“Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor .Hay diversidad
de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común.” 1Cor 12,5-7
Después de reflexionar sobre el texto de San Pablo, disponerse a leer
el contenido de este tema, para poder compartirlo y profundizar en la actitud que se requiere para cada uno de los ministerios que veremos een este tema.
El ministerio de guiar la celebración
Entre los distintos ministerios que colaboran en la celebración
litúrgica esta el de guía, a quien también a veces se denomina animador, monitor o comentarista.
El guía, como uno de los animadores de la celebración, colabora o no
en una mejor participación de los presentes en la celebración, a través de su convicción y adhesión a lo que lee y su consciencia de lo que significa el culto que rendimos al Señor.
Es importante tener en cuenta el tono de voz, la atención a los
momentos en que debe intervenir y el respeto por quienes lo escuchan. No siempre se entiende bien la manera de cubrir esta tarea, y se improvisa, generalmente por no haber una preparación previa que supone la lectura del guión, y en alguna celebración especial, por desconocer o no estar seguro de los cambios o agregados a la celebración habitual.
En primer lugar el guía, donde se utiliza micrófono, debe tratar de
familiarizarse con el uso del mismo. Probar fuera de la celebración, cómo suena su voz, si debe bajar el tono, o hablar más fuerte. Hay que probar a qué distancia colocarse, para no exagerar la manera de hablar y que todo se escuche con naturalidad. Debe articular las palabras cuando lee, pare que se le entienda. Debe saber que cada intervención que hace requiere un tono de voz distinto.
No es lo mismo invitar a ponerse de pié para comenzar la
celebración, que invitar a los participantes a acercarse a comulgar.
Durante la celebración debe colocarse a un costado, de tal manera
que pueda ver el altar y la asamblea. Nunca debe utilizarse el ambón para guiar, es el lugar exclusivo para la lectura de la Palabra. Deberá ser a la vez oportuno y discreto. Oportuno para intervenir en el momento adecuado, discreto para no tener un protagonismo que sólo corresponde al que preside.
El guía es el que imprime con su actitud dinamismo a la asamblea y
permite que las personas sean participantes y no espectadores.
Antes de comenzar la celebración, es bueno, y a veces muy
necesario, que antes de empezar a leer el guión, invite a los hermanos, a prepararse espiritual y mentalmente para poder celebrar y participar mejor. Es importante esta invitación a hacer silencio, y disponerse a escuchar, por lo que debe ser hecha en un tono de voz que ayude a lograr aquello que se pretende. Si hay mucho murmullo de conversación, con paciencia, dar varias indicaciones. La voz no debe ser fuerte, como de quien da órdenes, debe ser una voz que invite junto con las palabras. Tal vez no se logre del todo el clima la primera vez, pero si se tiene la perseverancia de hacerlo, domingo a domingo, se podrá logar con el tiempo. Es una manera de educar a la asamblea.
Al invitar a los participantes a ponerse de pie, recordar que el que
entra no es el celebrante, como muchas veces se dice, el sacerdote es el que preside la celebración, en la que todos, por nuestro bautismo somos celebrantes. Por lo tanto lo correcto es decir, recibimos al padre X o recibimos al sacerdote que presidirá nuestra celebración.
No siempre se entiende bien la manera de cubrir esta tarea, y se
improvisa, generalmente por no haber una preparación previa que supone la lectura del guión y en alguna celebración especial por desconocer o no estar seguro de los cambios o agregados a la celebración habitual.
Es muy importante que el guía conozca de antemano los cantos que
La persona encargada de alguna de las lecturas en una celebración
eucarística, debe tomar conciencia de lo importante que es su tarea.
Esto nos debe ayudar a pensar que, a través de nuestra manera de
leer, todos los presentes deben recibir el mensaje del Señor.
En realidad en la liturgia no se lee la Palabra de Dios, se la proclama.
Proclamar significa “publicar en alta voz una cosa para que se haga notoria a todos” según el diccionario. Esto nos dice de qué manera debemos proceder en la Liturgia de la Palabra. No estamos leyendo cualquier texto, leemos el mensaje de Dios Nuestro Padre y Señor para todos sus hijos reunidos en asamblea, reunidos como familia de Dios. “Dios habla a su Pueblo, le descubre el misterio de la Redención y Salvación, y le ofrece el alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su Palabra, se hace presente en medio de los fieles” esto es lo que nos enseña la Iglesia en sus directivas sobre la Celebración de la Misa.
Leer de manera adecuada es un acto de amor al prójimo, de
comunicación de algo muy importante para nosotros, que queremos compartir con los presentes, acto en el cual damos lo mejor de nosotros. Debemos considerar con mucha humildad, que somos los voceros de Dios.
Todos sabemos leer, pero eso no es suficiente. Si en nuestra vida
cotidiana compartimos una noticia del diario con otra persona leemos de una manera, pero si en nuestra casa leemos un cuento a un chico, hijo o nieto, nuestra lectura no será igual.
Al leer la Palabra debemos tener en cuenta el contenido del texto, si
leemos algo sobre la misericordia y el amor de Dios, no será lo mismo que leer el enunciado de los Mandamientos a Moisés. Cada texto tiene su mensaje y su espíritu que se debe reflejar en la lectura Normalmente a la gente le da miedo ofrecerse para ser lector en la celebración, otros en cambio se largan no más, son dos extremos que hay que evitar. Por el bautismo todos somos celebrantes en la liturgia, podemos hacerlo y debemos hacerlo, pero preparándonos.
Por eso los equipos de liturgia deben preparar seriamente la Liturgia
de la Palabra, para que no sea algo improvisado. Los lectores deben conocer de antemano el texto para que no tropiecen con los nombres raros que a veces aparecen; para que puedan interiorizarse del mensaje y dar el tono adecuado a su lectura. Es un proceso que hay que intentar llevar adelante con paciencia y humildad, consultando y aprendiendo de otras personas. De esta manera ayudaremos a que nuestras celebraciones dominicales puedan ser vividas de la mejor manera.
La lectura de la Palabra de Dios, según nos enseña la Iglesia, es una
de las varias maneras que tiene Cristo de hacerse presente en la celebración eucarística; “pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla” (Concilio Vaticano II). Esto nos debe ayudar a pensar que a través de nuestra manera de leer, todos los presentes reciben el mensaje. Es bueno que previamente conozcamos el texto para saber si hay alguna palabra, sobre todo los nombres de personas y lugares, que sean desconocidos o raros y que puedan trabarnos en la lectura. Considerar los puntos y las comas para hacer las pausas correspondientes, y si comprendemos su sentido, esto nos dará seguridad.
En el momento de hacer la lectura debemos tener presente algunas
cosas: - Al acercarnos al ambón (lugar desde el que se lee) si debemos pasar frente al altar debemos detenernos brevemente y hacer una pequeña inclinación de cabeza. - Pararnos bien, para que la voz salga mejor - Fijarnos que el micrófono no este demasiado cerca, ni demasiado lejos y leer como si no lo tuviéramos. - Antes de empezar a leer, es bueno mirar a la asamblea. - Indicar el título y hacer un breve silencio. - Leer articulando las palabras, con voz clara, fuerte (que no significa gritar) y expresiva. Sin apurarse, no bajando el tono en las comas, respirando con tranquilidad. - Las pausas, silencios breves, son necesarios para respirar, y no atropellarnos en la lectura. Al terminar el texto, se hace una breve pausa y mirando a la asamblea se dice: “Palabra de Dios”. La lectura expresiva no significa algo teatral, sino valorar lo que el texto dice y acompañar su significado con la voz.
El salmo es una oración con la que se responde a la Palabra
proclamada, por lo tanto debe tener tono de oración, su lectura no debe ser lenta ni en voz baja. La antífona simplemente se anuncia y la asamblea la repite, para lo cual se hace una breve pausa.
La Misa tiene dos partes, igualmente importantes que se ha dado en
llamarlas “mesa de la Palabra” y “mesa de la Eucaristía”; ambas importantes e igualmente necesarias para nuestra vida. No siempre se entiende bien la manera de cubrir esta tarea, y se improvisa, generalmente por no haber una preparación previa que supone la lectura del guión y en alguna celebración especial por desconocer o no estar seguro de los cambios o agregados a la celebración habitual.
Aquellos que se sientan llamados a cumplir el rol de guía o lector
deben de a poco familiarizarse con su ministerio, y saber que se equivocarán, pero que no deben desanimarse, en la vida siempre hay una primera vez, y un tiempo de aprendizaje para todo.
Cuando descubrimos nuestra posibilidad de colaborar en la liturgia,
hagámoslo con sencillez y alegría, agradeciendo al Señor la oportunidad.