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1898

El final de
cuatro siglos de
Cuba y Filipinas
españolas
1
1898
El final de
cuatro siglos de
Cuba y Filipinas
españolas
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ISBN 978-84-9091-824-1 (edición impresa)
Depósito legal M 31767-2023
Fecha de edición: noviembre de 2023
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5
Índice

6 Introducción 12
Jesús Arenas García

Presentación 14
Guillermo Calleja Leal

El escenario cubano filipino


El escenario del conflicto 19
Ángel Navarro
El factor geográfico 19
El marco geoestratégico general 20
El marco regional antillano 22
El marco regional filipino 23
El medio geográfico en Cuba y Puerto Rico 23
El medio geográfico en Filipinas y el Pacífico hispano 28

Primera parte. Cuba


Hacia una revisión histórica del grito del alzamiento que protagonizó el 24 de febrero de
1895: ¿Baire o Bayate? 35
Guillermo Calleja Leal
Introducción 35
El 24 de febrero de 1895 37
¿Por qué el levantamiento se realizó el 24 de febrero? 37
El 24 de febrero en Occidente: el fracaso total de los alzamientos 38
El 24 de febrero en Oriente: triunfo de los alzamientos 40
Las claves de la minusvaloración del grito de Bayate en favor del grito de Baire en la historia de la
guerra 45
El factor cubano 45
EI factor norteamericano 49

El ejército español en Cuba 53


Eladio Baldovín Ruiz
Hasta la guerra de los diez años 53
La guerra de los diez años 56
Evolución del ejército de operaciones 60
Período entreguerras 62
El levantamiento de Baire 64
La invasión de occidente 67
Los insurrectos 69
El general Martínez Campos 70
Segundo año de guerra. El general Weyler 72
El refuerzo desde la península 77
Cambio de política de guerra. Las reformas 79
La guerra con los Estados Unidos 81

Mambises contra españoles. La visión cubana


del adversario 87
René González Barrios
Enemigos letales 90 7
Dignidad en la adversidad 91
Ética en el recuerdo 95

Eloy Gonzalo y Cascorro 103


Gabriel Rodríguez Pérez
Introducción 103
De Chapinería a Cascorro 104
En Cascorro 107
La acción de Cascorro 108
El marco bélico 111
Después de Cascorro 114
Los últimos meses 114
Epílogo 116

La dimensión internacional de la guerra


hispano-cubana-americana 119
Ignacio Uría Rodríguez
Introducción 119
España en el concierto internacional 120
Un conflicto internacional 125
Dos hechos fatídicos: Dupuy de Lóme y el Maine 126
La mediación internacional 129
La recta final hacia la guerra 132
Conclusiones 139

La guerra hispano-cubana-norteamericana:
los combates terrestres en el escenario oriental 145
Guillermo Calleja Leal
El ejército de la república de Cuba en armas y el de España en los combates terrestres del 98 145
El ejército norteamericano no estaba preparado para la guerra contra españa 155
Situación caótica del V Cuerpo de Ejército de EE. UU. en Tampa 158
Operaciones de desembarco del V cuerpo de ejército de EE. UU. 164
Los combates de Guantánamo y las Guásimas 168
Comentario a la batalla de Guantánamo 169
Los combates del Caney y de San Juan 174
El objetivo final: Santiago de Cuba 186
Epílogo 196

La Guardia Civil en la guerra final de Cuba (1895-1898) 201


Enrique de Miguel Fernández-Carranza
Francisco J. Navarro Chueca
Raúl Izquierdo Canosa
Antecedentes e implantación de la guerra civil en Cuba 201
Antecedentes 201
Creación y evolución de los tercios de la Guardia Civil 203
La guardia civil en la guerra final 206
Organización 206
La Escala de Reserva de la Guardia Civil 209
8 Acciones y recompensas 210
Miembros de la Guardia Civil recompensados 211
Con la Cruz Laureada de San Fernando 211
Una recompensa especial 212
Algunos hechos heroicos 212
Otras recompensas 212
Fallecidos 214
Los retornos 217

Voluntarios y guerrilleros en la última guerra de Cuba (1895-1898) 221


Enrique de Miguel Fernández-Carranza
Raúl Izquierdo Canosa
Francisco J. Navarro Chueca
Introducción 221
Los Voluntarios durante la guerra Larga (1868-1878) 223
El mandato del general Dulce y los conflictos con los Voluntarios 223
El Reglamento de Voluntarios del 21-4-1869 225
La opinión del general Weyler sobre los Voluntarios en la guerra Larga 226
Del mando de Caballero de Rodas al final de la guerra (1869-1878) 226
El reglamento de 1892 y las unidades de Voluntarios existentes en la isla en dicho año 227
La situación del Ejército en Cuba 227
El Reglamento de 1892 228
Las fuerzas regulares en la última guerra 235
Generalidades 235
El mandato de Martínez Campos 243
El mandato de Weyler 244
El periodo del general Blanco 250
La llegada de Voluntarios y guerrilleros a la Península 252
Voluntarios y guerrilleros fallecidos 256

La asistencia sanitaria a las Fuerzas Armadas destinadas en ultramar 263


Manuel Gracia Rivas
Introducción 263
La campaña de Cuba 265
La situación en Filipinas 272
La ocupación de Puerto Rico 274
El retorno de los repatriados 274

Segunda parte. Filipinas

José Rizal: padre de la nación filipina 281


Francisco Marín Calahorro
El hombre 282
El pensador y sus ideas 293
Proceso y condena. El «último adiós» 296
Epítome 300
9
La defensa de la soberanía española en Filipinas antes de la guerra del 98 303
Luis E. Togores Sánchez
Los moros de Joló y la revuelta de Cavite de 1872 304
Blanco y el comienzo de revuelta tagala (agosto a diciembre del 96) 318
El mando de Polavieja (diciembre del 96 a abril del 97) 324
Llega Primo de Rivera (abril del 97 a febrero del 98) 325
Epílogo 333

1898, La guerra hispano-americana en Filipinas 335


Luis E. Togores Sánchez
El mando de Primo de Rivera 335
Las noticias de la declaración de guerra llegan a Manila 336
El combate naval de Cavite 339
El ataque al arsenal de Cavite 341
Aguinaldo proclama la independencia de Filipinas 343
El sitio de Manila (mayo y junio) 345
La sublevación de la Pampanga 347
El sitio de Manila (julio y agosto) 348
El asalto final por las tropas norteamericanas 350
La resistencia de la Marina y el Ejército en otras partes del archipiélago 353
El escenario olvidado de la guerra: el Pacífico español 354
La financiación de la guerra en Asia 355
Conclusión: el tratado de París 355

La gesta de la defensa de la posición de Baler, Filipinas (30 de junio 1898–2 de junio 1899) 359
Miguel Ángel López de la Asunción
Miguel Leiva Ramírez
Antecedentes 359
El tercer sitio a la iglesia de Baler 361
El atrincheramiento de la iglesia de Baler 362
El decreto de Aguinaldo 374
Manila y el regreso a España 375
Los defensores de Baler 376
Las repercusiones de la caída de las Islas Filipinas en España 389
Miguel Luque Talaván
España y sus posesiones ultramarinas en el marco internacional 389
La actuación política y militar durante la guerra del 98: la campaña de Filipinas (1896-1898) 390
Las consecuencias de la guerra sobre el ejército. Un estudio de caso 392
El tratado de París y el regreso de las tropas 394
La repatriación de las tropas 395
Algunos de los efectos de la derrota 397
Acerca de las posibles razones que llevaron al Gobierno español a emprender una guerra 397
La situación naval hispana versus la estadounidense 398
Reflexiones finales 400

El impacto del desastre del 98 sobre la mentalidad del Ejército español 405
Pablo González-Pola de la Granja
10 Introducción 405
Antecedentes. El Ejército que llega a enfrentarse a la crisis de 1898 406
Un Ejército que no se siente derrotado 409
La propuesta regeneracionista militar 414
La configuración de la conciencia intervencionista militar 416
11
Introducción
Jesús Arenas García
General de brigada
Director del Museo del Ejército

12 Una de las efemérides que este año conmemora el Ejército de Tierra es el 125 aniversario de su participa-
ción en los conflictos de Cuba y Filipinas. El Museo del Ejército, en cumplimiento del primero de sus fines,
mostrar la historia del Ejército español como parte integrante e inseparable de la historia de España, se
une a esta conmemoración con la exposición temporal 1898. El final de cuatro siglos de Cuba y Filipinas
españolas.

El 10 de diciembre de 1898, España firmó con los Estados Unidos el Tratado de París, por el que renunciaba
a su soberanía sobre Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam, estos tres últimos en beneficio de los Estados
Unidos. Tras el tiempo transcurrido, el Museo del Ejército invita a reflexionar sobre la España de ultramar y
su vigencia actual en esa gran familia de naciones que forman la Hispanidad.

La exposición pretende una doble finalidad: mostrar el legado español en Cuba y Filipinas, y recordar las
gestas de los soldados que lucharon y murieron por su tierra y por su patria en aquella España de ultramar.

Su comisario, el historiador y académico de la Real Academia de la Historia Guillermo Calleja Leal, ha rea-
lizado un magnífico trabajo, al alcanzar dichos objetivos de forma magistral con una acertada elección de
las obras, un esmerado discurso expositivo y un exquisito rigor histórico.

Es fundamental destacar la ingente aportación histórica de España a nuestras queridas Cuba y Filipinas,
enriquecidas durante siglos en todos los ámbitos: artístico, monumental, cultural, urbanístico, sanitario,
educativo, de infraestructuras o red viaria… Sin distinción con la España.

Una reflexión serena del acontecer histórico, al margen de leyendas, nos permite comprender que Cuba y
Filipinas fueron parte de España, compartieron cuatro fecundos siglos de historia común y se engrandecie-
ron con ella; que sentó las bases civilizadoras mediante el progreso y el desarrollo que, paradójicamente,
hicieron posible el nacimiento de estas dos nuevas naciones.

La actuación del Ejército español fue fundamental desde los inicios de la presencia descubridora de Es-
paña. Fue el Ejército quien tuvo a su cargo no solo la construcción de castillos, fortificaciones y arsenales,
sino también la urbanización y obras públicas de los pueblos y ciudades ultramarinas: calzadas, puentes,
acueductos, puertos, catedrales, hospitales, mercados, escuelas y un largo etcétera. La Sanidad Militar, a
través de clínicas y hospitales, resultó esencial, al igual que la educación, la cultura y la investigación.

Como ya se ha dicho, la exposición recuerda las gestas de aquellos soldados que lucharon y murieron por
España. No murieron en tierra extranjera, porque era una sola España la que existía. Lucharon y murieron en
una auténtica guerra civil, enfrentados a otros españoles con los que compartían cultura, lengua, fe y cua-
trocientos años de progreso y de historia común. Una guerra, derivada de las crisis políticas y sociales de
la época y condicionada por factores externos, entre españoles que quisieron independizarse y españoles
que querían seguir siéndolo y no pudieron.
Una guerra en la que fueron determinantes los intereses geoestratégicos de una incipiente potencia mun- 13
dial, los Estados Unidos de América, y que supuso la fractura territorial y política de España mediante la
independencia final de ambas naciones hermanas. Por ello, se han querido mostrar los ejércitos combatien-
tes, que, como en todas las guerras, tuvieron héroes, sacrificios de toda índole, victorias y derrotas.

Y, por supuesto, esta exposición constituye un reconocimiento al soldado español; al honor, entrega, sacri-
ficio, coraje y heroísmo de aquellos hombres que derramaron generosamente su sangre por España, con
independencia del acierto o error de las decisiones gubernamentales de carácter político o diplomático.

La cubierta del catálogo simboliza perfectamente ese reconocimiento, la imagen de la magnífica escultura
titulada No importa, obra de Julio González-Pola, que se encuentra en el Centro Cultural de los Ejércitos de
Madrid y cuyo boceto en yeso se conserva en el Museo del Ejército. Nada importa: fatigas, privaciones, re-
nuncias, sacrificios, calamidades, riesgos, ni aun la propia vida. Todo por la Patria, sin esperar nada a cambio.
Al soldado le basta la íntima satisfacción del deber cumplido.

Sirva esta recorrido expositivo como recordatorio de sus gestas, homenaje de gratitud y acto de justicia
hacia todos ellos. Y, también, como muestra de cariño a estas dos naciones hispanas, muy presentes en
nuestro corazón y a las que nos unen fuertes lazos fraternales.
Presentación
Guillermo Calleja Leal
Comisario

14 El 125 aniversario de 1898 supone una excelente oportunidad para retroceder en el tiempo y reflexionar so-
bre los cuatro largos siglos en los que la isla de Cuba y el archipiélago de Filipinas formaron parte territorial,
política y administrativa de la España de Ultramar y compartieron una indisoluble historia común. Además,
el Ejército siempre estuvo presente: no sólo en su defensa y seguridad, sino también como particípe en su
progreso, desarrollo y bienestar común.

Las crisis políticas y sociales que sucedieron en España repercutieron lamentablemente en Ultramar y no fue
casualidad que la Revolución de La Gloriosa de 1868 coincidiera con el inicio de la primera de las guerras
independentistas de Cuba que fue la guerra de los Diez Años (1868-1878). Con la perspectiva que ofrecen
tantos años desde 1898, podemos asegurar que las guerras independentistas fueron verdaderas guerras
civiles y nunca coloniales.

En el primer ámbito de la exposición se contempla el retrato de la reina regente M.ª Cristina de Habsbur-
go con su hijo Alfonso XIII de niño. Este lienzo del pintor habanero Manuel Wssel de Guimbarda abre el
espacio dedicado a la milicia de España en Cuba donde se presentan piezas de los fondos del Museo del
Ejército que aportan una visión general de la realidad de la época: fotografías, banderas, uniformes, ar-
mas, proyectiles, cuadros, miniaturas y demás elementos. También piezas importantes del Ejército cubano
(«mambí») y algunas del V Cuerpo de Ejército de EE. UU. Se recuerda así a los héroes, tanto cubanos como
españoles.

El boceto de la imponente escultura No Importa, con toda su significación, da paso al espacio dedicado a
Filipinas, donde el visitante contemplará un selecto conjunto de armas tradicionales tagalas del fondo que
posee el Museo, y que es la colección más importante de estas armas fuera del archipiélago filipino. Uni-
formes, retratos, maquetas y otros objetos conducen hacia una de las páginas más gloriosas de la historia
militar de España:el sitio de Baler. Una gesta que despertó la admiración del propio general Aguinaldo,
como meses antes la habían provocado Vara del Rey y sus hombres en la posición cubana oriental del
Caney, que llevó a Henry Cabot Lodge a comparar su coraje y heroísmo con los defensores de Zaragoza y
Gerona contra los franceses.

El último espacio del recorrido está dedicado al legado español en las provincias españolas de Cuba y
Filipinas. La guerra puso fin a la soberanía de España, pero su presencia siempre se mantendrá como
también la de Cuba y Filipinas en la propia España, así como la unión fraternal de cooperación y amistad
en el seno de esa gran familia de naciones que forman la Hispanidad.

Quisiera destacar además la realización de este catálogo que, en su primera parte, ofrece estudios realiza-
dos por magníficos especialistas que aportan con maestría sus conocimientos y contribuciones sobre la re-
ferencia geográfica, la realidad militar de la época, los teatros de operaciones, la sanidad militar, los aspec-
tos organizativos, la Guardia Civil, los voluntarios y muchos otros asuntos militares, políticos y diplomáticos.

En su segunda parte, el catálogo aporta un detenido y pormenorizado análisis de la mayoría de las piezas
expuestas, algunas de ellas inéditas para muchos visitantes y estudiosos.
Por todo ello, 1898. Cuatro siglos de Cuba y Filipinas españolas tiene como finalidad contribuir al proceso 15
de revisión, asumiendo la historia con una perspectiva objetiva y aprendiendo de ella.

Finalmente, quisiera dejar constancia de mi agradecimiento sincero hacia el general director, Jesús Arenas
García, por el inmenso honor que supuso para mí ser nombrado comisario de esta exposición, por su con-
fianza y su constante apoyo; al personal del Museo del Ejército que, con su proverbial profesionalidad y
experiencia, han realizado un trabajo extraordinario con su buen hacer y sus tan buenos como muy oportu-
nos consejos; a todos los historiadores que han participado, con sus excelentes trabajos, en este catálogo;
al Instituto de Historia y Cultura Militar por su indispensable colaboración; y también a la Subdirección
General de Publicaciones del Ministerio de Defensa que afrontó el reto que suponía la complejidad de este
trabajo y, teniendo siempre el tiempo como enemigo, hizo posible que este catálogo fuera una realidad. A
todos, sinceramente, millones de gracias.
El escenario cubano filipino

El escenario
cubano filipino
EL ESCENARIO DEL CONFLICTO
Ángel Navarro1

Ciento y veinticinco años después del conflicto (1898-2023) que significó para España la pérdida de sus 19
principales posesiones ultramarinas, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que por múltiples repercusiones en la
vida española se conoce como «EI Desastre», es posible analizar, con la objetividad que permite el tiempo
transcurrido, las causas, las circunstancias, los hechos y las consecuencias que significó este acontecimiento.

Toda la vida española, no solamente del momento histórico en el que se produjo, finales de siglo XIX, sino
también la de los años y décadas siguientes, se vio influida por la derrota española y sus consecuencias.
Buena muestra de ello son la literatura, con una importante generación de escritores que lleva como iden-
tificador el año del desastre –el 98–; la economía, con el agridulce sabor de la pérdida de unos mercados
y unos productos exóticos (caña de azúcar, tabaco, café...) y la ganancia del cese de una sangría agotadora
de nuestros recursos en un conflicto interminable; el ejército, que perdería parte de su protagonismo y que
conoció una exagerada inflación de jefes –casi quinientos generales– como consecuencia de la guerra; las
migraciones transoceánicas y la afirmación de España como potencia de segunda clase en el concierto de
las naciones.

Cada uno de estos aspectos y otros muchos pueden ser objeto de análisis, pero si se intenta buscar una
respuesta, unas razones que expliquen cómo pudo llegarse a esta situación, cómo se produjo la derrota,
resulta imprescindible conocer el marco geográfico, es decir, las características naturales, humanas, econó-
micas y organizativas de estas tierras transoceánicas, porque en su conocimiento residen algunas de esas
respuestas.

EL FACTOR GEOGRÁFICO

En muchas ocasiones, la geografía de un lugar ha sido considerada como el obligado marco de referencia
donde localizar unos hechos históricos, humanos o económicos, pero los sucesos y fenómenos puramente
geográficos tienen mayor protagonismo que el mero hecho de suponer un telón de fondo para los decisi-
vos acontecimientos históricos.

La localización espacial es el primero de los principios geográficos, como la localización temporal lo será
de los históricos, pero, aunque ambas coordenadas, dónde y cuándo, son fundamentales, la aportación de
la geografía al conocimiento y explicación de los hechos históricos no acaba ahí. La geografía no solo nos
dice el dónde, sino el cómo del dónde, como medio para esclarecer por qué generalmente se considera
que el papel que juegan los componentes del medio natural es tanto mayor cuanto más primitiva sea la
sociedad a que nos refiramos, cuanta mayor relación tenga la economía con las condiciones del medio y
cuanto más extremos sean los caracteres de ese medio.

 Doctor en Geografía e Historia. Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. (1998). «El escenario
1

geográfico del conflicto». En: El Ejército y la Armada en el 98. Madrid, Artes Gráficas Luis Pérez S.A., pp. 17-32.
En el caso de Cuba y Filipinas, los tres principios citados están presentes en grado sumo. Hablamos de una
sociedad –en el momento del conflicto– con una tecnología poco desarrollada, al menos con los paráme-
tros que hoy conocemos, donde la esclavitud hacía poco tiempo que se habría abolido, pero aún quedaban
formas de servidumbre, de vinculación forzada a la tierra y a las haciendas, de manera legal o real, princi-
palmente en Puerto Rico y Filipinas.

En Puerto Rico, debido a la puesta en marcha del «Reglamento General de Jornaleros», se daba de hecho
un régimen de servidumbre o semiesclavitud que afectaba tanto a blancos, como a negros y mulatos. Los
trabajadores sujetos a este reglamento debían realizar un contrato de por vida, consignado en una libreta
que venía a ser el certificado de servidumbre y adscripción a la tierra. De esta manera, en la isla, los traba-
jadores «libres» sustituyeron a los esclavos, aunque las condiciones reales apenas se modificaran2.

En segundo lugar, está claro que la principal base económica era la agraria, más aún el cultivo de productos
tropicales no existentes o poco importantes en la metrópoli, que dependían de unas condiciones naturales,
como clima y suelo, que en el caso de España solo se daban en el Caribe y Filipinas. Los dos cultivos fun-
damentales serán la caña de azúcar y el tabaco.

20 Por último, es indudable que las condiciones naturales del medio antillano y filipino, principalmente desde
la óptica de los soldados peninsulares que tuvieron que luchar en este escenario, eran verdaderamente
extremas. El clima y la vegetación se convirtieron en los principales aliados de los insurgentes, más adap-
tados a estas condiciones que los soldados de reemplazo, para los que el medio fue su enemigo y uno de
los principales factores desencadenantes de la principal causa de muerte: las epidemias.

Podemos definir varios marcos de referencia en los que inscribir la incidencia de los elementos geográficos,
en relación con los acontecimientos que estudiamos.

EI primer marco será de carácter general, geoestratégico, mientras que un segundo nivel hará referencia a
los marcos regionales antillano y filipino, aunque esos dos planos no están desconectados, sino que signi-
fican planos de aproximación.

El marco geoestratégico general


Con independencia del marco político general y de las relaciones internacionales en el momento del con-
flicto, solo un hecho geográfico, la situación, cobra especial relieve hasta el punto de ser uno de los factores
decisivos en la contienda.

En efecto, es necesario tener en cuenta tres aspectos decisivos dependientes de la posición geográfica de
los países contendientes, como son las distancias, la pertenencia a continentes distintos y alejados entre sí
y el carácter insular que tienen las zonas protagonistas.

EI primero de los aspectos, la distancia, puede establecerse tanto con la metrópoli, España, como con el
país más interesado en que se produzca una ruptura entre esta y las islas, de tal manera que se pudiese
operar una sustitución, de hecho, o de derecho, del país hegemónico, en este caso de España por Esta-
dos Unidos. No podemos olvidar que una supuesta ayuda de Estados Unidos a la liberación de las islas se
traducirá en el control y tutela de Cuba y la ocupación de Puerto Rico y Filipinas. La distancia desde los
puertos españoles, principalmente los de Vigo, Santander o Cádiz a La Habana o Santiago de Cuba, es de
unos 7 u 8.000 km y algo menos hasta el de San Juan de Puerto Rico, que tuvo un papel menos destaca-
do. Dados los medios de transporte y comunicación del momento, la distancia temporal oscilaba entre los
15 y 20 días de navegación y el coste económico para el transporte de un elevado número de soldados y
pertrechos se mostraba verdaderamente ruinoso e ineficaz.

Si consideramos el escenario filipino, el tema se agrava, puesto que la distancia real se acerca a los
20.000 km, distancia que, tras la independencia de los países hispanoamericanos del continente, se mos-
traba decisivamente negativa, ya que no cabía la posibilidad de hacer transbordo o etapas en territorios

2
IBARRA, Jorge. (1996). «Cultura e identidad nacional en el Caribe: el caso portorriqueño y el cubano». En: Naranjo
Orovio, Consuelo y otros. La Nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el 98. Aranjuez, pp. 85-95.
21

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propios, como fue el caso de México con el famoso galeón de Acapulco. Frente a estas desgarradoras dis-
tancias, especialmente si tenemos en cuenta los medios de la época, el principal competidor y, a partir de
1898, contrincante en la disputa, Estados Unidos, se sitúa a poco menos de 200 km, distancia que separa a
La Habana del extremo sur de Florida. Y si tenemos en cuenta el área del Pacífico, tanto la costa occidental
norteamericana, como las islas Hawái compiten ventajosamente con España, en cuanto a su accesibilidad
a las Filipinas, todo esto sin tener en cuenta la potencia industrial, militar y de transporte marítimo muy
claramente favorables a Estados Unidos.

Los otros dos aspectos generales, la pertenencia de Cuba y Puerto Rico, por un lado, y Filipinas, por otro,
a continentes diferentes de la metrópoli, el carácter insular de estos territorios no hace más que agravar la
situación para España y favorecer los intentos independentistas de los insurgentes. Ahora bien, si conside-
ramos también la postura de Estados Unidos con respecto a estos territorios –es necesario hacerlo porque
su protagonismo en el conflicto fue decisivo– es preciso resaltar que su interés venía de muy lejos y se
articulaba de forma clave en su estrategia económica y política internacional.

La política norteamericana respecto a Cuba se evidencia en la declaración de James G. Blaine, secretario


de Estado, el 1 de diciembre de 1881:

«Esa rica isla, llave del golfo de México y campo de nuestro más extendido comercio en el Hemisferio Oc-
cidental, es, aunque esté en manos de España, una parte del sistema comercial americano... si alguna vez
cesa de ser española, Cuba tiene necesariamente que ser americana y no caer bajo cualquier dominación
europea».

No es esta, sin embargo, la idea de los cubanos insurgentes y especialmente del apóstol de la independen-
cia cubana, José Martí, como resalta A. Elorza: «[...] la independencia de Cuba ha de surgir de un doble re-
chazo. Primero de la dominación española, pero a continuación del peligro de una anexión norteamericana.
Cuba, ante todo, no es España, y en lo sucesivo no deberá ser una parte de Estados Unidos»3.

3
ELORZA, Antonio. «EI sueño de Cuba en José Martí». En: La Nación Soñada... Op. cit.
El marco regional antillano
Será el principal protagonista del conflicto y, dentro de él, Cuba constituirá el auténtico nudo gordiano, de
tal manera que casi toda la atención militar y los principales acontecimientos de armas tienen lugar en esta
isla. En este hecho evidente intervienen diferentes factores, tanto internos, como externos. Por un lado,
la ya citada posición, pues dentro del rosario de islas que constituyen el arco antillano hay dos llaves que
marcan la mayor proximidad al continente y el primer y principal eslabón de esta cadena de islas.

Así, hacia el norte, Cuba es la isla más próxima a Florida, es decir, a América del Norte, mientras que Trini-
dad, frente a las costas venezolanas de la península de Paria y las bocas del Orinoco, lo es de América del
Sur. EI arco así formado separa el océano Atlántico del golfo de México y el mar Caribe o de las Antillas,
formando un mar casi cerrado, por lo que también es conocido como el Mediterráneo americano.

Por otro lado, Cuba es la principal de las Antillas desde todos los puntos de vista. Es la más extensa, con casi
110.000 km2, la de mayor población total, tanto en la actualidad, como a finales del siglo XIX, el principal
centro económico, fundamentalmente agrario, de la región. Cuba, que fuera descubierta en 1492 durante
el primer viaje de Colón, sería, cuatro siglos después, la última pertenencia hispana en tierras americanas.
22
Puerto Rico, la segunda isla caribeña implicada en el conflicto, tanto en extensión, como población, tendrá
un menor protagonismo y constituye un escenario poco activo en acontecimientos bélicos, pero depen-
diente de los hechos ocurridos en Cuba. La distancia de unos 1.000 km entre los puertos de San Juan de
Puerto Rico y Santiago de Cuba constituía, en muchos casos, la última etapa entre la Península y Cuba y,
a la vez, una especie de área refugio, punto de partida y descanso para las tropas españolas, ya que la
efervescencia política y guerrillera no fue nunca la existente en Cuba, ni tuvieron lugar hechos de armas
relevantes. Podemos decir que fue un peón en la contienda y, una vez caído el núcleo principal, Cuba, el
vencedor, Estados Unidos, tomó posesión efectiva de este territorio.

Mapa marítimo del Golfo de México e islas de la América. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos
El marco regional filipino
Filipinas no es un país americano –lo que dejaba sin efecto la doctrina Monroe–, pero Estados Unidos ya
había mostrado su interés por Asia y sus posibilidades mercantiles con la intervención del comodoro Perry,
en 1853, en Japón. La incorporación de Hawái y Samoa significaban el control de dos de los principales
productores de azúcar (Cuba era el primero y el que completaba la trilogía azucarera), pero la posibilidad
de anexionarse o controlar Filipinas suponía una importantísima plataforma frente al Sureste Asiático y la
constitución de un «imperio» extra americano, tras el reparto de África en 1885 en el Congreso de Berlín,
del que había quedado al margen.

Filipinas es uno de los eslabones insulares entre Asia y Australia, pero también entre el Japón y China al norte
y las tierras de Insulindia al sur y suroeste, ricas en recursos naturales, ya sean minerales o vegetales. Y aunque
no fuera un escenario principal de la guerra hispano-norteamericana, no cabe dudar de su valor estratégico4.

«Estaba claro que la guerra era claramente por Cuba y el Caribe. Pero a nadie se Ie escapó que
España también tenía posesiones en el Pacífico y que, por tanto, la guerra podría adquirir una
dimensión oriental, que ofrecería a los norteamericanos la posibilidad de adueñarse de alguna
base propia desde la cual introducirse en el Extremo Oriente». 23

Mucho menos importantes, casi desconocidos y con mínima presencia hispana, eran otros archipiélagos del
Pacífico, como las islas Marianas, las Carolinas y las Palaos. Filipinas es un extenso archipiélago de más de
siete mil islas e islotes que en conjunto ocupan una superficie de unos 300.000 km2 y la población hispana
y las escasas fuerzas militares allí destacadas apenas podían controlar las zonas más ricas y pobladas de los
alrededores de Manila y de las islas principales, especialmente Luzón y Mindanao.

EL MEDIO GEOGRÁFICO EN CUBA Y PUERTO RICO

Los distintos medios geográficos no solo sirven para caracterizar un país, sino que pueden ser aprovecha-
dos como un recurso estratégico más. En los años sesenta, Yves Lacoste, en su obra Geografía, un arma
para la guerra, estudia las ventajas que el conocimiento del terreno o el aprovechamiento de alguna de sus
condiciones puede suponer para la población indígena frente a un enemigo exterior y en Cuba los insur-
gentes compensaron su menor número y peor armamento con una mejor adaptación al medio y apoyos en
la población local.

Aunque ciertos aspectos geográficos, como la población, su composición étnica y procedencia, su localiza-
ción, la actividad económica y las comunicaciones, tanto interiores como con el exterior, no pueden dejarse
de lado, es sin duda el medio natural el principal protagonista geográfico en 1898.

EI relieve cubano (las referencias a Puerto Rico serán puntuales, por su menor protagonismo) tiene dos as-
pectos destacables, atendiendo a su utilización en la guerra de Cuba: la topografía y la litología.

La litología de Cuba es fundamentalmente de rocas calcáreas, es decir, muy porosas, que permiten la cir-
culación del agua en profundidad, susceptibles, por tanto, de dar lugar a un paisaje kárstico. Ciertas zonas,
como la península de Zapata, parecen una gigantesca esponja porosa, que almacena gran cantidad de
agua y forma lagunas y ciénagas impracticables. Estas ciénagas son un fenómeno relativamente normal en
la isla y son algunas de las zonas de imposible aprovechamiento y difícil penetración, por lo que apenas
tenían ni tienen población y podían suponer eventuales y puntuales áreas refugio.

Por otra parte, ciertos lugares muestran una topografía exterior quebrada, con unos mogotes muy carac-
terísticos en el interior de grandes depresiones, a manera de gigantescas dolinas, así como desfiladeros,
simas y unos complicados y extensos sistemas cavernarios, que también proporcionaron refugio en ciertas
ocasiones.

 ELIZALDE, María Dolores. «Valor internacional de Filipinas en 1898: la perspectiva norteamericana». En: La Nación
4

soñada... Op. cit.


Reserva de la Biosfera Ciénaga de Zapata. UNESCO

24
En la zona occidental, en la provincia de Pinar del Río, existen sistemas cavernarios de hasta 25 km de lon-
gitud. La difícil accesibilidad, la abundancia de cuevas y su escaso valor económico hizo de estas zonas uno
de los santuarios rebeldes en esta ocasión, como también lo sería en las distintas rebeldías contra el poder
central de La Habana, aunque el signo político fuera muy diferente.

EI segundo aspecto interesante del relieve es la topografía. La isla de Cuba tiene una escasa altitud media
y solo existen tres áreas montañosas de importancia, pero desconectadas entre sí, es decir, una especie de
archipiélagos montañosos sobre una isla de paisaje llano o alomado dominante.

A oriente se encuentra la principal de las alineaciones montañosas, Sierra Maestra, una auténtica cordillera
paralela a la costa, hasta cuyos bordes llega, haciendo casi inexistente la plataforma continental y creando
dos excelentes bahías muy abrigadas que penetran en el interior de la isla: las de Santiago de Cuba y de
Guantánamo.

Sierra Maestra es un intrincado complejo montañoso, donde se alcanzan las máximas alturas de la isla, con
el pico Turquino (1.972 m), como principal elevación. Otros picos son los de Cuba (1.872 m), Bayamesa
(1.730 m) y Martí (1.722 m). En el mismo conjunto de sierras orientales se integran las de Nipe, del Cristal
y Cuchillas de Moa.

Sierra Maestra fue para los guerrilleros de Antonio Maceo y Máximo Gómez, los principales caudillos mi-
litares insurgentes, su principal área, refugio y base de operaciones, como sesenta años después lo sería
de los revolucionarios Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara. En sus alrededores se encuentran lugares
protagonistas en la guerra de Cuba, como La Mejorana, Yara, Baire, Peralejo y Dos Ríos (donde moriría
José Martí). En Los Mangos de Baraguá iniciará Máximo Gómez, comandante en jefe del Ejército de Libe-
ración de Cuba, a finales de 1895, la gran expedición hacia occidente, que atravesará toda la isla (unido a
Antonio Maceo) y que, a comienzos de 1896, Ie llevará al extremo occidental de Cuba, hasta Mantua, en la
provincia de Pinar del Río. Las repercusiones propagandísticas de semejante marcha, atravesando la trocha
Júcaro-Morón y no pudiendo ser detenido por las tropas españolas, fueron enormes.

En el centro de la isla se encuentra otra zona elevada, el macizo de Guamuhaya, con las sierras del Escam-
bray como zona más escarpada y boscosa y, al igual que Sierra Maestra, otra zona de refugio de insurgen-
tes, más tarde de revolucionarios castristas y, posteriormente, de contrarrevolucionarios. Aquí las alturas
son menores y solo cabe citar el pico de San Juan (1.140 m), el único punto al oeste de Sierra Maestra que
supera los 1.000 m, y el de Potrerillo (931 m). Hacia el sur, las alturas de Trinidad llegan hasta las proximi-
dades de esta ciudad, una de las más antiguas e interesantes de la isla.

Por último, en la provincia de Pinar del Río, existe una zona de alineaciones montañosas de poca elevación,
la cordillera de Guaniguanico, pero de paisaje muy quebrado, por lo que fue siempre un refugio de perse-
guidos: esclavos, bandidos, guerrilleros, revolucionarios y contrarrevolucionarios. EI Pan de Guajalbón, con
699 m, es su altura máxima y el valle de Viñales uno de sus lugares emblemáticos.
Por otra parte, la hidrografía cubana no se muestra tan decisiva como en otras partes. Las razones que
explican su papel secundario son de dos tipos: por un lado, las elevadas precipitaciones existentes en la
isla hacen que los ríos no sean lugar preferente de localización urbana, ya que el agua necesaria para toda
instalación humana no procede exclusivamente de los ríos.

En segundo lugar, es preciso tener en cuenta las características de los ríos cubanos. La forma alargada y es-
trecha de Cuba hace que los ríos sean cortos, solo el Cauto llega hasta los 343 km y los demás no alcanzan
los 150 km de longitud. Este escaso recorrido se compensa con unos caudales abundantes, especialmente
en las épocas de primavera y verano, donde las fuertes precipitaciones tropicales pueden generar inunda-
ciones, lo que hace poco atractivas sus riberas como lugar de asentamiento de ciudades. Sin embargo, el
principal problema de estos ríos es que su curso bajo y desembocadura suelen ser zonas inundables, de
marismas, ciénagas y abundantes manglares, lo que impide que sean navegables y que sirvan como autén-
ticas vías de penetración y eje de comunicaciones entre la costa y el interior, como ocurre en otros lugares.

Serán, sin duda, el clima y la vegetación los dos factores naturales que tengan un mayor protagonismo
en la vida cubana y los que jugaron un papel estelar en todos los conflictos cubanos, especialmente en la
contienda de 1895 a 1898.
25
Por su situación latitudinal y su posición entre el Atlántico y dos de los mares más cálidos del mundo, el mar
Caribe y el golfo de México, Cuba posee un clima tropical, cálido y húmedo, muy diferente del existente
en la metrópoli, España.

Las temperaturas son permanentemente altas, con una media anual de unos 25º C, es decir, unos 7º C más
que en Sevilla, uno de los climas más cálidos de la península ibérica. La costa oriental, con Sierra Maestra
como barrera frente a los vientos fríos del norte, es la zona más cálida de Cuba, con temperaturas medias
anuales superiores a los 26º C.

AI estar Cuba situada en latitudes muy bajas, entre los 20 y 23º C, inmediatamente por debajo del trópico
de Cáncer, la amplitud térmica es muy reducida, de tal manera que los valores medios del mes de enero
son de unos 21º C y de 28º C los del mes de julio, es decir unos 4-8º C de amplitud térmica. Los valores
extremos reales llegan hasta casi los 40º C, que, unidos a una humedad relativa tan alta, llegan a ser ver-
daderamente asfixiantes, en tanto que nunca alcanzan a registrarse temperaturas negativas, ni siquiera en
las estribaciones montañosas. Por esto podríamos decir que no existen auténticas estaciones térmicas, sino
pluviométricas.

En efecto, las precipitaciones son su principal elemento de diferenciación con respecto al clima español. Las
precipitaciones medias de la isla son de 1.375 mm (una cantidad semejante a la que se registra en lugares
como Santander o San Sebastián), es decir, son abundantes y, además, con fuertes diferencias estacionales.

La costa norte, en los archipiélagos de Camagüey y Sabana y el valle del río Cauto, son las áreas de ma-
yores precipitaciones, entre 900 y 1.000 mm anuales, mientras que las áreas montañosas registran valores
superiores a 2.000 mm. EI extremo oriental, el área de Baracoa (primera ciudad fundada en Cuba por los
españoles) y la sierra de las Cuchillas de Moa, son las zonas más húmedas, alcanzándose más de 3000 mm
anuales.

La distribución anual de las precipitaciones marca las dos estaciones: la seca (entre noviembre y abril) y la
húmeda, de mayo a octubre. La combinación de altas temperaturas, copiosas lluvias y fuertes vientos fue el
principal obstáculo para las tropas españolas y la génesis de una serie de enfermedades tropicales.

Entre todas estas situaciones climáticas, la más llamativa y extrema es la presencia de huracanes y tormen-
tas. Las principales tormentas tropicales se producen entre junio y septiembre y, en ocasiones, llegan a ser
tremendos huracanes de impresionante carácter destructivo. En 1870, 1876 y 1888 se produjeron grandes
huracanes, es decir, aquellos que tienen vientos superiores a 200 km/h. La provincia de La Habana –y la
propia capital de la isla– es la zona más afectada por huracanes, seguida de las de Pinar del Río y Matanzas,
en tanto que en la zona oriental son inexistentes o alcanzan valores más atenuados.

Asociada a este clima, tropical cálido y húmedo, la vegetación de la isla cubana se caracteriza, especial-
mente en la época que nos interesa, por su densidad y variedad de especies, desde los manglares costeros
a las zonas encharcadas del interior y las áreas boscosas que cubrían casi todas las zonas no cultivadas o
de aprovechamiento ganadero. Son bosques mixtos, caducifolios y perennifolios, con pinos, encinas, mag-
nolias, arbustos, matorrales y dos especies emblemáticas: la magnífica palma real (símbolo de la isla) y la
ceiba, un árbol de gran porte y tamaño, que los afrocubanos identificaban con árboles originarios de África
y que llegaron a tener así un carácter semisagrado.

Lo más importante de todo es que su densidad convertía a estos bosques en un muro verde, un infierno
verde para los peninsulares y un área refugio para los mambises. EI término manigua, indicativo de terreno
pantanoso, de vegetación intrincada y dificilísimo acceso, se hizo sinónimo de peligro y emboscada.

Todos estos elementos geográficos tuvieron un gran protagonismo en la guerra de Cuba y de ahí el traerlos
a colación.

EI número de soldados españoles en la isla, que era de unos cien mil regulares y unos sesenta mil volun-
tarios isleños, fue aumentando hasta los 224.000, es decir, un elevado contingente militar si tenemos en
cuenta que la población total de Cuba era de 1.600.000 personas, aproximadamente.

26 Frente a ellos, los insurgentes cubanos probablemente no Ilegaron a superar los 54.000 hombres, aunque
las condiciones que tenían eran muy diferentes. Mientras las tropas españolas ocupaban, en general, posi-
ciones fijas, en las ciudades importantes o en la defensa de líneas fortificadas, como la trocha Júcaro-Mo-
rón, los insurgentes cubanos contaban con una gran movilidad.

La necesidad de defender las áreas pobladas y las zonas agrícolas importantes obligó a dispersar las fuer-
zas españolas, a realizar una estrategia defensiva y a perder su movilidad y capacidad de maniobra, de tal
modo que la superioridad numérica general no fue decisiva y la fijación de las tropas españolas a los lugares
de interés económico y político en los últimos tiempos de la contienda, dejó en manos de los mambises
la mayor parte del territorio, permitiendo su reagrupamiento y Ilevando la iniciativa del desarrollo de la
guerra.

Los rebeldes aprovecharon esta situación y su mejor conocimiento y adaptación a las condiciones del terre-
no, realizando una guerra de guerrillas que Ilegó a poner en jaque al ejército español.

Sin embargo, este conocimiento del medio natural –tradicionalmente utilizado por los españoles como
arma estratégica frente a los invasores de nuestra patria a lo largo de la historia– no fue un hecho decisivo,
sino los propios efectos de estas condiciones naturales, productoras de enfermedades tropicales y acen-
tuadoras de las ya de por sí difíciles condiciones de toda guerra.

Ciertas enfermedades, entre ellas la viruela, que se padecía en España y, especialmente, la fiebre amarilla
y la malaria, endémicas en la isla, causaron muchas más bajas a las tropas españolas que las balas de los
mambises, lo que ponen de manifiesto figuras como Santiago Ramón y Cajal, que había estado destacado
como médico militar en la isla, el propio caudillo cubano Máximo Gómez, citaba «entre sus principales ge-
nerales» a junio, julio y agosto, es decir, calor, Iluvia y fiebre amarilla.

Este hecho también aparece recogido por Espadas Burgos: «Según La Estafeta, entre Marzo de 1895 y
Marzo de 1897 hubo 2.161 bajas en combate, frente a 13.313 a causa de la fiebre amarilla y 40.127 por
otras enfermedades»5.

EI eufemístico nombre de «otras enfermedades», sin duda, encubre la deserción, hecho nada aislado, ya
que algunos soldados, especialmente los voluntarios, estaban vinculados a la isla por casamiento con indí-
genas cubanas.

Además de los elementos naturales del medio, los aspectos demográficos y económicos e, incluso, las
propias comunicaciones son importantes, puesto que completan la caracterización del medio geográfico.

La importancia estratégica de Cuba, como escala entre España entre y México y Centroamérica hasta su
independencia, se tornó en principal posesión ultramarina española, tras producirse esta, ello se aprecia
claramente en su evolución demográfica y económica.

 ESPADAS BURGOS, M. «Las lecturas históricas del 98». En: La Nación Soñada... Op. cit.
5
La población cubana se multiplicó por tres entre 1817 y 1895, cuando Ilegó a una cifra de 1.600.000 perso-
nas y una densidad de 14,5 hab./km2. Este incremento tan notable se debió no solo al crecimiento natural
de la población cubana, sino también a la emigración, forzada o voluntaria.

Entre 1762 y 1838 Ilegaron a Cuba unos 391.000 esclavos, procedentes de África, base de la población
negra de la isla, que en 1895 suponían unas 500.000 personas, casi un tercio de los habitantes de la isla y
ya libres tras la abolición de la esclavitud en 1880.

La mayor parte de los negros y mestizos se localizaba en la zona occidental, donde estaban asociados a los
ingenios azucareros y a las plantaciones de tabaco de Pinar del Río, La Habana y Matanzas. La zona central,
con explotaciones ganaderas y, sobre todo, la oriental, tradicional lugar de asentamiento hispano, eran
las de mayor población peninsular y criolla y, por ello, sede principal de autonomistas e independentistas.

EI último tercio del siglo XIX –como también lo serán las dos primeras décadas del XX– contempla la
emigración de un nutrido grupo de españoles que «hicieron las Américas» y Cuba fue uno de sus desti-
nos preferidos: «Desde 1882 y hasta 1904, Cuba fue el primer lugar de destino elegido por los españoles
emigrantes. A partir de ese año, el porcentaje más elevado de salidas por puertos españoles se dirigió a
Argentina»6. 27
La actividad económica cubana había ido cambiando desde finales del siglo XVIII. Carente de riquezas
mineras, como las de la cercana México, la isla era a finales del siglo XVIII la sede de grandes haciendas
ganaderas, mientras que las actividades agrícolas que serán su eje económico posterior, la caña de azúcar,
el tabaco y el café, apenas empiezan a mostrar su importancia para el desarrollo económico cubano.

La caña de azúcar y la necesidad de gran número de trabajadores en la época de la zafra serán las causas de
la elevada cifra de esclavos llevados a Cuba y también el motor para una amplia, aunque poco articulada,
red de ferrocarriles que comuniquen las plantaciones e ingenios azucareros del interior con los puertos de
embarque del azúcar, el ron y las melazas producidas a partir de esta. Tal es el caso del primer ferrocarril de
la isla y de España, el de La Habana a Güines, construido en 1837.

En la época previa al conflicto, la caña de azúcar suponía la principal riqueza de Cuba, con casi el 75 % de
la producción económica total. En 1898, las tierras ocupadas por la agricultura solo suponían el 3 % de la
superficie total cubana y la mitad de esas tierras estaban dedicadas a la caña de azúcar.

Cuba se había convertido en el principal productor del mundo de azúcar de caña, con algo más de un mi-
llón de toneladas en 1894, aunque el conflicto frenara drásticamente la producción. Este azúcar tenía como
destino principal el mercado norteamericano, que pasó de suponer un 26 % del total en 1850, a un 59 %
en 1860 y un 83 % en 18907.

La importancia de esta producción, junto a los factores estratégicos ya citados, explica el interés de Estados
Unidos por controlarla y el recelo y oposición que esta idea, públicamente anunciada, despertó en José
Martí: «Cuba no puede ser provincia ruinosa de una nación estéril o factoría y pontón de un desdeñoso
vecino»8.

EI tabaco suponía otro de los cultivos característicos de la trilogía cubana, e incluso el propio nombre de
uno de sus productos, los habanos, se identifican con la isla, especialmente en las vegas de Vuelta Arriba y
Vuelta Abajo, auténticas mecas de este tabaco.

EI tercero y de más reciente implantación en Cuba era el café, que se ubicaba en las laderas de Sierra Maes-
tra, las únicas con altitud óptima para el desarrollo de su cultivo.

Serán haitianos y dominicanos los que, a finales del siglo XVIII, lleven este producto a la región de Oriente
de Cuba, como dominicano será también el líder militar insurgente, Máximo Gómez.

6
 NARANJO OROVIO, C. «En búsqueda de lo nacional: migraciones y racismo en Cuba (1880-1910)». En: La Nación
soñada... Op. cit.
7
 MORENO FRAGINALS, Ml. (1978). EI ingenio, Complejo económico-social cubano del azúcar. La Habana.
8
 MARTÍ, J. (1975). Obras completas. La Habana. Tomo 2, p. 349.
Todas estas características del medio geográfico cubano son aplicables en gran medida a la isla de Puerto
Rico, especialmente en lo referido a los aspectos naturales, ya que sus caracteres demográficos, relaciones
entre los distintos grupos humanos existentes y actividad económica presentan una identidad propia.

La isla de Puerto Rico es la cuarta en superficie de las Antillas, con poco más de 9.000 km2, es decir, menos
de la décima parte de la superficie de Cuba, lo que ya es una indicación de sus posibilidades de protago-
nismo en el conflicto.

EI relieve portorriqueño está marcado por la presencia de la cordillera Central, que se extiende de este a
oeste, dividiendo a la isla en dos partes, la norte (que organiza San Juan) y la sur, con Ponce como capital.
Las alturas máximas apenas superan los 1.000 m (Cerro Calderona, con 1.341 m, es el punto más elevado).

Las características climáticas, hidrográficas y de vegetación son parecidas a las de Cuba, mientras difieren
las demográficas y económicas.

Puerto Rico contaba con mayor densidad de población que Cuba, con unos setecientos mil habitantes.
Además de sus pobladores tradicionales y un componente de esclavos africanos menos significativo que,
28 en otros lugares del Caribe, durante la primera mitad del siglo XIX recibirá un importante grupo de emi-
grantes, buena parte de los que, especialmente los dominicanos y venezolanos, tendrán como destino las
plantaciones azucareras y los cafetales, productos en expansión en dicho siglo. Otro grupo singular, de
corsos y catalanes, encontrarán en el comercio o las plantaciones su principal actividad9. En 1899, de las
veinticuatro más grandes plantaciones de Yauco el 62 % eran de los corsos, el 25 % de los españoles (sobre
todo catalanes y mallorquines) y solo el 3 % eran de portorriqueños.

Hasta comienzos del siglo XIX, la actividad dominante, como en Cuba, era la ganadería, con grandes ha-
ciendas y una oligarquía ganadera que controlaba toda la actividad de la isla. En 1775, las haciendas gana-
deras ocupaban el 82,4 % de la superficie agraria. Hacia 1822, el desarrollo de la caña de azúcar sustituye
a la ganadería, que ya solo ocupa el 12,5 % de las tierras agrarias y, hacia 1860, los cafetales compartirán
con la caña de azúcar la actividad agraria.

A pesar de la abolición de la esclavitud en 1870 y de la autonomía administrativa que España Ie concede-


ría en 1897, al finalizar la guerra hispano-norteamericana por el Tratado de París de 1898, España entregó
Puerto Rico a los Estados Unidos, viendo así truncadas sus esperanzas independentistas.

EL MEDIO GEOGRÁFICO EN FILIPINAS Y EL PACÍFICO HISPANO

A pesar de la lejanía con respecto a la metrópoli, las riquezas naturales propias y las derivadas de un activo
comercio con China, del que Manila, como Hong Kong y Macao, suponía la puerta de contacto con Occi-
dente, hizo de Filipinas un enclave muy apetecible para las políticas expansionistas de Alemania y Estados
Unidos. Las condiciones naturales de Filipinas y de los archipiélagos de Carolinas, Marianas y Palaos, que
estaban bajo dominio español, eran algo diferentes de las existentes en Cuba y Puerto Rico.

Aunque están situadas en latitudes parecidas a las de las islas caribeñas, entre los 5 y los 21º de latitud nor-
te y en mares cálidos, las posesiones españolas en el Pacífico suponían un inmenso rompecabezas de siete
mil islas, de las que solamente las mayores de las Filipinas tenían dimensiones notables. La isla de Luzón
tiene unos 105.000 km2 (casi la misma superficie que Cuba) y Mindanao, casi 95.000 km2.

Presentan un relieve muy accidentado, de carácter volcánico principalmente, su pico más elevado es el
volcán Apo (2.955 m). Su clima es tropical monzónico, muy cálido y húmedo, por lo que, combinados la
riqueza de los suelos volcánicos con las elevadas temperaturas y precipitaciones, dan una vegetación exu-
berante, de dificilísima penetración.

 IBARRA, J. «Cultura e identidad nacional en el Caribe Hispánico: el caso portorriqueño y el cubano». En: La Nación
9

Soñada... Op. cit.


En verano, el monzón húmedo da lugar a lluvias torrenciales, unidas a un calor tremendo, lo que dificulta
toda actividad, sea de trabajo o de las marchas y rigores de la guerra. En otoño, los ciclones tropicales,
aquí denominados tifones o baguíos, suponen otra importante estación húmeda y unos vientos que supe-
ran habitualmente los 100 km/h, convirtiéndose en el principal obstáculo para la navegación, lo que en un
archipiélago donde las comunicaciones por vía marítima son acaso las únicas viables, era determinante. Las
precipitaciones, abundantes en todo el archipiélago, llegan a superar los 4.000 mm anuales.

29

Tormenta tropical en Filipinas. NASA

La diferencia sustancial entre Filipinas y Cuba es su carácter de archipiélago, es decir, la multiplicidad de


unidades territoriales, de pobladores indígenas diferentes e, incluso, enemigos, donde el elemento unifica-
dor fue una autoridad política y administrativa (a veces poco asentada) y una autoridad religiosa, represen-
tada por las órdenes religiosas que Ilegaban donde no alcanzaron los colonizadores. La fortaleza, tachada
a veces de tiranía, de esos grupos religiosos en Filipinas fue un carácter propio de la presencia española.

Sin embargo, será el capítulo demográfico el que muestre las principales singularidades de Filipinas. Filipinas
era una auténtica colonia, en el sentido de una escasez de pobladores españoles dominando sobre una gran
masa heterogénea indígena (tagalos, negros, visayas, moros, etc.), cuyas diferencias eran la base de ese domi-
nio. El mestizaje era escaso y la proporción de peninsulares e indígenas era probablemente de más de uno a mil.

Algo parecido ocurría en el campo militar. España tenía un Ejército de unos diez mil hombres, de los que
escasamente una quinta parte eran de la Península. Ante semejante desequilibrio, frente a la revuelta, los
españoles apenas podían defender las zonas más pobladas e importantes, como Manila y sus alrededores
o el valle de Cagayán y, sobre todo, sería necesario una escuadra que diese movilidad a las fuerzas. Eviden-
temente, la vieja escuadra española, tan alejada de su base, poco podía hacer frente a la norteamericana
del almirante Dewey, interesado por este enclave:

«La anexión de Filipinas no supuso la entrada en escena de Estados Unidos en un conflicto


de intereses que se desarrollaba en Extremo Oriente desde hacía más de cincuenta años, pero
produjo la asunción, por parte de estos, de aquel papel de potencia con plena presencia en la
zona en relación a cuestiones de índole estratégico, territorial y comercial»10.

 TOGORES SÁNCHEZ, L. E. (1895). «La otra amenaza a la soberanía de España en Ultramar durante la restauración».
10

En: Diego García, E. de. La guerra en Cuba.


Productos como el tabaco, menos renombrado internacionalmente que el cubano, pero muy importante
para la economía filipina, la copra y los productos artesanales, fabricados en las islas o procedentes de la
cercana China, como los afamados «mantones de Manila», las sedas, maderas preciosas, porcelanas, etc.,
eran algunas de las riquezas que ofrecía Filipinas.

EI escenario del Pacífico fue siempre secundario para España y también lo sería a la hora de la guerra
hispano-norteamericana. Por ello, la única acción bélica importante será la batalla naval de Cavite, cuyo
resultado final era tan previsible como la valerosa acción del almirante Cervera en la de Santiago de Cuba.
Ambas suponían el ocaso definitivo del imperio español de Ultramar y el reparto de sus dominios: «Esta-
dos Unidos conseguirá la parte del león (Filipinas y Guam, en las Marianas), mientras Alemania tendrá que
conformarse, mediante compra a España, con un área menor de los archipiélagos del Pacífico (Carolinas,
Palaos y parte de las Marianas)»11.

BIBLIOGRAFÍA
30
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31
Primera parte. Cuba

Primera parte
Cuba
HACIA UNA REVISIÓN HISTÓRICA DEL GRITO DEL
ALZAMIENTO QUE PROTAGONIZÓ EL 24 DE FEBRERO DE
1895: ¿BAIRE O BAYATE?
Guillermo Calleja Leal1

INTRODUCCIÓN 35

Han pasado ciento veinticinco años desde que terminó la guerra Hispano-Cubano-Norteamericana (1898-
2023) y todavía en la historiografía actual existen muchos aspectos y episodios de la contienda que siguen
suscitando preguntas que en su mayoría no son contestadas de forma clara o incluso carecen de respuesta.
Por supuesto, todas las guerras tienen sus enigmas y misterios, sus claroscuros, y también ofrecen dificulta-
des para poder interpretar cómo sucedieron los hechos, máxime cuando nos movemos entre lo histórico,
lo mítico y lo legendario.

La última guerra de Cuba (1895-1898) no es una excepción. Pongamos solo algunos pocos ejemplos.

Por parte de España, la marcha a EE. UU. (Tampa, Florida) del general Pando, jefe del Estado Mayor del
capitán general Ramón Blanco, tratándose de territorio enemigo y en plena guerra, resultó ser una misión
secreta. ¿Para qué fue enviado allí y cuáles fueron los términos de sus negociaciones con el general Miles?
¿Por qué el Gobierno de Sagasta ordenó al capitán general Blanco que ninguna unidad de refuerzo pasara
la trocha de Júcaro a Morón para socorrer Santiago y su provincia? ¿Qué órdenes recibieron los valientes,
patriotas, disciplinados y magníficos almirantes Cervera y Montojo para estar obligados a acatarlas y ser
derrotados de forma tan incomprensible como lo fueron en Santiago de Cuba y Cavite? ¿Por qué se ordenó
a Cervera mantener su escuadra dentro de la bahía de Santiago, una «verdadera ratonera», cuando aun la
escuadra del almirante Sampson se mantenía dispersa? Siendo España el país derrotado en la guerra, ¿por
qué tras firmar la Paz de París no solo no tuvo que indemnizar al enemigo como sucede en todas las gue-
rras, sino que además pudo llevarse sus capitales de Cuba (lo que fortaleció la banca española y permitió la
creación del Banco Hispanoamericano) y mantener sus intereses económicos en la isla? Y un largo etcétera.

Respecto a EE. UU., veamos solo un par de ejemplos. En su historiografía se considera la batalla de Las Lo-
mas de San Juan como la victoria más gloriosa e importante de la guerra del 98 en suelo cubano. Allí, el ya
entonces coronel Theodore (Teddy) Roosevelt, al frente del pintoresco regimiento de los Rough Riders, logró
tomar la Loma de la Caldera, una importante posición y, por tanto, no tomó la Loma de San Juan, la princi-
pal posición, pese a que la Yellow Press norteamericana dio la falsa noticia de que lo hizo y así también lo
escribieron sus biógrafos a sueldo. En la actualidad, esta leyenda que glorifica a Roosevelt persiste entre mu-
chos historiadores norteamericanos y fue lo que, siendo vicepresidente, le convirtió en el 26.º presidente de
EE. UU., al caer asesinado McKinley por un anarquista en 1901. Como puede comprobarse a través de fuentes

 Licenciado y doctor en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Doctor en Contemporary
1

History por la Phoenix International University (Reino Unido). Correspondiente de la Real Academia de la Historia
(RAH), de la Real Acadèmia de la Cultura Valenciana (RACV) y de la Academia de Ciencias y Artes Militares (ACAMI).
Vocal electo de la Comisión Española de Historia Militar (CEHISMI) del CESEDEN, miembro de número del Consejo
Asesor del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire (CASHYCEA) y miembro del Instituto de História e
Cultura Naval Dom Luiz I de Portugal. «Una revisión histórica del 24 de febrero de 1895, ante el primer centenario de
la Guerra de Cuba». Conferencia pronunciada el 15 de febrero de 1994 en el Paraninfo del CESEDEN, en el marco
de las I Jornadas de Historia Militar.
documentales de archivos españoles y cubanos –y lo aseguran otros historiadores, como Donard Chidsey
Barr–, el 10.º Regimiento de Caballería desmontada fue quien, en realidad, pasó primero las trincheras y entró
victorioso en el fortín de la Loma de San Juan. Naturalmente, en aquel tiempo hubiera sido imposible decir
que la Loma de San Juan la tomó una unidad formada solo por soldados voluntarios negros.

También tenemos el hundimiento del buque acorazado USS Maine en el puerto de La Habana, en la ma-
ñana del 15 de febrero de 1898, cuyas causas aún continúan siendo objeto de especulaciones. A pesar de
la investigación iniciada en 1974 por el almirante Hyman G. Rickover y concluida en 1976 con su libro How
the Battleship Maine Was Destroyed, la realizada en 2002 por Advanced Marine Enterprises (AME) en 1998,
por encargo de la National Geographic Magazine, y la que hizo el canal de televisión norteamericano, The
History Channel, en su serie de documentales Unsolved History, con el documental titulado Death of the
USS Maine, entre otras muchas investigaciones, la causa del hundimiento continúa siendo aún hoy objeto
de especulaciones. Entre estas, un incendio no detectado en una carbonera situada junto a un pañol de
munición que a su vez produjo una explosión mayor que hundió el buque, una mina isostática colocada en
el casco cerca de uno de los pañoles, el hundimiento deliberado por algunas de las facciones interesadas
(los cubanos insurgentes de la Junta Revolucionaria de Nueva York y no los del Partido Revolucionario Cu-
bano o los mambises), cubanos pro-españoles que obraron por su cuenta, marinos españoles o norteame-
36 ricanos interesados en provocar el desencadenamiento de la guerra mediante una operación de bandera
falsa, etc. En definitiva, a fecha de hoy, el misterio de su hundimiento sigue abierto y muy posiblemente se
mantendrá durante muchos años.

Y en cuanto a Cuba, qué duda cabe que en la historiografía cubana también existen mitos, leyendas, me-
dias verdades, interpretaciones erróneas, manipulaciones interesadas y asuntos «tabú», que nunca han sido
tratados pese a tantos años que han pasado hasta hoy. Hemos elegido el levantamiento del 24 de febrero
de 1895, con el que se inició la última guerra de la Independencia, concretamente los «gritos» de Baire y
de Bayate, por considerarlo novedoso y una aportación al estudio y conocimiento de esta guerra.

Nos ha llamado la atención que los historiadores cubanos no hayan concedido la enorme importancia que
tuvo el «grito de Bayate», dado por el mayor general Bartolomé Masó, al igual que nadie haya logrado
explicar por qué «el grito de Baire» figura en todos los manuales de Historia como el levantamiento inde-
pendentista principal del 24 de febrero de 1895, que dio principio a la última guerra de la Independencia
de Cuba. Lo ignoran hasta los propios historiadores cubanos.

El historiador e intelectual cubano, Luis Fernández Caubí, publicó el 24 de febrero de 2002 un artículo
titulado sobre «Los misterios del 24 de febrero de 1895» en el Diario de las Américas, en el que afirmó:
«En el poblado de Baire, Saturnino Lora se presentó al frente de amigos y parientes para dar el grito de
independencia. Y, por sutiles misterios de la historia, fue el grito de Saturnino Lora el que dio nombre al
glorioso día».

Otro historiador cubano, el santiaguero Fernando Portuondo del Prado, en su tan conocido Manual de His-
toria de Cuba, 1492-1898, nos dice: «No fue, sin embargo, ninguno de los lugares ni de los hechos citados
el que había de dar nombre al nuevo movimiento fue el –grito de Baire– el que, por circunstancias que la
historia no ha esclarecido aún suficientemente, había de monopolizar la gloria del 24 de febrero».

El prestigioso mayor general cubano-dominicano, Enrique Loynaz del Castillo, por mostrar un tercer y
último ejemplo, en sus Memorias de la guerra, afirma con razón que carece de todo sentido que el Grito
de Baire dado por Saturnino Lora haya protagonizado los alzamientos del 24 de febrero de 1895, cuando
en realidad no tuvo entonces trascendencia alguna, máxime cuando Baire era una localidad en la que los
autonomistas se habían hecho fuertes y lo siguieron siendo hasta meses después.

A continuación, vamos a ver primero y de forma general los distintos alzamientos y sucesos que acon-
tecieron aquel histórico 24 de febrero de 1895. Una vez que presentemos el teatro de los alzamientos,
pasaremos a explicar cuáles son los «sutiles misterios» a los que se refiere Luis Fernández Caubí y también
las circunstancias «aún no esclarecidas» que menciona Fernando Portuondo. Recurriremos entonces a lo
que llamaremos «el factor cubano» y «el factor norteamericano», que fueron los que, en nuestra opinión,
engendraron la mítica e incomprensible gesta del Grito de Baire, con la consiguiente e intencionada mi-
nusvaloración de los hechos más importantes de aquel día. Esta será una aportación para los estudiosos e
interesados en la historia de la última guerra de la Independencia de Cuba.
EL 24 DE FEBRERO DE 1895 2

¿Por qué el levantamiento se realizó el 24 de febrero?


Tras el fracaso del Plan de Fernandina, elaborado en secreto por José Martí para invadir Cuba, ya no era
posible contener por más tiempo a los revolucionarios que conspiraban en la isla para realizar un nuevo
alzamiento general. De ahí que José Martí en sus cartas a Juan Gualberto Gómez (jefe de la conspiración
en toda Cuba) le concediera plena libertad de acción para que determinase la fecha del levantamiento. Por
otra parte, Martí también se vio obligado a escribir a los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo para
explicarles cómo se produjo el desastre de su plan de invasión y calmar la ansiedad de combatir, informán-
doles además que muy pronto se realizaría un nuevo intento.

37

José Martí, óleo Hermann Norman, 1891. Wikipedia. Dominio público

Queda demostrado que, después del Plan de Fernandina, a pesar de su fracaso, ya nada sería igual. El
alzamiento se consideraba como un hecho que se produciría muy pronto ante las fuertes presiones que los
revolucionarios cubanos ejercían dentro y fuera de Cuba.

La correspondencia que llegaba a Nueva York desde Costa Rica y Cuba demostraba que había una gran
impaciencia por iniciar la sublevación, ya que los generales Antonio Maceo y Julio Sanguily exigían un le-
vantamiento inmediato.

El 29 de enero de 1895 se redactó por fin en Nueva York el decreto del alzamiento en toda la isla de Cuba.
El documento tuvo tres firmas: la de José Martí, como delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC),
la del general Mayía Rodríguez, como representante personal del general Máximo Gómez (nombrado ge-
neral en jefe por Martí y así acatado por todos los grupos conectados a la conspiración) y la del comandante
Enrique Collazo, enviado por la Junta Revolucionaria de La Habana.

 Conferencia pronunciada el 15 de febrero de 1994 en el paraninfo del Centro Superior de Estudios de la Defensa
2

Nacional (CESEDEN), en el marco de las Primeras Jornadas de Historia Militar organizadas por la Comisión Española
de Historia Militar (CEHISMI). «Una revisión histórica del 24 de febrero de 1895, ante el primer centenario de la
Guerra de Cuba». Boletín de Información. n.º 235. Ministerio de Defensa, CESEDEN, 1994, pp. 5-22.
En la orden se especificaba que el alzamiento se haría «con la mayor simultaneidad». Era lógico, ya que, si
se iniciaba en una región sin el respaldo efectivo del resto de la isla, se corría el riesgo de que la revolución
fracasase y, lo que sería aún peor, quedarían anuladas las energías de los revolucionarios por muchos años.
De ahí que el alzamiento fuese general y no provincial o regional.

Por otra parte, en la orden se señalaba que «el alzamiento debía producirse durante la segunda quincena
y no antes del mes de febrero».

Este documento fue dirigido a Juan Gualberto Gómez, principal hombre de confianza, corresponsal e in-
termediario de Martí en Cuba, así como a los jefes de todos los grupos revolucionarios de Occidente. En
cuanto a los de Oriente, estos ya habían declarado de antemano que acatarían cualquier fecha.

Tan pronto como llegó la orden a La Habana, Juan Gualberto Gómez, delegado del Partido Revolucionario
Cubano en Cuba y, por ello, jefe de la conspiración en toda la isla, reunió en el domicilio de Antonio López
Coloma, Trocadero, n.º 64, a los principales jefes de Occidente, quedando acordado el día 24 de febrero
como la fecha para el alzamiento general. Concurrieron a esta reunión, histórica por su trascendencia, Juan
Gualberto Gómez, el doctor Pedro Betancourt, Antonio López Coloma, Joaquín Pedroso y otros, hasta
38 completar once en total. Se trataba de los jefes designados para encabezar los alzamientos de Occidente.
A continuación, se enviaron comunicaciones a todos los jefes de prestigio que estaban dispuestos a secun-
dar el movimiento independentista en el resto de la isla.

Surge una pregunta: ¿por qué esa fecha y no otra? La fecha fue cuidadosamente elegida y lo explica el
propio Juan Gualberto Gómez:

«Esa fecha estaba recomendada por estos dos motivos: caer en el último domingo de mes,
y ser el primer día de carnavales. Lo primero, daba la ventaja de que los emisarios podrían ir
a los lugares donde se hallaban los principales líderes de los grupos que habrían de alzarse y
regresar con sus respuestas, a tiempo para avisar a Nueva York; y lo segundo, permitía que la
gente en los lugares de campo se pudiera reunir en grupos armados y transitar por los caminos
a caballo sin llamar la atención, por ser explicable que en un día de fiesta señalada se realiza-
sen esas reuniones y tránsitos».

Una vez aceptada la fecha del 24 de febrero por Las Villas y Oriente, recibido en La Habana el aviso del
Marqués de Santa Lucía de que «el Camagüey no podía iniciar el movimiento, pero que lo secundaría a
poco que se iniciase», Juan Gualberto Gómez dirigió a Martí un cable de apariencia comercial cuyo texto
decía simplemente: «giros aceptados».

Con este histórico mensaje, el periodista matancero expresaba que todos los jefes revolucionarios estaban
de acuerdo con la orden y fecha que él había propuesto para el alzamiento general. Fueron tan solo dos
palabras, pero las suficientes para cambiar el curso de la historia y el preludio de una nueva y última guerra
fratricida entre cubanos y españoles. Toda una tragedia que terminaría para España con el «desastre del
98» y para los cubanos, con el establecimiento de un gobierno militar norteamericano en la isla el 1 de
enero de 1899, que durará hasta el 20 de mayo de 1902.

Pasemos ahora a ver los alzamientos que tuvieron lugar en la jornada del 24 de febrero de 1895.

El 24 de febrero en Occidente: el fracaso total de los alzamientos

Para exponer el escenario completo de los alzamientos del 24 de febrero, veamos qué sucedió con los
grupos occidentales, cuya acción fue fácilmente neutralizada por el Ejército español.

El mayor general Julio Sanguily era, sin duda, el líder principal de La Habana y las provincias inmediatas,
compartiendo gloria con Ignacio Agramonte. Desde el Pacto de Zanjón (1878) se había convertido en el
ídolo de la juventud habanera. Sin embargo, a última hora, vaciló en lanzarse a una empresa militar sin
una organización que creía indispensable y fue detenido en su propio domicilio y en la misma mañana del
alzamiento.
39

Julio Sanguily. Wikipedia. Dominio público

Otro líder occidental, el coronel José María Aguirre, que había combatido en la guerra de los Diez Años a
las órdenes de los generales Ignacio Agramonte y Máximo Gómez (como Julio Sanguily), fue igualmente
detenido y encarcelado cuando se disponía a tomar el tren que salía de la Capital a Matanzas.

En Pinar del Río, donde no había ningún jefe veterano, los organizadores no recibieron orden de alzarse y
permanecieron expectantes a la espera de que los combates se entablaran en el centro y en oriente, de
modo que se podría operar una vez que el ejército español fuera movilizado a comarcas distantes. Así pues,
no hubo ningún alzamiento el 24 de febrero.

Entre los alzamientos occidentales, el más importante fue el de Ibarra, en la provincia de Matanzas. Juan
Gualberto Gómez, Antonio López Coloma y algunos jóvenes entusiastas se trasladaron el día 23 de La
Habana a Ibarra, donde aquella noche debían congregarse unos 400 combatientes, entre ellos, el célebre
bandolero independentista, Manuel García, quien al frente de su partida se había ofrecido voluntario y
murió en la misma madrugada.

Al amanecer del día 24, ningún grupo había llegado a Ibarra, por lo que los periodistas revolucionarios,
Juan Gualberto Gómez y Antonio López Coloma, fueron perseguidos por unidades españolas. Antonio
López Coloma cayó prisionero, mientras que Juan Gualberto Gómez y otros tuvieron que rendirse tras
intentar durante varios días establecer contacto con algunas de las partidas que se creían formadas. Final-
mente, Gómez fue deportado y López Coloma fusilado.

En Matanzas, el jefe era un médico muy popular, el doctor Pedro Betancourt. Debía de reunirse con los
alzados en Ibarra, pero no pudo reunir a un grupo considerable de seguidores. Cuando llegó a Ibarra con
Pedro Acevedo, al mediodía, Juan Gualberto Gómez y sus amigos habían tenido que marcharse precipita-
damente. Tras varios días de andar escondido, el doctor Betancourt decidió volver a Matanzas, donde fue
detenido.

Pedro Betancourt fue deportado a España, de donde huiría en 1896. Regresó a Cuba en una expedición.
Acabó la guerra como mayor general y jefe de la División de Matanzas.

Suerte análoga corrieron el doctor Martín Marredo y el hacendado Joaquín Pedroso. Ambos se alzaron el
día 24, el primero, con 36 hombres en el potrero de La Yuca, cerca de Jagüey Grande; y el segundo, en los
Charcones, en Aguada de los Pasajeros, término municipal de Las Villas Occidentales. Dichos alzamientos
deben incorporarse a los de Matanzas, ya que se realizaron en concierto con la organización revolucionaria
de esta provincia.
EL 24 DE FEBRERO EN ORIENTE: TRIUNFO DE LOS ALZAMIENTOS

La lección del Plan de Fernandina sí dio sus frutos en Oriente. Tal como había recomendado Martí, el día
señalado para el alzamiento muchos pequeños grupos separatistas amanecieron en el «monte» (expre-
sión usual en Oriente para designar el campo) o se fueron al mismo en actitud de rebeldía. La jefatura del
movimiento revolucionario en la provincia oriental estuvo compartida por dos veteranos que se habían
destacado por sus grandes méritos en la pasada guerra del 68: los mayores generales: Guillermo Moncada
y Bartolomé Masó.

Guillermo Moncada y los levantamientos del sudeste

Guillermo Moncada tenía la dirección de los grupos «mambises»3 del sudeste de la provincia de Oriente,
por su jerarquía militar, su prestigio y su experiencia en la pasada guerra de los Diez Años. Poseía «Guiller-
món» (como se le llamaba familiarmente) un cuerpo hercúleo, maneras reposadas y una gran simpatía per-
sonal. Tenía un enorme arraigo entre los campesinos y los combatientes de color de la zona de Guantána-
mo y Baracoa (donde había combatido en la guerra del 68), que se enorgullecían de este caudillo de color.
40
También despertaba un gran entusiasmo en la juventud de Santiago de Cuba, a la que seducía la leyenda
heroica de este poderoso y genial machetero, que comenzó a gestarse a partir de que consiguiera copar
y dar muerte al célebre guerrillero Miguel Pérez, uno de los jefes más tenaces y temidos que combatieron
contra los mambises en la guerra de los Diez Años.

En la mañana del día 24, Moncada se hallaba en su cuartel, instalado en el barrio de Jarahueca, en la loma
del pueblo La Lombriz, perteneciente al municipio de Alto Songo. Con ello, había dado cumplimiento a su
firme promesa de dirigir el movimiento en Oriente, a pesar de tener sus pulmones completamente destro-
zados por la tuberculosis y casi con un pie en la sepultura. Se había posicionado en el centro de una región
que conocía como la palma de la mano y donde podía mantenerse de forma ininterrumpida, incluso con
tan solo un puñado de hombres. Así pues, Guillermón Moncada dio con éxito el grito de alzamiento en La
Lombriz.

Los grupos de Santiago de Cuba

En la tarde de aquel 24 de febrero y cumpliendo órdenes de Moncada, pequeños grupos revolucionarios


partieron de Santiago de Cuba. Al frente de los mismos marchaban: el coronel Victoriano Garzón, rumbo
al término de El Caney, el teniente coronel Quintín Banderas, hacia el municipio de San Luis, y el coronel
Alfonso Goulet, con el licenciado Rafael Portuondo Tamayo, delegado del Partido Revolucionario Cubano
en Oriente, hacia El Cobre.

En cada una de estas comarcas había juramentados que corrieron a los lugares convenidos de antemano
para incorporarse a los jefes mencionados. Al mismo tiempo, un pelotón, al mando del sargento Silvestre
Feria, asaltó y quemó el pueblo de Loma del Gato, en el término de Songo, que tenía un gran valor estra-
tégico por su situación y, por ello, había sido utilizado por los españoles en campañas militares anteriores
como excelente base de operaciones. Según Luis Fernández Caubí, fue en aquel día 24 la primera hazaña
militar de los cubanos.

Los grupos de Guantánamo

La dirección del movimiento revolucionario de la comarca de Guantánamo estaba en manos del teniente
coronel Pedro Agustín Pérez (conocido familiarmente como «Periquito Pérez»), quien también estaba a
las órdenes de Guillermo Moncada. Ya a mediados de 1894, Pedro Pérez había recibido instrucciones del
general Antonio Maceo para que, en cuanto se diese el alzamiento, arrasara los fuertes de la costa de
Guantánamo para facilitar los desembarcos de expediciones en esa parte.

 Los mambises eran los soldados que combatían por la independencia de Cuba en el campo, la montaña y la
3

manigua.
Aquella misma tarde se libró el primer combate en la zona del sudeste de Oriente en la comarca de Guan-
tánamo. Se produjo cuando Enrique Tudela asaltó con una docena de hombres el puesto español de Hati-
bonico (situado sobre la costa, al oeste del gran puerto), dando muerte a dos españoles, hiriendo a tres y
haciendo prisionero a uno de los soldados allí destinados. Luego, Tudela intentó apoderarse de Cayo Toro,
en la bahía de Guantánamo, pero fracasó en su intento.

Mientras Tudela realizaba el ataque al destacamento español en Hatibonico (el primero de los ataques que
le había recomendado Maceo), Pedro Pérez reunía a un gran número de mambises en la finca La Confianza.
Allí, por iniciativa de Emilio Giro (enviado personal de Maceo), se firmó un acta en la que se hizo constar
que se había reanudado la guerra de la independencia de Cuba y se gritó: «¡Viva Cuba libre!».

Por otra parte, en la misma comarca de Guantánamo, Enrique Brooks se presentó en el ingenio de Santa
Cecilia, al frente de más de un centenar de hombres, exigiendo la entrega de todas las armas que allí había
para la defensa de la propiedad.

Bartolomé Masó y los alzamientos del norte y del oeste


41
Si Guillermo Moncada fue acatado como el jefe superior de los mambises en las comarcas del sudeste de la
provincia de Oriente, los grupos del oeste y los del norte secundaron incondicionalmente al mayor general
Bartolomé Masó y Márquez, hacendado de Manzanillo nacido en la finca Cerca Ple, en el partido de Yara e
hijo de padre catalán de Sitges (Barcelona).

Aunque los historiadores cubanos coinciden en que Masó carecía de la aureola guerrera de Moncada, to-
dos reconocen que podía haber estado muy orgulloso de haber participado en el grupo que se alzó con
Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868, en la finca de La Demajagua, e inició la guerra de
los Diez Años. Que fue, además, uno de los pocos jefes militares que se negaron a la firma de la Paz de
Zanjón en 1878.

Por otra parte, veremos cómo ya había ocupado cargos militares y políticos en aquella pasada guerra del
68. Todo ello le había convertido en el jefe de la conspiración y caudillo natural del gran movimiento inde-
pendentista del valle del río Cauto. Tal era así, que cuando Juan Gualberto Gómez le aviso por telégrafo
la salida de Latapier hacia Manzanillo con la orden del levantamiento, le encargó que avisase a Bayamo,
Jiguaní y Baire. El telegrama decía textualmente: «Diga director de El Liberal publique el domingo 24 artí-
culo recomendado. Martínez (seudónimo de Juan Gualberto Gómez)».

El día 20, Bartolomé Masó hizo testamento ante el notario de Manzanillo, Jorge G. Milanés. El día 21, el co-
mandante militar de Manzanillo pensó encarcelar a Masó, pero al saberlo Virgilio López Chávez e ignorante
de la gravedad de la situación, salió garante por Masó ante dicho gobernador militar.

Al igual que Moncada, Masó decidió unos días antes del alzamiento abandonar su residencia en Manzani-
llo. El viernes 22, poco antes de partir hacia La Jagüita, la finca que tenía en las afueras, vio a Celedonio
Rodríguez, su segundo, a quien ordenó que reuniera al Comité de Manzanillo en su barbería. A la reunión
asistieron: Celedonio Rodríguez, Francisco Estrada, Dimas Zamora, Eduardo Pérez, Pascual Mendoza, «Be-
llito» (Francisco Bello Blanco) y Amador Guerra. Este último era el único no veterano, mientras que los de-
más eran oficiales de la campaña militar del 68. Allí, en la barbería de Manzanillo, se leyó la orden recibida
de Juan Gualberto Gómez y luego Celedonio les ordenó que se mantuviera cada uno en su puesto a la
espera de los acontecimientos.

Bartolomé Masó habló también con José Miró Argenter, ordenándole que partiera de inmediato a Holguín
y que allí tendría que alzarse al amanecer del día 24, junto a los hermanos Saltorio y Rafael Manduley. Miró,
a su vez, debería transmitir la orden del Comité de Manzanillo a Esteban Tamayo al pasar por Barrancas.

Entre las diez y las once de la noche, Masó celebró un Consejo con los que le siguieron en su finca La Jagüi-
ta. Allí ordenó a Amador Guerra y a Enrique Céspedes que partieran hacia Calicito para esperar allí el día
del alzamiento, que sería cuando tendría que recorrer los ingenios Salvador y Trinidad, recogiendo bajo el
grito de «independencia» todas las armas y municiones que encontraran. En cuanto a Gaspar Perea, Masó
le ordenó que marchara a Yara para que recogiera allí la gente armada con la que ya se contaba; y final-
mente, todo el grupo armado de Yara debería de ponerse a las órdenes de Amador Guerra, que se uniría
al grupo con el armamento requisado. Después, Amador Guerra atacaría Yara, Zabial y Cayo Espino, para
reunirse luego con Masó en Colmenar de Bayate. Guerra y Céspedes partieron de inmediato del bohío de
La Jagüita donde se celebró la reunión.

Después, Masó se dirigió al potrero Úrsula con Gaspar Perea, el guarda de su finca Miguel Blanco y un so-
brino de este, Francisco Blanco. Sería medianoche cuando llegaron al potrero. Mientras Perea partía hacia
Yara, Miguel Blanco se dedicó a recoger caballos. José Luis Chávez y Juan Biritan se incorporaron ese día.

Al amanecer del día 23, Masó, Miguel Blanco y Chávez partieron hacia Cabezadas de Limones para pasar
el día y pernoctar.

Al alborear del histórico día 24 de febrero, Masó se hallaba en Colmenar de Bayate, término de Manzani-
llo, donde estableció su cuartel general. Muy poco después llegaron los que con Masó dieron el «grito de
Bayate»: el coronel Celedonio Rodríguez, jefe del Estado Mayor de Masó; teniente coronel Dimas Zamora,
segundo jefe; Manuel Brigues; Vicente Pérez; el comandante Pascual Mendoza; Lorenzo Vega; José Rodrí-
42 guez Tamayo y José Zamora.

Bartolomé Masó dictó proclamas en las que daba a conocer a españoles y cubanos que el levantamiento
de aquel día 24 era por la independencia. Con ello, pretendía además desmentir de forma clara y tajante
la versión que por entonces circulaba por la zona acerca de que los alzamientos que estaban bajo su
jefatura eran a favor de la autonomía y no de la independencia. Tales infundios se debían al hallazgo de
banderas y proclamas hechas por grupos autonomistas, para desnaturalizar las fuertes tendencias inde-
pendentistas, tal como lo explicó muy bien Rafael Gutiérrez, historiador y comandante de esta guerra del
95 que comenzaba.

La proclama de Masó dirigida a los cubanos decía textualmente:

«Proclama. A los cubanos.


Terminado el largo receso que las circunstancias nos impusieron en el año 78, estamos de nue-
vo en campaña, esperando con los medios que contamos el conquistar, en muy breve plazo,
nuestra independencia: única solución a que debemos aspirar todos los cubanos.
Como comprenderéis, el movimiento revolucionario se extiende a toda la isla y coincidirá con
el arribo de varias expediciones que conducen los generales Gómez, Maceo y otros reputados
jefes con toda la emigración que se hallaba en el extranjero. Así pues, de esperar es que no
haya un solo cubano que deje de tomar en él la participación que de derecho le corresponde
aún aquellos que en la década pasada nos fueron contrarios por ignorancia, por error o por
cualquier otra causa, hoy pueden reivindicarse.
¡A todos los esperamos con los brazos abiertos!
Patria y Libertad.
Cuartel General del distrito de Manzanillo a 24 de febrero de 1895».

En cuanto a la otra proclama, la dirigida a los españoles, también decía textualmente:

«Proclama. A los españoles.


Tanto como nosotros tendréis que convenir en la justicia de nuestra causa, más, no debemos
llamaros a que nos ayudéis a defenderla, eso queda a vuestro juicio y a vuestra voluntad, sí de-
béis saber que mientras no nos seáis hostiles os consideraremos y trataremos como a cubanos,
respetando igualmente vuestros intereses y sabed por último que al hablaros así obedezco
tanto como a mis naturales sentimientos al programa de la revolución.
Queremos la Independencia para todos.
Cuartel General en Bayate, a 24 de febrero de 1895».
43

Bartolomé Masó. Wikipedia. Dominio público

De estas proclamas, ambas desconocidas para la mayoría de los historiadores e incluso cubanos, nos llama
la atención la segunda, la dirigida a los españoles. En ella, Masó dice que no se hostiliza a los españoles
y que se deja a su buen juicio el comprender que la causa de los cubanos es justa. Se trata, pues, de una
lucha que no la anima el odio ni la inspira la venganza, sino que la sostiene un principio que los cubanos
consideran justo.

De acuerdo con las instrucciones de Bartolomé Masó, aquel mismo día 24, Amador Guerra y Enrique Cés-
pedes dieron el grito de «Independencia o Muerte» en Calicito, a menos de una legua de Bayate. Luego,
Amador Guerra con su tropa reclutada en Yara haría los primeros tiros de esta nueva guerra de Cuba en
Cayo Espino, cumpliendo órdenes de Masó desde Bayate; y, al grito de «¡Viva Cuba libre!», «¡Viva la in-
dependencia!» y «¡Viva el general Masó!», batió el destacamento local de la Guardia Civil enarbolando la
bandera de López, de Agüero y de la Constituyente de Guáimaro.

En la comarca de Bayamo, por distintos rumbos se dieron alzamientos, todos bajo las órdenes de Masó. En
la finca EI Plátano, próxima a Bayate, se alzaron Esteban Tamayo y José Manuel Capote; y al día siguiente,
25 de febrero, se alzaron los coroneles Joaquín y Francisco Estrada, junto al propio Esteban Tamayo, en el
histórico pueblo de Barrancas.

No lejos de Bayamo, en Jaguaní, un grupo de mambises comandados por José Reyes Arencibia, a las ór-
denes de Masó, junto a Jesús Rabí y Florencio Salcedo, tirotearon al anochecer las tropas acuarteladas en
el barrio de Jamaica.

Por otra parte, José Miró Argenter, Rafael Manduley y los hermanos Saltorio se alzaron con éxito en Hol-
guín, también a las órdenes de Masó.

Y, por último, en el poblado de Baire, en la misma comarca de Jaguaní, Saturnino Lora, sus parientes Ma-
riano y Alfredo Lora y un grupo de amigos, todos cumpliendo órdenes de Masó desde Bayate, dieron su
famoso grito independentista de Baire, que por razones que explicaremos lo convirtieron en el principal
de todos.

El día 25 de febrero, un día después del alzamiento general en Cuba, José Martí tuvo conocimiento de
los hechos en Santo Domingo de labios de Mayía Rodríguez. Exclamó: «Lo hemos hecho, aún parece un
sueño».
El Grito de Baire

Vimos el fracaso total de los alzamientos en Occidente y la importancia de los alzamientos acaudillados por
los mayores generales Guillermo Moncada y Bartolomé Masó en Oriente, sobre todo, el grito de Bayate,
donde hubo proclamas y, sin duda, fue el más importante. Sin embargo, lo paradójico a simple vista es que
ninguno de los lugares ni de los hechos mencionados daría nombre al movimiento que se inició aquel histó-
rico 24 de febrero de 1895. Ya dijimos que en todos los manuales de historia figura el Grito de Baire como
el más importante, en cuanto a que con él se establece el inicio de esta nueva y última guerra de Cuba.

Ante ello, surgen las preguntas: ¿qué es lo que ocurrió realmente en Baire? ¿Sucedió realmente algo im-
portante o trascendental para la guerra? En caso contrario, ¿por qué se ha concedido al Grito de Baire el
protagonismo de todos los gritos independentistas del 24 de febrero de 1895? ¿Fue, quizá, para minusva-
lorar otros gritos como el de Guillermo Moncada en el poblado de La Lombriz, allá por Alto Songo y, muy
especialmente, el dado por Bartolomé Masó en Colmenares de Bayate?

El Grito de Baire fue dado por Saturnino Lora, un subalterno del llamado Ejército Libertador Cubano, junto
a sus parientes Mariano y Alfredo Lora y varios amigos. Allí marcharon a caballo a la plaza del pueblo y
44 Saturnino Lora gritó: «¡Viva la Independencia!» y «¡Viva Cuba libre!». Eso fue todo, con unos tiros al aire y
nada más. No hubo particularmente nada de heroísmo ni tampoco trascendencia. ¿Pero cómo no hubo ni
una ni otra cosa? Porque en el poblado de Baire no había entonces ni un solo soldado español ni tampoco
un guardia civil, porque toda la tropa allí acuartelada había sido evacuada y trasladada el día anterior a
Jiguaní, quedando allí concentrada al ser cabeza de la comarca. Precisamente en Jiguaní hubo combate,
como quedó antes reseñado, pero en Baire no pasó nada.

En Baire, sin guarnición alguna desde el día 23, solo había grupos de autonomistas que permanecían sin
intervenir y expectantes a la espera de acontecimientos. Su población era autonomista. Además, el día 27
continuó formándose un creciente número de grupos igualmente autonomistas, permaneciendo en la mis-
ma actitud expectante que caracterizó al pueblo desde el día 24 y en lo sucesivo. Ni el gesto de Saturnino
Lora, ni las crecientes partidas independentistas de Matanzas y de Oriente y tampoco el levantamiento de
aquel día 27 en Jagüey Grande, acaudillado por el doctor Marrero, hicieron que los grupos de Baire pasa-
ran a la acción, abandonaran sus posiciones políticas autonomistas y se unieran a la revolución.

Si por todas estas circunstancias el famoso «Grito de Baire» no tuvo eco alguno el día 24 y tampoco lo tuvo
en fechas posteriores, todo parece indicar que ha existido un claro intento de crear toda una leyenda sobre
un hecho histórico de escasa trascendencia frente a otros gritos que sí la tuvieron.

Cabe pensar que el alzamiento del general Guillermo Moncada en La Lombriz pudo haber dado perfecta-
mente nombre al movimiento, como también el grito independentista dado por Pedro Agustín Pérez en La
Confianza, quien estaba a las órdenes de Moncada. Pero situándonos en aquella época, ¿podría haberle
dado nombre el grito de La Lombriz siendo Moncada de raza negra por muy heroico que fuera y verdade-
ramente lo era? Lo cierto es que no.

Por otra parte, en cuanto al mayor general Bartolomé Masó, su grito en Bayate fue, sin lugar a duda, el
más importante, tanto por sus dos proclamas, la de los españoles y la de los cubanos, como también, tras
su éxito, por sus repercusiones posteriores. No obstante, resulta oportuno puntualizar que, quizá, el grito
de Bayate dado por Masó pudo haber tenido menos eco aún que el dado por Moncada por dos factores
que veremos a continuación: su enfrentamiento con Maceo por sus diferencias de orden estratégico,
al ser Maceo (como Martí) un héroe «intocable» para los cubanos; y ser considerado «enemigo» de los
EE. UU. por el Gobierno de Washington, al haber sido contrario a la intervención norteamericana en la
guerra, al establecimiento de un gobierno militar en Cuba tras la guerra y a la aplicación de la Enmienda
Platt, con el nacimiento de la República de Cuba en 1902, tras producirse un año antes su votación en
el Congreso de EE. UU. y su incorporación también en 1901, como apéndice al texto de la Constitución
de Cuba.

Masó tuvo un protagonismo extraordinario en las campañas del 68 y del 95, tanto en el aspecto militar,
como en el político, siendo además el último presidente de la República de Cuba en Armas, desde el 30 de
octubre de 1897 hasta el mismo final de la guerra. Y, sobre todo, fue elegido para poner fin a los frecuentes
enfrentamientos internos y a los pronunciamientos que caracterizaron a la guerra de los Diez Años.
Vamos a ver ahora lo que hemos llamado «el factor cubano» y «el factor norteamericano», que, aunque
pueda parecer que nos apartan del tema central, esto es, los alzamientos del 24 de febrero son los que nos
explican por qué se ha protagonizado el Grito de Baire en detrimento de otros gritos independentistas,
sobre todo, el de Bayate. Pero, además, también explican por qué un personaje tan importante como lo
fue Masó haya tenido tan escasas y muy contadas biografías. Bien es verdad que el historiador Rufino Pérez
Landa escribió una extensa y muy completa, que además recibió un importante premio de la Academia
de la Historia de Cuba en 1930, aunque luego vetó el libro en 1947, al considerar que no podría ver la luz
mientras vivieran los nietos y nietas de Antonio Maceo, dado que contenía informaciones y documentos
muy comprometedores para su figura y que corresponden a la época del enfrentamiento entre Masó y
Maceo. La casi totalidad de este libro terminó amontonada y destruida por la humedad en un almacén de
la Renta de la Lotería de La Habana, aunque por suerte se salvaron algunos ejemplares.

LAS CLAVES DE LA MINUSVALORACIÓN DEL GRITO DE BAYATE EN FAVOR


DEL GRITO DE BAIRE EN LA HISTORIA DE LA GUERRA 45

El factor cubano
Cuando desembarcaron en Cuba los jefes principales del movimiento, Máximo Gómez y Antonio Maceo,
prestigiosos militares, y José Martí, jefe civil y alma del mismo, la revolución ya estaba en marcha. El general
Bartolomé Masó era entonces el centro de la revolución, puesto que él se había encargado de organizar y
armar el llamado «Ejército Libertador», y puso en manos de ambos la dirección de la contienda.

En la última sesión de la Asamblea de Representantes en Jimaguayú, el 18 de septiembre de 1895, Máximo


Gómez fue nombrado general en jefe o generalísimo del Ejército, Antonio Maceo, lugarteniente general, y
Tomás Estrada Palma, agente diplomático en el extranjero.

Por otra parte, el Ejército Oriental quedó dividido en dos cuerpos. El 1.er Cuerpo quedó a cargo del general
Maceo; mientras que la jefatura del 2.º Cuerpo se dio al general Masó. Por supuesto, ambos estaban a las
órdenes de Máximo Gómez como general en jefe.

Pocos días después tuvo lugar lo que aquí llamamos «el factor cubano», que fue el gran enfrentamiento
que tuvo lugar entre Antonio Maceo y Bartolomé Masó, que junto con Máximo Gómez eran los principales
generales en 1895. Este enfrentamiento provocó una enorme y profunda crisis en el movimiento revolucio-
nario cubano, hasta el punto de que hizo reaparecer en las filas mambisas el fantasma de los pasados en-
frentamientos y pronunciamientos que caracterizaron la campaña del 68 y que tanto favorecieron al Ejército
español en la llamada guerra de los Diez Años (1868-1878).

El general Antonio Maceo, cuyo afán era reunir ambos cuerpos del ejército Oriental en un único contingen-
te y bajo su mando para realizar la llamada «Invasión» de oriente a occidente, tenía para Masó el mayor
de los respetos y las más altas consideraciones. Le había aclamado públicamente como futuro presidente
y veía en él a uno de los pocos jefes militares de la campaña del 68 que se había opuesto a la firma de la
Paz del Zanjón de 1878.

Sin embargo, Masó discrepaba con Maceo en cuanto a la estrategia a seguir, es decir, no era partidario de
unificar al Ejército para lanzarlo en una carrera militar de oriente a occidente. Así lo había expresado Masó:

«La idea de llegar no a Pinar del Río, sino a La Habana desde la Sierra Maestra, es ilusoria.
¿Qué hombres harían la jornada de infantería? ¿Con qué caballos? ¿Dónde se aprovisionaría
ese ejército? En caso de derrota, ¿a dónde se retirarían a reponerse? En los llanos no hay em-
boscadas, tiroteos ni pequeños fuegos, hay que presentar batallas ¿Con qué artillería? ¿Con
qué armas? ¿De dónde viene el parque? Eso en cuanto a nuestro ejército.

En cambio, el enemigo tiene las ventajas mayores y mejores comunicaciones por mar y tierra, muchos
caminos, carreteras, muchos pueblos fortificados cruzados de ferrocarriles de vía ancha y estrecha. ¿Cómo
sacar 1.400 hombres con 15.000 tiros a diez tiros por soldado para recorrer 424 leguas, la mitad de sabana,
por entre 42 aguerridos generales españoles seguidos de 110.000 soldados, bien vestidos, bien comidos,
mejor municionados, y con ellos a la más escogida oficialidad?».

El general Masó pensaba de forma lógica y adecuada. Conocía mejor que nadie las necesidades y las
posibilidades de un Ejército que él mismo había armado y organizado en Oriente hasta que lo entregó a
Máximo Gómez, Antonio Maceo y José Martí cuando llegaron a Cuba. Lo mismo pensaban los demás jefes
militares mambises, excepto Gómez y Maceo. Según Masó, la Invasión debía desarrollarse de forma esca-
lonada, progresiva, de provincia a provincia. Esto es, de Oriente a Camagüey, de Camagüey a Las Villas, de
Las Villas a Matanzas, de Matanzas a La Habana y de La Habana a Pinar del Río. Además, en este avance
debía de contarse siempre con el contingente de cada jefe provincial.

Sin embargo, su forma de pensar sobre la estrategia a seguir, le costó a Masó que se le acusara de opositor
a la invasión, además de otras gravísimas acusaciones infundadas; hasta que, al fin, pudo demostrarse su
inocencia y la campaña de calumnias que fue creada en su contra por sus enemigos.

Por supuesto, ni Masó, ni los altos jefes mambises podían imaginarse el plan de invasión que luego se
46 llevaría a cabo. Pero Maceo sentía las caricias de la gloria que le impulsaba poderosamente de oriente a
occidente en una galopada frenética; y aunque admiraba a Masó, veía en él un serio obstáculo a la obra,
que le inmortalizaría.

La crisis se inició el 2 de octubre de 1985. El general Jesús Rabí, a las órdenes de Maceo, se presentó ante
el comandante Belisario Ramírez, que estaba a las órdenes de Masó, para comunicarle verbalmente y en un
comunicado firmado por él mismo, que había sido nombrado jefe del 2.º Cuerpo por Máximo Gómez, por lo
que le ordenaba que acuartelara inmediatamente todas las tropas disponibles, tanto soldados, como oficiales.

Antonio Maceo. Wikipedia. Dominio público

Sin embargo, durante todo el mes de octubre, Bartolomé Masó siguió recibiendo comunicaciones del
propio general en jefe, Máximo Gómez, y del Gobierno, en las que se dirigían a él en calidad de jefe del
2.º Cuerpo. Por ello, Masó no prestó mayor atención a este asunto y continuó al frente de sus tropas. ¿A
quién iba a hacer caso, a un subordinado o al propio generalísimo, Máximo Gómez?

El 20 de octubre, Antonio Maceo envió su comunicación 25 al general Masó, diciéndole que ya no era el
jefe del 2.º Cuerpo, tal como lo habían comunicado el general Rabí y el Gobierno. Además, le criticaba por
haber expuesto a Gómez sus ideas sobre la formación del contingente invasor y escrito al secretario de la
Guerra y al presidente de Gobierno en un intento de incumplir la orden del general en jefe, que no era otra
que entregase sus tropas. Por ello, consideraba que Masó estaba creando serios perjuicios a la marcha de la
invasión y le ordenaba que se separara del 2.º Cuerpo hasta que Gómez procediera a hacer lo que creyera
conveniente. Pero lo cierto es que este no había nombrado a Jesús Rabí, jefe del 2.º Cuerpo, y tanto el
Gobierno, como Gómez seguían tratando a Masó, como jefe de dicho cuerpo.

Masó contestó a Maceo exponiéndole con valentía: que en sus cartas no había nada de lo que pudiera
deducirse que quisiera evadirse del cumplimiento de dicha orden de Máximo Gómez respecto al contin-
gente. Que no aceptaba el que le negara el derecho de exponer sus ideas a Gómez sobre el contingente,
que acababa de recibir una orden de este por la que debía entregar sus tropas del 2.º Cuerpo, para lo
cual, las dejaba en sus manos para la creación del contingente y que, pese a todo, no le creía facultado
para que tuviera que apartarse del Cuerpo, ya que en la orden de Gómez nada se decía sobre que tuviera
atribuciones para hacerlo.

En realidad, en todo este enfrentamiento entre Maceo y Masó, Gómez tuvo gran culpa con su peculiar
forma de ser, siempre tan descuidado en los formalismos. El general en jefe se dirigía en todo momento a
Masó como jefe del 2.º Cuerpo y, hasta entonces, jamás le había ordenado que entregara sus tropas para la 47
formación del contingente invasor y, por otra parte, tampoco le había aclarado a Maceo que Masó seguía
siendo el jefe del 2.º Cuerpo.

Naturalmente, por este malentendido creado por Gómez, Maceo había nombrado jefe interino del 2.º Cuer-
po al general Jesús Rabí en su condición de lugarteniente general del Ejército y Masó, no reconocía tal
nombramiento hasta que no se lo comunicara el propio Gómez.

Además de toda esta controversia, basada en la situación equívoca creada por Máximo Gómez, un papel
fundamental en todo este asunto lo tuvo la intensa campaña de calumnias promovida por los enemigos
de Masó, de la que se hizo eco Maceo, que estaba muy impaciente por iniciar la campaña de la invasión.

Luego, el 27 de octubre, el secretario de Interior, Santiago García Cañizares, violento con los informes lle-
nos de calumnias contra Masó, propuso en Pestán al Gobierno que Masó fuera destituido en la Jefatura del
2.º Cuerpo. Afirmaba que Masó no atacaba órdenes de Máximo Gómez, al negarse a entregar sus tropas,
lo que era totalmente falso; y partiendo de esta falsedad, deducía que Masó tenía una idea preconcebida
contra la Invasión y, por ello, contra la Patria. Es decir, a su entender, Masó era un traidor.

Todo era falso. Tan pronto como Masó recibió la orden de Gómez, enviada desde el cuartel general de la
Matilde de Imías, con fecha del 9 de octubre, entregó de inmediato las tropas de forma disciplinada. Dicha
entrega tuvo lugar el 4 de noviembre a través del general Jesús Rabí, enviado por Antonio Maceo.

El 13 de noviembre, el Consejo de Gobierno, hallándose reunido en la Yagua, recibió una comunicación


de Maceo con graves acusaciones contra Masó. Fue cuando el Gobierno, ante estos hechos, determinó la
formación de una comisión compuesta por el secretario de Interior, Santiago García Cañizares, y el subse-
cretario de la Guerra, que era el general Mario García-Menocal y Deop. Dicha comisión, quedaría encarga-
da de estudiar el expediente promovido por Maceo contra Masó, así como de escuchar las alegaciones de
Masó en su defensa.

Pese a todo, no cesaron las amenazas de Maceo, alentadas por los enemigos de Masó a través de rumores y
falsedades. Maceo estaba siendo engañado y no cesaba en su actitud hostil contra Masó, intentando llevarle
ante un Consejo de Guerra al margen del Gobierno, entendiendo que no era asunto de su competencia.

El 1 de diciembre de 1895 la crisis creada por el enfrentamiento entre Maceo y Masó llega a su cenit. Las
graves acusaciones formuladas por Maceo ante el Gobierno provocaron que Máximo Gómez, desde el cuar-
tel general de La Reforma, enviara a Masó la orden de su cese como jefe del 2.º Cuerpo. Dicha orden decía:

«En virtud de no haber Ud. cumplimentado la orden que no se transmitiera de poner a dispo-
sición del mayor general Maceo, jefe nombrado del Cuerpo del ejército invasor, todas las fuer-
zas del segundo Cuerpo del ejército que Ud. mandaba, y habiéndose por esa causa sucedido
demoras y trastornos, y lo que es más, crear desavenencias sensibles entre Ud. y el general en
jefe del ejército invasor, principalmente en los momentos en que todo debe ser puntualidad y
concordia, para el mayor éxito de las operaciones.
Por todas estas razones, queda Ud. desde esta fecha, relevado del cargo de jefe del Segundo
Cuerpo del Ejército ordenándole que debe ponerse directamente a las órdenes de la Secre-
taría de Guerra, para que disponga, además, si así lo cree conveniente, la información clara
respecto a los móviles que ha tenido para celebrar conferencias con el traidor Juan Ramírez,
de Manzanillo, toda vez que ya el Gobierno, viene tomando parte y conocimiento de este
último concepto.
P. y L. La Reforma.
1.º de diciembre de 1895».

Conclusión, se acusaba a Masó de los siguientes cargos: no entregar sus tropas a Maceo, provocando con
ello demoras y trastornos y, sobre todo, desavenencias con Maceo; y también, de alta traición a la Patria al
mantener contactos con un autonomista, lo que le hacía merecedor del fusilamiento.

48 Ese mismo día, Masó elaboró un expediente de protesta que dirigió a Máximo Gómez con 14 documentos
que demostraban su inocencia en todos los cargos que había contra él, quedando con ello Maceo muy mal
parado.

Entre los principales puntos del expediente elaborado por Masó, figuraban los siguientes:

1. Acusa a Maceo de haberle ofendido, maltratado y amenazado de forma injusta, por lo que exige la re-
paración inmediata y el castigo para quien fuera culpable.

2. Demuestra que en cuanto recibió la orden de Gómez, en las Tunas, puso sus tropas en manos de Maceo
para la creación del contingente invasor; tal como se lo hizo saber a Maceo en su respuesta a la comu-
nicación del 20 de octubre.

3. Masó ordenó a las Brigadas de las Tunas y Jiguaní que acudieran sin demora al primer aviso de Maceo,
como así lo hicieron.

4. Afirma que Maceo se había inventado, con evidente mala fe, una conducta de desobediencia e indisci-
plina que solo existía en su imaginación preocupada por algún deseo insatisfecho.

5. En cuanto a las Brigadas de Jiguaní y Bayamo, manifestó que Maceo no solo se había dirigido a subal-
ternos de Masó, sino que había pedido el doble de las fuerzas existentes, creando el desconcierto por
su total desconocimiento del estado de organización del 2.º Cuerpo. Sucedió que Maceo había exigido
a los coroneles Francisco Estrada y Esteban Tamayo, así como al teniente coronel Dimas Zamora, la
entrega de cien o ciento cincuenta hombres perfectamente armados. Sin embargo, Esteban Tamayo no
mandaba tropa alguna y, los otros dos, Francisco Estrada y Dimas Zamora, solo contaban con setenta u
ochenta hombres.

6. El propio Gómez había sugerido a Masó por una comunicación, que el 2.º Cuerpo contribuyera con
doscientos cincuenta hombres armados, ya que entonces resultaba imposible enviar mil cien hombres,
como pedía Antonio Maceo, al no haber armas de precisión para tantos. Por ello, Masó ordenó con-
centrar las fuerzas de Manzanillo y Bayamo para marchar con ellas a las Tunas y dar tiempo a resolver el
problema del armamento.

La comisión creada por el Gobierno dictaminó: «Nada hay en él (esto es, en el expediente realizado por
Maceo contra Masó) que justifique los cargos contra el mismo, y estimando que si alguno hubo fue por
exceso de celo en el cumplimiento del deber. No hubo indisciplina, no hubo demora. Ni hubo, por tanto,
trato con traidores».

Por otra parte, el general Bernabé Boza, jefe de Estado Mayor del general en jefe, se vio obligado a publi-
car lo siguiente sobre la destitución de Masó: «Si honrando la verdad histórica me he visto obligado a pu-
blicar este suceso, cumplo mi deber y lo hago con gusto, manifestar que en nada pudo afectar la envidiable
reputación del Venerable Patricio Oriental tan enojoso asunto».
Cuando Masó cesó en el mando del segundo cuerpo, pasó a ocupar el puesto de vicepresidente en el Con-
sejo de Gobierno de la República. Y al efectuarse las segundas elecciones de 1897, fue elegido presidente
de la misma con el agrado y la voluntad de los revolucionarios cubanos en armas.

Bueno, ¿y qué pasó entonces con el general Antonio Maceo? Una vez demostrada la inocencia de Barto-
lomé Masó, hubo un intento de llevarle ante un Consejo de Guerra. Sin embargo, por suerte para Maceo,
fue el propio Masó quien lo impidió, retirando todos sus cargos contra él, diciendo a la comisión guberna-
mental: «Maceo es un gran general, un gran patriota y la causa le necesita».

Este enfrentamiento entre Maceo y Masó jamás ha sido tratado en profundidad en ningún libro de historia,
salvo en la vetada obra de Rufino Pérez Landa. Masó dio el grito de Bayate, por lo que darle el valor que
realmente tuvo en aquel histórico 24 de febrero hubiera engrandecido la figura del hombre que se enfrentó
a Maceo por sus diferencias en cuanto a la estrategia a seguir en la guerra y también debido a sus falsas
acusaciones. Esto es lo que hemos llamado «eI factor cubano».

EI factor norteamericano
49
A mediados de 1899, tanto en la prensa, como en los círculos norteamericanos, se agitaba la idea de un
cambio radical de la política respecto a Cuba. Se hablaba de sustituir el Gobierno provisional militar del
general Brooks por un Gobierno civil, lo que significaba el primer paso hacia la anexión de la isla de Cuba
por parte de Estados Unidos.

Ante tal realidad, la prensa cubana dio la alarma con un «¡alto al cambio!», exigiendo la continuación del
Gobierno militar hasta su evacuación, una vez pacificada la isla y formado el Gobierno cubano.

El 10 de noviembre, el mayor general Mario García-Menocal y Deop, presidente del Consejo Territorial,
expresando el sentir general de los jefes militares veteranos, escribió una extensa carta al mayor general
Bartolomé Masó expresándole la necesidad urgente de crear un frente común integrado por todos los vete-
ranos y revolucionarios para lograr a toda costa la independencia de Cuba ante el peligro norteamericano.
El general García-Menocal entendía que Bartolomé Masó era la única figura con prestigio capaz de agluti-
nar a todos los cubanos bajo una sola bandera y por encima de cualquier credo político o interés particular.

Masó decidió entonces salir de su retiro de la política y se puso al frente del Consejo de Veteranos, órgano
directivo del llamado Centro de Veteranos. Dicho consejo realizó manifestaciones y mediante un cable
al presidente norteamericano, William McKinley, le exigió mantener el Gobierno militar y que se crearan
cuanto antes los organismos electivos para constituir un Gobierno cubano permanente, tal como establecía
la Resolución Conjunta (Joint Resolution) del Congreso y del Senado del 19 de abril de 1898, por la que
EE. UU. había entrado en guerra contra España.

Tras un intenso duelo en el seno de la prensa norteamericana sobre si optar por el anexionismo o pro la
independencia, el presidente McKinley contestó finalmente al Consejo de Veteranos mediante su mensaje
al Congreso del 15 de diciembre, anunciando que garantizaba la no anexión de Cuba a EE. UU., aunque
la isla debería de quedar unida a EE. UU. por vínculos especiales de intimidad y fuerza «para asegurar su
perdurable bienestar».

Como consecuencia de la postura del Gobierno estadounidense, se produjo el relevo del general Brooks
por el general Wood, que llegó a La Habana con instrucciones verbales de preparar los pasos hacia la crea-
ción de la República de Cuba.

Bartolomé Masó, contrario al intervencionismo norteamericano, había quedado «marcado» como «enemi-
go» por Washington, tras su actuación al frente del Consejo de Veteranos.

Cuando empezó la campaña presidencial, el Gobierno interventor norteamericano no consideraba en Cuba


más poder con quien tratar que el generalísimo Máximo Gómez; y el Gobierno de Washington estaba a
su vez perfectamente identificado con su candidato: Tomás Estrada Palma. En cuanto al pueblo cubano,
entre los dos candidatos a la presidencia, Tomás Estrada Palma y Bartolomé Masó, quería lógicamente al
segundo.
Pero ¿acaso podía parangonarse la historia revolucionaria de Tomás Estrada Palma con la de Bartolomé
Masó? Mientras Estrada Palma pedía la destitución de Carlos Manuel de Céspedes, un hecho vergonzoso
ante la historia, Masó permanecía a su lado. Mientras Estrada Palma caía preso de los españoles en circuns-
tancias en las que no vamos a ahondar, Masó luchaba en Oriente. Cuando Estrada Palma estaba exiliado en
EE. UU., Masó preparaba e iniciaba el movimiento Bayate. Cuando Estrada Palma, «el solitario del Central
Valley», siendo ya delegado, descuidaba los asuntos de la revolución, siendo reprendido por el Gobierno,
Masó, presidente del Gobierno, trabajaba sin descanso. En 1901, cuando Estrada Palma aceptaba la hu-
millante «Enmienda Platt», Masó la rechazaba, siendo por ello un candidato no deseado por Washington
para las elecciones presidenciales de 1902. Cuando Masó laboraba por la unidad de los cubanos y exigía
el sufragio universal y una verdadera democracia, Estrada Palma importaba el racismo norteamericano
intentando establecer cuarteles separados de blancos y gente de color, además se negaba a admitir que
hubiera policías negros.

Comenzada la campaña, el diario El Mundo publicó una carta de Bartolomé Masó al general José Lacret,
que terminaba diciendo:

«Ese derecho es el de la fuerza, del que ha nacido la Ley Platt, esa decantada Ley que tan
50 horrorosa decepción nos ha hecho sufrir, haciéndonos aceptar entre otros el juicio del profesor
italiano Camarazza Amari que condena la intervención como resultado de la tendencia que
tienen siempre de dominar a los débiles e imponerles su Ley y atacar a su vez a la autonomía
de los Estados”».

Como era de esperar, la publicación de esta carta hizo disminuir las posibilidades de Masó para ser el pri-
mer presidente de Cuba. En el mes de julio de 1901, Máximo Gómez se entrevistó con Estrada Palma y, en
aquella entrevista, la suerte quedó echada para el iniciador del alzamiento de Bayate. Así, el día 3 de octu-
bre, el general Leonatd Wood nombró la Junta General de Escrutinios, formada exclusivamente por cinco
partidarios de Estrada Palma: Méndez Capote, como presidente, Enrique Villuendas, como secretario, y
como vocales, Diego Tamayo, Martín Murúa Delgado y Alfredo Zayas.

Los partidarios de Masó protestaron ante el general Wood, pero el general norteamericano adujo que la
Junta se formó antes de proclamarse oficialmente la candidatura de Masó. Luego acudieron a Washington,
pero sus razonamientos fueron desoídos. Estaba claro que EE. UU. quería apoyar a Estrada Palma porque
era el candidato que apoyaba la Enmienda Platt.

Tomás Estrada Palma. Wikipedia. Dominio público


El martes, 31 de diciembre de 1901, se efectuaron unas elecciones presidenciales carentes de todo interés.
Fueron muchos los partidarios de Masó que decidieron no acudir a unas elecciones a todas luces fraudulen-
tas. Los compromisarios de Estrada Palma solo resultaron electos donde se habían retraído los «masoístas»,
mientras que fueron derrotados donde los de Masó acudieron a las urnas. De ahí queda demostrado que
la victoria de Estrada Palma no era indiscutible y que ganó gracias a Washington.

Sin embargo, Bartolomé Masó no era en realidad antinorteamericano. Admiraba mucho a la nación nortea-
mericana en muy diversos aspectos. Sin embargo, como patriota cubano, quería una Cuba independiente
y no con una libertad vigilada mediante la Enmienda Platt.

Si el enfrentamiento entre Maceo y Masó determinó lo que hemos llamado «el factor cubano», hemos visto
ahora el «factor norteamericano» y cómo Masó era considerado como enemigo de Estados Unidos, lo que
hizo que no fuera elegido presidente. Ambos «factores» son los que en definitiva supusieron que el Grito
de Baire de Saturnino Lora fuera elegido como el principal de todos y el que dio nombre al movimiento
surgido el 24 de febrero de 1895. Desearíamos que con esta exposición quedara explicado cómo se desa-
rrolló dicha jornada y, sobre todo, resuelto el misterio del extraño protagonismo oficial del Grito de Baire y
la minusvaloración a la que se ha sometido el grito de Bayate en la historiografía de la guerra del 98.
51
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA
Eladio Baldovín Ruiz1

HASTA LA GUERRA DE LOS DIEZ AÑOS 53

El origen del Ejército en Cuba se remonta al año 1515, con la llegada a la isla de «hombres de armas» for-
mando pequeñas unidades sueltas. Después de la conquista de La Florida se amplió y dotó de guarnición
el primitivo fortín de la Fuerza y, ante la amenaza del pirata Drake, llegó a reforzarse de tal forma que,
cuando se presentó frente a La Habana con dieciséis barcos, desistió del ataque.

Felipe II, para la defensa de la Capital, ordenó la construcción de los castillos del Morro y de la Punta y
con la llegada de los Borbones se organizaron las fuerzas de La Habana en un batallón de Infantería, una
compañía de caballos ligeros y otra para el servicio de Artillería; que, además, cubrían un destacamento
fijo en Santiago de Cuba y otros eventuales. La defensa de las posesiones de Ultramar estaba basada en
guarniciones de tropas veteranas en las principales plazas y el refuerzo con otros cuerpos en tiempo de
guerra; también existía una milicia colonial, mal armada y preparada. Siguiendo esta norma, la isla de Cuba
fue reforzada en varias ocasiones y devueltas las tropas a su destino una vez que había pasado la alarma.

En 1753 se creó el Regimiento Fijo de La Habana con dos mil plazas, en su mayor parte reclutadas en Cana-
rias; Caballería formó cuatro compañías y Artillería una. Pocos años después, cuando se temía un conflicto
con Inglaterra, llegaron a la Gran Antilla los primeros cuerpos expedicionarios y el 6 de junio de 1762 se
presentó en La Habana una potente flota inglesa con más de doscientos barcos y una fuerza invasora de
dieciséis mil hombres que, al día siguiente, inició un ataque que duró dos meses y terminó con la capitu-
lación de la plaza.

Antes de acordarse la paz, el conde de Ricla llegó a la conclusión de que era necesaria la participación en
bloque de la población y propuso la creación de una milicia disciplinada en Cuba, dotada de organización
permanente, uniforme, equipo e instrucción. El proyecto mereció la aprobación regia y después de recupe-
rar la isla se organizó a base de batallones de infantes y regimientos de jinetes. Unidades que no eran para
sustituir al ejército regular, sino para reforzarlo cuando fuera necesario.

De aquellos tiempos arranca la organización de las defensas de los puertos de Cuba, con la construcción en
La Habana de la fortaleza de la Cabaña, el castillo del Príncipe y baterías que completaban la defensa de la
boca del canal de entrada, con lo que resultaba una de las plazas más fuertes del mundo. También se trabajó
en Matanzas y Santiago de Cuba, actividad que duró hasta la mitad del siglo XIX. En el ejército regular, el
Regimiento Fijo tenía que ser reforzado con otro de la Península cada cinco años, se creó el de Caballería de
Dragones de América y dos compañías de Artillería. Aunque para evitar el gasto de transporte cada lustro

 Escritor, investigador y militar español. Coronel de Caballería, diplomado de Estado Mayor y de la Escuela Superior
1

de Perú. Licenciado en Derecho. Fue colaborador del Instituto de Historia y Cultura Militar (IHCM) en los cursos de
Vexirología y Vocal de Cultura en el Centro Cultural de los Ejércitos. «El armamento portátil en el Ejército Español de
1898». En: El Ejército y la Armada en el 98. Op. cit., pp. 33-49. Y «El Ejército Español en Cuba». Revista de Historia
Militar. Servicio Histórico Militar y Museo del Ejército. Año XLI, n.º 83, 1997, pp. 287-336.
se organizó el Regimiento de Cuba, con hombres reclutados en Canarias, que junto con el Fijo eran las uni-
dades de guarnición cuando estallaron las guerras con Francia y Gran Bretaña en la década de los noventa.

Al iniciarse el siglo XIX, había en Cuba dos regimientos y un batallón de Infantería, un escuadrón, dos
compañías de Artillería y un destacamento de Minadores. Durante la guerra de la Independencia contra
Napoleón, el gobernador levantó compañías a pie y montadas y puso en armas las milicias; en 1816, con
los dominios del Continente sublevados, llegaron unidades desde la Península y, en 1823, en previsión de
un ataque desde los territorios que terminaban de emanciparse, desembarcaron dos batallones: dos mil
soldados capitulados y novecientos canarios.

Después de la reorganización de 1826, Cuba disponía de 11.526 soldados y, en 1829, las aspiraciones de
Fernando VII de recuperar el Virreinato de México llevaron a organizar una expedición de poca entidad,
que volvió después de sufrir considerables pérdidas debidas a una epidemia y, pocas, a las balas. En 1832,
la guarnición se componía de ocho regimientos de línea, cinco ligeros, una unidad llamada brigada y cuatro
compañías de Infantería, un regimiento de Lanceros y cinco compañías de Artillería a pie, una montada y
otra de montaña.

54 Este Ejército, pagado con el presupuesto de la isla, había crecido en poco tiempo arrastrando graves vicios,
que fueron combatidos por los capitanes generales con tal éxito que en 1850 se disponía de dinero para
organizar nuevas unidades, llegando a 1855 con trece regimientos y seis batallones, dos regimientos de
Lanceros, otro de Artillería, un batallón de Ingenieros, una unidad de la Guardia Civil y quedando organiza-
da la milicia de color y los cuerpos de voluntarios.

Defensores de la integridad nacional en Cuba. Archivo General Militar de Madrid, sig. F.05938
En estas fechas se alcanzó el punto culminante de la defensa de Cuba y, a partir de ese momento, las obras
se pararon y la guarnición disminuyó. Los presupuestos de la isla atendían en el capítulo Guerra al personal,
subsistencias y utensilios, vestuario, equipo y remonta, transportes, marchas y movimientos, justicia militar,
material de Artillería e Ingenieros, hospitales y clases pasivas. En total, Guerra y Marina se llevaban en 1839
el 80 % del presupuesto y este tenía un superávit de más de 1.500.000 de pesos; en 1852, año de la crea-
ción del Ministerio de Ultramar, ambos conceptos importaban el 70 % y el superávit era de poco menos del
millón, pero en 1860 el déficit total del presupuesto era cercano a los dos millones y medio. La necesidad
de economías fue una de las causas de la decadencia, pero las principales fueron la falta de un plan fijo y
que los Gobiernos olvidaron sus obligaciones militares en Ultramar.

En poco tiempo, el Ejército de Cuba vio disminuidos sus efectivos en ocho batallones, pero intervino fuera
de la isla enviando varios cuerpos con motivo de la anexión y campaña de Santo Domingo y formando par-
te con tropas francesas e inglesas en la Expedición a México que, gracias al buen criterio del general Prim,
regresaron cuando los franceses quisieron imponer el Imperio de Maximiliano.

En 1868, cuando estalló la insurrección, el Ejército permanente de Cuba estaba formado por el capitán ge-
neral, jefe superior e inspector nato; un mariscal de campo segundo cabo y general en jefe; dos mariscales
subinspectores de Artillería e Ingenieros; una sección de Estado Mayor al mando de un brigadier y otros 55
once brigadieres en diferentes destinos. Las unidades con su cobertura teórica, no real, eran: Infantería,
ocho regimientos a dos batallones y cuatro batallones de Cazadores, con 8.350 hombres; Caballería, dos
regimientos con 1.084 hombres y novecientos caballos; Artillería, un regimiento a pie con dos batallones,
otro de montaña con seis baterías, una montada y una compañía de obreros, con 1.563 hombres; Ingenie-
ros, un batallón con 585 hombres; Guardia Civil con un tercio de 828 hombres y 203 caballos y la brigada
sanitaria con 321 hombres para los hospitales. Las milicias estaban constituidas por 4.016 hombres y 2.340
caballos y los voluntarios sumaban 10.323 en toda la isla.

El incremento del ejército regular en Cuba durante la primera mitad del siglo obligó a reglamentar su reem-
plazo, con la rara unanimidad de que debían ser peninsulares los que defendieran la soberanía española.
Así, desde 1828, se realizaba mediante el alistamiento de paisanos en los depósitos que los cuerpos tenían
en la Península y, desde 1852, en las cajas de quintos, ingresando los voluntarios en regimientos de la costa
para recibir la instrucción premilitar. Más tarde se admitieron soldados veteranos y reenganchados.

En 1854, los paisanos y licenciados recibían gratificaciones de veinte y quince duros por ocho o seis años
y se hicieron extensivos los premios pecuniarios de la tropa, por aplicación de la ley que regulaba la re-
dención a metálico. Un año más tarde se estableció el orden de preferencia para Infantería y Caballería:
paisanos y licenciados, quintos, residentes en Cuba, soldados veteranos voluntarios, prófugos y desertores
de primera vez y, si fuera necesario, por alistamientos extraordinarios. Las bajas de Artillería se cubrían con
los regimientos de la Península y las de los demás cuerpos e institutos con reclutas y soldados de Infantería.
Cuando no hubiera voluntarios, el sorteo del número necesario en las unidades debía celebrarse con la
máxima escrupulosidad y comprender la totalidad de los soldados del batallón. A los que les correspondía
podían elegir entre rebaja del tiempo de servicio o premios pecuniarios y se admitía el cambio de número
entre los interesados.

Inicialmente, como se cubrían fácilmente las bajas, las autoridades militares eran exigentes con las condi-
ciones de alistamiento; después fueron facilitando el ingreso y mejorando las condiciones económicas, sin
que hasta la guerra de 1868 se presentara ningún problema. Los licenciados, al volver a la Península con
buen aspecto y con el dinero que recibían al desembarcar, cantidad correspondiente a la economía hecha
en sus haberes durante seis años, eran la mejor propaganda.

El pase de sargentos inicialmente era recíproco, tantos regresaban y tantos iban. Desde 1860, su reemplazo
se daba dos terceras partes a los ejércitos de Ultramar y los restantes a la Península y eran preferidos los que
solicitaban el pase en su empleo a aquellos que lo pedían con ascenso. En Infantería y Caballería, cuando
cumplían las condiciones, conservaban el ascenso a su regreso, lo mismo que las recompensas y ventajas
obtenidas.

Desde 1854 y 1859, en las Armas generales y en Ultramar se daban al ascenso la mitad de las vacantes de
jefes y subtenientes y las dos terceras partes de capitán y teniente, que se cubrían por antigüedad; las res-
tantes correspondían al turno de la Península y se proveían por ascenso, en ausencia de aspirantes a pasar
sin él. Cuando no había voluntarios se designaba al primero de la segunda mitad de la escala del empleo
inferior. Para conservar el empleo, debían permanecer el plazo reglamentario y lo perdían si regresaban
antes.

El reglamento de 1867 adjudicaba las vacantes de Cuba entre su Ejército y el de la Península por mitades;
las de alférez de la misma forma entre sargentos primeros y cadetes de ambas procedencias. El pase seguía
voluntario en el empleo, con ascenso o sorteo entre los segundos tercios de la escala del empleo interior.

En los cuerpos facultativos de Estado Mayor, Artillería e lngenieros, por unificación de normas en 1858,
las vacantes en Ultramar se proveían en la clase inferior de la Península, ascendiendo a los voluntarios más
antiguos o por sorteo. Nombrados, recibían el ascenso correspondiente del Ejército de Cuba y, cuando
regresaban, después de cumplir los plazos, eran destinados con arreglo al empleo que les correspondía en
la escala general, sin perjuicio de recibir el sueldo del empleo superior que había servido en la isla, consi-
derando a este de Infantería, Caballería o del Ejército. Las vacantes de subalterno de Artillería las cubrían,
hasta 1866, los oficiales de la escala práctica procedentes de sargento o, al extinguirse esta clase, tenientes
y alféreces de las armas generales, según fueran plaza a pie o montada.

56

LA GUERRA DE LOS DIEZ AÑOS

Desde el Grito de Yara, el 10 de octubre de 1865, la guerra a lo largo de diez años tuvo sus altibajos, tanto
para la causa española, como para los insurrectos. Al iniciarse la insurrección, el capitán general Lersundi
envió a las poblaciones amenazadas las pocas tropas de las que podía disponer, al mismo tiempo que
iniciaba las gestiones para que depusiesen las armas los levantados y ofrecer el perdón a todo el que se
presentase. Nombró al Segundo Cabo, conde de Balmaseda, jefe de operaciones, que llevaba de jefe de
Estado Mayor al coronel Weyler y, con una columna después de una penosa marcha, recuperó la ciudad de
Bayamo, tomada por los insurrectos, y salvó a otras en peligro.

Designado primera autoridad el general Domingo Dulce, el gobierno de la revolución de septiembre cre-
yó que con medidas de benevolencia lograría la paz, prometió futuras reformas y concedió amnistía por
delitos políticos. Pero la insurrección no decaía; favorecida por las contemplaciones y la falta de energía
se extendía por las provincias de Oriente, Puerto Príncipe y Las Villas. El capitán general tuvo que echar
marcha atrás en las conciliadoras medidas y, aun así, no logró tranquilizar a las unidades de voluntarios –las
únicas que defendían La Habana–, que los expulsaron de la isla, siendo uno de los sucesos más vergonzo-
sos de la guerra.

En las primeras operaciones no existió unidad de acción, principalmente por la falta de enlace entre los man-
dos de todos los niveles; además, como se desconocía el terreno y la situación de los insurrectos, las unidades
andaban a ciegas. Por no estar organizados los servicios de víveres y municiones, las columnas podían llevar
como máximo seis u ocho raciones y como no había dónde dejar los enfermos y heridos, las operaciones se
reducían a ir de un pueblo a otro o recorrer el campo y regresar al punto de partida.

Nombrado el conde de Balmaseda capitán general, que tenía de jefe de Estado Mayor al brigadier
Martínez Campos, reactivó las operaciones y en cada departamento estableció cierto número de centros
militares. Dividió el territorio en sectores con unas dimensiones que permitiesen a las tropas recorrerlos
en diez o doce días y destinó de uno a tres batallones, uno o dos escuadrones e igual número de piezas
a cada uno, según su importancia. En el centro estableció un fuerte capaz de ser defendido por una pe-
queña guarnición, con depósito de municiones, raciones y una enfermería. La falta de tropas y medios
impidió que se alcanzasen los resultados previstos y aunque se lograron algunos éxitos, el capitán general
presentó su dimisión.

Durante la República, como la insurrección conocía que España no podía enviar refuerzos, aprovechó el
tiempo para organizarse y reunir fuerzas. Entre 1873 y 1874, alcanzó la importancia que no había tenido
nunca. Ya no era posible seguir con el territorio dividido en zonas y recorrido por pequeñas columnas; para
responder a la fuerza del adversario eran necesarias columnas de dos o tres mil hombres instruidos, que
actuasen en combinación con otras.
57

División administrativa y trochas de Cuba. Guillermo Calleja Leal

Los insurrectos estaban decididos a cruzar la trocha y llevar la guerra a la rica provincia de Las Villas, enton-
ces pacificada. En enero de 1875 lo realizó Máximo Gómez con una considerable fuerza, con propósitos
bien definidos: «el remedio simple, fácil, económico y decisivo es quemar la colmena, entregar a las llamas
todos los ingenios azucareros de Las Villas y Occidente y reducir a escombros y cenizas el comedero de
nuestros enemigos». La acción sorprendió a los españoles con la trocha poco guarnecida y la provincia
con escasas tropas. El capitán general dispuso que fuerzas de los departamentos Central y Oriental se
concentrasen en Las Villas, pero por falta de comunicaciones se efectuó con mucho retraso. A medida
que llegaban, trataban de evitar que el enemigo entrase en las jurisdicciones de Colón y Cárdenas y se
extendiesen por los valiosos ingenios de esa parte de la isla. Afortunadamente, para las armas españolas,
el provincialismo de los insurrectos y las rivalidades entre ellos frenó su actividad.

Desde la República, pasaron por el mando superior de Cuba, sucesivamente, los generales Pieltain, Jo-
vellar, Gutiérrez de la Concha, el conde de Balmaseda y otra vez Jovellar, quien presentó su dimisión con
motivo de la toma de la localidad de Victoria de Tunas por las fuerzas insurrectas. El Gobierno consideró
que era necesario separar el mando único que ejercían los capitanes generales, porque no era posible estar
a un tiempo en campaña y al frente del Gobierno general de la isla. Confirmó al general Jovellar como jefe
superior de la administración civil y militar y nombró al general Martínez Campos como general en jefe, sin
más subordinación que la autoridad suprema del Gobierno.

Según informes de Martínez Campos, el ejército estaba reducido a una defensiva absoluta y el enemigo
imperaba en todos los lados. Situación que no solo era debida a los insurrectos, porque el abandono de
todos los servicios, la desorganización de los transportes y la incuria en todos los ramos de la administración
militar habían colocado a las unidades en el estado más lamentable. Se debía la paga a oficiales y tropa
desde abril, lo que contribuía al mal ambiente que reinaba.

Organizó sus fuerzas en ocho comandancias, de las que cuatro correspondían a Las Villas, donde se propuso
terminar con la insurrección antes de adoptar un plan general que llevase a la total pacificación de la isla.
Buscaba salvar los importantes intereses que aún quedaban en los campos e impedir que los insurrectos
avanzasen por las jurisdicciones vecinas. Con casi todos los refuerzos que llegaron de la Península, ocupó
militarmente el departamento y, desde noviembre de 1876 a fines de mayo siguiente, ahogó la insurrección.

Dividió el territorio que aún estaba dominado por los rebeldes en cuatro comandancias generales y en dos
el que terminaba de pacificar. Las primeras, organizadas en polígonos irregulares a los que llamó «Zonas
Militares», que fueron tantas como batallones pudo colocar, después de guarnecer las ciudades. La Caba-
llería y las guerrillas también las distribuyó por las zonas; la Artillería la empleó en custodiar los pueblos y
fortalezas y los Ingenieros se ocuparon inicialmente en trabajos de fortificación o acuartelamiento y des-
pués en operaciones. Las fuerzas de cada dos zonas formaban una media brigada y las de cuatro una; estas,
en número variable, se agrupaban en divisiones, según el territorio que ocupaba cada comandancia.

Una vez ocupado el terreno y organizada la información y el espionaje, ordenó empezar las operaciones
activas. Dispuso que no se fusilase a los insurrectos y que fueran tratados con miramiento ellos y sus fa-
miliares; como en el campo no tenían tregua ni descanso, estaban hambrientos y eran recibidos con con-
sideración, muchos se presentaron a indulto. A lo que se sumaba, para favorecer la causa española, los
enfrentamientos internos y rivalidades que padecían las fracciones rebeldes.

El Ejército en Cuba sufrió graves inconvenientes para adaptarse al sistema de lucha de los insurrectos, al
terreno y clima. Se enfrentaba a reglamentos y a jefes veteranos que, con muchos años de servicio, goza-
ban de gran influencia y se oponían a reformas que les separase de sus ideas y prácticas en otros tiempos
y campos que no eran los de Cuba; incluso había quienes defendían que nada de lo que estaba escrito se
aplicaba a esa guerra.
58
Otras singularidades se observaron durante la contienda, como fueron las condiciones de los oficiales de
menor rango, la falta de unidades de Caballería y las trochas. En relación con la primera, después de varios
años de campaña, no solo en Cuba, también en la Península, las clases de tropa por su valor y constancia
habían ascendido desde cabo a capitán; pero ello no era suficiente para estar en una guerra colonial al
frente de una compañía, escuadrón o sección y salir a operar como jefe único.

Los insurrectos contaban con muchos y buenos jinetes, que manejaban diestramente el machete y el arma
de fuego, tanto a pie, como a caballo. Su infantería también aprovechaba el abundante ganado del país e
iban muchos montados para marchar, dejándolo oculto para atacar.

Fuerzas españolas custodiando un convoy en Cuba. Archivo General Militar de Madrid, sig. F.05952
En cambio, el ejército de operaciones no podía cubrir las mínimas necesidades de los servicios peculiares
de Caballería, por eso normalmente no formaba parte de las columnas. Las pocas unidades se dedicaban
casi exclusivamente a acompañar convoyes, proteger líneas de ferrocarril o dar seguridad en la trocha y
cuando acompañaban a las columnas constituían parte de la reserva. Al iniciar las operaciones, dejaron las
lanzas, porque en la manigua no eran nada más que un estorbo, los bosques imposibilitaban su empleo y
en el combate restaban libertad de movimientos; el sable y la tercerola fueron armas más adecuadas, inclu-
so se ensayó el machete del país. Todavía en 1873 se pretendió dotar de lanza a la mitad de las unidades.

Para compensar esta falta, en las columnas, algunos jefes de batallón empezaron a elegir un oficial y veinte
o treinta soldados que, con caballos y monturas que cogían al enemigo o en las fincas, organizaban una
fuerza montada, que después fue aumentando. Primero, recibió el nombre de contraguerrilla y, después,
el de guerrilla, podía combatir a pie o a caballo para sorprender al enemigo, explorar, cubrir flancos o
despliegues, combatir pequeñas partidas, etc. ¡Se habían inventado los Dragones! Esta caballería, quizá la
más irregular que haya existido, dio buen resultado, porque todos sus hombres eran seleccionados, pero
cometió el error de no cuidar los caballos y como los insurrectos hacían lo mismo, en 1872 llegó a escasear
el ganado.

Dado el resultado de las guerrillas de batallón, el capitán general resolvió aumentarlas organizando otras 59
llamadas volantes y locales. Las primeras eran escuadrones de cien caballos y ciento treinta hombres, de
los cuales la tercera parte soldados españoles y el resto del país; estaban mandadas indistintamente por
oficiales de Infantería o Caballería y algunas se reunieron para formar batallones. Las locales se formaron
con paisanos, en pueblos o centros militares.

Las trochas tienen su origen en la provincia de Las Villas, donde la insurrección no logró arraigar sólida-
mente porque allí se enviaron considerables refuerzos llegados de la Península. Las partidas rebeldes para
huir de la persecución se pasaban al departamento Central, donde por falta de fuerzas españolas podían
organizarse y descansar, para regresar después.

Para evitar esta actuación del enemigo, la autoridad militar de Las Villas se propuso vigilar los confines
de esta comarca e incrementó las fuerzas de las poblaciones de Morón y Ciego de Ávila. Para establecer
comunicación entre ellas se construyeron en el intermedio algunos fuertes, guarnecidos por pequeños
destacamentos, haciendo lo mismo entre Ciego y el puerto de Júcaro, por él se suministraban, sirviendo
de apoyo a los convoyes.

Plano de la trocha del oeste del Júcaro a Morón. Museo Naval, sig. MN-18-C-12
Estando Morón muy inmediato a la costa norte y Júcaro en la sur, la línea que pasaba por estos pueblos
dividía la isla en dos partes, con una longitud de 17 leguas cubanas, y favorecía establecer una línea
defensiva continua para evitar que los insurrectos del Camagüey pasasen a Las Villas. El terreno no pre-
sentaba grandes dificultades y había bosques con madera abundante, así que se decidió situar obras de
fortificación cerrada a cierta distancia unas de otras, unidas por una estacada de madera; construyendo a
retaguardia una línea férrea y a vanguardia cierto número de fuertes que sirviesen de apoyo cada uno a una
guerrilla montada, las que, extendiéndose por grupos entre ellos, explorasen y avisasen a la línea principal
la presencia del enemigo.

Aunque una línea de tanta longitud era de dudoso resultado, si se hubiera construido bien y defendido
convenientemente, es probable que, dada su situación, el resultado hubiera sido satisfactorio. Pero lo que
se hizo fue salir del paso y consecuencia de la precipitación fue el mal resultado. Las obras se hicieron en
poco tiempo, pero duraron menos y las enfermedades causaron estragos. Nunca estuvo concluida la esta-
cada, al ser de madera mala, se pudría, por una parte, antes de haberse terminado por la otra, sucediendo
lo mismo con los fuertes que estaban construidos de la misma manera.

60
EVOLUCIÓN DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES

Cuando se inició la guerra, Cuba estaba indefensa. Las economías y principalmente el abandono habían
dejado a las unidades en cuadro, al licenciar o rebajar un elevado número de soldados para recortar los
gastos del presupuesto. Se calculaba que solamente eran combatientes de seis a ocho mil hombres y mu-
chos de los que estaban en filas ocupaban puestos y destinos ajenos al servicio, situación favorecida por
la larga paz.

Las unidades, que llevaban años haciendo una tranquila vida de guarnición, carecían de toda clase de
medios, armamento para toda la plantilla, municiones, raciones, uniformes y material de campamento y, lo
más grave, no existía organización de los servicios de campaña, transporte, sanitario y subsistencias. Las
tropas que no salían de sus cuarteles, ya que existía la creencia de que los soldados europeos no podían
soportar el calor y la lluvia, no estaban aclimatadas y desconocían el terreno donde tenían que moverse.
Como llevaban varios años sin efectuar ningún relevo, los mandos, aunque residentes, hacía tiempo que en
la isla recorrían poco más que las calles de sus ciudades.

Las unidades de milicias y voluntarios eran solo de representación. Únicamente estaban nombrados los
principales mandos, que eran las personas más destacadas de cada población y no existía otra organización
estable, ya que se había abandonado durante los años de paz.

Para reforzar tan reducidas fuerzas, el capitán general organizó varios batallones de movilizados e, incluso,
unidades de voluntarios de color (negros emancipados, es decir, libertos de sus amos). En la Península, el
Gobierno invitó a las unidades de Infantería a pasar a Cuba y, en enero de 1869, embarcaron cuatro batallo-
nes, a los que siguieron el mismo año dos más, otros cuatro de Infantería de Marina, catorce formados con
voluntarios de clase de paisanos o licenciados y reemplazos para sustituir las bajas y crear nuevas unidades.

Este considerable incremento del Ejército de Cuba, se vio notablemente frenado los años siguientes. Así,
en 1870, solo se envió un batallón y, en 1871, fueron por primera vez fuerzas considerables por sorteo, con
el embarque de cuatro batallones de Cazadores. En 1872 se organizaron en la Península dos batallones
provisionales y en los dos años siguientes uno. En julio de 1874 se produjo la unificación del Ejército per-
manente y el expedicionario en Cuba, quedando una sola escala para los ascensos y ventajas, pudiendo
los oficiales y clases del segundo al pasar al permanente verificarlo con el empleo superior, siempre que
no hubieran obtenido esa ventaja por méritos o propuesta reglamentaria, recibiendo entonces el grado
superior. También se procedió al cambio de nombres y numeración de las unidades.

Las fuerzas en Cuba eran totalmente insuficientes porque, si bien había aumentado el número de unidades,
con los reemplazos que llegaban no se cubrían las bajas. Como informaba el general Riquelme, jefe de las
operaciones, los batallones, después de deducidos los hospitalizados, destacamentos, músicos, destinos,
bajas por enfermedad, etc., quedaban reducidos a doscientos hombres. Calculaba que las bajas anuales
61

Fuerzas de los batallones de Valencia y Bailén en la iglesia de Consolación del Norte (Cuba). Archivo General Militar
de Madrid, sig. F.05940

por todos los conceptos eran como mínimo del 20 % y estas no se podían deducir nada más que de las
columnas. Además, encontraban graves dificultades para abastecerse y, en la asistencia sanitaria, por falta
de medios en campamentos y hospitales, las epidemias causaban estragos.

El Ejército de la isla necesitaba refuerzos, pero poca ayuda podía prestarle una España en plena agitación,
carcomida por sus contiendas internas, que consumía todos los recursos y soldados que hacían falta para
defender la Gran Antilla. Solo un incidente internacional con los Estados Unidos, por el apresamiento de
un barco filibustero, tuvo la gracia de llamar la atención del Gobierno y con toda urgencia y a alto precio
compró en Alemania seis cañones Krupp y pocas municiones para la defensa de La Habana, de los que tres
se montaron y los otros quedaron sobre polines porque pasó el peligro.

Después de la Restauración, a primeros de 1875, el Gobierno prometió enviar a Cuba medios económicos
y militares a medida que la guerra carlista lo fuera permitiendo. Dispuso que la décima parte del reemplazo
de ese año fuera a Cuba por sorteo, lo que le permitió reforzar la isla cubriendo numerosas bajas y embar-
car cinco batallones provisionales. Por fin se destinó un regimiento de Caballería a una guerra en la que el
enemigo y el terreno hacían imprescindible el empleo de esta Arma.

Terminada la Campaña del Norte en la Península, el Gobierno pudo reunir los elementos necesarios y, dis-
puesto a terminar la guerra, en junio de 1876, procedió a organizar veinte batallones y tres regimientos de
Cazadores de Caballería.

Para dominar la insurrección, España, durante diez años, aunque de forma muy irregular, envió a Cuba un
total de 210.416 hombres, de los cuales 56.700 fueron formando unidades y 153.716 reemplazos para
cubrir bajas o crear nuevos cuerpos en la isla. El ejército de operaciones llegó a contar con más fuerzas en
enero de 1877, de un total de 95.113, tenía disponibles 70.346 hombres.

Durante toda la guerra, según los datos de la época, hubo un total de 57.495 muertos; de los cuales,
54.026 fueron por enfermedad y 3.469 en acción de guerra. Fueron bajas definitivas por inútil o enfermo
12.007 y se contabilizaron 3.596 deserciones.
Los sucesivos Gobiernos trataron de mantener la recluta voluntaria para reforzar el Ejército de Cuba, aun-
que, como el sistema no cubrió las necesidades, hubo de recurrir a sorteos. A medida que pasaba el tiempo
se rebajaban las condiciones exigidas a los voluntarios y se recurría a incrementar los premios y gratifica-
ciones. En 1876, para organizar los veinte batallones, se ofreció a los soldados voluntarios mil reales al
admitirlos y otros mil cada año que sirviesen en Ultramar. Había premios para las clases y mandos que se
distinguían en su labor de recluta e incluso estaban autorizadas empresas particulares y ayuntamientos para
presentar tantos sustitutos, como reclutas faltaban en el cupo de determinadas provincias. A los prisioneros
carlistas se les ofrecía ingresar voluntarios y fueron forzosos todos los que por edad les hubiera correspon-
dido servir en Ultramar.

Como el problema era enviar el número ordenado, muchos soldados demasiado jóvenes enfermaban y se
inutilizaban con facilidad; muchos eran sustitutos entre los que no abundaba lo bueno, pero la mayoría no
traían ninguna instrucción y en Cuba no se les impartía tampoco. Además de no haber tiempo suficiente,
existía la creencia que bastaba con lo que les enseñaban los veteranos. Cuando tenían hombres y caballos
estaban convencidos de que disponían de Caballería; no eran jinetes, pero en campaña aprenderían a serlo
y con perseguir a caballo al enemigo era suficiente para que este huyese.
62

PERÍODO ENTREGUERRAS

Antes de firmar la paz, en junio de 1878, el capitán general, con autorización del Gobierno, procedió a
reorganizar y reducir sus fuerzas, suprimiendo veinte batallones regulares y cinco movilizados y quedando
todas las unidades integradas en seis comandancias generales, con mayor concentración de fuerzas en
Oriente. Poco después, antes de estallar la llamada guerra Chiquita, volvió a proponer otra considerable
reducción de las unidades de Infantería y Caballería y la disolución de las guerrillas, que fue aprobada ya
iniciada la rebelión.

La prisa de la primera autoridad de Cuba en solicitar y del Gobierno por aprobar la disolución de unida-
des, milicias y voluntarios no tenía más razón que tratar de reducir el enorme déficit que el presupuesto
de la isla había acumulado durante los diez años de guerra. Por ello, el Ejército volvió a sufrir otra nueva
reducción en 1881, para dejarlo «en armonía a las necesidades del servicio y con las economías que exige
el presupuesto».

Después de la natural desmovilización al terminar la guerra, una vieja y perniciosa costumbre dio entrada en
los cuadros permanentes del Ejército a los jefes y oficiales de las milicias disciplinadas que se encontraban
movilizados, siempre que reunieran tan someras condiciones, que solo quedaron fuera los analfabetos,
agravando el problema del exceso de mandos.

Se volvió a cubrir las bajas de Ultramar con voluntarios procedentes de paisano, cumplidos del Ejército o
pertenecientes a la reserva y reclutas. Si el alistamiento voluntario no era suficiente, se procedía al sorteo.
Todos, a los cuatro años, recibían la licencia absoluta y los que les correspondía por sorteo, podían librarse
mediante la redención a metálico o la sustitución personal. En caso de guerra, si fuera necesario, se realiza-
ría un sorteo con el personal de los cuerpos activos e, incluso, se enviarían estos al completo.

En 1884 y 1885, otra vez por economía, el Gobierno autorizó al capitán general a reorganizar sus fuerzas.
El resultado fue un recorte de unidades en todas las Armas; se rebajó el haber mensual de los voluntarios
y quedaron suprimidas las unidades de milicias blancas y de color, quedando su organización a criterio de
la primera autoridad. El Estado de Defensa de Cuba estaba alcanzando sus cotas más bajas, porque a las
reducciones y disoluciones se sumaba la carencia de todos los recursos necesarios; todavía estaban sin
montar los cañones comprados hacía diez años y otros recibidos por aquellos tiempos.

Las economías habían obligado a rebajar a cuatro las compañías de los batallones y a disminuir forzosa-
mente una parte de su fuerza, dando el espectáculo de poner a soldados en las puertas del cuartel para
que buscasen trabajo para poder vivir, con la sola obligación de comunicar su residencia. Por falta de pre-
supuesto, no podían estar en filas, pero tampoco se los devolvía a la Península. Sin dinero para mantener a
los soldados, ¿cómo podía haber para comprar armamento y construir fortificaciones?
Solamente otra amenaza exterior, cuando estalló el conflicto de las Carolinas con Alemania, llamó la aten-
ción del Gobierno y dio las órdenes y recursos necesarios para instalar en la batería de Santa Clara los tres
cañones Krupp. Se abrió una suscripción nacional para obtener fondos y, al cabo de unos meses, estaban
montadas las piezas. En 1885, quedaron los seis cañones en condiciones de defender la plaza de La Ha-
bana, porque eran los únicos que tenían, ya que los demás eran piezas de museo. Pasado el peligro, todo
quedó en suspenso, tanto las fortificaciones, como el artillado y los créditos fueron desapareciendo.

En tiempo del general Salamanca como primera autoridad de Cuba, una comisión de Estado Mayor, Artille-
ría, Ingenieros y Marina recorrió el litoral haciendo un estudio de la defensa de los puertos principales, para
que todos los trabajos que debían realizarse respondieran a un plan general, teniendo en cuenta todas las
necesidades y recursos; y, al mismo tiempo, llegado el momento, pudieran emprenderse simultáneamente
en varios puntos.

Durante su mandato se esforzó en luchar contra el endémico bandolerismo, misión que correspondía a la
Guardia Civil. El Instituto en Cuba no tenía del de la Península nada más que los mandos y el reglamento;
no estaba formado por veteranos de acreditados servicios, sino por quintos escogidos entre los que lle-
gaban, para inmediatamente prestar servicio por parejas en terreno que desconocían, armados con fusiles
Remington y mal municionados. Por eso no eran tan eficaces ni lograban imponer el respeto que tenían en 63
la Península. Para mejorar el servicio, unió todos los puestos con la red telefónica y logró que los propieta-
rios de las fincas compraran nuevo armamento para renovar el viejo del que disponían.

En 1889, el Ministerio de la Guerra dispuso provisionalmente que fueran destinados a Ultramar los jefes y
oficiales que lo solicitaran en sus propios empleos. Aunque en junio del mismo año publicó la normativa
definitiva, en la que se volvía al tradicional pase con ascenso, voluntario o por sorteo, triunfaron los criterios
de los cuerpos de escala cerrada y al regresar continuaban ocupando sus puestos en la escala de su clase
como si hubieran permanecido en la Península, perdiendo el empleo superior condicional que se les otor-
gó. Si durante su permanencia en Cuba se les otorgaba algún empleo por méritos de guerra, se entendía
sobre el que disfrutaban en la Península.

Nombrado capitán general y gobernador el general Polavieja, pretendió que el Gobierno conociese en
toda su verdad la situación política, económica y social. Después de abortar una nueva intentona separa-
tista, profetizó reiteradamente la pérdida de la isla: «Si hemos de ser siempre los mismos, mal desenlace
veo en la cuestión de Cuba. Cuba se perderá para la civilización y de ella saldremos de muy mala manera».

Sin aumentar los presupuestos de Guerra, estudió la forma de disponer de un mayor número de soldados
para poder constituir una reserva que entonces no existía; pero donde destacó su acción fue en la lucha
contra el bandolerismo. Asumió personalmente el mando y organizó bajo su dirección un centro encargado
exclusivamente de su persecución; con ello, trataba de evitar las nefastas competencias y rivalidades entre
las autoridades civiles y militares, entre la Guardia Civil y el Ejército. Como la Benemérita era insuficiente,
dedicó unidades de Infantería y Caballería y, en poco tiempo, el panorama cambió radicalmente. Las dos
zafras de este tiempo fueron las mayores que había conocido Cuba.

El ministro de Ultramar, Romero Robledo, asumió con tanto interés la política de ahorro del Gobierno, que
en diciembre de 1891 implantó, para economizar, unas reformas que cambiaban el régimen administrativo
de la isla; pero que también aprovechó para reducir la autoridad del capitán general, como gobernador
general, restándole atribuciones en beneficio de los gobernadores civiles en un momento crítico, lo que fue
motivo de la dimisión del general Polavieja.

Continuaron las medidas económicas hasta llegar a nivelar el presupuesto, a costa, entre otras medidas,
de una nueva reducción de la guarnición. El presupuesto de 1892-93 alcanzó la cifra de cuatro millones de
pesos, 20.000.000 ptas. de ahorro respecto al anterior. Los gastos representaban la menor cifra de todos
los años precedentes, incluido el 1867-1968, antes de iniciarse la guerra de los Diez Años.

Mientras tanto, la situación de Cuba se iba agravando. El creciente malestar, debido a la subida de las
tasas e impuestos, la corrupción administrativa, las discordias entre los partidos políticos legales, etc., no
hacían nada más que crear el ambiente propicio para el desarrollo del separatismo, que no había dejado de
laborar desde la paz del Zanjón. Sus actividades se aceleraban en toda la isla y su manifestación en las dis-
tintas provincias demostraba la existencia de una conspiración general y coordinada. El levantamiento de
Holguín, rápidamente sofocado, los constantes incidentes, los depósitos de armas descubiertos, el pujante
bandolerismo, las reuniones y asambleas –algunas públicas y manifiestas–, los artículos de la prensa simpa-
tizante, los apoyos que recibían en los Estados Unidos y las continuas confidencias, eran advertencias que
las autoridades tenían que haber tomado en serio. Cada día saltaba un asunto que daba motivo de alarma.

En el Gobierno, desde finales de 1892, el ministro de Ultramar, Antonio Maura, con el firme propósito de
terminar con el problema cubano, decidió poner en marcha las reformas político-administrativas pendien-
tes, prometidas en la paz de Zanjón. Presentó en las Cortes un proyecto de autonomía. Reformas que fue-
ron largamente discutidas y debatidas, porque todos los partidos estaban conformes con dar una solución,
pero combatientes en cuanto al cómo y al cuándo.

64

Capitán general Emilio Calleja Isasi. Wikipedia. Dominio público

En agosto de 1893, el Gobierno nombró al general Calleja primera autoridad de Cuba, para que implanta-
se las reformas cuando fueran aprobadas por las Cortes y tratara de poner paz en los alterados ánimos de
la población. A su llegada, encontró una agitación política superior a la que esperaba y un Ejército mani-
fiestamente insuficiente, sin fuerzas auxiliares de milicias y voluntarios. Los ocho millones del presupuesto
correspondientes al ramo de Guerra no llegaban para el gasto de personal de la fuerza indispensable para
la defensa de la isla: mucho menos para dotar los parques, almacenes, factorías y hospitales; tener en buen
estado el artillado y defensa de las plazas; proteger los caminos, vías férreas y trochas. En 1894, por prime-
ra vez desde la anterior guerra, se reforzó la guarnición ¡con un batallón de Cazadores!, pero en enero de
1895 se licenciaron los soldados cumplidos, quedando los cuerpos muy reducidos.

EL LEVANTAMIENTO DE BAIRE

Con el llamado «Grito de Baire», el 24 de febrero de 1895, se inició la definitiva guerra separatista en
Cuba. El levantamiento, aunque quiso ser general en toda la isla, solo tuvo éxito en Oriente. El mismo
día, las autoridades españolas lo sofocaron en Occidente y, con la detención de sus principales jefes,
los insurrectos fueron fácilmente desorganizados por las fuerzas encargadas de perseguirles, haciendo
a muchos prisioneros y otros se acogieron al bando del capitán general, que les concedía la libertad si
deponían las armas.
Otra vez volvió a repetirse la historia: Cuba estaba indefensa. El Ejército permanente contaba con siete regi-
mientos de Infantería y un batallón de Cazadores, dos regimientos de Caballería, un batallón de Artillería con
una batería de montaña, un batallón de Ingenieros y tres tercios de la Guardia Civil. Todas las unidades con
las plantillas muy reducidas por falta de reemplazos y por cubrir muchos destinos burocráticos y otros ajenos
al servicio, sin contar la numerosa tropa que ocupaba permanentemente los hospitales y enfermerías, con los
servicios de campaña sin organizar y las unidades dotadas con el fusil Remington, modelo 1871.

El capitán general Calleja, que todavía esperaba la llegada de las anunciadas reformas, con una buena
intención que nadie dudaba, se quería mantener neutral en la política del país e incomprensiblemente tam-
bién lo era con los separatistas. Pero sus contemplaciones no sirvieron para contener la nueva sublevación;
al contrario, permitió que se diesen las condiciones adecuadas, sin tener nada organizado, para combatirla.
Incluso recibió la segunda quincena de marzo la primera expedición de tropas de la Península sin haberlas
solicitado, compuesta por siete batallones y reemplazos.

El levantamiento no preocupó al gobernador. Con la ausencia de los principales jefes y con el centro y
las provincias occidentales tranquilas, lo consideró como uno de tantos intentos que frecuentemente se
daban. Al conocer la noticia, ordenó al general de la provincia de Oriente que saliera en persecución de
los rebeldes, mandó suspender las garantías constitucionales y dio la noticia al Gobierno restándole impor- 65
tancia. Sus gestiones se encaminaron a intentar pactar un alto el fuego con los sublevados y que todos se
acogieran al indulto, sin el menor resultado.

Solo una reacción militar rápida y enérgica hubiera podido tener alguna posibilidad de éxito en los momen-
tos iniciales contra las desorganizadas partidas. Pero el general Calleja, en lugar de concentrar sus escasos
medios, los dedicó a la protección de la propiedad y a la persecución de los insurrectos como si fueran los
bandoleros de siempre.

Al formar Gobierno, a poco más de un mes de iniciarse el levantamiento, el partido conservador de Cáno-
vas decidió el relevo del general Calleja y designó para sustituirle al general Martínez Campos, que desem-
barcó en Santiago de Cuba el 17 de abril y llegó a La Habana el 24. Su plan inicial consistía en la declaración
del estado de sitio en la provincia oriental; prometer y conceder el perdón a cuantos se acogieran a indulto,
que no fueran jefes de partida; designar tres bases de operaciones –los distritos de Santiago, Bayamo y
Holguín– y distribuir entre ellas las fuerzas de las que disponía. Ordenó a los mandos que impusiesen a sus
fuerzas la mayor movilidad y coordinasen las marchas para no dar descanso al enemigo, dejando en las
grandes poblaciones a los voluntarios de guarnición, e inmediatamente manifestó: «Quiero que la guerra
se haga como se debe hacer, sin causar la menor molestia al ciudadano pacífico. La guerra ha de ser por
nuestra parte humana».

Por aquellos días, casi simultáneamente con el capitán general, llegaron a la isla los hermanos Maceo, José
Martí y Máximo Gómez, y la insurrección entró en un nuevo período de actividad. Muchos indiferentes has-
ta el momento acudieron a unirse a ellos o manifestaron abiertamente su apoyo. Martí quedó nombrado
jefe supremo de la revolución en el exterior y, en los asuntos no militares, Gómez, comandante en jefe, y
Antonio Maceo, jefe militar de Oriente.

El día 11 de mayo, marchó el capitán general a Oriente para asumir el mando del ejército. Como ya había
recibido la segunda expedición de refuerzos y estaba llegando la tercera, con un total de unos nueve mil
hombres, y tenía a su disposición los cuatro batallones de Puerto Rico, consideró que no necesitaba más
tropas y estaba decidido a iniciar las operaciones, aunque había empezado la temporada de las lluvias.
Ordenó la fortificación de algunos poblados, la construcción de fuertes en otros y destinó destacamentos
de guarnición, lo mismo que a fincas, para proteger a sus habitantes y asegurar los cultivos. Dispuso la
creación de depósitos de víveres en los tres distritos y señaló castigos para los que maltratasen heridos o
prisioneros, aconsejando prudencia y el buen trato con los vecinos.

Sería imposible enumerar y relatar todos los encuentros y combates que se riñeron entre las tropas españolas y
los insurrectos, que además no aportarían nada interesante, porque ninguno fue decisivo y normalmente ambos
combatientes se atribuían el éxito. Su poca entidad resulta manifiesta con solo dar las bajas reconocidas.

El 21 de mayo, cuando estaban en las orillas del río Cauto, los jefes insurrectos con numerosas fuerzas salie-
ron al encuentro de una columna española y entablaron combate en Dos Ríos, donde resultó muerto José
66

Capitán general Arsenio Martínez Campos. Wikipedia. Dominio público

Martí. Después de este hecho, la insurrección no solo no desapareció, como creían los optimistas, sino que
no modificó esencialmente ningún plan previsto.

A petición de Martínez Campos, dada la necesidad de fuerzas de Caballería para combatir a los insurrectos
durante la primera quincena de junio, llegaron a la isla diez escuadrones, donde recibieron armamento y
ganado, y un batallón de Infantería de Marina, con un total de tres mil hombres.

Máximo Gómez, eludiendo las columnas españolas, penetró en la provincia de Puerto Príncipe y allí se unió
a otras partidas bien armadas, gracias al contrabando llegado por mar, levantando la comarca. El general
Martínez Campos, que creía imposible que esto pudiera suceder, presentó su dimisión, no fue aceptada.
Para evitar que las partidas invadiesen Las Villas ordenó guarnecer la antigua trocha, que estaba totalmente
abandonada. Declaró el estado de sitio en Puerto Príncipe y organizó un cuarto distrito con dos centros de
operaciones, con una brigada en cada uno. Solicitó seis batallones de refuerzo y el Gobierno le envió diez,
que llegaron a finales de junio, con nueve mil soldados.

La insurrección iba creciendo, pero el general español más que hacer la guerra se esforzaba en buscar la
paz y no quiso desplegar rigor alguno, precisamente cuando sus enemigos llevaban el incendio y la devas-
tación por donde pasaban. Ordenó que los prisioneros fueran sometidos a Consejo de Guerra y los que
voluntariamente se presentasen podían volver a sus hogares con solo dar cuenta a las autoridades. Esta
disposición permitió que entraran y salieran del campo de la insurrección cuantos quisieron: descansaban,
se proveían de lo que necesitaban y volvían.

Para compensar su fracaso, Martínez Campos asumió otra vez el mando directo de las operaciones: con-
ducta que no reportó ningún beneficio, pero que por poco le cuesta la vida en el combate de Peralejo, el
13 de julio, donde murió el brigadier Santocildes. Pequeños chispazos llegaron a perturbar la paz en las
provincias de La Habana y Pinar del Río, lo que no había sucedido ni en plena guerra de los Diez Años.
Había indicios de que, si los insurrectos llegaban allí, encontrarían importantes apoyos.
Los desembarcos de armas, municiones y refuerzos continuaban sin poder impedirlos. La marina se
reforzó, pero el principal obstáculo era la paz teórica que había en Cuba, que no permitía detener ni
visitar los barcos extranjeros. El contrabando podía realizarse impunemente, salvo que fuesen sorpren-
didos in fraganti.

Durante el mes de agosto pequeñas partidas atacaban fincas y destruían vías férreas en Las Villas, donde
el capitán general, con las fuerzas que ya estaban y parte de las llegadas, organizó el quinto distrito divi-
dido en seis zonas con un total de dieciocho batallones, doce escuadrones y una compañía de Ingenieros.
Para atender a la defensa de la propiedad y ferrocarriles, a cada batallón le asignó un territorio fijo. En el
combate de Sao del Indio, el 31 de agosto, los insurrectos utilizaron por primera vez dinamita y puede
considerarse uno de los más sangrientos de toda la guerra.

Después del combate de Peralejo y de la aparición de partidas en Las Villas, el Gobierno ordenó el refuerzo
de veinte batallones, ocho escuadrones, un batallón de Artillería, dos baterías de montaña y un batallón de
Ingenieros, que con los reemplazos sumaban un total de veintinueve mil hombres. Unidades que, como el
capitán general había solicitado, llegaron a la isla durante el mes de agosto para facilitar la aclimatación.
También para atender los muchos enfermos se organizaron siete hospitales y cuatro clínicas en toda la isla
con 1.750.000 camas.
67

LA INVASIÓN DE OCCIDENTE

El 22 de octubre, los insurrectos iniciaron la invasión de las provincias occidentales. Según sus diarios de
operaciones, salió la fuerza de Mangas de Baraguá al mando de Antonio Maceo y por el camino se le fue-
ron incorporando otras partidas. Mientras tanto, el día 28, Martínez Campos informa que a consecuencia
de las copiosas lluvias se veía obligado a suspender las operaciones en el departamento Oriental. Esto no
impidió a los insurrectos dejar las montañas y entrar en la llanura de Camagüey, donde recibieron nuevos
refuerzos, siguieron avanzando con rapidez ocultando sus movimientos, con solo pequeños encuentros con
las fuerzas españolas. Por su parte, Gómez, desde Puerto Príncipe, pasó la trocha de Júcaro a Morón el 3
de noviembre y aunque salió una columna en su persecución, se perdió en la manigua.

El paso de la trocha lo tenían fácil los insurrectos porque estaba olvidada y con una guarnición totalmente
insuficiente, en cambio, todos los ingenios disponían de pequeñas guarniciones de soldados y voluntarios.
Martínez Campos, que quería asegurar la zafra y limpiar de insurrectos la provincia, concentró considera-
bles fuerzas y asumió el mando, pero, como se había perdido el rastro de Gómez, las columnas españolas
operaban en diferentes direcciones para obligarle a presentar combate, sin conseguirlo.

Las fuerzas de Antonio Maceo alcanzaron y pasaron la trocha el 29 de noviembre, después se reunió con
Gómez y para tener el menor desgaste posible y engañar a los españoles dividieron la columna. Mientras
una parte avanzaba por el sur, creando la mayor confusión posible, la otra progresaba por el centro, para
reunirse ambos grupos en la provincia de Matanzas.

Las fuerzas insurrectas trataban de evitar una acción de importancia por medio de un movimiento muy
rápido, no obstante, atacaron un convoy español y tuvieron algún encuentro de los que trataban de evitar.
En los Altos de Manacal, el 10 de diciembre, libraron un reñido combate y se retiraron perseguidas por tro-
pas españolas en dirección al oeste. Como necesitaban municiones atacaron en mal tiempo y con el botín
capturado lograron aliviar su situación.

Gracias a la llegada de la nueva expedición –durante la mitad de octubre y todo noviembre– con veintidós
batallones y reemplazos, acompañados de suficientes mandos superiores, el general Martínez Campos
reorganizó sus fuerzas a primeros de diciembre en dos cuerpos de ejército, el primero en Oriente y el se-
gundo en Las Villas; la primera comandancia en el Camagüey y la segunda en Matanzas, La Habana y Pinar
del Río. Ordenó a la brigada de Matanzas cortar la entrada de los insurrectos y adelantó columnas que se
habían quedado a retaguardia del enemigo.
Durante la segunda mitad de diciembre las numerosas fuerzas de los insurrectos entraron en las provincias
occidentales después de pequeños encuentros con los españoles, gracias al apoyo de los campesinos y
a destacamentos montados que se alejaban para incendiar campos y de esta forma hacer incierta su po-
sición. Martínez Campos, que esperaba el fin de la estación de las lluvias y tenía paralizadas a sus tropas,
consideró que podía ejecutar una maniobra para obligar a que se replegase el enemigo en dirección a
la trocha de Júcaro a Morón, donde acumuló medios para poder coger entre dos fuegos a su grueso. En
Coliseo, provincia de Matanzas, encontró a los insurrectos y lo que pudo ser una acción decisiva, se limitó
a una escaramuza entre cañaverales e incendios. Una fuerza española de dos mil quinientos hombres atacó
a un enemigo superior que se replegó en dirección sudeste. Varias columnas los persiguieron sin éxito.

El capitán general volvió a la ciudad de Matanzas, por si era atacada, debido a que esperaba que la invasión
continuara en dirección norte y concentró fuerzas en esa zona de la provincia. Por su parte, Máximo Gómez,
para evitar un encuentro decisivo, ejecutó una contramarcha, primero hacia el sur y después al este para
entrar en Las Villas y regresar a Matanzas el 1 de enero de 1896, arrasando campos y destruyendo molinos.

Martínez Campos informó que el enemigo se había replegado al este, donde envió tropas. El peligro que
acechaba a Matanzas e incluso a la propia capital llevaron a proclamar el estado de sitio en las dos pro-
68 vincias. Por fin, ordenó la recogida de caballos del campo para evitar fueran utilizados por los insurrectos.
Estos cuando entraron en la provincia de La Habana, con la destrucción de las mejores fincas, reclutaron a
muchos campesinos y al ocupar las poblaciones, algunas después de ruda defensa y otras sin lucha, reco-
gieron armas y municiones, especialmente de los voluntarios. Cortaron el ferrocarril y la línea de telégrafo,
dejando incomunicada la capital con Cienfuegos y Santiago de Cuba, que lo estaban con los cables sub-
marinos, sin haber tenido ningún encuentro con las fuerzas españolas.

El general Martínez Campos acumuló fuerzas de otras provincias, reforzó las defensas y estableció un sis-
tema de alarma en La Habana; atendió las demandas de protección de fincas; ordenó ocupar la trocha de
Mariel, por ser el punto más estrecho de la isla. Envió ocho columnas a combatir a los insurrectos. Tenía en
su contra que seguía ignorando la situación de los principales núcleos del enemigo, porque, como siempre,
multitud de partidas atacaban e incendiaban en diferentes puntos.

El ejército de operaciones al finalizar el año 1895 había alcanzado los ciento trece mil quinientos hombres
y todavía estaba llegando la octava expedición, compuesta por diez escuadrones, una compañía de telé-
grafos y reemplazos con unos nueve mil soldados. Durante este primer año de guerra, oficialmente, hubo
3.394 muertos entre mandos y tropa, de los cuales cuatrocientos cinco con motivo de combate y el resto
por enfermedad; pero las bajas totales llegaron al 20 %. En Holguín, en un solo batallón, murieron a causa
del vómito, un jefe, seis oficiales y cien soldados. En plena época de lluvias, otro batallón peninsular tuvo
doscientas bajas por enfermedad y tres en combate.

Para terminar la invasión de Occidente, el 7 de enero, Maceo, al mando de parte de la fuerza, penetró
en la provincia de Pinar del Río, mientras Gómez mantenía la capital en tensión para evitar que quedase
encerrado.

Pasó la trocha el día 8 y siguió evitando el encuentro con las tropas que le perseguían, tomó algunas po-
blaciones que estaban sin guarnición y solo sostuvo un combate. El día 22 llegó a Mantua, extremo más
occidental de Cuba.

Enterado Martínez Campos que, tanto en la Península, como en Cuba, el malestar contra su proceder era
creciente, después de reunirse con los representantes de los partidos políticos, informó al gobierno de que
la mayoría estaban en contra suyo y terminaba con «el Gobierno resolverá». Resolvió que debía entregar el
mando y nombró para sustituirle al general Valeriano Weyler.

El general segundo cabo asumió el mando accidental y el día 30 salió de La Habana en busca de Máximo
Gómez con dos columnas que marchaban en íntimo enlace con siete escuadrones, al mando de un coro-
nel, en vanguardia. En el ingenio de San Antonio encontraron las avanzadas insurrectas y se dio el primer
combate de importancia en la provincia de La Habana desde que la invadieron.

La explicación del desarrollo de la insurrección durante el primer año de guerra y el éxito de la invasión de
Occidente hay que buscarla en los propósitos de los mandos de ambos contendientes.
LOS INSURRECTOS

El generalísimo Máximo Gómez había definido claramente los objetivos para no repetir los mismos errores
que en la guerra de los Diez Años, que, según su criterio, se reducían al haber limitado la lucha a las pro-
vincias orientales y el no haber causado suficiente daño a la economía de la isla, privando a España de los
recursos que necesitaba para defender su soberanía.

La nueva guerra debía ganarse haciendo económicamente imposible que España prosiguiese la lucha y
solo una campaña de tierra quemada era el camino de la victoria. Estaba decidido a que la guerra llegase
a todos los rincones de Cuba y destruir todas las fuentes de riqueza. Ello produciría la ruina momentánea
del país, pero era el precio que tenía que pagar por su independencia. A primeros de junio de 1895, en una
circular dirigida a los hacendados y dueños de fincas ganaderas, consideraba que, cualquier explotación de
recursos servía de ayuda al enemigo y prohibía terminantemente el comercio con las poblaciones ocupadas
por los españoles. Todas las fincas azucareras debían paralizar su labor y las que intentasen realizar la zafra
serían incendiadas.

Como en toda la isla se hicieron preparativos para la zafra, sin atender las proclamas de los insurrectos, 69
en noviembre del mismo año volvió a anunciar que serían destruidos los ingenios, incendiadas sus cañas y
dependencias y destruidas las vías férreas. Todo el que trabajase sería considerado traidor y pasado por las
armas. Aunque para evitar la total destrucción de la economía autorizó a los plantadores que lo solicitaban
a hacer los trabajos necesarios para la conservación de las propiedades, como medio de acelerar la produc-
ción una vez terminada la guerra. Otros jefes de la insurrección opinaban que debía permitirse la produc-
ción a cambio de pagar una contribución, para obtener recursos, evitar la mala propaganda en el exterior
y que los muchos propietarios extranjeros se pasasen al enemigo. La prohibición solo debía aplicarse a los
que desobedecían las consignas revolucionarias y quemados los molinos y campos de los que mostrasen
simpatía a España o se fortificasen para su defensa.

Como los insurrectos eran buenos guerrilleros, muchos con experiencia de guerra, entre ellos los prin-
cipales jefes, estaban convencidos de que ni sabían ni podían vencer a los españoles por medio de una
guerra clásica. Tenían que permanecer siempre en movimiento y ejecutar múltiples acciones simultáneas,
para forzar a los españoles a permanecer a la defensiva y obligarles a dispersar sus fuerzas. Solamente se
enfrentaban en combate abierto cuando era inevitable, estaban en condiciones muy ventajosas o necesi-
taban capturar armas y abastecimientos. Por eso los combates adversos no les producían abatimiento, ni
desmoralización. Como por su forma de luchar no estaban obligados a grandes resistencias y sus bajas eran
pocas, las consecuencias de un combate desfavorable se limitaban a una marcha o a una dispersión más o
menos completa.

No podían ocupar ciudades o posiciones fijas, donde las fuerzas españolas podían concentrar sus su-
periores medios, era mucho más rentable forzar la salida de su guarnición para sorprenderla, obtener
armamento y quemar después la población. No buscaban grandes concentraciones y acciones decisivas.
Solo realizaron una campaña en toda la guerra, la invasión de Occidente, para alcanzar su otro objetivo de
extenderla a todos los rincones de la isla; consiguieron coordinar sus dispersas fuerzas cuando atacaban
en un punto, en otros llamaban la atención y sus partidas amenazadas eran ayudadas a escapar por otras.

La especialidad de la guerra que hacían los insurrectos solo era posible gracias al pleno conocimiento que
tenían de todas las actividades de sus adversarios. Los habitantes del campo, voluntariamente o por miedo,
informaban de todo movimiento de las tropas españolas, cuando pasaba una columna, el jefe insurrecto
conocía por varios conductos de su dirección, entidad y armamento, lo que permitía si conseguía reunir
fuerzas considerablemente superiores, elegir el punto de la emboscada y atacar o simplemente causar el
mayor número de bajas y replegarse.

El ataque a los convoyes de abastecimiento era una de las acciones más rentables porque, como conocían
cuándo y por dónde iban a salir, preparaban la emboscada sin que la fuerza de escolta pudiera hacer una
defensa activa, al tener que proteger la impedimenta.

Los insurrectos quisieron dar a su ejército un carácter regular. Con el nombre de «Ejército Libertador» y
ordenanzas militares, formaron cinco cuerpos de ejército con divisiones y brigadas, que correspondían a las
regiones en las que operaban. Organización que respondía más que a la realidad a la ilusión de formar uni-
dades con irregulares partidas y jerarquizar los mandos. Las fuerzas cubanas no operaban con las grandes
unidades en el campo, buscaban la máxima flexibilidad y preferían concentrar grandes medios en unidades
constituidas en poco tiempo, pero la mayoría de las veces actuaban aisladamente unidades menores. El
ejército insurrecto estaba organizado para responder a la necesidad de una rápida dispersión y una pronta
reunión; por ello la relación entre la Caballería e Infantería era de tres a cinco.

Tuvieron especial cuidado en organizar el apoyo a los combatientes. En cada provincia o municipio nom-
braron un prefecto o subprefecto que entre otros cometidos tenía el de obtener, voluntariamente o por
la fuerza, de los habitantes de la zona los productos necesarios para sostener las partidas. También esta-
blecieron campamentos semipermanentes en zonas que dominaban, escondidos en valles poco cruzados
por caminos, donde cultivaban y tenían hospitales. Uno de los productos de mayor importancia fue la sal
y para resolverlo establecieron salinas en puntos de la costa poco accesibles. El armamento, municiones y
explosivos los recibían principalmente en barcos filibusteros y lo completaban con el capturado a las tropas
españolas, principalmente a los voluntarios.

Como los naturales de la isla estaban más o menos inmunizados contra las enfermedades, según cifras
70 cubanas 3.437 murieron de enfermedad, número inferior a los 5.180 que lo hicieron a consecuencia de los
combates. Datos que se contraponen con las bajas españolas por los mismos motivos. Cuando le pregun-
taban a Máximo Gómez quienes eran sus mejores generales, respondía que junio, julio y agosto, que eran
los meses en los que las epidemias estaban en alza.

EL GENERAL MARTÍNEZ CAMPOS

El general Martínez Campos buscó al mismo tiempo dos propósitos opuestos y, naturalmente, no tuvo éxito
en ninguno. Trató simultáneamente la zafra y la guerra. Aunque llegó a disponer de numerosas tropas, no
eran suficientes para establecer destacamentos de seguridad y perseguir a los insurrectos. Confiaba en que
los éxitos locales de sus fuerzas terminarían desmoralizando a los insurrectos y, por eso, no se decidía a
emplear los refuerzos que fue recibiendo durante su mando en operaciones de gran alcance. Además, no
perdía la esperanza de que la moderación y el diálogo darían buenos resultados. Incluso llegó a ordenar
que no se utilizase la artillería por temor a que una bomba incendiase los campos de caña e imponer a los
soldados la condición de ayudar a recoger la cosecha.

Este proceder del capitán general de Cuba estaba en contradicción con los propósitos del Gobierno. Cá-
novas afirmaba:

«La actual campaña ha de concluir a la fuerza y por la fuerza. El general Martínez Campos lo
sabe y no piensa en otra política. Comprometidos como se hallan los intereses y el honor de
la Nación, lo importante es dejarlo a salvo, confundiendo al enemigo, no pactando con él, y
para confundirlo se acumularán en Cuba todos los elementos necesarios, sin pensar en otra
cosa que, en vencer por medio de las armas, consiguiéndolo en el plazo más breve posible».

Los planes de operaciones ejecutados por Martínez Campos se pueden resumir en «soldados en muchas
partes y en ninguna los necesarios». Diseminando las tropas por toda la extensión de Cuba en destacamen-
tos y columnas pequeñas, las tropas españolas estaban en inferioridad en toda la isla. Era evidente que los
pequeños núcleos poco podían hacer y prueba de ello es el relato de la mayoría de los combates que se su-
cedieron, en los que el enemigo es superior y fueron sorpresas o emboscadas para las columnas españolas.

Siempre se presentaba el mismo esquema. Las tropas españolas en su marcha ignoraban la situación del
enemigo y su dirección de avance, por el contrario, los insurrectos conocían en todo momento la de las
tropas españolas y los movimientos que realizaban. En estas circunstancias, las columnas no tenían otra
solución que buscar el contacto con los rebeldes, que se daba cuando y en donde estos querían. En estas
acciones, que eran de poca importancia y de ello da idea las bajas reconocidas por los bandos (dos muertos
y ocho heridos o siete muertos y doce heridos), después de varias horas de fuego, varias cargas a caballo
y asaltos a la bayoneta, lo importante era mantener el contacto con los insurrectos, pero siempre se perdía
cuando se disparaban los últimos tiros. Para terminar, las columnas españolas tenían que regresar a sus
bases después de grandes fatigas y mal alimentadas, transportando a los heridos y enfermos, atravesando
terrenos llenos de reses vacunas que eran respetadas por orden superior, ganado que los insurrectos apro-
vechaban e impedían que sirviera para el consumo de las poblaciones.

Las columnas de operaciones eran de muy heterogénea composición, tanto en sus elementos personales,
como su armamento. Sus jefes ejercían sobre ella normalmente un mando accidental, se cambiaban con
frecuencia y no tenían a sus órdenes fuerzas de sus propios cuerpos. Había batallones que tenían sus com-
pañías e incluso fracciones menores distribuidas en varias columnas que operaban distantes entre sí.

Los escuadrones estaban repartidos por secciones y pocas veces operaban reunidos. Resultaban poco
resolutivas para una campaña que exigía gran movilidad, extensión y constancia en las operaciones. Su
acción tenía muy reducidos límites y muchas, debido a que operaban sin enlace, ni apoyos inmediatos,
podían ser objeto de impunes ataques de los rebeldes. Como no se establecieron en puntos apropiados
centros de aprovisionamiento, las columnas tenían que regresar a sus cabeceras después de la segunda o
tercera jornada por no tener dónde reponer las provisiones y municiones, ni donde dejar a los enfermos y
heridos.
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Las poblaciones, las propiedades, los ferrocarriles, etc. necesitaban muchos efectivos para su seguridad y
para garantizar la zafra. Como la insurrección dominaba el campo, solo a fuerza de destacamentos, uno
en cada finca, podía dar alguna garantía. Pero como era imposible que cada guarnición aislada tuviera la
fuerza necesaria para resistir el ataque por sorpresa de una numerosa partida, resultaba que los pequeños
destacamentos atraían más que ahuyentaban a los insurrectos. Aparte de consumir muchas tropas, obliga-
ban al resto a ocuparse de su abastecimiento por medio de convoyes y operaciones peligrosas.

A estos destacamentos, en el mejor de los casos con un oficial y veinte soldados o un sargento con diez y
algunos voluntarios, que dieron ejemplo del cumplimiento del deber, rechazando a enemigos muy supe-
riores, se les exigió un comportamiento heroico. Martínez Campos ordenó que no se aceptase rendición
alguna en la que no se hubiera hecho mérito para obtener la Cruz de San Fernando y si algún comandante
tratara de rendirse, el que le siguiese, sargento o cabo, debía impedirlo y tomar el mando, en caso contra-
rio sería juzgado con la misma severidad que al jefe.

En octubre, Martínez Campos, en unas declaraciones a la prensa, expuso su plan de operaciones, manifes-
tando que de momento el mal estado de los caminos no permitía una campaña activa, pero en noviembre
la iniciaría y sería tan agresiva como pudiese. El general se proponía dividir las tropas en pequeños des-
tacamentos, cuyo número variaría según las circunstancias, porque si enviaba una columna de cinco mil
hombres no encontraría jamás al enemigo, ya que los insurrectos se disolverían en la manigua.

Las columnas se organizarían según el terreno y el enemigo en cada provincia. En Santa Clara, de dos-
cientos a trescientos hombres, si el enemigo atacaba en número muy superior, podría hacer daño, pero no
tardaría en recibir auxilio de otro destacamento. En Remedios y Sancti Spíritus las columnas serían mayores,
de seiscientos a setecientos hombres, porque los insurrectos eran más numerosos o mejor armados, y en
Santiago de Cuba de mil, a mil trescientos. Pero las operaciones de la guerra no estaban presididas por
un plan general bien definido, ni siquiera planes fijos y fundados para cada una de las regiones de la isla,
que por sus desiguales condiciones y circunstancias exigían modos distintos de hacer la guerra. Puede que
la falta de un plan lo compensase el general Martínez Campos ejerciendo el mando, centralizando en su
persona todas las decisiones.

Al mando de los cuerpos de ejército y comandancia general estaba un general que ejercía jurisdicción no
solo sobre la gran unidad, sino sobre el territorio que ella comprendía. Solución adecuada a la extensión
del espacio, pero que no fue aplicada en su plenitud por recelo a que las iniciativas del general en jefe se
desvirtuasen. Quedaron limitadas de tal modo las atribuciones de estos mandos y coartada su libertad de
acción, que lejos de facilitar el éxito de las operaciones, se crearon obstáculos y dificultades que entorpe-
cieron la acción de las Armas.

Cuando los mandos subordinados tenían que tomar una decisión urgente, no podían ejecutarla inme-
diatamente si se separaba de las prescripciones del capitán general, ya que tenían que consultarla pre-
viamente, perdiendo la oportunidad de su aplicación. Eso en el caso de que el general en jefe prestase
su consentimiento, normalmente se resistía a modificar el concepto general de sus planes. Cuando se
decidieron a actuar, dando luego cuenta, llegaron a ser desautorizados con más o menos cortesía.

Estos mandos carecían de facultades orgánicas y no podían reorganizar sus fuerzas según las necesidades
de la guerra en sus respectivas regiones y llegaron a carecer de atribuciones para constituir o suprimir
destacamentos, organizar columnas, establecer defensas, etc. Las órdenes del mando superior de trasladar
columnas o fracciones de una región a otra, era la causa de que ninguna tuviera una organización fija. En
ocasiones, alguna llegó a disponer, solamente, de tres o cuatro columnas heterogéneas o contar con fuer-
zas que no dejaban de pertenecer a otro cuerpo de ejército, originándose lamentables confusiones por las
órdenes que recibían por distintos conductos.

Solo por el error del plan y la exagerada centralización de las iniciativas para el mando y dirección, que tan-
ta debilidad proporcionó a las fuerzas españolas, se comprende que los insurrectos, partiendo del extremo
oriental de la isla, recorrieran 1.000 km sin que ningún núcleo importante pudiera presentarles combate
decisivo, llegando al extremo occidental sembrando la destrucción y levantando la parte del país a donde
la guerra anterior no había llegado en diez años.

72 A medida que la insurrección avanzaba, aumentaba sus fuerzas, dejando todo el territorio sembrado de
partidas que amenazaban con la destrucción de toda riqueza. Las tropas españolas tenían que reaccionar
no solo para oponerse al paso de las fuerzas invasoras, sino también para combatir a las partidas locales
que se multiplicaban sin cesar. El resultado fue que, mientras los insurrectos incrementaban sus fuerzas, los
españoles se desvanecían.

SEGUNDO AÑO DE GUERRA. EL GENERAL WEYLER

El Gobierno no tuvo ningún problema para sustituir al general Martínez Campos, con solo escuchar la opi-
nión pública ya tenía sustituto. Todos estaban de acuerdo, el teniente general Valeriano Weyler, entonces
capitán general de Cataluña. Nombrado el 19 de enero de 1896, manifestó que no estaba conforme con la
política de Martínez Campos y, aunque no representaba el exterminio, contestaría a la guerra con la guerra,
tendría toda clase de consideraciones con los leales y a los insurrectos les aplicaría rigurosamente la ley.

El general Weyler, junto con el general Pinto. Museo del Ejército, n.º inventario MUE-204927
Llegó a La Habana el 10 de febrero y encontró una situación muy grave, con partidas insurrectas en toda la
isla. Maceo y Máximo Gómez, a corta distancia de la capital, donde dominaba el miedo y estaban tomadas
todas las medidas contra un ataque. En la ciudad no entraban artículos del campo sin pagar una contribu-
ción a los insurrectos y al día siguiente de su llegada no permitieron el suministro de leche.

Conocedor de Cuba, sabía que como no podía alcanzar la superioridad en toda la isla, debía lograrla en
cada provincia sucesivamente y esta consideración era la base del plan de campaña: vencer la rebelión de
Occidente a Oriente. Antes de iniciar nuevas operaciones, se propuso dividir la isla en tres grandes terri-
torios, aislados entre sí por medio de las dos trochas situadas en las zonas más estrechas, la de Júcaro a
Morón, deficientemente guarnecida en aquellos momentos, y la Mariel a Majana, que una vez terminada
y defendida, permitiría encerrar y batir a Maceo en Pinar del Río. Pacificada la provincia más occidental,
continuaría las operaciones en las centrales para acorralar a los insurrectos contra la trocha de Oriente, para
terminar con la misma operación a la inversa desde Santiago de Cuba hacia el oeste.

En un plazo mínimo de dos años esperaba no dejar en el campo nada más que las pequeñas partidas de
bandoleros, como mal endémico de Cuba. Primero se dedicó a redesplegar las unidades, que estaban muy
dispersas y más dispuestas para proteger las propiedades que para batir a los enemigos.
73
Tenía que guarnecer las ciudades más importantes, para evitar que su toma por los insurrectos les pro-
porcionase propaganda y abastecimientos; las dos trochas para conseguir incomunicar las tres regiones
y dedicar el resto de las fuerzas a las operaciones activas. Dejaba la defensa de las fincas a unidades de
voluntarios.

Organizó el ejército de la isla en tres cuerpos de ejército. El primero, en el departamento Oriental, Santiago
de Cuba, al mando del general Bargués, el segundo, en Las Villas y Camagüey (Puerto Príncipe) a las órde-
nes del general Pando, y el tercero en las provincias de Matanzas, La Habana y Pinar del Río, al mando del
marqués de Ahumada. Posteriormente, cuando regresaron a la Península los generales Pando y Bargués,
solo quedó el tercer Cuerpo de Ejército y divisiones que dependían directamente del capitán general. To-
das ellas con brigadas, a su vez fraccionadas en columnas, formadas por unidades completas al mando de
los propios generales, coroneles o tenientes coroneles.

Cambió el equipo de la caballería que una orden administrativa había dejado desmontada. Cuando des-
embarcaron los escuadrones recibieron la orden de entregar los equipos que traían para entregarles otros
de nueva y defectuosa fabricación. Pronto se dejaron sentir los efectos y los caballos inutilizados dejaban
a los jinetes a pie o prestando servicio y exponiendo su vida sobre un animal herido y enfermo. Tal fue el
desastre, que llegó a dudarse del Arma sin conocer los motivos. Reunió los escuadrones en regimientos y
los empleó en las misiones que les eran propias, especialmente en el servicio de exploración. Incrementó
las unidades de voluntarios, reorganizó las guerrillas, redujo el número de convoyes y solicitó nuevos re-
fuerzos a la Península.

Para impedir que las ricas fincas de Occidente se convirtieran en fuentes de recursos de los insurrectos,
anunció que desde agosto se proponía prohibir la próxima zafra y para evitar el paro en las vegas cortó la
exportación de tabaco en rama, que después era elaborado en los Estados Unidos, produciendo beneficios
a las fábricas de los separatistas que allí las tenían instaladas. Pero la medida que más rechazo encontró y
que más argumentos dio a sus enemigos fue la concentración de los habitantes en zonas que interesaban
a las operaciones.

Todos los habitantes de los campos o fuera de la línea de fortificación de los poblados debían reconcen-
trarse en el plazo de ocho días en los pueblos ocupados por tropas españolas, siendo considerado rebelde
y juzgado como tal, el que se encontrase en despoblado. Quedaba prohibida la salida de víveres de los
poblados, la conducción de uno a otro sin permiso y los dueños de reses debían conducirlas a los pueblos.
Estas medidas fueron aplicadas en las provincias afectadas por las operaciones y con ellas Weyler podía
alcanzar varios objetivos, como privar a los insurrectos de medios de subsistencia y de información, limitar
su propaganda y proselitismo e incluso afectar su moral, por no tener contacto con sus familiares. Todos
los insurrectos que se presentasen quedaban a disposición del gobernador general para fijarles el punto
donde debían residir, sirviéndoles de recomendación que facilitasen información aprovechable, el entregar
armas y hacerlo en forma colectiva.
Antonio Maceo y Máximo Gómez se reunieron y acordaron evitar combates con las fuerzas que contra ellos
se estaban organizando, replegándose en dirección a Matanzas. Al anuncio del general Weyler, a finales de
febrero, de que la provincia de Pinar del Río pronto estaría pacificada, los insurrectos acordaron que Ma-
ceo continuaría su campaña en el oeste y Gómez en el centro. Siguiendo con su táctica huidiza, sin que las
columnas españolas conocieran su situación exacta. Ordenaron acelerar el ritmo de destrucción, cuando el
primero pocos días antes había escrito una carta al capitán general, achacándole toda clase de atrocidades,
para que tuviera una conducta humanitaria.

Por segunda vez y sin combatir, una gruesa partida al mando de Maceo entró en Pinar del Río. Aunque
Weyler hubiera querido evitar este regreso, el hecho le permitía aplicar el plan que se había trazado al
llegar a la isla. Situó en la trocha cuantas fuerzas le fue posible para constituir una verdadera línea militar y
encerrar a Maceo sin que pudiera retroceder. Su defensa llegó a contar con doce mil hombres y veintiséis
cañones.

Aislado, Maceo seguía eludiendo todo encuentro decisivo y mediante marchas y contramarchas trataba de
ganar tiempo y sembrar la alarma en lugares alejados entre sí. Aunque recibió considerables ayudas por
expediciones filibusteras procedentes de los Estados Unidos, como no llegaban los refuerzos del otro lado
74 de la trocha, decidió atrincherarse en el territorio más accidentado del interior de la provincia.

En esta situación, después de continuos contactos, el general Weyler ordenó a finales de abril la ejecución
de una acción combinada de seis columnas, para cerrar al grueso insurrecto en su campamento de Caca-
rajícara. Preparada con detalle la operación, se realizó el día 30 y terminó con la toma del reducto, pero el
retraso de una columna permitió la fuga de Maceo. Días después el general en jefe dirigió personalmente
otra operación que, aunque batió al enemigo, no se consiguieron resultados decisivos.

Mientras tanto, Máximo Gómez, que trataba de aproximarse a la trocha, tuvo varios encuentros en Sancti
Spíritus que frustraron sus propósitos. La consecuencia de esta evolución fueron las presentaciones de
insurrectos, que motivaron los bandos de abril y mayo, concediendo el perdón a los cabecillas que se pre-
sentasen con sus fuerzas y armas y a los combatientes que quisiesen pasar a las filas españolas. Terminaba
Weyler el segundo bando: «Estoy decidido a desplegar tanta energía y rigor con los enemigos, como ge-
nerosidad con los arrepentidos».

Sobrevenidas las lluvias en junio, hubieron de reducirse las operaciones, pero columnas móviles aseguraron
la iniciativa en Pinar del Río. Después de sucesivos combates, otra operación combinada se efectuó el 22
de octubre contra el reducto rebelde. No le quedaba otro escape a Maceo que las montañas de El Rubí o
forzar la trocha, hecho que intentó con muchos efectivos y un cañón, sin éxito.

La situación favorable en las provincias occidentales y la llegada de otra expedición permitió al general
Weyler atacar las posiciones de Maceo en Lomas de Rubí, tomando el reducto y persiguiendo a sus defen-
sores, pero volvió a escapar. Las columnas se dedicaron a buscar y batir los núcleos insurrectos dispersos y
para evitar que pudieran cruzar la trocha se situaron tropas a ambos lados.

En Oriente, Calixto García, nombrado jefe de la región, y Máximo Gómez trataban de llamar la atención
atacando varias poblaciones (entre ellas Cascorro) y tomando Guáimaro. Pero como la situación de Maceo
era cada vez más insostenible, la noche de 4 de diciembre, con un pequeño grupo, salvó la trocha por mar
en el puerto de Mariel, resultando muerto el día 7 junto con su ayudante, el hijo de Gómez, en un encuentro
con una columna española.

Desde el inicio de la guerra en marzo de 1895, hasta primeros de enero de 1897, llegaron a la isla cuarenta
generales, 651 jefes, 6.107 oficiales y 176.066 de tropa. De los cuales 139.061 formaban parte de unida-
des expedicionarias y el resto eran reemplazos y recluta voluntaria. Es significativo que, del total, 163.771
soldados pertenecían a Infantería, incluidos cuatro batallones de Infantería de Marina, y el resto, 12.335, a
las otras Armas.

Durante ese mismo período se recibieron 118.570 fusiles Mauser, modelo 1893 y 10.602 carabinas de
7 mm con 46.544.750 cartuchos; 1.576 fusiles Mauser de 7,65 y 7.441.273 cartuchos; 69.639 fusiles Remin-
gton reformado, mod. 1871-89 y 13.725.520 cartuchos; 18.300 fusiles Remington, mod. 1871 y 8.344.998
cartuchos.
La muerte de Maceo cambió el panorama de la guerra. Ni Weyler tenía que supeditar sus planes a perse-
guirle en Pinar del Río, ni Máximo Gómez tenía urgencia para acudir en su auxilio y pudo dedicarse a pre-
parar una segunda invasión de Occidente, al mismo tiempo que buscaba avivar la guerra en las provincias
centrales, donde no había alcanzado el grado de los extremos de la isla.

El general Weyler, que tuvo conocimiento de los propósitos del jefe insurrecto, salió de La Habana el 19 de
enero de 1897 para oponerse a su avance y liquidar la rebelión hasta la trocha. Su plan establecía sucesivas
bases de operaciones, como los ríos Hanábana y Palma, que separaban Matanzas y Las Villas, los ríos Jati-
bónico Norte y Sur, y la trocha Júcaro a Morón que, cerrada totalmente, debía impedir que fuera rebasada
por Gómez para hacerse fuerte en Oriente o recibir refuerzos.

Avanzó rápidamente, procurando no dejar a su retaguardia grupos numerosos de enemigos. Alcanzó la se-
gunda línea, desde la que inició el ataque contra Gómez. El 26 de febrero informó de la pacificación de las
tres provincias de Pinar del Río, La Habana y Matanzas y esperaba que hacia la primera quincena de marzo
estuviesen Las Villas. La noticia más significativa era que la molienda se estaba realizando sin dificultades.

Para terminar con las partidas, el territorio debía ser ocupado por columnas de batallón. Las situadas hacia
la costa debían tender a empujar a los insurrectos hacia el interior de la isla y siempre en dirección al oeste. 75
En mayo quedó terminada por completo la trocha, construidas todas las torres o fuertes cada kilómetro y un
blocao intermedio, un cuartel para las compañías y batallones que cubrían trayectos previamente marcados
y en Ciego de Ávila –centro de la línea–, seis piezas de montaña en plataformas para ser conducidas rápi-
damente al punto atacado. Por el lado oriental, en el campo inmediato, estaba colocado alambre de púas
en 6 metros. Como opinaba el generalísimo insurrecto: «En la trocha no se mueven, pero la han puesto que
no pasan ni los ratones».

Mapa ilustrado de la Isla de Cuba. Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército,
sig. Ar. J-T.5-C.2-34
Sistema defensivo que colocaba a Calixto García y Máximo Gómez al este y al oeste de la trocha incomu-
nicados entre sí, en la misma situación que antes estaba Maceo. Gómez, en el territorio de Sancti Spiritus,
procedía con su característica cautela para esquivar las columnas españolas, no encontrando el momento
de iniciar su proyectada segunda invasión. Las partidas en las provincias occidentales no le despejaban el
camino y Calixto García no podía prestarle ayuda. Este recibió un alijo más importante que los anteriores,
en las proximidades de Holguín, compuesto por 1.480 rifles, un cañón de 12 cm, otro de dinamita, una
ametralladora, 2.500.000, tres mil proyectiles para el cañón y tres mil para el de dinamita, quince mil de
ametralladoras, 3 t de explosivos y ciento cuarenta cajas de medicamentos. Este contrabando favoreció
la lucha en Oriente, que no había decaído desde el principio, mientras cedía en el resto de la isla, donde
prosperaba una sensación de victoria española.

Ocupado todo el territorio, desde el este a la trocha de Júcaro, por las fuerzas que el general Weyler. La
insurrección estaba dominada en Pinar del Río, donde Rius Ribera, sucesor de Maceo, había caído prisione-
ro y una nueva línea militar de Jaimiquí a Sitio Nuevo tendía a impedir el aprovisionamiento de las últimas
partidas. Lo mismo sucedía en las demás provincias occidentales. El capitán general informaba al Gobierno,
que conferenciaba diariamente con La Habana, desde Las Villas y los trenes circulaban con la misma regu-
laridad que en paz, llegando a sus últimas estaciones sin interrupción de ninguna clase.
76
Todo el tabaco sembrado en el otoño anterior pudo ser recibido y la molienda se efectuaba con normali-
dad. Ya en abril le decía al ministro de la Guerra: «Visto estado campaña no necesito refuerzos, incluso de
recluta voluntaria. Caso de hacerme falta los ¡Pediré con suficiente antelación!». Seguía confiado en dar fin
a la guerra antes de cumplir el plazo de dos años que se había fijado.

Según datos oficiales, durante la campaña del primer semestre de 1897 se habían producido 13.489 bajas,
de las cuales 7.104 por pasar a la Península, 1.700 por inutilidad y 3.685 por defunción. En los hospitales y
enfermerías había una media mensual de veintiún mil enfermos.

El general Weyler consideró que había llegado el momento de iniciar las operaciones en la provincia de
Oriente y solo tenía que esperar a que pasase la temporada de lluvias, con su secuela de enfermedades.
Para dedicarse por entero a la campaña, delegó sus funciones en el ejército del resto de la isla en sus
respectivos mandos y el 3 de julio concedió un amplio perdón a los colaboradores e insurrectos que se
presentasen con armas o sin ellas, con derecho a socorro, vivienda y trabajo.

Al capitán general le inquietaban los Estados Unidos, hasta el punto de prever la guerra y por eso quería ase-
gurar el dominio de Oriente, ya que Santiago de Cuba y Manzanillo serían, a su juicio, objetivo principal de
los norteamericanos. Las instrucciones dadas para la defensa de destacamentos y zonas de cultivo se habían
inspirado en un posible bloqueo de la escuadra yanqui. Decía: «Estoy convencido de que mientras más próxi-
ma esté la terminación de la guerra, muchas dificultades han de poner los Establos Unidos ¡Para evitarlo!».

El 17 de agosto Weyler salió para Oriente, para tantear el momento de iniciar la campaña y, al día siguien-
te, fue asesinado Cánovas. El nuevo Gobierno puente, presidido por el general Azcárraga, le ratificó su
confianza y aunque conocía lo precario de su situación, continuó con los preparativos de las operaciones.

Mientras tanto, Máximo Gómez trataba, sin conseguirlo, de romper el cerco y Calixto García, viendo que
no podía ayudarle, realizó una operación de propaganda y asedió la plaza de Victoria de las Tunas, que se
defendió durante quince días de un enemigo muy superior, sin llegar ningún refuerzo. Después de su toma,
la incendiaron y abandonaron, pero sirvió de pretexto a los enemigos de Weyler del exterior y del interior.

Era normal que los insurrectos y sus aliados norteamericanos atacasen al general español, porque en él
encontraban a su peor y más efectivo enemigo. Sin embargo, resulta incomprensible que sectores españo-
les, muchos de los que antes le habían aclamado, cuando su proceder estaba próximo a alcanzar el éxito,
le atacaban acusándole de cruel e implacable. Nadie ponía reparos de consideración a sus directrices o
tácticas, se limitaban a reprobar procedimientos que había contribuido al buen camino de las operaciones.
Cánovas pedía a Weyler reducir la tensión ya existente, con la complicidad de los partidos y políticos de la
oposición en la Península.

La prensa peninsular aprovechó la ocasión para sacar a relucir la inmoralidad administrativa y solicitar el
cese de Weyler: grave problema tan endémico como la fiebre amarilla. Se publicaron noticias de fortunas
improvisadas, que no tenían ninguna justificación; de soldados que padecían miserias y estaban mal ali-
mentados; de falta de raciones y medios sanitarios; soldados que cobraban más en unos cuerpos que otros
y el Estado pagaba a todos por igual.

No se podía acusar al ejército de la isla de inmoral, pero sí a algunos de sus miembros. La mala organización
de la Administración, la necesidad de crear factorías para abastecer a las unidades, a cuyo frente no siem-
pre estaba la persona más adecuada; las compras directas y al contado en los comercios de los pueblos,
la escasez de recursos, el retraso en las pagas de más de seis meses, la emisión de papel moneda para no
pagar en oro a los funcionarios nada más que el 20 %, billetes de peso que solo los aceptaba el comercio
por 40 centavos, etc. Eran muchas las causas que favorecían los negocios ilícitos.

Weyler no negó que existieran abusos, pero trataba de evitarlos. Le sorprendía que los denunciantes no
hubieran acudido a él, para proceder severamente como lo había hecho, cuántas veces tuvo conocimiento,
porque acostumbraba a oír hasta a los soldados. Nombró una comisión para recibir las quejas, pero los
tribunales de honor formados para estos casos no fueron eficaces, porque se limitaron a separar de filas a
los indignos, pero estos continuaban con el dinero adquirido ilegalmente.

77

EL REFUERZO DESDE LA PENÍNSULA

Durante el mandato del general Weyler el ejército en Cuba alcanzó su máximo volumen y es digno de resal-
tar el esfuerzo realizado por toda la nación para defender su soberanía en la Gran Antilla, lo que constituye
el acontecimiento más sobresaliente de toda la guerra.

Resuelto el gobierno desde el primer momento a reforzar el deficiente ejército en Cuba, el 1 de marzo
ordenó a los capitanes generales que organizasen un batallón en pie de guerra con la denominación de
«Peninsular, número (el de la región)», que inmediatamente embarcaron para la isla. Simultáneamente, por
si era preciso enviar nuevos refuerzos, dispuso que los regimientos y medias brigadas de Cazadores debían
estar preparados para formar con toda su fuerza un solo batallón dispuesto para embarcar y que tuvieran
designados un determinado número de soldados para concentrarlos en los puertos.

Desde el primer momento se agravó el problema de la falta de oficiales subalternos, especialmente en In-
fantería. La necesidad de nuevas expediciones y cubrir las vacantes en la Península decidió al ministro a uti-
lizar los servicios de los segundos tenientes de la escala de reserva. Los que no habían cumplido 45 años y
tenían buena conceptuación podían ser destinados a los cuerpos activos de la Península y los que contaban
con dos años de efectividad podían solicitar prestar servicio en el empleo de primer teniente en Ultramar,
a falta de aspirantes de la escala activa.

Un artículo del periódico madrileño El Resumen provocó un grave incidente. Publicaba que los oficiales
subalternos, al contrario que en los empleos superiores, no se presentaban voluntarios para servir en Cuba,
acusación injusta, como aclaró otro diario, porque además de su escaso número, si iban voluntarios en es-
tos empleos, las normas vigentes no les proporcionaban las ventajas que otorgaban a los destinados por
sorteo. Indignados los oficiales, asaltaron la redacción del periódico.

Hecho que fue el inicio de la crisis política del gabinete de Sagasta y la formación de nuevo Gobierno pre-
sidido por Cánovas del Castillo, que estaba decidido a dar un brusco cambio al conflicto cubano. Nombró
ministro de la Guerra al general Azcárraga y como primera medida envió 6.080 soldados de infantería de
los preparados por los batallones, pero, fundamentalmente, para atender a las necesidades económicas
que imponía la guerra. Concedió un crédito extraordinario para las secciones de Guerra y Marina del pre-
supuesto de Cuba, por la cantidad que ascendiesen las obligaciones por servicios de carácter imprevisto,
originadas por las alteraciones de orden público.

El nuevo ministro de la Guerra, que ya se había distinguido en el mismo cargo por su labor de organización,
asumió el trabajo que le correspondía y se dedicó a la preparación de tropas, armamento y material des-
tinado a Cuba. Un conjunto de disposiciones y medidas establecieron orden y concierto en una empresa
harto difícil para una nación agotada por un siglo de luchas internas y que poco antes, en 1893, con motivo
de los sucesos de Melilla, mostró tan graves deficiencias. Más de tres meses se tardó en poner en las puer-
tas de su casa a veinte mil reservistas llamados, que después recorrieron la Península sin objeto alguno,
para encontrarse al llegar a sus destinos sin vestuario, equipo y armamento.

No era nada nuevo un ejército expedicionario a través del mar y España lo había hecho durante el siglo en
varias ocasiones, pero en esta guerra merece especial atención porque rebasaba los límites imaginables. La
preparación y transporte a través del Atlántico de un numeroso contingente, cumpliendo con toda exacti-
tud los planes preparados, son dignos de toda clase de elogios y los mayores méritos correspondieron al
general Azcárraga.

Hasta el momento, siguiendo el proceder mayoritario en la guerra de los Diez Años, el refuerzo se había
organizado a base de nuevas unidades expedicionarias y reemplazos. La tropa estaba formada por volun-
tarios civiles o veteranos y soldados sorteados entre todas las unidades de una región, las clases procedían
de varios cuerpos y los oficiales los nombraba el Ministerio. No podía haber más variedad. El general Azcá-
rraga decidió cambiar el sistema y enviar fuerzas encuadradas e instruidas en los cuerpos activos.

El ejército activo de la Península, islas adyacentes y posesiones del Norte de África llevaba veinte años,
78 desde que terminó la guerra carlista, sufriendo innumerables reformas, que en pocas ocasiones respondían
a necesidades y eran el resultado de estudiados planes. Desde que el general López Domínguez formuló
sus famosas reformas en las que todo lo sacrificaba a los recortes en el presupuesto, consiguió un ejército
perfectamente organizado para la paz; en él había falta total de recursos bélicos y no se trataban de ade-
lantos de la época, sino de los simples elementos imprescindibles.

En 1895 estaba formado por 82.000 hombres, organizados en 62 regimientos y veintitrés batallones de
Infantería; veintiocho regimientos de Caballería; dieciocho regimientos y diez batallones de Artillería; cinco
regimientos y dos batallones de Ingenieros; una brigada de tropas de Administración y otra de Sanidad
y numerosas unidades menores, centros y servicios. Esta organización sobre el papel se traducía en que
todas las unidades estaban en cuadro: batallones de Infantería de trescientos doce hombres, regimientos
de Caballería de 398, de Artillería de trescientos doce y de Zapadores de 387. Plantillas de paz que no
estaban cubiertas, a las que había de descontar un sinfín de destinos, algunos imprescindibles en la vida de
guarnición, como bandas de cornetas y tambores, asistentes, escribientes, cocineros, carteros, lavanderos,
zapateros, sastres, etc.

En estas circunstancias, el ministro de la Guerra procedió mediante previsores planes de refuerzo, concen-
tración, embarque y transporte a organizar las unidades que por sorteo les correspondía ir a Cuba. La orden
de cada unidad expedicionaria comprendía: formación dentro de cada regimiento o media brigada, quie-
nes marchaban y los que se quedaban, la procedencia del refuerzo necesario con todo detalle, uniformi-
dad, armamento y material que llevaban o recibían, fecha y puerto de embarque, al igual que los recursos
económicos que se le adelantaban.

Los regimientos de Caballería designados por sorteo procedieron a organizar un escuadrón suelto y para
que conservasen la tradición y el espíritu de sus cuerpos en cuya representación marchaban, tomaron su
nombre. Debían remitir a su plana mayor copia de los diarios de operaciones y relación de altas y bajas.
Los batallones expedicionarios se denominaron «Primero del regimiento [...]» y llevaron la bandera de esa
unidad. Se les consideró destacados y, por tanto, conservaron todas las relaciones de historial y detalle.

Fue necesario llamar a filas a los que disfrutaban licencia ilimitada, los excedentes de cupo y los que esta-
ban en situación de reserva, proceder a alistamientos extraordinarios voluntarios, al indulto de prófugos y
desertores y al adelanto del llamamiento de quintas. Incluso se volvió a autorizar a empresas y a particulares
para que presentasen voluntarios con destino a Ultramar. Todo ello en el marco de una ley de reclutamiento
que permitía la redención a metálico y la sustitución.

Primero embarcaron a Cuba los soldados en filas que, aunque habían recibido instrucción en sus unidades,
no era la precisa para aquella guerra. Después fueron mozos de diecinueve años salidos del campo, fábrica
o taller que se convertían en soldados con solo vestirlos de uniforme o, peor, voluntarios de los que muchos
no reunían las condiciones físicas y morales de un combatiente. A todos se les ponía en las manos un arma y
pocos disponían del tiempo necesario para aprender su manejo como mandaban las ordenanzas. En Cuba,
frente al enemigo, aprendían en el combate.
Como cada vez era más acentuada la falta de oficiales subalternos, el ministro ordenó organizar cursos
abreviados en las academias militares para acelerar el término de la carrera, pero como no era suficiente,
la ley de presupuestos de 1895 le autorizó a conceder el empleo de segundo teniente de la Escala de
Reserva en todas las Armas y Cuerpos a los sargentos que estuvieren en su tercer reenganche y solicitasen
servir en Ultramar. Ascendidos los oficiales subalternos veteranos, solo quedaron en estos empleos niños
y cuarentones.

Se procedió a la compra de nuevos fusiles Mauser para Cuba y con el objeto de sustituir en la Península los
que se habían enviado. Aun así, la expedición de veinte batallones que embarcó en octubre y noviembre
de 1895 tuvo que ser dotada de fusiles Remington reformados, pero las cartucheras eran las adecuadas
para el Mauser, modelo español o argentino, previniendo un futuro cambio. Cuando el capitán general de
Cuba solicitó el envío de correajes hubo que reunirlos a prorrateo entre todas las unidades de una región
militar. Las compras en el extranjero comprendieron armamento, productos sanitarios e incluso raciones.

Por si fueran pocos los escollos a salvar para reforzar el ejército de la Gran Antilla, el 30 de agosto estalló
la rebelión en Filipinas de los tagalos y mestizos de Luzón, la más civilizada de las etnias del archipiélago,
que hasta entonces había sido el sostén de la soberanía española que, como no podía ser menos, cogió
por sorpresa a las autoridades isleñas y al Gobierno. 79

CAMBIO DE POLÍTICA DE GUERRA. LAS REFORMAS

El 2 de octubre de 1897, Sagasta se encargó de formar nuevo Gabinete, con Moret, ministro de Ultramar,
y el general Correa, de Guerra. El presidente había manifestado días antes:

«Cumpliré mi programa, estableceré la autonomía en Cuba y destituiré a Weyler y en el pri-


mer Consejo de Ministros confirmó la política a seguir: Es un hecho evidente que el Ejército
ha conseguido ya en el territorio cubano no solo cuánto puede exigir el honor de las armas,
sino todo lo que racionalmente cabe esperar del empleo de la fuerza en contienda de índole
semejante. La pacificación ha de venir ahora por la acción política».

El general Weyler fue relevado el 9 y entregó el mando el 31 siguiente.

El general Blanco, nuevo capitán general, debía llevar tranquilidad y esperanza en la proclamación de la
inmediata autonomía. Su designación, sin duda, se debía a su carácter y fama opuestos a su predecesor,
como demostró en su mando en Filipinas. Con una rapidez desconocida en la vida política española, Sa-
gasta publicó el 25 de noviembre los decretos de las reformas y concedió una amplia amnistía a los presos
políticos de Cuba y Puerto Rico. El año 1898 se inauguró con el juramento del Gobierno autónomo y Máxi-
mo Gómez contestó con la pena de muerte para todo oficial de su ejército que se acogiese a la amnistía y
a todo emisario que tratase de la autonomía.

La autonomía la recibieron con agrado amplios sectores de la isla, aunque solo fuera por representar una
esperanza de paz, pero la tranquilidad no interesaba a los insurrectos y a los norteamericanos, tenían que
demostrar su fracaso y a ello contribuyó un periódico pro-separatista que provocó los ánimos de oficiales
y otros españolistas que reaccionaron el día 12 asaltando la redacción, provocando la explosión de los
intransigentes de todas las tendencias. Había que difundir el fracaso de la autonomía para justificar una
intervención.

Una de las primeras medidas del general Blanco fue modificar la reconcentración, pero no abolió el siste-
ma totalmente. Permitió que los propietarios que podían valerse con sus medios volvieran a sus tierras y
los obreros agrícolas trabajasen siempre que residiesen en la finca o pasasen la noche en lugar fortificado,
llevando siempre la documentación personal. Anunció un plan de ayuda para los que habían abandonado
sus tierras y el Gobierno prometió fondos. Se recibió auxilio de los Estados Unidos, que les sirvió de pro-
paganda.
80

Capitán general Ramón Blanco Erenas. Museo del Ejército, n.º inventario: MUE-28044

El nuevo capitán general hubiera seguido los planes de Weyler, pacificando primero la provincia de San-
tiago de Cuba para seguir en Camagüey. Esperaba alcanzar el objetivo antes de las lluvias de 1898, pero
recibió instrucciones del gobierno de renunciar de momento a toda ofensiva y limitarse a batir las partidas
que operaban o pudieran surgir en las provincias ya pacificadas. En febrero ordenó una operación para re-
ducir a Máximo Gómez que estaba en las proximidades de Sancti Spiritus y durante ese mes y el siguiente
hubo combates de cierta importancia.

Desde el comienzo de la guerra hasta principios de 1898, según la Compañía Trasatlántica, habían llegado
a Cuba 185.277 soldados, de los que según algunos cálculos quedaban unos 115.000. De estos, veintiséis
mil enfermos y 36.000 destacados, quedaban para operaciones 53.000. La diferencia eran las bajas, que
incluían los regresados a la Península. Desde el 20 de febrero al 10 de marzo fueron reforzados con 10.000
soldados del cupo de Ultramar del último reemplazo.

A petición de la Santa Sede, el Gobierno ordenó el 9 de abril al general en jefe en Cuba, que concediese
inmediatamente una tregua por el tiempo que estimase prudencial. Calixto García contestó a la publica-
ción de la tregua unilateral española, con una circular del día 19, haciendo saber que los insurrectos no
la aceptaban y ordenaba tirotear los pueblos como antes, atacando toda columna que salga, procurando
hacerles el mayor daño posible, todos los que salieran con objeto de conferencias bajo bases que no fueran
la independencia absoluta, serían juzgados con todo rigor.

Las intromisiones de todo tipo de los Estados Unidos en relación con Cuba iban en aumento y crecía la
tensión en sus relaciones con España. El 24 de enero notificaron que, como prueba de amistad, el crucero
Maine visitaría La Habana, mientras concentraban sus fuerzas navales a menos de cuatro horas de navega-
ción de la isla. El 15 de febrero por la noche se produjo la explosión del barco, los acontecimientos se pre-
cipitaron y después de un intercambio de notas entre Washington y Madrid, el 21 de abril quedó declarado
el estado de guerra entre España y los Estados Unidos.
81

Restos del acorazado Maine en medio de la bahía de La Habana (Cuba). Archivo General Militar de Madrid,
sig. F.05914

El general Blanco iniciaba una proclama con: «Llegó, por fin, el ansiado momento de medir nuestras armas
con los Estados Unidos y vengar tantas ofensas como de ellos tenemos recibidas en lo que va de siglo» y se
dirigió por carta a Máximo Gómez para decirle que el problema cubano había cambiado, que españoles y
cubanos se encontraban frente a un extranjero y había llegado el momento de olvidar las pasadas diferen-
cias. Naturalmente, el jefe insurrecto rechazó todo trato.

LA GUERRA CON LOS ESTADOS UNIDOS

El ministro de la Guerra, general Correa, el 6 de abril, hizo unas sorprendentes declaraciones:

«[…] no soy de los que alardear, pero solo de los que cree que, de los dos males, este es el
mejor. El peor sería el conflicto que surgiría en España si nuestro honor y nuestros derechos
fueran atropellados. Lo que se debe evitar a todo trance es que nos cojan un barco y se dé
motivo a que un telégrafo anuncie que se ha izado la bandera americana en uno de nuestros
acorazados. Antes volarle. ¡Ojalá que no tuviéramos un solo barco! Esta sería mi mayor felicita-
ción. Entonces podríamos decir a los Estados Unidos desde Cuba y desde la Península. ¡Aquí
estamos! Vengan ustedes cuando quieran».

Pese a tan irreflexivos comentarios, se llegó a la guerra con los Estados Unidos sin elementos de ninguna
clase, agotados los escasos que disponía España. Mal empezó la guerra porque el principio de «voluntad
de vencer» difícilmente lo podían tener quienes de antemano conocían que la victoria era imposible. Las
condiciones de la guerra no podían ser más desfavorables para los españoles, tenían que combatir lejos de
la metrópoli sin poder mantener expeditas las comunicaciones. Sus adversarios, por el contrario, estaban
próximos a Cuba, con todos sus inmensos recursos en disposición de concentrarlos y emplearlos en corto
plazo, podían enviar todas las tropas que necesitasen y dotarlas de medios y armamento que les proporcio-
naba sus potentes medios industriales. Si la guerra se prolongaba el tiempo incrementaría el desequilibrio.
La gran desproporción de las flotas de ambos contendientes permitió a los americanos el bloqueo, no
completo, pero sí efectivo, de las costas de Cuba. Lo establecieron al norte de Mariel a Cárdenas y al sur
en Cienfuegos, con ello tenían prácticamente incomunicada con el exterior la porción más rica y poblada
del territorio y la parte más importante de las fuerzas que lo guarnecían.

Dominadas las comunicaciones marítimas por el enemigo, la extensión de la isla, la falta de comunicaciones
de la capital con la mayoría del territorio y la actividad de los insurrectos restaron a las tropas españolas la
poca capacidad de maniobra que les permitían sus deficiencias. Los norteamericanos podían concentrar
sus fuerzas sucesivamente contra las distintas formaciones españolas, con resultados superiores, pese a la
inferioridad aparente de su ejército.

A nuevo enemigo y clase de guerra, diferentes planes de operaciones. Existía la posibilidad de concentrar
las fuerzas sobre cuatro o cinco puntos principales (La Habana, Matanzas, Cárdenas, Cienfuegos y Santiago
de Cuba) o el de continuar en el orden disperso que llevaba en sí la campaña separatista. El ejército de la
isla cuando estalló la guerra estaba formado por el primer Cuerpo de Ejército, con cuatro divisiones, en Pi-
nar del Río, La Habana, Matanzas y Cárdenas; el segundo, con las divisiones de Santa Clara, Sancti Spiritus
y la independiente de la trocha; el tercer Cuerpo, con divisiones en Puerto Príncipe y Holguín, y el cuarto
82 con dos divisiones, en Santiago de Cuba y Manzanillo.

Era un difícil dilema, porque sin la menor duda las subsistencias eran una cuestión decisiva. El concentrar
las fuerzas para ser superiores al enemigo y defender con éxito los territorios más importantes, facilitaba al
enemigo el bloqueo y crearía el terrible problema de falta de abastecimientos. Dejando las tropas disemi-
nadas por todo el país se favorecía la acción del oponente.

Fuera la decisión correcta una u otra, lo cierto es que no se aprovechó el tiempo anterior a la ruptura de
las hostilidades, ni al inicio de las operaciones. En Cuba no había suficientes fuerzas para defender simultá-
neamente la isla entera, pero sí para sostener los puntos más importantes, dejando el honor de las armas
en buen lugar.

La ciudad, no plaza, de Santiago de Cuba, era uno de esos puntos vitales y tenía que defenderse por ser
el punto de amarre del cable inglés por las Bermudas, único para mantener las comunicaciones con la
Península y Puerto Rico. Debió dotarse de los elementos necesarios, reuniendo las fuerzas que se hallaban
desperdigadas en el departamento Oriental. El 19 de mayo, con la llegada de la escuadra del almirante
Cervera, se convirtió en objetivo de los ataques enemigos. Por causa de la guerra los americanos disponían
de mayores ventajas y los españoles estaban en inferioridad de condiciones y ello sin la menor intervención
de los primeros.

Santiago de Cuba, situada en la provincia que más fuerza tenía la insurrección, bloqueada por tierra, des-
provista de comunicaciones con el interior de la isla y con defensas totalmente anticuadas, no era el lugar
idóneo para hacerla la clave de la guerra.

Santiago no era una plaza de guerra. Por parte del mar solo tenía el castillo del Morro, que únicamente
servía de blanco al enemigo. En la entrada del puerto había dieciocho piezas de artillería, de ellas ocho de
retrocarga y todas de escasa eficacia y alcance, seis ametralladoras o cañones Nordenfelt para defender los
torpedos que eran pocos y defectuosos. Por tierra solo había alambradas y zanjas para contener los golpes
de mano de los insurrectos.

Se abrieron trincheras y se construyeron fuertes de madera, sin más resistencia que para fusilería, apoyados
por veintiún cañones de bronce de avancarga, algunos totalmente inútiles. La guarnición después de reunir
los destacamentos y refuerzos alcanzaron la cifra de 6.500 hombres, diezmados por las enfermedades, sin
medicinas, ni víveres para resistir un largo asedio. Debió la escuadra buscar protección en La Habana, don-
de se disponía de las mejores defensas, más unidades y posibilidades de refuerzo, se podía evitar mejor los
desembarcos y preservarse contra los bombardeos.

Bloqueada la ciudad de Santiago por la escuadra americana y por los insurrectos, su rendición representaba
una base de operaciones, el apresamiento de los barcos refugiados en su bahía y un triunfo propagandís-
tico. El general americano Nelson A. Miles eligió para desembarcar a Daiquirí, situado a 20 millas al este
de la ciudad, fuera del alcance de su defensa, y el 10 de junio lo hicieron unos seiscientos soldados que se
atrincheraron en la costa sin que fueran molestados, después lo hicieron quince mil sin más problemas que
las limitaciones del puerto.

El gobernador de Santiago, general Linares, al mando de una columna tuvo el primer encuentro con el
enemigo, cortando su primer intento de avance, pero se replegó sobre las posiciones que se interponían
entre el enemigo y la plaza, El Caney y Loma de San Juan. La guarnición había sido reforzada con quinien-
tos hombres desembarcados de la escuadra.

El 1 de julio a las 06:00 h iniciaron los americanos el ataque a El Caney, una aldea defendida por quinientos
veinte hombres mandados por el general Vara de Rey, que resistió hasta las 19:00 h que se retiraron los
ochenta supervivientes. La misma suerte siguió Loma de San Juan, defendida por doscientos cincuenta
soldados a las órdenes del general Linares. Intentó recuperar la posición una compañía de Marina, pero no
pudo con la superioridad enemiga. Vara de Rey resultó muerto y Linares herido, haciéndose cargo de la
defensa el general Toral.

Al día siguiente continuó el ataque de los americanos ayudados por las partidas de Calixto García, pero
habían tenido mil seiscientas bajas y su situación pudiera haber sido comprometida si llegaban refuerzos
españoles. Pero, desgraciadamente, ese mismo día entró la columna del general Escario después de una 83
penosa marcha, con escasos víveres y municiones, que poco refuerzo representaba.

La falta de avituallamientos y principalmente de carbón había imposibilitado la salida de la escuadra antes


de la llegada de la flota americana el 29 de mayo y a partir de ese día su destrucción era segura si intentaba
forzar el bloqueo. Aunque en reuniones del almirante con sus mandos subordinados acordaron no salir, el
general Blanco, que era partidario de que abandonase Santiago, el 20 de junio comunicaba al ministro de
la Guerra, la conveniencia de unificar la acción militar y, por tanto, que quedasen bajo su mando las fuerzas
de mar y tierra. Recibió contestación afirmativa.

El día 25 Cervera informa al capitán general que la salida implicaba la pérdida de la escuadra, quien le
contestó que en caso de creerse próxima la caída de Santiago la escuadra debía salir y el 1 de junio, a la
vista del ataque enemigo, le ordena y le reitera la salida urgente. Al mismo tiempo ordena al general Toral
concentrar las fuerzas y prolongar la defensa para evitar que el enemigo se apoderase de la boca del puerto
antes de salir la escuadra.

A las 9:30 h del día 3 salieron los barcos con las luces apagadas a todo vapor y a las 14:00 h el último, el
Cristóbal Colón, embarrancaba a 60 millas al oeste de Santiago y arriba el pabellón.

La destrucción de la escuadra arrastraba la pérdida de la plaza, cuya rendición iba a lograrse con el bloqueo
sin necesidad de nuevos ataques. El general Blanco desde La Habana dirigió una alocución afirmando que
el ejército moriría por la honra de España y por la integridad del suelo patrio. Quería que Toral prosiguiese
la resistencia o intentara romper el cerco en combinación con las fuerzas de Guantánamo y Holguín. ¿Des-
conocía la situación de Oriente?

La población civil evacuó Santiago durante los días 5 y 6, acampando en El Caney, donde no disponían
de ninguna instalación ni recursos. La plaza fue bombardeada desde tierra y mar, con los escasos víveres
agotados y sin esperanza de recibir refuerzos, después de rechazar varias intimidaciones. Toral informó al
capitán general, quien respondió que la capitulación debía ser conocida por el Gobierno.

El día 15, Madrid autorizaba al general Toral para aceptar las proposiciones que se le hicieran y, al día si-
guiente, se firmó la capitulación, que incomprensiblemente incluía todas las fuerzas y material de guerra de
la división del territorio, es decir, guarniciones que no habían tomado parte en los combates. Son dignos
de conocerse los documentos siguientes:

«Reconociéndose la Caballerosidad, valor y gallardía de los generales Linares y Toral y de las


tropas de España que tomaron parte en las acciones que recientemente se han librado en las
cercanías de Santiago de Cuba, corno se ha demostrado en dichas batallas, nosotros los abajo
firmantes, oficiales de ejército de los Estados Unidos, que tuvieron el honor de tomar parte en
las acciones mencionadas y que ahora constituimos una comisión, tratando con igual comisión
de oficiales del ejército español para la capitulación de Santiago de Cuba, unánimemente
nos asociados en solicitar a la autoridad competente que conceda a los bravos y caballeros
soldados, el privilegio de volver a su patria llevando las armas que tan valerosamente han de-
fendido. Firmado: Wheeler, mayor general, Lawton, mayor general».

«Orden General de 17 de julio. La Habana. Después de tres meses de heroica resistencia y de


sangrientos combates, escasa de municiones, casi exhausta de víveres, la guarnición de San-
tiago de Cuba ha capitulado con el enemigo bajo las condiciones más honrosas y con todos
los honores de guerra, en el día de ayer, cuando ya, a juicio de los valerosos generales que
estaban a su frente, no podía extremarse más la defensa, a pesar del considerable refuerzo,
que a costa de reñidas y sensibles pérdidas recibiera de Manzanillo, que si bien la colocó en
situación de esforzar más la resistencia, le impuso un mayor consumo de sus mermadas sub-
sistencias, aumentando su angustiosa situación... Carece de importancia estratégica y en nada
o poco puede intervenir en sucesivas operaciones... El ejército está intacto, deseando medir
sus armas con el invasor».

La postración del espíritu público obligó al Gobierno a precipitar los preliminares de paz, cuando la guerra
terrestre no había hecho más que empezar y el enemigo se preocupaba ante la perspectiva de los sacrifi-
84 cios que había de ocasionarle.

El 1 de enero de 1899, en La Habana, a las 12:00 h se arrió la bandera española del castillo del Morro con
honores militares y una salva de veintiún cañonazos hecha por los norteamericanos. Con ese acto terminó
la soberanía española en Cuba e inmediatamente se izó la enseña de los Estados Unidos en las fortalezas y
edificios públicos y el general Castellanos entregó el mando de la plaza al americano Wade.

Arriando el pabellón en el castillo Del Morro de La Habana (Cuba), terminada la contienda. Archivo General Militar
de Madrid, sig. F.05934
Cuentas liquidadoras del Ministerio de Ultramar.
Desde el 4 de marzo hasta el 31 de diciembre de 1898

Gastado en Cuba y Puerto Rico 1.952.708.413,85

Gastado en Filipinas 129. 566.072,75

TOTAL 2.082.274.486,60

Deuda por obligaciones personales de Guerra, Marina,


Guardia Civil, Orden Público, Clases pasivas y otros 242.891.291

Por material de Guerra, Marina y varios


31.066.680

TOTAL 273.957.971 85

Por servicios de transporte y repatriación de tropas y


empleados. 34.000.000

Triste y penosa fue la repatriación del ejército y muchos son los lamentables relatos de los que regresaron.
Barado proporciona uno:

«Por fin, salí del hospital y aunque no del todo sano, pues me aquejaba una dolencia en el
brazo, y hallándome poco menos que inútil para ganarme el sustento, me consideré muy di-
choso. Iba pésimamente vestido y llevaba por toda garantía en el bolsillo un papel que valía
por licencia y otro papelote mal llamado abonaré. Así fui despedido del ejército de la isla; este
es el saldo de cuentas que conmigo hizo la patria.

Cuando llegué a España, los espectáculos que hube de presenciar no fueron más halagüeños.
Desembarcáronme casi a brazo, preso de indignas fiebres y lleváronme al hospital militar de
Cádiz, en cuyas galerías bajas se aglomeraban centenares de infelices escuálidos como yo,
de lánguida mirada, tez amarillenta, pulso vacilante y agitada respiración. Todos ellos vestían
un pobre pantalón de lienzo y una blusa de la misma tela, y sin embargo, tiritando de frío y
exánimes por la debilidad, esperaban el momento en que se les diera el alta para marchar a
sus casas, como hice yo a la mía. Solo un corto socorro, sin ropas adecuadas a la estación, sin
medios para alimentarme, cual conviene a un enfermo»2.

 NICOLÁS-JOSÉ BORJA PÉREZ. Ministerio de Defensa. «Armamento portátil de Ejército Español en 1898». En: El
2

Ejército y la Armada en el 98. Op. cit., pp. 33-49.


MAMBISES CONTRA ESPAÑOLES. LA VISIÓN CUBANA
DEL ADVERSARIO
René González Barrios1

En los ya no pocos años de mi vida como investigador, incluso como ávido lector, he topado muchas ve- 87
ces con literatura que trata despectiva o inapropiadamente los temas relacionados con el enemigo. Este
fenómeno es común en libros de textos y manuales de enseñanza de historia, a cualquier nivel y lugar del
mundo, como si el tratamiento maniqueo de aquel, fuese suficiente para exaltar el papel y lugar del otro.
Muchas veces, priman valoraciones sesgadas por análisis políticos, en los que quienes escriben no logran
distanciarse de los acontecimientos y analizarlos con los instrumentos de la ciencia histórica. Los adjetivos
descalificadores entran entonces a jugar su papel.

La imagen caricaturesca del enemigo causa un daño terrible en el análisis objetivo de la historia. En el caso
de las guerras por la independencia de Cuba ¿Amerita a España, por ejemplo, tildar de «auto titulado ge-
neral», o «insurrecto» a secas, a los jefes cubanos? Tales calificativos ponen en entredicho la preparación y
capacidad de los destacados jefes militares españoles que combatieron la insurrección en Cuba, incapaces
de sofocar por las armas al Ejército Libertador cubano. ¿Tiene valor o mérito haber peleado tantos años
contra una tropa de ineptos y no haberlos derrotado de manera fulminante?

El mismo análisis lo hago a la inversa. ¿Tiene mérito resaltar el papel de los jefes cubanos, denigrando o
mostrando como incapaces e ineptos a los jefes españoles a quienes alguna vez derrotaron en el campo
de batalla? Llamo la atención sobre el hecho de que en no pocas ocasiones son los historiadores quienes
dejan de reconocer lo que los militares de ambos bandos se reconocían: valor, temeridad, hidalguía, caba-
llerosidad, cualidades de mando. Reflexionemos brevemente sobre algunos elementos a tener en cuenta
para un análisis integral de la historia nacional, partiendo del estudio del enemigo.

En los campos de batalla de Cuba, frente a un adversario pujante y audaz, los militares españoles, vetera-
nos, entre otras, de las campañas de África, Santo Domingo, Cochinchina y de las propias guerras intestinas
de la Península, lograron acumular un respetable caudal de experiencias teórico-prácticas.

Al analizar la conducción de las acciones por el mando militar español durante la guerra, vale destacar que
este se caracterizó, en sentido general, por la participación directa de los principales jefes en las operaciones.

El hecho de que ninguno de los quince generales españoles muertos en Cuba durante la guerra grande,
por ejemplo, haya fallecido en combate, no necesariamente implicaba que estos eludieran las acciones
combativas. La mayoría del generalato obtuvo sus ascensos por méritos de guerra alcanzados en las con-
tiendas y operaciones efectuadas contra el Ejército Libertador cubano. Muchos de ellos llevaban en sus
cuerpos las cicatrices dejadas por las armas cubanas.

 Licenciado en Ciencias Jurídicas. Máster en Ciencias Militares. Coronel en la reserva de las Fuerzas Armadas
1

Revolucionarias (FAR) de Cuba. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de la Unión
de Historiadores de Cuba (UNIHC) y de la Fundación Máximo Gómez de República Dominicana. «Mambises contra
españoles: la versión cubana del adversario». En: Anales de la RACV. Op. cit. Vol. I, pp. 23-46.
Los jefes españoles, por regla general, salían a operar con sus fuerzas y con ellas se enfrentaban al ad-
versario. Teniendo siempre presente la necesidad de preservar la vitalidad del mando, los más osados se
lanzaban personalmente al combate a riesgo de sus propias vidas y del probable éxito de las misiones
encomendadas. Los insurrectos cubanos se enfrentaron a jefes y oficiales del ejército español, militares de
carrera con excelente preparación, que en su gran mayoría demostraban en el combate entereza, coraje
y valor. Sus limitaciones fundamentales estuvieron dadas en el lento desarrollo y evolución de su pensa-
miento táctico, aferrados como estaban a los preceptos de sus manuales y concepciones académicas. La
guerra de los Diez Años, como preámbulo de la Chiquita (1879-1880) y la del 95, constituyó una importante
escuela formadora de cuadros para el ejército español. Cuba fue la gran academia de las armas del gene-
ralato español a fines del siglo XIX. Un solo ejemplo: de los 55 nombramientos de ministros de la Guerra
hechos por el Gobierno español entre octubre de 1868 y enero de 1930, 34 correspondieron a generales
veteranos de las guerras de Cuba.

Visión mambisa del español

Los jefes cubanos que enfrentaron a las tropas españolas durante las tres guerras por la independencia
88 reconocieron siempre el valor del adversario y supieron destacarlo. Contra el español como ciudadano
no se albergó odio. La guerra, desde el grito de independencia o muerte de Carlos Manuel de Céspedes
en el ingenio La Demajagua, el 10 de octubre de 1868, fue contra el poder colonial y no contra el pueblo
español, con quien los cubanos se sentían identificados. El propio Céspedes así lo explicó en carta al rey
Amadeo I de fecha 23 de enero de 1872:

«[...] Cuba no ha tratado, desde hace largos años, que esa separación se efectuara por una
transición brusca que rompiese vínculos de amistad y gratitud, sino que, antes, por el contra-
rio, todos sus esfuerzos tendieron a quedar obligada, a ser por su cariño la predilecta de la
metrópoli que le diera vida social»2.

Carlos Manuel Céspedes y del Castillo. Wikipedia. Dominio público

La guerra tuvo en sus momentos iniciales un cariz terrible con la represión desatada por el general Blas
Villate de la Hera, que pasó a la historia con el sarcástico nombre de «Creciente de Valmaseda». Ante la
política de tierra arrasada propugnada por aquel, la revolución se vio obligada, a su pesar, desde bien tem-

 CÉSPEDES Y DEL CASTILLO, C.M. de. (1974). Escritos. Compilación de Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo.
2

La Habana, Editorial de Ciencias Sociales. Tomo I, p. 306.


prano, a establecer la ley de Talión. Céspedes firmó el decreto de guerra a muerte. Pero la misma dinámica
del conflicto y la diversidad en el actuar de los jefes españoles lo llevó, en fecha tan temprana como el 28
de febrero de 1869, a buscar la reflexión en torno a la causa cubana de los militares españoles, a quienes
siempre consideró «valientes» y los convocó a la paz en una proclama titulada Exhortación a los miembros
del Ejército español, y dirigida a los «Jefes, Oficiales y Soldados del Ejército Español en ambos mundos»3.
El reconocimiento a los actos de caballerosidad en las filas españolas fue una constante en los diarios de
campaña y los testimonios que los jefes cubanos dejaron escritos para la posteridad.

Céspedes fue uno de los iniciadores de esa práctica. Reconociendo la hidalguía de un jefe español, el 21
de noviembre de 1872, así lo reconocía en su diario de campaña:

«[...] un cubano que vino en el Fannie, perseguido por los españoles, se colocó en una altura,
y con un Winchester, que traía para mi uso, les causó 22 bajas: con los dos brazos rotos fue
hecho prisionero y murió en el hospital de Sagua de Tánamo, a pesar de los esfuerzos que para
salvarlo hizo el jefe enemigo admirado de su heroísmo [...]»4.

Como línea de pensamiento, la de José Martí durante la preparación de la guerra de 1895 fue congruente
a la proclamada por Carlos Manuel de Céspedes. En su discurso titulado Con todos y para el bien de todos, 89
pronunciado en Tampa, el 26 de noviembre de 1891, dejaba clara su posición respecto a los españoles:

«[...] ¿Al español en Cuba habremos de temer? ¿Al español armado, que no nos pudo vencer
por su valor, sino por nuestras envidias, nada más que por nuestras envidias? ¿Al español que
tiene en el Sardinero o en la Rambla su caudal y se irá con su caudal que es su única patria?
¿O al que lo tiene en Cuba, por apego a la tierra o por la raíz de los hijos, y por miedo al cas-
tigo opondrá poca resistencia y por sus hijos? ¿Al español llano, que ama la libertad como la
amamos nosotros, y busca con nosotros una patria en la justicia, superior al apego a una patria
incapaz e injusta, al español que padece, junto a su mujer cubana, del desamparo irremediable
y el mísero porvenir de los hijos que le nacieron con el estigma de hambre y persecución, con
el decreto de destierro en su propio país, con la sentencia de muerte en vida con que vienen
al mundo los cubanos?¿Temer al español liberal y bueno, a mi padre valenciano, a mi fiador
montañés, al gaditano que me velaba el sueño febril, al catalán que juraba y votaba porque
no quería el criollo huir con sus vestidos, al malagueño que saca en sus espaldas del hospital
al cubano impotente, al gallego que muere en la nieve extranjera, al volver de dejar el pan del
mes en la casa del general en jefe de la guerra cubana? ¡Por la libertad del hombre se pelea en
Cuba, y hay muchos españoles que aman la libertad! ¡A estos españoles los atacarán otros: yo
los ampararé toda mi vida! a los que no saben que esos españoles son otros tantos cubanos,
les decimos: ¡mienten!»5.

En el Manifiesto de Montecristi, documento programático de la revolución cubana, firmado el 25 de marzo


de 1895 por el general Máximo Gómez y José Martí, en el poblado dominicano del mismo nombre, decla-
raban:

«[...] La guerra no es contra el español, que, en el seguro de sus hijos y en el acatamiento de


la patria que se ganen podrá gozar respetado y aún amado, de la libertad, que solo arrollará a
los que le salgan, imprevisores, al camino»6.

Más adelante añadían:

«[...] Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos.
No nos maltraten, y no se les maltratará. Respeten, y se les respetará. Al acero responda el
acero, y la amistad a la amistad. En el pecho antillano no hay odio; y el cubano saluda en la

3
 Ibidem, pp. 157-158.
4
 CÉSPEDES DEL CASTILLO, C. M. de. (1964). Cartas de Carlos M. de Céspedes a su esposa Ana de Quesada. La
Habana, Instituto de Historia, p. 249.
5
MARTÍ PÉREZ, J. (1946). Obras Completas. Edición del cincuentenario de su muerte. La Habana, Editorial Lex. Vol. I,
p. 704.
6
  Ibidem, p. 241.
muerte al español a quien la crueldad del ejercicio forzoso arrancó de su casa y de su terruño
para venir a asesinar en pechos de hombres la libertad que el mismo ansía. Más que saludar-
lo en la muerte, quisiera la revolución acogerlo en vida; y la república será tranquilo hogar
para cuantos españoles de trabajo y honor gocen en ella de la libertad y bienes que han de
hallar aún por largo tiempo en la lentitud, desidia y vicios políticos de la tierra propia […]»7.

Con semejantes visiones del ciudadano español en los principales líderes de los movimientos emancipado-
res e independentistas cubanos, no cabe duda de que prevaleció el respeto al adversario en su integridad
ciudadana y en la identidad de las raíces. Generales y jefes españoles también tuvieron frases de elogio
para sus adversarios cubanos. Sobre Antonio Maceo, por ejemplo, el general Miguel Primo de Rivera diría
un día en un acto público: «Yo, general del ejército español, hijo de generales, sobrino de generales, tengo
a mucha honradez haber sido herido en combate frente a Antonio Maceo, el más grande de los generales
españoles nacidos en Cuba»8. Valeriano Weyler, el encarnizado rival del general cubano en la campaña de
Pinar del Río, escribiría:

«Maceo debe tener una estatua en cada una de las capitales de provincias de Cuba, y en co-
munidades de población importantes, porque él ha sido el más grande general que ha dado
90 Cuba en su lucha por la independencia»9. Arsenio Martínez de Campos, al comparar a los con-
tendientes de ambos bandos y resaltar el valor del soldado español, decía en carta a Cánovas
del Castillo: «No puedo hablar mal de los insurrectos en el mismo sentido; están fanatizados y
esto casi les iguala a los nuestros»10.

ENEMIGOS LETALES

Los campos de Cuba fueron escenario y mudos testigos de una de las contiendas más cruentas de la histo-
ria de América. En la defensa a ultranza de sus intereses coloniales, España cometió excesos que la deshon-
raron. La creciente de Valmaseda, el fusilamiento de los estudiantes de medicina o de los expedicionarios
del Virginius, la reconcentración de Weyler, las sangrientas represiones a los campesinos y deportaciones
de cubanos de diferentes condiciones sociales quedaron impregnadas en la memoria histórica, como una
mancha oscura del legado colonial. Aquellas acciones enardecieron el espíritu de lucha y la decisión de
combate del pueblo cubano.

Pero no todos los representantes de España en la isla actuaron con crueldad. En el enfrentamiento y la con-
frontación diaria, los adversarios se conocieron y aprendieron a respetar las virtudes y cualidades guerreras
de sus oponentes.

En campo abierto, jefes y soldados cruzaron armas, derrochando valor, entereza y energía. En la mayoría
de las acciones combativas, ambos contendientes fueron tenaces y de las experiencias adquiridas, fueron
perfeccionando sus respectivas doctrinas militares. En los campos de batalla, se enfrentaron con pasión de
titanes. Ello fue motivo más que suficiente para que no fuera el odio visceral el sentimiento predominante,
aunque la guerra fuese sin cuartel, cada uno defendiendo sus posiciones y principios.

La impresionante maquinaria bélica española en Cuba, integrada por jefes preparados y mayoritariamente
osados, llegó a sentir admiración por sus rivales cubanos y, no pocos de estos, exigían el honor de un pues-
to para pelear contra Máximo Gómez, Antonio y José Maceo, o Calixto García. Hacerlo, definitivamente,
representaba los más importantes méritos de sus respectivas hojas de servicios.

7
  Ibidem, pp. 244-245.
8
 TORRES CUEVAS, E. (2012). Antonio Maceo, las ideas que sostienen el arma. La Habana, Editorial Imagen
Contemporánea, p. 8.
9
 Ibidem, p. 9.
10
 MÉNDEZ CAPOTE, D. (1930). Trabajos. La Habana, p. 254.
91

Cortadores de caña de azúcar (Cuba). Museo del Ejército, n.º inventario MUE-204959.

DIGNIDAD EN LA ADVERSIDAD

Materializado el pacto del Zanjón el 10 de febrero de 1878, el general español Arsenio Martínez de Campos
recibió una carta del general Máximo Gómez solicitándole una entrevista. En su condición de extranjero
–dominicano de nacimiento–, estimaba Gómez que, si los cubanos habían firmado la paz, él debía respe-
tar la decisión tomada, por lo que, sin pactar con España, gestionó facilidades para abandonar la isla en
compañía de un pequeño grupo de oficiales, entre los que se encontraban dos hijos del presidente del
Perú Mariano Ignacio Prado. Con harapos por vestimenta, se presentó Gómez a la entrevista con Martínez
Campos quien, impresionado ante su deplorable estado, después de la formalidad de las presentaciones,
le dijo: «Pida, pida por esa boca, porque excepto la mitra del arzobispo, todo se lo puedo dar»11. Gómez
le reiteró que solo necesitaba un barco para unirse a su familia en Jamaica. Empecinado, Martínez Campos
le reprochó que viajase con aquella ropa raída, viva estampa de la miseria y le ofreció dinero personal, a
pagar cuando pudiera. Entonces el hidalgo dominicano se puso de pie para decirle:

«General, no cambio yo por dinero estos andrajos que constituyen mí riqueza y son mi orgu-
llo; soy un caído, pero se respetar el puesto que ocupé en esta Revolución, y le explicaré. No
puedo aceptar su ofrecimiento, porque sólo se recibe, sin deshonor, dinero de los parientes o
de los amigos íntimos, y entre nosotros, General, que yo sepa, no hay parentesco alguno, y,
por otra parte, es ésta la primera vez que tengo el honor de hablarle»12.

11
 SOUZA, B. (1972). Máximo Gómez. El Generalísimo. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, p. 90.
12
 Ibidem.
Narraba un testigo del hecho que, cabizbajo, Martínez de Campos se dirigió a uno de los jefes que lo
acompañaba, el ilustrado general Manuel Cassola, pidiéndole que hablara con Gómez, a lo que este le
respondió: «[...] nada hay que decir después de lo manifestado por el general Gómez[...]»13, y volvió la
cara para ocultar dos lágrimas que le corrían por sus mejillas. El insistente Martínez Campos volvió donde
el jefe de los cubanos, arrebatándole de la mano un viejo y sucio pañuelo, para guardarlo como recuerdo.
Después de aquella contienda, sostuvieron respetuosa correspondencia. En una de las misivas, Martínez
de Campos le escribiría, «[...] Todos los hombres no tienen la fuerza de voluntad que ha tenido usted para
soportar la miseria [...]»14. Máximo Gómez lo consideró como «[...] el general español más bravo y astuto
que nos combatió [...]».15 Gómez lo trataba de «[...] caballero que por sus altas prendas merece las simpatías
de todo el país [...]»16, Martínez de Campos de «Muy señor mío […]»17.

Aceptadas las bases del Pacto del Zanjón por la mayoría de las fuerzas insurrectas, solo quedaba al gene-
ral Martínez de Campos como escollo en su camino pacificador, la intransigente figura del mayor general
Antonio Maceo en la provincia oriental. El resto de los principales jefes habían entrado en conversaciones
con el mando español. Al corriente Maceo de la situación de las fuerzas cubanas en toda la isla, decidió
entrevistarse con el jefe español para conocer, de su propia voz, qué clase de paz quería ofrecer y qué ven-
tajas reportarían a Cuba sus concesiones. Al efecto, ultimó detalles para la celebración del encuentro el 15
92 de marzo de 1878. En el ínterin, llegaron a oídos del general Maceo noticias acerca de un posible atentado
contra Martínez de Campos el día de la conferencia. Indignado, escribió: «El hombre que expone el pecho
a las balas y que puede en el campo de batalla matar a su contrario, no apela a la traición y a la infamia
asesinándole, y que aquellos que quisiesen proceder mal con ese señor, tendrían que pisotear mi cadáver:
no quiero libertad si unida a ella va la deshonra»18.

Martínez de Campos fue informado del rumor sobre una acción en su contra; no obstante, decidió asistir
al encuentro. En los Mangos de Baraguá se produjo la histórica entrevista. Por vez primera se encontraban
frente a frente quienes habían sido rivales en los campos y montañas de Guantánamo a comienzos de
la guerra. Una fluida comunicación imperó durante casi todo el encuentro, aunque Martínez de Campos
nunca mencionó el grado de general al tratar o referirse a Maceo, ni llamó Ejército a las fuerzas cubanas.
La reunión fue cambiando el tono, en la medida en la que el jefe español quiso hacer conocer y debatir
las bases del convenio del Zanjón, cuestión inaceptable para Maceo y sus acompañantes conocedores de
antemano de todo lo sucedido en Camagüey. La decisión de los orientales no se hizo esperar. Ocho días
necesitaba Maceo para consultar a todas las fuerzas y el 23 de marzo se romperían nuevamente las hostili-
dades. Visiblemente contrariado, Martínez de Campos, que ya había comunicado a la metrópoli la segura
pacificación de la isla, tras un saludo de cumplido, abandonó el lugar. Sus planes de armonización habían
encontrado en Maceo y sus hombres un fuerte valladar. Poco tiempo después de la histórica entrevista, el
29 de abril, escribió a Maceo una carta de agradecimiento por su actitud ante el supuesto atentado:

«La casualidad ha hecho que caiga en mi poder una carta que usted dirigía el 4 del pasado,
al señor Flor Crombet, y los sentimientos caballerescos que en ella manifiesta usted anatemi-
zando un proyecto contra mí, me han impresionado vivamente, y desearía tener la ocasión de
estrechar la mano de usted, como amigo, pues ha sido enemigo leal»19.

El 9 de mayo, nuevamente se entrevistaron Martínez de Campos y Antonio Maceo, esta vez en San Luis,
donde el jefe español le obsequió un almuerzo antes de su partida a Jamaica en misión oficial del Gobierno
de la República de Cuba en Armas. Fuera de la isla, el general Antonio, se alcanzaba momentáneamente
la paz. El jefe español, completamente consciente de la situación imperante y de la calidad de los jefes cu-
banos, reconocía: «[...] hoy son aguerridos, y si entre ellos no hay grandes generales, hay lo que necesitan,
notables guerrilleros»20.

13
  Ibidem.
14
 Archivo Nacional de Cuba. Fondo Máximo Gómez. Caja 26. N.º 30.
15
 GÓMEZ, B. (1927). General Máximo Gómez. Revoluciones Cuba y hogar. La Habana, p. 44.
16
 Archivo Máximo Gómez. Caja 66. N.º 1.
17
 Ibidem.
18
 IBARRA MARTÍNEZ, F. (1976). Cronología de la Guerra de los Diez Años. Santiago de Cuba, Editorial Oriente,
p. 191.
19
 Ibidem, p. 220.
20
 PIRALA, A. (1896). Anales de la Guerra de Cuba. Madrid, pp. 116-117.
Concluyó la guerra Grande entre actos de simbólica caballerosidad. Días antes de la famosa reunión de
Baraguá, el general Antonio Maceo había sostenido sendos combates, victoriosos a las armas cubanas, en
la Llanada de Juan Mulato y en San Ulpiano, respectivamente. En el primero, que tuvo lugar el 4 de febre-
ro, derrotó al batallón Cazadores de Madrid, causándole doscientas sesenta bajas, entre ellas el teniente
coronel Ramón Cabezas, su jefe, muerto en la acción. Al concluir el combate, Maceo escribió al brigadier
español Enrique Bargés y Pombo avisándole de que podía enviar por sus heridos y que los prisioneros
quedaban en completa libertad. Días después, el general Martínez Campos, le escribiría agradeciendo el
gesto: «Aprovecho esta ocasión para darle a Vd. las gracias por la conducta generosa que observó con
los prisioneros del Batallón de Madrid. Queda como siempre de Vd. con toda consideración S.S.Q.B.S.M.
Arsenio Martínez de Campos»21.

En San Ulpiano, Maceo cercó por tres días –entre el 7 y el 10 de febrero de 1878– al batallón de San Quin-
tín. La resistencia española fue tenaz. Ante los llamados a la rendición, los soldados españoles contestaban
«San Quintín muere, pero no se rinde»22. Impresionado por la tenacidad de los hombres de aquella fuerza,
Maceo expresó que, si bien nunca podría gritar Viva España, sí podía gritar vivas a los valientes del batallón
de San Quintín.
93

Ramón Calisto García Íñiguez. Wikipedia. Dominio público

El 7 de mayo de 1880, en un bote de unos 8 m de eslora, desembarcó el general Calixto García en el


Aserradero, costa sur oriental, acompañado de dieciocho expedicionarios. Corrían los días postreros
de la guerra Chiquita en un intento de dar continuidad a la gesta comenzada por Céspedes en octubre
de 1868.

Una persecución tenaz se emprendió contra el héroe y sus hombres, que vagaron infructuosamente por las
serranías cubanas, sin encontrar apoyo o fuerzas en armas. Mermados por las bajas, semidesnudos, des-

 SANTOVENIA, E. (1948). Papeles de Maceo. La Habana, Academia de la Historia de Cuba. Tomo I, p. 159.
21

 FIGUEREDO SOCARRÁS, F. (1968). La Revolución de Yara. La Habana, Instituto Cubano del Libro, p. 249.
22
calzos y enfermos, el 3 de agosto, se presentaron en Holguín a las autoridades españolas, no para aceptar
la paz, sino para que se les facilitara la salida del país ante el convencimiento del fracaso de aquel intento
libertario. Trasladado a La Habana, el capitán general Ramón Blanco y Erenas visitó al general García en
el vapor San Francisco Borja, donde estaba detenido. Impresionado con su figura y dignidad, escribió a la
metrópoli para que, una vez en España, quedase en completa libertad:

«Está desnudo, descalzo y muy enfermo. Lo he tratado cariñosamente, alojándolo en el Bor-


ja, en el correo del quince lo envié para la península. Me parece un caballero en todo y es
al mismo tiempo un hombre muy simpático. No ha querido tomar ni un céntimo, a pesar de
habérselo yo ofrecido en particular, en calidad de préstamo. Al gobierno le digo que lo deje
en libertad donde quiera, es la única excepción, que he hecho»23.

Las autoridades españolas respetaron el compromiso del general Blanco. En Madrid, cultivó García
amistad con adversarios de ayer como el general Federico Esponda, con quien analizó combates co-
munes y debatió sobre arte militar. Al teniente Ariza, el mismo que lo sorprendiera el 5 de septiembre
de 1874 en San Antonio de Bajá, donde se disparó en la barbilla para no caer prisionero, lo protegió
y ocultó cuando el gobierno lo perseguía por un fracasado movimiento militar. Un aire de quijotesca
94 hidalguía, respeto y dignidad se respiraba entre quienes sabían ser grandes en la batalla y hacían del
honor, sagrado culto.

Atendiendo a una solicitud del general Antonio Maceo de visitar Cuba en 1890, el capitán general Ma-
nuel Salamanca Negrete accedió a la misma. La polémica decisión trajo inquietudes entre los más celosos
guardianes del colonialismo en la isla. Por aquellos días, el general cubano pudo confraternizar con los
principales jefes españoles de la ciudad, en especial el general José Lachambre Domínguez y el entonces
coronel Fidel Alonso de Santocildes.

Lachambre y el cubano Agustín Cervantes, director del periódico La Tribuna, sostuvieron un duelo a es-
pada. El general Antonio fue invitado a presenciar el desafío. Ambos contendientes resultaron heridos.
Al concluir, el jefe cubano se acercó al español y le manifestó: «[...] General se ha batido usted como un
valiente»24.

Hospedado el general Antonio en el hotel Inglaterra, donde residía Lachambre, este lo invitó a cenar en su
mesa. Surgió entre ambos una no disimulada amistad y admiración. Lo mismo con el ayudante de Lacham-
bre, entonces capitán Federico de Monteverde, años después general, a quien Maceo regaló un machete
de combate.

En abril de 1895, el general Lachambre ocupaba el puesto de gobernador militar de la provincia de Orien-
te. Al arribar el general Antonio a su jurisdicción, le escribió la siguiente nota: «[...] Mi general: he entrado
en su jurisdicción. Pronto nos veremos la cara. El triunfo se lo dé Dios al que sea más esforzado. Su amigo.
Antonio Maceo»25. Era la clara manifestación del respeto entre adversarios.

También al hotel Inglaterra, durante la visita de Maceo a La Habana en 1890, se dirigió a saludarlo el enton-
ces coronel Fidel Alonso de Santocildes, su rival en el combate de San Ulpiano. La identificación fue mutua
y rápida. Surgió entre ambos una relación de sincera admiración. Santocildes, quien fungía entonces como
jefe de Orden Público en la capital, llegó a alertarlo de un intento de asesinato. Al despedirse, con la no-
bleza típica de caballeros, acordaron encontrarse en los campos de Cuba, si hubiese una nueva contienda.
La vida les brindó la ocasión. El 13 de julio de 1895, en Peralejo, muy cerca de la ciudad de Bayamo, una
poderosa columna española bajo el mando del capitán general Arsenio Martínez de Campos se enfrentó a
tropas cubanas comandadas por el general Antonio Maceo.

Santocildes, formando parte del Estado Mayor de aquella fuerza, asumió el protagonismo bélico que siem-
pre le caracterizó. Sus dotes de mando atrajeron la atención de los cubanos y un certero disparo le causó
la muerte. La victoria tuvo para el general Antonio un amargo sabor.

23
 PULPO AGUILERA, C. (1956). Patriotas Holguineros. Holguín, p. 65.
24
 Colección cubana. Biblioteca Nacional José Martí. Rec/García/Mis/N.º 20/Letra L.
25
Ibidem.
ÉTICA EN EL RECUERDO

La casi totalidad de los testimonios y libros publicados por veteranos del Ejército Libertador cubano coin-
ciden en destacar el valor y estoicismo del soldado español. Los que fueron incuestionables para quienes
compartieron con ellos el campo del honor. Por supuesto que hay críticas a la actuación de algunos jefes, a
excesos injustificados y políticas despiadadas como la emprendida en tan temprana fecha por el conde de
Valmaseda de tierra arrasada y a la reconcentración de Valeriano Weyler. No obstante, los cubanos supieron
apreciar, incluso en los adversarios más despiadados, sus rasgos de valor personal.

Para el coronel insurrecto Fernando Figueredo Socarrás, el brigadier Federico Esponda Morell, era «[...]
el distinguido jefe español que resistió denodadamente a Calixto García en Melones [...]»26. Al recordar la
resistencia del entonces coronel Pascual Sanz Pastor con el batallón de San Quintín en el combate de San
Ulpiano, escribía: «[...] aquel hombre de un valor a prueba, a cada intimación de nuestra parte exigiendo la
rendición, contestaba como Cambronne, tan admirable y heroico: “El San Quintín muere pero no se rinde”.
En efecto, estaba ya casi muerto, y no se rendía»27. Narraba Figueredo, que terminada la guerra un oficial
mambí se encontró con Sanz Pastor en un poblado y le manifestó que, si enviaba su diploma de brigadier,
obtenido como resultado de aquel combate, gustosos los cubanos le pondrían «[...] el Visto Bueno»28. 95
Al referirse a los hombres que acompañaron al general Martínez Campos a la entrevista de Baraguá con el
general Antonio Maceo, Figueredo caracterizaba al coronel Alejandro Moraleda como «[...] el jefe más ins-
truido del Ejército español [...]»29, y al general José Arderius como «[...] muy social, de aspecto agradable y
simpático [...]»30. Al general Manuel Cassola lo nombró como «[...] el distinguido e ilustrado General Cassola
[...]»31, a Federico Ochando de «[...] caballeroso brigadier […]»32. En otra parte de sus memorias llamaría al
cubano al servicio de España Santos Pérez, como «[...] renombrado y valiente general […]» 33.

La columna del general Melguizo oyendo misa antes de salir hacia Viñales (Cuba). Archivo General Militar de Madrid,
sig. F.05942
26
 IGUEIREDO SOCARRÁS, F. Op. cit., p. 81.
F
27
Ibidem, p. 249.
28
Ibidem.
29
Ibidem, p. 28.
30
Ibidem.
31
Ibidem.
32
Ibidem, p. 293.
33
Ibidem, p. 298.
El general Enrique Collazo describiría así a sus adversarios al finalizar la guerra en 1898:

«El ejército español en sí, tenía grandes ventajas; la primera su número, las condiciones per-
sonales y militares de sus soldados, que en su mayoría eran veteranos, habituados al servicio
y acostumbrados a la campaña que venían sosteniendo hacía tres años, siendo además cómo
soldados españoles, fuertes, sufridos y sobrios, acostumbrados a vivir mal y víctimas de una
pésima administración militar, que daba las raciones escasas y las pagas tardías, sometido ade-
más a una disciplina rigurosa y a un servicio duro y continuo cuando era necesario»34.

Refiriéndose al combate de El Caney y la resistencia y muerte en él del general Joaquín Vara de Rey, des-
tacaba «[...] El Caney es una nota honrosa para el ejército español; el pueblo español, honrando a Vara de
Rey y sus soldados se honra a sí mismo»35.

El general José López Amor fue uno de los más activos y temerarios jefes españoles que operó en el centro
del país durante la guerra de 1895 a 1898. Siendo gobernador de Sancti Spíritus, un traidor a la causa de
Cuba le denunció la ubicación de un hospital de sangre cubano en la manigua. Indignado, el jefe español
rechazó la propuesta y ordenó retirarse de su presencia a semejante infame. La guerra era para pelear con-
96 tra soldados, no para eliminar heridos y enfermos. Inspirado en tan noble gesto, un poeta cubano escribiría:

López Amor (anécdota)


Sí el coronel hispano estaba inquieto
Porque grandes batallas no reñían,
Sus impaciencias reprimir sabía
Y nadie le tildaba de indiscreto.
Ni soñaba tal vez que a Palo Prieto
Fiera lucha de sangre teñiría,
Cuando gana con rasgo de hidalguía
Un digno aplauso y el mayor respeto.
Infame lengua denunció a su oído
Un hospital rebelde en la montaña,
Y cual si fuese en su bondad herido
Así la desdeñó: Mucho se engaña
El que pudo pensar que aquí he venido
A mancillar, el pabellón de España.
(1897)36

El coronel Manuel Piedra Martell, en su obra autobiográfica Mis primeros treinta años, reflexionaba que
los españoles en el combate de Iguará, se retiraron después «de batirse bravamente [...]»37. Al narrar otra
acción, reconocía que las fuerzas enemigas «[...] se mostraron incansables y tenaces en nuestra persecu-
ción»38.

Al referirse a la derrota de la flota de Cervera, Piedra reflexionaba sobre «[...] aquella noche del 5 de julio de
1898, en la que el sentimiento de la raza me hizo lamentar la victoria de la escuadra norteamericana sobre
la española [...]»39. Y recordaba a «[...] nuestra antigua metrópolis, la gloriosa España de mis mayores»40.
Comparaba Piedra la actuación del Ejército norteamericano con la política aplicada por Martínez Campos
en Cuba en 1878:

«Ciertamente, el Ejército Americano no procedió en Cuba de peor manera que lo hubiese


hecho cualquier otro ejército extranjero de ocupación. ¡Pero cuán distinto fue su comporta-
miento del que tuvo el Ejército Español con el cubano por él derrotado, en 1878! En aquel

34
 COLLAZO TEJADA, E. (1972). Los norteamericanos en Cuba. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, p. 109.
35
 Ibidem, p. 160.
36
 JORGE, J. (1898). Recuerdos de la guerra. Remedios, p. 36.
37
 PIEDRA MARTELL, M. (1979). Mis primeros treinta años. La Habana, Editorial Letras Cubanas, p. 215.
38
Ibidem, p. 225.
39
Ibidem, p. 478.
40
Ibidem ut supra.
caso, el bando vencedor enalteció al bando vencido, proclamando caballerosa y noblemente
sus virtudes militares, su abnegación y su heroísmo, y procuró fraternizar con él. Ahora todo
era a la inversa»41.

Precisamente, al referirse a la apreciación del general Antonio Maceo sobre Martínez de Campos, en su
narración de la batalla de Peralejo, decía: «[...] Se trataba de un digno adversario con el cual había, en
múltiples ocasiones, medido su espada, durante el decenio inolvidable del 68; le reconocía pericia militar
y arrojo no comunes, y una victoria sobre él la estimaba más que la obtenida sobre cualquier otro jefe del
ejército contrario»42.

Destacaba el valor del soldado español y al respecto refiere en su obra, la actitud de un soldado durante
el asalto al poblado de Cayajabos, que al avance de los cubanos al grito de «¡Viva Cuba Libre!», respondía
desafiante «[...] ¡Vivan mis c...! [...] continuando impávido hacia adelante [...]»43 Agregaba Piedra que mien-
tras en la Habana se preparaba la evacuación del ejército español, se reunía casi a diario con el capitán
Hermógenes García, con quien mantuvo «[...] un trato frecuente y amistoso [...]»44. Ambos, casualmente,
habían resultado heridos de bala en el combate de Soroa en Pinar del Río.

Criticado por otro cubano al verlo compartir la mesa en un café de La Habana con su adversario de ayer, 97
Piedra contestó: «[...]Todo ese veneno del odio que llena su alma, habría desaparecido si se hubiese batido
contra ellos. Además, le habría servido de mejor manera a su patria»45.

Bartolomé Masó Márquez. La ilustración Española y Americana. Tratamiento del autor

41
Ibidem, p. 483.
42
Ibidem, p. 483.
43
Ibidem, p. 160.
44
Ibidem, p. 315.
45
Ibidem, p. 486.
Al presenciar el 1 de enero de 1899, en lo que llamó «una atmósfera de torturantes dudas y pesimismos
[...]»46, cómo se arriaba la bandera española para izar la de Estados Unidos, afirmaba Piedra: «Yo vi en aquel
acto llorar de pena a muchos de mis compañeros de armas [...]»47. Y para resaltar la confianza de los jefes
españoles en la caballerosidad de los cubanos, recordaba que, al comenzar la guerra, había presenciado y
escuchado la siguiente conversación entre dos oficiales españoles:

«En cuanto lleguemos a Manzanillo –decía el capitán–, voy a enviar a mi mujer a reunirse con
sus padres en Bayamo; allí tendrá mayores comodidades que junto a mí.

¡Cómo! –exclamó su interlocutor–, ¿va usted a exponer a su esposa a un encuentro con los
insurrectos?

Mi amiguito –repuso el otro–, usted no conoce a esa gente; usted viene de la Península y trae
todos los prejuicios que originan relatos falsos o exagerados sobre la conducta del enemigo
que vinimos a combatir; yo le aseguro a usted que si mi mujer se encuentra en el camino con
alguna partida, y dice que es mi esposa, la esposa de un capitán español, extremarán con ella
su peculiar galantería, y le darán escolta hasta las mismas puertas de Bayamo; yo los conozco
98 bien»48.

El general de brigada Enrique Loynaz del Castillo, en sus Memorias de la guerra, se refería al general Fidel
Alonso de Santocildes como «[...] valeroso militar [...]»49, al general Ramón Echagüe, como «[...] uno de los
de más mérito del Ejército español [...]»50, al general López Amor como «[...] enérgico Jefe de operaciones
de Sancti Spíritus [...]», y a Luis Molina «[...] tan sanguinario como intrépido [...]». Sobre este último, a quien
los cubanos bautizaron como «[...]terrible general Molina[...]»51 narraba cómo en un combate un compañero
de armas al oír muy cerca de la posición cubana las voces de «¡Arriba, viva España!»52, le refirió «[...] Ese es
Molina. Le he oído muchas veces [...]»53. A Martínez Campos, lo trataba en su obra de «[...] ilustre adversario
[...]»54, al general Oliver y los coroneles Manrique de Lara y Zobeldía, como «[...] jefes tan experimentados
[...]»55 Y al referirse al ejército español, agregaba; «[...] nos encontramos en el campo desafiando el furor de
uno de los ejércitos más bravos y aguerridos del mundo»56.

José Miró Argenter, catalán que fuera jefe de Estado Mayor del lugarteniente general Antonio Maceo, plas-
mó en sus Crónicas de la guerra la consideración que siempre le mereció al general Antonio y el general
Ramón Echagüe, por haberle devuelto un prisionero cubano herido, después de practicarle la primera cura.
Echagüe envió la siguiente carta para el jefe cubano:

«Comandante General de Holguín. E. M.

Pueden venir cuatro hombres sin armas para hacerles entrega de un herido de la escolta de
Marrero, llamado Cirilo Araujo, que ayer quedó en las posiciones tomadas por mis tropas. Ha
sido perfectamente curado y atendido. No tengo inconveniente en que se lleve a Holguín para
ser allí curado y atendido en uno de mis hospitales y que quede luego en libertad. –Loma del
Chivo, 26 de septiembre de 1895–. Firmado Echagüe»57.

46
Ibidem ut supra.
47
  Ibidem, p. 487.
48
  Ibidem, p. 100.
49
 LOYNAZ DEL CASTILLO, E. (1989). Memorias de la Guerra. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, p. 177.
50
Ibidem, p. 219.
51
Ibidem, p. 501.
52
Ibidem ut supra.
53
Ibidem ut supra.
54
Ibidem, p. 287.
55
Ibidem, p. 236.
56
Ibidem, p. 228.
57
MIRÓ ARGENTER, J. (1970). Cuba: crónicas de la guerra. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, p. 75.
Sobre Weyler su juicio era crítico. Después de calificarlo como «[...] feroz personaje [...]»58, concluía senten-
ciando que «[...] la obra magna de Weyler es la reconcentración»59. Sobre el mando militar español, Miró
comentaba que Maceo:

«[...] conocía perfectamente los méritos de los oficiales españoles que contra él lidiaron en di-
ferentes ocasiones, y sabía apreciar el valor personal de cada uno de ellos, desde Santocildes
hasta Suárez Inclán; sabía que eran arrojados y diligentes, el comandante Garrido de las Es-
cuadras de Guantánamo, el coronel Juan Tejeda, el teniente coronel Bosch, el coronel Nario,
el coronel Segura, el teniente coronel Palanca, que batalló en Manicaragua; el teniente coronel
Pereda, que bregó en Calimete; el coronel Hernández de Velasco, el teniente coronel Sánchez
Echevarría, los generales Echagüe y Prats, los coroneles Vicuña y Molina, el jefe que mandaba
el batallón de Asturias en el combate de la Colmena, y últimamente el general Bernal [...]»60.

Al general Cándido Hernández de Velasco lo identificaba como «[...] guerreador de probada competencia
[...]»61, «[...] hombre de pundonor y buen militar, cualidades que demostró en diferentes episodios, además
de la hidalguía[...]»62 al general Francisco Fernández Bernal, «[...] militar pundonoroso [...]»63, «[...] valiente y
batallador [...]»64 y «[...] bizarro jefe español [...]»65, a Enrique Segura y Campoy como «[...] el valeroso coronel
Segura[...]» 66 o «[...] militar de bien ganados prestigios [...]»67. De Martínez Campos, «[...] emprendedor, genial 99
[...]»68, que «[...] no obraba por virtud de razonados principios sino por los impulsos de su inspiración [...]»69.
Cuando refería en su libro los actos heroicos de la guerra Grande, contaba que en la acción de Báguano:

«[...] hubo otro episodio heroico, en el que el protagonista fue un oficial español llamado Villa-
campa: este hombre, que quedó solo en uno de los vericuetos del bosque, junto a un cedro
que estaba tumbado por el hacha del leñador, al pedirle la espada un oficial insurrecto, no
quiso entregársela. Le reiteró el mandato intimidatorio el contrincante ofreciéndole la vida,
pero el oficial español, entre la vida y la muerte, optó por el suicidio: apoyó el pie sobre el
tronco del cedro, y firmó allí la empuñadura de la hoja, clavándose el acero en mitad del cora-
zón. ¡Qué homenaje más alto y más espléndido! ... Años después del episodio, todavía existe
la toza de aquella inmolación heroica, y los campesinos de Báguano la enseñaban al viajero,
asombrado y mudo, de que no se hubiera erigido un pedestal que perpetuase la jornada del
heroísmo»70.

El comandante Miguel Varona Guerrero, ayudante del general en jefe Máximo Gómez, en su libro Guerra
de Independencia de Cuba, reconocía a los jefes militares españoles «[...] celosos del buen prestigio de su
Ejército, natural fue que en tales circunstancias mostraran gallardía y gentileza que tan justicieramente le
reconocemos [...]»71.

Después de referir el gesto emblemático del general Ramón Echagüe, refería como el 22 de diciembre
de 1895, el general Máximo Gómez dejó al cuidado de las autoridades del poblado de Roque, provincia
de Matanzas, varios heridos de guerra, con el encargo que dijeran al general Martínez Campos que «[...]
confiaba en que los curaría y devolvería, como tantas veces él había hecho, con soldados españoles. Así
fue cumplido [...]»72. Añadía Varona en su obra, que el 7 de febrero de 1896, Gómez envió a un ayudante al
poblado de San José de las Lajas, con una carta para el comandante de la plaza, solicitándole permitiese el

58
Ibidem, p. 636.
59
Ibidem ut supra.
60
Ibidem, pp. 416-417.
61
Ibidem, p. 596.
62
Ibidem, p. 341.
63
Ibidem, p. 601.
64
Ibidem, p. 608.
65
Ibidem, p. 614.
66
Ibidem, p. 642.
67
Ibidem, p. 643.
68
Ibidem, p. 282.
69
Ibidem, p. 284.
70
  Ibidem, p. 536.
71
 VARONA GUERRERO, M. (1946). La guerra de la independencia de Cuba. La Habana, Editorial Lex, p. 1437.
72
  Ibidem ut supra.
despacho de víveres para atención a sus tropas. El oficial accedió sin poner obstáculos y sin realizar ninguna
villanía. Varona destacaba las palabras de despedida del duelo a José Martí, por el general español José
Ximénez de Sandoval, en el cementerio de Santa Ifigenia:

«Señores:

Cuando pelean hombres de hidalga condición, como nosotros, desaparecen odios y rencores.
Nadie que se sienta inspirado en nobles sentimientos debe ver en estos yertos despojos un
enemigo, sino un cadáver. Los militares españoles luchan hasta morir, pero tienen considera-
ción para el vencido y honores para los muertos»73.

Algunos cubanos de entonces e historiadores contemporáneos consideraron hipócritas las palabras de


Sandoval, sin embargo, su vida demostró que actuó con la dignidad de un caballero.

En 1913 el general español se dirigió a la misión de Cuba en Madrid para entregar a su ministro, Justo
García Vélez, objetos y pertenencias de Martí, conservados por él desde el día del fatídico combate de Dos
Ríos, donde el héroe cubano cayó. Fue el gesto desinteresado y caballeroso de quien sintió sincero respeto
100 por el héroe cubano.

La actuación de Ximénez de Sandoval respecto a la muerte de José Martí no fue la única entre los mandos
españoles. El capitán general Arsenio Martínez de Campos ordenó que la caja en la que «[...] se colocase
el cadáver de Martí, fuese la más lujosa que se hallara»74. Días después, al conocer que su hijo José había
sido propuesto para ascenso y la Cruz pensionada de María Cristina por su participación en el combate
de Dos Ríos, escribió al ministro de la Guerra, general Marcelo Azcárraga Palmero, solicitándole no diera
curso a ambas propuestas. Aquella acción y su principal resultado, la muerte del líder de la revolución, en
el concepto de Martínez de Campos, no constituían méritos honorables para un hijo suyo75.

Ricardo Batrell Oviedo, soldado negro que en 1912 publicara sus memorias con el testimonio de la guerra
en la provincia de Matanzas, destacaba como el general de división cubano, José Lacret Morlot, envió una
carta al afamado general español Luis Molina, retándolo a combatir. Ello desembocó en el Combate de
Hato de Jicarita, donde cubanos y españoles se enfrascaron en un encarnizado duelo, con grandes bajas en
ambos bandos, entre los días del 3 al 6 julio de 1896. Al referirse a la columna del entonces coronel Andrés
Maroto, la refería como

«[...] una de las más peleadoras y tenaz, aunque humanitaria con los indefensos; era una ex-
cepción en aquella época, en que las otras columnas no daban cuartel a ningún cubano aun-
que fuera ajeno a la revolución...»76. Al coronel Luis Moncada lo nombraba «...temerario Coro-
nel español» 77 y a la columna del coronel Tomás Pavía «...¡desdichada columna, para la fuerza
nuestra!; porque siempre que teníamos encuentros con ella nos hacía más bajas, que ninguna
otra de las muchas con las cuales combatíamos [...]»78.

El general José Lacret Morlot, mencionado por Batrell en su obra, en 1878 rechazó enérgicamente acceder
al ofrecimiento que le hicieran compatriotas santiagueros de llevar a la manigua municiones para el general
Antonio Maceo, valiéndose de un salvoconducto que le otorgara el general Arsenio Martínez de Campos
para que visitara la ciudad de Santiago de Cuba. De regreso al campo insurrecto, en el poblado del Cris-
to lo interceptó el propio general español, lo saludó con un abrazo y le felicitó por no haber tomado las
municiones. Sus espías ya le habían informado de ello. Acotó, que, de haberlo hecho, lo hubiera obligado
a fusilarlo. Creció entre ambos una relación de respeto mutuo, alimentada, además, por la admiración no
disimulada, que después de la protesta de Baraguá, sintiera el jefe español por el general Antonio, jefe
venerado de Lacret.

73
 Ibidem, p. 1438.
74
 Ecos de Cuba. La Habana, 30 de mayo de 1895.
75
 AURORA DEL YUMURÍ. Diario Político. 4 de agosto de 1895.
76
Ibidem, p. 20. Ortografía del original.
77
  Ibidem, p. 34.
78
  Ibidem, p. 60.
Días antes de aquel incidente, en otro gesto de respeto y caballerosidad, Martínez de Campos había ac-
cedido a otorgar una tregua de dos días solicitada por el Titán de Bronce, a través del propio Lacret. En
un mapa tendido sobre una mesa, le señaló a este el punto exacto donde se encontraba Maceo, en ese
entonces completamente rodeado. Un traidor lo había delatado. Era su oportunidad de tomarlo prisionero
o darle muerte, y no lo hizo. Quizá, llevado por el recuerdo de la firme oposición de Maceo a que atentaran
contra su vida cuando con una pequeña escolta se dirigía a Baraguá, trataba de reciprocar el gesto hidal-
go. Aquellas acciones honorables, llevaron a Maceo a decir, «Martínez Campos es el peor enemigo de la
independencia de Cuba; es preciso obligarle a la guerra sin cuartel»79.

Dos ejemplos más de ambos bandos para aquilatar el alcance de la visión que, de sí, tenían mambises y
españoles. El 29 de julio de 1890 un grupo de cubanos invitó a cenar en el restaurante Venus de Santiago
de Cuba al general Antonio Maceo. El joven cubano José J. Hernández comentó al general Antonio su
impresión de que Cuba estaba destinada a ser fatalmente una estrella más de la constelación americana. A
ello respondió Maceo: «[...] Creo, joven, aunque me parece imposible, que ese sería el único caso, en que
tal vez estaría yo al lado de los españoles»80.

Ante la inminencia de la intervención norteamericana, el capitán general Ramón Blanco Erenas propuso a
Máximo Gómez la unidad de cubanos y españoles para enfrentarla. Decía en la misiva: «[…] Los cubanos 101
recibirán las armas del ejército español y al grito de ¡Viva España! y ¡Viva Cuba! rechazaremos al invasor y
libraremos de un yugo extranjero a los descendientes de un mismo pueblo»81. El hecho mismo de la pro-
puesta era un reconocimiento al valor del Ejército Libertador y sus jefes. Máximo Gómez le respondió: «[...]
es muy tarde para una inteligencia entre su ejército y el mío»82.

Quizá quien con mayor elocuencia dejara plasmada la verdadera intención de los cubanos hacia el ejército
español fue el general en jefe del Ejército Libertador cubano, el dominicano Máximo Gómez Báez, al pre-
senciar la partida de las tropas españolas y su sustitución por los ocupantes norteamericanos. El 8 de enero
de 1899 escribía en su Diario de Campaña:

«Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros; porque un poder extranjero los ha
sustituido. Yo soñaba con la paz con España, yo esperaba despedir con respeto a los valien-
tes soldados españoles, con los cuales nos hemos encontrado siempre frente a frente en los
campos de batalla; pero las palabras –Paz y Libertad–, no debía inspirar más que amor y frater-
nidad, en la mañana de la concordia entre los encarnizados combatientes de la víspera. Pero
los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos
vencedores; y no supieron endulzar la pena de los vencidos»83.

En medio del dolor y el horror de la guerra, entre el sufrimiento de ambos pueblos, hubo ejemplos de ética
y dignidad que la historia debe enaltecer y plasmar en letras de bronce en honor a los ilustres caballeros,
de ambos ejércitos, que supieron poner el decoro y la hidalguía, por sobre el deshonor y la infamia. Para
ellos, respeto eterno.

79
 Artículo publicado en el periódico Discusión, La Habana, 20 de octubre de 1904, por José Lacret Morlot, titulado «El
general Lacret Morlot y el general Martínez Campos». Archivo Nacional de Cuba. Fondo Donativos y Remisiones.
Caja 287. N.º 26.
80
FRANCO, J. L. (1973). Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida. La Habana, Editorial de Ciencias
Sociales. Tomo I, p. 363.
81
 BOZA, B. (1974):. Mi diario de la guerra. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales. Tomo II, p. 309.
82
  Ibidem, p. 310.
83
 GÓMEZ, M. (1965). Diario de Campaña. La Habana, Ediciones Huracán, p. 481.
ELOY GONZALO Y CASCORRO
Gabriel Rodríguez Pérez1

INTRODUCCIÓN 103

En la tarde del pasado 17 de junio, una compañía de honores del Regimiento de Infantería Inmemorial del
Rey n.º 1, del Cuartel General del Ejército, rendía honores al soldado Eloy Gonzalo García, el héroe de Cas-
corro, ante el monumento que tiene dedicado en la popular plaza madrileña de este nombre, en un acto
presidido por el alcalde y el gobernador militar de Madrid. Se conmemoraba el centenario de la muerte del
héroe en el hospital militar de Matanzas, el 18 de junio de 1897.

Escultura de Eloy Gonzalo en la plaza de Cascorro en el Rastro de Madrid. Wikipedia. Dominio público

 Coronel de Infantería, diplomado de Estado Mayor e historiador.


1

«Eloy Gonzalo y Cascorro». Revista de Historia Militar, n.º 83, Servicio Histórico Militar y Museo del Ejército, 1997,
pp. 43-66.
Ha sido frecuente la confusión entre los nombres de Eloy Gonzalo y Cascorro, es decir, el del héroe y el del
lugar de la hazaña. Esta confusión queda bien patente cuando se oye decir el «monumento a Cascorro»,
aludiendo al citado monumento a Eloy Gonzalo en la plaza de Cascorro, así como en el conocido dicho
«más mili que Cascorro», refiriéndose a personal de tropa con cierto tiempo de servicio. Pero en el callejero
madrileño están presentes tanto el héroe, Eloy Gonzalo, cuyo nombre lleva una calle, como el lugar del
hecho, Cascorro, cuyo nombre lleva la ya referida plaza, que anteriormente se llamó plaza del Rastro. La
ubicación del monumento en ese lugar ha contribuido a la confusión aludida, pero ha unido los nombres
del héroe y del lugar del hecho heroico, en la expresión en piedra del recuerdo de la capital de España a
uno de sus héroes más populares.

También ha existido confusión en cuanto a la fecha de la muerte de Eloy Gonzalo, sobre la que se difun-
dieron dos errores, presentes en diversas publicaciones: el de que murió en la acción y el de que murió
en 1898. Ambos errores se deben al hecho de haber estado perdida, durante muchos años, la filiación del
héroe, que la investigación del Servicio Histórico Militar ha descubierto unida a un expediente de solicitud
de la pensión causada por su muerte. En el segundo de dichos errores, parece haber influido además la
fecha de la repatriación de sus restos, ya a finales de 1898.
104 Eloy Gonzalo García nació el 2 de diciembre de 1868 en Madrid. Esta es la fecha que figura en su docu-
mentación militar y en su partida de nacimiento, correspondiente a la fecha en la que fue depositado en
la inclusa madrileña, donde solo permaneció unos días. Fue adoptado por un guardia civil destinado en
Chapinería (Madrid), pueblo que siempre consideró como el suyo y que siempre lo consideró a él como
uno de sus hijos, ya que residió ahí hasta que marchó al servicio militar, salvo cortas estancias en Robledo
de Chavela y San Bartolomé de Pinares (Ávila), por razón de destino de su padre adoptivo. Este le dio la
instrucción primaria y una buena formación moral, que después demostró en las duras circunstancias a las
que tuvo que hacer frente.

Sobre su origen y trayectoria personal, Jesús Sánchez Mariño publicó un documentado artículo en el n.º 57
de la Revista de Historia Militar. Aquí nos interesa su historial militar, la hazaña que le dio fama y el marco
insurreccional cubano en el que ello tuvo lugar.

DE CHAPINERÍA A CASCORRO

Eloy Gonzalo, residente hasta los veintiún años en Chapinería, al llegar a esta edad, que era la de iniciar
el servicio militar, ingresó en la Caja de Quintos de Madrid el 14 de diciembre de 1889 y fue destinado al
Regimiento de Dragones de Lusitania, 12.º de Caballería, al que se incorporó el 5 de abril de 1890, pasan-
do a formar parte del 2.º Escuadrón. En dicha unidad juró bandera el día 10 de dicho mes y año, es decir,
a los cinco días de incorporarse. Formando parte de la misma, marchó a Alcalá de Henares el 2 de julio
siguiente, fecha en la que el regimiento fue trasladado a este cantón desde Madrid, donde había estado
de guarnición hasta entonces.

Su comportamiento y eficiencia en el servicio fueron indudablemente muy buenos, pues, con fecha 1 de
marzo de 1891, ascendió a soldado de 1.ª por elección y, en la revista de comisario de 1 de octubre siguien-
te, ascendió a cabo, también por elección, continuando en ambos casos en el 2.º Escuadrón, con el que
participó en las grandes maniobras de otoño, entre el 21 de octubre y el 4 de noviembre, en las cercanías
de Móstoles.

En 1892, con motivo de una reorganización, el Regimiento de Dragones de Lusitania, 12.º de Caballería,
volvía a formar parte de la guarnición de Madrid, a donde se trasladó el 20 de octubre. Eloy Gonzalo estuvo
ya muy poco en el nuevo acuartelamiento, pues, con fecha 17 de septiembre, había solicitado el ingreso
en el Cuerpo de Carabineros, en el que fue admitido, por resolución del Inspector General del cuerpo, de
fecha 17 de octubre. En dicha resolución se hacía constar que ingresaba como carabinero de Infantería y se
le destinaba a la Comandancia de Estepona, en la que debía causar alta el 1 de noviembre. Un dato curioso
es que, con la misma fecha, en igual clase y en la misma comandancia, ingresaron con Eloy Gonzalo, los
nuevos carabineros Mariano Crespo Plaza y Jerónimo Iguacel Gracia, también procedentes de unidades
del Ejército. Los tres, filiados en el cuerpo por cuatro años, efectuaron su presentación en la comandancia
el 11 de noviembre, al cumplirse el plazo de incorporación establecido.

Eloy Gonzalo era, pues, carabinero de Caballería desde el 1 de noviembre de 1892, filiado por cuatro años.
Es sabido que, en los cuerpos de la Guardia Civil y Carabineros, el empleo en propiedad no se obtenía
hasta haber cumplido el número de años de servicio establecido, sin notas desfavorables. Naturalmente, al
ser procedente de cabo de Caballería, lo natural es que pasara a ser carabinero de Caballería, tan pronto
como tuviese vacante y cumpliese las condiciones establecidas. Con fecha 4 de agosto de 1893, el Inspec-
tor General de Carabineros, a solicitud suya, le concedió la anotación en el registro de pases a la fuerza de
Caballería del Cuerpo, es decir, que quedaba a la espera de pasar a ser carabinero de Caballería, cuando
se cumpliesen las condiciones antes expresadas. Consecuentemente, con fecha 22 de noviembre siguien-
te, la Inspección General ordenó a la comandancia de Estepona la baja de Eloy Gonzalo como carabinero
de Infantería y su alta como carabinero de Caballería, lo que tuvo lugar en la revista de 1 de diciembre,
continuando en la misma comandancia. Y con fecha 26 de julio de 1894, la Inspección General ordenó a
la comandancia de Estepona que lo diera de baja por pase a la comandancia de Algeciras, como com-
prendido en la circular de 2 de agosto de 1890. Así fue como Eloy Gonzalo estuvo destinado en la citada
105
comandancia de Algeciras, con efectos de 1 de agosto de dicho año.

Con fecha 19 de julio de 1894, en la comandancia de Estepona, se le había extendido el certificado de sol-
tería para contraer matrimonio, que había solicitado por instancia. Sin embargo, este matrimonio no llegó a
celebrarse. El 19 de febrero de 1895, es decir, a los seis meses del cambio de destino, fue arrestado en Pal-
mones (bahía de Algeciras) por insubordinación y, al día siguiente, quedó en situación de prisión preventiva
en Algeciras. Como consecuencia del parte cursado por el hecho, fue procesado en la sumaria de Algeciras
n.º 22, de 1895 y, el 25 de abril siguiente, fue juzgado en Consejo de Guerra, en el que fue condenado a
la pena de doce años de prisión militar mayor por el «delito de insubordinación poniendo mano a un arma
ofensiva con tendencia de ofender de obra a superior». La sentencia fue aprobada por el comandante en
jefe del 2.º Cuerpo de Ejército, en Sevilla, con fecha 6 de mayo y, para su cumplimiento, fue trasladado a la
penitenciaría de Valladolid. Fue dado de baja en el cuerpo con fecha de final de ese mes de mayo y, en su
documentación, se hizo figurar que había observado mala conducta y que, «de no haber sido condenado,
habría sido expulsado del cuerpo por no considerar conveniente su continuación en el mismo».

Es paradójico que haya observado esa mala conducta quien, por su buen comportamiento en todos los
aspectos, fue elegido para soldado de 1.ª y cabo, admitido en el Cuerpo de Carabineros, es decir, como
agente de la autoridad, y admitido también como carabinero de Caballería, lo que suponía de hecho una
situación distinguida dentro de dicho cuerpo.

Pese a haberlos buscado bastante, no hemos podido encontrar documentos en los que consten los deta-
lles de la grave insubordinación que ocasionó su arresto en la tarde del citado 19 de febrero de 1895. Eloy
Gonzalo era de carácter retraído y serio, muy cumplidor y poco comunicativo. Nunca quería hablar de ello,
pero, años después de su muerte, un compañero suyo relató que él le había contado que cuando recibió
la licencia para casarse, con el permiso extraordinario de doce días, fue a ver a su novia y la encontró en
compañía de un teniente de su propio Cuerpo de Carabineros, en actitud de notoria infidelidad. Relato
similar hizo, también pasados muchos años, el que había sido su sargento en Cascorro, Gregorio Tropel,
con el que al parecer tenía mucha confianza y que fue quien sujetó la cuerda que llevaba atada a la cintura
durante la ejecución de su famosa hazaña. Es de suponer el impacto psicológico que ese inesperado en-
cuentro debió producirle, bajo el que arremetió contra el acompañante de su novia con el arma que lleva-
ba. Según otro compañero, llegó incluso a decirse que a ella la había matado, lo que no se ha considerado
cierto. Solo la natural conmoción psicológica puede explicar esa conducta, más allá de la insubordinación.
En todo caso, como dicen esos versos de la conocida marcha legionaria El Novio de la Muerte: «nadie sabía
su historia, más la legión suponía que un gran dolor le mordía como un lobo el corazón».

Llevaba Eloy Gonzalo recluido tres meses en el penal de Valladolid, cuando se publicó el real decreto, de
25 de agosto de 1895, que establecía que el personal militar que estuviese cumpliendo condena, podía
quedar libre si solicitaba voluntariamente destino a Cuba. No tardó Eloy Gonzalo en solicitar los beneficios
del citado real decreto al comandante en jefe del 7.º Cuerpo de Ejército, quien los concedió con fecha 16
de noviembre. Asimismo, los solicitó al ministro de la Guerra, quien pidió información al comandante en
106

Real decreto de 25 de agosto de 1895

jefe del Cuerpo de Ejército antes citado, el que informó, con fecha 26 de noviembre, que ya los había con-
cedido y que el solicitante ya estaba en el depósito de embarque en La Coruña, para donde había salido
conducido el día 19.

En efecto, ese día salió del penal y fue alta en el Depósito de Embarque y Desembarque para Ultramar al
día siguiente, quedando recluido en el calabozo de la guardia de principal de la plaza, hasta su embarque,
el día 22, en el vapor León XIII. Desembarcado en La Habana el 9 de diciembre, fue destinado al primer
batallón del Regimiento de Infantería María Cristina n.º 63, al que se incorporó inmediatamente en Puerto
Príncipe, capital de la provincia de Camagüey, que hoy lleva este mismo nombre. Dicho batallón estaba
destacado en esta guarnición por necesidades de la campaña, ya que el regimiento tenía su sede en Matan-
zas. Eloy Gonzalo García era soldado de Infantería, después de haber sido cabo de Caballería y carabinero.

Al incorporarse a su batallón, quedó de instrucción y, en la revista de 1 de enero de 1896, causó alta en


la compañía, en la que, tras la jura de bandera, pasó a prestar los servicios de campaña, entonces muy
movidos, dada la gran actividad guerrillera en el territorio de la comandancia general de Puerto Príncipe,
que comprendía toda la parte de la provincia de Camagüey situada al este de la famosa trocha de Júcaro a
Morón. La acción más notable por entonces tuvo lugar el 15 de febrero, fecha en la que la columna volante
(hoy diríamos agrupación táctica móvil) de que formaba parte el batallón de Eloy Gonzalo, efectuando un
reconocimiento de la sabana de Managuaco al río Najasa, tuvo un duro encuentro con una concentración
de partidas, cuyos efectivos eran superiores a los de dicha columna.

Por orden general del Ejército de Operaciones de Cuba, de 27 de agosto de 1895, se habían reorganiza-
do los batallones, pasando la 6.ª compañía a ser guerrilla montada. Así estaban organizados al llegar Eloy
Gonzalo y así continuaron hasta que, ante el gran número de enfermos y convalecientes no aptos para el
servicio de campaña, pero sí para el de guarnición, el 20 de enero de 1897, otra orden general los reorga-
nizaría de nuevo, pasando la 5.ª compañía a ser guerrilla montada y la 6.ª a estar formada por dichos enfer-
mos y convalecientes de todo el batallón, haciéndose cargo del citado servicio de guarnición del mismo,
al efecto de que las restantes compañías pudieran dedicarse a los servicios de campaña con sus efectivos
lo más completos posible. Con fecha de 11 de abril de 1896, Eloy Gonzalo fue destinado a la 1.ª compañía
del citado Regimiento de Infantería María Cristina n.º 63.

Ignoramos la causa por la que, habiendo sido cabo de Caballería, no se le destinó a la guerrilla montada.
Tal vez se eligiera a los que llevaban más tiempo en el batallón, a los que se presumía un mejor conocimien-
to de la manigua y de sus peligros y un mejor adiestramiento específico. Sabido es que siempre ha existido
la antigüedad en la unidad como criterio para la asignación de destinos.

EN CASCORRO

El 28 de abril de 1896, la 1.ª compañía del 1.er Batallón del Regimiento María Cristina se hizo cargo del
destacamento de Cascorro, pequeño pueblo a 63 km al sureste de Puerto Príncipe, en las cercanías del río
Cascorro, en terreno montuoso y cubierto de vegetación tropical. Componían la compañía ciento setenta
hombres, al mando del capitán Francisco Neila de Ciria. Distribuida, según los documentos consultados,
entre tres fuertes, que sería más apropiado llamar fortines, denominados Principal, de la Iglesia y de García.
107
Fue el primer contacto de Eloy Gonzalo con Cascorro, nombres que tan unidos y hasta confundidos habían
de ir a partir de entonces. Eloy Gonzalo estaba encuadrado en la 1.ª Sección, mandada por el teniente
Carlos Perier, que ocupó el fortín Principal, en el que se alojaba también el capitán con su plana mayor.

Localización de Cascorro en el mapa de Cuba. Biblioteca Británica. Tratamiento del autor

El primer ataque al destacamento tuvo lugar el 17 de julio, cuando se presentó hostigándolo la partida de
Peña, que tuvo que retirarse después de quemar dos casas inmediatas al pueblo. No hemos podido saber
la finalidad de este ataque, que pudo ser una acción de reconocimiento o simplemente de hostigamiento.
En el tiroteo murió un soldado, que fue la primera baja del destacamento. Se supo que los atacantes habían
tenido tres heridos.
Durante los días 31 de julio a 3 de agosto fue llevado desde Minas a los destacamentos de Cascorro y
Guáimaro un convoy de doscientas dieciséis carretas, que los dejó suministrados para tres meses. Mandó
personalmente el convoy del general Godoy. En su recorrido tuvo que sostener, el día 1, un duro combate
durante más de dos horas, con dos mil insurrectos de las partidas de La Rosa, Peña, López, Recio y otros;
al día siguiente, otro durante una hora y media, contra unos miles de las partidas citadas, y otro, durante
media hora, con la partida de Batista. En esta operación hubo cuatro soldados muertos, dos oficiales y vein-
te soldados heridos. A los atacantes se les recogieron diecinueve muertos y un gran número de caballos
heridos.

Ello indica la situación al este de la trocha de Júcaro a Morón, es decir, la mitad oriental de la isla, en la
que las partidas aún dominaban prácticamente el campo y la manigua, en contraste con la parte occiden-
tal, donde las que quedaban estaban en continua huida ante las columnas volantes y sin osar acercarse a
las poblaciones más que para ligeras acciones de hostigamiento. Cascorro, una vez suministrado, tuvo un
periodo de tranquilidad, que no podía durar mucho. Esta tranquilidad no quiere decir falta de actividad,
debido a que esta era continua, dada la situación de incertidumbre sobre la posición de las partidas y la
consiguiente necesidad de vigilancia, reconocimientos y acciones en general, con finalidad de información
y seguridad.
108

LA ACCIÓN DE CASCORRO

La hazaña es muy conocida, aunque no sus detalles ni el contexto en el que tuvo lugar. La primera noticia
de la misma que llegó al público fue la publicada el 15 de octubre por El Imparcial, el periódico de mayor
tirada entonces. Era una reseña muy completa de los hechos, en primera página. La información la había
dado por cable su corresponsal en La Habana, Domingo Blanco, con tanta urgencia que no había llegado
a saber el nombre del héroe. Se nota perfectamente en la redacción de la noticia que se basa en el parte
del comandante general de Camagüey, con información resumida de todo lo ocurrido, tanto durante la
defensa de Cascorro, como en la actuación de la columna que había liberado el destacamento. La re-
seña expresa que: «El general Weyler ha felicitado con el más caluroso entusiasmo a los defensores de
Cascorro y ha publicado una orden general haciendo constar su admirable comportamiento». Y termina
diciendo:

«En cuanto recibimos el anterior telegrama, dirigimos otro a nuestro corresponsal en La Haba-
na para que averigüe... el nombre del heroico soldado del María Cristina que llevó su valor y
su abnegación a un límite sobrehumano... debe ser conocido en seguida para que el aplauso
público lo honre y enaltezca».

Por cierto, que, con la urgencia, se deslizaron dos errores en la información, pone el 24 en vez del 22, como
fecha de la iniciación del ataque y, entre los heridos, cita a los tenientes Silverio y Rodríguez, en vez del
teniente Silverio Rodríguez.

Texto de El Imparcial. Felicitación del general Weyler.


Seis días después llegó la ampliación de la noticia, que el corresponsal de El Imparcial en La Habana ex-
presaba en los siguientes términos:

«[…] el héroe de Cascorro se llama Eloy Gonzalo García. Es madrileño e hijo de padre desco-
nocido. Vino a Cuba en diciembre del 95 como voluntario. Ingresó en el Regimiento de María
Cristina, que ha estado operando sin cesar. Eloy Gonzalo ha tomado parte en muchas acciones
y en todas probó su valor, su sangre fría y su gran espíritu militar. Hoy se le considera por sus
jefes como un verdadero y aguerrido veterano».

En los días siguientes se difundió la información por otros periódicos y se amplió con los nuevos detalles
conocidos, entre los cuales llamó la atención de forma especial en Madrid el hecho de ser natural de la villa
y corte. La noticia supuso una auténtica ola de entusiasmo en toda España y, más especialmente en Madrid
y en Chapinería, donde un amigo de su infancia y juventud le escribió a su regimiento en nombre de sus
amigos y conocidos del pueblo. Al difundirse la noticia, hubo diferencias en los detalles según quién los
contara, la fuente y la extensión que le diera, aunque en lo esencial del hecho había concordancia. En vista
de estas diferencias, que se encuentran en diversas narraciones, aquí nos atenemos exclusivamente a lo
que consta en el parte dado por el capitán Neila, como comandante de armas de Cascorro, al comandante
general de Puerto Príncipe y al historial del Regimiento María Cristina n.º 63. 109

El 22 de septiembre de 1896 el generalísimo (así se le denominaba) de la insurrección, Máximo Gómez, y


su comandante general de Oriente, Calixto García, habiendo reunido todas las partidas de Camagüey y
parte de las de Oriente, atacaron el destacamento de Cascorro y ocuparon las proximidades hasta cerca de
Puerto Príncipe. Los efectivos totales de las partidas concentradas se estimaron en unos cinco mil hombres,
frente a los cuales las compañías que guarnecían los destacamentos de Cascorro y Guáimaro sumaban
ciento setenta, cada una. Los insurrectos cercaron Cascorro al amanecer del citado día 22 y, a las 06:00 h,
iniciaron un ataque demostrativo con fuego de fusilería y de dos cañones Höffins contra los tres fortines.

El día 25 se presentó un parlamentario intimando a la rendición, haciéndoles ver que su situación era muy
difícil y ofreciendo buenas condiciones. Rechazado el ofrecimiento, continuó el fuego hasta el día siguiente
en el que cesó el de cañón. En este día, al observar que los atacantes estaban empezando a atrincherarse
en la casa de Rafael Fernández, próxima al fortín, el capitán ordenó al teniente Perier, jefe de la sección de
Eloy Gonzalo, que efectuara una salida con veinticinco voluntarios, con lo que consiguió que los ocupan-
tes de la casa citada la desalojaran: uno de esos voluntarios fue Eloy Gonzalo. Durante estos días, los dos
cañones de los atacantes habían hecho 195 disparos. El día 27 se presentó un mensajero con una carta
de Máximo Gómez intimando de nuevo a la rendición en las mejores condiciones y, el día 28, se presentó
una mujer con una carta del marqués de Santa Lucía, presidente de la república constituida en la manigua,
reiterando la intimación de la rendición en las mejores condiciones, ofreciendo paso libre hasta la capital
de la provincia a cambio de la entrega de los fortines. Cascorro no tenía un gran valor estratégico, era uno
más de los puntos ocupados en la distribución de las fuerzas para el control del territorio. Esencialmente,
se trataba de atraer allí la atención del capitán general Weyler y hacerle alterar su plan de campaña, que
estaba acabando con la insurrección en las provincias del Pinar del Río, Matanzas y Las Villas, como ya había
acabado con la misma en la de La Habana. El capitán Neila rechazó de nuevo la intimación y, a continua-
ción, se reanudó el fuego, que continuó con intensidad variable durante los días siguientes.

El día 30 fue la fecha de la hazaña. En la madrugada de ese día, los mambises atacantes habían ocupado
sigilosamente la casa de Manuel Fernández, a unos 50 metros del fortín. Desde ella hacían un fuego muy
efectivo sobre el mismo, incomunicándolo además con los otros. La situación se hacía extremadamente
grave. El parte de guerra del capitán Neila dice textualmente:

«[...] se intentó quemar dicha casa por medio de botes de petróleo que no dieron resultado,
visto lo cual, se presentó voluntario el soldado Eloy Gonzalo García para dar fuego a aquella,
con la condición de que lo atasen con una cuerda para tirar de él y no quedar en poder del
enemigo en caso de morir».

El capitán aceptó el ofrecimiento de Eloy Gonzalo que, atado con una cuerda, provisto de cerillas y una lata
de cuatro litros de petróleo, apoyado por todos los fuegos del fortín, salió del mismo, se dirigió a la referida
casa de Manuel Fernández y la incendió, regresando a continuación sano y salvo. Aprovechando el fuego,
el capitán ordenó al teniente Perier que hiciese una nueva salida con un cabo y veinte soldados, uno de los
cuales fue Eloy Gonzalo. Con ello se consiguió dispersar a los que evacuaban la casa y a los que estaban
atrincherados en sus inmediaciones, los que tuvieron que replegarse a la manigua próxima, haciéndose
menos agobiante el cerco y menos efectivo su fuego.

El día 2 de octubre el fuego de fusilería se vio de nuevo reforzado con el de los cañones. La acción por el
fuego continuó, con mayor o menor intensidad, hasta la tarde del 4 de octubre, cuando los atacantes que-
maron sus trincheras y se retiraron. Era que venía avanzando una columna mandada personalmente por el
comandante general de Camagüey, el general Jiménez Castellanos, que había salido de Minas –al noreste
de Puerto Príncipe–, el día 3, sosteniendo duros encuentros en el ingenio Oriente, forzando las sucesivas
líneas de resistencia, muy bien dispuestas por Máximo Gómez, en los potreros Lugones, Delirio y Conchita,
el día 4.

La columna estaba formada por los batallones expedicionarios de los Regimientos Cádiz y Tarragona, un
batallón del María Cristina (que no se ha podido saber si era el de Eloy Gonzalo), una compañía de Zapa-
dores, los Tiradores de Camagüey y una sección de Artillería de Montaña; en total unos mil ochocientos
hombres, trescientos caballos (de las guerrillas montadas) y dos cañones de montaña.

110 Parece sorprendente que una columna de mil ochocientos hombres atacase e hiciese retroceder a una fuer-
za de cinco mil, pero hay que tener en cuenta la superioridad en instrucción y adiestramiento, así como la
superioridad de su armamento, los fusiles Mauser de repetición, españoles y argentinos, contra los Reming-
ton, Winchester y demás armas que llevaban las partidas, armadas en forma heterogénea y menos efectiva.

Después de un nuevo combate el día 5, en las cercanías de Cascorro, por fin, al amanecer del día 6, la
Columna del general Jiménez Castellanos llegaba al pueblo y liberaba a su heroica guarnición, después de
aquella difícil marcha, jalonada por combates desde la salida de Minas. Los tres fortines de Cascorro habían
recibido doscientos diecinueve proyectiles de cañón Höffins. Los daños fueron tales que uno de ellos, el
llamado de García, tuvo que ser abandonado y construido de nuevo. Las bajas habían sido cuatro muertos,
once heridos y seis contusos.

El mismo día 6 fue relevado el destacamento, quedando incorporada la compañía de Eloy Gonzalo a la Co-
lumna del general Jiménez Castellanos. Al día siguiente, emprendió la marcha de regreso a Puerto Príncipe,
en la que, en la misma jornada, tuvo lugar el combate del Callejón de San Joaquín, del que hubo que des-
alojar a los mambises que lo habían ocupado; el del potrero Durán (otro encuentro de menor importancia
cerca de Palmarito) y un rudo combate en este último punto, en el que hubo que recurrir al fuego artillero.
En estos combates tomó parte Eloy Gonzalo con su compañía integrada en la columna citada.

Desde que salió de Minas el día 3, hasta que, el día 8, llegó a Bagá, –donde el general Jiménez Castellanos
transmitió su parte al capitán general–. La columna había sostenido dieciséis combates. Todo ello figura en
la aludida reseña de El Imparcial, del 15 de octubre de 1896.

El parte del capitán Neila dice que «[…] toda la fuerza ha dado relevantes pruebas de disciplina, valor y
resistencia […]» y, a continuación, cita por su comportamiento especialmente distinguido, a los primeros
tenientes Carlos Perier y Silverio Rodríguez, al segundo teniente Julio Muñoz, a los sargentos José López.
Juan Marín y Gregorio Tropel (antes citado como jefe del pelotón de Eloy Gonzalo), y añade que:

«Merecen especial mención el cabo Agustín Magadán Guerrero que, siendo furriel no descui-
dó un momento el suministro de toda la fuerza estando casi constantemente en la trinchera
tomando parte en la primera salida, así como el soldado Eloy Gonzalo García quien, además
del hecho que arriba se menciona, fue voluntario en las dos salidas [...]».

El parte termina señalando que «se han distinguido también las clases e individuos de tropa cuya relación
se adjunta». Por la heroica defensa de Cascorro fueron concedidas varias recompensas. En concreto, a Eloy
Gonzalo le fue concedida la Cruz de Plata del Mérito Militar con distintivo rojo, pensionada con 7,50 ptas.
mensuales vitalicias, por real orden, de 29 de abril de 1897 (D. O. n.º 96). Esta condecoración había sido
creada por decreto de 9 de diciembre de 1868 como recompensa para las clases de tropa. La única laurea-
da se concedió, tras el preceptivo juicio contradictorio, al capitán Neila. Además de dichas recompensas
oficiales, el casino español de Puerto Príncipe concedió a todos los defensores de Cascorro una medalla
de plata conmemorativa, de notable valor artístico, que les fue entregada uno a uno en un emotivo acto.
Asimismo, la Junta Patriótica Española en La Guaira, sucursal de la Central en Caracas, envió a Eloy Gon-
zalo, junto con su felicitación, un donativo de 210 ptas., cantidad muy respetable entonces. Tanto el pre-
sidente de dicha junta, Antonio Morales, como el cónsul, Enrique de Pereira, en sus respectivos escritos
aprovechan la oportunidad para felicitar al general Weyler por su brillante campaña en la isla. En los escritos
que se cursaron con este motivo, puede verse el interés que pusieron todos los mandos que tuvieron que
intervenir, las fechas dejan ver que todas las comunicaciones se despacharon con la mayor rapidez. Pese
a ello, se ven unas tardanzas que corresponden a las del correo entre Venezuela y Cuba y especialmente
entre Matanzas (sede del regimiento) y la unidad de Eloy Gonzalo, destacada en operaciones en aquel
momento, en la llamada Cuarta Zona de la misma provincia.

El donativo venía en forma de letra cursada a la orden de la casa Salvador Güell e Hijos, de Tarragona.
Para que el héroe recibiera esa cantidad completa, sin que se le descontara la comisión correspondiente,
el capitán general ordenó que su regimiento se la abonara íntegra y se endosara la letra a la Caja General
de Ultramar. Todo ello hizo que, aunque la carta firmada por Antonio Morales en nombre de la junta lleva
fecha de 13 de diciembre de 1896, Eloy Gonzalo cobró tan generoso y patriótico donativo el día 14 de
marzo siguiente, en el ingenio Socorro, en la citada provincia de Matanzas.

El Ayuntamiento de Madrid le envió un escrito de felicitación, a través del Ministerio de la Guerra. 111

Cruz de plata al Mérito Militar con distintivo rojo

EL MARCO BÉLICO

Si vis pacem para bellum, esta vieja y sabia máxima no la tuvo en cuenta el gobierno liberal de Sagasta
cuando presentó a las Cortes y consiguió que se aprobara, al disponer de mayoría, el presupuesto de 1893,
que llamó «Presupuesto de la Paz», con el que trataba de conseguir una gran reducción del gasto público,
reduciendo notablemente el presupuesto militar. Ello dejó al Ejército y la Armada muy reducidos tanto en
efectivos, como en medios y en operatividad. Cuando en septiembre de 1893 las cabilas rifeñas atacaron
Melilla, la reducida guarnición apenas pudo hacer frente a masas armadas mucho más numerosas, en una
difícil defensa en la que abundaron los hechos individuales de sobresaliente valor y que costó la vida al
general García Margallo, comandante general de la plaza. Como dice Fernández Almagro, fueron estímulos
para el levantamiento en Cuba:
«[…] la reducción de las fuerzas militares que guarnecían la Gran Antilla, a consecuencia del
llamado “Presupuesto de la Paz”, las deficiencias acusadas en la movilización impuesta por la
azarosa campaña de Melilla y en el armamento y la formación técnica del combatiente... Y el
general Weyler señala que: llegó el año 1894 en que se introdujeron considerables economías
en el presupuesto de Cuba, reduciendo mucho su Ejército, sin contar con que el Gobierno
liberal [...] en el presupuesto de 1893, que se llamó “de la Paz”, con optimismo tan fuera de
la realidad que inmediatamente surgieron los acontecimientos de Melilla [...] se conspiró des-
caradamente, se entraron armas y se precipitó la revolución, creyendo los conspiradores que
aquel era el momento más propicio, teniendo en cuenta los sucesos de Melilla [...]».

La guarnición de la isla quedó reducida a siete regimientos de Infantería con 1.850 hombres cada uno,
un batallón de Cazadores, dos regimientos de Caballería, un batallón de Artillería a pie (así se llamaba
entonces) con una batería de montaña, un batallón mixto de Ingenieros y tres tercios de la Guardia Civil.
Los efectivos de la Armada eran proporcionalmente más reducidos aún y claramente insuficientes para la
vigilancia de un litoral de 3.500 km, más un sinnúmero de islas e islotes que multiplicaban las dificultades
de dicha vigilancia. Por último, estaba la necesidad no atendida por las deficiencias del presupuesto, de
112 artillado de los puntos de la costa que se prestaban a desembarcos importantes, como después se vio con
los grandes cargamentos que llegaban a las playas cubanas y se desembarcaban sin que nada lo impidiese
o al menos lo dificultase. Quedó reducida a 15.900 hombres, la totalidad de los efectivos militares en la isla.

Tan decisiva fue esta situación que la insurrección iba a estallar ese mismo año 1894, cuando el Partido
Revolucionario Cubano, fundado y dirigido por el poeta José Martí, había organiza una expedición con tres
barcos cargados de material de guerra y cuatrocientos hombres armados y equipados, a las órdenes de
Antonio Maceo, que una vez desembarcado en Cuba, había de entrar en contacto con otros grupos desem-
barcados en distintos puntos y con las partidas levantadas en otros lugares de la isla. El plan, enmascarado
con el pretexto de llevar a Cuba maquinaria y trabajadores, fracasó por una información que permitió que
el ministro de España en Washington requiriera la intervención del Gobierno de Estados Unidos que, cum-
pliendo con su deber, ordenó la detención, registro y decomiso del cargamento, que quedó confirmado
que era material de guerra.

Decididos como estaban los independentistas cubanos y sus apoyos peninsulares e internacionales a llevar
a cabo la insurrección, el descubrimiento y consiguiente fracaso del Plan de Fernandina solo la aplazó y,
finalmente, estalló el 24 de febrero de 1895 –aprovechando el domingo de carnaval–, con el Grito de Baire,
en esta pequeña localidad de la provincia de Oriente. El alzamiento fracasó en las provincias de La Habana
y Matanzas, no llegó a estallar en la de Las Villas y ni siquiera se intentó en la de Pinar del Río, pero en las
de Oriente y Camagüey se fue extendiendo, como dice Fernández Almagro «de poblado en poblado, de
ingenio en ingenio y de potrero en potrero».

Pronto las partidas alzadas, que sumaban efectivos muy superiores a los de las disminuidas fuerzas espa-
ñolas, con un heterogéneo armamento norteamericano y europeo, recibido en expediciones filibusteras
procedentes de Estados Unidos, emprendieron la tarea de extender la insurrección a toda la isla, llevando
la guerra de guerrillas a sangre y fuego a las provincias occidentales, donde el llamado «Ejército Libertador»
se presentó con el calificativo de «Ejército Invasor», sembrando el terror, destruyendo la riqueza existente,
llegando a emplear la dinamita contra las vías férreas y demás obras públicas, haciendo que los pueblos
se les sometiesen, huyendo o entregándoles las armas los voluntarios que los defendían, sin atreverse a
resistir. Hubo que movilizar e ir enviando refuerzos, poco a poco, en sucesivas expediciones. Como puede
verse leyendo a Fernández Almagro, al general Weyler, a Gonzalo de Reparaz, etc., el Presupuesto de la Paz
trajo la guerra y, en vez de los ahorros que se pretendieron con el mismo, hubo que hacer gastos mucho
mayores.

En Cuba había surgido una guerra civil entre partidarios de la unión con España y los partidarios de la
independencia. A pesar del componente racial negro con Maceo, Quintín Banderas, Juan Gualberto Gó-
mez, etc., la guerra no tenía en Cuba carácter de guerra colonial como en Filipinas. El principal dirigente y
animador de la insurrección, el poeta José Martí, era hijo de un sargento valenciano y nació en La Habana
por razón del destino de su padre. Pero, en Madrid, fue lector de la logia masónica Armonía y, cursando
el doctorado en Zaragoza, desapareció de esta ciudad y, a través de Francia, marchó a Nueva York, donde
empezó a actuar activamente para preparar la insurrección.
Él fue el autor del Plan de Fernandina y el principal impulsor de los preparativos de la insurrección cuando,
a pocos años de la paz del Zanjón y de la guerra Chiquita, parecían muy escasas sus posibilidades. También
estaba una gran parte de los grandes propietarios de la provincia de Oriente, que habían pagado un gran
tributo de sangre en la insurrección anterior, la llamada guerra Larga o de los Diez Años. También estaban
el marqués de Santa Lucía, Bartolomé Masó y José Miró Argenter, los dos últimos, peninsulares nacidos
en Cataluña. Entre los citados hacendados de Oriente destacaban los hermanos Vicente y Calixto García
Iñiguez, especialmente este que fue el más preparado y eficaz entre los generales de la insurrección y que
al estallar esta se encontraba en Madrid, empleado en un banco en el que es presumible que tuviese inte-
reses propios, dada su condición de gran hacendado de Cuba. Esta tardanza en incorporarse a la insurrec-
ción, no sabemos si fue porque no veía claras sus posibilidades porque estaba sometido a una vigilancia y
le era difícil evadirse, o porque estaba cumpliendo una misión de apoyo a la insurrección, como otros, en
Madrid; lo cierto es que, al presentarse en la provincia de Oriente, se le asignó la comandancia general de
la misma, con gran decepción de José Maceo que iba a ser el designado.

La aludida división entre los cubanos puede decirse que nació como consecuencia de aquellos tres reales
decretos de 1837 que, según escritos de aquella época, produjeron gran consternación y considerable
indignación, mayor aún en las clases más cultas, ya que ello suponía que Cuba, hasta entonces conside- 113
rada como una parte de España, pasaba a tener la consideración de colonia. En esencia, se establecía en
dichos reales decretos que la constitución vigente en España no se aplicaría en Cuba ni en Puerto Rico,
que quedaban sometidas a la autoridad del capitán general y gobernador general como en los territorios
coloniales de otros países.

Entonces se empezó a hablar de colonias, palabra que no se encuentra en los documentos de los siglos
anteriores, cuando los territorios españoles de América eran reinos y provincias de Indias o de Ultramar,
pero no colonias como los territorios ingleses y franceses. Desde entonces cundió un cierto resentimiento
contra la metrópoli, cristalizó en distintas conspiraciones y sobre todo en aquella guerra de los Diez Años,
iniciada, un mes después de la revolución de 1868, por Carlos Manuel de Céspedes y López del Castillo,
seguido por la mayoría de los grandes propietarios de Oriente y Camagüey.

Volviendo a la insurrección que nos ocupa, cuando aún esta estaba casi reducida a las provincias de Oriente
y Camagüey, el 19 de mayo, murió Martí, en un encuentro en Dos Ríos, cerca de Santiago de Cuba. Con
él se fueron sus ideas de guerra culta y Máximo Gómez y Antonio Maceo, en su marcha a las provincias
occidentales, llevaron a cabo la guerra de destrucciones y represalias características de los movimientos in-
surreccionales revolucionarios, sobre todo Maceo, ante cuya proximidad huían atemorizados gran parte de
los habitantes de los pueblos. Maceo, que inició su marcha en Mangas de Baraguá, jurisdicción de Santiago
de Cuba, recorrería más de 1.000 km en la misma.

Cuando la expedición de la que formaba parte Eloy Gonzalo desembarcó en La Habana, las fuerzas de
Máximo Gómez recorrían su provincia y la de Matanzas sin que nadie las detuviera y las de Maceo mar-
chaban por el sur de la primera a cumplir su objetivo, que era invadir la provincia de Pinar del Río. En La
Habana, la Navidad de 1895 estuvo marcada por la tristeza y el temor, ante la proximidad de las huestes
revolucionarias, que lógicamente no podían atreverse con un objetivo tan difícil como la capital. Maceo,
ídolo de la población de color, seguía la marcha a su objetivo, llegando el 22 de enero al pueblo más occi-
dental de Cuba, Mantua, donde presidió una reunión de su ayuntamiento y organizó una fiesta en el casino.

El 10 de febrero desembarcaba en La Habana el teniente general Weyler, marqués de Tenerife, nuevo ca-
pitán general, nombrado por el nuevo Gobierno de Cánovas, por recomendación del prestigioso capitán
general Martínez Campos, que lo consideraba como el único que tenía todas las condiciones necesarias
para resolver el grave problema surgido en Cuba.

Las acertadas y enérgicas medidas tomadas por el nuevo capitán general empezaron a dar su fruto inme-
diatamente. Entre otras, rehabilitó y reforzó la trocha de Júcaro a Morón, que había quedado casi abando-
nada y que había sido cruzada con facilidad. Estableció la trocha de Mariel a Majana, que dejó aislado a
Maceo en Pinar del Río. Después, con los refuerzos recibidos, fue atacando a las fuerzas de Máximo Gómez,
que tuvo que volver a cruzar la trocha de Júcaro a Morón antes de que terminara de hacerse infranqueable.
Empezó el acoso a las fuerzas de Maceo que, encerradas entre la trocha de Mariel y el mar, no tenían más
apoyo que lo quebrado del terreno, sobre todo desde que, el 28 de abril, la lancha cañonera Mensajera
apresó el vapor filibustero Competidor, que había llegado a aquella costa con un gran cargamento de ar-
mas y municiones.

Así, con continuos reveses de las partidas insurrectas en las provincias occidentales llegó el mes de sep-
tiembre, en que la provincia de Camagüey vio gran parte de sus campos ocupados por partidas, en gran
parte venidas de Oriente, y que sumaban unos cinco mil hombres, como ya se ha dicho.

Se trataba de atacar y ocupar algunos poblados y cortar las comunicaciones de Puerto Príncipe, para crear
una situación de alarma que obligara al capitán general a modificar su despliegue, aligerando su presión
sobre el apurado Maceo, en vista de que habían sido inútiles todos los intentos de cruzar la trocha para
llevarle refuerzos.

El aislamiento de la capital de Camagüey por las fuerzas de Máximo Gómez fue tal, que su comandante
general supo que estaban atacando Cascorro y que después pensaban atacar Guáimaro y San Miguel de
Nuevitas, porque que se lo comunicó desde La Habana el capitán general, a cuyo conocimiento llegó
por su servicio de información que le había hecho llegar una confidencia a través del comandante militar
de Santa Cruz del Sur. Así, cuando el ataque a Cascorro, se encontraba bastante cercano el Consejo de
114 Gobierno de la insurrección, con su presidente, el marqués de Santa Lucía, su vicepresidente, el catalán
Bartolomé Masó, y su secretario de guerra, el polaco Roloff.

DESPUÉS DE CASCORRO

Después del regreso a Puerto Príncipe, Eloy Gonzalo se encontró de nuevo en su regimiento, en servicio
de operaciones de campaña por la provincia, en la misma situación que antes de marchar al destacamento,
escenario de su hazaña. Las acciones más notables en las que tomó parte fueron los combates que tuvieron
lugar, el 28 del mismo mes de octubre, en las fincas Sonora y San Rafael, nuevamente contra las fuerzas
mandadas directamente por Máximo Gómez, que establecieron un dispositivo de aislamiento entre la capi-
tal de la provincia de Camagüey y la parte oriental de la misma, donde Calixto García, con sus partidas de
Oriente repitió contra el destacamento de Guáimaro el ataque en el que Máximo Gómez había fracasado
ante Cascorro.

De nuevo, el general Jiménez Castellanos tuvo conocimiento del ataque a Guáimaro por su servicio de
información, a través del comandante militar de Santa Cruz del Sur. Sin embargo, esta vez el auxilio llegó
tarde, el mismo día 28, en el que tenían lugar los combates citados sobre las líneas establecidas por Máxi-
mo Gómez, el destacamento de Guáimaro se rendía a Calixto García, que desde entonces tendría en las
filas insurrectas un prestigio superior incluso al de Máximo Gómez. Ello dio lugar a un incremento de las
acciones de las columnas volantes en las zonas limítrofes de las provincias de Camagüey y Oriente.

De esta intensa actividad da idea la carta en la que Eloy Gonzalo contestó a su amigo Mariano Rico que le
había escrito desde Chapinería. En ella dice que por ser la columna volante de la que formaba parte la úni-
ca en aquella zona, estaba continuamente de operaciones en el campo. Ello tuvo como efecto el disminuir
la actividad de las partidas en Camagüey y el desplazamiento de la mayor parte a la provincia de Oriente,
volviendo, en cierto modo, a quedar la insurrección como en sus primeros meses.

LOS ÚLTIMOS MESES

A primeros de febrero de 1897, poco antes de cumplirse un año de que el general Weyler se hiciera cargo
de la Capitanía General de Cuba, la insurrección estaba prácticamente acabada en todas las provincias al
oeste de Camagüey, quedando solo por reducir la temible Ciénaga de Zapata, zona de selva pantanosa
del sur de la provincia de Matanzas, refugio seguro de muchas partidas, de difícil penetración, que exigía
contar con buenos prácticos locales, además de lo terriblemente insano de su ambiente, que hizo contraer
enfermedades mortales a muchos de los que permanecieron algún tiempo en ella.
Dada la favorable marcha de las operaciones, por una orden general, de fecha 5 de dicho mes, fue mo-
dificado el despliegue del Ejército de Operaciones de Cuba, lo que significaba oficialmente el fin de la
campaña de Pinar del Río. El batallón de Eloy Gonzalo, antes destacado en Puerto Príncipe, regresaba a la
provincia de Matanzas, en la que iba a participar en las operaciones de limpieza en la citada Ciénaga de
Zapata y sus proximidades, al igual que en la reducción de las pequeñas partidas que quedaban dispersas
por la manigua.

En cumplimiento de la orden general citada, el día 16 del mismo mes, el 1.er batallón del Regimiento de
Infantería María Cristina n.º 63 y en su 10.ª compañía, Eloy Gonzalo salía por ferrocarril de Puerto Príncipe
para Nuevitas, en cuyo puerto embarcó a bordo del vapor María Herrera y desembarcó en La Habana, el
día 18, continuando el viaje por ferrocarril hasta regresar a Matanzas, donde tenía la sede su regimiento,
para seguir desde allí hasta la zona asignada, donde quedó prestando servicio de operaciones de campaña
en las proximidades de la laguna de Macurijes, cercana a la ciénaga citada. En esa situación estaba cuando
recibió, en el ingenio Socorro, el 14 de marzo, el generoso donativo de la Junta Patriótica de España en La
Guaira y al recibir la notificación de que se le había concedido la Cruz de Plata del Mérito Militar.

El 24 de abril terminaron las operaciones de limpieza de la Ciénaga de Zapata y el 26 pudo el general


Weyler cursar al ministro de la Guerra un parte dando cuenta de la completa pacificación de las provincias 115
de Pinar del Río, La Habana y Matanzas. Como dice Fernández Almagro: «prosperaba en las villas y en
Matanzas, no digamos en La Habana y en Pinar del Río, una sensación de victoria española que abatía la
moral del enemigo».

Tren militar con fuerzas españolas en Cuba. Archivo General Militar de Madrid, sig. F.05933
Sin embargo, en el norte de la provincia de Oriente, la insurrección recibía un poderoso refuerzo al desem-
barcar, en la playa de Banes, al norte de Holguín, un alijo de armas y municiones más importante que todos
los anteriores, que había sido llevado por el polaco Roloff en una arriesgada expedición. Se trataba nada
menos que de 2.480 rifles, un cañón de 120 milímetros, otro de dinamita, un colt automático, 2.500.000 de
cartuchos, tres mil para cañón, otros tres mil para el de dinamita, quince mil para el colt y 3 t de dinamita,
más ciento cuarenta cajas de medicamentos y otros suministros. Ello fue posible por no haberse construi-
do todavía en Banes el fuerte que el general Weyler había ordenado que se construyera en un punto que
dominase dicha playa.

Volviendo a la zona de la provincia de Matanzas, donde operaba la unidad de Eloy Gonzalo, podemos decir
que este poco pudo gozar del resultado victorioso al que había contribuido, ya que empezó a sentirse mal,
con la natural resistencia inicial a ser evacuado. Cuando al fin, el 6 de junio, ingresó en el hospital militar
de la capital de aquella provincia, tenía una enterocolitis ulcerosa, de la que falleció el día 18. El héroe va-
liente hasta la temeridad, ejemplo de valor para todas las generaciones de soldados que le han sucedido,
respetado por tantas balas que habían silbado a su alrededor, era una más de las muchas víctimas de las
aguas contaminadas y los mosquitos de la temida Ciénaga de Zapata y de las zonas pantanosas próximas.
116

EPÍLOGO

Como hemos dicho, Eloy Gonzalo había desembarcado en La Habana, como soldado voluntario, el 9
de diciembre de 1895, cuando toda Cuba estaba revuelta y las partidas insurrectas recorrían libremente
sus campos, no existiendo orden y seguridad más que en las poblaciones. A su muerte la situación había
cambiado totalmente, gracias a la eficacia del plan de campaña del general Weyler. Se había restablecido
la normalidad en toda la zona al oeste de la trocha de Júcaro a Morón (Camagüey), en la que de nuevo
había orden y seguridad, circulaban normalmente los medios de transporte y se habían reanudado todas
las actividades agrícolas, industriales y comerciales. Pero el asesinato de Cánovas dio la vuelta completa a
la situación. El nuevo presidente del Gobierno, que era otra vez Sagasta, lo destituyó, cuando ya tenía todo
dispuesto para la última fase de la campaña, contra los reductos de la insurrección, en Oriente y Camagüey.
Y ello pese a todas las manifestaciones y protestas y peticiones por escrito, que fueron muchas, tanto en
Madrid, como en La Habana.

El nuevo incremento de la actividad insurreccional dio pie de nuevo a los Estados Unidos a amenazar
con su intervención si España no era capaz de resolver el problema cubano. Estaba claro su interés en el
comercio del azúcar, entonces llamado oro blanco. El enfrentamiento en Estados Unidos entre los jingoes
intervencionistas y los contrarios a la intervención terminó finalmente predominando aquellos sobre estos,
tras las campañas de prensa llevadas a cabo contra España. La explosión del Maine les dio el pretexto que
necesitaban.

Después se vio, cómo con un ejército que no había sido derrotado, que había vencido a la insurrección casi
totalmente y que estaba en condiciones de volver a hacerlo, España perdía la guerra, tras la irresponsable
decisión de aquel gobierno que envió a Cuba unos barcos que hacía años que necesitaban reparación o
sustitución y que solo podían ir como fueron, a regalar a los norteamericanos la victoria que necesitaban y
que en tierra veían imposible.

En efecto, después de los combates en El Caney y Santiago de Cuba, la misma prensa que había provoca-
do la intervención norteamericana protestaba ahora de aquella aventura ante el gran número de bajas que
habían dejado diseminadas las fuerzas desembarcadas. En un escrito obrante en el Servicio Histórico Militar
puede leerse una información de Washington que decía que hasta se estaba pensando en la conveniencia
del reembarque. La destrucción de la flota del heroico y competente almirante Cervera, puso de nuevo la
suerte en contra de España y llegó lo que se llamó «el Desastre» por la pérdida de Cuba.

Cuando ya estaba decidido el abandono de Cuba, estaba claro que los restos de los héroes caídos más
destacados tenían que ser trasladados a España para su inhumación en tierra española, donde recibieran
además el homenaje que por su heroísmo merecieron. Por real orden, de 10 de noviembre de 1898, fue
aprobada la repatriación de los restos de Eloy Gonzalo, junto con los de los generales Santocildes y Vara de
Rey, que habían muerto en combate dando ejemplo de heroísmo a sus hombres. Ello se efectuó en el vapor
San Ignacio, que zarpó de La Habana el 7 de diciembre de 1898 y arribó a Santander el 20 del mismo mes.
Desde allí fueron trasladados por ferrocarril a Madrid, donde fueron recibidos e inhumados, con los honores
de ordenanza, en el cementerio de la Almudena y, posteriormente, trasladados al mausoleo dedicado a los
caídos de Cuba y Filipinas.

En sesión de 20 de octubre de 1897, el Ayuntamiento de Madrid había acordado la construcción de un


monumento en la plaza del Rastro, para el que se eligió el proyecto del escultor Aniceto Marinas, sobre el
pedestal proyectado por el arquitecto Salaverry. En esa plaza, llamada desde entonces de Cascorro, pode-
mos ver el monumento, que fue inaugurado el 5 de mayo de 1902 por S. M. el rey Alfonso XIII, con enorme
asistencia de público, según las reseñas periodísticas de la época. El homenaje del municipio de Madrid se
completó al dar el nombre de Eloy Gonzalo a la calle que une las glorietas de Quevedo y Sorolla.

Al homenaje se adhirieron los ayuntamientos de Chapinería y San Bartolomé de Pinares, que elevaron sen-
dos monumentos al héroe, que había residido en los mismos.

Ahora, en el centenario de su muerte (1897-1997), los españoles tenemos que recordar con admiración a 117
Eloy Gonzalo como soldado ejemplar, paradigma de virtudes militares, modelo a admirar e imitar por los
soldados de ahora y de siempre, orgullo de Madrid, que le vio nacer, de Chapinería, que le vio crecer y de
la Infantería española, en cuyas filas luchó y, como decía El Imparcial hace ciento un años: «llevó su valor y
su abnegación a un límite sobrehumano».

FUENTES

ARCHIVO CENTRAL DE LA GUARDIA CIVIL. Documentación personal del carabinero Eloy Gonzalo García.
SERVICIO HISTÓRICO MILITAR: Sección Ultramar (Legajos de Cuba). Recopilación de historiales de Rey
Jolly. Documentación personal del soldado Eloy Gonzalo García.
HEMEROTECA MUNICIPAL. Colecciones de El Imparcial y La Ilustración Española y Americana.

BIBLIOGRAFÍA

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FERNÁNDEZ ALMAGRO, M. (1968). Historia Política de la España contemporánea. 1868-1902. Madrid.
GUITERAS, P. J. (1928). Historia de la isla de Cuba. Cultural S.A. La Habana, La Moderna Poesía, Librería
Cervantes.
ISIDRO MÉNDEZ, M. (1925). Martí. Estudio biográfico. Madrid.
MENÉNDEZ CARABIA. (1896). La Guerra de Cuba, Madrid.
PARDO CANALÍS, E. (1984). Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro. Madrid (Ciclo de conferencias sobre Madrid
en el siglo XIX).
REVERTER DEL MÁS, E. (1897). Cuba española. Reseña histórica de la insurrección cubana en 1895. Barce-
lona, Editorial Alberto Martín.
WEYLER, V. (1910). Mi mando en Cuba. Madrid, Editorial Felipe González Rojas.
LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DE LA GUERRA
HISPANO-CUBANA-AMERICANA
Ignacio Uría Rodríguez1

INTRODUCCIÓN 119

Uno de los aspectos desigualmente estudiados de la guerra de independencia de Cuba, librada entre
1895 y 1898, es el diplomático y en sentido más amplio el de las relaciones internacionales2. En especial,
si lo comparamos con las abundantísimas investigaciones dedicadas a Cuba desde el triunfo de la Re-
volución castrista en 1959, que también despertó el interés por la etapa republicana comprendida entre
1902 y 1958.

Los motivos de todo lo anterior son variados. Por un lado, el tardío nacimiento de las relaciones interna-
cionales como disciplina autónoma, que se produjo en el mundo anglosajón después de la Gran Guerra
de 1914, debido al impacto que tuvo en los imperios existentes y su carácter de prólogo de la Segunda
Guerra Mundial. Por otro, la influencia de la historiografía estadounidense –volcada en la guerra de Cuba
por tratarse de la primera librada por su Armada– y los escasos estudios sobre la proyección internacional
de España en la última década decimonónica.

A finales del XIX, España se había convertido en una pequeña potencia en claro declive (equiparable al
Portugal de Carlos I o a Dinamarca, donde los reformistas de izquierda habían conseguido una mayoría
parlamentaria), ausente además de los grandes sistemas bismarckianos establecidos a partir de 1870. Si-
tuada en la periferia continental a nivel geográfico y político, había pasado, en menos de un siglo, de ser
un imperio a una nación marginal por su debilidad económica y militar, un Estado «casi extraeuropeo»3 que
poco o nada podía ofrecer. Además, su turbulenta situación sociopolítica provocaba un ensimismamien-
to que supeditaba la actuación internacional a la situación interna, donde los gobiernos se sucedían con
velocidad. En consecuencia, la política exterior se caracterizaba por un repliegue que, paradójicamente,
intentaba evitar tanto el aislacionismo, como la actuación militar en el exterior.

¿Qué solución busca ante un panorama tan lúgubre? Encontrar el amparo de alguna de las tres grandes
potencias europeas: Alemania, Gran Bretaña o Francia. Al principio, el de la emergente Alemania del joven
emperador Guillermo II (aun en la treintena), país con la segunda flota naval del mundo (por detrás de Gran
Bretaña) y que había comenzado una expansiva política exterior alejada de la diseñada por Bismarck, más
defensiva y continental, enfocada al aislamiento de Francia, objetivo compartido por España debido a la
rivalidad con los franceses en Marruecos.
1
 Doctor en Historia Contemporánea. Profesor doctor acreditado de la Universidad de Alcalá, miembro del Grupo de
Investigación de Historia Reciente (GIHRE) de la Universidad de Navarra y colaborador como investigador senior
del Institute for Cuban and Cuban-American Studies (ICCAS) de la University of Miami. Le fue concedido el Premio
Internacional Ateneo Jovellanos de Historia (2011).
«La dimensión internacional de la guerra hispano-cubana-americana». En: Anales de la RACV. Op. cit., vol. II, pp.
657-692.
2
 Entendida la primera como las relaciones entre las cancillerías de los países y la segunda entre los pueblos.
3
 VILAR, J. B. (1996). «Las relaciones internacionales de España». En: Paredes, J. (coord.). Historia contemporánea de
España (1808-1939). Barcelona, Ariel, p. 307.
120

Otto von Bismarck. Wikipedia. Dominio público.

Otra opción era Gran Bretaña, con la que había intereses comunes para frenar la expansión norteamericana
y ningún problema acerca de la política continental con la salvedad de Gibraltar, enclave estratégico por ser
la puerta del Mediterráneo. La última posible aliada era Francia, nación con la que había vínculos históricos
y culturales, pero que aspiraba a la hegemonía en el Magreb y que además apoyaba a los republicanos
españoles, factor de inestabilidad interna y amenaza para la Restauración de 1874.

Por lo que se refiere a los territorios ultramarinos, la inestabilidad en Cuba y Filipinas (menor en Puerto Rico)
ponía a prueba la capacidad española para mantener la soberanía, objetivo primordial de todos los gobier-
nos pese a que el rendimiento económico de esas islas había descendido significativamente. Sin embargo,
conservarlas pasaba por ser una cuestión de orgullo nacional, reforzado por el temor al hundimiento de
la Restauración borbónica, sistema político que había terminado con la inestabilidad del breve reinado de
Amadeo de Saboya (1871-1873, donde se cambió de Gobierno en seis ocasiones) y también con el radica-
lismo de la Primera República (1873-1874, con cuatro presidentes en once meses).

ESPAÑA EN EL CONCIERTO INTERNACIONAL

Pese a todo, el orden mundial ya no se fijaba solo por la posición en las alianzas internacionales o las cone-
xiones dinásticas, sino que cada vez influía más el desarrollo militar. Una potencia imperial debía contar con
una flota naval poderosa y una infantería bien entrenada y pertrechada, pero también con bases carbonífe-
ras y de aprovisionamiento, además de comunicación por cables submarinos.

A finales del XIX, España no destacaba en ninguno de esos aspectos y el Gobierno español lo sabía. Por
eso se centró en renovar su pacto más importante, los Acuerdos Mediterráneos (firmados en 1887 para
contener la expansión francesa)4, pero también otros que afectaban a los territorios del Pacífico, desper-
digados en un área equivalente a la superficie de Europa occidental. Por ejemplo, el Pacto de Roma, que
había solucionado la disputa con Alemania por las islas Carolinas.

 Firmados en 1887 por Gran Bretaña, Alemania e Italia, poco después se unieron Austria-Hungría y España. Por su
4

carácter secreto, no se habían ratificado en las Cortes.


121

Práxedes Mateo-Sagasta. Real Academia de la Historia

En 1897 (tercer año de la guerra de Cuba) el Gobierno liberal de Práxedes Mateo Sagasta se apartó de la
política de mano dura del anterior presidente, el conservador Antonio Cánovas del Castillo, e inició contac-
tos con los rebeldes cubanos para alcanzar un armisticio. José Canalejas5, diputado y hombre de confianza
de Sagasta, encabezó estas conversaciones, iniciadas a finales de octubre. Con 43 años y después de haber
sido ministro, Canalejas se había alistado como voluntario en la guerra de Cuba, obteniendo la Cruz del
Mérito Militar por su valerosa actuación en el campo de batalla. Su compromiso con la paz iba más allá que
el de la mayoría de los parlamentarios.

Para lograrlo, Canalejas apostó por conseguir el apoyo de Francia, hasta entonces neutral, intentando no
provocar recelos en el emperador alemán, que tenía un carácter pirotécnico. La causa española contaba
con la simpatía del ministro francés de Negocios Extranjeros, Gabriel Hanotaux6, conocido por su anglofo-
bia, que también dedicaba a los Estados Unidos. No se trataba solo de palabras: al estallar la insurrección
en 1895, Francia prestó a España 15.000.000 ptas. en oro para la construcción de los cruceros Patriota y
Rápido. Según el emperador austro-húngaro Francisco José, solo Francia se había mostrado partidaria de
España desde el principio de la guerra.

Hanotaux ordenó al embajador en Washington, Jules Cambón7, que se reuniera con Canalejas. El papel
de Cambón resultaría crucial, ya que facilitó el compromiso de Francia en las conversaciones españolas
con los Estados Unidos, asimismo, ayudó a limitar los efectos militares y económicos del conflicto per-
judiciales para España. ¿A qué respondió esa ayuda? Francia temía el expansionismo norteamericano
(que podía perjudicar sus intereses en Indochina) además de ser un aliado de Gran Bretaña, que gracias
a Gibraltar controlaba el acceso al Mediterráneo y podía dificultar el control francés en sus colonias nor-
teafricanas.

5
 José Canalejas Méndez (1854-1912), líder del Partido Liberal Fusionista tras la muerte de Práxedes Mateo Sagasta.
Republicano y anticlerical, Canalejas negoció con habilidad durante la guerra de independencia cubana, pese a
que consideraba que «el problema de Cuba debe resolverlo el Ejército». El Noroeste, 6 de julio de 1898. Murió
asesinado en Madrid en 1912 por el anarquista Manuel Pardiñas.
6
 Un detallado perfil biográfico de Hanotaux en: HAMS, Thomas M. (1962). Dreyfus, Diplomatists and the Dual
Alliance. Gabriel Hanotaux at the Quai d’Orsay, 1894-1898. Ginebra, pp. 19-28.
7
 Jules Cambón (1845-1935) fue un diplomático francés que influyó enormemente en la diplomacia de fin de siglo.
En octubre de 1897 fue nombrado embajador en los Estados Unidos, puesto desde el que vivió la capitulación de
España y la firma del Tratado de París de 1898. En 1902 pasó a ser embajador en Madrid.
El acercamiento a Francia conllevó el respaldo de Rusia, que dependía de los bancos franceses para impul-
sar su incipiente industrialización y que rivalizaba con Alemania en los Balcanes. En el fondo, tanto Francia,
como Rusia querían que España conservara sus dominios antillanos, ya que la pérdida de Puerto y Rico y
Cuba alteraría el equilibrio geoestratégico no solo en el Caribe y Centroamérica, sino en el Extremo Orien-
te –las Filipinas eran un objetivo estadounidense declarado– con la consiguiente amenaza para la Siberia
oriental, en particular, el enclave portuario de Vladivostok.

El temor franco-ruso acerca de los Estados Unidos era infundado en gran medida, ya que el ejército nor-
teamericano apenas contaba con experiencia (sus últimos enfrentamientos habían sido las guerras indias
concluidas en 1870) y lo formaban unos veinticinco mil hombres. Sin embargo, el rápido crecimiento pobla-
cional y su belicismo auguraban una fulgurante transformación hasta convertirlo en una poderosa fuerza in-
vasora, al menos para intervenir contra las repúblicas centroamericanas y eventualmente en Rusia oriental.

En definitiva, Francia reavivó las menguadas opciones de España, pero también descubrió un peligro: que
utilizase las posesiones españolas en el Pacífico y el Caribe para salvaguardar sus colonias africanas. Al ca-
recer de mejores opciones, Sagasta corrió el riesgo, ya que España carecía del respaldo de Alemania 8 y de
Gran Bretaña, de los que solo esperaba la neutralidad.
122
Por lo que respecta a los británicos, estos no obstaculizaban la política exterior de los Estados Unidos siem-
pre que se respetaran sus rutas comerciales y que se limitaran a expandirse en el continente americano9 a
costa de cualquier otro que no fueran ellos (poseían el Dominio de Canadá y las islas caribeñas de Jamaica,
Trinidad y Tobago y Honduras británica, además de otras más pequeñas). A partir de 1895, sin embargo,
Gran Bretaña buscó una alianza estable con Washington, política impulsada por Joseph Chamberlain, mi-
nistro de colonias, y Arthur Balfour, ministro del Tesoro y en 1898 sustituto del primer ministro Robert Gas-
coyne-Cecil, lord Salisbury, en el Foreign Office). En el fondo, su objetivo era que los norteamericanos se
entretuvieran con los españoles y si había una guerra, mejor.

Arthur James Balfour. Wikipedia. Dominio público

8
 Un estudio sobre los antecedentes de la postura alemana puede verse en ÁLVAREZ GUTIÉRREZ, L. (1994). «La
diplomacia alemana ante el conflicto hispano-norteamericano de 1897-1898: primeras tomas de posición». En:
Hispania, LIV/1, n.º 186, Madrid, pp. 201-256.
9
 Sobre las relaciones angloamericanas a finales del siglo XIX, Cfr. NEALE, R. G. (1966). Great Britain and United States
Expansion. 1898-1900. Michigan (EE. UU.).
Según el embajador español en Londres, Emilio Alcalá Galiano10, la prioridad de Gran Bretaña eran sus
colonias africanas. En especial, el canal de Suez y el ocupado sultanato de Egipto, pero también el África
Oriental Británica (actual Kenia), el delta del río Níger y la Costa de Oro británica (Ghana). De América no
se preocupaban, si bien imponían un veto diplomático a las potencias europeas que perjudicaran sus re-
laciones con los Estados Unidos.

Los alemanes, por su parte, observaron con frialdad el desarrollo de la guerra de Cuba. Esto no impidió que
España, como hemos visto, buscara su apoyo, ya que las relaciones bilaterales habían sido tradicionalmente
buenas y la reina regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena, era austriaca. Guillermo II estaba a favor de
España y pensaba –sin mucho tino– que los españoles aplastarían con rapidez a los rebeldes cubanos. Pero
se trataba de un conflicto interno en el que no pensaba inmiscuirse, opinión que compartía su ministro de
Asuntos Exteriores, Bernhard Von Bülow.

Al contrario que el emperador, Von Bülow despreciaba el papel internacional de España11, pero su inquina
procedía de un agravio no olvidado: la ruptura española en 1894 del tratado de comercio bilateral con Ale-
mania, cuando Von Bülow era embajador en Roma y había transmitido información errónea al emperador
sobre las intenciones españolas. Sin ningún beneficio inmediato que obtener, Alemania continuó su política
exterior12 al margen de las peticiones de la reina María Cristina. Otras potencias menores, como Holanda
123
o Portugal, rechazaron intervenir por el mismo motivo: no tener nada que ganar en un enfrentamiento con
los Estados Unidos.

Las prioridades de las potencias estaban en otras zonas del mundo que ya habían provocado conflictos
recientes. Por ejemplo, las crisis de Portugal en el río Zambeze (1890), de Italia en Abisinia (1896) o de
Gran Bretaña en Venezuela (1896) pero, sobre todo, en ese mismo año de 1898, la crisis franco-británica de
Fachoda (que obligó a los franceses a renunciar a sus pretensiones en Sudán) y la imposición al Japón del
tratado de paz de Shimonoseki tras su guerra con China. Todo ello, sin olvidar el acuerdo anglo-alemán de
1898 para repartirse las colonias portuguesas al sur del Ecuador.

España necesitaba ofrecer a los eventuales aliados alguna ventaja similar a la obtendría con su apoyo. Sin
embargo, Sagasta necesitaba mucho a cambio de muy poco y no quería aprovechar las rivalidades entre
las grandes potencias por el riesgo de enemistarse con alguna de ellas y que pasaran a apoyar a los nor-
teamericanos.

La otra opción era comunicarse con los libertadores cubanos para alcanzar un alto al fuego: misión en-
comendada a Canalejas que se reunió en París con el representante del Partido Revolucionario Cubano,
Ramón Betances13, y en Nueva York con el director del influyente semanario revolucionario Patria, Enrique
José Varona. Tanto Betances, como Varona rechazaron un estatuto autónomo para la isla a cambio de la paz
y también posteriores contactos si no era para alcanzar la independencia14.

10
 El 12 de enero de 1898, Rascón sustituyó a Alcalá Galiano en la embajada de España en Londres.
11
 ESPADAS BURGOS, M. (1992). «Alemania y España: de la época bismarckiana a la Gran Guerra». En: Bernecker, W.
L. (ed.). España y Alemania en la Edad Contemporánea. Fráncfort del Meno (Alemania), p. 64.
12
 Según Guillermo II, Alemania tenía «la política mundial como misión, la potencia mundial como meta y el poder
naval como instrumento», ya que en el siglo XX Alemania sería «martillo o yunque». CAVA MESA, M.ª. J. (2001).
«Las alianzas europeas y la paz armada». En: Pereira, J. C. (coord.). Historia de las relaciones internacionales
contemporáneas. Barcelona, Ariel, p. 227.
13
 Ramón Betances Alacán (1827-1898), médico puertorriqueño epígono de los intelectuales antillanos comprometidos
con las guerras independentistas. Consagró su vida a luchar contra el colonialismo español y el naciente
imperialismo norteamericano, ideal en el que coincidió con Eugenio María de Hostos (1839-1903), otro destacado
independentista boricua. Ambos son ejemplo de cómo el ideal de la soberanía se convirtió en el motor de una
actuación que no distinguió entre países, ya que lucharon tanto por la independencia de Puerto Rico, como por la
de Cuba.
14
 RUBIO GARCÍA-MINA, J. (2000). «La diplomacia triangular España-Cuba-Estados Unidos (1895-1898)». En: Cortázar,
G. y Fondevila, O. (coord.). Cien años de historia de Cuba (1898-1998). Madrid, p. 86. Las cartas entre Estrada
Palma y Betances en: Correspondencia Diplomática de La Delegación Cubana en Nueva York durante la Guerra de
Independencia de 1895 a 1898. Tomos I y V. La Habana, 1943 y 1946.
La negativa a cualquier negociación había sido ordenada por los dos líderes del movimiento indepen-
dentista: Tomás Estrada Palma (designado por José Martí como su continuador político y futuro primer
presidente de Cuba) y el general en jefe Máximo Gómez. Con su oposición a una solución pactada contri-
buyeron al alargamiento del conflicto porque les empujaba a una victoria militar o a una intervención de los
Estados Unidos. Gómez prefería la primera posibilidad. Estrada Palma, que desconfiaba de la capacidad de
los cubanos para gobernarse, no rechazaba la segunda, aun a riesgo de una ocupación de la isla durante
largos años o, peor aún, una anexión.

Sin embargo, Sagasta necesitaba una solución inmediata y empujado por el ministro de Ultramar, Segis-
mundo Moret, hombre clave de su gabinete, decidió conceder la autonomía a Cuba y Puerto Rico. Los
Estados Unidos ya habían presionado para que esto ocurriera, enviando en 1897 al general Stewart l. Woo-
dford a Madrid como nuevo embajador.

124

Stewart Lyndon Woodford. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos

El presidente William Mckinley, que rechazaba entrar en la guerra, pensaba que la situación se calmaría con
el autogobierno y podría iniciarse el acercamiento de ambas partes, terminando con la amenaza sobre las
inversiones norteamericanas en Cuba. De no ser así, se inclinaba a reconocer oficialmente como beligeran-
tes a los rebeldes cubanos, régimen legal que permitiría enviarles ayuda militar.

Sagasta y Canalejas sabían que la apuesta autonomista jamás traería la paz definitiva. Quizá uno o dos años
sin combates, tiempo que los cubanos emplearían en reorganizarse, convirtiéndose en el prólogo de la
pérdida de Cuba y causa de gravísimos trastornos en las regiones industriales españolas que exportaban
a Cuba (Cataluña, Vizcaya...) donde aumentaría el paro, con las consiguientes revueltas y aumento de la
violencia anarquista y socialista.

Pese a todo, el 25 de noviembre de 1897, el Gobierno español otorgó la carta autonómica de Cuba, primer
estatuto concedido a una provincia de Ultramar.
UN CONFLICTO INTERNACIONAL

El 1 de enero de 1898 comenzó el régimen autonómico15 de Cuba, presidido por el abogado liberal José
María Gálvez. La autonomía había provocado un amplio debate en la prensa peninsular, pero los liberales la
apoyaban y los conservadores la aceptaron. Ambos estaban de acuerdo en que era el último recurso para
intentar frenar la violencia.

Los independentistas cubanos rechazaron el autogobierno. Por un lado, les parecía el último truco para
desmovilizar a la población, pero también temían que pudiera tener éxito y debilitar el secesionismo. Los
integristas pro-españoles consideraban la autonomía una rendición política que solo empeoraría las cosas.

El 13 de enero, La Habana se despertó con violentos disturbios callejeros. Las dudas iniciales acerca de su
autoría quedaron aclaradas al oírse proclamas como «Viva Weyler, muera Blanco»16 o «Sagasta, traidor».
Los inductores parecían ser oficiales del Ejército español y civiles de la Unión Constitucional. La turba allanó
propiedades, destrozó mobiliario público e incendió tranvías. También se atacaron empresas y negocios
norteamericanos o pertenecientes a simpatizantes del Partido Liberal Autonomista de Gálvez. Tres periódi-
cos sufrieron represalias: el españolista Diario de la Marina, por no ser lo suficientemente beligerante con 125
el autogobierno recién estrenado, el autonomista La Discusión, por su ideario liberal, y el independentista
El Reconcentrado. Este último había llamado corrupto al exgobernador civil de La Habana, José Porrúa, y
acusado al general Weyler de urdir un alzamiento militar en Cuba. Finalmente, la policía atajó la violencia
con más violencia, lo que provocó la destitución del gobernador civil, José María Bruzón, y del jefe de la
policía de La Habana, Fernández de Castro. El madrileño Blanco y Negro escribió entonces:

«Grande alarma produjo en la Península las noticias de La Habana últimamente recibidas por
el cable. Se creyó al principio en una sedición militar con posibles y poderosas ramificaciones.
Más tarde, interpretóse la abortada revuelta como un acto de manifiesta hostilidad contra el
régimen autonómico recientemente instaurado. Por fin, todo el mundo ha podido hallar en los
pasados sucesos [...] una manifestación de despecho por parte de los elementos mal avenidos
con el nuevo régimen. [...] lo que fue en un principio protesta contra la calumnia se convirtió
en un motín de carácter político»17.

En los EE. UU., la prensa presionó a Mckinley para que interviniera de una vez. El presidente consideraba
el motín como una muestra de la división del Ejército español, incapacitado ya para garantizar los intereses
norteamericanos en la isla. En La Habana, el cónsul Fitzhugh Lee le pidió a Mckinley que desplazara una
escuadra naval de manera inmediata, pero este, que mantenía una mínima esperanza de evitar la guerra,
envió un solo barco de guerra.

El 25 de enero, el USS Maine atracó en La Habana. Los revolucionarios podían interpretar su llegada como
un respaldo indirecto a su causa, algo que Washington quería evitar. El Maine era un crucero acorazado de
los recién fabricados para competir con las armadas alemana y británica. Con veinticinco cañones, 500 t
de armamento y una tripulación de 355 hombres, se trataba de una poderosa máquina de guerra. El em-
bajador británico en Washington, Julian Pauncefote, alertó el 26 de enero al primer ministro Salisbury del
peligro que entrañaba un buque de este tipo en Cuba, especialmente si se producía algún tipo de enfren-
tamiento callejero con la marinería «La presencia del Maine en La Habana se presta mucho a ser la excusa
para demostraciones de hostilidad que complicarían seriamente la situación. Nada vendría tan bien a los
intereses de los separatistas como incidentes de este tipo»18.

15
 La Carta Autonómica constaba de setenta artículos divididos en nueve títulos. El Parlamento Insular tenía dos
sedes: una Cámara de Representantes (sesenta y cinco integrantes) y un Consejo de Administración (treinta y cinco
miembros, dieciocho electivos y diecisiete vitalicios por designación real). Podía legislar sobre justicia, interior,
economía y hacienda y obras públicas. La metrópoli, representada por el gobernador general, se reservaba las
relaciones internacionales y el Ejército.
16
 El capitán general Ramón Blanco era el nuevo gobernador general de Cuba. Sustituía al general Valeriano Weyler,
conocido por sus medidas represivas contra la población civil y por haber frenado los avances de los revolucionarios
cubanos.
17
 Blanco y Negro. Madrid, 23 de enero de 1898.
18
 BALFOUR, S. (1997). El fin del imperio español (1898-1923). Barcelona, p. 33.
Pese a la tensión, el capitán del Maine, Charles Sigsbee, recibió un trato cordial. Visitó la ciudad y asistió
a una corrida de toros y, ya por la tarde, cablegrafió a su esposa, a la que le comentó que los disturbios se
resolverían pronto porque el nuevo gobernador militar español, Ramón Blanco, parecía tener la situación
bajo control. Por su parte, España, envió su barco más moderno, el Vizcaya, a Nueva York en visita oficial.
De este modo, se justificó ante el Ejército y la opinión pública española la llegada del Maine a Cuba.

DOS HECHOS FATÍDICOS: DUPUY DE LÓME Y EL MAINE

Cuando parecía que la situación se encauzaba, dos acontecimientos lo alteraron todo: uno, las críticas del
embajador español en los Estados Unidos contra McKinley; el otro, el hundimiento del Maine en polémicas
circunstancias. El primero se conoció el 9 de febrero, cuando The New York Journal, diario sensacionalista
de William Hearst, publicó una carta del embajador Enrique Dupuy de Lôme19 a José Canalejas.

La carta era inmediatamente posterior al discurso del presidente norteamericano ante el Congreso de
126 diciembre de 1897. En la epístola, Dupuy de Lôme criticaba el autonomismo de Sagasta por ser una ma-
niobra dilatoria e inútil y calificaba a McKinley como «débil y populachero», temeroso de los radicales de su
partido y entregado a la prensa amarilla, a la que quería satisfacer en todo momento.

Ciertamente, Dupuy de Lôme no había perdido ocasión de demostrar, tanto en informes privados, como
en actos públicos, su condescendencia con McKinley20. Este desprecio coincidía con el de muchos esta-
dounidenses que consideraban al presidente un pusilánime. Incluido el subsecretario de Marina y futuro
presidente, Theodore Roosevelt, que atacó a McKinley por sus eternas dudas para entrar en la guerra21.

¿Cómo se conoció la carta de Dupuy? Porque se la robaron a Canalejas mientras se encontraba en Cuba.
La sustrajo un secretario provisional que había contratado en La Habana, Gustavo Escoto, que reconoció
el membrete de la Legación Española en los Estados Unidos y se la envió a Tomás Estrada Palma a Nueva
York. Por supuesto, a Estrada Palma le faltó tiempo para difundirla y el 9 de febrero se la entregó al sub-
secretario de Estado norteamericano, William R. Day, a través del abogado Horatio S. Rubens. Esa misma
noche, Washington exigió una disculpa al Gobierno de Sagasta y el relevo del embajador Dupuy de Lôme.
De nada sirvieron las explicaciones del Gobierno de Madrid, que sustituyó a Dupuy por Luis Polo de Ber-
nabé el mismo 10 de febrero. Hasta su llegada, el primer secretario de la Legación, Juan Dubosc Jackson,
sería el diplomático en los Estados Unidos22.

El 11 de febrero, The New York Journal publicó la carta con un titular desmedido: El peor insulto a los
Estados Unidos en su Historia23. La reacción se convirtió en una seria advertencia para España, los EE. UU.
parecían dispuestos a intervenir en Cuba a la mínima oportunidad que se les diese.

En Madrid, El País, principal diario republicano, publicó un editorial titulado La guerra con los Estados Uni-
dos. El final del texto resulta premonitorio «Los Estados Unidos, que nos insultan y nos provocan, pueden

19
 Enrique Dupuy de Lôme Paulín (1851-1904), diplomático español. Sirvió en diferentes destinos (Japón, Bélgica,
Uruguay, Argentina) antes de llegar a los Estados Unidos en 1892. Coincidió con el segundo mandato del presidente
Grover Cleveland, con el que mantuvo una buena relación personal, algo que no logró con el republicano MckKinley.
El asesinato de Cánovas del Castillo y el cambio político ordenado por Sagasta obligaron a Dupuy de Lôme a
buscar una pacificación que personalmente rechazaba. El 10 de febrero de 1898 presentó su dimisión y le sustituyó
Luís Polo de Bernabé. Tras su paso por la legación estadounidense se le destinó a Alemania e Italia.
20
  Cfr. Documentos presentados a las Cortes en la legislatura de 1898 por el Ministro de Estado. Madrid, 1898, p. 104.
21
MOORE, W. H. (1998). «A Splendid little War?». En: Mellizo, C. y Núñez Ladeveze (coords.). España, Estados Unidos
y la crisis de 1898. Reflexiones para un centenario. Madrid, p. 26.
22
 Juan Dubosc Jackson y López de Haro (1854-1929). Comenzó su carrera diplomática en 1879 como agregado en el
Ministerio de Estado y cuatro años más tarde, en 1883, se le destinó a Londres. Realizó gran parte de su carrera en
América (EE UU, Chile, Cuba, Canadá). Archivo Histórico Nacional (en adelante, AHN). Guía diplomática y consular
de España. Madrid, 1908, pp. 622-623.
23
SMITH, J. (1994). The Spanish-American War. Conflict in the Caribbean and the Pacific 1895-1902. Harlow (Dakota
del Norte, Estados Unidos), p. 40.
tener por seguro que han de comprar muy cara la victoria, si acaso en el libro del destino está escrito que
al terminar el siglo XIX pierda España los últimos restos de sus posesiones en América».

Por si fuera poco, cuatro días más tarde, el 15 de febrero, se produjo el estallido del Maine. Murieron 266
de los 355 tripulantes y se contabilizaron 59 heridos. El capitán Sigsbee comunicó al departamento de
Marina: «El Maine estalla por los aires en el puerto de La Habana a las nueve cuarenta de la noche y es
destruido»24.

127

Marinos del crucero Alfonso XII ayudando al rescate de cadáveres del acorazado Maine en La Habana (Cuba). Archivo
General Militar de Madrid, sig. F.05917

Pulitzer y Hearst sabían que había llegado el momento de incendiar la opinión pública y, de paso, multipli-
car sus ingresos como nunca. La influencia de sus periódicos era inmensa: distribuían más de un millón de
ejemplares diarios en cuarenta ediciones, para lo que habían reducido el precio de cinco centavos a uno25.

El 17 de febrero, The New York Journal tituló: Destrucción del buque de guerra Maine por el enemigo. El
subsecretario de Marina Roosevelt está convencido de que la explosión no fue un accidente y ofreció una
recompensa de $ 50.000 por la captura de los autores del atentado. Por supuesto, nadie reclamó nunca ese
dinero. A su vez, The World conjeturó: «Estalla el Maine por causa de una bomba o un torpedo» y Hearst

24
H
 AYDOCK, M. D. (1998). «This Means War». American History. Vol. 32, n.º 6, January-February 1998, p. 46. Desde
la óptica española cfr. GÓMEZ NÚÑEZ, S. (1898). «La catástrofe del Maine». Memorial de Artillería. Serie IV. Madrid,
enero-junio de 1898. Tomo IX, pp. 281-291. También, COMPANYS I MONCLÚS, J. (1991). España en 1898: entre
la diplomacia y la guerra, Madrid. Y REMESAL, A. (1898). El enigma del Maine. El suceso que provocó la guerra de
Cuba ¿Accidente o sabotaje? Barcelona. El punto de vista norteamericano en SIGSBEE, Ch. (1899). The “Maine”.
An Account of Her Destruction in Havana Harbour, NY. Una perspectiva general en PÉREZ, L. A. (1989). “The
meaning of the Maine: causation and the Historiography of the Spanish-American War”. Pacific Historical Review,
58. Los Ángeles, pp. 293-322.
25
 SÁNCHEZ ARANDA, J. J. (1999). Luces y sombras en la vida de un periodista genial, Pamplona, p. 153.
abrió una suscripción popular para erigir un monumento a los fallecidos y comenzó a vender con sus perió-
dicos un juego de mesa llamado Guerra con España.

El cónsul en Cuba, Lee, conjeturó acerca del hundimiento: «es evidente que oficiales españoles debieron
de colocar unos 100 kg de algodón pólvora en un barril y luego dejar que chocara contra el Maine»26. A la
indignación estadounidense también contribuyeron las declaraciones de Roosevelt: «El conflicto cubano
debe ser detenido. El Maine fue hundido por un sucio acto de traición española»27. El entonces famoso
poeta Richard Hovey declaró: «Los que recuerden El Álamo, que se acuerden del Maine»28, origen de la
famosa frase «Acuérdate del Maine y al infierno con España».

En la izquierda española, el líder sindical Pablo Iglesias aprovechó el suceso para atacar al Gobierno en El
Socialista:

«Los Estados Unidos han promovido los movimientos insurreccionales cubanos, no para que
los habitantes gozaran de mayores libertades, sino para [...] ser dueños de su mercado. Si la
autonomía concedida a Cuba tiene eficacia para producir la paz, pronto lo hemos de ver. De
no tenerla, la independencia de la isla se impone enseguida, porque la burguesía española
128 carece de dinero para continuar la guerra, y porque el proletariado español ni se opondrá a
dicha independencia ni se halla dispuesto a dar más hombres para que sean sacrificados en
los campos de Cuba»29.

Pese a la crítica situación, McKinley decidió una vez más no intervenir e incluso ofreció, por última vez,
comprar Cuba por $ 300.000.00030, proposición que Sagasta rechazó. El 3 de marzo, El Heraldo de Madrid
reconocía la debilidad militar española:

«No por el gusto de descubrir y lamentar nuestra inferioridad, sino porque estamos conven-
cidos de que la serie de nuestras desdichas no acabará nunca [...] establecemos una compa-
ración entre la rapidez de las construcciones navales yankees y la lentitud de las nuestras [...].
Ningún secreto violamos al hacer esta confesión. El Gobierno de los Estados Unidos conoce
muy bien el estado de nuestras fuerzas navales [...] ni siquiera la probabilidad de una guerra
exterior nos ha sacado de nuestra apatía».

Después de nuevas declaraciones del cónsul lee, apoyando a los rebeldes, el ministro de Ultramar, Moret,
le retiró el plácet diplomático. Su expulsión de Cuba se convirtió en gasolina en manos de Hearst y Pulitzer.

La fase final prebélica había comenzado. El 7 de marzo, el contraalmirante Segismundo Bermejo, ministro
de Marina, recibió un informe del jefe de la flota del Atlántico, Pascual Cervera, sobre la relación de fuerzas
de las escuadras española y estadounidense. Sus consideraciones concluyeron: «Nuestras fuerzas en el
atlántico son aproximadamente la mitad de las de los Estados Unidos, tanto en tonelaje como en potencia
de artillería». Cervera concluía que, aun en el supuesto de una victoria naval:

«No por eso cambiaría el resultado final de la campaña, porque el enemigo no se daría por
vencido: y es insensato que pretendiéramos vencer en riqueza y producción a los Estados Uni-
dos, que se repondrían mientras nosotros agonizábamos, aún victoriosos, dando lugar a que
el resultado final fuese un desastre»31.

26
 THOMAS, H. (1997). «La explosión del Maine». En: Juliá, Santos (coord.). Memoria del 98. Barcelona, pp. 101-106.
27
MAY, E. R. (1961). Imperial Democracy. The Emergence of America as a Great Power. Nueva York, pp. 133-147.
28
La expresión fue –Ye who remembered the Alamo, Remember the Maine–. HUTTON, P. A. (2011). “T. R. Takes
Charge”. En: HUTTON, P.l A. (ed.). Western Heritage: A Selection of Wrangler Award-Winning Articles. Norman
(Oklahoma, EE. UU.), p. 281.
29
 Citado en AMORES CARREDANO, J. B. (1998). Cuba y España, 1868-1898. El final de un sueño. Pamplona, pp.
259-260.
30
 MAURA GAMAZO, G. (1919). Historia crítica del reinado de Alfonso XIII durante su minoría de edad bajo la regencia
de su madre doña María Cristina de Austria. Barcelona. Tomo I, pp. 359-360. También COMPANYS i MONCLÚS, J.
Op. cit., p. 242.
31
 MARÍN, F. «La estrategia militar en la guerra de Cuba». En: Melliizo y Núñez Ladevéze (coord.). Op. cit., p. 63.
El embajador en Madrid, Woodford, transmitió el pesimismo español a McKinley. Su despacho se basó en
una conversación con un industrial cercano a Sagasta: «Entendí –escribió Woodford– que [Sagasta] decía
estar enterado de que España saldría batida en cualquier lucha con Estados Unidos; que temía que esa
lucha fuera inevitable, pero que, pese a esto, todos los buenos españoles aceptarían sin dudarlo la salida
bélica»32.

Woodford explicó también el desaliento de la reina, de la que había recibido una carta suplicante y cons-
ternada:

«He hecho cuanto usted me ha pedido o sugerido. He ido tan lejos como me ha sido posible.
He cambiado el gobierno. El general Blanco intenta aliviar el sufrimiento de Cuba. Este horri-
ble calvario me parte el corazón. He concedido la autonomía y perseveraré en este empeño
hasta el final. Creo que ahora, si el presidente McKinley es amigo mío, debería estar dispuesto
a poner algo de su parte»33.

Para dar una imagen de normalidad, el Gobierno autónomo de Cuba convocó, el 8 de marzo, las primeras
elecciones insulares en las que se elegirían 65 parlamentarios y dieciocho de los 35 miembros de la se-
gunda cámara, llamada Consejo de Administración. Obviamente, la convocatoria pasó sin pena ni gloria, 129
aventada por el vendaval prebélico.

En Madrid, Sagasta había recibido confirmación desde diferentes ámbitos de la superioridad naval nortea-
mericana. Sin embargo, no podía evitar que la flota española entrara en combate por lo que se ordenó al
almirante Cervera que se enfrentara a los norteamericanos en Santiago de Cuba, puerto oriental en el que
había fondeado para aprovisionarse. Cualquier otra decisión tendría consecuencias internas imprevisibles.
Paradójicamente, la guerra exterior fue el único medio de garantizar la paz interior.

LA MEDIACIÓN INTERNACIONAL

A finales del siglo XIX, como hemos comentado, la diplomacia mundial había empezado una evolución
desde un sistema exclusivamente europeo a otro global. ¿Por qué se produjo ese cambio? Básicamente,
por la desigualdad militar entre grandes y pequeñas potencias derivada del diferente desarrollo técnico.

El concierto internacional se basaba en el equilibrio –inestable, eso sí– de las cinco grandes naciones eu-
ropeas: Alemania, Francia, Gran Bretaña, Rusia y Austria-Hungría, con Italia, España y Portugal en segundo
plano.

Gran Bretaña se beneficiaba del desarrollo económico de sus colonias y de la alta tecnificación industrial;
Rusia, marcada por la derrota de la guerra de Crimea, se debatía entre la represión autocrática de los zares
y el subdesarrollo agrícola, pero tenía mucha población y un ejército numeroso; Austria-Hungría, sin em-
bargo, se desangraba por los nacionalismos y su flota, aunque amplia, estaba anticuada, mientras que Ale-
mania reforzaba su marina de guerra para respaldar el expansionismo del káiser Guillermo II. Francia, por
último, se había incorporado totalmente a la revolución industrial gracias a la estabilidad política alcanzada
en la III República, lo que reforzó su presencia en África (el Magreb, Congo, Senegal, Sudán, Somalia...) y
Asia (Palestina, Siria e Indochina) hasta convertirse en la segunda potencia colonial.

Entre las cinco había tres grupos: una nación en plenitud (Gran Bretaña), dos en ascenso (Alemania y Fran-
cia) y dos en declive (Austria-Hungría y Rusia). Este escenario no podía durar más tiempo y, efectivamente,
se sustituyó poco a poco por un «sistema mundial de superpotencias»34 al que se incorporaron Japón y los
Estados Unidos, si bien de un modo secundario. No podemos olvidar que Europa era la vanguardia mun-
dial en todos los campos (político, militar, colonial), especialmente en el económico: en 1900, el 90 % de

32
COMPANYS I MONCLÚS, J. Op. cit., p. 337.
33
 Citado en MARTÍNEZ DE SAS, M.ª. T. (2000). La Casa de Borbón. 1808-2000. Madrid. Tomo II, pp. 616-617.
34
 SECO SERRANO, C. (1995). «Las relaciones internacionales en la transición al siglo XX». En: Jover Zamora, J. M.ª.
(dir.). Historia de España Menéndez Pidal. Tomo XXXVIII. Madrid, p. XXVI.
las inversiones extranjeras mundiales procedían del Viejo Continente, que además producía el 70 % de la
fabricación industrial mundial y controlaba el 60 % del comercio internacional.

La jerarquía dentro del grupo de potencias dependía de su capacidad armamentística del desarrollo indus-
trial y comercial que pudiera alcanzar, este último basado tanto en las exportaciones, como en el consumo
interno, cada vez más importante debido al aumento del nivel de vida. La población, por tanto, era también
un factor clave.

Entre todos los imperios, Gran Bretaña actuaba como el policía internacional, tanto por tradición, como por
su poderío militar, algo que Alemania –pese a ser la primera potencia industrial– aceptó dada su relativa
inexperiencia en tales funciones. Por lo que respecta a Francia, nunca pudo medirse con los ingleses en
este cometido (salvo en el siglo XVIII, cuando se alió con España) y Rusia era una potencia continental con
una fuerza naval insuficiente para erigirse en juez de los asuntos mundiales.

En estas circunstancias llegó a Washington el nuevo embajador español, Polo de Bernabé35, que presentó
sus credenciales el 12 de marzo de 1898. Su estancia iba a ser efímera (poco más de un mes), si bien pro-
tagonizó una misión histórica: entregar la declaración de guerra a los Estados Unidos.
130
En España, la reina María Cristina desplegó una notable actividad para intentar evitar lo inevitable. La
regente sabía que el problema cubano era peligroso, ya que la obligaba a elegir entre entrar en guerra y
salvar así el trono para su hijo Alfonso o aceptar la independencia de Cuba y arriesgarse a perderlo todo.
La corona se debatía entre la defensa del honor patrio y una opinión pública cansada de una guerra larga,
lejana y sin visos de poder ganarse a corto plazo. El tiempo, además, apremiaba.

María Cristina de Habsburgo-Lorena. Wikipedia. Dominio público

El Gobierno español inició a la desesperada una ronda de entrevistas con los embajadores de Austria-Hun-
gría. El conde Victor Dubski, que aconsejó que se pidiera la mediación del emperador Francisco José, de
Francia. Jules Patenôtre, ex-embajador francés en Washington, que aseguró que, si Austria planteaba una

 Luis Polo de Bernabé Pilón (1854-1929). Diplomático español nacido en Londres. Trabajó en diferentes embajadas
35

y legaciones de primer nivel (El Cairo, Lisboa, Roma, Berlín o Londres) antes de llegar a Washington en sustitución
de Enrique Dupuy de Lôme –cargo, por cierto, que ya había ocupado su padre, el almirante José Polo de Bernabé–.
Posteriormente, adquirió el rango de senador vitalicio. AHN, Guía, pp. 691-692.
iniciativa de paz Francia la respaldaría. Por último, con el embajador alemán, Joseph María Von Radowitz,
que se unió a la propuesta de que los austro-húngaros dieran el primer paso «parece natural que dos na-
ciones católicas y emparentadas se apoyen».

El acuerdo europeo de paz parecía posible. Sin embargo, no podría alcanzarse si faltaban el zar Nicolás
II y la reina Victoria de Inglaterra. La regente María Cristina había escrito el 14 de marzo a su tía Victoria:
«para contarle personalmente mi difícil situación, convencida de que me dará su poderoso auxilio y buen
consejo» para alcanzar un arbitraje europeo entre los Estados Unidos y España:

«Hace mucho tiempo que podíamos haber acabado con esta guerra si Norteamérica hubie-
se permanecido neutral, pero ininterrumpidamente ha estado enviando dinero, municiones
y armas a los rebeldes; ahora, cuando la insurrección está casi vencida, los norteamericanos
intentan provocarnos y arrastrarnos a la guerra, y esto es lo que quiero evitar a toda costa»36.

El 27 de marzo, el embajador ruso en Madrid, Dmitri Schewitsch, se reunió con la reina para asegurarle que
el zar apoyaba el arbitraje internacional, pero quería saber si la insurrección estaba «realmente derrotada».
La regente le dijo lo mismo que había transmitido a la reina Victoria:
131
«No puedo permitir que mi país quede humillado por los Estados Unidos [...] Hasta ahora no
he querido molestar a nadie con mis asuntos y lo hago ahora sólo para mantener la paz [...] Por
mi bien le suplico que me ayude. Sería desolador para mí si Inglaterra no cooperase con las
otras grandes potencias en este asunto»37.

Impulsada por el Gobierno, María Cristina intentó acercar a los dos bloques políticos, la Triple alianza (Ale-
mania, austro-Hungría e Italia) y la alianza franco-rusa, pero todos los contactos citados resultaron baldíos.
Solo quedaba la mediación de la Santa Sede38, sugerencia reiterada por el ministro de Exteriores alemán,
Von Bülow.

Gracias a León XIII, la Iglesia católica había recuperado una cierta influencia internacional que obligaba a
remontarse a los años del Concilio de Trento o, incluso, al esplendor medieval para encontrar un término
de comparación39.

En 1885, el papa había ayudado a España en el contencioso hispano-alemán por la soberanía de las islas
Carolinas y Palaos, en el Pacífico. Por otra parte, León XIII estaba sinceramente preocupado por la inter-
nacionalización de un conflicto que amenazaba a la propia Iglesia Católica, no solo en Cuba sino en toda
Latinoamérica. Si el imperialismo estadounidense se extendía por el continente. La Santa Sede sabía que
España le ayudaría en la «cuestión romana», disputa que enfrentaba a Italia con El Vaticano a causa de los
territorios pontificios arrebatados por Garibaldi durante la unificación transalpina. Si León XIII conseguía en
Cuba un acuerdo que evitara la entrada de los Estados Unidos en la guerra se aseguraría el respaldo espa-
ñol en las nuevas peticiones sobre la recuperación de una parte de los viejos enclaves pontificios.

¿Qué sucedió con las repúblicas latinoamericanas? En el último cuarto del XIX existía un movimiento de
cooperación económica y política entre esas naciones que había dado como primer fruto la Conferencia
Panamericana de 1888, en la que se habló de una unión aduanera. También de una incipiente cooperación
política que sirviera de contrapeso a los Estados Unidos, del que temían su expansión por todo el hemisfe-
rio, no solo militar y comercial, sino también cultural.

36
 Citado en MARTÍNEZ DE SAS, M.ª T. Op. cit., p. 618.
37
 TORRE DEL RÍO, R. de la. (1988). Inglaterra y España en 1898. Madrid, p. 81. La correspondencia entre las reinas
M.ª Cristina y Victoria, en: Buckle, George E. (ed.). (1932). The Letters of Queen Victoria. Tomo III. Londres, pp. 44-
45, 236-237, 239, 244 y 280.
38
 ROBLES, C. (1986). «1898: la batalla por la paz. la mediación de león XIII entre España y los Estados Unidos».
Revista de Indias, XLVI, número 177. Madrid, pp. 247-289 y OFFNER, J. (1987). “Washington Mission: Archbishop
Ireland on the Eve of the Spanish-American War”. The Catholic Historical Review LXXIII, pp. 562-575.
39
 Esta situación continuaría en el siglo XX con la actuación del papa Benedicto XV durante la Primera Guerra Mundial
y Juan Pablo II durante la Guerra Fría, y en el XXI con el papa Francisco en la guerra de Siria, el acercamiento Cuba-
Estados Unidos o el desarme de la guerrilla colombiana. Cfr. GRAZIANO, M. (2012). El siglo católico. Estrategia
geopolítica de la Iglesia. Barcelona.
Pese a que los cubanos esperaban un apoyo claro de las naciones iberoamericanas, estas no se comprome-
tieron. Según el delegado cubano en estos países, Arístides Agüero, casi todos temían la victoria estadou-
nidense, ¿acaso serían ellos los siguientes?, pero el conflicto los devolvía al romanticismo de sus propias
guerras de independencia. El argumento definitivo para declarar su neutralidad fueron las cuantiosas inver-
siones que recibían de los empresarios y bancos norteamericanos. Así que no ayudaron de manera efectiva
al movimiento revolucionario cubano: ni con dinero, más allá de colectas privadas, especialmente en chile40,
que no pasaron de ser anecdóticas, ni con armas, ni siquiera con presión internacional, a excepción de Brasil
(que apoyó las pretensiones estadounidenses sobre Cuba con la esperanza de aumentar sus exportaciones)
y Ecuador, presidida por Eloy Alfaro, que escribió a la regente María Cristina recordándole el resultado de las
guerras emancipadoras. Uruguay o Argentina se identificaron con las aspiraciones republicanas y liberales de
los mambises, pero su preocupación era conseguir el capital extranjero que procedía de los Estados Unidos.

El caso más doloroso lo protagonizó México (presidido por Porfirio Díaz), país que ejercía un poderoso
influjo en Latinoamérica por tamaño y por su historia. Estrada Palma envió a uno de sus mejores colabora-
dores, Nicolás Domínguez Cowan, para lograr que Díaz los proveyera de armas. Nada se consiguió, ya que
el Gobierno mexicano dependía de las inversiones norteamericanas e inglesas, sobre todo, en agricultura
(exportación de productos tropicales), minería y ferrocarriles, esenciales para vertebrar un país territorio tan
132 grande como México.

En síntesis, las repúblicas latinoamericanas deseaban la victoria revolucionaria, pero no querían enemistar-
se con los Estados Unidos, al que temían militarmente, pero que deseaban vender sus productos y atraer
inversiones en sectores estratégicos. Esta duplicidad indignó a los cubanos, como expresó con vehemencia
Manuel Sanguily (más tarde primer presidente del Senado Cubano y ministro de Estado), que acusó a las
naciones americanas de «traidoras y desleales por cobardes y egoístas»41. Como le ocurría a España, los
cubanos sufrieron el doble discurso de sus teóricos aliados.

LA RECTA FINAL HACIA LA GUERRA

El 29 de marzo, Mckinley exigió a España un armisticio inmediato hasta el 1 de octubre de 1898. De lo con-
trario, la intervención militar sería inevitable. Durante ese periodo, Washington mediaría entre España y los
insurrectos para finalizar la guerra. Sagasta contestó dos días más tarde aceptando la tregua si el congreso
autónomo de Cuba la ratificaba. Sin embargo, rechazó el arbitraje norteamericano y propuso de nuevo la
conciliación pontificia. El embajador en Madrid, Woodford, le aseguró al secretario de Estado, William Day,
que se trataba de lo máximo que España podía ofrecer.

El 1 de abril, el Gobierno español se aferró a la vía diplomática abierta por la Santa Sede. En este caso,
promovida por el mismo León XIII, que solicitó la intermediación de John Ireland (arzobispo de Saint Paul,
Minnesota) ante McKinley. El papa se había convertido en «el centro de los esfuerzos del último momento
por evitar la guerra con Estados Unidos», según el ministro británico de Exteriores, Arthur Balfour42.

Monseñor Ireland, veterano de la guerra de Secesión, había colaborado en la campaña presidencial de Mc-
kinley y mantenía una buena amistad con él. Sin embargo, temía que una gestión pacificadora exacerbara
el profundo anticatolicismo existente en Norteamérica, que además estaba muy extendido.

Pese a su resistencia interior, el prelado se entrevistó con McKinley, que le aseguró que deseaba evitar la
guerra e inesperadamente preguntó si podía contar con la ayuda vaticana para lograrlo. Según McKinley,
León XIII podía hacer dos cosas: conseguir que España firmara el armisticio propuesto dos días antes o bien
convencer a Sagasta para que les vendiera Cuba. Cuando Ireland informó de la reunión al delegado apos-
tólico en Washington, Sebastiano Martinelli, este le dijo que la misión había fracasado: «son condiciones
imposibles para España. Aceptarlas equivaldría a comenzar una guerra civil y quizá el fin de la monarquía».

40
 «Banquete a los chilenos». La Discusión. La Habana, 7 de noviembre de 1901. AHN, Fondo Correspondencia.
Sección Consulados (Habana 1901). Legajo H 1906, despacho 578.
41
 SANTOVENIA, E. y SHELTON, R. M. (1965). Cuba en su Historia. Tomo II. Miami, p. 267.
42
 BALFOUR, S. El fin del imperio, p. 37.
133

León XIII. Wikipedia. Dominio público

El secretario de Estado vaticano, Mariano Rampolla, comunicó a Madrid el informe de Ireland y manifestó
sus dudas acerca de qué quería decir el presidente americano al solicitar la ayuda vaticana. ¿Pensaba en
una mediación oficial o en simples gestiones personales con Sagasta? Al filtrarse la petición de Mckinley,
los belicistas cayeron sobre él, al que acusaron de buscar «el apoyo de los papistas cuando los papistas
eran enemigos de América».

McKinley le pidió a Ireland que no hablara con la prensa y que se fuera de vacaciones –hizo ambas cosas–,
pero le pidió al senador de Virginia Occidental, Stephan Elkins, que se mantuviera en contacto permanente
con el delegado pontificio, Martinelli43. La gestión del arzobispo de Saint Paul fracasó por tres razones: el
belicismo del congreso y la prensa, la tardanza de Ireland en realizar la gestión y, sobre todo, el rechazo a
que un papa influyera en la política de los Estados Unidos.

El embajador británico, Julian Pauncefote –que había sido subsecretario de Estado, es decir, un peso pesa-
do en el Servicio Exterior victoriano–, redactó entonces un documento en el que se solicitaba una moratoria
en las inminentes hostilidades.

Pauncefote era un hombre de mundo: nacido en Múnich y educado en París y Ginebra, había vivido varios
años en Hong Kong, donde ejerció como fiscal general y defendido los derechos de los peones collies,
que vivían en un régimen de semiesclavitud. Por tanto, su visión de la política y la diplomacia era amplia y
tolerante.

El documento contaba con el beneplácito del subsecretario de Estado americano y del delegado apostó-
lico vaticano. Como el británico, ambos pensaban que, si los embajadores actuaban conjuntamente y le
entregaban a McKinley, la más tarde conocida como nota Pauncefote-Day, el presidente podría retomar la
negociación. Los representantes de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, Austria-Hungría e Italia presen-
taron el escrito, en el que se apelaba a «los sentimientos de humanidad» del pueblo norteamericano y se
invitaba a Washington a aceptar el arbitraje de León XIII.

43
 FFNER, J. L. “Washington Mission: archbishop Ireland on the Eve of the Spanish-American War”. Catholic
O
Historical Review, pp. 562-575.
El Ejecutivo estadounidense respondió con ambigüedad, ya que no quería cegar ese canal diplomático,
pero tampoco parecer débil. Su respuesta oficial tuvo la virtud de permitir desdecirse de cualquier cosa
«España solo podría alcanzar la paz dando las garantías necesarias para el restablecimiento del orden, ter-
minando así la crónica situación de perturbaciones que tan profundamente daña los intereses y amenaza la
tranquilidad de Cuba [...] además del daño provocado a los sentimientos humanitarios»44.

En España, la prensa madrileña se opuso a la intermediación de León XIII. Incluso la prensa integrista ca-
tólica afirmó: «España no debe guarecerse en las sagradas vestiduras de Su Santidad, [sino] defender su
bandera y clavarla en el corazón de su agresor»45.

El patriotismo desmesurado apareció en todos los diarios, ya fueran conservadores, La Época, liberales, El
Heraldo de Madrid o El Imparcial, este último el de mayor tirada nacional, con unos noventa mil ejemplares
diarios, o republicanos, El País exigió entrar en guerra y El Progreso identificó la paz con la traición.

En provincias, sin embargo, la situación se veía con más frialdad, quizá por no sentir la presión política
madrileña. Algunos rotativos señalaban el atolladero hacia el que se encaminaba el país a causa de la in-
transigencia y el «patrioterismo» de unos pocos. Así, el diario catalanista La Renaixença aseguró que en el
134 Parlamento había tantos quijotes como en las llanuras de La Mancha, mientras que La Voz de Galicia opinó:
«España ha caído también en el jingoísmo. Y vamos a medias con ellos [los EE. UU.] también en este tema.
Hemos sido chauvinistas. Si viene la guerra [...], hemos de conservar la serenidad para estudiar el tremendo
lance en sus justas proporciones»46.

El 6 de abril, McKinley compareció en el Congreso para defender la neutralidad. Se sucedieron los argu-
mentos a favor y en contra de la guerra, pero no se logró un acuerdo que autorizara la intervención. Al día
siguiente, el Gobierno autónomo cubano envió un mensaje a Washington en los siguientes términos:

«El pueblo cubano [...] tiene derecho a gobernarse a sí mismo, de acuerdo con sus deseos y
aspiraciones. No sería en modo alguno correcto que una potencia extranjera le impusiera un
régimen político [...] contrario a su felicidad y a su conciencia. El pueblo de Cuba tiene una
gran esperanza en que el presidente de los Estados Unidos contribuya, usando su poder, a
restablecer la paz en Cuba bajo la soberanía de la Madre Patria»47.

Si los norteamericanos querían intervenir y los españoles deseaban evitarlo, ¿qué decían los insurrectos?
Según escribió el revolucionario Juan Gualberto Gómez desde París a Estrada Palma, España ya no podía
más:

«Traigo la impresión directa y fresca de que allí está todo agotado: recursos materiales, entu-
siasmo y fuerza moral. La pérdida de Cuba está descontada [...] No cedan ustedes un palmo
de terreno: no desmayen ni se dejen seducir por nadie sobre la independencia completa,
absoluta e inmediata: fuera de esa solución no acepten ninguna otra, pues si se sostienen en
esa tesitura, nos la reconocerán, dado que ni Europa entera puede hacer por España más que
votos platónicos, ni la depauperada patria del Cid tiene energía para sostener otra campaña
contra nosotros. No hagamos bancarrota a la hora del triunfo»48.

El diputado carlista Juan Vázquez de Mella resumió el sentir general peninsular: «Es ya impropio mendigar
de puerta en puerta una alianza que sabemos que no será concedida»49. Solo quedaba una alternativa:
ofrecer un armisticio a las fuerzas cubanas tal como deseaban los Estados Unidos. Sagasta se arriesgó y
suspendió la actividad militar en todos los frentes, ordenando al ministro de Estado, Pío Gullón, que lo
transmitiera a todos los embajadores en los siguientes términos:

44
 FONER, P. S. (1975). La guerra hispano-Cubano-americana y el nacimiento del imperialismo norteamericano 1895-
1902. Madrid. Tomo I, p. 327.
45
 El Siglo Futuro. Madrid, 5 de abril de 1898.
46
 La Voz de Galicia. La Coruña, 21 de abril de 1898.
47
ROJAS, R. «Una guerra entre cuatro». En: Juliá, Santos (coord.). Memoria, p. 48.
48
 Carta de Juan Gualberto Gómez a Tomás Estrada Palma de 7 de abril de 1898. GÓMEZ, J. G. (1974). Por Cuba
libre. La Habana, pp. 134-135.
49
 MORALES LEZCANO, V. (1975). León y Castillo, embajador (1887-1918): un estudio sobre la política exterior de
España. Las Palmas de Gran Canaria, p. 24
«Ante la viva y reiterada actitud de Su Santidad apoyada resueltamente por amistosos conse-
jos de los representantes de las Grandes Potencias en manifestación colectiva y confidencial
que me hicieron esta mañana, como corolario a las gestiones de sus gobiernos en Washington,
S. M. [la reina regente] ha resuelto participar al Santo Padre que con esta fecha previene al
General en Jefe del Ejército de Cuba conceda inmediatamente suspensión de hostilidades por
el tiempo que estime prudencial para preparar la paz de aquella isla»50.

Después de tres años de guerra, el armisticio se recibió en España con una frustración que de inmediato
se convirtió en violencia. Entre el 9 y el 11 de abril se produjeron fuertes protestas contra la regente María
Cristina «egoísta y pusilánime mujer que solo piensa en salvar la corona» y contra Sagasta «traidor redoma-
do», «cobarde de los pies a la cabeza», «verdugo de los españoles de Cuba», al tiempo que se pedía que
el general Weyler encabezara un nuevo Gobierno nacional.

La oferta española de paz no se ajustaba a las condiciones exigidas por Washington a través del embaja-
dor Woodford, ya que en las negociaciones que comenzarían tras el armisticio se limitaban a una cumbre
hispano-norteamericana en la que no se hablaría de la independencia de Cuba. Por su parte, el Consejo
de Gobierno de la República en Armas rechazó de pleno la oferta de Sagasta. Gonzalo de Quesada, diplo-
mático independentista en los Estados Unidos, afirmó: «Nuestra posición no debe ser malinterpretada. No 135
podemos aceptar nada que signifique la perpetuación de la soberanía de España en la isla. Nos opondre-
mos a cualquier armisticio o intervención que no tenga por objeto expreso y declarado la independencia
de Cuba»51.

Gonzalo de Quesada. Wikipedia. Dominio público

Los cubanos se reafirmaban en el manifiesto de la asamblea de la Yaya, reunión constituyente celebrada en


octubre de 1897 que rechazaba cualquier pacto con España: «Ni leyes especiales, ni reformas ni autono-
mías: nada que suponga bajo cualquier nombre, forma o manera, la subsistencia de la dominación espa-
ñola en Cuba, podrá dar término a la actual contienda. Independencia o muerte ha sido, es y será nuestro
lema indiscutible y sacrosanto»52.

50
 Telegrama del ministro de Estado español, Pío Gullón, a su ministro plenipotenciario en Francia, Fernando León y
Castillo, de 9 de abril de 1898. Citado en MORALES. Op. cit., p. 98.
51
 Columbia State, Columbia (Carolina del Sur, EE. UU.), 7 de abril de 1898.
52
 VARONA, M. (1946). La guerra de independencia de Cuba, la Habana, p. 469.
En los Estados Unidos, un agotado McKinley compareció de nuevo en el Congreso y en una breve inter-
vención solicitó autorización para entrar en guerra, acabar con las hostilidades y «crear un gobierno estable
capaz de mantener el orden, cumplir con las obligaciones internacionales y asegurar la paz y la tranquilidad
de los habitantes de la isla»53. Inesperadamente, anunció que no reconocerían al Consejo Revolucionario
de Gobierno y que su entrada en la guerra no pretendía favorecer la independencia:

«Ni los hechos ni el derecho pueden justificar el reconocimiento de la beligerancia y mucho


menos el de la independencia de Cuba. No hay ventaja ni conveniencia alguna en hacerlo,
aunque estuviese justificado, puesto que ese reconocimiento no es necesario para que los
Estados Unidos puedan intervenir para pacificar la isla»54.

Después de tantas declaraciones a favor de los mambises y de su derecho a expulsar a España de Cuba,
se imponía la razón de Estado. ¿Por qué se produjo ese cambio? El inspirador de la declaración fue el se-
cretario de Justicia, John Griggs, que convenció a McKinley de que la República en Armas no cumplía los
requisitos políticos, ni jurídicos para ser reconocida, ya que carecía de un Gobierno democrático, de una
flota naval capaz de defender la isla y, sobre todo, de fondos para sostener una Administración.

136 McKinley también anunció que no contactaría con el Gobierno revolucionario, ya que podría entenderse
como un apoyo a la independencia, creando «molestas y complicadas obligaciones internacionales». Por
ejemplo, hacerse cargo de la deuda cubana y de los compromisos legales que esta tuviera con terceros
(por ejemplo, con la Iglesia católica) o tener que indemnizar a España por los activos e infraestructuras que
dejara en Cuba.

Por tanto, los Estados Unidos no aceptarían la formación de un Gobierno al que tuvieran que someterse
«asumiendo el papel de mero aliado amistoso». Su objetivo era terminar con la «tiranía española», defen-
der los derechos humanos y proteger los intereses y propiedades cubanas de los estadounidenses. Aclara-
do todo lo que no haría, McKinley pidió al Congreso «en el nombre de la Humanidad, en el nombre de la
civilización y en representación de los valores americanos amenazados, plenos poderes para intervenir en
Cuba»55. Era el 11 de abril.

William McKinley. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos

53
 AY. Imperial, pp. 153-154.
M
54
PICHARDO VIÑALS, H. (1973). Documentos para la Historia de Cuba. La Habana. Tomo I, p. 511.
55
 AGUILAR, L. E. (1993). «Cuba, c. 1860-c. 1934». BETHELL, L. (ed.). Cuba. A short history, N.Y. p. 34.
La declaración presidencial indignó al embajador Pauncefote, que consideraba que el acuerdo europeo
sobre Cuba aún podía lograrse, evitando así la muerte de miles de civiles y soldados. Según el diplomático
inglés, los Estados Unidos debían valorar la oferta española de armisticio, al tiempo que las potencias de-
bían rechazar la participación norteamericana en la guerra56.

De hecho, Pauncefote convocó al resto de embajadores para informarles de que la intervención militar en
Cuba no contaba con la aprobación de su Gobierno.

Si tenemos en cuenta la influencia de Pauncefote sobre el primer ministro Salisbury, la oposición del emba-
jador a la invasión se convirtió en un gran apoyo para España. ¿Aún podía detenerse la guerra? Pauncefote
lo creía, pero había ido demasiado lejos al anunciar que su Gobierno se oponía a la declaración de McKin-
ley, así que el ministro Balfour desautorizó a su embajador por haber actuado, aseguró, sin su consentimien-
to. La disputa cubana, continuaba Balfour, no afectaba a los británicos: «El Reino Unido no tiene aliados
sino intereses. Además, en términos de fuerza, la gratitud de una España en quiebra vale muy poco»57. Las
relaciones entre Madrid y Londres pasaban por su momento más bajo porque los ingleses advertían el po-
tencial norteamericano y preferían tenerlos como aliados, mientras que los españoles les reprochaban sus
obstáculos para alcanzar el acuerdo de las potencias a favor de España.
137
Lo curioso es que el resto de las potencias no llegaron a conocer esta rectificación británica y todos, salvo
Austria-Hungría, apoyaron a Pauncefote cuando Londres ya había neutralizado su actuación. Después de
todos los esfuerzos, su tenacidad solo obtuvo una tímida protesta europea a favor de España. Entonces,
como ahora, cada país velaba por sus intereses, sin que le influyeran alianzas diplomáticas previas, lazos di-
násticos, coincidencias ideológicas o simpatías políticas. Mucho menos por consideraciones morales acerca
de la justicia o la injusticia de la política exterior.

Los sucesos posteriores no son objeto de este trabajo. Debemos resumir, no obstante, qué ocurrió después
de la declaración de guerra. Durante las primeras semanas de combate, las fuerzas españolas resistieron
los asedios estadounidenses, si bien algunos ataques se limitaron a comprobar la potencia de la artillería
costera.

Conforme avanzó la primavera, la Marina norteamericana incrementó su presión sobre los puertos de
Oriente, en particular, Santiago de Cuba, donde el 3 de julio comenzó la batalla decisiva. Los combates
iniciales se produjeron, como es bien conocido, entre la flota del almirante William Sampson y la Armada
del almirante Pascual Cervera, que se vio forzado por el Gobierno de Sagasta a abandonar el puerto san-
tiaguero para sufrir una derrota anunciada.

Se recrudecieron entonces los bombardeos sobre la capital oriental y desembarcaron nuevos contingentes
para reforzar la invasión a la que se unió el Ejército Libertador. Pese a la desastrosa dirección militar del
general Arsenio Linares, las fuerzas españolas presentaron gran resistencia, en especial, en la última batalla
librada en las Lomas de San Juan, donde, finalmente, España capituló el 17 de julio de 1898.

Se sucedieron entonces los contactos para la firma del armisticio en los que Francia representó un papel
esencial por tratarse del país que más había ayudado a España. El ministro de Exteriores español, Almo-
dóvar del Río, remitió, el 28 de julio, un telegrama al Gobierno francés en el que confirmó que Madrid no
cuestionaría las órdenes norteamericanas, siempre que se encaminaran a la pacificación de la isla.

Dos días más tarde, el 30 de julio, Washington respondió al ofrecimiento español con tres exigencias: 1) la
renuncia de toda soberanía y derecho sobre sus territorios americanos; 2) la entrega de Puerto Rico como
indemnización por las pérdidas de la guerra y 3) la ocupación de Manila hasta la firma de un tratado de paz
que determinase el futuro de las Filipinas. Si se rechazaban estas condiciones se reanudaría la guerra, pero
aspirando además a otras posesiones. ¿Cuáles? Segismundo Moret, ministro de Estado y líder fáctico del
liberalismo, lo concretó: «Deshecha nuestra escuadra, destrozado el país, sin posibilidad de rehacer una flo-
ta en muchos años... las Canarias y las Baleares están a la disposición de quien quiera apoderarse de ellas».

56
 fr. GREENVILLE, J. A. S. (1970). Lord Salisbury and Foreign Policy. The Close of the Nineteenth Century. Londres,
C
pp. 203-212.
57
GREENVILLE. Lord Salisbury… Op. cit., p. 210.
138

Restos del crucero Reina Mercedes en la bahía de Santiago de Cuba frente al castillo del Morro. Archivo General Mili-
tar de Madrid, sig. F.05916

Es decir, no solo los Estados Unidos sino también Gran Bretaña o, incluso, Alemania. España recordaba esa
posibilidad con el fin de involucrar a Francia e Italia en la pugna diplomática (naciones con intereses en el
África noroccidental) para que apremiasen a los Estados Unidos a firmar la paz.

A Baleares y Canarias se unió el puerto gaditano de Algeciras que, según el Reino Unido, España estaba
artillando para defenderlo de un posible ataque de cualquier potencia. Los ingleses decían que el rearme
de Algeciras suponía una amenaza para su colonia de Gibraltar, plaza clave para el control de la bahía de
Algeciras. Así se lo transmitieron al embajador en Londres, Alcalá Galiano, añadiendo una amenaza: si no
cesaban las obras militares en Algeciras, Gibraltar se pondría al servicio de los Estados Unidos. La adver-
tencia parecía verosímil, ya que, pese a sus declaraciones inglesas de «escrupulosa neutralidad» (incluso la
reina Victoria se lo reiteró a la regente María Cristina), la flota norteamericana del Caribe se aprovisionaba
con regularidad en la colonia británica de Jamaica.

El 12 de agosto de 1898, se firmó en la Casa Blanca el documento preliminar del Tratado de Paz hispa-
no-americano –Protocolo de Washington–58. Lo rubricaron el nuevo secretario de Estado, William Day, y el
embajador francés Jules Cambon en representación del Reino de España. Los cubanos quedaron excluidos
de todas las negociaciones porque España prefería rendirse a una potencia y porque los Estados Unidos no
querían reconocer a la República en Armas.

En los dos primeros artículos España renunció a su soberanía en Cuba y Puerto Rico, así como a ejercer
cualquier derecho en ambas islas. El tercero se refirió a las Filipinas, que serían retenidas por los Estados
Unidos, ocupando la ciudad, bahía y puerto de Manila mientras se pactaba un tratado de paz definitivo. En
el artículo cuarto, origen de la mayor parte de las divergencias, se abordó la evacuación militar de Cuba,
proceso que se iniciaría a mediados de septiembre. El quinto determinó que ambas partes se reunirían en

 El texto íntegro en BACARDÍ Y MOREAU, E. (1908). Crónicas de Santiago de Cuba. Tomo X. Barcelona, pp. 143-144.
58
París con la fecha límite del 1 de octubre de 1898 para establecer la transmisión de la soberanía. El sexto y
último declaró la suspensión de las hostilidades.

El siguiente jalón diplomático se celebró en París el 10 de diciembre: la firma del Tratado regulatorio de la
rendición española. Durante cuatro siglos, España había extendido su poder por toda América, construyendo
uno los imperios más longevos de la historia al que la guerra hispano-cubana-americana había puesto fin.

CONCLUSIONES

Como hemos analizado, la guerra de Cuba también se libró en el campo diplomático. Su intensidad y la
variedad de actores involucrados demuestran la importancia del conflicto, más que por tratarse de una
guerra de independencia (una más en las crisis internacionales del 98 de las que habla Jesús Pabón) por
la influencia que tuvo en el nacimiento de los Estados Unidos como potencia mundial (el hundimiento del
Maine y la guerra hispano-americana constituyen un hito en su historia) y las consecuencias que su ascenso 139
supondría para el mundo a lo largo de las siguientes décadas.

España, por el contrario, se encontraba sumida en una transformación intelectual y social tan profunda
que lo cuestionaba todo: el rumbo del país, las instituciones políticas y, sobre todo, su propia identidad
nacional. A esto se unía el empobrecimiento general, reflejado también en la antigüedad de su flota naval
–aspecto clave para la defensa de unos territorios ubicados a miles de kilómetros‑ y un lento despegue
industrial si lo comparamos con el del resto de potencias.

En 1895, el estallido de la guerra de Cuba colocó a España en una difícil disyuntiva: combatir o negociar.
Al principio, se vio el alzamiento secesionista como uno más en la larga lista de insurrecciones, pero el
paso de los meses convenció al Gobierno español de que aquel conflicto iba para largo. La guerra exigía
un esfuerzo económico titánico, así como la movilización de decenas de miles de soldados. La segunda
posibilidad, la negociación, ponía en riesgo todo el sistema político de la Restauración que tanto esfuerzo
había supuesto desde 1874.

Los Estados Unidos observaban con interés el desarrollo de la guerra, pero sin demasiado afán en interve-
nir. Esperaban que Cuba cayera «como fruta madura» sin disparar una bala para así controlar la producción
azucarera cubana (producto imprescindible para una población en rápido crecimiento como la estadouni-
dense) y establecer bases militares que garantizaran el control del caribe.

A finales de 1896, la guerra se había estancado, lo que favorecía una victoria española por desgaste. Sin
embargo, ocurrió algo inesperado: el asesinato en agosto de 1897 del presidente conservador Antonio
Cánovas del Castillo, defensor de la solución militar. ¿Ordenaron los rebeldes cubanos el magnicidio?
¿Participaron en él? Esta cuestión sigue sin una respuesta definitiva, pero la muerte de Cánovas les bene-
fició enormemente. Su sustituto, el liberal Práxedes Mateo Sagasta, apostó por la negociación y ordenó la
concesión de la autonomía.

Ese mismo año de 1897, en enero, el republicano William McKinley había tomado posesión como presi-
dente de los Estados Unidos. Su campaña se había basado en el fomento de la industria y la agricultura, así
como el control de los mercados internacionales.

McKinley creía en las soluciones diplomáticas, como demostró con la firma del tratado de anexión de Hawái
a cambio de saldar la deuda externa de esas islas.

La coincidencia de Sagasta y McKinley como presidentes reactivó la política como medio para solucionar
sus diferencias. Sin embargo, cada uno sufría sus propios problemas internos: el norteamericano, el belicis-
mo de su país; el español, el hundimiento moral y su irrelevancia internacional.

Mckinley trató de calmar las ansias de guerra de los militares, los políticos y la prensa; Sagasta buscó el
apoyo de las potencias europeas. A partir de ese momento, España inició contactos con las principales
cancillerías y la Santa Sede, que también desarrolló un papel destacado.
Sin embargo, cada nación actuó de un modo distinto. Unas inclinadas a España (Francia y en menor medida
Alemania y Austria-Hungría) y otras a los EE. UU. (Gran Bretaña o Brasil). En tierra de nadie se quedaron
Rusia y las repúblicas latinoamericanas que, pese a su simpatía por la causa rebelde y su antiespañolismo,
no podían perder las inversiones y las exportaciones a los Estados Unidos.

España trabajó con intensidad y pocos resultados, tanto en el frente político (los ministros Pío Gullón o Se-
gismundo Moret y, sobre todo, el diputado liberal José Canalejas), como en el dinástico, donde la regente,
María Cristina de Habsburgo-Lorena, empleó toda su capacidad e influencia para conseguir el apoyo de los
jefes de Estado europeos (el zar Nicolás II, la reina Victoria de Inglaterra, el káiser Guillermo II o el empera-
dor austro-húngaro Francisco José, además del presidente francés Félix Fauré).

En los Estados Unidos, entretanto, se produjo una colisión de intereses entre los políticos más belicistas (el
vicepresidente Roosevelt y los secretarios Hay y Griggs) y los magnates de la prensa (Hearst y Pulitzer) que
presionaron al presidente Mckinley hasta que declaró la guerra.

Con las excepciones de Pauncefote y Cambon, los embajadores europeos (Patrenôte, Von Radowitz,
Schewitsch o Dubski, además del nuncio Martinelli) actuaron como simples correas de transmisión de sus
140 Gobiernos. Si los norteamericanos recibían el mensaje de que las potencias no iban a cuestionar su ex-
pansionismo en América, estas eliminaban un adversario en Asia, donde la emergencia del Japón imperial
–que se había industrializado a gran velocidad y que en 1894 había librado su primera guerra contra China
por el control de Corea– añadía más actores al reparto colonial. La presencia norteamericana en las Filipinas
era un mal precedente para las ambiciones coloniales de los europeos.

¿Existió alguna posibilidad de que la diplomacia evitara la guerra de Cuba? Visto retrospectivamente, no.
Ahora bien, la historia no es un laboratorio en el que la mezcla de los componentes garantiza un resultado
final, por lo que las cosas podían haber sido diferentes si, por ejemplo, las potencias hubieran presenta-
do un plan conjunto que completara las medidas pacificadoras que España podía ofrecer: autonomía y
armisticio, o si hubiese existido una propuesta de cosoberanía hispano-americana o, incluso, un acuerdo
comercial con los EE. UU. aunque supusiera entregar de facto el control de Cuba. Alguno de estos cami-
nos intermedios habría desactivado la beligerancia del Congreso norteamericano y de la prensa amarilla y
podría haberse presentado en España como un mal menor que evitaba tanto la guerra, como la eventual
caída de la monarquía. ¿Qué impidió la solución negociada? En el caso de McKinley, evitar una imagen de
debilidad que comprometiera su reelección en 1900. En el de España, el miedo al derrumbamiento del
entramado político de la Restauración.

Como en otras ocasiones a lo largo de la historia, el pragmatismo geoestratégico se impuso a la cesión y


al pacto, los intereses nacionales al bien de la comunidad internacional, Maquiavelo a Aristóteles, la guerra
a la paz. Nihil novum sub sole.

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LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA:
LOS COMBATES TERRESTRES EN EL ESCENARIO ORIENTAL
Guillermo Calleja Leal 1

EL EJÉRCITO DE LA REPÚBLICA DE CUBA EN ARMAS Y EL DE ESPAÑA EN 145


LOS COMBATES TERRESTRES DEL 98

El Ejército de la República de Cuba en Armas: «la campaña de la tea»


La última guerra de la Independencia de Cuba (1895-1898) fue la continuación natural de la guerra de los
Diez Años (1868-1878) y de la guerra Chiquita o de Camagüey (1879-1880). La insurrección se vertebró con
capitanes veteranos de las guerras anteriores, pero esta vez con un rasgo diferenciador: la mayoría de las
jefaturas nacionales recayó en cubanos de cuna humilde que ganaron jerarquía en las marchas, embosca-
das y combates.

Máximo Gómez, el generalísimo del denominado Ejército Libertador de la República de Cuba en Armas,
era un viejo militar dominicano de origen humilde que contaba con mil combates y cien victorias. Su lugar-
teniente general, Antonio Maceo, cubano oriental y arriero de mozo, había ganado su enorme prestigio
como patriota y militar con docenas de cicatrices de guerra que atestiguaban su voluntad férrea y la fuerza
de su brazo. Como excepción, hubo también aristócratas como Bartolomé Masó, el marqués de Santa Lu-
cía, Francisco Carrillo, Emilio Núñez y otros. Y tras ellos, los seguidores que tenía la causa independentista
cubana, un verdadero crisol de razas formado por blancos, negros, mulatos y chinos. En esto último, resulta
importante destacar que solo puede entenderse esta guerra como una verdadera guerra civil que enfrentó
a dos sectores de la población cubana: el de los partidarios de la soberanía española en la isla y el de los
revolucionarios.

José Martí, poeta, ensayista, periodista, filósofo, líder político de la revolución y fundador del Partido Re-
volucionario Cubano, y Máximo Gómez, habían decidido desde los inicios de esta última guerra la destruc-
ción completa de la riqueza que alimentaba el gran esfuerzo español en la guerra, aunque por supuesto,
nunca en el caso de que dicha riqueza estuviera al servicio de la insurrección. Forzar el desempleo y la in-
corporación del pacífico guajiro (campesino cubano) al Ejército, eliminando la riqueza que le proporcionaba
trabajo, constituían dos de sus metas principales, tal como aseguraba el propio Gómez: «Hay que destruir
la colmena para que se vaya el enjambre».

 Licenciado y doctor en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Doctor en Contemporary
1

History por la Phoenix International University (Reino Unido). Correspondiente de la Real Academia de la Historia
(RAH), de la Real Acadèmia de la Cultura Valenciana (RACV) y de la Academia de Ciencias y Artes Militares (ACAMI).
Vocal electo de la Comisión Española de Historia Militar (CEHISMI) del CESEDEN, miembro de número del Consejo
Asesor del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire (CASHYCEA) y miembro del Instituto de História e Cultura
Naval Dom Luiz I de Portugal. «La guerra hispano-cubana-norteamericana: los combates terrestres en el escenario
oriental». Revista de Historia Militar, n.º 83. Servicio Histórico Militar y Museo del Ejército, 1997, pp. 91-160.
146

Tropas del Ejército español en la fortaleza de San Carlos de La Cabaña de La Habana (Cuba). Archivo General Militar
de Madrid, sig. F.05945

Con solo tres palabras, el propio general en jefe sintetizaba el tipo de guerra que preconizaba: «plomo,
tizón y machete». Donde no llegaba el machete, lo hacía el plomo; donde la bala era inútil, la dinamita y el
fuego resultaban muy efectivos. El desgaste moral del enemigo español podría producir una victoria militar
aún más rápida y definitiva que el cañón y la metralla.

«El trabajo es un delito contra la revolución», tronaba Máximo Gómez en sus cartas y arengas, añadía con
la experiencia de un militar veterano de la guerra del 68: «Mis mejores generales son junio, julio y agos-
to…», refiriéndose al crudo verano, con sus aguaceros torrenciales y epidemias tropicales que diezmaban
las tropas peninsulares españolas.

En Lázaro López, localidad de Las Villas, Gómez decretó la guerra total conforme a los tres postulados
siguientes:

«1.º. Serán totalmente destruidos los ingenios, incendiadas sus cañas y dependencias de ba-
tey, y destruidas las líneas férreas.
2.º. Será considerado traidor a la Patria el obrero que preste su brazo a las fábricas de azúcar,
fuentes de recursos que debemos segar al enemigo.
3.º. Todo el que fuese cogido in fraganti, o probada su infracción al artículo 2.º, será pasado
por las armas».
En el orden táctico, las unidades del Ejército insurrecto cubano operaban como las fuerzas guerrilleras en la
llamada guerra irregular. Se movían constantemente durante la noche para atacar por sorpresa al amanecer
y asaltaban las columnas españolas cuando estas se desplazaban por caminos y terraplenes, también cuan-
do formaban los cuadros para defenderse y contraatacar.

Los combatientes independentistas se llamaban «mambises». La voz mambí (de origen bantú) llegó a Cuba
desde Santo Domingo, donde significaba «dañino», «vicioso» y «malvado», se había llamado así a los ne-
gros cimarrones (esclavos huidos de sus amos) que habían luchado por la independencia. Pese a que la
palabra mambí en su origen había sido un insulto, entre los cubanos independentistas era empleada con
orgullo patriótico y gran distinción.

Ante el inesperado ataque de los mambises la fuerza combativa española formaba rápidamente el clásico
cuadro de infantería, que constituía una verdadera muralla de fusilería con tres líneas de tiradores: tendida,
rodilla en tierra y de pie. No obstante, esta formación defensiva resultaba un tanto rígida y no facilitaba en
modo alguno el rápido contraataque. Además, los fuegos de apoyo de la artillería solían ser poco efectivos,
especialmente, por la gran movilidad característica de las fuerzas mambisas de asalto y el factor sorpresa
de sus ataques.
147
Ante esta táctica clásica, el cuadro que formaban los batallones de la Infantería española, Gómez impuso
su táctica guerrillera basada en: la mayor movilidad y capacidad de maniobra de sus fuerzas de Caballería,
el asalto por sorpresa con la carga al machete, la emboscada sobre las tropas de refuerzo en marcha, el
hostigamiento incesante a la tropa española en campaña, impidiéndole el descanso y el sueño y cegar al
enemigo las fuentes de agua potable. A grandes rasgos, la guerra de Cuba suponía un duelo a muerte
entre elementos contrapuestos: el machete y el fusil Mauser, la carga al machete de la caballería contra el
cuadro de infantería, los cañones de madera y cuero (aptos para un único disparo o dos a lo sumo) contra
los cañones de acero y el soldado voluntario revolucionario contra el soldado profesional.

Los mambises cargaban a caballo blandiendo sus machetes al grito ensordecedor de «¡al degüello!», y
caían como verdaderos demonios sobre los disciplinados cuadros españoles, principalmente en su reta-
guardia y por los flancos. Disparaban mientras cabalgaban, lo que requería gran destreza, los españoles,
con razón, les consideraban excelentes jinetes y certeros tiradores. En cuanto a la Infantería cubana, esta
siempre fue muy pequeña, mal armada, por lo general descalza, y siempre dispuesta a conseguir cabalga-
duras para convertirse en tropa de Caballería.

Por otra parte, solo los generales Máximo Gómez, Ignacio Agramonte, Calixto García y Antonio Maceo
tuvieron bastantes conocimientos técnicos militares, así como los recursos suficientes para entablar verda-
deros combates e incluso batallas formales contra las fuerzas españolas.

Agramonte fue un gran organizador y jefe político-militar. En numerosas ocasiones, Calixto García de-
mostró ser un consumado experto en el ataque a las plazas fortificadas. Gómez y Maceo destacaron en el
planteamiento estratégico, como se evidenció en la Campaña de la Invasión a Occidente (1895) y también
sobresalieron en la acción táctica, como lo habían demostrado en sus grandes victorias de la pasada guerra
de los Diez Años y en esta última. La defensiva fue en todos ellos algo casual y solo la emplearon para ganar
tiempo y espacio en momentos determinados. Siempre estuvieron dispuestos para el combate.

Ya que los mambises se dispersaban en pequeñas unidades o grupos con gran rapidez, solía resultar inútil
su persecución por parte de las fuerzas españolas. Su perfecta adaptación al terreno difícil, la vida frugal, el
uso de la ligera cabalgadura criolla y la tan necesaria información proporcionada por sus patrullas y por la
población campesina que le era afecta, en su conjunto, les permitían estacionarse, marchar, desplegarse,
atacar y dispersarse con seguridad, logrando casi siempre una superioridad numérica en el momento cru-
cial del combate, aunque por supuesto no en armamentos.

Desde posiciones dominantes y bien protegidas, los mambises hostigaban con tiros esporádicos los cam-
pamentos y las tropas españolas en marcha, contentándose con producir molestias, cansancio y desmorali-
zación, recibiendo siempre a cambio muy escasas bajas. En cuanto a las columnas españolas estacionadas o
acuarteladas, pequeños grupos de mambises solían retarlas para obligarlas a perseguirlos o al menos para
impedir su necesario descanso. Además, un objetivo táctico invariable de los combatientes cubanos consis-
tía en obligar a las pesadas columnas a moverse de forma constante para diezmarlas, con las consiguientes
bajas que les ocasionaba la fatiga, el clima y las enfermedades tropicales, o bien para emboscarlas sobre
caminos y terraplenes por donde tenían que desplazarse.

Con la amargura propia de la impotencia, el mando español solía lamentarse de que los mambises resulta-
ran ser un enemigo invisible, difícil de batir o capturar, siempre escurridizo; como también, de que atacaran
empleando a su favor el factor sorpresa y nunca a la inversa, puesto que la población guajira afecta, velaba
y vigilaba por ellos de forma espontánea.

Conocedores del terreno, los mambises fueron maestros de la emboscada y estudiaban con cuidado el
terreno eligiendo lugares de difícil paso y puntos vitales de acceso.

En las emboscadas, las tropas españolas recibían descargas certeras, casi a bocajarro y por sorpresa, siem-
pre desde posiciones ocultas y protegidas que brindaban al tirador enemigo la confianza y la impunidad,
o bien descargas fulminantes al machete. Cuando las columnas españolas se movían sobre caminos y te-
rraplenes, podían emboscarse con facilidad. Además, como las pesadas columnas españolas solían aden-
trarse en zonas de montaña o de manigua, permaneciendo en ellas durante días, los mambises siempre
se situaban en posiciones dominantes a lo largo de los caminos, vías férreas, valles, vertientes de aguas y
148 lomas de montes y montañas, podían vigilar, emboscar, hostigar y operar con cierta impunidad y siempre
con ventaja. Precisamente fue lo que permitía a los mambises poder contrarrestar la muy superior ventaja
en número, armamento y profesionalidad de las tropas españolas durante el mando del capitán general
Arsenio Martínez Campos.

El Ejército español en Cuba


La inmensa ceguera de la política ultramarina fue empujando paulatinamente a España hacia el Desastre
del 98. Hubo figuras militares clarividentes que habían aconsejado otorgar poderes autonómicos a Cuba,
política seguida por el general Martínez Campos después del Pacto de Zanjón de 1878, aunque consciente
de que reforzaría de forma inevitable la conciencia nacional cubana.

Ya en 1879 el futuro general Polavieja escribía que España: «está obligada por su propia honra, por los
destinos de su raza y por sus propios intereses a dejar tras sí una fuerte nacionalidad en Cuba»2. Convie-
ne destacar que ningún general español (recuérdese a Cheste, Martínez Campos, Salamanca, Polavieja
o incluso al propio Weyler) deseó, ni aplaudió una guerra remota y difícil. Lo mismo pensaban políticos
españoles, como Francisco Silvela, quien llegó a afirmar que «la colonia que no se puede defender y sos-
tener con la acción de sus propios hijos, no se puede conservar mucho tiempo»3. Aunque Práxedes Mateo
Sagasta prometió gastar en Cuba «hasta la última peseta y derramar hasta la última gota de sangre». Ante
tal afirmación, pudiera añadirse que en Cuba murieron por ambas partes más de cien mil hombres y, según
cálculos del conde de Romanones, España gastó más de 1.969.000.000 en la guerra (lo equivalente en
1895 a veinte presupuestos del Ministerio de la Guerra).

Por otra parte, se dio la circunstancia de que los trece ministros que ocuparon la cartera de ultramar, desde
el 28 de noviembre de 1885 hasta el 5 de marzo de 1899, esto es, desde Germán Gamazo a Raimundo
Fernández Villaverde (28 de noviembre de 1985 a 5 de marzo de 1899), todos fueron hombres civiles muy
ligados a las oligarquías habaneras y sumisos a los intereses de sus partidos. En cuanto al Ejército, este fue
utilizado por dichas oligarquías durante prácticamente todo el siglo XIX y con la tenaz resistencia de la ge-
neralidad de la clase política a toda evolución política en Cuba, tal como señala con acierto Raymond Carr:
«hizo que el Ejército defendiera, sin saberlo, teorías de absurdo centralismo, sostenidas por unos de buena
fe y por los demás como eje necesario de sus egoísmos y monopolios comerciales»4.

En el Gobierno español se dio la curiosa paradoja: cuando solo pensaba en acabar con la guerra, envió a
un general conciliador (Martínez Campos), y cuando precisamente se inclinaba por la negociación concilia-

2
 PABÓN, J.. Cambó, 1876-1947 (1952). Barcelona, Ediciones Alpha. Vol. I, p. 181.
3
 SILVELA, F. (1923). Artículos, discursos, conferencias y cartas. Madrid, vol. III, pp. 401- 402.
4
 CARR, R. (1968). España, l808-1939. Barcelona, Ariel, p. 364.
dora, destinó a un general enérgico en extremo (Weyler), lo que refleja una actitud contradictoria que solo
puede explicarse dentro del contexto político de aquella época5.

La última guerra de Cuba en sus inicios (24 de febrero de 1895) no provocó entusiasmo ni pesimismo en
España, se creía que sería muy breve, y la campaña militar quedó en manos del capitán general Arsenio
Martínez Campos por su gran prestigio al haber sido el artífice de la firma del Pacto de Zanjón que puso
fin a la terrible guerra de los Diez Años en 1878. Pero el curso de la nueva guerra fue muy desfavorable y
Martínez Campos con gran sinceridad escribió a Cánovas, presidente del Gobierno: «Los pocos españoles
que hay en la isla solo se atreven a proclamarse como tales en las ciudades. El resto de los habitantes odia
a España».

La Revolución cubana resultó imparable durante el mando de Martínez Campos. En efecto, la llamada
«Campaña de Invasión» por los insurrectos, dirigida de forma magistral y con extraordinaria habilidad por
Gómez, general en jefe del Ejército cubano, y su lugarteniente, el general Antonio Maceo, logró atravesar
la isla de Cuba de un extremo a otro. Ante el empuje del llamado «Ejército Invasor», de poco sirvieron los
esfuerzos de las tropas españolas para impedirlo, ya sea evitando o intentando batir a todas las columnas
mambisas que enviaron contra ellas, ya que solo cosecharon algunas victorias locales.
149
En enero de 1896 quedó bien patente el estrepitoso fracaso de Martínez Campos, quien pese a contar con
casi cien mil hombres, demostraba su incapacidad en la dirección de las operaciones militares, no solo para
aplastar la insurrección, sino también para impedir que esta alcanzara unas proporciones muy superiores
a las que tenía al llegar a Cuba. Él mismo lo reconoció en comunicación al Gobierno, afirmando de forma
exagerada que los mambises ya eran cuarenta mil y que quizá hiciera falta alguien como el general Weyler
para sofocar la creciente rebeldía cubana. Así lo entendieron sus interlocutores, produciéndose el relevo de
Martínez Campos por Weyler el 17 de enero de 1896.

El general Valeriano Weyler y Nicolau, que tanto se había distinguido combatiendo en Cuba y en Santo
Domingo, llegó a La Habana el 16 de febrero. Desde entonces la guerra experimentó un brusco giro a favor
de las armas españolas. Weyler abandonó de inmediato la táctica errónea de su antecesor en el mando,
que consistía en adoptar una actitud pasiva de simple respuesta. Este enérgico general logró arrebatar la
iniciativa a los mambises, a quienes acosó sin tregua. Transformó por completo a sus tropas, dándolas una
movilidad parecida a la del enemigo y las capacitó para que pudieran vivir sobre el terreno. En consecuen-
cia, los insurrectos tuvieron que combatir a la defensiva en una aniquiladora guerra de desgaste.

No obstante, a pesar de estos éxitos militares, el ejército español tuvo que luchar con una enorme escasez
de medios y Francisco Silvela, siempre crítico con esta guerra, afirmaría que «los jefes de columna viven
perdiendo aquella satisfacción interior que es condición precisa para toda acción militar»6.

En marzo de 1897, una vez cerrada la trocha de Júcaro a Morón, la isla de Cuba quedó dividida en dos
partes: la parte oriental, donde el general Calixto García lograba mantener la insurrección al contar con
recursos y municiones; y la parte occidental, donde las tropas mambisas habían quedado prácticamente
aniquiladas y sin recursos ni medios para salvar sus desembarcos, aunque continuara Gómez al frente.

Los propios mambises llegaron a admitir que «el año 1897 fue el más crítico para la revolución» y no era
para menos7. La política de reconcentración emprendida por Weyler, consistente en trasladar las familias
campesinas a ciudades y pueblos con guarnición española, supuso un duro golpe para la guerra de guerri-
llas practicada por los mambises al quedar estos sin el necesario apoyo entre el campesinado cubano. Pero
como abunda la creencia falsa de que la reconcentración fue una práctica nueva en esta última guerra, cree-
mos oportuno desmentirlo, ya que, si bien fue implantada por vez primera en Cuba, sucedió en la llamada
«corriente de Valmaseda», que tuvo lugar en la guerra del 68 y tuvo efectos terribles para los mambises y
la causa independentista, como asimismo para la población de la isla.

En julio, el general Weyler empieza a concentrar sus tropas, preparándose para iniciar lo que ya considera
«la campaña definitiva». Según él, ya estaban pacificadas Pinar del Río (con algunos grupos rebeldes en

5
 ALONSO, J. R. (1974). Historia Política del Ejército Español. Madrid, Editora Nacional, p. 426.
6
SILVELA, F. Op. cit. Vol. III, p. 368.
7
 GUERRERO VARONA, M. Á. (1946). La Guerra de la Independencia de Cuba. La Habana. Vol. I, p. 1454.
las montañas), La Habana y Las Villas (pese a la resistencia de Gómez junto a un puñado de mambises),
quedando solo Camagüey y Oriente.

La campaña de Weyler está a punto de triunfar por completo ante un ejército cubano deshecho, agotado,
que ya no cuenta con Antonio Maceo, su general de mayor prestigio, muerto el año anterior en el combate
de Punta Brava, ni tampoco con José Martí, el alma de la revolución cubana, que murió el 19 de mayo de
1895 en el combate de Dos Ríos. Sin embargo, contra toda previsión, el ejército español sufrió en agosto
un descalabro en Oriente al ser derrotado en el combate de Victoria de las Tunas, lo que sorprendió con
desagrado al Gobierno y a la opinión pública española, puesto que habían considerado que la insurrección
cubana estaba al borde de la derrota y tenía sus días contados.

Por otra parte, unos días antes, el 8 de este mes, el presidente Antonio Cánovas, el más firme valedor de
Weyler, caía asesinado en el balneario de Santa Águeda, lo que transformaría toda la política española y
el curso de la guerra. Tras un Gobierno puente del general Azcárraga, que solo duró dos meses, Sagasta
formaba gobierno el 4 de octubre.

150

Antonio Cánovas del Castillo. Wikipedia. Dominio público

El Gobierno Liberal de Sagasta comenzó proclamando, con una nota oficial, que el Ejército había logrado
en territorio cubano «no solo cuando puede exigir el honor de las armas, sino todo lo que racionalmente
cabe esperar del empleo de la fuerza; como también: esta nueva era debe inaugurarse con nuevos proce-
dimientos y que nada tengan que ver con los antiguos». Esto se refería a la guerra total emprendida por
Weyler y, muy en especial, a su política de reconcentración para eliminar la guerrilla mambisa, lo que le
había valido muy duros ataques desde algunos sectores españoles y sobre todo desde los EE. UU.

Sin embargo, en términos estrictamente militares, su estrategia había sido irreprochable y la única forma de
poder combatir la guerra total que también los mambises habían emprendido con la llamada «campaña de
la tea». Resulta oportuno añadir que los ingleses no tardarían en imitarla en la guerra Boer y se ha venido
empleando hasta nuestros días, como lo hicieron los propios norteamericanos en la guerra de Vietnam. Hoy
nadie discute la necesidad de impedir el apoyo civil a la guerrilla, aunque solo sea para impedir que esta
se mueva entre aquella «como pez en el agua», tal como aconsejaba Mao Tsé-Tung.

El cese fulminante del general Weyler puso fin a la fase hispano-cubana de la guerra. Según Emilio Reverter,
que emplea fuentes militares españolas, el Ejército disponía entonces de 114.961 hombres en Cuba, de
los casi doscientos mil hombres que habían sido enviados desde la Península. De los destinados en la isla,
unos veinticinco mil se hallaban hospitalizados por enfermedades o heridas en combate y unos 35.000 en
destacamentos, por tanto, quedaban más de cincuenta mil hombres para realizar operaciones militares.
Para Weyler, estos últimos eran más que suficientes para combatir a solo unos centenares de mambises y
acabar la guerra. Para algunos, tal suposición era cierta de haber continuado él en el mando, mientras que
otros creían lo contrario, basándose en el descalabro sufrido por las tropas españolas en las ciénagas de
Camagüey ante los escasos combatientes de Gómez. El clima insoportable y los mosquitos resultaron más
mortales que las propias armas de los mambises cubanos.

Meses antes de la batalla de Victoria de las Tunas, el propio general Calixto García, que era quien disponía
de más soldados a sus órdenes, había enviado una carta muy esclarecedora y sincera al general en jefe,
reflejando el verdadero estado de ánimo de los mambises ante los demoledores ataques de Weyler:

«¿Cuándo podré intentar un nuevo avance y cuál será el resultado? Las fuerzas que quedan,
estropeadas ya por las continuas y largas marchas y por los combates, se aniquilan ahora sa-
cando esta expedición (se refiere a la que planteaba en abril de 1897 y que luego suspendería;
la batalla de Victoria de las Tunas será a finales de agosto) y es indispensable concederles
algún descanso ; no creo que ni el propio Antonio Maceo, el jefe de más prestigio, el que ya
una vez arrastrara de Oriente dos o tres mil hombres, pudiera mover hoy hasta Las Villas ni qui- 151
nientos ; (es) imposible, a mi juicio, llevar nuevamente orientales a Occidente, y el intentarlo y
disponerlo puede traer el mayor desorden y las más deplorables consecuencias».

El Gobierno de Sagasta sustituyó al discutido general Weyler en el mando de la capitanía general de Cuba
por el general Ramón Blanco, conocido por su carácter conciliador. Anunció el 25 de noviembre de 1897 la
concesión de una amplia autonomía a la isla, derogando los Decretos de Reconcentración. Pero tres meses
después de la toma de Victoria de las Tunas por los mambises, Calixto García (nombrado lugarteniente
general por su triunfo, al quedar vacante dicho cargo por la muerte de Maceo) tomó otro pueblo oriental
famoso por su fortificación, Guisa, en la comarca de Bayamo. Al igual que Victoria de las Tunas, se trataba
de un centro de aprovisionamiento y de operaciones del ejército español y su ocupación, aparte del valio-
so botín que proporcionó a los mambises, tuvo una gran repercusión en la guerra porque ocurrió cuando
Blanco anunciaba la concesión de la Autonomía para Cuba.

Blanco implantó el gobierno autonómico el 1 de enero de 1898, tan tardío como ineficaz. La debilidad del
Gobierno para afrontar la crisis y la actitud conciliadora de Blanco, quien pretendía acabar la guerra me-
diante la autonomía y el diálogo (como Martínez Campos), hicieron crecer la insurrección (tal como había
sucedido durante su mando en Filipinas) en Camagüey y en Oriente, las dos provincias que Weyler había
reservado para la «campaña definitiva».

Por otra parte, con la autonomía en Cuba, el Gobierno pretendía satisfacer las exigencias de Washington:
el cese del «Carnicero Weyler», la abolición de la reconcentración y la implantación del autogobierno. Se
trataba de un régimen autonómico copiado del tardío sistema colonial británico, que quizá hubiera tenido
éxito de haberse promulgado en el momento oportuno y no entonces. Cuando ya era demasiado tarde.
Si el presidente norteamericano William McKinley y su Gobierno habían perseguido supuestamente el
bienestar del pueblo cubano, España demostraba estar de acuerdo con ello. En realidad, no opinaban así,
tal como declaró Woodford, ministro de la embajada de EE. UU. en Madrid: «[…] un solo poder y una sola
bandera puede asegurar la paz en Cuba. Ese poder es Estados Unidos, y esa bandera, nuestra bandera»8.
Ante semejante actitud, poco podía hacer España pese a sus intentos de paz.

Desde el 30 de octubre de 1897, José Canalejas recorría los EE. UU. y veía los grandes acorazados de la
escuadra estadounidense en el puerto de Nueva York, pensaba que «uno de esos barcos basta para desha-
cer toda nuestra Marina» y proclamaba desde El Heraldo que «El Ejército español sufre las consecuencias
de abandonos y miserias»9.

Otro cronista de El Heraldo solicitó al Gobierno la cifra de los españoles fallecidos, ya que, si fueron envia-
dos doscientos mil hombres a Cuba y había de revista 114.000, los restantes tendrían que estar muertos,
heridos, enfermos o desaparecidos. Aunque no obtuvo respuesta y según José Ramón Alonso nunca se

 ALLENDESALAZAR, J. M. (1974). El 98 de los americanos. Madrid, EDICUSA, p. 107.


8

 FRANCOS RODRÍGUEZ. La vida de Canalejas. Vid. ALONSO, J. R. Op. cit. p. 427.


9
publicó la cifra exacta de las defunciones, Federico de Madariaga aportó cifras bastante exactas en su obra
Cuestiones militares (Madrid, 1903): 54.682 soldados y oficiales muertos y 14.842 heridos en Cuba, 22
muertos, 66 heridos y 213 desaparecidos en Puerto Rico, y 2.430 muertos y 3.239 heridos en Filipinas. Esto
supondría, según Alonso, que en el ejército regular hubo 75.280 bajas entre muertos y heridos, aunque
faltaría por calcular las de las fuerzas guerrilleras o irregulares y las antiguerrilleras o de contrapartidas, que
fueron numerosas en Cuba y Filipinas10.

El buque acorazado USS Maine fue enviado a La Habana el 25 de enero de 1898 en supuesta «visita de
cortesía», tras permanecer tres semanas fondeado en el puerto, se produjo su voladura el 15 de febrero.
Luego del hundimiento del acorazado, España reiteró su actitud conciliadora y propuso crear una comisión
mixta hispano-norteamericana o una comisión neutral para investigar la causa del siniestro. Pero John Long,
secretario de Marina, en nombre de su Gobierno, rechazó tan razonable propuesta.

Más tarde, Sagasta demostró a todos su deseo de evitar una ruptura de relaciones que se preveía muy
próxima y que sería el 9 de abril. Además, España declaró unilateralmente un armisticio, cuando solo cin-
co meses antes la insurrección cubana estaba prácticamente acorralada. Woodford aseguró: «me consta
que la reina, sus ministros y el pueblo español desean la paz». Pero el presidente, el Congreso y el propio
152 pueblo norteamericano no la querían. McKinley en su mensaje al congreso (11 de marzo de 1898) ofreció
una visión muy discutible de los hechos, asegurando: «he agotado todos los esfuerzos para aliviar la si-
tuación intolerable que existe en nuestras puertas». Días después (19 de marzo de 1898), ambas Cámaras
aprobaron una Resolución Conjunta (equivalente a un ultimátum) y el presidente McKinley hizo la suya (20
de marzo de 1898). En ellas se exigió a España «la renuncia a la totalidad y gobierno en la isla de Cuba»,
dando de plazo hasta el día 23.

En el momento en el que estalla la guerra, solo la Marina de Guerra de EE. UU. era superior a la de España,
ya que el Ejército español era muy superior al norteamericano en número, armamento, disciplina y entre-
namiento en campaña. Si el Ejército de EE. UU. disponía entonces de unos veintiocho mil hombres (2.143
oficiales y 26.040 alistados), el español sobrepasaba los trescientos mil hombres: 152.000 en la Península,
51.331 en Filipinas, diez mil en Puerto Rico y 196.820 en Cuba. Según Herbert H. Sargent en su obra The
Compaing of Santiago de Cuba (Chicago, 1907), basándose en fuentes militares españolas, de los 196.820
hombres que había en Cuba, 152.302 eran regulares y el resto eran voluntarios y guerrilleros11. En este
contingente de tropas, se incluían Cuerpos Especiales: cinco mil de la Guardia Civil y 2.500 de Infantería de
Marina. Por otra parte, cabe destacar que en Cuba se hallaban destinadas las mejores unidades regulares
del Ejército español con los Regimientos escogidos de Infantería de Línea como el San Quintín, el Wad-Ras,
el Talavera, el Rey, etc. y también magníficas unidades de Caballería como el Princesa, el Pizarro y tantos
otros.

Efectivos españoles en la zona oriental de Cuba


A comienzos de 1898, cuando la intervención militar de EE. UU. se creía ya muy próxima, el alto mando
español en Cuba se vio ante el siguiente dilema:

A) La concentración de las fuerzas militares conllevaría la superioridad numérica frente al nuevo enemigo
y el librar una guerra regular defendiendo los territorios de mayor importancia estratégica. Por ello su-
pondría que extensos territorios quedarían bajo el control de las fuerzas mambisas de Calixto García y
se agravaría el problema de la falta de alimentos.
B) El mantener las tropas en el orden disperso a consecuencia de la insurrección cubana, solo favorecería
la acción de las fuerzas norteamericanas.

Finalmente, el 24 de abril se adoptó una solución intermedia consistente en realizar una reestructuración en
cuatro Cuerpos de Ejército y una División independiente para la trocha oriental de Júcaro a Morón. Aunque
luego dicha estructura se modificaría mediante órdenes emitidas el 12 y 15 de mayo12.

10
 LONSO, J. R. Op. cit., p. 434.
A
11
SARGENT, H. H. (1907). The Compaing of Santiago de Cuba. AC. Mc. Clurg & Co. Apéndice K.
12
 PLACER CERVERA, G. (2002). «La columna del Coronel Escario». Revista de Historia Militar. Instituto de Historia y
De acuerdo con esta reestructuración, de los 278.447 hombres que el Ejército español dispuso entonces
en la isla de Cuba, según el anuario de 1898, los efectivos de la región oriental ascendieron a 36.582,
quedando estos al mando del teniente general Arsenio Linares Pombo, jefe del 4.º Cuerpo. Dichas
fuerzas se distribuyeron del modo siguiente: doce mil en Holguín, a las órdenes del enérgico brigadier
Agustín Luque, seis mil en Guantánamo, al mando del brigadier Félix Pareja Mesa, seis mil en Manzanillo,
a las órdenes del brigadier R. de Bruna; y los 28.218 restantes, quedaron a las órdenes directas del propio
teniente general Linares en Santiago de Cuba y sus inmediaciones. Frente a estas fuerzas destinadas en
Oriente tendrán que enfrentarse los efectivos de los Cuerpos 1.º y 2.º del llamado Ejército Libertador de
Cuba, que sumarán también alrededor de unos 36.000 hombres, al mando del general Calixto García.

Antes de que EE. UU. entrara en la guerra, las fuerzas de Santiago de Cuba se prepararon para defender
la plaza. Luego, a principios de abril, el capitán general de Cuba, Ramón Blanco, advirtió a Linares que
Santiago sería un posible objetivo norteamericano. Por tanto, Linares en un principio pensó concentrar allí
a una gran parte de sus efectivos mediante su traslado desde las guarniciones de Auras, Sagua de Tána-
mo, Mayarí, Holguín, Baracoa, Guantánamo y Manzanillo. Pero tales movimientos no se realizaron porque
luego pensó que la ciudad y sus alrededores carecían de suministros suficientes para tan crecido número
de tropas y también porque el abandono de dichas localidades supondría entregarlas al ejército cubano,
tal como había sucedido con Bayamo, Jiguaní y otras localidades orientales. Además, Santiago de Cuba 153
quedaría aislada por tierra y bloqueada por mar.

El teniente 1.º de navío, José Müller y Tejeiro, 2.º comandante de Marina de Santiago, comenta en sus
memorias tituladas Combates y capitulaciones de Santiago de Cuba (Madrid, 1898) que una retirada de las
fuerzas de la guarnición de la plaza hubiera sido inviable por mar, porque lo hubiera impedido la escuadra
estadounidense del contralmirante Sampson. Además, asegura que cualquier salida de una columna de la
ciudad hubiera sido muy difícil por diversos motivos: los continuos ataques de los mambises, los caminos
estaban impracticables por ser la época de lluvias y los muy escasos abastecimientos, sobre todo de ali-
mentos. Pero, pese a todo, según el propio marino español, una salida de Santiago no solo hubiera resul-
tado inútil, sino que además hubiera supuesto unas ocho mil bajas entre muertos, heridos y prisioneros13.

Ante el inminente desembarco de las fuerzas estadounidenses en las proximidades de Santiago, Linares dio
órdenes, el 20 de junio, para que la 1.ª Brigada, con asiento en San Luis, la 2.ª Brigada, en Guantánamo, y
una Brigada de la 2.ª División destinada en Manzanillo, se dirigieran a marchas forzadas hacia Santiago para
reforzar su guarnición. En el caso de Guantánamo no fue posible, puesto que las tropas de Pedro Agustín
Pérez obstaculizaron todo intento de salida e impidieron el avance de las fuerzas del general Félix Pareja
Mesa, que eran un total de seis mil soldados.

Respondiendo las órdenes de Linares, el jefe del 4.º Cuerpo, el coronel Federico Escario García, jefe inte-
rino de la 2.ª División, salió dos días después de Manzanillo, el 22 de junio, al frente de una columna de
refuerzo. Dicha columna compuesta por 3.572 efectivos sería la única que lograría entrar en Santiago y lo
hizo el 3 de julio.

Preparativos españoles para la defensa de Santiago de Cuba


Cuando el almirante Pascual Cervera Topete refugió, el 19 de mayo, su escuadra en la bahía de Santiago,
el punto de gravedad de la guerra se desplazó precisamente al lugar menos favorable para los españoles
y, por tanto, el más idóneo para los mambises y sus aliados norteamericanos. Luego, el bloqueo naval y el
estrechamiento del cerco de la ciudad por los insurrectos cubanos evidenciaron que se trataba del primer
objetivo norteamericano.

Santiago de Cuba se halla en el extremo occidental de un valle que se extiende unos 35 km en dirección
este-oeste, entre la Sierra Maestra y el mar. Este valle se ensancha desde una estrecha franja en Daiquirí,
hacia el extremo oeste, hasta alcanzar unos 13 km cerca de El Caney. Entre varios riachuelos y arroyos que

Cultura Militar. Año XLIV, n.º 92, pp. 185-186.


 MÜLLER Y TEJEIRO, J. (1898). Combates y capitulaciones de Santiago de Cuba. Madrid, Imprenta de Felipe
13

Marqués, pp. 275-277.


corren hacia el mar, a través de un terreno escabroso y cubierto por la manigua, se halla el río San Juan, el
más importante y que corre de norte a sur, a unos 5 km al este de Santiago.

La ciudad está ubicada en el extremo norte de una magnífica bahía de unas 4 millas náuticas de longitud
(7,4 km) que se comunica con el mar mediante un estrecho canal de una milla de longitud, sobre el que se
asoman dos alturas, El Morro en el margen oriental y La Socapa en la occidental. Ambas alturas son puntos
excelentes de observación de la zona de mar adyacente. Además, existe otra altura al norte de El Morro,
Punta Gorda, desde la que se domina el canal14.

Los preparativos de la defensa de Santiago de Cuba estaban dirigidos por una Junta Militar compuesta
por cinco miembros que eran las autoridades militares principales de la plaza: el general de división, José
Toral, que la presidía en calidad de gobernador militar; el Comandante de Marina, capitán de navío Pelayo
Pedemonte; el Comandante de Ingenieros, coronel Florencio Caula; el Comandante de Artillería, teniente
coronel Luis Melgar y el jefe de las Defensas Submarinas, teniente de navío de 1.ª José Müller y Tejeiro15.

Desde principios de abril, la Junta Militar había ordenado colocar minas eléctricas en la boca de la bahía y
cañones en sus márgenes. Las minas no resultaban del todo fiables y algunos cañones eran obsoletos y de
154 muy escaso alcance y precisión; no obstante, suponían un obstáculo para cualquier fuerza naval atacante
por la estrechez del canal de la boca de la bahía, que obligaba al paso de los barcos de uno en uno.

Por otra parte, las defensas eran prácticamente inexistentes para una plaza de tanta importancia. Resultó
que los Gobiernos anteriores se habían despreocupado de dotar de una defensa adecuada a las ciudades
principales ante un ataque serio, como el caso de Santiago, ya que los mambises en la pasada guerra del
68, igual que entonces, carecían de medios para su conquista. Por tanto, las defensas de la ciudad se re-
ducían solo a las siguientes:

Primero. Por el lado oeste, la Batería de Socapa, con dos cañones Hontoria de 16 cm y tres morteros Elorza
de 21 cm y también la Batería Baja de Socapa, con un cañón Nordenfelt de 57 mm, cuatro cañones Hotch-
kiss de 37 mm y una ametralladora de 11 mm. Todas estas piezas procedían del crucero Mercedes, surto
en el puerto.

Segundo. Al sur y al suroeste, el Castillo del Morro, construido de mampostería, muy antiguo e inútil como
fortaleza; la Batería del Faro, con cinco cañones de 16 cm y dos morteros de 21 cm, que eran piezas de
bronce y hierro de avancarga y de muy escaso alcance y precisión y la Batería Punta Gorda, que era inferior
y dominaba el canal de entrada y parte del puerto, con dos cañones Krupp de 9 cm, dos morteros Mata de
15 cm y dos cañones Hontoria de 16 cm.

Por otra parte, el general Linares preparó dos líneas exteriores para la defensa terrestre. La primera, contra
el desembarco de las fuerzas invasoras, resultaba demasiado larga. Como el mando español ignoraba dón-
de se efectuaría el desembarco enemigo o si habría desembarcos simultáneos al este y oeste de la boca
de la bahía, Linares dispersó fuerzas a lo largo de más de 50 km de costa, entre Punta Cabrera al oeste y
Daiquirí al este.

La segunda línea exterior era para proteger las zonas de cultivo y las líneas de ferrocarril contra los ataques
de las fuerzas mambisas. Medía unos 15 km y contaba con quince cañones tomados a la flota de Cervera,
de diversos calibres, alambradas y el apoyo de quince fortificaciones, entre fortines de piedra, blocaos de
troncos y tablas de madera, situados en su mayoría al norte y este de Santiago. Si se sostenían estas posi-
ciones, los defensores de la plaza podrían al menos disponer de agua potable y alimentos. No obstante,
tales defensas realizadas para contener a las fuerzas aliadas norteamericanas resultaban defectuosas y sin
cubierta, el emplazamiento de los cañones era muy deficiente y las dos líneas exteriores de la defensa
terrestre muy débiles. Además, se carecía de fuerzas suficientes para poder defender tanto las comunica-
ciones con el interior del país, como los accesos a la ciudad.

 PLACER CERCERA, G. Op. cit., pp. 188-189.


14

 MÜLLER Y TEJEIRO, J. Op. cit., p. 39.


15
EL EJÉRCITO NORTEAMERICANO NO ESTABA PREPARADO PARA LA GUERRA
CONTRA ESPAÑA

Relación de fuerzas entre los ejércitos contendientes


Aunque para algunos pudiera resultar sorprendente, los EE. UU. no estaban en absoluto preparados para la
guerra contra España. Su Armada no era realmente poderosa y era superior a la de España, pero no podía
por sí sola ganar la guerra, dado que el Ejército de Tierra norteamericano era muy inferior al español en
número, armamento, organización y preparación. La paradoja fue que la destrucción de la escuadra del al-
mirante Patricio Montojo el 1 de mayo en Cavite y la del almirante Pascual Cervera el 3 de julio en Santiago
sirvieron al Gobierno de Sagasta para dar por terminada la guerra, presentando a la Nación una derrota
tan rápida como incomprensible.

El ejército regular de EE. UU. era insignificante: 2.143 oficiales y 26.040 alistados. Además, no tenía ser-
vicios técnicos oficiales de cuartelmaestre, ni tampoco comisarios. Carecía además de un Estado Mayor
técnico y verdaderos servicios médicos y sanitarios, como también de servicios veterinarios.
155
Por otra parte, su Ejército disponía teóricamente de unos cien mil hombres armados y entrenados: la
Guardia Nacional. Pero esta no dependía del presidente, ni del Gobierno federal, sino de los respectivos
Estados de la Unión, siempre muy celosos de su autoridad sobre estas unidades. Se dio incluso el caso del
7.º Regimiento de Nueva York, uno de los de mayor prestigio, que votó en contra y no pudo movilizarse
en la guerra contra España. Además, las tropas no eran eficaces ni tenían buen armamento, en cuanto a
su disciplina, esta resultaba muy curiosa, ya que los hombres elegían a sus jefes por votación y tenían el
derecho para decidir si iban o no a la guerra16.

Inglaterra y Estados Unidos siempre se han distinguido por disponer de ejércitos permanentes muy redu-
cidos, naturalmente en términos relativos; así como también por su rápida movilización y desmovilización
en tiempo de guerra y de paz. Por tanto, el Ejército de EE. UU., producto de la desconfianza visceral hacia
los ejércitos permanentes, podría resultar útil en las guerras contra los indios, pero no en una guerra con-
vencional. Por eso, el Congreso autorizó al presidente McKinley a que incrementara las fuerzas regulares
«sólo mientras duraran las hostilidades» hasta 61.000 hombres, a reclutar unidades de la Guardia Nacional
que estuvieran al completo para que pudieran integrarse como un todo en un ejército expedicionario que
se estaba organizando y, por supuesto, sin incorporar a ningún oficial de West Point. En tales condiciones,
solo tres unidades no profesionales participaron en la guerra de Cuba (una observó un comportamiento
lamentable).

El 23 de marzo, McKinley pidió un alistamiento voluntario por toda la duración de la guerra contra España,
para un cupo de 125.000 hombres. Este cupo se cubrió rápidamente; aunque dos días después realizó una
nueva demanda, esta vez de 75.000 hombres, resultando un contingente de 228.183 hombres entre oficia-
les y soldados. De estos, solo noventa mil partieron hacia Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Veamos a continuación la relación de las fuerzas españolas del Ejército de Tierra destinadas en Cuba y el
total de los efectivos del Ejército de Tierra de los EE. UU., según el Anuario Militar de 1898.

16
 ILLIS, W. (1931). The Martial Spirit: A Study of Our War with Spain. Houghton Mifflin Co. Boston, p. 52 y ss. ALBI,
M
J. y STAMPA, L. (1985). Campañas de la Caballería Española en el siglo XIX. Madrid, Servicio Histórico Militar. Tomo
II, pp. 538-539.
CUADRO N.º 1
FUERZAS ESPAÑOLAS DEL EJÉRCITO DE TIERRA
DESTINADAS EN CUBA (1898)17
Infantería Regular 134.199
Infantería Irregular (voluntarios) 63.760
Total de Infantería 198.679

Caballería Regular 7.752


Caballería Irregular (voluntarios) 14.796
Total de Caballería 22.548

Artillería Regular 5.308


156 Artillería Irregular (voluntarios) 4.123
Total de Artillería 9.431

Ingenieros Regulares 4.905


Ingenieros Irregulares 1.441
Total de Ingenieros 6.346

Sanitarios 1.975
Guardia Civil 1.930
Guerrilleros 4.446
Infantería de Marina 30.484
Total de Misceláneos 2.508

TOTAL 278.447

CUADRO N.º 2
EFECTIVOS DEL EJÉRCITO NORTEAMERICANO
EN ABRIL DE 1898 (DESDE MAINE HASTA ALASKA)18
Oficiales y Estados Mayores OFICIALES TROPA
Caballería 532 2.026
Artillería 437 6.047
Infantería 288 4.486

Misceláneos 866 12.828

TOTAL 26.040

17
 Anuario Militar de 1898. CALLEJA LEAL, G. (1997). «La guerra hispano-cubana-norteamericana: Los combates
terrestres en el escenario oriental». Revista de Historia Militar. Servicio Histórico Militar y Museo del Ejército. Madrid.
Año XLI, n.º 83, p. 191.
18
 Ibidem, ut supra.
Carencia de un plan de campaña definido
El Ejército norteamericano no tenía un alto mando, ni jamás lo había tenido, pese a que era entonces una
práctica común en Europa, donde no había fronteras desorbitadas ni tampoco pueblos tribales análogos a
los indios. Por tanto, no había un verdadero plan de campaña.

El general en jefe del Ejército, el mayor general Nelson Appleton Miles, era el oficial de mayor gradua-
ción19, tenía 59 años. Débil de carácter y vanidoso, se había casado bien y contaba con amigos poderosos
en el Congreso y en la Milicia. Durante la pasada guerra civil (1861-1865) había luchado como voluntario
en el Ejército de la Confederación, siendo herido cuatro veces. Acabó siendo mayor general de la Fuerza
de Voluntarios con mando sobre veintiséis mil hombres. En los últimos veinte años había dirigido casi todas
las campañas contra los indios en los territorios el Oeste hasta recibir la Medalla del Congreso, máxima
distinción al Valor. Desde 1875, hasta 1888, había dirigido la guerra contra los indios en acciones muy des-
tacadas. Venció a los cheyenes, a los kiowas y a los comanches (1875); a los sioux de Sitting Bull y a Crazy
Horse (1876-1880) y, finalmente, a los apaches, capturando al célebre jefe Jerónimo (1888). Pero resulta
evidente que la campaña militar de 1898 nada tenía que ver con las pasadas guerras contra los indios y en
las que él era un experto.
157
Miles tenía su propio plan de campaña, que no estaba organizado con antelación por especialistas, ni tam-
poco con posibles alternativas o para el que se hubieran efectuado los necesarios preparativos financieros
y de aprovisionamiento. Consistía solo en organizar y entrenar a los voluntarios durante el verano con la
ayuda de los regulares, e iniciar la campaña en invierno por el clima fatal de Cuba durante el verano. En
síntesis, pretendía invadir la costa oriental de Puerto Rico y avanzar desde allí con las tropas hacia el oeste,
sabía que las fuerzas regulares españolas no eran allí poderosas y que no opondrían gran resistencia. El
Ejército expedicionario podría tomarse su tiempo y aclimatarse al Trópico, luego, a mediados de septiem-
bre, al terminar la estación de las lluvias en Cuba, sus tropas estarían listas para desembarcar en el extremo
oriental de la isla. Después, proseguirían su marcha hacia el oeste hasta La Habana. Conforme a su plan, la
guerra concluiría con la rendición de esta plaza.

Aunque pudiera parecer inverosímil, el propio Miles explicaba su plan de campaña como si fuera una ca-
minata por un sendero arbolado. Y, por supuesto, solicitaba la cooperación total de la Armada, pese a que
esta se hallaba entonces tan ocupada con las andanzas de la escuadra de Cervera como para atenderle.

Lo primero que hizo Miles fue reconcentrar quince mil soldados regulares en Nueva Orleans, Mobile y Tam-
pa, y enviar voluntarios a los distintos campos de entrenamiento. Siendo La Habana la capital de Cuba y,
por tanto, la ciudad más importante política y militarmente, creyó que debía ser el principal objetivo de su
campaña militar, sin embargo, el temor que se tenía a la escuadra de Cervera fue lo que priorizó la obten-
ción del control del mar sobre cualquier otro movimiento.

Russell A. Alger, secretario de Guerra en el Gobierno de McKinley desde el 5 de marzo de 1897, estaba por
encima de Miles y nunca estaba de acuerdo con él. Era partidario de atacar e invadir directamente Cuba y
consideraba el plan de campaña de Miles, al que muchos llamaban «la Campaña de la Mecedora», como
muy poco elaborado y demasiado improvisado, sin embargo, no se opuso porque el pueblo norteamerica-
no pedía la inmediata intervención militar en la isla.

Por otra parte, aunque Alger se había arrepentido de haber gastado $ 16.000.000 en la compra de caño-
nes para la Guardia Costera, el Congreso se había apropiado de $ 32.720.945 adicionales para el ejército
expedicionario e invasor de Cuba (la Armada iba a recibir 35 buques de guerra, pero eso formaría parte de
otra apropiación del Congreso), que se emplearían en las fuerzas de Miles y en las de Tampa.

Naturalmente, McKinley era quien tenía la última palabra en cualquier decisión sobre la campaña militar
de EE. UU. Aunque seguía todos los movimientos militares y navales, no solía interferir en tales asuntos.
Cuenta Donald Barr Chidsey en su libro La Guerra Hispano-Americana, 1896-1898, que junto a su despacho
en la Casa Blanca había un «recinto bélico» en el que solía pasar una buena parte del día junto a expertos

 PLAZA, J. A.. El maldito verano del 98. Ediciones Temas de Hoy. Madrid, pp. 87-89. KELLER, A. (1969). The Spanish-
19

American War. Hawthorn Books Inc., Nueva York, pp. 52-53. DÍAZ ALEGRÍA, M. Op. cit., pp. 20-21 y 24.
militares y navales que señalaban numerosos puntos en mapas y cambiaban las posiciones con alfileres
colorados20.

El general William Rufus Shafter, militar veterano y uno de los principales protagonistas de los combates
terrestres del 98, tenía 63 años. Era un hombre muy inteligente, aunque su aspecto lo hacía ridículo por sus
120 kg de peso, y de ahí que necesitara la ayuda de dos soldados para montarse a caballo. Sufría de gota y
de asma, solía aparecer en las caricaturas de la prensa neoyorquina. En la pasada guerra civil fue nombrado
teniente del 7.º Regimiento de Voluntarios de Michigan. Fue herido en la célebre batalla de Fair Oaks y, tras
ser dado de alta, promocionó a comandante. Cayó prisionero en Van Dorn (1863) y, tras pasar seis meses
de cautiverio, fue canjeado y ascendido a coronel del 17.º Regimiento de Infantería de Color. Al término
de la guerra (1865), se licenció al disolverse el Gran Ejército de la República y recibió de nuevo el grado de
coronel. También participó en la conquista del Oeste y vengó la muerte del coronel George A. Custer, jefe
del legendario 7.º Regimiento de Caballería de la Brigada Michigan, que murió con sus hombres a manos
de los sioux en la sangrienta batalla de Little Big Horn. En 1898 fue nombrado mayor general voluntarios
con motivo de la guerra contra España. Finalmente, obtuvo el mando (7 de julio de 1898) de los veinte mil
hombres del contingente expedicionario concentrado en Tampa: el V Cuerpo de Ejército de los EE. UU.
Sus únicos superiores eran: McKinley, Alger y Miles y, por supuesto, ninguno de ellos era un «genio militar».
158
El 26 de mayo de 1898, se hallaban 36 transportes fondeados en aguas de Tampa (Florida). El día 30, la
escuadra del almirante Sampson zarpaba rumbo a Cuba. Mientras aún se discutían los diversos planes de
campaña proyectados y los posibles lugares para el desembarco, la escuadra de Cervera entró en Santiago
de Cuba y permanecerá allí inamovible. Esto fue lo que provocó el plan de campaña definitivo.

El 30 de mayo, Día de Recuerdo de los Caídos, Shafter recibió un telegrama de Washington por el que se
le ordenó:

1.º Preparar la salida hacia Santiago de Cuba y cooperar con la Armada.

2.º Cooperar con los insurrectos cubanos y emplearlos en lo que conviniera, ya que Tomás Estrada Palma
(futuro primer presidente de la República de Cuba en 1902), Delegado del Partido Revolucionario Cu-
bano (PRC), se había entrevistado con el presidente McKinley y enviado instrucciones a Máximo Gómez,
generalísimo del Ejército cubano.

3.º Tomar Santiago cuanto antes y con el menor coste.

4.º Una vez tomado Santiago, reembarcar las tropas y conducirlas a Banes, localidad próxima a La Habana
(no confundir con el pueblo oriental de Banes), y esperar nuevas órdenes.

Todo cuanto aquí hemos reseñado demuestra que el Ejército norteamericano carecía de un Estado Mayor
competente. Por otra parte, Miles no fue enviado con el V Cuerpo de Ejército a Santiago de Cuba, porque
jamás pudo pensarse que allí acabaría la guerra. El verdadero plan de campaña consistía en tomar La Ha-
bana con el grueso del Ejército norteamericano a las órdenes del general en jefe, Nelson A. Miles, con el
apoyo de la escuadra de Sampson y el Ejército cubano. Por eso Shafter había recibido la orden de tomar
Santiago y esperar nuevas órdenes en Banes.

Situación caótica del V Cuerpo de Ejército de EE. UU. en Tampa


En Tampa no hubo organización alguna y se puso de manifiesto la falta de competencia y la incapacidad
absoluta de los mandos del Ejército para preparar una expedición de más de veinticinco mil hombres a
tierras tropicales. Aquellas tropas acampadas carecieron de uniformes, fusiles, munición, calzados y mantas.
La comida escaseó y todo el material recibido resultó ser limitado y muy deficiente. Por tanto, en menos de
dos meses, el Gobierno tuvo que improvisar planes de equipamiento y avituallamiento, desbordándose to-
dos los intentos organizativos que se hicieron y, mientras tanto, los fabricantes oportunistas y sin escrúpulos
se enriquecieron realizando grandes negocios a costa del erario público.

 BARR CHIDSEY, D. (1973). La Guerra Hispano-Americana, 1896-1898. Barcelona-México, Ediciones Grijalbo, pp.
20

125-127.
La elección de Tampa como punto de partida de la fuerza expedicionaria fue un tremendo error de graves
consecuencias. La ciudad no estaba ni remotamente preparada para acoger a un ejército numeroso. Dispo-
nía de un amplio puerto, pero solo tenía una única línea de ferrocarril y esto provocó un continuo embote-
llamiento de trenes y vagones. Cuando comenzaron a llegar a diario miles de vagones cargados con todo
lo necesario para el ejército expedicionario, toda aquella carga quedó amontonada en los muelles y en el
puerto. Además, las facturas nunca llegaban a tiempo y los oficiales se veían obligados a ir vagón por vagón
rompiendo los sellos para averiguar qué contenían.

Solían faltar elementos para la ración del soldado (como patatas y cebollas) e incluso llegaría a faltar la
carne, pese a que todos estos alimentos se encontraban en diez o doce vagones o bien pudriéndose en
algún almacén cercano. La carne procedía de los deshechos de los mataderos de Chicago y Kansas, había
sido enlatada para la guerra chino-japonesa de 1894 y los soldados la llamaban «vaca embalsamada». Pero,
además, sería incomestible al no aguantar después las altas temperaturas de Cuba.

Cierta mañana, llegó un enorme tren abarrotado de carne junto a otro de quince vagones con uniformes
caquis, pero fueron conducidos a un desviadero ubicado a más de ciento cincuenta km y olvidados junto a
cinco mil fusiles y su munición. Mientras tanto, las tropas tuvieron que llevar uniformes de lana azul de los
empleados en los Estados del Norte y Noroeste, e incluso se dio el caso de algunos regimientos que de 159
forma incomprensible seguirían llevando en Cuba esta ropa «especial» usada en Alaska.

Por tanto, dichos regimientos ¡no tuvieron otros uniformes hasta julio o agosto en Cuba! También se dio el
inaudito caso de la llegada de los cañones, ruedas, cureñas, avantrenes y demás material de artillería ligera,
pero al llegar con varios días de retraso, se rompieron numerosos sellos de carros buscando en vano a lo
largo de las vías de la estación de ferrocarril.

Como cabía esperar, el enfado en Washington era mayúsculo y el propio general Miles tuvo que ser envia-
do a Tampa para poner algo de orden y sensatez en aquel tremendo caos, lo que logró a duras penas y con
no poco esfuerzo. Todo ello demuestra que el Ejército norteamericano carecía entonces de una organiza-
ción adecuada y de un buen Estado Mayor técnico. Pero pese a tales dificultades, la expedición pudo em-
prenderse por la firme voluntad de sus jefes y oficiales, así como también por el entusiasmo de las tropas.

El 31 de mayo fue cuando los transportes por fin terminaron de cargar el agua y el carbón, el material de
guerra, las raciones de la comida del rancho, el forraje para la caballería y toda clase de pertrechos. Pri-
mero se ordenó cargar raciones para veinte mil hombres y para un período de seis meses; luego se dio la
contraorden de que fuera para solo dos meses y, finalmente, se cargaron raciones para cien mil hombres
en varios transportes de reserva. Aquellas órdenes y contraórdenes no eran más que un fiel reflejo de la
improvisación impuesta por la falta de organización.

El lento y desordenado embarque de los pertrechos continuó hasta el 7 de junio, al día siguiente se proce-
dió al de las tropas, que aún fue peor. Ningún regimiento había recibido instrucciones de cuándo, dónde
y cómo había que embarcar. Y por si fuera poco semejante embrollo y precipitación, corrió el rumor luego
confirmado que, una vez cargado el material en los transportes, solo irían dieciocho mil hombres y no vein-
tisiete mil como finalmente se había pensado. Por tanto, algunos regimientos permanecieron en Tampa sin
poder embarcar.

Cada unidad y regimiento intentaba resolver, a su manera, el problema del caos reinante. Theodore Roo-
sevelt lo describe con su estilo personal en su conocido informe:

«Cuando nosotros marchamos para Tampa, pensé nuevamente que todo estaba enmarañado
y que toda la confusión no se debía a la congestión de las vías férreas. Nos dijeron que mar-
cháramos a determinada vía férrea y que allí habría vagones esperándonos, pero, en efecto,
no había nada. El coronel Wood y yo nos cansamos de explorar las distintas vías sin encontrar
ningún tren. Finalmente tropezamos con un tren de carros de carbón vacíos, nos lo apropia-
mos y en él metimos nuestras tropas e hicimos el viaje. Sin embargo, estoy seguro que dicho
tren no estaba destinado ni mucho menos para nosotros».

Lo que sucedió fue que Roosevelt tuvo que «secuestrar» a punta de revólver aquel tren para su regimiento,
los «Rough Riders», pudieran llegar al puerto y embarcar a tiempo.
En otro lugar de dicho informe, Roosevelt afirma:
«Finalmente el General Shafter nos dijo a Wood y a mí que el Coronel Humphrey, Cuartel-
maestre, nos acomodaría. No supimos Wood y yo –cazar– a Humphrey, pero nadie sabía dón-
de estaba. Al final ambos pudimos localizarle casi a la vez tras una búsqueda tenaz. Humphrey
nos atendió y nos asignó el transporte Yucatán[…]».

Más adelante Roosevelt añade:


«Accidentalmente me enteré que el transporte Yucatán había sido también asignado a los Re-
gimientos 2.º y 71.º de Voluntarios de Nueva York. En vista de ello, organicé una fuerte guardia
armada que rechazó a la fuerza al Segundo de Infantería y al 71.º de Nueva York de la escala
del barco. Mientras tanto, reuní a toda prisa al regimiento y lo embarqué a la carrera mientras la
guardia mantenía el camino abierto. Una vez embarcada nuestra gente. Dejé subir elementos
del 2.º de Infantería, pero solo pudieron acomodarse cuatro compañías de la Agrupación»21.

Pero la odisea de Roosevelt continuó al embarcar su regimiento, ya que no pudo transportar sus caballos
por no haber espacio para ellos. Por tanto, el variopinto Regimiento 1.º de Caballería Voluntaria, formado
160 por excelentes jinetes (indios, cazadores de las praderas, sheriffs, pistoleros, ganaderos, terratenientes, de-
portistas, universitarios, financieros de Wall Street e hijos de millonarios) marcharía a la guerra como unidad
de «caballería desmontada». Se trataba de una supuesta tropa de «élite» organizada por el propio Roosevelt
para su lucimiento personal y, sobre todo, especialmente equipada y pintoresca como lo era él mismo, quien
habiendo sido subsecretario de Marina se había convertido en teniente coronel de Caballería Voluntaria.

A todos estos problemas causados por semejante desorganización se unieron las quejas de la Marina. Sus
jefes alegaban que ellos solos estaban haciendo la guerra y que las operaciones terrestres debían de co-
menzar cuanto antes para aliviar el esfuerzo desgastador de sus marinos.

El 9 de junio zarpó por fin la primera oleada expedicionaria con doce transportes y dieciséis mil hombres
rumbo a las costas meridionales de Cuba, con ellos también fue toda una «legión» de 89 periodistas como
corresponsales de guerra (entre ellos, veinte fotógrafos y seis dibujantes) y los dos operadores de cine,
Albert E. Smith y Jim Blackton, pertenecientes a la empresa Vitagraph Company de Nueva York. Por ello,
la guerra del 98 en Cuba fue la primera de la historia en la que sus combates pudieron ser filmados. Pero
sucedió que unos jóvenes e inexpertos marinos de dos buques de guerra, el Resolute y el Tagle, confun-
dieron una flotilla de barcos propios con la flota auxiliar española del almirante Manuel de la Cámara, que
por entonces había partido de Cádiz rumbo a Filipinas: por ello, unas pocas horas después, se ordenó a la
expedición que regresase a Tampa y se refugiase en su puerto.

CUADRO N.º 3
PERSONAL Y MATERIAL DE GUERRA 22

PERSONAL MATERIAL DE GUERRA


Oficiales 815 Baterías ligeras de cuatro cañones cada 4
una
Tropa 16.072 Cañón automático Hotchkiss 1
Empleados civiles 30 Cañón automático de dinamita 1
Carreteros y empacadores 272 Ametralladoras Gatling 4
Estibadores 107 Cañones de sitio de 5” 4
Cañones Howitzers de 7” 4
TOTAL 17.296 Morteros de campaña de 8” 8

21
 MEDEL, J. A. (1929). La Guerra Hispano-Americana. La Habana, pp. 20-21. DIERKS, J. C. (1970). A leap to arms: the
Cuban Compaign of 1898. Nueva York, pp. 49-50.
22
 Cuadros n.º 3 y 4 en CALLEJA LEAL, G. «La guerra ». Op. cit., p. 109. CHADWICK, F. Op. cit. Tomo II, pp. 19-21.
Durante seis días se buscó en vano la llamada «flota fantasma», que por supuesto jamás apareció por no
hallarse en aquellas aguas. Pero el Gobierno norteamericano no quería correr riesgos, puesto que los mer-
cantes habían partido sin la protección necesaria de una escuadra poderosa que pudiera defenderlos de un
posible ataque naval español. Por entonces, las principales unidades navales de la Armada estadounidense
estaban ocupadas en acciones de bloqueo en torno a La Habana, Santiago y otros puertos cubanos.

El 14 de junio, a las 19:00 h, tras una semana de interminable espera en la que dieciséis mil soldados per-
manecieron hacinados en las cubiertas de los barcos soportando terribles temperaturas, se dio la orden de
zarpar. El convoy se componía de los mencionados 32 transportes de tropa y material de guerra; además
de 2.295 animales entre mulos y caballos, 195 vagones de varias clases y siete ambulancias. Acompañan-
do al V Cuerpo de Ejército también iban once agregados militares de varios países: Rusia, Francia, Japón,
Noruega y Suecia, Reino Unido, Alemania y Austria-Hungría (ver cuadro n.º 4).

CUADRO N.º 4
AGREGADOS MILITARES
Coronel Yemolov Rusia
161
Comandante Grandpe Francia

Comandante Shiba Japón


Teniente Saneyuki Japón
Capitán Werster Suecia/Noruega
Capitán Abildgard Suecia/Noruega
Capitán de Corbeta Dahlgren Suecia/Noruega

Capitán de Navío Lee Reino Unido

Conde Von Goetzen Alemania


Teniente Von Reuber Alemania
Teniente Roedler Austria-Hungría

Los buques que custodiaban el convoy eran los siguientes: Indiana, Detroit, Castine, Manning, Wasp, Ea-
gle, Wompstock y Osseola, junto con los torpederos Ericsson y Rodgers. Pero aquella expedición militar,
pésimamente planeada, se realizaría con gran desorden. El secretario de Defensa, Alger, y los generales Mi-
les y Shafter desoyeron las múltiples observaciones y consejos del Departamento de Marina, que había re-
comendado que cada transporte del convoy estuviera a las órdenes de un oficial de la Armada. Pero como
los capitanes mercantes no tenían costumbre de navegar en forma de convoy y mucho menos en intervalos
de 400 m entre uno y otro barco, se retrasaban y solían separarse del convoy huyendo de la proximidad de
los otros barcos por temor a colisionar. En definitiva, cada capitán mercante condujo su barco como le vino
en gana e hizo caso omiso de las órdenes que había recibido antes de zarpar de Tampa.

En la mañana del día 20, el convoy llegó frente a Santiago de Cuba con bastante retraso y no pocas difi-
cultades. Los buques de transporte City of Washington y Yucatán no llegaron hasta la tarde, ya que desde
la noche del día 18 se habían separado del convoy y habían navegado por su cuenta, de ahí que el yate
armado Wasp tuviera que salir en su búsqueda y conducirlos al lugar acordado.

Sustitución del plan norteamericano para la campaña militar de Cuba por el del general
Calixto García: los acuerdos de El Aserradero
French Ensor Chadwick, entonces capitán de navío y jefe del Estado Mayor de la flota estadounidense que
bloqueaba la boca de la bahía de Santiago, se entrevistó con el general Shafter para exponerle el plan del
contraalmirante William Sampson. A grandes rasgos, consistía en que Shafter atacara con sus tropas y por
sorpresa tomara el castillo de El Morro y la batería de Socapa. Con este apoyo terrestre y libres los flancos,
la escuadra atravesaría después el canal para limpiarlo de minas y torpedos. Finalmente, una vez dentro
de la bahía de Santiago, hundiría la escuadra de Cervera, ayudando desde allí la toma de la ciudad, que
capitularía sin remedio. Se trataba de un plan sencillo, efectivo y con resultados inmediatos. No obstante,
los estadounidenses desconocían la topografía del terreno, la situación estratégica y el valor de las tropas
españolas de la guarnición. Por eso, Shafter aceptó el plan de Sampson, pero le propuso no actuar sin antes
haberse entrevistado con el mayor general Calixto García, lugarteniente de Máximo Gómez.

El 19 de junio Chadqwick desembarcó en la ensenada de El Aserradero, situada en la desembocadura del


río del mismo nombre y a unos 30 km al oeste de la boca de la bahía, contactó con las fuerzas mambisas del
lugar y fue conducido ante el general García, a quien invitó a visitar el crucero acorazado New York, buque
insignia de la escuadra estadounidense, para que se entrevistara con Sampson.

Horas después, García se personó acompañado por el general Saturnino Lora y oficiales de su Estado Ma-
yor. Fue una entrevista breve en la que Sampson le expuso su plan, pero García disintió proponiéndole que
el desembarco de las tropas del 5.º Cuerpo de Ejército fuera en un punto de la costa oeste de la boca de la
bahía, tal como le había sugerido en la carta que le había enviado el 13 de junio desde Mejía y que fue reci-
bida el 16; ya que la región estaba bajo el control de las fuerzas independentistas cubanas y podían prestar
162 su apoyo. Aquella carta comenzaba: «Mi opinión, conforme a la de mis subalternos que Ud. me dice, es que
el oeste es el mejor sitio para el desembarco». Al final, como no hubo acuerdo, García y Sampson optaron
por esperar la llegada de Shafter para retomar este asunto con mayor profundidad.

Al día siguiente, 20 de junio, el brigadier cubano Demetrio Castillo Duany llegó muy temprano con su
Estado Mayor a El Aserradero y se entrevistó con Calixto García para informarle sobre la situación de las
fuerzas españolas y sus preparativos de defensa. Según el teniente Lino Dou, jefe del Estado Mayor de
Castillo, este conocía a la perfección los alrededores de Santiago y convenció a Calixto García para que el
desembarco se efectuara al este de la ciudad y no al oeste de la misma. En consecuencia, García marchó
con sus fuerzas al este de Santiago y acampó en El Aserradero23.

Aquel día por la mañana, el convoy que transportaba las tropas arribó a la región. Poco después, al medio-
día, Shafter y Sampson se reunieron allí con García y otros jefes cubanos. Por parte cubana, asistieron los
generales Saturnino Lora, José Manuel Capote, Jesús Rabí y Demetrio Castillo Duany, junto con oficiales
de sus estados mayores respectivos y por parte norteamericana, además de Sampson y Shafter, lo hicieron
el ayudante del primero, teniente John D. Miles, y el jefe del Estado Mayor conjunto del segundo, teniente
de navío, Sydney A. Staunton. La entrevista se inició a las 14:00 h y en esta ocasión García demostró una
vez más su gran talla como militar, exponiendo a Shafter y a Sampson un plan muy diferente para el ataque
y toma de Santiago de Cuba, que a grandes rasgos consistió en los tres puntos siguientes:

Primero. Desembarcar el V Cuerpo de Ejército en el pequeño poblado de Daiquirí, con la protección de la


escuadra norteamericana por mar y las fuerzas mambisas desde tierra; para luego dirigir el ataque a San-
tiago por el este.

Segundo. Disponer de un fuerte contingente de tropas cubanas al mando del general Jesús Rabí en las
riberas del río Contramaestre, para interceptar desde allí cualquier posible intento español de llevar refuer-
zos a Santiago desde Manzanillo24.

Tercero. Al realizarse todos estos movimientos, la escuadra controlaría el mar.

Así pues, fue un plan sencillo, sólido, trazado con sentido común y el aplomo del genio militar de García,
así como con la seguridad que le proporcionaba el conocimiento del terreno y de las fuerzas españolas.
Sampson y Shafter se convencieron de que era el plan idóneo, aunque Shafter se negó rotundamente al
envío del general Rabí con fuerzas mambisas al Contramaestre.

En cumplimiento de los acuerdos tomados en El Aserradero, se procedió a ultimar los detalles para su eje-
cución al día siguiente, 21 de junio, mediante varias maniobras y traslados de tropas:

23
CASTELLANOS GARCÍA, G. (1944). Dino Dou. La Habana, Asociación Cultural Femenina. pp. 33-36.
 ESCALANTE BEATÓN, A. (1978). Calixto García y su Campaña en el 98. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales,
24

pp. 523-525.
Primero. Al amanecer, el general Agustín Cebreco con su división mambisa marcharía sobre el noroeste
de Santiago para tomar posiciones sobre los caminos al interior y evitar la llegada de tropas españolas de
refuerzo a Santiago de Cuba.

Segundo. La escuadra de Sampson bombardearía la costa, sobre todo Cabañas, Aguadores, Daiquirí y
Siboney.

Tercero. Unos quinientos veinte soldados mambises de las brigadas de Bayamo y Jiguaní, a las órdenes
directas del coronel Carlos González Clavel, embarcarían de noche en El Aserradero rumbo a Sigua, situada
a unos 15 km de Daiquiri, donde se encontraba la brigada de Demetrio Castillo Duany (que acompañaba a
González Clavel), formada por setecientos ochenta combatientes para incorporarse a ella y reforzarla. Lue-
go, con el apoyo de la artillería naval, ocuparía el poblado de Daiquirí, situado a 25 km al este de El Morro.
Una vez tomado Daiquirí por los mambises, estos desplegarían una bandera cubana para que la escuadra
estadounidense suspendiera su fuego artillero. Por tanto, estas fuerzas cubanas constituirían una vanguar-
dia encargada de proteger y asegurar la cabeza de playa del desembarco de las tropas norteamericanas,
que se realizaría al día siguiente, 22 de junio.

Cuarto. Durante el desembarco de Daiquirí y para confundir aún más al ejército español, diez transportes 163
con tropas apoyados por tres buques de guerra efectuarían un simulacro de desembarco frente a Cabañas.
Mientras tanto, el general cubano Jesús Rabí atacaría esta posición por la retaguardia.

Pero Calixto García actuó también por su cuenta al margen de los acuerdos de El Aserradero y cursó ins-
trucciones precisas: el general Pedro Agustín Pérez, para que se situara con sus tres mil hombres «cerca de
Guantánamo de manera que impida que las fuerzas que guarnecen la ciudad se unan a las de Santiago », al
general Luis de Faria, para que con sus tres mil hombres impidiera que el general Luque enviara refuerzos a
los defensores de Santiago desde Holguín, cuya guarnición contaba con doce mil soldados y al general de
división Francisco Estrada, para que hostigara cualquier movimiento de tropas españolas que se efectuara
desde Manzanillo.

En definitiva, tras aquella entrevista del 20 de junio, las fuerzas cubanas emprendieron, bajo la dirección del
mayor general Calixto García, lugarteniente general del llamado Ejército Libertador y jefe del mismo en el De-
partamento Oriental, toda una operación de un enorme alcance estratégico, ya que no solo servía de apoyo
al desembarco del V Cuerpo de Ejército de los EE. UU., sino que también les aseguraba una superioridad de
fuerzas en la región de Santiago de Cuba y sus inmediaciones, escogida como teatro de operaciones.

Croquis de la ruta de la invasión norteamericana hacia Santiago de Cuba. Guillermo Calleja Leal
OPERACIONES DE DESEMBARCO DEL V CUERPO DE EJÉRCITO DE EE. UU.

El desembarco del V Cuerpo de Ejército en Daiquirí y el de Shafter en Siboney


El 22 de junio se ejecutó el plan del general Calixto García y la actuación de las fuerzas mambisas fue fun-
damental para que fuera un éxito. Los jefes, oficiales y soldados mambises, experimentados y conocedores
del terreno y del modo de combatir del Ejército español, no solo actuaron como prácticos y guías, sino que
marchando siempre en vanguardia, realizaron labores de exploración, atacaron las posiciones entre Santiago
y Guantánamo y mediante acciones combativas impidieron que el mando español reforzara la defensa litoral.
Según lo previsto, el brigadier Castillo Duany y el coronel González Clavel avanzaron con sus tropas y
tomaron Daiquirí, cuya guarnición evacuó el poblado sin combatir y donde se produjo un suceso poco
conocido. Al entrar los mambises en Daiquirí, unas mujeres salieron a recibirlos y una de ellas entregó al
teniente Remigio Castañeda varios objetos abandonados por los españoles, entre ellos una bandera de
España. Llevado por el entusiasmo, Castañeda enarboló con imprudencia la bandera para que pudieran
contemplarla sus compañeros. Al divisar los norteamericanos con los prismáticos la bandera, lanzaron una
164 andanada creyendo que se trataba de una fuerza enemiga. Allí cayeron varios cubanos heridos y muertos,
y entre estos últimos, el propio teniente Castañeda, quien por una ironía del destino murió cubierto por
la bandera española, la que tanto había combatido durante cuatro años y a causa de proyectiles aliados25.
Ante el peligro que corrían los combatientes cubanos por el error de la escuadra, Castillo ordenó izar de
inmediato la bandera cubana en lo alto de la torre del heliógrafo, que había sido abandonado por los es-
pañoles. Acto seguido, cesó aquel terrible bombardeo naval.
Ocupado Daiquirí, se inició el desembarco con total tranquilidad y seguridad, tal como si fueran maniobras
en tiempo de paz. Las tropas desembarcaron por el siguiente orden: primero, la División Lawton, segundo,
la Brigada Bates, tercero, la División de Caballería desmontada de Weeler, cuarto, la División Kent y quinto,
el Tercio de Caballería del coronel Rafferty.
Al anochecer habían desembarcado seis mil hombres y la operación continuó hasta el día 26, día en el que
terminó el desembarco de la artillería de campaña. Pero resultó que el desembarco fue tan caótico como
lo había sido el embarque de las tropas y del material en Tampa. Las baterías de las distintas divisiones
desembarcaron, pero los caballos y los mulos llegaron en otro transporte y las municiones en otro diferente.
Incluso hubo un transporte que se alejó hasta 12 o 15 millas de la costa, resultando necesario enviar un
buque de guerra para «cazarlo» literalmente. Si aquella operación caótica resultó un éxito, se debió a que
miles de mambises no dejaron de hostigar a las tropas españolas para evitar que atacaran Daiquirí durante
el desembarco, lo que hubiera provocado un descalabro de enormes proporciones.
El día 23, la División Lawton avanzó sobre Siboney. Lo hizo a través de un trillo de tránsito muy difícil, no solo
para los bisoños voluntarios, sino también para los veteranos del ejército regular, al estar acostumbrados a
las guerras indias sobre desiertos arenosos y montañas rocosas sin vegetación. Marcharon penosamente en
columna de dos y resultó imposible el empleo de flanqueadores en aquellas impenetrables maniguas tro-
picales. Las tropas de Castillo Duany y Gonzalez Clavel marcharon en vanguardia con la misión de tomar el
poblado de Siboney y ocupar su pequeña playa, situada a unas 4 millas al oeste de Daiquirí; por lo que las
fuerzas expedicionarias contaron con otro punto de desembarco más próximo a Santiago. Una vez ocupado
Siboney, esas fuerzas cubanas lanzaron un ataque que duró unos minutos contra las tropas españolas, las
cuales abandonaron la localidad, persiguiéndolas en su repliegue hasta encontrarlas de nuevo más tarde
en Las Guásimas, aunque parapetadas y dispuestas a combatir. En aquel breve combate, los mambises
tuvieron veinte muertos y numerosos heridos, mientras que las bajas españolas fueron muy inferiores.

La organización del V Cuerpo de Ejército norteamericano y la del Ejército cubano


Veamos ahora cómo era la organización del V Cuerpo de Ejército que desembarcó en Daiquirí, al mando
de su general en jefe William Shafter, la del Ejército cubano en la isla, al mando de su generalísimo Máximo
Gómez y la de las fuerzas cubanas existentes en la provincia de Santiago (Oriente), con el lugarteniente
general del Ejército cubano, el mayor general Calixto García.

 MEDEL, J. A. Op. cit., p. 26.


25
CUADRO N.º 5
ORGANIZACIÓN DEL V CUERPO DE EJÉRCITO NORTEAMERICANO26

V CUERPO DE EJÉRCITO Mayor general de Voluntarios William Shafter


PRIMERA DIVISIÓN Brigadier J. F. Kent. Jefe
1.ª BRIGADA Brigadier H. S. Hawkigns
6.º Regimiento de Infantería Teniente coronel Egbert
16.º Regimiento de Infantería Coronel Theaker
71.º Regimiento de Voluntarios de Nueva York Coronel Downs
2.ª BRIGADA Coronel E. P. Pearson
2.º Regimiento de Infantería Coronel Whearry
10.º Regimiento de Infantería Teniente coronel Kellog
21.º Regimiento de Infantería Teniente coronel Mc. Kibbin 165
3.ª BRIGADA Coronel C. A. Wikoff
9.º Regimiento de Infantería Teniente coronel Ewers
13.º Regimiento de Infantería Teniente coronel Worth
24.º Regimiento de Infantería Teniente coronel Liscum

SEGUNDA DIVISIÓN Brigadier H. W. Lawton. Jefe


1.ª BRIGADA Coronel J. J. Van Horn
8.º Regimiento de Infantería Comandante Conrad
22.º Regimiento de Infantería Coronel Patterson
2.º Regimiento de Voluntarios de Massachusetts Coronel Clark
2.ª BRIGADA Coronel E. Miles
1.º Regimiento de Infantería Teniente coronel Bisbee
4.º Regimiento de Infantería Teniente coronel Braimbridge
25.º Regimiento de Infantería Teniente coronel Daggett
3.ª BRIGADA Brigadier A. R. Chafee
7.º Regimiento de Infantería Coronel Benham
12 Regimiento de Infantería Teniente coronel Comba
17.º Regimiento de Infantería Teniente coronel Haskett

DIVISIÓN DE CABALLERÍA Mayor general J. Wheeler. Jefe


1.ª BRIGADA Brigadier S. S. Sumner
3.º Regimiento de Caballería Comandante Wessells
6.º Regimiento de Caballería Coronel Carroll
9.º Regimiento de Caballería Teniente coronel Hamilton

 CALLEJA LEAL, G. «La guerra ». Op. cit., p. 115.


26
CUADRO N.º 5
ORGANIZACIÓN DEL V CUERPO DE EJÉRCITO NORTEAMERICANO26
2.ª BRIGADA Brigadier S. B. Young

1.º Regimiento de Caballería Teniente coronel Viele


10.º Regimiento de Caballería Comandante Norvell
1.º Regimiento de Caballería Voluntaria (Rough Coronel Wood
Riders)

BRIGADA INDEPENDIENTE Brigadier J. C. Bates. Jefe


3.º Regimiento de Infantería Coronel Page
20.º Regimiento de Infantería Comandante Mc. Caskey
1.º Tercio del 2.º Regimiento de Caballería Comandante Rafferty
166

CUADRO N.º 6
ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO DE LA
REPÚBLICA DE CUBA EN ARMAS27
CUERPOS DE EJÉRCITO Y SU DISTRIBUCIÓN
1.º y 2.º Cuerpo Provincia de Santiago
3.º Cuerpo Provincia de Camagüey
4.º Cuerpo Provincia de Santa Clara
5.º Cuerpo Provincia de Matanzas
6.º Cuerpo Provincia de Pinar del Río

Cada cuerpo tenía su cuartel general y Estado Mayor. Había un Departamento de Inspección General y un
Departamento de Sanidad General para todo el Ejército cubano. Había, además, un departamento para
el envío de expediciones (llamadas «filibusteras» por los españoles) y el Departamento de Administración
Militar, dividido en Prefecturas y Subprefecturas.

ESTADO DEL EJÉRCITO CUBANO AL FINALIZAR LA GUERRA DEL 98


CUERPO VIVOS MUERTOS TOTAL
1.º 13.965 2.185 16.150
2.º 11.737 1.569 13.306
3.º 3.960 436 4.396
4.º 6.980 2.559 9.539
5.º 3.537 2.398 5.935
6.º 2.960 1.518 4.478
TOTAL 43.139 10.665 53.804

De los fallecimientos, 4.570 fueron causados por herida de arma de fuego y setecientos veinte por de arma blanca.
Por enfermedad, 5.260 y los restantes doscientos quince sucedieron a manos de los españoles. Al finalizar la guerra,
el Ejército cubano contaba con quince mayores generales, veintiún generales de división y 52 brigadieres.

27
Ibidem, p. 216.
CUADRO N.º 6
ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO DE LA
REPÚBLICA DE CUBA EN ARMAS27
FALLECIDOS DURANTE LA GUERRA
Mayores generales 4
Generales de División 2
Brigadieres 16
Coroneles 40
Tenientes coroneles 73
Comandantes 151
Capitanes 205
Tenientes 203
Alféreces 241
167
Sargentos de 1.ª 137
Sargentos de 2.ª 129
Cabos 147
Soldados 9.317
TOTAL 10.665

El ejército cubano que había en la provincia de Santiago, que es el que aquí nos interesa, contaba en 1898
con unos treinta mil hombres divididos en dos Cuerpos de Ejército. Ambos se hallaban al mando del ge-
neral Calixto García como lugarteniente general tras morir el general Antonio Maceo, y él a las órdenes del
generalísimo Máximo Gómez.

CUADRO N.º 7
ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO CUBANO EN LA
PROVINCIA DE SANTIAGO DE CUBA28
Lugarteniente general, Calixto García Íñiguez. Jefe del Estado Mayor, coronel Tomás Collazo
PRIMER CUERPO DE EJÉRCITO
(tras la muerte del general Antonio Maceo, no se nombró sustituto)

1.ª División General de División Pedro A. Pérez


2.ª División General de División Agustín Cebreco
SEGUNDO CUERPO DE EJÉRCITO
mayor general Jesús Sablón Moreno (Rabí)

1.ª División General de División Salvador Hernández Ríos


2.ª División General de División Saturnino Lora
3.ª División General de División J. M. Capote
4.ª División General de División Luis de Feria

28
Ibidem, p. 117. MEDEL, J. A. Op. cit. Información de los cuadros V, VI y VII, pp. 87-90.
LOS COMBATES DE GUANTÁNAMO Y LAS GUÁSIMAS

La batalla de Guantánamo: primer combate de los norteamericanos en suelo cubano


Retrocediendo unos días atrás, al 9 de junio de 1898, vamos a tratar a continuación la batalla de Guantána-
mo, que fue la primera que libró el Ejército de EE. UU. en suelo cubano, proporcionando a los estadouni-
denses la posesión de la estratégica bahía exterior de Guantánamo y formando parte de una operación mi-
litar que concluirá con el desembarco de las tropas y del material en Daiquirí (del 22 al 26 de junio de 1898).

La bahía exterior de Guantánamo, a 45 millas al este de Santiago, estaba débilmente defendida por un
fuerte y varios blocaos en el pueblo de Caimanera. Al otro lado de la bahía se hallaba la ciudad de Guan-
tánamo. En las afueras, el poblado de Santa Catalina de Guantánamo, donde el general Pareja tenía su
cuartel general con una guarnición de algo más de cinco mil hombres, en su mayoría voluntarios.

La proximidad de la estación de los huracanes fue una de las mayores preocupaciones de Sampson y de
los jefes de la escuadra que bloqueó Guantánamo, al considerar que urgía la conquista de la bahía por tres
168 motivos:

Primero. Serviría de refugio para sus buques antes de que los fuertes vientos les causaran estragos.

Segundo. Se establecería una base para carbonear y reparaciones pequeñas a los buques que realizaban
el bloqueo.

Tercero. Podría establecerse allí una cabeza de playa para el futuro desembarco del grueso de las tropas del
V Cuerpo de Ejército. Aunque luego tal posibilidad se desestimó al elegirse Daiquirí en su lugar.

El 6 de junio, el crucero Marblehead y el acorazado Oregon bombardearon las fortificaciones de Caimane-


ra. Al día siguiente, los norteamericanos cortaron el cable submarino que unía esta localidad con Santiago,
aunque la comunicación terrestre se mantuvo y los heliógrafos resultaron de gran utilidad.

En la noche del día 9, el Marblehead se aproximó sigiloso a la costa y luego, al amanecer, inició un duro e
intenso bombardeo sobre las fortificaciones de Caimanera, forzando a las tropas españolas a replegarse a
posiciones más seguras en el interior de la bahía y muy lejanas de su artillería. Por si fuera poco, tal castigo
artillero, se presentó el Oregon, que apoyó con sus cañones aquel bombardeo29.

Una hora después de iniciarse el combate, varias lanchas desembarcaron treinta hombres del batallón de
Marines, Unidad especial recién creada para misiones arriesgadas. Tras un rápido reconocimiento, los ma-
rines regresaron al Marblehead e informaron que la guarnición había abandonado las fortificaciones y se
había replegado hacia posiciones más seguras, fuera del alcance de la artillería naval.

Por la tarde apareció el buque Panther con cuatrocientos marines listos para desembarcar. Luego, entrada
la tarde, desembarcaron ochocientos marines al mando del coronel Huntington. Dicha fuerza invasora se
dirigió a la Sierra del Cuzco, que domina la bahía guantanamera, y de forma un tanto precipitada estableció
un campamento en una colina, resultando ser un lugar fácilmente abatible desde las posiciones españolas
más próximas.

Al anochecer, avanzadillas españolas se aproximaron a las posiciones enemigas y comprobaron su precaria


defensa. Acto seguido, se produjeron tiroteos para desalojar a los marines, aunque resultó inútil, por lo que
el general Pareja se dispuso a preparar a sus tropas para volver a atacar al día siguiente. Mientras tanto,
unos treinta buques de la Armada de los EE. UU. patrullaban por las costas próximas a Santiago, donde se
esperaba un ya muy próximo desembarco en algún lugar de la costa.

El día 10, el teniente general Arsenio Linares Pombo (ese día logró su ascenso), jefe del IV Cuerpo de
Ejército, dispuso que los veinte mil hombres de la guarnición de Santiago de Cuba (en su mayoría vo-
luntarios) tomaran posiciones en los lugares más estratégicos de la costa circular de más de 20 km que

 BACARDÍ Y MOREAU, E. (1973). Crónicas de Santiago de Cuba. Torrejón de Ardoz (Madrid), Imprenta Breogán, 2.ª
29

edición. Tomo IX, p. 356.


rodea la ciudad y el puerto. Envió emisarios al cuartel general de Santa Catalina con la orden de resistir
a toda costa el ataque de los marines.

Al día siguiente, por la mañana, los marines incendiaron los fortines abandonados por las tropas españolas
el día anterior. Las ropas y efectos que habían dejado fueron quemados, temían que estuvieran infectados
y sentían pánico a las enfermedades tropicales como la gran mayoría de los militares norteamericanos.
Después del mediodía, los marines completaron el desembarco bajando a tierra las piezas de artillería y
pertrechos traídos en varios transportes.

La lucha se reinició por la tarde con sucesivos ataques de las tropas españolas contra el campamento ene-
migo. En los primeros tiroteos, dos marines cayeron muertos, siendo, por tanto, los primeros norteamerica-
nos fallecidos en suelo cubano. Al caer la noche, los españoles realizaron cinco ataques, pero los marines
resistieron y mantuvieron sus posesiones sin retroceder un palmo de terreno.

El domingo día 12 se reanudaron los combates aún con mayor dureza. Tropas españolas de refuerzo en-
viadas por Pareja desde Santa Catalina sitiaron la colina y lanzaron un formidable ataque contra el campa-
mento. En esta ocasión, los marines tuvieron que abandonar sus posiciones y fueron empujados hacia la
playa del este por el avance incontenible español. Al anochecer se entabló la lucha cuerpo a cuerpo y la 169
situación se tornó desesperada para los marines. En aquellos críticos momentos todos hubieran perecido
de no haber sido por la aparición del coronel Enrique Thomas al frente de cien mambises, que como cono-
cedores del terreno y eficaces en la guerra de guerrillas realizaron varios contraataques que lograron salvar
a los marines.

Una vez salvados los marines y, tras unas cien horas de lucha encarnizada, varios buques, entre ellos el
Texas, entraron en la bahía, dispuestos a resolver la comprometida situación de sus tropas. El cañoneo
naval fue terrible y forzó a los mandos españoles a dar la orden de repliegue general para ponerse a salvo.
Por desgracia para los españoles, las minas colocadas en la misma entrada de la bahía no funcionaron, ya
que los cascos de los buques chocaron contra ellas y no estallaron.

Así pues, el 15 de junio, cuatro días después del desembarco, las tropas de Caimanera se acuartelaron en
Santa Catalina engrosando la guarnición de Guantánamo. Todos los campos y maniguas que rodeaban
la ciudad quedaron en poder de los mambises y en cuanto a los marines, el coronel Huntington ordenó
cavar trincheras para asegurar sus posiciones, conservando, por tanto, el dominio de la bahía exterior de
Guantánamo30. La pequeña base norteamericana se mantuvo con dificultad en los días sucesivos, ya que a
diario fue sometida a continuos tiroteos por parte de las partidas españolas que salían continuamente de
Santa Catalina y Caimanera. Debido a los ataques de ambas guarniciones españolas, como también por
hallarse la base muy alejada de Santiago de Cuba, Guantánamo fue desechado como cabeza de playa para
el desembarco del V Cuerpo de Ejército, eligiéndose en su lugar Daiquirí por indicación de Calixto García,
tal como antes reseñamos.

Los EE. UU. acababan de ganar su primera batalla en Cuba y la bandera de barras y estrellas ondeó por vez
primera en suelo cubano, no lejos de donde aún flamea en nuestros días.

Comentario a la batalla de Guantánamo


El diplomático español José Manuel Allendesalazar comenta en su obra El 98 de los Americanos, que el
célebre almirante Bowman McKeala reconoció en uno de sus discursos que:

« […] los cubanos habían ido a salvarlos del pánico en que se encontraban ellos desde su
llegada, que no los dejaba respirar y que no sabía cómo agradecer en nombre del gobierno
norteamericano a los cubanos que como una bendición del cielo llegaron en los momentos
precisos para evitar un desastre a las fuerzas norteamericanas de desembarco»31.

30
 FERNÁNDEZ DE LA REGUERA, R. y MARCH, S. (1981). Héroes de Cuba. Barcelona, Planeta, 10.ª edición, p. 395.
PLAZA, J. A. Op. cit., pp. 161-167.
31
 ALLENDESALAZAR, J. M. (1974). El 98 de los americanos. Madrid, EDICUSA, pp. 176-177. Barr Chidsey, D. Op. cit.,
pp. 131-132. CALLEJA LEAL, G. «La guerra…». Op. cit., pp. 117-120.
Con tal afirmación, el entonces comandante del Marblehead hizo justicia a la acción salvadora del coronel
Thomas y su centenar de soldados.

Ambos bandos contendientes tuvieron escasas bajas. En realidad, fue una batalla importante, aunque no
se menciona en la mayoría de los libros sobre la guerra del 98 y el corresponsal del World de Nueva York,
Stephen Crane, le dio escasa importancia. Fue la primera batalla terrestre en la que tomó parte el Ejérci-
to norteamericano en Cuba y la primera ocasión que tuvieron los norteamericanos y los españoles para
conocerse en combate. Hasta entonces, la opinión general de los estadounidenses era que los soldados
españoles eran pésimos como tiradores; pero a pesar de que estos eran voluntarios, los marines pudieron
comprobar todo lo contrario en la Sierra del Cuzco. En cuanto a los militares españoles, también observa-
ron que aquellos marines combatían de modo muy peculiar, ya que habían aprendido en la guerra contra
los indios pieles rojas a tomar ventaja en un árbol, roca y maleza, ocultarse en el campo de batalla y elegir
con cuidado el blanco enemigo32.

Combate de Las Guásimas


170 Su protagonista fue Joseph Wheeler, mayor general de la División de Caballería del 5.º Cuerpo del Ejército,
que tenía 62 años. Veterano de la guerra civil como coronel de Caballería del Ejército de la Confederación,
medía metro y medio y pesaba solo 45 kg. Por su valor temerario su apodo era «Fighting Joe» (Joe el Pe-
león). Como senador se había distinguido en los últimos diez años por sus esfuerzos en la reconciliación
entre el Norte y el Sur. Se reincorporó de su retiro con el nombramiento de mayor general de Voluntarios
del Ejército como último intento político de disipar, de una vez por todas, los rencores dejados por la guerra
civil y cohesionar la diversa amalgama de tropas en las que había quedado el ejército regular tras la guerra.

El 20 de junio, en cumplimiento del plan estratégico de Calixto García, las tropas mambisas del general Ce-
breco comenzaron a ocupar posiciones al oeste y noroeste de Santiago de Cuba para interceptar cualquier
tropa de refuerzo y simular además una operación para distraer a las fuerzas españolas.

Al día siguiente, un contingente de tropas cubanas se situó cerca de Guantánamo para cooperar con los
marines e impedir la salida de cualquier fuerza de Santa Catalina. Mientras tanto, otro contingente de tro-
pas formado por quinientos hombres de la Brigada de Castillo Duany y de las fuerzas del coronel González
Clavel partió de El Aserradero a bordo del buque norteamericano Leone con la misión de emprender una
misión de «limpieza» de las costas, desde Sagua hasta Daiquirí. Finalmente, desembarcaron y tomaron el
pequeño poblado o caserío de Daiquirí.

Tras la toma de Siboney, las tropas de Castillo Duany y González Clavel, siempre en vanguardia de la Di-
visión Lawton, atacaron el 22 de junio las tropas españolas de Siboney por su retaguardia, replegándose
estas y haciéndose fuerte en Las Guásimas. Allí se sumaron unos trescientos hombres de la guarnición de
Daiquirí, que también había sido atacada por aquellas mismas fuerzas mambisas.

Las Guásimas era un lugar desolado, situado en un desfiladero con varios caseríos abandonados, donde se
cruzaban dos caminos que conducían desde Siboney a Santiago de Cuba y a 4 km del primero. Dominado
por los altos de Sevilla y por La Redonda, debía su nombre a un árbol típico de la región, corto de altura,
pero con rama y follaje muy tupidos y, por tanto, idóneo para la emboscada33.

El día 23, las fuerzas de Castillo y González Clavel se detuvieron ante el nutrido fuego de las fuerzas espa-
ñolas parapetadas en Las Guásimas. En ausencia de Castillo, quien al mediodía había partido a Siboney al
ser llamado por Wheeler, González Clavel quedó al mando de las tropas, limitándose a sostener tiroteos
sin avanzar ante la fuerte posición de los españoles. Para evitar un posible contraataque español, el coro-
nel cubano envió a los oficiales Jesús Rabí por el flanco derecho y a Belisario Rodríguez por el izquierdo,
mientras él permaneció en el centro con el resto de las fuerzas. Los mambises mantuvieron esta posición
durante toda la noche.

32
 (1973). Historia de Cuba. La Habana, Dirección Política de las FAR, 3.ª edición, p. 1973. Barr Chidsey, D. Op. cit.,
p. 140.
33
BARR CHIDSEY, D. Op. cit., p. 140.
Aquella misma noche, el general Linares concentró en Las Guásimas mil quinientos hombres a las órdenes
del general Rubín, que también se parapetaron tras las trincheras y cercas de piedra, además en Sevilla
había unos quinientos soldados y en La Redonda otros tantos.

Con estas fuerzas y las de Siboney y Daiquirí, creó un contingente de unos tres mil soldados, disponiendo ade-
más de una batería de cañones Krupp cal. 75 mm. Además, ordenó tender alambradas y preparó con cuidado
una emboscada. Aquellas fuerzas españolas estaban formadas por tres compañías del batallón Puerto Rico al
mando del comandante Alcañiz, dos compañías del batallón Talavera y otra más formada por los soldados de
Daiquirí, Siboney y Jaragua. Su plan consistía en seguir la misma táctica de los mambises, esto es, atacar por
sorpresa y oponer cierta resistencia en el desfiladero de Las Guásimas a las fuerzas invasoras cubano-norteame-
ricanas para detenerlas y así facilitar el repliegue ordenado al grueso del ejército español hacia Santiago.

En cuanto al general Shafter, todo parecía irle bien antes del combate del día 24 de junio. La complicada
operación de desembarco había tenido toda clase de facilidades gracias al apoyo de las partidas mambisas
y, ahora, prácticamente sin lucha, sus tropas se hallaban no lejos de Santiago. De ahí su euforia al creer que
tomaría pronto la ciudad34.

Localizada la concentración de tropas españolas en Las Guásimas, los norteamericanos cometieron un 171
grave error táctico al creer necesario batirla. El general Wheeler se encontró en el camino de Siboney «al
titulado general Castillo y al general Lawton, que le dieron noticia de la presencia de los españoles hacia
Sevilla, y sin atender las órdenes de Shafter decidió marchar sobre ellos»35.

El general Wheeler, temerario e impulsivo en extremo, decidió desobedecer a Shafter el día 23 y atacar al
día siguiente con la cooperación de las fuerzas mambisas. Pero el coronel González Clavel, que había com-
batido el día anterior contra los españoles en Las Guásimas, se negó a obedecerle porque Calixto García le
había ordenado que solo obedeciera al general Lawton, jefe del desembarco y en cuya misión marchaba en
vanguardia. Por tanto, la actitud del coronel cubano fue correcta y la del general Wheeler no lo fue.

Al no contar con el apoyo mambí, Wheeler preparó su división para atacar Las Guásimas, por lo que ordenó
a la Brigada Young que avanzara por la noche del día 23 hasta Siboney, a donde llegó en la medianoche.
Luego, el día 24 a las 06:00 h, dispuso que la Brigada Young continuara avanzando por el camino real
Siboney-Sevilla con cuatro cañones ligeros y cuatrocientos sesenta hombres, también ordenó al coronel
Leonard Wood que marchara con sus Rough Riders con cuatro cañones ligeros y dos automáticos a través
de un trillo que cruzando el valle de Las Guásimas se unía al camino real en las alturas.

El coronel González Clavel observó atónito la vanguardia de la Brigada Young por la derecha, mientras
que por la izquierda aparecía el coronel Wood, por lo que les proporcionó informes y guías, luego partió
a Siboney para informar al brigadier Castillo de lo difícil y arriesgada que sería la operación de asalto a las
posiciones españolas por parte de las tropas enviadas por Wheeler.

Aquel día 24 de junio a las 08:00 h, dos exploradores cubanos aparecieron por el camino. Los escuchas
españoles avisaron la presencia del enemigo mediante el consabido canto del cuco. En ese momento, el
general Rubín ordenó la primera descarga cerrada de la fusilería española, ocasionando numerosos heridos
y una enorme confusión en el enemigo36.

El ataque español sorprendió a las avanzadas de los Rough Riders, que era la Unidad de Voluntarios que
marchaba en vanguardia al mando del coronel Wood y el teniente coronel Roosevelt. Las Columnas de
Young y Wood respondieron al fuego iniciando su repliegue. Aunque luego, superado el factor sorpresa,
lucharon con decisión y firmeza. Un corresponsal de prensa cayó entre los primeros heridos y tuvo que ser
retirado por los soldados.

34
 ALLENDESALAZAR, J. M. Op. cit., pp. 177-178.
35
 GÓMEZ NÚÑEZ, S. (1901). La Guerra Hispano-Americana. Madrid, Imprenta del Cuerpo de Artillería. Tomo IV.
36
 Los militares españoles empleaban el canto del cuco y los ruidos producidos por las aves autóctonas desconocidas
por los estadounidenses, para transmitir avisos y mensajes de una posición a otra. Precisamente, estos estuvieron
a punto de descubrir esta argucia española en Las Guásimas por un explorador indio cherokee; y, finalmente, los
propios exploradores indios serían quienes descubrirían este eficaz y muy singular sistema de comunicación del
Ejército español en Cuba.
La acometida norteamericana recibió un duro castigo por las descargas cerradas de la fusilería española y
su certera precisión. Wheeler se vio desesperado y envió emisarios a Siboney para que el general Lawton le
enviara refuerzos. Así lo hizo Lawton con el envío del 9.º Regimiento de Caballería y la Brigada Chaffee. Sin
embargo, los refuerzos no fueron necesarios porque el general Rubín, siguiendo instrucciones del general
Linares, ordenó la retirada, llevándose sus muertos, heridos y bagajes. Una retirada inexplicable, como el
hecho de que las fuerzas españolas estuvieran ganando la batalla y no pudieran seguir combatiendo por
ordenar Linares al general Rubín que replegara sus tropas y marchara a Santiago, lo que fue interpretado
por los estadounidenses como parte del plan estratégico del general Linares.

Según Donald Barr Chidsey, el combate resultó un fracaso por su inutilidad. Los únicos soldados voluntarios
que combatieron fueron los Rough Riders, siendo además su bautismo de fuego. Chidsey nos ha dejado
una curiosa descripción del combate:

«Su coronel Leonard Wood, un oficial de carrera, permaneció impasible como una estatua de
un indio en una tienda de tabaco; pero el teniente coronel Teodoro Roosevelt, saltó de un lado
a otro como un niño con ganas de ir al lavabo. Otro que sucumbió a la excitación fue el gene-
ral “Fighting Joe” “Wheeler”, que, cuando vio a los españoles que se retiraban, se golpeó la
172 rodilla con el sombrero y gritó: ¡Vamos muchachos! ¡Los yankis de mierda están huyendo!»37.

El coronel González Clavel, al frente de sus tropas y de las del general Castillo Duany, persiguió a las fuer-
zas españolas en su repliegue y se apoderó de muchos equipos abandonados al producirse la retirada. No
obstante, pese al acoso, el contingente español logró llegar a Santiago de Cuba sin dificultad. En cuanto
a los soldados de Wheeler, quedaron tan extenuados por el calor y el combate que ya no podían más, por
lo que no se sumaron a los mambises en la persecución y se contentaron con ocupar Las Guásimas, Sevilla
y La Redonda.

El parte de bajas queda reflejado en el siguiente cuadro.

CUADRO N.º 838


PARTE DE BAJAS DEL COMBATE
DE LAS GUÁSIMAS

Ejército EE. UU. Ejército español

Oficialidad. Muertos 1 3

Tropa. Muertos 15 7
Total. Muertos 16 10

Oficialidad. Heridos 6 0
Tropa. Heridos 46 25
Total. Heridos 52 25

TOTAL DE BAJAS 68 35

Entre tanto se realizaban estos encuentros, el general Calixto García embarcaba en El Aserradero con
tropas cubanas al mando del general Jesús Rabí rumbo a Siboney. Tres días después, el general Shafter
también desembarcaba en Siboney para asumir el mando supremo de las operaciones terrestres cuba-
no-norteamericanas.

37
BARR CHIDSEY, D. Op. cit., p. 141.
38
 CALLEJA LEAL, G. «La guerra…». Op. cit., p. 127.
Comentario sobre el combate de Las Guásimas
El historiador cubano, Gustavo Placer Cervera, afirma que este combate influyó en la campaña militar. Pri-
mero, porque una parte importante de las fuerzas militares estadounidenses se fue escalonando sobre el
Camino de Santiago, alejándose de la costa y, por tanto, se desechó la idea de atacar El Morro. Y segundo,
quedó demostrado que los soldados españoles sabían combatir y no eran fáciles de vencer.

173

Croquis del combate de Las Guasimas. Guillermo Calleja Leal

Según el coronel Yermolov, comisionado del Ejército Imperial de Rusia, el combate supuso un duro golpe
para la moral combativa de los norteamericanos, lo que a muchos hizo recapacitar sobre la guerra en lo
sucesivo39.

Chidsey y otros historiadores norteamericanos han considerado el combate de las Guásimas como un fra-
caso y el más inútil de toda la campaña militar en Cuba, ya que el impetuoso Wheeler no ganó nada al no
aportar ventajas estratégicas las posiciones de Las Guásimas, Sevilla y La Rotonda, además de costar 68
bajas (dieciséis defunciones y 32 heridos). Pero, además, pudo ser peor si las fuerzas del general Rubín no
se hubieran replegado.

Por parte española, pudiera decirse que Linares siguió la misma táctica de los mambises: concentró tropas
en Las Guásimas, atacó por sorpresa y se replegó. Se cree que, si Rubín hubiera combatido como el general
Vara de Rey en El Caney, el resultado hubiera sido desastroso para los norteamericanos, puesto que Whee-
ler contaba solo con 915 hombres y Rubín con tres mil bien parapetados en posiciones muy ventajosas de
Las Guásimas, Sevilla y La Rotonda.

Las fuerzas de Rubín se retiraron por orden de Linares, quien dispuso que marchaban sobre Santiago «por
escalones y con todas las precauciones necesarias para rechazar cualquier ataque enemigo». Sin embargo, la
orden debió ser la de resistir en Las Guásimas por ser la posición española más firme entre Siboney y Santiago
de Cuba. A partir de este combate, las cosas serían más difíciles para los españoles, ya que sus enemigos se
aproximaban a las posiciones escogidas por Linares para presentar batalla y, también, al ceder Las Guásimas,

 YERMOLOV. (1899). La Guerra Hispano-Americana. San Petersburgo, Comité Científico Militar del Estado Mayor
39

General (traducción del ruso original al castellano), pp. 121-122. Vid. CERVERA PLACER, G. Op. cit., pp. 193-194.
los españoles habían ampliado con gran peligro la línea a defender (dado sus escasos efectivos), que se pro-
longaba ahora a la izquierda para cubrir la línea de ferrocarril y los suministros de agua a Santiago.

Chadwick tiene razón al afirmar que el mayor error del general Linares consistió en adoptar un dispositivo
que «intentaba cubrir todos los puntos imaginables de ataque en lugar de concentrarse contra el avance
de un enemigo que, como estaba claro, iba a atacar desde el este»40.

Aunque Linares tenía que tomar medidas de precaución contra los mambises que ocupaban la región
oriental, en los siguientes combates contra el 5.º Cuerpo de Ejército –su principal enemigo– solo emplearía
el 13 % de sus hombres disponibles en Santiago y sus alrededores y menos del 6 % de los que tenía a su
mando en jurisdicción. En cambio, Shafter acumularía contra él un 86 % de sus efectivos. Este desprecio de
Linares al lógico principio de concentración lo pagará muy caro en la campaña militar.

González Clavel y Castillo Duany habían aconsejado a los norteamericanos no combatir en Las Guásimas y
máxime en condiciones desfavorables. Cuando termine la guerra, Wheeler acusará en sus memorias a Gon-
zález Clavel de cobarde, pero ni él, ni tampoco los historiadores norteamericanos han querido explicar la
verdad: Wheeler desobedeció a Shafter y González Clavel, por orden de Calixto García se limitó a cumplir
174 solo órdenes del general Lawton.

Por otra parte, aun siendo aliados, los mambises estaban muy disgustados con los norteamericanos por su
insolencia habitual y sus intentos de darles misiones de exploración y acarreo de abastecimientos. El 23 de
junio se produjo incluso un grave incidente cuando el alto mando estadounidense ordenó ocupar una casa
que servía de cuartel general al brigadier Demetrio Castillo Duany y se arriara la bandera cubana para izar la
de los EE. UU. A duras penas los mambises pudieron contener su justa indignación y llegaron a plantearse
la reconquista del local.

Calixto García estaba furioso por sentirse relegado en los momentos decisivos de la guerra. El grueso de
su ejército, lejos del lugar de invasión y de Santiago, permaneció durante días embarcado en dos vapores
norteamericanos a la espera de recibir órdenes para desembarcar. En definitiva, los mambises tuvieron que
soportar el maltrato y la humillación para poder seguir combatiendo junto a los norteamericanos, evitando
en lo posible quitarles todo protagonismo.

LOS COMBATES DEL CANEY Y DE SAN JUAN

La decisión de Shafter: atacar las alturas de San Juan y El Caney


Shafter había embarcado en Tampa en el vapor Segurança, con el que desembarcó en Daiquirí. Luego, el
29 de junio, se reembarcó para ir a Siboney. Allí estableció su primer cuartel general y se entrevistó con Ca-
lixto García para ultimar el plan de ataque a Santiago. Como quería marchar directamente desde Siboney,
tenía que atravesar una cordillera, lo que hizo la expedición que combatió en Las Guásimas y que, pese a
su innecesario fracaso, al menos sirvió para abrir un camino hacia Santiago de Cuba.

Desde un punto al norte de Las Guásimas se divisaba Santiago. Al norte de este territorio la topografía
volvía a nivelarse por un trecho y el terreno intermedio a recorrer, de más de 8 km de largo, era ondulado,
cortado por numerosos riachuelos y lleno de malezas. Además, sobre casi todos los promontorios algo
elevados se erigía un blocao41.

40
 HADWICK, F. E. (1911). The Relations of the United States and Spain: The Spanish-American War. Nueva York,
C
Charles Scribner’s Sons. Vol. II, p. 72.
41
 El blocao era una pequeña casamata y un elemento importante en la Guerra de Cuba. En su origen fue construido
por el Ejército español como lugar de protección para las tropas. Era cuadrado y de dos pisos: la planta baja, por
lo general de piedra, y la de arriba de troncos y tablas de madera. En algunos casos, la parte superior sobresalía
por encima de la inferior, como en los típicos fuertes coloniales americanos; y en otros, tenían los costados rectos.
Solía estar rodeado por trincheras profundas y alambre de púa. El alambre de púa solía atarse a los árboles y a los
arbustos fuertes, y no a los postes, para impedir ser arrancado. Los norteamericanos carecían de tenazas para cortar
El 30 de junio, Shafter trasladó su cuartel general a El Salado. Luego, celebró un Consejo de Guerra for-
mado por la mayoría de los generales estadounidenses, los brigadieres cubanos Demetrio Castillo Duany
y Carlos García Vélez, y el coronel Tomás Collazo, jefe del Estado Mayor del lugarteniente general Calixto
García.

Durante la noche, los centinelas de los puestos de guardia de Fuerte Canosa habían dado voces de alarma,
ya que a lo largo del frente los movimientos de las tropas norteamericanas se hicieron incesantes y eviden-
tes. Las tropas del general Linares apenas pudieron dormir.

El 1 de julio, a las 06:00 h, los soldados españoles ya habían desayunado en sus posiciones de las trinche-
ras, fuertes y blocaos. Los artilleros habían realizado la última limpieza de sus cañones y los francotiradores
de mejor puntería se habían acomodado en las copas de las palmeras, camuflados entre sus hojas, para
observar desde la altura la actividad de las fuerzas enemigas.

El general Linares y su Estado Mayor habían conferenciado durante toda la noche en Fuerte Canosa, de-
fendido por marinos de la escuadra del almirante Cervera, al mando del capitán de navío Joaquín Busta-
mante, jefe de Estado Mayor de la escuadra, que estuvo recorriendo a caballo los puestos arengando a sus
hombres y recordándoles el plan de retirada y reembarque en caso de que dicha orden fuera cursada por 175
Linares y Cervera.

Aquella noche, barcos norteamericanos se acercaron a la costa que rodea la bahía por el lado de Aguado-
res. Su desplazamiento fue detectado y seguido por los artilleros de las fortalezas de El Morro y La Socapa,
pero se situaron lejos del alcance de los cañones.

Linares, ante los mapas del amplio frente que tenía que defender, ignoraba cuál sería el eje del ataque ene-
migo. Creyó que los movimientos de aquellos barcos podrían significar que el adversario intentaba romper
la defensa por la costa de Aguadores, donde se observaron grandes movimientos de tropas norteamerica-
nas durante toda la noche. Este disponía de dos mil hombres para reforzar las posiciones más castigadas.

Aquel día 1 de julio, las fuerzas norteamericanas, tras una marcha fatigosa y complicada aún más por gra-
ves problemas logísticos (la intendencia fue incapaz de seguir el avance de las tropas), se situaron frente a
la línea defensiva española. El único eje posible para el avance contra Santiago era el estrecho camino de
Siboney, que discurría entre una densa manigua, hasta unos 500 m de las Lomas de San Juan (situadas a
medio camino entre Siboney y Santiago), cuando la vegetación desaparecía casi por completo, formándose
una llanura con matorrales. Al noroeste de ellas, se hallaba el poblado de El Caney. El general Shafter que-
ría atacar El Caney y las alturas de San Juan, considerando ambas posiciones como los últimos obstáculos
en su marcha hacia Santiago. Pero El Caney no lo era, ya que se trataba de un puesto avanzado al nordeste
de la ciudad; por tanto, tomar El Caney no solo suponía un grave error estratégico, sino además un ataque
inútil, sin sentido alguno y con un alto costo de bajas.

El 30 de junio, los mambises habían informado a Shafter que una fuerte columna española había salido de
Manzanillo al mando del coronel Escario para reforzar la guarnición de Santiago y también las posiciones de
las fuerzas españolas, lo que le llegó a continuar cuanto antes los combates, reconocer el terreno y tomar
las decisiones siguientes:

Primera. El día 1 de julio la División Lawton atacaría El Caney al amanecer con el apoyo de la batería Ca-
pron. Tras estudiar el terreno con unos binoculares, Lawton aseguró con un entusiasmo infundado que
podría tomar El Caney en ¡solo dos horas!

Segunda. Al iniciarse el ataque a El Caney, la División Wheeler de Caballería y la División Kent de Infantería,
con el apoyo de la batería de Grimes situada en el monte de El Pozo, avanzarían y se desplegarían frente a
San Juan. Al llegar al claro, Wheeler atacaría por la derecha y Kent por la izquierda.

Tercera. Tras la toma de El Caney, Lawton volvería sobre el camino a Santiago y ocuparía el flanco derecho
de Wheeler con el apoyo de una batería, y entonces las tres Divisiones (Lawton, Wheeler y Kent) atacarían
unidas las lomas de San Juan.

el alambre de púa, por lo que les ocasionó muchos problemas.


Cuarta. La Brigada Independiente Bates y dos baterías quedarían de reserva. Como Wheeler estaba en-
fermo, el brigadier Sumner tomaría el mando de su División de Caballería, con lo que el coronel Wood
pasaría a mandar la 1.ª Brigada de Caballería en su lugar y el teniente coronel Roosevelt estaría al frente del
1.º Regimiento de Caballería de Voluntarios (los Rough Riders).

En cuanto a las fuerzas mambisas, las brigadas de El Ramón de las Yaguas, entonces al mando del general
Carlos González Clavel (recién ascendido), ocuparon el flanco izquierdo de la Brigada Chaffee sobre el
Camino de Santiago y la finca de Santo Tomás. Dichas fuerzas compuestas por cuatrocientos soldados
cubanos estaban al mando de los comandantes Duany e Izaguirre, ya que González Clavel se hallaba pro-
tegiendo a la Batería Grimes con el resto de la División de Castillo, las Brigadas de Jiguaní y Bayamo, y el
resto de la División del Ramón de las Yaguas.

Al terminar la batalla de San Juan, Calixto García ordena a González Clavel que marche con todas sus fuer-
zas a El Caney para cooperar en la toma del poblado. Y, por tanto, ocupar el flanco derecho de la Batería
Bates y el flanco izquierdo de Chaffee.

176 Antecedentes del general Joaquín Vara de Rey y El Caney


La defensa de El Caney representa una de las acciones más brillantes del Ejército español en la guerra del
98, pese a la derrota. Su protagonista fue el brigadier Vara de Rey, uno de los héroes españoles más dis-
tinguidos.

Joaquín Vara de Rey y Rubio nació el 14 de agosto de 1841 en Ibiza. El 2 de enero de 1857, a los 15 años,
ingresó como cadete en el Colegio General, del que salió el 1 de junio de 1859 como 2.º teniente (sub-
teniente) de Infantería. Luego tuvo sucesivos ascensos: 1.º teniente (22 de junio de 1866), capitán (24 de
septiembre de 1868) y comandante (30 de abril de 1871).

Participó en la guerra contra la Rebelión Cantonal en Cartagena y Valencia (1871-1874) y en la tercera y


última guerra carlista (1872-1876). Poco después promocionó al grado de teniente coronel (20 de enero de
1878). Años después, estando en Valladolid al mando de un batallón del Regimiento de Infantería Isabel
II n.º 32, solicitó y obtuvo traslado a Filipinas (1884), desempeñando los cometidos siguientes: teniente
coronel primer jefe del Regimiento de Infantería España; la expedición a Mindanao al mando del general
Weyler, entonces capitán general del Archipiélago, jefe de la Academia Preparatoria y gobernador de las
islas Marianas. Después regresó a la Península (1890).

Ascendido a coronel (9 de mayo de 1891), fue nombrado jefe de la Zona Militar de Ávila. Obtuvo permiso
para marchar a Cuba como voluntario en abril de 1895, siendo uno de los cuatro primeros coroneles que
embarcaron a la isla. Una vez en Cuba, fue comandante militar de Bayamo y mandó el Regimiento de In-
fantería de Cuba, con el que asistió al combate de Loma del Gato y donde murió el general José Maceo,
hermano del general Antonio Maceo Grajales, lugarteniente general del Ejército cubano. Por este hecho de
armas ascendió a general de brigada, siéndole confiado el mando de las brigadas de la División del general
Linares, que operaba en la Sierra Maestra.

Tras ser trasladado a El Caney, Vara de Rey se hizo cargo de la defensa al frente de una guarnición de va-
lientes soldados. Como veremos a continuación, el 1 de julio de 1898 alcanza allí la muerte gloriosa de los
héroes. Por su gesta heroica obtiene a título póstumo la Cruz de 4.ª Clase de San Fernando (real orden, de
9 de agosto de 1900. D. O. n.º 180)42.

La guarnición de El Caney estaba formada por tres compañías del Regimiento Constitución n.º 29 (por su
distinguida actuación en la batalla, su Bandera obtendrá la Corbata de la Real y Militar Orden de San Fer-
nando), 41 soldados del Regimiento Cuba, 45 guerrilleros y cincuenta movilizados. En total, 527 hombres,
de los que cuarenta ocupaban el fuerte de piedra llamado El Viso. Estas fuerzas carecían de ametralladoras
y de artillería. Pese a ello, tuvieron que resistir el poderoso ataque de quince regimientos estadounidenses
dotados de ametralladoras y abundante artillería, con una inferioridad numérica de uno a diez frente a los
atacantes.

 GARCÍA PÉREZ (teniente coronel). (1923). Patria. Toledo, Imprenta del Colegio de María Cristina. 3.ª edición, p. 51.
42
Las defensas de El Caney se reducían al mencionado fuerte de El Viso y cuatro blocaos, conectados entre sí
mediante trincheras y alambradas. Por otra parte, en previsión del ataque enemigo, las casas de mampos-
tería y la iglesia del poblado habían sido debidamente fortificadas.

Shafter pretendía que Lawton envolviera el poblado para cortar la retirada española sobre Santiago de
Cuba. Por tanto, la Brigada Ludlow se situó en el flanco derecho español, la Brigada Miles (2.ª Brigada de
la División Lawton) en el centro y la Brigada Chaffee con las fuerzas mambisas en el flanco izquierdo, que
era donde se encontraba El Viso.

La Brigada Bates actuó como reserva y la Batería Capron se situó a más de 1,5 km a retaguardia de Bates,
sobre el lado sudeste del poblado, apoyada por el batallón cubano del comandante Vicente Castillo, per-
teneciente al Regimiento Maceo.

El combate del Caney


El día 1 de julio, a las 06:00 h, se inició el combate con el primer cañonazo. La Batería Capron, en el
monte de El Pozo, abrió fuego y las nubes que salían de las bocas de sus cañones descubrían su posición, 177
al tiempo que indicaban a los españoles que eran antiguas piezas de artillería. El bombardeo intentaba
concentrarse en los blocaos de madera y las edificaciones de la vieja iglesia del poblado, pero, unos
disparos sin puntería caían largos y otros cortos, y muy pocos dentro del recinto, rodeado por trincheras
y alambradas.

Croquis del combate de El Caney. Guillermo Calleja Leal


Al mismo tiempo, los españoles respondieron abriendo fuego sobre las avanzadas de la Brigada Chattee,
que enseguida comprendió que el núcleo principal de la resistencia era El Viso, por lo que intentó tomarlo
cuanto antes. El avance de las tropas norteamericanas se produjo a las 07:00 h. Oleadas de soldados, en
movimientos coordinados de ataque, empezaron a disparar sus fusiles a menos de 400 m. Muy poco des-
pués, los norteamericanos intentaron un nuevo avance, pero fue rechazado por el formidable fuego de los
500 Mauser de tiro rápido de la fusilería española, que, por descargas cerradas y muy rasantes, causaron
numerosas bajas. Mientras tanto, la Batería Capron no cesó de disparar sobre El Viso, el pueblo y las trin-
cheras.

El combate era desesperado. Lawton había creído poder tomar el poblado a las 08:00 h con dos horas de
combate, pero se equivocó. Frenético por aquella resistencia, aumentó su ataque en todo lo posible. Sin
embargo, la defensa de los hombres de Vara de Rey era excelente, no dejando de disparar sobre las suce-
sivas oleadas de la infantería enemiga.

Hacia las 09:00 h se interrumpió el combate. Los generales norteamericanos decidieron pedir refuerzos.
Vara de Rey aprovechó este descanso para hacer recuento de sus bajas, que ascendieron a medio centenar
entre muertos y heridos. Pero la batalla no había hecho más que comenzar.
178
El asalto a El Caney se reanudó dos horas después al llegar los refuerzos solicitados por Lawton. La Brigada
Bates entró en acción incrementando los efectivos norteamericanos a seis mil hombres. Luego, al mediodía,
El Caney resistió y los bravos defensores españoles combatiendo con gran ardor lograron detener un nuevo
y poderoso ataque de la División Lawton. El general Linares comprendió entonces que Shafter, por alguna
razón que desconocía, había supeditado el avance de sus fuerzas (quince mil hombres en un frente de más
de 8 km) a la toma del fuerte de El Viso, lo que fue un grave error estratégico.

A las 13:00 h, las brigadas de Miles y Bates recibieron la orden de avanzar por el espacio que quedaba entre
los generales Chaffee y Ludlow, siendo su avance rechazado con grandes pérdidas por el terrible fuego
español de los fusiles Mauser. Una hora después, la Batería Capron avanzó su posición a cerca de 1 km de
El Viso y su fuego se hizo ya efectivo. Las granadas Shrapuell reventaron sobre el fuerte de piedra y las trin-
cheras con gran efectividad. Algunas agujerearon el techo de El Viso y traspasaron los fortines de madera
como si fueran de papel, pero la defensa española continuó enconada.

El brigadier Vara de Rey, héroe de esta acción, estaba dispuesto a morir antes de rendirse y, siguiendo la
tradición de la oficialidad española en los combates, se paseaba sable en mano entre el fuerte y las trin-
cheras, arengando y alentando a sus hombres y desafiando las balas enemigas. En tales circunstancias,
Lawton solicitó refuerzos urgentes a la Brigada Miles (2.ª Brigada de la División Lawton) y a Calixto García.
Por tanto, Miles envió dos batallones reforzados por batallones de Infantería cubanos.

Hacia las 15:00 h, Lawton recibió la orden terminante de abandonar El Caney y marchar sobre San Juan,
pero desobedeció a Shafter y furioso decidió continuar el combate aun con mayor ardor. Mientras tanto, el
general González Clavel se incorporó con el grueso de sus fuerzas.

Cuando Lawton recibió la orden de repliegue, la artillería norteamericana, cada vez más cerca de las po-
siciones españolas, comenzó a barrer los muros y las trincheras de El Caney. La infantería lanzó un fuerte
ataque, llegándose al combate cuerpo a cuerpo con la bayoneta calada ante las mismas alambradas. Vara
de Rey, herido de bala en una pierna y con un torniquete improvisado en el muslo, seguía arengando a
sus hombres a no retroceder un palmo de terreno ante el enemigo. De sus 527 hombres, la mitad de ellos
estaban muertos o malheridos.

El capitán Aníbal Escalante Beatón, biógrafo del general Calixto García, sostuvo que Lawton tuvo que
aceptar las indicaciones del general:

«Los consejos de nuestro jefe son aceptados por el general Lawton y la táctica a seguir para
el segundo ataque, había de dar fructíferos resultados. Aquella manera de avasallar fortifica-
ciones empleada por los mambises en Guáimaro, Tunas, Guisa y Jiguaní, había de servir de
norma a Lawton para capturar no solo El Viso, sino también el poblado de El Caney»43.

 (1973). Historia de Cuba. Dirección Política de las FAR. Op. cit., p. 503.
43
Hacia las 16:30 h, las fuerzas de Chaffee y la División González Clavel, protegidas por un violento fuego
artillero, se lanzaron al asalto de las trincheras y del casi demolido fuerte de El Viso. Pero este avance fue
detenido una vez más y esta vez al pie del fuerte, por el terrible fuego de los Mauser, a pesar de contar
entonces con un efectivo seis veces superior a los defensores.

Herido Vara de Rey de un balazo en la otra pierna, siguió dirigiendo la defensa desde una camilla tinta en
sangre; pero una nueva acometida enemiga tuvo éxito. A las 17:00 h, once horas después de iniciarse el
combate, cuando los españoles contaban ya dos centenares de heridos y escasas municiones, las fuerzas
asaltantes, con soldados cubanos del batallón Caonao siempre al frente, coronaron por fin la altura y en-
traron en El Viso en ruinas. Allí hallaron a solo siete supervivientes, diez muertos y once heridos. Entre los
mambises muertos en este combate estuvo el teniente mambí Franco.

Aquellos valientes soldados de Vara de Rey, que con tanto valor habían combatido contra las fuerzas asal-
tantes, se retiraron lentamente sobre el pueblo sin dejar de combatir y se hicieron fuertes en la iglesia y en
las casas de mampostería. Tomado El Viso, el fuego norteamericano se concentró sobre El Caney, siendo
rechazadas las columnas atacantes. Pero, una vez montada la artillería norteamericana en El Viso, numerosos
proyectiles cayeron sobre el poblado, haciendo imposible toda resistencia. Mientras se retiraban, las fuerzas
invasoras tomaron con gran dificultad la iglesia y las casas una a una. Entre las ruinas de El Caney vibraba el 179
alma de los soldados españoles, destacándose la figura de su jefe, Vara de Rey, que se agigantaba aún más.

Vara de Rey, sintiendo que se debilitaba, entregó el mando al teniente coronel Juan Puñet, quien con ochenta
hombres organizó la retirada hacia Santiago. El Caney fue ocupado a las 19:45 h, marchando los cubanos siem-
pre en vanguardia, por lo que fueron los primeros en entrar tanto aquí, como en El Viso. Allí estuvo el general
Carlos González Clavel con su Estado Mayor: el teniente coronel Ramiro Céspedes, jefe del Estado Mayor, el co-
mandante Juan Mapons, jefe del Despach, el capitán ayudante Alberto Plochet, los tenientes ayudantes Pablo
Torres y Rafael Estévez (muerto este en combate) y los tenientes Antonio Sagaró y José Baldoquín.

La retaguardia española, compuesta por unos cien hombres al mando del comandante Juan Puñet, defen-
dió con heroísmo los escasos supervivientes que trataron de escapar, entre los que iba el propio general
Vara de Rey y un grupo de heridos montados en acémilas que tomaron por el callejón que va de El Caney
a San Miguel de Lajas y de ahí a Santiago de Cuba. Este grupo parecía una tropa en retirada, y por ello, al
ser descubierto por las fuerzas cubanas y norteamericanas, estas concentraron sobre él un fuego certero.
Vara de Rey iba en camilla y ante el fuego enemigo cayeron muertos sus cuatro camilleros. Poco después,
los cuatro que les sucedieron también murieron a balazos y lo mismo sucedió con los siguientes camilleros.
Finalmente, el general Vara de Rey recibió un disparo mortal en la cabeza y los heridos que iban montados
también murieron acribillados, entre ellos el teniente Domínguez. Ningún herido escapó con vida.

Consumada la toma de El Caney, el cadáver de Vara de Rey recibió todos los honores de respeto y admi-
ración por los norteamericanos y los mambises. Además, sus enemigos le tributaron los más altos honores
militares en su entierro.

El teniente coronel Puñet llegó con sesenta hombres a Santiago pese al hostigamiento enemigo. Los es-
pañoles perdieron en El Caney: un general, dos comandantes y cuatro tenientes muertos, a los que se
añadieron cuatro capitanes y seis tenientes 2.º heridos. El total de bajas fue de trescientos cinco hombres,
de un efectivo de 436, casi el 90 % de la guarnición de El Caney.

Las bajas de los norteamericanos fueron: cuatro oficiales y 77 alistados muertos, y veinticinco oficiales y 355
alistados heridos. De ahí que supuso el 7 % de sus tropas.

Aquel día 1 de julio, la guarnición de El Caney, con el heroico general Vara de Rey al frente, escribió una de
las páginas más gloriosas de la historia militar de España. La defensa de El Caney quedará siempre unida a
la gesta del general de brigada Joaquín Vara de Rey, muerto en combate a los 58 años.

Comentario sobre la batalla de El Caney


Esta batalla, simultánea a la de las Lomas de San Juan, ha sido muy discutida en términos de estrategia mi-
litar por hallarse El Caney muy alejado de la ruta a Santiago. Su análisis manifiesta que los mandos militares
norteamericanos cometieron numerosos errores, como los que exponemos a continuación.
Primero. La toma de San Juan dejaba El Caney aislado por completo. De ahí que los norteamericanos de-
bieron de haberlo flanqueado desde el principio y evitar así el combate y sus numerosas bajas.

Segundo. En caso de combate, El Caney jamás debió ser atacado a fondo, sino haberse empleado un único
regimiento o a lo sumo una brigada para evitar la salida de su guarnición, mientras se producía el ataque
a San Juan. Shafter dividió su ejército y envió casi la mitad contra esta posición avanzada, regularmente
fortificada y mal guarnecida, cuando debería haber concentrado todas sus fuerzas y dirigir el ataque di-
rectamente contra las Lomas de San Juan y ocuparlas cuanto antes, para tener así libre el camino hacia el
principal objetivo: Santiago de Cuba.

Tercero. Lawton cometió un grave error estratégico al no haber situado, desde un principio, los cañones
de la Batería Capron a una distancia adecuada del fuerte de El Viso para batirlo con mayor eficacia, ya que
este carecía de artillería para responder al bombardeo. Luego, según apunta Chidsey, cuando los cañones
se colocaron de forma adecuada, resultaron ser más un estorbo que una ayuda, no pudiendo sacar a los
españoles de sus trincheras. Además, como los norteamericanos usaban pólvora negra vista (la moderna
sin humo comenzó a fabricarse en EE. UU. en diciembre), los cañones al disparar producían grandes huma-
redas de humo blanco azulado que descubrían la posición exacta de la Batería, y tal desventaja fue muy
180 pronto aprovechada por los españoles.

Cuarto. Lawton debió además de haber cargado mucho antes y con un número mayor de hombres. Los
hombres de Chaffee y los mambises no eran suficientes, por lo que tuvieron que ir en su refuerzo los de
Bates, apoyados unos y otros por el resto de la División. Además, nunca debieron de enviarse tan tarde
estos refuerzos.

Quinto. Una fuerza jamás abandona las trincheras si se halla segura bajo el fuego de los fusiles y cañones
de bajo calibre. Lawton debió de haber ordenado cargar a fondo para desalojarla. Pero en vez de hacerlo,
mantuvo a sus hombres haciendo continuos disparos de fusilería durante casi ocho horas. Cuando por fin
decidió ordenar la carga, se produjo el lógico final de la resistencia de los hombres de Vara de Rey.

Sexto. Cuando Shafter planeó el ataque, ordenó hacer fuego en El Caney y atacar a la vez las Lomas
de San Juan con las Divisiones Wheeler y Kent, apoyadas por la batería Grimes y las fuerzas mambisas
de Bayamo, Jiguaní y parte de las del Ramón de las Yaguas, a las órdenes directas de González Clavel.
Una vez que fuera tomado El Caney, la División Lawton debería marchar sobre Santiago y situarse sobre
el flanco derecho de Wheeler para completar el cerco, atacando entonces la División Kent por el flanco
derecho español y la Wheeler por el centro. De este modo, las tres Divisiones unidas atacarían San Juan.
Pero como Lawton no tomó El Caney en dos horas como había asegurado a Shafter, se movilizaron tropas
sobre el flanco izquierdo español, lo que produjo una enorme confusión de unidades como veremos a
continuación.

El combate de las Lomas de San Juan


Como el general Linares disponía de una compañía del Regimiento Puerto Rico en San Juan, envió allí
refuerzos que llegaron el 30 de junio a las 11 de la noche: dos compañías del Regimiento Talavera; una sec-
ción de artillería con dos cañones Krupp cal. 75 mm de fuego rápido y cincuenta artilleros para estas piezas,
sumando unos sesenta o setenta voluntarios cubanos pertenecientes al Cuerpo de Bomberos de Santiago
de Cuba. Por tanto, los efectivos españoles de las Lomas de San Juan no fueron mil quinientos, hombres
como estimaron los estadounidenses, y jamás sobrepasaron los cuatrocientos cincuenta antes de la llegada
del capitán de navío Bustamante al frente de cuatrocientos cincuenta infantes de Marina.

Las fuerzas españolas en San Juan estaban parapetadas en posiciones elevadas del camino a recorrer por
el enemigo para alcanzar la base de las colinas. Además, en el campo que llevaba a la falda de las colinas
había elegantes casas de recreo y mansiones de familias santiagueras adineradas que habían sido fortifica-
das y convertidas en reductos militares con trincheras, casamatas de troncos y alambradas.

Shafter no alcanzaba a comprender por qué Lawton aún no había ocupado El Caney, cuando la proporción
inicial de sus fuerzas y las españolas era de diez a uno. La batería Grimes abrió fuego sobre San Juan hacia
las 06:00 h y la sección de Artillería española contestó al fuego artillero estadounidense con gran puntería,
181

Croquis del combate de las Lomas de San Juan. Guillermo Calleja Leal.

obligando al enemigo a abandonar por dos veces sus cañones y a tener que moverlos después en distintos
lugares. Casi a la misma hora, Shafter hizo avanzar a las Divisiones de Kent y de Sumner desde El Pozo
hacia San Juan.

Las fuerzas estadounidenses solo podían llegar al río Aguadores y a las Lomas de San Juan a través de un
camino selvático, sin pavimentar, al borde de la manigua y convertido en un lodazal por la lluvia incesante
que había caído en aquellos días. La División Sumner vadeó primero el río Aguadores, iniciando su des-
pliegue a la izquierda de las fuerzas españolas. Acto seguido, las fuerzas mambisas de González Clavel,
situadas a vanguardia de la División Kent, llegaron al vado para también cruzar el río, produciéndose enton-
ces una enorme congestión de tropas en el propio vado y en el camino, ya que la espesura de la manigua
impedía el despliegue.

Mientras la División Kent permanecía agolpada en el vado, los norteamericanos tuvieron la fatal idea de
izar un globo cautivo de seda amarilla sobre el lugar. Dicho globo llamado «Santiago» y también conocido
como «Chivato Gordinflón», orgullo del Cuerpo de Señales, tenía como fin el observar desde lo alto el
campo de batalla y dar apoyo de información a la artillería para dirigir sus disparos, llevaba dos oficiales y
era manejado desde tierra por cuatro soldados.

Naturalmente, cuando los españoles vieron aquel globo enemigo, decidieron de inmediato derribarlo con
el fuego de sus fusiles y sus dos cañones Krupp. El globo fue derribado y los dos oficiales resultaron ilesos,
con lo que se produjo el primer derribo aeronáutico en combate de la Historia, pero sucedió que los espa-
ñoles al ver caer el globo lentamente comprobaron que en la espesa manigua tenía que haber tropa ene-
miga al escuchar los gritos e insultos proferidos por los soldados de la División Kent. Cesaron entonces sus
disparos y dirigieron entonces los disparos de sus dos cañones y las descargas cerradas de fusilería contra
la manigua. Su resultado fue mortífero y se produjeron numerosas bajas en las filas asaltantes, ya que las
trincheras españolas estaban a una distancia que variaba de 450 a 730 m.

La situación creada por el derribo del globo y la reacción de las tropas españolas disparando desde lo alto
de las Lomas de San Juan se volvió dramática, por la aglomeración de las tropas de la División Kent en el
vado y el camino sin tener espacio para moverse. Pero González Clavel reaccionó de inmediato y de forma
providencial para los norteamericanos condujo al 71.º Regimiento de Voluntarios de Nueva York, situado a
vanguardia de las Brigadas de Wikoff y Pearson, a través de un trillo salvador próximo al vado y que salien-
do del camino de Siboney a Santiago conducía a las colinas. Solo los mambises conocían el trillo y precisa-
mente ese movimiento del general cubano fue lo que descongestionó a las tropas y salvó a la División Kent
de una muerte segura bajo los disparos de la fusilería española y los Krupp. Con razón, desde entonces este
vado fue llamado por los norteamericanos «el Vado de la Muerte».

Ante el número de bajas, los estadounidenses instalaron un hospital de campaña en la ribera del Agua-
dores y los improvisados «cirujanos» hicieron cuanto pudieron con su escaso material, aunque los heridos
capaces de caminar regresaron a Siboney. El caos había reinado en Tampa y en el desembarco de tropas,
volvió a repetirse, aunque bajo el fuego demoledor de las armas españolas. Además, el V Cuerpo de Ejérci-
to carecía de cirujanos de campaña, lo que no debería de asombrarnos si tenemos en cuenta que unos años
antes, durante la guerra civil (1861-1865), el Ejército de la Confederación solo dispuso de dos cirujanos y el
Ejército del Norte ninguno. Pero, además, entre sus numerosas carencias, tampoco tuvo veterinarios pese
a tener tropas de Caballería.

Mientras tanto, la batería española tuvo que cesar su fuego sobre la manigua para poder contestar al fuego
de la batería Grimes. La infantería norteamericana pudo avanzar con mayor libertad, comenzar el repliegue
182 y disparar a su vez sobre las trincheras españolas.

Una vez salvada la División Kent gracias a la acción de González Clavel, las fuerzas mambisas reanudaron la
marcha a retaguardia del Regimiento 71.º de Voluntarios de Nueva York. Pero luego los dos batallones de
vanguardia de este regimiento, con sus anticuados fusiles Springfield, se desorganizaron al desplegarse y
cayeron de lleno bajo las descargas de los Mauser españoles realizadas ahora a menos de 300 m. Rota la
cohesión, algunos voluntarios se refugiaron en la espesa manigua cercana y la mayoría se echó cuerpo a
tierra aprovechando los accidentes del terreno para protegerse. Por momentos, la situación se tornó muy
comprometida para el 71.º Regimiento y lo peor fue que aquel desorden pudo haberse extendido en todas
las filas atacantes.

Justo en ese momento crítico intervino González Clavel, quien ordenó avanzar a sus hombres y ellos lo
hicieron con valor y serenidad. Tal acción del general cubano permitió restablecer la línea de fuego hasta la
llegada de refuerzos norteamericanos. El general Wood, visiblemente emocionado, le felicitó con efusión
en el mismo campo de batalla.

Los refuerzos norteamericanos consistieron en los Regimientos 9.º, 13.º y 24.º de Infantería Regular, no
pudiendo ser más oportunos. En cuanto al 71.º Regimiento de Voluntarios de Nueva York, una vez pasado
aquel momento crítico de indecisión, su comportamiento será después excelente hasta el final de la cam-
paña militar.

En el fragor del combate, el coronel Wikoff, jefe de la 3.ª Brigada de la División Kent, cayó muerto. Tomó
el mando el teniente coronel Worth, del 13.º Regimiento de Infantería, que también murió cinco minutos
después; asumió el mando entonces el coronel Liscum, del 24.º Regimiento de Infantería, pero cayó mor-
talmente herido y finalmente, el coronel Evans, del 9.º de Infantería, se puso al frente de la Brigada y logró
restablecer la línea de fuego, aunque supuso muchas bajas.

En el ala izquierda, los Rough Riders y un regimiento regular compuesto por negros, el 9.º de Caballería,
cargaron contra la Loma de la Caldera. Se llamaba así porque en su cima había una gran caldera para la
caña de azúcar, contra la que sonaban los disparos que provenían de las alturas. En esta fase de la batalla
fueron llevadas las cuatro ametralladoras Gatling que disponían los estadounidenses, tres de ellas a cargo
del teniente John H. Parker, que aterrorizaron a los españoles, ya que nunca habían visto unas ametrallado-
ras de fuego tan rápido. Se les solía llamar «coffee glinders» (molinillos de café) por su sonido característico
al disparar.

Desalojados los españoles, los Rough Riders tomaron posiciones tras la gran caldera, sonando en ella los
disparos de los fusiles españoles procedentes de las alturas.

Los Rough Riders entonces al mando del coronel Theodore Roosevelt, recién ascendido al haberlo sido
Wood a brigadier, no recibieron la orden de tomar la cima de la loma de San Juan. Lo que en realidad hizo
Roosevelt, empuñando su sable y su revólver, fue escalar la sierra un poco más tarde, ya que ese día se
estuvo moviendo por todas partes al frente de la Unidad. Naturalmente, la Loma de la Caldera era una po-
sición importante, pero no la principal, que era la Loma de San Juan. Todo cuanto escribieron los biógrafos
de Roosevelt (a sueldo suyo) nunca fue afirmado, ni tampoco desmentido por él, pero formó parte de una
romántica leyenda norteamericana que le dio una imagen de héroe nacional y le sirvió en su vertiginosa
carrera política: 33.º gobernador de Nueva York (1 de enero de 1899 a 1 de enero de 1901), 25.º vicepre-
sidente (4 de marzo de 1901 a 14 de septiembre de 1901) y 26.º presidente de EE. UU. (14 de septiembre
de 1901 a 4 de marzo de 1909), siendo a los 48 años el presidente más joven de la historia de EE. UU. y el
único que desde 1865 hasta entonces no había luchado en la guerra civil. Todo ello lo han explicado con
detalle algunos historiadores como Chidsey y Chadwick, entre otros44.

Aquello fue un verdadero infierno para los asaltantes, al oponer los españoles una dura resistencia. Pero
cuando el combate parecía haberse estabilizado y detenido el avance de los norteamericanos, llegaron a
tiempo nuevas tropas norteamericanas: el 10.º Regimiento de Caballería desmontada del ejército regular
y el 20.º Regimiento de Infantería Regular. Ante tal contrariedad, los españoles arreciaron su fuego todo
cuanto pudieron, pero fue contestado por los norteamericanos y los cubanos, ya que la División Wheeler,
al mando del general Sumner, una vez asaltada la loma de la Caldera, desbordaron la Loma de San Juan
siguiendo el ejemplo de sus jefes Hawkings, Wood, González Clavel, Sumner y otros muchos jefes de
brigadas, regimientos, compañías y hasta sargentos, que cargaron al frente de sus unidades agitando sus 183
sombreros, muy bien apoyados por los cañones de la batería Grimes y las tres ametralladoras Gatling del
teniente Parker. En solo nueve minutos, las ametralladoras vomitaron diez mil proyectiles.

Este avance de las tropas invasoras fue realmente imponente y con sus unidades mezcladas: los mambises,
los regimientos de Infantería y los de Caballería Regular se mezclaban con los Voluntarios. Aquella carga
impetuosa ascendió por las laderas de San Juan de forma incontenible, como una marea humana. Los sol-
dados llevaban sus fusiles en la posición de porten y sus cortas bayonetas Kraggs brillaban como chispas
de luz.

Por parte española, los disparos de las ametralladoras Gatling produjeron la espontánea retirada de jóve-
nes soldados españoles y los oficiales intentaron en vano detenerles. Desde las trincheras los defensores
vieron subir aquella oleada y dispararon con desesperación sus fusiles Mauser, que chisporroteaban como
un brasero agitado por el viento en una lucha desigual; y además, los dos cañones Krupp no pudieron
disparar por falta de munición. Al no poderse hacer nada para contener el avance enemigo, se decidió
entonces una retirada de las posiciones de forma ordenada.

Mientras tales hechos sucedían en San Juan, la lucha proseguía en El Caney. Desde El Pozo, Shafter envió
una nota a Lawton ordenándole que no se distrajera con esas pequeñas casuchas cuadradas y que se uniera
a la fuerza principal. Pero, como explicamos, Lawton desobedeció la orden al considerar que sus tropas
estaban preparadas para el ataque y este decidió atacar.

Al aparecer los primeros asaltantes sobre la meseta que coronaba la Loma de San Juan, los españoles
iniciaron el repliegue, pero quedaron al descubierto y sin protección, con su línea de apoyo a unos 720 m
de distancia. Al recibir de lleno el fuego enemigo, más del 75 % de los supervivientes cayeron allí entre
muertos y heridos. Además, los artilleros, con su valiente capitán Antonio, murieron todos sin aceptar la
rendición.

La cima de la Loma de San Juan fue tomada por el 10.º Regimiento de Caballería desmontada, una unidad
formada por negros, que fue la primera que pudo comprobar que las trincheras habían sido abandonadas
y que en su suelo yacían muertos, como también que había muchos heridos incapaces de caminar con sus
fusiles fuertemente agarrados. En su mayoría apenas habían cumplido los 16 años. Aquel siniestro espec-
táculo impresionó sobremanera a las fuerzas asaltantes cubano-norteamericanas.

Por otra parte, el propio general Linares, quien había dirigido la defensa desde Fuerte Canosa, cayó herido
de gravedad y solicitó la presencia del general Toral para entregarle el mando de Santiago de Cuba; el

44
CHIDSEY, D. B. Op. cit., p. 146. CHADWICK, F. E. Op. cit. Vol. II, p. 81. Theodore Roosevelt en su obra Rough Riders
describió la toma de la Loma de la Caldera como mérito únicamente suyo, con lo que omitió maliciosamente que
participaron también otros oficiales que no nombra.
coronel Vaquero y el teniente coronel Lamadrid murieron heroicamente y el comandante Arráez, ayudante
de Linares, cayó gravemente herido como su jefe.

Cuando los norteamericanos izaron su bandera sobre las ruinas del blocao, apareció en escena la guerrilla
del Regimiento Puerto Rico n.º 19, enviada por Linares para apoyar la retirada. Pero al cargar contra los asal-
tantes, dicha guerrilla quedó exterminada, salvándose solo seis o siete hombres. Los pocos supervivientes
lograron llegar a Fuerte Canosa y de allí a Santiago de Cuba con dificultades, ya que en su mayoría iban
heridos. Como anécdota, una de las piezas de artillería cargada a lomo de mulo logró ser rescatada, la otra
quedó encima del mulo que la llevaba al caer la pobre bestia acribillada a balazos.

Poco después, el capitán de navío Joaquín Bustamente, comandante del destructor-torpedero Plutón y jefe
del Estado Mayor de la escuadra del almirante Cervera, intentó recuperar la posición perdida con cuatro-
cientos cincuenta infantes de Marina, pero esta fuerza fue rechazada con enormes pérdidas. Luego, salió a
caballo de las trincheras encabezando un valiente contraataque y recibió un disparo mortal en el abdomen.
Joaquín Bustamante, célebre marino e inventor español, gloria de la Armada y de España, falleció poco
después en el Hospital Militar de Santiago de Cuba, lamentándose por ya no poder embarcar para partici-
par en la batalla naval de Santiago, que con razón creía muy próxima.
184
Las tropas norteamericanas, victoriosas en el combate junto a las cubanas, tuvieron que descansar sobre
el terreno (como en Las Guásimas), estaban extenuadas y no podían avanzar más. La batalla terminó a las
15:00 h, aunque hubo encuentros armados con fuego de fusilería durante toda la tarde, la noche y la ma-
drugada del día siguiente.

En cuanto a las bajas de la batalla de las Lomas de San Juan, las norteamericanas fueron numerosas: diecio-
cho oficiales y ciento diecisiete alistados muertos, 61 oficiales y 748 alistados heridos, y ocho desapareci-
dos (muertos con seguridad, porque no hubo prisioneros). Por tanto, la cifra de bajas ascendió a mil doce,
lo equivalente al 8 % de los efectivos del 5.º Cuerpo de Ejército. Cabe añadir el caso del 6.º Regimiento de
Infantería, que al desplegarse frente a la Loma de San Juan, en solo 10 minutos perdió trescientos veinte
hombres entre muertos y heridos, lo equivalente al 25 % de su totalidad.

Por parte española, las bajas ascendieron a 358 hombres, de un total inicial de cuatrocientos cincuenta, por
tanto, solo se salvaron 92. Respecto a los infantes de Marina, ignoramos su cuantía. También se desconoce
con exactitud el número de bajas cubanas, aunque se sabe que fueron muy altas entre El Caney y las Lomas
de San Juan, más de doscientos combatientes entre muertos y heridos, lo que supuso casi el 25 % de sus
efectivos.

Comentario sobre la batalla de las Lomas de San Juan


La actuación de las tropas norteamericanas en San Juan nos permite hacer las siguientes reflexiones:

Primero. De no haber izado el globo cautivo sobre las congestionadas e inmóviles tropas de la División Kent
en el camino hacia las Lomas de San Juan, el combate no hubiera sido tan sangriento con la muerte de tan-
tos jefes, oficiales y alistados. De no ser así, la División Kent hubiera vadeado el río Aguadores y efectuado
después el despliegue con muchas menos bajas. La actuación del general González Clavel evitó que toda
la División Kent fuera acribillada por las fuerzas españolas.

Segundo. Shafter debió concentrar todo su ejército frente a San Juan y atacar las posiciones españolas a
fondo con el apoyo de las dos baterías (Grimes y Capron) y las fuerzas cubanas de Calixto García. De ha-
berlo hecho, quizá hubiera podido tomar Santiago aquel mismo día, pero no lo hizo.

Tercero. El combate fue conducido en realidad por los jefes de unidades. A veces era un sargento quien
daba órdenes, como en el caso del heroico sargento abanderado George Berry, del 10° Regimiento de
Caballería, quien al caer herido el abanderado del 3.º Regimiento de Infantería, cogió ambas banderas y al
frente del regimiento gritó: «Alinearse por las banderas, muchachos, adelante como guía centro». El capi-
tán Ayres, del 3.º Regimiento de Infantería, se puso entonces delante del sargento Berry y con su sombrero
en la punta del sable continuó el impetuoso avance. Precisamente, esta confusión de tropas y la falta de
cohesión en el mando fueron debidas, más que nada, a la densa manigua que no permitía a los jefes de
brigadas y divisiones controlar los mandos. A pesar de todo, el espíritu y la voluntad de vencer fueron tales
que la carga pudo efectuarse y como si un único jefe la dirigiera.

Cuarto. Mientras las Divisiones de Kent y Sumner estuvieron sin órdenes, su ala izquierda estaba «en el
aire» y, todo ello, a la vez que eran atacadas desde las cimas de las lomas por tiradores que no podían ver.

Quinto. Los norteamericanos cargaron contra la Loma de San Juan, pero no lo hicieron corriendo tras
banderas flameantes y espadas brillantes, tal como lo han representado tantos pintores que no estuvie-
ron allí. En realidad, se movieron con gran lentitud y los rifles apuntando hacia lo alto. Cuando los dos
cañones Krupp comenzaron a disparar, detuvieron el ascenso y luego, cuando ambas piezas cambiaron
la dirección de sus disparos, el 10.º Regimiento de Caballería desmontada logró llegar a la cima de la
loma de San Juan.

Sexto. La batalla se convirtió en una hermosa leyenda en la que Theodore Roosevelt encabezó la carga con-
tra la Loma de San Juan, cuando en realidad tomó la Loma de la Caldera, que fue un excelente hecho de
armas, y no lo hizo solo como el propio Roosevelt lo describe en su libro The Rough Riders, un verdadero
best-seller que ofrece su versión particular de la campaña militar, sino junto a otros oficiales que le acom-
pañaron. Donald Barr Chidsey, con razón, opinó que este libro debería de titularse «Yo solo en Cuba». Es 185
cierto que nunca dijo que lo hiciera, pero ni por pudor tampoco lo desmintió de forma interesada cuando
escribieron sus biógrafos y los corresponsales de guerra.

Séptimo. La prensa norteamericana glorificó la falsa toma de la Loma de San Juan por Roosevelt y quizá in-
fluyó también que era mejor que tener que admitir que tal acción la realizó el 10.º Regimiento de Caballería
desmontada, que estaba formada por soldados negros. La divulgación de tal falsedad será lo que, siendo
vicepresidente de EE. UU., le convierta en el 26.º presidente al ser asesinado McKinley por un anarquista
en 1901. Pese a todo, no logró lo que más deseó: la Medalla de Honor del Congreso, máxima distinción
militar al Valor.

Croquis de la batalla de Santiago de Cuba. Guillermo Calleja Leal


EL OBJETIVO FINAL: SANTIAGO DE CUBA

Situación precaria de Santiago de Cuba


Durante el bloqueo naval, la vida se hizo casi insoportable en Santiago y sus alrededores. Los últimos abas-
tecimientos de provisiones los hicieron: el buque alemán Polaria con mil setecientos sacos de arroz y poco
después el vapor Mortera (25 de abril de 1898) con ciento cincuenta cabezas de ganado, 180.000 raciones
de harina de trigo, 149.000 de garbanzos, 197.000 de arroz, 79.000 de judías y 96.000 de vino. La comida
escaseaba de forma alarmante y la alimentación del soldado era casi exclusivamente arroz. Si la guarnición
consumiera unas 360.000 raciones completas al mes, la ciudad solo dispondría de comida a ración comple-
ta para dos semanas. Además, la llegada de la Columna del coronel Escario procedente de Manzanillo (el
3 de julio de 1898) agravaría aún más la situación, ya que lo hizo sin convoy al tener que abandonarlo con
todo su bagaje por los continuos ataques de las partidas mambisas.

Los cerca de cuarenta mil habitantes de Santiago (militares y civiles) habían prácticamente agotado los ali-
mentos y, por tanto, dependían de las zonas de cultivo de los alrededores, pero los mambises controlaban
186 gran parte de la región y obstaculizaban los suministros. El teniente de navío José Müller comenta en sus
memorias que en las tiendas apenas tenían artículos de primera necesidad y los pocos que quedaban te-
nían precios exorbitantes por la especulación del comercio local. La harina se agotó y no se amasaba pan,
solo la gente adinerada adquiría galletas a muy alto precio, faltaba la leche y los alimentos más básicos e
indispensables, por lo que la gente se moría de hambre:

«[…] aquí ha habido hambres, y de hambre han perecido no pocas personas y yo mismo he
visto en los portales de la Casa Brooks, situada enfrente de la Capitanía del Puerto, un hombre
muerto de hambre; muerto por no tener que comer»45.

Al faltar la harina, la Administración Militar había fabricado pan de arroz para las tropas, pero dejó de hacer-
lo por resultar un producto glutinoso e indigesto, además de provocar enterocolitis en algunos soldados.

La escasez de alimentos solo fue uno de los muchos problemas que acuciaban a los defensores y al ve-
cindario. El estado sanitario era deplorable como nos cuenta José Müller: «[…] los caballos, los perros y
otros animales morían de hambre en medio de las calles y las plazas; y era lo peor que no se retiraban sus
cadáveres Faltó el agua del acueducto ¿A qué seguir?»46. En efecto, la presa y el acueducto de Cuabitas
estaban en poder de los mambises, por lo que el agua era mala y escasa. En la ciudad se reducía a los po-
zos y las cisternas47. Todo esto hacía que la población civil y militar fuera muy vulnerable a las enfermedades
(tifus, malaria, disentería y fiebre amarilla) y, al igual que en otras localidades, se manifestó un conjunto de
trastornos que se denominó «la enfermedad del bloqueo» (en términos médicos, «ambioplía periférica»),
cuyos síntomas se asemejan a lo que hoy conocemos como «polineuritis óptica». Los hospitales estaban
abarrotados de heridos y enfermos, y cundía la fiebre amarilla entre los soldados en las trincheras.

La situación del soldado era pésima, no solo por su ración reducida a pan de arroz (mientras se fabricó),
arroz hervido, tocino y casi sin agua (de mala calidad y con la que se hacía «agua de café»), sino también
por el atraso de once meses de paga. Con tales contrariedades, consideramos encomiable que aquellas
tropas de la guarnición de Santiago y sus alrededores estuvieran siempre dispuestas a combatir y a morir
sin rendirse. Ante tal situación de la ciudad, el general Toral autorizó la salida de toda la población no com-
batiente, tanto santiaguera, como extranjera, por lo que un gran número de personas marchó a Cuabitas
y a El Caney.

La gesta de la Columna Escario


El coronel Federico Escario García fue uno de los héroes de la Campaña de Cuba, como también lo fueron el
soldado Eloy Gonzalo, el brigadier Joaquín Vara de Rey y el capitán de navío Joaquín Bustamante, entre otros.

45
 MÜLLER Y TEJEIRO, J. Op. cit., p. 115.
46
Ibidem, ut supra.
47
PLACER CERVERA, G. Op. cit., p. 118.
Federico Escario nació en 1954. Inició su carrera militar en Filipinas como cadete de cuerpo y cursando
estudios en el Regimiento de Infantería de El Príncipe. En octubre de 1872 pasó a la Península y un año
después, participó en la tercera guerra carlista, siendo gravemente herido en la acción de Puente la Reina
y ascendido a teniente. Participó en otras acciones importantes y promocionó a capitán tras el combate
de Lácar (3 de febrero de 1875). Al concluir la guerra ascendió a comandante. Luego, destinado en Cuba,
ascendió por antigüedad a teniente coronel después de desempeñar el cargo de fiscal permanente de
Causas en Matanzas. Al estallar la guerra en 1895, participó en el combate de Peralejo (13 de julio de 1895)
y en otros importantes, tanto a las órdenes de Martínez Campos, como de Weyler. Tras participar en los
combates de Las Lomas y Asientos de Rubí (Pinar del Ríos) contra el general Antonio Maceo, ascendió a
coronel. Cuando se produjo la intervención norteamericana en la guerra, en 1898, era jefe interino de la
2.ª División, ubicada en Manzanillo (Oriente).

El coronel Escario partió de Manzanillo el 22 de junio de 1898 al mando de una fuerte columna para reforzar
la guarnición de la sitiada ciudad de Santiago de Cuba, a donde llegará el 3 de julio tras recorrer 290 km.
La tropa estuvo racionada para seis días de marcha, pero luego resultará una empresa titánica que durará
doce días en plena época de lluvias y a través de un terreno escabroso, cruzado de ríos crecidos que tendrá
que vadear, cubierto por una tupida vegetación selvática en la que se abrirá paso a golpe de machete por
la manigua y avanzar con sus hombres de uno en uno y, en el mejor de los casos, en fila de a dos. Además, 187
como todo aquel territorio había sido abandonado por el Ejército y se hallaba en poder de los mambises,
carecerá de todo apoyo y tendrá que sostener numerosos encuentros y combates.

La Columna Escario estaba formada por: los batallones 1.º y 2.º del Regimiento de Infantería Isabel la Ca-
tólica n.º 1, el batallón 1.º del Regimiento de Andalucía n.º 52, el batallón del Regimiento Peninsular n.º 3,
el batallón de Cazadores del Regimiento Puerto Rico n.º 19, la 2.ª sección del Regimiento n.º 5 de Montaña
(dos cañones de tiro rápido), una fracción de la 8.ª compañía del 1.º de Zapadores, guerrillas montadas (de
Calicito, Bayamo y Manzanillo) y la 10.ª compañía de Transporte a lomo. En total 3.572 efectivos.

El 22 de junio, la Columna Escario pernoctó en Palmas Altas, a 5 km de Manzanillo, único tramo hasta
Santiago en el que no sufrió ningún ataque de los mambises. Al amanecer prosiguió por la margen izquier-
da del río Yara para evitar encuentros con los mambises, según instrucciones recibidas, aunque mantuvo
continuos ataques que causaron un muerto y tres heridos. Los hostigamientos por parte de los cubanos
continuaron durante su marcha de los días 24 y 25, que ocasionaron un muerto en combate en ambos días.

Después la Columna Escario se acercó a la ciudad de Bayamo el 26 de junio, que había sido tomada por
Calixto García el mismo día y donde había establecido su cuartel general, aunque luego marchó con el
grueso de sus tropas hacia el sur, dejó una pequeña guarnición. Pese a las instrucciones recibidas, Escario
decidió tomar Bayamo por varios motivos: mantener alta la moral de sus hombres, dar una lección a los
insurrectos al no suponer un peligro para la Columna.

La Columna Escario acampó en el ingenio Almirante, desde donde Escario envió a su segundo en el man-
do, el coronel Manuel Ruiz, con una columna de Caballería y seiscientos soldados de Infantería en otras
dos columnas. Poco después, Ruiz tomó Bayamo sin apenas resistencia, incautándose de documentación
del Ejército cubano y destruyendo la estación y la línea telegráfica que los mambises habían establecido
entre Jiguaní y Santa Rita. Pero como los bayameses simpatizaban con la revolución, no obtuvo ninguna
información sobre el enemigo. Tras cumplir su misión con éxito, el coronel Ruiz y sus tropas regresaron al
ingenio Almirante.

La Columna Escario reemprendió su marcha el día 27 y tras vadear el río Canutillo destruyó la línea tele-
gráfica que unía Bayamo con Santa Rita, localidad en la que pasó la noche. Aquel Calixto García decidió
informar a Shafter sobre el avance de esta columna española y ratificar la propuesta que le hizo sin éxito
en El Aserradero, consistente en enviar un fuerte contingente de tropas cubanas hacia Aguacate, por ser el
lugar de convergencia de los caminos provenientes de Manzanillo, paso obligado de la Columna Escario.
Cumpliendo sus instrucciones, el brigadier Demetrio Castillo Duany y el coronel Carlos García Vélez mar-
charon hacia Daiquirí al encuentro de Shafter, que aún se hallaba a bordo del transporte Segurança, a unas
3 millas de las costas santiagueras, para convencerle de su plan:

Primero. Que los dos mil soldados del general Jesús Rabí fueran trasladados por mar desde Bayamo hacia
El Aserradero, con municiones y raciones para cuatro días.
Segundo. Que estas fuerzas de Rabí marcharan sin pérdida de tiempo a Aguacate para reunirse allí el día 29
con los seiscientos hombres del general Francisco Estrada, a quien había ordenado hostigar a la columna
española durante su marcha y resistir en Aguacate para dar tiempo a la llegada de Rubí.

188

William Rufus Shafter. Wikipedia. Dominio público

Shafter se negó de nuevo, arguyendo que «necesitaba todas las fuerzas cubanas y no pensaba separar,
un solo hombre del núcleo del ejército», puesto que quería el control directo del mayor número de tropas
posible48, y reaccionó acelerando los preparativos para tomar Santiago y demandando refuerzos a Was-
hington. Calixto García dio instrucciones precisas al general Estrada para que, con sus escasas fuerzas y el
refuerzo de dos escuadrones de Caballería que pudo enviarle, defendiera la ribera derecha del río Contra-
maestre e impidiera que la Columna Escario lo vadeara49.

El día 28, a las 06:00 h, Escario partió de Santa Rita hacia el poblado de Baire, reducido a ruinas. Durante el
trayecto, se intensificó aún más la hostilidad de los mambises, que aumentaron en número y aprovecharon
las alturas que dominan el río Jiguaní para impedir el paso de la Columna, pero esta se abrió paso a caño-
nazos. Después, prosiguió hacia el poblado Cruz de Yarey, donde fue de nuevo atacada. Ya cerca de Baire,
la vanguardia fue recibida a tiros por los mambises, pero logró imponerse en número y armamento. En es-
tos combates cayeron heridos el valiente coronel Manuel Ruiz y cinco soldados, muriendo cuatro soldados.

La Columna pasó la noche en Baire y descansó al día siguiente por estar extenuada y sin fuerzas. José
Müller y Tejeiro copió textualmente en sus memorias el diario de campaña que escribió el coronel Escario
sobre su marcha a Santiago50. El propio Escario describe con precisión y detalle las condiciones penosas
de aquella jornada agotadora por:

«las altas hierbas que casi todos los días, cubriendo por completo al soldado y estorbando su
paso, desarrollaban a la vez un calor sofocante que hacía sumamente enrarecido el aire que
se respiraba y cerraban a la par el camino, que era preciso abrir con gran trabajo, obligaban a
que las marchas fuesen con frecuencia penosísimas y de a uno; la repetida lluvia que no solo

48
CHADWICK, F. E. Op. cit. Tomo II, p. 39.
49
 ESCALANTE, A. Op. cit., pp. 571-572.
50
  Diario de campaña de la columna del coronel Federico Escario García en MÜLLER Y TEJEIRO, J. Op. cit., pp. 197-
216.
empapaba las ropas, sino que también encharcaba el suelo haciéndolo resbaladizo [...]; los
enfermos que ocasionaban las inclemencias del tiempo y el rudo trabajo; el crecimiento del
número de camillas […]».

Pero además del estado de sus hombres, Escario creyó que Baire era un lugar idóneo para descansar por-
que desde allí partían tres caminos hacia Santiago y el enemigo no podía saber qué camino tomarían sus
tropas51; sin embargo, hubo ataques y cayeron heridos tres soldados españoles.

El día 30, Escario partió al amanecer hacia Palma Soriano para dejar allí a sus enfermos y heridos. Fue una
jornada muy difícil por los continuos ataques de los mambises. En el camino que conduce a un lugar lla-
mado La Ratonera (municipio de Jiguaní) esperaban las fuerzas enemigas «apostadas y atrincheradas», por
lo que la Columna cambió de dirección y llegó hasta La Loma de la Doncella, paso obligado precedido de
un estrecho sendero y barranca de difícil paso, con posiciones a su frente ocupadas por los mambises. El
duelo de la fusilería fue muy intenso, pero la vanguardia de la Columna se impuso empleando de nuevo la
artillería. Tras cruzar el río Contramaestre, la Columna acampó y pernoctó. La cifra de bajas de aquella dura
jornada ascendió a diez heridos y cinco muertos52.

El 1 de julio, al amanecer, la Columna reemprendió su marcha. Cuando intentaba vadear el río Guaninao 189
fue de nuevo atacada por los mambises, retrocediendo estos por su inferioridad de número y armamento.
Luego sobrevinieron dos emboscadas y un tiroteo con los exploradores insurrectos, logrando Escario alcan-
zar las alturas del pueblo de Aguacate.

El combate de Aguacate fue el más violento de todos. Unos ochocientos mambises al mando del general
Francisco Estrada recibieron a los españoles con fuego tan intenso, que Escario en su diario de campaña lo
calificó como una «verdadera lluvia de plomo, que a su paso sembraba la muerte». La excelente organiza-
ción, la tenacidad y el arrojo de los mambises fue destacada por el propio coronel Escario:

«Haciendo en justicia al enemigo … que defendió con tenacidad y buena dirección sus posi-
ciones, que supo elegir con acierto, hay que convenir que estuvo ese día, a una gran altura,
dando ocasión al más rudo de los combates sostenido durante la marcha de Manzanillo a
Santiago, y digno de citarse entre los más sobresalientes de la actual campaña»53.

En cuanto a las bajas, los mambises tuvieron diecisiete muertos y numerosos heridos, por parte española,
siete muertos y 43 heridos.

La Columna Escario pernoctó en Arroyo Blanco. Al día siguiente por la mañana, 2 de julio, reemprendió la
marcha en dirección a Palma Soriano, a donde llegó a las 15:00 h. Durante esta jornada tuvo que enfren-
tarse al hostigamiento tenaz de los mambises, quienes desde excelentes posiciones realizaron ataques a la
Columna Escario por sus flancos y su vanguardia. El número de bajas españolas ascendió a cuatro muertos
y seis heridos.

Estando la Columna Escario ya próxima a Santiago, Shafter cambió de actitud negativa hacia la propuesta
de Calixto García en El Aserradero el día 20 de junio y que reiteró días después.

El jefe había ordenado a Calixto García que ocupara con sus fuerzas el flanco derecho de las suyas para im-
pedir cualquier intento de salida de las fuerzas españolas sitiadas en Santiago, posición que hubiera tenido
que abandonar para salir al encuentro de la Columna Escario. Al comprender que Escario y sus hombres
iban a entrar de forma inminente, solicitó al general cubano que lo impidiera cuanto antes y como fuere.

Hallándose Escario en Palma Soriano, mediante el heliógrafo de Puerto Boniato contactó con el general
de división José Toral, quien había relevado al teniente general Linares en el mando del 4.º Cuerpo de
Ejército, al haber caído herido el día anterior. Toral informó a Escario sobre la difícil situación de la defen-
sa de la plaza tras los combates de la víspera en El Caney y las Lomas de San Juan, le urgió que llegara a
Santiago y le dio instrucciones para que no siguiera hacia San Luis y lo hiciera a través de Puerto Bayamo,

51
 
Ibidem, pp. 202-203.
52
 
Ibidem, pp. 203-205.
53
 
Ibidem, pp. 205-207.
el más occidental de los accesos a la plaza y el único no ocupado por el enemigo. Por otra parte, Toral
cursó órdenes para que desde San Luis partieran refuerzos para la Columna Escario: dos escuadrones de
Caballería del Regimiento de El Rey, la guerrilla montada del 2.º Batallón del Regimiento Cuba, una com-
pañía del 1.er Batallón del Regimiento Constitución y otra del 1.er Batallón del Regimiento San Fernando.

El coronel Escario arengó a sus hombres, reconoció su entrega y su valor, probado durante la marcha. Les
pidió un último esfuerzo para salvar el honor de la Patria. Luego dispuso que se les diera rancho abundan-
te y un breve descanso. Más tarde, el día 3 de julio, a las 02:00 h, se tocó diana, formaron las tropas y se
reanudó la marcha.

Tras varias escaramuzas, sin descanso, ni rancho, la Columna Escario, llegó al puerto de Bayamo. Desde
allí Escario contempló el sitio de Santiago; supo la salida de la escuadra de Cervera: y entre las 10:00 y las
11:00 contempló el bombardeo de la plaza. Fue entonces cuando decidió crear una columna volante que
le facilitara entrar cuanto antes en la ciudad, ordenando al coronel Ruiz Rañoy que prosiguiera después
con el resto de las fuerzas de la Columna. Para formar la columna volante, Escario escogió el 1.er Batallón
del Regimiento Isabel la Católica, treinta hombres de los más fuertes de cada compañía, toda la caballería
disponible y dos piezas de artillería.
190
El mando de esta unidad lo confirió a su segundo, el teniente coronel Baldomero Barbón, quien el día 18
de junio había relevado al coronel Manuel Ruiz al caer gravemente herido en combate, y él mismo se puso
al frente de una sección de Caballería que marchó en vanguardia. Aquel día 3 de julio, el coronel Escario
entró por fin en Santiago a las 15:00 h. El resto de la columna volante lo hizo entre las 16:00 y las 16:30 h,
el resto de la columna entró entre las 21 y 22:00 h. En total, unos tres mil trescientos hombres.

En su épica marcha desde Manzanillo, a través de 290 km y prevista en seis días y efectuada en doce, la
Columna Escario libró cerca de cuarenta encuentros armados con fuerzas mambisas al mando del general
Francisco Estrada, entre verdaderos combates y escaramuzas, como reconoció el propio general Miles con
admiración. Compuesta inicialmente por 3.572 hombres al partir de Manzanillo, tuvo veintisiete muertos y
71 heridos (entre ellos, el coronel Manuel Ruiz y dos oficiales), a los que habría que sumar los numerosos
efectivos que tuvo que dejar por el camino a causa de enfermedad o de haber quedado exhaustos. Según
el informe oficial, la Columna Escario consumió 28.770 cartuchos de fusil y 38 proyectiles de artillería.

Nada más llegar a Santiago de Cuba, los cerca de 3.300 hombres de la Columna Escario fueron distribuidos
entre los diversos sectores de la guarnición de la ciudad. En cuanto a su jefe, Federico Escario García, fue
ascendido a general de brigada en reconocimiento a sus méritos y heroísmo.

Desmoralización de Shafter y su intención de ordenar retirada


Tras los combates de El Caney y de las Lomas de San Juan del 1 de julio de 1898, vimos cómo el general
de división José Toral relevó al teniente general Linares en el mando del 4.º Cuerpo de Ejército. Pudo en-
tonces Toral comprobar con alivio que el avance enemigo se había detenido en la cima de la Loma de San
Juan hacia la media tarde, creyendo su Estado Mayor y él que debido a que los norteamericanos habían
sufrido numerosas bajas. Luego llegaron a Santiago informes esperanzadores: Shafter se hallaba enfermo
y no podía dirigir los combates. Wheeler y varios oficiales estaban enfermos y de baja por enfermedades
tropicales.

Por la tarde, todos los efectivos disponibles para combatir tomaron posiciones en nueve fortificaciones y
cientos de trincheras y alambradas. Poco más de cinco mil hombres, en su mayoría heridos salidos de los
hospitales, ocuparon posiciones defensivas en la ciudad. Al anochecer, las tropas de la guarnición de San-
tiago quedaron replegadas hacia la última línea de defensa situada en torno a la ciudad, a tan solo 2 km, y
Toral supervisó personalmente las líneas defensivas.

Tras la toma de El Caney y San Juan, el ejército aliado cubano-norteamericano empleó siete u ocho
días en terminar el cerco de Santiago, formando un círculo alrededor de la ciudad. La mayoría de las
fuerzas del general González Clavel se emplearon en cavar kilómetros de trincheras necesarias y que
luego fueron ocupadas por los norteamericanos, una labor dura y difícil por la lluvia incesante y los
fuertes aguaceros.
191

Croquis de la zona de Santiago de Cuba, con las posiciones que ocupaban los Ejércitos español y norte-americano, el 14
de julio 1898. Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército, sig. Ar. J-T.10-C.2-322

Durante estos días de construcción de trincheras, Calixto García completó el cerco de Santiago por el norte
con el grueso de sus tropas. El mismo día 2 de julio se inició una ofensiva general en el sector del lado oeste
de la ciudad, ocupando el poblado de Dos Caminos de El Cobre, la línea férrea de San Luis a Santiago,
los poblados de San Vicente, Cuabitas, las estratégicas alturas de la Loma de Quintero desde la que se
dominaba Santiago por completo y, finalmente, todos los fuertes y trincheras españolas en los alrededores
de Yarayó hasta la bahía y el cementerio.

Por otra parte, pese a las derrotas sufridas por las armas españolas en Las Guásimas, El Caney y San Juan,
y también el indiscutible éxito de las acciones cubanas que completaron el cerco de Santiago, Shafter se
hallaba abrumado por las enormes pérdidas de sus tropas y con Wheeler enfermo y Hawkins herido, la
inesperada resistencia española, las enfermedades tropicales y el calor agotador. Además, Toral rechazó su
petición de rendición, el mismo día 3 de julio, en el que entró la Columna Escario en Santiago.

Enfermo y preso del derrotismo, Shafter escribió al almirante Sampson, el 3 de julio, demandando una
inmediata intervención naval y le manifestó, entre otras cosas:

«Por negligencia de nuestros aliados cubanos, Pando (el general Pando era el jefe del Estado
Mayor del capitán general, Ramón Blanco, se refiere al coronel Escario) con 5.000 hombres (en
realidad unos 3.300) ha entrado en la ciudad, esto casi duplica los efectivos españoles, los he
conminado a rendirse y han rehusado».
Más adelante, añadió: «mi presente situación me ha costado mil hombres y no estoy dispuesto a perder
más [...] Si usted fuerza su entrada en la bahía, podremos tomar la ciudad sin mayores pérdidas de vidas».

Acto seguido, Shafter telegrafió al secretario de Guerra comunicándole su intención de retirarse:

«Nosotros tenemos cercada la posición por el norte y por el este, pero con una línea muy débil.
Al acercarnos, nos hemos encontrado con que las defensas son de tal clase y fuerza, que será
imposible tomarlas por asalto con las fuerzas que dispongo. Estoy considerando seriamente
retirarme a unas cinco millas (unos 8 km) de mi actual posición del río San Juan y el Jardinero».

Horas después, Alger le contestó recomendándole que actuara según su criterio, pero advirtiéndole que su
retirada tendría un efecto desastroso para la opinión pública.

Shafter propuso desmoralizado la retirada inmediata de las tropas y solicitar con urgencia refuerzos a Was-
hington. Pero la oficialidad se negó considerando que tal repliegue aumentaría la moral del enemigo y el
desconcierto del Cuerpo Expedicionario. Ante tal postura, se vio forzado a entregar el mando a su segun-
do, el general Lawton.
192
La renuncia de Shafter al mando, sumido en una gran depresión, hizo cundir el desconcierto entre la oficia-
lidad. Calixto García reaccionó y pudo convencerle de las ventajas de no interrumpir el avance a Santiago
por el sur y tampoco por el este, comprometiéndose a tomar por asalto la Loma de Quintero.

Como paradoja, Shafter acababa de escribir a Sampson el 3 de julio con fuertes acusaciones contra el
general cubano y le culpó injustamente de la entrada de la Columna Escario en Santiago. Todo ello pese
a que, en la entrevista de El Aserradero el 20 de junio, se negó a que Calixto García enviara al general
Rabí con una fuerza de dos mil mambises para interceptar cualquier refuerzo a Santiago desde Manzanillo,
y también a que enviara al general Castillo y al coronel García Vélez el mismo día (3 de julio) en el que la
Columna Escario entró en la ciudad. No obstante, pese a la negativa de Shafter, Calixto García ordenó, por
su cuenta, que el general Francisco Estrada hostilizara con ochocientos hombres la marcha de la Columna.

Si Shafter hubiera replegado el 5.º Cuerpo de Ejército a la costa a la espera de que Miles le enviara re-
fuerzos desde EE. UU. y los oficiales le hubieran obedecido en el Consejo de Guerra, habría sido un golpe
moral demoledor a la campaña militar norteamericana por tratarse de una retirada injustificada tras tres vic-
torias consecutivas: Las Guásimas, El Caney y San Juan. Además, la paralización de las operaciones hubiera
dado a los españoles la oportunidad de organizar y enviar refuerzos a Santiago, con lo que el sitio a la plaza
se hubiera prolongado y todo ello unido a una escasez de abastecimientos y las penurias causadas por las
lluvias interminables, el calor y las enfermedades tropicales.

Poco después, Shafter supo, aquel mismo día, 3 de julio, que la escuadra española del almirante Cervera
había sido destruida por la norteamericana de Sampson en cuatro horas de combate.

Pese al desastre naval español y las débiles defensas de Santiago, Shafter no se atrevía a lanzar sus tropas
al asalto y por ello el 4 de julio envió cinco cables a la Secretaría de Guerra y a la de Marina pidiendo con
desesperación que se ordenara a Sampson entrar en la bahía para dar apoyo a sus tropas. Su último cable
decía:

«La Escuadra debe de entrar en Santiago a toda costa. Si lo hace así, ella puede capturar la
ciudad y todas las fuerzas de la guarnición; si no lo hace, el país debe de prepararse para es-
perar grandes pérdidas entre nuestras tropas. Después de conferenciar con el Cónsul francés y
con otras personas, he decidido no bombardear la población hasta recibir refuerzos, mientras
tanto continuaré hostilizando la plaza desde nuestras trincheras. Yo desearía saber vuestra
opinión»54.

Estos cables enviados por Shafter impresionaron a los secretarios de Guerra y de Marina, por lo que consul-
taron con el presidente McKinley. Finalmente, el secretario de Marina, John Long ordenó a Sampson que
se pusiera de acuerdo con Shafter y el 5 de julio ambos acordaron: las fuerzas cubanas del general Rabí

 MEDEL, J. A. Op. cit., pp. 62-63.


54
tomarían la batería Socapa y las norteamericanas El Morro. Luego, la escuadra podría maniobrar sin peligro
de baterías por los flancos y minas y torpedos por el frente. Mientras esto sucedía, Shafter amenazó a Toral
con bombardear Santiago si no aceptaba una breve tregua para un canje de prisioneros.

Sampson actuó de forma serena y juiciosa frente a Shafter. Forzar la entrada de la bahía defendida por tor-
pedos Bustamente y minas submarinas, con las baterías del Faro y la Socapa en ambos flancos, además de
la batería interior de Punta Gorda, suponía una operación muy arriesgada con pérdida de barcos. También
el canal tendría que ser antes barrido de minas y limpiado de los cascos del Merrimac y del Reina Merce-
des, este último hundido por los propios españoles en el canal, además de la artillería naval que se había
instalado para aumentar la defensa.

Ante tal perspectiva, Sampson no estaba dispuesto a perder barcos y máxime teniendo pocos por una
acción que consideraba innecesaria, por más que era la única solución para Shafter. En cuanto al último,
él tampoco quería tener más bajas, ya sumaban unas dos mil y le quedaban quince mil hombres y más
de cinco mil mambises aliados. Pero, además, existía la amenaza (infundada) tan difundida por la prensa
norteamericana y el propio Gobierno de Sagasta de la posible llegada de la escuadra auxiliar del almi-
rante Cámara. De ahí que Sampson no podía perder ningún barco y Shafter no podía perder muchos más
hombres. 193

El final de la guerra: la capitulación de Santiago


El 6 de julio, Toral anunció a Shafter que tras el canje de prisioneros se rompería la tregua, a lo que este le
respondió: «Nuestra escuadra está a punto de actuar; y, a menos que capituléis el 9, antes del mediodía,
nuestros cañones de gran calibre bombardearán la plaza».

Toral consultó con su superior, el capitán general Ramón Blanco, quien le ordenó entregar Santiago a los
norteamericanos si Shafter accedía a permitir la retirada de las tropas de la plaza a Holguín con todos los
hombres, armamento y bagajes; pero en caso contrario, tendría que mantener Santiago hasta el último
soldado y cartucho.

Shafter a su vez comunicó la propuesta española y solicitó instrucciones. El secretario de Guerra le contestó
que solo aceptara la rendición incondicional y de lo contrario, que tomara la ciudad al asalto, pero si creía
no tener fuerzas suficientes, en breve recibiría refuerzos. Poco después, el mayor general Nelson A. Miles,
general jefe del ejército regular de los EE. UU., desembarcó en Siboney al frente de un contingente de mil
quinientos hombres con el fin de que cumpliera las órdenes recibidas.

Mientras tanto, la mayoría de los defensores apenas podían ponerse en pie, ya que a las lógicas penali-
dades del asedio se unía la falta de alimentos y medicamentos, encontrándose enfermos y hambrientos
al igual que el vecindario santiaguero. Las trincheras estaban semidestruidas y en ellas permanecían los
soldados enterrados en el barro por la lluvia incesante. Para mayor desgracia, la ciudad se había quedado a
oscuras por la noche y resultaba insoportable el hedor de los cadáveres insepultos de soldados y animales
que yacían muertos por las calles y plazas de la ciudad. La situación era dantesca y se temía una epidemia
que podría agravarla aún más.

Los días 10 y 11 de julio la ciudad fue sometida a un intenso bombardeo por tierra y mar. Aunque causó
pocos daños, demostró a los valientes defensores españoles que se hallaban a merced de una escuadra
que disponía de cañones de largo alcance capaces de destruir todas las fortificaciones.

El día 12, Miles llegó al campamento de Shafter con la orden de relevarle si le viera incapacitado para el
mando. Tras inspeccionar el sitio de la ciudad, dejó tropas de refuerzo y marchó a la conquista de Puerto
Rico.

Los días 13, 14 y 15 fueron de espera, realizando Toral consultas sobre la rendición de la plaza con el capi-
tán general Blanco y este con el Gobierno de Sagasta, que a su vez mantenía al tanto de la situación a S. M.
la reina María Cristina. Finalmente, el domingo 16 de julio de aquel año 1898, la ciudad y la provincia de
Santiago se rindieron a las tropas del 5.º Cuerpo de Ejército de EE. UU. Por parte estadounidense, el acta
fue firmada por los generales Joseph Wheeler y Henry W. Lawton, y el teniente Miley, ayudante del general
Shafter, por parte española, el brigadier Federico Escario (recién ascendido), el comandante Ventura Fon-
tán y Roberto Mason. Los términos de la capitulación comprendieron los siguientes puntos:
«Primero. La rendición de todas las fuerzas españolas de la provincia de Santiago.
Segundo. El embarque de los españoles por cuenta de los norteamericanos.
Tercero. Los oficiales conservarían sus armas, y tanto ellos como los alistados sus propiedades
personales.
Cuarto. Las tropas marcharían fuera de la ciudad con honores de guerra, entregando luego las
armas donde dispusiera el Alto Mando norteamericano».
De acuerdo con la capitulación, los estadounidenses hicieron unos treinta mil prisioneros de guerra con
sus armas en toda la provincia y unos ochenta cañones (en su mayoría antiguos e inservibles). En Santiago
había unos diez mil hombres (2.100 heridos y enfermos en los hospitales), más de nueve mil fusiles Mauser
y unos siete mil Remington. En cuanto a munición, 1.500.000 cartuchos de Mauser en buen estado y un
millón de cartuchos Remington.

Un día después, el 17 de julio, los norteamericanos entraron en Fuerte Canosa.


194

Comentario sobre la rendición de Santiago de Cuba

Ante la caída de Santiago, la primera pregunta inevitable que surge es: ¿por qué las tropas de la guarnición
de la plaza y las tropas de la provincia en ningún momento recibieron refuerzos, ni tan solo de una pequeña
unidad? Se han ofrecido varias interpretaciones. Según la mayoría de los agregados militares extranjeros y
los informes oficiales norteamericanos, se debió a un error táctico y estratégico del mando español. Para la
generalidad de los militares españoles, por falta de víveres y los pésimos caminos que había entonces. En
nuestra opinión, las causas fueron otras.
La causa principal de por qué se perdió Santiago y la propia guerra del 98 se debió al Gobierno de Sagas-
ta, que sucedió al de Cánovas al ser este asesinado el 8 de agosto de 1897. Con la muerte de Cánovas, el
general Valeriano Weyler fue relevado por el general Ramón Blanco en el mando de la capitán general de
Cuba cuando la guerra estaba prácticamente ganada en su última fase. A partir del Gobierno Sagasta no
hubo intención alguna de ganar la guerra y prueba de ello fue que Blanco, recibiendo órdenes del gobier-
no, en las que se le prohibió que ninguna unidad pasara la trocha de Júcaro a Morón hacia Camagüey y
Oriente. No permitió a las mejores unidades regulares del Ejército español con regimientos escogidos de
Infantería de Línea (el San Quintín, el Wad-Ras, el Talavera o el Rey, entre otros) y magníficos regimientos de
Caballería (el Princesa, el Pizarro y tantos otros) pasar la trocha para combatir en la parte oriental de Cuba
y socorrer Santiago. Por eso, al terminar la guerra, se produjo un profundo malestar y una gran frustración
en el Ejército, acusando al Gobierno de Sagasta de no haberle dejado combatir. Si bien la Armada esta-
dounidense, sin ser entonces poderosa, era superior a la española, resulta evidente que el ejército español
de Cuba era enormemente superior al norteamericano en número, armamento y preparación. En definitiva,
con el Gobierno de Sagasta no hubo voluntad de vencer y así es imposible ganar una guerra.
Pero además de esta realidad, que fue lo que decidió el incomprensible fin de la guerra con la ocupación
de Santiago, cuando el 5.º Cuerpo de Ejército hubiera tenido que combatir en inferioridad, pasando tro-
cha tras trocha, en maniguas y montañas, hasta llegar a La Habana y tomarla al asalto, algo inimaginable,
veamos a continuación otras causas y consideraciones que contribuyeron a las abandonadas tropas de
Santiago y su provincia.
Primera. En Holguín había doce mil soldados para reforzar Santiago. Al frente de estas tropas proceden-
tes de Auras, Sagua de Tánamo y Mayarí, se hallaba el enérgico y excelente general Agustín Luque. Pero
Calixto García ordenó al general Luis de Feria que contuviera las tropas de Luque con tres mil hombres. Y
en el caso de que Luque lograra romper el cerco de Holguín e intentara salir por Camagüey, García había
dispuesto de una división camagüeyana al mando del general Lope Recio Loynaz en Victoria de Las Tunas
para cerrarle el paso.
Cabe señalar, que al terminar la guerra el general Miles reconoció que Luis de Feria había logrado detener
las tropas de refuerzo de Luque, compuestas de mil hombres, logrando que se retiraran y poniendo un férreo
cerco a Holguín. Por otra parte, aunque hubo tropas españolas de refuerzo que partieron de Sagua y Mayarí,
estas fueron derrotadas por el general Luis Martí, que además les arrebató dos cañones Krupp de 75 mm.
Segunda. El general Félix Pareja Mesa recibió la orden de partir de su cuartel general de Santa Catalina de
Guantánamo con seis mil hombres y entrar en Santiago. Pero Calixto García envió al general Pedro A. Pérez
con dos mil hombres para cerrar el paso a las tropas de Pareja y estas no pudieron avanzar.
Tercera. Manzanillo dispuso de una guarnición de seis mil hombres. De allí partió la famosa Columna Es-
cario formada por 3.572 efectivos, que fue la única que logró entrar en Santiago. El general Salvador Ríos
salió a su encuentro con mil mambises y resultó duramente derrotado. Pero la Columna fue continuamente
hostigada, sostuvo cerca de cuarenta encuentros entre combates y escaramuzas, sufrió numerosas bajas.
Los generales Francisco Estrada, Mariano Lora y el coronel Carlos Martín Poey la hostilizaron de tal forma
que cuando llegó a Santiago lo hizo con 3.300 hombres y sin convoy, por lo que se quedó sin víveres y con
muy escasa munición.
No hay que olvidar que Shafter se opuso, por su propia voluntad o quizá por ineptitud, a que el general Je-
sús Rabí la atacara con dos mil hombres55. Luego, cuando supo que la columna española había entrado en
Santiago, mintió con el mayor descaro y sin el menor pudor en su informe a Washington al culpar a Calixto
García de haber eludido su responsabilidad. Jamás reconocería que las escasas fuerzas cubanas que había 195
entre Manzanillo y Santiago lograron retrasar la Columna del coronel Escario hasta el punto de que los seis
días de marcha se convirtieron en doce. Tal retraso tuvo un efecto importante, ya que la Columna Escario
no pudo participar, el 1 de julio, en los combates de El Caney y San Juan. El teniente de navío José Müller
y Tejeiro sostuvo en sus memorias que si Escario hubiera llegado antes a Santiago «se hubiera tenido 3.000
hombres más en nuestras líneas, ni El Caney ni San Juan se hubieran perdido, atacados como lo fueron por
casi todo el Ejército enemigo»56.
Resulta evidente que la tardía llegada de la Columna Escario a Santiago no tuvo trascendencia en el curso
de las acciones bélicas, ni logró impedir la capitulación. Tampoco alivió la situación de los sitiados, sino que
por el contrario la agravó por la falta de suministros.
Por otra parte, creemos importante destacar el comportamiento ejemplar de la guarnición de Santiago,
máxime cuando tuvo que defender la plaza en tan precarias condiciones: defensas deficientes, material
militar anticuado, escasa munición, sin apoyo exterior, hambre, sed, enfermedades y cansancio. Con tan
penosas y adversas condiciones, la plaza no podía defenderse y su rendición, realizada el 16 de julio, estuvo
muy justificada. De eso no hay duda.
En efecto, Santiago sufrió un bloqueo por mar y a su vez estuvo cercada por tierra con fuerzas enemigas
en continuo aumento, dándose las siguientes circunstancias: las fuerzas mambisas habían completado el
cerco mediante una marcha envolvente, extendiendo el flanco derecho del sitio hasta las mismas aguas
de la bahía, la llegada de refuerzos fue imposible, salvo la tardía Columna Escario. La ciudad había sido
sometida a fuertes bombardeos por la artillería naval y terrestre norteamericana, causando destrozos en la
ciudad y especialmente en el puerto.
Sin embargo, pese a todo, creemos que hubo una cierta falta de agresividad por parte de los jefes espa-
ñoles y, sobre todo, por el teniente general Linares en los combates de Las Guásimas y San Juan, e incluso
inmediatamente después, ya que el propio general de división Toral, a quien Linares le había dado el man-
do de Santiago al resultar herido de gravedad, tuvo que haber efectuado una rápida e inmediata contrao-
fensiva con seis mil u ocho mil hombres, para al menos romper el cerco. Naturalmente, luego fue imposible.
Por último, cabe añadir que, una vez conquistada la ciudad de Santiago, Shafter entró en ella para tomar po-
sesión oficial y lo hizo con sus jefes de División y Estados Mayores, dándoles escolta un escuadrón de Caba-
llería Regular. Pero como una cruel, injusta y amarga paradoja del destino, no permitió la entrada en Santiago
a Calixto García y a los jefes y tropas mambisas que tanto habían combatido por la independencia de Cuba.
Militares norteamericanos como Wheeler o el propio Shafter, entre otros, pretendieron cuanto pudieron
desacreditar la participación de las fuerzas mambisas como aliadas en la guerra del 98. Llegaron incluso

55
 PORTUONDO DEL PRADO, Fernando. (1975). Historia de Cuba, 1492-1898. La Habana, Editorial Pueblo y
Educación, p. 574. MEDEL, José A. Op. cit., pp. 201-202.
56
 MÜLLER Y TEJEIRO, José. Op. cit., pp. 201-202.
196

Retrato colectivo de los jefes y oficiales que participaron en el combate de Santiago de Cuba presos en Annapolis.
Archivo General Militar de Madrid, sig. F.05915

a calificarlas de «estorbo» y negando su acción tantas veces decisiva: el plan de campaña de Calixto Gar-
cía en El Aserradero, los caóticos desembarcos, la batalla de las Guásimas provocada por el impetuoso
Wheeler, la batalla de las Lomas de San Juan tras el derribo del globo cautivo y las tropas de la División
Kent congestionadas, el intento de retirada de Shafter evitado por Calixto García, etc. Solo dentro de esta
perspectiva tan arrogante como falaz e injusta puede explicarse la enorme humillación que recibieron los
combatientes cubanos cuando Shafter les prohibió entrar en la ciudad de Santiago.

EPÍLOGO

Tras las derrotas navales de Cavite, el 1 de mayo de 1898, en Manila y de Santiago de Cuba, el 3 de julio
de 1898, España quedó aislada de sus posesiones ultramarinas y con las costas expuestas al ataque de las
flotas estadounidenses. La pérdida de Santiago y las invasiones de Puerto Rico y Filipinas condujeron al
Gobierno de Madrid a solicitar la paz a Washington. El 11 de agosto de 1898 se hizo público el protocolo
preliminar, que conllevó a la suspensión de hostilidades y enseguida se tramitó la evacuación militar de
Cuba, exigencia primordial de los vencedores. Finalmente, el 1 de enero de 1899, el teniente general Adol-
fo Jiménez Castellanos, último capitán general de Cuba (26 de noviembre de 1898 a 1 de enero de 1899),
hizo la entrega oficial de la isla a los EE. UU., que quedaría en poder norteamericano como protectorado
mediante dos gobernadores generales, John R. Brooke (1 de enero de 1899 a 23 de noviembre de 1899) y
Leonard Wood (23 de diciembre de 1899 a 20 de mayo de 1902).

Hasta el 20 de mayo de 1902 con la proclamación de la República de Cuba. Tras la entrega, miles de solda-
dos españoles reembarcaron y marcharon a España, donde quedó la amargura y la humillación sufrida con
la derrota, sobre todo, con el pesar de todos cuantos no les dejaron combatir, quedando sus compañeros
abandonados en Santiago y su provincia. Quedó una frase en el lenguaje coloquial: «Más se perdió en Cuba».
En cuanto al Ejército y la Armada, el impacto de la derrota resultó demoledor y se produjo una enorme frustra-
ción. Fueron muchos los militares que consideraron incomprensible que a las mejores unidades regulares del
Ejército permanecieran inamovibles en la parte occidental y central de Cuba y no se les permitiera combatir
como repetidas veces lo solicitaron al capitán general Ramón Blanco. Por tanto, culparon al Gobierno de
Sagasta de haber sacrificado a la escuadra del valeroso y desdichado almirante Cervera, encerrada incom-
prensiblemente en la «ratonera» en la que se había convertido la bahía de Santiago, para firmar cuanto antes
la paz como pretexto. ¿Para qué enviar soldados a la guerra si luego no se les permite ganarla?

Dentro de esta corriente de opinión, cabría pensar que el Gobierno de Sagasta consideró que, aunque se hu-
biera ganado la guerra y se hubiera firmado la paz, como se hizo en Zanjón (1878) tras diez años de combate
contra los independentistas cubanos, habría estallado otra o más guerras para las que España no estaba en
condiciones, ni económicas ni en cuanto al envío de efectivos.

Con EE. UU., tan cerca, la mejor solución era la que apoyaba la inteligencia militar y política de España, que
consistía en ganar la guerra para desde una posición de fuerza negociar con los cubanos una amplia autono-
mía como la de las Vascongadas o conceder la independencia salvaguardando los intereses españoles en la
isla y mantener acuerdos de amistad y cooperación. El asesinato de Cánovas y los cambios producidos por
Sagasta lo trastocaron todo, conduciendo la situación hacia el derrotismo. 197
Por otra parte, la guerra del 98 hoy suscita muchas preguntas, ¿por qué el general Pando, jefe del Estado
Mayor del capitán general Blanco, marchó a Tampa (Florida) donde mantuvo conversaciones con el general
Miles, durante la guerra? ¿Qué negociaron? ¿Por qué se abandonó a las tropas de Santiago? ¿Por qué desde
la llegada de Blanco se prohibió a las fuerzas militares que permanecían inmóviles pasar la trocha de Júcaro a
Morón para socorrer a sus compañeros? ¿Por qué se ordenó al almirante Cervera permanecer con su escuadra
encerrada dentro de la bahía de Santiago cuando aún la escuadra de Sampson estaba dispersa?

Además de estas y otras muchas preguntas que acusan directamente al Gobierno de Sagasta, podría añadirse
que hubo muchos militares que creyeron que el Ejército y la Armada fueron abandonados por los políticos de
entonces, al negarse estos a escuchar voces autorizadas y sensatas que con antelación habían anunciado el
desastre por falta de medios. Según ellos, los políticos se apropiaban de las victorias y hacían responsables de
las derrotas a los militares por incompetentes o por no haber estado a la altura de las circunstancias. Aunque,
de cualquier forma, lo cierto es que el Ejército y la Armada necesitaban una urgente reforma para que sus
efectivos fueran más profesionales, operativos y eficientes, como lo eran las Fuerzas Armadas de las naciones
más avanzadas de entonces. La reforma quedó pendiente.

Pese a las acusaciones vertidas en las Cortes del Reino, en la prensa nacional y de los consiguientes Consejos
de Guerra que se formaron para juzgar las posibles responsabilidades, el pueblo español jamás olvidó a sus
héroes del 98, ni tampoco los enormes sacrificios realizados por el Ejército y la Armada de acuerdo con la
consigna que siempre ha presidido en la misma entrada de nuestros cuarteles: TODO POR LA PATRIA.

CUADRO N.º 9
PARTE DE BAJAS POR DEFUNCIÓN DEL EJÉRCITO
DE LOS ESTADOS UNIDOS (1898) (Total: 6.187)57
OFICIALES TROPA
Bajas por defunción Muertos en Muertos por Muertos por Muertos en Muertos por Muertos por
acción heridas enfermedad acción heridas enfermedad
Ejército regular 24 7 51 250 114 1.524
Ejército de voluntarios 17 3 114 188 78 3.820

TOTAL58 38 10 165 438 192 5.344

57
 HOMAS, H. (1973). La lucha por la libertad. Barcelona, Ediciones Grijalbo. T. I, p. 125 (1.ª edición 1971, Londres).
T
CALLEJA LEAL, G. (1993). «Carlos Finlay». Historia 16. Año XVIII, febrero 1993, p.119.
58
 Tres oficiales norteamericanos del ejército regular han sido descontados el total de oficiales fallecidos, porque
también cumplieron misiones en regimientos de Voluntarios. De ahí que la cifra total sea 38 y no 41.
CUADRO N.º 10
PARTE DE BAJAS POR DEFUNCIÓN DEL
EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA (1895-1898) (Total: 62.853)

Bajas por Muertos en acción Muertos por Muertos por fiebre Muertos por otras
defunción heridas amarilla enfermedades
Generales   1 0 0 0
Oficiales 81 463 313 127
Tropa 704 8.164 13.000 40.127
TOTAL 786 8.627 13.313 40.127

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198
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LA GUARDIA CIVIL EN LA GUERRA FINAL DE CUBA (1895-1898)
Enrique de Miguel Fernández-Carranza1
Francisco J. Navarro Chueca2
Raúl Izquierdo Canosa3

ANTECEDENTES E IMPLANTACIÓN DE LA GUERRA CIVIL EN CUBA 201

Antecedentes
Una de las instituciones más queridas de los españoles, antes y ahora, es la Guardia Civil. Desde su creación
en 1844 –con el duque de Ahumada como fundador y primer inspector general– siempre veló por la segu-
ridad de los ciudadanos frente a criminales, bandidos, ladrones y otros tipos de maleantes.

En Cuba, la inseguridad y la corrupción eran habituales. La gran extensión del territorio en relación con la
población, la esclavitud y el desigual reparto de la riqueza, además de otros factores, facilitaron el desorden
imperante.

A principios de 1848, el general Federico Roncali, conde de Alcoy, se hizo cargo de la Capitanía General de
la Gran Antilla. Sustituía al general Leopoldo O´Donnell, bajo cuyo mandato tuvo lugar la llamada subleva-
ción o conspiración de la Escalera.

Roncali apreció enseguida las dificultades existentes para el mantenimiento del orden público y la seguri-
dad de la vida y haciendas de los habitantes de Cuba. En una cuidada memoria, el capitán general propuso
al gobierno, para mitigar dichos problemas, la creación de la Guardia Civil en la isla. Una vez organizada
se distribuiría por los pueblos y caseríos rurales. Estaría formada por mil quinientos hombres, mil de ellos
montados, pero no se recibió contestación de Madrid.

Cuando el general José Gutiérrez de la Concha sucedió a Roncali, encargó al comandante de Infantería
Agustín Jiménez, en 1851, la redacción de un proyecto para formar un tercio en comisión de la Guardia
Civil. Sus jefes y oficiales pertenecerían al ejército de la isla, por lo que no serían baja en el mismo, sino que
estarían en comisión.

Como plantilla se proponía una plana mayor, tres compañías de Infantería y otras tres de Caballería. Este
proyecto corrió la misma suerte que el de Roncali.

1
 Doctor ingeniero de Minas. Licenciado en Geografía e Historia por la UNED. Doctor en Historia y Premio Extraordinario
de la Universidad Jaume I. Ha sido catedrático universitario de ADE, primer director de la Escuela de Informática de
la Universidad Politécnica de Valencia y primer decano de la Facultad de ADE de la misma. Académico de número
de la Real Acadèmia de Cultura Valenciana (RACV).
2
 Arqueólogo de profesión y licenciado en Filosofía y Letras (sección Historia) por la Universidad de Zaragoza. Entre
sus becas y premios obtenidos están los de la Diputación General de Aragón, el Instituto de Estudios del Alto
Aragón y la Academia General Militar de Zaragoza. Académico correspondiente de la RACV.
3
 Máster y doctor en Ciencias Militares. Doctor en Ciencias e investigador. Ha recibido premios de la Academia de
Ciencias de Cuba, Comisión Nacional de Grados Científicos, Consejo Científico del Ministerio de las FAR y Fórum
Nacional de Ciencia y Técnica, entre otros. Académico correspondiente en La Habana por la RACV. «La Guardia Civil
en la Guerra Final de Cuba». En: Anales de la RACV. Op. cit., vol. II, pp. 891-917.
A pesar de lo anterior, el general de la Concha creó una unidad piloto de la Guardia Civil, que comenzó sus
funciones el 6 de abril de 18524. Por fin, el 20 de junio de 1854, se aprobó por R. O. La organización de la
Guardia Civil en Cuba, sin dependencia de la Península, cuya dirección general radicaba en Madrid. Años
más tarde, por R. O., de 10 de julio de 1871, se amalgamaron las dos guardias civiles5.

El uniforme de la Guardia Civil en Cuba era de rayadillo, con cuello y bocamangas de color rojo. Los guar-
dias se cubrían con un chambergo de fieltro, de color gris, adornado con un reborde de color blanco y la
escarapela nacional en el lado izquierdo. Para los servicios de despoblado se usaba un pañuelo anudado al
cuello, siendo el cinturón de cuero amarillo con chapa metálica de latón. En el uniforme de paseo las rayas
eran grisáceas y en el de gala de color azul oscuro. Los oficiales llevaban galones plateados en el chamber-
go y bocamangas. Las plazas de oficiales eran de a caballo6.

202

Episodios de la Guardia Civil. Biblioteca AECID (Madrid), sig. 3RC-95-1

4
 Disponible en: http://www.benemeritaaldia.org/index.php/historia-de-la-guardia-civl/4184-uniformidad-de-la-
guardia-civil-en-cuba-1848.html?tmpl=component&print=1&1
5
 En 1854 se instituyó también el Cuerpo de Voluntarios.
6
 Disponible en: https://www.guardiacivil.es/es/institucional/Conocenos/Cooperacion_internacional/historia_en_el_
mundo/index.html
Creación y evolución de los tercios de la Guardia Civil
El general Gutiérrez de la Concha pretendió que la Guardia Civil garantizara la tranquilidad y seguridad
públicas, al tiempo que rompía la estructura jurisdiccional tradicional7. Ya no dependía de los alcaldes
pedáneos ni de ningún poder judicial, sino directamente del capitán general y de los gobernadores.

En 1858, durante el segundo mandato de Gutiérrez de la Concha, este decidió el establecimiento de


somatenes en la isla, partidas de guardia civil rural bajo el control de la Guardia Civil, pero no pasaría de
un proyecto, retomado años más tarde por el general Salamanca.

La guerra Larga (1868-1878) daría lugar a la creación de nuevos tercios de la Guardia Civil. Al quedar sin
las guarniciones del 1.er Tercio las zonas de Matanzas y Las Villas, los propietarios de las grandes fincas
propusieron al capitán general Domingo Dulce financiar un 2.º Tercio, dedicado exclusivamente a prote-
ger las fincas de los bandoleros. En la Gaceta de la Habana, del 13 de abril de 1869, aparece un parte
oficial del Estado Mayor, dando cuenta de la reunión de los propietarios con Dulce, donde se expuso
al general «la necesidad apremiante de atender a la vigilancia y protección de aquella clase de fincas,
principalmente en las jurisdicciones de Cárdenas, Colón, Sagua, Santa Clara, Cienfuegos y Remedios»8.
203
Al tratar la creación de una fuerza armada, destinada exclusivamente a proteger las fincas agrícolas, los
propietarios no vacilaron en elegir, entre los cuerpos militares conocidos en la isla, a la Guardia Civil:

«[…] porque por su peculiar organización, por los satisfactorios resultados que ha producido
y por las merecidas simpatías de que goza en todas las jurisdicciones donde hasta ahora
se ha establecido, es la única llamada a satisfacer la necesidad apremiante de que se trata,
garantizando, hasta donde es posible, el respeto a la propiedad rural y la seguridad de los
caminos»9.

Los gastos del tercio que se pretendía crear alcanzaban los 480.000 pesos anuales, que serían satisfechos
con el 3,5 % de la renta líquida de las grandes fincas. Además, la comisión de propietarios esperaba que
contribuyeran también a los gastos los ferrocarriles y almacenes de depósito.

En un decreto, del 12 de abril, se recogía, en sus 34 artículos, la organización del nuevo tercio, dividido
en compañías y distritos. Por el artículo 4.º, el coronel primer jefe del 1.er Tercio lo sería también del 2.º,
cuya plana mayor se compondría de un teniente coronel, jefe del Detall, un comandante, un capitán ayu-
dante mayor y un segundo ayudante. El ayudante mayor desempeñaría el cargo de cajero.

Según el artículo 5.º, la fuerza se dividiría en ocho compañías, teniendo cada una un capitán, dos tenien-
tes, un alférez, un sargento 1.º, tres sargentos segundos, seis cabos primeros, seis cabos segundos, un
corneta y ciento ocho guardias. Se procuraría (art. 6.º) que una quinta parte de la fuerza fuese montada.
No se emplearía el 2.º Tercio, según el artículo 24, en el «[ ] servicio de cordilleras o conducción de
presos, ni en ningún otro que distraiga parte alguna de la fuerza fuera del territorio designado para su
situación».

En 1870 se creó el 3er Tercio cubano en Oriente, instalándose una compañía en Cienfuegos en abril del
año siguiente. Por fin, en 1872, se contó con un 4.º Tercio, llegando las fuerzas de la Guardia Civil a 3.700
hombres, cifra que ya en 1881 alcanzaba los 4.798, distribuidos en 435 puestos.

Por R. O. de 23 de julio de 1888 se articularon las comandancias de la Guardia Civil en dos tercios: el
primero, con plana mayor en La Habana y comandancias en La Habana, Vuelta Abajo, Matanzas, Colón y
Sagua, mientras que el segundo, con cabecera en Santa Clara (tenía comandancias en Cienfuegos, Sancti
Spíritus, Santiago de Cuba, Holguín, Puerto Príncipe (Camagüey), Remedios y Santa Clara.

7
GODICHEAU, F. (2014). La Guardia Civil en Cuba. Del control del territorio a la guerra permanente (1851-1898).
Nuevo Mundo, Mundos nuevos (4 de septiembre de 2014). Disponible en: https://nuevomundo.revues.org/67109
8
 SÁNCHEZ SUÁREZ, R. A (2011). La Guerra desde la Gaceta de la Habana. 10 de octubre 1868-23 de abril de 1869.
Casa Editorial Verde Olivo, pp. 93-108.
9
  Ibidem, pp. 94 y 95.
En 1889 se estableció un nuevo tercio, con lo que se modificó la distribución anterior, quedando la nueva
de la siguiente manera (cuadro I):

CUADRO I
ORGANIZACIÓN DE LA GUARDIA CIVIL EN CUBA (1889)

Tercio Hombres Ganado Comandancias


17.º (Habana) 1.677 320 La Habana, Matanzas, Colón, Vuelta Abajo

18.º (Santa Clara 1.875 400 Santa Clara, Sagua, Remedios, Cienfuegos y
S. Spiritus

19.º (Puerto Príncipe) 1.028 240 Puerto Príncipe, Holguín y Santiago de Cuba

TOTALES 4.580 960


Fuente: AGUADO, F. (1984). Historia de la Guardia Civil. Barcelona, Planeta. Tomo 3, pp. 202-208.

El 19 de marzo de 1889, llegó a la habana el nuevo capitán general de Cuba, Manuel Salamanca, encon-
204 trándose con una situación de bandolerismo generalizado10 11. Debemos al secretario personal del general
Salamanca, y más tarde diputado por el distrito de Albacete, Tesifonte Gallego, una completa descripción
de la eficaz labor llevada a cabo12.
Con perspicacia, Gallego describe al bandolerismo como:
«[…] avanzada de la revolución, solo así podía explicarse el apoyo que recibía en los campos.
En aquel tiempo, y según dicho autor, la Guardia Civil de Cuba no tenía, por lo general, más
que jefes, oficiales, algunos sargentos, el nombre y el reglamento. No estaba formada por
soldados veteranos, sino por quintos escogidos de los reemplazos que iban llegando. Al mes
ya cubrían el servicio de pareja en un país que desconocían por completo».
Según Gallego, estos guardias improvisados difícilmente podían adquirir la destreza que precisaban, no
podían contraer matrimonio y estaban deseando que terminaran sus tres años de servicio en Cuba. En ese
sentido, ni eran tan eficaces allí sus servicios, ni lograban que se les tuviese el mínimo respeto (pp. 94-97).
El general Salamanca mejoró el armamento de la Guardia Civil con el rifle Colt fabricado en Bélgica, e ins-
taló una red telefónica para conectar los puestos, lo que supuso una serie de ventajas indudables.
En 1890, con el general Azcárraga como ministro de la Guerra, los efectivos de la Guardia Civil en Cuba
pasaron a 5.280 hombres.
Aunque una nueva disposición agrupó de nuevo las doce comandancias en dos tercios, al poco tiempo se
volvieron a restablecer los tres, contando la Guardia Civil en Cuba con un general de brigada, tres coro-
neles, nueve tenientes coroneles, 166 oficiales y 4.530 de tropa, 4.709 en total, teniendo, además, 1.216
caballos, de los que ciento ochenta eran de oficiales13.
Bandoleros y partidas continuaban moviéndose por el territorio cubano. En los últimos meses de 1894 se
intensificaron las actividades de las pequeñas partidas, preludiando la llegada de los líderes insurrectos,
sobre todo en Oriente. Las acciones frecuentes de las partidas obedecían a un plan revolucionario, que
pronto se transformarían en otras de mucha más importancia. Las detenciones efectuadas por la Guardia
Civil daban lugar a violentas campañas en los periódicos reformistas, llegándose, incluso, a intentar la or-
ganización de manifestaciones contra el instituto armado.
El 24 de febrero de 1895, con el Grito de Baire, comenzó un nuevo levantamiento en Cuba que sería el
inicio de la guerra final.

10
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CSIC.
11
 DE PAZ, M., FERNÁNDEZ, J. y LÓPEZ, N. El bandolerismo en Cuba. Presencia canaria y protesta rural. La Laguna,
Centro de Cultura Popular Canaria. 2 vols. 1993-1994.
12
 GALLEGO, T. (1897). La insurrección cubana. Crónicas de la campaña. Madrid, Imprenta Central de los Ferrocarriles,
pp. 91-118.
13
 AGUADO, F. (1984). Historia de la Guardia Civil. Tomo 3. Barcelona, Planeta, pp. 209-210.
205

Diarios de operaciones de la Comandancia de la Guardia Civil de Vuelta de Abajo, en Pinar del Río.
Archivo General Militar de Madrid, sig. 3645.1
LA GUARDIA CIVIL EN LA GUERRA FINAL

Organización
Durante la última guerra se mantuvieron los tres tercios existentes con anterioridad, divididos en coman-
dancias. En los anuarios militares desde 1895 hasta el de 1898 se muestran las plantillas de jefes y oficiales
en dichas Comandancias. La evolución desde 188 hombres hasta doscientos catorce en esas plantillas no
es elevada, pero conviene tener en cuenta que hay, cuando menos, trescientos oficiales de la Escala de
Reserva de la Guardia Civil integrados en los batallones expedicionarios de Cuba.

Al comienzo de la guerra, al no contar con fuerzas suficientes, se recurrió al concurso de la Guardia Civil,
reorganizada apresuradamente en «batallones provisionales, a razón de uno por Comandancia»14.

En la organización del Ejército en Cuba, del 1 de diciembre de 1895, todavía con el general Martínez Cam-
pos, solo se indica que cada brigada tiene afectos a ella las guerrillas locales de las zonas que cubren y la
Guardia Civil15.
206
El general Weyler, sucesor de Martínez Campos en la Capitanía General de Cuba, incluyó a la Guardia Civil
en las sucesivas organizaciones. Así, en la del 23 de mayo de 1896, la segunda columna volante de la 3.ª
División del 3.er Cuerpo de Ejército (Matanzas), con centro en Jovellanos, y la Tercera, con centro en Ceiba
Mocha, contaban con Guardia Civil de Caballería16.

En junio de 1896, con el fin de asegurar la marcha de los trenes y el buen funcionamiento de las vías en la
provincia de La Habana, el general Weyler separó de las columnas la fuerza de la Guardia Civil, reforzando
la de las provincias occidentales con parte de las orientales. Destinó ciento sesenta hombres para proteger
las líneas de Bahía-Matanzas y San Felipe-Unión de Reyes, y otros cincuenta más, situados en los límites
de las provincias de La Habana y Matanzas para perseguir a los dinamiteros, ayudados por ciento veinte
hombres de la Comandancia de Matanzas.

La fuerza de la Guardia Civil de Infantería, situada en las cabeceras de líneas y secciones, haría un servicio
especial, y los escuadrones irían en columnas volantes al abrigo del ejército17.

Además, en los alrededores de La Habana formó una columna mixta de la Guardia Civil de Infantería y de
Caballería para dar protección a pasajeros, carros, carruajes y otros, así como para vigilar las obras del Ca-
nal de Vento, que llevaba el agua a La Habana18.

En la situación de fuerzas de fines de octubre de 1896, se encuentran en la 4.ª zona de la provincia de La


Habana, con el coronel Tort, de la Guardia Civil en Güines, y el teniente coronel Aranzabe en San Felipe, un
escuadrón y una compañía de la Guardia Civil, acompañando al batallón de Barbastro y a la 7ª y 8ª compa-
ñías del batallón de León en Batabanó y Surgidero19.

Los puntos donde había Guardia Civil eran los siguientes20:

• Habana
• Guanabacoa
• Regla
• Cojímar
• Luyanó

14
 Ibidem, p. 223.
15
 WEYLER, V. (1910). Mi mando en Cuba. Madrid, Imprenta de Felipe González Rojas. Tomo I, pp. 78-79.
16
Ibidem. Tomo I, p. 429.
17
Ibidem. Tomo II, p. 10.
18
Ibidem. Tomo II, p. 10.
19
Ibidem. Tomo III, pp. 26-27.
20
Ibidem, p. 30.
• San Miguel Del Padrón
• San Francisco De Paula
• Santa María del Rosario
• Cotorro
• Cuatro Caminos
• San José de Las Lajas
• Managua
• Calabazar
• Santiago de Las Vegas
• Rincón
• Calvario
• Punta Brava
• El Cano
• Wajay 207
• Marianao
• San Antonio de Los Baños
• Güira de Melena
• Surgidero
• Jaruco
• San Antonio de Río Blanco
• Candela
• Línea Mariel
• Línea Férrea del Oeste
• Santa Amelia
• Portugalete

En la organización del ejército, del 1 de abril de 1897, se incluyen ya 12 escuadrones de la Guardia Civil
(uno en la 1.ª División del Cuerpo de Ejército de occidente, en Pinar del río; dos en la provincia de La Habana;
dos en la Brigada de Matanzas; tres en la División de Las Villas –uno en cada brigada–; dos en la División
Sancti Spíritus-Remedios –uno en cada brigada–; uno en la División de Puerto Príncipe y el restante en la
de Holguín)21.

Durante el mando del general Weyler las compañías de la Guardia Civil se utilizaban de forma flexible. Por
ejemplo, la compañía de Matanzas se distribuyó de la siguiente manera:

— 1 oficial y 20 guardias en Unión


— 1 oficial y 25 guardias en Sabanilla
— 1 oficial y 25 guardias en Guanábana
— 1 capitán y 30 guardias en Acosta.

Los restantes quedaban vigilando la línea por Empalme, Matanzas, Unión Bermeja y Bolondrón22.

Por una orden, del 7 de febrero de 1897, disponía Weyler que los jefes de Comandancia de la guardia Civil
«fueran inspectores de las guerrillas locales de Voluntarios y Bomberos movilizados»23.

En ciertas ocasiones los escuadrones tenían que dividirse. Es el caso, por ejemplo, del parte de Weyler, del
22 de febrero de 1897, recogiendo el comunicado del coronel Tort sobre las acciones de los escuadrones

21
Ibidem. Tomo IV, pp. 166-175.
22
Ibidem. Tomo III, p. 191 (16 de noviembre de 1896).
23
Ibidem, p. 365.
del Lusitania y de la Guardia Civil por los montes del Capricho, Navío, Charcas y Dimas24. Se recomendaba
al teniente del escuadrón Belisario Martín y Martín, por su comportamiento, a los demás oficiales y al ca-
pitán, por su pericia, ya que «sostuvo el combate con sólo 70 caballos, por haber dejado una sección en
Charcas».

Debido a la evolución de la guerra, muchos puestos de la Guardia Civil tuvieron que ser abandonados
(Motembo en Matanzas, Sibanicú en Puerto Príncipe y Banao en Las Villas, entre otros). Pero también se
situaron fuerzas del Instituto en otros lugares.

En febrero de 1897, el general Weyler opinaba que, «con una población diseminada, y cerca de la manigua,
los campesinos que no ayudan a los insurrectos son asesinados. Por ello se impone la concentración y la
Guardia Civil montada».

Examinando los historiales de algunos regimientos, que recogen con minuciosidad la marcha de la guerra,
se comprueba la colaboración de la Guardia Civil en las columnas que se forman. Por ejemplo, la de Ran-
cho-Veloz, junto con la guerrilla del mismo poblado, colaboraba en 1895 con el batallón expedicionario del
Galicia 19. Otra columna del mismo batallón, reforzada por una compañía del Zaragoza, otra del Extrema-
208 dura y las guerrillas de Cifuentes y 2.ª de Sagua, contaba también con cuarenta jinetes de la Guardia Civil25.

En el historial del San Quintín 47 durante los primeros años de guerra, las incorporaciones a las columnas
que forma su batallón expedicionario de la Guardia Civil son reducidas, pero ya en 1898 encontramos el
apoyo de un escuadrón completo a la formado por el batallón de San Quintín, la Caballería de Villaviciosa
y el batallón de Baleares26.

Plano topográfico de la demarcación del puesto de Guardia Civil de Lechuza, próximo a La Habana. Archivo Carto-
gráfico y de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército, sig. Ar. J-T.6-C.2-165(6)

24
Ibidem, pp. 454-455.
25
 Ministerio de Defensa. Historial del Regimiento Galicia, pp. 144, 148, 151, 153, 159, 162, 173 y 174
26
Ibidem, p. 103.
La Escala de Reserva de la Guardia Civil
En el Anuario Militar de 1896 (aM96) solo aparecen dos tenientes en la Escala de reserva retribuida (ERR) y
diez en la Escala de Reserva Gratuita Permanente (ERGP).

Los sargentos licenciados podían solicitar, por medio de instancia, el empleo de 2.º teniente de la reserva
gratuita del arma, cuerpo o instituto de su procedencia, siempre que, además de los requisitos exigidos,
hubieran acreditado una conducta intachable desde su separación de las filas y tuvieran buenas notas en
las filiaciones27.

En el DOMG, del 6 de agosto de 1895 (p. 481), aparecía el texto de un R. D. del día 4, en cuyo artículo 1.º
se leía:

«Se concederá el empleo de 2.º teniente de la ERR del arma o cuerpo respectivo, a medida
que lo aconsejen las necesidades del servicio, considerándolos comprendidos en el art. 24 de
la Ley de Presupuestos de 30 de junio último, a los sargentos del Ejército que contando con
doce años de servicio activo y seis de ellos de ejercicio en su empleo, soliciten ser destinados
a Ultramar y reúnan las condiciones y aptitudes precisas para desempeñarlo». 209
En el DOMG, de 26 de febrero de 1896 (p. 718), se recoge una relación de veinte sargentos de la Guardia
Civil ascendidos a segundos tenientes de la ERR para ir destinados a los tercios de Cuba, con el fin de que
«puedan cubrirse sin demora las bajas que existan de esta clase y vayan ocurriendo». Estos sargentos eran
los más antiguos de la escala que se mandó formalizar por R. O., del 7 de septiembre de 1895. Al mismo
tiempo, se indicaba la voluntad de que se incorporaran con urgencia al distrito de Cuba. Dos de ellos pa-
sarían al de Puerto Rico.

Un elevado porcentaje de estos nuevos segundos tenientes pasó a prestar servicio como agregados en
comisión a las Comandancias que se expresaban «interin se les ordena su incorporación a los tercios de
Cuba28. Más tarde también lo hicieron a los cuerpos activos en el arma de Infantería, con el fin de que prac-
tiquen en el nuevo empleo, interin no se haga preciso su pase al Ejército de Cuba»29.

En el DOMG, del 14 de junio de 1896, pp. 1081 y ss., se encuentran 159 de estos nuevos tenientes. Otras
relaciones se incluyen en los DOMG del 3, 4, 28 y 29 de julio de 1896.

Una dificultad con la que se enfrenta el investigador para conocer el recorrido en su carrera de estos nuevos
tenientes es la composición de los batallones expedicionarios que aparece en los Anuarios Militares duran-
te la guerra, ya que no se indica si son segundos tenientes de la Guardia Civil30. Por ello, se ha consultado
también el índice alfabético de los Anuarios Militares, así como las escalas de reserva de la Guardia Civil
en los anuarios de 1897, 1898 y 1899. A partir de dicha consulta se ha logrado una relación de trescientos
cincuenta de estos tenientes.

Un problema adicional es que en los Anuarios Militares puede aparecer como destino –en el listado de la
Escala de Reserva– uno distinto al de la composición del batallón expedicionario. También hay casos en
los que uno de los nuevos tenientes se destina inicialmente a un regimiento de la Península, «para que
practique en su nuevo empleo» y después va a otro diferente, además de que hubo cambios frecuentes en
los destinos de un año a otro.

En las relaciones de recompensados del DOMG, aunque los tenientes se encuentran en comisión en uno
de los batallones expedicionarios, aparecen como guardias civiles31.

27
DOMG 27 de agosto de 1895, pp. 747 y 748.
28
  DOMG, 16 de abril de 1896, p. 192.
29
  DOMG, 24 de junio de 1896, p. 1227.
30
 Un ejemplo basta para comprobarlo. En el Anuario Militar de 1897 (p. 808), se incluyen entre los segundos tenientes
del 1.er Bon. del Canarias 42, los oficiales José Fernández Fraga, Gregorio Carrillo Martín y Cristóbal Fernández
Guzmán, los tres de la Escala de Reserva de la Guardia Civil sin indicarlo, entre un total de veinte.
31
 Un caso entre muchos sería el del segundo teniente Bonifacio del Álamo Bueno, destinado al Lealtad 30, que no
pierde su condición de guardia civil entre los recompensados de dicho batallón.
En el caso de que los tenientes fueran destinados a un regimiento de Cazadores, podía suceder que este
no fuera a Cuba, sino solo parte de sus tropas, integradas en otro batallón de Cazadores. Por ejemplo, Leo-
nardo Álvarez Sendín –quien falleció en la isla– fue destinado primero a Cazadores de la Habana 18, para
pasar después al expedicionario Reus 16. Análogamente, Francisco del Barrio Folgado, desde Cazadores
de Estella 14, se integró en el batallón expedicionario Llerena 11. Y algo similar se dio en otras ocasiones.

Hubo asimismo cambios abundantes en los batallones expedicionarios. Sirva como ejemplo el de Nicome-
des Pérez Jiménez, destinado al Sicilia 7 y que se halla más tarde en el Garellano 43.

Los sargentos de la Guardia Civil que tenían su empleo en las Comandancias de Cuba podían ascender no
solo cumpliendo las condiciones exigidas antes citadas, sino también por méritos de guerra. Se han encon-
trado 48, incluidos ya en la lista de trecientos cincuenta antes citada.

La distribución de los segundos tenientes de la ERR de la Guardia Civil fue la siguiente en los tres anuarios
consultados (cuadro II).

210 CUADRO II

Anuario Infantería Caballería Total A Filipinas A Puerto Rico (1.os Títulos)


1897 228 69 297 7 13 1
1898 217 84 301 13 14 4
1899 191 96 287 7 – 40

Fuente: elaboración propia a partir de los Anuarios Militares.

Así como en el Anuario Militar de 1898 solo aparecen cuatro primeros tenientes de la ERR, en el de 1899
ya son cuarenta debido a los ascensos durante la guerra.

ACCIONES Y RECOMPENSAS

Para conocer las acciones de la Guardia Civil en Cuba, la fuente más fiable, a nuestro entender, son las
relaciones de recompensados encontradas en el DOMG. En ellas se citan con nombres, apellidos y tipo de
recompensa, además del lugar y día en el que tuvo lugar la acción. No obstante, a partir de principios de
diciembre de 1897, son mucho más frecuentes las recompensas a jefes y oficiales.

Como en el diario oficial se menciona el lugar de la acción, los recompensados con cruces rojas del mérito
militar –pensionadas o no–, mención honorífica o cruces de María Cristina y los heridos, se obtiene a partir
de dichos datos una imagen bastante realista de los lugares donde actuó la Guardia Civil y de la importan-
cia de los enfrentamientos (cuadro III).

CUADRO III. GUARDIA CIVIL EN CUBA

Recompensas

Periodo Acciones Jefes Oficiales Sargentos Tropa Heridos


Martínez Campos 183 12 53 50 572 33
Sabas Marín 12 2 3 57 3
Weyler 580 34 248 113 1.731 104

Blanco 276 19 226 54 285 34


1.051 65 529 220 2.645 174
MIEMBROS DE LA GUARDIA CIVIL RECOMPENSADOS

Con la Cruz Laureada de San Fernando


Hubo tres guardias civiles que merecieron la máxima condecoración militar: Florencio lucas Martín, Bernar-
do Badal Suay y Enrique López Blanco.

El cabo Florencio Lucas Martín obtuvo su condecoración por el mérito contraído en la defensa del fuerte
Provincial, situado en la provincia de Santa Clara, el 14 de julio de 189532. Además del cabo Lucas defen-
dieron el fuerte los siguientes guardias:

Pedro Laviano Ongay


Manuel Rivero González
(recompensa DOMG 10 de septiembre de
Manuel García Núñez 1895)
211
David González Sierra
Pedro Gutiérrez Parra
Nemesio Garrido Osuna

Bernardo Badal Suay, con nueve guardias civiles a sus órdenes, defendió la casa fortificada llamada Dolores,
el 24 de febrero de 189733.

Retrato de Bernardo Badal Suay. Laureado de la Guardia Civil en Cuba

Enrique López Blanco, por último, ganó su laureada por el encuentro de Tres Guanos34.

32
 
DOMG, 20 de febrero de 1896, p. 639.
33
 
DOMG, 2 de julio de 1898, p. 30.
34
 
DOMG, 5 de marzo de 1899, p. 998.
Una recompensa especial
Una recompensa especial fue concedida a Joaquina Piloto, esposa del comandante del puesto de la Guar-
dia Civil de Santiago, al dar cuenta de la acción sostenida en Los Conucos, provincia de Santa Clara, el 4
de marzo de 1895. Demostró abnegación y patriotismo, asistiendo a los heridos que resultaron en aquel
hecho de armas.

De real orden, el general Azcárraga comunica al capitán general de Cuba que: «el Rey (q.D.g.), y en su
nombre la Reina Regente del Reino, ha tenido a bien disponer se manifieste a la expresada doña Joaquina
Piloto la satisfacción y agrado con que ha visto su noble y caritativo proceder, y que en su Real nombre se
le den las gracias por tan relevante comportamiento»35.

Algunos hechos heroicos


En la obra Crónica de la Guerra de Cuba, de Rafael Guerrero (Barcelona, 1895), se citan, entre otros, los
hechos heroicos de Dionisio izquierdo Pascual (tomo IV, p. 397), Hermenegildo Martínez Alberto –sargento
212 encargado de la casa-cuartel de san Miguel de Nuevitas– (Crónica de 1895, pp. 89-93) y Manuel Molina y
Ruiz, primer teniente que defendió con el capitán Lendínez, de Caballería, dos sargentos, un cabo, veintiún
guardias y quince soldados del Regimiento de Cuba, el cuartel de la Guardia Civil de El Cristo, Crónica de
1895, pp. 143-145.

Según cuenta también Rafael Guerrero, a las 17:00 h del 7 de noviembre de 1895, uno de los centinelas del
destacamento de Banao, dio la voz de fuego. Inmediatamente, el cabo de la Guardia Civil, Cosme Castillo,
en unión de los guardias Manuel Freo, Juan Vicente, Antonio Andrés, Juan González, Rafael Carrasco y
Estanislao Rodríguez, salió sin reparar en ninguna clase de peligro hacia el sitio del siniestro. Se hallaba en-
vuelta en llamas la casa de Belén Pérez, habitada por su hija María Ortega, esposa del jefe cubano Ramón
Solano, y sus siete hijos. La citada fuerza, sin reparar en el riesgo que corría, salvó a Belén y a tres niños de
corta edad, que en un rincón de la casa estaban medio asfixiados por el humo. La casa se derrumbó a los
pocos momentos36. Así daban los guardias civiles cumplimiento al artículo 6.º del Capítulo 1.º de la Cartilla:

«El Guardia Civil no debe ser temido sino de los malhechores; ni temible, sino de los enemigos
del orden. Procura ser siempre un pronóstico feliz para el afligido, y que a su presentación el
que se creía cercado de asesinos, se vea libre de ellos; el que tenía su casa presa de las llamas,
considere el incendio apagado; el que veía a su hijo arrastrado por la corriente de las aguas,
lo crea salvado; y por último siempre debe velar por la propiedad y seguridad de todos»37.

Pedro Ocaña López

Ascendió a sargento el 15 de abril de 1896; a 2.º teniente E.R. el 24 de diciembre de 1897; a primer tenien-
te E.R. el 6 de mayo de 1898; mención honorífica el 24 de noviembre de 1898 y ascenso a capitán el 26 de
enero de 1899. Fue herido y obtuvo la Cruz de María Cristina.

Otras recompensas
Las recompensas que obtuvieron los jefes y oficiales de la Guardia Civil fueron, aparte de la Laureada de
San Fernando, las cruces de María Cristina, 1.ª Clase del Mérito Militar con distintivo rojo (pensionada y
sin pensión) y mención honorífica. Los sargentos y tropa recibieron Cruces de plata al Mérito Militar con
distintivo rojo, pensionadas o no.

Las pensionadas podían ser vitalicias y no vitalicias, mientras que las pensiones eran de 2,50 o 7,50 ptas./
mes. Tres cruces de plata sin pensión tenían una adicional de 5 ptas. y cuatro cruces de 7,50.

35
 DOMG, 12 de junio de 1895, p. 713.
36
 Guerrero, R. (1895). Crónica de la Guerra de Cuba. Barcelona. Tomo II, p. 58.
37
 Cartilla de la Guardia Civil. Madrid, imprenta de D. Victoriano Hernando, C/ Arenal 11 (28 de febrero de 1846).
Además de cruces, las acciones y hechos fueron recompensados con ascensos. En Cuba fueron frecuentes
las solicitudes de mejora de recompensa y las permutas de cruces por ascensos y viceversa.

En los cuadros IV y V se presentan los datos provisionales, obtenidos a partir de la búsqueda en el DOMG,
de las recompensas concedidas por las acciones y servicios durante el periodo de la guerra.

CUADRO IV. RECOMPENSAS DE JEFES Y OFICIALES

Número de C1.ª C1.ª


Empleo CMC M. H. Ascienden
recompensados 38 CMMDR(P) CMMDR
Coronel    5 2 4   4 - -
Teniente coronel 15 5 6 15 2 1
Comandante 14 2 9 13 - 6
Capitán 67 18 36 74 4 7
Primer teniente 107 9 69 105 2 23
213
Segundo teniente 137 7 63 89 2 30

CMC= Cruz de María Cristina.


C1.ª CMMDR(P)= Cruz de 1.ª Clase del Mérito Militar con distintivo rojo pensionada.
C1.ª CMMDR= Cruz de 1.ª Clase del Mérito Militar con distintivo rojo.
M. H.= Mención Honorífica.

CUADRO V. RECOMPENSAS DE SARGENTOS, CABOS Y GUARDIAS

V.1 EMPLEO: SARGENTOS

N.º Recompensados CPMMDR CPMMDR(P)


177 179 69

V.2 EMPLEO: CABOS Y GUARDIAS

Letra inicial del Ascenso a


Recompensados CPMMDR(P) CPMMDR
primer apellido sargento
A 123 25 147 8
B 39 117 23 133 2
C 169 45 202 9
D 42 8 54 3
E 28 6 44 2
F 76 17 90 1
G 194 43 254 14
H 39 16 44 4
I 28 5 33 -
J 39 18 40 1
L - 40 41
100 25 119 4

38
Puede darse el caso de que un jefe u oficial obtenga recompensas en dos empleos distintos.
39
Laureado Bernardo Badal Suay.
40
Laureado Enrique López Blanco.
41
Laureado Florencio Lucas Martín.
Letra inicial del Ascenso a
Recompensados CPMMDR(P) CPMMDR
primer apellido sargento
LL 6 3 5 1
M 239 48 297 9
N 25 8 34 1
O 23 3 34 6
P 154 30 76 4
Q 5 2 6 -
R 147 30 167 4
S 140 45 157 5
T 44 12 61 3
U 3 - 3 -
214
V 80 21 85 3
W - - 1 -
Z 7 2 9 -
1.828 435 2.095 84

CPMMdr(P)= Cruz de Plata del mérito militar con distintivo rojo pensionada.
CPMMdr= Cruz de Plata del mérito militar con distintivo rojo.

FALLECIDOS

Llama la atención desde un principio el porcentaje de fallecidos en la Guardia Civil, bastante inferior al
promedio de los batallones expedicionarios. Las razones pueden estar en una mejor aclimatación, al tipo
de servicios o al aislamiento en grupos pequeños de estas fuerzas. Las enfermedades propias de la isla
también se cebaron con las familias de los guardias42.

En ocasiones, las familias pasaron verdaderos apuros. En el diario El Cantábrico, del 27 de octubre de 1897,
se lee que: «Doña María Picazo, viuda del guardia civil Joaquín Ruiz, muerto en Cuba, regresó a la Península
con tres hijos, todos muy pequeñitos, y se encontraba sin recursos para continuar el viaje».

El Imparcial estaba haciendo gestiones para llevarla a Cádiz, pues la infeliz iba a Málaga.

Otro caso, que cita el periódico del mismo día, es el de una pobre mujer, con cuatro hijos, todavía en peor
situación que la anterior, su esposo había sido expulsado del cuerpo. La caridad en La Habana reunió el
dinero preciso para pagarle el pasaje, pero se encontraba en Santander, sin recursos, teniendo que pasar a
Málaga. En este caso eran el gobernador y el alcalde quienes se ocupaban de resolver el problema.

Hay una diferencia notable en el número de fallecidos en las seis provincias cubanas, como se aprecia en
el cuadro siguiente.

42
 En Sancti Spíritus murió del vómito el Sr. Guerra, teniente de la Guardia Civil. Fue a Cuba con toda su familia,
compuesta de su esposa, su suegra y una hija de corta edad. En un periodo de veinte días han muerto del vómito
el teniente Guerra, su mujer y la madre de esta, quedando la niña en el mayor desamparo. Amigos de la familia
han recogido a la niña, que viene a la Península en el vapor Alfonso XII (GUERRERO, Rafael. (1895). Crónica de la
Guerra de Cuba. Tomo II, p. 86.
CUADRO VI. FALLECIDOS DE LA GUARDIA CIVIL EN LAS PROVINCIAS DE CUBA

Enfermedad Vómito Heridas Combate Total


Pinar del Río 11 25 4 2 42
Habana 101 43 4 11 159
Matanzas 17 28 3 12 60
Las Villas 66 101 18 14 199
Camagüey 12 14 2 1 29

Santiago de Cuba 22 27 2 3 54

229 238 33 43 543

Con falta de datos 8 - 12 20


215
En barcos y otros - - - - 25

TOTALES 229 246 33 55 588

Fuente: elaboración propia.

En el gráfico 1 quedan recogidos, mes por mes, los fallecidos durante la guerra y sus causas. Destacan
ocho fallecidos en Las Villas por combate y heridas en septiembre de 1895. El promedio de fallecidos en la
Guardia Civil por acciones de guerra, respecto al número de sus miembros en Cuba, es similar al promedio
que tuvo el Ejército de la isla (>2 %).

En El Año Político de 189643 aparece un cuadro con los datos de fallecidos, según el Ministerio de la Gue-
rra, hasta el 20 de diciembre de dicho año, que interesa comparar con los obtenidos por ahora en nuestras
investigaciones (cuadro VII).

CUADRO VII. FALLECIDOS DE LA GUARDIA CIVIL HASTA EL 20 DE DICIEMBRE DE 1896

Ministerio de la Guerra Datos de los autores


Jefes Oficiales Tropa Total Jefes Oficiales Tropa Total
Campo de batalla - - 33 33 - - 37 37
Heridas - - 30 30 - 1 18 19
Fiebre amarilla (vómito) - 5 212 217 - 10 188 198
Enfermedades comunes - 1 43 44 - 1 61 62
Desaparecidos - -   3   3 - -   5    5
TOTAL 6 321 327 12 309 321

Nota: Las diferencias pueden deberse, en parte, a no conocerse todavía por el Ministerio de la Guerra los nombres
de algunos fallecidos, cuando se hacen los resúmenes. Como se observa, no hay excesivas diferencias. Los segundos
tenientes de la E.R. de la Guardia Civil fueron destinados a los batallones expedicionarios de Infantería, por lo que
algunos fallecidos pudieron ser incluidos en ellos.
En cuanto a las provincias de origen de los guardias civiles que perdieron su vida en la guerra se recogen en el cuadro VIII.

43
 SOLDEVILLA, F. (1897). El Año Político 1896. Madrid, Imprenta de Enrique Fernández de Rojas, pp. 526-527
(estado numérico de los generales, jefes, oficiales y asimilados, tropas y paisanos afectos al Ejército, fallecidos o
desaparecidos en la isla de Cuba, desde el principio, de la campaña hasta el 20 de diciembre de 1896, fecha de la
última relación). Ministerio de la Guerra, 7.ª Sección.
Las regiones con mayor índice de guardias fallecidos en función de su población fueron: León, Baleares,
Extremadura, Castilla la Vieja, Aragón y Navarra. Por provincias: Lugo, Burgos, Segovia, Álava, Cuenca, Cá-
ceres, Badajoz, Cádiz, León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia. De todos los fallecidos encontrados,
cinco nacieron en Cuba. Treinta y cinco jefes y oficiales de la Guardia Civil eran de la isla44.

En cuanto a los jefes y oficiales fallecidos, hay una diferencia muy notable entre los que se mantuvieron en las
Comandancias y los segundos tenientes de la Escala de Reserva que fueron con los batallones expediciona-
rios. De los primeros, fallecieron 16 de 266 (6 %), mientras que de los segundos murieron 36 de 351 (10 %).

PROVINCIAS DE ORIGEN DE LOS FALLECIDOS DE LA GUARDIA CIVIL


CUADRO VIII. PROVINCIAS DE ORIGEN DE LOS FALLECIDOS DE LA GUARDIA CIVIL

Tasa (x 1.000)
Población
Provincia Fallecidos Fallecidos
en 1900
sobre población
Cáceres 13 346.680 0,037499

216 Badajoz 18 496.321 0,036267

Total          Reg.
31 843.001 0,036773
Extremadura

Almería 10 350.922 0,028496

Cádiz 19 429.523 0,044235

Córdoba 7 434.881 0,016096

Granada 12 480.106 0,024994

Huelva 3 251.878 0,011911

Jaén 8 458.664 0,017442

Málaga 15 490.509 0,030580

Sevilla 16 541.893 0,029526

Total          Reg.
90 3.438.376 0,026175
Andalucía

Baleares 13 309.547 0,041997

Total          Reg.
13 309.547 0,041997
Islas Baleares

Canarias 0 339.188 0,000000

Total          Reg.
0 339.188 0,000000
Islas Canarias

TOTALES 533 18.257.742 0,029193


TOTALES PENINSULARES 520 17.609.007
5
(Sta. Clara; 2
TOTALES CUBA Habana, Sta. Cruz/
Puerto Príncipe y
Cienfuegos)
Sin conocer procedencia 46

Fuente: elaboración propia.

44
 SOLDEVILLA, F. Op. cit., pp. 202 y 205.
LOS RETORNOS

Aunque la consulta de las hojas de servicio sería el mejor sistema para conocer los retornos de los jefes y
oficiales, para este trabajo se han examinado los Anuarios Militares desde 1895 hasta el 1900, ya que todos
los incluidos en el último y estuvieron en Cuba volvieron durante la guerra o en la repatriación final.

También se han encontrado en dos periódicos consultados (El Cantábrico de Santander y La Voz de Galicia
de la Coruña) los nombres de veintitrés jefes y oficiales de la Guardia Civil que volvieron en 1897, bien por
llegar su jubilación, por haber terminado el período de obligada permanencia o por enfermos. Algunos de
estos, una vez recuperados, retornaron a la isla. En los primeros seis meses de 1898 vinieron a la Península,
por alguno de los motivos anteriores, doce como mínimo.

En la repatriación final hemos encontrado un número apreciable de guardias civiles en veinte de los barcos
que llegaron a nuestros puertos (Cuadro IX).

CUADRO IX. REPATRIACIÓN FINAL DE LA GUARDIA CIVIL


217
REPATRIACIÓN FINAL DE LA GUARDIA CIVIL

Vapor Puerto Fecha llegada Origen Observaciones


llegada
1 Cheribon Vigo 13-9-98 Santiago de Cía. Santiago de Cuba
Cuba (100)
2 Ciudad de Cádiz Coruña/ SNR 14-11-98 Habana/ G.C.
Gibara
3 Pº Satrústegui CDZ/ 25, 26 y Habana/ G.C. (1 Cía.)
Málaga/BCN 29-11-98 Gibara
4 Álava CDZ/CBN 30-11 y Habana/ G.C.
4-12-98 Nuevitas
5 México CDZ/CBN 8 y 11-12-98 Habana/ G.C. de Holguín (252)
Nuevitas
6 Montevideo Málaga/BCN 12 y 15-12-98 Habana G.C. 17.º Tercio (497)
7 Reina CDZ/BCN 14 y 17-12-98 Habana G.C. de Puerto Rico (3
M.ª Cristina Cías.)
8 Villaverde Alicante 19-12-98 Habana G.C. (3)
9 Gran Antilla CDZ 21-12-98 Habana/ G.C. (escª. Cía. Habana)
Nuevitas
10 Miguel Jover Málaga 29-12-98 Habana G.C. (2 jefes y
1 oficial)
11 Alicante Málaga 15-1-99 Habana Restos Tercios G.C.
12 Stuttgart CDZ 15-1-99 Habana Cías. Matanzas y Colón
(572)
13 San Francisco BCN 30-1-99 Habana G.C.
14 Ems Cartagena 3-2-99 Cienfuegos Cías. Sagua la Grande,
Santa Clara y Remedios
(702)
15 Lago Ontario CDZ 4-2-99 Cienfuegos G.C. Sancti Spiritus (380)
16 San Ignacio de CDZ 15-2-99 Cienfuegos G.C. (44)
Loyola
Vapor Puerto Fecha llegada Origen Observaciones
llegada
17 München Málaga/BCN 18 y 20-2-99 Cienfuegos G.C.
18 Isla de Panay CDZ/CBN 1-3-99 Habana/ G.C.
Puerto Rico
19 Colón Coruña/SNR 5 y 6-3-99 Habana/ G.C.
Cienfuegos
20 San Francisco CDZ 22-3-99 Habana Algunos guardias
civiles

CDZ: Cádiz. BCN: Barcelona. SNR: Santander.


Fuente: elaboración propia a partir de El Correo Militar, El Imparcial y La Época.
Guardias civiles en pequeño número vinieron también en otros barcos de la repatriación. Conocemos hasta
ahora los nombres de diez fallecidos en la travesía, pero se necesita profundizar más en la investigación
218 porque su número debió de ser mayor. En las relaciones de fallecidos en los hospitales de llegada no apa-
recen como guardias, lo que hace más difícil la búsqueda. Una solución parcial es comparar sus nombres
con la lista de recompensados.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

AGUADO, F. (1984). Historia de la Guardia Civil. Barcelona, Planeta.


BALBOA, I. (2003). La protesta rural en Cuba. Resistencia cotidiana, bandolerismo y revolución. (1878-
1902). Madrid, CSIC.
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Ferrocarriles.
GODICHEAU, F. (2014). La Guardia Civil en Cuba. Del control del territorio a la guerra permanente (1851-
1898). Nuevo Mundo- Mundos Nuevos.
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de abril de 1869. La Habana, Casa Editorial Verde Olivo.
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J. A. Piqueras. Castellón, Universidad Jaime I.
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WEYLER, V. (1910-1911). Mi Mando en Cuba. Madrid, Imprenta de Felipe González Rojas.
Periódicos consultados

El Imparcial, La Época, El Correo Militar, El Liberal, Las Provincias, La Voz de Galicia, El Cantábrico y La
Vanguardia.

219
VOLUNTARIOS Y GUERRILLEROS EN LA ÚLTIMA GUERRA DE
CUBA (1895-1898)
Enrique de Miguel Fernández-Carranza1
Raúl Izquierdo Canosa2
Francisco J. Navarro Chueca3

INTRODUCCIÓN 221

Debido a la situación geográfica de la isla de Cuba, ya en el siglo XVI varias de sus ciudades fueron ata-
cadas por fuerzas enemigas. Moreno Fraginals explica bien las actividades corsarias que tuvieron lugar en
el Caribe4. Según este autor, hasta muy adentrado el siglo XVII, la Corona sostenía que la defensa de los
enclaves portuarios del Caribe debía reposar sobre sus vecinos, quienes también debían sufragar el coste
de su acción en la guerra.

Durante el siglo XVIII el almirante Vernon intentó la toma de Santiago de Cuba sin conseguirlo, pero en
1762 los ingleses conquistaron La Habana, aunque la ciudad volvió al año siguiente a poder de los españo-
les. Como la metrópoli no podía mantener un ejército numeroso en Cuba –dada la situación económica de
su Hacienda–, se planteó contar allí con un ejército regular a partir de la población criolla5.

Las conversaciones del gobernador conde de Ricla y el teniente general O´Reilly con los representantes
de la jerarquía habanera, darían lugar a la creación de los Regimientos blancos de Infantería y Caballería,
el Regimiento de dragones de Matanzas y cuatro batallones en diversos puntos de la isla, hasta contar con
7.500 soldados. El mando de las nuevas unidades, a nivel de capitán y grados superiores, quedó en manos
de la oligarquía criolla.

En la Carta Geográfico-Topográfica de la isla de Cuba, levantada entre 1824 y 1831, y grabada en Bar-
celona en 1835, aparece un cuadro estadístico, donde puede leerse que formaban el Ejército dieciséis
batallones, diez compañías y dos escuadrones de Veteranos, y once batallones, 72 compañías y catorse
escuadrones de Milicias6.

1
 Doctor ingeniero de Minas. Licenciado en Geografía e Historia por la UNED. Doctor en Historia y Premio Extraordinario
de la Universidad Jaume I. Ha sido catedrático universitario de ADE, primer director de la Escuela de Informática de
la Universidad Politécnica de Valencia y primer decano de la Facultad de ADE de la misma. Académico de número
de la Real Acadèmia de Cultura Valenciana (RACV).
2
 Arqueólogo de profesión y licenciado en Filosofía y Letras (sección Historia) por la Universidad de Zaragoza. Entre
sus becas y premios obtenidos están los de la Diputación General de Aragón, el Instituto de Estudios del Alto
Aragón y la Academia General Militar de Zaragoza. Académico correspondiente de la RACV.
3
 Máster y doctor en Ciencias Militares. Doctor en Ciencias e investigador. Ha recibidos premios de la Academia de
Ciencias de Cuba, Comisión Nacional de Grados Científicos, Consejo Científico del Ministerio de las FAR y Fórum
Nacional de Ciencia y Técnica, entre otros. Académico Correspondiente en La Habana por la RACV. «Voluntarios y
guerrilleros en la última guerra de Cuba (1895-1898)». En: Anales de la RACV. Op. cit. Vol. II, pp. 919-963.
4
 MORENO FRAGINALS, M. (1995). Cuba/España. España/Cuba. Historia común. Barcelona, Crítica, p. 71.
5
 Ibidem, p. 138.
6
 AHMM. Carta Georg.Topográfica de la Isla de Cuba, dedicándola a la reina nuestra señora doña Isabel II. El teniente
general conde de Cuba y la Comisión de Jefes y Oficiales Militares y de Agrimensores Públicos que la levantó y firmó
de su orden en los años de 1824 a 1831. Estruch lo grabó en Barcelona en 1835.
Carta Geográfico-Topográfica de la Isla de Cuba, levantada entre 1824 y 1831, y grabada en Barcelona en 1835. Insti-
tuto Geográfico Nacional, sig. S1-138-I-8

222 Entre 1849 y 1851 tuvieron lugar las expediciones de Narciso López. En el ataque a Cárdenas, el 19 de
mayo de 1850, más de trece mil hombres se ofrecieron para combatir al enemigo. Se crearon entonces diez
batallones y cuatro compañías de milicias, con el título de Nobles Vecinos, distribuidos por toda la isla, que
se disolvieron cuando dejaron de ser necesarios7.

El 12 de agosto de 1851, Narciso López fue capturado después de su desembarco en Bahía Honda (Pinar
del Río), y ejecutado a garrote vil en La Habana, el 1 de septiembre, junto a cincuenta soldados de su ex-
pedición.

Según Moreno Fraginals, entre 1850 y 1855 el número de voluntarios era de 11.092 hombres (6.708 de
Infantería y 4.384 de Caballería). Eran «cuerpos integrados por civiles, con escasa formación, pocas armas
y menos disciplina»8.

En febrero de 1855, ante la amenaza de una nueva invasión, el capitán general Gutiérrez de la Concha
publicó un bando llamando a los españoles para que de nuevo tomaran las armas. A partir de dicho año
se reorganizó el Cuerpo de Voluntarios. Ya en 1856 se redactó un Reglamento de los Voluntarios de Cuba,
aunque aprobado solo por el capitán general de la isla9.

En el bando de Gutiérrez de la Concha de 12 de febrero de 1855, se dispone el «alistamiento y armamento,


en Cuerpos Voluntarios, de los españoles insulares y peninsulares, que espontáneamente quisieran tomar
las armas en defensa de la integridad del territorio»10.

Por el artículo 1.º, se procedería al alistamiento y armamento de todos los buenos españoles de ambos
hemisferios que voluntariamente lo desearan y tuvieran una edad entre 18 y 50 años.

Según el artículo 2.º:

«[…] esta fuerza se denominará Voluntarios del punto en que residieran. Cada compañía ten-
drá cien hombres, con las clases de oficiales, sargentos y cabos correspondientes. Un batallón
podría tener cuatro, seis u ocho compañías. Cuando estas fueran superiores a ocho se forma-
rían dos o más batallones, mientras que si no llegaban a cuatro compondrían un tercio».

7
 LLODRÍU Y SAGRERA, E. (1870). Historia de la insurrección y de la guerra de Cuba. Madrid, Imprenta de la Galería
Literaria, p. 21.
8
 MORENO FRANGINALS, M. Op. cit., p. 138.
9
 Instituto de historia y Cultura Militar. Archivos históricos. Subinspección General de Voluntarios de Cuba. Disponible
en: http:/www.ejercito.mde.es/unidades/Madrid/ihycm/Archivos/agm-madrid-fondo2-3.h...
10
 OTERO PIMENTEL, J, (1875). «Memoria sobre los Voluntarios de la Isla de Cuba. Consideraciones relativas a su
pasado, su presente y su porvenir». La Propaganda Literaria, pp. 1-101. En University of Florida. Digital Collections.
Este libro del capitán Otero Pimentel es muy completo para comprender la evolución del Cuerpo de Voluntarios.
Por el artículo 3.º, «el gobierno nombraría de entre los alistados los jefes y capitanes que deban mandar
dicha fuerza, y dichas clases propondrían al gobierno los oficiales subalternos y elegirían los sargentos y
cabos».

Y por el artículo 4.º, «en cada Capitanía pedánea se organizarían también Secciones de Voluntarios». Por
el 7.º, «cada 25 hombres formarían una sección al mando de un oficial, con un brigada y dos cabos, y cada
cuatro secciones constituirían una compañía a las órdenes de un capitán»11.

En el Reglamento Provisional para el Régimen, Subordinación y Disciplina de los Cuerpos y Secciones de


Voluntarios de la isla de Cuba, de 1856, se lee en su artículo 1.º:

«El principal objeto para que han sido creados los batallones de voluntarios y la principal
obligación de los individuos que los componen es, el sostenimiento del orden y tranquilidad
pública en la población: la defensa con las armas en la mano hasta hacer el sacrificio de sus
vidas, de los derechos de la madre Patria y de nuestra reina doña Isabel II»

Entre el 20 de septiembre de 1855 y el 10 de octubre de 1868, se redujo mucho el número de voluntarios,


en parte por las bajas naturales como porque no se consideró necesario reponerlas. 223
En 1868, cuando comenzó la guerra larga con el Grito de Yara (10 de octubre), el capitán general Francisco
de Lersundi tenía un ejército regular reducido y con pocas fuerzas de voluntarios. Por ello, se dictaron dis-
posiciones para la creación de nuevos Cuerpos de Voluntarios y la reorganización de los existentes.

LOS VOLUNTARIOS DURANTE LA GUERRA LARGA (1868-1878)

El mandato del general Dulce y los conflictos con los Voluntarios


El 7 de septiembre de 1868, el almirante Topete dio en Cádiz el grito de «¡Viva España con honra!». Tres
días más tarde quedó formada en Sevilla una Junta Provisional Revolucionaria, sumándose después varias
ciudades a la revuelta. El ejército leal a Isabel II, mandado por el marqués de Novaliches, cayó derrotado en
Alcolea (Córdoba). La reina, que se encontraba veraneando en San Sebastián, salió para Francia.

El Gobierno provisional que se formó en Madrid lo presidía el general Serrano, con el general Prim como
ministro de la Guerra. Serrano hizo varias concesiones a los demócratas para que aceptaran formar un
gobierno con unionistas y progresistas, lo que llevó a una división en el partido demócrata: los «cimbrios»
se incorporaron al proyecto, pero los opuestos al compromiso con el gobierno formaron el partido repu-
blicano.

Tanto Serrano, como Prim tenían intereses comunes con los azucareros criollos y defendían las relaciones
comerciales entre Cuba y los Estados unidos, algo contrario al de los proteccionistas catalanes y al resto
de la oligarquía financiero-comercial peninsular en Cuba, para los que conservar el poder gobernante era
fundamental12.

El Gobierno de Serrano nombró, el 8 de noviembre de 1868, capitán general de Cuba al general Dulce,
marqués de Castell-Florite, que llegó a La Habana el 14 de enero de 1869 para sustituir al general Ler-
sundi. Este, al empezar la guerra, comenzó el alistamiento del Cuerpo de Voluntarios mientras enviaba las
tropas del ejército regular a combatir en el frente. Era un monárquico integral, opuesto a la revolución de
septiembre.

Con el general Dulce se dieron diversos conflictos, como los sucesos del Teatro Villanueva, donde hubo una
función a favor de los insurrectos, y los de la Universidad de La Habana, donde se rompió un retrato de la

 
11
Ibidem, pp. 3 y 4.
 MORENO FRAGINALS, M. Op. cit., pp. 232-235.
12
reina13. Dulce, gravemente enfermo, fue obligado a dimitir de su cargo el 28 de mayo de 1869 y regresar a
la Península. Fue sustituido por Caballero de Rodas, mientras los voluntarios tomaron el poder.

Para justificar su comportamiento, los voluntarios dieron a conocer su Manifiesto de los Voluntarios a la
Nación14. Este Manifiesto comenzaba con el párrafo siguiente:

«Los españoles residentes en la isla de Cuba se creen en el deber de dirigirse a sus hermanos
de Ultramar a fin de que puedan apreciar su conducta en los sucesos que acaban de consu-
marse. No vienen a presentar disculpas, que no han menester producirlas los que ajustan sus
actos a la razón y a las exigencias del interés y la honra de la patria».

El manifiesto criticaba con dureza el comportamiento del general Dulce, así como el del general Peláez en
el Departamento Central, explicaba la solicitud para que dejara el mando el capitán general y terminaba
de la siguiente manera:

«Cuba, ajena a las convulsiones políticas de la Península, no está habituada a ver derramar
sangre española más que en defensa de la nacionalidad común, porque aquí no hay partidos
224 políticos que dividan a los españoles, y no tienen otro sentimiento que el del amor a la patria,
ni otra bandera que la de Castilla, ni otro interés que el de la conservación de la integridad
del territorio».

Conocidos los ataques a su gestión en el manifiesto, Peláez publicó una encendida defensa, donde se tra-
taba con dureza a los mandos de los voluntarios15. Así, por ejemplo, en la página tres afirmaba que «Todas
las aserciones contenidas en el manifiesto de los voluntarios de la isla de Cuba, no son más que un misera-
ble tejido de calumnias y falsedades».

Retrato de Domingo Dulce Garay. Museo del Ejército, n.º de inventario: MUE-204882.
13
 OTERO PIMENTEL, l. (1875). «Memoria sobre los Voluntarios de la Isla de Cuba. Consideraciones relativas a su
pasado, su presente y su porvenir». La Propaganda Literaria, pp. 62-63. En University of Florida. Digital Collections.
14
 ROMERO J. l. y ROMERO L. A. (edit.). (1986). Manifiesto de los Voluntarios a la Nación. Caracas, Biblioteca
Ayacucho, pp. 329-334.
15
 PELÁEZ, A. (1869). Contestación del general D. Antonio Peláez a las groseras calumnias que contiene el Manifiesto
a la Nación por los Voluntarios de la Isla de Cuba. Madrid, Imprenta de C. Fontana.
En la página 18, el general manifestaba con claridad sus principios:

«Antes que consentir asesinatos o ceder a sugestiones bajas de ningún género, rompería mil
veces mi espada. Señores voluntarios: creo poder aseguraros, que en el ejército español no
encontraréis ni un solo general que se convierta en instrumento de venganzas ni miserias; y en
cuanto a mí, lo digo muy alto; tengo la debilidad de vivir con mi conciencia, y por mucho que
vosotros valgáis y tengáis; todo lo que pueda valer la isla entera, no es bastante para hacer
que este general, que tan infamemente habéis calumniado y vilipendiado, ejecute una acción
que considere vil o infame».

El Reglamento de Voluntarios del 21-4-1869


El general Domingo Dulce aprobó en la fecha anterior un Reglamento para el Instituto, comentado por el
alférez Simón Pascual16.

Según Pascual:
225
«El 13 de marzo de 1855 se dio cuenta al gobierno de S. M. de las condiciones en que se
encontraban los cuerpos de voluntarios, y el 5 de abril del mismo año se aprobó por la Capi-
tanía General de la isla un Reglamento Provisional, que fue mandado imprimir y circular. El 20
de febrero de 1861, el general Francisco Serrano y Domínguez, duque de la Torre, dispuso
que una comisión competente estudiara un nuevo proyecto de reglamento que obviara las
deficiencias del que regía y abarcara cuantos asuntos se considerasen de importancia para su
mejor régimen, fomento y disciplina»17.

Los trabajos anteriores se remitieron al Ministerio de la Guerra, el 30 de noviembre de 1867, sin que se
alcanzara resolución alguna sobre los mismos.

Muchas disposiciones relacionadas con el Instituto se dictaron desde 1850 hasta 1869, cuando se aprobó
el nuevo Reglamento.

En el art. 2.º se indicaba que el número de batallones, compañías y secciones sueltas serían determinados
por el capitán general para cada localidad, según lo exigieran las circunstancias. En otros artículos se indica
que el nombre del partido y distrito al que pertenecieran; la composición de las compañías y secciones
(artículo 2.º); la de los batallones (art. 4.º), la de las secciones de Caballería y los escuadrones (art. 6.º) y
otros detalles de sumo interés.

B. González de Tánago ofrece una información muy valiosa para conocer la estructura de los Voluntarios
de Matanzas en julio de 186918. Los dos primeros batallones se organizaron el 30 de octubre de 1868,
mientras que el 3.º se aprobó el 30 de junio de 1869. Contaban también los voluntarios con dos compañías
de Infantería de Marina, una compañía de Artillería, un escuadrón de Caballería y varias unidades en otros
poblados, con un total de 2.956 hombres.

De los Voluntarios de Matanzas, 1589 eran peninsulares, 78 de las islas Baleares, 555 de las Canarias y sete-
cientos diez cubanos, lo que indica que no fueron solo peninsulares quienes combatieron en el Instituto de
Voluntarios durante la guerra Larga. También los cubanos participaron como voluntarios en la guerra final,
como tenemos ocasión de comprobar por las relaciones de fallecidos19.

16
 Reglamento de los Voluntarios de la Isla de Cuba. Ilustrado por el alférez Simón Pascual y González. 2.ª edición
corregida y aumentada. Tipografía de El Eco Militar. Habana, 1888.
17
 Reglamento de los Voluntarios de la Isla de Cuba. Ilustrado por el alférez Simón Pascual y González. 2.ª edición
corregida y aumentada. Tipografía de El Eco Militar. Habana, 1888, pp. 12-26.
18
 Estadística de los Voluntarios existentes en 31 de julio de 1869. Arreglada por Benito González de Tánago y
dedicada a los mismos voluntarios. La Intrépida. Habana, 1869.
19
 CASANOVAS CODINA, J. (1998). «El movimiento obrero cubano durante la Guerra de los Diez Años (1868-1878)».
Anuario de Estudios Americanos. Vol. 55, n.º 1, pp. 243-244. Las afirmaciones de J. Casanovas Codina de que todos
los voluntarios eran de origen peninsular no pueden mantenerse con los datos del estudio sobre Matanzas en la
guerra Larga, como tampoco lo confirman las relaciones de fallecidos de la guerra final.
El porcentaje de los nacidos en Cuba variaba con las compañías, desde los dos de la 2.ª y 3.ª del 3.er batallón
de Matanzas a los 67 de la 1.ª compañía de Marina y los 60 del escuadrón de Caballería de Corral Nuevo.

Si se clasifica por las Comunidades Autónomas actuales, Canarias (555 hombres y el 18,8 % del total), Astu-
rias (466 y el 15,8 %), Cataluña (386 y el 13,06 %), Cantabria (198 y el 6,7 %), Galicia (184 y el 6,2 %) y País
Vasco (124 y el 4,8 %) son las de más representación en las fuerzas de Voluntarios de Matanzas, todas de la
Iberia Húmeda y Canarias. La contribución de Cuba llegó al 25 % de los oficiales y al 30 % de tropa de los
aportados por la Península, Baleares y Canarias.

La opinión del general Weyler sobre los Voluntarios en la guerra Larga


Weyler dedica párrafos muy elogiosos a los voluntarios en sus Memorias, como los siguientes20:
«A los pocos días de mi llegada, fui designado para organizar un batallón y un escuadrón
de voluntarios (que el comercio de La Habana había decidido crear a su costa) denominado
Cazadores de Valmaseda. La recluta se hizo rápidamente, acudiendo a ella buen número de
226 cubanos blancos y de color, así como algunos extranjeros de diversos países de Europa (p. 69)
21
[…] Mis soldados se batían con gran valor, sin excepción alguna (p. 72) […] Era tan intenso
el espíritu de ofensiva de aquellos voluntarios, y tanta su fe y confianza en el mando, que ni
uno solo flaqueó en el ataque. Su bravura de aquel día me ha dejado imperecedero recuerdo,
constituyendo la confirmación más plena del alto concepto que formé entonces de las tropas
de color. Justo es consignar, que, a mi gratitud y confianza, correspondieron siempre con in-
quebrantable lealtad (p. 75)».

Del mando de Caballero de Rodas al final de la guerra (1869-1878)


Otero Pimentel, defensor a ultranza de los voluntarios, afirma en su libro que el general Caballero «se inscri-
bió como voluntario para demostrar cuán digna de aprecio era la corporación que los enemigos de España
se esforzaban en desprestigiar, y que en sus desplazamientos por el interior de la isla siempre le acompañó
la brillante Compañía de Guías, que mandaba el cubano José Olano y Caballero»22.

Otero cita a los batallones de Matanzas y Valmaseda, compuestos casi en su totalidad por individuos de
los Cuerpos de Voluntarios, por los encuentros con el enemigo en el departamento oriental, así como a
los voluntarios de victoria de las Tunas, Trinidad, escuadras de S.ª Catalina de Guaso, Fray Benito y otros.

Moreno Fraginals escribe que:


«[…] afianzada la situación de La Habana, asesinado Prim, muerto Dulce de cáncer a poco de
ser expulsado de Cuba, disminuido el poder de Serrano, arribadas a La Habana numerosas
tropas del ejército regular español y organizada la financiación de la guerra, los voluntarios
dejaron de ser necesarios y empezaron a ser demasiado peligrosos».

Según dicho autor, después de la huelga de los cocheros de La Habana que integraban el 5.º Batallón de
Voluntarios, en septiembre de 1872, «la vida de los Voluntarios como institución armada se redujo a un
mínimo».

Otero Pimentel recoge en su obra la distribución de las fuerzas de voluntarios de La Habana en enero
de 1876 y señala que «la mayoría de los voluntarios son ciudadanos de modesta fortuna... que viven de
su profesión o trabajo corporal, del que depende también la subsistencia de sus familias». El número de
voluntarios de La Habana era de 17.657 de Infantería (de ellos cuarenta jefes y 692 oficiales) y 1160 de
Caballería (dieciséis jefes, 98 oficiales y 1046 de tropa). En total 18.871, no bajando de 85.000 hombres el
total en la isla23.

20
 WEYLER, V (2004). Memorias de un general. Barcelona, Destino, pp. 38-68.
21
 Ibidem, p. 69.
22
 OTERO PIMENTEL, L. Op. cit., p. 70.
23
 Ibidem, p. 177.
EL REGLAMENTO DE 1892 Y LAS UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES
EN LA ISLA EN DICHO AÑO

La situación del Ejército en Cuba


Dado el estado en el que se encontraba el Ejército en Cuba, debió prestarse más atención al Cuerpo de
Voluntarios.

En una carta del capitán general Chinchilla al general Azcárraga se lee lo siguiente:
«La falta de regularidad en los pagos en los últimos tiempos de la guerra, hizo que los cuerpos
consumiesen paulatinamente los recursos que pudieron hallar en sus fondos, recursos que no
repusieron después con el pago de sus devengos por los cortes de cuentas del 78 y el más
limitado del 82, pues si bien hay una ley de este último año que establece el modo de pagar
a los cuerpos sus descubiertos, esto no ha tenido aún lugar...
Si esto se hubiera logrado es indudable que la normalidad se hubiera restablecido en gran
parte, pero no ha sido así y continua este ejército arrostrando una vida de angustiosa penuria, 227
para mantener algo su crédito, pues de perderlo por entero, es indudable que sobrevendría
un gravísimo conflicto
El subinspector de infantería y Caballería me ha dirigido oficios razonados en que expresa lo
angustioso de la situación, el peligro que amenaza y los medios que a su juicio pueden con-
jurarlo […]»24.

Rodríguez Arias, capitán general de Cuba, escribía al general Azcárraga el 10 de septiembre de 1892, ex-
poniendo la situación del ejército:
«Dije a Vd. apuntando las deficiencias de este ejército, que era insuficiente porque abarcando
mucho podía apretar muy poco.
La prueba es fácil, y no es inútil fijarse en ello. Nuestro ejército, según el último estado que
remití, es de 13.200 hombres: pero descartada la Guardia Civil, que tiene servicio especial, la
Artillería y los Ingenieros que apenas cubren las exigencias de su instituto respectivo, y la Sani-

Estandarte de Voluntarios de Caballería de La Habana. Museo del Ejército, n.º de inventario MUE-30211

 AJA. Carta del general Chinchilla al general Azcárraga del 10 de julio de 1890.
24
dad y Administración Militar afectas a sus necesidades, quedan 8.740 hombres de infantería y
Caballería para todas las necesidades verdaderamente militares. Deduzca Vd. de ahí un 25 por
ciento, de asistentes, destinos interiores y bajas eventuales, y toda nuestra fuerza se reduce a
6.600 hombres a pie y montados25.

Con este contingente, casi ridículo, tenemos que cubrir ciento diez y siete mil kilómetros cua-
drados de superficie, en un país enmarañado de monte bajo, y poblado por gente indiferente
u hostil. Tenemos que vigilar 3.200 kilómetros de costa, abordables por todas partes, y en
las que los cayos son auxiliares francos de cualquier desembarco. Y tenemos que acudir a las
contingencias políticas, a que dan lugar las reformas tributarias».

El Reglamento de 1892
Por R. D. del 7 de julio de 1892, siendo ministro de la Guerra el general Azcárraga, se aprobó el «Novísimo
Reglamento del Instituto de Voluntarios de la isla de Cuba»26. En este Reglamento se leía:

228 «Entre los Nobles Vecinos de 1850 y los voluntarios actuales solo pueden señalarse esencial-
mente diferencias numéricas; formaban aquellos diez batallones y cuatro compañías; constitu-
yen estos un contingente de 70.000 hombres; surgieron los Nobles Vecinos ante la inminencia
del peligro con que los filibusteros amenazaron a su siempre fiel; reaparecieron en 1855; sirvie-
ron de base al alistamiento en 1869 al sentirse los primeros de una dolorosa conmoción, cuyos
efectos se notan desgraciadamente aún (VI)».

En el artículo 1.º desaparece la referencia que se hacía al soberano en el reglamento de 1856:

«La fuerza de Voluntarios de la isla de Cuba tiene por principal misión la defensa del territo-
rio, la protección de los intereses públicos y el sostenimiento del orden, prestando servicios
donde quiera que sean reclamados, bajo la dependencia inmediata del capitán general, como
Inspector y Director General del dicho instituto».

El artículo 5.º trata de la organización de las fuerzas de las distintas armas:

«La organización de las fuerzas de las distintas armas se sujetará a las siguientes unidades y
fracciones tácticas:
• Infantería, Ingenieros, Artillería a pie e Infantería de Marina: batallones, tercios, compañías
y secciones sueltas.
• Artillería montada: regimientos, brigadas, baterías y secciones sueltas.
• Caballería: regimientos, escuadrones y secciones sueltas. Las compañías, escuadrones y
secciones sueltas se dividirán en secciones y escuadras, sujetándose para esta división a la
vecindad de los individuos en los poblados, siempre que sea posible, y en los campos en
todos los casos, no autorizándose, por lo que a las fuerzas de a pie se refiere, organización
alguna de batallón o compañía en que las distintas fracciones hayan de estar a más de una
legua de distancia del punto señalado como centro de unidad».

Los artículos siguientes (6.º, 7.º y 8.º) determinan la constitución de las Planas Mayores de los batallones,
según las compañías que los formen, y de los tercios de dos o tres compañías (pp. 10-11), mientras que el
9.º, especifica la composición de las compañías, tanto sueltas, como formando parte de un cuerpo.

 AJA. Carta del general Alejandro Rodríguez Arias al general Azcárraga del 10 de septiembre de 1892.
25

 M. G. y M. C. (1892). Novísimo Reglamento del Instituto de Voluntarios de la Isla de Cuba. Con prólogo de José
26

Novo y García, P. Fernández y Cía. Habana.


El cuadro I permite conocer las Unidades de Voluntarios existentes en la isla en dicha fecha.

CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)

PROVINCIA DE LA HABANA
HABANA

1.er Batallón de Cazadores 1.er Batallón de Ligeros Compañía Guías del Capitán
General
2.º Batallón de Cazadores 2.º Batallón de Ligeros Compañía Chapelgorris del
Cerro
3.º Batallón de Cazadores 1.er Batallón de Artillería de Plaza Compañías de Marianao
4.º Batallón de Cazadores 2.º Batallón de Artillería de Plaza Regimiento de Caballería
5.º Batallón de Cazadores Batallón de Ingenieros Escuadrón de Húsares
229
6.º Batallón de Cazadores Batallón de Jesús del Monte Brigada montada de Artillería
7.º Batallón de Cazadores Compañías de Infantería de Marina
de Casa Blanca
GUANABACOA
Batallón de Infantería de Compañía de San Miguel de Sección de Infantería de
Guanabacoa Padrón Nazareno
Batallón de Infantería de Regla 1.ª y 2.ª Compañías de color de Sección de Infantería del
Managua Cotorro
Compañía de Almacenes de Sección de Infantería de Santa Escuadrón de Santa María del
Regla María del Rosario Rosario
BEJUCAL
Compañía de Infantería de Compañía de Infantería de Sección de Infantería de
Bejucal Quivicán Santiago de las Vegas
Compañía de Infantería de San Batallón de Santiago de las Vegas Regimiento de Caballería de
Felipe Alfonso XII-Bejucal
BATABANÓ
Compañía Iberia de Batabanó Sección de Marina de Batabanó Sección de Cazadores de
Batabanó
GÜINES
Compañía de Güines Sección de Infantería de Melena Sección de Caballería de
Madruga
Compañía de Nueva Paz Sección de Infantería de La Catalina Sección de Caballería de
Melena
Compañía de San Nicolás Sección de Caballería de Güines Sección de Caballería de Nueva
Paz
Compañía de Madruga Sección de Caballería de Sección de Caballería del
Chapelgorris de Güines Águila
Sección de Infantería del Sección de Caballería de Guara Sección de Caballería de La
Príncipe Alfonso Catalina
Sección de Infantería de Gibara Sección de Caballería de San
(error) (¿Guara?) Nicolás
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)

JARUCO

Compañía de Jaruco Compañía de Gibacoa Compañía de Aguacate

Compañía de San José de las Compañía de Caraballo Regimiento de Caballería de


Lajas Jaruco

Compañía de S. Antonio de Río Compañía de Guanabo


Blanco

ISLA DE PINOS

Compañía de Artillería de la Isla Sección de Caballería de la Isla de


de Pinos Pinos
230
SAN ANTONIO DE LOS
BAÑOS

Compañías de San Antonio de Compañía de Vereda Nueva Compañía de Ceiba del Agua
los Baños

Compañía de Güira de Melena Compañía de Alquízar 1.º y 2.º Escs. de San Antonio
de los Baños

PROVINCIA DE MATANZAS

MATANZAS

1.er Batallón de Matanzas Compañía de Cabezas Escuadrón de Bolondrón

2.º Batallón de Matanzas Compañía de Santana (Santa Ana) Escuadrón de Guamacaro

3.er Batallón de Matanzas Sección de Infantería de Sabanilla

Batallón de Alacranes Regimiento de Caballería de


Matanzas

CÁRDENAS

1.er Batallón de Cárdenas Compañía de Chapelgorris de Regimiento de Caballería de


Guamutas Cárdenas

2.º Batallón de Cárdenas Compañía de Recreo Regimiento de Caballería de


Chapelgorris de Guamutas

1.ª y 2.ª Compañías de Sección de Infantería de


Jovellanos Cimarrones

COLÓN

1.ª y 2.ª Compañías de Colón Compañía de Macuriges Sección de Infantería del Roque

Compañía de la Macagua Compañía de San José de los Regimiento de Caballería de


Ramos Colón

Compañía de Jabaco Sección de Infantería de Cuevitas Escuadrón de la Macagua


CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)
PROVINCIA DE PINAR DEL RÍO

PINAR DEL RÍO


Batallón de Pinar del Río Compañía de Infantería de Viñales Escuadrón de San Juan y
Martínez
Batallón de S. Juan y Martínez Compañía de Infantería de Baja Escuadrón de Guane
Compañía de Infantería de S. Sección de Infantería de Cayos de Escuadrón de Consolación del
José San Felipe Norte
Compañía de Infantería de Luis Sección de Infantería de Catalina Escuadrón del Sumidero
Lazo de Guane
Compañía de Infantería de Sección de Infantería de San Sección de Caballería de la
Sumidero Cayetano Grifa
231
Compañía de Infantería de Sección de Infantería de Río Blanco Sección de Caballería de
Guane Mantua
Compañía de Infantería de Sección de Infantería de Portales Sección de Caballería de
Consolación del Sur de Guane Remates
Compañía de Infantería de Sección de Infantería del Rosario Compañía de Artillería de Pinar
Consolación del Norte del Río
Compañía de Infantería de Regimiento de Caballería de Pinar Compañía de Artillería de S.
Mantua del Río Juan y Martínez
Compañía de Infantería de Regimiento de Caballería de
Alonso Rojas Consolación del Sur
BAHÍA HONDA
Compañía de Bahía Honda Compañía de Las Pozas
Compañía de San Diego de Sección de Caballería de Bahía
Núñez Honda
CABAÑAS
Compañía de Cabañas Sección de Caballería de Cabañas
GUANAJAY
Batallón de Guanajay Escuadrón de Las Cañas Regimiento de Caballería de
Iberia de Artemisa
Sección de Infantería de Regimiento de Caballería de Iberia
Cayajabos de Guanajay
SAN CRISTÓBAL
Batallón de San Cristóbal Regimiento Caballería de San
Cristóbal
PROVINCIA DE SANTA CLARA

SANTA CLARA
Batallón de Santa Clara Compañía de Ranchuelo Escuadrones de Loma Cruz
Compañía de San Juan de las Escuadrón de Santa Clara Escuadrón de Manicaragua
Yeras
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)

Compañía de La Esperanza Escuadrón de La Esperanza Escuadrón de Seibabo


Compañía de Manicaragua Escuadrón de San Juan de las Yeras
Compañía de S. Diego del Valle Escuadrón de San Diego del Valle
CIENFUEGOS
Batallón de Cienfuegos Compañía de Ingenieros de Compañía de Camarones
Cienfuegos
Compañía de Rodas Compañía de Artillería de Compañía de Cartagena
Cienfuegos
Compañía de Tiradores de Compañía de Palmira Escuadrón de Santa Isabel de
Cienfuegos las Lajas
232
Compañía de Guías de Compañía de Santa Isabel de las Escuadrón de Damují
Cienfuegos Lajas
Sección de Infantería de Abreus Compañía de Yaguaramas Escuadrón de Cartagena
Sección de Infantería de Pelayo Compañía de Cruces
de Medidas
Sección de Infantería de Ciego Compañía de Arimao
Montero
TRINIDAD
1.ª y 2.ª Compañías de Trinidad Sección de Infantería de San Pedro Sección de Caballería del Valle
Compañía de Casilda Sección de Caballería de Jumento Sección de Caballería de
(Fomento) Güinia de Miranda
SAGUA LA GRANDE
Batallón de Sagua la Grande Compañía de Ceja de Pablo Escuadrón de Santo Domingo
1.ª y 2.ª Compañías de Sección de Infantería de Sitio Escuadrón de Yabú
Quemado de Güines Grande
1.ª y 2.ª Compañías de Cifuentes Sección de Infantería de Sierra Escuadrón de Cifuentes
Morena
Compañía de Santo Domingo Compañía de color de Ceja de Escuadrón de Calabazar
Pablo
Compañía de Rancho Veloz Regimiento de Caballería de Sagua Escuadrón del Santo
la Grande
Compañía de Calabazar Escuadrón de Álvarez
REMEDIOS
Compañías de Remedios Compañía de Camajuaní Escuadrón de Remedios
Compañías de Caibarién Compañía de Placetas Escuadrón de Yaguajay
Compañía de Mayajigua Regimiento Caballería de
Camajuaní
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)
PROVINCIA DE PUERTO PRÍNCIPE
PUERTO PRÍNCIPE

Batallón de Puerto Príncipe Sección de Infantería de San


Jerónimo
Sección de Infantería de las Sección de Infantería de la Colonia
Yaguas Reina
Cristina
CIEGO DE ÁVILA
Compañía de Ciego de Ávila Sección de Infantería de Jicotea
MORÓN
Compañía de Morón Sección de Infantería de los Perros 233
NUEVITAS
Compañía de Nuevitas

PROVINCIA DE SANTIAGO DE CUBA


SANTIAGO DE CUBA

1.º y 2.º Batallones de Santiago Compañía de Artillería de Santiago


de Cuba de Cuba
Sección de Infantería de Cayo Escuadrón de Santiago de Cuba
Smith
ALTO SONGO
Compañía de Alto Songo Compañía de Ti-Arriba Compañía de San Nicolás de
Morón
BAYAMO
Batallón de Bayamo Compañía de Veguitas Compañía de Bueycito
Compañía de Güira (¿Guisa?) Compañía de Cauto Embarcadero
BARACOA
Compañía de Baracoa Compañía de Guandao Compañía de Sabana
Compañía de Cabacú Compañía de Jamal (Famal) Sección de Infantería de Duaba
Compañía de Jauco
CANEY
Compañía de Caney Compañía de Dajao Sección de Infantería de
Sagunto
Compañía de Villalón Sección de Infantería de Sección de Infantería de Tagua
Damajayabo (Yagua)
Compañía de Barajagua Sección de Infantería de Numancia
COBRE
Compañía del Cobre Sección de Infantería del
Aserradero
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)

Sección de Infantería de Dos Sección de Caballería del Cobre


Palmas
GIBARA
Batallón de Gibara Compañía del Potrerillo
Compañía de Fray Benito Compañía de Samá
GUANTÁNAMO
Batallón de Guantánamo Sección de Infantería de Caimanera Sección de Infantería de
Camarones
Compañía de Yateras Sección de Infantería de Tiguabos Sección de Infantería del
(Tiguabo) Cuartón del Indio
234 Compañía de Guías Veteranos del Sección de Infantería de Palma de San Sección de Artillería de
Brigadier Juan Guantánamo

Compañía de Santos Pérez Sección de Infantería de Macuriges


(Guantánamo)
HOLGUÍN
Batallón de Holguín Sección de Infantería de Corralito Compañía de Veteranos de
Holguín
Batallón de San Andrés Batallón de Velasco
JIGUANÍ
Compañía de Jiguaní Compañía de Baire
Compañía de Santa Rita
MANZANILLO
Batallón de Manzanillo Compañía de Niquero Sección de Infantería de Media
Luna
Compañía de Jibacoa Compañía de Blanquizal Sección de Infantería de Vicana
Compañía de Yara Compañía del Congo Sección de Infantería de
Campechuela
Compañía de Velis (Belig) Sección de Infantería de Mancas Sección de Caballería de
(¿Macaca?) Jibacoa
MAYARÍ
Compañía de Mayarí Escuadrón de Mayarí
PALMA SORIANO
Compañía de Palma Soriano Sección de Infantería de Cauto Baire Sección de Infantería de
Cabezas
Compañía de San Luis Sección de Infantería de Sección de Infantería de La Luz
Concepción
Compañía de sitio Sección de Infantería de San Sección de Infantería de Vega
Leandro Grande
Compañía de Dos Caminos Sección de Infantería de Escuadrón de Caballería de
Remanganaguas San Luis
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)

SAGUA DE TÁNAMO
Compañía de Sagua de Tánamo
VICTORIA DE LAS TUNAS
Compañía de Victoria de las Sección de Infantería de Maniabón
Tunas
Compañía de Puerto Príncipe Sección de Infantería de Santa María

LAS FUERZAS REGULARES EN LA ÚLTIMA GUERRA

235
Generalidades
El 24 de febrero de 1895, con el Grito de Baire, comienza la insurrección en Cuba, con el teniente general
Emilio Calleja e Isasi como capitán general de la isla.

Al ocupar el Gobierno de España, el partido conservador, sustituyendo Cánovas a Sagasta, se releva al has-
ta entonces capitán general de Cuba, el 23 de marzo de 1895, y se nombra para dicho puesto al general
Martínez Campos, quien tomó el mando el 19 de abril.

El 16 de enero de 1896 cesó Martínez Campos, sustituido interinamente por el general Sabas Marín, hasta
la llegada del general Weyler a La Habana, el 10 de febrero, como capitán general de Cuba.

Al morir Cánovas, asesinado por el anarquista Angiolillo en el balneario de Santa Águeda, debido a las pre-
siones norteamericanas y de los periódicos liberales españoles, después de un breve período del general
Azcárraga como presidente del Gobierno, Weyler fue sustituido por el general Blanco.

Pretendemos en esta parte dar a conocer la importancia que tuvo durante la contienda la labor de los
voluntarios y guerrilleros, completando otros trabajos de los autores sobre envíos de fuerzas, fallecidos y
retornos, así como la historia de los batallones expedicionarios de la III Región Militar.

Los términos voluntarios y guerrilleros precisan de unas aclaraciones previas sobre sus significados, ya que
tanto de unos, como de otros, se distinguen varias clases. Igual sucede con las palabras movilizados y sol-
dados.

a) Voluntarios

Aparecen, cuando menos, las siguientes acepciones:

a.1. Miembros del instituto de Voluntarios de Cuba.

a.2. Unidades de voluntarios creadas para la guerra, con oficiales y clases de la misma procedencia.

a.3. Voluntarios peninsulares (catalanes, vascos, de Madrid, de Asturias, etc.), que se completaron en algu-
nos casos en Cuba con reemplazos27.

a.4. Voluntarios que se incorporaron en la isla a los batallones expedicionarios del Ejército durante la guerra.

a.5. Voluntarios incorporados a las guerrillas.

 A cada voluntario que se alistaba para servir en Cuba por el tiempo de la guerra y seis meses más, se le abonaban
27
a.6. Voluntarios llamados «de color». A pesar de su nombre, contaban con peninsulares las fuerzas con dicha
denominación. De una relación de 79 voluntarios examinados hay, cuando menos, dieciocho peninsulares.

El 23 de marzo de 1897, el general Weyler dispuso que:

«En lo sucesivo y a partir de la fecha en que esta disposición se publique en el Boletín oficial de
esta capitanía general, ninguno de los cuerpos del mismo –incluso el de la Guardia Civil– ad-
mitan y filien voluntarios sin su previa y expresa autorización, que solicitarán por conducto a los
respectivos subinspectores, haciendo presente en cada caso, con remisión de los documentos
reglamentarios, cuantos antecedentes tenga el interesado»28.

b) Guerrilleros

Bajo este nombre se incluyen aquellos hombres que combatieron en los distintos tipos de guerrillas, tanto
regulares, como irregulares. Los batallones expedicionarios contaban con guerrilleros para el apoyo de las
columnas, de los que la mayoría eran peninsulares. En las relaciones de recompensados del DOMG, abun-
da la concesión de cruces de plata del mérito militar con distintivo rojo a «guerrilleros» de los regimientos
236 permanentes en Cuba y de los batallones expedicionarios. Por otra parte, en los poblados se constituyeron
guerrillas locales con sus mandos correspondientes. Distinguiremos aquí:

b.1. Guerrillas organizadas durante el periodo del general Martínez Campos, cuyos datos, entre ellos el
número de sus componentes y el coste, recoge el DOMG del 22 de junio de 1895.

b.2. Guerrillas volantes, que eran las que acompañaban a las fuerzas del Ejército29.

b.3. Guerrillas locales, destinadas a la defensa de los poblados y zonas circundantes30.

b.4. Guerrillas de los batallones expedicionarios, incluyendo a la infantería de Marina31. Eran montadas, de
unos cien hombres por batallón.

b.5. Guerrillas de los regimientos permanentes en Cuba (Alfonso XII 62, M.ª Cristina 63 y otros).

b.6. Guerrillas de los regimientos creados en Cuba durante la guerra.

b.7. Guerrillas particulares.

c) Movilizados

Miembros del Instituto de Voluntarios o Guerrilleros llamados a filas «que estaban presentes y con goce de
haber» (tabla 1).

Soldados

En los listados de recompensas del DOMG, la palabra «soldado» no solo se aplica a miembros del ejército
regular. Con frecuencia se designa bajo este nombre a voluntarios y guerrilleros heridos.

En los Anuarios Militares se incluyen dentro del Ejército los Voluntarios movilizados, los Voluntarios y Bom-
beros y los ocho tercios de Guerrillas. Los miembros del Instituto de Voluntarios van aparte (tablas I y II).

250 ptas., de las cuales percibía 50 en el acto y las 200 restantes la víspera de tomar el ferrocarril para embarcar
en el puerto que se designara. Además, por cada año que sirviera en Cuba percibiría otras 250. Desde que se
alistara hasta que embarcara tendría un haber diario de 75 céntimos de peseta y ración de pan y, una vez a bordo,
el correspondiente a Ultramar (La Dinastía, 16 de octubre de 1895).
28
 WEYLER, V. (1911). Mi mando en Cuba. Madrid, Imprenta, Litografía y Casa Editorial de Felipe González Rojas.
Tomo IV, p. 49.
29
 La guerrilla volante de Santa Clara, por ejemplo, estaba afecta al 1.er Batallón del Regimiento Zamora n.º 8 (DOMG,
25 y 28 de abril de 1896).
30
 Aunque, según Weyler, hasta su llegada estaban dedicadas a proteger ingenios y no a perseguir al enemigo.
31
 Ver en el DOMG, 8 de junlio de 1896 (Guerrilla montada del 2.º bon. del 3.er Regimiento de Infantería de Marina).
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)
PROVINCIA DE LA HABANA

HABANA
1.er Batallón de Cazadores 1.er Batallón de Ligeros Compañía Guías del Capitán
General
2.º Batallón de Cazadores 2.º Batallón de Ligeros Compañía Chapelgorris del Cerro
3.º Batallón de Cazadores 1.er Batallón de Artillería de Plaza Compañías de Marianao
4.º Batallón de Cazadores 2.º Batallón de Artillería de Plaza Regimiento de Caballería
5.º Batallón de Cazadores Batallón de Ingenieros Escuadrón de Húsares
6.º Batallón de Cazadores Batallón de Jesús del Monte Brigada montada de Artillería
7.º Batallón de Cazadores Compañías de Infantería de 237
Marina de Casa Blanca
GUANABACOA
Batallón de Infantería de Compañía de S. Miguel de Sección de Infantería de Nazareno
Guanabacoa Padrón
Batallón de Infantería de 1.ª y 2.ª Compañías de color de Sección de Infantería del Cotorro
Regla Managua
Compañía de Almacenes de Sección de Infantería de Santa Escuadrón de Santa María del
Regla María del Rosario Rosario
BEJUCAL
Compañía de Infantería de Compañía de Infantería de Sección de Infantería de Santiago de
Bejucal Quivicán las Vegas
Compañía de Infantería de Batallón de Santiago de las Regimiento de Caballería de Alfonso
San Felipe Vegas XII-Bejucal
BATABANÓ
Compañía Iberia de Sección de Marina de Batabanó Sección de Cazadores de Batabanó
Batabanó
GÜINES
Compañía de Güines Sección de Infantería de Melena Sección de Caballería de Madruga
Compañía de Nueva Paz Sección de Infantería de La Sección de Caballería de Melena
Catalina
Compañía de San Nicolás Sección de Caballería de Güines Sección de Caballería de Nueva Paz
Compañía de Madruga Sección de Caballería de Sección de Caballería del Águila
Chapelgorris de Güines
Sección de Infantería del Sección de Caballería de Guara Sección de Caballería de La Catalina
Príncipe Alfonso
Sección de Infantería de Sección de Caballería de San
Gibara (error) (¿Guara?) Nicolás
JARUCO
Compañía de Jaruco Compañía de Gibacoa Compañía de Aguacate
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)

Compañía de San José de las Compañía de Caraballo Regimiento de Caballería de Jaruco


Lajas

Compañía de San Antonio de Compañía de Guanabo


Río Blanco

ISLA DE PINOS

Compañía de Artillería de la Sección de Caballería de la Isla


Isla de Pinos de Pinos

SAN ANTONIO DE LOS


BAÑOS

238 Compañías de S. Antonio de Compañía de Vereda Nueva Compañía de Ceiba del Agua
los Baños

Compañía de Güira de Compañía de Alquízar 1.º y 2.º Escs. de San Antonio de los
Melena Baños

PROVINCIA DE MATANZAS

MATANZAS

1.er Batallón de Matanzas Compañía de Cabezas Escuadrón de Bolondrón

2.º Batallón de Matanzas Compañía de Santa Ana Escuadrón de Guamacaro

3.er Batallón de Matanzas Sección de Infantería de


Sabanilla

Batallón de Alacranes Regimiento de Caballería de


Matanzas

CÁRDENAS

1.er Batallón de Cárdenas Compañía de Chapelgorris de Regimiento de Caballería de


Guamutas Cárdenas

2.º Batallón de Cárdenas Compañía de Recreo Regimiento de Caballería de


Chapelgorris de Guamutas

1.ª y 2.ª Compañías de Sección de Infantería de


Jovellanos Cimarrones

COLÓN

1.ª y 2.ª Compañías de Colón Compañía de Macuriges Sección de Infantería del Roque

Compañía de la Macagua Compañía de San José de los Regimiento de Caballería de Colón


Ramos

Compañía de Jabaco Sección de Infantería de Escuadrón de la Macagua


Cuevitas
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)
PROVINCIA DE PINAR DEL RÍO

PINAR DEL RÍO

Batallón de Pinar del Río Compañía de Infantería de Escuadrón de San Juan y Martínez
Viñales

Batallón de San Juan y Compañía de Infantería de Baja Escuadrón de Guane


Martínez

Compañía de Infantería de S. Sección de Infantería de Cayos Escuadrón de Consolación del Norte


José de S. Felipe

Compañía de Infantería de Sección de Infantería de Catalina Escuadrón del Sumidero


Luis Lazo de Guane
239
Compañía de Infantería de Sección de Infantería de San Sección de Caballería de la Grifa
Sumidero Cayetano

Compañía de Infantería de Sección de Infantería de Río Sección de Caballería de Mantua


Guane Blanco

Compañía de Infantería de Sección de Infantería de Portales Sección de Caballería de Remates


Consolación del Sur de Guane

Compañía de Infantería de Sección de Infantería del Rosario Compañía de Artillería de Pinar del
Consolación del Norte Río

Compañía de Infantería de Regimiento de Caballería de Compañía de Artillería de San Juan


Mantua Pinar del Río y Martínez

Compañía de Infantería de Regimiento de Caballería de


Alonso Rojas Consolación del Sur

BAHÍA HONDA

Compañía de Bahía Honda Compañía de Las Pozas

Compañía de San Diego de Sección de Caballería de Bahía


Núñez Honda

CABAÑAS

Compañía de Cabañas Sección de Caballería de


Cabañas

GUANAJAY

Batallón de Guanajay Escuadrón de Las Cañas Regimiento de Caballería de Iberia


de Artemisa

Sección de Infantería de Regimiento de Caballería de


Cayajabos Iberia de Guanajay

SAN CRISTÓBAL

Batallón de San Cristóbal Regimiento Caballería de San


Cristóbal
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)
PROVINCIA DE SANTA CLARA

SANTA CLARA
Batallón de Santa Clara Compañía de Ranchuelo Escuadrones de Loma Cruz
Compañía de San Juan de las Escuadrón de Santa Clara Escuadrón de Manicaragua
Yeras
Compañía de La Esperanza Escuadrón de La Esperanza Escuadrón de Seibabo
Compañía de Manicaragua Escuadrón de San Juan de las
Yeras
Compañía de San Diego del Escuadrón de San Diego del
Valle Valle
240 CIENFUEGOS
Batallón de Cienfuegos Compañía de Ingenieros de Compañía de Camarones
Cienfuegos
Compañía de Rodas Compañía de Artillería de Compañía de Cartagena
Cienfuegos
Compañía de Tiradores de Compañía de Palmira Escuadrón de Santa Isabel de las
Cienfuegos Lajas
Compañía de Guías de Compañía de Santa Isabel de las Escuadrón de Damují
Cienfuegos Lajas
Sección de Infantería de Compañía de Yaguaramas Escuadrón de Cartagena
Abreus
Sección de Infantería de Compañía de Cruces
Pelayo de Medidas
Sección de Infantería de Ciego Compañía de Arimao
Montero
TRINIDAD
1.ª y 2.ª Compañías de Sección de Infantería de San Sección de Caballería del Valle
Trinidad Pedro
Compañía de Casilda Sección de Caballería de Sección de Caballería de Güinia de
Jumento (Fomento) Miranda
SAGUA LA GRANDE
Batallón de Sagua la Grande Compañía de Ceja de Pablo Escuadrón de Santo Domingo
1.ª y 2.ª Compañías de Sección de Infantería de Sitio Escuadrón de Yabú
Quemado de Güines Grande
1.ª y 2.ª Compañías de Sección de Infantería de Sierra Escuadrón de Cifuentes
Cifuentes Morena
Compañía de Santo Domingo Compañía de color de Ceja de Escuadrón de Calabazar
Pablo
Compañía de Rancho Veloz Regimiento de Cabª. de Sagua la Escuadrón del Santo
Grande
Compañía de Calabazar Escuadrón de Álvarez
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)

REMEDIOS
Compañías de Remedios Compañía de Camajuaní Escuadrón de Remedios
Compañías de Caibarién Compañía de Placetas Escuadrón de Yaguajay
Compañía de Mayajigua Regimiento Caballería de
Camajuaní
PROVINCIA DE PUERTO PRÍNCIPE
PUERTO PRÍNCIPE
Batallón de Puerto Príncipe
Sección de Infantería de San
Jerónimo
Sección de Infantería de las Sección de Infantería de la Colonia 241
Yaguas Reina
Cristina
CIEGO DE ÁVILA
Compañía de Ciego de Ávila Sección de Infantería de Jicotea
MORÓN
Compañía de Morón Sección de Infantería de los Perros
NUEVITAS
Compañía de Nuevitas
PROVINCIA DE SANTIAGO DE CUBA

SANTIAGO DE CUBA
1.º y 2.º Batallones de Santiago Compañía de Artillería de Santiago
de Cuba de Cuba
Sección de Infantería de Cayo
Smith Escuadrón de Santiago de Cuba
ALTO SONGO
Compañía de Alto Songo Compañía de Ti-Arriba Compañía de San Nicolás de Morón
BAYAMO
Batallón de Bayamo Compañía de Veguitas Compañía de Bueycito
Compañía de Güira (¿Guisa?) Compañía de Cauto Embarcadero
BARACOA
Compañía de Baracoa Compañía de Guandao Compañía de Sabana
Compañía de Cabacú
Compañía de Jamal (Famal) Sección de Infantería de Duaba
Compañía de Jauco
CANEY
Compañía de Caney Compañía de Dajao Sección de Infantería de Sagunto
Compañía de Villalón Sección de Infantería de
Damajayabo Sección de Infantería de Tagua (Yagua)
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)
Compañía de Barajagua Sección de Infantería de Numancia
COBRE
Compañía del Cobre Sección de Infantería del Aserradero
Sección de Infantería de Dos
Palmas Sección de Caballería del Cobre
GIBARA
Batallón de Gibara Compañía del Potrerillo
Compañía de Fray Benito Compañía de Samá
GUANTÁNAMO
Batallón de Guantánamo
242 Sección de Infantería de Caimanera Sección de Infantería de Camarones
Compañía de Yateras Sección de Infantería de Tiguabos Sección de Infantería del Cuartón del
(Tiguabo) Indio
Cía. de Guías Veteranos del Sección de Infantería de Palma de
Brigadier San Juan Sección de Artillería de Guantánamo
Compañía de Santos Pérez
(Guantánamo) Sección de Infantería de Macuriges
HOLGUÍN
Batallón de Holguín Sección de Infantería de Corralito Compañía de Veteranos de Holguín
Batallón de San Andrés Batallón de Velasco
JIGUANÍ
Compañía de Jiguaní Compañía de Baire
Compañía de Santa Rita

MANZANILLO
Batallón de Manzanillo Sección de Infantería de Media
Compañía de Niquero Luna
Compañía de Jibacoa Compañía de Blanquizabal Sección de Infantería de Vicana
Compañía de Yara Sección de Infantería de
Compañía de Congo Campechuela
Compañía de Velis (Belig) Sección de Infantería de Mancas
(¿Macaca?) Sección de Caballería de Jibacoa
MAYARÍ
Compañía de Mayarí Escuadron de Mayari
PALMA SORIANO
Compañía de Palma Soriano Sección de Infantería de Cauto
Baire Sección de Infantería de Cabezas
Compañía de San Luis Sección de Infantería de
Concepción Sección de Infantería de La Luz
Compañía de Sitio Sección de Infantería de San Sección de Infantería de Vega
Leandro Grande
CUADRO I
UNIDADES DE VOLUNTARIOS EXISTENTES EN LA ISLA DE CUBA (1892)

Compañía de Dos Caminos Sección de Infantería de


Remanganaguas Escuadrón de Caballería de San Luis
SAGUA DE TÁNAMO
Compañía de Sagua de
Tánamo
VICTORIA DE LAS TUNAS
Compañía de Victoria de las Sección de Infantería de
Tunas Mariabón
Compañía de Puerto Príncipe Sección de Infantería de Santa
María

243

El mandato de Martínez Campos


No se considera en este trabajo el desarrollo de la guerra con Martínez Campos de capitán general, ya que
la bibliografía sobre la misma es abundante. En la tesis de E. de Miguel hay una parte dedicada a dicho
periodo32.

Como puede apreciarse por los comentarios anteriores, la opinión sobre los voluntarios –Cuerpo de Vo-
luntarios– no era muy favorable en la prensa española, que pretendía contrastar algunos de sus compor-
tamientos con la valentía de los soldados españoles. Sin embargo, cuando se consultan las listas de re-
compensados en el DOMG hasta el mando de Weyler, nos encontramos con 224 acciones, cuando menos,
donde intervienen voluntarios y guerrilleros33.

El número de recompensas obtenidas y desglosadas que hemos preparado nos da el siguiente resumen:

Jefes 23
Oficiales 184
Suboficiales 158
Tropa 1.915
Heridos 215
Total de recompensas 2.495

Conviene destacar que se concedieron una Laureada de San Fernando al jefe de las escuadras de Santa
Catalina de Guaso en el combate de Jovito (13 de mayo de 1895) 34 y once cruces de María Cristina cuando
menos, además de bastantes ascensos y cruces pensionadas.

32
 E MIGUEL FERNÁNDEZ-CARRANZA, E. (2008). Azcárraga-Weyler y la conducción de la Guerra de Cuba. Tesis
D
doctoral. Castellón, Universidad Jaime I. Disponible en: www.racv.es (revista digital, sección de Historia) pp. 81-120.
33
 No se incluyen las guerrillas de los batallones expedicionarios.
34
 DOMG, 7 de febrero de 1896, pp. 479-480. El teniente Pedro Garrido Romero, jefe de las Escuadras, se encontraba
en Tiguabos, distante dos leguas de Jovito, con los 90 hombres que tenía a sus órdenes, y al oír los disparos salió
en dirección al punto donde se verificaba el combate.
El mandato de Weyler

Introducción

El general Martínez Campos cesó en el mando el 16 de enero de 1896, tomando Weyler posesión de la
capitanía general de Cuba el 10 de febrero.

Las fuentes disponibles para examinar lo que sucedió con los voluntarios y guerrilleros durante el periodo
de Weyler son principalmente DOMG y su libro Mi mando en Cuba35.

En el DOMG se encuentran las relaciones de los recompensados en los distintos enfrentamientos, con lugar
y fecha, así como los detalles de las pensiones concedidas y los listados de fallecidos. No obstante, convie-
ne tener en cuenta que hay numerosos errores en nombres, apellidos y localidades de origen.

244

Portada del libro Mi mando en Cuba, del general Weyler. Biblioteca Digital Hispánica

En la segunda carta que dirige a Weyler el general Azcárraga, ministro de la Guerra, el 10 de febrero de
1896, ya se trata un asunto de los voluntarios:

«El conde de la Mortera me ha hablado sobre la conveniencia de aprobar un reglamento para


los Cuerpos de voluntarios que se remitió de esa capitanía general, y como ya había transcurri-
do bastante tiempo, lo devolví para que dadas las circunstancias porque ahora atraviesa la isla
diera su opinión el general Martínez Campos, y como este no lo ha evacuado, me ha parecido
oportuno enterar a Vd. de lo que ocurre para su gobierno».

En la carta n.º 6, del 17 de marzo, el ministro de la Guerra informa al capitán general del envío de armas
para los voluntarios: «Enseguida que recibí su telegrama di la orden para enviarle 10.000 fusiles Remington

 WEYLER, V. (1910 y 1911). Mi mando en Cuba. Madrid, Imprenta de Don Felipe González Rojas.
35
de 1871 para armar los voluntarios y ya me dirá V. si necesita más, pues aun cuando me queden vacíos los
Parques, lo primero es atender a las necesidades de la guerra»36.

En su obra Mi mando en Cuba, Weyler escribía que su plan de operaciones incluía también procurar que se
formase el mayor número posible de «guerrillas de paisanos», que con el nombre de «volantes» acompa-
ñasen a las columnas, o bien fijas o locales, que explorasen los alrededores de los poblados, cooperando a
su defensa y protegiendo a los vecinos en sus salidas en busca de viandas. Finalmente, la reconcentración
de habitantes en los poblados que pudieran defenderse37.

El capitán general criticaba la situación en la que se hallaba a su llegada el Cuerpo de Voluntarios:

«[...] y finalmente la facilidad con que se accedía a la formación de guerrillas o fuerza de vo-
luntarios, otorgando empleos de capitán o comandante a los que lo solicitasen, todo lo cual
producía un desbarajuste grande y falta de unidad en el mando, no siendo pocos los que
después se rendían o se pasaban al enemigo con armas y municiones, y tal vez se pagaban
plazas supuestas»38.
245
Mediante la orden general, de 26 de febrero de 1896, se dictaron instrucciones para la organización de las
fuerzas de voluntarios y guerrillas (cuadro IV-1)39. Todas las guerrillas o secciones de voluntarios de nueva
creación con más de treinta hombres serían mandadas por oficiales.

Cada poblado, solicitándolo antes al Estado Mayor del cuerpo de ejército, podría armar una sección de
voluntarios o guerrilleros de treinta hombres, con el haber de soldado de infantería, para defender el pue-
blo y operando a las órdenes de la autoridad militar de la localidad. Cada sección podía ser mandada por
oficiales retirados, por licenciados o por paisanos de buenas condiciones y antecedentes, disfrutando del
sueldo de 2.º teniente de Infantería40.

Según Weyler: «Los pueblos, cumpliendo lo dispuesto en mi bando del 8 de marzo, fueron creando sec-
ciones de voluntarios de 10 o 30 hombres, que unidas a las Guardia Civil, representaciones y fuerzas del
ejército, cooperaron eficazmente a la persecución de las partidas locales»41.

Por disposición del 4 de abril de 1896 se autorizó la creación en Cienfuegos de un batallón de voluntarios
procedentes de Galicia (Batallón de Gallegos) y por otra del día 9 del mismo mes se organizaba el bata-
llón de Voluntarios de Matanzas con individuos blancos y de color, refundiéndose en él los rechazados
por el batallón de voluntarios de La Habana, autorizado el 22 de febrero42.

El batallón de Voluntarios de Matanzas, organizado con personas aclimatadas fue destinado a la zona de
Fomento, Claudio, Ciénaga y Cuevitas porque podía resistir mejor la epidemia reinante43.

En el mes de julio de 1896, se organizó una guerrilla volante con individuos procedentes de México, y por
R. O., del día 3, se creó el batallón de Voluntarios de Madrid, completado con reemplazos en Cuba y que
fue destinado a cuidar la vía férrea de Puerto Príncipe a Nuevitas.

Estado numérico facilitado por el Ministerio de la Guerra de los generales, jefes, oficiales, tropa y asimila-
dos fallecidos en la isla de Cuba desde el principio de campaña hasta fines de diciembre de 1985.

36
 DE MIGUEL FERNÁNDEZ, E. (2010). La correspondencia de Azcárraga con Weyler. Alzira (Valencia), UNED, p. 43.
37
 WEYLER, V. Op. cit. Tomo I, p. 128.
38
Ibidem, p. 131.
39
Ibidem, pp. 180-182.
40
Ibidem, p.186.
41
Ibidem, p. 289.
42
Ibidem. Tomo I, p. 295.
43
Ibidem. Tomo II, p. 64.
Cuadro II
Fallecidos en la isla de Cuba (24 de febrero a 31 de diciembre de 1895)

Comandantes
Generales de

1.º Tenientes

2.º Tenientes
Coroneles

Coroneles

Capitanes

Sargentos
Tenientes

Soldados
Cornetas
Brigada

Cabos

Total
E.M.G. y del Ejército 2 2 4

Infantería 2 2 5 35 74 52 55 132 34 2.496 2.887

Caballería 4 3 13 3 9 14 4 223 273

Artillería 2 2 2 5 37 48

Ingenieros 2 1 3 1 3 2 67 79
246
Guardia Civil 124 139

Administración 1 4 1 6 12
Militar
Sanidad Militar 1 1 2 1 10 4 2 39 60

Infantería de Marina 3 3 2 3 10 73 94

Marinería 1 23 24

Oficinas Militares

Cuerpo Jurídico 2 5 7

Clero Castrense 1 3 5 9

Orden Público 24 24

Cuerpo de 1 2 19 22
Voluntarios
Paisanos empleados 8 8

SUMAN 3 3 4 15 57 109 65 81 172 42 3.139 3.690

Fuente: El Año Político, 1895.

Solamente en las acciones que recoge el DOMG con los listados de recompensados, entre el 1 de octubre
de 1896 y el 31 de diciembre del mismo año, se citan 47744. Como curiosidad hemos revisado el número
de los voluntarios y guerrilleros premiados con la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo, que s.e.u.o.
fueron 1.293 en octubre, 1.689 en noviembre y 981 en diciembre. En total 3.963, solo en tres meses. De
estas cruces, 368 eran pensionadas, siendo 355 los heridos.

Mediante una circular, del 28 de abril de 1896 (punto 8):

«[…] los voluntarios movilizados de La Habana que cubren destacamentos en fincas particu-
lares y en esta provincia y las de Santa Clara y Matanzas, correrán por cuenta de los dueños
de ellas. En el punto 9.º de la misma circular se ordenaba que desde el 1.º de junio correrán
igualmente por cuenta de los dueños los haberes de los voluntarios, bomberos u otra fuerza

44
 Conviene distinguir entre los enfrentamientos que aparecen en el DOMG entre las fechas indicadas –siempre con
retraso sobre la de los combates– y los datos de los partes de Weyler –que son bastante inferiores en número a los
del DOMG– en Mi mando en Cuba.
movilizada que se halla cubriendo destacamentos en fincas particulares, cualquiera que sea el
que tengan señalado».

Además, según el art. 12:

«Las fuerzas de voluntarios que en lo sucesivo se movilicen, así como las que estaban anterior-
mente, deberán tener: 1 capitán, 2 (primeros tenientes) y 2 (segundos tenientes) como máximo
para cada compañía de 150 hombres en adelante; 1 capitán, 1 (primer teniente) y 2 (segundos
tenientes) cuando la fuerza se halle comprendida entre 100 y 150 hombres; 1 capitán, 1 (primer
teniente) y 1 (segundo teniente) cuando la fuerza esté comprendida entre 40 y 60 hombres; y
finalmente un segundo teniente cuando se componga de menos de 40».

Una disposición, del 8 de mayo de 1896, ordenaba que se refundieran las escuadras de Santa Catalina de
Guaso y Guerrilla de Tejada, por otra, del 18 del mismo mes, se creaban los 7.º y 8.º Tercios de Guerrillas
con las de Matanzas y Pinar del Río.

En una circular del 7 de octubre de 1896, Weyler indicaba lo siguiente:


247
«No es posible sostener destacamentos del ejército en poblados donde su vecindario y co-
mercio tengan elementos suficientes para su defensa. Que se organicen en compañías de
voluntarios urbanos del poblado, o bien engrosen las filas de las unidades ya constituidas.

Se retirarán los destacamentos de los lugares en que no formen y presten el servicio de guardias, retenes
y defensa de sus fuertes una parte de los hombres útiles del poblado, en la inteligencia de que no habrá
destacamento del ejército menor de 20 hombres, y para que este continúe será condición indispensable
que ayuden a la defensa por lo menos dos voluntarios por cada soldado de los asignados; en el concepto
de que no podrá exceder la fuerza del ejército de más de 60 hombres sin orden especial mía. Los poblados
en que sus vecinos no contribuyan personalmente a su defensa, se cerrarán sus establecimientos, quedan-
do solo la fuerza precisa para defender, si hubiese, su estación de ferrocarril»45.

Los voluntarios y guerrilleros en la organización del Ejército con Weyler

El general Weyler incluyó a los voluntarios y guerrilleros en las sucesivas organizaciones que fue planteando
a medida que avanzaba la guerra (orden general del Ejército, del 10 de marzo de 189646. Organización del
3.er Cuerpo de Ejército, de 23 de mayo de 1896. Orden, de 25 de julio de 189647. Organización de 12 de
enero de 1897. Instrucciones, del 26 de febrero de 1897. Reorganización de Pinar del Río, de 13 de marzo
de 189748. Orden general, del 1 de abril de 189749 y Organización de la División de Las Villas, del 5 de mayo
de 1897)50.

La tabla III recoge las intervenciones de las tropas de voluntarios y guerrilleros durante el mandato de
Weyler, que hemos recopilado a partir de su libro Mi mando en Cuba. Se aprecia con claridad cómo apenas
hubo actividad en las provincias de Puerto Príncipe y Santiago de Cuba durante su mando, y cómo en esta
última provincia los combates se concentraron en las zonas de Holguín y Santiago-Guantánamo51.

En el DOMG, del 4 de diciembre de 1896, se incluía la descripción de las Recompensas para los Cuerpos
Irregulares (cuadro III).

45
 Las palabras en cursivas están marcadas así por nosotros para que se note su importancia.
46
WEYLER, V. Op. cit. Tomo I, pp. 188-200.
47
 Los Batallones del ejército regular tenían sus propias guerrillas, que aquí no se tendrán en cuenta.
48
 WEYLEr, V. Op. cit. Tomo IV, pp. 9-12 y para los mapas ver E. de Miguel, tesis doctoral Azárraga-Weyler y la
conducción de la guerra de Cuba.
49
 La situación de las fuerzas con las diferentes organizaciones puede consultarse en la tesis de E. de Miguel. Azcárraga-
Weyler y la conducción de la Guerra de Cuba. Disponible en: www.racv.es (revista digital, sección de historia).
50
WEYLER, V. Op. cit. Tomo IV, pp. 166-177.
51
Ibidem, p. 205.
En la correspondencia de Azcárraga con Weyler puede leerse en una carta de Azcárraga que Martínez
Campos no emitió el informe solicitado desde el Ministerio52.

CUADRO III
RECOMPENSAS PARA LOS CUERPOS IRREGULARES (DOMG, 4 DE DICIEMBRE DE 1896)
1. Jefes y oficiales procedentes de las extinguidas Mención honorífica – Cruz del Mérito Militar con
Milicias blancas. distintivo rojo – La misma cruz con pensión Cruz de
María Cristina – Empleo inmediato de milicias hasta
coronel – Cruz de San Fernando. Las pensiones de
las cruces rojas y de María Cristina, las disfrutarán
únicamente mientras se hallen movilizados.
2. Jefes y oficiales del instituto de movilizados. Iguales recompensas que a los del Ejército,
exceptuando los empleos en este con arreglo a los
artículos 145 y 146 de su reglamento aprobado por
real decreto, de 7 de julio de 1892 (C.L. n.º 192).
Las pensiones de cruces deberán disfrutarlas
248 únicamente mientras los interesados estén
movilizados, o sea presentes en las filas y con goce
de haber, exceptuando las de San Fernando y las
vitalicias.
3. Unidades de voluntarios, creadas para la guerra, Iguales recompensas que a los sargentos de
con oficiales y clases de su misma procedencia Ejército, menos el empleo de segundo teniente
o nombrados expresamente con empleos de de las escalas de reserva. Los empleos serán de
capitán a cabo, y los de guerrillas creadas con igual las mismas unidades sin derecho a ingresar en el
objeto y con oficiales y clases nombrados también Ejército, y las pensiones de cruces no vitalicias las
expresamente de igual procedencia. disfrutarán únicamente mientras estén movilizados.
4. Jefes y oficiales retirados del Ejército activo, que Iguales recompensas que a los del Ejército activo,
prestan servicio en dichas unidades. disfrutando las pensiones de las cruces de Mérito
Militar y de María Cristina mientras estén movilizados,
y sirviéndoles estas últimas y los ascensos, como
también el tiempo servido, para mejora de retiro;
sin que puedan volver a activo, salvo el caso a que
se refiere el artículo 37 de la Ley Constitutiva del
Ejército de 29 de noviembre de 1878.
5. Sargentos del Ejército activo y licenciados que, Licenciados. Como primera recompensa el empleo
en clase de oficiales, pertenecen a las mismas de sargento del Ejército. Después de ella quedan
unidades. todos en iguales circunstancias y recibirán las
mismas recompensas que los demás sargentos del
Ejército.
6. Médicos y capellanes provisionales. Mención honorífica – Cruz del Mérito Militar con
distintivo rojo – La misma cruz con pensión – Cruz
de María Cristina – Cruz de San Fernando.
Las pensiones de las cruces rojas y de María
Cristina, las disfrutarán únicamente mientras se
hallen sirviendo en el Ejército.
7. Segundos tenientes de la reserva gratuita y de las A los seis meses de campaña pasarán con su empleo
reservas de Canarias. a la reserva retribuida, y una vez en esta, disfrutarán
las que corresponden a su nueva situación.
Fuente: Madrid, 2 de diciembre de 1896. Azcárraga.

52
 ERNÁNDEZ DE MIGUEL, E (edit.). (2010). La correspondencia de Azcárraga con Weyler sobre la Guerra de Cuba
F
(1896-1897). Biblioteca historia social, serie Documental. Alzira (Valencia), UNED. En la carta n.º 2, fechada el 9 de
febrero de 1896, se lee: «El conde de la Mortera me ha hablado sobre la conveniencia de aprobar un reglamento
para los cuerpos de Voluntarios que me remitió de esa Capitanía General, y como ya había transcurrido bastante
tiempo, lo devolví para que dadas las circunstancias que ahora atraviesa la isla diera su opinión el Gral. Martínez
Campos, y como éste no lo ha evacuado, me ha parecido oportuno enterar a V. de lo que ocurre para su gobierno».
TABLA III
INTERVENCIONES DE GUERRILLAS Y VOLUNTARIOS DURANTE EL PERÍODO DE WEYLER (MARZO
96-OCTUBRE 97)
MI MANDO EN CUBA (VALERIANO WEYLER)

1896 PINAR HABANA MATANZAS LAS PUERTO SANTIAGO TOTALES


DEL RÍO VILLAS PRÍNCIPE DE CUBA
Febrero 2 7 2 - - 3 14
Marzo 2 10 7 13 - 7 35
Abril 5 8 7 15 - 3 38
Mayo 9 18 21 30 - 9 87
Junio 9 5 13 15 1 15 58
Julio 7 17 35 41 - 5 105
Agosto 12 24 20 21 1 8 80 249
Septiembre 3 19 28 31 1 7 89
Octubre 9 21 42 40 3 13 128
Noviembre 5 26 31 43 - 8 113
Diciembre 9 11 27 37 - 5 89

1897 PINAR HABANA MATANZAS LAS PUERTO SANTIAGO TOTALES


DEL RÍO VILLAS PRÍNCIPE DE CUBA
Enero 14 18 24 37 2 2 97
Febrero 16 36 22 8 2 5 89
Marzo 36 19 38 14 14 5 126
Abril 23 18 41 23 - 5 110
Mayo 18 13 29 14 - 4 78
Junio 8 10 38 21 - 18 96
Julio 12 18 19 22 1 7 79
Agosto 30 17 39 28 5 3 122
Septiembre 17 14 23 18 - 3 75
Octubre 26 19 31 22 2 2 102
TOTALES 272 348 533 493 33 137 1.816
Fuente: elaboración propia a partir de Mi mando en Cuba (obtención de datos aproximados).
Nota: en los partes de Weyler no se distinguen en bastantes casos las fuerzas de voluntarios y
guerrilleros. Por ello consideramos más exactos los datos obtenidos a partir de los recompensados en
los enfrentamientos. Sin embargo, los partes indican bien la actividad en las distintas zonas de las fuerzas
irregulares y también la importancia de algunas de las intervenciones.
Obtuvieron cruz laureada de San Fernando el primer teniente de Voluntarios movilizado del Regimiento
de Caballería de Camajuaní Manuel Seijo Carballo (28 de abril de 1896 en el desfiladero de Blanquizal)
y el cabo de guerrillas Higinio Lugo y Torres (12 de mayo de 1896 en las inmediaciones de la trocha de
Júcaro a Morón). Por el comportamiento conduciendo un convoy de Hoyo Colorado a Caimito (Cuba)
(17 de septiembre de 1896). También ganó la laureada el segundo teniente de Movilizados Francisco Gil
y García.
El periodo del general Blanco
A partir de noviembre de 1897, fue el general Blanco quien tomó la responsabilidad del mando superior en
Cuba. Nombrado por el Gobierno de Sagasta, sus planteamientos fueron distintos a los de Weyler. Con la
explosión del Maine en La Habana y la entrada de los Estados Unidos en la guerra, comenzó la recta final
hacia la pérdida de nuestras posesiones ultramarinas. Las medidas tomadas para dar más autonomía a los
cubanos habían llegado tarde. Los insurrectos querían la independencia y el ejército peninsular en la isla
estaba consumido por las enfermedades y desmoralizado.

Según nuestros datos, desde noviembre de 1897 hasta el mismo mes de 1898 fallecieron en Cuba 1.542
voluntarios y guerrilleros (35 del vómito, 1.451 por enfermedades varias y 56 en combate y por heridas). El
ritmo de los enfrentamientos ya es mucho menor: cuatrocientos cinco fallecidos en 1896 por combates y
heridas, doscientos cincuenta en 1897 y 48 en 1898.

Con el Gobierno autonómico, que comenzó sus funciones en enero de 1898, surgió el rumor en marzo de
que varios personajes políticos importantes tenían el propósito de pedir al general Blanco el desarme de
los voluntarios. La noticia causó el correspondiente revuelo.
250
El representante de los voluntarios, señor Diana, conferenció con el general González Parrado, segundo
cabo de la Capitanía y subinspector de dichos cuerpos. La respuesta del general fue:

«[…] que no cree que pueda existir ni hoy ni nunca gobierno alguno español que abrigue
propósito de desarmar a los voluntarios, de cuya disciplina y buen espíritu en servicio de la
patria esté completamente seguro». Blanco hizo suyas las declaraciones y criterio del Segun-
do Cabo, asegurando que «tiene por destituido de todo fundamento el rumor de que nadie
entable gestiones para el desarme»53.

El Imparcial informaba, dos días más tarde, de que los coroneles de los batallones de voluntarios habían re-
dactado una enérgica protesta contra el acuerdo de los autonomistas radicales, que parece tenían resuelto
el desarme de esta patriótica milicia54.

La Correspondencia Militar, del 14 de mayo de 1898, daba cuenta de la felicitación que el capitán general
Blanco había publicado en una orden del día, elogiando el heroico comportamiento de las tropas y volun-
tarios de Cienfuegos y Cárdenas.

El día 12 de julio, también informaba La Correspondencia Militar que el Consejo de Ministros había tratado
sobre un importantísimo telegrama del general Blanco, del que el ministro de Marina había dado cuenta a
la reina.

Parece ser que el general contestaba sobre los medios de llegar a la paz rápidamente y los inconvenientes
que aquellos tenían, aun contando con que el Gobierno no podía enviar recursos de ningún tipo. El Ejército
deseaba dejar su honor a salvo y «los voluntarios que estaban en armas en la isla se mostraban dispuestos
a resistir. Autonomistas, reformistas, de la unión Constitucional, todos manifestaban que no querían que les
abandonase la madre Patria y optaban también por la resistencia».

El Gobierno dirigió un nuevo telegrama al general Blanco «reiterándole la apremiante necesidad de paz».

Cuando capituló Santiago, se estimaba que entraban en la capitulación 32.000 combatientes, por lo que
se pensaba que en dicha cifra se incluían, además de las fuerzas del Ejército, todos los voluntarios de la re-
gión y los funcionarios españoles55. Además de las bajas que tuvieron los defensores de Santiago (dieciséis
jefes y oficiales, junto con el general Vara de Rey y 78 de la clase de tropa muertos, más veintinueve de los
primeros heridos y 339 de los segundos), hubo ciento dieciséis prisioneros y «bastantes muertos, heridos y
prisioneros de movilizados y voluntarios»56.

53
 El Imparcial, 4 de marzo de 1898.
54
 Ibidem, 6 de marzo de 1898.
55
 La Correspondencia Militar, 16 de julio de 1898.
56
 Lista de bajas recibida en la Capitanía General de Cuba según el periódico del 16 de julio.
Las cifras anteriores son bastante parecidas a la del documento que sigue, con una diferencia apreciable
en el número de muertos de tropa, que bien puede deberse a errores en la transmisión telegráfica (tabla
IV). Es curioso que en la tabla no aparezca ningún voluntario fallecido herido y se diga que «la mayor parte
eran desaparecidos».

En La Correspondencia Militar, del 21 de julio de 1898, se afirma que:

«[…] los Jefes de los regimientos de voluntarios han celebrado una reunión bajo la presidencia
del general Arolas, gobernador militar de La Habana. Todos llegaron a la junta animados de
gran energía y amor patrio, y empezaron reiterando su decisión de agotar todos los recursos y
de, en último término, morir antes que rendirse»57.

La tabla V recoge las recompensas obtenidas por los voluntarios y guerrilleros durante el periodo del ge-
neral Blanco. En 646 intervenciones obtuvieron 2.468 cruces del Mérito Militar con distintivo rojo, de ellas
1.726 pensionadas. Los heridos alcanzaron la cifra de 587.

TABLA IV
ESTADO NUMÉRICO DE BAJAS OCURRIDAS EN LOS COMBATES SOSTENIDOS EN 251
SANTIAGO DE CUBA, SEGÚN TELEGRAMA RECIBIDO EL 8 DE JULIO DE 1898

MUERTOS HERIDOS DESAPARECIDOS OBSERVA-


CUERPOS CIONES
Jefes Oficiales Tropa Jefes Oficiales Tropa Jefes Oficiales Tropa
La mayor parte
1.º de Cuba - - 1 - - 3 - - -
desaparecidos
2.º de Cuba - - - - - - - 1 28

Provincial - 3 18 1 8 64 - 1 31
Puerto Rico 1

San Fernando - - - - - 2 - - -

Constitu- 2 4 94 - 5 71 - 5 54
ción

Asia 1 2 6 1 3 27 - - -

Talavera - 2 23 - 3 86 - - 7

1.º Tercio - 2 11 - 2 29 - - 127


Guerrillas

Caballería del - - 1 - - 1 - - -
Rey n.º 1

Guardia Civil - - - - - 1 - 1 -

Artillería de - - 2 - 2 15 - - 1
Montaña

Artillería Plaza - - 1 - 1 23 - - -

Ingenieros - - - - - - - - -

Volunta- - - - - - - - - -
rios

TOTAL 1 13 157 3 24 322 - 7 248

Nota: además, muerto el general Vara de Rey y heridos el general Linares y coronel Ordóñez.

 
57
La Correspondencia Militar, 20 de julio de 1898.
TABLA V
EL PERÍODO DEL GENERAL BLANCO
(VOLUNTARIOS Y GUERRILLEROS)
Aparecido en el Interven- Recom- De ellas Heridos Contusos Cruces CMMDR Ascensos
DOMG ciones pensas pensionadas de M.ª a jueces
(fechas) (con Cristina y oficia-
cruces) (CMC) les (*)

Inicio a 30-11-98 365 889 836 278 11 23 193 39

Diciembre 1898 83 204 91 27 - 1 110 7

Enero 1899 107 665 499 164 1 4 100 16

Febrero 1899 31 160 125 58 - 3 40 2

Marzo 1899 16 27 3 - - 1 21 -

Abril 1899 14 298 28 11 - 1 259 1

Mayo 1899 5 23 3 2 - - 1 1
252
Junio 1899 4 12 8 4 - 3 - -

Julio 1899 12 97 90 43 - 1 9 2

Agosto 1899 - 24 4 - - - 20 -

Septiembre 1899 - 4 4 - - - - -

Noviembre 1899 9 48 30 - - - 13 6

Diciembre 1899 - - - - - - - -

TOTALES 646 2.468 1.720 587 12 37 769 74

Solo se consideran del DOMG las listas de recompensados por enfrentamientos en la época de Blanco, y no los de fechas anteriores.
Hay algunos combates en los que aparecen recompensados diferentes en más de una ocasión.
(*) Incluidos en los recompensados.
Se concedieron cruces laureadas al primer teniente de Voluntarios. Movilizados del Regimiento de Caballería de Camajuaní Manuel
Seijo Carballo (desfiladero de Blanquizal y punto denominado La Laguna (DOMG, 19 de julio de 1898) y al segundo teniente
movilizado Francisco Gil y García (DOMG, 6 de diciembre de 1898). También al jefe de las escuadras de Santa Catalina de Guaso
Pedro Garrido Romera. Participó en la batalla de Jovito y en otras acciones. La concesión en el DOMG, del 7 de febrero de 1898.

LA LLEGADA DE VOLUNTARIOS Y GUERRILLEROS A LA PENÍNSULA

A medida que se acercaba el final de la guerra, la situación se presentaba cargada de riesgos para los com-
ponentes de las fuerzas irregulares. Conocidos en sus localidades y habiendo participado en una guerra
civil perdida, buscaron la protección de la madre patria. No es casual que en el listado de los que solicitan
llegar a la Península desde Santiago de Cuba aparezcan, con nombre y apellidos, 768 guerrilleros moviliza-
dos, incluyendo veintiséis oficiales58.

Si los repatriados peninsulares tardaron en cobrar sus alcances, la situación de los cubanos que llegaron no
pudo ser peor, puesto que habían perdido también bienes y propiedades.

El Correo Militar, del 11 de noviembre de 1898, informaba de la prohibición por la autoridad superior de
una reunión en el Círculo Militar, anunciada por los jefes y oficiales de voluntarios llegados recientemente
de Cuba, por lo que rogaban al Gobierno, por conducto de los periódicos, que se fijara en la situación

58
 AHMM. Asiento n.º 10.588, n.º de asiento 10.593 y signatura 5.795.29.
«verdaderamente aflictiva» en la que se encontraban y adoptaran algún acuerdo que les permitiera atender
a su subsistencia59.

Once días más tarde, el mismo periódico afirmaba que al llegar a la Península les habían abonado dos pa-
gas, como a los de la reserva, y ya les faltaban recursos para vivir. El Gobierno, en el deseo de atenderles
en la medida de lo posible, estaba dispuesto a «facilitarles el regreso a Cuba», pero ellos, temerosos de ser
allí maltratados, no se inclinaban por dicha solución. El Consejo de Ministros acordó abonarles una paga
más y aprovechar el mes que podían subsistir con ella para resolver lo que se juzgara más conveniente60.

El Correo Militar, del 4 de enero de 1899, bajo el título Los oficiales de las Guerrillas, publicaba la noticia de
que los jefes y oficiales de las guerrillas de la división de Santiago de Cuba, que se encontraban en Madrid,
celebraron una reunión la víspera para designar una comisión que defendiera sus intereses61.

El Correo Militar, del 11 de enero de 1899, recogía el caso del capitán Carvajal.

«Había vuelto a Madrid procedente de Santiago, y era capitán de las guerrillas de Songo, un
héroe de campaña. Era negro y fue repatriado a raíz de la capitulación de Santiago, pero vien-
do que el Gobierno nada hacía por los que habían peleado por la causa de España, decidió 253
volver a Cuba, arriesgando una vez más la vida.

El mismo día que desembarcó fue hostilizado por un numeroso grupo de insurrectos, los
cuales le hirieron, salvándose de una muerte cierta gracias a la intervención de una patrulla
norteamericana que daba guardia en el Banco, en donde se refugió.

Los yanquis le han protegido durante su permanencia en Santiago, y lo embarcaron de nuevo


para España, porque los insurrectos han jurado asesinar a cuantos guerrilleros vuelvan a Cuba,
como ya lo hicieron en 16 y 17 de diciembre último con el práctico Primitivo Oliva y con otro
guerrillero cuyo nombre sentimos no recordar. La llegada a Madrid de ese valiente soldado es-
pañol, que ha perdido hacienda y sangre defendiendo nuestra soberanía, y lo que en Santiago
de Cuba le ha sucedido, son la prueba más elocuente de la razón que asiste a los guerrilleros
de Santiago de Cuba para que el Gobierno les atienda y no tolere por más tiempo que conti-
núen poco menos que en la indigencia».

Y termina el periódico: «El capitán Carvajal vive de los socorros que sus compañeros le dan, y eso ni está en
armonía con lo que merece, ni favorece al Gobierno. ¿Cuándo se decidirá el Gobierno a facilitar un medio
de vida a estos valientes defensores de los derechos de España?»62.

El Correo Militar, del 17 de febrero de 1899, recogía la noticia de que el ministro de la Guerra había sido
visitado por una comisión de oficiales de voluntarios y guerrilleros de Cuba y Puerto Rico, para pedirle que
el Gobierno les «facilitase medios con que atender a su subsistencia» mientras encontraban colocación.

El 6 de marzo del mismo año, aparecía en la primera página de El Correo Militar otra noticia sobre los
movilizados, donde se comenzaba con la imposibilidad de que regresaran a las perdidas colonias porque
quedarían expuestos a las venganzas de los enemigos, continuando con una alusión al general Correa:
«Resolvió el general Correa este asunto, como tantos otros, a medias, concediéndoles la paga por unos
meses y dejando a las Cortes el que acordaran sobre su suerte futura, sin atender a solucionar la situación
de momento [...]».

Y puesto que estaba el Gral. Polavieja de ministro de la Guerra, esperaba el periódico que no pasarían
muchos días sin que se atendiera a los «beneméritos guerrilleros y voluntarios»63.

El 17 de marzo, El Correo Militar insistía en el problema: «Su situación es única y tan crítica que reclama
una solución inmediata y favorable a sus deseos, solución a que tanto derecho tienen, que el atender a

59
 
El Correo Militar, 11 de noviembre de 1898.
60
 
Ibidem, 22 de noviembre de 1898.
61
 
Ibidem, 4- de enero de 1899.
62
 
El Correo Militar, 11 de enero de 1899, pp. 2 y 3.
63
 
Ibidem, 6 de marzo de 1899, p. 1.
sus reclamaciones es obligación primordial de la Nación, en cuya defensa sacrificaron todos sus bienes e
intereses».

Y terminaba con un ruego:

«Nosotros rogamos al ministro de la Guerra y al Gobierno que por un momento fijen su aten-
ción en este asunto, resolviendo por lo pronto la situación de momento para los repatriados
hasta que, más tarde y con el concurso de los Cuerpos Colegisladores, se determine el destino
definitivo de los que imposibilitados por su nombre y patriótica conducta pasada de regresar
a Cuba, no tienen otro presente ni otro porvenir en España que el horrible de la muerte por
hambre».

El 20 de marzo, el periódico daba la noticia de que unos setenta oficiales movilizados, procedentes de
Cuba, se reunieron en la casa n.º 1 de la Costanilla de los Ángeles, con objeto de acordar los medios más
convenientes para dirigirse al Gobierno, en solicitud de que les facilitara alguna colocación que les permi-
tiera atender a su subsistencia. Acordaron escribir una instancia, dirigida al general Polavieja, solicitando
que redactara un proyecto y lo enviara a las Cortes, «pidiendo colocación para los numerosos guerrilleros
254 que se encontraban sin destino en la Península». También acordaron volver a reunirse tan pronto como las
gestiones iniciadas comenzaran a dar resultado y nombrar una comisión permanente, de la que eran presi-
dentes honorarios los generales Martínez Campos y Blanco, mientras que el coronel Luis Ramos izquierdo
fue designado presidente efectivo64.

Por fin, el 29 de marzo de 1899, publicaba el DOMG el texto de la real orden por la que:

«[…] para que los jefes y oficiales de voluntarios movilizados puedan contar con auxilios para
las más perentorias necesidades, el Rey (q.D.g.) y en su nombre la Reina Regente del Reino, ha
tenido a bien disponer que a todos aquellos jefes y oficiales de guerrillas o fuerzas irregulares
movilizadas, repatriados de Cuba y Puerto rico, a quienes se ha concedido por tres meses suel-
do en la Península, una vez terminado el percibo de estos, se les facilite mensualmente media
paga de su empleo durante los cuatro meses sucesivos, y a partir desde el próximo abril para
los que ya tienen recibidos aquellos sueldos»65.

En abril de 1899, el general norteamericano Brooke concedió la amnistía a los guerrilleros españoles que
eran perseguidos por supuestos delitos de guerra66.

En el DOMG, del 21 de febrero de 1900 (pp. 593 y ss.), aparece un proyecto de ley fijando la situación
definitiva que corresponda a los «jefes y oficiales repatriados de fuerzas movilizadas de Ultramar», dado en
Palacio a 9 de febrero del mismo año.

En el preámbulo del Proyecto se afirma que:

«El término desgraciado de nuestra guerra colonial vino a producir, como consecuencia ló-
gica, no solo la repatriación de los ejércitos de Ultramar sino también, y en su mayor parte,
la de aquellas otras fuerzas armadas que constituían los cuerpos de Milicias disciplinadas,
Bomberos, Voluntarios, Tercios de guerrillas y otras unidades análogas, que compartieron con
las tropas regulares las penalidades de las campañas y pelearon lealmente en defensa de la
integridad de la patria».

Y continúa: «El Gobierno de S. M. consideró entonces equitativo atender en lo posible la situación de los
jefes y oficiales de los expresados cuerpos movilizados y guerrillas que optaron por venir a España, puesto
que, disueltas todas aquellas unidades, carecían a su llegada aquí del derecho al percibo de haberes».

A estos jefes y oficiales les fue concedido, al igual que a sus familias, el beneficio del pasaje por cuenta
del Estado y el anticipo de algunas pagas en proporción al número de devengadas en ultramar, el abono
mensual de pagas y medias pagas desde su regreso por plazo limitado.
64
 El coronel Luis Ramos Izquierdo dirigió en Cuba el Regimiento de Movilizados Dragones de España.
65
 El Correo Militar, 29 de marzo de 1899, p. 2.
66
 Diario de Barcelona, 15 de abril de 1899.
Atendiendo a los deseos de algunos jefes y oficiales de dicha procedencia, se les concedió a cuantos lo
solicitaron la vuelta a ultramar, con pasaje por cuenta del Estado y pagas en concepto de auxilio de marcha.

En el proyecto de ley se hace una clara distinción:

1. Los individuos que concurrieron a la defensa de las localidades respectivas:

«[…] velando por sus propios intereses por instinto de conservación», y aunque sufrieron ma-
yores penalidades que los demás habitantes, «cumplieron así deberes ineludibles como espa-
ñoles y como funcionarios del Estado, habiendo recibido a cambio de sus meritorios servicios,
recompensas representadas por cruces sencillas y pensionadas de todas clases».

2. Aquellos otros voluntarios movilizados, que «organizados militarmente, sometidos a régimen y discipli-
na, sujetos a las ordenanzas, tomaron parte activa en la campaña como cualquier otra fuerza del Ejército,
buscando y batiendo al enemigo donde lo encontraban».

A estos últimos:
255
«[…] en razón de su procedencia, tiempo de servicio, mérito de campaña, número y calidad de
las recompensas recibidas, así como de las condecoraciones que posean, serán atendidos con
pensiones de las cruces que ostenten y retiros, todos con carácter temporal, bastando para los
primeros, aparte de las distinciones honoríficas que han recibido o puedan obtener, el abono
del tiempo reglamentario de campaña para jubilaciones y derechos pasivos a los que fueran
funcionarios públicos».

De acuerdo con el proyecto, los jefes y oficiales de referencia se clasificaban y dividían en dos grupos:

1.º El de las fuerzas locales. Quedaban comprendidos los naturales del país, los particulares, comerciantes,
industriales, obreros españoles, etc. y los empleados que, sin dejar de asistir por lo común a sus trabajos,
establecimientos y oficinas, desempeñaban ciertos servicios de carácter militar, montaban algunas guardias
y corrieron los peligros consiguientes, habiendo obtenido ya recompensas las fuerzas de que formaron
parte por los hechos de guerra a que, por accidente, se vieron obligados a concurrir.

2.º El de las fuerzas movilizadas. Comprendía a todos los que aun cuando su destino, profesión o naturaleza
fueran de las expresadas en el caso anterior, pertenecieron a:

«[…] unidades de combate sin residencia fija, organizadas militarmente, sometidos a los pre-
ceptos de las Ordenanzas y a los rigores de la disciplina, sujetos a régimen, mandados por ofi-
ciales del Ejército o por oficiales procedentes de dichas unidades nombrados por los capitanes
generales o generales en jefe respectivos».

Siempre que tales fuerzas, maniobrando constantemente por sí o siguiendo las columnas, batiéndose don-
de el enemigo se presentaba hayan prestado toda clase de servicios de campaña, utilizándolas los jefes de
columnas de operaciones sin restricción alguna como a las fuerzas del Ejército.

Además de esto, los jefes y oficiales que hayan pertenecido a las expresadas unidades:

«[…] deberán haber tenido que abandonar la población o punto habitual de su residencia
por exigencia de las operaciones militares, con perjuicio de sus intereses, y contar más de
tres hechos de armas o seis meses, por lo menos, de campaña, y sus sueldos, reclamados y
abonados por el ramo de Guerra, los hayan percibido con exclusión de todo otro haber del
Estado, provincia o municipio, a menos que el interesado hubiera cedido espontáneamente
en interés de la patria, su derecho a toda clase de haber durante el tiempo que tomara parte
en la campaña».

Independientemente del grupo en el que fueron clasificados, solo se entendía por repatriados, a efectos de
la ley, a cuantos luego de terminadas las campañas se habían visto obligados a venir a España, no habiendo
sido pasaportados para volver de nuevo a ultramar, se presentaran a las autoridades militares antes del 11
de abril.
Los pertenecientes a las Milicias Disciplinadas de Cuba que hubieran sido heridos graves en acción de
guerra o estuvieron en posesión de la Cruz de San Fernando, pasarían al segundo grupo, aunque no cum-
plieran todas las condiciones exigidas.

Por el art. 2.º, «Las recompensas que hubieran obtenido los que resultaran comprendidos en el primer gru-
po, se estimarían suficiente premio a los servicios que prestaron», quedando a los interesados el derecho
a reclamar en un plazo prudencial, que se fijaría en la disposición que al efecto se dictara la concesión de
cruces, medallas y diplomas a que se consideraran acreedores, y «abonándoles en todo caso el tiempo de
campaña reglamentario para jubilaciones y derechos pasivos a los que fueren funcionarios públicos».

Por el art. 4.º, los comprendidos en el 2.º grupo, tendrían derecho a retiro con arreglo a la ley vigente, «se-
gún el empleo de que se hallaran en posesión y los años de servicio, con abonos de campaña, a tenor de
las disposiciones que los establecían».

Por el art. 5.º, cesaban los abonos en pagas y medias pagas al personal de las fuerzas de voluntarios movili-
zados e irregulares de los Ejércitos de Ultramar, así como a los prácticos en los Cuerpos Armados, otorgán-
dose por una sola vez «pasajes para ellos y sus familias, con el auxilio de dos pagas de marcha al respecto
256 de la Península a cuantos solicitaran regresar a ultramar antes de finalizar el presente año».

Por el art. 6.º, mientras se terminara la clasificación en los dos grupos, los jefes y oficiales movilizados y re-
patriados que reunieran las condiciones necesarias para ser clasificados en uno de los dos grupos, así como
los prácticos, gozarían de un tercio del sueldo, con arreglo al empleo que ejercían al disolverse las fuerzas
irregulares de las que formaban parte.

La ley fue aprobada el 11 de abril de 1900 y publicada en el DOMG del día siguiente. Entre los jefes y
oficiales que aparecían en las relaciones de los repatriados, correspondientes al 2.º grupo, se encontraban
los coroneles Miguel Antonio Herrera y Osué (Estado Mayor de Voluntarios), Luis Ramos Izquierdo y vivar
(Regimiento de Movilizados Dragones de España) y Juan Masó Parra (Brigada Cuba Española). También el
capitán Manuel Seijó Carballo (Cruz Laureada de San Fernando).

VOLUNTARIOS Y GUERRILLEROS FALLECIDOS

Los autores de este trabajo vienen trabajando desde hace tiempo para obtener una relación completa de
los voluntarios y guerrilleros fallecidos.

Con los datos actuales se han preparado las tablas VI, VII y VIII.

Dada la dificultad para separar los fallecidos de una y otra clase, se ofrecen los datos de ambos unidos.

TABLA VI
DATOS SOBRE LOS VOLUNTARIOS Y GUERRILLEROS
FALLECIDOS EN LA GUERRA FINAL (1895-1898)
VOLUNTARIOS + GUERRILLEROS
En combate TOTALES
PENINSULARES 323 2.166
CUBANOS 205 1.480
PROVINCIA NACIMIENTO 247 549
DESCONOCIDA
EXTRANJEROS 4 24
TOTALES 779 4.219
TABLA VI
DATOS SOBRE LOS VOLUNTARIOS Y GUERRILLEROS
FALLECIDOS EN LA GUERRA FINAL (1895-1898)
Por CC AA
Galicia 103 669
Canarias 55 369
Asturias (*) 45 315
Andalucía 29 153
Castilla y León 23 140
Cataluña 16 85
Aragón 9 62
C. Valenciana 9 68
Castilla-La Mancha 4 30
257
Madrid (**) 6 41
Murcia 7 19
Cantabria 8 80
País Vasco 2 49
Baleares 2 26
Navarra 2 34
Extremadura 2 18
La Rioja - 8
TOTALES 323 2.166
(*) (**) Se han eliminado los Voluntarios de Madrid y los Voluntarios de Asturias por ser Batallones expedicionarios
de la Península; en total 134.

Datos cubanos de la tabla VI

Pinar del Río 222

Habana 389

Matanzas 234

Las Villas 297

Puerto Príncipe 17

Santiago de Cuba 162

Totales 1.321

Sin determinar 159

TOTALES 1.480
Tabla VII
Voluntarios y guerrilleros fallecidos (1895-1898)
Fallecidos por provincia de origen
Total de voluntarios y Fallecidos por combate o por
Provincias
guerrilleros fallecidos heridas
Canarias 369 (55)
Asturias 315 (45)
Coruña 256 (40)
Lugo 190 (32)
Orense 124 (23)
Pontevedra 99 (8)
Santander 80 (8)
Barcelona 39 (5)
258 Tarragona 14 (7)
Lérida 10 (1)
Gerona 22 (3)
Navarra 34 (2)
Vizcaya 33 (1)
Álava 7 -
Guipúzcoa 9 (1)
Logroño 8 (1)
Zaragoza 35 (5)
Huesca 16 (2)
Teruel 11 (2)
Valencia 33 (3)
Castellón 17 (3)
Alicante 18 (3)
Murcia 19 (7)
Huelva 9 -
Cádiz 29 (9)
Sevilla 21 (4)
Málaga 40 (5)
Granada 24 (7)
Almería 12 (1)
Córdoba 11 (2)
Jaén 7 (1)
Cáceres 7 (1)
Badajoz 11 (1)
León 39 (8)
Zamora 8 (1)
Salamanca 16 (1)
Valladolid 21 (5)
Palencia 13 (1)
Madrid 41 (6)
Tabla VII
Voluntarios y guerrilleros fallecidos (1895-1898)
Fallecidos por provincia de origen
Total de voluntarios y Fallecidos por combate o por
Provincias
guerrilleros fallecidos heridas
Alicante 5 -
Toledo 7 (2)
Ciudad Real 8 (1)
Cuenca 5 (1)
Guadalajara 5 -
Burgos 28 (3)
Soria 2 -
Segovia 8 (1)
Ávila 4 (2) 259
Baleares 26 (2)
Castilla la Vieja 1 (1)
Totales de provincias 2.166 (323)
peninsulares
De provincia desconocida y de Cuba (no peninsular)
De provincial desconocida 549 (247)
Cuba 1.480 (205)
Del extranjero y de Puerto Rico y Filipinas (no peninsulares)
China 5 -
Francia 2 -
Argentina 1 -
Italia 3 (1)
Argelia 1 -
África 1 (1)
Holanda 1 -
México 4 (1)
Colombia 1 -
EE. UU. 1 (1)
Filipinas 2 -
Portugal 1 -
Puerto Rico 1 -
Totales 24 4

Totales de voluntarios 4.244 (779)


y guerrilleros fallecidos

Notas. Cifras entre paréntesis: fallecidos en combate o por heridas.


Relación fallecidos por combate y heridas entre españoles: 205 / 528 = 38,82 %
Relación fallecidos totales cubanos entre españoles: 1480 /2166 = 68,32 %
En la relación de fallecidos extranjeros, se han incluido las posesiones españolas de Puerto Rico y Filipinas.
TABLA VIII
VOLUNTARIOS Y GUERRILLEROS. FALLECIDOS POR MESES

Enfermedades Combate o
Vómito Totales
comunes heridas
1895
Julio - - 1 1
Agosto - - - -
Septiembre - - - -
Octubre - - - -
Noviembre - 1 - -
Diciembre 3 2 1 6
260 1896
Enero - 5 19 24
Febrero 4 10 13 27
Marzo 6 10 12 28
Abril 1 16 56 73
Mayo 7 24 39 70
Junio 10 18 23 51
Julio 33 39 40 112
Agosto 53 46 37 136
Septiembre 25 35 73 133
Octubre 33 40 34 107
Noviembre 20 31 10 61
Diciembre 17 55 47 119
1897
Enero 5 87 43 135
Febrero 1 85 56 142
Marzo - 83 47 130
Abril 3 74 20 97
Mayo 4 55 18 77
Junio 20 80 26 126
Julio 27 98 6 131
Agosto 28 128 15 171
Septiembre 20 153 4 177
Octubre 14 218 7 239
Noviembre 7 243 6 256
Diciembre 3 198 2 205
TABLA VIII
VOLUNTARIOS Y GUERRILLEROS. FALLECIDOS POR MESES

Enfermedades Combate o
Vómito Totales
comunes heridas
1898
Enero - 29 5 34
Febrero 1 92 13 106
Marzo 3 160 9 172
Abril 1 94 2 97
Mayo - 71 1 72
Junio - 15 5 20
Julio 4 116 8 128 261
Agosto 12 221 5 238
Septiembre 1 172 - 173
Octubre 1 40 - 41
TOTALES 369 2.844 703 3.916
Sin determinar mes y año 303
TOTALES 4.219
LA ASISTENCIA SANITARIA A LAS FUERZAS ARMADAS
DESTINADAS EN ULTRAMAR
Manuel Gracia Rivas1

INTRODUCCIÓN 263

A finales del siglo XIX la asistencia sanitaria en el Ejército estaba encomendada a los médicos que formaban
parte del Cuerpo de Sanidad Militar, mientras que los del Cuerpo de Sanidad de la Armada eran los encar-
gados de atender a las dotaciones de los buques y al personal de las distintas bases y apostaderos navales.

Ambos cuerpos contaban con una dilatada historia y, desde mediados del siglo, habían realizado un esfuer-
zo considerable para modernizar sus estructuras. Integrados por profesionales muy cualificados que, tras
un riguroso proceso de selección, recibían una formación especializada, constituían unas corporaciones de
gran prestigio.

Desgraciadamente, el nivel sanitario de las Fuerzas Armadas españolas en ese momento no puede ser juz-
gado, exclusivamente, por la cualificación profesional de los médicos que tenían encomendado el cuidado
de la salud de los hombres, porque esta distaba mucho de ser equiparable a la de otros ejércitos europeos.

En la década de 1878 a 1898, la tasa de mortalidad del Ejército español, con un 39,49 por mil, era la más
alta dentro de una clasificación en la que era seguido, a cierta distancia, por el imperio ruso, con 8,88; Italia,
con 7,74; el imperio austro-húngaro con 6,94; Francia con 6,09; Inglaterra con 5,13; Bélgica con 4,70, y, en
el último lugar, Alemania con solo 3,97 por mil2.

Algunos médicos habían denunciado con valentía esta situación y las causas que, a su juicio, la provocaban.
Molina, en una memoria presentada en Cartagena y publicada más tarde, señaló las deficiencias en la ali-
mentación, el vestuario y las pésimas condiciones de habitabilidad en aquellos cuarteles y buques en cuyos
sollados se hacinaba la marinería en una atmósfera irrespirable, como factores decisivos del mal estado
sanitario de nuestra Armada, sin olvidar «la endeblez de algunos individuos, reveladora de la pobreza de
sus progenitores» que eran terreno abonado para el desarrollo de numerosas enfermedades3.

Pero si la situación distaba de ser la más adecuada en la Península, mucho más grave era en los territorios
de Ultramar, en donde estos hombres debían enfrentarse a los riesgos inherentes a toda la campaña militar,
a las adversas condiciones climatológicas y a las enfermedades endémicas de esas zonas que los convertían
en presa fácil, en unos organismos sin las más mínimas defensas. Estos problemas fueron reiteradamen-
te señalados, también, por algunos médicos militares que propusieron diferentes medidas para paliar la

1
 Teniente coronel médico de la Armada (R). Presidente del Centro de Estudios Borjanos. Académico de número de
la Real Academia de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza. Académico correspondiente de la Real Academia de la
Historia. «La asistencia sanitaria a las Fuerzas Armadas destinadas en Ultramar». En: El Ejército y la Armada en el 98.
Op. cit., pp. 143-159.
2
 MOLINA, J. (1889). «Bajas en la Armada». En: Conferencias científicas del Cuerpo de Sanidad de la Armada.
Colección de Memorias leídas en las mismas, que de orden superior han sido declaradas de recompensa. Madrid,
p. 483.
3
 Ibidem, p. 499 y ss.
264

Vistas y perfiles de proyecto de hospital militar proyectado para la ciudad de Matanzas. Cartoteca del Archivo Gene-
ral Militar de Madrid, sig. CUB-36/14

incidencia de unos procesos que causaban auténticos estragos en nuestras tropas. Entre ellos destacaron
los artículos de Hernández Poggio, publicados en la Revista y en la Gaceta de Sanidad Militar, en los que
a partir de sus experiencias durante la primera campaña cubana (1868-1878), denunció las deficiencias
observadas en la ración alimenticia y en el vestuario de nuestras tropas, sugiriendo diversas medidas para
facilitar su aclimatación en aquellas tierras.

Sin embargo, a la hora de analizar estos problemas es necesario recordar la incidencia que la aparición de
enfermedades epidémicas tuvo en todos los ejércitos a lo largo de la historia.

Las grandes concentraciones de tropas fueron siempre terreno abonado para la aparición de enfermedades
infectocontagiosas, cuya propagación se vio facilitada por las escasas condiciones higiénicas y las deficien-
cias en la alimentación, pero, sobre todo, por el desconocimiento que hasta épocas muy recientes se tuvo
de sus mecanismos etiopatogénicos y por la ausencia de tratamientos adecuados.

Son numerosos los ejemplos de ejércitos en los que los daños ocasionados por las enfermedades fueron
mucho más graves que los producidos por consecuencia de los enfrentamientos con el enemigo. Es cierto
que los avances experimentados en el campo de la medicina preventiva y en el conocimiento de la pa-
tología infecciosa, junto con el hallazgo de las modernas terapéuticas antimicrobianas, han reducido con-
siderablemente los riesgos a los que deben enfrentarse los ejércitos actuales, aunque tampoco conviene
minimizarlos, basta recordar que la operatividad del ejército soviético durante la campaña de Afganistán
se vio seriamente comprometida por las epidemias aparecidas entre sus 620.000 hombres, de los que un
88,56 % contrajeron algún tipo de enfermedad, destacando los 115.308 casos de hepatitis infecciosa que
se presentaron4.

4
 RAU, L. W. y JORGENSEN, W. A. (1998). «Vencidos por los microbios. Lecciones epidemiológicas de la guerra
G
soviética-afgana». Defensa, n.º 237. Enero de 1998, p. 53.
A lo largo del siglo XIX, la constante presencia de tropas europeas en distintos escenarios, como conse-
cuencia de las numerosas guerras emprendidas por la política colonial de las diferentes potencias, tuvo
efectos muy negativos en la salud de los contingentes que, sin la debida preparación, eran enviados a los
más remotos países.

La campaña de Madagascar de 1895 fue un auténtico desastre para los catorse mil hombres del ejército
expedicionario francés, atacado en su totalidad por diferentes epidemias que le ocasionaron 332 por mil de
bajas, obligando a la repatriación de más del 50 % de sus efectivos5. El primer año de la guerra anglo-boer,
el ejército inglés tuvo que evacuar desde Sudáfrica, por causas sanitarias, a cuarenta mil hombres6.

Espectaculares son también las cifras correspondientes a la tasa de mortalidad de las colonias inglesas ofre-
cidas por Molina para el período de 1887-1888: 483 por mil en Sierra Leona, 200 por mil en Bahamas, 143
por mil en Jamaica, o la banda del 55 al 63 por mil en la que osciló la mortalidad registrada en los diferentes
estados de la India. Las tropas coloniales francesas registraron también durante esos años tasas muy altas,
como el 106 por mil en las campañas de Senegal e isla Reunión, o el 78,8 por mil que tuvieron en Argelia7.

265
LA CAMPAÑA DE CUBA

A mediados de 1895, las fuerzas españolas destacadas en la isla de Cuba ascendían a unos catorce mil
hombres que, tras la reanudación de las hostilidades, fueron reforzadas hasta alcanzar al año siguiente una
cifra muy próxima a los doscientos mil hombres.

Las necesidades sanitarias de este numeroso ejército exigieron una respuesta adecuada, teniendo en cuen-
ta que, aproximadamente, el 50 % de los hombres de cada reemplazo caían enfermos al término del primer
o segundo mes de su desembarco8.

Hasta ese momento, el Ejército disponía, únicamente, de los hospitales militares de La Habana, Santiago
de Cuba, Santa Clara y Puerto Príncipe (Camagüey), junto con nueve enfermerías al servicio de los regi-
mientos destacados en los diferentes lugares de la isla9.

Al aumentar las necesidades fueron abriéndose nuevos establecimientos asistenciales que en 1897 alcan-
zaban la significativa cifra de 64 hospitales, clínicas y enfermerías. Todos ellos dependientes del Ejército de
Tierra que, de esa manera, llegó a disponer de 41.850 camas habilitadas para recibir enfermos y heridos en
sus treinta hospitales militares. Si a ellas sumamos las existentes en veintisiete clínicas y siete enfermerías,
nos encontramos con una cifra superior a las 46.500 camas. Teniendo en cuenta que al comienzo de esta
fase de la guerra, en febrero de 1895, el número disponible era de 2.500, es evidente el esfuerzo extraordi-
nario que tuvo que realizarse para equipar y dotar a todos estos hospitales, algunos de la importancia del
Alfonso XIII de La Habana, inaugurado en 1897, con tres mil camas, las mismas que tenía el de Manzanillo,
aunque el mayor de los hospitales de Cuba fue el de Regla que, a partir de noviembre de 1896, llegó a
albergar nada menos que cinco mil camas.

Además de los centros citados, la red asistencial del Ejército español en Cuba estaba integrada por los
siguientes centros10:

5
PLUCHON, P. (1985). Histoire des médicins et pharmaciens de Marine et des Colonies. Tolouse, Bibliothèque
historique Privat, p. 196.
6
REDONDO. (1909). En «Notas» a la obra de SENN (1902), p. 320.
7
MOLINA, J. Op. cit., p. 483.
8
LARRA CEREZO, Á. de. (1898). «Les hôpitaux militaires de l´île de Cuba et notamment l’hôpital d’Alphonse XIII de
La Havane pendat la guerre actuelle». Comunitation adressée au IX Congrés hôpitaux Iinternational d´Hygiene et
de Demographie por (sic) le docteur , chef de clinique aux hôpitaux de Madera et Alphonse XIII (Cuba). Avec XIX
plans. Madrid, p. 5.
9
 La Armada disponía de enfermerías propias atendidas por médicos navales. En ellas, cuando las necesidades lo
exigían, eran tratadas también las bajas del Ejército de la misma manera que las hospitalizaciones de la marinería y
se llevaban a cabo en unas salas especiales de los hospitales militares de La Habana, ya que la Armada no dispuso
de un hospital propio, desde comienzos del siglo XIX se cerró el que hasta entonces existía en el recinto del Arsenal.
10
 Entre paréntesis, el número de camas existentes en cada uno de ellos.
266

Amputación de un dedo a un soldado español en el hospital Alfonso XIII de La Habana (Cuba). Archivo General
Militar de Madrid, sig. F.05950

Hospitales militares
Beneficencia (2.100), Santiago de Cuba (2.000), Sancti Spíritus (2.000), Ciego de Ávila (1.700), Cienfuegos
(1.450), Pinar del Río (1.000), Matanzas (1.000), Santa Clara (1.000), Casilda-Trinidad (1.000), Isabela de
Sagua (1.000), Puerto Príncipe (1.000), Bayamo (1.000), Marianao (950), Placetas (900), San Antonio de los
Baños (800), Santiago de las Vegas (800), Guantánamo (800), Güines (750), San Ambrosio (700), Colón (600),
Morón (500), Puerto Padre (500), Candelaria (400), Jíbara (300), Sagua de Tánamo (300), Maniabón (200) y
Mayarí (150).

Clínicas militares
Bahía Honda (150), Viñales (100), San Cristóbal (400), Guanajay (300), Artemisa (200), Cárdenas (200), Mani-
caragua (150), Cumanayagua (50), Fomento (50), Yaguajay (300), Arroyo Blanco (250), Júcaro (150), Nuevitas
(100), San Andrés (50), Santo Embarcadero (150), Veguitas (230), El Cobre (100), Jiguaní (150), Alto Songo
(160), San Luis (230), Firmeza (60), Tignabos (100), Baracoa (230), Calabazar (120), San José de Lajas (150),
Jaruco (50) y Nueva Gerona en isla de Pinos (80).

Enfermerías
Aguacate (100), Alquízar (100), Güira de Melena (100), Dimas (100), Labanas (50), Palacios (24) y Mailegua
(40).
267

Interior de la enfermería de Marina en Dimas (Cuba). Archivo General Militar de Madrid, sig. F.05951

Dotar del personal necesario para atender este formidable despliegue sanitario exigió el envío urgente de
numerosos médicos militares que reforzaran a los veintitrés que, hasta ese momento, estaban destacados
en la isla. Así se pudo alcanzar la cifra próxima a los cuatrocientos en los últimos años del conflicto11. Ma-
yores problemas planteó el envío del material necesario para equipararlos con los recursos terapéuticos
imprescindibles para su funcionamiento.

Entre 1895 y 1898 fueron remitidos, desde la Península, camas, efectos, enseres, material de transporte y
más de millón y medio de kg de productos farmacéuticos12, cuyo importe superó los 3.000.000 ptas.13

El número de enfermos atendidos por la Sanidad Militar fue impresionante. Disponemos de las estadísti-
cas oficiales correspondientes a 1895, 1896 y primer semestre de 1897, que registran un total de 49.485,
232.714 y 201.247 enfermos ingresados, respectivamente. El número de estancias ocasionadas, que en
1895 ascendía a novecientos mil, llegó a ser de 3.680.241 en 189614.

11
 MASSONS, J. M.ª. (1994). «Las campañas de ultramar». En: Historia de la Sanidad Militar española. Barcelona, p.
158.
12
 Entre el material enviado y junto a 27 coches ambulancia, destacan 11.887 kg de sales, 6.950 kg de corteza de
quinina, 28.900 de ácido fénico, 1.400 kg de cloruro mercurial para la elaboración de un millón de litros de agua
sublimada, 6.300 kg de aceite de hígado de bacalao, 16.000 de esparadrapo, 66.000 kg de algodón y 545.100 m
de gasa esterilizada.
13
 LARRA CEREZO, Á. del. (1898). Op. cit., p. 8 y ss. Los que supuso un ahorro de seis millones de pesetas al producirse
en la Península y no en la isla.
14
 Teniendo en cuenta el contingente destacado en la Isla, estas cifras demuestran que, en muchos casos, hubo
soldados que pasaron más de una vez por el hospital a lo largo del año.
Existen datos bastante precisos sobre los fallecimientos registrados entre los militares hospitalizados por
causa de enfermedad o heridas: 3.200 en 1895, 10.610 en 1896 y 17.501 durante el primer semestre de
1897. A ellos hay que sumar los fallecidos en sus unidades sin haber sido hospitalizados, que también los
hubo, y los muertos en combate, por lo que en todo registro estadístico hay que introducir un factor de co-
rrección que es más fácil en el segundo caso que en el primero. Así, por ejemplo, sabemos que los muertos
en combate durante el año 1895 fueron 1.160 y 1.708 los que se produjeron en 1896, pero es más difícil de
evaluar el número de enfermos fallecidos sin recibir asistencia hospitalaria. En cualquier caso, conviene se-
ñalar que las pérdidas como consecuencia de los combates fueron siempre muy inferiores a las registradas
por causa de las enfermedades15.

Entre estas, la que más problemas ocasionó, tanto entre la población civil, como entre las fuerzas militares,
fue la fiebre amarilla, una auténtica plaga contra la que era muy difícil luchar, ya que nada se sabía de su
etiología y sus mecanismos de transmisión, por lo que el temido «vómito negro» hacía presa cada año en
numerosas personas a las que no era posible administrar remedios eficaces. Tan solo en la ciudad de La Ha-
bana, en 1896, hubo 1.282 defunciones entre la población civil y, entre marzo de 1895 y mayo de 1897, se
registraron 35.350 casos entre nuestros militares, de los que fallecieron nada menos que 11.347 hombres.
Pero a pesar de estas elevadas cifras de mortalidad, no era la fiebre amarilla la enfermedad que más bajas
268 ocasionaba, sino el paludismo, con 79.552 casos declarados entre 1895 y 1896, aunque su letalidad era
mucho más baja, dejaba unos trescientos fallecimientos al año.

También conviene destacar que el paludismo fue la causa que obligó a un mayor número de repatriacio-
nes, 2.496 soldados en 1896, seguida por la tuberculosis, otra auténtica plaga que ocasionaba más de mil
fallecimientos anuales en los hospitales militares cubanos, aunque esta cifra no nos proporciona una visión
exacta del problema, a ella habría que sumar los doscientos soldados declarados inútiles por padecer «tisis
avanzada» y los más de seiscientos evacuados cada año, por haber contraído una «tisis incipiente», a pesar
de lo que solían fallecer pocos meses después.

Aunque las enfermedades infectocontagiosas eran las responsables del mayor número de bajas, las causas
de inutilidad eran muy variadas. En la estadística de 1896, la más completa de las consultadas, figuran
también 577 soldados con anquilosis, retracciones y contracturas provocadas por heridas, fracturas y luxa-
ciones, 231 con hernias e incluso dos soldados rechazados por tartamudez y uno por obesidad.

La rápida inutilización de una parte importante del contingente planteaba dos problemas. Por un lado, era
preciso reemplazar a estos soldados si se quería mantener la operatividad de la fuerza expedicionaria y,
además, había que evacuar hacia la Península a todos aquellos cuya permanencia en la isla, lejos de repor-
tar alguna ventaja, tan solo contribuía a colapsar el sobrecargado sistema asistencial.

Mantener este constante flujo de personal no era tarea fácil y cuando los correos que mantenían las comu-
nicaciones regulares entre Cuba y la Península se mostraron insuficientes, fue preciso signar otros buques
a este cometido específico. En la última fase de la campaña cumplieron esta misión los transatlánticos
Alicante, Montserrat y San Ignacio de Loyola, catalogados como «buques-hospitales». En sentido estricto,
ninguno de ellos reunía los requisitos exigidos por el Derecho Internacional para ser considerados como
tales, aunque el primero y el último fueron dedicados con carácter exclusivo a esa misión. Todos ellos
dependían del Ejército, que dispuso de un grupo de médicos del Cuerpo de Sanidad Militar embarcado
en ellos y realizó importantes obras de acondicionamiento del San Ignacio de Loyola, que pudo acoger a
cuatrocientos enfermos en amplias salas y a otros 78 en las zonas habilitadas para infecciosos16.

Tras el inicio de las hostilidades con los Estados Unidos, la Asamblea Suprema de la Cruz Roja Española
ofreció al Gobierno la posibilidad de organizar una o varias ambulancias marítimas, ya que «los barcos
hospitales a cargo de la nunca bastante alabada Sanidad Militar corren el peligro de ser capturados» por
no reunir todas las condiciones exigidas para ser considerados como tales17. Por R. O., de 14 de julio, el

15
 LARRA CEREZO, Á. (1901). Datos para la historia la campaña sanitaria en la guerra de Cuba (Apuntes estadísticos
relativos al año 1896). Madrid, p. 5 y ss.
16
 LARRA CEREZO, Á. del. (1898). Op. cit.
17
 Comunicación dirigida por el presidente de la Asamblea Suprema, teniente general marqués de Polavieja al excmo.
Sr. ministro de Marina el 28 de abril de 1898. Publicada en La Cruz Roja. Boletín Oficial de la Asamblea Suprema,
n.º 2. Madrid, 10 de junio de 1898, pp. 1-2.
ofrecimiento fue desestimado ante «la escasez de buques disponibles y la dificultad de poner alguno a
cargo de dicho servicio»18.

Por su parte, tampoco se vieron acompañados por el éxito los reiterados intentos llevados a cabo por la Ar-
mada, desde la campaña de Melilla de 1893, para poder disponer de buques hospitales propios, similares a
los existentes en otros países, a cargo de médicos navales, pues, como señalaba Redondo, «el médico que
se marea o el que por cualquier motivo no pisa con el aplomo y la firmeza necesaria la cubierta de los bar-
cos, por grande que sea su mérito, por mucho que valga, no debe de embarcarse en un buque-hospital»19.

La inutilidad decretada por los tribunales médicos establecidos en Cuba podía ser «total» o «para el servi-
cio de ultramar». En este último caso, los soldados eran declarados «aptos para continuar sus servicios en
la península». A lo largo de 1896 fueron repatriados por estas causas 3.902 soldados20, aunque el primer
envío masivo no tuvo lugar hasta el 30 de septiembre de ese año, cuando zarpó del puerto de La Habana
el vapor Ciudad de Cádiz con una expedición integrada exclusivamente por soldados enfermos. En 1897
las cifras se incrementaron notablemente. El 13 de noviembre, la Cruz Roja de Cuba informaba que, hasta
ese momento, habían sido atendidos 15.923 soldados evacuados21. Tan solo en el mes de mayo hubo tres
expediciones con un total de 1.459 enfermos evacuados en los vapores Buenos Aires, Alfonso XII y Patricio
de Satrústegui. Esto generaba, a su vez, un flujo en sentido contrario de quienes iban a reemplazarlos, a 269
los que con el objeto de facilitar una mejor adaptación se les sometió a medidas de aclimatación con una
estancia en las islas Canarias y su desembarco en centros de acogida establecidos en las zonas considera-
das más saludables de Cuba.

El inicio de las hostilidades entre los Estados Unidos de América y España, tras la declaración del Congreso
norteamericano, de 25 de abril de 1898, por lo que reconocía la existencia de un estado de guerra entre
los dos países desde el día 20 del mismo mes, supuso un cambio radical en la situación existente en Cuba
hasta ese momento, y de la guerra de desgaste mantenida hasta entonces. Se pasó al choque frontal con
las fuerzas de un ejército expedicionario.

Tras el dramático desenlace de los acontecimientos, ha sido frecuente magnificar las consecuencias de la
derrota sufrida por las tropas españolas, contraponiéndolas con el escaso coste en vidas humanas que, su-
puestamente, debió asumir el ejército norteamericano. Sin embargo, esta imagen no se ajusta a la realidad,
al menos desde el punto de vista sanitario.

De acuerdo con los datos oficiales, España disponía de 159.485 hombres en Cuba a comienzos de mayo
de 1898, agrupados en ciento quince batallones, 42 escuadrones, diez baterías de montaña y algunas com-
pañías de zapadores; pero ni todos los batallones estaban integrados por fuerzas regulares 22, ni la suma
de los efectivos era real, de ella habría que descontar las numerosas bajas ocasionadas por enfermedad.
Por otra parte, el ejército de campaña norteamericano que intervino en Cuba estaba integrado por unos
dieciséis mil hombres encuadrados en veintinueve regimientos, de los que veintitrés pertenecían a fuerzas
profesionales, mientras que los seis restantes habían sido constituidos con voluntarios de muy escasa for-
mación militar.

Para los Estados Unidos, esta guerra fue la primera llevada a cabo más allá de sus fronteras y en ella tu-
vieron que hacer frente a problemas muy graves que pusieron de manifiesto numerosos fallos y faltas de
previsión. La victoria alcanzada no calló las críticas surgidas en torno a las carencias que se plantearon en
diversos ámbitos, especialmente en el sanitario, que llegaron a comprometer el éxito de una campaña
protagonizada, en su primera fase, por el avance realizado por las Divisiones Kent, Lawton y Wheeler en
dirección a Santiago, partiendo de Daiquirí, en donde el 22 de junio de 1898 se había producido un des-
embarco en el que el desorden fue total23.

18
 La Cruz Roja. Boletín Oficial de la Asamblea Suprema, n.º 7. Madrid, 31 de julio de 1898, p. 1. A esta decisión
contribuyó el hecho de que la evolución de la situación había planteado unas exigencias radicalmente diferentes.
19
REDONDO. (1909). Op. cit., p. 814.
20
LARRA CEREZO, Á. del. (1901). Op. cit., p. 13.
21
  Memoria de la Delegación de la Asamblea Española de la Cruz Roja en la isla de Cuba. La Habana, 1899.
22
 Solo podía ser contabilizados como tales los escuadrones de Caballería, 56 batallones de línea y 10 de cazadores.
23
 KUNZ, mayor. (1909). La Guerra Hispano-Americana con el mayor del Ejército Alemán. Traducción española del alemán
por Manuel Martínez, primer teniente de Caballería en prácticas de E.M. Barcelona, p. 39 y ss. Es extremadamente
270

Curando a un herido en un campamento español durante la guerra en Cuba. Archivo General Militar de Madrid,
sig. F.05948

El primer enfrentamiento se produjo en Siboney 24 y el 1 de julio tuvo lugar la primera batalla de la gue-
rra, cuando quinientos ochenta españoles apostados en El Caney consiguieron frenar, durante más de
nueve horas, el avance de una división norteamericana integrada por 5.120 hombres que tras superar
con grandes dificultades el obstáculo, se vieron obligados a combatir, nuevamente, en Las Lomas de San
Juan con ochocientos cincuenta españoles que se habían hecho fuertes en ellas. En estos combates las
pérdidas norteamericanas fueron de mil cuatrocientos hombres, frente a tan solo ciento treinta entre las
filas españolas25.

crítico con esta maniobra, indicando que ni la administración del Ejército ni la Armada «se preocuparon de llevar
consigo el material y herramientas precisas para construir allí donde fuera preciso, lo necesario para el desembarco.
Nada se hallaba preparado, y el desorden fue tan grande, que la playa se cubrió de restos de los botes. Para el
desembarco del ganado, tampoco se había tomado ninguna precaución, siendo necesario lanzar al mar los caballos
[…] en donde muchos se ahogaron».
24
 En este combate se produjeron las primeras bajas norteamericanas: 68 muertos y heridos. Entre las fuerzas españolas
se contabilizaron 200 bajas.
25
 Todas las cifras citadas han sido tomadas de KUNZ (1909), p. 43 y ss. Otras fuentes difieren, aunque dentro de
estas proporciones. Así, por ejemplo, GÓMEZ NÚÑEZ, S. (1909), y a partir de los partes oficiales norteamericanos,
cifra sus pérdidas en 149 muertos y 911 heridos en ambos combates; mientras que las bajas españolas fueron 38
muertos y 135 heridos en Las Lomas de San Juan.
La resistencia encontrada sorprendió a los norteamericanos, que tuvieron que hacer frente a la delicada
situación planteada por tan elevado número de bajas. Sin apenas médicos y con muy escasos medios
para facilitar la evacuación. Tuvieron que transcurrir más de 24 h hasta que todos ellos pudieron ser aten-
didos. Durante este larguísimo período de tiempo, los heridos estuvieron sometidos a las inclemencias
del tiempo, sin mantas con qué protegerse de los copiosos aguaceros tropicales. Cuando pudo evacuar-
se, la situación no mejoró demasiado, ya que aún no habían llegado los buques-hospitales. De hecho,
en los primeros momentos cubrió este cometido el State of Texas de la Cruz Roja norteamericana, pues
el mejor hospital flotante del Ejército, el Relief, no llegó a Siboney hasta el 7 de julio, en donde ya se
encontraba el Olivette, que había llegado poco antes.

Por tanto, no es de extrañar que, ante las dificultades encontradas para alcanzar Santiago, los norteame-
ricanos se plantearan la posibilidad de retroceder en la noche del día dos y luego decidieran continuar
la lucha 24 h más ante la insistencia del general Wheeler. Por parte española, se ha criticado duramente
la indecisión del general Linares, responsable de la defensa de Santiago, por no haber comprometido
más fuerzas en la batalla del Caney-Lomas de San Juan. Sorprende que, disponiendo, teóricamente, de
más de siete mil soldados, solo participaran unos mil trescientos en los combates, pero el hecho de que
entre las fuerzas desplegadas en las Lomas de San Juan se encontraran cien marineros de la escuadra de
271
Cervera y «100 enfermos convalecientes en el hospital» demuestra que, probablemente, no disponía de
otros efectivos.

La situación experimentó un cambio radical para los norteamericanos cuando el capitán general Blanco
ordenó la salida de la escuadra de Cervera. Su trágico fin impresionó a los españoles, que, por otra parte,
ignoraban las dificultades por las que pasaba el ejército norteamericano, entre cuyas filas acababa de
aparecer una epidemia de fiebre amarilla que estaba causando estragos. En estas condiciones, el general
Toral, sustituto de Linares (herido de gravedad), aceptó la capitulación de toda la zona oriental para la
que los norteamericanos, que ya tenían 4.230 enfermos, dieron todo tipo de facilidades. Así finalizaron
los combates terrestres en toda la isla, no se produjo ningún otro enfrentamiento serio hasta el término
de la contienda.

Desde el punto de vista sanitario, muy diferentes fueron los acontecimientos protagonizados por la Es-
cuadra del almirante Cervera en la mañana del día 3 de julio. 332 muertos, 197 heridos y 1.615 prisione-
ros fueron el trágico balance de un combate 26 en el que los norteamericanos tuvieron un solo muerto y
un herido27. Cifras suficientemente elocuentes de la forma en la que se desarrolló, admitiendo, incluso,
las correcciones de alguna fuente que eleva a diez el número de heridos norteamericanos28. La magnitud
del desastre, la ausencia de buques-hospitales españoles y el desmantelamiento de nuestros propios ser-
vicios asistenciales que habían sufrido las consecuencias de una jornada en la que murieron o resultaron
heridos algunos de los médicos embarcados, obligó a los norteamericanos a hacerse cargo de nuestras
bajas, correctamente tratadas a bordo del Olivette, de donde pudieron ser transportadas, algunos días
después, al Solace, un buque-hospital de la U.S. Navy en el que fueron conducidas a Norfolk29.

En este momento no podemos aún establecer con precisión el alcance de las pérdidas humanas ex-
perimentadas por España en esta campaña. Los contemporáneos las evaluaron entre ochenta y cien
mil hombres, pero a la vista de lo expuesto que se ha ceñido a la última de las tres guerras, es posible
que el conjunto de las bajas habidas en territorio cubano y entre los repatriados a la Península por
enfermedades contraídas durante su permanencia en la isla, es seguro que superarán con creces estas
estimaciones.

26
 GÓMEZ NÚÑEZ, S. (1899). Barcos, cañones y fusiles (con grabados y planos). Madrid, p. 118.
27
 Durante el desarrollo de todas las operaciones navales de esta campaña, la U. S. Navy tuvo un total de 17 muertos
y 58 heridos, la mayor parte de ellos en combates menores o enfrentamientos con las baterías de costa del Morro
y Socapa, en las que ocasionaron a su vez 10 muertos y 118 heridos.
28
 GÓMEZ NÚÑEZ, S. (1899). La guerra hispano-americana. El bloqueo y a defensa de las costas (con grabados y
planos). Madrid, p. 128.
29
 Para todas las circunstancias de este combate y las vicisitudes sanitarias del cautiverio de los supervivientes, puede
consultarse GRACIA RIVAS, M. (1995). Sanidad naval española. Historia y evolución. Madrid, cap. VIII.
LA SITUACIÓN EN FILIPINAS

La presencia militar española en el archipiélago filipino había sido muy reducida hasta mediados del siglo
XIX. El proceso de ocupación de las diferentes islas emprendido durante esa época y los enfrentamientos
con los piratas del sur, obligaron a reforzarla y a estacionar en el Apostadero de Cavite una fuerza naval de
mayor entidad que aquel conjunto de embarcaciones sutiles que, hasta ese momento, se habían encargado
de la defensa de Filipinas.

Sin embargo, el contingente militar de guarnición en el archipiélago fue mucho menor que el enviado a
Cuba. En 1898, el ejército español en Filipinas estaba integrado por 43.656 hombres30, la mayoría perte-
necían a regimientos indígenas, mientras que las fuerzas de marinería e Infantería de Marina no superaron
nunca los tres mil hombres, entre los que, por supuesto, no estaban contabilizadas las dotaciones de la
escuadra de Montojo.

La situación sanitaria de estos hombres era mejor que la de los destinados en Cuba, pero no se vieron libres
del azote de las enfermedades. Así, por ejemplo, aunque en Filipinas no había fiebre amarilla, el paludismo
272 y la tuberculosis pulmonar ocasionaban un importante número de bajas.

Periódicamente, se presentaban brotes epidémicos de cólera procedentes del sur, que se extendían por
todo el archipiélago. Especial incidencia los brotes de 1863, 1882 y 1888, así como una epidemia de gripe
que afectó a algunas poblaciones en los últimos años del siglo.

Junto a las enfermedades infectocontagiosas, uno de los problemas que más interés despertó entre las
autoridades sanitarias españolas fue el beriberi. Curiosamente, la primera descripción de la enfermedad
había aparecido en una obra del jesuita Pablo Claín publicada en 1712 31 y, aunque desde entonces las
observaciones fueron frecuentes, no pudo establecerse una relación con el consumo del arroz descascari-
llado. Circunscrita, sobre todo, al ámbito de las tropas indígenas, afectó también a algunos europeos, entre
los que destaca un médico naval que incluyó la descripción de su propia dolencia en la memoria anual
reglamentaria32.

En conjunto, la tasa de mortalidad de Filipinas puede estar situada en torno al 11,2 por mil, sensiblemente
inferior a la cubana y a la de otras colonias europeas33. A título meramente indicativo, podemos señalar que
el número de enfermos asistidos en el hospital naval de Cañacao durante 1895 fue de 1.576, mientras que
en 1896 ascendió a 1.78334. Este centro, inaugurado en 1876, contaba inicialmente con ciento cincuenta
camas, pero las necesidades asistenciales obligaron a ampliar su capacidad hasta cuatrocientas. El hospital
era el eje de una red de enfermerías navales integradas por las de Puerto Princesa (isla de Paragua), Isabela
(isla de Basilán), Balac (isla de Babalac), Cebú (isla de Cebú), Davao y Pollock (isla de Mindanao), Joló (isla
de Joló), Bongao (isla de Bongao), Zamboanga (isla de Luzón), Olongapó (bahía de Subic, isla de Luzón),
Corregidor y Mariveles. Todas ellas disponían de instalaciones muy rudimentarias, aunque, en algunos ca-
sos, contaban con el apoyo de pontones habilitados para servir de hospitales flotantes, como el Marqués
de la Victoria, fondeado en Subic, o el Santa Lucía y el Animosa, que fueron utilizados como apoyo de
algunas de esas enfermerías.

El centro hospitalario más importante del Ejército era el hospital de Manila, aunque se establecieron otros
según las necesidades de cada momento. En 1897, además del de Manila, funcionaban los hospitales mi-
litares de Zamboanga, Joló, Parang-Parang, Nigan (Mindanao) y Marahuit, las enfermerías de Cottabato,
Bonduc, Puerto Princesa, Cebú y Tuekurán, las estaciones sanitarias de Lungut, Monungan y Malabang35;

30
 KUNZ, mayor (1909). Op. cit., p. 87.
31
CLAÍN, P. P. (1712). Remedios fáciles para las diferentes enfermedades, apuntados por el de la Compañía de Jesús.
Manila, p. 16.
32
 LALLEMAND Y LEMUS, A. (1889). «Apuntes de patología tropical. (Dos años a bordo del Crucero Aragón en
Filipinas)». En: Conferencias científicas del Cuerpo de Sanidad de la Armada. Colección de Memorias leídas en las
mismas, que de orden superior han sido declaradas dignas de recompensa. Madrid. Tomo II, p. 203.
33
 MOLINA, J. (1889). Op. cit., p. 483.
34
 REGODÓN VIZCAÍNO, J. (1966). Contribución al estudio de la Medicina en las Islas Filipinas en la segunda mitad
del siglo XIX. Ciudad Real, cap. IV.
35
MASSONS, J. M.ª. (1994). Op. cit. Tomo II, p. 202.
además de diez destacamentos sanitarios sin médico en Briones, Lumbayanegui, Liangan, Lintagod, Puerto
Santa María, Lebanck, Barás, Glan, Nakar, Gingook y Mangore-Tuliq.

El propósito de los norteamericanos, nada más desencadenarse las hostilidades, fue el de neutralizar la
escuadra del almirante Montojo que se encontraba en Cavite. El enfrentamiento tuvo lugar el 1 de mayo
de 1898 y el balance de las víctimas es claramente demostrativo del alcance de la tragedia sufrida: ciento
un muertos y doscientos ochenta heridos españoles frente a los diez heridos que se produjeron en la es-
cuadra norteamericana. Las consecuencias fueron inmediatas, ya que la insurrección prendió con fuerza y
las fuerzas españolas tuvieron que replegarse el día 3 sobre Manila. El hospital de Cañacao quedó aislado
en la zona controlada por los filipinos y se conserva un relato de su director, Tomás del Valle, sobre las
penalidades sufridas a partir de aquel momento36. Con el consentimiento del almirante Dewey, los más de
seiscientos enfermos y refugiados que allí se encontraban, pudieron ser evacuados a bordo del Isabel I 37
hacia Manila, donde se les designó el convento de Guadalupe, situado en la orilla izquierda del río Pasig,
a una hora de la capital.

Un mes después volvieron a quedar sitiados por las fuerzas del general Pío del Pilar, que atacaron a la
guarnición con veinte hombres que, para custodia del recinto, se hallaba alojada en el mismo convento.
El hospital fue asaltado, maltratado su personal y condenados a muerte el director y el capellán, pudiendo 273
librarse del fusilamiento por la intervención personal del generalísimo Aguinaldo.

Hasta el 30 de junio no llegó a Cavite el primer transporte de tropas con la fuerza expedicionaria nortea-
mericana que había zarpado de la costa oeste de los Estados Unidos el 25 de mayo. En días posteriores
llegaron otras unidades con el resto de los once mil hombres que participaron en la ocupación de las islas,
llevada a cabo sin excesivas dificultades. El coste de la operación, que terminó con la capitulación de Mani-
la el 13 de agosto, se saldó con 48 muertos y heridos por parte norteamericana. Los españoles tuvieron un
número sensiblemente superior, cerca de trece mil fueron hechos prisioneros, iniciando un cautiverio que se
prolongó durante más de un año, siendo necesarias intensas negociaciones para conseguir su repatriación.

Carros para transporte de material en Filipinas. Museo del Ejército, n.º de inventario MUE 120046

36
 VALLE, T. Del. (1900). «Recuerdos de la guerra en Filipinas. En: La Cruz Roja. Boletín de la Asamblea Suprema, n.º
18, Madrid, diciembre de 1900.
37
 Fue el único buque español capturado por los norteamericanos. Durante esta misión navegó bajo pabellón de la
Cruz Roja.
LA OCUPACIÓN DE PUERTO RICO

Las dificultades encontradas por los norteamericanos en Cuba, en donde la toma de La Habana parecía una
empresa inasequible a corto plazo, les inclinó a presionar al Gobierno español con un ataque a la isla de
Puerto Rico, en donde la guarnición española era mucho menor. Unos siete mil hombres de acuerdo con
los datos y poco más de 3.500 según otras fuentes38.

El estado sanitario en el que se encontraban las fuerzas que habían participado en las operaciones de San-
tiago no hacía aconsejable su empleo en un nuevo frente, por lo que se decidió conceder una oportunidad
a los voluntarios alistados al comienzo de la guerra y cuya intervención en Cuba había sido muy limitada.
Con este objeto 12.500 hombres fueron enviados hasta Puerto Rico desde las zonas de concentración en
territorio norteamericano. A ellos se unieron 3.500 voluntarios enviados pocos días antes a Guantánamo sin
que hubieran llegado a entrar en combate.

En la campaña de Puerto Rico las milicias asumieron todo el protagonismo y, además, pudieron ponerse
en prácticas algunas de las enseñanzas aprendidas en Cuba. Todas las operaciones se limitaron a unas pe-
274 queñas escaramuzas que ocasionaron 43 bajas, pero las fuerzas de ocupación tampoco pudieron librarse
de un grave contratiempo: la aparición de una epidemia de fiebre tifoidea que, en opinión de médicos
norteamericanos, no habían contraído los soldados en la isla, sino en los insalubres campamentos en los
que habían realizado su entrenamiento militar. En total de doscientos cincuenta enfermos que tuvieron que
ser asistidos en un hospital militar de Ponce, un centro de ciento cincuenta camas situado en una colina a
las afueras de la población. Especiales elogios recibió el hospital de doscientas camas que las Hermanas
de la Caridad tenían allí, «un modelo de limpieza y de confort» en el que todos «gozaron del bondadoso
trato y excelentes cuidados de […] una orden tan antigua y meritoria»39.

EL RETORNO DE LOS REPATRIADOS

El Tratado de París, que puso fin a las hostilidades, establecía en uno de sus artículos que las tropas espa-
ñolas en Cuba debían abandonar el territorio antes del 1 de diciembre de 1898. La imposibilidad material
de cumplir este punto obligó a negociar una prórroga hasta las 12 h del 1 de enero siguiente40.

El Gobierno español tuvo que afrontar el reto de organizar, en tan breve tiempo, no solo la evacuación de
todas las fuerzas militares, sino también la de aquellos funcionarios y residentes que querían regresar a la
Península. A ella debía de unirse la de los marinos cautivos en territorio norteamericano y los numerosos
prisioneros en poder de los tagalos, cuya situación era más delicada.

La cifra de casi 250.000 hombres transportados por vía marítima durante aquellos meses da una idea
de la magnitud de una operación en la que fue preciso comprometer a 51 buques de transporte entre
los que se encontraban todas las unidades de las Compañías Transatlánticas, ocho buques españoles
fletados por esta y veintitrés buques de diferentes nacionalidades contratados con el mismo fin. No es
posible extenderse en las características de este «puente naval» establecido entre nuestras posesiones y
los puertos fijados por el Gobierno para recibir a los repatriados, porque el problema no era solo condu-
cirlos a España, sino establecer aquí el dispositivo asistencial necesario para atender a quienes llegaban
en calamitosas condiciones.

38
 UNZ, mayor. (1909). Op. cit., p. 83.
K
39
SEEN. (1902). Op. cit., p. 17.
40
 En el propio convenio de prórroga se admitió la posibilidad de que tampoco pudiera completarse la evacuación en
esa fecha quedando establecido en una de sus cláusulas que «las tropas españolas que para esa fecha no hubieran
embarcado, quedarían gozando los privilegios e inmunidades dispuestos por las reglas de Derecho Internacional a
favor de la tropa extranjera en país amigo».
275

Inválidos del hospital Alfonso XIII de La Habana al salir de misa. Archivo General Militar de Madrid, sig. F.05949

Inicialmente, fueron fijados como puntos de arribo los puertos de Santander, La Coruña y Vigo, pero des-
bordada la capacidad de recepción de estos hubo que acondicionar también los de Barcelona, Valencia,
Málaga y Cádiz41. Tras ser admitidos a libre plática los buques que iban llegando y recibir los soldados
nuevos uniformes, eran enviados a casa si su estado de salud se lo permitía. Los enfermos, debidamente
tratados, eran evacuados en trenes especiales hacia las poblaciones que cada puerto tenía señaladas. Las
del norte debían evacuar sobre Valladolid, Burgos y Vitoria; Cádiz sobre Sevilla, Huelva y Córdoba; Málaga
sobre Granada y Córdoba; Valencia sobre Albacete, Játiva, Alicante, Cartagena y Lorca; Barcelona, en el
caso de que sus propias instalaciones fueran insuficientes, debía de hacerlo hacia Zaragoza. Todavía se fijó
una segunda línea de evacuación en Madrid, Alcalá, Guadalajara y Cuenca, hacia donde todos los hospita-
les anteriormente citados tenían que remitir enfermos en caso de saturación.

La llegada de los barcos y el incesante tráfico de los trenes hospitales por toda la geografía española
conmocionó a la opinión pública que pudo comprobar que los que «salieron llenos de vida y esperanza,
regresaban desengañados y casi exánimes, luchando a la vez contra el frío atmosférico y el ardor de la ca-
lentura»42. Las condiciones de repatriación fueron muy variables. Hubo muchos barcos debidamente acon-
dicionados en los que se dispensó una atención correcta, pero hubo casos auténticamente escandalosos

41
 R. O. de 27 de septiembre de 1898.
42
 LA CRUZ ROJA. Asociación Internacional para socorros a heridos en campaña, calamidades y siniestros públicos.
Comisión provincial de Málaga: Memoria reglamentaria que comprende desde abril de 1898 hasta abril de 1899.
Málaga, 1899.
como el de la llegada a Vigo del vapor Cheribon calificado como «el barco de la muerte»43 o la del Juan
Forgas a Valencia con más de mil enfermos sin ningún tipo de asistencia. No hay que olvidar tampoco que
1.275 soldados fallecieron durante la repatriación y muchos otros murieron nada más pisar tierra española.

La Cruz Roja realizó una gran labor asistencial en lo más importante que la labor material de las ayudas dis-
pensadas, el haber sabido canalizar los impulsos de muchos ciudadanos que querían contribuir, de alguna
manera, a paliar los efectos de esta catástrofe.

Pero si esta era la versión ofrecida por el ejército derrotado, conviene conocer cómo fue el retorno del
vencedor y, en este sentido, son muy elocuentes los testimonios que ofrecen que, «la mitad de la fuerza
que tomó parte en esta breve campaña, no estaba en condiciones de batirse cuando regresó a Estados
Unidos».

«Este triste espectáculo es, sin duda, presenciar el desembarco de un transporte procedente
de Cuba o Puerto Rico. Cada barco trae de 50 a 150 hombres enfermos y mientras todos los
que marcharon a la guerra iban en excelentes condiciones de salud y espíritu, todos los que
vuelven muestran los efectos de la campaña».
276
No es extrañar, por tanto, que también se denunciara el hacinamiento en los barcos y la falta de alimen-
tación adecuada, resultando «lo que son capaces de hacer las enfermedades para destruir un ejército en
unas cuantas semanas»44.

Pero los problemas del vencedor no podían servir de consuelo para los que debían de reiniciar una nueva
vida, creyendo haber cumplido con su deber y devuelto con honor a su patria las últimas banderas que ha-
bían ondeado en unos mares que, antaño, pudieron haber sido considerados españoles: la del archipiélago
de las Marianas, arriada el 17 de noviembre de 1899; la defendida por un puñado de soldados en el fuerte
filipino de Baler hasta el 2 de junio de 1899 y la que al ser retirada el día 3 de febrero de la Comandancia
Militar de Cienfuegos puso fin a nuestra presencia en Cuba, para ser embarcada en un vapor inglés que,
curiosamente, llevaba el nombre de «Bosnia»45 y en el que fue traída a España.

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43
 «Vigo. La llegada del Montevideo». La Cruz Roja. Boletín Oficial de la Asamblea Suprema, n.º 28. Madrid, 28 de
febrero de 1899, p. 19.
44
 SENN. (1902). Op. cit., p. 180.
45
 ALSINA NETTO, A. (1908). Última bandera que cobijó en América, por el general de división Madrid.
LA CRUZ ROJA. Asociación Internacional para socorros a heridos en campaña, calamidades y siniestros
públicos. Comisión provincial e Málaga: Memoria reglamentaria que comprende desde abril de 1898
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drid, 28 de febrero de 1899.
Segunda parte. Filipinas

Segunda parte
Filipinas
JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA
Francisco Marín Calahorro1

281
Miércoles 30 de diciembre de 1896. El mártir

La comitiva salió de la Fuerza de Santiago. Rizal, atado codo a codo, precedido por un corneta y un
tambor. Le acompañaban dos sacerdotes, los jesuitas Villaclara, su último confesor, y March, detrás su
defensor, el teniente Luis Taviel de Andrade y una escolta de Artillería.

Marcharon lentamente por el Paseo de María Cristina. Dejaban a la derecha el mar y a la izquierda la
muralla de la ciudad. Frente a ellos, la bahía de Manila se abría en todo su esplendor, a lo lejos, hacia el
sur, los montes de Cavite y recortada en el horizonte, al fondo, la silueta del islote de Corregidor. Mucha
gente, filipinos y españoles, habían acudido, pese a la temprana hora, para contemplar la ejecución.

El grupo llegó al final de la muralla, entró en el Paseo de La Luneta y se dirigió al campo de Bagumbayán,
donde se hallaba formado el cuadro por las tropas que, según la orden de la plaza de Manila del día
anterior, estaba constituido por dos compañías del batallón de Cazadores Expedicionario n.º 7, una del
batallón de Cazadores n.º 8, otra del Regimiento de Línea n.º 70 y otra del batallón de Voluntarios, con
banda y música.

Rizal entró en el cuadro, se colocó en el extremo no ocupado por los soldados y pidió ser fusilado de
frente; el oficial al mando del piquete le respondió que sus órdenes eran hacerlo de espaldas. El reo
argumentó: «¡Yo no he sido traidor a mi Patria ni a la nación española!» A continuación, rogó que no le
disparasen a la cabeza.

Rizal se volvió hacia el mar para dar la espalda al piquete, que estaba formado por una primera línea de
ocho soldados indígenas –se había decidido que sus propios paisanos le fusilaran–, armados de fusiles
Remington, detrás otra de ocho soldados peninsulares con fusiles Mauser, por si los indígenas se nega-
ban a disparar. El médico militar se aproximó, le tomó el pulso y lo encontró normal.

Sonó la descarga. Se desplomó y cayó muerto sobre el costado derecho, el rostro hacia el cielo. Había
recibido ocho impactos. Eran las 7:03 h, todo transcurrió en apenas treinta minutos. Se acababa de cometer
uno de tantos errores –y horrores– que han ido salpicando la historia de la humanidad.

A partir de ese momento la crisis del 98 en Filipinas estaba abierta y solo quedaba el diálogo de las armas.

 Coronel de Caballería. Doctor en Ciencias de la Información. Licenciado en Derecho. «José Rizal: Padre de la nación
1

filipina». Revista de Historia Militar. Servicio Histórico Militar y Museo del Ejército. Año XLI, n.º 83, pp. 13-42.
282

Fusilamiento de José Rizal. Museo del Ejército, n.º de inventario MUE-120028

EL HOMBRE

José Rizal Mercado nace, el 19 de junio de 1861, en el pueblo de Calamba, provincia de La Laguna, en la
isla de Luzón. Tanto el pueblo, como sus habitantes, formaban parte de una hacienda, en aquel tiempo
dirigida por la orden de los dominicos, que con sus rentas y beneficios sufragaba los gastos del colegio de
San José. Venía de antiguo esta costumbre –no siempre tolerada de forma pacífica por los nativos–, especie
de protectorado sobre grandes extensiones de terreno y sus habitantes, ejercido por las órdenes religio-
sas –agustinos, franciscanos, jesuitas y dominicos–, que tomaron a su cargo el proceso de evangelización e
hispanización del archipiélago. De ahí su papel preponderante y que acabaran convirtiéndose, con el paso
de los siglos, en uno de los poderes fácticos de Filipinas.

Sin embargo, los cambios que se producen en el mundo y en España, a lo largo del siglo XIX, pondrían
en entredicho el sistema. La apertura comercial de las islas con el asentamiento paulatino de empresas de
otras naciones, la llegada de españoles de ideas liberales desterrados por el Gobierno de Madrid, el adve-
nimiento de la República, etc. pusieron a los filipinos en contacto con los nuevos vientos del pensamiento
que soplaban en el mundo y debilitaron la influencia de las órdenes religiosas sobre ellos.

En este contexto, la familia Rizal (sus padres, Francisco Rizal Mercado y Teodora Alonso, y sus diez herma-
nos –ocho hembras y dos varones–) vivía con cierto acomodo, gracias a la posición económica que su padre
había labrado con gran esfuerzo, y el respeto a la religión católica, debido a la profunda religiosidad de la
madre, lo que no iba a evitar que sufrieran en sus carnes algunos de los hechos que José expuso de forma
crítica en su obra.

Desde niño, Rizal destaca por su inteligencia, sensibilidad y facilidad para el estudio. Sus aptitudes im-
pulsan a sus padres a llevarlo a Manila para que curse el bachiller en el Ateneo Municipal, regido por los
PP. Jesuitas. Es ahí donde comienza a brillar su privilegiada inteligencia y a mostrar sus dotes literarias. Al
mismo tiempo empieza a aflorar su orgullo de filipino y a contemplar sucesos que van a marcar su vida y
definir su pensamiento.
283

Imagen de José Rizal. Autor desconocido

Obtiene el grado de bachiller en artes, con la calificación de sobresaliente en todas las asignaturas y una
importante proporción de premios ganados por oposición entre sus compañeros, destacando en dibujo y
escultura.

Su religiosidad, en esta época, está demostrada por los comentarios de sus profesores en el libro, editado
por los jesuitas, Rizal y su obra, que recoge:

«[...] dando una hermosa muestra de su devoción a la Santísima Virgen [...] talló [...] una linda
imagen de Nuestra Señora, tan a gusto de los profesores de Rizal, que uno de ellos le pregun-
tó si haría del mismo modo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Prometióselo el joven
artista y poco tiempo después entregaba su nueva obra al Padre».

Tenía, entonces, catorce años y las circunstancias quisieron que la escultura del Corazón de Jesús le acom-
pañase en su celda la víspera de su fusilamiento.

Terminado el bachillerato, pasó a la universidad de Santo Tomás, dirigida por los dominicos, donde se
matriculó, en junio de 1877, en Filosofía; además estudió en el Ateneo las asignaturas que daban opción al
título de perito agrimensor, que obtuvo con sobresaliente en los exámenes de mayo de 1878, expidiéndo-
sele el título de perito tasador de terrenos, el 30 de septiembre de 1881.

Los últimos meses de 1878 los dedicó a escribir las memorias de su vida de estudiante, adquiriendo así el
hábito de anotar su acontecer diario, que ha permitido profundizar en el conocimiento de su personalidad.
Simultaneó, a partir del curso 1878-79, los estudios de filosofía con los de medicina, esto debido, quizá, a
que su madre perdió la vista el año anterior y a su deseo de ayudarla.

Los estudios no le distrajeron de sus aficiones literarias y se reveló ya como poeta. De su primera época
hay una poesía poco conocida, que cuenta la salida de la flota de Magallanes para dar la vuelta al mundo,
produciéndose el descubrimiento de las islas Filipinas por los españoles. La obra fue escrita en 1874 y
publicada el 30 de diciembre de 1899 en Manila en el periódico La Patria. Titulada El embarque, sus dos
primeras estrofas dicen:
En bello día,
Cuando radiante
Febo en Levante
Feliz brilló,
En Barrameda
Con gran contento
El movimiento
Doquier reinó
Es que en las playas
Las carabelas
Hinchan las velas
Y a partir van,
Y un mundo ignoto,
Nobles guerreros
Con sus aceros
Conquistarán.
284
La primera poesía, en la que asoma su orgullo patrio, fue premiada en un certamen celebrado en el Liceo
Artístico y Literario de Manila con la pluma de plata. Dedicado a la juventud filipina, comienza así:

¡Alza tu tersa frente,


Juventud filipina, en este día!
¡Luce resplandeciente
Tu rica gallardía,
Bella esperanza de la patria mía!

Es su primer canto a la Patria, su primer gesto público de rebeldía. Ya habían ocurrido algunos incidentes que
hicieron efecto en su espíritu que presentaron ante sus ojos las desventuras de los indígenas. El primero de
ellos fue el proceso criminal contra su madre, por supuesto delito de envenenamiento. Los hechos tuvieron su
origen en la infidelidad de la esposa de un primo de Teodora durante el viaje de este a Europa. A su vuelta,
en vez de repudiarla, la llevó a casa de la madre de Rizal, quien intentó reconciliar a los esposos. Sin embargo,
la mujer acusó a su marido de intentar envenenarla con la complicidad de Teodora, que fue arrestada por el
alférez de la Guardia Civil de Calamba y la hizo caminar a pie de pueblo en pueblo hasta la prisión.

Al poco tiempo, otro acontecimiento, los sucesos de Cavite, en enero de 1872, vinieron a marcarle de nue-
vo. Una revuelta en el arsenal fue aprovechada para mandar a presidio a muchos filipinos, que mostraban
su descontento con el trato recibido de los peninsulares; incluso algunos de ellos fueron condenados a
muerte, como sucedió con los sacerdotes indígenas Burgos, Gómez y Zamora, a los que dedicó su novela
El filibusterismo. Estos pretendían la igualdad entre el clero indígena y el procedente de la metrópoli y, para
Rizal, se aprovechó la sublevación de Cavite para acabar con ellos. Incluso su hermano mayor, Paciano, que
vivía en casa del presbítero Burgos, tuvo problemas y muchos de sus compatriotas se exiliaron para evitar
ser perseguidos y condenados.

Rizal prosigue sus estudios y también en prosa demuestra su valía literaria. Así, en 1880, se premia una com-
posición suya, en el homenaje a Cervantes en su centenario, titulada El Consejo de los Dioses. El trabajo,
reproducido en la revista La solidaridad en 1893, es una alegoría en la que los dioses del Olimpo hacen un
análisis paralelo entre Homero, Virgilio y Cervantes. Estos debaten sobre los méritos de cada uno, anali-
zando sus obras más representativas, La Iliada, La Eneida y El Quijote, felizmente para el español, Júpiter
proclama que:

«La Justicia los cree iguales y, por ello, demos a Homero la trompa, a Virgilio la lira y a Cer-
vantes el lauro, mientras que la Fama publicará por el mundo la sentencia del Destino, y el
cantor Apolo entonará un himno al nuevo astro, que desde hoy brillará en el cielo de la gloria
y ocupará un asiento en el templo de la Inmortalidad».

No es de extrañar que el autor se exprese así: su formación es española y ama España. Lo que no pue-
de aceptar es la actuación de determinados españoles respecto a los que estos consideran los «indios
filipinos». Él mismo, a poco de ganar tan destacado premio, consistente en un anillo de oro con el
busto del Príncipe de los Ingenios, fue a denunciar, ante el gobernador de la colonia, en el palacio de
Malacañang:

«[...] porque fui atropellado y herido en una noche oscura por la Guardia Civil, porque pasé de-
lante de un bulto y no saludé, y el bulto resultó ser el teniente que mandaba el destacamento:
fui herido traidoramente sin que antes mediasen palabras: me presenté al Sr. Primo de Rivera,
no le vi a SE... ¡ni obtuve justicia tampoco!»2.

Todo ese conjunto de circunstancias, unido a la observación de permanentes abusos con los indígenas, le
impulsarán a abandonar el archipiélago. Así lo reconoce el propio Rizal:

«Sobre la fina arena de las orillas del lago de Bay hemos pasado largas horas de nuestra ni-
ñez pensando y soñando en lo que había más allá al otro lado de las olas. En nuestro pueblo
veíamos, todos los días casi, al teniente de la Guardia Civil, el alcalde cuando lo visitaba, apa-
leando e hiriendo al inerme y pacífico vecino que no se descubría y saludaba desde lejos. En
nuestro pueblo vemos la fuerza desenfrenada, las violencias y otros excesos cometidos por los
que estaban encargados de velar por la paz pública; y, fuera, el bandolerismo, los tulisanes, 285
contra los cuales eran impotentes nuestras autoridades. Dentro teníamos la tiranía y fuera el
cautiverio. Y me preguntaba entonces si en los países que había allá, al otro lado del lago, se
vivía de la misma manera; si allá se atormentaba con duros y crueles azotes al campesino sobre
quien recaía una simple sospecha, si allá se respetaba el hogar; si para vivir en paz había que
sobornar a todos los tiranos [...]»3.

Termina 1880 representando, con ocasión de las fiestas de la Inmaculada Concepción, a requerimiento de
los jesuitas, una zarzuela titulada Junto al Pasig. Rizal, que por entonces estudiaba en la Real y Pontificia
Universidad de Santo Tomás, no había abandonado su antigua relación con ellos, ya que seguía colaboran-
do con el Ateneo Municipal en su cualidad de presidente de la Academia de Literatura Castellana de ese
centro. La obra, su única pieza teatral, es una alegoría del triunfo de la Virgen en María sobre Satán, que
concluye con un canto:

¡Salve!, Rosa pura,


Reina de la mar;
¡Salve!, Blanca estrella,
Fiel Iris de la Paz...
Antipolo,
Por Ti solo
Fama y renombre tendrá,
De los males
Los mortales
Tu Imagen nos librará
Tu cariño
Al fiel niño
Le guarda siempre del mal;
Noche y día
Tú le guías
En la senda terrenal.

El cambio, que en lo sucesivo se produce en la manera de ver y entender la religión por el autor de la
zarzuela, contrasta con lo expresado en los versos anteriores. Son las circunstancias, los ejemplos que
contempla en algunos religiosos –frailes, como los denomina en sus escritos– los que provocarán un giro
copernicano en sus ideas religiosas. Nunca dejará de creer en Dios, lo que criticará será la utilización que
de él hacen algunos de sus representantes en la Tierra.

 RIZAL, J. (1890). «Al Excmo. Sr. D. Vicente Berrantes». En: La Solidaridad, n.º 25. Madrid, 15 de febrero de 1890.
2

 RIZAL, J. (1890). «Ingratitudes». En: La Solidaridad, n.º 23. Madrid, 15 de enero de 1890.
3
Dos últimos factores, unidos a los hechos antes comentados, decidirán su definitiva marcha a España, el
primero, la preocupación que siente su familia de que, ante la evolución de sus ideas, pueda acabar ofen-
diendo a los poderes fácticos de la colonia y a sus gobernantes, el segundo, quizá la gota de agua que
rebosa el vaso, su enfrentamiento con uno de sus profesores universitarios, como se afirma en el número
extraordinario de La Independencia dedicado a su persona:

«Brilló en la facultad de Manila, de la que salió para la Universidad Central, quizá contra su
deseo, porque un catedrático de la Real y Pontificia insultaba a diario a los alumnos menos
aprovechados, y Rizal, que no fue jamás de los reprendidos, se revolvió contra aquel abuso, y
el catedrático juró no aprobarle nunca»4.

No debió ser fácil al tagalo abandonar Filipinas; allí dejaba familia, amigos y novia, que no le esperaría;
pero necesitaba conocer y dar a conocer a España y, si fuera posible, al mundo entero, la situación en la
que se encontraban sus paisanos.

Rizal desembarca en Barcelona, en junio de 1882, con una personalidad bien definida. Siente un gran
desacuerdo con la discriminación que sufren sus hermanos de raza y se ha convertido en un nacionalista
286 a ultranza. Su primer artículo, El amor patrio, escrito nada más llegar, así los confirma: «¡El amor a la patria
no se borra jamás, una vez que ha entrado en el corazón!, porque lleva en sí un sello divino que le hace
eterno, imperecedero»5.

Enseguida marcha a Madrid donde, ya en octubre, estudia al mismo tiempo las carreras de Filosofía y Letras
y Medicina, que superaría con calificaciones brillantes, sobre todo la primera de ellas.

Aprovecha el tiempo y, además de estudiar, practica dibujo, pintura y escultura en la Academia de San Fer-
nando. Asiste con frecuencia a las conferencias del ateneo y se aplica a conocer el francés, inglés y alemán.
Fue políglota. Llegó a hablar, además de varios dialectos de su país, español, latín, francés, italiano, inglés,
alemán, japonés y holandés; traducía griego, hebrero, árabe y sánscrito, e incluso llegó a aprender ruso
durante su destierro en Dapitan.

Pudo ser, según señala Palma, que, cuando en verano de 1883 marchó a París para perfeccionar el idioma
francés, ingresara en la masonería:

«Se cree que, durante esta rápida visita a la capital francesa, hizo su ingreso en la Masonería,
lo cual posiblemente decidió la dirección de sus ideas religiosas. Esta institución debió de
atraer su simpatía por los grandes principios que proclama mucho más acorde con su manera
de pensar [...] De Rizal se conserva una conferencia masónica leída en la logia “Solidaridad”
de Barcelona en 1888, que no puede colocarse entre los mejores trabajos que ha dejado;
pero de todos modos revela el conocimiento y penetración del autor en los misterios de la
institución»6.

Según otros, Rizal se inicia en la masonería en la logia Acacia de Madrid, perteneciente al Gran Oriente
Español, en 1883. Adopta el nombre de «Dimasalang», que puede traducirse como «El Intocable». Más
tarde, en noviembre de 1890, en la logia Solidaridad de Madrid alcanzaría el grado de maestro masón7.

En Madrid, como después en el resto de Europa, encontró un mundo muy diferente al de su tierra. Pues,
como reconoce Palma:

«[…] todas las ideas circulaban como monedas legales: todos los partidos políticos tenían su
órgano y todas las aspiraciones su club o asociación, mientras que en su patria se conside-
raba peligroso cualquier pensamiento nuevo que desentonara del impuesto por la censura
oficial. Todos los partidos tanto monárquicos como republicanos tenían su representación en

4
 RIZAL, J. (1898). La Independencia, n.º extraordinario. Publicado en el asilo de Malabón el 25 de septiembre de
1898.
5
 RIZAL, J. (1882). «El amor patrio». En: Diariong Tagálog. Manila, 20 de agosto de 1882. Reproducido en La
Solidaridad, n.º 42, con el seudónimo Laón Laang. Madrid, 1 de octubre de 1890.
6
 PALMA, R. (1949). Biografía de Rizal. Manila, Bureau of Printing, pp. 47-48.
7
 NAVARRO DE FRANCISCO, C. y otros. Rizal y la crisis del 98. Madrid, Parteluz, p. 94.
las Cortes, mientras que en su país no se permitía otro partido que el de los frailes. Los ateos
y librepensadores se burlaban sangrientamente de la Iglesia y de sus ministros, y ninguno era
amonestado»8.

El que sus paisanos fuesen tratados de forma tan diferente le movió a denunciarlo y lo hizo mediante artí-
culos a los periódicos filipinos en los que colaboraba su hermano Paciano. En las oportunidades que tuvo
de hablar públicamente en Madrid, como más tarde lo hizo desde la revista La Solidaridad y, sobre todo,
en su primera novela, que por entonces comenzó a estructurar.

Lo que podría considerarse el inicio de sus actividades públicas en la metrópoli, donde empieza a exponer
su pensamiento político, se produce el 25 de junio de 1884, con ocasión del homenaje que los filipinos
ofrecían en Madrid al pintor Juan Luna, en reconocimiento al éxito de su obra Spoliarum.

Rizal, que ese día había ganado por oposición el primer premio de griego y anotado en su diario que no
había comido por falta de dinero, pronunció, al iniciar los brindis, una de las pocas piezas oratorias, tal vez
la única, de su vida. El auditorio estaba formado por políticos relevantes –Moret, Labra, Andrés Mellado,
Morayta, etc.– y un nutrido grupo de pintores, escritores y periodistas, así como representantes de la co-
lonia filipina. 287
La tesis central del discurso postulaba que Filipinas caminaba hacia la madurez, saliendo de su letargo
histórico «[...] vuelve a despertarse conmovida por el choque eléctrico que le produce el contacto de los
pueblos occidentales, y reclama la luz, la civilización que un tiempo les legara, confirmándose así las leyes
externas de la evolución constante, de las transformaciones, de la periodicidad, del progreso».

Portada de la novela Noli me tangere, de José Rizal. Biblioteca Virtual Cervantes

8
 PALMA, R. Op. cit., p. 47.
Planteado esto, después de hacer el panegírico de los pintores Luna e Hidalgo, también homenajeado,
pasó a presentar una crítica sobre la actuación de algunos españoles en la colonia:

«Si la madre enseña al hijo su idioma para comprender sus alegrías, sus necesidades o dolo-
res, España, como madre, enseña también su idioma a Filipinas, pese a la oposición de esos
miopes pigmeos que asegurando el presente, no alcanzan a ver en el porvenir, no pesan las
consecuencias; nodrizas raquíticas, corrompidas y corruptas, que tienden a apagar todo senti-
miento legítimo que, pervirtiendo el corazón de los pueblos, siembran en ellos los gérmenes
de las discordias para que se recoja más tarde el fruto, el anapelo, la muerte de las generacio-
nes futuras».

Por último, para finalizar el discurso, define su visión peculiar de la relación entre españoles y filipinos, que
son:

«Dos razas que se aman y se quieren, unidas moral, social y políticamente, en el espacio de
cuatro siglos, para que formen en el futuro una sola nación en el espíritu, en sus deberes, en
sus miras, en sus privilegios, y a continuación brinda, entre otras cosas, porque la madre Espa-
288 ña, solícita y atenta al bien de sus provincias, ponga pronto en práctica las reformas que largo
tiempo medita; el surco está trazado y la tierra no es estéril»9.

Rizal no piensa en la independencia, su filosofía puede resumirse en cuatro palabras: «provincia, sí; colonia,
no». Pretende que se vuelva a la situación establecida en la Constitución de 1812, en la que Filipinas es
considerada como una provincia y tiene representantes en las Corte españolas.

A mediados de 1885, con sus dos títulos universitarios y algunos capítulos de su principal obra, la novela
Noli me tangere en la maleta, el Dr. Rizal comienza su primer periplo europeo. En París se especializa en la
clínica del oftalmólogo M. Wecker. Pasa después a Alemania, donde en Heidelberg, el 22 de abril de 1886,
termina de componer una poesía, en la que, aunque lleve el romántico título de A las flores de Heidelberg,
no deja de recordar su lejano país desde la primera estrofa:

«¡Id a mi patria, id, extranjeras flores,


Sembradas del viajero en el camino,
Y bajo su azul cielo,
Que guarda mis amores,
Contad del peregrino
La fe que alienta por su patrio suelo»10.

Dedicó el resto de aquel año a la observación de las costumbres del pueblo alemán y a completar, pulir y
corregir Noli me tangere, como el propio Rizal reconoce:

«Sin embargo, en honor de la verdad, diré que al corregir mi obra en Alemania la he retocado
mucho y reducido más; pero también la he templado los arranques, suavizando muchas fra-
ses y reduciendo muchas cosas a más justas proporciones a medida que adquiría más amplia
visión de las cosas vistas desde lejos, a medida que mi imaginación se enfriaba en medio de
la calma peculiar de aquel pueblo [...] Con todo, no niego que haya podido influir en mí el me-
dio en que vivía sobre todo al recordar mi patria en medio de aquel pueblo libre, trabajador,
estudioso, bien administrado, lleno de confianza en su porvenir, y dueño de sus destinos»11.

Después de pasar por Leipzig, donde practicó la oftalmología y, posiblemente, según Retana, la tipografía,
para solucionar sus necesidades económicas, se trasladó a Berlín, donde fue impresa la novela. La dedica-
toria está fechada en «Europa, 1886», aunque no salió a la luz hasta marzo de 1887. Este será un momento
clave de su vida, dado que, a partir de entonces, los acontecimientos se acelerarán, tendrá la enemistad
de aquellos a quien critica, será tachado de «filibustero», es decir separatista, y él y su familia sufrirán las
consecuencias de ello. Cosa que no le arredra respecto a su persona, aunque sí por los suyos.

9
 RETANA, W. E. (1907). Vida y escritos del Dr. Rizal. Madrid, Editorial Librería General de Victoriano Suárez, pp. 95-99.
10
 RIZAL, J. «A las flores de Heidelberg». En: La Independencia, n.º extraordinario ya citado.
11
RETANA, W. E. Op. cit., pp. 105-106.
A continuación, estuvo en Austria y Bohemia; visitará allí, en Leitmeritz, al profesor Blumentritt, científico,
estudioso del mundo filipino, estableciéndose una fraternal amistad entre ambos. Finalmente, después de
recorrer Suiza e Italia, embarcará en Marsella hacia Manila, donde arribará en agosto de 1887.

La novela precedió a su autor y con ella llegó el alboroto y la polémica. Mientras aquel pretendía pasar
inadvertido y marchar a su pueblo natal enseguida, el claustro de la Real Pontificia Universidad de Santo
Tomás de Manila, juzgaba la obra y la encontraba

«Herética, impía y escandalosa en el orden religioso y antipatriótica, subversiva del orden


público, injuriosa al Gobierno de España y a su proceder en estas islas, en el orden político,
por lo que consideraba que si llegara a circular por Filipinas, causaría graves daños a la fe y
a la moral, amortiguaría o extinguiría el amor de estos indígenas a España, y perturbando el
corazón y las pasiones de los habitantes de este país, podría ocasionar días muy tristes para
la madre Patria».

No es de extrañar que, al conocer el informe, el capitán general Emilio Terrero y Pertinat llamase a Rizal y le
asignase un oficial de la Guardia Civil, el teniente José Taviel de Andrade, para que le acompañase durante
su estancia en la isla, asignándole el doble papel de vigilante y escolta de su persona. A los pocos días el 289
tagalo se había granjeado el afecto de aquel, creciendo una buena amistad entre ambos. El destino haría
que, años más tarde, durante su proceso, su defensor fuese Luis Taviel de Andrade, hermano del anterior.

Rizal se dedica en Calamba a ayudar a los suyos. Abre una clínica de oftalmología y opera con éxito a su ma-
dre casi ciega y atiende a sus paisanos, pero la situación se hace insostenible ante las presiones de algunos
religiosos y otros radicales españoles. La familia le aconseja marchar, preocupados por su seguridad. Parte
hacia el exilio a primeros de febrero de 1888. En esta ocasión la suerte le favorece, ya que está lejos cuando
se produce la manifestación del 1 de marzo de 1888 en Manila, en la que participaron los principales filipi-
nos de muchos pueblos, que presentaron un escrito al gobernador civil, José Centeno García, solicitando
el destierro del arzobispo y la supresión de las órdenes religiosas en el archipiélago. Sin embargo, algunos
le acusaron de hacer propaganda filibustera desde Hong Kong, ya que compuso por esas fechas, a petición
de sus enemigos de Batangas, el Himno al Trabajo, cuya principal estrofa canta:

¡Por la patria en la guerra,


Por la patria en la paz,
Velará el filipino,
Vivirá y morirá!

A últimos de febrero estaba en Japón, donde hizo amistad con el diplomático español Alcázar, encargado
de los negocios de España en ese país, que quizá fue a visitarle al hotel donde se hospedaba en Yokohama
para vigilarlo y le invitó a alojarse en la residencia de la delegación española. Allí se trasladó y vivió durante
más de un mes. Marchará después a Estados Unidos –llega a San Francisco el 28 de abril– y lo atravesará
en ferrocarril hasta llegar a Nueva York, donde embarcará hacia Londres, el 16 de mayo. Las impresiones
de este viaje las relata el propio Rizal en una carta dirigida a su amigo Mariano Ponce («Naning»), exponién-
dole su perspectiva sobre la nación americana:

«Visité las más grandes ciudades de América, con sus grandiosos edificios, sus luces eléctricas
y sus concepciones grandiosas. La América es indudablemente un gran país, pero tiene aún
muchos defectos. No hay verdadera libertad civil. En algunos estados, el negro no puede ca-
sarse con una blanca, ni una negra con un blanco. El odio al chino, hace que otros extranjeros
asiáticos como los japoneses sean confundidos con ellos por los ignorantes y sean también
mal mirados [...] Atravesé toda la América: vi Niágara, la majestuosa cascada. Estuve en Nue-
va York, gran población. Pero allí todo es nuevo. Visité algunos recuerdos de Washington, el
hombre que siento no tenga un segundo en este siglo»12.

Está presente el ideal de igualdad entre las razas y las personas, que vive permanentemente en Rizal y por
ello critica la discriminación racial.

12
Idem: Op. cit., pp. 151-155. Carta fechada en Londres el 27 de julio de 1888.
Desde Londres comienza a colaborar en La Solidaridad, que nace el 15 de febrero de 1889 en Barcelona
como órgano de expresión de los filipinos en la Península, donde publica numerosos artículos, unos de
carácter divulgativo sobre el teatro filipino, muchos de carácter crítico sobre la situación en el archipiélago
y algunos donde perfila su pensamiento político.

Fruto de su estancia en Londres, donde investiga en la biblioteca del Museo Británico documentos de la
historia de su país, será la reimpresión del libro Sucesos de las islas Filipinas, publicado en México en 1609
por Antonio de Morga, que narra los primeros tiempos de la dominación española en Filipinas. Rizal incluye
en el texto numerosas notas suyas para alabar la antigua civilización filipina, intentando demostrar que su
pueblo, cuando fue descubierto por los españoles, no era tan inculto como algunos manifiestan y, al mismo
tiempo, intenta despertar en sus paisanos «la conciencia de nuestro pasado, borrando de la memoria, y
rectificar lo que se ha falseado y calumniado»13.

El profesor Blumentritt, que prologa la obra, critica el que los españoles no se hayan preocupado de ree-
ditar el libro –la mejor crónica de Filipinas– y que hubiese sido un inglés, Lord Stanley, quien la tradujese a
ese idioma y la editase. Por ello ensalza a Rizal, afirmando:

290 «Pero tú, mi querido amigo, tú no estabas conforme con esta resignación y modestia del
mundo extranjero, con esa indiferencia y apatía del mundo peninsular. En tu corazón, verda-
deramente noble é hidalgo, sentido toda la grandeza la ingratitud nacional, y tú, el mayor hijo
de la nación tagalog: tú, el mártir de un patriotismo leal y activo, tú fuiste quien ha pagado
la deuda de la nación, de la misma nación cuyos hijos degenerados se burlan de tu raza y le
niegan dotes intelectuales»14.

La obra fue prohibida en Filipinas. En febrero de 1890, se traslada a Bruselas, donde practica la medicina.
A mediados de julio recibió noticias de que su familia había perdido el contencioso que mantenía sobre
los impuestos que gravaban los productos agrícolas de la hacienda a la que estaban adscritos los vecinos
de Calamba. Su hermano Paciano había apelado al Tribunal Supremo de Madrid. Entonces, decidió ir a la
capital de España para gestionar el pleito. Llegó en agosto después de visitar la Exposición Universal de
París. Recibe el apoyo de sus paisanos. H. del Pilar, que estaba al frente de La Solidaridad y dirigía, en cier-
ta manera, el sentir político de la colonia filipina, le acompaña a entrevistarse con el ministro de Ultramar,
Fabié, para exponer las reivindicaciones de sus parientes de Calamba, pero no obtienen éxito alguno.

Rizal se persuade de que no puede esperar nada del Gobierno de la metrópoli y el pesimismo se apodera
de él. A poco se producen divergencias en el seno de la colonia filipina e incluso tiene enfrentamientos
personales con algunos compañeros, entre ellos el pintor Antonio Luna, al que llega a desafiar en duelo.
Recibe, además, la noticia de que Leonor, su antigua novia, se había casado con un inglés.

Tal cúmulo de contrariedades le afectan profundamente y piensa abandonar España. El hecho que le de-
cide a dar este paso fue el conjunto de circunstancias que rodeó, a principios de 1891, la elección del res-
ponsable encargado de dirigir las actividades de la colonia filipina. Rizal apoyó la propuesta de concretar
en el responsable la suprema autoridad filipina en la Península, pero se encontró con la dura oposición
de la redacción de La Solidaridad. La elección del responsable dividió la colonia entre los partidarios de
Rizal y Del Pilar; triunfó, tras varias votaciones sin obtener la mayoría necesaria, Rizal. Pero este, que había
predicado la unión de todos los filipinos, no quería ser causa de división entre ellos y abandonó el puesto
de responsable, que es asumido por Del Pilar, marchando a Francia a final de enero para pasar a Bélgica y
establecerse en Gante.

Deja de colaborar en Solidaridad. No por resentimiento sino, como manifiesta en carta a Del Pilar, por:

«(1) Que necesito tiempo para trabajar en mi libro; (2) que quería que otros filipinos trabajasen
también; (3) he considerado que en el partido vale mucho que haya unidad en los trabajos y
puesto que tú estás arriba y yo tengo también mis ideas, vale más dejarte dirigir solo la política
tal como la comprendes y no meterme en ella. Esto tiene dos ventajas, nos deja a ambos en

13
 MORGA, A. de (1890): Sucesos de las Islas Filipinas. Obra nuevamente sacada a la luz y anotada por Rizal. Ed. París,
Librería de Garnier Hermanos, p. VI. Dedicatoria «A los filipinos» de José Rizal.
14
Idem. Op. cit., pp. VII-VIII. Prólogo de Blumentritt.
libertad y aumento tu prestigio, lo cual es muy necesario, pues en nuestro país se necesitan
hombres de prestigio. Esto no quiere decir que no trabaje yo y siga el curso de los trabajos
vuestros: yo soy como un cuerpo de ejército que en el momento necesario me veréis llegar
para caer sobre los flancos del enemigo que tenéis delante. Solo pido a Dios que me dé los
medios para hacerlo»15.

Está claro que Rizal no ha abandonado, ni abandonará la lucha. Combate a su manera, usa las palabras
como dardos. No es un hombre de acción, al estilo de Aguinaldo y Bonifacio, pero denuncia, enseña las
llagas de su pueblo y despierta en este el ideal nacional. Su trinchera es el papel impreso y, por ello, para
reiterar esfuerzos ataca de nuevo con su pluma. Nace así a la luz, en Gante, la segunda parte del Noli me
tangere, el Filibustero y, para que no quede duda de su objetivo, lo dedica a la memoria de los tres pres-
bíteros -Gómez, Burgos y Zamora- ejecutados en el patíbulo de Bagumbayan el 28 de febrero de 1872,
denunciando lo que considera una condena injusta:

«[…] en tanto, pues, no se demuestre claramente vuestra participación en la algarada caviteña,


hayáis sido o no patriotas, hayáis o no abrigado sentimientos por la libertad, tengo derecho
a dedicaros mi trabajo como a víctimas del mal que trato de combatir. Y mientras esperamos
que España os rehabilite un día y no se haga solidaria de vuestra muerte, sirvan estas páginas 291
como tardía corona de hojas secas sobre vuestras ignoradas tumbas [...]»16.

La llegada de algunos ejemplares a Manila hace que arrecien los ataques contra Rizal y que, en Calamba,
su familia sea acosada, se desahucie y deporte a parientes y amigos e incluso algunas de sus viviendas
sean derribadas. Todo esto le impulsa a abandonar Europa y dirigirse a Hong Kong, donde llega a fines de
noviembre, para estar cerca de los suyos y, si fuera posible, regresar a Manila.

Sus familiares, que se reúnen con él al poco tiempo, tratan de disuadirle del regreso y entonces piensa
fundar una colonia agrícola en Borneo para vivir con los suyos y con aquellos tagalos que quieran seguirle.
Incluso se traslada al norte de Borneo para buscar asentamientos. No obstante, sigue sintiendo la llamada
de su tierra y el deseo de trabajar para ella. Así crea e imprime en Hong Kong los estatutos de la Liga Fi-
lipina, especie de asociación de ayuda mutua entre sus integrantes, cuyo lema era Unus Instar Omnium y
sus fines17:

1. Unir a todo el A... en un cuerpo compacto, vigoroso y homogéneo.


2. Protección mutua en todo apuro y necesidad.
3. Defensa contra toda violencia e injusticia.
4. Fomento de la instrucción, agricultura y comercio.
5. Estudio y aplicación de reformas.

Durante la preparación del proyecto de Borneo, escribe dos cartas al gobernador general de Filipinas,
Despujol, sobre sus intenciones de establecerse en aquel lugar con un grupo de sus paisanos. El cónsul de
España en Hong Kong le informa verbalmente que no era muy patriótico sacar brazos del suelo filipino, tan
falto de ellos, para ir a trabajar a tierras extranjeras.

Rizal decide ir a Manila y escribe a Despujol manifestándole que vuelve, que se pone a su disposición y que
se alojará en uno de los hoteles de la ciudad en espera de que le comunique sus órdenes. Al arribar a la
capital filipina, el 22 de junio de 1892, es recibido con expectación por unos, con afecto por muchos de sus
paisanos y con resentimiento por los que se sentían criticados y ofendidos en sus escritos.

Desarrolla una frenética actividad de propaganda de la Liga Filipina en diversas provincias, lo que despier-
ta preocupación en Despujol, que es presionado por los poderes fácticos para que adopte medidas. El
resultado es un decreto, publicado en la Gaceta de Manila, del 7 de julio, que dispone la deportación de
José Rizal a Dapitan, en la isla de Mindanao. Declara prohibida la introducción y circulación de su obra en

15
PALMA, R. Op. cit., p. 188.
16
 RIZAL, J. (1911). El filibusterismo. Barcelona, Editorial Maucci.
17
 PALMA, Op. cit., p. 221.
el archipiélago y ordena que aquellos que posean algunos de sus libros o proclamas los entreguen a las
autoridades locales.

Durante los años de destierro en Dapitan ejerció la medicina de forma gratuita, abrió un dispensario, fun-
dó un hospital, construyó un embalse de agua y diversas obras de interés para la comunidad. Descubrió
nuevas especies animales, que envió a Europa central para su estudio. Vivió con Josephine Bracken, de
origen irlandés, que le dio un hijo, que murió al poco de nacer. Intentó alejarse de la política, pero al final
sería acusado de mantener contactos con la sociedad denominada Katipunan o Asociación de los Hijos
del Pueblo, creada por Andrés Bonifacio, para pronunciar la lucha armada contra España.

Rizal, para salir del destierro, se ofreció voluntario para servir como médico de las fuerzas expedicionarias
españolas en Cuba. El 30 de julio de 1896 recibió la comunicación, fechada el 1 de dicho mes, por la que
el general Blanco le informaba de su destino a la Gran Antilla. El día 6 de agosto llegaba a Manila, per-
diendo el correo a la Península que salió el día anterior. El destino le jugaba una mala pasada: el retraso
de la carta de Blanco, la pérdida del correo y tener que esperar al siguiente vapor, el 3 de septiembre,
forman una cadena de circunstancias que le atraparían sin remedio. El último eslabón sería el estallido de
la revolución preparada desde el Katipunan y dirigida por Andrés Bonifacio.
292
Partió hacia Barcelona en el Isla de Panay, a donde llegó el 3 de octubre para ser reembarcado hacia Fi-
lipinas en el vapor Colón, que transportaba tropas españolas para sofocar la insurrección. Llegó a Manila
el 3 de noviembre para ser procesado, juzgado y condenado a muerte.

La semblanza que hizo Gómez de la Serna, presenta a Rizal hombre de la siguiente manera:

«La figura humana de Rizal es digna de profundo estudio. Vivió treinta y cinco años, a los
veintisiete había dado la vuelta al mundo; fue médico, novelista, poeta, político, filósofo, pe-
dagogo, agricultor, tipógrafo, políglota (hablaba más de diez lenguas), escultor, pintor, natu-
ralista, miembro de célebres Centros científicos europeos, que dieron su nombre a especies
nuevas por él descubiertas, vivió y estudió en las grandes capitales de Europa y América; el
índice de sus libros y escritos varios ocupan no pocas páginas de este volumen [...].

Salió estudiante de su país el 82, cursó brillantemente en España las carreras de Medicina
y Filosofía y Letras; volvió a Filipinas el 87 para marcharse el 88; tornó el 92 para ser des-
terrado a los pocos días, y salió del destierro el 96 para ser fusilado, no obstante haberse
esclarecido que en los últimos cuatro años de su vida y destierro no se mezcló directa ni
indirectamente en ningún asunto político de su país.

Caballero sin tacha, bondadoso, dulce, delicado y valiente, era tal la atracción de sus virtu-
des, que los oficiales de nuestro Ejército que le guardaban, se hacían sus íntimos: uno fue
relevado por ello, por querer tanto a Rizal.

Yo le conocí en Madrid. Limpio y atildado, semblante triste y reflexivo; voz siempre suave ;
ni gritos, ni risas destempladas; poco aficionado a diversiones y devaneos, sin duda porque
dejó latente, allá en su rivera del sol, ese primer amor virginal que en la ausencia, cuando no
muere, hace casta toda la vida [...].

Fue un tipo engendrado para la leyenda. Era un desconocido completo; salió de su país
estudiante, sin que nadie se fijara en él, indiferente a todos, volvió por unos meses a los
veintiséis años. Cuando fue, a los treinta y uno, era una celebridad; era ya un ídolo; todos hu-
bieran querido conocerle, pero a los pocos días salió desterrado. Tornó para el fusilamiento,
y puede decirse que la masa de sus paisanos solo le vio un día: el de su muerte»18.

 RETANA, W. E. Op. cit., p. VII. Prólogo de Javier Gómez de la Serna.


18
EL PENSADOR Y SUS IDEAS

«¿Qué ha sido toda su vida? La campaña infatigable y honrada del político de alto vuelo que, en aras del
amor de su país, ha jurado darle días de grandeza y felicidad»19. Rizal persiguió siempre el ideal de exaltar
a su patria de ponerla a la altura de las naciones modernas de su época y prepararla para que asumiera su
futuro con dignidad. Toda su vida y escritos los dedica a estos objetivos. Su obra está pensada y escrita con
ese fin. Ni siquiera el poeta puede evitar dejarse llevar por su ideal patriótico, se ve en sus versos de niño,
que se han recogido más atrás, y está presente en sus poemas de hombre adulto. Su arma de guerra es la
pluma, él mismo lo anuncia en su poema A mí... cuando invoca a la musa...

«Más tú vendrás, inspiración sagrada,


De nuevo a caldear mi fantasía
Cuando mustia la fe, rota de espada
Morir no pueda por la patria mía,
Tú me darás la cítara enlutada
Con cuerdas que vibran la elegía.
Para endulzar de mi nación los poemas 293
Y el amortiguar de sus cadenas»20.

Rizal luchará en sus trincheras de papel por la libertad y los derechos de su pueblo. Se hace escritor y, como
reconoce Unamuno, su heroísmo fue el heroísmo del escritor: «Pero entiéndase bien que no del escritor
profesional, no del que piensa o siente para escribir, sino del hombre henchido de amores que escribe
porque ha pensado o ha sentido»21.

Su obra, por lo tanto, tiene un permanente fin político y se estructura según evolucionan las ideas de su
autor. Así, su novela Noli me tangere es un primer aldabonazo para despertar la conciencia del indio filipino
y mostrarle los abusos y humillaciones a los que está sometido. El propio Rizal lo manifiesta en la presenta-
ción de los objetivos de la obra en la dedicatoria que titula A mi patria:

«Regístrase en la historia de los padecimientos humanos un cáncer de carácter tan maligno


que el menor contacto le irrita y despierta en él agudísimos dolores. Pues bien, cuántas veces
en medio de las civilizaciones modernas he querido evocarte, ya para acompañarme de tus
recuerdos, ya para compararse con otros países, tantas se me presentó tu querida imagen
costó un cáncer social parecido.

Deseando tu salud, que es la nuestra, y buscando el mejor tratamiento, haré contigo lo que
con sus enfermos los antiguos: exponíamos en las gradas del templo, para que cada persona
que viniese de invocar a la Divinidad les propusiese un remedio.

Y a este fin, trataré de reproducir fielmente tu estado sin contemplaciones; levantaré parte del
velo que cubre tus llagas, sacrificando a la verdad todo, hasta el mismo amor propio, pues,
como hijo tuyo, adolezco también de tus defectos y flaquezas».

Los objetivos del Noli son claros: quiere dar a conocer los males que, a su juicio, corroen a su país y entien-
de que para ello tiene que exponerlos a la luz pública. Pretende lograr la movilización del pueblo filipino
para que reivindique que le sean reconocidos los derechos humanos, que ya se preconizan en esa época
en el mundo civilizado; quiere que deje de ser considerado una raza inferior y tratado como ciudadanos de
segunda clase.

Tres años más tarde, en 1889, en la reimpresión que hace de los Sucesos de las islas Filipinas, de Morga, su
objetivo es dar a conocer su pasado a los filipinos, para que recuperen su historia, puedan juzgar mejor el
presente y medir el camino recorrido durante los tres siglos de dominación española. Así lo anuncia en su
llamada A los filipinos en la introducción que hace a la obra:

19
 
La Independencia, n.º extraordinario ya citado.
20
Ibidem.
21
RETANA, W. E. Op. cit., p. 476. Epílogo de Miguel de Unamuno.
«Nacido y criado en el desconocimiento de nuestro ayer, como casi todos vosotros, sin voz ni
autoridad para hablar de lo que no vimos ni estudiamos, consideré necesario invocar el tes-
timonio de un ilustre español que rigió los destinos de Filipinas en los principios de su nueva
era y presenció los últimos momentos de nuestra antigua civilización. Es pues, la sombra de la
civilización de nuestros antepasados la que ahora ante vosotros evocará el autor»22.

Quiere que los filipinos encuentren sus raíces. Pero será en la prensa donde escribirá su principal ensayo
político y planteará sus principales reivindicaciones. Lo hará en un periódico publicado en España y presen-
tará una prospectiva de lo que a su juicio será «Filipinas dentro de cien años»23. Es un estudio político-social
sobre el porvenir de Filipinas. En él se analizan diversas hipótesis de su visión sobre la posible evolución
histórica de la zona –la cuenca del Pacífico– y de la influencia en esta de las naciones europeas con presen-
cia colonial en ella –España, Francia, Inglaterra, Holanda–, de los dos colosos vecinos –China Japón– y de
dos potencias emergentes con intereses en esa área, como Alemania y Estados Unidos.

Como es su costumbre, inicia el ensayo presentando en grandes rasgos la historia de Filipinas desde su
incorporación a la Corona española, ya que, según él, «para leer en el destino de los pueblos es menester
abrir el libro de su pasado». En esta lectura del pasado, Rizal ve la desaparición, ante la influencia españo-
294 la, de las tradiciones y de la cultura original filipina; este es uno de los caballos de batalla del tagalo, que
siente la pérdida de la identidad de su raza y desea lograr que la recupere. Enseguida plantea una serie de
preguntas, que él mismo reconoce son difíciles de contestar:

«¿Continuarán las islas Filipinas como colonia española, y, en este caso, qué clase de colonia?
¿Llegarán a ser provincias españolas con o sin autonomía? Y para llegar a este estado, ¿qué
clase de sacrificio tendrá que hacer?

¿Se separarán tal vez de la Madre Patria para vivir independientes, para caer en manos de
otras naciones o para aliarse con otras potencias vecinas?».

Al responder a estas preguntas y sacar sus propias conclusiones, Rizal plantea y presenta sus propias ideas,
su pensamiento del presente para el futuro, y sus conclusiones son: 1) Las islas no pueden seguir en el esta-
do en el que están, deben recabar de la metrópoli más libertades. 2) Querer que se mantenga la situación
actual entraña el riesgo de una revolución y una ruptura total. Por ello afirma, rotundamente: «Las Filipinas,
pues, o continuarán siendo del dominio español, pero con más derechos y más libertades, o se declararán
independientes, después de ensangrentarse y ensangrentar a la Madre Patria».

Pero, en estos momentos, Rizal no opta por la independencia: se conforma con pedir reformas que permi-
tan que el archipiélago continúe bajo el dominio español. No considera que la ocasión para la independen-
cia esté madura y reivindica: prensa libre en las islas y diputados filipinos en las Cortes españolas. Reconoce
que:

«[...] estas son las dos reformas fundamentales qué, bien interpretadas y aplicadas, podrán di-
sipar todas las nubes, afirmar el cariño a España y hacer fructificar todas las posteriores [...] En
suma: las Filipinas continuarán siendo españolas, si entran en la vía de la vida legal y civilizada,
si se respetan los derechos de sus habitantes, si se les conceden los otros que se les deben, si
la política liberal de los Gobiernos se lleva a cabo sin trabas ni mezquindades, sin subterfugios
ni falsas interpretaciones».

Es claro que propone la igualdad de trato con el resto de los territorios españoles y desea que esto suceda
mediante la concesión pacífica, no aboga por la insurrección armada, ya que: «Los que hoy luchamos en el
terreno legal y pacífico de las discusiones, lo comprendemos así, y con la mirada fija en nuestros ideales,
no cesaremos de abogar por nuestra causa, sin salir de los límites de lo legal».

Sin embargo, advierte que: «Si antes la violencia nos hace callar o tenemos la desgracia de caer (lo cual es
posible, pues no somos inmortales), entonces no sabemos qué camino tomarán los retoños numerosos y
de mejor savia que se precipitarán para ocupar los puestos que dejemos vacíos».

22
 ORGA, A. de: Op. cit., p. V. Dedicatoria «A los Filipinos» de José Rizal.
M
23
RIZAL, J. (1989-1890). Filipinas dentro de cien años.
Las frases anteriores las escribe el 15 de diciembre de 1889, en paralelo casi con la publicación del libro de
Morga. Aún cree posible la convivencia y advierte del riesgo de llegar al enfrentamiento. La ruptura dialéc-
tica se producirá apenas dos años después, en 1891, en su segunda novela El Filibusterismo. La causa es la
incomprensión del Gobierno español.

295

Portada de la novela El filibusterismo, de José Rizal. Biblioteca Virtual Cervantes

El Filibusterismo es un desafío desde la portada a la última página. El reto comienza al situar en portada el
breve prólogo de Blumentritt:

«Fácilmente se puede suponer que un filibustero ha hechizado en secreto a la liga de los frai-
leros y retrógrados para que, siguiendo inconscientes sus inspiraciones, favorezcan y fomenten
aquella política que solo ambiciona un fin; extender las ideas del filibusterismo por todo el
país y convencer al último filipino de que no existe otra salvación fuera de la separación de la
Madre Patria».

Blumentritt anuncia que el filibusterismo es la única salida que le queda a un pueblo cuando la metrópoli
no atiende sus reivindicaciones pacíficas y legítimas. No hay otra solución que el separatismo.

Si el Noli me tangere tiene mucho de denuncia crítica, pero dentro del marco de lo que puede considerarse
una novela costumbrista, El Filibusterismo es una llamada a la revolución por parte de su protagonista, Si-
moun. Ya nada queda en su persona del idealista e ilustrado Ibarra, protagonista de la primera novela, que
predica la concordia y la convivencia pacífica entre españoles y filipinos y que rechaza dirigir un movimiento
revolucionario. Simoun es la imagen de la venganza, el espíritu de la revolución que solo piensa ya en la
independencia24:

«[...] y en vez de tener aspiraciones de provincia, tenedlas de nación; en vez de pensamientos


independientes, a fin de que ni por derechos, ni por costumbres, ni por lenguaje, el español se
considere aquí como en su casa, ni ser considerado por el pueblo como nacional, sino siempre
como invasor, como extranjero, y tarde o temprano tendréis vuestra libertad».

24
 RIZAL, J. El Filibusterismo, p. 79.
Para Retana: «El Filibusterismo es el libro más nacionalista que he leído en mi vida [...] Toda la obra es de
un interés creciente. Pero en el buen entendimiento de que este interés no es el novelesco, el interés está
en la doctrina que en cada momento va fluyendo en Rizal»25.

El contenido de El Filibusterismo es uno de los cargos que aparecen en el decreto de Despujol, que le de-
portó a Dapitan. El haber dedicado la obra a la memoria de los tres sacerdotes condenados a muerte por
traidores a la patria, el permitir que apareciera en su portada la reflexión de Blumentritt, que aconseja la
separación de Filipinas de la Madre Patria, eran razones suficientes para tachar a Rizal de filibustero y, por
ende, de separatista.

Sin embargo, Retana concreta que, según manifestó por carta al gobernador general de Filipinas el señor
Carnicero, que fue el encargado de la vigilancia de Rizal en Dapitan, el programa político de este se resu-
mía en los ocho párrafos siguientes:

«En primer término, dar al país representación en las Cortes, con lo cual cesarían los abusos
que algunos cometen.
Secularizar a los frailes, haciendo cesar la tutela que sobre el Gobierno y el país ejercen estos
296
señores, distribuir las parroquias, a medida que quedasen vacantes, entre los clérigos, que
podrían ser tanto insulares como peninsulares.
Reformar la Administración en todas sus ramas.
Fomentar la instrucción primaria, evitando toda intervención de los frailes.
Repartir en partes iguales, entre peninsulares e insulares, los empleos del país.
Moralizar la Administración.
Crear, en las capitales de provincias de más de 16.000 habitantes, Escuelas de Artes y Oficios.
Libertad religiosa y libertad de imprenta»26.

Todo un abanico de reformas que nadie planteó al Gobierno de Madrid y que, tal vez, hubieran cambiado
el desarrollo histórico de aquel noventa y ocho.

PROCESO Y CONDENA. EL «ÚLTIMO ADIÓS»

La insurrección, que estalla en la última semana de agosto de 1896, va a ser fatal para Rizal. Su nombre
surge en los testimonios de varios de los filipinos detenidos en los primeros días de la revuelta; incluso al-
gunos afirman que aquel había aconsejado a los jefes revolucionarios el aplazamiento del alzamiento uno o
dos años, hasta contar con más armas y municiones. Ante esto, el juez Olive solicita al gobernador general
que reclame el regreso de Rizal, que llegará a Manila el 3 de noviembre y será trasladado a la Real Fuerza
de Santiago.

A partir del 20 de noviembre, Rizal comparece ante el juez Olive para responder de los cargos formulados
contra su persona. Admite que conocía el inminente estallido de la rebelión por la visita que le había he-
cho en Dapitan el doctor Valenzuela, emisario de Katipunan, pero que él se había opuesto por estimarla
prematura e inútil. También admite que conoce a varios de los detenidos o comprometidos en la revuelta.
Confiesa haber creado una asociación de filipinos en Madrid, que asimismo redactó los estatutos de la Liga
Filipina, sin fines políticos, y que, durante su estancia en Manila, antes de ser deportado a Dapitan, había
participado en alguna reunión hablando de la Liga y de la francmasonería. Niega conocer a Andrés Boni-
facio, tener relación con el Katipunan, haber autorizado el despliegue de su retrato en los salones de esa
organización y el uso de su nombre como reclamo o santo y seña de los revolucionarios.

25
 ETANA, W. E. (1910). Rizal, noticias biográficas. Barcelona, Biblioteca Popular de L´avenç, pp. 38-40.
R
26
Idem. Op. cit., pp. 61-62.
El día 2 de diciembre, el gobernador general Blanco remite el expediente al capitán Rafael Domínguez,
juez especial de la causa, para que formule los cargos pertinentes. Este considera que hay base legal para
procesar al encausado, por lo que el general Blanco da traslado de la causa al juez auditor Enrique Alcocer
quien, el 9 de diciembre, presenta la acusación contra Rizal por los delitos de rebelión y de fundación de
asociaciones ilegales como medio necesario para el primero. Este, cuando el día 11 se le lee la acusación,
niega haber sido el autor, ni siquiera cómplice, de la revolución y solo admite haber redactado los estatutos
de la Liga Filipina, con el fin de promover el comercio y la industria.

El nuevo gobernador general Camilo García de Polavieja decreta que, el día 26 de diciembre, se reúna el
Consejo de Guerra que ha de juzgar la causa. Ese mismo día, el consejo dicta sentencia de muerte que,
aunque dejaba abierta la posibilidad del indulto, es confirmada por el general Polavieja el día 28, fijando
como fecha del fusilamiento el inmediato día 30. Solo su familia solicita el indulto, que no es concedido,
y Rizal entra en capilla el 29. El ambiente que vivía Filipinas aquellos días no era el más proclive para el
perdón, con una insurrección casi generalizada y los rebeldes dueños de Cavite: de ahí que los juicios su-
marísimos y las sentencias a muerte estuvieran a la orden del día. Tal vez algunos pensaban que la muerte
de Rizal desmoralizaría a los revolucionarios y las aguas volverían a su cauce.
297
En un día tan ajetreado, como la víspera de la muerte de Rizal, cuatro hechos deben ser destacados: su
vuelta al redil de la Iglesia, tras largas horas de debate con los padres jesuitas; su confesión con el padre
Villaclara; su boda con su compañera Josefina Bracken y la entrega a su hermana de una lamparilla de alco-
hol que, según le manifiesta en inglés para no ser entendido por los españoles, esconde algo. Se trata de
su poesía conocida con el nombre de Último Adiós.

Su obra postrera no llevaba título, ni firma. Fue su amigo M. Ponce quien, al imprimirla en Hong Kong, a
mediados de enero de 1897, puso por título Mi último pensamiento. La poesía sería reproducida en Ma-
drid, en julio de ese año, por la revista republicana Germinal. Sin embargo, en la edición especial de La
Independencia, ya citada, de 25 septiembre de 1898, es donde se inserta con el título de Último Adiós, al
que se añadía la aclaración: Poesía que, estando en capilla, escribió Rizal.

El Último Adiós, además de su despedida, puede considerarse su testamento. El texto original fue recupe-
rado de la lamparilla por su hermana Trining (Trinidad Rizal) y, aunque anduvo más de diez años sin saberse
quién lo guardaba, fue recuperado en 1908 y depositado en la Biblioteca Nacional de Filipinas.

«Adiós, Patria adorada, región del sol querida,


Perla del mar de Oriente, nuestro perdido Edén!
A darte voy alegre la triste mustia vida,
Y si fuera más brillante, más fresca, más florida
También por ti la diera, la diera por tu bien.

En campos de batalla, luchando con delirio


Otros te dan sus vidas sin dudas, sin pesar;
El sitio nada importa, ciprés, laurel o lirio,
Cadalso o campo abierto, combate o cruel martirio,
Lo mismo es si lo piden la patria y el hogar.

Yo muero cuando veo que el cielo se colora


Y al fin anuncia el día tras lóbrego capuz;
Si grana necesitas para teñir tu aurora,
Vierte la sangre mía, derrámala en buena hora
Y dórela un reflejo de tu naciente luz.

Mis sueños cuando apenas muchacho adolescente,


Mis sueños cuando joven ya lleno de vigor,
Fueron en verte un día, joya del mar de oriente
Secos los negros ojos, alta la tersa frente,
Sin ceño, sin arrugas, sin manchas de rubor.
Ensueño de mi vida, mi ardiente vivo anhelo,
Salud te grita el alma que pronto va a partir!
Salud! Ah que es hermoso caer para darle vuelo,
Morir por parte vida, morir bajo tu cielo,
Y en tu encantada tierra la eternidad dormir.

Si sobre mi sepulcro vieres brotar un día


Entre la espesa yerba sencilla, humilde flor,
Acércala a tus labios y besa al alma mía,
Y sienta yo en mi frente bajo la tumba fría,
De tu ternura el soplo, de tu hálito el calor.

Deja a la luna verme con luz tranquila y suave;


Deja que el alba envíe su resplandor fugaz,
Deja gemir el viento con su murmullo grave».

La primera y gran conclusión que se extrae de la lectura del Último Adiós, es el abandono de intereses
298 personales de su autor que solo piensa en los de su patria. Sus versos son un canto de amor patrio y refle-
jan que su ideal permanente ha sido el sueño de que algún día Filipinas alcance la libertad. De las catorce
estrofas, trece hacen referencia a la patria y al pueblo filipino; una sola, la última, la dedica a despedirse
de sus seres más queridos –sus padres y hermanos, su compañera y sus amigos de la infancia–. Ninguna
palabra de repulsa hacia España, ni contra los que le han condenado: solo deja entrever algún reproche
cuando, en la segunda estrofa, al referirse a los que dan su vida por Filipinas, habla de «cruel martirio», tal
vez refiriéndose a sí mismo. Al menos así lo intuye Veyra cuando señala que: «Algún crítico español no ha
visto o no quiso ver en el Adiós ningún reproche a la madre España. ¿Es caso de miopía? El cruel martirio
de texto no puede referirse a otra persona o entidad»27.

Si todo el poema es un mensaje dirigido al pueblo filipino, es en sus estrofas segunda y tercera donde Rizal
anima y reconoce el valor de sus paisanos que luchan con delirio en esos momentos e incluso él se pone
como ejemplo de entrega, que será enarbolado durante los futuros combates por la independencia. Es su
último mensaje político, que así queda reflejado:

«En campos de batalla, luchando con delirio,


Otros te dan sus vidas, sin dudas, sin pensar.
El sitio nada importa: ciprés, laurel o lirio,
Cadalso o campo abierto, combate o cruel martirio,
Lo mismo es si lo piden la Patria y el hogar.
Yo muero, cuando veo que el cielo se colora
Y al fin anuncia el día, tras lóbrego capuz;
Si grana necesitas, para teñir tu aurora,
¡Vierte la sangre mía, derrámala en buena hora,
Y dórela un reflejo de su naciente luz!»

No hay duda de que se trata de elevar la moral de los filipinos que luchan por la independencia del ar-
chipiélago. Por ello, en la quinta estrofa, parece recurrir al antiguo Dulce et decorum est pro patria mori
cuando, refiriéndose a Filipinas, escribe:

«Ensueño de mi vida, mi ardiente vivo anhelo,


¡Salud! Te grita el alma, que pronto va a partir,
¡Salud! ¡ah!, que es hermoso caer por darle vuelo,
¡Morir por darte vida, morir bajo tu cielo,
Y en tu encantadora tierra la eternidad dormir!».

El Último Adiós de Rizal y su ejemplo sirvió de estímulo a los filipinos para ganar su propia patria.

 VEYRA, J. C. de (1946). El «Último Adiós» de Rizal. Bureau of Printing. Manila, p. 53.


27
299

Mapa general de Filipinas, 1889. Archivo del Museo Naval de Madrid, sig. MN-58-6
EPÍTOME

Rizal, aunque no llegó a contemplar a Filipinas independiente, sentó las bases ideológicas para que su
génesis como nación, en paridad con otras, fuese imparable. Como reconoce Palma: «su temperamento
soñador y romántico le predisponía para servir los grandes ideales y sentir con vehemencia el deseo de
lograrlos»28. Todo lo puso al servicio de sus objetivos. Entre la pluma y la espada, él eligió la primera. Era
luchador de ideas y no podía escoger. Eso lo engrandece.

El fusilamiento de Rizal no favoreció en nada a la causa española. Así lo manifestó Blumentritt:

«Todas las noticias de la prensa extranjera confirman lo que ya le he dicho, el fusilamiento de


Rizal ha sido contraproducente. Rizal deportado, Rizal desterrado, no fue nunca ni habría po-
dido ser peligroso a España. Pero Rizal fusilado, no solo fanatiza a los insurrectos, sino también
quita muchas simpatías en el extranjero a la causa de España»29.

300 También lo contempla así Maeztu que afirma: «No es la muerte lo que Rizal se merecía, sino el premio y la
ayuda, porque el autor de “Noli me tangere”, la novela del sufrimiento filipino, fue uno de los que trabaja-
ron con mayor ahínco por hacer compatibles la bandera de España con el despertar de su país»30.

De hecho, la muerte de Rizal significaría la ruptura del pueblo filipino con España. Con él moría la posi-
bilidad del diálogo y la esperanza de que, cuando el archipiélago alcanzase la madurez, se produjese la
separación sin traumas. Porque, aunque tuvo como objetivos de su acción la libertad de su pueblo, fue
consciente, como Palma admite: «el debido ejercicio de tal libertad, exigía como condición la educación
del pueblo, en su mente no existió duda de que la independencia vendría cuando el pueblo estuviese a la
altura de amar la libertad hasta morir por ella»31.

Pueden quedar muchas preguntas sobre la manera de ser y pensar del gran tagalo. Tal vez la más
interesante sea: ¿Se consideraba español o filipino? Que se sentía filipino lo demostró a lo largo de
su vida y en su muerte. La respuesta, respecto a su españolidad, la da un hombre próximo a él en el
tiempo, que estudió en la misma Facultad –Filosofía y Letras– en Madrid, aunque Rizal estaba acaban-
do la carrera cuando Unamuno comenzaba. Él rotundamente afirma refiriéndose a aquel: «Español, sí,
profunda e íntimamente español [...] En lengua española cantó su último y tiernísimo adiós a su patria,
y este canto durará cuanto la lengua española durare; en lengua española dejó escrita para siempre la
Biblia de Filipinas»32.

Rizal, cien años después, es el símbolo de Filipinas y su héroe nacional. Su figura se ha engrandecido con
el paso de los años y se le reconoce, además, como un hombre que supo adelantarse a su tiempo, sobre
todo en sus ideas en defensa de la igualdad entre los pueblos por encima de su pertenencia a una raza o
del color de su piel. No quiso ser protagonista de la historia, puesto que no le importaba caer en el olvido
una vez su patria liberada. Así lo escribió en su Último Adiós:

«Y cuando ya mi tumba, de todos olvidada


No tenga cruz ni piedra que marquen su lugar;
Deja que la are el hombre, la esparza con la azada,
Y mis cenizas, antes de que vuelvan a la nada,
El polvo de tu alfombra que vayan a formar.

28
 PALMA, R. (1890). Op. cit., p. 351.
29
 RETANA, W. E. Vida y Escritos del Dr. Rizal, p. 438 (cita 557).
30
 MAEZTU, R.(1890). «Nozaleda y Rizal». En: Alma Española, n.º 10. 10 de enero.
31
 PALMA, R. Op. cit., p. 364.
32
 RETANA, W. E. Vida y Escritos del Dr. Rizal, p. 484. Epílogo de Miguel de Unamuno.
Entonces nada importa me pongas en olvido:
Tu atmósfera, tu espacio, tus vallas cruzaré;
Vibrante y limpia nota seré para tu oído,
Aroma, luz, colores, rumor, canto, gemido,
Constante repitiendo la escena de mi fe».

No fue olvidado, se convirtió en la memoria viva del pueblo filipino. Su figura se agiganta con el paso del
tiempo.

301
LA DEFENSA DE LA SOBERANÍA ESPAÑOLA EN FILIPINAS
ANTES DE LA GUERRA DEL 98
Luis E. Togores Sánchez 1

Cuando dio comienzo el reinado de Isabel II el viejo imperio español, donde no se ponía el sol, era ya histo- 303
ria. A mediados del siglo XIX, la monarquía española aún gobernaba sobre muchas posesiones ultramarinas
que, por sí mismas, hubiesen sido en aquellos días el sueño colonial de muchas de naciones occidentales,
Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Carolinas, Marianas, Palaos y los derechos territoriales sobre Guinea, contando
buena parte de estas colonias y territorios con razonablemente sólidos sistemas de administración y con
inmensas riquezas, como las que ya producía Cuba, o con una incuestionable potencialidad como era el
caso de Filipinas e islas del Pacífico.

La apertura de la cuestión de Extremo Oriente llevará tanto a británicos, como a franceses, estadouniden-
ses y luego alemanes y japoneses, a desear la obtención de una posesión colonial de plena soberanía (base
militar y comercial) en los mares de China. El pequeño puerto de Macao, una puerta entreabierta al mer-
cado chino vía Cantón, resultaba insuficiente para las grandes expectativas y ambiciones que se esperaba
obtener del Celeste Imperio.

La Corona británica pronto logrará las ansiadas bases en el Lejano Oriente: Singapur y Hong Kong, ambas
de gran importancia estratégica y comercial, aunque carentes de ricos y extensos territorios donde poder
establecer una extensa colonia. Los franceses tardarán algún tiempo más, pero terminarán logrando asen-
tarse en Saigón, primer paso de lo que luego será la Indochina francesa.

Solo España, antes de la primera guerra del Opio, poseía en los mares de China una colonia asentada,
extensa, rica, capaz de albergar y desarrollar cualquier modelo colonial que se le quisiese aplicar con ver-
daderas garantías de éxito2. Una ventaja que no supieron capitalizar los distintos gobiernos madrileños y
manilos a lo largo de todo el siglo XIX.

Los españoles –desde su clase política hasta las más populares–, con la relativa excepción de Cuba, veían
en las colonias algo distante y a lo que se sentían poco vinculados, convirtiéndose estas, a partir de los años
sesenta, solo en un pozo sin fondo de gastos, de sangre inútilmente derramada y problemas sin cuento.

España había pasado de ser un Imperio en el que no se ponía el sol a convertirse en una nación en claro
declive, no tanto por carecer de vitalidad y medios materiales, como por el mal empleo de los mismos3:

1
 Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid. Fue investigador adscrito a la
Escuela Diplomática Española. Especialista en Historia Militar, Historia Colonial (España en Filipinas, Asia Oriental
y Pacífico, siglo XIX) e Historia de las Relaciones Internacionales. Director del Departamento de Humanidades de
la Universidad CEU San Pablo de Madrid. Secretario del Instituto CEU de Estudios Hispánicos. «La defensa de la
soberanía española en Filipinas antes de la Guerra del 98». Revista de Historia Militar. Instituto de Historia y Cultura
Militar. Año LXIII, n.º extra II. La pérdida de Filipinas y la gesta de Baler, pp. 47-86.
2
 En 1762 una flota inglesa, con más de 6.000 hombres, arrebatará a España la soberanía de Manila. Una ocupación
que dura hasta 1764.
3
 CASTILLO JIMENEZ, J. M. (1889). El Katipunan o el filibusterismo en Filipinas. Madrid, sin editorial.
«Las cuestiones que afectan al feraz imperio filipino, brillantísima colonia española, miradas
hasta el presente con un interés pasivo y secundario por los gobiernos responsables [...] es el
abandono con que los gobiernos han mirado a aquel pedazo de tierra española, regida por
la voluntad o el capricho de las autoridades superiores, pendiente de las genialidades de las
unas y de las otras, y en medio de la mayor ignorancia por parte de todos [...] Síntomas son
estos de una decadencia política, y acusan una profunda anemia que debilita y extenúa a los
que un tiempo fueron gobierno prepotente».

Filipinas se presentaban ante los ojos de los imperialistas occidentales como una posesión muy deseable.
Junto a la amenaza de las distintas potencias sobre la soberanía española en sus territorios de Extremo
Oriente y el Pacífico, existieron otras graves amenazas, las revueltas nativas, insurrecciones, acciones piráti-
cas y de bandolerismo que azotaban las islas Filipinas, Carolinas, Marianas y Palaos durante toda la presen-
cia española, de forma intermitente.

LOS MOROS DE JOLÓ Y LA REVUELTA DE CAVITE DE 1872


304 Desde siempre la resistencia a la presencia española en Filipinas fue algo endémico. Las campañas en Min-
danao y Joló contra los piratas moros se repetían con insistente sucesión un año tras otro, sin lograr nunca
vencer definitivamente las flotillas de piratas que infectaban el sur de la colonia.

Los kanacos, en algunas ocasiones, se insurreccionaron en las lejanas Carolinas4. El permanente estado de
insumisión de los moros e igorrote y la gran cantidad de tulisanes (bandoleros) obligaba a un permanente
esfuerzo militar que, en ocasiones, se tenía que acrecentar dado el carácter insumiso de la comunidad chi-
na, los sangleyes.

En este escenario permanente de continuas acciones militares, en enero de 1872, se produjo una insurrec-
ción antiespañola por parte de los obreros y soldados nativos del arsenal de Cavite, próximo a la capital
Manila, que suponía un aviso del germen nacionalista que algo más de dos décadas después iba a prender

Cañón tomado en Joló (Filipinas) en 1851. Museo Naval de Madrid, sig. MNM-1561

 
4
Vid. TOGORES, L. E. (1995 ). «El informe del coronel Serrano sobre la ocupación de las Carolinas en 1895». En: Mar
Oceana, Madrid, n.º 2 y Elizalde, M.D. (1992). España en el Pacífico; La colonia de las islas Carolinas 1885-1899.
Madrid, CSIC.
con fuerza en los tagalos y que anunciaba el problema interior más grave con el que se enfrentaría España
para conservar las Filipinas5.

Esta revuelta fue sometida, sin grandes dificultades, por las autoridades españolas, pero evidenció los de-
seos de independencia de algunos pequeños sectores de la población tagala de Luzón, así como el interés
de las potencias europeas con presencia en Asia Oriental en debilitar y apoderarse de las posesiones de
España en esta parte del mundo.

Entre los detonantes de esta posible revuelta el investigador del CSIC, Leandro Tormo, apuntaba como
hipótesis los manejos de agentes cubanos para crear otro frente al Ejército español y dispersar sus fuerzas
–ya que España se encontraba sumida en plena guerra de los Diez Años–, así como la intervención de la
masonería con posible apoyo de británicos y alemanes.

La intromisión más importante y probada fue la de Gran Bretaña, llegando a informar sobre la misma el
gobernador superior civil de Filipinas, Rafael Izquierdo, al ministro de Ultramar, en carta reservada, en la
que afirmaba que la revuelta de Cavite era fruto de un plan combinado de elementos de dentro y fuera de
la isla, tal como se podía observar en la permisividad que mostraba Gran Bretaña al permitir que desde sus
colonias se atacasen moderadamente los derechos y soberanía de España en Filipinas6, interpretándose 305
desde el Ministerio de Ultramar como «intentos análogos, y acaso no del todo ajenos, a los que han pro-
ducido la insurrección cubana»7.

El deseo constante de algunas potencias de hacerse con las posesiones coloniales españolas, que ya
apuntaba el capitán general Izquierdo, era corroborado por el general Alaminos como consecuencia del
conflicto creado por extranjeros en aguas de Joló, Mindanao y Paragua que, a su criterio, obedecían a un
plan para la usurpación de las islas Filipinas8.

Durante todo el siglo XVIII y XIX, España intentó, sin éxito, poner fin al quebranto que para su prestigio,
seguridad y soberanía en Asia Oriental suponía el problema de la piratería mora en el sur de las Filipinas.

La población mora que habitaba el sur había resistido de forma continuada todos los intentos por parte de
España de implantar su dominio de forma estable y segura. Ni la cruz, ni la espada, que juntas tan buenos
resultados habían dado en América y en algunas partes de las Filipinas, resultaban capaces de someter el
carácter bélico y guerrero, profundamente islamizado, de la población malayo-mahometana de aquella
parte del archipiélago. España tenía, en aquellas aguas e islas, una frontera que no lograba dominar9.

De todo el territorio de Filipinas eran las islas Visayas las que sufrían especialmente los ataques moros dada
su proximidad a Mindanao, Joló, Borneo y Tawi-Tawi, siendo sus pueblos y villas costeros los más castiga-
dos, su población era asesinada y convertida a la esclavitud y su comercio por mar y tierra arruinado. La
piratería impedía tanto la vida diaria de la población en su forma tradicional, como dentro ya del proceso
de colonización.

5
 En las mismas fechas en las que estalla la revuelta la mayor parte de la guarnición del archipiélago estaba de
operaciones en Joló actuando contra los moros rebeldes.
6
 Aunque la autoría de la incitación por parte de alguna potencia en los sucesos de Cavite no ha quedado totalmente
probada, resulta indudable la presencia y actuación sospechosa de la fragata de hélice alemana «Hertha», de la
norteamericana de igual clase «Benecia» y de la británica «Nassau» en los días anteriores al 17 de enero 1872, a la
revuelta del arsenal. La escuadra española se encontraba en aquellos momentos en Joló, por lo que los tres buques
señalados eran fuerza suficiente para poner en serios apuros la soberanía española en el archipiélago. Estos buques,
en un momento u otro de su estancia en aguas Filipinas, tuvieron una decidida actuación contraria a los intereses
de España.
7
 TORMO, L. (1976/7). «El Obispo Volonteri cobarcano de Rizal». En: Missionalia Hispanica. Madrid, pp. 54 y ss.
8
 Ibidem, p. 56.
9
 España, a lo largo del siglo XIX, cifró su actividad en el sur de Filipinas en torno a tres cuestiones: (I) La dominación
militar de los diversos príncipes y dattos moros y de sus partidas feudales de piratas; (II) el establecimiento de la
soberanía española mediante una presencia real y efectiva que posibilitase la colonización de las islas; y (III) el
reconocimiento por los líderes malayo-mahometanos de los derechos y soberanía española sobre las diversas islas
y territorios del país moro.
España, en la primera mitad del siglo, con escasos soldados y medios muy menguados, con embarcacio-
nes en pésimo estado, se enfrentó a fuerzas muy superiores a las que podía movilizar, «luchando siempre
con triple y cuádruple número de fuerzas enemigas educadas en la guerra, sin otros ideales de vida que la
constante pelea». La fuerza que tenían los piratas frente a la debilidad de España era tal que llevó incluso a
pensar a las más altas autoridades del archipiélago a renunciar al sur de la colonia10.

«Proseguían las luchas legendarias entre moros y cristianos, que apartados en sus respectivos
dominios continuamente se amenazaban, considerándose como potencias iguales; y así se
comprende, que un capitán general interino D. Pedro Antonio Salazar, al negociar en 1836
tratados con los sultanes de Joló y Mindanao, que reconocían los derechos de España, se
aventurase a proponer al gobierno que se fijasen los límites del dominio español por una lí-
nea tirada de este a oeste por los 8.º de latitud norte, que atravesaría la isla de Mindanao por
más arriba de su mitad, dejando la mayor parte, con inclusión de Zamboanga en poder de los
mahometanos. Las estipulaciones de los tratados de referencia fueron bochornosas, y en el
discurso del trono que leyó la reina gobernadora, le hacía decir el ministro de Marina, que era
muy importante el tratado suscrito con el sultán de Joló, porque casi todos los buques que
iban a Filipinas tocaban en aquel puerto».
306
El carácter peculiar del país moro convertía a Mindanao y Joló en una frontera marítima abierta, de natura-
leza muy diferente a las fronteras en las que actuaban otras potencias: los británicos en el norte de la India,
en los aledaños de Afganistán, en Sudán o en Rhodesia; los franceses en la cuenca del Níger, Madagascar,
en Argelia y Túnez o en el norte de Vietnam, los Estados Unidos frente a México y las diversas tribus indias11;
Rusia en Siberia sobre todo en el Asia Central.

El padre Gainza en su Memoria y antecedentes sobre las expediciones de Balanguingi y Joló, publicada en
Manila en 1851, decía en relación con los moros12:

«La historia de las depredaciones de los moros en nuestras islas es mucho más antigua que
nuestra dominación, su relato es un tejido de los insultos más atroces, sus episodios las esce-
nas más sangrientas; es el libro maestro de la perfidia y mala fe; todas sus páginas están escri-
tas con caracteres de sangre. Ellos han sido el azote más terrible de nuestras playas, la plaga
más terrible de nuestros pueblos, el mayor obstáculo a nuestras armas, y la gran dificultad del
gobierno en todos tiempos. Han asolado los campos, incendiado los pueblos, profanado los
templos, cautivado sus ministros, hecho desaparecer poblaciones y provincias; en una palabra,
han sido un dique contra el que se estrellaron nuestros ejércitos y nuestras glorias».

En 1843 las autoridades españolas, conscientes de lo infructuoso de sus trabajos para someter a los moros,
cambiaran de estrategia –halagos combinados con el uso moderado de la fuerza– convencidos ya de que
el único camino viable para el logro de la sumisión de los moros era la vía militar. Esta línea de actuación se
prolongaría hasta el fin efectivo de la presencia española durante los sucesos de 1896 a 1898.

En 1849 se dictaban las siguientes órdenes desde Manila13:

«Instrucciones que deberá observar el gobernador militar y político de Zamboanga: La política


que hasta ahora hemos observado con los Dattos de Joló y Mindanao ha sido la de atraerlos a
nuestra dominación por medio de una conducta de halagos: la experiencia ha manifestado por

10
 España, a lo largo del siglo XIX, cifró su actividad en el sur de Filipinas en tomo a tres cuestiones: (I) La dominación
militar de los diversos príncipes y dattos moros y de sus partidas feudales de piratas; (II) el establecimiento de la
soberanía española mediante una presencia real y efectiva que posibilitase la colonización de las islas; y (III) el
reconocimiento por los líderes malayo-mahometanos de los derechos y soberanía española sobre las diversas islas
y territorios del país moro.
11
 Vid. HÁMÁLAINEN, P. (2011). El imperio comanche, Barcelona, Península; y BROWN, D. (2007). Enterrad mi corazón
en Wounded Knee. Madrid, Turner.
12
 FRANCIA Y PONCE DE LEÓN, B. y GONZÁLEZ PARRADO, J. Op. cit., p. 92. La gravedad de este problema era
señalada de forma constate durante el pasado siglo por aquellos interesados en el progreso de los intereses
españoles en Asia, estando en la misma línea que lo expuesto por Gainza figuras como Sancha, Montero y Vidal,
Moriones, Escosura, etc., quienes avalan la importancia del problema.
13
 AMAE 97(XIX) N, Sibugay. Manila, 20 mayo de 1843, del capitàn general al gobernador de Zamboanga.
sus resultados, salir fallidos en todo cuanto se ha hecho en el asunto perdiendo el gobierno en
cambio mucho de su decoro y prestigio tanto en nuestro país como en el extranjero; conviene
pues el cambio de sistema y hacerlo valer, tal vez con la fuerza y reivindicar nuestros derechos
sobre dichas islas: para conseguir este objeto es de necesidad emplear de antemano los me-
dios que nos deben conducir al resultado deseado. La colocación de la división de lanchas de
Marina Sutil en esta rada de Zamboanga la considero necesaria, pero no así en otro punto de
esta costa occidental. Los moros de Joló que son los que más se dedican a la piratería, sus ex-
pediciones sobre la Visayas y Luzón las ejecutan generalmente costeando las islas: sus prime-
ras direcciones son las islas de Paragua y de esta pasan a las de Calamines, Mindoro y Luzón:
el otro derrotero para las Visayas es venir a los puntos de Banangonan y Punta Gorda en esta
de Mindanao desde donde costeando hasta la punta de Sicayos y Taglo se dirigen a Visayas:
la colocación pues de nuestras fuerzas sutiles de mar en Punta Gorda es la más conveniente
pues aunque no evitase del todo la piratería, podría embarazarles mucho en la ejecución de
sus miras así a su salida, como al regresar a puerto. Para situar nuestras fuerzas marítimas en la
bahía de Punta Gorda, es necesario que seamos dueños del terreno, para edificar en aquella
un puesto militar, que cubra a la fuerza naval».

En Manila se era plenamente consciente en estas fechas de la situación en la que los moros ponían a 307
España: el capitán general del archipiélago conocía las circunstancias, decía al gobernador de la plaza y
apostadero de Zamboanga:

«[...] islas de Joló y esta de Mindanao, posesiones que, en política, en abstracto se consideran
como dependientes de la monarquía española, y en la realidad no lo son. Hecho que llevó a
la emisión de un informe con las siguientes propuestas»14:

«[…] sería interesante la ocupación del Archipiélago Joloano para evitar que extraño pabellón
ondee en él y poder extender y asegurar la posesión de aquellos dominios [...]:

1.º Que active V.E. su unión de ese superintendente, la pronta adquisición de buques de vapor
que reemplacen a las casi inútiles fuerzas sutiles que tenemos en esas islas...

2.º Que se resuelvan con la celeridad posible los expedientes sobre declarar puerto franco a
Zamboanga, como único medio de atraer allí al comercio y encadenar así nuestras relaciones
con Joló y Mindanao, evitando de este modo la piratería.

3.º Que se tome posesión de terrenos abandonados que nos interesen por su posición topo-
gráfica y que podamos conservar.

4.º Que se establezcan factorías en los puntos de Joló y Mindanao que convengan a nuestro
comercio, fortificándolos sin causar recelos con el fin de defenderlas de un golpe de mano...

5.º Que se adquieran también puestos militares y mercantiles aislados que dominen indirecta-
mente sin los inconvenientes de grandes gastos y sin adquirir el odio de los naturales.

6.º Que se promueva y franquee al comercio todas las avenidas, llamándolo a puntos determi-
nados, a cuyo fin se entablaran los tratados convenientes con el objeto de que goce el nuestro
de una libertad posible...

7.º Que para conseguir cuando queda referido pueda V.E. valerse del protectorado que dis-
pensa a los sultanes de negociaciones amistosas y de pactos solemnes, que podrán tener
toda su validez y consecuencia, luego que contemos con buques de vapor, puertos francos y
las fuerzas disponibles para obligar a los sultanes a su debido cumplimiento y extinguir con el
tiempo la piratería».

 AMAE 97(XIX) N, Sibugay. De la sección de Comercio y Ultramar del ministro de Estado por medio del capitán
14

general de Filipinas al ministro de Estado, 20 de febrero de 1845.


A partir de 1850 y, muy especialmente, durante la Restauración, momentáneamente parecía que las au-
toridades de Manila iban a ser capaces de dominar a los moros con la conjunción de acciones políticas y
medidas militares de los escasos efectivos con que contaba el archipiélago, gracias a la mejora de las armas
y buques proporcionados por la revolución industrial15.

La aparición de los buques de vapor permitió equilibrar la balanza, dándose gracias a ellos por los impor-
tantes golpes a las bases piratas, dados por capitanes generales como Clavería, Urbiztondo, Norzagaray
y, más tarde, por Malcampo y el marqués de Novaliches. Estas actuaciones serían continuadas con mayor
fuerza por generales como Moriones, Terceros, Weyler o Blanco, hasta finalizar el siglo. Estas operaciones
permitieron reducir en mucho la extraordinaria capacidad para realizar incursiones y ataques que tenían los
moros, avanzándose poco a poco en la pacificación.

Hay que tener en consideración que en Filipinas los moros no eran el único frente abierto con el que tenían
que luchar las escasas fuerzas peninsulares y nativas de mar y tierra que guarnecían la colonia. Estaba tam-
bién el permanente problema de los tulisanes (bandidos), operaciones en el norte de Luzón, en Visayas,
en la isla de Negros, las insurrecciones de chinos y tagalos, ir a los destacamentos de Carolinas y Marianas,
cuando no a contener una revuelta en estas lejanas islas, etc. Todo esto hacía que los soldados con destino
308 en Filipinas desarrollasen una actividad bélica, que, por desconocida, no deja de ser en buena medida
comparable en algunas de sus facetas a la desarrollada por los tercios de españoles en Flandes16.

Expedición a Joló (1876). Bocetos del cronista del Diario de Manila. Biblioteca Central Militar, sig. GF-1664

 
15
Vid. HEADRICK, D. R. (1989): Los instrumentos del Imperio. Madrid, Alianza Editorial.
 
16
Vid. ALBI DE LA CUESTA, J. (1999). De Pavía a Rocroi. Madrid, Balkan.
Estas amenazas a la soberanía española se verán incrementadas con los ya citados problemas diplomáticos
con otras naciones europeas, como el contencioso hispano-británico-alemán relativo a la soberanía espa-
ñola sobre el norte de Borneo y Joló que se produce entre 1873 y 1885, al que seguirá, inmediatamente, el
pleito hispano-alemán por la soberanía de las islas Carolinas en 188517. Estas crisis lograron que en Madrid
se reparase en que se poseían unas ricas y codiciadas colonias en el Pacífico, aunque ya era demasiado
tarde para afrontar con éxito una política defensiva preventiva eficaz, por muchas décadas olvidada, en
relación con las posesiones españolas en Asia y que alejase a aquellos que deseaban que estas colonias
cambiasen de manos. Muy poco tiempo iba a tener que pasar para que se abriesen las primeras crisis de
redistribución colonial hasta llegar a la mayor de ellas a nivel global que fue la I Guerra Mundial.

El ciclo bélico 1895-1898 culminará con el inevitable choque armado hispano-norteamericano que, contra
toda previsión por parte de las autoridades españolas, el Gobierno de Washington no solo emprenderá
para anexionarse Cuba, sino que extendería sus operaciones militares a Puerto Rico, Filipinas y algunas islas
del Pacífico. España siempre sintió la amenaza norteamericana sobre sus posesiones del Caribe, pero nunca
pensó que el imperialismo yanqui se extendiese a sus posesiones del Pacífico y hasta las Filipinas.

En 1845 John L. O’Sullivan, periodista y diplomático americano perteneciente al Partido Demócrata, aludió
por primera vez al «destino manifiesto» con la formulación del expansionismo como única vía de engran- 309
decimiento para su nación.

O’Sullivan dejaría tres discípulos: John Riske, historiador, Josiah Strong, pastor protestante y John W. Bur-
ges, profesor de la universidad de Columbia. Pronto a estos les seguirían otros, entre los que destacaría
con luz propia el oficial de la Armada capitán A.T. Mahan18, llamado a convertirse en uno de los principales
teóricos del expansionismo estadounidense, apoyado por hombres como el senador por Massachusetts,
Cabot Lodge, cuya colaboración fue determinante en la acción exterior para el logro del «protectorado»
sobre las islas Hawái en 1893. Al grupo se uniría el joven Theodore Roosevelt tras asistir a las clases de
Mahan en el Colegio de la Marina de Guerra, donde este exponía su teoría de que «la República de los
Estados Unidos tiene que conseguir el mayor número posible de colonias y bases, así como una marina lo
suficientemente poderosa para mantenerlas».

El nuevo imperialismo penetró en el pensamiento político de los Estados Unidos con igual vigor y fuerza
que en Europa, pero con formas y teorías propias, aunque limitado a grupos minoritarios, pero sumamente
poderosos e influyentes. Se estaban asentando las bases teóricas para el enfrentamiento entre Madrid y
Washington en 1898.

Para autores como William L. Langer 19 la adquisición de las Filipinas no entraba claramente ni en las nece-
sidades estratégicas, ni en los objetivos de guerra de los Estados Unidos. No queda la menor duda que el
detonante y causa primera de la guerra hispano-norteamericana fue la cuestión cubana, pero no por ello
hay que pensar que la extensión del conflicto hasta las Filipinas fue una decisión de última hora. Para un mi-
noritario, aunque sumamente influyente grupo, la cuestión del Lejano Oriente brilló con luz propia, unida al
«problema» cubano, dentro de los planteamientos finales que llevaron al conflicto armado contra España.
Las actuaciones en 1898 de Roosevelt, Cabot Lodge y Dewey así lo presuponen.

No cabe la menor duda que estos vieron la oportunidad de adquirir a muy bajo coste una base inmejora-
ble en una zona en la que hacía más de cinco décadas se encontraba el foco preeminente de atención de
las cancillerías y hombres de negocios europeos y en la que los Estados Unidos tenían fuertes intereses,
aunque nunca hubiera desempeñado un papel determinante. Como señala Timothy McDonald, «[...] la

17
 Vid. ELIZALDE, M. D. (1992): España en el Pacífico. La colonia de las islas Carolinas 1885-1899. Madrid, CSIC.
CORRAL, C. y DÍAZ DE CERIO, F. (1991). La mediación de León XIII en el conflicto de las Islas Carolinas, Togores,
L. E. (1989). «Conflictos con Inglaterra a propósito de la isla de Borneo». En: Estudios sobre Filipinas y las Islas del
Pacífico, Madrid, AEEP. Del mismo autor, (1991). La Acción Exterior de España en Extremo Oriente, 1830-1885.
Madrid, UCM.
18
 
Vid. MAHAN, A. T. (1901). «La influencia del poder naval en la historia 1660-1783». El Ferrol, Correo Gallego. Así
como las reflexiones sobre Mahan en RODRÍGUEZ, A. (1988). Política naval de la Restauración (1875-1898). San
Martín, Madrid.
19
 
Vid. LANGER, W. L. (1935). The diplomacy of imperialism, Harvard Ediciones, p. 517 y ss.
decisión de apoderarse de Manila y sus alrededores estaba tomada antes de que McKinley informara al
Todopoderoso y a sus compatriotas sobre sus planes»20.

Estados Unidos, o mejor su clase política, más concienciada e imbuida del nuevo imperialismo, estaba ce-
rrando con Cuba un ciclo colonizador en el continente americano, al tiempo que se preparaban para unirse
al «Gran Juego» que se desarrollaba al otro lado del Pacífico.

Filipinas supuso el final de una carrera a través del Pacífico –Hawái, French Frigate, Johnston, Palmira, Sa-
moa Occidental, Midway, Wake, y al final Guam y las Filipinas– que proporcionaría a Estados Unidos una
ruta segura hacia el corazón de Asia. Esta intromisión en el área, esta escalada intervencionista, práctica-
mente, ha llegado hasta nuestros días: sometimiento de los independentistas filipinos, intervención en la
política interior China a partir de la revuelta «Boxer», intervención masiva y prioritaria en aquel escenario
bélico durante la Segunda Guerra Mundial, ocupación del Japón, guerras de Corea y Vietnam, intervención
en Filipinas, Camboya, Laos, etc.

Estas acciones vinieron posibilitadas por la clara percepción que tenían los grupos imperialistas estadou-
nidenses del deficiente sistema defensivo de España en Filipinas e inexistente en sus islas del Pacífico. ¡Si
310 España era derrotada en Cuba y Puerto Rico, su derrota arrastraría a sus posesiones de Extremo Oriente
con previsible escaso coste para los Estados Unidos!

La Armada española siempre señaló como principal amenaza a la presencia española en Filipinas al Japón
Meiji, lo que llevó a conocer al Japón como «el peligro amarillo». La ocupación por Japón de las islas Vul-
cano (Sulphur u Osagawara) contiguas a la Marianas españolas en 1891, convertían en vecinos en el Pací-
fico a ambas naciones, como luego ocurría en el norte de la Filipinas como consecuencia de la anexión de
Formosa (Taiwán) en 1895 gracias a la victoria de Japón sobre China. Desde 1890, el periódico nacionalista
Nippon Yin se mostraba claramente partidario de la expansión nipona hacia el sur, hacia las Filipinas.

El continuo crecimiento del presupuesto militar del Japón, con un ejército de 240.000 hombres, y su ofre-
cimiento de cien mil fusiles y municiones a los insurrectos filipinos en 1896, dentro de su política expan-
sionista hacia el continente (China, Corea y Manchuria) como hacia las islas al sur y al este del archipiélago
nipón, convertían a la hipótesis de la Armada española de una agresión japonesa sobre las Filipinas como
algo más esperable que el ataque norteamericano que se produjo en 189821.

Una de las causas, no de las menos importantes, que alentaban el deseo de otras potencias industrializadas
para hacerse con el control de las posesiones españolas de ultramar, por su riqueza real o potencial, estaba
en la falta de recursos militares y de todo tipo, ya que los gobiernos de Madrid invertían en su defensa muy
poco.

El turbulento siglo XIX español, azotado por las guerras napoleónicas (1808-1814) que dejaron arrasado el
país, seguido de un largo ciclo de guerras civiles, las tres carlistas (1833-1840, 1846-1849 y 1872-1876), más
la revuelta cantonal (1873) y la larga guerra civil ultramarina de los Diez Años en Cuba (1868-1878) provoca-
ron que España contase con escasos recursos, al igual que le ocurría en los tiempos de Flandes, para poder
combatir y defender sus derechos en todos aquellos frentes y ante tantos enemigos reales o potenciales.

En 1860 tenía España en Cuba –en palabras de Gonzalo de Reparaz– un ejército de veintidós mil hombres;
en 1868 apenas llegaba a dieciocho mil; en 1895 estaba reducido a trece mil, de los cuales dos terceras
partes estaban rebajados de servicios para que pudiesen trabajar en los ingenios22:

«Sin exageración se puede afirmar que muchos de los cuerpos del ejército de Cuba estaban
reducidos a la plana mayor y los soldados indispensables para la guardia de los cuarteles.

20
Mc DONALD, T. (1966). McKinley’s war with Spain. Midwest Quartely. Vol VIII, pp. 23-43.
21
 Para más información, ver el n.º 5, año V, de 1995, de la Revista Española del Pacífico, monográfico Las relaciones
contemporáneas entre España y Japón, especialmente los artículos de M.ª Dolores Elizalde, «Japón y el sistema
colonial español»; Belén Pozuelo, «Las relaciones hispano-japonesas en la era del Nuevo Imperialismo (1885-
1898)», Agustín R. Rodríguez, «España y Japón ante la crisis de Extremo Oriente en 1895»; Ikehata Sethuso, «La
participación de Japón en la Revolución filipina de 1896» y el trabajo de Grant K. Goodman, «Japón y la Revolución
filipinas: imagen y leyenda».
22
 REPARAZ, G. de. (1896). La guerra de Cuba: estudio militar, 1895. Madrid, La España Editorial.
Las fuerzas navales en vez de aumentar disminuyeron también, sobre todo en proporción de
las de nuestros vecinos. Los arsenales cada vez producían menos, peor y más caro [...]. A los
cubanos que habían peleado a nuestro lado se les pagó el servicio con la más negra ingratitud,
empujándolos esta al campo enemigo».

Las posesiones españolas en Extremo Oriente sufrieron, en buena medida, por su lejanía, malas comunica-
ciones y deficiente explotación económica, una carencia de medios de todo tipo que resultaban especial-
mente evidentes en materia militar.

Las tropas coloniales de España en Filipinas eran las encargadas de lograr la seguridad necesaria, tanto en
mar, como en tierra, para el desarrollo de la colonia y la consolidación de la presencia hispánica en la zona.
En torno a 1857 la colonia tenía una guarnición de cerca de doce mil hombres en el ejército y 1.890 en la
armada. En 1879 la guarnición permanecía casi exactamente igual, 12.198 en el ejército y 1.613 en la arma-
da. Estas cifras contrastan con los efectivos británicos de servicio en la India por las mismas fechas: 40.160
soldados europeos, 311.000 tropas nativas, mandados por 5.362 oficiales británicos. Teniendo en cuenta
que las Fuerzas Armadas eran la base primera y primordial para el desarrollo y sostén de una colonia, las
carencias militares en las Filipinas resultaban especialmente graves, más si consideramos que, por ejemplo,
durante el Gobierno de José Malcampo (1874-1877) a cada una de las 7.200 islas del archipiélago solo le 311
correspondía una guarnición de 1,9 hombres y que durante el mando de Domingo Montones (1877-1880)
se encontraban en «estado de sitio» las provincias de Manila, Batangas, Cavite, Pampamga, Batan, Zamba-
les, Pagasinam, Tarlac, Tayabas, Burlacan, Nueva Écija, Laguna y el distrito de Morang. Hechos puntuales,
pero constantemente repetidos, que nos transmiten el terrible estado de pequeñas revueltas, indefensión
e inseguridad en la que se encontraban las posesiones españolas en Extremo Oriente y el Pacífico.

En unos momentos en los que la importancia y grado de desarrollo de una colonia podía ser medido por
la cantidad y calidad de las tropas que en ella prestaban servicio, la situación de la guarnición del archipié-
lago filipino hacía especialmente evidente la escasa presencia e importancia que España tenía en Extremo
Oriente.

Las fuerzas armadas allí destinadas hay que analizarlas bajo un triple prisma: el de la armada, el ejército
de tierra y el de las fuerzas de policía. Dadas las condiciones propias de las posesiones españolas en el
Pacífico. El hecho de ser un conjunto de archipiélagos con innumerables islas diseminadas a lo largo de
un inmenso espacio de mar forzaba a que la armada se viese obligada a llevar gran parte del peso de las
operaciones, aunque en estrecho contacto con las fuerzas del ejército, ya que muchas operaciones eran
combinadas, pues consistía en el desembarco y ataque de un cota o poblado fortificado en los parajes de
Mindanao y Joló23.

Las fuerzas del apostadero de Manila y las de todas las estaciones navales y guarniciones militares dise-
minadas por el islario –Zamboanga, Clamianes, Cebú, Balabac, Puerto Princesa, Tawi-Tawi, Joló, Davao,
Osilan y Pollock– se componían de una heterogénea cantidad de buques que desarrollaban misiones más
de policía y contrainsurgencia que estrictamente militares. Sin lugar a duda, estas flotillas coloniales fueron
las tropas españolas que más operaron durante el siglo XIX, llevando adelante, los jefes que las mandaban,
no solo misiones estrictamente castrenses, sino incluso muchas de carácter científico y diplomático, que les
requería el servicio en aquellos archipiélagos24.

En 1842 la Armada mantenía en Filipinas para el servicio de lanchas y falúas unos efectivos de tres seccio-
nes de ciento cincuenta hombres al mando de un comandante de Infantería Marina25. Como buques útiles

23
 En 1827 quedo definitivamente asentada la presencia de la Armada en Filipinas, mediante la refundación del
apostadero de Manila, lo que llevó a la desaparición de la Marina Sutil. Había sido organizada en el último tercio del
siglo XVIII por el capitán de fragata Basco y Vargas, gobernador general de la colonia, y prestó excelentes servicios
hasta su sustitución por la Armada.
24
 RODRIGUEZ, A. R. Op. cit., pp. 41.
25
 El batallón que existía de Granaderos de Marina estaba asentado en Cavite. El Informe sobre el estado de las Islas
Filipinas en 1842 dice en su página 11: «Las falúas en donde se embarcan estos soldados son muy pequeñas; entran
con su casaca, mochila, morrión y fusil y ya es mucho cuando no se marcan. La gente que se metiese en este género
de embarcaciones había de ser tan apta y dispuesta a remar como a batirse: nada de casaca, ni morrión, ni fusil, sino
cortos y gruesos trabucos, granadas de mano de hierro, o vidrio, y frascos incendiarios».
se disponía de: una goleta Mosca, un paylebot Tirol, una lancha, un falucho, una falúa de 1.ª clase y seis
falúas de 2.ª clase (once unidades en total). En cuanto a los buques desarmados en dársena: una goleta
Mosca, un paylebot Tirol, catorce lanchas, cuatro faluchos, veintidós falúas de 1.ª clase, quince falúas de
2.ª clase y cuatro barangayanes (61 unidades en total)26.

Las embarcaciones citadas, a causa de su pequeñez, se empleaban, casi exclusivamente, en la lucha contra
los piratas moros, siendo para este objeto casi inútiles al ser más pesadas y lentas que los paraos de estos.
Todos los barcos en servicio eran hasta mediados del XIX a vela, aunque se comenzaba la puesta en ser-
vicio de pequeños vapores –cañoneras–, sin esperarse espectaculares resultados a tenor de lo que estaba
ocurriendo a los holandeses en Java e incluso a los mismos británicos en el mar de China.

En 1857, Emilio Bernalder elaboraba el siguiente estadillo sobre la marina militar de Filipinas:

Buques: vela y
Cañones Pedreros Tripulación Destino
vapor
Bergantín ligero 12 de a 32 6 Desarmado
312
Vapor Jorge Juan 2 de a 68 174
4 de a 32
Vapor Reina de 2 gir. de a 32 116 Para todo
Castilla

Vapor Sebastián 2 gir. de a 16 81 Servicio


Elcano
Vapor Magallanes 2 gir. de a 10 84

2 cañoneras y 2 de a 24 48 222 La Isabela


6 falúas y 6 de a 6

5 falúas 5 de a 8 30 150 Pollok


5 falúas 5 de a 8 30 150 Calamianes
17 falúas 5 de a 8 102 490 Bahía de Manila, Cebú,
5 de a 6 Iloco, capitanía puerto
2 paleybots 2 de a 8 12 94 Reserva
7 falúas 7 de a 8 42 203

18 cañoneras Desarmadas
6 falúas 120 Marinería del arsenal
TOTAL 68 264 1890

Eran unas fuerzas escasas y poco dotadas de medios para las misiones que tenían encomendadas: la defen-
sa de los islarios (Filipinas, Marianas y Carolinas), la recogida del correo en Hong Kong, el mantenimiento
del orden y la lucha contra los numerosos piratas e insurgentes moros, el control del contrabando maríti-
mo, el servicio de transporte de tropas, diplomáticos y otros funcionarios por todos los mares de Asia y el
Pacífico, etc.

La creciente amenaza a la soberanía española en la zona en tiempos del Nuevo Imperialismo llevó a consi-
derar como algo cada vez más necesario –especialmente por parte de la Armada– el reforzar los efectivos
de las Filipinas. En mayo de 1880, el almirante Durán presentó su memoria sobre Filipinas en la que incidía,
esencialmente, en la necesidad de modernizar los buques allí destinados. En ella indicaba27:

 MAS, S. (1843). Informe sobre el estado de las Islas Filipinas en 1842. Madrid.
26

 DURÁN Y LIRA, Almirante Santiago. (1880). Las Islas Filipinas y sus fuerzas navales, memoria dirigida al Consejo de
27

Ministros, por el de Marina. Mayo de 1880.


«[...] cuando los sucesos parecen precipitarse en el Imperio Chino; cuando tenemos al norte y
como tocándolo el del Japón, de cuyos países han ido siempre las invasiones a Filipinas; cuan-
do ambas potencias cuentan ya con fuerzas navales de vapor muy superiores a las nuestras y
cuando, por último, los mismos representantes europeos se apresuran a pedir a sus respecti-
vos países estado de defensa, que hoy reclama de consuno la gloria de nuestra bandera y los
intereses más sagrados de la patria».

313

Medalla conmemorativa de la Campaña de Joló, 1876. Museo Naval de Madrid, sig. MNM-5361

Este programa –fundamental para las Filipinas– no llegó a ser puesto en marcha, como tampoco lo fueron
los de Pavía en 1883, Antequera en 1884, Moret 1885 y Beránger de 1886, en los que se demuestra una
preocupación fruto de la necesidad, esencialmente por parte de la Armada, al tiempo que un abandono de
lado de la clase política madrileña. Los sucesos de Borneo y Carolinas hicieron extenderse los temores de
los sectores de la marina de guerra a diversos grupos de la opinión pública, lo que permitió el nacimiento
de la ley Rodríguez Arias de 188728. Este plan se llevaría adelante unos años más tarde, siendo ministro
Beránger, con el que se intentarían subsanar las inmensas carencias que sufrían las fuerzas navales en las
Filipinas.

Los tres primeros cruceros que entraron en servicio durante la Restauración fueron enviados al Pacífico,
siendo en el año 1890 renovadas las fuerzas navales españolas de Filipinas, incluso antes que las desti-
nadas a las Antillas. Se enviaron a aquellas aguas seis cruceros, varios transportes armados, tres grandes
cañoneras y una veintena de buques menores, lo que, sin ser plenamente satisfactorio, resultaba una fuerza
asombrosamente poderosa respeto a las viejas goletas y corbetas de madera, al igual que los ya casi in-
útiles cañoneros de vapor hasta entonces en servicio29. Con todo, estas fuerzas solo eran adecuadas para
misiones de policía y combatir contra pequeñas revueltas de carácter local, pero totalmente insuficientes
para enfrentarse a una escuadra de corte moderno como fue la del almirante norteamericano Dewey.

A esta inferioridad material había que sumar la dependencia en suministros de todo tipo –especialmente
carbón y en material de mantenimiento y reparaciones– que sufrían las fuerzas navales españolas destaca-
das en Asia, como su supeditación ante los británicos como consecuencia de ser estos dueños de la vital
arteria de comunicaciones del canal de Suez30.

28
 Vid. RODRÍGUEZ, A. Op. cit., pp. 233 y ss.
29
 RODRÍGUEZ, A. (1994). «España y Japón ante la crisis de 1989. Antecedentes e hipótesis». En: Mar Oceana, n.º 1.
Madrid.
30
 Vid. SALOM COSTA, J. (1989). «El Mar Rojo en las comunicaciones con el Extremo Oriente Ibérico en el siglo XIX:
estado de la cuestión». En: El Extremo Oriente Ibérico: metodología y estado de la cuestión. Madrid, CSIC-AECI,
pp. 523; De La Torre, R. (1988). Inglaterra y España en 1898. Madrid, Euedma.
Por su parte, las fuerzas terrestres, el ejército, en 1857, presentaban los siguientes efectivos: nueve regi-
mientos de Infantería con 874 plazas y una reserva de 576, 300 caballos, dos brigadas de Artillería, una
europea de cuatro baterías y otra indígena con siete, de las cuales una era a caballo. Además, había una
compañía de obreros de artillería y otra de fortificaciones, efectivos que sumados a la artillería de la Marina
y a los alabarderos daba en total una guarnición de doce mil hombres en activo y 5.200 en la reserva.

Los efectivos del Ejército y la Armada en las islas continuaron evolucionando, así, en 1879 eran los siguientes:

Armas e Inst. Jefes y oficiales Clases y soldados


Peninsulares Filipinos Peninsulares Filipinos
EJÉRCITO
Ingenieros 20 - 14 206
Artillería 72 - 1302 167
Infantería 298 29 420 5733
314
Guardia Civil 106 1 142 2286
Carabineros 61 1 62 965
Caballería 10 - 20 965
Total 567 31 1.960 10.322

ARMADA
Cuartel general Armada 95 - - -
Infantería Marina 19 - 221 215
Artillería Marína 3 - 38(6) -
Ingenieros Arm. 2 - 74 51
Contramaestres 100(7) . - -
Marinería - - 433 152
Fogoneros - - 12 198
Total 31 219 - 778 616

Como señalaba el capitán general Montones en su Memoria Reservada (1877-1880) existía durante su man-
do un solo regimiento peninsular, el que era «firme apoyo de nuestra dominación en estas lejanas regiones
de la Madre Patria»32, así como varias compañías disciplinarias, encargadas de la defensa de los lugares más
conflictivos –dos de ellas en Joló, otra en Cagayán– y un batallón de obreros ingenieros. La Artillería era,
mayoritariamente, peninsular frente a una superioridad de efectivos indígenas en las otras armas y cuerpos.
La Caballería casi no existía. A este respecto dice el ya citado informe Durán33:

«[...] en todo el archipiélago no hay más que un solo cuerpo europeo o sea el regimiento de
artillería residente en Manila.

A 10.112 hombres asciende así la fuerza total del ejército en Filipinas, de los cuales son euro-
peos los 1.700 poco más o menos que componen el susodicho regimiento. ¡Qué importancia
tendría este ejército para ocupar y un territorio de 9.000 leguas cuadradas de superficie!».

31
JIMENO AGIUS, J. (1884). La población de Filipinas, pp. 64-65.
32
 PANIAGUA PÉREZ, J. (1988). Memoria reservada de don Domingo Moriones sobre el gobierno de Filipinas (1877-
1880). León, Universidad de León, pp. 61.
33
 DURAN, Almirante. Op. cit.
El objetivo primordial de las fuerzas armadas en la etapa de Moriones y de sus sucesores era la lucha contra
el bandolerismo, la piratería joloana y la defensa de la soberanía española en el archipiélago, especialmen-
te en Joló y en el camino militar de El Abra a Cagayán.

En la década de los noventa, los efectivos del ejército no ascendían a más de trece mil hombres para una
población en torno a siete millones de habitantes, siendo una parte importante de estas fuerzas las de la
Guardia Civil y Carabineros, así como ocho regimientos de tropa indígena con mandos metropolitanos34.

Estas fuerzas, dada la naturaleza del inmenso islario que era la colonia, siempre tuvieron que contar con la
colaboración de la Armada para la casi totalidad de sus operaciones, hecho especialmente relevante que
imprimió a las acciones en el área una naturaleza especial y distinta de las habitualmente desarrolladas,
tanto por el ejército metropolitano, como por el de América.

En 1892, según Manuel Scheidnagel, la guarnición de las posesiones españolas en Asia estaba compues-
ta por un regimiento de Artillería peninsular, siete regimientos de Infantería, un batallón disciplinario, un
batallón de Ingenieros, un escuadrón de Caballería, tres tercios de la Guardia Civil, tres compañías de Ca-
rabineros y una sección de la Guardia Civil Veterana que prestaba servicio como cuerpo de orden público
en Manila. 315
El regimiento de Artillería se componía de dos batallones, de seis compañías cada uno, cinco de a pie y una
de montaña con tropas fundamentalmente peninsulares.

Los regimientos de Infantería eran simples batallones de seis compañías de tropas indígenas mandadas
por un teniente coronel35. La Guardia Civil tenía, en cada uno de sus tercios, nueve, diez y ocho compañías
respectivamente. En total los efectivos eran de 7.700 combatientes del ejército, 3.600 guardias civiles,
incluidos los cuatrocientos de la sección de orden público de Manila, trescientos cincuenta carabineros y
seiscientos hombres del batallón disciplinario. En total 11.900 hombres.

Tenían como presupuesto de guerra, incluyendo lo consignado para la Guardia Civil, Carabineros y el bata-
llón disciplinario, en lo correspondiente a la partida de Gobernación, Hacienda y Gracia y Justicia, un total
de 3.879.000 pesos. Scheidnagel hace el siguiente comentario sobre estas fuerzas: «Si se compara el efec-
tivo de las tropas con la extensión, población y condiciones del país, inmediatamente comprendemos que
no aparece una proporción natural, sobre todo en el ejército activo; y que los gastos de la fuerza armada
resultan algún tanto caro»36.

Señalando el mismo autor las grandes diferencias existentes con las fuerzas de Gran Bretaña en la India,
Holanda en Java y Francia en Argelia que nunca fundaban destacamentos con menos de una compañía,
frente a los numerosos existentes en Filipinas, dotados de unos efectivos entre cuatro y treinta hombres,
basados en la exitosa experiencia metropolitana de la casa cuartel de la Guardia Civil, muy efectivos para
mantener el orden en la Península, pero de escasísimos efectivos para un territorio colonial en permanente
estado de intranquilidad37.

Igualmente, apunta la necesidad de la formación en Manila de un batallón de voluntarios españoles (penin-


sulares), que los interesados sufragarían gustosos hasta el correspondiente a su equipo y armamento de re-
petición, elegido entre los mejores modelos. Manila, con trescientos mil habitantes –cincuenta mil de ellos
chinos– demandaba medidas importantes de seguridad, muy especialmente dados los escasos efectivos
de tropas peninsulares existentes en el archipiélago y en la propia capital. También señalaba la necesidad
de armar a las tropas peninsulares con fusiles modernos de repetición, hecho que se produciría durante la
guerra de Cuba con la dotación a las tropas españolas del sensacional Mauser 93.

34
 Vid. ALIA PLANA, J. M. (1993). El Ejército español en Filipinas. el período romántico. Madrid, Tabapress.
35
 Cuando hablamos de ocho regimientos, siete de línea más el disciplinario, en realidad hablamos en la práctica de
ocho batallones.
36
 SCHEIDNAGEL, M. (1983). Ejército colonial. Proyecto para su aplicación en nuestras posesiones de Oceanía.
Madrid, Diego Pacheco Impresor, pp. 12.
37
 Es cierto que las pequeñas revueltas de los tulisanes e, incluso, las razias y rebeliones de los moros, fueron
controladas por este sistema. Pero en el que no dejó de existir grandes dosis de suerte y valor, que, ante una
revuelta como la tagala, bien organizada, resultaban insuficientes por no decir suicidas.
316

Fotografías de unidades a pie y una batería de montaña en Filipinas. Museo del Ejército, n.º de inventario MUE-5642
El ejército de Filipinas, según el Anuario de 1896, contaba con las fuerzas siguientes: Infantería, con siete
regimientos indígenas –n.º 68, 69, 70, 71, 72, 73 y 74– 38 y un batallón disciplinario de cuatro compañías;
Caballería, dos escuadrones indígenas; Artillería, un regimiento europeo de ocho compañías, más baterías
de montaña europeas; Ingenieros, un batallón de seis compañías indígenas; escasas tropas de Sanidad Mi-
litar y una compañía de transportes de Administración Militar (Intendencia), a estos se sumaban tres tercios
de la Guardia Civil (n.º 20, 21 y 22), con guardias indígenas y los carabineros y la Guardia Civil Veterana de
Manila. Estas tropas tenían efectivos muy reducidos de Caballería y Artillería moderna, carencias que se
hicieron especialmente evidentes durante la sublevación de 1896 que forzó el envío de treinta mil soldados
metropolitanos reclutados a toda prisa.

Una vez comenzada la revuelta tagala en 1896, la guarnición notó cambios importantes. En 1897, había
junto a los ya citados siete regimientos de tropa indígena, quince batallones de Cazadores europeos39, más
dos regimientos de Infantería de Marina de dos batallones. La Caballería llegó a contar con un regimiento
de tres escuadrones. La Artillería se componía de dos regimientos, uno de plaza y otro de montaña, con dos
batallones de tropas peninsulares el primero y cuatro baterías el segundo, más una compañía de obreros
de la maestranza. Los Ingenieros contaban con un batallón de seis compañías. En este estado de revista no
estaban incluidas las unidades de voluntarios formadas con civiles europeos militarizados, ni las milicias de
nativos fieles como los de la Papamga. 317

Estas fuerzas constituyeron las divisiones de operaciones de Mindanao, la comandancia general de Manila
y Morong, la del norte y centro de Luzón, la brigada de la Laguna Batangas y la brigada de Cavite, además
de las columnas volantes que operaban por otras partes de las Filipinas. Estas tropas formarían una gran
masa de operaciones durante el mando de Polavieja, bajo el nombre de División Lachambre, unidad que
fue disuelta al llegar Primo de Rivera a la Capitanía General. de Manila. La Guardia Civil siguió manteniendo
sus tres tercios y los Carabineros su comandancia con tres compañías.

En total, las fuerzas del Ejército de Filipinas eran –según el presupuesto– de 16.792, a lo que había que
sumar los efectivos de los quince batallones de Cazadores, los de los regimientos Infantería de Marina y los
del regimiento de Artillería de Montaña, etc. En total, una fuerza superior a los cincuenta mil hombres más
los efectivos embarcados de la Armada.

En su Memoria que al Senado dirige el general Blanco acerca de los últimos sucesos ocurridos en la isla
de Luzón, daba los siguientes datos de la situación de las fuerzas de tierra en el archipiélago al estallar la
insurrección en agosto de 189640:

«Artillería. – En Manila, cuatro compañías de Artillería de plaza. En Cavite y Joló, una compañía
de plaza. En Mindanao, tres compañías de plaza y dos baterías de montaña. Infantería. – Un
regimiento en Manila cubriendo el destacamento de la plaza de Cavite y los del Norte de Lu-
zón. Otro regimiento guarneciendo a Joló, la Paragua, Balabac y Carolinas. Otro regimiento
cubriendo las guarniciones del sur de Mindanao y Basilán. Cuatro regimientos ocupando el
territorio de Lanao, guarneciendo la línea de Iligón, Momungan, Sugut, Marahui, terminando
la vía férrea, custodiándola y atendiendo a las eventualidades de la campaña. Caballería. – Un
escuadrón de Lanceros con la P.M. en Manila. Otro escuadrón en Mindanao. Ingenieros. – Tres
compañías en el Norte de Mindanao. Dos compañías en el Sur. Una compañía en Manila». 41

En el anterior estado de las fuerzas se puede apreciar cómo el mayor contingente estaba estacionado en
Mindanao y Joló.

Según los datos de Blanco la guarnición de Luzón estaba compuesta el 26 de agosto por el Regimiento
de infantería n.°70 que cubría los destacamentos al norte de la isla –el general Blanco afirmaba que los
constituían cinco compañías– pero que en la zona de Manila contaba solo con cincuenta hombres; cuatro

38
 Son regimientos de dos batallones y cuatro compañías cada uno, con los siguientes nombres: Legazpi n.º 68, Iberia
n.º 69; Magallanes n.º 70: Mindanao n.º 71; Visayas n.º 72; Joló n.º 73; Manila n.º 74.
39
 Con los mismos números uno al quince respectivamente.
40
 BLANCO, R. (1897). Memoria que al senado dirige el General Blanco acerca de los últimos sucesos ocurridos en la
isla de Luzón. Madrid, Establecimiento Tipográfico El Liberal.
41
Ibidem, p. 81.
compañías de Artillería de plaza, media de Ingenieros, un escuadrón de Caballería y los tercios n.º 20 y
21 de la Guardia Civil, más algunos Carabineros y la Guardia Civil Veterana, a los que se sumaban algunas
fuerza de Infantería de Marina de guarnición del arsenal y polvorín de Binacayán. El resto de las fuerzas
guarnecían los islarios de Mindanao, Joló, Balabac, Carolinas y Paragua.

BLANCO Y EL COMIENZO DE REVUELTA TAGALA (AGOSTO A DICIEMBRE


DEL 96)

La guerra de Cuba fue un conflicto que se desarrolló en ámbitos tropicales, coloniales, en una isla, situación
aparentemente similar a Luzón en lo geográfico, pero muy diferente como consecuencia de la proximidad,
antigüedad e importancia de los intereses de Estados Unidos, dada la cercanía a sus costas de la isla de
Cuba. Esta situación no se reproducía en Filipinas, lo que no impidió la agresión.

318 Los cubanos fueron fuertemente apoyados desde y por Estados Unidos, hecho que no se produjo en el
caso filipino, con la salvedad, más teórica que real, por parte de Japón. En Cuba la población era en un
altísimo porcentaje blanca, muy similar a la metropolitana de la que descendía. La guerra de 1868 y luego la
de 1895 son básicamente conflictos armados entre blancos –a los que poco a poco se van sumando negros
esclavos, cimarrones o libres–42 por motivos ideológicos y económicos que se desarrollan en un ámbito
colonial, pero que se asemejan más a las guerras civiles entre españoles que a las coloniales producidas en
aquellos mismos años en otras partes del mundo43. Españoles nacidos en Cuba lucharon en los dos bandos
al igual que españoles metropolitanos se encontraron también en ambos. El caso de la población filipina
era distinto, no existía, como en Cuba, población hispanofilipina independentista, similar a los numerosos
criollos antillanos, lo que generaba una clara diferencia racial entre los filipinos asiáticos y los peninsulares
europeos, una diferenciación racial evidente, que se veía a su vez potenciada al no ser los filipinos una
población racialmente homogénea (tagalos, moros, igorrotes, negritos, visayas, etc.): la revuelta de 1896 la
llevaron adelante la población de Luzón ante la indiferencia del resto de las etnias del archipiélago.

Cuando el Katipunan se sublevó se inició una guerra colonial clásica en la que una población nativa, «no
blanca», se levantó contra el control colonial que ejercía sobre ellos la administración europea. En el caso
cubano es una guerra civil entre blancos con medios y objetivos occidentales, aunque con tácticas propias
de un escenario colonial, mientras que en el caso de Filipinas es un claro ejemplo de reacción anticolonial.

En Filipinas se sublevó una pequeña élite nativa europeizada apoyada por población nativa poco asimi-
lada que se enfrentó a un pequeño contingente de tropas metropolitanas auxiliados por tropas nativas,
guarnición que se tuvo que reforzar mediante el envío de un enorme ejército de tropas peninsulares que
garantizase la victoria.

La guerra de Filipinas de los años 1896-1897 requirió mucho menos esfuerzo, en hombres y dinero que
la de Cuba, a pesar de estar más lejos este islario de la metrópoli que las Antillas y de ser la presencia de
España, cuantitativa y proporcionalmente, mucho menor que en Cuba. Filipinas fue un «simple» conflicto
colonial muy alejado de la guerra civil que España combatía en la Perla de las Antillas. La intervención nor-
teamericana supondría la pérdida de ambas colonias, pero en el caso de Filipinas la rebelión nativa ya había
sido vencida, cosa que estaba a punto de producirse en Cuba gracias a la acción militar del general Weyler.

El reinicio de la guerra en Cuba, el 24 de febrero 1895, sirvió para incitar a la rebelión a los sectores más
cultivados y europeizados de los tagalos, anhelantes de librarse del Yugo de los Castillas, para así quedar
como dueños del archipiélago.

42
 La población negra tuvo un papel determinante en la guerra, tanto por dar caudillos, como Maceo como por el
número de combatientes negros en el bando mambí, sin que por ello la guerra tuviese una connotación racial como
en Haití. Los negros lucharon en una guerra civil de blancos en defensa de conceptos e ideas de las que en buena
medida estaban excluidos.
43
 El profesor Moreno Fraginals cuenta cómo sus dos abuelos lucharon en esta guerra, uno como jefe de una partida
de mambises y el otro como coronel del Ejército español.
319

Medalla de las campañas de Mindanao de 1895. Centro de Documentación del Ministerio de Defensa, sig.
1895_560-L1

La década de los noventa fue muy activa para el proceso nacionalista filipino. La creación de un comité de
propaganda, en el que figuraba Rizal, dio lugar a la expansión del pensamiento nacionalista entre los sec-
tores más cultivados de la sociedad tagala. A través de folletos, libros y del periódico editado en Madrid La
Solidaridad se difundió el pensamiento filibustero44. En 1892, nacía en Manila la Liga Filipina45, disuelta en
1894 y deportados sus fundadores, entre ellos Rizal, al norte de Mindanao.

El 7 de julio de 1892, nacía el Katipunan (Kataastaasan Kagalangga- lang ug Katipunan ug mga Anak ug
Bayan, Venerable Sociedad Suprema de los Hijos del Pueblo), asociación clandestina que liderará la lucha
contra la permanencia de la soberanía de España en Filipinas46.

La revuelta que se estaba fraguando en Filipinas era conocida. El diputado por Cuba, Retana, hacía llegar
al capitán general de Filipinas, general Blanco, la advertencia de la amenaza que se estaba fraguando en el
territorio. Blanco se negó a hacer caso a estas y otras advertencias. En una fecha tan temprana como abril
de 1894, El Imparcial publicó varios artículos muy documentados sobre los progresos del independentismo
filipino, al igual que hizo el Diario de Sevilla, La Tradición Navarra y el Diario Mercantil de Zaragoza47.

44
 Término con el que se expresaban las actitudes y acciones independentistas contrarias a la continuación de la
presencia española en Filipinas.
45
 Grupo independentista tagalo-filipino, liderado por Rizal, partidario de la adopción de medidas políticas y cuyo
objetivo final era el logro de la independencia de las Filipinas.
46
Vid. MOLINA GÓMEZ-ARNAU, C. (1996). «Apuntes sobre el Katipunan». En: Revista Española del Pacífico, n.º 6,
año VI, 1996, p. 47 y ss.
47
  Vid. ANDRES GALLEGO, J. (1971). «El separatismo filipino y la opinión española». En: Hispania, año 1971, p. 98.
Desde unos meses antes de la revuelta se publicaba en Yokohama el periódico tagalo Kalayaan (La Li-
bertad), dirigido por el nacionalista filipino Marcelo H. Del Pilar, protegido por las autoridades japonesas.
Al tiempo que llegaban a Manila noticias de las relaciones de algunos independentistas con el general
Yamagata, miembro destacado del Ejército Imperial, persona muy influyente, ya que fue el generalísimo
victorioso en la guerra chino-japonesa.

En agosto de 1895, existían informes, llegados a través de los religiosos españoles que prestaban su mi-
nisterio en las diferentes provincias de Luzón, de la importancia que tomaba el Katipunan y de su conocida
actitud antiespañola, así como las varias decenas de miles de afiliados con que contaba. En la misma línea
iban los informes de la Guardia Civil. El teniente Manuel Sitjar, jefe de la sección de este cuerpo en París, in-
formaba que en aquel pueblo existían entre seiscientos y setecientos miembros afiliados «a una asociación
de base masónica, pero cuyos verdaderos designios eran altamente políticos y antiespañoles». Por estas
fechas sus líderes realizan viajes a Hong Kong, Yokohama, Singapur… con el fin de recabar apoyo exterior,
recursos económicos y armas para comenzar el levantamiento.

El 28 de junio de 1896 el Consejo Supremo del Katipunan daba las siguientes instrucciones a sus seguido-
res para dar comienzo a la insurrección48:
320
«[...]Segundo. Una vez dada la señal de H.2.Sep. cada hermano cumplirá con el deber que esta
G. R. Log le ha impuesto, asesinando a todos los españoles, sus mujeres e hijos, sin conside-
raciones de ningún género, ni parentesco, amistad, gratitud, etc.

[...] Cuarto. Dado el golpe contra el capitán general y demás autoridades esp. los locales ata-
carán los conventos y degollarán a sus infames habitantes, respetando las riquezas en aquellos
edificios contenidas, de las cuales se incautarán las comisiones nombradas al efecto por esta
G.R.Log., sin que sea lícito a ninguno de otros herm. apoderarse de lo que justamente perte-
nece al Tesoro de la G.N.F.

En la G. R. Log. en Manila a 12 de Junio de 1896. La primera de la tan deseada independencia


de Filipinas - El Presidente de la Comisión ejecutiva Bolívar - El Gran Maest. adj. Giordano
Bruno - El G. Secret., Galileo».

En agosto de 1896 se produjeron los primeros sucesos que marcaron el inicio de la insurrección que asoló
la mayor parte de la isla de Luzón a lo largo de año y medio. Su sometimiento llevará a que dos generales
–Polavieja y Primo de Rivera–, elegidos entre los más prestigiosos de la Restauración, detenten el mando
del ejército español en Filipinas en sustitución del general Blanco.

Descubierta la conspiración tagala, el 20 de agosto de 1896, las autoridades comenzaron a tomar las medi-
das oportunas, declarándose el estado de guerra el 24. La guarnición de Manila se componía de novecien-
tos hombres de los batallones n.º 1 y n.º 2 del Regimiento n.º 70; unos pocos efectivos de los Regimientos
n.º 73 y 74 y del batallón Disciplinario, doscientos soldados eran de los Regimientos Legazpi n.º 69 e Iberia
n.º 69, más doscientos cincuenta soldados del batallón ingenieros y del Regimiento de Caballería que
mandaba José Togores. A estas fuerzas del ejército es necesario sumar cien guardias civiles, más algunos
infantes de marina y marineros. Buena parte de estas fuerzas desertaron, estimándose que la fuerza más
fiable con que contaba Blanco en un primer momento para vencer la revuelta en Manila era de trescientos
nueve soldados peninsulares.

Al ser descubiertos, la revuelta comenzó el 25 de agosto, con el apoyo de buena parte de las tropas tagalas
que se pasaron al Katipunan49. La situación de las autoridades españolas era crítica.

Desde los primeros momentos se organizaron unidades de voluntarios peninsulares en Luzón, milicias que
ayudarían en los primeros días con eficacia a paliar las inmensas carencias de efectivos a que se enfrentaba
el gobernador general de las Filipinas en aquellos momentos.

 SASTRÓn, M. (1901). La insurrección en Filipinas y la guerra Hispano-Americana. Madrid, pp. 54-55.


48

 Las que permanecieron fieles se batieron con eficacia, dando grandes pruebas de fidelidad y arrojo.
49
321

Batallón de Leales Voluntarios de Manila (Filipinas) en formación. Archivo General Militar de Madrid, sig. F.09206

Los desórdenes se extendieron como un reguero de pólvora desde Manila a las provincias de Cavite y Nue-
va Écija. El 30 de agosto se declaraba el estado de guerra en las provincias de Manila, Bulacán, Pampanga,
Nueva Écija, Tarlac, La Laguna, Cavite y Batangas.

El día anterior, 29 de agosto, el general Blanco se vio obligado a pedir refuerzos urgentemente a Madrid,
acordando el Gobierno enviar un batallón de Infantería de Marina y otro de Cazadores –unos dos mil hom-
bres– a Filipinas, a la mayor brevedad posible, junto con los cruceros lsla de Cuba e Isla de Luzón. El 3 de
septiembre partía un batallón de Infantería de Marina con veintidós jefes, trece sargentos, 882 soldados a
bordo del Cataluña. El día 8 se produjo el embarque de tres jefes, veintiocho oficiales, veinticinco sargen-
tos y 1.015 hombres, entre infantes de marina y cazadores, a bordo de Montserrat. A lo largo de los meses
de septiembre a diciembre llegarían a Filipinas 582 jefes y oficiales, 625 sargentos, 24.251 soldados en
diecisiete batallones de Infantería, dos compañías de Ingenieros, tres escuadrones de Caballería y cuatro
baterías de Artillería.

El envío de batallones de cazadores, organizados con carácter de urgencia, y de Infantería de Marina era
fruto de la carencia casi absoluta de regimientos y batallones regulares de Infantería peninsulares, al estar
todos los existentes combatiendo en Cuba50.

Hacia mediados de septiembre los desórdenes se limitaban ya a la provincia de Cavite y algunos pueblos
de Nueva Écija. Se podía considerar que la sublevación había fracasado en su propósito de terminar con
el dominio español, pero comenzaba un conflicto que, dadas las características del país, sería difícil de
resolver.

 Muchos de los mandos subalternos fueron sacados a toda prisa de la Academia de Toledo, como ocurrió con el
50

cadete y nuevo segundo teniente Millán Astray, y de otras unidades y destinos.


322

Arco del triunfo en la llegada del Batallón Expedicionario a la ciudad de Manila. Museo del Ejército, n.º de inventario
MUE-120008

La represión de la revuelta comenzó a cobrar sus primeras víctimas, fueron fusilados trece miembros del
Katipunan el 12 de septiembre, tras un Consejo de Guerra, apresados por sublevarse en Cavite el 2 de sep-
tiembre51. Muchos tagalos fueron obligados a abandonar sus puestos en la administración, procediéndose
a la detención de los partidarios del Katipunan que se encontraban «solapados» entre los fieles a España.
La Gaceta de Manila pública, el 19 septiembre, los decretos de embargo de los bienes de los sublevados52.
A esta política inicial de lógica dureza siguió un amplio indulto por parte del general Blanco, al que no se
acogieron casi ninguno de los alzados.

El 1 de octubre llegaban los primeros refuerzos a Manila a bordo del Cataluña. El 6 de octubre atracaba el
vapor Montserrat. El 14 salían para Cartagena y Fernando Poo los primeros tagalos deportados a bordo
del Manila. El mismo día llegaba el Antonio López con más refuerzos, al igual que ocurriría el 17. El 3 de
noviembre llega el Colón con tropas y el 14 el Covadonga. Con la llegada de estas tropas se produjo el
comienzo en fuerza de las operaciones. Durante el mes de octubre se produjeron más de cien pequeños
combates.

51
 Los fusilados fueron los conocidos en la historiografía filipina como «los trece mártires de Cavite»: Francisco Osorio
y Máximo Inocencio propietarios millonarios; Victoriano Luciano, farmacéutico; Hugo Pérez, médico; José Lallana,
sastre; Antonio San Agustín, comerciante; Agapito Conchu, maestro; Eugenio Cabezas, relojero; Feliciano Cabuco
y Mariano Gregorio, escribientes; así como dos alcaides de la prisión donde se había iniciado la revuelta.
52
 R. D. de 18 y 25 de septiembre de 1896, firmado por R. Blanco.
Paralelamente a la grave situación que se vivía en Luzón estallaron dos pequeñas revueltas: una en Minda-
nao, en el Fuerte Victoria, donde la 3.ª compañía disciplinaria pasó a sus mandos a cuchillo, descubrién-
dose también una conspiración entre las tropas tagalas del Regimiento n.º 68 de guarnición en Joló. No
tuvieron grandes consecuencias para la seguridad del archipiélago, aunque sí mucha resonancia en la
prensa española.

Las acertadas medidas tomadas por Blanco, a pesar de sus escasos efectivos y posibilidades, paliaron sus
errores anteriores por no tomarse en serio la amenaza de una gran revuelta, sirvieron para circunscribir la
revuelta al centro de Luzón y a la etnia tagala.

Entre las causas del fracaso de la conspiración en su intento de terminar con los peninsulares de un golpe,
así como en las operaciones militares de las primeras semanas de la revuelta, hay que señalar la importante
carencia de armas que sufrieron desde el primer momento los sublevados. Nunca dispusieron de más de
mil quinientas armas de fuego, siendo las mejores de estas las que aportaron los desertores del ejército
español. La relativa carencia de medios económicos del Katipunan en los primeros momentos, la férrea vigi-
lancia por parte del servicio exterior del ministerio de Estado y de la Armada española, así como la negativa
por parte de Gran Bretaña, Francia y la indecisión del Japón de venderles armas hicieron imposible, en
cierta medida, el éxito de la conspiración katipunera. Gran Bretaña adoptó una postura favorable a la de- 323
fensa de los intereses de España. Una nación blanca, en plena era del imperialismo, nunca favorecería una
revuelta colonial en contra de los intereses de una potencia europea colonizadora. La Gaceta de Singapur
publicaba el 12 de septiembre el siguiente decreto dado por el Gobernador de la plaza53:

«Siendo así que subsiste la paz y amistad entre S. M. la Reina y S. M. Católica el Rey de Espa-
ña; y siendo así que ciertos súbditos del dicho Rey de España en ciertas partes de su dominio
llamadas las islas Filipinas se han revelado contra su autoridad y existen hostilidades entre la
dicha Majestad Católica y los dichos súbditos revoltosos, y siendo así que S. M. la Reina de-
sea que ninguna expedición naval ni militar sea organizada dentro de sus dominios para ir en
contra de los dominios en Filipinas de S. M. Católica ni en ninguna otra parte. Por lo tanto,
yo, sir Charles Bullen Hugh Milchell, por este advierto y severamente prohíbo a toda persona
dentro de esta colonia de ninguna manera prepare, organice, pertenezca o ayude a preparar,
organizar o ser empleado en cualquier misión, en cualquier expedición naval o militar para ir
contra los dominios de S. M. Católica en las Filipinas u otra parte, bajo las penas prescritas
contra toda persona que ofenda el acta 1870 Foreign Enlistment Act y todo otro estatuto y
ordenanza previsto para estos casos».

Otro decreto de las mismas fechas prohibía la exportación de armas, municiones, pólvora y pertrechos de
guerra desde esas colonias hacia las Filipinas por tres meses.

El levantamiento tagalo obligó a remodelar la estructura militar del archipiélago como consecuencia de la
guerra: hospitales, cuarteles, depósitos de munición, unidades, etc. No todo se pudo improvisar, como la
carencia de planos, material sanitario y baterías de artillería. Es necesario reconocer que muchos de estos
problemas se solventaron con más eficacia de lo que era de suponer para una nación sumergida en una
guerra en Cuba, con su hacienda casi quebrada y, sobre todo, en un territorio que tenía dejado de la mano
de Dios desde el mismo día que lo conquistó. La larga experiencia bélica del Ejército y la Armada fue, sin
lugar a duda, la clave de la capacidad organizativa y logística, que, en un caso de extrema urgencia, como
era la nueva guerra en Filipinas, se demostró con la revuelta tagala. Una vez más el mito de la falta de vita-
lidad de la España del XIX se demostró como falso.

A España, al igual que le ocurría en tiempos del conde duque de Olivares, le sobraban enemigos, tenía
demasiados conflictos abiertos y muchos de ellos demasiado lejos, todo unido a la falta de demografía y
de tesorería54.

53
 
Gaceta de Singapur, 12 de septiembre de 1896.
54
 
Vid. Documental La Guerra de Flandes y el camino español. Instituto CEU de Históricos, 2018.
EL MANDO DE POLAVIEJA (DICIEMBRE DEL 96 A ABRIL DEL 97)

A finales de 1896 un ex capitán general de Cuba, Camilo Polavieja, es destinado a Filipinas para hacerse
cargo de las operaciones militares y, poco después, en sustitución de Blanco, de la Capitanía General de
las Filipinas. El 9 de diciembre el general Blanco es nombrado jefe del Cuarto Militar de la Regente. El 3
de diciembre de 1896 llegaba Polavieja a Manila, el 8 es nombrado capitán general del archipiélago, ocu-
pando el cargo el día 13.

Polavieja, desde el primer momento, fijará su atención y esfuerzo bélico en desarticular la rebelión, logran-
do importantes éxitos en Nueva Écija, La Laguna, Batangas, Zambales y Batán, aunque el mayor se pro-
ducirá en Cavite. Con el fin de eliminar el apoyo que recibían los insurrectos de la población civil adoptará
algunas de las medidas tomadas por Weyler en Cuba. Procederá a concentrar la población rural de las
provincias de Batán, Bulacán, Manila Cavite, Morong, Laguna y Batangas: «para los leales no tengo más
que sentimientos de afecto y de protección: para los traidores, toda la energía me parece poca». Una vez
frenado con estos efectivos el avance de la insurrección en las provincias que rodeaban a Manila, solo es-
peraba la llegada de más refuerzos para lanzarse a la ofensiva. Su plan de operaciones se basaba en aislar a
324 los insurrectos en Cavite, cortando sus comunicaciones con las provincias de La Laguna, Batangas y Manila,
para luego proceder a su cerco y aniquilación sistemática.

El héroe nacional de Filipinas, Rizal, será sometido a Consejo de Guerra, el 26 de diciembre de 1896,
siendo condenado a muerte por los delitos de rebelión, sedición y asociación ilícita. Fue fusilado el 30 del
mismo mes.

A finales de diciembre llegó el vapor San Fernando, que transportaba desde Barcelona al octavo batallón
expedicionario, esperándose, en breve, la llegada de cinco mil hombres más a bordo del Colón y del Ma-
gallanes, al tiempo que se compraban muchos caballos en Australia para dotar de monturas al Ejército.

Para llevar adelante su minucioso plan de operaciones, Polavieja organizó una importante fuerza que pasó a
llamarse Ejército de Operaciones en la isla de Luzón, más conocido por División Lachambre55. Esta división
estaba compuesta por tres brigadas de Infantería, así como por diversas fuerzas del cuartel general de la
división, de la comandancia general de Luzón y de las de Manila/Morong, todo bajo el mando del general
de división José Lachambre. Esta fuerza quedó organizada con fecha 7 de febrero de 1897.

Polavieja decidió atacar el núcleo de la sublevación que se encontraba en Cavite, donde los insurrectos
tenían varios campos fortificados, gran cantidad de municiones y armas de fuego, contando con unos efec-
tivos en torno a los treinta mil hombres. Entre el 16 y 23 de febrero de 1897 los insurrectos son vencidos en
toda la provincia y desalojados de sus reductos. El caudillo tagalo Aguinaldo se retiraba a Imus, al tiempo
que el jefe Bonifacio huía a Naic. Las fuerzas españolas logran sus primeros éxitos, aunque la rebelión, a
pesar de sus continuas derrotas, seguía muy virulenta en Tondo, Silang, Dasmariñas y Zapote.

Mientras se procedía a estas operaciones, el 25 de febrero, estallaron disturbios en Manila, al sublevarse un


grupo de carabineros indígenas, matando al teniente coronel Fierro y al sargento europeo Miguel Lozano
e hiriendo al teniente José Antonio Rodríguez. Fueron fácilmente vencidos.

Cuando Polavieja dimitió como capitán general, informó a Madrid que las provincias al norte de Luzón esta-
ban totalmente pacificadas, así como las de Batán, Zambales y Manila. En Moring y La Laguna apenas había
trescientos insurrectos, existiendo pequeños grupos en Tarlak, Pangasinán, Nueva Écija y Pampanga. En la
zona de Cavite y Batangas continuaba la insurrección gracias a un grupo insurrecto en torno a los cuatro mil
hombres. El resto del archipiélago está en paz56.

A pesar de este aparentemente optimista informe la situación no era buena, como la presentaba Polavieja,
la táctica de guerrillas adoptada por los tagalos impedía consolidar lo conseguido y pacificar definitivamen-

55
 Para estudiar con máyor detalle las operaciones de esta gran unidad, ver MONTEVERDE Y SEDANO, F. (1898). La
División Lachambre 1897, Madrid.
56
 Para el estudio del mando en Filipinas y la vida del general Polavieja, ver LÓPEZ SERRANO, A. (2001). El general
Polavieja y su actividad política y militar, Ministerio de Defensa.
325

Desembarco del general Polavieja en Barcelona. Museo del Ejército, nº de inventario MUE-204940

te el país. Las peticiones, denegadas, de más tropas para profundizar en la pacificación será la causa de la
dimisión de Polavieja, aunque algunos autores apuntan el recrudecimiento de su enfermedad de hígado y
unas fiebres palúdicas, el motivo final de su dimisión.

El 15 de abril salía Polavieja hacia Barcelona, donde iba ser recibido en olor de multitud e investido por sus
partidarios con el título de «general cristiano».

LLEGA PRIMO DE RIVERA (ABRIL DEL 97 A FEBRERO DEL 98)

El 22 de marzo de 1897, es nombrado Fernando Primo de Rivera nuevo capitán general de las Filipinas,
partiendo para Extremo Oriente el 27 del mismo mes. Desembarcó en Manila el 23 de abril. A su llegada
existían partidas en los montes de San Mateo, provincia de Manila, en San Fernando de La Laguna –bos-
que Buhogusnan– Batán, Morong, Bulacán, Batangas y Tayabas. Había numerosos tulisanes en Pampanga.
También estalló una pequeña revuelta en Joló. La revuelta era especialmente en Biac-na-bató57. Calculaba
que los insurrectos eran unos veinticinco mil, con unas mil quinientas armas de fuego de todo tipo.
57
 En su Memoria dirigida al Senado por el capitán general D. Fernando Primo de Rivera acerca de su gestión
en Filipinas, Madrid 1898, p. 21 y 22 escribía sobre la situación a su llegada al archipiélago: «[...] hondamente
perturbado; que la tranquilidad no existía; que ni un dentro del mismo Manila, nadie se consideraba seguro durante
la noche, temiendo males imaginarios que habían producido alarmas, al parecer, injustificadas.
Habían ocupado nuestras fuerzas a Santa Cruz, San Francisco de Malabón, Pérez Dasmariñas, Imus, Silang y demás
puntos situados a la derecha de la línea que los citados forman; pero quedaban en poder de los insurrectos una
extensa y riquísima zona de Cavite, comprendida por estos mismos pueblos, y los montes de Dos Peces, Maybao,
Uruc, Sungay, Panysayan, límites de esta provincia y de la de Batangas. Eran dueños y se estaban fortificando en
Quintana, Indang, Méndez Ñúñez, Alfonso, Bailén, Magallanes, Maragondón, Tarnate, Naic y otras poblaciones
menos importantes, que forman el perímetro o están enclavadas en la zona por ellos ocupada».
La primera proclama del nuevo capitán general al llegar a las islas fue hacer un llamamiento a la paz y la
promesa de hacer justicia a todos, lo que no impedía que se continúen las operaciones militares en Cavite
infligiendo grandes derrotas a los rebeldes. Antes de iniciar el nuevo ciclo de operaciones dio un indulto,
en el que se decía58:

«Art. 1. Declaro subsistente el bando de 26 de Marzo último, hasta terminar el 17 de Mayo,


día en que se celebra el cumpleaños de S. M. el Rey, concediendo indulto de toda pena a los
que, hallándose comprometido en los actuales sucesos bajo cualquier concepto, y no estando
a la disposición de las Autoridades, se presenten a las mismas.

Art. 2. Pasado el plazo que se señala en el artículo anterior, serán perseguidos con el mayor
rigor los comprometidos en los actuales sucesos que no se hubieran acogido a indulto».

El 17 de mayo Primo de Rivera dictó otro decreto de indulto, política que fue seguida con el indulto de 18
de junio, todos publicados en la Gaceta de Manila.

Con Primo de Rivera nuevamente el centro de las operaciones militares estará en la provincia de Cavite.
326 Las fuerzas que habían de operar en ella eran cuatro brigadas independientes: una al mando del general
Suero, situada en San Francisco de Malabón, otra al mando del general Pastor, en Imus, la tercera estaba
en Silang, al mando del general Ruiz Sarralde y la cuarta, al mando del general Jaramillo, está en tierra de
Batangas, zona limítrofe a Cavite.

El 30 de abril salía el capitán general con su cuartel general para Cavite. Su primer triunfo fue la toma de
Naic, defendido por el propio Emilio Aguinaldo. La pérdida de esta población supuso para los insurrectos
cuatrocientos muertos y varios centenares de heridos y prisioneros. A esa victoria siguió la conquista de
Maragondón y de otros enclaves de resistencia, de forma que, a fines de mayo de 1897, podía considerarse
pacificada aquella provincia, aunque no de manera definitiva.

Sobre el estado de la guerra opinaba el siempre crítico Pi y Margall: «La guerra no está concluida. No
ocupan los insurrectos las plazas de Cavite en que se encastillaron; pero vagan por los montes y algún día
caerán donde menos se les espere [...]. En luchas como las de Filipinas es difícil restablecer la paz, mucho
más difícil conservarla»59.

El cabecilla insurrecto Aguinaldo, vencido en Cavite, se retiró hacia la provincia de Nueva Écija y Bulacán,
quedando grupos de katipuneros en Talisay y San Pablo. A pesar de las continuas derrotas en las provincias
próximas a Cavite y Manila, los focos de rebelión permanecían bastante virulentos. Las tácticas de guerrilla
que utilizaban por estas fechas los tagalos hacían muy difícil la pacificación total de las provincias. Durante
el mando de Polavieja habían elegido los pueblos para hacerse fuertes y combatir, lo que los llevó a ser
sistemáticamente derrotados, pero ahora, con la lección aprendida, se emboscaban en las sierras y selvas,
siendo casi imposible encontrarlos, rodearlos y vencerlos. La guerra había dado un giro que dificultaba
enormemente las operaciones a las tropas españolas, en muchos casos, la búsqueda y captura de las pe-
queñas partidas insurrectas activas era más una labor propia de la forma de operar de la Guardia Civil que
de las grandes unidades del Ejército.

Aguinaldo se atrincheró en Batangas, siendo desalojado por las tropas españolas que le obligaron a eva-
cuar este territorio y el de La Laguna, viéndose forzado a refugiarse, tras una larga huida, en Biac-na-bató.
Los rebeldes se encontraban acosados y rodeados en las provincias de Bulacán, Nueva Écija y Pampanga,
así como en el monte Aráyat y en la zona de Biac-na-bató. No estaban vencidos, pero eran incapaces de
poner en peligro la seguridad de la mayor parte de poblaciones y campos de la isla de Luzón.

Las operaciones ejecutadas por Primo de Rivera se caracterizaron por la actividad y la decisión, mientras
que la División Lachambre no realizó nunca movimientos por brigadas independientes. Las cuatro brigadas
independientes creadas por Primo atacaron simultáneamente Naic, Amadeo e Indang, contando con muy
reducidas fuerzas y saliendo triunfantes en sus empresas. Es cierto que la sublevación estaba muy quebrada
tras las operaciones de Polavieja-Lachambre, pero no lo es menos que aún quedaban muchos pueblos y vi-

 SASTRÓN, M. Op. cit., p. 261.


58

 VV. AA. (1983). Historia General de España y América. Madrid, vol. XVI, p. 363.
59
327

Retrato de Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, por dos veces capitán general de Filipinas. Obra del fotógrafo
Kaulak, recogida en la revista española La Ilustración Española y Americana

llas en poder de los insurgentes. La campaña fue tan rápida como exitosa, faltándole solo el haber logrado
impedir la fuga de Aguinaldo de Cavite, hecho casi imposible dada la naturaleza del terreno60.

A pesar de todos estos éxitos, Primo de Rivera pensaba que las medidas militares no traerían la paz desea-
da con rapidez. El hecho de haberse internado los rebeldes en la selva hacía que estos, aunque cada día
fuesen menos fuertes, prolongasen su resistencia por mucho tiempo.

El 10 de septiembre estalló un nuevo complot en Manila. La Guardia Civil Veterana venció a 82 tagalos
conjurados. Todo hacía presuponer que esta guerra de guerrillas y de pequeños golpes de mano se iba
a prolongar mucho tiempo, hecho especialmente grave cuando España necesitaba concentrar todas sus
fuerzas y energías en el absorbente conflicto antillano y, muy especialmente, en aquellos momentos en los
que la actitud de los Estados Unidos comenzaba a configurar como una amenaza aún mayor que la propia
guerra de Cuba.

El 4 de agosto de 1897, escribía Primo de Rivera a Cánovas notificándole que se le había presentado el
influyente tagalo Pedro A. Paterno con la oferta de negociar la paz con los rebeldes a cambio del perdón
y una cantidad en torno a los 500.000 pesos. Esta carta no la llegó a leer Cánovas al ser asesinado el 8 de
agosto de 1897, pero sí su sustituto, el hasta entonces ministro de la Guerra Marcelo Azcárraga61, mante-
niendo la correspondencia sobre este asunto con el gobierno conservador en las cartas de fecha 1, 4, 13 y
27 de septiembre de 198762.

La situación en la que quedó el gobierno conservador sin Cánovas a la cabeza y la clara certeza de su rápi-
da sustitución llevó a Azcárraga a no tomar ninguna medida. A sus 72 años, Sagasta aceptaba, «obligado
por el patriotismo», a formar su sexto gobierno. El 4 de octubre de 1897, el jefe liberal comunicaba su
gabinete a la regente. Pío Gullón en Estado, Trinitario Ruiz Capdepón en Gobernación, Conde de Xiquena
en Fomento, Alejandro Groizard en Gracia y Justicia, Joaquín López Puigcever en Hacienda, el teniente

60
Vid. GALLEGO Y RAMOS, E. (1898). Operaciones practicadas contra los insurrectos de Cavite, desde el principio de
la campaña hasta la ocupación de la provincia por nuestras tropas. Madrid, Imprenta del Memorial de Ingenieros.
61
 Azcárraga gobernó entre el 8 de agosto y el 4 de octubre de forma interina, fecha en la que llega al poder un
gabinete Sagasta.
62
PRIMO DE RIVERA, F. Op. cit., p. 124.
general Miguel Correa en Guerra, el contraalmirante Segismundo Bermejo en Marina y Segismundo Moret
en Ultramar.

En estos momentos la prensa española daba noticias pesimistas sobre Filipinas, obtenidas de personas
llegadas del archipiélago, especialmente en relación con el estado sanitario del ejército, al gran número de
enfermos, la alta mortalidad, la condición anémica y debilitada de los que servían en filas y sobre lo difícil
de las operaciones, lo que sumía al nuevo Gobierno y a toda la nación en una situación de incertidumbre.
Lo que resultaba especialmente grave era la terrible situación económica en la que se encontraban las arcas
españolas para hacer frente a los gastos de dos guerras coloniales simultáneas63:

«La escasez de recursos con que se ha encontrado el Gobierno, lo prolongado de la lucha en


Cuba y las dificultades que en los mercados de Europa se vienen creando a los gobiernos por
aquellos que buscan sus propios provechos a través de las desgracias de España, imponen a
todos los que ejercen la autoridad en su nombre, como V. E., nuevas y más estrictas obliga-
ciones para llegar al término de una lucha que no podría ya prolongarse mucho tiempo sin
comprometer la existencia misma del país».

328 El 5 de octubre de 1897, Primo de Rivera enviaba un telegrama cifrado al presidente del Consejo de Mi-
nistros, como consecuencia de la formación del nuevo Gobierno, en el que ponía su cargo a disposición
de Sagasta, iniciándose con este telegrama una abundante comunicación telegráfica y postal por la que
se puede seguir el desarrollo de los acontecimientos en relación con la guerra hasta los acuerdos de Biac-
na-bató64:

«Enseñoreada la rebelión, a mí llegada, de una parte considerable y la más fragosa de la


provincia de Cavite, y existiendo solo, después de las operaciones por mi dirigidas, partidas
refugiadas en los montes de otras provincias ya perturbadas, sin ocupar pueblo alguno, y que
suman a lo más 1.500 hombres armados, creía y creo que la insurrección que encontré aun po-
tente estaba dominada, como entiendo hoy que puede concluirse con el concurso de volun-
tarios de las provincias leales, que a ello se me ofrecen, con nueva acción enérgica del ejército
[...] Pero siendo del dominio público que V. E. en 9 de agosto dijo según Imparcial y otros que
si mi voluntad era buena el estado del país era peor que a mi llegada, lo cual probaba no había
acertado en mi gestión, sin amor propio y atento solo al bien de mi Patria, ruego a V. E. incline
ánimo S. M. nombre sustituto que con más fortuna llene este importante delicado mando que
no es posible desempeñar y más en estos momentos sin la absoluta confianza del Gobierno».

El 7 de octubre, por la misma vía, el capitán general del archipiélago proponía dos caminos para terminar
con la revuelta tagala, en la línea de sus últimas cartas al fallecido Cánovas. En primer lugar, lograr la victo-
ria por las armas con el apoyo de los numerosos voluntarios filipinos de las provincias leales, dispuestos a
luchar contra los tagalos. Esta vía que, como señalaba el propio Primo de Rivera, resultaba factible, aunque
muy costosa en sangre, dinero y tiempo, sin embargo, mucho más barata y políticamente más llevadera
que la de emplear tropas peninsulares. Manifestando su certeza de que manu militari se terminaría con la
guerra, aunque, eso sí, persistirían con toda seguridad brotes de independentismo de muy difícil extinción,
suponiendo estos una amenaza potencial de casi imposible cuantificación de cara al futuro, aunque tam-
bién era cierto que este tipo de insurgencia era algo normal y constante en el archipiélago. Primo de Rivera
había comenzado con gran éxito la recluta de voluntarios de las provincias no tagalas de las Filipinas:

«[...] cuando vieron llover sobre la Capital millares de voluntarios, dispuestos a auxiliar a nues-
tras tropas, y comprendieron que las bajas se cubrirían inmediatamente, sin grandes gastos ni
pérdidas de tiempo, y que no contaban con el apoyo del país, se convencieron de que, más o
menos pronto, su derrota total, era segura»65.

63
 Del ministro de Ultramar al Gobernador General de Filipinas, 4 de noviembre de 1897. Citado por Togores L. E.
(1996). «La revuelta tagala de 1896/97: Primo de Rivera y los acuerdos de Biac-na-Bató». En: Revista Española del
Pacífico, n.º 6, año VI, p. 24.
64
 Ibidem, p. 24. Del gobernador general de Filipinas al presidente del Consejo de Ministros. Manila 5, de octubre
de 1897, cifrado.
65
 Ibidem, p. 26. Del gobernador general de Filipinas al ministro de Ultramar. Manila, 22 de diciembre de 1897,
reservado.
La segunda vía consistía en comprar por un 1.700.000 pesos a los jefes y las partidas rebeldes con sus
armas, pasando los desertores del ejército español a cuerpos disciplinarios, gestión realizada gracias al
mediador tagalo Paterno. El pago sería en los siguientes plazos: el primero al entregarse Aguinaldo con su
partida, el segundo pago cuatro meses después al rendirse el resto de las partidas rebeldes y el tercer y
último plazo al verse totalmente garantizada la paz. El dinero estaba, teóricamente, destinado a indemnizar
familias arruinadas, embargadas, a viudas y huérfanos, permitir la emigración de los líderes y comprar a la
soldadesca del Katipunan. A criterio de Primo de Rivera esta opción ofrecía grandes ventajas económicas
y salvaría la vida de muchos peninsulares «que por clima pierden 40 por 100 en año en muertos e inútiles
teniendo 20 por 100 en hospitales y convalecientes que representan diez mil bajas año y desprestigiando
cabecillas vendidos que emigrarían»66.

A las ventajas ya señaladas de llegar a un acuerdo añadía el hecho de que se impedirían posibles desem-
barcos de armas, los cuales revitalizarían la revuelta, sin ninguna duda. Esta que nunca había contado con
muchas armas de fuego, había sido muy difícil de vencer, si contase con nuevos pertrechos se volvería
francamente peligrosa.

El 9 de octubre llegaba a Manila una comunicación desde Madrid que decía: «Importantísimo telegrama de
V. E. aplaza toda respuesta al suyo del día 5, relativo a dimisión. Consejo de Ministros estudia detenidamen- 329
te sus planes y resolverá en breve sobre ellos»67, pidiéndole al día siguiente, desde Madrid, aclaraciones
sobre los plazos de los pagos a Aguinaldo, su cuantía, etc.

Retrato colectivo de oficiales del Batallón de Leales Voluntarios de Manila (Filipinas). Archivo General Militar de
Madrid, sig. F.09196

66
  Ibidem, p. 25. Del gobernador general de Filipinas al presidente del Consejo de Ministros. Manila, 7 de octubre
de 1897, cifrado.
67
 PRIMO DE RIVERA, F. Op. cit., pp. 127-128.
El 10 de octubre enviaba Primo de Rivera al Gobierno los datos de los tres plazos para la compra de la
rendición de los tagalos: el primero de 700.000 pesos al entregarse Aguinaldo con desertores y armas,
segundo, 500.000 cuatro meses más tarde siempre que se hubiesen entregado todas las demás partidas;
en tercer y último lugar unos 500.000 pesos, dos meses después de asegurada la paz. Este plan fue acogi-
do con entusiasmo por las autoridades de Manila –generales Castilla y Tejeiro, arzobispo, auditor general,
alcalde de Manila, secretario general y gobernador civil de Manila–, lo que no impidió que Primo de Rivera
continuase con su idea de levantar un ejército colonial con efectivos fieles no tagalos para continuar la
campaña en caso de que fracasaran las gestiones de Paterno.

El 13 de octubre, desde Manila, se pedía al Gobierno que tomase una decisión. El 17 de noviembre de
1897, desde Bacolor (Pampanga) salía un telegrama para el ministro de Ultramar informando de la eficacia
y éxito de las fuerzas de voluntarios filipinos contra los partidarios del Katipunan.

La entrada en combate de estas unidades causó un gran impacto en la moral de los katipuneros68:

«Escrito este telegrama se me presentó comisión llegada del campo enemigo en Biac-na-bató
con pases firmados por Aguinaldo, Llanera y otros: son aceptables le dejó marchar a Manila
330 para allí terminar dando cuenta al Gobierno. Es indudable que estas soluciones responden al
entusiasmo mostrado por todas las islas del archipiélago contra la rebelión».

Rápidamente se cerraron las negociaciones con Paterno como mensajero y árbitro. La rendición estaba
garantizada. Primo de Rivera narra así estos sucesos en su memoria al Senado69:

«[...] pedí explicaciones acerca del número de armas que tenían y debían entregar, porque no
venían en los documentos, contestándome que era 507 en total las que entregarían; y como
solo de desertores y de procedencias tenían un número que se acercaba al doble, no podía
conformarme con tan pocas, porque dudé de la sinceridad de todos [...]. Tampoco aparecían
las cantidades convenidas: habíamos tratado de 1.700.000 pesos, y solo de 800.000 se habla
en el documento, indicando su inversión».

La cuestión de la entrega de las armas era una de las mayores preocupaciones de Primo de Rivera, espe-
cialmente al afirmar Paterno que Aguinaldo no tenía más de 587 armas, estando las que faltaban en manos
de otros jefes. Las autoridades españolas exigieron el levantamiento de un estadillo en el que constase tipo
de armas –especialmente las de sistema Remington y Mauser–, señalando a qué partida y jefe pertenecían
y el número de insurrectos que las formaban.

El 20 de noviembre llegaba a Manila un telegrama desde Madrid que decía:

«Autorizo a V. E. para firmar acta; considera también ha llegado el momento de entregar pri-
mer plazo cuando a juicio de V. E. estén satisfechas condiciones convenidas, cuidando V. E. sin
suspender acción militar, de que esta no venga a interrumpir cumplimiento de lo convenido,
o a dar pretexto a insurrectos para creer que se les falta a lo estipulado. Urge concluir con
todo»70. Para el capitán general de Filipinas y sus generales la compra de la paz era la opción
más razonable: esta paz deja a salvo el honor de España y del Ejército».

El problema principal para cerrar el trato era que la autoridad de Aguinaldo no era reconocida por varios
jefes de partida, lo que llevó a Primo de Rivera a dar de plazo para entregar las armas hasta el 12 de diciem-
bre, al tiempo que se continuaban las operaciones con la toma de Puray y se atacaba Minuyan, Maquiling
e Irurulong.

El 4 de diciembre llegaba un nuevo telegrama desde Madrid en el que se alentaba a la pacificación: «Retar-
do produce gran decepción, y últimos combates indican creer que la pacificación está lejana. Dado estado
financiero y complicaciones posibles, pacificar es lo que es importantísimo»71. Lograr la paz por la vía militar

68
 
Ibidem, p. 133.
69
 
Ibidem, p. 134.
70
 
Ibidem, p. 135.
71
 
Ibidem. Telegrama 4 de diciembre de 1897, p. 5.
se había complicado al desperdigarse los insurrectos por varias sierras extraordinariamente accidentadas,
por lo que Primo de Rivera decidió dejar para el final de las operaciones el asalto a las posiciones donde se
encontraban atrincherados los principales cabecillas72.

Para acelerar la llegada a un acuerdo, amedrentando la moral de los que aún resistían en Biac-na-bató,
Primo de Rivera aceleró más las operaciones, creando una fuerte línea militar en torno al campo atrinche-
rado tagalo, al tiempo que perseguía y acosaba, incluso, a las familias de los rebeldes73. El avance de las
tropas españolas era ya imparable. Se habían tomado lIorong, Puray, Minuyan y Aráyat entre el clamor de
las provincias no tagalas, gracias al decidido apoyo de sus voluntarios. Ocupar Biac-na-bató era seguro,
pero dado lo accidentado de la zona, Primo de Rivera no tenía confianza en poder apresar a los jefes de la
revuelta, aunque estaba convencido de que estos solo se convertirían en algunas partidas sueltas de escaso
poder una vez rendidos sus refugios.

El 14 de ese mismo mes se comunicaba a Madrid la firma de los acuerdos que ponían fin a la revuelta74:

«Comisión campo rebelde marchó hoy con acta firmada y redactada en términos altamente
honrosos España: Aguinaldo dedicará días inmediatos comunicar órdenes rendición a todas
las partidas: día 25 estarán generales Tejeiro y Monet en Biagnabató, saliendo el mismo día 331
Aguinaldo, jefes y gobierno rebelde para Lingayen, embarcando el 27 para Hong Kong con
teniente coronel Primo de Rivera que exigen los acompañe en garantía de sus personas. Llega-
rán a dicho puerto el 31 telegrafiando sus partidarios entreguen armas y entregadas que sean,
se abonará primer plazo, pagando segundo cuando se rindan partidas de otras provincias, y
tercero cuando reine paz en toda la isla».

Primo de Rivera telegrafía el 18 al ministro de Ultramar expresando sus temores, bajo el título de reserva-
dísimo75:

«Me explico justa impaciencia del Gobierno en publicar la paz, no conoce la raza mestiza china
en que domina la hipocresía y falsía espanta la idea de que sabedores de la publicación sean
capaces de variar las bases pactadas con nuevas exigencias; no lo espero, pero temo hasta
que no sea un hecho. Haré porque aquí se ignore hasta el 25 que es el día de tenerlos en mi
poder. Hoy hago salir a Paterno que nada sabe con primera letra a la orden del Banco Hong
Kong de cuatrocientos mil pesos para que la enseñe y haga ver la formalidad del compromiso
con la seguridad de que paga con su vida y bienes el no cumplir lo firmado como se lo he ju-
rado. Le acompaña el teniente coronel Primo de Rivera. Que los siete días de angustia que me
esperan hayan servido a la nación, Reina y Gobierno. Gracias por sus cariñosas felicitaciones».

A las medidas combinadas de las tropas, gestiones políticas, uso de presiones de todo tipo, achacaba Primo
de Rivera el éxito de su mando, aunque estaba seguro de haber terminado con la revuelta por la vía militar, de
llegarse a los acuerdos de Biac-na-bató: 76 «[...] me ha parecido más político convertir la gloria que hubieran
logrado los alzados si hubiesen muerto en campaña, en una deshonrosa venta, he ido al pacto para abreviar

72
 Para dar «[...] tiempo a estos para facilitar entrega y más visto el resultado de estos combates y el gran efecto del
ardor de los seis mil voluntarios ya en lucha y juego a la vez con las dos armas sin olvidar deseos del Gobierno e
interés del país. Confío, aunque no se entreguen lograr en un mes pacificación bastante para dar por terminada la
guerra, aunque queden pequeñas partidas muy general siempre en este país y que solo el tiempo y la guardia civil
pueden extinguir». Del gobernador general de Filipinas al ministro de Ultramar. Manila 4 de diciembre de 1897,
cifrado.
73
 «Quizá, allá, en la Península, se juzgue cruel y contrario a la sana doctrina jurídica eso de exigir responsabilidades
a las familias de los alzados por la conducta de un individuo. Pero teniendo en cuenta que eran el espionaje
constante entre nuestros Ejércitos y quienes recaudaban los recursos de boca y guerra para el enemigo, exageré
la pena porque se hacía preciso preparar la opinión y siempre habría tiempo para atenuar sus efectos como lo hice
cuando fue oportuno». Del gobernador general de Filipinas al Ministro de Ultramar. Manila 22 de diciembre de
1897, reservado.
74
 Archivo Histórico Militar. Del gobernador general al presidente del Consejo de Ministros. Manila 18 de diciembre
de 1897, cifrado.
75
 Archivo Histórico Militar. Del gobernador general de Filipinas al ministro de Ultramar. Manila, 4 de diciembre de
1897. Cifrado.
76
 Ibidem.
la insostenible situación de Tesoro Público y para no dejar a la aventura de un éxito militar la desaparición de
los cabecillas prestigiosos».

Rendido Aguinaldo y los más importantes jefes del Katipunan, Primo de Rivera pensaba que los inevitables
restos de la revuelta se convertirían solo en partidas de bandidos que terminarían por extinguirse persegui-
dos por la Guardia Civil, y el ejército, como de hecho habría ocurrido de no haberse iniciado la guerra con
Estados Unidos en 1898.

Aguinaldo y sus partidarios más allegados partieron para Hong Kong donde cobrarían, el 3 de enero de
1898, de manos del teniente coronel Miguel Primo de Rivera, la letra de 400.000 pesos, correspondientes
al primer plazo pactado, dinero a cambio del que habían aceptado deponer las armas. El 6 de enero se ren-
dían los jefes tagalos Paciano Rizal, Miguel Malvar y Mariano Tinio entregándose poco después las partidas
de Trías, Riego de Dios, Mogica, Malvar, Tinio y Makabulos. El 21 de enero, Primo de Rivera informaba al
Gobierno que la paz era ya un hecho en el archipiélago.

Los brotes insurgentes continuaron en los meses siguientes, pero a pesar del carácter derrotista que in-
tentaron darle los grupos peninsulares, –tanto en España, como en las Filipinas–, enemigos de la solución
332 lograda, Biac-na-bató puso fin a la revuelta. Los sucesos de Zambales, la conspiración de Manila, la insu-
rrección de Ilocos, los combates en los montes Mangatarem, los asesinatos de europeos en Pampanga y los
sucesos de Cebú en las Visayas no eran más que los lógicos coletazos de casi dos años de guerra.

Aguinaldo y sus partidarios más allegados partiendo para Hong Kong. Museo del Ejército, n.º de inventario:
MUE-120069.
Se ha acusado al Gobierno y a Primo de Rivera de aceptar una paz vergonzosa en Filipinas. Manuel Sastrón,
el autor probablemente más documentado y con una visión más global del problema de todos los que
escribieron en la época, valora en los siguientes términos el grave error de Biac-na-Bató77:

«El pacto fue una imposición al general Primo de Rivera hecha por el Gobierno de la Metrópoli
[...]. Cuando se esperaba al general Primo de Rivera en el lugar señalado para dirigir personal-
mente la acción contra Biac-na-bató; cuando las fuerzas de la brigada Monet estaban ya todas
aprestadas en sus posiciones para ejecutar lo que según el bien meditado plan del Marqués
de Estella les competía, el general Monet fue llamado por el general en jefe con toda urgencia
con el objeto de comunicarle nuevas importantísimas instrucciones: fueron éstas totalmente
opuestas y contradictorias a las anteriores. El marqués de Estella hizo saber al comandante
general del norte y centro de Luzón, Sr. Monet, la resolución del Gobierno de la Metrópoli de
que a toda costa se hiciese la paz. [...] El general Primo de Rivera llegó al extremo de verter
copiosas candentes lágrimas al transmitir al general Monet las nuevas órdenes que echaban
por tierra».

333
EPÍLOGO

El 12 de marzo de 1898, se recibía un telegrama en Manila para el entonces capitán general del archipiéla-
go, Fernando Primo de Rivera ordenándose preparar la defensa del archipiélago ante un posible conflicto
armado con los Estados Unidos. Le dio tiempo a la construcción de un sistema de trincheras y blocaos
alrededor de Manila que resultarían fundamentales para que la ciudad lograse resistir el asedio de yanquis
y tagalos a lo largo de ciento cinco días, hasta el 13 de agosto de 1898, un día después que el Gobierno
de Madrid autorizase al embajador francés en Washington Cambon, el 12 de agosto, el firmar el armisticio
que puso fin a las hostilidades.

Entre 1895 y 1898, España realizó un importante esfuerzo financiero para obtener los recursos materiales
que exigían las guerras coloniales que estaba sosteniendo para conservar su imperio ultramarino. Las finan-
zas españolas se situaron al borde de la quiebra por causa de la guerra de Cuba. Cuando estalló la insu-
rrección filipina en 1896, el Gobierno Cánovas tuvo serios problemas para lograr los fondos y los recursos
humanos necesarios para sufragar los cerca de diez millones mensuales que absorbía el nuevo conflicto
colonial y las tropas necesarias.

Cuando la guerra con Estados Unidos comenzó se tuvo que financiar con lo quedaba de los presupuestos
de la guerra 1896/97 que no habían sido gastados. Como Filipinas quedó aislada de España y su capital
Manila sitiada, resultó imposible cualquier tipo de ayuda económica desde la metrópoli, ajustándose las
necesidades a los recursos con que contaba el archipiélago. El desarrollo y duración del conflicto hizo que
este tuviera un bajo coste económico. Frente a los 38.490.681 pesos, es decir, 192.453.405 ptas., que costó
la insurrección de 1896/97, la guerra con Estados Unidos en el Pacífico solo ascendió a 4.484.804 pesos,
22.424.020 ptas.

El 15 de febrero de 1898 estallaba en el puerto de La Habana el acorazado Maine, debido a una explosión
interna accidental. Gracias a este oportuno accidente, Washington tuvo una excusa para declarar la guerra
a España y apoderarse, por fin, de Cuba. El 9 de abril de 1898, llegó a Manila el nuevo capitán general del
archipiélago, Basilio Augustín, sustituto de Primo de Rivera. El 25 de abril de 1898, Washington declaraba
oficialmente la guerra a España.

77
 SASTRÓN, M. Op. cit., p. 318.
1898, LA GUERRA HISPANO-AMERICANA EN FILIPINAS
Luis E. Togores Sánchez1

La hostilidad expansionista estadounidense se puso plenamente de manifiesto en la década de los noven- 335
ta, una vez concluida la conquista del oeste. Alcanzó su punto álgido en 1898. Estados Unidos convirtió
sus deseos sobre la colonia de Cuba en una política decididamente intervencionista a escala mundial, plas-
mada en la guerra contra España en el Caribe y en la extensión de esta al Pacífico, fruto de un deseo de
control de este océano, lo que Ie había llevado a la ocupación de French Frigate, Johnston, Palmira, Wake,
Midway, Hawái y, finalmente, Guam y las Filipinas. La anexión de las Filipinas se convirtió así en el abrupto
colofón a largos años de penetración en el Pacífico2.

Con fecha 3 de septiembre de 1897, desde el ministerio de Ultramar se requería al capitán general de las
Filipinas para que tomase las medidas oportunas de cara a un previsible conflicto con los Estados Unidos.
EI 20 de enero de 1898, el agregado naval en Washington informaba que, en caso de llegarse a la guerra,
«lo primero que se atacaría serían las Filipinas» (Blanco, 1990: 10).

EI 15 de febrero estallaba el Maine en el puerto de La Habana, pero la guerra estaba decidida por el pe-
queño pero poderoso grupo imperialista americano desde mucho antes.3

EL MANDO DE PRIMO DE RIVERA

La insurrección tagala que había asolado el archipiélago entre 1896 y 1897 aún dejaba notar sus secuelas
tras los acuerdos firmados en Biac-na-Bató. EI Katipunan había sido derrotado y su jefe, Aguinaldo, había
rendido sus armas ante el Ejército y el dinero de España, pero esto no significaba que la paz se hubiese
alcanzado. Necesidades políticas y hacendísticas habían llevado al Gobierno de Azcárraga, primero, y de
Sagasta, después, a aceptar una paz en precario. España no podía sostener una doble guerra colonial que,
a lo largo de casi cuatro años, arruinaba su tesoro y derramaba la sangre de sus soldados.

EI 12 de marzo de 1898, se recibía un telegrama en Manila para el entonces capitán general del archipié-
lago, Fernando Primo de Rivera, instándole a preparar la defensa ante un posible conflicto armado con los

1
 Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid. Fue investigador adscrito a la
Escuela Diplomática Española. Especialista en Historia Militar, Historia Colonial (España en Filipinas, Asia Oriental
y Pacífico, siglo XIX) e Historia de las Relaciones Internacionales. Director del Departamento de Humanidades de
la Universidad CEU San Pablo de Madrid. Secretario del Instituto CEU de Estudios Hispánicos. «1898. La Guerra
Hispano-Americana en Filipinas». El Ejército y la Armada en el 98. Op. cit., pp. 115-141.
2
Vid. CAMPBELL, A. E. (1970). Theodore Roosevelt. Barcelona; TOGORES, L. E. (1990). «España y la expansión de los
Estados Unidos en el Pacífico». En: Homenaje a los profesores Jover y Palacio Atard. Madrid. Vol. I, pp. 655-677; y
del mismo auto, «La pérdida de Filipinas». En: Historia 16, n.º 204 (1993), pp. 31-39.
3
 Formado por personalidades como Mahan, Theodore Roosevelt, Henry Cabot Lodge, Pulitzer y Hearst, Donald
Cameron o Henry Adams.
Estados Unidos. Este convocó a la junta de mandos para evaluar la situación, llegándose a la conclusión
de que, en un combate naval, la escuadra española en Asía no tenía opción alguna de victoria frente a la
de los Estados Unidos anclada en Hong Kong, decidiéndose que los buques españoles se refugiarían en el
puerto de Subic, al que se le dotaría de los medios artilleros disponibles para su defensa, –cuatro cañones
de 150 mm de los existentes en la maestranza de Manila y algunos torpedos–, al tiempo que se ordenaba
que los dos cañones de 150 mm que aún quedaban almacenados en el arsenal de Cavite se instalasen en
Punta Sangley. Se adoptaron varias medidas defensivas más, entre las que destacaba el desmontar diver-
sas piezas de artillería naval de algunos buques inservibles o en reparación, así como reinstalar las piezas
de 240 mm emplazadas en la batería de la Luneta, ya que tenían importantes defectos de montaje que
limitaban su alcance, por ser las únicas que podían hacer algún daño a los buques de guerra enemigos. Se
preparó un proyecto para defender las bocas de la bahía de Manila, aunque con escasos resultados.

Primo de Rivera ordenó también la construcción de quince blocaos, situados unos de otros a una distancia
aproximada de 1000 m, con capacidad para veinticinco o treinta hombres, con la finalidad de defender los
barrios exteriores de Manila de un ataque por tierra.

Los trabajos empezaron el 17 de marzo y dada la urgencia de su posible entrada en servicio se destina-
336 ron doscientos presos para colaborar en su construcción, con lo que se logró que a finales de aquel mes
estuviesen casi concluidos (Primo de Rivera, 1898: 184-185). EI emplazamiento y su construcción se enco-
mendaron a los comandantes de Estado Mayor y de ingenieros, Enrique Toral y Juan Montero. La nueva
línea defensiva entró en servicio sin que hubiese habido tiempo para chapear los bosques circulantes, lo
que hubiese facilitado mucho su defensa. Manila contaba para su defensa con seis batallones de infantería,
ocho mil voluntarios, cuatro mil fusiles Mauser y dos mil Rémington, junto con ocho millones de cartuchos
Mauser y tres millones de Remington (Molina, 1984: 406).

Mientras en Manila se tomaban estas medidas, la flota del comodoro Dewey se aprestaba, por su parte,
para la guerra. EI 27 de enero de 1898, recibía la orden de no licenciar a los marinos veteranos que hubie-
sen cumplido su tiempo de alistamiento, ordenándose que la flota se trasladase a Hong Kong, llenase sus
polvorines y carboneras al completo y pintase los buques de gris. La guerra en el Pacífico estaba ya prevista
20 días antes de la explosión del Maine.

LAS NOTICIAS DE LA DECLARACIÓN DE GUERRA LLEGAN A MANILA

EI 9 de abril de 1898, llegaba a Manila el vapor correo Isla de Panay conduciendo al general Basílio Augus-
tín, nuevo capitán general del archipiélago. Su antecesor, Primo de Rivera, el artífice de la paz de Biac-na-
Bató, fue despedido por la población de Manila con grandes muestras de simpatía. A los nueve días de su
partida hacia Europa, los Estados Unidos declaraban la guerra a España.

La noticia de la guerra fue acogida en Manila con una oleada de fervor patriótico, tanto entre la población
europea, como entre la filipina, así como entre algunos destacados líderes del Katipunan como Mújica,
Trías, Pio del Pilar, Riego de Dios y Ricarte.

Grupos hasta entonces contrarios a los castilas dejaban sus armas y se manifestaban abiertamente partida-
rios de la causa de España. Las adhesiones llegaban de todas las provincias del archipiélago, especialmente
de Bulacán, Pampanga, Nueva Vizcaya, Albay, Sorsogón, Ilocos y Pangasinan, donde —señala Toral— el
entusiasmo patriótico estalló en la afluencia de numerosos voluntarios. Compañías como la de Tabacos y
Marítima, Inchausti, Banco Español Filipino, el Casino... se dispusieron a poner todo género de recursos al
servicio de la guerra (Toral, J. y J., 1942: 21). EI país entero se preparaba para la guerra.

Sastrón, testigo de estos sucesos, valoraba así la situación:


«Con el país filipino a nuestro lado nada temíamos: el conocimiento exacto de nuestros es-
casos medios para una guerra interior; el verdadero inconcebible abandono en que vivíamos
para sostener una del exterior, ninguna de estas dos circunstancias mermaban en lo más mí-
nimo la legitima esperanza que hubiéramos podido abrigar de obtener éxito favorable en la
contienda, siempre y cuando los naturales filipinos nos fuesen fieles» (Sastrón, 1901:368).
337

Retrato del general Basilio Augustín y Dávila, ultimo capitán general de Filipinas. Autor desconocido.
Aparecida en Ilustración Española en 1898

Desde un primer momento, las autoridades españolas de Manila dictaron, como se observa en la Gaceta
de Manila Extraordinaria, del 23 de abril, medidas de urgencia encaminadas a poner en pie de guerra el
archipiélago. Se decretó el alistamiento de todos los funcionarios públicos hasta la edad de cincuenta años,
como el alistamiento obligatorio bajo el servicio de las armas a todo español peninsular e hijos de estos a
partir de dieciocho años. Asimismo, se dispuso que el batallón y escuadrón de Leales Voluntarios de Manila
y las guerrillas de San Miguel, San Rafael y Casino Español se pusiesen en armas con todos los efectivos
que ten fan anteriormente durante la insurrección tagala.

IMAGEN 13.2. Banda de música del Batallón de Leales Voluntarios de Manila (Filipinas). Archivo General
Militar de Madrid, sig. F.09197.

EI 25 de abril, la escuadra española salió para Subic como ya se había acordado en la Junta de Mandos.
Una vez llegó allí, el contralmirante Montojo decidió volver a Cavite dada la mala situación defensiva en la
que se encontraba aquel puerto4. Mientras que esto acontecía en Filipinas, la flota del comodoro Dewey
abandonaba Hong Kong a las 24 h de conocerse la declaración de guerra para anclar en la bahía de Mirs.

EI día 26 recibe un telegrama del secretario de Marina, Long, que decía: «La guerra ha comenzado entre los
Estados Unidos y España. Diríjase en seguida a las islas Filipinas. Comience operaciones inmediatamente,

4
Vid. BLANCO, J. (1990). «De Cavite a Santiago». En: La Marina ante el 98 (II). Génesis y desarrollo de un conflicto.
Madrid, pp. 7-8. Dice Blanco que, en 1882, C. Concas redactó un informe sobre Cavite que decía en la Revista
General de Manila: «Bajo el punto de vista militar, Cavite es un absurdo [...] situado en el fondo de una bahía, cuyas
bocas, una de 9.700 m de ancho y 72 m de fondo, no son defendibles ni con artillería ni con torpedos, y que una
vez bloqueadas convierten el puerto de refugio en horrible ratonera. EI arsenal está en el glacis V a vanguardia
de los fuertes, impidiendo los fuegos de estos V recibiendo directamente V sin defensa alguna los del enemigo;
y finalmente, los buques de más de 18 pies de calado tienen que quedar a diez cables del arsenal, sin protección
alguna de la fortaleza. En Cavite nos espera un desastre en la primera ocasión y ciertamente que no se podrá jamás
hacer cargo a la Armada, a la que se tiene por fuerza encadenada al antiguo carenero de galeones».
338

Banda de música del Batallón de Leales Voluntarios de Manila (Filipinas). Archivo General Militar de Madrid,
sig. F.09197

sobre todo contra la escuadra española. Deberá capturar los buques o destruirlos. Emplee el máximo es-
fuerzo». A las 14:00 h del día 27, Dewey zarpaba rumbo a Manila.

La guerra fue declarada con fecha 25 de abril, pero con efectos retroactivos al 21 para dotar de legalidad
el bombardeo de Matanzas y la captura de varios barcos que enarbolaban el pabellón español en aguas
del Caribe. Los Estados Unidos estaban igualmente violando el derecho internacional con la declaración
del bloqueo de Cuba el día 225.

En la junta de autoridades celebrada al conocerse el inicio de las hostilidades se adoptaron diversas medi-
das para la defensa del archipiélago. Entre ellas destacaba la creación de una milicia filipina, decisión que
se mostraría funesta por sus consecuencias. Esta medida iba en la misma línea de actuación que la adop-
tada por Primo de Rivera durante la insurrección tagala de 1896/97 y que se mostró entonces acertada.
A esta decisión se opuso solo el fiscal Vidal y Gómez, que manifestó que Ie parecía un error armar a los
tagalos, manifestando que, por el contrario, lo que habrá que hacer era concentrar a toda prisa las tropas
peninsulares en Manila y reorganizar las fuerzas de voluntarios europeos ante lo que veía no solo como una
guerra contra los Estados Unidos, sino también como una nueva e inevitable sublevación nativa. La decidi-
da postura del obispo de Manila, Nozaleda, en favor de la milicia indígena resultó determinante6.

5
 Cuando el ministro Woodford se disponía el día 21 a comunicar al Gobierno español el ultimátum de su Gobierno,
recibe otro informándole de la ruptura entre ambas naciones. Situación similar a la que luego sufriría Estados Unidos
de manos de Japón como consecuencia de los sucesos de Pearl Harbour.
6
 Vid. NOZALEDA. P. (1904). Defensa obligada contra acusaciones gratuitas. Madrid. MAURA, A. (1904). La cuestión
Nozaleda, Madrid.
EL COMBATE NAVAL DE CAVITE

España disponía en Filipinas de una pequeña escuadra dedicada a operaciones coloniales, de policía,
adaptada a las misiones específicas de Filipinas e islas del Pacífico español. En 1898 contaba con siete
pequeños cruceros, tres grandes cañoneros, algunos transportes y una veintena de pequeños cañoneros,
buques de escaso valor militar en una guerra contra una potencia naval como Estados Unidos, pero suma-
mente efectivos para las operaciones de índole colonial habituales en el archipiélago7.

Frente a estas unidades, los norteamericanos oponían su flota asiática, compuesta de seis buques, con
19.000 t de desplazamiento, de una velocidad entre 11 y 20 nudos y dotados de 53 cañones de 203 mm a
127 mm y 57 de 57 a 37 mm, más los tubos lanzatorpedos. Frente a ellos, los diez barcos españoles «ten
fan» 14.000 t, con velocidades entre 11 y 15 nudos y armados con cuarenta piezas de 160 a 90 mm y 43 más
ligeras, de factura francesa y británica, iguales a las de los norteamericanos, más trece tubos lanzatorpedos.

La superioridad norteamericana, a diferencia de lo que pasaba en Cuba, estaba clarísimamente escorada


hacia el bando agresor8.
339
La flota de Dewey se había anclado en Hong Kong en febrero, ya que los Estados Unidos carecían de
puertos propios en Extremo Oriente, teniendo su base más próxima a siete mil millas náuticas de distancia,
hecho que dificultaba enormemente que pudiese reforzarse, recibir suministros de carbón y realizar las
siempre necesarias operaciones de mantenimiento. Esto no supuso inicialmente un grave problema, ya que
la flota norteamericana pudo repararse y proveerse de todo lo necesario en Hong Kong antes de romperse
las hostilidades.

A las 20:00 h del 30 de abril, el faro de Corregidor divisó por WNW una luz, siendo el cañonero Arayat
el primero que avistó al enemigo a las 23:00 h, el que en correcta fila navegaba en dirección al islote EI
Carabao. Las posiciones españolas de EI Fraile dispararon a 6.000 m contra el Raleigh, contestando los
buques norteamericanos con seis u ocho cañonazos sin detenerse. Entre Punta Restinga y EI Fraile pasaron
el Nashen y el Zafiro, a primera hora de la madrugada, disparándoles la batería de Punta Restinga, seguida
de las de Boca-Chica para hacerlo las de Boca-Grande dieciséis minutos después.

La flota norteamericana, sin duda guiada por un conocedor de la bahía, entró por Boca-Chica para formar
una línea de combate de nueve buques frente a Manila, dónde recibió fuego de las baterías de La Luneta, a
las que brevemente contestó, para seguir camino y situarse frente a Cavite y así poder atacar a la escuadra
española. Esta esperaba el inevitable ataque formando una línea curva que iba desde la playa de Punta
Sangley extendiéndose hasta el NE del arsenal. La encabezaba el Don Juan de Austria, seguido del Ulloa,
que carecía de máquinas; del Castilla, que no podía utilizar sus máquinas por tener una gran vía de agua;
del buque Insignia Cristina y de los cruceros torpederos de tercera clase Isla de Luzón e Isla de Cuba; en Ia
amura de babor se situó el aviso Marqués del Duero, y en la ensenada de Bacoor el Manila, el Velasco, el
Lezo y el cañonero Mindanao que se encontraba en construcción. Estaban despojados de todas sus vergas,
masteleros y maderas con objeto de disminuir los riesgos de incendio. A 500 m de la línea de combate
española estaba anclada una serie de gabarras y gánguiles cargados de arena, con la finalidad de dificultar
las maniobras de los barcos enemigos.

Toral, testigo del combate, describe de forma muy negativa la formación que había tomado la escuadra
de Montojo, Dice: «[...] nuestros barcos estaban apiñados, en disposición de que los enemigos no desa-
provechasen ningún proyectil, que no hacían evoluciones, y que, si alguno se movía, parecía que lo hacía
aisladamente, por iniciativa sin duda de su comandante y no para obedecer a plan determinado» (Toral, J,
y J, 1942:46).

7
 Los buques que componían esta flota habían entrado en servicio después de 1885, fruto de la Lev Rodríguez Arias
(1887). Vid.
RODRÍGUEZ, A. R. (1988): Política naval de la Restauración (1875-1898). Madrid.
Togores, L.E. (1996). «La defensa de las Filipinas ante la estrategia de las grandes potencias en Extremo Oriente».
En: Naranjo, C. (ed.). (1966): La Nación Soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Aranjuez, pp. 567-575.
8
 Estos datos eran perfectamente conocidos por los españoles gracias al cónsul de Hong Kong y a la Marina allí
existente.
Para el historiador naval Agustín Rodríguez, Montojo había dispuesto sus barcos demasiado próximos entre
sí, ofreciendo un magnífico blanco a los artilleros norteamericanos, especialmente si se considera que la
flota estaba prácticamente inmóvil

Iniciaron el fuego la batería de Punta Sangley del teniente Varela, y la de La Luneta, para continuar los cinco
buques españoles a las 05:15, respondiendo los norteamericanos a las 05:40 cuando estaban a 4.000 m de
distancia, que se iba progresivamente reduciendo9. La superioridad norteamericana pronto quedó eviden-
ciada, y tras dos horas de combate, algunos de los buques españoles estaban considerablemente dañados
y con incendios a bordo, pero ninguno estaba hundido y todos continuaban disparando. Los mejores, el
Isla de Cuba y el Isla de Luzón, estaban prácticamente intactos.

Uno de los primeros proyectiles enemigos alcanzó al Cristina, desatando en él un peligroso incendio. Este
buque, que enarbolaba la insignia del almirante, se convirtió en el objetivo principal del fuego norteame-
ricano, siendo nuevamente alcanzado poco después con las consecuencias de poner fuera de combate a
todos los sirvientes de los cuatro cañones de tiro rápido que montaba. Pronto los incendios del Cristina, del
Castilla y del Don Juan de Austria se hicieron visibles para los espectadores que veían el combate desde
Manila (Rodríguez, A.R., 1997,55-56).
340
EI Cristina salió de la formación y avanzó contra los barcos enemigos, en particular sobre el Olimpia, con
la intención de disparar sus torpedos, pero el fuego de la escuadra de Dewey se centró sobre él, imposibi-
litándole alcanzar sus propósitos. Se encontraba muy dañado, carecía de Gobierno al tener el servomotor
dañado y había recibido numerosos impactos. En un parte citado por Sastrón se describiría así la situación:

«Otro proyectil destrozó el calces y pico de mesana arrastrando la bandera y la insignia, que
se ordenó reponer inmediatamente; otra granada explotó en la cámara de oficiales, convertida
en hospital de sangre, y mutiló los heridos que allí había; otra granada reventó en el pañol de
municiones y mixtos de popa, llenando de humo las cámaras. Siendo imposible dominar el
incendio, túvose gran cuidado en inundar el pañol cuando ya empezaba a explotar la cartu-
chería. En el centro del buque, varias granadas atravesaron las chimeneas y los guardacalores,
dejando fuera de combate un condestable y doce sirvientes de la artillería; otro proyectil inuti-
lizó en la proa el cañón de estribor, cuando el fuego de popa amenazaba devorar ya todo el
alcazar; otra granada, atravesando el costado, fue a reventar en el sollado. Aún continuaba el
Cristina disparando los cañones no averiados; un cabo de aquellos, con otro de mar, llegaron a
ser los únicos que quedaron en pie para ir descargando las piezas que dejaba cargadas la gen-
te de maniobras, que repetidas veces hubo de sustituir a la de artillería» (Sastrón, 1901:390).

Tres de los buques españoles tenían incendios a bordo, de otro solo salía la chimenea por encima del agua,
el Ulloa, y el trasatlántico Mindanao ardía embarrancado en la playa de La Piñas. A mitad del combate se
vio cómo el Baltimore se retiraba, yendo remolcado como consecuencia de un impacto en la proa. AI pa-
recer, había sido alcanzado por el único cañón que disparaba desde Punta Sangley10, aunque esto no se
puede asegurar.

Serían la 08:00 h cuando cesó el fuego de la escuadra norteamericana. Montojo abandonó la flota dando
orden de que, en el caso de que volviesen los norteamericanos y reiniciasen el ataque, se procediese al hundi-
miento de los barcos sin contestar al fuego. La moral era muy baja y daba ya la batalla por totalmente perdida.

A estas alturas del combate, los barcos de Dewey habían gastado la mitad de su munición, siendo sus
existencias de casi imposible reposición, lo que Ie llevó a retirarse del combate de cara a evaluar la situa-
ción. Habían realizado 5.800 disparos, con solo 139 blancos (2,3 %), con los que había logrado incendiar el
Cristina y el Castilla11, dañando gravemente el Ulloa. Los españoles alcanzaron a los buques enemigos con

9
 Rodríguez señala en su trabajo EI desastre naval de 1898 la necesidad de terminar con el mito de que los cañones
españoles no alcanzaban con su fuego los buques enemigos, ya que los de 120 mm tenían un alcance de 10.000 m,
lo que les permitió romper el fuego.
10
 Dicha pieza era mandada por el primer teniente Valera, y por el segundo de la misma arma, Mariano Fénes. Dicha
batería estaba protegida por una sección del regimiento 74, que mandaba el teniente Gil.
11
 Los barcos de Montojo, muy inferiores a los de Cervera, recibieron un castigo mucho mayor por parte de los
norteamericanos.
veinticinco proyectiles, todos de poco calibre. Un cañón de tipo medio, de 120 mm, alcanzó al Baltimore y,
a pesar de no explotar, el proyectil atravesó el buque de parte a parte y Ie desmontó dos cañones. Otros
disparos produjeron un incendio en el Boston.

Cuando Dewey se retiró del combate, Montojo dio, como se muestra anteriormente, por perdido el com-
bate, pero se equivocó al evaluar la situación de la flota americana. Ordenó abandonar los barcos y poner
las dotaciones a salvo –lo que invitó a Dewey a reanudar el combate–, sin comprender que, apagando los
fuegos y preparándose para un nuevo ataque, obligaba a los norteamericanos a gastar sus ya escasas mu-
niciones –esto impediría el bombardeo de Manila y un posible choque con la escuadra de reserva de Cá-
mara–, al tiempo que rechazaba la posibilidad de dañar gravemente o hundir algún otro barco norteame-
ricano, lo que habría puesto en muy mala situación a Dewey dado lo alejado que estaba de sus bases. De
hecho, si el Isla de Luzón y el Isla de Cuba hubiesen plantado cara, o incluso intentado romper el bloqueo,
la situación norteamericana hubiese sido crítica, ya que al quedar buques españoles a flote era razonable
pensar que Dewey hubiese tenido que retirarse a Hong Kong y dejar internar su flota al no poder resistir
mucho más tiempo en mar libre y bajo el riesgo de un ataque sorpresa.

Montojo abandonó el Cristina y trasladó su insignia al Isla de Cuba, desde donde ordenó hundir la flota, sa-
liendo rumbo a Manila. Durante estas operaciones, una granada segó la vida del comandante del Cristina, 341
Luis Cadarso. AI ser abandonando el buque, el fuego se propagó llegando a los pañoles de municiones,
que estallaron hundiéndolo12, siendo el resto de la escuadra hundida por sus propios tripulantes. Como la
flota estaba situada en un lugar de poco calado, los cinco buques hundidos fueron en parte rescatados por
los americanos tiempo después y puestos en servicio en su flota, así ocurrió con el Isla de Luzón, el Isla de
Cuba y el Don Juan de Austria, habiendo prestado servicio el primero de ellos hasta 1921.

La flota americana atravesó la bahía situándose en aguas próximas a la Pampanga. Allí repostó para poco
después –con excepción del Baltimore y el Boston– coger rumbo hacia Cavite, donde bombardearon hasta
destruir totalmente la batería de Punta Sangley, reanudando luego el ataque contra los buques de Montojo
que aún estaban en situación de presentar batalla –los casi ilesos Isla de Luzón e Isla de Cuba y los averia-
dos, pero aun flotando Velasco, Manila y Marqués del Duero– y que se hallaban situados en el interior de
la ensenada de Bacoor13.

A las 11:45 h los norteamericanos procedieron a reanudar el ataque sobre la flota, para luego bombardear
el arsenal de Cavite. Ningún buque español resultó hundido por el fuego enemigo, volando los dos mayo-
res como consecuencia de los incendios que se propagaron al ser abandonados14, siendo el resto, como
hemos visto, hundidos por sus tripulantes sin presentar combate en esta segunda parte de la batalla. La
escuadra española tuvo sesenta muertos en combate o como consecuencia de las heridas y 193 heridos,
muchos de ellos leves. En el bombardeo del arsenal hubo quince muertos, 42 heridos y contusos. Los
americanos reconocieron un muerto y doce heridos, aunque testigos neutrales insistieron en que sus bajas
ascendieron a veinticinco muertos y cincuenta heridos.

EL ATAQUE AL ARSENAL DE CAVITE

La derrota de la flota puso al arsenal en una mala situación frente a los ahora dueños de la bahía de Manila.
EI comandante general del arsenal, general Sostoa, solicitó parlamentar con los norteamericanos tras la
destrucción de la escuadra. Dewey comunicó al jefe español que iba a atacar y ocupar el arsenal y la plaza

12
 EI Castilla tuvo, según Sastrón, 25 muertos y 48 heridos, pereciendo por causa de incendios. EI Don Juan de Austria
quedó inutilizado por causa del incendio que se propagó desde sus carboneras. Solo los cruceros protegidos, Isla
de Cuba e Isla de Luzón, salieron bien librados, aunque el segundo tenía desmontados sus tres cañones de 120 mm.
13
 Al poco de desmontar la batería de Punta Sangley, el buque Petrel fue enviado a atacar al vapor de la compañía
trasatlántica Isla de Mindanao que los acribilló a balazos, para posteriormente cañonear a los náufragos cuando
intentaban ganar la costa e, incluso, cuando habían llegado a ella.
14
 Sobre el papel que desempeñó en estos sucesos la Infantería de Marina, ver RIVAS, J. E. (1955). «Los últimos días
de nuestra Infantería de Marina en Filipinas». En: Revista General de Marina. Madrid, pp. 571- 581.
de Cavite, si esta no se rendía. Para ellos resultaba fundamental lograr un puerto y una base naval para
anclar y reparar sus barcos. Si Dewey no hubiese logrado una victoria naval total, como de hecho hizo,
y obtenido una base naval como Cavite, hubiese tenido que retirarse definitivamente de aguas filipinas,
constituyendo su ataque única y exclusivamente un raid sobre las costas españolas de Asía, con lo que la
posterior ocupación de la Filipinas hubiese sido imposible.

EI arsenal fue evacuado junto con las familias de marinos allí albergadas y las tripulaciones supervivientes
del reciente combate naval. Nada más producirse la retirada de los españoles rumbo a Manila, los tagalos
entraron en las instalaciones militares apoderándose de las armas –de cuantos fusiles Mauser, Remington,
sables de combate y hachas encontraron– y de cuantas cosas de valor quedaban abandonadas.

Tras este saqueo, desembarcaron fuerzas de marinería americana en el arsenal, lo que puso en una situa-
ción insostenible la cercana población de Cavite.

A las 10:00 h del 2 de mayo, la flota enemiga informaba al general Peña, responsable del pueblo de Cavite,
que a las 12:00 h, de ese mismo día, iniciaría el bombardeo de la ciudad, ya que consideraban que con la
entrega del arsenal la plaza estaba rendida. EI gobernador general Peña envió al coronel Pazos, del n.º 70
342 de Infantería, para informar de la negativa española a entregar la población. A las 17:00 h la flota norteame-
ricana tomó posiciones, destacando varias lanchas cañoneras y al Petrel para dominar el istmo de Dalahican
y a la ensenada de Bacoor, cortando así la única retirada posible de la población. EI general Peña se decidió
entonces a evacuar la guarnición y a los civiles hacia el pueblo de San Francisco de Malagón.

Habiendo caído el arsenal, al que se encontraba adosado Cavite, con las defensas obstaculizadas por el
arsenal y batidas por el enemigo, la resistencia resultaba muy difícil. Cavite solo tiene murallas por uno de
sus frentes, siendo que los buques americanos rodearon las defensas sitiándola por causa de estar unida al
resto de Luzón únicamente por el estrecho por el istmo de Dalahican.

La Junta de Defensa de Cavite decidió que la guarnición evacuase la ciudad. Esta estaba compuesta por
dos compañías del Regimiento de línea n.º 74, una de infantería de Marina y una sección de artillería de
cincuenta hombres. Se informó al capitán general y se procedió al abandono de la ciudad, llevando la caja
y cuatro piezas de 80 mm, transportadas a brazo por los artilleros. En total, unos mil quinientos hombres,
de los cuales solo seiscientos cincuenta eran peninsulares. Con la guarnición salía la población europea y
buena parte de la nativa. No quedaron en Cavite más de una docena de familias. Inmediatamente, quinien-
tos o seiscientos tagalos entraron en la ciudad y se dedicaron al saqueo de la misma.

Peña se retiró hacia los pueblos costeros de la provincia: Noveleta, Cavite Viejo y Bacoor, Nair y Rosario,
Binacayan, Paranaque, San Francisco de Malabón e Imus. Desde un primer momento su situación fue muy
comprometida, dado que en la provincia de Cavite era donde los seguidores de Aguinaldo tenían más par-
tidarios. Conocida en Manila esta situación, se envió a la columna del teniente coronel Sora con quinientos
hombres para socorrer al general Peña, pero no fue posible alcanzar el propósito a causa de la gran resis-
tencia que encontró en su avance.

La plaza y provincia de Cavite se convirtió, igual que en el pasado, en el corazón de la actividad insurrecta.
EI armamento dado por los americanos y el comprado por Aguinaldo comenzó a entrar por este puerto
para armar a las, cada día más fuertes y numerosas, tropas de Aguinaldo. La situación tomó, desde el prin-
cipio, tal gravedad que algunos de los jefes tagalos de milicias fieles a España decidieron no repartir las
armas entre sus hombres por miedo al uso que se hiciera de ellas.

La resistencia que intentaron librar las fuerzas de Peña, básicamente de la Guardia Civil, Infantería de Ma-
rina y voluntarios, fue vencida. A finales del mes de mayo estas fuerzas estaban prácticamente prisioneras
o sitiadas y carentes de toda esperanza en las posiciones que ocupaban en Bacoor, Imus, Dasmarinas y
Silang. EI día 30 de mayo, fecha señalada por Aguinaldo para el levantamiento general del país, comen-
zó el ataque y asedio de las posiciones que los 2.800 hombres de guarnición en la provincia de Cavite
mantenían. Su resistencia se prolongó en algunos lugares hasta una semana mientras tuvieron munición y
alimentos. Tras duros combates, el general Peña y todos sus soldados fueron apresados por los tagalos.

EI efecto en Manila de lo sucedido por tierra y mar en Cavite fue tremendo. Las esperanzas puestas en los
recursos de España para defender sus colonias asiáticas quedaron truncadas de un solo golpe. La población
civil estaba aterrorizada ante el inminente bombardeo de la ciudad. No conocían la escasez de municiones
que aquejaba a la flota norteamericana, lo que hizo que Dewey renunciase al esperado ataque. Muchas
familias abandonaron la capital y más de cuatro mil pasajeros cogieron el ferrocarril rumbo a Dagupan.
Entre los que escapaban del que creían cercano bombardeo de Manila estaba la familia del propio general
Augustín. Los que no huyeron de la ciudad se trasladaron a los arrabales. Fuera de las setenta hectáreas
amuralladas15, buques franceses y alemanes anclados en el puerto acogieron bajo su bandera a numerosas
familias españolas16. Durante varias semanas la ciudad quedó desierta durante la noche y solo los artilleros
y las guardias de voluntarios transitaban por la ciudad. Las tropas quedaban en los cuarteles extramuros y
en las líneas defensivas avanzadas –blocaos y trincheras– alrededor de la ciudad.

AGUINALDO PROCLAMA LA INDEPENDENCIA DE FILIPINAS

Tras los acuerdos de Biac-na-Bató, Aguinaldo había fijado su residencia en Hong Kong, para desde allí
trasladarse a Singapur. EI 20 de abril entró en contacto con Marcelino Santos y con el británico Howard W. 343
Bray, que Ie aconsejaron que regresase a las Filipinas y sublevase el país contra España con el apoyo de
los Estados Unidos. Bray Ie convenció de que Washington no deseaba una colonia en Asía y que contaría
con el apoyo de una nación poderosa y desinteresada para obtener la independencia. Dada la tensión
prebélica existente entre Madrid y Washington, Aguinaldo se entrevistó con el cónsul de Estados Unidos,
Spencer Prat, con el objetivo de volver a iniciar la insurrección en el archipiélago17. Según Sastrón, ambos
interlocutores quedaron satisfechos de la conversación. Prat creyó que los filipinos cooperarían con las tro-
pas norteamericanas para poner fin a la soberanía de España, mientras que Aguinaldo supuso que Estados
Unidos luchaba a favor de la independencia de las Filipinas.

Prat telegrafió a Dewey para informarle de las conversaciones mantenidas con el líder filipino, a lo que este
Ie ordenó que enviasen a Aguinaldo este telegrama que se recibió en Singapur unos días antes de que la
flota americana partiese rumbo a Manila. Cuando Aguinaldo llegó a Hong Kong a bordo del Malaca, nadie
Ie esperaba, embarcando el 15 de mayo en el Mac-Culloch, que partía hacia Manila. Hacía dos semanas
que la escuadra española había sido destruida en Cavite.

Aguinaldo llegó a las Filipinas sobre el día 17 de mayo y creó un pequeño gabinete, siendo su principal
colaborador el abogado A. Riansares Bautista, el que preparó el primer documento promulgado por el jefe
tagalo llamando a la rebelión contra España y proclamando el nacimiento de un Gobierno Dictatorial en
Filipinas:

«Vuelvo a asumir el mando de todas las huestes para el logro de nuestras levantadas aspira-
ciones, estableciendo un régimen dictatorial que se traducirá en decretos bajo mi sola respon-
sabilidad, y mediante consejo de personas ilustradas, hasta que, dominadas completamente
estas islas, puedan formar una Asamblea constituyente republicana y nombrar un presidente
con su Gabinete, en cuyas manos resignaré el mando de las mismas.

Dado en Cavite el 24 de mayo de 1898».

A partir de su arribo a Cavite comenzó una ingente labor encaminada a levantar al país y a organizar algún
tipo de gobierno. Los reclutas fluían a sus filas, incluidos muchos de los voluntarios de la milicia filipina que
se pasaban con armas y bagajes. EI armamento llegaba en grandes cantidades compradas con los fondos
logrados gracias a Biac-na-Bató o entregadas por los norteamericanos18.

15
 En estas fechas, aún no se tenía noticia de la existencia de partidas tagalas que merodeaban por las afueras de la
ciudad, por lo que los habitantes se trasladaron con toda tranquilidad llevándose solo lo más indispensable.
16
 El almirante alemán Von Driederich, así como los cónsules de Alemania y Francia, Krugger y Menat, se volcaron a
favor de la población española de Manila que les manifestaba, a la menor oportunidad, su simpatía y agradecimiento.
17
 Esta conversación fue muy complicada, ya que Aguinaldo no hablaba inglés, ni el americano el español.
18
 Sobre la insurrección tagala de 1896/97, desde el dossier de la Revista Española del Pacífico n.º 6, 1996, pp. 11-81
e Historia16 n.º 257, pp. 22-51.
Dado el cariz que tomaban los acontecimientos, el general Augustín, por un decreto de 4 de mayo de 1898,
creó una Asamblea Consultiva con el objetivo de sumar a indígenas y peninsulares al esfuerzo de guerra
contra los Estados Unidos. Reunida por primera vez, el 28 de mayo, en el salón de sesiones del ayunta-
miento, el capitán general manifestó el deseo del Gobierno de cumplir las aspiraciones reformistas de los
filipinos a cambio de su participación en la guerra.

EI discurso fue contestado por Pedro A. Paterno –el artífice de los acuerdos de Biac-na-Bató–, que deman-
dó una amplia autonomía, cercana a la independencia, a cambio de la fidelidad de los filipinos a la bandera
de España. Pocos días después, el 31, Paterno dio a la opinión pública el siguiente manifiesto:

«Más por grandes esfuerzos que hagamos nosotros mismos, necesitaremos de una aliada. Imi-
taremos el ejemplo de las grandes potencias del mundo no se bastan a sí mismas, por fuertes
y grandes que sean, buscando auxilios y ayudas; sumandos de fuerza, aumentos de poder.
Rusia busca a la Francia, Alemania a Italia y la Austria. ¡Infeliz del que se aísla! ¡Y qué mejor
aliado para nosotros que España nación con quien nos une cerca de 400 años de vínculos de
relaciones, de religión, de derecho, de moral y de usos y costumbres, conociendo a diario sus
virtudes y defectos!» (Sastrón, 1901: 436).
344
Este despertó la indignación entre la población europea de Manila, pero la necesidad de contar con el deci-
dido apoyo de los tagalos y con la fidelidad de la milicia filipina, hizo que estas palabras fuesen aceptadas.

Pero estas medidas no pudieron frenar la agitación en que vivía la población indígena. A finales de mayo,
todavía parte de las milicias filipinas era fiel a España. Poco tiempo faltaba para que sus jefes, los Trías,
Tirona, Ricarte, Pio del Pilar, Diego de Dios, etc., desertasen masivamente al lado de Aguinaldo.

Uno de los que con mayores y más fuertes manifestaciones de fidelidad se había unido a la milicia, Baldo-
mero Aguinaldo, fue también uno de los primeros en desertar y entregarse incondicionalmente a su primo
Emilio.

En los primeros días de junio casi toda la tropa indígena había desertado. Se produjeron algunas excep-
ciones, como la de Licerio Jerónimo y su lugarteniente Enrique B. Flores, que lucharon, siempre en las
avanzadas, junto a los españoles hasta la caída de Manila.

En la Pampanga permanecieron fieles un batallón de macabebes, cubriendo posiciones en Pangasinán,


y en Zambales e Ilócos Sur, siguió hasta el último minuto la Unidad de Voluntarios mandada por Eugenio
Blanco y su anciano y respetado padre. De esta familia, cayó en la acción de Talisay el capitán Agustín
Blanco.

Durante los meses de mayo y junio, muchas de las guarniciones españolas dispersas por todo el archi-
piélago fueron rindiéndose a los hombres de Aguinaldo. El 7 de junio se rindió Cavite Viejo por falta de
alimentos y municiones. Indang lo hizo el día 12. EI 1 de junio se alzaron en armas los pueblos de Mansalay
y Bóngabón, en la isla de Mindoro. EI mismo día los filipinos atacaron la cabecera de Bulacan, cuya guarni-
ción se rendiría el 24 de junio. EI 2 de junio lo haría el general García, con novecientos infantes y ochenta
artilleros; lo mismo ocurría en Calambá, Noveleta y San Francisco de Malabón. Solo Manila y algunas posi-
ciones aisladas resistieron.

EI 12 de junio de 1898, Aguinaldo proclamaba unilateralmente la independencia de la república filipina:

«Se señala el día 12 de este mes para la proclamación de la independencia de este nuestro
querido país en el pueblo de Cavite viejo, a cuyo acto, para su debida solemnidad, deben con-
currir los jefes de los puestos de nuestras fuerzas o sus representantes, a quienes se trasladará
este decreto, pudiendo asistir cuantos quieran los notables que figuran en nuestra comunión
política, como el señor almirante de la escuadra norteamericana, los señores comandantes y
oficiales a sus órdenes, a quienes se pasará atenta comunicación de invitación, y suscribiendo
todos el acta que se levantara por el funcionario que tengo a bien comisionar. Dado en Cavite
a 9 de junio de 1898. EI dictador, Emilio Aguinaldo» (Sastrón, 1901:459).

EI almirante Dewey no asistió, como ninguno de los comandantes de la escuadra, aunque sí algunos oficia-
les. Los Estados Unidos comenzaron una serie de actuaciones cuya finalidad sería la conquista y coloniza-
ción de las Filipinas tras la derrota de España.
Poco antes, el día 13 de junio, los sectores reformistas de la sociedad tagala se habían presentado ante el
capitán general demandando la implantación inmediata de las reformas prometidas. Dicha comisión iba
presidida por Pedro A. Paterno y por José Loyzaga. A la entrevista asistió el cónsul de Bélgica, André. Au-
gustín dijo que accedería a lo que solicitaban, la autonomía, siempre y cuando lograsen que los insurrectos
depusiesen las armas.

Aguinaldo, cuyas fuerzas ya tenían totalmente sitiada Manila a estas alturas, contaba con treinta mil hom-
bres con armas de fuego y otros cien mil con armas blancas. Su objetivo era entrar en Manila a cualquier
precio antes que los norteamericanos. La situación es cada vez más tirante con estos, aunque todavía no se
han roto las relaciones entre ambos aliados.

El 15 de julio, Aguinaldo disolvió el Katipunan a causa de los deseos de ciertos sectores de este de que
fuesen solo sus miembros los que ocupasen el poder en la nueva nación que se quería crear.

Aguinaldo que ya había fusilado al fundador del Katipunan, Bonifacio, y ocupado su puesto como líder de
los katipuneros, decide su desaparición, consolidándose como único jefe de las fuerzas filipinas (Molina,
1984:423 y 55).

EI 23 de julio, Aguinaldo dio un decreto por el que presidía un Gobierno que pasaba a llamarse Gobierno 345
Revolucionario, dedicando frases de elogio a los Estados Unidos por su apoyo a la causa de la independen-
cia de Filipinas, y nombrando cuatro secretarías o ministerios:

– Relaciones Exteriores, Marina y Comercio


– Guerra y Obras Públicas
– Policía, Orden Interior, Justicia, Instrucción e Higiene
– y una cuarta encargada de Hacienda, Agricultura e Industria fabril.

La sede de este Gobierno fue trasladada desde Cavite, primero a Sacoor y luego a Malolos. EI 6 de agosto,
ante los presidentes municipales de dieciséis provincias de Luzón reunidos en asamblea en el pueblo de
Bacoor, este Gobierno ratifica la independencia. Aguinaldo no contaba con los designios que ya tenían
trazados los Estados Unidos.

EL SITIO DE MANILA (MAYO Y JUNIO)

Durante ciento cinco días, Manila sufrió un asedio que solo terminaría con la capitulación de la plaza un día
después de que el Gobierno de Madrid autorizase al embajador francés en Washington, Cambón, a firmar
un armisticio el 12 de agosto de 1898.

Acuarela La batalla de Manila de J. G. Tyler


Desde un primer momento, la ciudad no pudo contar con recibir refuerzos de importancia, ni de la metró-
poli, ni de otros puntos del archipiélago. Erróneamente, tras la paz de Biac-na-Bató, Primo de Rivera había
disgregado las tropas entre los numerosos puestos militares que existían por todo el archipiélago dentro
de una política que convertía al Ejército en otra Guardia Civil y no en una fuerza operativa para el combate.
Esta diseminación de los efectivos imposibilitó el rápido agrupamiento de la fuerza y llevó a la inexistencia
de unidades de cierto tamaño capaces de llevar a cabo operaciones de importancia. La reunión de las
distintas guarniciones –todas con efectivos muy escasos, como los cincuenta soldados de la guarnición de
Baler– en columnas de cierta entidad, con un mínimo de capacidad de fuego, resultó muy dificultosa, por
no decir imposible, dadas la distancia entre unas y otras, lo abrupto del terreno y la resistencia que ofrecían
los filipinos.

Tras su victoria, Dewey intimó a Augustín a la rendición de Manila. La rendición de la capital de la colonia
significaba, en la práctica, el fin efectivo de la presencia española. La negativa fue inmediata. Para iniciar el
asalto, Dewey decidió esperar la llegada de refuerzos –hombres, municiones, material–, así como a que el
levantamiento de los tagalos contra la dominación española fuese una realidad.

Inmediatamente, los americanos establecieron el bloqueo de la plaza, teniendo la escuadra americana


346 siempre algún buque surcando la bahía y enfocando la ciudad durante la noche con grandes reflectores.
Esto provocó que a los ocho o diez días del bloqueo ya comenzase a sentirse la falta de algunos artículos y
la subida de precios en otros muchos. Para paliar esta situación, el Ayuntamiento de Manila compró buen
número de reses con la finalidad de mantener de modo estable los precios. La imposibilidad por parte de
los buques que hacían el comercio interinsular de entrar en Manila, pues los que lo intentaron fueron apre-
sados por los americanos e igual suerte tuvo el buque de guerra Callao19, convirtió el bloqueo de Manila
en una realidad.

El 1 de junio, el sitio por tierra de la ciudad por parte de los insurrectos se consumó, siendo muy numerosos
los tagalos que tomaban posiciones con absoluta calma en los campos circundantes a Manila. No temían
tipo alguno de ataque por parte de las fuerzas españolas del archipiélago, estas se encontraban muy dise-
minadas y fraccionadas, careciendo de verdadero poder ofensivo.

Desde el 29 de mayo, se había reorganizado la defensa de la ciudad en dos líneas: la llamada defensa
exterior, que se complementaba con un incipiente sistema de atrincheramientos conocido como defensa
interior20. La potencia artillera de la plaza era lamentable por su número y estado, carecía tanto de artillería
de costa, salvo las piezas de La Luneta, como de cañones de casi cualquier tipo.

19
 El cañonero de acero de 208 t que montaba un cañón Hontoria de 90 mm y una ametralladora de 25 mm. Venía de
desde la isla de Paragua al mando del teniente de navío Pou y con 35 hombres de dotación que, al no conocer el
nuevo estado de las cosas, fue apresado nada más entrar en la bahía.
20
 La defensa exterior estaba basada en algunas construcciones ya existentes y en los blocaos mandados construir por
Primo de Rivera junto a fortines y trincheras de nueva construcción. Las defensas partían de la ciudad amurallada,
encontrándose dividida en varios sectores: el derecho mandado por el general de artillería Arizmendi y los tenientes
coroneles del mismo arma, Colobardas y Bonet, con unos efectivos de mil quinientos hombres; el centro lo mandaba
por el general de ingenieros Rizzo, el coronel Rosales y los tenientes coroneles Calderón y Manzanares, con
novecientos hombres; el izquierdo lo mandaba el general Palacios primero y el coronel Garbó después, contando
quinientos hombres entre carabineros, voluntarios, pampangos, marinería y fuerzas de artillería de plaza. A este
dispositivo se unían cinco sectores más o líneas mandadas respectivamente por: Línea Muntinlupa a Las Piñas por
el coronel Victoria Pintos con novecientos treinta hombres de los que solo doscientos treinta eran fuerzas regulares,
siendo el resto parte del Tercio Anda Salazar que se había pasado en masa a los tagalos. La línea Muntinlupa a
Taguig responsabilidad del coronel Lasala y el teniente coronel Rossetti disponían de quinientos hombres, de los
cuales solo cien pertenecían al ejército regular peninsular. La línea Tambobong, Montalbán y Mariquina la mandaba
el coronel Garbó y tenía cuatrocientos cincuenta efectivos, la mayoría indígenas. Existían dos líneas menores a
cargo del coronel Alberdi –entre Santa Misa y San Juan del Monte–, y del teniente coronel Colorado –San Juan del
Monte–, que contaban con fuerzas del batallón de ingenieros, tropas nativas y unos doscientos peninsulares. Como
refuerzo se crearon tres columnas volantes con mil seiscientos hombres en total, bajo el mando de los tenientes
coroneles Soro, Hernández e iglesias, los que luego se sumó la mandada por Dujiols. Para vigilar los arrabales de
Manila se estableció una columna mandada por el coronel Pintos, con cuatrocientos soldados peninsulares, los
voluntarios europeos de las guerrillas de San Miguel y del Casino, cinco compañías de voluntarios y tres de los
llamados provisionales tenían como misión vigilar puentes edificios y algunas calles fundamentales de la plaza.
Desde el inicio del asedio, el 1 de junio, hasta la rendición de la plaza, el 13 de agosto, los ataques y asaltos
con fuego de fusilería y de cañón sobre las posiciones españolas fue constante. EI primer gran ataque se
produjo el 5 de junio. Una columna de entre cuatro y cinco mil tagalos atacó las posiciones defendidas por
el tercio de Bayambang, compuesto por tropas indígenas fieles a España y mandado por el capitán Aceve-
do, cuyos trescientos hombres tuvieron que retroceder a Taguig, donde estaba el jefe del sector izquierdo,
coronel Lasala, con otros trescientos hombres más, viéndose obligados a replegarse todos hasta Guada-
lupe gracias al apoyo de las fuerzas del capitán de fragata Juan de la Concha, compuestas por marinería y
tropas indígenas del Regimiento n.º 70, que protegieron su retirada.

EI sector central sufría al mismo tiempo muy duros ataques. EI anciano fortín de San Antonio Abad pudo
rechazar estas acciones, para dirigir luego los tagalos sus ataques contra las defensas de San Pedro Macatí
y Santa Ana.

A la dureza de los combates y las estrecheces de todo tipo que conllevaba el bloqueo se unieron las desercio-
nes de tropas indígenas, que crecían por días, lo que hacía que las fuerzas españolas mermasen a ojos vista.

Entre el 12 y el 15 de junio, los tagalos lanzaron fuertes ataques sobre las posiciones de San Juan del Monte
y Santa Ana, así como contra el blocao n.º 15 y las posiciones de la playa, a la que llegaron a acercarse hasta 347
unos 10 m para retirarse en el último momento por causa del gran número de bajas que habían sufrido. EI
coronel Carbó tuvo que pedir el apoyo de la escasa artillería de montaña disponible para poder sostener
sus posiciones. Parte de los voluntarios pampangos adscritos al sector del malogrado general Palacios se
pasaron al enemigo, como también harían, el día 14, los carabineros de servicio en el frente de Caloocan
(tercer sector), haciendo lo mismo los voluntarios que mandaba el capitán Bertrán de Lis, quien logró salvar
su vida de milagro.

En la segunda quincena de junio, la situación siguió empeorando, construyendo trincheras los tagalos
para acercar sus posiciones a las defensas de los sitiados, siendo los ataques generalizados sobre todas
las líneas, aunque tomaron especial dureza en la zona de San Juan del Monte al pretender los insurrectos
capturar los depósitos de agua que surtían la ciudad.

A mediados de junio, llegaron las dos primeras expediciones de infantería norteamericana, permaneciendo
dichas fuerzas a la espera de más efectivos y material antes de iniciar el fuego. La brigada Anderson des-
embarcó en Maytubig donde se atrincheró, estando lista para operar contra las trincheras españolas de San
Antonio Abad, al tiempo que otras fuerzas se situaban en Cavite y en la costa de Parañaque. Thomás M.
Anderson, brigadier general de voluntarios, ejercía el mando de las tropas norteamericanas hasta la llegada
del general Wesley Merritt.

Por estas fechas, las deserciones de las milicias filipinas eran constantes, como ocurrió con la mayor parte
del tercio Anda Salazar, mandado por Buen Camino y con las fuerzas de Pío del Pilar, lo que provocó la
ruptura de la línea defensiva Zapote-Bacoor. EI repliegue de las fuerzas del coronel Lasala, el 5 de junio,
obligó a los defensores a permanecer dentro del perímetro de la ciudad con la excepción de los sectores
de Santa Ana, San Juan del Monte y Santolán. Desde el instante en que se rompió esta línea, el cerco de
Manila era una realidad, estando la plaza sitiada por tierra y mar y aislada totalmente del resto de la colonia.

LA SUBLEVACIÓN DE LA PAMPANGA

Augustín ordenó a primeros de mayo al general Monet, comandante general del centro y norte de Luzón,
que se retirase con sus fuerzas rumbo a Manila cuando la región ya se había sublevado.

Los intentos de Augustín por concentrar tropas en Manila fueron en balde, ya que dio la orden muy tarde,
imposibilitando a Monet reunir sus fuerzas diseminadas por todo Luzón. Monet solo pudo contactar con
el teniente coronel Ceballos, que resistía en Dagupan con doscientos cincuenta hombres. EI 27 de mayo,
con lo que pudo agrupar de su brigada, que estaba en San Fernando, emprendió la marcha hacia Manila,
siendo atacado por numerosas fuerzas rebeldes, por lo que se vio obligado a destacar pequeñas columnas
para auxiliar pueblos sitiados y limpiar el camino de enemigos, siendo su marcha muy lenta.
AI empezar su avance en dirección a Macabebe, ya que allí estaba la familia del capitán general del archi-
piélago, Augustin, Monet contaba con setecientos hombres, teniendo que arrastrar una gran impedimenta
compuesta por cincuenta heridos y numerosas familias peninsulares. Tras tomar la estación de Santo Tomás
y defenderla combatiendo cuerpo a cuerpo, logró cruzar este pueblo y llegar al embarcadero de Minalín
dónde hizo noche la columna, para embarcar al día siguiente en los cañoneros Leyte, Arayat y España, que,
junto al vapor mercante Méndez Núñez, habían de conducirles a Macabebe. Esta operación duró todo el
día 14 de junio, siendo protegida por las fuerzas del teniente coronel Dujiols.

La Columna Monet llegó finalmente a Macabebe, única plaza fiel aún a España en la región por aquellas
fechas, para iniciar hacia Manila una marcha que se presentaba como muy difícil. Por tierra parecía irreali-
zable, ya que el asedio de la ciudad resultaba imposible de romper con las escasas fuerzas con las que se
contaba y, especialmente, dada la gran cantidad de heridos y civiles que tenía la columna. Por mar, muy
arriesgada, dado el control que la flota norteamericana ejercía sobre las aguas de la bahía de Manila. Esta
opción fue la que se tomó.

EI Méndez Núñez, en el que embarcaron los heridos, mujeres y niños enarbolando bandera de la Cruz Roja,
pudo llegar a Manila sin el menor contratiempo gracias a una densa niebla que permitió entrar en el río
348 Pasíg sin ser localizado. Monet, por su parte, tomó una pequeña embarcación acompañado por la familia
del capitán general Augustín, logrando, a pesar de la mala situación del mar, llegar a la playa de Manila sin
excesivos contratiempos. La tropa montó en unos lanchones que serían remolcados por el Leyte. EI mando
de la operación se entregó al coronel Francia. Pero la mala situación del mar, así como las condiciones poco
marineras de las lanchas –sin quilla y romas de popa– impidieron realizar con éxito el viaje.

EI Leyte, temeroso de perder las barcas y con ellas los hombres que iban de pasaje, abandonó estas, que-
dando como jefe de las mismas el teniente coronel Dujiols. Entonces el Leyte se dirigió hacia los buques
norteamericanos, izando el pabellón de parlamento, para recabar su ayuda. Se Ie acercó el Concord, que
Ie forzó a internarse en Cavite en donde fue hecho prisionero sin respetarse la situación de tregua que Ie
amparaba. Pero los lanchones quedaron a merced de un mar embravecido, siendo estos ingobernables al
carecer de toda capacidad marinera. Dujiols y el capitán del Arayat, alférez de navío Sostoa, tomaron una
barquilla y se dirigieron a Manila, arribando a la playa de Tondo el 30 de junio, logrando que se enviase
un vaporcillo mercante con víveres y socorro. Pero antes de que llegase el auxilio, las barcas se estrellaron
contra los esteros de Bulacán y Hagonoy, siendo capturados sus tripulantes por los tagalos.

EL SITIO DE MANILA (JULIO Y AGOSTO)

Con el mes de julio, la situación de la plaza se fue agravando por días, ya que el cerco terrestre y naval al
que estaba sometida imposibilitaba la entrada de cualquier tipo de suministros. Muchos empezaban ya a
escasear y los precios se habían elevado de forma alarmante. EI ayuntamiento se había hecho cargo de la
venta de carne a precios relativamente módicos, aunque la carne era de carabao por no existir ya otra en
la ciudad, encontraba dificultades incluso para suministrar esta. Apenas quedaba harina para un mes y las
existencias de vino escaseaban, por lo que fueron decomisadas para el uso de las tropas que combatían
en las líneas de defensa.

Esta situación se agravó como consecuencia de caer en manos de los sitiadores la casa de Santolán, donde
estaba la máquina elevadora del agua con que se surtía Manila por las cañerías que salían del depósito de
San Juan del Monte, siendo racionada el agua a tres horas diarias. La situación se salvó gracias a la gran
cantidad de lluvia que cayó en aquellos días y que nutrió los viejos aljibes de la ciudad.

Los ataques durante la primera quincena de julio siguieron siendo continuados y llevados a cabo, única-
mente, por los tagalos, uniendo ya a su continuo fuego de fusilería el realizado por algunas piezas de arti-
llería: un cañón de 80 mm y tres de 160 mm, junto a diversos cañones de pequeño calibre. Los combates
más duros se produjeron en el sector del centro y en el derecho –blocaos n.º 13, 14 y 15, y sus trincheras
intermedias–, así como en la zona de San Juan del Monte y Santa Ana. También fue asaltado con brío el
barrio de Mandalayon, que fue defendido con éxito por el general Rizzo, estando varias veces los tagalos
a punto de romper la línea por el blocao n.º 9.
EI 22 de julio, por primera vez, se nota la presencia de tropas americanas frente a las posiciones españolas,
aunque con el único objetivo de que se fuesen fogueando. La presencia de estas hizo que los ataques fili-
pinos aumentasen, habiendo intentado por dos veces consecutivas romper la línea por San Pedro Macatí,
para luego intentarlo por la zona en la que los atrincheramientos eran más débiles, entre Santa Ana y la
Concordia, cuyo punto era la parte comprendida entre el camino de San Pedro Macati y el blocao n.º 11.

A lo largo del día 26, hubo fuertes combates entre San Antonio Abad y el blocao n.º 14, donde las fuerzas
del batallón n.º 4 de cazadores, junto con fuerzas de los voluntarios de Anda Salazar y de otras unidades
de cazadores de la Columna Dujiols, lograron forzar en la madrugada del 27 la retirada de los tagalos que
casi habían logrado abrir una brecha en las trincheras españolas.

EI día 30, los tagalos asaltaron una vez más con gran vigor el blocao n.º 1, así como las trincheras situadas
entre el tres y cuatro. Igualmente, en el sector derecho atacaron con desesperación los blocaos n.º 13 y
15. AI día siguiente, por primera vez, algunas bombas alcanzaron las murallas de Manila, en las calles So-
lana y de Palacios, en el colegio de Santa Isabel y otros edificios, aunque no causaron ninguna baja. Las
que cayeron fuera de las murallas sí causaron algunos muertos, como la que impactó en el dormitorio del
Regimiento n.º 73, matando a un cabo y a dos soldados e hiriendo a ocho individuos de la clase de tropa.
En los combates de la segunda quincena de julio los españoles tuvieron las bajas de nueve o diez jefes y 349
oficiales y de cincuenta a sesenta entre la tropa. La flota de Cámara había salido de Cádiz el 16 de junio,
compuesta por los acorazados Carlos V y Pelayo con 18.200 t y dotados con cañones de 315 y 275 mm 21,
dos cruceros y tres cazatorpederos. Debía marchar a toda prisa hacia Filipinas vía canal de Suez. Su llegada
hubiese inclinado de manera ineludible la situación a favor del bando español.

Dewey estaba muy preocupado por la posibilidad de que llegase esta escuadra, ante la que estaría perdi-
do. Además, su situación se agravaba porque no tenía posibilidad de ser reforzado, ya que no existían más
buques norteamericanos en el Pacífico y además su escuadra se resentía de la larga campaña22. Washington

La flota española en el canal de Suez, antes de ordenarse su regreso a la Península

21
 Solo estos dos acorazados superan casi en tonelaje a toda la flota de Dewey que tenía 19098 Tm, siendo de
250 mm los cañones más poderosos que los americanos.
22
 Le llegarían solo un crucero protegido y dos monitores que realizaron la travesía del Pacífico a remolque de los
transportes de tropas.
logró que en Suez se dificultasen todo lo posible, por parte de las autoridades británicas23, las operaciones
de carboneo y de cruce del canal. Con todo, la flota española logró entrar en el canal el 3 de julio e incluso
cargar parte de sus depósitos de carbón. Inesperadamente, recibió Cámara la orden de regresar a España.
Estas noticias sembraron el desánimo en Manila al entender que la ciudad ya estaba condenada. A los 98
días de asedio ya se tenía constancia de que España no enviaría tipo alguno de refuerzo a Filipinas.

EI día 31, los norteamericanos ya tenían reunidas y preparadas sus fuerzas para comenzar el asedio y asalto
de Manila. EI día 1 de agosto, los tagalos redoblaron con más ímpetu, si cabe, sus ataques. Este día ya
combatieron fuerzas norteamericanas de los Regimientos Oregón y Pensilvania frente a las posiciones es-
pañolas de San Antonio Abad. Tuvieron entre veinticinco y treinta bajas, entre ellos un capitán del Oregón
y un teniente del Pensilvania. En el fuerte de San Antonio solo había dos piezas de bronce comprimido de
80 mm y otras de acero de montaña Plasencia. Estas cuatro piezas lograron silenciar el fuego de una batería
de tiro rápido norteamericana de seis piezas y el de otra de cuatro piezas manejadas por los tagalos. Este
viejo fortín había sostenido en las últimas semanas más de cien combates.

En estas fechas previas al final de la resistencia de Manila y con ella de todo el archipiélago filipino, las
fuerzas de Aguinaldo desconfiaban ya de las verdaderas intenciones de los norteamericanos. Pío del Pilar,
350 general de una de las partidas insurrectas y antes uno de los más exaltados voluntarios de la milicia, escribía
al general español Acevedo:

«Sr. D. Acevedo. Macatí, 30 de julio de 1898. Mi carísimo amigo: Participo a usted que ayer
fui a conferenciar con mi jefe don Emilio Aguinaldo, y me dijo que el lunes 2 del entrante mes
de Agosto empezarán los ataques contra ustedes de los americanos sin falta; por este motivo,
encarga mi referido jefe le entere a usted y a todos los que se cobijan bajo la bandera espa-
ñola, de que no tenga miedo y no se desanime, sino que, al contrario, fortalezcan vuestros co-
razones en vuestra pelea y háganse fuertes bien y no retrocedan ante sus cañones. Asimismo,
si, por ejemplo, concentran ustedes todas las fuerzas en Manila y abandonan Santa Ana, y sea
posible cederlo a mí, yo me estableceré allí con mi Ejército. Pío del Pilar».

En la mañana del 5 de agosto, cuando los sitiados acababan de recibir noticias del desembarco de más tro-
pas americanas en Parañaque y de veintitrés cañones, el capitán general Augustín, obedeciendo órdenes
del Gobierno de Madrid, hacía entrega del mando al segundo cabo de Manila, general Fermín Jáudenes.
A pesar de la postura poco decidida de que había hecho gala Augustín durante estos días y sus escasas
salidas al frente o por las calles de la ciudad, a toda la población Ie extrañó esta medida. EI día 18 de julio,
Augustín había enviado un telegrama a Madrid por el que informaba que, tras conocer la retirada de la flota
de socorro del almirante Cámara, consideraba imposible conservar Manila. EI día 4 de agosto se ordenaba
su destitución. A su sucesor, Jáudenes, solamente le quedó la poco honrosa posibilidad de cargar sobre
sus hombros la rendición de Manila y la pérdida de las Filipinas.

EL ASALTO FINAL POR LAS TROPAS NORTEAMERICANAS

El 1 de agosto, el mando americano estimó que ya estaba en condiciones de asaltar Manila. AI mando de
8.500 hombres de las fuerzas preparadas para el ataque se encontraba el general Merritt, formando una
división compuesta de dos brigadas que encomendó al general Anderson.

 Sobre la actitud de Gran Bretaña, cf. Torre, R. de la. (1988). Inglaterra y España el 1898. Madrid. ELIZALDE, M. D.
23

(1997). «La lucha por el Pacífico en 1898 interpretaciones en torno a la dimensión oriental de la guerra hispano
norteamericana en las relaciones internacionales en el Pacífico siglos XVIII-XX». Madrid. Julio Salom ha escrito un
trabajo sobre los problemas de carboneo de España camino de Asia: El mar Rojo en las comunicaciones con el
extremo oriente ibérico en el siglo XIX.
SOLANO, F., TOGORES, L. E. y RODAO, F. (1989). «El extremo oriente ibérico investigaciones históricas metodología
y estado de la cuestión». Madrid. La flota de Cámara pudo tener un punto de carboneo antes de llegar a Filipinas
en Tailandia. Ver en RODAO, F. (1997). Españoles en Siam 1540-1939. Madrid, p. 130.
EI mando de la primera se dio al general de brigada de voluntarios, Arthur Mc-Arthur, se componía de dos
batallones del n.º 23 de Infantería; un batallón del n.º 14; de los voluntarios de Minnesota; de dos batallo-
nes del norte de Dakota; dos batallones del de Idaho; un batallón de Regimiento de Wyoming, todos ellos
voluntarios, y la batería de Astor. La segunda brigada la mandaba el general de voluntarios F.V. Greene y
estaba formada por dos batallones del n.º 18 de Infantería; un batallón de Artillera; una compañía de In-
genieros y de fuerzas de voluntarios de los Regimientos de California, Colorado, Nebraska, Pennsylvania y
dos baterías de Utah.

EI día 7 de agosto, los norteamericanos intimaron a la rendición de la ciudad con una carta cuyo texto decía:

«Cuartel General de los Ejércitos de mar y tierra de los Estados Unidos. 7 de Agosto de 1898.
AI general en jefe Comandante de las fuerzas españolas en Manila. Señor: Tenemos el honor
de manifestar a V.E. que las operaciones de las fuerzas marítimas y terrestres de los Estados
Unidos contra las defensas de Manila podrán empezar en cualquier hora después de la expi-
ración del plazo de cuarenta y ocho horas, contadas desde la en que V.E. reciba esta comu-
nicación, o antes, si fuese necesario, por motivo de cualquier ataque por vuestra parte. Esta
notificación se da para que V.E. tenga una oportunidad de mandar salir de la plaza elemento
no combatiente. Firmado Werley Merritt, Mayor general del ejército de los Estados Unidos. 351
George Dewey, contralmirante de la Marina de los Estados Unidos, comandante de las fuerzas
marítimas de los Estados Unidos en la estación asiática».

A esta misiva contestó Jáudenes del siguiente modo:

«EI Gobernador general y capitán general de Filipinas. Manila, 7 de agosto de 1898. AI Mayor
general del Ejército y al contralmirante de la Armada, comandantes respectivamente de las
fuerzas de tierra y mar de los Estados Unidos. - Señores: Tengo el honor de participar a SS.EE.
que a las doce y media del día de hoy he recibido la notificación que se sirven hacerme de
que, pasado el plazo de cuarenta y ocho horas, pueden comenzar las operaciones contra esta
plaza, o más pronto si las fuerzas de su mando fuesen atacadas por las mías. Como su aviso
es dado con objeto de poner a salvo las personas no combatientes, doy a SS.EE las gracias
por los sentimientos humanitarios que han demostrado y que no puedo utilizar, porque, ha-
llándome sitiado por fuerzas insurrectas, carezco de punto de evacuación a donde refugiar el
crecido número de heridos, enfermos, mujeres y niños que se hallan albergados dentro de
las murallas. Muy respetuosamente B.L.M. a SS.EE., Fermín Jáudenes, Gobernador general y
capitán general de Filipinas».

A estas dos cartas siguió un intercambio de notas en las que los jefes norteamericanos solicitaban la rendi-
ción. Jáudenes pidió que Ie autorizasen consultar con su Gobierno por medio del telégrafo de Hong Kong,
a lo que se negaron los norteamericanos. La única alternativa para los españoles era resistir.

En la ciudad había hacinadas unas setenta mil almas que, ante el temor del bombardeo naval, dudaban
entre quedarse en la ciudad amuralla o diseminarse por los arrabales situados entre esta y la línea exterior
de defensa. A la terrible situación en la que se encontraba la ciudad se sumaba un mal tiempo propio del
periodo de monzones.

Los tagalos acrecentaron sus ataques contra la ciudad, ya que deseaban entrar en Manila antes que los nor-
teamericanos. Aguinaldo no conocía los planes de las fuerzas de Merritt, por lo que decidió reforzar el día
13 sus tropas con todos los efectivos de los que disponía. La vanguardia del ataque la formarían las fuerzas
de Pío del Pilar, Gregorio H. Del Pilar, Noriel, Montenegro y Pana, destacados jefes tagalos, al tiempo que
se constituía una enorme reserva para explotar cualquier brecha que se produjese en las defensas de los
españoles. Los miles de bajas que habían tenido les hacía acreedores a ser ellos los primeros en entrar en
la capital del archipiélago.

Los norteamericanos prepararon su ataque principal contra el fuerte de San Antonio Abad, emplazando trein-
ta piezas de artillería frente a nuestras posiciones, atrincherándose al sur de las líneas españolas y concen-
trando gran número de hombres frente a los blocaos n.º 13 y 15. Con la recién llegada tercera expedición de
fuerzas contaban con doce mil hombres, ya que la división de Anderson había desembarcado totalmente en
Parañaque. Para apoyar este ataque terrestre la flota se situó en la bahía, frente a Parañaque: el Charleston
junto con dos de los barcos españoles apresados por los americanos, el Callao y el Manila. Otros barcos to-
maron posiciones, como uno de los cruceros que se situó frente al barrio de Tóndo reforzado por un monitor,
al tiempo que los cañoneros Petrel y Concord se alejaron de la boca del río Pasíng para situarse a muy corta
distancia de la escollera. EI buque insignia Olimpia dirigía toda la operación desde el centro de la bahía.
EI Consejo de Defensa de la plaza consideraba insostenible la situación, aunque estaba decidido a conti-
nuar la resistencia, si bien la estimaba imposible e inútil. EI 13 de agosto, las tropas españolas, en escaso
número frente a sus sitiadores, mal alimentadas dada la escasez de víveres, exhaustas por el prolongado
asedio y lo duro de los combates24, se preparaban para rechazar el asalto final. A las 05:30 h comenzaron
los cañones americanos a realizar una preparación de artillería sobre el casi demolido fortín de San Antonio
Abad, iniciándose, casi simultáneamente, el fuego de fusilería por parte de las tropas americanas en el sec-
tor comprendido entre el mar y Maitubing. Para reforzar este punto tan comprometido solo se destinó el
mando a dos compañías de la Columna volante de Dujiols, a las órdenes del teniente coronel Hernández.
EI ataque, aunque muy duro, fue solo un tanteo de las fuerzas de las defensas españolas.
Tras dos horas de tensa calma, nuevos buques tomaron posiciones, dando el Olimpia la orden de comen-
zar el bombardeo. EI monitor Monterrey y los cañoneros Petrel, Raleigh y Callao abrieron fuego con todas
352 sus piezas sobre el fortín de Santiago Abad. Las ya muy dañadas defensas saltaban por causa del intenso
bombardeo naval, incendiándose varios de los parapetos y blocaos.
AI poco, la infantería y la artillería comenzaron a secundar el fuego de sus buques de guerra. EI fuego de
una de las baterías del Utah destacó entre todas por su certero tiro.
Mientras esto ocurría, en la zona de Malate y San Fernando, los tagalos atacaban con fuerza en el flanco
derecho de las defensas españolas. Merritt obtuvo de Aguinaldo que las fuerzas se retirasen de las trinche-
ras que habían construido frente al fuerte de San Antonio Abad, a unos 730 m de las defensas españolas,
ocupando así la Brigada Greene un frente de unos 3.500 m que se extendía hacia el norte justo enfrente de
las líneas españolas. Así, los filipinos quedaban en este sector fuera del frente de combate, a retaguardia
de las tropas de Merritt.
La Brigada Greene fue reforzada por la de Mac-Arthur, convirtiendo ambas el fuego sobre las trincheras
españolas en algo formidable, haciendo que la situación fuese insostenible, a lo que se unió la total des-
trucción del fuerte de San Antonio Abad y de las trincheras que lo circundaban por la artillera del Olimpia
y el Monterrey.
EI teniente coronel Hernández, jefe de estas fuerzas, dio orden de retirarse, ya que la defensa era imposi-
ble. EI general Arizmendi, que con su cuartel estaba en el puente de Paso, ordenó que Hernández tomase
posiciones en la casi inexistente segunda línea de defensa con el objetivo de, al menos, ganar tiempo.
La retirada fue muy desorganizada, a pesar de los esfuerzos de jefes como Dujiols, Hernández, el coronel
Victoria o el propio general Arizmendi. Cuatro secciones de cazadores y una de marinería fueron copadas
por los tagalos y capturadas. Una compañía aislada sostuvo la retirada hasta que las fuerzas llegaron a la
iglesia del barrio de la Ermita. La retirada desordenada de las tropas de los blocaos n.º 12, 13 Y 14 abrió una
brecha en la segunda línea de defensa, que obligó a un contraataque español a la bayoneta, que logró por
algún tiempo recuperar algunas posiciones ya en manos americanas, lo que permitió la retirada de algunas
fuerzas retrasadas. A pesar de todo este esfuerzo cayeron en manos enemigas las tropas que defendían la
Concordia y el fuerte de Santa Ana.
En el momento en el que las fuerzas que aún quedaban operativas en el sector se disponían a hacerse
fuertes en las murallas de Manila, Arizmendi recibió orden de que cesasen las hostilidades y que acudiese
al convento de San Agustín, debido a que se habían iniciado las conversaciones para la rendición de la
guarnición de Manila.
La aparición de una bandera blanca en el fuerte de San Diego, lugar en el que se hallaba el general en jefe
español, llevó a Dewey, sobre 10:30 h de la mañana, a ordenar a su escuadra que suspendiese el fuego.
Inmediatamente, tropas del Regimiento de Colorado, de la Brigada de Greene, cruzaron las trincheras
españolas. La bandera española que aún ondeaba en el fortín de San Antonio Abad fue arriada por un
soldado yanqui, que izó una de su nación.

 Pensemos que el asedio había durado 105 días, el doble que los famosos 55 días en Pekín, siendo los combates mil
24

veces más numerosos y de una mayor dureza.


Una vez pedido por Jáudenes el parlamento, el coronel de E.M. Olaguer Feliu y el intérprete Casademunt,
fueron al malecón a recibir a los jefes norteamericanos, el teniente coronel C.A. Whitier, del ejército, y al te-
niente Brumby, de la marina. En el ayuntamiento se entrevistaron con Jáudenes y con los generales Tejeiro
y Arizmendi, almirante Montojo y auditor Peña.
La entrevista duró cinco horas. La Brigada de Greene, seguida de la de Mac-Arhtur, es decir, la División
Anderson al completo, se infiltró por las líneas ocupando nuestras posiciones, aprovechando la tregua. La
Brigada Greene atravesó el barrio Malate, la Ermita y los puentes, ocupando finalmente el barrio de Binon-
do y de San Miguel. La de Mac-Arthur tomó posiciones en los barrios que las fuerzas de Greene acababan
de cruzar, al tiempo que ocupaban los alrededores inmediatos a la ciudad de Manila, es decir, el malecón,
Luneta, y los paseos de Aguadas e Isabel II. EI segundo batallón de Oregón fue la primera fuerza que en-
tró en Manila. Los 8.500 hombres que, aproximadamente, ocuparon la ciudad expulsaron de las escasas
posiciones que habían tomado a los filipinos y no les permitieron entrar en la ciudad. La mayor parte de las
fuerzas tagalas quedaron frente a las líneas defensivas españolas que nunca llegaron a romper.
Para Sastrón fue una suerte no solo el hecho de que fuesen los norteamericanos los primeros en entrar, sino
que a los tagalos no les permitiesen estos entrar en ningún momento en la ciudad.
La ciudad fue ocupada y las tropas españolas desarmadas antes de que la conferencia entre Jáudenes y los 353
americanos hubiese terminado. Previo a que se llegase a un acuerdo en los términos de la capitulación, la
ciudad estaba tomada por la División de Anderson. No había posible marcha atrás.
Cuenta Sastrón que un grupo de trescientos infantes españoles, que se retiraban llevando seis cañones
bajo el mando del capitán Sendra y el teniente Mera, hallaron a unos americanos en su camino, los cuales
les informaron de que todo había terminado y que ya «todos éramos amigos», procediendo entonces los
soldados norteamericanos a ayudar a los españoles a portar a los numerosos heridos que llevaban en cami-
llas. Solo el día 13 de agosto las fuerzas españolas de Manila tuvieron trescientas bajas (Sastrón, 1901:503).
Las tropas españolas, una vez conocida la noticia de la rendición, se dirigieron a sus respectivos acuarte-
lamientos a la espera de órdenes. A las 16:00 h deberían entregar sus armas en la plaza de Palacio para
luego depositar los fusiles en el ayuntamiento. A pesar de esto, durante casi treinta horas en algunas líneas
exteriores las tropas españolas siguieron luchando contra fuerzas tagalas.

LA RESISTENCIA DE LA MARINA Y EL EJÉRCITO EN OTRAS PARTES DEL


ARCHIPIÉLAGO

Dentro de la bahía de Manila, la escuadra de Dewey logró dos pequeños éxitos: el apresamiento del caño-
nero Callao, que entró en el área de combate desconociendo el estado de guerra existente, y la del Leyte,
que fue capturado cuando se dirigía a parlamentar enarbolando bandera blanca.

La flota norteamericana no operó fuera de la bahía de Manila y sus aguas circundantes, por lo que no
impidió que la marina española combatiese en el resto del archipiélago contra los insurrectos. A España
Ie quedaba la división Naval del Sur con cerca de dieciocho naves, entre las que destacaban el cañonero
Elcano y el transporte armado Álava, que estaba comandada por el capitán de navío Ferrer:

«Pese a su aislamiento, falta de recursos de toda clase y a que sus tripulaciones eran mayori-
tariamente indígenas, con solo mandos españoles, los cañoneros (mandados por Ferrer) hun-
dieron y apresaron buen número de barcos filipinos, intentando frenar la ola de la rebelión.
Incluso se permitieron apresar dos mercantes americanos. Posteriormente debieron dedicarse
a evacuar puntos aislados, llevar ayuda alimenticia o sanitaria, cuando no a impedir que los
indígenas atacaran al personal civil o militar español, etc., difíciles tareas que les ocuparon
largos meses después del armisticio, así que, por casi un año más siguió habiendo una escua-
dra española en el Pacífico, siendo su buque insignia el pequeño transporte armado General
Álava, de unas 1000 toneladas, lo que no impidió que hiciera largas navegaciones a Marianas
y Carolinas, para mantener el orden y asegurar su traspaso al Imperio Alemán, que las había
adquirido, excepto Guam, que los americanos se reservaron» (Agustín Rodríguez, 197).
354

Cañonero-torpedero Filipinas (1892-1899). Pintura. Museo Naval de Madrid, sig. MNM-2607

La resistencia por tierra también se prolongó bastante tiempo, aunque fue caracterizada por la más o me-
nos larga de pequeñas guarniciones. De las escasas columnas que se pudieron organizar como la de Peña
o Monet, ya conocemos los tristes sucesos con que terminaron sus peripecias. Todo esto fue culpa, como
señala Toral, de la impericia y falta de prevención y visión de futuro del mando:

«EI general Augustín, encastillado en una pasividad desesperante, sin energías para afrontar
las responsabilidades, sin haberse hecho cargo de la situación, nada hace [...]. Se encontró el
ejército distribuido en pequeños destacamentos [...]. No se explica nadie, no me explico yo,
por qué no se han reconcentrado las fuerzas españolas en puntos estratégicos y cercanas a
Manila, por qué no se han formado fuertes columnas que, dándose la mano, como vulgar-
mente se dice, hubieran podido operar rápidamente y con éxito sobre las masas insurrectas,
mal organizadas y .en parte desmoralizadas por los recientes descalabros sufridos, y en último
extremo, y en el caso de que no hubieran podido resistir el empuje de los insurrectos, recon-
centrarse sobre Manila, dándola unas condiciones de inexpugnabilidad que hoy no puede
tener» (Toral, J y J, 1942:103).

De todos los hechos de armas en el que se vieron envueltas las pequeñas guarniciones españolas en el
islario filipino, destaca la heroica resistencia de la guarnición del pueblo de Baler. A lo largo de 337 días,
la guarnición de Baler, perteneciente al batallón expedicionario n.º 2, una de las unidades formada a toda
prisa para socorrer el archipiélago en 1896, cuando estalló la insurrección del Katipunan, resistió un asedio
contra fuerza muy superiores, totalmente aislados y sin noticia alguna de la suerte que habían tenido las
fuerzas españolas en la guerra (Martín Cerezo, 1992:169).

EL ESCENARIO OLVIDADO DE LA GUERRA: EL PACÍFICO ESPAÑOL

A las Carolinas no les afectó directamente la guerra, salvo porque las sumió en una incomunicación total, al
suspenderse los vapores bimensuales. Ello trajo aparejada una crisis de los recursos más elementales, que
convirtió la vida en la colonia en algo muy duro. También se temió una nueva sublevación nativa, alentada
por los misioneros norteamericanos, en Ponape. Las noticias de la guerra llegaron gracias al buque alemán
Mercur, que arribó a Ponape a mediados de junio. Más tarde, a mediados de agosto, llegaron a Yap las
noticias, que Ie fueron dadas por la corbeta alemana Arcona y confirmadas por la goleta también alemana
Moure y por el buque japonés Matsura Ka Mava.
Desde agosto hasta noviembre no tuvieron ninguna otra noticia. Carentes de víveres y recursos materiales,
dada la rebelión que había estallado en Ponape, la situación se hizo muy difícil para la guarnición española.
En julio de 1898 un carguero norteamericano recaló en Santiago de la Ascensión, siendo apresado por las
autoridades españolas hasta febrero de 1899, cuando se tuvo noticia de que se había firmado la paz, por
lo que fue liberado (Elizalde, 1992: 230 y 55).

En las Marianas, la guerra tuvo su propia dinámica. En la isla de Guam se concentraba el escaso aparato co-
lonial español del archipiélago. Estados Unidos había acrecentado su interés por esta isla desde la anexión
de Hawái por ser un puerto de recalada e idóneo como base de carboneo.

EI 20 de junio apareció en la boca del puerto de San Luis de Apra, en Guam, una escuadra americana
compuesta por el crucero Charleston junto a los transportes Australia, City of Pekin y City of Sidney, que lle-
vaban fuerzas de la División de Andersón de camino hacia Manila. EI Charleston entró en la bahía, seguido
del resto de convoy, abriendo fuego sobre la colonia.

EI jefe del puesto de San Luis de Apra, teniente de navío Francisco García Gutiérrez, pensó que el disparo
era de saludo, ya que desconocía que ambas naciones estuvieran en guerra debido a que las islas llevaban
dieciocho meses incomunicadas. Cuando García y el médico militar José Romero llegaron al barco, fueron 355
informados de que la guerra había empezado en abril. Se produjo una entrevista entre el jefe político-mi-
litar de las Marianas, Juan Marinas, con los mandos norteamericanos en la Punta Piti, a 9 km de la capital,
Agana. Les ordenaron que se rindieran, siendo capturados inmediatamente y llevados como prisioneros al
Charleston. La bandera norteamericana fue plantada en el fuerte de Santa Cruz, tomando los Estados Uni-
dos posesión de la isla con este acto. La escuadra partió con todos los españoles presos en sus bodegas,
quedando como representante de los Estados Unidos, Francisco Portusach, el único americano existente
en la isla, que fue designado delegado de su nación y jefe político de la misma.

En noviembre de 1898, IIegó el vapor Uranus para recoger las familias de los españoles que habían sido
hechos prisioneros por el Charleston. Con este acto, la retirada española de Guam era ya una realidad que
sería constatada por el Tratado de París (Pozuelo,1989: 172 y ss.).

LA FINANCIACIÓN DE LA GUERRA EN ASIA

Entre 1895 y 1898, España realizó un importante esfuerzo financiero a fin de obtener los recursos que
exigían las guerras para conservar su imperio colonial. Las finanzas españolas estaban muy quebrantadas
por los altos y prolongados costes de la guerra de Cuba. Cuando estalló la insurrección filipina en 1896,
el Gobierno Cánovas tuvo serios problemas para lograr los fondos necesarios para sufragar los gastos de
cerca de 10 millones mensuales que absorbía este nuevo conflicto colonial.

Cuando estalla la guerra con los Estados Unidos, este breve conflicto se financió con los restos de las exis-
tencias de la guerra 1896/1897, fruto del reintegro de los anticipos realizados a la campaña de Cuba. Como
las Filipinas quedaron aisladas de España y su capital, Manila, sitiada, resultó imposible cualquier tipo de
demanda económica a la metrópoli, ajustándose las necesidades a las propias existencias de la Caja de
Filipinas. EI desarrollo del conflicto hizo que este tuviera escaso coste económico. Frente a los 38.490.681
pesos, es decir, 192.453.405 ptas., que costó la insurrección de 1896/97, la guerra con Estados Unidos en
el Pacífico solo ascendió a 4.484.804 pesos, unas 22.424.020 ptas. (Roldan, 1997:633 y ss.).

CONCLUSIÓN: EL TRATADO DE PARÍS

Desde el punto de vista militar, como señala Núñez Florencio, la derrota había sido tan apocalíptica que
nadie se atrevía a proponer la continuación del esfuerzo bélico. Tras el armisticio de Washington, como
hemos visto, cesaron las hostilidades en ambos frentes. La comisión presidida por Montero Ríos se dio de
bruces con la realidad.
356

Fotografía de Eugenio Montero Ríos, por Kaulak, recogida en la revista española La Esfera

Estados Unidos no quería negociar la paz, solo deseaba imponer las condiciones del vencedor, no solamen-
te en las Antillas, sino también en el Pacífico. Por el Tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898,
España cedía las Filipinas y la isla de Guam a los Estados Unidos. Todo se había perdido (Núñez Florencio,
1997:51). Ya solo quedaba el triste proceso de la repatriación de los prisioneros de guerra y de la población
civil del archipiélago.

España solo conservará su soberanía en el Pacífico en sus posesiones de las Carolinas y las Marianas,25 que
pronto vendería a Alemania al carecer ya su posesión de todo sentido, así como los pequeños islotes de
Sibutú y Cagayán de Joló –que los negociadores americanos habían olvidado incluir en sus demandas de
París–, lo que permitiría tener una pequeña revancha sobre la diplomacia norteamericana poco tiempo
después26.

BIBLIOGRAFÍA

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Españolas: la época del reformismo institucional. Madrid.
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MOLINA, A. (1984). Historia de las islas Filipinas. Madrid.
NÚÑEZ FLORENCIO, R. (1997). EI Ejército español en el desastre de 1898. Madrid.

25
 
Vid. ELIZALDE, M. D. (1992). España en el Pacífico. La colonia de las islas Carolinas. 1885-1899. Madrid, CSIC·AECI,
pp. 230 y ss.
26
 
Vid. TOGORES, L. E. (1994). «Las últimas posesiones españolas en Pacífico: la venta de Sibutú y Cagayán de Joló».
En: Mar Océana. Zaragoza, n.º 1, pp. 149-161. Pozuelo, B. «EI fin de la presencia española en las Islas Marianas
(1898-1899)». En: España y el Pacífico. Madrid, AECI·AEEP, pp. 172 y ss.
POZUELO, B. (1989). «EI final de la presencia española en las Islas Marianas, 1898-1899». En: Rodao, F.
(coord.). España y el Pacífico. Madrid.
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Rivera (agosto 1898). Madrid.
POLO DE LARA, E. (1900). En justa defensa por el último gobernador civil de ambos Ilocos. Sevilla.
ROLDÁN DE MONTAUD, I. (1997). «Guerra y finan zas en la crisis de fin de siglo: 1895-1900». En: Hispania,
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SASTRÓN, M. (1901). La insurrección en Filipinas y la guerra hispano-americana en el archipiélago. Madrid.
TORAL, J. J. (1942). 1898. EI sitio de Manila. Memorias de un voluntario. Madrid.

357
LA GESTA DE LA DEFENSA DE LA POSICIÓN DE BALER,
FILIPINAS (30 DE JUNIO 1898–2 DE JUNIO 1899)
Miguel Ángel López de la Asunción1
Miguel Leiva Ramírez 2

ANTECEDENTES 359

La famosa defensa de 337 días mantenida entre el 30 de junio de 1898 y el 2 de junio del siguiente año no
fue la primera que afrontaron fuerzas españolas en el interior de la iglesia de San Luis Obispo en Baler. A
pesar de la virulencia de la insurrección tagala en la isla de Luzón, el aislamiento propiciado por la compli-
cadísima orografía y la dificultad de comunicaciones favoreció que no se precisase la presencia de un des-
tacamento militar hasta mediados de 1897. Con la insurgencia acorralada en los montes de Biak-na-bató
en Bulucán y Nueva Écija, el gobierno español de Manila estableció la conveniencia de establecer algunos
destacamentos en la contracosta de Luzón con dos propósitos principales: defender las poblaciones de la
llegada de los insurrectos y evitar que sus puertos sirvieran para el desembarco de armas o como eventual
vía de escape para los líderes revolucionarios.

A mediados de septiembre de 1897, el primer teniente, José Motta Hidalgo, recibió la orden de partir
desde la localidad de Aliaga y dirigirse a pie hacia la de Baler, al mando de cincuenta hombres del batallón
de Cazadores Expedicionario n.º 2 con el fin de establecer en la cabecera del distrito de El Príncipe una
guarnición permanente. En aquellos momentos, el comandante político-militar destinado, capitán Antonio
López Irisarri, contaba como única fuerza con un cabo peninsular de la Guardia Civil y cuatro guardias na-
tivos, insuficientes a todas luces para una hipotética defensa. El 20 de septiembre, el destacamento puso
pie en la población, distribuyéndose sus efectivos, ante la carencia de un lugar para albergarlos a todos, en
tres distintas ubicaciones.

Desde su llegada, el teniente Motta se preocupó por construir una trinchera defensiva consistente en una
zanja circular que rodeaba el pueblo y otra angular que cerraba las dos puertas de la iglesia. En caso de
recibir un ataque y perder la trinchera exterior en una primera acometida, los defensores retrocederían a
la segunda trinchera y como último recurso se protegerían en el interior del templo hasta la llegada de
refuerzos.

Sin embargo, no fueron los únicos que en ese mismo día 20 de septiembre llegaron a Baler. La noticia del
envío de un destacamento español llegó al cuartel general del líder insurgente Emilio Aguinaldo que envió
un grupo de katipuneros al mando de un insurrecto balereño, Teodorico Luna Novicio, para establecerse
en una zona boscosa a tan solo 3 km al sur del pueblo. Novicio supo conseguir los apoyos necesarios de
algunos lugareños y de revolucionarios que desde poblaciones cercanas se unieron a su partida.

1
 Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad Complutense de Madrid. Miembro de la Asociación Española de
Historia Militar (ASEHISMI).
2
 Teniente en situación de reserva. Historiador. «La gesta de la defensa de la posición de Baler, Filipinas (30 de junio
1898-2 de junio 1899)». Revista de Historia Militar. Instituto de Historia y Cultura Militar. Año LXIII, n.º extra II, La
pérdida de Filipinas y la gesta de Baler, pp. 253-300.
En la madrugada del 4 al 5 de octubre de 1897, dos cuadrilleros municipales se acercaron al centinela de
la plaza, el castellonense Agustín Ochando Pitarch, natural de Salsadella, mientras que un tercero le asestó
un machetazo en la cabeza a traición. El centinela antes de desplomarse tuvo tiempo para disparar su fusil
y dar la voz de alarma. Simultáneamente, las tres ubicaciones que ocupaban los españoles fueron atacadas
por un gran número de enemigos. Aunque los insurgentes no consiguieron su propósito, el destacamento
tuvo que lamentar siete muertos –el teniente Motta entre ellos– y la pérdida de nueve cazadores que fueron
hechos prisioneros. El párroco de la localidad, el padre Cándido Gómez-Carreño, también cayó en manos
enemigas. Entre los que consiguieron repeler el ataque hubo que lamentar quince heridos –algunos de
muy grave pronóstico– que tuvieron la fortuna de recibir la visita del médico del transporte Manila llegado
providencialmente la mañana siguiente al ataque a las costas de Baler.

Entre los supervivientes de este primer ataque se encuentran nada menos que trece de los soldados 3 que
mantendrían el famoso sitio de 337 días de duración. La fuerza y varios marineros desembarcados del vapor
mantuvieron el primer sitio de Baler bajo las órdenes del capitán Irisarri en el interior del templo hasta la
llegada de refuerzos el día 17 del mismo mes.

Ese día llegó a Baler a bordo del Cebú el destacamento del capitán Roldán para relevar a los supervivientes
360 del destacamento Motta. El capitán Jesús Roldán Maizonada quedó como jefe interino de la comandancia
político-militar y permaneció como jefe del destacamento compuesto por dos tenientes y ciento tres solda-
dos. Entre los componentes del nuevo destacamento llegaba el cazador Timoteo López Lario, otro de los
soldados que posteriormente mantendrían el tercer asedio. Varios fueron en esta semana los encuentros
entre el destacamento y los insurgentes.

Si bien, el 14 de diciembre de 1897 se firma la Paz de Biak-na-bató que ponía fin a la insurgencia y ya sus
líderes habían abandonado el país el 23 del mismo mes rumbo a Hong-Kong, en aquel pueblo aislado
nadie parecía enterarse de que la guerra había terminado. El miércoles 11 de enero, mientras el teniente
Lamela efectuaba una descubierta al mando de veinte soldados, se vio sorprendido en una emboscada.
Un nutrido fuego acompañado de una lluvia de flechas recibió la llegada de la partida española, en la que
resultaron heridos el propio teniente y catorce soldados, seis de ellos de carácter grave. Uno de los heridos
sería el soldado Timoteo López Lario. Aunque los españoles tuvieron que lamentar dos muertos, consiguie-
ron replegarse y refugiarse en la iglesia. Los hombres de Novicio lograron rodearla, dando así comienzo,
desde ese momento, al segundo asedio a la iglesia de Baler. El 16, llegó el vapor Compañía de Filipinas
para desembarcar provisiones sin conocer la situación. Aunque fue imposible efectuar la maniobra por el
acoso de los insurrectos, Roldán pudo informar mediante el capitán del vapor de su delicada situación al
capitán general de las islas.

En respuesta y con la misión de levantar el asedio se formó en Pantabangán una columna compuesta por
cuatrocientos efectivos bajo el mando del comandante Juan Génova e Iturbe. Acompañando a la columna
iban tres cabecillas insurrectos. Su presencia se justificaba por la negativa de muchas partidas rebeldes a
aceptar las condiciones de paz y entregar las armas. La marcha comenzó el día 20 de enero y, dos días más
tarde, la columna hizo vivac en San José de Casignan, pueblo vecino a Baler. Al día siguiente, los sitiadores
filipinos emprendieron la huida al ver la magnitud de los refuerzos enviados, poniendo fin al segundo ase-
dio a la iglesia tras doce días de duración.

La tarde del domingo 13 de febrero de 1898, el transporte Compañía de Filipinas fondeó en la ensenada
de Baler. A bordo llegaban los segundos tenientes Juan Alonso Zayas y Satumino Martín Cerezo, primer
y segundo jefe del nuevo destacamento allí destinado, y cincuenta individuos de tropa –doce de ellos su-
pervivientes del destacamento Motta– al objeto de relevar la fuerza que en aquellos momentos cubría la
guarnición. Con ellos se encontraba el nuevo comandante político militar Enrique de las Morenas y Fossi y
el teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones y Alfaro –encargado del establecimiento de una enfermería
de nueva creación en Baler para la asistencia y recuperación de enfermos y heridos de los distintos desta-
camentos establecidos en la zona– y tres subordinados. También regresaba junto a los militares el párroco
de Baler, superviviente del ataque insurgente del 5 de octubre.

 Los soldados del destacamento Motta que posteriormente regresarían a Baler son: Marcelo Adrián Obregón, Miguel
3

Méndez Santos, Rafael de San Quintino Alonso Mederos, Antonio Bauza Fullana, Jaime Caldentey Nadal, Ramón
Donar Pastor, Francisco Rovira Mompó, Loreto Gallego García, José Jiménez Berro, José Martínez Souto, Ramón
Mir Brils y José Pineda Tura.
361

Bastón de mando del capitán Enrique de las Moreras. Museo del Ejército, n.º de inventario MUE (CE) 41286.02

En un principio el nuevo destacamento llegaba con una misión que a priori se alargaría como máximo unos
dos meses. Dado que llegaban en época de paz, nada hacía suponer que habrían de permanecer allí, hasta
el 17 de junio de 1899.

EL TERCER SITIO A LA IGLESIA DE BALER

Entre febrero y mayo de 1898, en la capital del distrito del Príncipe se vivía una calma tensa, el nuevo
comandante político-militar procuraba la recuperación económica y la lealtad de sus moradores, mien-
tras Teodorico Luna Novicio, erigido como jefe local, confabulaba en la sombra preparando la nueva
insurrección.

El último correo que pudo llegar a Manila, a principios de mayo, trajo malas noticias. Estados Unidos había
declarado la guerra a España y hundido nuestra flota en Cavite. El posterior bloqueo naval de Manila y la
toma de la vecina provincia de Nueva Écija por los rebeldes, dejaría a los defensores de Baler totalmente
incomunicados por tierra y por mar con la capital, privándoles de conocer fehacientemente la cruel y cruda
realidad de la pérdida del archipiélago filipino. Desconocedores de esa realidad, se verán abocados a una
situación que acabaría asombrando al mundo. Creyendo defender los intereses de España, defenderán la
más noble de las causas: sus ideales, su honor y el deber que habían contraído al besar la bandera de su
Patria –aquella que ondeaba en lo alto del campanario como señal de soberanía–, defenderla a toda costa
y hasta las últimas consecuencias. A fe que lo hicieron ¡y de qué manera!

El 26 de junio, Novicio ordenó a los vecinos del pueblo abandonar con sigilo sus casas y dirigirse a las se-
menteras. Al día siguiente Baler amaneció vacío, confirmando todas las sospechas de que algo grave iba
a ocurrir.

El capitán De las Morenas, como militar más caracterizado, dio instrucciones para que el destacamento,
la enfermería y el párroco se trasladasen a la iglesia, el edificio más indicado para lo que se avecinaba, y
trasladar los pertrechos con los que habrían de afrontar el asedio, víveres, munición, material de la enfer-
mería, herramientas y sesenta cavanes de palay que el padre Carreño había comprado a unos mercaderes
de Bongabong.
Sin otra novedad que cuatro deserciones4 pasaron los días hasta la descubierta del día 30, cuando el te-
niente Martín y catorce soldados sufrieron una emboscada cerca del puente de España en la que resultó
herido grave en el pie izquierdo el cabo Jesús García Quijano. Ante la superioridad numérica del enemigo
se replegaron y consiguieron llegar a la iglesia. Comenzaba así el sitio de Baler.

EL ATRINCHERAMIENTO DE LA IGLESIA DE BALER

Desde inicio del sitio a diciembre de 1898


Los primeros días, ambos bandos se dedicaron a prepararse. Esta planificación será fundamental para en-
tender las intenciones y posibilidades de cada parte, así como las pautas que marcarán el desarrollo del
asedio.

El teniente Alonso, junto a varios soldados, acometió los trabajos de fortificación orientados a impedir un
362 hipotético asalto a la iglesia. Esta era un edificio de planta rectangular (30 m x 10 m) (ver plano), sólida-
mente construido con muros a base de guijarro, cal y arena, de 1,5 m de espesor, con un techo de zinc a
dos aguas rematado frontalmente por un campanario. Adosadas a la iglesia se encontraban la vivienda del
párroco –convento– y la sacristía.

Al convento se accedía desde el exterior por una puerta que se tapió y, desde la sacristía, por otra que
se reforzó con una trinchera en ángulo por la que solo se entraba de uno en uno. Las partes del convento
construidas en madera se derribaron, dejando en pie las paredes de mampostería, estas, de 2 m de altura
dieron forma a un corral de 5 m x 5 m, separado de la iglesia por otro patio de 2 m x 10 m, que en realidad
era el espacio formado por el derribo de la escalera y el pasillo que conectaba la sacristía con el convento.

Las ventanas 5 se sellaron con maderas, mantas y sacos terreros, dejando una estrecha aspillera para el fusil
del centinela que se situaba sobre una fila de cajones a 1,5 m de altura.

Las puertas –una principal orientada al sur y otra al este– se reforzaron y terraplenaron. La sacristía, el coro
y la torre del campanario, construidas en madera, se reforzaron con tablones y sacos terreros.

En la sacristía, se construyó interiormente otra pared, rellenándose de arena el espacio entre ambas hasta
1,5 m de altura. Se abrieron troneras al exterior de la sacristía y el baptisterio y también en el muro del patio
para la protección del pozo.

En cada ventana o apertura había un centinela y rondas cada cinco minutos. En el campanario había dos
puestos de centinela, turnándose solamente los mejores tiradores del destacamento6. Era la posición más
estratégica de la defensa, ya que su altura permitía batir todo el perímetro y la zona desenfilada de la trin-
chera filipina.

La zona más vulnerable del perímetro exterior quedaba protegida por dos trincheras construidas a un metro
de distancia del muro. Una recorría la fachada sur desde la esquina con el convento y giraba hasta pasada
la puerta del este, y la otra, defendía la sacristía al lado oeste. El acceso se efectuaba por sendos orificios
hechos a modo de madriguera. Por los alrededores del edificio se esparcieron multitud de latas vacías para
que denunciasen con su ruido la aproximación del enemigo.

4
 l 27, los dos sanitarios indígenas, cabo Alfonso Suk Forjas y sanitario Tomás Paladio Paredes, junto al
E
soldado Felipe Herrero López. El 29, el soldado Félix García Torres.
 Las de la nave estaban a más de 3 m de altura, lo que suponía una protección adicional.
5

 En el Diario de Operaciones, el teniente Martin nombra a los soldados Eustaquio Gopar Hernández, José Hernández
6

Arocha, José Martínez Santos, Ramón Boades Tormo, Ramón Mir Brils, Timoteo López Larío, Felipe Castillo Castillo,
Eufemio Sánchez Martínez y Sanitario Europeo Bernardino Sánchez Cainzos, «que con sus certeros disparos causaban
el terror del enemigo, siendo por sus buenas cualidades y subordinación los mejores soldados del destacamento».
Manila, 10 de julio, 1899.
363

Fotografía de una pintura de la Iglesia de Baler. Museo del Ejército, n.º de inventario MUE-40221

La iglesia quedó así convertida en una verdadera fortaleza, uno de los elementos más decisivos para con-
seguir la prolongada resistencia que sostuvieron. De hecho, los sitiadores, conscientes de la dificultad de
romper este dispositivo defensivo, nunca intentaron un ataque cuerpo a cuerpo para hacerse con la iglesia.

Otro aspecto, incluso más determinante, fue el pozo. Gracias a la perseverancia del teniente Martín se solu-
cionó una cuestión vital como era, dada la imposibilidad de salir, el abastecimiento autónomo de agua. Su
empeño en la prospección del pozo –empresa desechada anteriormente por creerla inviable– en el corral,
dio fruto, encontrándose agua a casi cuatro metros de profundidad.

Paralelamente, se hicieron otros trabajos, para la vida diaria, un horno para el pan y hornillos para elaborar
el rancho, para la higiene, unos orificios en la pared oeste a modo de letrina y urinario7, un «baño» en el
hueco donde estuvo la escalera del convento y para lavar la escasa ropa que tenían8, unos barreños con dos
barricas de vino seccionadas por la mitad.

Los filipinos, por su parte, iniciaron un cerco de trincheras alrededor de la iglesia, cuyo trazado discurría por
debajo de las casas. La zanja tenía unos 3 m de profundidad y los tiradores se subían sobre un andamio para
disparar. Un muro de tierra sobre el frontal y las propias casas que reforzaban y terraplenaban, les servían de
protección contra los disparos. En algunas zonas estaban a solo 25 m de la iglesia y trabajando por las no-
ches fueron cerrando el cerco y aproximándolo al edificio. En el transcurso del sitio, consiguieron acercarse
a escasa distancia, pero los españoles lograron retrasarlo, saliendo por sorpresa y quemando las casas que
utilizaban como protección. En septiembre el protagonista de la hazaña fue Gregorio Catalán Valero y en
octubre la repitieron Juan Chamizo García y José Alcaide Bayona.

 Hasta diciembre no dispusieron de pozo negro.


7

 La mayoría del vestuario lo robaron a las lavanderas del pueblo el día que lo desalojaron.
8
Frente a frente se situaban dos enemigos muy diferentes. Los sitiados estaban perfectamente fortificados,
bien organizados, disciplinados, tenían en su mayoría experiencia de combate, unos mandos capacitados,
tenían además un médico, buen armamento y municiones, víveres y agua. Su principal carencia era la falta
de información, esencialmente, conocer cuál era la verdadera suerte de la guerra. La poca que les llegará,
vendrá del propio enemigo y no podrán corroborarla. Es cierto que avanzado el sitio llegaron españoles
con noticias oficiales, pero para entonces, habían pasado siete largos meses y demasiadas cosas. Así es que
aquellos 54 hombres, encerrados en la iglesia de Baler hicieron de la necesidad virtud porque su desinfor-
mación les mantuvo siempre en la esperanza de que serían socorridos.

Las fuerzas sitiadoras eran muy superiores en número de efectivos y aunque no disponían de mucho arma-
mento podían hacer rotaciones continuas y hostilizar a voluntad. Otra ventaja es que podían reabastecerse
sin dificultad y traer refuerzos. Por otra parte, contaban entre sus filas con veteranos de otras provincias y
desertores españoles. Quizá, teniendo a su favor el curso de los acontecimientos, se confiaron, eso conce-
dió algunas oportunidades a los españoles. La guerra con los americanos incidió de alguna manera, ya que
las necesidades de otros frentes obligaron a un transvase de efectivos y cambios en los jefes que mandaban
las tropas, si bien la mayoría de estos fueron relevados por no conseguir la rendición de los españoles9.
364 Los dos primeros meses para los filipinos fueron de tanteo y para los españoles de toma de posiciones y de
desgaste. El capitán De las Morenas marcó desde el primer día la estrategia a seguir, resistir a toda costa
hasta que llegasen fuerzas españolas a socorrerlos, convencido de que eso, tarde o temprano, sucedería
fuera cual fuese el desenlace de la guerra, incluso en el caso de que la perdiese España, pensaba, llegarían
tropas para su repliegue.

Los filipinos, por su parte, emplearon todo tipo de tácticas, partiendo con la ventaja que les daba conocer
el desarrollo de la guerra, mandaron cartas y emisarios para convencer a los sitiados de que Manila se ha-
bía rendido, al igual que todos los destacamentos españoles y que, en definitiva, su lucha resultaba inútil,
pensando de manera naif que se rendirían sin más.

El fuego de fusilería empezó el 3 de julio y ya no cesó hasta la capitulación, alternándose con el de cañón
a partir del 31 de julio, cuando el coronel Calixto Villacorta utilizó unas piezas traídas desde Casiguran con
las que atacó la iglesia por los cuatro costados causando algún destrozo, principalmente en la techumbre.
El campanario desde donde les hacían mucho daño y la techumbre, quizá la zona más vulnerable, se con-
virtieron desde el primer día en el objetivo prioritario de los filipinos. El techo lo atacaron con piedras, balas
y a cañonazos e incluso intentaron quemar los soportes de madera que lo sustentaban. Estaba lleno de
agujeros, de manera que cuando llovía, el agua entraba al interior sin apenas dificultad.

Los españoles, por su parte, no respondían al fuego filipino. El teniente Alonso en las primeras refriegas,
para economizar munición y en vista de que el enemigo permanecía estático, dio la orden de disparar solo
cuando el blanco estuviera seguro. Esto descolocaba a los sitiadores obligándoles a disparar sin referencias.

Lo más reseñable, hasta septiembre, fue la primera baja del destacamento –el 31 de julio falleció el
soldado Julián Galvete Iturmendi, consecuencia de la herida grave que sufrió el 18, cuando estando de
puesto en la torre un proyectil rebotó en el cañón de su arma y quedó alojado en su pecho– así mismo
son reseñables la deserción de Jaime Caldentey 10 y la llegada de los párrocos de Casiguran, padres Juan
López Guillén y Félix Minaya Rojo. Fueron hechos prisioneros en su parroquia de Casiguran en julio y
después de un mes de cautividad, enviados a Baler como parlamentarios con el propósito de convencer
a sus compatriotas de la rendición. Entraron en la iglesia el 20 de agosto y relataron lo que les habían
ordenado decir los sitiadores y que tantas veces habían escuchado ya los españoles sobre la rendición
de Manila y de los destacamentos, el gran ejército de Emilio Aguinaldo, etc. Después de escucharlos y
ansioso por recibir las primeras noticias fiables desde el comienzo de su encierro, el capitán quiso saber

9
 Desde el inicio hasta el 17 de julio, estuvo al mando el coronel Cirilo Gómez Ortiz, que fue sustituido por su falta
de eficacia por el coronel Calixto Villacorta, un veterano con fama de hombre duro que también fracasó, siendo
relevado en enero (entre agosto y septiembre le sustituyó el capitán Antonio Santos). Teodorico Novicio estuvo al
mando hasta el 12 de abril y, finalmente, desde esta fecha a la capitulación, el teniente coronel Simón Ocampo
Tecson.
10
 Desertó el 3 de agosto y falleció ese día, alcanzado por una bala disparada desde la iglesia cuando intentaba poner
en posición el cañón.
su opinión sobre esos argumentos, contestando los religiosos que, en realidad, ni ellos, ni ninguno de sus
captores habían presenciado nada de todo eso, contaban lo que otros les contaban y nada más.

El hecho de que dos españoles no corroborasen las informaciones que recibían de sus sitiadores, sirvió para
reforzar aún más su pertinacia y su desconfianza. De las Morenas les dijo a los frailes que se quedaran en
la iglesia. Inicialmente, se mostraron contrarios a la idea, pero acabaron aceptando. Desde este momento
sufrirían con el resto las penalidades y rigores del asedio.

En el mes de septiembre, a la defensa contra los filipinos, se sumó otro combate mucho más trágico y te-
rrible, un enemigo que llegaba escondido con forma de enfermedad, el beriberi.

Los sitiados achacaron a las deplorables condiciones higiénicas que padecían la llegada de la epidemia,
pensando, como se creía entonces, que el beriberi era una enfermedad contagiosa, pero se equivocaban,
porque viene provocado por una deficiencia nutricional. La falta de tiamina o vitamina B1, sustancia que
no genera nuestro organismo y debe aportarse mediante la suficiente ingestión de alimentos ricos en ella
(cereales integrales, carnes, vísceras, huevos, verduras de hoja verde, leguminosas o frutos secos). La defi-
ciente alimentación que consumían fue, y no otra, la causa de la aparición de esta espantosa enfermedad.
365
«Comienza su invasión por las extremidades inferiores, que hincha e inutiliza, cubriéndolas con
tumefacciones asquerosas, precedida por una parálisis extraordinaria y un temblor convulsivo,
va subiendo y subiendo como el cieno sobre los cuerpos sumergidos, y cuando alcanza su
desarrollo a ciertos órganos, produce la muerte con aterradores sufrimientos».11

Aunque no estaban en lo cierto con respecto a la etiología del beriberi, es verdad que las condiciones que
debían soportar eran casi inhumanas. En 300 m2, sin apenas ventilación y en penumbra convivían 54 per-
sonas. Efectivamente, la fortificación impedía que entrase el enemigo, pero tampoco lo hacían el aire y la
luz. Una parte del espacio lo restaban los suministros, ciento veinticinco sacos, doce mil latas de sardinas,
600 kg de tocino, sesenta cavanes de palay (2.640 kg) y dieciséis cajas de munición. La iglesia era cuerpo
de guardia, dormitorio, sala de estar, calabozo, enfermería y, tristemente, se convertiría también en cemen-
terio12. Muchos víveres estaban en mal estado, y desprendían un olor nauseabundo. Apenas podían hacer
ejercicio físico, la humedad era asfixiante y calaba hasta los huesos y cuando llovía el suelo se encharcaba13,
la falta de sueño, el cansancio, el hambre, el estrés, todo sumaba para desgastar día tras día a los sitiados.

La epidemia de beriberi se desarrolló entre septiembre y diciembre de 1898, sin duda, el periodo más
crítico del asedio. Será cuando se ponga a prueba la resistencia física y moral, al igual que la capacidad de
sufrimiento de los sitiados hasta límites insospechados.

A mediados del mes de septiembre aparecieron los primeros síntomas del beriberi. Su primera víctima
mortal fue el padre Gómez Carreño, hombre de precaria salud que además arrastraba un catarro intestinal,
falleció el 25 de septiembre. Por su carisma y carácter constituía un referente para todos y su pérdida fue
muy sentida.

Las muertes continuaron en octubre, el 9 por la noche falleció el cabo José Chaves Martín y en la madru-
gada del 10, el soldado Ramón Donat Pastor. Los ataques se sumaban a las desgracias y arreciaban con
más saña. El 13 a media tarde sufrieron uno especialmente violento. La esquirla de un proyectil hirió de
gravedad al teniente Vigil en el costado derecho14 mientras rezaban el rosario, una costumbre diaria que
instauró el padre Carreño y que muchos continuaron el resto de su vida.

El día 18 falleció de beriberi el teniente Alonso, asumiendo su compañero Martín el mando del destaca-
mento. Este triste relevo coincidió con el agravamiento de la situación. El capitán ya presentaba síntomas
de la enfermedad, el médico estaba gravemente herido y algunos días solo dieciocho individuos estaban
en condiciones. En las guardias también se turnaban los enfermos, que eran llevados en brazos desde el
11
 MARTÍN CEREZO, S. (1904). El Sitio de Baler, Notas y recuerdos. Taller Tipográfico del Colegio de Huérfanos,
Guadalajara.
12
 Trece de los 19 fallecidos se enterraron dentro de la zona de vida si incluimos la sacristía y el patio.
13
 En octubre, la mayoría estaban medio descalzos y, para evitar el contacto con el suelo, confeccionaron unas abarcas
con un pedazo de madera amarrado al pie con cuerdas.
14
 Según su nieta, cabía un puño en el hueco dejado por la cicatriz.
366

El médico Vigil de Quiñones, el segundo teniente Martín Cerezo y el asistente del teniente. (septiembre de 1899).
Publicada en el número 19 de Iris. Revista Semanal Ilustrada

catre hasta el puesto. Impresionaba ver aquellos hombres plantados frente a la aspillera, vigilantes en la
oscuridad bajo un inmenso silencio que solo se rompía con el ruido de los tosidos.

En un intento de mejorar la higiene del recinto el teniente Martín cambió el terraplenado de la puerta por
otro sistema que permitía la circulación de aire fresco y colocó un canalillo de lata en el urinario que vertía al
exterior.15 Pero la muerte no otorgaba un respiro, el 22 fallecía el soldado José Lafarga Abad de disentería
y el 25 Román López Lozano de beriberi. Al mismo tiempo el combate no daba tregua, el 22 un cañonazo
echó abajo la tronera de una ventana16. Aquellos hombres estaban tan agotados que los trabajos para re-
pararla no pudieron acometerse y el capitán, en una de sus últimas órdenes, aumentó el tocino del rancho
y autorizó la venta de víveres para mejorar la alimentación.

El papel del teniente médico Vigil de Quiñones fue en todo momento ejemplar, especialmente en esta
etapa. La presencia del médico reconfortaba y daba esperanza a los enfermos.

Vigil se curaba la herida con la ayuda de un espejo y se hacía trasladar en una silla para atender a los en-
fermos y heridos.

Aquellos valientes, esperaban la muerte con resignación e incluso con ironía, llegando a elaborar unas lis-
tas que llamaban «expediciones a la otra vida» en la que los enfermos se ordenaban según su evolución.
Algunos estaban en «expectación de embarque» incluso vaticinaban que fulano y mengano marcharán en
la primera expedición, en la segunda irán este y este, y así sucesivamente.

 El corral era un verdadero foco de inmundicia y de moscas.


15

 Al otro día, una bala entró por esa ventana hiriendo gravemente a Miguel Pérez Leal en su mano derecha, dejándola
16

inútil de por vida.


En el mes de noviembre se recrudeció el beriberi, el 8 falleció el soldado Juan Fuentes Damiá. El 9 fueron
otros dos, Baldomero Larrodé Paracuellos y Manuel Navarro León y, pocos días más tarde, Pedro Izquierdo
Arnáiz. Apenas doce hombres no manifestaban ningún síntoma de la enfermedad.

El 22 de noviembre fallecía de beriberi el capitán De Las Morenas después de una larga agonía en la que
llegó a sufrir delirios. Hasta el final, contestó a las cartas con la misma firmeza «no nos rendiremos». Se ganó
la admiración y el cariño de todos por su determinación y temple sereno. Mantuvo el mando durante 145
días, ese honor durante los siguientes 192, recaería en el teniente Martín Cerezo.

Con él quedan 42 individuos, la mayoría enfermos de beriberi, incluidos el médico y el padre López, los
sanos están prácticamente exhaustos. Cada día hay menos víveres, apenas habichuelas, tocino, arroz, café,
azúcar y harina. El enemigo se muestra más decidido en acabar el asedio a toda costa y aumenta la inten-
sidad de los ataques. La situación requiere mucha entereza y arrojo, cualidades que demostró con creces
este gran miajadeño. Continuará la defensa a todo trance siguiendo fielmente la esperanza de que serían
socorridos.

El enemigo no debe conocer el drama que se vive dentro, la enfermedad, las fuerzas al límite, o la escasez
de víveres. Por eso solamente los individuos que presenten mejor aspecto en su apariencia y vestuario po- 367
drán salir a la trinchera. Y para no descubrir la muerte del capitán, desde este momento, el teniente Martín
no admitirá parlamentos ni contestará más cartas.

Para los soldados, esto aumentó su sensación de enclaustramiento. Para los de fuera, la falta de todo re-
ferente hizo que aparecieran sospechas de todo tipo, de hecho, no tendrían certeza de la situación real
que se vive dentro hasta el mes de mayo de 1899. Los soldados intentaron paliar la monotonía cantando
y bromeando, consiguiendo levantar así la moral. La capacidad de estos hombres para superar cualquier
obstáculo era admirable.

En diciembre, los combates fueron tan violentos que temieron un asalto a la iglesia. La enfermedad seguía
castigando y aunque la herida del teniente Vigil, estaba cicatrizada, el beriberi se había agravado. El día 8
falleció Rafael Alonso Mederos, el primero en ser enterrado fuera de la iglesia. Cada noche dormían con la
tristeza de hacerlo sobre las tumbas de sus compañeros.

En estos momentos, cuando el sufrimiento y el cansancio físico más pesaban en el ánimo, los sitiadores co-
menzaron a aplicar nuevas tácticas de guerra psicológica. Unas veces alternaban los cañonazos con lanza-
mientos de piedras que provocaban un sonido ensordecedor al caer sobre el tejado de cinc, otras gritaban
como alimañas o armaban juergas en las trincheras llevando mujeres para que los españoles las escucharan,
o a los desertores gritando proclamas para intentar atraer a los soldados.

Pero la grandeza de los héroes de Baler, brilla precisamente cuanto más adversa es la situación y van a con-
seguir lo que parecía imposible, darle la vuelta a la situación. Conscientes de que, si no cambiaban algo, su
fin estaba irremediablemente cerca, decidieron efectuar una salida para quemar el pueblo y, si era posible,
capturar algún prisionero para sacarle información.

A estas alturas del asedio había dieciséis enfermos de beriberi –entre ellos el teniente Viril y el padre
López–, dos con fiebres, tres con disentería y dos heridos. Solamente quedaban quince soldados en con-
diciones para efectuar la salida. Débiles y hambrientos tendrían que enfrentarse a decenas de insurrectos
parapetados en la trinchera, pero, preferían morir de un disparo antes que de beriberi. La salida parecía
una verdadera locura, un suicidio, pero existía una posibilidad de alcanzar el éxito y a ella iban a aferrarse,
el factor sorpresa. El teniente Martín sabía que un fracaso abocaría a todos a la rendición. Vigilaba los mo-
vimientos de los sitiadores esperando el momento oportuno.

Una casualidad aceleró los planes. Las lluvias de noviembre habían hecho crecer las hierbas y las plantas
en la parte noroeste, de manera que los dos tenientes salían a escondidas de la iglesia durante la noche
y comían algunas de esas hierbas. Una noche fueron descubiertos, poniéndose así fin a aquellas salidas.
El caso es que el médico había observado una mejoría en su enfermedad que relacionó, acertadamente,
con la ingesta de aquellas hierbas, pues al interrumpirse las salidas, empeoró considerablemente. El 13 de
diciembre, llamó a su compañero y le dijo «Martín yo ya me muero; estoy muy malo. Si pudiesen traer algo
verde de fuera quizá mejoraría, y como yo, estos otros enfermos»17. Ante la situación, el teniente decidió
actuar, «mañana quemaremos el pueblo», le confió a Vigil.

El 14 el teniente Martín se levantó temprano y observó detenidamente las posiciones de los sitiadores, se
encontraban más tranquilas de lo usual. La operación sería a las 11:00 h, la hora menos previsible para un
ataque.

Todos los soldados se presentaron voluntarios, seleccionándose a los diez con mejores condiciones físicas
y su mando al cabo José Olivares Conejero18.

Salieron por la trinchera de la sacristía, calaron el machete y desplegados en abanico se dirigieron a las
casas del lado oeste frente a la iglesia, concretamente una desde la que salía humo, con la intención de co-
ger algún prisionero, pero el centinela filipino al verlos huyó despavorido. Cien casas de nipa y caña fueron
pasto de las llamas en una rápida maniobra favorecida por el viento del suroeste que dejó despejada una
zona de 200 m alrededor de la iglesia y destruida parte de la trinchera.19

Gracias a aquella proeza habían conseguido comprar un tiempo valioso. Se habían jugado el todo por
368 el todo y habían ganado. Los beneficios de aquella salida fueron muchos20, pero el principal fue vencer
la epidemia de beriberi gracias al aporte de «verde» al rancho21, tal y como pensaba el médico Vigil de
Quiñones, que con esta intuición consiguió vencer el beriberi y salvar al destacamento. Sin duda, el 14 de
diciembre marcaría un antes y un después en el desarrollo del asedio.

Primeros intentos de socorrer al destacamento


Aunque parezca sorprendente, la cuestión de Baler no trascendía más allá de las fuerzas filipinas, ya que las
autoridades españolas no conocieron que el destacamento seguía combatiendo hasta que el 1 de diciem-
bre de 1898, El Soldado Español, un periódico de Manila, publicó la sorprendente noticia. Conocida así la
anómala situación del destacamento, se iniciaron las gestiones para conseguir la evacuación de aquellos
soldados a Manila y desde allí a la Península22.

El general Diego de los Ríos y Nicolau, gobernador y capitán general de Filipinas, se trasladó después de
la firma del Tratado de París desde Iloílo a Manila. Allí dio prioridad a dos cuestiones, la liberación de los
prisioneros españoles y la evacuación de la guarnición de Baler. Los de Baler, no eran prisioneros, no se
habían rendido, ni tenían intención de hacerlo. La dificultad con respecto a ellos era cómo llegar hasta allí
y evacuarlos a Manila. Pronto comprendería que el verdadero problema iba a ser otro, convencerlos. Por
tres veces se intentó la evacuación.

De los Ríos negoció con el Gobierno revolucionario filipino la comisión de un oficial español a Baler. El ca-
pitán de Infantería Miguel Olmedo Calvo, a punto de ser repatriado a la Península, se presentó voluntario
para efectuarla debido a su estrecha amistad con el capitán De las Morenas. Llegó a Baler el 15 de febrero.

17
 ARTÍN CEREZO, S. Op. cit.
M
18
Los soldados fueron Marcelo Adrián, Antonio Bauzá, Ramón Boades, Gregorio Catalán, José Chamizo, Santos
Roncal, Marcos José, Marcos Mateo, Miguel Méndez, Ramón Mir.
19
 Cuando entraron en la iglesia, el teniente Vigil de Quiñones casi llorando le entregó a Olivares su reloj de bolsillo en
reconocimiento por la hazaña que habían hecho. Aquel reloj, «que marcó las últimas horas del Imperio Español» fue
devuelto por el cabo Olivares al hijo de Vigil de Quiñones, acompañado de una emotiva carta fechada en Caudete,
el 4 de marzo de 1946.
20
 Ganaron espacio y seguridad, pudieron abrir las puertas y dejar pasar el sol y el aire por primera vez en cinco meses,
limpiaron el corral de restos fecales e inmundicias y abrieron un pozo ciego al otro lado de la pared, repararon los
agujeros del techo y lo afirmaron en las cornisas con unos clavos de la comandancia.
21
 Dos hombres salían diariamente a recoger hojas de calabacera, naranjas de la plaza y varias hierbas con las que se
complementaba el rancho. Además, previsoramente, sembraron un pequeño huerto en la trinchera al lado de la
puerta este.
22
 El asunto se retrasó porque el 13 de diciembre, en un rocambolesco episodio, el desertor Paladio Paredes se
presentó en Manila, diciendo que el destacamento se había rendido y sus hombres estaban prisioneros desde
octubre. Finalmente, el capitán Jesús Roldán Maizonada, que estuvo prisionero en San Isidro, fue quien confirmaría
la noticia de El Español tras ser liberado, el destacamento seguía combatiendo.
Consiguió parlamentar con los sitiados y preguntó por el capitán De las Morenas a fin de entregarle la si-
guiente orden escrita:

«Habiéndose firmado el tratado de paz entre España y los Estados Unidos, y habiendo sido
cedida la soberanía de estas islas a la última nación citada, se servirá usted evacuar la plaza,
trayéndose el armamento, municiones y las arcas del tesoro, ciñéndose a las instrucciones
verbales que de mi orden le dará el capitán de Infantería don Miguel Olmedo y Calvo.– Dios
guarde a usted muchos años.– Manila, 1 de febrero de 1899.– Diego de los Ríos. Señor Co-
mandante Político Militar del Distrito del Príncipe, capitán de Infantería D. Enrique De las
Morenas y Fossi».

La desconfianza sobre la autenticidad de Olmedo tras lo ocurrido en diciembre con Belloto23 y la necesidad
de ocultar la muerte del capitán, dieron al traste con el encuentro. Poco ayudaron el hecho de presentarse
de paisano y la propia redacción de la orden que el teniente Martín halló poco fiable: «¿las arcas del teso-
ro?», además iba dirigido al «Señor Comandante Político Militar del Distrito del Príncipe, capitán de Infante-
ría D. Enrique de las Morenas y Fossi», una redundancia inusual. Una orden de esa relevancia exigía para su
ejecución la certeza de su autenticidad y este no era el caso. Le dijo que se marchase, que ya le contestaría.
369
Olmedo estuvo unos días esperando la respuesta en la casa del gobernadorcillo, confirmando así, de
pleno, las sospechas del teniente Martín de que Olmedo debía ser algún jefe insurrecto. Después de
cinco días de intentar en vano un nuevo parlamento, Olmedo regresó a Manila. No entendía nada y
quedó verdaderamente frustrado de que su amigo no le hubiera atendido. Obviamente desconocía su
muerte. En abril regresó a la Península, manifestando sus sospechas sobre lo que sucedía en Baler y su
preocupación por lo que pudiera ocurrirle a su amigo De las Morenas. A partir de aquí, parte de la prensa
nacional publicó barbaridades como que el padre Carreño estaba amenazado por los del pueblo y, para
salvarse, obligaba al destacamento a resistir y que, al capitán, que era partidario de capitular, lo habían
matado o estaba preso. La confusión se apoderó de la opinión pública española hasta incluso después
de la capitulación.

Antes de esto, a su regreso a Manila, Olmedo remarcó en su informe que los sitiados no obedecerían orden
alguna que no fuera avalada por fuerza española y que la evacuación se efectuara por mar. También dio
conocimiento al arzobispo Nozaleda de la presencia de cuatro franciscanos en Baler24.

Los americanos no autorizaron el desplazamiento de fuerzas españolas, pero, tras conversaciones con el
general de los Ríos y el arzobispo Nozaleda, el almirante Dewey decidió enviar al cañonero USS Yorktown a
Baler con una carta escrita en español para entregársela al jefe de las tropas españolas indicando el origen
y el propósito de su llegada.

La misión del USS Yorktown, que permaneció fondeado en la ensenada de Baler entre el 11 y el 14 de abril
de 1899, fue un cúmulo de despropósitos, un fiasco que acabó con la captura de los primeros prisioneros
americanos en poder de los filipinos y el desánimo entre muchos de los sitiados que vieron perderse con
la estela del barco, que creyeron era español, la última oportunidad de ser socorridos. Sin embargo, esa
última oportunidad estaba por llegar y de ella hablaremos en su momento.

23
 El capitán Calos Belloto Valiant, estando prisionero en San Isidro fue obligado a ir a Baler como parlamentario.
La oportunidad de que un oficial español, a quien el teniente Martín conocía, pudiera traer noticias fidedignas, le
hizo aceptar una tregua que solicitaron para poder efectuar el parlamento. Respondió de palabra al emisario que
aceptaba y esperaría al capitán en la plaza. Salió jugándose la vida y esperó un rato, pero como nadie se presentó,
dio orden de disparar a quien se acercase pensando que todo había sido un engaño para conocer su reacción. Lo
cierto es que Belloto, que no quería traicionar a sus compañeros, dilató la salida argumentando que no acudiría
hasta no tener seguridad por escrito de que los sitiados aceptaban la tregua. Cuando enviaron a alguien al efecto,
fue recibido a tiros y Belloto se salió con la suya.
24
 Además de la muerte del capitán ignoraba la del padre Carreño. El cuarto franciscano era Mariano Gil Atienza, que
estuvo preso en el pueblo desde noviembre de 1898 hasta marzo de 1899.
Desde enero a la capitulación
Después de la quema del pueblo y hasta final de marzo llegó un período de transición. Los filipinos, apro-
vechando la noche, acometieron la construcción de una nueva trinchera a unos 400 m de la zona noroes-
te-suroeste de la iglesia. Esto permitió a los españoles salir durante varias semanas al aire libre por el muro
este con relativa tranquilidad hasta el momento que el trazado alcanzó la plaza y comprometió en adelante
aquellas salidas.

Puertas adentro, el 25 de febrero, se descubrió un complot en el que el cabo González Toca, los soldados
Menache y Alcaide no solo tenían pensado desertar, sino inducir al resto a que los siguieran. El plan se
descubrió en unas diligencias que abrió el teniente Martín tras la fallida deserción de Menache. Los tres
fueron encerrados y engrilletados en el baptisterio, con un vigilante día y noche en la puerta. El desgaste
del sitio, la presión diaria que soportaban, el hambre, la muerte de los compañeros y la incertidumbre sobre
su situación acabó haciendo mella en todos, la mayoría admirablemente lo superaban, para otros desgra-
ciadamente, el desánimo se convirtió en traición.

A partir del 30 de marzo aumentaron los efectivos que sitiaban la iglesia hasta quinientos y comenzaron a
370 utilizar una pieza de artillería traída desde el arsenal de Cavite.

En abril, la captura de los marineros del USS Yorktown hizo temer a las tropas de Baler que los americanos
pusiesen allí el foco de sus operaciones, endurecieron los combates y multiplicaron los intentos de par-
lamento. Incluso el día 20 intentaron quemar nuevamente la iglesia 25 por la pared norte. La opción para
rechazar a los filipinos allí agazapados era efectuar una peligrosa salida, pero en ese momento, el teniente
Vigil sacó el brazo empuñando su revolver por la aspillera del altar y, arriesgándose a que se lo cercenasen
de un machetazo, disparó hacia dónde venían los ruidos logrando poner en huida a los asaltantes. Al día
siguiente vieron la hierba aplastada y unos haces de leña colocados para que ardiese la sacristía.

A partir de estas fechas, la cuestión de la comida, el hambre, marcará el sino del asedio. Recapitulando,
conocemos los víveres existentes a partir del 18 de octubre, fecha en la que el teniente Martín asumió
el mando del destacamento26. Con ellos se fue elaborando el rancho, que a mediados de diciembre se
«enriqueció» con las plantas que recogían, que, si bien aportaban la salvadora tiamina, mucha hambre no
quitaban. En enero comenzaron a comerse los roedores, reptiles, pájaros, insectos y cualquier animal que
se despistara cerca de la iglesia. Fue entonces cuando el teniente Martín pidió al padre López los sesenta
cavanes de palay27. A partir de entonces, la base de la alimentación se limitó a la morisqueta 28 con un
añadido de hierbas y hoja de calabacera. En febrero se quedaron sin harina y, por ende, sin pan, aunque
milagrosamente aparecieron frente a la iglesia unos carabaos con los que se dieron un festín de carne du-
rante unos días29.

El 8 de abril, se acabó el tocino y el rancho se redujo a 3 kg de habichuelas por la mañana y otros tantos
por la tarde, algo de mongo30, unos 2 kg de arroz a repartir entre todos y dos latas de sardinas31 por cabeza,
todo mezclado con hojas cocidas de calabacera.

Días más tarde, el 24, se terminaron las habichuelas y el café, limitándose a partir de entonces el rancho
a unas hojas de naranjo hervidas para el desayuno, y en las comidas 5 kg de arroz a repartir entre toda la
fuerza y dos latas de sardina por individuo. A estas alturas habían casi asolado de tallos y plantas los al-
rededores y resultaba difícil encontrarse con algún pájaro, reptil o roedor que echarse a la boca. Aunque
llevaban pasando hambre más de nueve meses, desde ahora serán conscientes de que las posibilidades de
25
 La primera vez fue el 7 de agosto, gracias a la información que dio el desertor Caldentey.
26
 765 kg de harina (más 1.150 en muy mal estado), 100 kg de garbanzos (más 250 en muy mal estado), 387,5 kg de
habichuelas, 125 kg de arroz, 150 kg de mongo, 45 kg de café (más 15 en mal estado), 161 kg de azúcar, 37,5 l
de aceite, 6 kg de manteca, 607 kg de tocino, en mal estado), doce mil latas de sardina, sesenta cavanes de arroz.
27
 El palay había que descascarillarlo, una laboriosa tarea de dos horas diarias que se sumaba a la debilidad y el
cansancio de los soldados francos de servicio. Del palay se aprovechaba solo un tercio después de pelado y, lo que
resulta irónico, con la cáscara tiraban una valiosa aportación de Vitamina B1.
28
 Arroz cocido sin sal.
29
 Con las pieles hicieron unas alpargatas que sustituyeron a las de madera.
30
 Especie de judía, más pequeña que una lenteja.
31
 Como la mayoría de ellas estaban podridas, los soldados se reunían para repartirse las que se podían aprovechar.
seguir engañando al estómago son cada vez menos. El teniente Martín, que se las ingeniaba para estirar
los remanentes, se planteó que cuando solamente tuviese para dos o tres días habría llegado el momento
de salir a la desesperada e intentar llegar a Manila.

El 7 de mayo una bala penetró por una de las aspilleras rebotó en la pared y terminó impactando en el
pecho del centinela Salvador Santamaría Aparicio, que falleció cinco días después.

El 8 un cañonazo impactó en el baptisterio, abriendo un boquete e hiriendo a los tres presos, que fueron
trasladados a la nave atados con grilletes para ser curados. En un descuido durante el reparto del rancho, el
soldado José Alcaide Bayona consiguió liberarse y escapar por una ventana. Su evasión fue un duro golpe
para el destacamento. El desertor conocía la escasez de víveres que padecían y detalles que comprome-
tían la continuidad de la defensa y los planes de salida. El teniente Martín, viendo el desánimo que había
cundido, reunió a todos para minimizar la situación y animarlos.

El 19 de mayo, Marcos José Petanas murió por una disentería que venía arrastrando y ese mismo día hubo
de reducirse la ración de arroz. La debilidad de muchos de los soldados era notoria, pero seguían cum-
pliendo con entereza sus deberes de centinela, ayudados por los que mantenían algo más de fuerzas, eran
trasportados hasta su posición y tras ser literalmente colocados en su puesto, realizaban la guardia senta- 371
dos en una silla o recostados en la pared, «llegó a darse el caso de algunos soldados que se tiraron de las
camas donde convalecían y arrastrándose hasta su posición de combate, ayudaron a repeler los ataques
del enemigo»32.

Las confidencias del desertor Alcaide dieron suficiente información a los sitiadores para que la noche del
28 se acercaran sigilosamente a la pared oeste del corral, abriesen un boquete en una ventana y ampliaran
desde fuera el urinario. El objeto era hacerse con el control del pozo e impedir el abastecimiento de agua.
El centinela avisó al oír unos ruidos, pero en la oscuridad no se apreció nada. El teniente previsoramente
reforzó con otro centinela la vigilancia de los patios.

A la mañana siguiente pudieron ver los destrozos y al intentar acceder al corral, fueron sorprendidos por una
descarga de fusilería. Ante esta peligrosa situación, el teniente Martín situó a sus mejores tiradores sobre el
muro que separaba los dos patios y se posicionó con cinco soldados33 pertrechados con azadones y palas,
a una señal, los tiradores hicieron puntería sobre las diminutas aspilleras por donde disparaba el enemigo
y arriesgando su vida, revolver en mano, el teniente Martín dirigió a los cinco soldados hasta lograr cegar
los orificios. La celeridad en la maniobra permitió retomar el control del pozo sin tener que lamentar bajas.

Pero los atacantes permanecían pegados al muro esperando volver a intentarlo. La astucia llevó entonces a
una brillante argucia, hirvieron agua en dos calderos y con ayuda de un palo a cuyo extremo se había atado
una lata, la vertieron sobre los que se parapetaban tras la pared. El agua hirviendo al caer sobre los filipinos
hizo estragos y en pocos minutos los que no murieron por las balas españolas cuando intentaban regresar a
su trinchera, lo hicieron por las graves quemaduras. El resultado, después de tres horas de combate, fueron
varios heridos y diecisiete muertos que quedaron diseminados en tierra de nadie sin poder ser retirados
hasta después de la capitulación.

El general de los Ríos realizó un último intento de socorrer al destacamento. Desde Zamboanga, donde di-
rigía la repatriación de las tropas españolas de Mindanao y Joló, mandó a Baler a bordo del vapor Uranus, a
un hombre de su confianza, el teniente coronel de Estado Mayor Cristóbal Aguilar y Castañeda y una orden
para conducir con él al destacamento hasta Manila:

«[…] Habiéndose firmado y ratificado el tratado de paz entre el gobierno español y el de los
Estados Unidos y cediéndose, con arreglo a él, a la nación últimamente citada la soberanía
de Filipinas, se servirá usted evacuar la plaza de Baler con arreglo a las instrucciones verbales
que le comunicará el teniente coronel de E.M. don Cristóbal Aguilar que marcha en el vapor
Uranus. Dios que a usted guarde muchos años. Zamboanga, 24 de mayo de 1899. Ríos. Al
comandante del destacamento de Baler».

 Notas personales del teniente Martín Cerezo. Archivo familiar.


32

 Pérez Leal, Chamizo Lucas, Gopar Hernández, Hernández Arocha y Cervantes Dato.
33
El Uranus fondeó en la ensenada de Baler la mañana del día 29 mayo, pudiendo percibir el nutrido fuego
que aún se sostenía en la iglesia. El teniente coronel Aguilar negoció con el jefe de las fuerzas sitiadoras
teniente coronel Simón Ocampo Tecson –jefe de las fuerzas sitiadoras en esos momentos–, logrando un
acuerdo que permitía la liberación del destacamento, portando inclusive su armamento. Aunque también
intentó que los frailes formasen parte de la partida, los filipinos se negaron rotundamente manifestando
que los religiosos ya eran prisioneros suyos cuando entraron en la iglesia y no compartían la misma situa-
ción que los militares españoles.

Aguilar sostuvo dos parlamentos con el teniente Martín sin poder lograr su objetivo. Sus modales y com-
portamiento generaron dudas entre muchos de los sitiados que lo vieron como un oficial del Ejército espa-
ñol, aunque la mayoría, al igual que el teniente, consideraron que se trataba de un desertor. En resumen,
después de varias negativas a cumplir la orden del general, el teniente Martín manifestó que únicamente
abandonaría Baler si este aparecía con fuerza española para tal fin o en todo caso en persona y mintió
intencionadamente diciendo que contaban con víveres y munición suficientes hasta el 15 de agosto, te-
niendo previsto emprender la marcha a Manila el 11. Aguilar hubo de resignarse a la evidencia, le dijo que
desperdiciaba la última oportunidad de ser socorrido y se despidió deseándoles suerte y dejando sobre la
trinchera unos periódicos españoles34.
372
Antes de abandonar Baler, el 31 de mayo, Aguilar escuchó de los desertores una absurda versión que expli-
caba, según ellos, el extraño comportamiento de los sitiados. Habían asesinado al capitán De las Morenas
y al teniente Alonso con objeto de apoderarse de unos doce mil duros que había en la caja de la coman-
dancia y, por eso, se negaban a capitular o presentarse a los emisarios españoles que se enviaban a Baler.

Cuando llegó a Manila, entregó su informe a de los Ríos en el que afirmaba que su misión había fracasado
porque se tropezó con una obstinación jamás vista o con un espíritu perturbado35.

De los Ríos antes de zarpar envió un telegrama al ministro del Ejército (general Polavieja) informando de
la negativa del teniente Martín a evacuar Baler y dejando en el aire alguna sospecha. Todo resultaba muy
extraño y nadie encontraba razones para justificar tanta tozudez. Solo unos pocos defendían a estas alturas
el honor de los sitiados.

En Baler, el teniente Martín se hacía su composición de lugar. Si como afirmó el teniente coronel Aguilar en
uno de los parlamentos, los sitiadores esperaban su rápida rendición, era probable que se confiaran y rela-
jasen la vigilancia, ofreciéndoles la oportunidad de salir a la desesperada. La rendición no la contemplaba
de ninguna manera. Echando un vistazo a las provisiones comprobó las existencias, solamente quedaba
algo de arroz y unas pocas latas de sardinas, definitivamente, pensó que había llegado el momento. Sal-
drían el primero de junio.

Al amanecer de este día, seleccionaron los fusiles en mejores condiciones y quemaron los catorce Máuser
sobrantes junto a un rifle y un fusil Remington. Se repartió municiones para cada uno e inutilizaron las so-
brantes, asimismo, se entregó una manta por individuo.

Los dos presos, suponían un estorbo para los planes de salida, pero, aun así, el teniente Martín decidió
llevarlos. Mientras el resto estaba con los preparativos, se acercó al calabozo para hablar con ellos y con-
vencerlos para que marchasen con ellos. La reacción contraria y violenta de estos le hizo entender que
suponían un peligro para la suerte de todos. La decisión a la que se resistía resultó inevitable. Salió al patio,
eran entre las once y doce de la mañana y llamó aparte a los soldados Ramón Mir Brils y Ramón Buades
Tormo, dos de los mejores tiradores del destacamento. Cada uno apuntó a un preso a la cabeza y a la orden
dispararon36.

Este asunto es uno de los más controvertidos del asedio. A este respecto, cabe decir que el teniente Martín
informó oportunamente de lo sucedido a su llegada a Manila y que, a su vuelta a España, en abril de 1900

34
 Al médico y a los frailes, la tipografía, el papel y el estilo editorial de aquellos periódicos les parecían auténticos,
pero el teniente Martín estaba convencido de que solo eran unas burdas falsificaciones.
35
 AGMS. Informe sobre la comisión Aguilar al general Ríos. Expediente personal del teniente coronel Cristóbal
Aguilar y Castañeda. Leg. A-361.
36
 Fueron enterrados entre la trinchera y la esquina este de la fachada principal.
se abrió una causa para dictaminar si hubo alguna responsabilidad penal en los fusilamientos que se cerró
con el sobreseimiento definitivo de la misma en octubre de 1902.

El teniente Vigil, hombre de profundas convicciones religiosas, se lamentó de que no se hubiese dado
consuelo espiritual a los fusilados y afirmó que la manera en la que se efectuó debiera haberse adaptado a
lo establecido por las leyes. Algo en lo que coincidió el cabo José Olivares Conejero.

Los sitiadores conscientes de que el momento de la salida estaba cerca, habían extremado la vigilancia.
El día señalado, el cielo estaba despejado y había mucha claridad. No hubo más remedio que posponer
la salida para la noche siguiente. Cuando amaneció el día 2, el teniente volvió a ojear los periódicos. Una
sencilla noticia que leyó en La Correspondencia Militar del 6 marzo 1899 llamó su atención. Dentro de la
sección dedicada a movimiento de personal, el segundo teniente de la Escala de Reserva, Francisco Díaz
Navarro, pasaba destinado a Málaga.

Martín conocía a este oficial. Habían sido sargentos e íntimos amigos en el Regimiento Borbón n.º 17 de
Málaga. Al ascender a teniente, Navarro fue destinado a Cuba y Martin a Filipinas. Finalizada la guerra en
Cuba, Navarro tenía intención de regresar destinado a Málaga, donde residía su familia y su novia. Esto no
podía ser inventado y efectivamente los periódicos eran españoles y las noticias verdaderas. España ya no 373
ejercía ninguna soberanía sobre Filipinas y mantener la posición carecía de sentido.

¿Qué hacer ahora? Convencido ya de la pérdida de Filipinas y pensando en la mejor solución para los
soldados, se decidió por la capitulación. La salida al bosque, dadas las circunstancias, sería llevar a sus
hombres a una muerte segura.

Cuando fueron conscientes de la realidad, la decisión a tomar, dividió a los sitiados. El teniente médico
Vigil de Quiñones era inicialmente uno de los acérrimos defensores de fugarse al bosque, prefería morir
luchando que caer miserablemente en manos de los insurrectos, pero terminaría cediendo con la premisa
de capitular solamente si los sitiadores aceptaban las cláusulas que ellos redactasen. Para los dos frailes
la fuga no era viable y optaban por la capitulación. Algunos soldados llegaron a llorar de rabia e impoten-
cia, seguían siendo partidarios de la salida al bosque ¿Aceptarían los sitiadores una capitulación honrosa
cuando aún tenían cadáveres diseminados alrededor de la iglesia? En su opinión les esperaría el maltrato
o la muerte porque no respetarían la capitulación. Otros se mostraban partidarios de seguir lo que dijese
el teniente, él los había liderado hasta ahora y si decía que lo mejor era capitular, no tenían dudas, obede-
cerían. El convencimiento de que el jefe de las tropas sitiadoras fuera el teniente coronel Aguilar, ayudó a
que muchos se decantasen por la capitulación.

Finalmente, el teniente Martín redactó una nota con las cláusulas que solamente se firmarían en el supuesto
de que los sitiadores previamente se comprometiesen a aceptarlas, caso contrario, no capitularían y antes
que rendirse saldrían a vida o muerte de la iglesia.

Enarbolaron la bandera blanca, el teniente ordenó al corneta tocar atención y llamada. Santos González
Roncal, ferviente defensor de no rendirse, entonó el toque más amargo de su vida. Desde las trincheras de
los filipinos, se escuchaban gritos de ¡amigos, amigos!

Enseguida llegaron el teniente coronel Tecson y sus oficiales, sacaron una mesa de la iglesia y se sentaron
los oficiales españoles y los dos religiosos frente a los oficiales filipinos. Habló el teniente Martín: «[…] aún
tenemos víveres para varios días, pero deseamos capitular honrosamente, pero les pedimos sinceridad, si
no van a respetar las cláusulas que les proponemos, díganlo ahora, porque en ese caso no aceptaremos
otras condiciones, lucharemos hasta morir y moriremos matando».

El teniente coronel Tecson asintió, «admitiremos los términos siempre que no resultaran denigrantes para
nosotros». El teniente Vigil, pidió que los dos frailes firmasen el Acta de Capitulación y el padre Minaya,
hablando en nombre de ambos religiosos, declinó diciendo que ellos no tenían representación oficial para
poder hacerlo.

El acta que firmaron las dos partes es la que sigue:

«En Baler, a los dos días del mes de junio de mil ochocientos noventa y nueve, el 2.º teniente
comandante del destacamento español D. Saturnino Martín Cerezo, ordenó al corneta que to-
case atención y llamada, izando bandera blanca en señal de Capitulación, siendo contestado
acto seguido por el corneta de la columna sitiadora y reunidos los Jefes y Oficiales de ambas
fuerzas transigieron en las condiciones siguientes:

PRIMERA. Desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes beligerantes.

SEGUNDA. Los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna
sitiadora, como también los equipos de guerra y demás efectos pertenecientes al Gobierno
Estado Español.

TERCERA. Que en consideración a que la soberanía de España en estas islas ha dejado de


existir, no queda como prisionera de guerra la fuerza sitiada, siendo conducida por las fuerzas
republicanas a donde se encuentren fuerzas españolas o lugar seguro para poderse incorporar
a ellas.

CUARTA. Respetar los intereses particulares sin causar ofensa a las personas.

Y para los fines a que haya lugar, se levanta la presente acta por duplicado, firmándola los
señores siguientes: El teniente coronel. Jefe de la columna sitiadora, Simón Terson. El coman-
374 dante, Nemesio Bartolomé.

- Capitán, Francisco T. Ponce. 2.º teniente comandante de la fuerza sitiada, Saturnino Martín.
El Médico, Rogelio Vigil».

Terminaba así el sitio de Baler, ejemplo de resistencia y superación ante la adversidad, como sus sitiadores
tuvieron la grandeza de reconocer. Cuando lo fácil hubiera sido ceder, ellos antepusieron su deber a cual-
quiera otra circunstancia, en la iglesia de Baler, lo colectivo, es decir, el compromiso que los había llevado
hasta allí: defender un territorio español, siempre se situó por encima de lo personal.

Después de la capitulación, los padres López y Minaya permanecieron en Baler. No regresarían a Manila
hasta agosto de 1900 después de haber sido liberados el 3 de junio de 1900 por una columna americana.

La columna con los españoles salió de Baler el 7 de junio por la tarde, el 9 llegaron a Pantabangán donde
permanecieron tres días. La noche del 11 un grupo de hombres armados con bolos y fusiles atacaron el
alojamiento que compartían los oficiales españoles y algunos soldados. Al teniente Vigil lo encontraron ma-
niatado en el suelo, mientras que algunos soldados y el teniente Martín lograron salvar la vida saltando por
la ventana. El asalto estuvo instigado por los desertores españoles con la connivencia de algunos filipinos
y el objetivo principal no era otro que el jefe del destacamento. Al día siguiente, camino de Bongabong
robaron toda la documentación del destacamento y el equipaje que iban a lomos de un carabao escoltado
por el cazador Domingo Castro Camarena, al que le dieron una soberana paliza. El 14 llegaron a Caba-
natuán. En el hospital atendieron al teniente Martín y un soldado herido en el ataque del día 11. En este
punto quedaron varios días, mientras la columna que los escoltaba siguió su camino hasta Nueva Vizcaya.

EL DECRETO DE AGUINALDO

El 23 de junio una comisión española enviada por el general Nicolás Jaramillo se encontraba en Tarlac
negociando la liberación de los prisioneros españoles. Por entonces ya conocían que los de Baler habían
capitulado. Las conversaciones se prolongaron varias jornadas sin avances sustanciales, salvo alguna con-
cesión como la liberación de los prisioneros enfermos.

La delegación española aprovechó entonces para solicitar la liberación del destacamento de Baler y el día
30, el presidente de la comisión filipina entregó al de la española el ya famoso decreto en el que se conce-
día la libertad a los héroes de Baler:

«Habiéndose hecho acreedoras a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarne-
cían el destacamento de Baler, por su valor, constancia y heroísmo de aquel puñado de hom-
bres, que aislado, sin esperanzas de auxilio alguno, ha defendido su bandera por espacio de
un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del
Cid y de Pelayo, rindiendo culto a las virtudes militares, e interpretando los sentimientos del
ejército de la República, que bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi Secretario de
Guerra y de acuerdo con el Consejo de Gobierno vengo en disponer lo siguiente: Artículo úni-
co: Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas, no serán considerados como
prisioneros, sino por el contrario, como amigos y en su consecuencia se les proveerá, por la
capitanía general, de los pases necesarios para que puedan regresar a su país. Dado en Tarlac
a 30 de junio de 1899. El presidente de la República.– Emilio Aguinaldo».

Hay muy pocos testimonios como este en la Historia. El reconocimiento que este texto transmite conduce
a una palabra que define tanto al redactor, entendiéndose por tal al pueblo filipino y no solo a Emilio Agui-
naldo, como a aquellos a quienes va dirigido el decreto, nuestros héroes de Baler: grandeza.

El día antes de la firma del decreto, Aguinaldo envió un telegrama a Cabanatuan, ordenando el traslado de
los españoles a Tarlak, a donde llegaron el 3 de julio tras pasar por Aliaga, Zaragoza y Paz.

Aguinaldo envió a uno de sus ayudantes para entregar a los oficiales y soldados un periódico en el que se
había publicado el famoso decreto. Dos días más tarde, la comisión española se hizo cargo del destaca- 375
mento y un grupo de prisioneros. Por vía férrea viajaron a Ángeles. En este pueblo el general Mascardó los
hospedó y ofreció un banquete y un baile en su honor. El 6 continuaron hasta Bacolor para cruzar a zona
controlada por los americanos y posteriormente a San Fernando, donde por fin tomarían el tren a Manila.

MANILA Y EL REGRESO A ESPAÑA

A su llegada a Manila se alojaron en el Palacio de Santa Potenciana, el día 7 el fotógrafo Amaro López,
tomó la famosa fotografía de grupo en la que no aparece el teniente médico Vigil de Quiñones.

El teniente Martín estuvo guardando reposo hasta el 14 convaleciente de la dislocación del pie derecho su-
frida durante el asalto en Pantabangán, los dos cabos y varios soldados pasaron toda la estancia en Manila
ingresados en el hospital. En la capital recibieron infinidad de invitaciones, homenajes y hasta algún dinero.

El 10 de julio el jefe del destacamento entregó el diario de operaciones del sitio en el que hace una reco-
pilación de los principales acontecimientos que allí sucedieron. Además, los dos tenientes dieron curso a la
instancia de solicitud de apertura de juicio contradictorio para depurar el derecho que pudieran tener a la
Cruz de San Fernando los oficiales y soldados que constituyeron el destacamento.

El 14 de julio el ministro de la Guerra, general Polavieja, envió un telegrama desde Madrid en el que so-
licitaba la apertura de un expediente para esclarecer la conducta del destacamento de Baler, el conocido
como Expediente de Manila. El ministro necesitaba conocer los detalles de lo que había sucedido durante
el sitio antes de la repatriación de la fuerza. Las declaraciones del general De los Ríos que, entre otras co-
sas, decía que la guarnición había matado al capitán De las Morenas y no se rendía para evitar el castigo,
causaron un gran revuelo y era preciso aclarar la situación. El día 9 el general Jaramillo remitiría la primera
versión oficial con el siguiente telegrama:

«General Jaramillo a ministro de la Guerra; El jefe del destacamento de Baler no cumplimentó


las órdenes del capitán general, por no creerlas verídicas y haberse ya tratado de engañarle.
Desarrollada epidemia de beriberi en destacamento por malas condiciones, fallecieron el cura
párroco, capitán Las Morenas, teniente Juan Alonso y 18 tropa, dos a consecuencia heridas.
Sus narraciones satisfactorias; opinión pública muy levantada en favor destacamento, que ca-
pituló el 2 junio por falta de víveres. – Jaramillo».

Las actuaciones en relación con el expediente comenzaron el 18. En el mismo se incluyeron el diario de
operaciones, el informe de la comisión del teniente coronel Aguilar, la relación nominal de integrantes,
heridos, fallecidos, víveres, municiones y ropas de la enfermería, además del acta de capitulación.
Desde el 19 hasta el 24 de julio declararon, además de los tenientes Martín Cerezo y Vigil de Quiñones,
los cabos Jesús García y José Olivares, el cometa Santos Gonzáles y los soldados Marcelo Adrián, Ramón
Boades, Domingo Castro, Luis Cervantes, Juan Chamizo, Loreto Gallego, José Hernández, José Jiménez,
Ramón Mir, Francisco Real y Pedro Vila. En total dieciséis de los 33 militares supervivientes.

El expediente se cerró el 27, una vez instruidas las diligencias más importantes para el esclarecimiento de
los hechos y finalmente viajó con los supervivientes hasta Barcelona a bordo del Alicante, que atracó en la
ciudad condal el 1 de septiembre de 1899.

376

Supervivientes de Baler. El sitio de Baler: (notas y recuerdos). Biblioteca Virtual de Defensa, sig. 1904-131

LOS DEFENSORES DE BALER

La mañana del viernes 1 de septiembre de 1899 fondeaba en el puerto de Barcelona el vapor Alicante pro-
cedente de las islas Filipinas. Tras una navegación de poco más de un mes, un total de doscientos veinte
pasajeros –militares, funcionarios, religiosos y particulares– ponían pie en la patria después de haber vivido
en primera persona las revueltas de la insurgencia tagala y la pérdida del distrito de Filipinas a manos de la
nueva potencia mundial, los Estados Unidos de Norteamérica. No se trataba de la primera expedición de
repatriados que alcanzaba aquel puerto, ni sería la última de las muchas que durante los siguientes meses
traerían de regreso a miles de españoles. Sin embargo, esta vez la expectación era incomparable: entre los
ciento diecinueve pasajeros que tenían como destino final la ciudad condal se encontraban 33 de los 35
supervivientes de la defensa de la posición de Baler, ejemplo de heroísmo, constancia, empeño y voluntad
de victoria ante las mayores adversidades.
Para aquellos soldados la llegada a la patria –con la que tanto habían soñado durante los meses de su
defensa– constituía un momento de emociones encontradas. Orgullosos de saberse fieles cumplidores del
deber de manera épica, gloriosa y ejemplar, sentían a su vez la pena de no poder compartir el momento
con los compañeros fallecidos durante la defensa. Echaban también en falta a los padres franciscanos Juan
López y Félix Minaya, supervivientes al asedio y prisioneros aún del Ejército Revolucionario filipino. Aunque
ausentes en la formación estaban muy presentes en el recuerdo de sus compañeros mientras escuchaban
las palabras que les dirigía en Capitanía el capitán general Eulogio Despujol, conde de Caspe: «Recordad
sin jactancia, pero con orgullo, que formasteis parte del destacamento de Baler» 37. Durante el resto de sus
días, los héroes de Baler recordaron con modestia su gesta, sin utilizar su heroicidad y sin ensuciarla por
ello. Porque la humildad, si cabe, hace más grande al héroe.

La misma tarde de su desembarco tuvo lugar en el cuarto de banderas del acuartelamiento Jaime I de
Barcelona un banquete organizado por los cuerpos de la guarnición. El ayuntamiento de la ciudad también
quiso participar en el recibimiento y decoró el salón sin escatimar en gastos. Indudablemente, para los
homenajeados tuvo un especial significado que los propios oficiales de los batallones de Navarra y Albuera
fueran los encargados de servirles personalmente durante el banquete en señal de respeto y admiración.

Este gesto no era el primer reconocimiento que les ofrecían sus compañeros de armas. El sábado 29 de 377
julio –mientras ultimaban los trámites de repatriación en el depósito de transeúntes de Manila– recibieron
un regalo muy especial: La Placa de Manila, una preciosa obra de orfebrería montada en los talleres del
artesano manileño Zamora y cuyo coste había sido sufragado por los jefes y oficiales del Arma de Infantería
presentes en la capital del archipiélago a la llegada del destacamento. Las de los dos oficiales eran una
plancha alegórica del escudo de España en oro y brillantes, representando una al arma de Infantería, me-
diante una palma y un sable entrelazados en su parte inferior y la otra al Cuerpo Sanidad Militar, mediante
dos palmas cruzadas. Las destinadas a la tropa eran de plata. Todas ellas presentaban una placa transversal
con la dedicatoria «Al destacamento de Baler. El general jefe y oficiales del arma de Infantería presentes en
Manila a su llegada el 8 de julio de 1899. Recuerdo dedicado al (empleo y nombre del militar)». Asimismo,
durante el resto de sus días guardarán en un lugar especial el Álbum de Baler, una pequeña libreta de 43
páginas encuadernada en cartoné y revestida de raso con los colores de nuestra bandera nacional que con-
tiene los autógrafos de los 33 militares supervivientes. La iniciativa, impresión y desembolso corrió a cargo
de Luis Jordán y Larré, oficial 1.º de Administración Militar que realizó el viaje de repatriación en compañía
de su mujer e hijos junto al destacamento. En las páginas iniciales, una dedicatoria:

«A los héroes de Baler: No reparéis en la humildad de este obsequio, advertid solo en él un


pálido reflejo de la aureola que se percibe y extiende por el engarce brillante de vuestros nom-
bres [...] permitidme pues, últimos colosos del siglo XIX que mi espíritu se fortalezca y sienta
inefable placer en enlazar aquí a los vuestros mi nombre obscurecido y con febril anhelo aspire
a que ese generoso patriotismo rebose en los pechos de los hijos todos de la noble España,
en la medida grande y con la santa elevación de sentimientos de que en Baler disteis vosotros
virtuosísima, heroína e imperecedera prueba. Manila, 25 de julio de 1899. Vuestro admirador,
Luis Jordán Larré»38.

La vuelta al hogar
El día 3 de septiembre, el destacamento fue licenciado y sus componentes emprendieron la primera de
largas jornadas de regreso a sus localidades de procedencia. El grupo más numeroso partió hacia Zara-
goza ese mismo día «sin que nadie se tomara la molestia de darles la despedida»39. El recibimiento en sus
localidades natales fue desigual. Algunos ayuntamientos recibieron con grandes celebraciones y banda de
música a su héroe de Baler. Otros de los héroes, sin embargo, no tuvieron recibimiento alguno o incluso
–como es el caso del corneta Santos González Roncal– tuvo que pasar la noche al raso al no ser reconocido
por su madre a su llegada. La suerte corrida por los supervivientes también fue diversa.

37
 
La Época. Viernes, 1 de septiembre de 1899, n.º 17.686. Año II.
38
 
Álbum de Baler. pp. 2-3. Impreso en julio de 1899 en los talleres de Chofré y Cía. de Manila.
39
 
Revista Iris, septiembre 1899.
Saturnino Martín Cerezo: natural de la localidad cacereña de Miajadas. Recibe dos ascensos por mérito
de guerra por la defensa de Baler y pasa con el empleo de capitán a situación de reserva, no volviendo
a ostentar mando en tropa. Tras pasar juicio contradictorio, se le concede la Cruz de segunda clase de la
Real y Militar Orden de San Fernando, pensionada con 1000 ptas. anuales y antigüedad de 2 de junio de
189940. Se establece en Madrid donde contrajo nupcias con Felicia Bordallo, naciendo del matrimonio
cuatro hembras y un varón41. A finales de 1904 plasmó sus memorias en el libro El sitio de Baler. Notas y
recuerdos, obra que posteriormente será traducida a lengua inglesa, convirtiéndose en lectura recomen-
dada en las principales academias militares. Nunca olvidó a sus hombres, ya fuese facilitándoles medios de
subsistencia, empleándoles a su servicio, haciéndose incluso cargo de la hija de alguno tras el fallecimiento
de su antiguo subordinado o luchando en los despachos la devolución de las pensiones a aquellos que les
fue retirada tras la guerra civil. Falleció en Madrid el 2 de diciembre de 1945, a los 79 años, en empleo de
general de brigada.

Rogelio Vigil De Quiñones y Alfaro: marbellero de naturaleza. Su intención de regresar a la vida civil a su
regreso de Filipinas se vio truncada por el deseo de la reina regente de que ingresase en el Ejército: «Una
petición de mi reina es una orden para mí». Consiguió por méritos propios el acceso a la Academia de
Sanidad en 1900. Aunque a criterio del juez instructor del juicio contradictorio –en el que sea dicho, no tes-
378 tificó- era merecedor de la Cruz Laureada de San Fernando, finalmente no ingresó en la real orden porque
en el momento de recibir la grave herida sufrida durante el sitio –pese a la que no dejó de cumplir con sus
obligaciones de médico y militar– se encontraba rezando el rosario. Se casó con Purificación Alonso y tuvo
seis hijos. Siempre partidario de llevar al sanitario a primera línea de combate, participó en la campaña del
Riff, siendo condecorado con dos Cruces al Mérito Militar por su actuación del 21 al 30 de junio de 1909
en la segunda caseta, Atalayón, Sidi-Alí e hipódromo y otra por la conducción de convoyes y servicios
prestados en las posiciones desde julio a octubre de 1909. Se retiró con el empleo de comandante médico,
habiendo ejercido su labor al servicio de España ejemplarmente en tres continentes. Fallece en Cádiz el 7
de febrero de 1934.

Cabo José Olivares Conejero: nació en Caudete (Albacete). A su regreso solicita y se le concede la permuta
de una de sus dos cruces al Mérito Militar por el empleo de sargento, pero se le deniega el cambio de la
segunda por el empleo de segundo teniente. En 1900 accede al empleo de cartero en su localidad natal,
que ejerció hasta su jubilación. Se unió en matrimonio con María de los Desamparados Moll, sin dejar des-
cendencia. En 1945 se le concede el empleo de teniente honorario de Ejército español. Fallece el 23 de
diciembre de 1948 en Caudete.

Cabo Jesús García Quijano: natural de Viduerna de la Peña (Palencia). Permaneció convaleciente en el des-
aparecido Hospital Militar de la calle Talleres de Barcelona hasta enero de 1900 de la operación realizada
en el pie izquierdo, del que arrastraría una cojera permanente. Tras ver denegada su solicitud de ingreso
en el Cuerpo de Inválidos, retoma las labores agrícolas asentándose en Viduema, Se casó con Inés Calle y
tuvo seis hijos. Durante la guerra civil, el carro en el que faenaba fue confundido por un avión de combate,
recibiendo varias heridas que le dejarían importantes lesiones. Falleció el 3 de febrero de 1947.

Corneta Santos González Roncal: natural de Hallen (Zaragoza). Fue uno de los partidarios en continuar la
defensa y siempre aseguró orgulloso que no llegó a tocar a capitulación sino un toque distinto de su inven-
ción. Su costumbre de prestar dinero a sus vecinos sin cargarlos con intereses le hizo ganarse la enemistad
de prestamistas de la zona. Los tumultuosos inicios de la guerra civil fueron aprovechados por sus adver-
sarios, siendo asesinado de un tiro en la cabeza el 8 de septiembre de 1936. Debido a su amistad con el
enterrador de Mallén, al que solía ayudar en las tareas del cementerio, sus restos pudieron ser recuperados
posteriormente al ser los únicos enterrados dentro de un ataúd en la fosa común donde fueron inhumados.
Martín Cerezo –que había perdido a su hijo en condiciones similares– recibió a su viuda e hijo Santos en
Madrid tras la finalización de la contienda ofreciéndoles su ayuda.

 R. O. de 11 de julio de 1901 (D. O. n.º 150).


40

 Su hijo, Saturnino, fue sacado del domicilio familiar en Madrid por un grupo de milicianos durante los primeros
41

meses de la Guerra Civil y asesinado a los 17 años. Recibió enterramiento en una fosa común del cementerio de
Paracuellos del Jarama (Madrid). Adelina, hija del soldado Timoteo López Lario, residente en casa de la familia
Martín Cerezo y gracias a la que se conocieron los detalles del secuestro, fue quien avisó al general Martin Cerezo
de lo sucedido. El héroe de Baler no se recuperó nunca del duro golpe que le propició la pérdida.
Sanitario Bernardino Sánchez Caínzos: se asienta en su localidad natal, Guitiriz (Lugo) donde no recibe
ningún tipo de homenaje a su regreso. Se casó con Pilar Bergantiños, naciendo del matrimonio siete hijos.
Llevó una vida sosegada con los ingresos de la taberna que regentaba y el arrendamiento de tierras. La
muerte de su esposa en 1920 le provocó el inicio de una espiral de problemas que, unidos a las compli-
caciones de salud sobrevenidas en Filipinas, propiciaron su temprano fallecimiento el 2 de noviembre de
1926 a los 50 años.

Soldado de Administración Militar Marcelo Adrián Obregón: natural de Villalmanzo (Burgos). Se asentó
en Madrid, contrayendo matrimonio con Hilaria Cuesta de cuya unión no quedó descendencia. Entró al
servicio en el Palacio Real en 1902, lo que le permitió vivir sin grandes sobresaltos hasta la llegada de la II
República. El cambio político propició su pérdida de empleo, que solo recuperó tras la transformación del
Palacio en Museo. Durante la guerra civil abandonó Madrid para asentarse en Buenache de Alarcón (Cuen-
ca) hasta su muerte, acaecida el 12 de febrero de 1939.

379

Retrato de Marcelo Adrián Obregón, soldado del destacamento de Baler. Museo del Ejército, n.º de inventario
MUE-200212

Soldado Antonio Bauzá Fullana: aunque regresa a su Petra natal (Mallorca), se asentó en Icod (Tenerife)
para trabajar como peón caminero. Allí se casó con Dolores González y tuvo siete hijos. De una carta a otro
de los supervivientes, su íntimo amigo José Hernández Arocha, extraemos su sentir sobre su heroicidad:
«[...] porque toda nuestra vida, se puede decir, la hemos dado a la Patria y cien vidas más que hubiésemos
tenido las hubiésemos dado por ella»42. Fue nombrado teniente honorario del Ejército español. Falleció el
9 de febrero de 1961.

Soldado Ramón Buades Tormo: rehusó el empleo de guardia municipal que le ofreció el Ayuntamiento de
Valencia para regresar a su Carlet natal y dedicarse a las labores del campo. Se casó con María Josefa Vale-
ro, naciendo del matrimonio tres hijos. Mantuvo la relación de amistad con su compañero de Baler, Loreto
Gallego. Falleció en Carlet el 5 de diciembre de 1938.

 
42
Gaceta de Tenerife. Sábado, 11 de octubre de 1919.
Soldado Felipe Castillo Castillo: a su regreso a su pueblo, Castillo de Locubín (Jaén) descubrió que le guar-
daban luto. Se casó con Patrocinio López y tuvo nueve hijos. No le gustaba hablar de Baler y enterraba toda
condecoración o distinción que se le hacía entrega en relación con el sitio. Durante la guerra civil estuvo
encerrado por milicianos en la iglesia de su población local, pero como él recordaba durante su cautiverio
«no me mataron en la iglesia de Baler y mucho menos me van a matar en la de mi pueblo».

Soldado Domingo Castro Camarena: recibió una fría acogida su Aldeavieja natal (Ávila). Tras unos primeros
años muy duros, donde fue acogido en Madrid por un familiar, ingresa en el Cuerpo de Carabineros reali-
zando su labor en las comandancias de Algeciras, Navarra y Lugo. Se casa con Dolores Rodríguez, naciendo
del matrimonio tres hijos, uno de los cuales, Jaime, falleció en edad infantil al caer de un muro. Padeció
frágil salud, sufriendo episodios de hemoptisis. Fallece en Monforte de Lemos (Lugo) el 24 de noviembre
de 1944.

Soldado Gregorio Catalán Valero: regresa a su pueblo, Osa de la Vega (Cuenca), permaneciendo soltero.
Llegó muy enfermo y fallece el 6 de septiembre de 1901, el mismo día que se cumplían dos años de su
regreso al hogar, con tan solo 25 años. Su figura es muy recordada en su población natal.

380 Soldado Luis Cervantes Dato: regresa a la localidad que le vio nacer, Mula (Murcia) donde contrae matri-
monio con Carmen González y saca adelante a los seis hijos nacidos del matrimonio. Rehusará los empleos
de cartero y guardia civil para emplearse como bracero y albañil. Pasaría temporadas en Madrid trabajando
para Martín Cerezo en su finca de la calle Bueso Pineda. Fallece en Mula en mayo de 1927 sin haber cobra-
do nunca su pensión debido a las argucias de un funcionario municipal.

Soldado Juan Chamizo García: tras un breve paso por su pueblo, Valle de Abdalajís (Málaga) se establece
en un cortijo cercano. Contrae matrimonio con Ana Muñoz, naciendo cinco hijos. Recibió un rebaño de
cabras de la mejor calidad, según varias fuentes, regalo de Saturnino Martín Cerezo. Fallece a causa de un

Retrato fotográfico de Marcelo Adrián Obregón y Loreto Gallego. Museo del Ejército, n.º de inventario
(bCE) 200224
cáncer de píloro, en Málaga, el 11 de enero de 1928. Al encontrarse en la pobreza, la beneficencia muni-
cipal se hizo cargo de su sepelio en el cementerio de San Rafael. Su causa de fallecimiento coincide con
la de varios de los supervivientes, debiéndose, muy probablemente, a daños causados por determinados
alimentos ingeridos durante el sitio.

Soldado Emilio Fabregat Fabregat: natural de La Salsadella (Castellón). Se casa en 1904 con Remedios
Giménez, naciendo de la unión tres hijos. Ese mismo año ingresa en el Cuerpo de Carabineros, teniendo
destinos en Madrid, el grao de Valencia y Barcelona, hasta su jubilación como sargento en 1928. Durante
la guerra civil fue movilizado como instructor de tropa con empleo de capitán del Ejército republicano,
abandonando las milicias en cuanto le fue posible. Fallece en Monzón (Huesca) el 30 de marzo de 1960 a
la edad de 81 años.

Soldado Loreto Gallego García: regresa a su pueblo –Requería (Valencia)– tras rehusar el empleo de guardia
municipal en el Ayuntamiento de Valencia. Al no serle concedida la licencia para establecer un estanco, se
le ofrece el empleo de portero en el Ayuntamiento de Requena. Contrae matrimonio con Clementa Rodrí-
guez –hija del que fuese su patrón antes de marchar a Filipinas– sobreviviéndoles seis hijos de los doce que
tuvo el matrimonio. Al considerarle monárquico por haber recibido la gracia de ser caballero cubierto ante
el rey, sufre prisión en Valencia durante la guerra civil, obligándole a dormir desnudo sobre paja húmeda 381
durante todo su cautiverio. Tras pasar expediente de depuración, recupera su empleo municipal a la finali-
zación de la contienda. Fallece en Valencia el 30 de julio de 1941.

Soldado Eustaquio Gopar Hernández: se asentó en Tuineje (Fuerteventura), su localidad natal. Casó con
Juana Alonso y no dejó descendencia. Ocupó el cargo de juez de paz y alcalde de su pueblo en dos ocasio-
nes, trayendo la primera bomba de agua. Tuvo mucha influencia en los círculos políticos y sociales de la isla.
Su pueblo colocó una placa en recuerdo de su gesta en la plaza, que en los prolegómenos de la guerra civil
fue destrozada a martillazos, recogiendo el propio héroe los pedazos. Fue nombrado teniente honorario de
nuestro Ejército, entregándole las estrellas el general García Escámez el 1 abril de 1946. Fallece en Tuineje
a punto de cumplir 87 años, el 25 de octubre de 1963.

Soldado José Hernández Arocha: natural de Taco, San Cristóbal de la Laguna (Tenerife). Regresa a Tenerife,
donde recibe toda clase de atenciones. El 7 de octubre de 1899 tiene lugar un concierto con cuya recauda-
ción se le compra una casa de nueva construcción como regalo de bodas. Tras enviudar de Juana González,
contrajo matrimonio con Elena Melián. Tuvo un total de ocho hijos, de ambos matrimonios. Trabajó de
jardinero en el Parque Weyler de la capital tinerfeña. Recibió también el empleo de teniente honorario del
Ejército, compartiendo el acto de entrega junto a Gopar. Falleció en San Cristóbal de la Laguna el 13 de oc-
tubre de 1957. Al soldado canario le debemos el siguiente extracto que nos demuestra la dureza del sitio:

«Un día, cuando más el hambre nos atormentaba, pasó a tiro un perro y lo tumbamos; pero los tagalos se
apercibieron de ello y a fin de no dejamos recogerlo nos enviaron una lluvia de balas que nos impedía salir.
Un compañero se decidió entonces y burlando el fuego enemigo nos lo trajo; y después de todo resultó
sarnoso, pero nos supo a jamón»43.

Soldado José Jiménez Berro: se estableció en su Almonte natal (Huelva) empleándose como guardia rural.
Enviudó de María Díaz, que le dio tres hijos, casándose en segundas nupcias con Isabel Huelva. Durante
la guerra sufre encarcelamiento y es liberado al comprobarse que se trataba de un héroe de Baler. El rey
Alfonso XIII, al que frecuentaba cuando el monarca visitaba Doñana, no consiguió jamás que el héroe le
vendiese un precioso caballo blanco del que era propietario. Fallece en Almonte el 8 de enero de 1957.

Soldado Timoteo López Lario: natural de Alcoroches (Guadalajara), donde contrae matrimonio con Juana
Herranz y se dedicará a las labores del campo. Fallece de enteritis, a los 39 años, el 13 de junio de 1916.
Años más tarde, tan pronto cumplió 16 años su hija menor, Adelina, entrará a trabajar en el servicio en casa
de Martín Cerezo por disposición en vida de su padre. Adelina fue siempre considerada una más de la fa-
milia Martín Cerezo, estando hasta su fallecimiento muy cercana a la misma.

Soldado José Martínez Souto: se asienta en su localidad natal –Almeiras Culleredo (La Coruña)– para dedi-
carse a la agricultura. Intentó apartarse de sus recuerdos de la campaña de Filipinas. Fue muy activo en las

43
 
La Región Canaria. Martes, 26 de septiembre de 1899.
reuniones de repatriados de Ultramar en solicitud del pago de los abonos no recibidos, viéndose implicado
por ello en algún incidente con la Guardia Civil. Contrajo matrimonio con Dolores Rodríguez. De este na-
cerán cuatro hijos. Fallece en Almeiras el 26 de marzo de 1944.

Soldado Marcos Mateo Conesa: asentado en Tronchón (Teruel), su localidad natal. Contrae matrimonio con
Concepción Belmonte. De la unión nacen tres hijos, uno de los cuales sufrió cautiverio en el campo de con-
centración de Mauthausen durante la II Guerra Mundial. Alternará su oficio de sombrerero con las labores
agrícolas. Fallece en Tronchón el 23 de marzo de 1923.

Soldado Miguel Méndez Santos: de Puebla de Azaba (Salamanca). Es del grupo de los supervivientes de
Motta. Ingresa en Carabineros en abril de 1903. Contrae matrimonio con Custodia González y tiene dos
hijas. Hijo de padre desconocido, toma la decisión personal de cambiar su segundo apellido Expósito –que
aparece en toda la documentación de la época relativa al sitio– por el de Santos, que corresponde al segun-
do de su madre. Tras la guerra civil pasa un juicio de depuración para incorporarse de nuevo a su puesto
de carabinero. Fallece en Aranjuez (Madrid) el 24 de mayo de 1942.

Soldado Manuel Menor Ortega: sevillano, acepta el empleo de policía municipal, convirtiéndose en el
382 agente 147 tras su regreso a la capital hispalense. Se desconoce fecha o lugar de fallecimiento. Una línea
del investigador Miguel Ángel López de la Asunción parece poner de manifiesto que se vio implicado en
un altercado grave con resultado de muerte en el mes de febrero de 1914.

Soldado Ramón Mir Brils: otro de los supervivientes del destacamento de Motta. Se asentará en la localidad
ilerdense de Guisona que le vio nacer, donde contrae matrimonio y tiene cuatro hijos. Se empleará en las la-
bores del campo hasta su fallecimiento en el mismo pueblo en 1932 a los 56 años. La familia donó en 1966
al Museo Municipal de Guisona la cantimplora de caña o bombón filipino que utilizó durante la campaña.

Soldado Vicente Pedrouso Fernández: residió en Nerva (Huelva) hasta que regresó a su localidad natal de O
Carballiño (Orense) para dedicarse a las labores del campo. Se casó con Dolores Vigide y tuvo cuatro hijos.
Falleció de endocarditis el 15 de octubre de 1926.

Soldado Miguel Pérez Leal: de Lebrija (Sevilla). Queda impedido de la mano por un impacto recibido du-
rante el asedio. Se asienta en la localidad gaditana de Sanlúcar de Barrameda. Contrae nupcias con Car-
men Romero, naciendo de la unión cinco hijos. Por varios testimonios familiares conocemos que durante
la guerra civil consiguió evitar su fusilamiento al salir de casa luciendo sus medallas, logrando que el jefe
del piquete le dejase en libertad, asegurando que él no fusilaba a héroes de España. Falleció en Sanlúcar
en 1947.

Soldado José Pineda Turá: natural de San Feliú de Codinas (Barcelona). Tras probar suerte en México en el
sector de la minería, regresa arruinado a Barcelona donde consigue empleo como guardia de Consumos.
Permanece soltero y fallece en el Hospital Civil de la Santa Creu de Barcelona como consecuencia de las
lesiones producidas por el atropello de un ferrocarril el 15 de noviembre de 1906.

Soldado Pedro Planas Basagaña: de San Juan de las Abadesas (Gerona). Se empleará como mozo de cor-
del, herrero y músico. Permanecerá soltero. De sorprendente podíamos calificar el dictamen final del juez
instructor de la causa abierta para dilucidar lo ocurrido en el fusilamiento del sargento interino Vicente
González Toca y el soldado Antonio Menache, que deja a Pedro Planas en muy mal lugar. Dicho dictamen
concluye que no se podía «Tomar en cuenta la declaración del único testigo de cargo como lo es la de Pe-
dro Planas, el que seguramente adicto a la causa del enemigo si no verifico su fuga sería porque le faltase
valor o tiempo para verificarlo»44. Fallece el 30 de julio de 1913 en su localidad natal a los 54 años.

Soldado Francisco Real Yuste: murciano, de Cieza. Fue recibido multitudinariamente en su localidad natal.
Se casó con Manuela Bernal, naciendo del matrimonio tres hijos. Se empleó como guardia de la huerta.
Fallece en Cieza, el 19 de enero de 1940, de insuficiencia mitral, con 65 años. No llegó a cobrar nunca

 AGMS. Caja 3523/28068. Causa instruida con motivo del fusilamiento del cabo Vicente González y soldado Antonio
44

Menache en el destacamento de Baler (Filipinas) por el jefe del mismo, hoy capitán de la E.R., Saturnino Martin
Cerezo.
su pensión, siendo cobrada por un funcionario municipal sin escrúpulos. Se da el caso que los dos héroes
murcianos del sitio de Baler sufrieron el mismo engaño por parte de funcionarios municipales.

Soldado Ramón Ripollés Cardona: de Morella (Castellón). A su regreso se emplea temporalmente en el


Ayuntamiento de Castellón. En marzo de 1900 ingresa en la Guardia Civil, teniendo siempre como destino
la 6.ª Comandancia de Barcelona. Su actuación en la Huelga General de Barcelona de febrero de 1902 le
hace acreedor de una Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco. Fallece de tuberculosis pulmonar en el
Hospital Militar de la calle Talleres de Barcelona el 19 de febrero de 1905 a los 34 años.

Soldado Eufemio Sánchez Martínez: de la Puebla de Fadrique (Granada). A su regreso rechazó todo empleo
público para dedicarse a las labores del campo en la sierra granadina. Se casó, saliendo adelante cuatro de
sus ocho hijos. Inculcó siempre a sus hijos la importancia de tener una buena formación porque en palabras
del propio héroe «ser analfabeto es la desgracia más grande que puede haber en el mundo». Fallece en su
localidad natal el 17 de marzo de 1939, siendo trasladado a lomos de un burro hasta el cementerio de Las
Santas, distante varios kilómetros del pueblo, donde pidió ser enterrado.

Soldado Pedro Vila Garganté: natural de la localidad ilerdense de Taltaull. Se empleó como guardia de
consumos. Padre de una hija, se alista para la campaña de Filipinas tras separarse de su primera mujer. A su 383
regreso se asentó en Barcelona donde se empleó como guarda de Consumos y contrae segundas nupcias,
dando como fruto de este matrimonio tiene dos hijas más. Durante la guerra civil sufrió detención y confi-
namiento. Fallece en Barcelona el 14 de junio de 1946.

Es ciertamente curioso, pero comúnmente se ha venido olvidando que entre los supervivientes del sitio de
Baler se encontraban los frailes franciscanos Juan López Guillén, natural de Pastrana (Guadalajara), y Félix Mi-
naya Rojo, de Almonacid (Toledo), que tras sufrir las penalidades del sitio quedaron prisioneros de los tagalos
hasta su liberación por tropas norteamericanas en junio de 1900. Vaya también para ellos nuestro recuerdo.

Los últimos repatriados

Al atardecer del 16 de marzo de 1904 el vapor Isla de Panay fondeaba en Barcelona procedente de Manila.
A bordo eran repatriados los restos mortales de los militares caídos durante la defensa de la posición de
Baler y del párroco fray Cándido Gómez Carreño. Las labores de exhumación de los restos habían recaído
en el franciscano superviviente al asedio, Juan López. En Barcelona fueron recibidos por una multitud, entre
la que se encontraban cinco de los supervivientes –José Pineda, Pedro Planas, Pedro Vila, Ramón Ripollés y
Miguel Méndez–. Sus compañeros escoltaron los dos armones que transportaban los restos desde el mue-
lle hasta el furgón del ferrocarril que realizó el transporte desde la ciudad condal a la capital de España. La
llegada a Madrid contó con todos los honores y estuvo presidida por personalidades políticas y militares,
entre las que se encontraban Saturnino Martín Cerezo, Rogelio Vigiló de Quiñones y otros cinco de los
supervivientes, entre ellos el soldado Marcelo Adrián Obregón.

Se destinó un armón para la caja con los restos del comandante De las Morenas y un segundo para la que
contenía los de los demás. Desde la Estación de Mediodía multitud de madrileños siguieron una comitiva
que recorrió el paseo del Prado, plaza de Cánovas y calle de Alcalá al cementerio del este, donde perma-
necieron hasta su traslado al Panteón de Hombres ilustres de Nuestra Señora de Atocha. Años más tarde,
se trasladaron de nuevo, esta vez al Mausoleo en Honor a los Héroes de Cuba y Filipinas del cementerio
de la Almudena. Su inauguración tuvo lugar el 15 de diciembre de 1940. El sobrio monumento funerario,
prácticamente desconocido y apenas hoy visitado, fue diseñado para albergar los restos repatriados de
varios protagonistas de las campañas de Ultramar que descansaban en diversas ubicaciones de la capital.

Junto a los restos de los héroes de Baler, aquella mañana de febrero recibieron sepultura los de los ge-
nerales Joaquín Vara de Rey y Fidel Alonso de Santocildes, héroes de las batallas de El Caney y Peralejo,
respectivamente, los del teniente coronel Joaquín Ruíz –héroe de Campo Florido– y los del popularísimo
soldado Eloy Gonzalo García, héroe de Cascorro.

En la actualidad, Martín Cerezo y Vigil de Quiñones reposan también en esta reunión de valientes, de igual
manera que el soldado Marcelo Adrián Obregón, cuyos restos fueron exhumados y trasladados desde el
cementerio municipal de Buenache de Alarcón en noviembre del año 2000, siendo el de Administración
Militar el último de los allí sepultados.

El monumento presenta gran fortaleza, la misma que tuvieron los que allí alberga. En ambos laterales y
en grandes letras, las frases «Honor a los hombres inmortalizados por una muerte heroica» y «Muriendo
por ti España, cumplimos nuestro deber» engrandecen en piedra el sacrificio de los allí enterrados. En la
parte posterior, un listado de nombres, entre los que aparecen el comandante Enrique de las Morenas y el
primer teniente Juan Alonso Zayas y que culmina con «R.P. Cándido Gómez Carreño y soldados». Sí, efec-
tivamente, un escueto «y soldados» pone fin a la inscripción. El visitante del mausoleo lamentablemente
no encontrará tan siquiera una pequeña inscripción con los nombres de aquellos soldados que dieron tan
generosamente su vida durante el sitio de Baler. Parece como si cediesen generosamente con esta ausen-
cia su protagonismo al resto.

En las siguientes líneas rememoraremos a aquellos soldados que, con su firme propósito de cumplir con el
compromiso que habían tomado con España, hicieron posible que se conmemore en estos días el ciento
veinte aniversario de la finalización de la defensa de la posición de Baler:

384 Comandante Enrique De Las Morenas y Fossi: ascendido a comandante a título póstumo, se hizo acree-
dor de la Cruz Laureada de San Femando45 por la defensa de la posición de Baler. Nació en la localidad
gaditana de Chiclana de la Frontera el 23 de mayo de 1855. Veterano de la III guerra Carlista, participó en
el levantamiento de varios asedios, entre ellos el de la Seo de Urgel. Pertenece al batallón de Cazadores
Expedicionario n.º 9, llegando a Baler como comandante político militar. Su experiencia marca los tempos
del asedio, no carentes en determinadas situaciones de un cierto tono irónico, llegando a responder con
toques de superioridad los ultimátum del enemigo. Muere de beriberi en brazos del soldado Pedro Vila, el
22 de noviembre de 1898. Su viuda, Carmen Alcalá, jugará un papel trascendente en la apertura del expe-
diente para la concesión de la Laureada y en la gestación de la idea de repatriación de los restos.

Teniente Juan Alonso Rayas: es uno de los grandes olvidados. Nace en San Juan de Puerto Rico, el 10
de diciembre de 1868. Tras hacerse necesaria en las Campañas de Cuba y Filipinas la incorporación de
oficiales procedentes de la clase de sargento y cumpliendo las condiciones necesarias para el ascenso, se
presenta voluntario desde el Colegio de Oficiales de la Guardia Civil de Getafe con idea, probablemente,
de regresar como segundo teniente a la isla de Cuba, donde residía su familia. Sin embargo, es destinado
con carácter de urgencia a Filipinas, donde entrará pronto en combate formando parte de la 4.ª Compa-
ñía del Batallón de Cazadores Expedicionario n.º 8. En noviembre de 1897 pasa reconocimiento médico
documentando el cirujano Juan Dato una hipertrofia cardiaca incipiente que le apartará del servicio tem-
poralmente. Al regreso, lejos de recibir la orden de repatriación –como hubiera sido lo esperado para un
oficial que presentaba su cuadro clínico tras la firma del Tratado de Biak-na-tó– recibe el mando del de
Baler. En palabras del padre Minaya «Alonso, de un carácter valiente, más a propósito de su impetuosidad
para sostener un combate en campo raso y pelear cuerpo a cuerpo con el enemigo que para sostener un
sitio largo y penoso, no tenía paciencia para esto»46. Fallece de beriberi el 18 de octubre de 1898. Recibió
a título póstumo el ascenso a primer teniente.

Cabo José Chaves Martín: madrileño, falleció de beriberi el 10 de octubre de 1898. Antes de llegar a Baler
había sido merecedor con dos cruces de plata al Mérito Militar por su actuación en la campaña, una de ellas
pensionada. Según una memoria escrita por el periodista español residente en Manila, Joaquín Pellicena,
sus restos fueron los primeros en ser recuperados.

Soldado Julián Galbete Iturmendi: nace en la localidad navarra de Morentin, el 12 de diciembre de 1876.
Es la primera víctima mortal del asedio, falleciendo el 31 de julio de 1898 a consecuencia de herida de bala
recibida el día 18, mientras defendía la posición desde el campanario. Eustaquio Gopar, que ocupaba la
posición inmediata, relató el momento:

«Uno de los peligros que recuerdo de manera especial fue en una ocasión en la que me ha-
llaba haciendo fuego desde la torre junto con otro compañero. Esta ocasión me ha hecho

 
45
DOMG. R. O. de 5 de marzo de 1901 (D. O. n.º 5 l).
 AFIO (Archivo Franciscano Ibero Oriental). MINAYA ROJO, Fray F. Defensa de Baler o sucesos ocurridos en el
46

pueblo de Baler durante la insurrección en Filipinas y prisión de los padres franciscanos. Manuscrito. Sin fecha.
pensar que nadie muere hasta que no lo quiere Dios. Como iba diciendo, ocupaba yo mi sitio
detrás de los sacos terreros que habíamos instalado para defendernos cuando mi compañero
me dijo: Eustaquio, ¿por qué no cambias de lugar conmigo?. Yo, sin responderle, me arrastré
hasta su puesto de fuego y él pasó a ocupar mi sitio. Más tardó en situarse que en recibir una
bala en el pecho»47.

Soldado Francisco Rovira Mompó: era natural de Benifayó de Espioca (Valencia). Fue uno de los supervi-
vientes al ataque sufrido por el destacamento del teniente Motta. Lamentablemente, no fue tan afortunado
en su segunda estancia en Baler. Falleció de disentería, el 30 de septiembre de 1898, siendo el tercer fa-
llecido entre los sitiados y el primero por esta enfermedad. Sus padres le sobrevivirían, siendo los benefi-
ciarios de su pensión.

Soldado Ramón Donat Pastor: de la localidad valenciana de Onteniente. Fallece tan solo horas después y
de la misma enfermedad que el cabo Chaves. Era superviviente del ataque al destacamento de Motta. Aún
en el mes de junio de 1903 se buscaba el paradero de su padre, beneficiario único, tras el fallecimiento de
su madre, de la pensión generada por su heroico comportamiento.

Soldado José Lafarga Abad: natural de Angüés (Huesca). A pesar de su posición económica desahogada, 385
decidió acudir a la llamada de la patria y cumplir con el servicio de las armas. Falleció de disentería, el 22
de octubre de 1898. Los hechos que rodearon su fallecimiento crearon una situación incómoda entre Martín
Cerezo y los franciscanos. Lafarga dejó 32 pesos a los religiosos en concepto de misas de difuntos, lo que
propició que el oficial formase a la fuerza y diese unas consignas con el fin de evitar hipotéticos abusos por
parte de los franciscanos sobre los moribundos. Las relaciones entre el oficial y los religiosos sufrieron un
serio deterioro tras este episodio.

Soldado Román López Lozano: natural de la localidad burgalesa de Villanueva, falleció de beriberi, el mar-
tes 25 de octubre de 1898. Recibió sepultura en la sacristía. Fue su madre, Francisca Lozano, la beneficiaria
de la pensión.

Soldado Juan Fuentes Damiá: nació en Barcelona, el 2 de abril de 1874 y falleció víctima de la epidemia de
beriberi, el 11 de noviembre de 1898, jornada aciaga en la que tres soldados fallecieron de enfermedad.
Antes de su partida a Filipinas contrajo matrimonio con su prima Teresa Damiá Casanova en la Parroquia de
San Miguel Arcángel de Barcelona.

Soldado Baldomero Larrodé Paracuellos: nacido en Tauste (Zaragoza). Fallece de beriberi, el 9 de noviem-
bre de 1898. El Consejo Supremo de Guerra y Marina denegó la pensión en primera instancia a sus padres
en 1900, alegando que carecían de derecho al no haberse producido el fallecimiento de su hijo por acción
de guerra, sino por enfermedad común. Posteriormente, el dictamen fue convenientemente subsanado.

Soldado Manuel Navarro León: nació el 20 de diciembre de 1876 en la localidad grancanaria de Mogán. En
la defensa de Baler protagonizo una heroica salida en solitario poco después de la realizada por Gregorio
Catalán. Con su templanza y valor, Manuel consiguió llegar hasta las posiciones enemigas y prender una de
ellas desde la que eran fuertemente hostigados. Falleció de beriberi, el 9 de noviembre de 1898.

Soldado Pedro Izquierdo Arnáiz: burgalés. Fue la novena víctima de la epidemia de beriberi, siendo ente-
rrado en el interior de la sacristía, el 14 de noviembre de 1898. Antes de su pase a Cazadores había for-
mado parte del Regimiento de Artillería de Plaza n.º 2, destacándose en la toma de la localidad de Pérez
Dasmariñas entre el 24 y 28 de febrero y 4 de marzo de 1897. Recibió por ello una Cruz de Plata al Mérito
Militar con distintivo rojo.

Soldado Rafael Alonso Mederos: nació el 31 de octubre de 1877, en la localidad de La Oliva, en Fuerteven-
tura. Era uno de los supervivientes del ataque del destacamento de Motta que regresaba a Baler. Durante
el ataque de octubre de 1897 sufrió cautiverio, atado fuertemente a un árbol con unos bejucos hasta su
liberación. Las heridas causadas fueron de tal grado que estuvo impedido de movimiento durante sema-
nas. Fallece de beriberi, el 8 de diciembre de 1898, festividad de la Inmaculada Concepción, patrona de la
Infantería española.

47
 
La Tarde. Sábado, 30 de marzo de 1946.
Soldado José Manuel Sanz Beramendi: era uno de los de mayor edad del destacamento. Había nacido el
28 de agosto de 1858, en Sagüés, Cizur, localidad vecina a Pamplona. Fue el último de los fallecidos por
beriberi, el 15 de febrero de 1899. A Baler llegaba con una cruz de plata al Mérito Militar en recompensa
a su comportamiento en las operaciones de La Laguna, Batangas y Tayabas desde el 15 de diciembre de
1896 hasta el 9 de febrero del siguiente año. Pudo recibir enterramiento en el exterior de la iglesia, junto a
la trinchera, siendo sus restos de difícil localización cuando se realizó la exhumación.

Soldado Salvador Santamaría Aparicio: nació el 25 de marzo de 1874, en Alcira (Valencia). Pertenece a la
quinta de 1893 y residía en la capital valenciana. Albañil de profesión, queda exento temporalmente de
su incorporación al servicio por ser hijo de padre impedido y carente de recursos. Curiosamente, según su
hoja de servicio acude, posteriormente, a Filipinas a finales de 1897 como soldado substituto. El 7 de mayo
de 1899 recibe una herida de bala de extrema gravedad. La trayectoria del proyectil y la fuerza de rebote
nos hace pensar que la bala fue disparada por la ametralladora del bote del USS Yorktown requisada al
teniente Gillmore por los sitiadores. Falleció tras cinco días de agonía, el 12 de mayo de 1899, siendo una
de las dos bajas por fuego enemigo del asedio.

Soldado Marcos José Petanas: es uno de los que participa en la quema del pueblo bajo las órdenes del
386 cabo Olivares. En enero recibió una herida de bala en la región parietal izquierda, sin consecuencias. Quiso
su suerte que falleciese de disentería, el 19 de mayo de 1899 –tan solo dieciséis días antes de la finalización
del asedio– resultando ser el último fallecido. Fue enterrado en la trinchera, entre la puerta lateral de la
plaza de los naranjos y el baptisterio.

Fray Cándido Gómez-Carreño Peña: franciscano, nació en Madridejos (Toledo), el 1 de diciembre de 1868.
Superviviente del ataque al destacamento Motta, estuvo a punto de ser fusilado por incitar a los españoles
prisioneros a la insubordinación. La firma del Pacto de Biak-na-bató le salvó la vida. Durante el famoso
sitio, «a pesar de su carácter impetuoso y enérgico, supo ganarse el afecto del señor comandante político
militar, la amistad del teniente Alonso y el aprecio de todos los soldados del destacamento»48. Establece,
junto al comandante De las Morenas, la costumbre de rezar diariamente el rosario, actividad de obligado
cumplimiento para los francos de servicio, que ayudará a mantener unida a la tropa y que muchos de los
supervivientes tomarán como costumbre tras su repatriación. Es la primera víctima por beriberi, falleciendo
el 25 de agosto de 1898 a los 77 días de asedio.

En pocos trazos, estos son los héroes que hicieron posible que la bandera española ondease durante 337
días en el campanario de la iglesia de Baler. Lejos de las equivocadas percepciones que podamos tomar de
proyectos cinematográficos, series televisivas, documentales, novelas y ensayos históricos desafortunados
u otras fuentes poco rigurosas, los héroes de Baler no estaban locos, ni forjaron su gesta en búsqueda de
la gloria, sino que tuvieron un mejor motivo para permanecer en su defensa: habían llegado a Baler con
una misión, el cumplimiento de su deber y su juramento a la bandera de España exigía su sacrificio para
conseguir su cumplimiento. Aunque no eran ventajosas, se daban las condiciones que les permitía aguan-
tar hasta la llegada de fuerza española que les socorriese. Era cuestión de combatir, resistir y esperar. En
palabras de Saturnino Martín Cerezo:

«Bien poco era todo ello, contrastando con el desarrollo de la epidemia, las fatigas del sitio y
lo remoto de que se pudiera socorrernos; pero aún teníamos suficientes municiones, una ban-
dera que sostener mientras nos quedara un cartucho y un sagrado depósito, el de los restos
de nuestros compañeros, que guardar contra la profanación del enemigo. Podíamos resistir y
resistimos»49.

Ante la inexistencia de orden superior por escrito y la imposibilidad de comprobar por sus propios medios
la veracidad de las comunicaciones del enemigo, su posicionamiento no dejó lugar a interpretaciones.
Ejemplo para nosotros y generaciones venideras, este grupo de representantes de toda España merecen
nuestro respeto por su inmensa generosidad y nuestra admiración por sus valores, su compañerismo y su
lealtad.

 MINAYA ROJO, Fray F. Op. cit.


48

 MARTÍN CEREZO, S.Op. cit., p. 90.


49
Tenemos aún una deuda histórica con aquellos que lo dieron todo sin pedir nada a cambio: La concesión
de la Cruz Laureada de San Fernando individual al comandante médico militar Rogelio Vigil de Quiñones y
Alfaro –como determinó el dictamen final del juicio contradictorio– y la colectiva para las clases y tropa del
destacamento. Ojalá el ciento veinte aniversario de la finalización de su gesta se cierre con la reapertura del
proceso que termine con el justo reconocimiento a nuestros héroes de Baler.

BIBLIOGRAFÍA

LEIVA, M. y LÓPEZ DE LA ASUNCIÓN, M. Á. (2016). Los últimos de Filipinas. Mito y realidad del Sitio de
Baler. Actas. San Sebastián de los Reyes.
MARTÍN CEREZO, S. (1904). El Sitio de Baler, Notas y recuerdos. Primera Edición. Guadalajara, Taller tipo-
gráfico del Colegio de Huérfanos.
—. (1911): El sitio de Baler. Notas y Recuerdos. 2.ª edición corregida y aumentada. Madrid, Imprenta de
Antonio G. Izquierdo. 387
—. (2000): El Sitio de Baler. La historia de los Últimos de Filipinas relajada por su más destacado protago-
nista. 5.ª edición corregida y aumentada. Prólogo de Azorín. Madrid, Ministerio de Defensa.
MINAYA ROJO, Fray F. (s.f.). Defensa de Baler o sucesos ocurridos en el pueblo de Baler durante la insu-
rrección en Filipinas y prisión de los padres franciscanos. Manuscrito. AFIO.
PELLICENA CAMACHO, J. (1904). Los últimos repatriados. Apuntes de un periodista. Manila, Imprenta El
Mercantil.

ARCHIVOS

AGMS (Archivo General Militar de Segovia). Caja 3523/28068. Causa instruida con motivo del fusilamiento
del cabo Vicente González y soldado Antonio Menache en el destacamento de Baler (Filipinas) por el jefe
del mismo, hoy capitán de la E.R., D. Saturnino Martín Cerezo.

AGMS. Caja 3351/26628. Expediente instruido en averiguación de la conducta observada por el destaca-
mento de Baler durante el sitio que sufrió desde el 27 de junio del año 1898 hasta el día 2 de junio de 1899
en que capituló. Manila, 1899.

AFIO (Archivo Franciscano Ibero Oriental) MINAYA ROJO, Fray Félix. Defensa de Baler o sucesos ocurridos
en el pueblo de Baler durante la insurrección en Filipinas y prisión de los padres franciscanos. Manuscrito.
Sin fecha.

PRENSA Y PUBLICACIONES

Gaceta de Tenerife. Sábado, 11 de octubre de 1919.

La Región Canaria. Martes, 26 de septiembre de 1899.

La Tarde. Sábado, 30 de marzo de 1946

Revista Iris. Septiembre 1899.


LAS REPERCUSIONES DE LA CAÍDA DE LAS ISLAS FILIPINAS
EN ESPAÑA
Miguel Luque Talaván 1

ESPAÑA Y SUS POSESIONES ULTRAMARINAS EN EL MARCO INTERNACIONAL 389

A lo largo de las tres últimas décadas del siglo XIX, España tuvo que hacer frente a diferentes revoluciones
en sus dispersas posesiones ultramarinas, teniendo lugar la primera de ellas en Cuba en el año 1868, pro-
longada hasta 1878. Esta guerra –conocida como la guerra de los Diez Años– sería el precedente inmediato
de la guerra de Cuba que estallaría en 1895.

Mientras, en el archipiélago filipino, la situación comenzó a complicarse en 1890, año en el que se iniciaron
las insurrecciones en Mundana, a las que seguirían las producidas en la isla de Luzón. Anticipando estos dos
acontecimientos, la guerra de Filipinas, iniciada en 1896.

Podemos así comprobar cómo a España se le plantearon dos graves crisis bélicas simultáneas en el tiempo,
a las que vino a sumarse la intervención armada de los Estados Unidos, apoyando –en uno y otro caso– al
bando independentista.

La profesora Rosario de la Torre del Río realizó hace años un brillante análisis de la imagen clásica que la
historiografía ha sostenido acerca de la crisis del 98 y las interpretaciones que la hicieron a ver como una
más de las que afectaron a los países del ámbito latino europeo –Portugal, Italia, Francia y España– a fina-
les del siglo XIX, en las que se conjugaron los problemas nacionales internos con una profunda frustración
derivada de las insaciables apetencias territoriales de las nuevas potencias en expansión2.

1
 niversidad Complutense de Madrid. Facultad de Geografía e Historia, Departamento de Historia de América y
U
Medieval y Ciencias Historiográficas. C/ Profesor Aranguren, s/n. Ciudad Universitaria. C.P. 28040. Este trabajo forma
parte de los realizados en el seno del Grupo de Investigación Complutense «Expansión europea. Exploraciones,
colonizaciones y descolonizaciones». Grupo de Investigación número 941053. «Las repercusiones de la caída de
Filipinas en España». Revista de Historia Militar. Instituto de Historia y Cultura Militar. Año LXIII, 2019. La pérdida de
Filipinas y la gesta de Baler, n.º extra II, pp. 301-321.
2
 TORRE DEL RÍO, R. de la. (1989). «Filipinas y el Reparto de Extremo Oriente en la Crisis de 1898». En: Solano Perez-
Lila, F. de, Rodao García, F. y Togores Sánchez, L. E. (coord.). Extremo Oriente Ibérico. Investigaciones históricas:
Metodología y Estado de la Cuestión. Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo:
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, p. 511. Con referencia a esta cuestión pueden véase también:
JOVER ZAMORA, J. M. (1979). 1898. Teoría y práctica de la redistribución colonial. [Conferencia pronunciada en la
Fundación Universitaria Española el día 18 de enero de 1978]. Madrid, Fundación Universitaria Española, pp. 7-8.
JOVER ZAMORA, J. M. (1995). Después del 98. Horizonte Internacional de la España de Alfonso XIII, Introducción
a La España de Alfonso XIII. El estado y la política (1902-1931). Volumen I. De los comienzos del Reinado a los
problemas de la Posguerra (1902-1922). Historia de España Menéndez Pidal. Dirigida por José María Jover Zamora.
Madrid, Espasa Calpe. Tomo XXXVIII, pp. LX-ss.
Una idea que ya había sido presentada con anterioridad por el profesor Jesús Pabón y Suárez de Urbina en
su estudio El 98, acontecimiento internacional de 19523, y, posteriormente, también por el profesor José
María Jover Zamora en 19794.

La política internacional española a lo largo del siglo XIX, una vez independizados los territorios continen-
tales americanos, estuvo claramente condicionada por la dispersión de sus posesiones ultramarinas: en el
mar Caribe, las islas de Cuba y Puerto Rico, en el océano Pacífico, los archipiélagos de Filipinas, Carolinas,
Marianas y Palaos, y en África las antiguas posiciones del norte del continente a las que se sumaban un
conjunto de islas y una parte continental ubicada en el golfo de Guinea. Como señalara Jover Zamora:

«Un conjunto para cuya defensa hubiera sido necesario un poderío económico, un poderío na-
val y una política de alianzas de que España careció durante todo el siglo XIX; un conjunto cuya
defensa había de resultar literalmente imposible tras los cambios que en la política mundial
traen consigo los años setenta y ochenta de la pasada centuria, con el despegue de las gran-
des potencias imperialistas, con el desarrollo de la competencia entre las viejas y las nuevas
potencias industriales, con la lucha feroz por los mercados y por el dominio de las rutas, con
la aparición de un nuevo derecho internacional imbuido de darwinismo político, con la frené-
390 tica carrera hacia un reparto del mundo en beneficio de las grandes potencias del momento:
Inglaterra, Alemania y Estados Unidos en primer plano; Francia y Rusia en un plano en cierto
modo secundario, […]»5.

LA ACTUACIÓN POLÍTICA Y MILITAR DURANTE LA GUERRA DEL 98: LA


CAMPAÑA DE FILIPINAS (1896-1898)

Si algo queda claro al estudiar los sucesos de 1898 y sus antecedentes es que todos ellos han de ser anali-
zados en conjunto, poniéndolos necesariamente en relación tanto con la situación política y parlamentaria
peninsular, como con el escenario internacional del momento.

Centrándonos en el caso filipino, expondremos brevemente que en los orígenes de la Revolución de 1896
se encuentra, como una de sus causas principales, el descontento generado entre la élite hispano-filipina
por el trato desigual dado a las islas. Una distinción que hundía sus raíces en los diversos textos constitucio-
nales promulgados desde la Península. Aunque la Constitución gaditana de 1812 había reconocido a Cuba,
Puerto Rico y Filipinas el estatus de provincia con su consiguiente representación en Cortes, la Constitución
de 1837 retiró este derecho de representación, pasando a regirse por leyes especiales. La situación se so-
lucionó solo de forma parcial con el texto constitucional promulgado en 1869, donde se prolongaron los
derechos políticos peninsulares únicamente a Cuba y Puerto Rico, excluyendo a las islas Filipinas.

Una situación que se mantuvo hasta 1898 a pesar de las continuas reivindicaciones de los grupos influyen-
tes hispano-filipinos. En la formulación de sus peticiones contaron con el apoyo de entidades como la ma-
sonería, por medio de la constitución de grupos y asociaciones como La Propaganda (1882), la Asociación
Hispano-filipina (1888), la Liga Filipina (1892), etc., o, de ideología más radical como el Katipunan (1892),
promotores de la revolución tagala de 18966.

El Katipunan, sociedad secreta, fundada en 1892 por Andrés Bonifacio, era contraria a la soberanía es-
pañola sobre Filipinas. El entonces gobernador general de las islas, el general Ramón Blanco y Erenas

3
 PABÓN Y SUÁREZ DE URBINA, J. (1963). Días de ayer. Historias e historiadores contemporáneos. Barcelona, Alpha,
pp. 139-195.
4
 JOVER ZAMORA, J. M. (1979). Op. cit. Los profesores Pabón y Suárez de Urbina y Jover Zamora añadían además
los «98» de otras naciones europeas como Gran Bretaña e incluso asiáticas como Japón. Véase nota número 48.
5
JOVER ZAMORA, J. M. (1979). Op. cit., pp. 4-5. BALFOUR, S. El fin del Imperio español (1898-1923). Barcelona,
Crítica.
6
 LUQUE TALAVÁN, M. (2002). «Las instituciones de Derecho público y de Derecho privado en la gobernación y
Capitanía General de las islas Filipinas (siglos XVI-XIX)». En: Cabrero Fernández, L. (coord.). Historia General de
Filipinas. Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional, pp. 347-348.
391

Grabado de Andrés Bonifacio, publicado en La Ilustración Española y Americana el 8 de febrero de 1897

(1893-1896), intentó aplacar la rebelión –sin conseguirlo–, siendo sustituido en el mando por el también
general Camilo García de Polavieja (1896-1898) que inició una política represiva tendente a cortar de raíz
la insurrección. Bajo su mandato fue juzgado y ejecutado en 1896 el intelectual José Rizal, acusado de ser
uno de los ideólogos del levantamiento.

García de Polavieja, fue relevado del mando en 1897, nombrándose sucesor al general Fernando Primo de
Rivera y Sobremonte (1897-1898) que exploró nuevas vías de terminar con el conflicto mediante el diálogo
con los revolucionarios. Sus esfuerzos dieron como resultado que en el mes de diciembre de 1897 fuera
firmado el Pacto de Biac-na-Bató con el líder independentista Emilio Aguinaldo, que obtenía en virtud de
este acuerdo y junto a otros líderes del Katipunan una compensación económica a cambio de su exilio. Un
destierro que permitió a Aguinaldo y a sus hombres más cercanos, instalados ya en Hong Kong mantener
conversaciones con Spencer Pratt, cónsul de los Estados Unidos en Singapur, acerca de su regreso a Filipi-
nas para iniciar un segundo levantamiento antiespañol auxiliado en su propósito por este país. El Congreso
de los Estados Unidos aprobó el 18 de abril –en una «Resolución Conjunta»– la intervención en el conflicto,
declarándose el 21 de abril el estado de guerra entre los Estados Unidos y España7.

El ataque naval a Filipinas fue confiado al comodoro George Dewey que rompió las defensas españolas
atacando el 1 de mayo en Cavite a la flota del almirante Patricio Montojo que resultó destruida tras cuatro
horas de combate. Tras la rendición del arsenal de Cavite se inició el asedio a la ciudad de Manila, auxilia-
dos por el ejército de Emilio Aguinaldo. La ciudad capituló el 14 de agosto de 1898, ya firmado el Protocolo
de Washington que había sido rubricado el 12 de agosto8.

7
 LUQUE TALAVÁN, M. (1999). «Honores para los héroes: medallas conmemorativas y escudos de distinción de la
Campaña de Filipinas (1895-1937)». En: Luque Talaván, M., Pacheco Onrubia, J. J., Palanco Aguado, F. (coord.).
1898: España y el Pacífico. Interpretación del Pasado, Realidad del Presente. Prólogo de Leoncio Cabrero Fernández.
Madrid, Asociación Española de Estudios del Pacífico, pp. 303-317. CASTELLANOS ESCUDIER, A. (1998). Filipinas.
De la insurrección a la intervención de Estados Unidos, 1896-1898. Madrid, Sílex (Claves Históricas).
8
 CÉSPEDES DEL CASTILLO, G. (1992). América Hispánica (1492-1898). Madrid, Editorial Labor (Colección Historia
de Espada. Dirigida por el profesor Manuel Tuñón de Lara). Tomo VI, pp. 468-484. DARDÉ, C. (1997). «La
Restauración, 1875-1902. Alfonso XII y la regencia de María Cristina». Historia 16 (Colección Historia de España:
Ediciones Temas de Hoy, 24). Madrid, pp. 100- 137. FERNÁNDEZ GARCÍA, A. (1993). Historia Universal. Edad
Contemporánea. Barcelona, Editorial Vicens-Vives. HERNÁNDEZ SANDOICA, M.ª. E. (1982). Pensamiento burgués
y problemas coloniales en la España de la Restauración, 1875-1887. Madrid, Universidad Complutense de Madrid
[Tesis Doctoral], 2 volúmenes [Tesis en acceso abierto en: E-Prints Complutense]. JOVER ZAMORA, J. M. (1995).
392

Grabado del Almirante Patricio Montojo Pasarón. Autor desconocido

LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA SOBRE EL EJÉRCITO. UN ESTUDIO


DE CASO

El sargento Deogracias González Hurtado, en sus memorias, sobre la campaña de Filipinas y posterior cau-
tiverio, decía, al referirse a las duras condiciones de vida y el maltrato sufrido como prisionero del ejército
filipino «En un país extraño, a miles de leguas de nuestras familias sin cariño por parte de nadie, y lo que
es peor, teniendo que tratar siempre con tus propios enemigos ¿qué podemos esperar? Yo creo que mejor
que prisioneros merecemos el nombre de hijos perdidos»9.

A este estado de ánimo se sumaba la desinformación de la dimensión real de la situación en la que estaban
inmersos, así como de sus posibilidades de liberación y de cuándo se produciría esta:

«El 12 de diciembre llegó un español procedente de Manila que se hallaba a las órdenes de un
comerciante filipino, con objeto de comprar azúcar. Él nos explicó la verdadera situación, por
cierto, que tuvimos un gran disgusto al decirnos que la guerra la habíamos perdido y que las
islas Filipinas quedaban en poder de los americanos, pues nunca habíamos presumido que tal
sucediera, aun cuando no hubiéramos ganado la guerra. Pero de estas noticias nada se puede
decir porque a diario las estaban transformando, unas veces para hacemos concebir esperan-
zas y otras para desesperamos, aun cuando a mayoría de ellas eran para esto último. La prensa
insurrecta, por su parte, también nos hacía pasar buenos y malos ratos. A veces nos hacía ver
que las gestiones para nuestro rescate iban avanzando, y otras nos decía todo lo contrario»10.

Op. cit. Tomo XXXVIII, p. CXVII. LUCENA SALMORAL, M. (coor.) (1992). Historia de Iberoamérica. Tomo III. Historia
Contemporánea. Madrid, Ediciones Cátedra. MOLINA GÓMEZ-ARNAU, C. (1996). «Apuntes sobre el Katipunan».
En: Revista Española del Pacífico. Madrid, 6, pp. 47-70. TOGORES SÁNCHEZ, L. E. (1996). «La revuelta tagala de
1896/97: Primo de Rivera y los acuerdos de Biac-na-Bató». En: Revista Española del Pacífico. Madrid, 6, pp. 13-32.
TORRE DEL RÍO, R. de la. (1989). Op. cit., pp. 509-521.
9
 GONZÁLEZ HURTADO, D. (2007). La pérdida de Filipinas narrada por un soldado extremeño (1896-1899). Memorias
del sargento Deogracias González Hurtado. Introducción histórica y análisis crítico de Julián Chaves Palacios. Mérida,
Junta de Extremadura, Consejería de Cultura y Turismo. Editora Regional de Extremadura (Editora de Bolsillo, 2),
p. 147. Puede verse: Ibidem. «Segunda parte: historia de un prisionero de guerra», pp. 147-189. González Hurtado
narra, por ejemplo, cómo tenían que realizar diversos trabajos para sus captores.
10
 GONZÁLEZ HURTADO, D. (2007). Op. cit. «Segunda parte: historia de un prisionero de guerra», pp. 182-183.
El mismo González Hurtado proporciona unas anotaciones personales del número de prisioneros españo-
les que había extraído de la contabilidad realizada por la redacción del periódico manilense La Oceanía
Española, ascendiendo a un total de 7.890 entre militares (7.251), empleados civiles (240) y religiosos
regulares (399)11.

Durante una estancia en Filipinas en el año 2013, investigando en los fondos documentales del Archivo
Diocesano de Manila (Filipinas), localicé un fondo que pronto despertó mi interés rotulado con el epígrafe
«Missing Persons (1898-1899)». Al pedir el legajo solo había dos expedientes, uno perteneciente al ca-
pitán de Infantería Pascual Genís Santa María12 y otro al segundo teniente de Infantería Narciso Rodeles
Baigorri.13 A pesar de ser dos únicos casos, considero que estos son suficientemente representativos de las
penalidades que tuvieron que padecer los contendientes españoles, filipinos y norteamericanos durante
esta guerra y que ampliaremos en el siguiente apartado. Así como de la inseguridad derivada del conflicto
donde no solo existía un enemigo declarado para cada bando en contienda, sino que potencialmente tam-
bién los podía haber en el seno de las propias filas.

El capitán Genís Santa María había estado destinado en Filipinas entre 1889 y 1894 y regresó al archipié-
lago en 1896, tras una breve estancia en la Península para la campaña de Filipinas, participando en varios
hechos de armas que se describen con detalle en su hoja de servicios14. En 1898, al frente de la compañía 393
de Voluntarios Movilizados de Bulacán, partió del pueblo de Alaminos (en la provincia de Zambales) en di-
rección al de Bani con el fin de auxiliar en las reparaciones de la línea telegráfica. El día 8 de mayo, al llegar
al puente de esta última población, sus soldados se sublevaron a las órdenes de un cabo indígena, siendo
fusilado el capitán y varios oficiales y clases españoles. Entre los oficiales se encontraba el teniente Rodeles
Baigorri. Otros compañeros caídos en esa jornada fueron N. Rodríguez Soriano, N. Caridad15, de nombre
desconocido, además de cinco o seis sargentos y cabos españoles de los que la documentación estudiada
no proporciona el nombre16. Los restos de los fusilados fueron enterrados por sus ejecutores en una fosa
ubicada en los montes de Mangataren (jurisdicción de Pangasinan)17.

11
 GONZALEZ HURTADO, D. (2007). Op. cit. IV «Información en el periódico La Oceanía Española, publicado en
Manila, sobre prisioneros españoles», p. 205. FLORES THIES, J. (1999). «Los repatriados de Filipinas». En: Militaria.
Revista de Cultura Militar. Madrid, 13, pp. 65-67.
12
 Archivo Diocesano de Manila (Filipinas) –en adelante ADM–, Box 8.A.3. Varios Oficios (1910-1920). Folder 4. «Missing
Persons (1898-1899)», RGI S.01.F.5.d. «Juzgado de Instrucción de la Capitanía General de Filipinas. Testimonio
procedente de las diligencias instruidas en averiguación del paradero y muerte del capitán de Infantería Pascual
Genís, el cual debe remitirse al Arzobispado de Manila para los efectos de inscripción de la partida de defunción».
23 de diciembre de 1898 a 22 de febrero de 1899, folios 23 recto - 29 vuelto. La documentación fue generada a raíz
de la petición de sus respectivas familias para averiguar su paradero o si habían fallecido (su viuda era Irene Arbizu
Martínez). En el caso del capitán Genís Santa María su muerte fue inscrita en el Libro de Defunciones del Sagrario
de la Catedral de Manila. En ambos casos los dos expedientes proporcionan la misma información de los sucesos
descritos.
13
ADM, Box 8.A.3. Varios Oficios (1910-1920). Folder 4. «Missing Persons (1898-1899)». RGI S.01.F.5.d., «Juzgado de
Instrucción de la Capitanía General de Filipinas. Testimonio procedente de las diligencias instruidas en averiguación
del paradero y muerte del segundo teniente de Infantería Narciso Rodeles el cual debe remitirse al Arzobispado
de Manila para los efectos de inscripción de la partida de defunción». 23 de diciembre de 1898 a 20 de febrero de
1899, folios 30 recto – 56 vuelto. Como en el caso anterior, esta documentación fue generada a raíz de la petición
de sus respectivas familias para averiguar su paradero o si habían fallecido (su viuda era Agapita Goñi Gurpegui).
Como en el caso anterior su muerte fue inscrita también en el Libro de Defunciones del Sagrario de la Catedral de
Manila.
14
 Archivo General Militar (Segovia) –en adelante, AGM–, Sección Legajo J-125. «Hoja de Servicios de don Pascual
Genís Santa María».
15
  N. La documentación consultada no proporciona el nombre de pila de estos dos militares.
16
ADM, Box 8.A.3. Varios Oficios (1910- 1920). Folder 4. «Missing Persons (1898-1899)». RGI S.01.F.5.d. «Juzgado de
Instrucción de la Capitanía General de Filipinas. Testimonio procedente de las diligencias instruidas en averiguación
del paradero y muerte del capitán de Infantería Pascual Genís, el cual debe remitirse al Arzobispado de Manila para
los efectos de inscripción de la partida de defunción». 23 de diciembre de 1898, folios 24 recto - 26 vuelto. AGM,
Sección 1.°, Legajo J-125. «Hoja de Servicios de don Pascual Genís Santa María».
17
 ADM, Box 8.A.3. Varios Oficios (1910-1920). Folder 4. Missing Persons (1898-1899)». RGI S.01.F.5.d. «Juzgado de
Instrucción de la Capitanía General de Filipinas. Testimonio procedente de las diligencias instruidas en averiguación
del paradero y muerte del segundo teniente de Infantería Narciso Rodeles el cual debe remitirse al Arzobispado
de Manila para los efectos de inscripción de la partida de defunción». 20 de febrero de 1899, folio 56 recto. Las
diligencias en este caso se prolongaron hasta principios de 1899.
El desenlace fue conocido a través del testimonio proporcionado por unos integrantes de una partida de
insurrectos de la provincia de Zambales al mando de Maximino Letrán (Julián Cayabjab, Fabián Velázquez y
Gaspar Narciso sic). Estos afirmaron haber presenciado la llegada de los prisioneros, desarmados y atados
con mecates de abacá, «[...] vestidos de rayadillo y bastante desfigurados, [...]»18, bajo la dirección del men-
cionado cabo indígena que portaba una bandera blanca prendida en una bayoneta y que antes de ordenar
el fusilamiento afirmó que «[...] quería obrar independiente, [...]»19. Letrán, según afirmaban los tres testi-
gos, sugirió al cabo que los mantuviera prisioneros. Tras el fusilamiento, la compañía sublevada se marchó
a reunirse con otras partidas revolucionarias que se encontraban en la misma provincia20.

EL TRATADO DE PARÍS Y EL REGRESO DE LAS TROPAS

Con la firma del Protocolo de Washington, signado el 12 de agosto, y con la del Tratado de París, de 10
de diciembre de 1898, España cedió a los Estados Unidos en el océano Pacífico el archipiélago de las
394 Filipinas 21 y la isla de Guam –en las Marianas– como compensación por los gastos realizados durante la
guerra. A cambio, el Gobierno del presidente William McKinley, tras debates internos, concedió a España
$ 20.000.000 para justificar su anexión del archipiélago magallánico completo22.

IMAGEN 15.3. John Hay, secretario de Estado de los Estados Unidos, firma la ratificación del Tratado de
París, el 11 de abril de 1899. De Frances Benjamin Johnston, publicada por Harper and Brothers en 1899.

En el Caribe, el otro escenario bélico de 1898, fueron cedidas a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico,
así como otras tres pequeñas islas más que aún permanecían bajo soberanía española: las de Vieques, La
Mona y La Culebra. Por el Tratado de París, España renunció igualmente a la soberanía sobre Cuba, que fue
declarada independiente, a pesar de que los Estados Unidos, desde 1901 y a través de la Enmienda Platt,
instauraron una política de imperialismo proteccionista, lo que menoscabó de facto su independencia.

En 1899 España vendió a Alemania los archipiélagos pacíficos de Carolinas23, Marianas –con excepción de
la isla de Guam, cedida ya a los Estados Unidos– y de Palaos. Por último, en 1900, enajenó nuevamente a
favor de los Estados Unidos las islas de Sibutú –en el archipiélago de las Joló– y Cagayán –situada frente
a las costas de Borneo– que no habían sido mencionadas en el Tratado de París de 1898 por desconoci-
miento de los comisionados norteamericanos24. De esta forma se ponía fin, tras casi cuatrocientos años, a
la presencia territorial española en el océano Pacífico25.

18
 S.01.F.5.d. «Juzgado de Instrucción de la Capitanía General de Filipinas. Testimonio procedente de las diligencias
instruidas en averiguación del paradero y muerte del capitán de Infantería Pascual Genís, el cual debe remitirse al
Arzobispado de Manila para los efectos de inscripción de la partida de defunción». 23 de diciembre de 1898, folio
25 recto.
19
 ADM, Box 8.A.3. Varios Oficios (1910-1920). Folder 4. «Missing Persons (1898-1899)». RGI S.01.F.5.d. «Juzgado de
Instrucción de la Capitanía General de Filipinas. Testimonio procedente de las diligencias instruidas en averiguación
del paradero y muerte del capitán de Infantería don Pascual Genís, el cual debe remitirse al Arzobispado de Manila
para los efectos de inscripción de la partida de defunción». 23 de diciembre de 1898, folios 24 recto - 26 vuelto.
20
 ADM, Box 8.A.3. Varios Oficios (1910-1920). Folder 4. «Missing Persons (1898-1899)». RGI S.01.F.5.d. «Juzgado de
Instrucción de la Capitanía General de Filipinas. Testimonio procedente de las diligencias instruidas en averiguación
del paradero y muerte del capitán de Infantería don Pascual Genís, el cual debe remitirse al Arzobispado de Manila
para los efectos de inscripción de la partida de defunción». 23 de diciembre de 1898, folio 25 recto.
21
 TORRE DEL RÍO, R. del (1989). Op. cit., p. 515.
22
Ibidem ut supra.
23
 Acerca de la situación de las islas Carolinas, pueden consultarse los trabajos de María Dolores Elizalde Pérez-Grueso,
por ejemplo: ELIZALDE PÉREZ-GRUESO, M.ª. D. (1992). España en el Pacífico, la colonia de las Islas Carolinas,
1885-1899. Un modelo colonial en el contexto internacional del imperialismo. Madrid, Instituto de Cooperación
para el Desarrollo.
24
 TOGORES SÁNCHEZ, L. E. (1992). «Las últimas posesiones de España en el Pacífico: la venta de Sibutú y Cagayán
de Joló». En: Mar Océana. Madrid, 1, pp. 149-159.
25
 CÉSPEDES DEL CASTILLO, G. (1992). Op. cit. Tomo VI, pp. 468-484. DARDÉ, C. (1997). Op. cit., pp. 100-137.
FERNÁNDEZ GARCÍA, A.(1993). Op. cit. JOVER ZAMORA, J. M. (1995). Op. cit. Tomo XXXVIII, p. CXVII. LUCENA
SALMORAL, M.l (1992). Op. cit. MOLINA GÓMEZ-ARNAU, C. (1996). Op. cit., pp. 47-70. TOGORES SANCHEZ, L.
La repatriación de las tropas
Tras los sinsabores de la guerra y la dureza de la misma para las tropas de los bandos en ella participantes,
una de las páginas de más compleja gestión al terminar la contienda fue la de la repatriación de las tropas
españolas supervivientes26. Para la que además fue creada una comisión por parte del Gobierno para or-
ganizar la repatriación27.

En el artículo 5.º del Tratado de París se fijaba que «Los Estados Unidos transportarán a España, a su costa,
los soldados españoles que hicieron prisioneros de guerra las fuerzas americanas al ser capturada Manila [...]».

Muchos fueron los factores que contribuyeron a hacer de la guerra hispano-norteamericana, en sus dos
escenarios, caribeño y pacífico, una contienda llena de penalidades. A las derivadas de una situación de
conflicto armado se sumaron las producidas por otros enemigos, tal y como el mal equipamiento, la exigua
y mala alimentación, la escasez de medios sanitarios, el clima, la fatiga, las enfermedades, etc. Son muchos
los testimonios particulares que conservamos y conocemos acerca del rigor derivado de estos factores.
Santiago Ramón y Cajal en su obra Mi infancia y juventud relató su experiencia como médico en la campaña
cubana y de cómo fue testigo de las penalidades sufridas por el ejército28.
395
Adversidades que también recogió la prensa peninsular del momento que, con sus diferentes posturas
ideológicas, ha sido utilizada tradicionalmente como una de las fuentes impresas más habituales en los
estudios referidos a la temática que aquí nos ocupa.

Junto a ella, otra fuente de interés es la representada por la literatura popular, poemas y canciones apare-
cidos en las publicaciones periódicas de mayor difusión entre una parte importante de la sociedad espa-
ñola, tales como Blanco y Negro, El Diario Ilustrado, o El Imparcial –entre otras–. Estos ejemplos literarios
hablaban de soldados que, tras luchar en Cuba, Puerto Rico o Filipinas, regresaban a España y de lo que
entonces sucedía29.

Como muchos otros episodios relacionados con la guerra de 1898 este no fue tampoco un asunto sencillo.
En las historias locales de muchas ciudades españolas perdura aún el recuerdo de los actos de generosi-
dad llevados a cabo por ciudadanos anónimos sensibilizados con la situación –caso de las doce mujeres
de Plasencia que fueron las primeras en la ciudad en socorrer a los repatriados de Cuba a su paso por esta
población cacereña–30 de edificios singulares convertidos en improvisados hospitales de convalecientes
–como el del actual Museo Nacional de Antropología (Madrid)–.

Los debates parlamentarios y los artículos de la prensa nos proporcionan el termómetro de la tensión so-
cial y política que entonces se vivió a raíz de la derrota y de la situación de los repatriados. Recordemos la
intervención del diputado Vicente Blasco Ibáñez, el 5 de septiembre de 1898, denunciando la indiferencia
de los ministros hacia los soldados31. Críticas que otros vertieron también sobre los mandos militares al
culpabilizarlos de la derrota32. Incluso se crearon entidades privadas, como la Asociación de las Familias
de los Prisioneros en Filipinas, que editaba el periódico Los Prisioneros, que también ayudaron para que
volviesen a casa33.

E. (1996). Op. cit., pp. 13-32. TORRE DEL RÍO, R. de la. (1989). Op. cit., pp. 509-521.
26
 En el año 1998 se celebraron las Jornadas de Historia de la Repatriación (Cádiz, 22 a 24 de octubre), cuyos resultados
fueron publicados en: Militaria. Revista de Cultura Militar (Madrid). 13 (1999), pp. 31-75. NÚÑEZ FLORENCIO, R.
(1999). «El drama de la repatriación». en Militaria. Revista de Cultura Militar. Madrid, 13, pp. 33-45.
27
 GONZÁLEZ HURTADO, D. (2007). Op. cit.«Segunda parte: historia de un prisionero de guerra», p. 186 y p. 224,
nota n.º 69.
28
 RAMON Y CAJAL, S. (1901-1917). Recuerdos de mi vida. Madrid, Imprenta y Librería de Nicolás Moyá, 2 volúmenes.
29
 Puede consultarse: GARCÍA BARRÓN, C. (1997). Cancionero del 98. Barcelona, Editorial Grijalbo Mondadori.
30
 Acción que le valió a Plasencia la concesión del título de «Muy Benéfica».
31
 Diario de Sesiones, 6 de setiembre de 1898.
32
 CERVERA PERY, J. R. (1999). «Sociología de la repatriación». En: Militaria. Revista de Cultura Militar. Madrid, 13,
pp. 50-51.
33
 FLORES THIES, J. (1999). Op. cit., p. 73. ASÚNSOLO GARCÍA, J. L. (1999). «La Compañía Trasatlántica Española en
las Guerras Coloniales del 98». En: Militaria. Revista de Cultura Militar. Madrid, 13, pp. 77-92. También: HIDALGO
NUCHERA, P. (2011). «Los prisioneros españoles en manos de los tagalos en el Diario de Córdoba (1898-1899)».
En: Trocadero. Cádiz, 23, pp. 175-192.
De igual forma, contamos con algunos testimonios directos de soldados que narraron sus vivencias, como
el caso del médico militar Felipe Trigo34, del entonces teniente Saturnino Martín Cerezo uno de los super-
vivientes del sitio de Baler35, del sargento González Hurtado 36 o del soldado Pablo Zapatero Galán37. Por
mencionar tan solo alguna de ellas.

En relación con la repatriación podemos leer en la obra del sargento González Hurtado al regresar herido
a casa:

«Yo creía que los pocos que sobrevivimos a la catástrofe debimos ser recompensados por
telégrafo, por el primer correo cuando menos. Pues bien, pasaron meses y meses y no llega-
ba a mis oídos allá en el rincón de Extremadura donde di con mi macheteado cuerpo, ni la
menor noticia de que se me concedía, de que se nos concedía ni siquiera una de esas cintas
de colores que cuestan al recompensado dinero, pero que sirven para ponerla en el ojal de la
levita [...]»38.

En el caso de Filipinas los soldados españoles fueron repatriados a bordo de diferentes buques convertidos
en hospitales flotantes, algunos fletados por la Cruz Roja –la única asociación legalmente reconocida para
396 asistir a los heridos en campaña–, y en otros de la Compañía Trasatlántica39, siendo atendidos a su llegada
a los puertos peninsulares por voluntarios de la entidad humanitaria y trasladados a los hospitales –aquellos
que necesitaban atención médica– o enviados a sus hogares en trenes especialmente preparados para la
ocasión40.

En el caso filipino los problemas derivados de la repatriación fueron mayores que en el caso antillano, debi-
do a que España tardó en renunciar a todo el conjunto insular, lo que hizo que no dispusiese la evacuación
hasta el mes de diciembre de 1898, firmado ya el Tratado de París. De igual forma, como ya vimos, había un
gran número de prisioneros en manos del ejército filipino. Por último, a la evacuación de militares se unió
también la de civiles que optaron por regresar a la Península41.

El sentimiento cívico hacia los contendientes se materializó también en forma de monumentos públicos
erigidos por todo el país, por lo general, mediante el sistema de suscripción pública. Fueron algunos de
ellos el monumento a la memoria del coronel Felipe Dugiols Balanzategui, en Tolosa (Guipúzcoa), de Javier
Aguirre, la escultura de Dugiols, de Lorenzo Fernández Viana y el mausoleo de los repatriados de 1898
en el cementerio de Pereiró (Vigo), de Julio González Pola, ciudad a la que llegaron muchos soldados y
heridos procedentes de Filipinas. Del mismo artista fue el monumento a los soldados y marinos muertos en
Cuba y Filipinas, que estuvo ubicado antes de su destrucción durante la guerra civil en el parque del Oeste
de Madrid. El dedicado a las Escuadras de Cavite y de Santiago de Cuba, de González Pola, erigido en la
ciudad de Cartagena e inaugurado por los reyes en 192342, o los monumentos funerarios construidos en
cementerios de muchas localidades españolas.

34
 TRIGO, F. (1897). La campaña filipina (impresiones de un soldado). Madrid, Librería San Fernando, p. 28.
35
 MARTÍN CEREZO, S. (1992). La pérdida de Filipinas. Edición de Juan Bautista. Madrid, Historia 16 (Crónicas de
América, 71). Mucho se ha escrito en los últimos años sobre el Sitio de Baler. Una de las últimas aportaciones es la
de BLANCO ANDRÉS, R. (2017). Filipinas, 1898. El final del imperio español en Asia. Galland Books editorial [S.l.].
36
 GONZALEZ HURTADO, D. (2007). Op. cit.
37
 PALANCO AGUADO, F. (1999). «Cartas de Pablo Zapatero Galán: el 98 de un soldado español en Filipinas». En:
Luque Talaván, M., Pacheco Onrubia, J. J., Palanco Aguado, F. 1898, España y el Pacífico: interpretación del pasado,
realidad del presente. Madrid, Asociación Española de Estudios del Pacífico, pp. 367-378.
38
 TRIGO, F. (1897). Op. cit., p. 28.
39
CERVERA PERY, J. R. (1999). Op. cit., pp. 51-52. FLORES THIES, J. (1999). Op. cit., p. 64 y pp. 70-72. ASÚNSOLO
GARCÍA, J. L. (1999). Op. cit., pp. 77-92.
40
 CLEMENTE, J. C. (1996). «Ocurrió en Solferino». En: Donantes de Sangre. Madrid, 4, marzo 1996, p. 30. LUQUE
TALAVÁN, M. (1999). Op. cit., pp. 303-317.
41
ASÚNSOLO GARCÍA, J. L. (1999). Op. cit., pp. 88-89.
42
 Noticias de todos ellos y análisis iconográfico. En: REYERO, C. (2011). Del sueño colonial a la catarsis nacional. La
conmemoración pública de Filipinas en Espalda c. 1898». En: Manchado López, M. M.ª y Luque Talaván, M. (coord.).
Fronteras del mundo hispánico: Filipinas en el contexto de las regiones liminares novohispanas. Córdoba, Servicio
de Publicaciones de la Universidad de Córdoba, pp. 317-334. Pueden consultarse también: PORTELA SANDOVAL,
F. J. (1997). «La huella del 98 en la escultura española». En: Ramos, D, y Diego, E. de. Cuba, Puerto Rico y Filipinas
en la perspectiva del 98. Madrid, Editorial Complutense, pp. 250-253. PORTELA SANDOVAL, F. J. (2002). «Julio
Demostrándose también el reconocimiento público con la repatriación de los restos de algunos de los
militares más destacados caídos en combate y de la que queda constancia documental en el Archivo y
Biblioteca del Servicio Histórico Militar (Madrid)43.

ALGUNOS DE LOS EFECTOS DE LA DERROTA

Fueron muchas las consecuencias derivadas de la crisis del 98 y podríamos afirmar que casi todas han sido
exploradas por la historiografía en mayor o en menor medida. En esta ocasión nos centraremos brevemen-
te en tres de ellas: la primera es la referida a las razones que llevaron al Gobierno español a emprender una
guerra enterado de las pocas posibilidades que había de ganarla, la segunda cuestión aborda el tema de
la situación naval hispana versus la estadounidense, mientras que la tercera y última establece la relación
existente entre la crisis y la aparición de un movimiento regeneracionista finisecular.

397
Acerca de las posibles razones que llevaron al Gobierno español a emprender una guerra
Tal y como afirmara hace ya varias décadas el profesor Jover Zamora el Gobierno español habría ido a la
guerra conociendo sus escasas posibilidades de éxito. Entre las razones que le empujaron a tomar la deci-
sión estuvieron las de intentar que el sistema gubernamental y la propia Corona no se viesen perjudicados
e incluso depuestos44.

Y aunque las consecuencias humanitarias de la guerra fueron terribles, como ya hemos expuesto, y los
gastos derivados de la misma fueron muy cuantiosos, la economía española en los años inmediatamente
siguientes a 1898 experimentó un crecimiento debido, sobre todo, a la repatriación de capitales y al fin del
gasto público destinado al ámbito ultramarino45.

González Pola y el monumento dedicado en Cartagena a los heroicos marinos de Cavite y Santiago de Cuba
en 1898». En: Militaria. Revista de Cultura Militar. Madrid, 16, 2002, pp. 87-94. REYERO, C. (1999). La escultura
conmemorativa en España. La edad de oro del monumento público, 1820-1914. Madrid, Cátedra.
43
 Archivo del Servicio Histórico Militar (Madrid) –en adelante, ASHM–, Filipinas, años 1890- 98, Legajo 3, Armario 15,
Microfilm 5. Este legajo, entre otra documentación contiene unos papeles agrupados bajo el epígrafe «Reglamentos.
Recompensas. Administración. Rendición. Índice Biográfico de Artilleros en Filipinas». ASHM, Filipinas, años 1854-
1899, Legajo 3, Armario 17, Microfilm 7, Carpeta - Libro 31. Se conserva aquí la siguiente documentación (transcrito).
literalmente): «Donación del General D. Saturnino Martín Cerezo, Héroe de Baler. Documentos destacados Baler.
Demandas de ascensos. Traslado restos de héroes de Cuba y Filipinas a Madrid. Además Campañas, etc. (1).
Carpeta-libro: Con sobres que contienen: Planos, fotos, clichés, etc. del mausoleo - facturas de Pompas Fúnebres
- Invitaciones para el traslado de los restos de los héroes. 3 planchas pequeñas de situación del mausoleo, en
Madrid. (1)-Campaña de Cavite, 1897, Toma de Cacaroug de Sile y periódico, Consideraciones sobre n.º Écija
(Archº. General Jovellar), Defensa de la Isla de Corregidor Camino de la Bocana, Provincia de Abra, y Reducción
de Mindanao».
44
 Algunos autores ponen en cuestión esta explicación de las razones del Gobierno para entrar en guerra (HERNANDEZ
SANDOICA, E. (2021). «En torno a un centenario y su historiografía: la Restauración, la política colonial española
y el desastre del 98». En: Ruiz Carnicer, M. Á. y Frias Corredor, C. (coord.). Nuevas tendencias historiográficas
e historia local en España. Actas del II Congreso de Historia Local de Aragón (Huesca), 7 al 9 de julio de 1999).
Zaragoza, Instituto de Estudios Altoaragoneses: Universidad de Zaragoza. Departamento de Historia Moderna y
Contemporánea (Actas; 17), pp. 523-524.
45
 En relación con la cuestión de la repatriación de capitales pueden consultarse VELARDE FUERTES, J. (1996). «Antes
y después del 98: la economía de la Regencia». En: Diego, E. de. (dir.). 1895: La guerra en Cuba y la España de
la Restauración. Madrid, Universidad Complutense, Editorial Complutense, pp. 165-187. GÓMEZ MENDOZA, A.
(1997). «Del desastre a la modernización económica». En: Fusi Aizpurúa, J. P. y Niño Rodríguez, A. (ed.). Vísperas
del 98. Orígenes y antecedentes de la crisis del 98. Madrid, Universidad Complutense de Madrid, Departamento de
Historia Contemporánea, pp. 75-84. ELORZA, A. y HERNANDEZ SANDOICA, E. (1998). La guerra de Cuba 1895-
1898). Madrid, Alianza Editorial (El libro de bolsillo: Humanidades. Historia), pp. 335-353.
La situación naval hispana versus la estadounidense
A pesar de que Gran Bretaña ocupaba ya desde 1890 la primera posición en lo que a la posesión de ma-
rinas de guerra se refiere, los Estados Unidos se encontraban a fines del siglo XIX entre las siete naciones
con una flota destacada, condiciones que se consolidaron tras su victoria en la guerra hispano-norteameri-
cana46. Mientras, la situación en España era diferente:

«[...] la fecha de 1898 tiene un rotundo valor de símbolo en la historia de su potencia naval, si bien de
signo diametralmente opuesto al [...] de [...] las grandes potencias». De 1895 a 1898, ha escrito Bordejé,
fueron los años en que a marchas forzadas se pretendió detener y reparar la grave falta de no haberse lle-
vado a cabo la totalidad del Plan de Escuadra de 1887, asistiéndose al doloroso espectáculo de tener que
hacernos con las unidades que pudimos, sin considerar sus tipos, clases o características, mucho menos
su armamento, llegando a tener que apelar a la total requisa de los buques más rápidos de la Compañía
Trasatlántica para convertirlos en cruceros auxiliares47.

15.5.3. Relaciones entre la crisis y el movimiento regeneracionista finisecular

398 A pesar, como acabamos de ver, que desde el punto de vista económico la guerra no pudiera ser calificada
de completo desastre, lo cierto es que la crisis noventayochista dio origen a un sentimiento en el seno de
la intelectualidad española destinado a ahondar en los orígenes de los problemas que afectaban a España
y a la búsqueda del camino que facilitase su superación. Este sentimiento es el que conocemos bajo la
denominación de regeneracionismo48.

La ideología regeneracionista consideraba que la nación española –en estos momentos el término nación
era uno de los más utilizados–, estaba aquejada de un profundo mal, producto del atraso en el que vivía el
país. Por esta razón, sus trabajos buscaban y proponían soluciones para salir de la crisis49. Remedios que,
por otra parte, no siempre encontraron un eco adecuado entre aquellos que tenían responsabilidades gu-
bernamentales50.

46
  JOVER ZAMORA, J. M. (1995). Op. cit., Tomo XXXVIII, p. XXXII. Acerca de esta cuestión pueden verse varias de
las contribuciones recogidas en: VV.AA. (1999). Congreso Internacional de Historia Militar (1998. Madrid-Ávila). El
ejército y la armada en 898: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Madrid, Ministerio de Defensa, Secretaría General Técnica
(Monografías del CESEDEN; 29).
47
 JOVER ZAMORA, José María: Op. cit., 1995, tomo XXXVIII, pp. XXXII. Véanse datos acerca de las fuerzas navales
de las que disponía España en 1898 -antes del conflicto con los Estados Unidos- y las unidades que tenía en
1900, en: Ibidem, p. XXXIII y nota n.º 11 de la p. LXVII). RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, A. R. (1988). Política naval de la
Restauración (1875-1898). Madrid, Editorial San Martín, p. 477. HERNÁNDEZ SANDOICA, E. (1997). «Barcos para
el desastre». En JULIÁ, S. (dir.). Memoria del 98. Madrid, El País.
48
 MAINER, J. C. (1994). «La novela y el ensayo». En: La Edad de Plata de la cultura española (1898-1936). Letras.
Ciencia. Arte. Sociedad y Cultura. Historia de España. Ramón Menéndez Pidal. Dirigida por José María Jover
Zamora. Madrid, Editorial Espasa Calpe. Tomo XXXIX - 2, Parte Primera, Las Letras, III, p. 177. En España, «Coincidía
con la depresión moral provocada por el Desastre ultramarino una doble tendencia divergente. por un lado, la
corriente anticolonialista y antimilitarista mantenida desde los nuevos –frentes– marginales a la Restauración, e
impulsada por el regeneracionismo costista, por otro, el empeño de restaurar el papel de España en el círculo de
las potencias europeas, cuyo peso y prestigio parecían vinculados a su proyección colonial». (SECO SERRANO, C.
(1995). «El problema de Marruecos en el cuadro político internacional». En: La España de Alfonso XIII. El Estado
y la política (1902-1931). Volumen I. De los comienzos del reinado a los problemas de la Posguerra (1902-1922).
Historia de España. Ramón Menéndez Pidal. Dirigida por José María Jover Zamora. Madrid, Editorial Espasa Calpe.
Tomo XXXVIII-1, p. 233. Pero la crisis finisecular no fue exclusiva de España, ya que otras naciones latinas de Europa,
como Francia, Italia y Portugal, vivieron también sus propios «noventa y ochos». Véase el estudio introductorio de
José María Jover Zamora en: Ibidem, pp. LX-ss.
49
 MAINER, J. C. (1994). Op. cit. Tomo XXXIX - 2, Parte Primera, Las Letras, III, pp. 177-178. CACHO VIU, V. (1997).
Repensar el noventa y ocho. Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, capítulo 1.
50
 Sobre la falta de aceptación de algunas de las propuestas regeneracionistas en el cambio de siglo: AZAÑA,
M.(1990). «¡Todavía el 98!». Plumas y palabras. Barcelona, Editorial Crítica (Las ideas; 3), pp. 179-195.
Uno de los autores más representativos de esta etapa y considerado, junto a Ramón Menéndez Pidal, uno
de los dos más ilustres historiadores de la Generación el 9851, fue Rafael Altamira y Crevea52 53.

399

Retrato de Rafael Altamira y Crevea, realizado por Sorolla en 1886. Biblioteca Virtual Cervantes

51
 Un elaborado y completo análisis de la Generación del 98 fue el realizado por: LAÍN ENTRALGO, Pedro (1997): La
Generación del 98. Editorial Espasa Calpe (Colección Austral, Ciencias/ Humanidades; 405), Madrid.
52
 FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. (1994). «Las ciencias históricas». En: La Edad de Plata de la cultura española (1898-
1936). Letras. Ciencia. Arte. Sociedad y Cultura. Historia de España. Ramón Menéndez Pidal. Dirigida por José
María Jover Zamora. Madrid, Editorial Espasa Calpe. Tomo XXXIX-2, Parte Segunda, Las Ciencias, II, p. 317. LUQUE
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Biblioteca Nueva. Dirigida por Juan Pablo FUSI), pp. 587-601.
53
 ALTAMIRA Y CREVEA, R. (1997): Psicología del pueblo español. Introducción por Rafael ASÍN VERGARA. Madrid,
Editorial Biblioteca Nueva (Cien años después. 98. Colección dirigida por Juan Pablo FUSI, n.º 8), pp. 18-19
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«Espada y la ciencia: dos momentos». En: Boletín Institución Libre de Enseñanza. Madrid, 28-29. Diciembre 1997,
pp. 21-38.
Dentro de las obras regeneracionistas destaca su obra Psicología del Pueblo español54, uno de los análisis
más brillantes y sugerente de los escritos durante el año del desastre55. Que fue una respuesta al conocido
discurso de Lord Salisbury y al movimiento darwinista político del mundo germánico y del anglosajón56.

REFLEXIONES FINALES

Volviendo a los estudios del profesor Jover Zamora, una de las consecuencias del desastre del 98 en los
que fijó su atención fue la de «captar y reconstruir adecuadamente la imagen que de la realidad políti-
co-institucional de aquel verano y de aquel otoño decisivos se forjaron los españoles que la vivieron»57.
En especial de cómo se percibió, si es que se hizo, por parte del gran público «[...] los límites finales que
encontraría el proceso de redistribución [...]»58, pensándose incluso en un potencial ataque norteamericano
a puertos peninsulares o a las islas Canarias59.

Aunque la historiografía especializada ha priorizado el estudio de los escenarios caribeños del conflicto,
400 no es escasa tampoco la referida a las islas Filipinas. Obras que se complementan con la memoria que aún
perdura en muchas localidades y familias españolas cuyos vecinos y familiares, respectivamente, tomaron
parte en la contienda60.

Junto a lo ya señalado en este artículo, no podemos dejar de indicar, para finalizar, que los sucesos de 1898
y sus consecuencias marcaron un verdadero punto de inflexión en la política internacional española: pasan-
do esta de focalizar sus intereses en el ámbito ultramarino a hacerlo en el europeo y, más concretamente,
en la zona del estrecho de Gibraltar. Comenzaba otra etapa marcada por la idea de política exterior de
Alfonso XIII61.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

Fuentes documentales

Archivo del Servicio Histórico Militar (Madrid).


Archivo Diocesano de Manila (Manila, Filipinas).
Archivo General Militar (Segovia).

54
 ALTAMIRA Y CREVEA, R. (1997). Op. cit.
55
 Los motivos que le llevaron a escribir este libro son señalados por él mismo en el prólogo de la primera edición de
la obra (1902): «Escribí el presente libro en aquel terrible verano de 1898. que tan honda huella dejó en el alma
de los verdaderos patriotas. Entre lágrimas de pena y arrebatos de indignación, promovidos por la ineptitud de
unos, la perfidia de otros, la pasividad indiferente de los más, fui llenando cuartillas, inspiradas, no por el enorme
desaliento que a todos hubiera parecido justificado entonces, sino por la esperanza, por el afán, mejor dicho, de
que surgiera, como reacción al horrible desastre, un movimiento análogo al que hizo, de la Prusia vencida en 1808,
la Alemania fuerte y gloriosa de hoy en día [...]. Lo que yo soñaba era muestra regeneración interior, la corrección
de nuestras faltas, el esfuerzo vigoroso o que había de sacarnos de la honda decadencia nacional, vista y acusada,
hacía ya tiempo, por muchos de nuestros pensadores y políticos, negada por los patrioteros y egoístas, y puesta de
relieve a los ojos del pueblo todo, con la elocuencia de las lecciones que da la adversidad, lo luz de los incendios
de Cavite y de los fogonazos y explosiones de Santiago de Cuba» (Ibidem, p. 53).
56
 JOVER ZAMORA, J. M. (1995). Op. cit. Tomo XXXVIII, pp. LIII-LIV.
57
 JOVER ZAMORA, J. M. (1979). Op. cit., p. 48.
58
 Ibidem, p. 49.
59
Ibidem, pp. 49-59. JOVER ZAMORA, J. M. (1995): Op. Cit. Tomo XXXVIII, pp. LXXIX-XCIV.
60
 Por ejemplo, en la localidad cacereña de Cabezabellosa, donde varios de sus jóvenes fueron llamados a filas para
participar en la guerra entre España y los Estados Unidos de 1898. Que, en sus escenarios de Cuba y Filipinas,
contaron con la presencia de sus vecinos, como Juan Pascual Talaván y Montero, destinado a Cuba, y su hermano
Guillermo Talaván y Montero, destinado a Filipinas.
61
JOVER ZAMORA, J. M. (1995). Op. cit. Tomo XXXVIII, p. CLXII.
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nografías del CESEDEN; 29).
EL IMPACTO DEL DESASTRE DEL 98 SOBRE LA MENTALIDAD
DEL EJÉRCITO ESPAÑOL
Pablo González-Pola de la Granja1

INTRODUCCIÓN 405

El escaso interés que la historia militar ha despertado entre los historiadores contemporáneos no ha per-
mitido una completa reflexión sobre el impacto que produjo el desastre de 1898 en las fuerzas armadas.
Desgraciadamente, la proyección del antifranquismo hacia todo lo militar en las décadas de los sesenta,
setenta y ochenta de siglo pasado, nos han privado de una investigación sobre la mentalidad de los mili-
tares que, no solo habría sido importante para entender la historia puramente del grupo militar, sino que
habría explicado cómo este afectó a la historia política de España.

La escasez de investigaciones, en este sentido, no se vio afectada con los intentos revisionistas historio-
gráficos que se han producido en otros ámbitos con motivo del centenario en 1998. La conclusión, ex-
haustivamente estudiada por la investigadora del CSIC, M.ª Dolores Elizalde, es que más que el desastre,
propiamente dicho, se trató de una crisis finisecular no exclusiva del Estado español.

El replanteamiento del 98, según Elizalde2, se ha concretado en ocho puntos: una revisión sobre lo escrito
sobre el sistema político de la Restauración, destacando que, pese a sus defectos, contribuyó eficazmente
a la implantación del parlamentarismo democrático. Se han destacado, con respecto al colonialismo, la vita-
lidad del sistema en aquella época, pese a los errores. Con respecto a la historia económica, quedan claros
los beneficios para la economía española tras la contienda; sobre la mentalidad de los españoles que pro-
vocó el desastre, se insiste en que, si bien existió una crisis de identidad nacional, el regeneracionismo, que
ya existía antes, se vio claramente impulsado por el desastre. En cuanto a la estabilidad social, que tanto se
ha destacado en la Restauración, se ha visto contrastada con la aparición de nuevos movimientos sociales
y con la marcada conflictividad social; con respecto a los nacionalismos, se ha estudiado la construcción de
la identidad nacional de los territorios separados a raíz del 98 y,, por último, en el contexto internacional,
la revisión ha permitido descubrir que no era tanto el pretendido aislamiento de España de su entorno.

Con respecto a la revisión de los estudios sobre el ejército en la crisis de fin de siglo, M.ª Dolores Elizalde
escribe lo siguiente:

«Se ha producido también una revisión del Ejército y de la Marina en el fin de siglo, destacan-
do que no fue tanto la carencia de unos medios adecuados como la falta de eficacia de esos
medios recién adquiridos, la ausencia de una estrategia definida y suficientemente planificada,

1
 Doctor en Ciencias de la Información, por la Universidad Complutense de Madrid. Doctor en Historia por la
Universidad Católica de Valencia San Vicente Ferrer. Teniente coronel (R). Fue decano de la Facultad de Ciencias
Sociales y Jurídicas y vicerrector de Relaciones Institucionales de la Universidad CEU Cardenal Herrera. Profesor en
la Universidad CEU San Pablo. Académico correspondiente de las Reales Academias de la Historia, de la RACV y de
la de Doctores, respectivamente. «El impacto del Desastre del 98 sobre la mentalidad del Ejército Español». Anales
de la RACV. Op. cit., 2018. Vol. II, pp. 587-611.
2
 ELIZALDE PÉREZ-GRUESO, M. D. (2001). «El 98 desde una perspectiva normalizadora. Reflexión historiográfica de
un centenario». Hispania, LXI/2, n.º 208, pp. 710-712.
y la inadecuación de los recursos a las verdaderas necesidades españolas, los factores que
condujeron a la derrota militar –y en ese punto nadie siega el rotundo fracaso– y al profundo
replanteamiento de lo que era y lo que debía ser el ejército en el seno de la sociedad espa-
ñola»3.

Desde luego, la conclusión de la revisión, por lo que respecta al ejército es discutible. Los militares, en sus
revistas profesionales, llevaban años clamando por una dotación adecuada en Ultramar4. En este sentido
fue nefasto el llamado «Presupuesto de Paz», dirigido por el general López Domínguez en su etapa de
ministro de la Guerra, en el Gobierno presidido por Emilio Castelar, entre diciembre de 1892 y marzo de
1895. El general Polavieja, siendo ministro de Silvela en 1899, lo reconocía de esta forma: «La aceptación
del Presupuesto de la Paz y los económicos de Cuba y Filipinas fue un error gravísimo y condujo a gastar
más millones en perder nuestras colonias que lo hubiese costado conservarlas, desarrollando nuestras fuer-
zas terrestres y navales»5.

Llama la atención, además, que esta revisión del papel de las fuerzas armadas en torno al desastre del 98
se centra exclusivamente en la cuestión técnica, con una breve alusión al papel que debían representar los
militares en la sociedad española. Porque precisamente este estuvo, como es lógico, directamente rela-
406 cionado con el cambio de mentalidad que se produjo en el seno del grupo militar como consecuencia del
abandono y traslado de responsabilidades de la clase política a ellos en exclusiva.

El presente trabajo pretende hacer una reflexión sobre esta circunstancia, formulando la hipótesis de que
fue precisamente tras el desastre de 1898, cuando el ejército, como entidad corporativa, decide adoptar
esa conciencia intervencionista, en política, que terminará con el levantamiento contra la República de
1936.

El desarrollo de los argumentos que nos permitirán, o no, confirmar la citada hipótesis, requiere iniciar esta
reflexión prácticamente en el momento en que se configura el ejército profesional español con la llegada
de los borbones a la corona de España al iniciar el siglo XVIII.

ANTECEDENTES. EL EJÉRCITO QUE LLEGA A ENFRENTARSE A LA CRISIS


DE 1898

Si estudiamos el papel que jugó el ejército en la guerra de la Independencia nos sorprende la actitud de los
civiles que componían tanto las juntas de defensa que se formaron por todo el territorio nacional, a partir
del 2 de mayo de 1808, como las de los propios patriotas reunidos en las Cortes de Cádiz. La reticencia y la
desconfianza que sentían hacia los altos mandos españoles fue continua. En todo momento intentan con-
trolar a los generales porque no se fiaban de que las libertades alcanzadas y recogidas en la constitución
de 1812, corrieran peligro por causa de estos. Una buena prueba de ello es que los legisladores civiles,
no permitieron la unidad de mando bajo un solo general español y cuando, en 1812, se convencieron de
la necesidad de que todo el mando estuviera concentrado en una sola mano, eligieron a un extranjero, el
duque de Wellington, para escarnio y humillación de los generales españoles, que expresaron convenien-
temente su protesta.

Sin duda estas prevenciones estaban ligadas al excesivo protagonismo que durante todo el siglo XVIII ha-
bían adquirido los militares por deseo expreso de Felipe V y sucesores siguientes en el Trono. Como dice
el profesor Giménez:

«Una administración fuertemente militarizada a cuyo vértice se hallaba un capitán general,


con audiencias sometidas a su autoridad, y con una malla corregimental extendida sobre el
territorio para asegurar su control, y a cuyo frente se situaron oficiales generales (tenientes

3
 Ibidem, p. 712.
4
 GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA, P. (2003). La configuración de la mentalidad militar contemporánea (18681909).
Madrid, Ministerio de Defensa, pp. 242-250.
5
 ALONSO BAQUER, M. (1971). El ejército en la sociedad española. Madrid, Ediciones del Movimiento, p. 221.
generales, mariscales de campo y brigadieres) u oficiales (coroneles y tenientes coroneles),
según el rango del corregimiento»6.

Ya en el reinado de Isabel II, la debilidad del sistema político obligó a los partidos a buscar en los generales
de prestigio la cabeza que les permitía alcanzar el poder mediante el pronunciamiento. Nace así el llamado
por el profesor Pabón, régimen de los Generales, que encumbrará en el poder a los llamados «espadones».
Los Narváez, Serrano, O´Donnell o Prim, se comportaron como ariete o punta de lanza para que los parti-
dos alcanzaran el poder7. A finales del XIX, en vísperas de iniciarse la guerra que acabaría con el imperio
español, un diario progresista, El Imparcial, definía de esta forma el Régimen de los Generales de la época
isabelina:

«Sin el Ejército los partidos reformadores no hubieran llegado al poder, pero sin el Ejército, una
vez llegados, no lo habrían dejado jamás y no habría habido esos períodos de resistencia y de
reposo y aún de inevitable reacción durante los cuales se produce la conveniente selección de
las reformas, germinan, crecen y maduran estas.

Alternativamente propulsor y freno, instrumento de progreso y factor de moderación, el Ejérci-


to se sustituía a otros órganos de opinión más legales, pero atrofiados, y a otros poderes más 407
legales también, pero más exclusivos, más sectarios, menos nacionales cumpliendo así una ley
de existencia a las que los organismos políticos, como todos los organismos están sujetos. Sin
esta su intromisión anormal en el movimiento del Estado, la vida moderna habría sido impo-
sible para España. No había otro poderoso medio de fuerza impulsora y reguladora a compás
de las necesidades de nuestra sociedad»8.

Pero el ejército no se benefició en absoluto de que la cúpula del Gobierno estuviera ocupada por un gene-
ral del más alto rango, antes, al contrario, aquí se inician una serie de «vicios» que son los que traerán más
división en el seno del ejército, como los ascensos meteóricos, la concesión injustificada de recompensas
y la politización partidista del ejército. Cada general espadón pretendió ser el último y se tomó su periodo
de mando como un servicio incómodo a la patria y la reina.

Tras la gloriosa revolución de 1868 se inicia el llamado sexenio revolucionario, traído de la mano de mili-
tares como los generales Prim y Serrano y el almirante Topete. La reacción de la clase política defraudará
profundamente a los generales, sobre todo en la Primera República. Se cuestiona el ejército permanente
amenazado por la instauración de las milicias nacionales y se intenta un modelo de ejército de voluntarios
que, al fracasar, provoca abandono del frente e insubordinación, justo cuando España se encuentra con tres
frentes bélicos: el cubano, el carlista y el cantonal.

En el debate sobre el presupuesto para el departamento de Guerra, en la legislatura de las Cortes de 1869-
1870, se quejaba de esta manera el progresista general López Domínguez:

«¿Qué hemos tenido que hacer señores Diputados para conquistar nuestra libertad? ¿Cómo
la hemos conquistado siempre que verdaderamente la hemos necesitado? Pues hemos tenido
que apelar a las armas. ¿A quién deben SS. el encontrarse en este sitio? (el Sr. Soler. Pido la
palabra en contra) Al Ejército y la Marina, y después que habéis acudido a él, después que le
habéis llamado para defender la libertad ¿qué habéis hecho? Armar al pueblo contra el Ejér-
cito»9.

Esta fractura entre el ejército y, sobre todo, los partidos más a la izquierda, será fundamental para entender
el comportamiento posterior de los militares. El 3 de enero de 1874, el general Pavía y Rodríguez de Albur-
querque irrumpirá en el Congreso con sus tropas para evitar la república federal. Al desestimar Castelar la

6
 GIMÉNEZ LÓPEZ, E. (1994). «El debate civilismo-militarismo y el régimen de Nueva Planta en la España del siglo
XVIII». Cuadernos de Historia Moderna, 15, p. 43.
7
 SECO SERRANO, C. (1984). Militarismo y civilismo en la España contemporánea. Madrid, Instituto de Estudios
Económicos, p. 14.
8
 El Imparcial, 24 de febrero de 1894. Recogido por El Correo Militar, 26 de febrero de 1894.
9
 LÓPEZ DOMÍNGUEZ, J. (1870). Discursos pronunciados en la Asamblea Constituyente. Legislatura de 1869-1870.
Madrid, Imprenta de El Imparcial, p. 5.
408

Fotografía de un acuartelamiento en Filipinas. Museo del Ejército, n.º de inventario MUE-120056

oferta de continuar con la unitaria, se consolida el que habría de ser el primer golpe de Estado de la época
contemporánea, al participar en él, no ya un partido político con un general al frente, sino un general con
la mayor parte del ejército detrás10.

El general Arsenio Martínez Campos se pronunciará en favor del príncipe Alfonso, en un campo cercano a
Sagunto, el 29 de diciembre de 1874, poniendo fin a la regencia del general Serrano. La etapa de Alfonso
XII al frente del Estado fue muy fructífera para la formación técnica del ejército. La figura del rey soldado,
apoyado por su inteligente primer ministro, Cánovas del Castillo, el empeño de Alfonso en incrementar el
estudio y la técnica en el ejército, consiguió, en los diez años que dura su reinado, alejar a los militares de
toda tentación intervencionista.

Pero a la muerte del rey en 1885, se inicia una década de abandono absoluto de estos programas rege-
neradores de las fuerzas armadas. Se desestiman en 1888 las importantes reformas del general Cassola.
El general López Domínguez promueve desde el gobierno liberal de Sagasta el llamado «presupuesto de
paz» con una repercusión muy negativa sobre las defensas en los territorios ultramarinos. Pero lo más im-
portante, como destaca el profesor Vanaclocha:

«Es que en este periodo se asientan las bases del antiparlamentarismo castrense en España,
entre las que se encuentran, la falta de legitimidad de unas Cortes sujetas al caciquismo; la in-
eficacia de las Cámaras para solucionar los problemas de España y que en las Cortes no están
representados los intereses del ejército, del que nadie se ocupa»11.

10
SECO SERRANO, C. Op. cit., pp. 179-170.
 VANACLOCHA BELLVER, F. (1981). «Bases del antiparlamentarismo militar español (1874-1898)». Revista de
11

Derecho Político, n.º 8, pp. 56 y 57.


En estas circunstancias, en cuanto a su mentalidad, llega el ejército a la guerra con los insurgentes cubanos
que se inicia en 1895 y habrá de durar tres años con la entrada de los Estados Unidos en contra de España.

UN EJÉRCITO QUE NO SE SIENTE DERROTADO

Desde el punto de vista del objetivo de este trabajo, nos resulta más interesante las consecuencias de la
propia guerra de Cuba, finalizada en 1898, sobre la mentalidad de los militares, que el propio desarrollo
táctico y estratégico de la misma. Pero para poder calibrar bien el impacto del desastre, su tratamiento polí-
tico y el consiguiente reflejo en prensa, es preciso saber la actitud con la que los militares se enfrentaron a la
última fase del conflicto bélico. Porque la guerra de Cuba tuvo tres fases. La guerra de los Diez Años, entre
1868 y 1878, la llamada guerra Chiquita, que, iniciada en agosto de 1879, apenas duró un año y, por último,
la que se inicia en 1895 y terminará en 1898 con la derrota de España frente a las fuerzas norteamericanas
que apoyan a los insurrectos cubanos, tras declarar la guerra a la metrópoli.

Los militares, tanto los destinados en Ultramar, como los teóricos que redactaban publicaciones técnicas o
409
impartían conferencias en los centros culturales militares, sabían perfectamente cómo era la potencia militar
norteamericana y cuál era la situación del ejército español y sus defensas en Cuba, Filipinas y Puerto Rico.
Incluso, tenían claro las grandes dificultades de mantener militarmente estas posesiones, sobre todo desde
el final de la guerra de los Diez Años en Cuba, de 1868 a 1878, año este en el que se firma, por parte del
general Martínez Campos, la llamada Paz de Zanjón. El general Alonso Baquer resume perfectamente las
posturas que van evolucionando en función de los acontecimientos:

«Entre los años 1878 (Zanjón) y 1895 (Baire) la opinión publicada de los mandos militares más
significativos sobre el futuro deseable para España en Cuba había estado mayoritariamente
inclinada hacia un reformismo autonomista que culminara en la independencia (caso notorio
de Polavieja y de Blanco). Entre los años 1895 (Baire) y 1898 (Capitulación de Santiago de
Cuba) esta corriente de opinión se interrumpe del todo y queda relegada la cuestión al temido
resultado final de unas operaciones militares que, al principio, se creyeron más que suficientes
para el logro de una victoria temporal y efímera, que permitiera una negociación en buenas
condiciones (caso, también notorio, de Martínez Campos y de Weyler)»12.

Conscientes de las apetencias norteamericanas sobre la isla y perfectamente al tanto, por los anuarios y re-
vistas científicas militares nacionales e internacionales que se publicaban en la época, del auténtico poten-
cial bélico de una Norteamérica a un paso de Cuba, los militares españoles no querían un enfrentamiento
de estas características. Por ejemplo, una de las más importantes revistas científicas militares de la época
recogía lo siguiente en 1897:

«El presente año ha sido uno de los de mayor actividad en los ministerios de la Guerra y Marina
norteamericanos. La posibilidad de alguna complicación exterior ha sido prevista, y el Congre-
so ha secundado los esfuerzos del Poder ejecutivo, con el fin de poner al país en estado de
defensa, votando crecidos créditos para gastos que se suponen necesarios»13.

Cuando en abril de 1895, en plena insurrección de los mambises, el general Martínez Campos se hizo
cargo de la capitanía de Cuba, no tardó mucho en comprender que el levantamiento no se dominaría sin
anular el apoyo que recibía de la población indígena. Consciente de que él no podía resolver el problema,
le propuso a la reina su propia sustitución por el general Valeriano Weyler: «Yo no tengo condiciones para
ello –le escribiría en carta a María Cristina– Solo Weyler las tiene en España, porque además reúne las de
inteligencia, valor y conocimiento de la guerra»14.

12
 ALONSO BAQUER, M. (1997). «La derrota de 1898: consecuencias para el ejército español». Perspectivas del 98.
En Velarde, J.(coord.). Un siglo después, J. Ávila, Junta de Castilla y León, pp. 132-133.
13
 (1897). Revista de Estudios militares. Primer semestre, pp. 26-27.
14
 En Archivo General de Palacio (en lo sucesivo A.G.P.). Caja 12.832. Exp. 9. Citado por PANDO DESPIERTO, J.
(1996). «Cartas a la reina. Los capitanes generales de Cuba, Martínez Campos, Weyler y Blanco ante la guerra 1895-
98». En: Historia 16, n.º 243. Junio.
Cánovas envió, de inmediato, a Weyler quien tomó las medidas oportunas, tanto en el orden táctico, como
en el de la reconcentración de campesinos en las zonas ocupadas. La falta de control con la que se hizo
esta, provocó un importante número de muertos y signos de desnutrición entre los más de cien mil cam-
pesinos que sufrieron las malas condiciones de la operación. La propaganda de este grave problema a la
población civil en la prensa, tanto de España, como en el extranjero fue tomada por Sagasta para atacar al
partido conservador de Cánovas intentando forzar el cese de Weyler. El asesinato de Cánovas en 1897 y la
ascensión al poder de Sagasta, trajo consigo la inmediata defenestración de Weyler, quien, en apreciación
del profesor y coronel Fernando Puell de la Villa, es muy probable que hubiera acabado con la insurrección
cubana15.

410

Retrato del general Blanco Erenas. Museo del Ejército, n.º de inventario MUE 28044

El relevo de Weyler por el general Blanco Erenas, firme partidario de la negociación con los revolucionarios,
no fue bien acogida por los militares destinados en Cuba y, probablemente, tampoco por el resto de sus
compañeros en la Metrópoli. Weyler recibió innumerables muestras de apoyo de jefes y oficiales, como la
publicada en uno de los periódicos de mayor difusión entre los militares, La Correspondencia Militar. El 16
de enero de 1898, publicaba esta carta del teniente coronel jefe del batallón de Cazadores Colón n.º 28 a
su llegada a España: «Próximos a ser vencedores durante el mandato de Vuecencia y hoy repatriados sin
combate, saluda respetuosamente a V.E. a su llegada a nuestra querida Patria, el teniente coronel Federico
Paez».

La guerra se perdió en el mar, al sucumbir la armada española frente a la flota yanqui en Cavite y Santiago
de Cuba. El ejército de tierra luchó contra las tropas norteamericanas con coraje, pero es más que proba-
ble que fueron fallos de organización del alto mando, los que provocaron las derrotas más sonadas de los
españoles contra los norteamericanos. Por cierto, que la batalla de las Lomas de San juan pasó a los anales
de la incompetencia militar, por la parte americana, en apreciación del historiador Geoffrey Regan16, quien
también incluirá el desastre de Annual en la lista de acciones militares desastrosas por la nula preparación
de sus mandos militares.

15
 PUELL DE LA VILLA, F. (2013). «Guerra en Cuba y Filipinas: Combates terrestres». Revista Universitaria de Historia
Militar, 3. Vol. 2, p. 43.
16
 REGAN, G. (2001). Historia de la incompetencia militar. Barcelona, Crítica, pp. 299-313.
411

Fotografía de la pintura Combate de Cavite. Museo del Ejército, n.º de inventario MUE-120065

En cuanto a los efectos de la derrota sobre la moral de los militares, es posible rastrearlos en un interesante
documento que se encuentra en el Archivo General del Palacio Real de Madrid. Se trata de un exhaustivo
informe, con fecha 30 de diciembre de 1898, redactado por un confidente que, sin duda, se lo hizo llegar a
la reina regente María Cristina, sobre una reunión de ocho generales en casa del general Valeriano Bosch17.
La profesora Larios, al citar este documento cree ver un auténtico programa de gobierno que podría sig-
nificar «el retorno de los militares a la política activa tras el descrédito de los políticos culminando con el
desastre colonial»18. Pero en la página segunda, se dice textualmente: «los congregados hicieron constar su
adhesión al Sr. Sagasta, aun cuando no se hizo declaración alguna el espíritu de la reunión fue dinástico».
Se trataba más bien de ofrecer un programa de reformas del Ejército al nuevo gobierno.

Por lo detallado del mismo bien podía deberse a la mano del anfitrión, conocido monárquico. Además de
Bosch estaban en la reunión los generales Segura, Loño, Linares, Luque, Suárez Inclán, Escario y Aznar. Del
contenido del informe podemos entresacar lo que pensaban estos altos mandos militares a veinte días de
la firma del Tratado de Paz de París y sistematizarlo de la siguiente forma:

1. Existe una preocupación por depurar las responsabilidades de aquellos mandos cuyo comportamiento
ha sido censurable en la guerra. «La aspiración general será la de moralizar al ejército expulsando todo lo
malo».

2. Regeneracionismo interior, en las propias fuerzas armadas «fundado en el servicio militar obligatorio».

3. Denuncia que la clase política «haya tratado de arrojar sobre el Ejército y la Marina todo el peso de las
responsabilidades». Acusa a los políticos de «falta de inteligencia, rectitud y patriotismo». Y se lamenta,
especialmente de algunas intervenciones de políticos en el Senado y las Cortes.

4. Se lamentan de la creación de un ambiente antimilitarista, basado, fundamentalmente, en las campañas


de prensa en las que las fuerzas armadas aparecen como únicas responsables del desastre.

 AGP, cajón 18, exped. 7. Lo cita GONZÁLEZ-POLA, P. La configuración. Op. cit., pp. 307-309.
17

 LARIOS Á. (1999). El Rey piloto sin brújula. Madrid, UNED y Biblioteca Nueva, p. 371.
18
5. Reconoce el escrito, consensuado entre los generales, su parte de culpa en esta situación trazada y ar-
gumenta, en este sentido, «la natural ligereza de nuestro carácter, del afán de la crítica, y sobre todo de la
falta de espíritu militar y mancomunidad de intereses».

6. Hace hincapié en «nuestra falta de unión, por nuestros egoísmos, que hacían a cada uno mirar por su
propio interés, desdeñando el de la colectividad». Por ello, reflexionan «Si todas las colectividades, como
estamos viendo, se reúnen para la defensa de sus intereses materiales ¿qué menos podemos hacer noso-
tros que reunirnos, unirnos y agruparnos para defender aquello que no podemos sacrificar a nadie, ni por
nadie para defender nuestra honra, nuestro decoro y dignidad?». Arguye, después, que el desprestigio
«nos arrebata la autoridad que necesitamos para ejercer el mando en todas las ocasiones».

Este documento, en definitiva, sienta las bases de la cohesión interna y activa de las fuerzas armadas, aun-
que siempre se adivina «tibia» la participación de la marina. Habla de que los esfuerzos de los congresistas
y senadores militares deben orientarse en beneficio de los intereses de la colectividad castrense. Se lamen-
ta que, por la indiferencia de los generales en el Congreso, el Gobierno no hubiera sido capaz de sacar
adelante la ley que permitía a los tribunales juzgar los delitos contra el ejército, antecedente de la Ley de
Jurisdicciones de 1906.
412
A estas preocupaciones que manifiestan los militares a finales de 1898, habría que añadir los primeros
conatos de insumisión, sobre todo catalanista, que comenzarán a principios del siglo XX. Los militares
mostraron una gran sensibilidad ante los actos catalanistas de orientación antiespañola que se produjeron
a consecuencia del desastre.

Los periódicos militares más importantes, así como buena parte de la prensa de Madrid, recogieron en de-
talle el incidente que se produjo en Barcelona en julio de 1899 cuando una flota francesa fue recibida con
el canto de «la Marsellesa» y «Els Segadors», mientras se silbaba al Himno Nacional19. Por su parte, Sabino
Arana envió al presidente de Estados Unidos una carta de felicitación por su victoria frente a los españoles.

Veamos a continuación, siquiera brevemente, estos puntos citados por los generales reunidos en casa del
general Bosch, porque son la esencia del impacto del desastre y lo que habría de sentar las bases de la
mentalidad intervencionista del ejército en la época contemporánea.

En primer lugar, se habla de una regeneración interior, del propio cuerpo militar, empezando por la de-
nuncia de responsabilidades. Ciertamente existió una denuncia pública de la mala gestión realizada por el
mando militar en Ultramar, tanto antes, como durante la propia campaña. Unos se expresaron hacia fuera,
utilizando los periódicos generalistas, como el capitán del Cuerpo de Voluntarios en Cuba y Filipinas, Juan
de Urquía. Bajo el seudónimo de «el capitán Verdades», Urquía publicó un libro en Barcelona, en 1899,
titulado Historia Negra. Relato de los escándalos ocurridos en nuestras ex colonias durante las últimas gue-
rras20, que también incluían testimonios de otros compañeros de armas. El autor se hizo muy popular con
estas crudas y bien documentadas denuncias de ineptitud y corrupción, incluyendo nombres de generales
y otros altos mandos, sumado a la publicación de artículos en los diarios El Nacional y El Resumen21. Tam-
bién, desde dentro de la institución armada y en sus propias revistas científicas se oyeron voces autorizadas
contra las actuaciones perversas durante la contienda. Quizá la más contundente sea la del teniente coro-
nel Servando Marenco, jefe de Estado Mayor de la primera división, destinado en Cádiz y pendiente de la
defensa de la ciudad y zona de influencia, en el caso de que se cumpliese la amenaza norteamericana de
venir a bombardear la costa española con su armada.

Marenco publicó en la prestigiosa revista técnica militar Revista de Estudios Militares, un amplio artículo
titulado Ante el Abismo, denunciado de una manera muy dura la ineptitud de los mandos y exigiendo res-
ponsabilidades con los siguientes argumentos:

19
 SOLÉ Y SABATÉ, j. y VILLAROYA I FONT (1990). L´exércit i Catalunya (1898-1936). Barcelona, Llibres de l’Index, p. 35.
20
 CAPITÁN VERDADES (1899). Historia Negra. Relato de los escándalos ocurridos en nuestras ex colonias durante las
últimas guerras. Barcelona.
21
 PÉREZ LEDESMA, M. (1997). «Después del 98». En: Juliá, S. (dir.). Memoria del 98. El País, p. 188. Y GÓMEZ
APARICIO, P. (1974). Historia del periodismo. De las guerras coloniales a la Dictadura. Madrid, Editora Nacional,
p. 208.
«Por honra del ejército y bien de la patria, tenemos que suponer que no quedarán impunes
tantas vergüenzas. La impunidad mataría toda esperanza de regeneración. Al no imponer el
merecido correctivo a los que han desprestigiado al Ejército, se infiere una ofensa a todos los
que cumplieron con su deber en aquellos ejércitos de operaciones. Nunca se vio ineptitud ma-
yor en los centros directores. Ni plan, ni orden, ni aún siquiera previsión en detalles y minucias.
Solo se mostró absoluta carencia de ideas, de voluntad, de energías».

Propone pues: «Arrojar del ejército a cuantos no merezcan continuar en él, levantando la moral y el espíritu
de todas las clases. Los castigos ejemplares y severos que la opinión militar reclama, es la mejor satisfac-
ción a que debe aspirarse del resto del país, que seguramente así le volverá toda su confianza, respetos y
simpatía»22.

La justicia militar funcionó con la celebración de varios Consejos de Guerra sobre las rendiciones de Santia-
go de Cuba, Cavite y Manila, donde el general Jaudenes fue condenado y separado del servicio. También
funcionaron los llamados tribunales de honor, proceso por el que los miembros de la promoción del acu-
sado podían expulsarle del ejército si apreciaban una conducta indecorosa y que no fueron abolidos hasta
la constitución de 1978. Según Eduardo Gallego, en 1899 se expulsó, por este procedimiento, a más de
cincuenta jefes y oficiales y algún general23. 413

También hablan los generales reunidos en la casa de Bosch de regeneracionismo militar basado en el servi-
cio militar obligatorio. Como es sabido, las clases altas podían librarse del servicio militar mediante el pago
de una cuota, con lo que el peso de la leva recaía casi absolutamente en las clases bajas que pagaban una
dura contribución en sangre. En las guerras de Ultramar esto fue especialmente crudo por la cantidad de
bajas, no tanto por el combate, como por enfermedades producidas por las malas condiciones higiénicas
de los albergues, la deficiente alimentación y la mala atención sanitaria.

Los militares llevaban tiempo denunciando las cuotas y abogando por el servicio militar obligatorio para to-
dos los jóvenes españoles. Su preocupación, según avanza el siglo XIX, tiene que ver con el progreso de las
ideas socialistas en Europa. Al comenzar el último tercio del siglo XIX, el comandante Manuel Cassola, que
luego, siendo general, en 1888, propondría una amplia reforma del ejército, no aceptada por el Gobierno,
decía a este respecto lo siguiente, en la Comisión de Reorganización del Ejército, convocada por el capitán
y ministro de la Guerra, Nicolás Estévanez:

«Hay que tener en cuenta, señores, que no pasará este siglo sin que el socialismo se presente
potente y aterrador; que sus esfuerzos se dirigirán principalmente contra la clase media, a la
cual pertenecemos, y ¡Pobre de ella si para entonces conserva su actual aversión al servicio
militar! ¡Las armas que para nuestra defensa fiamos a las clases más desheredadas de la socie-
dad, es muy posible que se vuelvan contra nosotros!»24.

En 1903, el teniente coronel Sanchís llegó a calificar de «antipatriotas», en una conferencia en el Centro del
Ejército y la Armada, a todos los que se opusieran al servicio militar obligatorio25.

Los graves defectos en la repatriación de la tropa y el abandono al que se vieron sometidos al llegar a la
Península, pidiendo incluso limosna vestidos, aún con los viejos uniformes con los que se habían batido en
la manigua, acentuó el antimilitarismo, sobre todo en las clases más populares. Pero también sufrió la moral
de los mandos al ver en aquellas circunstancias a los que habían combatido a sus órdenes.

El tercer punto tratado por los generales es el malestar por las acusaciones de la clase política española,
dejándolos solos a la hora de las responsabilidades tras el desastre, no aceptando ellos ninguna. Famoso
fue el discurso en las Cortes del conde de las almenas, quien después de alabar el valor de la tropa en la
contienda dijo, el 12 de septiembre de 1898, lo siguiente: «Hay que arrancar de los pechos muchas cru-

22
 MARENCO, S. (1899). «Ante el Abismo». Revista de Estudios Militares. 1.º y 2.º semestre, p. 198.
23
 GALLEGO, E. (1899). «Balance del año». La Nación Militar, n.º 53. 31 de diciembre de 1899.
24
 BARADO, F. (1890). «Necrología. el teniente general Manuel Cassola y Fernández». Revista Científica-Militar, enero-
diciembre, p. 348.
25
 SANCHÍS Y GUILLÉN, V. (1903). La regeneración social y militar de España, Madrid, p. 10.
ces, y hay que subir muchas fajas desde la cintura hasta el cuello»26. Como era previsible esta declaración
enfadó profundamente a los generales, especialmente a Primo de Rivera y Weyler que se encontraban en
la Cámara.

Pero, sin duda, lo que más indignó a los militares fueron los fuertes ataques que recibieron de la prensa
de todas las tendencias, especialmente, de la que representaba a la izquierda española. Las autoridades
militares intentaban, a toda costa, encausar judicialmente a quienes publicaban artículos que consideraban
injuriosos para el ejército. Y consiguieron encarcelar al «capitán Verdades» y a Jiménez Escamilla, redactor
de El Nacional, pero la movilización del resto de colegas de la prensa consiguió de Francisco Silvela, atem-
perar, de momento, la persecución castrense27.

Los militares mostraban una sensibilidad extrema ante los que consideraban ataques de la prensa. Incluso
los más moderados y técnicos junto a los del Cuerpo de Ingenieros, los artilleros, mostraban en su revista
científica por excelencia, El Memorial de Artillería, su disgusto ante estos libelos: «Hoy es un cuaderno
desarrollando teorías absolutamente anti-militares, mañana es una revista que destruye una tradición o una
caricatura que ridiculiza un uniforme y pasado es un periódico que lanza una insinuación o pide un proce-
dimiento investigatorio».
414
Se denuncia cómo estas informaciones pueden afectar a la necesaria disciplina que debe reinar en el ejér-
cito, cuando dice: «Se ataca a los cuadros, ensalzando al soldado, se habla de verdugos y de mártires en
términos de socavar la autoridad moral, de que los jefes tienen ahora más necesidad que nunca».

Y termina, el editorialista utilizando un argumento que tendrá mucho éxito al inicio del siglo XX: «No son ya
ofensas al ejército, sino atentados contra la defensa del país y crímenes en consecuencia»28. Es decir, que
cada vez se va identificando al ejército con la patria en cuanto a los ataques que reciben.

Poco a poco se va articulando, por medio de la prensa político-militar, fundamentalmente, un espíritu aso-
ciativo relacionado al concepto de defensa de la patria. En el siguiente ejemplo, publicado en el periódico
castrense de mayor tirada, La Correspondencia Militar, se advierte perfectamente:

«Nuestra desunión es causa de que se nos menosprecie y desatienda nuestras patrióticas ad-
vertencias, se dejen indotados nuestros servicios, como en ningún tiempo lo estuvieron y se
coadyuve con ello fatalmente a los planes de los enemigos de la Patria dejando a esta inde-
fensa y otra vez en peligro la integridad el territorio y nuestro propio honor»29.

Obsérvese la clara alusión al peligro del separatismo regionalista.

LA PROPUESTA REGENERACIONISTA MILITAR

El desastre de 1898 provocó, además de una generación literaria y un pesimismo colectivo profundo, toda
una serie de propuestas de cara a la regeneración de España. Creemos que también existió en los prime-
ros años del siglo XX, una propuesta regeneracionista militar que, no solo afectaba al seno de las Fuerzas
Armadas, sino que trascendía a la población civil.

Uno de los manifiestos regeneracionistas más importantes, de los que aparecieron por aquellos tiempos re-
dactados por personas e instituciones, lo hizo un teniente general, Camilo García de Polavieja, que a punto
estuvo de conseguir que la reina María Cristina le nombrara presidente del Gobierno30 y formó parte, en la
cartera de Guerra, de la Administración formada por Francisco Silvela, en marzo de 1899. El manifiesto de
Camilo constaba de los siguientes puntos programáticos:

26
 FITE, V. (1989). Las desdichas de la Patria. Madrid, Edición de Madrid, p. 179.
27
 GONZÁLEZ-POLA, P. La configuración. Op. cit., p. 306.
28
 (1899). «Los ataques contra las instituciones militares». Memorial de Artillería. Serie 4.ª. T. 8, p. 244.
29
 La Correspondencia Militar, de 26 de diciembre de 1902.
30
 GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA, P. (1997). «Un general para una crisis. Polavieja y el polaviejismo en torno a
1898». Revista de Historia Militar, n.º 83.
415

Retrato del General Camilo García de Polavieja, obra de Kaulak, aparecido en las páginas de La Esfera

1. Apelación al sentimiento nacional.


2. Sentido de la realidad social.
3. Extirpación del caciquismo.
4. Descentralización administrativa.
5. Reorganización del ejército y la armada.
6. Servicio militar obligatorio.
7. Creación de una política exterior que acabe con el aislamiento internacional.
8. Incorporación de la masa neutra a la vida política.
9. Unión del pueblo y la monarquía31.

Pero también existió una propuesta regeneracionista militar que podemos rastrear en sus publicaciones in-
ternas y en algunos libros. Dos son las líneas que apuntan los militares para lograr la necesaria regeneración
de España en aquellos momentos: la educación del soldado y la especial atención al ritual patriótico que
podía incrementar el sentimiento patrio de los españoles.

Los militares llevaban bastante tiempo aprovechando el paso de los mozos por el servicio militar para al-
fabetizar a los que lo precisaban, que en aquellos años eran muchos, dada la alta tasa de analfabetismo.
Ahora, algunos de ellos proponen que mediante la educación se llegue a una formación integral en valores
patrios. «La obra de regeneración de España ha de comenzar por el ejército», escribirá Mariano de Santiago
(probablemente un seudónimo) en un artículo titulado La regeneración por el Ejército32.

En cuanto a los libros, sobresalen dos, fundamentalmente, el del joven capitán Joaquín Fanjul titulado Mi-
sión social del Ejército, publicado en 1907, que se basa en la propuesta del informe editado en 1883 por
la liberal Institución libre de enseñanza, concretamente el capítulo VII, titulado: La educación del soldado
y la condición de la clase obrera33. El segundo es del capitán Enrique Ruiz Fornells, titulado La educación
moral del soldado, obra de gran difusión, editada por primera vez en 1894 y ocho ediciones hasta 1918,
por ser libro de texto obligatorio en las academias de Infantería y Caballería, respectivamente. Propugnaba,

31
 FERNÁNDEZ ALMAGRO, M. (1968). Historia política de la España contemporánea. Madrid, Pegaso, p. 578.
32
 DE SANTIAGO, M. (1905). «La regeneración por el ejército». Revista de Caballería. Año 4.º, T. 7. Julio-diciembre,
p. 40.
33
 FANJUL GOÑII, J. (1907). Misión Social del ejército. Madrid, p. 35.
el autor, una educación moderna del soldado con pocos castigos y decía que no puede existir un amor a
la patria, sin espíritu militar34.

La otra faceta que intentan los militares en aquellos momentos es la voluntad de incrementar el sentimiento
patriótico de la población civil a través de procurar extrapolar a esta ese ritual tan preciado por ellos para
sublimar el concepto de patria.

Se regula, en 1903 a este fin, la ceremonia de jura de bandera por parte de los reclutas, que antes se hacía
en sencilla ceremonia en los patios de los cuarteles, sacándolas a la calle. En 1909 una circular del Ministerio
de la Guerra dispone que se invite a esta ceremonia a los niños de las escuelas, «para que puedan recibir
impresiones imborrables de tan solemne acto los alumnos de dichas escuelas»35.

LA CONFIGURACIÓN DE LA CONCIENCIA INTERVENCIONISTA MILITAR

416 La sensibilidad de los militares, en los primeros años del siglo XX, se agrava cada vez más con lo que ellos
sienten como ataques de la prensa. La experiencia del desastre, como hemos visto, les hace estar especial-
mente atentos, sobre todo, a lo relacionado con las muestras de autonomía, especialmente en Cataluña.

En esta época, se producen algunos incidentes al tomarse algunos oficiales jóvenes la justicia por su mano
atacando algunas sedes de los periódicos que, a su entender, ofendían la dignidad del ejército con sus infor-
maciones36. Así, en mayo de 1909, se produjo en Játiva un violento altercado entre militares y población civil
al intentar aquellos destruir la redacción del semanario El Progreso, por unos versos publicados por un sar-
gento licenciado. Algo parecido ocurrió en Gran Canaria, en 1900, contra el diario El Telégrafo. Los incidentes
más importantes se produjeron en Barcelona donde el ambiente venía caldeándose desde hacía tiempo. En
la primavera de 1902, el gobernador civil suspendió la inauguración de los juegos florales ante la enorme
pitada simultánea a la interpretación del Himno Nacional. Ese mismo año, también se produjeron diversos
incidentes entre militares de la guarnición barcelonesa y estudiantes de la Universidad de Barcelona.

En este contexto se produce, en noviembre de 1905, el incidente más grave contra el semanario satírico El
Cu-Cut y su periódico La veu de Catalunya. Las provocaciones autonomistas y las frecuentes informaciones
y viñetas ridiculizando a las Fuerzas Armadas y su actuación en 1898, ya venían de varios años antes. El 13
de noviembre de 1905, el dibujante satírico Juan García Junceda publica una viñeta en la que se veía a un
militar y un paisano hablando frente al Frontón Central donde la Lliga Regionalista celebraba sus éxitos
electorales.

–«¿Qué se celebra aquí que hay tanta gente?», pregunta el oficial con uniforme de Húsar.
–«El banquete de la victoria», responde el paisano.
–«¿De la victoria?, vaya serán paisanos», responde el militar en clara alusión a la derrota ultra-
marina.

Lo más grave del caso no solo fue el grupo de jóvenes oficiales que arrasaron literalmente al día siguiente
las redacciones de los dos periódicos, sino la reacción de solidaridad que se produjo en prácticamente to-
das las guarniciones españolas. Las presiones fueron tan grandes que tuvo que intervenir el rey para evitar
un auténtico golpe de Estado.

Como consecuencia cayó el Gobierno de Montero Ríos y Alfonso le entregó al poder a Segismundo Moret.
Este se aprestó a poner en marcha la Ley de Jurisdicciones que otorgaba a los tribunales militares la capa-
cidad de juzgar los delitos contra la patria y contra el propio ejército. La baza que ganaban los militares era
muy importante para ellos, pero nefasta para las relaciones con la sociedad civil.

34
 RUIZ FORNELLS, E. (1914). La educación moral del soldado. Toledo, p. 52.
35
 Colección Legislativa. Circular de 11 de enero de 1909.
36
 GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA, P. La configuración. Op. cit., pp. 340-342.
417

Viñeta de Joan García Junceda i Supervia, aparecida en la revista Cu-Cut el 23 de noviembre de 1905

En efecto la Ley de Jurisdicciones de 1906 era un instrumento importante en manos de los militares, pero se
perdió una gran oportunidad de integración en la sociedad civil. En los largos debates que se sucedieron en
las Cortes, los diputados militares se quedaron prácticamente solos defendiendo con intransigencia su postu-
ra pese a las advertencias de políticos que nada tenían de antimilitaristas como Vázquez de Mella, Nocedal o
Amos Salvador. En esto jugó un papel importante la prensa político militar, en la que los militares podían leer
cosas como estas «Se ha derrochado un caudal de elocuencia para combatir lo que imperiosamente reclama
la patria, cuya salud han hecho perder los idealistas de las banderías que desgarran y aniquilan»37.

En realidad, la aplicación de la Ley de Jurisdicciones fue más bien blanda, por ejemplo, en 1908 se abrieron
trece causas, con ocho procesados, de los cuales se condenaron a tres, siendo otros tres absueltos y dos
procedimientos pendientes de dictamen38. Por ello se entiende menos el empeño en sacar una ley que
también terminó provocando enfrentamientos entre los propios miembros de las Fuerzas Armadas. Nada
menos que el ministro de Marina, el almirante Víctor María Concas y Palau, que siendo capitán de navío
mandó el crucero Infanta María Teresa en el desastre naval de Santiago de Cuba. Este hizo unas declaracio-
nes contrarias a la Ley de Jurisdicciones, organizando un gran revuelo y fuertes críticas en la prensa político
militar fundamentalmente. También disintió de la aplicación de la ley el coronel del Cuerpo de Ingenieros,
Francisco Macià y Llussà, que ese mismo año se presentaría a Cortes en representación del partido Solida-
ritat Catalana y sería presidente de la Generalidad de Cataluña en 1931. Precisamente este grupo político,
organizado en torno a Francisco Cambó, fue consecuencia de las fuertes presiones castrenses para la
aprobación de la Ley de Jurisdicciones y consiguió integrar a fuerzas, en principio dispares, como la Unió
Catalanista, los carlistas y un grupo de la Unión republicana disidente de Lerroux.

Mientras tanto, el ejército no se regeneraba técnicamente y el estado calamitoso de su operatividad se


puso de manifiesto en la desastrosa movilización de las tropas para hacer frente, en 1909, a la agresión de
unos cabileños del Protectorado de Marruecos a los trabajadores que construían un ferrocarril en Beni bi
Ifrur. Como consecuencia del llamamiento a filas de los reclutas catalanes de los reemplazos correspondien-
tes a los años 1903 y 1905, se produjeron unos sucesos revolucionarios en Barcelona de una intensidad muy
alta, que pasaron a la historia con el nombre de la Semana Trágica.

37
 La Ilustración Militar, 28 de febrero de 1906.
38
 GARCÍA ESCUDERO, J. M. (1975). Historia Política de las dos Españas, T. 1.º. Madrid, Editora Nacional, p. 243.
En opinión del profesor Seco Serrano, en la actuación del ejército reprimiendo a los alborotadores y, sobre
todo, en los Consejos de Guerra posteriores, «prevaleció el espíritu que engendró la Ley de Jurisdiccio-
nes»39. Se celebraron cinco juicios sumarísimos y doscientos dieciséis Consejos de Guerra, con cinco ejecu-
ciones y 59 condenas a cadena perpetua. El proceso más sonado, por injusto, fue el que condenó a muerte
a Francisco Ferrer Guardia, fundador de la Escuela Moderna.

La fuerza bien cohesionada del ejército se puso de manifiesto en la constitución de las llamadas «juntas de
defensa» que tuvieron su auge a partir de 1917. Lo que empezó en defensa de una reivindicación profesio-
nal, se fue convirtiendo poco a poco en un grupo de presión armado que dirigiéndose al rey consiguió, en
octubre de 1917, la caída del Gobierno de Eduardo Dato y su sustitución por García Prieto con el civil de
la Cierva de ministro de la Guerra.

La conciencia intervencionista militar continuó hasta el golpe del general Primo de Rivera y fueron, funda-
mentalmente, los enfrentamientos de este con los cuerpos técnicos como la Artillería e Ingenieros, los que,
a la postre decidieron el final de la dictadura.

Los hombres que decidieron la sublevación contra la República del 18 de julio de 1936, sin duda, también se
418 vieron influenciados por el espíritu antiparlamentario, que se reforzó como consecuencia del desastre de 1898.

Hay que tener en cuenta que muchos de los profesores que tuvieron en las academias militares en la que
se formaron habían participado en la guerra de Cuba o habían estado sometidos a las impresiones que
hemos tenido ocasión de ver.

El general José Sanjurjo había participado en la propia guerra y en Cuba ascendió a capitán. El general
Emilio Mola, había nacido en Cuba, hijo de un capitán de la Guardia Civil allí destinado y al volver a España,
tras el desastre, ingresó en la Academia de Infantería. Y el más significativo de ellos, el general Francisco
Franco, hijo de un marino que estuvo destinado en Cuba a principios de los años ochenta del siglo XIX.

Franco mostró su obsesión por las pérdidas de las colonias y, concretamente, de la isla de Cuba en la novela
que escribió, con el título de Raza, bajo el seudónimo de Jaime de Andrade. En la novela, que sería llevada
al cine en 1941, con la dirección de José Luis Sáez de Heredia, Franco hace que el padre de los protagonis-
tas sea un marino, descendiente de Churruca, que muere heroicamente en la batalla naval de Santiago. La
masonería aparece en la obra como culpable de infiltración en la clase política de la época y principal causa
del abandono en el que se encuentra la isla y la guarnición militar que habría de defenderla.

Era tal la obsesión de Francisco Franco con el tema del desastre cubano que en 1945 hizo extensivo, a los
escasos supervivientes de la campaña ultramarina del 98, los beneficios de unos decretos de 1938 y 1942
que concedían una pensión y el grado honorario de teniente a los carlistas supervivientes de las guerras di-
násticas del siglo XIX. En esta orden se consideraba a los defensores de Cuba y Filipinas como «defensores
de las tradiciones patrias y precursores del Movimiento nacional»40. Ligando de esta forma dos aconteci-
mientos que nada tenían que ver, el desastre del 98, con la sublevación del 18 de julio.

En 1955, el periodista Santiago Galindo, desde las páginas del diario Ya, inició una campaña de búsqueda
de supervivientes de la guerra del 98, localizando a muchos y denunciando las malas condiciones en las
que vivían. Incluso publicó un libro titulado El 98 de los que fueron a la guerra. Como consecuencia de ello,
a los supervivientes se les concedió en 1959 una pensión vitalicia de 3.000 ptas. anuales. Quedaba de esta
forma saldada la deuda moral que los españoles tenían con aquellos soldados y la justicia la había hecho
un militar, ahora en la cima del poder en España.

Creemos que es evidente que las circunstancias en las que se desenvolvieron las acciones bélicas que
condujeron al desastre de 1898, el descargo de responsabilidades de la clase política en el ejército y la
campaña de prensa alrededor de la misma, sin duda, contribuyó tanto al aislamiento social de los militares,
como a la configuración de esa conciencia intervencionista que culminó el 18 de julio de 1936.

 SECO SERRANO, C. Militarismo. Op. cit., p. 247.


39

 «Ley sobre aplicación de los beneficios del decreto de 12 de marzo de 1938 y ley de 14 de marzo de 1942 a los
40

supervivientes del ejército español que tomaron parte en la defensa de Cascorro, Caney, Las Lomas de San juan
(Cuba) y Baler (Filipinas)». En: B.O.E. 138 y D. O. del Ministerio del Ejército, n.º 110, de 19 de mayo de 1945.
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de derecho político, n. 8.
Catalogación
de piezas
ÍNDICE
1. Retrato de la Reina María Cristina de Habsburgo con su hijo el Rey Alfonso XIII.
2. Escultura ecuestre de Alfonso XII.
3. Bandera de1º Batallón del Regimiento de Infantería de la Reina (Cuba 1857- 1873 y 1875-1889) / 1er
Batallón del Regimiento Libertad n.º 2 (Cuba 1873-1874) / Batallón Libertad n.º 2 (Cuba 1874-1875) / 1er
Batallón del Regimiento de María Cristina n.º 63 (Cuba 1889-1898).
4. Bandera del Batallón de Voluntarios de San Juan y Martínez (Cuba 1870- 1898).
5. Bandera Cubana, tomada en las lomas del Rubí (Cuba, 11-XI-1896).
6. Escudo de la insurrección de Cuba.
7. Retrato de la Plana Mayor del 1er Batallón de Voluntarios de La Habana.
8. Retrato orla de la Oficialidad del 1er Batallón de Voluntarios de La Habana.
9. Grupo de soldados españoles en Cuba.
422 10. Prácticas de tiro.
11. Soldados trabajando en una zanja.
12. Hoja de Servicios y licencia absoluta del soldado Mayo Blázquez.
13. Fotografía. Cortejo fúnebre.
14. Uniforme de rayadillo de Cuba.
15. Sombrero jipi-japa del teniente coronel de Ingenieros Joaquín Ruíz y Ruíz.
16. Medalla de la campaña de Cuba de 1868-1878 del teniente general Luis Dabán Ramírez de Arellano.
17. Medalla de la campaña de Cuba de 1895-1898 del coronel Francisco Manella Corrales.
18. Cantimplora de uso en el Ejército norteamericano en 1898.
19. Mochila o bolsa de costado.
20. Espada sable con vaina del capitán de Caballería Francisco Alfau.
21. Machete para Infantería de Cuba modelo 1892
22. Machete tipo Collins con vaina.
23. Fusil reglamentario de repetición Mauser español modelo 1893.
24. Cuchillo bayoneta modelo 1893 para fusil Mauser español del general Joaquín Vara de Rey y Rubio
25. Carabina Remington nº 5 modelo 1866 cal. 7 mm
26. Fusil estadounidense sistema Krag-Jorgensen modelo 1892.
27. Revólver sistema Smith-Wesson recomendado para el Ejército español desde 1884 –ONA–
28. Revólver Colt Navy modelo 1889, copia eibarresa marca Eureka
29. Proyectil. Granada perforante. Cal. 101 mm.
30. Cañón de hierro forrado de cuero
31. Bandera del Batallón de Artillería de Plaza nº 10 (Cuba, 1890-1898).
32. Maqueta de fortín de trocha, similar a los que se edificaron en la trocha del Sicario.
33. Maqueta de puente de ferrocarril de la trocha del Este (Isla de Cuba). Escala 1.25.
34. Fotografía de medio cuerpo del médico militar Jerónimo Durán
35. Hospital Militar de San José de las Lajas. La Habana.
36. Retrato del coronel Urbano Orad y Gajias.
37. Retrato del capitán médico Santiago Ramón y Cajal.
38. Uniforme de rayadillo de Ultramar del capitán médico Santiago Ramón y Cajal.
39. Microscopio del capitán médico Santiago Ramón y Cajal.
40. Estuche con lentes del microscopio del capitán médico Santiago Ramón y Cajal.
41. Machete cubano del capitán médico Santiago Ramón y Cajal.
42. Revólver tipo bull-dog y funda del capitán médico Santiago Ramón y Cajal.
43. Retrato del capitán general Arsenio Martínez Campos.
44. Bastón de mando del capitán general Arsenio Martínez Campos.
45. Retrato del capitán general Valeriano Weyler y Nicolau.
46. Bastón de mando con estuche del capitán general Valeriano Weyler y Nicolau.
47. Faja de gala del capitán general Valeriano Weyler y Nicolau.
48. Busto del capitán general Valeriano Weyler y Nicolau. 423
49. Retrato del capitán general Ramón Blanco Erenas, marqués de Peña Plata.
50. Retrato del brigadier Joaquín Vara de Rey y Rubio.
51. Bastón de mando del general Joaquín Vara de Rey y Rubio.
52. Faja de General de Brigada del general Joaquín Vara de Rey y Rubio.
53. Gemelos del general Joaquín Vara de Rey y Rubio.
54. Busto de Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro.
55. Bastón de mando del general Antonio Maceo.
56. Machete de jungla y vaina atribuido al general Antonio Maceo.
57.Estandarte cubano de Maceo, tomado en Paso Real (1896).
58. Montura con pistoleras del general cubano Antonio Maceo Grajales.
59. Machete del general Máximo Gómez Báez.
60. Miniatura. –La hora del rancho– en Cuba. Infantería. 1898.
61. Diorama de soldados de Cuba con uniforme de rayadillo. Infantería. 1862.
62. Miniaturas de soldados de Infantería en Cuba:
Miniatura de capitán de Infantería en Cuba con uniforme de diario. Año 1862.
Miniatura de subteniente de Infantería en Cuba con uniforme de diario. Año 1862.
Miniatura de soldado de Infantería en Cuba con uniforme de diario. Año 1862.
Miniatura de soldado de Milicias Disciplinadas de Cuba. Infantería. Año 1862.
Miniatura de soldado de Infantería de Línea en uniforme de campaña. Año 1891.
Miniatura de soldado de Infantería de Línea en uniforme de campaña. Año 1894.
Miniatura de soldado de Infantería de Línea con uniforme de marcha. Año 1891.
63. Boceto de la escultura “No importa”.
64. Bandera joloana, tomada en la cotta de Maybung (Filipinas, 16-IV-1887).
65. Pendón del Katipunan, tomado en Filipinas (1897-1898).
66. Mandil del Katipunan.
67. Gabán de guerra filipino.
68. Casco del general filipino Eusebio Roque.
69. Blusa de guerra filipina.
70. Espada utilizada en el archipiélago filipino –kampilan–
71. Espada “panabas”.
72. Hacha “ligua”.
73. –Kris– filipino de hoja flamígera.
74. “Tenegre” de las Islas Visayas.
75. Panoplia de armas filipinas en miniatura.
76. Panoplia de armas filipinas en miniatura.
77. Pieza de artillería filipina –lantaka–
78. Maqueta de casa de nipa de época colonial.

424 79. Estandarte de Leales Tiradores de Ilo-Ilo (1897-1898).


80. Banderín de la 2ª Compañía de Voluntarios de Ilocos del Norte (1896-1898).
81. Banderín de la 8ª Compañía del Batallón de Leales Voluntarios de Manila (1896-1898).
82. Fusilamiento de José Rizal. 1896.
83. Bastón de mando y estuche del capitán general Camilo García Polavieja y del Castillo.
84. Banda y venera de la Gran Cruz Laureada de la Real y Militar Orden de San Fernando del capitán gene-
ral Camilo García-Polavieja y del Castillo Negrete.
85. Retrato del capitán general Fernando Primo de Rivera y Sobremonte.
86. Banda de la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando del capitán general Fernando Primo
de Rivera y Sobremonte.
87. Guerrera de diario de rayadillo para oficiales del Ejército Español en Filipinas del comandante de Infan-
tería Julián Fortea Selvi. Reglamento de 1892.
88. Guerrera de gala de oficial del Ejército Español en Filipinas del comandante de Infantería Julián Fortea
Selvi. Reglamento de 1892.
89. Retrato de los soldados Marcelo Adrián Obregón y Loreto Gallego.
90. Retrato del capitán Mariano Mediano, junto a un grupo de oficiales supervivientes de la guarnición de
Tabayas.
91. Ambulancia. Filipinas (1896-1898).
92. Modelo escultórico del teniente Saturnino Martín Cerezo.
93. Fotografía de una pintura de la iglesia de Baler (Filipinas).
94. Retrato colectivo de jefes tagalos armados, frente a una vivienda filipina o bahay.
95. Retrato del comandante médico Rogelio Vigil en Filipinas.
96. Bandera del Batallón de Cazadores Expedicionario nº 2 (Filipinas, 1896-1898 / Regimiento de Infantería
de Valencia nº 23.
98. Medalla de proclamación de Alfonso XII en La Habana.
99. Medalla conmemorativa de la Exposición de Matanzas. Premio al Mérito, 1881.
100. Medalla conmemorativa de la Exposición Universal de Matanzas. Premio al Mérito, 1881.
101. Medalla conmemorativa del acueducto de Burriel. Matanzas, 1872.
102. Billete de 10 pesos del Banco Español de la Isla de Cuba, 1896.
103. Cuba Española.
104. Plano pintoresco de la ciudad de Santiago de Cuba: dedicado por su autor al Escmo. Señor Comte.
Gral. del Departamento D. Carlos de Vargas Machuca y al Ilustre Ayuntamiento de la misma, 1859.
105. Plano topográfico de la Villa de Asunción de Guanabacoa y sus inmediaciones, 1850.
106. Mapas de Cuba y Filipinas (infografía)
107. Puente de hierro proyectado sobre el río Pásig (Manila). Escala 1:125.
108. Medalla conmemorativa. Traída de agua potable a Manila, 1878.
109. Caricatura política: –The Yellow Kid–.
110. Judge: “El problema de Cuba”.
111. Judge: –Métodos españoles del siglo XVI–.
112. Puck: –Está debilitándose demasiado para mantenernos–.
113. Judge: “Infausto 13”.
425
114. Puck: “Los Rough Riders”.
115. Puck: “El melodrama cubano”.
116. The Journal Detroit: “La carga del hombre blanco”.
117. Puck: “Empieza la escuela”.
118. La Giraldilla. Castillo de La Fuerza. La Habana.
119. Castillo de los Tres Reyes Magos o del Morro de La Habana.
120. Torre Manaca-Iznaga. Valle de los Ingenios, Trinidad.
121. Fuente de La India. La Habana.
122. Fachada de la Catedral. La Habana.
123. Castillo de San Pedro de la Roca o del Morro de Santiago de Cuba.
124. El Ferrocarril La Habana – Bejucal – Güines, 1837 y 1839
125. Palacio de los Condes de Bayona.
126. La guitarra española. Instrumento musical legado por España
127. Monumento a la República de Cuba. Jardines del Buen Retiro, Madrid.
128. Monumento a José Rizal. Madrid.
129. El Galeón de Manila.
130. Fuerte Santiago. Manila.
131. Monumento a los Héroes de Baler. Madrid.
132. El mantón de Manila. Manola de Julio Romero de Torres
133. Casa colonial filipina. Bahay na bato.
134. España y Filipinas. Juan Luna y Novicio.
1. RETRATO DE LA REINA MARÍA CRISTINA DE HABSBURGO
CON SU HIJO EL REY ALFONSO XIII

Autor: Manuel Wssel (o Ussel) de Guimbarda


Datación: 1889
Materia: Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 248 cm (alto/longitud) y 170 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-20036
MUSEO DEL EJÉRCITO

Retrato de la Reina Regente María Cristina de Habsburgo-Lorena,


realizado por el pintor habanero Manuel Wssel de Guimbarda (1833-
1907) en óleo sobre lienzo. En pie, de cuerpo entero, de tres cuartos
a la derecha. Viste de negro con Banda y Venera de la Orden de Ma-
ría Luisa. Sostiene en brazos al Rey Alfonso XIII con vestido blanco. A
la izquierda, una mesa con tapete grana y un cojín sobre el que están
el cetro y la Corona Real. Viuda de Alfonso XII al fallecer éste el 25-
426 XI-1885, a los 28 años de edad en el Palacio Real de El Pardo, asumió
la Regencia hasta la mayoría de edad de su hijo Alfonso XIII, en 1902.

2. ESCULTURA ECUESTRE DE ALFONSO XII

Autor: Justo de Gandarias y Planzón


Datación: 1886
Materia: Bronce.
Dimensiones: 57 cm (longitud/altura), 17 cm (ancho) y 45
cm (profundo)
Taller de fundición: Compañía Metalúrgica de San Juan de
Alcaraz (Albacete)
Nº de inventario: MUE-24231
MUSEO DEL EJÉRCITO

Enriqueta María Roca de Togores Corradini (I duquesa de


Pinohermoso desde 1907), dama de la Real Orden de la
Reina María Luisa, estaba casada con Pablo Pérez-Seoane y
Marín, conde de Velle y conde de Pinohermoso, gestor de
la Compañía Metalúrgica de San Juan de Alcaraz (Albacete)
y ésta tenía una reconocida sección artística.

En 1886, al año de fallecer Alfonso XII, la condesa encargó


a su marido fundir una serie limitada de esculturas del rey a
caballo y eligieron al escultor Justo de Gandarias y Planzón
(1846-1933). Obra de gran rigor histórico, pues Gandarias
estudió al detalle fotos del Palacio Real, y quizás el caballo al natural. Éste, de raza anglo-árabe, era el fa-
vorito el rey por haber entrado con él triunfal en Madrid y realizado la Campaña del Norte. El monarca viste
uniforme de capitán general para diario conforme al Reglamento de Uniformidad de 1870 (para marcha y
campaña), con la variante de la Circular de 22-V-1871.

El emblema de las pistoleras de arzón y de la manta es la Corona Real y un bastón cruzado con un sable
de oficial en banda y abatido, entre dos ramas de laurel entrelazadas. Pero como los sables y espadas se
cruzan con la punta hacia arriba en todos los emblemas de unidades operativas del Ejército y divisas de
empleo militar, quizás sea el de alguna dependencia ecuestre de la Casa Real. La barba del rey es la de los
años 70, que bordea el mentón y largas patillas unidas al bigote. De porte elegante y seguro, ligeramente
tenso, con las riendas en su mano izquierda y su derecha apoyada airosamente sobre el muslo, combinando
con sutileza los recursos expresivos de la actitud del jinete. Si el caballo gira ligeramente hacia la derecha,
él lo hace hacia la izquierda.
3. BANDERA DEL 1er BATALLÓN DEL REGIMIENTO DE INFANTERÍA DE LA REINA (CUBA 1857-
1873 Y 1875-1889) / 1er BATALLÓN DEL REGIMIENTO LIBERTAD Nº 2 (CUBA 1873-1874) / 1er
BATALLÓN DEL REGIMIENTO DE MARÍA CRISTINA Nº 63 (CUBA 1889-1898)

Datación: 1857
Materia: Seda
Dimensiones: Paño: 148 cm (longitud) y 145 cm (ancho).
Corbatas (una amarilla y otra roja): longitud 65 cm y ancho
8,5 cm
Nº inventario: MUE-22057
MUSEO DEL EJÉRCITO.

En 1857 el Batallón de la Reina pasó a regimiento con dos


batallones. El primero recibió esta bandera con el lema –RE-
GIMIENTO INFANTERÍA DE LA REINA /1er BATALLÓN– y
el segundo otra similar. Uno de ellos participó en la Guerra
de Santo Domingo (1861-1865); y luego en 1873, tras abdi-
car Amadeo I, se denominó Regimiento de la Libertad nº 2. 427
En 1874 se desdobló en dos batallones sueltos, pasando el
primero a ser el Batallón de la Libertad nº 2; y el segundo,
el Cantabria nº 11. Pero tras la Restauración borbónica (29-
XII-1874), ambos en 1875 volvieron a ser el 1º y el 2º del
Regimiento de la Reina nº 2 y con sus antiguas banderas.

Combatió en Cuba durante la Guerra Grande (1868-1878). Luego, al unificarse los regimientos peninsulares
y ultramarinos, pasó a ser el Regimiento de María Cristina nº 63 y la bandera se desbordó cambiando su
lema anterior por el de –REGIMIENTO INFANTERÍA DE MARÍA CRISTINA/Nº 63/1er BATALLÓN–.

Se distinguió en la última campaña militar de Cuba (1895-1898) y participó en los combates del poblado de
Cascorro, donde aconteció la famosa hazaña del soldado Eloy Gonzalo García (26-IX-1896). Al terminar la
Guerra del 98, se disolvió por R.O. de 31-XII-1898, ingresando sus dos banderas en el Museo de Artillería
y luego en el de Infantería el 29-VI-1912.

4. BANDERA DEL BATALLÓN DE VOLUNTARIOS DE


SAN JUAN Y MARTÍNEZ (CUBA 1870-1898)

Datación: 1874
Materia: Seda
Dimensiones: 154 cm (longitud) y 122 cm (ancho). Asta:
alto/longitud 216 cm
Nº inventario: MUE-22028.
MUSEO DEL EJÉRCITO

El Batallón de Voluntarios de San Juan y Martínez creado


el 16-IX-1870 en el Departamento Occidental, al norte de
Cuba. Durante el Gobierno Provisional recibió esta ban-
dera, al menos en 1874, porque el escusón de Borbón
del escudo no ha sido sobrepuesto. Su lema: “VOLUNTA-
RIOS DE LA ISLA DE CUBA BATALLÓN DE SAN JUAN Y
MARTÍNEZ…. Tras la pérdida de Cuba, el regimiento fue
disuelto como los demás de Ultramar por R.O. de 31-XII-
1898.
5. BANDERA CUBANA TOMADA EN LAS
LOMAS DEL RUBÍ (CUBA, 11-XI-1896)

Datación: 1896 (circa)


Materia: Algodón
Dimensiones: 130 cm (longitud) y 60 cm (ancho).
Nº inventario: MUE-40763.
MUSEO DEL EJÉRCITO

La Bandera Nacional de Cuba (la de la Estrella So-


litaria) fue diseñada en 1849 por Miguel Teurbe
Tolón (también el Escudo Nacional) y confeccionada por Emilia Teurbe para el general venezolano Narciso
López, autoproclamado presidente provisional de Cuba (1851-1852). Por vez primera ondeó en el buque
insignia de la flota de su expedición invasora a Cuba y se izó en el pueblo costero de Cárdenas, en Matan-
zas (19-V-1850). En el pueblo de Guáimaro (provincia de Camagüey), un año después del inicio de la guerra
Larga, se formó (10-IV-1869) la primera la Asamblea Constituyente, en la que se redactó la primera Consti-
tución. Allí se votó entonces la Bandera Nacional entre dos opciones: la de Carlos Manuel de Céspedes al
428 dar el Grito de Yara en su finca La Demajagua y ésta de Narciso López, que resultó elegida. Al inaugurarse
la República (20-V-1902) se izó en el castillo de El Morro de La Habana y por decreto (21-IV-1906) del primer
presidente cubano, Tomás Estrada Palma, se establecieron las especificaciones de la bandera y del escudo.

El general Valeriano Weyler, nombrado capitán general de Cuba en febrero de 1896, se dispuso a pacificar
la Isla. Al saber que el general Antonio Maceo, lugarteniente general del Ejército de la República de Cuba
en Armas, se había refugiado en el centro de las lomas de Rubí, dirigió en persona la campaña militar de
Pinar del Río. Desembarcó en Mariel, donde emprendió la operación (10-XI-1896) con 18 batallones y 12
cañones, y al día siguiente venció a los mambises dispersándolos y arrebatándoles dos banderas, una es
la expuesta. Siendo marqués de Tenerife (R.D. de 11-VII-1887), por esta acción le fue concedida la Cruz
Laureada de San Fernando y Alfonso XIII le concedió el Ducado de Rubí (R.D. de 29-X-1920).

6. ESCUDO DE LA INSURRECCIÓN DE CUBA

Datación: 1895-1898
Materia: Madera y pigmentos
Dimensiones: 43,5 cm (alto/longitud), 33,5 cm (ancho) y 2 cm
(profundidad)
Peso: 0,92 kg
Nº inventario: MUE-43160
MUSEO DEL EJÉRCITO

El primer escudo de Cuba, –el Escudo de la Palma Real–, lo diseñó en


1849 el escritor y maestro matancero Miguel Teurbe Tolón por encar-
go del general venezolano Narciso López para sellar sus despachos
y bonos como presidente provisional de Cuba (1851-1852). Desde
1895 se modificó para evitar su relación con las ideas anexionistas a
EE.UU. de López: las franjas rojas por azul turquí, y la supresión de las
13 estrellas que coronaban la palmera real, como también la leyenda
–PATRIA Y LIBERTAD–.

Con forma de adarga ojival, el escudo se divide hacia los dos tercios de altura, donde una línea horizontal lo
remata en tres espacios o cuarteles. En el superior: dos porciones terrestres (Florida y Yucatán), en el centro
una llave de vástago macizo (Cuba) y al fondo un sol naciente. Desde los tiempos del Imperio español Cuba
es la Llave de las Antillas, las tierras son Cabo Sable (Florida) y Cabo Catoche (Yucatán), y el sol simboliza
el nacimiento de un nuevo Estado de Libertad y el Progreso. En el cuartel inferior izquierdo (diestro en
Heráldica), las tres franjas azules son los tres Departamentos de entonces (Occidente, Centro y Oriente) y
las dos blancas la pureza del Pueblo cubano. El cuartel inferior derecho muestra una campiña cubana: una
palmera real (Roystonea regia) como símbolo de la fertilidad del suelo y su uso a través de la historia, dos
montañas y celajes que cierran el paisaje.

El timbre lo corona un gorro frigio rojo, emblema tomado de la Revolución Francesa y de la Antigüedad,
que simboliza la Libertad; y su estrella blanca pentagonal, el Estado libre y soberano.

La versión actual se adoptó por decreto de 21-IV-1906 del presidente Tomás Estrada Palma y se ratificó en
la Constitución de 1940. Al escudo expuesto le faltan elementos: el tenante que lo sostiene y que es un haz
de varas cogidas por una cinta roja, símbolo de la unión del Pueblo; y dos ramas ladeándolo, una de roble
y la otra de laurel, que son la Paz y la Victoria, sustituidos por banderas. El gorro frigio actual tampoco tiene
nueve rayos de luz.

7. RETRATO DE LA PLANA MAYOR DEL 1er BATALLÓN DE


VOLUNTARIOS DE LA HABANA
429
Datación: 1898
Materia: Papel albúmina y sales de plata
Dimensiones: 32 cm (alto/longitud) y 22 cm (ancho)
Nº inventario: 204895
MUSEO DEL EJÉRCITO

Retrato de un grupo de seis oficiales de alto rango del 1er Batallón


de Voluntarios de La Habana con uniforme de rayadillo de Ultramar,
condecoraciones y armas reglamentarias de la Infantería española.

8. RETRATO ORLA DE LA OFICIALIDAD DEL 1er BATALLÓN DE


VOLUNTARIOS DE LA HABANA

Datación: 1870
Materia: Papel albúmina y sales de plata
Dimensiones: 33 cm (alto/longitud) y 22 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-204891
MUSEO DEL EJÉRCITO

Retrato colectivo tipo orla de los oficiales del 1er Batallón de Volunta-
rios de La Habana con uniforme de rayadillo de Ultramar.
9. GRUPO DE SOLDADOS ESPAÑOLES EN CUBA

Datación: 1895
Materia: Papel albúmina y sales de plata
Dimensiones: 13,20 cm (alto/longitud) y 21,50 cm
(ancho)
Nº inventario: MUE-204991
MUSEO DEL EJÉRCITO

Seis soldados españoles ante una construcción de


madera con herramientas de carpintería en la mano y
un arado. Uno agachado acaricia un perro.

430

10. PRÁCTICAS DE TIRO

Datación: 1898
Materia: Papel albúmina y sales de plata
Dimensiones: 21,50 cm (alto/longitud) y 25,50 cm
(ancho)
Nº inventario: MUE-120154
MUSEO DEL EJÉRCITO

Grupo de soldados realizando prácticas de tiro en un


campo de instrucción de Santiago de Cuba en 1898.

11. SOLDADOS TRABAJANDO EN UNA ZANJA

Datación: 1898
Materia: Papel albúmina y sales de plata
Dimensiones: 27,60 cm (alto/longitud) y 23,40 cm
(ancho)
Nº inventario: MUE-120156
MUSEO DEL EJÉRCITO

En Santiago de Cuba, un grupo de soldados trabajan-


do en una zanja
12. HOJA DE SERVICIOS Y LICENCIA ABSOLUTA DEL
SOLDADO MAYO BLÁZQUEZ

Datación: 1904
Materia: Papel y tinta
Dimensiones: 32,5 cm (alto/altitud) y 22 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-120159
MUSEO DEL EJÉRCITO

431
13. CORTEJO FÚNEBRE

Datación: 1927
Materia: Papel albúmina y sales de plata
Nº inventario: MUE-120159
MUSEO DEL EJÉRCITO

Grupo de soldados conducen en cortejo fúnebre el ataúd de un compañero fallecido al cementerio.


14. UNIFORME DE RAYADILLO DE CUBA

Datación: 1890 (circa)


Materia: Algodón y metal
Nº inventario: MUE-97720
MUSEO DEL EJÉRCITO

Uniforme del Ejército de Ultramar, con rayas de color


azul celeste y blancas que miden 0,88 cm. Lleva cuello,
hombreras y bocamangas rojas, 7 botones grandes con
emblemas de Artillería y 5 botones pequeños.

En 1855, las tropas de Voluntarios de La Habana co-


menzaron a usar este rayadillo, adoptándolo como
uniforme a fines de los años 60 del siglo XIX. El Regla-
mento de Uniformidad de 1876 (R.O. de 26-VI-1876)
y el de 1890 lo normalizó como uniforme de diario y
432 campaña para los jefes, oficiales y tropa del Ejército de
Ultramar. El uniforme de gala peninsular y el ultramari-
no fue idéntico.

Ideado para Ultramar (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), el


uniforme de rayadillo supuso una enorme innovación.
Su tela de algodón lo hacía más ligero, cómodo, trans-
pirable, higiénico y duradero que el anterior de lana.
Sus amplios bolsillos y alforzas (pliegues cosidos a la
ropa) daban mayor movilidad al combatiente; y ade-
más, como la ropa oscura atrae más luz y calor que la
clara, este uniforme aminoraba el calor tropical. Su pa-
trón a rayas sirvió de camuflaje rudimentario.

El rayadillo de Ultramar fue suprimido en 1898, aunque lo usaron de forma excepcional algunas unidades
por falta de material, e incluso algunas del Ejército de la República durante la Guerra Civil (1936-1939).
También fue el uniforme del Ejército de la I República Filipina (1899-1901), presidida por el general Emilio
Aguinaldo, y durante la guerra filipino-norteamericana o segunda guerra de la independencia filipina (de
4-II-1899 a 10-V-1902).

También el Ejército español tuvo su rayadillo en Marruecos, Sáhara español y Guinea Ecuatorial para uso
diario en verano y maniobras, aunque se sustituyó por el uniforme caqui en 1911. Sus rayas negras eran de
2,8 mm y las blancas de 7 mm. Se usó asimismo en la Península durante los veranos de 1914 y 1915.

15. SOMBRERO JIPI-JAPA DEL TENIENTE CORONEL DE


INGENIEROS JOAQUÍN RUIZ Y RUIZ

Datación: 1876
Materia: Algodón, hoja de palma real, cuero e hilo metálico
Dimensiones: 10 cm (alto), 52 cm (contorno interior) y 35,50
cm (diámetro).
Nº inventario: MUE-42277.02
MUSEO DEL EJÉRCITO

Sombrero de jipi-japa redondo y ala ancha, confeccionado con hoja o palmiche de la palma real (Roysto-
nea regia) trenzada y cinta de cuero negra. En su lado izquierdo lleva una escarapela con los colores de la
Bandera Nacional, presilla de hilo de plata y pequeño botón del Cuerpo de Ingenieros del Ejército. Bajo
la presilla tiene dos galones atravesados (graduación de teniente coronel). Sin forro, en su badana marrón
lleva una inscripción con letras doradas. Procede de Uniformidad El Trianón, una reconocida casa comercial
que hubo en el casco histórico de La Habana (La Habana Vieja).

El jipi-japa o jipijapa también se llama –panamá–, porque durante la construcción del Canal de Panamá se
importaron cientos de sombreros ecuatorianos de este tipo. Su uso en el Ejército se normalizó mediante el
Reglamento de Uniformidad de 1876, lo mismo que el rayadillo.

El mayor general Calixto García Íñiguez, lugarteniente general del Ejército cubano, al frente de 1.200 mam-
bises tomó el 28-VIII-1897 al asalto la ciudad de Victoria de las Tunas, protegida por varias fortificaciones,
trincheras y 1.000 hombres de guarnición (800 regulares y 200 voluntarios). Tal inesperada derrota conmo-
cionó España y a su Ejército, con la pérdida de 1.200 rifles, un millón de cartuchos y numerosos prisioneros.
Entonces el capitán general de Cuba, Ramón Blanco Erenas, envió desde La Habana a Joaquín Ruiz y Ruiz,
teniente coronel del Cuerpo de Ingenieros y propietario del sombrero, para entregar en mano al general
Calixto García sus propuestas de paz. Pero al llegar a la ciudad fue detenido y fusilado por Néstor Arangu-
ren, coronel del Ejército cubano.

433

16. MEDALLA DE CAMPAÑA DE CUBA DE 1868-1878 DEL TENIENTE


GENERAL LUIS DABÁN RAMÍREZ DE ARELLANO

Datación: 1873
Dimensiones: 4 cm (alto/longitud) y 3,40 cm (ancho). Cinta: alto/longitud
3,10 cm
Materia: Plata
Nº inventario: MUE-24588
MUSEO DEL EJÉRCITO

Medalla de plata, romboidal, orlada de ramos de olivo y palma, y timbra-


da por una corona mural articulada de la I República española. Sobre el
campo del anverso, en altorrelieve, una matrona coronada, adiestrada y
sentada, que alegóricamente representa a España. La figura extiende su
brazo derecho ofrendando un ramo de laurel, mientras apoya el izquierdo
sobre un escudo de armas de la I República de España. A su espalda, las
dos columnas de Hércules con semiesferas. El ángulo inferior lo ocupa la
leyenda –CAMPAÑA DE CUBA–, reverso liso con la leyenda ESPAÑA / AL
VALIENTE EJÉRCITO / QUE PELEA EN DEFENSA / DE LA / PATRIA / 1873–.
Pende a través de una anilla circular de plata, por la que pasa una cinta de
muaré rojo con una faja negra en su centro, cogida a una hebilla - prende-
dor de latón dorado.

Perteneció a Luis Dabán Ramírez de Arellano, militar de gran prestigio que


se distinguió en África (Cabo Negro, Sierra Bermeja, Tetuán y Wad-Ras), donde obtuvo la Cruz de San
Fernando de 1ª clase; luego en la campaña de Santo Domingo (1863-1865); y después en Alcolea (1868)
ascendiendo a comandante. En 1869 marchó a Cuba y participó en numerosos combates, por lo que le fue
concedida esta medalla de la primera campaña militar (1868-1878).

Prosiguió su brillante carrera militar en la 3ª guerra carlista (1872-1876) luchando en el Norte y en el


Maestrazgo (Carasa, Cucala, Montejurra, Somorrostro y San Pedro de Abanto), por lo que ascendió a bri-
gadier (1874). Al frente de su brigada el general Martínez Campos proclamó rey a Alfonso XII en Sagunto
(29-XII-1874). Ayudante de S.M. hasta el final de la guerra carlista, ascendió a mariscal de campo (1876).
Marchó a Cuba y luego a Filipinas como Segundo Cabo de la Capitanía General. Ascendió a teniente
general (1881) y luego fue capitán general de Aragón y Puerto Rico. Fue además senador del Reino.
17. MEDALLA DE CAMPAÑA DE CUBA DE 1895-1898 DEL
CORONEL FRANCISCO MANELLA CORRALES

Datación: 1899
Dimensiones: 3,60 cm (alto/longitud), 3,60 cm (ancho) y 3,10 cm
(diámetro). Cinta: 3,10 cm
Materia: Cobre
Nº inventario: MUE-30743.04
MUSEO DEL EJÉRCITO

Medalla circular de cobre, con el campo liso y bordes en sus extre-


mos. Sobre el anverso en altorrelieve los bustos adiestrados y sobre-
puestos de la Reina Regente y su hijo Alfonso XIII, y está circundado
con la inscripción –CAMPAÑA DE CUBA– y –1895-1898–. En el rever-
so figura en altorrelieve la cifra real –A XIII– (Alfonso XIII) y la leyenda
–AL EJÉRCITO DE OPERACIONES–. La medalla está toda orlada al
borde con dos ramos de laurel unidos en su parte inferior con una
434 cinta y timbrado de una corona real articulada en oro. Pende de una
cinta de seda con 5 fajas blancas alternadas con 4 rojas.

Perteneció a Francisco Manella Corrales, coronel de Caballería. Fue


creada por R.D. de 1-II-1899, como recompensa y sólo en bronce, para los militares del Ejército y la Armada
que participaron en la campaña militar de Cuba de 1895-1898. También se concedió a los que participaron
de los institutos, como el Instituto de Voluntarios de Cuba y Puerto Rico, y la Guardia Civil, entre otros.

18. CANTIMPLORA DE USO EN EL EJÉRCITO


NORTEAMERICANO EN 1898

Datación: 1898
Dimensiones: 20 cm (diámetro) y 6,50 cm (profundidad)
Materia: Aluminio y lona
Nº inventario: MUE-43494
MUSEO DEL EJÉRCITO

Esta cantimplora militar de aluminio forrada de lona lleva las


iniciales U.S. (United States). Perteneció al Ejército norteame-
ricano y posiblemente al V Cuerpo de Ejército de EE.UU. que
estuvo en Cuba al mando del general William Rufus Shafter
en 1898.

19. MOCHILA O BOLSA DE COSTADO

Datación: 1898 (circa)


Dimensiones: 38 cm (alto/longitud), 32,50 cm (ancho) y 14 cm
(grueso)
Materia: Lona
Nº inventario: MUE-43495
Procedencia: MUSEO DEL EJÉRCITO

Mochila o bolsa militar de costado del Ejército estadounidense


confeccionada con tejido de lona y con una inscripción consis-
tente en dos cañones cruzados. En el ángulo superior muestra
una –I– y en el inferior una –C–. Bajo ésta pone –IND 46–. Pudo
pertenecer al Ejército norteamericano que estuvo en Cuba al
mando del general William Rufus Shafter en 1898.
20. ESPADA SABLE CON VAINA DEL CAPITÁN DE CABALLERÍA
FRANCISCO ALFAU

Datación: 1895
Dimensiones: 90,40 (longitud) y 11,70 cm (ancho). Hoja: longitud 77 cm
y ancho 1,80 cm. Vaina: longitud 80,50 cm
Peso: 394 g (con vaina 726 g)
Materia: Acero, níquel hierro y madera
Fábrica/taller: Fábrica Nacional de Armas de Toledo
Nº inventario: MUE-30614
MUSEO DEL EJÉRCITO

Espada-sable forjada y grabada al ácido, con guarnición de hierro,


niquelada, compuesta por cazoleta completa y cachas de madera
cuadrilladas sujetas con tornillos. Monterilla simple con sombrerete y
virola inferior. Hoja recta, niquelada, con bigotera, lomo redondo al
interior hasta la pala, filo corrido al exterior que se hace doble en la
pala, y ligeros vaceos en las caras desde la bigotera a la pala. Vaina 435
metálica, niquelada y abrazadera con su correspondiente anilla y otra
rectangular.

Perteneció a Francisco Alfau, capitán de Caballería. Por sus dimensio-


nes y características parece el sable de un joven cadete. No se ajusta a
ningún modelo reglamentario, aunque guarda cierta similitud con los
modelos de sable montados 1896 y Rubet 1905.

21. MACHETE PARA INFANTERÍA DE CUBA MODELO 1892

Datación: 1894
Materia: Acero, bronce, madera y cuero
Dimensiones: 78,50 cm (longitud). Hoja: longitud 63,50 cm
Peso: 1,243 kg
Fábrica/taller: Fábrica Nacional de Armas de Toledo
Nº inventario: MUE-6209
MUSEO DEL EJÉRCITO

Machete forjado en la Fábrica Nacional de Armas de Toledo, grabado al ácido


y repasado a buril. Guarnición de broce dorado, con cruz de gavilanes rectos
con los extremos redondeados y vueltos en sentidos opuestos. Cachas de ma-
dera cuadrillada de nogal y sujetas con tornillos. Hoja con filo corrido al exterior
y lomo plano, y recta terminando en punta bruscamente mediante una forma
de bisel. Vaina de cuero amarillo con embocadura y contera de bronce. Fue
declarado reglamentario en 1892 para el Ejército en Cuba.

Se fabricó para proporcionar a las tropas de Infantería destinadas en Cuba un


elemento defensivo en la lucha cuerpo a cuerpo que igualase al que portaban
los combatientes mambises, ya que el machete era superior en manejo y con-
tundencia que la espada en combate. En los años 1895-1896 se fabricaron 924
ejemplares en la Fábrica Nacional de Armas de Toledo.
22. MACHETE TIPO COLLINS CON VAINA

Datación: 1890
Dimensiones: 92,80 cm (longitud) y 8,70 cm (ancho). Hoja: longitud 80 cm, ancho 3,20 cm y grueso 4,50 cm
Peso: 697 g (con vaina 951 g)
Materia: Acero, alpaca, latón, asta y cuero
Nº inventario: MUE-25298
MUSEO DEL EJÉRCITO

Machete tipo Collins de hoja ente-


riza ligeramente curvada, con lomo
cuadrado al interior y filo corrido
hacia el exterior. Con dos gavilanes
planos realizados con la misma hoja
y la espiga plana. Empuñadura con
dos cachas de asta sujetas por re-
maches que hacen el puño y con un ojal para fiador. Vaina de cuero repujado con brocal y contera de latón
436 niquelado. Fijador de cuero.
Un machete es un cuchillo grande y robusto. En áreas rurales es una herramienta para podar ramas, abrir
frutos o cortar pequeños árboles y troncos; para la recolección, como cortar caña de azúcar; para abrirse
paso en la jungla o la manigua; y para defenderse de animales salvajes. Pero también, en todos sus tipos y
tamaños, es un arma común en casi todas las guerras. En el caso de Cuba, cuando la toma de La Habana
por los ingleses (1762), los guerrilleros cubanos al mando de Pepe Antonio, alcalde de Guanabacoa, reali-
zaron la primera carga a machete en América. Fue el arma representativa de las guerras de independencia
de Cuba, aunque de uso limitado en batalla, siendo el general cubano-dominicano Máximo Gómez quien
hizo la primera carga de caballería con machete (4-XI-1868). Tanto el Ejército cubano como el Ejército es-
pañol lo emplearon como arma de combate.
En 1826, los hermanos Samuel y David Walkinson Collins, y su primo rico William Wells, adquirieron un mo-
lino de sierra a orillas del Farmington, en Canton (Connecticut, EE.UU.) y establecieron la fábrica Collins &
Co. para ejes y 1.300 tipos de herramientas agrícolas de gran calidad (arados, palas, picos, martillos, etc.) e
incluso cuchillos, espadas y bayonetas. Los ejércitos de EE.UU. y Canadá fueron clientes, y hubo productos
Collins en las guerras principales hasta el cierre de la fábrica en 1966. Las bayonetas de las armas Colt en la
Guerra de Secesión (1861-1865) eran Collins. En 1845 comenzaron a fabricarse los machetes Collins de mu-
chos tipos y tamaños alcanzando fama mundial, y desde entonces hasta hoy, en muchos lugares –collins– es
sinónimo de machete. El modelo de machete Collins de finales de los años 30, con hoja de acero de 45 cm
y mango de anillos concéntricos de cuero unidos por el pomo y la guarda de latón, fue el empleado por el
Ejército estadounidense en la II Guerra Mundial.

23. FUSIL REGLAMENTARIO DE REPETICIÓN MAUSER ESPAÑOL MODELO 1893

Datación: 1896
Materia: Acero y madera de nogal
Dimensiones: 123,40 cm (longitud), 14 cm (ancho) y 9,50 (profundo). Cañón: longitud 76,10 cm. Calibre: 7
mm
Peso: 4 kg
Fábrica/Taller: Fábrica Loewe, Berlín
Nº inventario: MUE-34065
MUSEO DEL EJÉRCITO

Fusil Mauser modelo 1893 para Infantería


española con cañón cónico de acero for-
jado y rayado con 4 estrías helicoidales
de izquierda a derecha, punto triangular a
cola y mira con alza de regleta y corredera
graduada de 400 a 2.000 m. Cajón de me-
canismos cilíndrico y atornillado al cañón,
con abertura superior y lateral derecha y
cargador ciego al fondo para 5 cartuchos cargados de una sola vez, culata de cerrojo con 2 “tetones” en
cabeza, aguja percutora rodeada y lanzada por un muelle espiral (el muelle real), uña extractora móvil y aleta
de seguro en nuez porta percutor. La caja es de madera de nogal con guardamanos superior. El baquetero
está oculto con baqueta corta de sólo 6,5 mm de diámetro, cilíndrica, de acero, con ojal de 1 cm de longitud,
dos roscas en sus extremos y guarniciones de hierro pavonadas en negro como toda el arma, salvo el cerrojo.
El 31-III-1888 se creó una Comisión Mixta de Armas Portátiles de Fuego, presidida por el general Bernardo
Echaluce Jáuregui, para estudiar y experimentar con modelos de distintas armas de repetición, y elegir el
mejor para las necesidades del Ejército español. La nueva arma tenía que ser de repetición, calibre reduci-
do y empleo de pólvora moderna –no vista– (sin humo). La Comisión dictaminó que un Mauser del calibre 7
mm sería lo idóneo. Por eso encargó a Turquía 1.200 fusiles y 400 carabinas Mauser modelo 1890 y calibre
7,65 mm, para que el Regimiento de Infantería Saboya nº 6 y el Batallón de Cazadores del Regimiento
Puerto Rico nº 19 probaran estas armas. Se hicieron ligeras variaciones que dieron lugar al Mauser modelo
1892, en fase experimental. Finalmente, se fabricaron en Alemania 192.769 unidades del definitivo Mauser
modelo 1893 con calibre 7 mm.
Ante los sucesos de Melilla (1893), el gobierno español acordó con el argentino la cesión de 10.000 fusiles
Mauser Buenos Aires modelo 1891, de calibre 7,65 mm y por tanto muy similar al turco modelo 1890. Tras
la resolución de conflicto marroquí, Loewe desde Berlín hizo una exportación masiva de fusiles y carabinas 437
Mauser de modelos distintos a España (predominando los calibres 7,65 y 7 mm), que se enviaron a Cuba,
Puerto Rico y Filipinas. Los 600 fusiles Mauser que el general y segundo cabo de la Capitanía General de
Filipinas Bernardo Echaluce distribuyó en el norte de Mindanao (Filipinas) fueron encargados a Alemania
por R.D. de 20-II-1895, ya que el Mauser modelo 1893 no comenzó a fabricarse en Oviedo hasta 1896.
Este fusil fue declarado reglamentario para el Ejército español por R.O. de 7-XII- 1893 como “Fusil Mauser
Español modelo 1893”. Un arma de repetición para cinco cartuchos en el depósito, más el de la recámara,
muy eficaz y moderna para la época, de sistema de cerrojo con cargador integrado en la caja con un peine
de 5 cartuchos que se introduce por la parte superior, con cañón de acero forjado de cuatro estrías helicoi-
dales. Su precisión y capacidad de repetición del fuego hicieron que fuera un arma muy preciada, tanto por
las tropas españolas como por los sublevados en Cuba y Filipinas.

24. CUCHILLO BAYONETA MODELO 1893 PARA EL MAUSER ESPAÑOL DEL GENERAL JOAQUÍN
VARA DE REY Y RUBIO

Datación: 1895
Materia: Acero, hierro y madera de nogal
Dimensiones: 38 cm (longitud) y 7,60 cm (ancho). Hoja: longitud 25,5 cm, ancho 2,65 cm y grueso 6 mm.
Diámetro del ojo: 1,50 cm
Peso: 422 g
Fábrica/Taller: Fábrica Nacional de Armas de Toledo
Nº inventario: MU-25180
MUSEO DEL EJÉRCITO

Este cuchillo-bayoneta es un arma blanca corta para engastar. Tie-


ne hoja de acero fundido y estampado, con filo corrido al exterior
y lomo cuadrado al interior. La mitad de cada cara la ocupan dos
vaceos con pequeña bigotera extendidos casi hasta la punta. La
otra mitad de las caras lo ocupan dos mesas que forman el filo. Su guarnición de hierro es una cruz o arriaz
de gavilanes rectos con un ojo en un extremo por donde entra el brocal del cañón del fusil Mauser español
modelo 1893 para su fijación. Tiene el pomo soldado con latón al extremo de la espiga que contiene el botón
y el muelle para su fijación a la primera abrazadera del fusil, además de una ranura para su encaje a la citada
abrazadera. Las dos cachas de madera de nogal están sujetas con dos pasadores remachados.
Vaina de cuero negro con brocal, boquilla y contera de acero. Contiguo a la guarda, al inicio del recazo, lle-
va troquelada la marca –ARTILLERÍA FÁBRICA DE TOLEDO 1897–. Perteneció al brigadier Joaquín Vara de
Rey, quien al mando de 520 soldados con fusiles Mauser español modelo 1893 defendió con heroísmo el
fortín de El Viso en la batalla del Caney (1-VII-1898). Combatió durante ocho horas contra la 2ª división del
general norteamericano Henry W. Lawton, compuesta por más de 8.000 soldados, 4 cañones cal. 81 mm
y 4 ametralladoras Gatling cal. 7,62 mm. Murió de retirada a Santiago de Cuba ante el ataque de fuerzas
mambisas mientras iba en camilla gravemente herido.
25. CARABINA REMINGTON Nº 5 MODELO 1866 CAL. 7 MM

Datación: 1866
Materia: Acero y madera
Dimensiones: 115,80 cm (longi-
tud), 16.00 cm (ancho) y 4,50 cm
(profundo)
Nº inventario: MUE-33803
MUSEO DEL EJÉRCITO

438

26. FUSIL ESTADOUNIDENSE SISTEMA KRAG-JORGENSEN MODELO 1892

Datación: 1894
Materia: Acero y madera de nogal
Dimensiones: 125 cm (longitud), 18 cm (an-
cho) y 8 cm (profundidad). Cañón: longitud
76,50 cm. Cureña: longitud 12 cm. Calibre:
7,62 cm
Peso: 3 kg
Nº inventario: MUE-6485
MUSEO DEL EJÉRCITO

Cañón cónico con 4 estrías helicoidales de


izquierda a derecha, punto de cuchilla y mira
con alza de corredera graduada de 200 a
1900 m, pavonado en negro como todas las
piezas metálicas, unido a un cajón con culata
de cerrojo cilíndrica, aguja con muelle, uña
extractora con largo vástago que sirve de
guía al cerrojo, dos tetones, manivela rema-
tada en bola y seguro de aleta y porta per-
cutor moleteado. Depósito central fijo y car-
gador con tapa exterior con apéndice para
manejo. Caja entera de nogal con guarda-
mano en el primer tramo, baquetero abierto
y baqueta con atacador cilíndrico, aparejos
de hierro, la 1ª abrazadera con apéndice
para bayoneta.

Este fusil norteamericano fabricado en Sprin-


gfield fue reglamentario en el Ejército de
EE.UU., que en 1898 lo empleó en Cuba y
Filipinas contra España. Por sus malos resul-
tados balísticos, se basó en el cartucho Mau-
ser español 5 x 57. Los estadounidenses lo
usaron también en la I y la II Guerra Mundial.
27. REVÓLVER SISTEMA SMITH-WESSON RECOMENDADO PARA EL EJÉRCITO ESPAÑOL DESDE
1884 –ONA–

Datación: 1884
Materia: Hierro, níquel y madera
Dimensiones: 24,20 cm (longitud), 15 cm (ancho) y 5 cm (profundo). Cañón: 12,7 cm. Calibre: 10,90 mm
Nº inventario: MUE-7090
MUSEO DEL EJÉRCITO

Revólver patentado por la firma Smith & Wesson en agosto de 1869 y


fabricado en Springfield (Massachusset, EE.UU.). Consta de armazón
partido y basculante mediante una bisagra situada en el apéndice
delantero del marco del tambor y el saliente inferior delantero del
armazón propiamente dicho, que se cierra mediante un pestillo en
forma de –T– situado en la parte posterior del puente, y en el que
se asienta la mira fija. Toda el arma está niquelada y su mecanismo
es de doble acción con percutor fijo en el gatillo. Aunque el modelo
original tiene un expulsor en estrella movido mediante cremallera, 439
esta arma fabricada en Éibar innovó el colocar un extractor de varilla
o baqueta al costado derecho, inconveniente para el uso, pero más
económico de fabricación.
Cañón cilíndrico, con 5 estrías y una solista en la parte superior donde encaja el punto de mira de media
lenteja. Tambor de 6 recámaras sujeto mediante un eje atornillado en el interior del cañón. El guardamonte
es cilíndrico y en la solista lleva la leyenda ORBEA HERMANOS (EIBAR) CON PRIVILEGIO EN ESPAÑA–.
Este revólver estadounidense fabricado bajo licencia en Eibar es el mismo que el Smith-Wasson Russian,
primer modelo 1871-1874, conocido comúnmente como –modelo ruso–, salvo sus medidas (34 cm longi-
tud, 14,50 ancho, 4,50 profundo y 20,30 cm. longitud cañón) y peso (1 kg). El –ruso– también figura en los
fondos del Museo del Ejército (MUE-4890). Su característico espolón de las armas europeas de duelo fue
una exigencia del gobierno del zar Alejandro II de Rusia cuando solicitó 50.000 ejemplares.

28. REVÓLVER COLT NAVY MODELO 1889 COPIA EIBARRESA MARCA EUREKA

Datación: 1900 (circa)


Materia: Acero plateado y ebonita
Dimensiones: 28,70 cm (longitud), 13 cm (ancho) y 4 cm (profundo). Cañón: 15,40 cm (longitud). Calibre: 7 mm
Peso: 860 g

Nº inventario: MUE-4325
MUSEO DEL EJÉRCITO

Revolver sistema Colt con cañón de 6 estrías, punto de media lenteja


y mira fresada en el puente del armazón. Este modelo es de cuadro
cerrado con un tambor de 6 cámaras, acanalado y oscilando a iz-
quierda, con pestillo y pulsador al mismo lado para fijarlo o liberarlo.
Su mecanismo es de doble acción: expulsor colectivo con pulsador
de vástago bajo el cañón.
Empuñadura cubierta por dos cachas de ebonita coloreada, repicada y con el nombre Colt en los medallo-
nes superiores. La ebonita es un compuesto de goma elástica, azufre y aceite de linaza, negro y muy duro,
que suele emplearse para uso industrial como aislante eléctrico. Tiene una leyenda en inglés en la parte
superior del cañón: –LAST COLT MODEL WITH EXTRACTOR STAR / MANUFACTURED WITH BESSEMER
STEEL– (Último modelo de Colt con extractor estrella), para aparentar su origen norteamericano. Al igual
que otras casas armeras vascas, EUREKA era una marca de carabinas de aire comprimido y figuraba como
tal para evitar el pagar licencias.
29. PROYECTIL. GRANADA PERFORANTE. CAL. 101 MM

Datación: 1890
Materia: Hierro
Dimensiones: 41 cm (longitud) y 9,50 cm (diámetro). Calibre: 101 mm
Peso: 14 kg
Nº inventario: MUE-1397
MUSEO DEL EJÉRCITO

Proyectil de Artillería de hierro fundido y forma cilíndrico-ojival hexagonal. Está hueco


para colocar la carga del explosivo. A unos 3 cm de la base, que es plana, tiene un ani-
llo donde se incrusta una tira de cobre que forma la banda de reforzamiento y que está
destinada a tomar las estrías del cañón para coger el movimiento giroscópico durante
el trayecto por el ánima. Fue disparado como lo muestra la impresión de las estrías del
cañón en la banda de reforzamiento.

440
30. CAÑÓN DE HIERRO FORRADO DE CUERO

Datación: 1872
Materia: Hierro y cuero
Dimensiones: 85 cm (alto/longitud). Calibre: 50 mm
Peso: 10 kg
Nº inventario: MUE-43139
MUSEO DEL EJÉRCITO

Cañón rudimentario de un único cuerpo formado por un tubo de hierro fundido con un fondo de cobre.
Carece de asas, muñones para afirmarlo en algún afuste, cascabel y fogón u oído. Todo el exterior está cu-
bierto por un entramado de cuero crudo o piel fresca, que cuando en su día se puso se hizo de modo muy
apretado para que, una vez secado el cuero, se estrecharan las tiras con fuerza aumentando la resistencia
del arma a las presiones generadas por la explosión de la carga de pólvora.

31. BANDERA DEL BATALLÓN DE ARTILLERÍA DE PLAZA Nº 10 (CUBA 1890-1898)

Datación: 1890
Materia: Seda
Dimensiones: 1,52 m (alto/longitud) y 1,40 m (ancho)
Nº inventario: MUE-3255
MUSEO DEL EJÉRCITO

La bandera del 10º Batallón de Artillería de la Plaza de Cuba (1890-


1898). Es morada y fue confeccionada con tafetán de seda en el taller
de la Casa Medina, en Barcelona, siendo su superficie brillante y rígi-
da, como también resistente y duradera. En el anverso, su diseño es
peculiar: Armas Reales reducidas, orladas con cuatro banderas y dos
tubos de cañón en el centro; una cinta blanca ondulante a sus pies
con el lema –10 º BATALLÓN ARTILLERIA DE PLAZA”; y una pila de
balas redondas entre dos cañones con sus respectivas cureñas como
trofeos artilleros. El reverso está invertido.

Asta de madera forrada de terciopelo morado y con galón dorado


claveteado en espiral, tiene una punta de lanza de metal sobre un
creciente como moharra y también una corbata morada con flecos
dorados.
El 10º Batallón de Artillería de Plaza fue creado en Cuba el 16-I-1890 con la misión de guarnecer la Isla. Tras
participar en la campaña de 1895-1898, quedó disuelto por R.O. de 31-XII-1898 como todas las unidades
de Ultramar y la bandera fue trasladada a la Península en 1899, quedando provisionalmente depositada
en el 1er. Batallón de Barcelona y luego enviada al Museo del Ejército el 29-XI-1904 conforme a la R.O. de
21-XI-1898.

32. MAQUETA DE FORTÍN TROCHA, SIMILAR A LOS QUE SE EDIFICARON EN LA TROCHA DEL
SICARIO

Datación: 1898
Materia: Madera y metal
Dimensiones: 54 cm (longitud/altura), 25 cm (ancho) y 25 cm (profun-
do). Base: ancho 37 cm y longitud 45,50 cm.
Nº inventario: MUE-42020
MUSEO DEL EJÉRCITO 441
Maqueta de fortín donada por el general Weyler en 1924 al Museo
del Ejército. Representa el modelo de los fortines que él estableció en
la trocha del Sicario durante su mando en Cuba (1896-1897): planta
cuadrangular, recios muros con contrafuertes, pequeñas ventanas y
una torreta que remata el tejado. Weyler estableció desde la trocha
de Júcaro a Morón, para la defensa de la zona: un fortín o torre cada
kilómetro con 8 soldados y 1 cabo; un blokhaus (blocao) cerrado con
parapeto y 4 soldados; y seis escuchas con parapeto y cubierta de
zinc entre el fortín y el blokhaus, con 4 soldados cada uno. También
dispuso construir un cuartel cada 5 km para la cabecera de la compa-
ñía que cubría el trayecto; y cuarteles para las cabeceras de batallón
cada 15, 13 y 35,5 km. Además, la trocha disponía de una alambrada
de púas en su lugar más débil.

33. M
 AQUETA DE PUENTE DE FERROCARRIL DE LA TROCHA DEL ESTE (ISLA DE CUBA).
ESCALA 1:25

Autor: Fernando Gutiérrez y Fernández, capitán de


Ingenieros
Datación: 1875
Materia: Madera de cedro y nogal, y acero
Dimensiones: 100 cm (longitud), 50 cm (alto) y
43 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-42221
Procedencia: MUSEO DEL EJÉRCITO

Maqueta del modelo de puente de madera para el


ferrocarril de la trocha del Este en Cuba, construida
en 1875 por el capitán de Ingenieros Fernando Gutiérrez y Fernández, y donada por él al Ejército en 1885.
Da impresión de robustez con barandillas en aspa y dos armaduras sobre pilas de madera de base cuadra-
da con función de estribos o soportes. Piso dividido en dos andenes a cada lado y en su parte central los
raíles de una vía férrea sobre las viguetas.

En las campañas militares de Cuba, el ferrocarril marcó límites, condujo convoyes, personal, etc. La maque-
ta tiene una cartela en el frente con la leyenda: –YSLA DE CUBA / FERROCARRIL DE LA TROCHA DEL ESTE
/ PUENTE DEL RÍO SAN ISIDRO / CONSTRUIDO POR LA 2ª COMPAÑÍA DEL BATALLÓN DE YNGENIEROS
/ ESCALA 1:25 / EN 1875 / MODELO CONSTRUIDO POR EL CAPITÁN FERNANDO GUTIÉRREZ–.
34. FOTOGRAFÍA DE MEDIO CUERPO DEL MÉDICO MILITAR
JERÓNIMO DURÁN

Datación: 1895-1898 (circa)


Materia: Papel y sales de plata
Dimensiones: 18 cm (alto/longitud) y 13 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-55113
MUSEO DEL EJÉRCITO

Copia de un retrato del médico militar Jerónimo Durán de Cottas.

35. FOTOGRAFÍA DEL HOSPITAL MILITAR DE SAN JOSÉ DE


442 LAS LAJAS. LA HABANA

Datación: 1896
Materia: Papel y sales de plata
Dimensiones: 32 cm (alto/longitud), 39 cm (ancho) y 4 cm
(profundo)
Nº inventario: MUE-55047
MUSEO DEL EJÉRCITO

Fotografía de la enfermería del Hospital de San José de Las Lajas


(La Habana). El capitán médico José Agustín, director del hospi-
tal, pasando revista al barracón de soldados enfermos de fiebre
amarilla.

36. RETRATO DEL CORONEL URBANO ORAD Y GAJÍAS

Autor: Clemente Alcántara


Datación: 1962
Materia: Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 114 cm (alto/longitud) y 90 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-55101.01
MUSEO DEL EJÉRCITO

El coronel médico Urbano Orad Gajías fue uno de los héroes más
distinguidos del Cuerpo de Sanidad Militar. Licenciado en Me-
dicina (1876), se incorporó al Cuerpo de Sanidad Militar (1877),
siendo destinado al Regimiento de Infantería de León e incor-
porándose al Ejército de Operaciones del Norte. En 1878 fue
destinado al Hospital Militar de La Habana y, terminada la guerra
Larga en el mismo año, fue trasladado al de Santiago de Cuba,
dedicándose a los enfermos de fiebre amarilla, enfermedad que
él mismo contrajo y por la que casi fallece dos veces. Se distin-
guió en la defensa de Melilla (21-X-1893) como médico y com-
batiente; y vestido de bereber arriesgó varias veces su vida reco-
rriendo de noche los campos de batalla para rescatar a los soldados españoles heridos entre los cadáveres.
Volvió a Cuba (1894) y en la acción de Cacao (28-XII-1896, con sus enfermeros y camilleros, desangrándose
por cuatro heridas de bala, combatió a los mambises cubanos con heroísmo logrando salvar y evacuar a 40
heridos de una muerte segura. Por esta acción fue distinguido con la Gran Cruz Laureada de San Fernando,
pensionada y costeada por suscripción popular del pueblo de Zaragoza a su regreso de Cuba en 1897.
37. RETRATO DEL CAPITÁN MÉDICO SANTIAGO RAMÓN
Y CAJAL

Autor: Mariano Izquierdo y Vivas


Datación: 1940 (circa)
Materia: Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 120,50 cm (alto/longitud), 101 cm (ancho) y 2 cm
(profundo)
Nº inventario: 55070
MUSEO DEL EJÉRCITO

Retrato del capitán médico Santiago Ramón y Cajal realizado en óleo


sobre lienzo en 1940 por el pintor Mariano Izquierdo y Rivas (Puerto
Príncipe, Camagüey, 1893 – Madrid, 1985). En pie, hasta la rodilla,
viste uniforme de rayadillo graduado de Capitán, con la guerrera
desabrochada. Con su mano derecha sostiene un libro que está so-
bre la mesa con material médico. Tras la tienda de campaña se ve un
paisaje tropical cubano. 443

Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, 1852 – Madrid, 1934). Recién acabados sus estudios de Medi-
cina fue declarado soldado de la –quinta de Castelar– al decretarse el servicio militar obligatorio en 1873.
Opositó y ganó una plaza vacante en el Cuerpo de Sanidad Militar. En 1874 fue destinado a Cuba con el
ascenso a Capitán. Sirvió en la enfermería de Vista Hermosa, en plena manigua y al cuidado de 200 en-
fermos de paludismo, disentería, fiebre amarilla y tuberculosis de las columnas de operaciones militares
en Camagüey. Mal alimentado y con trabajo superior a sus fuerzas, contrajo el paludismo; y pese a su mal
estado, tuvo en ocasiones que empuñar las armas para defender el barracón-hospital ante los ataques
de los mambises cubanos. Trasladado enfermo a la enfermería de San Isidro, en la Trocha del Este, por el
fallecimiento del médico que la regentaba, empeoró y fue internado en el hospital de San Miguel. Tras no
pocas súplicas y recomendaciones, se aceptó su solicitud de separación del Cuerpo de Sanidad Militar, re-
gresó a España y se dedicó a la docencia y a la investigación. En 1906 fue galardonado con el Premio Nobel
de Fisiología, que compartió con el médico y científico italiano Camilo Emilio Golgi, en reconocimiento a
su estudio de la estructura del sistema nervioso, cuyas conclusiones aportarían después nuevas teorías y
doctrinas sobre el tejido cerebral y los mecanismos que lo gobiernan.

38. UNIFORME DE RAYADILLO DE ULTRAMAR DEL CAPITÁN MÉDICO SANTIAGO RAMÓN


Y CAJAL

Datación: 1874
Materia: Algodón y metal
Dimensiones: 69 cm (alto/longitud) y 55 cm (ancho).
Sombrero: alto 15 cm, longitud 30 cm y ancho 30 cm
Nº inventario: 55070.01
MUSEO DEL EJÉRCITO

Guerrera de rayadillo azul de Ultramar de Santiago Ra-


món y Cajal, quien prestó servicio como capitán médico
en Cuba (1875-1876). Tiene cuello camisero, las divisas de
capitán en ambas mangas y siete botones pequeños y do-
rados con las iniciales S.M. (Sanidad Militar). Chaleco sin
mangas, con tres bolsillos y cinco botones dorados con
las mismas iniciales.

Su sombrero jipi-japa de Ultramar es de paja y en su lado


derecho lleva la escarapela nacional y un pequeño botón
dorado con el escudo de la I República.
39. MICROSCOPIO DEL CAPITÁN MÉDICO SANTIAGO RAMÓN
Y CAJAL

Datación: 1800 (circa)


Materia: Aleación a base de cobre y vidrio
Dimensiones: 32 cm (alto/longitud), 13,50 cm (ancho) y 15,50 cm
(profundo)
Fábrica/Taller: Nachet, en París.
Nº inventario: 55070.08
MUSEO DEL EJÉRCITO

Santiago Ramón y Cajal realizó importantes aportaciones en el cam-


po de la Neurología, sobre todo en el estudio del sistema nervioso El
uso del microscopio, como este Nachet/17 fabricado en París, supu-
so una nueva herramienta de trabajo que le abrió el camino de inves-
tigación de la neurociencia y que tantos avances científicos supuso
en la Historia de la Medicina moderna.
444

40. ESTUCHE CON LENTES DEL MICROSCOPIO DEL


CAPITÁN MÉDICO SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL

Datación: 1800 (circa)


Materia: Aleación a base de cobre, vidrio, cartón y seda
Dimensiones: 3,50 cm (alto/longitud), 8:30 (ancho) y 5,80 cm
(profundo)
Nº inventario: MUE-55070.09 y MUE-55070.10
MUSEO DEL EJÉRCITO

41. MACHETE CUBANO DEL CAPITÁN MÉDICO SANTIAGO


RAMÓN Y CAJAL

Datación: 1870
Materia: Acero y asta
Fábrica/Taller: La Catalana. Calle del Teniente Rey nº 10. La Habana
Dimensiones: 92,80 cm (altura/longitud) y 8,70 cm (ancho). Hoja: longitud 80 cm, ancho 3,20 cm
grueso 0,45 cm
Peso: 682 g (con vaina 891 g)
Nº inventario: MUE-55070.02
MUSEO DEL EJÉRCITO

Machete atribuido a Santiago Ramón y Cajal de


hoja entera ligeramente curvada, lomo cuadrado
al interior y filo corrido hacia al exterior. Dos ga-
vilanes hechos con la misma hoja. Empuñadura
con dos cachas de asta, sujetas con 5 pasadores
de latón remachados y ojal para fiador. Vaina de
cuero repujado con brocal y contera de alpaca.
42. REVÓLVER TIPO BULL-DOG Y FUNDA DEL CAPITÁN MÉDICO SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL

Datación: 1889
Materia: Acero y caucho
Dimensiones: 17 cm (longitud) y 12,70 cm (ancho).
Cañón: longitud 5,20 cm. Calibre: 11 mm
Peso: 680 g
Nº inventario: MUE-55070.06
MUSEO DEL EJÉRCITO

El revólver de Cajal es un –Bulldog– (inscrito BULL-DOG),


de doble acción, 5 tiros y para cartuchos espiga cal. 11 mm.
En la década de 1880 se fabricaron en Éibar varios modelos
para cartuchos de espiga del calibre 11 y 12 mm, y también
para cartuchos –central– en calibres 44 y 38. Su producción
en Éibar fue enorme y de muy baja calidad, pero era el revól-
ver más común por ser el más barato.
445

43. RETRATO DEL CAPITÁN GENERAL ARSENIO


MARTÍNEZ CAMPOS

Autor: Camilo Salaya


Datación: 1878
Materia: Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 117 cm (alto/longitud) y 86 cm (ancho).
Nº inventario: MUE- 20120
MUSEO DEL EJÉRCITO

Retrato del general Arsenio Martínez Campos realizado


por el pintor filipino Camilo Salaya en óleo sobre lienzo en
1878. En pie hasta la rodilla y con la cabeza girada hacia la
izquierda. Viste uniforme de capitán general color azul, con
casaca de vueltas y solapas granas, camisa y corbata blan-
ca. Ostenta la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San
Fernando. Apoya su mano izquierda sobre un documento
y lleva sable.

Arsenio Martínez Campos (Segovia, 1831 – Zarauz, 1900).


Destacó en la guerra de África. Como teniente coronel
tomó parte en la expedición a México (1861-1862) a las
órdenes del general Juan Prim y Prats. Destinado a Cuba
(1869), combatió a los mambises cubanos y ascendió allí a brigadier. Regresó a la Península en 1872, luchó
contra los carlistas en Cataluña y sirvió a la I República combatiendo el cantonalismo en Valencia, Murcia y
Cartagena. Enemistado con el gobierno republicano, marchó a Mallorca y a Castellón, donde conspiró para
restaurar la monarquía borbónica. Proclamó Rey de España a Alfonso XII en Sagunto (29-XII-1874). capi-
tán general de Cuba (1876-1879) y firmante de la Paz de Zanjón (10-II-1878) que puso término a la guerra
Larga (1868-1878) en Cuba. Presidente del Partido Conservador (1879) sólo por unos meses al enfrentarse
a Cánovas y pasó al Partido Liberal, ministro de la Guerra (1881). Sofocó el alzamiento republicano en Ba-
dajoz (1883) y ocupó la presidencia de Senado en diversas ocasiones. capitán general de Cataluña (1890 y
1893), de Castilla la Nueva (1895) y de Cuba en segundo mandato (1895-1896). En 1902 la Reina Regente
le concedió a su viuda el marquesado de Martínez Campos con Grandeza de España.
44. BASTÓN DE MANDO DEL CAPITÁN GENERAL ARSENIO MARTÍNEZ CAMPOS

Datación: 1850
Materia: Madera, carey, oro y fibra hilada de oro
Dimensiones: 86 cm (alto/longitud) y 2,50 cm (diámetro)
Nº inventario: MUE-40270
MUSEO DEL EJÉRCITO

Bastón de mando del capitán general de Cuba


Arsenio Martínez Campos, que podría corres-
ponder a la toma de posesión de su primer
mando (1876-1879) o a la del segundo (1895-
1896). Bastón de madera, cubierto de carey,
carece de pomo y con un anillo de oro donde
va la anilla del fiador, que es de hilo de oro.

446

45. RETRATO DEL CAPITÁN GENERAL VALERIANO WEYLER Y NICOLAU

Autor: José Ribera Blázquez


Datación: 1924
Materia: Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 121 cm (alto/longitud), 94 cm (ancho),
y 4,50 cm (profundo)
Nº inventario: MUE-55028
MUSEO DEL EJÉRCITO

Retrato del capitán general Valeriano Weyler y Nicolau, pinta-


do por José Ribera Blázquez (1875-1940) en óleo sobre lien-
zo. De pie hasta la rodilla, de tres cuartos a la izquierda. Viste
uniforme de gala de capitán general Inspector de Sanidad
Militar con dragonas y el emblema de Sanidad Militar en el
cuello. Ostenta el Toisón de Oro, Grandes Cruces de San Her-
menegildo, Carlos III y la del Mérito Naval. Sujeta el bastón
de mando con su mano derecha. Lleva sable. A la derecha, un
libro sobre una mesa.

Valeriano Weyler y Nicolau (Palma de Mallorca, 1838 – Ma-


drid, 1930). Militar y político, marqués de Tenerife y duque
de Rubí. Realizó una brillante carrera militar en Santo Do-
mingo, siéndole concedida la Gran Cruz Laureada de la Real
y Militar Orden de San Fernando por su travesía del río Jai-
na entre las líneas enemigas. capitán general de Canarias
(1878-1883), de la Inspección de Sanidad Militar (1886), Vas-
congadas-Cataluña, Baleares y Filipinas (1888-1891). capitán general de Cuba (1896-1897), venció al
general Antonio Maceo en la campaña militar de Rubí, dándole muerte y obtuvo por ello el Ducado de
Rubí. Regresó a España en 1897 tras haber aplicado la guerra total en respuesta a la practicada por los
mambises cubanos, como también la impopular política de Reconcentración para intentar ganar la guerra
y estuvo próximo a conseguirlo. Varias veces fue ministro de la Guerra. De nuevo capitán general de
Cataluña, dirigió la represión de los sucesos de la Semana Trágica (1909). Coronel honorario del Regimien-
to de Infantería Aragón nº 21 desde el 17-I-1920 hasta su fallecimiento en 1930. Se opuso al Golpe del
general Miguel Primo de Rivera y a su dictadura (1923-1930). Escribió Mi mando en Cuba (Madrid, 1910-
1911) y unas Memorias incompletas que recogió su nieto en el libro En el álbum de mi abuelo. Biografía
del general Weyler (Madrid, 1946).
46. BASTÓN DE MANDO CON ESTUCHE DEL CAPITÁN GENERAL VALERIANO WEYLER Y NICOLAU

Datación: 1900 (circa)


Materia: Bastón: Madera, carey, oro, hierro y latón.
Estuche: Cuero y seda
Dimensiones: Bastón: 92,50 cm (alto/longitud). Estuche: 95,50
cm (longitud), 6 cm (ancho) y 4 cm (profundo)
Nº inventario: MUE-41295
MUSEO DEL EJÉRCITO

Bastón de mando de carey del general Weyler. Pomo de oro ochavado con castillos y leones. Escudo herál-
dico, flores de lis y sus iniciales grabadas: V.W.N. El escudo real en la parte superior. Contera de hierro y oro.

Estuche de tafilete rojo, forrado de seda azul y con un asa. Presenta motivos orientales, por lo que pudiera
haberse realizado en Manila durante su mando en la Capitanía General de Filipinas. En la parte central hay
una placa de plata con una inscripción: –EXMO. SR. D. VALERIANO WEYLER. MARQUÉS DE TENERIFE–.

447
47. FAJA DE GALA DEL CAPITÁN GENERAL VALERIANO WEYLER Y
NICOLAU

Datación: 1908 (circa)


Materia: Seda, hilo de oro y cuero
Dimensiones: 100 cm (longitud)
Nº inventario: MUE-44123
MUSEO DEL EJÉRCITO

Faja de tejido dorado y forro de cuero, con dos anchas franjas y una es-
trecha de seda grana. Lazada confeccionada. Borlas y flecos de hijo de
oro. En las borlas, bastón y espada en aspas, castillos y leones. Correa y
hebilla para ceñirla. En 1908, el Rey Alfonso XIII regaló al general Weyler
esta faja en reconocimiento a su lealtad y dignidad militar. Parientes suyos
entregaron esta faja al Regimiento de Aragón nº 21, del que él era coronel
honorario.

48. BUSTO DEL CAPITÁN GENERAL VALERIANO WEYLER Y


NICOLAU

Autor: Mariano Benlliure Gil.


Datación: 1947
Materia: Bronce
Dimensiones: 64 cm (alto/longitud). 30 cm (ancho) y 29 cm (profundo)
Fábrica/Taller: Fábrica de Trubia
Nº inventario: MUE-40647
MUSEO DEL EJÉRCITO

Mariano Benlliure modeló su busto mostrando con realismo su longevidad.


Sus ojos cansados conservan su energía expresiva y su boca el gesto al
hacer una mueca guarnecida por su espeso bigote y marcadas patillas.
Sobre el uniforme luce el Toisón de Oro y la Gran Cruz Laureada de San
Fernando. Cubre la cabeza su celebrado casco. Este busto realizado en
1922 fue donado por el escultor valenciano al Museo del Ejército en 1940.
La pieza expuesta es una reproducción moderna realizada por la fundición
Capa. Se conserva una copia en terracota barnizada en el Museo Nacional
de Cerámica González Martí de Valencia.
49. RETRATO DEL CAPITÁN GENERAL RAMÓN BLANCO
ERENAS, MARQUÉS DE PEÑA PLATA

Autor: F. Martí Monserrat


Datación: 1895
Materia: Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 155 cm (alto/longitud) y 105 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-8004
MUSEO DEL EJÉRCITO

Retrato de Ramón Blanco y Erenas, marqués de Peña Plata, pintado


en óleo sobre lienzo por F. Martí Monserrat. Aparece sentado, de
cuerpo entero, de tres cuartos a la derecha, cabeza girada a la iz-
quierda. Viste uniforme de capitán general con levita azul, dos hileras
de botones, pantalón grana y bota alta. Luce la condecoración de la
Orden Militar de San Hermenegildo y una escarapela de profesor o
de Ayudante del Rey. Gira el ostro a la izquierda y mira como si lo
448 hiciera hacia fuera del cuadro. Las nubes presentan al fondo un pai-
saje crepuscular sobre el que destaca el militar en noble actitud. En la
parte izquierda, sobre una roca, aparecen un libro y unos prismáticos.
Destaca el equilibrio compositivo y pictórico. El rostro iluminado es la zona más atrayente del cuadro. La
viuda donó el cuadro al Museo del Ejército.

El capitán general Blanco (San Sebastián, 1833 – Madrid, 1906), siendo teniente general, le fue concedido
el título de marqués de Peña Plata en 1876. Fue capitán general de Cuba (1879-1891) de Filipinas (1893-
1896) y nuevamente de Cuba (1897-1898) con orden de implantar la autonomía (1-I-1898) y finalmente la
de capitular y entregar la Isla a EE.UU.

50. RETRATO DEL BRIGADIER JOAQUÍN VARA DE REY Y


RUBIO

Autor: Anselmo Nieto Fot


Datación: 1900
Materia: Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 107,50 cm (longitud/altura) y 82 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-20055
MUSEO DEL EJÉRCITO

Joaquín Vara de Rey aparece retratado de pie, vistiendo uniforme de


general de brigada del Ejército de Tierra. Apoya su mano izquierda
en el sable y con la derecha sostiene el bastón de mando. Sobre el
pecho luce numerosas condecoraciones, entre las que destacan: la
banda y placa de la Gran Cruz de la Orden de San Hermenegildo, la
Real y Militar Orden Militar de San Fernando y tres de la Orden del
Mérito Militar. Su figura destaca sobre un fondo plano.

Anselmo Niceto Fot (1881-1964), pintor vallisoletano de tantos per-


sonajes históricos, se inspiró en una fotografía que le mostró en Madrid José Vera y González, pintor, di-
bujante y fotógrafo burgalés. Si el general falleció el 1-VII-1898 en El Caney y el pintor no había llegado a
Madrid hasta 1900, el cuadro podría ser de principios del siglo XX. Es un retrato de factura clásica, dibujo
correcto y vivo colorido; por lo que carece de las influencias impresionistas, simbolistas y modernistas de
las obras posteriores del pintor.

Joaquín Vara de Rey y Rubio (Ibiza, 1840 – Santiago de Cuba, 1898) combatió al cantonalismo de Cartagena
y Valencia, y a los carlistas en la tercera guerra civil. En 1884 pasó a Filipinas distinguiéndose en la expedición
de Mindanao. Marchó a Cuba como voluntario, fue nombrado comandante militar de Bayamo e intervino en
el combate de la Loma del Gato (Santiago de Cuba), donde murió en combate (5-VII-1896) el general cubano
José Maceo Grajales, hermano del general Antonio Maceo, lugarteniente general de Máximo Gómez, y por
cuyo hecho ascenció a brigadier. Luego, en 1898 pasó a la Historia como El Héroe del Caney.

El Caney era un humilde poblado con una iglesia. Las defensas, al mando de Vara de Rey, eran cuatro
blokhaus de madera y un fuertecillo llamado El Viso. El 1-VII-1898, las fuerzas del V Cuerpo de Ejército de
EE.UU., al mando del general William Rufus Shafter atacaron a la vez Las Lomas de San Juan y El Caney. Los
1.500 soldados de la División Lawton atacaron El Caney, con ametralladoras y artillería, contando la guarni-
ción con 550 hombres con fusiles Máuser modelo 1893. El combate duró ocho horas ininterrumpidas. Vara
de Rey, herido en ambas piernas por un balazo, continuó dando órdenes desde una camilla. Al producirse
la inevitable retirada, se intentó a través de las líneas enemigas, resultando muertos los camilleros y el he-
roico brigadier español. Los norteamericanos enterraron su cadáver con todos los honores militares.

51. BASTÓN DE MANDO DEL GENERAL


449
JOAQUÍN VARA DE REY Y RUBIO

Datación: 1896
Materia: Madera y metal
Dimensiones: 81 cm (longitud) y 2,30 cm (diámetro)
Nº inventario: MUE-27132
MUSEO DEL EJÉRCITO

52. FAJA DEL GENERAL DE BRIGADA JOAQUÍN VARA DE REY


Y RUBIO

Datación: 1896
Material: Seda, hilo de oro y plata
Dimensiones: 325 cm (alto/longitud), 10 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-25841
MUSEO DEL EJÉRCITO

Faja de punto de seda encarnada, con entorchado de General de


Brigada y borlas e flecos dorados. En las borlas aparece la divisa del
general Vara de Rey.

53. GEMELOS DEL GENERAL JOAQUÍN VARA DE REY Y RUBIO

Datación: Siglo XIX


Materia: Metal y vidrio. Estuche: cuero, metal y seda
Dimensiones: 15 cm (alto/longitud) y 13,50 (ancho). Co-
rrea: longitud 165 cm y ancho 2 cm. Estuche: alto/longitud
15,3, ancho 10 cm y profundo 6 cm. Diámetro: 6,80 cm
Nº inventario: MUE-25845
MUSEO DEL EJÉRCITO

Estos prismáticos con estuche trapezoidal de cuero perte-


necieron al brigadier Joaquín Vara del Rey y Rubio, héroe
de la defensa del Caney (1-VII-1898).
54. BUSTO DE ELOY GONZALO, HÉROE DE CASCORRO

Autor: Martínez Cambronero


Datación: 1946
Dimensiones: 54 cm (alto/longitud). 42 cm
(ancho) y 30 cm (profundo).
Fábrica/Taller: Fábrica de Trubia
Nº inventario: MUE-24126
MUSEO DEL EJÉRCITO

Busto de bronce fundido en hueco, modela-


do y cincelado de Eloy Gonzalo García, –El
Héroe de Cascorro–. Obra de Martínez Cam-
bronero, los rasgos de su rostro son realistas,
con gran bigote y barba. Lleva uniforme de
soldado de Infantería con correaje bajo las
hombreras de la camisa, tocado con sombre-
450 ro de ala ancha con escarapela y en su pecho
luce la Laureada de San Fernando, siendo
ésta muy controvertida. Aunque en el expe-
diente nº 40574 del Museo del Ejército hay
una supuesta carta hológrafa de Eloy Gonza-
lo dirigida a un amigo en la que le explica por
qué se la concedieron, en realidad, la R.O.
de 29-IV-1897 le concedió la Cruz de Plata al
Mérito Militar con distintivo rojo y pensiona-
da de forma vitalicia con 7,50 pts. Muy po-
siblemente el Ayuntamiento de Madrid con-
fundiera la condecoración y de ahí el error
del escultor

Eloy Gonzalo García (Madrid, 1868 – Matanzas, 1897). Criado en una inclusa de la calle de Mesón de Pare-
des (Madrid) y en la casa de un guardia civil, desempeñó distintos oficios (peón de albañil, labrador, apren-
diz de barbero y carpintero) hasta entrar en el Ejército como soldado (1889). Del Regimiento de Dragones
Lusitania nº 12º pasó a Carabinero de Infantería, ascendió a cabo, y en 1892 pasó al Instituto de Carabine-
ros del Reino y a Caballería de la Comandancia de Algeciras hasta 1894. En febrero de 1895 fue condenado
a prisión preventiva bajo delito militar mayor, al haber amenazado a un superior con una carabina. Por ello,
marchó voluntario a Cuba a fines de 1895, siendo adscrito al 1er. Batallón del Regimiento de Infantería Ma-
ría Cristina nº 63, que sería enviado al poblado de Cascorro. El 4-XI-1896, tropas enemigas fortificadas en
unas casas pusieron en difícil situación a su destacamento. Eloy Gonzalo se ofreció voluntario a incendiarlas
y arriesgó su vida llevando consigo su fusil, una lata de petróleo, una tea encendida y una soga atada a
la cintura para que, en caso de caer muerto o herido, pudieran rescatar su cuerpo. Regresó sano y salvo,
participando después en numerosos combates en Matanzas hasta que enfermó y falleció en su Hospital
Militar (10-VI-1897). Luego, Madrid se apropió de su gesta por ser madrileño y le hizo su héroe popular. En
1897, el Ayuntamiento, presidido por Alberto Aguilera, acordó dedicarle un monumento, que por concurso
se adjudicó en 1898 a Aniceto Marina. Lo inauguró Alfonso XIII (6-VI-1902) en la plaza de Nicolás Salmerón
entre los actos de su Jura de Bandera. Años después, en 1913, la plaza pasó a llamarse plaza de Cascorro.
Una equivocación muy común es la de confundir la localidad camagüeyana con el personaje y de ahí la
expresión popular: –Tiene más mili que Cascorro–.
55. BASTÓN DE MANDO DEL GENERAL ANTONIO MACEO

Datación: 1875 (circa)


Material: Madera de caoba, plata y metal dorado
Dimensiones: 86,50 (longitud) y 2,50 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-43066
MUSEO DEL EJÉRCITO

Bastón de mando de madera de caoba del general


Antonio Maceo y Grajales, con pomo y contera de
plata, estrías en la madera en la parte del pomo, el
escudo de Méjico y alrededor de éste una leyenda:
–República de Méjico–.

Antonio Maceo y Grajales (San Luis, Santiago de Cuba, 1845 – San Pedro, La Habana, 1896). Luchó por la
independencia desde el Grito de Yara dado por Carlos Manuel de Céspedes en su finca de La Demajagua
(12-X-1868), que dio inicio a la guerra Larga (1868-1878). Nombrado ayudante del general Máximo Gómez
tomó parte en importantes victorias y cosechó numerosos triunfos desde su nombramiento de jefe militar 451
de Las Villas (1874). Fue nombrado Mayor General de todas las fuerzas de Oriente demostrando liderazgo,
valor y ser un gran estratega, resultando varias veces herido. Tras la Paz de Zanjón (10-II-1878), al igual que
otros líderes insurrectos, se negó a aceptarla y se exiló en Jamaica y Haití. Participó con el general Calixto
García, –Guillermón– Moncada y su hermano, entre otros, en la Guerra Chiquita (1879-1880). En 1884 se
entrevistó con Martí, y recorrió como exiliado Centroamérica y EE.UU. para recaudar fondos para la guerra.
En 1890 regresó a Cuba, pero el general García Polavieja le expulsó. Al iniciarse la tercera guerra inde-
pendentista cubana (24-II-1895), Maceo regresó a Cuba desde Costa Rica. Tras entrevistarse con Máximo
Gómez y José Martí en la finca de La Mejorana (5-V-1895), Gómez le dio el mando de las fuerzas militares
de la provincia de Oriente. En el curso de 1895-1896 demostró sus grandes dotes militares con la llamada
–Campaña de la Invasión–, recorriendo la Isla de Este a Oeste y dirigiendo las operaciones en la provincia
de Pinar del Río. A fines de 1895 entró en la provincia de La Habana y tal fue el curso de la guerra que el
capitán general Martínez Campos fue relevado por el general Valeriano Weyler (enero 1896). Murió en el
combate de San Pedro, cerca de Punta Brava (7-XII-1896), tras pasar la trocha de Mariel a Majana, inten-
tando en su marcha unirse a Gómez en Las Villas o en Camagüey. Su muerte supuso un duro golpe para el
Ejército cubano.

56. MACHETE DE JUNGLA Y VAINA ATRIBUIDO AL GENERAL ANTONIO MACEO

Datación: 1890
Material: Acero, asta y cuero
Dimensiones: 73,50 cm (longitud) y 4,80 cm (ancho). Hoja: longitud 5,57 cm. Vaina: longitud 63,50 cm
Peso: 571 g (con vaina 962 g)
Nº inventario: MUE-43068
MUSEO DEL EJÉRCITO

Machete de jungla con vaina cuya atribuido al


general Antonio Maceo y Grajales. Empuñadura
formada por dos cachas de asta sujetas a la es-
piga de la hoja mediante cuatro pasadores rema-
chados. Hoja recta en su primera mitad y curva
en el resto ensanchándose hacia la punta. Lomo
cuadrado al interior y filo corrido al exterior. Vaina
de cuero.

Lleva una etiqueta con la siguiente leyenda: –Que se devuelva / al vendedor / si la calidad no sale buena
/ pues la garantizamos–. Debajo tiene una firma rubricada de LUCKHUS & GÜNTHER, y bajo la firma la
palabra –REMSCHEID–. A la derecha, un cordero pascual de contramarca.
57. ESTANDARTE CUBANO DE MACEO TOMADO EN PASO REAL (1896)

Datación: 1896 (circa)


Material: Seda y algodón
Dimensiones: 65 cm (alto/longitud) y 52 cm (ancho).
Nº inventario: MUE-43294
MUSEO DEL EJÉRCITO

Estandarte confeccionado con piezas de tela cosida con


tres vueltas de cordón rojo para unirlo a su asta y similar
a la Bandera Nacional: tres franjas azules y dos blancas,
con un triángulo rojo y una estrella de cinco puntas.

En enero de 1896, el mando español ordenó perseguir a


los mambises cubanos con varias columnas, producién-
dose combates en la provincia de Pinar del Río, la más
occidental, a lo largo de quince días: Bacunagua, Riofeo,
452 La Caimanes, Guacamaja, Juan Martínez y, finalmente,
Paso Real de San Antonio. En este último combate (1-II-
1896), la columna del general Agustín Luque se apoderó
de este estandarte venciendo a un ejército de 3.000 sol-
dados al mando del general Antonio Maceo.

El general Agustín Luque y Coca (1850-1937) fue uno de los militares más brillantes durante la última gue-
rra (1895-1898). Tras ascender a brigadier (1893), fue enviado a Cuba como gobernador militar de Santa
Clara y participó en fuertes combates que le dieron victorias y un merecido alto prestigio. Pero el que le dio
mayor renombre de todos fue el del Paso Real de San Antonio y en el que resultó herido de un balazo en
una pierna. Fue un combate muy duro, en el que la caballería cubana cargó tres veces contra los españoles,
quienes manteniendo una sólida formación –en martillo– y con el eficaz empleo de los modernos fusiles de
repetición (Mauser), disparando desde 800 metros, desbarataron los ataques y finalmente pusieron a los
mambises en retirada, apoderándose de su estandarte. El ejército de Maceo tuvo 62 muertos y más de 200
heridos, mientras las bajas españolas fueron: 8 muertos (un jefe, un oficial y 6 soldados) y unos 30 heridos
de tropa.

El Batallón de Montaña de Arapiles fue el que posiblemente se apoderó del estandarte en la tercera y últi-
ma carga de la caballería mambisa. Ingresó el 24-XI-1913 en el Museo de Infantería junto a un documento
redactado y firmado por Luque en el que describió cómo se produjo durante el combate: – durante la 3º
carga se desarrolló un episodio emocionante. A toda brida atravesaron entre el claro que formaba el 1º y
2º escalón 10 jinetes, y delante, uno llevaba el estandarte. Pocos trances pudieron dar a la retaguardia de
nuestra línea, pues heridos caballos y jinetes, algunos con 6 balazos, fueron cayendo antes de llegar a la
iglesia y recogidos por la compañía que protegía la impedimenta. El que ondeaba el estandarte, aún vivió
algunos minutos asido con los nervios crispados al estandarte y la mirada, últimos destellos de un buen
temple de alma, fija en la enseña de una patria por la cual antes de consolidarse entregaba su vida–.

De regreso a España al término de la guerra, Luque fue nombrado capitán general de Andalucía. Militó
como senador en el Partido Liberal de Sagasta proponiendo la eliminación de la –redención en metálico–
por abusiva y arbitraria. Ministro de la Guerra con Moret (1905) y luego con Canalejas (1910), luego con
Romanones fue director general de la Guardia Civil y senador vitalicio.
58. MONTURA CON PISTOLERAS DEL GENERAL CUBANO AN-
TONIO MACEO GRAJALES

Datación: Original: 1895 (circa). Reproducción: 1978


Materia: Madera, metal y cuero
Dimensiones: 84 cm (alto/longitud) y 65 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-43065
MUSEO DEL EJÉRCITO

Copia producida en 1987 en Guarnicionería La Valle Domínguez y


Servicios (Madrid) de la montura original de cuero del general An-
tonio Maceo, en la que murió en combate. Sucedió el 7-XII-1896 en
la finca de San Pedro, que dio nombre al combate, a unos 35 km al
suroeste de La Habana y cerca de Punta Brava, tras intentar atravesar
Maceo por segunda vez la trocha de Mariel a Majana para reunirse
con el general Gómez, jefe del Ejército cubano, en Las Villas o Cama-
güey. La pieza auténtica fue permutada por el gobierno de España a
cambio de otra ofrecida por el de la República de Cuba. 453

59. MACHETE DEL GENERAL MÁXIMO GÓMEZ BÁEZ

Datación: 1894-1898
Materia: Acero, alpaca, bronce, cuero, pasta vítrea y nácar
Dimensiones: 85,50 cm (longitud) y 11,74 cm (ancho). Hoja: longitud 71,40 cm
y grueso 0,46 cm. Vaina: longitud 76,50 cm
Peso: 925 g (con vaina 1,236 kg)
Nº inventario: MUE-43069
MUSEO DEL EJÉRCITO

Guarnición fundida de alpaca plateada con placas de bronce dorado y nácar aparentando ca-
chas. Cruz de gavilanes rectos y rematados con adornos circulares. El pomo tiene una cabeza
de perro con la boca abierta que hace de ojal para el fiador, cuyos ojos son de pasta vítrea.
Hoja recta, niquelada, con lomo cuadrado al interior y filo corrido al exterior. La punta forma
bisel.
Sobre una cara de la hoja lleva una etiqueta con la inscripción: –Que se devuelva / al vendedor
/ si la calidad no sale buena / pues la garantizamos”. Bajo, la firma rubricada de Fernando Es-
ser Harhaus, “Elberfeld”, y a la derecha, un caballo sobre sus patas traseras sobre la leyenda
R E G 2 7 5 8 abril 188?. Según el análisis estilístico, el machete fue producido en los años
1894-1898, aunque la hoja muestra que fue en los años 80 del siglo XIX.
Vaina de cuero con brocal y una abrazadera. El brocal con el grabado de un perro corriendo; y la abrazadera,
una hoja. Se remata con una contera lisa. Todos estos elementos de alpaca plateada.
Máximo Gómez y Báez (Baní, 1836 – La Habana, 1905). Oficial del ejército español como comandante de
la reserva dominicana en Santiago de Cuba (1865-1866). Retirado de la Milicia, se incorporó a la guerra de
la independencia de Cuba en Bayamo (1868). Ascendió pronto de sargento a general. Tras la batalla de
Guantánamo (1871) fue nombrado jefe de operaciones en la provincia de Oriente y luego cesado hasta la
muerte de Agramonte (1871), sustituyéndole como jefe de operaciones de la provincia de Camagüey, ven-
ciendo en La Sagra, Palo Seco y Las Guásimas. Tras vencer en la trocha de Júcaro a Morón, fue nombrado
generalísimo hasta el final de la guerra (Paz de Zanjón, 1878).
Se exiló, tuvo un cargo en el Ejército de Honduras y colaboró con Martí en la organización de expediciones
(1884-1886). Luego en Santo Domingo entró en el Partido Revolucionario Cubano y organizó el alzamiento
militar de 1895. Firmó con Martí el Manifiesto de Montecristi. Jefe máximo y generalísimo del Ejército cubano
en la última guerra (1895-1898). Venció en Saratoga (11-VI-1896), en Camagüey, aunque se le obligó a dimitir
acusado de autoritarismo. Luego. al morir los hermanos Maceo (5-VII-1896 y 7-XII-1896), volvió a dirigir la
guerra. En Las Villas organizó la Campaña de la Reforma, que duró 16 meses (enero de 1897 a abril de 1898),
para intentar entretener con 600 hombres al ejército de operaciones del general Weyler (40.000 hombres).
60. MINIATURA. –LA HORA DEL RANCHO–. INFANTERÍA. 1898

Materia: Plomo y pigmentos


Dimensiones: 8,60 cm (alto/longitud).
3,50 cm (ancho) y 9,90 cm (profundo)
Peso: 180 g
Nº inventario: MUE- 60362
MUSEO DEL EJÉRCITO

Conjunto de 30 figuras miniaturas de


soldados de plomo fundido a molde y
pintados, que representan la hora del
rancho. Entre todas ellas, 17 están de
pie, uno es un jinete, hay un caballo, una
bandera, pabellones de fusiles, una olla,
un barril, leña y varios setos. Todos los
soldaditos visten uniforme de rayadillo y
454 son Cazadores del Regimiento de Infan-
tería San Fernando nº 11.

61. DIORAMA DE SOLDADOS DE


CUBA CON UNIFORME DE RAYADILLO.
INFANTERÍA. 1862

Autor: Vicente Juliá –Chauve–


Datación: 1945
Materia: Plomo, pigmentos y vidrio
Dimensiones: 18 cm (alto/longitud),
20 cm (ancho) y 11,30 cm (profundo)
Nº inventario: MUE- 60473
MUSEO DEL EJÉRCITO

Miniaturas de militares con uniforme de raya-


dillo en 1862, reinando Isabel II. Representa a
un teniente y a dos soldados entre tres palmas
reales cubanas.

62. MINIATURAS DE SOLDADOS DE INFANTERIA EN CUBA

Autor: José Tello


Datación: 1862, 1891 y 1894. Producción: 1945
Materia: Madera y pigmentos
Dimensiones: 10,50 cm (longitud media individual aprox.) y 5 cm (grueso). Longitud máx.: 11,20 cm.
Longitud mín.: 10,20 cm.
Peso: 64 a 58 g
Nº de Inventario: MUE-60197, MUE-60195, MUE-60198, MUE-60196, MUE-60208, MUE-60210
y MUE-60209
MUSEO DEL EJÉRCITO

Siete miniaturas de soldados de Infantería de Cuba con la uniformidad reglamentaria de los años 1862,
1891 y 1894. Por tanto, de los reinados de Isabel II y de la Reina Regente María Cristina de Habsburgo-Lo-
rena, madre de Alfonso XII. Tallados en madera y pintados, muestran con minuciosidad y detalle los unifor-
mes, correajes y armas.
455

Miniatura de capitán de Miniatura de subteniente de Miniatura de soldado de


Infantería de Cuba con uniforme Infantería de Cuba con uniforme Infantería de Cuba con uniforme
de diario. Año 1862 de diario. Año 1862 de diario. Año 1862
(MUE-60197) (MUE-60195) (MUE-60198)

Miniatura de soldado de Miniatura de soldado de Miniatura de soldado de Miniatura de soldado de


Infantería de Cuba con uniforme Infantería de Línea en uniforme Infantería de Línea en uniforme Infantería de Línea en
de diario. Año 1862 de campaña. Año 1891 de campaña. Año 1894 uniforme de campaña.
(MUE-60198) (MUE-60208) (MUE-60210) Año 1891 (MUE-60209)
63. BOCETO DE LA ESCULTURA
“NO IMPORTA”

Autor: Julio González-Pola


Datación: 1977
Dimensiones: 89 cm (alto/longitud),
64 cm (ancho) y 26 cm (profundo)
Materia: Bronce
Nº inventario: MUE-70223
MUSEO DEL EJÉRCITO

Boceto escultórico en yeso de Julio


González Pola, por encargo del Cen-
tro del Ejército y de la Armada, para
un monumento en memoria de los so-
cios fallecidos en las campañas de Ul-
tramar. Un soldado abanderado heri-
456 do mantiene enhiesta la bandera con
valentía y arrojo entre ruinas, sin cejar
en su misión. Como señaló Francisco
Portela Sandoval, la frase “No impor-
ta” es tan antigua como la Infantería
de España y se aplica siempre que
hay que cumplir una misión, aunque
cueste la vida. Es la interpretación del
artículo de las Ordenanzas Militares
que dice: –El Oficial que tuviese la
orden de conservar su puesto a toda
costa, lo hará–.

Su composición piramidal presenta la


figura seria y triste de un soldado de
pie, tocado por el ros, con un fusil en
una mano y en la otra la bandera que
aún sostiene su compañero, quien
como relevo moribundo se apoya pe-
nosamente en un cañón. Destaca la
minuciosidad y el realismo en los de-
talles: el fusil en el suelo, el cañón, el
puñal del soldado que, al caer, resbala
sobre la roca y la hermosa bandera con su tela plegada por las dos manos, la del moribundo que dio su vida
por ella y la del que continuará luchando por cuanto representa. Tras ambos soldados, el timón y las ama-
rras de un navío aluden a la Armada, y el cañón al Ejército. En el lateral derecho del frontal del basamento
figura la inscripción –NO IMPORTA–, junto a la firma del autor y la fecha: “J. Pola, 190(?)”.

La escultura se fundió en la Fundición Capa (1977), aunque González-Pola hizo una réplica en los Talleres
de Campins y Codina para el mismo centro cultural castrense madrileño. El monumento se halla en uno de
los tramos de la escalera del entonces llamado Centro del Ejército y de la Armada, luego Casino Militar de
Madrid y en la actualidad Centro Cultural de los Ejércitos de Madrid, mientras que el boceto se conserva
en el Museo del Ejército por donación de su autor.

Pedestal de madera, curvo y decorado por una guirnalda y escudos alusivos a los Ejércitos, Armas y Servi-
cios. La Gran Cruz Laureada de San Fernando destaca en el centro junto a una inscripción, sobre un fondo
de mármol y flanqueado por palmeras de bronce, con los escudos del Centro del Ejército y de la Armada en
las esquinas, como también dedicatorias de quienes promovieron el monumento en letras doradas y entre
rayos de sol. Finalmente, un escudo de España, entre ramas caídas, remata magistralmente la composición
escultórica.
64. BANDERA JOLOANA, TOMADA EN LA COTTA DE
MAYBUNG (FILIPINAS, 16-IV-1887)

Datación: 1887 (circa)


Materia: Fibra vegetal celulósica
Dimensiones: 1,22 m (alto/longitud) y 88 cm (parte inferior)
y 1,64 m (ancho)
Nº inventario: MUE-40756
MUSEO DEL EJÉRCITO

Bandera joloana tejida con una fibra vegetal celulósica mediante li-
gamento de tafetán. Anverso y reverso son idénticos, empleándose
los colores tradicionales de Joló: rojo, blanco y azul.

Mohammed Jamalal-Alam, sultán de Joló, había aceptado el pro-


tectorado español. Pero al fallecer en 1885, su hijo no aceptó el
protectorado y el trono pasó a un jefe afecto a España. Estallaron re-
beliones en el archipiélago de Joló y en Manila se organizó en 1887 457
una expedición de castigo. En el transcurso de la misma se tomaron
cuatro banderas a los rebeldes joloanos: dos en la cotta del pueblo
de Maybung (16-IV-1887), una de ellas es la expuesta; otra en la isla
de Tapul (24-V-1887); y la otra en la isla de Pata (20-XI-1887).

65. PENDÓN DEL KATIPUNAN TOMADO EN FILIPINAS


(1897-1898)

Datación: 1897-1898 (circa)


Materia: Lana, seda e hilo metálico
Dimensiones: 68,50 (alto/longitud), 47 cm (ancho) y 6 cm (fleco)
Nº inventario: MUE-43235
MUSEO DEL EJÉRCITO

El 7-VII-1892, los líderes rebeldes filipinos Deodato Arellano, Andrés


Bonifacio, Teodoro Plata y Ladislao Diwa fundaron en Manila la so-
ciedad –Kataastaasan Kalang-galang ang Katipunan ng mga Anak
ng Bayan– (Soberana y Venerable Asociación de los Hijos del Pue-
blo), para crear la República de Filipinas y luchar por la independen-
cia de España.

El anverso se divide en dos listas, una superior roja y otra inferior azul, ambas perpendiculares a la asta.
Cerca de ésta, que es roja, hay un sol centrado de 8 triángulos alargados grandes y otros pequeños alter-
nando, que rematan en pequeños adornos. En el centro de este sol hay tres pequeñas letras –K–, que son
iniciales de la organización.

Bajo el sol hay un rectángulo blanco, también centrado, con 6 grandes triángulos que representan las pro-
vincias de Luzón iniciadoras de la sublevación en agosto de 1896: Manila, Bulacán, Pampanga, Nueva Écija,
Morong, Laguna, Batangas y Cavite. En el centro del rectángulo hay una letra gótica –A–, que quizás sea la
inicial del apellido del dirigente Emilio Aguinaldo. A su pie, una calavera con dos huesos cruzados en señal
de –guerra o muerte–. En el batiente hay otras 3 –K– grandes. Tales símbolos hoy blanquecinos pudieron
haber sido amarillos.

Un galón blanquecino bordea todo el estandarte, con fleco de lana verdoso en tres lados libres. En los
picos del batiente, dos gruesos borlones verdes.

El reverso del estandarte es liso y blanco. Las banderas filipinas que se izan con la lista roja encima (como
en este caso) significan “estado de guerra”; y si la lista es azul, “estado de paz”.
66. MANDIL DEL KATIPUNAN

Datación: 1898 (circa)


Materia: Seda y pigmentos
Dimensiones: 47,50 (alto/longitud), 50 cm (ancho) y 3 cm (profundo)
Nº inventario: MUE-43393
MUSEO DEL EJÉRCITO

Mandil del Katipunan filipino. Sobre fondo blanco, la cabeza degolla-


da de un hombre con rasgos europeos que sostiene con firmeza un
brazo anónimo. A su lado, el brazo de otro personaje empuña un pu-
ñal ensangrentado. Una ancha faja negra recorre perimetralmente el
mandil, entrometiéndose en ángulo hacia la parte superior del fondo
blanco, dando lugar a una esquemática letra –M–.

El 6-VII-1892, fueron detenidos los principales miembros de la Liga


Filipina, organización política fundada por el médico y escritor José
458 Rizal con el fin de equiparar los derechos sociales de filipinos y es-
pañoles, representación en Cortes y una autonomía similar a las Pro-
vincias Vascongadas. A partir de entonces, la Liga se dividió en dos
secciones independentistas: La Solidaridad, de corte intelectual y partidaria del diálogo político; y la del
Katipunan, articulada en torno a Andrés Bonifacio, más radical, partidaria del levantamiento armado y la
guerra, y cuyos miembros no dudaban en pasar a cuchillo a todo español. Tal actitud violenta y hostil se
refleja en este mandil. El Katipunan nunca se adhirió a la Masonería, tan difundida en Filipinas, pero su
secretismo y la similitud de algunos rituales hizo pensar a muchos que era una logia masónica. Este mandil
fue donado al Museo Histórico Militar en abril de 1903 por Camilo García Polavieja, capitán general de Fili-
pinas durante la primera parte del conflicto creado por la Revolución filipina (diciembre 1896 – abril 1897).

67. GABÁN DE GUERRA FILIPINO

Datación: Segunda mitad del siglo XIX


Materia: Lino y fibra vegetal
Dimensiones: 79 cm (longitud) y 45 cm (ancho).
Longitud de manga: 47 cm
Nº inventario: MUE-97604
Procedencia: MUSEO DEL EJÉRCITO

Gabán de guerra filipino (no uniforme) confeccionado


de tafetán.
68. CASCO DEL GENERAL FILIPINO EUSEBIO ROQUE

Datación: 1890-1897
Materia: Nipa y aleación de plata-cobre
Dimensiones: 14,50 cm (longitud), 20 cm (ancho) y 25 cm (diámetro)
Peso: 455 g
Nº inventario: MUE-43396
Procedencia: MUSEO DEL EJÉRCITO

Casco casi esférico de fibra vegetal trenzada con aplicaciones deco-


rativas de motivos florales y elementos vegetales en plata cincelada.
Estos últimos enmarcados en la parte inferior por dos láminas del
mismo metal que lo circundan. No se conservan 14 adornos florales
y el remate superior, quedando la huella romboidal del remate en la
fibra vegetal.

Casco del general insurrecto filipino Eusebio Roque hecho prisionero


el 15 de enero de 1897 en la acción de Bonga Mayor de Bustos por 459
el teniente coronel ayudante del general Francisco de Villalón. En dicho mes, lanchas cañoneras –Conchi-
ta– partieron de Manila a la desembocadura del río Pansipit, a orillas de la laguna de Taal, venciendo a los
insurrectos y aislando la provincia de Cavite de la de Batangas.

69. BLUSA DE GUERRA FILIPINA

Datación: Segunda mitad del siglo XIX


Materia: Fibra vegetal
Dimensiones:44,50 cm (longitud) y 122 cm (ancho). Manga: longitud 41 cm
Nº inventario: MUE-97613
Procedencia: MUSEO DEL EJÉRCITO

Camisa de guerra filipina de fibra vegetal con ligamento de tafetán y decoración bordada. Cuerpo central
marrón y mangas negras. La unión de las mangas a los hombros está decorada con hilo polícromo, posi-
blemente de algodón.
70. ESPADA UTILIZADA EN EL ARCHIPIÉLAGO FILIPINO –KAMPILAN–

Datación:1850
Materia: Acero, madera y cerdas
Dimensiones: 90 cm (longitud). Hoja: longitud
67,50 cm
Peso: 919 g
Nº inventario: MUE-43365
MUSEO DEL EJÉRCITO

El kampilan, junto con el kriss y el balong es el arma más representativa de los moros filipinos. Empuñadura
de hueso. La cruz la forman tres láminas unidas entre sí. El puño está recubierto de un trenzado de bejuco y
está realizado acoplando, mediante pasadores remachados, dos medias partes en las que se han tallado un
rosetón en su mitad y pequeños adornos geométricos. En su parte posterior se aprecian 22 orificios donde
se colocan los mechones de cerdas o de cabello. En el lateral lleva puesta una fina chapa de latón clavada
al hueso como refuerzo. La hoja tiene filo corrido al exterior y lomo redondo, uniéndose ambos al final para
formar la mitad de bisel. En ambas caras y en los dos tercios de su longitud lleva adornos de forma circular
460 de latón e incrustados en el acero. Su forma es la característica de estas armas, estrecha en su unión a la
empuñadura y ensanchándose progresivamente hacia la punta.

71. ESPADA “PANABAS”

Datación: 1850
Dimensiones: 90 cm (longitud). Hoja: longitud 56 cm
Peso: 1,020 kg (peso)
Materia: Acero, hierro y madera
Nº inventario: MUE-43121.01
MUSEO DEL EJÉRCITO

El panabas es una especie de machete moro de jungla y para ejecuciones. Empuñadura estrecha y larga
sin guarda, para usar como arma a dos manos. La hoja es ancha cerca de la punta y afilada y curva hacia el
mango, recordando al –kora– nepalí.

Aunque la empuñadura del panabas suele ser de asta de carabao finamente tallada, ésta es de madera
recubierta por un trenzadillo de bejuco. En su unión a la hoja y en el primer tercio lleva dos anillos de re-
fuerzo. El pomo está rematado por una pieza metálica plana en su parte superior. Todas las guarniciones
son de hierro. La hoja tiene un solo filo corrido al exterior, siendo al interior de lomo plano; y al final de éste
lleva una serie de muescas y taladros como elementos de decoración. La hoja se remata al final con corte
plano sin filo.

72. HACHA “Ligua”

Materia: Madera, acero y pelo


Dimensiones: 50,60 cm (alto/longitud). Cuchilla: longitud
13,50 cm y ancho 28,60. Mango: longitud 5,90 cm
Peso: 890 g
Nº inventario: MUE-205337
MUSEO DEL EJÉRCITO

Hacha “ligua” o “aliwa” con cuchilla de forma de trapecio, con filo curvo cóncavo y pico en el lado opuesto.
Se engarza por una espiga al mango, que es de madera, con decoración geométrica y casquillo metálico
superior. En su parte inferior lleva una guarda de pequeña cruz y en el remate una trenza de cabello.
73. KRIS DE HOJA FLAMÍGERA

Datación: 1860
Materia: Acero, plata y madera
Dimensiones: 69,80 cm (alto/longitud), 12,55 (ancho). Hoja: longitud 56 cm y ancho 1,20 cm
Peso: 741 g
Nº inventario: MUE-43372
MUSEO DEL EJÉRCITO

El –kris– es un tipo de machete de origen malayo, que muy pronto se entendió por las islas del Pacífico y
del Índico. Comenzó su fabricación en el siglo XIV. Este –kris– tiene empuñadura de madera forrada con
trenzado de hilo de plata, alternando con tres virolas grabadas del mismo metal. La parte que forma el
pomo, recubierta de lámina de metal plateado, tiene forma de cabeza de pájaro muy estilizada. Le falta el
estribo de sujeción a la hoja. Ésta tiene forma flamígera, con dos filos corridos a cuatro mesas. En su parte
más ancha lleva un lateral erizado de salientes aguzados y otro en forma de capitel.

461

74. “TENEGRE” DE LAS ISLAS VISAYAS

Datación: 1860
Materia: Acero, plata, asta y nácar
Nº inventario: MUE-43338.03
MUSEO DEL EJÉRCITO

Este tipo de bolo llamado tenegre tiene el mango de asta. Su hoja suele tener el vientre cerca de la punta
perforante y es similar a la de la mayoría de los bolos del norte con los que combatió el Katipunan. Los te-
negres procedían de la isla de Panay, en la región de las Visayas, en Filipinas central. Con su vientre ancho
y su inclinación hacia abajo en el ángulo de la hoja, este bolo resulta de fácil manejo y para asestar golpes
rápidos.
75. PANOPLIA DE ARMAS FILIPINAS EN MINIATURA

Datación: Segunda mitad del siglo XIX


Materia: Madera de ébano, acero, hierro, nácar, marfil, terciopelo y
cristal
Dimensiones (panoplia): 94 cm (altura/longitud), 80,80 cm (ancho) y
9,30 cm (profundidad)
Nº inventario: MUE-60732
MUSEO DEL EJÉRCITO

Panoplia compuesta por 8 armas blancas (machetes, hoz, barong,


kris, etc.), 2 escudos, 7 armas enastadas (lanzas arponadas, lanzas,
media luna y bidentes), 15 flechas, una silla de montar, vestimentas,
cota de malla y diferentes instrumentos musicales de viento, cuerda
y percusión. Todas las piezas están realizadas en miniatura a diferen-
tes escalas. La panoplia está enmarcada y dispuesta sobre terciopelo
rojo y cubierta por un cristal.
462

76. PANOPLIA DE ARMAS FILIPINAS EN MINIATURA

Datación: segunda mitad del siglo XIX


Materia: Madera de ébano), acero, hierro, cuero, terciopelo y cristal
Dimensiones (panoplia): 79 cm (altura/longitud), 53,70 cm (ancho) y
5,50 cm (profundidad)
Nº inventario: MUE-60731
MUSEO DEL EJÉRCITO

Panoplia compuesta por: 9 armas enastadas, 4 jabalinas, 27 armas


blancas de
diferentes tipos (machetes, hachas, barong, campilanes, krises, vata-
ganes, etc.), un arco, 17 flechas (no todas con sus plumas), un batintin
y dos mazas. Todas las piezas son miniaturas y están dispuestas sobre
una tela de terciopelo rojo. La panoplia aparece enmarcada y cubier-
ta por un cristal.

77. PIEZA DE ARTILLERÍA FILIPINA –LANTAKA–

Datación: 1800-1850
Dimensiones: 116 cm (largo) y 17 cm (ancho). Ánima: longitud 96 cm.
Calibre: 37 mm
Materia: Bronce dorado y madera
Nº Inventario: MUE-43444
MUSEO DEL EJÉRCITO

Pieza de artillería ligera filipina realizada en bronce mediante fundi-


ción en sólido y barrenado, y con ánima lisa. Ofrece dos cuerpos,
carece de asas, muñones con horquilla y pinzote, fogón abierto en
cazoleta y cascabel con rabera. Montada sobre una columna de ma-
dera tallada y de sección octogonal. Facetas y adornos en el primer
cuerpo, concha en el punto de mira y adornos en los extremos y
centro del segundo cuerpo.
Cañón fabricado en rudimentarias fundiciones filipinas de las islas
Filipinas. Se utilizaba principalmente para defender los fuertes de la
zona. Este ejemplar ingresó en el Museo de Artillería procedente de
la Maestranza de Manila.
78. MAQUETA CASA DE NIPA DE ÉPOCA COLONIAL

Materia: Madera y nipa


Dimensiones: 51 cm (longitud), 51 cm (ancho) y
32 cm (altura). Soporte cuadrado: longitud 61 cm
y ancho 61 cm
Nº inventario: MUE-43448
MUSEO DEL EJÉRCITO

Los indígenas de la cordillera del norte de la isla de


Luzón (–cristianos filipinos–) y los indígenas islami-
zados de la isla de Mindanao construían las paredes
y los muros de sus casas con bambú y madera, y sus
tejados con nipa o cogón. La nipa denomina estas
casas y es una planta gramínea con flores de panoja
cilíndrica cuyas cañas sirven para techar las casas en
el campo. Con sus hojas también se confeccionan
tejidos y sirven para otros menesteres. 463

La casa de nipa suele ser de planta cuadrada o rectangular, con uno o dos pisos y tejado a dos aguas. Exis-
ten distintos tipos y tamaños según la clase social de sus dueños y el distrito geográfico. Las casas de los
Bajau de Joló (–los nómadas del mar–) son barcas con tejado de nipa en las que viven.

La vivienda rural de los grupos –cristianos filipinos– se levanta sobre postes, es de madera, bambú y nipa.
Su tejado es a dos aguas con caballete. Tiene una única habitación que hace de sala, comedor y dormitorio;
y su cocina se apoya en un fogón de madera. Su mobiliario es muy simple: una mesa, bancos de tiras de
bambú y esteras para dormir.

79. ESTANDARTE DE LEALES TIRADORES DE ILO-ILO (FILIPINAS, 1897-1898).

Datación: 1897
Materia: Seda e hilo metálico
Dimensiones: 67,50 cm (alto/longitud) y 61.50 cm
(ancho). Asta: Longitud 154 cm
Nº inventario: MUE-31011
MUSEO DEL EJÉRCITO

Estandarte con flecos al canto, de anverso mora-


do y con cruz en el centro. Reverso rojigualda, con
Escudo Real cuartelado, sencillo y lema alrededor
bordado algo estilístico con la palabra –Leales–,
al ser la primera provincia que reclutó voluntarios.
Asta en madera con moharra y guardamano. Dos
cordones y cinta roja.

Ilo Ilo está en la costa meridional de la isla más al


norte de las Visayas occidentales. Esta unidad de
tiradores montados se creó en 1897, al igual que las
de Cuba (1895), como refuerzo al Batallón Ilongo
(una de las zonas más leales a España ante la insu-
rrección) con nativos de esta provincia embarcando
para la defensa de Manila.
80. BANDERÍN DE LA 2ª COMPAÑÍA DE VOLUNTARIOS DE
ILOCOS DEL NORTE (1896-1898)

Datación: 1896
Materia: Algodón y seda
Dimensiones: 54,50 cm (alto/longitud) y 42 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-22081
MUSEO DEL EJÉRCITO

Banderín de algodón y seda en tafetán. Cumple lo dispuesto en la


Real Ordenanza de 15-XI-1878, en la que se fijaron los colores para
las distintas Compañías (1ª rojo, 2ª amarillo, 3ª blanca, 4ª verde, etc.). El anverso y el reverso son iguales y
amarillos. Rectángulo central ribeteado por líneas granates y adornos florales en las esquinas con la inscrip-
ción en letras granas: –VOLUNTARIOS / DE / ILOCOS NORTE / 2ª Compañía–; y dos bayonetas cruzadas
en el centro.
La región de Ilocos está al noroeste de la isla de Luzón y se divide en dos distritos político-administrativos:
Ilocos del Norte e Ilocos del Sur. Establecidos por los españoles (1818), fueron escenario de frecuentes su-
464 blevaciones indígenas desde el siglo XVI hasta finales del siglo XIX, sobre todo de tagalos. Ramón Blanco
Erenas, capitán general de Filipinas, combatió a los rebeldes. Le relevó en el mando (12-XII-1896) Camilo
García Polavieja, quien reorganizó el Ejército del archipiélago (41.889 hombres), reprimió con dureza las
sublevaciones en diciembre de 1896 y enero de 1897, y redujo la revolución en la provincia de Cavite. Una
de sus decisiones fue la de formar unidades de voluntarios leales, organizando, entre otros, los Batallones
de Voluntarios de Ilocos Norte y Sur.
Para la campaña militar de Cavite, Polavieja creó la División Lachambre, llamada así al dar el mando al ge-
neral José Lachambre, y de la que formó parte la 2ª Compañía de Voluntarios de Ilocos Norte como unidad
de Caballería. Esta división tomó Silang (19-II-1897), núcleo principal de la revolución filipina y poco a poco
otras zonas y poblaciones. Pese a las victorias, la insurrección no fue del todo vencida y Polavieja solicitó 20
batallones de refuerzo. Al serle denegados, dimitió por su mala salud como pretexto. El general Fernando
Primo de Rivera y Sobremonte fue entonces nombrado capitán general de Filipinas (23-III-1897).
Al terminar la campaña militar de Cavite (7-IV-1897), se disolvió la División Lachambre (12-IV-1897) y la
2ª Compañía de Voluntarios de Ilocos del Norte quedó encuadrada (14-IV-1897) en la Brigada de Silang.
Luego, por Decreto de 18-X-1897 se crearon 35 Compañías de Voluntarios en varias provincias que habían
permanecido fieles durante la rebelión de Luzón, quedando integradas en Cuerpos de Ejército de Ope-
raciones. Tras los Acuerdos de Paz de Biac-na-Bató (14-XII-1897), Fernando Primo de Rivera convocó en
marzo de 1898 una Junta de Mandos para disolver todos los Cuerpos y Unidades de Voluntarios, desapa-
reciendo por tanto el Batallón de Voluntarios de Ilocos del Norte.

81. BANDERÍN DE LA 8ª COMPAÑÍA DEL BATALLÓN DE


LEALES VOLUNTARIOS DE MANILA (1896-1898)

Datación: 1896 (circa)


Materia: Seda
Dimensiones: 37,50 cm (alto/longitud) y 37,50 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-200032
MUSEO DEL EJÉRCITO

Banderín tejido de tafetán en seda de la 8ª Compañía del Batallón


de Leales Voluntarios de Manila. Dividido en dos y en diagonal, la
parte izquierda verde y la derecha amarilla. En el centro, las iniciales
bordadas M.L.V. (Manila Leales Voluntarios), entrelazadas y superadas de Corona Real. En el ángulo inferior
izquierdo, el número de la compañía.

Ante la insurrección, en 1896 se organizó en Manila un batallón con más de 1.000 hombres voluntarios al
mando del comandante Hevia, que recibió la bandera rojigualda con su lema y escudo central, al igual que
un estandarte ofrecido a los Voluntarios Honrados de Caballería. El banderín corresponde a la 8ª Compañía
de dicho batallón de voluntarios.
82. FUSILAMIENTO DE JOSÉ RIZAL

Datación: 30-XII-1896
Materia: Papel albúmina y sales de plata
Nº inventario: MUE-120028
MUSEO DEL EJÉRCITO

El 30-XII-1836 a las
7:00 horas, en un pa-
raje de Bagumbayan
(hoy Parque Rizal),
en Manila, José Rizal
viste de traje negro y
bombín, mira al fren-
te dando la espalda a
un pelotón de fusila-
miento formado por
8 soldados filipinos 465
del Regimiento de
Infantería Magalla-
nes nº 70. Mientras,
soldados peninsula-
res españoles vigilan
esta ejecución públi-
ca. Junto a las dos hi-
leras de militares hay
dos sacerdotes y, tras
ellos, el público asis-
tente. Al fondo, una
arboleda frondosa.

José Rizal (Calambá, 1861 - Manila, 1896), médico oftalmólogo, político, lingüista, pintor y escritor, se
considera el Padre de la Nación en Filipinas y uno de sus héroes más importantes. En Madrid lideró el
movimiento –Propaganda–, grupo estudiantil filipino que reivindicaba la autonomía y el progreso para
Filipinas; y escribió en el diario quincenal La Solidaridad. Rizal hizo suyo el ideario de esta publicación: el
derecho de representación de Filipinas en las Cortes del Reino (lo tuvo con brevedad a inicios del siglo
XIX); la cesión gradual de las parroquias regentadas por el clero peninsular español al claro indígena; los
derechos de libertad de expresión y reunión; y el derecho de igualdad para acceder a ciertos cargos de
la administración civil y eclesiástica. Desde 1883 perteneció a la Francmasonería y al Gran Oriente de
España.

En 1892, tras su estancia en España y Europa, Rizal regresó a Filipinas, siendo acusado de subversión por
fundar un movimiento cívico en favor de autonomía y reformas fue desterrado a Dapitan, en la isla de
Mindanao, donde fundó una escuela y un hospital. En 1896 se creó el Katipunan, organización secreta a la
que no perteneció y desaprobó su violencia. Para redimirse, Rizal solicitó y obtuvo plaza de médico militar
en la campaña de Cuba. Detenido en el barco que le llevaba a Barcelona para proseguir a Cuba, Rizal fue
devuelto a Filipinas acusado de querer unirse a los revolucionarios cubanos. Después, por instigación de
las órdenes religiosas y su mal asesoramiento al capitán general Camilo García Polavieja, recién llegado a
Filipinas, Rizal fue acusado de asociación ilícita y rebelión con otros revolucionarios, juzgado ante un tribu-
nal militar y condenado a muerte. Finalmente, fue fusilado (30-XII-1896) de espaldas, como a los traidores,
en una explanada de Bagumbayan (hoy Parque Rizal), en Manila. Rizal perteneció a la generación de los
nacionalistas filipinos junto con Andrés Bonifacio y Emilio Aguinaldo, se le considera el Padre de la Patria
y forma parte del grupo de escritores filipinos del Siglo de Oro de la literatura filipina en lengua española.
Autor de dos novelas Noli me tangere (1887) y El filibusterismo (1891), que, sin ser independentistas, se
advierte un nacionalismo filipino; su drama El consejo de los dioses (1915): poemas como A la juventud
filipina (1879), A las Flores de Heidelberg y Mi último adiós (1896); Dos diarios de juventud (1882-1884); y
la zarzuela Junto al Pásig (1880).
83. BASTÓN DE MANDO Y ESTUCHE DEL CAPITÁN GENERAL CAMILO GARCIA POLAVIEJA Y DEL
CASTILLO NEGRETE

Datación: 1896
Materia. Bastón: Madera. Estuche: Madera,
seda y metal
Dimensiones: 89,50 cm (alto/longitud).
Pomo: ancho 3,50 cm.
Nº Inventario: MUE-24928
MUSEO DEL EJÉRCITO

Bastón de madera en cuyo pomo se ha


tallado la cabeza del general Camilo Gar-
cía Polavieja con ros.

Camilo García de Polavieja y del Castillo Negrete (Madrid, 1838 – Madrid, 1914). Sentó plaza como soldado
voluntario participando en la guerra de África. Pasó a Cuba (1863), donde estuvo diez años y combatió en
466 la guerra Larga (1868-1878) hasta 1873, siendo ascendido hasta teniente coronel por méritos de guerra.
Al regresar a España luchó contra carlistas y republicanos en Cataluña. Combatió al general Antonio Ma-
ceo y gobernó la provincia de Santiago (1879-1881). capitán general de Andalucía (1882-1888), Puerto
Rico (1888) y Cuba (1890-1892). Dimitió del mando de Cuba (1892) por desaprobar la política antillana de
Romero Robledo. capitán general de Filipinas (1896-1897), al poco de llegar al archipiélago emprendió
ejecuciones como la de José Rizal (30-XII-1896) y una exitosa y prestigiosa campaña militar. Pero como le
denegaron el envío de 20 batallones, dimitió en 1897. Popular en los medios palaciegos y cortesanos, el
catalanismo burgués conservador y elementos clericales. El Cardenal Cascajares le apoyó para encabezar
un movimiento católico. Publicó una carta-manifiesto (1-IX-1898) regeneracionista acusando a los partidos
políticos y propugnando reformas en la administración de Hacienda y en la de Justicia, reorganización de
las Fuerzas Armadas, reformas en la administración provincial y municipal, la descentralización administrati-
va en Cataluña, la lucha contra el caciquismo, etc. Aunque Silvela le nombró ministro de la Guerra en marzo
de 1889, poco después dimitió (28-IX-1899) por los recortes presupuestarios de Raimundo Fernández Vi-
llaverde. En diciembre de 1904, Alfonso XIII le propuso para Jefe del Estado Mayor del Ejército y Antonio
Maura fue destituido por oponerse. En 1910 ascendió al grado de capitán general.

84. BANDA Y VENERA DE LA GRAN CRUZ LAUREADA DE LA REAL Y MILITAR ORDEN DE SAN
FERNANDO DEL GENERAL CAMILO GARCÍA-POLAVIEJA DEL CASTILLO NEGRETE

Datación: 1897
Materia: Seda, metal y esmalte
Dimensiones: 85 cm (alto/longitud) y 10,30 cm
(ancho). Venera: longitud 7 cm y ancho 4 cm
Nº inventario: MUE-25735
MUSEO DEL EJÉRCITO

Banda roja con dos franjas amarillas a lo largo de


los laterales, rematada en lazo o moña en la que
se engancha la anilla de la que pende la vene-
ra. Ésta consiste en una cruz patada esmaltada
en blanco, sobre corona de laurel y rematada
por otra corona de laurel. En el centro, medallón
azul con escudo dorado y anillo con inscripción.
El reverso es igual, pero sin el perdido medallón
central.
85. RETRATO DEL CAPITÁN GENERAL FERNANDO PRIMO DE RIVERA Y SOBREMONTE

Autor: Juan Luna Novicio


Datación: 1882
Materia: Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 184 cm (altura/longitud) y 135 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-20028
Procedencia: MUSEO DEL EJÉRCITO

Retrato del capitán general Fernando Primo de Rivera y


Sobremonte realizado en óleo sobre lienzo por el pintor
filipino Juan Luna y Novicio (1857-1899). Sobre un fondo
neutro destaca la figura del personaje retratado en tres
cuartos y con uniforme de capitán general. Gira el rostro
a la derecha y sobre una mesa tiene su casco con llorón
de plumas blancas. Su mano derecha sujeta el bastón de
mando.
467
Sobre el pecho luce la banda y placa de San Fernando,
además de otras condecoraciones como el Collar de la
Orden de Carlos III, la de Caballero de la Orden del Toi-
són de Oro y la Gran Cruz Laureada de San Fernando
concedida en dos ocasiones. La primera ocasión fue por
la toma de Estella (19-II-1876) en la tercera guerra carlis-
ta; y la segunda, por lograr la firma de los Acuerdos de
Biac-na-Bató (23-XII-1897) y que dieron fin a la revolución
del Katipunan en Filipinas. La figura es sobria y de gran
empaque, destacando el depurado dibujo y el tenue cro-
matismo, sobre todo en el rostro y en las manos.

El teniente general Primo de Rivera y Sobremonte (Sevilla, 1831 – Madrid, 1921) desarrolló una carrera
militar muy brillante. Asumió cargos de gran responsabilidad: ministro de la Guerra interino (1874-1875),
senador vitalicio con el gobierno de Cánovas (1877), Gobernador General y capitán general de Filipinas en
dos ocasiones (1880-1883 y 1897-1898) y ministro de la Guerra de forma oficial en dos ocasiones (1907-
1909 y 1917).

En su primer mandato de Filipinas combatió a los piratas, guarneció las islas de Tawi Tawi al noroeste de
Luzón y resolvió un grave litigio con Inglaterra al ocupar ésta la costa norte de Borneo (teórico territorio es-
pañol por un tratado firmado con el sultán de Joló), transigiendo la ocupación por el reconocimiento formal
de la soberanía española sobre Joló y todas las islas interpuestas entre Mindanao y Borneo. Sus tres años
de servicio en Manila le fueron recompensados con el título de Conde de San Fernando de la Unión. A su
regreso a la Península le fue encomendada la Dirección General de Infantería (1883-1887).

En su segundo mandato, nada más llegar a Manila (23-IV-1897), acabó los últimos focos rebeldes en la
provincia de Cavite empleando tres brigadas independientes y tomando además personalmente el mando
de una columna de un millar de hombres. Batidos los insurrectos, Emilio Aguinaldo cruzó el río Pásig para
reforzar los núcleos rebeldes en el centro de Luzón, no pudiendo después abastecerse y deseando un
pacto de rendición. Autorizado por Segismundo Moret, ministro de Ultramar, para entablar negociaciones,
delegó en su sobrino el teniente coronel Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, quien firmó el Tratado de
Biac-na-Bató (23-XII-1897), por el que Aguinaldo y 36 cabecillas aceptaron exilarse a Hong Kong con previa
entrega de una importante suma de dinero.

Ministro de la Guerra de forma oficial en los gobiernos conservadores de Antonio Maura (1907-1909) y
Eduardo Dato (1917). Además de los títulos de marqués de Estella y conde de San Fernando de la Unión,
antes mencionados, Alfonso XIII le concedió el Collar de la Orden del Toisón de Oro en 1908. Cuando fa-
lleció en 1921 era presidente del Consejo de Guerra y Marina, por lo que por sólo unos meses no tuvo que
juzgar los sucesos del Desastre de Anual.
86. BANDA DE LA GRAN CRUZ DE LA REAL Y MILITAR ORDEN DE SAN FERNANDO DEL
CAPITÁN GENERAL FERNANDO PRIMO DE RIVERA Y
SOBREMONTE

Datación: 1885
Materia: Seda
Dimensiones: 81 cm (alto/longitud) y 10 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-25670
MUSEO DEL EJÉRCITO

Cinta ancha de muaré de seda, rojo y granate, con sendas franjas de


color naranja a cada costado. Se observa que debería rematar en un lazo
o –moña– del que debería de pender la venera de la Real y Militar Orden
de San Fernando. Faltan la placa y la venera para completar la Gran Cruz.

468

87. GUERRERA DE DIARIO DE RAYADILLO PARA OFICIALES DEL EJÉRCITO ESPAÑOL


EN FILIPINAS DEL COMANDANTE DE INFANTERÍA JULIÁN FORTEA SELVI. REGLAMENTO
DE 1892.

Datación: 1898
Materia: Algodón, metal e hilo metálico
Dimensiones: 74 cm (altura/longitud) y 48 cm (anchura).
Manga: longitud 61 cm
Nº inventario: 23633
MUSEO DEL EJÉRCITO

Guerrera de diario de rayadillo, de tela de algodón de


color gris azulado, usada por los oficiales del Ejército es-
pañol en Ultramar por R.O. de 12-XI-1892. Tiene la mis-
ma forma que la de gala, pero sin carteras traseras. Por
tanto, tiene dos bolsillos en el pecho con tapillas y cue-
llo camisero con un corchete. En ambos costados tiene
aberturas para las correas de la pistola y del sable. En las
bocamangas lleva las divisas de comandante.

Perteneció al comandante Julián Fortea Selvi, nacido en


1845 en Camarena (Teruel). Biólogo y héroe de la suble-
vación filipina en las islas Batanes (1898). Su primer des-
tino fue en el Regimiento Borbón y en 1882 ingresó en
la Guardia Civil. Destinado a Filipinas en 1893, se incor-
poró al Regimiento de Infantería nº 74 y ascendió a Co-
mandante (10-VII-1894). Luego, en 1895 fue nombrado
Gobernador de Santo Domingo del Vasco, capital de las
islas Batanes (Filipinas). Al llegar a la plaza la noticia de la caída de Manila y su ocupación (13-VIII-1898) por
las fuerzas militares estadounidenses, los soldados indígenas y los cuadrilleros de la guarnición se suble-
varon contra su autoridad. Fortea intentó en vano persuadirlos para que depusieran actitud, por lo que se
encerró en la Casa-Gobierno y se hizo fuerte en ella junto con su familia, que estaba formada por su esposa,
cuatro niños (el mayor de 9 años de edad), dos hijas y dos sobrinas. Allí, resistió (9-IX-1898) con heroísmo
el asedio enemigo hasta que un tiro de fusil le hirió de muerte; y ante lo cual, recomendó a sus familiares
que resistieran hasta morir como él. Terminada la guerra, sus restos fueron repatriados a Madrid y recibieron
sepultura en el Panteón de los Héroes.
88. GUERRERA DE GALA DE OFICIAL DEL EJÉRCITO ESPAÑOL EN FILIPINAS DEL COMANDANTE
DE INFANTERÍA JULIÁN FORTEA SELVI. REGLAMENTO DE 1892

Datación: 1892
Materia: Algodón, metal e hilo metálico
Dimensiones: 76 cm (altura/longitud) y 50 cm (anchura)
Nº inventario: MUE-23632
MUSEO DEL EJÉRCITO

Guerrera blanca de gala de hilo crudo del Ejército español en Filipi-


nas, por R.O. de 12-XI-1892. Con cuello camisero, cerrada por una
fila de 7 botones de Infantería y un corchete en el cuello; hombreras
dobles de cordón de hilo de oro por ser uniforme de oficial (rojo para
la tropa); y dos bolsillos en el pecho con tapilla. Dos carteras simula-
das en la parte trasera con tres botones grandes cada una. Con aber-
turas en ambos costados para las correas de la pistola y del sable. En
las bocamangas lleva las divisas de comandante, una estrella dorada
y otra de plata; y dos galones en el borde de la vuelta, uno dorado y 469
el otro plateado. En la Real Orden se establecía que los pantalones
fueran también blancos, uso de capacete con pluma roja en el costa-
do derecho y funda de dril blanco. Perteneció al comandante Julián
Fortea Selvi, gobernador de las islas Batanes.

89. RETRATO DE LOS SOLDADOS MARCELO


ADRIÁN OBREGÓN Y LORETO GALLEGO

Datación: 1896
Materia: Papel a la albúmina, sales de plata y tinta
Dimensiones: 18,50 cm (alto/longitud) y 14 cm
(ancho)
Estudio fotográfico: Peso y Plana, Barcelona
Nº inventario: MUE-200224
MUSEO DEL EJÉRCITO

Retrato de los soldados Marcelo Adrián Obregón


y Loreto Gallego antes de partir a Filipinas (di-
ciembre 1896). Adscritos al Batallón de Cazado-
res Expedicionario nº 2, participaron en la campa-
ña de Cavite y durante el heroico asedio de Baler
(1898-1899). Al regresar a la Península, Marcelo
Arián trabajó de guardamuebles en el Palacio
Real de Madrid y Loreto Gallego de aguacil en
Requena. En la fotografía, ambos visten el unifor-
me de rayadillo de Ultramar.
90. RETRATO DEL CAPITÁN MARIANO MEDIANO JUNTO A UN GRUPO DE OFICIALES SUPERVI-
VIENTES DE LA GUARNICIÓN DE TAYABAS

Datación: 1900
Materia: Papel y sales de plata
Dimensiones: 17 cm (alto/longitud) y 25 cm (ancho)
Estudio fotográfico: Lafuente y Miró, Manila
Nº Inventario: MUE-43154
MUSEO DEL EJÉRCITO

Reproducción del retrato colectivo de estudio realizado en


1900. Son los seis oficiales supervivientes del asedio de Ta-
yabas poco antes de partir de regreso a España en el vapor
Isla de Panay. En posición frontal, el capitán Mariano Me-
dina Villar en el centro, junto con cuatro oficiales sentados
en una silla y otro en el suelo con un letrero que pone: –AL
SALIR DEL CAUTIVERIO–.
470
Del 12-VI-1898 al 15-VIII-1898, un ejército de 15.000 hombres del Katipunán al mando del general Miguel
Malvar y Carpio, jefe militar de la provincia de Batangas, asedió la plaza de Tayabas que estuvo defendi-
da con heroísmo y en muy precarias condiciones por 450 soldados españoles al mando del comandante
Pacheco. Tras sufrir 1.500 bajas los filipinos, la guarnición española capituló, quedando 20 oficiales y 175
soldados españoles supervivientes. Luego, tras numerosas penalidades en la selva, regresaron a España 6
oficiales y 55 soldados de tropa. Si los del destacamento de Baler regresaron el 2-VI-1899, los de Tayabas
deberían considerarse los verdaderos –Últimos de Filipinas–.

91. AMBULANCIA. FILIPINAS (1986-1898)

Datación: 1896 (circa)


Materia: Papel y sales de plata
Nº inventario: MUE-120026
MUSEO DEL EJÉRCITO

92. MODELO ESCULTÓRICO DEL TENIENTE SATURNINO


MARTÍN CEREZO

Autor: Salvador Amaya


Datación: 2019
Materia: Resina
Dimensiones: Aprox. 200 cm (longitud/altura)
MUSEO DEL EJÉRCITO

En el año 2019 se cumplieron 120 años del heroico Sitio de Baler,


acontecido en la guerra hispano-filipina o primera guerra filipina de
1898. Con motivo del aniversario se fundió en bronce la estatua del
monumento –A los Héroes de Baler–, que se erigió en la plaza del
conde de Valle Súchil, en Madrid. El escultor Salvador Amaya hizo un
modelo previo en resina basado en un boceto de Augusto Ferrer-Dal-
mau, que es la pieza que aquí se incluye. El modelo representa al
teniente Saturnino Martín Cerezo, héroe defensor de Baler.
93. FOTOGRAFÍA DE UNA PINTURA DE LA IGLESIA DE BALER (FILIPINAS)

Datación: 1904 (circa)


Materia: Papel y sales de plata
Dimensiones: 32 cm (alto/longitud),
45 cm (ancho) y 1,50 cm (profundidad)
Nº Inventario: MUE-40221
MUSEO DEL EJÉRCITO

La foto de la iglesia de San Luis de To-


losa, en Baler, poblado de la provincia
de Tayabas, en la isla de Luzón. Allí
se defendió el destacamento español
conocido como –Los Últimos de Fili-
pinas–, desde el 30-VI-1898 hasta el
2-VI-1899, como figura en el texto im-
preso de la parte inferior. Se observa
el edificio de planta rectangular, la en- 471
trada principal con una trinchera exca-
vada por los españoles y la bandera
sobre el campanario; y a su derecha,
la firma G. Meléndez, que se ha iden-
tificado con el pintor orensano Gerardo Meléndez Cornejo, nacido en 1856 y autor de cuadros y litografías
sobre la defensa de Baler.

De la pintura se realizaron diversas fotos como ésta y que está dedicada por el segundo teniente de Infante-
ría Saturnino Martín Cerezo, entonces General de Brigada: –AL MUSEO HISTÓRICO MILITAR el 1-3-1940–.

94. RETRATO COLECTIVO DE JEFES TAGALOS ARMADOS, FRENTE A UNA VIVIENDA FILIPINA O
BAHAY

Autor: Manuel Arias y Rodríguez


Datación: 1899
Materia: Papel y sales de plata
Dimensiones: 35 cm (alto/longitud) y
49 cm (ancho).
Nº inventario: MUE- MUE-40225
MUSEO DEL EJÉRCITO

Retrato colectivo de los jefes tagalos


armados y con su último cañón frente a
una vivienda bahay atrincherada en el
Sitio de Baler. Sus nombres en la parte
inferior.

La imagen fue tomada por el fotógra-


fo español Manuel Arias Rodríguez
durante su estancia en Baler los días
30 y 31 de mayo de1899. Procede de
la donación realizada por el héroe de
Baler, Saturnino Martín Cerezo, y está
dedicada por él –AL MUSEO HISTÓRICO MILITAR– con fecha del 1-3-1940.
95. RETRATO DEL COMANDANTE MÉDICO ROGELIO VIGIL EN FILIPINAS

Autor: José Mantís


Datación: 1957
Materia: Papel baritado y tinta
Dimensiones: 82 cm (altura/longitud) y 65 cm (ancho)
Nº inventario: MUE-43002
MUSEO DEL EJÉRCITO

Retrato realizado por José Mantís, restaurador del Museo del Ejérci-
to, que es copia del cuadro original. Lo entregó al Museo en 1957.
El personaje, Rogelio Vigil de Quiñones y Alfaro, viste uniforme de
gala de capitán de Sanidad Militar, apareciendo levemente girado
hacia la izquierda, aunque mirando al frente, reflejando gesto serio
y cierta rigidez en la pose. Muestra diversas condecoraciones, entre
las que destacan la Orden del Mérito Militar con distintivo rojo y la
Orden Militar de María Cristina, así como medallas de las campañas
472 de Melilla y Marruecos. En el museo hay otros cuadros del restau-
rador.

Rogelio Vigil Quiñones (Marbella, 1862 – Cádiz, 1926) participó en la


heroica defensa de Baler (Filipinas) siendo 2º teniente médico provi-
sional de Sanidad Militar. Resistió hasta el final del sitio en 1899, junto
al 2º teniente Saturnino Martín Cerezo. Se retiró del Ejército como
comandante en 1926 y falleció en Cádiz el 7 de febrero de 1934.

96. BANDERA DEL BATALLÓN DE CAZADORES EXPEDICIONARIO Nº 2 (FILIPINAS, 1896-1898 /


REGIMIENTO DE INFANTERÍA DE VALENCIA Nº 23

Datación: 1896
Materia: Seda
Nº inventario: MUE-21885
Procedencia: MUSEO DEL EJÉRCITO

En 1896, se crearon 15 batallones expedicionarios para re-


forzar el Ejército español en Filipinas y cada uno recibió su
rojigualda. Uno de ellos fue el de Cazadores Expedicionario
nº 2. Se organizó en Barcelona con 1.051 hombres proce-
dentes de los 35 regimientos de Infantería peninsulares, 6
de los batallones de Cazadores peninsulares y de los dos
regimientos regionales de las Baleares. Formado finalmente
por 993 hombres, el Batallón Cazador Expedicionario nº 2
embarcó en Barcelona hacia la isla de Luzón a combatir la
sublevación independentista. Tras el Tratado de París (10-
XII-1898) que puso fin a la soberanía española en el archi-
piélago, todas las unidades allí destinadas se disolvieron en
1899. Sin embargo, algunos de sus hombres formaron parte de los –Últimos de Filipinas– y siguieron com-
batiendo en Baler hasta el 2-VI-1899.

La bandera de este batallón tuvo por lema –BATALLÓN CAZADOR EXPEDICIONARIO NUMERO 2– y, a su
regreso, ingresó en el Museo de Artillería. En 1912 fue entregada al Regimiento de Infantería de Valencia nº
23 por su buen estado de conservación y en sustitución de la que venía usando, modificándose momento
su lema por el nuevo: –REGIMIENTO DE INFANTERÍA DE VALENCIA–. También Para se añadió la cifra –3–
al –2– anterior y las tres corbatas de San Fernando ganadas por este Regimiento. Estuvo en uso hasta que
el Regimiento recibió otra nueva bandera (28-VIII-1921).
98. MEDALLA DE PROCLAMACIÓN DE ALFONSO XII EN LA
HABANA

Datación: 1875
Materia: Plata
Dimensiones: 34 mm (diámetro) y 2 mm (grosor)
Peso: 24 gr
Nº inventario: MUE-84819
MUSEO DEL EJÉRCITO

Anverso: Dentro de una láurea de ramas de laurel y palma, el busto


de Alfonso XII de tres cuartos a la derecha con casaca y el collar del
Toisón. En la parte superior, la Corona Real y anilla.
Reverso. En exergo: LA CIUDAD DE LA HABANA CELEBRA CON
GRANDES FESTEJOS / EL ADVENIMIENTO AL TRONO / DE / S.M. EL
REY / DON / ALFONSO XII, / Y PARA MEMORIA / HACE ACUÑAR /
ESTA MEDALLA. / XXIII DE ENERO / DE / MDCCCLXXV. 473
Las medallas de proclamación eran para dar a conocer a los nuevos
monarcas españoles en la Península y en Ultramar. Realizadas de distin-
tos materiales (oro, plata y bronce), formas y tamaños, se entregaban a
las personalidades, se vendían y eran arrojadas al pueblo durante las ceremonias de proclamación.

99. MEDALLA CONMEMORATIVA DE LA EXPOSICIÓN DE MATANZAS. PREMIO AL MÉRITO, 1891

Grabador: Pablo Vidal.


Datación: 1881
Materia: Cobre
Dimensiones: 60 mm (diámetro) y 6 mm
(grosor)
Peso: 112 g
Editor: Feu Hermanos, Barcelona
Nº inventario: MUE-25382 y 25383
MUSEO DEL EJÉRCITO

Anverso. En exergo: Exposición de Matan-


zas * INICIADA POR EL ATENEO * 1881 *
Puente con torreón sobre el río. A la dere-
cha, palmeras reales; al fondo, paisaje mon-
tañoso.
Reverso: En exergo: PREMIO AL MÉRITO - ISLA DE CUBA
Matrona sentada hacia la izquierda con el brazo izquierdo apoyado sobre escudo y extendiendo el derecho
en cuya mano porta una corona de laurel. A la izquierda, figuras alegóricas de las Artes; y a la derecha la de
la Industria. En la parte inferior derecha, P. VIDAL. En el canto de la medalla: FEU HERMANOS.
Las exposiciones nacionales e internacionales fueron un medio para promover los adelantos científicos, tec-
nológicos, industriales y artísticos. Cuba no estuvo ajena a esta corriente como muestra la edición de esta
medalla conmemorativa de la Exposición Universal de Matanzas, en Cuba, celebrada en 1881. Su objeto
fue premiar estos adelantos y difundirlos para el conocimiento, en momentos de eclosión y afianzamiento
del nacionalismo insular
Esta medalla a la categoría de Premio al Mérito fue editada en los conocidos talleres de Feu Hermanos,
Barcelona, siendo su grabador Pablo Vidal, representante de la medalla catalana del período del neoclasi-
cismo al modernismo, que destaca por el uso de los contenidos alegóricos en sus diseños, como lo muestra
este ejemplar de Matanzas.
100. MEDALLA CONMEMORATIVA DE LA EXPOSICIÓN UNIVERSAL DE MATANZAS. PREMIO AL
MÉRITO, 1881

Grabador: Charles Messier


Datación: 1881
Materia: Cobre
Dimensiones: 50 mm (diámetro) y 3 mm (grosor)
Peso: 54 g
Nº inventario: MUE-84911
MUSEO DEL EJÉRCITO

Anverso. En exergo: EXPOSICIÓN DE MATANZAS / 1881.


Vista del edificio de la Exposición.
Reverso. En exergo: ISLA DE CUBA 7 RUIZ Y Cª HABANA.
Matrona sentada hacia la izquierda como alegoría de América, que extiende el brazo derecho en cuya
mano porta una corona de laurel. A la izquierda, figuras alegóricas de las Artes y la Industria. A la derecha,
474 un puente con torreón sobre el agua y, al fondo, una edificación. En exergo, ISLA DE CUBA / RUIZ Y Cª
HABANA. Todo dentro de gráfilas de puntos.
Cuba contó con una tradición de exposiciones nacionales, como la celebrada en 1843 en Puerto Príncipe
(Camagüey), o las posteriores que tuvieron lugar en la ciudad de La Habana en 1853 y 1856. La Exposición
Universal de Matanzas supuso una apertura al ámbito internacional. Se conoce la preparación de la expo-
sición a través de –Guía oficial de la exposición– de Domingo Figuerola y Canela en 1881, donde muestra
que se emplazó en el –Palmar del Junco– ocupando una extensión de 52.875 m2 donde se construyeron
varios edificios y kioscos, un hipódromo, parques y lagos. Tuvo gran importancia y el privilegio de repercutir
en el extranjero.

101. MEDALLA CONMEMORATIVA DEL ACUEDUCTO DE BURRIEL, 1872

Grabador: F. Crones
Datación: 1872
Materia: Plata
Dimensiones: 40 mm (diámetro) y 4 mm
(altitud/profundidad)
Peso: 28,77 g
Nº inventario: MUE-84795
MUSEO DEL EJÉRCITO

Medalla conmemorativa del acueducto


de Burriel grabada por F. Crones. En su
anverso muestra al dios Neptuno, que en
posición frontal sostiene un tridente con
la mano derecha y apoya su brazo izquierdo sobre un jarro que vierte agua. Tiene exergo que dice: INAU-
GURACIÓN DEL ACUEDUCTO BURRIEL / MATANZAS 16 MAYO 1872 / F. CRONES.
En el reverso muestra el escudo de la ciudad cubana de Matanzas timbrado con la Corona Real. Su exergo
dice: CAPN GL. E.S. CONDE DE VALMASEDA GOBR. ESTE DEL AYº D. JUAN N. BURRIEL / AMADEO 1º
R DE ESPAª / ALCALDE MUNICIPL E.S. D. LEON CRESPO / INGENº GARCIA ARTABE / CONCESTONº
FAURA SOCD HEYDRICH Y Cª
El acueducto de Burriel o de Matanzas se construyó en 1871, en tiempos del reinado de Amadeo I y de Blas
de Villate y de la Hera, conde de Balmaseda y capitán general de Cuba como consta en la moneda. Su nom-
bre se debe al brigadier Juan Nepomuceno Burriel Lynch, comandante militar del Distrito de Matanzas desde
1869. La empresa constructora fue Heydrich & Cía, del escultor, pintor, emprendedor e ingeniero alemán
Fernando Heydrich Kleinn, residente en Matanzas desde joven. Inaugurado el 16-V-1872, siendo alcalde León
Crespo de la Serna y futuro senador por la provincia de Matanzas (1879-1884), fue una obra importante para
abastecer de agua para Matanzas y la región, llevando el agua desde los manantiales de Bello y Benavides.
No supuso coste alguno al Estado ni al ayuntamiento, reservándose la empresa Heydrich & Cía su explotación
hasta 1911. Monumento nacional de Cuba, hoy continúa suministrando agua a Matanzas.
102. BILLETE DE 10 PESOS DEL BANCO ESPAÑOL DE LA ISLA DE CUBA

Datación: 1896
Materia: Papel y tinta
Dimensiones: 3,70 cm (alto/longitud) y 9,20 (ancho)
Nº inventario: MUE-43136 y 43136.01
Museo del Ejército

Las emisiones de papel moneda se producen en Cuba


entre los años 1855 y 1898. Billetes emitidos por el Banco
Español de la Isla de Cuba, nombre que recibió en 1881
el antiguo Banco Español de La Habana (creado en 1855).
Emitidos el 15-V-1896, están numerados y firmados, y
fueron impresos por la American Bank Note de Nueva
York. Algunos de estos billetes aparecen sellados con la
palabra PLATA en su reverso para distinguirlos a efecto
de canje.
(TMR) 475

103. CUBA ESPAÑOLA

Título: CUBA ESPAÑOLA. Reseña histórica de la insu-


rrección cubana en 1895. Tomo 6.
Autor: Emilio Reverter Delmas. Ilustrador: Francisco
Pons
Datación: 1899
Materia: Tela, papel, cartón y tintas de impresión
Dimensiones: 25 cm (longitud/altura), 17,5 cm (ancho)
y 4 cm (grueso).
MUSEO DEL EJÉRCITO

Este libro de llamativa cubierta recoge parte de la His-


toria de Cuba en 1895. Su cubierta permite comprobar
la relación existente entre la Isla y la Península, refren-
dada por la presencia de las banderas de Cuba y Es-
paña, surmontadas de corona real y sobre los trofeos
militares representados por enseñas. Encima y debajo,
en letras doradas, el título CUBA ESPAÑOLA, todo ello
enmarcado con orla decorativa de motivos geométri-
cos en negro.
104. P
 LANO PINTORESCO DE LA CIUDAD DE SANTIAGO DE CUBA: DEDICADO POR SU AUTOR AL
ESCMO. SEÑOR COMTE. GRAL. DEL DEPARTAMENTO D. CARLOS DE VARGAS MACHUCA Y
AL ILUSTRE AYUNTAMIENTO DE LA MISMA, 1859

Autor: José López


Datación:1859
Dimensiones: 48 cm (alto/longitud) y 59 cm (ancho). Escala 1:8000
Nº inventario: Sección: Mapas, planos y cartas náuticas. Ubicación: PL. Signatura: CUB-49/15.
Código de barras: 2125569
Archivo General Militar de Madrid
Ministerio de Defensa de España. Dominio público
Conexión Internet (24-07-2023):
http://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

476

Imagen cartográfica de la ciudad de Santiago de Cuba en 1859. La fracción representativa de la escala está
expresada en pies castellanos, constando también de forma gráfica de 1.800 pies y equivaliendo el pie
castellano o de Burgos a 0,278635 metros. El plano está orientado con flecha. Señala los nombres de las
calles, como también la línea del nuevo muelle proyectado y algunas de las construcciones más notables.
Muestra los edificios más significativos de la ciudad, indicados por clave alfanumérica. En nota se enumeran
de nuevo los edificios más importantes, se detalla el ancho de las calles y se explica que los barrios están
diferenciados por color y los distritos por una línea discontinua.

Título, dedicatoria y mención de responsabilidad enmarcados en cartela decorada con figuras alegóri-
cas. Los cuatro ángulos del plano están igualmente decorados con las representaciones de Mercu-
rio, Venus y Cupido y las alegorías de la Agricultura y las Artes. Rodean al plano 15 ilustraciones que
muestran las vistas de los edificios inaugurados por Carlos de Vargas Machuca en 1858, entre los que
destacan el gasómetro, la estación de ferrocarril de Maroto, el hospital militar, la plaza nueva del mer-
cado, el nuevo presidio, el matadero, el cementerio nuevo y la casa de las Hijas de María. Figuran,
además, diversas perspectivas de la ciudad y figuras humanas con los atuendos típicos de la época
Inserta: “Croquis de la bahía”. Escala 1:15000. Relación de los principales accidentes geográficos y cami-
nos, indicados por clave alfabética
105. PLANO TOPOGRAFICO DE LA VILLA DE ASUNCIÓN DE GUANABACOA Y SUS
INMEDIACIONES, 1850

Autor: Mariano Carlés y Casadevall


Datación:1850
Materia: Plano montado sobre tela
Dimensiones: 49 cm (alto/longitud) y 64 cm (ancho). Escala: 1.7000
Nº inventario: Sección: Mapas, planos y cartas náuticas. Ubicación: AR. Signatura: J-T.6-C.1-148.
Código de barras: 2201420
Archivo Cartográfico de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército
Ministerio de Defensa de España. Dominio público
Conexión Internet (24-07-2023): http://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

477

Plano topográfico sobre tela de la villa de Guanabacoa y sus inmediaciones, próxima a la ciudad de La
Habana, realizado por el piloto y agrimensor público Mariano Carlés y Casavall, con la iniciativa y el apoyo
del propio ayuntamiento, y quien se lo dedica a Juan Bautista Ponce de León. Fue publicado en La Habana
por Litografía e Imprenta El Comercio en 1850.

Orientado con media lis, indicando la variación magnética. Con tabla de signos convencionales que indican
los distintos tipos de terreno y divisiones por distritos y barrios, y clave numérica por la que se relacionan
los barrios. Muestra el escudo de armas de la villa de Guanabacoa, el blasón de la distinguida familia Ponce
de León y vistas de la casa de Drake, el Potosí y la Fuente del Obispo.

Inserta: “Nivelación practicada desde el Pozo del Manjabo al centro de la plaza del Mercado”. Escala [ca.
1:700], 50 varas cubanas [= 6’3 cm], para las distancias en la nivelación. Escala [ca. 1:200], 500 pulgadas
cubanas [= 6’3 cm], para las alturas de la mira. “Plano del terreno que representa la nivelación desde el
Pozo del Manjabo hasta el centro de la Plaza del Mercado”.
107. PUENTE DE HIERRO PROYECTADO SOBRE EL RÍO PASIG (MANILA). ESCALA 1:125

Autor: Teniente coronel de Ingenieros Nicolás Valdés y Fernández


Datación: 1855-1857
Materia: Madera, hierro pintado y elementos de latón y bronce
Dimensiones: 200 cm (longitud), 36 cm (altura) y 45 cm (ancho)
Fábrica/Taller: Talleres de la Junta de Obras del Puerto de Manila
Nº inventario: 42241
MUSEO DEL EJÉRCITO

El proyecto de este puente de hierro


forjado y tubular o de vigas de palas-
tro o enrejado, lo realizó el teniente
coronel de Ingenieros Nicolás Valdés y
Fernández (1819-1872), destinado en
Manila en 1855-1857. Le encargaron el
proyecto de un puente rígido sobre el
478 río Pásig de comunicación directa con
la parte más activa de la ciudad de Ma-
nila extramuros. Redactó una Memoria con tres tipos de puentes de hierro, que recibieron la aprobación de
la Junta Superior Facultativa de Ingenieros de Caminos y Canales.

Este puente tubular se aprobó por R.O. de 19-X-1860. Por el terremoto de 1863 se desechó el proyecto el
24-III-1868 y se decidió reconstruir el viejo Puente Grande, inaugurado en 1875 con el nombre de Puente
de España.

Valdés se inspiró en el desaparecido viaducto ferroviario alemán en Offenburg (Baden - Wurtemberg), de


63 m de luz, obra de Karl Ruppert (1853), uno de los primeros puentes de celosía europeos. El del proyecto
del ingeniero militar español sobre el río Pásig sería con luz de 75 m, dándola décima parte de la longitud
a la altura, es decir, 7,5 m, y una anchura total de 10 m. Convirtió el rígido puente tubular ferroviario en un
puente de carretera.

108. MEDALLA CONMEMORATIVA.


TRAIDA DE AGUA POTABLE A
MANILA, 1878

Datación: 1878.
Materia: Cobre y plata
Dimensiones: 37 mm (diámetro)
Peso: 30,84 gr (moneda de cobre)
Nº inventario: MUE-84876 y 84875
MUSEO DEL EJÉRCITO

Anverso. Inscripción bordeando la mone-


da: –Reinando Alfonso XII. 23 de enero
de 1878–. En el centro: –Inauguración de
las obras de la traída de aguas potables
a Manila–.

Reverso. Inscripción bordeando la mone-


da: –Gobernando estas Islas el General
Moriones–. En el centro: –Costeadas por
el legado de Carriedo y fondos de la Ciu-
dad–.
109. CARICATURA POLÍTICA: –THE YELLOW KID–

Autor: Leon Barrit (1852-1938)


Datación: 29-VI-1898
Diario o revista: New York Press
Biblioteca del Congreso de EE.UU.
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (15-VI-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:PulitzerHearstWar-
YellowKids.jpg

Caricatura del dibujante y caricaturista Leon Barrit publicada


por el diario New York Press el 29-VI-1898 presenta a los dos
magnates del periodismo norteamericano, Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, vestidos como el
personaje –El Chico Amarillo– que apareció como viñeta en sus principales diarios, el New York World y
el New York Journal, respectivamente. El New York Press llamó –prensa amarilla– al periodismo de ambos
diarios sensacionalistas, manipuladores de la opinión pública para ir a la guerra contra España y que com-
petían en ventas. El New York Press publicó en 1898 un artículo titulado –We called them Yellow because 479
they are yellow–, que es un juego de palabras en inglés, porque –Yellow– significa –amarillo– y también
–cruel– y –cobarde–.

110. JUDGE: “EL PROBLEMA DE CUBA”

Autor: Bernhard Gilliam (1856-1896)


Datación: 10-VIII-1895
Diario o revista: Judge
Biblioteca de la Universidad de Cornell. Ítaca, Nueva York
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (15-VI-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Bernhard_Gillam_The_
Trouble_In_Cuba_1895_Cornell_CUL_PJM_1123_01.jpg

Mapa del caricaturista y dibujante Bernhard Gilliam titulado –El pro-


blema de Cuba–, publicado el 10-VIII-1895 en portada del popular
diario satírico Judge tres años antes de la declaración de guerra de
EE.UU. a España. Refleja el sentimiento de los –jingoístas–, que eran
los partidarios de la expansión territorial de EE.UU. mediante la gue-
rra y una política exterior violenta y agresiva.

111. JUDGE: –MÉTODOS ESPAÑOLES DEL SIGLO XVI–

Autor: Grant E. Hamilton (1862-1926)


Datación: 2-II-1897
Diario o revista: Judge
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (22-V-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Judge-2-6-1897.jpg

Viñeta satírica antiespañola. Es una caricatura editorial del ca-


ricaturista y dibujante Grant E. Hamilton titulada –Métodos
españoles del siglo XVI– y publicada por la revista Judge el
2-II-1897. Representa a Cuba ensangrentada, harapienta y en-
cadenada sobre la torre de un castillo con la leyenda que da
título a la viñeta, que intenta ir a los brazos de una mujer que simboliza la Libertad. El Tío Sam, que repre-
senta al pueblo de EE.UU., permanece sentado y atado de pies y manos sin poder actuar.
112. PUCK: –ESTÁ DEBILITÁNDOSE DEMASIADO PARA
MANTENERNOS–

Autor: John Samuel Pughe (1870-1909)


Datación: 18-I-1898
Diario o revista: Puck
Biblioteca del Congreso de EE.UU. División de Impresiones y
Fotografías. Código digital cph.d02157
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (22-V-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Puck_11-18-1896_
cover.JPG

Portada de la revista satírica Puck del 16-XI-1896 titulada –Está


debilitándose demasiado para mantenernos–. Su ilustrador, el
caricaturista y dibujante John Samuel Pughe presenta a la Rei-
na Regente de España agarrando a dos niños rebeldes que
480 tratan de liberarse. El niño de la izquierda es un combatiente
mambí con su pañuelo rojo y su sombrero de guano caracte-
rísticos y armado con un revólver y un machete; y el niño de
la derecha representa a un guerrero filipino descalzo con un
hacha en su mano derecha.

113. JUDGE: “INFAUSTO 13”

Autor: Víctor Gillam (1867-1920)


Datación: 9-I-1898
Diario o revista: Judge
Biblioteca de la Universidad de Cornell.
Ítaca, Nueva York
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (4-VII-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/Fi-
le:Victor_Gillam_Unlucky_13_1898_Cor-
nell_CUL_PJM_1132_01.jpg

Viñeta titulada –Infausto 13– del ilustra-


dor Victor Gillam, caricaturista y dibujan-
te. Publicada el 19-IV-1898 en la revista
satírica Judge. Muestra al rey Alfonso
XIII, que es entonces un niño de 12 años,
con la corona real y vestido de torero, ju-
gando con barquitos en Cuba. Mientras,
un cañón de un buque norteamericano le dispara un proyectil que lleva una leyenda: –Retribution–. Es de-
cir, el –justo castigo–. Ese desafortunado 13 alude de forma sarcástica a la superstición que rodea al número
y que precisamente es el ordinal del Rey de España (XIII).
114. PUCK: “LOS ROUGH RIDERS”

Autor: Udo J. Keppler (1872-1956)


Datación: 1898
Diario o revista: Puck
Procedencia: Biblioteca del Congreso de EE.UU.
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (2-VII-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:The_rough_ri-
ders_-_Keppler._LCCN2012647584.jpg
Catálogo del Congreso: https://lccn.loc.gov/2012647584
Imagen: https://cdn.loc.gov/service/pnp/
ppmsca/18700/28721v.jpg

Portada de la revista Puck ilustrada en 1898 por el caricaturista


y dibujante norteamericano Udo J. Keppler. Su título es –The
Rough Riders– (Los Rudos Jinetes), que fue el 1º Regimiento
de Caballería Voluntaria, perteneciente a la 2ª Brigada (Young) 481
de la División de Caballería del mayor general Joseph Whe-
eler. Muestra a Theodore Roosevelt al frente de los Rough
Riders con revólver en una mano y bandera estadounidense
en la otra, pisando a las tropas españolas en la batalla de las
Lomas de San Juan (1-VII-1898), cerca de Santiago de Cuba. A
través de la prensa y sus biógrafos a sueldo, su participación en la batalla le dio una reputación exagerada
de héroe. En la toma de la Loma de la Caldera (no la de San Juan) marchó al frente de la unidad, pero no
portando bandera alguna, sino su revólver y su sable en cada mano.

115. PUCK: “EL MELODRAMA CUBANO”

Autor: Charles Taylor (1855-1929).


Datación: 3-VI-1896
Diario o revista: Puck
Procedencia: Biblioteca del Congreso de EE.UU. División de
Impresiones y Fotografías
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (15-VI-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:The_Cuban_melo-
drama_-_C.J._Taylor._LCCN2012648531.tif
Catálogo del Congreso: https://lccn.loc.gov/2012648531
Imagen: https://cdn.loc.gov/master/pnp/
ppmsca/28900/28912u.tif
URL original: https://www.loc.gov/pictures/item/2012648531/

“El melodrama cubano” es la Portada de la revista satírica


Puck del 3-VI-1896 cuyo título es –El melodrama cubano–. Su
autor es Charles Taylor, caricaturista y dibujante, que en el es-
cenario de un teatro presenta a la izquierda a un actor de as-
pecto siniestro que representa a España como se advierte en
su sombrero; y a la derecha, un actor de pie, Estados Unidos,
que pone su mano protectora sobre la cabeza de una mujer
que suplica de rodillas pidiendo ayuda, que es Cuba como se
advierte en su cinturón y la bandera cubana. Este dibujo tiene una leyenda que dice: –El Héroe Noble (al
Villano Pesado) ¡Atrás, ahí, maldita sea! - ¡Si obligas a esto a un quinto acto, recuerda que ahí es donde
entro en mi trabajo–
116. THE JOURNAL. DETROIT: “LA CARGA DEL HOMBRE BLANCO”

Autor: Desconocido
Datación: 1899-1902
Diario o revista: The Journal. Detroit
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (15-VI-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/Fi-
le:White_mans_burden_the_journal_detroit.
JPG

El diario norteamericano The Journal. Detroit


publicó viñetas de propaganda de guerra
durante la contienda filipino-estadouniden-
se, que fue la primera guerra del siglo XX. Se
titula –La carga del hombre blanco– y mues-
tra como un soldado norteamericano carga a
482 un nativo filipino, que más parece un salvaje
africano, para llevarlo a la escuela.

117. PUCK: “EMPIEZA LA ESCUELA”

Autor: Louis Dalrymple (1866-1905)


Datación: 25-I-1899
Diario o revista: Puck
Biblioteca del Congreso de EE.UU. División de Impresiones y Fotografías. ID digital ppmsca.28668
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (22-V-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:School_Begins_(Puck_Magazine_1-25-1899,_cropped).jpg

Caricatura de la revista Puck del 25-I-1899


titulada “Comienza la escuela”. Su autor es
el dibujante y caricaturista norteamericano
Louis Dalrymple. El Tío Sam (EE.UU.), con
gesto severo y una vara en la mano impar-
te una clase de –civilización– a cuatro niños
morenos, malcriados y sin educación que
necesitan por la fuerza el ser educados y
con mano dura. Los niños se llaman: Filipi-
nas (con gran parecido al general Aguinal-
do), Hawái, Puerto Rico y Cuba. Mientras
el Tío Sam da la clase, los niños blancos
leen plácidamente libros etiquetados con
el nombre de estados norteamericanos, un
niño negro es quien limpia la ventana, un
niño indio lee un libro al revés y otro chi-
no permanece en la puerta. La caricatura
no sólo hace referencia a la necesaria re-
educación de hawaianos, portorriqueños,
filipinos y cubanos, sino que incluye a los
norteamericanos que no son blancos.
118. LA GIRALDILLA. CASTILLO DE LA FUERZA. LA HABANA

Autor: Jerónimo Martín Pinzón


Datación: 1630-1634 (circa)
Materia: Metal (bronce).
Dimensiones: 110 cm (altura/longitud)
Castillo de la Real Fuerza y Museo de la Ciudad de La Habana
Wikimedia Commons. Dominio Público
Conexión Internet (26-VII-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:La_Giraldi-
lla#/media/File:Isabel_de_Bobadilla_statue_La_Giradilla.jpg
https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:La_Giraldi-
lla#/media/File:Giradilla_(cropped).jpg

Veleta ubicada en lo alto de un torreón del Castillo de la Real


Fuerza, primera residencia de los gobernadores de La Haba-
na y capitanes generales de Cuba. Representa a una mujer
que posa, levantando con donaire parte de su falda sobre su 483
muslo derecho, con medallón sobre el pecho con el nombre
de su autor, que con su mano derecha sostiene una palma
(sólo se conserva el tronco) y con la izquierda la asta de una
Cruz de Calatrava. Durante siglos se consideró el símbolo de
la soberanía de España en Cuba y hoy es uno de los símbo-
los habaneros más representativos. Un ciclón la arrancó del
pedestal (20-X-1926) y cayó al patio de armas. La Giraldilla
original se conserva en el Museo de la Ciudad de La Habana
y la que está en el Castillo de la Real Fuerza es copia.

La Corona de España nombró séptimo gobernador de Cuba


(20-V-1537) a Hernando de Soto, Adelantado de la Florida
y Comendador de la Orden Militar de Calatrava, con la mi-
sión de preparar una expedición a la Florida, descubierta por
Juan Ponce de León (1513). Soto partió (12-V-1539) con una
flota hacia Florida y dejó el gobierno de Cuba a su mujer,
Isabel de Bobadilla. Tras dos años de angustiosa espera, Isa-
bel supo que su marido había muerto (30-VI-1540) durante
la expedición a orillas del río Misisipi, por lo que regresó a la
Península junto a su poderosa familia con la riqueza que le
había dejado su marido.

Según la leyenda, Isabel de Bobadilla todos los días subía


a la torre del castillo esperando horas enteras el regreso de
Hernando de Soto, su amado esposo. Fue tal su sufrimiento,
que murió de amor. El arquitecto Jerónimo Martín Pinzón se
inspiró en esta trágica y tan romántica leyenda de Isabel de
Bobadilla para realizar la Giraldilla en bronce fundido, y que
fue colocada entre 1630 y 1634 por el gobernador Juan de
Bitrián y Viamontes en la parte más alta del baluarte noroes-
te del castillo de la Real Fuerza.
119. CASTILLO DE LOS TRES REYES MAGOS O DEL MORRO DE LA HABANA

Autor: Ingeniero Bautista Antonelli


Datación: 1585-1610 (circa)
Materia: Piedra
Dimensiones. Murallas: 18,28 m ó 60 pies (altura) en muchas partes. Torre actual (1844-1845): 30 m (altura)
y 5 m (diámetro)
La Habana
Wikimedia Commons
Conexión Internet. Dominio Público:
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:El_Moro_Havanna_Cuba.jpg

El Castillo de los Tres Reyes Magos o del Morro es uno de los símbolos de La Habana y de los tiempos de
cuando Cuba era española. Se construyó a la vez que el Castillo de San Salvador de la Punta para custo-
diar ambos la entrada de la bahía. Fue trazado por el ingeniero italiano Bautista Antonelli (1585). Su traza
se ajusta a la forma del risco sobre el que se construyó. De 60 pies de altura en muchas de sus partes y
construido íntegramente de piedra. Proyectado en la mar en ángulo agudo, tiene un medio baluarte en el
484 que se eleva un faro, ante una profundidad de 150 m, y desde allí se abren continuas cortinas hasta llegar
al lado posterior, que es donde se comunica por tierra bajo la protección de dos poderosos baluartes y un
profundo foso. Su torre original tenía 10 m de alto, siendo sustituida por otra de 30 m en 1844-1845.

La construcción de El Morro se prolongó hasta bien entrado el siglo XVII. Durante el gobierno de Pedro
Valdés (1600-1607) se cerraron las bóvedas y se terminó una plataforma que se artilló con 12 cañones. Se
cree que las obras complementarias para alojamiento de tropas, polvorines y aljibes concluyeron hacia
1610. Quedó muy dañado cuando la toma de La Habana por los ingleses (1762), pero con la devolución
de la ciudad en la Paz de Versalles (1763) fue entonces reconstruido por los ingenieros Silvestre Abarca y
Agustín Crame, siendo la principal defensa de la bahía y del puerto hasta la construcción de La Cabaña a
finales del siglo XVIII. Su reconstrucción añadió: dos baluartes (el de Tejada y el de Austria); un profundo
foso; camino cubierto, aljibes, cuarteles, calabozos y almacenes; y por la parte de la bahía, se colocaron las
baterías Doce Apóstoles y La Pastora. Su torre sirvió de faro desde 1764, fue demolida en 1844 y construida
la actual (1844-1845), que se electrificó en 1945.
120. TORRE MANACA-IZNAGA. VALLE DE LOS INGENIOS, TRINIDAD

Datación: 1815-1830 (circa)


Materia: Ladrillo
Dimensiones: 43,50 m (longitud/altura)
Valle de los Ingenios, Trinidad

Torre campanario y vigía del antiguo ingenio azucarero San Alejo de Manaca, con una estructura sólida
repartida en siete niveles de formas geométricas que van desde el cuadrado al octógono, con arcos espa-
ciosos y una larga escalera interior que desde lo alto se divisan los edificios de producción de azúcar y sus
almacenes, la mansión de los señores y los barracones de los esclavos. Está edificada con ladrillo de barro y
un mortero tradicional de cal y arena, que, al haber sido procesado durante meses, unido a la ingeniosidad
de sus fabricantes, posee una envidiable resistencia. A su calidad técnico-constructiva de la arquitectura
popular y anónima se une a los refinados gustos del hacendado azucarero del hacendado azucarero de
cuando Cuba era española.

El ingenio San Alejo de Manaca, que producía azúcar, mieles y ron, fue comprado (1795) por Pedro José
Iznaga y Pérez de Vargas Machuca y lo heredó (1831) su hijo Alejo María del Carmen Iznaga y Borrell, quien 485
ordenó entre 1815 y 1830 la construcción de esta torre campanario y vigía ubicada en el extenso Valle de
los Ingenios, en la región central de Cuba, al sur de la actual provincia de Sancti Spíritus y a 14 km del casco
urbano de Trinidad o Villa de la Santísima Trinidad.

Una leyenda trinitaria dice que la torre se construyó por la disputa entre Alejo María y su hermano para
ganar celebridad, el primero dando altura a la torre, y el segundo, profundidad a su pozo; y otra dice
que se casó con su mujer, doña Juanita,
en 1826, y por sus celos construyó la to-
rre para encerrarla y que nadie pudiera
verla. En realidad, esta torre vigía y cam-
panario cumplió funciones importantes.
Una de ellas fue avistar y dar aviso de
barcos piratas y corsarios por la costa
sur. Otra fue controlar al esclavo mar-
cando con la campana su vida cotidiana:
su hora de levantarse por la mañana y
de acostarse de noche, su jornada labo-
ral con sus horas de trabajo y sus pau-
sas, la llamada de reunión del capataz,
etc. También avisaba las huidas de es-
clavos y sus frecuentes levantamientos
en las plantaciones; la amenaza de los
incendios, terremotos, ciclones y hura-
canes, que podían ser devastadores en
los cañaverales e instalaciones de los in-
genios; etc. Para el esclavo, la campana
era la máxima expresión de su someti-
miento al amo, de ahí su odio hacia ella
y su destrucción era su símbolo de liber-
tad. Aunque no han faltado quienes han
considerado que el interés de ostenta-
ción de sus propietarios fue superior al
de su utilidad.

La ciudad histórica de Trinidad es muy


posiblemente la que ha conservado me-
jor la presencia hispánica en toda Cuba y
su torre Manaca-Iznaga en el Valle de los
Ingenios es el principal símbolo trinitario.
121. FUENTE DE LA INDIA. LA HABANA

Autor: Giuseppe Gaggini


Datación: 1837
Materia: Mármol blanco de Carrara
Dimensiones: 3 m (longitud/altura)
La Habana
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Conexión Internet (13-VI-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:La_Habana,_monumentos_(1983)_03.jpg

La Fuente de la India o de la Noble Habana, obra neoclásica en mármol de Carrara del escultor genovés
Giuseppe Gaggini (1791-1867), representa a la mítica india Habana. Ubicada sobre un pedestal cuadrilon-
go con cuatro delfines, uno en cada esquina, cuyas bocas vierten las aguas que caen sobre las enormes
conchas que forman su base. La india tiene en su cabeza una corona de plumas y sobre el hombro izquierdo
pende un carcaj con flechas. En su mano izquierda sostiene el cuerno de la abundancia con frutas tropicales
y en la otra el escudo de armas de la Ciudad de San Cristóbal de La Habana.
486
El segundo almirante, el adelantado Diego Colón, nombró en 1511 capitán y teniente suyo a Diego Ve-
lázquez de Cuéllar con la misión de conquistar y poblar la Isla de Cuba, para lo cual, éste organizó una
expedición con una flotilla de 4 ó 5 naves y unos 300 hombres. En 1514, Diego Velázquez fundó La Ha-
bana, aunque no en su emplazamiento actual, sino algo más al sur y cerca de la actual Batabanó; y luego
fue trasladada con su nombre incluido. Según narró en su Carta de Relación, en la zona había un cacique
llamado Habaguanex. Pero luego, al margen de la historia, una leyenda explicó el origen del nombre de
la ciudad, sobre la que hay varias hipótesis, consistente en que cuando Velázquez llegó con su expedición
al lugar se encontró con una bella india, esposa del cacique, quien señalándose a sí misma, le dijo que se
llamaba Habana.

Miguel Tacón y Rosique, capitán general de Cuba (1834-1838), realizó un formidable plan urbanístico en
La Habana que convirtió en un continuo enfrentamiento con su oponente Claudio Martínez de Pinillos,
superintendente de Hacienda y conde de Villanueva. Éste era el hombre fuerte de la Junta de Fomento y
el representante de la aristocracia cubana, enemiga de Tacón por la política de su gobierno. Así, cuando Vi-
llanueva construyó el acueducto de Fernando VII (1835), Tacón respondió construyendo sumideros y fosas
mauras en cada casa habanera
y encargó en 1836 a Génova
la lujosa fuente de mármol lla-
mada La Pila o Fuente de Nep-
tuno y la instaló en el puerto.
Sintiéndose retado, Villanueva
encargó sin demora una obra
mucho más bella y lujosa Fuen-
te de la India para el Paseo
de Isabel II, en un costado del
Campo de Marte que constru-
yó el propio Tacón. Después,
Villanueva construyó el ferro-
carril La Habana-Bejucal (1837),
que prolongó después a Güi-
nes (1838, diez años antes del
Barcelona a Mataró), Tacón re-
plicó con el majestuoso Paseo
Militar. Todo fiel reflejo de la
lucha sorda entre ambos por el
poder y el prestigio.

La Fuente de la India fue después trasladada al Parque Central (1863) y finalmente a su lugar actual, una
glorieta situada en el extremo sur del Paseo del Prado, a unos 100 m del Capitolio.
122. FACHADA DE LA CATEDRAL. LA HABANA

Datación: 1748-1777
Materia: Piedra coralina
Dimensiones: Templo: 34 m (longitud), 36 m (ancho)
La Habana
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (1-VII-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Havana_Cathedral.JPG

Santísima y Metropolitana Iglesia Catedral de La Habana, consagrada a la Inmaculada Concepción de la


Santísima Virgen María. Construida en La Habana Vieja, se ubica en la Plaza de la Catedral junto a mansio-
nes de la nobleza habanera creada en los tiempos de la Cuba española, entre las que destacan tres: la del
Marqués de Arcos, la de los Condes de Bayona (Museo de Arte Colonial de La Habana) y la del Marqués
de Aguas Claras. Su edificación es barroca, con tres naves, 8 capillas laterales divididas por gruesos pilares
y una cúpula bajo el crucero oculta en el exterior por sus dos torres.

La Catedral de La Habana es el mayor exponente del llamado –Barroco cubano– desarrollado en el siglo
487
XVIII. Su fachada, una de las más importantes de la arquitectura cubana, está dominada por dos torres
campanarios laterales desiguales, presentando una concavidad que con la cornisa intermedia y las espira-
les laterales magnifican los elementos de su estilo. Según el escritor cubano Alejo Carpentier, la fachada
es –música convertida en piedra–.

En 1704, el Procurador General se opuso a que la orden religiosa de la Compañía de Jesús construyera
una iglesia en los terrenos de la actual Catedral, argumentado no haber otra zona de esparcimiento para
los habaneros. Pero los jesuitas por Real Cédula de 19-XII-1714 obtuvieron permiso; y luego, el 5-IV-1727
se les notificó dónde construirla. En consecuencia, el obispo Compostela adquirió los terrenos por 10.000
pesos para en un futuro edificar el colegio y la misión de los jesuitas, y se edificó un humilde oratorio con
techo de guano. Al morir el obispo, el Procurador General denegó la petición de la Compañía de Jesús
para convertir aquella ermita en un gran edificio con un convento y una iglesia aduciendo que la zona era
para la defensa militar de La Habana. Pero los jesuitas lo lograron y en 1748 pusieron la primera piedra del
edificio bajo la advocación de Nuestra Señora de Loreto. Luego, en 1767 se interrumpieron las obras al
ser los jesuitas expulsados de España y sus dominios habiendo terminado el colegio, pero no la iglesia y
el convento.

En 1772 la iglesia Parroquial Mayor, situada en la Plaza de Armas, corrió peligro de derrumbe y se trasladó
al Oratorio de San Felipe Neri. Luego, en 1777 el obispo Felipe José Trespalacios la trasladó a la iglesia
de los jesuitas emprendiendo reformas y terminando las obras. Finalmente, por Real Cédula de 1787,
Cuba se dividió en dos diócesis, la de Santiago de Cuba y la de La Habana, por lo que la iglesia adquirió
entonces rango de Catedral bajo la advocación de la Inmaculada Concepción. A partir de entonces, los
obispos de turno quisieron hacer desaparecer
el barroco del interior imponiendo el neoclasi-
cismo cambiando todos los altares y también
sustituyeron el piso empedrado por otro de
mármol blanco y negro. Las esculturas y traba-
jos de orfebrería del altar mayor y los demás
altares corrieron a cargo del italiano Bianchini,
realizándose en Roma (1820) bajo la dirección
del escultor español Antonio Solá; y tras el al-
tar mayor se colocaron tres pinturas al fresco
del pintor italiano Giuseppe Perovani y otras
del francés Jean Baptiste Vermay de Beaume.
Además, en la Catedral hay tumbas de obis-
pos y personalidades cubanas; y en su nave
central hubo un monumento funerario con los
restos de Cristóbal Colón, que fueron trasla-
dados en 1898 a la Catedral de Sevilla.
123. EL CASTILLO DE SAN PEDRO DE LA ROCA O DEL MORRO DE SANTIAGO DE CUBA

Autor: Juan Bautista Antonelli


Datación: Desde 1638. Sucesivas reformas y ampliaciones
Materia: Piedra
Santiago de Cuba
Wikimedia Commons. Dominio publico
Conexión Internet (22-V-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Castillo_del_Morro_by_Glogg_4.jpg

El Castillo de San Pedro de la Roca está


en Santiago de Cuba. Es una fortificación
abaluartada clásica, de diseño italiano y
representa un legado español de gran
importancia como el mejor ejemplo de
la ingeniería militar renacentista y adap-
tado a las exigencias de las rivalidades
488 de las potencias europeas en el Caribe.
Recuerda el estilo medieval por el espe-
sor de sus muros, locales herméticos, es-
casos vanos, techos abovedados y otros
elementos; aunque es renacentista como
lo muestra su fachada hundida y achata-
da, con simetría en los bloques, puente
levadizo y foso seco con una cenefa de-
corativa de estilo morisco que bordea el
muro de la fachada. Se compone de una
serie de fortificaciones en terrazas superpuestas, una sobre otra, enlazadas mediante rampas y escaleras,
construidas sobre un promontorio rocoso de relieve desigual, con un frente de tierra a unos 70 m sobre el
nivel del mar y un frente de mar a 10 m de altura, para la protección de la entrada a la ciudad y su puerto.
Está sobre una zona sísmica activa y forma parte de las principales fortalezas del Caribe junto con el Casti-
llo de los Tres Reyes Magos del Morro de La Habana y el Castillo de San Felipe del Morro de San Juan de
Puerto Rico.

Al crecer el conflicto hispano-británico en el siglo XVII y la amenaza de piratas y corsarios desde principios
de siglo, el gobernador Pedro de la Roca y Borjas (1637-1643) ordenó la construcción de una fortaleza de
piedra que diseñó Juan Bautista Antonelli en su visita a Santiago en 1638 y que se vinculó a un revellín ya
existente. Lo destruyó un ataque inglés (1662) y luego se reconstruyó y amplió (1663-1669). También sufrió
daños por terremotos en 1675, 1678 y 1679, por lo que fue reconstruido y consolidado en 1693 y 1695. Se
amplió ante la política agresiva de Inglaterra adoptada en 1738-1740; y tras los terremotos de 1757 y sobre
todo en 1766, el ingeniero militar Agustín Crame incorporó los avances más recientes en la arquitectura
militar.

La parte más antigua es la del revellín La Lengua del Agua (1590), situado en el nivel más bajo y sobre la
marca de la marea alta, al que se agregó la Plataforma de Tiro Fortificada con un polvorín, el edificio de
mando y un puesto de guardia. Luego viene la Plataforma del Santísimo Sacramento, con emplazamiento
de armas, polvorín y cuartos de la guarnición y que fue reconstruida a mediados del siglo XVIII con el añadi-
do de los bastiones del norte y del sur. Y finalmente, en el nivel más alto del castillo principal, la Plataforma
de la Santísima Trinidad, que fue construida en la década de 1660 con el Fuerte La Avanzada al norte, que
completa la cadena de tres fuertes en el lado norte del promontorio, que son el Fuerte La Estrella y oros
dos pequeños. A esta Plataforma de la Trinidad se añadieron en 1840 la Torre del Semáforo, la Capilla del
Santo Cristo y el Faro; y luego en 1898, cuando la guerra con EE.UU., se añadieron dos baterías construidas
con hormigón prefabricado, que fueron la Socapa Alta y La Vigía.

Desde 1868, el Castillo de San Pedro de la Roca se consideró obsoleto para la defensa de Santiago, por lo
que su principal función fue la de prisión militar y entre sus prisioneros independentistas cubanos podrían
citarse: los mayores generales –Bartolo– (Bartolomé) Masó, Flort Crombet y –Periquito– (Pedro) Agustín
Pérez; el general José Ramón Leocadio Bonachea: intelectuales como Emilio Bacardí Moreau; y algunas
mambisas como Dominga Moncada, madre del mayor general –Guillermón– Moncada.

El 3-VII-1898 fue escenario de la batalla naval de Santiago de Cuba entre la derrotada escuadra española
del vicealmirante Pascual Cervera y Topete y la vencedora norteamericana del almirante William Thomas
Sampson. Terminada la guerra del 98, el castillo fue ocupado por el Ejército estadounidense hasta 1904,
dos años después de la proclamación de la República de Cuba (20-V-1902). Debido a su estado de abando-
no, en 1962 fue restaurado por Francisco Prat Puig; en 1978 se inauguró un Museo en su interior; en 1979
fue declarado Monumento Nacional; y finalmente, el 6-XII-1997 fue inscrito en la Lista del Patrimonio de la
Humanidad de la UNESCO.

124. EL FERROCARRIL LA HABANA - BEJUCAL - GÜINES, 1837 y 1839

Autor (ingeniero principal de obras): Alfred Cruget


Datación (inauguración): 19-XI-1837 (La Habana – Bejucal) y di- 489
ciembre de 1839 (prolongación a Güines)
Fábrica: Braithwhith & Reanis, Inglaterra
Popular Graphic Arts. Catálogo de la Biblioteca del Congreso de
EE.UU.
Wikimedia Commons. Dominio Público
Conexión Internet (27-VII-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Ferrocarril_La_Ha-
ban-G%C3%BCines_(1837).jpg
https://cdn.loc.gov/master/pnp/cph/3a40000/3a42000/3a42600
/3a42675u.tif URL
http://hdl.loc.gov/loc.pnp/pga.12306

El ferrocarril La Habana – Bejucal – Güines en 1837 fue la primera línea de ferrocarril de Hispanoamérica,
la séptima del mundo, 12 años después de Inglaterra y 11 años antes que la de Barcelona – Mataró en
la España Peninsular (1848). En América, sólo EE.UU. tuvo antes ferrocarril. Como antecedente, en 1767
Lorenzo de Montalvo y Montalvo, conde de Macuriges, solicitó sin resultado la construcción de un canal
de navegación para enlazar La Habana con Güines, rica comarca agrícola y azucarera situada al sureste de
La Habana, para facilitar el transporte de las riquezas forestales, café y sobre todo azúcar y sus derivados
(mieles, ron, alcoholes, etc.). Luego, en 1830 el capitán general de Cuba, Francisco Dionisio Vives, creó la
Junta de Caminos de Hierro para estudiar la construcción del ferrocarril La Habana-Güines. El proyecto fue
retomado por Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva, intendente de Hacienda y consejero de
Estado, cuando fue nombrado presidente de la Junta de Fomento en 1832. Este personaje, representante
de la aristocracia cubana, fue un gran emprendedor, ya que construyó el Acueducto de Fernando VII (1835)
para abastecer de agua La Habana, fundó el Banco Real de Fernando VII y el Monte de Piedad también en
La Habana y fue el principal promotor de la construcción y expansión del ferrocarril en Cuba.

Isabel II autorizó (12-X-1834) la construcción del ferrocarril La Habana - Güines, que emprendió la Junta de
Fomento con un empréstito de 2 millones de pesos negociados con Inglaterra. El norteamericano Alfred
Cruger fue el ingeniero principal de obras, comenzadas el 9-XII-1835 y cuyo primer tramo, La Habana –
Bejucal (27,5 km) se inauguró el 19-XI-1837 con 70 pasajeros, tras resolver los complicados problemas
creados por los desniveles del tramo específico de Bejucal. Las 8 primeras locomotoras fueron fabricadas
en Inglaterra por la Braithwhith & Reanis y se llamaron: Habana, Cubana, Comisión, Villanueva, Escobedo,
Herrera, Colón y Cervantes; y los raíles fueron llevados desde EE.UU.

El segundo tramo, Bejucal – Güines (44,5 km), más sencillo que el anterior al ser más llano el terreno; y,
por tanto, la línea La Habana - Güines tuvo en total 72 km. Pronto se desarrollaron otras redes ferroviarias
que partieron de Matanzas, Cárdenas, Cienfuegos y Sagua la Grande en el Departamento Occidental,
como también otras en el Departamento Centro de Cuba. Por tanto, donde se concentraba la producción
azucarera.
125. PALACIO DE LOS CONDES DE BAYONA

Datación: 1700 (circa)


Wikimedia Commons. Dominio Público
Autor: Anagoría (Discusión/Contribuciones)
Conexión Internet (15-VI-2023):
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/27/2012-Museo_de_Arte_Colonial_anagoria.JPG

Es una de las construcciones principales del conjun-


to arquitectónico que rodea la Plaza de la Catedral
de La Habana. Su fachada es una de las más caracte-
rísticas y proporcionadas de la arquitectura de Cuba
cuando era provincia de la España de Ultramar, y
con la sencillez dada por la distribución simétrica
de vanos en dos plantas, sin entresuelo y remate de
tejas criollas. Destaca su hermoso patio y su arteso-
nado de ricas maderas.
490
Residencia de Luis Chacón, teniente coronel del
Ejército español, rico hacendado y dos veces capi-
tán general interino (1702-1706 y (1711-1713). Tam-
bién del rico propietario habanero José de Bayona y
Chacón Fernández de Córdoba y Castellón, primer
conde de Bayona (título concedido en 1721), Alférez
Mayor y alcalde ordinario del Ayuntamiento de La Habana (1719-1720 y 1724-1726), y lo fue asimismo de
sus sucesores en el título condal. Sede del Real Colegio de Escribanos de La Habana, del diario La Discu-
sión y de la antigua y famosa licorera Arechavala. Desde 1969 es el Museo de Arte Colonial de La Habana
para su conservación como monumento histórico-arquitectónico y el estudio del legado español y la cultura
nacional cubana. Con ambientación del siglo XIX, el museo muestra la riqueza de la aristocracia cubana de
entonces.

126. LA GUITARRA ESPAÑOLA. INSTRUMENTO MUSICAL LEGADO POR ESPAÑA

Autor: Desconocido
Datación: 1916
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (15-VI-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Vera%2BZequeira.jpg

La guitarra española constituye un magnífico ejemplo del lega-


do cultural español en el ámbito musical. La fotografía presenta
a María Teresa Vera acompañada de Rafael Zequeira en 1916, re-
presentantes de la Vieja Trova Cubana. María Teresa (Guanajay,
Cuba, 1895 – La Habana 1965) nació en la Cuba española y fue
cantante, compositora y guitarrista. Desde niña se dio a conocer
en los ambientes bohemios de la trova, debutó en el Teatro Poli-
teama en 1911 a los 16 años e hizo sus primeras grabaciones en
1914. Los músicos, tanto los soneros como los trovadores, eran
hombres bohemios que iban por las calles con sus guitarras a
cuestas, frecuentaban bares y cafetines, entre amoríos, tragos y
humaredas de tabaco. No era entonces un ambiente ni una ac-
titud para las mujeres, pero María Teresa se impuso con su voz y
su carácter entre los trovadores y los soneros cubanos.
127. MONUMENTO A CUBA. JARDINES DEL BUEN
RETIRO, MADRID

Autores: Mariano Benlliure, Miguel Blay, Juan Cristóbal y


Francisco Asorey
Datación (inauguración): 27-X-1952
Material: Bronce y mármol
MUSEO DEL EJÉRCITO. Fotografía de la mujer realizada
y donada al Museo por Guillermo Calleja Leal) y Wikime-
dia Commons (monumento)
Conexión Internet (1-VI-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Buen_Retiro_
Monumento_a_Cuba01.jpg

El presidente cubano Gerardo Machado ordenó construir un monumento –Al soldado español que supo
morir heroicamente en el cumplimiento de su deber– en Las Lomas de San Juan (Santiago de Cuba); y el
general Miguel Primo de Rivera quiso corresponder en 1928 con un monumento a Cuba. En el concurso
público nacional ganó el proyecto del escultor palentino Braulio Moro Lanchares, consistente en una fuente 491
rodeada de un grupo escultórico; y el Ayuntamiento de Madrid aprobó (12-XI-1928) su construcción en los
jardines de El Retiro. Mariano Benlliure dirigió los trabajos (1929-1930) con tres escultores colaboradores:
Miguel Blay, Juan Cristóbal y Francisco Asorey. El elemento principal es una alegoría femenina de Cuba,
vestida con túnica y gorro frigio. El pedestal muestra a Cristóbal Colón (Asorey), Isabel la Católica (Juan
Cristóbal) y el escudo de Cuba. Tortugas, iguanas y frutas tropicales de bronce (Benlliure) ornamentan el
conjunto, siendo los animales los vertedores del agua de la fuente.
Las vicisitudes de España y Cuba con la renuncia de Primo de Rivera al poder (1930), la proclamación de la
II República española (1931) y el derrocamiento del presidente Gerardo Machado por el golpe de Fulgen-
cio Batista (1933) ocasionaron la no colocación de la estatua de Machado en bronce y la falta de interés en
inaugurar el monumento por parte de ambos países. Finalmente se inauguró el 27-X-1952 con motivo del
460º aniversario del descubrimiento de Cuba, en el primer viaje colombino a América.

128. MONUMENTO A JOSÉ RIZAL. MADRID

Autores: Florante Caedo (escultor) y Manuel Rivero Vázquez (arqui-


tecto). Escultura original (Manila): Richard Kissling
Datación (inauguración): 1986. Escultura original (Manila): 1912
Materia: Piedra de granito y bronce
Dimensiones: 15 m (altura/longitud)
Parque de Santander esquina Avenida de Filipinas, Madrid
MUSEO DEL EJÉRCITO. Fotografía realizada y donada al Museo por
Guillermo Calleja Leal

El Monumento original a José Rizal (Calambá, 1861 - Manila, 1896)


es un mausoleo piramidal que consta de su escultura en bronce y
de pie con un obelisco como telón de fondo, situado éste sobre un
pedestal sobre el que están enterrados sus restos. Una placa enfren-
te del pedestal dice: –A la memoria de José Rizal, patriota y mártir,
ejecutado en el campo de Bagumbayan. Campo 30 de diciembre de
1896, este monumento se lo dedica el pueblo de las Islas Filipinas–. Obra del escultor suizo Ronald Kissling
(1848-1919), se erigió en 1912 en el Parque de Luneta de Manila, hoy Parque de Rizal, a unos 100 m del
lugar del campo de Bagumbayan donde fue fusilado.
Con motivo del centenario del fusilamiento de Rizal, el gobierno filipino donó en 1986 una réplica del
monumento original que está en Manila, a igual escala y con pequeñas diferencias. Este monumento se
inauguró el 5-XII-1986 en Parque de Santander, esquina a la madrileña avenida de Islas Filipinas. Los grupos
escultóricos en bronce, son una interpretación del escultor filipino Florante Caedo (–Tito Boy–) a partir de
los originales de Kissling.
129. EL GALEÓN DE MANILA

Datación: 1565-1815
Referencia de la imagen. Conexión Inter-
net (22-V-2023): GARCÍA, Juan: –El Ga-
león de Manila no era presa fácil–. Todo a
babor. 3-VI-2015
http://www.todoababor.es/historia/ga-
leon-de-manila-no-era-presa-facil/

El Galeón de Manila, Nao de China o Ga-


león de Acapulco, era una serie de naves
que en régimen de monopolio estatal
cruzaban el océano Pacifico una o dos
veces al año entre Manila y los puertos
de Nueva España, sobre todo Acapulco,
Bahía de Banderas, San Blas y Cabo San
492 Lucas en la Baja California; y el nombre
del galeón variaba según su destino. La ruta Manila – Acapulco – Manila funcionó regularmente durante
dos siglos y medio generando un importante intercambio monetario, comercial, científico y cultural entre
Asia y América de enorme relevancia en lo que fue la primera globalización.
La navegación de Nueva España a Filipinas ya era conocida en tiempos de Magallanes y Elcano (1521),
pero fue el fraile y marino español Andrés de Urdaneta navegando en un convoy de Miguel López de Lega-
zpi quien descubrió el tornaviaje de Filipinas a Nueva España a través del Pacífico, gracias a la corriente de
Kuroshio de dirección este, e inauguró la ruta en 1565. El viaje Acapulco – Manila, con escala en la plaza de
Agaña, en Guam, solía durar tres meses y el tornaviaje Manila – Acapulco entre 4 y 5 meses por el necesario
rodeo de los galeones hacia el Norte para alcanzar la corriente de Kuroshio.
La otra gran ruta comercial española fue la de las Flotas de Indias que cruzaban el Atlántico entre Sevilla o
Cádiz y Veracruz, Cartagena de Indias, Portobelo y La Habana. Parte de las mercancías orientales desem-
barcadas en Acapulco se transportaban por tierra hasta Veracruz para ser embarcadas, junto con metales
preciosos, pigmentos y demás recursos novohispanos, centroamericanos y caribeños, principalmente hacia
España y el resto a El Callao (Perú).
El Galeón de Manila fue la fuente principal de ingresos de los colonos españoles en Filipinas y estableció
estrechos vínculos e intercambios entre Nueva España y Filipinas, para el desarrollo económico y comercial,
la religión, la defensa militar, la sanidad, la investigación y la cultura; y, además, promovió el estableci-
miento de novohispanos en Filipinas, por lo que muchos “kastilas” (españoles) eran mejicanos, y la cultura
hispano-filipina tuvo una gran aportación del virreinato.
En sus inicios, tres o más barcos al año realizaban la ruta Manila – Acapulco, pero como los comerciantes
sevillanos protestaron a Felipe II, desde 1593 la navegación se redujo a dos barcos anuales, uno que partía
de Acapulco y el otro de Manila, quedando otro de reserva en ambos puertos. Por ello, desde entonces la
mayoría de los barcos construidos en Filipinas (sólo 8 en México) eran de grandes dimensiones (de 700 a
2.000 toneladas de desplazamiento), pudiendo llevar un millar de personas entre tripulación y pasajeros.
Dos ejemplos, el Santísima Trinidad tenía 51,50 m de eslora y La Concepción de 43 a 49 m y desplazaba
2.000 toneladas.
Desde 1565 hasta 1815, el Galeón de Manila empleó 108 barcos. Los primeros fueron naos, pero pronto
fueron desplazados por los galeones y a veces por pataches. Luego, a finales de la década de 1730, los
galeones fueron sustituidos por los navíos, al ser buques de mayor capacidad de carga, defensa y ataque;
y se emplearon fragatas en los años últimos de este monopolio hasta 1815.
Los barcos que llegaban a España desde Manila llevaban: 38 tipos de especias (sobre todo pimienta, cla-
vo y canela) de Ceilán, Molucas y Java (las Islas de las Especias); seda, marfil, porcelana, lacas, artesanía,
biombos, abanicos y madreperlas de Amoy (hoy Xiamen) y Japón; alfombras, tapices y vestidos de algodón
de la India y el sureste asiático; y algodón, cera, mantas de la isla de Ilocos y canela de Mindanao, única
especia recolectada en Filipinas.
En el Asia oriental, desde Manila se comerciaba con plata de los virreinatos de Perú y Nueva España, siendo
los lingotes y la moneda de plata española empleados en las dinastías chinas Ming y Quin o Manchú como
moneda de curso y dejando de circular el papel moneda en 1576. Los barcos que zarpaban de Acapulco
a Manila llevaban la plata, de la que una buena parte de ella procedía de la feria de Acapulco; y también
el “real situado”, que era la asignación o subvención que la Real Hacienda novohispana aportaba desde
el reinado de Felipe II para el sostenimiento del archipiélago filipino, y que servía para afrontar los gastos
de mantenimiento y los sueldos del personal de la Administración, así como para financiar construcciones,
infraestructuras y otras empresas. También transportaban: animales, como vacas y caballos; distintos tipos
de plantas de cultivo como maíz, cacao, caña de azúcar, tomate, papaya, cacahuete, pimiento, etc.; y fun-
cionarios, militares, sacerdotes, ingenieros, médicos, artistas, etc.
A principios del siglo XIX, la guerra contra Inglaterra y la derrota naval en Trafalgar (21-X-1805), y luego la
Guerra de la Independencia contra Francia (1808-1814), pusieron fin a la demanda de productos asiáticos.
Las Cortes de Cádiz decretaron en 1813 la supresión de la ruta, por lo que los filipinos con sus propios
barcos pudieron comerciar libremente con los países asiáticos, Fernando VII ratificó su disolución en 1814
y Félix Calleja, conde de Calderón y virrey de Nueva España, comunicó en el virreinato las órdenes de di-
solución.

493
130. FUERTE SANTIAGO. MANILA

Datación: 1590
Materia: Piedra volcánica
Dimensiones. Muros: 10 m (grueso)
Manila, Filipinas
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (15-VI-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Fort_Santiago_
Gate.jpg

En 1571, en el transcurso de los combates entre Miguel


López de Legazpi y el Rajá Soleimán, los islámicos del sulta-
nato incendiaron Manila y la abandonaron. Fue cuando Lega-
zpi (9-VI-1571) decidió fundar la ciudad (intramuros), situada
en la ribera meridional del río Pásig, rodeándola de una valla
de madera para su defensa y comenzó a construir un fuerte.
Todos los trabajos terminaron en 1586.
Gómez Pérez das Mariñas y Ribadeneira, tras realizar impor-
tantes servicios a Felipe II, éste le recompensó en 1589 nom-
brándole Caballero de la Orden de Santiago y Gobernador
General de Filipinas, encomendándole amurallar Manila. Al
llegar allí en mayo de 1590, dispuso la construcción de murallas de piedra volcánica, de 10 m de anchura y
con torres y baluartes. Las defensas se transformaron y dentro de su estructura amurallada defensiva, junto
a la muralla y al noroeste de intramuros, se inició la construcción del Fuerte Santiago y un foso exterior a
la ciudad, las fortalezas y las cárceles. Muchos años después, en 1710, el gobernador general Agustín de
Urzúa y Arizmendi, primer conde de Lizárraga y Caballero de la Orden de Santiago, ordenó construir la
monumental Puerta Real, que es la principal de Fuerte Santiago.
Durante la II Guerra Mundial, en el breve y brutal período de la ocupación japonesa, los calabozos de Fuer-
te Santiago se llenaron de presos civiles y guerrilleros, siendo masacrados miles de ellos. Al terminar la gue-
rra quedó casi totalmente reducido a escombros por los intensos bombardeos norteamericanos. Luego,
tras varias décadas de abandono, Fuerte Santiago fue reconstruido y convertido en un parque como lugar
de paseo y también para honrar a cuantos fueron encarcelados y fusilados durante la guerra hispano-filipina
y la invasión japonesa. Como en Fuerte Santiago estuvo preso José Rizal, el Padre de la Patria, se hizo un
museo con objetos suyos personales y de su época, colocándose marcas de bronce en el suelo que repre-
sentan sus últimos pasos desde su celda hasta la explanada del campo de Bagumbayan, en las afueras de
Manlila (hoy Parque Rizal), donde el 30-XII-1896 murió fusilado.
Fuerte Santiago es uno de los lugares históricos más importantes de Manila y se halla muy próximo a la
Catedral y al Palacio del Gobernador, que hoy alberga a la Comisión de Elecciones.
131. MONUMENTO A LOS HÉROES DE BALER

Autor: Salvador Amaya


Datación: 2019
Materia: Piedra de granito y bronce
Dimensiones. Escultura: 2,60 m (alto/longitud). Escultura con base:
2,90 m (alto/longitud). Pedestal: 3,50 m (alto/longitud), 1,90 m (an-
cho) y 1,90 m (profundidad). Monumento: 6,40 m (alto/longitud)
Peso: 1 ton (aprox.)
MUSEO DEL EJÉRCITO. Fotografía realizada y donada al Museo por
Guillermo Calleja Leal

La plaza madrileña del Conde del Valle Súchil, al inicio de los jardines
del Almirante Pascual Cervera, en el barrio de Chamberí, acoge esta
gran escultura que rinde homenaje al heroico destacamento español
que desde el 1-VII-1898 al el 2-VI-1899 fue asediado por tropas fili-
pinas en la iglesia del pueblo de Baler, en la isla de Luzón, y que se
494 conoce como el de –Los Últimos de Filipinas–.
El monumento es obra de Salvador Amaya, con su escultura en bron-
ce del teniente Saturnino Martín Cerezo empuñando un revólver en actitud vigilante, que realizó a partir
de un modelo en resina conservado en el Museo del Ejército y que está basado en un boceto del pintor
y dibujante Augusto Ferrer-Dalmau. En su pedestal de granito lleva inscrita la fecha de la efeméride y la
relación de los asediados, que son los protagonistas de la gesta y del monumento. También tiene placas
de bronce que muestran la iglesia donde se refugiaron los soldados en Baler, la donación del monumento
al Ayuntamiento y dos Cruces Laureadas de San Fernando, concedidas al teniente Saturnino Martín Cerezo
y a título póstumo al capitán Enrique de las Morenas (fallecido durante el asedio).
Como consta en la placa de la parte posterior del pedestal, este monumento A los Héroes de Baler fue
impulsado por la Fundación del Museo del Ejército, financiado por suscripción pública y donado al Ayun-
tamiento de Madrid. Se inauguró el 13-I-2020, con motivo del 120 aniversario de esta gesta histórica del
Ejército español en Filipinas.

132. EL MANTÓN DE MANILA. MANOLA DE JULIO ROMERO DE TORRES

Autor: Julio Romero de Torres


Datación: 1900-1910 (circa)
Materia: Lienzo y pigmentos
Dimensiones: 101,50 cm (alto/longitud) y 50 cm (ancho)
Nº inventario: AD 03232
Procedencia: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia (Museo Reina So-
fía), Madrid
Wikimedia Commons. Dominio público
Conexión Internet (22-V-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Manola_by_Julio_Romero_de_
Torres.jpg

El pintor cordobés Julio Romero de Torres (1874-1930), asiduo a los cafés


cantantes, las tabernas y tablaos flamencos del Madrid castizo, realizó hacia
1900 este retrato de mujer en óleo y témpera sobre lienzo. En realidad fue
un boceto para publicidad y lo tituló –Manola–, que fue una bailaora de
flamenco a la que pintó fumando y de espaldas.
Un mantón de Manila es un lienzo cuadrado de seda decorado en vivos
colores con flores, pájaros o fantasías, y rematado todo su perímetro con lar-
gos flecos. De origen chino Tang y posiblemente cantonés, viajó a Filipinas y
a Nuevo México a través del comercio del Galeón de Manila o de Acapulco,
para proseguir su viaje y popularizarse en España e Hispanoamérica en el siglo XVIII como complemento
del vestuario femenino señorial y de la burguesía. Aunque a principios del siglo XIX la competencia de los
pañuelos ingleses, franceses y belgas, unido a la moda de tonos grises y opacos, hicieron que el mantón de
Manila perdiera su carácter exclusivo propio de la alta sociedad. Por tanto, este elemento cultural legado
por Filipinas a España pasó a convertirse en un elemento tradicional y popular asociado a la mujer en las
ferias y celebraciones andaluzas, la manola del Madrid castizo de las romerías, al flamenco de los tablaos
como uno de los principales recursos de la –bailaora–, a la tradición cultural de España en Hispanoamérica
y la elegancia compartida con la capa española en la vestimenta del hombre. También hoy se cuelgan man-
tones de Manila en los balcones en festividades muy señaladas, como en la del Corpus Christi en Toledo.

133. CASA COLONIAL FILIPINA. BAHAY NA BATO

Datación: Tiempo de mayor esplendor: 1800-1945 (circa)


Materia: Madera, piedra y ladrillo
Filipinas
Wikimedia Commons. Dominio público 495
Conexión Internet (23-V-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Bahay_na_bato_
houses_of_philippines.jpg

La bahay na bato (–casa de piedra–, en filipino) es un tipo


de edificio que se originó en las Filipinas españolas y cuyo
estilo evolucionó con los siglos. Es una versión del tradi-
cional bahay kubo de las tierras bajas cristianizadas, ya que
no sólo emplea materiales orgánicos en su construcción, sino también ladrillo y piedra, y ya en el siglo XX,
hormigón sintético. Pertenece a la denominada –arquitectura mestiza–, tan característica en el Imperio es-
pañol, ya que mantiene el principio arquitectónico del bahay kubo, adaptado al clima tropical, la estación
de los vientos monzones con sus lluvias torrenciales y los frecuentes terremotos, junto con influencias de la
arquitectura de España y de China.
La bahay na bato es un legado español, ya que antes se construían casas bahay kubo con techo de palma
nipa o hierba cogón y fueron los españoles quienes idearon la creación de comunidades permanentes con
iglesia y centro de administración y gobierno. Los primeros edificios filipinos de piedra comenzaron a cons-
truirse hacia 1585 bajo el impulso de Domingo de Salazar, primer obispo de Manila y del jesuita Antonio
Sedeño, siendo éste quien construyó la residencia del obispo Salazar y que fue el primer edificio de piedra.
Poco después, el gobernador general Santiago de Vera ordenó en 1587 que todos los edificios de Manila fue-
ran de piedra y ladrillo, por lo que enseñó a los indígenas y a los chinos de Filipinas a extraer y tallar la piedra,
preparar el mortero y fabricar ladrillos y tejas. Comenzó así la primera época dorada de la construcción urbana
en piedra, edificándose palacios y mansiones espléndidas. Sin embargo, el terrible Terremoto de Manila de
1647 hizo entonces imposible la realización de los entonces tan avanzados planes urbanísticos españoles.
Su apariencia es la de una casa de dos plantas. Una primera a nivel suelo, con una disposición rectangular
de pilotes de madera colocados tras bloques de piedra o de ladrillo español. Es la zona para almacenes,
bodegas, establos y caballerizas, tiendas comerciales u otras funciones relacionadas con negocios. La su-
perior es el residencial, como en el bahay kubo, sostenida por los pilotes de la de abajo sobresaliendo en
el exterior, y según cada caso particular, con o sin balaustradas, ventanillas y ventanas corredizas de concha
de capiz. Su techo es a dos o a cuatro aguas y es de teja o paja (nipa, sagú o hierba cogón).
Fue la vivienda común de la clase media y alta de Filipinas. Alcanzó su mayor apogeo en el siglo XIX, cuan-
do los filipinos adinerados la adoptaron como residencia en todo el archipiélago. Además, a mediados de
dicho siglo grandes compañías se establecieron en La Escolta, el distrito más comercial de Manila y el más
importante del archipiélago, siendo sus sedes y locales de este tipo de construcción. Además, la apertura
del puerto de Manila atrajo a numerosos empresarios británicos, franceses, alemanes y de otros países que
también se establecieron en La Escolta y calles adyacentes, construyendo majestuosos y elegantes edificios
bahay na bato. El declive de su construcción comenzó tras la II Guerra Mundial a favor de la arquitectura
moderna. Hoy las bahay na bato se llaman coloquialmente “casas ancestrales”.
134. ESPAÑA Y FILIPINAS. JUAN LUNA Y NOVICIO

Autor: Juan Luna y Novicio


Datación: 1896
Materia: Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 442 cm (alto/longitud) y 167 cm (ancho)
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia, Madrid
Wikimedia Commons. Dominio Público
Conexión Internet (20-V-2023):
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Espana_y_Fili-
pinas_by_Juan_Luna.jpg

Este cuadro del pintor filipino Juan Luna y Novicio (1857-


1899), en óleo sobre lienzo, lo adquirió el Museo Nacional
Centro de Arte Reina Sofía en 2016, aunque se halla en el
Ayuntamiento de Cádiz en depósito. Tiene tres títulos: –
España y Filipinas–, –España guiando Filipinas– y –España
496 llevando a la gloria a Filipinas–.

Es una representación alegórica de dos mujeres: España y


Filipinas. La primera con hombros anchos y vestida como
europea; y la segunda, delgada, esbelta, tez morena y
con –vestido de mestiza–. Ambas suben una escalera ha-
cia el progreso, el desarrollo y las reformas sociales como
resultado de la benevolente hispanización del siglo XIX
en Filipinas. El cuadro revela las esperanzas reformistas
de los –ilustrados– filipinos como Juan Luna y a quien Ri-
zal señalaba –hispanófilo– e incapaz de hacer nada contra
España.

Juan Luna se consideró discípulo de Alejo Vera, quien le


llevó con él pensionado a Roma por la Academia de Espa-
ña (1878). Allí conoció a Mariano Benlliure. Toda su obra
en España y en París fue extraordinaria, obteniendo pre-
mios en exposiciones importantes. Al regresar a Filipinas
(1894), se dedicó a la política junto a su hermano Antonio.
Marchó a Japón (1896) y regresó con la Revolución del
Grito de Balintawak. Por su vinculación con el Katipunan,
ambos fueron arrestados (15-IX-1896), aunque luego fue
indultado (27-V-1897). Marchó a España y regresó a Filipi-
nas en noviembre de 1898, siendo designado por la Junta
Ejecutiva del gobierno revolucionario como miembro de
la delegación de París que trabajaba para el reconoci-
miento de la República Filipina. Tras el Tratado de París
(10-XII-1898), en 1899 Luna fue nombrado miembro de la
delegación filipina en Washington para el reconocimiento
del gobierno filipino. Fue uno de los mejores pintores fili-
pinos y considerado héroe nacional.
CRÉDITOS DE LA EXPOSICIÓN
Organiza Organismos colaboradores
Museo del Ejército Archivo Cartográfico de Estudios Geográficos
del Centro Geográfico del Ejército
Comisario Archivo General Militar de Madrid
Guillermo Calleja Leal Biblioteca Central Militar del Instituto de Histo-
ria y Cultura Militar
Coordinación
Instituto CEU de Estudios Históricos
Luis Vázquez Ayerra Instituto de Historia y Cultura Militar
Celio Crespo Esparza Asociación Cultural Investigadores Voluntarios
Juan Carlos Zayas Unsión “Arx Toletum”
Luís Devoz Calderón Fundación del Museo del Ejército
Manuel González Rodríguez
Josué Vargas Criado Unidad de Apoyo Logístico
Mª Inés Tolín Iglesias Raúl Muíños Blanco
Roberto Carlos Ruiz Vaquero Raúl Fernández Ortiz
Roberto García Cendán (área de reserva)
Armamento
Germán Dueñas Beraiz Transporte
Mapa Logística S.A.
Arqueología y Patrimonio
María Esther Rodríguez López
Bellas Artes
María López Pérez
Uniformidad y simbología
Beatriz Jiménez Bermejo
Guillermo Calleja Leal
Bibliografía y documentación
María Teresa Moneo Rodríguez
Fotografía
Pilar Cembrero Zúñiga
Medios audiovisuales
Rufino Calleja Pinilla
Antonio Lillo Parra
María Sánchez Martínez
Producción
Intervento
Comunicación y difusión
Mónica Marqués Cárdenas
M.ª Carmen García Labrado
CRÉDITOS DEL CATÁLOGO
Diseño, maquetación y edición Agradecimientos
Subdirección General de Publicaciones Juan Carlos Zayas Unsión
y Patrimonio Cultural Ángel del Dedo Sánchez
Joaquín Navarro Mendez
Coordinación Antonio Lillo Parra
Guillermo Calleja Leal

Coordinación técnica
Luís Vázquez Ayerra
Celio Crespo Esparza

Artículos
Eladio Baldovín Ruiz
Guillermo Calleja Leal
René González Barrios
Pablo González-Pola de la Granja
Manuel Gracia Rivas
Enrique De Miguel Fernández-Caranza
Raúl Izquierdo Canosa
Miguel Leiva Ramírez
Miguel Ángel López de la Asunción
Miguel Luque Talaván
Francisco Marín Calahorro
Ángel Navarro
Francisco J. Navarro Chueca
Gabriel Rodríguez Pérez
Luis E. Togores Sánchez
Ignacio Uría Rodríguez

Autores de las fichas


Ángel del Dedo Sánchez
Guillermo Calleja Leal
Joaquín Navarro Méndez
Juan Carlos Zayas Unsión
María Teresa Moneo Rodríguez

Fotografía
Biblioteca del Congreso de EE.UU. División
de Impresiones y Fotografías
Biblioteca de la Universidad de Cornell. Ítaca,
Nueva York
Guillermo Calleja Leal
Museo del Ejército. Toledo
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia,
Madrid
Todo a babor
Wikimedia Commons
Pilar Cembrero Zúñiga (Museo del Ejército)

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