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Así pues, la fisiología nietzscheana de la cultura, que hace del cuerpo el hilo
conductor de la interpretación, remite genealógicamente a la articulación interna
de la physis o de la voluntad de poder entendidas como actividad artística
originarias. En otras palabras, Nietzsche aplica la óptica del arte para prefigurar a
Dioniso en cuanto voluntad de poder, o sea, en cuanto naturaleza o vida que se traduce
en los estados corporales creativos. Esta physis o voluntad de poder es un caos de fuerzas
diversamente cualificadas y cuantificadas que se enfrentan entre sí sin cesar sin otro
objetivo que el de ejercerse como tales fuerzas y lograr el predominio y el máximo de
poder. El devenir está orientado por lo que la fuerza es, a saber, expansión y
búsqueda del poder máximo como supremacía sobre las demás fuerzas que se le
resisten. Este impulso interior se apodera del artista y, lo quiera éste o no, le obliga a
la creación. Esa misma lucha de fuerzas es lo que se produce en el acto de la
creación, caracterizado por Nietzsche como victoria de una fuerza sobres sus
oponentes, las cuales quedan reducidas soberanamente por ella a la unidad. Y así es
como la obra de arte puede prefigurar la esencia del mundo engendrándose
perpetuamente a sí mismo, o sea, dando sin cesar rostro a las cosas, creando y des-
truyendo sin otra finalidad que la de ejercitar espontáneamente su propio dinamismo
interno.
¿Significa esto una pura y burda reducción del espíritu y de la conciencia a su-
bproductos derivados de procesos fisiológicos? Al situarse fuera del dualismo metafí-
sico espíritu-cuerpo, Nietzsche ve al hombre, en primera instancia, como cuerpo. Sin
el condicionamiento de la metafísica platónico-cristiana y la presión de su carga mo-
ral, el cuerpo se le aparece entonces como el “milagro de los milagros... que vive y
crece como un todo”. Es decir, cuando se ve al hombre como un todo, la conciencia
no es en ese todo sino un instrumento más, como puede serlo el estómago. Por otra
parte, de la complejísima actividad de ese todo, lo que llega a la conciencia es como
el último eslabón de una cadena, como una especie de conclusión. En todo caso, en
lo que se insiste con estas consideraciones, más que en ninguna otra cosa, es en la
necesidad y en la importancia de comprender bien la efectiva relación de funciona-
miento entre el cuerpo y la cultura.