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Introducción

Durante muchos años la personalidad del individuo, para el enfoque sistémico no era
preponderante, más bien las indagaciones principales en los pacientes, ya sea en terapias
individuales o grupales, recaía en las pautas relacionales, la configuración familiar, jerarquía,
etc. Sin embargo en la actualidad, el enfoque sistémico, debido a diversos aportes teóricos, ha
situado a la personalidad en una posición más importante que en épocas pasadas ya que este
fenómeno responde a una serie de dinámicas familiares que ocurren dentro de un sistema
(Linares, 2007).
En cuanto a la concepción de personalidad que comparte un sector del enfoque
sistémico, se encuentra la teoría de Sullivan en la cual refiere que la personalidad es un
proceso que se construye en la interacción interpersonal donde, la aprobación o reprobación
del progenitor portador de una cultura específica es el mecanismo principal que opera en el
desarrollo de la personalidad con una perspectiva desde fuera hacia dentro. El modelo
interpersonal de Sullivan de desarrollo humano, se entrelaza en un punto con la “teoría de
relaciones objetales” debido a que el infante se ve motivado principalmente por la necesidad
de relacionarse con el objeto, más que por satisfacción pulsional (Vidal, 2013).
Otra concepción de personalidad que se ha destacado por proponer una mirada
integradora, es la de Millon (1986 en Campo & Ascenzo, 2016) “un patrón complejo de
características psicológicas que surgen de una complicada matriz de determinantes biológicos
y aprendizajes que suponen un patrón idiosincrásico de percibir, sentir, pensar, afrontar y
comportarse de un individuo” (pg. 26).
Desde el punto de vista relacional, según Linares (2007) la personalidad es “​la
dimensión individual de la experiencia relacional acumulada, en diálogo entre pasado y
presente, y encuadrada por un substrato biológico y por un contexto cultural” (pg.383). De
acuerdo a esto se asume que la historia que ocurre dentro de este diálogo entre pasado y
futuro puede ser reescrito en el presente y por tanto es posible redefinir el pasado.
Los trastornos de la personalidad (TP) ​se consideran según Villar (2016), como un
conjunto de afecciones o perturbaciones donde las personas muestran patrones de
pensamiento, emociones, afectividad, motivación y relaciones sociales que suelen ser
disfuncionales para él mismo y su entorno, además el trastorno presupone experiencias y
comportamientos que difieren de las expectativas y normas sociales, siendo apartadas de la
cultura de cada individuo.
Actualmente los TP afectan a cerca del 12% de la población general y muestran una
extrema disfunción social sumada a una elevada utilización de los sistemas asistenciales de
salud (Villar. 2016).
El Eje II del DSM-IV-TR (American Psychiatric Association, 2000) distingue tres grupos de
TP.
o ​Grupo A: Trastorno Paranoide, Trastorno Esquizoide y Trastorno Esquizotípico
de Personalidad.
Los raros o excéntricos, presentan gravedad y persistencia de los síntomas por un
lado, y por otro en la pauta generalizada de déficits sociales y relacionales, ámbito
donde las personas con estos TP presentan sus mayores problemas
o ​Grupo B: Trastorno Antisocial, Trastorno Límite, Trastorno Histriónico y
Trastorno Narcisista de Personalidad.
Los dramáticos, emocionales o erráticos, se caracterizan por la inestabilidad
emocional extrema y las dificultades para controlar los impulsos.
o ​Grupo C​: ​Trastorno por Evitación, Trastorno por Dependencia y Trastorno
Obsesivo- Compulsivo de la Personalidad.
Los ansiosos y temerosos. que tiene en común presentar un monto de ansiedad o
miedo exagerados motivados por el miedo a perder el control (de uno mismo, de
otros significativos o de las situaciones, etc.).
Los Trastornos de Personalidad son tanto o más prevalentes que los síndromes
clínicos de depresión y trastornos de ansiedad, con alta presencia en la población general.
Todos los datos coinciden en que los TP constituyen un serio problema de salud mental
pública. Los incluidos en el grupo C, Evitador, Dependiente y Obsesivo Compulsivo son los
que mayor presencia tienen en la población general junto al Límite (Villar, 2016).

Trastorno Límite de la Personalidad


El Trastorno Límite de la Personalidad (TLP), es uno de los más diagnosticados
dentro de los TP, y de estos pacientes muchos son derivados a terapia familiar posterior a la
atención con otros profesionales, ya que suelen tener interés en mejorar sus relaciones
interpersonales o reforzar vínculos lábiles, ambos aspectos comunes en este tipo de
trastorno (Campo, D Ascenzo, 2010).
Estudios sobre prevalencia han demostrado que en las familias de los pacientes que
presentan TLP existe una mayor frecuencia de trastornos por abuso de sustancias y
depresión, además se ha visualizado que las personas que padecen el TLP provienen de
familias en las cuales existe historial de abusos, traumas o exposición a estresores
ambientales durante la infancia, sin embargo estas características no corresponden a
factores determinantes del trastorno, más bien se debe considerar que el desarrollo
biológico individual no está aislado de factores sociales y ambientales (Linares, 2007).
En cuanto a las características de los padres, los diversos estudios en cuanto a
relaciones e interacciones familiares y los factores influyentes en el desarrollo del TLP, un
estudio realizado por Zanarini y cols (citado en Linares, 2007) arrojó que un 92% de los
pacientes con TLP han experimentado antes de los 18 años situaciones de negligencia
biparental y rechazo emocional.
Según Linares (2007) la baja implicación emocional de los padres hacia los niños
iba en detrimento de su capacidad para socializar exitosamente, esto aportaría al aumento
de conductas desadaptativas o al desarrollo de conductas suicidas. Por otra parte
Etcheverría (2015), menciona de acuerdo a una revisión bibliográfica extensa que existe
una alta frecuencia de casos en los cuales uno de los progenitores se caracteriza por ser
distante y rígido, mientras que el otro es explosivo y asfixiante, en consecuencia esto
provocaría en el infante una sensación crónica de vacío y malestar. Ciardo y colaboradores
(citado en Linares, 2007) recalcan un constante sentimiento de pérdida y miedo a esta,
producto de intercambios interactivos débiles o relaciones frías de carácter físico o
emocional por parte de uno de los cuidadores en edades tempranas, además se ha
encontrado que los pacientes con TLP suprimen sus pensamientos negativos como
estrategia defensiva producto de un constante patrón de críticas por parte de los padres,
esta dinámica se ha relacionado con tres de las características claves del trastorno:
sensitividad interpersonal, agresividad e impulsividad.

Estrategias terapéuticas
Para el proceso terapéutico es necesario que el paciente pueda continuar cuanto antes
su trayectoria sin la necesidad de la “muleta “puntual que la ofrece su vínculo con el
terapeuta, para esto, se considera fundamental el trabajo con la red social directa del paciente
y no solamente con la simbólica, por lo tanto se recomienda que el modelo de intervención se
articule y combinen entre individuales y familiares.
Según Campo & D´Ascenzo, (2010). El objetivo primordial de las primeras sesiones además
la de la obtención de información es establecer una alianza sólida tanto con el paciente como
con sus familiares. Desde la primera sesión formular la pregunta en relación a la motivación
que los llevó a realizar la consulta así se puede saber si ha habido una derivación, quien es el
que se ha movilizado para conseguirla y qué expectativas presentan cada uno de los
integrantes respecto al tratamiento. En el caso de que haya derivación se contacta con el
derivante para poder transmitir las impresiones sobre el caso y explicar los objetivos
terapéuticos de manera que no se produzcan contradicciones.
Según la etapa del ciclo vital en que se encuentre el paciente se realizará la convocatoria
inicial, así cuando se trabaja con jóvenes sin pareja estable y adolescentes se convoca a la
familia de origen sin renunciar a trabajar de forma individual con el joven, mientras que se
considera más útil trabajar con la pareja si se hallaban emparejados de forma estable.
La definición del problema se escucha de manera atenta y de los aportes de cada uno delos
integrantes, propiciando que no solo se describen los síntomas, si no que todos los familiares
y en especial el paciente se sientan respetados y tenidos en consideración.
La primera sesión acostumbra a ser un buen momento para saber si se han realizado
tratamientos anteriormente y la conceptualización que tiene la familia y el paciente del
trastorno.
Se observa que a menudo la idea que cala en la familia es de irreversibilidad, es decir que no
hay mucho que hacer, lo que acompañado de a la sensación de impotencia que siente tanto la
familia como el paciente favorece a una actitud poco proactiva.
Se distinguen además lo favorable que es la indagación de aspectos personales de los
miembros de la familia ya sea experiencias laborales, edad, estudios realizados y valoración
de ellos mismos, gustos y aficiones y estados de salud en general, estas preguntas permiten
un estado de escucha empática lo que ayuda a un fortalecimiento de la alianza terapéutica, de
ahí la importancia de recalcar los aspectos positivos que signifiquen un recurso para todos y
en especial para el paciente.
En las siguientes sesiones conjuntas con la familia se consultará por los orígenes de la familia
y si es en pareja a su propia historia para que el terapeuta sea un espectador privilegiado de la
historia familiar y sus orígenes, la escucha empática permite al paciente tener una nueva
perspectiva de sus padres y de sus dificultades para ejercer ellos mismos la parentalidad, de
aquí lo importante de la mirada comprensiva respecto a la familia lo que facilita la
disminución de tensiones.
Este proceso promueve la explicación de las responsabilidades de lo padres como adultos en
relación con el hijo y a su vez no se les culpabiliza ya que sus decisiones pueden ser
comprendidas según el concepto que fueron tomadas, en este ámbito han de quedar expuestas
las consecuencias perjudiciales que tuvieron para el paciente sin embargo quedan exonerados
mediante un ejercicio de externalización de la culpa, al no ser aquellas fruto de mal
intenciones sino de las situaciones desfavorables de aquellos momentos.
El final de las primeras sesiones una vez construido el proceso terapéutico se formula el
contrato con los objetivos propuestos las condiciones para hacerse cargo del caso.
En la segunda parte del proceso terapéutico con la familia será la creación de un contexto
relacional favorable que responda de las necesidades básicas de carácter afectivo, ya que la
meta fundamental es que se sientan querido de manera incondicional independiente de lo que
hagan, reconocidos como individuos con sus propias necesidades y a su vez valorados
teniendo en cuenta sus fortalezas y recursos. Esto es, promover las interacciones positivas
que impidan que las expectativas negativas de estos pacientes se hagan realidad, es decir la
tendencia que tienen de conseguir que el otro miembro de la familia acabe haciendo lo que
más temen, enfadarse, los rechacen o incluso abandonen, producto del círculo vicioso que son
víctimas y se reconviertan en un círculo virtuoso.
Dentro de las estrategias más útiles es trabajar con los padres a solas en alguna sesión,
generando una mirada dirigida hacia lo positivo que revierta el sesgo negativo que los padres
suelen tener, para ello se les escucha el tiempo necesario logrando que perciban que el
terapeuta conoce a fondo las actuaciones negativas del paciente, posteriormente se le
pregunta por los aspectos positivos que podrían nombrar de sus hijos, es frecuente que
muchas veces no sepan qué decir por lo tanto se les pide como prescripción que durante las
sesiones se fijen y estén atentos a cualquier gesto positivo de su hijo, lo anoten en una libreta
y lo aporten como material de la próxima sesión, paralelamente el terapeuta puede promover
en las sesiones individuales con el paciente algún gesto positivo que pudiera encajar con esa
nueva mirada de los padres. Esto refuerza la toma de conciencia del paciente en base a su
conducta que los otros van a responder de una manera u otra lo que le ayudará a modular sus
actitudes introduciendo una proactividad orientada al logro de objetivos.
El trabajo terapéutico con pacientes con pareja se tratan con técnicas orientadas a la
clasificación de dificultades así como la resolución de conflictos, el objetivo terapéutico es de
facilitar el mejor ajuste entre las necesidades individuales y de pareja junto con la
consolidación del vínculo en base al establecimiento de límites más apropiados con respecto
a las familias respectivas. Neutralizando la utilización de la conducta sintomática como
mecanismo disfuncional de resolución de conflictos así como manejar adecuadamente la ira,
además de conseguir de manera paulatina que los pacientes que tengan hijos vuelvan a
hacerse cargo de sus deberes como padres.

CONCLUSIONES.
Las investigaciones demuestran que existe una correlación entre una dinámica
familiar inadecuada y el TLP, por lo que en las etapas tempranas del desarrollo (infancia y
adolescencia), el ambiente en el cual se sitúa el individuo, compromete su identidad y su
forma de relacionarse (​Linares, 2007; Etcheverría, 2015)​, este hecho destaca la importancia
de considerar a la persona dentro de un contexto, en el cual las interacciones que se
construyan en el sistema tienen un impacto enorme.
De lo anterior se desprenden una serie de puntos relevantes que demandan un análisis,
el uso de conceptos patológicos (trastorno límite, narcisista, dependiente, etc.), tiende a la
clasificación de una persona como diferente, es decir, el sujeto diagnosticado posee una
dificultad o un déficit (si se prefiere) de un algo, está categorización se dirige al individuo y
no al sistema familiar, desplazando toda la responsabilidad de los actos a un subsistema
(paciente índice) y no a la totalidad de interacciones. Al no considerar al grupo y las formas
de comunicación que emergen dentro de él, disminuye la cantidad de recursos adaptativos del
que se considera “paciente índice”, dicho de otra forma, el individuo diagnosticado es la
causa de toda discordia y no posee herramientas adaptativas que le permitan un actuar
“normal”, por lo que el abordaje de cualquier patología exige el pensamiento sistémico que
permita identificar las formas y modos de comunicación dentro del grupo y en consecuencia
reorientar la responsabilidad haciendo de cada integrante un protagonista de la dificultad que
se presenta en la familia.
En cuanto las interacciones entre subsistemas, toda familia (o grupo en general) crea
formas de comunicación estables en el tiempo, estas dinámicas marcan las posibilidades de
conducta de los integrantes, es decir, cada miembro posee ciertos roles, tareas específicas,
etc. Que determinan su lugar en el grupo (Vygotsky, 2017), sin embargo, para que el ser
humano pueda emerger, debe existir un ambiente humanizador (Maturana, 1990), esto
significa que se deben generar en el entorno inmediato del sujeto las condiciones adecuadas
para que el emocionar y el razonar se entrelazen, de esta forma el individuo puede expresar la
emoción con el lenguaje, por lo que en un ambiente donde no exista la aceptación
incondicional hacia un otro, no puede existir lo genérico del del ser humano (entrelazar la
emoción con la razón, es decir “el lenguajear”) (Maturana, 1990).
La evidencia científica descrita en los párrafos anteriores sugieren que las personas
diagnosticadas con trastorno de la personalidad (TP), se asocian con familias autoritarias,
rígidas, en otras palabras, en estos grupos familiares no se entrega un contexto humanizador,
lo que impide una conservación de la identidad del individuo (o paciente índice) (debido a
que el grupo no lo acepta en su integridad), por esta razón, desde esta perspectiva las
personas con TP no son “inadaptadas” o “anormales”, solo reacciona ante las exigencias que
el medio en el cual se desenvuelven (familia) propone, por ende la intervención debe dirigirse
hacia la fabricación de estrategias interaccionales que potencien la capacidad de legitimación
mutua, para que la emocionalidad pueda surgir de forma adecuada y exista una aceptación
que facilite adaptación.

Referencias
American Psychiatric Association (1994) DSM-IV, APA, Washington DC.
Campo, C., & DAscenzo, I. (2010). El trastorno límite de la personalidad: diagnóstico
e intervención desde la perspectiva sistémica. ​Revista Redes,​ ​2(​ 24), 23-53.
Etcheverría, L. (2015). Trastorno límite de personalidad: una mirada integral: aportes
desde el psicoanálisis, la sistémica y la psicoeducación.
LINARES, Juan Luis. La personalidad y sus trastornos desde una perspectiva
sistémica.​Clínica y Salud [online]. 2007, vol.18, n.3 [citado 2018-11-06], pp.381-399.
Disponible en:
http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1130-52742007000300008&lng=es
&nrm=iso
Vidal, I. (2013). LAS SEMILLAS DE HARRY STACK SULLIVAN EN LA
PSIQUIATRÍA . ​Revista Electronica de Psicoterapia,​ 407-423.
Villar, H. (2016). Los trastornos de personalidad - ¿A quién le pasa lo que pasa? .
Scielo,​ 4-18.

Campo, C., & D´Ascenzo, I. (2010). ​Transtorno limite de la personalidad:


Diagnostico e intervencion desde la perspectiva sistemica.​ Barcelona: Isau
pau.

Vygotky l. (2017). Pensamiento y lenguaje. Ciudad de Mexico. Booket.

Maturana H. (1990), Emociones y lenguaje, en educación y política. Santiago. JC Sáez

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