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EL CUERPO COMO HILO CONDUCTOR: EL MÉTODO GENEALÓGICO

El positivismo mecanicista contempla y analiza el cuerpo como una mera cosa


externa. Para Nietzsche el cuerpo no es un artefacto ni una máquina regida por la leyes de
la mecánica. Es, ante todo, voluntad de poder, vida, juego de fuerzas que interpretan y
selecciona, y que puede extrapolarse al dinamismo universal del mundo y ala totalidad de
lo viviente. De ahí que Nietzsche destaque la superioridad y primacía de la espléndida
cohesión de esa pluralidad viviente sobre la unidad meramente pensada y autoconsciente
de la conciencia que es el yo. Como voluntad de poder, el cuerpo es dinámica de fuerzas
de una mayor sutileza e inteligencia. Tiene la seguridad innata de un funcionamiento
automático y una sabiduría que está por encima de nuestro saber consciente.

Este reconocimiento de la riqueza del cuerpo, de su estructura plural es lo que


permite a Nietzsche reconducir el pensamiento al juego de la pluralidad de los instin tos
que lo determina. El pensamiento puede ser entendido entonces como relación entre sí de
estos instintos, una “reducción de todas las funciones orgánicas fundamentales a la
voluntad de poder”.

Es decir, en la misma hipótesis de partida se detecta ya la idea cardinal del pen-


samiento nietzscheano de una relación genética entre cuerpo y cultura, en función
de la cual se pueden estudiar las interpretaciones de la realidad engendradas por la
actividad de la voluntad de poder y, al mismo tiempo, en un movimiento de “vuelta”, se
debe regresar genealógicamente desde la instancia derivada hasta la instancia productora.
Hablar, por tanto, del cuerpo como hilo conductor de la interpretación es hablar de una
estructura semántica identificable como base hermenéutica para una teoría y una crítica
de la cultura. En este sentido, ya la fisiología de los instintos artísticos apolíneo y
dionisíaco, constituía el paradigma hermenéutico incipiente para una interpretación de la
cultura griega en cuanto expresión modélica de la fuerza agonal y artísticamente
plasmadora de esos instintos.

En efecto, el concepto griego de cultura es clásico, o sea, modélico, por ser el de


una physis artísticamente potenciada. Nietzsche llevará a cabo una lectura de los
productos culturales, en general, desde la inspiración inicial que es la physis de los
presocráticos. En este concepto se funde la noción de origen de un proceso con la de su
desarrollo o producción como devenir de este proceso, de modo que el acto de producir
sobre el que se establece el paradigma del devenir puede ser comprendido a la luz de la
óptica del arte. Nietzsche habla, por eso de los instintos apolíneo y dionisíaco, que serían
en realidad, instintos artísticos de la physis. Se trata de instintos cooriginarios incluso si
aparecen como contrapuestos y el uno es, en cierto modo, la consecuencia del otro.

Así pues, la fisiología nietzscheana de la cultura, que hace del cuerpo el hilo
conductor de la interpretación, remite genealógicamente a la articulación interna
de la physis o de la voluntad de poder entendidas como actividad artística
originarias. En otras palabras, Nietzsche aplica la óptica del arte para prefigurar a
Dioniso en cuanto voluntad de poder, o sea, en cuanto naturaleza o vida que se traduce
en los estados corporales creativos. Esta physis o voluntad de poder es un caos de fuerzas
diversamente cualificadas y cuantificadas que se enfrentan entre sí sin cesar sin otro
objetivo que el de ejercerse como tales fuerzas y lograr el predominio y el máximo de
poder. El devenir está orientado por lo que la fuerza es, a saber, expansión y
búsqueda del poder máximo como supremacía sobre las demás fuerzas que se le
resisten. Este impulso interior se apodera del artista y, lo quiera éste o no, le obliga a
la creación. Esa misma lucha de fuerzas es lo que se produce en el acto de la
creación, caracterizado por Nietzsche como victoria de una fuerza sobres sus
oponentes, las cuales quedan reducidas soberanamente por ella a la unidad. Y así es
como la obra de arte puede prefigurar la esencia del mundo engendrándose
perpetuamente a sí mismo, o sea, dando sin cesar rostro a las cosas, creando y des-
truyendo sin otra finalidad que la de ejercitar espontáneamente su propio dinamismo
interno.

La perspectiva genealógica, que mira al cuerpo como hilo conductor de la in-


vestigación filosófica, supone esta afirmación: toda creación cultural es la pro-
yección de sensaciones elementales orgánicas, fisiológicas, relativas a un
determinado grado de fuerza o de voluntad de poder. Por tanto, es el cuer-
po quien interpreta. El cuerpo es lo anterior a toda objetividad. Es la fuerza que se
ejerce y que se siente originariamente de forma no reflexiva como autoposición de sí
misma: a partir de ella el lenguaje construye un mundo de ficciones lógico-concep-
tuales que funcionan ya a distancia y desligadas de esa fuerza primitiva de la autopo-
sición de sí en la que tuvieron su origen. Tales ficciones son “los objetos”, ilusoria-
mente percibidos como “hechos independientes” cuando, de hecho, son el producto
del olvido de su condición de meras creaciones de la voluntad de poder. Es decir, “la
cosa” objetivada es ya la cosa separada del movimiento de su autoproducción y redu-
cida a un esquema o a un concepto. Es un efecto del lenguaje, codificación cifrada de
determinados afectos, impulsos y fuerzas del cuerpo que se cristaliza y se convierte
en instancia primera y más elemental de configuración y transmisión de una cultura.

El estudio y la valoración de las formas de la cultura que emprende Nietzsche


necesitaba de un instrumento conceptual que fue forjando sobre el contraste estético
entre la tragedia griega y la música de Wagner. Su opción metodológica consistió en
examinar la cultura desde la óptica del arte, aplicando al mismo tiempo al arte la óp-
tica de la vida. Esto le permite comprobar finalmente que existe un vínculo genealó-
gico entre el cuerpo y la cultura y una influencia configuradora de la cultura sobre el
cuerpo. De modo que cada uno de los aspectos o creaciones de una cultura traduce
un cierto estado del cuerpo, por lo que si interrogamos desde la óptica genealógica
por lo que significa un sistema filosófico, una moral, una doctrina política o un estilo
artístico en una sociedad determinada lo que obtendremos serán datos sobre las con-
figuraciones de impulsos que subyacen a su formación y propagación. Así, una deter-
minada creencia o una virtud concreta no serán considerados como una verdad o un
valor “en sí”, sino como “juicios interiorizados” que han sido incorporados (introduci-
dos en el cuerpo) como condiciones de existencia en virtud de un determinado proce-
so de asimilación.

Nietzsche se propone estudiar lo que significa, a partir de esta doble relación, la


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configuración de los valores, los ideales, las creencias, etc., de la cultura europea
moderna. Especialmente le interesa determinar el privilegio que esta cultura europea
ha concedido a la expansión y preponderancia de un determinado tipo de hombre y
de una determinada clase de inclinaciones en detrimento de otras. El estudio no se
limita a describir los fenómenos de la cultura, sino que, tratará de determinar su
sentido y, sobre todo, de enjuiciar su valor. Tal es método genealógico, que se
concreta en una doble perspectiva: por un lado, como análisis psicológico que mira
las formaciones de la cultura en su condición de lenguajes figurados y de síntomas
en los que se traducen procesos de éxito o de fracaso fisiológico con los que se han
hecho valer determinadas condiciones de supervivencia y de crecimiento de la vida;
por otro lado, como estudio histórico, que busca determinar el proceso en virtud del
que tales formas culturales se han constituido y han evolucionado bajo la presión de
fuerzas que han llevado a los individuos a interiorizar sus interpretaciones y
posiciones de valor concretas. Se trata de dos perspectivas que confluyen en un
mismo propósito: desvelar la actividad infraconsciente de los instintos que la
originan, y comprender las manifestaciones de la cultura como textos a descifrar en
cuanto semiótica inconsciente del estado del cuerpo: “todas nuestras religiones y
filosofías son síntomas de nuestra salud física”.

¿Significa esto una pura y burda reducción del espíritu y de la conciencia a su-
bproductos derivados de procesos fisiológicos? Al situarse fuera del dualismo metafí-
sico espíritu-cuerpo, Nietzsche ve al hombre, en primera instancia, como cuerpo. Sin
el condicionamiento de la metafísica platónico-cristiana y la presión de su carga mo-
ral, el cuerpo se le aparece entonces como el “milagro de los milagros... que vive y
crece como un todo”. Es decir, cuando se ve al hombre como un todo, la conciencia
no es en ese todo sino un instrumento más, como puede serlo el estómago. Por otra
parte, de la complejísima actividad de ese todo, lo que llega a la conciencia es como
el último eslabón de una cadena, como una especie de conclusión. En todo caso, en
lo que se insiste con estas consideraciones, más que en ninguna otra cosa, es en la
necesidad y en la importancia de comprender bien la efectiva relación de funciona-
miento entre el cuerpo y la cultura.

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