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Descubriendo una waka local: Muyllucamac de Lunahuaná

Lic. Carlos E. Campos Napán*

Resumen

Las deidades andinas son un tema fascinante de la historia prehispánica sudamericana, y de gran
significado para comprender el pasado de nuestros pueblos. Las wakas están dentro de ese gran
panteón de deidades y sus singularidades forman parte de nuestra historia precolombina. El
presente artículo es un avance del estudio etnohistórico y arqueológico de una waka local al sur de
Lima, presentándose sus características y el importante rol que debe haber jugado durante el
periodo prehispánico tardío.

Palabras clave:

Waka, Adoratorio, Intermedio Tardío, Horizonte Tardío, Etnohistoria, Arqueología

Abstract

The Andean deities are fascinating subject of southamerican pre-hispanic history, and great
significance for understanding the past of our peoples. The “wakas” are in the great pantheon of
deities and their singularities are part of our pre-Columbian history. This article is a preview of
ethnohistorical and archaeological study of “waka” at south of Lima, presenting their
characteristics and the important role that must be played during the late pre-Hispanic period.

Keywords:

Waka , shrine , Late Intermediate period, Late Horizon period, ethnohistory , archeology

 Licenciado en Arqueología. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. e-mail:


punchaocancha@yahoo.com
Consideraciones generales:

Las sociedades prehispánicas andinas en general y los inkas en particular parecen haber
definido su vida en función del espacio habitado y la sacralización del paisaje (Niles, 1992;
Bauer, 2000). Gran variedad de accidentes topográficos fueron considerados como
deidades o lugares sagrados que sirvieron para organizar y unificar aquellos lugares cada
vez más distantes y distintos de la capital sagrada el Cuzco.

De montañas, cerros, lagunas, cuevas, y animales con características singulares; y los


mitos, ritos y sacrificios en torno a ellos, han sido tratadas prolijamente por las fuentes
coloniales, destacando en particular su papel como lugares de origen o como formaciones
sagradas en el paisaje, sin embargo nuestro conocimiento sobre las wakas es escueto,
fragmentado y ha sido poco abordado por los investigadores andinistas.

El sacerdote español Joseph de Arriaga (1968: 201) enumera todo aquello que adoraban
nuestros antepasados y que incluye dentro de la categoría de waka: “astros, ríos,
manantiales [...] cerros altos y montes y algunas piedras muy grandes también adoran y
mochan y les llaman con nombres particulares y tienen sobre ellos mil fábulas de
conversiones y metamorfosis y que fueron antes hombres que se convirtieron en piedras”.

Las wakas son lugares sagrados de culto y veneración en muchos casos estos fueron
oráculos, habiendo inclusive una variedad de estos a lo largo del territorio andino
(Albornoz, 1984). Estos espacios de gran significancia fueron respetados desde tiempos
inmemoriales y su presencia en el mundo andino está relacionada con los cultos de
ancestralidad, de fecundidad, de sanación, y de adivinización llevados a cabo por los
“sacerdotes” andinos.

El estudio que presentamos refiere a una waka local mencionada en documentos


coloniales, localizada en el valle medio de Cañete, cercano al pueblo de Lunahuaná al sur
de Lima.
Las wakas locales fueron centros de poder y veneración, además de ser lugares de
respeto de los pueblos, grupos y comunidades del Perú Antiguo; los inkas conocieron de
cerca este importante vínculo y se apropiaron de dichos lugares sagrados, logrando así
un mecanismo de control ideológico que influía no solo en lo religioso, sino también en lo
social y político.
Antecedentes:
El valle de Cañete es bastante bien conocido en la literatura arqueológica por los escritos
de cronistas y viajeros, sin embargo son pocos los historiadores y arqueólogos que se han
detenido a investigar los sitios arqueológicos principalmente de los periodos tardíos.
Es de destacar el trabajo pionero de Larrabure y Unanue (1941), quien señala y describe
los sitios arqueológicos más importantes del valle de Cañete.
Hacia 1933, el arquitecto Emilio Harth-Terré, publica un estudio acerca del valle de Cañete
denominado “Incahuasi”, en los que se incluyen descripciones del pueblo de Guarco, el
Palacio de Cancharí, La Fortaleza de Hungará y extensamente el Palacio Inca en
Lunahuaná, lastimosamente mucha de la información histórica se basa en la Crónica de
Garcilaso de la Vega, la cual ha sido varias veces cuestionada. Lo más valioso de la obra
de Harth-Terré, sin duda lo constituyen los planos del sitio de Incahuasi, el “Palacio de
Canchari” y La “Fortaleza de Chuquimancu”.
La investigación realizada por Alfred Kroeber (1937) es importante pues es este personaje
quien realiza la primera intervención arqueológica en el valle, en dos sitios arqueológicos:
Cerro Azul y Cerro del Oro, a partir de la información recuperada logra estructurar una
secuencia donde define dos periodos consecutivos: el Cañete Medio (Middle Cañete) y el
Cañete Tardío (Late Cañete).
Otro trabajo notable lo constituye, el trabajo realizado por María Rotsworowski (1978-
1980) sobre los señoríos de Guarco y Lunahuaná en base a documentación etnohistórica.
Por otro lado uno de los trabajos más sobresalientes sin lugar a dudas es el realizado por
el arqueólogo estadounidense John Hyslop (1984, 1985) en Inkawasi, el sitio monumental
más importante y de mayor envergadura construido por los inkas en este valle.
En 1974, el entonces Instituto Nacional de Cultura encargó al arquitecto Carlos Willliams y
al arqueólogo Francisco Merino, el Inventario de sitios arqueológicos del valle de Cañete,
siendo esta una importante fuente de consulta para la localización de los diferentes sitios
del valle.
Finalmente uno de los trabajos más interesantes llevados a cabo en el valle bajo lo
constituye el trabajo interdisciplinario llevado a cabo por el equipo dirigido por Joyce
Marcus en Cerro Azul (1987, 2008), cuyo objetivo fue abordar aspectos de organización
política y el grado de desarrollo económico de las sociedades prehispánicas. Como
conclusión de sus trabajos se puede señalar que hubo una relación directa entre los
pobladores costeros y serranos pues se observan evidencias de productos de ambas
regiones en este lugar.
Por su parte el valle medio del río Cañete ha sido poco estudiado e investigado, tenemos
escasas referencias y las investigaciones que se han llevado a cabo son de carácter
superficial (v.g. Instituto Nacional de Cultura, 2005).
El trabajo publicado más exhaustivo llevado a cabo en el valle medio es el realizado por
G. Casaverde y S. López (2011) referido al camino entre Inkawasi de Lunahuaná y la
Quebrada de Topará.
Aún se está a la espera de la publicación de los resultados de las excavaciones
realizadas en el sitio de Inkawasi (2013-2014), por parte del Gobierno Regional de Lima a
cargo del arqueólogo Alejandro Chu.

Problemática referente a la ocupación del valle en los periodos tardíos

Varias fuentes históricas tempranas han señalado la demarcación política del valle de
Cañete, antes de la irrupción de las tropas inkaikas en el valle: Los señoríos o curacazgos
que ocuparon la parte baja del valle fueron: Guarco y Runahuanac (Rostworoski, 1978-
1980).

Guarco o Huarcu: Fue un señorío localizado en la sección baja del valle regado por las
aguas del rio Cañete. Su ubicación en esta parte del valle le permitió explotar las tierras
más fértiles y extensas. Los Guarco destacaron por la creación de un sistema de canales
de irrigación altamente sofisticado que pretendían defender por ser esta la base de su
producción agrícola (Rotsworowski, 1978-1980). Este señorío además de dedicarse a la
agricultura también se dedicó a la pesca y otras actividades especializadas. (Marcus:
1987,107).
Las crónicas hispanas dan cuenta de la cruenta y difícil que fue la conquista de los
Guarco por parte de los inkas, al parecer este fue el ultimo pueblo anexado y conquistado
por el Inka Túpac Yupanqui en la costa peruana.
Hyslop identifica el sitio de Inkawasi de Lunahuná como el “nuevo Cuzco” descrito por
Cieza de León construido para abastecer y recambiar al ejército imperial en su incansable
e incesante lucha por conquistar el territorio Guarco.

Runahuanac o Lunahuaná: Pequeño señorío localizado en la parte media del valle de


Cañete, en la chaupiyunga, localizada entre los 400 y 1400 msnm. Limitaba hacia el
Oeste con el señorio de Guarco. Los Runahuanac no han sido estudiados
arqueológicamente por lo cual desconocemos varias de sus manifestaciones culturales y
formas de organización política, social e ideológica.
La problemática en el estudio de la arqueología del valle de Cañete, radica en que la
etnohistoria plantea una diferencia para cada señorío o curacazgo (que en el caso
arqueológico debería presentarse en la arquitectura y cerámica propia de cada señorío),
la cual no ha sido posible identificar del todo, por la falta de excavaciones y seriaciones
estilísticas en ambos (Guarco y Runahuanac).
Lo que sí ha sido posible inferir a partir de la información brindada por las crónicas
hispanas y el trabajo realizado por J. Hyslop (1984, 1985) es que la anexión de los
Runahuanac fue anterior a la conquista del señorío Guarco.

En cuanto a la fecha de la conquista de los valles al sur de Lima existe un consenso en


señalar el año 1470 d.C. como el inicio de las conquistas militares por parte de los
ejércitos inkaikos en esta región (Casaverde y López, 2011:50).

Identificando una waka local en territorio Runahuanac

Waka o Wak’a como lo define Mario Polia (1999, 107) “es un receptáculo de lo sagrado,
es el cuerpo de una entidad espiritual: una piedra, una roca, árbol, cueva, etc., que
contiene un espíritu”, representando una manifestación sagrada fuera de lo común de una
entidad espiritual con poderes.

Parece que esta práctica, de dar un carácter sagrado a diferentes rasgos del paisaje
como los afloramientos rocosos, fue anterior a la expansión del imperio inka (Stanish y
Bauer: 2011).

El extirpador de idolatrías Cristóbal de Albornoz señala que en la provincia de Lunahuaná


se encontraba “Muyllucamac es un cerro y en él esta una piedra junto al pueblo de
Lunaguana, su pacarisca” (Albornoz, 1984: 214).

La interpretación de lo señalado por Albornoz refiere a una piedra que esta sobre un cerro
cercano al pueblo de Lunahuaná, esta aseveración nos condujo a buscar dicha piedra en
la cercanía inmediata del pueblo actual de Lunahuaná, a continuación describimos y
damos algunos alcances sobre esta importante waka local.
Ubicación:

El sitio arqueológico de Muyllucamac, se ubica a 900 m. al Noreste del pueblo de


Lunahuaná en la cima de un espolón rocoso, en el distrito del mismo nombre, provincia de
Cañete, en la región Lima.

El cerro en mención figura en la Carta Nacional Lunahuaná (26-k), como Cerro Escalón, el
sitio arqueológico, se localiza en la parte alta del espolón Norte del mismo a 635 msnm
(Fig. 1), asimismo debe señalarse que en los alrededores de este cerro, se hallan otros
sitios arqueológicos que datan de los periodos Intermedio Tardío y Horizonte Tardío.

Fig. 1: Localización geográfica de Muyllucamac y los sitios arqueológicos circundantes.


Adaptado de Carta Nacional Lunahuaná (26-k), 1976.
Evidencia Arqueológica

Durante nuestro reconocimiento de sitios arqueológicos en el valle medio de Cañete,


logramos identificar y registrar un espacio bastante singular a manera de adoratorio,
localizadas en la cima del cerro antes mencionado, el sitio comprende dos sectores
claramente diferenciables:

Sector 1: definido como el área central que incluye dos rocas o afloramientos rocosos (Ver
Foto 1) rodeados por muros de piedras semicanteadas unidas con argamasa de barro,
conformando un cerco perimétrico bajo a manera de altar. Esta área mide 28 m. de largo
por 14 m. de ancho. Una de las rocas (Roca A) es de forma amorfa ligeramente curva, la
cual parece estar asentada con piedras pequeñas hacia el interior del cerro, en la parte
superior tiene una ligera punta distinguiéndose una forma triangular, debe señalarse que
la roca en mención parece haber sido más grande pues se observan dos fragmentos de la
misma en su cercanía inmediata, mientras que la otra roca (Roca B) tiene uno de sus
lados ligeramente plano, y está dispuesta a manera de “mesa ritual”. Si bien el espacio
sacro descrito es pequeño, la disposición de ambas rocas y su geomorfología nos
sugieren un área de especial significación.

Foto 1: Vista panorámica del área central (Sector 1) del sitio arqueológico.
Sector 2: localizado en un nivel más bajo que el sector anterior, dado por un pequeño
conjunto de 5 recintos en hilera (Ver Foto 2), los cuales han sido construidos bajo la
técnica constructiva empleada por los inkas en este valle para este tipo de
construcciones, estas son interpretadas como colcas o almacenes, se distinguen además
algunos otros muros bajos que forman espacios abiertos en intersección con un
afloramiento rocoso de forma alargada.

Foto 2: Recintos en hilera, identificados como almacenes.

Identificamos a la Roca A propiamente como la waka (Ver Foto 3), mientras que la Roca B
es la acompañante que junto con la primera configuran el espacio sacro. Las rocas son
una categoría de formación natural íntimamente relacionado con el concepto mismo de
waka, se cree por ello que son transformaciones líticas de los ancestros o de algún héroe
cultural (Polia, 1999: 166)
Foto 3: Detalle de la Roca A, identificada como waka.

En el caso particular que nos atañe por el principio de recurrencia, hemos identificado dos
rocas en el valle vecino de Asia, donde pareciera repetirse la concepción de waka, nos
referimos a la Piedra conocida como “Estrella” cerca al pueblo de Coayllo (Foto 4), y la
formación rocosa denominada “El Sapo” (Ángeles, 2012).
Foto 4: Vista panorámica de la Piedra Estrella en el valle de Asia.

Esto nos lleva a inferir que toda esta cosmovisión fue conocida por los pueblos y
comunidades antes de la llegada de los inkas a esta región.

Al conjugar la evidencia presente en el Sector 1 y en el Sector 2, tenemos en claro por


una parte el espacio sagrado y por otro lado el lugar de recepción de los productos,
quizás las ofrendas para los rituales.

Información etnohistórica:

En la documentación revisada por María Rotsworowski (1878-1980), se señala que “En


1650 el corregidor de Cañete, Diego Pérez Caballero, halló que muchos naturales a pesar
de ser ladinos seguían siendo idolatras y mochaban o adoraban a una piedra grande
situada en la cumbre de un cerro del valle de Lunaguaná. Entre los infieles los había
naturales del lugar y también forasteros que no tenían curaca ni encomendero. El
corregidor quedo encargado de empadronar a la gente bajo la condición de yana y les
designó a un curaca a quien quedaron sujetos. En cuanto a la idolatría se estimó deberse
a la falta de doctrina y se dio cuenta de ello al Arzobispado” (AGI-Lima 55, n° 32, fojas
128-129) (En: Rotsworowski, 1978-1980,185). Por otro lado en otro documento colonial se
da cuenta del proceso seguido a Magdalena Callo por hechicería se dijo que “mochaba” a
una piedra, sobre un cerro situado en la banda derecha del río (AAL, Idolatrías y
Hechicerías: Legajo 7, Cuaderno 1, 1671)(En: Armas, 2002:61)

Los hechos mencionados parecen estar relacionados, y darían luces sobre la referencia
proporcionada por el extirpador de idolatrías Cristóbal de Albornoz quien señala que en la
provincia de Lunahuaná se encuentra “Muyllucamac es un cerro y en él esta una piedra
junto al pueblo de Lunaguana, su pacarisca” (Albornoz, 1984: 214).

El mismo Albornoz señala que: “…el prencipal género de guacas que antes que fuesen
subjetos al inga tenían, que llaman pacariscas , que quieren dezir criados de sus
naturalezas. Son en diferentes formas y nombres conforme a las provincias: unos tenían
piedras, otros fuentes y ríos, otros cuevas, otros animales y aves e otros géneros de
arboles y de yervas y desta diferencia tratavan ser criados y descender de las dichas
cosas…” (Albornoz, 1984:197).

Sabemos que pacarisca es lo mismo que paqarina y por ende significa “lugar de origen”
ello nos llevaría inferir que Muyllucamac es el lugar de origen del grupo étnico de
Runahuanac o Lunahuana, y allí radicaría su importancia y su función como posible lugar
de consulta (waka-oráculo).

Las piedras (o rocas) fueron sacralizadas. En el área andina se han encontrado algunas
piedras que son catalogadas como "encantadas", y se les reconoce cualidades
extraordinarias.

Consideraciones finales:

Volviendo al tema que nos interesa, en cuanto al nivel de identidad regional, es


interesante notar que en la tradición oral del mundo andino, las comunidades identificaban
sus mitos y leyendas con sus wakas “protectoras”. Son las wakas las que luchan, las que
conquistan territorios, las que en su tiempo son convocadas por el Sapa Inka. En suma,
los sucesos, históricos o míticos, que a los hombres interesa guardar en su memoria
colectiva son representados en la tradición oral por los “hechos” llevados a cabo por las
wakas.

Al ser considerados como puntos sagrados en el paisaje, los cerros, rocas y peñas
constituyen una de las categorías principales de wakas, como el entorno más propicio
para el establecimiento y adoración de las mismas (Sánchez, 1999). Una condición en
virtud de la cual los cerros se convierten en escenarios para el ritual y el sacrificio, y por
consiguiente en beneficiarios de ofrendas y pagos de distinta naturaleza. Cerros-waka
(rocas-waka) que el pensamiento local ordena y jerarquiza en función del poder atribuido
a cada uno de ellos, escogiendo a sus favoritos o principales; y es que los cerros se
comportan al estilo de los humanos a los que tutelan, reproduciendo sus formas de
ejercer la autoridad comunitaria.

En cualquier caso, cada comunidad sabe cuál es su cerro de referencia, los que tienen
«mejor mano» según lo que vaya a solicitárseles, a los que se sabe cómo atender de la
forma adecuada en las diferentes ceremonias y rituales, como mejor pagar con ofrendas y
sacrificios para que las peticiones surtan efecto.
Considerando estos términos, en los cerros confluyen dos extremos antagónicos:
multiplicación, orden y conservación por un lado, y esterilidad, caos y destrucción por otro.
De ahí la importancia que en la adoración a los cerros ocupan las ofrendas y el sacrificio,
pagos que las comunidades hacen a las entidades tutelares que en ellos habitan a fin de
mantenerlos satisfechos, porque un cerro hambriento o un cerro furioso son difíciles de
aplacar, pudiendo descargar su furia a través de lluvias a destiempo, inundaciones y
granizos, o al contrario, bloqueando a las nubes de lluvia y originando pertinaces sequias,
dando lugar a épocas de escasez y hambruna. Por eso las sociedades andinas, han
puesto desde siempre tanto cuidado en estar a bien con los cerros.

“La cosmovisión de un pueblo manifiesta no solamente su imagen de lo sagrado, sino,


también y dentro de esta, todo lo concerniente a la organización social….el mundo
religioso englobaba entonces lo que concernía a la experiencia y al conocimiento, a su
transmisión y acrecentamiento, a la vivencia de la realidad y a su enseñanza” (Pease,
1973: 9)
Asimismo la sacralización respondía a una suerte de limite o frontera espacial andina .La
noción de limite o frontera, se construía a partir de categorías complejas que funcionaban
en el ámbito de lo simbólico, pero que a su vez se expresaban y materializaban en el
paisaje andino (en el caso de la costa podía materializarse en los cerros, las islas, y las
rocas con alguna forma o particularidad geográfica). Así pues, cada espacio geográfico
tenía su personalidad y concatenación única e irrepetible de acontecimientos históricos,
ocurridos bajo determinadas circunstancias sociales, desencadenadas por decisiones de
los grupos de poder y muchas veces difíciles de entender y comprender.
Los curacas de los pueblos anexados al imperio, tuvieron en muchos casos, que pactar
con los inkas una alianza en donde se vieran respetadas sus creencias y la de sus
antepasados (sus paqarinas, sus apus, etc.) sin embargo tuvieron que sacralizar espacios
nuevos y aceptar un nuevo ordenador del mundo (Inti, Punchao), en búsqueda de una paz
y armonía que les permitiera seguir al mando de sus señoríos, estados o reynos, y gozar
de los beneficios que les otorgaba dicho poder.

Un sistema político-social centralizado y hegemonizado por una dinastía que ejerce el


poder político y militar con justificaciones religiosas, como el imperio inka, no sólo
disponía de los especialistas religiosos capaces de justificar el origen divino de esta
genealogía, sino que contaron también con especialistas en los sistemas de medición y
control de los efectos que los cambios estacionales producían en un medio ambiente
sumamente rico y variado, pero particularmente expuesto a los efectos destructivos de los
terremotos, huaycos y otros fenómenos atmosféricos (v. g. Fenómeno de Niño) que traían
consigo secuelas para la vida de las poblaciones andinas.
Como es mencionado en los documentos históricos, solamente a las wakas accedían los
sacerdotes o las personas distinguidas con cierto rango. Dichas wakas tenían a diferentes
personas encargadas de su culto y administración, generalmente estas wakas se
comunicaban con su médium a través de sueños o en estado de trance, para lo cual se
realizaban ofrendas con sacrificios de animales, utilización de hoja de coca y el consumo
de grandes cantidades de chicha de maíz. De acuerdo al sacerdote Arriaga el
Huacapvillac, sería el que habla con la waka, el encargado de guardar y cuidar de esta así
como el encargado de realizar las ofrendas y sacrificios (Arriaga, 1968).

En el Tawantinsuyu, que definía su riqueza en términos del número de adeptos, la lealtad


de las masas, y el manejo de la energía humana; desde el punto de vista imperial, las
wakas se convertían en un elemento crucial para gobernar y para mantener el dominio.

En conclusión, las wakas en el mundo andino podían tener diferentes formas: cerros
rocas o peñas, manantiales, etc.: éstos eran espacios sagrados que la población asumía
que tenían poderes especiales, “ánimas” con atributos extrahumanos que por lo general
están relacionados a un ayllu o a un grupo humano con relaciones de parentesco. En el
caso del curacazgo de Lunahuaná, este tuvo una waka cuyo poder marco los designios
de este pueblo, pero que seguramente al ser incorporado al imperio, fue aceptado y
adscrito al panteón inkaiko bajo cuya tutela alcanzó prestigio y renombre.

Cuando los españoles empezaron a encontrar estos lugares sagrados, claramente


quisieron destruirlos y construir templos o cruces encima, al venir a juzgar toda la
cosmovisión andina bajo sus propios criterios de interpretación europea, consideraron a la
religión nativa como pagana por la adoración que tenían hacía muchas divinidades.
Aunque los hispanos se empecinaron en destruir las wakas, los pueblos de los Andes,
crearon modos de aparentar a sus ídolos y ritos bajo una apariencia cristiana.

Foto 5: Panorámica de la waka identificada como Muyllucamac, véase su preeminencia


dentro de la cima del cerro.

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