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Crisis de Europa PDF
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Manuel Castells
Índice:
0. Introducción
1. La crisis de un modelo insostenible de capitalismo financiero informacional
2. La especificidad de la crisis económica en la euro-zona
3. Alemania y las políticas de austeridad: la reconfiguración de Europa
4. Las consecuencias económicas, sociales y políticas de la austeridad.
Movimientos sociales contra la alianza de financieros y políticos
5. La crisis de legitimidad de las instituciones políticas y los condicionantes
políticos de la salida de la crisis
0. Introducción
La crisis económica que sufre Europa desde 2008 es la peor desde la Gran Depresión
de los años 30. No ha terminado en 2013 y sus efectos se seguirán haciendo notar por
largo tiempo, tanto en sus consecuencias como en los cambios institucionales y
empresariales que serán necesarios para estabilizar la economía. En el caso español,
el FMI proyecta que solo en 2018 podría restablecerse el nivel de PIB del 2008. Una
década perdida en términos económicos y efectos devastadores en vidas humanas,
sobre todo de vidas jóvenes tras las elevadas tasas de desempleo juvenil sostenidas a
lo largo de esa década.
Al igual que hace 80 años esta crisis se inició en el sistema financiero de Estados
Unidos, se difundió en las instituciones financieras europeas y de allí afectó al conjunto
de la economía, con graves consecuencias sobre la producción, el empleo y las
finanzas públicas, en particular en los países del sur de Europa. La tesis que defiendo
es que se trata fundamentalmente de una crisis política con efectos económicos, que
deriva hacia una crisis económica con efectos políticos, en una espiral crecientemente
destructiva.
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Es una crisis política porque las políticas de gestión de la crisis que se aplicaron tanto
en Estados Unidos como Europa estuvieron sesgadas por la influencia decisiva de las
instituciones financiaras sobre los gobiernos y las instituciones reguladoras. El primer
paquete de medidas anti-crisis consistió en reflotar el sistema bancario y financiero
con fondos públicos, procediendo a una transferencia de rentas desde los
contribuyentes a las instituciones financieras fallidas. Como reacción contra la crisis
económica derivada de la reducción del crédito, algunos gobiernos, en particular el
español, practicaron una política de huida hacia delante y de negación de la crisis,
determinada por los intereses electorales del gobierno, agravando el déficit público y la
deuda soberana y desembocando en una crisis fiscal que fue ahondada por la
reacción de los mercados financieros al endeudamiento público. Como reacción a esta
nueva crisis, la tercera oleada de políticas públicas estuvo marcada por el control del
gasto y las políticas de austeridad que se centraron en recortes presupuestarios que
redujeron las prestaciones del Estado del Bienestar, redujeron el empleo público y
redujeron el gasto público, conduciendo a la recesión y al crecimiento sustancial del
desempleo. En el centro de esta serie de medidas y contramedidas esta la
preponderancia de los intereses financieros sobre el compromiso de los gobiernos con
los ciudadanos y el aprovechamiento de la crisis para poner en cuestión las
instituciones del estado del bienestar y las garantías laborales aprovechando la
emergencia de la crisis.
Es también una crisis política porque las consecuencias de la crisis económica fueron
agravadas en la euro-zona por la existencia de una unidad monetaria económicamente
aberrante: nunca ha podido existir una moneda común entre economías territoriales
con enormes diferencias de productividad y competitividad, sin una política fiscal
unificada y sin un sistema bancario regulado por un Banco Central único. Y lo que a
todas luces era una incongruencia económica fue el resultado de una decisión política
que mezclada la utopía europeísta de líderes políticos con la dominación de los
intereses de las empresas financieras, las grandes beneficiadas por el euro. Más aun:
la imposición, sin apenas debate, de este gran designio europeo de hacer la unión a la
fuerza, creando una situación de hecho haciéndola irreversible, fue también un acto
político. Nació de una construcción no democrática de Europa en la que los gobiernos
y la clase política en general construyeron instituciones europeas sin someterlas, en
términos generales, a la aprobación de los ciudadanos. Hasta el punto de que ante el
rechazo popular al proyecto de Constitución europea, las élites políticas renunciaron a
los referendos y utilizaron el refrendo de parlamentos controlados por los aparatos de
los partidos.
Es también una crisis política porque la crisis de la deuda soberana condujo a una
hegemonía político-económica de Alemania que aprovechó la bancarrota de
economías y gobiernos de los países del sur para redefinir las relaciones de poder en
la Unión Europa obligando a evolucionar hacia una Europa federal asimétrica
controlada por Alemania y sus aliados más directos (Holanda y Finlandia en
particular). Con el consiguiente distanciamiento del Reino Unido y la posible fractura
futura con los países del sur en vías de rebelión ciudadana contra el diktat alemán.
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sesgadas de manejo de la crisis, de forma que una oleada de movimientos sociales
autónomos están poniendo en cuestión las formas tradicionales de decisión política.
El modelo económico que entró en crisis en 2008 fue el mismo que aseguró un
crecimiento económico elevado en Estados Unidos y en el mundo al principio del siglo
XXI.
Este modelo se caracterizó por la dominación de la lógica del capital financiero sobre
el conjunto de la economía. Toda la actividad económica pasó a depender de la
valorización de cualquier activo empresarial en el mercado financiero. Pero este
capitalismo financiero tiene rasgos específicos que, en mi análisis, lo hacen a la vez
altamente dinámico y económica e institucionalmente insostenible. Es un modelo que
se caracteriza por 6 rasgos principales (Hutton y Giddens, 2000; Stiglitz, 2010;
Engelen y otros, 2011; Castells, Caraça y Cardoso, editores, 2012):
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3) Clave en el nuevo sistema fue la titularización (securitization) de todas las actividades
económicas, empresas y activos, haciendo de la valoración financiera de dichos
efectos económicos el estándar para cualquier cálculo o estrategia económica. Dicha
titularización incluyó la valoración financiera de empresas, gobiernos y hasta países
enteros, apoyándose en las agencias de evaluación, empresas privadas que cotizan
en la mismas bolsas que ellas influyen, sin apena regulación, con sus opiniones
supuestamente expertas.
Nuevas tecnologías financieras permitieron la creación de una nueva gama de
productos, cada vez más abstractos, tales como derivados, futuros, opciones, y pólizas
de seguro titularizadas (como los CDS, en el origen de la crisis de AIG). El conjunto de
estos productos financieros titularizados constituyó un sistema entreverado en el que
cualquiera devaluación en uno de los componentes de un titulo sintético se repercutía
en la valoración de todo el título. Esto fue exactamente lo que ocurrió en el impacto
que tuvo el hundimiento del mercado hipotecario sobre el sistema financiero en la
medida en que hipotecas de alto riesgo (subprime) fueron utilizadas como colaterales
para asegurar el valor de préstamos y de los productos financieros en los que se
incorporaban dichos préstamos. El proceso resultó en la vitalización de una enorme
masa de capital: el valor de capitalización de los activos financieros llegó a representar
más de 20 veces el valor del PIB global. En esas condiciones, no fue posible asegurar
la transparencia en los mercados financieros y desapareció la posibilidad de una
contabilidad real de la situación financiera de las grandes empresas.
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inmobiliaria ligada a expectativas irrealistas de subida ilimitada de los precios, impactó
el conjunto del sistema financiero, iniciando la crisis (Akerloff y Shiller, 2010).
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tal fue también el caso de la franco-belga Dexia, así como el de muchas otros bancos
en Francia, Holanda, Portugal, Grecia, Italia y España.
Pero el impacto de esa crisis de contagio fue diferencial según los países. Dos
factores la agravaron: su nivel de exposición al mercado hipotecario y el nivel de
politización de sus órganos de gobierno. En ambos terrenos, España se convirtió en el
símbolo de la mala gestión, en particular en la mayoría de las Cajas de Ahorros. Como
lo muestra el hecho de que la minoría de Cajas con menor cartera inmobiliaria
sufrieron la crisis en mucha menor medida: por ejemplo “La Caixa” tenía 17% de
participaciones inmobiliarias en contraste con una media del 50% para el conjunto de
Cajas. Por otro lado, la mayoría de las Cajas en España estaban gobernadas por
consejos de administración nombrados por los gobiernos autonómicos y los principales
partidos políticos, que los utilizaron como instrumento de financiación de sus políticas
y, en buena medida, para repartir recursos y empleo entre sus dirigentes y personas
afines. El resultado fue la quiebra casi general del sistema, el intento de concentración
para salvarlo (en particular con la creación de Bankia) y la necesidad de recurrir al
rescate europeo para reflotar a Bankia y constituir un “Banco malo” (SAREF) para
socializar las perdidas mediante el dinero de los contribuyentes españoles y europeos
(Ekaizer, 2012). En el caso de Alemania, la mayoría de los Landerbank son
deficitarios, pero están sistémicamente apoyados por el Bundesbank que los mantiene
al tiempo que interviene en su gestión. De modo que en ambos casos hay una
intervención decisiva de la política, si bien en el caso de la mayoría de las Cajas
españolas (pero no de todas, no en La Caixa y no en Kutxabank) la intervención es
clientelar y posiblemente corrupta, mientras que en el caso alemán se conduce en
función de los intereses políticos del estado (que no son necesariamente los mismos
que de los ciudadanos).
Claro está, sin embargo, que la principal especificidad de la crisis en la euro-zona fue
que derivó hacia una crisis de la moneda común que estuvo cerca de desaparecer,
con consecuencias que hubieran podido ser catastróficas para la economía mundial.
En el origen de esta crisis está la incongruencia económica de la creación de una
moneda común para economías totalmente distintas en términos de productividad y
competitividad, sin una política fiscal común, sin una regulación bancaria común y sin
un verdadero Banco central común (el BCE se creó como un instrumento anti-inflación,
sin capacidad legal de intervención sobre las economías nacionales, aunque ahora se
haya arrogado en la práctica dichas funciones). Todo iba bien mientras no había crisis
y mientras no se alcanzaran niveles de deuda privada y pública que pusieran en duda
en los mercados financieros la capacidad de países concretos para asumir el pago de
intereses cada vez mas elevados. Como la existencia de una moneda única impedía
(e impide) ajustes estructurales mediante la devaluación monetaria la quiebra de
gobiernos o de sistemas financieros nacionales creo la disyuntiva entre rescatar a
dichos gobiernos, países y bancos con fondos de otros países o expulsarlos de la
zona euro dejándolos a merced de los mercados financieros. Se optó por el rescate,
decisión política esencial que conllevo la pérdida de soberanía económica por parte de
los países rescatados y la sumisión a las decisiones políticas de los rescatadores. Fue
una opción política con consecuencias económicas y sociales de envergadura
(Ontiveros y Escolar, 2013).
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Pero la clave la congruencia política de una incongruencia económica como fue la
creación del euro. Hay dos aspectos en la histórica decisión de crear el euro. El
primero, y mas importante, fue alianza de los líderes políticos más europeístas y
visionarios para avanzar de forma irreversible en la construcción de Europa. Atarse las
manos en política económica entre 17 países fue un gesto valeroso de apuesta por
una Europa federal, si bien empezaron la casa por el tejado de los sueños en lugar de
establecer sus fundamentos institucionales. De hecho el proyecto europeísta se
completaba con una Constitución Europea. Pero la dimensión identitaria-institucional
se reveló irrealizable por la incapacidad de definir una identidad europea (tras fracasar
la propuesta de enraizarla en la cristiandad) y, sobre todo, por el rechazo de los
ciudadanos que tuvieron que votar en referendo, con excepción de España y Portugal
con una baja tasa de participación. Tras la derrota en Francia y Holanda y los
amenazantes sondeos en otros países se renunció a que los ciudadanos aceptaran
una Europa constitucional y se rebajó a un Tratado refrendado por parlamentos
controlados por la clase política. Y este es el quid de la cuestión. El proyecto de
construcción europea no es un proyecto democrático, sino que fue concebido por
elites europeístas que, con excelentes intenciones, decidieron crear una dinámica que
superara las reticencias nacionalistas de la ciudadanía de cada país. El euro fue el
más potente de los mecanismos que idearon en función de su proyecto político. Pero
hubo algo mas: el interés de los bancos más potentes de la zona euro, en particular
alemanes y franceses en encontrar nuevos mercados para sus préstamos en una
Europa del sur dispuesta a endeudarse en euros siempre confiando en que alguien
resolvería los problemas de impagos futuros. Y en los exportadores alemanes que
podrían dominar esos mercados mediante la mayor capacidad adquisitiva en euros,
aunque fuesen euros prestados. Y en ese interés de bancos y empresas alemanas y
francesas (con añadidos holandeses y escandinavos) se insertó también el proyecto
hegemónico alemán, consciente de que en último término la unificación económica de
Europa tendría que apoyarse en la superior capacidad productiva de Alemania y en el
crédito que gobierno e instituciones financieras alemanas tienen en los mercados
financieros. Y es así como, en los términos de Ulrich Beck, se pasó de la Alemania
europea a una Europa alemana (Beck, 2013)
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sometidas a dificultades de financiación y al pago de intereses cada vez mas altos en
plazos cada vez mas cortos.
De ahí surgió la necesidad de rescates financieros para países y para sistemas
bancarios. Pero el Banco Central Europeo no podía realmente asumir el rol de
prestador en última instancia sin un apoyo del único país que podía contribuir
decisivamente a su capital y sin un apoyo de la Comisión Europea que también
requería un respaldo de los principales países. El gobierno de Merkel vio una
oportunidad histórica de reconfigurar Europa en función de los intereses de Alemania
al tiempo que salvaba el euro y preservaba los intereses de los bancos alemanes
protegiéndolos de una quiebra generalizada de sus deudores del sur. A partir de ahí, la
historia es conocida: creación de una serie de mecanismos e instituciones financieras
controladas políticamente por Alemania, la tecnocracia europea y, en menor medida,
el FMI, que se ofrecieron a rescatar países y bancos, y en ultimo termino el euro, a
cambio de: a) reformar estructuralmente la instituciones europeas, avanzando hacia un
federalismo económico, preludio de un federalismo político, bajo liderazgo alemán) b)
imponer en el corto plazo políticas de austeridad para cortar gasto público, empleo
público y prestaciones sociales, para concentrar los recursos disponibles en la
estabilización del sistema financiero. Si bien Alemania se presentó como ejemplo de
política de austeridad, en realidad sus recortes del estado del bienestar fueron
mínimos y el mercado laboral continuó manteniendo medidas de protección de los
asalariados, aún a cambio de una congelación de los salarios reales en casi toda la
última década. El Merkevialismo, como lo bautizó Beck, consistió en hacer sufrir sus
pecados a los meridionales para convencer a los votantes alemanes de que el
gobierno no salvaba a los manirrotos sino que ponía orden en el euro y aseguraba los
intereses de los ahorradores alemanes cuyos bancos habían invertido en el sur. Por
otro lado, al cortar el gasto publico dejó a los gobiernos europeos sin posibilidad de
llevar a cabo estrategias nacionales de salida de la crisis, de modo que sólo con la
contribución y el beneplácito de Alemania saldría Europa de la crisis. Una Europa,
transformada, una Europa alemana. Francia hizo gestos simbólicos de autonomía,
pero como su situación financiera también la situaba en alto riesgo tuvo que, en la
práctica, sumarse al designio de la Europa nórdica que salvo el euro y sus economías
a cambio de destruir actividad económica y empleo en el sur durante un largo periodo.
Es decir, la reconfiguración institucional de la euro-zona y eventualmente de la Unión
Europea fue el resultado de una estrategia política (de Alemania y de las grandes
entidades financieras) que no tiene sentido en términos económicos puesto que
profundiza la crisis y alarga la recesión. Pero que tiene una lógica política implacable
que está produciendo consecuencias de calado a corto y largo plazo en las
sociedades de Europa del Sur.
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trabajadores actualmente empleados. Las tasas de paro del 20% y el 25% entre la
población activa y de entre 40% y 55% para los jóvenes están destruyendo capital
humano y tejido social y precipitando una caída de la demanda que hace difícil salir de
la crisis. Sólo la exportación permite mantener en un cierto modo la creación de
riqueza, pero en un mundo cada vez más competitivo la exportación necesita el
complemento de la demanda interna para que exista crecimiento y generación de
empleo. Las leves tendencias a la reducción del paro manifestadas en la Europa del
sur en el verano de 2013 parecen tener un fuerte componente estacional que puede
conllevar a un desánimo aún más grave entre los buscadores de empleo una vez
disipados los calores estivales. En realidad el tejido social aguanta gracias al
mantenimiento del estado del bienestar, aun con prestaciones disminuidas, y sobre
todo a la fuerza de la solidaridad familiar. A ello se une un incremento de la economía
sumergida generadora de renta y ocupación no contabilizadas. Todos ellos son, sin
embargo, factores que dependen de la actividad en el sector productivo de pymes y de
la disponibilidad de crédito para financiar proyectos exportadores. Es decir, las
economías y sociedades de Europa del sur están cada vez más en el filo de la navaja,
dependientes de las oscilaciones financieras y los vaivenes políticos.
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que están en el poder, así como de las élites financieras y entidades financieras. Y,
sobre todo, critican la confabulación entre financieros y políticos que anteponen, en su
visión, sus propios intereses a los de los ciudadanos. Al mismo tiempo, la
desconfianza en la Unión Europea ha crecido sustancialmente, pasando del 32% de
desconfianza en 2007 al 60% en 2012. Es decir, si bien hay en el mundo una crisis
generalizada de confianza en las instituciones políticas y financieras, dicha crisis se ha
agudizado durante la actual crisis económica. Y la pérdida de legitimidad ha sido más
rápida en la Unión Europea que en el resto del mundo.
Es decir:
- Hay una crisis global de legitimidad política
- Hay una crisis global de confianza económica, sobre todo en las instituciones
financieras.
- Ambas crisis, que vienen de lejos, se han acentuado durante el periodo de crisis
económica.
- Tanto para las instituciones políticas como para las entidades financieras la crisis de
confianza es más aguda en Europa que en el resto del mundo.
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más conflictiva entre los ciudadanos europeos del sur y los partidos que dicen
representarlos.
REFERENCIAS CITADAS
Aftermath. The cultures of the economic crisis, Oxford: Oxford University Press
Akerloff, George y Shiller, Robert J (2010). Animal Spirits. How Human Psychology
Drives the Economy and Why it Matters for Global Capitalism, Princeton;
Princeton University Press
Engelen, Ewald et alter (2011) “After the Great Complacence: Financial Crisis and
the Politics of Reform”, Oxford: Oxford University Press
Stiglitz, Joseph (2010) Free Fall: America, Free Markets and the Sinking of the
World Economy, New York: WW Norton
Wolf, Martin (2008) Fixing Global Finance, Baltimore: Johns Hopkins University Press
Hutton, Will and Giddens, Anthony (2000) On the Edge. Living in Global Capitalism,
London: Jonathan Cape
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ANEXO
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Rising Lack in Trust in European Parliament
EU-level, Source: European Social Survey
measured 0
("no trust at all") to Low or No Trust At All (0-4)
10 ("complete trust)
42,6%
40,5%
39,6%
38,9%
36,4%
13
Rising Lack of Trust in National Governments
EU-level, Source: Eurobarometer
Tend not to trust
70%
65% 66% 67%
62%
53%
14
15
Rising Lack of Trust in Institutions
France, Source: Eurobarometer
2008 2012
65%
40%
68%
44%
39%
36% 35% 36% 36%
33% 32%
29%31%
25%25% 25% 26% 24%
16% 17% 16%
13%
16
Economic Confidence Worldwide
Gallup Economic Confidence Index
2009 2012 Difference
World 10 18 8
Europe -34 -35 -1
Sub-Saharan Africa -15 -10 5
Middle East and North Africa -9 -5 4
Commonwealth of Independent States -21 17 31
Americas -7 17 24
Asia 27 32 5
108 Countries, Source: Gallup
17
Rising Lack of Satisfaction with way
Democracy Works in the EU
EU-level, Source: Eurobarometer
45
43
35 35 34 35
32 32
18
19
20
21
Corruption is a Major Problem in our
Country
EU-level, Source: Eurobarometer
"totally agree" or "tend to agree" "tend to disagree" or "totally disagree"
74%
22%
22
23
24
25
26