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Tolerancia social
Acción basada en respetar y aceptar algo con lo que uno no está de acuerdo

Tolerancia se refiere a la acción y efecto de tolerar. La tolerancia se basa


en el respeto hacia la otra persona que es diferente de lo propio. La
palabra proviene del latín tolerantĭa, que significa ‘cualidad de quien puede
aceptar'.
La tolerancia es un valor moral que se practica con cada áaa respecto a un
otro; hacia sus ideas, prácticas o creencias, independientemente de que
contradigan o sean diferentes de las nuestras. En este sentido, la
tolerancia es también el reconocimiento de las diferencias inherentes a la
naturaleza humana, a la diversidad de las culturas, las religiones o las
maneras de ser o de actuar.

Por ello, la tolerancia es una actitud fundamental para la vida en sociedad.


Una persona tolerante puede aceptar opiniones o comportamientos
diferentes a los establecidos por su entorno social o por sus principios
morales. Este tipo de tolerancia se llama tolerancia social en las
personas.
Por su parte, la tolerancia hacia quienes profesan de manera pública
creencias o religiones distintas a la nuestra. Es un concepto relacionado
con el respeto y con la consideración ante las acciones u opiniones de
otras personas cuando éstas diferentes de las propias o se contraponen al
marco personal de creencias. La tolerancia se erige como un valor básico
para convivir armónica y pacíficamente. No sólo se trata de respetar lo que
los demás digan o hagan, sino de reconocer y aceptar la individualidad y
las diferencias de cada ser humano. Se considera que la tolerancia
constituye la base de la buena convivencia entre personas de diferentes
culturas, credos, razas, y modos de vida [cita requerida].
GeneralidadesEditar

Protestas contra el Fundamentalismo islámico, en un mundo islámico más tolerante con todos.

A nivel individual, la tolerancia es la capacidad de aceptación de una


situación o de otra persona o grupo considerados diferentes. Pero no todos
los individuos están capacitados para ser tolerantes. La tolerancia
individual se manifestará en la actitud que una persona tiene ante aquello
que expresa valores diferentes a los suyos propios. También en la
aceptación de una situación injusta en contra de los intereses propios o en
contra de los intereses de terceras personas. Todo ello implica,
evidentemente, capacidad para escuchar y aceptar a los
demás[cita requerida].
Este comportamiento social se ha dado en todas las épocas de la
humanidad y en todos los lugares del mundo como un medio para
posibilitar la convivencia. Se admite que, en general, los valores y las
normas colectivos son establecidos por el grupo que ostenta el poder
político y el control social, y con ello establece, entre otras cosas, el grado
de respeto o, por el contrario, la intensidad de la persecución de la que se
va a hacer objeto a la persona que exprese actitudes y conceptos
diferentes o problemáticos[cita requerida].
Tolerancia e intoleranciaEditar
Se considera generalmente que no hay tolerancia sin acción previa y ajena
de incitación. La tolerancia es, así, un valor reactivo, impensable en
condiciones previas a la convivencia e incluso a la de la convivencia
problemática.[1] Su antónimo, la intolerancia, puede manifestarse sin
embargo con anterioridad a una incitación objetiva, a modo de programa
defensivo preventivo. La tolerancia se expresa por lo general mediante una
corta variedad de conductas muy similares, mientras que la intolerancia
permite una mayor variedad de comportamientos, que van desde la
ignorancia pasiva hacia el diferente hasta la persecución o el exterminio.
El término persecución ha sido usado históricamente para denotar actos
de violencia indiscriminada, sean espontáneos o premeditados. La
persecución entre seres humanos no se limita a grupos religiosos, étnicos
o políticos. Cualquier diferencia identificable en apariencia o
comportamiento puede servir de motor para una persecución. El
fundamento tanto de la tolerancia como de la intolerancia y la persecución
es la percepción de un individuo o un grupo como diferentes. Se considera
que la persecución es la expresión de un rasgo general del
comportamiento social, relacionado con el tribalismo y el ejercicio del
poder por un grupo, que busca imponer o reforzar la sumisión a otros. A
menudo la persecución no es reconocida como tal por los perseguidores,
sino solamente por sus víctimas o por observadores externos.[2]
La tolerancia es generalmente una elección dictada por una convicción, a
veces condescendiente y a veces forzada penalmente. Pero también es
fomentada persuasivamente por los medios de comunicación al servicio de
los intereses del grupo de control, sea este el que posee las herramientas
formales de gobierno o el que, en posición de debilidad relativa de este,
ejerce la oposición.

Helen Keller decía «La mejor consecuencia de la educación es la


tolerancia».[3] Es más difícil comprender un comportamiento y acabar
aceptándolo cuanto menos conoce uno los orígenes del mismo. Si la
educación, según ciertos conceptos de esta, consiste entre otras cosas en
informar y dar a conocer a los alumnos los mundos ajenos a su
cotidianeidad vital (a diferencia de otras nociones pedagógicas partidarias
de la experiencialidad vacía de contenidos, por ejemplo), puede, en efecto,
constituirse en vehículo de tolerancia, y probablemente lo viene siendo
históricamente de modo implícito.
El comienzo de la tolerancia fue la base del pensamiento liberal. Su
aceptación no tuvo un completo éxito en Europa, ya qué, hubo algunos
países que no la pusieron a prueba.[4]
Tolerancia civilEditar
Puesto que las mentalidades individuales evolucionan por lo general más
rápido que las leyes, a menudo se da un desfase entre la moral social,
convenida implícita y colectivamente y las leyes civiles. Así, algunas
disposiciones de la ley pueden, en un momento dado, ser reconocidas
como inadecuadas y por eso, no ser aplicadas más que parcialmente o no
ser aplicadas ni obedecidas en absoluto. Así Georges Clémenceau decía
en Au soir de la pensée, «Toda tolerancia se convierte a la larga en un
derecho adquirido».
Históricamente, la primera noción en el sentido contemporáneo de
tolerancia es la defendida por John Locke en su Carta sobre la tolerancia,
que es definida por la fórmula «dejad de combatir lo que no se puede
cambiar».
Desde un punto de vista social, permite aquello que es contrario a la moral
o a la ética del grupo que ostenta el control social. Permite también
desigualdades y diferencias dentro de la sociedad. Se trata principalmente
de un comportamiento frente a una situación que se juzga mala, pero que
se acepta porque no se puede hacer otra cosa. Se pueden citar como
ejemplos las situaciones de esclavitud y tolerancia de la esclavitud a lo
largo de la Historia, a pesar de las condenas a la misma por algunos
grupos que se saldaron con catastróficos enfrentamientos sociales, y ello
repetidamente; la sucesión a lo largo de la Historia entre el permiso y la
prohibición de abortar para las mujeres y los que las asisten; el
procesamiento y posterior encarcelamiento de familias inmigrantes por
realizar prácticas tradicionales en sus hijas como la ablación genital
mientras la circuncisión de los hijos varones es tolerada (lo cual plantea de
modo muy intenso el irresuelto problema planteado por J. S. Mill de los
límites de la tolerancia: ¿se debe ser tolerante con costumbres
intolerantes, por ejemplo hacia el placer sexual femenino?); la denominada
contemporáneamente violencia de género, el asesinato de mujeres a
manos de su pareja sentimental, que ha provocado en España por
ejemplo, cambios en el código penal y campañas institucionales
denominadas tolerancia cero debido, según algunos, a la falta de
movilización social ante el problema y, según otros, precisamente al hecho
de tratarse España de uno de los países de la Unión Europea con cifras
más bajas de este tipo de violencia (según encuesta europea realizada en
todos los países de la UE), lo cual plantea la cuestión de si una legislación
de este tipo puede implantarse con éxito en sociedades cuyo sentir
colectivo no sea previamente favorable a la misma.
Pero en todo caso, las modalidades y la eficacia de las leyes dependen de
hecho de la capacidad de las instituciones para hacer que se apliquen. Por
ejemplo, los decretos Jean Zay (1936) prevén la prohibición de llevar
signos religiosos y políticos en las escuelas francesas; sin embargo, la no
aplicación de esos decretos ha conducido a promulgar una nueva ley
sobre el mismo tema en 2004.
Tolerancia y progresoEditar

Anne Robert Jacques Turgot, s. XVIII

En el siglo XVIII, algunos de los filósofos de la Ilustración, señalaron la


relación que existe entre una actitud de tolerancia y el progreso de los
pueblos. El progreso en las ciencias, en la tecnología, en las leyes y
costumbres sólo podía desarrollarse en un marco adecuado de respeto y
proliferación de ideas divergentes. Es algo que numerosos ilustrados
señalaron reiteradamente, con la excepción de Rousseau, cuya visión del
progreso difería. Así, la concepción de progreso desarrollada por Turgot en
sus Discursos sobre el progreso humano[5] parte de la idea de que el ser
humano se encuentra en principio sobre el mundo como frente a
un enigma. Sólo mediante la experiencia y múltiples tanteos puede llegar a
hacerse una imagen clara del mundo.
El mundo es para Turgot, en efecto, enigmático:[6]
(...) y el hombre, cuando comienza a buscar la verdad, se
encuentra en medio de un laberinto donde entra con los ojos
vendados.

Esta idea conduce a una defensa de la tolerancia basada en la necesidad


de que ésta presida una continua investigación y búsqueda de la verdad.
De hecho, este clásico defensor de la idea de progreso insiste en que todo
intento de fosilización de una cultura, por muy meritoria que ésta haya
mostrado ser, atenta contra la lenta pero ascendente marcha del progreso.
Tenemos, pues, que fomentar la proliferación de ideas y aceptarlas todas
como pasos necesarios en la construcción de la verdad.[7]

Así, a fuerza de tantear, de multiplicar los sistemas, de agotar –por


decirlo así– los errores, se llega finalmente al conocimiento de un
gran número de verdades.

Esta idea reaparece en todos los representantes de la Ilustración: la


necesidad de una tolerancia generalizada que permita el desarrollo de las
ciencias y/o el progreso.

En la Carta sobre la tolerancia de Locke, se defiende de modo tajante la


separación radical entre la religión y el Estado. El establecimiento de
un imperio de la tolerancia implicaba la crítica a ciertas estructuras sociales
y políticas. En este sentido, su defensa de la tolerancia va pareja a un
fuerte espíritu crítico o al ataque contra el fanatismo de los gobiernos e
Iglesias, esto resulta especialmente relevante en Voltaire.

Claude Levi-Strauss

En el siglo XX, la necesidad de una amplia tolerancia para poder hablar de


progreso en las culturas la ha desarrollado Levi-Strauss en sus
ensayos Raza e historia y Raza y cultura.[8] Aunque este autor advierte
que no existe un progreso en términos absolutos, sino tan sólo en relación
a los criterios particulares de quien juzga acerca de su existencia.[9]

(...) el progreso no es más que el máximo de los progresos en el


sentido predeterminado por el gusto de cada uno.

En realidad, el esfuerzo creador y la invención, que caracterizan la noción


actual de progreso, son propios de todos los pueblos. Prueba de ello es
que numerosos inventos proceden de culturas no occidentales.[10] Esto es
así porque las formas más llamativas de culturas acumulativas (las que
más claramente parecen progresar) no han sido culturas aisladas, sino
culturas que combinan voluntaria o involuntariamente sus juegos
respectivos (es decir, investigaciones e indagaciones en la naturaleza y la
tecnología, por ejemplo) y se coaligan con otras. La posibilidad de
progreso dependerá del número y diversidad de culturas que juegan en
común. Todos los puntos de vista, todas las culturas, han de colaborar
para que exista progreso. En este sentido, nuestro autor concluye que
todas merecen ser toleradas en su originalidad, en cuanto representan
juegos únicos. La tolerancia tiene el sentido de fomentar
esta particularidad, como aportación original a las demás.[11]
El progreso sólo es posible concebirlo si existe relación e intercambio entre
culturas que, no obstante, deben mantener sus propias peculiaridades. En
este sentido, todas las culturas participan de un progreso y acumulan
descubrimientos. En el supuesto de que una no lo hiciera, sería como
consecuencia de su total aislamiento.
Afirma Levi-Strauss:

(...) la historia acumulativa es la forma de la historia característica


de estos superorganismos sociales que constituyen los grupos de
sociedades, mientras que la historia estacionaria –si existe
de verdad– sería la marca de ese género de vida inferior, que es el
de las sociedades solitarias.

El progreso no es, por tanto, patrimonio de una sola cultura (como se ha


creído, de manera etnocéntrica), sino que se da necesariamente entre
varias(...) no es la propiedad de ciertas razas o de ciertas culturas que se
distinguirían así de las otras.[12]
Es necesaria la coalición de las diversas culturas, que se comuniquen y,
en cierto sentido, se unan, pero que a la vez que interaccionan mantengan
las diferencias, las peculiaridades que les son propias a cada
una. La civilización mundial no podría ser otra cosa que la coalición, a
escala mundial, de culturas que preservan cada una su originalidad, Ib.,
97.
Estas reflexiones de Levi-Strauss le llevan a caracterizar la tolerancia de
este modo:[11]

(...) no es una posición contemplativa que dispensa las


indulgencias a lo que fue o a lo que es; es una actitud dinámica
que consiste en prever, comprender y promover aquello que quiere
ser. La diversidad de las culturas humanas está detrás de
nosotros, a nuestro alrededor y ante nosotros. La única exigencia
que podríamos hacer valer a este respecto (...) es que se realice
bajo formas, de modo que cada una de ellas sea una aportación a
la mayor generosidad de los demás.

Desde los años 1950, la tolerancia se define generalmente como un


estado mental de apertura hacia el otro. Se trata de admitir maneras de
pensar y actuar diferentes de aquéllas que uno mismo tiene. A nivel
individual, y en una sociedad utópica libre, para que haya tolerancia, debe
haber elección deliberada. Sólo se puede ser tolerante con aquello que
uno puede intentar impedir. La aceptación bajo constricción es la sumisión.
Al final de su defensa del intercambio cultural, Levi-Strauss se manifiesta
fundamentalmente pesimista, pues considera que las fricciones
y conflictos interculturales parecen responder a múltiples y complejas
causas que las convierten en inevitables.[13] De este modo, los contactos
interculturales no siempre son tan productivos y, desgraciadamente,
pueden generar serios conflictos; pero no por eso hemos de renunciar a
apelar a la razón para demostrar las ventajas consecuentes del respeto y
la aceptación del otro. Y si por si esto fuera poco, la gravedad de los
posibles conflictos podría conducirnos al suicidio colectivo, en este
mundo multicultural y dinámico, según el autor suizo.
La tolerancia según LockeEditar

John Locke en 1697

Locke elaboró una de las más famosas y clásicas defensas de la


tolerancia, en una obra que dio mucho que hablar en su tiempo. En la
citada obra, desarrolla una serie de argumentos a favor de la tolerancia de
los gobiernos; argumentos que en algunos aspectos aún se puede
considerar que tienen una enorme vigencia. Se trata de la Carta sobre la
tolerancia, escrita en 1685.[14] Esta obra, como la naciente idea de
tolerancia, resulta estrechamente vinculada al surgimiento del mundo
moderno; representa la expresión y el reflejo de una concepción del estado
que ha desembocado en las actuales democracias liberales, las cuales
reposan sobre la libertad de los individuos; libertad que se ha de
materializar, entre otras cosas, en la posibilidad de mantener cualquiera de
los cultos religiosos. De hecho, el propósito estricto de la Carta fue
fundamentar sobre bases firmes la libertad religiosa.
Pues bien, frente a ello, el modelo de estado democrático liberal, nacido
con la Modernidad, considera necesario establecer una serie de libertades
en los individuos, dentro de las cuales está la libertad religiosa, hoy,
equiparable a la libertad de conciencia. Resulta inseparable la defensa de
la tolerancia como consentimiento del surgimiento de este tipo de estado.
La lucha contra la intolerancia y, consecuentemente, la consagración de la
libertad religiosa y de conciencia como un derecho político, ha estado
ligada históricamente al proceso de constitución del Estado democrático
liberal, uno de cuyos elementos integrantes es el reconocimiento de la
personalidad individual como origen, fin y limitación de la actividad estatal.
Pedro Bravo Gala, en la introducción a la edición citada de la obra de
Locke, también señala que la marcha hacia la tolerancia aparece ligada a
la marcha hacia la idea de libertad y la eliminación de coacciones por parte
de los estados. En esta realización histórica de los principios
individualistas, fueron hitos la Reforma Protestante, las revoluciones
inglesa y americana y francesa y la Ilustración. Estos principios se
resumen en la idea de libertad personal, que considera un dominio de
acción exclusivo del individuo, inmune a la acción del poder político. Se
defiende, desde esta perspectiva, la reducción al mínimo del grado de
coacción ejercido por el estado y su influencia en la vida del individuo.
Dentro de este ámbito, exclusivamente individual, se ubica
la creencia religiosa. Esta tolerancia ligada a lo religioso, acabará
estándolo a la libertad personal en todas las esferas, además de la
religiosa, que no afecten al prójimo. La tolerancia, una vez desborde el
campo de lo religioso, acabará íntimamente vinculada a la libertad de
pensamiento.
Pero la realización práctica de la tolerancia, en un primer momento, se dio
cuando grupos religiosos dominantes dejaron manifestar su diferencia al
disidente, renunciando a imponer sus puntos de vista. Esto implica la
separación de la política y la vida religiosa; el estado sólo ha de intervenir
en lo público. Lo religioso, como perteneciente al ámbito de lo privado, deja
de ser de su incumbencia. Esta será la idea fundamental de la Carta;
la separación entre la Iglesia y el Estado, entre el Trono y el Altar. La
defensa de la tolerancia hecha por Locke, por tanto, deriva de su filosofía
política, la cual propugna un modelo de estado cuyas funciones son tan
sólo preservar la vida, libertad y propiedades de sus ciudadanos. El
camino para ser feliz o adorar a Dios que cada uno escoja no pertenece al
ámbito de la regulación estatal. Pero veamos los argumentos desarrollados
en la Carta, de modo más analítico.
Comienza esta obra con la aseveración La tolerancia es la característica
de la verdadera Iglesia (pág. 3). La coacción para convertir no es algo que
se desprenda del mensaje cristiano, sino la caridad y la virtud. No se
puede "amar" persiguiendo y atormentando. Más bien, del cristianismo se
desprende todo lo contrario:

la tolerancia de aquellos que difieren de otros en materia de


religión se ajusta tanto al Evangelio de Jesucristo y a la genuina
razón de la humanidad, que parece monstruoso que haya hombres
tan ciegos como para no percibir con igual claridad su necesidad y
sus ventajas
(pág. 8)

Esta sería la justificación teológica de la tolerancia religiosa, en la que


Locke usa el sentido del propio cristianismo para justificar una tolerancia
de raíz cristiana.
El argumento más poderoso parte de la separación de lo civil y lo religioso.
Locke insiste en descubrir el engaño que supone cometer maldades
encubriéndose en el interés general o en la religión. No debe ser esa la
actuación o función del Estado. Más bien, éste es una sociedad de
hombres constituida solamente para procurar, preservar y hacer avanzar
sus propios intereses de índole civil (pág. 8). El magistrado ha de velar por
estos intereses de manera justa, pero no es de su competencia la
salvación de las almas, porque:
1. El cuidado de las almas no está encomendado al magistrado civil ni a ningún otro
hombre (pág. 9), ni por Dios ni por los otros hombres.
2. Su poder no alcanza el ámbito de la creencia, pues todo lo más que se puede
hacer en este terreno es persuadir, pero no mandar. No es posible mandar que se
crea algo; los castigos no son eficaces para producir la fe verdadera. La fe no es
fe si no se cree (pág. 10).
3. Si el magistrado tuviera que ver en las cuestiones de salvación, los hombres
deberían su felicidad o su miseria eternas a los lugares donde hubieran
nacido (pág 12), quedando descartada la responsabilidad del propio individuo.

Y si no es labor del magistrado coaccionar para convertir a la religión,


tampoco lo es de la Iglesia, la cual es una sociedad libre y voluntaria (pág.
13) que no debe ejercer autoridad. Al menos, Cristo nunca lo dijo. Afirma
nuestro filósofo: yo no comprendo cómo puede llamarse Iglesia de Cristo
una Iglesia que esté establecida sobre leyes que no son de Él (...) (pág.
16). Cristo jamás expresó que hubiera que perseguir para convertir. En
todo caso, se puede exhortar y aconsejar, e incluso expulsar de la Iglesia,
pero nada más. Ejercer la fuerza sólo le corresponde al magistrado, quien
tampoco la debe emplear para algo más que para garantizar las libertades.
¿Hasta dónde se extiende el deber de tolerancia y en qué medida obliga a
cada uno? Locke aborda el tema de los límites de lo tolerable en cuatro
puntos:

1. Ninguna Iglesia está obligada en virtud del deber de tolerancia a retener en su


seno a una persona que, después de haber sido amonestada, continúa
obstinadamente transgrediendo las leyes de la sociedad (pág. 18). Nunca cabe el
uso de la fuerza o el castigo, pero sí se justifica la expulsión del propio seno de
quien no se amolda a las reglas de la sociedad eclesiástica.
2. Ninguna persona privada tiene derecho alguno, en ningún caso, a perjudicar a
otra persona en sus goces civiles porque sea de otra Iglesia o religión (pág. 18).
La tolerancia no sólo debe ejercerla el magistrado, sino las propias Iglesias entre
sí, pues el poder civil no les corresponde. Sólo el poder civil puede coaccionar,
pero tampoco puede hacerlo para obligar a seguir una religión determinada.
Resulta intolerable, por tanto, quien procure emplear la fuerza para coaccionar en
materia religiosa.

Quien debe decidir qué Iglesia es la verdadera es sólo Dios. No se puede


saber cuál lo es, y aunque se supiera, la verdadera Iglesia no tendría
derecho a destruir a la otra. En esto, Locke propugna una amplia libertad
religiosa:

Nadie, (...), ni las personas individuales ni las Iglesias, ni siquiera


los Estados, tienen justos títulos para invadir los derechos civiles y
las propiedades mundanas de los demás bajo el pretexto de la
religión
Pág. 22

Esto es porque

Ni la paz, ni la seguridad, ni siquiera la amistad común, pueden


establecerse o preservarse entre los hombres mientras prevalezca
la opinión de que el dominio está fundado en la gracia y que la
religión ha de ser propagada por la fuerza de las armas
Pág. 23

Lo cual quiere decir que nunca habrá paz mientras no haya tolerancia.
Éste es uno de los principales motivos esgrimidos por numerosos
pensadores para pretender la universalización de un espíritu de tolerancia
que englobe diversos aspectos.

3º. La autoridad de los curas no puede ir más allá de lo estrictamente


religioso: La Iglesia en sí es una cosa absolutamente distinta y separada
del Estado (pág. 23). En esta idea se soporta todo argumento a favor de la
tolerancia. Si se mezclan Iglesia (Religión) y Estado, si el Estado asume
funciones religiosas, será imposible que tengamos una sociedad tolerante,
por lo menos en lo religioso. Con este espíritu, las constituciones de los
actuales estados democráticos declaran la aconfesionalidad de los
mismos. Si un estado es confesional, las libertades no están garantizadas,
en la medida en que se impone un modo de vida. La tolerancia política
requiere un Estado neutral en cuanto a religión se refiere.
4º. Nuevamente insiste Locke: El cuidado de las almas no corresponde al
magistrado (pág. 26). No se puede salvar a los hombres contra su voluntad
y, además, la mayoría de las veces las discrepancias lo son en cuestiones
frívolas. Cuál sea el camino correcto lo dilucida cada hombre en privado.
Sea o no por consejo de una Iglesia, si no hay íntima convicción, no hay
salvación. Solamente la fe y la sinceridad interior procuran la aceptación
de Dios (pág. 33).
En suma, todo el razonamiento de Locke se basa en la separación de
lo civil y lo religioso. El bien público es la regla y medida de toda actividad
legislativa (pág. 35). Esto quiere decir que el Estado sólo debe prohibir
aquello que perjudique a terceros. Es cierto que no debe permitir las
opiniones contrarias a la sociedad humana o a las reglas morales
necesarias para la preservación de la sociedad civil, pero normalmente,
este no es el caso de las religiones. El papel de las leyes no es cuidar de
la verdad de las opiniones, sino de la seguridad del Estado y de los bienes
y de la persona de cada hombre en particular (pág. 48). La perdición de
un alma no conlleva perjuicio a terceros. Si el Estado se inmiscuye en la
"salvación" de sus súbditos, si obliga en materia religiosa, la paz no está
garantizada. En cambio, «Los gobiernos justos y moderados están
tranquilos en todas partes, y en todas partes seguros, pero
la opresión levanta fermentos y hace a los hombres luchar para liberarse
de un yugo molesto y tiránico» (pág. 65).
En síntesis, no se debe intervenir o coaccionar en asuntos religiosos. Esto
se justifica a partir de varios argumentos:

1. Un argumento político: Los males de la sociedad provienen de la intolerancia, no


de la división. No es necesaria la unidad de fe y culto para mantener el orden; aún
más, la tolerancia es lo que garantiza la paz social.
2. Varios argumentos teológicos:
1. La Iglesia es una sociedad libre y voluntaria.
2. La creencia y el culto han de ser sinceros.
3. La persecución es anticristiana.
3. Un argumento racionalista: La conciencia es incoaccionable. Se ha de aceptar,
además, la natural ignorancia humana ante la oscuridad del mundo y se ha de
confiar en las virtudes de la discusión para descubrir la verdad. Esta idea la
desarrollará principalmente, en el pensamiento liberal, John Stuart Mill.

Voltaire y el Tratado de la toleranciaEditar

Voltaire

Jean-Baptiste Rousseau

La tolerancia por respeto al individuo se podría formular como:

No estoy de acuerdo contigo, pero te dejo que lo hagas por respeto


a las diferencias.

La tolerancia para la defensa de un ideal de libertad, está perfectamente


ilustrada por una célebre citación atribuida de manera apócrifa a Voltaire,
pero que en realidad fue utilizada por la escritora S. G. Tallentyre –
seudónimo de Evelyn Beatrice Hall– como ilustración de las creencias de
Voltaire en la biografía que escribió de él.: No estoy de acuerdo con lo que
me dices, pero lucharé hasta el final para que puedas decirlo.
Las citas de Voltaire se han extraído de la siguiente edición del Tratado de
la tolerancia: Editorial Crítica, Barcelona, 1992. Y del Diccionario de
filosofía, Akal, Madrid, 1985.
Otro autor de la Ilustración, además de Locke, que abordó directamente la
problemática de la tolerancia fue Voltaire (1694-1778). A través de
su Tratado de la tolerancia y en los artículos Fanatismo y Tolerancia de
su Diccionario filosófico nos encontramos con argumentos que confirman y
complementan la defensa de la tolerancia hecha por Locke. También,
aunque de menor importancia, escribió un extenso poema sobre la
tolerancia: La Henriade, en 1723, donde critica el fanatismo y sus trágicas
consecuencias.
Voltaire representa el ala radical de la Ilustración francesa. Su obra
significa la última consecuencia del espíritu crítico ilustrado. Se debate
entre el optimismo y la confianza en el ser humano, por un lado, y la
desesperación ante la estupidez humana que lo contradice. Esta estupidez
sólo podrá curarse con la Ilustración, esto es, con la supresión
del prejuicio y la aplicación de la razón crítica a las costumbres sociales,
la política y el conocimiento. En esta línea se desarrolla la defensa de la
tolerancia que esboza en su tratado. No obstante, en oposición
a Leibniz (con cuyo exagerado optimismo se enfrenta directamente) y
a Rousseau, no elimina un marcado pesimismo que le lleva a reconocer
la existencia y predominio del mal, ante lo cual la razón se debate
impotente. Esto no le impide apelar a ella, a la sana razón humana, para
que intervenga en la lucha a favor del bien. Esta lucha es la del mal contra
el bien, del saber contra la ignorancia, de la prudencia contra el fanatismo.
En el Tratado, Voltaire parte del asunto de Calas, un caso real de
persecución desatada contra una familia de calvinistas franceses.
En 1762 fue ejecutado el comerciante Juan Calas, bajo la falsa acusación
de haber asesinado a su hijo porque éste pretendía convertirse al
catolicismo. Alrededor de este asunto, se desarrolló una trama de sucesos,
narrada por Voltaire, donde se puso de manifiesto una vez más
la intolerancia y el fanatismo de la misma sociedad que los ilustrados
querían "salvar" desde la razón y su hermana gemela, la libertad. Ante
tales acontecimientos, nuestro autor exclama Parece que el fanatismo,
indignado por el éxito de la razón, se vuelve contra ella con más rabia
(pág. 15).
Pues bien, afirma, mientras existan pueblos y gobernantes intolerantes,
habrá guerras, tumultos y, por tanto, desgracia. Por el contrario, la
tolerancia proporciona paz y prosperidad a la sociedad. En este sentido,
escribe: (...), esa tolerancia jamás produjo guerras civiles; la intolerancia ha
convertido la tierra en una carnicería (pág. 33). La tolerancia se presenta
como principio para la convivencia, como único modo de vivir en paz y
libremente:

(...) y el gran principio, el principio universal de uno y otro, está en


toda la tierra: 'No hagas lo que no quieras que te hagan'. Pues
bien, si se sigue este principio no se advierte cómo un hombre
puede decir a otro: 'Cree lo que yo creo y que tú no puedes creer o
morirás'

Pág. 39.

La intolerancia se opone a cuanto de racional hay en el hombre y nos


acerca a las fieras:

(...) el derecho de intolerancia es absurdo y bárbaro; es el derecho


de los tigres; es mucho más horrible aún, porque los tigres no se
destrozan sino para comer, y nosotros nos hemos exterminado por
unas frases
Pág. 40.

Voltaire apela a la Historia para demostrar que (...) de todos los pueblos
civilizados de la antigüedad, ninguno cohibió la libertad de
pensamiento (pág. 41).
Argumenta, como ya había hecho Locke, que la persecución intolerante es
incoherente con el verdadero espíritu cristiano, lo que contradice la
trayectoria de fanatismo que la Iglesia ha mantenido durante siglos. «Si no
me engaño, hay muy pocos pasajes en los Evangelios, de los que el
espíritu perseguidor haya podido inferir que la intolerancia y la coacción
son legítimas» (pág. 85). Voltaire comenta y cita numerosos episodios
bíblicos que apoyan esta idea. En el Diccionario filosófico, afirma: «De
todas las religiones, la cristiana es, sin duda, la que tiene que inspirar más
tolerancia, aunque hasta aquí los cristianos hayan sido los más
intolerantes de todos los hombres» (pág. 497).
Donde no hay razón, abunda la intolerancia. Queremos resaltar el énfasis
pionero que pone en ello nuestro filósofo. De la superstición, nace
el fanatismo. Existe, por tanto, una estrecha relación entre la tolerancia y
el espíritu crítico y racional que nos conduce al conocimiento del mundo y
de nosotros mismos; como conclusión de su Tratado, Voltaire lo afirma:

Sólo los espíritus razonables piensan noblemente; cabezas


coronadas, almas dignas de su rango, han dado grandes ejemplos
en esta ocasión. Sus nombres serán señalados en los fastos de
la filosofía, que consiste en el horror a la superstición, y en esa
caridad universal que Cicerón recomienda: Charitas humani
generis. Esa caridad, cuyo nombre se ha apropiado la teología,
como si sólo a ella perteneciese, pero cuya realidad ha proscrito
con frecuencia. Caridad, amor al género
humano; virtud desconocida de los embaucadores, de los
pedantes que argumentan y de los fanáticos que persiguen
(pág. 171).

Otro motivo, que se suma a los ya expuestos, para fomentar una actitud
tolerante es la evidencia de que somos seres imperfectos, a quienes
cuesta hallar verdades. En el Diccionario filosófico afirma en este
sentido: Todos estamos modelados de debilidades y de errores.
Perdonémonos las necedades recíprocamente, (...) (pág. 494) (...)
tenemos que tolerarnos mutuamente, porque somos débiles,
inconsecuentes y sujetos a la mutabilidad y al error (pág. 501).
Por último, es muy digno de mención, además de la justificación de la
tolerancia que desde su espíritu comprometido e ilustrado acomete, el
sentido profundo de un lema que él hizo famoso: Écrasez l´infâme! (¡No
dejes de pisotear al infame!). Lo podemos parafrasear como no toleres
jamás la intolerancia. Es decir, la propia tolerancia apunta hacia unos
límites que no puede traspasar, so pena de dejar de serlo.
John Stuart Mill y la defensa de la libertad de pensamientoEditar

John Stuart Mill, ca. 1870

John Stuart Mill escribió la que podría considerarse una de las mejores
defensas de la tolerancia y la libertad de pensamiento que jamás se hayan
hecho. Se trata del ya clásico escrito Sobre la libertad, elaborado
en 1859.[15] Vamos a resumir brevemente las ideas que en él se contienen,
destacando como aspecto novedoso y superador de anteriores
concepciones de la “tolerancia” las relaciones existentes entre tolerancia y
libertad.
En la introducción, afirma J. S. Mill que, al escribir esta obra, lo mueve la
pretensión de ocuparse de la libertad en su sentido político, es decir, de los
límites que se han de poner al poder de la sociedad sobre el individuo.
Esta es una pretensión, nos dice, que se ha tenido en todas las épocas,
desde los tiempos en los que era necesario protegerse de los excesos de
una tiranía, hasta aquellos en los que es la mayoría, en un
gobierno democrático, quien ejerce su opresión. Esto es así porque no
siempre quien gobierna representa verdaderamente al pueblo gobernado.

El pueblo que ejerce el poder no es siempre el mismo pueblo sobre


el cual es ejercido (...). El pueblo, por consiguiente, puede desear
oprimir a una parte de sí mismo, y las precauciones son tan útiles
contra esto como contra cualquier otro abuso del Poder
Pág. 59.

En este sentido, también la mayoría puede ejercer su tiranía. Habría, por


tanto, que colocar un límite, y más sabiendo que

(...) los gustos o disgustos de la sociedad o de alguna poderosa


porción de ella, son los que principal y prácticamente han
determinado las reglas impuestas a la general observancia con la
sanción de la ley o de la opinión
(P. 62).
La opinión de Mill es que el gobierno sólo se halla legitimado para
intervenir si hay que evitar daños a terceros; el propio bien de la persona,
físico o moral, no es justificación suficiente. Esta es su respuesta a las
acciones emprendidas por numerosos gobiernos, a lo largo de la historia, a
fin de garantizar la salvación eterna de los súbditos. Cuando Locke
afirmaba que el Estado no tiene autoridad en cuestiones religiosas, nos
estaba planteando por adelantado esta idea política que desarrollará Mill.
De nuevo, la tolerancia gubernamental nos viene asociada a la separación
del poder del ámbito privado de la vida de los ciudadanos. Este ámbito
incluye las decisiones respecto a la propia felicidad, que sólo conciernen a
los propios individuos. Cada uno, defiende Mill, es soberano de sí mismo.
En un marco histórico adecuado, por tanto, se ha de dar la libertad como
posibilidad de labrarse el propio camino de la felicidad, sin ser obligados a
vivir a la manera de otros, y sin que privemos a otros de seguir su camino.
Resulta fundamental esta distinción, ya vista en Locke, entre una esfera
pública y otra privada en la sociedad.
Acto seguido, Mill desarrolla por extenso una excelente defensa de
la libertad de pensamiento y discusión. Esta libertad se basaría en el
respeto a las opiniones ajenas y a la expresión de las mismas. Se opone
nuestro autor a todo tipo de censura, que no conduce sino a la conversión
de lo defendido en dogma, a una cristalización o congelación
del pensamiento cuya consecuencia es el alejamiento de la verdad, ya que
ésta requiere la batalla con sus contrarios para ser profundizada. Esta es
una de las consecuencias negativas de la intolerancia. La censura, como
manifestación de la intolerancia, no sólo no es buena para el progreso,
sino que es causante de terribles errores, ya que aleja del auténtico modo
de conocer las cosas. Apoya Mill esta tesis en la historia y muestra que
para que la verdad prospere ha de darse la discusión libre (La
especulación libre y audaz sobre los problemas más elevados) y el respeto
a todas las opiniones. «Sólo a través de la diversidad de opiniones puede
abrirse paso la verdad» (pág. 114) Para el libre desenvolvimiento del
genio, por tanto, es preciso garantizar la libertad, de manera que la
diversidad sea tolerada e integrada en el común debate que garantiza
la paz y el progreso.
El planteamiento de Mill para justificar la tolerancia como medio de
asegurar nuestro camino hacia la verdad, se basa en una triple
posibilidad: Que la opinión aceptada pueda ser falsa y, por consiguiente,
alguna otra pueda ser verdadera, o que siendo verdadera sea esencial un
conflicto con el error opuesto para la clara comprensión y
profundo sentimiento de su verdad (pág. 111). La tercera posibilidad es
que ambas perspectivas tengan algo de verdaderas. En cualquier caso,
la censura de las opiniones ajenas se opone al progreso (entendiendo éste
como el crecimiento de conocimientos acerca del universo y sus
consecuencias práctico-morales), pues atenta contra la búsqueda racional
de verdades. La verdad sólo puede desvelarse en un marco de tolerancia
donde tengan cabida diversas perspectivas. Esto constituye una utilidad
racional o epistemológica de la tolerancia.
La tolerancia, en efecto, tiene una de sus principales justificaciones en que
resulta imprescindible para el conocimiento. Si queremos saber, hemos de
estar dispuestos a aprender de los demás y a cuestionar nuestra opinión.
En esto radica el talante tolerante. Este carácter no es sino el de quien
sabe escuchar a los demás y dialogar con ellos sin más pretensión que la
búsqueda de la verdad. Para ello, resulta necesaria la autenticidad y la
lealtad en la discusión. Si se discute con otras pretensiones, no estamos
buscando verdades ni siguiendo las reglas de una discusión racional.
Las consideraciones expuestas conducen, de modo ineludible, a la
exaltación de la particularidad y así lo hace nuestro autor. Es preciso
respetar lo concreto, en la medida en que participa de una parte de verdad.
Frente a las concepciones esencialistas que tratan de imponer una
única perspectiva a la diversidad y ven mal la multiplicación de modos, Mill
afirma que (...) la diversidad no es un mal, sino un bien (pág. 126). Por ello
la valora: (...) El libre desenvolvimiento de la individualidad es uno de los
principios esenciales del bienestar (pág. 127). Esta individualidad puede
ser la manifestada por una joven generación respecto a la precedente. Es
un hecho que no somos seres mecánicos que imitan y siguen ciegamente
una costumbre. Por eso, la juventud debe usar e interpretar a su manera
particular lo recibido. Hay que resaltar y defender la originalidad, cuidando
de que la sociedad no la sofoque, como ocurre con todo tipo
de despotismo. En relación a esto, Mill nos dice que «es sólo el cultivo de
la individualidad lo que produce, o puede producir, seres humanos bien
desarrollados» (pág. 136). Para ello es preciso un entorno de libertad, para
que el genio se desenvuelva sin ataduras. En esto se fundamenta la
valoración de la diversidad y la justificación de la tolerancia hacia los
modos singulares de la existencia.
En los capítulos posteriores de su obra, Mill apunta a una serie de
consideraciones que giran en torno a la problemática acerca de los límites
de la tolerancia; es decir, ¿hasta dónde se puede permitir la libertad
de acción por parte de los individuos?- ¿Hasta qué punto debemos tolerar
y cuándo no? Básicamente, la respuesta de nuestro autor es que siempre
podemos actuar, mientras no perjudiquemos los intereses del otro. Es
decir, en lo que concierne exclusivamente a uno mismo, nadie debe
intervenir. La intervención del Estado sólo se justifica cuando una acción
tiene repercusiones en otras personas. Se puede y debe tolerar todo,
siempre y cuando lo tolerado no se muestre, a su vez, intolerante. Es en
ese punto donde ubicamos los límites de la tolerancia.
Como vemos, la tolerancia se relaciona estrechamente con la libertad. De
hecho, su defensa aparece vinculada al liberalismo político,
movimiento ideológico que aboga por las libertades individuales y del cual
J.S. Mill es un representante. Con posterioridad, y actualmente, la defensa
de la tolerancia se conecta con la apuesta democrática por el respeto a las
ideas o rasgos de los demás que no compartimos, teniendo un
componente solidario que falta al individualismo liberal. En todo caso, la
tolerancia aparece como algo propio del sistema político democrático, y,
por el contrario, como algo fundamentalmente opuesto a los
sistemas totalitarios que pueden albergar actitudes racistas, xenófobas o
violentas. El adelanto de Mill respecto a Locke estriba en la exaltación
expresa de la diversidad. En efecto, la pluralidad es una característica de
la naturaleza humana, y oponerse a ella es irracional e inmoral. De su obra
se desprende que es preferible mantener la autonomía más que el acierto
en la elección. A la larga, la autonomía garantiza el progreso.
Tolerancia religiosaEditar
Artículo principal: Tolerancia religiosa

La tolerancia religiosa es una actitud adoptada ante confesiones de fe


diferentes o ante manifestaciones públicas de religiones diferentes.
Ejemplo, el edicto de Tolerancia de 1786 (Francia) autoriza la construcción
de lugares de culto para los protestantes con la condición de que su
campanario sea menos alto que el de las iglesias católicas.
La secta, es la Iglesia del otro, André Comte-Sponville, Diccionario de
filosofía.

Hay que diferenciar tres dominios de tolerancia religiosa. En primer lugar,


la tolerancia inscrita en los textos sagrados a los que la religión se refiere.
Después, la interpretación que las autoridades religiosas han hecho de
ella. Y por fin, la tolerancia del fiel, que, aunque guiado por su fe, no por
ello permanece menos individual.

A pesar de que cada religión haya evolucionado más o menos


independientemente, se constatan tres grandes tendencias ligadas a tres
grandes periodos de la historia.

El politeísmo antiguoEditar
En el politeísmo antiguo (antes de la era cristiana), con frecuencia se
constatan intercambios de divinidades de un panteón al otro, en particular
en Europa del Norte y en Oriente Próximo. Podemos citar por ejemplo el
caso de la civilización del antiguo Egipto, para el cual la tolerancia religiosa
era un pilar (salvo durante el periodo de Akhenaton) y en cuyo país se
albergó, en numerosas épocas, templos de divinidades extranjeras
(Baal, Astarté, etc.). Lo mismo para Roma con la adopción de la diosa Isis.
No se puede hablar de tolerancia en el caso del panteón romano cuyo
culto se confunde con el de la ciudad, y del emperador a partir de Augusto.
 Por un lado la religión no se concibe como una expresión de la relación de un
individuo con una divinidad, sino como la relación de un individuo con la sociedad
romana en la cual el mismo debe integrarse, o también como la relación de una
ciudad a su destino (Louis Gernet, la religión romana, Albin Michel). Los Viejos
Romanos sólo conocen una religio: la suya; pero, seguidamente, la cultura
romana se heleniza y se abre a cultos muy diferentes del mos maiorum (la
costumbre); los otros cultos, si no se pueden captar (procedimiento de captatio)
son considerados como superstitio. En la época de los apologistas, Celso testifica
que no se trata, en lo que concierne al cristianismo, de tolerancia como apertura a
los valores de otro, sino de tolerancia a aquello que no destruye el orden público.
Sólo el judaísmo se beneficia del estatus de religio licita al lado de la religión
nacional.
 La importación de los cultos orientales (Isis, Mithra, etc.) por los soldados
romanos que han partipado en las batallas orientales, representa al contrario una
modificación del sentimiento religioso. No se trata de intercambio de divinidades
sino de considerarse como devoto de Isis lo cual no impide la participación en los
cultos urbanos. En cierta forma, el culto de Isis sustituye a las divinidades
familiales para el soldado errante.

Solamente en el 311 un edicto de tolerancia, el edicto de Milán decreta la


libertad de todos los cultos.
El monoteísmoEditar
Con el desarrollo del monoteísmo (judaico, cristiano, e islámico) aparece la
noción de exclusividad de lo divino.
 Judaísmo: No tendrás otro dios frente a mí. (Éxodo 20,3).
 Cristianismo: Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la
tierra. (Símobolo de los Apóstoles, siglo II)

 Catolicismo: en 392 Ambrosio de Milán obtiene de Teodosio II un edicto que


autoriza la ejecución de judíos, paganos y heréticos.
 Protestantismo: Diremos que se debe permitir la libertad de consciencia? De
ninguna manera, si se trata de la libertad de adorar a Dios cada uno a su
manera. Es un dogma diabólico., Teodoro de Beza, 1570. En esto
Teodoro de Beza es un excelente testigo de los primeros 150 años del
protestantismo que fueron tan autoritarios como el catolicismo. Sin
embargo, el giro tuvo lugar con John Locke y su carta sobre la
tolerancia interviniendo en el conflicto entre la
corriente calvinista y dogmática, y los Remostrantes.

 Islam: No hay más Dios que Alá pero también sin constricción en religión (Corán
256/2).

Se entiende pues que la tolerancia no es una virtud intrínseca de tal o cual


religión sino que depende de la elección de sus individuos y de sus
jerarquías así como de su capacidad para asociarse con un poder.

El diálogo interreligiosoEditar
Así mismo la tolerancia no siempre ha existido. Ya Platón, según un rumor
del que se hizo eco Diógenes Laercio, habría querido quemar en la plaza
pública las obras de Demócrito. La apertura de la cultura griega a las
culturas exteriores y el diálogo continuo de los filósofos entre ellos han
generado un clima intelectual tenso pero propicio a los intercambios y a la
reflexión. El la filosofía de las luces la que transforma aquello que parecía
una debilidad para san Agustín de Hipona, teórico de la persecución
legítima, tal y como lo presentaba Bossuet.
En el símbolo del giro es esta frase de Voltaire: no me gustan tus ideas
pero lucharé para que puedas expresarlas. Se constituye entonces un
movimiento intelectual que lucha contra las intolerancias del
cristianismo: De todas las religiones, la cristiana es sin duda la que debe
inspirar mayor tolerancia, aunque hasta ahora los cristianos hayan sido los
más intolerantes de todos los hombres. (Diccionario filosófico, artículo
Tolerancia 7).
El desarrollo de las ciencias religiosas en la filosofía alemana del siglo XIX
ha permitido el establecimiento de un saber laico sobre el fenómeno
religioso que es percibido como una amenaza por las religiones. Tal fue la
apuesta de la crisis modernista, tal es aún la apuesta de bastantes
conflictos que tiene algo que ver con el fenómeno religioso.
Los medios de transporte y de comunicación de siglo XIX y del siglo
XX han permitido intercambios culturales que no facilitan tanto el diálogo
interreligioso. La democratización del viaje se hace por el método del viaje
organizado que raramente permite un encuentro con el autóctono. Por el
contrario, los intercambios de estudiantes, hasta ahora reservados a las
clases superiores de los países desarrollados, podrían mejorar la situación
por medio de subvenciones europeas, tales como el Programa Erasmus.
Por el hecho de que la mayoría de las religiones tienen vocación para
enseñar sólo aquello que cree verdadero, designando por todas las
variantes de lo falso a todo aquello que no han expresado ellas mismas
(método de los epiciclos copernicianos descrito por primera vez en el
dominio religioso por John Hick en God Has Many Names (1987) y
popularizado desde entonces por Régis Debray en El Fuego sagrado:
Función de lo religioso, Fayard, 2003), no se puede decir que la cultura
religiosa del Europeo medio haya avanzado mucho.
La reflexión sobre la verdad religiosa, a pesar de estar bien descrita
por Michel de Certeau s.j. en La invención de los cotidiano, t. II: maneras
de creer no ha sido retomada por religión alguna. El creyente ignora pues
lo sagrado de los demás y exige de esos mismos demás la reverencia para
aquello en lo que él cree, reverencia que él por su parte no está dispuesto
a manifestar hacia sus interlocutores.
Véase tambiénEditar
 Libertad
 Conflicto social
 Norma
 Discriminación
 Fanatismo
 Intolerancia
 Diálogo
 Filosofía política
 Kshanti es el concepto budista de la tolerancia.
 Día Internacional para la Tolerancia

ReferenciasEditar
1. ↑ Salvador Cabedo, Manuel (2006). Filosofía y cultura de la tolerancia. Universitat
Jaume I. ISBN 9788480215589. Consultado el 17 de noviembre de 2015.
2. ↑ Barret-Ducrocq, Françoise (2002). La Intolerancia: Fórum Internacional sobre la
intolerancia, UNESCO, 27 de marzo de 1997, La Sorbonne, 28 de marzo de
1997. Ediciones Granica S.A. ISBN 9788475779072. Consultado el 17 de
noviembre de 2015.
3. ↑ Olivé, León; Villoro, Luis (1 de enero de 1996). Filosofía moral, educación e
historia: homenaje a Fernando Salmerón. UNAM. ISBN 9789683654250.
Consultado el 17 de noviembre de 2015.
4. ↑ Tello Díaz, Carlos (12 de noviembre de 2006). La tolerancia.
5. ↑ TURGOT, A. R. J. (1991) Discursos sobre el progreso humano. Madrid: Tecnos.
(versión original 1750).
6. ↑ Turgot, Op. Cit., 42
7. ↑ Ib., 43
8. ↑ LEVI-STRAUSS, Cl. (1996) Raza y cultura. Madrid: Cátedra.
9. ↑ LEVI-STRAUSS, Op. Cit., 90
10. ↑ Cfr. Ib., 87
11. ↑ a b Ib., 104
12. ↑ Ib., 94
13. ↑ Ib., 141-142
14. ↑ Para las citas de la Carta ha sido usada la edición de Pedro Bravo Gala,
editorial Tecnos, Madrid, 1998.
15. ↑ Nos referiremos en las citas a la edición de su obra Sobre la libertad, de Alianza
Editorial, Madrid, 1993.

Enlaces externosEditar
 Tolerance.ca Webzine canadiense independiente y neutral frente a cualquier
orientación política o religiosa,
 Elogio de la intolerancia en nombre de los valores.
 Intolerantes anónimos Una iniciativa del Instituto de la Juventud
 Tolerancia y horizontalidad de las relaciones humanas (artículo on line en
castellano)
 Tolerancia y educación (artículo on line en castellano)

Última edición hace 8 días por PatruBOT

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