Está en la página 1de 42

Prometeos

PROMETEO

Prometeo, el que trajo el fuego a los hombres, es una de las


más grandiosas figuras que brotaron de la profundidad del
mito, y tiene una tradición literaria y artística que desde la más
lejana antigüedad clásica se extiende sin interrupción hasta
nuestros días. Al Dios del fuego en su origen, poetas y
mitógrafos lo revistieron de los más complicados significados
filosóficos y morales, haciendo de él un símbolo del espíritu
humano, en su anhelo hacia la luz y la libertad.
PROMETEO
EN LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS, HESÍODO

En Los trabajos y los días de Hesíodo, el primer


poeta que se inspira en este mito, Prometeo se perfila
con las dimensiones de un titán benéfico que anhela la
liberación de los hombres, a quienes da el fuego y las
artes contra la voluntad de Júpiter; éste envía a la tierra
a Pandora, principio de todos los males, y castiga a
Prometeo haciéndolo encadenar a una roca en el
Cáucaso donde un águila le roe el hígado, que renace
constantemente. Platón en el Protágoras recoge una
variante del mito que señala en Prometeo el creador de
la estirpe humana; además, se encuentran referencias a
este héroe en las obras de Sófocles, Eurípides, hasta en
Aristófanes y la comedia antigua, que lo convierte en
tema de ironía.
PROMETEO ENCADENADO
DE ESQUILO

Es la más fácil de las tragedias de Esquilo (525-456


a. de C.) y la más difícil: la más fácil para su
interpretación literal, la más difícil para su
interpretación crítica. Formó parte de una trilogía;
pero como no tenemos testimonios directos de cómo
aquélla estaba constituida, sólo podemos decir con
certeza que el Prometeo liberado seguía al Encadenado; en
cuanto a si el Prometeo portador del fuego abría o cerraba
la trilogía, una y otra son hipótesis igualmente
plausibles.
Tampoco sabemos nada de su fecha: podríamos
situarla entre los Persas y los Siete contra Tebas. Los
personajes de la tragedia son todos divinidades: Cratos
y Bías (Bías es personaje mudo), Hefesto, Prometeo,
Coro de las hijas de Océano, Océano, la hija de Inaco,
Hermes. La escena ocurre en una región desierta de la
Escitia, sobre un peñasco montañoso no lejos del mar.
Prometeo, culpable de haber arrebatado el fuego de los
dioses y haber enseñado su uso a los mortales, es
llevado por Cratos y Bías, dos satélites a las órdenes
directas de Hefesto, y por lo tanto de Zeus, al citado
risco, y allí lo encadenan. Durante el encadenamiento
Prometeo no profiere palabra alguna. Cuando aquellos
tres han partido, viene la grandiosa y famosísima
monodia de Prometeo: «Oh luminoso éter, oh vientos
de rápidas alas, oh fuentes de los ríos, oh sonrisa
innumerable de las olas del mar». Oyen las Oceánidas
el lamento desde el mar, y acuden.
Estamos en los primerísimos tiempos del reinado
de Zeus, poco después que éste, ayudado por el propio
Prometeo, derribó del reino a Cronos y a sus aliados,
los Titanes. Prometeo narra sus culpas a las Oceánidas,
y sobre todo cómo dio a los hombres el beneficio del
fuego. Se presenta en escena Océano. Viene para
aconsejar a Prometeo que renuncie a su arrogancia, que
muestre sumisión y juicio, y a prometerle ayuda.
Prometeo responde con ironía, rechaza a Océano y sus
consejos. Y sigue narrando a las Oceánidas con qué
beneficios más alivió, y con qué otras enseñanzas
instruyó a la infeliz estirpe de los mortales. — Pero tú,
Prometeo, ¿por qué no te cuidas de ti mismo? Día
vendrá en que también Zeus tendrá que ceder al
destino. —Aquí Prometeo oscuramente alude a un
secreto suyo que será el arma para su liberación.
En este momento entra en escena, corriendo y
agitándose desmesuradamente, una muchacha que
lleva dos cuernecitos en la frente: es lo, la lejana abuela
de Heracles, el liberador. Va corriendo por la tierra
seguida y picada por un tábano, que tal es la venganza
de los celos de Hera con-tra ella y contra Zeus. Llega
por casualidad ante el encadenado. No sabe quién es.
Después se queda asombrada al oír de boca de él el
nombre de ella. Ío cuenta al coro sus tristes aventuras;
Prometeo predice a Ío lo que le queda por padecer
todavía. Pero también le predice el fin del reinado de
Zeus, si él, Prometeo, no es antes liberado; pues tal es
el secreto que a éste reveló un día Temis-Gea, su
madre. —¿Y quién te liberará a ti? —pregunta Ío. —Un
nacido de tu decimotercera generación (en efecto,
Heracles desciende de lo después de doce
generaciones).
Así se descorre un poco el velo, y el drama se dirige
a su fin, y prepara el drama siguiente: Zeus envía
Hermes a Prometeo, porque quiere saber qué secreto es
el que tan orgullosamente dice conocer. Prometeo se
niega a decírselo. Y entonces un enorme hundimiento
de la tierra y del cielo le arrolla; la peña en que
Prometeo está encadenado se resquebraja; él se
precipita en el vacío, y desaparece. Reaparecerá en el
Cáucaso, en la tragedia sucesiva; y entonces revelará su
secreto, y Heracles le soltará de sus cadenas. El
Prometeo encadenado fue la tragedia más celebrada de
las compuestas por Esquilo, hará medio siglo, en un
ambiente espiritual especialmente propenso a
negaciones y rebeliones antiautoritarias;
principalmente a negaciones y rebeldías
antieclesiásticas. Es inútil decir que de todas las
interpretaciones es ésta la más ajena al espíritu de
Esquilo en general, y del significado de esta tragedia en
particular. Esquilo es un modelo eterno de áspera
grandeza y de entusiasmo no refinado. (F. Schlegel)

[Trad. española por Fernando Segundo Brieva


Salvatierra en Las siete tragedias de Eschylo, tomo I
(Madrid, 1942)].
M. Valgimigli
PROMETEO O EL CÁUCASO
LUCIANO DE SAMOSATA

Luciano de Samosata (hacia 125-185 d. C.) sacó de


la tragedia de Esquilo uno de sus famosos diálogos
satíricos y dramáticos: Prometeo o El Cáucaso.
Nuestro escritor, ya en sus Diálogos marinos, había
dirigido su sátira contra las creencias míticas
primitivas, mostrando lo vanas, necias y a menudo
inmorales que eran cuando se las presentaba privadas
de la poesía con que las habían revestido Píndaro o
Esquilo; en este diálogo dirige su sarcasmo contra el
principio de la eterna justicia. La escena del diálogo
ocurre en el Cáucaso como en el Prometeo de Esquilo;
el águila, que por la voluntad de Zeus ha de roer el
hígado de Prometeo, no ha llegado todavía y Prometeo
aprovecha la ocasión para desarrollar en presencia de
Hermes y de Hefesto, ejecutores de las órdenes divinas,
una apología sagaz y aguda de las culpas que le son
atribuidas —distribución dolosa de las carnes en un
banquete de Zeus; creación de los hombres; hurto del
fuego—: apología habilísima y conducida según todas
las reglas de la retórica, verdaderamente digna de un
gran orador.
Zeus, que con los reproches que Prometeo le dirigía
en la tragedia de Esquilo parecía como engrandecido, y
poderoso y terrible en su ira, no es aquí más que un ser
injusto e irrazonable, privado de toda grandeza y
dignidad, a quien Prometeo podrá comprar la
liberación de la terrible pena mediante una profecía
que, aun rogado por Hermes, que se apiada de él, no
quiere revelar, precisamente porque está a punto de
llegar el águila y porque será el precio de su rescate. La
ironía es aquí más fuerte que en los Diálogos marinos y
en los Diálogos de los dioses, porque no está disimulada:
tenemos delante a un verdadero héroe que,
defendiéndose a sí mismo, no sólo desarrolla un abierto
proceso de acusación contra la divinidad, sino que
convence de su injusticia hasta a sus propios emisarios.
El estilo es, como siempre en Luciano, límpido y
elegante, a propósito para poner de relieve argumentos
sencillos e irrefutables, como los de Prometeo; su
lenguaje es, por lo general, ático.

[Traducción española por Cristóbal Vidal y F. Delgado


en Obras completas, tomo I (Madrid, 1882)]
Schick.
PROMETHEUS
WOLFGANG GOETHE

El Romanticismo interpretó a Prometeo como


rebelde indómito e hizo de él uno de sus héroes. Es
célebre el fragmento dramático en verso de Wolfgang
Goethe (1749-1832), Prometheus, redactado en 1773 y
publicado póstumo en 1878.
En el discurso conmemorativo de Shakespeare que
Goethe pronunció en 1771, comenzó a diseñarse el
personaje prometeico, como fundador del género
humano, y en 1772, en la Arquitectura alemana, como
mediador entre el cielo y la tierra. El Discours sur le
rétablissement des sciences et des arts (1750) de Rousseau, la
influencia de Herder y finalmente el trabajo de
Wieland, el Diálogo en sueños con Prometeo,
contribuyeron en parte a la concepción de esta obra,
cuyos principales inspiradores fueron, sin embargo,
Esquilo y Voltaire. El antiguo mito, revivido así en la
atmósfera del tiempo, encendió la fantasía creadora del
joven poeta, que le dio nueva forma y nueva vida. El
fragmento consta de dos actos. En el primero
Prometeo, en un diálogo con Mercurio, se rebela contra
la sujeción a los dioses, reconociendo sólo la
superioridad del Hado, y rechaza la oferta de su
hermano Epimeteo de sentarse como igual junto a los
dioses del Olimpo. «Quieren compartir conmigo y yo
no tengo nada que compartir con ellos. Lo que yo poseo
no pueden quitármelo, y lo que ellos poseen que se lo
guarden». Epimeteo le reprueba su aislamiento: «Tu
orgullo ignora el placer de sentirse intimo en todo con
los dioses, contigo mismo, con todos, con el universo y
con el cielo». Pero Prometeo no reconoce otra totalidad
fuera de su propia y poderosa fuerza creadora y se
siente uno con sus propias criaturas. En la escena
sucesiva con Minerva, la rebelión se afirma
positivamente como conquista de libertad; si él hasta
ahora se había doblegado a llevar el peso que le habían
impuesto los dioses celestes, la diosa reconoce que
aquella servidumbre de él sólo ha servido para hacerlo
digno de aquella libertad, que él proclama tan
altamente para sí y para los demás hombres.

Y entonces ella le descubre el misterio de la fuente


de vida, conocida sólo por los dioses. En el segundo
acto «Mercurio anuncia a Júpiter, como para moverlo a
venganza y castigo, la alta traición de Minerva y el
bullicioso y jubiloso género humano que se agita sobre
la tierra. Y Júpiter le responde que los hombres existen
y deben existir, y que ello aumenta el número de sus
servidores, y será un bien para ellos el seguir su guía
paternal, y un mal si resisten a su brazo de príncipe. Y
como el fiel mensajero quisiera darse prisa a llevar a las
nuevas criaturas aquella palabra de bondad, Júpiter le
dice juiciosa y bondadosamente, con benignidad
sonriente: “¡Todavía no! Con fresca alegría juvenil el
alma de ellos se finge igual a los dioses. No te prestarán
oídos mientras no te necesiten. ¡Abandónales a su
propia vida!”

Era peligroso que, al desarrollar este tema, el


entusiasta acuerdo de Prometeo se convirtiese en
reverencia para con Zeus en aras de la cordura y la
armonía; y por eso el drama se encalló, y quedó
interrumpido en los fragmentos que poseemos, en los
cuales es, entre otras cosas, bellísima la primera
sensación de la muerte sobre la tierra —Pandora que
ve morir a su hija Mira— y la idea de la muerte como
suprema ebullición de vida y palingénesis, expresada
por Prometeo. Del esbozo abandonado Goethe sacó
una breve y vigorosa poesía, que es su verdadero
«Prometeo» juvenil; no el que será apaciguado por
Júpiter y se reconciliará con él, sino aquel que afirma la
inutilidad de los dioses, y el poder, plenitud y
autonomía de la vida humana» (Benedetto Croce).
«¡Cubre tu cielo, Júpiter, de nubosos vapores y
ejércete contra las encinas y las cimas de los montes
semejante a un chiquillo que descabeza cardos; pero
debes dejarme mi tierra y mi cabaña, que no has
construido tú, y el hogar, cuya llama me envidias! —
¡No conozco yo bajo el sol nada más pobre que
vosotros, los dioses! De sacrificios y de inciensos con
trabajo alimentáis vuestra majestad y os consumiríais
si no hubiese locos llenos de esperanzas, mendigos y
niños… —¿Honrarte yo? ¿Por qué? ¿Has aliviado jamás
el dolor del oprimido? ¿Has enjugado jamás las
lágrimas del afligido? ¿Y no me han hecho hombre
acaso el Tiempo omnipotente y el Hado eterno, señores
míos y tuyos? ¿Cometerías acaso el desatino de
imaginar que yo debiese odiar la vida, y huir al desierto
porque no fructifican todos mis sueños? Aquí me
mantengo firme, formo hombres a imagen mía, una
estirpe semejante a mí, destinada a padecer, llorar,
gozar y regocijarse, y a no hacer caso de ti como hago
yo».
En 1795 Goethe trabajaba en una tragedia La
liberación de Prometeo. Nos los demuestran tres
breves fragmentos de 23 versos en conjunto, el más
amplio de los cuales, de inspiración poderosa y
solemne, fue publicado en 1888.

[Trad. española por Rafael Cansinos Assens en Obras


completas, tomo III, (Madrid, 1951)].

Este titanismo del desbordante sentimiento


creador, sostenido y legitimado por Herder, que se
había educado estilísticamente en Píndaro, y que
después de la tentativa dramática se concentra en una
densa manera lírica y toma la forma del himno,
significa en la poesía de Goethe, y en la alemana en
general, el comienzo del gran estilo que las odas de
Klopstock sólo habían insinuado y preparado. La
grandeza y la fuerza, el vuelo sublime, el impulso
universal que en Klopstock se muestran sólo como
tendencia, están aquí realizados por primera vez.
(Friedrich Gundolf).

El Prometeo… me parece digno de figurar junto a las


mejores obras del maestro. (F. Schlegel).

Me parece que ningún golpe de escalpelo, al tallar


mi personalidad interior, ha penetrado tan
profundamente… como estos admirables versos del
Prometeo. Nada de lo que leí de Goethe después pudo
modificar esta primera impresión decisiva, sino
completarla, o mejor, a temerla. (André. Gide).
Rebelión titánica del Prometeo, indudablemente:
la única obra de rebelión en que ninguna declamación,
ninguna elocuencia, ninguna tiniebla entorpecen ni
retardan el impulso de su movimiento. (Charles Du
Bos).

Prometeo
Johann Wolfgang von Goethe

Cubre tu cielo, Zeus,


con un velo de nubes,
y juega, tal muchacho
que descabeza cardos,
con encinas y montañas;
pero mi tierra
deja en paz
y mi cabaña,
que tú no has hecho,
y mi hogar,
por cuyo fuego
me envidias.

¡No conozco nada más miserable bajo el sol


que vosotros, dioses!
Pobremente sustentáis con sacrificios
y aliento de oraciones
vuestra majestad,
y moriríais
si pordioseros y niños
no enloqueciesen de esperanza.

¡Y, cuando era niño,


no sabía por qué volvía
al sol la mirada extraviada!
¡Como si en lo alto alguien hubiera
que oyese mi lamento,
o un corazón que, como el mío,
se apiadase del oprimido!

¿Quién me ayudó
contra la furia de los titanes?
¿Quién me salvó de la muerte
y de la esclavitud?
¿Acaso no lo hiciste tú todo,
sagrado y ardiente corazón?
¿Y te consumiste, joven y bueno,
engañado, esperando algo
del que duerme allá arriba?
¿Que te venere? ¿Para qué?
¿Has mitigado el dolor del ofendido?
¿Has enjugado el llanto del sumido en la angustia?
¿Acaso no me hicieron hombre
el tiempo omnipotente
y el eterno destino,
mis señores y los tuyos?
¿Creíste tal vez
que odiar debía la vida
y huir al desierto
porque no todos los sueños maduraron?

Aquí estoy y me afianzo;


formo hombres
según mi idea;
un linaje semejante a mí,
que sufra, llore,
goce y se alegre,
¡y que no te respete,
como yo!
PROMETEO LIBERADO
PERCY BYSSHE SHELLEY

Con igual espíritu de protesta está concebido el


Prometeo liberado [Prometheus Unbound] de Percy Bysshe
Shelley (1792-1822), drama lírico en cuatro actos, en
verso, publicado en 1820. Siguiendo en parte la
tradición clásica, en este drama Shelley personifica en
Júpiter el principio del Mal, y en Prometeo la
regeneración de la humanidad, que, valiéndose del
saber como arma contra el mal, vuelve a conducir a los
hombres a la virtud por el camino de la sabiduría.
Para castigar la temeridad del Titán campeón de los
hombres, Júpiter le condena a ser encadenado en una
roca del Cáucaso, donde un buitre devora su hígado,
continuamente renovado. Prometeo soporta
valerosamente todos los tormentos que Júpiter le
inflige, esperando serenamente la hora en que, según
una profecía, Júpiter será destronado y triunfará el
espíritu del Bien. El cumplimiento del destino sólo
podría ser evitado si revelase el secreto del cual es
único custodio y que Júpiter no consigue arrebatarle
sino prometiéndole la inmediata liberación de todas
sus torturas. Llega la hora fatal: Júpiter aparece
destronado por Demogorgón, el Poder primitivo del
mundo; mientras Hércules, que representa la fuerza,
libera a Prometeo (la Humanidad) de las torturas
generales del Mal. Así, una de las Oceánidas, que
personifica la Naturaleza, recupera entonces toda su
primitiva belleza y se reúne felizmente con su esposo
Prometeo. Se inicia de este modo el reinado del Amor y
del Bien.
Una viva exigencia filosófica constituye en Shelley
el sustrato ideológico e intelectual que a menudo
sostiene, pero a veces obstaculiza también su
inspiración y su vuelo lírico. Partidario al principio del
pensamiento de William Godwin (1756-1836), con
cuya segunda hija Mary se casó, Shelley fue elaborando
después un pensamiento personal, del cual están
penetradas todas sus obras y principalmente el
Prometeo liberado. En el centro de sus ideas sobre el
destino de la humanidad está la convicción de que el
mal no es inherente a la naturaleza humana sino
accidental, y que, por lo tanto, puede ser eliminado. El
principio acerca del cual vuelve más a menudo en sus
obras es que el hombre debe tender a perfeccionarse
cada vez más, hasta que consiga eliminar el mal de su
naturaleza. El Prometeo liberado es la transposición de
una visión filosófica al plano de una situación poética
más profunda, casi sagrada, de la antigüedad del mito
de que trata.
Esta concepción se puede resumir sumariamente
en la convicción de que el hombre llegará a prevalecer
sobre las fuerzas del mal por medio del sufrimiento y
con ayuda del amor. Se reconocen en esta obra algunos
de los caracteres más típicos del arte y del mundo
poético de Shelley; la concepción platónica del amor
(por algo el poeta escogió para su transposición lírica
un mito griego), deformada y al mismo tiempo
ensalzada por una romántica fe en la omnipotencia de
este sentimiento, al cual no permanece extraño su lado
más físico y humano. Se halla también en el Prometeo
un exceso de símbolos que hace las figuras a menudo
abstractas, no sólo como personajes de un drama, sino
también como creaciones líricas, ya que la exuberante
fantasía de Shelley tiende a veces a acumular las
imágenes con el resultado de un intenso
deslumbramiento que dificulta la percepción.
La belleza de esta obra queda confiada no sólo a la
generosa concepción espiritual, sino también a la
extraordinaria potencia y altura lírica de muchos
fragmentos que figuran entre las más espléndidas
creaciones poéticas de Shelley. El drama constaba
inicialmente de tres únicos actos; unos meses después
de terminado, Shelley le añadió el cuarto, como un
himno de alegría por la victoria de Prometeo.
E. Baldacci.

Su objetivo fundamental que, sin duda’, no es más


que semiconsciente, reside en una impalpable túnica
sonora que se convierte como en el revestimiento de la
expresión, y su música es ciertamente del mismo orden
de aquellos fenómenos naturales que él amó tanto: el
viento, ese hechicero que barre delante de él las hojas
muertas.
Charles Du Bos.

Prometeo liberado
Percy Bysshe Shelley:
[Fragmento]

Tú bajaste, entre todas las ráfagas del cielo:


al modo de un espíritu o de un pensar, que agolpa
inesperadas lágrimas en ojos insensibles,
o como los latidos de un corazón amargo
que debiera tener ya la paz, descendiste
en cuna de borrascas; así tú despertabas,
Primavera, ¡oh, nacida de mil vientos! Tan súbita
te llegas, como alguna memoria de un ensueño
que se ha tornado triste, pues fue dulce algún día,
y como el genio o como el júbilo que eleva
de la tierra, vistiendo con las doradas nubes
el yermo de la vida.
La estación llegó ya, y el día: esta es la hora;
has de venirte cuando sale el sol, dulce hermana:
¡llega, al fin, deseada tanto tiempo, y remisa!
¡Qué lentos, cual gusanos de muerte los instantes!
El punto es una estrella blanca aun tiembla, en lo
hondo
de esa luz amarilla del día que se agranda
tras montañas de púrpura: a través de una sima
de la niebla que el viento divide, el lago oscuro
la refleja; se apaga; ya vuelve a rutilar
al desvaírse el agua, mientras hebras ardientes
de las tejidas nubes arranca el aire pálido:
¡se pierde! Y en los picos de nieve, como nubes,
la luz del sol, rosada, ya tiembla. ¿No se oye
la eólica música de sus plumas, de un verde
marino, abanicando al alba carmesí?…

EL PROMETEO
VINCENZO MONTI
También el movimiento de la «Ilustración o de las
luces» quiso poner a contribución este mito, y es
significativo en este sentido el breve poema en
endecasílabos libres del autor italiano Vincenzo Monti
(1754-1828), el Prometeo, comenzado en 1797,
continuado en 1821 y publicado póstumo en tres
cantos, en 1832. En su «Prefacio, no inútil, al poema», el
autor señala los fines de la obra, que son
principalmente dos: promover el amor hacia los latinos
y los griegos y merecer bien de su patria libre,
escribiendo como hombre libre.
El primer propósito no está del todo conseguido, y
el segundo no se halla a tono con el servil elogio
dedicado por Monti a Napoleón. El poema había de
narrar, según el prefacio del autor, que los hombres,
salidos de su estado de brutos, aprendieron de
Prometeo la física y la astronomía, y de Júpiter
obtuvieron la juventud. Pero habiéndose
ensoberbecido por aquellos dones, Júpiter envió a
Pandora junto a Prometeo con una caja que contenía
todos los males. Prometeo la rechazó, pero la aceptó
Epimeteo, el hermano de él; todos los males salieron de
la caja y cayeron sobre los hombres, y en el fondo quedó
solamente la esperanza. Por ser Prometeo soberbio y
rebelde a Júpiter fue por éste precipitado al Tártaro,
del cual había de salir únicamente si un inmortal
aceptaba por él convertirse en mortal. Éste fue Quirón.
Habiendo sabido luego Prometeo, por las Parcas,
que Júpiter había sido amenazado por su hijo, y
conociendo el vaticinio acerca de ello, propuso a
Júpiter la revelación, a cambio de la liberación de su
encadenamiento en la peña caucásica. Una vez
liberado, Prometeo enseñó a los hombres el arte, la
política y la libertad. Este había de ser el argumento;
pero el poema quedó incompleto, y se interrumpe
después de los lamentos’ del necio Epimeteo y del viaje
de Prometeo a Grecia, adonde va a pedir consejo a
Temis. El Prometeo de Monti es una aportación al
mundo de paz, y por lo tanto de civilización. Sus
fuentes inmediatas son las profecías del Paraíso perdido
de Milton, el V libro de la Eneida y el III canto de
Orlando furioso (v.). El valor de esta obra es casi
exclusivamente formal, pues le falta verdadera
inspiración y orgánica unida.
M. Maggi.

…Todo lo que concierne al alma, al ardor, al afecto,


al ímpetu verdadero y profundo, ya sublime, ya
principalmente tierno, le falta en absoluto.
Giacomo Leopardi.

Es también célebre la traducción de la tragedia de


Esquilo publicada en 1833 por Elisabeth Barret
Browning (1806-1861).

Hugo von Hofmannsthal (1874-1929) publicó un


poema en dos volúmenes, Prometheus und Epimetheus, que
sigue la tradición.

PROMETEO Y EPIMETEO
CARL SPITTELER

Una interpretación moderna del mito nos fue dada


por el autor suizo en lengua alemana Carl Spitteler
(1845-1924) en el poema en prosa Prometeo y Epimeteo
[Prometheus und Epimetheus], publicado en 1881. El mito
helénico está completamente refundido y aumentado
con elementos bíblicos, gnósticos y cristianos. En la
figura de Prometeo no se encarna tanto, como de
costumbre, el titanismo romántico que había animado
la evocación goethiana, como la fidelidad al alma
propia, al propio «démon». Epimeteo tiene un relieve
igual al de su hermano, y es proclamado rey del mundo
por el ángel de Dios, precisamente porque renuncia a
su alma y se confía únicamente a su conciencia
(«Gewissen»), pero en ello se insiste más en su aspecto
intelectual que en el moral. Porque le falta el
conocimiento más profundo que procede directamente
del alma, le ocurre a Epimeteo el cometer dos errores
fatales: cuando Pandora, hija del señor del Universo,
quiere elevar el destino humano con un don milagroso,
éste no es agradecido, sino despreciado, hasta el punto
de caer en manos de un mercader judío. Cuando
después Behemoth, personificación del Maligno
sacada del libro de Job, envuelve con la astucia al débil
rey del mundo, éste no consigue reconocer en él al
Enemigo, y así dos de los tres hijos del ángel divino,
herederos directos de su poder, esto es, Mito y Gerión
(ténganse presentes estos nombres), se pierden, y
también el último Mesías correría la suerte de ellos si
no interviniese para salvarlo Prometeo, despreciado y
puesto a prueba hasta entonces por las desventuras. Ha
permanecido fiel a su propia alma, rehúsa después la
corona que el ángel querría darle por agradecimiento,
pero cumple un último acto de amor; va a buscar en lo
profundo de la abyección a su hermano caído, lo redime
y lo llama a su lado. Esta breve trama, aun dejando
aparte algunos personajes de segundo plano, pero no
despreciables, como el león y el perro, junto a
Prometeo, y las figuras claramente alusivas de Sofía y
Doxa, junto a Epimeteo —en las cuales la derivación
gnóstica es claramente reconocible—, muestra lo
complicado que es este mundo mítico, en el que tantos
elementos heterogéneos han venido a confluir. Tal vez
a primera vista el poema, considerado sólo en sus líneas
exteriores, puede parecer una evocación erudita,
compuesta con frialdad según un modelo neoclásico;
pero la forma en que se aviva y la íntima llama que lo
penetra anulan lo que de abstracto o artificioso puede
haber habido, en su origen, en los planes de esta
concepción. No siempre el significado de los
acontecimientos, en lo intrincado de las alusiones,
resulta claro, pero la evidencia poética —como advirtió
en seguida G. Keller — es tal que convence en todo
momento y satisface el sentido crítico. En conjunto, el
poema es una poderosa afirmación de los derechos de
la personalidad humana, y no por pura coincidencia fue
escrito por los mismos años en que Friedrich Nietzsche
concebía Así hablaba Zarathustra. En el nuevo mito de
Prometeo y Epimeteo, Spitteler supo así transfigurar
su tragedia, que es, en realidad, la de su tiempo; y a las
figuras de los dos hermanos en lucha, símbolo de los
principios que rigen el alma humana, volvió todavía,
ejemplo casi único en la historia literaria moderna, al
cabo de más de cuarenta años, después de toda una
vida de experiencias humanas y artísticas,
desarrollando de nuevo y sobre la misma urdimbre la
antigua trama, esta vez en versos rígidamente rimados
en un nuevo poema, cuya arquitectura resulta más
completa y armoniosa, y su desarrollo más lineal, así
como su ritmo interior más sosegado y dominado, pero
en el cual fatalmente se ha perdido la llama, la riqueza
de motivos, que había conferido, y confiere todavía, su
esplendor a la obra juvenil.

Prometheus der Dulder [Prometeo el que sufre],


poema en dos partes y ocho cantos de Cari Spitteler,
publicado en 1924, reanuda después de casi cuarenta
años el mito prometeico ya tratado en Prometeo y
Epimeteo y obtiene de él una nueva elaboración que
puede figurar junto a la primera sin quedar oscurecida.
La acción es más rápida, la línea narrativa corre según
un ritmo más cerrado, pero en realidad el
planteamiento del poema, en su significado simbólico,
es sustancialmente el mismo. Una vez más Prometeo es
tentado por el ángel de Dios y hasta invitado a
renunciar a su alma; su perentoria negativa es
castigada con la entrega del trono a su hermano
Epimeteo, dispuesto a cumplir el sacrificio, y con la
condena a una vida de penalidades y tormentos, apenas
atenuados por la esperanza de una lejana
compensación que le promete su alma, elevada a la
altura de una diosa. Tampoco aquí Epimeteo es capaz
de reconocer el don precioso que Pandora ha hecho a
los hombres, ni consigue salvar al hijo del ángel de
Dios, que le ha sido confiado como único y preciado
tesoro, de los astutos manejos de Behemoth, especie de
divinidad infernal, potencia de las tinieblas, cuyo
nombre es de origen bíblico. Y también aquí es
Prometeo el que, interviniendo en el último instante,
realiza el salvamento no por amor a la gloria ni al
bienestar, sino porque su diosa, el alma, se lo ha
impuesto. Finalmente, Prometeo se sustrae al aplauso
del mundo y al agradecimiento del ángel de Dios para
volver al valle donde transcurrió su juventud, pero no
solo, sino con su hermano Epimeteo, al que rescata de
la abyección en que había caído, restituyéndole el alma
un tiempo sacrificada. Prescindiendo de otras
diferencias formales, los ritmos yámbicos de la
Primavera olímpica sustituyen a la prosa poética de
Prometeo y Epimeteo; además, la plural muchedumbre
de los personajes está notablemente disminuida; los
hijos del ángel de Dios, que allí eran tres, aquí están
reducidos a uno solo; Behemoth obra aquí
directamente y ya sin ayuda del pérfido intermediario
Leviathan; de Doxa, fiel compañera del ángel de Dios y
enemiga de Prometeo, no queda ya rastro; también se
pueden considerar desaparecidos los animales del
séquito de Prometeo, sus fieles compañeros, el león y el
perro, aunque de este último ha quedado una breve
indicación. En conclusión se puede decir que aquí la
arquitectura es más armónica, la acción más rápida y
Prometeo queda verdaderamente como protagonista,
mientras que en la primera elaboración Epimeteo y su
reino tenían un papel por lo menos tan importante
como el suyo, y así justamente lo advertía el título de la
obra.

A pesar de su mayor perfección artística, a veces se


echa de menos el calor de que estaban animadas
incluso las divagaciones, en la obra de juventud.
Además, ya en el título se alude a una diversidad
notable de tono entre las dos elaboraciones; mientras
en la primera vibraban todavía poderosas las voces de
la rebelión hasta el punto de expresarse en arranques
de sátira violenta, aquí el tono es más sosegado, casi de
digna resignación. Mientras allí Prometeo, apenas oída
la voz de su alma, se agitaba dispuesto a la acción, aquí
sucede que el alma implora, casi se lamenta, antes que
él, demasiado amargado por el dolor y las
humillaciones prolongadas, se resuelva a obrar. En este
último Prometeo sentimos que habla un anciano
cercano a la muerte, sin declararse todavía vencido; se
inclinaba ya a una aceptación, una resignación
sosegada, más que a la franca rebelión, al titanismo
heroico que animaba todavía tantas páginas de
Prometeo y Epimeteo. Las reservas de carácter artístico
son casi las mismas que se pueden hacer a aquella
primera obra; aquí, hasta la mayor perfección artística
ha agravado el carácter neoclásico de toda la evocación
spitteleriana del mito helénico, a pesar de
demostrarnos el camino continuamente recorrido con
gran conciencia por el artista. Entre las dos
elaboraciones de la leyenda de Prometeo y Epimeteo
queda firmemente manifiesta toda la obra de Spitteler,
raro ejemplo moderno de creador de mitos.
R. Paoli.

…Fiel al mito clásico es también el poema Prometeo


donador del fuego [Prometheits the Firegiver], del poeta
inglés Robert Bridges (1844-1930), publicado en 1884.
PROMETEO MAL ENCADENADO
ANDRÉ GIDE

Una variación libre del mito es el Prometeo mal


encadenado [Le Prométhée mal enchaîné], que figura
entre las obras más representativas de André Gide
(1869-1951). Publicada en 1899, pertenece al período de
los mejores «tratados» (Betsabé, Filoctetes, El Hadj) y
se puede considerar como la plena afirmación de la
madurez del escritor. La audacia de esta transposición
se anuncia ya desde su comienzo, cuando Prometeo
entra de sopetón en la vida contemporánea y se sienta
a la mesa de un restaurante, donde escucha las extrañas
historias de dos señores, Cocles y Democles, uno de los
cuales se descubre beneficiado y el otro víctima de los
caprichos de un extraño tipo a quien el camarero del
establecimiento afirma conocer: el riquísimo banquero
Zeus, quien se deleita en la comisión de «actos
gratuitos». De esta primera intriga se deriva una serie
de hechos imprevistos pero lógicos con referencia a
Cocles y a Democles, pero sobre todo a Prometeo. Éste
aterroriza a los concurrentes llamando a su águila y
dándole a roer su hígado.
El ave simboliza sencillamente su conciencia; la ha
alimentado hasta ahora generosamente,
complaciéndose en verla cada vez más lozana, sin darse
cuenta que él va muriendo poco a poco. Ahora
Prometeo quiere hacerse apóstol de esta nueva forma
de vida: da una conferencia en la «Sala de las Nuevas
Lunas», en el curso de la cual sostiene, con muchos y
sutiles razonamientos y conmovedora sinceridad, la
teoría de que cada hombre debe tener un águila que se
alimente de sus remordimientos, y sacrificar su propia
vida para que se torne cada vez más bella; Prometeo no
es, pues, el puro filántropo que robó antaño el fuego a
los Dioses por amor de los hombres; ahora tiene una
idea más profunda de la dignidad humana: el que ya no
ama al hombre «ama lo que lo devora». Sigue una
desconcertante entrevista con el banquero Zeus
(algunos dicen que es el buen Dios), y la desastrosa
muerte del pobre Democles, que se ha tomado
demasiado en serio la teoría del águila.
Prometeo, como había anunciado solemnemente,
pronuncia la oración fúnebre; se presenta alegre y
gordo como nunca y cuenta una extravagante y
divertida historieta que obliga a reír a todos los
concurrentes. A quien le pregunta por su águila, él
responde tranquilamente que la ha matado, e invita al
camarero y a Cocles a ir a comérsela con él… Es fácil ver
en esta complicada y pintoresca fábula la sátira de una
forma de vida escrupulosamente moral, en que el
hombre alimenta su conciencia de continuos
remordimientos y se abandona con una especie de
morbosa complacencia a este funesto ejercicio.
Pero la conclusión no conduce a Prometeo a
proclamar la inutilidad del águila: es justo concederle
cuanto pretenda de nosotros; basta con ser lo
suficientemente fuertes para matarla a tiempo. El
apólogo de Gide versa, pues, sobre el tema constante
de la emancipación de las reglas; pero vale sobre todo
por cuanto transfiere al plano poético los términos de
la polémica, en una serie de geniales hallazgos dignos
de los mejores cuentos filosóficos del siglo XVIII; la
técnica de la obra, atrevida y voluntariamente
irracional, constituye un precedente del surrealismo.
M. Bonfantini

El Prometeo es la sátira de nuestra impotencia para


obrar gratuitamente, para emprender cualquier cosa
que no tenga por causa determinada nuestra
mentalidad, nuestras costumbres, nuestras
convicciones… Se toma a burla todo aquello de que en
las Nourritures pretende justamente desembarazarse,
de todo cuanto impide en nosotros la exaltación que
las Nourritures quieren producir.
J. Rivière.

La materia, el asunto propio de su obra es la


inquietud; pero la palabra inquietud no basta, no
ahonda lo suficiente… El trastorno —palabra grave,
pesada, que tiene el son oscuro y opaco de lo mismo
que expresa—; he aquí la palabra que mejor traduce el
estado permanente de Gide.
Charles Du Bos.
LAS CRIATURAS DE PROMETEO
LUDWIG VAN BEETHOVEN

En la esfera musical, con el nombre Prometeo se


suele designar comúnmente la obertura op. 43 del
«ballet heroico alegórico» Las criaturas de Prometeo [Die
Geschöpfe des Prometheus], que Ludwig van
Beethoven (1770-1827) compuso en 1880, a petición del
coreógrafo italiano Salvatore Viganò (1769-1821).
La primera representación tuvo lugar en Viena el
año 1801. El texto del ballet ha desaparecido, y su
acción nos es conocida por medio de las informaciones
de la época. «La obra había de celebrar a Prometeo
como bienhechor de la humanidad por medio de la
conciencia y de las artes que fue uno de los temas
preferidos por Beethoven, quien tenía una altísima
concepción de la misión social del arte y estaba
penetrado de un ardiente y profundo amor hacia el
género humano». El argumento debía de poner en
escena dos estatuas, que, por la potencia de la armonía,
se animaban poco a poco y se hacían partícipes de
todas las pasiones humanas. Prometeo las conduce al
Parnaso, donde Apolo pone su instrucción en todo
género de músicas, artes y danzas al cuidado de
Amfion, Arión, Orfeo, Melpómene, Talía, Terpsícore,
Pan y Baco.
La partitura de Beethoven comprende, además de
la obertura seguida de una introducción, 16 números,
independientes unos de otros y correspondientes a
otros tantos cuadros coreográficos. La obertura es, de
todos, el único número que ha quedado en repertorio,
y es verdaderamente una vigorosa y ceñida
composición bien cerrada dentro del acostumbrado
esquema formal, animada de gran vivacidad y riqueza
de contrastes. El primer tema (y principal) es un largo
trozo que ejecutan los violines en do mayor, que
recorre toda la composición con su trama apretada y
con su paso enérgico y rapidísimo. La orquesta es la
misma de la Sinfonía n.° 1, con la cual esta obertura
ofrece claras semejanzas. La introducción, que
describe una tempestad durante la cual Prometeo
escapa a los rayos de Júpiter, y los 16 números que
siguen, han desaparecido prácticamente del
patrimonio de nuestros conocimientos musicales,
aunque contienen notables bellezas.
Y no es siempre fácil darnos cuenta de las
situaciones escénicas a las que debían de corresponder;
para algunas nos ayudan ciertas anotaciones hechas
por el propio Beethoven en la partitura y sacadas con
toda seguridad del argumento del ballet de Viganò.
Sólo el final ocupa un alto lugar en la literatura
beethoviana, porque en él aparece, probablemente por
primera vez, el tema heroico sobre el que se elevará la
gloriosa construcción del final de la Sinfonía n.° 3
(Heroica). Es discutida la prioridad de las
Contradanzas para dos violines y violoncelo,
publicadas en 1802, que fueron compuestas tal vez, por
lo menos en parte, anteriormente. Después el mismo
tema fue tratado por Beethoven en las Variaciones y
fuga op. 35, también éstas de 1802. El ballet de Viganò
fue estrenado en el Scala de Milán en. 1813; a aquella
velada milanesa se refieren algunas alusiones de Cario
Porta en su poemita Olter disgrazi de Giovannin Bongee.
M. Mila
En Beethoven la inspiración se amplifica
gradualmente y por fin se absorbe en las oleadas
poderosas de un arte absolutamente individual, de un
alcance puramente humano.
Paul Dukas.

Beethoven es a un mismo tiempo el hombre del


pasado y el hombre del porvenir; por una parte se
relaciona con el espíritu del «anden régime» y con el de la
Revolución; por otra es menester ver en él al héroe que
abrió e iluminó todos los caminos recorridos por los
músicos modernos.
Combarieu.
PROMETEO
GABRIEL FAURÉ

Gabriel Fauré (1845-1924) compuso, en 1900, una


tragedia lírica en tres actos titulada Prometeo
[Prométhée], que fue estrenada el mismo año en
Béziers. El libreto de esta ópera, —de Jean Lorrain y A.
F. Herold— fue concebida para ser representada al aire
libre.
En él se reúnen, y destinan parte al canto y parte a
la declamación, episodios que se refieren al mito de
Prometeo; sólo para la parte central los autores se han
fundado en el Prometeo de Esquilo. Obra noble y
severa, el Prometeo de Fauré es poco conocido del
público a causa de las dificultades de realización que
ofrece. El «preludio» inicial, el cortejo fúnebre de
Pandora, la escena del suplicio de Prometeo, la de la
aparición de Júpiter y la conclusión coral, alcanzan
verdadera eficacia dramática. El lenguaje de Fauré,
maestro en las composiciones breves de cámara, pero
incapaz de vastas concepciones, se presta, en cambio,
admirablemente a la expresión sobria y conmovida a
un mismo tiempo de atmósferas míticas y legendarias.
Prometeo, ejecutado también en el Teatro de la ópera
de París (1907), es una de las obras más importantes de
Fauré y constituye uno de los más significativos
documentos en la historia del teatro musical francés.
L. Córtese.

Lo primero que sorprende en la partitura de


Prometeo es la extrema sencillez del ritmo y de la línea
melódica unidas a un refinamiento armónico casi
constante… La obra de Fauré, por sus raras cualidades
musicales, por su personalidad y el encanto del
lenguaje armónico en que está escrita, debe ser
considerada como una de las mejores producciones de
música escénica de estos últimos años.
Paul Dukas.

La intensidad de la expresión dramática y la


nobleza del estilo hacen de ella una de las más bellas
partituras de nuestra época.
Combarieu.

Música de escena para el Prometeo encadenado de


Esquilo, compuso en 1849 Jacques-Élie Halévy (1799-
1862); fue ejecutada el mismo año en París. De 1850 a
1855 Franz Liszt (1811-1886) compuso un poema
sinfónico titulado Prometeo; una cantata para solos,
coro y orquesta, Las bodas de Prometeo [Les noces de
Prométhée], fue escrita por Camille Saint-Saëns (1835-
1921) en 1867. También se mencionan una cantata,
Prometeo encadenado [Prométhée enchainé], de Lucien
Lambert (n. 1861), estrenada en 1883 en París, y otra
homónima de Georges Matthias (1826-1910),
compuesta y estrenada también en París, en 1883.
Recordemos, en fin, el «Coro del Eco» para el Prometeo
liberado de Shelley, por Frank Merrick (n. 1886), la
sinfonía de programa de Anton Konrath (n. 1888), la
sinfonía Prometheus de Otto Dorn (n. 1848) y, con el
mismo título, las oberturas de Woldemar Bargiel
(1828-1897) y de Edgar-Bainton (n. 1880), el ballet de
Hubert Pataky (n. 1892) y el preludio de Philipp
Sarnach (n. 1892). Prometeo encadenado es el título de
una obertura de Karl Goldmark (1830-1915), de un
ballet de Charles Parry (1848-1918) y de una cantata de
André Messager (1853-1929). Son también notables los
poemitas para coro y orquesta Prome-theus de Joseph
Brambach (1833-1902) y de Karl Bleyle (n. 1880).

La escultura antigua es particularmente rica en


obras que representan diversos momentos de las
aventuras de Prometeo; en los tiempos modernos es
sobre todo la pintura la que ha dado obras maestras
sobre este tema. Recuérdense las obras, diversamente
intituladas, de Miguel Ángel, Ticiano, Rubens, Ribera,
Salvator Rosa, Sylvestre, Moreau y otros.
PROMETEO
FRIEDRICH NIETZCHE

Entre los apuntes de Friedrich Nietzsche no


publicados por él se halla este curioso esbozo de lo que
podría haber sido un nuevo drama sobre Prometeo, que
puede datar de hacia 1874.

Prometeo

«Prometeo y su buitre fueron olvidados cuando se


destruyó el antiguo mundo de los olímpicos y su poder.
Prometeo espera ser redimido por el hombre.
No reveló el secreto de Zeus. Este sucumbió a su
hijo.
Los rayos en poder de Adrastea.
Se proponía destruir a los hombres —por la guerra
y la mujer y el cantor de ellas, Homero; en suma, por la
cultura griega; pensaba arruinarles a todos por
imitación a los griegos y envidia a ellos. Pero su hijo,
con el fin de protegerles contra esto, los volvió tontos y
temerosos de la muerte y los llevó a odiar lo helénico;
así aniquiló al propio Zeus. La Edad Media puede
compararse a los estados de cosas anteirores a la acción
de Prometeo de darles el fuego a los hombres. También
este hijo de Zeus quiere destruirlos.
Prometeo manda en ayuda de ellos a la viejísima
Pandora (la historia y el recuerdo). Y, en efecto, la
humanidad se vuelve a levantar, y Zeus a la par de ella,
con la ayuda de la fábula y el mito. La fabulosa esencia
griega seduce a la vida —hasta que conocida con mayor
exactitud, vuelve a apartar de ella: su fundamento se
revela como pavoroso e inimitable.
(Prometeo ha sustraído a los hombres la vista de la
muerte, cada uno se cree un individuo inmortal y vive
efectivamente de manera distinta a un mero eslabón de
la cadena).
Periodo de recelo hacia Zeus y su hijo; también
hacia Prometeo, por haberles enviado a Epimeteo.
Gestación del caos.
Epimeteo le hace ver a Prometeo su error en la
creación de los hombres. Prometeo aprueba su propio
castigo.
El buitre no quiere comer más. El hígado de
Prometeo crece excesivamente.
Zeus, el hijo y Prometeo conversan, Zeus desata a
Prometeo. Este debe volver a reducir a masa informe a
los hombres. Plasmar de nuevo la forma, el individuo
del futuro. El medio de producir una masa informe.
Para aliviar los dolores de la humanidad al ser reducida
a masa otorga el hijo la música.
Así, pues, concesión a Prometeo: los hombres se
originarán de nuevo; concesión a Zeus: primero deben
perecer.
A propósito de la forma de conjunto. El buitre habla solo
y dice: “Soy el buitre de Prometeo, y por la obra de
singularísimas circunstancias, desde ayer estoy libre.
Cuando Zeus me encargó devorar el hígado de
Prometeo, su propósito era alejarme, pues tenía celos,
a causa de Ganimedes”.
Toda religión tiene algo de adverso para el hombre.
¡Qué hubiera ocurrido si Prometeo no hubiera
procedido astutamente en Mekone[*]! El estado de
cosas bajo el hijo, cuando los sacerdotes se lo comen
todo.
“¡Maldita sea mi suerte, he devenido un mito!”
Los hombres, a raíz del cristianismo, se han
convertido en meras sombras, a semejanza de los
griegos en el Hades. Beber sangre (guerreas).
Prometeo, al plasmar a los hombres, pasó por alto
que la fuerza y la experiencia del hombre están
separadas entre sí en el tiempo; toda sabiduría tiene
algo de decrépito.
Los dioses son necios (el buitre es locuaz como un
loro); Zeus cuando creó a Aquiles, a Helena y a
Homero, estaba miope y no conocía a los hombres, sino
la cultura griega. Entonces creó al conquistador del
mundo como hombre y como mujer (Alejandro y
Roma, la Ciencia); su hijo Dionisos, el superador del
mundo (necio-fantaseador, se extrae a sí mismo la
sangre, se torna una fanática sombra del Hades sobre
la tierra, fundación del Hades sobre la tierra). Los
emperadores del mundo adoptan la idea del
conquistador universal —y ahora la suerte de los
hombres parece estar sellada. Zeus por poco sucumbe,
más también Dionisos-Superador. Pro,eteo ve que la
humanidad toda se ha tornado sombra, radicalmente
corrompida, medrosa, maligna. Movido por la

[*]
El truco de Mecone o Mekone fue un evento en la mitología griega en el que
Prometeo engañó a Zeus para beneficio de la humanidad, y así incurrió en su ira.
Es inusual entre los mitos griegos por ser etiológico , es decir, explicar los orígenes
de un objeto o una costumbre . [1] 'Mecone' puede ser un nombre antiguo para
Sicyon (Sicyon del griego: Σικυών; gen: Σικυῶνος, era una antigua ciudad griega
situada en el norte del Peloponeso entre Corinto y Acaya, regional de Corinthia).
Aunque esto no está claro.
compasión, le manda a Epimeteo con la seductora
Pandora (cultura griega). Entonces entre los hombres
cunde un estado de cosas del todo fantasmal,
asqueroso y gelatinoso. Prometeo es presa de la
desesperación».
PROMETEO
FRANZ KAFKA

También Franz Kafka se vio atraído por el mito y


fabuló unas variantes sobre el tema (Traducción de
Jorge Luis Borges):

«De Prometeo informan cuatro leyendas. Según la


primera, fue amarrado al Cáucaso por haber revelado a
los hombres los secretos divinos, y los dioses mandaron
águilas a devorar su hígado, perpetuamente renovado.
Según la segunda, Prometeo, aguijoneado por el
dolot de los picos desgarradores, se fue hundiendo en
la roca hasta compenetrarse con ella.
Según la tercera, la tradición fue olvidada en el
curso de los siglos. Los dioses lo olvidaron, las águilas
lo olvidaron, él mismo se olvidó.
Según la cuarta, se cansaron de esa historia
insensata. Se cansaron los dioses, se cansaron las
águilas, la herida se cerró de cansancio.
Quedó el inexplicable peñasco.
La leyenda quiere explicar lo inexplicable.
Como nacida de una verdad tiene que volver a lo
inexplicable».

También podría gustarte