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Torres, Andrés

Equipo: san Fernando


Tema: la misericordia en el NT
FÁBULA

Pie Pellicane

Sobre una rama de un alto árbol, el pelícano había armado su refugio. En ese momento intentaba proteger
con sus alas a sus pichones, pues una tempestad furiosa se cernía sobre ellos.
Los pequeños lloraban de hambre, ya que desde que se había desatado el temporal tres días atrás, salir a
buscar comida era muy peligroso.
-¡Tenemos hambre! -Se quejaban a su madre- ¡vamos a morir!
El pelícano sabía que siendo tan jóvenes sus hijos, no podrían sobrevivir más tiempo sin llenar sus barrigas.
-Voy a salir a buscar algo de comer en la tormenta –anunció-. Pero en mi ausencia os doy un precepto:
tenéis prohibido abandonar el nido. Si salís, el viento y el agua os sacudirán de tal modo que moriréis.
Y dicho esto desplegó sus alas y enfrentó la tormenta, perdiéndose entre el aguacero y el vendaval.
Otro día entero pasó, mientras los pichones esperaban y se iban debilitando más y más.
-Tenemos que hacer algo –dijo uno.
-¡No! –le espetó otro- confiemos en que madre proveerá el alimento a su tiempo.
Y todos comenzaron a piar desesperadamente.
La serpiente, que vivía más abajo en el mismo árbol, oyó los chillidos. Siempre estaba al asecho esperando
el momento de engullir algún pichoncito; y dado que ella tampoco probaba bocado hacía tiempo, se aventuró
hacia sus vecinos.
-¡Niños! –exclamó- ¿Por qué lloráis con tanto desconsuelo?
-No tenemos comida, y pronto moriremos –respondieron.
-¿Y mamá pelícano? ¿dónde está? –indagó el reptil.
-Se arriesgó por nosotros y salió a buscar alguna presa.
-¿Por qué no venís conmigo? Y yo os daré algo de comer… -inquirió. El nido era alto, y necesitaba hacerlos
salir.
-Madre nos ha prohibido salir, de lo contrario moriremos azotados por el viento y el agua –respondió un
pichón.
-¡Eso no es cierto! –mintió la sierpe- Es que mamá pelícano no quiere compartir con vosotros su comida. Yo
la he visto llenarse la boca mientras ustedes chillan aquí desesperados.
Y fue así que en medio de un gran alboroto los pichones comenzaron a saltar del nido. Pero como aún no
tenían las alas maduras para volar, uno a uno fueron arrebatados por la tormenta, cayendo al suelo desde gran
altura.
La fuerza del viento los arrastró hasta un pozo, en el cual quedaron atrapados. El furor de la tempestad les
hacía imposible salir.
La serpiente se lanzó a la carrera en busca de su botín, pero en el momento en que estaba por saltar sobre
el pozo, apareció mamá pelícano cubriendo el acceso con sus alas, y el venenoso enemigo huyó despavorido.
El llanto que subía desde el pozo era conmovedor, y a cada instante se hacía más débil.
El pelícano temió que sus hijos muriesen de hambre, y se arrojó al pozo junto a ellos. Pero no tenía con qué
saciarlos.

1
Viendo que ya casi no se movían, lleno de compasión comenzó a herirse el propio pecho, como hacen los
pelícanos cuando no hay más remedio, extrayendo pequeños trozos de carne y sangre, y los colocaba en la boca
de sus hijitos. Pero eran tantos…
-Coman de mi carne, hijos míos… -indicó, con el dolor en la voz- y vivirán. Cuando pase el peligro, podrán
salir a la luz.
De pronto, con su inmenso pico traspasó su corazón, saciando con la abundancia de su sangre la necesidad
de sus pichones, y entregando en ello la vida.
Los pequeños pelícanos, habiéndose alimentado, sintieron el peso de su culpa, derramando lágrimas por su
madre.
Más tarde, cuando la tormenta se hubo acabado, pudieron escapar de su prisión. Pero bien sabían que ellos
también eran pelícanos, y un día deberían entregar su vida en rescate por sus propios hijos.

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