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Michael Mann Las Fuentes Del Poder Social PDF
Michael Mann Las Fuentes Del Poder Social PDF
Allanza
Editorial, S.A., Madrid, 1991. p.1-113
Ciências Sociales
MichaEl Mann
Las Fuentes del Poder Social, I
Allanza Universidad
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Las fuentes
del poder social, I
Una historia del poder desde los comienzos hasta 1760 d.C.
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Allanza Universidad
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MichaEl Mann
Las fuentes
del poder social, I
Una historia del poder
desde los comienzos hasta 1760 d.e.
Versión española de Fernando Santos Fontenla
Allanza Editorial
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INDICE
Prefacio – 9
1. Las sociedades como redes organizadas de poder - 13
2. El fin de la evolución social general: cómo eludieron el poder los pueblos
prehistóricos – 59
3. La aparición de la estratificación, los Estados y la civilización con
múltiples actores de poder en Mesopotamla – 114
4. Análisis comparado de la aparición de la estratificación, los Estados y las
civilizaciones con múltiples actores de poder – 159
5. Los primeros imperios de dominación: la dlaléctica de la cooperación
obligatoria – 194
6. Los “indoeuropeos” y El hierro: redes de poder en expansión y
diversificadas – 261
7. Fenicios y griegos: civilizaciones descentralizadas con múltiples actores
de poder – 277
8. La revitalización de los imperios de dominación: Asiria y Persla – 334
9. El Imperio territorial romano – 359
lo. La trascendencia de la ideología: la ecumene cristlana - 430
11. Digresión comparada sobre las religiones universales: El
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PREFACIO
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Capítulo 1
LAS SOCIEDADES COMO REDES ORGANIZADAS DE PODER
Los tres volúmenes proyectados de este libro constituyen una historia y una
teoría de las relaciones de poder en las sociedades humanas. Ya esto es
bastante difícil. Pero si se reflexiona un momento parece todavía más
imponente. Porque, no es probable que una historia y una teoría de las
relaciones de poder sea virtualmente sinónimo de una historia y una teoría
de la propla sociedad humana? A fines del siglo XX no está de moda escribir
una relación general, por voluminosa que sea, de algunas de las principales
pautas que cabe hallar en la historia de las sociedades humanas. Esas
magníficas empresas generalizadoras victorianas - basadas en un saqueo
imperial de fuentes secundarias- se han visto aplastadas en el siglo XX bajo
el peso de una masa de volúmenes eruditos y del cierre de filas de los
especialistas académicos.
Mi justificación básica es que he llegado a una forma distinta y general de
contemplar las sociedades humanas que se enfrenta con los modelos de
sociedad predominantes en los escritos sobre sociología o historia. En este
capítulo se explica mi enfoque. Es posible que a los no iniciados en la teoría
de las ciencias sociales les resulte algo denso. En tal caso, existe otra forma
posible de leer este volumen: saltarse este capítulo, ir directamente al
capítulo 2 o, de hecho,
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La primada última
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Poder de organización
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Autoritario:
Intensivo: Estructura militar de mando.
Extensivo: Imperio militarista.
Difuso
Intensivo: HuElga general
Extensivo: Intercambio en el mercado.
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investigación, la logística militar proplamente dicha. La logística militar
aporta directrices relativamente ciaras a los ámbitos externos de las redes de
poder, que desembocan en importantes conclusiones acerca del carácter
esencialmente federal de las sociedades preindustriales extensivas. La
sociedad imperial unitaria y muy centralizada de autores como WittfogEl o
Eisenstadt es mítica, como lo es la afirmación del propio lattimore de que la
integración militar fue algo históricamente decisivo. Cuando el control militar
rutinario a lo largo de una ruta de marcha superior a unos 90 kilómetros es
logísticamente imposible (como lo ha sido durante la mayor parte de la
historia), el control sobre una superficie mayor no se puede centralizar en la
práctica y tampoco puede penetrar intensivamente en la vida cotidlana de la
población.
El poder difuso tiende a variar junto con el poder autoritario y se ve
afectado por su logística. Pero también se extiende con relativa lentitud,
espontánea y «universalmente» por todas las poblaciones, sin pasar por
organizaciones autoritarias concretas. Ese universalismo también tiene un
desarrollo tecnológico mensurable. Depende de servicios capacitadores,
como mercados, alfabetización, acuõación de moneda o el desarrollo de una
cultura de ciase y nacional (en lugar de local o de linaje). Los mercados y las
conciencias nacional y de ciase fueron surgiendo lentamente a lo largo de la
historia, conforme a sus propias infraestructuras difusas.
La sociología histórica general puede centrarse, pues, en el desariollo del
poder colectivo y distributivo, medido por el desarrollo de la infraestructura.
El poder autoritario exige una infraestructura logística; el poder difuso exige
una infraestructura universal. Ambos nos permiten centrarnos en un análisis
de la organización del poder y de la sociedad y examinar sus lineamientos
socioespaciales.
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Ella y su entorno. Una sociedad es una unidad con fronteras y contiene una
interacción que es relativamente densa y estable; es decir, presenta unas
pautas internas cuando se compara con la interacción que cruza sus límites.
Pocos historiadores, sociólogos o antropólogos tendrían algo que objetar a
esta definición (véase, por ejemplo, Giddens, 1981: 45 y 46).
La definición de Parsons es admirable. Pero sólo se refiere al grado de
unidad y de ajuste a las pautas. Esto se suEle olvidar con excesiva frecuencia
y se supone que la presencia invariable de la unidad y las pautas. Eso es lo
que yo califico de concepción sistémica o unitaria de la sociedad. Sociedad y
sistema aparecían como intercamblables en Comte y sus sucesores, que los
consideraban requisitos para una ciencia de la sociedad: la formulación de
afirmaciones sociológicas en general exige que aislemos una sociedad y
observemos regularidades en las relaciones entre sus partes. Las sociedades
en el sentido de sistemas, delimitadas y con pautas internas, aparecen en
prácticamente todas las obras de sociología y antropología y en casi todas las
obras teóricamente informadas de ciencia política, economía, arqueología,
geografía e historia. También existen implícitamente en obras menos teóricas
de esas disciplinas.
Examinemos la etimología de la palabra «sociedad». Se deriva del latín
societas. De ahí se elaboró socius, en el sentido de un allado no romano, un
grupo dispuesto a seguir a Roma en las guerras. Se trata de un término
común en los idiomas indoeuropeos, derivado de raíz sekw, que significa
«seguir». Denota una allanza asimétrica, una sociedad como confederación
flexible de allados estratificados. Ya veremos que esta concepción, y no la
unitaria, es la correcta. Utilicemos el término «sociedad» en su sentido
latino, no romance.
Pero continúo con dos argumentos más generales contra la concepción
unitaria de la sociedad.
Críticas
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hecho, como veremos en los capítulos 14 y 15, ayudó a crear dos redes
superpuestas diferentes: una delimitada por el territorio del Estado de
tamano intermedio y otra mucho más extensiva, calificada por Wallerstein
(1974) de «sistema mundial». La revolución burguesa no cambió El carácter
de una sociedad existente; creó sociedades nuevas.
Yo califico esos procesos de surgimientos intersticiales. Son resultado del
traslado de objetivos humanos a medios de organización. Las sociedades
nunca han estado lo bastante organizadas como para impedir la emergencia
intersticial. Los seres humanos no crean sociedades unitarias, sino una
diversidad de redes de interacción social que se intersectan entre sí. Las más
importantes de esas redes se forman de manera relativamente estable en
torno a la cuatro fuentes de poder en cualquier espacio social dado. Pero, por
debajo, los seres humanos siguen excavando para alcanzar sus objetivos,
formando nuevas redes, ampllando las anciguas y emergiendo con toda
ciaridad ante nosotros con las configuraciones rivales de una o más de las
principales redes de poder.
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los Estados y las élites militares esgrimen ideologías, igual que las igleslas,
etc. No existen relaciones igualitarias entre funciones y organizaciones.
Sigue siendo cierto que existe una división general y ubicua de funciones
entre las organizaciones ideológicas, económicas, militares y políticas,
división que reaparece una y otra vez por los intersticios de organizaciones
de poder más fusionadas. Lo mantendremos en mente, pues será un
instrumento simplificador de nuestro análisis en términos de las
interrelaciones de una serie de funciones/organizaciones dimensionales
autónomas o de la primada final de una de ellas. En este sentido, tanto la
ortodoxia marxista como la neoweberiana son falsas. La vida social no
consiste en una serie de territorios - compuesto cada uno de un bloque de
organizaciones y funciones, de medios y de fines - cuyas relaciones entre sí
son las de objetos externos.
Organizaciones de poder
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en las que un movimiento ideológico puede obtener tal poder, así como su
ámbito global. Los movimientos religiosos aportan los ejemplos más obvios
de poder ideológico, pero en este volumen se citan los ejemplos más
seculares de las culturas de la primera Mesopotamia y de la Grecia clásica.
Las ideologías predominantemente seculares son características de nuestra
propia época: por ejemplo, el marxismo.
En algunas formulaciones, los términos «ideología» y «poder ideológico»
contienen dos elementos adicionales: que el conocimiento impartido es falso
y/o que es una mera máscara para la dominación material. Yo no implico
ninguna de esas dos cosas. El conocimiento impartido por un movimiento de
poder ideológico forzosamente «supera la experiencia» (como dice
Parsons). No se puede someter totalmente a prueba mediante la
experiencia y en ello reside su capacidad distintiva para persuadir y
dominar. Pero no tiene por qué ser falso; si lo es, tiene menos
probabilidades de difundirse. El pueblo no es una masa de idiotas
manipulables. Y aunque efectivamente las ideologías contienen
legitimaciones de intereses privados y de dominación material, es poco
probable que lleguen a influir en las personas si no son más que eso. Las
ideologías vigorosas son, como mínimo, muy plausibles en las circunstancias
de cada momento y crean una adhesión auténtica.
Esas son las funciones del poder ideológico, pero, qué lineamientos
característicos de organización crean?
La organización ideológica se presenta en dos tipos principales. En la
primera forma, más autónoma, es socioespacialmente transcendente.
Transciende las instituciones existentes de poder ideológico, económico,
militar y político y genera una forma «sagrada» de autoridad (en el sentido
de Durkheim), separada y por encima de estructuras de autoridad más
seculares. Desarrolla una función autónoma muy poderosa cuando las
propiedades emergentes de la vida social crean la posibilidad de una
cooperación o una explotación mayor que transcienden el ámbito de
organización de las autoridades seculares. Técnicamente, pues, las
organizaciones ideológicas pueden depender más de lo habitual de las que
yo he denominado técnicas difusas de poder y, en consecuencia, son
propagadas por la extensión de «infraestructuras universales» como la
alfabetización, la acuóación de moneda y los mercados.
Como aducía Durkheim, la religión surge por la utilidad de la integración
normativa (y del significado y de la estética y del ritual),
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que, si bien las clases son importantes, no son «El motor de la historia»,
como creía, por ejemplo, Marx.
Hay una cuestión importante en torno a la cual difieren las dos principales
tradiciones teóricas. Los marxistas destacan el control sobre la fuerza de
trabajo como fuente del poder económico y por eso se concentran en los
«modos de producción». Los neoweberianos (y otros, como la escuEla
sustantivista de Karl Polanyi) destacan la organización del intercambio
económico. No podemos elevar lo uno por encima de lo otro sobre bases
teóricas apriorísticas. Debemos dejar que los datos históricos decidan la
cuestión. El afirmar, como hacen muchos marxistas, que las relaciones de
producción deben ser decisivas porque «la producción es lo primero» (es
decir, precede a la distribución, el intercambio y El consumo) es olvidar el
aspecto de «emergencia». Una vez que emerge una forma de intercambio,
es un hecho social, potencialmente vigoroso. Los comerciantes pueden
reaccionar a la oportunidad de su extremo de la cadena económica y
después actuar sobre la organización de producción de la que surgieron
inicialmente. Un imperio mercantil como el fenicio es un ejemplo de un grupo
comercial cuyos actos modificaron decisivamente las vidas de los grupos
productores cuyas necesidades crearon inicialmente el poder de ese grupo
(por ejemplo, el desarrollo del alfabeto; véase el capítulo 7). Las relaciones
entre la producción y El intercambio son complejas y a menudo atenuadas:
mientras que la producción tiene mucho poder intensivo; pues moviliza una
cooperación social local intensa para explotar la naturaleza, el intercambio
puede realizarse de forma muy extensiva. En sus márgenes, el intercambio
puede tropezar con influencias y oportunidades muy distantes de las
relaciones de producción que generaron inicialmente las actividades de
venta. El poder económico suEle ser difuso, no controlable desde un centro.
Eso significa que la estructura de clases puede no ser unitaria, una sola
jerarquía de poder económico. Si se atenúan las relaciones de producción y
de intercambio, pueden fragmentar la estructura de clases.
Así, las clases son grupos con un poder social diferencial sobre la
organizadción social de la extracción, la transformación, la distribución y El
consumo de los objetos de la naturaleza. Repito que utilizo el término clase
para denotar una agrupación de poder puramente económico y El término
estratificación social para denotar cualquier tipo de distribución del poder. El
término clase gobernante denotará una ciase económica que ha logrado
monopolizar otras
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la teoría social, y en mi caso regreso a autores del siglo XIX y principios del
XX como Spencer, Gumplowicz y Oppenheimer (aunque en general éstos
exageraron su capacidad).
La organización militar es esencialmente concentrada-coercitiva. Moviliza
la violencia, el instrumento más concentrado, si no el más contundente, del
poder humano. Es algo evidente en tiempo de guerra. La concentración de
la fuerza constituye la ciave de casi todos los comentarios clásicos sobre la
táctica militar. Pero como veremos en varios capítulos históricos
(especialmente del 5 al 9), puede continuar más allá del campo de batalla y
de la campaña. Las formas militaristas de control social que se aplican en
tiempo de paz también están muy concentradas. Por ejemplo, es frecuente
que sea una mano de obra directamente coercionada, esciava o forzosa, la
que construye las fortificaciones, los monumentos o las grandes carreteras
o canales de comunicación. La mano de obra coercionada también aparece
en las minas, las plantaciones y otras grandes explotaciones agrícolas y en
la casas de los poderosos. Pero es menos adecuada para la agricultura
dispersa normal, para la industria, donde se necesita tener criterio y
conocimientos técnicos, y para las actividades dispersas del comercio. Los
costes de imponer eficazmente la coerción directa en esas esferas han
excedido los recursos de todos los regímenes conocidos históricamente. Así,
el militarismo ha resultado útil en los casos en que el poder concentrado,
intensivo y autoritario ha dado resultados desproporcionados.
En segundo lugar, el poder militar tãmbién tiene un ámbito más extensivo,
de aspecto negativo, terrorista. Como ha senalado lattimore, a lo largo de la
mayor parte de la historia el alcance del ataque militar ha sido mayor que el
ámbito de control estatal o de las relaciones económicas y de distribución.
Pero se trata de un control mínimo. La logística es abrumadora. En el
capítulo 5 calculo que a lo largo de la historia antigua la distancia de
marcha máxima si apoyo que podía recorrer un ejército era de unos 90
kilómetros, o sea una base insuficiente para un control intensivo sobre
grandes superficies. Al enfrentarse con una fuerza militar poderosa a 300
kilómetros de distancia, por ejemplo, la población local podría obedecer
externamente sus dictados: pagar un tributo anual, reconocer la soberanía
de su líder, envlar a sus jóvenes a «educarse» en su corte, etc., pero el
comportamiento cotidlano podría ser más libre en otros apectos.
Así, el poder militar es dual socioespacialmente: un núcleo concentrado
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A lo largo del siglo XIX y de comienzos del XX, ese conocimiento fue
decayendo entre los sociólogos. Paradójicamente, la decadencia ha
continuado durante la misma época en que los historiadores, los arqueólogos
y los antropólogos han estado utilizando técnicas nu evas, muchas de ellas
tomadas de la sociología, para hacer descubrimientos asombrosos acerca de
la estructura social de esas sociedades complejas. Pero su análisis se ve
debilitado por su relativa ignorancia de la teoría sociológica.
Weber es un notable ejemplo de esta limitación. Mi deuda para con él es
inmensa, no tanto en el sentido de haber adoptado sus teorías concretas,
sino más bien en el de adherirme a su visión general de la relación entre
sociedad, historia y acción social.
Mi exigencia de una teoría sociológica basada en las dimensiones de la
historia no se debe solamente a la conveniencia intrínseca de comprender la
rica diversidad de la experiencia humana, aunque ya eso sería bastante
valioso. Además, sostengo que algunas de las características más
importantes de nuestro mundo actual se pueden apreciar con más ciaridad
mediante la comparación histórica. No es que la historia se repita.
Precisamente lo contario, la historia universal se desarrolla. Mediante la
comparación histórica podemos advertir que los problemas más
considerables de nuestra propia época son nuevos. Por eso resulta difícil
resolverlos: son intersticiales a las instituciones que se ocupan de hecho de
los problemas más tradicionales para los que fueron creadas. Pero, como
sugeriré más adelante, todas las sociedades se han enfrentado con crisis
repentinas e intersticiales y en algunos casos la humanidad ha salido
mejorada. Al final de una larga desvlación histórica, espero demostrar la
pertinencia de este modelo para lá actualidad en el volumen II.
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Capítulo 2
Una historia del poder debe empezar por el principio. Pero, (dónde
debemos situar ese principio? Como especie, los seres humanos aparecieron
hace millones de anos. Durante la mayor parte de esos millones de anos,
vivieron sobre todo como recolectores nómadas de frutos silvestres, bayas,
frutos secos y hierbas, y como carroóeros de las presas de animales mayores
que ellos. Después fueron elaborando su propio sistema de caza. Pero por lo
que podemos suponer de esos recolectores-carroñeros y recolectores-
cazadores, su estructura social era sumamente flexible, adaptable y variable.
No institucionalizaron de forma estable unas relaciones de poder; no
conocían clases, Estados, ni siquiera élites; es posible que incluso sus distin-
ciones entre sexos y grupos de edades (dentro de la edad adulta) no
indicaran diferencias permanentes de poder (tema de grandes debates en la
actualidad). Y, naturalmente, no tenían escritura y no tenían una <historia>
en el sentido actual del término. O sea que en los verdaderos comienzos no
había ni poder ni historia. Los conceptos elaborados en el capítulo I no tienen
prácticamente pertinencia para el 99 por 100 de la vida de la humanidad
hasta la fecha. Así que no voy a empezar por el principio!
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Casi todas las narraciones son evolucionistas. Primero explican cómo los
seres humanos fueron desarrollando sus capacidades innatas de cooperación
social; después, cómo fueron surgiendo inmanentemente cada forma
sucesiva de cooperación social a partir del potencial de su predecesora para
una organización social «superior» o, por lo menos, más compleja y
poderosa. Esas teorías fueron las predominantes en el siglo XIX. Ahora,
desprovistas de los conceptos de progreso desde formas inferiores hacia
formas superiores, pero conservando todavía el concepto de evolución de la
capacidad y la complejidad del poder, siguen siendo las dominantes.
Sin embargo, existe una pecullaridad en esta narración que sus partidarios
reconocen. La evolución humana ha diferido de la evolución de otras
especies por el hecho mismo de que ha mantenido su unidad. No se ha
producido una especiación. Cuando una población humana ha ido
desarrollando una forma particular de actividad, muy a menudo ésta se ha
difundido prácticamente entre toda la humanidad, por todo el mundo. El
fuego, el vestuario y el refugio, junto con una colección más variable de
estructuras sociales se han difundido, a veces a partir de un solo epicentro, a
veces a partir de varios, desde el Ecuador hasta los polos. Los estilos de
cabezas de hacha y de cerámica, los Estados y la producción de mercaderías
se han difundido muy ampllamente a lo largo de la historia y de la prehistoria
que conocemos. De modo que este relato se refiere a la evolución cultural.
Presupone un contacto cultural continuo entre grupos, basado en una
conciencia de que, pese a las diferencias locales, todos los seres humanos
forman una sola especie, se enfrentan con determinados problemas comunes
y pueden aprender soluciones los unos de los otros. Un grupo local crea una
nueva forma, quizá estimulada por sus proplas necesidades ambientales,
pero resulta que esa forma tiene una utilidad general para grupos de medios
completamente diferentes, y éstos la adoptan, quizá con modificaciones.
Dentro del relato general, cabe destacar algunos temas diferentes.
Podemos subrayar el número de casos de invención independiente, porque si
todos los seres humanos son culturalmente similares, pueden ser
similarmente capaces de dar el siguiente paso en la evolución. Esta es la
escuela que cree en la «evolución local». O podemos subrayar el proceso de
difusión y propugnar unos pocos epicentros de la evolución. Esta es la
escuela «difusionista». Es frecuente contrastar la una con la otra, que a
veces se enfrentan en una acerba
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5. En términos de civilización es el más problemático, debido a la carga
axiológica que comporta. No existe una sola definición que baste para todos
los fines. Trato con más detalle de la cuestión al comienzo del capítulo
siguiente. Una vez más, basta con una definición provisional. Según Renfrew
(1972: 13), la civilización combina tres instituciones sociales: El centro
ceremonlal, la escritura y la ciudad. Cuando las tres se combinan, inauguran
un salto en el poder humano colectivo sobre la naturaleza y sobre otros seres
humanos que, cualesquiera sean la variabilidad y la disparidad del registro
prehistórico e histórico, constituyen el comienzo de algo nuevo. Renfrew
califica a esto de un salto en el «aislamiento», la contención de seres
humanos tras unas fronteras sociales y territoriales, ciaras, fijas y
delimitadas. Yo utilizo la metáfora de una jaula social.
Con estos términos, podemos advertir la existencia de estrechos vínculos
entre las partes de la narración evolucionista. El rango, el Estado, la
estratificación y la civilización guardaban estrechas relaciones entre sí porque
su aparición puso fin, lenta pero inexorablemente, a un tipo primitivo de
libertad y señaló el comienzo de las presiones y de las oportunidades
representadas por un poder colectivo, distributivo, delimitado, permanente e
institucionalizado.
Yo deseo disentir de esa narración, aunque fundamentalmente lo que hago
es sumar las dudas de otros. Uno de los puntos de desacuerdo se debe a que
se observa algo extraño: mientras que la Revolución Neolítica y la aparición
de sociedades de rangos ocurrieron independientemente en muchos lugares
(en todos los continentes, por lo general en varios lugares aparentemente no
relacionados entre sí), la transición hacia la civilización, la estratificación y el
Estado fue relativamente rara. El prehistoriador europeo Piggott ha
declarado: «Todo mi estudio del pasado me convence de que la aparición de
lo que denominamos civilización es un acontecimiento de lo más anormal e
impredecible, cuyas manifestaciones en el Viejo Mundo quizá se deban a fin
de cuentas a una sola serie de circunstancias en una zona limitada de Asla
occidental, hace cinco mil años» (1965: 20). En este capítulo y en el
siguiente sostendré que Piggott no hace sino exagerar levemente lo ocurrido:
es posible que en Eurasia hubiera hasta cuatro conjuntos pecullares de
circunstancias que generasen la civilización. En otras partes del mundo
deberíamos aóadir por lo menos dos más. Aunque nunca podemos ser
precisos en cuanto al total absoluto, probablemente sea inferior a diez.
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Este argumento se ve reforzado por otros más. Este nos hace regresar ai
concepto, ya comentado en el capítulo 1, de «sociedad» en sí. En esa idea se
hace hincapié en la delimitación, la estrechez y la presión: los miembros de
una sociedad interactúan entre sí, pero no, en ninguna medida comparable,
con los extraiíos a ella. Las sociedades son limitadas y exclusivas en su
cobertura social y territorial. Sin embargo, haIlamos una discontinuidad
entre las agrupaciones sociales civilizadas y no civilizadas. Prácticamente
ninguna de las agrupaciones no civilizadas comentadas en el presente
capítulo ha tenido o tiene esa exclusividad. Pocas famillas pertenecían
durante más de unas cuantas generaciones a la misma «sociedad», o si
seguían perteneciendo a ella, ésta estaba incluida en unas fronteras tan
flexibles que era muy distinta de las sociedades históricas. Casi todas
disponían de opciones de lealtad. La flexibilidad de los vínculos sociales y la
capacidad para estar libres de cualquier red concreta de poder, era el
mecanismo mediante el cual se desencadenaba la devolución mencionada
más arriba. En las sociedades no civilizadas era posible escaparse de la jaula
social. La autoridad se confería libremente, pero era recuperable; el poder,
permanente y coercitivo, era inalcanzable.
Ello tuvo una consecuencia especial cuando aparecieron las jaulas
civilizadas. Estas eran pequeõas -lo típico era la ciudad-Estado-, pero
existían en medio de las redes más imprecisas, más ampllas, pero sin
embargo identificables, a las que se suele calificar de «culturas». No
comprenderemos esas culturas: «Sumeria», «Egipto», «China», etc., más
que si recordamos que combinaban unas relaciones anteriores y más
flexibles con la nuevas sociedades enjauladas. T ambién esa tarea
corresponde a capítulos ulteriores.
Por eso, en el presente capítulo establezco el escenario para una ulterior
historia del poder. Siempre será una historia de lugares concretos, pues ése
ha sido el carácter de la evolución del poder. Las capacidades generales de
los seres humanos enfrentados con su medio terrenal dieron origen a las
primeras sociedades -a la agricultura, la aldea, el cian, ellinaje y la jefatura-,
pero no a la civilización, la estratificación ni el Estado. Ello, para bien o para
mal, se debe a circunstancias históricas más concretas. Como esas circuns-
tancias constituyen el tema principal de este volumen, trataré
superficialmente de los procesos de evolución social general que precedieron
a la historia. De hecho, se trata de una narración diferente. Yo me limito a
relatar el esquema general de las últimas fases de la
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familla, vecindario, cian, linaje, aldea, ciase, nación, Estado, o lo que sea.
EUo es más aplicable a las relaciones de producción que a las de
intercambio, porque su cooperación es más intensa. La solidaridad normativa
es necesaria para la cooperación y tiende a fijar las redes de interacción y a
fomentar una identidad ideológica común. La inversión durante un período
prolongado significa una cultura compartida más estrechamente entre las
generaciones, incluso entre los vivos y los todavía no nacidos. Estrecha los
vínculos de las aldeas y de los grupos de parentesco, como los cianes, en
sociedades con una continuidad temporal.
Pero, hasta qué punto? En comparación con los cazadores-recolectores, los
agricultores y los pastores son más sedentarios. Pero también en este caso
existe una variabilidad entre ecologías y épocas. Las variaciones según las
estaciones, a lo largo del ciclo de la roza (más cooperación en la fase de tala
que después) y de otros ciclos agrícolas, apoyan una cooperación bastante
flexible. Una vez más, el extremo de enjaulamiento es la llanura aluvlal de
los valles fluvlales, siempre que sea posible el regadío. Ello exige un esfuerzo
laboral cooperativo muy superior a la norma agrícola, aspecto del que
volveré a ocuparme en el siguiente capítulo.
La tercera inversión es en los instrumentos de trabajo, herramientas o
maquinaria que no forman parte de la naturaleza y que en principio son
transportables. A lo largo de varios milenios, las herramientas tendieron a
ser pequenas y portátiles. No fijaron a la gente social ni territorialmente en
grandes sociedades, sino en el hogar o grupo de hogares que rotaban las
herramientas. En la Edad del Hierro, de la cual se trata en el capítulo 6, una
revolución en la fabricación de herramientas tendió a reducir las dimensiones
de las sociedades existentes.
Así, los efectos de la inversión social fueron variados, pero la tendencia
general iba en el sentido de un mayor sedentarismo social y territorial,
debido a la explotación cada vez mayor de la tierra. El éxito agrícola era
inseparable de la delimitación.
Pero si anadimos otras dos tendencias importantes, la presión demográfica
y una cierta especialización ecológica, la imagen resulta más compleja. Son
pocos los agricultores o los pastores que han elaborado la panoplla completa
de medidas drásticas de control permanente de la natalidad que se advierten
entre los cazadores-recolectores. Sus superávit de subsistencia se han visto
periódicamente amenazados por los «ciclos malthuslanos» de excedente
demográfico
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matar o producir mucho más que tres hombres que actúen individualmente,
por muy fuerte que sea cada uno de ellos. Cualquiera que sea el poder de
que se trate -económico, militar, político o ideológico-, lo confiere
abrumadoramente la organización social. Lo que importa es la desigualdad
social, no la natural, como ya observó Rousseau.
Pero Rousseau seguía concluyendo que la estratificación era resultado de la
propiedad privada. Eso es lo que dice su famosa frase: «El primer hombre
que cercó una tierra y dijo "esto es mío" y encontró a gente lo bastante
simple como para creerlo, fue el auténtico fundador de la sociedad civil.» Ello
no elimina las objeciones que acabo de presentar. Pero por raro que parezca,
es algo aceptado por la presunta oposición principal al liberalismo, que es el
socialismo. Marx y Engels consagraron una antítesis entre la propiedad
privada y la comunitaria. La estratificación apareció a medida que fueron
surgiendo relaciones de propiedad privada a partir de un comunismo
primitivo inicial. Hoy día, casi todos los antropólogos los niegan (por ejemplo,
Malinowski, 1926: 18 a 21, 28 a 32; Herskovits, 1960). Los estudios sobre la
propiedad, como los de Firth sobre los tikopla (1965), revelan una miríada de
diferentes derechos de propiedad: individual, famillar, de grupos de edad,
aldeas y cianes. (En qué circunstancias se desarroIla más la propiedad
privada?
Los grupos varían en cuanto a sus derechos de propiedad según sus formas
de inversión de trabajo con rendimiento aplazado. La aparición de la
propiedad privada desigual se acelera si la inversión es portátil. El individuo
puede poseeria físicamente sin tener que excluir a otros por la fuerza. Si la
inversión con rendimiento aplazado se hace en aperos portátiles (quizá
utilizados para cultivar intensivamente pequenas parcelas), pueden surgir
formas de pequena propiedad basadas en la propiedad individual, o quizá de
los hogares. Al otro extremo se halla la cooperación laboral extensiva. En
este caso, a los individuos o los hogares del grupo cooperante les resulta
inherentemente difícil lograr derechos exclusivos contra otros miembros del
grupo. La tierra tiene consecuencias variables. Si se trabaja en pequenas
parcelas, quizá con una gran inversión en aperos, puede llevar a la propiedad
individual o de los hogares, aunque no resulta fácil ver cómo van surgiendo
desigualdades enormes, en lugar de un grupo de pequenos propietarios
aproximadamente iguales. Si se trabaja extensivamente mediante la
cooperación social, no es probable que aparezca la propiedad excluyente.
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Pero todavía nos hace falta recorrer algo de camino hasta llegar ai final de
la vía evolucionista por la que se nos suele gular. Porque este tipo de
autoridad es sumamente débil. Los jefes -pues suele haber varios de ellos
bajo la autoridad nominal de uno solo- solían gozar de poderes
insignificantes. El término de sociedad de rangos abarca toda la fase de la
evolución social general (jde hecho, la última!) en la cual el poder estaba
casi totalmente limitado ai uso de la «autoridad» en nombre de la
colectividad. Lo único que conferia era posición social, prestigio. Los
ancianos, «los hombres grandes» o los jefes no podían privar a otros de unos
recursos escasos y valiosos, sino con grandes dificultades, y nunca podían
privar a otros arbitrariamente de los medi os de subsistencia. Tampoco
poseían gran riqueza. Podían distribuir riqueza en el grupo, pero no podían
quedársela. Como comenta Fried, «esas personas eran ricas por lo que
repartían, no por lo que acumulaban» (1967: 118). Ciastres, al estudiar a los
amerindios, niega ai jefe poderes autoritarios de adopción de decisiones.
Sólo posee prestigio y Elocuencia para resolver conflictos: «La palabra del
jefe no tiene fuerza de ley.» EL jefe está «preso» en ese papel limitado
(1977: 175). Ejerce un poder colectivo,
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conquista de los agricultores por los pastores. En otros tres, la formación del
Estado estuvo causada por una coordinación militar especializada contra el
ataque del exterior. En ocho más, un factor importante en la formación del
Estado fueron otros tipos de conquista. Y las asociaciones voluntarias con
fines bélicos reforzaron la formación del Estado en cinco de los casos de
«conquista» mencionados anteriormente. El sentido general de esos
resultados se ve confirmado por otro estudio cuantitativo (menos detaIlado
en aspectos vitales, aunque con métodos más estadísticos) realizado por
Otterbein (1970) sobre cincuenta casos antropológicos.
Así, al matizar la teoría militarista para abarcar los efectos sobre
conquistadores y/o defensores relativamente organizados, llegamos a una
explicación que en gran medida es de un solo factor en una minoría de casos
(en torno a una cuarta parte) y de un factor importante en una mayoría de
los casos. Pero esa ruta presupone un grado elevado de poderes colectivos
«cuasi estatales», a los que la conquista o la defensa a largo plazo no aiíade
sino un toque final. Cómo fue que Ilegaron hasta ahí?
Resulta difícil profundizar a partir meramente de los datos de una serie de
casos que se exponen como si fueran independientes, cuando sabemos que
entraiíaban procesos a largo plazo de interacción del poder. Más prometedor
resulta el estudio regional de instituciones gubernamentales del Africa
oriental realizado por Mair (1977). Cuando ésta examina unos grupos
relativamente centralizados y relativamente descentralizados que existían
cerca los unos de los otros, logra trazar mejor la transición. Naturalmente,
un solo estudio regional no constituye una muestra de todos los tipos de
transición. Ninguno de ellos era un Estado «prístino»; todos ellos estaban
influidos por los Estados islámicos del Mediterráneo, así como por los
europeos. En Africa oriental, también eran primordlales las características de
pueblos pastoriles relativamente prósperos. Además, en este caso, todas las
transiciones estudladas entraiíaban muchas guerras. De hecho, la única
mejoría que ofrecían los grupos centralizados respecto de los no
centralizados parece haber consistido en mejores perspectivas de defensa y
de ataque. Pero la forma de la guerra nos desvía de la sencilla dicotomía de
conquistadores contra conquistados (que implica el concepto de dos
sociedades unitarias) que ofrece la teoría militarista. Mair muestra cómo
surgieron dos autoridades relativamente centralizadas a partir de un
maremágnum de relaciones federales entre cruzadas de aldeas, linajes,
clanes
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ni se redistribuían para el consumo individual entre los pueblos de los jefes
que hacían el intercambio. Lo más frecuente era que se utilizaran para el
adorno personal de los jefes o que se almacenaran y se consumieran
colectivamente en ocasiones festivas y ritUales. Se trataba de bienes más
bien de «prestigio» que de subsistencia: su exhibición daba prestigio ai
distribuidor. Los jefes, los ancianos y los hombres grandes rivalizaban en
cuanto a exhibición personal y fiestas públicas y «gastaban» sus recursos, en
lugar de invertidos para producir más recursos de poder y más concentración
de poder. Resulta difícil entender cómo se desarrollaría una concentración de
poder a largo plazo a partir de esto, en lugar de breves rachas cíclicas de
concentración, seguidas de la emulación y dispersión del poder entre rivales,
antes de que se iniciara otro ciclo. Después de todo, el pueblo disponía de
una rota de escape. Si un jefe se hacía demaslado dominante, podía
traspasar su lealtad a otros. Y así ocurre incluso en los pocos en que
hallamos nichos ecológicos auténticos y especializados e intercambios de
productos agrícolas de subsistencia. Si la forma de «sociedad» que precede
ai Estado no es unitaria; por qué iba el pueblo a establecer sólo un almacén,
en lugar de varios almacenes competitivos? Cómo pierde su control el
pueblo?
Esas dudas se ven reforzadas por los datos arqueológicos. También los
arqueólogos se encuentran con que los nichos ecológicos son la excepción y
no la regla (los ejemplos del Egeo que da Renfrew son algunas de las
principales excepciones). Por ejemplo, en la zona continental de la Europa
prehistórica encontramos pocas huellas de almacenes. Encontramos muchas
cámaras mortuorias que indican un rango de jefe, porque están llenas de
bienes costosos de prestigio: por ejemplo, ámbar, cobre y hachas de batalla
de medlados del cuarto milenio. En las mismas sociedades excavamos
indicios de grandes festivales, por ejemplo, los huesos de un gran número de
cerdos aparentemente sacrificados al mismo tiempo. Esos datos corren
paralelos a los antropológicos. La jefatura redistributiva era más débil de lo
que sugerían quienes primero la propusieron y era característica de
sociedades de rangos, no estratificadas.
Ninguna de las cuatro teorías evolucionistas llena la laguna que enuncié ai
principio de esta sección. Existe un vacío no explicado entre las sociedades
de rangos y las estratificadas y entre la autoridad política y El Estado
coercitivo. Lo mismo cabe decir de las teorías mixtas. Es probable que las de
Fried (1967), Friedman y Rowlands
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500 a.C. (cuando la Edad del Hierro introdujo enormes cambios). Se trata de
un plazo larguísimo, más largo que toda la historia ulterior de Europa.
Durante este período, con una o dos excepciones, los pueblos de Europa
occidental vivieron en sociedades relativamente igualitarias o de rangos, no
en sociedades estratificadas. Sus «Estados» no han dejado huEllas de
poderes permanentes y coercitivos. En Europa podemos discernir la dinámica
de su desarrollo. Trataré de dos aspectos de esa dinámica, uno en la
Inglaterra meridional y otro en Dinamarca. He elegido casos occidentales
porque estaban relativamente ais lados de la influencia del Cercano Oriente.
Tengo plena conciencia de que de haber escogido, por ejemplo, los Balcanes,
describiría unas jefaturas y unas aristocracias más poderosas y casi
permanentes. Pero esos casos estaban muy influidos por las primeras
civilizaciones del Cercano Oriente (véase Ciarke, 1979b).
Wessex era uno de los centros principales de una tradición regionalmente
variada de construcción colectiva de tumbas que se extendió a partir del
4000 a.C. para abarcar gran parte de las islas británicas, la costa atlántica de
Europa y El Mediterráneo occidental. Sabemos de esta tradición porque
algunos de sus asombrosos logros tardíos sobreviven todavía. Aún nos
maravillamos ante Stonehenge. Entranó El arrastre por ti erra -pues no había
rueda- de enormes piedras de 50 tonEladas a lo largo de 30 kilómetros como
mínimo y de piedras de cinco tonEladas por tierra y por mar a lo largo de
240 kilómetros. Para elevar las piedras mayores debe de haber hecho falta la
fuerza de trabajo de 600 personas. El que el propósito del monumento fuera
igual de complejo -en términos religiosos o de calendario-- será un tema
eterno de debate. Pero la coordinación de la fuerza de trabajo y la
distribución de excedentes para alimentar a esa fuerza de trabajo tiene que
haber entranado una autoridad considerablemente centralizada, un «cuasi
Estado» de ciertas dimensiones y complejidad. Aunque Stonehenge fue
ellogro más monumen
tal de esa tradición, no está aislado, ni siquiera hoy. Avebury, Silbury Hill (El
mayor terraplenado de Europa) y una multitud de otros monumentos que
van desde Irianda hasta Malta son testimonios de poderes de organización
social.
Pero era una «vía muerta» de la evolución. Los monumentos no se
siguieron desarrollando, sino que cesaron. No tenemos datos de hazanas
comparables ulteriores de organización social centralizada en ninguna de las
zonas principales - Wessex, Bretana, Espana, Malta- hasta la llegada de los
romanos, tres milenios después. Es posible
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que esa vía muerta tuviera un paralElo en otras partes entre los pueblos
neolíticos de todo el mundo. Los monumentos de la Isla de Pascua son
parecidos a los de Malta. Norteamérica está punteada de grandes terraplenes
comparables a Silbury Hill. Renfrew especula que fueron resultado de
jefaturas supremas parecidas a las halladas entre los indios cherokees, que
comprendían 11.000 personas repartidas en 60 unidades aldeanas, cada una
de las cuales tenía un jefe y que podían movilizarse para la cooperación a
corto plazo (1973: 147 a 166, 214 a 247). Pero había algo dentro de esta
estructura que impedía que se estabilizara.
En el caso de Stonehenge, tenemos algunos conocimientos de la
prehistoria. Me baso agradecido en las obras recientes de Shennan (1982,
1983) Y de Thorpe y Richards (1983). Estas revelan un proceso cíclico.
Stonehenge estaba ocupado antes del 3000 a.C., pero su mayor período
monumental se inició hacia el 2400. Este período se estabilizó y volvió a
empezar hacia el 2000. Una vez más se estabilizó, para reanudarse, aunque
con menos vigor, antes del1800 a.C. Tras esa fecha, los monumentos fueron
quedando progresivamente abandonados y para el1S00 a.C. parece que no
desempElíaban ningún papEl social importante. Pero la organización basada
en los monumentos no era la única de la zona. La cultura «del vaso campa-
niforme» se difundió a partir del continente poco antes del 2000 a.C. (véanse
detalles en Ciarke, 1979c). Sus restos revElan una estructura social menos
centralizada y enterramientos «aristocráticos» que contienen «bienes de
prestigio», como cerámica de buena calidad, dagas de cobre y muiíequeras
de piedra. Esos enterramientos afectaron a la actividad monumental, pero
acabaron por socavaria y sobreviviria. Pocos sugieren hoy día que se tratara
de dos pueblos diferentes; más bien, dos principios de organización social
coexistieron en medio de la misma agrupación flexible. Los arqueólogos
interpretan la organización monumental como la dominación absoluta de
rangos por una élite de linaje centralizada que monopolizaba el ritual
religioso y la organización del vaso campaniforme como la dominación
relativa de rangos por élites imbricadas de linaje y de hombres grandes con
una autoridad menor basada en la distribución de bienes de prestigio.
Naturalmente, el hablar de linajes y de hombres grandes es una mera
suposición basada en razonamientos analógicos a partir de pueblos neolíticos
modernos. Es posible que la cultura monumental no estuviera centrada en
absoluto en el linaje. Igualmente plausible resulta consideraria como una
forma centralizada de democracia
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