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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

L u c i a n o A n d r a d e M a r í n
PACO MONCAYO GALLEGOS
Alcalde Metropolitano de Quito
Presidente del Directorio del Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural

CARLOS PALLARES
Director Ejecutivo del Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural

LA LAGARTIJA QUE ABRIÓ LA CALLE MEJÍA


LUCIANO ANDRADE MARÍN

FONSAL, 2003
Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de Quito
Venezuela 914 y Chile / Telfs.: (593-2) 2584-961 / 2584-962
E-mail: fonsal@andinanet.net

Coordinador General de la Edición y Editor:


ALFONSO ORTIZ CRESPO

DERECHOS DE AUTOR:
© GRUPO CINCO EDITORES
(Javier Gomezjurado, Edmundo Yépez,
Wilson Vega, Víctor Hugo Donoso e
Iván Gomezjurado)
“Historietas de Quito”
Inscripción No. 013900
ISBN: 9978-41-343-X
1ª. Edición – Mayo, 2000.
Quito - Ecuador

Reedición de acuerdo a:
“Convenio de Cesión de Derechos”
Of. FONSAL No. 2004506 (07-Jul-2003)
FONSAL – Diciembre, 2003

Edición y Diseño: TRAMA


Dirección de Arte: Rómulo Moya Peralta/ TRAMA
Preprensa e Impresión: TRAMA
Dirección: Eloy Alfaro N34-85 / Telfs.: (593-2) 2246-315 / 2246-317
www.trama.com.ec

Impreso en Quito-Ecuador, 1500 ejemplares, noviembre del 2003

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LUCIANO ANDRADE MARÍN

La largartija que abrió la calle Mejía


Historietas de Quito

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

PRESENTACION ALCALDE

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

UNA APROXIMACIÓN BIOGRÁFICA


A LUCIANO ANDRADE MARÍN VACA
Javier Gomezjurado Zevallos
Grupo Cinco Editores

N
ació en la en la parroquia de San Sebastián de la ciudad de Quito el
27 de enero de 1893, en una amplia casona ubicada en las calles
Loja y Ambato, apenas a una cuadra de la quebrada de Jerusalén,
convertida años después en la 24 de Mayo1. Fue hijo del ilustre abogado y
político ibarreño Francisco Andrade Marín, quien fuera Rector de la
Universidad Central, Presidente de la Cámara de Diputados y Encargado del
Poder en 1912; y de su primera esposa, la dama quiteña Clotilde Vaca
Merizalde, quien les dejó muy pronto. Su primera formación corrió a cargo
de sus hermanas mayores, desde 1900 contaron con la presencia de su
madrastra la señora Victoria Malo Germán.

Sus estudios primarios los realizó en la célebre escuela de las señoritas Toledo,
situada adjunta al arco de Santo Domingo y en la Escuela de El Cebollar de
los Hermanos Cristianos, donde fue alumno del Hermano Miguel, quien le
preparó para la Primera Comunión.

A los trece años ingresó al Colegio Mejía como uno de sus alumnos más anti-
guos, fundando en este establecimiento en 1909 la revista “Bolas y Boladas”,
cuya impresión se realizó con el papel que les había obsequiado el General
Alfaro. Esta publicación estudiantil la dirigió Leonardo Endara, fue adminis-
trada por Luciano, su hermano Francisco y por Hernando Pallare s
Zaldumbide, y se mantuvo hasta 1919 en dos épocas diferentes.

A decir del biógrafo Rodolfo Pérez Pimentel, fue un “muchachón fornido y largirucho, muy popular
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entre sus compañeros por ser dado a todos los deportes, inclusive al más peligroso: el andinismo.”

Se bachilleró en 1912, ingresando a la Universidad Central para iniciar sus estudios en Medicina, los
mismos que no concluyó. Por aquel entonces fundó la revista quincenal “Andina” en compañía de
Carlos Honorato Endara, y fue Director de la Biblioteca Municipal a los 24 años.

Poco después, en 1917, viaja a California, en compañía de su hermana Margarita y su cuñado Manuel
Cabeza de Vaca, donde permaneció hasta 1925, aprendiendo inglés y estudiando geografía y agricul-
tura en San Francisco y trabajando en la librería Paul Helder donde aplicó un nuevo sistema de cata-
logación de publicaciones, opuesto al Decimal. Fue asimismo articulista de los diarios “El Día” y “El
Comercio” de Quito. En 1922 apareció su primer folleto y en seis páginas: Una obra grandiosa mal
1 Esta casa alojó mucho tiem- comprendida, El brillante futuro de una empresa y una ciudad.
po después a la escuela Ale-
j a n d ro Cárdenas. Abando-
nada y en proceso de destru c- De regreso a su tierra fue Concejal de Quito y Director General de Agricultura, durante la época de la
ción, fue requerida el año dictadura de 1925. Cuando ejerció este último cargo inició una serie de cursos escolares sobre agricul-
1993 por la Municipalidad,
quien encomendó al FON- tura y creó estaciones experimentales agropecuarias forestales en Quito, en el páramo del Cotopaxi y
SAL su restauración para que en Ambato, siendo hoy considerado como el precursor de la forestación a gran escala y con las ganas
funcione en ella el centro
“Tres Manuelas” de re c u p e r a- del viajero que se reencuentra con la amada tierra, editó varias cosas en ese año:
ción física y social para la
mujer y la familia.
2 Diccionario Biográfico del La instrucción juvenil, popular y escolar sobre agricultura, folleto de diez páginas.
Ecuador, Tomo VI, Imp. ¿Qué haremos de nuestros páramos?, folleto de 42 páginas.
Universidad de Guayaquil,
1994, pp.31-38. Las heladas, nueve páginas.

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El alcohol como combustible industrial, 14 páginas.


Respuestas al cuestionario sobre asuntos forestales ecuatorianos, cinco páginas.

Evidentemente estos títulos estaban relacionados con su nuevo Cargo de Director Nacional de agricul-
tura, que lo desempeñó hasta 1929, presentando su renuncia ante el gobierno de Ayora.

En 1927 editó en 12 páginas su Informe del Departamento de Agricultura sobre asuntos forestales
ecuatorianos y no publicará hasta en 1932 en que apareció un grueso folleto de 113 páginas titulado
El Ecuador minero, manufacturero y cacaotero

Hacia 1933 y en compañía de dos italianos, el alpinista Tulio Boschetti y el paracaidista del ejército de
ese país, Humberto Re, realizó un viaje de exploración a los Llanganatis, el mismo que había sido pla-
nificado desde 1932. En este viaje llegó a tomar más de 300 fotografías durante el re c o rrido y explo-
ró las tierras que hasta entonces se las describía como desconocidas. Fruto de esa expedición fue el
descubrimiento de la Tercera Cordillera de los Andes: la Cordillera Oriental. Es a raíz de esta excur-
sión el aparecimiento de nuevas tesis sobre el sistema geológico de la zona, la climatología seudo tem-
perada, la teoría sobre la orogenia de las formaciones graníticas en el gran bloque del Llanganati, y el
esclarecimiento de la errónea hidrografía tradicional. Sin embargo, debieron de transcurrir muchos
años para que le sean reconocidos estos descubrimientos.

Con motivo del cuarto centenario de la fundación española de Quito en 1934 apareció una de sus
obras más amadas en 45 páginas y que ha sido reproducida en múltiples ocasiones: Geografía e histo-
ria de la ciudad de Quito, trabajo basado, sobre todo, en el primer Libro de Cabildos de Quito. En el
mismo año fue nombrado Director de la Quinta Normal de Agricultura de Ambato, ciudad a donde
se trasladó con su primera esposa Zoila Valarezo Quiñones, quien habría de fallecer en 1941, a causa
de una afección renal. En ese mismo año 1934 apareció el folleto de nueve páginas sobre la
Organización de la Enseñanza Agrícola, tema que le apasionaba.

En 1935 editó un artículo sobre la i n t roducción de alpacas y en 1936 su gran libro de 239 páginas
sobre el Viaje a las misteriosas montañas de Llanganati, develando muchos misterios en torno al teso-
ro del Inca y en el cual narraba los detalles de la expedición antes señalada.

Nombrado profesor de Geografía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central en


1937, de allí pasó a la de Geografía Aplicada en la Facultad de Agronomía, la que le concedió el
Doctorado Honoris Causa por sus méritos. Fue también Director de la Escuela de Agronomía.

Un año más tarde, en 1938, y en compañía de Carlos Mantilla Ortega, fundó el Diario “Ultimas
Noticias” desde donde hizo conocer las inmensas posibilidades de las serranías y páramos ecuatoria-
nos, manifestándose como tenaz defensor del Padre Juan de Velasco, por la tesis de la existencia del
Reino de Quito; llegando inclusive a rechazar el nombramiento que se le había hecho como miembro
de la Academia Nacional de Historia, pues aseguraba que esta había sido fundada precisamente con
el objeto de atacar al Padre Velasco.

De nuevo se mantuvo en silencio de 1937 a 1939, quizás era la falta de estímulos a su obra, pues ape-
nas la Academia Peruana le había nombrado como Miembro Honorífico de su sección de Geografía.
1940 quizás fue uno de los años más pro l í f e ros de su vida, pues en él editó en la revista Línea
Equinoccial, de la compañía El Comercio:

Etimología del nombre Guayaquil en dos páginas.


El poncho, dos páginas.
La introducción del eucalipto al Ecuador, dos páginas en la revista Línea, en donde vapuleaba a García
Moreno, personaje de escasa preferencia para él.
La teja, dos páginas.
Procesiones de Vi e rnes Santo en el Quito antiguo, dos páginas.
Civilización indígena, dos páginas.

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El burro
Las plazas de Quito, tres páginas en la misma revista Línea.
La pila de la Plaza Grande, dos páginas.
Biografía del penco, tres páginas.
¿Donde nació el Nacimiento?, una página
Propiedades y usos de las aguas termales y minerales en el Ecuador, cuatro páginas.
El pequeño bagre de los andes, dos páginas.

Demostrando así su profundo amor a las cosas pequeñas de la ciudad y a la agricultura. En 1941 tam-
bién publicó varias cosas de interés, quizás lo más importante es que tradujo del inglés el Mensaje a
García, folleto de 18 páginas de Elbert Hubbard que quería ayudar a formar jóvenes responsables,
necesidad básica para nuestra subcultura informal. Los otros, también en la revista Línea, fueron:

El poderoso veneno curare, dos páginas.


El meridiano de Quito, dos páginas.
Como conocí en EEUU un menaje a García, dos páginas.
El árbol de la canela de Quito, dos páginas.
Uyalá.
Los lagos o lagunas del territorio ecuatoriano, tres páginas.
Derrumbes memorables en el Ecuador, dos páginas.
El bocio, dos páginas.
El árbol de la quina fue descubierto en el Ecuador, dos páginas.

De nuevo calló en 1942 y 1943, para en 1944 editar:

Carta Abierta al director de diario El Comercio, dos páginas.


La fundación de Quito por el Rey indio, dos páginas.
Explicaciones sobre los recientes fenómenos volcánicos, dos páginas.
La búsqueda del Reventador y el hallazgo de Oyacachi, seis páginas. Uno de sus atractivos trabajos,
demostrando por primera vez el hallazgo de una comunidad primitiva a caballo entre Sierra y Oriente
y con dos tipos de familias indígenas.

En el mismo año contrajo matrimonio por segunda ocasión con Georgina Pérez Olmedo, quien supo
ser su fiel y abnegada compañera. Fue profesor de Ciencias Naturales de la Universidad Central
durante 28 años, y en mayo de 1944 obtuvo el premio Ministerio de Educación por haber realizado
el mejor trabajo científico en la Exposición Agronómica Universitaria, lo que repitió en 1945.

En 1945 apareció su libro de 133 páginas sobre Altitudes de la República del Ecuador, su Cuadro
sinóptico de Climatología Ecuatoriana (una página) y uno de cinco páginas sobre cómo resolver el pro-
blema de las subsistencias. Su pasión por las cosas de la ciudad de Quito le llevó a publicar en ese año
su propio periódico, llamado “La Defensa de Quito”. Él era su director y redactor, y como era de espe-
rarse, tuvo cortísima vida, y en él trató como artículos los siguientes temas:

Lo que la historia no ha dicho sobre la vida de la beata Mariana de Jesús.


Mariana de Jesús Azucena de Quito, la primera defensora de la ciudad.
Tesoros bibliográficos sobre la vida de la beata Mariana de Jesús.
Arruinada la fachada de la Compañía, artículo en el que critica duramente con argumentos técnicos e
históricos el re t i ro de la capa original de tratamiento que tuvo esta fachada. Cuando esto ocurrió, se
asegura que protestó aireadamente, blandiendo su bastón delante de la misma iglesia, contra los obre-
ros que con un agresivo chorro de agua y arena “pulían” el frontispicio.

En 1946 siguió pujante en sus publicaciones: su folleto de 56 páginas conteniendo la Monografía de


Pichincha, obra premiada por el Ateneo Ecuatoriano y por el cabildo quiteño. Apareció también su
artículo de tres páginas respecto a la tumba de Abdón Calderón, hecho en base a los papeles de su
abuelo el Dr. Vaca.

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Fue en este año Rector de la Escuela Politécnica Nacional y al año siguiente planificó la construcción
del aeropuerto de Macará. Fue profesor de Meteorología y Climatología en el Instituto Geográfico
Militar cuando se lo categorizó como tal en agosto de 1947. En 1948 apareció su artículo en tres pági-
nas sobre Los conquistadores de las regiones verticales y en 1949 apareció su folleto de 23 páginas
sobre Bibliografía geográfica ecuatoriana y los geógrafos ecuatorianos, demostrando su gran amor por
quien fuera su maestro don Augusto Martínez.

La década de los 50 fue prolífica. En 1951 editó un folleto de 100 páginas sobre Guía de los cultivos
agrícolas para Pichincha y otro sobre La guerra de guambras en Quito” (cinco páginas) a pedido de
Jorge Garcés, director de la revista Museo Histórico. En 1952 apareció su folleto de 64 páginas sobre
La desconocida región de Oyacachi, en el cual demostraba que el camino seguido por Orellana a la
amazonía pasaba por la población de Pifo.

En 1954 editó un folleto de 45 páginas sobre La Batalla del Panecillo, asuntos en los que era un maes-
tro, texto que volvería a editarse en 1960. Fue también en este año en el que se editó lo que algunos
consideran su obra maestra: El Reino de Quito en 268 páginas, gran defensa del Padre Velasco y que
le concitó las antipatías de la Academia de Historia, entonces muy identificada con las posturas de
González Suárez, totalmente ajenas al Padre Velasco.

En enero de 1955 fundó por su propia iniciativa el Museo Científico Solar, de carácter cosmográfico,
situado sobre la línea equinoccial en San Antonio de Pichincha. Apareció este año en doce páginas su
Discurso por el Día de la Universidad, que concitaba su vocación de maestro secundario (en el Mejía)
y universitario. En el 1956 fue condecorado por la Facultad de Ingeniería Agronómica y apareció su
folleto de once páginas sobre La Línea Equinoccial, pues estaba convencido que tanto los académicos
Franceses como el señor Tufiño se equivocaron en cuanto al sitio exacto por dónde pasaba la Línea.
En el 57 el público vio su artículo en seis páginas sobre Sinfonías de las maderas.

En 1958 el Municipio de Quito le impuso otra condecoración con la Orden de Caballero de Quito
Sebastián de Benalcázar en el grado de Comendador y salió a luz su artículo Los efectos fisiológicos
del injerto, en cuatro páginas.

Entre 1964 y 1965 publicó en el vespertino quiteño “Ultimas Noticias” más de 60 “Historietas
Quiteñas” bajo el seudónimo de “Quitense”, las que fueron suspendidas a raíz de la polémica que
entabló con Guillermo Segarra, quien había dudado de los datos de una de las historietas que refería
la historia de la llamada “olla” del Panecillo. Estas historietas, como justo homenaje a su fructífera
vida, fueron recogidas en su totalidad, editadas y publicadas en el año 2000, gracias al esfuerzo de
Grupo Cinco Editores y al apoyo de su hijo el Dr. Enrique Andrade Marín Pérez.

Asimismo Luciano Andrade Marín reeditó las obras de Manuel Villavicencio, Teodoro Wolf, Pablo
Herrera y del Padre Juan Bautista Menten, como parte de la Biblioteca de “Ultimas Noticias”. En
1965 se jubiló como profesor y dos años más tarde recibió la condecoración al Mérito Agrícola.

En el año 1966 se publicó su folleto de 61 páginas sobre Geografía e Historia de Quito y el año siguien-
te su discurso en 21 páginas en el primer Simposium de Geografía e Historia y un folleto de 23 pági-
nas La geografía ecuatoriana demanda más ciencia y conciencia polemizando con el también notable
geógrafo Francisco Terán, quien equivocadamente afirmaba que los descubridores de la llamada “ter-
cera cordillera” habrían sido los geólogos de la compañía petrolera Shell.

En 1969, a sus 76 años, renunció a la Casa de la Cultura Ecuatoriana y publicó un folleto que tituló
Mi re t i ro voluntario de la CCE y la defensa de mi derecho de autor del descubrimiento de la tercera
cordillera de los Andes del Ecuador, falseados y conculcados en los textos escolares oficiales de
Geografía ecuatoriana para los colegios de la República, como continuación de la disputa con Terán.
Se despidió de la bibliografía ecuatoriana editando el mismo año 1969 un artículo en ocho páginas
sobre Fitonimias aborígenes.

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Mientras tanto dedicaba sus afanes a su Casa Museo Solar en San Antonio de Pichincha y a su fami-
lia, a la que siempre brindó enorme afecto y ternura.

Para 1971 se encontraba ordenando papeles en su Museo de San Antonio, y preparaba la segunda edi-
ción de su obra “El Reino de Quito”. Sin embargo, en junio del siguiente año se sintió mal de salud y
fue trasladado al Hospital del Seguro, donde falleció a causa de un enfisema pulmonar de larga evo-
lución el 24 de julio de 1972, a punto de cumplir los 80 años, dejando un gran vacío en su familia y
en el país. Se veló en casa de su hermano Miguel y fue sepultado en el cementerio Mariano Rodríguez
de El Batán.

Hoy, gracias a un convenio de cesión de derechos por parte de Grupo Cinco Editores, las “Historietas
de Quito” originalmente editadas en “Últimas Noticias” son reeditadas con otros artículos de Luciano
Andrade Marín por el Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de Quito (FONSAL), como
homenaje al autor y a la ciudad que tanto amó, en el marco de celebración de los 25 años de la decla-
ratoria de Quito como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Quito, octubre de 2003

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LUCIANO ANDRADE MARIN Y SU LABOR POR LA


QUITEÑIDAD

Dr. Fernando Jurado Noboa


de la Academia Nacional de Historia

Q
uienes tuvimos la grata oportunidad de tratar y de conocer a don Luciano, podemos dar fe a
31 años de su muerte de su gran bondad, de su generosidad imparable y por sobre todo de
esa cosa rarísima que era el cultivo del sentido común.

Refería como uno de los hechos más gratos de su infancia el haber conocido al Arzobispo González
Calisto, cuya dulzura siempre la ponderó, y que la muerte del Prelado ocurrida en 1904 cuando
Luciano tenía 11 años le afectó notoriamente. Para entonces en medio de su orfandad ya había naci-
do su vocación por la historia: solía meterse en los arcones de viejos papeles y allí avizoraba cosas de
su padre, las de su abuelo materno el médico Manuel Vaca Martínez (con las listas de enfermos del
San Juan de Dios desde la época de la Independencia) y las del clérigo Tomás Hermenegildo Noboa,
enemigo contumaz de Rocafuerte y que venían por vía de la señora Malo.

En 1906 pasó al Colegio Mejía como uno de sus alumnos más antiguos, fue allí compañero de
Gualberto Arcos, José Arellano, Juan Barba, Luis Egüez, Luis Grijalva, Rodrigo y César Jácome,
Víctor Jaramillo, Julio Santamaría y Vicente Santisteban.

Cuando tenía 19 años, esto es en 1912, su padre ascendió al Solio Presidencial luego del asesinato del
Gral. Julio Andrade la noche del 5 de marzo de dicho año. No había sido en su juventud el típico niño
norio, ajeno a las normales luchas de barrios, daría fe de ello mucho más tarde una de sus sabrosas
crónicas, refiriendo las viejas enemistades entre San Roque y La Loma.

Graduado de bachiller, entró a cursar medicina, tuvo por dilecto condiscípulo al ambateño Virgilio
Paredes Borja. En 1916 a los 23 años, entró a trabajar en la Biblioteca Municipal como Ayudante de
la misma y en 1917 pasó a ser Director cargo que lo desempeñó durante dos años. Convirtió enton-
ces a la biblioteca en atildado centro y fue sitio de tertulia de los intelectuales de Quito.

Recordaba que fue por 1919 cuando vivió una situación traumática para él: un familiar suyo tomó un
plato del año 1830 con el primitivo Escudo de Armas del país y lo vendió en una cachinería. Para un
enamorado de la historia como él, aquello era un crimen.

El Archivo Municipal de Quito, que ya lo habían revisado Pablo Herrera y Alcides Enríquez –ignora-
do historiador éste- lo abrió amplias perspectivas. Refería don Luciano que solía su padre enviarle
recados a Monseñor González Suárez, quien siempre lo recibía de manera muy seca. “Esto me hizo
comparar la dulzura de González Calisto con la aspereza del nuevo Arzobispo y le cogí verdadera anti-
patía. Asistí de curioso a su sepelio en diciembre de 1917 con la frialdad que me correspondía” diría
mucho después. Esta antipatía por González Suárez fue sin duda el inicio de su amor por el Padre
Velasco, a quien la distancia de 80 años, permite mirar ahora como un gran antropólogo y un mal his-
toriador, en las sapientes palabras de Segundo Moreno Yánez.

Mientras tanto el boletín de la Biblioteca Municipal en su número 1 de mayo de 1919 nos mostraba
su primer artículo: “Sucre y el pueblo más querido de su corazón”, en el siguiente boletín aparecía un
artículo de once páginas sobre el General Diego Wittle, a su vez en los boletines de 1920 aparecían sus
artículos sobre la biblioteca de Santiago de Compostela y otro sobre el Municipio quiteño en su rela-
ción con la revolución de octubre. Libros y la independencia serían dos de sus pasiones.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Dotado de espíritu polemista, era muy poco amigo de contemporizar, en su mundo interno de sabio,
tan hecho de erudición como de soledad, no daba cabida a pensamientos diferentes a los suyos. Esto
le trajo varios problemas, reticencias y sus correspondientes resistencias.

Su obra constituye un innegable y multivariado síntoma de enorme amor por Quito, pues al margen
de lo anotado, es preciso dejar constancia de dos amores profundos por la quiteñidad: el uno fue la
historia de la “Palabra” pues tenía apasionada obsesión por las primeras palabras en “quitu” habla-
das en ese viejo Quitu, antes de que llegaran los incas. Poco antes de morir, decía que tenía ya señali-
zadas a cien de esas primeras palabras.

El otro amor grande, era su pasión por la historia de la geografía y de la Ciencia, de allí su hondo afec-
to por su maestro Augusto Martínez y su admiración sin límites por la obra de los Académicos
Franceses. En su quinta de la Mitad del Mundo, tenía como joya preciada una piedra hallada cerca
de las pirámides de Caraburo y Oyambaro y que habían servido de punto básico a los sabios de 1739.

Los viejos quiteños aún recuerdan esa polémica cuando un alcalde quiso ampliar el Ejido de la ciudad,
expropiando las casas adyacentes hasta la calle Luis Felipe Borja. Se comprendía en el proyecto su
pequeña y vieja casita, la defendió casi con los puños, asido al pedazo de tierra que era lo único que
tenía en Quito. Fue quizás un momento cumbre en que lo personal no pudo aliarse con un proyecto
citadino.

Quito, julio 10 de 2003

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LA C IUDA D A BOR IGEN Y LA F UN DA C IÓN ES PA Ñ O L A
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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CIVILIZACIÓN INDÍGENA1

U
n gran pueblo aborigen como el pueblo indio de los Andes del Ecuador, tiene tras de
sí no solamente una historia identificable como personalidad étnica, sino algo más sus-
tancial aún, muy poco estudiado y apenas entendido hasta la presente; una civiliza-
ción, y civilización indígena, difícilmente accesible al cere b ro actual del hombre blanco.
De la historia del indio ecuatoriano, hemos hecho ya cuanto hemos querido nosotros, los hués-
pedes de la indianidad que figuramos en nuestra literatura blanca como hospedadores y hasta como re-
afirmamos y la negamos a voluntad de nuestro estado de ánimo individual y de las conveniencias de
nuestra sociedad y organización social forasteras entre los indios. Hemos llegado al punto de apode-
rarnos de su historia, de incluirnos en ella y de llamar a esto incorporación del indio a nuestra civiliza-
ción. Pero, la incorporación no es la del sujeto, sidentores del indio, a sabiendas de que ellos no leen ni
se interesan en nuestros jeroglíficos. A la historia definida del indio, a aquellos datos más o menos tra-
zables de su vida colectiva a través de biografías relativamente verosímiles de ciertos hombres suyos, la
no la del objeto; no es la del proceso subjetivo del vivir indígena, sino meramente la del individuo físi-
co, la de esa corpórea efigie nacida de otra civilización, a quien pretendemos vanamente imponerle la
nuestra, siendo que tampoco ésta es nuestra, porque aquí, a la altura de los equinoccios, somos foras-
teros de ambas civilizaciones los que grabamos el papel con estos caracteres de ambas civilizaciones lla-
madas ecuatorianos.
De la civilización india, de aquel proceso mismo de hacer la vida del pueblo indio, casi somos
una tabla rasa de desconocimiento, por mucho que la veamos todavía desenvolverse ante nuestros pro-
pios ojos. La civilización aborigen nos tiene perplejos en la misma medida que la civilización llamada
occidental ha pasmado nuestra vista, porque con la primera somos muy superficiales y cuando más ex-
cavadores de objetos por los objetos, rara vez por las subjetivaciones; y porque con la segunda todavía
estamos pensando en los rumbos orientales u occidentales de la antigua historia, cuando ya es tiempo
de entenderla y acogerla por el inequívoco y eterno sendero de las latitudes geográficas.
La civilización europea, llamada también más genéricamente occidental, ha olvidado ya por
completo la subjetivación mística que, sin duda, movió siempre al artífice de los artefactos que hizo el
hombre para comodidad de su existencia personal y social. Más bien en la recolección y adecuación de
los elementos primos para su subsistencia, aún persisten en esa civilización ciertos vestigios de subjeti-
vaciones y mistificaciones en las que el hombre se muestra siquiera fraterno, ya que no absolutamente
filial a la unidad de la Naturaleza, a la integridad con el Cosmos. Las celebraciones de las vendimias y
de otras cosechas, las del árbol de Xmas, o navidad, con su magnífica X inicial, simbolizando exquisi-
tamente el solsticio en el hemisferio norte, son huellas, vestigios de una civilización refinadamente natu-
ralista, sabia y exacta, que parece muerta, pero que ha de revivir, y que sigue sobreponiéndose en nues-
tros calendarios, pero que sigue, por todos vistos, pero por rarísimas personas entendidos, del zodiaco.
Lo que en esta llamada civilización occidental que transitamos menos que vacilantemente, lla-
mamos sabiduría de alta universidad, una atenta observación y meditación nos ha persuadido que en
edades aborígenes del hombre, y señaladamente en las edades antiguas de los indios de las Américas,
fueron conocimientos y credos populares mantenidos con prístina pureza por un magistral sacerdocio
no de templos especiales como concebimos ahora la profesión mística y metafísica, sino ampliamente
de hogares, de talleres y de chacras. La sabiduría cósmica era entonces, sólo así patrimonio de todas las
grandes y las pequeñas fenomenalidades de la Naturaleza, y estaban encarnadas en todo acto del hom-
bre en una forma consciente del hombre como parte integrante del planeta Tierra. Allí está, por ejem-
plo, la precisión máxima de sus calendarios que, como el de los mayas, casualmente visualizados por
los sabios, dejó perplejos a todos los académicos de la Soborna. Los calendarios aborígenes, así de Mé-
1 Revista Línea, Nº 6, Qui-
jico como de Quito (aún ni sospechados por los investigadores modernos), son de una precisión que
to, 1º de abril de 1940.
ahora la diríamos matemática. No tenían esos re g i s t ros impresos en folletos o en papeles que en estos

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

días tenemos y que los fijamos en las paredes como la cosa más baladí del mundo, no obstante que tie-
nen que ser hechos por los hombres más sabios del mundo. En esta civilización llamada fantástica en
que vivimos, un hombre entre cien millones acaso pueda trazar el calendario; en la civilización de nues-
tros indios, todos sabían trazar el calendario, sencillamente porque cada ocupación diaria de esa huma-
nidad, estaba íntimamente relacionada con el calendario. La cuenta del tiempo, el cómputo de días, se-
manas, meses y años era llevada por un proceso general del hombre en su vida, del cual ahora no po-
demos tener ni idea. Era, empero, enunciado en pocas palabras, el mismo proceso por el cual una plan-
ta jamás se equivoca como marcha la Tierra alrededor del Sol.
Las fiestas y costumbres de nuestros indios ecuatorianos, por ejemplo, nos atrevemos a decir
que ninguna es caprichosa, ninguna es resultado de un convencionalismo entre los hombres. Todas se
efectúan y re p resentan eventos cósmicos, altamente precisos del calendario, pero no de un calendario
traído en las carabelas de Colón, sino hecho aquí por sus mayores.
Análogamente, las ocupaciones fundamentales y ancestrales de nuestros indios puros, todas
están en un modo o de otro hasta hoy vinculadas con los acontecimientos del cielo, o sea de la tierra
con el cielo y del hombre con ambos. Cuando la india anda en la calle o se sienta en el suelo y toma la
pushca (hilaza de lana o de algodón) en la mano, guardando una porción determinada y medida (h u a r -
co) en el seno y se pone a estirar e hilar rápidamente con el sigse, huichay y piruru, esa india está ejecu-
tando un acto perfectamente mecánico, pero al mismo tiempo está iniciando (a lo menos así era la cos-
tumbre ancestral) los movimientos planetarios y la obra vital de un rayo de sol. De allí es que los piru -
rus de las excavaciones tienen a la vez ciertas decoraciones místicas que no las entienden los arqueólo-
gos objetivos, quienes apenas aprecian estas cosas bajo el punto de vista artístico, llamados por ellos “ci-
vilizaciones” a las modalidades de los artefactos.
Consiste en enmadejar el hilo entre los dos brazos, formando un número 8, un laymi. Y, es-
te número 8, si el lector se digna fijarse bien en lo que venimos diciendo, es la misma figura de la X mag-
nífica que consta en la inicial de Xmas o navidad del hemisferio norte; y, a la vez, este laymi es lo que
los improlijos historiadores nos han trasmitido la noticia del Inti-Raymi, la fiesta del solsticio de invier-
no o fin de año, del 21 al 25 de junio, del hemisferio sur, exactamente equivalente al solsticio de invier-
no o fin de año, del 21 al 25 de diciembre, del hemisferio norte, de donde vino como forastera la civi-
lización llamada Occidental.
Y, sin irnos más adelante, por ahora con esta especulación, concluiremos diciendo que el hilo
de lana que hila y tuerce y enmadeja la india joven, es, al propio tiempo la prueba de capacitación de
ella para ser buena esposa, porque debe saber manejar exquisitamente el huichay como para preparar
un poncho al novio, poncho de bodas que se llama capisayo o enjugador del sudor en el rostro del va-
rón. Esta prenda a de darla y ponerla la novia a su novio en la misma forma que la civilización occi-
dental hace los esponsales con aros metálicos, como promesa y garantía de fidelidad. El capisayo, en
su diseño, tampoco es cosa caprichosa. Debe llevar un número tal de tiras y disposición de colores, que
refleje el linaje de la pareja, ni más ni menos que los bellos clanes o faldas escocesas, que llevan en sí
mismas el símbolo de la prosapia de quien los usa. Son los capisayos y los clanes, lo que los pergami-
nos de familia en la civilización española.

18
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

UYALÁ
UNA TRADICIÓN INÉDITA SOBRE EL REINO DE QUITO Y SUS AMAZONAS2

P R O L O G O

Q
uiero presentar aquí y por primera ocasión, al conocimiento de todos cuantos gustan
de leer y estudiar las antigüedades quiteñas o ecuatorianas, una de las leyendas, sin
duda, más interesantes que han podido sobrevivir todavía entre los indios de nuestro
país, acerca de la existencia de un gran Reino de Quito con dominios hasta el inmenso río que llegó a
llamarse Marañón o Amazonas, desde cuando lo penetraron y descubrieron para ellos, los españoles en
1541-1542.
Un caso de buena suerte me permitió entrar en posesión que diré única de esta leyenda, mien-
tras me ocupaba habitualmente hace más de ocho años en labores y negocios agrícolas en Guápulo,
Lumbisí y Cumbayá, tratando, sobre todo, con los jefes y cabecillas más serios y caracterizados de esas
comunidades indianas inmediatas a Quito, advirtiendo, eso sí, que además de tales negocios, nunca des-
cuidé de indagar con ellos cuanto fuese posible respecto a sus tradiciones, costumbres, lengua, linajes,
además de todo cuanto más los indios supiesen sobre la Historia Natural del país.
Algo útil creo que voy alcanzando con este procedimiento, que, entiendo es el mismo que prac-
ticaron los primitivos cronistas españoles, y porque estoy persuadido de que es más importante aún es-
tudiar a los indios vivos, que a los indios muertos, para poder tener algún derecho de penetrar en la his-
toria y en el pensamiento indios por la puerta principal, y no por la puerta falsa, abriendo sólo brechas
demoledoras, como en una simple labor de profanación de sepulcros.
He guardado, desde entonces, la revelación de esta leyenda, re s e rvándomela para darla a co-
nocer en una oportunidad adecuada, afortunadamente como la actual, en que ha comenzado a discu-
2 Revista Línea, Nº 32, Qui- tirse con viva devoción, no diré ya sobre la existencia o no de un Reino de Quito, sino más bien sobre
to, 30 de junio de 1941. la personalidad de este Reino y sus alcances, y también por ser éste el año conmemorativo de la cuarta
Originalmente el artículo centuria del descubrimiento español del Amazonas.
fue publicado el 9 de julio
de ese año en el vespert i n o Presento, pues, aquí una leyenda nueva, inédita para todos los estudiosos de estos asuntos, y,
“Últimas Noticias”, como lo hago consignando las referencias necesarias así para ilustrar la información, como para acreditar la
homenaje a su tercer aniver-
sario de fundación. autenticidad de quien me la contó por dos veces, porque me fue posible hacerle repetir el relato en otra
ocasión al informante, a fin de comprobar y mejorar mis notas originales.
Notas del autor:
El caso fue así: hallábame un día, hace cosa de ocho años, recorriendo a pie en compañía de
3 Según mis investigaciones un indio principal de Lumbisí, un antiguo camino “chaquiñán” denominado de “Curipogyo”3 que va,
toponímicas, este nombre es desde pasada una quebradilla de encima de “Los Dos Puentes” de Guápulo, remontando por las faldas
una adulteración de la pala-
bra quichua “Puripogyo”,
N-E del cerro de Auqui hasta Cumbayá. Era un viaje de inspección para establecer derechos de tránsi-
que quiere decir, “manantial to que reclamaban para sí todos los indios de Lumbisí, Pisucullá y Cumbayá, arguyendo que era un ca-
de los caminantes”, porq u e mino público que les pertenecía especialmente a los indios de toda clase, inclusive a los yumbos, desde
puri es caminante, y pogyo,
fuente o manantial. Si fuera remotísima antigüedad, y aclarando que antes de que los gobiernos nacionales le hicieran el carretero
“Curipogyo”, significaría desde Los Dos Puentes hasta Cumbayá, aquel “chaquiñán” fue el camino público de todos.
“manantial de oro”, lo cual
es absurdo. Este fue, pues, El indio que me acompañaba, era principal de Lumbisí, cacique diré, vive aún, y es deposita-
el auténtico camino que usó rio de todos los documentos reales de la comunidad y a la vez, el portavoz y regulador de costumbres
la gran expedición de Gon-
zalo Pizarro y Orellana,
y tratos de su indianidad local. Su nombre es el de Lucas Ushiña y Laymiña4. Habiéndonos sentado a
cuando fueron al descubri- beber agua en una pequeña y extraña fuente de la parte alta de este camino, y la única agua que es po-
miento del Amazonas. sible hallar en todo el trayecto hasta Cumbayá, el indio me dijo en un tono entre amistoso y reclaman-
4 Estos dos apellidos son de
visible origen Aymará, co-
te. “Esta agua de Curipogyo que estamos bebiendo fue obsequiada a nuestra Reina por un yumbo fi -
mo lo es el de Cantuña. nísimo”.

19
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Semejante aseveración, incitó mucho mi curiosidad, y le dije que me contara todo cuanto su-
piese sobre lo que me acababa de decir. El indio accedió de muy buen grado, y comenzó a referirme lo
que aquí copio, procurando conservar en lo posible cierta necesaria literalidad del estilo narrativo india-
no.

R E L A T O

5 “Auqui” quiere decir,

E
príncipe, y de esto lo sabe
muy bien Lucas Ushiña, y n la gran antigüedad de nuestros mayores, los naturales, hace cientos y cientos de años,
s o b re lo cual tiene otra le-
yenda a tradición corre c t í-
quién sabe cuando sería eso cuando en esta tierra reinaba un Rey de Quito, Rey que
sima aún cronológicamen- era la cabeza de otros reyes y capitanes de todas las demás tierras frías, abrigadas y ca-
te, con re f e rencia ya al lientes, desde los cerros y más allá de los cerros por donde amanece el día hasta los cerros y más allá de
tiempo de los Incas, poste-
r i o res a los Quitus. Ade- los cerros por donde anochece el día, ocurrió que el Rey grande empezó a perder el poder y la sobera-
más, el Dr. José Gabriel nía sobre las gentes y tierras lejanas que formaban todo ese reino que dizque no tenía fin. La pena y
N a v a rro tiene publicado
un excelente estudio docu- congoja del Rey eran muy grandes, porque parece que un envidioso jefe del país del trueno, que vivía
mental sobre este Auqui, en Pintag, deseando menguar los dominios del Rey de Quito, hizo alianza con el rayo, el trueno, el re-
c o m p robando que fue una
lámpago y la tempestad, y, llamándolos en su favor con mil ofrendas y ayudas de malos brujos, logró
h e redad del hijo de Ata-
hualpa. que estos elementos se enfureciesen contra el Rey de Quito y descargasen una tormenta tan terrible de
6 “Aya-uma”, en quichua aguas, de centellas y de truenos sobre el Ilaló, Alangasí, Lumbisí y Puengasí, que, durando la tormenta
por todos conocido, signi-
varios días sobre estos cerros, y lo mismo sobre este Auquí5, todo él, desde Aya-uma6 hasta Uyalá7 con
fica “cabeza de muerto”.
La silueta del cerro, efecti- espantosa oscuridad, al fin, despejó una mañana, cuando el Sol enojado por la rebelión de sus elemen-
vamente, es la de un cadá- tos del cielo que les habían inquietado los brujos del jefe envidioso, dejó ver de nuevo su luz y su calor
ver tendido de espaldas,
cuya cabeza está hacia el para alumbrar, secar y serenar la tierra que habían dañado estas fuerzas mal aconsejadas.
Sur, y es Aya-uma, mien- Al clarear el día, el asombro fue grande, al verse que desde la cumbre de Uyalá se había abier-
tras los pies están hacia el
n o rte, y es U y a l á, como to una espantosa boca o quebrada con dirección a Cumbayá, para tragar a todos los caminantes, prin-
puede verse en la fotografía cipalmente a los yumbos que siempre venían por este camino desde todas las lejanías orientales, para
con que se ilustra este art í-
rendir tributo al gran Rey de Quito. Como la boca era tan grande y podía comer también a todos los
culo, o simplemente yendo
a contemplar el perfil de es- naturales de Lumbisí, Cumbayá, Tumbaco, Puembo y Pifo, tampoco ellos se atrevían a pasar a Quito,
te cerro desde la Pata de estremecidos del terror.
Guápulo.
7 “Uyalá”, según mis in- El Rey de Quito, mientras tanto, estaba hasta enfermo ya de tanta pena, porque los yumbos
vestigaciones toponímicas no podían llegar con las frutas, las hierbas y los remedios de adentro de las montañas para que también
y lingüísticas aborígenes, coma el Rey y la Reina y toda la familia real, porque el Rey recibía regalos de todos los yumbos de to-
significa “el escuchadero ”
o “apostadero para escu- da clase de lado y lado de los cerros, y el Rey comía cosas muy variadas, y no cualquier cosa como no-
char”. Efectivamente, es sotros los naturales.
un sitio magnífico para co-
municarse a gritos, como
En tal situación desesperada, el Rey de Quito, dio en mandar a los mismos naturales del Qui-
es usual entre los indios, to que quedaban al otro lado del río, que vayan a la otra montaña de Gualea, Mindo y Nanegal para
desde los altos de El Batán
que traigan a su mesa todo lo que le gustaba comer en el palacio.8 Pero, no se convenía con perder a
(Huanguiltahua) hasta
Uyalá, y de aquí a Pisucullá los yumbos del Oriente y a las gentes de Lumbisí, Cumbayá, Tumbaco, Puembo, Yaruquí, Pifo y Papa-
y a Cumbayá. llagta, y, entonces mandó a los brujos de Quito a que le den la vuelta la cara al cerro de Uyalá y le pon-
8 Es el hecho hasta hoy
gan la boca más bien para el lado de Guápulo. Bajaron brujos del Quito, y no pudieron por mucho que
practicado, por cualquier
razón que sea, pero estric- hicieron. El cerro había estado finísimamente embrujado por los brujos de Pintag que aprenden la bru-
tamente, que los indios de jería de los mismos yumbos del Oriente.
Zámbiza y Nayón, y sólo
ellos, tienen por ocupación Entonces, el Rey, viniendo a ver desde el frente, desde Huanguiltahua, gritó a la gente que es-
habitual antiquísima, en- taba llenecita en todo el cerro de Auqui, desde la cumbre de Aya-uma hasta la de Uyalá para que vayan
trar a sacar frutos tropica-
les de Gualea, Mindo y
al Oriente a nombre del Rey de Quito a traer brujos finos para que le den la vuelta la cara al cerro. Ha-
Nanegal, en Occidente. bían corrido muchos de mi pueblo de Lumbisí, y habían traído yumbos bien finos; pero ni ellos logra-
9 Incuestionablemente, es-
ron darle la vuelta la boca al cerro. Tanto entrar, más y más al Oriente, habían ido a dar con el yum-
te es el nombre quechua
por excelencia, “Hatun-
bo brujo más fino de todos los yumbos del Oriente y le habían encontrado en el río más grande de to-
Yacu”, Gran Río, para el dos, en un Hatun-Yacu9 y le trajeron. El había sabido hacer obedecer a cualquier cerro, y pudo darle la
que, por los españoles le
vuelta la cara al Uyalá, poniéndole la boca (quebrada del volcán), frente a frente a Guápulo, lejos del
llamamos Marañón o
Amazonas. camino de Curipogyo, para que no se pueda comerse más gente.

20
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

2
El Rey de Quito y todos habían tenido inmenso gusto, y habían he-
cho unas fiestas que nunca se han visto. La Reina le había dado de beber mu-
cha chicha al finísimo yumbo brujo, y él para halagar a la Reina, había veni-
do otra vez al camino de todos los puris, yumbos y naturales, y había dejado
sacando agua y haciendo esta vertiente que llamamos Curipogyo (Puripogyo)
que, como se ve, no se sabe de dónde, sino es brujería, puede salir el agua, por-
que está muy arriba del cerro y todo el cerro es seco de lado y lado.
“Esta agua que estamos bebiendo, es pues, el agua regalada por el
yumbo brujo a la Reina de Quito, para que bebamos ya sin pena todos los ca -
minantes que pasemos por aquí hasta ahora”

21
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA CIUDAD INDIA DE QUITO10

L
os quiteños del mundo moderno nunca hemos intentado hacer siquiera un bosquejo de
reconstrucción gráfica ideal de como pudo haber sido aquel “pueblo que en lengua de
indios ahora se llama Quito”, al que se refirió Diego de Almagro literalmente en el ac-
ta de la fundación de la villa española de San Francisco, que él, y sólo él fundó el 28 de agosto de 1534
sobre una hoja de papel a distancia de “treinta leguas poco más o menos”, al norte de la ciudad de San-
tiago de Quito, que le sirvió a Almagro, para el caso, como de una mera escribanía.

“Pueblo”, en el léxico español de la época, es cualquiera población, en sentido general, sea ciu-
dad, villa o aldea. Y “ciudad”, según el mismo léxico, es una población comúnmente grande, que go-
za de mayores preeminencias que las villas en cuanto concierne al régimen administrativo y político de
la nación.

El dicho “pueblo” aborigen que en lengua de indios en 1534 se llamaba Quito, dentro del lé-
xico mismo usual de los españoles de entonces, no era ni una aldea ni una villa, porque desde el solo
punto de vista de la población humana que la ocupaba era cosa grande, conforme consta en la colec-
ción de documentos inéditos de Sebastián de Benalcázar, en uno de los cuales, muy poco conocido y es-
crito por un soldado de Benalcázar testigo presencial de los hechos, dice así: “Salió de allí (de Ricpam-
ba) el Capitán Benalcázar con toda la gente que le quedó, porque algunos fueron arriba (al sur) con don
Diego de Almagro, y viniendo caminando al campo, llegó a Quito, donde agora es el asiento y ciudad;
y hallóse allí una fuerza grande de las cavas hechas a mano de los naturales para la defensa de los in-
10 Historietas de Quito: dios de guerra; y así por esto como por haber muchos tambos y casas, en las cuales había mucha comi-
“Últimas Noticias”, Quito,
28 de noviembre de 1964.
da de todo género, y mucho ganado y ovejas de la tierra, mucha ropa y muchas pallas indias ofrecidas
Pág. 21. al Sol, que ellos adoraban, resolvió poblar allí, y así se pobló, año de mil quinientos treinta y cuatro”

22
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

La declaración de este documento, como se ve, parece que es relativa en un tiempo anterior al
28 de agosto de 1534 en que Almagro fundó la villa de San Francisco puesta la mira en el distante Qui-
to, y anterior también al 6 de diciembre del segunda vez llegado al pueblo que los indios llamaban Qui-
to, lo ocupó, se asentó en él y lo instaló como villa española de San Francisco, renombrándola con la
denominación original india de Quito.
Según este precioso documento histórico, Quito era una ciudad por el número de sus pobla-
dores, por su magnitud material y por sus abastecimientos y aún como plaza bien fortificada.
Por sus preeminencias políticas y administrativas nacionales, también era una ciudad, y toda-
vía más, era una metrópoli india, porque era la sede alterna, (que dirían ahora) y preferida al Cusco por
los últimos Incas, Huayna Cápac y Atahualpa, como cabeza o capital del gran imperio del Tahuantin-
suyo, con palacios y aposentos reales, con adoratorios y observatorios, con obras de comodidad urba-
na y con una red completa de comunicaciones y abastecimientos hacia los cuatro vientos.
Sobre esta gran ciudad metropolitana aborigen vino a asentarse de forastera una modesta vi-
lla española que tuvo que batallar mucho para ser fundada primero, sobre papel, en otra parte y con
otras denominaciones y calidades antes de alcanzar el sitio de su dorada meta.

E L Q U I T O P R E - P R E H I S T Ó R I C O

A
unque nuestras historietas, fieles a su título, nunca tratan de prehistorias, de tradicio-
nes, de leyendas ni de fábulas, ahora, empero, digamos pocas palabras sobre el Qui-
to prehistórico.
El único historiador que nos ha dado noticias las más verosímiles acerca del Quito prehistóri-
co que encontraron aquí los fundadores de nuestra historia nacional, el Padre Juan de Velasco. Él, sin
duda, se afirmó en lo que describió y relató el curioso cronista indio Jacinto Collahuazo. Hablando de
la nación CARA-SCYRI, el Padre Velasco dice lo siguiente:
“En la ciudad capital de Quito fabricaron un templo al Sol en la altura hoy llamada del Pa -
necillo, con la puerta al oriente guarnecida de dos altas columnas, que eran los observatorios de los sols -
ticios para la regulación del año solar que seguían. Pusieron 12 pilastras en contorno del templo, que
eran otros tantos gnomones para seguir por su orden el primer día de cada mes. Fabricaron otro tem -
plo a la Luna en la opuesta correspondiente altura, que hoy se conoce con el nombre de San Juan Evan -
5
gelista”. Después describiendo algo más, Velasco dice: “El templo del Sol, que ocupaba el pequeño plan
de la cumbre del Panecillo, era la figura cuadrada, todo de piedra labrada con bas -
tante perfección, con cubierta piramidal y con una gran puerta al oriente por donde
herían los primeros rayos del Sol a su imagen re p resentada en oro. Este templo fue
magníficamente reedificado por Huayna Cápac, y las columnas permanecieron intac -
tas hasta la entrada de los españoles, quienes las deshicieron por buscar tesoros, con
el pretexto de aprovechar las piedras labradas en otros edificios de la ciudad”.
“El templo de la Luna, sigue diciendo Velasco, s o b re la eminencia de San Juan Evan -
gelista, era redondo, con varias troneras o ventanas redondas en contorno, dispues -
tas de manera que siempre entraba por alguna de ellas la luz de la Luna a herir en su
imagen hecha de plata, colocada en medio. Encima de ella correspondía un cielo for -
mado de lienzos de algodón de color azul, donde estaban colocadas también muchas
estrellas también de plata”.
De estos dos templos que relata, en el del Sol, situado en la colina del Yavirac (Pa-
necillo), y en el de la Luna, situado en Huanacauri (San Juan), se han encontrado has-
ta recientemente, buenas evidencias. Al pie sur del Panecillo fue hallado hace poco
tiempo un maravilloso espejo cuadrado de brillante obsidiana, de las increíbles me-
didas de 0,45 X 0,30 metros, que se lo conserva en el Museo de la Escuela Politécni-
ca de Quito. Y, en el sitio del templo de la Luna de San Juan se han encontrado va-
rias bellísimas piedras negras ultra-pulidas de buenas dimensiones y de varios curio-
sísimos diseños. Las conservan algunas personas, y un museo nuestro.

23
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

El gran palacio imperial del Inca, que existió donde hoy se levanta el gran templo de San Fran-
cisco, debió ser cosa grandiosa y paralela a los del Cusco, aunque los españoles de la época se callan el
describirlo, pero si lo mencionan.
También se mencionan, así mismo, sin describirlas “a las casas de placer que el Inca tenía al
respaldo (occidental) de las casas del señor San Francisco”. Sitio que hasta hoy se ha perpetuado con
el nombre de colina de El Placer; pero, sobre cuyos últimos escombros edificó otra quinta de placer el
General Juan José Flores, ya en los primeros tiempos de la República.
Los incas de Quito también tuvieron otros muchos palacios menores dentro de la ciudad: uno
dedicado a las pallas o vírgenes del Sol, o Aglla-huasi, monasterio pagano, diremos, donde se asentó el
convento de monjas catalinas; otro, según parece de las amautas o sabios astrónomos al pie de San Juan,
cerca del sitio del asentamiento de la villa de San Francisco; otro, así mismo, de los quipo-camayos, cro-
nólogos o historiadores, en algún otro sitio ocupado por convento católico español; y así por el estilo,
podría decirse que casi no hay convento o iglesia de Quito, que no esté superpuesto sobre alguna edifi-
cación llamada pagánica de los aborígenes. Las gigantescas piedras básicas que hasta hoy los soportan
a esos edificios religiosos como a innumerables casas antiquísimas de nuestra ciudad, lo confirman. En
los llamados dinteles, bajos, de muchas casas viejas de Quito hay piedras monolíticas largas de casi dos
metros, que son un claro vestigio de ese famoso monumentalismo pétreo de los incas.
Por otra parte, las populosas concentraciones de indios yanaconas de la época del incanato
para trabajadores y sirvientes de la ciudad india, están todavía presentes en la forma de los pueblos (aho-
ra barrios) de Machangarilla o Santa María Magdalena, al sur, y de San Millán, al norte, poblados cris-
tianos que los españoles de principios del siglo XVII tuvieron que fundar para reducir allí las afluencias
de indios yanaconas que, por costumbre ancestral todavía seguían viniendo regularmente hasta 80 años
después de fundada la villa de Quito, desde las provincias más distantes y cercanas, a prestar sus servi-
cios en todos los múltiples menesteres de la antiquísima ciudad india de Quito.

24
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

FUNDACIÓN ESPAÑOLA DE QUITO11

L
os dos más particulares historiadores de la conquista española del Reino de Quito, el
antiguo Padre Juan de Velasco, y el moderno doctor Pablo Herrera, coinciden en afir-
mar que la historia de esta conquista es difícil de entenderla o que no se la ha escrito
aún debidamente.

El Padre Juan de Velasco empieza diciendo de ella estas palabras: “No hay historia más difí -
cil de entenderse que la de esta conquista. Los muchos y diversos sucesos, con muchas y diversas jorna -
das en una misma parte y de un mismo tiempo, hacen dudosa y errada su cronología. La variedad de
asuntos por una parte confunde a los autores de manera que no hay hasta ahora uno que la haya escri -
to particular, clara y completamente. Por esta insuperable dificultad, sólo se hallan en las historias ge -
nerales muy diminutos y defectuosos e inconexos y mal dirigidos los puntos que pertenecen a ésta. Yo
tampoco me lisonjeo de ponerla en su debido punto de vista, sino sólo en aquel orden que fueron capa -
ces sus enmarañados sucesos”. Esto lo dijo Velasco el año 1789.

Por el año de 1870, Pablo Herrera dice también estas otras palabras: “Nos hemos ocupado
de referir algunos pormenores de la conquista de Benalcázar, porque, como lo observa con mucha ra -
zón el Doctor Pedro Fermín Cevallos en su “Resumen de la Historia del Ecuador”, están destituidos de
ellos no solamente la historia de Prescott sino la del mismo Padre Velasco, escritor ecuatoriano. Bien
es que el primero no trató sino por incidencia de la conquista de Quito, y si se hubiera propuesto escri -
birla, como lo hizo respecto de Méjico y el Perú, lo habría hecho con la erudición y puntualidad que le
hacen tan recomendable. El Padre Velasco es quien debió darnos la historia de Quito con la extensión
y exactitud posibles; pero debemos excusarle sus errores, faltas y vacíos, porque arrojado súbita y bár -
baramente de su patria, no pudo llevar otro caudal de noticias que las que le suministraba su memo -
ria”.

U N S O L O P U N T O D E V I S T A

D
e otro lado, todo cuanto hasta ahora se ha escrito como historia de la conquista y de
la fundación de Quito ha sido puramente desde el solo punto de vista español, cuan-
do, sin faltar en nada a la relatividad de la verdad, a este asunto puede tratárselo des-
de cuatro puntos de vista: del español, del indio, del mestizo, y del imparcial, como ciñéndonos así al
sabio adagio del propio español que dice: “nada en este mundo es verdad ni mentira: todo depende del
cristal con que se mira”
El asunto, por cierto, se divide en dos partes: una la conquista 7
misma española del país o Reino de Quito, y otra, la fundación de la ciudad
de Quito por los españoles; ambas insuficientemente escritas y parcialmen-
te interpretadas. Respecto de este segundo punto en particular, los quiteños
y los ecuatorianos en general, no podemos satisfacernos con la fórmula sim-
plificada de hacernos saber que el 6 de diciembre de 1534 tuvo lugar la fun-
dación de Quito por Sebastián de Benalcázar.
Estos hechos, en resumidas y verdaderas cuentas tuvieron lugar
así:
A principios de 1531, Francisco Pizarro viniendo de Panamá llega
a Tumbes para la conquista del Perú; estando allí, lléganle refuerzos de Ni-
11 Historietas de Quito: caragua, entre ellos, el hábil capitán Sebastián de Benalcázar. Funda Piza-
“Últimas Noticias”, Qui-
to, 5 de diciembre de
rro a San Miguel de Piura el 16 de mayo de 1532, y lleva consigo a Benal-
1964. Pág. 15. cázar tierra adentro a la conquista de Cajamarca que terminó en la captura

25
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

y asesinato de Atahualpa. Pizarro y los suyos se repartieron el oro que en redoblada medida les dio el
Inca tratando de librarse de la muerte, el 25 de julio de 1533; sin embargo, al cabo de un mes del fes-
tín del oro, Pizarro le hace estrangular a Atahualpa el 29 de agosto del mismo año. Entre tanto, ya a
principios de 1533, Pizarro mandó a Benalcázar a apostarse en San Miguel de Piura para vigilar la po-
sible venida que ya se anunciaba de una expedición del famoso capitán Pedro de Alvarado, procedente
de Guatemala, para terciar en la conquista del Quito.
Estando Benalcázar en Piura, unos cronistas dicen que recibió pedidos de socorro de los in-
dios cañaris para que vaya a ayudarles a defenderse del temible indio quiteño Rumiñahui, que los ata-
caba, alzado como jefe de la indianidad quitense en defecto del Inca Atahualpa inmolado. Los cronis-
tas dicen que Benalcázar también se alzó (se reveló) emprendiendo por sí, sin orden expresa, en la con-
quista del país de Quito, a cuya aventura salió de San Miguel de Piura en octubre de 1533. Por otra
parte, Diego de Almagro, el segundo de Pizarro en autoridad, que estaba también tierra adentro del Pe-
rú, sabedor de que Pedro de Alvarado sobre una buena flota de buques y con un respetable ejército ha-
bía llegado ya a las costas de Manabí, corrió a Piura y avanzó hacia Quito donde operaba Benalcázar
conquistándolo, a fin de interponerse a Alvarado disputándole la codiciada conquista del Reino de Qui-
to, más renombrado que el del Perú en cuanto a cantidades de oro.

S I S E P E L E A N L O S E S P A Ñ O L E S ,
T R I U N F A R U M I Ñ A H U I

L
legado Almagro a las llanuras de Ricpamba, con plenos poderes para hacer fundacio-
nes no encontró allí a Sebastián de Benalcázar que ya había avanzado hasta Quito,
donde por primera vez entró a fines de diciembre de 1533; pero, en cambio Almagro
halló pisadas frescas de caballos en Ambato y adivinó que Alvarado ya estaba rondando por allí. Man-
dó Almagro que Benalcázar re g resase prontamente de Quito. Reunióse con él, y entonces apareció el
poderoso guerre ro Pedro de Alvarado listo a trabarse en batalla de rivales con Almagro. En tal trance
y teniendo que habérselas con un formidable contendor veterano de la conquista de México, apela a la
astucia, y con argucia funda de prisa, con todas las formalidades legales, en el mismo sitio de campa-
mento donde casualmente estaba, no una villa siquiera, sino una “ciudad” con el nombre de Santiago
de Quito, pero advirtiendo en el acta que esta fundación podría ser trasladada a otro lugar más conve-
niente. Esto lo hizo el 15 de agosto de 1534, pretextando “ser la tierra nuevamente descubierta y an-
dar acabándola de pacificar y no tener experiencia de los sitios donde mejor pueda estar el dicho pue-
blo”. Asegurando Almagro con este ardid de una fundación previa, en cuya acta Almagro decía “que
él, en nombre de Su Majestad y del Gobernador, Pizarro conquistó la tierra, y que él fundó y pobló es-
ta ciudad de Santiago de Quito”, le propuso arreglos a Alvarado, quien no tuvo por menos que rendir-
se ante los hechos consumados y alejarse aceptando una compensación de 100.000 pesos de oro que se
sacarían de la tan prometida riqueza del Quito que estaba conquistándose. Este arreglo de Almagro con
Alvarado se hizo el 26 de agosto del mismo año.

L O S E S P A Ñ O L E S S E O B L I G A N
A F U N D A R A Q U I T O T R E S V E C E S

Y
, dos días después, el 28 de agosto, Almagro blandiendo siempre sus altos poderes, de
los que carecía Benalcázar, volvió a hacer otra fundación, esta vez de una simple “vi-
lla” de San Francisco en el mismo país incierto de Quito. Tal fundación era como pa-
ra remachar el clavo jurídico en caso de algún reclamo o duda posterior; pues, Alvarado, no menos ad-
vertido, había impuesto una cláusula en las capitulaciones con Almagro de que, para ser válido el arre-
glo, Francisco Pizarro debía aprobar la fundación de Santiago de Quito. Hasta aquí no han advertido
los historiadores que Almagro, para halagar la vanidad de Pizarro, le fundó una añadidura de “villa”

26
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

con el nombre de su santo “Francisco”; fundaciones que ambas las aprobó de seguida gustoso Pizarro,
aunque ambas llevaban en las actas respectivas la consabida fórmula de que se trasladarán a Quito, a
ese Quito, que ¡Oh! sarcasmo, nunca llegó a conocer don Francisco Pizarro, conquistador del Perú: co-
sa que tampoco jamás lo han advertido los historiadores.
Desde que se fundó la “villa de San Francisco” sobre una hoja de papel y a cosa de treinta le-
guas de la escribanía o Santiago de Quito, tres largos meses pasaron en guerras guerreadas, como dice
el cronista Oviedo, entre Benalcázar y Rumiñahui sin que el capitán español pudiese nuevamente arri-
bar a Quito, la meta soñada de esta difícil conquista; hasta que sólo el 6 de diciembre de 1534, Benal-
cázar pudo al fin hacer su entrada triunfal en Quito y ocuparla definitivamente, instalando en ellas las
autoridades previstas en la fundación legal pero teórica.
Diego de Almagro es, pues, el verd a d e ro fundador de la villa de San Francisco de Quito, el día
28 de agosto de 1534 por un acto de habilísima política que nunca podrá desconocérsela. A Sebastián
de Benalcázar, en propiedad de lenguaje no se le puede calificar de “fundador”, como convencionalmen-
te se lo hace. El es un conquistador, sí, un ocupante, un fundamentador, un instalador y legal de la “vi-
lla”, o, como un excelente autor moderno lo dice, es el fundador ejecutivo de San Francisco de Quito
español, aunque también un demoledor de la ciudad india de Quito y casi un despoblador de los nati-
vos de ella.
Dos últimos puntos son dignos de ser considerados en este gran asunto de la llamada funda-
ción de Quito, a saber: primero, que así como un niño le dio el indicio al filósofo Elbert Hubbard de
que el Coronel Rowan fue el que ganó la guerra de la independencia de Cuba contra España llevando
“El mensaje a García”; así nosotros creemos que Rumiñahui fue el verdadero héroe de esta jornada,
porque él y sólo él les puso en jaque y en trance a los españoles Almagro, Alvarado y Benalcázar hasta
dar por resultado la doble y hasta triple fundación de Quito, caso único en la historia de las ciudades
en todos los tiempos.
Y, segundo, que en el Reino del Perú los españoles se apoderaron del tesoro de los incas y de
las tierras de los incas; en el Reino de Quito, los españoles sólo se apoderaron de las tierras, pero no del
tesoro de los quitus. En Cajamarca, Atahualpa les entregó a sus captores para liberarse de la muerte
más de lo que ellos pidieron; en Quito, Rumiñahui, se dejó torturar y matar por el fuego antes que re-
velar el escondite de los tesoros, y les tiene a los españoles y a los no españoles hasta ahora ocupados
en buscarlos, rastreando el país de Quito, delante del gran templo y convento de San Francisco de Qui-
to, el más estupendo testimonio fehaciente de que hubo y tal vez sigue habiendo tales tesoros.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA PLACETA DE LA FUNDACIÓN12

L
os puritanos de la lengua castellana no aceptan la palabra “placeta”, como un dimi-
nutivo de “plaza“, y aconsejan más bien el uso de la palabra “plazuela” en este caso,
un vocablo que no tiene más sabor quiteño que castizo. Nosotros respetamos a los
puristas, pero por ahora nos vamos a ceñir estrictamente a la palabra “placeta” que consta en los vene-
rables manuscritos de los siglos XVI y XVII que existen en el riquísimo Archivo Municipal de Quito.
Aún más, porque en tales documentos se puede advertir la sustancial diferencia que dieron los conquis-
tadores castellanos a las palabras “placeta” y “plaza” en la fundación y en la estructuración definitiva
de Quito como villa y como ciudad.
13
En nuestra historieta anterior ya vimos cómo las casas de Sebastián de Benalcázar, de Juan
de Ampudia y de Diego de Tapia, los principales personajes del asentamiento de la villa de San Francis-
co, formaban una encrucijada14 de tres esquinas maestras de las que había de partir a los cuatro vientos
el trazado general de la urbe futura. Estas tres esquinas, que hoy podemos identificarlas así, son éstas:
una, la que diríamos maestra o fundamental, de Benalcázar; dos, la de Ampudia que vino a ser El Bea-
terio: y, tres, la de Tapia, donde esta hoy la Casa del Toro.
La cuarta esquina de esta encrucijada en esos iniciales del Quito español, quedó vacía forman-
do una placeta, o sea un pequeño espacio libre donde puedan tener trato común los vecinos y comar-
canos, y donde puedan tener lugar reuniones y demostraciones públicas. Y, curiosamente ahora en
1964, vuelve a encontrarse vacío ese mismísimo lugar de la fundación, o fundamentación, mejor dicho,
de la villa de San Francisco de Quito, vacancia que ha ocurrido por simple obra y gracia de la casuali-
dad, en que la actual Caja del Seguro, dueña de una casa esquinera no muy antigua que allí existía, la
demolió y dejó el solar vacío sólo que con unas paredes exteriores de cerramiento15.

L A S M E D I D A S D E Q U I T O

A
12 Historietas de Quito: quella placeta original no tuvo, por cierto las mismas dimensiones que el espacio va-
“Últimas Noticias”, Quito,
21 de noviembre de 1964.
cante actual, sino algo más grandes; pero sin llegar a ocupar una cuadra “cuadrada”
Pág. 13. como decimos con cierta redundancia a las “manzanas”, que, de otro modo las lla-
13 El autor se re f i e re a la mamos. Según las medidas adoptadas en esos mismos días, para los primeros trazos urbanísticos de la
historieta “El antiguo bea-
terio”, publicada en la pá-
villa, una cuadra cuadrada debía dividirse en cuatro solares, y cada uno tener 150 pies de lado o sea
gina 2 3 3 de esta edición. aproximadamente 45 metros modernos; lo que quiere decir que una cuadra quiteña al iniciarse la villa
14 Se trata de la intersec- debía ser de cosa de 90 metros por lado. A esta placeta señalaron precisamente el área de un solar, o
ción de las calles Benalcá-
zar (que corre de norte a
sea 45 metros por cada lado; de ahí que recibió el nombre de placeta.
sur) y la Olmedo, que va de La dicha placeta, en los primeros tiempos de la villa, no sólo sirvió para el lugar de reunión
este a oeste. común del vecindario, sino también como el patrón de las medidas de los solares que debían adjudicar-
15 La municipalidad de
Quito aprovechó estas cir-
se a los pobladores que asentasen en debida forma como “vecinos” de Quito, o sea como “quiteños”.
cunstancias para mantener Después, cuando la villa ya fue avanzando a mayores, o sea a ciudad, trazó y formó la verdadera “pla-
el lote vacío y re c rear luego za” también con el doble propósito de servir de lugar de reuniones públicas y al mismo tiempo de pa-
la antigua plazoleta de la
fundación. El 30 de no- trón de medida para fijar las dimensiones de las tierras agrarias que se adjudicasen a los conquistado-
v i e m b rede 1979 se inaugu- res. Por tan significativa razón, esta es la primera “plaza” verdadera de Quito, que por la Ley de Indias
ró en el centro de la nueva
plazoleta la escultura de Se- tenía que llamarse Plaza Mayor, que la hemos denominado popularmente con el nombre de “Plaza
bastián de Benalcázar obse- Grande”
quiada por el Instituto de
Cultura Hispánica de Ma-
Sebastián de Benalcázar, antes que ninguno de sus acompañantes en la conquista, instalación
drid. y asentamiento de Quito, fue el primero que tuvo una casita más o menos habitable en el lugar que ya

29
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

conocemos. Ni el Cabildo siquiera tuvo ramada cómoda bajo la cual reunirse. De modo que las pri-
meras sesiones de dicho Cabildo o Municipalidad de la villa, tuvieron lugar dentro de la casa de Benal-
cázar. Más pronto que una casa municipal, se hizo una casa de fundición del oro que arrancaban de
manos de los indios. Y, esta casa de fundir oro se la situó precisamente a un costado de la placeta. Po-
co después de esto, el Cabildo tomó para sí la esquina oriental de la placeta, y allí levantó por fin, su
primera casa municipal, y tan pobre en medio de los crisoles de oro, que no tuvo ni tablas para formar
un baúl o arca donde guardar sus primeros maravedíes de impuestos. Ni tampoco tuvo papel para asen-
tar sus actas y documentos y se vio obligado ese mendicante Cabildo a vender solares a los vecinos con
pago no en moneda, sino en manos y pliegos de papel para escribir la documentación. Por supuesto la
primera casa o “casas” del Cabildo fue una cabaña rústica de tapias y techo pajizo. En tales días los es-
pañoles no usaban en singular la palabra “casa”, sino siempre en plural “casas”; por eso, al referirse a
las habitaciones de Benalcázar, de Puelles, de Ampudia, de Tapia, de Torres, del Cabildo, decían “las ca-
sas”
Cuando ya se llegó a fundar la Real Audiencia de Quito, la susodicha “placeta” era todavía
el centro cívico de la ya ciudad de Quito, y tuvo que hacerse también a un costado de esa placeta, no el
garboso (palacio) sino lo que ellos llamaron “las casas reales”, también un edificio amplio sí, pero bas-
tante modesto, con buen patio y ya cubierto de teja, porque las dichas casas o casa que le fue compra-
da a Juan de Larrea, quien fue el que tuvo el lujo de exhibir la primera casa de teja en Quito, elegancia
que, naturalmente le fue traspasada por compra-venta a la Real Audiencia. Más de setenta años trans-
currieron con esta modesta concentración y disposición de nuestra ciudad de Quito alrededor de la pla-

10

30
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

ceta original donde empezó la vida española en la capital india. A principios del siglo XVII se dio co-
mienzo a la construcción de unas nuevas Casas Reales ya en el frente no de la misma placeta, sino en la
“plaza” dimensional y legalmente “Mayor” de la ciudad; y en el año de 1612 se la inauguró solemnísi-
mamente trasladando al sello real y a los pendones de España y de Quito desde las antiguas casas rea-
les viejas a las nuevas.

N A C I M I E N T O D E L A P L A Z A G R A N D E

C
on este gran traslado, todo comenzó a cambiar en Quito, de las pequeñas a las gran-
des dimensiones. La Plaza Mayor se convirtió en el centro de una nueva vida y de nue-
vas aspiraciones. El Cabildo también se trasladó a una nueva casa estable; la Catedral
principió a destacarse delante de la primeriza Capilla Mayor, que quedó como Sagrario, y el Obispo
también ya buscó su residencia en los alrededores de la gran Plaza Mayor, la Plaza de la Audiencia, don-
de había que oír al pueblo sus clamores.
La pobre placeta del primer asentamiento de la villa de San Francisco, fue quedando pronta-
mente abandonada y triste, con sus primeras casuchas destruyéndose y convertida en muladar público.
A la larga circundaron con tapias toda la cuadra o manzana entera que quedó como un solar de escom-
bros. Las monjas de La Concepción se aficionaron del lote, lo compraron en 15.000 pesos la parte cons-
truida, y la parte de placeta en 1.000 pesos, y quisieron cerrar las calles adyacentes para ocuparla; hu-
bo bullas graves, les rechazaron a las monjas y todo quedó abandonado desde 1612, quién lo creyera,
hasta 1865, en que fueron rematados esos terrenos por un señor Saá. De modo que todas las casas que
hasta hoy circundan esa manzana, apenas tienen 100 años de existencia, no son en nada coloniales, ha-
biendo sido el asiento fundamental de la villa y después ciudad de San Francisco de Quito.
En esa placeta de la fundamentación de Quito, que es el sitio al mismo tiempo más trágico de
la ciudad, tuvieron lugar horrorosas escenas: el horrendo asesinato de Pedro de Puelles por Rodrigo de
Salazar en las casas que antes fueron de Sebastián de Benalcázar16; la profanación de la cabeza del des-
17
venturado Virrey Núñez Vela cuando la colocaron en la picota improvisada en la placeta ; y muy pro-
bablemente la inmolación por el fuego del gran Rumiñahui y de sus valientes capitanes que prefirieron
una muerte cruel antes que revelar el escondite de los grandes tesoros del Inca y de los incas.
Esta encrucijada de esquinas ha quedado como para siempre con un aire, con un hálito triste
y funesto realmente indeleble. Quien lo visite o transite por allí lo siente hasta sin advertirlo. Ojalá, que
ahora que el casual destino le ha dejado vacío al espacio de la primera placeta de Quito, se la convirtie-
se en algo más simbólico, menos desairado, que neutralice ese hálito de tristeza y que ostente algún sim-
bolismo de los primeros días de nuestra tan histórica ciudad18.

11

16 O b s e rvar la historieta
“La casa de más historia y
tragedia que tiene Quito”,
publicada en la página 149
de esta edición.
17 Examinar, entre otras, la
historieta “El rollo o picota
colonial de Quito”, publica-
da en la página 43 de esta
edición y “La esquina de la
Virgen” en la página 2 0 1.
18 Sin duda, tomando en
consideración estas pala-
bras, la Municipalidad re-
c reó la “Placeta de la Fun-
dación”.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

12

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA TEJA19
DONDE QUIERA QUE HAY UNA TEJA EN AMÉRICA, ALLÍ ESTUVO ESPAÑA

A
l fin, España, los españoles, sus vástagos cosmopolitas y la lengua misma castellana,
todos nos quedamos sin una palabra en el idioma castellano para denominar aquello
que, por falta de otra expresión, llamamos “colonizar”, después de tanto asentar “co-
lonias” españolas en el mundo.
El lenguaje castellano actual carece en su léxico de un término moderno que reemplace a la
vieja expresión peninsular de “asentarse y poblar”, ni que equivalga con exactitud al vocablo antiguo y
todavía superviviente del idioma inglés para decir “settle”, “to settle”, “settlement”, no obstante que al
mundo inglés también le afecta por igual el acontecimiento de Colón, del cual sin duda tomaron la ins-
piración los españoles criollos de América para acuñar su todavía fresco verbo “colonizar”.
Esto entraña una injusticia de los lingüistas españoles contra la historia de un gran pueblo, su-
yo propio, síntesis de razas aventureras y pobladores. No tiene más excusa esta injusticia, que ser una
aberración pía, como otras tantas que ruedan por el orbe ironizando los hechos de la humanidad letra-
da de esta era del libro.
Cristóbal Colón no fue sino un insigne navegante y un intrépido descubridor. No llegó a ser
él mismo un “colonizador”, un poblador de tierras. Son los españoles que vinieron tras de él, los que
se asentaron y poblaron las tierras descubiertas por el genovés Colón por mandato de los Reyes de Es-
paña y para el cetro imperial de España. Porque, el proceso histórico de esta etapa de América tiene
tres capítulos perfectamente distintos en la acción, que la crónica de los hechos, o historia que decimos
hoy, los diferencia aún ortográficamente como descubrimiento, conquista y… colonia, atribuyendo
inadvertida y confusamente a Colón esta última empresa.
¿Cuál sería, entonces, el término propio que reclama la lengua de Castilla para expresar esta
función biológica del hombre ejecutada por los españoles en América, y que está lejos de ser la obra in-
mediata y peculiar de Colón?
No sería posible improvisarla; pero hay un detalle, aparentemente nimio de la materialidad
animal que, aún el más profundo de los filósofos, ni el más superficial de los observadores, no podría
desdeñarla ni dejarla pasar inadvertida, ya como un hecho zoológico, ya como una fisonomía artística:
la de saber hacer casa característica, según la especie, que diríamos, a la manera de una ave determina-
da, su nido genérico y específico. ¡La casa del español es casa de teja! Y, el hombre para asentarse y
poblar una tierra, para “colonizarla”, tiene primero que hacer casa, y casa según la geografía en todo
sentido. Y, una casa sin techo, no es casa.
Pero, el español desafió la geografía y hasta la cosmografía en el procedimiento singular y to-
tal de hacer “colonia”, porque así como dijo que “el sol no se ponía en sus dominios”, también hizo ca-
sa apartándose de las reglas de las latitudes, e insistió en hacer casa de teja donde quiera que hubo es-
pañoles bajo el sol en la redondez de la tierra.
¿Se burló el español con esto de las leyes de la naturaleza?
19 Revista Línea, Nº 4, Los siglos han dicho que no. Al contrario vienen a demostrar que nada hay más sabio den-
Quito, 1º de marzo de tro de las normas de Natura que la de teja española para albergar al hombre-hogar igualmente que al
1940.
20 Esto se decía en 1940. hombre-individuo, lo mismo en el desierto de Texas que en el lluvioso Quito que está “en las ingles del
21 El autor se re f i e real an- cielo”, según un poeta religioso, ciudad que, antes que por sus cimientos, comenzó a construirse cuatro-
tiguo pueblo de La Mag- cientos seis años ha20, por las tejas anticipadas a fabricarse en El Tejar público ordenado formarse por
dalena, integrado como el primer Cabildo que despachaba sus asuntos provisionalmente bajo una casa de techo de paja. Y ciu-
p a rroquia urbana a la ciu-
dad de Quito desde 1910, dad que todavía tiene un pueblo entero que es un taller de tejas: La Magdalena21.
abandonando paulatina- Donde quiera que hay una teja en América, allí, en efecto estuvo España: al ras del mar en
mente la producción de te-
jas por el avance de la ur- Guayaquil y en la alta meseta ecuatorial de Quito; en las misiones de California y en las misiones del
banización. Paraguay; en la Pampa y en el Altiplano; en las laderas venezolanas y en los fangales de Florida.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

La teja en América fue el símbolo de España, mucho más que el mismo castillo en la Penínsu-
la y fuera de ella. El castillo no es hoy ya sino un recuerdo; la teja sigue siendo una realidad y una sus-
tancialidad. Es la teja el verd a d e ro escudo de armas de España, a perpetuidad en el mundo americano.
La teja puede ser la materia prima para crear alguna nueva palabra que sustituya con propie-
dad a “colonia” y “colonización”, porque es el emblema perfecto de asentarse y poblar, ya que es la tie-
rra misma hecha paraguas y parasol para la casa, y porque esa simplificada creación de arcilla retorci-
da, ese caño en abreviatura susceptible de convertirse en ladera hogareña, en remedo de montaña con
drenajes a porfía, es también el boceto del llamado “sombre ro”, invención asimismo perfeccionada por
los españoles y aprovechada primeramente por los religiosos siempre sabios en las comodidades terres-
tres y celestes. Fue el sombre ro de teja, auténticamente de teja, el primer orgullo de los inventores pa-
ra desafiar no sólo al sol y hacer sombra, sino especialmente al aguacero, prenda que apareció en las co-
munidades monásticas y el que más furor hizo en Quito, donde la lluvia moja despiadadamente al hom-
bre. Por eso el hombre que salía antes de la casa de teja en Quito, se llevaba también una teja en su ca-
beza y transitaba cautelosamente por debajo de los amplios aleros del Quito sabiamente urbanizado por
la capa y de la teja, amplia y segura.
En Quito abandonamos el orgullo del sombre ro de teja en la cabeza de nuestros clérigos y
monjes, desde que se incrustó la novelería del tricornio francés traído por las legiones de religiosos arri-
badas en misión especial por García Moreno, mientras moría también el chambergo de toquilla pseu-
do-teja, usado desde los primitivos quiteños. Pero en Texas, allá afuera del trópico, aún sigue el orgu-
llo de la teja española en la cabeza de los tejanos, con el nombre de “sombrero texano”, allí sí razona-
blemente sombre ro por los ardores de un sol subtropical, algo más acervo, quién lo imaginara, que el
modesto sol ecuatorial de este siempre entumecido Quito.

13

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL BURRO22

E
l único capítulo que siempre se les olvidó a los fecundos escritores ecuatorianos, es pre-
cisamente el capítulo segundo, y quizá el mejor, del libro en un solo tomo que escribió
para los protagonistas de su primer capítulo, el inmortal Miguel de Cervantes.
Ninguno de los libros escritos por nuestros historiadores, geógrafos, naturalistas, literatos, políticos, so-
ciólogos, indigenistas y periodistas trae siquiera una casual alusión o referencia a la obra del burro en
la vida y desarrollo del pueblo del Ecuador, no obstante que el burro puede ser considerado e identifi-
cado como un complejo de todos y cualesquiera de estos tópicos, desde la historia del país, donde ha
jugado seguramente el más importante de los papeles, hasta el propio periodismo, cuya tarea recia, pa-
ciente y jamás interrumpida, pudo muy bien hallar su símbolo en el asno, el único de los animales de la
creación que come papeles y papeles impresos, porque él mismo es una fábrica de celulosa y talvez di-
ríamos que el primer inventor del cartón.
Es el burro, repetimos, el capítulo indefectiblemente olvidado, quizás misteriosamente rehui-
do, por los escritores estudiosos e inspirados del Ecuador en todo tiempo, mientras este animalito de
apariencia insípida, ha sido para nuestro país, sin duda, el más grande agente de su formación y de su
conformación; en verdad el que después de la espada y de la cruz, no es superado por ningún otro de
los elementos de colonización que los españoles trajeron a estas tierras hoy llamadas ecuatorianas. La
espada y la cruz, son ciertamente, los emblemas más representativos de la conquista; pero, nadie podrá
negarnos que es el burro el que podría alegorizar con plena exactitud a las épocas de la Colonia y de la
República, porque sin el asno, la indianidad misma ya se habría extinguido y no se hubiera multiplica-
do más ni mejor en los campos y viejísimos pueblos aborígenes, pretendidamente poblados por los es-
pañoles, y, porque sin el burro no habría existido la unión política y la interdependencia económica en-
tre las provincias y entre los cantones de la República. La literatura gastada en lo moderno para el fe-
rro c a rril y el automóvil, puede ser legítimamente aplicada al burro, en este caso, y con unos alcances
muchísimo mayores a favor de la obra del jumento, que no sangra la economía de la nación, sino al
contrario, que es el fertilizador por excelencia del país.
Como ningún otro, es pues, el burro un símbolo que abarca sólidamente la vida ecuatoriana
desde la época colonial hasta la republicana, y en una forma tan sustancial, que la inteligencia humana
puede quedarse perpleja en descubrimientos, si medita y analiza con menos orgullo y más penetración
en la fantástica obra del burro, de este héroe ignoto de la fauna doméstica, en el desenvolvimiento de
nuestro país, porque, hasta la jurisdicción política afectiva está trazada en su territorio gracias a la pre-
sencia filosófica de este noble cuadrúpedo, menospreciado por los caballeros del primer capítulo cervan-
tino. Y, quien no lo crea así, permítanos un momento su despreocupada atención.
¿Cuál cosa ha hecho, por ejemplo, mejor y más completa obra en el Ecuador a través de su
historia, desde 1534 hasta 1940, el trigo de Fray Jodoco, o el burro?
El trigo, al fin y al cabo, en el terreno de la realidad nacional, no ha alcanzado a hacer ni la
obra de la cebada misma para la población ecuatoriana, especialmente para la indianidad. El indio to-
davía no aprende a comer pan de trigo en cuatrocientos y más años de estar aquí esa espiga. El indio,
cuando mucho, en Finados, esa torta de trigo con levadura, llamada pan; pero en cambio come todos
los días la simple harina de cebada tostada y molida o mashca. Entonces, el trigo no ha logrado una
influencia sobre la vida indígena. En la política y en la sociología del indio no se cuenta el trigo, y pue-
de prescindirse de él. Mas, en estos precisos días es cuestión de alta política de la República lo relativo
a las harinas de trigo para la población no aborigen, para los forasteros o cuasi-forasteros del Ecuador.
En contraste, el indio sin el burro, casi perecería y se extinguiría, y no sólo él, sino que se des-
poblaría del resto de habitantes no indios el territorio populoso del Ecuador. Ni un número varias ve-
22 Revista Línea, Nº 8, ces redoblado de ferrocarriles y de automóviles podría atajar este desbande de la población actual. Por-
Quito, 1º de mayo de que este país montañoso ecuatorial, alomado y quebrado a porfía, no tiene opción posible para el vehí-
1940.
culo de ruedas, a no ser que mediante laboriosísimos trayectos de artificio (digamos caminos). No hay

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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paso franco para el vagón aventurero y comedido en pos de nuestras tierras quebradas y lodosas. El ba-
jel original de los Andes equinocciales, fue un día la runa-llama; extinguida ésta, tomó su lugar aventa-
jadamente el burro. Ese día entró recién España en la vida interna de la indianidad y allí se quedó, sien-
do esa civilización lenta, a las ancas del burro, la que andamos hasta el siglo XX. El transporte asnal
puede ser sustituido en las carreteras troncales con la vía de hierro o con la vía neumática, y para las
grandes heredades y explotaciones pero, el transporte caletero, diremos, de chacra a chacra en las zo-
nas de agricultura intensiva, reclamará siempre el burro: el vehículo de la miscelánea en el país de la
miscelánea de las producciones!
El caballo será siempre un mal avenido forastero en este país que es precisamente la antítesis
de las pampas o llanos. La triste caricatura del gran equino, es clásica en nuestros altos y fatigantes ce-
rros. El Ecuador no es para caballos; aquí el burro hace un papel ni siquiera igual al del caballo en Eu-
ropa, sino también a la vez, el rol del sobrio camello incásico, la llama, soportando todo el trabajo so-
bre las jorobas andinas.
Pero, además del transporte menudo del campesino, el burro desempeña en el Ecuador una
función notabilísima en sustentar la vida del hombre pobre o rico. Es la de mantener la fertilidad del
suelo, principalmente en las zonas más áridas del país. Eliminemos al burro de la provincia del Coto-
paxi, y produciríamos un cataclismo en ella. Pero una hecatombe mayor ocurriera si suprimiéramos al
burro de la provincia de Tungurahua, porque lo mejor de esa provincia, que es lo mejor del Ecuador,
volviera a ser un erial muerto, árido e inhabitable como debió serlo hasta después de la llegada de los
españoles; se acabarían todas sus huertas de hortalizas y todos sus huertos frutales, así como todas sus
mieses. Guayaquil y casi toda la costa no tendría qué legumbres nutritivas comer, y, la feria total de
Ambato quedaría como fulminada por un rayo. Pues, ha de saberse que la gran feria ambateña con sus
beneficios, no consiste únicamente en una prodigiosa concentración de mercaderes de veinte leguas a la
redonda, sino que, como un valiosísimo sub-producto de dicha feria, los cuatro o cinco mil asnos que

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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con sus amos acuden a ella, dejan semanalmente cientos de toneladas de estiércol tan valioso, que se lo
disputan los hortelanos a los más altos precios, porque es la vida de sus huertas locales. Es, pues, una
feria de fertilidad o de fertilizantes para la vigorosa vida agrícola de esa provincia de agricultura inten-
siva que da de comer con los más selectos productos a muchas otras provincias de la República, gracias
a su inmensa y utilísima población asnal, que puede llegar fácilmente a unos 20.000 burros.
Análogamente, si eliminamos a todos los burros de una provincia como la de Manabí, tam-
bién allá mataríamos de sed a casi todas sus más florecientes poblaciones; pues el sistema de aprovisio-
namiento de agua potable en ella es gracias al asno.
Por fin, ¿querrán creernos nuestros lectores en la revelación más extraordinaria que vamos a
hacerles acerca de la influencia decisiva del burro en la alta política ecuatoriana? El burro marca en el
Ecuador los verd a d e ros límites de la soberanía nacional efectiva. Donde hay burro en el territorio ecua-
toriano, allí hay posesión efectiva y jurisdicción eficaz de nuestra nacionalidad. Del Carchi al Macará,
y del callejón interandino a la costa orense, guayacense y manabita, exceptuando el tumultuoso Esme-
raldas, hasta Galápagos, las leyes y la administración nacional se dejan sentir normalmente con influen-
cia y dominio ecuatorianos. En el Oriente no hay un solo burro.
Para terminar, esta connaturalización tan completa del burro en el Ecuador, hasta el punto su-
mamente curioso de haber una gama entera de burros, desde el desnudo y lucio asno costeño y galapa-
guino hasta el asno esquimal, el burro tzuntzo de los páramos, además del gallardo y salvaje burro del
Chota, no se explica de otro modo sino quizá a que el origen del burro como especie zoológica debe es-
tar incuestionablemente en las zonas secas del África ecuatorial o en los desiertos del África tropical, y,
al ser trasladado a la América tropical, halla su mejor hogar precisamente en las zonas secas y bien so-
leadas del nivel del mar ecuatorial, tolerando, empero con diversos disfraces de piel las grandes altitu-
des, asimismo asoleadas del Ecuador.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

NOMENCLATURA URBANA
DEL ANTIGUO QUITO23

S
iendo Quito una ciudad tan y tan antigua, como lo es, y cuyas calles del centro primiti-
vo de la urbe se conservan hasta hoy conforme la primera traza que dieron los españoles
a la villa que se iniciaron en el año de 1534, es muy natural que los nombres de tales ca-
lles han ido cambiando quizás de siglo en siglo, según la vida y costumbres de cada época. Porque la de-
nominación que en los antiguos tiempos recibían las calles, plazas y más lugares que componían el po-
blado era obra espontánea del vulgo que utilizaba a cada lugar con el nombre de lo más característico
y distintivo que allí se encontraba.

En más de los cuatrocientos años de vida que tiene nuestra ciudad, es pues, bastante difícil tra-
tar de reconstruir esa diversa nomenclatura cronológica. Lo que nosotros vamos a revelar aquí escasa-
mente al respecto, representa un trabajo en verdad ímprobo, del cual suficiente será decir que no es im-
provisado.

Vamos a dar, por tanto, en forma algo esquemática, período por período, esta nomenclatura
ciertamente tradicional de Quito.

L A C A L L E M A E S T R A O
“ C A L L E R E A L ” D E Q U I T O

A
l fundarse la villa, como es lógico, lo primero que trazaron los españoles fue la “Ca-
lle Real”, que necesariamente tenía que ser la calle o línea maestra a la cual tenía que
ajustarse el trazado de las demás, paralelamente y transversalmente a ella, a fin de dar-
le a la villa la conformación geométrica regular que venía de Europa a imponerse en estos lares indios.
Si bien, esta regularidad no podía aplicarse estrictamente por la topografía montañosa tan quebrada e
irregular del solar quitense. Por demás esta decir que los españoles no hicieron un trazado astronómi-
co de la villa. Esa “Calle Real” fue la que hoy llamamos calle García Moreno, cuyas espaldas (orienta-
les) eran el lindero de las casas de Sebastián de Benalcázar, según consta del re p a rtimiento de los prime-
ros solares hechos en 153424.
Pero la “Calle Real” española, curiosamente, ya se sujetó primero a la “línea maestra o calle
maestra” que tuvieron los quitus y los incas como camino de conexión entre el templo del Sol en Pane-
cillo y el templo de la Luna en San Juan, el que, a la vez, servía de punto o ruta de partida para el gran
camino aborigen que unía a Quito con el Cusco. Este “Camino Real Indio”, llegó a llamarse a través
de los siglos, hasta donde sabemos “Calle de Puelles”, “Calle de Villacís”, “Calle Angosta” y ahora “Ca-
23 Historietas de Quito:
lle Benalcázar”, porque, cosa rara, más bien a esta calle miraban los frentes de las “casas de Benalcá-
“Últimas Noticias”, Quito, zar”, después de Puelles, y la placeta misma de la fundación de la villa.
17 de abril de 1965. Pág. 7. En esos mismos tiempos iniciales de Quito, hubo una “Calle de Valverde”, la actual calle Me-
24 1532 se lee en el origi-
jía entre García Moreno y Benalcázar; otra “Calle de Carrera”, la que luego fue llamada de Casillas,
nal, pero es una obvia equi-
vocación tipográfica. después del Correo y hoy Venezuela25; y, la esquina de Francisco Ruiz en la “Plaza de la Ciudad”, Pla-
25 Examinar, “La calle de za Mayor o Plaza Grande.
casillas o del correo” publi- Después de la Revolución de las Alcabalas, de 1592, ya se llamó “Calle de Bellido”, a la hoy
cada en la página 105 de es-
ta edición. Rocafuerte, entre García Moreno y Venezuela. Para ese mismo tiempo ya habían calles de la Concep-
26 Ver “Origen de la plaza ción, del Hospital, Plaza de Diego de Torres (Santo Domingo)26, de Santa Bárbara, y otras.
de Santo Domingo” en esta En el siglo XVII, ya se expandió el poblado mayormente por contornos de Santa Bárbara, y
mismo libro, en la página
1 3 3. también por la entrada sur de la ciudad. Hubo la “Calle de los Tratantes”, después “del Comercio Ba-

39
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

jo”, y hoy Guayaquil27; del Mesón28, de La Vinculada, (calle Loja), del Santo Cristo, de Sábana Santa,
de Villacís y su prolongación, de San Juan Evangelista, de Manosalvas, de Churretas (la Guayaquil ac-
tual, cortando a la posterior calle de la Ronda), y muchas otras calles y plazuelas referentes a iglesias y
conventos.

E L S I G L O X V I I I E N
L A N O M E N C L A T U R A D E Q U I T O

P
e ro, en el siglo XVIII, la nomenclatura popular adquiere un gran vuelo. Hay, por ejem-
plo las siguientes calles: “del Beaterio Viejo”, el comienzo de la Cotopaxi; “del Beaterio
Nuevo”, la Olmedo, ex colegio Mejía; Buena Vista, la Manabí alta; la Calle de la Estre-
lla, la alta de Santa Bárbara; Calle de Betancur, la inmediata transversal; la calle de Urcu-Virgen, la par-
te alta de la Cuenca; la calle de las Togreras, la que sube a Toctiucu; las Calles de Santa Rosa, de la Pal-
ma, de Andraca, las de la alta calle Olmedo; la Calle del Suspiro, la cuesta que desde el Carmen Bajo
sube hasta la antigua calle del Marqués de Miraflores, parte de la antigua “Calle Real” después García
Moreno; y estas otras calles indeterminadas: de Salzedo, del Cristo, de San Joseph, del Chorro del Car-
men, del Portero, la Calle Chica, la de Cabeza de Baca, de Serrano, de la Soledad, Calle Nueva, Calle
de las Melcochas, Calle Sola, Calle Sin Par, Calle de la Chuspi (la Manabí cerca del Teatro); la de San
Antonio, la de Sisaña, de San Miguel, del Retiro; la Calle Larga de San Sebastián; la de la Portería de la
Concepción; la Calle de Torre Vieja (de San Agustín, entre Chile y Flores); la del Chorro de Santa Ca-
talina; la Calle de Ontaneda, junto a la Carnicería (Manabí baja); Guanga-Calle, la avenida Colombia,
delante del hospital; La Guaragua, alomado hoy calle Vargas.
Y, es en este siglo en que empieza a denominarse “calle de las Siete Cruces” a la actual García
Moreno29, y con nombres particulares para cada cuadra que la integran, en esta forma, desde el pie del
Panecillo: Calle de la Recoleta de los jesuitas (después, del Hospicio); Cruz de Piedra, donde estaba la
primera cruz pétrea, al extremo occidental de la Calle Larga de San Sebastián (hoy Loja); Calle del Hos-
pital; Calle del Arco de la Reina; Calle de La Compañía; Calle de la Universidad; Plaza Mayor; Calle de
la Concepción; Calle de Miraflores; Calle de Santa Bárbara. También ya en este siglo quedó conforma-
da y denominada Calle de la Ronda30.

27 En re f e rencia a la actual
calle Guayaquil mirar “Las
c u a t ro esquinas”, publica-
da en la página 1 0 1 de esta
edición.
L A N O M E N C L A T U R A D E L S I G L O X I X
28 En re f e rencia a la calle
del Mesón, actual Maldo-
nado, en la historieta “El

E
obelisco a García Moreno”
n el siglo XIX, sobre la nomenclatura tradicional que venía continuándose, tales como
en la página 107 de esta
edición, se trata con detalle El Placer, El Girón, El Vergel, La Loma Grande, La Loma Chiquita, El Batán, La Tola,
su desarro l l o . El Arco de La Magdalena, y otros lugares así denominados, la guerra de la Indepen-
29 El nombre de “Calle de
dencia y sus eventos, trajo nuevas ideas para imponer o sustituir nombres alusivos al tiempo nuevo. Así,
las Siete Cruces” ya apare-
ce en un plano dibujado a por ejemplo, a la antigua “Calle de Algodón”, que de este modo se había denominado también a la Ca-
mano de inicios del siglo lle del Colegio de San Fernando (Guayaquil) frente a los Sagrados Corazones, se la llamó “Calle de Bo-
XIX. El autor dedica una
historieta completa a esta lívar”. Mucho después se retiró de allí este nombre y se la puso a la transversal o “Calle de la Perería”,
calle en la página 97 de es- como está “Calle Bolívar”, hasta ahora. Asimismo, a la “Calle de la Cruz de Piedra”, se la llamó “Ca-
ta edición.
30 El autor trata con deta-
lle de Minerva”, a la antigua Calle de los Hornillos (de ladrillos) de la Alameda, hoy avenida 10 de
lle la historia de esta calle Agosto, al comienzo, se la llamó “Calle de Atahualpa”. A la calle que conduce de la plazuela de la Mer-
en “El origen de la calle de ced al pretil de San Francisco, se la llamó “Calle de Yaguachi”. A la antigua “Calle de Arteta”, (la Chi-
“La Ronda”, ver página 99
de esta edición.
le delante de “El Comercio31”), se la llamó “Calle Pichincha” (con más propiedad que la anterior, hoy
31 El autor se refiere al dia- Benalcázar, que no miraba al Pichincha). En realidad, esta calle que en el siglo XIX la llamaron equivo-
rio El Comercio, que tenía cadamente “de Arteta”, no era de tal, sino de don Joaquín de Artece, persona importante de la Colo-
sus instalaciones a mitad de
la cuadra de la calle Chile,
nia, que construyó aquella linda portada de columnas salomónicas en una casa que en dicha calle has-
entre Benalcázar y Cuenca. ta hoy existe.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

En este mismo siglo XIX apareció el nombre de “La Chilena” para aquel barrio N. O. así co-
nocido hasta hoy. También “la Calle de la Platería”, la Venezuela delante del Palacio Arzobispal; la “Ca-
lle de los Agachados de San Guillermo”, a la Bolívar, entre García Moreno y la Plaza de San Francisco.
Igualmente “Lagomarsino”, desfigurado en “Argomasín”, al extremo alto de la calle Bolívar, donde un
italiano de este nombre, tal vez desde tiempos coloniales, tuvo allí una buena fábrica de cerámica de lo-
za. “Las Almas”, empezó a llamarse a la esquina de la calle Rocafuerte con la Imbabura, donde tam-
bién tuvo su tienda de música y de curaciones estrafalarias el célebre “Guagraocote”, doctor de espan-
tos de guaguas y director de músicas de gloria para entierros de criaturas. La razón para todo esto era
que con la fundación del Cementerio de San Diego, los cortejos fúnebres (siempre nocturnos) pasaban
por allí obligadamente, y allí hacían una estación para rezos.
Finalmente, sólo por el año de 1880 se dictó la primera nomenclatura municipal para las ca-
lles, plazas y otros lugares de Quito; de cuyos nombres todavía se perpetúan muchos, como: calles Gar-
cía Moreno, Guayaquil, Venezuela, Cuenca, Flores, Montúfar, Manabí, Esmeraldas, Sucre, Bolívar, Ro-
cafuerte, Chile, Mejía32, Loja, Morales, Pereira, Caldas, Briseño, León, Los Ríos, etc., etc.
Muy revelador de lo poco que se sabía acerca de Eugenio Espejo en ese siglo, es que el nom-
bre de “Calle Espejo” la tenían puesta a una desaseada calle trasmano del hospicio, hasta que un Qui-
tense33 en un artículo de hace menos de veinte años les dijo que los señores municipales, “que cómo han
de tener por Espejo, con mayúscula y minúscula a aquella calle, y que por qué no le ponía a la llamada
“Calle Bolivia”, donde Eugenio Espejo tuvo el brillar de su vida y de su muerte”. Y, con este buen con-
sejo, tuvieron que hacérselo así, donde ahora esta la “Calle Espejo”

19

20

32 En la historieta “La la-


g a rtija que abrió la calle
Mejía” el autor habla del
tramo de la calle Mejía
c o m p rendido entre la Gua-
yaquil y la Flores en la pági-
na 110 de esta obra.
33 Quitense fue, como se
sabe, el pseudónimo más
utilizado por Luciano An-
drade Marín y que empleó
para todas sus “Historie-
tas” publicadas en “Últimas
Noticias”.

41
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL ROLLO O PICOTA COLONIAL DE QUITO34

A
una corta distancia de cosa de doscientos o más metros algo al oriente de la pequeña
iglesia de El Belén y en el sitio preciso donde ahora, en 1965, está levantado el moder-
no Palacio Legislativo, allí, en la eminencia del terreno llano en que termina la supe-
rior planicie de la Alameda, se destacaba todavía firme hasta hace poco una gruesa y solitaria columna
de piedra, duro y funesto vestigio colonial, delante de un vasto panorama que tenía a su pie el resto de
la extensa llanura de Añaquito o Iñaquito, ejido público que legalmente comenzaba desde la plazuela
de San Blas. Esta columna, rematada por un copete y tres brazos salientes también pétreos y ya desas-
tillados, sin duda por el uso, era el rollo o picota que los españoles de la Colonia levantaron en Quito
siglos atrás para los ajusticiamientos más espectaculares de su vindicta pública.

S I G N I F I C A D O E S P A Ñ O L D E
E L R O L L O O P I C O T A

S
egún el más antiguo diccionario enciclopédico castellano “rollo, es la picota hecha de
piedra y en forma redonda o de columna, y era insignia de la jurisdicción de villa”, y,
por “picota” define, “el rollo u horca de piedra que suele haber a las entradas de los lu -
gares, adonde ponían las cabezas de los ajusticiados o los reos a la vergüenza”
En cuanto a la palabra jurisdicción, en este caso no es en el sentido de “ t é rmino de algún lu -
gar o provincia, ni de territorio en que un juez ejerce sus facultades de tal”, sino en la acepción de “po -
der o autoridad que tiene alguno, persona o entidad, para gobernar y poner en ejecución las leyes”
Por tanto, el sitio extramuros donde los españoles levantaron este rollo o picota de piedra, no
fue para significar el lindero o término de la villa o ciudad de Quito, sino para alejar consideradamen-
te de la inmediata vista pública este pilar ignominioso de su justicia a un lugar donde desde los prime-
ros tiempos de la población española de la ciudad, ya se lo había señalado, sin duda, como el de arro-
jar allá a distancia los cadáveres de los animales o de los hombres que, a su juicio de la época, no de-
bían recibir sepultura, sino ser abandonado a la corrupción libre, a las aves del cielo y a los perros del
campo; cosa que se perpetuó en ese mismo sitio, consuetudinariamente, hasta bien entrados los tiempos
de la República, según lo veremos en otra “Historieta”35.
Porque, los españoles tan pronto como fue poblada o asentada (no fundada) la villa de San
Francisco de Quito, ya levantaron su infaltable, aunque provisional picota de palo en la “Plaza de la Vi-
34 “Historietas de Quito:
lla” (que hemos venido llamando “Plaza de la Fundación”36, porque la “Plaza de la Ciudad” fue para
Últimas Noticias”, Quito, 3
de julio de 1965. Pág. 8. ellos, en su traza original, la que hoy llamamos “Plaza Grande”). En esa improvisada picota de la pla-
35 El autor se re f i e re a “El za de la villa fue colocada la cabeza del infeliz Virrey Núñez Vela, luego después de la batalla de Iñaqui-
panteón de los pro t e s t a n- to y colgada una buena mujer que mandó a ahorcar Puelles no en el rollo o picota de piedra cercana al
tes”, publicada en la página
189 de esta edición. Belén, porque al tiempo de dicha batalla y asesinato no hubo todavía ni rollo ni Belén.
36 Ver la historieta “La pla- Es sumamente curioso, como designios del destino, que, con exactitud, donde después se se-
ceta de la fundación” en es- ñaló para arrojadero de animales muertos y de cadáveres humanos insepultables, y para sitio definitivo
te libro, en la página 29.
37 Campo deportivo que del gran rollo o picota de piedra, allí tuvo lugar el combate horrorosamente reñido de las caballerías de
dejó de utilizarse cuando el Gonzalo Pizarro con las del Virrey, donde en esa pendiente (que hoy mira al estadio del Ejido)37 roda-
estadio Atahualpa cobró ron envueltos en una sola masa de hombres y caballos, heridos y muertos, los adversarios hasta amon-
i m p o rtancia, y que fuera
transformado en el hoy lla- tonarse en el descanso horizontal del pie (hoy calle Tarqui), y donde siglos después fue fusiladero de los
mado Parque del Arbolito. republicanos y enterradero de protestantes fallecidos en Quito. Quien lea con cuidado los relatos de tes-

43
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

22

tigos presenciales de la batalla de Iñaquito, que los hay muy buenos, podrá comprobar la primera ase-
veración que aquí hacemos.

C U Á N D O Y P O R Q U É F U E
L E V A N T A D O E L R O L L O O P I C O T A

N
inguna de las documentaciones antiguas trae noticia alguna sobre cómo y cuándo
fue levantado el rollo o picota. Si de sólo documentos de papel dependiera la histo-
ria, sería de creer que la formidable picota pétrea de Quito es una mera fábula. Pe-
38 De acuerdo con la infor- ro, allí donde hemos señalado estuvo, en un terreno de propiedad particular38 despojado al público eji-
mación provista por la do, y ahora está implantada en el patio del Museo Municipal de Historia de Quito39, después de haber
obra compilada por Eliécer
Enríquez “Quito a través sido rescatada de poder de un particular que, a título de dueño del terreno la desmontó de su lugar ori-
de los Siglos” (Impre n t a ginal y se la llevó a una residencia suya, terreno que, a la vez, sirvió más tarde (no hace mucho) para
Municipal, Quito, 1938),
el rollo se levantaba en te- asentar la construcción del moderno Palacio Legislativo.
rrenos de la familia Muñoz Únicamente es el Padre Juan de Velasco en su célebre Historia del Reino de Quito quien nos
(pie de foto frente a la pági-
da la siguiente referencia acerca de ese rollo o picota: “Hubo, dice, un Octavo Tribunal de la REAL
na 32)
39 El Museo Municipal CASA DE MONEDA, compuesto de Tesorero, Contador y demás oficiales. Se extinguió en el siglo pa -
“Alberto Mena Caamaño” sado y se demolió la casa, que era contigua al monasterio de La Concepción, no tanto por haber cesa -
f o rma hoy parte del Centro do el trabajo de las minas de plata, que era la única que se acuñaba, cuanto por los monederos falsos,
Cultural Metropolitano, en
la esquina de las calles de los cuales fueron ajusticiados en una columna que se levantó para el efecto en el egido, y subsiste con el
G a rcía Moreno y Espejo. nombre de LA PICOTA”.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

23
Esto quiere decir que la picota de El Belén fue levantada el siglo XVI a raíz de la primera tre-
menda crisis económica de la moneda que padeció Quito, según nuestra personal opinión, por agota-
miento de la “cosecha” (que los españoles llamaron “rescate”) del oro y plata existentes en manos de
los indios desde antes de la Conquista española, conforme lo tenemos prolijamente discutido en un pe-
queño librito nuestro intitulado “El Ecuador Minero”. Pues, cuánto oro y plata labrados hallaron los
españoles en Quito y lograron en Cajamarca, se lo llevaron a España, dejándolo muy poco aquí en for-
ma de monedas toscamente acuñadas; y, así el país quedó desmonetizado. Los monederos falsos se le-
vantaron entonces, y, burlando el conocido tributo de “los quintos reales”, se dieron a la tarea de suplir
subrepticiamente la falta se circulante con sus monedas que aunque de buen metal, porque no eran de
plomo o estaño, habían perjudicado a la Corona; pero, que, en el fondo, —cosa irónica— beneficiaban
a la comunidad. Las autoridades reales que tenían por los peores delitos el de los monederos falsos y el
de los excomulgados, levantaron un corpulento rollo o picota de piedra para colgar allí a unos y a otros,
dejándolos de pasto de los gusanos y de las bestias carnívoras como el castigo más infame e ignominio-
so, y creyendo así resolver la crisis económica que provenía de otras causas inimaginadas, entonces, pa-
ra los gobernantes españoles.
Así fue, conforme lo dejamos estudiado en nuestro referido librito, que al siglo siguiente se re-
pitió otra crisis económica quizás peor al agotarse el otro filón de la insensata y cruel explotación espa-
ñola: el de los obrajes, instituciones éstas que, al decir de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, en su formida-
ble libro “Noticias Secretas de América”, eran mil veces peores que las galeras porque jamás llegaban a
ningún puerto que no sea el de la muerte segura de sus indios ocupantes inclusive las de sus familias de-
socupadas afuera, hambrientas y aterrorizadas de la tiranía combinada de corregidores, hacendados y
curas. Con este sistema de extirpación colectiva sin duda ya quedó sin mucho uso la singular picota,
nombre fatídico que se ha perpetuado hasta hoy en el dicho vulgar “ponerle a uno en la picota”
Testimonios adicionales de la existencia del rollo o picota del Belén de Quito, constan en los
planos más antiguos de la ciudad. En el de Dionisio de Alsedo y Herrera, probablemente del año de
1729; en el de La Condamine, probablemente del año de 1740; en el Jorge Juan, y Antonio de Ulloa,
quizás del mismo tiempo; y, en el Gazzetiere Americano de 1763, en todos ellos consta hasta dibujado
con sus actuales formas dicho rollo o picota.
Una última pregunta: ¿Podían los meticulosamente católicos españoles, haber levantado esta
picota de ignominia y afrenta macabra junto a una primera iglesia de la cristiandad o a un sitio en don-
de dicen que se celebró la primera misa de la Conquista? Si hay quien pueda responderlo afirmativa-
mente quemaremos nuestras naves.

24

41 Adicionalmente a estos
testimonios, en el cuadro
del milagro de la Virgen de
Guápulo conocido como
“ P rocesión durante la se -
quía” pintado por Miguel
de Santiago en la segunda
mitad del siglo XVII, ya
a p a rece la picota en el eji-
do de Iñaquito.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL MERIDIANO DE QUITO41
FUE EL MERIDIANO QUITEÑO EL QUE HIZO LA GEOGRAFÍA
DEL MARAÑÓN O AMAZONAS42

D
esde que la humanidad llegó ya al convencimiento de que el planeta en que vivimos
es una bola, una esfera, empezaron los geógrafos a aplicar los principios de la geo-
metría esférica para determinar un punto o para localizar a ese punto en la superfi-
cie de dicha bola, que, como tal, no tiene principio ni fin en parte alguna de ella, volviendo así, aparen-
temente imposible el poder decir “este punto está en este sitio de la bola”; pues, no habiendo otros pun-
tos o líneas de referencia, no cabía localización posible.
Pero, según los principios de la geometría esférica, a una bola cualquiera se la puede dividir
en dos partes exactamente iguales llamadas semiesferas o hemisferios. Entonces, el sitio de división de
las dos esferas, está constituido por una línea circular, por un anillo, que llamamos círculo ecuatorial el
cual también decimos que es un círculo máximo, porque es la circunferencia más grande que podemos
trazar sobre una bola. Toda otra circunferencia que tracemos paralelamente, encima o debajo de este
ecuador, serán círculos menores, más pequeños que el ecuador mismo. Pero, ni así, todavía no pode-
mos marcar ni hallar un punto en la superficie de cada semiesfera, a fin de poder decir, “allí en tal par-
te está este punto”, porque todavía no tenemos otras partes de referencia.
Mas, si de nuevo trazamos otra línea redonda, otra circunferencia en la misma bola, dividien-
do esta vez a la bola en otras dos partes exactamente iguales, pero en sentido opuesto, de modo de cor-
tar al ecuador en ángulos rectos, desde ese momento tendremos ya no sólo uno, sino dos círculos má-
ximos sobre la bola, de modo que cada uno por su parte le dividirá a la bola en dos partes exactamen-
te iguales. A este segundo círculo que hemos trazado, le llamamos círculo meridiano. Desde ese instan-
te también, como se comprenderá podemos ya decir “este punto se halla a tanta distancia del círculo
ecuatorial, y a tanta distancia del círculo meridiano”. Porque, recordemos que un punto es el sitio en
donde se encuentran, se cortan o se cruzan dos líneas.
Con este procedimiento de los dos círculos máximos trazados sobre una esfera, nos encontra-
mos prácticamente en el mismo caso fácil de poder situar o hallar un punto en una mesa, en una tabla,
en una pizarra cuadrada, diciendo, “a tantos centímetros de un borde y a tantos otros centímetros del
otro borde”, es decir, que midiendo desde el un borde y desde el otro borde hay un sitio en el que se en-
cuentran las dos medidas. Allí está un punto, y aunque se lo borre, podremos volverlo a situar en el
mismo sitio con gran precisión, ciñéndonos a las medidas previas.
Entonces, en una bola en que hayamos trazado los dos círculos máximos y únicos de que he-
mos hablado, es ya también muy fácil situar o hallar un punto diciendo “el punto está a tanta distan-
cia del círculo ecuatorial y a tanta distancia del círculo meridiano”.
Ahora bien, como la tierra es una bola, una esfera, pero no una esfera quieta, sino una esfera
que da las vueltas alrededor de sí misma, girando sobre un eje conocido, permanente, constante, tam-
bién en ella aplicamos el principio de dos círculos máximos de la geometría esférica para situar o para
hallar un punto cualquiera sobre el globo terrestre, así sea nuestra misma casa, nuestra ciudad, nuestro
vehículo en marcha, o sea un automóvil, un buque o un avión. Pero, en el globo terrestre tenemos una
factibilidad más que en cualquier otra bola: es la de que la Tierra gira, y gira al rededor de los polos,
siendo entonces los polos dos puntos importantísimos de referencia por donde hacemos pasar tocando
en cada polo a ese círculo máximo meridiano. De modo que, en la Tierra, el círculo máximo ecuato-
rial está siempre equidistante de los polos, sin cambiar jamás de lugar (porque en una bola de madera,
41 Revista Línea, Nº 26, por ejemplo, al círculo ecuatorial lo podemos dibujar donde quiera, y al círculo meridiano también don-
Quito, 1º de marzo de
1941.
de quiera, siempre que sean círculos máximos que dividan a la bola en dos partes exactamente iguales).
42 A rtículo fechado: Qui- La última conclusión de lo que se explica, es esto: que, sobre la esfera terrestre no hay más
to, febre ro 15 de 1941. que un solo y único círculo ecuatorial, mientras hay tantos círculos meridianos como puntos puedan ha-

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

llarse sobre la superficie del planeta, es decir, cientos, miles, millones de millones de círculos meridianos,
siempre que estos círculos pasen por cada punto dado y también por cada polo, dividiendo a la esfera
en dos partes exactamente iguales.
Por tanto, para hallar o situar un punto sobre la esfera terrestre que tiene un solo y único cír-
culo ecuatorial, pero miles y millones de círculos meridianos, tantos cuantos puntos puedan caber so-
bre la esfera, es preciso adoptar convencionalmente uno de aquellos círculos meridianos para tomarlo
como base y referirse a él, diciendo que un punto cualquiera está al oriente o al occidente de dicho cír-
culo meridiano básico. Respecto del círculo ecuatorial, siendo único, no hay necesidad de otra referen-
cia, que la de los polos terrestres: norte y sur. Entonces, la esfera terrestre queda así dividida según el
primer caso, el de los círculos meridianos, y a partir del círculo meridiano básico, en dos hemisferios:
oriental y occidental. Y, según el círculo ecuatorial, en otros dos hemisferios: norte y sur.
Entonces, a la línea del círculo meridiano que pasa por un punto o lugar de la Tierra, se le lla-
ma línea meridiana, y tiene el valor de LONGITUD, o sea la distancia entre este punto o lugar dado y
el círculo meridiano del lugar tomado como base. Y, la distancia que hay desde este mismo punto o lu-
gar dado hasta el círculo ecuatorial, tiene el valor de LATITUD. Midiendo, pues, la distancia de longi-
tud y la de latitud, se sitúa o se halla con precisión a un punto en la superficie del planeta Tierra. Esta
medición se hace por medio de grados de círculo, o sean 360 grados, que se llaman grados geográficos
al tratarse de la esfera terrestre.
El caso es, por tanto, en lo que respecta a los primeros asuntos geográficos que fue necesario
establecerlos aquí en la América después de la llegada de los españoles, que para conocer la posición de
un buque en el mar o de un pueblo, monte, bahía, etc. en esta parte del mundo, había necesidad de fi-
jar un meridiano básico al cual referirse. Los españoles escogieron y establecieron como tal, el Pico de
Tenerife, o sea una altísima montaña afilada y volcánica de las Islas Canarias en el Océano Atlántico,
cerca de la costa occidental de África; y, por este meridiano se guiaban para sus cálculos de posición las
carabelas, naos y todos los bajeles que cruzaban dicho Océano.
Pero, acá, ya en tierra firme, y para los hombres que comenzaban y proseguían la obra de co-
lonización de las inmensas y bravías tierras principalmente de la América del Sur, recorridas por altas y
larguísimas cordilleras, inmensísimas planicies y ríos a porfía en un caos de vegetación tropical, se hizo
necesario digamos emanciparse del meridiano del Pico de Tenerife, y adoptar otro propio que sirviese
prontamente para las observaciones, determinaciones y correcciones. Pero, antes de indicar cuál punto
de esta América Meridional fue el escogido para ello, debemos anticiparnos en saber quiénes fueron los
que necesitaban de un nuevo meridiano básico en esta parte ecuatorial del mundo americano. Esos fue-
43 Nota del autor: Esta ron los jesuitas, porque los jesuitas comenzaron a hacer geografía en las tierras conquistadas por los es-
azotea existió con la colum- pañoles. Y, como los jesuitas fueron los primeros colonizadores del gigantesco país del Marañón, para
na del reloj de Sol y con una
lápida inscrita por la Aca-
este objeto necesitaron de un meridiano básico para ellos, y, por tanto propio de la América Ecuatorial.
demia Pichinchense, en el Y, también como los jesuitas, por sapientísimas razones geográficas que sólo el tiempo ha de hacerlas
edificio antiguo de la Uni-
brillar en todo su magno esplendor, localizaron en Quito la sede máxima de su vastísimo trabajo misio-
versidad Central, y corre s-
pondía al sitio de la clara- nero en ese otro novísimo mundo del Nuevo Mundo: el Marañón, también localizaron en Quito, en la
boya de la sala del Instituto casa de su propio colegio y universidad el meridiano que había de servirles para la geografía amazóni-
de Investigaciones Econó-
micas del actual edificio. ca de la cual ellos fueron sus autores.
La lápida desapareció en Así, pues, se puede decir con la mayor justeza que España se valió del meridiano del Pico de
manos profanas, y la co-
lumna y reloj que corrían el
Tenerife para su navegación en los océanos; pero que para la navegación en el Marañón, se sirvió del
mismo camino, fueron re- meridiano de Quito.
caudados y colocados por ¿En qué lugar exacto de Quito se hallaba este meridiano o sea la línea meridiana del círculo
lo menos en el patio donde
están ahora, fuera de la lí- máximo? Sencillamente, estaba un punto en una azotea de la antigua Universidad de San Gregorio
nea Meridiana clásica de Magno de los jesuitas,43 y otro punto estaba constituido por el vértice de la torre de la Merced. Unidos
Quito.
44 El derrocamiento del los dos puntos, se obtenía así el rumbo exacto del meridiano de Quito tomado como base para la geo-
edificio colonial de los je- grafía de las misiones del Marañón, por tanto, del país del Marañón.
suitas se completó en 1917, En tal azotea, que, posteriormente, llegando a ser ya Universidad Central laica del Ecuador,
iniciándose las obras de la
nueva Universidad. Aban- existió hasta el año de 1915, (en que el autor de este artículo tanto combatió para que no se la demue-
donado ese edificio a me- la pero que por lo menos pudo tomarla una fotografía que aquí aparece)44 los jesuitas levantaron como
diados de la década de
1940 el edificio pasó a ma-
la más adecuada marca o punto de referencia, un pilar o columna que llevase encima un reloj de sol cu-
nos de la municipalidad y yo índice de varilla de hierro marcase el rumbo del meridiano quitense. Pero a esta columna no la qui-
hoy, convenientemente re s- sieron hacer una pilastra cualquiera, sino que la imprimieron el sello clásico de la Compañía de Jesús,
taurado es parte del Centro
Cultural Metropolitano. y el sello de la quiteñidad. Le hicieron una columna salomónica, ni más ni menos que una de las co-

48
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

26

lumnas famosas salomónicas del mismísimo frontispicio de la iglesia de la Compañía, y rodeada de una
guirnalda de azucenas en símbolo de la Azucena de Quito45.
Esta notabilísima columna que soportaba al reloj de sol del meridiano de Quito, es, pues, la
piedra fundamental quiteña sobre la cual se levantó la geografía y la historia del Marañón o Amazonas.
De la instalación de esta columna no hay que se sepa una crónica exacta en los anales cono-
45 R e c o rdemos que en
1725 el Padre Leonard o
cidos; pero parece que debe haber sido erigida como tal columna del meridiano de Quito, antes del año
Deubler abandonó la ejecu- de 1750, porque años después, los propios jesuitas fundaron la primera sociedad científica para estu-
ción de la fachada de la dios y observaciones astronómicas y geográficas en Quito con el nombre de academia Pichinchense, y
iglesia de la Compañía. Se
conoce que muchas piezas cuyo primer objeto fue el de rectificar la posición de esta columna que parece que fue desquiciada por
pétreas quedaron a medio efectos de un temblor de tierra. Tal academia Pichinchense funcionaba en tiempos del ilustre quiteño
labrar, al pie de la obra. No
es extraño, entonces, que Dr. Francisco Javier Eugenio de Santacruz y Espejo.
utilizando ese material y los Fue, pues, durante siglos que al meridiano de Quito, marcado sin duda posteriormente con la
mismos hábiles picapedre-
columna salomónica y su reloj de sol en la azotea de la Academia, sirvió, como el meridiano moderno
ros indígenas, se hayan re u-
tilizado las famosas colum- de Greenwich, para la antigua geografía sudamericana. Según el meridiano de Quito fueron trazadas
nas salomónicas como se- las cartas geográficas del Padre Fritz, de Bouger, de Maldonado, de Velasco, de Requena y también la
ñal del meridiano.
46 El autor se re f i e re al an- excelente colección de posiciones geográficas de nuestro actual Ecuador por el gran geógrafo quiteño
tiguo edificio universitario Alcedo y Herrera. En la actualidad, esa columna está fuera de su lugar, en un patio de la Universidad46.
de la calle García More n o . Solamente muy después han venido a ponerse en uso universal primero el Meridiano de Pa-
La columna en referencia se
halla en la actualidad de- rís, y finalmente el de Greenwich en Londres. Pero, pensamos que, a causa de la actual guerra47, y de la
lante del pabellón de admi- tan expedita intercomunicación moderna por radio, el meridiano básico de Greenwich puede ser susti-
nistración de la Universidad
Central, hacia la avenida tuido por otro en América, quizá en Estados Unidos; pero, por iguales razones de la facilidad de inter-
América, cerca de la fuente comunicaciones y consolidaciones entre las Américas, bien podía volver a ser el meridiano de Quito, por
de la antigua Plaza Indoa-
su insustituible posición casi bajo la línea o círculo ecuatorial, el meridiano básico para un nuevo mun-
mérica.
47 La Segunda Guerr a do dentro de un nuevo orden que se perfila, naturalmente a base también de una perfeccionada demo-
Mundial. cracia.

49
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

27

50
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL RELOJ DE SOL DE LA UNIVERSIDAD48

E
l bellísimo reloj de Sol que se asienta sobre una elegante columna espiral salomónica y
que luce ahora ¡pero con qué riesgos y maltratos! delante de la moderna Universidad
Central de Quito, es una verdadera joya antigua de un gran valor científico, histórico y
artístico que debiera ser conservada con singular respecto y cuidado por todos los quiteños y los ecua-
torianos en general.

Desde el año de 1915 en que comenzó la fría e imperdonable demolición de aquel estupendo
y venerable edificio original de nuestra antigua universidad, ese clásico reloj de Sol movido ya de su cé-
lebre sitial académico, empezó en una odisea de localizaciones que ya nunca más corresponden al pun-
to preciso de su original ubicación, que era de la azotea de la memorable Academia Pichinchense, la pri-
mera y única academia científica que ha tenido Quito y el Ecuador en todos los tiempos. Al Quitense
que escribe estas líneas le cabe el honor o el orgullo, (y, porque no) de haber sido el único ecuatoriano
que protestó públicamente por esa bárbara demolición, como consta en la colección del diario “El Co-
mercio” del año de 1915, a quien se le agregó luego el otro quiteño, Alejandro Campaña, cronista en-
tonces del mismo diario. Pero, volvamos a página ingrata, y sigamos.

España para sus grandes navegaciones marítimas necesitaba en el siglo XVI de un meridiano
básico al que se rigieran sus navegantes, y optó por adoptar el meridiano del Pico de Tenerife en una de
las islas Canarias; pero, cuando ya la Madre Patria desenvolvía sus conquistas en nuestra Sudamérica
no por medio de la espada, sino sabiamente amparándose en la cruz puesta en manos de mansos misio-
neros y no en la de pecaminosos capellanes de soldados, tuvo que adoptarse otro meridiano, ciertamen-
te más humano en la siguiente empresa colonial, terminada la empresa conquistadora. Ese meridiano
fue el de Quito, y quienes lo escogieron, fueron los jesuitas, porque hablando en verdad histórica, los je-
suitas fueron los que comenzaron a hacer Geografía en las tierras conquistadas por los españoles49.
Estos religiosos fueron los primeros colonizadores del gigantesco país del Marañón, y para ese
objeto necesitaron de un meridiano básico para sus actividades en el océano vegetal de la amazonía, y
por tanto, propio para la América Ecuatorial. Y, también como los jesuitas, por sapientísimas razones
geográficas que sólo el tiempo ha de hacerlas brillar en todo su esplendor, por encima de todos los Pro-
tocolos, localizaron en Quito la sede máxima en su vastísimo trabajo misionero en ese otro novísimo
nuevo mundo selvático del Nuevo Mundo: el gran Marañón, asimismo localizaron en Quito en la ca-
sa de su propio colegio de misiones y universidad, el meridiano que había de servirles para la geografía
amazónica de la cual ellos, los jesuitas fueron sus autores.
¿Por qué lugar exacto de Quito pasaba esa línea meridiana astronómica y misionera, diremos,
que optaron los jesuitas? Pues, sencillamente la hicieron pasar por sobre la universidad de San Grego-
rio Magno fundada por los jesuitas, fijando un punto de referencia en una azotea de dicha universidad,
48 Historietas de Quito:
y el otro punto para que constituya línea de rumbo (no como los modernos que creen que basta un pun-
“Últimas Noticias”. Quito, to para discutir bellacamente sobre el concepto de línea), lo fijaron en el vértice de la prominente torre
10 de octubre de 1964. de La Merced. En tal azotea, los jesuitas con los Académicos Franceses levantaron como la más ade-
Pág. 9.
49 En el artículo anterior,
cuada marca o punto de referencia, primero una simple columna de ladrillo con el trozo tosco de una
publicado veintitrés años línea, cosas fáciles de borrarse como se borraron. Pero, con la ruina de tan inestable demarcación, esa
antes, el autor cuenta con columna simple fue sustituida por un bello pilar espiral o columna salomónica, ni más ni menos que co-
más detalle los mismos
pormenores. Los editore s
piada de las columnas que sustentan el frontispicio de la iglesia de la Compañía, ya que en 1722 el Pa-
hemos preferido publicar dre jesuita Deubler había hecho tallar para dicho frontispicio. Sobre esta columna salomónica coloca-
los dos artículos, pues en ron un exquisito reloj de piedra, cuyo índice de hierro señalaba exactamente el rumbo o dirección de la
cada uno de ellos hay par-
ticularidades específicas línea meridiana. En la pared de la azotea de este reloj de Sol meridiano, los académicos pichinchenses
que debían darse a conocer que hacían todos estos trabajos, colocaron un lápida de piedra en latín con una inscripción que vertida
a los lectore s .
al castellano decía: “Perdido el gnomón y borrada por la injuria del tiempo la Línea Meridiana que los

51
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

28 29

50 La inscripción latina de-


cía:

AB ACADEMICIS PARISIEN
LATERITIO INAA(E)QUALI
SOLO A 1736 SUPERINDUC-
TA LINEA MERIDIANA
TEMPORUM INIURIA,
GNOMONE AVULSO PLANE
D(E)LETA, HANC STRATIS
LAPIDIBUS INCISAM MA.
GNETICA ACU 10 gr. AD
ORIENTEM DECLINANTE
XII. KAL. IAN. 1763; GNO-
MONE RESTITUTO, PRODU
XERE, ET HELI HOROLO-
GIUM QUADRIFRONS, 13.
m. 17.
IN BOREAM INCLINANS, IN
HAC RECTORALI A
REA VIII. KAL. MAIAS 1765
SPIRALI COLUMNÆ
LAPIDEA(E) COMMUNI
STUDIO Académicos Franceses trazaron en 1736 en este enladrillado, los AA. PP. (Académicos Pichinchenses)
AA.PP. IMPOSUERE.~
de común acuerdo volvieron a fijarla, puesto en su lugar el gnomón y con la aguja magnética declinan -
De acuerdo con Navarro , do 10 grados hacia el Oriente, en 21 de Diciembre de 1765; y colocaron en la terraza Rectoral, sobre
esta inscripción se hallaba una columna espiral de piedra, el reloj de Sol de cuatro caras, con 13m. 15s. de inclinación hacia el He -
s o b re la puerta de entrada
al gabinete de química en el misferio Boreal, el 24 de abril de 1766”50
interior de la antigua Uni- Esta placa desapareció cuando el año de 1915 los demoledores derribaron la antigua univer-
versidad Central. Navarro ,
José Gabriel, “Epigrafía
sidad para reconstruirla. La misma columna y reloj de Sol también desapareció, y sólo gracias a la di-
Quiteña” en “Estudios His- ligencia del que esto escribe, se pudo saber de su paradero, recaudarla y colocarla de nuevo, a lo menos,
tóricos”, Colección Grupo en el patio sur de la nueva universidad (ya envejecida), de donde finalmente fue sacado bello dicho re-
Aymesa 15, Quito, 1995, p.
70. loj y llevado a colocárselo en la otra nueva universidad, donde ahora está.
51 Navarro describe cuida- La descripción misma de la placa pétrea de ese precioso reloj, merece consignársela aquí, si-
dosamente las inscripciones quiera brevemente.
y líneas grabadas sobre la
piedra del reloj de Sol. Las La cara norte de la lápida lleva la siguiente primera inscripción en latín: HORAE QUITEN-
inscripciones latinas son: SES, quiere decir “hora quitense”, y al pie otra que traducida, dice: “Si el tiempo fuere nublado, no sir -
VGLA(A)T(E) QA NESCITS
DEM. NEO HORAM / NON- ve”; y, a la cabeza esta otra inscripción que traducida reza: “Velad, pues que no sabéis ni el día ni la ho -
NE(E) DUOD(E)CM SUNT ra. Mateo XXV”
HORA(E) DE’? / DONEC
ERIT PHO(E)BUS MULTAS En la cara sur dice, traducidamente: “Mientras el Sol alumbre a la piedra, podréis contar mu -
NUMERABITIS HORAS /
TEMPORA SIFUERINT NU- chas horas”
BILA NULLUS ERO.~ / OPU- En la carilla este, traducidamente de abreviaturas, dice: “Arreglado por el Padre Miguel Ma -
S___A.P.___..___1766 / RECEP
___ MICHE ___..___MANAS nosalvas”
( N a v a rro, José Gabriel,
“Epigrafía Quiteña”, Bole-
Y, en la carilla oeste, dice, ídem: “Obra de los Académicos Pichinchenses 1766”51
tín de la Sociedad Ecuato- Tal es, pues, en muy resumidas líneas la historia y la significación de esa bellísima pieza mo-
riana de Estudios Históri- numental de Quito llamada con propiedad El Reloj de Sol de la Universidad, y que es y debe ser reque-
cos Americanos, Año I, Nº.
1,3,4,5, Quito, 1918) rido y respetado como un verd a d e ro símbolo clásico de nuestra incomparablemente histórica ciudad.

52
LOS EJ IDOS , LOS M ON T ES DE LA C IUDA D

53
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

30

54
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LOS EJIDOS ESPAÑOLES DE LA CIUDAD52

Sería del todo incompleta una historiación de la ciudad de Quito, si no se incluyera en ello
como cosa principalísima el establecimiento, no meramente el señalamiento, de ejidos que
h i c i e ron los castellanos cuando establecieron una villa española con el nombre de San Fran -
cisco sobre la conquistada ciudad de QUITU de los naturales de este país. Por eso, en estas
“Historietas” nuestras que son una contribución detallada para la historia de la ciudad de
Quito, que lamentablemente nunca antes se la ha escrito, ya antes mismo la habríamos for -
mulado al tratar de los primeros días españoles de nuestra ciudad; y, si no lo hicimos enton -
ces, fue por seguir, como estamos siguiendo, un orden más bien locativo de las característi -
cas quiteñas. Los ejidos no son una institución prehistórica aborigen.

L O S E J I D O S S O N U N A I N S T I T U C I Ó N
P U R A M E N T E C A S T E L L A N A

E
n un bello y hoy rarísimo librito manual que lo manejaban casi a diario nuestros ante-
pasados, intitulado “Instituta de Castilla”, allí consta concretamente que “el ejido” los
exidos como en la antigüedad se escribía es una verdadera institución castellana cons-
tituida por el campo o tierra que esta a la salida de un poblado, sea aldea, villa o ciudad, que no se plan-
ta ni labra porque se lo deja como un espacio libre y de común disfrute para todos los vecinos. Hoy di-
ríamos que es un campo comunal que siendo propiedad de todos, no es pertenencia personal de ningu-
no: un concepto muy claro de lo que es un municipio, y de allí, por derivación, un Estado. (Noticia y
definición para todos los políticos).
Estas especiales re s e rvaciones comunales donde, empero, no se podía poblar ni explotar con
labranzas, dejándolas solo como pastizales de beneficio inmediato y común de todos los asociados o ve-
cinos, recibieron el nombre de “exidos“. Más claramente allí sólo podían pacer y demorar los anima-
les destinados al sacrificio o al servicio de toda la comunidad, como las reses para la carnicería, sean bo-
vinas, ovinas o porcinas, las vacas y cabras para el abasto de leche del poblado, o los caballos, asnos,
mulas y bueyes para la locomoción y tracción.
Otra cosa que se solía reservar según esta institución castellana, eran los llamados “montes”,
boscajes, de donde podía surtirse de leña, carbón, maderas libremente para el común del vecindario.
Ambas de estas cosas tuvieron los españoles el cuidado de reservar muy señaladamente para
bien de la primera villa y después ciudad de Quito, desde los primeros días del establecimiento de ella,
y por cierto que conjuntamente con las aguas corrientes que debían nutrir a la comunidad; con lo cual,
ejidos, montes y aguas venían a constituirse en “cosa municipal”, intocables por particulares.

S E Ñ A L A M I E N T O D E L P R I M E R E J I D O
D E Q U I T O

C
ronológicamente veamos como tan pronto que se asientan los castellanos en Quito,
lo segundo que hacen es señalar “exidos”, en pluralidad legal.
52 Historietas de Quito:
“Últimas Noticias”, Quito,
24 de julio de 1965. Pág. 8 El 6 de diciembre de 1534 se asientan los castellanos con su villa sobre la escombrosa ciudad
y 17. india de QUITU; el día 20 del mismo mes, Benalcázar “mandó hacer e hizo la traza de esta dicha villa

55
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

(de San Francisco), y en ella escrebir e señalar solares a los vecinos”, en cuya traza que, por desgracia,
no existe, debió figurarse, sin duda lo que se determinaba por “exidos”. Entre tanto, se empadrona a
los que se avecindan; concluido lo cual, que debió demorar unos ciertos días, el 25 de enero inmediato,
se reúne el Cabildo para “señalamiento de Exidos, dar límite a las estancias y medida a los solare s ”; y,
así “señalaron por exidos desta villa de San Francisco dende los arquillos que están en saliendo de esta
villa hacia Cotocollao hasta la postrera laguna, e que lleguen los dichos exidos desde el cerro de man -
derecha hasta el camino de manizquierda” (O sea desde el Batán hasta la carretera norte53)
Este es el primero y fundamental señalamiento del que llamamos “ejido norte”, y los españo-
les un poco después de esos días llamaron “Exidos de Iñaquito o de Añaquito”. La palabra “arcos o
arquillos” que en estos casos usaban los españoles era en el sentido de las curvaturas o desvíos de los
caminos; no con la idea de construcciones arquitectónicas de arco. Por eso, al “camino viejo de la Mag-
dalena”, el de San Diego, casi hasta hoy se ha perpetuado esa viejísima expresión de llamarle también
“camino del arco de la Magdalena”, porque dándole la vuelta al cerro Panecillo, va más allá de Chillo-
gallo a empalmarse con el otro camino real a Panzaleo (Tambillo-Machachi), o sea la actual “Carrete-
ra Sur”54
En este caso, “arquillos” llamaban a lo que es hoy Plaza del Te a t ro, y entonces “arquillos y
puente de Otavalo”, porque allí torcía el camino de la villa (situada en Santa Bárbara), pasaba un puen-
tecillo de madera sobre una quebradilla (que hasta hoy rezume aguas bajo el Teatro Sucre), y desde allí
se enderezaba con rumbo a Otavalo.
De tal manera que, con precisión, el Ejido de Añaquito comenzaba justa y legalmente desde
nuestra actual Plaza del Te a t ro (después fue Plaza de la Carnicería), y terminaba en la primera laguna
(la antigua de Iñaquito) hacia Cotocollao.

S E Ñ A L A M I E N T O D E L S E G U N D O E J I D O
D E Q U I T O

L
uego después, el 18 de julio de 1535 se reúne el Cabildo y procede a señalar los ejidos:
el uno que va hacia Cotocollao y el otro que va hacia Panzaleo. A este otro ejido sur
que se llamó posteriormente “Ejido de Turubamba” porque corre a lo largo de una lla-
nura lodosa y cenagosa.
Este ejido sur o de Turubamba, según el primer señalamiento, comenzaba inmediatamente
después de pasado el río de Machángara hacia el sur y terminaba “en el arroyo de Zaguanche” (que de-
cimos Cutuglahua, hoy) en la junta de los dos caminos reales, que van a Panzaleo, hasta un tambo vie -
jo que está a dos leguas de la villa, a la entrada de la falda del monte (boscaje) de Uyumbicho”
La amplitud de este ejido llamado de Turubamba, cubría desde el pie norte del Panecillo, to-
do lo que se comprendía entre los dos caminos reales a Panzaleo, pasando por Chillogallo, este sitio “al
pie de la sierra grande”, o Pichincha.

E M P I E Z A N A M E R M A R S E L O S E J I D O S

A
poco de quedar señalados los dos ejidos, el Cabildo empezó a tener muchas molestias
con los indios y con los mismos españoles que comenzaban a invadir poco a poco los
terrenos ejidales con cultivos, cercas y construcciones arbitrarias. Pero una de las in-
vasiones más molestas tuvo por el natural crecimiento de las poblaciones de Chillogallo y del pueblito
de Machangarilla (hoy La Magdalena), que necesitan hoy de más tierras para expandirse. Esto obligó
al Cabildo a hacer un nuevo señalamiento tanto de tierras ejidales como de las tierras adicionales para
53 Panamericana Norte, di-
ríamos ahora.
los dos poblados que se dice.
54 Llamada actualmente Pero, ni por esta actitud conciliatoria del Cabildo, se detuvo la sistemática usurpación de los
“Panamericana Sur”. ejidos de Iñaquito y de Turubamba. Por mucho que los amojonaban, los usurpadores no se dormían.

56
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Tuvo, entonces el Cabildo que crear un cargo especial de Guarda Mayor de Ejidos y Montes de la Ciu-
dad, y lo nombró para tal efecto al Capitán don Francisco Proaño de los Ríos, Regidor del mismo Ca-
bildo. Tampoco este arbitrio le dio todo el buen resultado al Cabildo, porque el Regidor Proaño pare-
ce que no tenía los bríos necesarios para desempeñar su encargo.
Afortunadamente estaba por allí a la mano el licenciado don Francisco de Sotomayor, Tenien-
te de Corregidor, un hombre de extraordinarias energías y capacidades que, casi de entrometido defen-
día los ejidos públicos de la rapiña de los particulares. Este don Francisco de Sotomayor, fue el que me-
tido de comedimiento en esta tarea cívica, tuvo la luminosa idea de formar una alameda o paseo públi-
co en la parte alta del llano de Añaquito, entre San Blas y la parte baja del mismo llano; y estando de
su peculio haciendo esta alameda, solicitó una ayuda pecuniaria al Cabildo para proseguir en la forma-
ción de dicha alameda. El Cabildo abrió los ojos ante un hombre utilísimo que se le presentaba a la ma-
no, y al mismo tiempo que le ayudó con dineros para su obra, le nombró de Guarda Mayor de Ejidos
y Montes de la Ciudad de Quito, en reemplazo del paniaguado del Regidor Proaño.
Este don Francisco de Sotomayor, que, a la vez tenía por esposa a una mujer de iguales bríos
que su marido, fue quien metió al orden a fines del siglo XVI, por 1594, a todos los usurpadores de los
ejidos y montes de la ciudad de Quito.

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57
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

32

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LOS “MONTES” DE LA CIUDAD DE QUITO55

Si hemos dicho que los ejidos fueron una verdadera institución municipal española
para proveer de pastizales al común del vecindario de una villa o ciudad, también lo fueron
los “montes” que el Cabildo o Ayuntamiento señalaba como reservados exclusivamente pa -
ra proveer de combustibles y de maderas ligeras o ramazones al procomún de tales vecinda -
rios, o sea para el provecho de todos, sin que constituya pertenencia ni beneficio personal de
lucro para ninguno.

Al establecerse o instalarse en 1534 la villa española de San Francisco sobre los es -


combros de la vencida ciudad india de Quitu, los previsivos castellanos inmediatamente se -
ñalaron, como ya lo explicamos, los ejidos, y, al mismo tiempo los montes de los cuales po -
dían servirse libremente los vecinos para sus pequeños menesteres de cocina o de livianas
construcciones en sus domicilios. Ahora, pues trataremos de estos “montes” comunales.

“ M O N T E S ” D E C A S T I L L A Y
“ C H A P A R R O S ” D E A M É R I C A

E
n el castellano corriente de España, y en su acepción agraria, por “monte” se entiende
“una tierra inculta, que no ha sido labrada de continuo” y cuando se halla cubierta de
árboles, se llama “monte alto”, cuando de arbustos y malezas, “monte bajo”. Pero, en
nuestra América de la gran cordillera andina, la palabra “monte” no es muy usual en el sentido espa-
ñol, porque se presta a confusión entre cerro y montaña; y más bien se pre f i e re decir “chaparro o cha-
parral”, expresión igualmente castiza, pero que en España más se aplica a las ramazones de los robles
o encinas.
En la lengua quichua de los incas, al monte o chaparro de los españoles se le llama “y u r a”, y
al árbol y al arbolado, “sacha”; en el idioma quítwa de los quitus, a éstos se los llama “pulu”, y al cha-
parral, “pantza”. De esta última palabra enteramente quitu, vamos a ver lo que sigue:

S E Ñ A L A N L O S E S P A Ñ O L E S E L M O N T E
P R O P I O D E L A C I U D A D D E Q U I T O

C
uando en los primeros momentos de la villa de San Francisco señalaron los españoles
los ejidos para su flamante población, también, sin fijarlos con puntualidad ni amo-
jonamiento, mencionaron que dejaban reservados para montes de la villa y después
ciudad a los boscajes de PANZALEO (que decimos ahora Machachi), especialmente a los del entonces
“monte” de Uyumbicho, parte de la que en la época primitiva era gran selva de Panzaleo. Este nombre
aborigen puramente quitu, que a nuestros historiógrafos les ha quebrado el seso hasta convertirlo en de-
nominador de una supuesta civilización particular, viene de la palabra quitu, “pantza”, que significa jus-
55 tamente “chaparral, boscaje”; y de la terminación “leo”, que en el mismo idioma significa “posada” en
castellano, o en el “tampu o tambo” del quichua.
De allí resultó la palabra, la posada y el poblado de “Tambillo”, y porque también fue el úl-
timo “tambo” que hizo Benalcázar antes de su entrada triunfal a Quito. También hay, por idéntica ra-

59
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

zón, otro Pantzaleo en el camino al sur, entre el que hoy llamamos Salcedo (antes Molle-ambato) y el
propio Ambato. La diferencia con el de Machachi, es que el de aquí es de árboles de “molle”
No habiendo los españoles determinando al principio con precisión el monte de Uyumbicho
para monte de la ciudad de Quito, los indios aledaños empezaron a apropiarse de ese chaparral o mon-
te, y a explotarlo destructivamente instalando allí desmontes para sus chacras; lo que, corriendo el tiem-
po, ya en el año de 1596, se volvió situación alarmante por la escasez de leña, varejones y empalizados
para la ciudad de Quito.
En tales condiciones, se reunió el Cabildo o Municipalidad y en corporación total se hizo pre-
sente en el monte de Uyumbicho de propiedad de la ciudad de Quito, y, en vista de la avanzada destruc-
ción e invasión arbitraria de dicho monte por parte de los indios, procedió a amojonarlos prolijamente
y a fijarlo y reglamentarlo mediante una Ordenanza especial cuyo expediente es voluminoso entre los
Libros de Cabildo de Quito que hasta ahora se guardan originales.
En este expediente se encuentran cosas y disposiciones que constituyen una lección y un ejem-
plo de buen gobierno municipal de Quito respecto del importantísimo asunto de las florestas, boscajes
o chaparrales aledaños de la urbe, que son un bien valiosísimo espontáneo de la naturaleza que no se
debe desperdiciarlos.
Pero, ya antes mismo de esta formalísima visita, el año de 1551, en que empezó una activa in-
vasión del monte de Uyumbicho por los indios, el Cabildo comisionó al célebre Rodrigo de Salazar, al
matador de Pedro de Puelles, a que hiciese una visita a dicho monte y reprimiese a los indios, como así
lo hizo.

L A O R D E N A N Z A M U N I C I P A L S O B R E L O S
M O N T E S D E L A C I U D A D D E Q U I T O

D
e la segunda visita que hicieron en 1596 los del Cabildo de Quito, vieron que “los in -
dios que están poblados en Uyumbicho tienen en los montes de él mucha suma de
chacaras y rozas desde los altos deste pueblo hasta el Tambillo que está en el camino
real de Panzaleo, y no siembran más que dos veces en una parte y luego lo dejan y hacen otra nueva ro -
za”, y vieron “que por cuanto del cortar de la madera de los montes de Uyumbicho viene gran daño a
esta ciudad porque todo se tala sin orden, ord e n a ron e mandaron que los indios no hagan tablas en el
monte por el daño que se sigue dello a la República, so pena de cien azotes e las tablas perdidas” El
documento sigue diciendo: “E vieron grandes rozas y el monte ardiendo que es cosa muy necesaria que
se remedie, e conviene al pro común de esta Ciudad de Quito poner remedio a la destrucción que se ha
hecho y se hace y de no poner sería gran disminución para la población de esta dicha ciudad”
Como se ve, ya estos antiquísimos cabildantes de Quito advirtieron que aquel sistema nóma-
da, ambulante de los indios de hacer desmontes, rozas y quemas en un sitio para apenas aprovecharlo
en dos siembras y luego encaminarse a otras nuevas, es un procedimiento fatal para la existencia de los
valiosísimos boscajes tan útiles para la república. En consecuencia, los prohibieron con severidad. Y,
no sólo allí, como lo veremos luego, sino en todo un ámbito de cuatro leguas alrededor de la ciudad; en
este caso, inclusive los boscajes del Pichincha.
Por tanto, dictaron una Ordenanza municipal por la que “ordenaron que los indios que se han
metido hacer rozas y casas sean echados de allí”
“Ord e n a ron que no se hagan granjerías de madera, que nadie sea osado de cortar madera,
ni hacer tablas en el dicho monte, si no fuera leña y madera menuda, dejando el árbol principal con hor -
ca y picota (ramas mayores y tronco), y que lo mismo se guarde en los otros montes que estuvieren den -
tro de la comarca desta ciudad con cuatro leguas derredor, ni para ello se dé licencia alguna, y que en
estos montes de la ciudad nadie tenga chacara, estancia ni roza”
Está, pues, clarísimo que ni en el cerro Pichincha nadie podía tener chacras, estancias, rozas,
desmontes, quemas o cosa parecida, como más bien ahora, en este siglo que llaman de la civilización
social, se hace a la vista y paciencia de los hombres que presumen de entendimiento moderno.
Nadie, tampoco era permitido de hacer tablas con esas maderas del monte que eran privati-
vas y sagradas de la ciudad. La industria de madera, como tablas, vigas, etc. podía hacerse en selvas
particulares, pero no en la pública.

60
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

¿ P O R Q U É H U B O L A S E L V A D E
P A N T Z A L E O Y P O R Q U É D E S A P A R E C I Ó ?

E
sta lindísima selva interandina que antes hubo en Pantzaleo, que hoy decimos Macha-
chi, Alóag, Tambillo y Uyumbicho, es o fue obra natural producida por una casi eter-
na lengua de niebla sobrante de la selva occidental que sube y entra constantemente por
la ensillada de Alóag, mejor dicho de Milligalli en quítwa o Guagrabamba en quichua. La ley climáti-
ca de “a mayor humedad, mayor vegetación”, se cumple allí con primor, y la selva interandina invadi-
da por la occidental vemos que en ese lugar avanza, aunque con sus vestigios, hasta el cráter del Pasu-
choa. Esa selva era la más rica en verdaderas manchas de la única conífera del Ecuador que es el “si-
sin”, y también de cedros y alisos. De allí se abasteció Quito de madera menuda y de más adentro de
Alóag de la madera gruesa durante todos los siglos coloniales antes de que se introduzca el eucalipto.
Hasta por el año de 1905 todavía veíamos venir a Quito vigámenes de Alóag tirados por yuntas de bue-
yes, arrastrándolos mediante una veta atada a una cabeza de las vigas.
Sin duda, el apremio por tierras y más tierras de labranza y de ganadería durante siglos hizo
que al fin, en el continuado desmonte de los montes de Pantzaleo, se formasen haciendas de ricas pra-
deras y de fértiles campos para papas y maíz como las vemos ahora ya despejadas de monte, pero muy
propensas y aptas para recuperarlo a todas las tierras de Machachi, Aloasí, Alóag, Tambillo y Uyumbi-
cho.
Pero, en lo presente, ojalá que los modernos Municipios de Quito se inspiren en estas sabias
y aleccionadoras médulas de los Cabildos antiguos.

33

61
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL ARBOL DE LA CANELA DE QUITO56

B
ajo el punto de vista de los españoles de la conquista, ese inmenso río que hoy llama-
mos Amazonas fue descubierto por el simple interés de buscar una planta, mejor dicho
el producto de ella.
Es increíble que la búsqueda de un árbol a lo menos para Gonzalo Pizarro haya sido el moti-
vo para hallar el río más grande del mundo, y, sobre todo, el río que daba verdadera importancia al con-
tinente meridional del Nuevo Mundo.
Empero, aquel descubrimiento no tuvo otro móvil que rastrear la existencia de un país donde
crecía el árbol que producía la famosa corteza fragante que estaba tan en boga en Europa para condi-
mentos, bebidas, medicinas y pebetes en los días en que las gentes del Viejo Mundo se habían propues-
to arrebatar por medios vandálicos y piráticos el oro de los demás continentes, donde también hallaban,
de paso las sabrosas y exóticas especias para sazonarlo.
Cuando ahora hablamos de los conquistadores españoles en nuestros escritos y más memorias
del pasado, inadvertidamente pensamos que eran aquellos unos hombres que en sus aventuras busca-
ban propósitos grandiosos para el bien común de la humanidad, tal como en estos días actuales, ensan-
chada ya nuestra retina y nuestro alcance intelectual, lo imaginamos y lo sentimos casi como un nuevo
instinto, hijo de la plena redondez planetaria y de la consecuente consociedad e interdependencia mun-
dial. Pero, si sólo habláramos de los españoles conquistadore s, inmediatamente advertiríamos que sus
empresas, en intención no eran más grandes que las de sus limitadas aspiraciones personales, como hom-
bres de mucha carne, de mucho hueso, y de poquísimo desenvolvimiento intelectual. La bizarría de ellos
está más bien explicada por sus dos primeros atributos personales.
Con sólo cambiar el orden de los factores gramaticales de esta frase de dos palabras, podemos,
pues, cambiar casi radicalmente nuestras ideas acerca de lo que fue realmente aquello del descubrimien-
to del gran río. Si decimos “los conquistadores españoles”, el caso es épico, y ellos descubrieron el Ama-
zonas; pero si decimos “los españoles conquistadores”, el caso ya no parece épico, y sólo creemos ver
el fracaso de hallar el codiciado árbol de la canela y el percance de salir impensadamente arrastrados al
mar por el río de las Amazonas, además, el desairado regreso de un Gonzalo Pizarro entrando a Quito
como un mendigo, como un hijo pródigo.
Así fue, hablando en términos más humanos, aquello del descubrimiento de los españoles del
Amazonas desde Quito y con gentes y energías de Quito; y así fue cómo por buscar el árbol más codi-
ciado del Viejo Mundo, casi tanto como el dorado árbol del bien y del mal de la leyenda, se halló el río
más corpulento del mundo, en verdad, al árbol fluvial que dará algún día la vida al hasta hoy estático
continente sud-americano.
¿Cuál fue este árbol y cuál es aún hoy?

E L Á R B O L D E L A C A N E L A

S
i decimos que por buscar el árbol de la canela fue descubierto el río más corpulento del
mundo, más sorprendente todavía es el hecho de que una vez ya descubierto el Amazo-
nas por Orellana, la ciencia botánica haya tardado siglos en descubrir al árbol que tanto
buscaron Díaz de Pineda y Gonzalo Pizarro. Aún en estos días se puede considerar incierto el conoci-
miento botánico sobre el verd a d e ro árbol de la canela del “País de la Canela” u Oriente ecuatoriano,
porque es la planta de más difícil clasificación y porque tiene su familia botánica un número indetermi-
56 Revista Línea, Nº 28, nado de especies. A tal punto es de extensa esta familia, que el mismo vulgarísimo aguacate ecuatoria-
Quito, 1º de abril de 1941. no es un árbol de canela, y así lo sabe al paladar de cualquier persona que mastique sus hojas y sus cor-

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

tezas por vía de ensayo.


La canela es uno de los productos más antiguos de la humanidad. Su uso por los chinos se re-
monta a más de 2.500 años antes de Cristo, quienes lo usaban para sahumerios, esencias y ungüentos.
Los griegos también lo usaban mucho, e Hipócrates mismo la mencionaba como medicina y como un
compuesto para vinos aromáticos. Como condimento, o sea lo que los españoles llamaban especia, la
empezaron a usar solamente hacia el siglo IX.
Según lo que decimos anteriormente, la canela fue conocida primero en China y allí mismo
cultivada, posiblemente en Indochina. De China fue llevada a Ceilán para hacer en esta isla tropical
grandes plantaciones, de donde se la ha despachado como valiosa mercancía a todo el mundo. Este tra-
bajo lo hicieron los holandeses hacia fines del siglo XVI, dedicándose con esmero a hacer una agricul-
tura de la canela. Pero, en 1796 los ingleses les despojaron de la isla de Ceilán a los holandeses y se
adueñaron de las plantaciones, dominando con su producto los mercados de Europa. No obstante, los
holandeses volvieron a hacer plantaciones de canela en Java y de nuevo entraron en su comercio. Es de
anotarse, en contraste, que los españoles descubridores del País de la Canela en el Reino de Quito no
pensaron ni remotamente en dedicarse al cultivo de este árbol. Ellos no se ocupaban de agricultura. To-
maban las cosas tales como las habían ya trabajadas o extraídas: el oro por ejemplo. En verdad halla-
ron el árbol de la canela en lo que hoy llamamos Oriente, pero se desengañaron, porque el árbol apa-
recía disperso en la selva (como toda planta ecuatorial) en lugar de estar reunido en arboledas como las
arboledas que ellos conocían de la flora de Europa, que es espontáneamente reunida, tales como los en-
cinares, robledos, pinares, etc. Por tanto, su grande ilusión por el País de la Canela con sus canelales,
se desvaneció como una burbuja de jabón. Además, creyeron que la canela de Quito era de mala cali-
dad, por el simple hecho de que se la extrae de árboles silvestres, sin ningún cultivo; pero, en realidad,
cultivado el árbol y sometido a podas de rendimiento, y a una cosecha metódica y prolija, es muy pro-
bable que la canela quitense no sea inferior a la de Ceilán, India o China.
Los siglos han pasado desde el descubrimiento del Amazonas mientras se buscaba el árbol de
la canela en el Reino de Quito, y nadie volvió a acordarse más en la vida sobre este nuestro árbol cul-
pable y responsable de que el Amazonas haya sido descubierto como un río que cortaba a la América
meridional casi de parte a parte. Hasta que, por el año de 1860 Inglaterra despachó a las selvas de la
amazonía ecuatorial a un investigador botánico para que volviese a hacer la búsqueda del árbol de Pi-
neda y de Pizarro a fin de reconocerlo botánicamente. Este investigador fue Richard Spruce, quien pa-
só largo tiempo en nuestras selvas, viniendo por Pará hacia arriba, avanzando por Canelos, y Baños has-
ta Ambato el año de 1860. Pero, lo curioso es que salió con las manos vacías en cuanto a la planta de
la canela quitense. Fracasó aún este insigne botánico inglés en hallar la planta en flor para identificar-
la. Entonces empezó a hacer mil y mil diligencias por segunda mano, mediante los servicios de un buen
ambateño para que le procurase flores del árbol de la canela y le embarcase en cajones a Londres. Ni
en esto tuvo buen éxito el naturista Spruce. No obstante, Spruce había estado ya en poder de flores del
canelo, y no supo lo que tenía en su mano, pues, transcurridos los años, otro naturista inglés, Alfred
Wallace, publicó en forma de libro (“Notes of a botanist on the Andes and Amazons – Amazons and
Andes”) los apuntes que dejó al morir Spruce y allí Wallace dice que Spruce anotó en sus cuadernos de
apuntes que recogió unas flores llamadas ishpingo en lengua de los indios, ya que nunca supo a que cla-
se de árbol pertenecían estas flores leñosas y fragantes como el clavo de olor.
Así tenemos que ni el gran botánico Spruce pudo identificar por curiosas circunstancias, la fa-
milia botánica del árbol de la canela de Quito. Pero, posteriormente se ha hallado a establecer que per-
tenece a la familia de las lauráceas, es decir semejantes al laurel en sus hojas rígidas y brillantes, y que
es una Nectandra cinamomoides. Por esta razón es una planta pariente del aguacate, que también es
una laurácea, familia extensísima que comprende innumerables géneros y especies. La canela de Ceilán
también pertenece a la familia de las caneláceas o lauráceas, pero al género Cinnamomun zeylanicum.
A este propósito, es digno de mencionarse con admiración ese instintivo sentido botánico que les ha con-
ducido a nuestros montubios ecuatorianos de las selvas orientales, al llamar genéricamente canelo a to-
do árbol que ellos no pueden denominar de otro modo; pues, en verdad, la mayor parte de nuestros ár-
boles maderables del Oriente parece que pertenecen a esta enorme familia de las caneláceas o lauráceas,
de aspecto de laurel.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

L A C A N E L A D E P I Z A R R O E N L A
T R A D I C I Ó N Q U I T E N S E

Q
uién creyera que el proceso del descubrimiento del Amazonas dura y perdura toda-
vía en Quito como reminiscencias esfumadas ya en forma de simples dichos popula-
res, pero referentes más bien a la búsqueda del árbol de la canela. Es, por ejemplo,
un hecho histórico que cuando Gonzalo Pizarro regresó fracasado a Quito, fue objeto de mucha mur-
muración y hasta de un irónico apodo él y sus acompañantes. Se los llamó “los caneleros”, y, este apo-
do sirvió aún de arma de combate y bandera de partido cuando se formó la facción de los Pizarristas y
los Núñezvelistas, que determinó la batalla de Iñaquito y el degüello del Virrey Blasco Núñez Vela. Es-
te apodo de partido, parece que duró mucho tiempo, pero mayor todavía la respuesta de re p resalia que
decía, “Ya verás lo que es canela, voy a hacerte ver lo que es canela” haciendo así alusión a lo que hi-
cieron los pizarristas con el Virrey y los suyos en la batalla de Iñaquito. Este dicho, sorprendentemen-
te, perdura hasta hoy en Quito entre los dichos populares genuinamente quiteños, desde el año de 1546.
Es un bellísimo ejemplo de folklore inconfundiblemente quiteño.

E L “ C A N E L A Z O ” , L A B E B I D A Q U I T E Ñ A
P O R E X C E L E N C I A

P
ara terminar, es preciso consignar aquí este hecho casual, pero altamente coincidente, de
que, desde no hace más de quince años en Quito57, se inventó una bebida alcohólica que
ha logrado la máxima popularidad en Quito, llamada “canelazo”, y constituida por
agua hervida con canela y agregada de aguardiente. Pensamos que nunca pudo la casualidad haber
creado una cosa tan apropiada para convertirla en bebida popular en el País de la Canela. Si Escocia
tiene su whyski, si Rusia tiene su vodka, si Francia tiene su c o g n a c, si España tiene su jere z, si los indios
tienen su chicha, como bebidas populares, muy propio es que los hispano-quiteños del País de la Cane-
la tengan su “canelazo” como la más genuina bebida suya.

34

57 Es decir, hacia 1925.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL PODEROSO VENENO “CURARE” O “URARI”


DEL AMAZONAS58

L
a atención del mundo científico, principalmente del mundo médico de los Estados Uni-
dos, ha vuelto a interesarse en estos días sobre el poderosísimo veneno curare o urari
que usan casi todas las tribus salvajes del Amazonas y de sus afluentes para la cacería
de animales así menores como mayores.
El uso de este veneno tan violento para los animales, y al mismo tiempo tan inocuo para el
hombre, ha sido conocido casi desde cuando fue descubierto el gran río Marañón, llamado después
Amazonas, por las extrañas mujeres guerreras, que son las que más le caracterizaron como notable a
este inmenso curso de agua, porque parece que la preparación de este veneno es un secreto exclusivo de
la región donde dominaban las amazonas.
Muchos viajeros antiguos y modernos se han interesado por averiguar los componentes de es-
te veneno y la manera de prepararlo, y han emprendido en expediciones exclusivas para descubrir estas
cosas que aparentemente han sido conservadas como secretos por los indios salvajes. Algunos viajeros,
según sus relaciones, han tenido buen éxito en esta averiguación, y se han creído ya en posesión de aquel
secreto. Han llegado a descubrir hasta las plantas que entran en su composición y han asistido a su pre-
paración en la misma selva amazónica en las cocinas de los indios que saben componerlo. Otros viaje-
ros no han obtenido resultado. Pero, en uno y otro caso, sus investigaciones no han sido suficientemen-
te concluidas, detalladas ni analizadas; de modo que el mundo científico moderno aún ignora acerca de
todos los componentes y de todo el proceso.
Sin duda, por esta razón es que ha vuelto a renacer el afán de averiguar al fin cuáles son los
verd a d e ros componentes de este veneno y sus auténticos modos de preparación.
Los recientes investigadores, empero, demuestran que no están debidamente informados de
los trabajos previos y de asuntos primordiales que han quedado, diremos, suficientemente esclarecidos,
cuando los buscadores del secreto del curare o urari han acudido a Quito, como para buscar en sus sel-
vas orientales inmediatas a las tribus que lo preparan y las plantas que lo rinden.
Para tratar de ayudar un poco, a lo menos, en este asunto, es que nos hemos propuesto escri-
bir el presente artículo, porque estamos en posesión de algunos datos históricos de las investigaciones
previas, y porque vemos que en el Ecuador y en el extranjero se desconoce hoy considerablemente tales
cosas.
No es un atributo de la región oriental ecuatoriana este de la preparación del curare o urari.
Tampoco lo es de todas las zonas amazónicas peruanas, colombianas ni brasileñas. Es exclusivamente
una región amazónica y talvez sólo una nación indígena amazónica lo que lo produce.
Esta región es principalmente la de los ríos Taru y Yavarí afluentes de la ribera septentrional
del Amazonas. Y, los indios que lo preparan son, asimismo, principalmente los Ticunas. Pero, en am-
bos casos, parece haber excepciones locales alrededor de esa zona y de tales indios; pues también en
otros ríos inmediatos también se lo prepara y por otros indios, tales como los urarinas, los uryanas y
los trios. Mejor dicho, la zona de preparación de este veneno comprende a una franja longitudinal que
comienza en el río Orinoco y termina en el Amazonas, siguiendo aproximadamente el curso del río Ya-
varí; pues, hay un veneno del Orinoco, que es el propiamente llamado curare, y otro veneno semejante
del Amazonas, llamado urari.
Los datos anteriores nos conducen entonces a la deducción de que las plantas que sirven pa-
ra preparar el veneno, a lo menos las más importantes de ellas, son nativas exclusivamente de aquella
zona geográfica. Es muy probable que no se las encuentra en otras regiones de los mismos ríos Orino-
co y Amazonas, y que estén confinadas selectivamente a este hábitat del río Yavarí y de sus inmediacio-
58 Revista Línea, Nº 25,
nes que, acaso tengan condiciones climatológicas y edafológicas peculiares que no han podido aún ser
Quito, 15 de febrero de averiguadas por el hombre, pero que los individuos del reino vegetal sí las sienten con esa supersensibi-
1941. lidad tan maravillosa de las plantas.

65
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

La idea general de los investigadores ha sido la de que el curare o urari es un preparado he-
cho a base de una planta del género Strychnos que en nombre aborigen quechua se llama chamico, al
género mismo de estas plantas altamente narcóticas. Pero los investigadores han creído que es sólo la
planta Strychnos toxifera, productora básica de la estricnina, el veneno fundamental para el curare. El
hecho es que no se trata de esta misma planta, en todos los casos como lo veremos más adelante. Mien-
tras tanto, sí queremos dejar constancia de que en las naciones indianas, en sus propios nombres genti-
licios, encontramos indicios claros de que usaban desde siglos atrás y que usan aún principalmente este
veneno y otros para sus cacerías y sus guerras. Con frecuencia se refieren por ejemplo, los antiquísimos
misioneros al veneno de los Ticunas, en lugar del urari; a su vez, existen los indios Urarinas y, también
tenemos los antiguos indios Chamicuros, cuyo nombre quiere decir “los envenenadores”, “los que usan
chamico”.
Lo curioso de este veneno, curare o urari, es que mata con una rapidez asombrosa a los ani-
males que han recibido una débil inyección del veneno por medio de un dardo, por minúsculo que sea,
con mayor razón por una flecha regular. Pero, aún más, es un veneno que no mata al animal alimen-
tado con sal de cocina, o cloruro de sodio. En este caso, el hombre que come sal está inmune del vene-
no, y puede servirse impunemente de las carnes de animales matados con curare o urari. Por consiguien-
te, es un veneno que tiene por antídoto la sustancia más común del mundo: la sal de comer.
De los viajeros que dieron mayor interés a la investigación de este veneno, en el siglo pasado,
James Orton y el doctor Jules Crevaux talvez se destacan más. Orton viajó desde Guayaquil hasta el
Pará haciendo un luminosísimo re c o rrido lleno de inestimables observaciones en el Amazonas, verifi-
cando y enmendando mucho de lo que hallaron Castelnau, Agazis y Bates. Crevaux viajó desde las
Guayanas y de allí bajó siguiendo justamente la ruta del curare hasta el país del urari.
Orton dice que el urari es un veneno usado por todos los indios del Amazonas y que lo hacen
los indios Ticunas en el Putumayo hirviendo hasta la consistencia de jarabe una cierta mezcla de raíces
y de yerbas principalmente el Strychnos toxifera, aunque no contiene trazas de esta planta o sea de su
principio activo, la estricnina. Dice Orton que untada la punta de aguja de una saeta de las usadas en
cerbatana, mata en 20 minutos a un buey que haya recibido el pinchazo, y que a un mono le mata en
10 minutos. Añade que este veneno es el más poderosos sedativo que se ha hallado en la naturaleza, y
que su compuesto es preparado por los indios que viven más allá de las cataratas del río Negro y del
Yapurá, y por los Ticunas. Cree también que en este preparado entra el tabaco, y que el compuesto al
diluirse en la sangre produce completo sopor, aunque advierte que la inteligencia y los músculos invo-
luntarios continúan activos, y que la muerte proviene por parálisis de los pulmones.
James Orton se re f i e re también a las noticias y observaciones de Raleigh, el pirata inglés; a
Humboldt, quien fue el primero que llevó consigo considerables cantidades de este veneno a Europa, y
a Vi rchau y Münster, quienes creyeron que este veneno no pertenece al tipo de los venenos tetánicos, pe-
ro que su efecto específico es el de depender o anular el movimiento de los músculos voluntarios, en tan-
to que permita continuar funcionando el corazón y a los intestinos.
Pero Crevaux asevera haber descubierto todos los componentes, sus plantas, y la manera de
prepararlo, pues, relata cómo logró que un corpulento indio Alamoike de la tribu de los trios del río Pa-
rú le enseñase todo cuanto concierne al c u r a re de las Guayanas.
Dice Crevaux que su indio instructor le condujo al pie de un gran árbol bejuco que afortuna-
damente estaba en flor, y que derribado el árbol, se sorprendió de hallar que este árbol del río Parú era
el Strychnos Castelneana, muy diferente del que servía para el curare de las Guayanas, posiblemente el
Strychnos toxifera, aunque no lo dice.
En las propias palabras de Crevaux, dice: “Hago excursiones por el Yavarí, en cuyas márge-
nes encuentro en flor la planta que sirve para la fabricación del curare, en el alto Amazonas, me cercio-
ro de que el veneno de las flechas del Parú no es el mismo que el de la Guayana, pues la base de aquel
es el Strychnos Castelneana, así llamado del nombre del viajero francés que fue el primero en encontrar-
la”. (De Cayena a los Andes).
Dice también que haciendo otra excursión en busca de las plantas accesorias que entran en la
confección del veneno, recogieron una planta llamada en idioma nativo potpeu, a la cual Crevaux no
pudo reconocerla botánicamente, pero dice que es muy afín al falso Jaborandi del Brasil recogida por el
mismo Crevaux el año 1874. Dice que, seguro de que no era una planta tóxica, se puso a masticarla y
a tragársela impunemente delante de su enorme instructor indio, cosa que le asustó a éste sobremane-
ra, y de lo cual se sirvió Crevaux para decirle que si el indio Alamoike era un brujo, él como francés era

66
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

mucho más. Con esta treta logró el mayor respeto del indio, y le reveló más francamente todo el secre-
to de hacer c u r a re.
Aclara, eso si Crevaux que el potpeu era de la familia de las Piperiteas, a saber, el arapucani,
el alimare, y otra cuyo nombre no pudo recordar. Con estos materiales, Crevaux relata como hizo en
asistencia del indio un preparado de curare, el cual fue luego sometido a prueba disparando una flecha
sobre un mono.
La propia narración del ensayo de Crevaux, dice: “Un monito que saltaba por la choza, he -
rido en el hombro con una de estas flechas, se pone a correr por espacio de un minuto; deteniéndose de
pronto haciendo gestos y contorsiones, entorna los ojos, se le paralizan las manos y cae de espaldas. A
los seis minutos de recibir la herida, se halla en un estado de inercia muy próximo a la muerte, y sus
músculos no sienten los pinchazos de una aguja. A los siete minutos es ya cadáver”
Este veneno tan antiguo y tan usado todavía entre todas las tribus del Amazonas y de sus
afluentes, es un objeto de mucho comercio entre los indios, y ha desempeñado casi siempre también el
papel de moneda entre las gentes salvajes o semisalvajes del inmenso país amazónico.

35

67
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LOS CONQUISTADORES DE LAS FRONTERAS


V E RTICALES DEL ECUADOR59

H
ace algo más de ochenta años, en 1867, James Orton, aquel insigne explorador ame-
ricano de los Andes y del Amazonas, que describió, cual ninguno, los portentos de
la naturaleza ecuatoriana con un lirismo científico nunca antes conocido en la lite-
ratura de las ciencias, ya recriminó acremente a los habitantes del Ecuador por su insensibilidad e indo-
lencia para apreciar la sublimidad de sus montañas.
En las dos veces que Orton ascendió al cráter del volcán Pichincha, acompañado de un fotó-
grafo y de un pintor que trajo consigo ex profeso desde Nueva York “para copiar las glorias de los An-
des”, no se sabe al fin de que se estremece más, si de estar de pies ante el monstruoso abismo de este
cráter, el más profundo del Planeta, que le causó también un pasmo imborrable para toda su vida al mis-
mo Humboldt, o si de considerar la apática indiferencia de los dueños del país, que en Quito le confe-
saron no haber subido nunca a conocer siquiera, ni a contemplar el cráter de una montaña que estaba
en sus propias cejas y que había dado tantos sobresaltos, angustias de muerte colectiva, a la ciudad, pe-
riódicamente, durante ya trescientos años.
Ciertamente en los anales quiteños, literarios o artísticos, ya que no científicos, de tres largas
centurias, exceptuada la memoria escrita en detestable plan y estilo literario por el cura Juan Romero,
y que consta en los Libros del Cabildo de Quito, de la inspección que se le mandó a hacer del cráter del
Pichincha durante la gran erupción que comenzó a hacer este volcán desde el día 27 de octubre de 1660,
no existe ninguna otra pieza descriptiva, pictórica, escultórica o de otra manera gráfica trazada por los
ecuatorianos acerca de sus montañas ecuatorianas. No hay rastros sobre el papel, sobre el lienzo, ni en
los tallados de toda esa antigüedad, de que los ecuatorianos hubiesen sido atraídos, impresionados, emo-
cionados o inspirados para la historia, para la ciencia, para la literatura, o siquiera para el arte, por las
estupendas montañas equinocciales de su solar nacional.
Este desafecto obstinadamente negativo por los grandes motivos naturales de su país, ese por-
fiado desinterés y rechazo, hasta la negación absoluta de su propio paisaje, parece que ha sido un mor-
bo temperamental común a todos los pueblos indo-españoles en América. En lo subconsciente del mes-
tizo parece que se producía una especie de bochorno y de pavor por el escenario de su tierra, por su pai-
saje, por su panorama. La criatura nueva, como que se sentía amedrentada por el contorno ciclópeo de
la tierra vieja, y lo huía, lo negaba, sepultándose más bien cuando artista en el taller claustral a pintar
apenas con la menguada luz de una ventanilla, claro s c u ros de sólo la figura humana. Sorprende que en
Quito, la capital del arte pictórico en América, y, a la vez, la capital escénica de montañas sublimes, el
arte no haya sido sino de sacristía, en cosa de trescientos cincuenta años. Ni la decoración de segundo
término de los motivos humanos de la mística recibió jamás un toque, una vislumbre a lo menos del pai-
saje propio ecuatoriano. Se copió el paisaje europeo en cuanto a colinas, boscajes, huertos y ríos; y, en
cuanto a vivienda hasta la cabaña y casucha quitense, cuando se pretende reproducirla, se convierte en
arquitectura paduana, napolitana o romana. Aún en estos días, nuestra tan quiteña Mariana de Jesús
es re p resentada en fondos de paisajes sicilianos, sin que aparezcan jamás la quitense campiña con su so-
berbio Pichincha, ni los perfiles del Cayambe, ni las estropeadas y ligeras aguas del Granobles.
Ayer no más, el cultísimo diplomático señor Gustavo Adolfo Otero, ministro de Bolivia, nos
dio en Quito una bella disertación sobre la “Estética del Paisaje en Bolivia”, y, en su análisis, acertadí-
simamente, hizo la denuncia de que, asimismo, en su patria, el paisaje nacional fue siempre preterido en
el arte boliviano de los tiempos coloniales. No entró al lienzo ni a la plástica de esos tiempos.
Y, en verdad, que este es un fenómeno curioso, no advertido antes. Más bien el indio se ins-
59 “Andinismo Ecuatoria- pira simbólicamente en su paisaje para trazar el jeroglífico y las formas cerámicas en los hechos princi-
no” (Órgano de la Agrupa- palmente dinámicos de su naturaleza circundante. Todavía más: impone topónimos de sorprendente
ción Excursionista Nuevos sintetización filosófico-artística, y allí, con un solo nombre, está definido, pronunciado, proclamado y
Horizontes), Nº 6, Quito,
julio 15 de 1948. contemplado un cerro, una cordillera, una quiebra, un flanco, un morro, una ladera, un río, una casca-

68
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

36

da, un lago. El indio va todavía más allá y más arriba: conoce los meteoros, los astros, las constelacio-
nes, la Vía Láctea, y, hace su calendario con una precisión de deslumbrar a las academias de las mate-
máticas, del lápiz, tinta y papel, de tiza y pizarrón y de compás...
Estas razas de aborígenes, no diremos que aman (un verbo occidental para encubrir la menti-
ra) a sus paisajes. C reen en ellos, pero con una creencia que es la genuina fe, sencilla palabra de dos le-
tras que encierra todo, todo sentimiento inclusive toda sensibilidad. Por ello, el japonés primero pinta
su paisaje; primero su Fujiyama, después su hombre japonés. Lo mismo el chino, el inglés, el escandi-
navo, el ruso, el italiano, el flamenco, en fin, todo el que es nativo, indígena de su tierra y que, por tan-
to, tiene el atributo instintivo de la originalidad. El ecuatoriano no ha copiado su tierra: está siempre
de espaldas contra los lomos de sus montañas, mirando miope el suelo como buscando eternamente al-
go perdido y nunca encontrado entre la mugre de la vida alrededor de sus pies. Recién comienza a in-
teresarse por su paisaje, como el resultado de una educación venida desde afuera, por obra de una ma-
no extraña que le abre los ojos; no por propia y original iniciativa. El paisajismo ecuatoriano en el ar-
te nacional no tiene quizá todavía sesenta años de vida. Y, ya está pervertido, malbaratado. Cualquier
borrón de albayalde es una montaña nevada ecuatoriana, y cualquier montaña. Se vende un Chimbo-
razo por un Cotopaxi, un Altar por un Cayambe, un Iliniza por un Antisana. Las nobles y augustas,
las sublimes y excelsas montañas del Ecuador son ya por fin, motivos de arte ecuatoriano, pero, lásti-
ma, principalmente, salvo merítisimas excepciones, de artistas o artesanos trasnochados.

69
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Es sobremanera curioso lo que ha pasado al Ecuador, principalmente, y a todos los demás paí-
ses indo-españoles de América, respecto de sus grandes montañas. Las han tenido por siglos dentro de
sus respectivos territorios, pero como cosas ajenas, como tierra sin dueño, inexploradas, vírgenes, sin un
acto siquiera sacramental de posesión hollando a lo menos sus más bajas nieves. Cada nevado ha sido
auténticamente la mancha blanca, el espacio en blanco de los mapas territoriales de estos países. Cuan-
do mucho, el viajero preguntón que recorre los páramos ha logrado oír esta respuesta: “este cerro ne -
vado pertenece a tal hacienda del señor fulano”. P e ro el señor fulano, no fué nunca un Señor Cóndor
ni un fulano domeñador de cumbres. Era un caballerete emponchado que dormía sobre el legajo de de-
rechos de propiedad haciéndolos almohada, y que no sabía una palabra sobre la fisonomía del gran ne-
vado, su altitud, potencia y magnitud, pero jamás fallaba de enviar sendos espías a título de hombres
comedidos, (como dice Whymper) tras de los gringos alpinistas, “en por si acaso hallasen oro o tesoros
escondidos debajo de las nieves”.
Los nevados ecuatorianos fueron, y tal vez lo son todavía, más bien objetos impertinentes pa-
ra muchos propietarios porque no pueden pastar allí sus ganados o porque les dañan el clima (sin agra-
decer el agua que les dan) para lo mucho que cultivan en sus inconmensurables heredades, medibles ya
no en cuadras, hectáreas o caballerías sino “a todo lo que alcanza la vista”.
Aunque los nevados ecuatorianos constan dentro del mapa del Ecuador, no fueron los ecua-
torianos los que primeros se aproximaron a ellos, los visitaron, midieron y exploraron. Fueron hom-
bres extranjeros los que primero hollaron con sus plantas los flancos y las cumbres de tan estupendas
montañas. De modo que el problema jurídico actual del Antártico, o polo longitudinal del mundo en
el austro, bien podría ser también aplicable a estos polos igualmente nevados, verticales del cinturón
ecuatorial, si acaso nuestras cúspides heladas tuviesen indicios de contener algún cáustico atómico uti-
lizable por los grandes para matar de prisa a la humanidad.
Los que primero visitaron nuestras grandes cumbres andinas, fueron los Académicos France-
ses el año de 1742 y con ellos también los marinos españoles, Jorge Juan y Antonio Ulloa. De prefe-
rencia visitaron y estudiaron el cráter del Pichincha. Treparon en parte el Antisana, Chimborazo, Ca-
rihuairazo, Cotopaxi, y otros. Luego, Humboldt, en 1802 visitó más extensamente aún, nuestros ne-
vados y casi alcanza la cumbre del Chimborazo. También por igual tiempo el Coronel Hall, Salazza y
nuestro compatriota Montúfar prosiguieron los empeños de Humboldt. Después, Bolívar y Boussin-
gault en 1831 porfiaron por trepar, aunque sin éxito al Chimborazo. En 1844 García Moreno y su
acompañante, ingeniero Wisse, penetraron al cráter del Pichincha. Los eminentes geólogos Reiss y Stü-
bel, en 1863 visitaron casi todas nuestras montañas nevadas, y sólo lograron llegar a la cumbre en el
cráter del Cotopaxi, quedando casi ciego uno de ellos. A estos célebres viajeros les sucedieron los pro-
fesores de la Politécnica de García Moreno por el año de 1870, sin que ninguno lograra grandes éxitos
ascensionistas, excepto vistazos geológicos. Sólo estaba reservado al insigne alpinista y artista Edward
Whymper, inglés, el hollar con sus plantas y por dos veces la cumbre del Chimborazo, y la de casi to-
dos los demás nevados, dejando al mundo un libro magistral sobre nuestros grandes Andes equinoccia-
les. Esto lo hizo por el año de 1880. Después, por el año de 1904 el alemán Hans Meyer repitió mu-
cho de las empresas de Whymper y contribuyó, asimismo, con un precioso libro sobre los grandes An-
des del Ecuador. Ulteriormente en este siglo XX, prosiguieron varios extranjeros intentando la ascen-
sión a nuestras montañas, hasta que, por fin, un compatriota nuestro, Nicolás G. Martínez, sobrepujó
a sus acompañantes extranjeros y trepó sólo, pero con peones también ecuatorianos, hasta la cumbre
del Chimborazo, del Tungurahua, y casi del Antisana, Cayambe, Cotopaxi y de algunos otros. El es un
Whymper ecuatoriano, que redimió mucho del prestigio nacional en el dominio de las cumbres andinas
equinocciales.
En estos días, para la gloria de la Patria, ya no es sólo un hombre ecuatoriano el que se apo-
dera de las cumbres ecuatorianas. En toda una legión de jóvenes Ecuatorianos, la Agrupación Excur-
sionista “Nuevos Horizontes”, de Quito, la que, sin tiempo y sin recursos, a guisa de descanso de fin de
semana, ha empuñado la bandera ecuatoriana para llevarla triunfante una y otra vez a conquistar para
el Ecuador las cumbres ecuatorianas, depurándola a la vez de las ofensas del mísero bajío en los criso-
les de hielo y de fuego de nuestros volcanes, con la fe y el vigor de sus espíritus juveniles. Si los extran-
jeros tuvieron la primacía en pisar esas cumbres, es la “Agrupación Excursionista Nuevos Horizontes”
de jóvenes ecuatorianos la única que se ha conquistado el privilegio de trepar airosamente a tales cúspi-
des portando un gran pabellón ecuatoriano para hacerlo flamear en éstas, como lo hicieron reciente-
mente en los cráteres mismos del Cotopaxi y Tungurahua, con más desenvoltura, intrepidez y dominio

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

aún que los de Whymper, Reiss y Stübel y otros. Esta misma agrupación ha dado ejemplo, también, pa-
ra que nuevos ecuatorianos, de origen extranjero, lleven ahora, igualmente el pabellón ecuatoriano en
sus manos a engrandecerlo más con sus proezas de merítisimos compatriotas adoptivos.
Finalmente, yo admiro con toda mi admiración a los jóvenes de la “Agrupación Excursionis-
ta Nuevos Horizontes” porque sólo ellos están creando una nueva educación juvenil nacional, sana, vi-
gorosa, refinada, y porque ellos son los únicos que han conquistado las fronteras verticales del Ecuador,
mientras la diplomacia, la abogacía, la milicia y la política en decrépito concubinato, dejaron perder las
fronteras horizontales del mismo Ecuador, que antes acariciaban al Amazonas.

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71
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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72
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

CÓMO FUE CREADA LA ANTIQUÍSIMA ALAMEDA60

A
fines del siglo XVI, Quito tuvo un buen Corregidor, el licenciado don Francisco Soto-
mayor que, en forma suplente, o sea de Teniente de Corregidor y Justicia Mayor le
sustituyó al titular, General don Francisco de Mendoza y Manrique. El licenciado So-
tomayor debió ser un hombre de buena cepa, individuo despierto, de iniciativas y de acción; sin duda
de esta cepa provenía nuestro célebre geógrafo don Pedro Maldonado y Sotomayor, persona, asimismo
de grandes empresas.

En el antiguo régimen español, “Corregidor” se llama al magistrado que en su territorio ejer-


cía jurisdicción real y haciendo justicia castigaba los delitos. Había Corregidores que por su calidad per-
sonal, eran letrados, políticos, de capa y espada o militares. A la primera calificación, a la de hombre
de letras, pertenecía don Francisco Sotomayor, quien llegó a enamorarse de Quito, se afincó en él y cons-
truyó una gran casa solariega cercana al convento de la Merced.

D I N Á M I C O E S P A Ñ O L E N A M O R A D O D E
Q U I T O C R E A A L A M E D A

C
uando el año de 1596 al ejercer activamente su cargo el licenciado Sotomayor, se pro-
puso poner en debido orden los ejidos, los tambos y los montes anexos a la ciudad
que estaban paulatinamente siendo usurpados por los colonos y los indios, al corre-
gir, en verdad como Corregidor, las mermas y perjuicios en el Ejido de Iñaquito (que comenzaba en el
actual San Blas), se le ocurrió “hacer en el prado y llano de Iñaquito una Alameda y pidió que de las
rentas de la ciudad se gaste y pague lo que fuere necesario para dicha obra”. Pero al presentar esta pe-
tición suya al Cabildo, no era para comenzar la obra; pues él ya la había tenido principiada y adelanta-
da de su propio peculio, exactamente tal como 308 años después otro enamorado de Quito y de su pro-
greso, el año de 1904, el doctor Francisco Andrade Marín emprendió de su corto bolsillo personal la
obra de canalización de la quebrada de Jerusalén y su transformación en una avenida (la “24 de Ma-
yo”), a fin de que el Municipio y el Gobierno ya viendo lo empezado, apoyen a la obra y lo sigan ade-
lante.
Los cabildantes de 1596, en vista de lo que ya tenían iniciado el Corregidor Sotomayor, se en-
tusiasmaron, y uno tras otro, dando los votos en la sesión, iban diciendo “que les parece bien y que se
haga la alameda”, hasta que aprobaron unánimemente una resolución memorable que dice literalmen-
te: “Y, habiéndose visto los dichos votos, dixeron que mandaban e mandaron que se haga la alameda,
y se libren trescientos pesos de los propios de la ciudad, que se le den al dicho licenciado Sotomayor pa -
ra que pague los indios que se ocuparen en la obra de la alameda”.
Y, contemplando también los cabildantes el gran empuje ejecutivo de este excepcional Corre-
gidor de Quito, más entusiasmados, le nombraron oficialmente, o municipalmente diríamos, Guarda
Mayor de los Montes y Ejidos de esta ciudad, al licenciado don Francisco Sotomayor, que a la vez era
Teniente General de Corregidor de esta ciudad61.

C O N C E P T O E S P A Ñ O L D E L O Q U E E S U N A
A L A M E D A
60 Historietas de Quito:

P
“Últimas Noticias”, Quito,
8 de mayo de 1965. Pág. 14. e ro, entre tanto, veamos ¿qué es alameda? “Alameda”, etimológicamente, es un arbo-
61 Ver la historieta “Los eji- lado de álamos, árboles nativos de Europa que no los hay espontáneamente en el Ecua-
dos españoles de la ciudad”
en la página 55 de esta obra.
dor ni en todo Sudamérica, aunque si en Norteamérica y Alaska, de otras especies que

73
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

las europeas. En España, a los sitios poblados de álamos se llama, pues, alamedas, y, de esto los espa-
ñoles inventaron la formación de paseos públicos plantando álamos en hileras que constituyan calles y
sirvan de lugares de recreo al vecindario. Una de las primeras y más antiguas alamedas que formaron
los españoles en la Península fue la “Alameda de los Obispos” como sitio de re c reo de los Obispos de
Córdova a orillas del río Guadalquivir.
El licenciado Sotomayor, sin duda, se inspiró en esta Alameda de los Obispos de Córdova pa-
ra denominar así al campo de re c reo público que se propuso crear en Quito; porque, no existiendo na-
turalmente los álamos en nuestra flora, sino más bien los sauces, pero de los columnares (llamados
“huayao” en lengua quichua), u otros árboles nativos quitenses usables para avenidas, resultaba exóti-
co en Quito el nombre de “Alameda”, y, por añadidura sin álamos. No era del caso de que para ser
más estricto, iba a ponerse a crear nuevos nombres para un paseo público llamándole, por ejemplo
“Sauceda”, “Nogaleda” o “Tocteda”, por los sauces, nogales o toctes nativos (si bien en las denomi-
naciones del Quito indio si hay hasta ahora un “Toctiuco”, un rincón de los toctes)62
Probablemente de esta novedad de una “Alameda” en el primitivo Quito español, porque fue
por siglos “un suspirado objeto”, como lo veremos después, por tener una Alameda bien formada en
Quito, por este empeño fue que tal vez los españoles introdujeron de España el álamo, que es de tan fá-
cil propagación por estacas, y lo pusieron en la Alameda en uno de sus sucesivos arreglos o remodela-
ciones como ahora se dice. Pero, el álamo así como es de rústico en la propagación, es de exigente en
humedad subterránea y sobre todo en calidad del suelo. Prospera espléndidamente en casi cualquier cli-
ma donde haya suelo franco permeable y aguas corrientes inmediatas. Más, el suelo y subsuelo de nues-
tra Alameda es un solo bloque de chocoto o arcilla negra durísima, impermeable, y tanto, que sus lagu-
nitas sobreviven impunemente con el agua asentada directamente sobre el chocoto impermeable. Por
esta razón, cuántas tentativas se han hecho para darle álamos a nuestra Alameda, han ido al fracaso.
Los álamos allí nunca medran, y siempre mueren de vejez prematura.
Todos los álamos introducidos por los españoles y puestos en otras partes análogas a la Ala-
meda, han corrido igual suerte; excepto aquellos plantados en Ambato y en Pomasqui; lástima que a los
de este lugar los han dejado extinguirse por la mera negligencia humana de no querer tenerlos más;
cuando las antiguas alamedas de Pomasqui eran no sólo un bellísimo elemento decorativo local, sino el
más vivo recuerdo de lo que para los primeros españoles de Quito fue ese valle su huerto predilecto: un
pedacillo de su España en la línea equinoccial del Reino de Quito.

B O L Í V A R J I N E T E , N O S E D E J Ó P O N E R
E N C A R R E R A D E O B S T Á C U L O S

39
Una vez que hemos dilucidado lo relativo al concepto español de
alameda, veamos algo muy interesante también acerca del campo
62 El barrio de Toctiuco se donde está situada La Alameda.
encuentra ubicado sobre el
Ese campo es el vértice natural de convergencia o de divergencia
C e n t ro Histórico, en las es-
tribaciones del Pichincha, de la dinamia de la ciudad prehistórica y de la histórica de Quito.
entre las colinas de El Placer, Por allí salían los viajeros indios o blancos que iban, unos hacia Ota-
al sur, y San Juan, al norte.
63 El autor se re f i e re a la valo, y otros hacia el mar; y allí se avistaban también los que venían
p retendida construcción del de uno u otro rumbo. Es la topografía y la huella humana las que
monumento a Bolívar en la trazaron con naturalidad aquel triángulo que vino a servir de boce-
plaza de San Francisco, lla-
mada por esta razón oficial- to de la futura Alameda. Ese vértice es el punto más vital que los ele-
mente “Bolívar”, tal como mentos primitivos designaron para que sean por siempre y para
o c u rrió con la Plaza de San-
to Domingo, que fue llama-
siempre el de la expansión dinámica de Quito. Las plazas de la ciu-
da Plaza Sucre tras la ere c- dad son el concepto estático, ese que mantuvo a Quito en 400 años
ción en 1892 del monumen-
de conventualidad, y en donde los artistas y los urbanistas, si no es
to al Mariscal de Ayacucho.
Sin embargo la plaza de San por un entrometido quitense, casi le ponen a la estatua del fogoso Si-
Francisco no se libró de un món Bolívar en actitud de saltarse en brioso caballo indignadamen-
monumento, pues luego de
que el de Bolívar se levanta- te por encima de los techos de barro que rodean a la plaza de San
ra en La Alameda en 1935, Francisco, alias “Plaza Bolívar”, por ordenanza63.
en ella se erigió el de Gonzá-
lez Suárez, que se mantuvo
Al gran triángulo que forma la actual Alameda, los primitivos in-
por varios decenios en el dios le llamaban con el magnífico nombre de “Chuquihuada”, que,
c e n t ro de la plaza.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

según nuestra versión castellana, quiere decir “Punta de Lanza”, denominación en verdad sabia, como
sabias todas las toponimias aborígenes ecuatorianas.
Los españoles, a su vez, tuvieron desde el principio como los indios, un nombre muy apropia-
do para este triangular retazo de tierra que ya lo encontraron dibujado en el trillo de los indios en el
campo de Iñaquito. Le llamaron “Girón”64, porque en castellano “girón”, quiere decir retazo triangu-
lar de alguna cosa, y, por ello se llama también girón a la banderola, pendón o guión que remata una
punta, y aún al pedazo desgarrado accidentalmente de un vestido, “hecho a girones”
Pues, bien, no habiéndole dado don Francisco de Sotomayor el nombre de “El Girón” a su
iniciativa del paseo público que, de hecho lo llamó “La Alameda”, al principiar a formarla, este nom-
bre suplantó desde entonces al otro, y el nombre original español de Girón se lo llevó por tradición una
quinta de re c reo de propiedad privada que desde illo-tempore se formó por allí, y, en la cual, curioso es
saberlo, fue a vivir, así en extramuros, don Dionisio de Alsedo y Herrera, Presidente de la Real Audien-
cia de Quito por el año de 1730, debido a que el Palacio de la Audiencia inaugurado en 1612, estaba
ya en escombros, inhabitable. Y, en esa condición escombrosa lo encontraron los Académicos France-
ses cuando llegaron a Quito en 1736. Por último, es muy probable que en esa quinta que se llevó el
nombre de “El Girón” que le correspondía al terreno que se convirtió en Alameda, allí haya nacido el
que llegó a ser famoso geógrafo quiteño, don Antonio de Alcedo y Bejarano65.

40

41

64 A pesar de que esta pala-


bra debe escribirse “jirón”
en la tradición quiteña ha
p revalecido la vieja form a
de “girón”.
65 Autor del “Diccionario
Geográfico-Histórico de las
Indias Occidentales o Amé-
rica”, editado modern a-
mente en la Biblioteca de
A u t o res Españoles, Edicio-
nes Atlas, Madrid, 1967, 4
tomos.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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43

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

REMODELACIONES COLONIALES DE
“LA ALAMEDA”66

H
abiendo sido el licenciado don Francisco Sotomayor, Corregidor muy progresista de
Quito, el verd a d e ro fundador o creador original de nuestro hermoso paseo público
quiteño que él lo bautizó con el nombre muy español de “Alameda”, cosa que tuvo
lugar el año de 1596, según lo dejamos documentalmente explicado en nuestra anterior “historieta”,
parece que por algún motivo desconocido, esta feliz creación urbanística del licenciado Sotomayor no
duró mucho tiempo ni llegó a ser incrementada, sino tal vez abandonada y hasta olvidada, sea por su
propio fundador o por los que le sucedieron en el Corregimiento de Quito; pues, de este asunto de la
Alameda no vuelve a hablarse en los documentos municipales quiteños, sino después de un increíble lap-
so de 150 años.

Así, por ejemplo, en ninguno de los tres planos topográficos más antiguos de Quito, compren-
didos entre los años de 1736 y 1763, no consta el nombre de Alameda en el espacio de terreno que creó
el licenciado Sotomayor en 1596, y en el mismo que se halla la Alameda que hasta hoy existe.

“ E L P O T R E R O D E L R E Y ”
E N L U G A R D E A L A M E D A

Examinemos cada uno de estos tres planos:

P
rimeramente, al tan prolijo plano de Quito llamado de La Condamine o de los Acadé-
micos Franceses, pero levantado por M. de Morainville el año de 1741, muestra el es-
pacio triangular donde estaría la Alameda, pero sin constar este nombre, comprendién-
dolo entre un camino que va rumbo norte, y que le llaman “Gran Camino de Esmeraldas”, y otro ca-
mino rumbo este, que lo llama “Gran Camino de Cartagena”. En el espacio interior del triángulo po-
ne la leyenda, “Entrada de la llanura de Iñaquito”, y dentro del mismo esta otra leyenda, “Campo de
Batalla entre G. Pizarro y el Vi rrey Núñez de Vela, 1546”.
En segundo lugar, tenemos el plano de la ciudad de San Francisco de Quito, que, sin constar
su verd a d e ro autor, se lo conoce como el plano de los marinos españoles, don Jorge Juan y don Anto-
nio de Ulloa, documento al cual lo debemos conceptuar aproximadamente de la misma época que el an-
terior, pues tampoco tiene la fecha, y en el cual al espacio en que estaría la Alameda, se lo llama “Po -
tre ro del Rey”
En tercer lugar, tenemos el plano de Quito con fecha 1763, constante en el curioso y muy ra-
ro diccionario geográfico denominado “Il Gazzetiere Americano” donde también, como en el anterior
el espacio en el que estaría la Alameda lleva la leyenda única de “Potrero del Rey”
En todos tres casos, en este espacio entonces llamado “Potrero del Rey” y no la Alameda de
Sotomayor, aparece una laguna natural en medio del llano.

N U E V A F U N D A C I Ó N D E U N A A L A M E D A

N
o obstante esta desaparición que diríamos formal de la primitiva Alameda del siglo
XVI, aparece que lo nominal de la fundación del licenciado Sotomayor, no quedó
66 Historietas de Quito:
p e rdida, sino más bien latente para volver a la existencia en algún otro tiempo den-
“Últimas Noticias”, Quito,
15 de mayo de 1965. Pág. 5 tro del lento, rutinario y monótono vivir de la colonia española.
y 8. Efectivamente, transcurren nada menos que ciento cincuenta años desde que el dinámico don

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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Francisco de Sotomayor, el año de 1596, siembra la semilla de fundación de una Alameda o lugar ar-
bolado de recreo para Quito, y se muere la semilla vegetal, se pierde la obra, pero queda otra semilla:
la del nombre “Alameda”, y asoma por ahí el año de 1746, un nuevo Corregidor de Quito, don Ra-
món Joaquín Maldonado (sin duda otro de la buena cepa de los Maldonados y Sotomayor), y se pro-
pone empeñosamente “en formar una Alameda” donde siglo y medio atrás estuvo la del que primero
trajo a Quito la idea y el nombre de una Alameda.
En los viejos libros de actas del Cabildo de Quito, consta una del 27 de septiembre de 1746
que literalmente copiada dice:
“Entre los asuntos tratados por el Cabildo de esta fecha se tomó en cuenta la exposición si -
guiente, que hace el señor Don Ramón Joaquín Maldonado, Corregidor: “Que se halla principiando a
formar una Alameda de árboles de tres calles que estaban deliniadas; la principal de 14 varas de ancho
y las colaterales de seis varas, con cuatro hileras de árboles delineados entre dos zanjas para el resguar -
do de las plantas; la una que sólo se renovará por ser la de la Estancia llamada El Jirón de Nuestra Se -
ñora de Guápulo y la otra que está abriendo S. Sría. a sus expensas con la nueva herramienta que ha
mandado a hacer, también a su costa para que esta ciudad tenga la honesta diversión de este paseo des -
de el sitio nombrado “Chuquiguadas”, salida de esta Ciudad, hasta el Santuario de Guápulo; y que, pa -
ra ayuda de su costo se pide alguna cantidad de los propios, por cuanto sería esta obra en beneficio, her -
mosura y explendor de esta Ciudad, y que dicho costo, según las regulaciones hechas, será el de mil pe -

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

sos más o menos. Los capitulares acordaron que después de pagar las deudas contraídas concurra el
Mayordomo de propios con la tercera parte de su costo, aunque se haya acabado dicha obra, para re -
sarcir en esta parte lo que hubiese suplido Su Sría. durante dicha obra.— Te rminó la junta”
Como se ve en esta nueva formación de la Alameda, lo que se quiso hacer era más bien una
triple avenida de árboles que comenzando en la punta de lanza del terreno de “Chuquiguadas”, siguie-
se por el camino que en lengua mestiza se llamó “Guanga-calle” (calle de basure ro) (hoy avenida Co-
lombia), y fuese a terminar esta larga avenida en el lejano santuario de Guápulo.
Parece que esta nueva forma de rehacer la Alameda de Sotomayor tampoco duró mucho o no
satisfizo el anhelo de Quito de tener un verdadero paseo urbano.

T E R C E R A T E N T A T I V A D E F O R M A R U N A
A L A M E D A

E
l año de 1767, según el famoso y gran Diccionario Geográfico-Histórico de la Indias
Occidentales o América escrito por el ilustre quiteño don Antonio de Alcedo “La Aca -
demia Pichinchense dice p royectó y efectuó el bello paseo fuera de la Ciudad, a la sali -
da de Santa Prisca en la llanura de Añaquito, poniendo en la fachada interior de la puerta la siguiente
inscripción en una lápida de mármol: “Idea del Señor Teniente Coronel Don Juan Antonio Zelaya, Pre-
sidente de la Real Audiencia, Gobernador y Comandante General de esta Provincia, & Obra de los se-
ñores Alcaldes Ordinarios Don Clemente Sánchez Caballero del Orden de Santiago Marqués de Villa-
Orellana Visconde de Antisana y Don Miguel Olmedo Comisario de Guerra, & quienes a expensas pro-
pias ofrecen al público este re c reo — Año de 1767”.
Esta remodelación si parece que ya tuvo una forma estable y más atractiva, pues consta que
ya se le puso portada al lugar de recreo, aunque en ninguna parte de la lápida se le nombra Alameda.

C U A R T A Y M U Y B U E N A R E M O D E L A C I Ó N
C O L O N I A L D E L A A L A M E D A

E
l año de 1786, gobernando la Real Audiencia de Quito el Presidente don Juan Joseph
de Villalengua y Marfil persona de un extraordinario espíritu progresista consta según
una ahora ya casi desconocida información dada por el Escribano del Cabildo de Qui-
to, relativa a la multitud de obras plausibles del Presidente Villalengua, lo que sigue: “Que habiendo si -
do la obra pública de la Alameda, el suspirado objeto de la Ciudad quasi desde su fundación y por ello
emprendida en diversos tiempos, aunque sin verificación por su costosa empresa, hubo de tomarla a su
cargo el dicho Señor Presidente Villalengua y Marfil sosteniendo sus costos sin el menor gravamen del
Público y se ha seguido este apreciable recreo con los arbitrios y auxilios proporcionados por Su Seño -
ría en que logra la República su mayor diversión y gusto”
Esta declaración se re f i e re a la muy ingeniosa y plausible manera como el Presidente Villalen-
gua logró dar gran impulso y vida propia económica a la Alameda formando en la Plazuela de la Car-
67 Para la historia de esta nicería (hoy Plaza del Teatro) una primera plaza de toros bien construida para que los quiteños tan afi-
institución ver “El Hospicio cionados a esta diversión entrasen allá cómodamente pero pagando entradas personales, cuyo produc-
de Quito” en la página 2 8 3.
68 Mayor información so-
to íntegro lo dedicaba el Presidente al sostenimiento del otro campo de re c reo público honesto que era
b re la actuación de Bern a r- la Alameda: con lo cual ésta contaba con muy buenas rentas propias.
do Darquea, tanto en el pa- Con estas rentas, el Presidente Villalengua que era de un genial espíritu constructivo, artístico
seo de La Alameda, como en
Ambato y Riobamba, ver:
y benéfico (pues él fundó el Hospicio)67, dotó a la Alameda de la linda portada de tres arcos que tuvo
Paniagua Pérez, Jesús y Or- hasta que fue derrocada para levantar allí la estatua de Bolívar: él colocó tres hermosas columnas sa-
tiz Crespo, Alfonso “El pro- lomónicas estriadas de piedra, dos coronadas por ángeles y la otra por una figura de La Fama (solo una
yecto de una ciudad ilustra-
da para América. El diseño sobrevive): él arregló la laguna, sin dividirla, y plantó muchos árboles y plantas florales. Sobre este arre-
de Riobamba”, en: “Art e glo y ornamentación por el año de 1820, el Corregidor Darquea de Quito, colocó en la Alameda otra
de la Real Audiencia de
Quito. Patronos, corpora- columna con el busto de José Mejía, el cual en tiempos de la República se lo trasladó a la plazuela de
68
ciones y comunidades”, la Mamacuchara en la Loma Grande .
Kennedy Troya Alexandra,
Editorial Nerea, Madrid,
2002.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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LA ALAMEDA DE QUITO EN EL SIGLO XIX69

E
n un curiosísimo “Plano de la Civd.d de S. Fran.co. del Qvito”, dibujado en perspecti-
va, que debe existir todavía en la Municipalidad de Quito, donde en original lo vimos
y examinamos en años pasados, y que se lo cree levantado por Juan Pío Montúfar, Mar-
qués de Selva Alegre, allí aparece con mucho detalle La Alameda tal como la dejó bellamente arreglada
el Presidente Villalengua y Marfil el año de 1786. En dicho plano La Alameda está re p resentada en for-
ma paisajista y con tanto detalle, que hasta se ha dibujado en colores figuras humanas de personas pa-
seantes por cuyos trajes y sombreros del estilo típicamente napoleónico de la época, se advierte que el
plano es de por el año de 1800 o sea del principio del siglo XIX.

En ese paisaje de La Alameda, ésta ya tiene tres portadas de arco unidas en el vértice del ovoi-
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de que forma; en el interior del paseo figuran or-
denadas avenidas de árboles y arbustos, y tam-
bién aparecen claramente dibujadas tres colum-
nas salomónicas con estrías en las espiras: una
en el centro del paseo donde ahora está el Ob-
servatorio Astronómico, y coronada por una fi-
gura de La Fama; otra se halla al costado sur, y
la otra columna al costado norte, la única que
p e rmanece hasta hoy, 1965, en pie, y de la cual
presentamos una fotografía en una “Historieta”
anterior. Estas dos últimas columnas tienen por
remate unos ángeles; y, a la primera con La Fa-
ma, el presidente García Moreno para construir
el Observatorio en el centro de La Alameda, la
quitó de allí y la llevó a colocarla en media Ca-
lle del Mesón, donde comenzaba la Carretera
Nacional. Después, de este lugar fue otra vez
trasladada la columna al centro de la plaza de la Recolecta, configurando a la ex-figura de La Fama, en
una estatueta de argamasa de La Libertad, con cuyo nombre se rebautizó a dicha plaza. De la otra co-
lumna salomónica del sur de La Alameda, no se sabe qué suerte ha corrido. También constan dos kios-
kos: uno frente a la Esquina de la Virgen y otro frente al Belén, cerca del actual Churo71.

L A S T R O P A S V E N C E D O R A S E N
P I C H I N C H A , V I V A Q U E A R O N E N L A
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s extraño que en los escritos de Eugenio Espejo no se haga mención alguna del paseo
de La Alameda, no obstante que en su tiempo debió ser ya un punto de interés muy po-
pular en Quito. Tampoco se dice nada de ella durante la convulsión de la Independen-
70 Historietas de Quito: cia; pero, a raíz de la Batalla de Pichincha, ya se tiene versiones tradicionales de que las tropas de Sucre,
“Últimas Noticias”, Quito, vencedoras en esa Batalla, vivaquearon en La Alameda y que acamparon allí especialmente las caballe-
22 de mayo de 1965. Pág. 8.
71 Para mayor inform a c i ó n rías, de las cuales, la llanera de Venezuela hizo para el público demostraciones de destreza en su famo-
s o b re la creación del paseo sa táctica llanera.
de La Alameda ver la obra Posteriormente, el año de 1832, recién llegado a Quito el botánico inglés Guillermo Jameson,
citada en nota final de la his-
torieta anterior. la Facultad de Medicina propuso al Gobierno la formación en La Alameda de un jardín botánico con

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las semillas de plantas que había traído de Europa el profesor Jameson. No se sabe si tuvo efecto este
proyecto que recibió entusiasta acogida de parte del Presidente Juan José Flores.
Conviene añadir que hay quienes atribuyen también al Presidente Mon y Velarde la forma-
ción de La Alameda en abril de 1796; pero, como se ve, todos los que contribuían acaso con algo, pa-
ra el fomento de La Alameda, querían figurarse como iniciadores del paseo que, en verdad fue funda-
do por el licenciado Sotomayor y bien conformado por Villalengua y Marfil; todo esto durante la Co-
lonia.

G A R C Í A M O R E N O C A S I H I Z O
D E S A P A R E C E R L A Q U E R I D A A L A M E D A
D E L A C O L O N I A

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l año de 1864, gobernando la República el Presidente García Moreno, recibió éste de
parte de los señores Carlos Aguirre Montúfar y Rafael Barba Jijón, caballeros quiteños
que residían entonces en París, unas semillas del recientemente descubierto árbol de eu-
calipto. García Moreno creyendo que eran plantas ornamentales, las hizo sembrar a profusión en la
Plaza Grande y en La Alameda. Crecieron rápidamente estos árboles enormes y precocísimos, que no
son ornamentales sino forestales para leña y madera, y empezaron a copar y ahogar la plaza y la Ala-
meda. A los de la plaza les sometieron a un descope, pero los de la Alameda seguían formando un bos-
que cerrado71.
Entre tanto, García Moreno principió a reconstruir el Palacio de Gobierno y a formar en él
las salas legislativas que antes habían funcionado en la Casa de San Carlos, junto a la iglesia de Cantu-
ña, y se propuso usar la madera tierna de los eucaliptos de la plaza y de la Alameda en los pisos y cu-
biertas de estas construcciones, que apenas duraron cosa de veinte años hasta 1892, en que tuvieron que
volverse a reconstruir, como lo veremos en otra “Historieta”.
Vino el terremoto de Imbabura del año de 1868, y la Alameda para entonces, ya estaba tra-
gada y desfigurada por el bosque de eucaliptos, cuyos árboles daban madera a troche y moche para
apuntalar edificios dañados y retoñando porfiadamente. Viéndole García Moreno en ruinas a la Ala-
meda, quiso por primera instancia formar allí una estación experimental agrícola, pero el cataclismo del
68 le decidió más bien por parcelarla para urbanizarla, como decimos ahora, construyendo allí casas de
un nuevo tipo resistentes a los terremotos. En efecto, mandó formar un plano de urbanización con el
arquitecto del Estado señor Tomás Reed72, y dio un Decreto parcelando en 54 solares el terreno de la
Alameda, y sacándolos a remate público. El Decreto es de 1 de abril de 1869, y ventajosamente, por
afortunadas circunstancias, no tuvo efecto alguno este proyecto.
Llegó el año de 1875, y, poco tiempo antes de la muerte del señor García Moreno, este mis-
mo magistrado dio comienzo a la construcción del Observatorio Astronómico en el centro de la propia
Alameda, como para que esta edificación científica formase con el tiempo la base de la nueva restaura-
ción de la preciada Alameda colonial.

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L A A L A M E D A P O R E L P R E S I D E N T E A N -
T O N I O F L O R E S
71 El autor, en su artículo

L
“La introducción del euca- legó, pues, ese tiempo con el advenimiento del doctor Antonio Flores al Poder, y en el
lipto al Ecuador” explica
más ampliamente los por- año de 1892, este magistrado que era un hombre también sumamente progresista, pe-
m e n o res de la llegada de es- ro moderado y de refinada educación intelectual, social y hasta artística, se apasionó
ta especie al país. Ver pági-
na 8 8. por hacer de La Alameda un pedacito de los jardines de Versalles en Quito. Por fortuna, se hallaban
72 Este arquitecto planificó desde tiempo atrás en el Ecuador dos habilísimos horticultores europeos, don Enrique Fusseau, francés
y construyó entre otros edi- y don N. Santoliva, italiano, que habían sido traídos por don Gabriel Álvarez para el desarrollo de fru-
ficios, el nuevo penal, llama-
do popularmente “Panópti- ticultura moderna en sus haciendas de Patate. Los llamó de Ambato a Quito y los contrató para que
co”, por su planteamiento hiciesen una acabada obra de jardinería francesa en La Alameda.
radial.

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Estos admirables horticultores que ya venían enseñando el uso del injerto
en la fruticultura del Tungurahua, hasta se instalaron a vivir en sus casas pro-
pias junto a la Alameda y se dieron al trabajo. Especialmente el floricultor don
Enrique Fusseau fue el que más duró en su infatigable obra; pues, su compañe-
ro Santoliva falleció precozmente, dejando, empero, una linda finca en donde
hoy se construye el nuevo edificio del Banco Central73, finca que tenía acequia
de agua propia, para regadío y para servicio de baños públicos y también para
s u rtir a las dos fuentes ornamentales que se pusieron en la Alameda, y para ali-
mentar la laguna natural pero que se secaba en el verano, de dicha Alameda.
El Presidente Antonio Flores cercó, pues, de tapias todo el contorno de la
Alameda, y en los arcos de su portada principal puso verjas de hierro. Alargó
por el norte a la Alameda incorporándole mucho de la extensa plazuela de El
Belén, y allí colocó otra buena portada con verjas de hierro. Mantuvo en per-
fecta disposición el jardín botánico ya antes creado por el Padre Sodiro. Arre-
gló la laguna y la dividió en dos, tendiendo un sólido puente de cal y piedra en
medio, que conducía a un salón de descanso y de música, que después mejorán-
dolo se transformó en edificio de la Primera Exposición Nacional del Ecuador.
Formó una isla central en cada laguna, y a ésta la dotó de botes de re c reo. For-
mó también un primer Jardín Zoológico con animales de nuestra fauna. A la
entrada de la Alameda, en la plazuela, situó una amplia, alegre fuente de agua
con cabeza de leones de bronce. Pero, sobre todo, los jardines y avenidas de
nuevas y desconocidas plantas florales y árboles ornamentales, entre ellos cipre-
ses esmeradamente recortados, presentaban un aspecto gratísimo, encantador,
jamás visto, bajo la hábil e infatigable mano del viejecito casi enano, de blanca barba, con rastrillo al
hombro, don Enrique Fusseau, que era como el nomo mágico de la bellísima Alameda de esos días. En
verdad, se había injertado en Quito un pedacito de los jardines de Versalles. Este hermosísimo aspecto
de nuestra Alameda duró justamente lo que duró la vida del venerable viejecito jardinero hasta entrado
el presente siglo.
Después, su hijo de igual nombre, heredero de las habilidades jardinísticas de su padre, logró
mantener de la mejor manera este paseo público, y, entre las cosas que este sucesor nos legó, está El Chu-
ro, este popular mirador que fue comenzado con los desechos de tierra del desbanque de la calle Sodi-
ro, y fue creciendo en altura poco a poco a fuerza de chambas, como crecen los volcanes a fuerza de la-
va.

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73 El autor se re f i e re al edi-
ficio del Banco Central del
Ecuador, sobre la avenida
10 de Agosto entre las calles
Carlos Ibarra y Briceño, di-
señado por el Arq. Ramiro
P é rez y que recibió el pre-
mio “Al Ornato” de la Mu-
nicipalidad de Quito en el
año 1968.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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LOS JARDINES BOTÁNICOS DE LA ALAMEDA


EN QUITO74

S
egún lo dejamos ya apuntado en nuestra anterior “Historieta”, el año de 1832, a poco
de llegado al Ecuador el notable botánico escocés, Mr. William Jameson, hubo el primer
intento oficial de formar un jardín botánico en la Alameda de Quito.

Efectivamente, mister Jameson, un joven dado a las peregrinaciones botánicas en el mundo,


metido en un buque ballenero británico, había realizado primero un viaje investigativo por las regiones
árticas; después recaló en Lima y luego avanzó a Guayaquil para radicarse allí en sus estudios botáni-
cos, pero el clima tórrido de la costa le afectó y le empujó hacia arriba, hacia Quito, el año de 1830, al
inaugurarse nuestra república ecuatoriana, y aquí en la capital encontró quizás un mejor paraíso de flo-
ra equinoccial de altura, y se quedó, ciertamente encantado, entre nosotros para vivir largos años dedi-
cados a sus estudios, compartiéndolos con los ciudadanos de esta patria ecuatoriana, que la adoptó co-
mo la segunda suya, pues aquí formó un hogar y hasta tuvo tres hijas, una de ellas monja, célebre en el
hallazgo de los restos del Mariscal Sucre en al año de 190075.

S E P R O Y E C T A E L P R I M E R
J A R D Í N B O T Á N I C O

C
on este científico, casualmente caído del cielo en Quito cuando tanta falta hacían
hombres de ciencia para fomentar un sentido progresista de nuestra flamante repúbli-
ca, la Facultad de Medicina de la Universidad de Quito le adoptó gustoso a Mr. Ja-
meson como profesor de botánica en sus aulas. Jameson, hombre apasionado por las plantas, había
traído de Europa entre las petacas de su equipaje algunas cantidades de semillas de plantas ornamenta-
les europeas; y, así con ella y cuanta planta nativa ecuatorial, recogiese aquí en sus mudanzas, Jameson
propuso formar un jardín botánico en la Alameda, jardín que, de su clase, sería el primero que se cono-
ciese en la reciente inaugurada República del Ecuador.
Afortunadamente, el Decano de la también casi flamante primera Facultad de Medicina de
74 Historietas de Quito: Quito (pues se la inició el 30 de octubre de 1827, siendo Director de la inauguración el Dr. Juan Ma-
“Últimas Noticias”, Quito,
nuel de la Gala), fue el médico quiteño doctor José Manuel Espinosa, persona muy amante de las cien-
29 de mayo de 1965. Pág. 9.
75 Siendo monja del claus- cias naturales, y él apoyó con entusiasmo la propuesta de Mr. Jameson para formar el jardín botánico.
tro del Carmen Bajo, de ma- Se dirigió, pues, con una interesante nota el doctor Espinosa al Concejo Municipal presidido
nera casual reveló la pre s e n-
por don Feliciano Checa, y éste, dando la mejor bienvenida al proyecto, lo pasó al Prefecto Departa-
cia de los restos de Sucre en
la iglesia del monasterio, mental, y de allí subió donde el General Juan José Flores, Presidente de la República, quien asimismo se
cuando ya se habían perd i- entusiasmó con la iniciativa, ofreciendo todo apoyo para que se realice.
do las esperanzas de hallar-
los en otras iglesias de Qui- Hasta aquí nos muestran todo este optimista camino las documentaciones existentes. Des-
to. pués, nada más se sabe: todo queda en el silencio, ni hay más rastros materiales de que se hubiese llega-
76 Lisboa, Miguel María,
do a ejecutar, a lo menos en forma notoria y estable ese jardín botánico de Jameson. Quizás por allí
“Relaçao de uma viagem a
Venezuela, Nova Granada e también en los primeros tiempos de la República comenzó ya a cultivarse la disciplina indisciplina ecua-
Ecuador pelo Conselheiro toriana de ofrecer mucho y cumplir poco, o nada.
Lisboa”, A. Lacroix, Ve r-
boeckhoven e Cia. Bruselas,
Un dato desalentador sobre la Alameda y su jardín botánico jamesoniano aparece por allí el
1866. Traducida al castella- año de 1853 con el célebre diplomático brasileño señor M. de Lisboa, quien al trazar una muy intere-
no como “Relación de un
sante crónica del Quito de esa época76, escribe: “El paseo público de forma triangular y situado a la sa -
viaje a Venezuela, Nueva
Granada y Ecuador”, Fon- lida de la ciudad por el norte, fue otra obra apacible, bien provisto de árboles y ornamentado de colum -
do Cultural Cafetero, Bogo- nas, estatuas y lagunas, habiendo desaparecido todo esto; apenas uno que otro árbol frondoso indica la
tá, 1984.

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dirección de las antiguas alamedas; las lagunas están secas; las columnas destruidas, y solamente en una
de ellas existe una estatua de un ángel. Entristece el estado deplorable de esta paseo”
Al modesto juicio del que esto escribe, quizás lo único que acaso pudiera ser uno como vesti-
gio del jardín botánico de Jameson si algo llegó a hacer este señor, como es de suponerse, son los dos o
tres ejemplares de cipreses fúnebres chinos (Cupressus funebris sinnensis) propios para cementerios, que
viejísimos existen por allí cerca del Observatorio Astronómico en la Alameda.

E L J A R D Í N B O T Á N I C O D E L
P A D R E S O D I R O

E
l año de 1870 llegó al Ecuador el Padre jesuita Luis Sodiro, italiano, miembro del gru-
po de politécnicos que trajo García Moreno. El Padre Sodiro era un botánico de gran
competencia y que tan pronto como pisó nuestras tierras, se fascinó con su flora y se
dedicó con una devoción infinita a estudiarla y a consignarla en una multitud de obras sumamente va-
liosas. Como gran botánico, era también un versado agrónomo y sobre materia agronómica dio tam-
bién al Ecuador sabias contribuciones y hasta el proyecto de establecer una escuela agrónoma, justa-
mente en la Alameda.
Pero, con la muerte de García Moreno, el Padre Sodiro no pudo abordar las labores de ense-
ñanza y más bien se dedicó de lleno sólo a las de investigación y catalogación científica de nuestra flo-
ra. Es una lástima que no haya dejado discípulos, y que por ello nuestra botánica ecuatoriana haya su-
frido una grave y larga pausa desde entonces.
Entregado a esta suerte de trabajo investigativo el Padre Sodiro, hacia el año de 1886 se pro-
puso él también tratar de formar, como Jameson, un jardín botánico en la Alameda. En esto tuvo me-
51
jor suerte que su antecesor, y el año de 1887, logrando por fin un eficaz apoyo de parte del Gobierno
del Presidente Caamaño, presentó un plan y un plano de
su jardín botánico y su localización dentro de la grande
área de la Alameda; y, se puso al trabajo.
Ubicó el jardín botánico en un cuadrilátero final del
e x t remo oriental de la Alameda y en lo que mira a las ca-
lles, le rodeó de tapias, mientras que en la parte interior
del paseo, le aseguró con alambradas de púas. Dividió
los planteles en 54 “solares”, como él dijo en su informe,
y comenzó a llenarlo con plantas colocándolas con senti-
do botánico por órdenes, familias, géneros y especies, in-
diferentemente con respecto a la procedencia geográfica.
Para acopiar plantas, había adoptado dos procedimien-
tos: uno, realizar dos pedidos de semillas al exterior, y
o t ro, mandar comisiones a colectarlas de las plantas indí-
genas de nuestras selvas inmediatas, especialmente del oc-
cidente, donde tanto y tanto herborizaba el Padre Sodiro.
P e ro ninguna zona le interesó más, a juzgar por un docu-
mento muy particular que hemos visto, que la de los “bosques naturales de Pululahua”, de donde reco-
mendó que le traigan todo lo más que pudiesen de la maravillosa y tal vez única flora que, efectivamen-
te allí existe, ahora con gran indolencia de los modernos ecuatorianos.
Con todo este material, el Padre Sodiro le dio, pues, a su jardín botánico una presentación su-
mamente ordenada y didáctica, poniendo etiquetas nominativas a cada planta y a cada suerte de plan-
tas. Del resultado final de aquel jardín, y ya en su vejez, abandono y extinción, que comenzó con la
muerte del Padre Sodiro, por el año de 1910, deducimos que de los pedidos originales de semillas, el
uno fue a Europa y el otro a Estados Unidos, porque, curiosamente, en los árboles bien añosos y vene-
rables que han quedado, descubrimos ahora, por nuestra personal identificación, árboles de la flora Me-
xicano-Californiana, como el “Cupressus macrocarpa”, que es el ciprés de Monterrey, California ame-
ricana, y, sorprendentemente, el “Pinus lumholzii”, o pino desflecado puramente de México; ejempla-
res que están frente a la clínica “Ayora”, donde con exactitud estuvo el jardín botánico del Padre Sodi-

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

ro77. Allí, en el año de 1922, la colonia italiana residente en Quito obsequió un busto en bronce del
Dante Alighieri, que fue colocado en la selva umbría de estos cipreses y de este pino único, que es tam-
bién lo único que ha quedado de ese memorable e interesante jardín botánico.
Como es natural, en los tiempos que vinieron después de 1887 al 1910, el botánico Padre So-
diro, y el floricultor don Enrique Fusseau, se dieron la mano uno a otro para dar también los mejores
toques de jardinería y de presentación de plantas de la Alameda. El Padre Sodiro aportaba principal-
mente con árboles y arbustos nativos y exóticos; y el señor Fusseau contribuía especialmente con la par-
te floral que era la de su profesión.
Al primero se puede decir que le debemos las avenidas o arbolados iniciales que él comenzó
ya a configurar antes de 1892, de cedros, nogales o toctes, de los yalomanes, de los pacches, de los fra-
casados álamos, y quizás de los “platanes”, deformación local de los “Platanus orientalis” o sicomoros,
introducidos al Ecuador por don Luis Cord e ro, primero a Cuenca.
77 Esta clínica se encontra- Al segundo, a Fusseau, le debemos las primeras rosas injertadas que se veía en la Alameda, la
ba sobre la calle Sodiro, en- profusión de pensamientos, los miosotis, las santamarías, las caléndulas, los cosmos, los agapantos, los
tre la Av. 6 de Diciembre y
calle Luis Saa, hacia la ave- geranios, los alelíes, las azucenas, los gladiolos, las petunias, las violetas. No se conocía, entonces toda-
nida Colombia. vía, los nardos y otros tantos primores de la nueva floricultura y de la nueva estética.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA INTRODUCCION DEL EUCALIPTO AL ECUADOR78

E
s costumbre ahora enteramente generalizada en nuestro país el decir que “el eucalipto
fue introducido al Ecuador por el Presidente García Moreno”, y así se pronuncia esta
aseveración de boca en boca y de escrito en escrito, en la creencia de que tal es la ver-
dad, como lo dice el enunciado popular.
Pero, en honor de esa misma verdad que todos anhelamos poseerla en éste y en cualquier cues-
tión histórica ecuatoriana, es preciso ya esclarecer lo que haya de cierto en el interesante tópico nacio-
nal relativo al verd a d e ro introductor del eucalipto en el Ecuador. ¿Fue realmente García Moreno el que
introdujo ese árbol, o no lo fue? Y, si fue García Moreno, ¿de qué manera hizo él esa importación del
eucalipto?
Sobre este punto no se ha escrito aún, si exceptuamos un simpático articulito noticioso del
doctor Nicolás Martínez aparecido en el periódico “El Fénix” de Quito, del 10 de julio de 1880, en el
que, en su parte más importante, dice al respecto lo siguiente:
“El eucalipto en el Ecuador.- En el mes de Mayo de 1865 llegaron a Ambato dos grandes ca-
jones procedentes de Europa, y dirigidos al Señor Doctor Gabriel García Moreno, Presidente entonces
de esta República. Contenían una abundantísima y variada colección de semillas que la Sociedad de
Aclimatación de París remitía al Señor García Moreno.- Autorizado por este señor abrí los cajones y
extraje las semillas que creí podrían convenir a la Provincia del Tungurahua. Sea por falta de prolijidad
en el empaque, o por el largo tiempo que tardaron en llegar los cajones a causa del invierno o en fin por
falta de cuidado en las almácigas, pocas fueron las semillas que germinaron; y entre ellas pude conse -
guir que nacieran dos plantas del eucalipto gigantesco, y una del eucalipto longifolia. De las primeras,
una se plantó definitivamente en la huerta que entonces era de Don Juan Molineros, y ahora pertenece
al doctor Modesto Borja, y la otra en esta Quinta. Estos son, pues, los dos primeros eucaliptos que se
han plantado en la República, y de cuyas semillas provienen la mayor parte de los que ahora hay en dis -
tintos puntos... La Liria, 15 de Junio de 1880.–Nicolás Martínez”
Tampoco ninguna de las numerosas biografías de García Moreno se atreve a tocar documen-
tadamente este asunto; de modo que la aseveración sigue en el rol de un simple decir popular. Por es-
tas razones, vamos nosotros a consignar aquí en vía de esclarecimiento, el proceso por el cual nosotros
mismos tuvimos que enmendar nuestras propias aseveraciones cuando en el año de 1925, también por
repetición de un lugar común, nunca verificado públicamente, dijimos que García Moreno había intro-
ducido el eucalipto al Ecuador.
La enunciación nuestra apareció en un periódico local de la mañana, y la misma tarde de ese
día tuvimos en casa la inesperada visita del señor don Roberto Andrade, distinguido historiador ecua-
toriano y hombre contemporáneo actuante de la época de la introducción del eucalipto, quien con cor-
tesía pero con aplomo y vehemencia, nos dijo: “me he acercado donde usted para advertirle que en sus
escritos se observa un error que no es posible dejarlo sin enmienda: García Moreno no introdujo el eu -
calipto al Ecuador, sino los señores Aguirre-Montúfar; pregúntenselo a su padre”. P e ro, por obvias ra-
zones, no quisimos conceder entero crédito a las afirmaciones de nuestro contrariado visitante; sin em-
bargo, dando tiempo a nuestras cavilaciones y perplejidad ante el carácter de la persona que nos había
hecho el reparo, sólo después de muchos días cumplimos el consejo de don Roberto, y la respuesta a la
consulta insinuada confirmó lo dicho por éste, aunque sin lograr mayores detalles acerca de esta oscu-
ra y desde ese momento ya contro v e rtida historia de la introducción del eucalipto.
Habría transcurrido un año de este incidente, cuando por casualidad sostuvimos una conver-
sación con uno de los actuales descendientes directos de la prócera familia Aguirre-Montúfar y custo-
dio de muchas reliquias de sus antecesores tan vinculados con Humboldt, Bolívar y Sucre; y, de motu -
78 Revista Línea, Nº 3, Qui-
propio, nuestro interlocutor nos refirió que él oyó siempre a su madre, hermana de don Juan Aguirre,
to, 15 de febre ro de 1940. hijo del ilustre General don Vicente Aguirre, más o menos lo siguiente:

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

“Que hallándose de viaje en Europa su hermano don Juan, en compañía del doctor Rafael
Barba Jijón, visitaron una muy llamativa exposición del Jardín de Aclimatación de Plantas de París en
el año de 1865, donde la novedad de la exposición de entonces era un arbolito raro llamado Gomero
Azul de Tasmania, que se lo exhibía aisladamente bajo una curiosa vitrina o cubierta toda de cristal con
un rótulo que decía “véalo crecer”, porque aseveraban que crecía con una precocidad nunca vista en
Europa para un árbol; y, que el Jardín de Aclimatación vendía profusamente sus semillas a sus visitan -
tes. Finalmente, que los dos visitantes ecuatorianos, tan adictos como eran por temperamento de fami -
lia a traer novedades útiles a su Patria, habían adquirido una cantidad de dichas semillas, y sin saber
nada más del árbol raro y nuevo, las mandaron al Ecuador a consignación del Presidente de la Repú -
blica, para mayor seguridad en la llegada y en su utilización. Que el Presidente entonces, era el doctor
García Moreno, quien, al recibirlas, cumplió el encargo de los señores Aguirre y Barba Jijón, usando al -
go de la semilla en su hacienda de “Guashayacu” de Guápulo, enviando también a Pomasqui y a algu -
nos otros lugares”.
Tal es la relación que oímos de la persona indicada, la cual relación se conformaba con creces
con la aseveración, a su vez confirmada, que nos hizo don Roberto Andrade; y la que, además de escla-
recerse el dato constante en el artículo del doctor Nicolás Martínez, quien no tenía razón de saber por
qué enviaba esas semillas el Jardín de Aclimatación a consignación del Presidente García Moreno. Por
último, la relación antedicha, de la familia Aguirre concuerda así exactamente con el proceso casi simul-
táneo de introducción del eucalipto a los distintos países de las Américas, del Norte, del Centro y del
Sur; porque, recogiendo datos, hemos hallado con sorpresa que casi todos los países de nuestro conti-
nente re c i b i e ron el eucalipto más o menos entre los años de 1865 al 70; pero, el Ecuador y también Bo-
livia son de los primeros entre todos, puesto que lo tuvieron antes que California, que Méjico, que Gua-
temala, que Perú y que Chile, siendo Colombia uno de los últimos países que lo tuvo, y ello, mediante
un ministro colombiano en Venezuela, el doctor Manuel Murillo Toro, mejor dicho, mediante el Secre-
tario de la Legación, señor Miguel Melgar, quien se las cambió por un libro de Dumas a un jardinero
santafereño, Casiano Salcedo, que las propagó. Parece, pues, que a raíz de esa exhibición del Jardín de
Aclimatación del año 65 en París, el Jardín mismo se interesó por la difusión intensa de la semilla de eu-
53 calipto por todo el mundo, porque también la llevaron en el mismo
año a Túnez, Sicilia, España, India, etc., para ensayarlo en estos me-
j o res climas, puesto que ya habían fracasado en Londres cultivándo-
lo al aire libre en el año de 1854. Sin duda alguna el Jardín de Acli-
matación ya sabía el valor forestal del árbol, pero los que adquirían y
recibían la semilla lo hacían a ciegas, sin saber ninguna característica
útil del eucalipto, pues ignoraban hasta si era un simple arbusto o un
árbol gigante. Su único aliciente era el de la rapidez en el crecimien-
to.
¿Cómo se explica que el Ecuador se halle a la cabeza de los paí-
ses americanos en la introducción del eucalipto? ¿Y, cómo Bolivia
también enseguida? En el primer caso, indudablemente por la diligen-
cia de nuestros compatriotas, don Juan Aguirre y el doctor Rafael
Barba Jijón; y, en el segundo caso, nos aventuramos a pensar también
que quizá los mismos señores pueden ser los responsables, porque es-
tamos en posición de saber que la ilustre familia Aguirre, de pura ce-
pa vasca, tuvo grandes vinculaciones de familia en Bolivia desde los
tiempos del Virreinato, las que tanto y tan decididamente ayudaron
para que Simón Bolívar y Sucre pudiesen actuar sin mucha oposición
así en la anexión política del Ecuador a Colombia, como posiblemen-
te en la desmembración también política del Perú y fundación de la
República de Bolivia. Por esta razón es que, en calidad de parte inte-
grante de la célebre hacienda de los Aguirre en Los Chillos, esta fami-
lia obsequió un día al pueblo de Sangolquí un terreno ejidal que has-
ta hoy conserva desde hace más de un siglo el nombre por demás sig-
nificativo de “Bolivia”.
Que la familia Aguirre Montúfar haya introducido el eucalipto
al Ecuador y talvez a Bolivia, no sería cosa inverosímil en tratándose

89
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

de un núcleo familiar que tiene tantas hojas brillantes de servicios al Ecuador, las que, aún cuando no
constan todavía en los libros de historia ecuatoriana, tienen sobrados documentos y otros testimonios
que lo comprueban. Pues, ha de saberse que don Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre, intro-
dujo y conservaba ya el fluido vacuno contra las viruelas en Quito el año de 1808, y que el General Vi-
cente Aguirre introdujo las primeras fábricas de tejidos, el primer ingenio de azúcar refinado, la prime-
ra fundición de cañones de bronce para artillería, el primer coche y muchísimas cosas más, y que su ho-
gar fue considerado por Humboldt como el único hogar quiteño donde se vivía y se pensaba como en
Europa en los días de Napoleón Bonaparte, días que fueron también los de la Edad de Oro de la inte-
lectualidad y de la cultura quiteña con esa legión formada por los Espejo, Mejía, Montúfar, Humboldt,
Caldas, Salinas y otras tantas lumbreras dedicadas a las ciencias y que por las ciencias encendieron la
luz política quiteña para toda la América del Sur.
Sin embargo, es preciso decir que el eucalipto fue introducido al Ecuador sin la menor inten-
ción ni conocimiento de lo que este árbol podía llegar a ser en la economía del país. Fue una casuali-
dad afortunada que aconteció venir simplemente cuando el doctor García Moreno ejercía la Presiden-
cia de la República.

54

90
C A LLES Y BA R R IOS

91
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

BREVE HISTORIA DE LA RUEDA EN QUITO79

U
niversalmente se cree que los indios de América, y por consiguiente los de Quito, no
conocieron la rueda y su uso antes de la llegada de los españoles.

Esta creencia debería tener su limitación, porque examinando con espíritu observativo los di-
ferentes artefactos de los antiguos indios, se descubre fácilmente que sí llegaron a conocer la rueda, y
verdadera rueda, aunque para nunca aplicarla a la locomoción, sino a otra cosa minúscula, pero efecti-
va y utilísima, como vamos a verlo.
Para hilar las fibras delicadas como el algodón y la lana, los indios de Quito y del Perú usa-
ron prehistóricamente, y siguen usando hasta ahora el PIRURO como pieza principal dinámica regula-
dora del movimiento rotario que le imprime el operador al vástago o eje que conforma el TULUR o hu-
so en el que se arrolla el hilo que va por torsión formándose. Y, ¿qué es el piruro en sí mismo? Pues,
nada menos que un pequeño disco perfectamente circular sólido, de barro crudo o cocido, perforado en
el centro por un orificio, a través del cual penetra hasta darle ajuste, la punta de una varita de flor de
SIGSE. Es decir, una rueda verdadera, perfectísima en su forma y en su aplicación manufacturera. Y,
los jíbaros también tuvieron PIRURO, con el nombre de SUMPI, en su lengua.
¿Habrá ahora quién dude de que los indios nuestros si conocieron la rueda, después de esta
atrevida pero definitiva demostración que hacemos? La salvedad que, entonces necesita decirse, es que
nunca llegaron a aplicar este sencillo descubrimiento de la rueda a la locomoción para formar carrua-
jes que se sirvan en el transporte, como lo hicieron los egipcios, por ejemplo.

L A P R I M E R A C A R R E T A Q U E S E
C O N S T R U Y Ó E N Q U I T O

M
uy poco tiempo después de la fundación de Quito en 1534, fue hallada la prime-
ra cal para preparar argamasa de construcción y entonces los españoles comenza-
ron a pensar en edificaciones más sólidas y estables, de calicanto y de cal y ladri-
llo. Pero, necesitaban piedras de mediano tamaño para sobre-cimientos (que hoy decimos “molones”),
porque para piedras bases las tenían en abundancia en monolitos enormes de las viejas construcciones
incaicas que sí las hubo en Quito, aunque algunos escritores y sus adictos traten de negar su existencia,
pero que quien escribe estas líneas tendrá pronto el cuidado de demostrarlo con pruebas materiales y
palpables indiscutibles. Entonces, pues, los españoles, mejor dicho el Cabildo, ordenó la construcción
de una carretera —¡la primera carretera del Ecuador!— que conduzca desde el centro de Quito a la can-
tera del Pichincha para que vaya y venga una carreta —también la primera— Y, esta iniciativa se la hi-
zo en los siguientes términos textuales memorabilísimos: “...E luego en el dicho concejo el dicho rrodri -
go núñez de bonylla como rregidor e vezyno desta ciudad pidió a los dichos señores justicia e rregido -
res abran un camyno por donde vaya e venga una carreta, que sea como una de las calles desta ciudad
para traer de la cantera a esta ciudad carretas cargadas, por ser bien e pró común”
79 “A propósito del re c i e n- He allí el auténtico nacimiento de la primera carreta en Quito, que seguramente debió tener
te muy simpático y pintore s- ruedas muy toscas de madera, para traer así en vehículo rodado las piedras secundarias destinadas a la
co desfile de la historia de edificación de la ciudad. Este es un evento de suma trascendencia porque es la primera vez que se usó
los carruajes en Quito, que
tuvo lugar en esta ciudad”. en esta alta tierra montañosa de Quito la rueda para fines de locomoción.
Historietas de Quito: “Últi- Siglos transcurrieron sin que en el país de Quito se usasen las ruedas más que para vehículo
mas Noticias”, Quito, 10 de
abril de 1965. Pág. 13. de carga, sin duda, al principio tirados y empujados por grupos de indios y después por bueyes.

93
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

L O S P R I M E R O S C O C H E S D E Q U I T O

E
l transporte de pasajeros sobre ruedas en Quito nunca tuvo lugar hasta muy avanzados
tiempos de la República. Durante la Colonia, los Presidentes de la Real Audiencia y sus
familiares, así como los marqueses, condes y otros encopetados de la época, se hacían
transportar en sus paseos dentro de la ciudad dentro de literas o palanquines manuales levantados por
esclavos negros o por indios.
Pero, se tiene noticias de que por el año de 1617, el Presidente doctor Antonio Morga, hom-
bre progresista y de bien tratarse, natural de Sevilla, logró traer a Quito un primer coche, tirado por mu-
las, en el cual se daba el lujo de dejar absortos a los quiteños paseando en las pocas calles de la ciudad
que permitían el rodaje de ese único vehículo para transportar personas.
Más de dos siglos después de este coche de Morga, por el año de 1828, el General don Vicen-
te Aguirre, digno hijo político del Marqués de Selva Alegre y persona que disfrutó de la amistad del Ba-
rón de Humboldt, hizo aparecer en Quito el segundo coche, también tirado por mulas, que se conoció
en Quito. No podía faltar también con esta novedad el General Vicente Aguirre, que es el hombre más
progresista que tuvo el Ecuador en aquellos tiempos. El introdujo el primer suero de vacuna y lo culti-
vó en sus haciendas de Chillo; él instaló el primer ingenio moderno de azúcar en Mindo; él puso la pri-
mera fábrica europea de tejidos en Chillo, que fue literalmente barrida por una erupción del Cotopaxi,
y, así por el estilo.

L A S P R I M E R A S “ D I L I G E N C I A S ”
D E Q U I T O

E
l tan progresista Presidente García Moreno, al construir su gran carretera del sur desde
el arranque en el Arco de Santo Domingo hasta Riobamba, levantando puentes donde
quiera que era menester, ya tuvo el designio de que ese camino lo hacía para que viajen
sobre él vehículos de rueda para carga y pasajeros; por esa exacta razón la llamó “carretera”, para “ca-
rros” (no como algunos escritores, y de cuenta, dicen que los incas ¡tuvieron carreteras!) Pero, García
Moreno no pudo llegar a ver rodar carros de ruedas sobre su tan célebre camino. Pasaron años, casi
hasta 1890 en que se establecieron las llamadas “diligencias” para transportar pasajeros en dicha carre-
tera.
Estas “diligencias” (que los ingleses originalmente llaman “stage-coachs”), eran unos carrua-
jes toscos que apenas tenían una cabina cerrada capaz sólo para seis pasajeros, que iban literalmente
ajustados como sardinas y sufriendo un traqueteo horroroso. Afuera y arriba en el “pescante” iba el
cochero que manejaba las bridas y uno o dos “zagales” con sendos aciales inmensos, espantosos, con
los que azotaban y martirizaban a latigazos a las infelices tres parejas de mulas escuálidas que tiraban
el carruaje, a gritos y palabras las más soeces que espeluznaban a las no menos infelices señoras del pa-
saje. El viaje de Quito a Riobamba se lo hacia en cuatro días: uno hasta el tambo del Chasqui; otro
hasta Ambato, otro hasta Chuquipogyo; y el final hasta Riobamba.

L O S P R I M E R O S A U T O M Ó V I L E S D E Q U I T O

E
l primer automóvil que vino a Quito, fue el de construcción norte-americana, de tama-
ño pequeño. Lo trajo el distinguido caballero quiteño doctor Pablo Isaac Navarro,
hombre sumamente progresista, padre de un vástago igualmente progresista, el memo-
rable ingeniero don Manuel Navarro. Su padre se educó y graduó de dentista en los Estados Unidos.
Y trajo ese su primer automóvil por el año de 1904.
Hay una curiosa y donosa coincidencia al respecto: el doctor Navarro fue también el prime-
ro que trajo un equipo de dentistería moderna en el que la rueda era aplicada para los taladros de repa-
ración de las dentaduras; y naturalmente, trajo también las primeras aplicaciones de la asepsia y anti-
sepsia en estos trabajos. Su oficina dental la tenía en su casa propia situada en la esquina de las calles

94
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

García Moreno y Bolívar (que entonces llamábamos popularmente “la calle de las fondas de los Aga-
chados de San Guillermo”, porque por allí habían unas fonduchas hondas donde almorzaban los arrie-
ros que traían las cargas de víveres para la plaza de San Francisco, que era el mercado público)
Pues, bien, mientras el doctor Navarro en los altos de su casa, y en oficina muy nítida y de-
cente, extraía y calzaba dientes y muelas, en los bajos de su propia casa, en una tienda abierta a la cu-
riosidad pública, había un viejo barbero indio, gordo, adusto y aseñorado, don Sebastián Aules, quien
con el temible “gatillo” de antaño, una tenaza de hierro mohoso extraía muelas y dientes a granel, en-
tre alaridos, y una procesión de gentes que acudían a esa dentistería primitiva. Digamos que mientras
el doctor Navarro usaba de la rueda aplicada al arte de reparar dientes, en el piso alto, don Sebastián
Aules en el piso bajo, sencillamente aplicaba la rodilla al pecho para sacar muelas.
Casi al mismo tiempo, otro dentista norteamericano que se radicó en Quito, el doctor King-
man, trajo otro automóvil pequeño como el del doctor Navarro. Luego fue traído otro por don Car-
los Álvarez Gangotena; y, el año de 1906 se organizó en Quito una empresa de automóviles llamada
“La Veloz”, que trajo de Francia seis inmensos carros de pasajeros de marca Dion-Butón, con sus res-
pectivos chauferes franceses muy barbudos. Estos carros espantosamente escandalosos y productores
de humaredas que oscurecían las calles, eran de seis diversos colores; y en el de color amarillo fue en el
que arribaron a Quito desde Chimbacalle las siete infelices víctimas que, con el General Eloy Alfaro,
fueron masacradas en Quito el 28 de enero de 1912.
Después siguieron viniendo carritos Ford, Cadillac, Renault, Hupmovile, Chevrolet, Lincoln,
y en todas las demás marcas de automóviles que ahora conocemos. Los coches de caballos en Quito
empezaron a usarse aproximadamente al mismo tiempo que las “diligencias”

56

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA CALLE DE LAS SIETE CRUCES80

L
a calle de Quito que ahora llamamos “de García Moreno”, en tiempos coloniales era
llamada la Calle de las Siete Cruces, porque a lo largo de toda ella habían, de trecho en
trecho, siete grandes cruces de piedra, una delante de cada una de las seis iglesias que
daban frente a dicha calle, excepto la séptima cruz que no correspondía a ninguna iglesia, pero que sin
embargo, como revelando la primacía, recibió la singular denominación, de “La Cruz de Piedra”, nom-
bre con el que era conocido el barrio donde se levantaba solitaria en media calle, solo señalando el cru-
ce de dos vías, esta cruz tan de piedra como las otras.

Las razones para estos señalamientos místicos cristianos en aquella calle, vamos a darlas, y con
particular agrado, porque quien escribe las presentes líneas fue nacido en este célebre y original barrio
quiteño de La Cruz de Piedra, a muy pocos pasos de ella.

Remontándonos con la imaginación a los primitivos tiempos de nuestra ciudad de Quito,


aquellos de la transición de gran pueblo indio a villa española, veremos con más claridad estas cosas.
La calle que en lo colonial se llamó de las Siete Cruces, en lo aborigen fue vía principalísima que unía
la base norte del cerro sagrado Yavirac o Panecillo donde estaba el templo del sol, rectamente con el
otro cerro sagrado de Huanacauri o San Juan, donde estaba el templo de la luna. Este era, pues, un
gran camino real y local de los indios, que los fundadores españoles habían de tomarlo forzosamente
como una de las calles maestras para el trazado de la futura ciudad del Quito español. El otro gran ca-
mino real de los indios, era de carácter internacional, diremos, que unía al Cusco con Quito, pasaba por
el pie oeste del Panecillo, cortaba la quebrada de Jerusalén, corría por la margen de la gran plaza del pa-
lacio imperial del Inca (hoy San Francisco) y proseguía también rectamente (por la actual “calle Angos-
ta” o Benalcázar) a la cumbre del santuario lunar o colina de San Juan. Era, por tanto, otra calle para-
lela a la primera, que los españoles las tomaron como líneas maestras para su primer trazo de urbani-
zación de Quito. Otro camino secundario, de derivación oblicua, había hacia el Cusco: ese era el del
Puente de los Gallinazos o Túnel de La Paz y su prolongación sobre el Machángara hacia Chimbacalle.

Definidas ya estas rutas principales indias, veamos cómo aprovecharon los españoles, en la
80 Historietas de Quito:
adecuación de sus nuevas vías o calles urbanas. Sebastián de Benalcázar, en su entrada triunfal a Qui-
“Últimas Noticias”, Quito,
8 de junio de 1964. Pág. 5. to en diciembre de 1534, hizo su penúltima jornada desde el sur en el bosque de Pantzaleo, en cuyo tam-
81 Ver su historia en “El bo pernoctó; por eso, el nombre de Tambillo para el actual pueblo. Y, la última jornada o tambo, Be-
B a rrio de San Sebastián” en nalcázar con sus gentes, lo hizo ya pasando el río Machángara, pero antes de pasar la quebrada de Los
esta misma obra, en la pági-
na N N N. Gallinazos, en un altillo del terreno, de donde podía contemplar a pocos pasos, la ya destrozada ciudad
india de Quito donde iba asentarse. Ese altillo del terreno es don-
58 de se asienta precisamente la iglesia y parroquia de San Sebastián,
que en honor a Benalcázar se formó allí81. De este punto partía un
caminillo indio que conectaba con el gran camino real del Yavirac
(Panecillo) al Huanacauri (San Juan), caminillo que luego los es-
pañoles le llamaron “Calle de la Vinculada” (hoy calle de Loja),
porque los españoles antiguos llamaban “vínculo” a lo que hoy
llamamos “conexión”, y “arco” a lo que hoy decimos “curva”.
Por esta razón, “Arco de la Magdalena” al camino en curva que
rodeaba al Panecillo para empalmarlo con el del Cusco (hoy carre-
tera nacional), y “Arquillo de Otavalo”, a la curva de la plaza del
Teatro para proseguir al norte, a Otavalo.

Entonces, los españoles pusieron una primera gran cruz


de piedra justamente en el cruce de estas dos tan principales vías

97
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

de la gentilidad: la del Panecillo - San Juan, con la de San Sebastián o Vinculada; y, luego, idearon al si-
tuar junto a la primera, el mayor número de templos posible para abatir el paganismo de los indios. Así
es que, a lo largo de esta ruta sagrada de los adoradores del Sol y de la luna, fueron levantando de sur
a norte, los siguientes templos con su gran cruz de piedra por delante, a continuación de la primera que
la situaron como hemos dicho, en plena media calle, La Cruz de Piedra, tan legendaria. La segunda fue
la de la iglesia del Carmen Alto, que existió hasta hace unos 40 años debajo del Arco de la Reina, en
que alguien la retiró de allí. La tercera era la de la iglesia de La Compañía, que todavía existe, y es la
única de forma cuadrangular; la cuarta, la de la iglesia del Sagrario, también quitada de su lugar; la quin-
ta la de la iglesia Catedral, que aún subsiste airosa; la sexta, la de la iglesia de La Concepción, quitada
a raíz del incendio de ese templo hace un siglo; y, la séptima, la de la iglesia parroquial de Santa Bárba-
ra, asimismo, quitada de su lugar por el año de 1892, en que un vecino rico de esa parroquia, don Je-
naro Larrea, obsequió una pila o fuente metálica de agua y la colocó en el lugar en que estuvo la cruz,
adecuando una como terraza al rededor de la fuente. Estas son, pues, Las Siete Cruces de dicha calle83.
59
Es de advertirse que la referida primera Cruz de Piedra, ubicada en la intersección de lo que
es hoy las calles de Loja y de García Moreno, fue retirada de allí hace más de setenta años84, muchísi-
mo tiempo antes de canalizar la quebrada de Jerusalén y de rellenarla para formar la avenida 24 de Ma-
yo, cosa que se las hizo entre los años de 1904 a 1911.

Por otra parte, en el hospicio de donde arranca dicha Calle de las Siete Cruces, nunca hubo
60 ninguna cruz de piedra, porque aquello no era propiamente un establecimiento de culto religiosos en sus
orígenes, sino primero una fábrica de ladrillos y tejas de los jesuitas para la construcción del templo de
la Compañía y del gran Colegio Real, Universidad de San Gregorio y Colegio Seminario de San Luis
(los posteriores, eventuales y discutidos cuarteles de los limeños y santafereños) donde tanto y tanto la-
drillo y teja entraron. Después de servir aquel lugar del pie del Panecillo a los jesuitas para preparar allí
enormes cantidades de materiales de construcción para sus vastísimos edificios religiosos y escolares con
grandes subterráneos de arquerías de cal y ladrillo, que hasta ahora existen, los mismos jesuitas lo con-
virtieron en hospicio u hospedaje de descanso y solaz de sus estudiantes, como lo veremos después en
otro artículo histórico de esta serie, y más pertinente al asunto85.

61

83 El Fondo de Salvamento
del Patrimonio Cultural de
Quito (FONSAL), en un
proyecto ejecutado en el
año 1994, repuso las cru c e s
faltantes, recuperando así
los elementos singulares que
d i e ron nombre a esta funda-
mental arteria del Centro
Histórico.
84 Esto es, a inicios del siglo
XX.
85 En la historieta “El Hos-
picio de Quito” en la página
N N N de esta misma obra.

98
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

ORIGEN DE LA CALLE DE “LA RONDA”86

Nuestra simpática, estrecha y tortuosa calle de La Ronda, de Quito, aparentemente españolí -


sima por su nombre y por el estilo característico de sus viejas casas, es sin embargo de puro
origen indio. Es, nada menos que un claro vestigio, como también lo es la callejuela Luis Fe -
lipe Borja, del primitivo y natural diseño aborigen de la ciudad original del QUITU de los in -
dios, anterior a la villa de San Francisco del Quito fundada por los españoles en 1534...

R
ecordemos que los españoles no hicieron otra cosa que SUPERPONER una villa, des-
pués ciudad, con su diseño europeo sobre otra ciudad indígena preexistente, a la cual
ellos mismo la habían destruido en su ansiosa búsqueda del oro. Y, entonces, medite-
mos que esta superposición en lo urbanístico fuera a implantar la traza geométrica europea, sobre la tra-
za asimétrica y natural de la previa ciudad india, como obvia lógicamente podemos advertirlo, sin es-
fuerzo. Si pudiéramos reconstruir imaginariamente, sobre la topografía original de nuestra ciudad de
Quito, la manera cómo estuvo dispuesta la ciudad prehistórica del QUITU de los indios y acoplarla con
el plano de la ciudad española, lograríamos descubrir cosas muy importantes que hasta aquí no hemos
caído en cuenta. Y, no es cosa difícil hacerlo: nosotros mismos ya lo hemos intentado para desentrañar
mucho esta historia local de Quito como ciudad, historia que está todavía poco menos que inédita,
mientras tenemos casi sobradas las nutridas historias de la conquista, fundación y colonización españo-
las de Quito.
Un resultado de estas tentativas
62
de reconstruir el más remoto pasado de la
ciudad de Quito, es el que vamos a dar en
resumidas palabras en esta historieta sobre
de la calle de La Ronda. Pero, anticipémo-
nos que este nombre “La Ronda” viene del
verbo castellano “rondar” o dar las vuel-
tas al rededor de una cosa vigilándola; y
“la ronda” en viejo término castellano de
milicia, “es el espacio que hay entre la par -
te interior del muro y las casas de la ciu -
dad, villa o fortaleza”. Ese espacio o calle-
juela estrecha de las antiguas ciudades
amuralladas de España, es, sin duda, lo
que vieron los españoles surgir en Quito
para denominarla así a nuestra estrecha y
tortuosa calle de La Ronda.
La actual y también tortuosa ca-
lle Maldonado era en tiempos de los abo-
rígenes el “Camino del Cusco”, inclusive
el vado, “chimba” del río Machángara pa-
ra pasar al otro lado, “chimba”-calle. El
nombre “Camino del Cusco” lo conserva-
ron los españoles por mucho tiempo des-
pués de la fundación de la ciudad. Entre el
vado, y no puente, de Chimbacalle, y a la
86 Historietas de Quito:
ciudad india, había que pasar otro arroyo
“Últimas Noticias”, Quito,
25 de abril de 1964. Pág. 15. llamado entonces por los indios “Ulla-

99
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

63
guanga-huayco” que quiere decir “río de los gallinazos”, el cual desciende desde la Chorrera (Jatuna)
del Pichincha formando la mayor quebrada que baja de este cerro y corta más profundamente a la ciu-
dad. Esta gran quebrada de Ullaguanga-huayco, cambio de nombre en lengua de los españoles con el
de “Jerusalén” a causa del robo del copón y hostias del templo de Santa Clara que cometieron unos in-
dios en el siglo XVII, y significando que Cristo había sido aquí de nuevo crucificado por los profanado-
res86. Sobre esta enorme quebrada hoy canalizada y rellenada, se extiende la actual avenida 24 de Ma-
yo.
Pero, si tal quebrada era cosa inmunda en tiempos de los españoles, en la época del Quito in-
dio debió ser la arteria de aguas purísimas y alegres para los usos domésticos de la ciudad aborigen. Por
cierto que los indios antiguos mediante obras muy ingeniosas, que ni las sospechamos hoy, proveyeron
de otras corrientes de agua a otros sectores de la ciudad. El nombre mismo quichua de “Ullaguanga-
huayco” para esta quebrada parece que le dieron los indios después de aparecidos aquí los españoles,
porque el anterior era “Jatuna”, corrupción de “Cantuña”, palabra aymará, que significa hilaza retor-
cida, chorrera.
Siendo, pues, tan importante esta quebrada con su vital corriente de agua para un poblado
aborigen, los indios con sus mujeres, principalmente formaron un “chaquiñán” marginal a la quebrada
conjuntamente con sus chozas para acudir a lavar sus ropas y desaguar sus “chochos” y como baños
públicos. Entre tanto, llegado los españoles, en las partes altas de las quebradas corrían sus trazos geo-
métricos de calles y plazas, tomando como eran de preferencia, casas con huertas que caigan a las que-
bradas. Necesariamente, no pudieron ya barrer con el chaquiñán indio que debió ser el más acudido
por el público indio y no indio por la cercanía al agua, y surgió así la calle de La Ronda.
Tanto se ha hecho respetar este primitivo chaquiñán que unía el “Camino del Cusco” con las
cabeceras de las quebrada, que la civilización española ha tenido que ir formando puentes o túneles su-
perpuestos s o b re este callejón a fin de pasar por encima de él sus calles y caminos de la nueva traza. Tal
es el caso del “Túnel de la Paz” construido por García Moreno junto al más bajo Puente de los Galli-
nazos para que su Gran Carretera Nacional pase por sobre todo ello; y tal es también el caso del Puen-
te Nuevo de la calle Venezuela, construido en 1909, junto al antiguo Puente del Tajamar, para poner en
fácil comunicación esta calle con el barrio de San Sebastián. Por último la calle de La Ronda adquirió
en los primeros siglos mucha importancia por el servicio que prestaba para el traslado de los enfermos
que, en hamacas, angarillas, camillas o acémilas, venían del sur para ingresar en el hospital primitivo de
La Misericordia, y después de San Juan de Dios. Es, pues, un chaquiñán restante del primitivo Quito in-
dio, el origen de nuestra quiteñísima y célebre “Calle de La Ronda”, tan chapada a la española.

64

86 En la historieta “La capi-


lla de el Robo”, el autor re-
lata con porm e n o res este
hecho, ver página N N N.

100
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LAS CUATRO ESQUINAS87

E
l sitio en que se entrecruzan las calles del Quito antiguo ahora denominadas Espejo y
Guayaquil, ha venido siendo popularmente conocido con el nombre de “Las Cuatro Es-
quinas”, sin duda desde los más remotos tiempos en que Quito comenzó a configurar-
se como una ciudad donde los distintos artesanos encontraron allí un lugar público y concurrido para
vender más activamente sus artefactos.

Todo cruce de calles o caminos que se cortan en ángulo recto, forman, necesariamente, cua-
tro esquinas de ángulos regulares, disposición común en cualquier ciudad o campo que no puede traer
consigo ninguna peculiaridad especial; pero, las “Cuatro Esquinas” de Quito, que alcanzaron tanta ce-
lebridad en Quito durante siglos, obedece a que desde los primeros días de puesta en función la traza
regular, bien geométrica, de la villa y después ciudad, resultó que esa cuádruple esquina de casas venía
a ser el punto más céntrico para el comercio de las mercaderías artesanales como vamos a verlo.

La Plaza Mayor, situada a pocos pasos, no podía ser ese centro comercial de artesanos del in-
cipiente Quito de entonces, porque siendo un espacio grande, no permitía la concentración de parro-
quianos ni tampoco la exhibición vistosa de la múltiple mercadería. La Plaza Mayor estaba bien como
un centro cívico, más no como un centro comercial. Pero, hubo otra razón de hecho para que se for-
men espontáneamente estas cuatro esquinas comerciales en aquel lugar y no en otro.

C O M O N A C I Ó L A C A L L E D E L
C O M E R C I O B A J O

L
a vitalidad principal que acudía a Quito proveyéndole de abastecimiento de casi todo
orden, venía en sentido sur de la ciudad por el camino que la comunicaba con las vas-
tas provincias del sur y con Guayaquil por donde entraba toda la mercadería proceden-
te de España y de donde se traía la sal marina y otros tantos productos de clima tórrido, a los que se
añadían los de clima templado y frío de Guaranda, Riobamba, Ambato y Latacunga, además de sus
contactos con Cuenca y Loja.
Esta arteria meridional de Quito creó la calle del Mesón con los mesones o fondas para los
viajeros y arrieros entrantes y salientes; esta arteria creó a la “Plaza de los Tratantes” que así más po-
pularmente se llamó a la “Plaza de Torres” y después “Plaza de Santo
65
Domingo”, porque en este primer espacio se descargaban las cargas de
mercaderías y productos, se las negociaba al por mayor y se las llevaba
a distribuirlas en sus diferentes destinos; y, finalmente, esta misma arte-
ria es la que dio nacimiento, por natural derivación, a la primera calle
comercial de Quito llamado en los primitivos tiempos la “Calle de los
Tratantes”, después la “Calle del Comercio Bajo”, y luego la “Calle
Guayaquil” de estos tiempos nuevos.
Aquí, en esta “Calle del Comercio Bajo”, conocida con este
nombre colonial hasta hace muy poco tiempo en que se trasladaron sus
caracteres comerciales antiguos a la calle Flores, se vendía esa infinidad
de productos secos (dry-goods, que dicen los ingleses), baratos, sencillos,
87 Historietas de Quito:
“Últimas Noticias”, Quito,
toscos e indispensables que se usan en todos los menesteres domésticos,
30 de enero de 1865. Pág. en las artes, en las pequeñas industrias, en el transporte, etc. Allí se ven-
13.

101
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

66
dían desde las cuerdas y sogas hasta los colchones, desde la sal de
Tomavela hasta los alpargates, desde el algodón hasta el campe-
che, desde la cera de Nicarahua hasta las espuelas, desde el azu-
f re e incienso hasta las albardas y pellones, en fin, mil cosas más.
Esta calle desde la Plaza de Santo Domingo era la inme-
diatamente obligada hacia el norte de la ciudad para esta suerte
de negocios de miscelánea, y no ofrecía “cuatro esquinas” de ca-
sas hábiles para centrar un mercadillo de objetos, sino solamen-
te en esta intersección de las calles hoy Espejo y Guayaquil, según
puede notarlo el curioso observador, pues la calle misma está
compuesta de dos cuadras unidas, o sea de doble largura.
El hecho de que este crucero de calles todas las cuatro
esquinas formadas eran de casas de habitación con tiendas de alquiler en los bajos, sin esquinas alguna
de plaza o de convento, provocó, sin duda, a que los pequeños artesanos que no podían costearse el al-
quiler de una tienda, lo escogiesen para instalarse allí en cada tarde como un lugar favorito donde po-
der vender el fruto de sus trabajos.
Tan remota debe haber sido esta costumbre, que los dueños de las cuatro casas esquineras se
vieron provocados a construir un siglo tras de otro sus respectivas casas infaliblemente con una tienda
esquinera en cada una, como para dar más holgura y atractivo a esta concurrida feria de objetos arte-
sanales que tenía lugar allí cada día al atardecer. Ningunas otras cuatro esquinas de Quito presentaban
esta disposición casi obligatoria de tener tienda esquinera en lugar de la arista común de un cuadriláte-
ro. El que escribe estas líneas conoció las viejas casas coloniales esquineras que construyeron las anti-
guas “Cuatro Esquinas”, y todas tenían su respectiva tienda esquinera de ancha puerta, lo que permi-
tía una acera más ancha a manera de andén.

L O S “ B O T I N E S ” D E L A S C U A T R O
E S Q U I N A S

H
asta fines del siglo XIX y principios del presente, aquí se situaban de preferencia, en
medio de grandes despliegues de calzado, los zapateros que trabajaban a granel pa-
ra vender “botines”, como decíamos entonces, y baratos para los niños y para los
pobres, donde podíamos probarnos, como en las fábricas modernas, los que mejor nos acomodasen a
los pies. Los zapatos hechos sobre medida, lo hacían solo los zapateros encopetados, y no salían jamás
con sus obras a las “Cuatro Esquinas”.
Esta remota costumbre de vender calzado en las “Cuatro Esquinas” perduró hasta comienzos
de este siglo88, en que, con los nuevos tiempos este mercado popular de zapatos fue municipalmente des-
plazado de allí y alojado en un portal del teatro Sucre, hasta donde, por la fuerza de la costumbre, le ha
seguido a ese mercado de calzado popular y hecho a mano, el nombre tradicional de “Cuatro Esqui-
nas”.

E U G E N I O E S P E J O E L O G I A A
“ L A S C U A T R O E S Q U I N A S ”

Y
a en tiempos de Eugenio Espejo, “Las Cuatro Esquinas” eran cosa antigua y caracte-
rística de Quito. Nuestro gran filósofo, el año de 1792, en su célebre discurso dirigi-
do al Cabildo sobre la necesidad de establecer una sociedad patriótica con el título de
“Escuela de Concordia”, dijo, en parte, las siguientes palabras alusivas al respecto: “El genio quiteño lo
abraza todo, todo lo penetra, a todo lo alcanza. ¿Veis, señores, aquellos infelices artesanos, que agobia -
dos con el peso de su miseria, se congregan las tardes en “Las Cuatro Esquinas” a vender los efectos de
su industria y labor? Pues allí el pintor y el farolero, el herre ro y el sombre re ro, el franjero y el escul -
tor, el latonero y el zapatero, el omniscio y universal artista presentan a vuestros ojos preciosidades, que
88 El autor se re f i e real siglo la frecuencia de verlas, nos induce a la injusticia de no admirarlas...”
XX. Y, tan poderosa ha sido esta como institución quiteña de “Las Cuatro Esquinas” que, hasta

102
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

67
cuando fueron sucesivamente derribadas las antiquísimas casas
coloniales que conformaban esa encrucijada de calles, los nuevos
edificios que, uno a uno les fueron reemplazando, todos se sujeta-
ron al plan tradicional de que debían tener una tienda o puerta es-
quinera. Así los vemos a los modernos edificios, todos con su por-
tada esquinera: el Banco de Préstamo con sus robustos Hércules de
piedra, por el un lado89; la Previsora, por otro lado90; la ex-Eléctri-
ca por el otro91; y, el torreonado palacio del doctor Francisco Bus-
tamante, por el otro92.

68

89 Desgraciadamente este
edificio se derrocó a media-
dos de la década de 1970
para dar paso a la llamada
“Plaza Chica”. Los atlan-
tes que sostenían el balcón
esquinero del edificio, obra
del artista Enrique Avilés, se
s a l v a ron, disponiéndose
juntos, pero de espaldas,
frente al estadio Atahualpa
en el norte de la ciudad.
90 C o n s t ruido en la segun-
da mitad de la década de
1930 y remodelado dos dé-
cadas después, fue el primer
edificio en altura de Quito.
Diseñado por una firm a
n o rteamericana, causó gran
impacto por su magnitud y
su imagen de modernidad.
91 Este edificio, pro b a b l e-
mente decimonónico, fue
remodelado por el arq u i t e c-
to Francisco Durini hacia
1930 y alojó a la Caja de
Pensiones. Luego de diver-
sos usos, aún se mantiene
en pié.
92 Este singular edifico, fue
diseñado y construido en
1936 por el arquitecto Ru-
bén Vinci para el Dr. Fran-
cisco Chiriboga Bustaman-
te.

103
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

69

70

104
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA CALLE DE CASILLAS O DEL CORREO93

P
ara poder entender mejor lo que sobre el desarrollo inicial de las dos calles principa-
les del Quito antiguo venimos historiando, a saber, la “calle de los Tratantes”, después
del Comercio Bajo, y ahora de Guayaquil; y la “calle de Casillas” o calle Real, y tam-
bién calle de Carrera, luego del Comercio, y ahora de Venezuela, es preciso que el lector trate de recons-
truir imaginariamente cómo debió ser en su origen esta parte del solar de la ciudad de Quito cortado
por una considerable quebrada llamada “Sanguña” que bajando desde El Tejar venía atravesando por
lo que después fue edificio de los jesuitas, universidad, la calle llamada de García Moreno, y luego es-
94
tas dos calles antiguas citadas, hasta avanzar por Manosalvas hacia el Machángara por el pie oriental
de la Loma Chiquita.

Los márgenes de esta quebrada de Sanguña, inmediatamente después de levantarse donde


no había quebrada, sino acequia incaica, el primer caserío español de la fundación de la villa de Quito
entre lo que es Santa Bárbara y La Merced, estas márgenes decimos, fueron las más codiciadas por los
primeros españoles para asentar en ellas la construcción de sus mansiones definitivas, porque constitui-
da dicha quebrada un servicio anexo muy adecuado para el drenaje de los sumideros de aguas servidas
de sus casas y para arrojar en ellas fácilmente las inmundicias y basuras de las mismas.

Después de asentadas las primeras casuchas un tanto provisionales y obligadamente adosa-


das unas a otras, por vía de defensa, en el primer caserío de la fundación, pronto advirtieron aquellos
primeros pobladores españoles, que el lugarejo se volvía un sitio de mucho desaseo colectivo, un estre-
cho muladar público, y empezaron a abandonar los primitivos solares adjudicados, y a apresurarse en
pedir otros en las márgenes de la quebrada antedicha, de un lado y del otro. Por supuesto, los pasos de
esta quebrada para habilitar las vías del primer diseño, que hoy decimos calles de Guayaquil, de Vene-
zuela y la Benalcázar por calle Angosta, fueron tendidos de puentes provisionales de madera y de
“chambas”95, cuya amplitud y consistencia se sujetó al requisito de “que pudiera pasar sobre ellos un ji -
nete a caballo a toda carrera”. Así quedaron primero expeditas esas entonces incipientes calles, y tan
pronto como hubo suficiente cal y ladrillo disponibles, se les cambió con las primeras arquerías que tu-
vo Quito para empezar a ser una ciudad construida sobre quebradas.

L O S P R I M E R O S S E R V I C I O S H I G É N I C O S
93 “Historietas de Quito:
D E Q U I T O
“Últimas Noticias”, Quito,
6 de febre ro de 1965. Pág.

P
18. rincipalmente, en la margen de la quebrada que queda detrás al lado sur de la primera
94 Manosalvas se denomi-
iglesia sencilla de Quito, después Catedral, allí se asentaron algunos de los españoles de
naba el tramo de esta que-
brada a partir de la calle Flo- más ambición y más estables, ante todo, el primer cura Juan Rodríguez, y luego, el agre-
res, hacia el oriente, y por sivo “jorobado” Rodrigo de Salazar, matador de Pedro Puelles, allí formó su gran casa96; y, allí también,
extensión, al sector de esta
misma calle, entre la Pere i r a , a la mano, se instaló el primer matadero o “carnicería” para que todo desecho fuese a la quebrada. Pos-
por el sur, hasta la Junín por teriormente, asimismo allí, entre la quebrada y la calle levantó su gran casa solariega el célebre don San-
el nort e .
cho de la Carrera, víctima de su leal y nobilísima conducta en la tremenda conmoción quiteña de Las
95 Chamba se denomina la
pieza rectangular de hierba Alcabalas.
re c o rtada, que incluye la Dicha calle, entonces por lo principal que era, pues que tocaba en la misma Plaza Mayor, era
raíz y parte de tierr a .
llamada “la calle Real”; pero, el Cabildo de la ciudad, tan celoso como era desde un principio por cui-
96 El autor trata este tema
ampliamente en “La casa de dar del aseo de la urbe, mandó construir a continuación de las casas de Rodrigo de Salazar “unas casi-
más historia y tragedia que llas”. Esto debió ser unos veinte o treinta años después de la fundación de la villa; pues el año de 1577,
tiene Quito”, en la página
“el mayordomo de la iglesia Catedral mandó reponer “las casillas” que caen hacia la casa de Rodrigo
149 de esta obra.

105
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

de Salazar, y cerca de aquella parte que no echen allí basura”. Este particular cuidado de aquel mayor-
domo debió obedecer al hecho de que el Obispo de Quito estableció su primera vivienda en esa calle de
la quebrada, detrás de la Catedral que en esos tiempos estaba recién cambiando de un pobre edificio de
adobes de la primera iglesia a los de un futuro gran templo metropolitano.
Por esta razón, a la calle de categoría “real”, se le empezó a conocer más popularmente con
el nombre también de “Calle de Casillas”; y así, con este sobrenombre es, prácticamente, con el que más
ha vivido cuatro enteros siglos esta calle, porque hasta hoy existen personas ancianas que recuerdan e
identifican que a la actual calle de Venezuela se la llamó siempre en la antigüedad “la calle de Casillas”.
No hay ningún otro nombre de vía pública de Quito que, desde casi la fundación de la ciudad, haya
perdurado hasta el presente, diremos.
Pero, ¿qué significa esto de casillas? ¿Son, acaso, casillas de correo, como la ingenuidad de los
mismos tiempos pasados de Quito lo ha creído?
No vamos a explicarlo nosotros ahora. Lo que diga con plena autoridad más bien el primer
diccionario enciclopédico castellano que hubo en 1845, que define así literalmente: “CASILLAS: s.f.
aquellas piezas pequeñas que hay en los lugares comunes para las necesidades humanas”. La vecindad
de la quebrada le ratifica al diccionario.

L A C A L L E D E C A R R E R A T R A S T O C A D A
E N C A L L E D E L C O R R E O

C
omo hemos dicho, el celebérrimo don Sancho de la Carrera, a quien los quiteños de
1592 le quisieron coronar por Rey de Quito en la convulsión de Las Alcabalas, y que
él se negó a ello, prefiriendo dejarse azotar públicamente con hojas de penco de cabu-
ya, montado en un borrico, y que después de su ignominioso ultraje no aceptó el escudo de armas de
nobleza que el Rey de España le ofreció por su lealtad, ese heroico y admirable don Sancho, tuvo tam-
bién allí sus casas, en la Calle Real o Calle de Casillas, de donde le sacó la plebe de Quito y le llevó azo-
tándole por la hoy calle Sucre, luego por la de la Universidad hasta la Plaza Mayor. Debido a tan terri-
ble acontecimiento, la Calle Real recibió popularmente un tercer nombre, y éste fue el de “Calle de Ca-
rrera”, con que también se la denominó por largos años, quizás siglos. Hasta que en el siglo XIX, se
produjo en la pronunciación popular un fácil trastrueque, diciéndola “Calle del Correo”; nombre con
71
el cual hasta nosotros nos engañamos en un estudio histórico nuestro de
1919, pecado que no fue mayor, si uno de nuestros viejos y solemnes li-
teratos dice en uno de sus escritos, “la calle del antiguo Correo” sin ad-
vertir que antiguamente eran recibidas las correspondencias de ultramar
con el nombre de “el cajón de España”, y que al correo particular se lo
llamaba “propios” que se lo entregaba en la casa respectiva, y al prime-
ro, en el Palacio de la Audiencia hasta muy después de instaurada la Re-
pública, en una de cuyas ventanas enrejadas, que hasta hace poco exis-
tían como vestigio con los barrotes re c o rtados, se entregaba la corres-
pondencia. El sistema de la Unión Postal Universal con estampillas y lo
demás que conocemos tiene cosa de un siglo solamente o algo más.
Antes de llamársele por equívoco Calle del Correo a esta vía,
se la llamó también “Calle del Comercio”, o sea del comercio alto, de
aquellas mercaderías venidas principalmente de España, como paños, se-
das, damascos, vinos, aceites, etc. Y, sin duda, para diferenciarla con la
calle paralela de objetos menores o de producción nacional, se la empe-
zó a llamar a ésta la “Calle del Comercio Bajo”, que en su principio fue
“Calle de Tratantes”.
Es, pues, muy curioso, que esta calle ha tenido los siguientes
nombres, simultáneos o sucesivos de: calle Real, de Casillas, de Carrera,
del Correo y de Venezuela.

106
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL OBELISCO A GARCÍA MORENO97

J
72 unto a la entrada del lindo arco de Santo Domin-
go, en un recodo lleno de cosas significativas de
la época colonial de Quito, y como recostado
contra el muro de la iglesia, aparece un pequeño obelisco dedi-
cado a la memoria de García Moreno por la construcción de la
Carretera Sur, y demarca el punto exacto donde comenzó el
trabajo de la obra y desde donde deben contarse las distancias
de la carretera.

Este obelisco no fue levantado, por cierto, en los días


en que se inició la obra, como veremos luego, sino el año de
1892 en tiempos del Presidente Antonio Flores, más de medio
siglo después de que se principió el trabajo. Y, de los actos de
la inauguración de dicho obelisco en aquel año de 1892, se vie-
ne a sacar en claro, incidentalmente, que la llamada construc-
ción de la carretera sur no fue cosa de iniciativa del Presidente
García Moreno, sino de otro Presidente muy anterior a él, nada menos que el primer Presidente del
Ecuador, General Juan José Flores.

El obelisco es de piedra ordinaria andesítica de cantera, y originalmente como lo mandó cons-


truir el Presidente Antonio Flores, (hijo del primer Presidente, Juan José Flores), ostentaba al lado sur
que mira a la carretera, un medallón de mármol con el retrato esculpido en relieve de García Moreno;
al pie de este retrato una lápida de mármol con la inscripción que dice:

“Monumento levantado por el Presidente Antonio Flores”; al lado oeste otra lápida también
de mármol que dice: “Carretera García Moreno, Decreto Legislativo 1875”; y, al lado oriental otra lá-
pida del mismo material con la inscripción siguiente: “Longitud 275,8 kilómetros. Tiene 101 puentes y
132 acueductos. 1862-1875”

Pero, en la entrada a Quito del General Eloy Alfaro el año 1895, a consecuencia del triunfo
de la revolución liberal, los soldados alfaristas le ro m p i e ron al medallón circular de mármol que conte-
nía el retrato de García Moreno; y, así mutilado, ha permanecido dicho obelisco larguísimos años, has-
ta que, últimamente, el Presidente Velasco Ibarra hizo restaurar este monumento remplazando con un
retrato en medallón de bronce la efigie de García Moreno que antes estuvo en mármol, pero solo en
fragmento cuando fue restaurado.
Curiosamente, con esta restauración de Velasco Ibarra, vino como a restaurar inadvertida-
mente, en parte el designio del Decreto Legislativo del 30 de agosto de 1875 disponiendo honores a la
memoria de García Moreno, a raíz de su asesinato el 6 de agosto del mismo año. En este Decreto se
ordenaba “que se construya un mausoleo para guardar los restos de García Moreno, y una estatua de
bronce y mármol (literal) para recomendarlo a la estimación y respecto de la posteridad”
Como a este Decreto de 1875 no se le daba cumplimiento, parece que el Presidente Antonio
Flores, en 1892, quiso, a lo menos, levantar en memoria de García Moreno el obelisco de que nos esta-
mos ocupando. Así en la inauguración de este pequeño monumento, que tuvo lugar el 1 de enero de
97 Historietas de Quito:
“Últimas Noticias”, Quito, 1892, el ilustre escritor ambateño, don Juan León Mera, pronunció a nombre del Gobierno el discurso
18 de julio de 1964. Pág. 6. inaugural, diciendo, en parte de él, lo que sigue:

107
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

D I S C U R S O I N A G U R A L D E L O B E L I S C O Y
R E V E L A C I O N E S C U R I O S A S S O B R E E L
O R I G E N D E L A C A R R E T E R A

“A
sí pues dijo don Juan León Mera el justísimo Decreto está todavía por ejecutar -
se: el modesto monumento que inauguramos hoy, no puede ser, señores, no es
la traducción material de la voluntad popular asentada en el memorable Decre -
to. Con este obelisco no se ha podido ni se ha querido suplir el suntuoso sepulcro ni la magnífica esta -
tua; éstos vendrán más tarde... Monumento modesto y hasta humilde y que no obstante entraña una
gran idea... Antes de concluir dijo Juan León Mera quiero consignar en este breve discurso un hecho
histórico, que tal vez muy pocas personas recuerdan. Hace cincuenta y dos años, esta tierra en que hoy
se levanta el monumento conmemorativo de la primera obra material de García Moreno, fue removida
por manos ilustres para dar comienzo a la carretera cuya ejecución había estado reservada a otras ma -
nos poderosas y más felices. El General don Juan José Flores, que, por 1840 regía por segunda vez los
destinos de la patria, dio en este lugar los primeros barretazos que resonaron como precursores de la vía
que se construyó más de veinte años después. Un distinguido ingeniero hizo la nivelación acompañado
de algunos alumnos del Colegio Militar y de otros discípulos: entre esos jóvenes cadetes se hallaban dos
de las personas que hoy me escuchan el señor General Guerrero, Ministro de lo Interior y Relaciones
Exteriores, y el señor Coronel Quirós, primer edecán de S. E. el Presidente de la República, y, entre esos
discípulos estaba... ¿Sabéis señores, quién está entre ellos? ¡García Moreno! ¿Quién hubiera dicho en -
tonces que andando los tiempos, él sería el ejecutor de la idea atrevida cuya manifestación comenzada
con los barretazos del señor General Flores, y que los sería junto con su antiguo maestro y amigo, el se -
ñor Wisse? Día de gran fiesta y de júbilo fue ese día del año cuarenta, y vosotros los pocos testigos que
a él sobrevivís, sin duda os sentís, en estos momentos conmovidos con sus recuerdos. Pero las huellas
de la iniciativa de entonces, se borrarán bien pronto. Sin embargo, seríamos por extremo injustos, si ol -
vidáramos que el primer pensamiento de la obra magna que ejecutó el Presidente de 1862, germinó en
el cere b ro del Presidente de 1840”
El Presidente de 1862 era García Moreno, y el Presidente de 1840 era el General Juan José
Flores, padre del Presidente de 1892, Antonio Flores, autor del obelisco. En lo cual, claramente se ve
que, si bien el obelisco era levantado para figurarle materialmente a García Moreno en el homenaje,
también implícitamente era para reivindicar el derecho de la iniciativa de la obra de la carretera, que co-
rrespondía en rigor al General Juan José Flores, padre del homenajeante, que también quería hacer jus-
ticia al autor de sus días y también de la carretera.

C O N M Á S J U S T I C I A , L A I N I C I A T I V A D E
L A C A R R E T E R A S U R N O E S D E O T R O S ,
Q U E D E L O S I N C A S .

Y
endo por partes, el discurso oficial de don Juan León Mera, tampoco se hace justicia
a otros republicanos. Por ejemplo, el gran ingeniero francés, don Sebastián Wisse, no
fue traído ni por Juan José Flores, ni por García Moreno. Lo trajo el segundo Presi-
73
dente del Ecuador, el ilustre Vicente Rocafuerte, precisamente con el
intento de que construya la carretera sur. García Moreno entonces era
un jovencito que se afilió como discípulo del ingeniero Wisse, a quien
debió su educación científica, aunque no técnica. Fue por el camino
educativo de Rocafuerte, de Wisse y de Juan José Flores que García
Moreno resultó el único Presidente de cultura científica, y por tanto el
más eficiente que hemos tenido, poniéndole a parte sus intemperan-
cias políticas.
Pero, ya antes que los Presidentes de República, hubo Presi-
dentes de la Real Audiencia y aún Obispos que hicieron mucho por la
llamada Carretera Sur. El Presidente Villalengua y Marfil, brillante

108
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

magistrado de la colonia, empedró la carretera en el tramo de una legua hasta el Puente del Calzado que
él mismo construyó, así como otros tantos puentes al sur, al norte y al oriente de Quito. El cultísimo
Obispo Pérez Calama, fomentador insigne de los libros de Quito, hizo reparar de su bolsillo el espan-
toso camino de la cuesta de San Antonio de Guaranda de Bodegas de Babahoyo, precisamente para po-
der transportar sus inmensos cargamentos de libros que trajo de Europa, como él decía “para civilizar
a los quiteños”, cosa que les hirió a nuestros remontados quiteños y le obligó al Obispo a abandonar
Quito sacudiendo hasta el polvo quiteño de sus sandalias en la plaza de la Recoleta, antes de pasar el
puente del Machángara.
Por fin, los verd a d e ros autores y usuarios magníficos de la carretera sur (para el tiempo de las
carretas, ni siquiera carros o diligencias), fueron los incas, porque éste fue justamente el gran camino de
Quito al Cusco de que hablaron los primeros cronistas. Un perspicaz investigador peruano tiene publi-
cado por allí un libro en que demuestra y prueba hasta la saciedad, que los principales caminos o carre-
teras que el Perú y Ecuador presumen como cosas modernas (por las adecuaciones al siglo), son obras
prehistóricas trazadas por la sabiduría aborigen para poner en función geográfica avasalladora ese gran
imperio inca que en extensión y amplitud, superó al imperio romano, precisamente sólo gracias a su for-
midable sistema caminero y de trasmisiones de telecomunicación que cubría a lo largo de casi todo el
continente sudamericano.

74

109
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA LAGARTIJA QUE ABRIÓ LA CALLE MEJÍA98

La calle “Mejía”, donde los padres agustinos acaban de derribar trabajosamente un enorme
edificio antiguo conventual para levantar en su lugar otro de carácter moderno, tiene una his -
toria de lo más curiosa e interesante que aquí la vamos a referir99.

H
asta el año de 1878, la huerta del convento de los padres agustinos situada al pie de
este gran tramo altísimo del viejo edificio acabado de derrocar, se extendía largamen-
te por lo que es hoy manzana comprendida entre las calles Olmedo, Guayaquil y Flo-
res. Era un simple solar casi de ningún uso ni utilidad, cubierto de solo hierbas y chaparros. No había
entonces por allí la actual calle Mejía, que, comenzando en el barrio de El Tejar descendía junto a la
muralla del convento y huerta de los agustinos, como puede verse hasta hoy en aquel ángulo que for-
ma la calle Mejía para descender a la plazuela “Marín”, donde termina. Este ángulo vino a formarse
al abrir la prolongación de la dicha calle Mejía hacia la Flores, por cuanto la masa del edifico conven-
tual impidió trazarla rectamente.
El inmenso y complicado cuerpo frontal del edificio conventual, ahora ya derrocado, había
sufrido tiempo atrás algunas rajaduras a consecuencia de los terremotos y erupciones del Pichincha de
los años de 1660 y 1662, y, para defender al edificio de mayores, los Padres Agustinos de aquellos tiem-
pos, habían construido un alto estribo triangular de cal y piedra arrimado al cuerpo principal de dicho
edificio.
A este gran estribo cuya ancha base estaba asentada en el terreno de la huerta del convento,
el pueblo de Quito dio en llamarle “el cucurucho de San Agustín” porque la forma apuntaba hacia arri-
ba, semejaba a los turbantes de los cucuruchos o penitentes enmascarados de las procesiones quiteñas
de Semana Santa. Esta es la verdadera leyenda del nombre “Cucurucho de San Agustín”, que después
se le aplicó y confundió con aquella otra leyenda trágica de un cucurucho enmascarado que mató a al-
guien en otra calle que no era la de San Agustín mismo.
Pues bien, el año de 1878, el doctor Francisco Andrade Marín ciudadano muy entusiasta por
el bien público, fue elegido para primer Concejal del Cantón Quito, y a falta de Jefe Político, entró por
la Ley a ejercer este cargo. Como el doctor Andrade Marín era un hombre de extraordinaria actividad
e iniciativa se formó en el acto un plan de diversas mejoras urbanas inmediatas para Quito, usando de
los medios más ingeniosos para hacerlo. Lo primero que hizo fue ampliar un poco el ancho de la al-
cantarilla de agua del puente de El Tejar y defenderla a los lados con una verja de hierro, para permitir
que pasen por allí las carrozas de los muertos que iban a enterrarse en el cementerio de El Tejar. Esto
lo hizo abriendo una suscripción pública, en la que él mismo la encabezó poniendo los primeros dine-
ros sobre la mesa.
Luego, se trazó en su cabeza un proyecto para transformar asimismo a muy poco costo por
suscripción pública en plazuela y avenida la horrenda quebrada llamada de la Plaza de Armas (que aho-
ra ya es la denominada Plaza “Marín”) y que quedaba a pocos pasos al oriente de la huerta de los agus-
tinos. Pero, para emprender en ello, era primero necesario prolongar la calle Mejía cortando la antedi-
cha huerta de los agustinos y derribando el “cucurucho” de piedra ¿Cómo hacerlo, sin dinero y afec-
tando en lo vivo la intocable propiedad integral de los agustinos?
98 Historietas de Quito: Se armó de coraje el doctor Andrade Marín, y le dirigió una nota muy comedida y apelante
“Últimas Noticias”, Quito, al Padre José Concetti, italiano, que entonces ejercía el cargo de Provincial de los Agustinos de Quito,
18 de abril de 1964. Pág. 5.
99 El edificio que menciona rogándole que le permita cortar la huerta para atravesarla con la prolongación de la calle Mejía. El Pa-
el autor es el que ha ocupa- dre Concetti contestó la nota negándole lo solicitado. Pero, el doctor Andrade Marín tenaz en su em-
do por varias décadas el Re- peño, fue en persona a insistir ante el Padre Provincial. Situados ambos en la huerta el doctor Andra-
g i s t ro Civil, con el serv i c i o
de cedulación. de Marín de dijo: “Vea, su reverencia, si usted accede a este pedido, hará un gran bien a la ciudad y otro

110
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

75
gran bien a toda su comunidad y a usted mismo; porque, fíjese, por este gran cucurucho tan
lleno de hierbas y malezas, algún buen día van a subir las sabandijas del campo hasta las mis -
mas celdas de sus re v e rencias y tendrán que arrepentirse de sus negativas”.
“Oh no, señor doctor respondió el Padre Concetti despreocúpese usted de este
asunto y déjenos seguir viviendo en paz a los agustinos. No accedo, terminantemente, a su
solicitud”.
Cosa de un mes después, un lego de San Agustín se acercaba al despacho del Jefe
Político del Cantón doctor Andrade Marín, y, a nombre del Padre Concetti con mil cortesías,
76
le suplicaba que se acerque al convento para tratar de “un asuntillo interesante”. Llegado al
convento el doctor Andrade Marín, el Padre Concetti le dijo: “Señor doctor tiene usted mi
plena autorización para cortar la huerta, demoler el cucurucho y prolongar su calle”. “¿Có -
mo, a qué se debe este cambio tan completo de la actitud de su reverencia?” le dice el doc-
tor Andrade Marín. “Pues, nada menos, le contesta el Padre Concetti, a que anoche al acos -
tarme a dormir encontré... Oh, que horror... una lagartija debajo de mi almohada, y enton -
ces he creído que usted y su ciudad de Quito son o brujos o profetas que me pronosticaron
la visita de las sabandijas en mi propia celda”.
Y, así esa quiteña lagartija abrió la calle Mejía donde hoy los agustinos van a dis-
frutar de un gran palacio moderno.

77

111
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL BARRIO DE SAN SEBASTIÁN100

E
78
l Barrio de San Sebastián es uno de los más antiguos de la
ciudad de Quito, y ciertamente que el más memorable de
ellos, porque su nombre mismo nos recuerda el de aquel
gallardo conquistador español SEBASTIÁN de Benalcázar, fundador de la
villa y después ciudad de San Francisco del Quito.
Pero, ¿cuál fue el motivo particular, preguntará cualquier razo-
nable curioso, para que el nombre del individuo fundador de Quito fuese
dado a esta parroquia y barrio tan alejada, al sur, del núcleo o centro ini-
cial donde fue asentado el germen de la ciudad, allá donde están Santa
Bárbara, la Caja del Seguro101 y la Plaza Grande? ¿Por qué no dieron los
españoles del siglo XVI, más bien el nombre de SEBASTIÁN a alguna de
estas parroquias centrales de la naciente Quito?
Vamos, pues a intentar esclarecer este intrigante detalle de la historia barrial quiteña, con los
datos un poquito raros y hasta hoy desconocidos, que buenos quiteños de vieja cepa y muy celosos con-
servadores de historias y tradiciones de Quito, no todavía escritas ni contadas, nos han referido a quie-
nes ahora estamos exaltando a nuestro barrio de SAN SEBASTIÁN DE QUITO, estrella de primera
magnitud en la gran constelación de San Francisco de Quito.
Que Sebastián de Benalcázar fundó a Quito el 6 de diciembre de 1534, sabemos todos al de-
dillo. Pero, no sabemos nada de esos últimos pasos ya solemnes que dio don Sebastián para su culmi-
nante solemnidad, para el acto mismo de fundar a la noble y ceremoniosa usanza española antigua, con
cruz, espada, fraile, regidores, testigo y escribano, con un revolcón en el suelo, por añadidura, para to-
mar posesión efectiva de la tierra, en un sitio equis de la ciudad o la villa que estaba fundándose.
El hecho real y material, más cierto que la misma historia de nuestros historiadores, si así ca-
be decir, y que por creerla estos señores cosa baladí, no la dicen, es que don Sebastián de Benalcázar al
venir desde el sur, desde Riobamba, Ambato y Píllaro, peleando duramente contra Rumiñahui, para en-
trar en la aborigen Quito y fundarla como europea villa de San Francisco, hizo su última jornada de via-
je, para descanso y preparativos de entrada triunfal, en una posada o tambo indígena situado entre unos
densos chaparrales y bosques a cuatro leguas al sur de Quito. Este lugar es el que, por esta razón reci-
bió de los españoles el castellanizado nombre de Tambillo, como lo conocemos hasta hoy al pueblecito
de esta denominación. Desde allí, don Sebastián realizó su final y triunfal
jornada, con tropas y acompañantes bien ataviados y aderezados y con
banderas desplegadas hasta llegar a Quito. Pero, ¿a qué Quito, reflexio-
nad oyentes, a qué posadas, a qué hoteles, a qué casas españolas siquiera?
Si el Quito español estaba por existir, y el Quito indio estaba en cenizas y
en ruinas. ¿Dónde llegar con tanta gente de guerra de conquista, con he-
ridos, contusos, cansados, con tantos animales, cargas y provisiones?
Pues, llegaron a un punto seco y alto, pero a la vera de un río
100 A rtículo preparado
para leerlo en la radio, ha-
copioso, donde pudieron formar su primer gran campamento previo y
llado dentro de un álbum preliminar a la elección del sitio preciso donde podría realizarse y consu-
de re c o rtes de Luciano An-
marse el acto mismo de la fundación, donde se clavase una cruz en el sue-
drade Marín, sin fecha.
101 Cuando se escribió es- lo y se levantase una espada hacia el cielo, invocándolo.
te artículo, la mayor part e Aquel punto seco, alto, acampable, a la vera del copioso río, el Machángara, en que abreva-
de las instituciones públi-
ron su sed hombres y animales, y en cuyas vegas sólo allí tendidas vieron el verdor de hierbas con har-
cas se encontraban en lo
que actualmente se identifi- tos pastizales, ese punto convertido en barranco artificial por las necesidades urbanas con el correr de
ca como Centro Histórico. los siglos, es aquel en que todavía perdura la más vieja y más venerable de todas nuestras iglesias parro-

112
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

79
quiales quiteñas: SAN SEBASTIÁN. Así con esta iglesita y parroquia que lle-
vasen el nombre de Sebastián de Benalcázar, fundador de Quito, quisieron
honrar y perpetuar los españoles a su gran capitán conquistador del Reino de
Quito. Bien se puede decir, entonces, que el sitio en donde se levanta la igle-
sia y el barrio de San Sebastián, es el verdadero sitio de la fundación informal,
natural, sin ceremonias, de la ciudad de Quito; es el solar de la fundación DE
HECHO. El otro sitio, el de Santa Bárbara, es el de la fundación DE DERE-
CHO, formal, ceremoniosa, jurídica.
P e ro, queda por esclarecer algo más. ¿Por qué, por ejemplo, a las
parroquias y barrios de El Sagrario y de Santa Bárbara, no les pusieron el
n o m b re de San Sebastián?
Porque es obvia la preeminencia del nombre El Sagrario antes que el nombre de un mortal pa-
ra aquel sitio en donde consagraron la primera hostia y se celebró la primera misa, y donde debía asen-
tarse la primera iglesia metropolitana, necesariamente. Y, el nombre de Santa Bárbara, la advocación
hacia ella, porque los españoles de la conquista tenían especial devoción a esta Santa considerándola co-
mo patrona de las luchas contra los bárbaros, infieles, en la sustitución de la barbarie por el cristianis-
mo.
Hablemos ahora algo sobre el barrio mismo de San Sebastián, en su composición, desarrollo
y características urbanas, una vez que ya hemos dado a conocer su origen romántico y épico, sin duda
cual ningún otro barrio, aunque también en historia heroica de los clásicos tiempos de Quito, especial-
mente de la guerra de Quito, de la famosa que siguió a la revolución del 10 de Agosto de 1809, no que-
da atrás de otros barrios célebres y famosos de Quito por su patriotismo e intrepidez.
El barrio de San Sebastián, por las condiciones topográficas del solar quitense, originalmente
formó ahora está algo disimulado una ciudad aparte de Quito por tener la enorme quebrada de los Ga-
llinazos de por medio, quebrada que, en parte, después se llamó de Jerusalén, (hoy amplia avenida lla-
mada “24 de Mayo”), conservando el primer nombre, al correr de los años, sólo en el sitio del puente
denominado “Túnel de La Paz”. Cualquiera, pues, que mire con cuidado lo que es el barrio de San Se-
bastián, observará que ese barrio constituye una pequeña ciudad a las faldas del primoroso cerrito Pa-
necillo, como San Francisco de Quito es una ciudad grande a las faldas del soberbio Pichincha. Debi-
do a esta posición, como de fortaleza natural, en la célebre batalla del Panecillo del año 1814, peleada
por los patriotas quiteños, con Montúfar a la cabeza, contra el general español Toribio Montes, los del
barrio de San Sebastián con su artillería propia, de bronce, fundida por los patriotas en una hacienda
de Los Chillos, y montada en el desfiladero que es hoy calle de Ambato, les hicieron morder el polvo a
los españoles realistas.
En sus comienzos, el barrio de San Sebastián se formó con una clase de pobladores de Quito
dedicados al peaje de todas las acémilas que hacían el transporte de viajeros y cargas desde Quito y pa-
ra Quito, por el sur. La llamada plaza de la Recoleta, era al principio un puerto seco de toda esta mo-
vilización de Quito. Además, en lo que es hoy El Sena102 y sus contornos, se establecieron los primeros
huertos experimentales de árboles frutales que iban trayendo a la América los españoles. Por esta con-
dición de puerta obligada, por donde también pasó Sebastián de Benalcázar, cuando todavía no había
paso ni puente alguno para acémilas en la profunda quebrada de los Gallinazos, fue la ahora llamada
calle de Loja la que sirvió de entrada obligada para alcanzar a lomo de bestia el centro de la ciudad. De
allí que en lo que hoy llamamos calle de García Moreno colocaron los españoles una serie de Siete Cru-
ces de piedra, cuya séptima cruz estaba en línea recta en Santa Bárbara, muy cerca del lugar donde Be-
nalcázar plantó la primera cruz de madera, de fundación. La primera de estas cruces fue puesta en lo
que es hoy intersección de las calles Loja y García Moreno, a la subida del hospicio, sitio y barrial céle-
bre llamado de “La cruz de Piedra”, complemento del barrio madre de San Sebastián. Porque, ha de
saberse que nuestro gran barrio estaba como dividido en sub-barrios con nombres y características es-
peciales. Tales eran, entre otros, los del Sapo de Agua, de La Recoleta, de Churretas, de La Ronda, del
Camino a la Magdalena, de Las Apangoras, de Los Pogyos, etc. Muchos de estos anexos, eran más bien
personificaciones de calles con sus familias y gentes conocidas. Las calles más importantes eran, prime-
ro la calle de la Vinculada o Calle Larga de San Sebastián, hoy calle de Loja; luego, la calle de Churre-
tas hoy calle de Guayaquil; calle de La Ronda, hoy Morales; camino de la Magdalena, después calle
102 El autor se re f i e re a la de Ambato. Casi todas estas calles tenían casas llenas de patios y traspatios y huertos usados al decir
antigua piscina de El Sena. antiguo como centaverías, un equivalente de los “garajes” actuales, para guardar burros, mulas y caba-
llos, al precio de un centavo por cabeza en cada pernoctada.

113
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Situado, como decimos esta barrio de San Sebastián al pie del Panecillo, separado de Quito
con una gran quebrada de por medio, el problema capital ha sido y será aún la comunicación fácil y ex-
pedita con el centro quiteño.
Con este motivo, y por muchos motivos de este mismo barrio, es hora de comenzar a hacer
justicia a un gran ecuatoriano, a uno de los más destacados urbanizadores que jamás tuvo Quito des-
pués de los días de Benalcázar, de Puelles, de Núñez, de Bonilla y otros constructores de la ciudad en
épocas españolas. Nos referimos al benemérito doctor Francisco Andrade Marín, cuya pintoresca, am-
plia y tan original casa solariega, después de los días de este ilustre ciudadano, le ha tocado ocupar al
Centro Escolar “Alejandro Cárdenas” con un enjambre de niños que reciben su educación para ser, a
la vez buenos ciudadanos formados en el barrio de San Sebastián103.
Fue, pues, el doctor Francisco Andrade Marín, hombre nacido en Ibarra el año de 1840 y fa-
llecido en Quito el año de 1936, a los 95 años de la más preclara y ejemplar vida privada y ciudadana,
fue, decimos, este varón el que sirviendo con plata y persona a las necesidades de la comodidad, la hi-
giene y la decencia de Quito, se propuso hacer por el barrio de San Sebastián lo que nadie había ni so-
ñado hacerlo en siglos, darle mejores accesos y comunicaciones con el centro de Quito, y aún con el en-
tonces pueblo de la Magdalena. Ya antes este notable ciudadano había prestado grandes servicios a los
barrios de la Carnicería y La Tola, transformando en placeta hasta hoy “Marín” (este es el origen de la
plaza Marín) a la inmunda quebrada de la Sala de Armas; también al barrio de El Tejar, transforman-
do, asimismo la vieja alcantarilla en un puente pasable por carruajes. Para el barrio de San Sebastián,
donde había asentado su hogar, logró formar un socavón primero y formar un puente, después en lo
que fue quebrada llamada de El Tajamar, hoy Puente Nuevo de la calle de Venezuela. Esto y lo otro le
hizo con una mísera cantidad de centavos, pero con una riqueza de eficiencia personal que no han vuel-
to a repetirse. No satisfecho con esta obra, soñó en canalizar y tapar la íntegra quebrada de Jerusalén
desde la antigua Escuela de Artes y Oficios104 hasta El Censo. Transformando todo el espacio muerto
en una activa y grandiosa avenida.
Fue denigrado por sus compatriotas por esta proposición, considerada como obra de demen-
cia, y fue desahuciado también su proyecto por los gobiernos Municipal y Nacional, considerándolo co-
mo absurda tentativa contra los hechos y obras de la naturaleza, cuando el Dr. Andrade Marín pidió
ayuda económica al Concejo Municipal y al Gobierno Nacional. Antes de desalentarse por esto, tuvo
más fe en su idea, y se propuso desafiar a la mala voluntad de los hombres. Empeñó por ocho mil su-
cres al Banco Comercial y Agrícola su propiedad privada única, la misma casa en que ahora funciona
el antedicho Centro Escolar Alejandro Cárdenas, y un buen día lunes, 300 trabajadores iniciaban la
obra a las 6 de la mañana, reventando una salva de centenares de piedras del lecho de la quebrada de
Jerusalén y comenzando a trazar el inmenso caño, la arteria mayor del Pichincha a lo largo de Quito.
La obra seguía y seguía con bravura desafiante a la indolencia humana, hasta que el Gobierno Nacio-
nal despertó a fuerza de salvas reventando piedras para esta batalla cívica original y única, sin mortífe-
ros cañones marciales.
El General Eloy Alfaro mandó a llamar AL HOMBRE, así, con mayúsculas, le extendió la ma-
no con calurosas felicitaciones, le ofreció ingeniero y apoyo económico especial, y la oferta de rembol-
sar el dinero gastado del peculio privado de tal ciudadano en beneficio público. Después, el Arzobispo
González Suárez, condiscípulo de primeras letras del Dr. Francisco Andrade Marín, le permitió volcar
diez metros de espesor de tierra del huerto del monasterio de Santa Clara, y el relleno quedó así hecho
siquiera casi dos tercios de la extensión, burlando de este modo el Dr. Andrade Marín las críticas nega-
tivas de que para tapar semejante inmensa quebrada sólo podría hacérselo volcando con un pala todo
el Panecillo dentro de ella. Es de esta manera como el barrio de San Sebastián disfruta de esta esplén-
103 Actualmente esta casa, dida conexión con Quito, y Quito entero de una cómoda y muy holgada avenida.
llamada de las “Tres Manue- También el barrio de San Sebastián le debe al mismo Dr. Francisco Andrade Marín la comu-
las”, restaurada por el Fon- nicación con La Magdalena. Fue en tiempos del General Veintimilla, que se decretó abrir la actual ca-
do de Salvamento, es sede de
diversos programas y pro- lle Ambato, desde el Hospicio hasta la calle Venezuela, una cuadra. Pero, después el Dr. Andrade Ma-
yectos de ayuda a la mujer y rín, de su propia iniciativa y peculio, ayudado por algunos vecinos del barrio de San Sebastián, empren-
a la familia.
dió en la obra de un camino de carruajes hasta La Magdalena. Y, el camino fue hecho. Para alentar
104 Esta antigua constru c-
ción, ubicada en la parte al- esta obra, el Dr. Andrade Marín obsequió en bien público una parte de su jardín y consiguió que una
ta de la actual avenida 24 de vecina obsequiara otra parte de terreno al frente, con lo cual pudo formarse aquella plazoleta en media
Mayo, aloja desde hace va-
luna que existe en la cabecera de la actual calle Guayaquil, intersección Ambato.
rias décadas una feria de
muebles y otros productos Tal es el abolengo de nuestro Barrio de SAN SEBASTIAN DE QUITO.
populares.

114
PLA Z A S , PLA Z UELA S , PILA S Y M ON UM EN T OS

115
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

80

81

116
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LAS PLAZAS DE QUITO105

Q
uito no pertenece al tipo de ciudades de colinas. Quito, es en rigor una ciudad de
quebrada, un tipo ausente de toda catalogación de ciudades del mundo, y que aún en
el Ecuador mismo, además de Quito, solamente Ambato se incluye en la categoría de
ciudades de quebrada, una categoría que no la estamos forjándola convencionalmente ahora nosotros
en el vigésimo siglo de la cronología cristiana, sino que así fue inventada, definida y clasificada por los
antiquísimos aborígenes que la fundaron.
Como ciudades de colinas, las hay tantas que hasta las ciudades de planicie las tienen a con-
tar desde Guayaquil con sus cerros de Santa Ana y del Carmen, Montevideo con su “monte”, Santiago
de Chile con el Santa Lucía, Bogotá y Barcelona con sus respectivos “montserrats”, y sin referirnos si-
quiera a las verdaderas ciudades de colinas, como San Francisco de California principalmente, a Lisboa
y Valparaíso y otras muchas. En todas estas ciudades de pampa o de sabana, de colina o de ladera, no
falta nunca, empero, ancho campo al contorno de las eminencias montuosas para trazar plazas por do
quiera. Pero, en Quito, ciudad prototípica de quebradas, y a la vez que de breñas y de alomados entre
las quiebras, la tarea de ubicar las pocas plazas que hasta ahora posee, debió ser un complicado acerti-
jo para los españoles que trajeron a América el castellano criterio de que el germen de una ciudad de-
bía ser una plaza, como para encastillar allí a la población.
Las plazas de Quito marcan, entonces, los únicos islotes naturales de plano horizontal que en-
contraron disponibles los españoles entre las quebradas, breñas y alomados del solar quiteño para loca-
lizar en ellos el organismo cívico, diremos, de la fundación de una ciudad mediante la distribución es-
tratégica de sus plazas. Cada plaza, pues, de las principales del antiguo Quito, es, sin lugar a duda, el
eje de cada exiguo llano que brindaba la quebrada, abrupta y alomada topografía original del solar qui-
teño, allá en los tiempos virginales y aborígenes en que esta tierra nuestra se besaba directamente con el
cielo y con el sol. Y, cada una de estas plazas tuvo, tiene y tendrá una función bien definida que desem-
peñar, siempre ajustada ante todo a la estructura geográfica de esta entraña andina donde la prole hu-
mana se ha adherido preferentemente a ella ya por espacio de más de un mil y quinientos años desde el
prima evo de los Inca-Españoles, hasta el neo evo de los hispano-cholo-israelitas.
Cinco son las plazas principales antiguas de Quito, de peculiar estructura castellana: la Plaza
Mayor, la plaza de San Francisco, la plaza de Santo Domingo, la plaza de Santa Clara y la plaza de La
Recoleta. Y, cuatro las placetas antiguas auxiliares de la estrategia cívica primitiva: la placeta del Tea-
tro, la de San Agustín, la de la Merced y la de San Blas. La historia de cada una de las primeras define
mejor su respectiva función fisiológica cívica, independientemente de toda intención psicológica cívica.
82 La “Plaza Mayor”, así titulada desde que el alarife tendió la cuerda pa-
ra trazarla como una cuadra justa quitense, o sea la dieciseisava parte de una ca-
ballería de Quito, es la plaza mayor de todas porque es la expansión germinal o
nuclear de Quito en el mayor y mejor llano disponible entre las quiebras. El ta-
maño de la Plaza Mayor guarda, diremos una estricta relación y proporción con
la extensión territorial útil, probable y cultivable de lo que fue una Audiencia.
País chico, debía tener una plaza matriz nacional también chica. En el vasto Mé-
jico, la gran plaza mayor tiene tres o cuatro tantos de área de la plaza quiteña.
Esa era una matriz para toda una España nueva. Análogamente Lima y Santa
Fe: sus plazas mayores son más grandes que la de Quito. Luego, esta plaza ma-
yor quiteña estaba dedicada a las funciones públicas, a las representaciones po-
pulares, cívicas y aún dramáticas. Si llegó a ser mercado, nunca lo fue de menor
cuantía. Fue el centro de los togados con la capa española y es el centro de los sentados de la murmu-
105 Revista Línea, Nº 9, ración republicana y de la improvisación dictatoriana. La Plaza Mayor de Quito ha sido siempre cere-
Quito, 15 de mayo de 1940. bro y también cerebelo de Quito.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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La plaza de San Francisco comenzó siendo sementera de trigo, después cemen-
terio humano; posteriormente se convirtió en tianguez o litigioso mercado indio trasplan-
tado desde Méjico, y finalmente hoy es un lamento de piedra. Esta plaza ha sido dos ve-
ces estómago, pero siempre corazón de Quito.
La plaza de Santa Clara, fue también primero sementera de trigo, después
mercado de animales, luego mercado de leña, carbón y
84
madera; posteriormente, sitio de los ajusticiamientos en
época republicana, y, por fin, mercado bajo cubierta [a
fines del siglo XX el mercadodejó de funcionar y la
estructurametálicaque lo cubría, fue reacondicionada en
el nuevo parque ddel Itchimbia]. La razón para que esta plaza de Santa
Clara haya tenido tales mercados, se debió a que por allí corría la primi-
tiva y verdadera entrada sur de Quito, la que conducía a los montes o sel-
vas de Pantzaleo (Tambillo, Alóag, Machachi) y a los criaderos más im-
portantes de ganados. Y la razón por la que allí se fusilaba a los condenados, era porque se lo tenía co-
mo un lugar vil, inmediato a El Robo y a la quebrada de Jerusalén y cercano al cementerio de San Die-
go en cuyos macabros muladares exteriores se arrojaban insepultos los cadáveres de los reos ajusticia-
dos. Esta plaza era las espaldas negras de Quito. 85
La plaza de Santo Domingo era la plaza de los tratantes y de
los caminantes, el puerto seco de los viajeros y de los cargueros, de los
aventureros y de los comerciantes. Era un bien servido patio de los feni-
cios de los Andes quitenses, porque a la mano disponía de los mesones
para hospederías, de un comercio bajo para el tráfico de aperos domés-
ticos, de bodegas de sal, algodón, frutas y lienzos, de centaverías a granel
para las acémilas, de herre ros para herrar cabalgaduras, de cordeleros
para los jaeces y atalajes, y aún de vida alegre a lo largo de la renombra-
da babilonia de la Loma Grande. Aquí también era el mercado de la
hierba para las acémilas, además, establo, lechería y quesería por exce-
lencia de los quiteños. En tiempos de los independientes, no dejó de ser-
87 vir esta plaza también para los espectaculares fusilamien-
tos. Esta plaza fue la pantorrilla de Quito.
La plaza de La Recoleta, preciada estación ex-
perimental de agricultura de los primeros españoles que 86

t r a j e ron consigo las primeras plantas de frutas peninsulares, creyendo lograr sus frutos
a favor de la abrigada cuenca del Machángara, se convirtió a poco en popular corral de
bestias para ordenar las cargas que entraban y salían de Quito en constantes caravanas.
Allí era el sitio final de los adioses, el descalzarse para la marcha, el ajustar la cincha pa-
ra pasar el río, y también el sitio sacramental para las bienvenidas colectivas. Esta pla-
za fue el lomo y la sandalia de Quito.
De las antiguas placetas quiteñas, ninguna supera en importancia histórica a
la hoy ennoblecida con el Teatro Nacional. Fue el principio y fin septentrional del primitivo Quito es-
pañol. No era más que un corral para juntar ganados que debían sacrificarse para el consumo; y, el co-
rral estaba al otro lado de un puente de madera con una cruz también de madera en la vereda del ca-
mino que desde allí conducía a Otavalo. Se llamaba “el puente de Otabalo”. En este
88
c o rral de sacrificar ganados de carne, pronto se instaló un tiánguez o primer mercado
público de indios, al estilo indígena de Méjico para los abastos de la incipiente ciudad.
En él se inició el sistema de ventas al regateo, el del litigio entre el comprador y el ven-
dedor, sin fijar precios, sino sujetando todo a discusión y mutuo engaño. De aquí se ori-
ginaron los célebres aranceles, o sea el tan sabio sistema de los precios fijos por ley, que
dictaron los primeros Cabildos quiteños, y en lo cual están unos cuantos siglos más ade-
lante, y no atrás de nuestro sistema comercial fundado todavía en la lucha hipócrita en-
tre comprador y vendedor. Después el tianguez del Puente de Otabalo fue sustituido
por una carnicería organizada, y finalmente por este instituto lírico, dramático y coreo-
gráfico llamado Teatro Sucre. Esta plaza fue estómago y bolsillo de Quito en los viejos
tiempos, y la pesadilla quiteña en el último siglo.

118
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA PILA DE LA PLAZA GRANDE106

89

L
a antigua pila de agua que lucía, danzaba y nutría
vivificadora al centro de nuestra Plaza Grande, no
fue hecha porque sí. Fue un estandarte con el que
se anunció que Quito comenzaba a ser “ciudad”; antes de la pila,
Quito era una “villa”107.

Casi veinte años transcurrieron desde 1534, sin que el po-


blado que algún día había de llamarse ciudad de Quito pudiese ade-
lantar un punto más allá de lo que fuera una simple y rustiquísima
aldea de adobes, de tapia y de techos pajizos, con el título de pretenciosa “villa” española.
90 La españolidad en el primitivo poblado quiteño no pudo manifestarse en forma algu-
na de importancia arquitectónica, durante más de dieciséis años. Poco menos de cuatro lustros,
los españoles conquistadores de Quito siguieron más bien viviendo las normas y la arquitectu-
ra de la indianidad que habían dominado en otros aspectos, menos en el de la habitación. Las
casas quiteñas de los primeros veinte años del establecimiento español, hasta después del des-
cubrimiento del Amazonas, 1541, sólo fueron cabañas rústicas hechas de paredes de adobe ca-
si directamente levantadas sobre el suelo, quizás con una que otra fila de piedras molones asen-
tadas sobre barro y cubiertas con techumbres las más pajizas, sostenidas por palos y ramas ape-
106 Historietas de Quito: nas desbastados, y los primeros toscos ladrillos cubrían la superficie del suelo de los aposentos.
“Últimas Noticias”, Quito,
19 de septiembre de 1964.
Pág. 13.
107 Cuando en Quito se S I N C A L N O P O D Í A C O N S T R U I R S E
conmemoró el cuarto cente- U N A C I U D A D

¿
nario del descubrimiento de
América, se colocó al centro ,
utilizando la pila como base, Cuál fue la razón para este atraso? El motivo determinante para reducirse a este primiti-
un monumento efímero de-
vismo aborigen de la vivienda, después de haber sido los avasalladores de los aborígenes,
dicado a Cristóbal Colón
que medía 8,10 metros (Alo- fue exclusivamente quién lo creyera la falta absoluta de cal para mortero de las construc-
mía, Antonio, “Celebración ciones. Sin la cal, en un clima tan lluvioso, y por consiguiente, tan lodoso de esta oquedad quiteña, era
en Quito del Cuarto Cente-
nario del Descubrimiento de imposible proponerse a usar la piedra a la usanza europea (pues los incas eran magos en asentar la pie-
América”, Imprenta del Go- dra a puro ensamble de la portentosa hechura), ni tampoco el ladrillo en viviendas, edificios civiles y re-
b i e rno, Quito, 1893, p. 30).
Desmontada más tarde, la
ligiosos, cañerías o puentes. Especialmente para la época ya para el estilo arquitectónico propio espa-
fuente fue trasladada a la ñol, pesado sólido y destinado a la perpetuidad, sin la cal nada se podía hacer. De allí es que inmedia-
población de Sangolquí, en tamente después de los días y jornada de la conquista, los españoles se dieron a la búsqueda de minas,
ese entonces parte del can-
tón Quito e instalada en su unas para la gratificación de su codicia sobre el oro, y otros (cosa inadvertida por los historiadores y es-
plaza principal en el año critores viejos y nuevos del Ecuador) para poder dar forma y realidad estable a la conquista convirtién-
1905. Desgraciadamente el
b rocal de piedra labrada de dola en colonización o asentamiento de arraigo de los recién llegados. El puñado de españoles instala-
planta mixtilínea no se ha dos tan precariamente en Quito en 1534, tan pronto como se acabó el cassus belli, se lanzaron a los
c o n s e rvado, y tal como se
pudo comprobar en la re s-
cuatro vientos del viejo Reino de Quito en busca de minerales de oro y plata, unos muy lejos hasta Za-
tauración realizada en el año mora, Loja, Zaruma, etc., y otros, lo más cerca de Quito, en pos de catear un mineral quizás más ur-
2003, el actual brocal circ u- gentemente necesitado: la cal.
lar está construido en mam-
postería de ladrillo, corona- Esta búsqueda de minas, esta edad absolutamente minera del Ecuador, que la tenemos bien
do con piedra labrada, re p o- explicada, en otros escritos de este autor108, jugó el principal de los papeles en los primeros cien años del
niéndose los forros con pie-
dra cortada y pulida a má- dominio español en el Reino de Quito.
quina. Fue en el año de 1551, que uno de los fundadores españoles avecindados en Quito, Francisco
108 El Ecuador Minero,
Ruiz, logró al fin hallar la primera mina de piedras de cal, localizándola en Tolóntag, sitio del Valle de
manufacturero y cacaotero ,
Quito, 1932. Luciano An- Chillo, recostado sobre los faldeos de la Cordillera Real u Oriental. Este hallazgo fue denunciado con
drade Marín júbilo ante el Cabildo quiteño, a fin de obtener licencia para la explotación. A partir de entonces, y só-

119
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

lo desde entonces, Quito pudo comenzar a dejar sus humildes vestiduras de “villa” titular, y a preparar-
se para adquirir la categoría de “ciudad”, gracias más bien al hallazgo de la cal, que quizás a la misma
calidad heroica y noble de sus moradores.

E M P I E Z A L A V I D A D E C A L I C A N T O
Y D E C A L Y L A D R I L L O .

D
esde ese día ya podían ponerse en cimiento geométrico y duradero las piedras, y tam-
bién en uso arquitectónico bien reglado los ladrillos que ya por años venían hacién-
dose casi sólo para pavimentar aposentos en EL TEJAR o barre ro legal permitido por
el Cabildo; y también podían utilizarse profusamente las inmensas cantidades de piedras de construc-
ción existentes en el solar quiteño en grandes hacinamientos dispersos provenientes de la demolición sis-
temática de los enormes edificios indígenas, así como los depósitos naturales que había en el lecho de
sus numerosas quebradas. Desde ese día, ya pudo, además, canalizarse en buenos y firmes caños a los

91

120
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

109 Ver la historieta “La arroyos de agua para beber que bajaban del Pichincha y que habían sido traídos a flor de tierra ya des-
Placeta de la Fundación” en de el tiempo de los monarcas aborígenes, principalmente según se presume, por Huayna Cápac.
este mismo libro, en la pági-
na N N N. Los dos predilectos destinos que se dio a la primera argamasa, o MEZCLA, que decimos, que
110 Se re f i e re al colegio se obtuvo de la cal de Tolóntag en Quito, fue la construcción de una bien labrada pila o fuente de agua
Manuela Cañizare s . para el centro de la naciente Plaza Mayor de la ciudad, y el comienzo de la edificación definitiva y mo-
numental de la iglesia de la ciudad, la primera de ella, o sea la hoy llamada Capilla Mayor; pues, aque-
llo de que la ermita de El Belén ha sido la primera iglesia, es un mito creado por falsas suposiciones, co-
mo lo veremos y explicaremos en otras de estas historietas fidedignas. Mediante este mortero calizo,
era ya posible conducir las aguas aún a presión como para disfrutar el encanto juguetón de las pilas o
fuentes surtidoras de agua de la vieja Europa, y también levantar muros sempiternos de gran artificio
para rendir culto a la divinidad.
Efectivamente, los primeros quiteños se pusieron manos a la obra de erigir su pila en la gran-
de plaza recientemente trazada para matriz de medidas y asiento de jerarquías cívicas, después de sen-
tados en el primitivo solar de la fundación hispánica de Quito109 frente a lo que después fue sucesiva-
mente Beaterio, escuela de los Hermanos Cristianos, colegio Mejía, normal de señoritas110, liceo Bolívar,
etc. La cañería general de los cimientos de la pila de la Plaza Mayor o Plaza Grande, son pues, los que
re c i b i e ron las primeras piedras y ladrillos cementados con la primera argamasa de cal producida en Qui-
to; y, en seguida, esos grandes y soberbios muros de cal y ladrillo que ostenta hasta hoy intacta la es-
tructura arquitectónica de la Capilla Mayor o igle-
92
sia del Sagrario.
La función de la cal, fue, por tanto, deci-
siva en Quito para la construcción de todo lo gran-
de y admirable, lo sempiterno y útil que contempla-
mos en la ciudad entre las edificaciones antiguas,
inclusive lo que no está a nuestra vista como las es-
tupendas arquerías de los puentes, mejor dicho
acueductos subterráneos en que se asienta gran par-
te del corazón de la ciudad, que originalmente fue-
ron quebradas. La cal, en realidad, consolidó la
conquista del país de Quito porque permitió dar
completa españolidad y solidez a la fundación de la
ciudad, hasta el punto de que Quito pudo ser ciu-
dad, no propiamente por virtud de una cédula (que
ni hubo tal cédula, según se equivocan los historia-
dores), sino solo desde el momento en que hubo cal
a la mano en su campiña circundante, como en To-
lóntag, primero, y en Lulumbamba y Calacalí des-
pués.
Quito fue elevada a la categoría de ciu-
dad, por una simple declaración del nuevo Gober-
nador de la provincia de Nueva Castilla, Vaca de
Castro, en 1541, nombrado por el Rey de España
en previsión de la muerte de Francisco Pizarro; pe-
ro prácticamente, Quito pudo ser ciudad solo des-
de el momento en que hubo la cal para levantar su
pila central, su aorta urbana, sus espléndidas igle-
sias y vastos conventos.

121
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

93

122
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

HISTORIA DEL MONUMENTO A LA LIBERTAD111

Tardíamente, casi ochenta años después de que el 10 de agosto de 1809 los patriotas de Qui -
to dieron el primer grito de independencia en Sudamérica, y de que, luego, al año siguiente
fueran inmolados con saña el 2 de agosto de 1810, el Congreso Nacional de 1888 intentó ren -
dir un homenaje digno y permanente a la memoria de nuestros insignes próceres decretando
la erección de “un monumento en una de las plazas de Quito, dedicándolo como decía el De -
creto a los Padres de la Patria”, en conmemoración de su grandiosa hazaña y de su cruento
sacrificio.

Q
uizás obraron para este atrasado despertar de los re p resentantes del pueblo ecuatoria-
no, las irónicas palabras de Juan Montalvo que, en una parte de su magnífico escrito
intitulado “Los Mártires”, y pintando cómo apenas en brazos de una maquinal cos-
tumbre o rutina conmemorativa salían algunos soldaditos harapientos del Cuerpo de Inválidos de Qui-
to con un cañoncito a echar una salva en el cerro del Panecillo, cada 10 de agosto, decía así el Cosmo-
polita:
“...Pueblo infelice, pueblo triste, el Diez de Agosto es fecha memorable en Sud América, y vo -
sotros apenas si caéis en la cuenta de lo que ha sucedido en tan fausto día al pie de este viejo Pichincha,
que ha presenciado tantas cosas grandes. Cuatro inválidos harapientos se van al romper la aurora, arras -
trando un cañón no menos flaco y miserable que ellos, a la falda de una colina. Allí, con su mecha apa -
gadiza, se llegan al oído sordo de su máquina, y se dan a entender que han hecho un tiro, tiros que no
despiertan los ecos de la montaña, ni hacen estremecer la bélica alegría a los hijos de la ciudad grande
y libre. Este es el aniversario de nuestro día-sol, día-siglo, día-grande; estos los honores que hacemos
a las sombras de Morales, Salinas y Quiroga, primogénitos de la Independencia americana, padres de
la libertad de Colombia la provecta. ¿Que mucho?... ¿Qué maravilla que los mártires del Diez de Agos -
to, los precursores de la libertad americana, no alcancen de nosotros más honra ni memoria que cuatro
bostezos de un cañón inválido y hambriento?...”

Intentó, decimos, y nada más que intentó el Congreso de 1888 levantar un monumento, cier-
tamente que con minúscula, a los egregios mártires santos de Quito, porque como lo dice el mismo
Montalvo, “¿quién duda que la libertad también tiene sus santos?”; pues para obra tan valiosa no se
asignaron fondos especiales, de donde resultó nugatorio el Decreto como pudo verse que transcurrieron
diez largos años sin que se hubiese logrado colocar ni siquiera simbólicamente la primera piedra para
tal objeto. Y fue así que sólo en 1898, únicamente con el triunfo del liberalismo en 1895 “es el Gene -
ral Eloy Alfaro a quien se le debe la luminosa iniciativa, la feliz idea como lo dice un documento de la
época de que el gasto del monumento se lo sacase de la Nación toda, independientemente del presupues -
to nacional, y de que en consecuencia, tuviese como fondo único especial el uno por ciento sobre las
rentas de todas las municipalidades cantonales, durante un quinquenio”. Fue entonces, bajo esta ini-
ciativa del Poder Ejecutivo ejercido por el General Alfaro, que el Congreso Nacional en fecha 22 de oc-
tubre de 1898, expide un Decreto asignándole fondos al proyecto, pudo ser colocada el 10 de agosto
del mismo año la primera piedra en la Plaza Mayor (Plaza Grande de Quito) para levantar sobre el cen-
111 Historietas de Quito: tro de ella el monumento.
“Últimas Noticias” Quito, 8
de agosto de 1964. Pág. 14 y
Pero, como el centro de nuestra quiteña Plaza Grande estaba ocupado por la venerable pila
17. de agua, que por más de trescientos años venía sirviendo de abre v a d e ro de la quiteñidad, la colocación
112 Ver la nota 107 de la de dicha primera piedra hubo que hacérsela a un costado, al margen oriental de la fuente de agua112.
historieta “La pila de la Pla-
za Grande” en la página
Transcurrieron ya casi los cinco años de quinquenio, de 1898 a 1903, y ya se habían acumu-
1 1 9. lado unos fondos algo suficientes para poder elaborar el monumento. Se pensó que una obra de arte

123
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

94
tan superior como debía serlo, no pudiendo ser elaborada en el Ecuador, se
la mandase a fabricar en el exterior con los más acreditados artistas de Eu-
ropa; y, lo primero que se hizo fue organizar un comité especial ejecutivo
del monumento, el cual en el acto se puso en comunicación con París me-
diante el Cónsul General del Ecuador en esa ciudad francesa, doctor Víctor
Manuel Rendón, solicitándole que él a la vez se ponga en contacto con los
mejores estatuarios de Francia interesándoles a que intervengan en la reali-
zación del proyecto e instruyéndoles acerca de la índole del monumento, de
sus dimensiones, materiales, costo, plazo, peso y más circunstancias para
poder ser trasladadas adecuadamente en piezas hasta Quito por las vías y
medios entonces disponibles.

1 5 A R T I S T A S E N C O M P E T E N C I A S

E
l Cónsul actuó con celeridad y suma diligencia, y logró interesar a quince afamados ar-
tistas estatuarios franceses, entre los cuales se contaba al escultor Bartholdi, célebre au-
tor de la gigantesca estatua de La Libertad obsequiada por Francia a los Estados Uni-
dos y que se yergue soberana en la rada de Nueva York, autor que se había entusiasmado con el pro-
yecto de Quito, y había ejecutado un modelito en yeso, del cual se remitía un dibujo a la municipalidad
quiteña. Todos los quince artistas franceses habían presentado en París a nuestro Cónsul sus bocetos y
113 Investigaciones específi- presupuestos respectivos con las indicaciones de los materiales que usarían: mármol, piedra dura, pie-
cas sobre el monumento, dra corriente, granito, bronce, etc., y el tiempo que emplearían en construirlo, desde un año y medio
publicadas con posteriori- hasta tres años. El costo también variaba desde 102.000 hasta los 315.000 francos. Con estas ideas ya
dad a este artículo, aclaran
la participación de diversos más o menos claras del presupuesto, el Municipio de Quito y su comité ejecutivo, viendo que acaso iban
a rtistas. El gobierno del a faltar fondos, decretaron la contratación de un empréstito amortizable en veinte años para completar
P residente Luis Cord e ro en-
cargó en al año 1894 al es- los fondos que, por una u otra, llegasen a faltar.
cultor Juan Bautista Ming- En tal estado de cosas, se presentó en Quito ante el Concejo Municipal, el señor don Francis-
hetti la realización de un di-
co Durini, en re p resentación de su padre, el gran arquitecto constructor, don Lorenzo Durini, y propu-
seño preliminar y a partir de
éste se ejecutará el monu- so que se harían cargo los señores Durini de la ejecución del monumento en Italia y de su montaje com-
mento, con diversos cam- pleto en su sitio en Quito, todo lo cual lo harían con la colaboración de los más afamados artistas ita-
bios. Los Durini contacta-
rán a diversos artistas en Ita- lianos. Ante tan favorables proposiciones, el Concejo Municipal y el Comité no pudieron por menos
lia para llevar adelante su que aceptarlas y perfeccionar el contrato, porque había el antecedente de que los señores Durini (Loren-
p ropuesta: el profesor es-
cultor Adriático Froli de Gé-
zo, Francisco y Pedro) “habían dado de antemano brillantes muestras de competencia y delicado gusto
nova tendrá a su cargo los en las obras recientes, que con un toque clásico europeo embellecían ya la Capital de la República ecua -
asuntos relativos a las labo-
toriana”
res escultóricas, Anacleto
Cirla lo relativo a los grani- Así fue, que dedicados al cumplimiento de su compromiso, los señores Durini, lograron que
tos de la parte arquitectóni- en los trabajos de escultura luzcan su habilidad y maestría, tanto el profesor adriático, señor Flori de
ca y Pietro Lippi de Pistoia,
será el fundidor. (Cevallos, Carrara, como el señor Giovanni Corsani, Director de la Academia de Bellas Artes de Pietra Santa; y en
Alfonso y Durini, Pedro , los trabajos de arquitectura, laboreo y pulimentación de granitos, los afamados talleres de los señores
“Ecuador Universal”, Gra-
ficsa, Quito, 1990). En la
A. Cirla y Figle de Milán. Se dice también que en la ejecución de la obra intervino el famoso profesor
base del monumento, en la Minghetti113. Con el concurso de tan eximios y renombrados artistas y operarios tanto en granito, már-
cara que mira al Palacio Na- mol y bronce, no es de extrañarse que en menos de dos años este esfuerzo raro de inteligencia y de ex-
cional se lee: “INVENTOR-
ESCULTOR JB MING- quisito gusto artístico haya quedado terminado en Italia y listo para ser trasladado a Quito a lucir co-
HETTI mo uno de los más bellos de la América. El monumento costó, aun para aquellos días, la modesta su-
PRESIDENTE DEL COMI-
TE JENARO LARREA ma de un poco más de los cien mil sucres.
ARQUITECTO-EMPRE- Al contratarse la obra con los señores Durini en 1903, inmediatamente se resolvió retirar del
SARIO LORENZO DURI-
NI
centro de la Plaza Grande a la muy venerable pila de agua, y se pensó en trasladarla a la plaza de la Re-
EJECUTOR-ESCULTOR colecta, bautizada de tiempo atrás con el nombre de plaza de la Libertad; pero, por alguna razón, más
ADRIATICO FROLI bien se la llevaron a Calacalí, donde hoy está114. Entonces, los señores Durini sentaron en su lugar unos
A. CIRLA GRANIT – MI-
LAN” solidísimos cimientos que recibiesen al monumento, que en piezas, debían venir de Italia.
114 En realidad, la pila de la Así fue que en el célebre año de 1905, tan lleno de acontecimientos, empezaron a llegar en pie-
Plaza Grande fue a Sangol- zas encajonadas las partes del monumento, que las iban acumulando en cajones cerrados alrededor del
quí y la de San Francisco a
Calacalí. gran cimiento. Allí los muchachos curiosos íbamos a mirar a través de las rendijas de tablas las mara-

124
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

95
villas de bronce y de unas lindas piedras nunca antes conocida,
que contenían. En tales días iniciales de 1906, al término de
un baile de máscaras en la Casa Presidencial, con don Lizardo
García como Presidente, había estallado en Guayaquil la nue-
va revolución de Alfaro; y, alrededor de los cajones del monu-
mento en piezas, desfilaban los soldados gobiernistas que ha-
bían de llegar a combatir en El Chasqui a las arrolladoras fuer-
zas alfaristas que avanzaban firmemente sobre Quito para...
que el General Eloy Alfaro sea el que inaugure el monumento
a los próceres de la independencia de Quito, que él hizo posi-
ble su realización.
Entró triunfante don Eloy Alfaro a Quito, y el mo-
numento empezó a ser levantado y finalmente quedó listo pa-
ra ser inaugurado el 10 de agosto de 1906, fecha en que efec-
tivamente se lo descubrió con mucha solemnidad desprendien-
do una inmensa bandera ecuatoriana en que previamente estu-
vo envuelto y velado. Presidía la inauguración el General Eloy
Alfaro en calidad de Jefe Supremo y su Gobierno, el Concejo
Municipal de Quito y el comité ejecutor del monumento, que
lo componían, don Jenaro Larrea, que lo presidía, los doctores
Francisco Andrade Marín, Carlos R. Tobar y otros más que ya
no re c o rdamos. El Presidente del Concejo Municipal era don
Feliciano Checa, descendiente del Coronel prócer de 1812 de
igual nombre y apellido.
Muchos, muchísimos discursos y versos se pronun-
ciaron y se re c i t a ron; pero sólo tres discursos fueron buenos: el
del General Eloy Alfaro, el de don Jenaro Larrea y el de don
Feliciano Checa. Los demás, signos de los tiempos, fueron tan
deslucidos, que más bien empeñaron la elegancia y brillantez
del precioso monumento. El panfletario Aparicio Ortega no
debía faltar con su nota discordante a este acto: se trepó a la tribuna, y con cuadernillo a perorar horas
de horas, en loores a García Moreno, siendo a cada momento interrumpido por los maestros de la ce-
remonia, hasta que, al fin, lo bajaron.
El General Eloy Alfaro, empero, que casi nunca pronunciaba discursos, en esta vez, en parte
de su corto discurso dijo estas preciosas palabras que nunca antes habían oído nuestros chauvinistas del
patrioterismo:
“Te rminada la magna lucha dijo Eloy Alfaro prevalecieron los sentimientos de fraternidad en -
tre peninsulares y latinoamericanos: y el Ecuador fue la primera de las naciones emancipadas que, mo -
vida de filial afecto, buscó la reconciliación con la Madre Patria. Ni de ésta ni de nuestros padres la cul -
pa del formidable duelo que dio por resultado la independencia: España siguió la senda del extraño de -
recho de gentes de aquella época; y la América, sintiendo llegado el momento de su emancipación, re -
solvió conquistarla con la espada. Cada cual luchó por sus ideales; y el triunfo y la gloria de los ameri -
canos, probaron al mundo que eran también dignos hijos de la heroica Madre de los Cides y de los Ve -
lardes. España nos dio cuánto podía darnos, su civilización; y, apagada ya la tea de los discordia, hoy
día, sus glorias con nuestras glorias, y las más brillantes páginas de nuestra historia, pertenecen también
a la historia española”.

Con estas bellísimas palabras monumentales, dignas también de ser grabadas en bronce en el
monumento a nuestros próceres de Quito, dejó Eloy Alfaro descubierto a la contemplación y venera-
ción perpetua de los ecuatorianos esa exquisita pieza de superior arte y de supremo simbolismo que se
yergue elegantísima en al antigua Plaza Mayor del fuero de Castilla, Plaza Grande del pueblo quiteño,
y, desde entonces, consagrada como Plaza de la Independencia.

125
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

96

97

126
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA PLAZA DE SAN FRANCISCO115

L
a que, según el diseño español, es hoy la plaza de San Francisco enteramente cuadrilá-
tera y regular, debió ser, sin ninguna duda, en tiempos de la ciudad de Quitu de los abo-
rígenes, una amplia explanada de contornos irregulares delantera del gran edificio de
sólidas y bien trabadas piedras, al estilo cusqueño, donde tenía su residencia imperial el Inca con frente
a la salida del Sol. En esta extensa explanada ha de haberse congregado, necesariamente, el pueblo pa-
ra todas sus celebraciones, danzas y más ritos y costumbres de su religión heliolátrica.

Pero, al instalar el conquistador Sebastián de Benalcázar el 6 de diciembre de 1534 en este an-


tiguo asiento indio de Quitu la villa española de San Francisco, fundada a distancia, pero legalmente,
por la autoridad mayor, Diego de Almagro, el 28 de agosto del mismo año, cuanto fue palacio del Inca
y sus demás aposentos, comenzó a ser derrocado con saña y desprecio para dar lugar y comodidad al
asentamiento y poblamiento de la villa de una nueva civilización europea que allí iba a surgir. A este
empeño se unió la fobia antipagánica de los españoles y su desaforada codicia por el oro, derrocando y
escarbando los edificios indios hasta sus cimientos; de modo que de todo lo anterior prontamente no
quedó sino montones y montones de escombros y hacinamientos de piedra que habían de servir para
comenzar la nueva obra conforme se le fuese planificando de aquí por aquí en el viejo solar quitense.
Uno de los primeros proyectos de éstos fue el de levantar una iglesia y convento de frailes fran-
ciscanos, precisamente en el lugar mismo en el que había estado asentado el palacio imperial del Inca;
pues que así se rendía a la vez homenaje al santo bajo cuyo patrocinio se había fundado la villa: San
Francisco. Con tal objeto, un sacerdote de esa orden, no de los capellanes, de la conquista, sino ulte-
riormente llegado a Quito, fray Jodoco Rique116, misionero flamenco de grandes ejecutorias, pidió de li-
mosna al Cabildo de la villa que le hagan donación de las tierras donde estuvo asentado el palacio del
rey indio para tener allí la iglesia, convento y las huertas del señor San Francisco. El Cabildo accedió,
y se las dieron en una extensión que aproximadamente medían unas cuatro hectáreas y media de las ac-
tuales...
Ocupó fray Jodoco Rique esas tierras primero con unos grandes galpones de tapias y techum-
bres pajizas para alojar a los frailes, y luego se puso a trazar y planear la edificación del convento de
una forma grandiosa para emprender después en la construcción del templo que debía ser paralelamen-
te de condición majestuosa. Esto ocurría el año de 1536, apenas dos años mal contados después del
asentamiento de la villa de San Francisco.

S E S I E M B R A E L P R I M E R T R I G O

E
n t re tanto, fray Jodoco que, a su venida a Quito había traído consigo de Europa una
poca cantidad de semillas de trigo, de que hacía tanta falta para hacer hostias y pan en
estas nuevas fundaciones, se propuso propagarlas sin pérdida de tiempo y con el máxi-
115 Historietas de Quito: mo cuidado; para cuyo laudable propósito nada más adecuado que utilizar como sementera para tan
“Últimas Noticias”, Quito, valiosas simientes, la explanada delantera del ex-palacio real de los Incas y que él, fray Jodoco iba a con-
17 de octubre de 1964.
Pág. 17.
vertir en iglesia y convento de franciscanos. Así la sementera estaría bajo su personal e inmediata vigi-
116 Se ha modernizado la lancia. Y, así, sembró en esa explanada el primer trigo, probablemente en un pequeño espacio de ella
o rtografía de acuerdo con por ser muy escasa la cantidad que trajo del grano.
las últimas investigaciones
históricas sobre este perso-
Sembrado el primer trigo el año de 1536, necesariamente un año después ya tuvo una consi-
naje. derable cantidad de trigo, pero que no lo repartió a nadie todavía. Entonces amplió su cultivo en la mis-

127
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

ma explanada y aún la extendió hasta donde es ahora la plaza del mercado de Santa Clara (no de San-
millán). Cosechadas estas dos primerizas sementeras de trigo, fray Jodoco empezó, entonces, a distri-
buir la semilla entre los colonos españoles que poseían extensas tierras. Lo cierto es que solo desde el
año de 1540 comenzaron los quiteños a comer pan. Y, Gonzalo Pizarro en 1541 cuando entró al Orien-
te para el descubrimiento del Amazonas, ya llevó consigo pan hecho de trigos de Quito.
Créese, con fundamento, que aún cuando en los documentos existentes de este asunto, no se
habla de la cebada, este otro cereal valioso llegó a Quito de Europa al mismo tiempo que el trigo, y que
ciertas parcelas separadas que tenía fray Jodoco en lo que hoy es la plaza de San Francisco, unas eran
de trigo y otras de cebada.
Lo cierto es que, después de haber servido de primeras sementeras de trigo y quizás de ceba-
da aquella explanada incásica que después se convirtió en plaza española, los franciscanos la destinaron
por largo tiempo a servir de cementerio para enterrar a las primeras generaciones de españoles muertos
en la ciudad.
Solo en el siglo XVII el Cabildo civil instaló allí en media plaza una bella pila de agua, arran-
cándola a los franciscanos como lo veremos en otra “Historieta” especial que escribiremos aparte117.
Fray Jodoco Rique había traído de Europa esa preciosa primera semilla de trigo dentro de un
bonito cantarillo de terracota construido a propósito y con una inscripción en lengua alemana. A este
cantarillo los franciscanos lo tuvieron como cosa sagrada, y al construir el gran templo franciscano le
dieron un lugar especial en él para conservarlo como una preciosa reliquia de la introducción del trigo
a estas tierras de Quito. Allí lo habían conservado mostrándolo a todos los grandes viajeros antiguos
que llegaban a Quito, y allí pudo verlo a principios del siglo XIX el ilustre Barón de Humboldt, a quien
le habían rogado los franciscanos que tradujera la leyenda que llevaba inscrita en el antiguo idioma ale-
mán. Humboldt la tradujo y decía, “Tu que me vacías, no te olvides de mi Dios”.
El mismo Barón de Humboldt, refiriéndose a este cantarillo, dice lo siguiente en su famosa
obra “Cuadros de la Naturaleza”: “Yo no pude menos de experimentar un sentimiento de respeto al ver
ese viejo vaso alemán y añade pluguiera a Dios que dondequiera se hubiesen conservado en el Nuevo
Continente los nombres de esos vasos que, en la época de la conquista, en vez de ensangrentar el suelo
americano, depositaron en él las primeras simientes de los cereales”.
También este cantarillo estuvo en manos del Libertador Simón Bolívar cuando llegó a Quito
en junio de 1822 y fue a visitar el gran templo de San Francisco, donde se lo mostraron los francisca-
nos de entonces. Dicen que, igualmente, Bolívar se conmovió al tomar en sus manos esa memorabilísi-
ma reliquia.
Y, hasta ahora, sobre la puerta de la bella portería de San Francisco existe un cuadro que re-
presenta a fray Jodoco Rique bautizando a los indios y con el cantarillo del primer trigo al pie de él118.

DESAPARECE EL CANTARILLO

Por desgracia, más tarde, en tiempos de la fundación de nuestra República del Ecuador como
lo dice con airado reproche un escritor colombiano moderno, “un Padre provincial, provincialillo sin
duda, de agua y latín, tuvo la necedad injerta en bobería, de obsequiar con dicho vaso al General Juan
José Flores, Presidente del Ecuador. ¿Qué hizo el General de aquella reliquia que es un monumento...?,
117 Es la siguiente historie-
termina el escritor colombiano.
ta, “La pila de la plaza de
San Francisco”, página 1 1 9. La respuesta desconsoladora la damos nosotros ahora en Últimas Noticias: sí, la última noti-
118 En la actualidad este cia. Pues, de alguna manera, del poder de los deudos del General Flores, a principios de este siglo XX,
c u a d ro se encuentra en el el cantarillo salió a poder de un señor NN. Alvarado, negociante en antiguallas, y este señor, con un car-
museo franciscano “Fray
P e d ro Gocial”, dentro del gamento de tales objetos, fue a los Estados Unidos y lo vendió al Museo de Nueva York, donde hoy se
convento. Una pésima co- lo conserva como una cosa de mínima importancia, para bochorno nuestro, gracias a esos “provincia-
pia se ha colocado en la
lillos” de los conventos que no son tan raros como parece y como lo dicen millares de lacras en nues-
p u e rta de ingreso a la port e-
ría. tros grandioso templos.

128
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA PILA DE LA PLAZA DE SAN FRANCISCO119

Fundar una ciudad para un futuro de importancia, no es cosa simple y sencilla. Es una de las
cosas que requiere mucha sabiduría del hombre, porque es cosa de previsión, y si alguien qui -
siera definir qué es, al fin, el talento, seguramente tendría que decirse que es un agudo senti -
do de previsión: de ver las cosas antes de que sucedan. Saber hacer el nido individual, es co -
sa del instinto simple de cualquier animal inferior; pero saber hacer el nido colectivo, el pue -
blo, la ciudad, es sólo propio del animal superior, con inteligencia raciocinante, previsiva: del
hombre, y mientras más previsivo, más capaz.

L
a ciudad india de Quito que encontraron los españoles en 1534 para asentar aquí defi-
nitivamente, después de fundaciones teóricas, el 6 de diciembre de dicho año, la villa
colonial europea de San Francisco, fue ciudad en regla, muy bien situada para siempre,
y bien arreglada y abastecida para la época y para la vida primitiva de los indios, dueños de la tierra.
Por esta razón es que los españoles encontraron este solar indio de Quito perfectamente bien
abastecido de servicios de agua, que es el elemento primordial para la existencia de un poblado míni-
mo, mediano o grande; y usamos esta palabra “perfectamente” en todo su sentido y rigor. El Quito fun-
dado por la sutil, instintiva y previsiva inteligencia india, no solo disfrutaba de considerables corrientes
naturales de agua en sus tres quebradas principales que más o menos hondas drenaban lindas aguas vir-
ginales de montaña, como la quebrada de Ullaguanga-huayco (después llamada Jerusalén), la de Sangu-
ña y El Tejar unidas que corrían por mitad del poblado, y la de San Blas (y plazuela Marín después), si-
no que, además de estos cauces naturales, los indios derivaron desde el Pichincha un verdadero sistema
de bien dispuestas acequias para todos sus edificios reales y poblados populares, tales como una acequia
para el palacio imperial del Inca, otro para el Aglla-huasi (Santa Catalina), otro para el Quilla-huasi (San
Juan) y para tantos otros “huasis” sobre los cuales calladamente asentaron los españoles sus principa-
les “conventos” religiosos católicos. Todas estas aguas estaban encaminadas con artificios para correr
a superficie sobre los alomados y mesetas que constituyen la topografía original de la ciudad. Las otras,
eran las aguas propias de las quiebras o quebradas naturales.

98

119 Historietas de Quito:


“Últimas Noticias”, Quito,
24 de octubre de 1964.
Pág. 6.

129
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Gracias a esta multiplicidad de servicios de agua a superficie, los españoles de los primeros
días y tiempos del asentamiento de la villa de San Francisco, escogieron un sitio del hoy barrio de San-
ta Bárbara, por donde corría un arroyuelo de agua que iba a servirles para sus inmediatos menesteres
domésticos del campamento primerizo de los recién llegados. Mucho después, esa arteria incásica de
agua sirvió para la pila de Santa Bárbara.

L A C H O R R E R A D E J A T U N A

P
ara poder visualizar y adivinar cómo fue el servicio urbano de agua en el Quito indio
arrancándolo del alto regazo hídrico del Pichincha, basta situarse uno en el barrio de La
Loma y Mama Cuchara, y echar una mirada a la noble y esbelta montaña que abriga a
Quito. Basta un poco de curiosa perspicacia para notar que desde muy arriba del cerro, los indios, ha-
ce siglos de siglos formaron acueductos abiertos sobre alomados contrariamente a lo que naturalmente
por gravedad suelen hacer las aguas; y que esos causes artificiales, con el tiempo, se han convertido en
grietas profundas que parecen causadas por terremotos.
Además allí contemplarán aquella bellísima chorrera del Pichincha que es como un pelícano
de la leyenda abriéndose el pecho delante de sus polluelos, los quiteños, hace brotar y correr su sangre
para alimentar a sus propios hijos. ¿Qué ciudad del mundo puede ofrecer este espectáculo, de ostentar
a su misma vista en el flanco de una montaña de elegantísimos contornos, la cristalina cascada de agua
que da de beber por milenios a sus habitantes? Los literatos quiteños de todos los tiempos no tienen
perdón alguno por ese pecado mortal de no haber cantado nunca a esta maravilla de la naturaleza qui-
tense. Sólo los indios supieron entenderla, gustarla, glorificarla con el mero vocablo del nombre que en
la lengua matriz aymará, en la lengua de Adán, como dice un eximio filólogo, le dieron: se llama cho-
rrera de “Jatuna”, una deformación de “Cantuña” que quiere decir “hilaza retorcida”, porque así lo es.
De esta chorrera de Jatuna, se forma la quebrada de Ullaguanga-huayco, después llamada de
Jerusalén por los españoles; y, sobre su parte alta, al sur, brota una vertiente especial de purísima agua,

99

130
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

que los incas la condujeron con especial acueducto al palacio imperial, donde finalmente se asentó el
gran templo y convento de San Francisco. Los franciscanos a este manantial sagrado de los incas, lo
consagraron a su vez a su patrón cristiano, a San Francisco de Asís, levantando junto al mismo manan-
tial un bellísimo escudo franciscano en piedra, con los brazos, uno de Cristo y otro de San Francisco,
cruzados. Este pétreo símbolo debe existir hasta ahora, si la profanidad no lo ha destruido.

L A H U M E D A D E S T A B A A R R U I N A N D O A
S A N F R A N C I S C O

D
isfrutando así los franciscanos de su propia agua, al terminar la construcción princi-
pal de su convento, que tuvo lugar en el año de 1604, levantaron una hermosa y ro-
busta pila en el patio de dicho convento, por la cual brincaba y corría abundantemen-
te el agua. Pero, al poco de instalarla, los frailes empezaron a notar que esta pila de agua y sus sumi-
deros estaban humedeciendo malamente los cimientos del convento y aún los de la iglesia que todavía
estaba inconclusa. Por otra parte, el Cabildo de la ciudad se lamentaba de que sólo en el interior del
convento hubiese una pila de agua, mientras para el servicio del pueblo no lo había en la plaza pública
delantera. En vista de este doble inconveniente, el Cabildo exigió al Provincial de San Francisco para
que ceda la estructura de piedra de la pila que estaba en el patio del convento, a fin de colocarla en la
120 A inicios del siglo XX
la pila de la plaza de San
mitad de la plaza pública delantera, y obligando a que los franciscanos retiren los atenores de agua que
Francisco fue retirada y lle- iban por el interior del convento, y se haga correr el líquido por la calle real (que después se llamó de
vada a la población de Ca- San Carlos). Por cierto, el Cabildo ordenó que por esta cesión se les dé a los franciscanos una limosna,
lacalí.
121 El autor se re f i e re a la a título de indemnización, y que se les permita un abastecimiento moderado de agua.
intervención realizada hacia Esta resolución del Cabildo tuvo lugar en julio de 1604, pero como todas las cosas han an-
1960 en la Presidencia del dado muy despacio en este Quito equinoccial sin estaciones, y hasta que acaben de convencerse los pa-
Dr. Camilo Ponce Enríquez,
cuando fue Ministro de dres franciscanos, por la fuerza de los hechos, de lo inconveniente de tener un peligroso sistema de agua
Obras Públicas el Arq. Six- infiltrante en sus construcciones, transcurrieron cinco hasta la ejecución final de sacar a la pila de agua
to Durán Ballén.
del interior del convento y colocarla en la plaza. Esto sucedió en el año
100 120
de 1609 . Cosa idéntica ocurrió muchos años después con el gran edi-
fico de adobes del palacio de la Real Audiencia que, por la imprudencia
de tener también una pila de agua en el patio que hasta hoy se halla en
una terraza superior, empezaron a desbaratarse las paredes con la hume-
dad, inclusive las covachas, entonces sólo de ladrillo, y fue necesario re-
construir el palacio en 1747, haciéndole un pretil de piedra con covachas
también de piedra, como las que existen hasta hoy.
Y, cosa muy parecida está ocurriendo con el mismo palacio re-
121
publicano actual, que por haberle reconstruido recientemente con la
peor clase de piedra de cangagua tierna que encontraron a mano los con-
tratistas modernos, y por haber alojado allí un pequeño cuartel de guar-
dianes con servicios sanitarios muy mal instalados, está nuestro Palacio
Nacional en visibles vías de disgregación, tal como en tiempos en que era
de adobe legítimo.

131
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

101

102

132
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

ORIGEN DE LA PLAZA DE SANTO DOMINGO122

Si con la imaginación elimináramos las casas y más construcciones que ahora cubren y disi -
mulan la topografía natural y original sobre la que se asienta la parte antigua de la ciudad
de Quito, fácilmente podríamos visualizar cómo fue este solar quiteño en su principio, y así
entender mejor lo que vamos a decir respecto del origen de la plaza comúnmente llamada
de Santo Domingo.

E
l Quito aborigen, hacia el lado sur tenía dos principales caminos: el uno de mayor ca-
tegoría llamado “Camino del Cusco”, que partiendo desde el centro de la ciudad in-
dia que era la gran explanada delante del Palacio Imperial del Inca, hoy plaza y tem-
plo de San Francisco, bajaba ligeramente al paso de la quebrada de Ullaguanga-huayco (después de Je-
rusalén y por último avenida “24 de Mayo”), seguía por la entonces alta ensillada entre el Panecillo y
San Diego, y avanzaba por La Magdalena hasta Chillogalli (no Chillogallo, adulteración española) a
unirse allí con el otro camino de carácter secundario, que era el del entonces difícil paso del río Machán-
gara.
Este camino era de menor importancia precisamente porque obligaba al viajero a pasar dos
ya profundas quebradas: una la misma Ullaguanga-huayco (después quebrada y puente de los Gallina-
zos, y finalmente túnel de La Paz para dejar libre por debajo el paso de la calle de La Ronda), y, otra la
hondísima quebrada del Machángara que, sin puente, era a veces imposible vadearlo en las crecientes.
Pero, ya después de fundada la villa de San Francisco en este asiento indio de Quito, los españoles pron-
to pusieron unos primeros puentes de palos tanto en la quebrada de los Gallinazos, como en la quebra-
da del Machángara, y de este modo habilitaron esos pasos, aunque proseguía el inconveniente de tran-
sitar por Turubamba (la llanura de lodo), que atascaba a los caminantes en cabalgaduras, y que tam-
bién por ser este un sendero fangoso, no fue usado como camino principal imperial de los incas. No
obstante por indios y españoles, este camino fue llamado el de Pantzaleo como vía local para viajar a lo
que es hoy Tambillo, Alóag y Machachi, zona de densas selvas en los tiempos aborígenes que los espa-
122 Historietas de Quito: ñoles las fueron talando hasta convertir esos campos en potre ros y tierras de labranza123.
“Últimas Noticias”, Quito, Con este esquema de las dos entradas y salidas del sur de Quito vemos que la enorme que-
19 de diciembre de 1964.
Pág. 7. brada del Machángara no corta el solar mismo de la primitiva ciudad de Quito; pero que la quebrada
123 Ver la historieta “Los de Ullaguanga-huayco, bajando de la Chorrera del Pichincha por La Cantera, si la corta. Entonces, en-
“Montes” de la ciudad de contramos que hay otra quebrada que también le corta al solar de Quito antiguo por el medio, y esta
Quito” en la página 59 en 124

esta misma obra. es la quebrada de Sanguña, que baja de El Tejar y El Cebollar, pasa por cerca de la policía y por de-
125 126
124 El cuartel de la calle bajo del edificio de los jesuitas y el pasaje Royal hasta Manosalvas y de allí en adelante por la Lo-
M i d e ros y Cuenca. ma Chiquita a unirse al Machángara.
125 Ahora se levanta en la
De este modo, las dos quebradas antedichas juegan un papel decisivo en la configuración del
calle García Moreno el “Pa-
saje Amador” y hacia la ca- campo que incluye a la plaza de Santo Domingo y en la disposición de las casas y calles que forman ese
lle Venezuela el edificio que sector del poblado de Quito. Este campo es desde allí mismo una loma, y no solo en la calle llamada de
fue del Banco de Préstamos,
hoy ocupado por el Institu- La Loma Grande127.
to Nacional del Niño y la
Familia (INNFA).
126 Se llamaba así al sector
más bajo de la calle Flore s , N A C E L A P L A Z A D E D I E G O D E T O R R E S
entre la calle Pereira y la ca-

D
lle Junín.
e los dos Alcaldes o Justicias que Diego de Almagro nombró en la fundación de la
127 La calle Rocafuert e
desde el Arco de Santo Do- villa de San Francisco (de Quito) y que Sebastián de Benalcázar les dio posesión de
mingo hasta la Mama Cu- sus cargos ya aquí en Quito, lo mismo que a los demás miembros del Cabildo de la
chara.
villa, Diego de Torres fue uno de ellos, hombre que resultó ser de grandes capacidades ejecutivas y que

133
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

sobresalió entre todos los primeros pobladores españoles de Quito. Diego de Torres, aunque en la pri-
mera distribución de solares recibió uno principalísimo esquinero, frente a la otra esquina que Benalcá-
zar ocupó con sus casas, Torres también hizo las suyas, pero pronto escogió también otro solar defini-
tivo para levantar allí una gran casa solariega. Este solar fue ni más ni menos que uno situado en una
bonita meseta comprendida entre la quebrada de Ullaguanga-huayco y la quebrada de Sanguña (Ma-
nosalvas) delante de cuya gran casa solariega dejó una explanada que los primeros quiteños la llama-
ron “Plaza de Diego de Torres”. Esta mansión de Torres estuvo situada hacia la mitad de lo que es hoy
el frente occidental de la plaza de Santo Domingo, donde existe una casa con una portada sobre cuyo
128
dintel se ostenta un bello busto de Santa Elena, sobre la cual trataremos en otra “Historieta” .
Largo tiempo se la llamó a esta la “Plaza de Diego de Torres”, hasta que solo después de
construida la iglesia y convento de los dominicos, el vulgo le cambió con el nombre de la “Plaza de la
loma de Santo Domingo” porque en la antigüedad, todavía se dejaba notar claramente que el terreno
aquel era una como plataforma entre dos grandes quebradas. Tal como el buen observador puede vi-
sualizarlo hasta ahora en que, para salir de la hoy llamada “Plaza de Santo Domingo”, a secas, se des-
ciende abruptamente por la calle de Churretas (calle Guayaquil) por el un lado; otro descenso precipi-
tado hacia Manosalvas (calle Flores), y, otro descenso ahora menos precipitado para el Túnel de La Paz
(calle Maldonado). Sólo hacia la parte occidental, donde estuvieron las casas de Diego de Torres, la ex-
planada ascendente prosigue sin quiebra hasta la base del Pichincha en el Panóptico.
El actual descenso por la calle Maldonado, antiguamente El Mesón u hostería de los primi-
tivos viajeros, fue el promontorio que había que ascendérselo para luego descender a la profunda que-
brada de los Gallinazos, García Moreno mejoró un poco esa calle porque de allí arrancó su célebre ca-
rretera sur; pero sólo don Eloy Alfaro la desbancó bien hasta dejarla como hoy está, y por eso se ven
las casas antiguas de El Mesón arriba, altas sobre el Poyo del Mesón.
La entrada a la calle de la Loma Grande (calle Rocafuerte) también fue habilitada por los
españoles, cuando los padres dominicos por fuerza del Cabildo quiteño, como lo veremos en otra “His-
torieta” se vieron obligados a construir el Arco de Santo Domingo129.

D I E G O D E T O R R E S ,
E L H O M B R E M Ú L T I P L E

E
ste Diego de Torres, de quien casi ni se habla en nuestras historias, fue un formidable
encomendero que, por las múltiples actividades que llegó a tener en el país de Quito,
situó sus casas señoriales en ese lugar portuario del Quito primitivo español. Diego
de Torres mandaba muchos distritos de caciques indios en Riobamba y en Ambato donde mantenía ac-
tivos obrajes de tejidos de lana; en el Tungurahua poseía buenas minas de plata; en Perucho cultivaba
la vid; tenía crianza de ganado vacuno en Riobamba y en Los Chillos criaba puercos; cultivaba horta-
lizas en Pomasqui; en Machachi cultivaba trigo y cebada, papas y maíz; y, para remate de cuentas de es-
te hombre de grandes arrestos y empresas, como horticultor incansable, cultivaba huertos de frutales eu-
ropeos, de manzana, peras, melocotones y membrillos en las vegas del río Machángara, donde hoy tie-
nen su extenso convento las monjas del Buen Pastor.
Han corrido los tiempos y esta plaza originalmente de Diego de Torres, después llamada po-
pularmente plaza de Santo Domingo ha terminado en llamarse oficialmente “Plaza de Sucre”130

128 Ver historieta “El Arc o


de Santa Elena” en la pági-
na 2 4 5.
129 Ver Historieta “Como
Nació el Arco de Santo Do-
mingo”, en la página 2 3 7 .
130 La inauguración del
monumento al Mariscal Su-
c re se realizó con gran so-
lemnidad el 10 de agosto de
1892 y el nombre oficial no
se ha popularizado.

134
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

COMO NACIÓ NUESTRA PLAZA DEL TEATRO131

Advertencias.- Como ciertas personas han manifestado sus dudas sobre la veracidad de la his -
torieta relativa a la lagartija que abrió la calle Mejía132, advertimos que por ser veraces estos
escritos les hemos titulado historietas y no leyendas ni tradiciones tal vez imaginarias. El re -
lato de la lagartija nos la contó personalmente el muy serio y verídico Dr. Francisco Andrade
Marín, cuando él vivía. También deseamos aclarar si cabe, que en nuestra segunda historieta
dimos el verdadero origen de la calle de La Ronda133 y no el origen del nombre español de la
calle.

C
uando los españoles fundaron la villa de San Francisco del Quito en 1534, encontra-
ron que no la por ellos destruida ciudad india de Quitu, había un camino descenden-
te, por donde hoy es la calle Manabí, y que desembocaba en un puentecillo de palos
sobre una pequeña quebrada, y torciendo al norte sobre un campo raso, proseguía con rumbo a Ota-
valo. Este puentecillo, quebrada y campo raso eran lo que hoy es la Plazuela del Teatro; y, así, en los
primeros días de la villa, los españoles le llamaban a este sitio el del “Puente de Otavalo”.
Como la primera necesidad de los recién asentados españoles era la de disponer de carne de
animales para alimentarse, formaron un primer matadero o carnicería para despostar “llamas” indíge-
nas detrás de lo que es hoy Catedral e iglesia del Sagrario, al margen de una honda quebrada que por
allí pasa, ahora canalizada por debajo de la vieja Universidad y del que fue Pasaje Royal. Pero, debido
a la proximidad de la primera iglesia de Quito, que allí fue y no El Belén, como equivocadamente dicen
muchas historias hasta serias, aunque mal informadas, esa primera carnicería fue trasladada al borde de
la gran quebrada de Jatuna, después llamada de Jerusalén por los españoles, o sea donde hoy está la pla-
za del mercado de hierro de Santa Clara134.

103

131 Historietas de Quito:


“Últimas Noticias”, Quito,
16 de mayo de 1964. Pág.
14.
132 Ver página 110 de esta
obra.
133 Ver página 9 9.
134 Plazoleta comprendida
entre las calles Cuenca, Ro-
c a f u e rte, Benalcázar y Santa
Clara. A mediados del año
2003 la estructura metálica
de la cubierta se la re a rm a-
ba en el parque del Itchim-
bía para alojar diversas ac-
tividades artísticas. El anti-
guo mercado funciona co-
mo un estacionamiento en
la planta superior y en la
baja se instalará la “Estam-
pería Quiteña”, taller de
p roducción y perf e c c i o n a-
miento de artes gráficas.

135
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

P e ro después cuando los españoles ya introdujeron toros y vacas e incre-


m e n t a ron su crianza a la mano de ellos en el campo raso inmediato del ejido pú-
blico de Añaquito, nuevamente hicieron un tercer y final traslado de la carnicería,
situándola en el sitio del “Puente de Otavalo” y formando un gran corral como
plazuela, tanto para encerrar al ganado para el desposte, cuando para que allí sea
el primer MERCADO o “tiánguez” palabra azteca que trajeron de México los es-
pañoles. Esta ha sido, desde entonces, por siglos “la carnicería de Quito” y tam-
bién la principal “Plaza de Toros” de Quito hasta el año de 1867, en que el Con-
greso de aquel año prohibió las corridas de toros en ese lugar, y en que “la carni-
cería” o matadero de ganado fue retirado de dicho lugar una cuadra al S-E (don-
de hoy está el Regimiento de Policía)135 para emprender en el proyecto de construir
104 un teatro donde antes se despostaba y descuartizaba a las reses.
La primitiva carnicería de los antiguos españoles duró allí en el Puente de Otavalo y tiánguez
por cosa de dos siglos y medio, en una forma enteramente rústica, al aire libre o bajo cobertizos, hasta
el año de 1790 en que el muy progresista Presidente de la Audiencia, don Juan Joseph de Villalengua y
Marfil, emprendió en muchísimas obras de mejoramiento en la ciudad de Quito.
Entre las buenas cosas que hizo en Quito este Presidente, que, dicho sea de paso, era muy
amante de las plantas y de las flores, fue el llevar a cabo “el suspirado objeto de la Ciudad”, como di-
cen los documentos, de la formación de UNA ALAMEDA, un paseo público donde antes fue El Potre-
ro del Rey, y después campo de la gran batalla de Iñaquito. El Presidente Villalengua dijo que él toma-
ba a su cargo la realización de esta obra y que aunque su verificación era empresa costosa, quería ha-
cerla sin el menor gravamen del público, o sea sin sacar ningunos fondos reales ni municipales.
Lo que hizo entonces este buen magistrado es que, conociendo la pasión de los quiteños por
las corridas de toros, que las tenían a cada pretexto en la Plaza Mayor o en la de la Carnicería, aplanó
bien la plazuela del matadero que así también se la llamaba, y construyó unos “pretiles de cal y canto”
en todo el contorno de la plazuela, “para que la plebe ocurra a dicha diversión [de las corridas de to-
ros] se acoja en ellos y no experimente avería”.
También construyó “ s o b re el portal de las casas del matadero” (que ya las había construido
antes) una bien protegida y costosa galería para que las personas pudientes pudiesen gustar desde allí la
corrida de toros, y por cuya ocupación “debían pagar una cuota [entrada] a beneficio de la conserva -
ción de la obra pública de La Alameda”, mientras la plebe tenía entrada gratuita detrás de los pretiles
de seguridad.
Es, pues, así, como este ingenioso arbitrio de doble propósito, como el sagaz Presidente Villa-
lengua dio a la ciudad de Quito, no sólo el hermoso paseo público de La Alameda, sino, conjuntamen-
te la primera plaza de toros bien organizada que tuvo nuestra ciudad en tiempos coloniales. Esta cos-
teaba el mantenimiento de aquella. Por otra parte, las casas particulares que miraban a la plazuela, te-
nían sus propios balcones para que las familias disfrutasen desde allí de las corridas de toros.
Mucho después, como hemos dicho, en el año de 1867, en tiempos de la República el Con-
greso Nacional prohibió las corridas de toros en ese lugar, y, diez años más tarde, en 1877, el Ministro
de Gobierno de entonces, el ilustre guayaquileño don Pedro Carbo, concedió la casa de la carnicería a
una cierta sociedad llamada “La Civilización” para que en los terrenos de dicha Casa se construya un
buen teatro nacional que se llame “Sucre”.
Después de siete meses de preparación, en elaborada ceremonia pública, se dio el primer ba-
rretazo para derribar las viejas galerías del Presidente Villalengua; pero, por alguna razón ni los traba-
jos de derrocamiento terminaron, y todo quedó allí.
Tres años más tarde, el Presidente General Ignacio de Veintimilla entregó el contrato de cons-
trucción al señor Leopoldo Salvador, quiteño para que levante la fábrica del edifico a un costo de 40.000
pesos. Los cálculos, sin embargo, re s u l t a ron muy bajos para la magnitud de la obra, hasta que la Con-
vención de 1883 modificó los términos del contrato, y sólo en el año de 1887, logró abrirse al público
la elegante sala del Te a t ro Sucre que constituye, para honor de nuestra ciudad, un verdadero teatro de
ópera, digno de cualquier ciudad europea de primer orden.
Por cierto, la obra fue realizada con muchas fallas y defectos, y aún así hasta ese estado con
la fachada todavía incompleta, llegó el gasto a la respetable suma de 111.000 sucres.
135 En la calle Manabí,
Pocos años después, unos fanáticos trataron de incendiar el teatro, pero el amago fue cortado
una cuadra al oriente de la
calle Montúfar. a tiempo y salvado el edificio. Hasta que el año de 1892, el gobierno emprendió en una reparación to-

136
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

tal del edifico que había estado íntegramente carcomido por la polilla; su armazón fue cambiada con
una de hierro, y perfectamente terminada la fachada, que quedó hermosísima, de estilo clásico, elegan-
te y severo, como hoy se la ve. El que hizo estas obras finales fue el alemán, señor Francisco Schmidt,
Arquitecto del Estado.
Finalmente, dentro de la bellísima columnata que forma la galería actual de fachada del tea-
tro, se conserva felizmente intacto un modelo en yeso de la estatua del Mariscal Sucre que en el año
1875 se trató de levantarla en bronce en la Plaza de Santo Domingo; pero, por estar pisando Sucre al
león ibero, hubo muchas protestas del Ministro de España en Quito y se desistió de ese modelo aunque
conservándolo para adorno del teatro, modificando al león con una roca. La estatua de Sucre en bron-
ce que ahora hay en la plaza de Santo Domingo, fue inaugurada el año de 1892.
Esta es, pues, la historia de la Plaza del Teatro, que comenzó siendo trazada como un corral
de ganado y terminó de explanada delantera de un teatro de ópera.

105

106

137
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA PLAZUELA DE SAN BLAS136

C
ada una de las plazas y plazuelas antiguas de Quito tuvo un origen particular y espe-
cial según su ubicación en el poblado y las funciones que debía realizar en la villa, pri-
mero, y después ciudad de Quito de trazo español que empezó a modelarse recién el
6 de diciembre de 1534 al pie del Pichincha, cuando ya casi cuatro meses antes, el 28 de agosto del mis-
mo año, se tenía otorgada en escritura pública la fundación de la misma “villa” en una escribanía situa-
da a treinta leguas al sur del solar de la ocupación y al pie del Chimborazo.

La villa española de San Francisco, que Benalcázar sin ser su fundador, vino sólo a asentarla
y poblarla sobre las ruinas de la ciudad india de Quito, esta villa de nuevo cuño sobre viejo y bien po-
blado solar aborigen, comenzó curiosamente su vida con la presencia de tres plazuelas iniciales, y en es-
ta forma, cosa que ni advierten nuestros escasos historiadores de la ciudad: una, la plazuela de la fun-
dación (entre las hoy calles Benalcázar, Olmedo, Cuenca y Mejía), donde se aglomeraron como en cam-
pamento provisional todos los 205 españoles que vinieron a asentarse y poblar, después de fundada la
villa a distancia137; y dos plazuelas más, ambas para centros suburbanos ya no de españoles, sino pura-
mente de indios y conforme la disposición o división jerárquica y topográfica de los incas en sus dos
grandes capitales, Cusco y Quito, o sea en “annan-runacuna” y en “uran-runacuna”, cosa que se tra-
duce como “gentes de la clase de arriba” y “gentes de la clase de abajo”

De estas dos plazuelas puramente para reunirlas allí a los indios que debían servir a la villa, la
una estaba en la entrada norte y la otra en la entrada sur. La de la entrada norte correspondía a los in-
dios “annan-quitu”, o Quito-alto que, por la fonación lingüística algo gutural de la palabra original qui-
chua, pronto fue adulterada por los españoles en la pronunciación “Aña-Quito” e “Iña-Quito”, cuyo
nombre se ha perpetuado hasta hoy, principalmente porque en este campo ejidal tuvo lugar la terrible
y famosísima batalla entre el primer Virrey del Perú Blasco Núñez Vela y el insurgente Gonzalo Pizarro.
En esta plazuela o reunidero inicial de los indios annan-quitus, erigieron los españoles una de las dos
iglesias parroquiales dedicadas exclusivamente a bautizar y acristianar a los indios de Quito. Ese es el
origen de la parroquia de San Blas.
La otra iglesia parroquial, asimismo sólo para indios y que en este caso correspondía a los
“uran-quitus” o Quitu-bajo, estaba al sur de la villa, pero cuyo nombre ya se ha extinguido, fue nom-
brada parroquia de San Sebastián en honor a Sebastián de Benalcázar, conquistador de la tierra y po-
blador de la villa.
En resumen, diremos, los españoles que eran gentes sumamente religiosas y estrictas en su ca-
tolicismo, y, al mismo tiempo tan discriminadoras con la raza india, lo menos que descuidaron fue, en
verdad, poner tres pilas bautismales en su villa: dos para los indios a las puertas de acceso al poblado
en los núcleos indígenas y otra exclusivamente para españoles en su propio núcleo central que cubría lo
que después se llamó Santa Bárbara, mientras a su primera iglesia o bautisterio de blancos se lo situó
donde con el repetido uso vino a llamarse “Capilla Mayor” o “Sagrario” anexo a la iglesia matriz o ca-
136 Historietas de Quito:
tedral que desde los primeros días soñaron los españoles tenerla al instalarse en este magnífico sitio de
“Últimas Noticias”, Quito, la ex-capital india. Aquello de que la capilla de El Belén es la primera iglesia de Quito y del Ecuador,
3 de octubre de 1964. Pág. es un pío invento de gente devota antigua no bien informada en la historia de Quito138.
14.
137 Ver “La placeta de la
Como estas dos primeras parroquias creadas por los españoles, eran puramente para bautizar
Fundación” en la página y adoctrinar indios, y se hallaban situadas en las entradas opuestas de la villa, bien pronto fueron un re-
29 de esta obra. flejo comercial de lo que en agricultura y en ganadería e industrias nativas producían los valles del nor-
138 El autor trata extensa-
te y del sur de Quito.
mente este asunto en diver-
sas historietas insertas en En San Sebastián, aunque en estrecho y abrupto espacio, pero ocupando lo que llegó a ser pla-
esta obra. za de la recoleta de dominicos y más allá plaza de los mismos dominicos, se exhibían todo lo que era

138
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

producto de tierras agrícolas, ganaderas y madereras: los trigos, cebadas, papas, maíces, leches, quesos,
carnes, maderas y las frutas ambateñas.

L A S F R U T E R Í A S D E S A N B L A S

E
n San Blas tierra explanada donde comenzaba el ejido de Annan-Quito, se obtenía el
reflejo de lo que producían las tierras áridas del norte de la villa, y las de las selvas oc-
cidentales que allí tenían su partidero de caminos: al este hacia el Amazonas, al oeste
hacia Esmeraldas, lo que principalmente ofreció siempre en lo antiguo este San Blas, su plazuela y su
contorno fue fruta y más fruta de climas tórridos, secos y húmedos, azúcares varios, algodones y otras
fibras de regiones cálidas.
Desde los tiempos más remotos de Quito, hasta cuando se empezó a tener aquí las plazas de
mercado múltiples, decir antes San Blas, era un sinónimo de decir “fruterías”, porque allí frente a su
plazuela estaban reunidas todas las consignaciones de las frutas que producían Perucho, Puéllaro y
Guayllabamba, de donde venían diariamente cargamento de frutas e incontables recuas de acémilas, to-
das a descargarse en San Blas. De estos lugares venían principalmente, naranjas, limas, aguacates, chi-
rimoyas y guabas; de Papallacta venían la exquisita naranjilla de Baeza, su patria original de esta linda
fruta quitense; de Gualea, Nanegal y Mindo traían los indios de Zámbiza, como una ocupación prehis-
tórica de ellos, y en grandes caravanas de familia, los únicos plátanos que entonces aquí se consumían,
que eran los verdaderos guineos antiguos, cortos y blandos; los maqueños, los dominicos, los oritos, los
otaitis y limeños. Rara vez traían los plátanos de seda que hoy sirven para la exportación al exterior
con el impropio nombre de guineos. De estos mismos lugares selváticos de media altura, los indios zám-
bizas solían traer también la piña amarilla de Castilla, papayas, guayabas y yuca, todo lo cual solían
vender ambulantemente por las calles y casas.
A las frutas ambateñas de origen europeo, como los duraznos, guaytambos, albaricoques, pe-
ladillos, mirabeles, peras, manzanas y membrillos solamente se las vendía siempre en sitios especializa-
dos de una sola calle de Quito, es decir, la que por eso se llamaba “la Calle de la Perería”, que es la úl-
tima cuadra de la actual calle Bolívar, al desembocar ésta en la Plaza de Santo Domingo.
Pero, la especialización de las fruterías de sólo naranjas, limas, aguacates, chirimoyas y gua-
bas, llegó a concentrarse tanto en San Blas, que los más activos productores, comerciantes y arrieros de
Perucho, Puéllaro y Guayllabamba adquirieron uno por uno toda la serie de casas que miraban a la pla-
zuela de San Blas, a fin de mantener allí sus depósitos generales de frutas y aún sus propias y adecuadas
bodegas de maduración como requieren necesariamente los aguacates y las chirimoyas.
En estos días en que se ha hecho una como autopsia a esas casas viejas del frente de la plazue-
la de San Blas, que antiguamente fueron “las célebres fruterías de San Blas”, han quedado a la vista una
serie de cuevas en la peña, que no son otra cosa que las cámara de maduración de frutas de los comer-
139
ciantes de antaño .

107

139 Un mercado formal se


c o n s t ruyó en el año 1906,
el cual sirvió hasta fines de
la década de 1940, cuando
después de un incendio los
v e n d e d o res lo abandona-
ron. La Municipalidad se
vio obligada a derrocar el
edificio más tard e .

139
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA PLAZA DE LA RECOLETA140

L
as comunidades de religiosos que desde el principio de la fundación efectiva de la villa
y después ciudad de Quito, se establecieron en diversas partes centrales de la urbe, cuan-
do ya más o menos tuvieron construidos sus conventos e iglesias matrices, quisieron
también tener, otros conventos e iglesias menores situados en las afueras de la ciudad y destinados a re-
colectar en ellos los frailes y aún los particulares para hacer ejercicios espirituales, intensificando la vi-
da mística de los primeros y convirtiendo la vida pecaminosa de los segundos.

A estos nuevos institutos religiosos de intensificada vida mística, los antiguos fundadores los
llamaron las recolecciones o recoletas de cada orden monástica de frailes. Parece que los primeros que
iniciaron este establecimiento de estas nuevas dependencias, fueron los jesuitas o Compañía de Jesús,
que, no siendo una orden religiosa, sino una sociedad, la instalaron como un hospicio al pie del Pane-
cillo, más bien con un carácter educativo que místico, para sus educandos. Siguiendo a los jesuitas, pa-
rece que los franciscanos fundaron su recolección de San Diego; luego los mercedarios la suya en El Te-
jar, y los dominicos u Orden de Predicadores en las vegas del río Machángara, al sur de la ciudad.

F U N D A C I Ó N D E L A R E C O L E T A

E
l convento de Santo Domingo se fundó en el 1 de junio de 1541, el mismo año en que
Gonzalo Pizarro partió de Quito hacia el descubrimiento del río de las Amazonas; pe-
ro a la iglesia se la fabricó, dicen los cronistas, por el año de 1610, probablemente ter-
minándola y no principiándola, porque en el año de 1600 en que estuvo de Prior de los dominicos el
célebre Padre Bedón, éste parece que tenía ya avanzada la fundación de la recoleta de Santo Domingo;
pues, en el dicho año pidió que el Cabildo le conceda una cierta demasía en tierra para edificar iglesia

108

140 Historietas de Quito:


“Últimas Noticias”, Quito,
9 de enero de 1965. Pág. 8.

140
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

en esa recoleta. De cualquier manera que sea, un cronista de la época dice que ese nuevo establecimien-
to dominicano fue fundado en honor de Nuestra Señora de la Peña de Francia con el título de recolec-
ción de Santo Domingo, situándolo en extramuros de la ciudad. Dice que para el año de 1650 ya tuvo
iglesia y claustro y que se hizo por delante una placeta junto a la entrada de la ciudad; que pasa un río
por las cercas de este convento, donde tienen un estanque de agua de 50 pies en cuadro en el que hay
un género de pescado que llaman bagresillo y un huerto con cuatro cuevas de devoción para hacer pe-
nitencia. Añade el cronista que “hay allí tres manantiales de agua buena y que nacen de unas peñas que
están dentro del sitio hacia la vera del río”.
Se ve, pues, claramente que todo este extenso sitio que ocupó el Padre Bedón con su recoleta
de dominicos, correspondía a los terrenos de las primeras huertas de árboles frutales de Castilla que tra-
jeron acá los fundadores españoles de Quito, o sea la primera estación experimental de fruticultura eu-
ropea en nuestro país.
Sin embargo, parece que esta recoleta de Santo Domingo nunca alcanzó la solidez y la impor-
tancia que han seguido alcanzando a través de los siglos las recoletas de San Diego de los franciscanos
y de El Tejar de los mercedarios. Más que convento e iglesia lo que aquí ha durado y sigue durando en
boca de todas las generaciones, ha sido el nombre de “Recoleta” para la plazuela y aún para todo ese
sector. Más todavía, durante todo el siglo XVII, al puente del Machángara no se llamó por otro nom-
bre que por el “Puente de los Recoletos”.

H I S T O R I A D E L “ C A M A R O T E ”

S
in duda ya en estado de mucha decadencia le encontró la República a esa recoleta de San-
to Domingo, cuando hace cosa de cien años, por el de 1865, el presidente García More-
no ocupó esa recoleta para alojar en ella a las monjas del Buen Pastor, encargándoles a
estas religiosas de un instituto destinado principalmente a prisión y reformatorio de mujeres de vida di-
sipada, en especial de aquella provenientes de la “buena sociedad”, sobre las que había que conservar
una discreta reserva. Porque, en cuanto a las mujeres que dirían de la “mala sociedad”, ya existió des-
de los tiempos de los padres betlemitas, encargados del renovado hospital de San Juan de Dios, el afa-
nado “Camarote” que era una cárcel anexa al hospital (donde ahora se levanta un Centro de Salud) en
la que encerraban en las más duras condiciones a estas infelices mujeres, sometiéndolas a las tareas más
duras y peligrosas todavía, de lavar toda la ropa sucia de dicho hospital.
Por cierto las madres del Buen Pastor, no se dedicaron solamente a mantener una prisión y re-
formatorio de mujeres, sino que, además establecieron en la antigua recoleta dominicana un muy buen
colegio de señoritas y buenos talleres de labores de mano también para señoritas. El amplio local se
prestaba cómodamente para todo ello.
Aparte de estos edificios antiguos de la recoleta, los dominicanos habían tenido en su tiempo
otras huertas y dependencias al costado oriental de la placeta, y, entre tales cosas una modestísima ca-
pilla hecha de adobe y dedicada a la Virgen de la Escalera, con una preciosa imagen de esta Virgen pin-
tada al óleo directamente sobre el muro141. Hasta principios de este siglo XX existía en escombros esa
capilla, al pie de lo que hoy es calle Portilla; y los devotos se daban modos de acercarse a rezarla y po-
nerle velas a la imagen. Lo demás de los terrenos y de las viejísimas construcciones de ese lugar estaban
a cargo de una cierta sociedad de beneficencia de señoras.

E L M I L A G R O D E U N A R T I S T A C O N E L
C U A D R O D E L A V I R G E N

141 La tradición asegura

S
que esta pintura fue realiza-
da por el Padre Bedón, en e aproximaba en esos tiempos el primer centenario del grito de Independencia de Quito
una de las paredes interiore s del 10 de agosto de 1809, y el General Eloy Alfaro, gobernante entonces del Ecuador, se
del cajón de la escalera que
llevaba a la planta alta del propuso celebrar este centenario de la manera más lucida posible, entre lo cual figuraba
convento. una gran exposición internacional que tuviese lugar en Quito. Se escogió como el sitio más cómodo y

141
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

amplio éste de la ex-recoleta que estaba prácticamente abandonado por la sociedad de señoras. Lo ex-
propió y dio comienzo a los diversos edificios y pabellones de la exposición; pero, entre el público de-
voto se produjo el gran pesar de que iba a ser cosa irremediable el derrocamiento del cuadro mural de
la Vi rgen de la Escalera. Cuando ya toda esperanza de salvarla se creía perdida, por allí asomó el há-
bil y talentoso joven artista quiteño, Luis Veloz, quien había aprendido en Roma un ingeniosísimo pro-
cedimiento secreto para desprender cuadros murales al óleo y trasladarlos incólumes a un lienzo142. El
se ofreció a hacerlo, y lo hizo, en efecto, de un modo portentoso implantándolo en un lienzo y restau-
rándole cual si el cuadro hubiese sido intocado. Este lienzo ahora se lo conserva en adecuado marco en
el templo de Santo Domingo, donde al verlo nadie puede imaginarse el milagro que hizo un hombre con
la imagen de esta Virgen143.
Don Eloy Alfaro construyó pues, tranquila y aceleradamente todo un sistema de edificios que
fue necesario, y allí tuvo lugar la Gran Exposición Internacional del Centenario, el año de 1909. Con
el transcurso del tiempo esos edificios alojan ahora al Ministerio de Defensa Nacional144.
Hasta antes de realizarse las construcciones de la exposición, a esa plazuela, a la que nunca
han podido cambiarle el nombre popular que tiene la plaza de la Recoleta, el Presidente Antonio Flo-
res, al organizar él también su Primera Exposición Nacional de 1892 en La Alameda le había traslada-
do desde este parque a la mitad de la dicha plaza de la Recoleta, una de las antiquísimas columnas sa-
lomónicas de la primera modelación de La Alameda, y colocando sobre ella una estatua de La Libertad
hecha de argamasa con alma de hierro; con lo cual le bautizó a la plazuela con el nombre pomposo de
Plaza de la Libertad, que nadie en el vulgo lo usó. Por añadidura, hasta por el año de 1907, de la tan
frágil estatua de La Libertad, ya los brazos se habían desmenuzado y sólo asomaban escuálidas las va-
rillas de hierro de su esqueleto interior. ¡Signos de los tiempos!
Finalmente, en esta plaza de la Recoleta, tuvo lugar por el año de 1893, el penúltimo de los
fusilamientos según la Ley antigua, en la persona del infeliz Pazmiño, condenado por salteador de ca-
minos en Tiopullo en compañía de la célebre Verónica, quien acabó sus días en el Panóptico. El último
fusilamiento de esta clase tuvo lugar en la persona de un pobre soldado, el año de 1898, en los muros
exteriores del cementerio de San Diego.

142 En la actualidad estas


técnicas de rescate de pintura
mural, en que se retira la ca-
pa pictórica del soporte ori-
ginal para trasladarla a uno
nuevo, o para consolidar el
s o p o rte preexistente, se prac-
tican con cierta frecuencia.
El FONSAL ha empleado se-
gún el caso el “stacco” y el
“strappo” como se denomi-
nan estos procedimientos—
por ejemplo en la iglesia Ca-
tedral o para rescatar los mu-
rales que el famoso pintor
ibarreño Rafael Troya re a l i-
zó en la casa de su hermano
en la calle Imbabura, tras la
muralla de San Francisco,
murales que ahora se en-
cuentra en la Casa de los Al-
caldes, en la Plaza Grande.
143 En la iglesia de Santo
Domingo se construyó ex
p rofeso una capilla para alo-
jar a la imagen.
144 Este edificio lo diseñó el
a rquitecto y artista port u-
gués Raúl María Pereira.

142
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

C A S A S Y EDIF IC IOS

143
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

109

110

144
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

APUNTES SOBRE LAS CONSTRUCCIONES


COLONIALES CIVILES DE LA CIUDAD145

Q
uito es la ciudad metropolitana de la América española, de la portuguesa y de la in-
glesa, donde más intactas existen todavía innumerables casas, numerosas calles y ca-
llejuelas y algunos barrios enteros que permanecen en lo material, con ligeras diferen-
cias e inclusiones, tal como fueron formados en su remoto principio y construidos en la larga vida de la
Colonia, dejando de aquí por allí, especialmente en sus viejas casas de habitación el sello particular de
cada siglo al que sujetaron su arquitectura.

Este carácter anticuado de nuestro Quito que hasta hace poco, muy poco nos incomodaba y
ruborizaba de ofrecerlo así a las miradas ajenas, de pronto, con el ímpetu y la premura de la moderni-
dad que sólo con moldes de hacer cosas y casas, sin tradición, sin alma y simpatía nos empuja y avasa-
lla, ha tenido al mismo tiempo la virtud de traernos de afuera gentes extrañas que viene a admirar lo
que nosotros nunca habíamos contemplado siquiera, de tanto convivir con nuestras moradas, obligán-
donos ahora a volver a mirar nosotros mismos, ya despiertos, a nuestras habitaciones habituales y se-
culares, contrastándolas frente a frente a las nuevas ideas estéticas que se nos presentan por si mismas
en los hechos nuevos y en las mentes nuevas de aquellos que nos visitan en nuestro museo urbano de la
ciudad quiteña.

Así hemos aprendido, o estamos recién aprendiendo a la larga, tardíamente, a apreciar y qui-
zás a entender las cosas y las casas de nuestro viejo Quito, de ese Quito que se nos va para no volver, y
que en el espíritu de cualquiera está, por desalmado que sea, al ansia impronunciada de querer atajarlo
a que no se nos vaya, ante el embate incontenible de los tiempos, cada vez más nuevos.

De esta ansia o inquietud común, que es instintiva en el hombre, y más característica y pro-
nunciada en nuestra vida sedentaria de gente no solo de montaña sino de ciclópea cordillera, es que oí-
mos ahora en labios de todos, a cada paso, o en los escritos diarios a cada momento, aquel como estri-
billo de “nuestras casa coloniales, nuestras calles y barrios coloniales”, sin contar aquí ahora lo consa-
bido: “nuestras iglesias coloniales”, que, quien quiera, a ciegas y con certeza las señala en la categoría
de edificaciones monumentales clásicas de la Colonia, pues, así lo son estos esplendores arquitectónicos
de Quito.

Sobre esto de la arquitectura religiosa de Quito, no hay confusión ni problema alguno, ni aún
para el más profano individuo al calificar de construcciones coloniales a nuestras viejas iglesias y con-
ventos; en cambio, en lo que respecta a las casas de habitación antiguas, que las hay, como hemos di-
cho, innumerables en Quito, constituyendo lo que bien dicho está, “la arquitectura civil del antiguo Qui -
to”, aunque haya opositores a este calificativo, pues en esto precisamente hay una gran confusión, me-
jor dicho un total desconocimiento porque nunca nos hemos detenido a estudiarlo, de tanto vivir y con-
vivir nuestras casas, y porque arrastrando las obsesiones mentales de los literatos del siglo XIX, dados
sólo a los sueños de lo palatino y lo grandilocuente, hemos creído que ocuparse de los modos arquitec-
tónicos como han ido construyéndose siglo tras siglo las casas de Quito, era una tarea prosaica, baladí,
frívola.

Q U E D E B E E N T E N D E R S E P O R C O L O N I A L
E N Q U I T O

E
n las líneas siguientes, vamos a hacer, por lo tanto, un ligero bosquejo de este asunto a
145 “Últimas Noticias”,
Quito, 8 de junio de 1965. fin de tratar de orientar un poco al público acerca de lo que debe entenderse por “co-
Pág. 7- 50 y 51. lonial” en materia de las casas de habitaciones antiguas de nuestra ciudad, y señalar

145
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

brevemente de un modo descriptivo y gráfico lo que corresponde a cada tipo de estilo


de casas, según cada siglo colonial; y, a la vez demostrar de igual manera el tipo de ca-
sas que siendo antiguas, ya no pertenece a la ”época colonial”, en la que el estilo cam-
bió muy poco, relativamente, y las casas que pertenecen a la “época republicana”, por
lo menos hasta el siglo XIX, en la cual ya hubo una sucesión más o menos rápida y no-
table de estilos. No abordaremos nada respecto de iglesias y conventos coloniales.
Por “colonial” en las edificaciones de casas hogareñas de Quito, debemos en-
tender todas aquellas que fueron construidas desde la fecha de la fundación de Quito,
en diciembre de 1534, en los siglos XVI, XVII, XVIII y comienzos del XIX, o sea has-
ta la Batalla de Pichincha, en mayo de 1822, en que terminó la Colonia.
De estas “casas coloniales” de Quito, hay una infinidad, pero sólo pueden ha-
llarse en los barrios antiguos, diremos como Santa Bárbara, San Juan, San Blas, San Se-
bastián, Las Lomas Grande y Chiquita, San Marcos, San Roque y hoy muy apenas en
El Sagrario. Fuera de esta área, es inútil buscar casas coloniales.

C O N S T R U C C I O N E S C I V I L E S
D E L S I G L O X V I

L
o único que existe en pie de este siglo hasta hoy, es la parte del hospi-
111
tal de la Misericordia y Caridad, del hospital San Juan de Dios, que fue
aquel construido el año de 1565; y por ello esta edificación es madre y
hasta abuela de nuestras famosas iglesias y conventos, que son posteriores a esta fecha. Otra cosa úni-
ca de ese siglo es la portada que fue de la primera casa escolar de los jesuitas en Santa Bárbara, que fue
respetada por la Unión Nacional de Periodistas para su anterior edificio, aunque cambiándolo de fren-
te. Esta portada tiene sobre su cerca de piedra la inscripción “MAGNE AMOR IS AMOR” (Sólo el
amor grande es amor), y fue edificada en 1568146.

C O N S T R U C C I O N E S C I V I L E S
D E L S I G L O X V I I

D
e estas casas ya son bastantes raras, pero todavía las hay, y muy características. A es-
te siglo perteneció la casa de las principales observaciones astronómicas de los Aca-
démicos Franceses, que existió en la esquina de las calles Manabí y Benalcázar, y que
fue derrocada y sustituida por la clínica del Seguro. De esta casa poseemos las dos únicas fotografías
existentes, tomadas oportunamente por nosotros. En verdad, los cimientos de esta casa fueron del si-
glo XVI, de 1598, y fue residencia del Mayordomo de la Ciudad, Toribio de Corriguan.
Las otras casas existentes de este siglo XVII, se distinguen por lo siguiente: no ser casas altas,
generalmente, y no tener balcones, sino ventanas y ventanilla de pecho y de tragaluz, sin simetría; la
puerta de calle es de portezuela y clavazón de cabeza tacha, no apuntada; los aleros son muy sobresa-
lientes con toscos y no labrados “canecillos”, sin “tabique” y con el “enchagllado” para el techo de
“moyas”, caña fuertísima, anterior a la llegada del “carrizo” que introdujeron de Europa a Quito los
españoles; los adobes son enormes y nunca se usó el arco, sino la umbraladura de madera; la disposi-
ción de la fachada y de los tejados es muy curiosa y reflejada la índole del siglo: se vivía más para aden-
tro que para fuera de casa; entonces la cubierta principal de la casa era de dos aguas, triangular y mira-
ba así a la calle, presentando lo que decimos “la culata de la casa para la calle”, donde aparecía una
ventanilla, y la otra cubierta sí era paralela a la calle pero pequeña, sólo para resguardar la puerta de
146 La antigua Caja de Pen-
calle. Hay unas pocas casas de estas: una en Santa Bárbara, una que otra por San Blas, en San Marcos
siones financió la ejecución
de este edificio, que fue pla- y Las Lomas, también por San Sebastián y San Roque.
nificado y construido por el La más típica de estas casas del siglo XVII, es la que entre las calles Manabí y Cuenca está de-
A rq. Alfonso Calderón Mo-
rrocando el Municipio por haberse convertido en cueva de ladrones. Tiene tan solo esta casa todavía
reno en 1945, recuperando
esta vieja portada e incorpo- la particularidad de mostrar los vigámenes salientes fuera de las paredes, fijados con espigas de made-
rándola a la moderna obra. ra, para resistir los terremotos, ingenio sabio de los españoles de ese tiempo.

146
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

C O N S T R U C C I O N E S C I V I L E S
D E L S I G L O X V I I I

E
n este siglo, la vida del quiteño se hizo más hacia la calle, y aparecieron los balco-
nes y en casas preferentemente de dos pisos. Los balcones al principio del siglo
fueron de mucha armadura de madera y con cubierta propia, a la manera de los
“bay-windows” ingleses, pero en este caso quiteño, cuadriláteros. Solamente las monjas del Car-
men Bajo conservan en su famoso nacimiento modelitos de estas casas con balcones-cuartos; y
también los hay en dibujos muy antiguos: los aleros de estas casas siguieron siendo muy promi-
nentes, pero ya tenían tabique y algunas veces pintado al temple con flores; también se hicieron
aleros con tabique encarrizado, curvos. Las puertas de la calle siguieron siendo más labradas y
también con portezuela. En las ventanas bajas se comenzó a usar enrejados de fierro varilla, re-
dondos y prominentes, de modo de permitir mirar a un lado y a otro de la calle. Este tipo de ven-
tanas no se conoció todavía en el siglo XVII, en el que lo más distintivo de este siglo es más bien
el enrejado de hierro ángulo en las ventanas y ventanillas, pero en disposición plana, y con las re-
112
jas también trabadas en ángulo, operación muy difícil que sólo la supieron los herre ros de ese si-
glo tan particular de la capa y espada. En el siglo XVIII se construyeron las más bellas portadas de pie-
dra de las casas solariegas, de las cuales hay apenas ahora raros vestigios en Quito.

C O N S T R U C C I O N E S C I V I L E S
D E L S I G L O X I X

E
n el poco tiempo colonial que tuvo este siglo, los españoles dieron mucho auge
en las construcciones civiles al uso de los ladrillos vidriados o azulejos para las
azoteas y las cúpulas de ciertas construcciones no religiosas; pues en éstas ya se
usaba mucho antes para sus “medias naranjas y altozanos” el ladrillo vidriado. En este princi-
pio del siglo extendieron los españoles el uso del vidriado también a los mariscos147 que los usa-
ban en mariscados profusamente; cosa que lo aprendió García Moreno por 1862 y la impuso con
más fuerza en la arquitectura de Quito. Con estos mariscos García Moreno ornamentó la azo-
tea del Palacio de Gobierno y también la Casa Municipal y los puso en varias otras partes. El
Presidente General Montes ya usó mucho de tejuelos y mariscos vidriados, industria clásica his-
pano-morisca, en el elaborado fortín de la cima del Panecillo y en La Pólvora frente a San Diego.
Sobre las construcciones civiles del resto del siglo XIX podría trazarse en otro lugar un
estudio más extenso y prolijo, puesto que entre 1822 y 1899 se introdujeron muchos nuevos es-
tilos y modos de hacer casas de habitación; pero, este es un asunto que esta fuera de lo Colonial,
113 sobre el que dejamos consignados por ahora estos breves apuntes que, si en verdad, puede encon-
trárseles deficientes, son, a lo menos la primera modesta contribución que se da sobre tan importante y
147 El autor se re f i e re a los tan descuidado asunto: el de un examen clasificado acerca de la arquitectura civil de Quito durante la
b a l a u s t resybalaustradas. Colonia.

114 115 116

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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148
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA CASA DE MÁS HISTORIA Y TRAGEDIA


QUE TIENE QUITO148

E
n la esquina oriental que forman las calles Benalcázar y Olmedo de nuestra venerable
ciudad de Quito, existen todavía una curiosa casa de aspecto enano, típicamente colo-
nial española, en la que parece que los primeros arquitectos de la conquista, quisieron
hacer también un primer ensayo tímido de una casa de dos pisos, pero que el modelo les salió combi-
nado como fuese de un solo piso.

Esta casa que, para cualquier amante de los estudios retrospectivos de arquitectura viene a ser
un enigma, es, nada menos que la casa de Sebastián de Benalcázar, del fundador mismo de la ciudad de
Quito, el año de 1534, según lo hizo saber al público no hace mucho tiempo un investigador quiteño
que publicó unos estudios sobre estos asuntos, con motivo del IV Centenario de la Fundación de Qui-
to conmemorando el 6 de diciembre de 1934. Sin embargo, esta casa enigmática que, así como es y no
es de dos pisos, igualmente es y no es la casa de Sebastián de Benalcázar. Lo único cierto de esta extra-
ña morada colonial, es que representa la casa de la más espeluznante tragedia en la historia de la ciu-
dad de Quito, como lo vamos a ver en breves palabras ciertas, fidedignas.

Al fundarse la villa y no ciudad de San Francisco del Quito por el español Sebastián de Benal-
cázar el 6 de diciembre de 1534, este fundador tomó para sí unos solares entre los otros que se distri-
buyeron sus acompañantes españoles de la fundación para construir sus primeras casas. Dos persona-
jes fueron los prominentes es esta fundación: Juan de Ampudia, el feroz destructor y arrasador de la ciu-
148 Historietas de Quito: dad india de Quito y Sebastián de Benalcázar, el fundador de la villa española. Benalcázar se situó en
“Últimas Noticias”, Quito, un punto del camino real de los incas que iba de Yavirac (Panecillo) a Huanacauri (San Juan), punto
9 de mayo de 1964. Pág. 17.
149 Diversos investigado- por el cual corría una acequia de agua formada por los indios. Frente a este sitio escogido por Benal-
res, como José Gabriel Na- cázar tomó otro Ampudia, de manera que así quedó iniciada la primera calle española en ángulo recto
v a rro, Fernando Jurado No- con la calle india. Los solares de Benalcázar alcanzaban hasta la actual calle García Moreno, forman-
boa o Ricardo Descalzi del
Castillo, aseguran que los do arriba con la calle india; la otra esquina la formaba Ampudia donde está ahora la Casa del Toro149.
s o l a res del fundador de la
villa se encontraban frente a Pero, Benalcázar en los primeros días de la fundación, con la ayuda de Juan Díaz de Hidalgo,
la plazoleta de la fundación, hombre en verdad constructor, apenas pudo levantar unas casas incipientes, de techos de paja y baha-
por lo tanto, donde ahora se
levanta la re c o n s t ruida Casa reque, que las abandonó cuando Benalcázar en su fiebre de fundadores se dirigió a Cundinamarca lle-
del Toro que ocupa el Insti- vándose multitudes de infelices indios de Quito. Díaz de Hidalgo, apoderado de Benalcázar, parece que
tuto de Capacitación Muni-
cipal. De Benalcázar pasó a fue mejorando las construcciones del ausente Benalcázar hasta el punto de que llegaron a servir también
Puelles, quien levantó “sus de primera Casa Municipal de Quito, e indudablemente además, las casas de gobierno de Gonzalo Pi-
casas”, las que fueron arr a-
sadas por traidor al Rey; so-
zarro cuando vino a residir en Quito, en calidad de primer Gobernador de la Gobernación del Reino de
b re el solar se esparció sal Quito, independizado de la Gobernación del Reino del Perú, que la ejercía su hermano Francisco Piza-
para que la tierra no fru c t i- rro. Pues, para entonces, el célebre Pedro de Puelles, el hombre fuerte de Gonzalo Pizarro en Quito, ya
ficara y se colocó una piedra
con la inscripción: “Cues- las adquirió estas casas de Benalcázar comprándoselas en 200 pesos de oro a su apoderado Díaz de Hi-
tas fueron las casas del trai- dalgo. De tal manera que, doce años después de fundada la villa de San Francisco de Quito, cuando el
dor de P. de Puelles”. Con
el correr del tiempo la man- 18 de enero de 1546 tuvo lugar la gran batalla de Iñaquito en que, triunfante Gonzalo Pizarro, fue de-
zana fue cedida a Diego de capitado el Virrey Núñez Vela, las casas de Benalcázar eran más bien las casas de Pedro de Puelles, eran
Sandoval y en la esquina
diagonal a la de Puelles, es
su palacio de gobierno, porque habiendo partido Pizarro a Lima a tomar posesión triunfal de esa Ciu-
decir en las actuales calles dad de los Virreyes, una vez muerto en Quito el primer Virrey del Perú, dejó aquí en nuestra ciudad qui-
Mejía y García Moreno, se tense a Pedro de Puelles en calidad de Teniente de Gobernador a fin de secundar en la famosa guerra y
c o n s t ruyó una gran casa y
se vendió la parte superior proclamación de independencia de España, creando un imperio o presidencia en América gobernado
de la manzana. A mediados por el tan popular Gonzalo Pizarro.
del siglo XVIII la esquina de
Puelles la adquirió el canó- En la ausencia de Pizarro es que comenzaron a sublevarse en contra de él muchos leales al rey
nigo Viteri y éste mandó a
esculpir en madera el relieve en diversos lugares, matando a los pizarristas. En Quito insurgió Rodrigo Salazar, formó una conspi-
de Hércules y el Toro. ración contra el terrible Pedro de Puelles, veterano de Honduras, Guatemala, Panamá y Quito, y logró

149
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

asesinarlo en su misma cama en la casa esquinera que había comprado para sí a Benalcázar, de quien
Puelles eral mortal enemigo. El grupo de insurgentes leales al Rey de España, con Rodrigo Salazar a la
cabeza, proclamaron por bando su lealtad a la Corona y re a l i z a ron actos de terrible venganza contra
Pedro de Puelles y sus cosas, pues, descuartizaron su cadáver, regaron los cuartos por los caminos y pu-
sieron su cabeza en la picota de la plaza pública. Luego, derrocaron las casa de Pedro Puelles sin dejar
piedra sobre piedra, araron el terreno y lo regaron de sal para que no crezcan allí ni las malas yerbas,
y, sobre el suelo pusieron una gran piedra grabada que decía: “Estas fueron las casas del traidor Pedro
de Puelles”

Esta lápida con estas inscripciones así en plural, y no en singular, como cuentan ciertas anti-
guas historias, fue hallada en dicha casa esquinera el año de 1915 en que la vio con sus ojos el que es-
to escribe, y también vio que esa pesada piedra de cosa de 80 centímetros en cuadro, fue depositada en
la Biblioteca Nacional, cuando ésta ocupaba todavía el local de la esquina de la Plaza de la Independen-
cia donde actúo Eugenio Espejo. Tal casa pertenecía, entonces, a la familia Escudero150.

Por tanto, esta curiosa casa que ocupa aquella célebre esquina de las actuales calles Olmedo y
Benalcázar, no es de las primitivas casas de Benalcázar ni de Puelles. Es una casa que quizás después de
un siglo o más de tan terribles acontecimientos, y olvidada un tanto aquella condena, alguien se atrevió
a levantarla en cierto modo aislada del suelo salado a perpetuidad por los que ejercieron venganza con-
tra Pedro de Puelles y su memoria.

Es, pues, por obra de la sal que en dicha casa el reconstructor adoptó esa peregrina arquitec-
tura de un edificio que es y no es de dos pisos151.

150 El hallazgo de la lápida conservó por varios años,


en la casa de la familia Escu- hasta que los propietarios
d e ro, llevó a la confusión de del inmueble entre g a ron la
c reer que éste era el solar de inscripción al Dr. Descalzi,
Benalcázar. Redescubierta a c o n s e rvándola ahora sus he-
inicios del siglo XX, Celiano re d e ro s .
Monge publicó una curiosa De acuerdo con información
nota sobre sus vicisitudes en pro p o rcionada por la histo-
la revista “La Ilustración riadora María Antonieta
Ecuatoriana” (Nº 9, Quito, Vásquez, al parecer esta casa
junio 25 de 1909), aseguran- de la calle Mejía se utilizó
do que “se halla adornando como Biblioteca Nacional
el jardín sobre un pedestal de por un tiempo, pues se sabe,
madera, en el solar que fue de acuerdo con el informe
del conquistador D. Diego del Ministro de Instrucción
de Sandoval…” y que debe- Pública Manuel María Sán-
ría trasladarse “…al Museo chez, que en los últimos años
de Antigüedades de la Uni - de la década de 1910 el go-
versidad Central”. La famo- bierno nacional compró la
sa lápida ha pasado de mano casa de Juan Espinosa Ace-
en mano, y como comenta vedo, ubicada en la calle Me-
José Gabriel Navarro “ha jía, para instalar la parte de
c o rrido mil aventuras. Qui - la biblioteca que salió de la
tada varias veces de su sitio, Universidad Central. Poste-
otras tantas ha reaparecido” r i o rmente la Biblioteca Na-
(“Epigrafía Quiteña”, Bole- cional se instaló en abril de
tín de la Sociedad Ecuatoria- 1922 en el edificio “Coli-
na de Estudios Históricos seum” en San Blas. Lastimo-
Americanos, Año I, Nº 1, 3, samente derrocado a finales
4, 5, Quito, 1918), y asegura de la década de 1960, la Bi-
que se hallaba en esa fecha blioteca Nacional se trasladó
en la Biblioteca Nacional, al antiguo edificio del Banco
dato que corrobora Luciano Central, junto a la iglesia de
Andrade Marín. De acuerd o la Compañía y luego al edifi-
con el Dr. Ricardo Descalzi cio de la Casa de la Cultura
del Castillo (La Real Audien- Ecuatoriana, en la avenida
cia de Quito, Claustro en los 12 de Octubre .
Andes, Quito, 1978) la pie- 151 Esta casa fue adquirida
dra apareció sorpresivamen- por la Municipalidad de
te en el año 1974 al re a l i z a r- Quito en el año 1964. Re-
se unos arreglos en una casa construida con recursos del
del lado norte de la calle Me- gobierno español fue desti-
jía, entre Guayaquil y Vene- nada a sede del Instituto
zuela. Tras su nuevo hallaz- Ecuatoriano de Cultura His-
go, se la empotró en la fa- pánica desde el año 1967.
chada hacia la calle donde se

150
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA CASA DE LOS ACADÉMICOS FRANCESES152

E
n el sitio esquinero de las calles Benalcázar y Manabí de esta ciudad, donde ahora se le-
vanta el incómodo edificio de la Clínica del Seguro Social153, existía antes una zancuda
casa colonial en la que los académicos franceses venidos a Quito en el siglo XVIII, es-
tablecieron su segundo sitio para las observaciones astronómicas de latitud y al que le llamaron ellos “el
observatorio de Santa Bárbara”.

Pero la casa donde los mismos académicos comenzaron a hacer las primeras observaciones de
latitud y de oblicuidad de la eclíptica estaba situada detrás, al norte, de la muralla del convento de San
Francisco, en la calle que ahora llamamos Mideros, intersección con la calle Imbabura. A esta casa la
denominaron ellos “el observatorio de La Merced”, porque este sitio de las observaciones iniciales es-
taba inmediato a la alta torre de La Merced que la fijaron como el punto norte de la línea meridiana
que adoptaron y cuyo arco de círculo se proponían medir geodésicamente. Esta casa de las primeras
observaciones de los académicos existe todavía hasta hoy, aunque muy arruinada y modificada, y se la
puede ver en su interior justamente detrás de una actual bomba de gasolina situada entre las calles Chi-
le e Imbabura.
Al punto sur lo fijaron dichos académicos en la torrecilla de la antigua iglesia parroquial de
San Sebastián, que también hasta hoy se la conserva casi en escombros154: y, de esta manera quedó es-
tablecida convencionalmente una línea meridiana en Quito para los fines geodésicos de los académicos
franceses, línea que por más de un siglo se la usó para todas las determinaciones geográficas de nuestro
país con el propio nombre de “el Meridiano de Quito” porque se refiere al círculo meridiano que ima-
152 Historietas de Quito: ginariamente toca en ambos polos de la Ti e rra y corta en ángulo recto al círculo ecuatorial o ecuador
“Últimas Noticias”, Quito, del planeta155.
25 de julio de 1964. Pág. 17.
120
153 La casa colonial fue de- 119
rrocada a finales de la déca-
da de 1930. El arquitecto
Antonino Russo, construyó
el nuevo edificio que actual-
mente ocupa el Dispensario
Central del Instituto Ecuato-
riano de Seguridad Social.
154 Ante el abandono de es-
ta venerable reliquia históri-
ca el Municipio de Quito
restauró la iglesia entre los
años 1968 – 1972, pero vol-
vió a su condición de bode-
ga. En diciembre de 1981, el
Museo del Banco Central del
Ecuador planteó su rescate
para adaptarla a un centro
cultural barrial. Inaugurado
en 1983, cumplió un desta-
cado papel, hasta que a ini-
cios de la década de 1990
con los cambios de la políti-
ca cultural del Banco, éste
dejó de funcionar. A pesar
de los esfuerzos realizados
por los vecinos, no se ha re-
cuperado su actividad con la
pujanza anterior.
155 Ver en esta obra el art í-
culo “El Meridiano de Qui-
to” en la página 4 7.

151
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

L A S D O S O P E R A C I O N E S G E O D É S I C A S
D E L O S F R A N C E S E S

A
propósito de esto, queremos hacer dos muy necesarias aclaraciones sobre la materia
que estamos tratando, a fin de que el público lector se inteligencie bien acerca de es-
tos asuntos especialmente importantes para nuestro país ecuatorial donde por dos ve-
ces en la historia se han hecho muy serias operaciones geodésicas por gentes técnicas venidas de Euro-
pa: una, los académicos franceses del siglo XVIII; y otra los geodésicos franceses, así llamados, que vi-
nieron a fines del siglo XIX y principios del XX a comprobar la exactitud o inexactitud que hubiese ha-
bido en las operaciones de los primeros.
Las dos aclaraciones que de modo simple y sencillo queremos hacer, son las siguientes:
1.- Que no puede haber línea donde sólo existe un punto. Para que exista una línea, indefec-
tiblemente deben haber dos puntos que determinen el principio y el fin de ella, o sean sus extremos. El
punto no es más que el extremo de una línea. Por tanto, si queremos materializar una línea sobre el pa-
pel o sobre la tierra, tendremos que pintar o demarcar los puntos y unirlos, o asentar un punto y mo-
verlo. Sólo desde entonces existe la línea; de otra manera, es un absurdo ante las matemáticas y la filo-
sofía. Así, por ejemplo, entre nosotros cuando alguien habla, conversa o discute acerca de la línea equi-
noccial refiriéndose puramente al monumento de dicha Línea, llamándolo y considerándolo “LA LÍ-
NEA”, sólo por re p resentar un punto sobre ella, comete el absurdo que antes decimos, porque el pun-
to único no indica DIRECCIÓN relativa o rumbo, sino puramente una, y nada más que una POSICIÓN
relativa. Y, como en el caso de la línea equinoccial, ésta no es más que un segmento del círculo máxi-
mo ecuatorial o ecuador, tal como la línea meridiana no es sino también sólo un segmento del círculo
máximo meridiano, los que hablan conversan y discuten sobre “el monumento” como que fuese “la lí-
nea” misma, sin referirse a otro punto visible y tangible de ella, están divagando en un absurdo, en el
aire, como una veleta que gira en cualquier dirección que le sopla el viento. Porque la filosofía dice y
las matemáticas demuestran que alrededor de un punto se puede trazar un infinito número de líneas y
todas y cualesquier direcciones, y quedar como una estrella que emite radiaciones en todo sentido.
Por estas razones, los académicos franceses para trazar, conocer y reconocer las dos líneas bá-
sicas sobre las que fundaron sus trabajos, siempre fijaron dos puntos para cada una, y no un punto só-
lo: para la línea meridiana tomaron la torre de La Merced y la torre de San Sebastián, como extremos
índices de ella; y, para la base de los triángulos geodésicos de Yaruquí, señalaron un punto fijo en Ca-
raburu y otro en Oyambaro, y así establecieron la línea básica de la triangulación156. A nadie se le hu-
biera podido ocurrir entonces ni nunca abrir una discusión sobre la línea meridiana con referencia a só-
lo el punto de la torre de La Merced, u otra discusión sobre la línea básica de Yaruquí con referencia a
sólo el punto de Caraburu. Estarían locos. Pero ahora se trata de discutir, científicamente, dicen, sobre
la línea equinoccial, con referencia a sólo el punto del Monumento. ¿Estarán locos?
2.- Aclaración.— El círculo ecuatorial o ecuador es cosa natural y único en el globo de la Tie-
rra, y es equidistante de los polos, mientras que el círculo meridiano es cosa artificial creada por el hom-
bre, quien puede crear un número ilimitado de meridianos, tanto cuantos puntos forman la línea cur-
vada del círculo ecuador. El hombre adopta y forma a voluntad una línea meridiana en el sitio que le
conviene, fijando dos puntos que unidos entre sí constituyen una línea vertical al Ecuador y cuyos ex-
tremos apuntan al uno y otro polo de la Tierra.

U N A D E L A S C A S A S M Á S A N T I G U A S D E
Q U I T O

V
olviendo ahora a lo de la casa donde hicieron los Académicos Franceses las segundas
o b s e rvaciones de latitud y en la que por más largo tiempo se ocuparon para sus tra-
bajos, en cosa de diez años que permanecieron en Quito en el siglo XVIII desde 1736
en que llegaron, esa casa entonces mismo fue ya antiquísima en nuestra ciudad, pues en el siglo XVI, el
año de 1580, cuando todavía no se habían construido los grandes templos y conventos de Quito, ya fue
156 En esta planicie será mansión señorial de una de las altas autoridades coloniales. Así fue que, al derrocar tal casa para cons-
donde se construirá el nuevo truir la actual clínica del Seguro Social, se encontró entre los cimientos el capitel de una columna, en cu-
aero p u e rto internacional de yos cuatro lados del remate se leía la siguiente inscripción: “Año de 1580 siendo Procurador General y
Quito.

152
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Mayordomo de esta Ciudad Toribio de Coriguan”. Este año todavía es anterior al de 1585 en que lle-
garon a Quito los jesuitas, quienes sólo uno o dos años después fundaron su primer colegio en la pla-
zuela de Santa Bárbara, en cuya portada también de piedra, a una justa cuadra de la casa de Toribio de
Coriguan, labraron esta expresiva inscripción que hasta hoy permanece en la reconstruida casa que fue
de la Unión Nacional de Periodistas: “MAGNA AMOR IS AMOR”, sólo el grande amor es amor.

DONDE HABITARON LOS ACADÉMICOS FRANCESES Y ESPAÑOLES

Para residencia personal de los académicos franceses: Bouguer, La Condamine, Godín, Senier-
ges y otros menores, y para la de los altos oficiales de la marina española, don Jorge Juan y don Anto-
nio de Ulloa, que acompañaban a los primeros, el entonces Presidente de la Real Audiencia, don José
de Araujo y Ríos, natural de Lima, les arregló adecuadas habitaciones en el edificio del palacio de la
Real Audiencia, hoy Palacio Nacional, que en ese preciso tiempo estaba reconstruyéndose por iniciati-
va del anterior Presidente de la Real Audiencia el ilustre geógrafo don Dionisio de Alcedo y Herrera pa-
dre de nuestro no menos ilustre geógrafo quiteño, don Antonio Alcedo y Bejarano. El Palacio de la Real
Audiencia fue construido e inaugurado el año de 1612; empezado a reconstruir el año de 1730, y ter-
minada la reconstrucción, el año de 1747, tiempo en que se le puso pretil de piedra con covachas tam-
bién de piedra para arrendarlas en buen precio a fin de ayudarse a pagar el costo de la reconstrucción,
pues anteriormente la terraza o primer pretil y las covachas eran sólo de tierra y ladrillo y se humede-
cían demasiado, y nadie quería ocuparlas.

121

157 F e rnando Jurado


Noboa asegura que la mala
restauración de los capite-
les, llevó a equivocar el
apellido que en realidad era
C o rtiguera (Calles de
Quito, Banco Central,
Quito, 1989, p.253)

153
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

122

154
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA CASA DE JOSÉ MEJÍA158

E
n la calle del Mesón159, poco más abajo del estribo sur del Arco de Santo Domingo se
halla todavía en pie una vieja casa de dos pisos con un patio que respira siglo XVII y
con una fachada un poco retocada en los siglos XVIII y XIX, en la que aparece una
mezquina lapidilla de mármol donde se lee: “AQUI NACIÓ JOSÉ MEJÍA, MARZO 19 DE 1776”.
Rodea a la inscripción el adorno de una greca, por la que, a lo menos, se adivinaba el clasicismo del per-
sonaje a quien está dedicada la pobre leyenda.
Esta lápida fue colocada en tiempos del General Eloy Alfaro, el año de 1907, gobernante li-
beral que se propuso sacar del olvido en que le tenían los antiguos ecuatorianos a nuestro insigne, bri-
llante joven quiteño, José Mejía, con cuyo nombre el reformador Alfaro abrió el primer colegio laico
que tuvo el Ecuador liberal. En la ceremonia de la dedicación de esta lápida pronunció un elocuente
discurso el doctor Manuel Cabeza de Vaca, figura re p resentativa de las nuevas generaciones de ese en-
tonces.

Posteriormente, en las postrimerías del período de Alfaro, en 1912, también se colocó por par-
te del gobierno ecuatoriano otra lápida en Cádiz, España, en la casa donde murió de fiebre amarilla don
José Mejía, con motivo de celebrarse en esa ciudad española el primer centenario de las Cortes de Cá-
diz de 1812, en cuyo congreso de la españolidad tuvo actuación destacadísima nuestro eximio compa-
triota Mejía. Esta lápida de la ciudad gaditana era más significativa y expresiva; pues, llevando al cen-
tro un busto de Mejía y a los escudos del Ecuador y de España se leía al pie la siguiente dedicatoria: “El
Gobierno del la República del Ecuador acordó la colocación de esta lápida rindiendo en nombre de la
Patria el homenaje a la memoria de tan esclarecido ciudadano. Año del Centenario de 1912”

La identificación de la casa quiteña donde había nacido José Mejía, fue hecha a principios de
este siglo XX solamente por revelaciones tradicionales de personas antiguas de aquel tiempo, quienes
habían oído decir siempre a sus mayores que esa casa del Mesón fue la casa de nacimiento y de vivien-
da del ilustre quiteño, quien a su vez era casado con doña María Manuela de Santacruz y Espejo her-
mana del gran precursor Eugenio Espejo, personaje con quien mucho se llevaba y que tuvo notable in-
fluencia en las ideas y en la gran cultura científica y política de José Mejía.

C A S A D E C U L T U R A R E V O L U C I O N A R I A

L
a situación de esta casa de Mejía, y a donde como es natural, a menudo frecuentaba
Eugenio Espejo, parece que inspiró muchas sospechas e indicios a las autoridades espa-
ñolas de Quito para sindicarle a Espejo como presunto autor de los “insidiosos” ban-
derines de tafetán con la célebre inscripción de “SALVA CRUCE”, etc.; pues se los encontró, al amane-
cer de un día, ostentosamente flameando en la gran cruz de piedra del Arco de Santo Domingo, y, por
estas sospechas, fue apresado hasta terminar con su vida nuestro eximio filósofo quiteño Eugenio Espe-
jo.
En esta misma casa de Mejía en la calle del Mesón, según un célebre y poco conocido escritor
colombiano casi contemporáneo de Mejía, y según recientes documentos exhumados acerca de nuestro
preclaro joven quiteño, allí era el punto de reunión donde el doctísimo José Mejía, profesor de filoso-
158 Historietas de Quito:
fía, de jurisprudencia, de medicina, de botánica y de latín de la universidad de Quito, “volviéndose un
“Últimas Noticias”. Quito,
2 de enero de 1965. Pág. 7. condiscípulo de sus propios discípulos”, como dice el biógrafo colombiano, mantenía uno como cená-
159 Calle Maldonado. culo de todos los estudiosos y literatos de la juventud quiteña, ansiosos del saber.

155
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

123

Y, en esa misma casa, el ilustre y generoso Mejía tuvo como huésped bajo su personal ampa-
ro y el de su inteligentísima mujer María Manuela, digna hermana de Eugenio de Santacruz y Espejo,
al extraordinario sabio botánico español Anastasio de Guzmán, a este virtuoso ermitaño precursor tam-
bién de nuestra botánica ecuatoriana, de quien Humboldt al conocerlo y tratarlo en esta casa, precisa-
mente, dijo que era superior a Linneo. (Pues debemos saber que el Barón de Humboldt en 1802 fre-
cuentaba mucho por el Arco de Santo Domingo, como lo dejamos entrever en nuestra anterior “histo-
rieta”160, al mencionar ciertas tradiciones inéditas sobre las humanas etcéteras del sabio Humboldt,
quien dejó por aquí algo de su sangre, como ni lo advierte el más reciente rastreador biográfico de von
Humboldt, el actual von Hagen).
Lástima que la biografía de nuestro magnífico José Mejía, el segundo de Espejo, esté todavía
casi inédita, desperdigada en multitud de documentos, y que de este gran quiteño apenas se nos enseñe
en los colegios que era “un émulo del divino Argüelles”, y nada más, sin revelarnos siquiera quién era
este Argüelles. Pues, ha de saberse, por de pronto en estas líneas, que José Mejía no fue desde Quito
como diputado a ocupar una curul en el congreso de la hispanidad llamado Cortes de Cádiz, sino que,
por la ingratitud de su propia tierra, “tuvo que dejar a Quito e irse a tierra extranjera a buscar lo que
negaba la suya propia” como lo dice un autorizado biógrafo. Pero, pobre como era Mejía, se fue a Eu-
ropa bajo el auspicio de su acaudalado amigo el Conde de Puñonrostro, hijo de la Marquesa de Maen-
za, quiteños de ideas liberales.

M E J Í A , S A B I O , S O L D A D O Y D I P U T A D O

E
stando José Mejía en España, ocurrió la guerra napoleónica y cincuenta mil soldados
160 Se re f i e re a la historieta franceses atacaron a Somosierra para tratar de apoderarse de Madrid; nuestro compa-
“Como nació el Arco de triota unido a los españoles, tomó entonces su fusil, como lo cuenta a su mujer ausen-
Santo Domingo”, publicada te en Quito, mediante una carta, ocupó un puesto en una puerta de combate, y no lo desamparó batién-
en este libro en la página
2 3 7. dose día y noche hasta que capituló el pueblo. Allí, dice, donde fueron más vivos los ataques, en me-

156
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

dio de tanto muerto y herido, tuvo la felicidad de no sufrir más que una contusión del pié. Esto le su-
cedió cuando actuaba como médico en un hospital del gobierno español, peleó, pues, contra las tropas
de Napoleón. Después de tales circunstancias, fue nombrado Diputado suplente por el nuevo Reino de
Granada para concurrir a las Cortes de Cádiz, en las que brillaron las luces, los talentos y las dotes ora-
torias del gran quiteño. Especialmente tomó parte en la discusión de los asuntos relativos a la libertad
de imprenta y a los derechos de sufragio, en lo que a juicio de todos en Europa, fue el más brillante de
los diputados americanos. No obstante la ingratitud de Quito, para con él hasta el punto de negársele
la graduación en los doctorados por ser un hijo ilegítimo, Mejía en uno de sus discursos dijo: “Sin pen -
sarlo me hallo, señores, en mi patria especial. Pero ¿cómo he de olvidarme del lugar de mi nacimiento,
si el Espíritu Santo me dice: Benefac loco illi in quo natus es? Cuán lamentable es el estado de mi patria
de América”
José Mejía murió en Cádiz en octubre de 1813, y los demás Diputados que concurrieron a las
Cortes, también asistieron con grandes muestras de pesar al entierro del quiteño, y pusieron en la lápi-
da de su sepulcro la inscripción siguiente:
“Poseyó todos los talentos, cultivó todas las ciencias; amó y defendió los derechos del pueblo
español, con la firmeza de la virtud, con las armas del ingenio y con la dignidad de un hombre libre”

H I J O N A T U R A L C O N T A L E N T O
S O B R E N A T U R A L

N
uestro compatriota Mejía, dotado naturalmente de todos los talentos, estuvo siem-
pre rodeado de un ambiente de altísima cultura, y de los mejores libros por doquier.
La biblioteca de los padres dominicos estaba a su alcance; toda la librería de Espejo,
que su admirable mujer, doña María Manuela, fue la depositaria y heredera de su hermano; todo el
enorme acervo de herbarios botánicos de Anastasio de Guzmán, y por añadidura la estupenda bibliote-
ca de su padre natural, el eminente letrado doctor José Mejía del Valle y Moreto, ex-Gobernador de
Guayaquil y asesor jurídico de la Real Audiencia, también estuvo a su alcance. El cultísimo padre de
nuestro José Mejía, falleció en el pueblo de Pomasqui el año de 1797. Por su madre, José Mejía, era hi-
jo natural de doña Manuela Lequerica y Barrotieta, hija de un señor Lequerica que, a su vez fue “un
monstruo de talentos”, pues tuvo títulos académicos en edad casi infantil. Tuvo, por tanto don José
Mejía por padre y por madre las mejores cepas para poseer tan grandes talentos.
En tiempos todavía coloniales, tal vez antes de la batalla de Pichincha, un Corregidor de Qui-
to, el notable ambateño don José Darquea, admirando el brillo y comportamiento de Mejía en Cádiz,
le dedicó a su memoria un busto sobre una columna, y la colocó en la Alameda de Quito. Este busto,
de alguna otra manera después, es el que ahora se encuentra en la placeta de la Mamá Cuchara de la
Loma Grande, cambiando el busto original en piedra por otro en bronce pero de muy mala hechura, a
cuyo pie se lee una inscripción cuasi moderna que dice: “A José Mejía, defensor de la libertad de im -
prenta en las Cortes de España de 1812”.

157
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

124

158
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL LLAMADO “CUARTEL REAL DE LIMA”161

P
or hablar y escribir en despreocupada forma gramatical, así en el vulgo iletrado como
en el letrado, se impregnó en la historia de nuestra ciudad de Quito, el impropio nom-
bre de “Cuartel Real de Lima”, al tramo del edificio escolar jesuítico donde el año de
1810 alojaron ocasionalmente las autoridades españolas a sus tropas reales del “Regimiento Real de
Pardos” (zambos) que trajeron de Lima para sofocar la revolución de los patriotas de Quito. También
trajeron al propio tiempo de Santa Fe, (hoy Colombia) y con el mismo propósito, otros tantos soldados
que fueron igualmente alojados en el mismo edificio, pero dividiéndolo por una débil pared en su co-
rredor alto. A los limeños les tocó el tramo del edificio que mira a la actual calle Espejo, y a los santa-
fereños en el que mira a la calle Angosta, hoy Benalcázar.

Como el asalto de los quiteños el 2 de agosto de 1810, se efectuó solo en la parte del edificio
ocupado por los limeños y donde éstos tenían en prisión a la flor y cabeza de los patriotas, habiéndose
atrasado de asaltar simultáneamente también por la calle Angosta a los santafereños, es en el encuarte-
lamiento de los limeños, pero en el tramo angular que mira a esta calle, donde tuvo lugar la masacre de
los patriotas, ejecutada por unos y otros soldados, ya reunidos por la brecha que abrieron de un caño-
nazo los santafereños. Por tanto, sólo la parte del edificio que alojaba al “Regimiento Real de Pardos”,
de Lima, es la que llegó a celebrizarse como el lugar mismo de la hecatombe, bajo el nombre abreviado
y convencional de “Cuartel del Real de Lima”, y con este nombre, así exacto, lo conocieron desde en-
tonces los mismos españoles de esos tiempos.
Después, ya en tiempos de la República, el descuidado uso de este nombre, le abrevió más qui-
tándole la contracción del y dejándole hasta nuestros días con el mutilado nombre de “Cuartel Real de
Lima”, nombre que pensándolo bien, viene a dar una idea muy diferente de la original. Parece como
que en Quito hubiese existido un Cuartel, con mayúscula, Real de Lima, a título de metrópolis nuestra.
Pero, a la verdad, toda casi la República hasta hace no más de unos treinta o cuarenta años, fuera de
los relatos históricos, nadie le conoció en el uso común con otro nombre a este edificio, que como “el
Cuartel de Artillería” y “el Parque”, por ser el único verd a d e ro cuartel militar que los republicanos he-
re d a ron de los españoles en el cual podían guardar cañones, armas y municiones, y, porque, a la vez ser-
vía a pedir de boca para conservar allí un batallón de soldados que custodiara inmediatamente al Pre-
sidente de la República en el Palacio Nacional. Allí se tuvo por casi cien años republicanos, del modo
más imprudente y amenazante todo el arsenal nacional en los inmensos sótanos antiguamente jesuíti-
cos, constituyendo un perpetuo peligro para la ciudad. Los españoles fueron en esto más cautos que
los republicanos, porque sus depósitos de municiones y demás explosivos los tenían en el edificio de La
Pólvora que construyeron al pie oeste del Penecillo, frente a San Diego, también en unos socavones de
la antigua quebrada de La Plaza de Armas, hoy plazuela Marín, y en otro polvorín de El Ejido.
Volviendo al asunto del “Cuartel del Regimiento Real de Lima”, que como queda dicho, fue
en 1810 solo un alojamiento ocasional de soldados en un colegio seminario vacío de los jesuitas expa-
triados en 1767, de igual manera que después, toda la vida los republicanos han alojado por costumbre
sus batallones de soldados en los conventos de Quito, cuando el General español Toribio Montes vino
a Quito a emprender en la “pacificación de los quiteños”, y ya vencidos éstos en las batallas de Paneci-
llo y de Ibarra en 1812, este General dispuso en 1815 la construcción de una serie de obras llamadas de
“fortificación”, tales como el fortín de la cima del Panecillo con su “cubo” u olla. La Pólvora antedi-
cha, el polvorín del Ejido, ya además, la remodelación del cuartel del Regimiento Real de Lima y del Pa-
lacio de la Presidencia que ya dejó de ser de la Audiencia, como diremos más adelante. El que se encar-
161 Historietas de Quito: gó de la ejecución de todas estas obras fue un muy hábil Subteniente de Ingenieros y Arquitectos del
“Últimas Noticias”, Quito,
4 de julio de 1964. Pág. 18.
mismo Regimiento Real de Lima, don José de Cebrián.

159
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Este señor de Cebrián, por documentos manuscritos auténticos que obran en poder del que
esto escribe, le adecuó en forma de cuartel definitivo a una parte del edificio del seminario de los jesui-
tas (que mira a la actual calle Espejo): le compuso la portada, le puso ventanales de fuertes rejas de fie-
rro, le proveyó de una escalinata interior, le formó una “bomba”, cúpula, sobre ella y le dio acceso a los
sótanos, etc. Esta parte del edificio remodelado como cuartel, comprendía desde donde está la esquini-
lla del proyectado “Torreón de Guardia”162 hasta la vuelta de la esquina de la calle Angosta o Benalcá-
zar. La otra esquina del edificio, que mira a la cruz de piedra de la Catedral, en los altos quedó la gran
biblioteca jesuítica (después Biblioteca Nacional), y en los bajos, se dejó para habitaciones de la oficia-
lidad del Regimiento Real.
Así ya remodelado como para cuartel español este edificio escolar jesuítico, permaneció has-
ta la batalla de Pichincha, hasta la fundación de nuestra República y en lo sucesivo con el nombre de
“Cuartel de los Cachudos” de Veintimilla, “Cuartel de Artillería”, y finalmente, cuando a fines del si-
glo XIX se fundó el “Regimiento de Artillería Bolívar”. Para entonces, en el frontispicio de la entrada
se hizo pintar un gran retrato de cuerpo entero de Simón Bolívar.
Nadie, hasta tanto, se acordaba del ya fenecido nombre de “Cuartel del Real de Lima”; pero,
162 El autor se re f i e re al
no hace muchos años que, con motivo de la desocupación de ese cuartel, por haber al fin construido los
proyecto, ventajosamente republicanos actuales unos cuarteles militares fuera de la ciudad, y en razón de haber ocupado este edi-
no ejecutado, de levantar ficio el Archivo Municipal163 se le exhumó a aquel nombre de “Cuartel del Real de Lima”, y, con este
un desabrido templete si-
mulando una fortificación
apodo, se ha convertido en disonante asuntillo de actualidad aún capaz de querer materializarlo con el
medieval almenada (!), de- apéndice de un torreón artificial más disonante todavía.
dicado a los patriotas asesi-
Como ya ha habido en la prensa quien condene este falso y chocante nombrecillo de “Cuar-
nados el 2 de agosto de
1810, en el encuentro no tel Real de Lima”, sin duda tratando de eludirlo, un ex-congresista ha creado en sustitución otro nom-
resuelto del edificio de la bre imaginario, llamándolo “Cuartel de la Real Audiencia”.
antigua Universidad Cen-
tral con el edificio colonial Decir “Cuartel de la Real Audiencia” es todavía peor que decir “Cuartel Real de Lima”, por-
de los jesuitas, que no al- que este es, al fin, solo un error de gramática, mientras que el otro es un error de concepto y de infor-
canzó a derrocarse en la ca-
lle Espejo.
mación histórica. En tiempos de la Real Audiencia no se construyó cuartel alguno, sino el gigantesco
163 En la administración edificio jesuítico religioso y escolar que cubría dos enteras manzanas, desde el grandioso templo de la
del Alcalde Carlos Andrade Compañía, al Colegio Real de Misiones del Marañón, a la Universidad de San Gregorio, al Seminario
Marín, el 3 de noviembre
de 1959, se inauguró en es-
de San Luis. El “Cuartel del Regimiento Real de Pardos”, de Lima, se remodeló el año de 1815-1816,
te edificio histórico el Mu- ya no por la Real Audiencia de Quito, que dejó de existir como tal en virtud de la constitución españo-
seo Municipal Alberto Me-
la de la Cortes de Cádiz de 1812 y del estado de guerra quiteña y bolivariana que había estallado en Su-
na Caamaño, que contenía
también al Archivo Históri- damérica: razones por la cuales, el Presidente de la Real Audiencia de Quito vino de prisa a sustituirlo
co. El 31 de julio de 1970 el gran General español Toribio Montes con el nuevo título de “Presidente Comandante General del Rei-
se inauguró en los subsue-
los la escena con figuras de no de Quito”, título importantísimo y de formidable significación para nuestra historia nacional, por-
cera de la matanza de los que consagra el origen de nuestra nación que, desde el descubrimiento de nuestras costas en 1526 has-
patriotas. En 1987, a raíz
de un fuerte sismo, el Mu-
ta el última día de la españolidad en 1822, fue conocida y reconocida como el Reino de Quito.
seo cerró sus puertas por al- El cuartel del Regimiento Real de Lima, es pues, entera y jurídicamente ulterior a la Real Au-
gunos daños en la edifica- diencia de Quito. Para no errar tanto en este asunto, y para limpiar el nombre falso o incómodo de
ción, reabriéndose nueva-
mente en 1992, mudándose “Cuartel Real de Lima”, mejor debió apelarse al nombre bolivariano y más cercano para nosotros:
el Archivo Histórico a la “Cuartel de la Bolívar”. A lo menos, este sería sólo un pecado venial en historia.
antigua biblioteca de Jijón
y Caamaño en La Circ a s i a-
na. En 1997 se iniciaro n
las obras de rehabilitación
integral de este edificio y el
de la antigua Universidad
Central, para integrarlos
como “Centro Cultural
M e t ropolitano”, obra con-
cluida en el año 2000. En
n o v i e m b re del año 2002 se
abrió al público una nueva
propuesta museográfica:
“De Quito al Ecuador”,
que narra desde la llegada
de los geodésicos franceses
a Quito el desarrollo de
una conciencia local que
llevará a la independencia
política de España y a la
posterior creación de la re-
pública.

160
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL PA N E C I L L O

161
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL PANECILLO CÓSMICO164

T
anta prehistoria y tanta historia tiene nuestro bellísimo cerro Panecillo en la vida de
Quito, que sería temerario pretender condensar su entera biografía en un solo escrito
de estos breves rasgos de historia de la ciudad, que venimos ofreciendo sabatinamente
a nuestros lectores de vieja y nueva quiteñidad, y también a quienes venidos de afuera nos acompañan.

Por ello, comenzaremos ahora al tratarse del Panecillo, primero nada más que sobre su aspec-
to de mayor significación tanto en el tiempo como en el espacio, o sea en la utilización que ha hecho el
hombre primitivo y el hombre avanzado sirviéndose del Panecillo para ponerse en relación y a tono con
el Universo, con el Cosmos. Y, así, hemos titulado a esta historieta como la de “El Panecillo Cósmico”
El abortillo geológico de nuestros volcánicos Andes quitenses, tenido empero, como obra ar-
tificial por ciertos ingenuos historiadores, y levantando airosamente por las fuerzas plutónicas al lado
sur del cómodo solar, casi intencional, donde había de medrar a su sabor un capital pueblo de aboríge-
nes, recibió un día el nombre indígena de “Yavirac”, que, según nuestras personales investigaciones, es
deformación castellana de “Ñahui-rá”, y significaría “el hijuelo asentado”, nombre sabio como sus bau-
tizadores que por él se denuncian claramente ser de origen quichua y aymará.
Nuestro magnífico y primer cronista-historiador de Quito, el Padre Juan de Velasco, es quien

125

164 Historietas de Quito:


“Últimas Noticias”, Quito,
22 de agosto de 1964. Pág.
15.

162
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

nos da la inicial noticia de que los Scyris (nunca ha dicho Shiris el Padre Velasco, según le falsifican sus
mal copiadores) tuvieron en la cima del Panecillo un templo dedicado al sol, acerca de cuyo edificio y
disposición, es mejor que aquí hable el gran cronista con sus propias palabras, que dicen:
“Haré mención de los [templos] que fueron más célebres en algunas provincias [indias]. La
que propiamente se llama de Quito tenía dos templos fabricados por sus primeros Scryris. El uno de -
dicado al sol, y el otro a la Luna y estrellas, situados en dos correspondientes eminencias, con distan -
cia de tres millas. El del sol, que ocupaba el pequeño plan de la cumbre del Panecillo, era de figura cua -
drada, todo de piedra labrada con bastante perfección, con cubierta piramidal, y con una gran puerta
al oriente, por donde herían los primeros rayos del Sol a su imagen representada en oro... Fue muy cé -
lebre este templo por sus observatorios astronómicos a que eran muy aficionados sus reyes. Se redu -
cían éstos a dos bien fabricadas columnas, a los dos lados de la gran puerta, las cuales eran perfectos
gnómones para observar los dos solsticios, en los cuales se hacían las dos fiestas principales del año. En
contorno de la plaza del templo, estaban otras doce pequeñas columnas, o postes de piedra, que indi -
caban los meses del año y cada uno señalaba con la sombra el principio del mes que le correspondía.
El templo fue magníficamente reedificado por Huayna Cápac, y las columnas permanecieron intactas
hasta la entrada de los españoles, quienes la deshicieron por buscar tesoros, con el pretexto de aprove -
char las piedras labradas en otros edificios de la ciudad”
Estas noticias que da el Padre Velasco, revelan que la cima del Panecillo fue utilizada tanto por
los jerarcas Scyris del Reino de los Quitus, como por sus sucesores los incas, a manera del principal ob-
servatorio astronómico para determinar el calendario del año, mediante los ingeniosos gnómones ecua-
toriales de observación de los equinoccios y de los solsticios.
Pero los historiadores modernos ecuatorianos, sin poder entender como funcionaban estos
medios gnomónicos de observación que también eran comunes y favoritos de los egipcios, de los cal-
deos, de los mayas y aztecas, etc., simplemente los niegan diciendo que son fábulas del Padre Velasco.
No obstante, entendiéndolos con mentalidad científica estos gnomones tan sencillos son maravillosos.
Lo mismo han conceptuado nuestros historiadores, saturados de una mentalidad puramente
occidental europea, que los ritos y ceremonias de alegorías astronómicas de los indios, eran meramen-
te “fiestas” (palabra postiza europea) de puro regocijo popular, cuando en realidad eran celebraciones
que por ese medio altamente didáctico ponían al alcance de todo el pueblo los sucesivos eventos cósmi-
cos, astronómicos, diríamos, que en esta edad moderna son un enigma para el pueblo y sólo un privile-
gio secreto de las academias y observatorios astronómicos a puerta cerrada.
Tan sabia utilización de la cima del Panecillo para observatorio astronómico popular, ocurrió
allá en los tiempos prehistóricos.

* * * *
Pasaron los siglos y siglos, y llegaron los tiempos de nuestra República en el año de 1891, co-
mo dijimos en nuestra historia anterior165, en que el Presidente Antonio Flores volvió a utilizar para fi-
nes cósmicos, cronológicos del día, el cerrito Panecillo instalando en él la memorable “Casa del Cañón”,
que anunciaba estruendosamente con un cañonazo la hora meridiana, o sea el instante preciso en que
el Sol estaba pasando en su más alta elevación a través del meridiano de Quito.
Finalmente, por el año de 1898, en que vinieron los de la segunda Misión Geodésica de Fran-
cia a comprobar los trabajos de la Primera Misión llamada de los Académicos Franceses del siglo XVIII,
trabajos contraídos a medir un arco de círculo meridiano en las vecindades del ecuador o línea ecuato-
rial, a fin de conocer cuál era la verdadera forma de nuestro planeta Tierra, también utilizaron los se-
gundos geodésicos la cima del Panecillo, montando allí un observatorio astronómico estable para sus
observaciones de círculo meridiano. En efecto, en la cumbre del Panecillo construyeron esos geodésicos
una sólida casa de cal, ladrillo, adobe y cubierta de teja con dos largas ranuras meridianas en las pare-
des extremas norte y sur para la cómoda visión de sus telescopios en cualquier tiempo. Junto a la casa-
laboratorio de observación y trabajo, instalaron grandes carpas en las que, haciendo vida de un vivac
militar, habitaron largos años, hasta 1906 en que se retiraron. Allí, nosotros, como muchachos, pudi-
mos conocer casi a diario al Capitán Perrier, de largos bigotes y malhumorado; al talludo y tranquilo
señor Lallemand; al alegre y gordo señor Burguois, como buen burgués; y al siempre amistoso y afable
165 El autor se refiere a su
doctor Paul Rivet, todos trajeados de pantalón rojo, guerrera azul y kepí francés, así como sus soldados
historieta “La casa del ca-
ñón de mediodía”, publica- franceses acompañantes, a quienes, estos últimos, a nuestra salida de la escuela veíamos siempre com-
da en esta obra en la página prar cargas de gallinas y otros víveres para su campamento de vivac en la cima del Panecillo.
3 0 5.

163
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

De esta manera es como nuestro querido cerro Panecillo, insignia del Quito de los buenos
tiempos antiguos, ha servido primero en las épocas de los primitivos para determinar el calendario y
conjuntamente con esto, realizar los ritos y ceremonias (fiestas) populares de culto al sol; después sirvió
también, —¡quién lo creyera!— para que el hombre blanco de los nuevos siglos, fijase la hora meridia-
na mediante el sonoro cañonazo de antaño; y, por fin, llegó igualmente a servir para ejecutar los traba-
jos del mundo científico europeo que midiendo un arco del meridiano, dieron por resultado el conoci-
miento de la verdadera forma del planeta en que vivimos.
Años, meses, días y hasta horas nos ha dado y proclamado con lealtad paternal por siglos esa
venerable esfinge cósmica que custodia a Quito, y que llamamos Panecillo, ahora ¿qué nos dará con esa
tristeza mugre y maleante en que se le ha envuelto la llamada civilización moderna?

126

164
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL MISTERIOSO TÚNEL DEL PANECILLO166

P
ara dar pábulo a ciertas leyendas fantásticas de las apariciones de una india incásica en
la cumbre del Panecillo, que dizque repartía mazorcas de maíz con granos de oro a los
afortunados que en determinado momento la sorprendían, parece que ha contribuido
mucho la existencia real y verdadera de un antiquísimo túnel, tal vez prehistórico, cuya entrada, o sali-
da, al lado sur de nuestro Panecillo todavía era visible y practicable hasta comienzos de este siglo, pero
que ahora ya casi nadie sabe de ella.

Nuestros mayores del siglo pasado, siempre hablaban de este túnel o socavón y nos referían
sus esfuerzos por explorarlo y de los tropiezos materiales y desalientos morales que les impedía tocar a
su fin, porque nunca pudieron llegar a éste, sin embargo de que el túnel proseguía profundamente en
sentido horizontal hasta más allá de donde alcanzaban las fuerzas de los atrevidos exploradores. De-
cían que en parte encontraban estorbos de derrumbes y que yendo más al fondo sentían ya una falta de
aire que les debilitaba, y, que por último eran sobrecogidos del miedo.
Lo curioso y lo enigmático era que la abertura del túnel estaba a pocos pasos de una gran can-
tera de piedras que había sido objeto de explotación por siglos: de modo que quien practicó ese miste-
rioso horado que sin duda es artificial, debió conocer la manera de taladrar las rocas. Pues, este mismo
166 Historietas de Quito:
hecho de que la médula del Panecillo es de piedra viva, formación que los geólogos llaman “batolito”,
“Últimas Noticias”, Quito,
12 de diciembre de 1964. una especie de aborto del volcanismo, prueba concluyentemente que el Panecillo no es un cerro de for-
Pág. 22. mación artificial, como lo han creído muy infantilmente ciertos graves historiadores modernos. Esta

127

165
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

abertura se hallaba casi en la base del lado sur del Panecillo, y era fácilmente visible pocos pasos hacia
arriba para los que transitaban por el camino a La Magdalena, en un recodo o quebradilla por donde
ahora aparece el partidero de este camino con el puente “Olmedo Alfaro” que comunica con Chimba-
calle.

E L T Ú N E L E R A Y A C O S A
“ A N T I G U A ” H A C E D O S S I G L O S

T
128
an curioso túnel, no solamente fue conocido y objeto de mucha in-
triga para las gentes del siglo XIX, sino que también en el siglo
XVIII se tenía noticias de él y se lo creía obra de los incas, pues se
lo refería como cosa “antigua” y se la hacía constar entre las curiosidades del Quito
prehistórico.
Por ejemplo, en el célebre y valiosísimo “Diccionario Geográfico-Histórico
de las Indias Occidentales o América”, obra cumbre sobre la total geografía de la
América, de nuestro olvidado compatriota quiteño don Antonio de Alcedo, aparece
un título del diccionario dedicado a nuestro Panecillo, en el que, después del Paneci-
llo de Callo, en Latacunga, dice lo siguiente:
“PANECILLO, tiene el mismo nombre otro montecillo de la misma figura (cónica) y de 100
toesas de París de altura, cerca de la ciudad de Quito, a cuyas faldas hay algunas casas de su arrabal;
desde la cumbre se ven las llanura de Turubamba al Mediodía, y de Iñaquito o Añaquito al norte: las
faldas de este monte están cultivadas y sembradas de trigo, y tiene una cantera de piedra de que sacan
pedazos muy grandes para las obras de la Ciudad: antiguamente tenía un camino o conducto subterrá -
neo que lo atravesaba de parte a parte mandado a abrir por el Príncipe [por el Inca quiere decir Alce-
do, porque al referirse al edificio del Callo, le llama “antiguo Palacio de los Príncipes de este Reyno”],
de que se ven todavía algunos vestigios por la parte de Chimba-calle; salen de este montecillo algunos
manantiales de excelente agua hacia la Recolección de Santo Domingo, que es la mejor que bebe Qui -
to”
La relación de Alcedo, impresa en Madrid el año de 1786 es muy interesante porque nos ha-
ce saber que el dicho túnel, por lo que de él conocían en el siglo XVIII, le atravesaba al Panecillo “de
parte a parte”.
Las noticias de Alcedo deben haberse ya referido a una época muy anterior al año de 1786,
porque Alcedo nació en Quito, según la partida de bautizo que se conserva en el archivo de la Capilla
Mayor, el 14 de marzo de 1736, o sea en el mismo año en que llegaron a Quito los Académicos Fran-
ceses. Era hijo del muy distinguido geógrafo don Dionisio de Alsedo y Herrera (así firmaba con “s”),
Presidente entonces de la Real Audiencia de Quito, y de quien, su padre, obtuvo Antonio Alcedo, el hi-
jo, el mayor acopio de informaciones geográficas para su gran Diccionario, como así lo confiesa este úl-
timo en su Prólogo.
Antonio Alcedo pasó casi toda su niñez en Quito, sin duda acompañando personalmente a su
ilustre padre que fue sumamente curioso en rastrear Quito y todos sus alrededores. Es probable, por
tanto, que ambos visitaron este misterioso túnel de Panecillo, a lo menos en una cierta extensión, para
que consigne la noticia de la existencia del túnel de un modo tan particular entre los cortos títulos de su
extensísimo Diccionario que se compone de cinco gruesos tomos.
Ya de muchachito, Antonio de Alcedo fue llevado a España por su padre al concluirse el pe-
ríodo presidencial de éste. Allá en España, el chiquillo quiteño se formó con el esmero de su alto abo-
lengo y alcanzó posiciones destacadísimas en el ejército real, en la política y en las letras, llegando a ser
hasta Mariscal, y en esta condición defensor de La Coruña donde tuvo una actuación que le honran to-
dos los historiadores de España. Antonio de Alcedo vivió largo con una aureola de hombre ilustre de
fecunda labor; murió de 86 años en 1812. De Alcedo dice nuestro gran historiador Pedro Fermín Ce-
vallos, “es el más ilustre de cuanto escritores ha producido el Ecuador, ya que es él quien ha alcanzado
mayor reputación europea”
Hay, pues, en este conducto subterráneo de nuestro Panecillo, un buen motivo de especulacio-
nes para los curiosos de las antigüedades y aún para los estudiosos de la arqueología.

166
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL PANECILLO HEROICO DE 1812167

¿ Quién habla, quién escribe, quién rememora ya en estos tiempos acerca de la bizarrísima
guerra de los solitarios quiteños contra el poderío español que siguió a los acontecimien-
tos del 10 de agosto de 1809 y del 2 de agosto de 1810, y que marcó su fracaso desde la
malograda batalla de Panecillo del 7 de febrero de 1812?

La batalla de Pichincha del 24 de mayo de 1822, librada casi totalmente por extranjeros a
Quito, pero ganada definitivamente a favor de nuestra causa de la libertad promovida en Quito, eclip-
só con el brillo de su triunfo la memoria de los hechos antecedentes abonados por la más heroica, ba-
talladora y quijotesca quiteñidad. Solo el Panecillo con su silueta de mudo promontorio de tierra qui-
166 Historietas de Quito: tense, sin más lápida que un murmullo de guambras antiguos quiteños, y ya lavado por el tiempo lo ro-
“Últimas Noticias”, Quito, jo de la sangre que allí corrió y desvaído el rojo de la bandera quiteña que allí flameó, es todo lo que
29 de agosto de 1964. Pág. queda de la épica, pero infantil, muy infantil jornada del 7 de noviembre de 1812.
17.

129

167
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Estos eran los tiempos napoleónicos de Europa: eran los días en que el quiteño José Mejía,
pintado por nuestros miopes escritores nada más que como un orador elocuente en Cádiz, también se
batía como soldado intrepidísimo en una de las puertas de Madrid contra los soldados de Napoleón;
eran los días en que Quito, microbio de los Andes, igualmente, se batía sola, muy sola, como una tigre-
sa en su guarida, contra todo el poderío del Imperio Español, en cuya extensión planetaria “nunca se
ponía el Sol”, o mejor dicho donde siempre, en alguna parte del imperio se estaba diciendo una misa.
Los quiteños, en tales días, con todas sus demás provincias contra Quito, excepto Latacunga,
ya le tenían expulsada a la Real Audiencia, fundada en 1563, a Cuenca, donde los españoles habían ins-
talado su capital; y no solo expulsada, sino en verdad y definitivamente, abolida para la quiteñidad.
Pues, en tales trances España tuvo que enviar desde la Península a un brillante maduro y habilísimo Ge-
neral de los vencedores de Napoleón en Bailén y Zaragoza, el General don Toribio Montes que vino a
la llamada “pacificación de Quito”, con el título de “Comandante General del Reino de Quito” —¡oh!
qué triunfo, por fin, del Reino de Quito— ya no como un Gobierno de Audiencia de régimen militar,
no sobre colonos, sino frente a combatientes.
Llegado a Guayaquil el General Montes, organizó allí una fuerte expedición contra Quito, re-
forzada aún más con el tambaleante Gobierno de la Audiencia que estaba en Cuenca. Al mando de su
Presidente, Melchor de Aymerich, quien más tarde había de pagarlas en Pichincha en 1822, rindiendo
sus armas justamente en la fortaleza artillada española de la cima del Panecillo: estos ejércitos españo-
les combinados, y al mando del muy hábil General Montes, abrieron pues, campaña desde el sur sobre
Quito para pacificarlo.

L O S Q U I T E Ñ O S H A C E N P R O D I G I O S D E
A R M A M E N T I S M O

M
ientras tanto, los quiteños para esta guerra ya campal, habían hecho prodigios nun-
ca vistos en parte alguna del mundo en materia de improvisarse armamentos en
medio de su aislamiento completo en una ciudad remontada y monacal. Instala-
ron en la hacienda de Chillo del Marqués de Selva Alegre una fundición de cañones chicos, pedreros,
(para usar balas de piedra), y a falta de bronce industrial, robaron las campanas de algunas iglesias y
del reloj público que estaba en la torrecilla de La Concepción, y así lograron tener una dotación de más
de 24 cañones. Se ingeniaron también en fabricar, fundidas en bronce mismo unas curiosas granadas
arrojadizas de mano con cuerda, que tenía alrededor unas largas y afiladas puntas. En la manufactura
de cartuchos para fusil, por doquiera en las casas de instalaron talleres domésticos para prepararlos por
millares. Los cronistas esquivos de la época cuentan que esta operación era quizás la más sorprenden-
te y hasta enternecedora por su ejemplar patriotismo. Ancianos, mujeres y niños, todos a una, se ocu-
paban de día y de noche en construir esa clase de municiones. Como los fusiles de la época eran sólo
de chispa, mediante la fricción mecánica de un pedazo de piedra pedernal contra un reborde de hierro
del fusil, los cartuchos se reducían a un cilindro de papel engrudado con carga de pólvora y con una ba-
la redonda de plomo. Se dice que no quedó papel accesible en Quito que no fuese convertido en cartu-
cho de fusil: cartas, documentos, cuadernos y libros, aún los misales de las iglesias, rindieron tributo pa-
ra este raro destino. Como antiguamente se usaban tinteros solo de plomo en los escritorios, no que-
dó, dicen, ninguno sin convertirse en balas. Pero no siendo suficiente este metal de los tinteros, los mu-
chachos quiteños, con el más vivo entusiasmo por la guerra de los mayores, se dedicaron a fabricar ba-
las de barro endurecido por quintales.

L O S P A T R I O T A S Q U I T E Ñ O S I N V E N T A N E L
P R O Y E C T I L C O H E T E , N O V E D A D . . .
A S O M B R O S A D E E S T O S D Í A S D E L S I G L O X X

L
os quiteños de esos días, no bastándose con fabricar artillería en casa para darle fuego
a España, pues, entre cañones regulares, pedre ros y morteros, construyeron cosa de cua-
renta piezas, todavía tuvieron la ocurrencia de inventar un cohete volador modelado en
los fuegos pirotécnicos, provisto con garfios de hierro envenenado que disparase cada hombre como que
fuese una pieza de artillería, pero simplemente con su mano o con un mero artificio portátil. Así con-
virtieron a cada hombre en un cañón, cosa que en esos días nos deslumbra con el nombre de “bazoo-
kas”.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

130
De esta manera armados los quiteños, enfrentaron de aquí por allí en el centro del
país a los realistas, y siempre venciéndoles, pero siempre retirándose por su lastimosa biso-
ñería en la guerra, les dejaron avanzar a los españoles hasta Chillogallo a las puertas de Qui-
to. Sólo aquí en Quito, los patriotas quiteños fortifican y defienden poderosamente las en-
tradas a la ciudad por Chimbacalle y San Sebastián y por el lado de San Diego; y, sobre la
cumbre de Panecillo, fortaleza natural, emplazan una dotación de artillería comandada por
un abogado, un doctor Ortiz, que confiado en lo estratégico y aparentemente inexpugna-
ble de la posición entrega el manejo de sus cañones mayormente a mujeres y muchachos
para que con fuegos de altura les mantengan a distancia a las tropas españolas del experi-
mentado General Montes. Sin intención, parecía que con mujeres artilleras quiteñas iba a
repetirse la defensa en España de Bailén y Zaragoza con mujeres artilleras españolas. El
mayor número de cañones quiteños estaba en manos de los varoniles defensores de Quito,
al pie y contornos del Panecillo.
En su ataque por estas bases del Panecillo, los ejércitos de Montes fueron tan formidablemen-
te rechazados por los peones quiteños que no cabalgaban el Panecillo, que no les dejaron a los atacan-
tes más recurso que intentar tomarse la cima del cerro y bajarse por allí a la ciudad, en caso de lograr-
lo. De este formidable rechazo, especialmente en La Recoleta y San Sebastián, con el arma diabólica de
los quiteños, los mismos españoles exclamaban ante su Jefe, diciendo: “Cohetes con garfios envenenados
nos tiran estos monstruos”, y se asombraban sin duda con admiración, de tan peregrino armamento.
Pero la dotación artillera mujeril y guambra de la cima del Panecillo, puesta ahí más para ha-
cer bulto y salvas que para matar, con sus disparos todos iban al aire, a parar en la Magdalena, sin ofen-
der a los que rastreramente trepaban el cerro por la parte más empinada. Y, así toda la masa de ata-
cantes españoles, fácilmente columbró la cima y desbandó a los pocos hombres que con multitud de mu-
jeres y muchachos la defendían, y los cañones quiteños fueron capturados. Sin embargo, el General
Montes con sus ejércitos bastante desbaratados, se quedaron montados en el cuerpo del cerro Panecillo
sin atreverse a bajar y tomarse la ciudad. Quiteños y españoles se veían las caras, vacilantes, del pobla-
do al Panecillo, y del Panecillo al poblado, sin saber qué partido tomar: ambos eran vencedores y am-
bos vencidos. Montes recelaba de descender a una ciudad enfurecida que tenía todas sus calles y cada
casa con barricadas, y además, que desde el pretil de La Merced les tiraban cañón incesantemente has-
ta obligar a esconder a sus soldados españoles detrás del cerro, al abrigo de los cañonazos. Pero, los
quiteños, sin buenas cabezas dirigentes, no obstante que allí estaba el gran Carlos Montúfar, de jefe,
hombre también venido de la guerra napoleónica, por falta de buena organización, en lugar de presio-
nar en el ánimo del enemigo sitiándole estrechamente en el Panecillo hasta rendirle fácilmente por el re-
curso de la sed en la altura, en solo 24 horas, se desmoralizaron primero los quiteños y empezaron a
huir en desbande fugitivos los civiles, y en retirada los militares hacia Ibarra, en un viaje penosísimo.
El General español Montes que pronto advirtió este desbande de sus adversarios, y cuando él
mismo ya se moría de sed durante una noche entera en el Panecillo, cayó con sus hombres como una
avalancha sobre la ciudad... a beber el agua salvadora de Quito en sus chorros de los conventos y en las
pilas de San Francisco y de la Plaza Grande.
Montes se rió, cuando ya pudo reírse, de la “chambonada” de los quiteños, de no haberle po-
dido vencer al vencedor de Napoleón con una simple estratagema de carácter fisiológico; y, lo primero
que hizo al ocupar el Palacio de la Ex-Real Audiencia de Quito, ahora en calidad de Comandante Ge-
neral Militar del Reino de Quito, fue decretar honores para sus tropas, concediéndoles que llevasen to-
dos los participantes en este triunfo, una escarapela o parche de seda blanca sobre la manga del brazo
izquierdo, estampado un escudo que debía decir “Vencedor de Quito en Panecillo 1812”, con dos ca-
ñones cruzados en el centro.
Esta es, en breves palabras, la historia del Panecillo heroico de 1812, que lastimosamente no
fue tan lúcida como debió serla, sino que forma parte de ese tiempo llamado por nuestros mayores co-
mo el de la Patria Boba, boba porque no supieron los patriotas aprovechar sus propios esfuerzos, y se-
guirá siendo boba mientras en lugar de dar a los niños y a los jóvenes esta clase de historias del magní-
fico, ejemplar, romántico y heroico pasado de siquiera la épica guerra de los quiteños, contra la España
Imperial, se les sigue dando en cada puerta de calle y por doquier solamente las historietas de vulgares
pistoleros texanos y otras criminalidades de los bajos fondos del mundo. Con esto no estamos hacien-
do Patria, ni boba, ni viva.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL PANECILLO, FORTIFICACIÓN ESPAÑOLA168

D
espués de la batalla de Panecillo del 7 de noviembre de 1812, tan malograda por los
patriotas quiteños, éstos se retiraron a hacerse fuertes en Ibarra; pero perseguidos por
el terrible Coronel español Juan de Sámano, a quien envió desde Quito el General
Montes con una fuerza de cosa de 600 hombres, fueron alcanzados los patriotas en Atuntaqui. Sin em-
bargo, la gran hostilidad de los imbabureños contra los españoles, y un retraso de su parque, le pusie-
ron en aprietos a Sámano, quien optó más bien por proponer una reconciliación y un tratado de paz a
los patriotas. Firmose este pacto, dicen los historiadores, jurando Sámano “bajo el cielo”, que lo cum-
pliría. Se volvió a la paz y a la amistad entre los hijos de una misma madre; y aun caminaron juntos en
franca armonía ambos ejércitos, desde Atuntaqui hasta San Antonio de Ibarra.

Aquí pidió amistosamente Sámano que sus ex-adversarios le dejasen tomar un descanso para
sus tropas. Estos inocentemente accedieron, y ellos prosiguieron a descansar también en Ibarra. Pero
Sámano con una perversidad inicua, como nos relata el historiador Pedro Fermín Cevallos, quebrantó
su palabra, formó trincheras en el pueblo y reabrió hostilidades, una vez que se hubo informado de cuán
mal armados y de cuán bisoños eran los patriotas. Indignados los nuestros, regresaron a atacarlos, y,
después de un ataque feroz de los quiteños, les tenían casi vencidos a los realistas. El muy ducho Sáma-
no se encerró con su artillería dentro del templo del pueblo; abrió boquetes para disparar a mansalva
sus cañones; confeccionó dentro de la iglesia cartuchos para fusil que ya tanto le faltaban, y también
usó del papel de los misales, dice el historiador, y sus soldados devolvían balazos a los quiteños cantán-
doles: “ I n s u rgente, allá te va la epístola de San Pablo, allá va esta antífona”. No obstante Sámano es-
taba perdido, y esperaba sólo la noche para volver con bandera blanca, como en Atuntaqui, a pedir paz
a los quiteños, de temor de que lo reduzcan y rindan por hambre y sed sus sitiadores, cual debieron ha-
168 cer, —y no lo hicieron— los quiteños con Toribio Montes en su fortaleza del Panecillo ganada por éste
Historietas de Quito: “Úl-
timas Noticias”, Quito, 3
a la desesperada y mantenida con temor y estupor. Otra vez, nuestros valientes patriotas quiteños, pe-
de septiembre de 1964. ro tan infantilmente dirigidos por jefes inexpertos, ante un simple y hábil rumor corrido de noche, de

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

que le venían refuerzos a Sámano, fugaron a hurtadillas a Ibarra, dejando, una vez más en su guerra, el
triunfo en manos del vencido.

Sámano les persiguió hasta Ibarra y Yaguarcocha, y allí les tomó prisioneros a casi todos los
jefes patriotas, señaladamente al Coronel Francisco Calderón (padre del entonces niño Abdón Calde-
rón, que había de comportarse tan heroicamente en la batalla de Pichincha, diez años después), y al Co-
ronel francés Gullón, voluntario de nuestra guerra de los quiteños, y, en breves horas, les fusiló conjun-
tamente con otros oficiales patriotas.

El Coronel quiteño Carlos Montúfar, jefe principal de nuestra guerra, logró fugar a su hacien-
da de Chillo, cerca de Quito. Pero, después, impertérrito y tenaz, se unió a los patriotas de Nueva Gra-
nada, y, al cabo de muchas peripecias, en conexión con el ilustre payanés Caldas, cayó también prisio-
nero de los realistas y fue fusilado en Buga, como asimismo Caldas.

De esta manera tan desventurada llegó a su fin nuestra guerra quiteña por la independencia;
con lo cual el veterano General español Toribio Montes pudo dar también por terminada su campaña
militar para lo que él llamaba “la pacificación de Quito”.

C O N S T R U Y E N F O R T I F I C A C I O N E S R E A L E S
E N Q U I T O

C
on las experiencias recogidas en esta guerra, y con el ojo avisador de alta capacidad y
habilidad militar, Montes comenzó a trazarse un plan bien meditado para lo ulterior,
de un sistema de “Fortificaciones Reales de Quito”, observando como los patriotas de
Venezuela y de Nueva Granada estaban también ya alzados en armas y podía volver a encenderse la
guerra en Quito por parte de los oprimidos quiteños.
Entre tanto que se carecía de un competente ingeniero militar que se encargase de estas cons-
trucciones, se tomaron las debidas seguridades; pero ocurrió que en 1815 el jefe realista aprovechó de
la notable habilidad de don Pedro de Cebrián, Teniente de Ingenieros del Regimiento Real de Lima, que
a la sazón guarecía nuestra capital en ese tiempo, y puso bajo su dirección todas las obras proyectadas.
Esta serie de obras, consistían de lo siguiente: un fortín artillado y amplio cuartel en la cima
del Panecillo; un almacén de pólvora, municiones y más armamentos, anexo, en la base del propio Pa-
necillo; reparación y reformación del cuartel, y calabozos, inclusive, que ocupaba el Regimiento Real de
Lima (actual calle Espejo), frente al Palacio del Presidente de la Real Audiencia; reparación y reforma-
ción como cuartel de caballería de una parte del edificio de los jesuitas expatriados, que ya servía des-
de antes de 1810 de alojamiento a los Dragones y que desde 1810 sirvió también para alojar a las tro-
pas de Santa Fe (parte del ex-colegio jesuítico moderno de San Gabriel)169; reparación de los calabozos
de la Cárcel de Corte, (actual esquina de la Radio Internacional)170; construcción de una garita militar
de avanzada, junto al río Machángara (actual El Sena)171; construcción de otro depósito de pólvora o
polvorín en el Ejido de Iñaquito (actual hospital Eugenio Espejo); y finalmente, reparación del Palacio
169 El colegio San Gabriel de la Presidencia, que estaba en muy malas condiciones después de su segunda reconstrucción, que tu-
abandonó estos edificios al vo lugar el año de 1747; pues su primera construcción e inauguración tuvo lugar desde 1600 a 1612.
final de la década de 1950,
para trasladarse a sus nue-
vos locales en la Av. Améri-
ca y Mariana de Jesús, al E L F O R T Í N Y C U A R T E L D E L A
n o rte de la ciudad. Más tar-
de los jesuitas instalaron ahí
C I M A D E L P A N E C I L L O
el colegio San Luis Gonza-
ga, mudado en el año 2001

E
al mismo local del San Ga-
briel. Se ha planteado con- l General Montes, con la experiencia singular que adquirió en su captura de la cima del
vertir estos históricos loca- Panecillo, tan mal aprovechada por los combatientes quiteños en 1812, que no supie-
les en un centro cultural.
170 La esquina sur de la in- ron sitiarle en el cerro y rendirle por la sed, y por la gran facilidad que tuvo el mismo
tersección de las calles Be- Montes de apoderarse de la artillería de los quiteños con sólo la acometida de los fusileros realistas, hi-
nalcázar y Chile. zo construir allá arriba del Panecillo principalmente un cuartel para alojar buen número de infantes has-
171 El Sena fue una popular
ta de 200 hombres, al mismo tiempo que los artilleros operasen con una dotación de 17 cañones ya de
piscina pública al pie del Pa-
necillo, sobre el puente del buen calibre con balas de hierro.
Machángara, hoy abando- Sabiamente, el Cuartel en forma de amplios galpones o barracas de pilastras de cal y ladrillo,
nada.

172
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

tenía unos extensos techos de los cuales se recogían todas las aguas lluvias por medio de canales de ho-
jalata, aguas que eran llevadas asimismo por canales metálicas a almacenarse en una gran cisterna, o
“cubo” que ellos decían (la “olla” que ahora dicen), en forma de un enorme cántaro empotrado en el
suelo a un nivel inferior, y construido de cal y ladrillos. Con esta providencia esencialísima, las tropas
del fortín quedaban a salvo de que se les pueda rendir por la sed con sólo sitiarles o bloquearles en el
cerro. Esta cisterna de la buena previsión de Montes, es la que hasta hoy existe junto a la cima del Pa-
necillo, y a la que el vulgo de hoy le imaginaba ignorantemente como obra misteriosa de los incas.
Es desde este Fortín español, construido entre 1815 y 1816, de donde los ejércitos reales de
Aymerich hicieron mucho fuego de artillería contra las tropas libertadoras del General Sucre durante la
batalla de Pichincha, montaña que queda a tiro de cañón del Panecillo. El propio General Sucre, en su
parte de batalla, dice textualmente, “mucho nos molestaron los fuegos de cañón que nos hacían los es -
pañoles desde la cima del Panecillo”.
Este nombre de “fortín” es el que tradicionalmente se ha transmitido hasta los modernos tiem-
pos republicanos, bajándolo sin razón a un sitio del camino del Panecillo anexo a la casa del cañón me-
ridiano, donde los soldados de Veintimilla, de Alfaro, etc., disparaban sus salvas aniversarias o inaugu-
rales poniendo en sus programas el anunció de “salva mayor de artillería en el fortín de Panecillo”, que
nunca existió allí, sino en la cumbre del cerro.
172 Esta reparación se re a l i-
Fue, pues, en ese cuartel y fortín de la cima del Panecillo principalmente, donde los comisio-
zó en 1954 en la alcaldía de nados del General Sucre, al día siguiente de la batalla de Pichincha, recibieron de los vencidos españo-
Rafael León Larrea, una vez les casi todo el armamento, banderines de guerra, fornituras, tambores, etc. de que dispusieron para di-
que el gobierno nacional las
cedió a la Municipalidad de
cha batalla. Pero los oficiales españoles tuvieron la muy honrosa gallardía de no entregar la gran ban-
Quito. En el año 1996 el dera nacional de España, que estuvo izada en lo alto del Panecillo hasta el momento de firmarse la ca-
FONSAL realizó una nueva pitulación; pues, una vez firmada, la arriaron con honores, la doblaron, la empacaron en una caja de
i n t e rvención entregándolas
para sede de la liga deport i- madera, y, así, honrosamente se la llevaron consigo a España. Una bella lección la de nuestros proge-
va barrial. nitores.

A L M A C É N D E P Ó L V O R A Y M U N I C I O N E S
D E L A B A S E D E L P A N E C I L L O

E
134
n la base occidental del Panecillo y frente al antiguo con-
vento de San Diego de recolección de los franciscanos,
Montes hizo además levantar al mismo tiempo que el
cuartel y fortín de la cima del Panecillo, un bien construido y seguro alma-
cén para pólvora, municiones y armamentos, en aquel sitio que, entonces,
en caso de una explosión, no pudiese causar mayores daños al poblado de
la ciudad. A estas construcciones inferiores del Panecillo, con caseta ane-
xa para soldados guardianes y rodeadas de fuertes muros, siempre se las
ha conocido, por brevedad, en el último siglo con el simple nombre de “La
Pólvora”, no “El Polvorín”, y habían permanecido olvidadas y casi aban-
donadas hasta que no hace mucho el Municipio, demoliéndolas en parte,
las ha adecuado y adecentado como un sitio de interés histórico172. Efec-
tivamente, solo este edificio y el convento de San Diego, de todos esos lu-
g a res ahora invadidos por el poblado de la ciudad, son los únicos testigos,
diremos, que vieron la batalla de Pichincha, porque hasta el cementerio de
San Diego no existía, pues, fue fundado casi cuarenta años después de la
batalla.

173
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

135

174
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA VERDAD HISTÓRICA SOBRE LA OLLA


DEL PANECILLO173

En estos días en que se está organizando un festival juvenil para exaltar nuestra nacionalidad,
cosa que tendrá lugar el día de mañana, es adecuado hacer una historia verídica, documental,
sobre el origen y propósito de la llamada “olla” del Panecillo, porque esta construcción es pre -
cisamente un curioso vestigio de las fortificaciones que formaron en Quito las tropas españo -
las para enfrentar a los patriotas quiteños que se levantaron en guerra contra España a raíz de
la matanza de nuestros próceres el 2 de agosto de 1810, un año después de que éstos procla -
maron la independencia el 10 de agosto de 1809 para darnos patria propia, la nacionalidad
que constituimos.

S
obre aquella “olla” se ha venido diciendo, por boca y por escrito, un sinnúmero de ine-
xactitudes y suposiciones, creyéndola a pie juntillas que es obra de los incas y que allí hay
enterrados famosos tesoros prontos a descubrirse. Todo esto es inexacto; tal “olla” es de
puro origen y carácter español, construida en los últimos tiempos de la dominación colonial de España
en nuestro país, como vamos a verlo.
Según hemos dicho, cuando los patriotas quiteños se levantaron en armas contra los españo-
les para vengar la masacre de 1810 y para expulsar el dominio en nuestra tierra, pelearon heroica y bi-
zarramente contra todo el poderío de los ejércitos españoles durante dos años seguidos en diversos cam-
pos de batalla, casi siempre venciendo a sus enemigos. Uno de los combates más importantes de esta
173 Historietas de Quito:
guerra, tuvo lugar en el Panecillo y sus alrededores el 7 de noviembre de 1812. Los quiteños estaban
“Últimas Noticias”, Quito,
30 de mayo de 1964. Pág. posesionados del cerro y del barrio de San Sebastián y de la entrada de San Diego para defenderse de
16. un ejército español que venía por el sur a las órdenes del habilísimo General español, Toribio Montes,

136

175
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

de los vencedores de Napoleón en España. Los quiteños eran muy bisoños para la guerra frente a ve-
teranos de Europa, y fueron fácilmente desalojados del Panecillo aunque lo tenían artillados con sus pe-
queños cañones, pero inoperantes en el ángulo muerto del cerro ante la acometida rasante de los fusile-
ros españoles. El General Montes, tomó pues, el Panecillo, más no se atrevió a descender para ocupar
la ciudad. Los quiteños se contentaron con cañonear todo el día a la cima del cerro donde estaban pa-
ralizados sus enemigos, en lugar de rodearlos y sitiarlos durante unas 48 horas y rendirlos por la sed.
Más bien optaron los quiteños por retirarse hacia Ibarra para hacerse fuertes allá, hasta donde luego les
persiguieron los españoles, alcanzándolos en San Antonio de Ibarra, lugar en que les desbarataron a
nuestros patriotas y allí fusilaron a uno de sus mejores jefes, el Coronel Francisco Calderón, padre de
Abdón Calderón.

L A P A C I F I C A C I Ó N D E Q U I T O

A
sí terminaron los españoles la campaña que ellos llamaron de “la pacificación de Qui-
to”, y temerosos éstos de que vuelva a encenderse la guerra por parte de los oprimi-
dos quiteños en combinación con la guerra de Bolívar que ya había estallado en Ve-
nezuela y Cundinamarca, emprendieron el año de 1815 en una serie de obras de fortificación y de se-
guridades en la ciudad de Quito.
El General español Montes, con la experiencia que adquirió en su captura de la cima del Pa-
necillo, tan mal aprovechada por los combatientes quiteños en 1812 que no le supieron rendir por el es-
tratagema de la sed, hizo construir allá arriba del Panecillo un muy bien dispuesto cuartel capaz de alo-
jar permanentemente hasta 500 soldados, y lo artilló con una fuerte batería de 14 cañones, ahora si de
grueso calibre, convirtiendo a la cima del cerro en una gran fortaleza; pero, todo ello, a base de una se-
gura provisión de agua a fin de evitar el peligro de la sed a las tropas. Hizo, pues construir primero un
camino en espiral de poca gradiente, desde la base hasta la cima del Panecillo para transportar fácilmen-
te los materiales de construcción y los cañones.
En la base levantó un buen edifico (que hasta ahora existe) para guardar la pólvora, municio-
nes y demás armamento; y, sabiamente comenzó a construir en la cima un cuartel en forma de amplios
galpones de pilastras de cal y ladrillo que tenían extensos techos, de los cuales debían recogerse las aguas
lluvias por medio de canales de hojalata, aguas que eran conducidas, asimismo, por canales metálicos a
almacenar en una gran cisterna, o “cubo” que ellos decían, en forma de un enorme cántaro empotrado
profundamente en el suelo y construido de cal y ladrillo. Además, ésta bien concebida cisterna, cubo u
olla, se hallaba protegida contra todo riesgo de suciedad o envenenamiento, por un cuarto de sólidos
muros que le rodeaban y con sólo una bien segura puerta de acceso. Con esta providencia esencialísi-
ma, las tropas del fortín, que así lo llamaban, quedaban a salvo de que se les pueda rendir por la sed
con solo sitiarles y bloquearles el cerro.

L O D E M Á S E S F Á B U L A

E
sta cisterna de la buena previsión del General Montes, es la que hasta hoy existe junto
a la cima del Panecillo, y a la que el vulgo de estos tiempos ya tan extraños a nuestra
historia heroica de la independencia, le imagina y le fabuliza como obra de los incas.
Y, esta fortaleza del Panecillo, era obra militar completa, Montes la hizo rodear de una gran
fosa, seca por cierto, pero que no tenía más entrada que por una grande y magnífica portada y torre con
cúpula de ladrillo vidriado, con un escudo de España y con un puente levadizo de madera como los de
la Edad Media. De aquí es de donde el 24 de mayo de 1822, los españoles cañonearon incesantemen-
te a las tropas libertadoras durante la batalla de Pichincha, y de lo cual hace referencia el General Sucre
diciendo: “La artillería española del Panecillo nos molestó mucho durante la batalla”
De todas estas construcciones del alto fortín del Panecillo ya nada queda excepto el curioso e
intrigante “cubo” u “olla”. Después de la batalla de Pichincha, en esta fortaleza se refugiaron los res-
tos del derrotado ejército español, y aquí capitularon y arriaron su última bandera española que flameó
en Quito por 300 años.
Los quiteños, de seguida desmantelaron y destru y e ron con saña la fortaleza llevándose para si
los materiales. Hasta por el año de 1860, todavía vieron nuestros padres algunos muros y escombros

176
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

del fortín, y en 1903 nosotros mismos alcanzamos a ver últimas pilastras del cuartel, cuando la cima del
Panecillo fue ocupada por los campamentos de los segundos Geodésicos Franceses. El fortín se cons-
truyó pues, en los años de 1815 y 1816 y fue obra de don José de Cebrián, Teniente de Ingenieros del
Regimiento Real de Lima, que a la sazón guarnecía a Quito.

D O C U M E N T O S

El que escribe estas Historietas de Quito, posee recibos y planillas auténticas de dichas cons-
trucciones, y, como muestra, aquí va la copia de cinco de éstas que dicen:
Nro. 1.— “Quito, y Novme. 25 de 1815.— Recibí del Sobreste. de Rl. Hcda. diez y ocho pe -
sos seis rs. Impte. de la echura de soldar y canalizar doscientas y quatro ojas de lata, dos por uno, y me -
dio rs. con destino de conducir las aguas de las lluvias al cubo del Panecillo. Y pa. constancia doy este
recibo en dicho día mes y año. A ruego de D. Juan Ríos y como Ttgo. (f) Pedro Martínez”.
Nro. 2.— “Quito, y octubre 6 de 1815.— Recibí del Sobreste. de Rl. Hacda. catorce pesos
impte. de siete fanegas de cal prieta qe. le he vendido a dos pesos fanega pa. la obra del cubo del Pane -
cillo. Y pr. qe. conste doy este.— (f) Justo Martínez”.
Nro. 3.— “Quito, y octubre 12 de 1815.— Recibí del Sobreste. de Rl. Hacda. seis pesos y seis
reales impte. de trescientos ochenta y seis ladrillos media marca, que le he vendido a catorce reales el
ciento pa. la obra del cubo del Panecillo. Y pa. que conste doy este.— A ruego de Calisto Sisneros, y co -
mo Tgo. (f) Mariano Faxardo”.
Nro. 4.— “Quito, y octubre 20 de 1815.— Recibí del Sobreste. de Rl. Hacda. seis pesos dos
rls. impte. de quinientos adobes pa. las paredes de la pieza del cubo del Panecillo, a dos pesos el ciento.
Y pa. qe. conste doy este.— (f) Mariano Rodríguez.
174 Investigaciones históri- Nro. 5.— “Panecillo, y Febro. tres de 1816.— Recibí del Sobreste. de Rl. Hacda. ocho fane -
cas recientes, aún no publi-
cadas por la licenciada Ma-
gas de cal prieta y una media de la blanca para el remate de la obra del caño, y la media de blanca pa.
ría Antonieta Vásquez, con- el blanqueamiento de la torre. Y pa. qe. conste doy este.— (f) Manl. de la Saua.
tribuyen a aclarar la histo-
ria de las fortificaciones re a-
les de Quito y la activa par- Esta es, pues, la pura verdad sobre la ahora misteriosa “olla” del Panecillo, y los que todavía
ticipación en ellas, desde el crean hallar misterio en el para que de la portezuela lateral clausurada de dicha “olla”, deben saber que
año 1813, de los ingeniero s
m i l i t a res Miguel María de ello se dispuso para entrar a armar y desamar el andamio de molde interior de madera de esa tan bien
A t e ro y Martín de Pietri. diseñada y finísima estructura de albañilería, que nada tiene que ver con los incas174.

137

177
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

138

178
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA DISECCION DE LA “OLLA” DEL PANECILLO175

En la tercera sección suplementaria de “EL COMERCIO” del último domingo 1 de agos -


to apareció “La Olla del Panecillo: su forma real y su verídica historia” escrito por el señor
Guillermo Segarra Iñiguez, persona que, por sus apellidos, probablemente es nativa de
Cuenca; en cuyo artículo o más bien estudio, el autor empieza por descifrar primero el nom -
bre real de quien respalda al pseudónimo de QUITENSE, y tratándolo con amabilidad, que
mucho agradecemos, como “acucioso investigador cuya columna es leída con interés por
quienes nos preocupamos del pasado de nuestra querida capital”, pero, en cierto modo que -
jándose de que nos “hayamos quedado cortos en transmitir la verdad” respecto a la fábrica
del Panecillo, arbitrariamente llamada “Olla”

E
n el curso de su largo estudio, el señor Segarra Iñiguez, con frecuencia nos vuelve a men-
cionar, infortunadamente, en partes, haciéndonos decir cosas que no hemos dicho en
nuestros públicos escritos; en otra parte como desconociendo nuestra nativa y vieja qui-
teñidad para no conocer nosotros esa antigua “olla”; en otra parte poniendo en duda la veracidad de
nuestros escritos, no obstante que reconoce “que el serio y bien fundado QUITENSE afirma con aplo -
mo, aunque sin descubrir el tesoro de sus fuentes, que Montes hizo rodear la fortaleza del Panecillo de
una gran fosa”; y, al fin, nos insta el señor Segarra Iñiguez “a la publicación del singular documento que
175 Historietas de Quito: documenta nuestra descripción”, perurgiéndonos con el ultimátum de la frase de que “ c a rtas cantan”
“Últimas Noticias”, Quito, Por tratarse de un asunto de interés histórico público y nacional, y sólo para dejarlo comple-
7 de agosto de 1965. Pág.
10. tamente dilucidado, si acaso cabe ya, en esta historia, y no prehistoria, de la ahora llamada “Olla” del
176 Publicada en esta obra Panecillo, se nos permitirá que aquí discutamos una cosa un tanto personal.
en la página 1 7 5.

L O V E R D A D E R O F R E N T E A L O
139 V E R Í D I C O

S
e queja el señor Segarra Iñiguez de que “nos hayamos que -
dado cortos en transmitir la verdad” respecto a la “Olla” del
Panecillo. La razón es obvia: la índole simplemente perio-
dística de nuestras sucesivas pequeñas “Historietas” (con redundancia) es
la de ser breves y evitar en lo posible las citas y transcripciones documenta-
les. Tal queja, tomándola favorablemente, equivale a decir que apenas he-
mos dado la verdad a medias; desfavorablemente, hasta que hemos falsea-
do la verdad. No de otra manera puede entenderse el título que ha puesto
a su estudio el señor Segarra Iñiguez de “La Olla del Panecillo: su forma
real y su verídica historia”; pues, nuestra “Historieta” publicada en la edi-
ción del sábado 30 de mayo de 1964, de “Últimas Noticias”, llevaba el tí-
tulo de “La verdad histórica sobre la Olla del Panecillo”176 Quedamos así,
entonces, frente a dos proposiciones una anterior y la otra, en el fondo igua-
les, pero que el señor Segarra Iñiguez tiende a reforzar la suya posterior, con
desmedro de la nuestra anterior; y, si no se entendiera de este modo, una de
las dos tiene que estar en lo falso: ¿Cuál de ellas es la verdadera, y cuál la
no verdadera? Eso lo dirá el tribunal del público que nos ha leído y que nos
conoce o que empieza a conocernos moralmente a los que estamos escri-
biendo sobre este asunto.

179
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

L A C U N A Y V E R S A C I Ó N

E
l señor Segarra Iñiguez, desconocido en Quito y sin duda nacido y criado a orillas del
Tomebamba, no sabe que Quitense para usar con toda propiedad y dignidad este pseu-
dónimo, tuvo su cuna en el barrio de la Cruz de Piedra de Quito, exactamente al pie
del Panecillo, cuyo hermoso decorado le sorprendió a poco de que abrió sus ojos, y que desde la edad
de cinco años empezó a subir a esa colina, como jugadero de dentro de casa, hasta su avanzada juven-
tud, infinidad de veces, ya peleando a la guerra de guambras, de que es entre la quiteñidad su elogiado
cronista, ya cabalgando a porfía en la “Olla” que sus mayores le explicaban que era una ruina restan-
te del antiguo fortín español, como lo eran también las derruidas columnas que allí existieron hasta
1906, no tiene razón de saber esto, repetimos, el señor Segarra Iñiguez, cuando dice en su escrito lo si-
guiente: “Nada tiene de olla la construcción en referencia: y QUITENSE demuestra no haberla visto si -
no de lejos, cuando afirma enfáticamente que es “en forma de un enorme cántaro empotrado profun -
damente en el suelo y construido de cal y ladrillo”
Lo que de seguro quiso decir aquí el señor Segarra Iñiguez, es que Quitense no vio, ni quiso
ver ni de lejos, la disección que porfiadamente le hicieron hasta el último basamento de esa “Olla” las
personas traviesas, que también hasta formando una compañía excavadora de los supuestos tesoros de
Atahualpa, cre y e ron ingenuamente a pie juntillas que esa construcción era obra de los incas, y que aún
juraban que los ladrillos (españoles) eran artefacto incásico jamás sospechado antes por los arqueólo-
gos científicos y profesionales. Quitense, sólo ahora, a la vejez ha visto de cerca el diagrama obtenido
de la disección de la “Olla” que el señor Segarra Iñiguez, quién sabe si como socio de dicha engañada
compañía excavadora, ha poseído y exhibido ahora en “El Comercio”, disección fabulosa que, al fin de
fines, les ha persuadido a los ilusos lo que este Quitense les ha venido diciendo, cierto que con todo aplo-
mo y tenacidad, que aquella construcción no es obra de los incas sino de los españoles de los años de
1815 o 1816. Y, todavía le porfiaban al principio a Quitense, diciendo que si bien la boca de la “Olla”
podía ser obra de los españoles, éstos se habían aprovechado de un secreto templo incásico subyacente,
como cimientos.

C O N F U S I Ó N S O B R E D E T A L L E S
D E L F O R T Í N Y C U A R T E L

E
n el innecesario empeño de querernos arrancar más nutrida documentación sobre el for-
tín y cuartel del Panecillo, el señor Segarra Iñiguez insinúa como que no entendemos
bien lo que es fosa, foso, olla, cántaro, cisterna, cuando nosotros hemos usado de estos
términos en nuestros escritos con la propiedad debida, como puede verificarlo volviéndonos a leer y
abriendo un buen diccionario castellano. Hemos dicho que “olla” la llama ahora el vulgo a lo que los
españoles en los documentos de la construcción le denominan “cubo”, pero, nosotros, por nuestra cues-
ta siempre la llamamos castizamente “cisterna”
Y, en tratándose de esto y de lo que tenemos aseverado que las obras fueron dirigidas por el
oficial ingeniero don José Cebrián, el señor Segarra Iñiguez, dice: “La afirmación de Quitense me pare -
ce a mí, debería traer en su abono la vertebración de documentos; más, lamentablemente, las pruebas
presentadas en el referido artículo de “Últimas Noticias”, no llenan el cometido”
En cuanto al número de soldados del cuartel del fortín, nos hace decir que hemos fijado el nú-
mero de 500, mientras el señor Segarra Iñiguez dice que, según sus cuentas, el Panecillo estaba guarda-
do por sólo 65 “números” de tropa. Lo que nosotros dijimos literalmente, no era que allí permanecían
500 soldados sino: “El General Montes hizo construir allá arriba del Panecillo un muy bien dispuesto
cuartel capaz de alojar permanentemente unos 500 hombres”
Una cosa es, pues, indicar la “capacidad” y otra hablar de la estancia continua de estos hom-
bres, que no hemos dicho. No obstante, esta “capacidad” por nosotros precisada, prueba abrumado-
ramente la enorme “capacidad” y solidez también del depósito de agua de esa llamada “Olla”, “Cubo”
o verdadera cisterna militar que tanto les ha revuelto el seso a los excavadores.
Y, por añadidura, el mismo señor Segarra Iñiguez, se encarga de contradecirse rectificando en
cambio, nuestros asertos. Dice que también (cosa que no hemos dicho nosotros) se construyó allí en el

180
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

fortín y cuartel “una capilla con altar” por comunicación al Obispo “para que los soldados cumplan
con el precepto de oír misa”. Para un número ordinario de sólo 65 soldados, parece demás la provi-
sión de una capilla; para unos 500 soldados sí estaría justificada la construcción de capilla. Pero, el he-
cho real es que nunca se la construyó como cree el señor Segarra Iñiguez que quizás apenas ha conoci-
do los documentos del proyecto. Nosotros hemos tenido en nuestras manos los documentos de la eje-
cución de esas obras. Eso es todo.

E L S E C R E T O D E U N O S F A M O S O S
D O C U M E N T O S R O B A D O S

L
a peor tortura del señor Segarra Iñiguez radica en saber dónde nos hemos documenta-
do sobre aquello ciertísimo de que este fortín del Panecillo tuvo una bien elaborada por-
tada con “bomba” o cúpula de ladrillos vidriados, con gran escudo de armas de Espa-
ña, puente levadizo sobre el foso, etc., que miraba al sur, a la entrada del camino que subía a la cima
del Panecillo. En caso de que no soltemos la prenda, como que insinúa el señor Segarra Iñiguez que no-
sotros estamos contando una historieta apócrifa. No hay tal, tranquilícese el que así sospecha de nues-
tra seriedad y hombría de bien demasiadamente probada y reconocida, como un Quitense que quiere
hacer honra a su nombre y a su ciudad. Pedirnos que revelemos la fuente, sin que haya primero la de-
bida reciprocidad en revelarnos en qué archivo están los documentos que en fragmentos re p roduce el
solicitante, es demasiado pedir.
Pero, si quiere saber por lo menos un hilo de un ovillo que Quitense estaría de muy buena ga-
na dispuesto a revelarlo a una entidad legítimamente constituida, seria y respetable, declarando cómo
este mismo Quitense logró salvar milagrosamente casi del borde de una quebrada de un camión de ba-
sura un formidable cargamento de los más valiosos documentos antiguos nacionales robados el año de
1915 de la Biblioteca Nacional, y que por casi 40 años habían estado escondidos en una bodega ocul-
ta de una persona ya fallecida y de bienes liquidados, ese es el secreto. Lastimosamente millares de do-
cumentos habían estado ya podridos; pero, lo más salvable y reconstruido con paciencia benedictina en
años, por el suscrito, todo eso está ahora guardado en el más honorable y seguro archivo del país.
Probablemente, el señor Segarra Iñiguez es aún muy joven, no lo conocemos; cuando madure
más y sea hombre de paciencia, y no de impaciencia, sin duda que irá a dar con los documentos que
ahora a nosotros nos urge, y que no son apócrifos.
140

181
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL PANECILLO DE LOS GUAMBRAS177

E
n historieta anterior, relativa al aspecto cósmico del Panecillo178, nos referimos al nom-
bre aborigen prehistórico de “Yavirac”, pronunciado ahora así, para este bello cerrito
quiteño, y a su más probable etimología. Pero al llegar los conquistadores españoles a
Quito, le empezaron a llamar al principio en su propia lengua “el cerro gordo”, nombre que duró po-
co, según se ve en los más antiguos documentos españoles. Después le llamaron “Panecillo”, que es el
que se ha perpetuado hasta hoy.

Por supuesto, debe saberse que este nombre “Panecillo” no es por semejar su forma a la de
un pequeño pan de trigo, sino a la de los llamados “panes de azúcar” de esos tiempos antiguos euro-
peos en que se fabricaba el azúcar haciendo cristalizar el jugo de caña en unos moldes a manera de em-
budos, de donde salían finalmente el producto como una masa sólida que, luego asentada por su base,
tenía una forma cónica perfecta, que simulaba uno de nuestros cerros volcánicos. Por esta razón es que
a muchos de los cerros de este diseño, sólo que truncados, de las cordilleras americanas, los españoles
les fueron dando por doquier el nombre de “Pan de Azúcar”, nombres que en muchos casos, hasta hoy
persisten.
Sea como fuese, este nombre español de Panecillo es una denominación diminutiva, simpáti-
ca que apela muy bien al aspecto de juguete geológico y al uso que, como tal juguete, mejor dicho co-
mo jugadero público, le dieron siempre los “chiquillos” de la ciudad, que en lenguaje de jerga quiteña
llamamos “guambras”.
“El Panecillo es para los chiquillos” solían decir sentenciosamente nuestras pulcras abuelitas
quiteñas; pero, de pronto, la cocinera como reclamando sus derechos, les corregía diciéndolas: “¡que
chiquillos, niña, el Panecillo es para los guambras!” Y, afectivamente, el Panecillo hizo en todos los vie-
jos tiempos ya pasados el papel de lo que hoy conocemos de “parque infantil” de los quiteños del sur,
pero de modo más promiscuo porque allá concurrían para sus entrenamientos tanto los niños todavía
mocosos de bata larga o párvulos que dirían nuestros maestros; los adolescentes más creciditos y los
muchachos en transición de mocitos. Los quiteños del norte disponían para su parque infantil de la ex-
planada de El Ejido; los del este iban al Itchimbía, y los del oeste a la loma de San Juan y a El Placer y
a la Chorrera del Pichincha, porque el guambra quiteño ha sido por naturaleza cerre ro y quebradero,
como los de La Loma y San Marcos al Censo y al Machángara, en este último caso. Pero, por más que
la antigua guambrería quiteña haya tenido a la mano de su barrio respectivo sus propios retozaderos o
campos baldíos de recreo en plena libertad, todo guambra quiteño tenía como cosa sacramental de su
vida el haber trepado y jugado alguna vez siquiera en el Panecillo, aunque no haya conocido acaso las
demás lomas y lugares de los otros barrios. El Panecillo ha tenido siempre su propia soberanía tanto en
el paisaje quiteño como en el humano atractivo y preferencia para la inquieta guambrería de la ciudad.
El imponderable atractivo que tenía el Panecillo entre la niñez y la juventud de entonces, sólo
podrá medirse por la falta que en tales tiempos había de contar como ahora de tantos estadios y cam-
pos deportivos que el mundo moderno ha tenido que dotar a la ciudad a fin de dar soltura y relajo a la
inquietud y actividad tan naturales de las tiernas y juveniles edades del hombre, que antes estaban cruel-
mente comprimidas por el espíritu conventual y cultivador de la senectud, que caracterizó a los bien idos
siglos pasados. Los muchachos de ese tiempo, deprimidos por la rigidez extrema de hogares y de escue-
las sin más horizonte que el místico, querían retozar, retozaban principalmente en su Panecillo.
En aquellos tiempos el Panecillo era un cerrito de campo raso, limpio, alegre, tranquilo. Te-
178 Historietas de Quito: nía su vegetación natural, silvestre, intocada, hasta su flora propia: arriba césped; a los flancos, chapa-
“Últimas Noticias”, Quito, rro hermoso. No había ninguna quebrada ni barranco que ofreciesen peligro para la muchachada, ex-
12 de septiembre de 1964.
Pág. 10. cepto el comer “shanshi” que les hacía volar, y a veces a la otra vida. Todavía no había invadido el “ki-
178 Página 162 de esta kuyo vegetal ni el kikuyo humano”. Era tierra sana y buena la del Panecillo.
obra.

182
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

En épocas de vacaciones el Panecillo ofrecía una vista encantadora: el cerro literalmente se mo-
vía visto de lejos con las millaradas de muchachitos de toda edad que acudían a soltar cometas de infi-
nidad de colores que se cernían como moscas sobre el perfil del cerro. Ninguna de las otras colinas de
Quito ofrecía condiciones tan óptimas para este entretenimiento, que el Panecillo. Su cumbre siempre
bien batida por el viento: sus flancos libres por todos los lados para el vuelo de las cometas; y la precio-
sa expansión de su panorama que permitía entrar en diestras competencias para ver quién podía elevar
más alto y más lejos sus cometas.
Aquí, en estos eventos, era lo que solían contar como leyenda nuestros mayores al decir que
hubo un tiempo en que hasta los “guambras camisones” subían al Penecillo a soltar cometas. El hecho
era, que en la antigüedad, los pobres muchachos hasta de edad avanzadita no usaban ni calzones, ni
peor pantalones como los actuales, y sólo estaban cubiertos con unos camisones toscos y largos que les
llegaba a las pantorrillas. Así los papás pobres no tenían mucho que remendar calzones: el pellejo vivo
sufría entonces todo el estropeo de la travesura infantil. De este modo se curtía la vida de entonces, que
no era tan abastecida como la actual.
El otro tiempo en que el Panecillo se volvía una fantasía de movimientos y de voceros de mu-
chachos era cuando empezaban las famosas “guerra de guambras” en Quito ¿Quién y cómo provoca-
ban aquellas guerras? nadie lo sabe. Sin embargo, las mujeres quiteñas solían decir siempre: “Ya están
los guambras en guerra; ya va a haber revolución”. Empezaba, pues por allí en un barrio más belico-
so, generalmente el de San Roque o el de San Juan, con los primeros silbos de ataque y provocación.
La silbatina con una celeridad de trueno se propagaba de un barrio al otro, ensordeciendo el ámbito de
la ciudad, y la guambrería quiteña empezaba a brotar como hormigas de todas las casas, a llenar calles
y plazas portando consigo banderines de guerra al uso antiguo en cada compañía, tambores, bolsas con
piedras, huaracas, pitos, espadas y rifles de palo y hasta cañoncitos de casquillos usados. A poco, ya se
veía en las alturas de San Juan, El Placer, La Chilena y la Cantera de San Roque, inmensos y vistosos
ejércitos de guambras que hacían flamear centenares de banderines tricolores. La gritería y la silbatina
atronaban el espacio. Generalmente las primeras batallas se daban entre los bravos sanroqueños y los
de La Chilena, San Juan y El Cebollar. Luego se unían vencedores y vencidos, y así aliados emprendían

141

183
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

en la temible toma del Panecillo, donde estaban los barrios de La Cruz de Piedra, San Sebastián y la Re-
coleta atrincherados en la mayor fortaleza de la ciudad. Entonces el Panecillo volvía a parecer que se
movía con el hormiguero de guambras, miles y miles congregados allí para la batalla decisiva lanzando
gritos y silbos que se oían en todo el pequeño Quito de entonces. Las batallas duraban uno, dos y has-
ta tres días, y sólo la derrota de uno de los bandos ponía fin a este furor bélico, que también terminaba
con tremendas cuerizas de los padres de familia de los guambras en las casas respectivas.
¿Cuál fue el primer origen de estas guerras de guambras de Quito?
Conversando el que esto escribe, cuando niño con un viejecito Santiago, gran fundidor de
bronce, que había fundido en 1888, una de las campanas de San Francisco, caídas con el remate de la
torre en el terremoto de 1868, le preguntamos un día del año de 1899, si él también había peleado en
su niñez a la guerra de guambras, nos contestó con el habla quiteña: “Fú, cuando yo nací [tal vez 1824]
ya sabían pelear los guambras a la guerra, y decían que así pelearon los barrios de Quito en 1812 en
Panecillo contra el General Montes, español, y después ya vinieron también la batalla de Pichincha con
el General Sucre”.
Bien curioso y verosímil es aquello que nos explicó al viejecito Santiago, de que en las guerras
de la independencia es donde y cuando aprendieron los muchachos de Quito a pelear estas “guerras de
guambras”, repitiendo por la fuerza consciente de la tradición, año tras año, los acontecimientos dra-
máticos de su historia nacional.

184
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

CEMENTERIOS

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL PRIMER CEMENTERIO DE LA CIUDAD179

L
a fundación formal de los pueblos de los vivos, sean estos aldeas, villas o ciudades, se
hace siempre mediante una acta escrita y explicativa; pero la fundación de los pueblos
de los muertos, los cementerios, se efectúa nada más que con la triste ceremonia de la
ocupación del suelo, a veces imprevista, que hace el primer difunto que necesariamente ocurre entre los
fundadores del pueblo.

En la historia del asentamiento de la villa de San Francisco de Quito, hecho por Sebastián de
Benalcázar, meses después de la fundación jurídica que a distancia hizo Diego de Almagro, ni una pala-
bra se dice en ningún documento acerca del sitio que señalaron los fundadores para enterrar a sus muer-
tos. Pero, estaba explícitamente previsto, según las costumbres católicas españolas, que el cementerio
debía estar religiosamente adjunto a la indispensable iglesia del poblado. Y, así lo hubo en la recién na-
cida villa de San Francisco de Quito el 6 de diciembre se 1534.
¿Cuál fue la iglesia y cuál su cementerio obligadamente anexo a nuestro Quito de esos prime-
ros días y tiempos, en que de un modo fatal tenían que ir ocurriendo defunciones? …Bastaría la diluci-
dación sensata, lógica de este asunto, sin necesidad de otras pruebas, para establecer definitivamente que
la primera iglesia de Quito, y su primer cementerio estuvieron donde hoy grandiosas se levantan la igle-
sia Catedral y su inmediata capilla Mayor o Sagrario, y no en lo absoluto donde los historiadores y no
historiadores antiguos mal informados y poco rastreadores de la verdad, han difundido la creencia de
que la primera iglesia de Quito fue la que después, mucho después se llamó capilla de Veracruz o del
Belén (sobre este asunto trataremos posteriormente en otras “Historietas”, de un modo muy prolijo)180.

P O R E L Q U I T O D E L O S M U E R T O S S E
S A B E M Á S D E A C E R C A D E L Q U I T O D E
L O S V I V O S

P
ara ser más precisos, la primera iglesia de Quito, estuvo donde hoy admiramos a la mag-
nífica Capilla Mayor o Sagrario. En este lugar, al pie de un altar de una humilde iglesia
de tapias y de techo de paja, dio sepultura cristiana y rindió funerales de desagravio
Gonzalo Pizarro al mutilado cadáver del Virrey Núñez de Vela el 19 de enero de 1546, al día siguiente
de la terrible batalla de Iñaquito. Al mismo tiempo Gonzalo Pizarro, vencedor de esta batalla, ordenó
que se le erigiese una capilla, también como desagravio, en el sitio preciso en que fue decapitado por un
soldado negro sirviente del pizarrista Carvajal, el infortunado Virrey. Ese sitio estuvo a inmediaciones
179 Historietas de Quito: del lugar que hoy llamamos la esquina de la Virgen; y, la capilla se denominó de Santa Prisca, que no
“Últimas Noticias”, Quito,
13 de febre ro de 1965. Pág.
llegó a construirse sino 40 años después, en 1586, y se destruyó completamente 1868 a causa del terre-
14. moto de Imbabura181.
180 El autor dedica, part i c u- Junto a esa iglesia primera, donde ya se habían enterrado unos pocos cadáveres de españoles
l a rmente, las historietas “La
verdadera historia de la ca-
fundadores, en el lapso de 12 años desde 1534, y que ahora recibió en 1546 el cadáver del Virrey, si-
pilla del Belén” (página 2 0 7) guieron enterrándose los cadáveres de otros y otros españoles que constituían el núcleo de la villa. Los
y “La re c o n s t rucción final cadáveres de los indios ya acristianados, desde luego, en los cementerios anexos a las respectivas parro-
de El Belén por el Presidente
Villalengua” (página 2 1 1) a quias de San Blas, al norte, y de San Sebastián, al sur, fundadas de inmediato por los españoles, exclu-
tratar este asunto con más sivamente para catequizar indios.
profundidad.
181 Para la historia de la Cosa de veinticinco años, desde 1534, duró esta costumbre de enterrar cadáveres de españo-
iglesia de Santa Prisca, ver les junto a la primera iglesia, hasta que por los años de 1560 a 1562, el primer Obispo de Quito, Gar-
“La iglesia de Santa Prisca cía Díaz Arias, comenzó la construcción de la iglesia Catedral, al lado de la vieja iglesia, y entonces se
fue muy anterior a la capilla
de El Belén”, en la página levantó una gran demanda por parte de los principales españoles, conquistadores y fundadores o sus
203 de esta edición. descendientes, para obtener sitios en las bases de la Catedral para construir allí en bóvedas individuales

187
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

de mampostería, sepulcros para enterrarse ellos y sus herederos, o para trasladar a estas mejores sepul-
turas los restos de sus familiares que yacían sepultados bajo simple tierra en los contornos de la primi-
tiva iglesia rústica de la fundación de Quito. El Cabildo eclesiástico acogió de buen grado estas nume-
rosas solicitudes que, por supuesto, vendiendo los pequeños sitios solicitados a buen precio en oro, ayu-
daban eficazmente a la edificación de la gran iglesia. Con cierta lucrativa intención, la autoridad ecle-
siástica impuso como una condición de estas ventas funerarias se harían a sólo las personas que fuesen
“conquistadores o fundadores” de la Ciudad; pues, que, por cierto, gracias a las pre rrogativas reales da-
das como encomenderos, eran los más adinerados y, por supuesto, los nobles, porque el Rey, en justicia
les había dado títulos de nobleza, que fueron los que de esta calidad hubo primeramente en Quito, así
hubiesen sido de origen humilde.

N E C E S I D A D D E U N
C E M E N T E R I O P O P U L A R

E
ste caso de discriminación, produjo inmediatamente un conflicto: no había dónde ente-
rrar difuntos españoles que no eran ricos ni nobles; pues todavía no se habían fundado
parroquias españolas tales como San Roque, Santa Bárbara y San Marcos con sus ce-
menterios respectivos anexos, y, más los indios si tenían desde el principio las parroquias que hemos di-
143 cho: San Blas y San Sebastián.
Para aquellos días, ya más de un cuarto de siglo después de la
fundación, comenzó a aparecer una nueva clase social no soslayada ne-
cesariamente, pero que iba surgiendo en escala impensada y con una
nueva personalidad acentuada, influyente y que no había que desaten-
derla. Esa clase social era la de los primeros mestizos resultantes del cru-
ce de los españoles con las indias.
Quedaban, pues, dos clases sociales a cuyos difuntos no había
un lugar adecuado y cristiano donde darles sepultura: los españoles po-
bres y plebeyos y los recién aparecidos mestizos: los primeros en núme-
ro limitado, y los segundos en mayor número pero cada vez más cre-
ciente.
No hubo más remedio que buscar otro sitio adecuado en los
extramuros de la ciudad para allí señalar el campo de enterramiento de
los cadáveres de esta doble y destituida clase social cristiana. Se halló
como el mejor lugar una que quedaba a la vera sur de la quebrada de Ullaguanga-huayco (de los Galli-
nazos) a la salida de la ciudad con frente al Panecillo, pero muy accesible al tránsito de los cortejos fú-
nebres; y, se consagró en debida forma ritual católica como un cementerio general con el nombre de
“Camposanto”.
Este “Camposanto”, fue, por consiguiente, si no el primero que hubo en Quito, a lo menos el
primero de un carácter democrático, en donde podían enterrarse blancos y mestizos, negros y mulatos.
En lo moderno podemos identificar el sitio de este cementerio diciendo que está inmediatamente detrás,
al sur, de lo que después fue hospital real de la Misericordia y Caridad y luego hasta hoy hospital de San
Juan de Dios182 , en la ladera que mira a la ex-quebrada de Jerusalén, a la calle Morales o de la Ronda
y aún en buena parte a la calle Venezuela junto al puente.
Primero hubo este cementerio o “Camposanto”, y después vino a fundarse junto a él, el hos-
pital de la Misericordia y Caridad, precisamente en razón de los antecedentes impensados de orden so-
cial con la presencia de la clase mestiza, que obligó a la fundación del cementerio democrático de “Cam-
posanto”, como lo veremos en su tiempo en estas “Historietas”.
Los nobles y los ricos de Quito de la época colonial sucesiva, siguieron enterrándose debajo
de la Catedral, de la Capilla Mayor una vez construida ésta, y debajo de los grandiosos templos y con-
ventos de frailes principalmente franciscanos, agustinos, mercedarios y dominicos, y de la iglesia de la
Concepción que fueron construyéndose.

182 Museo de la Ciudad


desde agosto de 1998.

188
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EL PANTEÓN DE LOS PROTESTANTES183

A lo que hoy es la calle Tarqui, delante del estadio de el Ejido184, y al declive topográfico que
por el lado sur desciende desde lo que es ahora Palacio Legislativo, donde hasta no hace mu -
cho todavía se alzaba el funesto y solitario rollo o picota colonial, de que antes hemos habla -
do185, allí, a ese sitio se lo llamaba hasta hace cosa de cuarenta años, el Panteón de los Protes -
tantes. ¿Por qué se lo llamó así a ese lugar, y cuál fue el origen de esta denominación?, es co -
sa que vino desde hace casi cien años, en 1867, y que ahora, en nuestro actual año de 1965,
ya nadie la sabe en Quito, y sobre lo cual vamos a dar aquí un recuento documental de todo
este asunto.

E
l año de 1867 la Smithsonian Institution de Washington destacó una expedición cientí-
fica a los Andes ecuatoriales y al Amazonas para que, entrando por Guayaquil en el
océano Pacífico y siguiendo por Quito avance al Amazonas y saliese por las bocas del
Pará al Atlántico. Era un recorrido exactamente igual al que hizo Francisco de Orellana en el siglo XVI,
cuando descubrió el gran río en toda su trayectoria.
Se encargó de esta expedición del siglo XIX al brillante naturalista norteamericano, Mr. James
Orton, profesor de la Universidad de Rochester, acompañado del Coronel Staunton, de la Universidad
de Ingham, y de los señores F. S. Williams, P. V. Myers y A. Bushnell, del Colegio Williams. El Coronel
Staunton, además de naturalista, era un notable artista, quien venía especialmente para dibujar el tra-
144 bajo gráfico de la expedición.

P R E M A T U R A M U E R T E D E L C O R O N E L
S T A U N T O N E N Q U I T O

A
145
poco de llegada a Quito la expedición de Orton, falleció aquí prematuramente el Co-
ronel Staunton de consecuencias de enfermedades contraídas a su paso y corta perma-
nencia en Guayaquil, que entonces era conocido nuestro puerto principal como el
“hueco pestífero del Pacífico”
Gobernaba en ese tiempo nuestro país el presidente García Moreno, hombre por demás seve-
ro en materias de catolicismo y enteramente desafectado a quienes no profesaban su religión.
Al fallecer el Coronel Staunton, Mr. James Orton y el resto de sus acompañantes, se dieron
modos de conducir silenciosa y dificultosamente el cadáver para tratar de enterrarlo en el cementerio de
El Tejar; pues que entonces no había el cementerio de San Diego, y era aquel el único donde acaso se
podía dar sepultura a un extranjero, porque también los demás cementerios parroquiales de cada pa-
rroquia eran ritualmente útiles solo para los feligreses de esa circunscripción. Pero, al llegar la triste y
menguada comitiva fúnebre, con la única compañía adicional de Mr. William Jameson, escocés, Profe-
sor de la Universidad de Quito, apareció un fraile mercedario que abriendo los brazos se interpuso di-
183 Historietas de Quito: ciendo: “Aquí no se puede sepultar a perros protestantes”, puesto que todos los del cortejo fúnebre, in-
“Últimas Noticias”, Quito,
17 de julio de 1965. Pág. 8.
clusive el difunto, eran de esa denominación religiosa.
184 Actual parque del Arbo- Desfallecidos de pesadumbre y de cansancio los del cortejo, volvieron las espaldas y se enca-
lito. minaron casi exhaustos, llevando el muerto consigo a la Plaza Grande, delante del Palacio de Gobierno
185 En la historietas “El ro-
donde estaba García Moreno, para suplicarle que remediase el terrible trance en que se encontraban sin
llo o picota colonial de Qui-
to”, página 4 3, de esta mis- tener donde enterrar a su difunto compañero.
ma edición.

189
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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G A R C Í A M O R E N O C R E A E L P A N T E Ó N D E
L O S D I S I D E N T E S

A
nte esta excepcional emergencia, el presidente García Moreno indicó que vayan a en-
terrarlo allá lejos de la ciudad al pie del rollo o picota, en el descenso al segundo pla-
no del Ejido, lugar en que, desde illo-tempore era señalado para arrojar en él a la in-
temperie, los cadáveres de los animales, de los reos y excomulgados y también de los fusilados, porque
allí era el sitio principal de los fusilamientos, además de la plazuela de Santa Clara, en tiempos de la na-
ciente República.
Los infelices expedicionarios científicos presididos por Mr. James Orton, retornaron a cargar
en hombros el cuerpo inerte de su querido y distinguidísimo compañero Coronel Staunton, y después
de un larguísimo via-crucis de doble recorrido que sumaba holgadamente una legua, lograron, al fin,
poner bajo tierra el cadáver del magnífico artista y científico Coronel Staunton.
De la relación que el profesor James Orton hace en su precioso y hoy rarísimo libro intitula-
do “The Andes and the Amazons”, tomaremos algunos párrafos acerca de este acontecimiento:
“Este es un mal país para vivir y peor para morir, dijo el doctor Jameson, que nos acompaña -
ba. Pero los tiempos han cambiado aun en el fósil Quito. Mediante los esfuerzos de nuestro último Mi -
nistro americano, Hon. W. T. Coggeshall, el fanático Gobierno ha consentido al fin el señalar un cuar -
to de un acre en las afueras de la ciudad para dar sepultura subterránea a los herejes. El cementerio es -
tá al borde de la hermosa planicie de Iñaquito, y al lado derecho del camino que conduce a Guápulo.
“Que vergüenza”, dijo una dama quiteña de posición, “que tenga que haber un lugar para arrojar pe-
rros Protestantes”
“El día de San Nataniel murió el Coronel Phineas Staunton, Vice-Canciller de la Universidad
de Ingham, Nueva York. Un artista por profesión, y uno de muy alta calidad, el Coronel Staunton se
juntó a nosotros para diseñar las glorias de los Andes, pero cayó víctima de las mortíferas plagas de las
tierras bajas ecuatoriales apenas una semana después de llegado a Quito. Le enterramos al medio día
cosa que fue una verdadera novedad bajo el Sol de Quito, porque los quiteños entierran a sus muertos
sólo de noche y a la luz de unos faroles mortecinos; y lo enterramos en un nuevo cementerio “dentro
del cual jamás fue puesto bajo tierra ningún otro cadáver humano”, y por este acto, quedó definitiva -
mente consagrada esa tierra como un cementerio. Paz a sus cenizas; honor a su memoria. Aquel 8 de
septiembre de 1867, fue un nuevo día en los anales de Quito. En aquel día, la imperial ciudad contem -
pló por la vez primera en trescientos años el entierro de un Protestante en un cementerio Protestante.
En alguna parte de por aquí, entremezclado con las cenizas del Pichincha, debe estar también el polvo
de Atahualpa, quién, a su propio pedido que, después de su matanza en Cajamarca, fuese enterrado en
su querida Quito. Pero, más cara es para nosotros esta reciente y solitaria tumba; la tierra está todavía
fresca, la cubre los restos de uno de los nobles de la Naturaleza”
En otra parte final de su primer tomo “The Andes and the Amazons”, James Orton vuelve a
dedicar tres páginas enteras a honrar la memoria del Coronel Staunton. Y, en parte dice:
“Un simple obelisco se levanta sobre las cenizas del Coronel Staunton: este es el más adecua -
do y significante monumento a la límpida vida de este forzado hombre. El que fue verd a d e ro pintor
que Humboldt tanto había buscado para sus escritos, como dijo que quería “un artista que, estudian-
do el gran invern a d e ro de la Naturaleza que son los Trópicos, pudiese añadir, si cabe, mayor magnifi-
cencia al Reino de Natura con su arte”
Así con este célebre y casi desconocido episodio en la historia de Quito, quedó transformado
y consagrado como un decente cementerio de los protestantes o de los disidentes, el sitio ignominioso
que sólo para arrojar cadáveres insepultables de animales o de hombres, había existido en nuestra ciu-
dad durante trescientos años entre la Colonia y República todavía colonial.

191
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

HISTORIA DEL CEMENTERIO DE SAN DIEGO186

A
ntes de que haya en Quito el cementerio de San Diego, cosa que relativamente no es
muy antigua, pues aún no cumple cien años de existencia, cada parroquia de la ciu-
dad tenía un cementerio propio inmediatamente anexo a la iglesia parroquial respec-
tiva, en donde debían ser enterrados de modo obligatorio los cadáveres de las personas pertenecientes
a esa circunscripción religiosa. Así, San Sebastián, San Marcos, San Roque, Santa Bárbara y San Blas,
de aquellos tiempos, de mediados del siglo XIX, tenían sus cementerios propios junto a cada una de es-
tas iglesias parroquiales porque el campo era despoblado a su contorno. Pero los cadáveres de los feli-
greses de la parroquia central de El Sagrario, que no disponían de cementerio anexo por estar ya todo
muy poblado, eran enterrados ora en el cementerio privado de los padres mercedarios de la recolección
de El Tejar, ora eventualmente, por excepción, en algunas de las criptas de las grandes iglesias y conven-
tos mayores de la ciudad, como tuvo que hacerse por ejemplo en el caso de nuestros próceres y márti-
res del 2 de agosto de 1810, a cuyos cadáveres de les hizo honras fúnebres de cuerpo presente en la igle-
sia de San Agustín y se les dio sepultura en las criptas existentes debajo de la célebre y tan dignificante
Sala Capitular de los mismos padres agustinos.

Había también otra excepción. Para los cadáveres de los enfermos que fallecían en el hospi-
tal primitivo de la Misericordia y Caridad, rebautizado con el nombre de San Juan de Dios, por los be-
tlemitas, este hospital disponía de un vasto cementerio anexo de carácter general y llamado Camposan-
to, que ocupaba toda la ladera marginal de la quebrada de Jerusalén, hoy recubierta y limitada por la
calle y puente Venezuela y por la calle de La Ronda o Morales.

Estos eran todos los lugares destinados a dar sepultura a los seglares y seculares, porque los
religiosos, frailes y monjas, tenían sus propias criptas y panteones dentro de sus respectivas iglesias y
conventos para sepultar a sus muertos.

Así ocurrían las cosas relativas a los servicios mortuorios en Quito, hasta que el año de 1872,
fecha en que se inauguró un nuevo cementerio no público, sino de carácter puramente particular crea-
do por obra conjunta de la Hermandad de Beneficencia Funeraria, dependiente de los padres domini-
cos, y de la Hermandad Seráfica, dependiente de los padres franciscanos, para sepultar allí a sus socios
o hermanos fallecidos.

Este cementerio estaba situado junto a la plazuela del Convento de San Diego, por cuya ra-
zón recibió el nombre popular y no oficial de “Cementerio de San Diego”. Su nombre propio era de
“Cementerio o Panteón de las Hermandades Funerarias”, y estas Hermandades, tampoco eran cosas
muy antiguas, sino sociedades también de reciente fundación para entonces, como vamos luego a rela-
tarlo. Pero, antes de ello, daremos a conocer cosas muy curiosas que ahora ya nadie las sabe, sobre las
antiguas costumbres de enterrar a los muertos aquí en Quito.

A N T I G U A M E N T E N O S E U S A B A E L A T A Ú D
P A R A E N T E R R A R A L O S M U E R T O S , Y S E
L O S S E P U L T A B A S Ó L O D E N O C H E

H
asta el año de 1872, era desconocido el uso de un cajón de madera o ataúd para en-
t e rrar a los cadáveres de humanos. Fue la Hermandad de Beneficencia Funeraria de
186 Historietas de Quito:
“Últimas Noticias”, Quito,
los dominicos la que comenzó a usar unas toscas armaduras de madera, como jabas,
20 de junio de 1964. Pág. casi sin fondo, para acomodar allí dentro al cadáver y poder así más fácilmente introducirlo de punta
13. en la nueva forma de los nichos longitudinales que había construido, por economía de espacio, contra-

192
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

147
riamente a los nichos laterales de la antigüedad, hasta romana, en los que
el cadáver entraba de costado.
Antiguamente, al cadáver de la persona que fallecía, simplemen-
te se lo amortajaba y en esta sola condición se lo ponía sobre unas andas
de palos, capaces de que por sus extremos podían levantarlo y trasportar-
lo cuatro personas; luego se los cubría con una manta fúnebre y se lo lle-
vaba a velarlo en la iglesia respectiva, donde, por rito, se le celebraba la
misa de honras a las nueve de la mañana, y se lo dejaba permanecer has-
ta que venga la noche. Entonces, se organizaba una procesión fúnebre con
velas encendidas, y así se lo trasladaba al cementerio respectivo para ente-
rrarlo, en tierra, en el suelo. Las criptas o nichos, laterales, solamente los
había en las iglesias mayores y conventos.

C O M O S E F O R M Ó L A H E R M A N D A D
D E B E N E F I C I E N C I A F U N E R A R I A ,
H O Y L L A M A D A S O C I E D A D
F U N E R A R I A N A C I O N A L

E
l día 8 de junio de 1851, el Padre prior de los dominicos, fray Mariano Rodríguez, reu-
nió en la iglesia de Santo Domingo a un grupo de 23 personas que estaban previamen-
te instruidas en lo que se iba a hacer, y después de una breve alocución de dicho padre,
expresando sus ideas e iniciativas, se declaró instalada o fundada una “Hermandad de Beneficencia Fu-
neraria”, la cual, mediante el aporte de veinte centavos mensuales que pagarán los que se asocien como
suscritores o hermanos, suministrarán los siguientes servicios, como si hoy dijéramos de seguro mortuo-
rio: al que se halle en peligro de muerte, la Hermandad le mandará una cera de bien morir y un religio-
so sacerdote para que le dé las absoluciones y le acompañe hasta que expire; luego, anunciarán su muer-
te con tañidos de campana para que de ello conozcan sus demás hermanos; se le enviarán mortaja, an-
das y cobija fúnebre, seis candeleros e igual número de velas de sebo para la velación del cadáver en la
casa; se le pagarán todos los derechos parroquiales y demás pensiones de entierro; se le darán 12 hachas
de Castilla para el traslado nocturno, hombres cargadores del anda, y los responsos y más servicios re-
ligiosos; finalmente, se le dará sepultura al cadáver en uno de los cementerios de la ciudad, “y coloca -
do en un ataúd de tablas forrado de negro, será depositado en un nicho sobre cuya cerradura se pon -
drá una sencilla inscripción”187. Toda esta admirable obra humanitaria era a fin de evitar a los sufridos
deudos de la terrible e inesperada carga económica de los entierros.
Si bien la noble iniciativa y auspicio de esta Hermandad fue obra del virtuoso Padre Rodrí-
guez, el “hacedor”, como decían antes, o “ejecutivo”, como dicen ahora, de todo cuanto fue y alcanzó
la Hermandad Funeraria hasta tiempos después de fallecido el Padre Rodríguez, fue el doctor Manuel
Vaca, nombrado tesore ro desde el primer día, hasta casi 30 años después en que murió el año de 1880.
El Dr. Vaca fue el maestro de primeras letras de Federico González Suárez, eximio historiador y Arzo-
bispo de Quito. A la muerte del Dr. Vaca, que también fue tesorero del gobierno de García Moreno, la
Hermandad tuvo que nombrar en su reemplazo a su hijo, el señor Manuel Vaca Salvador, quien, por su
intachable honradez como la de su padre, sirvió por otros 30 años más a la Hermandad Funeraria188

E L C E M E N T E R I O D E S A N D I E G O S E
U B I C Ó E N L O S T E R R E N O S D O N D E
Notas del autor: E S T A B A N E N T E R R A D O S L O S M U E R T O S
187 Al cadáver se lo ponía
E N L A B A T A L L A D E P I C H I N C H A
en el ataúd sólo el momento
de introducirlo en el nicho.
188 El doctor Manuel Vaca

P
es abuelo por parte materna
oco después de fundada la Hermandad Funeraria dominicana, ya se sintió la necesidad
del autor de estas Historie-
tas de Quito, y por ello está de tener cementerio propio y no depender de los cementerios parroquiales. La buena
muy enterado del asunto. administración permitió tener fondos suficientes para ellos y se buscó primero unos te-

193
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

rrenos junto a la recoleta de Santo Domingo, que no se pudo adquirirlos; pero luego, en 1868 se logró
comprar en 3.500 pesos los extensos terrenos de una quinta de un señor Marcos Enríquez, situados al
pie de las laderas del Pichincha donde tuvo lugar la gran batalla ganada por el General Sucre, y donde
precisamente fueron sepultados la mayor parte de los cadáveres de esa acción de armas; pues otros lo
fueron muy arriba de la ladera. La construcción del “panteón” (debido a la estructura de “nichos”) fue
hecha conforme los planos del célebre arquitecto, astrónomo y primer tipógrafo de “El Quiteño Libre”,
don Juan Pablo Sánz, y los del arquitecto extranjero señor Tomás Reed. La ejecución corrió a cargo del
señor Alejandrino Velasco (padre del Dr. J. M. Velasco Ibarra), pero, por ciertas dificultades del carác-
ter de aquel señor, fue desahuciado. El año de 1900 cuando se descubrió el paradero de los restos de
Sucre, la Hermandad Funeraria tomando en cuenta hasta lo simbólico del lugar, ofreció al Gobernador
de la Provincia de Pichincha, un lugar para mausoleo de los restos del Héroe, más, no fue atendido.
La Hermandad Funeraria seráfica franciscana, debido a su mala administración, y ya funda-
do e inaugurado el cementerio de San Diego, tuvo que disolverse y refundirse en la ya prestigiosa Her-
mandad Funeraria de origen dominicano, de cuyo auspicio se emancipó un tiempo después para que-
dar como hasta hoy está. Más o menos desde entonces a este cementerio se le dio también el carácter
de público y de organización comercial.

148

194
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

IGLES IA S Y M ON A S T ER IOS

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA PRIMERA IGLESIA QUE LEVANTARON EN QUITO


LOS FUNDADORES DE LA VILLA189

E
s la creencia más generalizada entre nosotros la de que el pequeño templo llamado El
Belén y situado al respaldo norte de la actual Alameda, es la primera iglesia que levan-
t a ron en Quito los españoles fundadores de la villa en los días de diciembre 1534, cuan-
do recién la instalaron aquí efectivamente, en este asiento indio de las faldas del Pichincha, después de
haber sido fundada teóricamente a distancia cosa de tres meses antes, allá en las planicies de Ricpam-
ba, denominadas a la larga “Riobamba” por deformación fonética española.

Esta creencia proviene principalmente de una afirmación llana y escueta, indocumentada de


simple buena fe, que trae en su “Historia General del Ecuador”, el tan serio y juicioso historiador doc-
tor Federico González Suárez. Fundándose a ciegas en el prestigio de este investigador muy respetable
en otros puntos de rastreo del pretérito, le han seguido sin excepción nuestros historiógrafos modernos,
divulgando esta afirmación, sea como la dice González Suárez, sea desvirtuándola discretamente dicien-
do que donde está ahora El Belén, a lo menos se celebró la primera misa en este mundo quitense, has-
ta entonces en manos de los indios infieles. Para esta segunda afirmación, los enunciadores tampoco se
fundan en ningún documento fidedigno de primera mano, sino en una casual versión, muy dudosa y
discutible, de un relator (no diremos cronista), bastante ulterior a los días de la fundación de Quito, que
se le ocurre, porque sí, decir tal cosa.

C Ó M O H A C R E C I D O
I N O C E N T E M E N T E U N E R R O R

N
adie hasta ahora había puesto en duda ni la primera, ni la segunda de estas afirma-
ciones, y con ellas se les ha venido saturando a la opinión pública ecuatoriana, y aún
extranjera de los que nos visitan y nos leen en nuestra literatura nacional. Solamen-
te el que escribe estas líneas y mil perdones ruega por su personal pero indispensable referencia se atre-
vió a impugnar estas infundadas e insostenibles creencias, en unos escritos que conmemorando el IV
Centenario de la Fundación de Quito el año de 1934190. Por ello, ahora que tenemos la oportunidad de
escribir las presentes “Historietas de Quito”, y por ser tan pertinente este asunto a la índole de ellas, va-
mos quizás a ampliar nuestras impugnaciones de antaño.
No queremos comenzar por la parte negativa probando documentalmente primero cuan in-
fundadas e inconsistentes son las afirmaciones de que El Belén sea la primera iglesia que tuvo Quito, y
por tanto el Ecuador, ni de que en ese lugar hayan celebrado la primera misa, aquí en este solar quiten-
se, los conquistadores españoles. Queremos más bien principiar por la parte positiva, demostrando do-
cumentalmente y lógicamente también que el primer templo o iglesia de los instaladores materiales de
la fundación española, previa, teórica y distante de Quito, la levantaron a pocos pasos del núcleo prin-
cipal del asentamiento domiciliario y no también, otra vez a respetable distancia, en los potre ros de Iña-
quito (hoy La Alameda y El Belén), donde pacían inicialmente sus caballadas y otros ganados de carne
que acompañaban a la mano a los recién llegados españoles.

E L P R I M E R T E M P L O S E F A B R I C Ó D O N D E
189 Historietas de Quito:
“Últimas Noticias”, Quito, 5 H O Y E S T A L A C A T E D R A L
de junio de 1965. Pág. 7.

D
190 Andrade Marín, Lucia-
e antemano queremos decir algo respecto a lo que se les olvidó advertir a nuestros his-
no, “Geografía e Historia de
la ciudad de Quito”, Quito toriadores en lo tocante a estos hechos de carácter religioso. Y, es que así como del
1934. Cabildo civil de Quito hay actas, preciosas actas que afortunadamente todavía se las

197
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

conserva originales en el Archivo Municipal de Quito, asimismo debió haber actas del Cabildo eclesiás-
tico de Quito, las cuales por desgracia, en su mayor parte han desaparecido, y apenas las hay de siglos
posteriores. En esas primeras actas debió existir constancia de estas iniciales cosas religiosas; y, segura-
mente que estos documentos los hubo, pero que en buena parte fueron a parar a Lima, y, ahora, solo
ahora, ya no existen por el lamentabilísimo incendio de la gran Biblioteca Nacional y Archivo de Lima,
ocurrido hace apenas unos 30 o 40 años.
Una prueba evidente de que hubo tales documentos, nunca examinados por nuestros historia-
dores, es lo siguiente, demasiado claro, que consta en los famosos “Documentos Literarios del Perú”
que sobre la Fundación de Quito, y que con el nombre de su mero colector y arreglador, el Coronel de
Caballería peruana don Manuel de Odriozola, se publicaron en Lima el siglo pasado. Allí se dice lo si-
guiente:
“Volvamos a nuestra antigua población [de Quito] y establecimiento de la villa de San Fran -
cisco: acordaron los españoles deber rendir el homenaje debido a nuestro Dios y Señor, trataron unáni -
mes y conformes de nombrar por cura de la iglesia mayor para la administración de Sacramentos a ellos;
pues para los naturales y su instrucción se había hecho cargo de doctrinarlos la esclarecida religión Se -
ráfica, y su fundador el Venerable Padre Fray Jodoco Rique de Gante; y así procedieron a darle este
nombre con título de cura al Padre Juan Rodríguez clérigo Presbítero, fabricando templo en el mismo
sitio que se venera la Catedral, formalizando esta disposición por acta capitular de un viernes que se
contaron 30 de julio de 1535”
¿Habrá testimonio más concluyente que éste, y con cita de una acta con su prolijísima fecha?
Es muy razonable suponer que los muy devotos españoles, en el transcurso de los siete meses
contados desde la fecha de la fundación de Quito, el 6 de Diciembre de 1534 hasta el 30 de julio de
1535 deban haberse ingeniado en tener una diminuta iglesia provisional de madera virgen, y no paga-
na, para sus devociones y administración de sacramentos, entretanto se diese esta disposición capitular
para fabricar un templo más estable, que lo fue, rústico también, de tapias, como consta de otros docu-
mentos. Pero, es lógico imaginar que los primeros españoles fueron a hacerse un templo a casi dos ki-
lómetros de distancia de su poblado, en el despoblado de Iñaquito, llamado hoy Belén entre las bestias
del campo.

T E X T O D E E R R O R D E G O N Z Á L E Z S U Á R E Z

E
sto es lo que viene a resultar según el relato absolutamente indocumentado de Gonzá-
lez Suárez, que en segundo tomo de su “Historia”, dice lo que sigue:

“Hecha la distribución de solares, comenzaron los primeros pobladores de Quito a construir


con afán casas de tabique [bahareque, más bien debió decir], donde habitar, deshaciendo las chozas de
los indios para aprovecharse en las nuevas fábricas de los materiales de las antiguas. Edificaron tam -
bién un templo provisional, rústico, sencillo para dar culto al verd a d e ro Dios, y con el templo y el Mu -
nicipio quedó formada la nueva ciudad. El templo estaba al extremo de la ciudad, en la salida de ella
por el camino del Norte y fue el que hoy conocemos con el nombre de Belén, y entonces se llamó Vera-
Cruz. Andando los tiempos y edificada en un lado de la plaza mayor la iglesia parroquial, ese primer
templo quedó abandonado y se arruinó. El rey de España dio orden para que se reedificara, y el presi -
dente Villalengua y Marfil construyó allí una capilla la dotó y puso en ella una lápida de mármol re -
cordando este hecho”
No necesita de mayores comentarios esta afirmación indocumentada de González Suárez,
frente a la documentada de Odriozola que antes hemos copiado; pero si muestra que la fuente de Gon-
zález Suárez viene a ser el mito, diremos, que casi ayer, a fines del siglo XVIII, unos 300 años después
de la fundación de Quito, le sirvió al presidente Villalengua para exaltar su obra de reedificación del Be-
lén poniéndose una enorme lápida de mármol, que hasta ahora existe, en la que en su larguísima leyen-
da más se contrae a inscribir sus títulos nobiliarios que a contar el hecho principal. La leyenda comple-
191 Ver “La reconstrucción ta de esta lápida la daremos en otro escrito191.
final de El Belén por el Pre- La primera iglesia de Quito, que nosotros estamos demostrando que lo fue, estuvo donde hoy
sidente Villalengua” en la está la Catedral y la Capilla Mayor o Sagrario, y junto, entonces a la casa del Padre Juan Rodríguez que
página 2 1 1 de esta edición.
la servía. Muerto este Padre el año de 1541, ese mismo año, como consta de los Libros del Cabildo de

198
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Quito, fue comprada por este Cabildo Civil dicha casa para ensanchar la iglesia “porque es muy peque-
ña y estrecha”; es decir, fabricada en 1535, de tapias, ya resultó estrecha seis años después, en 1541.

O T R O M O T I V O D E C O N F U S I Ó N
E N E S T E A S U N T O

E
n el texto del acta de la erección del Obispado de Quito, fechada el 8 de enero de 1545,
ya ampliada la pobre iglesia primitiva, se dice lo siguiente, que lo han interpretado de
modo extraño los cronistas e historiadores: “...habiéndose descubierto dice la Provin -
cia de San Francisco de Quito cuyos habitantes están sin Divina Ley, y en donde aunque haya bastan -
tes Cristianos, no existe erigida todavía ninguna iglesia, y deseando, que por tanto se erija en Ciudad el
castillo o pueblo llamado de Quito situado en la misma Provincia y en él la Iglesia Catedral... Nos, eri -
jimos e instituimos el castillo o pueblo llamado de Quito en ciudad y en ella la Iglesia Catedral bajo la
advocación de Santa María para un Obispo llamado de San Francisco de Quito…”
En este documento se ha querido ver un gran testimonio de que “no existe todavía ninguna
iglesia” hasta 1545 (creyendo que sólo se disponía de una iglesia abandonada en el despoblado de Iña-
quito o Belén), cuando de lo que se trata en verdad, no es de la fabricación material, arquitectónica de
una iglesia, sino de la erección canónica de esa entidad inmaterial llamada Iglesia, con mayúscula, que
sirve de sede de un Obispado. Esta redacción estrictamente canónica de esos tiempos, parece que ha
servido de clavo para remachar el mito de que la primera iglesia de Quito fue construida en El Belén,
hasta que al fin, según equivocados conceptos y conocimientos, se la construyó donde está la Catedral.

150

199
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

151

152

200
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA ESQUINA DE LA VIRGEN192

La Municipalidad de Quito se halla en estos días derrocando la última casa antigua del fren -
te de la bien conocida ESQUINA DE LA VIRGEN, dando así vista más despejada a este lu -
gar193. Con este motivo, es muy oportuno que, para conocimiento de las nuevas generaciones,
tracemos una breve historia de aquel sitio y esquina.

E
l 18 de enero de 1546, se dio en los arrabales del norte, de la entonces naciente ciudad
de Quito, la tan famosa y tan significativa gran batalla de Iñaquito entre los ejércitos
españoles de Blasco Núñez de Vela, primer Virrey que España envió al Perú que así lo
llamaron al principio a Sudamérica y los de Gonzalo Pizarro, conquistador asociado a su poderoso her-
mano Francisco de las tierras del Perú, y descubridor inicial de las aguas del río Amazonas.
El resultado de la batalla fue la derrota completa de Núñez de Vela y su decapitación inme-
diata en el mismo campo del combate, por manos de los soldados de Gonzalo Pizarro. De semejante
batalla, una de las más célebres por sus motivos y consecuencias, de la historia del Nuevo Mundo, y de
aquel horrendo hecho de la decapitación de tan alto personaje virreinal en el mismísimo suelo quiteño,
no queda más memoria en Quito, y nada más que en ella, en forma muda, pero en extremo simbólica,
que la viva llama de una bujía o luz ahora eléctrica de una lamparita, más de cuatrocientos años encen-
dida, alumbrando delante de una diminuta Virgencita metida dentro de una hornacina de apenas dos
palmos de tamaño, incrustada en el muro de una casa, en la encrucijada de dos calles. Esta es la esqui-
na tan conocida y popular ESQUINA DE LA VIRGEN situada entre las actuales avenida 10 de Agos-
to y calle Ante.
Todo transeúnte que pase por la ESQUINA DE LA VIRGEN, si es curioso, piensa que la ima-
gen y su lamparita son nada más que la ocurrencia caprichosa de algún devoto dueño de casa; y, si no
es curioso pues ni las toman en cuenta. Los religiosos y devotos que pasan por la calle, a pie o en ca-
rro, suelen sacarse el sombre ro al pasar por allí en homenaje a la imagen, aunque sin saber el hecho his-
tórico de gran tragedia que motiva la existencia de dicha imagen en aquel lugar. Escasamente habrá al-
guno que sepa que la ESQUINA DE LA VIRGEN marca el sitio casi preciso en que ya rendido y heri-
do, después de bizarro combatir, le cortaron la cabeza al anciano e infortunado Vi rrey Núñez de Vela
los soldados de Pizarro.
Pero, ¿es que desde entonces se llamó la ESQUINA DE LA VIRGEN a ese lugar? No, pues
en aquellos días tal sitio y sus contornos no era más que un campo raso llamado por los indios “Anna-
Quito”, o Quito-Alto que, mal pronunciado por los primeros españoles resultó “Iñaquito”; el Quito ba-
jo, donde hoy es el centro principal de la ciudad, llamaban los indios “Hiram-Quito”, “Uran-Quito”.
192 Historietas de Quito: Lo que ocurrió después de la batalla y que a través de los siglos se convirtió en ESQUINA DE LA VIR-
“Últimas Noticias”, Quito, GEN, es lo siguiente:
13 de junio de 1964. Pág. 2.
Los soldados de Pizarro que decapitaron al Vi rrey, llevaron con mil profanaciones la sangran-
193 Derrocada la casa de la
esquina de la calle Ante y Av.
te cabeza de éste desde el campo de batalla hasta la plaza de la entonces distante ciudad, a fin de poner-
10 de Agosto, para la futura la allí en la picota. Pero, el vencedor Gonzalo Pizarro que ya en la ciudad vio estas profanaciones, hi-
Plaza de la República, frente
zo quitar de la picota la cabeza del Vi rrey, y reuniéndola con el cuerpo mutilado, dio sepultura al cadá-
al edificio del Consejo Pro-
vincial de Pichincha, la Mu- ver completo del Virrey delante del altar de la primera iglesia que hubo en tales días primerizos de Qui-
nicipalidad colocó como ele- to, que estuvo donde es hoy la iglesia del Sagrario o Capilla Mayor, y no en El Belén, como han con-
mento de re c o rdación en el
agudo vértice que se crea en fundido lamentablemente todos los historiadores, según lo esclarecemos en otro estudio aparte. Gon-
el encuentro tangencial de la zalo Pizarro después de dar así cristiana sepultura a su víctima, se propuso, además, realizar dos actos
Av. 10 de Agosto y la calle
P e d ro Fermín Cevallos, una
de desagravio al infausto y difunto Virrey: uno fue el celebrar una solemne misa de honras oyéndola el
escultura en piedra de la Vir- mismo Pizarro sobre una alfombra que puso encima del fresco sepulcro del Virrey, y otro fue el orde-
gen María, hoy medio ocul- nar que en memoria del dicho Virrey, se levante una capilla sobre el preciso lugar en que ya caído del
ta, sobre la parada del tro l e-
bús. caballo y gravemente herido por un hachazo en la cabeza, Núñez de Vela fue decapitado. Pero, como

201
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

según el rito católico no es permitido dedicar un templo bajo el nombre de una persona profana, se bus-
có una advocación en un santo del día en que tuvo lugar la batalla, y se halló que ese día, que fue el 18
de enero, el calendario católico celebra a Santa Prisca, cuyo nombre fue, por tanto, dedicada esa capi-
lla.
Se levantó, pues, dicha capilla memorial en el sitio exacto de la decapitación del Vi rrey, y du-
ró por siglos con el nombre de capilla de Santa Prisca, y unas veces bien conservada, otras escombrosa.
Hasta que, el año de 1872, el Arzobispo de Quito, Monseñor Checa, para fundar los nuevos Semina-
rios, el Menor y el Mayor de Quito, adquirió unos amplios terrenos vacíos que quedaban al frente oc-
cidental de La Alameda, y en donde justamente se hallaba ya muy ruinosa la capilla de Santa Prisca, de
que venimos hablando, y el 7 de abril de 1875, en días de García Moreno, el Padre y Obispo lazarista
Pedro Shumacher, puso y bendijo la primera piedra para levantar el edificio del Seminario Menor, edi-
ficio de ladrillo desnudo que hasta hoy existe detrás de las nuevas y grandes construcciones modernas
que allí se están erigiendo194. A pocos pasos al lado norte de este edificio del Seminario Menor estaba
todavía en ruinas, como decimos, la capilla de Santa Prisca. Después los padres lazaristas cercaron con
altas tapias todo el enorme cuadrilátero que era de su propiedad (hoy desbancado y en vías de urbani-
zación), y, hacia el lado norte, donde corría un simple sendero (ahora calle Ante), los padres del Semi-
nario, después de derrocar de una vez los restos de dicha capilla del Virrey, formaron una hornacina en
la tapia, a buena altura, y allí colocaron una pequeña imagen de la Virgen con un farolito de vela en-
cendida todo el tiempo, piadosamente, para significar que por allí dentro del cercado del Seminario hu-
bo una iglesia que se extinguió con la incuria de los tiempos.
194 El autor se re f i e re a las
Después, corriendo los años, fue necesario ampliar el callejón delantero que se llamó calle An-
c o n s t rucciones frente al par- te, y al derrocarse para tal objeto el muro del Seminario, se perdió de hecho la hornacina con la imagen
que de La Alameda, en la Av. de la Vi rgen, imagen que fue recogida por el dueño de la casa vecina, quien, poniéndola en una nueva
10 de Agosto, entre la calle
Carlos Ibarra, al sur, y la ca-
urna de hojalata, y manteniéndola constantemente alumbrada con luz eléctrica, restableció así devota-
lle Santa Prisca, al norte, mente ese simbólico señalamiento del lugar aproximado donde estuvo la capilla de Santa Prisca, memo-
nombrada esta así por obvias rial de la decapitación de Blasco Núñez de Vela, primer Virrey del Perú. Por esta razón hemos dicho al
razones.
195 Comenzó a construirse principio del presente escrito, que LA ESQUINA DE LA VIRGEN demarca el sitio casi preciso de aquel
en el año 1954 y lo ocupó la horrendo hecho.
Superintendencia de Bancos El sitio en verdad preciso de este hecho y de su capilla memorial, fue aquel en que está ahora
hasta inicios de la década de
1980, cuando se mudó a otro asentado el gran edificio de la Superintendencia de Bancos195, en su parte posterior, donde años pasados
local en la Av. 12 de Octubre se encontraron muchas osamentas humanas al excavar los cimientos para ese nuevo edificio.
y Madrid, quedando el ante-
rior inmueble en manos del El campo donde se desarrolló la gran batalla de Iñaquito, es principalmente el que hoy com-
Banco Central del Ecuador. prende el Seminario Menor y su desbanque, La Alameda, los Palacios Legislativo y Judicial, las calles,
196 El autor trata este asunto
Sodiro y sus anexas, la Ponce y la avenida 10 de Agosto de ese lugar.
con más profundidad en las
historietas: “La verd a d e r a En cuanto a la capilla, hoy iglesia de El Belén, aún cuando digan las malas informadas histo-
historia de la capilla del Be- rias que es la primera iglesia de Quito, ni existía siquiera en tiempos de la batalla de Iñaquito, o sea el
lén” (página 2 0 7) y “La re-
año de 1546, doce años después de la fundación de Quito en 1534. Esta capilla es muy ulterior, aun-
c o n s t rucción final de El Belén
por el Presidente Villalengua” que sin consecuencia de dicha gran Batalla; pero esto no lo dice la historia convencional, porque fue un
(página 2 1 1) . secreto de la época. Sin embargo, nosotros esclarecemos este punto en estudio aparte, en otra ocasión196.

202
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA IGLESIA DE SANTA PRISCA FUE MUY ANTERIOR


A LA CAPILLA DE EL BELÉN197

E
l error por demás propagado y aseverado, sin ningún fundamento fehaciente, de que la
capilla del Belén fue el primer templo de Quito donde los conquistadores españoles die-
ron culto al verdadero Dios, es un error muy viejo: proviene desde muy antiguos cro-
nistas de Quito, medio siglo o un siglo y más, ulteriores a la fundación de nuestra ciudad, que pobre-
mente informados a este respecto, sentaron en sus inciertos escritos no pocos absurdos, que lo vamos a
demostrar aquí simplemente en dos instancias muy sencillas. A estos inhábiles cronistas, que ya no eran
de la brillante calidad de los cronistas de la Conquista, sin el debido examen de documentos fidedignos
y con inexplicable falta de criterio lógico —que llaman crítica histórica— les han seguido ciegamente,
¡es lástima!, nuestros dos más respetables historiadores: González Suárez, como ya lo demostramos en
nuestra anterior “Historieta”, y antes que él, Pablo Herrera, quien en sus valiosos “Apuntes para la His -
toria de Quito” recientemente re p roducidas en el folletín de “Últimas Noticias”, también incurre en el
error de creer y aseverar que la capilla del Belén es la primera iglesia levantada en Quito.

E R R O R E S E V I D E N T E S D E D O S
C R O N I S T A S A N T I G U O S

P
or ejemplo, Rodríguez Docampo que siendo Secretario de la Universidad de Quito, es-
cribió en 1650 una crónica intitulada “Fundación de la primera iglesia de Quito”, dice:
“La primera iglesia del Quito se dedicó a 31 días del mes de Agosto de 1534, siendo Su -
mo Pontífice Paulo V, etc.” Docampo equivoca fechas, porque en agosto de 1534 Quito ni siquiera es-
taba ocupada todavía por los españoles, cosa que ocurrió como todos hoy lo saben, el 6 de diciembre
se 1534. Y, todavía equivoca hasta el Papa, que no fue el antecesor en el nombre de nuestro actual Pau-
lo VI, sino Paulo III.
153

197 Historietas de Quito:


“Últimas Noticias”, Quito,
12 de junio de 1965. Pág. 11
y 22.

203
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

154
El otro cronista colonial, Salazar de Villasante, dice por otro lado: “Allí, [en
Santa Prisca] donde murió el Visorrey está un humilladero, una ermita y su altar, más
nunca se ha dicho misa en él”. Esto escribió Villasante en 1569. Pero la cosa no es
cierta, porque quien lea hoy el “ L i b ro de los Obispos” de Quito, allí hay constancia
prolijísima y abundante de que en 1586 recién estaba apuradamente construyendo la
“iglesia de Santa Prisca” para acomodar en ella al “cuasi” curato de Santa Bárbara a
fin de que esta “ e rmita de Santa Bárbara” sea ocupada por su primera escuela por los
recién llegados jesuitas.
No había un tal altar para decir misa, porque como lo dice otro cronista de estos, Rodríguez
de Aguayo, en 1570, entonces apenas había “un humilladero de piedra [una simple cruz] que será a un
tiro de arcabuz de la ciudad” y que nada más señalaba el sitio preciso donde los soldados de Gonzalo
Pizarro le cortaron la cabeza al Visorrey después de la batalla de Iñaquito.

C O N L A C R O N O L O G Í A D E
L O S H E C H O S , N O H A Y D U D A S

A
ntes de que tratemos de la capilla misma del Belén y de sus mitos de ser la primera
iglesia de Quito o de que allí se haya celebrado la primera misa, debemos esclarecer
de antemano completamente que la “iglesia de Santa Prisca”, es muy anterior a la er-
mita de Vera-Cruz tiempos después llamada del Belén; y, para ello vamos a presentar metódicamente los
hechos en forma cronológica:
AÑO DE 1546.- El 18 de enero de este año se da la tremenda y famosa batalla de Iñaquito
entre las fuerzas del Vi rrey Núñez Vela y las del rebelde Gonzalo Pizarro.
Decapitado el Vi rrey, su cuerpo es abandonado en el campo, y su cabeza es llevada con mil
desacatos a una picota que se colocó en la plaza de la villa de Quito. Gonzalo Pizarro ordena recoger
el cuerpo, y rescatada la cabeza, le da sepultura al pie del altar de la iglesia mayor, mayor no porque ha-
ya habido otra menor, sino por decir “iglesia matriz” de la villa. Un testigo presencial de este hecho, el
famoso soldado cronista Gutiérrez de Santa Clara, dice: “Más en fin al fin el Visorrey fue muy honrra -
damente enterrado en la yglesia mayor por el tirano y por sus capitanes aunque eran sus enemigos”
Aparte de este acto de reparación, Pizarro ordenó que se construya una capilla en el sitio de la decapi-
tación, que tuvo que dedicarse a Santa Prisca por ser en este día del calendario en que se cometió el re-
gicidio. La capilla no llegó a construirse sino 40 años después, en 1586, según lo explicamos antes;
mientras tanto no se señaló el sitio sino con una cruz de piedra como “humilladero”, cosa que por tal,
en el antiguo castellano, dicen los diccionarios “es una especie de oratorio que suele haber en las carre -
teras, a la entrada de los pueblos, o en los pueblos mismo, y consiste en una cruz o en una imagen me -
tida en un nicho de piedra o de madera” Este “humilladero” de Santa Prisca, es 66 años anteriores al
humilladero de la Vera-Cruz o al fin de Belén, fundado en 1612 y con el cual confunden lastimosamen-
te los cronistas y luego nuestros historiadores. Aquí nunca se le dio sepultura inicial ni exhumada al ca-
dáver del Virrey.
AÑO DE 1549.- Tres años después de muerto el Virrey y de enterrado su cadáver en la igle-
sia mayor [Catedral], según consta en los Libros de Cabildos de Quito, los vecinos de la ciudad elevan
una petición a La Gasca, diciéndole: “Atento questa ciudad sirvió tan lealmente a Su Magestad e junta -
mente con muchos vezinos della murió el visorrey en servicio de Su Majestad e se enterró en esta ciu -
dad en la yglesia mayor della, piden que los huesos del dicho señor visorrey no se saquen de la dicha
yglesia...” (¿Por qué los querrían exhumar?)
AÑO DE 1550.- Primera referencia documental en los Libros de Cabildo, de la existencia del
“humilladero” de Santa Prisca, (nombre éste que se puso al edificarlo como iglesia) diciendo: “E luego
el señor Carlos de Salazar, rregidor pidió a los dichos señores le hagan merced de un solar e huerta ques
en esta ciudad entre la cruz de otabalo [hoy Plaza del Teatro] y el omylladero como vamos hasta ella [a
Otavalo] a mano izquierda“
AÑO DE 1551.- Según referencia al “humilladero” de Santa Prisca en los Libros del Cabildo,
dando a Alonso de Bastidas “quatro solares camino de omylladero a mano izquierda”. (Ninguno a ma-
no derecha del camino de Otavalo, sobre lo que hoy es Alameda, ni a la derecha del “camino a la Ca -

204
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

nela”, hoy el Oriente, ni tampoco sobre la línea que atraviesa estos caminos, que es la del muy poste-
rior “humilladero y ermita de la Vera-Cruz y luego de Belén”).
AÑO DE 1586.- Construcción tardía, como se ha explicado, de la “iglesia de Santa Prisca”
para que con el carácter de templo parroquial sustituya temporalmente a la ermita y cuasi parroquia de
Santa Bárbara, cedida a los jesuitas.
AÑO DE 1599.- Francisco de Sotomayor, Corregidor de Quito y creador del paseo de la Ala-
meda, según documentos del Cabildo, reedifica y adorna la iglesia de Santa Prisca que, con el regreso
parroquial a Santa Bárbara, estaba ya arruinándose.
AÑO DE 1599.- En este mismo año y por el propio motivo de la ruina de esa iglesia, el Pre-
sidente de la Audiencia había escrito una carta al Rey de España, y éste contesta así: “Decís que en esa
ciudad hay una iglesia de la advocación de Santa Prisca, que se fundó en la parte donde se tuvo la ba -
talla con el tirano Gonzalo Pizarro y se halló muerto al Vi rrey Blasco Núñez Vela y otras personas que
siguieron al Estandarte Real, y cada año se celebra allí la fiesta de Santa Prisca y se hace conmemora -
ción de aquellos difuntos y va la Audiencia allá, y me suplicáis le mande hacer alguna merced y limos -
na para que se conserve lo que allí se hace y no cese: y porque quiero ser informado más particularmen -
te del fundamento que tuvo la fundación de la dicha iglesia y por qué causa va la Audiencia allí el día
de la fiesta y todo lo que hay en esto. Os mando que me enviéis relación muy particular de todo”
¿No será que de todo esto, que ni el Rey lo conocía bien entonces, o sea de la fundación de la
iglesia, de la construcción de ella y de la gran misa y fiesta con asistencia del Cabildo, se originó bien
después el mito de que la capilla del Belén fue la primera iglesia que levantó Quito y donde se celebró
dizque la primera misa?

L A F U N D A C I Ó N D E L Q U E L L A M A M O S E L
B E L É N E S D E L A Ñ O 1 6 1 2

D
urante todo el siglo XVI, o sea desde 1534 hasta 1599,
no hay ni rastros materiales de que haya existido el hoy
155
llamado Belén, ni tampoco hay el menor rastro docu-
mental en que pueda afirmarse la pura leyenda, falsa tradición o fábula de
que haya sido la primera iglesia levantada en Quito y el Ecuador.
Solamente el año de 1612, mayo 2, en las actas del Cabildo de
Quito aparece una licencia que concede a “unos vecinos” de la ciudad, que
mucho después se les llama “unos mercaderes”, para “poner una cruz y
humilladero en el exido de Añaquito y se les señala sitio”. En el texto de
la petición de los “vecinos”, dice: “que por la mucha devoción que tene -
mos a la Santa Cruz, hemos tratado que, dándonos Vuestra Señoría licen -
cia para el día de la invención de la Cruz que es a tres de Mayo de este año,
de llevar en procesión la dicha Santa Cruz con la mayor solemnidad que
fuere posible al campo de Añaquito, a donde PRETENDEMOS hacer un
Calvario con su Humilladero... y para ello tenemos necesidad de sitio”
Los cabildantes resolvieron que: “por cuanto los pobladores y
ANTIGUOS [entiéndase bien esta palabra “antiguos” del documento]
desta ciudad señalaren humilladero en la placeta de Santa Prisca, DON -
DE AL PRESENTE ESTA”, sin embargo “se les señala un solar de tierra
en el campo de Añaquito, donde más cómodo fuere...”
Esta es, por de pronto, una prueba suficientemente definitiva de
que el primer principio en 1612 de la que llegó a ser capilla del Belén, tu-
vo lugar 78 años después de la fundación de Quito y de su iglesia parro-
quial matriz, 66 años después de que ya se puso “humilladero” en Santa
Prisca, y 26 años después de que Santa Prisca fue construida como iglesia,
no capilla, adoratorio ni calvario, para ayuda de parroquia de Santa Bár-
bara, el año de 1586.

205
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

156

206
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA VERDADERA HISTORIA DE LA CAPILLA


DEL BELÉN198

En ningún documento de Cronista alguno de los días de la conquista y


157
fundación de Quito, que son los únicos fehacientes en este caso, existe
el más mínimo dato, ni siquiera una incidental referencia en que pueda
fundarse la vaga idea, que no es afirmación ni aseveración, de que El Be -
lén haya sido el primer templo levantado en Quito por los conquistado -
res españoles para rendir culto al verd a d e ro Dios, ni tampoco hay nin -
guna constancia fidedigna de que allí, por lo menos, se haya celebrado
la primera misa de la Conquista. Todo lo que acerca de esta idea con -
fusamente insinúan ciertos mal informados y ya tardíos escritores lige -
ros de la Colonia, es recogido no como leyenda, no como tradición, sino a manera de conse -
ja de un hecho apócrifo que, entremezclado con ciertos hechos históricos de carácter confiden -
cial, como lo veremos luego, se había tenido el cuidado de mantenerlos en secreto disfrazán -
dolos discretamente con otra versión de índole religioso para que lo original no sea de domi -
nio público.

N I L A L Ó G I C A R E S P A L D A L A
F A L T A D E D O C U M E N T O S

Y
a hemos demostrado en nuestra “Historieta” anterior con cita precisa, insospechable,
de documentos hasta hoy existentes que el sitio exacto en fue decapitado el Virrey Nú-
ñez Vela el 18 de enero de 1546 en el campo de batalla de Iñaquito, se señaló, por de
pronto, con el primero y el único “humilladero” que hubo en dicho campo (hoy inmediato a la esqui-
na de la Virgen); luego, hemos demostrado que sobre este humilladero, solo cuarenta años después, en
1586, se construyó de apuro Santa Prisca, no meramente como capilla de un desagravio, como fue el
intento inicial de Gonzalo Pizarro en 1546, sino como una iglesia (que implica bautisterio y cementerio,
y sagrario expuesto) para ayuda de parroquia de la cuasi parroquia desplazada temporalmente de San-
ta Bárbara. Y, dicho sea de paso ahora, esta provisional iglesia de Santa Prisca fue elevada a la catego-
ría de parroquia conjuntamente con los de San Roque y San Marcos en 1595 por el cuarto Obispo de
Quito, fray Luis López de Solís.
Finalmente hemos demostrado que apenas en 1612, “unos vecinos” de Quito, que después les
llaman “unos mercaderes” devotos de la Santa Cruz, comienzan a poner las primeras estacas para si-
tuar un nuevo “humilladero” en el mismo extenso campo de batalla de Iñaquito, donde con los años
iba a aparecer un calvario, una ermita de la Vera-Cruz que, a la larga en proyectada y no consumada
recolección de frailes, llegó a apellidarse “de la Vera-Cruz de Belén”.
Después de esas demostraciones documentales, vamos ahora a plantear la negativa de esta his-
toria apócrifa del Belén, desde el punto de vista de la simple lógica, a saber:
1.- Siendo los conquistadores españoles tan religiosos y devotos, a quienes no les faltaba un
oratorio mínimo en sus casas, ¿cómo se les hubiera ocurrido fundar a Quito en lo que es Santa Bárba-
ra, mejor dicho donde hoy está señalada la casa de Sebastián de Benalcázar, e ir a instalar sus primera
iglesia parroquial con bautisterio, cementerio y sagrario, a una distancia de dos buenos tiros de arcabuz
de sus habituales domicilios, allá en El Belén, que ahora nos parece un paso con la rueda y el automó-
vil?
198 Historietas de Quito:
2.- Si El Belén ha sido, dizque, la primera iglesia levantada por los conquistadores españoles
“Últimas Noticias”, Quito,
19 de junio de 1965. Pág. 7 y donde necesariamente se debían administrar los sacramentos, o por lo menos haberse celebrado la pri-
y 22. mera misa, según ingenuamente creen algunos escritores ¿cómo es posible que a un sitio ya de hecho

207
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

consagrado como santo, los tan religiosos españoles le hubieran infamado después colocando a pocos
pasos de él, cómo hasta hace poco estuvo, un rollo o picota monumental de piedra, instrumento preci-
samente de ignominia para colgar y abandonar en él a los despojos de los que no merecían recibir se-
pultura cristiana en un “camposanto”?; y
3.- El Belén está, como Santa Prisca estuvo precisamente en el campo de la batalla de Iñaqui-
to, lugar mismo donde recibieron sepultura de guerra todos los combatientes fallecidos, excepto el de-
capitado Vi rrey, ¿cómo es entonces, que en ningún relato de aquella batalla, ocurrida apenas once años
después de la fundación de Quito, ni el prolijísimo del soldado testigo, Gutiérrez de Santa Clara, no se
dice una sola palabra de que allí hubiese existido una capilla, una ermita, iglesia, o lo que fuese, llama-
da o no llamada Belén?
Bastarían estos solo tres interrogantes que no son obra de erudición sino de simple criterio ló-
gico, o de crítica histórica, como elegantemente dicen los escritores grandes, para que, no habiendo res-
puesta, que no la hay ni documental ni racional, para que esta historia apócrifa sobre la genealogía del
Belén sea desechada para siempre.

L A B R E V E Y V E R Í D I C A H I S T O R I A
D E L B E L É N

V
olvamos a usar aquí el sencillo e inapelable sistema de la cronología para demostrar
desde cuándo nace aquello que terminó por ser El Belén:

AÑOS DE 1610 A 1612.- Aparecen por allí, como ya se ha explicado, unos “vecinos de Qui -
to que por su mucha devoción a la Santa Cruz pretenden hacer un Calvario con su Humilladero en Aña -
quito... y para ello tienen necesidad de sitio” y piden licencia para ello al Cabildo. Este “no embargan -
te que los pobladores y ANTIGUOS desta ciudad señalaron humilladero en la placeta de Santa Prisca
donde al presente está, les señaló un solar de tierra en el campo de Añaquito, donde más cómodo fue -
re” Este campo era el de la batalla, y el lugar más cómodo, así discretamente dicho, lo sabían esos ta-
les vecinos peticionarios. Allá fueron el día de la invención de la Santa Cruz, que es el 3 de mayo, y des-
pués de la gran procesión celebraron en el mismo sitio una misa solemnísima “de mano”, como dicen
los documentos antiguos, o “misa campal”, como decimos ahora. Esta ceremonia se hizo costumbre
por muchos años. (He allí un claro origen de la historia apócrifa sobre la llamada “primera misa”, ya
que no “primera iglesia”). No obstante, esta costumbre se acabó cuando los tales “vecinos” creadores
del Calvario y Humilladero habían muerto; de lo cual hay una amarga queja y lamentación escrita en
el Libro del Obispado de Quito.
AÑO DE 1618.- Asoma allí una Hermandad de Merc a d e res tratando de revivir el pronto aba-
tido Calvario de los “vecinos” y a aquellos se les adosan los Padres agustinos tratando de fundar allí un
convento de agustinos descalzos; les niega el permiso la Audiencia por haber ya demasiados conventos,
y lo devuelven a los Mercaderes, por el año de 1625.
AÑO DE 1640.- Los Padres mercedarios, tratando con los cofrades merc a d e res, intentan tam-
bién fundar allí una recolección llamándola “Santa Cruz de Belén”. Aquí nace recién este apellido de
Belén, más de medio siglo después de construida la iglesia de Santa Prisca. Los mercedarios igualmen-
te fracasaron y quedó abandonada la ermita con el simple sobrenombre de El Belén.
AÑO DE 1694.- El Obispo de Quito, Sancho de Andrade, manda derrocar las ruinas de di-
cha ermita y reconstruirla poniéndola a cargo de la cofradía de Guápulo. Esta reconstrucción duró lar-
go hasta 1787 en que el Presidente Villalengua volvió a reconstruirla, como está ahora, cosa que la tra-
taremos en la próxima “Historieta”

E L O R I G E N S E C R E T O D E L A C A P I L L A
D E L B E L É N

L
os que nos han dado una historia apócrifa del Belén, no se fundan en ningún documen-
to fehaciente ni en el criterio lógico. Nosotros vamos a adelantar una revelación tam-
poco documental, en parte, pero si absolutamente lógica y con innegables hechos evi-

208
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

denciales. Decimos, pues, que donde veladamente apareció un segundo humilladero, calvario o ermita
y después capilla del Belén de Añaquito, allí estuvieron las grandes fosas de entierro colectivo de los
muertos de la batalla de Iñaquito; presumimos con todo fundamento lógico que los “vecinos” no eran
más que los huérfanos mestizos, hijos naturales ya maduros de los conquistadores fallecidos en la bata-
lla de Iñaquito, pues, debían estar frisando ya en cosa de los 64 años de edad.
Estos mestizos de los cuales sucintamente tratamos en nuestras “Historietas” relativas al hos-
pital de la Misericordia y Caridad fundado en 1565199, ellos exhumaron de allí los restos de sus padres
y los llevaron a ocultar a una cripta u osario secreto muy grande, colectivo, construido de propósito en
un gruesísimo muro principal de ese hospital, dedicado también para hospedaje de esos huérfanos por
Cédula del Rey de España, como ya lo dejamos comprobado.
Los primeros quiteños genuinos, estos huérfanos hijos mestizos de los conquistadores españo-
les fueron muy nobles y leales con la memoria y las cenizas de sus padres muertos en el campo de bata-
lla y enterrados allí mismo en campo no santo: las recogieron para venerarlas junto a su domicilio, el
hospital; y, a la tierra que los recibió, la dedicaron una cruz, un humilladero, un calvario; pero todo es-
to hecho con la más discreta reserva y disimulo, como es procedente.
Como prueba, si se quiere documental, de esta suposición bien fundada nuestra, y sin más co-
mentarios, copiamos a continuación lo que fray Reginaldo de Lizárraga, cronista de fines del siglo XVI
y que conoció a fray Gaspar de Carvajal, el del Amazonas, escribe de su visita al campo de Guarinas en
el Perú, donde tuvo lugar la segunda batalla de Gonzalo Pizarro después de Iñaquito, dice:
“En toda esta provincia de Omasuyo, no he visto dos veces que por ella he caminado, cosa
digna de memoria, si no es el pueblo de Guarina, dos leguas adelante del cual fue la batalla desgracia -
da entre el general Diego Centeno que defendía la parte de Rey, y el tirano Gonzalo Pizarro, éste con
cuatrocientos hombres y Centeno con 1.200; aquí fue desbaratado y la flor de los vecinos y capitanes
muertos y presos, y enterrados más de cuatrocientos hombres en un hoyo donde agora está una ermita
harto mal parada, sin que los hijos de los que allí tienen sus padres la re p a ren ni aún hayan gastado un
199 A partir de la página real, y son algunos destos vivos y muy ricos; mas de sus padres creo se acuerdan poco”
261 se reúnen las diversas
historietas sobre el antiguo
Tampoco en el Perú al tiempo de la batalla de Guarina, el 26 de octubre de 1547, había mu-
hospital de la Misericord i a jeres españolas; los hijos de los conquistadores eran mestizos en las mujeres indias, como en Quito. Es-
y Caridad, llamado poste- ta es la verdadera historia de nuestras nacionalidades y esta es la verdadera iglesia del Belén, desfigura-
r i o rmente de San Juan de
Dios, hoy Museo de la Ciu- da con una versión apócrifa de tinte religioso con que querían ocultar los tímidos escritores antiguos, el
dad. pecado nacional del mestizaje.

209
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

158

159

210
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA RECONSTRUCCION FINAL DE EL BELÉN POR


EL PRESIDENTE VILLALENGUA200

E
l señor don Juan José de Villalengua y Marfil que gobernó la Real Audiencia de Quito
desde 1784 hasta 1791, fue uno de los magistrados españoles más progresistas que du-
rante la Colonia tuvo nuestro país, y que especialmente realizó muy buenas obras en la
ciudad de Quito. El fundó la universidad pública de Santo Tomás, la casa de hospicio para pobres con-
juntamente con el asilo para los lázaros; él dio forma definitiva al paseo de la Alameda, haciendo pri-
mero de propósito una plaza de toros para diversión popular en la hoy Plaza del Teatro, donde estaba
la carnicería, a fin sacar fondos de ello para dar vida económica permanente a la Alameda, cobrando
entradas al pueblo; construyó algunas fuentes públicas; empedró muchas calles y obligó a blanquear con
cal las casas; reparó los caminos inmediatos; construyó el necesarísimo puente del Calzado en los fan-
gales de Turubamba (frente a donde está hoy el cuartel militar Epiclachima) y reconstruyó la antigua ca-
pilla de la Santa Vera-Cruz de Añaquito, o Belén.

Cuando Villalengua se propuso con fervor emprender en la obra pública de la Alameda, que,
según sus propias palabras constantes de un documento inédito era “el suspirado objeto de la ciudad
quasi desde su fundación, y por ello emprendida en diversos tiempos, aunque sin verificación”, hubo de
tomarla a su cargo y al fin la llevó a feliz término, dotando a Quito de un hermoso y tan característico
atractivo público como es la Alameda; el Presidente Villalengua quiso extender la presentación de este
paseo hasta la entonces derruida capilla de la Santa Veracruz de Belén, reconstruyéndola y dotándola
del mejor modo posible, puesto que aquel antiguo calvario o humilladero se hallaba al extremo norte
del plano alto de la Alameda, cerca de un barranquillo que desciende al plano inferior desde donde (hoy
estadio deportivo)201 se extiende la totalidad de la llanura de Iñaquito.

M A N E R A C O M O F U E R E E D I F I C A D A L A
C A P I L L A

S
egún el antedicho documento inédito, se dice textualmente “que interesándose el Presi -
dente Villalengua en la reedificación de la Capilla titulada de la Vera-Cruz, en memoria
de la gloriosa Conquista de Quito, que por injurias del tiempo solo se echaban de ver sus
vestigios, la construyó desde sus cimientos, adornándole de un primoroso Retablo dorado, a la Chines -
ca, con colocación de varios Ángeles, espejos, y las correspondientes imágenes de un Calvario, decente -
mente vestidas; aperada la Sacristía de buenos paramentos, alhajas de plata y otros muebles; con agre -
gación de unas casas bien dispuestas para habitación del Capellán y demás oficiales de dicha Capilla,
etc.”
Al terminarse la reedificación y antes de entregarse esta capilla a los Padres de la religión de
200 Historietas de Quito: San Agustín, que la solicitaron para trasladar a este nuevo edificio y capilla su recolección titulada de
“Últimas Noticias”, Quito, los descalzos agustinos, se puso en el muro detrás del pulpito una gran lápida de mármol, que, sin du-
26 de junio de 1965. Pág.
13. da, debe hasta ahora existir202, con una larga inscripción, que la vamos a copiar literal:
201 El autor se re f i e re al
antiguo estadio municipal “A DIOS ÓPTIMO MÁXIMO
“del Arbolito”, hoy despa-
recido, pues este espacio El Dr. Juan José de Villalengua y Marfil, varón esclarecido, nació en Sexia, de la noble prosa -
junto a la Casa de la Cultu- pia de los Ubedanos, erudito en Letras en la Universidad Complutense, Miembro de la Academia de
ra Ecuatoriana, se convirt i ó
en parque. Derecho Público Español y de la Sociedad Sexitana, y del Consejo Real, aplaudido Presidente de la Real
202 Desgraciadamente esta Audiencia de Quito y Prefecto de Milicia y Hacienda, con los prudentes consejos de los antiguos reli -
histórica lápida ha desa- giosos y por los justos y santos designios de Dios logró ser ilustre maestro en el eximio arte de gober -
p a recido de la Iglesia de El
Belen. nar; protegió a los indios contra toda opresión, los sustrajo a todo engaño, y les hizo acre e d o res a la re -

211
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

muneración del fisco por sus trabajos, puso en práctica las leyes agrarias y aumentó las cajas reales sin
queja ninguna de los pueblos; construyó cuarteles para los soldados de infantería y caballería; hizo em -
pedrar las vías públicas y plazas de Quito, y compuso los demás caminos reales.
Con el progreso y la disciplina de la juventud restituyó a su primitivo decoro al Seminario de
San Luis; recogió en asilos especiales a los pobres que vivían en la ociosidad; pre s e rvó a los ciudadanos
con inefable solicitud, del contagio en los días de peste, y se hizo todo para todos según el Divino ejem -
plar;

REINANDO CARLOS III P. F. AUG. P. P.

Esta capilla tan beneficiosa para los idólatras como temible para los ídolos, que transmitió a
la posteridad la fe de los antepasados, construida por los primeros debeladores del paganismo, célebre
por los incruentos sacrificios de la Región y que trae su nombre del Sagrado Leño en el cual se verifi -
có la salvación del mundo, se llevó a cabo con el óbolo de los mercaderes, las plegarias de los fieles y
los votos de los religiosos. Más, Oh! desgracia, por la inclemencia del tiempo y la incuria de los hom -
bres, agobiada de vejez, afeada por la ruinas, destruida casi por completo, trató de conservar incólume,
o mejor de reedificarla y adornarla con más elegancia, ayudado por la munificencia del Cabildo Civil
de Quito, un hombre piadoso en nada inferior a sus antepasados.— A 1º de Noviembre año del Señor
203
de MDCCLXXXVII”. [1787]

Como se ve, la inscripción de esta lápida contiene una como página documental muy impor-
tante para la historia del Ecuador, y singularmente para la historia de la ciudad de Quito, dentro de es-
ta capilla que, por supuesto, es un templo excepcionalmente simpático y acogedor, y que una mera tra-
dición confundida con la de otros hechos no menos importantes de nuestra historia quiteña, le habían
hecho aparecer como primera iglesia que los conquistadores españoles levantaron en Quito. De nues-
tra parte, al esclarecer la verdad del origen de esta pequeña iglesia, como en regla es hoy a título de pa-

203 En realidad la inscrip- Los dos primeros renglo-


D.O.M.S.
nes están escritos en carac-
ción es latina, por lo que en-
D.D.IO.IOS. A VILLALENGUA, ET MARFIL VIR CL. t e res rojos, el resto en ne-
tendemos, lo que realizó
SEXIA, BASTUL, GEN NOBILIT. INSIGNIS. g ros. La escritura es muy
Luciano Andrade Marín es
COMPLVT. UNIVERS. AD LITER. ERUDITUS, igual, muy uniforme y lla-
una traducción. El Dr. José JUR. PUB. HISP. ACAD. ET SEXITANAE SOCIET. ADLECTUS, ma la atención la difere n-
Gabriel Navarro la transcri- REG. ACONSIL
cia que se ha hecho entre la
be de la siguiente manera:
I.S.QUIT. B.S. PLAUSU. MODER. INFULAT. Q. PRASES U y la V. que ordinaria-
REGNI GUBERN. AC R. MILIT. VECTIGAL. Q. PF. mente no se encuentra en
“La lápida que contiene es -
PRUD. CONSUL. PRIT. RELIGIOS. IUST. SANCTUS las inscripciones de este
ta inscripción es de mármol DIVINO CONSILIO R. P. ADEPTUS, tiempo. Escrita en corre c-
y está incrustada en la pare d ARTIUM ARTE Q. REGENDI MAG. ET. ILL.
to latín es una de las más
d e recha de la iglesia, atrás INDIGENIS AB EO, FIS. OLIM PATR. EX. AEQ. ET BO. PROTECTIS.
DOLO Q. SUBMOTIS. AERARIOR. NUM. ADSCRIPTIS. i n t e resantes para nuestra
del púlpito, de manera que
LL. AGR. I. USUM. REVOCATIS, historia”. (Navarro, José
para leerla bien es preciso
REGIA GASA SN. QUERELA POPULOR. AUCTA. Gabriel, “Epigrafía Quite-
subirse a este. Aunque en el EQ. T. PREDIT. Q. COH. IA. V. CASTRAMETATIS, ña”, Boletín de la Sociedad
ángulo del extremo izquier - VHS PUB. FOR. VEHIS Q. STRATIS AEQUE, AC. REFECTIS,
Ecuatoriana de Estudios
do superior se encuentra LATENTIB, PERUV. B. IPS. OPE. ET HORT. ÉT. VISCERA ERUTIS,
JUVEN. DISCIPL. FELICIORE SYDERE I. S. LUD. SEM. PRIST. DECOR. RASTIT. Históricos Americanos,
una raja o, más bien, una
EGENIS, OTIO ANTE A TORPENTIB. I. PTOCHOTROPH, RACEPTIS, Año I, Nº. 1,3,4,5, Quito,
rotura, sin embargo ella no
GIV. MORBII II, ACPESTIS DIEBUS INEFFAB. C. SERVATIS. 1918)
la daña. Dice así: OMNIB. OMNIA FACTUS I. Q. S. EXEMPLAR:

REGNAN. CAROLO III P. F. AUG. P. P.

HOCCE SACELLUM
TAM IDOLATRIS INFENSUM. QUAM INFESTUM IDOLIS.
QUOD. SI A VITAE I. POSTER. TRADIT. FIDES.
A PRIM. PAGANOR. DEBELLATOR. CONDITUM.
INCURREN. SACROR. RELIG. CELEBRE.
LIGNO Q.I. QUO MUNDI SAL’. EMP. NUNCUPATUM.
NEGOTIATOR. ENCAENIA.
ASCETAR. LAUDES. FF. Q. AD FRUGEM REDEUNT VOTA.
ORDINE COMPLEVERANT;
INIUR, TEMPOR. INCURIA Q. HOMIN. TAMEN. OH NEFAS!
SENIO CONFECTUM, RUINIS DEFORME, ACPAENE IAM DIRUTUM,
HOMO PIET, ANTIQUIS HAUD IMPAR
SARTUM TECTUM SERVARE; IMO VERIUS ELEGANTER C. C.
FINITUM Q. TEMPE DECORARI, I.
OPT. D. PAT. M. PRAESIDI
H.P.G.A.M.P.D. MUNIF. VIRT. Q. E.
SPL. QUIT. CIVIT. CONSILIUM.
K. NOV. A.S.R.M. DCC. LXXXVII.

212
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

rroquia de Santa Prisca, cuya sede propia fue otra, como hemos explicado, lamentamos el haberla pri-
vado, quizás, hasta que no se nos pruebe lo contrario, de la alta significación de haber sido dizqué la
primera iglesia de Quito y por tanto del Ecuador.

E L M I S M O E R R O R S E T U V O A C E R C A D E L
P R I M E R C O N V E N T O

C
o n f o rme vimos en las líneas anteriores, en los días del Presidente Villalengua, año de
1787, o sea doscientos cincuenta y tres años después de la fundación de Quito, en
1534, ya en esos días, decimos, no sabían mucho a ciencia cierta respecto de la prime-
ra iglesia o de la primera misa en los días de la Conquista; pues nadie había rastreado entonces la mon-
taña de documentos inéditos manuscritos de difícil lectura que existían y aún existen en el famoso Ar-
chivo de la Municipalidad de Quito. Estas inmensas documentaciones están hoy afortunadamente en
su mayor parte, ya conocidas y hasta reproducidas por la imprenta en forma de libros de insospechada
autenticidad y al alcance de quien quiera204. En esas grandes documentaciones hemos fundado nuestro
esclarecimiento en este caso, probando que es apócrifa la versión de que El Belén sea la primera iglesia
de Quito.
Cosa idéntica sucedió con la idea infundadamente generalizada de que el convento de los fran-
ciscanos de Quito era el primero que se fundó en Quito, cuando en realidad lo fue el de la Merced. Los
historiadores se habían fundado para esta aseveración en un documento cierto que dice, empero, que el
convento de San Francisco de Quito fue el primero de la Provincia Franciscana del Perú, pero no el pri-
mero de la ciudad de Quito, como convento de religiosos.
El que también incurrió en este error fue el ilustre González Suárez; pero, al decir del finado
don Pedro Traversari, en un escrito publicado por este señor, el doctor González Suárez, al ser instado
acerca de esta errónea creencia suya, tuvo que decir: “Sería de volver a estudiar este asunto de funda -
ciones”
Los hombres nuestros del siglo XVIII se equivocaron mucho acerca de las cosas de los dos si-
glos pasados. La mejor y más sencilla prueba está en aquel cuadro de la portería de San Francisco re-
204 El autor se re f i e re a la presentando a Fray Jodoco Rique205, con una leyenda que, entre otras cosas, dice: “que en el cemente -
publicación de los LIBROS rio de su convento se cogió el primer trigo el año de 1534”. Pues, como Quito se pobló con españoles
DE CABILDOS, por part e
del Archivo Municipal. el 6 de diciembre de 1534, resultaría así, que alguien sembró el trigo antes de la fundación de Quito, o,
205 Este cuadro se encuen- en otro, caso, que el trigo sembrado el momento de la fundación efectiva por Benalcázar, se produjo y
tra en la actualidad en el in- maduró en sólo 25 días que hay entre el 6 de diciembre y el 31 del mismo mes, fecha ni año en que to-
terior del convento, en el
museo fray Pedro Gocial, davía no había llegado a Quito fray Jodoco Rique, quien, de la fundación de Quito supo cuando él es-
en el segundo claustro. Una taba entre Guatemala y Nicaragua, disponiéndose a viajar al Perú, no obstante que hay autores de mu-
réplica, de muy mala cali-
dad, se colocó posterior-
cha cuenta, entre ellos el mismo González Suárez, que afirma que fray Jodoco Rique estuvo en la fun-
mente en la portada de la dación de Quito, y que de seguida fundó en 1535 el convento de San Pablo de los franciscanos. Cosa
portería.
que es del todo errónea frente a documentos fehacientes, insospechables que prueban lo contrario.

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213
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA IGLESIA DE CANTUÑA206

Por el Padre JUAN DE VELASCO

NOTA: Presentamos ahora, por brevedad, solamente el relato genuino del Padre Velasco
acerca de la famosa historia del indio Cantuña y de la iglesia de su nombre, para seguirlo el
próximo sábado con unas notas y comentarios.
QUITENSE207

H I S T O R I A D E L I N D I A N O C A N T U Ñ A
Y D E L T E S O R O E S C O N D I D O
D E A T A H U A L P A

E
n el año de 1574 murió en la ciudad de Quito, Cantuña, indiano nativo de la misma
ciudad, y con su muerte se descubre el gran misterio sobre los tesoros del Inca Atahual-
pa, que escondió el tirano Rumiñahui. Se había vuelto esto un problema. Constaba
con certeza que se había sepultado y escondido aquellos grandes tesoros en la misma ciudad o su inme-
diata cercanía, según hablé largamente en la Historia Antigua, el año de 1533 primero de la conquista.
No habiendo hallado rastro alguno de aquellos tesoros en el espacio de cuarenta años que se buscaban
con grande solicitud, dudaban ya muchos sobre la verdad del hecho. Era Cantuña, al tiempo de aquel
memorable suceso muchacho de pocos años, hijo de Gualca, uno de los secuaces de Rumiñahui, a quien
ayudó para sepultar los tesoros, incendiar la ciudad y retirarse a la montaña.
En estas aventuras fue sobrecogido Cantuña de la ruina de una casa incendiada, de tal modo
que su padre le dejó abandonado, juzgándolo muerto. El vivió, más las graves lesiones de la opresión
y del fuego, lo dejaron contrahecho, corcovado y con facciones tan monstruosas que parecía un demo-
nio. Hallándose sin padres ni parientes, se aplicó a servir a los españoles con tanta exactitud y buena
voluntad, que se hizo amar de ellos. Al cabo de algún tiempo, le cogió para el servicio de su casa el ca-
pitán Hernán Juárez, hombre pacífico, buen cristiano y de excelentes costumbres. Descubriendo éste en
la lealtad de su sirviente un gran fondo de juicio, capacidad y talento, le instruyó en la religión cristia-
na, le enseño a leer y escribir y le amaba más que sí fuese su hijo. Llegó Juárez a gran pobreza, por va-
rios reveses de fortuna; y viéndole Cantuña afligido, en términos de vender la casa, que era lo único que
había quedado para pagar las deudas, le dijo que en lugar de venderla, se empeñase en hacer dentro de
ella un secreto subterráneo y lo aperase de todos los instrumentos necesarios de fundición, que él daría
bastante oro, el cual no convenía que se viese sino después de fundido; con la condición de que jamás
había de revelar quién se lo había dado. No tuvo el buen hombre la mínima duda; previno todas las
cosas, trabajando personalmente ayudado de solo Cantuña, y según su dirección en todo. Levó éste de
noche tantas alhajas de oro, de aquellas que usaban los gentiles, sus antepasados, que importaron más
de cien mil castellanos.
Nadie sabía por dónde había mudado Juárez de fortuna. El como bueno y piadoso empleó el
caudal en hacer bien a muchos pobres. Estando para morir hacia los años de 1550, lo dejó a su india-
no por heredero de lo mismo que le había dado y de la casa que era inmediata al convento de los fran-
206 Historietas de Quito: ciscanos.
“Últimas Noticias”, Quito, A pesar del inviolable secreto del difunto, se rugía por la ciudad, por pura malicia y conjetu-
31 de octubre de 1964. Pág.
16. ras, que Cantuña lo había enriquecido. Se confirmaron en esta opinión al ver que el indiano heredero,
207 R e c o rdemos que las hacía diariamente exorbitantes gastos, en limosnas y otras pías obras, a las personas y a las iglesias po-
“Historietas de Quito” se bres. Dio esto en el ojo a muchos y fue obligado Cantuña a que declarase en tela de justicia, de dónde
publicaban los días sábados
en el vespertino “Últimas sacaba un caudal tan excesivo. Sin turbarse el indiano, dio, como tan capaz y advertido, una respues-
Noticias” y que Luciano ta con la cual quitó la gana a los jueces de hacerle más preguntas; y consiguió que lo dejasen lograr en
Andrade Marín firmaba
con el seudónimo de QUI- paz los tesoros en buenas obras a costa de una ficción. Declaró que era verdad que él había dado a Juá-
TENSE. rez y después a muchos otros, y que podía dar todavía mucho más; porque había hecho pacto con el

215
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

162

216
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

demonio para que éste le diese cuánto oro se le antojase, bajo de cierta cédula de la obligación firmada
con la sangre de sus venas.
Con esta respuesta le dejaron libre, lastimados los jueces de su infeliz suerte sin que se les que-
dase la menor duda sobre la verdad del pacto; porque los españoles de aquel tiempo creían firmemen-
te que los indianos tenían trato familiar con el demonio. Muchos religiosos de diversas órdenes, com-
padecidos del indiano ejercitaron su celo conjurándolo diversas veces y exhortándole con gran fervor
para que deshiciese aquel pacto y se convirtiese a Dios. Se esmeraron principalmente los franciscanos
sus vecinos, a quienes había hecho gruesas limosnas. Más él fingía mantenerse terco, diciendo que que-
ría tener oro mientras viviese. Lo veían todos con lástima, horror y espanto, ayudando a esto su feísi-
ma figura; y muchos no querían admitir sus dones y limosnas; más él se reía y se burlaba de todos; por-
que en realidad era buen cristiano y sumamente devoto de los Dolores de la Vi rgen. El, mientras vivió,
distribuyó secreta y públicamente entre los españoles e indianos bastantes millones.
Con ocasión de su muerte, que la tuvo asistido de muchos religiosos y cargado de reliquias y
conjuros, fue registrada toda su casa; fue descubierto con no poco trabajo el secreto subterráneo; y en
él fueron hallados los instrumentos de fundición, algunos tejos fundidos y varias alhajas todavía ente-
ras por fundir. Conocieron entonces el arte con que había engañado a todos; siendo una fábula y qui-
mera lo del pacto con el demonio, y siendo el verdadero manantial el oculto tesoro del Inca de que él
tenía noticia cierta. Más como esta nunca la reveló a ninguno, se quedó después en la misma ignoran-
cia. Lo más digno de notarse es que después de pruebas tan evidentes, y de declarar un religioso quien
había sido su secreto confesor, que había sido una pura ficción el pacto con el demonio, lo creen hasta
ahora muchísimas personas por verdadero. Con parte de aquel oro que les cupo a los franciscanos, es-
tos fabricaron después una buena iglesia contigua a la de ellos, dedicado a Nuestra Señora de los Dolo-
res, con suficientes fondos para mantener su culto y hacer las fiestas de la sagrada imagen.
No tiene por eso aquella iglesia otro nombre que el de la iglesia de CANTUÑA, la cual la hi-
cieron como propia de los indianos. Nunca se habrían sabido todas las circunstancias referidas de este
suceso, si aquel mismo religioso que más se empeñaba en conjurarlo en presencia de otros, y era su se-
creto confesor, no lo hubiese dejado escrito de su puño. El lo sabía todo, e hizo el dictamen de que con-
venía disimularlo, mientras vivía.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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164

218
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA HISTORIA DEL INDIANO CANTUÑA208

E
l insigne ecuatoriano del siglo XVIII, Padre Juan de Velasco, el historiador fundamen-
tal de nuestra Patria, es el que nos reveló la curiosísima historia del indio Cantuña y
de sus ocultos tesoros. Velasco hizo el relato por dos veces: una, en la que llamare-
mos “Historia General del Reino de Quito”, cuyos manuscritos lograron editarse por la imprenta en
Quito en los años de 1841 y 1844; y, otra en la particular “Historia Moderna del Reyno de Quito y
Crónica de la Compañía de Jesús del mismo Reyno”, cuyos olvidados manuscritos pudieron también
imprimirse en Quito apenas el año de 1941, cien años después de la primera obra.

Los dos relatos del Padre Velasco, el primero trazado probablemente a mediados del siglo
XVIII, y el segundo escrito sin duda a fines del mismo siglo, no son exactamente iguales. Difieren en
ciertos puntos importantes, como aclarando más el asunto en el último. En el primitivo dice que el nom-
bre del buen español que acogió como hijo al feo Cantuña era Hernán Suárez; en el segundo dice que
se llamaba Hernán Juárez. Asimismo, en el primer escrito dice que la casa de Suárez, “era vecina al con -
vento de los Franciscanos” a quienes otra vez les llama vecinos de la casa de Cantuña, heredada a Suá-
rez por el fallecimiento de éste; y en el segundo escrito, Velasco dice que la casa del rectificado Suárez
en Juárez, “era inmediata al convento de los Franciscanos”. Esta aclaración más puntual del mismo Pa-
dre Velasco, es muy importante para lo que diremos nosotros después.

L A B I O G R A F Í A D E C A N T U Ñ A

A
hora veamos algo de la vida del tan desgraciado, pero no desafortunado indiecito
Cantuña. Cuando fue oprimido por las ruinas de su choza y medio quemado en el in-
cendio de Quito realizado por Rumiñahui en 1534 para defenderse de Benalcázar con
una guerra arrasada, Cantuña debió ser un muchachito de no menos de diez a doce años para que en
208 Historietas de Quito:
“Últimas Noticias”, Quito, tal edad ya de alguna razón y cautela haya podido ayudar personalmente a su padre Gualca a esconder
7 de noviembre de 1964. sin duda en las vecindades mismas de la ciudad india de Quito, por la premura del caso, los tesoros de
Pág. 13.
Atahualpa sobrantes aquí de los que se llevaron a Cajamarca, y que, de medio camino, por la noticia
del asesinato del Inca, regresaron a escondérselos a trechos, ya en Llanganati (la patria
165 del Anti quitu apodado en quichua “Rumiñahui”), ya en Quinara y en Tumianuma, de
Loja, según las tradiciones. A esa edad el muchachito Cantuña viéndose huérfano y de-
forme, se aplicó a servir con toda buena voluntad a los recién llegados españoles. Así
capeó su triste vida de individuo físicamente inatractivo, yendo de unos a otros, hasta
que “al cabo de algún tiempo” como dice Velasco, (años diríamos nosotros), le cogió
para servicio de su casa el capitán español Juárez. Entonces Cantuña debió tener tal vez
unos 20 años de edad. En esas condiciones ya de cierta madurez y notando Juárez el
buen juicio y singulares talentos de su sirviente indiano, como vástago sin duda de los
inteligentes y aristócratas “orejones” o “caballeros” de los Incas, le adoptó, le trató y
le amó como a un hijo propio, porque también Juárez era un hombre solitario. Esta
adopción pudo haber tenido lugar el año de 1542.
Viviendo Cantuña al amparo de Juárez después de ciertos años éste cayó en
pobreza, cuando su indiano sirviente estaría ya mozo de cosa de 25 años de edad, épo-
ca en que, recordando siempre dónde habían sido enterrados los tesoros del Inca, le
ayudó económicamente con harto oro fundido a su patrón.
Finalmente, muere Juárez en 1550, fecha indicada por Velasco, y en que Can-
tuña tendría unos 28 años; después, en 1574 muere también Cantuña, asimismo por fe-
cha precisa revelada por Velasco. Lo que quiere decir que Cantuña falleció de una edad

219
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

de 52 años aproximadamente mientras el indiano había quedado bajo amparo de los franciscanos, a
quienes Cantuña seguía dando oro a manos llenas tal como a su primer patrón, Juárez.

L A S P I E D R A S Y E L T E S O R O D E
A T A H U A L P A H I C I E R O N S A N F R A N C I S C O

N
o cabe duda de que los franciscanos, guardando siempre sigilosamente el secreto a
medias que tenían del oro que les entregaba Cantuña, pero no del sitio del entierro
de donde lo sacaba, ni de su inviolable subterráneo de las fundiciones, aprovecharon
mucho de ese oro de Atahualpa para la construcción de su soberbia iglesia y convento. El mismo Pa-
dre Velasco confirma esta sospecha nuestra cuando dice: “Con parte de aquel oro que les cupo a los
Franciscanos, éstos fabricaron después una buena iglesia contigua a la de ellos dedicada a Nuestra Se -
ñora de los Dolore s ”. Tal fabricación debió tener lugar muchos, largos años después de la muerte de
Cantuña y de terminarse por completo la construcción de la iglesia y convento franciscanos.
¿ Y, en qué parte contigua fabricaron esa iglesia de Nuestra Señora de los Dolores? Pues, nece-
sariamente en el sitio mismo donde estuvo “la casa inmediata del capitán español Hernán Juárez”, des-
pués casa de Cantuña, y, hasta hoy iglesia de Cantuña. Es obvio que por razón de los cuantiosísimos
recursos en oro que el deforme indiano les dio a los franciscanos para la fabricación de sus edificios re-
ligiosos, éstos al morir Cantuña le dieron una especialísima sepultura en su propio convento, sellada con
una bella y suntuosa lápida tallada, como hasta hoy mismo se conserva y puede vérsela en un muro del
corredor bajo de dicho convento209.
De todo esto resulta que no sólo la pequeña iglesia de Cantuña, sino que la gran iglesia e in-
menso convento de los Franciscanos, es no meramente hecho con las innumerables grandes piedras del
Palacio del Inca, más también con los áureos tesoros del mismo Inca quiteño Atahualpa. Esto sí es his-
toria; fábula, leyenda o cuento anecdótico es más bien aquello de que un día el Rey de España miran-
do a lo lejos a través de la ventana de su palacio de Madrid fue preguntado que cosa es lo que buscaba
con la vista, dizque había contestado “Estoy viendo si ya se puede divisar las torres de San Francisco de
Quito que, por el oro que me cuestan, deben ya llegar al cielo”. Como que hubiera sido el oro de Es-
paña el que estaba gastándose.

A L O S 4 0 0 A Ñ O S S E D E S C U B R E
E L S U B T E R R Á N E O D E C A N T U Ñ A

P
or fin de fines, al cabo de siglos, en el reciente año de 1957, con motivo de emprender
en la renovación del pavimento de tablas viejas de la iglesia de Cantuña, se descubrió
sorpresivamente para las gentes de este siglo, que ya nada saben de los pasados, una
gran bóveda subterránea de ladrillo, supuestamente imaginada como “cripta sepulcral” por unos pocos
huesos y restos humanos antiquísimos hallados allí dentro; pero que, de verdadera cripta sepulcral co-
mo es de uso en las catacumbas de nuestros templos, no tenía nada, pero nada. Las conjeturas y acla-
raciones se hacían a pura adivinanza. En la edición de “El Comercio” del 14 de agosto de dicho año,
salió en primera página una nutrida información gráfica sobre este sensacional y misterioso hallazgo que
ni los actuales franciscanos pudieron definirlo.
209 Esta lápida, que cerraba A nadie entonces se le ocurrió relacionarlo ni remotamente con los particulares tan claros, de-
la bóveda sepulcral de Fran- finidos y precisos de la historia fidedigna del indio Cantuña escrita y dos veces, por el historiador Padre
cisco Cantuña y sus here d e-
ros, fue retirada a inicios del Juan de Velasco, que ahora la hemos dado a conocer ampliamente al público en estas “Historietas de
siglo XX del suelo, al pie de Quito”, donde hasta constan que el español “ J u á rez trabajando personalmente, ayudado de solo Can -
del altar de la “Impresión de
las Llagas de San Francisco”
tuña y según su dirección en todo”, formó un “secreto subterráneo” en su casa para las fundiciones del
t e rminado el 22 de noviem- oro. El que esto escribe, llevado de sospechosa curiosidad, fue también a ver aquel subterráneo que aca-
b re de 1669, en la capilla de ba de descubrirse, y, examinándolo bien, concluyó con la persuasión de que ese era precisamente el mis-
Cantuña. Por lo tanto, este
personaje, no pudo ser el de terioso subterráneo del indio Cantuña por dos argumentos evidentes, histórico el uno, y de física ele-
la leyenda ambientada un si- mental el otro. Primero, porque el Padre Velasco dice que la casa de Juárez no solo era vecina, sino in-
glo antes. Por otra parte, las
rejas que cierran los arcos de mediata al convento (simplemente convento, en esos días) de los franciscanos; y, segundo, porque un ta-
la portería de San Francisco ller de fundición de metales que requiere gran cantidad de fuego, si es subterráneo sólo al nivel ordina-
fueron forjadas por el mis-
mo Francisco Cantuña en el
rio del suelo, no puede funcionar por falta de oxígeno, a no ser que se lo levante a un nivel superior so-
año 1696. bre el nivel ordinario del terreno, tal como los disponían a las “huairas” o venteroles de los incas para

220
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

210 Discrepamos con el au- fundir sus metales. Y, tal es, precisamente el caso de la antigua casa de Juárez, convertida después en
tor respecto al uso de estos iglesia de Cantuña, que está ubicada arriba en lo que después de los días de Juárez y Cantuña fue atrio,
s u b t e rráneos. La tradición
cristiana de enterrarse en los de lo que fue explanada baja y después plaza española de San Francisco. La no existencia de rastros de
templos se retomó en Quito humo en dicha bóveda subterránea, es muy lógica, porque las fundiciones debían hacerse con fuego de
y especialmente en San Fran-
cisco, como testimonian las carbón y no de leña; pues que de este modo hasta habrían despertado grandes sospechas las humaredas
innumerables lápidas sepul- que hubieran salido de debajo de la casa misteriosa. Con lo cual, quedamos convencidos que lo que se
crales coloniales que ahora,
halló en 1957 fue nada menos que el subterráneo secreto de Cantuña210.
fuera de sitio, se conserv a n
empotradas en las pare d e s Por fin, es cosa digna de notarse cómo esas fábulas, cuentos o tradiciones de que San Francis-
del piso bajo del claustro co o su atrio fue construido en una sola noche por el diablo y que allí falta, dizque, una piedra, no son
principal. La cesión de espa-
cios para enterramiento en más que reminiscencias confusas transmitidas de boca en boca durante 400 años de la historia verídica
la iglesia generaba recursos de Cantuña y de su pacto imaginario con el diablo.
i m p o rtantísimos para la eco-
nomía conventual y en algu-
nos casos, por la import a n- 166
cia de los personajes, la ínti-
ma relación con la comuni-
dad y los recursos involucra-
dos, llegaron a cederse espa-
cios valiosos, como sucedió
con la famosa capilla de Vi-
llacís.
Es obvio que lo que se des-
cubrió en 1957 en el piso de
la capilla de Cantuña fue
una bóveda sepulcral, tal co-
mo ocurrió al restaurarse la
antigua recoleta de San Die-
go, 25 años después. Más
t a rde, en las cuidadosas in-
t e rvenciones técnicas realiza-
das por el FONSAL en el
atrio de San Francisco, se
h a l l a ron nuevas evidencias
de bóvedas de enterramiento
s u b t e rráneas en los espacios
ubicados a los costados de la
grada redonda.

221
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

167

168

222
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL ENIGMA DE LA LLAMADA
CAPILLA DEL CONSUELO211

D
espués de todo lo que hemos tratado y —por qué no decirlo— esclarecido, acerca de
la iglesia de Santa Prisca y finalmente la llamada iglesia de El Belén y del inmediato
rollo o picota212, nos pareció indispensable que tratemos también de esa humilde ca-
pillita ahora denominada del Consuelo que, a no mucha distancia relativa de las edificaciones mencio-
nadas anteriormente, se halla recostada al pie occidental de la colina del Itchimbía, junto a una peque-
ña quebrada quizás seca de este cerrito. Confesamos que para nosotros mismos, que tanto y tanto he-
mos rastreado documentaciones antiguas, la verdadera historia de esta capillita es un verd a d e ro enigma
y complicado con ciertos datos contradictorios como luego vamos a verlo. Desearíamos que alguien di-
lucide este enigma, siempre que lo sea en forma histórica, documental, como todo lo que se trata en las
presentes “Historietas”; no en forma de tradiciones o leyendas, menos todavía en forma de ficciones o
novelas.
211 Historietas de Quito:
“Últimas Noticias”, Quito, No hemos encontrado ni un solo documento que dé un relato preciso o impreciso que pueda
10 de julio de 1965. Pág. 13. identificarse con la existencia antigua y hasta hoy de esta humilde y vieja capillita, que empero, tiene un
212 En las historietas que se
encuentran al inicio de este
detalle de mucha significación y categoría en que le supera a la iglesia comúnmente llamada del Belén213.
capítulo, el autor trató ex- En cambio, en los planos más antiguos de la ciudad de Quito, figura bien señalada esta capillita más o
tensamente sobre las iglesias menos en el mismo sitio en que hasta ahora se encuentra, solo que indefectiblemente con el nombre de
de Santa Prisca y El Belén;
s o b re el rollo ver “El rollo o “Iglesia de Na. Sa. de Betlemen” y a la de “Na. Sra. de la Consolación” en otra parte, como vamos a
picota colonial de Quito” en verlo:
la página 4 3 de esta obra.
213 El Dr. Fernando Jurado
Noboa en su libro “Calles
de Quito” (Banco Central
L O Q U E M U E S T R A N L O S P L A N O S
del Ecuador, Quito, 1989) A N T I G U O S D E Q U I T O
señala que Gregorio de Cár-

E
denas y Soria al testar en
1746, mencionó que 55 l plano más antiguo de Quito, que existe, es el de don Dionisio de Alsedo y Herrera,
años antes esto es en 1691 Presidente de la Real Audiencia de Quito, formado, sin duda por el año de 1729, siete
en el barrio de Guangacalle
encontró unos “paredones” antes de la llegada de los Académicos Franceses en 1736. En este plano, constan has-
y en ellos descubrió la ima- ta dibujadas, Santa Prisca y La Vera Cruz ésta donde hoy llamamos Belén; pero no consta la capilla que
gen de la Virgen, “tan bella,
que al día siguiente limpió el
decimos del Consuelo, seguramente porque ya junto al “lago” de la Alameda se corta el dibujo para dar
monte y compró el sitio para
fabricarle una capilla” Esos
“ p a redones” debieron le- 169
vantarse mucho tiempo an-
tes, pero no existen datos
que permitan aproximar la
época de su construcción. A
esto se añade, como señala
Luciano Andrade Marín, la
confusión de los planos co-
loniales de Quito donde apa-
recen diversos nombres para
las capillas del sector de La
Alameda: San Blas, Santa
Prisca, Nuestra Señora de
Belén, la Santa Vera Cru z ,
Nuestra Señora de la Conso-
lación, San Juan, etc. En to-
do caso, la nueva capilla se
edificó en las últimas déca-
das del siglo XVII, y el jesui-
ta Bern a rdo Recio, en su
descripción de Quito en el si-
glo XVIII, la menciona co-
mo “linda basílica”.

223
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

170
cabida a la viñeta de leyenda del contenido del plano,
y donde se hallan las iniciales del autor: “D.A.H.”
En el plano de La Condamine, levantado
por Morainville en 1741, entre las iglesias está, “Ste.
Prisque, Parr.”; luego, donde hoy es Belén, dice, “Cha -
pelle de Vraie Croix”: después, donde hoy está el
c l a u s t ro de monjas de San Juan, dice “Chapelle de S.
Jean Evang”: y, donde hoy decimos el Consuelo, y sig-
nado con el número 32, dice “Chapelle de Bethléem”
En el plano de Jorge Juan y Antonio de
Ulloa, quizás de la misma época que el de La Conda-
mine, consta “Parroquia de Sa. Prisca”, donde estuvo,
al que ahora llamamos Belén, detrás de la Alameda y
c e rca del rollo le llama, “Hermita de la Vera Cruz”; a
lo que hoy decimos el Consuelo, le señala y denomina donde está, pero con esta leyenda, “Yglesia de
N. Sa. de Bethlemen”; y, por fin, donde hoy está el monasterio de monjas de San Juan Evangelista, le
señala y llama con el nombre de, “Hermita de N. Sa. de la Consolación”
En el plano del autor anónimo del libro “Il Gazzetiere Americano”, del año de 1763, consta
171 la “Parrocchia di Sa. Prisca”, donde estuvo; lo que
llamamos Belén lleva la leyenda de “Romitorio della
Vera Cruz”; en donde ahora tenemos al monasterio de
monjas de San Juan, en la colina, la leyenda numera-
da dice, “Romitorio della Madonna della Consolazio -
ne”; en donde hemos tenido por Capilla del Consue-
lo, dice “Chiesa della Madon. di Belletemme”
Por fin, en el plano de Quito de don Juan Pío
Montúfar, Marqués de Selva Alegre, probablemente
de por el año de 1802, cuando llegó Humboldt a Qui-
to, aparece lo que sigue a este respecto: “parroquia de
Sa. Prisca”, donde estuvo (ahora avenida 10 de Agos-
to, frente a la Alameda, actualmente Superintendencia
de Bancos)214; luego, “Hermita de la Vera Cruz”, en lo
que llamamos el Belén; después, “Hermita de Na. Sa.
de Consolación”, donde está hoy el convento de mon-
jas de San Juan, en la colina; y, finalmente, “Yglesia de
Na. Sa. de Belém” en lo que hoy decimos capillita del Consuelo.
El Belén se llevó nombre ajeno y quedó Consuelo para la vecina.
Todas estas informaciones gráficas tan concordes entre sí de casi todos los planos más anti-
guos de la ciudad de Quito, demuestran que el nombre de Belén no le corresponde en su origen al tem-
plo que hoy lleva este nombre, sino al que apellidamos del Consuelo. Examinando con cuidado los tex-
172 tos de los documentos relativos a la fundación de lo
que llegó a llamarse, sin duda impropiamente Belén, se
nota que aquellos “vecinos” promotores de la obra
que aparecieron entre el año 1610 al 1612, lo que de-
seaban era, “por su mucha devoción a la Santa Cruz,
hacer un Calvario con su Humilladero en Añaquito”,
y, obteniendo el permiso que pedían, allá fueron en
procesión el día de la invención de la Santa Cruz. No
resulta, pues, estrictamente lo mismo hacer un “Calva -
rio y Hermita de la Santa Cruz”, que por otro lado,
quizás, hacer una “Hermita de la Vera Cruz”; y, por
allí parece que se originó una confusión, y quien sabe
si en algún nada raro asunto de rivalidades entre lo
que pretendían hacer por allí los Padres agustinos en-
t re los años de 1618 y 1625, y lo que aspiraban hacer

224
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

los Padres mercedarios, el año de 1649, “una Recolección en el campo de Añaquito a la salida de la ciu -
dad con título y advocación de la Santa Cruz del Belén”, según reza un documento aún inédito, que, en
otra parte dice: “ ...porque como Vuestra Magestad habrá visto por los papeles q’ se remitieron cuan -
do se hizo la primera súplica a su Magestad, en el dicho sitio está fundada una Capilla con el nombre
de la Santa Cruz, donde hay hermandad de mercaderes con renta, etc.”
Está, pues, bastante claro que se creó casual o intencionalmente una confusión entre una ca-
pilla de la Santa Cruz (el actual Belén) y otra capilla de la Vera Cruz de Belén (la actual del Consuelo),
en cuya confusión, la primera se apropiaba del apellido Belém que obviamente parece que le correspon-
día a la segunda; porque, en verdad, la capillita llamada del Consuelo semeja un verdadero Belém, ca-
pillita que sus encargados, los Padres agustinos, (después del abandono de los “Mercaderes”) no pu-
diendo fundar su recolección de agustinos descalzos, llevaron sin duda su fundación más bien para mon-
jas a la capilla de Nuestra Señora de la Consolación, y este nombre, abreviado vulgarmente con el del
Consuelo, lo transfirieron a la “Hermita de la Vera Cruz del Belém”
Es interesante anotar que cuando el Presidente Villalengua reconstruyó la iglesia que llama-
mos El Belén, en 1787, se tuvo el cuidado de omitir el nombre de este templo en la extensa inscripción
de la lápida de mármol que, para conocimiento de la posteridad, se puso y aún existe en ella215. Dice allí
solamente, “Esta Capilla tan beneficiosa para los idólatras, como tan temible para los ídolos, etc.”216
Más bien en un documento aún inédito que conocimos en el Archivo Municipal de Quito ha-
ce 50 años en loanza a Villalengua, el autor de ese papel, equivoca el nombre diciendo “la Capilla titu -
lada de la Vera Cruz”, en lugar, sin duda, de Santa Cruz; y, afortunadamente parece que nos aclara lo
que pasó con los agustinos, cuando dice: “la qual capilla habiéndola solicitado la Religión de San Agus -
tín, para trasladar a este nuevo Edificio y Capilla su Recolección, titulada de San Juan Evangelista, por
la mala situación de su Convento y ventaja que ofrecía al público dicha traslación, hubo de concederse
y se entregó a dicha Religión con formal Inventario de la expresada Capilla y Casas, paramentos, alha -
jas y demás muebles de su pertenencia”

D O S C A P I L L A S D E D I C A D A S A L A C R U Z ,
Y S O L O U N A C O N E L L A

E
l caso más curioso de este embrollado asunto en que toda la verdad aparece muy oscu-
ra, es que la iglesia que llamamos del Belém, pero que ha sido de la Santa Cruz, carece
o ha carecido siempre de una cruz en su atrio o plazuela: en contraste, la iglesita que
llamamos del Consuelo, y que ha sido la propia de la Vera Cruz de Belén, ésta sí tiene una hermosísima
y grande cruz de piedra en su parte delantera sobre un robusto pedestal asimismo pétreo. Y, esa cruz,
por su estilo, es antiquísima, quizás del siglo XVII.
¿Quién podrá desatar certeramente todo este embrollo?

214 La Superintendencia de
Bancos dejó este edificio a
inicio de la década de 1980.
215 Como se mencionó en
nota anterior, la lápida no se
encuentra en la iglesia
216 El texto completo de la
lápida lo transcribe el autor
en la historieta “La re c o n s-
trucción final de El Belén
por el Presidente Villalen-
gua”, en la página 211 de
esta obra.

225
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

173

226
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL CONVENTO DE SANTA CATALINA Y


LAS PROFECÍAS DE UNA MONJA216

D
e los varios conventos antiguos de monjas de clausura que hay en Quito, Santa Ca-
talina es el segundo en fecha de fundación; es en apariencia el más discreto, aunque
el único viejo con templo relativamente moderno; y es el que hasta tiene raíz prehis-
tórica y la historia más conmovida, profética y sensacional de todos los demás conventos de religiosas.

Fue fundado con el nombre de convento monacal de Santa Catalina de Sena, por doña Ma-
ría de Siliceo, mujer que fue de don Alfonso de Troya Pingue, de Quito el día 14 de marzo de 1594, su-
jeto a la orden de Santo Domingo; de modo que el hábito de regla de estas monjas es igual al de los frai-
les dominicos. El convento de La Concepción fue el primero de los fundados en Quito, cosa que ocu-
rrió en el año de 1577.

Al principio no se lo fundó en el sitio donde hasta hoy está, sino en otros terrenos que la fun-
dadora los dio a las primeras monjas; pero hallándolo incómodo a dicho sitio, don Lorenzo de Cepe-
da, de los conquistadores de Quito y hermano de Santa Te resa de Jesús, la doctora, les hizo donación
de una de sus casas que él construyó para que allí se trasladen con su convento. Curiosamente, esta ca-
sa de Cepeda estaba con exactitud asentada en el sitio mismo donde los incas tuvieron el famoso “ag-
llahuasi”, o sea el palacio de las vírgenes elegidas del sol, de aquellas jóvenes indias, que también como
en un monasterio, estaban dedicadas al culto divino y a ser las escogidas esposas que tomaba el Inca pa-
ra mantener su sangre real.

Por lo que siglos después, a poco de fundada nuestra República en 1830, se descubrió en di-
cho convento de clausura, se ve que don Lorenzo de Cepeda, como digno hermano de la Doctora de
Ávila, fue un hombre culto, y que para levantar su casa, respetó lo sustancial, que allí encontró de “ag-
llahuasi”, y así con atributos paganos les dio su casa a las monjas, y éstas igualmente intacta la casa la
conservaron como proféticamente hasta que advino el nacimiento de la República llamada del Ecuador,
una nueva entidad político-social que había de cambiar y sustituir al castillo de Castilla con el Sol equi-
noccial en su escudo de armas nacional. El caso es que, el segundo Presidente ecuatoriano, don Vicen-
te Rocafuerte, por el año de 1835, en una visita personal que él hizo al convento de Santa Catalina, des-
cubrió que sobre una vieja portada de la casa de las monjas, se ostentaban dos excelentes figuras en pie-
dra, una del Sol y otra de la luna, que, precisamente eran los decorados significativos del prehistórico
palacio del “agllahuasi” de los incas. Hombre de una cultura tan superior que lo era el Presidente Ro-
cafuerte, hizo desprender esas pétreas figuras de aquella puerta y las mandó, como preciosos monumen-
tos de la antigüedad aborigen a depositarlas en el seminario de San Luis con destino a un museo que
Rocafuerte se proponía organizar en la inmediata universidad. “Más como dice el erudito anticuario
don Pablo Herrera q u e d a ron abandonadas esas figuras de grandes dimensiones en el patio de dicho co -
legio, y se han perdido sin que se sepa hasta 174
hoy [1895] el destino que se les hubiese da -
do”

Así, en ese recinto del antiguo se-


minario de San Luis (después colegio de San
Gabriel de los nuevos jesuitas) y de la vieja
Universidad Central, se han perdido tanto
estas famosas piezas arqueológicas genuinas
217 Historietas de Quito:
de los incas, como la no menos célebre e his-
“Últimas Noticias”, Quito, tórica lápida infamante contra Puelles que
1 de agosto de 1964. Pág. decía: “Estas fueron las casas del traidor Pe -
15.
dro de Puelles”, que quien escribe esas lí-

227
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

neas la conoció el año de 1915 y la vio depositar en la Biblioteca Nacional, entonces a cargo de doña
Zoila Ugarte de Landívar, después de su hallazgo en la ex-casa de Sebastián de Benalcázar; lo que así
comprobó plenamente la verdadera ubicación de las primeras casas del fundador de Quito, que después
pertenecieron a Pedro de Puelles218.

L O S E S C Á N D A L O S D E L S I G O X V I I E N E L
C O N V E N T O D E S A N T A C A T A L I N A

E
s en este convento, durante el sigo XVII que tuvieron lugar los sonadísimos escándalos
de que dio cuenta circunstanciada en el tan discutido y comentado IV Tomo de la His-
toria General del Ecuador, el pre s b í t e ro doctor Federico González Suárez, y por lo cual
éste nuestro historiador sufrió muchas censuras de parte de los sectores religiosos. No trataremos aquí
de este asunto, que es de incumbencia de la crítica histórica de otros.

E L F I N D E L S I G L O X I X Y L A S
C U R I O S A S P R O F E C Í A S D E U N A
M O N J A C A T A L I N A

L
as actuales generaciones nuestras no tienen ni la menor idea de los años de pánico ago-
218 La llamada lápida de la tador que sufrió el mundo entero, inclusive nuestro Ecuador, cuando se aproximaba el
infamia ha tenido una histo- fin del siglo XIX y el comienzo del siglo XX; pues se tenía por seguro, segurísimo que,
ria de extravíos y hallazgos según la Biblia y todos los profetas antiguos y recientes, terminado el siglo XIX, se acababan todos los
muy singular que sucinta-
mente se cuenta en nota al siglos y ocurriría el fin del mundo. Este estado de nerviosidad que padeció entonces la humanidad, me-
pie en la historieta “La casa rece un libro: y, en lo que se re f i e re a la postración y desesperación en nuestro país, es tema digno de un
de más historia y tragedia
que tiene Quito”, publicada
buen capítulo, a lo menos, que quizás lo escribamos algún día con particularidad. Por de pronto, vea-
en la página 149 de esta edi- mos el papel que jugó el convento de Santa Catalina frente a las angustiosas expectativas de los quite-
ción. ños en espera del fin del siglo XIX.

175

228
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

176

Afortunadamente, las predicciones que por los años críticos de 1897


al 1899 salieron del convento de Santa Catalina, fueron dos de ellas más bien
optimistas, y hasta bonitas; sólo una tercera se anunció como trágica.
Nos referimos a los años arriba indicados con números bastantes pre-
cisos, ¿porque todavía quienes sobrevivan pueden testificarlo, que desde antes,
mucho antes de que principie el año de 1900, el primero del siglo XX, quién en
Quito, sean hombres, mujeres o niños, no sabía y repetía a diario en todas las
casas, reuniones, calles y plazas lo que vamos a decir?
Que corría la novedad que en el convento de Santa Catalina había fa-
llecido una monjita, cuyo nombre completo se lo daba y todos los repetían,
quien había dejado escrito un papelito de profecías (no se indicaba si el papeli-
to fue hallado dentro del ataúd que algunas monjas siempre lo tienen listo con
la mortaja junto a su cama, o entregado a otra monja) en el cual se vaticinaba
“que en los días porvenir habrían de aparecer unos como soles en las esquinas
alumbrando vivamente a la ciudad, y que llegarían días en que por las calles de
Quito correrían unos coches sin caballos”
La otra profecía era la de que “el día en que se coloque la puerta de
la iglesia del convento que estaba ya en tan largo tiempo de reconstrucción h a -
bría de correr sangre en Quito”
Ahora, veamos cómo se sucedieron estas cosas previstas por la mon-
jita difunta. Se acabó sin cataclismos el siglo XIX y no tuvo lugar el esperado
Fin del Mundo; pero, efectivamente, el año de 1900 los de la universidad encen-
dieron sobre la pila de agua de la Plaza Grande la primera lámpara eléctrica de arco voltaico, y en el
mismo año, una empresa particular iluminó a Quito, con servicios públicos de luz eléctrica colocando
en cada principal esquina de la ciudad brillantísimas lámparas también de arco voltaico, hoy sólo usa-
das en los talleres de fotograbado.
Luego, en el año de 1904, aparece en Quito el primer coche auto-móvil, que lo trajo un mé-
dico americano, doctor Kingman (padre del gran artista dibujante quiteño actual, señor Eduardo King-
man219). Casi de seguida aparece un segundo coche auto-móvil traído de Estados Unidos por el dentis-
ta doctor Pablo Isaac Navarro (padre del finado don Manuel Navarro); y, después ya apareció una em-
presa particular, en 1906, que trajo seis automóviles franceses de marca Dion-Buton, muy grandes, hu-
meantes y estrepitosos, con seis choferes franceses para manejarlos220. En vista del cumplimiento sor-
prendente de estas profecías que no habían sido hechas por gentes científicas ni técnicas, sino por una
humilde e ignorante monjita, las demás monjitas y las autoridades eclesiásticas, sin duda, que maneja-
ba la construcción y acabado de la iglesia de Santa Catalina, se sobrecogieron de temor y dejaron por
años de años inconclusa la obra sin colocar la puerta. Transcurrió el tiempo y la iglesia, indecorosa-
mente, ostentaba en su puerta sólo un cerramiento de adobes con una vieja portezuela de entrada, has-
ta que en un día del año de 1910, la iglesia amaneció con un gran portón flamante que las monjitas lo
habían hecho colocar con sigilo.
Corrió prontamente la voz por la ciudad de haberse cumplido ya este temido hecho, y las gen-
tes inquietas esperaban una revolución, una guerra, en que correría también mucha sangre. Pero, nada
pasaba. Hasta que a eso de las cuatro de la tarde, sucedió este hecho que nosotros lo presenciamos: un
“garrotero” de aquella temida policía política de Alfaro, en la calle del Correo, sin más ni más como se
dice, disputándole de malo, de matón, la acera a un pobre fraile dominicano que en ese momento pa-
saba, delante de la antigua casa del General Flores (hoy Pasaje Drouet)221, le dio de garrotazos en la ca-
beza, le bañó en sangre el rostro y la blanca sotana; se armó un escándalo, reunida mucha gente que
219 El autor se equivoca en
este punto, pues el art i s t a protestó por el hecho, y unos le llevaron al pobre fraile a su convento; y, así aunque no corrió mismo
Eduardo Kingman nació en sangre por las calles de Quito, se regó por toda la ciudad inmediatamente la noticia de que se había cum-
Loja en el año 1913.
plido la profecía de la monja, hiriendo a un dominicano y manchándose de sangre el hábito dominica-
220 En la historieta “Bre v e
historia de la rueda en Qui- no de las monjas de Santa Catalina, de donde había salido la profecía.
to”, el autor trata con más Las profecías se cumplieron, pues, al pie de la letra en una forma que nadie podía ni pensar-
detalle este asunto. Ver pá-
las.
gina 9 3, de esta obra.
221 En la calle Venezuela, a
mitad de la cuadra entre las
calles Sucre y Espejo, acera
oriental.

229
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

177

230
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA CAPILLA DEL ROBO222

A
l costado norte de la actual avenida 24 de Mayo de Quito, frente a un monumento
columnar dedicado a los Héroes Ignotos, existe una pequeña capilla rematada por una
modesta cúpula de media-naranja de ladrillos vidriados, haciendo un recodo en la di-
cha avenida. Todos los quiteños la conocen con el nombre antiguo de la capilla o iglesia de El Robo.

Templo tan discreto y nombre tan escandaloso, merecen una explicación histórica para disi-
par las falsas leyendas como las de una tal “Esquina del Sacrilegio” y otras fábulas que hasta ahora es-
tán inventando al respecto los que, por nueva cuna o por viejo camino de migración, son extraños a la
verdadera historia de las cosas de Quito.
El origen de esta Capilla de El Robo y del nombre Jerusalén que le acompañó hasta principios
del este siglo, es el siguiente:
En la noche del 19 de enero del año de 1649, poco después de la muerte de Mariana de Jesús,
unos audaces ladrones, sacando una piedra losa de la grada de la puerta de entrada a la iglesia del con-
vento de monjas de Santa Clara, y penetrando así al interior del templo, habían cometido el robo sacrí-
lego de un baulito plateado, pero no de plata, sagrario dentro del cual estaba el Santísimo Sacramento
en un vaso de plata con corporales e hijuela, con dos hostias grandes y cantidad de formas pequeñas pa-
ra las comuniones, y se las llevaron de allí. Al día siguiente, cuando las monjitas se aperc i b i e ron del ro-
bo y dieron inmediatamente aviso al Obispo de entonces, Saravia, los investigadores en sus pesquisas
pronto encontraron a la vuelta de la iglesia, junto a la quebrada de Ullaguanga-yacu en un caminillo
que conducía a la recoleta de San Diego, que el baulito objeto del robo estaba tirado en el suelo, des-
fondado y vacío, con solo unas pocas hostias pequeñas entre la tierra, mientras el vaso y las demás for-
mas consagradas se habían llevado consigo los ladrones.
Sin perder un minuto más, se movieron a una todas las autoridades eclesiásticas y civiles de la
ciudad para tratar de esclarecer este sacrilegio y apresar a los ladrones, y, al mismo tiempo para orga-
nizar toda suerte de demostraciones de desagravio por tan atroz delito de profanación a la Divinidad y
de inicuo atrevimiento contra la fe católica de la ciudad.
Lo primero que hizo el Obispo fue lanzar un terrible auto de excomunión mayor sobre los au-
tores, cómplices y encubridores del crimen sacrílego, si en el plazo perentorio de dos días los autores del
delito no se presentasen a confesarlo, y los conocedores de ellos no los denunciasen. En todas las igle-
sias de Quito se pronunció el anatema con los más severos rituales de estos casos, diciendo estas terri-
bles condenas:
“Maldito sea el pan, vino, carne y sal, agua y otras cosas que comieren y bebieren; sus obras
sean hechas en pecado mortal, y el Diablo, padre de todo mal, sea a su diestra; cuando fuere a juicio,
siempre sean vencidos; sus mujeres viudas y sus hijos huérfanos y anden mendigando de puerta en puer -
ta y no hallen quién los socorra; la maldición de Dios y de los bienaventurados apóstoles San Pedro y
San Pablo vengan sobre ellos; la de Sodoma y Gomorra que llovió fuego del cielo y los abrasó, y la de
Datán y Avirón, que por sus pecados, los tragó vivos la tierra”. Y apagando una candela en el agua, di -
gan: “Así mueran sus almas en los infiernos como esta candela en el agua”. Y todos los circunstantes
digan: “Amén”
No obstante estas espantosas medidas, y quién sabe si por lo extremadamente rigurosas de
ellas, el crimen quedó sin descubrirse por largos meses, mientras no cesaban de celebrarse en todas las
iglesias actos de reparación y penitencia, así como frecuentes procesiones en las calles llevando los frai-
222 Historietas de Quito:
les y sacerdotes y novicios cenizas sobre sus cabezas, cilicios y más torturas en sus cuerpos.
“Últimas Noticias”, Qui-
to, 26 de septiembre de Desesperados de no hallar rastro de los ladrones sacrílegos, llegado el Sábado Santo, 4 de abril
1964. Pág. 8. del mismo año, y al celebrar la Santa Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, mandó el Obispo que

231
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

se hiciesen especiales plegarias en la Catedral y en las demás iglesias y conventos de Quito, y que en el
momento que se dijese la misa de Gloria en la dicha Catedral, se proclame la venida de Nuestra Seño-
ra de Guápulo desde su santuario a la iglesia de la Concepción para situarla allí y seguirle una novena,
previa una procesión grandiosa en la que había la Virgen de acompañar a colocar el Santísimo Sacra-
mento en el sitio del sagrario robado de la iglesia de las monjas de Santa Clara.

S O N D E S C U B I E R T O S L O S
L A D R O N E S S A C R Í L E G O S

S
e cumplió con todo lo programado, y al situarle a la Vi rgen de Guápulo en la iglesia de
la Concepción para iniciar la novena, el Obispo celebró una misa Pontifical en el lugar
mismo del robo sacrílego, siendo el que predicó el sermón el Padre Alonso de Rojas, je-
suita, el mismo célebre Padre Rojas a quien años antes escuchaba Mariana de Jesús.
Al octavo día del novenario se descubrió quienes fueron los delincuentes por aviso de una in-
dia, que, empero no sabía dónde se hallaban éstos. Se re n o v a ron las diligencias, hasta que al fin se lo-
178
gró hallar a cuatro autores del delito, que habían sido un mestizo y tres
indios, quienes creyendo que el dicho baúl plateado era de plata maci-
za con un gran contenido de joyas, lo robaron: pero, hallándolo que no
era el tesoro material que ellos imaginaron, lo arrojaron así desfonda-
do con un poco de hostias, y lo demás se llevaron huyendo a donde más
podían por el valle de Conocoto y Sangolquí. En su confesión los la-
drones dijeron que en su escondite hubo un temblor de tierra en aque-
lla parte, cosa que después los españoles y los naturales lo interpreta-
ron como que la misma tierra no los quería consentir sobre sí a los cri-
minales; pues el temblor fue sentido en muchas partes del valle de Chi-
llo.
Continuadas las diligencias para esclarecer bien el delito, y
terminada la causa, los autores del robo fueron condenados a ser ahor-
cados, arrastrados y descuartizados, como así se lo ejecutó.
223 S o b re estas inscripcio-
Después de este tremendo final, el Obispo de Quito se afanó por levantar una capilla en el si-
nes es muy interesante lo que tio mismo en que fue encontrado el baulito de sagrario y las hostias consagradas tiradas por el suelo.
dice el historiador José Ga- La capilla fue levantada, pero sin duda en una forma muy modesta y precaria, y sin rentas para mante-
briel Navarro en su impor-
tante estudio sobre la “Epi-
nerla; por cuya razón parece que duró poco. Después, sobre sus escombros, un devoto de Quito, de
grafía Quiteña”, publicado buenos caudales, llamado Juan Enríquez, se propuso construir una buena capilla, ayudado también de
originalmente en el Boletín
otras varias personas piadosa. Empezó la construcción, pero, por la muerte que le sobrevino a Enrí-
de la Sociedad Ecuatoriana
de Estudios Históricos Ame- quez, no pudo continuarse. Más, al fin, “unos hombres pobres”, anónimamente la concluyeron y se
ricanos (Año I, Nos. 1, 3, 4, mantuvo con buen servicio religioso gracias a que el Alférez Real, don Pedro de Aguayo, en 1681, le
5 Quito, 1918). La primera
la transcribe así: dotó de rentas y de capellán propio. Esto consta de documentos todavía inéditos que los examinó el
año de 1914 el autor de esta historieta.
ACABOSe estª.
SAntA Y SAgr
Es muy curioso sin embargo, que en una lápida que existía, y que debiera existir en esa capi-
ADA Iglesia lla, se leía la siguiente inscripción: “+ Acabóse esta Santa y Sagrada Iglesia del Sacramento robado In -
DEL . SAcrAmº ro titulada Jerusalén. 20 de Enero de 1743”
BADO Intitulª jer
uSAlem 20.De Henº de 1743 as El historiador González Suárez dice también “que la capilla que ahora existe fue construida
[cosa que dudamos] por el Obispo Cuero y Caicedo el año de 1812, según lo testifica dice González
S o b re la segunda dice: “La
del lado derecho de la puer- Suárez una inscripción puesta en el muro al lado derecho”; pero no copia dicha inscripción, mientras la
ta está muy borrosa por la que aquí presentamos la copiamos nosotros el mismo año de 1914223.
d e s t rucción de la piedra, a
tal punto que nos ha sido
Sea como fuese, en cuanto a la construcción o construcciones de la capilla hasta hoy llamada
imposible descifrarla, no de El Robo, este nombre es de puro carácter popular, porque el propio nombre de dedicación es el de
obstante haber echado ma- “CAPILLA DE JERUSALEM” para reflejar así el sentir general de cuando se cometió el robo, en que
no de cuantos medios hemos
podido para hacerla legi- los predicadores decían que ese sitio era el de una nueva Jerusalén, donde de nuevo había sufrido Jesús
ble.” En: Navarro, José Ga- la pasión. En cambio, el nombre dedicatorio de Jerusalén pasó por derivación a la quebrada contigua,
briel, “Estudios Históricos”,
Colección Grupo Aymesa que desde entonces fue así denominada. En tiempos anteriores a este robo sacrílego, esa quebrada tu-
15, Quito, 1995, pp. 60-61. vo el nombre indígena quichua de “Ullaguanga-yacu”, según ya hemos dicho arriba, y que quiere decir,
“río de los gallinazos”.

232
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL ANTIGUO BEATERIO224

A
l asentarse prácticamente Sebastián de Benalcázar el 6 de diciembre de 1534 sobre las
ruinas del pueblo indio de Quito la villa española de San Francisco, que el Mariscal
Diego de Almagro dejó ya legal, pero teóricamente fundada a 25 leguas de distancia,
el 28 de agosto del mismo año, y al instalarles el comisionado Benalcázar en sus respectivos cargos a las
autoridades de la nueva villa, éstas lo primero que hicieron, necesariamente, fue el comenzar a distribuir
solares entre todos los recién avecindados españoles, a fin de que construyan en ellos sus casas de habi-
tación.

Y, esto lo hicieron de inmediato alrededor de un pequeño sitio en el que, a manera de campa-


mento inicial se asentaron en casuchas improvisadas los principales individuos de la ocupación, dejan-
do en el centro una modesta plazuela libre y pública, según el diseño característico de las poblaciones
españolas. Aquel sitio que hasta ahora puede ser fácilmente visualizado, se ubica en lo que después lle-
gó a ser la parroquia urbana de Santa Bárbara que, hasta el presente es atravesada por las calles ahora
denominadas Benalcázar, García Moreno y Cuenca, en sentido norte-sur, y las calles Olmedo, Mejía y
Manabí, en el sentido este-oeste. Tan pequeño era en esos momentos el núcleo central y cívico de la fla-
mante villa de San Francisco, cuyo apellido indio de QUITO, aunque no constante en el acta original
de fundación, tenía que llevarlo para siempre por fuerza de los hechos y porque la mira de todo el gra-
vísimo embrollo y conflicto en que se vieron envueltos Diego de Almagro, Pedro de Alvarado y Sebas-
tián de Benalcázar allá en los fríos llanos de Riobamba, fue solamente la posesión, inalcanzada en esos
días, de la capital incásica del Reino de QUITO.

L A S E S Q U I N A S D E L
A S E N T A M I E N T O E S P A Ñ O L

C
omo es natural, Sebastián de Benalcázar, si bien no fundador legal de la villa de San
Francisco, pero si el genuino conquistador del país y el instalador efectivo de dicha vi-
lla, le asignó el Cabildo lo que diríamos la esquina básica o piedra angular de donde
debía partir el trazado cuadrilátero español de la nueva población incipiente que había de aspirar a la
categoría de ciudad de corte europeo. Esa esquina, que hasta hoy permanece, es la ocupada por la ca-
224 Historietas de Quito:
sa ya identificada como la que sustituyó con los siglos a las casas originales de Benalcázar y se halla si-
“Últimas Noticias”, Quito,
14 de noviembre de 1964.
tuada en la intersección de las actuales calles Benalcázar y Olmedo.
Pág. 13. A quienes les seguían en autoridad a Benalcázar, o sea a los dos Alcaldes del Cabildo, les to-
225 Precisamente, por las
có las dos esquinas fronteras a la esquina del primero. Al Alcalde Juan de Ampudia le tocó la esquina
fechas de publicación de es-
ta “Historieta” en el vesper-
oeste donde tiempos después, ha sido ocupado por los antiguos Beaterio, escuela de Hermanos Cristia-
tino “Últimas Noticias”, la nos, colegio Mejía, etc. y la esquina sur le correspondió al segundo Alcalde, Diego de Tapia, donde des-
Municipalidad estaba em-
pués asomó, también con el tiempo, la célebre Casa del Toro, que hasta hoy existe. La esquina O S-O
peñada en recuperar el espa-
cio de la plazoleta para con- en estos días curiosamente dejada como un solar vacante, también quedó vacío en aquellos días prime-
vertirla en un espacio públi- rizos de la villa de San Francisco; y este mismo solar constituyó la antedicha “plazuela de la funda-
co. Más tarde, en noviem-
b re de 1979 se inauguró al ción225”.
c e n t ro de la plazoleta, ya re- Así irradiados desde la esquina de Benalcázar estos cuatro puntos cardinales que determina-
cuperada, la escultura de Se-
bastián de Benalcázar obse-
rían después el trazado amplio y definitivo de la villa y luego ciudad de Quito, en las calles que iban de-
quiada a la ciudad por el marcando las rutas urbanas, les fueron asignando sus respectivos solares a los 205 fundadores avecina-
Instituto de Cultura Hispá- dos de la villa, procurando, por espíritu de asociación y de defensa, que las casas se construyesen pega-
nica de Madrid.

233
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

das una a otra y en bloques lo más cercanos al núcleo inicial de la villa. Por esta razón, la villa duran-
te largo tiempo, permaneció algo aglomerada allí sin poder expandirse sino cuando ya llegó a urbani-
zarse (como decimos ahora) la plaza mayor de la ciudad y sus contornos.
Juan de Ampudia, como hemos dicho, recibió en propiedad el solar esquinero oeste de frente
a las casas de Benalcázar; pero, como tuvo que ausentarse a las conquistas de Cundinamarca, dejó aban-
donado el lote y éste revirtió al Cabildo, quien se lo adjudicó a Rodrigo Núñez, Regidor y también un
individuo muy principal de la conquista y del asentamiento de la villa. Núñez si construyó allí sus ca-
sas, que le sirvieron a él y a sus herederos por largos años, quién sabe hasta cuándo.

F U N D A C I Ó N D E L B E A T E R I O

E
l ilustre y erudito cronista de Quito, doctor Pablo Herrera, en una de sus muy valiosas
obras, sin citar el año, probablemente en el siglo XVIII, dice que “Fray Gaspar Loza -
no, mercedario, natural de Cuenca, teólogo profundo y tan benéfico, fue quien fundó
con sus bienes patrimoniales la casa denominada Beaterio”, en donde se alojó una congregación de bea-
tos226 dedicados a obras pías en la ciudad. La fundación se hizo en el solar original de Ampudia y des-
pués de Núñez.
226 En esto se equivoca el De este modo permaneció por algún tiempo tal Beaterio, donde según se cree estuvieron tam-
autor, pues se trato de una bién alojadas las monjas agustinas de San Juan, quienes, igualmente con otro caso análogo de las pri-
casa para mujeres, por lo
tanto, beatas. meras monjas carmelitas de Santa Te resa, hospedadas antiguamente en otra casa de más arriba y húme-

179

234
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

da, tuvieron que abandonar unas y otras estos recintos húmedos y las agustinas subir a establecerse en
la cima de la colina de San Juan, donde estuvo el templo de la Luna o Huanacauri de los incas227.
227 Las religiosas agustinas
Vino el tiempo de la República y el Presidente Rocafuerte, magistrado tan entusiasta por la
l l e g a ron a Quito ya en tiem- cultura popular con la aprobación especial de la Convención de Ambato de 1835, convirtió a dicho an-
pos de la colonia. Expulsa- tiguo Beaterio, en el primer colegio de niñas que tuvo Quito bajo los auspicios del Gobierno Nacional.
das de Colombia, en no-
v i e m b re de 1864, después
Transcurrieron otros tantos años, y en 1861, el Presidente García Moreno sustituyó este cole-
de varios alojamientos pro- gio de niñas fiscal por los colegios de religiosas que fundó trayendo monjas extranjeras de Europa y al
visionales, se estableciero n
ex-Beaterio después colegio fiscal de niñas de Rocafuerte, le convirtió en la primera escuela de los Her-
definitivamente en la anti-
gua recoleta agustiniana de manos Cristianos, quienes reconstruyeron el edificio dándole una cierta forma gótica y allí establecie-
San Juan, fundándose el ron su primer instituto de enseñanza primaria de varones. En este estado y funcionamiento permane-
monasterio de la Encarn a-
ción el 11 de marzo de ció este ex-Beaterio y nueva escuela de Hermanos Cristianos hasta que con la revolución liberal triun-
1877. fante el año de 1895, el General Eloy Alfaro les quitó el edificio a los Hermanos Cristianos y fundó allí
228 El Normal Manuela
el primer colegio laico de varones el denominado colegio “Mejía”, instituto que ha funcionado en ese
Cañizares.
229 Para el año 2003 ocu- local por cosa de cuarenta años.
pa esta casona la escuela de Después, aquel edificio fue ocupado por el Instituto Normal de Señoritas228, y, luego, hasta el
niñas “Ciudad de Cuenca”, presente, por una sucesión de otros establecimientos educativos de niñas tal como en esta misma línea
habiendo el FONSAL re a l i-
zado diversas obras de con- comenzó a ocuparlo al viejo Beaterio el Presidente Rocafuerte en 1835. Cosa curiosa también del des-
s e rvación en el inmueble. tino: la “casa de beatos” de la Colonia vino a servir de “colegio de liberales” de la República229.

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235
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

181

236
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

COMO NACIÓ EL ARCO DE SANTO DOMINGO230

A
l observar hacia la esquina sur de la plaza de Santo Domingo, fácilmente se puede no-
tar que en su origen el terreno fue allí mucho más elevado que el nivel actual de la ex-
planada de la plaza, y que sobre esa elevación que también se continúa alta por la ca-
lle de El Mesón231, fueron construidas las primitivas casas en tiempos de la colonia. Se deduce, pues,
que se ha practicado un desbanque del plan de la plaza; y, en efecto lo hubo por dos veces: una en los
mismos tiempos coloniales, y otra en la época del Presidente García Moreno, que tuvo su casa personal
y presidencial en la esquina oeste, (hoy Ministerio de Educación),232 y que hizo un desbanque definitivo
para regularizar la superficie de la dicha plaza y comenzar desde la esquina sur el punto de arranque de
230 Historietas de Quito:
su Carrera Nacional.
“Últimas Noticias”, Quito,
26 de diciembre de 1964.
Pág. 13.
Debido a estos últimos trabajos de García Moreno es que vemos por los lados oeste y sur un
231 Este es el nombre tra- sistema de graderías de piedra, hechas por el mismo Presidente, para tener acceso a las casas que con-
dicional de la calle Maldo- forman esos frentes.
nado.
232 El Ministerio de Edu- Pero el desbanque primero, hecho durante la Colonia, fue necesario realizarlo cuando los pa-
cación ya no funciona en dres dominicos, el año de 1732, se propusieron construir una amplia capilla o “camarín” anexo por el
esta casa aproximadamente
desde 1980. sur al templo de Santo Domingo dedicándolo exclusivamente a la santísima imagen de Nuestra Señora

183

237
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

del Rosario, cuya devoción había crecido sobremanera entre los distintos habitantes de la ciudad, a tal
punto que en la nave derecha del templo dominico aparecían sucesivamente tres altares dedicados al cul-
to de dicha Virgen del Rosario: uno, el de los cofrades negros y mulatos; otro, el de las cofradías de na-
turales o indios, y, otro el de la cofradía de los españoles. Esta cofradía, por cierto, era la más pudien-
te y la interesada en costear la construcción de esa principal capilla o “camarín” externo que sobresa-
liese de las demás pequeñas capillas o simplemente altares interiores del templo233.

E L C E L O U R B A N Í S T I C O D E L C A B I L D O

E
l proyecto de los padres dominicos, auspiciado por los cofrades de la españolidad qui-
teña, se presentó al principio de un modo fácil, simplemente arrimado la nueva cons-
t rucción a la peña promontorio en que por el lado de la calle de El Mesón se continua-
ba la propiedad de la iglesia y convento de los dominicanos, sin reparar en la obstrucción que iba a pro-
venir del acceso a la muy secundaria calle de la Loma Grande, a la que se entraba entonces por un me-
ro “chaquiñán”, o sendero junto a la iglesia. Parece que el Cabildo o Municipalidad de Quito, muy se-
vero en estos tiempos para impedir que las comunidades religiosas interrumpiesen a su sabor las vías
públicas, como en el caso ya anterior en que las monjas de la Concepción trataron de cerrar las calles
para ocupar dos manzanas, cosa que les obligó a dichas monjas el construir el célebre Arco de Santa
Elena234; el Cabildo, decimos, sabedor del proyecto de los dominicos, les advirtió a éstos que no podían
obstruir el paso a la Loma Grande, y, sin duda, inspirándose en lo ya hecho en el Arco de la Reina, que
es anterior al Arco de Santo Domingo235, formasen también aquí un buen arco que dejase expedito el
paso a la Loma Grande.
Los dominicos y los cofrades españoles aceptaron de buen grado esta observación sabiamen-
te urbanística del Cabildo, y formaron un plano muy bien concebido para realizar así esta construcción,
y lo sometieron al Cabildo. Este, lo consideró y destacó una comisión de su seno para que inspeccione
en el lugar el proyecto sometido; y habiéndolo encontrado favorablemente, se concedió el 3 de abril de
1732 la licencia del Cabildo “para que se construya un Camarín [sobre un arco] para la Santísima Ima -
gen de Nuestra Señora del Rosario del Convento de Predicadores de esta ciudad, porque según la vista
de ojos [del proyecto] no resulta perjuicio al trajín y comercio de la calle real de la Loma Grande y que -
da con bastante anchura la entrada, sin que pueda servir de embarazo la fábrica del Camarín, sin que
se deje re t rete o escondrijo en ella”, según reza textualmente la licencia.
Como se ve, el celoso Cabildo quiteño de entonces, no solo miró las conveniencias adecuadas
al tránsito libre de sus calles, sino que con un muy previsivo sentido higiénico a la vez, advirtió que no
se dejen esquinas anexas que se conviertan en muladares públicos. Por estas razones, quien mira con
233 De hecho, hay que atención ahora al Arco de Santo Domingo, podrá observar en detalle con qué sabiduría respecto a lo
distinguir dos partes en la municipal esta construida hace más de 230 años esa obra236, que hasta hoy permite el paso franco de los
capilla de la Vi rgen del Ro- nunca antes pensados inmensos vehículos modernos bajo un preciadísimo altar religioso, y aún guar-
sario. Por un lado, la capi-
lla propiamente dicha, que dando la decencia y la higiene pública en sus pétreos y robustos resguardos fundamentales.
tiene a su vez, dos espa- Se hizo, pues, el desbanque del promontorio bajándolo de nivel, y, con todas estas obras de
cios: la nave y el presbite-
rio, este último construido vialidad urbana, los dominicos, en cuanto a lo artístico, lograron hacer una verdadera joya arquitectó-
s o b re el arco. Posterior- nica religiosa, sin duda la más original, vistosa y característica de nuestra ciudad, en la que auténtica-
mente, tras el presbiterio,
mente está como materializada en vivo la alegoría del escudo heráldico nobilísimo de Quito: un castillo
en la propiedad al otro la-
do de la calle de la Loma torreonado asentado entre dos montes con sus dos cavas (o quebradas) verdes al pie.
Grande, la cofradía cons-
truyó el camarín, espacio
destinado a guardar las
vestimentas y alhajas de la
imagen.
234 En la historieta “El ar- E L R I N C Ó N M Á S C L Á S I C O
co de Santa Elena”, en la Y M Á S B E L L O D E Q U I T O
página 2 4 5 de esta edición

P
el autor cuenta su cre a-
ción. ara remate de precaución y de perfección, la esquinilla que quedó vacía a la izquierda
235 En la siguiente histo- del arco, entrándolo, fue rellenada en aquel mismo tiempo con una capillita o mística
rieta de este libro se narr a hospedería anexa, que los dominicos la dedicaron y llamaron “la capilla de los Desam-
la creación del Arco de la
Reina. parados”, como invitando a aquellos caminantes y transeúntes que no teniendo medios para hospedar-
236 Esto se escribía en se y nutrirse en las inmediatas mesas de El Mesón, tuviesen un techo hospitalario donde acogerse y co-
1964. mer el pan espiritual.

238
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

A este respecto, vale la pena consignar en estas líneas que, habiéndose comenzado a construir este her-
mosísimo arco de Santo Domingo el año de 1732, la obra todavía no estaba concluida para cuando lle-
garon a Quito los Académicos franceses con sus acompañantes españoles, don Jorge Juan y don Anto-
nio de Ulloa, que tuvo lugar cuatro años después, el de 1736. Por esta razón, incuestionablemente, el
Arco de Santo Domingo no consta todavía dibujado con el famoso y exactísimo plano antiguo de Qui-
to trazado por La Condamine; en tanto que si consta ya el Arco de la Reina de los Ángeles, que, como
dijimos antes, es anterior al de Santo Domingo, y diríamos que el inspirador del que construyeron los
dominicos.
Además, añadiremos, la entrada y salida del Arco de Santo Domingo y sus contornos inme-
237 La cruz fue nuevamen-
diatos contiene una congregación tal de cosas históricas, singulares y memorabilísimas de nuestra seño-
te colocada en la plaza rial ciudad de Quito, que no se repiten en otro lugar. Alí están por un lado la capillita de los Desampa-
cuando la Municipalidad rados, convertidas a fines del siglo pasado en la escuelita de Santa Rosa de Lima por las meritísimas se-
realizó el trabajo de remo-
delación y recuperación de
ñoritas Toledo, y ahora ocupada por una librería; allí junto, la gran cruz de piedra dominicana, réplica
la plaza de Santo Domingo, de La Compañía, que antes estuvo en la plaza de Santo Domingo, de donde fue retirada tiempos para
al ejecutar el proyecto gana- acomodarla en esa esquinilla237, en cuyo pedestal flamearon los insignes banderines de Eugenio Espejo,
dor de un concurso convo-
cado en el año 1992, gra- y, por ello en 1910, don Eloy Alfaro hizo grabar la inscripción de “Salva cruce liber esto, Salva cruce li -
cias al apoyo económico de bertatem et gloria consequuto”, junto a la vieja inscripción que allí se lee: “acabose esta Santa Cruz que
la Agencia Española de
Cooperación Internacional. hicieron los Cofrades Nazarenos a 7 de julio de 1627”, un siglo antes de construido el Arco de Santo
238 La historia del obelisco Domingo; allí está asimismo, el obelisco a García Moreno, conmemorativo de la construcción de la ca-
la narra el autor en la histo- rretera sur238, más allá en El Mesón está la casa en que nació y vivió José Mejía239 en buena parte con-
rieta “El obelisco a Garc í a
M o reno”, en la página 107 juntamente con Eugenio Espejo su hermano político; y, a la vuelta del arco, a la derecha entrándolo, es-
de esta obra. tá la célebre casa antiquísima que el sabio Caldas la llamó “la Babilonia de Quito” y en donde el super-
239 En la historieta “La ca-
sabio Humboldt pasó anécdotas donosísimas, cuya tradición desconocida por todos, la tenemos inédi-
sa de José Mejía”, página
1 5 5, el autor trata sobre es- ta pero revelada de muy buena fuente, y que en estas “historietas” no puede aparecer por no ser cosas
ta casa. documentales sino tradicionales.

184

239
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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240
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL ARCO DE LA REINA240

Junto al antiquísimo y primitivo hospital real de la Misericordia y Caridad, fundado el año


de 1565, el que, a su turno, 141 años después fue injertado por el ya muy antiguo hospital
de San Juan de Dios de los padres betlemitas el año de 1706241, existe en Quito un bello y
airoso arco bajo el cual corre la actual calle García Moreno. Este es el ARCO DE LA REI -
NA, así llamado siempre por todos los quiteños, pero que como una contraseña inconscien -
temente pronunciada, los campesinos ajenos a Quito le varían el nombre y le llaman “el ar -
co del hospital”, por la obvia razón de que viniendo estas gentes de los campos a curarse en
el hospital general, encuentran más expedita esta forma de referencia para llegar a él, que la
vieja denominación institucional quiteña, que fue legítimamente el de ARCO DE LA REI -
NA DE LOS ANGELES, como vamos a verlo.

M A R I A N A D E J E S Ú S Y L A C A P I L L A D E L
A R C O D E L A R E I N A

A
l fundarse el célebre hospital real de la Misericordia y Caridad, necesariamente debió
tener una capilla anexa para todos los menesteres religiosos de los enfermos. No se
sabe, en verdad, dónde estuvo esta capilla: si junto al edificio principal de ese hospital
que llegó a lindar después con el anfiteatro anatómico242, o alejado en la esquina donde estuvo la capi-
lla de Nuestra Señora La Reina de los Ángeles cubierta posteriormente por el que decimos “Arco de la
Reina”. Lo cierto es que los biógrafos de Mariana de Jesús aseveran que esta santa quiteña, cuyas ca-
sas de habitación quedaban inmediatamente fronteras al hospital, mucho antes de fundarse el monaste-
rio del Carmen Antiguo, ella solía a veces oír la misa de una ventana de su vivienda desde donde podía
mirar la capilla del hospital.
Es muy probable que la tal capilla era ésta, mucho después se la dedicó a la Reina de los Án-
geles, porque por profecía cumplida de Mariana de Jesús, un día tenía que transformarse su personal
dormitorio en una iglesia de las monjas carmelitas de Santa Te resa de Jesús, que habían de venir a Qui-
to, tratar de establecerse en otro lugar de la ciudad, fracasar en este asentamiento, y venir finalmente a
fundarse en las casas de Mariana de Jesús cuando ella ya fallezca. Todo lo previsto se cumplió al pie de
la letra cuando el tiempo llegó. Por esto, no creemos aventurado decir que la capilla después reveren-
temente protegida por el Arco de la Reina, fue la propia y original del primer y célebre hospital real.
Los Betlemitas que, como antes hemos dicho, vinieron casi un siglo y medio después a administrar y re-
modelar el viejo hospital, construyeron entre otras cosas, la iglesia grande que hasta hoy tiene el hospi-
240 Historietas de Quito: tal de San Juan de Dios, y la capilla antigua quedó sirviendo más bien para la devoción popular de los
“Últimas Noticias”, Quito, de la calle, que para los del hospital mismo.
16 de enero de 1965. Pág.
7.
241 El edificio de este anti- L A V I R G E N D E L A N U B E Y
guo hospital es hoy el Mu- N U E S T R A S E Ñ O R A D E L O S Á N G E L E S
seo de la Ciudad.

T
242 El antiguo anfiteatro
anatómico se ubicaba a radicionalmente se cuenta que un día de remotos tiempos, varias personas que se ha-
continuación del edificio llaban orando desde la calle hacia la capilla del hospital antiguo, o sea desde el que des-
del hospital, sobre la calle
García Moreno, hacia la
pués fue Arco de la Reina, contemplaron en el cielo, por el lado de Guápulo una gran
actual avenida 24 de Mayo. nube cuyos contornos parecían configurar la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que se venera en

241
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

243 I n f o rmación histórica el Santuario de Guápulo. Los absortos devotos inmediatamente la llamaron “Nuestra Señora de la Nu-
s o b re la aparición milagro s a be”, y, aún cuando la autoridad eclesiástica no pudo pronunciar ningún dictamen al respecto, parece
de la Virgen de la Nube, re-
fiere que el domingo 30 de que la devoción popular creció de suyo al rededor de este imaginario prodigio, y así ganó muchos adep-
d i c i e m b rede 1696 salió una tos este nuevo culto a la Virgen243.
p rocesión con la imagen de
la Virgen de Guápulo desde En tales circunstancias, el año de 1644 hubo un terremoto en Riobamba (entendiéndose que
la Catedral, rezando el Ro- ese siglo fue de monstruosos y repetidos terremotos y erupciones volcánicas en el Ecuador), cataclismos
sario. Encabezaba la mar-
que en Quito causó tan graves daños al hospital real, que casi hubo que reconstruirlo. En ese mismo
cha el Presidente de la Au-
diencia, Mateo de la Mata año el Rey de España mandó que en todos sus dominios se eligiese por Patrona, Abogada y Protectora
Ponce de León y otras auto- a la Vi rgen Santísima bajo la advocación que en cada ciudad tuviere mayor celebridad. El Cabildo de
ridades, acompañadas de
unas 500 personas, implo- Quito quiso, entonces, consultar la opinión pública a fin de elegir la que aquí gozare de mayor devo-
rando a Dios auxilio para la ción, y por votos unánimes de los Regidores y vecinos se eligió la imagen de Nuestra Señora de Guada-
curación del Obispo de Qui-
to, Sancho de Andrade y Fi- lupe que se veneraba en su templo de Guápulo. Como se ve, la apariencia más que la aparición de una
g u e roa, gravemente enfer- “Virgen de la Nube” hizo ganar la elección de Nuestra Señora de Guápulo o Guadalupe. Esta última
mo. Al transitar por el atrio
parte ya no es tradicional, sino documental, y la que también sigue.
de San Francisco miraron en
d i rección al santuario de Para declararla y juramentarla como Patrona, Abogada y Protectora de Quito a Nuestra Se-
Guápulo una gran nube que ñora de Guadalupe, en un acto solemne todas las autoridades y habitantes de la ciudad, juraron en la
tenía la forma de la Virgen
con el Niño en brazos y al Catedral más o menos en los siguientes términos el 6 de julio de 1644: “Para que sea notorio y mani -
pie, arrodillada la figura del fiesto en todas las edades, Serenísima Reyna de los Ángeles... os elegimos, Soberana Señora, en vuestra
Obispo; milagrosamente en
esos instantes el prelado se
imagen de nuestra más ardiente veneración de la Madre de Dios de Guápulo... y hacemos voto, jura -
reponía de sus males. Por mento y promesa de celebraros fiesta ahora y en adelante todos los años con un día festivo que será el
obvias razones, la devoción
lunes inmediato a la domínica de Cuasimodo y porque así lo habemos de hacer y cumplir, lo promete -
de la Vi rgen de la Nube tu-
vo altar en el santuario de mos, votamos y juramos etc....”
Guápulo, en donde, hasta la Probablemente después de esto, los devotos de esta advocación nueva de la Reina de los Án-
fecha se conservan varias
imágenes de esta advoca- geles, en la que tal vez se velaba la no oficialmente declarada “Virgen de la Nube”, se empeñaron en re-
ción. Se destacan también construir la vieja capilla del hospital y dedicarla a la juramentada Patrona, Abogada y Protectora, Vir-
los cuadros pintados por
Joaquín Pinto, uno de ellos
gen de nuevo nombre pero con referencia a la de Guápulo. De esta iniciativa no hemos encontrado do-
se exhibe en el Museo Na- cumentos; en cambio, hay uno claro y suficiente para probar que la obra iniciada fue terminada: es la
cional del Banco Central del
Ecuador.

186

242
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

inscripción en piedra que hasta hoy se lee bajo el Arco de la Reina, y que dice: “Acabose esta Santa Ca -
pilla de Nuestra Señora de los Ángeles, a 14 de Septiembre del año de 1682, siendo Mayordomos Jo -
seph de Luna y Diego Ruiz sus esclavos”

S E C O N S T R U Y E E L A R C O D E L A R E I N A

E
l hecho de hallarse el altar de la capilla directamente hacia la calle pública, en donde te-
nían que consagrarse y arrodillarse los devotos a plena intemperie, obligó sin duda a
244 Es posible que el autor
procurar alguna cubierta que, sin estorbar al tránsito, abrigase a los devotos. Sobre es-
c o n s i d e re como imagen del to sí hay documento de papel, y en el año de 1726 (como hemos dicho, antes de que se piense en la
A rco de la Reina, un cono- construcción del Arco de Santo Domingo) se presenta ante el Cabildo, don Rafael Sánchez Pavón, Ma-
cido grabado del siglo XIX
que re p roduce, más bien, el
yordomo de la Capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, y pide licencia para construir dos arcos vola-
A rco de Santa Elena derro- dos en dicha capilla que se halla en la esquina del hospital, obra que iba a ser de cal y canto y que “los
cado en el año 1865, que si
quería poner desde los extremos de dicha capilla hasta la pared de las casas del maestro Juan Acuña,
tenía “unos torreoncitos co-
mo remates”. De este arc o Pre s b í t e ro, en la parte que mira a la Plaza Mayor de esta ciudad; y respecto del otro lado y esquina en
trata el autor en la siguiente que está una tienda que pertenece a dicha capilla, para dar mayor capacidad [¿comodidad?] a los fieles
historieta.
245 Al restaurar el antiguo que acuden a ella para sus demostraciones de devoción”
hospital para adaptarlo a Hoy no podría entenderse muy bien esta petición; pero, hay que saber que la casa de ese pres-
Museo de la Ciudad, se in- bítero, sin duda capellán de las monjas del Carmen Antiguo, estaba situada en la placeta o terraza que
t e rvino también en esta ca-
pilla. En ella se descubrie- existe delante de la iglesia; y, del otro lado había esa tienda que se menciona y que hasta hoy tiene ves-
ron pinturas murales ocul- tigios de tal.
tas, se re i n t e g r a ron las puer-
tas en la que se habían
A este Arco de la Reina se lo hizo, pues, así, y en su origen tenía unos torreoncitos como re-
a b i e rto unas ventanucas, se mates244. El tiempo y los terremotos deterioraron mucho este bello arco y parece que también la devo-
colocó una mampara de vi-
ción popular, hasta cuando los betlemitas le cubrieron a la capilla con una artística mampara de made-
drio que cierra todo el vano
y que no solo da seguridad ra que se conserva hasta hoy.
física, sino que climatiza el En tiempos republicanos de García Moreno, este Presidente hizo muchas reparaciones y refor-
interior. Más tarde se colo-
có una pintura nueva, que mas en el hospital para alojar a las Hermanas de la Caridad que él las trajo ya en ausencia de los Betle-
re p roduce la posible imagen mitas que tuvieron que irse por su mala conducta; pues no era una orden religiosa, sino una congrega-
que se veneraba en la capi-
lla. En agosto de 2002, el
ción de viejos marinos que cansados del mar, querían dedicarse a una obra pía. Unos resultaban bue-
Museo de la Ciudad publi- nos, pero los más eran “moros viejos que nunca resultan buenos cristianos” y dieron muchos dolores
có el folleto “La capilla de de cabeza en Quito, y Quito se desquitó burlándose de ellos con los famosos disfraces de los padres “Be-
Nuestra Señora de los Án-
geles” que recoge sus inves- lermos”, de los Inocentes. El Arco de la Reina también fue, por tanto, muy bien reparado por el Presi-
tigaciones históricas. dente García Moreno, y lo dejó tal como hoy está, eliminados los torreones245.

187

243
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

188

244
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL ARCO DE SANTA ELENA246

La actual generación de quiteños ya nada sabe acerca del Arco de Santa Elena, que hasta el
año de 1865, un siglo justamente, existió sobre la actual calle Mejía, intersección calle Benal -
cázar, de la esquina del monasterio de La Concepción, a la esquina del frente norte.

(E
n este punto, después de confrontar más y más documentos, estamos por rectificar
mucho de lo que habíamos dicho en anterior “Historieta” respecto de la ubicación
de la ”placeta de la fundación”247; pues habiéndose perdido ya en el mismo siglo
XVI la primera traza que hizo Benalcázar en 1534 para la villa de San Francisco de Quito, la recons-
trucción que trató de hacer de dicho primer plano el “Autor Anónimo” de 1573, y que fue publicado
por Jiménez de la Espada, resulta muy incorrecta, cosa que causa muchas confusiones cuando se trata
de hacer una nueva reconstrucción de esa preciosa traza perdida, pero que aspiramos a hacerla)
De todos modos, el hecho más cierto es que el monasterio de las monjas de La Concepción de
Quito fue fundado “por el año de 1576”, según dice literalmente la Abadesa de esas monjas, doña Inés
de Zorilla en un documento manuscrito existente de ella; y que se lo fundó en parte la más occidental
de la manzana donde hasta hoy está. En la parte oriental restante, ocupada hoy por el edificio de la
Empresa Eléctrica de Quito248, estuvo ya desde antes un primer hospital de la ciudad fundado por el Al-
calde Pedro de Valverde con el nombre de “Hospital de Nuestra Señora de la Antigua” el año de 1548,
cuya capillita de esta Virgen es la que hasta hoy existe como vestigio en aquel pequeño atrio de La Con-
cepción.

L A P O B L A C I Ó N D E L M O N A S T E R I O
C R E C Í A A P R I S A

E
ste monasterio de La Concepción fue fundado principalmente para que ingresen en él
como religiosas o como protegidas las hijas de los conquistadores (las “hijas naturales”
en las indias de Quito, aclaramos nosotros indiscretamente, aplicando la lógica a la his-
toria, ante los discretos dichos de los documentos), resultó que ya 27 años después, en 1603, iba tanto
en aumento la población del monasterio que sus habitantes vivían con mucha estrechura y empezaron
a pedir al Presidente de la Audiencia que les permitiese ocupar la calle del costado para comprar la cua-
dra del frente y ampliar así su monasterio. Para entonces, las primeras Casas de la Audiencia todavía
funcionaban en esa cuadra o manzana (frontera a la actual calle Benalcázar, donde allí más bien pare-
ce que estuvo la “placeta de la fundación”), pero a punto de desocuparla porque iban a construir nue-
246 Historietas de Quito: vas Casas Reales o Palacios de la Audiencia frente a la Plaza Mayor de la ciudad, donde hasta el pre-
“Últimas Noticias”, Quito, sente está, una y otra vez reconstruido.
23 de enero de 1965. Pág.
14. En efecto, estas nuevas Casas Reales se inauguraron el 3 de junio de 1612, y entonces queda-
247 Ver “La placeta de la ron vacías y abandonadas las Casa Reales viejas, cuyo solar y anexos aspiraban a ocupar las monjas
fundación” en la página 2 9. conceptas, pues, la primera petición les fue denegada. Al año siguiente de 1613, la Abadesa de ellas, in-
248 Este edificio, en la es- sistió en que se les deje ocupar la cuadra del frente, cerrando la calle intermedia e incorporando así su
quina de las calles Garc í a monasterio principal a esta ampliación, pues dijo la Abadesa de ellas, que ya habían comprado esos te-
M o reno y Mejía lo ocupa en
la actualidad la Dirección
rrenos a los herederos de Sandoval, fundador de la ciudad, en 13.000 pesos, y en mil pesos más “la pla-
P rovincial de Salud de Pi- ceta de la fundación”. El Cabildo, después de larga y razonada deliberación, les concedió el derecho de
chincha. borrar la calle y unir los dos cuerpos del monasterio. Con este motivo se supo que el monasterio de las

245
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

conceptas cuando se le fundó en 1576 tenía apenas de once a trece monjas y algunas sirvientas, y que
en corto tiempo había aumentado a más de doscientas mujeres las que existían en aquel. (Un recuento
casual del siglo XVIII dio cosa de 60 monjas y más de quinientas mujeres anexas en el monasterio de
La Concepción, hecho que escandalizó ya a los historiadores de entonces).
Las monjas conceptas ocuparon, pues, el nuevo solar e incorporando la calle, borrándola por
medio de dos tapias. Posteriormente, un nuevo Cabildo de Quito, ante la queja constante del vecinda-
rio de haberse suprimido una calle tan útil (la Mejía entre Benalcázar y García Moreno), revocó la con-
cesión y mandó derribar las tapias del cerramiento, entendiéndose que éste no comprendía a toda la ca-
lle, sino hasta la mitad de su extensión, porque el resto correspondía a los here d e ros de Sandoval (hoy
familia Lasso-Plaza)249.
Viéndose así aisladas las conceptas, y por ser institución de clausura, se ingeniaron en cons-
truir un túnel subterráneo para pasar a ocultas al otro; pero, como por esta calle corría una antiquísi-
ma acequia de agua a superficie, el túnel construido no pudo resistir las filtraciones de agua y casi siem-
pre estaba inundado por más que lo baldeaban las monjas. Al fin, tuvieron que abandonar las concep-
tas, y meditaron en construir otro arbitrio. Este antiguo túnel secreto de las monjas fue sorpresivamen-
te descubierto el año de 1922, cuando se comenzaron los trabajos de pavimentación asfáltica de la ciu-
dad.

S E C O N S T R U Y E E L A R C O
D E S A N T A E L E N A

E
l arbitrio al que nos hemos referido, fue el levantar un arco, un verd a d e ro puente por
encima de dicha calle, de modo que se les permitiese pasar sobre él, asimismo ocultas,
de la una a la otra parte ya separadas del propio monasterio. No se sabe exactamente
cuándo comenzaron las monjas esta construcción250; pero el hecho es que existió hasta el año de 1865,
en que lo mandó a derribar el Concejo Municipal. En el plano de Quito de La Condamine, que lo de-
bemos conceptuar del año de 1750, ya consta el arco, pero no simple, sino doble: uno a través de la ca-
lle Mejía, pero no en la esquina donde hasta hoy existen patentes los vestigios del estribo de dicho ar-
249 La casa esquinera del co; y, otro a través de la calle Mejía y tampoco en la esquina correspondiente sino casi media cuadra
lado sur-occidental de las
arriba, conectando así tres manzanas; lo cual parece inexacto, como parece también un error de La Con-
calles García Moreno y Be-
nalcázar, hoy propiedad damine el señalar en el ángulo occidental de la manzana de Sandoval (Lasso-Plaza) lo que él dice “Man-
Municipal. Fue adquirida
conjuntamente con el lote 189
vacío del centro de la man-
zana, donde se edificó el es-
tacionamiento conocido
como “Cadisán”. La casa
restaurada, alberga diver-
sas instituciones, entre
ellas, la Corporación de
Turismo.

250 La historiadora Susan


V. Webster, en su import a n-
te y esclarecedora investi-
gación sobre la vida y obra
del arquitecto español José
Jaime Ortiz, radicado en
Quito en el cambio del
siglo XVII al XVIII, asegu-
ra que el 15 de diciembre
de 1705 el Obispo Diego
Ladrón de Guevara, en
re p resentación de las mon-
jas conceptas, contrató con
este arquitecto la constru c-
ción del arco de Santa
Elena (ver “Arquitectura y
empresa en el Quito colo-
nial: José Jaime Ortiz, ala-
rife mayor”, Abya-Yala,
Quito, 2002, p. 76)

246
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

sión raisée par Pedro de Puelles”, que, más bien es, esto lo aseveramos con toda precisión por haber
visto nosotros con nuestros ojos la lápida infamatoria contra Puelles en la casa que la hemos señalado
como la de Sebastián de Benalcázar, que compró Puelles y que allí fue éste asesinado cobarde y traicio-
neramente por “El Jorobado” Rodrigo de Salazar. En fin, este es un asunto que requiere más investi-
gación y esclarecimiento.

L A I M A G E N D E S A N T A E L E N A
S O B R E V I V E

S
e le llamó a este pasadizo aéreo de las monjas conceptas “El Arco de Santa Elena” por-
que, según tradición y muy buenos vestigios, hacia el estribo norte de dicho arco existió
una excelente casa bien labrada en piedra de propiedad del Ayuntamiento con una bella
imagen tallada de Santa Elena; portada que, cosa curiosa, existe todavía en pie, trasladada y armada de
nuevo en una casa todavía existente en la plaza de Santo Domingo, donde aún se la puede ver251. Pare-
ce que después de derrocado el Arco de Santa Elena, el año de 1865, también fueron derrocadas varias
y primorosas casas antiguas “del primer Quito”, diremos, y algo de tales materiales fueron a parar de
aquí por allí al “segundo Quito”, como lo hemos de demostrar a su tiempo. Todo esto provino porque
las conceptas, que empezaron a decaer en número, tuvieron que revender toda la parte de la manzana
histórica donde tuvo lugar la fundación de la villa de San Francisco de Quito, que ellas ocuparon por
compra; después de lo cual y derrocado el arco, aquello quedó en nuevo abandono cercado con tapias
y muros viejos, dentro de cuyos escombros el Presidente Veintimilla alojó el cuartel de caballería de sus
célebres soldados “cachudos” o sea una imitación de los coraceros franceses con cascos metálicos con
una cola de caballo pendiente sobre la nuca de soldado.
En, resumen reiteraremos lo que ya dijimos en algún otro de nuestros escritos al respecto que,
las pobres monjas conceptas, como enclaustradas que eran, se encontraron en un trance de no poder to-
mar posesión del terreno adicional que habían comprado, por tener calle de por medio y ser impedidas
de ver al mundo y de que las vean, y que para llegar a él, habían tenido que re c u rrir a los medios más
ingeniosos sin quebrantar la regla: sobre tierra, amurallando una calle; bajo tierra, perforando un túnel;
y, por el aire, construyendo un arco con un pasadizo hermético para el mundo y franco sólo para ellas.

190

251 A mitad de la cuadra


de la calle Guayaquil.

247
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

191

248
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA CAMPANA GRANDE DE “LA MERCED”252

A
ntiguamente, digamos hasta principios del presente siglo, ¿quién en Quito no había
conocido siquiera de oídas, a la famosa gran campana de la elevadísima torre de nues-
tra iglesia de La Merced? Era tanta la fama de sonoridad de esta campana, que ali-
mentaba el dicho vulgar, exagerado por cierto, de que sus tañidos eran audibles aun hasta el Santuario
del Quinche, situado a no menos de 40 kilómetros de distancia aérea de Quito. Casi todo quiteño, cuan-
do muchacho, había trepado a la torre de La Merced para conocer ese monstruo de bronce; pero, nues-
tras mujeres tenían que resignarse sólo a oír la grandiosidad de su sonido y los relatos verbales de sus
enormes dimensiones, porque al gremio femenino le es prohibido entrar a los conventos de religiosos253.
252 Historietas de Quito:
“Últimas Noticias”, Quito, A este gigante vocero broncíneo de la catolicidad de Quito, siempre se le conoció con el nom-
27 de junio de 1964. Pág. 6.
253 Las re f o rmas intro d u c i-
bre de “La campana grande de La Merced”, y se la tocaba con dificultad y alcurnia solamente en las
das por el Concilio Vaticano festividades solemnes; pero, desde fines del siglo XIX empezó a enmudecer “la campana grande”, has-
II y más recientemente, la ta que ya en el primer decenio de este siglo, apenas la tocaban rara vez, y se la oía ya con un sonido
a p e rtura de los conventos a
las vistas turísticas, ha mo- bronco muy diferente de la armónica sonoridad antigua. Comenzó a decirse que en la entrada de don
dificado esta situación en el Eloy Alfaro a Quito, quién sabe si en la primera de 1895, o en la segunda, en 1906, los soldados ven-
C e n t ro Histórico de Quito.
cedores, entusiasmados, subieron a la torre de La Merced y echaron tan al vuelo las campanas, espe-
254 Precisamente el histo-
riador mercedario Padre cialmente a la campana grande, que la dejaron rajada. Sin duda la campana quedó “sentida”, como
Luis Octavio Proaño, en su suele decirse a una rajadura incipiente; más, continuó en uso esta gran campana, aunque perdiendo ca-
obra “El Arte en la Merced
da vez más su primitiva y dominante sonoridad, hasta que se filtró en el público la noticia de que esta-
de Quito” (Talleres
Gráficos Nacionales, Qui- ba más y más rajada, y que los padres mercedarios hacían esfuerzos por remendarla con costuras tala-
to, 1969), transcribe la ins- dradas, o por soldarla con las sueldas modernas. Las gentes de la calle no podíamos saber los alcances
cripción: “Acabose el año
1737, siendo Provincial de tales daños en la célebre campana, hasta que ahora mandándola a fotografiar para ilustrar una no-
N.M.R.P. Provincial Fr. vedosa historieta sobre ella, hemos podido apreciar el estado de completo deterioro actual en que se en-
José Portillo. La dio el
R.P. Mtro. Fr. Francisco
cuentra aquella estupenda pieza campanaria de nuestra ciudad.
Javier Enríquez; la hizo el
Maestro D. Francisco No era nuestra intención el dar una cabal historia de esa gran campana, pues qué mejor po-
Anaya. Dedícasele a nues - drían dárnosla los actuales padres mercedarios, ojalá que revelándonos las largas inscripciones que en
tra Madre Santísima
Madre de La Merced y a su
el mismo bronce contiene la campana254; pero si queríamos por nuestra modesta parte, revelar cosas im-
Santísimo Hijo Jesús y a su portantísimas y muy curiosas acerca de la fundición y colocación de la antedicha campana, que proba-
Esposo San José, a San
blemente ya no se las sabe ni en el convento mercedario. Esos asuntos son los siguientes:
Juan Bautista, a Nuestro
Padre San Pedro Nolasco,
a Nuestro Padre San
A todos cuantos hemos conocido la gran campana de La Merced, nunca, en verdad, se nos
Ramón Nonato, Sanctus ocurrió el pensar minuciosamente cómo es que las manos humanas de los viejos tiempos lograron co-
Deus, Sanctus Fortis, locar donde allí está hasta ahora ese monstruo de bronce de cosa de 2.40 metros de alto (la talla ordi-
Sanctus Inmortales, mise -
rere nobis.” (p. 240). naria de un cuarto) y de cosa de 1.90 de diámetro, que ocupa casi todo el espacio interior de la torre, y
Asegura también, que los con un peso que según los actuales mercedarios es de 500 arrobas255. ¿Fue transportada la campana
religiosos la llamaban
“Nuestra Madre” por esta desde alguna parte al pie de la torre, y desde allí elevada a la altura y posición en que está? ¿Cómo, si
dedicatoria y que dejó de las ventanas laterales, apenas alcanzan para pequeñas campanas o címbalos?
sonar en 1912 (p. 232).

255 En la misma obra, el


E S , S I N D U D A L A C A M P A N A
P a d re Proaño anota que
tiene “una altura de dos M Á S G R A N D E D E S U D A M É R I C A
metros con cuarenta centí-

R
metros de alto y un diáme-
tro de 5,60 metros” (p. esulta un enigma aparentemente diabólico el imaginar cómo está esa campana gigan-
234). Nuestras mediciones tesca sobre y dentro de tan alta torre. Es un rompecabezas que le pone a cualquiera
nos dieron una altura total
de 2,10 metros y un diáme-
a pensar largo, y sin atinar. Indudablemente es la campana más grande de Sudaméri-
tro de 1,98 metros. ca, y su esfuerzo para diseñarla, fundirla y elevarla a esta aislada y elevada ciudad de Quito, es cosa que

249
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

pasma, pensando que todo ese metal debió venir de ultramar hasta la costa, y de allí traído a lomos de
indios, y por su cantidad y su peso, ni más ni menos que el transporte del tesoro de Atahualpa entrega-
do a los españoles en Cajamarca, y, el resto, escondido quizás en Llanganati y en otras partes.

E S C A M P A N A Q U E C O N T I E N E
N O P O C O O R O

P
ues bien, la solución fácil de este enigma nos lo reveló nuestro buen amigo, el R. P. Joel
L. Monroy, superior de los mercedarios, allá en el año 1918, quien nos contó que él te-
nía conocimiento, por tradición o por documentos del convento mercedario, que la di-
cha gran campana tuvo que ser fundida justamente al pie interior de la torre de La Merced, donde se
preparó con gran maestría técnica el molde. Que el horno de fundición del metal se lo hizo en el patio
del convento, adecuándolo con mil artificios, y que desde allí se condujo el caldo de bronce por un lar-
go caño infernalmente rodeado de fuego. Todo ya bien dispuesto para la fundición, se invitó a que pre-
sencien todos los frailes de la provincia mercedaria y aún de otras provincias ante un acontecimiento
ciertamente continental, por la magnitud de la pieza y las artimañas para elevarla hasta su sitio final.
En tales tiempos, parece que a principios del siglo XVIII, los padres mercedarios eran riquísi-
mos, y casi ni había fraile que en sus zapatillas no llevase grandes y gruesas hebillas de oro, como era
entonces costumbre del siglo. Reunidos gran número de frailes, se colocaron en dos hileras, lado a la-
do del referido caño, y, el momento en que empezó a correr el río de bronce derretido, cada fraile, en-
loquecido de entusiasmo, se sacaba las hebillas de oro de sus zapatos, y las arrojaba al broncíneo río a
que se incorpore el áureo metal al cuerpo de la formidable campana que estaba en ese instante formán-
dose y fraguándose en el molde. De modo que, según el P. Monroy, no poco es el oro que contiene la
famosa campana grande de La Merced. Por supuesto, el oro era un lujo, porque conforme el compli-
cadísimo arte de diseñar y fundir campanas, del cual el que esto escribe posee un curioso libro pergami-
no, toda buena campana para que no resulte de metal muy quebradizo ni de sonido muy bronco, sino
armónico, debe tener nada más una mezcla de 25 partes de estaño fino y de 75 partes de cobre rojo.
Aparte de esto, ahora viene el secreto de la producción del sonido armónico y de conservación misma
de la campana, para que al golpearla en su bien calculado vaivén, no quebrante a la onda sonora en su
192 anterior desarrollo porque esto significa la fácil quiebra de la campa-
na. La gran campana de La Merced, a la vista, tiene un badajo mons-
truoso que debe llegar a los 200 quintales de peso con relación a las
500 arrobas de la propia campana. Esto, al parecer, exculparía mu-
cho a los entusiastas soldados de don Eloy Alfaro, porque el badajo
muestra que desde el principio fue desproporcionado a la campana.

L A T O R R E D E L A M E R C E D
F U E C H I M E N E A D E
F U N D I C I Ó N Y A N D A M I O
D E I Z A D A D E S U P R O P I A
C A M P A N A

E
l Padre Monroy nos explicaba que después de fundi-
da y enfriada la inmensa mole de la campana al pie
interior de la torre, el mismo cuerpo de ésta sirvió de
andamio para elevarla y fijarla en su altísimo sitio. A este punto, uno
vuelve a pensar en qué número de malacates, poleas, cables, cabes-
tros, de gentes y de semanas o meses habrán sido necesarios para es-
ta formidable operación no menos distante de las increíbles operacio-
nes para superponer y ensamblar inverosímiles monolitos unos sobre
otros.
Y, probablemente a esta miedosa mole de la gran campana
de La Merced se debe el curioso fenómeno de que la elevadísima to-

250
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

rre de 45 metros de esta iglesia, haya sido la única que ha resistido incólume los grandes terremotos ul-
teriores de Quito, como los de 1797, 1859 y 1868, en que las torres de la Catedral, de San Francisco,
de Santo Domingo y de San Agustín se vinieron al suelo, menos la de La Merced256. La torre de ésta le
soportaba a la campana, y la campana le sostenía a la torre257. En fin, acerca de esta monumental “cam-
pana grande de La Merced” de Quito, se puede escribir todo un libro, quizás más interesante que la fa-
mosísima campana de Moscú que, a lo más, sin uso, quedó rajada y perpetuamente inmóvil en medio
de una plaza moscovita.

P E L I G R O Y M Á S P E L I G R O

A
juzgar por lo que muestran las actuales fotografías, que publicamos, de la campana
grande de La Merced, esta mastodóntica joya broncínea de Quito y de Sudamérica,
está irremediablemente cuarteada, con rajaduras gravísimas, la mayor de ellas a pun-
to de desprender una parte de la campana, amenazando peligrosamente la sustentación de la torre y aún
vidas humanas. El tocarla siquiera por travesura podría ocasionar una hecatombe. Sólo personas téc-
nicas podrían aconsejar lo mejor que deba hacerse en este caso257.

193

256 Con los fuertes temblo-


res de marzo de 1987 este
campanario sufrió serios da-
ños, debiéndose eliminar el
remate, por que presentaba
fracturas insalvables. Como
la traza de este elemento no
era la original, al constru i r
el nuevo remate se lo hizo en
f o rma de media naranja, de
acuerdo con las evidencias
históricas. Estos trabajos
f u e ron realizados por el
Fondo de Salvamento.
257 Criterio que no com-
p a rtimos, pues si un campa-
nario tiene distribuido su
peso de manera excesiva en
la parte superior, al momen-
to de un sismo, actuará co-
mo un péndulo, pero al re-
vés.
258 En la actualidad es evi-
dente la soldadura hecha a
la campana, pero su sonido
no se re c u p e ro .

251
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

194

252
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LO QUE LA HISTORIA NO HA DICHO SOBRE


LA VIDA DE LA BEATA MARIANA DE JESÚS259

A C L A R A C I O N E S S O B R E
L A H I S T O R I A D E L O S J E S U I T A S
D E Q U I T O 260

C
ree la gente en Quito, que la iglesia de la Compañía, con su primorosa fachada, tal
como son ahora, templo completo y acabado, fueron a su tiempo testigos mudos de la
presencia personal de la Beata Mariana de Jesús, de quien dicen inadvertidamente las
historias que visitaba a diario la iglesia de la Compañía.
Un examen cuidadoso de los hechos y de la cronología de ellos, demuestra que las cosas no
fueron así, y nos revelan más bien detalles de suma originalidad e interés. Principalmente, nos permite
descubrir y aseverar con precisión que la soberbia fachada de la Compañía fue concluida casi un siglo
después de fallecida la santa patriota quiteña, y que su exquisita ornamentación tallada en piedra fue,
al contrario motivada diremos, en la vida de la Azucena de Quito, y que guarda hermosamente simbo-
lizado el emblema distintivo de Mariana de Jesús.
Los verd a d e ros hechos, parecen, pues, ser de este otro modo.
La orden religiosa de los jesuitas, no es tan antigua, como lo son las demás órdenes que vinie-
ron a la conquista, es decir, franciscanos, dominicos, mercedarios y agustinos. La orden jesuítica fue
195
fundada en España el mismo año
de la fundación de Quito, o sea en
1534. Los jesuitas se establecie-
ron en nuestra ciudad quiteña só-
lo el año de 1567, primero en una
casa de la Loma Grande, junto al
convento de Santo Domingo, me-
jor dicho en la casa vieja que has-
ta hoy existe arrimada a la capilla
de la Virgen del Rosario, inmedia-
tamente a la derecha de la entrada
del bello Arco de Santo Domingo.
Esta casa, 240 años después fue el
teatro de ciertas anécdotas o epi-
sodios, aún no escritos, ocurridos
al Barón de Humboldt.
P e ro, en el año de 1584,
los jesuitas tuvieron que abando-
nar esta casa provisional de la Lo-
ma Grande y trasladarse a su pri-
mer convento definitivo, a una ca-
sa anexa al edificio parroquial de
259 Debe re c o rdarse que la iglesia de Santa Bárbara. Esta
cuando el autor escribió es- definitiva casa jesuítica está aho-
te artículo, la Iglesia Católi-
ca aun no canonizaba a ra, cabalmente, en 1945 a medio
Mariana de Jesús, cosa que d e rruir por la acción del hombre,
sucedió en el año 1950.
260 “La Defensa de Qui-
p e ro se halla todavía en pie, intac-
to” Nº 4, Quito, 26 de ma- ta, su venerable e histórica porta-
yo de 1945, pp. 1 y 2. da de 1584 con una típica y ex-

253
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

presiva inscripción jesuítica que dice: MAGNA AMOR IS AMOR (Sólo el amor grande, es amor)261.
Este memorabilísimo solar, ahora vacante, debería ser utilizado y perpetuado por la municipalidad qui-
teña de alguna noble manera: ojalá que levantando allí la Biblioteca Municipal, hasta por lo sosegado
del lugar262. Allí no sólo fue el primer convento formal de los jesuitas, sino que allí mismo, ellos insta-
laron el primer colegio que se vio en Quito para la educación escolar de la juventud.
Después, el año de 1586 los jesuitas ya pudieron adquirir unas casas particulares que habían
detrás de la Catedral, es decir en la larga manzana que hoy comprende la actual Compañía, la Univer-
sidad y el Cuartel del Real de Lima263. Las adquirieron para construir allí un gran colegio seminario264.
Adecuaron las casas particulares y prosiguieron lentamente la verdadera construcción. El año de 1589
ya instalaron allí las primeras aulas de su colegio.
E n t retanto hacia el año de 1590, el celebérrimo Padre jesuita Esteban Onofre, precursor ad-
mirable de todas las misiones de occidente y oriente, levantó por sí solo a un lado del colegio, una mo-
desta capilla dedicada a Nuestra Señora de Loreto. Sobre esta diminuta capilla había de levantarse con
el tiempo, de más de un siglo, la que es hasta ahora magnífica iglesia de la Compañía. Tal capilla hu-

196

261 Sobre este solar se


c o n s t ruyó en 1945 la sede
de la Unión Nacional de
Periodistas. La obra fue fi-
nanciada por la antigua
Caja de Pensiones. El ar-
quitecto planificador y
constructor fue Alfonso
Calderón Moreno, quien
valoró esta histórica y anti-
gua portada, incorporán-
dola a la obra.
262 Luciano Andrade Ma-
rín fue ayudante de la Bi-
blioteca Municipal en el
año 1918 y posteriorm e n t e ,
su Director. Permaneció li-
gado afectivamente a esta
institución cultural toda su
vida. Ver el artículo “Te s o-
ros bibliográficos sobre la
vida de la beata Mariana de
Jesús” en la página 2 9 7.
263 El autor se equivoca,
pues si estaban detrás de la
Catedral, las casas de los je-
suitas se hallaban al frente
de la actual iglesia de la
Compañía.
264 El seminario diocesano
de San Luis fue fundado
por el Obispo Luis López
de Solís en 1594, quien e n-
cargó a los jesuitas su admi-
nistración.

254
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

milde, y no más que ella, duró por largos años, bajo el prestigio taumatúrgico del virtuoso Padre Ono-
fre265.
Así, como simple capillita de la Virgen de Loreto, le encontró en su vida Mariana de Jesús, que
vivió 27 años, desde 1618 en que nació, hasta su fallecimiento en 1645. Y al pie del altar de esta soli-
taria capilla, es que pidió la propia Azucena de Quito, que sean sepultados sus mortales despojos. No
hubo, pues, entonces, ni asomos todavía del gran templo de la Compañía. Tampoco podía haber, en-
tonces, el púlpito como hoy lo vemos, y a cuyo pie se le mantiene una efigie de Mariana de Jesús266, en
la inocente creencia que desde allí pronunció en alta voz la inefable quiteña el sacrificio de su vida pa-
ra salvar a sus compatriotas del flagelo y cataclismo combinado, de la peste y los terremotos. Aquel si-
tio, verídicamente, debería estar delante mismo del hoy altar, y en aquellos días capilla de Nuestra Se-
ñora de Loreto.
Sólo con el andar del tiempo, desde por 1590, los jesuitas instalados al pie del Panecillo, en lo
que es hasta hoy Manicomio267, comenzaron a construir primero su colegio, después universidad, des-
bancando tierra del Panecillo, y construyendo ladrillos por centenas de millares, hasta que muy avanza-
do el siglo XVII, y ya largos años después de pasada a mejor vida Mariana de Jesús, y sobre la sepultu-
ra de ella, iniciaron con el mismo material del Panecillo, la edificación del majestuoso templo de la Com-
pañía, el cual quedó inconcluso, sin fachada, hasta el año de 1722.
En este año de 1722, o sea 77 años después de los días de Mariana de Jesús, recién se coloca-
ron las columnas espirales de refinado arte en la fachada de la Compañía. Acerca de esta colocación
hay una antigua lápida memorial en la propia fachada, y cuya inscripción histórica parece atribuir im-
portancia capital y sustancial a la colocación de dichas columnas. Y, ¿por qué tanta importancia?
Basta es mirarlas con cuidado y sutileza a tales columnas para adivinar su precioso contenido
simbólico. Son columnas salomónicas envueltas por una guirnalda de sólo dos clases de flores: azuce-
nas y rosas. Descifrado el símbolo, nosotros lo creemos así: la Azucena de Quito y la Rosa de Lima,
adornando las columnas de la sabiduría de Salomón. Eran las dos flores más perfumadas de estos an-
tiguos Reinos del Perú y de Quito.
Aún más, este símbolo tan quiteño de la Azucena de Quito en idéntica columna salomónica,
está repetido en el soporte del famoso reloj de sol que hasta hoy se conserva en la Universidad de Qui-
to268, y que fue levantado por la Academia Pichinchense en la antigua azotea universitaria para marcar
el célebre meridiano de Quito que tanto sirvió a la geografía quitense, amazónica y americana en los si-
glos pasados269.

265 Solamente en 1605 los


jesuitas se hicieron dueños
del lote donde ahora se le-
vanta su magnífico templo.
266 Esta imagen ya no se
halla en este lugar.
267 El autor se re f i e re al
Hospicio de la calle Amba-
to.
268 Este reloj de Sol, se ha-
lla hoy en el ingreso de la
ciudadela universitaria,
frente al pabellón de admi-
nistración de la Universidad
Central. Ver la página 5 1.
269 S o b re el meridiano de
Quito ver la historieta re s-
pectiva en la página 4 7.

255
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

197

256
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

ARRUINADA LA FACHADA DE LA COMPAÑÍA270

U N A C A L A V E R A D A E N G R A D O S O L E M N E

C
on toda nuestra contrariedad y despecho, inesperadamente contemplamos en días pa-
sados que a la maravillosa fachada de la iglesia de la Compañía, que a ese orgullo ar-
quitectónico de Quito, del Ecuador y de la América, por sus exitosos e imponderables
tallados y labrados en piedra, se le estaba aplicando, con la más inconsciente actitud destructiva, el po-
tente chorro de arena de una infernal máquina neumática limpiadora de otra clase de construcciones,
so pretexto, en este caso desgraciado, de limpiarlas y darlas más lustre a las talladuras impecablemente
pulidas y nítidas de ese soberbio frontispicio.
Ante la indolencia pública que ha visto impasible, y que hasta ha hallado recomendable este
procedimiento de supina ignorancia y de imprudencia temeraria al aplicar sin ton ni son, sin consulta,
estudio ni ensayo previos tan tremendo chorro de arena y seguido de otro potente chorro de agua, so-
bre tan invalorable joya arquitectónica quiteña, la Dirección de “La Defensa de Quito” en contraste,
deja aquí constancia, por escrito, de su más franca desaprobación y protesta por ese hecho de infanti-
lismo en grado solemne271. Y nuestra protesta es mayor, porque aún a las inscripciones en piedra de la
edificación de dicha fachada se les ha borrado hasta volverlas casi ilegibles, es decir, a esas mismas pie-
dra inscritas que, quien escribe estas líneas, el único quiteño que protestó por la demolición de la vieja
Universidad272, el mismo que hizo recaudar tales lápidas escritas y las hizo reponer en el pedestal que las
contiene ahora.
Además, nuestra protesta es razonada. He aquí nuestras razones. Aquel chorro de arena con
presión neumática es usado en Estados Unidos únicamente, sépase bien esto, para limpiar edificios o
monumentos construidos de granito (roca durísima de cuarzo, feldespato y mica) o para mármol no pu-
198 lido. Jamás se usa el chorro de arena de
esta máquina para una piedra tan blan-
da y tan porosa como nuestra traquita o
andesita, de la que está construida la fa-
chada de la Compañía y demás iglesias.
El resultado, es el que ya puede verse:
270 “La Defensa de Qui- los tallados han perdido todo su original
to”, Nº 4, Quito, a 26 de pulimento y nitidez, están porosos y han
mayo de 1945, p. 3.
271 El Director era Lucia- quedado expuestos al desmoronamiento
no Andrade Marín. por la sola acción del aire.
264 El autor se re f i e re al Algo más todavía. Los anti-
d e rrocamiento del edificio
colonial de la Universidad
guos españoles constructores de nues-
de San Gregorio Magno tras portentosas iglesias, sí solían y sa-
de los jesuitas, iniciado en bían pintar con un preparado especial de
1915.
272 S o b re la “pintura” de cal las fachadas de piedra de las iglesias
la fachada ver: Ort i z apenas las concluían, a fin de darles ese
C respo, Alfonso, “La igle - acabado tan homogéneo que perdura
sia de la Compañía de Je -
sús de Quito, cabeza de por los siglos, aún hasta hoy, como pue-
serie de la arquitectura ba - de verse en la misma parte superior de la
rroca en la antigua Au -
diencia de Quito” en: Ar- propia Compañía273. Ahora, la gente
te de la Real Audiencia de erróneamente cree que a las fachadas de
Quito, siglos XVII-XIX.
P a t ronos, corporaciones y
piedra no hay que blanquearlas. Pues si
comunidades”, Kennedy se las blanqueaba en la antigüedad, y
Troya, Alexandra (Edito- con primor, sólo que jamás con brocha
ra), Nerea, España, 2002.

257
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

gruesa, con hisopo, no con aquella ruin granza de cal. Tenemos conocimiento de que se las pintaba (me-
jor dicho que “blanqueaba”) con agua de cal prieta, fina, cernida, en solución de sal marina adiciona-
da de leche y de gelatina. Esto se hacía entonces con brocha delicada. Ahora se podría y se debería ha-
cer mejor con soplete de pintar. Era esta pintura la que hasta estos días se puede contemplar como una
película disimuladora de todas las uniones e irregularidades de color, más que pátina natural del tiem-
po, en las fachadas finas de nuestros bellos templos.
Demasiadas frivolidades se han escrito acerca de “las artes o estilos” de la iglesia de la Com-
pañía, y mientras todavía están inéditos tanto el arte con que se las construyó y las encantadoras, aun-
que secretas alegorías y símbolos, que exhibe en toda su fachada, ya la está destruyendo a toda máqui-
na la manía modernizante.

199

258
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

H O S P I TA L Y H OS PIC IO

259
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

200

201

260
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

ANTECEDENTES PARA LA FUNDACIÓN


DEL HOSPITAL DE LAMISERICORDIA Y CARIDAD274

L
a historia de la conquista del Quito no ha sido hasta hoy debida ni suficientemente es-
crita, según lo advierte ya a su tiempo, a mediados del siglo pasado, el doctor anticua-
rio ecuatoriano don Pablo Herrera en sus “Apuntes para la Historia de Quito”, cuan-
do dice: “Nos hemos ocupado en referir algunos pormenores de la conquista de Benalcázar, porque, co -
mo lo observa con mucha razón el doctor Pedro Fermín Cevallos, en su “Resumen de la Historia del
Ecuador”, están destituidos de ellos no solamente la historia de Prescott, sino la del mismo P. Velasco,
escritor ecuatoriano. Bien es que el primero no trató sino por incidencia de la conquista de Quito, y si
se hubiera propuesto escribirla, como lo hizo respecto de México y el Perú, lo habría hecho con la eru -
dición y puntualidad que le hacen tan recomendable. El Padre Velasco es quien debió darnos la histo -
ria de Quito con la extensión y exactitud posibles; pero debemos excusarle sus errores, faltas y vacíos,
porque, arrojado súbita y, bárbaramente de su patria, no pudo llevar otro caudal de noticias que las que
le suministraba su memoria. Si Velasco hubiese escrito en el Ecuador y en el presente siglo, nos habría
dado indudablemente una historia más bien limada, más completa y exacta”.
Esta situación, hasta el tiempo de Pablo Herrera. Después vino el doctor González Suárez,
y en cuanto a la historia de la conquista del Quito, nos dejó todavía con muchos vacíos e inexactitudes;
pues no fue en esta parte tan afortunado como en la historia del tiempo de la Colonia, en que tanto se
distingue, sin haber llegado a tocar, por desgracia, el tiempo de la Independencia. Posteriormente, no
se ha llenado de un modo serio y continuo este gran vacío. Si esto es lo que ocurre acerca de la histo-
ria de la conquista del Quito, en lo que respecta ya a la historia de la formación misma de nuestra opu-
lentamente histórica ciudad de Quito, como por cruel paradoja, no se ha escrito nada, así duela el de-
cirlo. A falta de ello, es que estamos contribuyendo modestamente con estos pequeños apuntes llama-
dos “Historietas de Quito” al conocimiento de la conformación inicial y desarrollo antiguo de nuestra
célebre ciudad, antes de que los nuevos tiempos y sus gentes recién venidas y ciegas acaben de desbara-
tarla y malbaratarla en sus componentes originales.

E N T R A Ñ A S D E L A N A C I Ó N
E C U A T O R I A N A

M
ás aún, al quejarnos que no tenemos todavía ni una historia completa de la con-
quista del Quito, y ni siquiera una historia esquemática de la ciudad de Quito, que-
remos ratificarnos en lo que ya el autor de estas líneas tiene dicho en varios otros
escritos de que nos falta una historia de la nación ecuatoriana, porque nuestra llamada “Historia del
Ecuador”, después de todo, no es otra cosa que una colección de vidas, uno como álbum de biografías
a veces aburridamente minuciosas, de personajes de la monarquías aborígenes y europeas, de la milicia,
de la iglesia, de la política, de la alta sociedad teatral, casi sin relacionar sus hechos con los hechos de la
masa social popular, y, a su vez, sin relacionar las modalidades e índoles de los pueblos y de sus hom-
bres con los elementos naturales, con las características geográficas y climáticas del lugar en que han ha-
bitado las sociedades aborígenes y las trasplantadas, como en el caso nuestro. Eso habría sido escribir
una verdadera historia de la nación ecuatoriana, de la que el mundo en su avance, tanto necesita; y, ésa
no la tenemos.
274 Historietas de Quito:
Ahora, con motivo de ir a celebrarse en estos días venideros, el cuarto centenario de la funda-
“Últimas Noticias”, Qui-
to, 20 de febre ro de 1965. ción del hospital de la Misericordia y Caridad, que se estableció en Quito el 9 de marzo de 1565, va-
Pág. 6. mos a condensar aquí en estas “Historietas” un estudio histórico muy oportuno, que ya hace 17 años
275 En el año 1948. lo publicamos275 y en el cual se muestran los verdaderos móviles que tuvo el Rey de España para tal fun-
dación, y, a la vez se desentraña el fenómeno natural que dio nacimiento a la nueva raza o nación qui-

261
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

tense o ecuatoriana, por el cruce entre el español y las indias de Quito y al consecuente reconocimiento
sociológico estatal que logró la presencia de esta nueva raza mestiza resultante en una colonia de Espa-
ña, gracias a la actitud liberal y sabia de un providente monarca español, que, saliéndose del estrecho
marco mental de su siglo, se proyectó a la mentalidad democrática del futuro: cosas todas éstas, que
nunca las han entendido ni tocado nuestros castos historiadores.
En el fenómeno biológico y en el proceso que antecedieron a la fundación de aquel hospital
de doble propósito, como lo atestigua su título, de la Misericordia y de la Caridad según lo examinare-
mos, allí está la verdadera entraña de nuestra nacionalidad ecuatoriana.

Q U I T O F U E F U N D A D A P O R E S P A Ñ O L E S
S I N M U J E R E S E S P A Ñ O L A S

E
l asunto comienza desde 1534 en que la villa de Quito es fundada “por 205 españoles
s o l t e rones ni una sola mujer española”, según así textualmente lo dijimos en nuestros
escritos conmemorativos del IV Centenario de dicha fundación, en 1934, aseveración
que ahora la repiten como de su propia cosecha los nuevos y más nuevos escritores sobre la fundación
de Quito, cual flamante descubrimiento.
No obstante la ausencia de mujeres españolas, y hasta la disminución inmediata de españoles
que se iba produciendo en la incipiente colonia europea de la villa por tener que salir los conquistado-
res a nuevas conquistas, iba también, empero, aumentándose la natalidad infantil en tan menguada ur-
be, debido al libre maridaje de los españoles con las mujeres indias de Quito.
Pero, el proceso de cruzamiento y mestizaje llegó necesariamente a su máximun, cuando con
ocasión de la guerra persecutiva de Gonzalo Pizarro al Vi rrey Núñez de Vela, acamparon por tres o cua-
tro veces consecutivas numerosos ejércitos españoles en Quito: un vez cosa de trescientos hombres del
Virrey; luego, ochocientos hombres de Pizarro, y otra vez cuatrocientos hombres del Vi rrey; y, finalmen-
te, otra vez los ochocientos hombres de Pizarro. Esto sucedió en las postrimerías del año de 1545 y el
18 de enero de 1546, en que se dio la muy famosa batalla de Iñaquito en los extramuros de Quito, y en
donde fue vencido y decapitado el mismo primer Vi rrey del Perú.
El corto ejército del Virrey de apenas 400 hombres, fue destrozado y en verdad masacrado en
el número de 300 muertos y muchos heridos en manos de los 800 hombres de Pizarro, quien sólo per-
dió 20 hombres muertos y unos pocos heridos. A los primeros 300 cadáveres según el testigo presen-
cial y gran cronista, Pedro Gutiérrez de Santa Clara, les sepultaron en una o dos grandes fosas colecti-
vas en el mismo campo de batalla; y, a los 20 pizarristas en otra única y muy aparte. El cadáver deca-
pitado del Vi rrey, fue recogido del sitio en que le cortaron la cabeza (inmediato a lo que hoy llamamos
por indirecta referencia “Esquina de la Vi rgen”) y sepultaron en la iglesia de Quito (hoy Capilla Ma-
yor), provisionalmente para después trasladarlo, exhumándolo a la capilla de Santa Prisca que en dicho
lugar de la inmolación debía construirse por orden del vencedor Gonzalo Pizarro276.
Todos estos antecedentes que aquí los damos con algún detalle, nos servirán para que pueda
entenderse bien el proceso que condujo a la fundación del hospital de la Misericordia y Caridad, que es,
por su organización y por su carácter tan estable, el instituto hospitalario más estable de la América del
276 En las historietas “La
Sur, y todavía en marcha, sin haber cerrado ni un solo día sus puertas, por ninguna razón particular ni
esquina de la Virgen” (pági- evento re o rganizativo, durante sus 400 años de vida277.
na 2 0 1) y “La iglesia de Es verdad que en Quito mismo ya hubo otro hospital el año de 1548 en parte del solar que
Santa Prisca fue muy ante- hoy ocupa el monasterio de la Concepción: pero éste no tuvo estatuto de ninguna clase, y más bien era
rior a la capilla de El Belén”
(página 2 0 3) el autor trata para hospedar temporalmente a personas pobres, en el otro sentido o acepción que en castellano se da
con más detalle estos asun- a la palabra “hospital”, y, sobre todo, era de la ciudad y no real, bajo el directo amparo del Rey. Du-
tos.
277 Desgraciadamente, en
ró muy poco este hospital en manos de Pedro de Valverde, Escribano de Cabildo, aunque sí tuvo bienes
el año 1974 el hospital ce- y rentas ínfimas. Se llamó “Hospital de Nuestra Señora de La Antigua”.
rró sus puertas, por falta de Hubo también el año de 1565 otro hospital en Guayaquil, fundado sin duda por el Cabildo
mantenimiento y recursos
de esa ciudad, y del cual el Rey no tuvo noticias, y antes bien las pidió en dicho año, a fin de saber en
económicos adecuados para
su funcionamiento, que de- qué consistía y si era útil, ayudarlo. Se entendía en curar a españoles e indios que, curiosamente, iban
bía proveer el Ministerio de en busca de la zarz a p a rrilla y del agua curativa del río Guayas, pero que eran, mientras tanto, sobreco-
Salud Pública. En agosto
del año 1998 la Municipali- gidos de otras enfermedades propias de ese clima. No se sabe qué tiempo duró este hospital, porque no
dad de Quito inauguró en se vuelve a hablar de él en siglos sucesivos.
este centenario edificio el
Museo de la Ciudad.

262
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

POR QUÉ Y CÓMO SE FUNDÓ EL HOSPITAL DE LA


MISERICORDIA Y CARIDAD278

E
l anterior hospital que ya hubo en Quito el año de 1548, y que, aunque pequeño e in-
cipiente, estuvo ubicado en parte de la manzana que después, en 1577, fue ocupada
para la fundación del monasterio de La Concepción, muy preciso es hacer notar que
fue obra del gobierno revolucionario o independiente de Gonzalo Pizarro que duró desde 1546 hasta
1548, en que rendido Pizarro en Xaquixaguana, le cortaron la cabeza en Cusco, por disposición del Pa-
cificador La Gasca.

Es muy de presumirse que esta fundación de un hospital por Gonzalo Pizarro ya tuvo las mi-
ras no sólo de curar a los enfermos pobres, sino también la de amparar a los hijos mestizos huérfanos
de los conquistadores muertos, que en abundancia iban saliendo a la luz después de la batalla de Iña-
quito del 18 de enero de 1546, y lo cual se presentaba, necesariamente, como un problema social nue-
vo para la colonia española. Diríamos que el afrontar este problema con sentido muy humano, según
lo veremos luego hasta por los hechos ulteriores, fue de iniciativa de Pizarro más que del nuevo Vi rrey
o del Rey, posteriormente.
Junto con el Pacificador La Gasca, clérigo, vino en su séquito el licenciado Fernando de San-
tillán, (como él firmaba, no Hernando como lo llaman algunos escritores), persona muy apta que, des-
pués de fundada la Real Audiencia de Quito en el año de 1563, fue nombrado al año siguiente en 1564,
en calidad de Presidente de esta Real Audiencia. Y, al año que siguió, el de 1565, hizo la fundación for-
malísima y solemne del hospital de la Misericordia y Caridad con un estatuto, reglamento y provisio-
nes cuidadosamente redactadas para fijar bien el carácter y jerarquía real de esta institución, previnien-
do con singular severidad que aparte de Su Majestad, nadie más se “entremeta” en su autoridad y fun-
cionamiento, según se verá luego.

202

278 Historietas de Quito:


“Últimas Noticias”, Qui-
to, 27 de febre ro de 1965.
Pág. 9 y 19.

263
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Este documento de la fundación del hospital por el Presidente Santillán, existe en Quito, se lo
ha publicado varias veces, y su texto que hasta aquí ha sido considerado con muy liviano interés con-
tiene, empero, lo que llamaríamos la partida de reconocimiento oficial y estatal de la existencia, y de su
amparo consiguiente, de la nueva raza o nacionalidad ecuatoriana que no es la española ni la india, si-
no un mestizaje entre las dos. La poca atención, meditación y estudio que se ha dado a este documen-
to que funda el hospital doble de la Misericordia y Caridad, creyéndolo sólo un instituto de salud pú-
blica, ha venido causando la intriga inútil de buscar por doquiera en los fondos de los archivos de Es-
paña y de Quito, una Cédula Real más explícita en la que el Rey ordene la fundación de este hospital
de Quito y determine la forma de hacerlo.
Tal cédula, así concebida por los buscadores de ella, nunca ha sido encontrada ni creemos que
lo sea, porque, por razones obvias, se trataba de una modalidad nueva y tan nueva, muy natural, pero
imprevista, como es la presencia de una extraña clase de españolidad, de una clase mestiza ahora de he-
cho integrante de la nacionalidad y objeto especial del establecimiento del hospital, que el Rey no po-
día producirse legislando acerca de ella, sino con mucha cautela y reserva, dejándolo más bien que se lo
trate en forma de estatuto.
Pero esa Cédula sí existe, a nuestro juicio y existe aquí mismo en Quito, en el Archivo de la
Corte Suprema, y fue publicada por la Municipalidad de Quito en sus volúmenes documentales. Todo
lo que se necesita es compaginar el estatuto con la Cédula, o ésta con aquel. La cosa es clarísima, co-
mo vamos a verlo.

E S T A T U T O D E F U N D A C I Ó N D E L
H O S P I T A L D E L A M I S E R I C O R D I A
Y C A R I D A D

En las partes sustanciales, el estatuto dice así:

“V
isto y entendido que en esta ciudad de Quito, con ser una de las principales ciu -
dades de estos Reynos y cabeza de este Obispado, no hay ningún hospital don -
de se acojan los pobres enfermos así españoles como indios a curarse de sus en -
fermedades y ser socorridos de sus necesidades y donde los fieles cristianos tengan aparejo de ejercitar -
se en las obras de caridad que es cosa más acepta a Dios Nuestro Señor, y sin la cual las demás obras
son de ningún efecto, y habiendo tratado y comunicado sobre y atento que para este afecto el dicho Se -
ñor Presidente de esta Real Audiencia ha comprado las casas que eran de Pedro de Ruanes, que son en
esta ciudad al canto de ella en la calle que va al cerro del Yavirá, acordaron que en las dichas casas se
funde e instituya en nombre de Su Majestad un Hospital cuya advocación sea de la Santa Misericordia
de Nuestro Señor Jesucristo, etc.” —-Esta acta del Presidente y de los Oidores esta suscrita en Quito el
9 de marzo de 1565.
Fiándose sólo en esta parte del acta, algunos escritores ecuatorianos creen que estas casas de
Ruanes (“casa” en singular decimos en lo moderno) fueron transformadas en edificios hospitalarios, y
que así continuaron en adelante. Esto es un error, porque las casas de Ruanes apenas debieron ser ca-
suchas primitivas del estilo de la fundación de Quito, y sólo habrán servido para acto inaugural para la
misa solemne; pues más adelante veremos que en el mismo estatuto se advierte que “se construirá el edi -
ficio del dicho hospital” .
El estatuto sigue diciendo: “... se funda e instituye el Hospital de la Santa Misericordia de
Nuestro Señor Jesucristo en nombre de Su Majestad, y él es el fundador y se entiende ser anexo a su Co -
rona Real y sea patrono de él Su Majestad y los Reyes sus subsesores para siempre jamás, porque des -
de ahora ponen y aplican la dicha casa y hospital en su Real Corona y que ningún Prelado, Obispo, ni
otra persona eclesiástica se entremeta, ni pueda entremeter en el régimen ni administración del dicho
hospital, ni sobre lo que pueda tener ni tenga ninguna jurisdicción ni por vía de visita ni de tomar cuen -
tas ni en otra cosa alguna, porque con esta calidad se funda, que como cosa mera profana279 y no reli -
giosa ni sujeta a Iglesia ni a persona ninguna eclesiástica y cosa puesta en la Real Corona, no se pueda
entremeter en cosa a él tocante, salvo Su Majestad y en Real Nombre los Señores Presidente y Oidores
279 Nota del autor: que son y fueren de esta dicha Real Audiencia...”
Es decir laica, en lo moder- Previsiones y prohibiciones tan severas, tan terminantes y reiteradas para que no se “entreme-

264
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

tan” ni siquiera a pretexto de visita, los de la clase religiosa en la calidad y jurisdicción de este hospital,
inmediatamente, sin ningún esfuerzo mental, hace vislumbrar que no se trataba de una simple casa de
salud, sino de una índole anexa especial que debía estar alejada del puritanismo religioso y eclesiástico,
y sólo ser entendida y atendida en forma humana por el gobierno temporal del Rey. Esa índole espe-
cial del Hospital, se clarifica en el siguiente acápite del estatuto, que dice:
“Se funda e instituye el Hospital con las Ordenanzas y calidades siguientes: Primeramente, que
en el dicho Hospital haya dos apartamentos y enfermerías competentes para que en la una de ellas se
acojan y curen los pobres españoles, y la otra para que en ella se acojan y curen los pobres naturales;
que esté el un cuarto dividido del otro y en cada uno de ellos hay un apartamento y división para que
estén las mujeres, porque no han de estar donde estuvieren los hombres”.
“Item, se pone orden en la dicha fundación que, pues, el dicho Hospital se funda con el títu -
lo de la Misericordia y Caridad, que no solamente se ha de ejercitar en recibir y curar los pobres enfer -
mos, pero también en las demás obras de misericordia y caridad de que Nuestro Señor nos ha de de -
mandar cuenta el día del juicio.—-Item, que los dichos Diputados Interventores de la Audiencia se in -
formen de las doncellas pobres (especialmente huérfanas) que hubiere en esta ciudad y las pongan por
copia y procuren casarlas; y teniendo el dicho Hospital posibilidad para ello, les ayuden y hagan limos -
na para sus casamientos, y entretanto que el dicho Hospital tuviere renta para poderlo hacerlo, el dicho
prioste y diputados pidan entre las buenas gentes algunas limosnas con que ayuden para casar las tales
doncellas, y procuren que para el Viernes Santo de cada año se casen las doncellas pobres que pudie -
ren”
“Item, dice en otra parte el estatuto que después de edificado el dicho Hospital y hechas las
dichas enfermerías de edificio llano y humilde...”
¿Quiénes eran, pues, estas “doncellas pobres, especialmente huérfanas” para quienes había el
encargo al parecer exótico de casarlas en una casa de salud? Aparece raro que esta primera casa de be-
neficencia que asoma en Quito, no se preocupe más bien de algún socorro, alivio o amparo a los niños
expósitos, a los huérfanos impúberes, antes que a los huérfanos púberes, casamenteros. Y, no siendo de
huérfanos indios, que no se dice, ¿de qué huérfanos se trata en un poblado que recién como ciudad es-
pañola acababa de cumplir 30 escasos años de fundada por un puñado de 205 hombres solterones?
Este y otros interrogantes trataremos de esclarecer, inclusive con la presentación textual de la
tan buscada Cédula Real que, a nuestro entender, el consabido juego tan humano del lápiz que, en un
momento de evasión mental, lo buscamos por todas partes aburridamente, y, al fin acabamos encon-
trándolo detrás de nuestra propia oreja.

203 204

265
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

205

266
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA CÉDULA DE FUNDACIÓN DEL HOSPITAL DE LA


MISERICORDIA Y CARIDAD280

E
l Estatuto de la fundación del hospital de la Misericordia y Caridad de Quito está fe-
chado el 9 de marzo de 1565, y firmado por el primer Presidente de la Real Audiencia,
licenciado Fernando de Santillán. Este documento cuyo contenido es de excepcional
importancia, como hemos visto, no habría podido tener fuerza de ley ni estar redactado en tan autori-
zados cuanto severísimos y excluyentes términos, como lo está, si no tuviera una Cédula Real que lo res-
palde. A esta Cédula es que la buscan los modernos historiadores para poder entender, dicen, el verda-
dero alcance del texto del estatuto, y añaden que no la encuentran hasta hoy.

Sin embargo, nosotros vamos a dar aquí la Cédula Real en la que, en nuestra personal persua-
sión, el Rey comandaba discreta y sabiamente reconocer y amparar y prohijar con los bienes naciona-
les (llamados “aprovechamientos de la tierra”) a los hijos naturales de los conquistadores que murieron
en la batalla de Iñaquito, cuya forma de amparo y prohijamiento podría, sin duda, ser en la forma de
un “hogar de protección social” que diríamos ahora, y su detalle constar mejor en la constitución o es-
tatutos de la fundación que se hiciere en este caso llamado hospital.

La Cédula a la que nos referimos es tomada de la copia auténtica sacada por el Municipio de
Quito del documento original existente en el Archivo de la Corte Suprema de Quito, y dice así textual-
mente:

“CEDULA REAL,
por la que se manda que se tenga en cuenta para los aprovechamientos a los hijos naturales
de los conquistadores que murieron en la batalla de Blasco Núñez Vela. Marzo 16 —1556.— Folio
448. Al Visorrey del Perú en reconocimiento de los hijos naturales de los Conquistadores de la Ciudad
de Quito, que murieron en la batalla de Blasco Núñez Vela”
EL REY,
Nuestro Visorrey y Gobernador de las provincias del Perú y Presidente del Audiencia Real
dellas: Francisco Bernaldo de Quiroz, en nombre de la ciudad de Sant Francisco del Quito, me ha he -
cho relación que algunos conquistadores y pobladores della que murieron con el Visorrey Blasco Nú -
ñez Vela en la batalla que le dio en ella Gonzalo Pizarro, que no fueron casados, dexaron algunos hijos
e hijas naturales que por la falta de sus padres se han criado con pobreza y viven en la dicha ciudad con
grand necesidad, suplicándome les hiciese merced de alguna limosna en aquella provincia con que se pu -
diesen criar e dotrinar como a hijos de personas que murieron en nuestro servicio o como la mi merced
fuese; y porque como véis es justo que con éstos se tenga cuenta para les hacer merced e ser preferidos
en los aprovechamientos de la tierra, e conviene que ansí se haga, ansí por la obligación que hay que re -
munerar los servicios de sus padres como por animar a otros a que sirvan viendo que mandamos tener
memoria de lo que nos han servido; y así vos encargo e mando que os informéis e sepáis qué personas
hay en la dicha ciudad de Sant Francisco del Quito o su provincia, que sean hijos naturales de los hom -
bres que nos hayan servido en esas partes y hayan muerto sus padres en nuestro servicio a manos del
dicho Gonzalo Pizarro e sus secuaces o en la batalla que se haya dado contra deserv i d o res nuestros; y
ansí informado tengáis cuenta particular con ellos en los aprovechamientos de la tierra para los ayudar
e favorecer e darles de comer en los aprovechamientos della prefiriéndolos en ello en aquellos casos e
cosas que conforme a razón hubiere lugar, e informarnos éis de las personas que hay desta calidad o de
sus servicios e de lo que con ellos ficiéredes y en que convenía que Nos proveyésemos que se los hiciese
alguna merced para su sustentación e entretenimiento.— Fecha en la villa de Valladolid, a XVI días del
280 Historietas de Quito:
mes de Marzo de mil quinientos y cincuenta y seis años.—- LA PRINCESA, Por mandato de Su Ma -
“Últimas Noticias”, Quito,
6 de marzo de 1965. Pág. 8. jestad Su Alteza, en su nombre.— Joan de Sámano”

267
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

El Rey que dio esta Cédula fue don Carlos V, y como él mismo dice, la dio por la relación que
acerca de estos hijos naturales huérfanos le hizo el Virrey del Perú, a quién, a la vez le habrán noticia-
do de ello las autoridades de Quito, cuando entonces, a esa fecha, los niños y niñas huérfanos deberían
estar entre los nueve años de edad, a contar desde enero de 1546 en que tuvo lugar la batalla de Iñaqui-
to.
Algún tiempo transcurrió desde que se dio esta Cédula el 16 de marzo de 1556 hasta que se
formalizó el asunto fundando el hospital con su tan elaborado estatuto, el 9 de marzo de 1565. Ese
transcurso de tiempo puede haber corrido entre madurar el proyecto y la muerte del Rey Carlos V y la
sucesión de éste por Felipe II, El Prudente, en cuyo reinado, el año de 1565, se hizo la fundación forma-
lísima del hospital, cuando ya los dichos hijos naturales huérfanos debían estar frisando en los diecinue-
ve años, en la flor de la edad casamentera, que es, precisamente el objeto de las más apremiantes cuan-
to severas cláusulas del estatuto, dada a la peligrosa edad de tales huérfanos que, en cuanto a las chi-
quillas, sin duda que habrán sido hermosas, como fruto del primer cruce entre dos razas que conside-
raríamos puras.
Los términos en que está redactada la Cédula de 1556, sin esfuerzo se puede notar que con-
cuerdan en lo esencial con los del estatuto redactado nueve años después, en 1565. Aparte de que se
trata del mismo asunto, del de los hijos naturales huérfanos de los conquistadores, en la Cédula que di-
ce, “vos encargo e mando que os informéis y sepáis qué personas hay en la dicha ciudad de Sant Fran -
cisco del Quito o su provincia que sean hijos naturales, etc...”. Y, luego, “y ansí informado tengáis cuen -
ta particular con ellos...”. Y, más luego, “informarnos éis de las personas que hay desta calidad, etc...”
En el estatuto se leen estas cosas claramente correspondientes a la Cédula: ”Item, que los di -
chos diputados (Interventores de la Audiencia) se informen de las doncellas pobres (especialmente huér -
fanas) que hubiere en esta ciudad y las pongan por copia y pro c u ren casarlas, etc...“ (En el antiguo cas-
tellano de esa época, “poner por copia”, era como hoy decir, “buscarles pareja o novio”).
Ahora, a los que todavía duden de lo que aquí hemos expuesto acerca de la Cédula, no les
queda otro recurso que probar que no es esta la Cédula Real que dio origen a la fundación del hospital
Real de la Misericordia y Caridad.
Conviene dejar aquí constancia que los antiguos españoles tuvieron una actitud muy noble y
liberal con los hijos naturales mestizos. Gonzalo Pizarro tuvo aquí en Quito un hijo natural mestizo, y
le amó tanto que le dejó de su lugarteniente cuando se ausentó para el Perú desde nuestra ciudad; pero
siendo tan niño, le sustituyeron con un español adulto. Después no se supo nada más de este hijo de
Pizarro: probablemente lo mataron sus enconados enemigos después de la pacificación de La Gasca.
Por ello, no sería raro, como pensamos, que Gonzalo Pizarro ya tuvo en miras la fundación de un hos-
pital de esta clase para amparar a tantos otros niños mestizos huérfanos que se iban produciendo des-
de la fundación de Quito. Quizás este ejemplo o iniciativa fue adoptada por el Virrey del Perú y por
Fernando de Santillán. Porque al fin y al cabo, la capacidad gubernamental de Gonzalo Pizarro le arran-
có al mismo La Gasca esta famosa frase que la trae el sabio historiador Prescott: “Para gobierno de ti -
rano, es casi un modelo de gobierno”. Si el adversario le proclama como “un modelo de gobierno”,
humanamente no habría por qué no copiarlo, decimos nosotros.
En lo que fue el hospital de Pizarro, en 1548, allí después el año de 1577 se fundó el conven-
to de monjas de La Concepción, como lo dijo doña Inés Taboada, abadesa fundadora, “para refugio de
las doncellas hijas naturales de los conquistadores”.

E L M E S T I Z A J E S E A N T I C I P Ó
A L C R I O L L A J E

F
inalmente, como un resumen general de esta parte de nuestro estudio, debemos decir al-
go que nunca antes se ha dicho en nuestras historias, pero que contiene una gran ver-
dad, o sea que el mestizaje en Quito se anticipó al criollaje, porque pasó largo tiempo,
desde 1534 en que los solterones españoles comenzaron a traer una que otra mujer española. Enten-
diéndose que por mestizo se define en castellano a la persona o animal hijo de padre y madre de dife-
rentes castas, y con especialidad del hijo de europeo en india; y, por criollo se define al hijo de padres
europeos que han nacido en América.

268
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Admirable es ver en el voluminosísimo Libro Cedulario que se conserva en el Archivo de la


Corte Suprema de Quito, cómo a partir de esta Cédula que hace el reconocimiento y el prohijamiento
de los hijos naturales mestizos de los conquistadores españoles, más del cincuenta por ciento de las de-
más Cédulas se re f i e ren al buen trato, justo, equitativo y liberal que los españoles nativos y criollos de-
bían dar en América, en el Quito especialmente, a los indios; y, entonces uno se maravilla notando que
la España tiránica no estaba allá en la Península, sino acá en manos de un tiránico criollismo con una
fementida aristocracia de sangre, que nunca pudo crear una aristocracia del intelecto sino de la ambi-
ción del dominio para sustituir a la Corona, y que sólo inventó aquí para largos siglos el concepto de
que por “sociedad” debía entenderse a esta dudosa aristocracia de sangre, y por “pueblo”, la democra-
cia de los mestizos y de los indios, con cuya tara seguimos viviendo republicanamente.
En este incomprendido hecho de la fundación del hospital de la Misericordia y de la Caridad
hay materia más que suficiente para comenzar a escribir una nueva historia ecuatoriana más filosófica,
más sociológica, si cabe así decirlo, y menos convencionalmente académica que la que hasta aquí he-
mos tenido, en brazos del falso recato, de la pusilanimidad y de un puritanismo infundado. Por eso cree-
mos que en el vetusto edificio de ese hospital el primero de América, debemos mirar al monumento pri-
mo de donde salió el reconocimiento y el prohijamiento del mestizaje, o sea de la verdadera y genuina
formación de la nacionalidad ecuatoriana.
Y, acaba aquí toda la historia de aquel hospital. El año de 1948 se descubrieron allí en una
cripta secreta 300 cráneos de españoles combatientes en la batalla de Iñaquito, padres de los huérfanos
mestizos para quienes principalmente el Rey mandó construir ese hogar de protección social con el di-
simulado nombre de hospital de la Misericordia y Caridad. Pero, esto será objeto de la siguiente “His-
torieta”.

206

269
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LAS CALAVERAS ENCONTRADAS EN EL HOSPITAL


DE LA MISERICORDIA281

A
principios de febrero de 1948, mientras se hacían ciertas adecuaciones locativas en el
piso bajo del hospital de San Juan de Dios, fue encontrado inesperadamente dentro de
un grueso muro de adobes de esa parte del edificio, un extraño y amplio almacén se-
creto hecho de propósito sobre la umbraladura de un pasadizo y lleno de más de 226 cráneos huma-
nos, como al principio dijeron las noticias de la prensa.

Este hallazgo inopinado causó asombro tanto a los que trabajaban en la obra cuanto en las
autoridades del hospital, y en el público todo apenas los periódicos locales empezaron a dar noticias
ilustradas sobre este raro descubrimiento con una diversidad de interpretaciones improvisadas y capri-
chosas tomadas de entre los numerosos circunstantes que visitaban el lugar. El que escribe estas líneas
fue también por allí, y las impresiones y conclusiones que sacó de ello son las siguientes:

El hallazgo había sido hecho en la parte del edificio antiquísimo del primitivo hospital de la
Misericordia y Caridad comenzado a construirse sin duda en el año de 1565 en que se lo fundó, y so-
bre el cual, el segundo piso fue levantado por los padres betlemitas después de 1706, en que, con esta
nueva administración, se le cambio el nombre con el de San Juan de Dios. Era evidente que ese gran al-
macén de calaveras fue construido a propósito y con el mayor disimulo al fabricar de “edificio llano y
sencillo”, el primitivo hospital de la Misericordia y Caridad.

La construcción del depósito de calaveras no era la de una cripta subterránea, sino al contra-
rio, la de un almacén alto, hueco, que descansaba sobre una fuerte umbraladura de maderos apoyados
en una gruesísima pared, debajo de cuyo umbral corría un largo pasadizo; los lados estaban cerrados
con tapas de pared de un sólo adobe de los muy gruesos de la época; y, por encima, este espacio muer-
to, volvía a cerrase con otra poderosa umbraladura, sobre la cual se elevaba el segundo piso de los be-
tlemitas. Así se había formado discretamente un cajón enorme de 2.40 metros de largo, 1.80 de ancho,
y casi 2 metros de alto, dentro del cual se habían colocado las casi 300 calaveras humanas que después
se contó. A las claras se veía que esta no era obra de los betlemitas, quienes, sin duda, ni se percataron
de la existencia de este osario secreto de pared cuando construyeron su segundo piso.

El gran montón de cráneos que fueron examinados prolijamente por el autor de estas líneas
(que no es tan profano en materia de osteología por sus anteriores estudios de medicina), mostraban las
siguientes particularidades: 1.- Aquella en que todos los peritos que las examinaron estuvieron con-
forme, a saber, que eran osamentas exhumadas, o sea desenterradas, porque tenían muchas inclusiones
y huellas de tierra; 2.- Que todos los cráneos eran de hombres adultos y bellos ejemplares de los de ra-
za blanca, excepto a lo menos uno, que, con toda seguridad era de una hombre de raza negra, con be-
lla dentadura intacta y con claros restos de cuero cabelludo de cabello menudamente ensortijado; y 3.-
Que muchas calaveras mostraban huellas de heridas, terribles sufridas in-vivo causadas al parecer, por
poderosas armas blancas tajantes, quebrantes y punzantes, sin mencionar nada de los traumas pos–mor -
ten, que son fácilmente identificables para el anatomista.

Supimos, pero no vimos, por haber sido llevadas ya por estudiantes y curiosos, que no pocas
calaveras habían tenido inscripciones escritas con tinta y caracteres antiquísimos sobre ellas. De lo que
supimos por un periódico, nos enteramos que en una calavera se leía, en latín por ejemplo, esta frase
281 Historietas de Quito:
traducida al castellano: “Lo que eres, tu mismo te harás”. En otra: “Si causo pavor y horror, cree que
“Últimas Noticias”, Quito,
13 de marzo de 1965. Pág. tú serás causa de pavor”. Y, en otra muy ilegible, asimismo en latín, una frase bíblica sin duda sobre
6. las matanzas del dramático L i b ro de Josué.

270
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

R E S T O S D E L O S C O M B A T I E N T E S
E N I Ñ A Q U I T O

D
e la inspección del lugar y del examen de las calaveras halladas en él que hicimos no-
sotros, llegamos por nuestra parte al convencimiento perfectamente fundamentado de
que esas calaveras eran las de los españoles conquistadores de Quito y combatientes
en la batalla de Iñaquito en 1546, y que sus hijos mestizos ilegítimos para quienes especialmente fue fun-
dado el hospital real de la Misericordia y Caridad, ellos, estos buenos hijos exhumaron esos restos de
sus padres que yacían en montón enterrados en el mismo campo de batalla, y los llevaron a conservar
respetuosa y devotamente, diremos, junto a sí en esta como cripta, mejor dicho como gran urna cinera-
ria colectiva secreta del hospital de la Misericordia y Caridad en año de 1565, o sea apenas 19 años des-
pués de la inmolación de sus padres en el campo de Iñaquito.
A los datos antedichos respecto al macabro hallazgo, que son una premisa, viene a sumarse
esta otra consideración de la más pura lógica en la crítica de la historia, o sea, ¿qué otra clase de heca-
tombe pudo haber en esos primeros días de Quito, de 1534 a 1565, si no es la matanza de la batalla de
Iñaquito, para que en una tan corta población de sólo centenares de pobladores españoles, pueda pro-
ducirse una defunción masiva que dé por resultado un acumulo de cosa de 300 cráneos humanos?
Y, esta cifra de cráneos corresponden casi exactamente con el número de muertos de los del
bando del Vi rrey Núñez Vela, que dan los más verídicos cronistas, especialmente Gutiérrez de Santa Cla-
ra, soldado-cronista combatiente en dicha batalla; pues él dice que llegaron a 300 los virreynistas y a
cosa de 20 los pizarristas.
Es probable que estos 20 pizarristas fueran enterrados en aquella otra fosa con restos huma-
nos que, asimismo con gran sorpresa, fue hallado en septiembre de 1954 al excavar los cimientos para
el edificio de la Superintendencia de Bancos, y de los cual también dieron mucha cuenta los periódicos
de esos días.
En cuanto al lugar del entierro de los casi 300 españoles del Vi rrey muertos en dicha batalla,
estamos casi seguros de que fue en el sitio en que después de haber sido marcados con una gran cruz,
llamado sitio de “Veracruz”, empezó a levantarse una capillita de ese nombre, que, al fin, acabó por lla-
marse de El Belén, que subsiste hasta ahora, y a la cual, con mil confusiones e inexactitudes los antiguos
historiadores le han creado la fábula de ser la primera iglesia de Quito. Y, este error y perplejidad pro-
282 El autor trata con dete-
nimiento el origen de las vino, sin duda, porque el desentierro de allí y el ocultamiento en el hospital de la Misericordia y Cari-
iglesias de Santa Prisca y El dad, de los restos de 300 españoles “leales” muertos en dicha batalla, fue hecha a hurtadillas, con su-
Belén en varias de sus histo-
mo sigilo282.
rietas, publicadas en este
mismo libro . Una cosa casi idéntica ocurrió con la sepultura colectiva de los españoles muertos en la bata-
lla de Huarinas, en Perú al año de 1547, en que después les exhumaron los restos y trasladaron a con-
servarlos en una alacena a d - h o c, en una iglesia, como en la del hospital de Quito.
207

A Ñ O D E H A L L A Z G O S D E R E S T O S D E
C O N Q U I S T A D O R E S F A M O S O S

F
inalmente, nada hay más curioso en el mundo, como un designio oculto de
la suerte, que en ese mismo año de 1948, que en Quito se halló estos restos
que nosotros estamos persuadidos de que fueron de los españoles “leales”
muertos en la batalla de Iñaquito, fueron también hallados los restos de Gonzalo Pizarro en
la Iglesia de Santo Domingo del Cusco, cuyo cadáver cortado la cabeza, todavía estaba re-
208 vestido con su lujoso traje de seda amarilla que usó en la infeliz batalla de Xaquixaguana;
asimismo, el propio año, fueron igualmente hallados en una cripta de la iglesia de La Mer-
ced del Cusco, los cadáveres de Diego de Almagro, El Viejo, y de Diego de Almagro, El Jo-
ven, tal como indicaba el Inca Garcilaso que habían sido enterrados; y, por fin, de igual ma-
nera y en el mismo año, fueron hallados en México los restos bien identificados del gran con-
quistador Hernán Cortés.

271
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

RETRATO AUTÉNTICO DE EUGENIO ESPEJO EN UN


LIENZO DEL HOSPITAL “SAN JUAN DE DIOS”283

E
n las escaleras principales del moderno y ya anticuado hospital “Eugenio Espejo”284
existe un grande y primoroso cuadro pictórico, un lienzo que, representa la extraordi-
naria escena de una visita oficial del Presidente de la Real Audiencia de Quito al hospi-
tal de San Juan de Dios en el año probable de 1779, está orlando por lo bajo con otras escenas profa-
nas que alegorizan el carácter humanitario de dicho hospital, y por lo alto con numerosas viñetas sim-
bólicas sagradas relativas a la índole de lo comunidad religiosa de los betlemitas que administraba ese
hospital285.

Este cuadro precioso, —pero no famoso, por lo que diremos— era una vieja pertenencia del
antiguo hospital de San Juan de Dios, y le fue despojado a éste por los constructores del nuevo hospital
“Eugenio Espejo” para ostentarlo como un objeto decorativo que diese mayor lustre a la nueva edifica-
ción; pues que se creyó que el antiguo hospital de San Juan de Dios ya no iba a servir en adelante para
nada, y que bien podía empezar a ser desmantelado como desecho de la antigüedad.

Pero, el viejo hospital de San Juan de Dios, continuador del más viejo hospital de la Miseri-
cordia y Caridad, se ha defendido por sí mismo con su propia y venerable vejez, porque con ella a lo-
grado despertar en algunas gentes pensantes que en aquellos dos hospitales superpuestos que aún sobre-
viven junto al Arco de la Reina, están comprendidos capítulos imborrables y trascendentales de la his-
toria quiteña y ecuatoriana, que, en parte, han sido revelados en estas “Historietas”286.

Ahora, el que esto escribe quiere defender al precioso cuadro; no al destino que se le ha dado,
sino a la significación de esa magnífica pieza pictórica que es un cuadro de cuadros lleno de innumeras
revelaciones para el que quiera admirarlo con detenimiento y versación a fin de inteligenciarse en su ver-
dadero contenido.

R E T R A T O A U T É N T I C O D E E S P E J O E N U N
C U A D R O I N É D I T O

E
n casi doscientos años de estar exhibido este grandioso cuadro en los muros del hospi-
tal de San Juan de Dios, generaciones tras generaciones de gentes de toda clase y con-
dición han pasado delante de él, quizás apenas mirándolo, con ese mirar vago del que
283 Historietas de Quito: solo ve habitualmente las cosas sin detenerse a pensarlas para intentar entenderlas, tal como vemos esas
“Últimas Noticias”, Quito, cansadas estampas de almanaques que todo el día están frente a nuestros ojos. Ningún historiador, nin-
20 de marzo de 1965. Pág.
8.
gún artista, ningún crítico de arte, se ha ocupado jamás en forma alguna, literaria o fotográfica, de es-
284 El autor se re f i e re al te estupendo cuadro que es al mismo tiempo una bellísima pieza pictórica y un invalorable documento
edificio original del hospital histórico. De tanto verlo y no leerlo, este es, pues, un cuadro definitivamente inédito en la estampería
Eugenio Espejo, inaugurado
en el año 1933, hoy desgra-
colonial de Quito. En la ya copiosa bibliografía de Espejo, y ni siquiera en la historia de la medicina de
ciadamente abandonado. Quito, se le hace constar. Se ha prescindido de él, y más bien aparecen fotografías de otros cuadros de
285 Este cuadro se encuen- menor importancia. Vemos así que este cuadro carece de fama entre los estudiosos.
tra ahora en el nuevo edifi-
cio del hospital Eugenio Es-
Sin embargo, en este cuadro, allí está Eugenio Espejo en retrato auténtico, según es nuestra
pejo, al ingreso del audito- completa convicción, como lo vamos a demostrar analizando dicha admirable pieza pictórica de imper-
rio. donable ineditismo.
286 Precisamente, el valor
histórico de este venerable
El cuadro, en su parte profana, que es la interesantísima, re p resenta una visita del señor Jo-
edificio, al que se añade la seph García León y Pizarro, Presidente de la Real Audiencia de Quito, como se revela aunque sin indi-
calidad arquitectónica de car la fecha, en una inscripción ya muy borrada del pie, que empieza diciendo: “Costeó este lienzo el se -
sus espacios, llevó a la Mu-
nicipalidad de Quito a su ñor... León y Pizarro, Pdte... etc.” ¿Cuándo actuó este señor como Presidente de la Real Audiencia?
rescate y al posterior uso co- Pues, desde 1778 hasta 1784 en que le sustituyó el señor Juan José de Villalengua y Marfil hasta 1791,
mo Museo de la Ciudad.

272
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

en que éste fue sustituido por Juan Antonio Mon y Ve l a rde; y éste hasta 1793 en que fue sustituido en
1793 por Luis Muñoz de Guzmán, dentro de cuyo período murió Eugenio Espejo, que fue perseguido
principalmente por Villalengua y sus sucesores287.
El señor León Pizarro al “costear” la hechura de ese elaboradísimo y complicado cuadro, se
ve que quiso representarse él mismo y su familia visitando la principal sala de enfermos del hospital co-
mo así lo está, y que en la dicha sala apareciesen todos los que hacían el hospital en estos días, inclusi-
ve una acabada re p resentación iconográfica, en grupitos magistrales, del elemento humano enfermo,
adulto e infantil, español, indio, mestizo, negro y mulato que componían la comunidad popular de Qui-
to en ese tiempo. Es un cuadro clásico de detalles documentales primorosos de la racialidad de la épo-
ca: cada raza y subraza está caracterizada con coloraciones de impecable fidelidad.
Allí está al centro el Padre betlemita del Rosario recibiendo en un plato donativos del señor
León y Pizarro, éste con espada y un traje elegante de autoridad; y junto a él, un niño hijo suyo, muy
rubio, en igual traje, dando otro plato de donativos a uno de los siete enfermos de las camas de la de-
recha. Hacia las otras siete camas de la izquierda hállase con clara fisonomía de español y con igual li-
brea que su jefe, un ayudante del Presidente llevando dos platos de donativos hacia la figura no menos
notable de una persona que en traje civil de la época, azul marino con bordes rojos, también entrega un
plato de donativos a un enfermo. Esta persona principal, a diferencia de todas las otras, asimismo prin-
cipales inclusive 14 frailes betlemitas blancos, es la única de color moreno, trigueño, que decimos, y es
persona visiblemente joven, de nariz larga y de mirar penetrante. El artista autor del cuadro era, sin du-
da, no solo un gran retratista de manos y pies, como se lo puede testificar en las 130 figuras humanas
diferentes que contiene el cuadro, y, por añadidura tuvo una cualidad rarísima en nuestros famosos ar-
tistas antiguos: fue un verd a d e ro compositor original de escenas locales, y no un imitador o copista de
cuadros ajenos.

209

287 El cuadro pro b a b l e-


mente es obra de José de
C o rtés y Alcocer y mide
330 X 270 centímetros.

273
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

210
¿Quién fue este personaje principal de tez tan morena o acanelada que aparece in-
mediatamente junto a los enfermos en esta escena sobremanera representativa de una sala
del hospital San Juan de Dios en el tiempo del Presidente León y Pizarro y del médico Euge-
nio Espejo, el único médico con graduación universitaria y con licencia municipal que ser-
vía prestigiosamente en dicho hospital? ¿Qué otro individuo civil de igual o parecida talla
profesional que la de Eugenio Espejo, había en ese instituto para que pudiese figurar en es-
ta escena hospitalaria de esos días?
Ese personaje, no cabe la menor duda, era y es el doctor Eugenio Espejo, quién na-
cido en 1747, se graduó en medicina el año de 1767, a los 20 años de edad, y, que, en este
lienzo que lo conceptuamos de 1779 a 1780, tenía dicho doctor Espejo 33 años, o sea la
edad de Cristo, en la flor de la vida, tal como re p resenta tener en dicho cuadro.

B I O G R A F Í A S D E U N E S P E J O E M P A Ñ A D O

P
or las ideas confusas que tenemos acerca de la vida de Espejo debido a la falta de crite-
rio cronológico con que se lo presenta, pensamos que a Eugenio Espejo lo persiguieron
desde su cuna todas las autoridades españolas. Pero esto no es así. Con el Presidente
León y Pizarro, Espejo guardó al principio la mejor armonía hasta cuando el demonio de los celos se
metió dentro de la sotana de fray Joseph del Rosario, y éste convertido en un verdadero energúmeno se
hizo enemigo mortal de Espejo. ¿Quién sabe si mucho de esta ma-
ligna pasión de celos y envidias fray del Rosario contra Espejo no se
despertó al verlo a su supuesto rival figurando también destacada-
mente en el gran lienzo que “costeó” el Presidente León y Pizarro?
Casi todas las más ponderadas biografías que se han escri-
to sobre Espejo adolecen de una falla no solo lamentable, sino re p ro-
chable. Omiten de presentar los documentos más significativos y de-
cisivos acerca de la vida de Espejo, como son su epistolario entre él
y fray Joseph del Rosario después de que éste se declaró como su im-
placable enemigo. En estas cartas, por pluma espontánea de cada
uno, se retrata más que en volúmenes, la miseria moral, por decir lo
menos, del fraile betlemita, ex-marinero itinerante sin alma y sin
conciencia, y la grandeza moral y nobleza espiritual de Eugenio Es-
pejo, quien, con un guante más que blanco, con guante sublime, le
211
devuelve como un verdadero sacerdote del bien, al hombre del Ro-
sario sus crueles injurias contra las cenizas del padre y de la madre de Espejo, contra el doctorado de
Espejo y contra todas las más delicadas fibras íntimas de este grande y generoso hombre, a quien los
más de sus biógrafos nos lo presentan sólo por el lado de un crítico mordaz e hiriente en su lucha soli-
taria por un gran ideal revolucionario. Solamente en el libro “Eugenio Espejo médico y duende” de En-
rique Garcés, se le hace debida justicia a este hombre grande entre los grandes, insertando y comentati-
vamente todos aquellos documentos que configuran la verdadera personalidad de Espejo, tomándolos
de las documentaciones de Muñoz Vernaza, que procuran esconderlas o barajarlas los que nos han en-
tregado apenas un Espejo empañado. Sin esta obra biográfica trazada por Enrique Garcés, todo lo de-
más está descabalado, mutilado y Espejo es una estatua soberbia si, pero dura, pesada, hueca sin alma.
De allí, de este libro de Garcés, aparece, por ejemplo, este nimio pero elocuentísimo dato con
una carta de Espejo a fray Joseph, cuando le dice: “Después del año ochenta y tres, en que el señor Pi -
zarro me dio trabajos me repuse un poco por misericordia de Dios; pero el mismo señor Pizarro me
contó como Vuesa Paternidad le había dicho horrores contra mí”
Esto prueba la buena armonía y señalada amistad que había entre el Presidente León y Piza-
rro y el doctor Espejo, al punto de que el magistrado mismo le hizo la confidencia de fray del Rosario.
Por tanto, parece que no hay razón alguna en el Mundo para dudar de que en el precioso cuadro has-
ta hoy inédito del hospital de San Juan de Dios, está figurando el retrato auténtico del doctor Francis-
co Xavier de Santa Cruz y Espejo.

274
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

CRONOLOGÍA DEL ANTIQUÍSIMO


Y DOBLE HOSPITAL DE QUITO288

uito es una ciudad vieja y revieja, de siglos y siglos de existencia, en la que, para enten-

Q der su historia, o sea el proceso de su formación, es preciso adiestrar la mente a fin de


saber colocar sus hechos y personajes diversos en la debida época en que acontecieron
y actuaron; pues, de otra manera todo se nos vuelve un revoltijo inextricable e incongruente, donde, en
el difuso cuadro del pasado aparecen personas y cosas de distintas épocas actuando o desarrollándose
212 a un mismo tiempo, es decir, simultáneamente.

Por falta de esta disciplina de ordenación cronológica de los hechos,


cosa que constituye un especial sentido o instinto vocacional de historiación, es
que no pocos historiadores adornados quizás solo con la vocación literaria, sue-
len incurrir a menudo en desaciertos cronológicos que embrollan y falsean la ver-
dad histórica lastimosamente.

Difícil es formarse una idea del tiempo transcurrido y de la sucesión


pausada de los hechos que en él han tenido lugar. Para la mentalidad pública
c o rriente y profana, por ejemplo, la larguísima historia de la ciudad de Quito, de
400 y más años de duración, se le aparece como un solo cuadro sin períodos,
donde hechos y personas, todo esta entremezclado. Es una visión de infantilis-
mo natural y colectivo que tenemos acerca del pretérito pero que los agentes de
la cultura, como la escuela, el libro, el periódico y ahora el cine, están obligados
a descomponer ese cuadro confuso formando otros y otros que constituyen la historia serial, sucesiva e
inteligible del pasado.

213

288 Historietas de Quito:


“Últimas Noticias”, Qui-
to, 27 de marzo de 1965.
Pág. 12 y 15.

275
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Sondeando esa mentalidad en las millaradas de juventudes que en esta nueva y feliz etapa
ecuatoriana desfilan con suma frecuencia, celebrando, sea del caso, el aniversario de la fundación de
Quito, se encuentra que, de pronto, tienen la idea de que en los mismos días de aquella fundación, ya
estaban levantados y ostentosos los grandes templos y conventos que son la gala de nuestra ciudad. No
pueden esas juventudes imaginarse que tan imponentes y vastas construcciones tardaron no menos de
dos siglos desde 1534 en ser levantadas al punto que ahora las contemplamos.

Caso bastante parecido ocurre cuando se trata del hospital de la Misericordia y Caridad y el
de San Juan de Dios, en que pensamos que la vida, los hechos y las personas de un hospital pueden ser
entremezclados y simultáneos con las del otro hospital, cuando en realidad hay una distancia inmensa
de tiempo entre los dos, como vamos a verlo.

E L E D I F I C I O D E L H O S P I T A L
D E L A M I S E R I C O R D I A

E
l edificio de este primer hospital debió empezar a construirse poco después de 1565,
porque, si bien su fundación tuvo lugar el 9 de marzo de dicho año utilizando provisio-
nalmente las casas de un español Pedro de Ruanes, a quien las compró la Real Au-
214
diencia, en el mismo estatuto de la fundación del hospital se dice que a éste se le cons-
truirá (en futuro) de “edificio llano y humilde”, como así existe hasta hoy debajo de
la ala sur del ulterior hospital de San Juan de Dios.
Para tener una idea de la tremenda antigüedad de este hospital de la Mise-
ricordia, baste decir que pasaron 140 años desde su fundación hasta el año de 1705
en que vinieron los betlemitas a hacerse cargo de él. ¿Y, qué son 140 años? Pues,
como si dijéramos la distancia en tiempo que hay desde hoy, 1965, a la batalla de
Ayacucho, en 1824. Por añadidura diremos que cuando vinieron los betlemitas, en
1705, el padre de Eugenio Espejo, Luis Espejo, era un muchachillo que vino con ellos
y que todavía ni pensaba en casarse en Quito para que saliera a luz su famoso vás-
tago.
El edificio del hospital de la Misericordia fue situado estudiadamente en los
suburbios de la naciente ciudad de Quito, junto al sitio que los fundadores ya antes
señalaron con el nombre de “Camposanto” para enterrar a los españoles que iban
falleciendo; y, el sitio preciso de este primer cementerio fue una ladera que miraba
tanto a la ex-quebrada de Jerusalén, como a la ahora rellenada calle del Puente Nue-
vo de Venezuela, que, hasta el año de 1910 era un muladar lleno de chaparro, y de
donde, para arreglar esa calle y puente, se sacaban cargas de osamentas humanas289.
Después allí se levantó una serie de casas de una familia Chiriboga, como están.
La forma original de este edificio fue así: con frente a la actual calle Gar-
cía Moreno, una sala de 50 varas de largo, 7 de ancho, y 5 de alto con doble serie
de camas-nichos para mujeres enfermas; otra sala adosada en ángulo recto a ésta ha-
cia el sureste, pero de más de 50 varas de largo y las otras dimensiones iguales a la
anterior, para hombres enfermos, con la misma clase de camas-nichos. A continuación sureste de esta
sala, un compartimiento para servicios anexos. Y, a distancia prudencial al norte de este extremo, me-
diando un callejón de salida al cementerio (hacia la actual calle Venezuela), una especie de capilla abo-
vedada para poner quizás agonizantes, para depositar cadáveres y para velación de muertos en nichos
iguales a los de los enfermos. Es inadmisible creer que esta sala que hasta hoy existe intacta, con el adi-
289 El autor trata más de- tamento de supuestas tres camas o pisos en cada nicho, hayan sido para enfermos; pues éstos en todo
talladamente de este asun- caso necesitan manejarse o ser manejados, cosa que resultaría imposible hacerlo en tan estrecho espa-
to en la historieta “El pri- cio entre una y otra litera. La creencia de que esas tres literas eran para superponer un enfermo indio
mer cementerio de la ciu-
dad” en la página N N N de debajo de un enfermo mestizo y sobre estos dos un enfermo español, es sencillamente absurda, porque,
esta obra. además de lo dicho en cuanto a la holgura de espacio que necesita imprescindiblemente un enfermo, és-
tos no podrían sufrirse con las destilaciones los de abajo, y con las emanaciones de los de arriba. La
misma ubicación de esta sala abovedada, tan inmediata al cementerio, nos indica que eso fue para ca-
dáveres y no para enfermos, especialmente útil en las mortíferas epidemias de antaño.

276
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

L A S A L A H I S T Ó R I C A D E
E U G E N I O E S P E J O

A
esta sala, así descrita e interpretada aquí por nosotros, se le ha dado en llamar “Sala
de Eugenio Espejo”, sólo quizás por una excusable intención que diríamos patriótica,
p e ro sin ningún fundamento histórico ni lógico.
La verdadera “Sala de Eugenio Espejo, médico” esta más bien primorosamente reproducida,
con todo detalle, en el precioso lienzo histórico donde aparece el retrato mismo de cuerpo entero de
nuestro gran Espejo, y que fue motivo de nuestra anterior “Historieta”. Esa es la sala auténtica del hos-
pital de San Juan de Dios de los betlemitas; allí están las serie de camas de madera con cortinajes blan-
cos donde yacen los enfermos; y, allí está de cuerpo presente Espejo, a quien nadie antes de ahora qui-
so descubrirle en aquel cuadro relevador que es, por sí solo, una gran página ilustrada de nuestra histo-
ria nacional con el primer y más valioso testimonio iconográfico del insigne Espejo.

R E V E L A C I O N E S C R O N O L Ó G I C A S S O B R E
E S P E J O Y L O S H O S P I T A L E S

E
ugenio Espejo vino al mundo nada menos que ciento ochenta y dos años después de
fundado el hospital de la Misericordia; pues nació en 1747. Curiosísimamente, este lap-
so de los 182 años, si lo tomamos de hoy para atrás, nos lleva al año de 1783 en que
Espejo estaba precisamente en lo mejor de sus actuaciones como médico en el hospital de San Juan de
Dios, sea en su apostolado en pro de nuestra emancipación política. Y, cuando Espejo se graduó de mé-
dico en el año de 1767, ya habían transcurrido doscientos dos (202) años de la fundación del hospital
de la Misericordia; es decir, que, con cortísima diferencia, la graduación de Eugenio Espejo como médi-
co, representa la fecha del segundo centenario de la fundación del celebérrimo hospital de la Misericor-
dia y nosotros, ahora en 1965 estamos celebrando el cuarto centenario de dicho Hospital. O, en otras
palabras, la profesión de médico de Eugenio Espejo constituye exactamente la mitad del tiempo de vi-
da que tiene hasta la presente este hospital que, como edificación material es la madre y hasta abuela de
todas las más grandes y famosas edificaciones coloniales que lucen en Quito, como San Francisco, la
Capilla Mayor y la Catedral, San Agustín, la Merced, Santo Domingo y la Compañía.
Efectivamente, el hospital de la Misericordia de 1565 no pudo todavía ser edificado de cali-
canto ni de cal y ladrillo porque la cal estaba recientemente descubierta en Tolóntag; tuvo que ser cons-
truido de puro adobe de los primeros que se hicieron en Quito, unidos con barro y las paredes en ta-
maño mastodóntico pues hay muros que tienen dos y tres varas de espesor290. Y, estos primeros mate-
riales de construcción fueron obtenidos del desbanque de la tierra delantera del hospital para formar la
calle que hasta ahora existe, donde se constata que el convento del Carmen Antiguo tuvo después que
construirse sobre un promontorio más alto que el hospital.
Cuando en Quito ya hubo la suficiente cantidad de cal, con la que también se descubrió en
Nono, sólo entonces comenzaron a ser construidos los cimientos y luego los muros de las formidables
edificaciones religiosas que antes hemos citado y que hasta el presente permanecen.
El hospital de la Misericordia tuvo servicio de agua propia por medio de una acequia que se
la bajó desde la quebrada de la Chorrera del Pichincha. Esta agua entraba al hospital por el lado nor-
te del edificio hospitalario para enfermos, donde estaba situado el otro edificio hospitalario de hospe-
290 Una vara tiene 84 cen- daje de los huérfanos hijos naturales mestizos de los conquistadores, junto al cual, siglos después se ins-
tímetros.
taló “EL Camarote”, prisión de mujeres delincuentes, para que ellas laven las ropas del hospital291. En
291 “El Camarote” fue de-
rrocado para construir a este edificio de hospedaje de huérfanos fueron alojados los primeros jesuitas que llegaron a Quito el año
inicios de la década de 1940 de 1568, porque en los incipientes conventos de frailes no se los quiso recibir debido a celos con los je-
el Centro de Salud Nº 1,
suitas. Finalmente, del agua del hospital se aprovecharon las muy ulteriores fundaciones de los monas-
que tiene su frente hacia la
calle Rocafuerte, por debajo terios de monjas de Santa Clara y del Carmen Antiguo para asentarse justamente en el trayecto de esa
de la capilla del Hospital. acequia, como así los vemos hasta hoy.

277
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL HOSPITAL DE SAN JUAN DE DIOS


Y EL DR. EUGENIO ESPEJO292

E
l hospital de San Juan de Dios no constituye sino una segunda etapa, con otro nombre,
del primitivo hospital de la Misericordia y Caridad que comenzó su vida casi dentro del
tiempo que llamamos de la Conquista, y, por eso, lo que de él queda en edificio, es en
verdad, una joya venerable de la historia de una institución humanitaria, y de la historia de la arquitec-
292 Historietas de Quito: tura de los materiales de construcción más incipientes con que comenzó la existencia de nuestra tan an-
“Últimas Noticias”, Quito, tigua ciudad de Quito.
3 de abril de 1965. Pág. 7.
293 En realidad la orden El hospital de la Misericordia pertenece a los siglos XVI y XVII, y el de San Juan de Dios, a
religiosa de los betlemitas los siglos XVIII y XIX. El uno vincula el tiempo de la Conquista con el tiempo de la Colonia; y el otro,
era de hermanos legos, por
lo tanto el llamarlos Padre s
el de la Colonia con el de la República. El primero se inicia en 1565 y diremos que termina en 1705 en
es impropio, pues no acce- que se hacen cargo de él para re f o rmarlo los betlemitas; y el segundo, desde esta fecha hasta 1832, cuan-
dían a la ordenación sacer- do eliminados los betlemitas, se lo pone al cuidado de una comunidad llamada de San Felipe Neri has-
dotal. Fundados en Guate-
mala a mediados del siglo ta el año de 1870 en que el Presidente García Moreno entrega la administración del hospital a las Her-
XVII por el hermano Pedro manas de San Vicente de Paúl, llamadas comúnmente también Hermanas de la Caridad.
de San José Betancourt
(1626-1667), canonizado Habiéndose iniciado, como decimos, la nueva administración del antiguo hospital de la Mise-
recientemente por Juan Pa-
blo II, su obra hospitalaria ricordia en 1705, bajo los betlemitas que le cambiaron de nombre con el de Belén, que así también se
se difundió rápidamente lo llamaba, por la advocación de estos Padres293, pero más oficialmente con el nombre “Hospital de San
por México y Perú. Llega-
ron a Quito en 1706, lla- Juan de Dios”, los betlemitas procedieron a la ampliación y mejora, no a la reconstrucción del ya en-
mados por el Presidente de tonces mismo viejísimo hospital de la Misericordia, que, no obstante su antigüedad, sobrevivía aún por
la Audiencia, Francisco Ló-
pez del Castillo.
su gran solidez de edificación de puro adobe con barro y por su relativa buena disposición, como has-
294 El hospital cerró sus ta ahora se lo puede constatar en cuatrocientos años de ininterrumpido servicio294. Esta como milagro-
p u e rtas en el año 1974, de- sa cualidad de permanencia sorprendente en cuanto a edificio y a servicios, es lo que puede justificarle
bido a la carencia de re c u r-
sos del Ministerio de Salud
al título de ser “El Hospital más Antiguo de la América”; pues, en verdad, ya hubo otros antes aquí
Pública para el manteni- mismo en Quito y en otros países de América, pero, que tuvieron muy corta vida o que no se perpetua-
miento y restauración del ron con tanta originalidad, tradición y continuidad como este de Quito que, en sus proporciones mis-
cuatricentenario edificio.
Más tarde, la Municipali- mas locativas es gigantesco.
dad de Quito se re s p o n s a-
bilizó de su cuidado, re s- Se ignora cómo se desenvolvió en sus principios el llamado hospital de San Juan de Dios, por-
taurándolo e instalando en que infortunadamente no existe el archivo propio que debió tenerlo. Casi nada sabemos del año en que
él el Museo de la Ciudad,
institución que abrió sus empezaron los betlemitas a ampliar y mejorar el edificio original que encontraron del primitivo hospi-
p u e rtas en agosto del año tal. Apenas conocemos por datos dispersos, quienes fueron los primeros betlemitas que llegaron a Qui-
1998.
285 Nota del autor: Debi- to para encargarse de esta obra de reforma, tales como fray Miguel de la Concepción, y fray Alonso de
do a que estas “Historie- la Encarnación, y, luego, fray Felipe de los Ángeles y fray Joseph del Rosario, el más célebre, quien tra-
tas”, en un esfuerzo por jo del Perú a Quito, como muchacho sirviente suyo a Luis Espejo que llegó a ser el padre del formida-
trabar a vuela pluma una
historia de la ciudad de ble filósofo quiteño Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo.
Quito, se las escribe casi de
prisa, ocurren necesaria- A este respecto, revisando lo que dijimos en una de nuestras anteriores “Historietas”295 al pon-
mente ciertos erro res o ine- derar la antigüedad del hospital de la Misericordia, rectificamos ahora diciendo que cuando los betle-
xactitudes que, de motu-
p ropio deseamos enmen- mitas llegaron a Quito en 1705 todavía ni siquiera había nacido en Cajamarca Luis Espejo, padre que
darlas, como así lo hace- fue de Eugenio; enmienda que da aún más distancia en tiempo entre la fundación del hospital de la Mi-
mos ahora. Y, a la vez, lo
sericordia y la actuación de médico hospitalario de Eugenio Espejo. A juzgar por la fecha casi segura
que dijimos en otra “Histo-
rieta” respecto a las biogra- en que Luis Espejo contrajo matrimonio en Quito con María Aldaz y Larraíncar, que es 1747, se pue-
fías de Espejo, no com- de calcular aproximadamente que este Luis Espejo tendría tal vez unos treinta años de edad cuando to-
p rende en manera alguna a
la obra doctísima del doc- mó estado; los que nos permitiría así decir que el padre de Eugenio Espejo nació probablemente el año
tor Homero Viteri Lafronte de 1717, o sea 12 años después de que ya estaban en Quito los primeros betlemitas. Con esta fecha
que tanto admiramos y
hasta la aplaudimos en es- probable, si la aplicamos a la edad también probable en que fray del Rosario le trajo a Quito al mucha-
crito público nuestro el año cho Luis Espejo, digamos también de unos 12 años vendría a resultarnos que la fecha aproximada en
de 1919, porque no es obra
que fray Joseph del Rosario vino a Quito fue por el año de 1729.
biográfica, sino bibliográfi-
ca sobre Espejo.

278
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

215
A esta fecha, ¿estaría ya construido como segundo piso el Hospital de San Juan de Dios
s o b re el primer piso que, en buena parte constituía y constituye hasta hoy el hospital de la Mise-
ricordia? Quizás parcialmente, sí. Porque lo que consta de referencia documentales, es que los be-
tlemitas construyeron el hospital San Juan de Dios en forma de dos claustros de doble piso, tal co-
mo existe; y también es constante y evidente que los betlemitas construyeron la hermosa iglesia de
dicho hospital por el año de 1765, fecha que consta en un interesante retrato al óleo en lienzo, que
todavía se conserva en dicho hospital, y que representa al Marqués de Villa Orellana, y Vizconde
de Antisana, como benefactor principal para la construcción de dicha iglesia. Sin duda este retra-
to fue pintado cuando ya la iglesia quedó terminada; sospecha que permite creer que el comienzo
de esta construcción pudo tener lugar por el año de 1730, como un remate de la construcción de
los dos claustros para los servicios hospitalarios, de los cuales llegó a ser administrador el simple
muchacho paje, Luis Espejo, que trajo el P. del Rosario.

L A C A P I L L A D E L A R C O D E L A R E I N A
E S A N T E R I O R A L H O S P I T A L D E
S A N J U A N D E D I O S

L
o que si es seguro, es que la capilla que después fue recubierta por el Arco de la
Reina de los Ángeles, fue construida 23 años antes de que llegasen a Quito los be-
tlemitas. La capilla “acabose de construir el 14 de septiembre del año de 1682”,
como dice la inscripción en piedra hasta ahora existente allí, y la construcción del arco mismo tuvo lu-
gar el año de 1726, habiéndolo, según dice un documento, el un cuerpo del arco desde dicha capilla
“hasta la pared de las casas del Maestro Juan de Acuña” al frente del Carmen Antiguo; y el otro cuer-
po del propio arco, “a la esquina en que está una tienda que pertenece a dicha capilla”, o sea que no
pertenecía al hospital que, sin duda en ese tiempo todavía no le incorporaba al Arco de la Reina en su
edificio hospitalario296. Hasta hoy se puede notar la existencia de aquella tienda con su estilo arquitec-
tónico que diríamos intermedio entre la época del hospital de la Misericordia, del siglo XVI, y la época
en que apareció el hospital de San Juan de Dios, del siglo XVIII. Esa capilla es, pues, genuinamente del
siglo XVII. Lástima es que el año de 1870, García Moreno adosó allí un cuerpo nuevo de edificio des-
tinado a la comunidad de las Hermanas de la Caridad, y, con ello, parece que dejó de existir la capilla
mismo que dio motivo a la construcción en 1726 del tan característicamente quiteño Arco de la Reina
de los Ángeles. O quizás, lo que es más probable, los betlemitas mismo ya eliminaron la capilla, a juz-
gar por la mampara de puro estilo dieciochesco que hasta hoy recubre el claro del Arco de la Reina don-
de estuvo dicha capilla, creyéndola innecesaria una vez construida su fastuosa iglesia.

E U G E N I O E S P E J O Y E L H O S P I T A L D E
S A N J U A N D E D I O S

E
ugenio Espejo en sus escritos tiene una como relación del hospital de San Juan de Dios
en que él actuó; más bien dicho es una crítica acerba de su posición en la ciudad y más
todavía sobre la administración betlemítica. Para el tiempo de Espejo, el hospital que
comenzó como de la Misericordia en 1565, allá en un suburbio lejano del centro inicial de la ciudad de
Quito, que estaba donde llegó a ser después barrio de Santa Bárbara, ya por el año de 1780 en que vi-
vía Espejo, el hospital vino a quedar dentro mismo de la crecida ciudad.
Espejo decía: “Hay, por desgracia, un solo Hospital en esta ciudad de Quito, y se desearía
que abundaran éstos, dentro de cualquiera numerosa población, pues son los asilos donde va a salvar
su vida la gente pobre y desamparada de parientes y benefactores. Pero también cosa muy cierta que
296 Ver la historieta “El ar- ellos deben estar extramuros de la ciudad por lo menos, no en el centro de ella; porque sus hálitos co -
co de la Reina” en la página rruptos no infeccionen al vecindario con alguna enfermedad contagiosa”. Y, Espejo era del parecer, por
241 de esta obra. tanto, que se lo retire al pie del Panecillo, donde después llegó a formarse el llamado Hospicio, o al ba-
297 El autor hace re f e re n-
tán de Piedrahita, al pie del Itchimbía, donde que proféticamente siglos después había de tener que si-
cia al Leprocomio Ve rd e-
c ruz, llamado hoy Hospital tuarse al lazareto de leprosos que hoy tenemos297. Y sospechando Espejo que este cambio de ubicación
Dermatológico Galo Gon- del hospital no llegaría a hacerse pronunció otra profecía que literalmente dice: “Con todo esto, si el
zález, construido en la déca-
da de 1920 por el arq u i t e c- Hospital citado ha de quedar allí, como se quedará para siempre, se ha de velar y preocupar infatiga -
to Padre Pedro Brüning, blemente en que haya cuidado de los enfermos, etc.”
restaurado por el FONSAL
a finales del siglo XX.
Este pronóstico del doctor Espejo, se ha cumplido al pie de la letra.

279
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

216

280
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

DÓNDE FUE ENTERRADO ABDÓN CALDERÓN298

P
ersonas aficionadas a los estudios históricos han escrito en dos ocasiones acerca de los
lugares probables, que aquéllas las tenían por seguros en que nuestro admirable héroe
juvenil, Abdón Calderón, fue sepultado después de fallecer a causa de varias heridas en
los brazos y piernas que recibió durante la batalla de Pichincha el 24 de mayo de 1822. Uno de esos
escritores dijo, sin testimonio ni meditación, que el cadáver del héroe había sido sepultado en una de los
nichos que de tiempos muy antiguos existían en el cementerio de El Tejar de Quito, sin duda destinados
a entierros de religiosos mercedarios; y, otros escritor de Guayaquil hasta se arriesgó a afirmar rotunda-
mente que el cadáver de Abdón Calderón fue llevado a ese puerto para darle sepultura allí.

Nosotros tampoco tenemos pruebas testimoniales respecto al sitio preciso en que fueron se-
pultados los sangrantes despojos de nuestro insigne héroe, pero les rogamos a nuestros lectores que se
sirvan acompañarnos ellos mismos, con su sana razón, a dilucidar muy claramente, con el recurso de la
simple lógica, donde debieron ser necesariamente enterrados dichos despojos sangrantes de Abdón Cal-
derón en tales días y momentos confusos y atareados que debieron seguir al hecho de esa gran batalla
que constituía un trastorno tan radical en todo el orden de cosas de la ciudad de Quito.
Por una parte, el caos de los derrotados españoles ocultándose, huyendo o entregando las ar-
mas y poder centenario al vencedor, y, por otra, los vencedores mismos, soldados extranjeros sin víncu-
lo ni posadas en la ciudad, debían haberle dado a Quito un m a re magnum de tareas y de conflictos, por-
que Quito mismo no era ciudad combatiente, sino ciudad liberada. Todo esto hay que tener en cuen-
ta, situándose retrospectivamente en esa época y en esos trances, para dilucidar el asunto de que trata-
mos.
Pues, bien, la batalla de Pichincha se libró en un espacio relativamente reducido, sólo en el
flanco o ladera del cerro Pichincha que mira al Panecillo, en el alomado que está por arriba del antiguo
Convento de San Diego, lugar más o menos raso, sin quiebras. No se desplegó el combate ni hacia lo
quebrado de la Chorrera del Pichincha ni hacia la quebrada de El Tejar, que son pasos difíciles.
El ejército español en su movimiento defensivo trepó la montaña por su lado más fácil, y el
ataque de los ejércitos libertadores se hizo allí mismo, sin flanqueos, y allí se desarrolló y terminó la lu-
cha. Ese campo limitado y muy accesible a la ciudad, fue entonces, el que quedó densamente cubierto
de muertos y de heridos, confusamente, de una y otra parte.
En un libro que escribió ya como Coronel el que fue Teniente Manuel Antonio López, neo-
granadino, y que combatió en Pichincha al mando del General Sucre, dice que él vio, al terminarse la
batalla, que al Teniente Abdón Calderón, cubierto de heridas, unos compañeros de armas le tenían “ten -
dido sobre una ruana” en el portalillo de una choza de indios, disponiéndose a llevarle a curar sus he-
ridas, heridas que, como se sabe, todas fueron en los miembros y no en la caja del cuerpo. Pero, ¿a dón-
de llevarle para estas curaciones?
Es bien sabido que después de todo combate en el campo, siempre se improvisan cerca los hos-
pitales de sangre; más, en Quito no hacía falta un hospital de esta clase, cuando relativamente a pocos
pasos del lugar de la batalla, estaba la ciudad donde había un hospital tan grande y bien atendido co-
mo desde siglos antes lo fue el original de la Misericordia y Caridad, y después en ese tiempo de 1822,
el llamado de San Juan de Dios a cargo de los padres Betlemitas.
Y, este hospital queda, justamente a la vista misma del campo de batalla de Pichincha. No era
el caso, por tanto, de una ciudad pequeña, mal servida, donde los muchos centenares de heridos de una
298 Historietas de Quito: batalla inmediata hubieran tenido que ser atendidos en casas particulares.
“Últimas Noticias”, Quito, No hay, pues, la menor duda de que Abdón Calderón fue quizás uno de los primeros heridos
23 de mayo de 1964. Pág. alojados y atendidos en el hospital de Quito, y que allí murió, cosa que aconteció al día siguiente de la
15.

281
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

batalla, como re f i e ren las historias. Surge, entonces, la pregunta, ¿fue sacado del hospital el cadáver y
llevado a enterrarlo en El Tejar o en Guayaquil? En ambos casos, un absurdo.

N O H A B Í A C E M E N T E R I O G E N E R A L

C
onviene saber que en ese tiempo ni existía siquiera el cementerio de San Diego. En
aquellos tiempos, cada iglesia parroquial tenía su propio cementerio parroquial junto
al templo, y solamente había uno como cementerio general pero propio del hospital
de San Juan de Dios, conocido con el nombre de “Camposanto” anexo al dicho hospital y que ocupa-
ba toda la ladera hacia la quebrada de Jerusalén comprendida entre la actual calle Morales y la parte
honda de la calle Venezuela, ahora rellenada y cubierta con “el puente” de dicha calle, y a la vez ocu-
pada con casas modernas. Al construirse los cimientos para estas casas, nosotros hemos sido testigos de
que de allí se sacaban incontables cantidades de osamentas humanas.
Es, pues, también, sin la menor duda allí, en ese camposanto del hospital general de Quito,
donde fue enterrado el cadáver de Abdón Calderón, sin que en tales momentos nadie haya estado preo-
cupándose en que ese infortunado oficial inferior recogido entre el inmenso granel de heridos que ya-
cían en el campo de batalla, iba a ser mañana una figura descollante entre los héroes nacionales que
honraría a la posteridad. La consagración moral de Abdón Calderón vino después, cuando arribó a
Quito del Libertador Bolívar, en junio de 1822. Este, leyendo el parte de la batalla del General Sucre,
decretó honores muy especiales y merecidísimos para Abdón Calderón, recomendándolo ante la poste-
ridad como un sublime ejemplo de heroicidad por la Patria.
Por estas razones muy obvias, del enterramiento del cadáver de Abdón Calderón apresurada
e indistintamente en el camposanto común de los fallecidos en el hospital, creemos que sus venerados
restos habrán quedado confundidos y perdidos, y quizás removidos, entre tantas osamentas que allí
existieron de siglos atrás.
No está por demás indicar en refuerzo de la tesis que aquí se sustenta, que la ocupación for-
mal de la ciudad de Quito, no tuvo lugar sino un día después de la batalla, el 25 de mayo, en que se fir-
mó la capitulación y se hizo la entrega de parte de los españoles de todas las armas y banderas en el for-
tín artillado de la cima del Panecillo, a donde se refugiaron todos los derrotados y pasaron la noche del
propio 24 de mayo de 1822, a partir de las doce del día en que terminó la lucha y en que el pueblo de
Quito que había contemplado ansioso el combate desde las azoteas y tejados de la ciudad, se volcó so-
bre el Pichincha llevando obsequios de bizcochos y refrescos a sus libert a d o res, como dicen las historias.
Así se entenderá mejor cómo Abdón Calderón, múltiple y gravemente herido, pudo haber si-
do fácilmente transportado en hamaca de ruana a lo largo de las pocas cuadras que medían entre el cam-
po de batalla hasta el hospital de San Juan de Dios.

217

282
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL HOSPICIO DE QUITO299

O
riginalmente, aquel inmenso, complicado y antiguo establecimiento de caridad de
Quito, que lo hemos conocido siempre con el solo nombre del Hospicio, y que está
situado en el flanco norte que mira a la ciudad, del cerro del Panecillo, fue una im-
portante propiedad de los jesuitas, donde estos religiosos, después de muchas penalidades que sufrieron
cuando comenzaron a instalarse en Quito a fines del siglo XVI, lograron al fin, poner pie firme y de gran
impulso en nuestra cuidad.

Conviene, ante todo saber como dato curioso, que la sociedad de los jesuitas no es tan anti-
gua como las órdenes religiosas de frailes; pues nació recién en España en 1534, el mismo año en que
fue fundada aquí nuestra ciudad de Quito. Vinieron a América y se instalaron en Lima en 1567, y a
Quito arribaron en 1585, donde se asentaron muy precariamente en casas particulares, de aquí por allí,
porque eran muy pobres y de antecedentes desconocidos. Pero, bien pronto, por la calidad y cultura de
sus componentes, sobre todo por su gran espíritu de sacrificio, se fueron abriendo un campo muy favo-
rable para poder desarrollar sus grandiosos proyectos de la educación primaria, media y superior de la
colonia y de la heroica evangelización de las tribus salvajes de la Amazonía, todo lo cual en el futuro
re a l i z a ron admirablemente.

299 Historietas de Quito:


P R I M E R A S D O N A C I O N E S Y
“Últimas Noticias”, Quito,
11 de julio de 1964. Pág. P R E P A R A T I V O S
11.

E
300 El seminario diocesano
n 1587, a los dos años de llegados a Quito los jesuitas, don Lucas Pórcel, uno de los
de San Luis fue fundado por
el Obispo luis López de fundadores de la ciudad, conocedor de sus buenos proyectos, regaló a estos primeros
Solís, encargando el pre l a d o jesuitas un terreno al pie del Cerro Gordo, Yavirac o Panecillo. En estos terrenos, los
su administración a los
jesuitas. jesuitas construyeron al principio una casa de ejercicios espirituales y corporales, con huerta y jardín
muy especiales para el retiro y el recreo de sus estudiantes del seminario en los días de asueto.
218 Al propio tiempo, en el mismo lugar montaron una inmensa fábri-
ca de ladrillos y de tejas, como decimos “un tejar”, a fin de preparar allí los
materiales de construcción de los vastísimos edificios religiosos y culturales
que ya los habían ideado para levantarlos en las dos manzanas unidas que
iban a ocupar (como las vemos hasta ahora), y para lo cual empezaron a ad-
quirir con mucha habilidad casa tras casa de los primeros pobladores de
Quito que allí de pronto se habían asentado. Mientras tanto, los jesuitas sin
p e rder tiempo en su bien conocida diligencia y eficiencia, ya tenían fundado
y en funciones un colegio llamado de “Santa Bárbara”, de donde tomó el
nombre la parroquia quiteña de esta denominación, colegio que fue el co-
mienzo del ulterior y célebre seminario jesuítico de San Luis300. Cuán gran-
de y capaz habrá sido este tejar de los jesuitas en el pie del Panecillo, que él
sólo abasteció los cientos de miles, quizás millones de ladrillos para cons-
truir los siguientes edificios, adosados unos a otros, como un solo cuerpo, a
saber: el estupendo templo de la Compañía, la Universidad (antigua), el Co-
legio Máximo de las Misiones del Marañón, y el Seminario de San Luis. Y,
esto sólo en las construcciones a superficie; en cuanto a las subterráneas, los
jesuitas primero canalizaron la quebrada que pasa por debajo de sus edifi-
caciones mediante un sapientísimo sistema de arquerías triples, como la dis-
posición de un giroscopio, capaces de sostener las enormes edificaciones su-

283
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

219

periores, y, además constru y e ron a puro ladrillo una red de ca-


tacumbas tan complicadas, que aún ahora todavía falta mu-
cho por explorarlas. Apenas una parte de ellas, debajo del lla-
mado Cuartel Real de Lima, son conocidas. De lo demás, na-
die las sabe.
Volviendo a la casa de ejercicios y recreo original del
denominado hospicio, también ella creció, y a su tiempo, el
año de 1698, pudo alojar al noviciado jesuítico de Latacunga,
cuando la gran erupción del volcán Cotopaxi que destruyó
por completo a esta ciudad, año en que, igualmente huyeron
de allí las monjas carmelitas de Latacunga y se refugiaron en
Quito, lo que dio origen a la fundación del Carmen Moderno
o Carmen Bajo.
Como es característico de los jesuitas, a su establecimiento original de lo que después fue Hos-
picio de Caridad, le ornamentaron con una bellísima portada labrada en piedra, que hasta hoy puede
admirarse.

E X P U L S I Ó N D E L O S J E S U I T A S Y
C O N F O R M A C I Ó N D E L H O S P I C I O
M Ú L T I P L E

E
n el año de 1767 los jesuitas fueron expulsados de la América por el Rey de España, y
su sociedad quedó extinguida por el Papa. Los pobres expulsos, entre ellos nuestro ilus-
t re historiador Padre Juan de Velasco, tuvieron que abandonar todas sus cosas, edifi-
cios inclusive, tal como estaban. El gran establecimiento del pie del Panecillo quedó vacío, igualmente
220 que lo demás, a cargo de una calamitosa Junta de Temporali-
dades sólo para conservar y festinar despojos.
Por lo menos respecto de este establecimiento, vino
después de España una Real Orden el año de 1785, a fin de
que una parte de él se lo destine para recogimiento de pobres,
y otra para casa de aislamiento de los virulentos y lazarinos,
“a efecto de precaver a los pueblos del mal de viruelas y otros
contagios”. Sin embargo, esta Real Orden no fue bien cum-
plida por la negligencia administrativa, hasta que sólo en
1790, bajo el gobierno del muy progresista Presidente de la
Audiencia, señor de Villalengua y Marfil, se instalaron con los
m e j o res auxilios las dependencias de un verd a d e ro hospicio
para pobres y desvalidos, para lazarinos y para virulentos. A
esta magnífica obra del Presidente Villalengua contribuyó con
mucha eficiencia, el entonces Obispo de Quito, Blas Sobrino
y Minayo, y el hospicio contó con buenas rentas.

E L H O S P I C I O E N T I E M -
P O S D E
L A R E P Ú B L I C A

A
sí organizado el hospicio en los últimos
tiempos de la colonia, se le agregó después
un mal departamento destinado como ma-
nicomio para los locos, donde éstos infelices recibían el más
brutal y espeluznante tratamiento que las gentes de aquellos
tiempos se imaginaban debía darse a los dementes. Pero, lle-
gó el siglo XIX no con más piedad, sino con más estudiada y

284
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

221

testaruda furia contra los desgraciados locos. En esos te-


rribles antros de dolor, como dice un médico de 1903, los
desgraciados dementes “fueron tratados como criminales
en las galeras rusas, revoloteando en corrales inmundos,
encerrados en sucios y lóbregos calabozos, alimentados
como puede serlo una fiera, en pilones de piedra; sujeta -
dos por el hierro, desnudos, maltratados y apurando
cuanto puede inventarse para el martirio” Hasta que, en
el año de 1870, aparecen en el Ecuador las Hermanas de
la Caridad y tratan éstas de hacer algo más llevadera la vi-
da de estos seres anormales sometidos al peor martirolo-
gio humano. Más, los sabios de las construcciones, em-
prenden en una edificación modelo para el manicomio, se
gastan entre los años 1886 y 1890, la estupenda suma de
250.000 sucres de entonces, y no hacen más que edificar
con alta técnica otro presidio más horrendo, todavía con
celdas y calabozos y pasadizos apretados, oscuros hela-
dos, y le añaden la inverosímil fosa de baño helado a don-
de con camisa de fuerza y cabestros han re-torturado por
casi un siglo a los infelices alienados.
Sólo en los últimos treinta o más años, la intervención de modernos médicos inteligentes pu-
so término a esa monstruosa técnica del tratamiento por la tortura a los locos, llevándoselos ahora al
campo saludable de Conocoto en forma de una clínica psiquiátrica. La parte de la torre del hospicio,
es la que corresponde a esa mejora (?) en el martirio que constru y e ron los crueles del siglo XIX, sobre

222

285
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

el cual, el médico de 1903, dice: “Es lástima que tanto dinero se hubiese botado en ese edificio al que
no le hallo objeto; pues aún para establecimiento de delincuentes, lo juzgo del todo inhumano”
También, a fines del siglo XIX, con la eficaz intervención de las Hermanas de la Caridad se
adecuó en el hospital un departamento especial de orfanatorio para los niños huérfanos, donde éstos ya
creciditos ingresaban, después de haber sido criados en la casa de expósitos de San Carlos, a cargo de
las mismas Hermanas de la Caridad. Esta casa de expósitos fue fundada en tiempos de García More-
no por la nobilísima y acaudalada matrona, doña Virginia Klinger, quien la obsequió para el objeto
comprando y reparando las ruinosas casas del antiquísimo colegio de San Buenaventura de los francis-
canos, donde, curiosamente, funcionaron las primeras cámaras legislativas del Congreso de la Repúbli-
ca; pues también el Palacio Nacional hacia el año de 1830, igualmente no era otra cosa que un montón
de ruinas.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

TRADICIONES

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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225

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL PONCHO301
ENSAYO DE UN ESTUDIO SOBRE
SUS PROBABLES ORÍGENES Y SU POSIBLE CUNA

N
adie que sepamos, ni historiadores ni arqueólogos, ha intentado hasta hoy estudiar
los orígenes del poncho, aquella prenda de vestir cuya presencia es la nota dominan-
te del traje de los hombres nativos y re p resentativos de la vida del campo sudameri-
cano, desde Colombia, ininterrumpidamente, hasta la Argentina; mejor dicho, donde quiera que en Su-
damérica hay alta cordillera de los Andes. Pero en estos tiempos que llevamos, en que, con la acelera-
da internacionalización o europeización de las costumbres en la vida de los países andino, tiende a de-
saparecer o por lo menos a modificarse el uso habitual del poncho entre las gentes de montaña de la
América meridional, creemos muy necesaria y oportuna cualquier tentativa por breve ensayo que sea,
como la presente, para tratar de dilucidar los posibles orígenes y la probable cuna del tan curioso, tan
universal y tan autóctono poncho de la América del Sur.
El uso del poncho abarca una extensísima área geográfica del continente sudamericano, aun-
que no de un modo caprichoso en cualquier dirección ni localidad, como en el caso de ciertas otras pren-
das de vestir de segunda importancia en el traje, sino estrictamente en sentido longitudinal, y, también,
conforme dejamos dicho, siempre en progresión directa con la altitud de la cordillera de los Andes. Fi-
nalmente, y esto es lo más esencial para indagar sobre el posible origen el uso del poncho es más fre-
cuente mientras más se aproximan las cordilleras al Ecuador por el norte y por el sur.
Con esta inequívoca distribución geográfica del poncho, trazada así en términos generales, la
cuestión entonces radica solamente, a nuestro juicio, en tratar de verificar climatológicamente la proba-
ble cuna original de esta nobilísima prenda de vestir que es carne y hueso, traje y casa, pañal y mortaja
de los hombres de las cumbres andinas.
Efectivamente, parece que son las cumbres típicas de los Andes, las que han dictado el uso y
han modelado el diseño del poncho, haciendo de él y en él una síntesis de la geografía, de la geología y
de la climatología andina. Porque, si lo examinamos con la más ligera observación, veremos que el pon-
cho tiene además de una patria conocida y limitada, también una arquitectura y una mecánica hechas
ambas, la una moldeada en el patrón de un cónico volcán de los Andes, y, la otra, asimismo, designada
para luchar contra los fenómenos adversos prevalecientes en los Andes, pero en aquellos Andes más en-
cumbrados y más ecuatoriales: la lluvia casi constante y el frío a perpetuidad, con excepción de breves
momentos cada medio día.
Un análisis más particular de esta arquitectura y de esta función del poncho, nos puede dar
quizá ideas más fundadas sobre la localización de su verdadera cuna. El poncho precisamente, no es
una prenda de vestir ocasional, sino perpetua, dentro de la vida individual de cada hombre. Su propia
arquitectura, antes que su uso mismo, no es para un fin temporal, sino para un propósito continuo, por-
que es la simplificación máxima y la más eficiente de la indumentaria humana, dentro de la actividad
masculina contra las formas más adversas de la intemperie: la del frío continuo, la del frío perpetuo.
Mas, las temperaturas perpetuas no existen en ningún otro lugar geográfico del planeta, que a lo largo
de la línea ecuatorial; y, las temperaturas perpetuamente, o anualmente frías de esta línea, sólo es posi-
ble hallarlas en las grandes elevaciones de tierras o montañas, que son, para el caso, los Andes del Ecua-
dor.
Y, la mecánica del poncho, responde con absoluta perfección a esa arquitectura del mismo, en
su caedizo como de lienzo que cuelga libremente a tierra por acción de la gravedad, sin artificio alguno
que encuadre y se ajuste a la anatomía humana, mientras el calor viviente del hombre que lo porta, as-
ciende en contra de la gravedad y mantiene una cámara de aire cálido portátil, que dirían los científi-
cos, actuando a la vez de calefactor y de aislante, como la más perfecta y simplificada estructura termos,
301 Revista Línea, Nº 2,
sin vulnerabilidad posible para la falla o el deterioro accidental. Es un aparato termos que sirve y ope-
Quito, 1º de febrero de ra tanto cuanto existe el individuo que lo lleva, porque el mismo es la propia fuente de energía.
1940. Fuera de la línea ecuatorial y a menor altitud, el poncho deja de ser prenda todo el tiempo in-

289
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

dispensable, y se convierte en prenda útil de la indumentaria únicamente en la estación frígida o inver-


nal, quedando de traje de adorno, por lo característico, durante la primavera y tal vez en el otoño, pe-
ro, acabando por ser un estorbo en el verano (en los altos Andes equinocciales el poncho no constituye
un estorbo jamás). El poncho así, en tales latitudes, ya no es un solo poncho, sino tres, o cuando me-
nos dos: el cálido y el fresco: el de lana y el de algodón. Entonces, adquiere las modalidades que lla-
mamos modas, o sean condiciones susceptibles de alteración convencional, de desnaturalización hasta
tocar el campo del traje puramente ornamental y no esencial. Estos son, en un caso, por ejemplo los
minúsculos ponchos chilenos y argentinos y aún los peruanos; y, en otro caso, los ponchos de algodón
o ruanas de la Colombia subtropical y aún del templado meridión ecuatoriano. En el Ecuador andino,
de grandes elevaciones, el poncho de lana grueso es esencial y todo el tiempo indispensable, tanto por-
que defiende con maravillosa eficacia contra el frío constante, como contra la densa y frecuente lluvia
ecuatorial.
Esta intentada localización de la cuna del poncho en el Ecuador andino, parece la más natu-
ral por las razones expuestas, y porque, posiblemente en ninguna otra parte de Sudamérica ésta prenda
de vestir del hombre prevalece tanto entre los nativos, ni ofrece una variedad tan extensa de estilos y ca-
lidades que en el alto Ecuador, todos, por cierto, dentro del diseño general de ser una manta suelta con
una abertura en la mitad para sacar por ella la cabeza del que lo usa.
Ahora bien, si esto es lo que podemos establecer en uno como análisis científico sobre la loca-
lidad original del poncho, también vienen a robustecer estas ideas la historia, la leyenda y el folklore de
los pueblos aborígenes ecuatoriales. El autor del presente escrito viene sosteniendo desde algún tiempo
a esta parte, que toda esa cuestión de los discutidos Scyris o Shiris no se reduce sino a una tempestad en
un dedal por haber desvirtuado quizá por un lapsus la palabra Shiri, frío o país frío: y, entre las innu-
merables e irreplicables pruebas que hemos aducido para demostrar que en esta pequeñez radica toda
la inmensidad del affaire de nuestra historia nacional, hemos tocado también incidentalmente lo relati-
vo al traje de los primitivos aborígenes de Quito. Alguna vez dijimos que “hay indicios ciertos de que
los antiquísimos indios de Quito se cubrían el cuerpo con curiosos haces de paja en forma cónica, a ma -
nera de choza individual o del poncho largo, ulteriormente perfeccionado en tiempos de los españo -
les”302 En verdad, todavía hay parcialidades de indios en el alto Ecuador, en cuyas fiestas aparecen en-
tre los típicos danzantes otras extrañas caracterizaciones de indios llamados “sacharunas”, que quiere
decir “hombres selváticos, salvajes, primitivos, bárbaros”, sin duda alguna, vestigios y recuerdos que se
han trasmitido desde la más remota antigüedad, y los cuales llevan trajes de haces de paja que les cu-
bren desde la cabeza hasta los pies, dejando unos un mero espacio entre los haces para sacar la cara, y
otros con los haces desde el cuello, dejando libremente la cabeza, ni más ni menos que un poncho. Es-
tas chozas andantes parece que serían muy efectivas contra la lluvia, y en contra del frío. Hay, asimis-
mo indicios muy claros de que los primitivos indios vestían de pieles. ¿Quién sabe si por ello hubo in-
dios cara o caras que quiere decir piel, cuero? Por fin, hay datos verídicos de que en la cabeza usaban
los indios para protegerla de la lluvia y de la insolación mates o calabazas antes de que los españoles in-
trodujesen el uso del sombrero. La historia cuenta de los anti-umas, o sea indios que tenían un mate en
la cabeza.
Después, es probable que se inventó ya el pequeño poncho de una manta tejida, cuyo primer
re p resentante parece ser el capisayo o poncho angosto tejido de lana, y que lo usan como una prenda
muy noble tanto los indios salasacas de la provincia del Tungurahua, como los célebres zámbizas de los
alrededores de Quito, ambas clases de indios los más tradicionales quizá de todo el país. En cambio,
otras clases de indios andinos ecuatorianos han establecido como distintivo más bien ponchos más am-
plios y más largos, tales como los otavalos, los santa rosas, los pilahuines, los coltas, los lojanos, etc., y
también los indios de la peonada general que no perpetúan trajes especiales. Los ponchos de Santa Ro-
sa, Tungurahua y los del Azuay, se puede decir que son los más pintorescos por su detalle caprichoso,
pero los gruesos ponchos de Otavalo, son insuperables como ponchos de lana, de espléndida hechura y
de exquisito y sobrios coloridos. Los españoles y los mestizos también tienen sus ponchos propios, que
302 Andrade Marín, Lucia- son el gran poncho de Castilla, grueso, peludo, enorme y provisto de cuello, y los ponchos de fleco, dis-
no, “La geografía de Qui- tintivo de los blancos ricos.
to” en “Quito a través de Sería cosa larga, pero indudablemente muy curiosa, hacer una catalogación descriptiva de to-
los siglos”, compilado por
Eliécer Enríquez, Impre n t a dos los estilos corrientes de ponchos del Ecuador; debe haber más de cincuenta tipos, todos ellos, por
Municipal, Quito, 1938. supuesto, moldeando sobre el hombre la misma estampa del volcán y de la choza de los Andes.

290
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

PROCESIONES DE VIERNES SANTO


EN EL QUITO ANTIGUO303

N
ada hubo más grandioso ni más solemne en el Quito de nuestros abuelos, que la pro-
cesión del Viernes Santo, según alcanzamos a oírles en sus amenos relatos a los ve-
nerables ancianos que nos precedieron.
Lástima grande es que en la antigüedad la gente era poco dada a escribir, especialmente lo que
más cerca de ellos estaba, porque creían que ya todo el mundo lo tenía por sabido. Preferían las narra-
ciones de boca a oído en las breves noches de hogar, que duraban a la mortecina luz de una vela de se-
bo, el tiempo preciso para tomar el chocolate con queso y bizcochos, que era el indefectible “¡buenas
noches!” para todo el hogar. Por ello es que no disponemos de una relación completa y estampada en
papel de lo que fue ese gran acontecimiento llamado en breves palabras la procesión del Viernes Santo.
226
Hilvanando algo de esas narraciones, intentaremos reconstruir-
las aquí, para lograr de un vistazo hacer un re c o rrido de la escena
tan ponderada de aquella procesión, épica en la quiteñidad pasada.
Quito fue, durante trescientos años, y hablando en términos sin-
téticos de estricta definición, un convento trazado como ciudad.
Los conventos eran los núcleos permanentes de la ciudad, y las ca-
sas sólo campamentos temporales anexos a los monasterios. Y, si
la casa quiteña se inició como una fortaleza en miniatura, se desen-
volvió después como un convento en miniatura. Únicamente los
mundanos balcones exteriores, que se apartan del plan de un con-
vento, eran, no obstante, las galerías para mirar las procesiones, y
de ellas, la clásica, la del Viernes Santo, que llenaba la calle y ascen-
día hasta los techos con sus extrañas figuras y tramoyas humanas,
como las de los gigantescos turbantes de los cucuruchos, de los cuales habían muchos que sobrepasa-
ban los balcones.
Imaginémonos, pues, lo grandioso que debía ser una procesión enfilada por estas torres hu-
manas, y lo solemne que sería verla moverse compacta de gente, pero en un silencio sepulcral, avanzan-
do sólo al son de innumerables y tétricas matracas. El desfile, cuentan, que iba guiado por una legión
entera de fieles penitentes que llevaban una soga al cuello, cilicios y hasta rótulos infamantes, y que an-
daban de rodillas, desvaneciéndose a cada instante. Al rededor de estos pecadores penitentes, seguían
diablos horribles que iban tentándoles; luego, judíos de duro ceño; almas santas en albos trajes; danzan-
tes caprichosos y cargadores de andas, limosneando monedas. A continuación el Cabildo eclesiástico,
los canónigos, con ropas pluviales y larguísimas caudas servidas por monaguillos; en seguida el Cabil-
do civil, las Cortes y los Escribanos portando un palio bajo el cual iba el Obispo; y, atrás de esto, una
gran anda donde iban Cristo atado y escarnecido, seguido por otras innumerables andas o pasos de per-
sonajes bíblicos, llevados en hombros por toda clase de miembros de las distintas órdenes religiosas re-
gulares y seculares, a la vez que por un gentío inconmensurable, todos los cuales portaban cirios en sus
manos, e iban rezando en silencio.
La procesión salía de la Catedral a las ocho de la mañana, y sólo volvía a entrar a la misma
iglesia a las dos o tres de la tarde, después de recorrer largamente las calles principales de la ciudad y de
detenerse en lentas pausas en determinados lugares donde todos rezaban públicamente las estaciones del
Señor. Como era día de ayuno, las gentes se retiraban a sus casas solamente a comer la fanesca a esa
hora para volver a las iglesias a la estremecedora escena del Descendimiento de Cristo realizado casi
siempre con personajes vivos, cuyos accidentes por demás dramáticos, habían de perdurar por años de
años y de generaciones en la memoria de los quiteños.
Esta era, más o menos una estampa de la procesión del Viernes Santo en Quito, tal como la
303 Revista Línea, Nº 5, oímos contársela a nuestros mayores.
Quito, 15 de marzo de
1940.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

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228

292
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

¿DÓNDE NACIÓ EL “NACIMIENTO”?304

Y
o creo que para poder hablar de los “nacimientos” se necesita haber nacido y vivido
en la época de los “nacimientos”. La generación actual no puede tener idea de lo que
ellos fueron en esos precisos días de diciembre, desde el 8 hasta el 25 de cada año.
Aún más, yo creo que los “nacimientos” fueron la cosa más quiteña que existió sobre la faz
de la tierra. Pienso que un “nacimiento” fuera de Quito, no habría sido tal, sino cualquier otra escena,
talvez más fidedigna de la vida en el desierto que nos cuenta la historieta bíblica cuando vino Jesús al
mundo; pero no era ese adorable paisaje quiteño que nos enseñaron a querer nuestras abuelitas con un
Niño Jesús nacido aquí, en las faldas del Pichincha, tanto como en las faldas mismas de la Virgen de
Nazareth o de Betlehem.
No podemos saber con certeza sí los españoles trajeron esta costumbre a estas tierras de Amé-
rica, como una cosa exclusiva de España; aunque si estamos en posibilidad de asegurar que esta escena
bíblica cristiana vino con ellos, con sus infatigables misioneros dispuestos a difundir el cristianismo en
las formas místicas más arrobadoras y que alcanzaron un perfeccionamiento supremo aquí arriba en los
Andes, con caracteres propios, sobre todo en Quito. Porque, por ejemplo, la misma escena del naci-
miento de Jesús en un establo de ganados, trasplantada a un país árido como Ambato, a un país saba-
nero y fluvial como Guayaquil, a un país pescador como Manta, o a un país selvático y reptilesco, cual
el Marañón en sus múltiples misiones de tanto desgaste religioso, no pudo haber jamás adquirido la im-
portancia que alcanzó en Quito, el país más dulce y verde del Ecuador, país de establos de olor de ga-
nados, de fragancia de musgos, colcas y zagalitas, país de pastizales tendidos y olorosos, tierra recosta-
da mansamente sobre las laderas y quebradas del Pichincha, ni más ni menos que un “nacimiento” he-
cho ciudad, o que una ciudad hecha “nacimiento”.
¿Pues, qué “nacimiento” podía caber en un Ambato, digamos, donde en los primeros días de
la Colonia hispano-cristiana era sólo un barrido erial sin ninguna suerte de ganados, y donde sólo a lar-
ga asomó como bendición la socorrida alfalfa para pienso de ganados? ¿Qué nacimiento, tampoco po-
día caber, así místico y pastoril, a las orillas del Guayas, o en las playas marítimas de Manta, o en los
ponzoñosos fangales del Marañón?
Esta, es, pues, la concepción que tengo del “nacimiento” en Quito; mejor dicho, es la que yo
siento que deben haberla tenido para sí aquellas antiquísimos bisabuelos nuestros que recibieron el na-
cimiento palestínico de manos de los españoles allá en el siglo XVI, y que de una vez lo modelaron y
lo revistieron de un nacimiento quiteño, según el modelo propio de Quito en el regazo del Pichincha.
Y, es de este “nacimiento” quiteño del que nosotros hablamos, sentimos, pensamos, añoramos
y nos inspiramos en Quito. No hay Biblia suficiente para este “nacimiento” de Quito, porque tanto y
tanto desplegó sus galas de Naturaleza en frescor de Creación, que superó al relato bíblico, creó por sí
mismo la expresión de una inigualada mística bucólica quitense, y patentizó la historia misma de la ciu-
dad, de la nación y del país en un solo paisaje, en un solo escenario, a un punto tan excelso, que com-
binaba el folklore popular, la arquitectura, la histo- 229
ria, la geografía, la hidrografía, la orografía, la fau-
na, la flora y aún la psicología, el traje y la tradición
nacional, como jamás artista, letrado, historiador, ni
científico alguno pudo hacerlo. El “nacimiento”
quiteño fue así, religión, patria y escuela en un puña-
do de mundo pasado, presente y futuro puesto en la
esquina de un cuarto, y armado siempre con dulce
amor por las nobles manos de esos encanecidos y ve-
304 Revista Línea, Nº 23,
nerables progenitores de nuestros hogares, y, por
Quito, 15 de diciembre de
1940. tanto, de nuestra nacionalidad.

293
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

230
El “nacimiento”, según el modelo quiteño, era la verdadera
fórmula que refrescaba el sentido de religión y de patria al mismo
tiempo. Con el “nacimiento quiteño”, era uno de los pocos momen-
tos en que la religión bajaba a hacerse verdadera amiga de los niños,
como a dar la bienvenida a las generaciones infantiles, en lenguaje pro-
pio para ellas. Era el único altar sin ceremonial adusto y para adultos.
Era un altar de Naturaleza para conversación íntima con la divinidad,
donde el niño, y aún el viejo podían cantar endechas, rezar riendo,
orar silbando y retozar entre loas y recitaciones animadas de pajarillos
sueltos de la jaula, dueños del campo. Este “nacimiento quiteño”, a
la vez, nos mostraba modelos de las primitivas casitas y cabañas de
nuestros antecesores de la ciudad y del campo, contrahechuras que las
habían tenido guardadas en inmensos y secretos baúles de cuero de va-
ca, de cada abuela a sus nietos, quizá desde aquellos días iniciales de
los primeros hogares de Quito. Y, junto a estas casitas, “casuchitas de
nacimiento”, que hasta hoy decimos, sacaban y sacaban nuestras abuelitas, figuritas y más figuritas de
personajes ya nunca imaginados en nuestras generaciones, pero con tal fidelidad de expresión y de tra-
jes, de costumbres y actitudes, que sonreían esas venerables madres de nuestras madres y padres, recor-
dando en aquellas miniaturas los personajes a quienes re p resentaban, o, memorizando lo que de tales
muñecos había oído contar, a su vez, a sus abuelitas de otros siglos. Salían y salían del baúl, damas de
alcurnia con sus vistosos jubones de terciopelo, mujercitas con faldellines, sayas, polizones, rebozos y
otras indumentarias ya nunca vistas; caballeritos con calzas, chaquetas, zapatillas y chambergos primo-
rosos; frailes de todo hábito con sus grandes tejas, bonetes y birretes; cholas del más donoso vestir; in-
dios de cada partido con sus trajes y no trajes más primitivos, sacharunas, yumbos, jíbaros, záparos,
chuquis y danzantes de todo el país, sin decir nada de oidores, magistrados, artesanos, príncipes, solda-
dos, etc.. Era, en fin, un desfile jamás visto, ni nunca mejor ideado para enseñar y conocer la historia
de la patria, desde la indumentaria auténtica, hasta el carácter de los personajes y del pueblo, llegando
aún al acontecimiento, el cual iba a re p resentarse como escenas independientes en cada esquina del “na-
cimiento”, no importa del carácter que fuesen: porque en este altar de la religión y de la patria, se da-
ban la mano todas las cosas profanas con todas las cosas divinas.
Y, la composición misma del “nacimiento” era obra de arte complicado, y tenía sus reglas. Las
reglas parece que eran ¿quién dirá que no? copiar al cerro Pichincha, a la ciudad de Quito, y a todo el
país quitense o Ecuador de este siglo; al fondo rematado por la augusta escena del nacimiento de Jesús
en el establo de Betlehem. Esta composición la sabían de memoria las abuelitas, y la hacían con mu-
cha destreza y sencillez, luciéndose en cosas inverosímiles. No obstante, era tan fácil al proponerse imi-
tarlas, que no fue de cualquiera el lograr los efectos decorativos y escénicos que ellas en esa como locu-
ra del paisaje imaginaban.
De allí es que, muertos los “nacimientos” en Quito, parece que murió también el espíritu de
tradición quiteña y aún ese fuerte espíritu de nacionalidad que tanto distinguió a nuestros predecesores,
pues, la bandera misma de la nación no fue jamás cosa extraña en ese escenario y siempre estuvo alta
como la Estrella de Betlehem, en el firmamento. Pero, por lo menos, a punto fijo, la historia de los acon-
tecimientos nacionales, era entonces, más y mejor conocida que ahora, en estas nuevas y mucho más le-
tradas generaciones, gracias al increíble agente educativo del “nacimiento”, como el más perfecto siste-
ma ideado espontáneamente en Quito para transmitir la tradición de generación en generación con el
verbo, la lección de cosas, la composición artística, la música, el canto, y hasta con el gesto de nuestras
humildes, pero admirables didactas abuelitas, quienes, de unas a otras se dejaban religiosamente en tes-
tamento el famoso gran baúl de las “figuritas del nacimiento”, inclusive la más completa y nítida ver-
sión oral de lo que cada figurita se representaba.
Por todo esto creo que el “nacimiento de Quito”, nació en Quito, y que fue copiado en el Pi-
chincha, en su chorrera, en sus quebradas, en sus musgos, en sus colcas, zagalitas y guaycundos, en sus
sigses, en sus conejos, en sus venados de antaño, en sus jilgueros y gorriones, en sus recuas, ovejas, va-
cas, toros y mulas, en sus arroyos, en su laguna de Iñaquito, en fin, en todo este indeleble y fascinador
paisaje de una ciudad bucólica por excelencia, de grutas, quiebras y chaparros frondosos, asentada en
un escenario de la mayor magnificencia montaraz antes, montañés ahora.

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

MARIANA DE JESUS AZUCENA DE QUITO,


LA PRIMERA DEFENSORA DE LA CIUDAD305

E
n la fecha de hoy, 26 de mayo de 1945, se cumplen trescientos años de haber pasado a
mejor vida la venerable virgen quiteña Mariana de Jesús Paredes y Flores, quien nació
en esta nuestra noble ciudad de San Francisco de Quito, el año de 1618. Falleció, pues,
la admirable chiquilla quiteña, a la edad de 27 años. Su tránsito a la gloria tuvo lugar el 26 de mayo
de 1645.

La figura de Marianita de Jesús, es para todo quiteño puro y digno, de cualquier creencia que
fuese, el más excelso emblema de la quiteñidad tal como ésta debe ser: un espíritu de servicio y de sa-
crificio por el bien colectivo de sus semejantes, es decir, un amor patrio tal como reza el lema hasta hoy
en pie, (pero ya a punto de caerse), puesto por los directores espirituales de Mariana de Jesús en el din-
tel de la puerta de su primer colegio de quiteñidad culta: MAGNA AMOR IS AMOR306.
Nuestra inefable paisana, o conciudadana, Mariana de Jesús, tan ingratamente olvidada por
los enfriados quiteños de estos tiempos mercantilistas, materialistas y atolondrados, nos dio, precisa-
mente el más admirable e imborrable ejemplo de amor patrio que puede ofrecer tanto la historia reli-
giosa, como la historia profana de una nación. En Mariana de Jesús hallamos al mismo tiempo a la
santa, a la heroína y a la damita hogareña de su ciudad. La religión, la patria y el hogar de nuestra sem-
piterna ciudad de Quito, madre del Ecuador, simbolizados en trilogía encantadora en el corazón de azu-
cena de Mariana de Jesús.
Dicen las historias, dicen las tradiciones, dicen los documentos, que Mariana de Jesús acon-
gojada por los terribles padecimientos de pestes y terremotos que sufría la ciudad de Quito y su distri-
to, y al oír que el Padre Rojas, desde el púlpito se ofrecía él a Dios en holocausto para que cesasen los
males, se levantó ella y puesta de pies al pie del púlpito en alta voz, ante todos los oyentes, pidió a la
231 Divinidad que le quite a ella la vida, a cambio
de que no sufran más las gentes. Y, aseveran
que, apenas salió ella de la iglesia, cayó enfer-
ma de muerte para no levantarse más, pero
que, al propio tiempo se extinguieron las dos
pestes y los terremotos que sembraban de ca-
dáveres, de dolor y de miseria al país. Aseve-
ran también generalmente, que Mariana de Je-
sús profetizó que su patria no se acabaría por
males de la naturaleza, sino por males de los
hombres: por el mal gobierno.
Sea como fuese, Mariana de Jesús es la pri-
mera defensora de Quito en contra de las ca-
lamidades públicas de origen natural. Y, táci-
tamente nos está diciendo que a nosotros los
305 “La Defensa de Qui-
quiteños de las demás generaciones, nos deja
to”, Nº 4, Quito, 26 de ma-
yo de 1945. Primera pági- el encargo de defender a nuestra ciudad de los
na. desatinos de los hombres, desatinos que, casi
306 El autor se re f i e re a la
siempre, son calamidades públicas peores que
primitiva construcción de
los jesuitas, junto a la actual los terremotos y que las pestes, cuando los
iglesia parroquial de Santa hombres se ciegan en sus errores.
Bárbara, en donde una anti-
gua portada con esa ins-
cripción se integró a la
c o n s t rucción moderna, que
sería sede por unos años de
la Unión Nacional de Perio-
distas.

295
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

232

296
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

TESOROS BIBLIOGRÁFICOS SOBRE LA VIDA


DE LA BEATA MARIANADE JESÚS,
LOS GUARDA LA BIBLIOTECA
MUNICIPAL DE QUITO307

E
l año de 1919, el señor Luciano Andrade Marín, actual Director de este periódico “La
Defensa de Quito” hizo el obsequio personal a la Biblioteca Municipal de Quito de una
colección valiosísima de biografías de la Beata Mariana de Jesús307, a fin de que en nues-
tra biblioteca popular quiteña se guarde y se ponga al servicio del pública la más preciada bibliografía
relativa a nuestra santa quiteña. Respecto de esta colección obsequiada a la Biblioteca Municipal, y que
consta de siete biografías de Mariana de Jesús, el gran historiador y ya finado R.P. Le Gouir, S.J., cuan-
do examinó los libros, se expresó así: “Considero que esta colección que ahora posee la Biblioteca
307 “La Defensa de Qui- Municipal de Quito, es el más rico tesoro bibliográfico que existe reunido en el Ecuador acerca de Ma -
to”, Nº 4, Quito, 26 de ma- riana de Jesús. Nosotros en la Compañía estaríamos orgullosos de poseer una colección así, tan com -
yo de 1945, p. 3.
308 Cuando Luciano An-
pleta y con ejemplares tan raros en nuestra biblioteca”.
drade Marín escribió este Dicha colección está compuesta de los siguientes libros, cuya descripción bibliográfica, resu-
a rtículo, la Iglesia Católica midamente, es así:
aun no canonizaba a Ma-
riana de Jesús, cosa que su-
“La Azucena de Quito que brotó el florecido campo de la Iglesia en la Indias Occidentales de
cedió en el año 1950. los Reyes del Perú, y cultivó con los esmeros de su enseñanza la Compañía de Jesús. La V. Vi rgen Ma-

233

297
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

riana de Jesús Paredes y Flores, admirable en Virtudes y Profecías y Milagros.- Por el Padre Jacinto Mo -
rán de Butrón.- Impresa en Madrid, Año de 1724.- Un grueso volumen, pergamino”
“Compendio histórico de la prodigiosa vida, virtudes y milagros de la venerable Sierva de Dios
Mariana de Jesús, Flores y Paredes, conocida con el justo renombre de la Azucena de Quito.- Escrito
por Dn. Thomás de Gijón y León, Theólogo en la Universidad del Angélico Doctor Santo Thomás y en
la Universidad de San Gregorio.- Impresa en Madrid, Año de 1754.- Un volumen, pergamino”
“Vita de la Ven. Mariana de Gesú de Paredes e Flores, giglio del Quito, vergine secolare ame-
ricana.- Scritta dell’ Abate Giuseppe Francesco Clavera.- Impresa en Roma, Año de 1827.- Un folleto,
cartone”.
Vida de V. Mariana de Jesús Paredes y Flores, Azucena de Quito, Vi rgen Secular.- Escrita por
el Abate Dn J. Francisco Clavera.- Traducida del original italiano por A.S.- Impresa en Quito, Año de
1840.- Un Foll., media pasta”
“Vida de la B. Mariana de Jesús de Paredes y Flores, conocida vulgarmente bajo el nombre de
la Azucena de Quito, escrita antiguamente por el P. Jacinto Morán de Butrón, variada ahora en la for-
ma y corregida en el lenguaje y estilo por un sacerdote de la misma Compañía.- Impresa en Madrid y
re i m p resa en Quito, Año de 1896.- Un volumen, pasta de cuero”
“Historia abreviada de la Beata Mariana de Jesús Paredes y Flores, por Enrique María Cas -
tro. Presbítero venezolano.- Escrita sobre la del Padre Jacinto Morán de Butrón.- Impresa en Londres,
Año de 1877.- Un volumen, pasta de tela”
Documentos para la historia de la Beata Mariana de Jesús, Azucena de Quito.- Por Julio Ma -
ría Matovelle.- Quito, Año de 1902.- Un volumen, pasta de tela”

234

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

VA R I O S

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L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

235

300
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LOS PRIMEROS RELOJES PÚBLICOS DE QUITO309

El reloj es una máquina de movimiento uniforme que sirve para medir las horas, accionada
por la industria del hombre usando para ello diversos materiales o mecanismos, o aprovechán -
dose del aparente movimiento del sol; y es una invención humana antiquísima. Los hay de
diversa clase, siendo los primeros que se conoció los de Sol y los de agua, o clepsidras, inven -
tados milenios atrás por los egipcios; después apare c i e ron los de aceite, de arena, y, finalmen -
te los mecánicos con la aplicación de la rueda y los medios de mantenerla en movimiento.

E
n la llamada Edad Media se construyeron relojes verdaderamente prodigiosos que aún
a los hombres modernos les dejan pasmados por la maravilla de su complicación y
exacto mecanismo; pues, llegaron a construir famosos relojes no simplemente horarios,
sino calendarios, o sea relojes astronómicos, que señalan horas, días, años, eclipses, posiciones de pla-
netas, principalmente de la Luna, etc. Uno de estos portentos de esos sabios de la Edad Media, es el fa-
mosísimo reloj de la torre de Estrasburgo, que, construido en el siglo XIII, todavía marca. Posterior-
mente, Francia, ya en siglo XVI, en los tiempos de la Conquista de Quito, llegó a ser el primer país eu-
ropeo productor de relojes públicos para colocarlos en torres.

E L P R I M E R R E L O J P Ú B L I C O Q U E T U V O
L A C I U D A D D E Q U I T O

S
ería de creerse que esta complicada máquina de medir las horas llegó a Quito muy tar-
díamente al final de la Colonia, como todavía se imaginan algunos mirándole al no muy
viejecito reloj de la torre de la Merced. Sin embargo, Quito, tiene esta gloria que nues-
tros historiógrafos nunca se lo han dicho de haber montado su primer reloj público de torre solo 42
años después de fundada la ciudad como categoría de villa. A los padres franciscanos les corresponde
este honor, porque según buenos rastros documentales, ellos exhibieron el primer reloj público en su to-
rre (¿cuál torre sería entonces? preguntamos nosotros) el año de 1576.
Y, aquí viene lo curioso e intrigante. El año de 1577 se funda el primer convento de monjas
de Quito, el de La Concepción, y al construir dicho convento en ese mismo año, el Presidente de la Real
Audiencia de entonces, don García de Valverde, comenzó a hacer levantar allí dentro del edificio de las
monjas una torre “para un relox de Audiencia”, como dice un autorizadísimo documento real; cons-
trucción que no habiéndola terminado su iniciador Valverde, el Presidente que le sucedió, don Diego
Narváez, lo terminó y colocó allí en la torre y sus correspondientes campanas. Pero, como la torre y el
reloj eran de propiedad de la Audiencia, y además el hombre relojero era también un dependiente de és-
ta, las monjitas elevaron una queja al Rey de España, diciendo que esa torre ajena del reloj con su relo-
jero masculino “ s e ñ o reaban y descubrían toda la casa de las monjas y que era inconveniente para su ca -
rácter de clausura”, e insinuaban que se lo mudase de allí al reloj, llevándoselo a las Casas Reales. Es-
to fue ya el año de 1603.
309 Historietas de Quito: El Rey, por Cédula, atendió la queja de las monjitas conceptas y ordenó el traslado como se
“Últimas Noticias”, Quito, indicaba, cuando las Casas Reales antiguas estaban situadas en la placeta de la fundación, antes de inau-
5 de mayo de 1965. Pág. gurar el Palacio de la Audiencia en la Plaza Mayor, que tuvo lugar el año de 1612. No se sabe si se efec-
13.
tuó o no ese traslado.

301
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Mientras tanto, en otros documentos también muy autorizados, del año de 1576, se lee que
“el Cabildo trató y acordó que por la necesidad que hay de presente reloj y quel que hasta agora habi -
do está desbaratado y conviene que se remedie, y así se acordó quel reloj que tiene San Francisco baxo
se ponga en alto y se haga a costa desta ciudad un chapitel en la torre o en lo más alto del monasterio
de San Francisco en que esté dicho reloj que tiene...” Y, después en otra sesión, el Cabildo ordena que
se paguen cinco pesos “que se gastaron de hierro para aderezar el reloj y cierto plano que se compró
para ello”
Con lo cual parece que en ese tiempo no solo hubo uno, sino dos relojes públicos; y todavía
quizás el de San Francisco era anterior al año de 1576, porque a esta fecha ya se dice de él “quel que
hasta agora habido está desbaratado”. No se puede confundir con el otro, del cual explícitamente di-
cen los documentos que fue propiedad real de la Audiencia.

¿ C U Á N T O S P R I M E R O S R E L O J E S
P Ú B L I C O S H U B O E N Q U I T O ?

C
asi al mismo tiempo que los documentos tratan de esos dos relojes bien diferenciados,
hay sin embargo este otro documento del año de 1584 del Cabildo Eclesiástico que en
parte dice: “que habiéndose tratado y conferido sobre el hacer pagar el relox que en
esta santa Iglesia tiene en esta ciudad, y que con violencia se ha mandado pagar y se pagó de las rentas
del dicho señor Obispo... que se dé noticia al Cabildo de esta ciudad que esta santa Iglesia y el estado
eclesiástico no ha de pechar ni contribuir para el dicho relox, pues es contra todo derecho, y que que -
riéndole sacar le saquen y lleven a la parte que les pareciere...”
¿Se trata de otro reloj más, aparte del franciscano y del real de la Audiencia, o es que al reloj
franciscano no se logró ponerlo por cuenta municipal “en un chapitel” especial de la torre o del con-
vento de San Francisco y se lo fue a acomodar en la Catedral?
Lo intrigante sigue con este otro documento de diez años después, del año de 1594, en que el
Cabildo civil de Quito dice: “que por cuanto se ha tratado que esta ciudad está con necesidad de que el
relox esté en parte cómoda, y por cuanto el señor Obispo ha enviado dos prebendados a comunicar es -
te negocio con el señor General don Francisco de Mendoza y, tratando de esto, determinaron que el di -
cho relox se ponga en la torre de la Iglesia Mayor desta ciudad... y que el Cabildo dará orden de pagar
al reloxero que rexiere el dicho relox, etc...”
La intriga sobre estos relojes se acentúa, cuando al terminarse la construcción de la Catedral
de Quito el año de 1650, habían puesto un reloj público en la torre “causando gran novedad entre los
colonos”, según dice un relato anónimo publicado en “El Comercio”, de Quito, del 11 de abril de 1927.
Cosa de un siglo después de esto, en un documento que posee el autor de las presentes líneas,
aparece que el 19 de enero de 1798, don Andrés Salvador, Procurador General Síndico Personero, diri-
giéndose al Presidente de la Audiencia de Quito, Barón de Carondelet, le dice: “que hace presente a
Vuestra Señoría que por la expatriación de los Religiosos del nombre de Jesús, quedó fixado en su To -
rre un Relox que servía de govierno al Público; se aprovechaban de él los canónigos para distribución
de sus horas Canónicas, Religiosas y Monjas para las horas de su coro, los Ministros de Justicia y Real
Hazienda para el cumplimiento de sus respectivas obligaciones, y todo el Público para el régimen y go -
vierno de sus casas y oficios: en todo el tiempo que ha corrido desde la referida expatriación hasta el
mes de Noviembre del año próximo pasado, 1797, ha estado corriente el Relox con utilidad pública,
contribuyendo las Temporalidades con el corto sueldo del que cuydaba el Relox... pero desde la expre -
sada fecha o bien sea porque el Administrador le ha quitado la renta al Reloxero, o por otros motivos
que ignora, el Relox ha ido diariamente a un trastorno y por último ha parado...”
El hecho es que este reloj parece que fue reparado, y años después, entre 1810 y 1812, los pa-
triotas quiteños le robaron las campanas para ocupar su bronce fundiendo los cañones con los que se
batieron en su guerra de independencia contra los generales españoles Aymerich y Montes.
El reloj que hasta ahora sirve en la torre de la Compañía, parece que no es el viejo de estas
aventuras citadas, sino uno nuevo que con torre mejorada le dotó el Presidente García Moreno, quizás
el mismo año de 1863, en el que mismo Presidente colocó otro reloj de luna transparente en el Palacio
Nacional de Gobierno, creando la torrecilla, cosa ambas que hasta hoy existen.

302
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Por el año de 1820, o sea en el tiempo de la Independencia de Guayaquil, los Padres merce-
darios colocaron en su esbelta y hasta hoy la única inconmovible torre, gracias a su gigantesca campa-
na de contrapeso, el magnífico reloj de negra luna y que todavía marcha cert e ro, siendo construido en
Inglaterra el año de 1817.

D O S C É L E B R E S R E L O J E S D E
S O L Q U I T E Ñ O S

H
ay en Quito otros dos relojes, el uno celebérrimo y de exquisito arte, que no son má-
quinas mecánicas para medir las horas, sino de lo que comúnmente llamamos “relo -
jes de Sol”, pero que los técnicos les llaman “relojes de cuadrante o piedras horarias”.
El más valioso y hermoso de estos relojes de sol, es el que ahora está y por desgracia defectuo-
samente colocado a la entrada de la Ciudad Universitaria. Fue construido el año de 1766 por los Aca-
démicos Pichincheses, sociedad científica que, auspiciada por los jesuitas, se formó a raíz de la llegada
a Quito de los Académicos Franceses, y que duró apenas cortísimo tiempo debido a la expulsión de los
jesuitas, que ocurrió el siguiente año de 1767. Esta piedra horaria o reloj de Sol fue colocada en una
azotea de la antigua Universidad, exactamente bajo la línea del Meridiano de Quito, cuya varilla de hie-
rro trazaba el rumbo de esta línea, cuyos puntos extremos de referencia eran el vértice de la torre de la
Merced, hacia el norte, y el de la iglesia de San Sebastián, al sur310.
El otro reloj de Sol en cuadrante de piedra, es el que hubo en la plaza de Guápulo, y que aho-
ra dicen que los franciscanos que tienen allí un colegio, lo han trasladado mejor al interior de éste311.
Fue construido el año de 1863 por ese meritísimo y tan olvidado científico quiteño, don Juan Pablo
Sánz, que era astrónomo, geómetra, matemático, arquitecto, impresor, litógrafo y gran ciudadano.

310 El autor detalla más


las circunstancias de cre a-
ción y colocación de este
reloj de Sol en las historie-
tas “El meridiano de Qui-
to” (página 4 7) y “El re l o j
de Sol de la Universidad”
(página 5 1) .
311 Este reloj se encuentra
actualmente en la plaza,
delante del templo de Guá-
pulo, y el colegio modern o
que construyeron los fran-
ciscanos lo ocupa la Uni-
versidad SEK.

303
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

236

304
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

LA CASA DEL CAÑÓN DE MEDIO DIA312

H
asta por el año de 1925, todavía era posible oír en Quito infaltablemente el estam-
pido firme y solemne de un cañonazo de artillería que anunciaba a todo el ámbito
de la urbe el instante mismo en que eran las doce del día en punto, o sea cuando el
Sol estaba pasando exactamente a través de la línea meridiana de Quito, señalando justo el medio día.
A esto es a lo que universalmente se llama “la hora meridiana” de cada lugar.

La operación de aquel cañonazo de la hora meridiana de Quito era obra laboriosa de nuestro
Observatorio Astronómico que, por un dispositivo especial, hacía disparar a distancia y automática-
mente un cañón situado en una caseta especial construida a media altura del cerro Panecillo, frente a la
ciudad, caseta de forma curiosa, poliédrica, que ya casi en ruina todavía existe en el Panecillo a la vera
del camino de ascender a la cumbre313.

A partir de la fecha antes indicada, las autoridades del cañonazo silenciaron al célebre y po-
pularísimo cañón que por más de treinta años, días tras día, nunca faltó con su fiel y esperado estam-
pido anunciando nuestra hora meridiana. Cuando enmudeció el infalible y puntual cañón, tan servicial
compañero de Quito, y pasaban los días sin dejarse oír para arreglar según él todos los relojes y para
suspender con su dominante voz todas las actividades de la ciudad, las gentes se preguntaban inquietas,
unas a otras, ¿qué es lo que ha pasado con nuestro querido cañón que ya no nos da la hora meridiana?
Nadie sabía responderlo, y todos sin él, se creían náufragos del tiempo... si, del tiempo que todo lo cam-
bia.

Pues, lo que pasó es que había llegado de Europa un buen alemán comerciante con un copio-
so cargamento de nuevos relojes eléctricos para servicios públicos en edificios, torres, etc., capaces de
anunciar automáticamente, sin ninguna molestia adicional, la hora que se quiera, mediante una sonora
sirena que colocada en una parte alta podía ser oída en todo el ámbito de la ciudad.

Con esta socorrida novedad, los encargados de disparar diariamente el cañón en el Panecillo,
cosa que implicaba gastos de pólvora, estopas y fulminantes, y la labor tediosa de un artillero que pre-
parase diaria, infaltablemente el disparo y hasta viviese en la misma casa del cañón para resguardarlo,
habían resuelto suprimirlo y sustituirle con el sencillísimo y económico sistema de reloj eléctrico provis-
to de sirena automática propia. Y, así contrataron con el dicho alemán un gran reloj de éstos y lo mon-
taron en un gabinete de física de la Universidad Central, colocando la bulliciosa sirena respectiva en lo
más alto de las cornisas del mismo edificio universitario. De este modo se acabó para siempre nuestro
quiteño cañoncito que nos daba la hora meridiana en forma tan simpática y justa con su instantáneo
cañonazo; no así la escandalosa y larga sirena, que era más bien alarma que puntero.

Pero, a la sirena, como el cañón, también le llegó su hora de silenciarse. Ahora ya no escan-
daliza más la sirena; pronto pasó igualmente a mejor vida. Desde que aparecieron las radioemisoras, y,
por consiguiente, el contacto fácil e instantáneo con todo el mundo, y a la vez la necesidad de convenir
y arreglar un sistema horario ficticio universal, mediante los llamados “husos horarios”, esta hora con-
vencional regional y no la real meridiana de cada lugar, se la anuncia silenciosa, confidencialmente, di-
312 Historietas de Quito:
“Últimas Noticias”, Quito, remos, por medio de las más acreditadas radioemisoras que están en contacto instantáneo y directo con
15 de agosto de 1964. Pág. los centros horarios del mundo, que son Greenwich y Washington.
6 y 23.
313 En el año 1996 el
FONSAL intervino en esta
edificación, restaurándola
para que se la utilice como
puesto de auxilio inmedia-
to de la Policía Nacional.

305
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

¿ C U Á L F U E E L O R I G E N ?

S
obre nuestra vieja “Casa del Cañón” quiteño, empero, nos resta saber dos cosas impor-
tantes y curiosas. Una, ¿cuál fue el origen de este cañonazo meridiano en Quito? Y, otra,
¿cómo era el sistema de disparar este cañonazo?
Respecto del primer punto diremos que, gobernando la nación el Presidente doctor Antonio
Flores, hijo del General Juan José Flores, primer Presidente de la República del Ecuador, este doctor Flo-
res fue un magistrado muy culto y muy progresista; gustaba de implantar adelantos e innovaciones y
servicios en cuanto podía, especialmente en lo que concierne a nuestra ciudad de Quito, que le debe no
pocas cosas de su mejor presentación antigua. Él remodeló La Alameda a lo moderno mediante dos jar-
dineros habilísimos europeos: Fusseau y Santoliva314; él se interesó por la primera Exposición Nacional
que tuvo lugar en dicho parque; él habilitó para carruajes el camino de ascenso al Panecillo, y él mis-
mo, por el año de 1891, tuvo la iniciativa de dar a Quito el anuncio de la hora meridiana por medio de
un cañonazo con el concurso técnico del Observatorio Astronómico que todavía estaba bajo la direc-
ción de su fundador el Padre Juan B. Menten.
Al principio la antigua y española “Casa de la Pólvora”, frente a San Diego, fue utilizada pa-
ra disparar el cañonazo del medio día; pero, como notaran que el edificio se resentía en su estructura
con las vibraciones del cañón, y, además, porque el estampido del cañón no era lo suficientemente au-
dible en toda la ciudad, resolvieron el Presidente Antonio Flores y el Padre Menten, operador de la cro-
nología y del sistema eléctrico del cañón, dejar de dispararlo allí y más bien construir una casita muy
especial para el cañón en el mismo Panecillo, pero con frente directo a la ciudad, en un punto del cami-
no del cerro hacia arriba del hospicio315.
El Padre Menten, que al mismo tiempo que dirigía el Observatorio, ejercía también el cargo
de Director de Obras Públicas Nacionales, ayudado por el competentísimo arquitecto alemán, señor
Francisco Schmidt, emprendieron en la construcción de una casita pequeña y solitaria que sirviese al
mismo tiempo para disparar desde adentro de ella el cañonazo y para guardar seguramente la pieza de
artillería; pero, en tal forma que la construcción no se desbaratase con la conmoción de tanto cañona-
zo. El problema parecía insoluble; más, aquí vino el gran ingenio del arquitecto Schmidt que le diseñó
a la casa del cañón en una forma simplísima de un poliedro de dos pisos, el bajo para el cañón, y el al-
to para el guardián, proveyendo a cada lado del poliedro de una ventanilla u oído que amortiguase así
la terrible acústica del cañonazo. Todavía tuvo el atrevimiento arquitectónico de ponerle un techo no
de madera, sino de bonitos ladrillos vidriados. Delante del frente que mira a la ciudad le dispuso un ca-
llejón de ladrillo donde se acomodaba al cañón ya cargado, al pie y junto al dispositivo eléctrico que lo
haría producir el disparo.
El resultado práctico de esta ingeniosa obra de Schmidt, ha sido perfecto; en casi treinta y cin-
co años de uso, no sufrió la casa del cañón ni una sola rajadura ni detrimento; más bien ahora sin el ca-
ñonazo la casa del cañón esta ruinosa.
En cuanto al dispositivo eléctrico del disparo, era el siguiente: desde el Observatorio Astro-
nómico partía hasta la casa del cañón en Panecillo un alambre portador de fluido eléctrico generado por
una batería de pilas eléctricas antiguas. En el Observatorio había un hábil mecánico italiano, señor Ros-
toni, que tenía el tedioso trabajo de estar pendiente del reloj precisión, y, el instante en que el puntero
de segundos señalaba doce del día, cerraba un “swich”, se establecía la corriente, y sonaba en Panecillo
el cañonazo.
El cañonazo en la casa del cañón, se producía así: puesto el cañón ya cargado por un viejo sol-
dado inválido en el callejón del disparo, en un muro lateral había una ventanilla de la que sobresalía
una plaquita de hierro conectada con el alambre eléctrico que venía desde el Observatorio. La placa
sostenía un buen peso de hierro del cual salía una cuerda que pasando por una poleita alta que engar-
314 Consultar entre otras
zaba con el fulminante del oído del cañón. El instante en que el operador del Observatorio ponía en
la historieta “La Alameda
de Quito en el siglo XIX” contacto la corriente, caía la plaquita y también el peso de hierro, con lo cual, haciendo una tracción
en la página 81 de esta violenta en el fulminante de fricción, se producía el cañonazo, cañonazo que también por la fuerza del
obra.
315 La construcción se la
re t roceso le manda automáticamente a guardarse al cañoncito en el interior de su propia casita.
ubicó exactamente alineada
con la antigua Calle de las
Siete Cruces, hoy Garc í a
M o reno, la más import a n t e
de la época.

306
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

¿CUÁNDO LLEGÓ A QUITO LA FOTOGRAFÍA?316

H
ay una cosa de la cual tanto y tanto depende la vida moderna del hombre, y de la
que, por la costumbre de servirnos de ella, nunca nos preocupamos de saber por cu-
riosidad siquiera cuándo y cómo fue inventada, en qué época llegó a cada lugar ese
invento y cómo se desarrolló allí, no obstante que sin tal invención ya no tendría casi ningún interés ni
atractivo la vida actual de la humanidad.

Esa cosa aparentemente prosaica que vino al mundo como un expósito tras la oscura puerta
de calle, pero que ya crecidito mucho nos envanece el exhibirlo, es la fotografía. Un triple arte, quími-
co, físico y pictórico que en manos hábiles pronto se convierte en una buena industria que empuja gran-
des y más grandes industrias, todas fundadas, —¡quién lo creyera!— en la vanidad humana, y por eso
es competidora y cómplice de las gigantescas industrias y profesiones del maquillaje y modistería y de-
portería de las mujeres, y, de los hombres. Aparte de los ascetas, no hay quien no quiera verse retrata-
do, sea en cartulinas, privadas o en papeles públicos. Sin la fotografía, todo el andamiaje de la vida mo-
derna, frívola y estampera se vendrían abajo; pero los políticos tendrían que volverse más eficientes mos-
trándose mejor en hechos tangibles, que en retratos gesticulares sobre escritorios bruñidos.

Antiguamente el retrato era solo la obra en pincel o del lápiz, y era tedioso y costoso, accesi-
ble nada más que para los adinerados. En el viejo Quito, tan fecundo y famoso en artistas, éstos prefe-
rían mejor retratar santos imaginarios, por puro amor al arte y al misticismo, que retratar pecadores
que paguen el debido precio de su vanidad iconográfica. Comparativamente, hay muy pocos retratos
profanos de la formidable vida artística colonial de Quito. Mucho más los hay del tiempo de la Inde-
pendencia y de la República, en las que casi no escapa hombre público por retratarse. En este tiempo
como de furor por el retratismo al pincel y a otros medios manuales, llega a Quito la fotografía en ma-
nos de gente extranjera, naturalmente, que con un gran sentido de acierto sicológico se anticiparon con
volar en el reciente invento a hacer verdaderas cosechas de retratismo entre las gentes de sociedad de es-
tos países nuestros, como Ecuador, Perú, Colombia, etc.

Sobre cuándo llegó a Quito la fotografía, no se ha escrito ni siquiera apuntado jamás nada.
No les interesó, se alzaron los hombros con desdén sobre este punto de suyo tan curioso y tan impor-
tante, nuestros adustos escritores ecuatorianos del siglo XIX que escribían, empero, forzados y melosos
cuadros de costumbres cuando les dejaban respiro las tareas del liberalismo político. Alguno debió a lo
menos salirse de este tan estrecho y convencional marco literario de su época, y darnos alguna croniqui-
lla de cómo sintió nuestro viejo mundo quiteño la llegada de la fotografía; pero no lo hizo. Hemos ras-
treado en vano todas las crónicas de la época, y es como que si no hubiese venido a Quito esa nueva
etapa gráfica al seno de la sociedad.

Sin embargo, no habiendo nada, pero nada escrito, nos ha sido muy fácil reconstruir los he-
chos gracias a los mismos documentos fotográficos fidedignos que han quedado que muestran persona-
jes de biografía conocida, y, sobre todo, edificios quiteños, cuyos procesos de construcción por el hom-
bre o de destrucción por terremotos, nos es bien conocida, cronológicamente.

H A Y F O T O G R A F Í A E N Q U I T O D E S D E E L
A Ñ O D E 1 8 6 3

C
316 Historietas de Quito: reíamos que la fotografía debió haber llegado a Quito entre los años de 1863 y 1865;
“Últimas Noticias”, Quito,
24 de abril de 1965. Pág.
p e ro, fácilmente, teniendo a la vista fotografías tales por ejemplo, como las siguientes:
15. una, del General Juan José Flores, que murió en 1864; otra del Palacio de Gobierno

307
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

todavía sin torrecilla central para el reloj, que comenzó a construirse en 1863; y, otra la del Arco de San-
ta Elena, que fue derrocado por el Municipio el año de 1863, hemos llegado a la conclusión de que la
primera fotografía llegó a Quito a principios del año de 1863, en tiempo de la Presidencia de don Ga-
briel García Moreno; pero no porque este magistrado la haya traído.
El que la trajo de su propia iniciativa, fue el norteamericano don Enrique Morgan, quien, des-
pués de este año 1863, con un ayudante alemán, don Teodoro Biener, formó una sociedad fotográfica
próspera llamada “Enrique Morgan & Ca.” que alcanzó a vivir por más de 25 años hasta pasado el
año de 1886 en que ya comenzó a ser sustituido por un habilísimo fotógrafo quiteño, don Benjamín Ri-
vadeneira, quien, a su vez, corriendo el tiempo, fue reemplazado por otro fotógrafo quiteño muy com-
petente, don José Domingo Laso, desde los primeros años del presente siglo.
El señor Morgan fue, pues, el que hizo los primeros retratos fotográficos de personas en Qui-
to, y el que también tomó las primeras vistas fotográficas de las calles y plazas de Quito a partir del año
de 1863. Luego hizo lo propio el señor Rivadeneira, y, finalmente el señor Laso. Todos tres han apor-
tado una documentación valiosísima fotográfica de nuestro Quito antiguo, que suple con ventaja a la
falta de crónicas escritas de que carecemos para historiar a la ciudad material.

L A F O T O G R A F Í A A P A R E C I Ó C O M O U N
A R T E D E M A G I A L L E N A D E S E C R E T O S

E
l invento de la fotografía, procedimiento de re p roducir la imagen exacta de una perso-
na o cosa indeleblemente en una lámina de metal, de vidrio o de papel, no fugazmente
como en un espejo, es natural que al principio asombró a las gentes y la tuvieron por
arte mágico. Los inventores explotaron en su propio beneficio esta creencia popular, y, conforme iban
adelantando la invención, la iban rodeando de más misterio ocultando como secretos sus procedimien-
tos químicos, a fin de que aparezca como una alquimia mágica.
Por esta razón es que aún en los diccionarios enciclopédicos más autorizados que tenemos, fla-
quea la información y la concordancia de estos hechos. Los que primero fueron descubriendo este pro-
cedimiento fotográfico, fueron los europeos Daguerre y Niepce, empezando por ensayos en placas me-
tálicas cubiertas con una pasta de asfalto y de yodo sensible a la luz. Progresivamente, fueron adelan-
tando en sus ensayos por los años de 1850 al 54, hasta fijar mejor la imagen en placas con albúmina de
huevo y finalmente con colodión ya sobre vidrio, usando mejor las sales de plata mucho más sensitiva
a la luz. Pero, las placas tenían que ser húmedas, preparadas inmediatamente antes de la exposición,
porque de otra manera cristalizan las sales. Además, se necesitaba una exposición larguísima de minu-
tos.
A las primeras placas metálicas de plata obtenidas por Daguerre, se las llama “fotografías en
daguerrotipia” y, cuando se usó placas de hierro, “ferrotipia”. Pero Niepce, padre e hijo, adelantaban
más, y mientras publicaban un manual de fotografía en que decían que habían logrado reducir a 15 se-
gundos la exposición, por otra parte vendían fotografías ya instantáneas, que era la ambición del mun-
do.

238 239
237

308
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Estos antecedentes sirvan para explicar cómo el arte de la fotografía estaba envuelto en mis-
terios y trampas en el extranjero mismo, mientras en Quito ya apareció la fotografía perfeccionada en
manos del extranjero Morgan el año de 1863, cuando en Estados Unidos se sacaba la primera patente,
o sea una revelación de los viejos secretos, el año de 1866. Se ve así, que por defender el lucro se ocul-
taban los secretos, mientras ya peregrinaban por el mundo perfeccionados fotógrafos haciendo a firme
sus cosechas. La patente americana parece que fue para defenderse de la sociedad francesa “La Lumié-
re” que había entrado al mercado con las famosas PLACAS SECAS de este nombre.
Es curioso que, por estas razones de QUÍMICA HÚMEDA, primero llegó a Quito y floreció
más aquí, que en Guayaquil la fotografía, debido al clima que dañaba a las PLACAS HÚMEDAS. Só-
lo muy después se estableció en Guayaquil el primer fotógrafo extranjero, don Cristóbal Till, cuando ya
se disponía de placas secas, y sobre todo cuando ya se usó el cloruro de oro en las reproducciones de
negativo a positivo sobre papel, que nos ha legado esas preciosas fotografías antiguas de color café, mu-
cho más indelebles que las actuales al bromuro de plata, en blanco-negro. Por esta sola razón climáti-
co-química es que hay fotografías más antiguas de Quito que de Guayaquil.
Y, en Quito los aficionados realizaron curiosas travesuras en fotografía. Se dieron modos de
construir cámaras fotográficas de madera de excelente mecanismo: preparaban placas húmedas hechas
en casa, y también hasta por el año de 1890 se ingeniaban en hacer fotografías de “ferrotipia”, que aún
se las conserva.

C E N T E N A R I O D E L A C Á M A R A
F O T O G R Á F I C A E N Q U I T O

V
i rtualmente podemos decir que nos hallamos en el centenario de la cámara fotográfi-
ca en Quito. La primera cámara que llegó fue, como hemos dicho, la de Morgan, en
1863, y la segunda, la de mister Farrand, fotógrafo de la expedición tan famosa y tan
poco conocida del americano James Orton, en 1867.
Como pieza fotográfica valiosísima al respecto, nos place el presentar con esta “Historieta”
un retrato de Mr. F. Hassaurek, el primer Ministro americano que vino a Quito nombrado por el Pre-
sidente Lincoln, diplomático que escribió un precioso libro intitulado “Four Years among Spanish -
Americans”, en el que trata de Quito extensa y donosísimamente.

240

309
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

241

242

310
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

ETIMOLOGIA DEL NOMBRE “GUAYAQUIL”317

Alcance especial tomado del libro inédito “Inti-llagta, o Runa-shuti, o Toponimias Aboríge -
nes Ecuatorianas”, en que están traducidos analíticamente al castellano 2.000 nombres geo -
gráficos indios del Ecuador, y cedido para la presente publicación, por su autor, Luciano An -
drade Marín.318

G
U AYAQUIL: Nombre indígena de la actual gran ciudad y primer puerto de la Repú-
blica del Ecuador. Desde antes de la llegada de los españoles existió allí un pueblo in-
dio con el nombre de “Guayaquil”, y, en épocas de la conquista española, los caste-
llanos fundaron junto a él la ciudad de “Santiago de la Culata”; la cual, en tiempos de la Colonia ab-
sorbió al pueblo de Guayaquil y se llamó con el solo nombre de Santiago de Guayaquil; hasta que, en
tiempos de la República se le ha conocido simplemente con la denominación de Guayaquil a la ciudad,
y de Provincia de Guayaquil a la circunscripción territorial política.
317 Revista Línea, Nº 1,
Quito, 15 de enero de 1940.
318 Desgraciadamente, has- Historia etimológica: Excepto un estudio hecho por el escritor guayaquileño señor don Fran-
ta donde se conoce, esta va- cisco Campos, ninguna otra persona ha investigado el significado castellano de este nombre.
liosísima investigación nun-
ca llegó a publicarse y al pe-
Etimología según L. A. M.319: El autor de este libro considera que el nombre Guayaquil es de
recer no se han conserv a d o origen quichua puro, y que significa el lugar donde abundan los racimos de plátanos (el platanal).
los manuscritos originales. Análisis etimológico: Es una palabra compuesta por un sustantivo y por un adjetivo que de-
319 Luciano Andrade Ma-
rín.
nota pluralidad, a saber, de la raíz quichua “guaya”, que significa racimo, especialmente del fruto del
plátano, Musa sp. y de la terminación gramatical igualmente quechua “quil” que implica abundancia,
pluralidad.

243

311
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Pruebas filológicas: Como ejemplos y como pruebas todavía vivas en otras tantas palabras
que incluyen la raíz de este nombre “Guayaquil” podemos citar los siguientes: Pishco-guaya (racimo
de los pájaros) la fruta de la palmera Guilielmia speciosa, Mart., Bactris gasipaes, H. B. K. fruta llama-
da a veces chontaduro por los indígenas de algunas regiones orientales del Ecuador (véase Juan de Ve-
lasco, Historia del Reino de Quito, Tomo I, pág. 55; y James Orton, “The Andes and the Amazons”,
págs. 512 y 546). También la palabra guayunga (guaya-yunga (?): secadero de racimos) racimo en qui-
chua, usada popularmente hasta hoy entre las gentes andinas del Ecuador para referirse a las mazorcas
de maíz colgadas en forma de manojos o racimos a fin de secarlas lentamente al aire; porque, en qui-
chua del Chinchaysuyo, la palabra yungay significa el verbo secar, yunga, seco, país seco, de secano, y,
por extensión, persona o animal nativo de la región costeña–árida del Perú. También el nombre Gua-
ya-cundo-loma (loma de las bromelias), que lo tiene así, literal, en una mestización lingüística, una co-
lina de Alangasí, pues el fitónimo huaycundu, guayacundo, bromelia, incuestionablemente es una de-
formación aglutinada de las palabras “guaya”, racimo, y “cundu”, asiento, es decir asiento de los raci-
mos, sin la menor duda, a nuestro juicio, por la apariencia y disposición como de verdaderos racimos
o manojos de plátano de las flores de las bromelias o guaycundos en quichua, pero que el vulgo en cas-
tellano se llama también con mucha propiedad “platanillo de árbol y de peña”. También podemos ci-
tar el fitónimo guayruru (¿guaya-ruru?), nombre de los granos de un frejolito pintado, cuyas vainas
amarillentas asimismo se presentan en manojos o racimos. También debemos incluir los nombres geo-
gráficos siguientes: Guayán, que lo traducimos como “sitio de las bromelias”, siendo éste un sitio de
Lloa, donde justamente abundan los “guaycundos”; Guayama, el nombre de un río de la provincia de
Bolívar, que lo traducimos como “el rumbo de los platanales”; Guayabamba, nombre de un río afluen-
te del Catamayo, el cual, traducido sería “el llano de los plátanos”, y, finalmente, Guayashanga, el nom-
bre también de un río afluente del Chinchipe, que lo traducimos como “el cesto de los plátanos” (gua-
ya: racimo de plátano y ashanga o shanga: cesto, canasta).
Respecto a la terminación quichua “quil”, podemos citar las siguientes palabras probatorias
de su claro significado de pluralidad: Inquil: florido; Chinquil: abundancia de obsidiana; Canguil o
Canqui, montón de ovillos; Huanguil o Guanquil, abundancia de aves de rapiña; Yahuil, arboleda de
yaguales (Polylepis sp.); Chanhuil, abundancia de cabuyos; Murunquil, lugar muy manchado; Punin-

244

312
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

quil, dialéctico de Juninquil, abundancia de los lugares más altos; Bachiquil o Pachiquil, lugar de reto-
ños profusos.
El plátano, planta y fruto sin nombre aborigen: Es muy curioso, y en verdad sorprendente,
que en la América ecuatorial, de la cual con toda seguridad es también nativo el plátano en algunas de
sus especies (así como el algodón) carezca en absoluto de un nombre aborigen, pues no lo traen ni el
primitivo historiador Oviedo, ni el médico Monardes, ni nuestro historiador naturalista Juan de Velas-
co, tampoco Gracilaso, dándonos en cambio el falso nombre español de plátano, nombre antiquísimo
europeo asignado en el Viejo Continente a los sicomoros o Platanus, el cual vino a consagrarse extra-
ñamente en la América Tropical para denominar a las plantas frutales, del género Musa, hasta el pre-
sente, en que se lo está alternando con la palabra africana de “banano” y “banana”. La inexistencia de
una palabra aborigen para distinguir a la Musa comestible, no quiere decir, por cierto que el idioma in-
dio debe haber carecido de él, sino que a los españoles dejaron perder el nombre nativo por la introduc-
ción de un forastero. Por lo tanto, y, en vista de las pruebas que hemos exhibido, parece que estamos
autorizados a afirmar que el nombre indígena, quichua o no quichua, talvez de un remoto origen cen-
troamericano para el plátano, es el de “guaya”, por el concepto de racimo; pues, en idioma quítwa cree-
mos también poder afirmar que racimo se decía “luntza”, como aún se lo dice en Ambato y en parte de
Latacunga.
En Guatemala se suele llamar a la “guaba” (Inga) con el nombre aborigen de “guayaniquil”,
lo cual es un indicio de interés; mientras en el Ecuador, a la vez, los propios españoles falsearon e intro-
dujeron el nombre de “guaba” para el verd a d e ro “pacay”, e hicieron una confusión, digna de estudio
a este respecto con el nombre de “guayaba” por los racimos de frutas de Psidium, que en idioma abo-
rigen se decía allá remotamente “pindo”, “mindo”, por deformaciones muy obvias dentro del orden fi-
lológico. Por último, diremos que, ni siquiera aquel cronista anónimo del año de 1573, insertado por
Jiménez de la Espada en sus “Relaciones Geográficas de Indias”, y vuelto a re p roducir últimamente por
la Municipalidad de Quito en sus volúmenes documentales antiguos, llegó a conocer el nombre abori-
gen de la Musa, y también le llama plátano, en castellano erróneo a esta planta; y, cuando el Padre Ve-
lasco le atribuyó el nombre de tanda, ciertamente creemos que fue también un error.

245

313
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

El error filológico del escritor señor Campos: En el diario “El Universo”, de Guayaquil, de 9
de octubre de 1933, se publicó el primer estudio del señor don Francisco Campos, intitulado ”Etimo-
logía del nombre Guayaquil”, en el cual dicho autor cree que este nombre se deriva del quichua “gua-
lla”, o sea pradera verde, campo florido, como él lo traduce, o jardín, según lo creemos nosotros. Pe-
ro, respetando esa opinión y aún admirando el meritorio esfuerzo del señor Campos en esta materia, de
suyo mucho más difícil, para un guayaquileño que para un quiteño, habituados como estamos nosotros
acá al trato diario con indios puros de buena habla quichua, sentimos no estar conformes con tal opi-
nión por la muy sencilla razón de que en quichua se pronuncia la letra ll como j francesa, y guaya con
letra y, así como suena. En quichua hay gualla con ll, tales como Guallabamba, Guallaburu, Gualla-
bulla, etc., de igual modo que hay guaya, como Guayaquil mismo y como todos los ejemplos que he-
mos exhibido para este razonado estudio filológico que acabamos de trazar.

NOTA.- Posteriormente de haber conocido el estudio del señor don Francisco Campos al que
nos hemos referido, y solamente después de tratado este otro estudio nuestro, hemos leído un trabajo
del señor don Gustavo Lemos R., intitulado “Glotología Ecuatoriana, Nombres Toponímicos” que apa-
reció el mismo año de 1933 en el Boletín del Centro de Investigaciones Históricas de Guayaquil”, N°
III, Tomo III. Este estudio del señor Lemos se contrae a decir lo siguiente en el título relativo a Guaya-
quil:
“GUAYAQUIL.- He creído del caso anotar aquí este nombre toponímico nacional; pero no
voy a hacer el análisis correspondiente porque me faltan documentos para apoyar mi teoría. Creo sí
que el nombre de la Perla del Pacífico es de origen cayapa-colorado”
“La razón que me ha impulsado a colocar en este lugar el nombre de nuestro primer puerto,
ha sido la de haber hallado un nombre igual en la República del Perú: “Huayaquil. Pueblo Ayavaca y
Piura. (Sanmartí, Madrid 212)”.

246

314
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

“Además de este nombre, en el Perú hay otros que comienzan con la base quichua huaya, que
significa cosa delgada; y huayu, nombre de un árbol ej: Huayabamba, Huayacon…, Huayahuacho,
Huayapata, etc., etc.”
“Bien puede ser que este nombre toponímico sea compuesto de una raíz quechua y otra del
cayapa-colorado”. Esto es, pues, todo cuanto el señor Lemos pudo desentrañar y discutir acerca de la
etimología del nombre GUAYAQUIL, y ello, solamente cuando leyó la palabra Huayaquil en el libro de
Sanmartí (“Los Pueblos del Perú”, Lima, 1905), así como otros pueblos peruanos con la raíz huaya.
Precisamente, entonces, el significado, que nosotros damos aquí a la raíz quechua guaya, co-
mo el nombre del plátano o banano, descifra automáticamente y satisfactoriamente todos los nombres
peruanos citados por Lemos, tomados de Sanmartí, y que comienzan con la raíz guaya. He aquí el re-
sultado según nuestra traducción: Guallabamba: llano o planicie de los plátanos. (A este respecto, Le-
mos como todos los investigadores de la lingüística quechua creen muy erróneamente que conga y cun -
ga es cuello o pescuezo en el idioma quichua; pero esto es un grave error. Véase nuestro indicado libro
Inti-llagta Runa-shuti, más de 40 (?)320 topónimos con cunga y conca, que ni remotamente se re f i e ren a
cuello, como Latacunga, etc.) Guayahuacho: caballón o montículo de los plátanos; Guayapata: el lin-
dero de los plátanos. Además, llamamos la atención muy especialmente al hecho geográfico de que es-
tos nombres peruanos no ocurren en la sierra peruana, sino en la costa norte del Perú y justamente, don-
de es posible y existe el cultivo del plátano.
Ahora, lo difícil en el caso del nombre GUAYAQUIL creemos que no está en adivinar lo que
significa, sino en probar que no significa el lugar donde abundan los plátanos, como lo hemos traduci-
do nosotros.

320 No se lee correctamen-


te la cifra en el original.

315
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

CONTENIDO

L A C I U DA D A B O R I G E N Y L A F UN D A C I ÓN E S PA Ñ O L A
CIVILIZACIÓN INDÍGENA 17
UYALÁ, UNA TRADICIÓN INÉDITA SOBRE EL REINO DE QUITO
Y SUS AMAZONAS 19
LA CIUDAD INDIA DE QUITO 22
FUNDACIÓN ESPAÑOLA DE QUITO 25
LA PLACETA DE LA FUNDACIÓN 29
LA TEJA DONDE QUIERA QUE HAY UNA TEJA EN AMÉRICA,
ALLÍ ESTUVO ESPAÑA 33
EL BURRO 35
NOMENCLATURA URBANA DEL ANTIGUO QUITO 39
EL ROLLO O PICOTA COLONIAL DE QUITO 43
EL MERIDIANO DE QUITO 47
EL RELOJ DE SOL DE LA UNIVERSIDAD 51

LOS EJ IDOS , LOS M ON T ES DE LA C IUDAD


LOS EJIDOS ESPAÑOLES DE LA CIUDAD 55
LOS “MONTES” DE LA CIUDAD DE QUITO 59
EL ARBOL DE LA CANELA DE QUITO 62
EL PODEROSO VENENO “CURARE” O “URARI” DEL AMAZONAS 65
LOS CONQUISTADORES DE LAS FRONTERAS
V E RTICALES DEL ECUADOR 68
CÓMO FUE CREADA LA ANTIQUÍSIMA ALAMEDA 73
REMODELACIONES COLONIALES DE “LA ALAMEDA” 77
LA ALAMEDA DE QUITO EN EL SIGLO XIX 81
LOS JARDINES BOTÁNICOS DE LA ALAMEDA EN QUITO 85
LA INTRODUCCION DEL EUCALIPTO AL ECUADOR 88

C ALLES Y BAR RIOS


BREVE HISTORIA DE LA RUEDA EN QUITO 93
LA CALLE DE LAS SIETE CRUCES 97
ORIGEN DE LA CALLE DE “LA RONDA” 99
LAS CUATRO ESQUINAS 101
LA CALLE DE CASILLAS O DEL CORREO 105
EL OBELISCO A GARCÍA MORENO 107
LA LAGARTIJA QUE ABRIÓ LA CALLE MEJÍA 110
EL BARRIO DE SAN SEBASTIÁN 112

PLA Z A S , PLA Z UELA S , PILA S Y M ON UM EN T OS


LAS PLAZAS DE QUITO 117
LA PILA DE LA PLAZA GRANDE 119
HISTORIA DEL MONUMENTO A LA LIBERTAD 123
LA PLAZA DE SAN FRANCISCO 127
LA PILA DE LA PLAZA DE SAN FRANCISCO 129
ORIGEN DE LA PLAZA DE SANTO DOMINGO 133
COMO NACIÓ NUESTRA PLAZA DEL TEATRO 135
LA PLAZUELA DE SAN BLAS 138
LA PLAZA DE LA RECOLETA 140

C AS A S Y EDIF IC IOS
APUNTES SOBRE LAS CONSTRUCCIONES COLONIALES CIVILES
DE LA CIUDAD 145
LA CASA DE MÁS HISTORIA Y TRAGEDIA QUE TIENE QUITO 149
LA CASA DE LOS ACADÉMICOS FRANCESES 151
LA CASA DE JOSÉ MEJÍA 155
EL LLAMADO “CUARTEL REAL DE LIMA” 159

E L PA N E C I L L O
EL PANECILLO CÓSMICO 162
EL MISTERIOSO TÚNEL DEL PANECILLO 165
EL PANECILLO HEROICO DE 1812 167

316
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

EL PANECILLO, FORTIFICACIÓN ESPAÑOLA 171


LA VERDAD HISTÓRICA SOBRE LA OLLA DEL PANECILLO 175
LA DISECCION DE LA “OLLA” DEL PANECILLO 179
EL PANECILLO DE LOS GUAMBRAS 182
CEMENTERIOS
EL PRIMER CEMENTERIO DE LA CIUDAD 187
EL PANTEÓN DE LOS PROTESTANTES 189
HISTORIA DEL CEMENTERIO DE SAN DIEGO 192

IGLESIA S Y M ONA STERIOS


LA PRIMERA IGLESIA QUE LEVANTARON EN QUITO
LOS FUNDADORES DE LA VILLA 197
LA ESQUINA DE LA VIRGEN 201
LA IGLESIA DE SANTA PRISCA FUE MUY ANTERIOR
A LA CAPILLA DE EL BELÉN 203
LA VERDADERA HISTORIA DE LA CAPILLA DEL BELÉN 207
LA RECONSTRUCCION FINAL DE EL BELÉN POR
EL PRESIDENTE VILLALENGUA 211
LA IGLESIA DE CANTUÑA 215
LA HISTORIA DEL INDIANO CANTUÑA 219
EL ENIGMA DE LA LLAMADA CAPILLA DEL CONSUELO 223
EL CONVENTO DE SANTA CATALINA Y
LAS PROFECÍAS DE UNA MONJA 227
LA CAPILLA DEL ROBO 231
EL ANTIGUO BEATERIO 233
COMO NACIÓ EL ARCO DE SANTO DOMINGO 237
EL ARCO DE LA REINA 241
EL ARCO DE SANTA ELENA 245
LA CAMPANA GRANDE DE “LA MERCED” 249
LO QUE LA HISTORIA NO HA DICHO SOBRE
LA VIDA DE LA BEATA MARIANA DE JESÚS 253
ARRUINADA LA FACHADA DE LA COMPAÑÍA 257

HOSPITA L Y H OS PIC IO
ANTECEDENTES PARA LA FUNDACIÓN
DEL HOSPITAL DE LAMISERICORDIA Y CARIDAD 261
POR QUÉ Y CÓMO SE FUNDÓ EL HOSPITAL DE LA
MISERICORDIA Y CARIDAD 263
LA CÉDULA DE FUNDACIÓN DEL HOSPITAL DE LA
MISERICORDIA Y CARIDAD 267
LAS CALAVERAS ENCONTRADAS EN EL HOSPITAL
DE LA MISERICORDIA 270
RETRATO AUTÉNTICO DE EUGENIO ESPEJO
EN UN LIENZO DEL HOSPITAL “SAN JUAN DE DIOS” 272
CRONOLOGÍA DEL ANTIQUÍSIMO Y DOBLE HOSPITAL DE QUITO 275
EL HOSPITAL DE SAN JUAN DE DIOS Y EL DR. EUGENIO ESPEJO 278
DÓNDE FUE ENTERRADO ABDÓN CALDERÓN 281
EL HOSPICIO DE QUITO 283

TRADICIONES
EL PONCHO 289
PROCESIONES DE VIERNES SANTO EN EL QUITO ANTIGUO291
¿DÓNDE NACIÓ EL “NACIMIENTO”? 293
MARIANA DE JESUS AZUCENA DE QUITO,
LA PRIMERA DEFENSORA DE LA CIUDAD 295
TESOROS BIBLIOGRÁFICOS SOBRE LA VIDA DE LA BEATA
MARIANA DE JESÚS, LOS GUARDA LA BIBLIOTECA MUNICIPAL
DE QUITO 297

VA R I O S
LOS PRIMEROS RELOJES PÚBLICOS DE QUITO 301
LA CASA DEL CAÑÓN DE MEDIO DIA 305
¿CUÁNDO LLEGÓ A QUITO LA FOTOGRAFÍA? 307
ETIMOLOGIA DEL NOMBRE “GUAYAQUIL” 311

317
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

INDICE

A América del Sur, 34, 259, 290


América Ecuatorial, 35, 37, 314
Academia de Derecho Público Español, 213 América Meridional, 34, 48
Academia Pichinchense, 35, 36, 37, 65, 253 América Tropical, 314
Académicos Franceses, Plano de Quito llamado América, Avenida, 36, 168
de los, 63 Ampudia, Juan de, 17, 142, 234, 235
Acuña, Juan de, 242, 281 Anaya, Francisco, 247
África, 24, 34 Andes, Cordillera de los, 2, 23, 53, 55, 58,
Agazis, 52 158, 163, 187, 188, 290, 291, 292, 295
Agencia Española de Cooperación Andrade Marín, Carlos, 155
Internacional., 239 Andrade Marín, Francisco, 59, 98, 99, 103,
Aglla-huasi, 12, 120 104, 115, 127
Agrupación Excursionista Nuevos Horizontes, Andrade Marín, Luciano, 29, 100, 110, 144,
58 213, 217, 223, 252, 254, 291, 300, 313
Aguayo, Pedro de, 233 Andrade y Figueroa, Sancho de, 241
Aguirre Montúfar, Carlos, 68 Andrade, Roberto, 75, 76
Aguirre, Juan, 76, 77 Andrade, Sancho de, 209
Aguirre, Vicente, 76, 77, 81 Ángeles, Felipe de los, 280
Aguirre-Montúfar, Familia, 76, 77 Annan-Quito, 131
Alameda de los Obispos, 60 Anna-Quito, 200
Alameda, Parque de la, 28, 30, 59, 60, 61, 62, Ante, Calle, 200, 201, 202
63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70, 71, 72, 73, 74, Antisana, Vizconde de, 281
136, 152, 195, 196, 201, 202, 205, 212, 223, Antisana, Volcán, 56, 57, 58
224, 308 Añaquito, 127, 161, 206, 208, 210, 212, 225
Alameda, Paseo de la, 128 Añaquito, Ejido de, 42
Alangasí, 6, 314 Añaquito, Llanura de, 30, 43, 65
Alaska, 60 Apuntes para la Historia de Quito, 203, 257
Alcabalas, Revolución de las, 26 Araujo, José de, 148
Alcedo y Bejarano, Antonio de, 62, 65, 148, Arbolito, Estadio del, 212
161, 162 Arbolito, Parque del, 31, 187
Alcedo y Herrera, Dionisio de, 32, 36, 62, Archivo de la Corte Suprema, 261, 264, 266
148, 162, 223 Archivo de la Municipalidad de Quito, 215
Aldaz y Larraíncar, María, 280 Archivo Histórico, 155
Alejandro C·rdenas, Escuela, 103 Archivo Municipal, 215
Alfaro, Eloy, 83, 95, 104, 112, 113, 115, 125, Archivo Municipal de Quito, 17, 155, 197,
135, 136, 149, 170, 230, 236, 239, 247, 249 225
Alighieri, Dante, 73 Arco de la Magdalena, 85
Almagro, Diego de, 9, 14, 15, 16, 117, 125, Arco de la Reina, 238, 239, 240, 241, 242,
184, 234 243, 271, 281
Almagro, Diego de, El Joven, 270 Arco de la Reina, Capilla del, 240
Alóag, 46, 107, 123 Arco de Santa Elena, 125, 238, 242, 244, 245,
Alóag, Ensillada de, 46 246, 311
Aloasí, 46 Arco de Santo Domingo, 81, 124, 126, 150,
Altar, Volcán, 56 237, 238, 239, 242, 251
Altiplano, 21 Argentina, 290
Alvarado, Pedro de, 14, 15, 16, 234 Argúelles, Agustín, 150
Alvarado. NN, 119 Arquillo de Otavalo, 85
Álvarez Gangotena, Carlos, 82 Artece, Joaquín de, 28
Álvarez, Gabriel, 69 Atahualpa, 6, 9, 14, 16, 177, 189, 217, 219,
Amazonas, Río, 5, 33, 36, 47, 48, 49, 51, 52, 220, 221, 248
53, 54, 55, 58, 118, 131, 133, 187, 200, 210 Atahualpa, Estadio, 91
Amazonía, 286 Atero, Miguel María de, 174
Ambato, 14, 23, 45, 48, 61, 66, 69, 75, 82, Atlántico, Océano, 34, 187
89, 100, 106, 126, 236, 295, 314 Atuntaqui, 167
Ambato, Calle, 102, 104, 252 Aules, Sebastián, 82
América, 2, 20, 21, 24, 34, 36, 44, 55, 56, 76, Auqui, Cerro de, 5, 6, 7
80, 102, 106, 109, 114, 115, 138, 143, 151, Avilés, Enrique, 91
161, 254, 266, 267, 279, 286, 287, 290, 295 Avirón, 232

318
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Ayacucho, Batalla de, 276 Briseño, Calle, 29


Aya-uma, Cerro de, 6, 7 Brüning, Pedro, 282
Aymerich, Melchor de, 163, 170, 305 Buga, 168
Ayora, Clínica, 73 Burguois, Geodésico, 159
Azuay, Provincia de, 292 Bushnell, A., 187
Azucena de Quito, 35, 251, 252, 253, 298, Bustamante, Francisco, 91
300, 301
C
B
Caamaño, José María Plácido, 72
Babahoyo, 97 Cabeza de Vaca, Manuel, 149
Babilonia de Quito, 239 Cadisán, Estacionamiento, 245
Baeza, 131 Cádiz, 149, 151, 152, 163
Bailén, 163, 165 Caja del Seguro, Barrio de la, 100
Banco Central del Ecuador, 69, 148, 202 Cajamarca, 14, 16, 31, 189, 219, 248, 280
Banco Central del Ecuador, Museo del, 146 Calacalí, 111, 114, 122
Banco Comercial y Agrícola, 103 Caldas, 168
Banco de Préstamo, 91 Caldas, Calle, 29
Banco de Préstamos, 124 Calderón Moreno, Alfonso, 139, 251
Banco La Previsora, 91 Calderón, Abdón, 167, 172, 283, 284, 285
Baños, 48 Calderón, Francisco, 167, 172
Barba Jijón, Rafael, 68, 76, 77 California, 21, 73, 77
Barcelona, 106 Calle Angosta, 25, 153, 154
Barón de Carondelet, 305 Calle Bolivia, 29
Bartholdi, Federico Augusto, 113 Calle Chica, 27
Bastidas, Alonsa de, 205 Calle de Algodón, 28
Bates, 52 Calle de Andraca, 26
Beaterio, 234, 235, 236 Calle de Arteta, 28
Bedón, Padre, 133, 135 Calle de Atahualpa, 28
Benalcázar, Calle, 17, 25, 28, 84, 92, 127, Calle de Bellido, 26
130, 139, 142, 144, 146, 153, 154, 168, 234, Calle de Betancur, 26
235, 244, 245 Calle de Bolívar, 28
Benalcázar, Esquina de, 17 Calle de Cabeza de Baca, 27
Benalcázar, Sebastián de, 9, 13, 14, 15, 16, 17, Calle de Carrera, 26, 93, 94
18, 19, 25, 42, 45, 84, 85, 101, 102, 103, Calle de Casillas, 26, 93, 94
117, 125, 130, 142, 143, 144, 184, 208, 215, Calle de Churretas, 26, 102, 125
219, 228, 234, 235, 244, 246, 257 Calle de El Mesón, 237, 238, 239
Betlehem, 295, 296, 297 Calle de la Buena Vista, 26
Biblia, 228, 295 Calle de la Carnicería, 27
Biblioteca de Jijón y Caamaño, 155 Calle de la Chuspi, 27
Biblioteca Municipal, 252, 300 Calle de La Compañía, 27
Biblioteca Nacional, 144, 154, 178, 228 Calle de la Concepción, 26, 27
Biblioteca Nacional y Archivo de Lima, 197 Calle de la Cruz de Piedra, 27, 28
Biener, Teodoro, 311 Calle de la Estrella, 26
Bodegas, 97 Calle de la Palma, 26
Bogotá, 106 Calle de la Perería, 28
Boletín del Centro de Investigaciones Calle de la Platería, 28
Históricas de Guayaquil, 315 Calle de la Portería de la Concepción, 27
Bolívar, Calle, 28, 82, 132 Calle de la Recoleta de los Jesuitas, 27
Bolívar, Liceo, 111 Calle de la Ronda, 27
Bolívar, Provincia de, 314 Calle de la Soledad, 27
Bolívar, Simón, 57, 61, 66, 76, 77, 119, 154, Calle de la Universidad, 27
172, 284 Calle de La Vinculada, 26
Bolivia, 56, 76, 77 Calle de las Melcochas, 27
Bonaparte, Napoleón, 77, 151, 163, 165, 172 Calle de las Siete Cruces, 27, 84, 85, 308
Boreal, Hemisferio, 38 Calle de las Togreras, 26
Borja, Modesto, 75 Calle de los Agachados de San Guillermo, 28
Bouger, Geógrafo, 36 Calle de los Hornillos, 28
Bouguer, Geodésico, 148 Calle de los Tratantes, 26, 92
Boussingault, 57 Calle de Manosalvas, 26
Brasil, 53 Calle de Minerva, 28

319
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Calle de Miraflores, 27 Capilla de los Desamparados, 238, 239


Calle de Ontaneda, 27 Capilla del Consuelo, 223, 224, 225, 226
Calle de Puelles, 25 Capilla del Robo, 88, 231, 233
Calle de Sábana Santa, 26 Capilla Mayor, 162, 186, 198, 277
Calle de Salzedo, 27 Caraburu, 147
Calle de San Antonio, 27 Cara-Scyri, Nación, 11
Calle de San Carlos, 121 Carbo, Pedro, 128
Calle de San Joseph, 27 Cárcel de Corte, 168
Calle de San Juan Evangelista, 26 Carchi, Provincia de, 24
Calle de San Miguel, 27 Cárdenas y Soria, Gregorio de, 223
Calle de Santa Bárbara, 26, 27 Carihuairazo, Volcán, 57
Calle de Serrano, 27 Carlos Ibarra, Calle, 201
Calle de Sisaña, 27 CARLOS III, Rey de España, 213
Calle de Torre Vieja, 27 Carlos V, 265
Calle de Tratantes, 94 Carmen Alto, Iglesia del, 85
Calle de Urcu-Virgen, 26 Carmen Antiguo, Convento del, 240, 242,
Calle de Valverde, 25 277, 278, 281
Calle de Villacís, 25, 26 Carmen Bajo, Claustro del, 71
Calle de Yaguachi, 28 Carmen Bajo, Convento del, 26
Calle del Arco de la Reina, 27 Carmen Moderno, Convento de, 287
Calle del Beaterio Nuevo, 26 Carnicería, Barrio de, 103
Calle del Beaterio Viejo, 26 Carrara, Flori de, 114
Calle del Chorro de Santa Catalina, 27 Carrera Nacional, 237
Calle del Chorro del Carmen, 27 Carrera, Sancho de la, 93
Calle del Colegio de San Fernando, 28 Carvajal, Gaspar de, 210
Calle del Comercio, 94 Casa de la Cultura Ecuatoriana, 144, 212
Calle del Comercio Bajo, 26, 89, 90, 92, 94 Casa de la Pólvora, 308
Calle del Correo, 26, 93, 94, 230 Casa de las Tres Manuelas, 103
Calle del Cristo, 27 Casa de los Alcaldes, 136
Calle del Hospicio, 27 Casa del Cañón, 159, 308
Calle del Hospital, 26, 27 Casa del Toro, 17, 142, 235
Calle del Mesón, 26, 67, 89, 150 Castelnau, 52
Calle del Portero, 27 Castilla, 20, 44, 116, 132, 133, 191, 227, 292
Calle del Puente Nuevo de Venezuela, 276 Castro, Enrique María, 301
Calle del Retiro, 27 Catamayo, Río, 314
Calle del Santo Cristo, 26 Catedral de Quito, 85, 92, 93, 127, 136, 154,
Calle del Suspiro, 26 184, 185, 186, 197, 198, 199, 232, 241, 242,
Calle Espejo, 29 249, 252, 277, 293, 304
Calle Larga de San Sebastián, 27, 102 Cayambe, Volcán, 56, 58
Calle Maestra, 25 Cayena, 53
Calle Nueva, 27 Cebrián, José de, 154, 174, 177
Calle Pichincha, 28 Cebrián, Pedro de, 168
Calle Real, 25, 26, 94 Ceilán, 48, 49
Calle Sin Par, 27 Cementerio o Panteón de las Hermandades
Calle Sola, 27 Funerarias, 190
Calles de Santa Rosa, 26 Centeno, Diego, 210
Calvario, 206, 208, 209, 212, 225 Centro Cultural Metropolitano, 31, 35, 155
Calzado, Puente del, 212 Cepeda, Lorenzo de, 227
Camarote, 135 Cervantes, Miguel de, 22
Camino Real Indio, 25 Cevallos, Pedro Fermín, 13, 162, 167, 257
Campaña, Alejandro, 37 Ch
Campos, Francisco, 313, 315 Checa, Antonio, 201
Canarias, Islas, 34, 37 Checa, Feliciano, 71, 115
Canela, País de la, 48, 50 Chile, 77, 168
Canelos, 48 Chile, Calle, 27, 28, 29, 146
Cantuña, 6, 217, 218, 219, 220, 221, 222 Chillo, 81, 110, 164, 168, 232
Cantuña, Chorrera de, 121 Chillogallo, 42, 43, 123, 164
Cantuña, Iglesia de, 68, 217, 218, 220, 221, Chimbacalle, Barrio, 82, 84, 161, 162, 164
222 Chimbacalle, Vado, 87
Cantuña, Subterráneo de, 221, 222 Chimborazo, Volcán, 56, 57, 58, 130
Capilla de la Virgen del Rosario, 251 China, 48

320
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Chinchipe, Río, 314 Cumbayá, 5, 6, 7


Chiriboga Bustamante, Francisco, 91 Cundinamarca, 143, 173, 235
Chiriboga, Familia, 276 Curipogyo, Agua de, 6, 8
Chorrera, 180 Curipogyo, Camino de, 5, 8
Chorrera del Pichincha, Quebrada de la, 278 Cusco, 9, 11, 25, 84, 85, 97, 130, 260
Chota, Valle del, 24 Cutuglahua, 42
Chuquiguadas, 64
Chuquihuada, 61 D
Chuquipogyo, 82
Churretas, Sector, 102 Daguerre, Jacques, 311, 312
Cirla y Figle, Talleres, 114 Darquea, Bernardo, 66
Cirla, Anacleto, 114 Darquea, José, 152
Ciudad de Cuenca, Escuela, 236 Datán, 232
Clavera, Francisco, 300 de la Saua, Manl, 174
Coggeshall, Hon W T, 188 del Carmen, Cerro, 106
Colegio Real, 86 Descalzi del Castillo, Ricardo, 142, 144
Colegio Real de Misiones del Marañón, 155 Deubler, Leonardo, 35, 38
Collahuazo, Jacinto, 11 Díaz Arias, Gacía, 185
Colombia, 77, 153, 236, 290, 291, 310 Díaz de Hidalgo, Juan, 143
Colombia, Avenida, 27, 64 Diccionario Geográfico-Histórico de las Indias
Colón, Cristóbal, 3, 20, 109 Occidentales o América, 161
Compañía de Jesús, 35, 133, 300 Diego de Torres, Plaza, 125, 126
Compañía, Iglesia de la, 35 Diego de Torres, Plaza de, 26
Complutense, Universidad, 213 Diez de Agosto, Avenida, 28, 200, 202, 224
Concepción, Miguel de la, 280 Dion-Butón, Automóviles, 82
Concetti, José, 99 Dirección Provincial de Salud de Pichincha,
Concilio Vaticano II, 247 244
Conocoto, 232, 288 Doce de Octubre, Avenida, 144, 202
Consejo Provincial de Pichincha, 200 Documentos Literarios del Perú, 197
Consejo Real, 213 Drouet, Pasaje, 230
Cordero, Luis, 73, 114 Dumas, Alejandro, 77
Cordillera Oriental, 110 Durán Ballén, Sixto, 122
Córdova, 60 Durini, Francisco, 91, 113, 114
Coriguan, Toribio de, 140, 148 Durini, Lorenzo, 113, 114
Corporación de Turismo., 245 Durini, Pedro, 114
Corsani, Giovanni, 114 E
Cortes de Cádiz, 149, 150, 151, 155 Ecuador, Republica del, 81
Cortes de España, 152 Ecuador, República del, 2, 22, 23, 24, 36, 37,
Cortés y Alcocer, José de, 272 46, 51, 55, 56, 57, 58, 60, 68, 69, 71, 72, 73,
Cortés, Hernán, 270 75, 76, 77, 78, 80, 97, 106, 109, 110, 113,
Cotocollao, 42 115, 119, 131, 135, 147, 149, 155, 159, 162,
Cotopaxi, Calle, 26 195, 205, 214, 215, 227, 228, 241, 254, 257,
Cotopaxi, Provincia del, 23 288, 291, 292, 295, 296, 298, 300, 308, 310,
Cotopaxi, Volcán, 56, 57, 58, 81, 287 313, 314
Crevaux, Jules, 52, 53 Ejido, Estadio del, 31
Cristo, 87, 121 El Arte en la Merced de Quito, 247
Cuartel Real de Lima, 252 El Batán, Altos de, 7
Cuartel de Artillería, 153, 154 El Batán, Barrio de, 27, 42
Cuartel de la Bolívar, 156 El Beaterio, 17
Cuartel de la Real Audiencia, 155 El Belén, Iglesia de, 30, 31, 67, 110, 127, 131,
Cuartel de los Cachudos, 154 184, 185, 195, 196, 197, 198, 199, 201, 202,
Cuartel del Real de Lima, 153, 154, 155 203, 204, 205, 206, 207, 208, 209, 210, 211,
Cuartel del Regimiento Real de Pardos, 155 212, 215, 223, 224, 225, 226, 259, 269, 270
Cuartel Real de Lima, 153, 155, 287 El Belén, Plazuela de, 69
Cuatro Esquinas, 89, 91 El Camarote, Prisión de mujeres, 278
Cuba, 16 El Cebollar, 124, 182
Cuenca, 73, 89, 163, 175, 235 El Censo, Quebrada, 103, 180
Cuenca, Calle, 26, 28, 124, 127, 130, 140, El Chasqui, 115
234 El Comercio, Diario, 28, 37, 175, 177, 221,
Cuero y Caicedo, José, 233 305
Cuerpo de Inválidos de Quito, 112 El Ejido, Estadio de, 187

321
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

El Ejido, Parque de, 154, 180, 188 Estrasburgo, 303


El Fénix, Periódico, 75 Etimología del nombre Guayaquil, 315
El Girón, Barrio de, 27 Eugenio Espejo médico y duende, 273
El Girón, Quinta de, 62 Eugenio Espejo, Hospital, 169, 271
El Jirón de Nuestra Señora de Guápulo, Eugenio Espejo, Sala de, 276, 277
Estancia, 64 Europa, 23, 25, 47, 48, 53, 60, 68, 71, 73, 75,
El Placer, 180, 181 76, 77, 97, 110, 113, 117, 118, 140, 146,
El Placer, Barrio de, 27 150, 151, 163, 172, 236, 307
El Placer, Colinas de, 11, 60 F
El Polvorín, 171 Facultad de Medicina de la Universidad de
El Quiteño Libre, Periódico, 193 Quito, 71
El Sagrario, Barrio de, 101 Farrand, Fotógrafo, 312
El Sagrario, Iglesia de, 111, 127, 131, 184, Faxardo, Mariano, 174
190, 198, 201 Felipe II, 265
El Sena, Piscina, 102, 169 Fernández de Oviedo, Gonzalo, 314
El Sena, Piscina de, 102 Flores, Antonio, 69, 95, 96, 136, 159, 308
El Tejar, 92, 98, 103, 123, 133, 190 Flores, Calle, 27, 28, 29, 90, 92, 98, 124, 125
El Tejar, Cementerio de, 188, 283, 284 Flores, Juan José, 12, 68, 72, 95, 96, 97, 119,
El Tejar, Quebrada de, 120, 283 230, 308, 311
El Tejar, Recoleta de, 134 Florida, 21
El Universo, Diario, 315 Four Years among Spanish - Americans, 312
El Vergel, Barrio de, 27 Francia, 50, 82, 113, 303
Empresa Eléctrica de Quito, 244 Francisco Ruiz, Esquina de, 26
Encarnación, Alonso de la, 280 Fray Pedro Gocial, Museo, 119, 215
Encarnación, Convento de la, 236 Fritz, Geógrafo, 36
Enrique Morgan & Ca., 311 Froli, Adriático, 114
Enríquez, Eliécer, 31, 195, 291 Fujiyama, Monte, 56
Enríquez, Francisco Javier, 247 Fusseau, Enrique, 69, 70, 73, 74, 308
Enríquez, Juan, 232, 233 G
Enríquez, Marcos, 193 Gala, Juan Manuel de la, 71
Epiclachima, Cuartel, 212 Galápagos, Archipiélago de, 24
Escocia, 50 Galo González, Hospital, 282
Escudero, Familia, 144 Garcés, Enrique, 273, 274
Escuela de Artes y Oficios, 103 García León y Pizarro, Joseph, 272, 273, 274
Escuela de Concordia, 91 García Moreno, Calle, 25, 26, 27, 28, 31, 36,
Escuela Politécnica del Ecuador, 57 82, 84, 85, 92, 102, 124, 142, 234, 240, 244,
Esmeraldas, Calle, 28 245, 276, 308
Esmeraldas, Provincia de, 24, 131 García Moreno, Gabriel, 21, 57, 67, 68, 69,
España, 16, 18, 20, 21, 23, 31, 35, 37, 44, 50, 72, 75, 76, 78, 81, 88, 95, 96, 97, 115, 125,
60, 61, 77, 87, 89, 93, 94, 107, 111, 115, 135, 141, 187, 188, 192, 201, 236, 237, 239,
129, 143, 149, 150, 155, 162, 163, 164, 165, 243, 281, 288, 305, 311
166, 170, 172, 173, 178, 198, 200, 205, 210, García, Lizardo, 114
221, 241, 251, 258, 260, 266, 286, 287, 295, Garcilaso de la Vega, Inca, 270, 314
303 Gazzetiere Americano, 32
Espejo, Calle, 29, 31, 89, 90, 153, 154, 168, Génova, 114
230 Gijón y León, Thomás de, 300
Espejo, Eugenio, 29, 36, 67, 78, 90, 144, 149, Glotología Ecuatoriana, Nombres
150, 152, 239, 271, 272, 273, 274, 276, 277, Toponímicos, 315
279, 280, 281, 282 Godín, Gaston, 148
Espejo, José, 150 González Suárez, Federico, 61, 104, 192, 195,
Espejo, Luis, 276, 280, 281 197, 198, 203, 215, 216, 228, 233, 257
Espejo, Manuela, 149 Gran Camino de Cartagena, 63
Espejo, María Manuela, 150, 152 Gran Camino de Esmeraldas, 63
Espinosa Acevedo, Juan, 144 Gran Carretera Nacional, 88
Espinosa, José Manuel, 71 Gran Exposición Internacional del Centenario,
Esquina de la Virgen, 67, 184, 200, 201, 202, 136
207, 259 Granada, Reino de, 151
Esquina de las Almas, 28 Granobles, Río, 56
Esquina del Sacrilegio, 231 Greenwich, 308
Estados Unidos, 36, 51, 73, 82, 113, 119, Greenwich, Meridiano de, 36
229, 254, 312 Guadalquivir, Río, 60

322
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Guagrabamba, Ensillada de, 46 Hospicio, 86, 252, 286, 287


Guagraocote, 28 Hospicio de Caridad, 287
Gualca, 217, 219 Huanacauri, 11, 142, 236
Gualea, 7, 131 Huanacauri, Cerro, 84, 85
Guanga-Calle, 27 Huanguiltahua, 7
Guangacalle, Barrio de, 223 Huarinas, Batalla de, 270
Guanga-calle, Camino de, 64 Huayna Cápac, 9, 11, 110, 158
Guápulo, 5, 7, 8, 76, 188, 209, 241, 242 Hubbard, Elbert, 16
Guápulo, Iglesia de, 306 Humboldt, Alexander Von, 53, 55, 57, 76, 77,
Guápulo, Santuario de, 64, 241, 306 78, 81, 118, 150, 189, 224, 239, 251
Guápulo, Virgen de, 32 I
Guaranda, 89, 97 Ibarra, 103, 165, 167, 172
Guarina, Batalla de, 210 Ibarra, Batalla de, 154
Guarina, Campo de, 210 Il Gazzetiere Americano, 224
Guashayacu, Hacienda, 76 Ilaló, 6
Guatemala, 14, 77, 143, 215, 279, 314 Iliniza, Volcán, 56
Guayabamba, Río, 314 Imbabura, Calle, 28, 136, 146
Guayama, Río, 314 Imbabura, Provincia de, 68, 185
Guayán, 314 Imperio Español, 163
Guayana, 53 Independencia, Guerra de, 27
Guayanas, 52, 53 India, 48, 77
Guayaquil, 21, 23, 52, 71, 89, 106, 115, 152, Indias, Ley de, 18
163, 259, 283, 284, 295, 305, 312, 313, 315, Indoamérica, Plaza, 36
316 Indochina, 48
Guayaquil, Calle, 26, 28, 29, 89, 90, 92, 98, Ingham, Universidad de, 187, 188
102, 104, 125, 144, 246 Inglaterra, 48, 305
Guayaquil, Ciudad de, 187 Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, 17,
Guayaquil, Provincia de, 313 235
Guayaquil, Pueblo de indios llamado, 313 Instituto de Investigaciones Económicas, 35
Guayaquil, Santiago de, 313 Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica,
Guayas, Río, 259, 295 145
Guayashanga, Río, 314 Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social.,
Guayllabamba, 131, 132 146
Guerrero, General, 96 Instituto Normal de Señoritas, 236
Gullón, Coronel, 167 Inti-llagta Runa-shuti, 316
Gutiérrez de Santa Clara, Pedro, 204, 208, Inti-llagta, o Runa-shuti, o Toponimias
259, 269 Aborígenes Ecuatorianas, 313
Guzmán, Anastasio de, 150, 152 Iñaquito, 128, 161, 188, 196, 197, 199, 200,
H 202, 204, 207, 208, 210, 212, 259, 260, 264,
Hall, Coronel, 57 265, 267, 297
Hassaurek, F., 312 Iñaquito, Batalla de, 30, 49, 143, 184, 269,
Hatun-Yacu, Río, 8 270
Hércules, 91 Iñaquito, Campo de, 61
Hermandad de beneficencia Funeraria, 192 Iñaquito, Ejido de, 32, 42, 43, 59, 169
Hermandad de Beneficencia Funeraria, 190, Iñaquito, Laguna de, 42
191, 193 Iñaquito, Llanura de, 30, 59, 63
Hermandad de Mercaderes, 209 Isaac Navarro, Pablo, 229
Hermandad Funeraria Seráfica Franciscana, Italia, 114
190, 193 Itchimbía, 127, 180, 223, 282
Hermanos Cristianos, Escuela, 110, 235, 236 J
Héroes Ignotos, Monumento, 231 Jameson, Guillermo, 68, 71, 72
Herrera, Pablo, 13, 203, 228, 235, 257 Jameson, William, 188
Hipócrates, 48 Jatuna, Chorrera de, 120, 121
Hiram-Quito, 201 Jatuna, Quebrada de, 127
Historia del Reino de Quito, 313 Java, 48
Historia General del Ecuador, 195, 228 Jerusalén, Capilla de, 231, 233
Historia General del Reino de Quito, 219 Jerusalén, Quebrada, 59, 84, 85, 87, 101, 103,
Historia Moderna del Reyno de Quito y 104, 107, 121, 127, 186, 190, 276, 284
Crónica de la Compañía de Jesús del mismo Jesús, 295, 296
Reyno, 219 Jiménez de la Espada, Gonzalo, 244, 315
Honduras, 143 Josué, 269

323
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Juan Pablo II, 279 134, 136, 165


Juan, Jorge, 32, 57, 63, 148, 224, 239 La Ronda, Calle, 87, 88, 102, 123, 127, 186,
Juárez, Hernán, 217, 218, 219, 220, 221 190
Junín, Calle, 92, 124 La Ronda, Calle de, 26
Junta de Temporalidades, 287 La Ronda,Calle, 87
Jurado Noboa, Fernando, 142, 148, 223 La Tola, 103
K La Tola, Barrio de, 27
Kingman, Dentista, 82 La Veloz, Empresa de Automóviles, 82
Kingman, Doctor, 229 Lagomarsino, Calle, 28
Kingman, Eduardo, 229 Lallemand, Geodésico, 159
Klinger, Virginia, 288 Larrea Jenaro, 114
L Larrea, Jenaro, 85, 115
La Alameda de Quito en el siglo XIX, 308 Larrea, Juan de, 18
La Alameda, Parque, 136 Las Alcabalas, Revolución de, 93
La Chilena, Barrio, 28, 181 Las Lomas, Barrio de, 140
La Circasiana, 155 Laso, José Domingo, 311
La Compañía, Iglasia de, 38 Lasso-Plaza, Familia, 245, 246
La Compañía, Iglesia de, 85, 86, 144, 155, Latacunga, 89, 161, 163, 287, 314
239, 251, 252, 253, 254, 255, 277, 286, 300, Le Gouir, Sacerdote, 300
305 Lemos R., Gustavo, 315, 316
La Concepción, Convento de, 31, 227, 244, León Larrea, Rafael, 171
245, 260, 266, 303 León, Calle, 29
La Concepción, Hospital de, 259 Lequerica y Barrotieta, Manuela, 152
La Concepción, Iglesia de, 85, 164, 186, 232 Libertad, Plaza de la, 114
La Concepción, Orden religiosa de, 19 Lima, 71, 107, 143, 148, 153, 155, 197, 286,
La Condamine, Charles de, 32, 148, 224, 239, 315
245, 246 Lincoln, Abraham, 312
La Condamine, Plano de Quito llamado de, 63 Línea, Revista, 106, 290, 293, 295, 313
La Coruña, 162 Linneo, Carlos de, 150
La Cruz de Piedra, Barrio de, 84, 102, 177, Lippi de Pistoia, Pietro, 114
182 Lisboa, 106
La Defensa de Quito, 254, 298, 300 Lisboa, M. de, 72
La Defensa de Quito, Periódico, 300 Lizárraga, Reginaldo de, 210
La Gasca, Pedro de, 204, 260, 266 Ll
La Guaragua, 27 Llanganati, 219, 248
La Libertad, Plaza de, 136 Lloa, 314
La Loma Chiquita, 139 L
La Loma Chiquita, Barrio de, 27 Loja, 89, 110, 219, 229
La Loma Grande, 139 Loja, Calle, 26, 27, 29, 85, 102
La Loma Grande, Barrio de, 27, 66 Loma Chiquita, 124
La Loma Grande, Calle de, 237, 238, 251 Loma Chiquita., 92
La Loma, Barrio de, 121, 180 Loma Grande, 107, 124, 125
La Lumiére, 312 Loma Grande, Barrio de la, 152
La Magdalena, Arco de, 27 Londres, 36, 49, 77, 301
La Magdalena, Barrio de, 43, 104, 123, 161, López de Solís, Luis, 207, 252
165 López del Castillo, Francisco, 279
La Magdalena, Camino del arco de, 42 López, Manuel Antonio, 283
La Magdalena, Camino viejo de, 42 Los Chillos, 102, 126
La Magdalena, Parroquia de, 21 Los Chillos, Valle de, 77
La Magdalena, Pueblo de, 21, 103 Los Dos Puentes, 6
La Merced del Cusco, Iglesia de, 270 Los Gallinazos, Quebrada de, 123, 125
La Merced, Barrio, 92 Los Mártires, 112
La Merced, Convento de, 59, 215 Los Pueblos del Perú, 315
La Merced, Iglesia de, 35, 38, 146, 147, 165, Los Ríos, Calle, 29
247, 248, 249, 277, 303, 306 Lozano, Gaspar, 235
La Merced, Observatorio de, 146 Luis Felipe Borja,Calle, 87
La Merced, Plaza de, 106 Lulumbamba, 111
La Merced, Plazuela de, 28 Lumbisí, 5, 6, 7
La Pólvora, Edificio de, 153, 154 Luna, Joseph de, 242
La Recoleta, Barrio de, 102, 182 Luna, Templo de la, 11, 25
La Recoleta, Plaza de, 97, 102, 106, 108, 133, M

324
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Macará, 24 Ministerio de Salud Pública, 259, 279


Machachi, 42, 44, 45, 46, 107, 123, 126 Misericordia y Caridad, Hospital de la, 88,
Machángara, Puente del, 134, 169 139, 186, 190, 210, 240, 257, 258, 259, 260,
Machángara, Quebrada del, 123 262, 263, 264, 265, 266, 267, 268, 269, 270,
Machángara, Río, 42, 84, 87, 92, 97, 101, 271, 275, 276, 277, 278, 279, 280, 281, 284
108, 123, 124, 126, 133, 168, 180 Misericordia, y Caridad, Hospital de la, 277
Machangarilla, Barrio de, 12 Misión Geodésica de Francia, 159
Machangarilla, Pueblo de, 43 Molineros, Juan, 75
Madrid, 150, 162, 163, 221, 300, 301 Molle-ambato, 45
Madrid, Calle, 202 Mon y Velarde, Juan Antonio, 68, 272
Maenza, Marquesa de, 150 Monardes, Médico, 314
Maldonado y Sotomayor, Pedro, 59 Monge, Celiano, 144
Maldonado, Calle, 26, 87, 125, 149, 237 Monroy, Joel L., 248, 249
Maldonado, Geógrafo, 36 Montalvo, Juan, 112
Maldonado, Ramón Joaquín, 64 Monterrey, 73
Mama Cuchara, 124 Montes, Toribio, 102, 141, 154, 155, 163,
Mama Cuchara, Barrio de, 66, 121 165, 167, 168, 170, 171, 172, 173, 175, 178,
Manabí, Calle, 26, 27, 28, 127, 128, 139, 182, 305
140, 146, 234 Montevideo, 106
Manabí, Provincia de, 14, 23 Montúfar, Calle, 28, 128
Manosalvas, Padre Miguel, 39 Montúfar, Carlos, 165, 168
Manta, 295 Montúfar, Juan Pío, 57, 67, 77, 78, 102, 224
Manuela Cañizares, Colegio, 111, 236 Morainville, M. de, 63
Marañón, 295 Morales, Calle, 29, 102, 186, 190, 284
Marañón, País del, 35, 37 Morán de Butrón, Jacinto, 300, 301
Marañón, Río, 5, 33, 34, 35, 36, 37, 51 Morga, Antonio, 81
Mariana de Jesús, 56, 231, 232, 240, 251, Morgan, Enrique, 311, 312
252, 253, 298, 300, 301 Moscú, 249
Mariana de Jesús, Avenida, 168 Municipio de Quito, 264
Mariana de Jesús., 300 Münster, 53
Marín, Plaza, 98, 99, 103, 120, 154 Muñoz de Guzmán, Luis, 272
Marqués de Miraflores, Calle de, 26 Muñoz Vernaza, Antonio, 273
Martínez, Justo, 174 Muñoz, Famila, 31
Martínez, Nicolás, 58, 75, 76 Murillo Toro, Manuel, 77
Martínez, Pedro, 174 Museo de Antigüedades de la Universidad
Mata Ponce de León, Mateo de la, 241 Central, 144
Matovelle, Julio María, 301 Museo de la Ciudad, 186, 210, 240, 243, 259,
Máximo de las Misiones del Marañón, 271, 279
Colegio, 286 Museo de la Escuela Politécnica de Quito, 11
Mejía del Valle y Moreto, José, 152 Museo de Nueva York, 119
Mejía, Calle, 25, 29, 98, 99, 127, 130, 142, Museo Municipal Alberto Mena Caamaño,
144, 234, 244, 245 31, 155
Mejía, Colegio, 26, 111, 235, 236 Museo Municipal de Historia de Quito, 31
Mejía, José, 66, 149, 150, 151, 152, 163, 239 Museo Nacional del Banco Central del
Mejía, Manuel, 78 Ecuador, 241
Méjico, 3, 13, 77, 107, 108 Myers, P V, 187
Melgar, Miguel, 77 N
Mendoza y Manrique, Francisco de, 59 Na. Sa. de Betlemen, Iglesia de, 223
Mendoza, Francisco de, 304 Na. Sra. de la Consolación, Iglesia de, 223
Menten, Juan B., 308 Nanegal, 7, 131
Mera, Juan León, 96, 97 Narváez, Diego, 303
Meridiano de Quito, 146, 305 Navarro, José Gabriel, 6, 38, 39, 142, 144,
México, 15, 73, 127, 257, 270, 279 213, 233
Meyer, Hans, 58 Navarro, Manuel, 82, 229
Mideros, Calle, 124, 146 Navarro, Pablo Isaac, 82
Milán, 114 Negro, Río, 53
Milligalli, Ensillada de, 46 Nicaragua, 14, 90, 215
Mindo, 7, 81, 131 Niepce, Abel, 311, 312
Minghetti, Juan Bautista, 114 Nono, 278
Ministerio de Defensa Nacional, 136 Norteamérica, 60
Ministerio de Educación, 237 Nuestra Señora de Guadalupe, 241

325
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Nuestra Señora de Guápulo, 232 Panamá, 14, 143


Nuestra Señora de la Antigua, Hopital de, 244 Panamericana Norte, Carretera, 42
Nuestra Señora de La Antigua, Hospital de, Panamericana Sur, Carretera, 42
259 Panecillo de Callo, 161
Nuestra Señora de la Consolación, 223 Panecillo, Batalla del, 154
Nuestra Señora de la Consolación, Capilla de, Panecillo, Cerro, 25, 27, 42, 43, 84, 85, 86,
225 101, 102, 104, 112, 123, 133, 153, 154, 157,
Nuestra Señora de la Nube, 241 158, 159, 160, 161, 162, 163, 164, 165, 166,
Nuestra Señora de la Peña de Francia, 133 167, 168, 169, 170, 171, 172, 173, 174, 175,
Nuestra Señora de Loreto, Capilla de, 252 177, 178, 180, 181, 182, 186, 252, 282, 283,
Nuestra Señora de los Ángeles, 241 285, 286, 287, 307, 308, 309
Nuestra Señora de los Ángeles, Capilla de, Panecillo, Fortín del, 141
242, 243 Paniagua Pérez, Jesús, 66
Nuestra Señora de los Dolores, Iglesia de, 218, Panteón de los Protestantes, 187
220 Pantzaleo, 107, 123
Nuestra Señora del Rosario, 237, 238 Pantzaleo, Bosque, 84
Nuestra Señora La Reina de los Ángeles, Pantzaleo, Montes de, 46
Capilla de, 240 Pantzaleo, Selva de, 46
Nueva Castilla, 111 Panzaleo, 42, 45
Nueva Granada, 168 Panzaleo, Boscajes de, 44
Nueva York, 55, 113, 188 Panzaleo, Camino real a, 42, 43, 45
Nuñez de Bonilla, Rodrigo, 80 Papallacta, 7, 131
Núñez de Bonilla, Rodrigo, 103 Pará, 48, 187
Núñez de Vela, Blasco, 19, 30, 49, 63, 130, Pará, Río, 52
143, 184, 200, 201, 202, 204, 205, 207, 258, Paraguay, 21
264, 269 París, 68, 75, 77, 113, 161
Núñez, Rodrigo, 235 París, Meridiano de, 36
— Parú, Río, 53
—ahui-rá, 158 Pasuchoa, Volcán, 46
O Patate, 69
Observatorio Astronómico, 67, 69, 72, 307, Paulo III, 203
308 Paulo V, 203
Occidental, Civilización, 3 Paulo VI, 203
Odriozola, Manuel de, 197, 198 Pedro Fermín Cevallos, 200
Oion-Buton, 229 Pereira, Calle, 29, 92, 124
Olmedo Alfaro, Puente, 161 Pérez Calama, Obispo, 97
Olmedo, Calle, 17, 26, 98, 130, 142, 144, 234 Perrier, Capitán, 159
Olmedo, Miguel, 65 Perú, 13, 14, 15, 77, 80, 97, 130, 143, 200,
Omasuyo, 210 202, 210, 215, 216, 253, 257, 259, 264, 265,
Onofre, Esteban, 252 266, 270, 279, 280, 300, 310, 313, 315, 316
Orden de Predicadores, 133 Perú, Reino del, 16
Orellana, Francisco de, 5, 47, 187 Perucho, 126, 131, 132
Oriente, Región del, 7, 24, 48, 49 Pichincha, Batalla del, 67, 139, 152, 154, 163,
Orinoco, Río, 51, 52 167, 170, 171, 173, 182, 193, 283, 284
Ortega, Aparicio, 115 Pichincha, Chorrera del, 283
Ortiz Crespo, Alfonso, 66 Pichincha, Provincia de, 193
Ortiz, Abogado, 164 Pichincha, Volcán, 28, 43, 46, 55, 56, 57, 60,
Orton, James, 52, 53, 55, 187, 188, 189, 312, 80, 98, 101, 104, 110, 112, 120, 121, 123,
313 125, 130, 180, 189, 193, 195, 283, 285, 295,
Otavalo, 42, 61, 85, 108, 127, 205, 292 296, 297
Otavalo, Puente de, 42, 127, 128 Piedrahita, Batán, 282
Otero, Gustavo Adolfo, 56 Pietra Santa, Academia de Bellas Artes, 114
Oviedo, Gonzalo Fernández de, 15 Pietri, Martín de, 174
Oyambaro, 147 Pifo, 7
P Píllaro, 100
Pacífico, Océano, 187 Pineda, Díaz de, 47, 48
Palacio Arzobispal, 28 Pintag, 6, 7
Palacio de Gobierno, 68, 141, 311 Pinto, Joaquín, 241
Palacio de la Audiencia, 94 Pisucullá, 6
Palacio Legislativo, 30, 31, 187 Piura, San Miguel de, 14
Pampa, 21 Pizarro, Francisco, 14, 15, 111, 143, 200

326
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Pizarro, Gonzalo, 5, 31, 47, 48, 49, 63, 118, 58, 59, 60, 61, 62, 63, 64, 66, 67, 68, 69, 70,
130, 133, 143, 184, 200, 201, 204, 205, 207, 71, 72, 73, 75, 77, 80, 81, 82, 83, 84, 85, 87,
210, 258, 259, 260, 264, 265, 266, 270 88, 89, 90, 91, 92, 93, 94, 95, 97, 98, 99,
Placeta de la Fundación, 19 100, 101, 102, 103, 104, 106, 107, 108, 109,
Placeta de la Mamá Cuchara, 152 110, 111, 112, 113, 114, 115, 117, 118, 119,
Plano de la Civd.d de S. Fran.co. del Qvito, 67 120, 121, 122, 123, 124, 125, 126, 127, 128,
Plaza Bolívar, 61 129, 130, 131, 132, 133, 135, 138, 139, 140,
Plaza Chica, 91 141, 142, 143, 145, 146, 147, 148, 149, 150,
Plaza de Armas, 99, 153 151, 152, 153, 154, 155, 158, 159, 160, 161,
Plaza de la Audiencia, 19 162, 163, 164, 165, 167, 168, 172, 173, 174,
Plaza de la Carnicería, 42 177, 180, 181, 182, 184, 185, 186, 187, 188,
Plaza de la Ciudad, 26, 30 189, 190, 191, 192, 195, 197, 198, 199, 200,
Plaza de la Fundación, 30 201, 202, 203, 204, 205, 206, 207, 208, 209,
Plaza de la Independencia., 116 210, 212, 213, 214, 215, 216, 217, 219, 222,
Plaza de la Recolecta, 67, 114 223, 224, 227, 228, 229, 230, 231, 232, 234,
Plaza de la Villa, 30 235, 236, 237, 238, 239, 240, 241, 243, 244,
Plaza de los Tratantes, 89 245, 246, 247, 248, 249, 251, 252, 253, 254,
Plaza de Santa Bárbara, 26 257, 258, 259, 260, 261, 262, 263, 264, 265,
Plaza del Teatro, 42, 65, 106, 127, 129, 205, 266, 269, 270, 272, 275, 276, 277, 278, 279,
212 280, 281, 282, 283, 284, 285, 286, 287, 291,
Plaza Grande, 18, 26, 30, 68, 100, 109, 111, 292, 293, 294, 295, 296, 297, 298, 300, 301,
113, 114, 116, 136, 165, 188, 229 303, 304, 305, 307, 308, 310, 311, 312
Plaza Mayor, 18, 19, 26, 27, 89, 93, 94, 106, Quito, Meridiano de, 35, 36, 37
107, 110, 111, 113, 116, 128, 242, 245, 304 Quito, País de, 16
Plaza Sucre, 61 Quito, Primer ejido de, 41
Plazuela de la Carnicería, 65 Quito, Pueblo de indios llamado, 9
Policía Nacional, 307 Quito, Real Audiencia de, 18, 62, 65, 81, 97,
Pomasqui, 61, 76, 126, 152 122, 128, 148, 152, 155, 163, 165, 168, 205,
Ponce Enríquez, Camilo, 122 209, 212, 213, 224, 244, 254, 260, 262, 263,
Ponce, Calle, 202 264, 265, 271, 272, 287, 303, 304, 305
Pórcel, Lucas, 286 Quito, Reina de, 8
Portilla, Calle, 135 Quito, Reino de, 3, 5, 11, 13, 14, 15, 16, 48,
Portillo, José, 247 49, 61, 80, 81, 101, 109, 110, 111, 126, 143,
Potrero del Rey, 63, 64 155, 158, 163, 165, 234, 253
Prescott, Historiador, 13, 266 Quito, Rey de, 6, 7, 8
Primera Exposición Nacional del Ecuador, 70 Quito, San Francisco de, 9, 15, 16, 17, 19, 30,
Proaño de los Ríos, Francisco, 43 41, 42, 44, 63, 87, 100, 101, 117, 120, 123,
Proaño, Luis Octavio, 247, 248 125, 127, 130, 142, 143, 184, 197, 198, 221,
Puéllaro, 131, 132 234, 235, 244, 246, 258, 264, 265, 298
Puelles, Pedro de, 19, 45, 93, 103, 142, 143, Quito, Santiago de, 9, 15
144, 228, 246 Quito, Segundo Ejido de, 42
Puembo, 7 Quitu, 117
Puengasí, 6 Quitu, ciudad de indios, 127
Puente Nuevo, 88 Quitu, Ciudad de indios, 117
Pululahua, Volcán, 73 Quitu, Ciudad india de, 41, 44, 87
Puñonrostro, Conde de, 150 R
Puripogyo, Agua de, 8 Radio Internacional, 168
Putumayo, Río, 52 Raleigh, 53
Q Real Audiencia, Palacio de, 148
Quilla-huasi, 120 Real Casa de Moneda, 31
Quinara, 219 Recio, Bernardo, 223
Quirós, Coronel, 96 Reed, Tomás, 69, 193
Quiroz, Francisco Bernaldo de, 264 Regimiento de Artillería Bolívar, 154
Quitense, 29, 37, 175, 177, 178, 217 Regimiento Real de Lima, 154, 155, 168
Quito español, 17 Regimiento Real de Pardos, 153
Quito prehistórico, 11 Registro Civil, 98
Quito, Cantón, 98, 109 Reiss, Geólogo, 57, 58
Quito, Catedral de, 18 Relaciones Geográficas de Indias, 315
Quito, Ciudad de, 5, 7, 9, 12, 13, 14, 15, 16, Rendón, Víctor Manuel, 113
17, 18, 19, 20, 21, 25, 28, 30, 31, 35, 36, 37, República, Plaza de la, 200
39, 41, 43, 44, 45, 46, 47, 49, 50, 51, 55, 56, Requena, Geógrafo, 36

327
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Resumen de la Historia del Ecuador, 257 San Diego, Camino de, 42


Ricpamba, 9, 14, 195 San Diego, Cementerio de, 28, 107, 136, 171,
Riobamba, 66, 81, 82, 89, 100, 126, 195, 188, 190, 193, 284
234, 241 San Diego, Convento de, 141, 153, 171, 190,
Ríos, Juan, 174 283, 308
Rique, Jodoco, 22, 117, 118, 119, 197, 215, San Diego, Recoleta de, 133, 134, 222, 231
216 San Felipe Neri, Comunidad de, 279
Rivadeneira, Benjamín, 311 San Francisco de Asis, 15
Rivet, Paul, 159 San Francisco de Asís, 117, 121
Rocafuerte, Calle, 26, 28, 124, 125, 127, 278 San Francisco de California, 106
Rocafuerte, Vicente, 97, 227, 236 San Francisco de Quito, 100
Rochester, Universidad de, 187 San Francisco Plaza de, 120
Rodríguez de Aguayo, Cronista, 203 San Francisco, Convento de, 119, 121, 136,
Rodríguez Docampo, Cronista, 203 146, 215, 221, 304
Rodríguez, Juan, 93, 197, 198 San Francisco, Iglesia de, 11, 28, 119, 220,
Rodríguez, Mariano, 174, 191, 192 222, 241, 249, 277
Rojas, Alonso de, 232, 298 San Francisco, Plaza de, 28, 61, 82, 106, 107,
Roma, 135, 300 114, 117, 118, 122, 123, 165, 222
Romero, Juan, 55 San Gabriel, Colegio, 168, 228
Rosa de Lima, 253 San Gregorio Magno, Universidad de, 35, 38
Rosario, Joseph del, 273, 274, 280, 281 San Gregorio, Universidad, 86, 254
Rostoni, Mecánico, 309 San Gregorio, Universidad de, 300
Rowan, Coronel, 16 San José Betancourt, Pedro de, 279
Royal, Pasaje, 124, 127 San Juan de Dios, Hospital, 88, 135, 139,
Ruanes, Pedro de, 262, 275 186, 190, 210, 240, 241, 268, 271, 273, 274,
Ruiz, Diego, 242 275, 276, 277, 279, 280, 281, 284, 285
Ruiz, Francisco, 110 San Juan Evagelista, Cerro de, 25, 236
Rumiñahui, 14, 15, 16, 19, 100, 217, 219 San Juan Evangelista, Cerro de, 11, 60, 84,
Rusia, 50 180
Russo, Antonino, 146 San Juan Evangelista, Recoleta de, 225
S San Juan, Barrio de, 120, 139, 181, 223
Saá, Señor, 19 San Juan, Recoleta de, 236
Sagrados Corazones, Convento de, 28 San Luis Gonzaga, Colegio, 168
Sagrario, Iglesia del, 18, 85 San Marcos, Barrio de, 139, 140, 180, 190
Sala de Armas, 103 San Marcos, Iglesia de, 185, 207
Salazar de Villasante, 203 San Millán, Barrio de, 12
Salazar, Carlos de, 204 San Pablo, Apostol, 231
Salazar, Rodrigo de, 19, 45, 93, 143, 246 San Pablo, Convento de, 216
Salazza, 57 San Pedro, Apostol, 231
Salcedo, 45 San Roque, Barrio de, 139, 140, 181, 190
Salcedo, Casiano, 77 San Roque, Cantera de, 181
Salinas, Juan, 78, 112 San Roque, Iglesia de, 185, 207
Salomón, Rey, 253 San Sebastián Barrio de, 100
Salvador, Andrés, 305 San Sebastián, Barrio, 88
Salvador, Leopoldo, 129 San Sebastián, Barrio de, 85, 100, 101, 102,
Sámano, Juan de, 167, 265 103, 104, 131, 139, 140, 164, 165, 172, 182,
San Agustín, Convento de, 27, 98 190
San Agustín, Iglesia de, 190, 249, 277 San Sebastián, Camino de, 85
San Agustín, Plaza de, 106 San Sebastián, Iglesia de, 85, 101, 130, 146,
San Antonio de Ibarra, 167, 172 147, 185, 306
San Antonio, Camino de, 97 San Vicente de Paúl, Comunidad de, 279
San Blas, Barrio de, 43, 59, 131, 139, 140, Sánchez Pavón, Rafael, 242
144, 190, 223 Sánchez, Clemente, 65
San Blas, Frutarías de, 132 Sánchez, Manuel María, 144
San Blas, Iglesia de, 130, 185 Sandoval, Diego de, 142, 144
San Blas, Plaza de, 30, 106, 130, 131, 132 Sangolquí, 77, 109, 114, 232
San Blas, Quebrada de, 120 Sanguña, Quebrada, 92, 120, 123
San Buenaventura, Colegio, 288 Sanguña, Quebrada de, 125
San Carlos, Casa de expósitos de, 68 Santa Ana, Cerro, 106
San Carlos, Casa de Expósitos de, 288 Santa Bárbara, 101
San Diego, Barrio de, 123, 164, 172 Santa Bárbara, Barrio, 92

328
L u c i a n o A n d r a d e M a r í n

Santa Bárbara, Barrio de, 100, 101, 102, 120, Sánz, Juan Pablo, 193, 306
131, 139, 140, 190, 208, 281 Sapo de Agua, Sector, 102
Santa Bárbara, Colegio, 286 Saravia, Obispo, 231
Santa Bárbara, Curato de, 203 Schmidt, Francisco, 129, 308, 309
Santa Bárbara, Iglesia de, 85, 185, 203, 205, Scyris, 158, 291
206, 207, 251, 298 Segarra Iñiguez, Guillermo, 175, 177, 178,
Santa Bárbara, Observatorios de, 146 179
Santa Bárbara, Parroquia de, 234 Segunda Guerra Mundial, 36
Santa Bárbara, Pila de, 120 SEK, Universidad, 306
Santa Bárbara, Plaza de, 148 Seminario de San Luis, 86, 155, 213, 227,
Santa Catalina de Sena, Convento monacal de, 228, 252, 287
227 Seminario de San Luis., 286
Santa Catalina, Barrio de, 120 Seminario Menor, 201, 202
Santa Catalina, Convento de, 227, 228, 229, Senierges, Geodésico, 148
230 Sevilla, 81
Santa Clara, Convento de, 104, 231, 278 Shiris, 158, 291
Santa Clara, iglesia de, 87 Shumacher, Pedro, 201
Santa Clara, Mercado de, 118, 127 Sicilia, 77
Santa Clara, Plaza de, 106, 107, 188 Siliceo, María de, 227
Santa Cruz de Belén, Recoleta de, 209 Sisneros, Calisto, 174
Santa Cruz del Belén, 225 Smithsonian Institution de Washington, 187
Santa Elena, 246 Sobrino y Minayo, Blas, 287
Santa Fe, 107, 153 Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos
Santa Lucía, 106 Americanos, 144
Santa María Magdalena, Barrio de, 12 Sociedad Funeraria Nacional, 191
Santa María, Iglesia de, 198 Sociedad Sexitana, 213
Santa Misericordia de Nuestro Señor Sodiro, Calle, 70, 202
Jesucristo, Hospital de la, 262 Sodiro, Padre Luis, 69, 72, 73
Santa Prisca, Barrio de, 65, 223 Sodoma y Gomorra, 232
Santa Prisca, Calle, 201 Sol, Dios, 7, 9
Santa Prisca, Capilla de, 184 Sol, Templo del, 11, 25
Santa Prisca, Humilladero de, 204, 205, 206 Somosierra, 150
Santa Prisca, Iglesia de, 185, 201, 202, 203, Sorbona, 3
204, 205, 206, 207, 208, 209, 223, 224, 259, Sotomayor, Francisco, 43, 59, 60, 62, 63, 64,
270 65, 68, 205
Santa Prisca, Parroquia de, 214, 224 Spruce, Richard, 48, 49
Santa Prisca, Plaza de, 206, 208 Staunton, Coronel, 187, 188, 189
Santa Rosa, 292 Stübel, Geólogo, 57, 58
Santa Rosa de Lima, Escuela de, 239 Sucre, Antonio José de, 61, 67, 71, 76, 77,
Santa Teresa de Jesús, 227, 240 126, 129, 170, 173, 182, 193, 283, 284
Santa Veracruz de Belén, 212 Sucre, Calle, 28, 94, 230
Santiago de Chile, Monte, 106 Sucre, Plaza de, 126
Santiago de la Culata, 313 Sucre, Teatro, 42, 90, 128, 129
Santiago, Fundidor, 182 Sudamérica, 37, 60, 112, 155, 200, 248, 249,
Santiago, Miguel de, 32 290, 291
Santillán, Fernando de, 260, 264, 266 Superintendencia de Bancos, 202, 224, 269
Santo Domingo del Cusco, Iglesia de, 270 T
Santo Domingo, Arco de, 95, 126, 150 Taboada, Inés, 266
Santo Domingo, Convento de, 133, 251 Tahuantinsuyo, 9
Santo Domingo, Iglesia de, 136, 149, 191, Tajamar, Quebrada, 103
237, 249, 277 Tajamar,puente, 88
Santo Domingo, Orden de, 227 Tambillo, 42, 45, 46, 84, 100, 107, 123
Santo Domingo, Plaza de, 26, 61, 89, 90, 106, Tapia, Diego de, 17, 235
107, 123, 124, 125, 126, 129, 132, 237, 239, Tarqui, Calle, 31, 187
246 Taru, Río, 51
Santo Domingo, Recoleta de, 133, 134, 135, Teatro Nacional, 108
162, 193 Teatro Sucre, 108
Santo Tomás, Universidad, 212 Teatro, Plaza del, 127
Santo Tomás, Universidad de, 300 Tenerife, Pico de, 34, 35, 37
Santoliva, N., 69, 308 Texas, 20, 21
Santuario del Quinche, 247 The Andes and the Amazons, 188, 189, 313

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Tierra, 147 246


Tierra, Planeta, 3, 33, 34, 146 Velasco Ibarra, José María, 95, 193
Till, Cristóbal, 312 Velasco, Alejandrino, 193
Tobar, Carlos R., 115 Velasco, Geógrafo, 36
Toctiuco, 60 Velasco, Juan de, 11, 13, 31, 158, 159, 217,
Toctiuco, Barrio, 60 219, 220, 221, 257, 287, 313, 314, 315
Toctiucu, Barrio, 26 Veloz, Luis, 135
Toledo, Señoritas, 239 Venezuela, 68, 77, 88, 168, 173
Tolóntag, 110, 111, 277 Venezuela, Calle, 26, 28, 92, 93, 94, 103, 104,
Tomavela, 90 124, 144, 186, 190, 230, 276, 284
Tomebamba, 177 Vera Cruz de Belén, Capilla de, 225
Torreón de Guardia, 154 Vera Cruz de Belén, Iglesia de, 226
Torres, Diego de, 125, 126 Veracruz de Belén, Iglesia de, 207
Traversari, Pedro, 215 Veracruz, Capilla de, 184
Troya Pingue, Alfonso de, 227 Veracruz, Humilladero de, 204, 205
Troya, Rafael, 136 Veracruz, Iglesia de, 204, 212, 224
Tumbaco, 7 Veracruz, Sitio de, 269
Tumbes, 14 Verdecruz, Leprocomio, 282
Tumianuma, 219 Vía Láctea, 56
Túnel de la Paz, 88 Villa Orellana, Marqués de, 281
Túnel de La Paz, 101 Villacís, Capilla de, 222
Túnez, 77 Villalengua y Marfil, Juan José de, 65, 67, 68,
Tungurahua, Provincia de, 23, 292 97, 128, 184, 198, 202, 209, 212, 213, 215,
Tungurahua, Provincia del, 69, 75 225, 272, 287
Tungurahua, Volcán, 58, 126 Vinci, Rubén, 91
Turubamba, 123, 161, 212 Virchau, 53
Turubamba, Ejido de, 42, 43 Virgen de la Escalera, Capilla de la, 135
U Virgen de la Nube, 241
Ugarte de Landívar, Zoila, 228 Virgen de Nazareth, 295
Ullaguanga-huayco, Arroyo, 87 Virgen del Rosario, Capilla de, 237
Ullaguanga-huayco, Quebrada, 120, 121, 123, Viteri Lafronte, Homero, 280
125, 186 Viteri, Canónigo, 143
Ullaguanga-huayco, Vado, 88 W
Ullaguanga-yacu, Quebrada, 231, 233 Wallace, Alfred, 49
Ulloa, Antonio de, 32, 57, 63, 148, 224, 239 Washington, 308
⁄ltimas Noticias, Diario, 119, 175, 178, 203 Whymper, Edward, 57, 58
Unión Nacional de Periodistas, 139, 148, 251, Williams, Colegio, 187
298 Williams, F S, 187
Unión Postal Universal, 94 Wisse, Ingeniero, 57
Universidad Central del Ecuador, 35, 36, 37, Wisse, Sebastián, 97
38, 154, 155, 228, 253, 307 X
Universidad de Quito, 188 Xaquixaguana, 260
Universidad de San Gregorio, 155 Xaquixaguana, Batalla de, 270
Uran-Quito, 201 Y
Ushiña y Laymiña, Lucas, 6 Yaguarcocha, 167
Uyalá, Cerro de, 6, 7, 8 Yapurá, Río, 53
Uyumbicho, 45, 46 Yaruquí, 7, 147
Uyumbicho, Monte de, 43, 44, 45 Yavarí, Río, 51, 52, 53
V Yavirac, Cerro, 11, 84, 85, 142, 158, 180, 286
Vaca de Castro, Cristóbal, 111 Z
Vaca Salvador, Manuel, 192 Zaguanche, Arroyo de, 42
Vaca, Manuel, 192 Zámbiza, 131
Valladolid, 265 Zamora, 110
Valparaíso, 106 Zaragoza, 163, 165
Valverde, García de, 303 Zaruma, 110
Valverde, Pedro de, 244, 259 Zelaya, Juan Antonio, 65
Vargas, Calle, 27 Zorilla, Inés de, 244
Vásquez, María Antonieta, 144, 174
Veinticuatro de Mayo, Avenida, 59, 88, 103,
231, 240
Veintimilla, Ignacio de, 104, 129, 154, 170,

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