la verdad, así como
con lo real; también impresiona por esa posición ambigua
en la cual, al desvelar un drama, se alzan los actores atra-
pados, cuyas palabras transcritas seguramente contienen La palabra retenida está contenida en el centro del
más intensidad que verdad. Lá evasiva, la confesión, la sistema político y policial del siglo xvm que la gobierna
obstinación y la desesperación se mezclan sin separarse, y la produce. Ofrece a la mirada la consecuencia de su
y sin que, por ello, podamos preservarnos de la intensi- origen y no existe, naturalmente, más que por una prác-
dad que ese estallido de vida provoca. Ese estremecimien- tica específica de poder que la ha hecho nacer. En el
to del archivo, tan portador de realidad a pesar de sus po- enunciado de las respuestas, o en las explicaciones ora-
sibles mentiras, suscita la reflexión. les dadas, se esboza primeramente la forma en que se
Naturalmente, se puede decidir, como sucede con fre- imbrican (bien o mal) los comportamientos personales y
cuencia, trabajar el archivo en sus informaciones tangibles colectivos en las condiciones formuladas por el poder.
y ciertas. Las listas de prisioneros, los registros de galeotes, Esos frágiles trayectos, expuestos en unas pocas palabras
contabilizan a una población aparte sobre la que se puede por mujeres y hombres, que oscilan entre la mediocridad
basar una investigación. Es absolutamente legítimo e im- y el genio, muestran el funcionamiento de los ajustes ne-
portante detenerse, por ejemplo, en una categoría particular cesarios entre uno mismo, el grupo social y él poder. Na-
de delincuentes —ladrones o asesinos, contrabandistas o turalmente, hay miles de formas de responder a un inte-
infanticidas— cuyo examen informa tanto sobre ellos como rrogatorio; todas revelan que él frágil refugio que ofrecen
sobre la sociedad que los condena. La anormalidad y mar- las palabras con las que cada uno construye su defensa,
ginación dicen mucho sobre la norma y el poder político, se organiza por fuerza entre las estructuras de poder exis-
y cada tipo de delito refleja un aspecto de la sociedad. tentes y las costumbres contemporáneas de explicación
Este modo de leer los documentos a través de la Ha- y de descripción de los acontecimientos. ÍEsas vidas, ni
bilidad de las informaciones tangibles, sin embargo, ex- grandes ni pequeñas, que se encuentran con la historia
cluye todo cuanto no es debidamente «verdadero», veri- a través del universo policial, el día necesario, en el mie-
ficable, y que, sin embargo, aparece notificado: algunas do o la resignación, inventan respuestas enigmáticas o
frases transcritas, procedentes de interrogatorios y testi- incisivas, fruto de su improbable inserción en el sistema
monios; las que no se pueden contabilizar ni clasificar, pero social.
que un día fueron dichas y formaron un discurso —por Esos discursos inacabados, obligados por el poder a
exiguo que fuese— en el que se jugó un destino. Ese dis- expresarse, son uno de los elementos de la sociedad, uno
curso precariamente elaborado, verdadero o falso, ese des- de los puntos que la caracterizan. El hecho de que sea pre-
tino suspendido, producen emoción, y por lo tanto obli- ciso expresarse, confesar o no, en función de un poder con-
gan a la inteligencia a descifrarlos profundamente dentro tra el cual uno choca, contra el cual uno lucha, para que
de lo que los permitió y produjo. no lo encarcelen, es una circunstancia que marca los des-
A través del discurso, se juegan vidas en algunas fra- tinos singulares. A partir de ahí, que el discurso resulte
ses, y la posibilidad del éxito o el fracaso residen en unas embrollado, que mezcle la verdad con la mentira, el odio
palabras. Lo importante no es saber si los hechos referi- con la astucia, la sumisión con el desafío, en nada manci-
dos tuvieron lugar exactamente de esa forma, sino com- lla su «verdad». Posiblemente el archivo no dice la ver-
prender cómo se articuló la narración entre un poder que dad, pero habla de la verdad, en el sentido en que lo en-
la obligaba a ello, un deseo de convencer y una práctica tendía Michel Foucault, es decir, en la forma única que
de las palabras de la que se puede intentar saber si adopta tiene de exponer el Habla del otro, atrapado entre las re-
o no modelos culturales ambientales. 15 laciones de poder y él mismo, relaciones que no solamen-
te sufre, sino que las actualiza al verbalizarlas. Lo visible,
i* N . Z . DAVIS, Pour sauver sa vie.LesWcfís de
! pardon au xvf siécle, ahí, en esas palabras esparcidas, son elementos de la reali-
Éditions du Seuil, París, 1988. dad que, por su aparición en un tiempo histórico dado,
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producen sentido. Sobre su aparición es sobre lo que hay diferente en cada uno, pero en todos los itinerarios sur-
que trabajar, a partir de ella hay que intentar su descifra- gen encuentros que facilitan el acceso a ese lugar y sobre
miento. todo a su expresión. Michel Foucault fue uno de esos en-
Tras las palabras que muestran los atestados se pue- cuentros, al mismo tiempo simple y desconcertante. Amaba
de leer la configuración en la que cada cual trata de posi- los manuscritos y el archivo, y podía escribir cuánto le im-
cionarse frente a un poder opresor, en la que cada uno presionaban, esos textos: «Sin duda una de esas impresio-
articula, con éxito o sin él, su propia vida frente a la del nes de las que se dice que son "físicas", como si pudiese
grupo social y en relación con las autoridades. Para ello, haber otras». Conmocionado, sabía que el análisis no
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se apropia, de forma correcta o no, del vocabulario domi- podía decirlo todo, pero también que la emoción expresa-
nante, e intenta simultáneamente reflejar inteligiblemen- da en absoluto satisfacía a los historiadores; sin embargo,
te aquello que puede permitir hacerlo inocente o lo me- no rechazaba esa forma de aprehensión del documento tan
nos culpable posible. lícita como otras y poco conocida en él: «Confieso que esas
Bajo el archivo se organiza el relieve, simplemente "noticias" qué de prorito surgen a través de dos siglos y
hay que saber leerlo; y ver que hay producción de sentido medio de silencio han sacudido en mí más fibras que eso
en el lugar exacto en que las vidas chocan contra el poder que normalmente llaman literatura [...] si las he utilizado
sin haberlo pretendido. Hay que poner orden pacientemen- sin duda ha sido a causa de la vibración que siento cuan-
te en esas situaciones sacadas a la luz por el súbito cho- do llego a encontrar esas vidas ínfimas convertidas en ce-
que^localizar las discordancias y las desviaciones. Lo real nizas en las pocas frases que las abatieron». 17
del archivo se convierte no sólo en huella sino también Quien siente la atracción del archivo intenta arran-
en planificación de las figuras de la realidad; y el archivo car un sentido suplementario a los jirones de frases halla-
siempre mantiene una cantidad infinita de relaciones con das; la emoción es un instrumento más para cincelar la
lo real. piedra, la del pasado, la del silencio.
En ese juego complejo, en el que aparecen rostros
—aunque no sean más que esbozos—, se deslizan también
la fábula y la fabulación, y posiblemente la capacidad de PRESENCIA DE ELLA
una u otra para transformarlo todo en leyenda, para crear
una historia o hacer de una vida una ficción. También so- París la ciudad, el pueblo, después surgen rostros del
bre esta transformación informa el archivo, y los mode- archivo; al mismo tiempo, bajo el grafismo de las palabras
los tomados, una vez localizados, añaden aún más senti- aparece nítidamente ésa de quien no se hablaba, porque
do. Narración y ficción se entremezclan; el tejido está siempre se creía hablar de ella: la mujer. La neutralidad
apretado y no se deja leer tan fácilmente. del género se desgarra y exhibe crudamente el juego de
Es posible aplanarlo sin prisas y desmenuzarlo minu- las diferenciaciones sexuales, a poco que nos preocupemos
ciosamente: sin embargo, subsiste algo diferente, que no por ello.
tiene nombre y de lo que difícilmente puede dar cuenta El archivo habla de «ella» y la hace hablar. Motiva-
la experimentación científica. Además, ésta considera que da por la urgencia, un primer gesto se impone: recuperar-
no le corresponde a ella dar cuentas de eso, aun cuando la como se encuentra una especie perdida, una flora des-
se le vea enfrentada. Naturalmente, se trata de. ese exce- conocida, trazar su retrato como se repara un olvido,
dente de vida que inunda el archivo y provoca al lector
en lo más íntimo. E l archivo es exceso de sentido, en el 16M. FOUCAULT, «La vie d&s hommes infames», Cahiers du chemin,
lugar mismo en que quien lo lee siente la belleza, estupor n° 29,.15 de enero de 1977, p. 13.
y una especie de sacudida afectiva. Ese lugar es secreto, 1 7 M. FOUCAULT, op. cit.
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' mostrar sus huellas cómo se exhibe a una muerta. Gesto Ello permite superar una de las desventajas que
útil de coleccionista, pero inacabado; hacer visible a la mu- pesaron ligeramente sobre los principios de la «historia
jer, allí donde la historia omitía su visión, obliga a un co- de las mujeres», puesto que hemos de denominarla así.
rolario: trabajar sobre las relaciones entre sexos, hacer de Su necesaria aparición en las investigaciones y los tra-
esas relaciones un objeto histórico. bajos se parecía más a un saber superfluo que a una
En la Ciudad del siglo xvm, la mujer está sorprenden- interrogación sobre su interacción con el mundo que
temente presente: trabaja, se desplaza y toma parte de for- la rodeaba.
ma fluida y natural en el conjunto de las actividades ur- Al describir excesivamente a las mujeres, al conver-
banas. Localizarla es juego de niños, puesto que ocupa tirlas en un capítulo aparte de toda tesis bien documenta-
constantemente los edificios, los mercados, las ferias y las da, no se explicaba nada y se hacía creer que de todas for-
orillas del Sena. A menudo migradora como el hombre, mas la historia se hacía en otro sitio y de otra forma. Se
llega del campo, sola o acompañada, e intenta establecer- conocía a las mujeres, se sabía de su existencia, se descri-
l e dominando a la ciudad y sus barrios. ...¿.u.-.**.. bían sus trabajos, sus tasas de producción, sus enferme-
Tiene que encontrar alojamiento, así como un traba- dades y sus desventuras, sin introducirlas en absoluto en
jo, y el archivo la sigue en sus peregrinaciones. Un incidente el acontecimiento, sea éste cual fuere.
callejero, un robó én el mercado, una carroza volcada o la El archivo, tal cómo es, no las aisla, sino muy al con-
mordedura de un perro la ponen fácilmente en escena en trario; pero a través de riñas y disputas, escenas callejeras
lo&atestados y declaraciones; así la vemos actuar en el cen- o de casa, trabajos en talleres o tiendas, se las diferencia
tro de una sociabilidad fabricada tanto con difíciles pro- sin esfuerzo, haciendo posible una profunda reflexión so-
miscuidades como con eficaces solidaridades. El archivo bre los papeles masculino y femenino.
es lo suficientemente claro y rico para permitir ir más allá Para empezar, obligadas a explicarse ante el comisa-
de una «reproducción» fija de su persona que la petrifica- rio, no se expresan del mismo modo que los hombres, y
ría, como un grabado de la época, en sus gestos como en responden a las preguntas con estructuras de pensamien-
su atuendo. El archivoj fragmentariamente, da un esbozo to que les son propias. Las diferencias no siempre son muy
vivo, en el que ella se muestra tal como es, es decir, enfren- visibles en los interrogatorios en los que las respuestas es-
tada con las ihcertidumbres de la vida social y política. tán severamente conducidas por una serie de preguntas
Naturalmente, los manuscritos informan primeramen-.... monótonas. Pero cuando acuden a demandar, o cuando
te sobre sus funciones supuestamente más tradicionales: escriben una instancia, expresan su pena y su desagrado
promesas de matrimonio, muchachas seducidas y aban- de forma diferente a los hombres. Ello no quiere decir que
donadas, certificados de hijos abandonados, disputas con- utilicen los medios que se creen tradicionales: el gemido,
yugales. Archivos rutinarios la interceptan en medio de la llamada a los sentimientos, la necesidad de compasión,
sus choques y de sus deseos, a veces sacudida por la vio- son raros. Prefieren hablar alto y fuerte, violentas y deci-
lencia de la época, por la agresividad masculina, por la mi- didas, sin explotar su legendaria debilidad, y utilizan para
seria demasiado evidente y el simple deseo de encuentros convencer todo un juego de detalles que rompe la solem-
decepcionados más tarde. Pero el archivo además la sor- nidad de la narración, haciéndola al mismo tiempo más
prende no sólo en sus estados, sino en sus gestos cuando accesible y más familiar, si bien más entrecortada. La pa-
están realizándose. Gracias a él, la mujer no es un objeto labra femenina a menudo está sacudida por el movimien-
aparte, cuyos hábitos y costumbres nos complaceríamos to, con el ritmo de la enumeración sucesiva y breve de las
en exhibir, sino un ser inmerso de forma específica en la secuencias que aparecen y donde se percibe algo más que
:*ida social y política de su tiempo. Inmersa en el mundo una integración en la vida colectiva, es decir, verdaderas
masculino y participando cada día. funciones en la ciudad.
32 LA ATRACCIÓN DEL ARCHIVO 33
ARLETTE FARGE
Gracias a las palabras archivadas, se reconoce la sin- esperando el regreso del barco, buscando sus iniciales so-
gular y eficaz connivencia establecida entre la mujer y su bre la ropa del niño, única señal que les permitirá recono-
ambiente: a través de ella se anima el barrió —hecho de 18
cerlo con seguridad.
rumores y noticias transmitidas por personajes cuya lo- Con ocasión de las visitas del alguacil y del comisa-
calización y costumbres ellas siempre conocen-^— Refle- rio encargados de practicar los embargos en los talleres
jados por ellas, el edificio y el mercado se adivinan cons- contraventores, allí están ellas, frecuentemente solas, en
truidos con idas y venidas, con vagabundeos y con plena negociación y disculpando sin timidez a su esposo.
emigración, así como con hombres y mujeres empeñados Lo mismo hacen cuando son compañeras de un obrero
en sacar de ellos provecho o bienestar, si no es que cose- por cuenta propia (chambreían) descubierto, por la po- .
19
chan desgracia. A l margen de las estructuras fijas de co- licía: defienden sus herramientas y sus bienes con obsti-
munidades de oficios, existen redes de sociabilidad y de nación mientras él hábilmente se ha alejado por un
vecindario en las que las mujeres ocupan un papel de pri- tiempo.
mer plano, haciendo que funcionen las solidaridades tra- Mujeres furiosas también, y decididas á seguir están-
dicionales o salpicando el espacio con disparidades y con- dolo: en un pueblo próximo a París, diseminado sobre una
flictos que más tarde habrá que calmar. colina, los recaudadores de impuestos han llegado a reco-
Si el archivo aparece menos desmenuzado —es de- ger el dinero que se les debe; llegan a caballo, se sorpren-
cir, si las respuestas a los interrogatorios forman cortos den al ver que no sale humo de las chimeneas. El pueblo
relaios— y a través de él reconstituimos los acontecimien- se finge muerto, está vacío de toda alma. En una revuelta
tos cuyo hilo se puede trazar, las funciones se ponen en del camino que conduce a él, un poco más abajo, se adivi-
su lugar, y el juego de lo masculino y lo femenino, en toda na a un grupo: en silencio, las mujeres y los niños se han
su complejidad, se solidifica ante la vista. En lugar de es- reunido, inmóviles, petrificados como insectos que se con-
tar dislocada por trozos de descripción entrevistos aquí y funden con una rama. A l interpelarlas de lejos, gritan que
allá, la figura femenina sé desprende del anonimato de la están solas, y que los recaudadores deben seguir su cami-
muchedumbre, perfilada en todo su volumen. A partir de no. Y eso es lo que hacen sin vacilar, volviéndose sin em-
entonces no pocos estereotipos se borran, y más tarde se bargo tres o cuatro veces cuando notan que ellas los si-
organizan y se ordenan distribuciones de papeles, a veces guen, amenazadoras, armadas con horcas, después de dejar
inesperadas y contradictorias. a los niños atrás sin un grito. Más tarde, al caer la noche,
Innumerables escenas las hacen visibles: ordinarias, llamarán a sus hombres, escondidos en los bosques aún
repetitivas o excepcionales. Una espera demasiado larga sin desbrozar. 20
en el puerto del Sena donde se embarcan los niños cria- Conocen sus poderes, y el archivo las evoca utilizan-
dos fuera, por ejemplo, las capta en plena acción. Las ve- do ese saber e introduciéndose a menudo en los papeles
mos, semejantes a las que dejan furtivamente al niño re- necesarios para defender sus bienes o su hogar. Con con-
cién nacido sobre las losas de la iglesia, llenas de solicitud vicción y sin blandura. Con sentido político. Otras esce-
y dispuestas a no pocas iniciativas para proteger al niño. nas las muestran en lugares y circunstancias diferentes,
Las volvemos a ver más tarde (a menudo mucho más tarde, más íntimas, en las que las bazas de su seducción juegan
pues muchas madres no pueden pagar el viaje de sus hi- en su contra: la violencia de las agresiones, la sumisión
jos hasta al cabo de uno o dos años), en el mismo puerto,
19Obrero que trabaja en su domicilio por su cuenta sin estar en ningu-
18R . DEKKER, «Women in revolt. Popular protest and its social basisin na comunidad del oficio. Es una actividad marginal se-veramenté reprimi-
Holland in the X V I I and X V I I I century», Theory and Society, n° 16,
, h
da por la policía del trabajo.
1987. A.N., A D I I I 7 , 16 de octubre de 1749 en Saint-Arnoult (Beauvais).
2 0
34 ARLETTE FARGE LA ATRACCIÓN DEL ARCHIVO 35
forzada forman parte de su cotidianeidad; y la avidez de ' sí-mismos. Pero de vez en cuando hay que rendirse ante
22
los últimos tiempos por verlas más autónomas que depen la evidencia cuando coinciden numerosos testimonios so-
dientes no debe ocultar estos hechos. El discurso que los bre tal o cual gesto femenino sanguinario o bárbaro; en-
hombres de su época mantenían sobre ellas es un discur- tonces, hay que analizar, relacionar esos gestos con otros,
so acerbo; la literatura popular dé la época"nó es avara con los de los hombres y con los de la literatura, que segu-
en descripciones demenciales en las que se mezclan la mu- ramente sirvieron de modelo. O también intentar vincu-
23
I
38 ARLETTE FARGE LA ATRACCIÓN DEL ARCHIVO 39
mientoá, prácticas y afectividades. No es que omitiese des- sólo relatarlo, sino convertirlo en motor de su reflexión,
cribir las diferencias sociales, sino que no las convertía en fuente de su propio relato.
absoluto en uno de los resortes de su argumentación. Por A veces, el archivo miniaturiza el objeto histórico:
otra parte ¿acaso el recorte del objeto histórico no provo- si da la medida de grandes movimientos sociales (como las
caba poco a poco esta carencia? huelgas, los motines, los fenómenos de la mendicidad o
Desmenuzada, poco apta para restituir la intensidad de criminalidad), aisla como si fuese un microscopio el ejer-
de las relaciones sociales, la historia de las mentalidades cicio de las pasiones personales. En las palabras que los
poco a poco ha sido sustituida por una historia de los acon- documentos retienen, la venganza, la gesticulación, el odio
tecimientos relativamente clásica, salpicada por una his- y la envidia, hacen su aparición, figuran ert la dramatur-
toria de las ideas de la que dicen que está rejuvenecida. gia de lo real lo mismo que el amor o la pena., Ello obliga
El gran debate intelectual sobre la cultura popular ha de- a no omitir en absoluto esa parte de sombra, ese placer
jado el puesto a una especie de consenso tácito sobre la de la destrucción y de la muerte que habitan en el hom-
noción de «culturas compartidas», de la que pocos actual- bre; ello obliga a no dejar a un lado la «insociable sociabi-
mente se preguntan cómo se efectuaron efectivamente los lidad del ser» en la que el interés de unos por la servidum-
repartos, y si no sería ya tiempo de volver a plantear la bre de los otros, la astucia y la mentira luchan sin tregua
cuestión de sus configuraciones. Lo mínimo que se puede con el deseo de más libertad y concordia: «La tragedia hu-
decir es que muy a menudo son desiguales... y que pocas mana se inscribe en el desacuerdo fundamental de los se-
veces se han realizado en el respeto por el prójimo, dejan- res con su propia carne. Escribir la historia significa le-
do entrever casi siempre el deseo de dominación de un gru- vantar acta de ese desacuerdó». Entre ultraje y perdón
24
también requiere el plástico rosa. Le cuesta un poco vol- pone una a vigilar sus manos: si al menos una se deslizase
ver a su mesa, pero en seguida ve el plástico rosa entre en el bolsillo para exhumar un pañuelo, la vida se volve-
los papeles. Vuelve con todo, ficha blanca por duplicado ría fácil.
y plástico rosa, hacia el hombre gris, que a cambio le con- Excepto, naturalmente, si al director de la sala le da
fia un cartón de. color azul vivo que lleva el mismo núme- uno de sus interminables accesos de tos sibilante que des-
ro que el rosa. Ella vuelve a su puesto, se sienta y ya no garran el aire y lo ponen de bastante malhumor, hacién-
se ocupa más que de una cosa, de saber si, para salir, ten- dole incluso refunfuñar contra la luz eléctrica, culpable
drá que seguir en sentido inverso el laberinto recorrido o de amenazar la buena conservación de los manuscritos.
si el dédalo de regresó no tendrá nada que ver con el de La sala está a oscuras.
llegada. Un escalofrío entre los hombros le recuerda que El silenció de una sala de archivo es más violento que
de hecho ha venido aquí para consultar un manuscrito. cualquier algarabía de patio de escuela; sobre un fondo
de recogimiento de iglesia, recorta, aisla implacablemen-
• . • te los murmullos de los cuerpos, lo cual los hace al mismo
tiempo agresivos y perniciosamente ansiógenos. Una res-
Seguramente, ella martillea adrede el parquet con sus piración algo fuerte pronto se relaciona con un resoplido
tacones altos pasados de moda, atrapados constantemen- agónico, mientras que una ligera costumbre (frotarse la
te entre dos tablas mal ajustadas. ¿Por qué, desde que ha nariz en señal de meditación intensa, por ejemplo) se trans-
llegado, se obstina en hacer más de cinco idas y venidas forma en tic monstruoso, que habría que tratar urgente-
infructuosas entre sü mesa y los estantes donde están dis- mente en un hospital psiquiátrico. Todo se amplifica des-
puestos los volúmenes dé la gran Enciclopedia? ¿Por qué mesuradamente, y sin motivo, en esos espacios cerrados,
nunca se decide a colocarse en algún sitio, en esos princi- y el mismo Vecino puede transformarse tanto en carro de
pios de mañana? asalto de la guerra del 14 como en sonrisa de Reims. Efec-
¿Guando pondrán en el suelo una moqueta que amor- tivamente, aseguran que hay gente que trabaja desde hace
tigüe los pasos? Incluso de color feo y de mediana cali- años con una sonrisa interminable en la comisura de la
dad, seguramente aliyiaría a todo el mundo. boca; ese detalle agradable, es decir, amable, puede aca-
Él juega sin parar con su sortija de sello. El repique- bar por petrificar al más paciente de los lectores que bus-
teo del oro contra la uña da dentera y se hace tan crispan- cará desesperadamente un medio discreto para ver cómo
te que el rugido de los coches en la avenida proporciona se borra ese rictus. Lo extraño (un inofensivo vaso de agua
un auténtico consuelo. ostensiblemente colocado sobre la mesa donde acaba de
Lo peor es la agitación de esa joven desde hace un instalarse un investigador americano), el más mínimo as-
mes; siempre sentada en el mismo lugar, hojea a toda ve- pecto poco habitual, el gesto normalmente sin importan-
locidad la obra de un filósofo en 15 volúmenes. No se preo- cia (una vecina que retuerce desagradablemente una fea
cupa por ir más despacio ni más deprisa, cada página que mecha rojiza) adquieren en esos lugares un relieve tal que
vuelve hiere los oídos, corta la respiración; y sin embar- roza lo fantástico, poblando la sala de lectura de indivi-
go, está lejos de acabar la lectura de la obra... duos exóticos de los que ninguna etnología podrá dar cuen-
Hoy, el vecino de los cabellos color ceniza está aca- ta, o de seres devastados por la locura reunidos allí para
tarrado, perdido en los manuscritos sibilinos donde segu- desgracia de uno sólo.
ramente busca la piedra filosofal. Es la décima vez que La que mira y escucha ese paisaje de catástrofe sabe
resopla, suave, concienzudamente. Por otra parte, él es que el cordón de su zapato desatado está en camino de
muy concienzudoj Sé te conoce por ello, así como por su obnubilar a su Vecino hasta el punto de hacer que la con-
amabilidad: es casi seguro que no dejará de resoplar. Se sidere una víbora. Un vecino no es un enemigo, pero todo
44 ARLETTE FARGE
vecino tiene algo que intriga. Los documentos que con- LOS GESTOS DE L A RECOLECCIÓN
sulta, por ejemplo, dan unas ganas furiosas de adivinar
en qué trabaja, a no ser que un detalle de su persona atraiga
maquinalmente la atención. El silencio de una sala de ar-
chivo está fabricado con miradas que se fijan sin ver o en-
focan como ciegos. Nadie escapa a ese vagabundeo de los
ojos, ni siquiera el más obstinado de los lectores de rostro
sombrío por el trabajo. Las largas filas de estudiosos en
las que las espaldas se encorvan y se traicionan los zurdos
no ofrecen nada para descansar del esfuerzo. El reposo
se toma sin pensar en ello, insensiblemente los ojosse de-
tienen sobre un rostro desconocido, se incrustan en un pó-
mulo o un rizo deshecho. La insistencia de una mirada hace L o anteriormente escrito puede dar fe para algunos de
alzar la cara, los ojos se cruzan sin razón pero sin separar- una manera ingenua y pasada de moda de considerar el
se demasiado rápido. Volverse de golpe es uña respuesta, archivo. Esa forma apasionada de construir un relato, de
mantener la mirada, un reto. establecer una relación con el documento y con las perso :
En las salas de los archivos, los susurros rizan la su- ñas que muestra, puede aparecer como el indicio dé exi-
perficie del silencio, los ojos se pierden y la historia se de- gencias actualmente desaparecidas que ya no correspon-
cide. El conocimiento y la incertidumbre mezclados se or- den a una época intelectual, al mismo tiempo más
denan en una ritualización exigente en la que los colores tradicional —léase conservadora— y menos ligada a la des-
de las fichas, la austeridad de los archiveros y el olor de cripción de lo cotidiano. ¿Qué atractivo conserva el archivo
los manuscritos hacen de balizas en un mundo siempre cuando todo, o casi todo, ha sido ya dicho por otros sobre
iniciático. Más allá de las instrucciones de uso, siempre la belleza del gesto, el diálogo con los muertos, el tener
ubuescas, se encuentra el archivo. A partir de entonces en cuenta a los anónimos y a los olvidados de la histo-
comienza el trabajo. ria?" ¿Cuando, en el momento actual, esas formas de
aprehender el pasado provocan la sonrisa, o, en el mejor
de los casos, parecen vestigios en una historiografía sobre
la que reflexionan sabiamente ciertos intelectuales?
El atractivo se mantiene, lo adivinamos. La inclina-
ción por él no debe confundirse con una moda que ense-
guida se volvería caduca; está entretejida con una convic-
ción: el espacio ocupado por lá conservación de los archivos
judiciales es un lugar de palabras captadas. No se trata
de descubrir en él, de una vez por todas, un tesoro ente-
rrado que se ofrece al más listo o al más curioso, sino de
ver en él un zócalo que permite al historiador buscar otras
formas del saber que faltan al conocimiento.
cia^que ningún saber puede colmar. Utilizar hoy el archi- cieron én subterráneos húmedos y absorbieron las filtra-
vó significa traducir esa carencia, significa en principio ciones de las lluvias antes de que los inventariaran y cla-
examinarlo. sificaran cuidadosamente. Ello hace su lectura difícil, con
palabras desaparecidas, borradas o medio borradas: el velo
del tiempo las ha difuminado. También es posible que el
«EXAMINAR» documento conservado fuese arrancado directamente de
un soporte inicial que lo mantenía en buen estado, como
El contacto con el archivo comienza con operacio- los panfletos y libelos despegados de las paredes de la ciu-
nes simples, entre otras, el hacerse cargo manualmente de dad por una policía del siglo xvni empeñada en que nada
los materiales. El examen —término agradablemente evo- subversivo quedase fuera. En la Biblioteca de l'Arsenal,
cador—* obliga a una serie de gestos, y, la operación in- una caja contiene algunos de esos jirones de carteles pro-
telectual decidida al principio, por compleja que sea, no hibidos. Si se quiere, se puede hablar de restos, si bien el
puede evitarlos en ningún caso. Son familiares y simples, término tiene una connotación demasiado fúnebre para
depuran el pensamiento, pulen el sentido de la sofistica- tantas alegres elucubraciones y obscenas desvergüenzas.
ción y agudizan la curiosidad. Se efectúan sin prisas, ne- Al abrir la caja y al extender sobre la mesa palabras
27
cesariamente sin prisas; nunca se explicará suficientemente prohibidas pegadas rápidamente sobre las fachadas urba-
hasta qué; punto es lento el trabajo de archivo, y cuan crea- nas, emprendemos un viaje barroco al país de las denun-
tiva puede ser esa lentitud de las manos y el espíritu. An- cias, de las invectivas, de las mezquindades y de las espe-
tes incluso que creativa, es ineluctable: nunca se acaba de ranzas políticas. Panfletos en trozos, destrozados por el
consultar los legajos uno tras otro; aun cuando estén li- placer de la censura, desgastados por el tiempo, en gene-
mitados cuantitativamente por los sondeos preparados ral fueron recogidos para perseguir a la caterva de sus
¿:. ,;••*El verbo francés dépouiller además del significado de «analizar»; ¿exa- 2 6 Todos conservados en la B.A.
minar», tiene el sentido de «desnudar», «quitar la ropa». [N. de la T.]. 2 7 A.B. 10019.
48 ARLETTE FARGE A ATRACCIÓN DEL ARCHIVO
L 49
autores clandestinos, diseminados por la ciudad. Hoy, son el ha «visto y oído», y, simultáneamente, se queda sordo
insignificantes cuerpos del delito, completamente aguje- y mudo. A partir de esa noche de noviembre de 1758, en
reados. que su vida se tambalea, Thorin responde por escrito a
Algunos están impresos y cuidadosamente compues- los interrogatorios de jueces, obispos y médicos, después
tos, adornados con grabados; la mayor parte son manus- de haberse enterado, por escrito, de las preguntas que le
critos, escritos en mayúsculas hechas con grandes trazos hacen.
rígidos, para que no se reconozca la escritura. Es la pe- El asunto es importante pues Thorin revela su secre-
queña multitud de las anónimas denuncias vengativas, de to: le han ordenado que asesine al rey, y, en.prueba de
las calumnias audaces y ásperas, que intentan denigrar al la monstruosa orden, se ha quedado sordo y mudo. El asun-
vecino, o mejor a la mujer de éste, blanco al mismo tiem- to dura veinte años, durante todo ese tiempo Thorin per-
po más fácil y más apropiado. Escritas con una pluma de- manece en la Bastilla, hasta que la locura se apodera com-
fectuosa sobre un papel malo, conservan, a pesar del tiem- pletamente de él. Es una larga historia, de desarrollo
po, prisa, odio y torpeza, así como una improbable interesante para aquellos a quienes interesa la noción de
ortografía fonética. Todas, o casi todas, han conservado orden público enfrentada a la imaginación colectiva de una
los estigmas de su período mural: se percibe en las yemas sociedad en plena ruptura con sus reyes.
de los dedos la rugosidad del grano de la piedra que ha Larga historia y, además, difícil de descifrar: efecti-
quedado pegada a la cola de antaño, más bien tosca y ha- vamente, Thorin escribe centenares de páginas a.lo largo
rinosa. Recuerdo digital del archivo.
de los veinte años de investigación y prisión. Escribe del
Hay manuscritos perfectamente conservados y legi- mismo modo que habla; asi.pues no escribe, sino que re-
bles, pero de difícil lectura. En general,-la escritura del si- produce sobre el papel sonidos que forman frases. No los
glo xvni no presenta las mismas dificultades de interpre- sonidos que forman palabras, éso sería demasiado simple,
tación que la de finales del siglo xvi ó principios del xvn; sino los que forman frases o fragmentos de razonamien-
sin embargo, surgen obstáculos imprevisibles. Un simple to. Naturalmente sin puntuación, pero sobré todo, cortes,
asunto denominado criminal, a causa de ello, retuvo
28
inesperados espacios en blanco entré dos sílabas de una
nuestra atención durante mucho tiempo. Interesante por misma palabra, o bien uniones desordenadas, fuera del es-
su contenido, inmediatamente coloca al lector en una si- pacio delimitado de la ortografía.
tuación de extrañeza: el documento, aunque bien escrito, La sorpresa es total, la lectura, difícil, incluso impo-
es ilegible en sí mismo con el único recurso de la vista. sible: la vista no sirve para nada; para llegar a descifrar,
Estamos en 1758, un año después de la ejecución de Da-
miens, el regicida de Luis xv: el suceso ha hecho posible hay que pronunciar en voz baja, susurrar los fragmentos
la muerte del rey, y la imaginación social se apasiona por escritos. Y eso en plena sala de lectura, en el habitual si-
esta parte inaudible y ahogada del cuerpo social. Un sir-
29
lencio que llena esos lugares. La experiencia es extrava-
viente de casa media, Thorin, trastornado por la muerte gante, no por la ruptura del silencio que hace que los ve-
de su amante, la señora de Foncemagne, se despierta una cinos vuelvan la cabeza, sino por la aparición del sentido,
noche, deshecho, por haber oído cómo ésta le ordenaba sonido tras sonido, como si se tratase de una partitura mu-
que ayunase y rezase y le confiaba un secreto. Asegura sical, como si el sonido otorgase su sentido a las palabras.
a sus amigos sirvientes, que no han visto ni oído nada, que El ritmo es sincopado, los cortes no tienen lugar en los
lugares convenientes, se transcriben los enlaces de la pro-
nunciación. Nada se parece a nada, si no fuese porque al
Asunto Thorin, 1758, A.B. 12023.
2 8 articular, la boca libera a la escritura de su opacidad: «fau
P. RETAT, L'Attentat de Damiens. Discours sur l'événement
2 9 au il fe re direse tou levin oui une maisse poür le sarme dü
xvuf siéc/e, Presses Universitaires de Lyon, 1979. bougatoire jenay gamay conu votre a ta chemant jusqüa
50 ARLETTE FAROE 51
£ ATRACCIÓN DEL ARCHIVO
A
prisan. Je vous pri de me laisé antrepar soné de ma co- contienen una voz, una entonación, un ritmo: descubren
rtaysanse» (il faut faire diré tous les 28 une messe pour les una cultura sonora que pocos archivos pueden mostrar,
ames du Purgatoire, je n'ai jamáis connu votre attache- posiblemente Thorin fuese un iletrado, sin embargo la me-
ment jusqu'á présent, je vous prie de me laisser entre per- diocridad caligráfica de sus escritos transmite algo que nin-
sonnes de ma connaissance! [Hay que hacer decir todos gún texto puede dar, la forma como eran pronunciados,
los 28 una misa por las almas del Purgatorio, nunca has- articulados.
ta ahora había conocido vuestro afecto, os ruego que me Así hay que descifrar, con esos gestos lentos en los
dejéis entre personas que conozca]). Más adelante, una lar- que se esfuerzan las manos y los ojos. Aún cuando no es
ga confesión escrita de Thorin obliga al mismo ejercicio: demasiado difícil, sigue sin ser cómodo, pues las piezas del
«Jamáis ne pou ra dir que jaye faissa pour fair de la pei- proceso son largas y los interrogatorios se inician obliga-
neamounaitre ou ames canmarad, a tendu que dé le pre- toriamente con sempiternos enunciados jurídicos. En cuan-
mier moman je dis á levec de Soison que je ne croyé pa to á las notas de la policía, son oscuras o se extienden in-
qüi fus person de la moisson que sa fesoi des forbrave gen terminablemente éh digresiones cenagosas. Lo esencial no
ert que jenedé jamai di dumal [...] Je me pansé a un crime aparece de entrada, si no es en un descubrimiento excep-
si gran que jene vouloi dir que poremi mon ameandagé cional; así pues, hay que leer, volver a leer, enfangado en
dabitere avec ste femme; le mal n'ést pas si gran couche un pantano que ninguna brisa distrae excepto si se levan-
avec une fame mais un pauvre domaisse qui done dans ta viento. Lo cual sucede a veces, cuando uno menos se
l£«fame i l se exposé a bien déchos» (Jamáis je ne pourrai lo espera.
diré que j'ai fait cela pour faire de la peine á mon maitre
ou mes camarades, attendu que des le premier moment A partir de esa lectura obstinada se organiza el tra-
j'ai dit á l'évéque de Soissons que je ne croyais pas que bajo. No es cuestión de decir aquí cómo hay que hacerlo,
ce fut personne de la maisón que c'était de fort braves gens sino simplemente cómo puede suceder que se haga. No
et que je n'en ái jamáis dit du mal [...] Je n'ai jamáis pensé existe un trabajo tipo o un «trabajo que se tiene que ha-
á un crime si grand que je ne voulais diré que j'aurai mis cer así y no de otra forma», sino operaciones que se pue-
mon ame en danger d'habiter avec cette femme, le mal den contar ágilmente, distanciándose de esa manía casi
n'est pas si grand de coucher avec une femme mais un cotidiana de «ir al archivo».
pauvre domestique qui donne dans les femmes s'expose Se empieza suavemente por manipulaciones casi ba-
á bien de choses. [Nunca podré decir que hice eso para nales en las que finalmente se piensa pocas veces. Sin em-
causar pena a mi amo o a mis compañeros, teniendo en bargo, al realizarlas, un nuevo objeto se fabrica, se cons-
cuenta que desde el primer momento dije al obispo de Sois- tituye una forma diferente de saber, se escribe un nuevo
sons que no creía que fuese nadie de la casa que eran muy «archivo». A l trabajar, se reutilizan formas existentes, in-
buenas personas y que nunca dije mal de ellos [...] Nunca tentando ajustarías de manera distinta para hacer posible
pensé en un crimen tan grande no hubiese dicho que po- otra narración de lo real. No se trata de volver a empe-
nía mi alma en peligro al vivir con esa mujer, no es un zar, sino de comenzar de nuevo, redistribuyendo las car-
gran mal acostarse Con una mujer pero un pobre sirvien- tas. Y ello se hace de forma insensible, yuxtaponiendo una
te que tropieza con las mujeres se expone a no pocas co- serie de gestos, tratando los materiales con juegos simul-
sas]). En su delirio, Thorin se inquieta de que Dios le haya táneos de oposición y de construcción. A cada juego le
castigado por haber amado a una mujer casada. corresponde una elección, prevista, o que sobreviene su-
brepticiamente, casi impuesta por el contenido del archivo.
Recuerdo sonoro del archivo; evocación evidente del
papel de la entonación de la voz, tan importante, por ejem-
plo, en la literatura oral. Las páginas escritas por Thorin
52 ARLETTE FAROE LA ATRACCIÓN DEL ARCHIVO 53
JUEGOS DE APROXIMACIÓN Y DE OPOSICIÓN las peleas callejeras y las riñas de taberna comprobando
la hipótesis según la cual la violencia es una de las claves
Una vez leído, al principio el archivo se deja a un de la sociedad urbana, o bien tomar en cuenta el crimen
lado, con el simple gesto de copiar o de fotocopiar. Se
30
de adulterio para afinar el estudio de las relaciones entre
puede dejar a un lado reuniendo lo mismo, coleccionan- lo masculino y lo femenino. Sea cual sea la finalidad, en
do, o por el contrario aislando, y todo depende del objeto este caso la investigación se efectúa a partir de lo mismo,
estudiado. de lo aparentemente idéntico, y la colección de textos reu-
Si se trata, por ejemplo, de estudiar cierto tipo de cri- nidos será tratada a continuación intentando romper el
minalidad o de delito, el primer gesto consiste en extraer- juego de los parecidos para encontrar lo diferente, es de-
lo del iote, en el interior de un período definido de ante- cir, lo singular.
mano. Si se escoge estudiar más bien un tema amplio (la
mujer, el trabajo, el Sena...), en principio es necesario ex-
traer de todo documento lo que se refiere al objeto. En- RECOGER
tonceSj se pueden atravesar largas series de documentos
(notas de la policía, demandas o conflictos de corporación) En plena recolección, no hay forma de prescindir de
y aislar aquello que se necesita. Es una manipulación li- algunas informaciones, pues lo importante es contar con
geramente diferente a la primera; de todos modos;, una for- el conjunto de los datos sobre la cuestión, naturalmente
ma-nace por acumulación; se estudia en el detalle, sin ol- dentro de unos límites cronológicos y espaciales estable:
vidarse de establecer las posibles diferencias con otros cidos de antemano. En cambio, para seleccionar lo mis-
temas. mo, la mirada no puede dejar de detenerse en lo diferen-:
El trabajo es simple; consiste en analizar, y más tar- te, aunque sólo sea para saber si realmente no tiene qué
de en recoger cierto tipo de documentos: la serie, organi- preocuparse de ello.
zada así, hace de objeto de la investigación. Infantiles en Á menudo, en ese rápido recorrido aparecen las sor-
apariencia, esos gestos se apartan por primera vez de lo presas: un archivo inesperado, fuera del campo al cual nos
real, aunque sólo sea por la operación de clasificación que dedicamos, hace tambalearse la monotonía de la colección.
exigen, y la focalización precisa sobre el tema muy parti- Diferente, locuaz o sugestivo, ofrece con su singularidad
cular (embriaguez, robo o adulterio) crea una mirada es- una especie de contrapunto a una serie que se establece.
pecífica que merece una explicación, pues el espacio se re- Divaga, disiente, ofrece nuevos horizontes de conocimien-
distribuye forzosamente a partir del objeto investigado. to, aporta una cantidad de informaciones que en absolu-
A menudo el análisis remite a una cosa diferente de to nos esperábamos en el habitual caudal del análisis. Puede
sí mismo: por ejemplo, se puede decidir estudiar el delito adoptar toda clase de formas, unas divertidas, otras ins-
de juego considerando que esta actividad del siglo xvin tructivas, o las dos cosas al mismo tiempo. Un día tenía-
ayudará a comprender las relaciones entre la policía, el mos que investigar en la serie Y de las demandas al comi-
mundo de los libertinos, la aristocracia y las finanzas; o sario realizadas ante el Pequeño Criminal (conservadas en .
bien se puede examinar un tipo muy particular de robo, los Archivos nacionales), todo cuanto se refería a los he-
porque lo consideramos representativo de las preocupa- chos violentos entre 1720 y 1775. Un sondeo decidido pre-
ciones de un siglo y deseamos profundizar en los fenóme- viamente obligaba a analizar un mes de demandas en cada
nos de la pobreza y de la miseria. Podemos detenernos en uno de los años escogidos. Nunca se acababa de hojear
las demandas, clasificadas cronológicamente, y las violen-
cias reunidas así empezaban a formar largas listas, mien-
M. DE CERTEAU, L'ecriture de l'histoire, Gallimard, París, 1975. tras llenaban numerosas fichas. Entre dos demandas, una
54 ARLETTE FARGE ATRACCIÓN DEL ARCHIVÓ 55
mañana' de cansancio, un papel parecía diferente al tac- rnaciones y sentencias, a fin de comprender mejor los fe-
to. Recuerdo táctil del archivo. nómenos de sociabilidad parisina, durante todo el perío-
La sensación había precedido a la vista; además, el do de su ejercicio profesional, es decir, entre diciembre
papel en absoluto era del mismo formato que todos los an- de 1757 y junio de 1788. Treinta y un años. Aquí, no hay
teriormente Consultados. Ruptura del gesto y de la copia que separar nada, hay que almacenarlo todo; una vez más,
en curso. És uña carta, una carta extraviada: leerla ma- una infinidad de demandas, y el embrutecimiento que se
quinalmenté, por la costumbre de fijar la vista sobre pa- anuncia.
pel descolorido. Comprendemos que se trata de una carta Un «regalito del archivo» aparece de propina: con fe-
escrita por un comisario a un colega. cha de 18 de enero de 1766, se interpone una demanda
31
Sonrisa y asombro; leemos: «querido amigo, no soy a propósito de una disputa, en la plaza de les Victoires,
cruel, si tu mujercita no lo fuese más que yo serías cornu- entre un señor y un cochero de punto, uno de cuyos ca-
do a partir de esta noche pues te confesaré que pone terri- ballos ha sido herido por una estocada. Nos enteramos de
blemente en movimiento a. la naturaleza en mi casa y no que Paul Lefévre; de profesión cochero, ha visto «un ca-
dudo qué produce el mismo efecto en casa de los demás, briolé con un sólo caballo en el cual había un señor que
bromeo pero hablemos seriamente, haré lo que pueda para ha sabido qué era el marqués de Sade y su criado»; y de
estar en tu casa ésta noche temprano, me has avisado algo que él se ha parado, para dejar que bajase su cliente, lo
tarde y tengo más de treinta invitaciones para hoy. Adiós. cual impedía al cabriolé continuar su camino. A continua-
Basa, a tu mujercita de mi parte, cuando le robo besos, siem- ción, se ha producido una disputa; el marqués de Sade,
pre los tomo en la barbilla o sobre los ojos o en la mejilla que había bajado, asesta estocadas contra los caballos y
pero tú pillo tienes el cantón de reserva, un beso, mil be- una de ellas perfora él vientre de un caballo»,
sos en la mejilla o los ojos de tu mujer valen la mitad de El asunto se arregla amistosamente: el marqués de
íos que tu robas en su boca, que me lleve el diablo, me Sade —pues efectivamente se trata de él— paga 24 libras
gusta esa boca, adiós». Besos robados, carta sin fecha,
31
«en pago por el caballo herido» y por el tiempo de su cura.
signatura Y 13728; inmediatamente copiar todos los tér- En la parte inferior de la pieza judicial, está estampada
minos de ese mensaje medio amistoso, medio licencioso. la firma del marqués. Inesperado placer el de encontrarse
Inclasificable, este texto, y sin embargo, tan valioso. Más de pronto a Sade atascado en la plaza de les Victoires, en-
tarde, sí más tarde, ños preguntaremos si esa clase de ágil tre un cochero y su cabriolé; es como atrapar al vuelo a
misiva es o no un objeto cultural, una mañera normal de un personaje que en principió pertenece a la literatura y
dirigirse a los demás, en aquel siglo xvm de fulgores liber- a los fantasmas. He aquí al marqués sorprendido en lo que
tinos. Nada apremia y poco importa hoy para qué servirá fue su reputación: violencia gratuita, con el extremo de
el archivo; lo urgente es recoger esa palabra viva, sin fe- la espada clavado en el vientre de un caballo que no po-
cha, suspendida entre muy serios asuntos policiales. Pi- día más. Este detalle sin importancia confirma tanto el ca-
caro archivo. rácter maldito del personaje que llegamos a dudar del de-
Más tarde, habíamos decidido poner aparte los archi- masiado bello descubrimiento, de la sorprendente
vos de ün magistrado de un barrio muy popular (el comi- coincidencia.
sario Hugues, barrio de les Halles) y estudiar exhaus-
32 Evidentemente, podríamos citar muchos ejemplos
tivamente sus notas y su colección de demandas, infor- más de este tipo, encontrados al azar, que hacen que nos
desviemos de la ruta marcada del análisis, pero también
A.N., Y 13728 s.f.
3 1
tenemos que añadir que el archivo no tiene que ser nece-
A.N., Y 1G999 a Y 11032, comisario Hugues', barrio de Les Halles,
3 2
la practica. Inevitable, porque no existe ningún historia- '1 & ta el punto de hacer creer que se basta a sí mismo, inevi-
dor qué pueda decir razonablemente que su elección no tablemente surge la tentación de no apartarse de él y de
ha estado en absoluto orientada, poco o mucho, por una hacerle un comentario inmediato, como si la evidencia de
dialéctica del reflejo o del Contraste consigo mismo. Sería su enunciado no tuviese que ser nuevamente interroga-
una mentira. Confortable, porque identificarse, de la for- da. Esto da una escritura de la historia, descriptiva y pla-
ma que sea, aporta un alivio. Peligroso sin embargo, por- na, incapaz de producir otra cosa que el reflejo (es decir
que ese juego de espejos bloquea la imaginación, detiene el calco) de aquello que fue escrito hace doscientos años.
la inteligencia y la curiosidad, manteniéndose confinado El relato de la historia se convierte en una glosa aburrida,
en senderos estrechos y opresivos. Identificarse significa en un comentario positivista en el que los resultados pre-
anestesiar el documento y la comprensión de él que poda- sentados no han pasado por la criba de la crítica.
mos tener. A menudo, la cita acude en auxilio de la escritura;
Se debe mantener la vigilancia para que una lucidez una vez más es preciso reflexionar sobre su utilización para
siempre despierta actúe como parapeto contra la ausencia que no aparezca ni como una facilidad ni como un medio
de distancia. Quede bien claro que esta «ascesis» no ex- engañoso de aportar pruebas allí donde sería necesario un
cluye el intercambio entre el archivo y su lector, ni tam- razonamiento. Lá cita jamás puede ser una prueba, y es
poco la empatia. El intercambio no es fusión, ni abolición sabido que casi siempre es posible proporcionar una cita
de las separaciones, sino el necesario reconocimiento de contraria a la que se acaba de escoger. La cita tiene tanto
la estrañeza y de la familiaridad del otro sin la Cual no existe encanto que es difícil resistirse a ella; el encanto de lo ex-
cüestíonamiento inteligente y, por tanto, eficaz. El inter- traño, el de la mezcla de justeza y exotismo de la lengua
cambio exige la confrontación. Por otra parte, sucede muy de antaño, y también el de la confesión. Cuando se cita,
a menudo que los materiales se resisten, presentando al lec- implícitamente se confiesa que no es posible encontrar pa-
tor su faceta enigmática, léase sibilina. Cuando la investi- labras mejores o composiciones de frases más pertinentes
gación choca con la opacidad de los documentos, y el ar- que las descubiertas en el archivo. O bien se oculta una
chivo ya no declina fácilmente los trazos gruesos y los especie de impotencia para reflexionar más allá, aprove-
débiles de un cómodo «así era puesto que está escrito», el chando al máximo el estatuto de verosimilitud, léase de
trabajo puede comenzar realmente. Buscando en primer veracidad, que toda cita impone.
lugar lo improbable que los textos contienen, lo incohe- De hecho, la cita debería corresponder a un trabajo
rente, pero también lo irreductible a las interpretaciones de incrustación; además, solamente adquiere relieve y sen-
demasiado cómodas. Cuando, por el contrario, el archivo tido si realiza una función que nada puede reemplazar.
parece dar fácilmente acceso a lo que esperamos de él, el Se pueden ver en ella tres funciones principales. Es efi-
trabajo aún es más exigente. Hay que librarse con pacien- caz, por ejemplo, cuando pone en escena una nueva si-
cia de la «simpatía» natural que sentimos por él, y consi- tuación a través de la fuerza abrupta de su expresión; en
derarlo como un adversario contra el cual luchar, un tro- ese caso sirve de incentivo y hace progresar el relato. Tam-
zo de saber que no se anexiona sino que molesta. No es bién puede surgir como una sorpresa que tiene como mi-
fácil librarse del exceso de comodidad de encontrarle un sión sorprender, desplazar la mirada y romper las eviden-
sentido; para poder conocerlo, hay que desaprenderlo, y cias; es la cita-ruptura, la que permite al historiador
no creer reconocerlo desde la primera lectura. desviarse, deshacerse de sus manías eruditas y académi-
También puede suceder que el archivo sea muy lo- cas en las que se demuestran sin esfuerzo los éxitos y fra-
cuaz, y que a propósito de tal o cual tema despliegue ante casos de los demás. Entonces, la cita rompe el relato; las
la vista, delylector una infinidad de indicaciones nuevas, palabras entre comillas recuerdan que a veces de nada sirve
juiciosas y detalladas. Cuando el documento se anima has- sustraerse al universo de las palabras en donde toma for-
60 LA ATRACCIÓN DEL ARCHIVO 61
ARLETTE FARGE
ma la experiencia humana. ¿Gomo no atribuirle otra fun- cambia mucho el hecho. Efectivamente, se puede animar,
ción, sin duda menos altanera, más perezosa? A veces, la con talento o sin él, a hombres y mujeres del siglo xvm,
cita concede un descanso en la tensión de un texto, pro- produciendo en el lector connivencia y un gran placer, pero
pone una pausa, un espacio quizá. No se trata de añadir no se trata en absoluto de «hacer historia». Naturalmen-
texto al texto, ni de mostrar cómo se decían «verdadera- te, resulta indispensable el conocimiento délos archivos
mente» las cosas antaño, sino de modular la escritura del para preservar la autenticidad del drama, pero 1^. vida que
relato a través de estallidos de imágenes, de salpicarlo con el novelista insufla en sus protagonistas es una creación
el surgimiento de otras personas. Suspendida, la cita fun- personal en la que el sueño y la imaginación se alian con
ciona como si se diese el alto; como una nota blanca que el don de la escritura para captar al lector y arrastrarlo
permite que las palabras habitualmente razonables del his- a una aventura muy específica.
toriador se muevan de forma diferente a su alrededor. A l En historia, las vidas no son novelas, y para aque-
final de una frase, de un párrafo o de un capítulo, puede llos que escogieron el archivo como lugar desde el que
construir silencio alrededor de lo instantáneo de su irrup- se puede escribir el pasado, el reto ñó está en la ficción.
ción. Y así es. La historia nunca es repetición del archi- Cómo explicar, sin fanfarronear y sin ningún desprecio
vo, sino desinstalación con respecto a él, e inquietud sufi- hacia la novela histórica, qué si hay que rendir cuentas
ciente para interrogarnos sin cesar sobre el porqué y el por tantas vidas olvidadas, laminadas por los sistemas
cómo de su aparición sobre el manuscrito. Despedirse del políticos o judiciales, es a través de la escritura de la his-
archiyo durante un tiempo, á fin de reflexionar sobre su toria como hay que hacerlo. Cuando el prisionero de la
único enunciado; más tardé, agavillarlo todo: aquél que Bastilla, encerrado por haber repartido panfletos, escri-
siente la atracción del archivo necesita esos gestos alter- be a su mujer sobre un trozo de su camisa y ruega a
nados de exclusión y de reintegración de los documentos la lavandera que no falle a su llamada de esperanza, es
en los cuales la escritura, con su estilo, se une a la emer- necesario que el escritor de la historia no lo haga surgir
gencia del pensamiento. como un héroe de novela. En cierto modo, ello sería una
Riesgo de hundimiento y de identificación, de mime- traición, aunque sólo fuese porque inmediatamente se
tismo y de insípida glosa, he aquí unas cuantas trampas lo asimilaría a otros héroes, uno de cuyos estatutos prin-
que el archivo tiende. Hay otra, causada por el entorno, cipales es el haber sido puesto en acción y manipulado
bien sea próximo o lejano. Indudablemente, el archivo con- por el autor.
tiene multitud de historias, de anécdotas, y a todos nos El prisionero de la Bastilla, cuyas singulares huellas
gusta que nos las cuente. Aquí, miles de destinos se cru- se encuentran en el archivo, es un sujeto autónomo, al
zan o se ignoran, poniendo de relieve multitud de perso- que no ha forjado ninguna imaginación; su existencia des-
najes con pasta de héroes, con perfil de Don Quijotes aban- cubierta, para adquirir relieve y sentido, debe integrarse,
donados. Si bien no son ni una cosa ni otra, sin embargo t no en una novela, sino en un relato capaz de restituirlo
sus aventuras tienen un color de exotismo. En todo caso, como sujeto de la historia, en una sociedad que le ha pres-
para muchos, la novela es posible, mientras que para al- tado las palabras y las frases. Si debe «adquirir vida», no
gunos es el medio ideal para liberarse de la opresión de debe hacerlo en un fábula, sino en una escritura que haga
la disciplina, haciendo vivir al archivo. perceptibles las condiciones de su irrupción y que trabaje
Evocada a menudo, esta posibilidad no es, de hecho, la oscuridad de sus días lo más cerca posible de lo que la
una trampa ni una tentación. No lo es el argumento se- produjo. Unico y autónomo (a pesar de los efectos del po-
gún el cual la novela resucita al archivo y le da vida. El der), el prisionero de la Bastilla, fugitivo que atraviesa el
novelista hace una obra de ficción; que el decorado sea archivo, es un ser de razón, hecho discurso, a quien la his-
«histórico» y los personajes surjan de siglos pasados no toria debe tomar como interlocutor.
62
ARJ CTTt TARQU
o las tentaciones que contiene, no hay que hacerse ilusio PALABRÁS CAPTADAS
nes La pasión del archivo no impide las emboscadasSe~
cubica 1 1 1 C l C r e 6 r S e a S a l V ° °
P r q U e l a s atrios des-
que le ordenó qué huyese al oír que llegaba la poli- expresar los acontecimientos, es decir, una moral, una es-
cía, y que ella no quiso... tética, un estilo, lo imaginario y el vínculo singular que lo
que tiene Cuatro hijos de corta edad y que su marido une a su comunidad. En el murmullo de millares de pala-
no ha ido a casa desde hace tres días, y que ella está segu- bras y de frases, nó podríamos buscar solamente lo extraor-
ra de que ha vendido hasta la cama... dinario o lo claramente significativo. Sin duda, ello sería
qué ella ha ganado dinero lavando y que pretende dis- un error; lo aparentemente insignificante, el detalle sin im-
poner de él, que necesita dinero para vivir, y que tiene un portancia, traducen lo indecible y sugieren no pocas for-
alma que salvar... mas de inteligencia viva y de entendimientos razonados
que él le, golpeó con las podaderas y que los vecinos que se mezclan con sueños frustrados y yermos deseos. Las
acudieron antes de que ella muriese bajo los golpes... palabras trazan figuras íntimas y sorprenden las mil y una
que él le ha hecho tanto daño que morirá a sus formas de la comunicación de cada uno con el mundo.
manos...
que no le habían dicho que no debía pasearse por la
noche hacia las Barrieres y que su hermana siempre va Lo ACCIDENTAL Y LO SINGULAR, LO ÚNICO Y LO COLECTIVO
allí con su amigo...».
A veces; las respuestas son más consistentes; respec- La singularidad es desconcertante; ¿qué hacer con esos
to de motines, sospechosos y testigos cuentan fácilmente innumerables personajes de peripecias azarosas y de am-
lo -4&é han presenciado, bien se trate de un episodio de plios movimientos desarticulados? Una sola mañana pa-
pillaje de una panadería, por ejemplo, o de una persecu- sada en la biblioteca analizando algunas demandas impo-
ción. En el estallido de los testimonios, sorprendemos ne curiosos encuentros: he aquí al ratero prisionero de
acciones qué sé están realizando, representaciones que se Bicétre, ávido de libertad «ya son dos veces las que me
organizan antes de disolverse cuando nada está aún defi- encuentro atacado por el escorbuto y pienso dolorosamente
nitivamente realizado y antes de que se haya dado una que si sigo en Bicétre durante más tiempo habré de pasar
interpretación global del acontecimiento. aí otro mundo, del que me sería difícil daros noticias»; 38
Cada actor da fe de lo que ha visto y de la forma singu- precede al mendigo disfrazado de religioso «que lleva una
lar en que se ha vinculado al acontecimiento, improvisan- caja que ha comprado donde se encuentran un Eccehomo
do su lugar y sus gestos, con fervor o con reticencia, según y cuatro figuras de la Pasión que.enseña a los vian-
los casos i inventando a veces nuevas acciones que desvia- dantes», y la madre anegada en llanto que sigue a su
39
rán el curso de los acontecimientos. Multiplicados, esos tes- hijo detenido «llevándolo de la mano»... Se podrían es-
40
timonios no reconstituyen el asunto en curso, sino que fijan bozar así sin interrupciones centenares de siluetas.
la atención en la organización súbita de escenas minúscu- El ininterrumpido aflorar de lo singular invita a pen-
las y furtivas, en el detalle de los gestos, en los valores emi- sar en lo «único», a reflexionar sobre el concepto históri-
tidos, en la creatividad de los signos de reconocimiento.
37 co de individuo y a intentar una difícil articulación en-
41
Precisas o no, locuaces o lapidarias, las informacio- tre las personas anónimamente sumergidas en la historia
nes obtenidas son mucho más que datos que permiten al y una sociedad que las contiene.
historiador acumular hechos. Son trozos de ética. Por tro-
zos de ética se debe entender lo que surge de cada ser a tra- 38 A.B. 11929, año 1757.
vés de las palabras que le sirven para expresarse y para 39 A.B. 11923, aflo 1756.
"° A.N. X 1367, año 1750.
2 8
El procedimiento anecdótico es un instrumento inú- duda una visión del mundo, una ontología de lo actual,
til, no da cuenta de nada; la afición por lo extraño no es la inquieta tenacidad de no inmobilizar nunca nada. Como
una gran ayuda, de tal modo deforma la mirada sobre los si la palabra de ahora, tanto como la de antaño, contuvie-
documentos. Queda, al filo de las palabras, el análisis afi- se en su interior la esperanza de transmitir cualquier posi-
nado de la rareza que se tiene que destacar al mismo tiempo bilidad.
de lo habitual y de lo excepcional. Queda por encontrar
un lenguaje capaz de integrar las singularidades en una
narración apta para restituir sus rugosidades, para subra- SENTIDO Y VERACIDAD
yar sus irreductibilidades así como sus afinidades con otras
figuras. Apta para reconstruir y deconstruir, para jugar Finalmente, no existe ninguna historia simple, ni si-
con lo igual y con lo diferente. «Enredado con historias quiera ninguna historia tranquila. Si efectivamente el ar-
que no son para él subordinadas ni homogéneas», el ser 42 chivo sirve de observatorio social, solamente ló hace a tra-
humano captado por el archivo debe ser evocado sin en- vés de la diseminación de informaciones fragmentadas, del
foques globalizadores que lo reducirían a la medida de un puzzle imperfectamente reconstituido de oscuros aconté-
individuo medio sobre el que no se podría pensar nada, cimientos. Nuestra lectura se abre camino entre roturas
sino con la preocupación por hacer surgir el sutil tablero y dispersión, forjamos preguntas a partir de silencios y bal-
de que dispone cada uno para organizar su espacio. buceos. Mil veces gira el calidoscopio ante los ojos: antes
«Defender las historias» y hacer que la historia las
43 de quedar fijas bajo una forma precisa, hipotéticas figu-
capte significa limitarse a mostrar cómo el individuo cons- ras pasan ante la vista, se rompen en fuegos irisados an-
tituye su propia componenda con lo que se pone a su dis- tes de inmobilizarse bajo otras apariencias. El menor mo-
posición histórica y socialmente. Examinados así, los in- vimiento las hace desaparecer haciendo que nazcan otras.
terrogatorios y los testimonios iluminan los lugares en los El sentido del archivo tiene la fuerza y lo efímero de esas
que el individuo establece una relación pacífica o tumul- imágenes convocadas una a una por el torbellino del cali-
tuosa con otros grupos sociales, preservando sus liberta- doscopio.
des y defendiendo sus autonomías. A veces, una historia Lo sabemos; no hay un sentido unívoco en las cosas
de la persona obstaculiza las certezas adquiridas sobre el del pasado y el archivo guarda dentro de sí esta lección.
conjunto de los fenómenos denominados colectivos; al mis- Frágil recuerdo, permite al historiador que aislé objetos
mo tiempo, no puede ser concebida más que en interac y que los pruebe. «El historiador que reflexiona sobre un
ción con los grupos sociales. tema debe construir la historia que necesita y hacerlo con
Posiblemente lo presentimos, la atención hacia lo sin- disciplinas diferentes», mientras que ningún documen-
44
gular necesita la del ajuste de cada uno con los demás y to tiene sentido en sí mismo: «Ningún documento puede
saca sus fuerzas incluso de más allá de la disponibilidad decirnos más de lo que pensaba su autor, de lo que pensa-
del material de archivo para hacerlas figurar. Arraiga en ba que había sucedido, de lo que pensaba que debía suce-
la voluntad de leer hoy como ayer la infinidad de desvia- der o que sucedería, o quizá solamente lo que quería que
ciones que cada uno establece con la norma, y la comple- los demás pensasen que él pensaba, si no es lo qiie él pen-
jidad de los caminos dibujados en su interior, para inven- saba que pensaba. Todo esto solamente adquiere un sen-
tar y no sufrir, para unirse y oponerse. Hay allí sin tido cuando el escritor se dedica a descifrarlo. Los hechos,
provengan o no de documentos, no pueden ser utilizados
M. FOUCAULT, Les Mots et les Choses, Gallimard, París, 1966, p. 380. 4 4J . REVEL, «Une oeuvre inimitable», Espace-Temps, Braudel dans tous
F . DOSSE, «Foucault face á l'histoire», Espace-Temps, n° 30, p. 5. ses états, p. 14.
•74 ARLETTE FARGE LA ATRACCIÓN DEL ARCHIVO 75
por el historiador mientras no los trate: y esta utilización Construcciones teóricas y abstractas su peso de existen-
constituye, por decirlo así, el proceso mismo del trata- cias y de minúsculos acontecimientos ineludibles, estimu-
miento». 45 lando el saber tradicional con una «realidad» trivial y fla-
La voluntad de comprender es exigente; para ello, hay grante. El archivo ofrece rostros y penas, emociones y
tantas ilusiones que combatir como condiciones que cum- poderes creados para controlarlas; su conocimiento es in-
plir. Efectivamente, si bien el historiador es un narrador, dispensable para tratar de describir a continuación la ar-
también es aquél que explica y convence, expone minu- quitectura de las sociedades del pasado. En el fondo, el
ciosamente sus razones porque sabe que pueden oponer- archivo siempre atrapa por la manga a quien se evade de-
les otras. Así, la primera ilusión que se ha de combatir es masiado fácilmente en el estudio de formulaciones abstrac-
la del relato definitivo de la verdad. Efectivamente, la his- tas y de discurso sobre. Es uno de los lugares a partir de
toria es Una manera de hacer que no se basa en un discur- los que pueden reorganizarse las construcciones simbóli-
so de verdad controlable en todos sus puntos; enuncia un cas e intelectuales del pasado; es una matriz que, por su-
relato que une la formulación de una exigencia erudita puesto, no formula «la» verdad, pero que produce, en el
• y una argumentación en la que se introducen los criterios reconocimiento como en la extrañeza, elementos necesa-
de veracidad y de plausibilidad. El poeta crea, el historia- rios sobre los que basar un discurso de veracidad alejado
dor argumenta y reelabora los sistemas de relación del pa- dé la mentira. Ni más ni menos real que otras fuentes, su-
sado a través de las representaciones de la comunidad so- giere destinos de hombres y mujeres de gesticulaciones sor-
cial q&e estudia, al mismo tiempo que a través de su propio prendentes y sombrías atravesando los poderes con múl-
sistemare valores y de normas. El objeto de la historia tiples discursos. La emergencia de las vidas entrechocando
és,.sin ningún género de dudas, la conciencia de una épo- con los dispositivos de poder dispuestos guía un relato his-
ca y de Un medio, mientras que es necesariamente cons- tórico que intenta estar a la altura de esta irrupción y de
trucción plausible y verosímil de las continuidades y dis- este peso, es decir, que toma en cuenta los jirones de rea-
continuidades del pasado, a partir de exigencias eruditas. lidades exhibidas, que revela las estrategias individuales
El historiador no es un fabulador que escribe fábulas, por y sociales más allá de lo no expresado y de los silencios,
ello puede afirmar como lo hacía Michel Foucault: «Nunca ordenándolos, y después propone una inteligibilidad pro-
he escrito nada más que ficciones y soy perfectamente pia sobre.la que es posible reflexionar.
consciente de ello», e inmediatamente añadía: «Pero creo De entrada, se revela necesaria la explicación razo-
que es posible hacer funcionar las ficciones en el interior nada de los parámetros de lectura impuestos al material:
de la verdad». 45
el proceso de cuestionamiento del archivo debe ser lo su-
Podemos librarnos de la ilusión de una universalidad, ficientemente claro para que los resultados de la investi-
de una verdad total y definitiva que se puede reconstituir gación sean convincentes y no falaces. Pues —lo presenti-
globalmente. En cambio, no se puede eliminar la verdad mos— j podemos hacer que el archivo lo diga todo, todo
ni siquiera despreciarla, nunca se debe desviar, y a menu- y contrario; una de las primeras obligaciones es poner
do hay poca distancia entre estos dos polos, La relación en Claro los procedimientos de interrogación. Para expre-
con el archivo permite ser muy sensible a estos dos impe- sarlo claramente: una cosa es comprender la historia como
rativos y considerarlos solidarios. El archivo opone a las un proceso de reinterpretación permanente del pasado, se-
gún la medida de una sociedad actual y de sus necesida-
E . H . CARR, Qu'est-ce que l'histoirel, La Découverte, París, 1987,
4 5
des; otra cosa es subvertir los hechos pasados para servir
P-.62. a perniciosas ideologías* Hay momentos en que es nece-
4 8 Entrevista con L . FINAS citada por M . BLANCHOT, MICHEL FOUCAULT tel sario avanzar «unas» verdades (no la verdad) incontesta-
que je ¡'imagine, Fata Morgana, 1986, p. 46-47. bles, es decir, formas enteras de realidad, que de nada sir-
76 ARLETTE FARGE LA ATRACCIÓN DEL ARCHIVO 77
ve ocultar o subvertir. Hay momentos en que la historia La Revolución francesa también es un acontecimiento
debe demostrar errores, utilizar pruebas, para que «la me- fundador, esta vez positivo, productor de efectos hoy to-
moria no sea asesinada». «La historia es una carencia
47 davía. Por estar siempre activo en la memoria colectiva,
perpetua [...], pero ¿acaso no es indispensable aferrarse a este episodio mantiene extrañas relaciones con los histo-
esa antigualla, "lo real", a lo que pasó realmente?» 48 riadores. Algunos, por ejemplo, intentan demostrar que
«No hay que debilitar nunca el filo de lo que suce- la Revolución terrorista y sangrienta fué uno de los epi-
dió, el filo del acontecimiento», decía recientemente Paul sodios más vergonzosos de nuestra historia, no dudando
Ricoeur con ocasión de un encuentro con historiadores, 45 en utilizar la palabra «genocidio» a propósito de la gue-
especialmente cuando éste todavía produce horror y trau- rra civil vendeana. Aquí, es precisó decir que se establece
matismos. Existieron en el pasado acontecimientos abyec- un juego perverso y pernicioso con lá verdad, una utiliza-
tos cuyo relato es necesario y que por ello mismo impo- ción falaz de los hechos, a fin de escribir una historia en
nen un estatuto específico a su narración, sobre todo la que la pasión vence al rigor. Cuando sufre semejantes
cuando viven todavía en la «memoria cultural», Ausch- operaciones, el conocimiento se rompe y muere, así como
witz, decía, es un «acontecimiento fundador negativo» que el sentido de sí mismo, pues se han negado, a «habitar el
es preciso mantener en la situación de lo memorable y cuya texto del otro» (Paul Ricoeur). ,
enunciación en ningún caso puede ser deformada. Eviden- Tomemos el ejemplo de la Vendée entre 1793 y 1797.
temente, «la relación de la historia con la realidad se hace El estudio que mejor h,a analizado este episodio es uno que,
en el modo, no de una transparencia, sino del estableci- no sólo ha reunido hechos y cifras, sino que ha propuesto
miento de un contacto entre los datos», operación que
50 una interpretación convincente del desarrollo de los acon-
debe poseer un indudable estatuto de verdad. Pertinente tecimientos a partir de su necesario aplanamiento. Se tra-
para el tratamiento de todos los acontecimientos, esta re- ta de la obra de Jean-Clément Martin (La Vencfée et la
lación de la historia con lo real se hace crucial cuando se France, Le Seuil, 1987). El autor demuestra hasta qué pun-
trata de hechos sobre los que se ha forjado una memoria to los inicios de la insurrección Vendeana. traumatizaron
viva que atraviesa a toda la sociedad. al gobierno revolucionario que vio en ese alzamiento la
Así, no podemos admitir la historia «revisionista» y negación de todos sus esfuerzos. A partir de este choque,
faurissoniana que ha adoptado nuevas formas infiltrán- una despiadada represión endureció a una región que en
dose poco a poco por todas partes, insinuando que las cá- aquella época no tenía conciencia de su poder. Toda la
maras de gas no habían existido; enunciación mortífera inteligencia del autor demuestra, con el apoyo de los ar-
expresada «para desrealizar el sufrimiento, la muerte». 51 chivos, que los hechos no son nada si no se los reinserta
en las representaciones que se tienen de ellos, representa-
47 P. VIDAL-NAQUET, Les Assassins de la mémoire,L& Découverte, Pa- ciones que los realimentan a continuación o, por el con-
rís, 1987. trario, pueden disminuir su progresión y su agudeza. La
48 P. VIDAL-NAQUBT, «Lettre», Michel de Certeau, Centre G . Pompidou, guerra de la Vendée tuvo lugar en el centro de un proce-
1987, p. 71-72. :
so en espiral de impacto de los hechos sobre las concien-
4 9Con autorización personal de R. Ricoeur citamos sus palabras pro- cias: si el gobierno revolucionario no hubiese leído én aque-
nunciadas el 22 de junio de 1988 en la Escuela de estudios superiores de
ciencias sociales con motivo de una intervención oral en el marco de una
llos acontecimientos tanta carga simbólica, el engranaje
jornada de trabajo «Autour de Paul Ricoeur», organizada por R. Char- de la guerra civil sin duda no hubiese sido tan violento.
tier y F . Hartog. Hay en esta obra un bello equilibrio entre la aproxima-
Citamos las palabras de R. Chartier en el transcurso de su interven-
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ción a lo que pasó y el sentido que se debe dar a aquellos j
ción del 22 de junio de 1988. acontecimientos que se extendieron en forma de eco, sin
5 1 P. VIDAL-NAQUET, op. cit. dejar de resultar amplificados unos por otros.
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Compréndase bien: con pocas excepciones, el docu- tos singulares en los que se aprecia no sólo lo cotidiano,
mento, el texto o el archivo no son la prueba definitiva sino el pensamiento sobre lo cotidiano; hay instantes pri-
de una verdad cualquiera, sino el montículo ineludible cuyo vilegiados en los que se entrevé que el hombre de la calle
sentido sé tiene que construir después a través de cuestio- no se dejaba engañar, ni en lo que hacía, ni en lo que creía,
namientos específicos, y el historiador sabe bien que «la ni siquiera en lo que afirmaba. Ahí está la riqueza del ar-
validez del conocimiento depende de la validez del objeti- chivo; en no reducirse a la descripción de lo social en com-
vo»," navega justamente entre la conciencia de la grave- prender cómo una población se piensa a sí misma y pro-
dad de sus elecciones y la imposible teoría según la cual duce constantemente inteligencia e inteligibilidad en pos
la historia sería una compilación objetiva de hechos. de un sentido que descubre y fabrica a medida que vive
Una vez tomadas esas precauciones, el sentido no apa- situaciones. Decididamente, las élites no son las únicas que
rece con la evidencia de un tesoro encontrado. Se debe detentan una cultura y una visión desgarrada de su con-
buscar bajo el aparente desorden de los relatos, de los he- ciencia, aun cuando sean las únicas que tienen facilidad
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chos y de los acontecimientos, y, cuando se trata del estu- para expresarse, y la suerte de expresarse por escrito.
dio de los comportamientos populares, se lo puede supo- Las clases populares, menos hábiles para manejar lo
ner persiguiendo, por ejemplo, el conjunto de los sistemas escrito, no por ello vivieron sin representarse a sí mismas:
de racionalidad que hacen actuar o hablar a los. interlocu- el archivo posee recursos en este terreno, hay que tomar-
tores sociales presentes en los documentos. se la molestia de buscarlos. Es demasiado fácil encontrar
én él solamente una suma acumulativa de actitudes, cuan-
do ño se intenta entrever por qué sistemas de racionali-
PENSAR CIERTAS FORMAS DE EXPRESIÓN POPULAR dad se han tomado esas actitudes. Asimismo, hay que des-
cubrir a través de las palabras algo diferente a. la simple
Una historia de los comportamientos populares esta- descripción de las condiciones de vida y evitar creer que
blecida a partir del archivo siempre corre el peligro de rei- una cultura popular solamente se forja a través de actitu-
ficarse, si no acepta encontrar detrás de la acumulación des, de conductas y de reacciones. Definitivamente, su es-
de los detalles obtenidos sobre prácticas sociales, afecti- pacio es otro.
vas y políticas, modos de pensamiento, conductas autó- El archivo vuelve a trazar la perspicacia de las con-
nomas y sistemas de racionalidad. En efecto, no basta con ductas, el juicio de los individuos y el discernimiento de
describir los gestos y las actitudes del CUérpo popular para las colectividades: a partir de entonces, es un trabajo el
quedar en paz con él. La vida del taller, de la calle o de identificar los modos de pensamiento, el buscar sus reglas,
la taberna no se resumen en condiciones de trabajo, mo- y el delimitar conductas que inventan sobre la marcha su
dos de habitat y de alimentación; las prácticas cotidianas propia significación, a fin de comprender sobre qué siste-
son el producto de pensamiento, de estrategias, así como mas de inteligencia y de sentimientos se basa el conjunto
de culturas hechas de negativas, de sumisión, de sueños de las cohesiones y de las rupturas sociales. De hecho, se
y de rechazos, de decisiones racionales y pensadas, y m á s trata de reflexionar sobre ese espacio en blanco que el ser
aún de deseo de legitimidad. Más allá del material bruto, coloca entre él y él mismo, entre él y sus conductas, entre
que permite una cierta reconstitución del paisaje social, él y la imagen de sus conductas.
hay una posibilidad de medir y de expresar la separación No es simple, puesto que el archivo judicial refleja
que existe entre el hombre de la calle y su imagen; en las al principio, aumentada por una lupa, la forma en que los
respuestas dadas y las palabras pronunciadas, hay momen-
J . RANCIERP, La Nuit des prolétaires. Archives du réve ouvríer. Fa-
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ciudad, de la observación de la calle y de los rumores que cas») y de confidentes componga tantos registros que con-
hacen estremecerse su superficie? Paradójico siglo xvm, signan las opiniones de la muchedumbre, tomadas aquí
basado en Ja elisión de lo popular, y sin dejar de funcio- y allá, en plazas y esquinas. Naturalmente no hay qué caer
nar sobre la utopía de captar sus menores reflejos, así como en contrasentidos: vigilar el clamor popular no quiere de-
el caudal irregular de sus agitaciones. La política no es com- cir reconocer al pueblo como interlocutor, pero no se puede
petencia del pueblo, exclaman por todas partes, y el vivo a contrario afirmar que esta investigación incesante, casi
debate que se instaura alrededor de la necesidad de una obsesiva, nó tuvo ninguna influencia sobre las decisio-
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opinión pública no puede reconocer más que la de los me- nes políticas. Las formas mismas de la organización poli :
sentaciones de la «esfera pública plebeya reprimida», de quiere confidentes casi a tiempo completo. Primeramen-
la que Jurgen Habermás decía que no se la puede alcan- te, los que se encargan expresamente de recoger sin cesar
zar en el siglo xvm, excepto durante un instante al prin- los sueños, discursos y profecías de los convulsionarios. 61
cipio de la Revolución?
Sin duda, es un desafío él pretender reflexionar, a tra-
vés de este archivo» sobre las significaciones de lo político 6 0C . L . MAIRE, Les Convulsionnaires de Saint-Médard, Gallimard, Pa-
en Una sociedad que nada conoce de los procedimientos que rís, 1985; D . VIDAL, Miracles et Convulsions jansénistes au xvuf siécle,
PUF, París, 1987.
caracterizan a la política, en una sociedad que niega a su
A.B. 10196-10206. Informes de la policía sobre lo que sucede cada día
pueblo incluso la idea de que pueda tener un pensamien- 61
se cierra el cementerio el 27 de enero de 1732. A partir A las opiniones escandalizadas se unen las historias
de ese día los gazetins están repletos de reacciones, «Pa- contadas, de las que todos aseguran que han tenido lugar
rís está inundada de escritos... no se oye otra cosa que... y que son la prueba de la ignominia de la orden real. A
se declama fuertemente entre los plebeyos... por todas par- la muerte escarnecida por el cierre del cementerio responde
tes se habla de... se habla en voz alta de...». uña muerte activa, que golpea a quienes se encargan del
Pero ¿qué dicen? Alrededor del aconteciento se or- cierre del cementerio. Extraños sucesos se cuentan por to-
ganiza y se materializa algo cuyos contornos es preciso das partes, y el espectro de la muerte repentina que Cae
reconocer. La algarabía de los rumores es impresionante sobre quienes han tenido más o menos que ver con el asun-
y las palabras pronunciadas en el recinto del cementerio to del cierre crece. «Se dice entre el público —anotan los
tienen tanto peso que el diario jansenista Les Nouvelles gazetins— que dos arqueros han muerto repentinamente
ecclésiastiques las transcribe a su vez. Así, les conceden en el cementerio por haber cometido alguna irreverencia,
un nuevo poder, rechazando por primera vez sin duda la han sido enterrados allí mismo y en secreto». «Se dice en-
idea de que la opinión popular pueda pertenecer al terre- tre el público que el jefe de la policía se ha personado en
no de la ficción. Pero limitémonos a los textos de los ar- Saint- Médard, acompañado por dos obreros, para exhu-
chivos y a las palabras que se transcribe en ellos en ese mar al reverendo Páris, que uno de los obreros ha caído
preciso momento. Vemos cómo se crea algo específico al- muerto en el cementerio al querer dar el primer golpe de
rededor de un lugar —el cementerio— y sentimos cómo pico y que el otro, llamado Serviat, murió repentinamen-
un espacio puede ser generador de acontecimientos. El ce- te unos días más tarde». Y también: «Se dice que algunos
menterio es un lugar familiar, en plena vida urbana, sig- prelados mueren de muerte repentina en castigo a sus
no de una cierta comunidad entre los vivos y los muertos.
Por ello también es un lugar de evocaciones imaginarias, 6 2 A.B. 10161.
de fantasmas y de miedos colectivos. Un espacio en el que
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perversidades». Algunos incluso mencionarán la muerte bles de la expresión popular. Son una historia en construc-
del rey; a estos, sueños responderá de hecho la del duque ción cuya salida nunca es completamente captable; para
de Anjou... dar cuenta de ella, es preciso abandonar las orillas sobe-
És un toma y daca: prohibir al público que acceda ranas del saber dominante que sabe explicar a posteriori
a los lugares sagrados de sepultura entraña castigos. La los arcaísmos de unos y los modernismos de otros, para
réplica es brutal pues sé trata de la muerte repentina. Lo tomar el camino de ios actores que inventan sus formas
cual no es una casualidad; sabemos que en el siglo xvm de acción a medida que participan en los acontecimien-
la muerte repentina manifiesta la reprobación definitiva tos, conquistan Su sentido contra las tentativas que llegan
de Dios puesto que priva al hombre de todo medio de arre- de arriba para que siga siendo opaco. El lector de archi-
pentirse y de confesarse; la muerte repentina no es otra
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vos, mirando lo que pasa en el acontecimiento, lo dice y
cosa que la mano de Dios. lo deshace al mismo tiempo, sin disolverlo o anularlo, sin
Una espiral de opiniones acerbas y de severas críti- imponer «su» propio sentido sobre el que se busca ince-
cas se amplifica, y se autentifica con una serie de relatos santemente en el acontecimiento. A través del archivo,
inyerificables murmurados por tabernas y esquinas, adop- se entrevé lo que ocurre con las figuras, constantemente
tando los mismos temas, encadenándose unos con otros en movimiento, y cuya disposición se combina sin fin en-
para fundamentar una verdad: el rey actúa mal, Dios lo tre acción y reacción, cambio y conflicto. Hay que captar
prueba. ' •' lo que sucede, reconocer en los hechos identificados que
.4, menudo, a propósito de tal o cual acontecimiento siempre pasa algo dentro de las relaciones sociales, renun-
. de la vida social, se advierten concordancias con el conte- ciar a las categorizáciones abstractas para manifestar lo
nido de los sucesos más comentados en la ciudad. Como que se mueve, sucede y tiene lugar transformándose.
si, en medió dé la masa de hojas sueltas vendidas en plena
calle, repletas de prodigios y de catástrofes, tuviesen más
importancia los relatos que de una u otra forma permitie-
sen pensar los acontecimientos. Casi nunca se trata de una
concordancia término a término entre el hecho religioso,
económico o político y el suceso, sino más bien de un sis-
tema de correspondencias mediante el cual la población,
al no tener influencia directa sobre el acontecimiento, in-
tenta contárselo con los medios que se le ofrecen, y ex-
trae de los sucesos un arsenal alegórico y gráfico que, no
solamente llena un vacío, sino que permite sus conviccio-
nes, fundamenta sus verdades.
Paradójico, el archivo contiene al mismo tiempo aque-
llo que niega y lo que quiere oír a cualquier precio: las
palabras perseguidas, las historias que se cuentan, la ocu-
pación de los lugares productores de acción, las represen-
taciones y los actos mientras se efectúan son otras tantas
formas imbricadas del saber social y formas reconoci-
I-yon, 1978.
LA SALA DE LOS INVENTARIOS ES SEPULCRAL