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LA ÉLITE NOBILIARIA DE TRUJILLO DE 1700 A 1830

Paul Aljovín de Losada y Cristóbal Aljovín de Losada


Del libro: EL NORTE EN LA HISTORIA REGIONAL, SIGLOS XVIII-XIX | Scarlett O'Phelan
Godoy, Yves Saint-Geours
p. 241-293

1 La historia de la élite trujillana, como la de otras en el llamado "Reino del Perú", comienza en el siglo
dieciséis. Los cambios en su composición fueron paulatinos, al igual que en aquellas otras, y se fueron
labrando con la incorporación en sus filas de nuevos integrantes y por las alianzas matrimoniales entre éstos
con familias de más antigua raigambre en la región. Esta dinámica fue constante en la composición de la
élite virreinal, en el Perú al igual que en otras regiones hispanoamericanas, como ha quedado ampliamente
demostrado en diversos estudios sobre la sociedad colonial americana y en las biografías personales de
exitosos inmigrantes, tanto comerciantes como funcionarios públicos.
2 En la sociedad republicana los patrones de asimilación, aun cuando muchas veces serían análogos, irían
revestidos de otras características y obedeciendo a circunstancias diferentes. Emprendedores mercaderes
procedentes de distintos países europeos (ya no exclusiva o preferentemente de España, rotos los vínculos
con la metrópoli), así como astutos comerciantes y/o políticos nativos del país, se beneficiarían de la
anarquía de los inicios de la república, tomando la posta a los peninsulares españoles de la época colonial.
3 El presente trabajo aporta elementos para conocer a la élite trujillana entre 1700 y 1830. Estos años
comprenden el período en que el imperio español –y por consiguiente el Perú– fue regido por la dinastía de
Borbón y el período de la descomposición del sistema colonial. El estudio se concentrará en puntos muy
concretos para comprender la conformación, actuación, permanencias y modificaciones de la élite trujillana.

1. TRUJILLO DEL PERÚ

1.1. El espacio geográfico

4 Últimamente se ha venido sosteniendo que la región norte del virreinato del Perú estuvo más
interrelacionada de lo que tradicionalmente se ha supuesto, resultando en ser tanto dependiente de la
Ciudad de los Reyes como puente hacia algunas demarcaciones que, quebrado el orden y coherencia
1
coloniales, quedarían libres de la influencia peruana.

5 Dicho espacio estuvo básicamente conformado por el obispado de Trujillo, ubicado entre el de Lima y el de
Quito, que contuvo varias provincias o jurisdicciones gubernativas conocidas como corregimientos. A la
extinción de éstos últimos en las postrimerías del siglo XVIII, se creó la intendencia de Trujillo, que abarcó el
área de su obispado y que siendo una de las nuevas regiones administrativas más extensas y pobladas, fue
sin duda una de las más importantes del nuevo sistema de gobierno implantado por los Borbones. La sede
de las principales autoridades políticas, administrativas y eclesiásticas de la región fue la ciudad capital de
Trujillo, en la provincia de igual nombre, desde donde se irradiaba su influencia hasta Guayaquil por el norte,
y la provincia del Santa por el sur, así como Cajamarca y Chachapoyas por el este. Es en dicha capital y en los
valles que la circundan en que se ubica nuestro objeto de estudio, justificada como estuvo allí su residencia
tanto por su locación estratégica entre Quito y Lima, como por las posibilidades económicas de dicha
2
región.
6 Miguel Feijóo de Sosa nos describe hacia 1760 a Trujillo como una ciudad que, fundada en 1535 en el
"ameno Valle, nombrado Chimu...", dependía de la fertilidad de sus campos y de su "apacible clima, (en los
3
que) puso la Providencia Divina los beneficios de toda la naturaleza...". Hasta los hallazgos mineros del
último tercio del siglo XVIII en la serranía cajamarquina, y la creación de la intendencia de Trujillo, cuya

1
Aldana Rivera, Susana: "La Independencia de un Gran Espacio", en: Boletín del Instituto Riva Agüero, 19,1992: 29-44.
2
Ver Feijóo de Sosa, Miguel: Relación descriptiva de la ciudad y provincia de Trujillo del Perú; tomo I y II; Fondo del Libro-Banco
Industrial del Perú; Lima, 1984; y Fisher, John: Gobierno y Sociedad Colonial: El Régimen de las Intendencias, 1784-1814; Fondo
editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú; Lima, 1981.
3
Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 3 y 12.
jurisdicción abarcó las minas de Pataz, Huamachuco y aún Cajamarca, el sustento de la ciudad era
proporcionado por las actividades agrícola, ganadera y obrajera de la región o provincias aledañas y, en la
esfera de la circulación, por la actividad comercial, que contaba con los puertos de Huanchaco –a dos leguas
4
de distancia–, así como los de Malabrigo y Guañape, al norte y sur respectivamente.

1.2. La ciudad y sus habitantes

7 A pesar de la decadencia de su agricultura de exportación, dependiente de la producción azucarera en los


valles de Chicama, Chimo, Virú y Guamansaña, que como apunta Katharine Coleman se fue acentuando a lo
largo del siglo XVIII, Trujillo fue y continuó siendo la ciudad más notable de la costa peruana luego de la urbe
5
limeña. Aunque como la Ciudad de los Reyes sufriese Trujillo de constantes terremotos, y uno muy fuerte
en 1759 durante el corregimiento de Feijóo de Sosa, éste refirió que seguía distinguiéndose por la rectitud
de sus calles, "la elevación de sus edificios y templos" y la belleza de sus casas "pulidamente labradas, con
6
vistosas portadas, balcones y ventanas". Estas últimas y sus iglesias fueron años luego descritas por Robert
Proctor "construidas y coloreadas como en Lima", con la que compara a Trujillo frecuentemente,
7
asegurando que esta última "puede llamarse Lima en miniatura". Al igual que la capital del virreinato fue
amurallada por el duque de la Palata, aunque según Feyjóo sus "baluartes y cortinas", faltándoles "fosos (y)
8
terraplenes..., más sirven de adorno y honor que de verdadera defensa", siendo su perímetro ovalado.

8 El parecido entre Lima y Trujillo también se daba en la atmósfera cargada de religiosidad en ambas
ciudades –por la profusión de sus iglesias y establecimientos religiosos– así como en la composición étnica y
social de sus habitantes (aunque el tamaño de la población de la ciudad norteña fuese unas cinco veces
menor que el de la Ciudad de los Reyes). Feyjóo enumera unas 9,289 personas viviendo en Trujillo hacia
1760 y Proctor unas 10,000 para 1823, cifras que se diferencian de la de 5,790 pobladores dada por Unanue
para 1793 (lo que pudo deberse a un cómputo que no incluyó a los habitantes que vivían en los barrios
nuevos que se fueron creando en los extramuros, denominados "rancherías"). Tanto en Lima como en
Trujillo indios y mestizos fueron una minoría dentro de la plebe, mientras que esclavos y pardos libres
estuvieron en mayoría. Los blancos "españoles" (criollos o peninsulares) en la ciudad norteña se
encontraron en una proporción algo menor que en Lima (siendo su número tanto más reducido en relación
con el del número total de sus pobladores), lo que los haría un grupo bastante inter relacionado,
9
especialmente al nivel de su élite (Cuadro l).
Cuadro 1. Población de Trujillo

4
Ibid., p. 9. Ver también Coleman, Katharine: "Provincial Urban Problems: Trujillo, Peru, 1600-1784." En Robinson, David J. (ed.): Social
Fabric and Spatial Structure in Colonial latin America; pp. 360-408. Ann Arbor, 1974.
5
Coleman, op. cit., p. 370.
6
Feijóo, op. cit., vol. I, p. 8.
7
Proctor, Robert: "El Perú entre 1823 y 1824", p. 233, en: Colección Documental de la Independencia del Perú. Relaciones de Viajeros;
tomo XXVII, vol. 2", pp. 187-338; Lima, 1971.
8
Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 7-8.
9
Ibid., p. 31; Proctor, op. cit., p. 233; y Unanue, Hipólito: Guía Política, Eclesiástica y Militar del Virreynato del Peni para 1793; ed., prol.
y ap. por José Durand; Ediciones Cofide; Lima, 1985; p. 117.
Fuente: Hipólito Unanue, Guía Política, Eclesiástica y Militar del Virreinato del Perú para el año de 1793, (Lima: Ediciones
2. LA ÉLITE NOBILIARIA
Cofide, 1985), 117 y DE
178. TRUJILLO

2. 1. Origen y composición

9 Al describir el carácter de los trujillanos Feijóo de Sosa se centra en los miembros de su élite, de quienes
refiere:
"Son, por lo regular, las personas nobles de esta Ciudad, afables, políticas e inclinadas a las Ciencias,
y así envían a sus hijos a estudiar a la Ciudad de Lima: procuran mantener la nobleza y esplendor
que heredaron, hallándose, aúnen la plebe, mucha cultura y advertencia. Las mujeres son familias,
recatadas y honestas; visten el mismo traje y gala que se usa en la Ciudad de Lima, siendo en este
10
punto émulas de sus operaciones."
10 La élite trujillana en el siglo XVIII estuvo compuesta por grupos familiares integrados por un conglomerado
de terratenientes, funcionarios, eclesiásticos y comerciantes que, salvo muy pocos a fines de dicho siglo y
comienzos del XIX, estuvieron muy enlazados entre sí. A pesar de que por tal razón resulta muy difícil
separarlos para su mejor estudio, podemos identificar a un puñado que, detentando títulos, mayorazgos y
cargos hereditarios, constituyeron linajes extendidos, con cabezas o núcleos destacados que concentraron el
mayor poderío social, económico y político al interior de los mismos. Estos grupos familiares fueron los
constituidos por los marqueses de Herrera y Vallehermoso y los condes de Valdemar de Bracamonte, por los
mayorazgos de Facalá y los marqueses de Bellavista (entroncados los dos últimos grupos con los Tinoco y los
Roldan Dávila), y por los Moncada Galindo y los Orbegoso, condes de Olmos y alféreces reales de Trujillo.
Muy relacionados a estas familias estuvieron los del Risco, los Cáceda, los Lizarzaburu, los del Corral y
Aranda, así como los Cacho y los Martínez de Pinillos, de más tardía llegada, vinculados a su vez a los Lavalle.
A esta familia pertenece el famoso mercader José Antonio de Lavalle, creado conde de Premio Real y
establecido en Lima, por cuya razón su historia y la de sus hijos escapa los límites de este trabajo, al igual
11
que la de los Remírez de Laredo, condes de San Javier y Casa Laredo.
11 El origen de muchas de estas familias en la región y la ciudad puede rastrearse hasta su misma fundación
en el siglo XVI. Susan Ramírez nos dice que siendo Trujillo el corazón de la vida colonial en la costa norte
durante los treinta años que siguieron a la conquista, el área cercana al centro urbano fundado en 1535
pronto se pobló con compañeros de Pizarro y Almagro, atraídos por el clima benigno del lugar, por tener
puerto cercano y por encontrarse en ubicación intermedia entre Cajamarca –de donde muchos obtuvieron
los primeros frutos de su gesta, provenientes del botín del Inca– y Lima, la nueva capital del reino
12
conquistado.
12 En la tierra de los "régulos Chimu" dichos hombres encontraron abundante alimento, proporcionado por
los curacas locales, así como indígenas que habrían de trabajar a su favor por muy poco o nada a cambio. El
más efectivo sistema para asegurarse esto último fue la obtención de una encomienda (premio concedido
por la corona a unos cuantos privilegiados, consistente en el denominado "servicio personal", a cambio de la
protección de sus encomendados y, en estas tierras recién descubiertas, del velar por su evangelización,
recolectar tributo y resolver disputas). Se ha insistido mucho sobre este punto: que la encomienda no fue
una concesión de tierras. Pero ciertamente facilitó su obtención y la eventual conformación de haciendas
coloniales, especialmente tras el decaimiento de la institución luego de un decrecimiento poblacional
13
indígena.
13 La trayectoria de los sucesores de Diego de Mora (por la línea de su hermana y su cuñado Juan de
Valverde), que fue el primer gobernador de la ciudad de Trujillo y encomendero de los valles de Chimo y
Chicama, así como de Huanchaco; y la de los herederos de don Juan Roldan Dávila, dueño del repartimiento

10
Feijóo, op. cit., vol. I, p. 18.
11
Ver en general Varela y Orbegoso, Luis: Apuntes para la Historia de la Sociedad Colonial; Lima, 1927; y Atienza, Julio de: Títulos
Nobiliarios Hispanoamericanos; Aguilar, Madrid, 1927.
12
Ramírez, Susan E.: Provincial Patriarchs. Land Tenure and the Economics of Power in Colonial Peru. University of New México Press,
1986; pp. 15-33.
13
Ver de la Puente Brunke, José: Encomiendas y Encomenderos en el Perú. Excelentísima Diputación Provincial de Sevilla; Sevilla, 1992.
de Illimo, que fueron accediendo a la propiedad de la tierra gracias a las facilidades de control regional y al
poder otorgado por la posesión de encomiendas, permiten entender el tránsito de encomendero a
14
terrateniente.
14 Algunos de estos conquistadores y encomenderos iniciales contaron con la condición de hidalgos ("hijos
de algo", rango que estaba en los cimientos del estamento noble en el mundo hispano y permitía el goce de
exenciones tributarias y otros privilegios) desde antes de su arribo a tierra peruana, y los que no la tenían
pronto fueron reconocidos como tales en atención al servicio conquistador prestado. Los reyes confiaban los
cargos más altos en la administración civil, eclesiástica y militar a quienes habían probado, directamente o a
través de los servicios de sus antecesores, una lealtad fuera de toda sospecha a los intereses de la
monarquía. De allí la creciente necesidad que tuvieran aquellos subditos, que contaban con suficientes
medios materiales como para pretender nombramientos reales, de presentar expedientes "de nobleza y
15
limpieza de sangre (de moros o judíos)" para demostrar con ello ser dignos de la confianza de la corona.
15 Como el reconocimiento de la condición hidalga fue haciéndose bastante extendido y frecuente
(considerando que pueblos enteros, como los vascos o montañeses, en atención a haber frenado el avance
musulmán en la península ibérica durante el medioevo, disfrutaron de tal calidad), se fue convirtiendo en
algo cada vez más deseable el ingresar a órdenes nobiliarias de caballería. Estas (Santiago, Alcántara,
Calatrava, Montesa o San Juan de Jerusalén) fueron corporaciones de origen medieval cuyo propósito
posterior fue honorífico y ya no bélico: principalmente el confirmar la pertenencia a un grupo aún más
selecto y por lo tanto más "garantizado" en su condición de noble y fiel subdito. Ya Guillermo Lohmann ha
demostrado cómo los habitantes del virreinato del Perú fueron los que más alcanzaron los hábitos de tales
órdenes, dentro de las posesiones ultramarinas del imperio español, quizás porque en territorios tan
apartados resultaba más necesario demostrar una inobjetable lealtad. En todo caso fue forjando una élite
16
cuyos fundamentos fueron más aristocráticos que en otras regiones.

2.2. Títulos nobiliarios en el Perú y en Trujillo

16 Los títulos de nobleza constituyeron el peldaño superior en esa escala de reconocimientos reales,
concedidos como fueron a números mucho más reducidos aún. Fueron premios otorgados a aquellos
súbditos destacados que reunían las condiciones necesarias para mejor servir a la monarquía, económica,
social y políticamente, cuando fuese necesario. Su concesión en el virreinato del Perú comenzó en serio en
el último cuarto del siglo XVII(salvo contadísimas excepciones), llegando a acceder a títulos nobiliarios un
poco más de un centenar de individuos en lo que le quedaba de tiempo al dominio español en estas tierras,
17
número también superior al advertido en otros virreinatos o capitanías generales ultramarinos.

17 La vasta mayoría de estos títulos (llamados "de Castilla " por ser concesión directa de dicha corona –a
que patrocinara el proceso de conquista y colonización de tierras americanas– aunque hubiera uno que otro
de Navarra, Sicilia o Flandes) estuvo vinculada a familias establecidas básicamente en la Ciudad de los Reyes,
capital del virreinato, hecho lógico en atención a ser Lima la ciudad más poblada y el centro político,
económico y social más importante del Perú colonial. Después de Lima, fueron residencia de nobles
titulados Trujillo, Cuzco, Charcas, Huamanga, Arequipa, Ica, Moquegua y Tarma (y por último Piura, si
incluimos al marqués de Salinas, cuya familia parece estuvo mayormente en Lima). El orden descrito en
atención al número decreciente de titulados en cada centro poblado. Trujillo fue, pues, la segunda ciudad en
importancia en este respecto, con alrededor de media docena de títulos relacionados con su historia
(posiblemente Cuzco la equiparó, contando en dos siglos y medio con los marqueses de San Lorenzo de

14
Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 19-27; de la Puente Brunke, op. cit.
15
Rizo-Patrón Boylan, Paul: "La Nobleza de Lima en tiempos de los Borbones". En: Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos, 19,
N° 1, pp. 129-163; Lima, 1990; y Bronner, Fred: "Elite Formation in Seventeenth Century Peru". En: Boletín de Estudios
Latinoamericanos y del Caribe. Número 24, pp. 3-25; Amsterdam, 1978.
16
Ver Lohmann Villena, Guillermo: Los Americanos en las Ordenes Nobiliarias, 2 tomos, Sevilla, 1947.
17
Rizo-Patrón, op. cit., p. 140, basado en Atienza, op. cit.; Burkholder, Mark: "Titled nobles, Elites and Independence: some
comments". En: Latin American Research Review; Volumen XIII, N° 2, pp. 290-295; University of New Mexico, 1978; y Ladd, Doris M.:
The Mexican Nobility at Independence, 1780-1826; University of Texas Press, 1976.
Valleumbroso, de San Juan de Buenavista, de Rocafuerte y de Casa Jara, y los condes de la Laguna de
18
Chanchacalle y Vallehermoso).

18 El distintivo de ser el primer título conferido por la corona a un trujillano le corresponde al marquesado
de Herrera y Vallehermoso (habiendo sido el condado de Olmos, de creación más antigua, conferido a un
corregidor de La Paz cuya descendencia enlazó posteriormente con familias de Trujillo). Las razones por las
que una concesión de tal naturaleza pudo efectuarse en la familia Herrera y Valverde, antes que en otras
familias notables contemporáneas suyas, debieron descansar principalmente en el hecho de descender del
conquistador Juan de Valverde y de su esposa Juana de Mora, hermana del primer encomendero del área de
Trujillo, don Diego de Mora, que según vimos tuvo los repartimientos de Chimo, Chicama y Huanchaco.
Extinguiéndose la descendencia de este último conquistador en su hija Florencia, a su vez mujer del
encomendero de Huamachuco, pasaron muchos de los bienes acumulados de su familia a los descendientes
de la familia Valverde y Mora, especialmente las haciendas de Chiclín, la Exaltación de la Cruz, Fachen, el
Sauzal y otras, ubicadas en el valle de Chicama. Su heredero en el último cuarto del siglo XVII, don Juan de
Herrera y Valverde, que fue soltero, optaría por vincular estas propiedades por medio de un mayorazgo, con
el objeto de evitar su división o enajenación, procurando asegurar así la continuidad de su linaje familiar con
19
un estilo de vida holgado, financiado fundamentalmente por dichas haciendas de Chicama.

19 El mayorazgo de Chiclín, fuera de otras propiedades libres tanto urbanas como rurales, proporcionaron a
don Juan de Herrera y Valverde la base material suficiente para hacerse acreedor a un título de Castilla, así
como el ser heredero del prestigio y méritos de sus antepasados conquistadores. Hacia 1714 el primer rey
de la dinastía de Borbón, Felipe V, envió a Trujillo del Perú el despacho creando el marquesado de Herrera y
Vallehermoso (denominación que combinó el apellido que se deseaba perpetuar con el calificativo que hacía
referencia al valle de Chicama, en el que se encontraba el emporio económico de la familia), siendo como
20
fue uno de los ocho primeros títulos otorgados por la nueva dinastía a vecinos del virreinato peruano.

20 La comunicación llegó poco después de haber fallecido, el 1° de junio de 1714, el beneficiado don Juan de
Herrera, quien previamente había testado dejando por su heredero a su sobrino Juan José de Zarzosa y
Herrera. Este fue, por lo tanto, el primer portador del título, quien siguiendo las disposiciones de su tío
materno, tuvo que anteponer el apellido de éste al suyo paterno de Zarzosa (los vínculos o mayorazgos
solían contener en las cláusulas de su fundación la obligación, para los beneficiarios eventuales, de portar el
21
apellido del fundador).

3. EL PODER ECONÓMICO
3. 1. Los dueños de la tierra

21 Según la "Relación de Trujillo" de Miguel Feijóo de Sosa, de 1763, podemos ver que en el corregimiento
de Trujillo el más rico fue el mencionado valle de Chicama, con 44 haciendas en 11,848 fanegadas, seguido
de los valles unidos de Virú y Guamansaña, con 9 haciendas en 2,349 fanegadas de tierras cultivadas. El valle
de Chimo, que circundaba la ciudad de Trujillo, tenía 1,627 fanegadas en 38 haciendas, de las cuales 16
pertenecían a conventos o a religiosos y la mayor par te de ellas eran solamente chacras. Todo el
corregimiento producía según la misma fuente unas 73,400 arrobas anuales de azúcar, ocupando dicha
producción a la mayor parte de los esclavos de la zona (unos 1,421 negros). Igualmente, se citan para esa
época 19 propiedades rurales con un valor por encima de los 30,000 pesos, de las cuales 18 fueron trapiches

18
Rizo-Patrón, op. cit., p. 141.
19
Atienza se equivoca al datar el título al 20 de enero de 1750, ya que el Real Despacho de concesión se remonta a 1714, según
mencionamos más adelante; ver también Feijóo, op. cit., pp. 21 y 110-111; asimismo, ver ADT (Archivo Departamental de Trujillo),
testamento de don Juan José de Herrera y Zarzosa, marqués de Herrera y Vallehermoso (en virtud del poder para testar) del 8 de junio
de 1748, ante Gregorio López Collado; legajo 366, fs. 434 y sgtes.
20
Zevallos Quiñonez, Jorge: "Notas sobre trujillanos citados en la Relación de Feijóo de Sosa". En: vol II, pp. 94-95 de Feijóo de Sosa,
Miguel: Relación descriptiva de la ciudad y provincia de Truxillo del Peni. Fondo del libro-Banco Industrial del Perú; Lima, 1984.
21
lbid.
azucareros. En pocas palabras, en tiempos de Feyjóo la producción de azúcar copaba aún buena parte de la
actividad agraria de los valles de la costa de Trujillo, a pesar de que su rentabilidad hubiese disminuido en
22
comparación con períodos anteriores.

22 Estos centros productivos se dedicaron muy tempranamente al cultivo de trigo y caña de azúcar en
términos mayoritarios y con propósitos que se fueron definiendo cada vez más comerciales. El trigo, por
causas climáticas o telúricas, disminuyó considerablemente en cantidad y calidad desde finales del siglo XVII,
fenómeno advertido en otros valles del litoral peruano, decreciendo asimismo su interés comercial. Fue
entonces la producción de azúcar la que fue tomando mayor importancia. Los fundos agrícolas de más valor
y significación fueron principalmente los que devinieron en ingenios azucareros, aún cuando hubiese otros
cultivos menores al interior de sus terrenos. A pesar de versiones insistentes sobre una particular
inelasticidad en la producción agrícola trujillana, parece que hacia fines del siglo XVIII el arroz fue tomando
creciente importancia, debido a la crisis que a lo largo de ese siglo se fue generando en la industria
23
azucarera.

23 El azúcar y el arroz fueron consumidos tanto en el mercado local como fuera de él. El azúcar era
comercializado en las provincias de Huamachuco y Cajamarca, y desde los puertos de Huanchaco y
Pacasmayo, en Guayaquil, Chile y Panamá (hasta verse allí desplazado por azúcar venezolano, antillano y
aún brasileño). De Valparaíso volvía harina, a través muchas veces de Lima, acompañado el cargamento con
efectos de Castilla que los comerciantes limeños enviaban a Trujillo. Era el circuito comercial del azúcar,
pues, bastante complejo, especialmente en comparación al del arroz, producto que a comienzos del
siglo XIX era consumido una mitad en Trujillo y la otra en Lima (adonde se enviaba por barco o en recuas de
24
muías).

24Fuera de la producción azucarera y arrocera (o triguera, que siguiendo a Coleman habría subsistido en
cierto grado), hubo tierras dedicadas al cultivo de otros productos de panllevar, de frutos, de olivos y vid,
para la elaboración respectiva de aceites y licores, y grandes extensiones de tierras dedicadas a alfalfares y
pastos para la crianza de ganado mayor (vacuno, caballar, mular) y menor (ovino). Podían darse en
haciendas en cuyos confines existían cultivos de azúcar y trapiches, que según lo visto fueron las
aplicaciones más frecuentes por ser las más rentables, como también en fundos dedicados exclusivamente a
esos otros fines. El producto de todas estas tierras en los referidos valles de Chicama, Chimo, Virú y
Guamansaña, así como en la zona de Huamachuco y, en general, en la sierra dependiente de Trujillo, sirvió
para la satisfacción de las exigencias de los principales centros poblados de la región y, en el caso de las
tierras dedicadas al pastoreo de ganado menor, para el abastecimiento de lanas para los obrajes. Y
ciertamente sirvió también durante mucho tiempo para el enriquecimiento del reducido grupo de familias
25
nobles que controlaron el poder económico, social y político de Trujillo (Cuadro 2).

25 El patrimonio rural del vínculo denominado de Chiclín, perteneciente a los marqueses de Herrera y
Vallehermoso, constituye uno de los casos más notables dentro de la élite trujillana. En 1760 estaba
compuesto por unas 390 fanegadas de tierras libres de todo gravamen y valorizadas en 125,000 pesos,
produciendo aproximadamente 7,000 arrobas de azúcar (casi la décima parte de todo lo producido en el
corregimiento), además de contar con muchos montes y potreros con pastos para el consumo de ganado

22
Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 74-136.
23
Coleman subraya que, contrariamente a los hacendados de valles al norte de Trujillo (Lambayeque, Piura, etcétera), los
terratenientes trujillanos no variaron sustancialmente sus cultivos. Esta aparente inelasticidad la atribuye en mucho al exceso de
gravámenes a favor de fundaciones y caridades administradas polla Iglesia, lo que habría conducido a muchos a la bancarrota; ver
Coleman, op. cit., pp. 386-387. Son Macera Dall'Orso, Pablo, y Felipe Márquez Abanto, quienes en "Informaciones Geográficas del Perú
Colonial", en: Revista del Archivo Nacional del Perú, XXVIII, 1 y 2 (enero-diciembre de 1964): 182-183, se refieren a los cambios de
cultivos, de trigo a azúcar y de azúcar a arroz, desde comienzos del siglo xviii hasta comienzos del XIX, aún cuando no se dejara de
producir trigo, ni ciertamente azúcar (el producto de mayor impacto económico en la región) hasta fines del período.
24
Macera y Márquez, op. cit., pp. 182-183.
25
Ibid.; de alguna manera Coleman, aun cuando su visión es más pesimista, op. cit., pp. 382-389; y ciertamente Feijóo, op. cit., pp. 74-
136.
diverso. También se producía en su interior unas 300 arrobas de aceite, así como menestras. Fuera de una
gran cantidad de activos varios, contó el vínculo con unos 150 esclavos entre hombres y mujeres, lo que,
según Feyjóo (la fuente empleada), es "lo que únicamente constituye haciendas...(pues) mediante su trabajo
26
se cultivan las heredades, y de este modo redunda utilidad a sus dueños".

26 El poder (o las posibilidades de ejercerlo) de don Juan José de Herrera y Zarzosa, primer marqués de
Herrera y Vallehermoso, se acrecentó a través del recurso más efectivo: su vinculación matrimonial con una
de las más ricas y prestigiosas familias del mencionado valle. Con más de 50 años de edad casó con Juana
Joaquina Roldán Dávila y Cabero, hija mayor de la propietaria del mayorazgo y hacienda de Facalá, doña
Juana Josefa de los Santos Tinoco Cabero y Moncada. Además de la promesa de una cuantiosa dote (que no
llego a satisfacerse íntegramente), la novia aportaba conexión con familias que como hemos visto, al igual
que la del marqués, se preciaban de ser las más antiguas del lugar. Por varonía era descendiente de aquel
prolífico tronco trujillano, el conquistador Juan Roldán Dávila, en América desde 1493 y primer
encomendero de las Indias Occidentales. Por su madre provenía de la extensa y poderosa familia de los
Cabero (con múltiples mayorazgos en España) así como del conquistador Pedro Tinoco, fundador del vínculo
27
formado con la hacienda de Nuestra Señora del Rosario de Facalá y tierras anexas.

Cuadro 2. Propiedades agrarias en los valles de Virú, Chicama y Chimo

Fuente: Miguel Feyjoo, Relación Descriptiva de la Ciudad, y Provincia de Trujillo del Perú,
(Lima: ediciones Cofide, [1763] 1984), tomo I.
Código: CA: Chicama, CO: Chimo, VI: Virú
P: Pan llevar, T: Trapiche, O: Olivar.

26
Feijóo, ibid., vol. I, p. 111.
27
ADT, Notario Gregorio López Collado, testamento del marqués de Herrera y Vallehermoso, 8 de junio de 1748, legajo 366, fs. 434 y
sgtes.
27 Dicha hacienda tenía la gran extensión de 673 fanegadas, mucho mayor que Chiclín, y producía unas
6,000 arrobas de azúcar anuales. Si eventualmente el marqués de Herrera llegaba a controlar los bienes de
la familia de su mujer, unidos a los suyos propios, se convertiría no sólo en el señor indiscutido de la
propiedad terrateniente en la provincia de Trujillo, sino en uno de los más grandes propietarios en todo el
norte del virreinato. Ya la familia de su hermana María de Zarzosa y Herrera, viuda desde 1737 de Nicolás de
Bracamonte Dávila y del Campo, era dueña de la hacienda trapiche de San Francisco, colindante a Chiclín,
con 164 fanegadas de tierras y 2,000 arrobas de azúcar al año. Con hijos aún muy jóvenes, doña María
dependía en mucho de su hermano el marqués de Herrera, que debió conducir su hacienda por un buen
número de años. Lo mismo sucedió con otra hermana suya, doña Manuela, que había recibido de su tío don
Juan de Herrera la hacienda llamada "de las Monjas" con 175 fanegadas de tierra, con la previsión de que
faltando sucesión de su matrimonio con Ignacio Sánchez de Villamayor, esta hacienda se incorporaría al
28
vínculo de Chiclín.
 29 Ver ADT, Notario Cortijo Quero, testamentos de Juan Esteban Roldán de Castilla y de Josefa de los (...)
28Pero el efectivo control que tuviera sobre sus propias tierras y las de sus hermanas (un total de 728
fanegadas solamente en el valle de Chicama, fuera de otras tierras menores en las inmediaciones de Trujillo)
no lo podría ejercer directamente sobre los bienes familiares de su mujer, pese a sus expectativas, pues no
sólo tenía la novia hermanos que le disputasen la herencia, sino padrastro y un medio hermano materno.
Aunque la elevada mortalidad de la época pudo haber sustanciado las ambiciones del marqués (al haberse
llevado a cuatro hermanos infantes de juana Joaquina), éstas se frustaron con la supervivencia de otra
hermana, Micaela, luego casada con el limeño marqués de Villablanca; y un hermano, Manuel Tinoco Roldan
Dávila y Cabero, que heredó el mayorazgo de su madre. Este último no tuvo sucesión en su esposa limeña
(Isabel de Santa Cruz, hija de los condes de San Juan de Lurigancho), hecho que pudo ser anticipado por su
cuñado el marqués de Herrera. Pero desafortunadamente había otro hijo de la mayorazga de Facalá, habido
de su segundo esposo José Merino Isásaga, llamado Judas Tadeo Merino y Cabero (casado que fue con una
hija del asesinado Martín del Risco), quien a la muerte de su medio hermano mayor heredaría los bienes
vinculados de su familia materna, arrebatándole la esperanza a cualquier posible sucesión de Juana
29
Joaquina, marquesa de Herrera y Vallehermoso.

29 El hecho fue que, sea por la edad avanzada de Juan José de Herrera y Zarzosa cuando se casó, o la
infertilidad de cualquiera de los cónyuges, los marqueses de Herrera y Vallehermoso no tuvieron
descendencia que los sucediese y acrecentase con posibles herencias el patrimonio de su línea marquesal.
Lo más que sirvió el matrimonio mencionado fue para entablar relaciones de parentesco político con gente
ubicada en el pináculo de la sociedad ya no sólo trujillana sino, según hemos visto, limeña. A la muerte del
marqués el 8 de junio de 1748, su viuda heredó unos cuantos bienes libres y hubo de ceder la propiedad de
Chiclín al sucesor obligado, un maduro hermano del difunto llamado Juan Tomás de Zarzosa (desde ese
30
momento de Herrera y Zarzosa).
30 El primer marqués de Herrera y Vallehermoso fue, por lo que hemos visto, el noble más poderoso de
Trujillo en la primera mitad del siglo XVIII, reuniendo en su persona el prestigio de descender de la familia del
primer encomendero de la provincia, ser el primer trujillano titulado y contar con una gran fortuna. A lo
largo de su vida formó parte del cabildo urbano, como regidor perpetuo y alcalde en distintas
oportunidades. Este poder lo usó irrestrictamente según le convino a sus intereses, recordándonos un tanto
al prepotente marqués de Valleumbroso en el Cuzco. Katharine Coleman refiere un hecho protagonizado
por Herrera en 1723, cuando siendo poseedor de la hacienda Menocucho en el valle de Chimo, cerca de
Trujillo, decidió la construcción de un molino azucarero río arriba (el Moche) que hubo de cortar el
abastecimiento de agua de la ciudad por más de 10 días. Esto dio como consecuencia que se desataran

28
Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 110-113.
29
Ver ADT, Notario Cortijo Quero, testamentos de Juan Esteban Roldán de Castilla y de Josefa de los Santos Tinoco Cabero, del 13 de
abril de 1717, legajo 127, fs. 181 va. y 183 va.; Talleri Barúa, Guillermo Luis: "Los Cabero del Perú y sus ascendientes en Granada, Avila y
Aragón"; en: Revista del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas, N°5, pp. 106-148; Lima, 1951; y Varela y Orbegoso, op. cit.,
181-182 y 188-189.
30
ADT, el ya mencionado testamento del marqués de Herrera y Vallehermoso; hay inventario de bienes en ADT, Notario Bernardo José
de León, de febrero de 1749, leg. 352, fs. 42 y sgtes.
enfermedades, lo que propició una serie de reclamos y presiones de vecinos poderosos y una reunión
urgente del cabildo trujillano el 29 de noviembre de 1723, todo lo cual resultó inútil ante la voluntad del
31
marqués, que también formaba parte del mencionado cabildo.

31 Este tipo de prepotencia no era desacostumbrada entre los grandes terratenientes regionales de la
época. Semejante actitud desplegaron muchos en la ampliación de sus propiedades en desmedro de los
bienes comunales de los indígenas y los de los curacas lugareños, con la indiferencia o complicidad de las
autoridades provinciales. Los abusos cometidos fueron materia de protesta, en la propia corte de Madrid,
por parte del cacique de Chicama don Vicente Ferrer de Mora Chimo, quien hubo de viajar a España con el
propósito de denunciar "todos los agravios, bexaciones y molestias...(que) constan de los Autos, testimonios
y papeles que le acompañan". Aunque recibido y escuchado antes de su fallecimiento hacia 1733, de forma
tal que el rey envió una real cédula, con una "severísima resolución", por la cual se ordenaba a la Audiencia
de Lima la pronta atención de sus reclamos, la situación no varió en lo sustancial, lejos como estaba la
32
provincia de Trujillo de la preocupación e intereses de los magistrados en la capital del virreinato.

32 El estado de la propia familia cacical de Chicama, según aparece en la relación de Feyjóo de 1763, es
ilustrativa de la pérdida patrimonial que progresivamente fueron sufriendo los señores étnicos de la región,
en favor de familias criollas o peninsulares advenedizos a los que por urgencias económicas fueron
vendiendo fanegada tras fanegada de tierras. Para mediados del siglo XVIII, el hermano y sucesor del curaca
don Vicente, don Gregorio de Mora Chimo, octavo "señor" del valle de Chicama desde la conquista
española, sólo poseía la hacienda Quirihuac en el valle de Chimo, a tres leguas de la ciudad, con 50
fanegadas "que al presente solo sirve de pastos y Montes". En su testamento de 1780 figuran, sin embargo,
otros varios pedazos agrícolas, pero todo ya muy distante de ser el enorme cúmulo de posesiones que estos
33
señores tenían por suyas en el siglo XVI y aún en el XVII.

33 Más que los indios o sus caciques, que aún podían retener unas cuantas tierras en el siglo XVIII, fueron
ciertamente los esclavos de Trujillo quienes más sufrieron los rigores de un sistema económico y social
afectado por la crisis azucarera, que exasperaba a los propietarios terratenientes volviéndolos en ocasiones
más exigentes y despóticos. La mayoría de los 4,725 esclavos indicados por Unanue e en la Intendencia de
Trujillo en 1793 estaban dedicados al trabajo arduo en haciendas y trapiches de los valles trujillanos, fuera
de los dedicados al servicio doméstico tanto en dichas propiedades rurales como en la capital de la
34
provincia. Su capacidad de aguante no era, sin embargo, ilimitada, como queda expresado en un ingreso
de los libros de defunción de la catedral de Trujillo, que indica cómo nueve esclavos de la hacienda Mocan
35
murieron ahorcados "por haber dado muerte alebosa a su amo don Martín del Risco" en 1754.

34 Esta hacienda de Mocán (o Mocam) producía unas 4,000 arrobas de azúcar en sus 430 fanegadas de
tierras, siendo una de varias haciendas controladas por la familia del Risco a través de sus diferentes
miembros. Esta fue una familia extendida que, descendiendo como los Herrera del conquistador don Juan
de Valverde, fue una de las más importantes social y económicamente en Trujillo hasta el siglo XIX. Los
hermanos del asesinado Martín –Valentín y Felipe–, como más adelante los hijos de éstos, fueron
propietarios de las haciendas azucareras de Chiquitoy y San Antonio, con una producción combinada de
unas 7,500 arrobas para 1760 aproximadamente (que junto a las 4,000 arrobas de Mocam hacían de este
grupo familiar uno de los más poderosos de la provincia de Trujillo). Valentín fue dueño, además, de la

31
Coleman, op. cit., p. 399; por su "análogo" el marqués de San Lorenzo ver La vallé, Bernard: El Mercader y el Marqués. Las Luchas del
Poder en el Cusco (1700-1730); Fondo Editorial del Banco Central de Reserva del Perú; Lima, 1988.
32
Zevallos Quiñones, Jorge: Los Cacicazgos de Trujillo; Trujillo, 1992; pp. 36-44.
33
Ibid., p. 45; y Feijóo, op. cit., vol. I, p. 87.
34
Unanue, op. cit., p. 178.
35
Parroquia del Sagrario de Trujillo, libro de defunciones de 1742 a 1767, año 1754, foja 65 va.; el propio Martín del Risco y Montejo
figura sepultado en San Francisco el 2 de octubre de 1753, asentada su defunción en el mismo libro a f. 62 va.
hacienda de panllevar Cartavio, adquirida por su familia a los descendientes del acaudalado gallego don
36
Domingo de Cartavio Lantia.

35 Grupos familiares como éstos no fueron inmunes al proceso de decadencia de la producción azucarera y
por lo tanto de las haciendas trujillanas de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Este fenómeno,
observado por Susan Ramírez en las igualmente afectadas haciendas lambayecanas, se habría debido en
gran parte a la creciente producción de azúcar en otras regiones americanas, con lo cual la oferta fue
37
resultando desproporcionada a la demanda y por consiguiente los precios colapsaron. Siguió
produciéndose azúcar trujillana, pero sin el rendimiento que ofreciera en la segunda mitad del siglo XVII y
comienzos del XVIII, agravándose la crisis en las décadas siguientes. Para 1802, según un informe del
comerciante Tiburcio Urquiaga y Aguirre, no se producían más de 15,000 arrobas anuales, habiendo
disminuido notablemente la presencia de esclavos. Urquiaga describía, con una visión empresarial, al campo
trujillano en "desgracia", en un estado semi desamparado. De los antiguos cañaverales sólo sobrevivían
como tales unos nueve, que producían mayormente un azúcar de mala calidad, denominada "chancona".
Por lo mismo, los propietarios no podían cancelar los intereses anuales de diferentes gravámenes y cargas
financieras que se volvieron las estocadas finales de un negocio moribundo. Al impedir tales cargas un
accionar más dinámico en la conducción de los centros agrícolas, éstos se fueron haciendo más vulnerables
ante la ya referida competencia externa, no pudiendo los trujillanos reducir costos ni, en suma, ofrecer la
38
respuesta requerida para repuntar nuevamente.

3.2. Los obrajes y el comercio

36 A pesar de la visible decadencia de un fuerte sector de la élite trujillana, vinculada como principalmente
estuvo su prosperidad al curso de la economía azucarera de la región, hubo integrantes de dicho
conglomerado de familias "notables" que pudieron mantener o aún labrar fortunas, adecuándose a las
nuevas "reglas de juego" y diversificando su cartera de inversiones, como tendremos ocasión de ver. Estos
fueron los individuos o grupos comprometidos con la producción textil en los llamados obrajes, aquellos que
incursionaron en la actividad minera y los que supieron vincular los mercados generados por urbes y minas
con los centros que abastecían sus diversas necesidades: los comerciantes.

37 Los obrajes durante el período virreinal proporcionaban productos a un mercado especialmente


interregional. El área obrajera por excelencia en las proximidades de Trujillo fue la provincia de
Huamachuco, que contó con unos 15 centros manufactureros cuyos textiles "baratos" no competían con los
textiles de Castilla, de mayor precio y para un mercado más exigente. Los obrajes pertenecían al mundo
rural serrano y combinaban la producción de lanas, en vastas estancias ganaderas, con el trabajo
manufacturero. El negocio se basaba en la autosuficiencia, consistente en proporcionar los propios
productores los insumos necesarios, y en la reducción de todo costo monetario. La mano de obra, en este
caso, se obtenía de indios o mestizos yanaconas, semi-asalariados y en menor medida mitayos, así como de
unos cuantos esclavos, todo lo cual demandaba pocos egresos monetarizados. Las transacciones monetarias
se circunscribían a la venta de paños y ganado y, simultáneamente, a la compra de algún insumo como añil,
usándose el dinero obtenido (cuando se contaba con moneda circulante) para satisfacer cargas financieras,
39
impuestos, los salarios que fuesen necesarios y, por supuesto, para la repartición de utilidades.

38 Hasta su expulsión en 1767 fueron los jesuitas los dueños de algunos de los principales obrajes norteños,
tales como Chota, Motil, San Ignacio y San José de Parrapos, y, sin duda, los más exitosos empresarios
manufactureros y comerciantes de los textiles por ellos producidos. Pero ya desde antes de la transferencia

36
Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 113-114 y 125; ver también Zevallos Quiñones, Jorge, en "Notas sobre trujillanos..." en vol. II de Feijóo, op.
cit., p. 107.
37
Ramírez, Susan, op. cit., pp. 211-257.
38
Macera y Marques, op. cit., p. 182; ver también Coleman, op. cit., p. 186.
39
Véase Salas de Coloma, Miriam: "Crisis en Desfases: Mineros y Textiles", en Las Crisis Económicas en la Historia del Perú. Heraclio
Bonilla (editor), C.L.H.E.S. y Social, y Fundación Friedrich Ebert; pp. 140-143; Lima, 1986.
de dichos centros a manos de emprendedores mercaderes laicos, a través de los remates llevados a cabo
por la llamada Junta de Temporalidades, hubo familias de la élite trujillana que compartieron el espacio de
la actividad obrajera con la Compañía de Jesús, y que siguieron en él a lo largo de varias décadas hasta el
40
ocaso del sistema virreinal.

39 Entre las familias más notorias que se dedicaron a producir textiles en los centros instalados en sus
estancias ganaderas estuvieron los Aranda y sus próximos parientes los Orbegoso. La trayectoria americana
de la primera de estas familias la inició a comienzos del siglo XVII el trujillano (de Extremadura, España) don
Martín de Aranda y Porras, maestre de campo que fue alcalde provincial de la Santa Hermandad en
Cajamarca, Huambos y Huamachuco. Desde 1651 figura como propietario de la hacienda de Angasmarca,
que habría de contener uno de los principales obrajes de la región y que legaría a sus descendientes. Su hijo,
el general don Juan de Aranda y Castro, participó en la repulsa del filibustero Edward Davis y en la
construcción de uno de los baluartes de las murallas de Trujillo, lo que le valió luego no sólo la alcaldía de
Trujillo y el corregimiento de Chachapoyas y Moyobamba, sino también un hábito de una de las órdenes
militares. El hijo de éste, don Martín de Aranda y de la Torre (1695-1766), se hizo acreedor, tanto por los
recursos que le proporcionaba Angasmarca como por sus méritos y los de sus antecesores, a ser nombrado
corregidor de Trujillo (1755) y de Huamachuco (1759), como luego se verá. Por su hija María Teresa, casada
con el maestre de campo Pablo del Corral, habría de unirse la principal herencia de los Aranda, la hacienda y
obraje de Angasmarca, con el complejo obrajero de Santa Rosa de Calipuy, que a finales del siglo XVIII era
41
uno de los más importantes de Huamachuco.

40 Una de las hijas de don Martín de Aranda y Porras, doña Josefa, había casado el 13-VIII-1651 con don
Bartolomé de Orbegoso-Isasi y Garrón de Urrutia, nacido en Bilbao de antigua familia guipuzcoana, siendo
éstos tronco de la familia de Orbegoso en el Perú. A comienzos del siglo XVIII esta familia adquirió la tierra de
Chuquisongo, que habría de contar con otro obraje importante y que sería, en el siglo XIX, el principal bien
patrimonial del mariscal don Luis José de Orbegoso, presidente del Perú, como lo hubiera sido de su padre,
don Justo de Orbegoso y Burutarán. Precisamente por dedicarse a la administración de Chuquisongo y a la
comercialización de sus productos –fuera de los ruinosos intereses amayorazgados de su mujer doña
Francisca de Moncada Galindo y Morales– don Justo había renunciado a la carrera de las letras y al
importante empleo de oidor de Quito (para cuya designación la corona habría tenido en cuenta no sólo sus
42
capacidades sino los vínculos que desde Trujillo podían estrecharse entre Quito y Lima).

41 Los obrajeros más dinámicos fueron crecientemente exportando paños por vía marítima a Santiago de
Chile y Panamá (siguiendo con ello la ruta del azúcar) y así compitiendo con los textiles de Cuenca en los
mismos mercados. Fue un negocio cuyo volumen y rentabilidad aumentaban en momentos de conflicto
internacional entre España e Inglaterra, cuando se cerraba o restringía el comercio desde Europa y los
obrajes podían producir mejores paños para cubrir las necesidades del mercado americano. En 1802, por
ejemplo, los mayores obrajes obtuvieron entre doce y catorce mil pesos de ventas anuales y, existiendo
entre seis y ocho obrajes de gran producción, las ganancias globales ascendieron a una suma entre 72,000 y
112,000 pesos. Fueron muchas veces los propios dueños de obrajes quienes comercializaban sus paños,
negocio a través del cual ganaron un vasto conocimiento de mercados lejanos, así como lazos de amistad,
43
cuando no familiares, con habitantes de ciudades ubicadas a gran distancia de Trujillo.

42 Sin duda eso fue lo que sucedió a mediados del siglo XVIII con uno de los mayores comerciantes afincados
en dicha ciudad, don José Muñoz de Torres Bernaldo de Quirós. Nacido en Concepción (Chile) en 1708

40
Para las haciendas que pasaron de los jesuitas a manos de inversionistas laicos ver Aljovín de Losada, Cristóbal: "Los Compradores de
Temporalidades a Fines de la Colonia", en: Histórica, vol. XIV, N° 2, pp. 183-233; Lima, 1990.
41
Chauny de Porturas, Gilbert: "Los Sánchez de A randa", en: Revista del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas; N" 14, pp.
79-106; Lima, 1965.
42
Ibid. y Varela y Orbegoso, op. cit. pp. 16-30.
43
Macera y Marques, op. cit. 185-187; y Larson, Brooke: Colonialism and Agrarian Transformation in Bolivia. Cochabamba 1550-1900;
Princeton University, New Jersey, 1988; pp. 258-269.
(contando con antecesores trujillanos que permiten suponer un vínculo comercial estrecho entre Chile y el
norte del Perú ya desde el siglo XVII), se había radicado en Trujillo desde poco antes de 1739, atraído por
intereses mercantiles. Poco después contrajo ventajoso matrimonio con doña Francisca Santoyo de la
Huerta, cuya familia habría bienvenido el dinamismo de José Muñoz y pasado por alto su procedencia
44
foránea o carencia cualquiera, en atención a la muy madura edad de la novia.

43 El enlace con Francisca Santoyo le dio acceso a la propiedad de las mayores haciendas en el valle de Virú,
con unas 1070 fanegadas (dedicadas a la producción azucarera y de panllevar), que se unieron a 300
fanegadas que más adelante poseyó don José Muñoz en el mismo valle (igualmente para producción de
panllevar) y 300 en el valle del Santa (alfalfares), fuera de otras tierras de cuyo interior se extraía carbón
para su venta en Lima. Todos estos bienes, así como los vínculos de parentesco propios y a través de su
mujer, le concedieron requisitos suficientes para ingresar de regidor en el cabildo de Trujillo, de donde fue
alcalde ordinario en 1742. Dos años más tarde, la monarquía consideraba suficientes sus méritos, fortuna,
alianzas y prestigio como para concederle el título de Castilla de marqués de Bellavista (segundo en
conferirse en Trujillo y el tercero en portarse en dicha ciudad), coronando así su meteórica carrera. Su
patrimonio se vería luego acrecentado con la compra hecha al ramo de Temporalidades de las haciendas y
obrajes de Chota y Motil, que según viéramos estuvieron entre los centros manufactureros de textiles más
importantes del norte del virreinato. La producción de estos obrajes fue destinada por Muñoz tanto a
mercados fuera del Perú como locales, sin duda incluso en los centros mineros de Huamachuco (provincia
en que se encontraban sus obrajes), Pataz o aún en las nacientes minas de Hualgayoc. El caso del primer
marqués de Bella vista, quien antes de fallecer súbitamente en 1785 se hubiera desempeñado como
corregidor y justicia mayor de Trujillo, es uno de los más claros de diversificación económica, que le permitió
consolidar una sólida fortuna de la que fueron herederas sus hijas María Josefa Isabel –la segunda
45
marquesa– y Angela.

3.3. Mineros y comerciantes

44 Vemos así como los textiles "de la tierra" producidos en los referidos obrajes eran consumidos, además
de por la plebe trujillana, por los trabajadores mineros de la provincia y los centros productivos aledaños.
Estos centros fueron un mercado significativo, especialmente luego del descubrimiento de los yacimientos
de Hualgayoc en 1771, lo que volvió a la región norteña en importante productora de plata hasta comienzos
del siglo XIX. En efecto, los centros mineros de Hualgayoc, Huamachuco y Pataz consiguieron contribuir con
la cuarta parte de la producción de plata de todo el virreinato del Perú, "boom" (relativo, por cierto) que
inyectó un nuevo dinamismo económico en Cajamarca y la propia Trujillo, abriendo posibilidades de
46
creación de nuevas fortunas.

45 Katharine Coleman menciona que muchos trujillanos migraron a los centros mineros de Hualgayoc y
Huamachuco en las últimas décadas del siglo XVIII. Estos flujos y reflujos de población entre Trujillo y
Cajamarca crearon fuertes lazos entre las élites mineras, comerciantes y aún terratenientes de ambas
provincias, entremezclándose los negocios, los lazos de parentesco y la participación en el aparato
burocrático-administrativo de dichos lugares. Fueron los comerciantes los que suplían de insumos y de
capitales a los mineros, deviniendo muchas veces (para cubrir sus acreencias o por diversificación de sus
47
actividades) en dueños, a su vez, de minas importantes.

46Un ejemplo claro de gran mercader peninsular, dedicado asimismo a la minería y a la agricultura, lo ofrece
don Cristóbal de Ostolaza y Balda, natural de Guipúzcoa, llegado al Perú después de 1760. Casado con doña
Ana Josefa Martínez del Río y Sedamanos (hija de una Sedamanos y Cartavio), accedió por ese vehículo a

44
Zevallos Quiñones: "Notas sobre trujillanos..." en Feijóo, op. cit., vol. II, p. 102; y Tálleri Barúa, op. cit., p. 136.
45
Ibid.
46
Fisher, John: Minas y Mineros en el Perú Colonial 1776-1824; Instituto de Estudios Peruanos; Lima, 1977; pp. 9-114 y 153-241.
47
Coleman, op. cit. y Fisher, John: Matrícula de los Mineros del Peni en 1790; Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1975;
pp. 22-28.
uno de los círculos familiares más prominentes de Trujillo, tanto en prestigio social como en bienes raíces.
No por ello se desvió de su principal actividad –el comercio–, en la que destacó por sobre otros mercaderes
del área según se desprende de los registros de la Real Aduana trujillana. Los rubros que comerciaba iban
desde efectos europeos, licores de otras regiones peruanas y aún textiles "de la tierra". Estos negocios
pronto lo vincularon a la naciente minería de la región, figurando en la matrícula de mineros del Perú en
1790, con dos minas de plata en labor en el distrito de Hualgayoc. Aunque su testamento hecho en 1815 no
ofrece detalles sobre el cúmulo de sus bienes, debieron ser lo suficientemente cuantiosos como para
asegurarle una plaza de regidor perpetuo en el cabildo trujillano e incluso la financiación de un regimiento
propio, que por conducirlo en su calidad de teniente coronel de los reales ejércitos fue llamado "regimiento
48
de Ostolaza".

47 Los comerciantes crearon en parte "la región del norte", que nunca tuvo la vitalidad del sur andino. No
tuvo tan gran mercado o imán como Potosí en la región sureña del virreinato, que arrastrara hacia sí toda la
producción del área. Pero aunque fueron una serie de ciudades las que rivalizaron entre sí por la hegemonía
mercantil, tuvo Trujillo un puesto preeminente si no una supremacía total (teniendo como tuvo en
49
Cajamarca a una competidora, especialmente luego del auge minero del último tercio del siglo XVIII).

48 Además de algunos criollos como Bellavista (éste nacido lejos de la "región del norte" del virreinato
peruano), fueron peninsulares como Ostolaza los grandes mercaderes en Trujillo durante el siglo XVIII y
comienzos del XIX(como también en otros puntos de la América española), sin que mediara legislación
especial que los favoreciese. Su predominancia debió estar en parte relacionada al tipo de comercio que se
realizaba: la significativa importación de efectos de Europa, para lo cual contaban con extensas redes de
parentesco y de amistad no sólo en las ciudades norteñas, sino incluso en Lima, Valparaíso o la propia Cádiz.
El apoyo de la corona sí fue evidente y decisivo para los peninsulares en la administración pública, y los
mercaderes estuvieron frecuentemente aliados a los burócratas, asistiéndoles financieramente y recibiendo
50
de ellos concesiones y beneficios, cuando no fueron tanto lo uno como lo otro.

49 Como en el caso de Bellavista y Ostolaza, los mercaderes españoles más exitosos pronto se relacionaron
con las familias de la élite terrateniente de Trujillo y, asumiendo la mentalidad de ésta, invirtieron a su vez
los recursos que les proporcionara sus actividades comerciales en la compra de haciendas o en el
equipamiento y mejoras de las tierras de sus esposas.

5 0Algunos de los ejemplos más notables en este sentido son los de sendas "ramas pegadizas" de la familia
Lavalle y Cortés, constituidas por los mercaderes Antonio López de Bustamante y José Antonio de Cacho,
casados ambos con hermanas del primer conde de Premio Real, cuyo padre había seguido anteriormente el
mismo patrón al llegar de Vizcaya y desposarse en una familia de hacendados trujillanos (los Cortés y
51
Cartavio, próximos parientes de la mujer de Ostolaza). Tanto López de Bustamente como Cacho figuran
entre los comerciantes importadores más activos de acuerdo a los registros de la Real Aduana de Trujillo,
extendiendo sus actividades fuera de los ámbitos de dicha ciudad y vinculándose con los intereses
52
económicos de las regiones periféricas. Similar al suyo fue el caso de dos hermanos peninsulares, los
opulentos comerciantes y luego hacendados y burócratas Juan Alejo y Juan José Martínez de Pinillos, que

48
ADT, testamento deCristóbal de Ostolaza y Balda, del 14 de marzo de 1815 ante Manuel Núñez; legajo 544, f. 155; Varela y
Orbegoso, op. cit., p. 174; Fisher: Matrícula...p. 23.
49
Aldana, op. cit. y Sempat Assadourian, Carlos: El Sistema de la Economía Colonial: Mercado Interno, Regiones y Espacio Económico;
IEP, Lima, 1982.
50
Fisher: Gobierno y Sociedad Coloidal...; p. 22, para la unión entre comerciantes, terratenientes y funcionarios.
51
Lo de "ramas pegadizas" lo menciona Céspedes del Castillo, Guillermo, en "América Hispánica (1492-1898)"; en: Historia de España;
editor Manuel I uñón de Lara; Barcelona, 1980. Para los Lavalle, además de Varela y Orbegoso, op. cit., pp. 145-162, ver Mazzeo,
Cristina Ana: El Comercio Libre en el Perú. Las estrategias de un comerciante criollo: José Antonio de Lavalle y Cortés (1777-1815);
Fondo editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú; Lima, 1994.
52
AGN, libros de aduana de Trujillo 1779-1788 y 1789-1798.
casaron con dos hijas de José Antonio de Cacho y cuya historia, seguida por Susan Ramírez en tanto grandes
53
terratenientes en Lambayeque, retomaremos en algunos de sus aspectos más adelante.

4. LAS FAMILIAS NOBLES FRENTE AL PODER REGIONAL Y LOCAL

4. 1. El gobierno provincial: corregidores e intendentes

51 La primera instancia gubernativa en Trujillo hasta 1784 fue constituida en lo civil, judicial y militar, por el
corregimiento de la provincia. Por reducido que oficialmente aparezca en el mencionado año el sueldo
correspondiente a dicho cargo –3,240 pesos, según nos lo refiere Katharine Coleman– los funcionarios que
lo ejercieron habrían tenido acceso a cifras mucho mayores, si su procedimiento y las posibilidades
regionales ofrecieron alguna semejanza con lo sucedido en otras zonas del virreinato peruano. Pareciera
indicarlo el afán que por poseer y ejercer el cargo de corregidor desplegaron los miembros de muchas de las
más connotadas familias trujillanas, sea en su propia provincia o fuera de ella, debiendo haber visto en tal
posición no sólo el prestigio que proveía –ingrediente sustancial por cierto– sino su poder político y ventajas
54
económicas.

52 A manera de ejemplo, tengamos presente que a lo largo del siglo XVIII ocuparon el puesto de corregidor,
justicia mayor y teniente de capitán provincial de Trujillo o provincias circunvecinas personajes como Nicolás
de Bracamonte-Dávila y del Campo, trujillano que fue mayorazgo de Peñaranda de Bracamonte en
Salamanca, España, además de dueño de varias tierras en los valles próximos a la ciudad de su nacimiento,
antes de ser designado corregidor de Trujillo de 1721 a 1723; don Miguel de Orgegoso-Isasi y Gamarra fue
55
corregidor de Huamalíes y Conchucos antes de su muerte en 1750 ; a mediados de siglo, en 1755, fue
nombrado para ocupar el corregimiento trujillano –según viéramos– el obrajero de Angasmarca don Martín
de Aranda y de la Torre quien, en 1759 hubiera de ceder su puesto a Miguel Feyjóo de Sosa, pasando a ser
56
corregidor de Huamachuco y Cajamarca; y el último corregidor de Trujillo, antes de la creación de la
intendencia provincial, fue el también mencionado marqués de Bellavista (don José Muñoz), quien ocupó el
57
puesto de mayo de 1776 a diciembre de 1784. La tradición de ejercer corregimientos por parte de las
primeras familias regionales se remontaba al tiempo de los Austrias, y cuando no accedían a ser la cabeza,
58
muchos fueron tenientes de corregidor tanto en Trujillo como en provincias aledañas.

53 No contamos con estimados de lo que pudieron estos funcionarios recabar para sus bolsillos ejerciendo
tales cargos, cuidándose como lo hacían de no dejar constancia de ello. Pero la colocación de un Aranda
dueño del obraje de Angasmarca, o de un marqués de Bellavista –que para fines de la década de 1770 ya era
dueño de los obrajes de Chota y Motil– permite deducir la enorme ventaja que a estos señores les supuso
controlar el corregimiento de Trujillo y provincias próximas, en donde se aseguraban un mercado para sus
productos manufacturados u otros importados que pudieron contar con su intermediación, calzando con la
59
imagen de corregidor-comerciante descrita por Jürgen Golte.

54 Los excesos cometidos por este tipo de funcionario colonial –y las reacciones violentas a que
crecientemente dieron lugar en el virreinato– contribuyeron a decidir a la monarquía borbónica a rediseñar
el espacio administrativo, terminando así con la bicentenaria historia de los corregidores. En 1784 se
crearon las intendencias –siete al interior del territorio peruano–, siendo la trujillana una de las más grandes
en tamaño y población. En general, los nuevos intendentes habrían de ser mayoritariamente peninsulares,

53
Ramírez, Susan E., op. cit., pp. 244-247.
54
Coleman, op. cit., p. 405. Sobre los individuos de familias nobles trujillanas ocupando tales cargos, ver Varela y Orbegoso, op. cit., y
Zevallos Quiñones: "Notas..."
55
Varela y Orbegoso, op. cit., pp. 19 y 92.
56
Chauny de Porturas, op. cit., pp. 96-97.
57
Tálleri Barúa, op. cit., p. 136.
58
Véase Varela y Orbegoso, por la ocupación de tales cargos a lo largo del período virreinal.
59
Golte, Jürgen: Repartos y Rebeliones; IEP, Lima, 1980.
para procurar evitar así compromisos e intereses particulares locales. En Trujillo los dos intendentes oficiales
hasta poco antes de la Independencia procedían de España, desempeñándose cada uno con moderado
acierto y durante prolongados períodos: Fernando de Saavedra, de 1784 hasta su muerte en 1791, y Vicente
Gil de Taboada (sobrino del virrey bailío frey Francisco Gil de Taboada, que lo designó para el cargo), de
60
1791 hasta 1820.

55 Fue un criollo trujillano, sin embargo, quien ocupara interinamente el cargo de intendente de 1806 a
1810, durante un dilatado viaje de Gil de Taboada a la metrópoli: Felipe del Risco y Aviles, perteneciente a la
importante familia extendida va mencionada e hijo del propietario de la hacienda Mocan asesinado por sus
esclavos en 1754. Es cierto que su nombramiento provisional se habría debido a su relación de parentesco
con el virrev marqués de Aviles: remota con éste pero próxima a través de su esposa –la única virreina de
origen criollo–, doña Mercedes del Risco y Ciudad. Pero el precedente fue sentado, lo que permitiría al
61
limeño marqués de Torre Tagle ser designado intendente al retiro de Gil de Taboada en 1820.

56 El recuerdo de los corregidores quedaba de algún modo vivo en la presencia de subalternos del
intendente, denominados subdelegados, muchos de los cuales siguieron siendo criollos muy vinculados a las
regiones donde habrían de desempeñar sus cargos. José Clemente Merino y Arrieta, trujillano e hijo
secundo-génito del penúltimo mayorazgo de Facalá, fue a comienzos del siglo XIX subdelegado de Piura –que
quedaba dentro de la jurisdicción de la intendencia de Trujillo–, mientras que Mariano de Ganoza y Cañas,
criollo de Chile cuya familia se hallaba firmemente vinculada con el comercio y minería de la intendencia
trujillana –fuera de haberse casado Mariano en primeras nupcias con una hija del primer conde de Valdemar
de Bracamonte y en segundas con una hija de los IV condes de Olmos– fue subdelegado de Huamachuco
durante la misma época, asegurando el mercadeo de los textiles de los Orbegoso de Olmos producidos en
62
Chuquisongo.

4. 2. El gobierno de la ciudad

57 Al igual que en otras ciudades españolas en América, el cabildo trujillano fue controlado principalmente
por familias locales, firmemente establecidas en la región por sus intereses económicos y lazos de
parentesco. A lo largo del siglo XVIII, como en tiempos precedentes y posteriores, la administración de la
urbe corrió a cargo de alcaldes designados o elegidos, y regidores perpetuos de donde se reclutaba
generalmente a los alcaldes, procuradores generales, jueces de agua y síndicos de rentas. Miembros de los
clanes de Herrera y Vallehermoso, del Risco, Cabero, Moncada, Bracamonte, Zurita, de la Huerta –y sus
parientes políticos de más reciente llegada– figuran repetida y constantemente en las relaciones de
miembros cabildantes cuya influencia siempre se dejó sentir (aun cuando muchas veces negligente o
63
pasivamente).

58 Uno de los casos más notorios de poder ejercido por una familia fue el de los referidos hermanos Juan
Alejo y Juan José Martínez de Pinillos y Larios, llegados en el último cuarto del siglo XVIII de Nestares,
Logroño, a desempeñar una variedad de cargos importantes que se fueron multiplicando, ampliando su
64
riqueza e influencia. Como señaláramos, Susan Ramírez se ha detenido ya en la trayectoria lambayecana
de estos hermanos, narrándonos como luego de adquirir las haciendas de Pomalca, Collud y Samán, se
valieron de su amistad con el subdelegado local para imponerse abusivamente por sobre los derechos de los
65
indios chiclayanos y hacer creciente uso de las tierras de éstos para el pastoreo de su ganado.

60
Fisher, John: Gobierno y Sociedad Colonial...
61
Ibid., 264-265.
62
Varela y Orbegoso, op. cit., p. 189 por Merino, y p. 20 por Ganoza (se equivoca llamándolo corregidor en lugar de subdelegado).
63
Larco Herrera, Alberto (prol. y ed.): Anales de Cabildo. Trujillo, 1912.
64
Varela y Orbegoso, op. cit., pp. 127-129.
65
Ramírez, Susan, op. cit. pp. 244-247.
59 Juan Alejo fue, además de regidor del cabildo y procurador general de la ciudad de Trujillo, subdelegado
de marina de la costa de la intendencia norteña. Más importante aún fue su hermano Juan José, quien
llegado de capitán de infantería, antes de cumplir los 30 años alcanzó en 1781 a ser corregidor y alcalde
mayor de minas de Chachapoyas, Lamas, Luya y Chillaos, siendo en 1783 promovido a corregidor de
Cajamarca. Fue asimismo alcalde de Lambayeque y luego de Saña y, más adelante, de la ciudad de
66
Trujillo. Allí alcanzó uno de los cargos de mayor prestigio tradicional en las urbes virreinales: el alferazgo
real. Siendo el que ocupaba este puesto el abanderado ecuestre que portaba el estandarte de la ciudad,
resultaba en ser un símbolo de la misma, por lo cual era requisito indispensable su nobleza y solvencia
67
probadas. La riqueza de los Martínez de Pinillos se iba haciendo cada vez más evidente, mientras que la
calidad de su familia debió quedar de manifiesto al presentarse "las ejecutorias de nobleza de don Juan José
i don Juan Alejo Martínez de Pinillos, libradas a su favor por la sala de Hijos-Dalgos de la real Chansillería de
68
Valladolid en 26 de mayo de 1793" .

60 El alferazgo real de Trujillo ofrece un interesante ejemplo de cargo público controlado por un grupo
familiar, que trasmitía su posesión siguiendo un riguroso orden hereditario. Dicho cargo fue ejercido por
diversos vecinos notables desde la fundación de la ciudad, pero desde 1668 quedó vinculado en la persona
del capitán Juan Bautista de Nava, "para él y sus descendientes y sucesores". En 1701 heredó el cargo su
yerno el licenciado Juan de Moncada Galindo, descendiente del toledano don Eugenio Belluga de Moncada y
Sarauz (fallecido en Saña en 1618), que también hubiera ejercido el alferazgo real a comienzos del siglo XVII.
La rama mayor de los Moncada había entroncado con los mayorazgos de Galindo y más adelante con los
condes de Olmos, de forma tal que a lo largo del siglo XVIII el alferazgo real de Trujillo estuvo identificado con
69
dicho título.

61 Al fallecer el segundo conde de Olmos en 1728, su viuda (y sobrina) hubo de luchar con el cabildo para
que se reconociese a su único hijo como sucesor al cargo, a pesar de contar con apenas siete años de edad.
Ocupando un tío del niño el puesto interinamente, la condesa obtuvo en 1733 del virrey de Castelfuerte la
ratificación del alferazgo en su hijo, quien lo ejerció hasta poco antes de su muerte en 1782. Este tercer
conde de Olmos tuvo cuatro hijas, sucediéndole en el cargo el maestre de campo (y ex-corregidor de
Cajamarquilla) don Francisco de la Quintana, marido de la mayor –Josefa– quien poseyó además los
mayorazgos de su casa hasta su fallecimiento en 1788 (cuando recayeron en su hermana segunda, Francisca,
casada con Justo de Orbegoso). Ya para 1784, sin embargo, de la Quintana había renunciado al alferazgo sin
70
nombrar sucesor, por lo que el cargo fue sacado a remate.

62 Fue en dicho año de 1784 en que el mencionado Juan José Martínez de Pinillos compró el oficio de
alférez real, que traía consigo la vara de regidor, teniendo como su teniente a su referido hermano Juan
Alejo. El cargo lo ocupó hasta su supresión a finales de 1820, con el advenimiento de la independencia
trujillana, compartiendo sus funciones con las de coronel de milicias, teniente coronel de los reales ejércitos
en 1813 y luego comandante militar de Trujillo y comandante general de la costa. En varias ocasiones había
71
desempeñado la alcaldía trujillana, sea titular o interinamente.

63 Esto último se materializaría curiosamente cuando Juan José Martínez de Pinillos "por el elevado
pensamiento, con que su amor a este vecindario, propuso, antes que ninguno, se eligiese por este
Ayuntamiento al Excmo. señor Príncipe de la Paz y Duque de Alcudia para alcalde ordinario de esta ciudad".
Aceptó don Manuel Godoy dicho nombramiento, rogando al alférez real Martínez de Pinillos que lo
representase durante el período de su gestión (1793-1794). Una invitación tan obsequiosa de parte del

66
Varela y Orbegoso, op. cit., pp. 127-129.
67
Tálleri y Barúa, Guillermo Luis: "El Alferazgo de Trujillo" en: Revisto del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas; N" 8, pp.
223-237; Lima, 1955.
68
Larco Herrera, op.cit.: Libro del 8 de octubre de 1794 al 17 de setiembre de 1802, p. 15; en Anales de Cabildo.
69
Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...".
70
Ibid., y Varela y Orbegoso, op. cit.
71
Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...".
alférez real y los demás miembros del cabildo, para que él favorito de la reina ocupase la alcaldía, obedecía
no sólo a servilismo cortesano, sino al deseo de obtener prácticas y muy concretas ventajas para Trujillo por
medio de los buenos oficios del príncipe de la Paz. Lo más resaltante fue la posterior apertura al comercio
del puerto de Huanchaco (1796), "con cuya franquicia todo su comercio, ya sea de expedición de sus frutos
o de retorno, así de otros frutos como de efectos de Europa, será libre de derechos incluso el de alcabala, de
72
primera venta".

64 Lo que siguió a esta gracia real sí fue evidencia de untuosa cortesanía, cuando por iniciativa de Martínez
de Pinillos y otros cabildantes se acordó solicitar un retrato de Godoy para entronizarlo en la sala capitular
del cabildo. Esto se llevó a cabo, finalmente, el 8 de julio de 1798, cuando la nobleza y vecinos más
distinguidos partieron en procesión en sus coches, siguiendo la carroza en que se colocó la pintura del
príncipe de la Paz, acompañados "con gran orquesta i música, fuegos en la calle i concurso de muchas
gentes de todas clases...que con vivas exclamaciones manifestaban su inclinación, amor i reconocimiento a
la persona de S.E. por la distinguida protección que hace a este lugar". Fueron finalmente recibidos a las
puertas de la sala capitular por el intendente Vicente Gil de Taboada y todos los demás regidores y, bajando
el retrato de su carroza, lo colgaron en dicha sala "mirando los retratos de Sus Majestades el Rey y la Reina
73
Nuestros Señores".

65 Tal comportamiento, de aparente lealtad indiscutida a la monarquía, no impediría al cabildo trujillano ser
uno de los primeros en proclamarse independiente de la soberanía española (a pesar de ser su ciudad sede,
desde Pizarro, de Cajas Reales, con personal que debió ser especialmente adicto a la corona; así como
contar con milicias reales con integrantes en variadas gradaciones). La adhesión a la monarquía de parte de
sus súbditos no resultó ser –a la larga– lo sólida que fue la relación y el compromiso con las instituciones
religiosas, tanto desde fuera como al interior de las mismas y aún después de la emancipación de España. La
alcaldía de la Santa Hermandad, la tesorería de la Santa Cruzada (hereditaria en el linaje de los condes de
San Javier y Casa Laredo) y la mayordomía de las principales cofradías fueron ininterrumpidamente
ocupadas a lo largo del período virreinal, y mientras sobrevivieron varios de estos cargos durante la
república temprana, por miembros de las más notables familias trujillanas, constituyendo firmes eslabones
74
entre el mundo civil y el religioso.

4. 3. Elite trujillana e Iglesia

66 Katharine Coleman sostiene que la sociedad española en Trujillo estuvo estrechamente vinculada a la
Iglesia, siendo ésta la más rica empleadora y un seguro refugio para muchos de los hijos e hijas de los
vecinos y hacendados locales. De hecho, la revisión de diversas genealogías e historias familiares trujillanas
75
permite confirmar esta realidad, especialmente evidente en el siglo XVII y primera mitad del siglo XVIII.

67 A pesar de que durante la segunda mitad de este siglo y comienzos del XIX, esto es durante las
postrimerías del régimen colonial que coincidió con la aplicación de las reformas borbónicas, el ingreso a
instituciones religiosas por parte de los miembros de las familias más exaltadas fue disminuyendo
notablemente (quizás como consecuencia de la influencia secularizadora de la "era de la ilustración"), aún
hubo familias tradicionales que siguieron contando con miembros en la Iglesia, donde pudieron hacer
carrera y desde donde asistieron a sus parientes para la obtención de créditos financieros, generalmente
76
aplicados en la forma de censos.

72
Larco Herrera, op. cit., Libro del 8 de octubre de 1794 al 17 de setiembre de 1902, p. 16. en Anales de Cabildo.
73
Ibid.,p. 29.
74
Ver Varela y Orbegoso por la mención de los diversos individuos de familias nobles que ocuparon dichos cargos; y Feijóo, op. cit., vol.
I, pp. 37 y 38.
75
Coleman, op. cit., p. 403.
76
Ver Várela y Orbegoso a lo largo de todas las familias por él incluidas en su estudio.
68 La cantidad de gravámenes con que se vieron afectadas la mayor parte de propiedades rurales de la élite
resulta elocuente del estrecho vínculo entre ésta y la Iglesia (ver el cuadro de las principales haciendas
77
trujillanas). En el caso de algunas familias que tuvieron mayorazgos y donde por consiguiente el grueso de
la herencia pasaba a un sucesor designado, no parecía haber cabida para que otros miembros creasen sub-
ramas desposeídas de mayores propiedades (a no ser que la creación de alguna capellanía o aniversario de
misas obedeciese precisamente al afán de premunir a algún miembro de la familia con una renta segura,
impuesta con tal pretexto sobre alguna porción de los bienes libres del fundador –mientras éstos existieran,
lo que daba lugar a otra vinculación que contenía su propio orden sucesorio). Quizás la existencia de
mayorazgos que representaban, con el tiempo (y el consumo de los bienes libres), la casi totalidad del
patrimonio de sus familias impulsó, por ejemplo, a varios de las Alas y Sarzosa –rama del marquesado de
Herrera– o muchos más integrantes de la familia Moncada a optar por la soltería o por su ingreso en
78
religión.

69 Esta última familia resulta particularmente notable en tal sentido. La primera condesa consorte de
Olmos, doña Francisca de Moncada y Nava –casada que fue con Juan de Verástegui, titulado gracias a su
desempeño burocrático en el Alto Perú a fines del siglo XVII– pudo trasmitir a sus descendientes los
mayorazgos familiares y el alferazgo de Trujillo por contar a comienzos del siglo XVIII con cuatro hermanos
frailes (además de otro, Basilio Antonio, que habría de casar con su hija Teresa y continuar así el apellido de
79
Moncada).

70 Primos segundos de dicha primera condesa de Olmos, pertenecientes a la rama menor de su familia,
fueron los religiosos jesuítas doctor don Juan de Moncada y Escobar, comisario del Santo Oficio y Obispo de
Mizque, y sus hermanos, el vicario don Antonio, igualmente comisario del Santo Oficio, y el doctor don
Baltazar de Moncada y Escobar, visitador de Quito y el Perú, así como procurador en Madrid y en Roma,
donde falleció exiliado en 1769. Tuvieron, además, dos hermanas monjas en Santa Clara de Trujillo, Rosa y
Catalina, fuera de otra, Josefa Leocadia de Moncada, casada con el mayorazgo de Facalá don Bartolomé
Tinoco Cabero de Francia (de cuya hija y descendencia entroncada con los Herrera se hará posterior
80
mención). El gran número de religiosos en familias como ésta puede explicarse tanto en una mentalidad
que otorgaba al servicio de la Iglesia el valor más elevado, como a la necesidad de ubicar a varios de sus
miembros allí donde su decorosa subsistencia quedase asegurada, especialmente en clanes como el de los
Moncada, por cuyos mayorazgos se disminuían las posibilidades económicas de los parientes colaterales a la
par que se anquilosaba o reducía la liquidez financiera de quienes habrían de encabezarlos.

71 Coleman señala que la riqueza total de la Iglesia en Trujillo sobrepasaba en mucho la del tesoro real o la
del sector privado de dicha ciudad en el siglo XVIII, siendo el sueldo del obispo de la diócesis de 28,000 pesos,
81
casi 9 veces mayor que el del corregidor en 1784. Los sueldos de los demás miembros elevados del cabildo
eclesiástico (deán, arcediano, chantre, canónigos y racioneros) fluctuaron oficialmente entre 3,000 y 1,000
pesos, pero contaron además, siguiendo a Feijóo de Sosa, con "la quarta parte en los Diezmos, el residuo de
los quatro Novenos, pagados los Curas de las Parroquias de Españoles (y) también los proventos de las
82
Memorias y Capellanías...".

72 Estas rentas adicionales combinadas explican en parte el despliegue suntuario del arcediano don Simón
de Lavalle y Cortés, hermano del conde de Premio Real, de las esposas de López de Bustamante y de Cacho,
de Pedro Ignacio y del doctor Manuel de Lavalle y Cortés, "actual director de la Real Renta de Tabacos de
Chile". El arcediano se quejaba en su testamento hecho antes de fallecer en 1804 que él "aunque era el
mayor de todos" sus mencionados hermanos, éstos recibieron "más o menos 40,000 pesos" de la masa

77
Feijóo, op. cit., vol. 1, pp. 74-136.
78
Varela y Orbegoso, op. cit. (parte dedicada a los Moncada).
79
Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...", p. 231.
80
Varela y Orbegoso, op. cit. (los Moneada).
81
Coleman, op. cit., pp. 405.
82
Feijóo, op. cit., vol. I, pp. 50-52.
sucesoria de sus padres, quedando él con varias acreencias en su contra y, por consiguiente, viéndose
obligado a solicitar al conde y a Josefa (la mujer de Cacho) diversas sumas. Pero no por ello quedó
pobremente constituido, quizás por el acceso que a fuertes ingresos le proporcionaba su cargo eclesiástico,
a juzgar por los bienes y legados que dejó. Entre estos se observan más de 2,400 pesos en alhajas de oro y
diamantes; 710 marcos de plata labrada; más de 6,450 pesos en moneda; más de 4,300 pesos en muebles,
adornos, carruajes y un esclavo; y riquísima ropa y ornamentos de "tisú de oro y plata" con diversos
sobrepuestos de "garmieles de encajes" que legaba a las iglesias de Salao, Sechura y Morro, fuera de
83
hebillas de oro, botones de diamantes y ropa de color que dejaba a varios de sus sobrinos.

73 El caso del arcediano Simón de Lavalle fue, sin duda, uno de los más saltantes en cuanto al oropel
ostentado por eclesiásticos coloniales en Trujillo, pero evidencia las posibilidades que en tal sentido podían
proporcionar las rentas de la Iglesia –unidas a patrimonios privados– aún durante las postrimerías del
régimen virreinal. Esta realidad, así como la presencia de miembros de las más connotadas familias
trujillanas en las órdenes religiosas y en el clero secular, perduraría hasta bien entrada la república, si bien
es cierto que el número de integrantes iría disminuyendo progresivamente a la par que su capacidad
económica y de despliegue suntuario, dentro del largo proceso secularizador que en mucho se consumaría a
mediados del siglo XIX (y que daría pronta cuenta, entre otras manifestaciones caducas de religiosidad, del
Tribunal de la Santa Inquisición de Trujillo, desaparecido al tiempo que el limeño). Este proceso no impediría
que, a comienzos de dicho siglo, Trujillo pudiese ofrecer a la monarquía española uno de los religiosos más
importantes del mundo hispano, en la persona de Blas de Ostolaza y Martínez del Río (hijo del mencionado
comerciante y minero don Cristóbal), que alcanzó a ser confesor y guía espiritual del príncipe de Asturias,
84
más adelante Fernando VII.

5. LA NOBLEZA TRUJILLANA EN VÍSPERAS DE LA INDEPENDENCIA

5. 1. Vigencia de la aspiración nobiliaria

74 El referido proceso gradual de secularización no parece haber encontrado análogo curso en lo que a la
conservación y culto del reconocimiento nobiliario entre las familias notables (y otras que lo fueron menos y
que insistían en sus calidades tradicionales para mantenerse "a flote" socialmente) se refiere. Luego de la
aplicación de las reformas borbónicas, siguieron teniendo importancia en Trujillo (como de hecho en otras
partes del imperio español) los expedientes de "nobleza y limpieza de sangre", las cruces o hábitos de
órdenes nobiliarias (apareciendo, junto a las anteriores, las recién creadas de Carlos III e Isabel la Católica) y
85
la aspiración a títulos de Castilla, en quienes podían albergar tales pretensiones. Y éstas parecían muy
evidentes en los trujillanos de las últimas décadas del período virreinal.

75 En 1805, con motivo del matrimonio del príncipe de Asturias (luego Fernando VII) con su prima la
princesa doña María Antonia de Borbón-Dos Sicilias, hija de los reyes de Nápoles, la corona autorizó a los
principales cabildos del virreinato del Perú a que presentasen candidatos para la graciosa concesión de
nuevos títulos de Castilla, hasta un número de cuatro postulantes. Hicieron lo propio Lima, Cuzco, Arequipa
y Trujillo, pero este último cabildo desatendió el límite en las candidaturas y, el 26 de octubre de dicho año,
envió al virrey marqués de Avilés una relación de seis personajes que se consideraba merecían semejante
distintivo. Fueron éstos el regidor Miguel Gerónimo de Tinoco y Merino, mayorazgo de Facalá; el ex-alcalde
Mariano de Ganoza y Cañas, a quien volveremos a ver; el regidor Gaspar de la Vega y Solís; el regidor
Mariano de Cáceda y Bracamonte; el hacendado y obrajero Francisco del Corral y Aranda; y el hacendado
Fermín de Matos y Risco. Ridiculizando el desmedido afán de los trujillanos por alcanzar títulos nobiliarios,
se dijo en Lima que de los seis, cuatro fueron presentados por sus indiscutibles merecimientos, mientras que

83
ADT, testamento del arcediano Simón de Lavalle y Cortés, del 8 de marzo de 1805, ante Luis de Vega Bazán; legajo 402, fs. 363 va. y
sgtes.
84
Varela y Orbegoso, op. cit., p. 174.
85
Ver Lohmann Villena, op. cit. (en todas las órdenes, especialmente la más nueva, de Carlos III).
86
los otros dos "por ser propietarios de las mejores pantorrillas que existían en Trujillo". Pero con méritos
suficientes o no, quedaron todos de lado frente a la fuerza de los candidatos limeños, que fueron los
agraciados con nuevos títulos de Castilla.

76 Luego de la concesión de los marquesados de Herrera y Vallehermoso y de Bellavista en la primera mitad


del siglo XVIII, la corona había hecho otorgamiento de un título más a un vecino de Trujillo (sin contar el
condado de San Javier y Casa Laredo, conferido a un trujillano radicado en Lima (como luego ocurriría con el
condado de Premio Real): el condado de Valdemar de Bracamonte, dado el 19 de noviembre de 1775 a don
87
Pedro de Bracamonte-Dávila y Zarzosa. El rey Carlos III le confirió el condado en atención a la antigua
trayectoria de su familia paterna en Trujillo, habiendo sido su padre don Nicolás de Bracamonte-Dávila y del
Campo, comisario general, regidor y alcalde, así como corregidor y justicia mayor de la provincia entre 1721
88
y 1723; y habiendo sido la esposa de éste y madre del beneficiado, una de las hermanas del marqués de
89
Herrera, todo lo cual hemos referido. Además de ser dueño de la hacienda y trapiche de San Francisco en
90
el valle de Chicama (con una producción de 2,500 arrobas de azúcar en 164 fanegadas), tenía fincas
urbanas y el mayorazgo de Peñaranda de Bracamonte, fundado "siglos atrás" sobre bienes raíces en la
91
provincia de Salamanca, España. Sus hermanas Estefanía y Nicolasa casaron respectivamente con el
trujillano Francisco de Cáceda y Medina –poseedor de un mayorazgo en Navarra– y el chileno (hijo de
guipuzcoano) José Alfonso de Lizarzaburu y Arbieto, dueños ambos de importantes propiedades agrícolas en
los valles trujillanos, constituyendo estas parejas familias que se contaron entre las más influyentes y bien
92
conectadas en la región,

5. 2. La trasmisión de títulos, honores y bienes

77 En los Bracamonte se da un caso de sucesión nobiliaria (o cuando menos de voluntad en dicho sentido)
en verdad insólito en el mundo hispanoamericano: de su matrimonio con Juana María López-Fontao e
Iturriaga, (única hija casada de un rico comerciante y terrateniente de origen gallego, cuyas dos hermanas
93
habían entrado en religión) , tuvo el primer conde de Valdemar de Bracamonte a dos hijas, María Josefa y
María Nicolasa, y a tres hijos, Nicolás Casimiro, Manuel (probablemente fallecido joven) y Juan Antonio, que
94
permaneció soltero. A pesar de tener descendencia masculina, que de acuerdo a la tradición y legislación
hispana debió heredarle en su título y mayorazgos, el conde extrañamente decidió dejarlos de lado en la
sucesión a Valdemar de Bracamonte, cediendo el derecho al título a su hija mayor María Josefa "por el
mucho amor y voluntad que le tengo", al tiempo de casarse ésta con el minero y comerciante don Pedro
Ventura de Orbegoso (¿sería la cesión del título vehículo de atracción de este nuevo yerno, que parecía
95
abrirse paso con gran dinamismo en las actividades mercantiles y aún mineras?). Falleciendo poco después
de casada esta hija suya, el padre obtuvo de Orbegoso la renuncia al título, esta vez para nuevamente
cedérselo a una hija, ahora la segunda de las mujeres –María Nicolasa– cuando casó con el comerciante don
96
Mariano de Ganoza y Cañas. Pero al igual que su hermana mayor, la joven desposada murió pronto, y

86
Camino Calderón, Carlos: Tradiciones de Trujillo; Imprenta Moderna-Roberto G. Otoya; Trujillo, s/fecha.
87
Atienza, Julio de, op. cit., p. 540.
88
Varela y Orbegoso, op. cit., p. 92.
89
Ibid.
90
Feijóo, op. cit., vol I, p. 112.
91
Zevallos Quiñones, "Notas...", en Feijóo, op. cit., vol II, p. 87.
92
Ibid., pp. 89 y 97.
93
Ibid., p. 98.
94
ADT, testamento del conde de Valdemar de Bracamonte del 31 de diciembre de 1799 ante Miguel Concha; legajo 304, f. 434.
95
A este Pedro Ventura de Orbegoso no se le tiene consignado en las genealogías de la familia de Orbegoso, pudiendo ser un pariente
colateral de la rama de don Justo, conde consorte de Olmos, o ser ilegítimo, en cuyo caso la cesión del título de Valdemar de
Bracamonte es más notable. Ver ADT, cesión del título, 2 de mayo de 1795, legajo 347, fs. 323 y sgtes.
96
Ibid.
Ganoza fue conminado a restituir el condado en vista de que no alcanzó a tener hijos con su mujer (como
97
tampoco los había tenido Pedro de Orbegoso con la suya).

78 Esta inexplicada actitud del primer conde de Valdemar de Bracamonte, contraria a toda tradición, quiso
justificarla en la marcada preferencia que tenía por sus hijas. Quizás sus dos hijos varones menores eran de
constitución débil (falleciendo uno muy joven y el otro quedándose soltero) –lo que sólo podemos
especular– pero fuera de algún posible malentendimiento con su hijo primogénito, Nicolás Casimiro,
entendemos su voluntad de saltarlo en la sucesión al título en razón de haber sido éste ya visto como el
heredero al marquesado de Herrera y Vallehermoso, el título más prestigioso de Trujillo, por lo que iba a
quedar muy bien provisto en términos nobiliarios (así, el padre parece haber preferido que distintas líneas
de descendencia suya quedasen investidas con títulos, que verlos concentrados en una sola, aún la
98
primogénita por varonía, lo cual resultaba la opción preferida y tradicional en otras familias nobles).

79 En efecto, dicho marquesado de Herrera y Vallehermoso y sus bienes vinculados (el mayorazgo a veces
referido "de Chiclín"), había pasado a la muerte en 1765 del segundo marqués –hermano del primero– a su
sobrino Fernando Manuel de las Alas y Zarzosa, quien falleciendo sin descendencia legítima en 1776 fue
99
sucedido en sus bienes y derechos por sus tres hermanas solteras. Estas vivieron muy retiradas en sus
devociones y en constante fastidio con su primo hermano y heredero el primer conde de Valdemar de
100
Bracamonte, quien tenía en atrasado arriendo sus tierras de Chiclín. Por ello, la última de estas hermanas,
doña Juana Rosa de las Alas y Zarzosa, decidió ceder sus derechos al marquesado de Herrera y Vallehermoso
poco antes de cumplir 90 años de edad, en favor de su sobrino Nicolás Casimiro de Bracamonte,
previamente solicitando que otros parientes suyos con mejor derecho, sus primos Ursula Sánchez de
Villamayor y el propio conde de Valdemar, renuncien a los mismos (cosa que el conde no debió estar en
101
posición moral de rechazar, por los adeudos que tenía por su posesión efectiva de Chiclín).

80 Sea como fuere, y por la muerte prematura de sus hermanas (las jóvenes esposas de Orbegoso y
Ganoza), el flamante marqués de Herrera y Vallehermoso heredó igualmente el condado de Valdemar de
Bracamonte a la muerte de su padre, junto con todos los mayorazgos y derechos anexos a ambos
102
títulos. Fue así a comienzos del siglo XIX el noble más prominente de Trujillo (por sus títulos y vínculos más
que por el brillo de su personalidad o figuración política), distinción que debieron tener muy en cuenta el
coronel Juan Antonio de Cacho y la Llata y su esposa María Josefa de Lavalle (hermana del conde de Premio
Real y del ya visto arcediano don Simón) al aceptarlo por esposo de su hija María Encarnación y dotar a ésta
algo superiormente que a sus dos hermanas, casadas nada menos que con los poderosos (pero no titulados)
103
Juan Alejo y Juan José Martínez de Pinillos.

81 Estas dotes, de algo más de 11,000 pesos para la nueva marquesa y condesa consorte, y de algo más de
10,000 pesos para sus hermanas –compuestas como era ya tradición española por alhajas, enseres y dinero
en metálico (generalmente promesas del mismo)– estuvieron dentro de un promedio advertido en los

97
Ibid., y el testamento del conde de Valdemar de Bracamonte antes citado.
98
Ibid.
99
Zevallos Quiñones, "Notas..." en Feijóo, op. cit., vol II, p. 83; ADT, testamento de doña Juana Rosa de las Alas Pumariño Herrera y
Zarzosa, del 12-111-1802 ante Miguel Concha; legajo 307, f. 61 va., N° 31.
100
ADT, el mismo testamento anterior.
101
ADT, renuncia al marquesado de Herrera y Vallehermoso a favor de don Nicolás de Bracamonte, de doña Juana Rosa Herrera de las
Alas Pumariño y García de Zarzosa, año 1798, ante Francisco Xavier de León; legajo 364, f. 28.
102
ADT, ver el inventario de bienes de don Pedro de Bracamonte y Herrera Dávila del Campo García y Zarzosa, conde de Valdemar de
Bracamonte, del 20 de diciembre de 1804 ante Miguel Concha; legajo 309, fs. 345 y sgtes., N° 175; y ADT, testamento cerrado
protocolizado de don Nicolás de Bracamonte y Fontao (ex-conde de Valdemar de Bracamonte), apertura del 23 de junio de 1831 ante
José Ayllón; legajo 443, fs. 2140 y sgtes., N° 385.
103
ADT, testamento del coronel don José Antonio Cacho y la Llata, del 10 de mayo de 1813 ante Miguel Concha; legajo 318, fs. 167 va.
y sgtes.
104
montos de las dotes de la élite no capitalina en el virreinato peruano. Casos que debieron ser
excepcionales y no influir significativamente en la estimación de dicho promedio para el ámbito trujillano, lo
constituyeron los 40,000 pesos de la dote de Josefa Luna Victoria y Zurita al casar con el peninsular José de
la Puente y Arze, y los más de 60,000 pesos de la dote de Angela Muñoz y Santoyo, hija segunda del primer
105
marqués de Bellavista, al casar en 1772 con José Alvaro Cabero. Pero por más rico que fuera este
marqués, hay que tener en cuenta que la novia era la menor de tan sólo dos hermanas, no siendo dotada la
primogénita –María Josefa Isabel– por ser la heredera a los mayorazgos de su casa. Los Cacho y Lavalle, por
el contrario, eran varios hermanos que de acuerdo a la legislación castellana habrían de recibir porciones
semejantes del patrimonio familiar, sea anticipadamente (como en las dotes) o luego de muertos los padres,
106
no habiendo (como fue el caso de los Cacho) mayorazgos que impusiesen otras condiciones sucesorias.

82 Pero las condiciones sucesorias de los patrimonios nobiliarios de Trujillo podían dar lugar a confusiones y
subsecuentes pleitos, aún existiendo mayorazgos constituidos. Tal fue el caso de la referida hija segunda del
primer marqués de Bellavista –Angela Muñoz y Santoyo– quien pretendió investir el marquesado de su
padre antes de la muerte en 1795 de su hermana mayor, la segunda marquesa. No teniendo los documentos
del litigio, sólo podemos conjeturar que doña Angela argumentase el haber recibido su hermana
desproporcionada parte de los bienes familiares, al haber cedido su madre a aquélla, en 1785, sus propios
mayorazgos (los de Zubiate, Huerta, Cueto, Llaguno, Gil, Carranza y Callejo, en Trucíos, Vizcaya; los de
Arrate, Barroeta y Durandio, en Vedia, igualmente en Vizcaya; el de Santoyo, en Carrión de los Condes,
Castilla la Vieja; y el de Escobar en las montañas de León y Asturias; todos estos mayorazgos con sus casas
solariegas y pequeños señoríos anexos) y eventualmente sus propiedades del valle de Virú. Hemos visto
como los padres quisieron compensar a su hija menor con una opulenta dote en términos provincianos,
pero esto no pareció satisfacerla, pretendiendo el marquesado y otros bienes sustanciales. Lo primero no lo
logró, al librar la Real Audiencia de Lima una Real Ejecutoria en 1802 mandando que suceda en el título el
hijo de la segunda marquesa –y sobrino de Angela– don Manuel Cabero y Muñoz Bernaldo de Quirós. Sí
retuvo doña Angela, sin embargo, las importantes haciendas y obrajes de Chota y Motil, hasta su muerte en
107
1809, en que no sobreviviéndole hijos fue heredada por los hijos de su hermana.

83 En estos últimos se suman algunas de los rasgos y características tan típicos de una aristocracia que se
aferraba, como lo hacía la trujillana, a valores e ideales tradicionales, adecuándose cuando no tenía remedio
a los nuevos tiempos y exigencias del período republicano. El hijo varón y sucesor al marquesado de
Bellavista, el dicho don Manuel Cabero, siguió en la administración básicamente rentista de sus bienes,
correspondiente a la de aquellos nobles que ya contaban con un patrimonio sólido y un prestigio
indiscutido. No le era necesario (aunque quizás sí conveniente, pues la fuerza y posibilidades de su fortuna
no fueron, ciertamente, las de su abuelo) correrse riesgos en prácticas mercantiles que en los años previos a
la independencia se hacían cada vez más obstaculizadas e inseguras. Como muchos otros nobles asentados,
optó por reforzar sus lazos familiares, casándose con su prima doña Rosa Cabero y Tagle, prima materna –a
su vez– de quien en 1820 ejerciera el cargo de intendente de Trujillo, el limeño don José Bernardo de Tagle y
Portocarrero, marqués de Torre Tagle. El refuerzo, pues, no era sólo al interior de su propia familia (por
tanto endogámico), sino que estrechaba el vínculo entre el trujillano marqués de Bellavista con algunas de
108
las familias más notables de la élite capitalina. Sin embargo, no podía saber don Manuel Cabero y Muñoz
al tiempo de su casamiento que el parentesco con Tagle habría de asistirle en el tránsito del sistema colonial
al sistema republicano.

104
Ibid., y Rizo-Patrón Boylan, Paul: "La familia noble en la Lima borbónica: patrones matrimoniales y dótales", en: Boletín del Instituto
Riva Agüero, N° 16, 1989; pp. 265-302.
105
ADT, testamento de don José de la Puente y Arce (señala la dote de su mujer) del 29 de julio de 1827 ante Juan Ortega; legajo 596,
fs. 506 y sgtes.; y ADT, recibo de dote otorgado por José Alvaro Cabero a favor de María Angela Muñoz, del 31 de octubre de 1772 ante
José Hilario Aguilar.
106
ADT, ver el testamento ya mencionado de José Antonio Cacho.
107
Tálleri y Barúa, "Los Cabero...", pp. 136-137.
108
Ibid., p. 137.
5. 3. La nobleza trujillana de la colonia a la república

84 En efecto, la posición del marqués de Torre Tagle en la intendencia de Trujillo revistió caracteres
singulares, cuando, sabedor de la proximidad del ejército libertador del sur, encabezado por el general San
Martín, y del imparable colapso del sistema virreinal, se apresuró a proclamar a fines de 1820 la
independencia de España en la región que controlaba (apoyado por buena parte de los vecinos más
notables, algunos de los cuales habían figurado preeminentemente –años antes– en las cortesanas
109
celebraciones en honor de Godoy). Se adelantó, así, en varios meses a la proclamación general que a nivel
de todo el Perú lanzaría en Lima don José de San Martín, quien en reconocimiento de su temprana adhesión,
le confirió el título republicano de marqués de Trujillo (dentro del espíritu que animó a San Martín, de
110
mantener una nobleza de nuevo cuño que sostuviese sus planes monárquicos para el Perú). Su pariente
Bellavista, que ya había sido alcalde de Trujillo en 1810, fue prontamente reelegido en 1821, siendo al año
siguiente diputado por Trujillo al primer Congreso Constituyente del Perú Republicano. Para entonces ya
había vendido las haciendas de Chota y Motil, como veremos luego, consumiendo su importe en los años
111
anteriores a su muerte en 1842.

85 Muy distinta fue la posición de su única hermana, doña María Isabel Cabero y Muñoz Bernaldo de Quirós.
A esta mujer, que permaneció soltera, se atribuye la destrucción del Acta de la Independencia firmada en
112
Trujillo el 29 de diciembre de 1820, "movida por su fuerte inclinación a la Monarquía Española". En el
desordenado episodio anterior a la consolidación del régimen republicano, se la ve en Lima, posiblemente
por razones familiares o económicas más que por ocultos compromisos con la causa realista. En agosto de
1821 se encontraba doña María Isabel prófuga en los Castillos del Callao con la señora del General Ramírez y
miles de otros refugiados en una de varias emigraciones provocadas por el pánico a un desborde popular, a
la luz de los acontecimientos independentistas. En tal condición fue denunciada por su esclava María de los
Ángeles, que junto a seis otros criados, fue dejada atrás con la orden de cuidar su casa. La esclava solicitaba,
a cambio de la denuncia, que su libertad se incluyese en el importe del tercio de los bienes de la emigrada
Cabero, que por lo mismo debían quedar confiscados. No quedó pasiva doña María Isabel, quien sostenía
que sólo había buscado un barco neutral para refugiarse en Trujillo, y obteniendo el concurso de Hipólito
Unanue que le facilitaban sus relaciones familiares, alcanzó el restablecimiento de sus bienes antes de
retirarse con toda tranquilidad (a pesar de su conocido realismo), por sus últimos años, en sus propiedades
113
trujillanas.

86 Los eventuales matrimonios de dos sobrinas de esta señora, hijas de su hermano el III marqués de
Bellavista (Mercedes y Tomasa), en los primeros años de la República, con dos hermanos Ganoza y Orbegoso
(Fernando y José Félix), enlazaría a la familia que venimos de ver con la descendiente de los últimos condes
de Olmos, que fue el grupo familiar más notable del Trujillo pre y post-independentista, en el cual se diera la
combinación de elementos tradicionales y revolucionarios quizás como en ninguna otra. Para cuando se
dieron estos enlaces, sin embargo, los jefes de ambas familias caían en la categoría de ex-marqueses y ex-
condes, pues ya bajo la dictadura de Bolívar todos los títulos nobiliarios, tanto los de origen español como
los efímeros de origen sanmartiniano, quedaron abolidos (no sería sino hasta algunas décadas más tarde
que el romanticismo tradicionalista de algunas de estas familias trujillanas las impulsaría a rehabilitar, en

109
Anna, Timothy E.: The Fall of the Royal Government in Peru; University of Nebraska Press, 1979; p. 165; y Larco Herrera, Alberto,
Anales de Cabildo, Libro del 11 de julio de 1815 al 31 de agosto de 1820, y el llamado "Libro Rojo", que va de enero de 1821 a marzo de
1823, pero donde se hace mención de que "el 29 de Diciembre de 1820, día dichoso y feliz...se proclamó la independencia, por el señor
Marqués de Torre Tagle, i se ofreció la ciudad a defender la Patria con la última gota de su sangre i en primer lugar la Religión Católica, i
se ofreció a disposición del Excmo. Sr. General Don José de San Martín Libertador del Perú (p.3).
110
Tovar de Albertis, Agustín: "Los Títulos del Perú", en: Revista del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas, № 16, pp. 111-
116; Lima, 1975.
111
Tálleri y Barúa, "Los Cabero...", p. 137.
112
Ibid.
113
Guerrero Bueno, Mónica: Lima en la agonía colonial. 1821-1824; ponencia inédita presentada en el seminario de Historia de la
Independencia llevado a cabo en la Universidad del Pacífico, en Lima, agosto de 1994; p. 14.
España y para su uso abierto en Europa o en forma privada aún en el Perú republicano, títulos como Olmos
114
o Premio Real. Los demás parecen haber caído en caducidad).

87 La combinación de elementos contrastantes no era novedad en la línea condal de Olmos, en la que ya


hemos advertido la presencia en el siglo XVIII de miembros dedicados a la vida religiosa y otros preocupados
en la perpetuación de sus poderes y prerrogativas mundanas; o el brillo de su título y vínculos ancestrales
115
seguidos de cerca por la ruina económica proveniente de la inmovilidad de sus propiedades. Ya hemos
visto como el tercer conde de Olmos –aquel en cuya minoridad retuviese el alferazgo real de Trujillo gracias
a la tenacidad de su madre– tuvo únicamente descendencia femenina que habría de sucederle en su título y
cargos. Carentes en principio de dotes líquidas, sus cuatro hijas pudieron acceder al matrimonio gracias al
prestigio nobiliario de su casa, uniéndose a miembros de ilustres familias trujillanas: la mayor, Josefa, con el
coronel de la Quintana, que investiría y luego renunciaría el oficio de alférez real; la segunda, Francisca,
casada luego de muerta sin sucesión su hermana mayor en 1788 –aportando así los derechos y bienes
familiares a sus maduros 33 años de edad– con el ya mencionado doctor Justo de Orbegoso y Burutarán; la
tercera (María Isidora) con el maestre de campo Nicolás Coronel y Unzueta; y la menor (Mariana) con el
capitán José Merino del Risco, mayorazgo de Facalá (quien manifestaría años después que no recibió un
116
céntimo al tiempo de contraer este matrimonio).

88 Según lo visto, recayó en la segunda de las hijas el título y los bienes vinculados de su familia, cargados de
gravámenes y obligaciones de todo tipo, que imposibilitaron a esta señora, pese a estar casada con un gran
terrateniente y funcionario colonial como lo fue Orbegoso, de pagar los impuestos propios al condado de
117
Olmos. Por esta razón, la corona hubo de suprimir oficialmente el título , lo que no impidió a doña
Francisca de seguirlo esgrimiendo informalmente en sociedad, ni que sus hijos dejasen de contar con sus
derechos sucesorios al mismo. Esto debió pesar en la decisión de Mariano de Ganoza (viudo de una de las
Bracamonte) de casarse con la hija mayor del matrimonio Orbegoso-Moncada, doña Mariana, proviniendo
de ellos una larga descendencia que pudo mantener preeminente posición socio-económica a pesar de las
118
dificultades del período republicano. En algo contribuiría la desvinculación de bienes amayorazgados,
coincidente en 1830 con la muerte de Francisca de Moncada y Morales, entonces excondesa de Olmos
(tanto por su insolvencia líquida como por haber quedado, según vimos, eliminados los títulos por decisión
de Bolívar). Al sobrevenir estos sucesos, los bienes patrimoniales familiares debieron repartirse entre la
familia habida por la mujer de Ganoza y el único hermano de ésta, que por ser varón mantuvo ciertos
119
derechos preferentes no perdidos cuando menos a comienzos de la República.

89 El hijo varón fue el célebre Luis José de Orbegoso y Moncada, revés de la moneda trujillana que tuviese
por un lado a la realista María Isabel Cabero. Con igual fervor con que esta señora se adhiriese al antiguo
régimen, el joven Orbegoso se entregó a la causa de la independencia siendo casi un adolescente, a pesar de
ser el heredero designado de los mayorazgos de Moncada-Galindo, así como yerno desde 1816 de uno de
los personajes más ligados con el sistema virreinal en la intendencia y ciudad de Trujillo: el repetidas veces
120
mencionado Juan José Martínez de Pinillos. Este había tenido a mucho honor casar a su hija María Josefa,

114
Tálleri y Barúa, "Los Cabero...", pp. 138-139.
115
Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...", pp. 223-237
116
Ibid.
117
Aliaga y Derteano, Jerónimo: "Libro Real de Lanzas y Medias Annatas deS.S. Títulos de Castilla", en: Revista del InstihitoPeniano de
Investigaciones Genealógicaf, № 9, Lima 1956; pp. 65-108 (88).
118
Varela y Orbegoso, op. cit., p. 20.
119
Ver ADT, testamento cerrado de don Justo de Orbegoso del 16 de enero de 1814, ante Manuel Núñez; legajo 543, f. 91 va.; su
inventario de bienes del 11 de abril de 1815 ante Miguel Concha, legajo 320 fs. 100 y sgtes.; y poder para testar de Mariana de
Orbegoso y Moneada, del 19 de mayo de 1828, ante José Ayllón; legajo 443, fs. 1138 y sgtes.; ver también Orbegoso, Luis José:
Memorias del Gran Mariscal: Luis José de Orbegoso, (Lima: Editores Gil S.A., 1940).
120
Ibid. Además, de don Luis José de Orbegoso y Moncada, su poder para testar del 19 de febrero de 1836, ante Juan Ortega; legajo
601, f. 29 va. y sus inventarios de bienes, del 2 de marzo de 1850 ante José Vives, legajo 628, fs. 17 y sgtes.
121
dotándola con 14,000 pesos (en dinero, alhajas, platería, ropa, muebles y una negra) , con Luis José de
Orbegoso, siendo como era uno de los nobles más conspicuos de la región y posible conde de Olmos –una
vez saneada su economía familiar–, así como descendiente de la familia que hubiese ejercido por
generaciones el derecho hereditario al cargo de alférez real, que el propio Martínez de Pinillos había
122
comprado aprovechando una coyuntura desfavorable en la familia de los condes de Olmos. La alianza
matrimonial de su hija con el legítimo heredero de los antiguos alféreces afianzaba de alguna manera su
adquisición advenediza, resultando por lo demás sumamente simbólica y representativa de las uniones
entre grupos emergentes (aun teniendo en cuenta su hidalguía en sus remotas provincias de procedencia en
España) con otros tradicionales en decadencia. No imaginaba Martínez de Pinillos que el régimen colonial
llegase a su fin mientras él tuviese vida, lograda la independencia con el avance de las corrientes
libertadoras del sur y del norte que fuese acogida y sostenida por criollos liberales como su propio yerno,
tanto más noble o conspicuo en su raigambre aristocrática –aun cuando independentista– que el propio
Pinillos con todo su proclamado realismo.

90 Los límites temporales de este estudio nos impiden extendernos en la trayectoria ulterior de Orbegoso,
que alcanzó en la década de 1830 la presidencia de la República procurando asumir las responsabilidades
del aristócrata que era llamado, por su nacimiento y oportunidades, a conducir el destino de sus
conciudadanos. Como tal fue visto tanto por autoridades de la talla del sagaz eclesiástico Luna Pizarro, como
por el público que lo aclamaba en su ciudad natal, en la misma Lima y en los pueblos del sur. Orbegoso debía
representar la promesa perdida en Riva Agüero o Torre Tagle, contrapesando la fuerza adquirida por
caudillos de distinto cuño como Gamarra. Para muchos la patria peruana debía contar con sus hijos patricios
para consolidar el tránsito del país virreinal al republicano, asegurando la trasmisión de aquellos valores
heredados de la dominación española y que aún se consideraban sagrados, principalmente los sustentados
en la religión católica y en la estructura familiar. Estos habrían de perdurar con variante intensidad con o sin
Orbegoso, que pese a sus condiciones innegables y mejores propósitos, careció de la fuerza requerida para
123
mantenerse en el poder en la muy convulsionada década de los 1830. Tendría que retirarse luego, hasta
su muerte el 5 de febrero de 1847 a una cómoda vida privada sustentada por sus bienes familiares
(liberados de vinculaciones anquilosantes aunque sujetos a particiones hereditarias ya plenamente
igualitarias, que habrían de atomizarlos posteriormente) y por los obtenidos de sus servicios a la causa
independentista (tales como la hacienda de Chota y Motil, que vendida por Bellavista antes de la
124
Independencia, sería confiscada a su propietario peninsular y luego conferida a Orbegoso).

91 Luis José de Orbegoso y Moncada no pudo colmar las expectativas derivadas de sus méritos y de la
posición que para él alcanzaron sus mayores, frustrándose una vez más el "gobierno de los mejores", que
por definición (cuando menos etimológica) correspondía ser asumido y llevado a cabo por la aristocracia de
origen virreinal, fuese ésta capitalina o regional como la trujillana. La nobleza de Trujillo, al igual que la
limeña, habría de replegarse y tratar de salvar como mejor pudiera sus bienes y un estilo de vida que se
perdía progresivamente ante la presencia creciente de agresivos inmigrantes de procedencia diversa, a los
que debió ceder el paso cuando no vincularse matrimonialmente, de acuerdo a un patrón de supervivencia
125
social seguido universalmente.

121
ADT, recibo o carta de dote de Luis José de Orbegoso a favor de María Josefa Martínez de Pinillos y Cacho; del 6 de junio de 1816
ante Miguel Concha; legajo 321, fs. 150 y sgtes.
122
Ver Tálleri y Barúa, "El Alferazgo...".
123
Basadre, Jorge: Historia de la República. Tomos I y II, Lima, 1960.
124
Orbegoso Pimentel, Eduardo: Los Orbegoso en el Perú. Lima, 1992.
125
Ver Rizo-Patrón Boylan, Paul: Familia, Matrimonio y Dote en la Nobleza de Lima. Los de la Puente, 1700-1850. Memoria para
obtener grado de Bachiller en Humanidades con mención en Historia de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 1989.
Conclusiones
92 1 La élite de Trujillo, al igual que otras en el virreinato peruano –muy especialmente la de Lima, en
la que encontró constante modelo–, fue atravesando una renovación paulatina a causa de la llegada e
inclusión en sus filas de peninsulares o criollos de otras latitudes (Chile, por ejemplo). Pero las antiguas
tradiciones de algunas de sus primeras familias subsitieron a través del lado materno, en aquéllas muy
numerosas en que las hijas se casaban con súbditos nacidos fuera de los confines de su ciudad o región.
93 2. Fue una élite abierta en el sentido de los constantes matrimonios entre criollos y peninsulares,
pero donde la movilidad fue más espacial que social. No se advierte, entre las familias más destacadas,
mestizaje con otras razas, ni siquiera con indios de origen noble, por lo que la "apertura" queda de hecho
limitada por consideraciones raciales. Por otro lado, los inmigrantes llegados de la metrópoli y enlazados con
las familias trujillanas, que constituyeron las "ramas pegadizas" (como las califica Guillermo Céspedes) de
antiguos linajes del lugar, fueron en muchos casos de origen noble, cuando menos hidalgo (quizás en mucho
por provenir de provincias del norte de España, en las que tal status estaba muy generalizado), como
parecen demostrar los estudios de caso y los abundantes expedientes de nobleza elaborados por dichos
peninsulares (entre quienes los Martínez de Pinillos ofrecen un ejemplo notable).
94 3. La de Trujillo no es una élite encasillada en una ciudad, sino que se extiende por sus diversos
intereses en toda el área del norte del virreinato del Perú (prácticamente desde Lima hasta Guayaquil, y
desde el Océano Pacífico hasta Cajamarca o aún Chachapoyas). Sus vínculos comerciales (reforzados por
parentesco) la suelen conectar estrechamente con Santiago de Chile e incluso con Cádiz y otros puertos de
significación en la península.
95 4. La mayor parte de las propiedades agrícolas o ganaderas tanto en los valles próximos a la ciudad
de Trujillo como en los de provincias aledañas son poseídos por familias criollas, mientras que el mayor
dinamismo comercial lo ejercen los inmigrantes peninsulares o de otras regiones coloniales, quienes a través
de sus actividades mercantiles incursionan –especialmente en el último cuarto del siglo XVIII– en la minería.
En la medida en que estos comerciantes consolidan su posición local y sus fortunas irán invirtiendo en la
propiedad terrateniente, o interesándose en el manejo de los bienes de las familias criollas en las que
ingresan por casamiento. Los obrajes, principalmente los de la provincia de Huamachuco (los más
importantes para Trujillo), parecen haber sido controlados casi equitativamente por peninsulares y por
criollos, distingo relativizado en la medida en que las alianzas por casamiento se iban efectuando
frecuentemente.
96 5. Exactamente igual que en el caso lambayecano (como queda definido éste por Susan Ramírez),
las propiedades agrícolas que se dedicaron al azúcar fueron las más importantes y ricas, habiendo sido el
siglo XVII y comienzos del XVIII el período más próspero. La competencia de regiones más distantes
contribuyó a la decadencia en Trujillo –como en Lambayeque– de la producción y rentabilidad azucarera. Así
como el azúcar había reemplazado por razones de otra índole a la producción triguera (en un período
anterior), el azúcar sería en mucho sustituida por el arroz y en menor medida el algodón, a fines del
siglo XVIII y comienzos del XIX, aunque seguiría siendo uno de los rubros productivos de mayor peso en las
haciendas trujillanas (en algunas de las cuales los aceites, vinos y otros cultivos de panllevar, ocuparon
porcentajes de alguna significación, tanto para el auto-abastecimiento como para contar con un pequeño
margen de diversificación) y principal fuente de ingreso de las familias hacendadas trujillanas.
97 6. Los obrajes constituyeron importantes sostenes de la economía de aquellas pocas familias de
élite que los controlaron, advirtiéndose vínculos entre éstas y ciertos funcionarios virreinales –tanto en
tiempos de los corregimientos como en el de la intendencia y subdelegaciones– que facilitaron la ventajosa
colocación y comercialización de sus productos. La minería pudo constituir una válvula de diversificación y
una fuente de ingreso adicional, pero no tenemos constancia que hubiese constituido la principal –o menos
aún el único– medio de sustento de familias de élite, siendo pocas de las más tradicionales de Trujillo que
hubiesen tenido lazos muy estrechos con este rubro. El impacto de la misma actividad parece haber sido
mayor en otros sectores sociales que encontraron en ella una esperanza de ascenso socio-económico y un
motivo de migración, creando nuevos mercados y circuitos financieros.
98 7. La relación con el Estado, a través de sus representantes locales o de personajes influyentes en la
corte española, es clave para acceder al poder (como de hecho lo fue en cualquier punto del imperio
español). Fue indispensable, asimismo, para conseguir favores personales o para la comunidad, como queda
demostrado en los beneficios alcanzados para el puerto de Huanchaco (y por consiguiente para la misma
Trujillo) mediante la adulación hecha al ministro Godoy, favorito de los reyes.
99 8. Es en el cabildo donde la élite alcanzó mayor autonomía (no tomamos en cuenta la presencia
figurada del antedicho favorito, diseñada por la élite local para el adelantamiento de sus intereses), aún
cuando el virrey interviniese frecuentemente en las elecciones de alcaldes ordinarios y de otros
funcionarios. Pero el influjo de las familias trujillanas de mayor importancia parece haber siempre
predominado, aún contando con la precedencia formal que dentro de la jerarquía lugareña tuvieron
corregidores (no siempre trujillanos de origen) e intendentes (salvo un interinato), siempre foráneos.
100 9. La Iglesia fue un refugio sustancial para numerosos miembros de familias extendidas de Trujillo,
al interior de la cual encontraban colocación decorosa y razón de ser a sus vidas, en una sociedad que
privilegiaba a algunos hijos por sobre otros (aunque legislativamente debiesen estar en bastante igual pie
todos ellos), tanto a través de vínculos diversos (como los mayorazgos), como por elegirse a unos pocos para
el matrimonio. Trujillo contó con. múltiples templos y monasterios que le imprimieron un carácter cargado
de religiosidad (no cediéndole el paso en ese sentido a otras ciudades del virreinato). Y a través de éstos y
de la institución eclesiástica toda, las familias nobles que contaron con próximos parientes religiosos y
religiosas, accedieron más rápidamente a la liquidez alcanzada con la imposición de censos y otros
gravámenes sobre sus propiedades urbanas y rurales.
101 10. La importancia otorgada a los títulos de nobleza parece quedar clara tanto en la mayor dotación
que parece se hacía de aquella hija que se casaba con un noble titulado, frente a las dotes dadas a hermanas
suyas que se casaban con personajes no titulad os (tener en cuenta el caso Cacho y Lavalle) como al acceso
que tuvieron al mercado matrimonial las hijas de nobles que no contaban con dotes (vg. las hijas del III
conde de Olmos). Las dotes nobles trujillanas, por otro lado, resultaban la tercera parte en sus montos que
las dotes nobles limeñas (éstas sobre los 30,000 pesos), pero más o menos parejas con las de otros centros
coloniales de importancia (Arequipa o Cuzco), durante buena parte del siglo XVIII y comienzos del XIX.
102 11. Las familias que recibieron títulos de Castilla en Trujillo fueron los Herrera (marqueses de
Herrera y Vallehermoso), los Muñoz (marqueses de Bellavista) y los Bracamonte (condes de Valdemar de
Bracamonte). Aparte de éstas vivió en Trujillo la familia de los condes de Olmos (los Verasátegui, los
Moncada y 1 os Orbegoso) cuyo primer titulado había obtenido su condado tras ser funcionario colonial en
el Alto Perú, así como otras familias que controlaron mayorazgos y que ostentaban hábitos en órdenes
nobiliarias. Los títulos de conde de San Javier, Casa Laredo y conde de Premio Real fueron conferidos a
trujillanos que ya no vivían en su lugar de origen, aunque por extensión otorgaban cierto timbre y prestigio a
las ramas colaterales de sus respectivas familias que permanecieron en Trujillo. Por todo ello, el carácter de
dicha ciudad norteña se presentaba como muy aristocrático y su nobleza (titulada o no) muy aferrada a sus
valores tradicionales, no obstante haberse dejado llevar por el vendaval independentista –quizás impuesto
por el dubitante intendente Torre Tagle– en 1820.
103 12. La actitud de los nobles trujillanos frente al derrumbamiento del sistema colonial y al proceso
independentista fue tan variada como en otros lugares, especialmente Lima. Hubo real istas recalcitrantes
como María Isabel Muñoz y románticos patriotas como Luis José de Orbegoso. El patriotismo de estos
últimos, sin embargo, fue quizás consecuencia de un principio de "noblesse oblige", por el cual los
aristócratas trujillanos se habrían sentido con más derecho a gobernarse y gobernar a las demás capas
sociales de su población. Para éstas, las oportunidades de acceso a los mecanismos de poder no habrían de
abrirse tan fácilmente mientras las pudiesen seguir controlando los miembros de las familias, que en la larga
duración dominaron el área de Trujillo y sus alrededores (los Bracamonte, Cabero, Ganoza, Orbegoso,
González-Orbegoso, Pinillos, Barúa, de la Puente, Luna-Victoria y otros, que siguieron figurando
preeminentemente en la región durante el siglo XIX en lo político, económico y social). Una legislación
sucesoria del todo igualitaria (una vez desaparecidos los mayorazgos) que fue subdividiendo los bienes
patrimoniales de las familias nobles, presiones económicas diversas, circunstancias de extrema dificultad a
nivel nacional y la creciente presencia de inmigrantes de nuevas procedencias a lo largo del siglo XIX y
comienzos del XX, contribuirían a alterar profundamente este panorama, que había mantenido una
prolongada continuidad, pese al quiebre con España y debido al enraizamiento de valores de origen virreinal
(vg. familia, religión, jerarquización social, tradición nobiliaria...).
ÍNDICE DE ILUSTRACIONES

Título Cuadro 1. Población de Trujillo

Leyenda Fuente: Hipólito Unanue, Guía Política, Eclesiástica y Militar del Virreinato del Perú
para el año de 1793, (Lima: Ediciones Cofide, 1985), 117 y 178.

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Título Cuadro 2. Propiedades agrarias en los valles de Virú, Chicama y Chimo

Leyenda Fuente: Miguel Feyjoo, Relación Descriptiva de la Ciudad, y Provincia de Trujillo del
Perú, (Lima: ediciones Cofide, [1763] 1984), tomo I.Código: CA: Chicama, CO: Chimo,
VI: Virú,P: Pan llevar, T: Trapiche, O: Olivar,

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