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HARGREAVES EXTRA Musica y Desarrollo Psicologico PDF
HARGREAVES EXTRA Musica y Desarrollo Psicologico PDF
David Hargreaves
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Serie Música
Dirección: Pep Alsina
© David Hargreaves
© de la traducción: Ana Lucía Frega, Dina Graetzer, Orlando Musumeci
© de la edición inglesa: Cambridge University Press, 1986
Título original: The Developmental Psychology of Music
© de esta edición: Editorial GRAÓ, de Serveis Pedagògics
c/ Francesc Tàrrega 32-34. 08027 Barcelona
1a edición: marzo 1998
ISBN: 84-7827-185-6
DL: B-836-98
Diseño de cubierta: Xavier Aguiló
Impresión: Imprimeix
Impreso en España
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Índice
Prólogo a la edición española | 5
Prefacio | 11
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Conclusión | 247
Bibliografía | 249
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se observa que este fenómeno recorre la totalidad de la vida de los seres humanos.
La educación musical, al encuadrarse institucionalmente en alguna de las mo-
dalidades o niveles del sistema educativo de una comunidad determinada, consiste
en un proceso de enseñanza-aprendizaje sistematizado en una escolaridad, que
puede responder a dos fines:
.Completar el campo expresivo-receptivo del alumno que asiste a un proce-
so general de educación. Abarca desde el comienzo hasta el final de la es-
colaridad.
.Desarrollar aptitudes específicas e intereses por la música como profesión
acompañando al alumno en las adquisiciones de conocimientos y el desa-
rrollo de las habilidades propias de la vida profesional de su elección.
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del pensamiento pedagógico durante el siglo XIX: es pensar que se debe educar a
todos los pobladores de los distintos países para capacitarlos en niveles básicos de
formación con el propósito de mejorar el nivel de vida general de la comunidad. Esto
significa que los desafíos educativos hoy se plantean no solamente para algunos in-
dividuos, sino para la totalidad de la base poblacional de un país. Cuando se trataba
de algunos individuos, de algunos sectores, generalmente se terminaba en el hecho
de que quienes adelantaban desde el punto de vista educativo eran los más capaces.
Cuando se enfoca el formar sólidamente las bases de la pirámide poblacional, se
plantean los grandes problemas de las diferencias, que inclusive han ido generando
las distintas pedagogías especializadas.
Se añade a todo esto un segundo fenómeno: el tema de los medios de comuni-
cación masiva. Se está «bombardeando» a las poblaciones del mundo con un deter-
minado tipo de música que, porque se desea producir un consumo sumamente ma-
sivo (por cuestión de costos y ganancias), consiste en formas musicales muy elemen-
tales y muy rudimentarias, con una apariencia de parafernalia tecnológica que las
hace supuestamente ricas y variadas.
Frente a todo esto, existe un desafío muy grande desde el punto de vista
educativo; algunos de esos desafíos, naturalmente, tienen que ver con la manera
como se aprende, es decir, en qué medida los conflictos auditivos que el sujeto de
la educación afronta pueden ser auxiliados didácticamente. El término sujeto de
la educación se utiliza aquí con un concepto amplio, ya que todos somos, en al-
gunos momentos del día, sujetos educativos porque estamos sometidos a estímu-
los a través de las distintas situaciones, más o menos sistemáticas y más o menos
voluntarias por nuestra parte, tal como se explicó en la definición inicial de este
prólogo.
¿Cómo preparar a esos sujetos, cómo facilitar la resolución de los distintos conflic-
tos de aprendizaje, que pueden ser auditivos pero que también son cognitivos y afectivos?
Los pensadores y estudiosos de estos temas ocupan tiempo e investigación para
dilucidar los problemas diversos que aquí se comentan someramente. El doctor David
Hargreaves se ha dedicado a estos temas en su doble carácter de psicólogo y de mú-
sico. Ya en otras de sus obras ha aportado informaciones sobre logros en su campo
de especialidad —la psicología del aprendizaje musical— brindando sólidas informa-
ciones a todos quienes se interesan por el vasto tema de las enseñanzas musicales. En
su obra Infancia y educación artistica , se lee :
Las premisas de la práctica educativa contemporánea pueden contemplarse en tres
perspectivas diferentes sobre el desarrollo [...]. Desde el punto de vista madurativo, el
niño concreto dispone de un conjunto de rasgos deseables cuyo desarrollo debe pro-
moverse, y de otros rasgos indeseables que deben someterse a control; desde el punto
de vista de la transmisión cultural, el niño cada vez más socializado recibe habilidades
valoradas convencionalmente y conocimientos tal como los ofrece la cultura; y, por úl-
timo, desde el punto de vista cognitivo evolutivo, se considera que el niño que va ma-
durando interactúa con un ambiente estructurado (interacciones que estimulan, a la
vez, que marcan las complejas transformaciones cognitivas del niño en desarrollo).
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los rasgos y aptitudes deseables para el crecimiento del niño y del adolescente, pen-
sado como persona individual y como ser social.
El modelo de transmisión cultural tiene que ver con la conservación de los sa-
beres y está basado en la interiorización de las habilidades y de los conocimientos de
la cultura.
El modelo cognitivo-evolutivo destaca la importancia de las relaciones entre el
ser en formación y su medio. En su interacción, sensorial y sicomotriz, con los ele-
mentos del entorno, el educando desarrollará las estrategias necesarias para la reso-
lución de los problemas cognitivos que el ambiente le presenta. En nuestro caso, la
música se encuentra en ese entorno.
En Música y desarrollo psicológico, este libro que aquí se prologa, el doctor
Hargreaves aborda los temas comentados hasta aquí con amplitud y detalle, incor-
porando comentarios derivados de su vasta experiencia y estudios en su país, en Es-
tados Unidos y en ámbitos internacionales que —como los Seminarios Internaciona-
les sobre Investigación en Educación Musical que organiza desde 1968 la ISME (In-
ternational Society for Music Education)— son plataforma de permanente discusión
e intercambio para todos los estudiosos que allí nos reunimos entre los que se ha
contado más de una vez con sus trabajos nuestro autor.
Ha sido un privilegio y un desafío nada fácil para quienes asumimos la respon-
sabilidad de traducir este libro al español el enfocar esta labor. Lo hicimos con el res-
peto que el autor nos merece, poniendo dedicación y entusiasmo. Lo hicimos, tam-
bién, pensando que los músicos docentes de todo el mundo de habla hispana nece-
sitaban disponer de fuentes bibliográficas fiables sobre este tema tan relevante.
Este equipo, integrado por la autora de este prólogo y por los profesores Dina
Gratzer y Orlando Musumeci, desea manifestar un reconocimiento muy especial a
Editorial Graó por su confianza y por su interés hacia el importante mundo de las en-
señanzas musicales.
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Me siento muy honrado al haber sido invitado a escribir este breve prólogo para
la traducción al español de mi obra The Developmental Psychology of Music, obra
que fue publicada inicialmente en 1986, que ha sido reimpresa cuatro veces desde
entonces y que es empleada como libro de texto en varios países del mundo. A lo
largo de mi trabajo con la International Society for Music Education (ISME) en años
recientes, me he sentido muy gratificado al ver el crecimiento de la investigación en
psicología de la música y en educación musical, incluso en varios países lejanos y
donde los recursos económicos son, muchas veces, escasos.
Uno de los ejemplos más impresionantes acerca de este tema es, sin duda, Su-
damérica, y ha sido un gran placer para mí conocer y trabajar con mis colegas suda-
mericanos a lo largo de los encuentros de la ISME. La posición actual de Ana Lucía
Frega como Presidenta de la ISME es un testimonio justo y merecido por su papel
predominante en movilizar la investigación en educación musical en Sudamérica;
también ha sido un privilegio para mí trabajar con Dina Graetzer en la Comisión de
Investigaciones de la ISME. Por supuesto, estuve encantado cuando estas influyentes
figuras unieron fuerzas con Orlando Musumeci para emprender esta traducción.
El trabajo de ellos en Argentina está cobrando cada vez más fuerza bajo los aus-
picios del Centro de Investigaciones en Educación Musical (CIEM) y la colaboración
con Alda Oliveira y la Asociación Brasileña de Educación Musical (ABEM) está trans-
formando a Sudamérica en una fuerza considerable que será reconocida en el futu-
ro. El éxito del Primer Seminario Argentino de Investigación en Educación Musical
(1995) y del Primer Seminario Sudamericano sobre el mismo tema (1996) abren el ca-
mino para más y más ambiciosos planes de encuentros futuros, por lo que me per-
mito augurar a mis colegas todo el éxito posible en estas empresas.
Nuestra disciplina ha visto varios desarrollos y algunos cambios en el espacio
relativamente corto de tiempo desde que este libro fue publicado por primera vez,
por lo que he compilado una breve bibliografía que incluye las aportaciones más sig-
nificativas en psicología de la música, en educación musical y en educación artística
desde 1986. Esta bibliografía será corta y selecta; hay áreas conectadas con el tema
que no están incluidas, como la musicoterapia y la teoría musical, lo que dará una
idea sobre la ampliación de las fronteras interdisciplinares en este campo. Espero que
resulte útil.
David Hargreaves
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Prefacio
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sido un placer trabajar. Mi mayor deuda es para con Linda, Jonathan y Thomas Har-
greaves, por su sufrido apoyo mientras escribía. Linda aportó comentarios sobre al-
gunos capítulos y trató, lo mejor que pudo, de poner en su lugar algunas de mis ideas
sobre ciertos temas referidos a la educación; Jonathan y Thomas me autorizaron a
usar sus canciones y dibujos, cosa que les agradezco profundamente.
Se ha intentado por todos los medios obtener permiso para reproducir material
protegido por los derechos de autor, que agradezco a todos los autores y editores que
lo han otorgado: el reconocimiento detallado aparece en los epígrafes.
David Hargreaves
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Psicología del desarrollo musical
Introducción
En este libro intento definir y describir un campo de estudio recientemente
aparecido1: la psicología del desarrollo musical que, a su vez, representa la confluen-
cia de dos disciplinas: la psicología del desarrollo y la psicología de la música. Ambas,
por supuesto, constituyen parte de la psicología y de la música, así como de la edu-
cación. Todos estos términos son denominaciones de conveniencia para áreas con-
sensuadas del conocimiento. En cierto modo, son arbitrarios, susceptibles de ser mo-
dificados y obsoletos en la medida en que el conocimiento avanza. Por cierto, que se
podría argumentar que esto es bueno, por cuanto, tanto en las instituciones educa-
tivas como en los currículos, imponer límites artificiales en las asignaturas, a menu-
do puede dificultar la fertilización cruzada de ideas de la cual emana cualquier dis-
ciplina. Por lo tanto, y deliberadamente, he lanzado muy lejos mis redes: mi descrip-
ción será sobreincluyente más que subincluyente.
Durante muchas décadas, la «psicología evolutiva» ha sido virtualmente sinóni-
mo de «desarrollo del niño», aunque el creciente énfasis en una aproximación sobre
la duración del ciclo vital (lifespan) (por ejemplo, Ambron y Brodzinsky, 1979) signi-
fica que, en la actualidad, los cambios de conducta en la edad adulta también reci-
ben atención. La investigación descrita en este libro ha sido realizada tanto con adul-
tos como con niños y adolescentes. La psicología de la música es más bien conside-
rada una colección de tópicos libremente relacionados que una disciplina coherente,
con algún marco conceptual o empírico integrado. Espero poder demostrar que es
posible desarrollar una psicología del desarrollo musical conceptualmente viable,
juntando ambas cosas.
1. N. del T. La edición inglesa (por lo demás, única) es del año 1986; por lo tanto, cualquier referencia a
estudios recientes tiene como límite dicho año.
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Existen dos motivos principales tras esta empresa. El primero, dar a conocer y
describir la floreciente y vigorosa actividad que se ha producido en la investigación
en ambos campos durante aproximadamente la última década. La psicología del de-
sarrollo es una de las áreas de la psicología contemporánea más activa y de más rá-
pida expansión; por ejemplo, la sección de psicología del desarrollo de la Sociedad
Británica de Psicología es una de sus secciones más jóvenes y amplias, y el British
Journal of Developmental Psychology comenzó a editarse en 1983. De la misma ma-
nera, la psicología de la música está experimentando un renacimiento después de va-
rias décadas de inactividad. Es evidente que, en la actualidad, la complejidad de la
creación musical, de la ejecución y de la experiencia se vuelven más receptivas a las
técnicas y herramientas cada vez más sofisticadas de la psicología contemporánea.
Esto queda demostrado con la reciente publicación, en los comienzos de la década de
1980, de una variedad de libros, y de dos revistas: Music Perception y Psychomusi-
cology.
El segundo motivo surge a partir de considerar la relación entre la teoría edu-
cacional y la práctica pedagógica en las asignaturas artísticas en comparación con las
ciencias. En las escuelas primarias, por ejemplo, tanto en ciencias como en matemá-
ticas, el currículo está sustentado por un considerable cuerpo de teorías del desarro-
llo y de la enseñanza. Inmediatamente salta a la mente la teoría de Piaget; existen
diversos programas para la enseñanza de las matemáticas basados explícitamente en
los principios piagetianos que emplean de manera específica algunas de las propias
pruebas experimentales de Piaget (por ejemplo, Fletcher y Walker, 1970; Nuffield
Foundation, 1972; Harlen, 1975). Pese a que la enseñanza de la música (y, en reali-
dad, también la enseñanza de otras asignaturas artísticas) constituye por sí misma
una parte igualmente importante del currículo, no existe un cuerpo equivalente de
teorías del desarrollo sobre las cuales se basen las prácticas de la enseñanza.
Keith Swanwick, un prominente educador musical británico, sostenía que a los
educadores musicales.
[...] Les hace falta desesperadamente cualquier tipo de marco conceptual [...] no tene-
mos una fundamentación que soporte el análisis y que resista bien contra las opinio-
nes de diferentes grupos de presión (1979, pp. 5-6).
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pero y bien establecido, con la del resto del mundo. Por lo que se deduce de las citas
anteriores, en Gran Bretaña podemos distinguir con relativa facilidad entre la psico-
logía de la música (lo teórico) y el estudio pedagógico (lo práctico) en relación a la
mejor manera de enseñar música a los niños. Existe un profundo abismo entre ambos,
y el término «educación musical» queda claramente reservado a esto último. En Es-
tados Unidos, sin embargo, este término se usa de manera más generalizada, apli-
cándolo tanto al campo teórico como al práctico. La «educación musical» norteame-
ricana, se superpone, con mucho, con la «psicología de la música» norteamericana, lo
cual queda rápidamente demostrado cuando se hecha un vistazo a los contenidos del
Journal of Research in Music Education, principal publicación de ese país. A pesar de
los esfuerzos realizados a través de las páginas de publicaciones como éstas, no exis-
ten virtualmente teorías psicológicas coherentes sobre los procesos específicos del
desarrollo que sustenten la percepción musical de los niños, el conocimiento o el de-
sempeño. Este libro intentará unir algunos de estos cabos sueltos.
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musical puede ser abordado desde todos los niveles psicológicos. La creciente sofis-
ticación teórica y metodológica de la investigación psicológica significa que, hoy
en día, estos fenómenos complejos pueden ser investigados; se produjo una inme-
diata reactivación en cuanto al nivel de actividad investigadora. Además de la
aparición de las dos nuevas revistas mencionadas en la sección anterior, práctica-
mente cada año consecutivo, desde 1978, se ha publicado un nuevo libro de texto
sobre algún aspecto de la psicología musical. The psychology of music (La psico-
logía de la música) de Davies (1978) fue el primer texto en reflejar la creciente in-
fluencia de la psicología cognitiva; y Psychological foundations of musical beha-
vior (Fundamentos psicológicos de la conducta musical) de Radocy y Boyle (1979)
es, en su aproximación, explícitamente conductista como su título indica. Hand-
book of music psychology (Manual de psicología musical), de Hodges (1980), es
una colección editada sobre minuciosas reseñas de investigaciones escritas por ex-
pertos en sus campos de especialidad. Se trata, casi con seguridad, de la única guía
más completa a la psicología musical hasta 1980, e incluye la valiosa reseña his-
tórica de libros y revistas realizada por Eagle, «Una perspectiva introductoria sobre
la psicología musical» (An introductory perspective of music psychology).
The psychology of musical ability (La psicología de la aptitud musical), de Shu-
ter-Dyson y Gabriel (1981), es la segunda edición de un trabajo publicado por pri-
mera vez en 1968 por Rosamund Shuter con el mismo título, y pronto llegó a ser co-
nocido como la guía más calificada para tests e investigaciones psicométricas en mú-
sica. La segunda edición contiene dos capítulos adicionales de Clive Gabriel sobre
«Psicología cognitiva y música» y «Estudios de lateralización». The psychology of
music de Deutsch (1982), otra colección de revisiones especializadas sobre expertos,
revela una fuerte tendencia hacia aspectos del campo acústico, psicofísico y cogniti-
vo, y ha sido ampliamente aclamada por investigadores en esas áreas. The musical
mind (La mente musical) de Sloboda (1985) y Musical structure and cognition (Es-
tructura musical y cognición) de Howell, Cross y West (1985) son las contribuciones
más recientes.
Este breve informe sobre los libros de texto más actuales, debe reflejar la si-
tuación floreciente de la psicología de la música en la actualidad. Es fácil detectar,
dentro de la disciplina, el creciente aumento e importancia de las aproximaciones
cognitivas; más adelante, en este mismo capítulo, habré de esbozar sus alcances. Si
bien Crozier y Chapman (1984) reconocen que ninguna interpretación psicológica
jamás podrá vérselas con las artes en su total complejidad, sugieren, sin embargo, que
el estudio de los procesos cognitivos centrales ofrece el compromiso de una mayor
integración de las teorías del arte de lo que hasta ahora ha sido posible. Si bien estoy
de acuerdo, agregaría que, en el caso de la música, hubo una tendencia al predomi-
nio de estudios microscópicos, esto es, los que comienzan con pequeños detalles y, a
partir de ellos, tratan de avanzar gradualmente hacia interpretaciones más generales
(la típica aproximación experimental angloamericana). A pesar de que esto constitu-
ye una parte importante de la psicología del desarrollo de la música, hay otros as-
pectos en este campo que no han sido tratados tan adecuadamente. Espero que, de
alguna manera, este libro apunte a restablecer el equilibrio.
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La perspectiva musical
Músicos, musicólogos, músicos teóricos y quienes trabajan en otras ramas de la
música tienen sus propios puntos de vista sobre la temática de este libro. Algunos mú-
sicos, conjuntamente con otros artistas, se han manifestado hostiles al estudio científi-
co de sus actividades, sobre la base de que cualquier intento por analizar los fenómenos
complejos involucrados, necesariamente habría de trivializarlos o tergiversarlos. También
se ha argumentado, y quizá con cierta justificación, que los procedimientos experimen-
tales, por sí mismos, pueden modificar y distorsionar los fenómenos investigados.
En tanto Davies (1978) reconoce que muchos músicos tienen una visión de su
arte más realista de lo que el común de la gente cree, sugiere que la música
ha adquirido una cualidad mística o sobrenatural, tendente a hacer que cualquier aná-
lisis de estas actividades parezca un sacrilegio» (p. 16),
y que cosas tales como buen gusto, sensibilidad y entendimiento musical son
consideradas por algunos como
propiedades mágicas propias de algún tipo de sacerdocio musical (p. 15).
Tal como lo haría cualquier psicólogo, Davies sostiene que la investigación cien-
tífica de estos fenómenos tiene que servir para desmitificarlos, y hacerlos compren-
sibles a cualquiera que no sea músico.
Sería interesante saber qué proporción de músicos aún opinan que, efectiva-
mente, sería mejor no contaminar su especialidad con la investigación empírica: sos-
pecho que esta proporción está decayendo. Tal sospecha surge del hecho de que en
varios departamentos de música en universidades de Estados Unidos, actualmente se
enseña diseño y metodología de la investigación como parte regular de sus cursos. El
profesor universitario autor de un texto titulado Experimental research in music
education: Workbook in design and statistical tests (Madsen y Moore, 1978)2, per-
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tenece a una escuela de música que pone gran énfasis en la investigación empírica.
Bien podría ser que la opinión anteriormente expresada finalmente fuese considera-
da tan anticuada como aquella objeción del poeta Keats a las investigaciones de los
físicos sobre los colores del arco iris.
A pesar de que los métodos científicos pueden ser aplicados con la misma vali-
dez tanto a fenómenos musicales como a objetos físicos, hay ciertas diferencias cru-
ciales sobre el tema que deben ser tenidas en cuenta. La mayoría de las «leyes» mu-
sicales están hechas por el hombre, dependientes de la cultura, y, por ende, sujetas a
modificaciones; en este sentido, contrastan pronunciadamente con las leyes «natu-
rales» propias del campo de la física. De esto se desprende que la mayoría de los
temas de investigaciones sobre los efectos de la música son esencialmente normati-
vos más que fácticos (Berlyne, 1971).
Las connotaciones de este razonamiento son amplias. El trabajo de etnomusi-
cólogos tales como Blacking (1973) demostraron que no queda en absoluto claro el
que se pueda identificar un fenómeno universal de la música. Lo que conforma a la
música en cualquier grupo cultural depende del marco social y de la función de la
conducta en cuestión. Existen, por ejemplo, múltiples variaciones en los procesos por
los cuales las personas le dan sentido a, o construyen, una melodía: esto es real den-
tro de un determinado grupo cultural como así también entre diferentes grupos. Las
experiencias, las ideas y las emociones que la música comunica están culturalmente
relacionadas, al igual que las estructuras tonales y los símbolos.
La mayor parte de la investigación realizada en psicología musical, y que cons-
tituye en esencia este libro, está implantada en la tradición de la música tonal de Oc-
cidente (principalmente la europea). La perspectiva etnomusicológica nos obliga a re-
conocer que ésta es tan sólo una de las tradiciones musicales (si bien importante e
influyente) y que, por lo tanto, las explicaciones que desarrollamos sobre la conduc-
ta musical no son necesariamente universales. En algún lugar de este libro me quejo
de que los psicólogos, lamentablemente, descuidaron el aspecto mundano o lego de
la experiencia musical. Se ocuparon extensamente de la música artística seria que, en
relación a las múltiples formas diferentes de la música folk o popular, es de interés
minoritario. Esta compulsión debe ser comprendida dentro del más amplio ámbito
transcultural: la mayor parte de la investigación descrita en este libro tiene sus lími-
tes prescritos por los parámetros de la música tonal de Occidente.
Los temas importantes y abstractos que, por algunas décadas, han preocupado
a músicos, filósofos y teóricos del arte plantean formidables problemas para el in-
vestigador; pero es de esperar que no sean ingobernables. La investigación empírica
ha hecho ya una contribución significativa y única a tres problemas complejos e in-
terrelacionados: el significado de la música y su relación con la emoción y el lenguaje.
El monumental tema del significado de la música ha recibido mucha atención
por parte de estetas y filósofos, y se han elaborado algunas propuestas teóricas con-
cretas. Quizá la distinción más importante sea aquélla entre significado musical ab-
soluto y referencial (Meyer, 1956). Algunos teóricos (Hanslick, 1891; Schoen, 1940)
sostenían que el significado musical es absoluto en cuanto a que es intrínseco a los
sonidos mismos, sin referencia a ningún fenómeno externo o extra musical. Meyer
también sugiere que el significado musical absoluto puede ser formalista, esto es, ba-
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Langer (1953) presenta otra descripción basada en la distinción entre símbolos dis-
cursivos y de presentación. Los primeros poseen definiciones fijas y pueden ser des-
cifrados: los científicos usan símbolos discursivos, como, por ejemplo, los números.
Por el contrario, los símbolos de presentación del artista no poseen definiciones fijas;
son indescifrables de una persona a otra; tanto es así, que sólo podemos entender los
elementos de un trabajo en el contexto del trabajo en su conjunto. La teoría de Lan-
ger no ha sido aceptada universalmente, pero una de sus aplicaciones más útiles ha
sido en el campo de la música. Considera la música una forma de simbolismo de pre-
sentación que puede transmitir significados emocionales complejos: la música trata
acerca de la emoción, y, de la misma manera, es capaz de transmitirla. Langer sos-
tiene que las máximas expresiones de los aspectos emocionales de la experiencia hu-
mana tienen que hallarse en los símbolos del arte.
En investigaciones sobre temas de tan alto nivel como éstos, los límites entre la
filosofía, la estética, la psicología, la lingüística y la misma música están bastante bo-
rrosos. Un área sustancial de investigación empírica que atraviesa estos límites es la
del lenguaje cotidiano que las personas utilizan para describir sus reacciones a la mú-
sica. Se han investigado temas como las descripciones del modo mayor y modo menor;
asociaciones verbales entre tonalidades y colores; los efectos relativos de variables
tales como altura, tempo, armonía y ritmo en descripciones adjetivas de la música; el
simbolismo psicoanalítico y las manifestaciones de las tensiones en música, etc. Esta
área ha sido revisada por Farnsworth (1969), y volveré sobre ella en el capítulo 5. Más
recientemente, Durkin y Crowther (1982) han investigado el lenguaje que utilizan los
niños cuando hablan sobre música, enfocándolo en el uso de términos de múltiple sig-
nificación desarrollados por los niños, tales como «arriba», «abajo», «alto» y «bajo».
En términos más generales, esto lleva a una reflexión sobre la compleja relación
entre lenguaje y música. El compositor Leonard Bernstein (1976) ha buscado las in-
terrelaciones entre el discurso musical y la teoría lingüística desde el punto de vista
del músico, y Sloboda (1985) emprendió una comparación detallada desde el punto
de vista cognitivo psicológico, refiriéndose a la fonología musical (la caracterización
de unidades básicas del sonido), la sintaxis (las reglas que regulan la combinación de
esas unidades) y la semántica (los significados asociados a las secuencias de esas uni-
dades). La percepción de una melodía, por ejemplo, se podría explicar en los mismos
términos en que la lingüística explica una oración. La idea central es que existen
equivalentes musicales de las estructuras «superficiales» y «profundas» del lenguaje;
tanto es así, que los elementos musicales y las reglas jerárquicas para su combinación
y procesamiento están almacenadas en la memoria.
Sloboda formuló numerosos paralelismos entre el lenguaje y la música: compa-
ra principalmente las teorías del lingüista Noam Chomsky y las del musicólogo Hein-
rich Schenker, quienes, fundamentalmente, se preocupan por describir las estructu-
ras del lenguaje y de la música, respectivamente. Investigadores tales como Sundberg
y Lindblom (1976), Longuet-Higgins (1978), y Lerdahl y Jackendoff (1983) están ela-
borando modelos cada vez más sofisticados de los sistemas generativos de reglas, o
especie de gramáticas de las estructuras musicales, y están comenzado a hacer uso
de las técnicas de investigación en inteligencia artificial. Al parecer existen pocas
dudas de que la memoria musical se basa en sistemas de reglas de almacenamiento
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como éstas, pero aún no queda nada claro cómo definir mejor esas reglas. Sólo el
tiempo y nuevas investigaciones dirán cuán lejos se puede llevar la analogía lingüís-
tica, aunque no caben muchas dudas de que teóricos de la música, lingüistas y psi-
cólogos tienen que hacer sus aportaciones mutuamente.
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la conducta. Conceptos tales como período de vida, región, límite, valencia y locomo-
ción son empleados para identificar las fuerzas que actúan en cualquier momento, para
lograr que el niño se comporte de determinada manera. La gran influencia de la teoría
de Lewin sobre la psicología social ha estimulado un campo de investigación que pasó
a ser conocido como psicología ecológica (Barker, Kounin y Wright, 1943). Se basa en
la investigación detallada de los entornos específicos o ámbitos de comportamiento
que la gente habita. Los psicólogos ecologistas, al igual que los etólogos, remarcan la
abrumadora importancia de estudiar el comportamiento en su hábitat natural.
La influencia de Werner recayó principalmente en la psicología del desarrollo, y
una parte de su trabajo se relacionaba específicamente con el desarrollo musical.
Werner planteaba que el desarrollo avanza conforme a lo que él llamó «el principio
ortogenético» (Werner, 1961); esto involucra crecimientos evolutivos graduales en el
doble proceso de diferenciación e integración. La visión que un niño pequeño tiene
de un conjunto de objetos tales como animales, es considerada global, difusa y no
diferenciada ; el niño puede llamar 'perro' a todo lo que tiene cuatro patas y una cola.
A medida que va creciendo, comienza a hacer diferencias entre subgrupos de ani-
males, tales como perros, gatos y conejos; también es capaz de integrarlos en una je-
rarquía, tanto como para comprender que la etiqueta ‘animal’ puede ser aplicada a
todos y que el conjunto ‘animales’ difiere del conjunto ‘plantas’. Un aspecto impor-
tante del principio ortogenético es que supera la discusión de largos años sobre si el
desarrollo es continuo, esto es, si procede sin etapas discernibles o si es discontinuo.
Por un lado, y en términos generales, el principio ortogenético... necesariamente impli-
ca continuidad. Por el otro, ‘emergen’ formas y operaciones concretas y nuevas fun-
ciones y estructuras, y en este sentido, los cambios son discontinuos (Werner y Kaplan,
1963, pp. 7-8).
25
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a)
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I II
b)
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Reproducidas de Werner, 1961.
26
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Más que una teoría general del desarrollo, la teoría de Gibson es una teoría
«restringida» sobre un aspecto específico del desarrollo; pone el acento en los seres
humanos como receptores activos de información, y hace hincapié en la importancia
del entorno en particular, esto es, del ámbito ecológico dentro del cual acontece el
desarrollo perceptual. Potencialmente, parece adaptarse bien a la explicación sobre
el desarrollo musical. El ejemplo anterior muestra cómo los conceptos de Gibson de
abstracción, filtrado y atención selectiva pueden ser aplicados sin dificultad a la per-
cepción melódica. Bartlett (1984) ha desarrollado una teoría sobre memoria melódi-
ca específicamente gibsoniana, basada en la recolección de invariantes melódicas y
en la propuesta de que los eventos musicales funcionan en la memoria como unida-
des. No cabe aquí ahondar en la teoría de Bartlett; en cambio, sí vale la pena seña-
lar que esta teoría se opone directamente a aquellas teorías psicológicas cognitivas
sobre percepción melódica que se basan en reglas de organización interna. En la psi-
cología musical, las teorías psicológicas cognitivas se han vuelto muy influyentes, y
en la siguiente sección se delinean las principales características de la aproximación
de la cual éstas derivan.
Psicología cognitiva
Lamentablemente, el término cognitivo ha sido empleado tan extensamente en
la psicología actual que, en cierto sentido, ha dejado de tener significado alguno: hay
libros sobre psicología social cognitiva, terapia de la conducta cognitiva, neuropsico-
logía cognitiva, etc. En este sentido tan amplio, hay importantes superposiciones
entre la aproximación de la «psicología cognitiva» y algunas otras, descritas en este
capítulo. Voy a utilizar el término cognitivo en un sentido más restringido para refe-
rirme a los temas que suelen ser agrupados bajo el título «desempeño humano». Estos
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son muy similares a los de Piaget. Las teorías basadas en esquemas han sido elabora-
das en áreas tan diversas de la psicología como la del estereotipo del rol del sexo
(Bem, 1981) y el desarrollo del canto en los niños (capítulo 3).
La teoría del procesamiento de la información estudia la corriente de informa-
ción a través del sistema cognitivo humano. Los procesos que se llevan a cabo entre
la entrada (input) al sistema (generalmente un estímulo) y la salida (output) de este
(por ejemplo, una respuesta conductual, el rastreo de la memoria a largo plazo o la
decisión), son diversos. Esto incluye la codificación de la información en forma tal
como para que pueda habérselas con el sistema, lo cual podría comprometer el fil-
trado o a la atención selectiva a diversos rasgos del input; su tranformación en cier-
to tipo de representación mental; su almacenamiento en diferentes sistemas de me-
moria, y su comparación con la información ya almacenada en ella. Estos mecanis-
mos de procesamiento son directamente análogos a los usados por la computadora
en cuanto a tomar, procesar, almacenar y extraer información. Algunos psicólogos
adoptan esta analogía con cierta libertad, mientras que otros (por ejemplo, en la in-
vestigación sobre inteligencia artificial) se preocupan por la simulación precisa de los
procesos humanos del pensamiento en programas de computación.
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El muy conocido trabajo de Miller (1956) «El número mágico siete, más dos o
menos dos» fue un importante hito en el campo, al sugerir que los humanos están li-
mitados a retener aproximadamente siete ítems en la memoria inmediata, y que éstos
pueden ser «porciones» conteniendo nueva información codificada. Perception and
communication (Percepción y comunicación), de Broadbent (1958), desarrolló la idea
de un canal de capacidad limitada para procesar información, incorporando el filtro
selectivo de información entre los almacenamientos propuestos de memoria a corto
y largo plazo. Broadbent utilizó diagramas de flujo para describir estos mecanismos
de procesamiento, y teóricos como Atkinson y Schiffrin (1968) han desarrollado ver-
siones más elaboradas sobre esto para describir las diferentes etapas del procesa-
miento. Una tendencia más reciente (Cermak y Craik, 1979) ha sido la del análisis de
niveles de procesamiento a lo largo de las etapas.
En lo que concierne a la música, la aplicación de esta aproximación resultó en
una concentración de ciertos temas claves, a veces genéricamente citados como el
«procesamiento musical». Una mirada al texto de Deutsch (1982), por ejemplo, que
ejemplifica clara y explícitamente esta aproximación, revela una preponderancia de
estudios de aspectos psicofísicos y psicoacústicos de los tonos, los intervalos y las es-
calas; de la percepción melódica y de la memoria; de las representaciones internas de
la estructura de las alturas en términos de niveles jerárquicos de abstracción y cate-
gorización; y de los aspectos neurológicos de la percepción musical. Sloboda (1985)
considera la naturaleza de las representaciones internas y «lo que éstas le permiten a
la gente hacer con la música» como la temática central de la psicología de la música
cognitiva. También advierte que el trabajo sobre los temas citados anteriormente, y
que hasta el momento adoptó la naturaleza de un paradigma de investigación, es li-
mitado en su alcance para reflejar lo que sucede con la audición musical de la vida
real y, por lo tanto, los investigadores deben protegerse para no sentirse restringidos
por los rasgos (si bien florecientes y brillantes) del paradigma de la percepción mu-
sical.
Al principio, los psicólogos cognitivos no se interesaban por los problemas del
desarrollo, pese a que surgieron algunos. Miller (1983) proporciona un relato claro de
las tendencias generales que surgieron a causa de lo que ella llama «el emprendi-
miento diverso y multifacético» de estudiar el procesamiento de la información en
los niños. La investigación se centró en el desarrollo de la memoria en los niños y su
relación con el razonamiento lógico, la resolución de problemas y la adquisición del
conocimiento; y en los cambios evolutivos en cuanto a la manera en que los niños,
consciente e inconscientemente, representan la información. Desde este punto de
vista, el desarrollo es concebido en términos de la adquisición de determinadas des-
trezas cognitivas, y de aumentos en la capacidad y velocidad del procesamiento. Pese
a que se han realizado algunos intentos específicos para explicar los mecanismo del
desarrollo, por ejemplo, en términos de autotransformación a través de la retroali-
mentación (Klahr y Wallace, 1976), no queda nada claro qué nuevas intuiciones (in-
sights ) puede esto agregar al concepto piagetiano, ampliamente aceptado, de asimi-
lación y acomodación.
Correspondientemente, hubo relativo poco interés por el desarrollo musical.
Salvo por una o dos notables excepciones (Dowling, 1982), la mayoría de los estudios
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utilizaron más bien sujetos adultos que niños. No hay una razón simple que lo justi-
fique; sencillamente, ocurre que la aproximación cognitiva le dio impulso a ciertos
temas en música y que éstos tendían a no tener ninguna orientación evolutiva en
particular. No hay razón para que un psicólogo cognitivo no pueda estudiar la per-
cepción de la melodía en los niños, pero quien lo haga, probablemente esté más in-
teresado en aspectos del procesamiento melódico —que igualmente puede encon-
trarlos en los adultos— que en formular una interpretación evolutiva específica.
Queda claro que la psicología cognitiva posee un considerable potencial para
explicar el fenómeno musical, pero hasta el presente ha sido extendida a un campo
temático relativamente estrecho. Serafine ( 1983) llevó este primer punto al extremo
de aseverar la primacía de «pensar en o con sonido» por encima de las propiedades
del sonido mismo:
Yo... favorezco el término ‘pensamiento musical’ por encima del de ‘música’ (p. 156).
No cabe duda de que los significados musicales son construcciones mentales del
oyente, pero al describirlos exclusivamente en esos términos, el status de la música
misma, esto es, «lo que está allí», se vuelve incierto. Difícilmente sorprenda que el ar-
tículo provocativo de Serafin haya despertado la ira de teóricos musicales y de otros
(p. ej. Marantz, 1985; Brody, 1985) que temen seriamente por el modo en que la
aproximación psicológica cognitiva podría estrechar y tergiversar las intuiciones (in-
sights) de sus propias disciplinas. ¿Sus propios análisis formales de las estructuras
musicales son sólo eso o son tácitamente análisis de construcciones mentales, esto es,
de procesos cognitivos? Sólo nuevas colaboraciones entre trabajadores de ambas dis-
ciplinas nos permitirá saberlo.
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TEORÍAS DEL
APRENDIZAJE
ción es entre teorías del aprendizaje y principios del aprendizaje. La investigación re-
alizada durante varias décadas en la tradición conductista ha generado principios
bien establecidos sobre los mecanismos de cambios conductuales ampliamente utili-
zados, tanto en ámbitos clínicos como educativos. Se trata esencialmente de los prin-
cipios del refuerzo, basados en las leyes del acondicionamiento clásico y operante. Tal
como fuera mencionado en la sección anterior, estos principios incluyen la operación
del refuerzo positivo y negativo, programas de refuerzo, el modelo y la configuración
de la conducta, la extinción, el refuerzo inmediato y retardado, la discriminación y
generalización de estímulos, los encadenamientos, etc. Por otra parte, las teorías del
aprendizaje utilizan estos principios de diferentes maneras, de acuerdo con cierta vi-
sión preconcebida de la naturaleza del aprendizaje humano. De este modo, es muy
posible aplicar los principios del aprendizaje en situaciones prácticas, sin sostenter
ningún punto de vista teórico en particular. En la siguiente sección trataremos la
aplicación de estos principios al aprendizaje musical.
Entre las teorías del aprendizaje, ya podemos establecer nuestra segunda dife-
renciación, propuesta por Greer (1980), entre las teorías conductistas y conductivis-
tas. Greer plantea que:
Las teorías conductistas se ocupan de predicciones válidas sobre la relación entre com-
portamiento y entorno. Las teorías conductivistas miran la conducta y el entorno para
poder describir procesos internos (p. 19).
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Estética experimental
El estudio de la estética, que abarca la creación y la apreciación del arte y de la
belleza, ha sido abordado de dos maneras diferenciadas. La estética especulativa se
interesa por preguntas abstractas de alto nivel, tales como el significado y la natu-
raleza del arte. Es de su incumbencia parte de la filosofía, de la historia del arte y de
la crítica de arte. Por otro lado, la estética empírica es el estudio científico de los pro-
cesos que componen la apreciación. Ambas aproximaciones difieren en su visión
sobre la conveniencia del método científico; sobre qué es lo que conforma una obra
de arte, y sobre qué es lo que estrictamente puede ser definido como una respuesta
estética.
En psicología, el campo de la estética experimental adopta claramente la apro-
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ximación empírica. Gustav Theodor Fechner, uno de los padres fundadores de la dis-
ciplina, en su Vorschule der ästhetik de 1876, la caracteriza como «la estética desde
abajo». Con ello quiso significar que el punto de partida deben ser los bloques rudi-
mentarios de construcción de las preferencias estéticas, tales como el agrado y el de-
sagrado por las formas simples, los colores, los sonidos, las formas geométricas, etc.
Fechner consideraba que una comprensión de estos mecanismos rudimentarios,
eventualmente podría llevar hacia una «estética desde arriba», esto es, a considerar
los interrogantes más amplios de la estética especulativa.
Fechner intentó probar teorías tales como la de la «estética del término medio»,
según la cual la belleza se consideraba asociada a la ausencia de extremos: los soni-
dos, por ejemplo, pueden ser más placenteros cuando no son ni muy fuertes ni muy
débiles. Su aproximación consistió en evaluar las preferencias de las personas por co-
lores diferentes, diseños visuales y estímulos auditivos. Se mostraron a los sujetos
rectángulos de diferentes formas para probar la famosa hipótesis de la sección áurea,
según la cual la proporción de 0,62 entre la longitud de los lados más largos y más
cortos puede tener propiedades estéticas únicas e inclusive divinas. Los resultados de
los estudios basados en esta tradición y que siguieron realizándose sólo durante unas
pocas décadas más, en general no fueron concluyentes, y el interés por estos proble-
mas declinó, aunque actualmente existen algunos indicios de resurgimiento (Boselie
y Leeuwenberg, 1984).
Otro cuerpo de antiguas invetigaciones sobre líneas emparentadas tampoco
logró cumplir con su cometido. Eminentes eruditos tales como Binet (1903), Bullogh
(1921) y Myers y Valentine (1914) se preocuparon por el establecimiento de modos
individuales característicos de apreciación estética, o «tipos aperceptivos». Éstos fue-
ron pensados como descripciones de aspectos de la conducta razonablemente esta-
bles y consistentes, y, por ende, presumiblemente emparentados con dimensiones de
la personalidad. En el capítulo 5 volveré sobre ello con más detalles; aquí veremos
nuevamente que la investigación contemporánea (Machotka, 1982) muestra un re-
novado interés por algunos de los primitivos interrogantes.
Después de un pronunciado hundimiento en los años 1940 y 1950, la estética
experimental ganó nuevo impulso a mediados de los años 1960, a partir del trabajo
de Daniel Berlyne (Berlyne, 1974). Berlyne adoptó irreflexiblemente una aproxima-
ción psicológica neoconductista, que dio origen a lo que él llamó la «nueva estética
experimenta»l. Dos rasgos dominantes de la explicación de Berlyne son el énfasis en
la excitación o estimulación (arousal) como el mayor determinante de la respuesta
estética, y en las «propiedades colativas» del estímulo. Berlyne sostenía que los obje-
tos de arte producen placer al manipular el nivel de excitación del observador, lo-
grándolo por medio de sus propiedades colativas, tales como su complejidad, fami-
liaridad y sorpresividad. En otras palabras, el observador «colaciona» información
sobre diferentes aspectos de los estímulos y el nivel de excitación resultante deter-
mina la posibilidad de una ulterior exploración del estímulo.
Berlyne también propuso que el «valor hedónico, o placer de un estímulo, se re-
laciona con el nivel de excitación del observador, de acuerdo a una curva en forma de
U invertida . Según esta curva, nos gustan más aquellas cosas que producen en noso-
tros un nivel intermedio de excitación. La función de U invertida tiene sus orígenes en
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el trabajo del padre fundador de la psicología experimental, Wilhelm Wundt, y sus di-
versos desarrollos serán tratados en detalle en el capítulo 5. La propia investigación
empírica de Berlyne examinó los efectos de las propiedades cambiantes del estímulo
colativo, y reavivó el interés en todo el campo, que aún hoy se mantiene íntegro.
A pesar del énfasis puesto en los estímulos visuales, quizá porque es relativa-
mente fácil trabajar con ellos en el laboratorio, también se han realizado bastantes
investigaciones usando estímulos auditivos y musicales. Tal como en la psicología
cognitiva —de la cual la estética experimental puede ser considerada una parte— la
mayoría de las investigaciones no han tenido una orientación específicamente evo-
lutiva, pese a que muchos estudios han utilizado a niños como sujetos. Aquellas par-
tes de la estética experimental que contribuyen específicamente con la psicología del
desarrollo de la música, serán cubiertas en los capítulos 2 y 5.
Actualmente, la investigación en estética experimental está pasando por un mo-
mento propicio; la aproximación «desde abajo» comienza a abordar con razonable
grado de sofisticación algunos de los interrogantes que Fechner percibió como prove-
nientes «desde arriba». Su campo y su alcance se amplió bastante, por cuanto incluye
respuestas a objetos de uso cotidiano, percibidos en un contexto artístico o estético
así como aquellas respuestas a obras de arte «puro». Una pila de ladrillos, por ejemplo,
puede ser considerada, en determinado contexto (y, de hecho, lo ha sido), un objeto
estético, pero probablemente no lo sea para un albañil. La estética experimental trata
de abarcar ambas reacciones. Su única contribución a la estética especulativa es lan-
zar su red para incorporar el agrado y el desagrado cotidiano o mundano.
Aproximaciones psicométricas
La psicometría —teoría y práctica del test psicológico (a veces, también conoci-
da como «diferencias individuales» o «psicología diferencial») continúa ejerciendo
una poderosa influencia sobre el pensamiento psicológico (Anastasi, 1982). Varios
sectores se han manifestado muy hostiles a ella (Hargreaves, 1974), y durante los úl-
timos veinte años, más o menos, dejó de ser un área en boga para la investigación en
psicología. Sin embargo, se siguen administrando ampliamente los tests psicológicos
(actualmente y, con frecuencia, con microcomputadoras) en el campo de la psicolo-
gía educativa, la clínica y la industrial, y su uso está particularmente generalizado en
Estados Unidos. Con mucha diferencia, los tests más comunes son los de inteligencia
y el test de CI, que ha tenido una larga y controvertida historia. Muchos de los sec-
tores en disputa se preocupaban más por la forma como los tests eran utilizados que
por su contenido, y por ende, agrupaciones profesionales tales como la Sociedad Bri-
tánica de Psicología y la Asociación Americana de Psicología han desarrollado rigu-
rosos códigos de práctica para su uso.
Los tests psicológicos son, esencialmente, conjuntos de procedimientos estan-
darizados para comparar personas en lo tocante a ciertos aspectos de la conducta:
generalmente, los individuos son evaluados comparando su desempeño en el test con
algún nivel normativo o estandarizado, derivado de una muestra representativa de la
población a la cual el test va dirigido. El tipo más común de medición de referencia
es la norma de la edad: en el test se compara el rendimiento de los individuos con
los resultados representativos de otros sujetos de su misma edad. Probablemente sea
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ésta la razón por la cual existe una conexión cercana entre la psicometría y la psico-
logía del desarrollo. Establecer las normas de la edad en un determinado test impli-
ca considerar temas relevantes del desarrollo, especialmente en tests específicamen-
te diseñados para niños. Estudios psicométricos han aportado una cantidad impor-
tante de evidencia investigativa referida a los procesos del desarrollo en la música.
En los capítulos 3 y 4 vamos a recurrir a la bibliografía correspondiente.
El test de la habilidad musical probablemente constituya el área más extenso de
la psicología de la música, campo éste que ha sido examinado por muchos autores
(Farnsworth, 1969; Lundin, 1967; Davies, 1978) . Probablemente, el informe más
completo sea The psychology of musical ability de Shuter-Dyson y Gabriel (1981), se-
gunda edición de un texto originalmente publicado sólo por Shuter-Dyson con el
mismo título (Shuter, 1968). El campo ha sido tan extensamente analizado en esas
fuentes, que volver aquí sobre ello, prácticamente no tiene sentido. Lo que sigue es
una breve reseña de los temas más importantes en este campo, en particular aque-
llos que tienen implicaciones para el desarrollo. En todas partes, la pregunta central
es si la evaluación de la habilidad musical presenta sus propios problemas particula-
res o si presenta casos específicos sobre los problemas generales con que se enfren-
tan las psicometrías como una totalidad.
Los problemas que entraña el formular definiciones precisas de conceptos fun-
damentales tales como ‘habilidad musical’, ‘aptitud musical’ y ‘musicalidad’ son enor-
mes; en términos prácticos, estos problemas giran alrededor de la validez de un de-
terminado test. La validez de un test es el punto en el cual éste mide lo que se supo-
ne que debe medir; normalmente se la evalúa en términos de la correlación entre los
resultados del test de un grupo de sujetos y, sus desempeños, en una medición de al-
guna variable normativa. Las variables normativas incluyen mediciones de los logros
en la educación o en la situación laboral; calificaciones de los expertos o pares; el de-
sempeño de los grupos de sujetos reconocidos como expertos en las destrezas some-
tidas a tests, y el desempeño de los sujetos en otros tests similares de la misma va-
riable. En el caso de la inteligencia general, las variables normativas son notoria-
mente difíciles de establecer, por cuanto los expertos no han sido capaces de acordar
una definición precisa del concepto. La tan conocida insinuación de que «la inteli-
gencia es lo que los tests de inteligencia miden» es operativamente útil aunque, por
supuesto, completamente circular.
Las variables normativas, generalmente son mucho más fáciles de especificar en
el caso de los tests de habilidad musical, por lo que la validez del test no es tan pro-
blemática; criterios típicos podrían ser las evaluaciones de la ejecución instrumental
o de las destrezas auditivas o escritas. En música podemos distinguir tres tipos bási-
cos de tests. Los tests de habilidad musical o aptitud, concebidos para evaluar el po-
tencial de un individuo para la conducta musical diestra, independientemente del
aprendizaje o de la experiencia musical previa. En cierto sentido, podrían llamarse
«tests de inteligencia musical», y de éstos hay una amplia variedad. Algunos de los
más conocidos y de uso más frecuente son: Measures of musical talents (Mediciones
de los talentos musicales) de Seashore (1960), Measures of musical abilities (Medi-
ciones de las aptitudes musicales) de Bentley (1966) y Musical aptitude profile (El
perfil de la aptitud musical) de Gordon (1965). Los tests de creatividad musical tam-
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bién quedan dentro de esta área tan amplia, y en el capítulo 6 volveré sobre ello.
En segundo lugar, los tests sobre los logros musicales están diseñados para eva-
luar lo que el individuo conoce sobre la música o sus logros en música, tales como
destrezas en la ejecución o la comprensión de la teoría musical. Algunos de los tests
más conocidos de este tipo son: Music achievement tests (Tests de logros musicales)
de Colwell (1970a), Iowa tests of music literacy (Los tests de Iowa sobre alfabetiza-
ción musical) (Gordon, 1971), y Aliferi’s music achievement test (El test de Aliferis
sobre logros musicales) (Aliferis, 1954). En tercer lugar, los tests de actitudes hacia la
música pueden ser divididos en dos tipos. Los del primer tipo extraen información
sobre el interés de la gente por la música; tales escalas han sido diseñadas por Gas-
ton (1958) como parte de una evaluación general de musicalidad, y por Hevner y Se-
ashore (Farnsworth, 1969). Los del segundo tipo pueden ser denominados tests de
preferencia, o, a veces, también llamados tests de «gustos» de «apreciación», de «sen-
sibilidad», etc. En el capítulo 5 echaré una mirada detallada y crítica sobre ello y, en
particular, al problema de su validez.
Los diseñadores de tests en estas áreas deben enfrentarse con tres amplios
temas, y en relación a ellos, tanto el contenido como la forma de los diferentes tests
reflejan posiciones teóricas diferentes. El primero, y con mucha diferencia el más in-
gobernable, es el antiquísimo problema naturaleza/crianza, en relación a la relativa
influencia sobre la habilidad de los factores hereditarios y sobre el entorno. El famo-
so trabajo de Anastasi (1958) rastrea la historia de este problema, que continúa
dando vueltas en varios contextos psicológicos y educativos, y con profundas con-
notaciones para el sistema social. La mayoría de los psicólogos contemporáneos
adoptan alguna forma de modelo interactivo explícitamente basado en la influencia
recíproca de factores biológicos y sociales, como para que el problema naturaleza y
crianza no surja como tal. Archer y Lloyd (1975), por ejemplo, trabajando en el campo
de las diferencias de sexo, consideraban que el genotipo proporcionaba
...Un plan flexible y no un programa fijo para el proceso del desarrollo. El resultado final
estaría determinado por la interacción con las condiciones ambientales que prevalecen
en cada momento sucesivo del proceso (p. 168).
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dad musical por la cual los individuos se diferencian —lo que implica que sus com-
ponentes de destrezas están altamente intercorrelacionados— o si sobre esos compo-
nentes de destrezas existe poca relación entre las posturas relativas de los individuos.
La misma pregunta ha sido formulada con relación a la inteligencia general (Vernon,
1979), y se han realizado muchos estudios de análisis factorial para intentar resolver
este asunto. En general, existe una tradición norteamericana de investigación que
asume esta última posición y que culmina con el trabajo de Guilford (1967), y una
tradición británica, de la cual Vernon es uno de sus máximos exponentes, que favo-
rece la noción de una «inteligencia general», de la cual las habilidades más especia-
lizadas conforman partes interrelacionadas.
Shuter-Dyason y Gabriel (1981) han revisado la investigación factorial sobre
habilidad musical, y esto los llevó a proponer una aplicación especulativa del mode-
lo de Horn y Stankov (1982), sobre «factores auditivos y visuales en la inteligencia»,
tendente a destacar las interrelaciones entre las diferentes funciones más que su in-
dependencia. Shuter-Dyson y Gabriel llegaron a la conclusión de que
[...] mientras que reconocemos el aporte de los diversos elementos musicales a la au-
dición y a la ejecución musical, enfatizamos la importancia de las interrelaciones y las
coordinaciones que la música requiere (p. 76).
En otras palabras, la evidencia parece muy amplia como para sostener la noción
de “habilidad musical general” o “inteligencia musical”.
El tercer tema surge repetidamente en todas las ramas de la psicología musical:
los estímulos utilizados en los test y experimentos, ¿deben ser tomados de la música
real o deben emplearse materiales no musicales tales como sonidos generados elec-
trónicamente? En síntesis, la primera aproximación tiene la ventaja de la «validez
ecológica» mientras que la última tiene las ventajas de un sesgo cultural relativa-
mente menor y un enorme potencial para el control experimental. Este problema ha
sido largamente debatido en diferentes contextos (Davies, 1978) y será retomado en
el capítulo 5, en relación a estudios de audición musical. Una respuesta breve a la
pregunta anterior es que, por supuesto, tanto los materiales musicales como los no
musicales deben emplearse a la par, para así poder capitalizar las ventajas de ambas
aproximaciones; más adelante veremos que también existen maneras de combinar-
las.
Para terminar, parece ser que, con respecto a los tres temas teóricos más im-
portantes, el amplio resultado de la investigación psicométrica sobre inteligencia
musical es similar al de la inteligencia general. En lo que concierne a los temas prác-
ticos de la música de los niños, no cabe duda de que el resultado de la investigación
en esta área es considerablemente importante. Se han realizado estudios sobre los
efectos de la enseñanza de la música y de la práctica instrumental, sobre el uso de
tests en la selección para la enseñanza musical, sobre los efectos del entorno del
hogar y de la escuela en el desarrollo musical, sobre las diferencias raciales y de cla-
ses sociales en la habilidad musical, etc. En tales investigaciones, los resultados de los
diferentes tipos de tests son ampliamente utilizados como la variable dependiente,
por cuanto permiten realizar comparaciones intergrupales con cierto grado de es-
tandarización.
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Psicología social
Se ha insinuado que «prácticamente hay casi tantas definiciones de psicología
social como psicólogos sociales existen» y que «todos somos psicólogos sociales» por
cuanto en la vida cotidiana estamos constantemente comprometidos con las sutile-
zas y complejidades de la interacción social. Ambas sugerencias semihumorísticas
dejan en claro que el alcance de esta especialidad es extremadamente amplio. La de-
finición de libro de texto sobre psicología social de Eiser (1980) como «el estudio
científico del comportamiento social del hombre» (p. XIII), muy pocos psicólogos po-
drían objetarla, pese a que muchos sociólogos tienen una concepción marcadamen-
te diferente. Al igual que cognitivo, el adjetivo social es usado tan ampliamente que
casi carece de significado, pese a que el rasgo fundamental de los fenómenos que
describe sea la influencia social. La psicología social se ocupa de la influencia que las
personas ejercen sobre las conductas y actitudes de otras personas. Hay una impor-
tante superposición entre la psicología social y la psicología del desarrollo, que va
creciendo a medida que los psicólogos evolutivos:
a) Toman expresamente en consideración el contexto social de sus procedi-
mientos experimentales.
b) Se ocupan cada vez más de aspectos sociales específicos del desarrollo (por
ejemplo, el forjar la amistad). «La psicología social del desarrollo», término
recientemente acuñado para describir la interfaz entre las disciplinas, ya
está ganando aceptación.
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namiento es que si la psicología musical pretende tener validez científica, debe pen-
sar su temática en todas sus formas, clásica o popular, étnica u occidental, vieja o
nueva, buena o mala. Esto parece ser un punto muy obvio, pero una mirada superfi-
cial a los materiales usados como estímulos musicales en estudios presentados en las
versadas publicaciones especializadas indica rápidamente que bien vale la pena ha-
cerlo. Este punto se relaciona estrechamente con aquel otro planteado en la sección
anterior, sobre la importancia del marco social sobre la audición musical. También se
relaciona con la queja de que muchas investigaciones en este campo están esencial-
mente desequilibradas en el sentido de que los psicólogos que realizan tales investi-
gaciones lamentablemente tienen un conocimiento incompleto tanto de las preocu-
paciones cotidianas y actitudes de los músicos en ejercicio como de los teóricos de la
música. Davies (1978) y Sloboda (1985) han hecho valerosos esfuerzos por restable-
cer este equilibrio, pero la mayor parte de la investigación que revisaron refleja, en
primer lugar, intereses psicológicos más que musicales.
El capítulo 1 ha preparado la escena para nuestra empresa, aportando suficientes
indicios acerca del contenido de los siguientes capítulos. El capítulo 2, «El pensamien-
to de los niños y el desarrollo musical» esboza la aproximación al desarrollo cognitivo,
y especialmente la teoría de Piaget, con ciertos detalles: se considera la música en re-
lación a otros aspectos del desarrollo artístico. Puede considerarse que este capítulo,
conjuntamente con el capítulo 1, son los que aportan la base teórica para algunos de
los capítulos posteriores. Los capítulos 3 y 4 giran en torno a la psicología cognitiva, la
teoría del aprendizaje y la aproximación psicométrica para rastrear el rumbo del desa-
rrollo musical de los niños en edad preescolar y escolar, respectivamente.
El resto del libro adopta una aproximación más amplia sobre el desarrollo a lo
largo de la duración del ciclo vital. En el capítulo 5, «El desarrollo de las respuestas a
la música», se focalizan aspectos estéticos del desarrollo musical. La investigación en
esta área gira en torno a aproximaciones cognitivas, sociales, psicométricas, conduc-
tistas y otras, y tiene gran significación práctica para la audición musical de la vida
real. En el capítulo 6, «Creatividad, personalidad y desarrollo musical», el énfasis se
desplaza del oyente al compositor y al ejecutante. Los problemas de la creatividad
musical son considerados aquí desde el punto de vista de la creatividad y de la per-
sonalidad como un todo. Esta es un área fascinante, compleja y extremadamente di-
fícil de investigar; hasta ahora, la mayor parte de los trabajos han sido teóricos e in-
trospectivos más que experimentales, aunque se están produciendo algunos avances
empíricos dentro de la tradición cognitiva y psicométrica.
El capítulo 7, «Psicología social y desarrollo musical, se relaciona con el capítu-
lo 5 al enfocar temas estéticos, y más tarde continúa con los aspectos evolutivos tra-
tados en los capítulos 3 y 4, al considerar las influencias sociales sobre las preferen-
cias musicales de los adolescentes y adultos. Se comparan y evalúan teorías e inves-
tigaciones empíricas derivadas de la amplia perspectiva sociológica, así como
también de la aproximación más microscópica de la psicología social experimental.
En el capítulo 8, «Psicología del desarrollo y educación musical», se revisan diferen-
tes concepciones de «la educación musical» conjuntamente con sus principales ca-
racterísticas prácticas, y se exploran los lazos con la teoría evolutiva.
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El pensamiento de los niños y el
desarrollo musical
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La teoría de Piaget
La cantidad de bibliografía sobre Piaget y por él mismo es inmensa. Esta sección
se va a limitar a la bibliografía que más se relaciona con la música de los niños. No haré
ningún intento por describir la teoría en detalle; hay muchos libros que cumplen con
este cometido de diversas maneras. Entre estos libros voy a escoger a Piaget de Boden
(1979) y el libro introductorio del mismo Piaget e Inhelder The psychology of the child
(1969), por cuanto son los que aportan las mejores introducciones generales.
Gran parte de la investigación piagetiana realizada por psicólogos experimenta-
les, durante algo así como los últimos veinte años, ha sido bastante crítica de la teo-
ría. El volumen especial del British Journal of Psychology (1982), editado por Peter Br-
yant en homenaje a Piaget tras su muerte en 1980, proporciona una clara idea de la
continua importancia de la teoría en la psicología evolutiva moderna, y de la manera
crítica como muchos investigadores la consideran. La descripción de Piaget sobre lo
que se puede o no esperar que haga un niño a diferentes edades, también ha sido am-
pliamente integrada en diferentes currículos escolares y programas educativos (Sch-
webel y Ralph, 1973; Varma y Williams, 1976). Un efecto importante de esta descrip-
ción ha sido el no considerar a los niños en cualquiera de las etapas como poseedores
de suficiente madurez cognitiva como para intentar las tareas de la siguiente etapa,
con lo cual no tiene sentido iniciarlos en dichas tareas hasta que no alcancen un nivel
de «preparación» evolutiva apropiado. Probablemente, éste haya sido el punto más
contencioso en toda la teoría piagetiana, quizá por sus vastas implicaciones. Se han
dedicado muchos esfuerzos investigativos para tratar de probar que los niños peque-
ños pueden hacer cosas que la teoría de Piaget predice que no son capaces de hacer.
Antes de retornar a la investigación empírica de Piaget, esbocemos sus antecedentes.
Epistemología genética
Piaget nunca se entrenó como psicólogo. Su interés por el pensamiento de los
niños surgió conjuntamente de la enseñanza de la biología y de su vasto interés por los
problemas filosóficos. Su ambiciosa aplicación de un modelo biológico del desarrollo a
los problemas de la epistemología resultó en toda una vida de trabajo sobre los oríge-
nes (génesis) y el desarrollo de Piaget llamó a este emprendimiento epistemología ge-
nética; aunque también pudo haber sido apropiado el término «embriología mental».
Piaget consideró la lógica como una parte esencial de la organización del pen-
samiento, y en esto, el concepto de una operación era fundamental. Piaget plantea-
ba que los rasgos intrínsecos de la lógica tienen su origen en las actividades del su-
jeto. Las operaciones del pensamiento derivan de las acciones que ejecutamos con los
objetos del mundo externo; por lo tanto, el pensamiento es una forma de acción in-
ternalizada. Esta perspectiva le permitió a Piaget explicar cómo el desarrollo tiende
hacia formas del pensamiento cada vez más abstractas y lógicas, de manera tal que
en todos los niños se desarrollan conjuntos similares de reglas lógicas. Bolton (1972)
ha planteado que el operacionalismo de Piaget le permite superar o, al menos, eva-
dir el antiguo conflicto filosófico entre racionalismo y empirismo. El niño adquiere
gradualmente las reglas de la lógica adulta por acumulación de experiencias deriva-
das de acciones ejecutadas en el entorno.
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El juego simbólico
El juego simbólico o juego de simulación captura en muchos sentidos la esen-
cia del subperíodo preconceptual. El juego es parte esencial en la vida de los niños;
en un sentido más indefinido, casi se lo podría considerar como «lo que los niños
hacen». Todos hemos visto en el patio de recreo, y también lo hemos disfrutado en el
pasado, los juegos de doctores y enfermeras, de vaqueros e indios, etc.; el juego es
también un rasgo importante del quehacer musical de los niños. Esto también es vá-
lido para los adultos; muchos compositores e improvisadores han recalcado la im-
portancia del juego en su creatividad musical, algunas de cuyas introspecciones son
descritas en el capítulo 6. A pesar de esta ubicuidad, para los psicólogos ha sido sor-
presivamente dificultoso formular una definición precisa de juego. Se ha insinuado
que la conducta lúdica es un fin en sí misma, y, por lo tanto, carente de propósito;
que es espontánea; que da placer; que carece de organización. Todas éstas son ca-
racterísticas inherentes a ciertas formas de juego, pero no constituyen en sí mismas
definiciones adecuadas o completas. Varias teorías sobre el juego intentan explicar su
naturaleza y funciones precisas (Herron y Sutton-Smith, 1971; Bruner, Jolly y Sylva,
1976). Incluirlas aquí no sería apropiado. Para seguir con el tema de este capítulo, me
limitaré a la descripción que hace Piaget del rol del juego en el desarrollo cognitivo.
El rol del juego está detalladamente explicado en Play, dreams and imitation in
childhood (El juego, los sueños y las imitaciones en la infancia) (Piaget, 1951). El
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El dibujo
El estudio del dibujo de los niños tiene una larga historia, y a través de los años
se ha reunido gran cantidad de datos normativos al respecto (Eng, 1931; Kellogg,
1969; Lowenfeld y Brittain, 1975). Durante la última década aproximadamente, se ha
incrementado el interés y la investigación en este campo, en particular dentro de la
psicología cognitiva (Butterworth, 1977; Freeman, 1980). Esto resultó en una ten-
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dencia lejos de lo que podría llamarse «orientada al producto» y hacia una aproxi-
mación al estudio del dibujo «orientada al proceso», la cual tiene consecuencias di-
rectas para el estudio del desarrollo musical.
Los primeros estudios normativos dieron origen a varios informes sobre las eta-
pas evolutivas en los dibujos espontáneos de los niños que, si bien difieren en deta-
lles, en esencia son bastante parecidos. Hay consenso general en cuanto a que los ga-
rabatos de los niños y niñas pequeños se vuelven más articulados y controlados más
o menos a los tres o cuatro años de edad, y que los garabatos dan lugar a lo que po-
dría llamarse dibujos preesquemáticos en los primeros años de la escolaridad. Los di-
bujos preesquemáticos se caracterizan por lo que Lucquet (1927) llamó realismo in-
telectual: el niño, aparentemente «dibuja lo que conoce, no lo que ve» . Esto genera
fenómenos tales como el de «transparencias», como cuando la cabeza del hombre se
ve dibujada a través de su sombrero, o sus piernas a través de su pantalón; o el de
«volcado», cuando dos perspectivas visuales se combinan incongruentemente en el
mismo dibujo (por ejemplo, las cuatro patas de una mesa son pintadas tal como si
emergieran de los rincones de una vista aérea de su parte superior). Los dibujos es-
quemáticos aparecen más o menos a los diez años y manifiestan un grado creciente
de organización interna, aunque retienen ciertos rasgos no realistas. Un buen ejem-
plo de ello son los dibujos con «brechas de aire», en los cuales los elementos de los
paisajes se ordenan en la página en relación a las líneas del suelo y del cielo, pero en
los cuales aparece una «brecha» visualmente irreal (Hargreaves, Jones y Martin,
1981). Los dibujos esquemáticos dan lugar gradualmente, en la adolescencia, a los di-
bujos visualmente realistas.
La atención de la investigación se ha concentrado en la segunda de estas cua-
tro etapas: ¿Realmente los niños pequeños dibujan sólo «lo que saben» en un estilo
egocéntrico? ¿Y en qué sentido se puede decir que esos dibujos contienen «errores»?
Piaget opina que
Dibujar es una forma de la función semiótica que debe ser considerada como si estu-
viera a mitad de camino entre el juego simbólico y la imagen mental. Es como el juego
simbólico en su placer funcional y autotélico, y como la imagen mental en su esfuerzo
por imitar lo real (Piaget y Inhelder, 1969, p. 63).
Piaget recurre mucho a los informes de Lucquet (1927) sobre el dibujo: el con-
cepto de realismo intelectual es compatible con la teoría piagetiana, por cuanto in-
cluye la interacción entre esquemas internos y acomodamientos imitativos. Dicho en
un lenguaje más práctico (la terminología de Piaget es notoriamente densa y engo-
rrosa), a los psicólogos del desarrollo les interesan enormemente los dibujos de los
niños por cuanto éstos les proporcionan acceso directo a la visión que los niños tie-
nen del mundo a través de sus intentos por reproducirlo.
La aproximación «orientada al producto» permite reunir datos normativos acer-
ca de los rasgos hallados en dibujos producidos en diferentes edades, y luego evaluar
cualquier dibujo dado comparándolo con esas normas. En el muy conocido test de
Goodenough-Harris Draw-a-man test (El test del dibujo de un hombre) (Harris,
1963), por ejemplo, los dibujos de hombres y mujeres son calificados de acuerdo a un
esquema al cual se asignan hasta 73 y 71 puntos, respectivamente, de acuerdo con
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ellos formulan al organizar los dibujos; y también las destrezas de producción, in-
cluyendo las destrezas motrices y las convenciones artísticas que utilizan. Los «erro-
res» en los dibujos pueden derivar de cualquiera de estos niveles o de interacciones
entre ellos, y parecería prematuro suponer que se originan necesariamente a un nivel
conceptual más profundo.
La investigación orientada al proceso intenta identificar estos mecanismos in-
termedios de procesamiento, y una técnica de investigación típica ha sido darles a los
niños tareas para completar el dibujo, organizadas de manera que violen estrategias
«defectuosas» comunes. Freeman (1975), por ejemplo, proporcionó a los niños y niñas
pares de círculos situados uno encima del otro, verticalmente, diseñados para repre-
sentar la cabeza y el tronco respectivamente de una persona. En cada uno de estos
diez pares, la proporción de las áreas de los dos círculos fue sistemáticamente modi-
ficada, y se pidió a los sujetos que agregaran en cada uno de ellos los brazos y las
piernas. Freeman halló que los niños que espontáneamente produjeron hombres con-
vencionales en el pretest fueron consistentes consigo mismos al agregar los brazos al
tronco: pero entre los que produjeron espontáneamente «hombres renacuajos» en el
pretest, la tendencia a agregar los brazos a la cabeza estaba en función del tamaño
de esa cabeza en relación al tronco. Estos «dibujantes de renacuajos» agregaron «co-
rrectamente» los brazos al tronco cuando éste era significativamente más largo que
la cabeza, pero volvían a su estrategia de «renacuajo» cuando el tronco era significa-
tivamente más pequeño.
Esto revela que los «errores» comunes en el dibujo pueden ser eliminados va-
riando las demandas de la tarea. Freeman sostiene que el hecho de que los «dibujan-
tes de renacuajos» estuviesen listos para abandonar esa estrategia cuando la tarea se
presentó de manera inadecuada, indica que tales «errores» de representación bien
pueden surgir por deficiencias en la producción o en la programación, más que por
esquemas conceptuales curiosos o inadecuados. En cierto sentido, se parecen a los así
llamados «errores virtuosos» en el desarrollo del lenguaje: el niño que dice «anduví en
mi bicicleta» está utilizando la regla del tiempo pasado en un estilo perfectamente
lógico y apropiado, pero, para los patrones del adulto, por supuesto que la expresión
es incorrecta . Los errores en los dibujos tales como las transparencias, volcados y
otros efectos de superimposición y omisión, pueden ser mejor interpretados en tér-
minos de la coacción que los niños se imponen dentro de sus propias reglas de pro-
ducción, más que como consecuencia de la inmadurez conceptual. El énfasis de la ac-
tual investigación orientada al proceso está puesto en identificar y catalogar esas re-
glas, y en observar cambios evolutivos en el uso de éstas (Goodnow, 1977).
El estudio de la representación musical no está tan bien desarrollado como el
estudio del dibujo, pero las señales indican que es posible seguir una dirección simi-
lar. En el capítulo 3 veremos que algunas recientes investigaciones sobre el desarro-
llo del canto de los niños elaboran la idea de que las «canciones esbozadas» o «es-
tructuras de canciones» podrían asemejarse, en ciertos sentidos, a los dibujos del tipo
«renacuajo» . En ese sentido, nunca se ha pensado en las canciones espontáneas como
«imperfectas», probablemente porque no existe un equivalente musical a una repre-
sentación visual realista o «correcta»; pero la postulación de esquemas de producción
para la canción (Dowling, 1984) concuerda con los argumentos arriba bosquejados.
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También existen algunas investigaciones nuevas sobre las representaciones que los
niños hacen de la música a través del dibujo y que voy a tratar en el capítulo 4.
La adquisición de la conservación
El área más extensa y controvertida de la investigación piagetiana es la que co-
rresponde a la transición de la etapa preoperacional a la operativa concreta. Piaget
propone una descripción elaborada de la lógica de las operaciones concretas, expre-
sada en términos de estructuras complementarias de grupos, agrupamientos y cua-
drículas (Flavell, 1963). Si bien no es éste el lugar para discutir esto, al menos debe-
mos estar informados sobre algunos de los rasgos generales del pensamiento opera-
tivo concreto. Donde mejor descritos están es en el contexto práctico de la
adquisición de las habilidades de conservación, estudiadas en muchos terrenos de las
matemáticas de los niños pequeños, incluyendo el número, el volumen, la clasifica-
ción, el espacio, la distancia, el tiempo y la velocidad. De todas las demostraciones
prácticas de Piaget, las tareas de conservación probablemente sean las más conoci-
das y constituyen los principales medios a través de los cuales su teoría ha sido apli-
cada a la música.
En la primera parte de un típico experimento sobre conservación del número,
por ejemplo, se le muestran al niño dos hileras idénticas de fichas dispuestas cada
una en línea recta, y se le pregunta: «¿Hay más fichas en esta fila (el psicólogo o mo-
nitor señala una de las dos filas) o hay más en esta otra (el monitor señala la otra
fila) o el número de fichas es el mismo en cada fila? Los niños de todas las edades
deberían contestar esta pregunta correctamente; las preguntas actúan como «refe-
rencia» contra la cual se juzga la segunda parte. Si por alguna razón el niño da la res-
puesta equivocada, el monitor podrá eliminarlo justificadamente de la muestra de
sujetos. En la segunda parte, el monitor separa las fichas en una de las filas, de ma-
nera que ésta se convierte en una línea recta más larga, y repite la pregunta. De
acuerdo con Piaget, los niños en la etapa preoperacional deberían ahora contestar
incorrectamente, diciendo que hay más fichas en la fila más larga. Piaget sostiene
que los niños no poseen la invariancia numérica, esto es, el concepto de que el nú-
mero de fichas se mantiene igual, independientemente de la modificación del arre-
glo espacial. Sólo cuando avanzan hacia la etapa de operación concreta, a los siete
años más o menos, probablemente están en condiciones de responder de manera co-
rrecta a esta segunda pregunta.
En la tercera parte del experimento, las fichas vuelven a su ubicación original y
se formula una vez más la misma pregunta. El niño operativo concreto debería dar
una respuesta correcta en las tres etapas del experimento; pero, sugestivamente, Pia-
get predice que el niño preoperacional debería contestar otra vez correctamente en
la etapa tres del experimento, aun habiendo dado la respuesta equivocada en la parte
dos. Piaget plantea que para que el pensamiento sea verdaderamente operativo-con-
creto debe mostrar reversibilidad. El niño tiene que estar capacitado para compren-
der que una transformación se puede revertir como para que la muestra vuelva a su
estado inicial; esto es, que los diferentes estados de una muestra se relacionan ex-
plícitamente con su transformación. La invariancia numérica abarca específicamen-
te una síntesis de la seriación e inclusión de clases. Piaget dice que, para alcanzar to-
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talmente la conservación del número, el niño tiene que haber captado los conceptos
subyacentes de cómo los objetos pueden ser ordenados de acuerdo a cierta dimen-
sión dada, tal como el tamaño, y cómo éstos pueden ser clasificados o agrupados de
diferentes formas. La habilidad para contar no es necesariamente evidencia de la in-
variancia numérica: el niño puede, simplemente, «repetir como un loro» una lista de
etiquetas verbales, aprendidas de memoria, al igual que se puede aprender una rima
infantil.
La habilidad para la seriación compromete otra adquisición general importan-
te: la habilidad para realizar inferencias transitivas. Para poder ordenar tres filas de-
siguales, A, B y C en relación a su longitud, el niño debe, por ejemplo, combinar el
conocimiento de que A > B y que B > C, y hacer la inferencia transitiva deductiva de
que A > C. La habilidad para realizar tal inferencia sin la comparación visual directa
entre A y C, necesariamente compromete el pensamiento operativo concreto.
Otro rasgo esencial de tal pensamiento es la descentración: Piaget plantea que
el niño adquiere la habilidad para reconocer la interdependencia de dos variables sin
centrarse en ninguna de ellas. En una de las muy conocidas tareas de conservación
del volumen, por ejemplo, el líquido de uno de los dos recipientes idénticos es verti-
do en un tercero de forma diferente. La respuesta típica e incorrecta del niño preo-
peracional es que las cantidades de líquido en el primero y tercer recipiente son di-
ferentes, generalmente centrándose en el alto o en el ancho del líquido contenido en
dichos recipientes. El niño operativo concreto percibe que el alto y el ancho covarí-
an, determinando conjuntamente el volumen, y por lo tanto responde correctamen-
te que existe la misma cantidad de líquido en ambos recipientes.
Como ya he expresado, la aplicación detallada de esta parte de la teoría de Pia-
get en diferentes áreas de las matemáticas en la escuela primaria ha tenido un pro-
fundo efecto sobre la secuenciación del currículo, y se ha invertido mucho esfuerzo
en investigaciones que procuraran demostrar que los niños en edad preoperacional
pueden, bajo ciertas circunstancias, mostrar aptitudes operativas concretas. Un tema
bastante frecuente ha sido el de las tareas piagetianas que confían demasiado en las
respuestas verbales de los niños, tanto que aparentes fallos cognitivos pueden, de
hecho, emanar del uso inapropiado del lenguaje; ya ha surgido un cuerpo de inves-
tigaciones sobre las evaluaciones no verbales de la conservación (Miller, 1976). Otros
estudios han investigado los efectos del entrenamiento en la ejecución de las tareas
de conservación (Goldschmid, 1968): el éxito en el entrenamiento de las habilidades
de conservación puede ser interpretado como la destrucción de la validez de la teo-
ría de las etapas. Ahora bien, muchos estudios en estas dos áreas han podido demos-
trar habilidades del tipo conservación a una edad más temprana de lo que Piaget hu-
biera predicho: ¿significa ello que la teoría esta equivocada? Piaget podría alegar que
estos resultados, simplemente, representan una seudoconservación; mientras que en
determinado estudio y a corto plazo los niños lograron un conjunto de respuestas co-
rrectas, no hay evidencia de que los efectos experimentales se generalizan a toda la
gama de habilidades requeridas para el pensamiento operativo concreto ni de que
posean una estabilidad a largo plazo.
Otras dos líneas de investigaciones han intentado plantear críticas aún más
fundamentales que éstas; ambas se basan en la propuesta de que la auténtica com-
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petencia operativa está presente a una edad mucho más temprana de lo que Piaget
sugiere en virtud de teorías bastante diferentes de los procesos cognitivos subyacen-
tes. La investigación de Jerome Bruner y sus colegas en la Universidad de Harvard en
los años 1960 (por ejemplo, Bruner, Olver y Greenfield (1966) se basaba en una vi-
sión bastante distinta de la relación entre pensamiento, lenguaje y entorno. Pusieron
mucho más énfasis que Piaget en el rol de los objetos del entorno y las situaciones
para moldear el pensamiento: para Piaget, el desarrollo de estructuras lógicas simi-
lares acontece más o menos inexorablemente a pesar del contenido preciso de aque-
llo que es asimilado en el curso del desarrollo. Los investigadores de Harvard reunie-
ron datos transculturales con el fin de sustentar su argumento, y ello confirmó am-
pliamente los hallazgos de otras investigaciones piagetianas transculturales. En
general, parece ser que las etapas piagetianas pueden ser identificadas en niños de
sociedades no occidentales, pese a que existe un mayor grado de variaciones en el
desempeño de lo que la teoría podría predecir, relacionadas con la edad y la tarea
(Modgil, 1974).
Bruner tenía también una opinión alternativa sobre la adquisición de la con-
servación, basada en la idea de que ésta acontece a través del «sentido primitivo de
identidad» del niño en relación al material de la tarea antes y después de la trans-
formación, más que a través de una operación cognitiva internalizada. Los errores de
los niños preoperativos eran considerados como la resultante de su confusión por los
aspectos engañosos de la tarea tanto verbales como perceptuales, más que por su in-
capacidad lógica. La fuerza de este argumento, si bien no sus detalles, se asemeja, en
cierta forma, al de Bryant (1974). Bryant propuso una teoría alernativa radical cuya
premisa era que los niños preoperativos pueden hacer y hacen inferencias lógicas; y
que el desarrollo cognitivo procede como series progresivas de inferencias hechas
respecto a las relaciones entre los objetos y sus antecedentes ambientales o sus es-
tructuras.
Si bien estas teorías alternativas tienen cierto fundamento empírico, se puede
decir que ninguna de las dos ha invalidado o reemplazado a la teoría de Piaget. Aun-
que los niños pequeños pueden demostrar que bajo ciertas circunstancias experi-
mentales poseen aptitudes operativas, el hecho es que en gran parte de su actividad
cotidiana no lo demuestran espontáneamente. Esta idea de que el contexto del pen-
samiento del niño puede influenciar su esencia nos conduce a un área de teoría e in-
vestigación nueva, importante, y de crecimiento veloz, conocida como cognitiva-so-
cial (Butterworth y Light, 1982). Light (1983) ha realizado un cuidadoso análisis con-
ceptual de las diferentes maneras como puede ser utilizado el término en relación a
la teoría piagetiana, y algunas investigaciones empíricas en este nuevo campo han
indagado sobre el desempeño de los niños en tareas de conservación.
Un hito importante dentro de esta bibliografía es el libro Children’s minds (Los
pensamientos de los niños) de Donaldson (1978). Donaldson informa sobre algunos
trabajos recientes que demuestran que el ámbito social de la situación de test está
inextrincablemente asociado a su contenido cognitivo. En los experimentos típicos de
conservación piagetianos anteriormente descritos, el monitor, por ejemplo, formula
al «sujeto» (niño) varias preguntas estándar; el niño, sobre la base de su pasada ex-
periencia de situaciones similares de administración de tests, ya tiene ciertas expec-
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La conservación de la música
La pionera en este campo, y que ha continuado explorandolo más extensamen-
te que ningún otro investigador, fue Marilyn Pflederer Zimmerman, de la Universi-
dad de Illinois. Esta investigadora ha diseñado una serie de tareas de «conservación
musical» similares a las tareas no musicales de Piaget; me permito ilustrar esto por
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Cuadro 4. Respuestas típicas de «no conservación», «de conservación intermedia» y «de con-
servación» a la tarea de «deformación armónica»
CINCO AÑOS
No conservación Diferente, porque uno toca con un montón de teclas y el otro sólo toca
con dos (¿Eran iguales de todos modos?). No
Conservación La segunda era con acordes. La primera no tenía acordes (¿Eran iguales
de todos modos?). Bueno, la canción era la misma y el piano era el mismo
SIETE AÑOS
No conservación Diferente. Usaron más dedos que en la primera (¿De todos modos, eran
las mismas canciones?). No
Intermedia Esto es diferente porque tocaron el piano. Tocaron el piano con los otros ins-
trumentos (¿Eran iguales de todos modos?). Sí, la canción lo era, pero, em...,
parte de la música en el medio no lo era, porque, em..., tocaba el piano
Si quitan los cuatro, entonces podría ser lo mismo
Conservación Después de cada nota tenían una nota grave. Podrían ser iguales al
final si le quitasen las notas graves
Bueno, es sólo un poquito diferente. Tenían otra nueva nota después de
la otra (¿Había algo similar acerca de ellas?). No exactamente. Sólo las
notas, si no le hubiesen puesto la nueva... podría ser la misma si no le
hubiesen puesto el acorde. Sí, yo creo que podría ser la misma...
NUEVE AÑOS
Intermedia La segunda fue tocada con dos manos y la primera con una sola
(¿Eran iguales de todos modos?). No lo sé
Conservación Era la misma canción, pero la tocaban dos personas (¿Y eso cómo se llama?).
Un dúo. Eran iguales. Tocaban con acordes, pero en la melodía era lo mismo
TRECE AÑOS
No conservación Bueno, esto aún es tocado por el piano y a la melodía le agregaron al-
gunos acordes. Diría que es un poco más alta que la primera. (¿De todos
modos las melodías son iguales?) No.
Intermedia Es diferente porque cada tres notas ellos tocan un acorde o un inter-
valo. Tocan más de una nota (¿De todos modos las melodías eran igua-
les?). Las primeras notas eran las mismas. Era diferente porque no se to-
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caba la misma cantidad de notas (¿Qué quieres decir con ello?). Se to-
caban tres notas y luego se movía, la última tenía algo así como un
acorde
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cada melodía original era apareada consigo misma. Dado que ésta fue la única tarea
en la cual los sujetos de cinco años se desempeñaron relativamente bien, mientras
que los de ocho años lo hicieron mejor en todas las tareas, al parecer, cualesquiera
que sean las habilidades que están comprometidas en las tareas, tiene que haber algo
más que la mera memoria de reconocimiento.
En estos estudios, la definición operativa de «conservación de la música» está
implícita en la respuesta que dice que las dos formas del estímulo son, en ciertos sen-
tidos, iguales y diferentes. Estrictamente hablando, se da por supuesto que la última
respuesta es la única correcta: las dos versiones de la melodía son objetivamente di-
ferentes. Un punto tan importante aquí, como en la investigación cognitiva social
anteriormente mencionada, es que la manera de preguntar puede determinar la res-
puesta del niño. Otro punto general que encaja con la investigación piagetiana en su
totalidad es que la edad no es una variable independiente «pura». Si en las tareas de
Pflederer Zimmerman surge que el desempeño mejora con la edad, ello podría estar
reflejando la adquisición de la conservación de la música; pero se trata tan sólo de
una posible interpretación. El resultado puede derivar de progresos evolutivos para-
lelos en la capacidad de la memoria y la atención, en destrezas perceptuales y de eje-
cución, en la expresividad verbal u otras capacidades mezcladas.
Una manera de investigar este tipo de problema es manipulando diferentes as-
pectos de la situación experimental, y ver si el resultado persiste: algunas de nuestras
propias investigaciones han indagado los efectos de los cambios en el material de es-
tímulos musicales. Crowther y cols. (1985) les dieron a sujetos de cinco, siete, nueve y
trece años una tarea de transposición de alturas del tipo Pflederer Zimmerman, en la
cual se utilizaron ocho materiales musicales nuevos conjuntamente con las frases ori-
ginales de Bartók. Hallamos que las respuestas de «conservación» eran más frecuentes
en los niños mayores y con los materiales musicales más familiares. Hargreaves, Cas-
tell y Crowther (1986) confirmaron ambos hallazgos usando secuencias tonales fami-
liares y no familiares (canciones infantiles muy comunes y «aproximaciones estadísti-
cas a la música» respectivamente) en tareas de transposición de alturas e inversión rít-
mica en un estudio transcultural con niños de seis y ocho años en Inglaterra y en
Estados Unidos. El desempeño de los niños mayores fue significativamente mejor que
el de los pequeños, y generalmente más alto con las melodías familiares. Es muy pro-
bable que, en este estudio, sea el reconocimiento melódico más que la «conservación»
lo que sustenta el procesamiento de las melodías muy familiares; nosotros especula-
mos sobre que las melodías no familiares pueden ser procesadas de acuerdo a las re-
laciones del contorno más que a las relaciones de alturas interválicas entre sus notas.
En el capítulo 4 se prosigue con esta especulación más detalladamente y situa-
da en un marco evolutivo, y que se origina en aquel cuerpo de investigaciones sobre
memoria melódica basadas en la aproximación del procesamiento de la información
(Dowling y Bartlett, 1981). En este trabajo abundan las superposiciones teóricas y las
similitudes de tareas con la investigación sobre «la conservación de la música», aun-
que virtualmente hasta el momento no hubo intercambio alguno entre ambos cam-
pos. Dicho intercambio bien podría facilitar la clarificación teórica y la validación de
la tarea que con tanta urgencia se necesita en la investigación de la conservación de
la música.
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propia conclusión general es que los niños, bajo circunstancias normales y cotidia-
nas, efectivamente tienden a pensar en la forma en que Piaget lo sugiere, Brown y
Desforges (1979) sostienen que hay muy poca evidencia para la coherencia lógica de
las etapas. Ellos sugieren que Piaget se ve forzado a recurrir a etapas intermedias o
de transición o a inventar constructos teóricos superfluos tal como el «desfase verti-
cal», para explicar las bajas intercorrelaciones entre mediciones de una operación
dentro de una etapa en particular, y en consecuencia, resuelven que el modelo de las
etapas es inadecuado.
La principal aplicación educacional de la perspectiva del proceso evolutivo de
Piaget, esto es, de su modelo de adaptación, ha sido proporcionando una funda-
mentación teórica para lo que podría llamarse métodos de enseñanza «centrados en
el niño». Si el niño está internamente motivado para alcanzar nuevos niveles de
equilibrio, entonces, quizá sea tarea del maestro facilitar un entorno óptimo para el
aprendizaje respetando el propio tiempo del niño; esto contrasta con los métodos
«centrados en el maestro», en los cuales la dirección y el ritmo del aprendizaje los
pone el maestro. Se espera que el maestro pueda evaluar el nivel de «preparación»
para nuevas experiencias de aprendizaje y, de este modo, tácitamente, guiar al niño
en el propio descubrimiento de dichas experiencias a través de un compromiso ac-
tivo.
La mayor objeción al respecto es que los conceptos explicativos centrales de
Piaget, esto es, la asimilación, la acomodación y el equilibrio, son demasiado vagos y
generales como para darles un uso específico. En el contexto educativo, Brown
(1983) sostiene que la exhortación general de que el alumno debe ser «activo» deja
demasiadas cosas sin especificar en términos prácticos de la actividad en el aula; una
teoría adecuada tiene que estar en condiciones de proporcionar detalles de las expe-
riencias apropiadas del aprendizaje. Desde el punto de vista teórico, sin embargo,
quedan pocas dudas de que los modelos interactivos del proceso evolutivo se hayan
adoptado eficazmente en áreas tan diversas como la del estereotipo del rol del sexo
(Archer y Lloyd, 1982) y el maternalismo (Schaffer, 1971); y la versión de Piaget aún
puede ser una de las más sofisticadas.
El modelo lógico de Piaget implica que la dirección del desarrollo cognitivo
siempre apunta hacia las formas cada vez más articuladas del pensamiento lógico.
Esto ha sido criticado porque parece promover la actividad científica a un nivel más
alto que las actividades «lúdicas» o «traviesas»: en otras palabras, que aquellas acti-
vidades que son importantes en las artes. Esta crítica constituye el punto de partida
de la teoría de Gardner, y por lo tanto voy a posponer sus considerandos hasta la si-
guiente sección.
A pesar del enorme volumen de tests críticos que sobre la teoría han aplicado
los psicólogos, y a pesar de la desalentadora conclusión de Brown (1983) de que
[...] La teoría de Piaget no parece ayudar directamente a la psicología de la educación»
(p. 100),
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La teoría de Gardner
La crítica de Gardner (1979) al modelo lógico de Piaget tiene dos ramificacio-
nes importantes.
Primero, Gardner considera sorprendentemente estrecha la visión del «científi-
co competente» como representando el «estado final» del conocimiento. El conoci-
miento maduro compromete mucho más que el pensamiento lógico-racional; y
Piaget, consecuentemente, ha prestado poca atención a las formas adultas del cono-
cimiento transferidas de la lógica de la ciencia: se han tenido muy poco en cuenta los
procesos del pensamiento usados por los artistas, escritores, músicos, atletas, de la
misma manera que hay muy poca información sobre los procesos de intuición, de cre-
atividad o de pensamiento novedoso (1979, p. 76).
Se considera que los tres sistemas están presentes en toda vida animal y hu-
mana, y se concibe el desarrollo como un proceso por el cual el grado de interacción
entre ellos aumenta de manera gradual, eventualmente hasta alcanzar un punto en
el cual ningún sistema individual puede considerarse aislado de los otros dos.
La descripción de Gardner sobre el desarrollo se centra en la adquisición y el uso
de los símbolos en el niño. Los símbolos se organizan en diferentes sistemas que pue-
den ser, principalmente, tanto denotativos (por ejemplo, la notación numérica,
donde cada número tiene un significado referencial preciso) o expresivos (por ejem-
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plo, el arte abstracto, que no tiene referencia precisa a otros aspectos de la expe-
riencia). Algunos sistemas simbólicos pueden abarcar trabajos que exhiben una u otra
de estas propiedades o ambas (por ejemplo, la lengua, la danza, el drama, el dibujo,
la escultura y, por supuesto, la música): los sistemas también varían ampliamente en
cuanto a la precisión de su correspondencia con diferentes aspectos de la conducta
y la experiencia, o sea, en su «nacionalidad». Gardner cree que una tarea importante
de la psicología del desarrollo es identificar la naturaleza de competencias adultas en
sistemas simbólicos específicos, estudiar los cambios evolutivos que culminan en ello
e interpretar la relación de estos cambios en el desarrollo cognitivo como una tota-
lidad.
Como ya vimos anteriormente en la descripción de Piaget de la etapa preope-
rativa, el simbolismo es, por supuesto, lo medular; por consiguiente, necesitamos
considerar cuidadosamente en qué aspectos la aproximación de Gardner es diferen-
te. Ambos teóricos concuerdan en que la manifestación temprana más importante
del simbolismo es la adquisición por el niño y la niña pequeños de la «permanencia
del objeto», esto es, el reconocimiento gradual de que los objetos existen aun cuan-
do desaparecen de la vista. La teoría de la etapa sensoriomotora de Piaget se expla-
ya sobre esto con cierto detalle, y ha estimulado una cantidad importante de inves-
tigaciones empíricas críticas (Bower, 1982). De ninguna manera queda claro que
«fuera de la vista significa fuera de la mente», aun a los cuatro y cinco meses de edad.
La actividad simbólica total surge hacia el final del período sensoriomotor, y
Gardner considera las adquisiciones de los niños preescolares y el uso de las palabras,
de los dibujos, las simulaciones, y otros símbolos, como el
[...] mayor evento evolutivo en los primeros años de la infancia, decisivo para la evolu-
ción del proceso artístico (1973a, p. 129).
Ahora bien, es probable que Piaget estuviese de acuerdo con la primera parte
de este enunciado, pero no con la segunda. Gardner sostiene que a la edad de siete
años, la mayoría de los niños han alcanzado las características esenciales del oyente,
del artista y del intérprete, como para que puedan ser considerados «participantes
más o menos maduros en el proceso artístico». Se deduce que las operaciones con-
cretas y las operaciones formales de Piaget no son necesarias para esta participación;
efectivamente, Gardner va más allá como para reclamar que
[...] los agrupamientos, grupos y operaciones descriptas por Piaget, al parecer, no son
esenciales para el dominio o la comprensión del lenguje humano, de la música o de las
artes plásticas (1973a, p. 45).
Gardner piensa que el desarrollo artístico puede ser explicado dentro de siste-
mas simbólicos, esto es, sin necesidad de ningún dominio de las operaciones lógicas
subyacentes.
La propia descripción de Gardner del desarrollo estético tiene sólo dos amplias
etapas. Gardner propone un «período presimbólico» de desarrollo sensoriomotor en
el primer año de vida, durante el cual los tres sistemas se desdoblan y diferencian, se-
guido de un «período del uso del símbolo» que va de los dos a los siete años de edad.
Dentro del segundo período, los elementos arbitrarios de los sistemas simbólicos
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El estudio de Winner y cols. forma parte del trabajo de Gardner conocido como
grupo Proyecto Zero (Project Zero), con base en la Universidad de Harvard. Este títu-
lo fue creado para transmitir lo poco que se sabía sobre el desarrollo artístico cuan-
do comenzó el programa de investigación hace unos quince años, y Gardner y sus co-
laboradores merecen un gran reconocimiento por los avances sustanciales que se han
hecho desde entonces. Siguiendo la posición teórica perfilada anteriormente, los in-
vestigadores del Proyecto Zero han realizado estudios experimentales, transversales
y longitudinales referidos a los cambios evolutivos dentro de una variedad de formas
del arte; un tema central alrededor del cual se organiza este trabajo ha sido el desa-
rrollo de la sensibilidad a los estilos artísticos. Se realizaron estudios sobre sensibili-
dad estilística en las artes visuales (por ejemplo, Gardner, 1970) y en la literatura (por
ejemplo, Gardner y Gardner, 1971), así como en la música (por ejemplo, Gardner,
1973b). Se han realizado investigaciones sobre temas que incluyen el uso y las pre-
ferencias de los niños por las metáforas (Winner, Rosenstiel y Gardner, 1976); el de-
sarrollo del canto (Davidson, McKernon y Gardner, 1981 [véase cap. 3]); el simbolis-
mo numérico y el conteo de los niños (Shotwell, 1979); y la habilidad para distinguir
fantasía de realidad (Morison y Gardner, 1978). Esta lista no es, ni mucho menos,
completa, y remito al lector a Invented worlds de Winner (1982) para una descrip-
ción coherente de las psicología de las artes basada en la aproximación del Proyecto
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Zero. La investigación sobre música, y también algunas de las relacionadas con las
artes visuales, serán debatidas más detalladamente en las dos últimas partes de este
capítulo.
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cada etapa. El trabajo de Parsons se basa ampliamente en estudios sobre las reaccio-
nes a los cuadros. Dado que los temas (tales como «apariencia», «tema», «sentimientos»
y «color») son específicos de las artes visuales, no los voy a tratar aquí en detalle.
Parsons sugiere que en la primera etapa, más o menos entre los cuatro y ocho
años de edad, las cualidades estéticas de un objeto se definen en términos de la pro-
pia experiencia del niño. Una marcada preferencia del niño por una escena de la vida
en la granja surge, por ejemplo, porque el cuadro le recuerda su sombrero de vaque-
ro; Parsons sugiere que los niños confunden lo que perceptualmente está presente
con lo que no está. Otro rasgo de esta etapa es que el gusto determina el juicio: «lo
que es bueno» es «lo que a mi me agrada» . He investigado la relación entre estos dos
rasgos de actitudes estéticas, comparando entre adultos las categorizaciones «cali-
dad» y «agrado» en relación a fragmentos musicales (Hargreaves, Messerschmidt y
Rubert, 1980). En los adultos, ambas se correlacionan positivamente, tal como uno
podría predecir de manera intuitiva, pero no son conceptualmente equivalentes: en-
contré que los sujetos no entrenados musicalmente tenían más probabilidades de se-
parar o «fragmentar» los componentes afectivos y evaluativos de sus actitudes que
los entrenados musicalmente.
Ahora bien, Parsons, en efecto, dice que los niños de la primera etapa no mues-
tran tal fragmentación, y también plantea que su percepción estética es egocéntrica
en cuanto que no pueden diferenciar «otras» opiniones fuera de las propias. Rosens-
tiel, Morison, Silverman y Gardner (1978) sustentaron empíricamente, en cieto modo,
esta perspectiva, al demostrar que entre los niños de seis años hubo poca variación
en las selecciones de las pinturas que más les gustaron (obras de arte de los grandes
maestros), que fueron mejor pintadas, o que a otros podrían gustarles más. Por otro
lado, Hart y Goldin-Meadow (1984) encontraron que cuando se les preguntó a niños
tan pequeños como de tres años que pronosticaran qué obras de arte conocidas
(naves espaciales dibujadas por los niños) podrían gustarle o no a otros familiares
(padres, hermanos y amigos), eligieron dibujos diferentes a los que ellos eligieron
para sí mismos, y fueron capaces de fundamentar consistentemente esa elección di-
ferenciada. Hart y Goldin-Meadow sugieren que la divergencia de los resultados de
Rosenstiel y cols. probablemente se debió a que los sujetos, en el estudio anterior, po-
dían haber dado por supuesto que la «otra» opinión que cabía predecir era la del
adulto. Sus aparentes juicios egocéntricos podían, de hecho, no haber sido juicios
egocéntricos basándose en la idea de que las personas mayores podrían haber elegi-
do los mismos dibujos que ellos. En qué medida los niños preoperativos se compor-
tan espontáneamente como «críticos de arte no egocéntricos», sigue siendo un área
interesante para futuras exploraciones.
En la segunda etapa de Parsons, de los ocho años hasta más o menos la adoles-
cencia, el niño se atiene a un conjunto de reglas y convenciones. Las propiedades de
las obras de arte no dependen del punto de vista personal, sino que son juzgadas de
acuerdo a reglas públicas; su atracción depende de si se adhieren o no a dichas reglas.
Las reglas principales son las del realismo; el grado de realismo de un cuadro es el cri-
terio fundamental para llamar la atención, de modo que los trabajos abstractos son
rechazados, y las fotografías son juzgadas como superiores a las pinturas. Parsons
también propone reglas de forma, en lo tocante al balance, contraste, agrupamiento,
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etc., y reglas temáticas. Hay ciertos tipos de temas que se consideran apropiados para
las obras de arte, mientras que otros no lo son (por ejemplo, lo desagradable, lo dolo-
roso, lo trágico). A esta edad, el paralelismo con la descripción de Kohlberg sobre el
razonamiento moral es muy claro; lo correcto está determinado por lo permitido.
En la tercera etapa, que comienza al inicio de la adolescencia, el niño admite
que para evaluar el arte se puede usar una amplia variedad de conjuntos posibles de
reglas incompatibles. Cualquier tema se considera aceptable; las evaluaciones co-
mienzan a basarse en criterios formales, incluyendo estilo y composición, y se admi-
te que diferentes estilos pueden emplear diferentes sistemas de reglas. A pesar de que
cada vez más se pone el acento en las propiedades informales, los juicios siguen sien-
do esencialmente relativos: se emiten considerando las intenciones del artista o las
opiniones personales del observador. Sólo en la cuarta etapa, se consideran las cua-
lidades estéticas como cualidades públicamente accesibles del objeto mismo, como
totalmente independiente de las características del observador.
Gardner, Winner y Kircher (1975) concluyen que
Por lo general, los hallazgos sobre las artes parecen reflejar las tendencias descubier-
tas por Piaget, Kohlberg y otros en la tradición del desarrollo cognitivo (p. 74).
En este sentido, parece que hay un problema: ¿Cómo se relaciona este «refleja-
miento» con aquella parte de la teoría de Gardner que se opone a Piaget, en parti-
cular la parte que sugiere que los desarrollos operativos concretos son innecesarios
para la participación artística? ¿Acaso Gardner debería no predecir que después de
los siete años más o menos no hay desarrollos claramente identificables? Parsons
(1976) también argumenta en contra de la importación masiva de las etapas paige-
tianas dentro del reino de la estética, sobre la base de que ello no aporta suficiente
reconocimiento a la autonomía y unicidad de la experiencia estética.
Creo que la respuesta a esta aparente contradicción está en la distinción entre
competencia y desempeño, tema recurrente en debates referidos a la validez de los
modelos de las etapas. La teoría de Gardner predice que los niños a los siete años de
edad deben ser capaces de un razonamiento artístico maduro y bien podría estar en
lo cierto; pero el hecho es que, en la mayoría de las situaciones cotidianas, ellos no
demuestran espontáneamente esta habilidad. Este punto es precisamente el mismo
que manifesté al comienzo de este capítulo respecto a la habilidad de los niños para
hacer inferencias lógicas, y sus tendencias cotidianas a no hacerlo.
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Por razones más bien prácticas, el psicólogo empírico necesita una definición
operacional de estilo; la aproximación más común ha sido tratando a la sensibilidad
estilística como un modo de formación del concepto. Gardner (1972a), por ejemplo,
«operacionaliza» la sensibilidad estilística como la habilidad para agrupar conjunta-
mente trabajos producidos por un mismo artista. Esta definición existe a un alto nivel
de abstracción, por cuanto no hay una especificación de los atributos determinantes
de las mismas obras. Sería posible trabajar a un nivel aún más alto de generalidad;
presumiblemente, muchos observadores podrían detectar el parecido familiar entre
las pinturas de Renoir y Monet, por ejemplo, aun cuando, probablemente, nunca
hayan oído hablar de estos artistas ni por su nombre ni como «los impresionistas».
Varios estudios han investigado el desarrollo de la sensibilidad estilística hacia
las pinturas. Machotka (1966), en un estudio claramente típico y a menudo citado,
muestra reproducciones en color de pinturas de artistas, como Renoir, Gauguin, Van
Gogh, Toulouse-Lautrec y Picasso, a 120 varones entre seis y dieciocho años de edad.
Presentó las pinturas en grupos de tres y pidió a los sujetos que indicaran cuáles les
gustaban más, cuáles menos y que, además, fundamentaran dicha elección. Las res-
puestas fueron clasificadas en doce categorías, según los aspectos de las pinturas que
conformaban la base de ese dictamen (por ejemplo, contenido, representación rea-
lista, claridad, armonía). Machotka halló que entre los varones más jóvenes (4 a 7
años de edad) la tendencia era a concentrarse en el color y la temática; los de siete
y once años se centraron en las pinturas en cuanto a si eran o no representaciones
realistas de sus temas; y la apreciación de los factores estilísticos sólo emergía gra-
dualmente en la adolescencia. Machotka interpretó estos resultados explícitamente
en términos de las etapas piagetianas, lo cual es consistente con el informe de Par-
sons (1976), descrito en la sección anterior. En otras investigaciones empíricas surgió
el mismo patrón de resultados (Gardner, 1970).
Si bien a partir de esta evidencia daría la impresión de que los preadolescentes
son incapaces de clasificar pinturas de acuerdo con el estilo, algunos estudios han de-
mostrado que pueden ser entrenados para ello. En siete sesiones de entrenamiento
de media hora cada una y durante siete semanas, Gardner (1972b) reforzó a los su-
jetos para que pudiesen ordenar las pinturas por estilos más que por temas; halló que
todos los sujetos de diez años de edad, y la mayoría de los de siete años, desarrolla-
ron un alto grado de sensibilidad estilística. Silverman y cols. (1976) confirmaron este
resultado; ellos también hallaron que una proporción sustancial de los sujetos de diez
años aplicaron de manera consistente después del entrenamiento un análisis multi-
dimensional, y que la exposición intensiva a un grupo pequeño de estilos caracterís-
ticos fue más efectiva para promover esto, que una exposición superficial a un rango
más amplio de estilos. Los resultados de estos estudios confirman mi propia conclu-
sión expresada anteriormente sobre la aparente contradicción entre las teorías de
Piaget y de Gardner. Los niños preadolescentes pueden, con seguridad, ser entrena-
dos para hacer discriminaciones finas de estilo entre pinturas, pero, bajo circunstan-
cias normales, tienden a no hacerlo.
Esa distinción entre contenido y estilo en las artes visuales no tiene un claro
equivalente musical, lo que lleva a preguntarse cómo se puede aplicar a la música la
aproximación del tipo Parsons. Los problemas para definir el estilo musical también
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son tremendos: en un reciente debate entre Brody (1985) y Serafine (1983, 1985) se
llegó a la conclusión de que es demasiado sencillo llamar «estilo» a cualquier princi-
pio por el cual se pueden agrupar las obras musicales. En música, resulta útil esta-
blecer una distinción entre idioma y estilo. Tal como en las artes visuales, el estilo
puede existir a diferentes niveles de abstracción, en relación a períodos históricos o
a cada uno de los compositores (por ejemplo, «el estilo de Mozart», «el estilo clásico»,
etc.); pero lenguajes, tal como el de la tonalidad, los atraviesa a todos. El lenguaje
tonal está presente tanto en las obras de Beethoven como en la de los Beatles, pero,
estilísticamente, ambas son completamente diferentes.
Nuevamente nos encontramos aquí con que el psicólogo empírico necesita ela-
borar una definición operacional, y Gardner (1973b) realizó un trabajo pionero de in-
vestigación en el cual la sensibilidad estilística musical se definió como la habilidad
para juzgar si dos fragmentos musicales provienen de una misma composición. Diez
niños y diez niñas en cada uno de los cinco grupos de edad diferentes, entre seis y
diecinueve años, escucharon pares de fragmentos musicales: en la mitad de esos
pares, los fragmentos fueron extraídos de la misma obra, mientras que en la otra
mitad no. Los pares fueron equiparados por la presencia o ausencia de una «figura»
musical contrapuesta al «fondo» estilístico, o sea, una voz solista contra un fondo ins-
trumental. Los niños debían decir si en cada par ambos fragmentos provenían o no
de la misma obra original. Gardner utilizó obras clásicas de cuatro períodos diferen-
tes: barroco (Vivaldi, Scarlatti), clásico (Stamitz, Mozart), romántico (Bruckner, Me-
yerbeer) y moderno (Bartók, Berg).
La edad tuvo un efecto significativo en cuanto a la precisión con la cual los pares
podían ser correctamente identificados como «iguales»; los niños de seis y ocho años
cometieron significativamente más errores que los de once a catorce años y dieciocho
a diecinueve años, y no hubo diferencias significativas entre estos dos grupos de edad
tan amplios. Los sujetos de los dos grupos de mayor edad tendieron a desenvolverse
relativamente mejor en aquellos pares «diferentes» cuyos componentes provenían de
épocas ampliamente divergentes. Sin embargo, el aspecto más llamativo de los resul-
tados fue el nivel general de éxito en la tarea, aun en los dos grupos de menor edad.
Los niños de seis años adoptaron un severo criterio para juzgar «igual»; tendían a eva-
luar la mayoría de los pares como «diferentes» siendo incapaces de fundamentar sus
dictámenes. Los niños de ocho años pudieron responder «igual» aun cuando los dos
componentes del par no sonaban continuos, y tendían a utilizar metáforas extramu-
sicales para explicar sus juicios (por ejemplo, «lleno de vida», «como de iglesia», «como
carrera de caballos»). Los de once años obtuvieron los resultados absolutos más altos
en la tarea; fueron capaces de basar sus opiniones en varias variables diferentes, usan-
do con frecuencia la instrumentación, aspectos rítmicos y textura. La tendencia a re-
ferirse en términos de «escuelas» musicales (por ejemplo, barroco, jazz) sólo se reveló
por encima de esta edad, o sea, entre los catorce y los diecinueve años. Gardner su-
giere que estos resultados demuestran un desplazamiento evolutivo general, que va
desde las respuestas a la música en términos de la experiencia personal subjetiva hasta
aquéllas que son más analíticas y objetivas. Esto encaja con el hallazgo de que los
adultos no entrenados tienen más probabilidad de responder de la primera manera
que quienes tienen algún entrenamiento, como veremos en el capítulo 5.
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Queda claro que la preferencia tiene aquí un fuerte efecto sobre los juicios emi-
tidos, y esto tiene implicaciones más generales. Cuando se emplean estilos preferidos
en los experimentos realizados a lo largo de las obras «de arte» —que son los estímu-
los más comunes en la investigación psicológica sobre las artes—, los resultados pue-
den ser radicalmente diferentes.
Terminemos esta sección examinando un estudio ambicioso del grupo Proyec-
to Zero que difiere de la mayoría de los otros estudios discutidos hasta ahora, ya que,
dentro del mismo diseño experimental, fueron investigadas respuestas estéticas a tres
formas artísticas diferentes. Winner y cols. (1968) empezaron por descubrir si las des-
trezas perceptuales usadas en las artes se generalizan a través de las formas artísti-
cas y de las cualidades estéticas, o si son formas de arte y/o específicas de la propie-
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dad. Idearon tareas sobre sensibilidad hacia tres propiedades estéticas (plenitud, ex-
presión y composición) en cada una de las tres formas del arte (dibujo, música y li-
teratura), y las administraron a 90 niños en cada uno de los tres niveles de edades (7,
9 y 12 años). Las tareas pueden ser ilustradas a través de la descripción de las tres
que eran musicales:
1. La tarea de plenitud requería que el sujeto seleccionara entre dos continua-
ciones de melodías, la correcta (esto es, la no alterada) para la melodía pro-
puesta. Una de esas melodías fue alterada en articulación, timbre o dinámica.
2. La tarea de expresión comprendía equiparar uno de los dos fragmentos de
obras musicales al carácter de la melodía propuesta que podría ser «feliz»,
«triste», «excitado» o «calmoso».
3. La tarea de composición requería del sujeto seleccionar, entre dos finales, el
correcto para una melodía propuesta incompleta, cuando uno de ellos no
está compositivamente equilibrado.
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3
El desarrollo musical en los
preescolares
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Edades
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piedades. Estudios realizados con bebés muy pequeños (hasta de una semana de
edad), sugieren que cualquier sonido calma más que ningún sonido (por ejemplo,
Brackbill, Adams, Crowell y Gray, 1966; Bench, 1969); y los investigadores, al pare-
cer, coinciden en que la mayoría de los recién nacidos pueden hacer discriminacio-
nes sonoras sobre la base de numerosos parámetros acústicos, particularmente in-
tensidad y frecuencia (Eisenberg, 1976).
Bridger (1961), por ejemplo, tocó sonidos de determinadas frecuencias a 50
bebés de hasta cinco días de vida. Los sonidos producían en los bebés movimientos
físicos muy característicos y cambios en el ritmo cardíaco; Bridger tocaba esos soni-
dos hasta que los bebés se habituaban a ellos, o sea, hasta que los sonidos dejaban
de suscitar alguna respuesta. En este punto, se tocaban sonidos con otras frecuen-
cias, de manera que cualquier nueva respuesta debía ser un indicativo de que los
bebés podían discriminar entre diferentes frecuencias. Usando esta técnica, Bridger
halló que la mayoría de los bebés podían, en efecto, hacer discriminaciones bastan-
tes finas entre diferentes frecuencias. Birns y cols. (1965) hallaron que sonidos de
baja frecuencia ejercían un mayor efecto tranquilizador sobre el llanto que los soni-
dos de frecuencias más altas, y Eisenberg (1976) observó que pares equiparados de
secuencias tonales ascendentes y descendentes ejercían un efecto distinto de excita-
ción. Las razones precisas de estos efectos no son claras, aunque las diversas hipóte-
sis expuestas incluyen enmascaramientos diferenciales sobre algunas frecuencias por
el mismo llanto del bebé, y los efectos táctiles de algunas sensaciones auditivas.
Otra sugerencia popular es que la ritmicidad de los sonidos escuchados por los
bebés pueden tener una importante relación con las respuestas suscitadas; en parti-
cular, una poderosa influencia puede ser la ejercida por los latidos del corazón de la
madre, siendo éste un rasgo predominante del entorno prenatal. Legos y músicos, así
como algunos psicólogos, han sugerido a menudo que la putativa «atracción primi-
tiva» de cierta música pop puede derivar de su pulso rítmico prominente, algo pare-
cido al latido del corazón humano. Esto está por demás claro en las figuras domi-
nantes del tambor bajo que se oye en gran cantidad de «música disco» moderna. La-
mentablemente, las pruebas que sustentan la primera parte de esta hipótesis
intuitivamente atrayente, son dudosa. Brackbill y cols. (1966) hallaron, por ejemplo,
que los sonidos de los latidos no eran más tranquilizadores que los sonidos de un me-
trónomo y de una canción de cuna, mientras que Salk (1962) halló que sí lo eran.
Cualquier investigación sobre la conducta del bebé a esta edad tiene que aceptar un
margen considerable de error en la fiabilidad de las mediciones de las respuestas, y
en mecanismos situacionales u otros, como así mismo en las múltiples diferencias in-
dividuales que típicamente se encuentran. Es muy probable que tal «ruido» o varian-
cia en el error pueda explicar los resultados conflictivos.
Entre las 11 y 12 semanas de vida, los bebés pueden distinguir claramente la
voz humana de otras fuentes sonoras, y hasta parece que lo prefieren. A las 14 se-
manas más o menos, prefieren la voz de la madre a otras voces. Esto se relaciona con
otros hallazgos en el campo de los vínculos y de la interacción padres-niño (Schaf-
fer, 1971; Richards, 1974). Estudios sobre el llanto, la sonrisa, la dirección de la mi-
rada, etc., sugieren que el vínculo inicial y superficial del bebé con cualquier perso-
na declina gradualmente entre el segundo y séptimo mes, y es reemplazado por un
75
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vínculo fuertemente definido con la madre. Alrededor de esta edad, también se de-
sarrolla el miedo a extraños. De este modo, la respuesta a los sonidos se coordina
cada vez más con otros aspectos del temprano desarrollo social.
76
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Canción balbuceada nº- 3
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ha ha ha ha ha ha ha ha ha ha ha ha.
Reproducido de Moog (1976), con autorización del autor.
77
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la la la la la la la la la la la ya ya ya ya ya!
78
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informa de que, entre el tercero y cuarto año de edad no pudo hallar un aumento
significativo en dicha coordinación. En cambio, lo que sí se desarrolla durante este
período es la incorporación de la música y el canto al juego imaginativo. Piaget
(1951) señaló que el juego simbólico y de simulación representa la esencia del perí-
odo preescolar; y la música, particularmente el canto y los juegos de rondas, repre-
sentan una parte importante de ello.
Las respuestas físicas a la música parecen declinar durante el período preesco-
lar posterior. Moog halló como altamente probable que niños de 3, 4 y 5 años se sen-
taran a escuchar música atentamente en vez de moverse espontáneamente en res-
puesta a ésta. Si bien el número de movimientos decrece con la edad, aumenta la va-
riedad tanto como la coordinación entre diferentes movimientos de pasos
identificables de danzas. Al parecer, los niños y niñas, en general, internalizan cada
vez más su respuesta a la música y la emplean en contextos amplios de actividades
tales como el juego imaginativo y la formación de relaciones sociales (esto es, en bai-
lar con otros). El informe de Moog, si bien es esencialmente descriptivo más que ex-
plicativo, proporciona al respecto una rica fuente ilustrativa de evidencia.
En vista de que a Moog le interesa principalmente una descripción global de los
amplios rasgos de la experiencia musical, algunos estudios experimentales han inten-
tado analizar cómo los componentes de las destrezas se desarrollan con la edad; se
puso el acento en la percepción de melodías cortas con notas aisladas. Chang y Trehub
(1977a) hicieron oír a bebés de 5 meses melodías atonales de seis notas, en una ex-
tensión de 2,5 notas por segundo, 30 veces en total. A todos los bebés cuyo ritmo car-
díaco mostró inicialmente una desaceleración (esto es, una respuesta «sobresaltada»)
seguida del acostumbrarse a la melodía (aproximadamente la mitad del total de los
bebés), se les hizo oír o una exacta transposición de la melodía original (a una terce-
ra menor ascendente o descendente) o un nuevo arreglo de la transposición, de ma-
nera que se destruyó el contorno inicial. Chang y Trehub hallaron que la respuesta ini-
cial «sobresaltada» reapareció con la melodía de contorno alterado, pero no con la
transposición. Esto podría indicar que, a esta edad, los bebés pueden reconocer cam-
bios en el contorno melódico, y que los cambios generales a nivel de alturas no son
tan salientes. Hay que ser muy cauteloso al sacar esta conclusión, ya que casi la mitad
del grupo inicial de sujetos fue excluido de la muestra final, por cuanto no lograron
satisfacer los criterios de familiarización de Chang y Trehub. En un segundo estudio,
Chang y Trehub (1977b) encontraron que cambios en los patrones rítmicos de la me-
lodía produjeron el mismo efecto que cambios de contorno melódico.
Posteriores investigaciones (Trehub, Bull y Thorpe, 1984) trataron con más detalle
los tipos precisos de transformaciones melódicas que los niños y niñas pequeños pueden
reconocer, incluyendo la transposición de la tonalidad; la alteración de intervalos pre-
servando el contorno; la alteración de las octavas de donde fueron extraídas notas indi-
viduales con el contorno preservado; y cambios de octavas conjuntamente con cambios
en el contorno. Estos investigadores llegaron a la conclusión de que
[...] los niños pequeños «tratan a las nuevas melodías o secuencias de sonidos como si
fueran familiares, si es que tienen el mismo contorno melódico y la extensión de fre-
cuencias que una secuencia previamente escuchada, y como novedosa, si lo que difie-
re es el contorno o la extensión (p. 829).
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Ahora bien, desde el punto de vista evolutivo, esta conclusión es muy impor-
tante. La idea de que los bebés usan una «estrategia de procesamiento global» basa-
da en el contorno melódico, precisamente iguala a la estrategia empleada por los
adultos para procesar melodías atonales o no familiares (Dowling, 1982). Esto tam-
bién puede explicar algunos de los hallazgos que surgieron en investigaciones sobre
la conservación melódica, como vimos en el capítulo 2. A medida que los niños cre-
cen, abandonan gradualmente el uso de las gruesas estrategias «globales» de proce-
samiento y tienden a usar rasgos más sutiles tales como la tonalidad y el tamaño del
intervalo. En la siguiente sección se proseguirá con esta línea de razonamiento, ya
que los mismos rasgos subyacen en las primeras canciones.
El desarrollo de la canción
En todo el campo del desarrollo de la música, probablemente el canto de los
niños sea el tema que más atención haya recibido. En la bibliografía existen algunos
estudios descriptivos muy conocidos, particularmente los de Werner (1961); los rea-
lizados por Moorhead y asociados en la Escuela de la Fundación Pillsbury, California
(Moorhead y Pond, 1978; Pond, Shelley y Wilson, 1978;) y los de Moog (1976), que
ya fueran tratados. La investigación de Werner, citada en el Capítulo 1, describe los
aspectos musicales de las melodías espontáneas de los niños. Werner investigó as-
pectos tales como la dirección del movimiento melódico (ascendente o descendente),
el rol de la repetición en formas melódicas totales o «gestálticas» , la duración, la ex-
tensión y finales de las melodías, y propuso una teoría de etapas evolutivas disconti-
nuas. La Escuela de la Fundación Pillsbury se estableció específicamente para estu-
diar la expresión espontánea y el desarrollo de la música. Fue especialmente equipa-
da con una amplia variedad de instrumentos (por ejemplo, instrumentos orientales,
de percusión e instrumentos Orff), y el currículo fue diseñado con el propósito de que
los niños tuviesen el máximo de oportunidades para desarrollar su quehacer musical
en un entorno natural y espontáneo. Esa música fue sistemáticamente grabada, y las
primeras canciones son parte importante de las descripciónes que al respecto hicie-
ran Moorhead y Ponds.
Más recientemente, se han realizado algunos estudios detallados sobre el desa-
rrollo de la canción que intentan explicar los procesos cognitivos subyacentes, más
que describir meramente los rasgos superficiales. La investigación de Dowling (1982,
1984), por ejemplo, es parte integral de una descripción suya más amplia sobre el de-
sarrollo del procesamiento de la información melódica. Su descripción empírica del
movimiento gradual en las primeras canciones —que va desde la predominancia de
rasgos gruesos, tales como el contorno melódico, hasta la incorporación de rasgos
más precisos, tales como la tonalidad y los intervalos— corre paralela a su descripción
de cómo los niños perciben los rasgos de las melodías dadas. Como veremos, muchas
de las consideraciones teóricas que corresponden a melodías producidas espontáne-
amente, también pueden explicar las evoluciones en los intentos de los niños por re-
producir melodías estándar. La investigación de Dowling tiene mucho en común,
tanto desde lo teórico como desde lo metodológico, con la del grupo Proyecto Zero
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na na na na na
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gum - ba gum - ba gum - ba gum - ba gom
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lee - la lee - la lee - la lee - la lee - la lee - la lee - la
pico patrón, producidos por mis dos hijos a los 23 y 24 meses de edad, respectiva-
mente. El primer ejemplo (cuadro 9, a), cantado por el varón mayor con la sílaba
«gum-ba», consiste en una frase con las mismas dos notas repetidas en una secuen-
cia cromáticamente descendente. El segundo ejemplo, cantado por el menor con la
sílaba «lee-la», muestra prácticamente el mismo patrón, precedido por una versión
ascendente de éste. Dowling (1982, 1984) también reunió algunos ejemplos de estas
primeras canciones, grabando una muestra de veintiún niños y a sus propias hijas. Un
niño de 24 meses cantó durante un período de dos semanas aproximadamente las
palabras «Duck on my house», basándose en el contorno de la frase «E-I-E-I-O» (I-A-
I-A-O) de «Old Macdonald had a farm» («En la vieja factoría»). El contorno melódico
permaneció constante y el nivel de alturas e intervalos entre las notas fue variado.
En el Cuadro 10 se muestra una canción bastante más elaborada, grabada por
Dowling a su propia hija a la edad de 32 meses: cada nota fue cantada con la sílaba
«yeah». Se puede ver que esta canción incorpora repeticiones del mismo contorno en
diferentes niveles de altura. El Cuadro 11 muestra una canción espontánea de mi hijo
mayor a la edad de 42 meses, en la que se ven repeticiones similares de contorno, así
q = 66
,
& œ#œ œ #œ Œ #œ Œ œ Œ
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acc. a tempo , lento U
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œ bœ bœ œ bœ bœ œ œ œ œœœ ˙ F
Reproducido de Dowling (1982) con autorización de
Calla Dowling, W. J. Dowling, y Academic Press, Inc.
83
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3 3
oh la la la la oh la la la la la la la la
84
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o descendentes. También sugieren que, de la misma manera, el ritmo tiende a ser «libre
y flexible», donde no hay un pulso claramente consistente. Dowling (1984) disiente de
esto, por cuanto muchas de las canciones espontáneas en su propia muestra presentan
un pulso regular tanto dentro de las frases como entre ellas. Además, sugiere que
[...] La adaptación de los ritmos hablados de las palabras que el niño canta dentro de
la estructura del pulso de la canción es, en esas canciones, la principal fuente de com-
plejidad rítmica (p. 146).
& b˙ œ bœ bœ bœ bœ bœ œ bœ œ œ
A B (respiración) A B C (respiración) A B C (respiración) A B C
& œ œ œ œ œ ¿ ¿ P œ #œ œ
A B C A B C D H I J
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A B C A B C L M N O P
ABC a los veintiocho meses
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#œ
A B C D E F G H I J Kee L M en–no P
85
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86
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Melodía espontánea
& œ œ. # œ # œ. # œ. # œ. # œ . #œ # œ . #œ
Nan - no na Nan - no Nan - no na nan - no
Melodía estándar
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œ # œ. œ # œ. # œ . # œ # œ # œ . œ # œ.
& # œ.
Ring round the ro - sy pock - ets full of pose
& œ. } œ. œ ˙ #˙
œ.
ash - es ash - es every - body fall down!
versión de Goosey Goossey Gander (Goosey goosey gander/have you any wool?), y
también rearmó diferentes frases dentro de la rima infantil (Baa baa black sheep/have
you any wool?/one for the master and one for the dame/yes sir, yes sir, yes sir, yes
sir). A los 36 meses, su hermano menor (probablemente inspirado por una visita a los
tapices de Bayeax), le puso a la melodía The Grand Old Duke of York un conjunto ori-
ginal de palabras (The children who was dead/who killed them in their eye/and then
they were dead they couldn’t get up/and they couldn’t get up then they were down
dead). Algo así como un año más tarde, a la edad de 5,9 y 4,3, respectivamente,
ambos niños grabaron un conjunto de «canciones pop» propias y espontáneas, con
palabras originales (con títulos tales como Chew it, Dipping up and down again, Do
you remember that cafe there» , etc.). Las canciones, si bien originales, fueron clara-
mente modeladas sobre la base de ciertos elementos comunes de la música pop. En
el Cuadro 15 se muestran algunas de sus frases recurrentes que contienen ritmos tí-
picamente puntillados, síncopas y letras pop «estereotipadas».
& 44 œ œ . # œ œ œ œ œ ˙ ˙ ˙ w
I wan da on - ly poo poo poo pee pee hee!
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& 44 b œ b œ b œ œ b œ œ b œ b œ b œ œ b œ œ b œ .
all I wan - ted to do right now
& 44 œ . œ . œ œ. œ. œ œ œ Œ Ó
oo oo oo gi - rl ba - by
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& 44 Œ ‰ œ œ . œ œ . œ œ œ œ. ˙
I wan na watch the ligts come on
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&4 Ó Œ œ œ œ œ œ œ b œ œ œ œ œ œ œ œ œ œ ‰
got a car in the ci- ty do do do do do do
La habilidad para esbozar una canción, de acuerdo con Davidson y cols., está
bastante bien desarrollada a los tres años de edad. En líneas generales, estos autores
sugieren que, en esta etapa, el niño es capaz de usar sus propios esquemas internos
con suficiente flexibilidad y extensión como para poder producir una representación
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Char- lie o- ver the o - cean. Char- lie o- ver the sea, Char - lie caught a black bird. Might have been me.
© 1981 Music Educators National Conference. Reeditado con autorización de Documentary Report del Ann Arbor Symposium
90
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FASE LOGROS
Tres: Contorno de . El niño intenta igualar el contorno de alturas en cada frase, pero la
alturas estabilidad tonal a lo largo de la frase aún está ausente y los intervalos
aún varían a lo largo de las interpretaciones
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ría de ellos fueron capaces de reproducir de 3 a 4 golpes con precisión. Los datos
equivalentes para 8 y 12 años fueron 5,5 y 3 errores: podían reproducir con precisión
5 y 7/8 golpes, respectivamente. Gardner (1971) replicó el estudio de Stambak, y
esencialmente confirmó los resultados originales. Lo interesante fue que también
halló que algunos niños mejoraron significativamente su habilidad para ejecutar la
tarea durante la misma sesión experimental que sólo duró alrededor de media hora.
¡Esto es un indicio práctico y útil para los educadores musicales, así como una nota
de advertencia para los administradores de tests psicométricos de habilidad rítmica!
Estos hallazgos nos llevan más allá del período preescolar, y en el siguiente ca-
pítulo volveré sobre ciertos temas relacionados. Shuter-Dyson y Gabriel (1981) ofre-
cen una valiosa y particularmente detallada revisión de la investigación sobre el
«Nuevo desarrollo de las habilidades rítmicas» que se extiende de manera considera-
ble a estudios de conservación de la métrica: no intentaré duplicar esta cobertura. En
cambio, me voy a centrar en cierta investigación interesante que se está realizando
actualmente sobre las representaciones de los niños de patrones melódicos y rítmi-
cos en otros medios, principalmente en el dibujo. Este tipo de investigación trans-
modal, nos permite tener una visión más amplia sobre algunas de las habilidades más
bien limitadas y especializadas, ya revisadas en este capítulo. Esto también nos esti-
mula una vez más a centrarnos en las estructuras cognitivas que subyacen en los de-
sarrollos en sistemas simbólicos, ya sea musicales u otros.
96
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4
El desarrollo musical en edad escolar
En el capítulo anterior se llega a la clara conclusión de que los niños y las niñas,
a los seis o siete años de edad, poseen muchas de las habilidades fundamentales re-
queridas para la máxima percepción y ejecución musical. Gardner (1973a) ha sido muy
concluyente al respecto, y de ello dedujo que el pensamiento concreto operacional pia-
getiano no es esencial para lo que él llama la «participación en el proceso artístico». Este
punto ha sido tratado en el capítulo 2 dentro de la visión general de Gardner sobre el
desarrollo artístico. En cuanto a la música en particular, Gardner sugiere que
[...] Un niño de siete años razonablemente competente, debe comprender las propiedades
métricas básicas de su sistema musical y las escalas apropiadas, las armonías, las ca-
dencias y los agrupamientos, y también debe ser capaz, cuando se le dan ciertos moti-
vos, de combinarlos en una unidad musical adecuada a su cultura, pero no como una
copia completa de una obra previamente conocida. Lo que le falta es la fluidez en las des-
trezas motrices —que permitirán una ejecución precisa—, la experiencia con el código, la
tradición y el estilo de dicha cultura, y una trayectoria de vida sensible (1973a, p. 197).
97
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nen lugar espontáneamente, esto es, sin ningún esfuerzo o dirección auto conscien-
te. En una cultura determinada, la mayoría de los niños presentan una secuencia si-
milar de logros evolutivos, como resultado combinado de su maduración física y cog-
nitiva, y de sus experiencias comunes de socialización. El entrenamiento, por otra
parte, alude a los esfuerzos auto conscientes dirigidos, que se realizan para mejorar
destrezas musicales específicas.
El cuerpo principal de este capítulo estará dedicado a la aculturación musical
que ocurre durante los años escolares. Se va a considerar el futuro desarrollo de las
destrezas melódicas y armónicas, y las representaciones musicales de los niños en
otros medios, fundamentalmente en los dibujos. La última parte trata sobre las in-
fluencias específicas del entorno en el desarrollo musical, especialmente los efectos
de la práctica y el entrenamiento, y el entorno del hogar y la cultura.
98
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pretación que le dan a términos tales como «más» y «menos», y «alto» y «bajo»; de
hecho, esto se ha convertido en un campo interesante de estudio por derecho pro-
pio (Inhelder, Sinclair y Bovet, 1966; Durkin y Crowther, 1982).
El estudio de Sergeant y Boyle fue principalmente diseñado para investigar este
tema, comparando la capacidad de niños de once y doce años de edad en dos tareas
de un paso (la tarea de discriminación de los «Tests musicales de Kwalwasser-Dyke-
ma» (1930)/Kwalwasser-Dykema music tests, y el «Test de discriminación de alturas
de Sergeant» (1979)/Sergeant pitch discrimination test), y tres tareas de dos pasos
(los tests de alturas de «Mediciones de las aptitudes musicales de Bentley» (1966)/
Measures of musical abilities , «Test de logros musicales de Colwell» (1970)/Music
achievement test, y «Mediciones de los talentos musicales de Seashore» (1919)/Sea -
shore measures of musical talents ). Los investigadores también estaban interesados
en otros dos parámetros de las «estructuras de las tareas» de estos tests, específica-
mente en las variaciones de intensidad y complejidad de los sonidos y el orden de di-
ficultad de los ítems. Los resultados demostraron claramente que, en efecto, la es-
tructura de las tareas influyó en el nivel de resolución de los sujetos; en particular,
los resultados fueron significativamente más altos en las tareas de un paso que en las
de dos pasos. En conjunto, los niveles de precisión fueron aproximadamente del 95%
y del 75%, respectivamente, lo cual indica que los diferentes rasgos de la estructura
de las tareas pueden contribuir a una cantidad considerable de variación de errores
en las series sobre puntuaciones de discriminación de alturas.
Hair (1977) también investigó los efectos de la estructura de la tarea en una
tarea de discriminación de alturas; a la autora le interesaba la habilidad de los niños
de seis años para detectar la direccionalidad de los sonidos. En la primera de sus tres
tareas, los niños tenían que responder con un sí, un no o con un ?, de acuerdo a si
percibían dos pares de sonidos como moviéndose en la misma dirección. En la se-
gunda tarea tenían que aparear patrones cortos de sonidos, ejecutándolos en cam-
panas resonadoras, y en la tercera tarea tenían que verbalizar las direcciones de los
patrones tonales escuchados y ejecutados en las dos primeras tareas. Hair encontró
que los niveles de resolución fueron más altos en la segunda tarea de ejecución, y
que las puntuaciones en la tercera tarea fueron muy bajos. Muy pocos de los sujetos
pudieron verbalizar el concepto ‘arriba’ y ‘abajo’; esto confirma lo anteriormente su-
gerido. Una vez más, se pone de manifiesto que no se pueden formular juicios sobre
la capacidad de los niños fundándose directamente en la observación de sus resolu-
ciones. Éste es un punto recurrente en los estudios piagetianos de habilidades cogni-
tivas, y hay que tenerlo claramente presente en las evaluaciones sobre la trayectoria
del desarrollo musical.
Oído absoluto
Oído absoluto (OA) u oído perfecto es la capacidad para identificar correcta-
mente el nombre musical o la frecuencia de un sonido dado, o de producir un soni-
do específico como «caído del cielo», o sea, sin ninguna referencia a otro sonido ob-
jetivo «soporte». Ward y Burns (1982), en una revisión muy completa, dan un ejem-
plo entretenido de cómo esta capacidad se relaciona extensamente con la percepción
musical de la población:
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Por lo común, la posesión de esta habilidad se considera entre los músicos como
un valioso talento. Se cree que, entre las ventajas que aporta, ayudar a comenzar a
cantar en la nota correcta cuando no hay acompañamiento ayuda a tocar el instru-
mento afinadamente, a cantar a primera vista con precisión, a escuchar partituras
musicales sin necesidad de tocarlas, etc., pese a que Ward y Burns llegan a la con-
clusión de que hay pocas pruebas sobre estos reclamos. Esta habilidad puede, inclu-
sive, conferir ciertas desventajas a su poseedor, tales como una decreciente habilidad
para realizar ciertas tareas de alturas relativas, y para procesar la música atonal. El
oído absoluto se da con mayor frecuencia entre músicos profesionales que entre la
población general, aunque no necesariamente se correlaciona con un alto grado de
talento musical (Shuter-Dyson y Gabriel, 1981).
Debido a estos rasgos aparentemente paradójicos, el oído absoluto ha captado
la atención de los investigadores a lo largo de un siglo, comenzando con Stumpf
(1883). Se han investigado tres temas importantes, en especial, la relación entre oído
absoluto y oído relativo; la interpretación de la génesis del oído absoluto, especial-
mente si es hereditario y/o adquirido; y los efectos del entrenamiento y la experien-
cia sobre el oído absoluto en diferentes edades. Consideremos estos temas con espe-
cial referencia a sus implicaciones evolutivas.
Muchos músicos y personas musicalmente experimentadas poseen un buen
sentido del oído relativo. Ellas desarrollaron una escala de alturas internamente con-
sistente que representa, con precisión, las relaciones entre los 12 semitonos de la es-
cala tonal occidental. Un modelo de esta escala interna es la «espiral de alturas» o
«hélice» que se muestra en el cuadro 18. La altura (frecuencia subjetiva) de un soni-
do dado está representada por su proyección en el eje vertical de la hélice; su color
(escala de notas), por su proyección en el plano horizontal, y su altura de octava, por
la vuelta de la hélice que está por encima. Actualmente, tales modelos se están mo-
dificando y refinando (Shepard, 1982; Krumhansl, 1983), pero va más allá de nues-
tro propósito inmiscuirnos aquí en esto. Lo que distingue a los poseedores de oído re-
lativo de los de oído absoluto es que esta hélice es movible o de «fluctuación libre»
en el caso de los primeros, y permanente o «anclada» en el caso de los últimos. De
este modo, cuando una persona con buen oído relativo oye una determinada nota y
100
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ALTURA
ESCALA DE NOTAS
101
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Algunos músicos poseen lo que se ha dado en llamar «oído casi absoluto» (Ba-
chem, 1937); esto es algo parecido al oído absoluto, pero para un solo sonido. Algu-
nos oboístas que regularmente tocan el la 440 como modelo para la afinación de la
orquesta, y los violinistas que frecuentemente tocan dicha nota en la cuerda al aire,
pueden recordar auditivamente y cantar esa nota a voluntad; y entonces pueden
producir cualquier otra nota aplicando la destreza del oído relativo. Esto muestra que
la línea divisoria entre oído absoluto y oído relativo no es en absoluto clara, y Cos-
tall (1982), por cierto, sugiere que muchos juicios que se emiten sobre el oído abso-
luto pueden, en realidad, estar refiriéndose al relativo. Su revisión sobre las estrate-
gias adoptadas en tareas de identificación del oído absoluto sugiere que la mayoría
de las personas las «aplican» en aquellas tareas sobre el dictámen de oído relativo, y
que incluso los poseedores de oído absoluto pueden, de hecho, estar usando, en cier-
to sentido, juicios relativos.
Quizá el tema más interesante desde el punto de vista evolutivo es saber en qué
medida se puede aprender el oído absoluto; y el debate naturaleza-crianza se hizo
presente en esta área como en muchas otras. Revesz (1913) y Bachem (1937) fueron
dos de los principales protagonistas de la perspectiva hereditaria, según la cual el
oído absoluto era considerado un don innato que se manifestaba independiente-
mente del temprano entrenamiento. Existen tres teorías ambientales diferentes sobre
el oído absoluto revisadas por Ward y Burns (1982). En resumen, la forma extrema
skinneriana de la teoría del aprendizaje (Oakes, 1951) propone que la adquisición del
oído absoluto es enteramente producto de un modelo apropiado de refuerzos deri-
vados del entorno —aunque es difícil especificar lo que esto pueda significar—. La te-
oría del no aprendizaje (Abraham, 1901) se basa en la noción de que la mayoría de
las personas poseen una propensión innata para el oído absoluto, pero que la expe-
riencia musical, en realidad, impide que ésta se desarrolle. Dado que se nos entrena
para reconocer melodías en diferentes tonalidades y para nombrar notas de acuerdo
a varios sistemas diferentes, el reconocimiento de alturas absolutas puede resultar
«desentrenado». Finalmente, la teoría de la impronta (Copp, 1916) se basa en la idea
de que en la infancia debe haber algo equivalente a un «período crítico», durante el
cual existen ciertas experiencias de aprendizaje que son cruciales si es que se va a de-
sarrollar el oído absoluto.
Ciertas pruebas en apoyo de esta última teoría provienen de estudios sobre los
efectos del entrenamiento musical y de las experiencias en el procesamiento de al-
turas. Crozier (1980) demuestra que, con el entrenamiento, el oído absoluto puede
fomentarse a cualquier edad, y Sergeant (1969) presentó ciertas pruebas detallada-
mente en relación al efecto de la edad en que se comienza con las clases de música.
Sus encuestas sobre músicos profesionales, maestros de música y estudiantes de mú-
sica revelaron que la probabilidad de desarrollar el oído absoluto estaba directa e in-
versamente relacionada con la edad en que se iniciaba el entrenamiento musical. Esto
pudo ser interpretado como un amplio sustento para la teoría de la «impronta», aun-
que, en los datos de Sergeant, no hubo señales de un «período crítico». Sergeant y
Roche (1973) trataron este problema más detalladamente, entrenando a niños entre
tres y seis años a cantar tres melodías de 8 a 16 compases, en seis sesiones de entre-
namiento, durante un período de tres semanas. Una semana después de la última se-
102
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sión, se pidió a todos los niños que cantaran nuevamente las melodías, y sus repro-
ducciones fueron calificadas en cuanto a la entonación, forma melódica, intervalos y
tonalidad. Mientras que los niños de cinco y seis años se desenvolvieron mejor en las
últimas mediciones, la entonación de los sujetos más pequeños (3 y 4 años) fue la más
precisa. De este modo, podría parecer que las representaciones de alturas pueden ser
más fuertes entre los más pequeños, lo cual puede ayudar a explicar los resultados
antes descritos. Con el crecimiento, el punto sobresaliente de esta habilidad da paso
a la habilidad para procesar y almacenar la forma completa y la tonalidad de una me-
lodía; este desarrollo será delineado en la siguiente sección.
Adquisición de la tonalidad
Ya hemos visto que el dominio de la altura y el contorno se perfecciona am-
pliamente hacia el final del período preescolar, y que, hacia el final de la primera in-
fancia, los rasgos principales del desarrollo melódico son los que se corresponden con
la representación precisa de las relaciones altura-intervalo, esto es, con las caracte-
rísticas formales del sistema tonal. La investigación sobre la «conservación» de las
propiedades melódicas tratadas en el capítulo 2 aportaron algunos indicios al res-
pecto. Algunas de nuestras propias investigaciones (Hargreaves, Castell y Crowther,
1986) por ejemplo, mostraron que niños en edad escolar pudieron «conservar» melo-
días tonales familiares con mucha más fácilidad que con las «aproximaciones esta-
dísticas a la música» desconocidas y atonales. Este resultado fue interpretado como
un indicador de que la familiaridad y la tonalidad de las melodías, conjuntamente,
afectan el nivel en el cual son procesadas en términos de contorno o relaciones de
altura-intervalo. Es probable que melodías significativas (familiares y tonales) pro-
muevan esto último, mientras que las melodías menos significativas (desconocidas,
atonales) promuevan lo primero.
Este tema fue investigado por Bartlett y Dowling (1980), en un contexto espe-
cíficamente evolutivo. Sujetos de diferentes edades oyeron la primera parte de una
melodía familiar (Twinkle Twinkle Little Star) en do mayor, y, a continuación, una de
las dos transformaciones. Estas transformaciones eran transposiciones de alturas, en
las cuales se mantuvo tanto el contorno como las relaciones interválicas, e imitacio-
nes tonales en las cuales se preservó el contorno, pero se cambió el tamaño de los
intervalos. En el Cuadro 19 se muestra un ejemplo de cada una de estas transforma-
ciones. Cada tipo de transformación fue presentado ya fuera en una tonalidad cer-
canamente relacionada (o igual) a la del modelo o en una tonalidad distante (lejana).
Un ejemplo de lo primero sería sol mayor, por cuanto comparte con la tonalidad ori-
ginal de do mayor la mayoría de sus notas; mientras que un ejemplo de lo segundo
sería sí mayor, por cuanto no las comparte. En ambos casos, los sujetos tenían que
decir si las dos presentaciones de la melodía eran iguales o diferentes; intuitivamen-
te, podría predecirse que la transpocisión debería percibirse como igual, y las imita-
ciones tonales, como diferente.
Los sujetos adultos no músicos, efectivamente, siguieron este patrón: por enci-
ma del 90% respondieron «igual» a las transposiciones, y menos del 10 % respondie-
ron «igual» a las imitaciones tonales. En este último caso, los adultos se desenvolvie-
ron mejor, o sea, que respondieron menos veces «igual» con las imitaciones en la to-
103
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& œ œ œ œ ˙
œ œ
(a)
& œ œ œ œ ˙
œ œ
(b)
& œ œ œ #œ œ ˙
œ
(c)
& œ œ œ œ œ ˙
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(d)
& œ #œ œ œ œ ˙
œ
(e)
& œ œ œ œ œ œ ˙
nalidad lejana que en la tonalidad cercana. Este resultado indica que los adultos pue-
den detectar cambios en el tamaño del intervalo al igual que en la tonalidad. Los su-
jetos de cinco años de edad produjeron un patrón de resultados bastante diferente.
En ambas tareas de tonalidad cercana (transposiciones e imitaciones), fueron inca-
paces de distinguir entre las melodías estándar y las transformadas; pero en ambas
tareas de tonalidad lejana pudieron hacerlo, o sea, que trataron de evitar la respues-
ta «igual». Bartlett y Dowling llamaron a esto el efecto de la distancia de la tonali-
dad. Ello indica que los niños de cinco años, al igual que los adultos, poseen la habi-
lidad para detectar cambios en la tonalidad, pero no para detectar el tamaño del in-
tervalo. La resolución de los niños mayores mostró un desplazamiento general hacia
el patrón del adulto; en las imitaciones en la tonalidad cercana, los niños de 8 años
respondieron «igual» con menor frecuencia que cuando respondieron para las trans-
posiciones en la tonalidad lejana. De esta manera, niños de 8 años son capaces de
emplear cambios de tonalidad y cambios de intervalos para comparar dos melodías.
Existen otras fuentes de pruebas que sugieren que la tonalidad aflora alrededor
104
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de los seis años. Imberty (1969) realizó una serie de experimentos sobre diferentes as-
pectos relacionados con este tema. En algunos estudios sobre cadencias, niños de di-
ferentes edades escucharon fragmentos de corales de Bach, y luego se les pidió que
juzgaran si éstos eran «completos» o «incompletos», o que respondieran «no sé». Im-
berty halló que la mayoría de los niños de seis años calificaron los fragmentos como
«completos», independientemente del lugar donde terminaban, indicando con ello su
escasa comprensión del lugar que ocupan las cadencias en las estructuras tonales. Sin
embargo, a los ocho años de edad, se observó un progreso significativo; los sujetos
de Imberty percibieron como «incompleta» una frase sin cadencia. En esta etapa tam-
bién parecían reconocer la diferencia entre la tónica y la dominante y captar la fun-
ción de la cadencia perfecta (V-I). A los diez años también fue captada la semica-
dencia. En algunos estudios posteriores sobre la percepción que el niño tiene de las
modulaciones, Imberty hizo escuchar a sus sujetos algunas melodías familiares, se-
guidamente de otras versiones, en las cuales se introdujeron diferentes tonalidades y
cambios modales. Halló que los sujetos de siete años pudieron, fiablemente, detectar
cambios de tonalidad en el medio de las melodías familiares, y los de ocho años pu-
dieron detectar cambios del modo mayor al modo menor.
Los hallazgos de Imberty concernientes a la percepción de los niños sobre la «co-
rrectitud» de los finales de melodías en cuanto a la tonalidad, han sido corroborados
por otras investigaciones. Brehmer (1925) demostró que los niños de seis años fueron
capaces de percibir las «bondades» de la tríada tónica como final, revelando que ellos
podían detectar cambios en tales finales con más facilidad que los cambios que no
afectan la tríada tónica. Reimers (1927) demostró que niños de 9 años pudieron selec-
cionar —entre una variedad de melodías— la tónica como la nota final más apropiada,
preguntándoles cuáles tenían el mejor final. Teplov (1966) halló que niños de ocho años
pudieron distinguir entre melodías completas y melodías sin una nota final estable tal
como la tónica. Existe una concordancia bastante cercana entre los resultados de estos
estudios, y las variaciones en cuanto a la edad precisa en que aflora la sensibilidad a la
«correctitud» de los finales probablemente pueda ser interpretada en términos de las
diferencias entre los niveles de dificultades de las diversas tareas empleadas.
Zenatti (1969, 1983), en sus estudios sobre la adquicisión de la tonalidad, pone
énfasis en la importancia de la aculturación. La autora opina que la resolución de los
niños en tests de percepción melódica y memoria, probablemente puedan ser mucho
mejor si los estímulos del test son musicalmente significativos; esto confirma el
punto sobre el cual hice hincapié al comienzo de esta sección. Zenatti investigó este
problema con niños de diferentes edades, comparando la «habilidad discriminativa-
perceptual» en tareas con melodías tonales y atonales. En una tarea característica,
por ejemplo, se pidió a los niños que dijeran cuál de las tres notas de una secuencia
fue alterada en su altura, en una segunda presentación. Zenatti encontró que la re-
solución de los niños de cinco años, tanto en las tareas con secuencias tonales como
en las atonales, fue al azar, y que una mejor resolución relacionada con las secuencias
tonales comienza a aflorar a los seis o siete años de edad y sigue progresando hasta
los trece años; y en el caso de secuencias equivalentes de cuatro o seis sonidos, hasta
los dieciséis años. Un aspecto interesante que surgió de los resultados de Zenatti fue
una diferencia de sexo, en cuanto a que los varones, en algunos niveles de edad, pa-
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recían revelar menor aculturación que las niñas. Zenatti sugiere que esto puede ser
consecuencia del mayor interés de los varones por la música atonal contemporánea, o
por su falta de interés general por la música en relación a otros intereses.
En trabajos posteriores, Zenatti investigó varios aspectos de la armonía y el
ritmo, así como de la melodía. Halló cierta evidencia de «aculturación tonal» en gru-
pos de niños discapacitados (Zenatti, 1975), y algunos de sus recientes trabajos (Ze-
natti, 1984) tuvieron en consideración los efectos de la «concretización» de tareas de
memoria musical (esto es, usando representaciones concretas, como, por ejemplo, en
tiras de cartulina, de las secuencias tonales empleadas). Los resultados sustentaron
ampliamente su idea de que la habilidad de procesamiento en los niños es mayor en
aquellos ítems que se aproximan a la tonalidad y a la consonancia, y en las estructu-
ras rítmicas basadas en patrones tonales más que atonales.
Esta manifestación de aculturación o «socialización musical» se basa, por su-
puesto, en el sistema diatónico de la música occidental; no hay pruebas disponibles
sobre la adquisición de otros sistemas tonales en culturas no occidentales. Winner
(1982) especula con que probablemente no haya nada especial respecto a las escalas
occidentales, en el sentido de que los niños, creciendo en otras sociedades, proba-
blemente adquieran de la misma manera sus propias escalas. La adquisición de la to-
nalidad es, en este sentido, equiparable a la adquisición del lenguaje en cuanto a que
la capacidad general para dominar una lengua es madurativa, independiente de la
exposición y del entrenamiento en la lengua específica adquirida.
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N. del T. En esa época, las escuelas «elementales» eran escuelas no selectivas esto es, donde todos podían
ingresar. Las escuelas «preparatorias» seleccionaban el ingreso y preparaban a los niños para entrar pos-
teriormente a una escuela secundaria en general privada.
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las diferentes presentaciones de las dos tareas. Entre los niños y niñas que emitieron jui-
cios consistentes, la preferencia por la consonancia surge antes para los acordes que
para los pasajes musicales (esto es, a los cinco y siete años, respectivamente).
Posteriores estudios realizados por Bridges (1965), Imberty (1969), y Sloboda
(1985), siguiendo estas líneas, investigaron el desarrollo de las preferencias de los niños
por la consonancia como opuesto a las armonizaciones disonantes de pasajes musica-
les: estos estudios están revisados por Shuter-Dyson y Gabriel (1981). Todos los auto-
res encontraron un aumento gradual en la preferencia entre los cinco y once años de
edad aproximadamente, esto es, durante el período de escolaridad primaria (al menos,
en el Reino Unido). La suposición implícita en esta conclusión es que un incremento en
el gusto por la consonancia probablemente sea demostrativo de la aculturación musi-
cal. Mientras que en la descripción del desarrollo musical de los niños esto puede re-
sultar bastante razonable, no es necesariamente cierto en niveles más altos. Algunos
adultos, posiblemente, tengan una cabal comprensión y apreciación de la armonía
tonal sin que necesariamente les agrade. Este tipo de problema sobre las influencias ex-
tramusicales en la conducta musical surgirá nuevamente en el capítulo 7.
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de puntos o círculos. Alrededor de los cinco años, sin embargo, los niños comenza-
ron a producir lo que Goodnow (1977) llama «equivalentes activos» de las secuencias.
Esto implicaba dibujar el primer grupo de puntos, hacer una pausa, y luego, dibujar
el segundo grupo sin ningún intervalo espacial. En el Cuadro 20 se muestran dos de
estas representaciones (a) y (b). Viendo esto, es imposible decir que en su producción
estaba comprometido algún agrupamiento temporal, y vemos en esta etapa que la
cantidad de puntos producidos no es necesariamente correcta. Entre los cinco y siete
años de edad y para representar los intervalos de tiempo, los niños comienzan a uti-
lizar el tamaño, la posición y las separaciones. En el Cuadro 20, el gráfico muestra sólo
el uso de la separación espacial (c); (d) muestra sólo el uso del tamaño; y (e) y (f) mues-
tran el uso de la separación espacial y la ubicación sobre la página. Goodnow comen-
ta que, en este útlimo caso, el haber usado dos equivalentes simultáneas puede más
bien ser considerado excesivamente «jactancioso», y esto tiende a desaparecer alrede-
dor de los seis años en favor del uso de un único equivalente (separación espacial).
He tratado informalmente las tareas de Stambak y Goodnow con mi hijo mayor,
a la edad de 6,4, y sus respuestas revelaron algunos rasgos interesantes y sugestivos.
Sus primeros tres intentos de palmotear uno de los patrones punteados de Stambak
fracasaron, pero al explicarle verbalmente sus errores se produjo un impresionante
progreso: reprodujo con precisión los otros tres patrones sin necesidad de nuevas su-
gerencias. De la misma manera, sus primeros tres intentos por representar gráfica-
mente algunas secuencias percutidas, similares a las de Goodnow, produjeron «equi-
valentes de acciones» similares a las de los dibujos (a) y (b) del Cuadro 20, sin ningún
intervalo espacial. Mi indicación de que debía «acordarse de dejar un espacio» lo im-
pulsó a inventar su propia convención, que se puede ver en (g): para representar in-
tervalos entre los grupos de golpes, utilizó una «barra espacial» más que una separa-
ción espacial. Una vez que adoptó esta convención, se aferró a ella durante los siete
intentos subsiguientes, aun cuando (en los dos últimos) lo impulsé a no usarla. Si bien
esta prueba es anecdótica, confirma los hallazgos generales de la investigación sobre
cognición social (véase capítulo 2) en cuanto a que las estrategias de los niños son
muy sensibles a las sutiles influencias de las situaciones (en este caso de la enseñan-
za). Los niños, al parecer son ingeniosos, flexibles y adaptables a las demandas de las
tareas inmediatas para inventar diferentes sistemas de notación, y esto debería reci-
bir más atención de la investigación. Sería también beneficioso investigar, dentro del
mismo diseño experimental, respuestas a tareas del tipo Stambak y Goodnow.
Bamberger (1975, 1978, 1980, 1982), en su trabajo conjunto con el grupo Pro-
yecto Zero de Boston, desarrolló una descripción evolutiva más sofisticada y musi-
calmente orientada con respecto a las estrategias de representación que los niños
utilizan en tareas del tipo de Goodnow. Uno de sus móviles fue la sensación de que
la escolaridad tradicional tiende a favorecer ciertos modos de representación a ex-
pensas de otros; tanto es así que algunas formas de expresión creativa pueden, en
efecto, ser reprimidas. Esta opinión emana de la distinción que hace entre tipos for-
males e intuitivos del conocimiento musical. El primero es aquél que provee las bases
de una educación musical más tradicional; y el último es la respuesta a la música «na-
tural», no aprendida, que podría manifestarse a sí misma en formas de representa-
ción musical no ortodoxa.
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Cuadro 20. Representación gráfica de secuencias percutidas de los niños (a-f) adapta-
das de Goodnow (1971)
Modelo
(a)
(b)
(c)
(d)
(e)
(f)
(g)
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Cuadro 21. Tipología de Bamberger de los dibujos de los niños de patrones rítmicos
Tipo 0
F1 M1
F2
M2
M3
----- -----
Composición del aula: q q q q q q q q
--------- ---------
Suena como: q q q q q q q q
Three, four shut the door; five, six pick up sticks
verso de la rima infantil One, two, buckle my shoe); así como un ejemplo caracte-
rístico de cada uno de los seis tipos de dibujos que finalmente fueron identifica-
dos. La tipología posee dos dimensiones básicas: hay tres estrategias de represen-
tación gráfica cualitativamente diferentes (0, F y M) que interactúan con tres am-
plios niveles evolutivos (1, 2 y 3). Este aspecto interactivo es una parte importante
del modelo de Bamberger; ella ve a los modos figurativos y métricos como com-
plementarios y «transaccionales» cada uno contribuyendo con el otro, más que
como independientes.
El tipo O son los «garabatos rítmicos» esencialmente prerrepresentacionales. El
niño «ejecuta» el ritmo con su lápiz sobre el papel, y si bien podrá haber cierta re-
presentación del pulso continuo del palmoteo, hasta ahora no hay diferenciación
entre las palmadas (sonido) y el palmotear (acciones): el dibujo aparece desunido y
sin variaciones. Los tipos F1 y M1 son las primeras versiones de dibujos figurativos y
métricos, respectivamente. Ambos muestran el número correcto de eventos y la re-
gulación de movimientos. Los dibujos del tipo F1 son más bien los «equivalentes de
acción» de Goodnow. El niño «ejecuta» el ritmo con su lápiz sobre el papel en una
línea zigzag continua, dejando un registro de cada evento que no guarda relación
con el patrón temporal de la secuencia. Los dibujos del tipo M1 no se basan en la ac-
ción; en cambio, muestran el esfuerzo del niño por captar en el papel cada golpe por
separado. El resultado es lo que Bamberger llama «el recuento» de unidades métricas
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5
El desarrollo de respuestas a la música
Mucha gente escucha música todos los días de su vida. La mayoría de los ho-
gares occidentales del siglo XX poseen radio, televisión y equipos para grabación y re-
producción de casetes, y la música está siempre presente en negocios, en estaciones
de tren, en cafés, en salas de espera, etc. La música, tanto en vivo como grabada, es
ubicua y, en consecuencia, el espectro potencial y la diversidad de la experiencia mu-
sical de cada individuo es vasta. La gente no escucha en el vacío: elige diferentes
tipos de música adecuada a distintos quehaceres y entornos, y escucha activa o pa-
sivamente con grados de atención variables. En otras palabras, las «respuestas musi-
cales» cubren un espectro muy amplio de la experiencia humana.
Ante esta diversidad, poco sorprende que el estudio de las respuestas a la mú-
sica esté disperso por todas las áreas de la psicología, de la música y de la educación.
Konecni (1982), reseñando la bibliografía al respecto, remarca lo que parecería ser el
punto obvio: que las interpretaciones psicológicas deben ocuparse de la gama total
de respuestas musicales. En otras palabras, deberíamos considerar la música en todas
sus diversas formas actuales, y deberíamos tomar en cuenta todos los factores psico-
lógicos que podrían afectar las respuestas de la gente hacia ella:
No se puede lograr una comprensión cabal del comportamiento estético sin examinar cómo
éste cambia en función de sus antecedentes inmediatos sociales y no sociales, la actividad
cognitiva concurrente, y los estados emocionales resultantes (Konecni, 1982, p. 498).
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El cuerpo del resto del capítulo está formado por seis áreas de investigación de
respuestas a la música, en las que se emplean aproximaciones metodológicas dife-
rentes. La estética experimental posee un gran potencial explicativo en relación a
este arte; es por este motivo por lo que presento algo del trabajo teórico y empírico
realizado por mis colegas y yo en el Leicester Aesthetics Research Group, y lo sitúo en
el contexto global de ese campo. La segunda área de investigación se relaciona con
las dimensiones generales de las reacciones de los oyentes a diferentes estilos musi-
cales, empleando sofisticados análisis estadísticos de clasificación sobre las respues-
tas a la música de la vida real. La tercera área también está basada en las respuestas
a la compleja música de la vida real, pero adopta lo que podría llamarse un enfoque
histórico/archivístico, más que un análisis contemporáneo de respuestas enunciadas.
La cuarta área la conforman estudios que han sido llevados a cabo desde el punto de
vista conductista: la mayoría de ellos basados explícitamente en los determinantes
ambientales de la respuesta musical. Finalmente, consideraré algunas investigaciones
llevadas a cabo dentro de la tradición psicométrica y, en particular, los intentos rea-
lizados para diseñar tests de preferencia musical, y para evaluar diferencias indivi-
duales de respuestas a la música (especialmente las referidas a edad, aptitud/entre-
namiento y personalidad).
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2 Muestreo Aumento de
Juicio Exploración ulterior del estímulo y/o del entorno
repetido la atención
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6 Atención básica
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De LeBlanc (1980), © 1981 por Music Educators National Conference.
Reproducido con autorización del Journal of Research in Music Education.
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consideradas como las que representan algo más que una simple reacción a la músi-
ca, pero menos que un compromiso duradero. Kuhn (1981) usa los términos «prefe-
rencia» y «gusto» al igual que Abeles, y añade tres tipos adicionales de respuestas:
«actitudes», «opiniones» e «intenciones de conducta». Las actitudes son predisposi-
ciones psicológicas para responder de manera favorable o desfavorable a clases de
objetos, tales como estímulos musicales, y las opiniones son las expresiones verbales
de esas predisposiciones. Las intenciones de conducta se refieren a las
[...] Opiniones expresadas en ausencia del objeto estímulo, pero con referencias con-
textuales dadas. Por ejemplo, ¿qué grabación compraría un sujeto por diez dólares? (p.
6).
Aproximaciones metodológicas
Entre las diferentes aproximaciones metodológicas utilizadas en la investiga-
ción sobre respuestas a la música, la distinción más importante es aquella entre lo
que podría llamarse aproximaciones «experimentales» y aproximaciones «naturalis-
tas» (Sluckin, Hargreaves y Colman, 1982). Esto tiene un claro paralelismo con la dis-
tinción de Berlyne (1974) entre aproximaciones «sintéticas» y «analíticas» en la esté-
tica experimental, y también con aquella entre los tests de aptitud musical que uti-
lizan música «real» como ítems de tests y los que no la utilizan. La aproximación
experimental usa estímulos tales como ondas sonoras generadas electrónicamente,
intervalos o secuencias de sonidos presentados a niños bajo condiciones de labora-
torio; las respuestas se evalúan de acuerdo a escalas de calificación estandarizadas,
cuestionarios e instrumentos similares. La aproximación naturalista, por otro lado,
utiliza música «real», presentada bajo condiciones concebidas como para ser lo más
fieles posible; las reacciones de los niños son evaluadas habitualmente mediante téc-
nicas más bien de final abierto, como la transcripción o grabación de las respuestas
orales. La primera aproximación tiene la ventaja de un control y manipulación más
precisos; sería posible, por ejemplo, variar sistemáticamente un aspecto del material
musical, manteniendo constantes todos los demás, y examinar los efectos de esta va-
riación en la respuesta del oyente. Su consecuente desventaja, por supuesto, es que
las actividades involucradas pueden ser vistas como triviales, artificiales y muy leja-
nas de las condiciones de la audición en la vida real.
La aproximación naturalista se interesa menos por los elementos detallados de
la respuesta musical que por los complejos patrones globales de sensaciones que una
pieza musical puede evocar. Lo que este enfoque gana en validez ecológica lo pier-
de, sin embargo, en precisión. Cuando son muchos los rasgos diferentes de la músi-
ca que cambian simultáneamente, es mucho más difícil identificar relaciones preci-
sas de causa y efecto entre las características particulares de la música y las respues-
tas específicas del oyente.
Se podría pensar en ambas aproximaciones como ubicadas en extremos opues-
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tos de una escala; en la práctica, la mayoría de los estudios utilizan métodos que son,
hasta cierto grado, naturalistas y experimentales. Muchos pueden ser descritos como
«naturalistas» en la elección de los materiales musicales, y «experimentales» en la
elección de mediciones de la respuesta. Heyduk (1975) fue más allá al combinar
ambas aproximaciones, componiendo unas breves piezas para piano que sonaban na-
turales, pero que al mismo tiempo estaban controladas meticulosamente en su com-
plejidad musical.
Las técnicas reales de medición usadas en la evaluación de las respuestas a la
música son esencialmente las herramientas estándar de la psicometría y han sido ex-
haustivamente revisadas por Wapnick (1976), Abeles (1980) y Kuhn (1981). No voy a
intentar repetir aquí sus revisiones, sino que, simplemente, mencionaré las técnicas
que ellos describen. Abeles describe cuatro técnicas que han sido usualmente emple-
adas en la evaluación sobre preferencias y gustos musicales: escalas de actitud, com-
paraciones por pares, escalas de estimaciones y mediciones de conductas. Las tres pri-
meras pueden ser descritas como mediciones autoinformadas, y a éstas Kuhn (1981)
les agrega las preguntas de final abierto, las escalas de opciones múltiples, las esca-
las pictográficas, las escalas de suma de estimaciones y las escalas semánticodiferen-
ciales. Kuhn también describe una variedad de otras mediciones de la conducta, in-
cluyendo mediciones observacionales, tiempo de audición de estímulos unitarios,
valor de la recompensa, tiempo de audición de estímulos múltiples y mediciones de
respuestas manipulativas. En una sección posterior de este capítulo describiré y dis-
cutiré la aproximación conductista.
Abeles sugiere que los dos métodos principales para evaluar las respuestas aní-
micas/emocionales a la música son los informes verbales y las mediciones fisiológi-
cas. Entre los últimos, los más comunes son el ritmo cardíaco y respiratorio, y las res-
puestas cutáneas, aunque también han sido empleados electroencefalogramas, res-
puestas cutáneas galvánicas y la presión arterial. Dentro del primer tipo, los
principales métodos son las listas de verificación de adjetivos, las técnicas semanti-
codiferenciales y las escalas de estimación; las listas de verificación de adjetivos fue-
ron ampliamente usadas en un grupo de investigaciones, realizadas algunas décadas
atrás, en relación al efecto de la música sobre el estado emocional o afectivo del ser
humano.
Schoen and Gatewood (1927), por ejemplo, realizaron un estudio elefantiásico
sobre las respuestas de unos 20.000 oyentes a una variedad de composiciones. Los re-
cultados revelaron un grado sorprendentemente alto de similitud entre los efectos
emocionales comunicados en relación a diferentes obras y grupos de obras, dada la
naturaleza diversa de la muestra de sujetos. Hevner (1935) desarrolló un «círculo de
adjetivos» para caracterizar las respuestas anímicas/emocionales a la música, que en
mucho ha influido en la investigación posterior en esta área. Este círculo, que se
muestra en el Cuadro 23 (a), consiste de 8 grupos de adjetivos, 67 en total, y su dis-
posición implica la existencia de cuatro ejes bipolares. Hevner estudió las respuestas
afectivas a un amplio número de composiciones musicales utilizando esta técnica,
concentrándose en los efectos de diferentes elementos de la música en la respuesta
anímica, tales como la modalidad, el ritmo y el tempo. Al igual que Schoen y Gate-
wood, Hevner encontró una coincidencia general entre los sujetos del experimento
124
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(a) 6
Brillante
Alegre
7 Risueño 5
Feliz
Agitado Gozoso Delicado
Dramático Festivo Agradable
Excitante Gracioso
Estimulante Humorístico
Impetuoso Liviano
Apasionado Juguetón
Incansable Original
Sensacional Vivaz
Enaltecedor Caprichoso
Triunfal
8 4
Enfático Calmado
Exultante Cómodo
Majestuoso Lírico
Marcial Silencioso
Poderoso Que satisface
Robusto Sereno
Vigoroso Suave
Tranquilo
1 3
Respetable Soñador
Digno Anhelante
2 Lastimero
Distinguido
Sagrado Oscuro Suplicante
Serio Depresivo Sentimental
Sobrio Doloroso Afectuoso
Solemne Frustrante Asioso
Espiritual Sombrío Flaqueante
Pesado
Melancólico
Fúnebre
Patético
Triste
Trágico
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(b)
A B C D
E F G H
I J
Agitado Frustrante
Exultante
Excitante
Estimulante
Impetuoso
Vigoroso
126
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en términos de los adjetivos que se usaron para describir las piezas utilizadas. Subse-
cuentemente, Farnsworth (1954) revisó la lista de Hevner y produjo 10 grupos de ad-
jetivos considerados como poseedores de mayor consistencia anímica, y que se mues-
tran en el Cuadro 23 (b). A pesar de que estas técnicas parecen válidas y fiables, no
han originado gran cantidad de investigaciones posteriores sobre estados de ánimo y
música.
127
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nos estudios empleando obras de arte simples, figurativas y abstractas, al igual que
Cantor (1968), Cantor y Kubose (1969) y Faw y Pien (1971) en investigaciones con
niños y con adultos sobre las estimaciones de diferentes estímulos visuales.
Nuestra propia sugerencia es que estos hallazgos, aparentemente contradicto-
rios, pueden reconciliarse proponiendo una función de U invertida que relacione la
familiaridad con el gusto. Formas diferentes de esta función fueron sugeridas origi-
nalmente por Wundt, y más tarde adaptadas por Berlyne (1971) y otros. En el Cua-
dro 24 (a) se muestran algunas de estas formulaciones tempranas: el placer (Wundt)
o valor hedónico (Berlyne) del estímulo fue considerado como cero para el caso de
estímulos de bajos niveles de intensidad (Wundt), excitación (arousal) (Berlyne) o no-
vedad (Berlyne); y luego aumenta hasta un pico y posteriormente declina junto con
nuevos incrementos de estas variables. Nuestra propia adaptación de la curva se ob-
serva en el Cuadro 24 (b). Ésta incorpora una inversión de la abscisa; intuitivamente
parece tener más sentido pensar en términos de cero familiaridad, es decir, de nin-
guna exposición a un estímulo, que cero novedad, que implica «completa familiari-
dad» con el estímulo, concepto éste último intrincado de concebir y definir. Nuestra
propia curva también implica que el agrado para un estímulo por completo nuevo es
inicialmente negativo; a la gente le desagradan inicialmente los objetos nuevos. A
medida que éstos se tornan más familiares, el agrado se vuelve progresivamente po-
sitivo, alcanzando un pico a cierto nivel de familiaridad óptima, y el posterior au-
mento en la familiaridad genera una declinación en el agrado, que luego, eventual-
mente, se torna negativo a niveles muy altos de familiaridad.
Nuestra sugerencia es que esta función de U invertida representa la relación
universal entre familiaridad y agrado, y que su presencia o ausencia en un conjunto
dado de resultados experimentales depende, en parte, del rango de la variable fami-
liaridad que se saca de la muestra en el estímulo experimental. Los estudios en los
cuales los estímulos experimentales son relativamente desconocidos para los sujetos
podrían obtener una muestra tan sólo de la parte ascendente de la curva, lo cual
puede generar un efecto de «mera exposición» en los resultados; aquellos que usan
estímulos relativamente muy familiares o conocidos podrían obtener una muestra de
la parte descendente, produciendo un aparente efecto de «aburrimiento» del tipo de
Cantor. Nuestro modelo incorpora ambas relaciones monotónicas positivas y negati-
vas de familiaridad/agrado, y tanto una como ambas deberían aparecer en los datos
experimentales según el rango de muestreo de la variable familiaridad. Las cuestio-
nes metodológicas que aquí surgen, incluyendo el uso de mediciones subjetivas como
contrapuestas a las objetivas sobre familiaridad, sobre diseños intersujetos e intrasu-
jetos, y las ventajas y desventajas de las técnicas de «exposición repetida», son discu-
tidas por Sluckin, Hargreaves y Colman (1982).
La presencia o ausencia de la función de U invertida en un conjunto determi-
nado de datos experimentales depende también de otras propiedades del estímulo
experimental, o sea, de las variables colativas anteriormente mencionadas. Estas pro-
piedades también afectan los parámetros de la curva. Cabría esperar, por ejemplo,
que el pico se produzca a mayores niveles de familiaridad para los estímulos com-
plejos que para los simples, y algunos estímulos pueden ser tan complejos que para
algunos sujetos el pico nunca es alcanzado. Nuestra propia investigación está explo-
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Placer (Wundt)
Valor hedónico (Berlyne)
a) La curva de Wundt/Berlyne
Preferencia
Familiaridad/tiempo
Reproducido de Sluckin, Colman y Hargreaves (1980), con autorización de la British Psychological Society
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rentes variables dependientes que se han empleado. Russell (1982), por ejemplo, en-
contró que las estimaciones sobre el interés y el placer de ciertos estudiantes por
fragmentos de jazz moderno de un minuto de duración estaban correlacionadas po-
sitivamente, y que ambas eran funciones lineales decrecientes de las estimaciones de
complejidad, a pesar de que la correlación entre el interés y la complejidad era baja
y sólo marginalmente significativa. Este investigador sugiere que el placer actúa como
un supresor sobre la correlación interés-complejidad. Hargreaves, Messerschmidt y
Rubert (1980) encontraron una fuerte correlación positiva entre las estimaciones
afectivas («agrado») y evaluativas («calidad») de ciertos estudiantes en relación a frag-
mentos de música clásica y popular, y que esas correlaciones eran mayores para los
sujetos entrenados que para los no entrenados, y también mayores para los fragmen-
tos populares que para los clásicos. Estos investigadores sugieren que los sujetos no
músicos eran más propensos que los músicos a fragmentar los componentes afectivos
y cognitivos de sus actitudes hacia la música, y que esto parecía más probable cuan-
do la música era considerada de alta calidad. Tales interrelaciones entre distintas va-
riables de respuesta necesitan gran cantidad de exploración sistemática ulterior;
mientras tanto, nos centraremos en el agrado como la principal variable dependiente.
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Agrado
PROMEDIO DE LAS ESTIMACIONES DE AGRADO
Bastante agrado
Ni agrado ni desagrado
Melodías familiares
Bastante desagrado Melodías no familiares
Aproximaciones cercanas
Aproximaciones lejanas
Desagrado
Edad en años
La repetición y el agrado
La segunda aplicación de la teoría de la U invertida se ocupa de los cambios en
la familiaridad que tienen lugar a lo largo del tiempo cuando los oyentes son ex-
puestos repetidamente a la misma pieza. En este caso, la forma más general de la te-
oría predice que el agrado por las piezas nuevas, inicialmente no familiares, debería
ser bajo; que luego debería ascender hasta un pico a medida que se incrementa la
exposición y la familiaridad; y luego, declinar con posteriores exposiciones. Éste es el
típico patrón descrito por el lugar que ocupa una canción popular en las «tablas de
posiciones» (rankings ) (véase el Cuadro 40, capítulo 7). La discusión precedente sig-
nifica que la forma de tal curva para cualquier pieza de música determinada debe de-
pender de las propiedades colativas del estímulo asociadas y de su nivel de comple-
jidad subjetiva antes de que se produzca ninguna repetición.
El paradigma de la «exposición repetida» ha sido frecuentemente empleado en
investigaciones derivadas de la teoría de la «mera exposición» de Zajonc (1968); los
resultados de los experimentos que usaron esta técnica son de considerable impor-
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tancia tanto práctica como teórica. Las radiodifusoras y las compañías discográficas,
presumiblemente tienen un fuerte interés en los efectos de la repetición persistente
de canciones populares y jingles publicitarios sobre la reacción de la audiencia. A
pesar de que algunas investigaciones se han llevado a cabo bajo los auspicios de la
Oficina de Investigaciones Radiales en la Universidad de Columbia, Nueva York (La-
zarsfeld y Stanton, 1944), el estudio de Wiebe (1940) es la única investigación «de la
vida real» sobre los efectos de las repeticiones insistentes en la radio que incorpora
algún grado de control experimental típico de los estudios de laboratorio. Wiebe
halló que la repetición no afectó las evaluaciones sobre el agrado de algunos estu-
diantes por canciones inicialmente muy preferidas, pero, en cambio, sí incidía en las
evaluaciones sobre canciones inicialmente no tan preferidas. Es imperiosamente ne-
ceasario realizar más estudios de campo siguiendo estas líneas, ya que la mayoría de
las investigaciones sobre audiencia, realizadas por las mismas radiodifusoras, se ca-
racterizan por ser descripciones ad hoc más que comprobaciones de hipótesis expe-
rimentales.
Anteriormente he sugerido que la complejidad subjetiva es una función tanto
de la complejidad objetiva como de la familiaridad; para predecir los efectos proba-
bles de la repetición, es útil hacer una distinción similar entre familiaridad subjetiva
y objetiva (Hargreaves, 1984). La familiaridad objetiva, presumiblemente es una fun-
ción directa de la repetición, y se puede esperar razonablemente que la repetición
produzca un incremento correspondiente en las mediciones de familiaridad subjeti-
va. Podría muy bien haber una correspondencia similar entre las mediciones de com-
plejidad objetivas y subjetivas, pero la conexión más importante es que los aumentos
de familiaridad subjetiva que ocurren con la repetición van acompañados por una
disminución de la complejidad subjetiva. Heyduk (1975) ha proporcionado un análi-
sis conceptual completo de las relaciones entre familiaridad, complejidad y preferen-
cia, que lo lleva a la conclusión de que
[...] Las funciones esperadas que relacionan la experiencia con la preferencia pueden
derivarse de las funciones que relacionan a la complejidad con la preferencia (p. 85).
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tiva monotónica de «mera exposición» entre familiaridad y agrado. Sin embargo, tal
conclusión es, casi con certeza, cruda y excesivamente simplificada. Al enfrentarme
con los apremios de una tabla de resumen comparativa, me he visto forzado a varias
simplificaciones exageradas y posibles distorsiones. Los estudios que se mencionan
presentan una variedad de objetivos teóricos diferentes y suposiciones; varios de
ellos, sin un interés primordial en las dos hipótesis rivales (¡lo que, por otro lado,
puede significar que sus resultados proporcionan un test entre ellas más objetivo y
desinteresado!). Los estudios también difieren ampliamente en ciertos aspectos cru-
ciales de su diseño y ejecución. Del debate anterior queda en claro que el uso de dis-
tintas poblaciones de sujetos, especialmente en lo que atañe a su edad y experiencia
musical, puede ejercer una influencia poderosa en los niveles de familiaridad subje-
tiva y, por lo tanto, en los resultados. Éstos también, por supuesto, se ven directa-
mente afectados por la selección de los estímulos musicales que pueden variar en
gran cantidad de dimensiones relevantes que determinan los niveles de familiaridad
y complejidad. Los procedimientos experimentales de repetición también varían
enormemente entre los estudios, por ejemplo, en términos del número de repeticio-
nes y de la escala de tiempo total.
Los cuatro estudios cuyos resultados pueden ser interpretados ampliamente
como favoreciendo la teoría de la U invertida son los de Verveer, Barry y Bousfield
(1933), Schuckert y McDonald (1968), Heyduk (1975) y Hargreaves (1984). La evi-
dencia de Schuckert y McDonald fue indirecta: ellos obtuvieron primero los juicios
de preferencia de 20 niños preescolares sobre piezas de jazz y clásicas, y luego les hi-
cieron escuchar repetidamente la música del tipo menos preferido en cuatro situa-
ciones de juego diferentes. El postest mostró que el desplazamiento de preferencias
del jazz a la música clásica, aunque estadísticamente no significativo, se produjo con
el doble de frecuencia que el desplazamiento en la dirección opuesta. Si suponemos
que las piezas clásicas eran de mayor complejidad que las selecciones de jazz, el re-
sultado se desprendería de la hipótesis de la U invertida. Sin embargo, no puede ser
tomado como una fuerte prueba a favor, ya que, aparte lo indirecto de la evidencia,
el estudio sufre varias deficiencias metodológicas, incluyendo el escaso tamaño de la
muestra y la representatividad de las piezas usadas como música clásica y de jazz.
Los otros tres estudios mencionados antes proporcionan apoyo directo. Verme-
er y cols. (1933) encontraron una curva de U invertida para las evaluaciones de pla-
cer que realizaron unos estudiantes sobre dos selecciones de jazz que fueron repeti-
das en dos sesiones de test separadas por una semana. Estas estimaciones alcanzaron
un pico afectivo a un nivel óptimo de familiaridad y luego declinaron dentro de una
misma sesión de test. Después del intervalo de una semana, las clasificaciones ascen-
dieron nuevamente. Los autores explican esto en términos de los diferentes efectos
de la repetición continua y la repetición a intervalos. Hargreaves (1984) también
adoptó esta distinción en el segundo de dos estudios relacionados. En el primero,
grupos de adultos escucharon fragmentos de música «ligera» y jazz de vanguardia
tres veces durante una única sesión; en el segundo, grupos de estudiantes escucha-
ron fragmentos de jazz de vanguardia, música popular y música clásica, cuatro veces
por sesión durante tres sesiones. A pesar de que los resultados de ambos estudios sus-
tentaron ampliamente la teoría de la U invertida, esta conclusión resulta contamina-
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Heyduk (1975) Estudiantes Piezas para piano 1 sesión, 16 veces U invertida, agra-
compuestas espe- do
cialmente
Hargreaves Estudiantes adul- Música ligera, jazz 1 sesión, 3 veces U invertida, agra-
(1984) tos de educación de vanguardia do, dentro de los
I estilos
da por los efectos del estereotipo actitudinal, en cuanto a que las curvas predichas
ocurrieron solo dentro, y no entre, los estilos o géneros musicales. No obstante, Hey-
duk (1975) obtuvo un claro sustento para la teoría a partir del análisis de las evalua-
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reflejan la parte ascendente de la curva. Esto concuerda con las conclusiones alcan-
zadas por Lundin (1967) en su reseña de la bibliografía sobre la repetición. Este autor
sugirió que, a pesar de haber algunas áreas en desacuerdo entre los estudios, eran
evidentes ciertas tendencias consistentes, incluyendo que
[...] La música popular tiende a alcanzar el máximo de placer en las primeras repeti-
ciones, mientras que las selecciones de música clásica alcanzan su pico afectivo con
subsiguientes repeticiones»,
y que
[...] Con la repetición, las piezas consideradas por los expertos como las de mayor valor
estético musical muestran con la repetición el mayor incremento en las reacciones
afectivas (p. 176).
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los juicios de ambos grupos de sujetos músicos y no músicos, y dos dimensiones adi-
cionales, cada una de las cuales era importante sólo para un subgrupo. Las cuantifi-
caciones del segundo y tercer estudio le permitieron a Hare rotular estas tres dimen-
siones como tempo/vivacidad, potencia (predominante entre los no músicos) y perí-
odo musical (predominante entre los músicos), respectivamente. En los experimentos
cuarto, quinto y sexto, se encontró que la dimensión dominante «tempo/vivacidad»
estaba relacionada con el tiempo de audición, la opción exploratoria y los juicios de
preferencia.
Berlyne (1977) realizó una investigación utilizando dieciséis fragmentos de mú-
sica folklórica y exótica siguiendo ajustadamente el modelo de la investigación de
Hare, tanto en la secuencia de sus seis experimentos relacionados como en el uso de
estudiantes músicos y no músicos como sujetos. Surgieron dos dimensiones, del es-
tudio inicial de cuantificación multidimensional de la similitud y del segundo y ter-
cer experimento (de estimaciones colativas y afectivas, y estimaciones estilísticas,
respectivamente). La primera parecía asemejarse al persistente factor tempo/vivaci-
dad de Hare, y la segunda parecía reflejar la familiaridad/extrañeza. En el cuarto,
quinto y sexto experimentos se encontró que la opción exploratoria y los juicios de
preferencia dependían de ambas dimensiones de similitud, pero el tiempo de audi-
ción dependía sólo del factor familiaridad/extrañeza.
Las investigaciones de Hare y Berlyne, aunque exploratorias, apuntan a una
aproximación sistemática y exhaustiva de la cuantificación de obras musicales; otros
pocos estudios en la bibliografía han abordado el mismo problema de varias mane-
ras diferentes. Nordenstreng (1968) comparó los análisis semanticodiferenciales y de
similitud de las respuestas de un grupo de ingenieros de sonido de una radiodifuso-
ra a diez piezas variadas de música seria y popular, y obtuvo cuatro factores que
llamó la riqueza, el poder de la música seria, la relajación de la música ligera y la
calma, respectivamente. El análisis de CM de Wedin (1972) de cuarenta fragmentos
variados de música seria, de jazz y popular dio origen a tres dimensiones propuestas,
que llamó intensidad-suavidad, placer-displacer y solemnidad-trivialidad, respecti-
vamente. Cupchick, Rickert y Mendelson (1982) usaron técnicas de CM(MDS) para
comparar juicios de similitud y preferencia sobre improvisaciones de jazz (Experi-
mento 1) y sobre fragmentos de música clásica, pop-rock y de jazz (Experimento 2).
Los investigadores encontraron que las mismas dimensiones, denominadas tempo,
«instrumento dominante» y «articulación» parecían describir los juicios de similitud y
de preferencia sobre las improvisaciones de jazz del Experimento 1. Las dimensiones
dominantes para los juicios de similitud en el Experimento 2 (clásica-contemporánea,
jazz-rock y tempo) resultaron ser diferentes de aquellas para los juicios de preferen-
cia (rock-clásica, jazz-clásica y tempo). Cupchick y cols. concluyeron que los juicios
de similitud parecen reflejar mayores criterios compartidos que los juicios de prefe-
rencia, y que las diferentes dimensiones se evidencian en las comparaciones intragé-
nero (Experimento 1) e intergénero (Experimento 2).
Dada la diversidad de los temas abordados por estos estudios, realmente no es
sorprendente que no surja un patrón claro de resultados. Sería fácil concluir, simple-
mente, diciendo que son necesarias muchas más investigaciones; pero también de-
bemos preguntarnos si la aplicación de las técnicas de CM(MDS) ha producido algu-
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nos hallazgos específicos que no podrían haber sido obtenidos por los métodos más
tradicionales, como el análisis factorial. Hay varias críticas bien conocidas y perti-
nentes sobre el uso del análisis factorial en la formulación de modelos teóricos de la
estructura de las habilidades (Butcher, 1968; Vernon, 1979): la crítica principal, en
esencia, es que «sólo sacas lo que has puesto». En otras palabras, la validez de cual-
quier modelo dimensional descansa en la suposición de que las puntuaciones del test
sobre los que se basa el análisis son genuinamente representativos del fenómeno que
el modelo busca explicar. Ésta no es, de ninguna manera, una suposición sencilla de
realizar en el caso de los test de inteligencia y de la estructura de las facultades hu-
manas.
Yo diría que, precisamente, las mismas restricciones se aplican al análisis de
cuantificación multidimensional sobre piezas musicales; cualquier modelo dimensio-
nal propuesto está, en última instancia, restringido al rango de estímulos musicales
sobre el que se basa, así como en los sujetos y mediciones de respuestas adoptadas.
La interpretación psicológica de las dimensiones que emergen es tan dependiente de
los juicios subjetivos del psicólogo como en el caso del análisis factorial. Incluso po-
dría suceder, tal como se ha argumentado en el caso de los modelos de la inteligen-
cia, que una aplicación excesivamente celosa de poderosas técnicas de multivariación
pueden desviar seriamente nuestro pensamiento acerca de los temas teóricos impor-
tantes. Hudson (1966), por ejemplo, escribe sobre los inconvenientes de las
[...] Sofisticadas estadísticas suspendidas sobre tests de rústica simplicidad (p. 13).
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Objetivo-analítica
NÚMERO PROMEDIO DE RESPUESTAS
Categórica
Afectiva
Objetivo-global
Asociativa
GRUPO DE EDAD
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cir constructos del primer tipo, y, los menos experimentados, del segundo tipo.
Este experimento constituyó la base de un segundo experimento (Hargreaves,
1982a) en el cual se aplicó el mismo esquema de análisis de contenido a las reaccio-
nes de niños de diferentes edades ante las mismas dieciocho piezas musicales. Las
piezas fueron reproducidas a cuarenta y dos niños en cada uno de los tres grupos de
edades: siete-ocho años, nueve-diez años, y catorce-quince años. Esta vez, las piezas
fueron presentadas en nueve pares y se pidió a los niños que «escriban en una sola
oración de qué manera piensan que estas dos piezas son iguales entre sí o de qué ma-
nera piensan que son diferentes entre sí». Las ideas centrales expresadas en estas ora-
ciones fueron categorizadas dentro de los mismos cinco grupos del estudio previo, y
los resultados para cada grupo se muestran en el Cuadro 27. Yo tenía la esperanza de
que, restringiendo las respuestas de los niños a una sola oración, significaría que los
tres grupos de edades producirían aproximadamente igual número de ideas; lamen-
tablemente, ese no fue el caso. En el Cuadro 27 se muestra que los niños en el grupo
mayor produjeron significativamente más ideas en total que los de los otros dos gru-
pos, y el análisis estadístico también lo confirmó. Esto significa que cualquier efecto
en los resultados relacionado con la edad, simplemente puedo haber surgido por el
hecho de que los niños mayores producían con más fluidez respuestas clasificables;
esto pudo no haber tenido nada que ver con sus reacciones a la música como tal.
No obstante, y admitiendo este problema, surgieron algunos hallazgos interesan-
tes. En los tres grupos, los niños, al parecer, produjeron una proporción consistente-
mente alta de reacciones «objetivas»; en cada caso, la categoría objetiva-analítica sur-
gió con más frecuencia. Esto es bastante sorprendente en vista de la sugerencia de Gard-
ner (1973b) de que tales reacciones deberían incrementarse con la edad, mientras que
las más subjetivas deberían declinar (capítulo 2). De todas maneras, la otra sugerencia
de Gardner, de que la sensibilidad al estilo musical debería incrementarse con la edad, sí
es sustentada por los resultados. La tendencia a usar denominaciones estilísticas tales
como «clásico», «rock» o «folklore», representadas por las respuestas categóricas, real-
mente pone de manifiesto un incremento constante a través de los grupos de edad.
Parece bastante obvio que este campo de estudio está en pañales, y que no es-
tamos aún en condiciones de extraer ninguna conclusión firme acerca de las amplias
dimensiones de las respuestas a la música. La aplicación de las numerosas técnicas di-
ferentes de cuantificación multidimensional parece ser promisoria, especialmente si
somos lo bastante cuidadosos como para evitar que el árbol de la estadística nos im-
pida ver el bosque de la psicología.
Enfoques histórico-archivísticos
Farnsworth (1969) realizó algunas investigaciones bien conocidas sobre la na-
turaleza del gusto musical, basadas en el análisis histórico de la popularidad relativa
de diferentes compositores, usando una variedad de fuentes diferentes de informa-
ción archivísticas. Éstas incluían el contenido de los programas orquestales, progra-
mas de radio, enciclopedias musicales y libros de consulta, que Farnsworth empleó
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junto con las listas de clasificaciones de los sujetos acerca de los compositores, usan-
do criterios tales como eminencia, placer y familiaridad. Una investigación, realizada
en 1964, contó con la participación de los miembros de la Sociedad Americana de
Musicología, quienes tenían que nominar a diez compositores nacidos a partir de
1870, que
[...] Tuvieron posteriormente la mejor probabilidad de alcanzar gran eminencia, de pro-
ducir obras dignas de llamar la atención de los niños y contemporáneos legos, y, por
ende, ser preservadas como parte del patrimonio musical (Farnsworth (1969, p. 101).
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y la sometió a test con su primera base de datos de 5.046 temas. Los resultados no
sustentaron dicha hipótesis; en cambio, se encontró una relación lineal positiva entre
las dos variables. Simonton sugiere dos explicaciones posibles para esta falta de con-
firmación de la hipótesis: a) Primera, que el haber usado temas de los diez composi-
tores más populares pudo haber restringido el rango de la muestra de la variable ori-
ginalidad. Esto es muy similar a la explicación de Sluckin, Hargreaves y Colman (1983)
respecto a la aparición, en algunos de los estudios sobre agrado y familiaridad, de
efectos de «mera exposición» del tipo de Zajonc, ya que la «originalidad melódica» de
Simonton es una de las diversas manifestaciones de familiaridad que pueden descri-
bir la abscisa de la función de U invertida. b) La segunda explicación de Simonton es
que el contexto de la ejecución de música de la vida real puede tener menos proba-
bilidades de generar relaciones de U invertida que los estudios de laboratorio, por-
que la repetición extensiva de temas en el repertorio clásico no acontece en el labo-
ratorio. Mi discusión anterior sobre los efectos que tiene la repetición sobre el agra-
do muestra que éste no es en absoluto un tema simple.
En un estudio posterior, Simonton (1980b) superó la primera de estas fuentes
potenciales de restricción, sometiendo a test la misma hipótesis con su muestra
más representativa de 15.618 temas. También incorporó una nueva distinción teó-
rica entre originalidad melódica del repertorio y Zeigeist (espíritu de la época). La
originalidad melódica del repertorio se define como la rareza o infrecuencia esta-
dística de un tema en relación a todo el repertorio de música escuchada; la origi-
nalidad melódica Zeitgeist se define en relación a otros temas compuestos aproxi-
madamente en el mismo período histórico. La fama definitiva de una melodía
puede ser una función de ambos. Los resultados de este segundo estudio sugirie-
ron que la fama temática es una función de J invertida de la originalidad melódi-
ca del repertorio, y una función de J invertida de la originalidad melódica para la
época. El primer resultado revierte el obtenido en el estudio original (1980a); con
una definición depurada de originalidad y una muestra más representativa de
temas, al parecer se obtiene una relación curvilínea más que una monotónica po-
sitiva. Simonton interpreta esto como sustento para el modelo de la excitación óp-
tima sobre el cual se basaba su hipótesis inicial. Si tomamos esto junto con el se-
gundo resultado, podemos concluir que, en cualquier momento, las melodías más
famosas son las más originales, pero, a lo largo del tiempo, es decir, con una pers-
pectiva histórica a largo plazo, las melodías más famosas son las de originalidad in-
termedia.
Esta distinción teórica es importante y tiene mucho en común con aquella
que distingue entre las dos aplicaciones de la teoría de la U invertida a la música
propuesta con anterioridad en este capítulo. Es virtualmente la misma que aque-
lla que forma la base de la hipótesis de la preferencia-retroalimentación, que es-
bozo en el capítulo 7 en una descripción sobre las modas musicales. Hay aquí un
amplio campo de acción tanto para el desarrollo teórico como para nuevos traba-
jos empíricos.
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Estudios conductistas
Una muy prometedora línea de investigación actual sobre la evaluación de res-
puestas a la música se desprende de la aproximación conductista. Greer y cols., por
ejemplo (Greer, 1978), han llevado a cabo una serie de estudios en los que se reali-
zan observaciones conductistas directas sobre la preferencia musical utilizando el
Operant Music Listening Recorder (Grabador de Audición Musical Operante) (OMLR).
Este instrumento, cuyo precursor fue Cotter y cols. (Cotter y Toombs, 1966; Cotter y
Spradlin, 1971), podría ser descrito como un «dispositivo de audición episódica de
operación libre». Consiste en una caja conmutadora a botonera conectada a un gra-
bador de eventos y a un cronómetro; ambas funciones pueden ser realizadas fácilmen-
te por las modernas microcomputadoras de laboratorio. Varios canales de música (ha-
bitualmente cuatro) están preparados para funcionar simultáneamente, y el sujeto se-
lecciona cualquiera de los canales apretando el botón correspondiente.
Automáticamente se registra el tiempo preciso dedicado a escuchar cada canal, y tam-
bién el número de veces que cada canal es seleccionado. Esta técnica básica se puede
variar de muchas maneras; puede cambiarse la duración de la sesión y el número de ca-
nales, y se pueden incorporar otras opciones de audición (por ejemplo, silencio o ruido
blanco). Greer estableció la norma de que si se selecciona un único canal por un perí-
odo continuo de dos minutos, los oyentes deben, entonces, explorar los otros canales.
El poder de esta técnica reside en el hecho de que proporciona una estimación
conductista precisa y directa de la preferencia musical del sujeto; proporciona infor-
mación que no puede ser obtenida mediante evaluaciones verbales y, por lo tanto, ha
sido utilizada eficazmente con grupos de sujetos incluyendo niños con retardo mental
y niños de edad preescolar en adelante. La metodología del OMLR también posee un
grado de validez aparente en el sentido de que las personas se dedican a actividades
análogas, esto es, a «apretar botones», por ejemplo, cuando oyen la radio en sus autos.
Greer argumenta que el lapso transcurrido escuchando un determinado estí-
mulo musical es una medición directa de su valor de refuerzo, y éste, a su vez, es un
indicador directo de su valor estético. Las pruebas surgidas de la investigación sugie-
ren que el tiempo de audición es una medición conductista bastante estable y fiable
(Cotter y Spradlin, 1971), y muestra correlaciones positivas con otras mediciones,
como la atención durante los conciertos (Dorow, 1977). También se han ideado otras
mediciones de refuerzos, incluyendo la búsqueda de información acerca de la músi-
ca (Clarke, 1970), la atención selectiva a la tonalidad (armadura de clave) de compo-
siciones orquestales (Geringer, 1976), a diferentes instrumentos musicales (Geringer,
1977), y a la entonación y/o calidad sonora entre trompetistas (Geringer y Madsen,
1981). Hay un amplio campo de acción para futuras aplicaciones de esta manera.
La mayoría de los estudios reseñados en este capítulo han empleado autoesti-
maciones verbales de respuestas a la música, y es muy interesante compararlas di-
rectamente con índices conductistas. Bien podría suceder que lo que la gente dice
acerca de sus preferencias o no preferencias musicales difiera bastante de su com-
portamiento como oyentes en la vida real; los psicólogos sociales son muy conscien-
tes, en términos generales, de que la relación entre actitudes y conducta no es de
ninguna manera directa (Fishbein, 1967). Kuhn, Sims y Shehan (1981), por ejemplo,
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Universidad de Columbia, han realizado una serie de investigaciones sobre los efec-
tos de la aprobación de los adultos en la conducta de selección musical de los estu-
diantes. Greer y cols. (1973), por ejemplo, encontraron que niños de quinto grado que
recibieron lecciones de música con un alto nivel de aprobación adulta (con frases
verbalmente transmitidas como «Bien, me gusta la manera como escuchas») selec-
cionaron más de la música que les fue enseñada en una actividad postratamiento con
el OMLR, que los niños que habían recibido lecciones bajo condiciones de poca apro-
bación (con frases como «Haz esto así»). Greer, Dorow y Hanser (1973), usando téc-
nicas similares, hallaron que, en niños de segundo y tercer grado, las preferencias por
el rock sobre la música sinfónica obtenidas en un pretest podían ser eliminadas a tra-
vés de la aprobación diferencial del maestro; y que la misma preferencia en el pre-
test con niños de la guardería podía revertirse, bajo ciertas condiciones, a favor de la
música sinfónica. Estudios posteriores realizados a lo largo de líneas similares mos-
traron que la conducta de selección musical postratamiento se correlacionaba posi-
tivamente con el nivel de aprobación/desaprobación adulta experimentada durante
las sesiones del tratamiento: cuatro refuerzos positivos por minuto durante doce se-
siones de cinco minutos, por ejemplo, fue suficiente para cambiar considerablemen-
te las preferencias de niños de primer grado (Dorow, 1977; Greer, Dorow y Wolpert,
1978). Se encontró también que la preferencia y el valor de refuerzo eran más pro-
pensos a cambiar con niños entre los dos y los ocho años de edad, que con los ma-
yores de ocho (Greer, Dorow y Randall, 1974).
A pesar de que estos efectos son impactantes y fiables, es probable que estos ex-
perimentos cuenten sólo una parte de la historia del desarrollo de las preferencias mu-
sicales de los niños. Como veremos en el capítulo 7, algunos aspectos del gusto musical
de los adolescentes se basan en la oposición a la autoridad; los alumnos de la escuela se-
cundaria pueden, conscientemente, preferir música manifiestamente desaprobada por
los adultos. ¿Una explicación conductista de este fenómeno es menos apropiada, por
ejemplo, que la descrición de una teoría de los roles, en términos de la identificación con
las normas del grupo de pares? ¿O simplemente se trata de que los refuerzos más pode-
rosos para los adolescentes son aquellos provistos por los pares, más que por los adul-
tos? Éste no es el lugar para debatir esta intrincada cuestión teórica: simplemente, su-
geriría, de una manera pragmática, que uno puede realizar investigaciones en este
campo sin un previo compromiso con ninguno de los dos extremos. El OMLR es un ins-
trumento valioso y versátil que puede ser usado en muchas áreas de investigación sobre
la respuesta a la música sin adoptar necesariamente una visión conductista.
Estudios psicométricos
Tests de preferencia musical
En esta sección consideraré aquellos tests que, en términos más generales, se
refieren a la evaluación psicométrica de las respuestas estéticas de los individuos a la
música. El enfoque convencional consiste en comparar los juicios de preferencia de
los oyentes respecto de estímulos musicales con juicios de criterios externos, basados,
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Baumann) (1960) evalúa, por ejemplo, las preferencias relativas de los sujetos por la
música popular, clásica y tradicional, y el Bradley music preference inventory (Inven-
tario de preferencia musical de Bradley) (1972) se ocupa de las preferencias relativas
por la música tonal, politonal, atonal y electrónica. Los tests de esta tercera categoría,
incluyendo las mediciones de Baumann y de Bradley, con frecuencia están especial-
mente construidos para cubrir una necesidad experimental específica, más que para
ubicarse como avaluaciones completas del gusto ampliamente aplicables.
La cuarta y quinta categorías de los tests tonales, según Bullock, son los tests
de «múltiples atributos predeterminados de la apreciación» y de «diagnóstico clínico
y orientación», respectivamente. La primera incluye mediciones que intentan frag-
mentar la «apreciación» en sus componentes y evaluar éstos por separado, como la
aproximación de Crickmore (1973), en términos de «síndromes»; y la segunda inclu-
ye tests que usan las preferencias musicales como un medio para evaluar la persona-
lidad, tal como el IPAT music preference test (Test de preferencia musical del IPAT)
(Cattell y Anderson, 1953).
La cuestión central para todos estos tests reside en su validez: ¿qué es lo que
tratan exactamente de medir, y cuán efectivos son? La validez de un test psicológi-
co, usualmente se estima en términos de la intensidad de la correlación entre las
puntuaciones de los sujetos en el test y alguna estimación de criterio externa. Podrí-
amos, en el caso de estos tests, trabajar sobre el supuesto de que el criterio consiste
en las opiniones consensuadas de los expertos: la validez del test puede, entonces, ser
estimada fácil y directamente, por ejemplo, como la correlación entre los juicios
sobre las mismas piezas musicales emitidos por los sujetos del test y los expertos. El
problema es que este criterio es, en esencia, dependiente del entorno cultural: hay
abundantes pruebas (manifiestamente, la de Farnsworth, 1969) de que las opiniones
de los expertos están sujetas a modificaciones. Esto significa que los tests están mi-
diendo algo así como la «aculturación» o la conformidad con las normas de prefe-
rencia establecidas, más que la «apreciación» o la «sensibilidad» en algún sentido ob-
jetivo o independiente. Puesto que muchos de los grandes compositores han alcan-
zado su grandeza precisamente por haber roto y reconstruido estas normas, ¡ésta
puede ser, o no ser, una habilidad que debe ser cultivada!
Lo inadecuado de este enfoque a la validez surge muy claramente en una me-
dición como el Keston music preference test (Test de preferencia musical de Keston)
(Keston y Pinto, 1955). Aquí se pide a los sujetos que realicen juicios sobre el valor
relativo de 120 fragmentos musicales presentados en grupos de cuatro. Estos juicios
se evalúan en términos de su grado de concordancia con las estimaciones realizadas
por doce «autoridades musicales». Ahora bien, estas autoridades consideran, por
ejemplo, los doce fragmentos «clásicos serios» como los mejores, y los doce fragmen-
tos de swing como los peores, y la implicación es que su opinión, de alguna manera,
contiene más peso que la de un sujeto del test. Esto es claramente insatisfactorio, ya
que no tiene ningún sentido cuál de tales juicios pueda determinarse como «correc-
to» o «incorrecto», independientemente de las propias preferencias y prejuicios per-
sonales. Davies (1978) ilustra este punto sucintamente señalando que
[...] Nadie puede decirle al crítico de arte que está equivocado: sólo se puede estar en
desacuerdo (p. 13).
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La amplia discusión de Child (1969) sobre «la reacción del experto como un cri-
terio de la estética» lleva este punto más lejos aún, mostrando que de ninguna ma-
nera está claro que los expertos (o, por usar su término, connoisseurs ) efectivamen-
te coincidan sobre los estándares del mérito estético, ya sea dentro de una cultura o
entre culturas. Bien podría ser el caso que lo que Child llama «reacción promedio», es
decir, la de la población en su conjunto, sea un punto de referencia más confiable
(véase Beebe-Center, 1932). Ésta fue la base de la postulación de Eysenck (1940) de
un factor general de apreciación estética, que posteriormente parece no haber reci-
bido mucha atención por parte de los investigadores. Konecni (1984), en una inves-
tigación típicamente fascinante y sutil, encontró que realizar grandes cambios en la
forma de presentación de diferentes obras de arte, destruyendo, por lo tanto, los
«mensajes» que sus creadores intentaban transmitir, no tuvo prácticamente efecto al-
guno sobre el disfrute de las audiencias profanas. Estos cambios incluyeron reversio-
nes y rotaciones en espejo de pinturas del siglo XX; drásticas alteraciones estilísticas
en textos literarios, y alteraciones en las secuencias de los movimientos en cuartetos
de Beethoven. La relación entre las preferencias estéticas de las audiencias expertas
y profanas, obviamente no es simple ni directa, y es, casi con certeza, incorrecto su-
poner que las últimas pueden considerarse como versiones inferiores de las primeras.
Incluso aquél enfoque más limitado para la evaluación de la validez, donde se
comparan las puntuaciones de los sujetos en el test con las obtenidas en tests simi-
lares del mismo atributo, arroja resultados pobres en esta área. El estudio de Boyle
(1982) sobre la «validez comparativa» de tres de los tests de preferencia menciona-
dos antes (los subtests de apreciación de los Tests de Wing, la parte de sensibilidad
musical del MAP de Gordon, y los Tests de Indiana-Oregon) no reveló ni siquiera una
correlación intertest estadísticamente significativa: los coeficientes
[...] Oscilaron entre bajos y negligibles (p. 14).
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ca de sus efectos. Los estudios que han tratado los efectos de los antecedentes so-
ciales, y especialmente de la clase social, los he pospuesto hasta el capítulo 7. En esta
sección voy a mencionar brevemente la bibliografía referida a otras tres variables: la
edad, la aptitud/entrenamiento y la personalidad.
Por supuesto que la edad es la variable central para una perspectiva evolutiva,
y en este capítulo ya han sido cubiertas tres aproximaciones al desarrollo de las res-
puestas a la música. Algunos trabajos en estética experimental trataron específica-
mente la edad en relación con la familiaridad del estímulo; algunos estudios dimen-
sionales se ocuparon de los patrones cambiantes referidos a la característica dimen-
sional de la edad; algunos trabajos realizados dentro de la aproximación conductista
se ocuparon específicamente de los cambios en el «valor de refuerzo» de la música a
distintas edades. Existen pocos estudios sobre diferencias individuales respecto a la
edad que no se encuadra dentro de ninguna de esas tres categorías. Rubin-Rabson
(1940) encontró una correlación negativa entre la edad y el agrado por piezas de mú-
sica clásica y moderna; pero ni Fisher (1951) ni Keston y Pinto (1955) encontraron en
sus respectivos estudios que la edad tuviera algún efecto sobre las preferencias.
Crowther y Durkin (1982), en su muestra de 232 estudiantes secundarios de 12 a 18
años, se concentraron en los efectos de la edad sobre las actitudes hacia la música.
Estos autores encontraron que hubo un aumento general de actitudes positivas a lo
largo de ese rango de edades, y también que las niñas, en general, eran más propen-
sas que los varones a mantener actitudes positivas. Al parecer, es probable que los
valores y actitudes culturales, especialmente los del grupo de pares, ejerzan su máxi-
ma influencia durante los años de la escuela secundaria; desarrollaré este punto más
adelante, en el capítulo 7. En general, el único hallazgo consistente que emerge de
los varios estudios sobre los efectos de la edad, parece ser el de un aumento pro-
nunciado y bastante repentino del gusto por la música popular al comienzo de la
adolescencia.
He combinado bastante arbitrariamente la «aptitud» y el «entrenamiento» como
la segunda área de investigación de las diferencias individuales, ya que sus efectos
sobre las respuestas estéticas a la música parecen ser ampliamente similares. Los
oyentes de gran aptitud y con altos niveles de entrenamiento tienen más probabili-
dad de preferir formas más complejas de música que quienes poseen niveles bajos de
talento y entrenamiento, respectivamente. Esto es sólo una parte de la historia, como
ya vimos en la sección previa sobre la investigación en estética experimental, pero
constituye un hallazgo frecuente en la (bastante escasa) bibliografía diferencial.
Rubin-Rabson (1940) halló que el nivel de entrenamiento musical se correlacionaba
positivamente con la preferencia por la música «moderna»; y Fay y Middleton (1941)
encontraron que los sujetos que preferían música swing eran «decididamente infe-
riores en cuanto al sentido de alturas, del ritmo y del tiempo» a aquellos que prefe-
rían música clásica. Hargreaves, Messerschmidt y Rubert (1980) encontraron que los
sujetos «entrenados» evaluaron la preferencia general de los fragmentos usados en
su estudio más alto que los sujetos «no entrenados», aunque hubo una interacción
significativa con el estilo musical, en cuanto a que el efecto fue más pronunciado
para los fragmentos «clásicos» que para los «populares».
La dimensión de diferencias individuales que tal vez haya recibido mayor aten-
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puntuaciones del Keston music preference test (Test de preferencia musical de Kes-
ton) y la «introversión intelectual», y una correspondiente baja correlación con la «ex-
troversión social». Payne (1967) sostuvo la hipótesis de que la gente con tempera-
mentos estables debería preferir la música clásica, que pone énfasis en la forma,
mientras que la gente con temperamentos neuróticos, consecuentemente, debería
preferir la música romántica, que pone el énfasis en el sentimiento. La autora obtu-
vo cierta prueba positiva al respecto, basándose en las puntuaciones del Maudsley
personality inventory (Inventario de la personalidad de Maudsley) y en un cuestio-
nario de preferencias de compositores, en muestras de estudiantes universitarios mu-
sicalmente sofisticados y miembros adultos de «sociedades musicales y discográficas».
Probablemente, la línea más promisoria de investigación en esta área sea la que
se ocupa de la interacción entre los determinantes cognitivos y afectivos de los jui-
cios estéticos; esta corriente se ha centrado en la distinción entre los juicios deno-
minados «tibio» y «fresco» o «caliente» y «frío». Podría considerársela, en un sentido
amplio, como investigación de la «personalidad», pese a que tiene implicaciones que
se extienden bastante más allá de las diferencias individuales. El estudio de Machot-
ka (1982), en el cual me voy a centrar, utilizó estímulos visuales, pero sus conclusio-
nes bien pueden aplicarse a las respuestas a la música.
Este estudio se basó en el test sobre el juicio estético de Child (1965) que, como
los «tests de preferencia musical» descritos antes, requiere que los sujetos emitan jui-
cios de preferencia entre pares de estímulos (en este caso, diapositivas de obras de
arte), uno de los cuales ha sido juzgado por expertos como mejor que el otro. Ma-
chotka administró el test bajo dos series distintas de instrucciones, que destacaban
tanto la preferencia subjetiva como el juicio objetivo: sus sujetos no tuvieron difi-
cultad para hacer esta distinción. Los sujetos que obtuvieron puntuaciones altas para
la primera condición fueron descritos como jueces «tibios»; y fueron considerados
como «abiertos a la experiencia emocional y buscadores de estímulos emocionales en
la vida y en el arte». Los jueces «frescos», que obtuvieron puntuaciones altas bajo la
segunda instrucción, fueron considerados correspondientemente como más interesa-
dos en aplicar niveles de evaluación abstractos e impersonales.
Machotka utilizó esta distinción como base para una tipología cuádruple de es-
tilos en relación a juicios estéticos. Aquellos que obtuvieron altas puntuaciones bajo
ambas instrucciones, es decir, que fueron capaces de ser tanto «tibios» como «fres-
cos», fueron denominados sujetos «estéticos»: se los consideró «emocionalmente
abiertos, desafiados por el arte y guiados por criterios evaluativos». Aquellos que ob-
tuvieron bajas puntuaciones bajo ambas condiciones, fueron descritos como «no ar-
tísticos»: como «emocionalmente restringidos y descreídos de los niveles evaluativos».
Los sujetos «emocionales» fueron aquellos que rindieron bien sólo bajo las instruc-
ciones de preferencia subjetiva, ejemplificando el estilo «tibio»; y los sujetos «discri-
minadores» fueron los que rindieron bien sólo bajo las instrucciones evaluativas,
ejemplificando, por lo tanto, el estilo «fresco».
El esquema de Machotka es importante potencialmente porque coincide con la
corriente de pensamiento actual en el campo de la cognición social (capítulo 2); tiene
aplicaciones potenciales para otras formas de arte, aparte las visuales; y presenta cla-
ros paralelismos con los trabajos anteriores sobre «tipos aperceptivos». Casi con cer-
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Este autor piensa que muchos juicios estéticos acontecen en dos estadios bien
diferenciados, en el sentido de que una reacción afectiva precede y es relativamente
independiente de las operaciones perceptuales y cognitivas normalmente encargadas
de sustentar tales juicios. Entonces, puede ser que «las preferencias no necesitan in-
ferencias».
Sólo el tiempo y los resultados experimentales van a decir si la visión icono-
clasta de Zajonc es correcta; la mayoría de los investigadores argumentarían que
ambos dominios no pueden estar separados. Incluso Piaget, que fue criticado severa-
mente por no dar cuenta adecuadamente en su teoría del desarrollo cognitivo de los
factores sociales y afectivos, argumentó hace mucho tiempo que
[...] la descentración de las construcciones cognitivas necesarias para el desarrollo de
las operaciones es inseparable de la descentración de las construcciones afectivas y
sociales (Piaget e Inhelder, 1969, p. 95).
Este debate se extiende mucho más allá de los límites de las «diferencias indi-
viduales en las respuestas a la música», pero los temas que han surgido son funda-
mentales para nuestra comprensión de la personalidad, y sus resultados, probable-
mente determinen la dirección de futuras investigaciones. En el próximo capítulo
continuaré explorando la relación entre personalidad y música abordando la com-
pleja cuestión de la creatividad.
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6
Creatividad, personalidad y desarrollo
musical
Dos de las doce subescalas de las British ability scales (Escalas británicas de ap-
titud) (Elliott, Murray y Pearson, 1978) están diseñadas para evaluar distintas aptitu-
des creativas, lo que indica la manera como el tópico ha sido asimilado dentro de la
corriente principal de la psicología.
Lamentablemente, este rápido crecimiento de la investigación no se ha produ-
cido en forma organizada o sistemática. La visión que Yamamoto (1965) tiene sobre
este campo es lo que él llama «la visión que un ciego tiene sobre el elefante», que-
riendo decir con ello que las diferentes presuposiciones de los investigadores acerca
de la creatividad y las definiciones sobre creatividad no están coordinadas entre sí.
Tal vez la palabra «creatividad» se comprenda mejor como un término taquigráfico
de conveniencia en la psicología: como un «paraguas» que abarca diferentes aspec-
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El concepto de creatividad
Creatividad es un término que los psicólogos definen de muchas maneras dife-
rentes, como vimos anteriormente; también es un término, en general, mal emplea-
do en la vida cotidiana. Hudson (1966) estuvo en lo cierto al decir que
[...] en algunos círculos, «creativo» funciona como una palabra de aprobación general —sig-
nificando, aproximadamente, «bueno»— cubretodo, desde las respuestas a un tipo particu-
lar de test psicológico hasta establecer una buena relación con la propia esposa (p. 119).
El uso del adjetivo puede, incluso, adquirir ahora una connotación peyorativa,
como en la explicación «creativa», o sea, aquella que puede ser menos del 100 % ho-
nesta en ciertos aspectos. Al tratar de establecer una definición adecuada del con-
cepto, es útil distinguir entre originalidad y creatividad. La primera, estrictamente
hablando, puede ser definida, simplemente, en términos de novedad o infrecuencia
estadística: una respuesta «original» a una pregunta, por ejemplo, es aquella que no
ha sido pensada por nadie. Entonces, para que una respuesta sea creativa debe ser,
de alguna manera, útil al mismo tiempo que original.
Entonces, el número 7.363.474 es una respuesta originalísima al problema «¿Cuánto es
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12 + 12?» No obstante, sólo cuando se dan las condiciones para que esa respuesta sea
útil, podemos también llamarla creativa (Mednick, 1962, p. 221).
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es, por supuesto, el problema central de su validación. Voy a volver a esta área de in-
vestigación psicométrica en la última sección de este capítulo.
Una característica importante de las aproximaciones basadas en la persona es
que la creatividad es considerada un rasgo normalmente distribuido; todo el mundo,
en mayor o menor grado, es considerado creativo, y lo pueden expresar de maneras
diferentes de acuerdo a los intereses individuales. Ésta es una característica atracti-
va para los investigadores empíricos, ya que posee generalidad, no está atada a pro-
ductos particulares y también porque «desmitifica» la creatividad. Ésta es considera-
da como un aspecto mundano y cotidiano de la conducta, que puede ser observada
tanto en las actividades de los niños pequeños, por ejemplo, como en las obras de los
grandes artistas. Nicholls (1972) argumenta contra esta postura:
Para asegurarnos de que un rasgo de la creatividad tiene esencialmente el mismo sig-
nificado para los sujetos normales y para los creadores eminentes, debemos aislar las
características distintivas de los creadores eminentes y mostrar que éstos se relacio-
nan positivamente en muestras no seleccionadas (p. 718).
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El proceso creativo
«Cuando la gente me pregunta qué viene primero, si la música o la letra —dijo
el conocido autor de canciones populares Sammy Kahn— les digo que lo que viene
primero es la llamada telefónica.» Ésta es una visión realista y mundana del proceso
creativo, que sostienen varios escritores de éxito de música popular, y probablemen-
te también una proporción bastante grande de compositores «serios». El trabajo cre-
ativo es visto como una aventura cotidiana, que involucra mucha persistencia y tra-
bajo duro; es ordinario y racional. Muchos escritores adoptan esta visión de su tra-
bajo, y escriben de acuerdo con una rutina diaria, con horarios bien establecidos. En
este sentido, la creatividad es literalmente una actividad «cotidiana», como comer o
dormir. Esto se contrapone a esa visión bastante romántica que mucha gente tiene
del artista creativo, percibido popularmente como un individuo intenso, sensible y
probablemente muriéndose de hambre en una buhardilla. Cuando la Musa lo visita,
trabaja frenéticamente, sin comer ni dormir, hasta que ha producido su trabajo. De
acuerdo con esta visión, la creatividad es misteriosa, inconsciente, irracional y, cual-
quier cosa, menos ordinaria.
Estas dos visiones, aparentemente opuestas, de que la creatividad implica prin-
cipalmente «transpiración» o «inspiración», han fascinado por muchos años a los psi-
cólogos, a los filósofos y a los mismos artistas creativos. Por este motivo, disponemos
de una buena cantidad de pruebas introspectivas que nos suministran intuiciones re-
veladoras acerca de los métodos de trabajo de diferentes creadores. Seguramente
que la opinión mayoritaria es que la creación implica tanto inspiración como trans-
piración —que es, a la vez, irracional y racional—, pero hay algunos artistas que ma-
nifiestan trabajar predominantemente en uno de los modos más que en el otro. El
pintor Max Ernst, por ejemplo, aseguró que no ejercía ningún control sobre su tra-
bajo, mientras que el escritor Edgar Allan Poe insistió en que el trabajo creativo no
consiste más que en el planeamiento consciente y la toma de decisión racional (Win-
ner, 1982).
Diferencias similares en el enfoque pueden encontrarse entre compositores.
Tanto Haydn, Schumann, y Mozart por ejemplo, parecían ser capaces de componer
con muy pequeño esfuerzo, mientras Beethoven y Bach atravesaban momentos de
lucha y sudor en los detalles de las sucesivas revisiones. El compositor norteamerica-
no Roger Sessions descrcibe cómo Beethoven bosqueja el último movimiento de su
Sonata Hammerklavier:
Nos lo muestra modelando cuidadosamente, probando el tema de la fuga en forma sis-
temática y con aparente sangre fría. ¿Dónde, cabría preguntarse, está aquí la inspira-
ción?; sin embargo, si la palabra tiene realmente algún significado, es ciertamente
apropiada para este movimiento, con su irresistible y titánica energía expresiva, ya
presente en el tema. La inspiración toma la forma, sin embargo, no de un relámpago
repentino de música, sino de un impulso claramente visualizado, hacia un objetivo de-
terminado para el cual el compositor se vio obligado a luchar (Ghiselin, 1952, p. 47).
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Cuando estoy, por así decirlo, conmigo mismo, completamente solo, y de buen humor —
es decir, viajando en un carruaje, o caminando después de una buena comida, o duran-
te la noche cuando no puedo dormir; es en tales ocasiones cuando mis ideas fluyen mejor
y de manera más abundante. De dónde y cómo vienen, no lo sé; y tampoco puedo for-
zarlas. Retengo en mi memoria aquellas ideas que me agradan, y estoy acostumbrado,
como me enseñaron, a canturrearlas para mí... mi tema se alarga, se vuelve metódico y
definido, y la totalidad, aunque sea larga, permanece casi completa y terminada en mi
mente, por lo cual puedo examinarla con una mirada, como si fuera una fina pintura o
una hermosa estatua. En mi imaginación no oigo las partes sucesivamente, sino como si
estuvieran todas juntas (Gleich alles zusammen). ¡No puedo explicarles lo delicioso que
es esto! Toda esta inventiva, esta producción, acontece en un sueño placentero y vivifi-
cante (Ghiselin, 1952, pp. 44-45. Existe alguna duda sobre la autenticidad de esta carta.)
Aunque las formas de trabajar de estos compositores son bien diversas, en todas
ellas pueden discernirse elementos de inspiración inconsciente como de esfuerzo
consciente. Wallas (1926) trató de sugerir cómo estos elementos podrían conciliarse,
al proponer una teoría del proceso creativo de cuatro etapas que ha sido amplia-
mente citada.
. La primera etapa, preparación, implica la recopilación de información rele-
vante para el problema; esta etapa, probablemente se realice mejor en una
forma flexible y abierta. El inventor británico de microelectrónica Clive Sin-
clair ha comentado que es poco inteligente prepararse demasiado para tra-
bajar en un nuevo proyecto, ya que mucha preparación previa puede res-
tringir el propio pensamiento, llevándolo muy lejos por sendas previamente
exploradas por otros.
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Teorías de la creatividad
La aproximación conductista
En el capítulo 1 se realizaron varias distinciones entre diferentes tipos de teo-
rías del aprendizaje, y parece claro que la aplicación de principios conductistas es una
aproximación extremadamente efectiva para mejorar las habilidades básicas del
aprendizaje musical. Es de lo más efectivo para las destrezas fáciles de identificar y
observar, como la discriminación de alturas y la notación. Sin embargo, la creativi-
dad musical, como ya hemos visto, es notoriamente difícil de identificar y observar,
y probablemente sea ésta la razón por la cual las teorías conductistas han tenido
poco éxito para explicar la creatividad. El intento de Skinner (1972) es un relato sim-
ple y preciso en términos de la historia de refuerzos del artista, y de las consecuen-
cias ambientales del comportamiento creativo.
El artista pone pintura sobre el óleo y obtiene refuerzo, o no, de los resultados.
Si lo obtiene, continúa pintando (p. 335).
En este ejemplo no se toman en cuenta los procesos internos o los estados emo-
cionales involucrados en la creatividad; a Skinner sólo le importan las asociaciones
entre la conducta creativa observable y los refuerzos externos.
Es fácil criticar esta aproximación por su drástica supersimplificación de los fe-
nómenos bajo investigación: simplemente, no puede responder de muchos de los fe-
nómenos que surgen, por ejemplo, en las introspecciones de los artistas antes men-
cionadas. No puede explicar cómo los individuos creativos toman una parte activa
modelando su propio curso del desarrollo creativo, en lugar de ser conducidos por
eventos externos. Tampoco puede explicar las reglas y estrategias internas emplea-
das conscientemente por los artistas creativos, y menos todavía los procesos incons-
cientes de incubación. La esencia de una obra creativa es su novedad en el contexto
de las restricciones ambientales existentes; por lo tanto, por definición, ningún cre-
ador en su historia previa puede haber recibido refuerzos para producir la conducta
que lo llevó a una determinada obra.
Estos argumentos resultan extremadamente difíciles de manejar para las teorí-
as conductistas sin recurrir a alguna forma de constructos de fenómenos mentales
intervinientes, como los adoptados por la teoría del aprendizaje social, por ejemplo
(capítulo 1). Ahora bien, podría ser, como el punto anterior sugiere, que la aproxi-
mación conductista sea inadecuada para explicar la creatividad porque es inherente-
mente incapaz de abordar el fenómeno. Por otro lado, podría suceder que la aproxi-
mación pudiera, en última instancia, explicar la creatividad si sólo sus principios fue-
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ran aplicados con suficiente detalle y complejidad. En otras palabras, necesitamos de-
cidir si el problema es más que un problema de operacionalización. Winner (1982)
hace dos críticas más referidas a las dificultades para la explicación de las diferencias
individuales en la creatividad, lo que confirman mi propia visión de que el problema
probablemente es más serio que esto:
Primero, la teoría no puede explicar por qué algunos artistas obtienen refuerzo de su
trabajo y otros no. ¿Qué hay de las obras del dramaturgo creador apreciadas por la au-
diencia, y que son los causantes de reforzar al autor asistendo al teatro y escribiendo
críticas positivas? Segundo, ¿por qué el dramaturgo creador persiste, aun cuando ob-
tiene menos refuerzo que un escritor de best sellers, que puede ser más popular? Skin-
ner respondería que algunos artistas obtienen refuerzo no de la popularidad, sino del
aprecio de unos pocos selectos o por el orgullo de ser independientes. Pero, entonces,
¿por qué el artista menos creativo no encuentra refuerzo en las mismas cosas y por eso
se vuelve más creativo? Skinner sólo podría responder que un artista obtiene refuerzo
por un sentido de independencia porque el sentido de independencia le proporciona re-
fuerzo: otro obtiene refuerzo del aprecio de muchos porque el aprecio de muchos es lo
que le proporciona refuerzo. Tales respuestas revelan la circularidad y falta de poder
predictivo de la teoría (p. 28).
La aproximación psicoanalítica
En completo contraste con la visión conductista, explícitamente mundana y
pobre, la descripción de Freud sobre la creatividad artística se desprende de su visión
fundamental de la lucha titánica que tiene lugar en cada individuo entre los pode-
rosos impulsos instintivos inconscientes y las fuerzas de la socialización. Sería ina-
propiado exponer aquí los aspectos generales de la teoría: existen muchas descrip-
ciones excelentes por doquier (Miller, 1983). En una palabra, un concepto central es
que la salud psicológica normal puede mantenerse si el individuo encuentra formas
socialmente aceptables de liberar esta energía instintiva, pero, si esto no sucede, pue-
den desarrollarse varios tipos de trastornos neuróticos. El individuo emplea varios
mecanismos de defensa para regular el conflicto, que se manifiestan en dominios
tales como el juego, el sueño, las fantasías y también el trabajo artístico. Un aspecto
del conflicto que surge en la niñez es el bien conocido complejo de Edipo, en el cual
el niño desea sexualmente al padre del sexo opuesto (Hargreaves, 1986, para una ex-
plicación completa). Freud sugirió que una forma de resolver este conflicto era a tra-
vés de la creatividad artística: que la creación artística era, en realidad, una sublima-
ción de los deseos socialmente inaceptables referidos al conflicto de Edipo. Es bien
conocido el uso que hizo del trabajo de Leonardo da Vinci como un estudio de caso
para apoyar su teoría (Freud, 1910).
En cuanto al funcionamiento del proceso creativo, hay una distinción impor-
tante entre los procesos primarios y secundarios del pensamiento. Freud define al
proceso de pensamiento primario como aquel que es irracional, difuso y no direc-
cional, como en los sueños y alucinaciones; es esencialmente global o sincrético, ya
que ideas aparentemente contradictorias, ilógicas o no relacionadas pueden coexis-
tir, y probablemente combinarse. El proceso de pensamiento secundario se define
como la actividad regulada y focalizada que gobierna la actividad cotidiana racional
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en el mundo real. El acceso del material del proceso primario dentro del pensamien-
to del individuo, en el cual predomina el proceso secundario, se considera que es re-
gulado por el ego. Si las ideas conflictivas que conforman el material del proceso pri-
mario son inaceptables para el ego, son reprimidas y pueden producirse distorsiones
neuróticas (Kubie, 1958). El pensamiento creativo tiene lugar en individuos cuyo ego
tiene la fortaleza suficiente para admitir este material sin ser abrumado por él: la cre-
atividad se caracteriza, entonces, por una
[...] regresión al servicio del ego (Kris, 1950).
Pine y Holt (1960) intentaron someter a test empíricamente esta teoría eva-
luando tanto la cantidad como el control de la expresión de los procesos primarios
que mostraban los individuos en el test de Rorschach, y comparándolos con las pun-
tuaciones de tests de creatividad. Estos investigadores encontraron que la calidad de
las producciones imaginativas, evidenciada por las puntuaciones de los tests de cre-
atividad, se relacionaba con el control de los materiales de los procesos primarios
(manifestaciones socialmente aceptables) y también con la cantidad de expresión de
éstos (manifestaciones sexuales, agresivas o ilógicas) en el test proyectivo. Por lo
tanto, el pensamiento creativo parece requerir de un equilibrio entre los procesos pri-
marios y secundarios; requiere la capacidad para
[...] Suspender temporariamente las operaciones lógicas y pensar en formas novedosas
y posiblemente no lógicas y no convencionales, y la capacidad voluntaria para detener
este modo de funcionamiento regresivo y retornar a los modos de funcionamiento de
los procesos secundarios, donde los pensamientos novedosos son ubicados en contex-
tos apropiados y realistas (Blatt, Allison y Feirstein, 1969, p. 286).
Este investigador comunica dos estudios empíricos en los que trata de identifi-
car estos estilos con un cuestionario de «permisividad del ego» y con tests proyecti-
vos, en los que relaciona las tendencias de los individuos a desplegar uno u otro es-
tilo para la creatividad y el pensamiento divergente auto informados. Sus resultados
sugieren que ambos estilos pueden ser demostrados empíricamente, y que no se re-
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Teorías asociativas
Una idea central que se extiende a lo largo de las introspecciones mencionadas
antes, y también a lo largo de las teorías que hemos discutido hasta ahora, es que la
formación de asociaciones es una parte integral del pensamiento creativo. Einstein
habló de la importancia del «juego combinatorio» y del «juego asociativo» como ca-
racterísticas esenciales de su trabajo, y las mismas características pueden verse en las
introspecciones de Mozart y Poincaré anteriormente citadas. El punto se torna elo-
cuente en el contexto de la escritura de canciones populares a través del testimonio
del músico y compositor popular británico Sting:
Nuestras mentes lógicas están en cajas compartimentadas, y cuando estas cajas son
molestadas —cuando uno, por ejemplo, está dormido y sin dominio sobre la lógica—,
una idea puede fluir de una caja rígida a la otra y es ahí donde se te produce una chis-
pa. Si tomas una idea básica fuera de ese entorno y la pones dentro de otro marco de
referencia, ahí es donde se te produce la magia. Y cuando «despiertas», y fijas las ideas
todas juntas con trabajo duro e injertos, marcando la hora de entrada en la mañana y
haciendo el trabajo, entonces el proceso está completado (Martin, 1983, p. 72).
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Alto
FUERZA DE LA RESPUESTA ASOCIATIVA
Bajo
De The associative basis of the creative process, S. A. Mednick, 1962. Psychological Review, 69, p. 223.
©1962 American Psychological Association, con autorización del autor.
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dad «gira en torno al proceso de generar o producir asociaciones sin considerar eva-
luarlas para su relevancia o aplicabilidad a un problema o tarea (p. 1254).
Por lo tanto, Wallach pone el énfasis en la fluidez ideacional, sin el apremio de
que las ideas producidas deban enfrentarse con algún criterio de utilidad. Wallach no
sostiene que esta fluidez es una medición de la creatividad per se, sino que es un
buen predictor. Mednick, por otro lado, está interesado en la utilidad del producto:
el RAT realmente se propone ser un test de creatividad. El estudio de Levin (1978)
arroja alguna luz sobre esta diferencia en el énfasis: esta investigadora examinó la
relación entre la fluidez asociativa de los sujetos en una tarea de asociación conti-
nua y la creatividad medida por una versión hebrea del RAT. El análisis de las asocia-
ciones continuas producidas oralmente ante una única palabra de estímulo, por es-
tudiantes no graduados, reveló dos modos distintos de fluidez asociativa: «cadenas»
y «estrellas». Una estrella es un agrupamiento de palabras, todas relacionadas con la
palabra estímulo original (por ejemplo, «mecedora, diván, sillón, trono, banco, silla de
ruedas» en respuesta a «mesa»), y una cadena es una serie en la cual cada miembro
se relaciona con el que lo precede (por ejemplo, «mesa, madera, flores, mar, arena,
desierto»). Levin encontró que la fluidez de cadena se relacionó con la creatividad
evaluada por el RAT, pero no así la fluidez de estrella. Deberíamos interpretar este re-
sultado con cautela, en vista de que no tenemos la certeza de qué es lo que exacta-
mente está midiendo el RAT; tal vez la conclusión más realista sea que el volumen de
las asociaciones producidas por un individuo (fluidez ideacional), los estilos en que
son producidas (cadenas, estrellas, y tal vez otras), y hasta qué punto se adaptan a
criterios externos (desempeño en el RAT), son, todos, componentes de la creatividad.
La teoría asociativa de Mednick se basa en los principios de estímulo-respues-
ta; Cropley (1967) la clasifica así, y mucha de la terminología de Mednick deriva de
la teoría del aprendizaje. Sin embargo, ésta no es de ningún modo una teoría «con-
ductista», como la de Skinner: los elementos que conforman las asociaciones son
esencialmente cognitivos, y el proceso de su formación no puede ser atribuido a nin-
gún refuerzo externo claramente identificable. La teoría tiene mucho en común con
la de Wallach (1970); aunque asociativa, la teoría de Wallach, también «asociativa»,
es esencialmente una teoría del funcionamiento cognitivo. De manera similar, la
orientación de Koestler (1964) es también esencialmente cognitiva, a pesar de que su
teoría se basa en los principios asociativos. Koestler explica el acto creativo en tér-
minos de lo que él llama una «bisociación» de dos marcos de referencia hasta ese mo-
mento separados y habitualmente incompatibles, o «matrices» de comportamiento;
esta misma idea está en el fondo de todas las teorías asociativas.
Teorías cognitivas
Aparte las teorías asociativas discutidas antes, cuyo nivel es bastante ambiguo,
podemos identificar otras tres teorías cognitivas de la creatividad.
1. La primera es la de los psicólogos de la Gestalt; los famosos experimentos de
Kohler con chimpancés, por ejemplo, demostraron cómo la reestructuración
de los elementos en sus campos perceptuales podía producir una «intuición»
repentina que llevó a una solución creativa; esto es similar a la noción de la
«iluminación» de Wallas. El concepto de la reorganización de los elementos
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Evaluación
OPERACIÓN
Producción convergente
Producción divergente
Memoria
Cognición
Unidades
Clases
PRODUCTO
Relaciones
Sistemas
Transformaciones
Implicaciones
CONTENIDO
Figurativo
Simbólico
Semántico
Conductual
Reproducido, con autorización, de The nature of human intelligence, de J. P. Guilford (1967). Nueva York. McGraw-Hill
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La persona creativa
Las principales áreas de investigación empírica sobre la creatividad desde el
punto de vista basado en la persona, han sido asquellas sobre las características de la
personalidad y de los estilos cognitivos. En estas áreas la investigación ha tendido a
ser nomotética: se trató a la creatividad como una cualidad normalmente distribui-
da, que puede manifestarse en diferentes campos de acción, de acuerdo a los intere-
ses y predilecciones de los individuos. Esta visión, sin embargo, no es necesariamen-
te válida: sin embargo, ya hemos visto antes que las características de los «creadores
cotidianos» pueden ser cualitativa y no sólo cuantitativamente diferentes de aquellas
que distinguen a los grandes creadores. Aún más, la música es un campo que, al pa-
recer, proporciona muchos casos excepcionales. El fenómeno del niño prodigio pare-
ce aflorar aquí con más frecuencia que en otros campos; voy a considerar algunas ra-
zones por las cuales esto podría ser así, antes de esbozar el trabajo realizado sobre
personalidad y estilo cognitivo.
La idea de que puede haber algún nexo entre la locura y el «genio» tiene una
larga historia (Tysoe, 1984): ¿Es esto particularmente marcado en el caso de la com-
posición musical? Se sabe que varios de los grandes compositores han sufrido algún
tipo de psicopatología. Storr (1972) se refiere a las personalidades obsesivas de Bee-
thoven, Chopin, Rossini y Stravinsky, sugiriendo que su actividad creativa puede ha-
berles proporcionado un medio de tratar con la inestabilidad mental. Una visión al-
ternativa podría sugerir que el hecho de ser creativo produce tensión e inestabilidad.
Éste es el argumento del huevo y la gallina, por supuesto; la relación causal, en el
caso de que exista, podría funcionar en ambas direcciones. Schumann sufrió depre-
sión y manías a lo largo de su vida adulta, y terminó en un manicomio. Handel era
maníaco-depresivo; el Mesías fue compuesto en su totalidad en sólo unas pocas se-
manas, durante un período eufórico de inspiración y creatividad («Pensé que veía
todo el cielo ante mí, e incluso al mismo Dios»).
La visión actual predominante parece ser que esos casos son la excepción más
que la regla; no hay ninguna prueba convincente de que uno tiene que estar loco
para ser creativo. Si los músicos tienen o no estilos distintos de personalidad sigue
siendo un interrogante empírico interesante, y finalizaré esta sección reseñando al-
gunos estudios al respecto.
Prodigios musicales
Es sabido que varios de los grandes compositores han mostrado talentos notables
a una edad muy temprana. Mozart componía, ejecutaba e improvisaba a la edad de
cinco años; de la misma manera, Haydn, Mendelssohn y Britten mostraron progresos
prodigiosos en la composición y la ejecución. Entre los intérpretes, el violinista Yehudi
Menuhin tocaba con orquestas sinfónicas a la edad de siete años, y el pianista Arthur
Rubinstein podía, a los tres años, tocar sin errores piezas de piano que había escuchado
sólo una vez. Beethoven, a los doce años, podía tocar partituras difíciles a primera vista,
y antes de cumplir los trece años ya había publicado tres sonatas para piano.
Sólo se han realizado uno o dos estudios sobre niños prodigio musicales; el mejor
conocido, con mucha diferencia, es el de Revesz (1925) sobre el húngaro Erwin Nyi-
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regyhazy. Este niño podía, a la edad de un año, cantar las canciones que escuchaba y, a
la edad de cuatro años, podía tocar exactamente en el piano cualquier pieza que escu-
chara. A los siete años, cuando Revesz lo examinó, podía transportar piezas de piano a
diferentes tonalidades; analizar acordes complejos con excepcional exactitud; leer a pri-
mera vista piezas difíciles, y memorizar melodías y obras complejas con más exactitud
que algunos músicos profesionales adultos. Este niño comenzó a componer a la edad de
seis años, dio giras por Europa como intérprete profesional a los once años, y continuó
una carrera de éxito como pianista. Yehudi Menuhin es otro ejemplo notable de niño
prodigio cuyo talento continuó desarrollándose a lo largo de su vida; pero también
están aquellos que no llegan a cumplir lo que prometen cuando pequeños. Winn (1979)
ha sugerido que, en las vidas de los prodigios musicales, durante la adolescencia se pro-
duce un período crítico de transición. Algunos se las arreglan con éxito para realizar la
transición desde una precocidad temprana hacia un arte maduro, mientras que otros
tropiezan, y hasta llegan a abandonar la práctica musical de tiempo completo.
¿Por qué hay prodigios en el campo de la música? Winner (1982) ha señalado
que, mientras todos los niños dominan las extraordinariamente complejas reglas y es-
tructuras del lenguaje, lo que les permite producir un número infinito de frases gra-
maticales novedosas, sólo unos pocos son capaces de hacer lo mismo con la música.
El rango de diferencias individuales en la expresión musical es mayor que el existen-
te en muchos otros ámbitos, y parece ser independiente del entrenamiento (Gesell e
Ilg, 1946). El talento musical aparece en niños que provienen de familias no musica-
les (Gardner, 1973a); y hay numerosos ejemplos de los llamados idiots savants, que
son deficientes mentales en la mayoría de los aspectos, pero que, no obstante, mues-
tran un talento musical superior al promedio (Shuter-Dyson y Gabriel, 1981, capítu-
lo 11). Todas estas características llevaron a Winner a la conclusión de que
[...] La aptitud musical es una capacidad neurológica separada e innata que requiere
comparativamente poca estimulación externa para emerger. En este sentido, la apti-
tud musical puede ser muy parecida a la aptitud física para caminar o la aptitud para
dominar la sintaxis del lenguaje [...]. La diferencia es que la capacidad para caminar o
hablar la poseen los seres humanos comunes: sólo los seres humanos excepcionales
poseen la capacidad para hacer música (p. 238).
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Hay muchos rasgos del «genio musical» que no son tan misteriosos. No hay duda
de que, incluso los prodigios más dotados, sólo pueden ser productivamente eficaces
con una gran cantidad de disciplina, entrenamiento y trabajo duro, y, por supuesto,
existen numerosos ejemplos de compositores famosos que no fueron prodigios, lle-
gando a la música relativamente tarde en la vida después de otras carreras (Borodin
era químico; Mussorgsky, militar; Chabrier, empleado público, etc.). No obstante, el
fenómeno es fascinante y parece presentar características psicológicas únicas.
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los dibujos complejos se relacionaba con un amplio rango de cualidades, como tempo
personal, fluidez verbal, impulsividad, expansividad, originalidad, sensualidad, receptivi-
dad, interés estético, femineidad en los hombres e independencia de juicio. En un tra-
bajo posterior (Barron, 1955), estos rasgos se asociaron directamente con la creatividad.
La importancia de la independencia de juicio en la creatividad fue confirmada en un es-
tudio que utilizó las técnicas para grupos pequeños de Asch (Asch, 1956). En los estu-
dios de Asch, a los sujetos «ingenuos» se los coloca en una situación conflictiva en la
cual un grupo de «secuaces» experimentales (aliados del investigador) defienden uná-
nimemente una proposición que es evidentemente errónea. Los sujetos ingenuos, o
bien se apegan a sus propias opiniones (los «independientes», que usualmente cons-
tituyen un cuarto de la muestra) o ceden a la presión del grupo (los «doblegados»,
que conforman los tres cuartos restantes). Barron encontró que los «independientes»
se describían a sí mismos como «artísticos», «emocionales» y «originales» en la Gough
adjective checklist (Lista de verificación de adjetivos de Gough) (Gough, 1960), y que
mostraban una preferencia por la complejidad en la Barron-Welsh art scale.
Otros varios investigadores (Cattell y Drevdahl, 1955; Cross, Cattell y Butcher,
1967) han trabajado siguiendo líneas similares y han llegado a conclusiones simila-
res: la fuerza del ego, la autoridad y el inconformismo emergen como características
comunes de los artistas y científicos creativos. La investigación de Hudson (1966,
1968) es importante en este punto porque representa una fusión de las ideas acerca
de la personalidad con las referidas a estilos cognitivos y habilidades. Las definicio-
nes que da Hudson de los «convergentes» y los «divergentes» se basan en niveles re-
lativos de resolución en estos dos tipos de tests cognitivos; pero este autor ha am-
pliado estas definiciones para referirse a tipos de personas, para las cuales podría pre-
decirse una constelación de rasgos de personalidad y aspectos del estilo de vida. Los
resultados empíricos de Hudson se basan principalmente en una muestra bastante
restringida de niños superdotados extraída de escuelas secundarias británicas, pero
sus hallazgos bien pueden tener implicaciones más amplias.
En Contrary imaginations (1966), Hudson encontró que había una fuerte ten-
dencia de los convergentes a especializarse en materias científicas, y de los diver-
gentes hacia las artes, y en Frames of mind (1968) elaboró el criterio de que estas in-
clinaciones cognitivas reflejan una diferencia, mucho más enraizada, entre dos sub-
culturas británicas emergentes, cada una con sus propios y distintivos estilos de
conducta y actitudes. Los divergentes tienden a respetar menos la autoridad, con
menos probabilidad de ser sexualmente rígidos en sus conductas y actitudes; son
menos defensivos emocionalmente, y son más propensos a dar rienda suelta a sus im-
pulsos. Estas características son el sello de la «personalidad creativa», como se descri-
bió anteriormente, pero del trabajo de Hudson no se desprende que los artistas di-
vergentes sean creativos, y que, correspondientemente, los científicos convergentes
no lo sean. Preferentemente, el pensador creativo, en cualquier esfera, es probable
que sea aquel individuo que posee ambas capacidades, convergentes y divergentes, y
que puede usar una en conjunción con la otra. Ciertamente, en el campo de la com-
posición musical no existen dudas de que las habilidades «convergentes» involucra-
das en el dominio de las reglas formales de la música son tan indispensables como las
habilidades «divergentes» de las cuales se originan las obras nuevas.
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Por otro lado, en los maestros de música, la misma personalidad central se mo-
difica para afrontar las condiciones ásperas y agitadas del aula; los estudios realiza-
dos con maestros de aula y estudiantes de magisterio (Kemp, 1982a) los mostró más
extravertidos y realistas, y obtuvieron puntuaciones menores en mediciones de sen-
sibilidad que sus colegas intérpretes.
Debemos tener en mente que todas estas descripciones de personalidad se
basan en los resultados de inventarios autoinformados, y, por lo tanto, las dimensio-
nes rotuladas pueden tener o no tener validez psicológica. ¡El compositor poco sofis-
ticado psicológicamente puede muy bien objetar ser descrito como poseedor de una
baja educación moral, y el maestro de música, que lo consideren poco sensible! Más
seriamente, los teóricos de la personalidad en estos días tienden a describir la perso-
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La aproximación psicométrica
El área mayor de investigación psicológica en creatividad, con mucha diferen-
cia, es la ubicada en la tradición psicométrica, que se ha centrado en tests de pensa-
miento convergente y divergente. Como señalé anteriormente, ésta es una aproxi-
mación esencialmente basada en la persona, que se centra en patrones de habilidad
cognitiva, y su principal modelo teórico es el de Guilford, discutido ya antes en este
capítulo. La distinción entre pensamiento convergente y divergente fue hecha hace
mucho tiempo por William James y otros, y el Reverendo H. L. Hargreaves (1927) di-
señó un número de «tests de imaginación» que eran notablemente similares a los
tests divergentes actuales. Hargreaves describió la imaginación en términos de flui-
dez, esto es, del número de asociaciones o ideas producidas en un contexto dado, y
de originalidad, es decir, el «valor de rareza» de esas ideas. Esta descripción fue con-
cebida dentro del contexto de la teoría de la inteligencia de «dos factores» de Spear-
man (1927, 1930), en la cual todas las habilidades son vistas como una combinación
de cantidades variables de inteligencia general (g), y algunos factores específicos de
contenido. Por lo tanto, Spearman consideró a las diferencias individuales en la cre-
atividad como derivadas de la cantidad variable de g que poseían los individuos, y de
sus talentos específicos en campos diferentes de la actividad creadora.
Son tantos los investigadores que han explorado la relación entre índices puta-
tivos de inteligencia, creatividad y logro escolar, que no voy a intentar aquí más que
una breve reseña de los hallazgos principales. Una vez establecido este marco, nues-
tro principal interés estará en el desarrollo de la creatividad con la edad, y la cons-
trucción de tests de «creatividad musical».
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y con la idea de que la personalidad y los factores motivacionales bien pueden ser más
importantes que las habilidades cognitivas para promover la creatividad en la vida real.
Wallach y Wing pudieron mostrar que las puntuaciones en tests divergentes
pueden predecir ciertos logros académicos y no académicos, lo que puede ser consi-
derado como evidencia de la validez de criterio de los tests. Estos autores encontra-
ron relaciones positivas entre la participación y los logros en el arte, en la ciencia y
la literatura, aunque la participación en música, en asistencia social y en teatro, al
parecer, no estaban relacionadas. Los aspectos relacionados con los logros educacio-
nales parecen ser un criterio apropiado para la creatividad en los sujetos de edad es-
colar, y son relativamente fáciles de cuantificar. Atribuir el desarrollo de la creativi-
dad más allá de la adolescencia es mucho más difícil, como veremos a continuación.
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Escala de CI
Reproducido, con autorización, de The nature of human intelligence, J. P. Guilford (1967). Nueva York. McGraw-Hill.
La edad y la creatividad
Estudios evolutivos de la duración del ciclo vital
Aplicar la perspectiva evolutiva de la duración del ciclo vital al tópico de la cre-
atividad dió origen a dos sugerencias: hay una declinación particular y repentina en
la creatividad aproximadamente a los nueve años de edad (la «depresión del cuarto
grado»); la capacidad creativa alcanza un pico al principio de la adultez y luego de-
clina con la edad.
La «depresión del cuarto grado» fue inicialmente descubierta por Torrance
(1967): sus análisis de las puntuaciones del «test del pensamiento creativo» figurati-
vo y verbal, obtenidos de muestras de niños entre primero y sexto grado, en diez cul-
turas, dio origen a la curva evolutiva generalizada que se muestra en el Cuadro 31.
La confirmación empírica de este resultado con una muestra británica proviene de
algunos de mis trabajos (Hargreaves, 1982c); esta confirmación es muy sólida porque
¡yo mismo desconocía la existencia de la depresión del cuarto grado cuando informé
de mi investigación por primera vez! Cinco grupos compuestos por 199 niños en edad
escolar, con intervalos de un año entre las edades de siete y doce años, completaron
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EDAD
un test divergente figurativo y verbal junto con el Draw-a-man test (Harris, 1963);
hubo una declinación muy clara en las puntuaciones del test verbal («Usos para los
objetos» ) en el grupo de ocho-nueve años. El análisis estadístico de la tendencia de
edad mostró en este test que no hubo diferencias significativas entre las puntuacio-
nes medias de fluidez de los niños de siete-ocho y ocho-nueve (9,47 y 7,10, respec-
tivamente), y que sí hubo una diferencia significativa entre el último grupo y la pun-
tuación media de los niños de nueve-diez años (11,58). Este efecto, presuntamente,
se presenta también, aunque mucho menos claramente, en el test figurativo («Círcu-
los» ).
Torrance explicó la depresión del cuarto grado en términos de las presiones y
tensiones personales que se producen a esta edad, y su trabajo para el Departamen-
to de Salud, Educación y Bienestar Social de los Estados Unidos apuntaba a buscar
medios para paliar esa situación. La idea es que las presiones que recibe el niño para
tener éxito en la escuela, provenientes de los padres, maestros, y pares, se vuelve par-
ticularmente intensa a los nueve años, y el marcado contraste entre esta presión y el
régimen más liberal de los años anteriores da origen a una discontinuidad pronun-
ciada en el desarrollo. Ésta se exterioriza en un desaliento generalizado con los as-
pectos académicos de la vida escolar, y por lo tanto se refleja en otras esferas y tam-
bién en el pensamiento creativo. Williams (1976) encontró que, en grupos de niños
norteamericanos de segundo, tercero y cuarto grado, se producína las correspon-
dientes depresiones del cuarto grado en la «motivación escolar» y en el «auto con-
cepto escolar» , ambos medidos mediante el Self Concept and Motivation Inventory
(Inventario de Concepto Propio y Motivación) (SCAMIN). El «auto concepto personal»,
medido por la Piers-Harris Self Concept Scale (Escala de Concepto Propio de Piers-
Harris), no mostró la depresión correspondiente, lo que sustenta la idea de que el
efecto es específico de la escuela.
El repunte en las puntuaciones que se producen después del cuarto grado indi-
188
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No puedo evitar pensar que hay algo errado con un sistema educacional que
produce la necesidad para una sistemática «prevención primaria en salud mental», y
que sería más provechoso eliminar las fuentes de presión que idear métodos para
poder manejarlas.
Una opinión ampliamente aceptada del desarrollo tardío de la productividad
creativa considera que ésta alcanza un pico hacia el final de los treinta años y luego
declina, y esa caída se acelera en la vejez. Esta curva de edad hipotética es la que se
muestra en el Cuadro 32. Ésta se basa en dos estudios históricos bien conocidos sobre
Cuadro 32. Curva hipotética de productividad creativa por edades respecto a la espe-
ranza de vida
CREATIVIDAD PRODUCTIVA
EDAD
189
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Simonton también señala que, en la mayoría de los campos de los logros, el pico
para los índices de calidad creativa tiende a ocurrir antes que el correspondiente a
cantidad creativa.
Anteriormente conjeturé que los prodigios de los niños tienden a ocurrir en
campos tales como la matemática y la música en virtud de lo altamente abstractos e
impersonales que son los sistemas de reglas involucrados; bien podría ser que la va-
riación entre las disciplinas, en este sentido, pudiera proporcionar una explicación
más general sobre las diferentes edades en las cuales el pico de productividad acon-
tece. Presumiblemente, el mejor trabajo de un individuo en campos como el de la his-
toria o la filosofía dependa de toda una vida de experiencia acumulada, y esto po-
dría explicar, llevado a los términos de la vida real, por qué los líderes políticos y na-
cionales tienden a ser viejos más que jóvenes. Logros excepcionales en, digamos,
matemática, dependen, por otro lado, de intuiciones precursoras en áreas del pensa-
miento mucho más abstractas y circunscritas; no son dependienes, en la misma me-
dida, de la experiencia acumulada.
Romaniuk y Romaniuk (1981) se han quejado de la gran confusión habida entre
rendimiento creativo y capacidad creativa al interpretar la investigación sobre este
tópico, y que hay una tendencia a explicar erróneamente las declinaciones que se ob-
servan con la edad en el rendimiento creativo, pero desde el punto de vista de la ca-
pacidad creativa. Estos autores sostienen que la capacidad creativa (o potencial)
puede no declinar con la edad, y que hay muchas otras explicaciones más plausibles
de los resultados antes descritos. El deterioro físico y sensorial puede inhibir la pro-
ductividad creativa en algunas áreas mucho más que en otras. Las presiones externas
para producir, como en las publicaciones académicas, también pueden seguir ten-
dencias de la carrera relacionada con la edad. En carreras académicas, la presión para
publicar se encuentra probablemente en su pico a los treinta años, y luego puede de-
clinar a favor de un énfasis sobre el trabajo administrativo. Romaniuk y Romaniuk
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dan otros diversos factores físicos, psicológicos y sociales que podrían aportar expli-
caciones alternativas sobre la declinación en la productividad creativa, concluyendo
que atribuirla a una declinación en la capacidad es «injustificadamente pesimista».
Las pruebas provenientes de estudios directos de los procesos cognitivos invo-
lucrados deben clarificar este asunto. Los estudios que han observado específica-
mente las habilidades más que la productividad parecen confirmar, en efecto, la idea
de una correspondiente declinación relacionada con la edad (por ej. Bromley, 1956;
Alpaugh y Birren, 1977; Jaquish y Ripple, 1981), pero Romaniuk y Romaniuk insisten
en que esas tendencias deben ser interpretadas muy cautelosamente. La edad es,
esencialmente, un índice más que una variable independiente, y los cambios relacio-
nados con la edad en cuanto al desempeño sobre las variables dependientes, podrí-
an ser atribuidos a todo un espectro de posibles factores causales diferentes. Hemos
visto en el Capítulo 2, por ej., que en ciertas tareas de discriminación melódica los
niños mayores se desempeñan mejor que los menores, pero atribuir eso en forma ine-
quívoca al desarrollo de la «conservación musical» es extremadamente riesgoso. Los
desarrollos concurrentes en el pensamiento lógico, en el uso de la semántica, y en el
control de la atención podrían contribuir en su totalidad al resultado observado, por
ejemplo, y podrían incluso explicarlo enteramente.
Romaniuk y Romaniuk señalan que esto da origen a dos problemas metodológi-
cos que deben enfrentarse al explicar la declinación observada en la productividad cre-
ativa en términos de habilidad. En resumen, el primer problema es que resulta difícil
extraer conclusiones generales acerca de procesos evolutivos a partir de datos trans-
versales, por cuanto diferentes cohortes de sujetos habrán estado inevitablemente ex-
puestos a entornos de aprendizaje cualitativamente diferentes. En particular, los suje-
tos más jóvenes de las muestras transversales tienen más probabilidades de haber cre-
cido en un entorno educacional tendente a promover las destrezas creativas que los
sujetos de las generaciones mayores. El segundo punto es que la creatividad es suscep-
tible de fuertes influencias ambientales: el curso de la creatividad de un individuo está
modelado hasta un punto considerable por eventos externos. Esto significa que los
cambios ecológicos de largo plazo (por ejemplo, en las actitudes sociales y políticas, o
en las condiciones económicas) que afecten consistentemente la creatividad individual
deberían ser incorporados dentro de un modelo completo de duración del ciclo vital.
Éstos son temas metodológicos generales que, por supuesto, se aplican a todas
las áreas de la investigación evolutiva; presumiblemente, sólo sabremos si el optimis-
mo de Romaniuk y Romaniuk acerca del curso de la creatividad durante la duración
del ciclo vital está o no justificado, cuando se disponga de datos longitudinales.
Mientras tanto, el trabajo de Simonton, parte del cual fue discutido en el capítulo 5,
ha adoptado lo que podría considerarse una aproximación longitudinal con datos ar-
chivísticos, como opuestos a los datos empíricos. Finalizaré esta sección describiendo
la parte de su trabajo dedicada específicamente a los efectos de la edad del compo-
sitor sobre la creatividad musical.
Estudios histórico/archivísticos
Como vimos en el capítulo 5, la investigación de Simonton emplea un sofisti-
cado sistema computadorizado de análisis de contenido de temas de música clásica,
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tomados de obras de consulta comunes. Tres de las variables que el autor derivó de
su base de datos (la productividad de toda la vida, originalidad melódica y fama te-
mática del compositor) parecen mantener relaciones consistentes con la edad del
compositor.
Simonton (1977) evaluó la productividad de diez compositores clásicos nacidos
antes de 1870, contando el número total de obras y el número total de temas produ-
cidos en períodos de cinco años a lo largo de su vida, y examinó las relaciones entre
esos índices y un número de factores externos, incluyendo la presión biográfica, la en-
fermedad física, el refuerzo social, la competencia, la intensidad de la guerra, los tras-
tornos internos y también la edad. El investigador encontró que lo que mejor describía
la relación entre la edad y la productividad creativa era una función de «J invertida del
revés». Esto es similar a la curva de edad conjeturada que se ha mostrado en el Cuadro
32, con picos de productividad para los temas musicales en los treinta, y para trabajos
completos en los cuarenta. Con la única (obvia) excepción de la enfermedad física, la
variable productividad pareció no relacionarse con las otras variables ambientales.
Para sondear aún más esta cuestión, Simonton (1980a) conjeturó que la origi-
nalidad melódica de los temas debería incrementarse como una función positiva de
la edad del compositor en el momento en que fueron compuestos. Esto fue someti-
do a test utilizando 5.046 temas de los diez compositores extremadamente eminen-
tes mencionados en el capítulo 5. De los resultados surgió nuevamente la función de
J invertida del revés: en otras palabras, hubo un incremento general de originalidad
con la edad, pero disminuyó hacia el final de la carrera del compositor. Otro hallaz-
go fascinante surgido de estos datos fue que la originalidad melódica, a través de
todos los compositores, fue una clara función positiva del tiempo histórico.
A medida que pasa el tiempo, cada compositor tiene que crear temas todavía más ori-
ginales para atraer la atención de los oyentes de música. La línea de base para la ori-
ginalidad melódica continúa moviéndose más y más arriba (1980a, p. 216).
Otro hallazgo relacionado fue que la fama de diferentes melodías resultó ser
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4. N. del T. Hay una amplísima referencia a las «Mediciones ...» De Bentley, en su propio libro titulado La
aptitud musical de los niños y cómo determinarla, 1967, Buenos Aires, Víctor Lerú.
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Cuadro 34. Cuatro subtests del Measures of Musical Divergent Production (Mediciones
de la Producción Musical Divergente) de Gorder
Uœ
& œ œ œ
Subtest 1 Agujeros
& œ œ œ œ œ œ
Subtest 2 Motivo I
U
& œ œ œ bœ œ
Subtest 3 Contornos
& œ œ œ œ œ bœ œ œ
Subtest 4 Motivo II
© 1980 by Music Educators National Conference. Reproducido con autorización del Journal of Research in Music Education.
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7
Psicología social y desarrollo musical
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rre Bourdieu (Bourdieu, 1971). Este autor argumenta que las fuerzas sociales impo-
nen y moldean las normas del gusto cultural: y en particular, que los grupos sociales
dominantes imponen sus criterios de gusto «legitimando» ciertas formas de arte y no
otras.
Una aplicación bastante obvia de este argumento al desarrollo del gusto musi-
cal reside en la dicotomía entre música «seria» y «popular», y en las formas como la
primera ha sido tradicionalmente «legitimada» por el establishment musical. Presu-
miblemente, se podría sustentar la tesis de Bordieu, demostrando que estas dos for-
mas de música revelan patrones diferentes de preferencia entre grupos de clases so-
ciales diferentes: más adelante, en este capítulo, reseñaré algunas de las investiga-
ciones que se han ocupado de este asunto. Ellas muestran fehacientemente que no
hay una simple relación bien definida.
Los «patrones de legitimación» están cambiando constantemente; cuando
Adorno (1941) analizó el tratamiento que hacía la industria del espectáculo de la mú-
sica de jazz y popular, por ejemplo, parecía sensato agrupar a esos dos géneros bajo
un único título. Esto, hoy sería invalidado, ya que la mayor parte de la música de jazz
es considerada por todos, menos por los comentaristas más conservadores, como mú-
sica «seria» más que «popular»; al menos en ciertos aspectos, ha sido «legitimada». Vu-
lliamy (1977) ha propuesto una versión más fina y contemporánea de la misma dis-
tinción, al sugerir que la música de rock se ha convertido en un dominio identificable,
«legitimado» dentro del campo más amplio de la música pop. Este autor sugiere que:
[...] Los músicos de rock buscan separarse de los músicos pop estableciendo ciertas pre-
misas, que podrían resumirse así:
. La música de rock no es comercial, mientras que la música pop sí lo es.
. El intérprete de rock es un artista sincero, creativo, que tiene control sobre su pro-
ducto.
. En la música pop, la separación entre el compositor, el intérprete y el productor le
niega al intérprete pop la posibilidad de la creatividad.
. La música pop es homogénea, mientras que la música de rock se subdivide en mu-
chos tipos diferentes que tienden a agradar a distintas secciones de la audiencia
de música de rock.
. La música de rock es rechazada por los medios de comunicación de masas ; éstos
se centran en la música pop estandarizada («simples»).
. La música de rock es compleja y musicalmente desarrollada (con respecto a los cri-
terios musicales afroamericanos), mientras que la música pop es estandarizada y
musicalmente vulgar (p. 191).
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que moldean a las mismas formas musicales: mi principal interés reside en las formas
en que las fuerzas sociales moldean las reacciones psicológicas a la música. En la pró-
xima sección consideraremos algunas de las teorías que han sido propuestas.
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Es interesante comparar esta teoría con lo que Hirsch (1971) ha dado en llamar
la teoría de la «aguja hipodérmica» en relación a los efectos que las letras de las can-
ciones tienen sobre los adolescentes, y de acuerdo a la cual
[...] Se supone que los valores (implícitos o explícitos) expresados en las canciones po-
pulares de protesta de éxito son a) claros para una mayoría de oyentes, b) suscritos
por una gran proporción de oyentes, y c) tienen probabilidades de influir en las actitu-
des y comportamientos de los no comprometidos (p. 376).
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Es fácil ver cuán similares son estas premisas con las planteadas por el músico
de rock acerca de su propia actividad en relación con la música «popular», que esbo-
zamos anteriormente.
La «hipótesis de la masificación» se ha encontrado con una cantidad considera-
ble de críticas; uno de sus críticos principales ha sido Gans (1974), quien sostiene que
la cultura occidental se caracteriza por la diversificación más que por la masificación;
y que en ella existe un grado considerable de lo que él llama «pluralismo cultural».
Este pluralismo es descrito en términos de los conceptos de «culturas del gusto» y
«públicos del gusto». Las culturas del gusto son los valores conscientes y conforma-
dos y las preferencias de diferentes grupos sociales; sirven para
[...] Entretener, informar y embellecer la vida, y para expresar valores y normas estéti-
cas y de gusto (Fox y Wince, 1975, p. 199).
Los públicos del gusto son los grupos de prsonas que subscriben una cultura del
gusto en particular; y la separación entre ambos indica que una cultura del gusto es
un concepto abstracto que presumiblemente puede ser definido con independencia de
las personas que se suscriben a él (por ejemplo, el público de gusto). Gans identifica,
en Estados Unidos, cinco culturas del gusto principales, asociadas con sus correspon-
dientes públicos del gusto. Éstas recorren un continuum de clases sociales, es decir,
«cultura alta», «cultura media-alta», «cultura media-baja», «cultura baja» y «cultura
baja cuasi-folklórica». Las culturas del gusto son, de este modo, consideradas como
enraigadas en la estructura social; y Gans pone énfasis, al respecto, en la importancia
de los valores y actitudes educacionales de los diferentes grupos socioeconómicos.
La investigación de Fox y Wince (1975) fue
[...] Un intento modesto para examinar empíricamente... los conceptos de la «cultura
del gusto» y el «público del gusto» (p. 198).
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Fox y Wince consideran que estos resultados apoyan los conceptos de Gans
sobre culturas del gusto y públicos del gusto, en el sentido de que representan un
modelo patrón variado en lugar de un gusto musical común «masificado»; y las dos
variables de antecedentes que parecen ejercer los efectos más fuertes son la prefe-
rencia religiosa y la clase social. Fox y Wince comentan que la primera puede resul-
tar de la importancia de un «factor religioso» en la sociedad norteamericana, que
probablemente afecte muchos aspectos del estilo de vida. Ya que este factor puede
haber aumentado en importancia más que disminuido, en algo así como los diez años
que pasaron desde que se recolectaron los datos, el efecto podría ser aún más pode-
roso en nuestros días. En la próxima sección me dedicaré con más en detalle a inves-
tigaciones sobre los efectos de la clase social.
Dixon (1981) realizó un estudio de seguimiento utilizando una aproximación si-
milar a la de Fox y Wince, e incorporando varias mejoras metodológicas. Sus sujetos
(estudiantes universitarios) no evaluaron nueve, sino dieciséis géneros musicales; se
utilizaron formas mejoradas de las escalas de evaluación y de los procedimientos
analíticos factoriales empleados, y los análisis se llevaron a cabo separadamente para
los sujetos negros y blancos. Dixon encontró patrones de preferencia muy distintos
entre los grupos de sujetos blancos y negros, y en general concluyó que sus resulta-
dos daban un claro apoyo a la hipótesis de la cultura del gusto/público del gusto, más
que para la de la masificación. Skipper (1975) no halló pruebas de masificación en las
preferencias musicales de estudiantes universitarios canadienses y norteamericanos.
Lo que encontró fue que esas preferencias fueron conformadas de acuerdo al sexo, a
la raza y a la clase social con la música clásica y folklórica, y el rock duro y el rhythm
and blues, preferidos respectivamente por los estudiantes de clases sociales altas y
bajas. Aparentemente, la clase social tuvo un efecto más débil sobre las preferencias
de los estudiantes canadienses que sobre las de los norteamericanos, y los primeros
no manifestaron «americanización».
El trabajo de Robinson y Hirsch (1969, 1972; y también Hirsch, 1971) proporcio-
na pruebas de la diversidad del gusto musical desde un punto de vista diferente. Uno
de sus intereses principales residía en saber en qué medida la canción popular norte-
americana poseía un encanto universal o masivo, es decir, si las letras de la canción
popular reflejaban o no los valores dominantes de la sociedad norteamericana, y si di-
rigían su encanto hacia un mercado lo más amplio posible. Estos autores realizaron
sondeos entre grandes grupos de estudiantes secundarios norteamericanos sobre sus
actitudes hacia las canciones populares en general, y en particular hacia los «éxitos
populares de protesta social». A pesar de que los «éxitos populares actuales» parecían
ser casi universalmente populares, había gran cantidad de variaciones conformadas
dentro de esta categoría. Hirsch (1971) dedujo, a partir de los resultados, que
[...] La audiencia adolescente estratificada (usualmente considerada por los adultos
como una horda indiferenciada) es un conjunto de individuos que forman distintas su-
baudiencias de música popular —para éxitos de protesta, u otras canciones, o cancio-
nes de rhythm and blues— con pocos entrecruzamientos en las asociaciones (p. 379).
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le daban a los medios audiovisuales. El interés principal, sin embargo, residió en las
actitudes específicas de los profesores respecto al rol de los medios de comunicación
de masas; se les preguntó acerca de su percepción de la influencia de los medios
sobre sus alumnos y acerca del uso personal que le daban en el aula a los materiales
de los medios de comunicación de masas . Se identificaron cuatro tipos básicos de
aproximación. Los profesores podían ser «altos» o «bajos» en su orientación hacia los
medios, es decir, respecto al grado en que utilizaban material de los medios en sus
lecciones, y podían ser «favorables» o «desfavorables» en su actitud hacia los medios.
A partir de las descripciones que hacen los autores de sus resultados, no es generali-
zar demasiado deducir que la actitud hacia los medios fue indiferente, si no franca-
mente hostil. Incluso algunos de esos docentes cuyas actitudes eran favorables ten-
dían a utilizar el material de los medios para «dorar la píldora», atrayendo la atención
inicial de sus alumnos sobre un tema, antes de dedicarle una atención más seria.
En el otro lado del «conflicto cultural», el estudio de los alumnos investigó una
amplia variedad de actitudes hacia aspectos generales y específicos de la escuela, ac-
tividades del tiempo libre y cultura popular (especialmente música popular). Una de
las variables investigadas, a través de una escala de actitud especialmente construi-
da, fue el grado de compromiso, o falta de él, hacia la escuela; esto, predictiblemen-
te, resultó estar mediatizado en grado considerable por la clase social. Hargreaves
(1967) sugirió que existen esencialmente dos culturas principales de grupos de pares
entre los alumnos de la escuela secundaria: la «académica» (comprometida con la es-
cuela) y la «delincuente» (antiescuela). Murdock y Phelps elaboran esta postura y, al
explicar sus propios resultados, desarrollan un distinción ulterior entre cultura esco-
lar, popular y callejera. En el caso de los muchachos de clase media, hubo una pola-
rización bastante clara entre los roles «académicos» y de «tiempo libre»; el análisis
factorial de un cuestionario de autodescripión reveló que se percibían a sí mismos o
bien principalmente en el rol de alumnos o en términos de los roles ofrecidos por el
entorno del tiempo libre. En el caso de los muchachos de clase trabajadora más baja,
la distribución no fue tan clara. La principal razón de ello parece ser la diferenciación
que hubo entre los roles de «rebelde» y «par callejero» con el de «fanático popular»,
que no estuvo presente en las autopercepciones de los muchachos de clase media.
Resulta interesante que los patrones generales para las muchachas parecieron estar
menos afectados por la clase social; con los muchachos de clase media, hubo una
bastante clara polarización entre los roles de «alumno» y de «tiempo libre» (princi-
palmente popular).
Estas distinciones son bastante complejas y tenues, y el cuadro se complica aún
más según concurran los alumnos a las escuelas de lenguas clásicas, secundarias mo-
dernas o integradas. Desde nuestro punto de vista, lo que es más importante es que,
obviamente, el gusto musical está fuertemente influido por las presiones subcultura-
les del grupo de pares. Murdock y Phelps realizaron algunos análisis detallados de los
patrones de preferencias de música popular dentro de los diferentes grupos. Un es-
tudio, basado en el análisis factorial de las evaluaciones que realizaron los alumnos
respecto a doce discos populares diferentes, en nueve escalas de tipo semántico-di-
ferencial (como «interesante-aburrido», «común-original» y «suave-poderoso»), los
llevó a proponer cuatro «agrupamientos de gustos» básicos, que se muestran en el
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Cuadro 35. Las dos dimensiones interactuantes principales son «corriente principal y
subterránea (underground) (en relación a si los artistas populares son percibidos o no
como pro o anti-establishment), y «actividad-potencia y comprensibilidad». Esto úl-
timo se supone que representa la diferencia entre la música que destaca el pulso y el
ritmo, como el soul o el reggae, y la «ejecutada por blancos que destacan las letras»
(p. 108). En el Cuadro 35 se muestran ejemplos de cada uno de los cuatro agrupa-
mientos.
Los resultados mostraron que las preferencias entre los cuatro agrupamientos
estuvieron influidas significativamente por la edad, la clase social y el compromiso
con la escuela . En cuanto a la edad, entre los doce y catorce años hubo un desliza-
miento de la preferencia desde la «corriente principal» popular hacia el underground.
Aunque más de la mitad de todos los encuestados expresó una preferencia por la co-
rriente principal popular, los que optaron por el underground popular tendían a per-
tenecer a ambientes de clase media más que de clase trabajadora. Esto coincide con
algunos de los hallazgos de la investigación sobre las «culturas del gusto» (nortea-
mericanas) mencionados anteriormentene: Murdock y Phelps sugieren que esto
puede haber surgido porque los alumnos de clase media expresan sus actitudes an-
tiescolares a través de las culturas populares más que a través de las callejeras. En
cuanto al compromiso con la escuela, no es demasiado sorprendente que los alum-
nos que expresaron bajos niveles de compromiso tendieron a preferir la música po-
pular underground más que la de la corriente principal.
Me he extendido bastante discutiendo el estudio de Murdock y Phelps porque,
hasta ahora, probablemente sea el que proporciona la explicación más detallada y elabo-
rada del complejo proceso por el cual varias influencias sociales se combinan para mol-
dear el desarrollo de los gustos musicales en los alumnos de la escuela secundaria. Tengo,
sin embargo, dos reservas acerca de la aceptación sin críticas de sus conclusiones.
Cuadro 35. Cuatro agrupamientos del gusto en las descripciones de la música popular
hechas por alumnos
Cúmulo 1 Cúmulo 2
Actividad-potencia Aretha Franklin (soul) Rock duro
(Música basada en la cultura Jackson Five («Motown») (Rolling Stones)
negra, que destaca el pulso y el Owen Gray (Reggae) Blues urbano progresivo
ritmo) Brotherhood of Man (Johnny Winter)
Creedence Clearwater
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Schuessler Adultos «Canción antigua», «clásica», Los sujetos con nivel ocupacio-
(1948) «jazz», «clásica moderna», «vals nal más alto prefirieron la clási-
antiguo», «clásica ligera», «popu- ca.
lar», «campesina»
Rogers De segundo a «Clásica seria», «clásica popular», En general fue preferida la «mú-
(1957) duodécimo «música para las comidas», «mú- sica popular»: la «clásica» fue
grados sica popular» preferida por los sujetos de nivel
socioeconómico alto.
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sujetos de nivel ocupacional más alto. Este hallazgo también aparece en los resulta-
dos de Baumann (1960), quien investigó las preferencias musicales adolescentes por
medio de un Inventario de Preferencia Musical especialmente ideado. Baumann en-
contró que, en general, sus sujetos adolescentes disfrutaban de los fragmentos de mú-
sica «popular» más que de los fragmentos equivalentes de música «clásica» o «tradi-
cional»; pero, dentro de la muestra, los grupos de nivel socioeconómico más alto dis-
frutaban más de los fragmentos «clásicos» que los grupos de nivel más bajo. Otro
resultado interesante fue que los sujetos de «nivel bajo» tenían otro tanto de proba-
bilidades de expresar una preferencia por escuchar música en una vitrola, tal como los
sujetos de «nivel alto», que preferían escuchar discos en su casa. Esto es fácil de expli-
car en términos de las diferencias entre la culturas «callejera-/popular» de la clase tra-
bajadora, y «académica-popular» de la clase media, descritas en la última sección.
Rogers (1957) reprodujo piezas de música «clásica seria», «clásica popular»,
«para las comidas» y «popular» a 635 niños con un rango de edades entre 8 y 16 años.
Una vez más, aunque en general prefirieron la música «popular», las piezas «clásicas»
les gustaron relativamente más a los sujetos de nivel socioeconómico más alto. Un
estudio que no parece encuadrarse dentro de este patrón recurrente es el de Fisher
(1951). Este autor obtuvo las listas de preferencia de 251 estudiantes sobre cinco pie-
zas poco conocidas de música clásica, cuya identidad era desconocida para los suje-
tos. Fisher no encontró diferencias claras entre las listas de tres grupos socioeconó-
micos diferentes, y sugirió que los factores que normalmente determinan el agrado
o el desagrado por piezas de música conocidas no entran en funcionamiento cuan-
do la identidad de los compositores es desconocida.
Otra pequeña área de investigación, que arroja alguna luz sobre la relación
entre la clase social y el gusto musical, es la que se ocupa de las actitudes políticas.
Fox y Williams (1974) encontraron que la orientación política de los estudiantes es-
taba asociada con el interés por la música (medido en términos de la asistencia a con-
ciertos y la compra de grabaciones) y con los estilos musicales preferidos (evaluados
por medio de escalas de evaluaciones). Estos autores encontraron que los estudian-
tes «liberales» tendían a estar más involucrados con la música que los «conservado-
res»; y que los últimos preferían los éxitos populares actuales, mientras los primeros
preferían la música folklórica. Mashkin y Volgy estudiaron las relaciones entre las
preferencias de estudiantes universitarios por música rock, folklórica y country y del
oeste norteamericano, y sus puntuaciones en mediciones sobre la alienación política,
la alienación social, las actitudes hacia las mujeres y las ideología posburguesa. Los
autores encontraron que los oyentes de música folklórica eran los más alienados, los
oyentes de música country, los menos alienados, y los oyentes de rock se encontra-
ban entre ambos extremos. De todas maneras, los autores no tenían ninguna certe-
za respecto a las implicaciones causales de estas relaciones: las preferencias musica-
les pueden moldear y determinar las actitudes sociales y políticas, y viceversa.
Los estudios delineados en esta sección demuestran de manera bastante con-
cluyente que las personas de grupos socioeconómicos más altos tienen más probabi-
lidades de preferir la música «seria» que las de grupos más bajos, y que las personas,
en general, prefieren la música «popular» a la «seria». De esto, no necesariamente se
deduce que los grupos de nivel más bajo tiendan a preferir la música popular: como
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vimos antes, en los patrones de preferencia dentro de la música popular existen di-
ferencias bastante complejas basadas en la clase social. Debemos tener en mente que
la mayor parte de esta investigación se basa en los gustos musicales de sujetos ado-
lescentes y alumnos universitarios, y por lo tanto, no es representativo del público
oyente en general. Esta población, en particular, de sujetos, probablemente sea el
foco de la mayoría de los estudios, porque las preferencias musicales son una carac-
terística sobresaliente de la vida adolescente y universitaria, y probablemente den un
claro y más detallado cuadro de las influencias sociales de lo que podrían dar los gus-
tos de otros grupos de edad.
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Los estudios sobre los efectos del prestigio y la propaganda en las respuestas a
la música se resumen en el Cuadro 37 en términos de sus poblaciones de sujetos, los
estímulos musicales empleados y los resultados obtenidos. Uno de los estudios mejor
conocidos es el de Rigg (1948). Este autor reprodujo seis piezas de música, incluyen-
do tres de Wagner, a tres grupos de estudiantes universitarios en dos ocasiones se-
paradas; es significativo que el experimento fuera conducido justamente antes del
estallido de la Segunda Guerra Mundial. En la primera ocasión, a ninguno de los su-
jetos se le proporcionó información sobre la música. En la segunda ocasión se le dijo
a un grupo que Wagner era el compositor favorito de Hitler y que su música era
usada en las ceremonias nazis. Esta propaganda negativa no produjo una declinación
en las estimaciones de agrado por aquellas dos piezas, sino un pequeño aumento
(presumiblemente debido al efecto de la «mera exposición»). Este incremento fue
mayor en el grupo control, que nuevamente no recibió ninguna información. Los ma-
yores aumentos en el agrado entre las dos condiciones fueron comunicados por el
tercer grupo, al cual se le describió la música en términos románticos. En este estu-
dio, la propaganda fue claramente de naturaleza emotiva, y es bastante sorprenden-
te que no haya tenido un efecto negativo más poderoso sobre las evaluaciones.
Duerksen (1972) hizo escuchar una grabación magnetofónica de la Sonata para
Piano nº 6 de Beethoven a dos grupos de estudiantes universitarios, unos, músicos y,
otros, no, en dos ocasiones separadas. A los sujetos del grupo control se les dijo que
escucharían dos ejecuciones de la misma composición, y se les pidió que las evalua-
ran en cada ocasión en ocho escalas, relacionadas con distintos aspectos de calidad
(exactitud rítmica, corrección en las notas, adecuación del tempo, adecuación del
acento, contraste dinámico, calidad del sonido, interpretación, calidad general de la
ejecución). A los sujetos del grupo experimental se les dijo que una de las interpre-
taciones era de un pianista profesional eminente, Wilhelm Backhaus, y que la otra es-
taba tomada de la grabación de una audición presentada por un estudiante que as-
piraba a ser admitido en un curso de música para graduación; la mitad de estos su-
jetos escucharon primero la ejecución «profesional» y la otra mitad escucharon
primero la interpretación del «estudiante». Duerksen encontró que los miembros del
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Geiger Audiencias de Haydn, Schubert, Mozart, Be- La descripción del programa musical
(1950) radio ethoven, Mendelssohn como «clásico», en lugar de «popu-
lar», redujo el número de audiencia
a la mitad
Weick, Gil- Músicos de Piezas nuevas de jazz (para Las piezas descritas como teniendo
fillan y orquesta-jazz ser ejecutadas) un arreglista «serio» fueron mejor
Keith interpretadas, recordadas y más
(1973) preferidas que las descritas como
teniendo un arreglista «no serio»
Castell y 6-7, 8 -9, 10- Cuatro piezas estilísticamente La descripción de las piezas como
Hill 11, 14-15, 18- ambiguas «clásicas contemporáneas» o «rock
(1985) 19 años progresivo moderno» influyeron en
las estimaciones de agrado: interac-
ciones con la edad.
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los aspectos más subjetivos. Los miembros del grupo control evaluaron consistente-
mente la segunda interpretación como mejor que la primera; y Duerksen interpretó
esto como un efecto del tipo «mera exposición». Otros dos aspectos interesantes de
sus resultados eran que los estudiantes de música en el grupo experimental aparen-
temente fueron tan susceptibles al efecto del prestigio como los estudiantes no mú-
sicos; y que las estimaciones de las características objetivas de las ejecuciones se vie-
ron afectadas en la misma medida en que lo fueron los aspectos más subjetivos.
Radocy (1976) presentó información falsa acerca de interpretaciones idénticas
de piezas clásicas en trompeta, orquesta y piano; y acerca de supuestos composito-
res y los juicios imaginarios de oyentes previos, sobre ejemplos apareados de cuatro
períodos estilísticos (barroco, siglo xx, clásico y romántico). El autor encontró que
esta información ejerció una fuerte influencia sobre las estimaciones evaluativas y de
preferencia de sus sujetos estudiantes universitarios de música, en el sentido de que
aquellas podían estar influidas para ajustarse a las de un maestro u otra figura de au-
toridad.
Una fuente poderosa de efectos del prestigio es la manera como las piezas mu-
sicales son categorizadas estilísticamente. Chapman y Williams (1976) realizaron un
estudio con escolares de 14-15 años, en el cual el nivel percibido de una pieza esti-
lísticamente ambigua fue manipulado titulándolo con una de las dos formas dife-
rentes. Los investigadores establecieron primero, a través de un estudio preliminar,
que los sujetos de su muestra eran entusiastas de la música «popular progresiva», ne-
gativamente predispuestos hacia la música «seria». Todos los sujetos escucharon una
parte de una obra de un compositor contemporáneo «serio», Toru Takemitsu, que
guardaba algunas semejanzas con la música «popular progresiva»; y se les pidió que
la evaluaran en doce escalas bipolares de estimación («interesante-aburrida», «buena-
mala», «seria-graciosa», etc.), así como en algunas mediciones de preferencia con
final abierto. Los sujetos fueron divididos en tres grupos de igual tamaño: al grupo
de «nivel alto» se le dijo que la música era de un compositor popular progresivo
(Roger Waters, de Pink Floyd); el grupo de «nivel bajo» escuchó una descripción ver-
dadera del compositor, como «un compositor japonés líder de música seria moderna»;
y el grupo de control no recibió ninguna descripción. Los resultados revelaron dife-
rencias significativas entre las estimaciones de los grupos de «nivel alto» y «nivel
bajo» en tres de las escalas; el primer grupo encontró la música más «interesante»,
«espectral» y «triste» que el segundo grupo. Las estimaciones del grupo control ten-
dieron, en la mayoría de las escalas, a ubicarse fuera de las estimaciones realizadas
por los otros dos grupos, más que entre ellas.
Castell y Hill (1985) siguieron la investigación de Chapman y Williams con un
estudio que investigó los aspectos evolutivos potenciales de los efectos del prestigio.
Una investigación preliminar (comunicada por Castell, 1984) había identificado cua-
tro piezas que fueron consistentemente tituladas por grupos grandes de adultos,
como música «clásica contemporánea» o «rock progresivo» o como ambas. Estas pie-
zas fueron reproducidas para cuarenta sujetos en cada uno de los cinco niveles eta-
rios (6-7, 8-9, 10-11, 14-15, y 18-19 años), quienes las evaluaron en cuanto a «gusto»
y «calidad»: la administración del test de los dos grupos más jóvenes tuvo lugar un
año después que el de los otros tres. La mitad de los sujetos en cada grupo de edad
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independientes que pudieran ser estudiados el uno aislado del otro, y consideró, en
cambio, que eran interdependientes. Crozier y Chapman (1981) se inclinan a apoyar
esa opinión, ya que los sujetos, en varios de los experimentos, comunicaron cambios
en su percepción de la música junto con cambios en sus evaluaciones subjetivas de
ella. La mediación de los efectos del prestigio y la propaganda, a través de la reorga-
nización perceptual, continúa siendo una iniciativa teórica interesante, aunque to-
davía no comprobada. En un sentido, representa un énfasis individual, «cognitivo»,
más que principalmente «social», aunque éstos, probablemente, son complementarios
más que contradictorios.
Interacción social
Muy pocos estudios de psicología social experimental, basados en el laborato-
rio, han investigado los efectos que tienen las variaciones en la situación social-in-
terpersonal inmediata sobre el comportamiento musical, aun cuando esta aproxima-
ción, probablemente, demuestre ser muy productiva.
El mayor cuerpo de investigación, con gran diferencia, es el realizado por Ko-
necni y sus colaboradores en la Universidad de California, en San Diego, y que ha sido
reseñado en profundidad por el mismo Konecni (1979, 1982). En el capítulo 5 hemos
mencionado los reclamos generales de este autor acerca del fallo de los psicólogos
musicales para explicar adecuadamente el contexto social de la audición musical: el
trabajo de Konecni, original, pionero y a veces extravagante, incorpora algunos en-
foques valiosos para abordar ese tema, al proponer un modelo teórico que combina
el entorno social, el estado emocional del oyente y la preferencia musical:
El modelo presume que la música y los estímulos estéticos en general [...] son, simple-
mente, otro aspecto del entorno acústico (o visual) de una persona y que son elegidos
principalmente con el propósito de optimizar el estado anímico y la emoción. El mode-
lo considera a la persona como comprometida en un intercambio constante con el en-
torno social y no social, del cual los estímulos acústicos son una parte. Se supone que
el comportamiento social de otros [...] tiene un efecto profundo sobre los estados emo-
cionales de una persona, que, a su vez, afectan las elecciones estéticas, incluyendo la
elección de música que una persona hará en una situación dada. El grado de diversión
de la pieza elegida presumiblemente varía como una función de las condiciones mi-
croambientales sociales y no sociales concurrentes [...]. Se supone, posteriormente, que
el escuchar música produce cambios en el estado emocional del oyente o de la oyente,
y por lo tanto afecta su comportamiento hacia otros en esa situación. Como el com-
portamiento social es, por definición, interactivo, se puede asumir con seguridad que
el comportamiento hacia el oyente dirigido por otros, también cambiará, resultando en
una posterior modificación del estado emocional del oyente, y posiblemente con pos-
terioridad, en diferentes elecciones musicales. El modelo contiene entonces un carac-
terística de rulo de retroalimentación que representa la naturaleza en curso de la in-
teracción de una persona con el entorno social y musical: una serie de episodios esté-
ticos mediados por cambios en el humor y el estado emocional (1982, pp. 500-501).
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sus sujetos varios estados emocionales diferentes y evaluando su agrado por diferen-
tes piezas de música bajo estas condiciones. En la primera parte del experimento de
Konecni, Crozier y Doob (1976), algunos de los sujetos fueron repetidamente insul-
tados por un cómplice del experimentador, que se hacía pasar como un sujeto. El tra-
bajo piloto ya había establecido que eso, con seguridad, producía enojo en los suje-
tos experimentales, tanto en términos de mediciones fisiológicas como de relatos
subjetivos. En la segunda parte del experimento, los sujetos elegían escuchar episo-
dios de 10 segundos de uno de los dos tipos de melodías generadas por computado-
ra apretando uno de los dos botones para cada una de las cincuenta pruebas. Los dos
tipos de melodías variaban considerablemente en la complejidad objetiva; la investi-
gación previa había establecido que, escuchando las melodías en condiciones neu-
trales (por ejemplo, no excitados), los sujetos, típicamente, no habían evidenciado
una preferencia significativa ni por las melodías simples ni por las complejas.
Los sujetos fueron divididos en tres grupos.
.Los del primer grupo, «en espera molestos», fueron insultados; luego espera-
ron solos en un cuarto sin nada que hacer, y luego escucharon las melodías.
El resultado fue que evidenciaron una marcada preferencia por las melodías
simples, eligiendo escucharlas aproximadamente en el 70 % de las pruebas.
.Los sujetos del segundo grupo, «en espera sin molestia», que no fueron in-
sultados pero también esperaron, no mostraron tal preferencia. (Estos suje-
tos actuaron esencialmente como controles, y su falta de preferencia es pre-
dictible a partir de los hallazgos anteriores.)
.Los sujetos del tercer grupo, «con descarga molestos», fueron insultados de
la misma manera que el primer grupo experimental, pero luego se les dio la
oportunidad de desquitarse contra el cómplice propinándole un número fijo
de lo que ellos pensaban que eran descargas eléctricas. Igual que el grupo
«en espera sin molestia», estos sujetos no evidenciaron una preferencia pro-
nunciada por ningún tipo de melodía.
Konecni y cols. dedujeron de este experimento que el estado de enojo del grupo
«en espera molesto» representó un alto nivel de excitación que no estaba presente en
los sujetos del grupo «en espera sin molestia», y que los primeros prefirieron escuchar
melodías simples en lugar de complejas para minimizar cualquier posterior aumento
en la excitación. La agresión reivindicatoria del grupo «con descarga molesto» sirvió
como una «válvula de escape», es decir, para bajar la excitación a un nivel normal, de
manera que sus preferencias nuevamente se mostraron parecidas a las del grupo «en
espera sin molestia». La noción de que una alta excitación origina preferencias por
melodías simples en lugar de complejas, fue confirmada por los resultados de algu-
nos otros estudios (Konecni y Sargent-Pollock, 1976) que emplearon medios no so-
ciales para inducir la excitación, incluyendo la exposición a la explosión muy inten-
sa de un sonido de onda cuadrada, y la ejecución concurrente de actividades cogni-
tivas. Konecni sugiere que este efecto es mediado, probablemente, por una
disminución en la capacidad para procesar información; los sujetos muy excitados
minimizan las exigencias sobre su sistema, prefiriendo escuchar secuencias con baja
información en lugar de con alta información.
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Es difícil saber qué hacer con esta interpretación bastante elaborada, pero, cier-
tamente, los resultados de Ridgeway coinciden con la demostración de Konecni de
que las variaciones en la situación social pueden afectar directamente las preferen-
cias en la audición musical. El rulo de retroaalimentación que él propone implica
también que la dirección de esta relación causal puede ser revertida, y en otro estu-
dio (Konecni, 1975) se investigaron los efectos que produce el escuchar diferentes se-
cuencias musicales sobre los estados emocionales y el comportamiento. La aproxi-
mación general consistió aquí en manipular el nivel de excitación de los sujetos por
medio de insultos, como en la investigación descrita más arriba, y luego, aumentar
este nivel hasta grados variables a través de la audición de melodías que eran dife-
rencialmente repulsivas. Esto se logró manipulando tanto el nivel de audición (por
ejemplo, la intensidad) como la complejidad de las melodías. La variable dependien-
te, es decir, el comportamiento agresivo, se evaluó dándoles a los sujetos la oportu-
nidad aparente de suministrar descargas eléctricas supuestamente dolorosas al cóm-
plice en cada una de las numerosas pruebas. Por lo tanto, el experimento fue dis-
puesto de manera que los sujetos, habiendo sido insultados en algunos grupos
experimentales y en otros no, escuchaban melodías que variaban en el nivel de au-
dición y complejidad, mientras decidían si electrocutar o no al cómplice.
Los resultados tendieron a corroborar la teoría de la «excitación». Con pocas ex-
cepciones, los grupos control de sujetos no insultados mostraron bajos niveles de
agresión hacia el cómplice, y esto no fue de ninguna manera afectado por las carac-
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terísticas de las melodías. Los sujetos insultados, por otro lado, mostraron altos nive-
les de agresión, y esto interactuó con las características de las melodías. Los mayores
niveles de agresión fueron observados en los sujetos que habían escuchado melodías
complejas y con mucha intensidad; los sujetos que escucharon melodías complejas con
bajos niveles de intensidad, y melodías simples con altos niveles de intensidad, mos-
traron niveles intermedios de agresividad. Sorprendentemente, quienes escucharon
melodías simples a bajos niveles de intensidad, mostraron poca agresión; en realidad,
fueron menos agresivos que algunos sujetos que no habían sido insultados, y Konec-
ni sugiere que esto puede demostrar las propensiones sedativas activas de algunas me-
lodías: éstas parecían haber sido muy efectivas para reducir la excitación.
Los experimentos de Konecni son audaces e imaginativos, y representan un in-
tento genuino para abordar las interacciones entre los aspectos cognitivos, sociales y
emocionales del comportamiento artístico. Las operacionalizaciones experimentales
de estas interacciones, como en el estudio ya mencionado, son necesariamente ela-
boradas y complejas: establecer alguna relación clara podría aparecer como una po-
sibilidad bastante remota. Por lo tanto, es sorprendente y, más aún, gratificante, que
la evidencia presentada por Konecni en favor de su modelo teórico parece estar bas-
tante bien definida, aunque, inevitablemente, algo limitada. Sería fácil criticar su in-
vestigación en diferentes terrenos. Los paradigmas experimentales se basan en los
utilizados por los estudios sobre autoridad y obediencia, como los de Milgram, y se
podría argumentar que esos paradigmas son inapropiados para el estudio de la audi-
ción musical. Hay críticas muy difundidas sobre los aspectos éticos de estos paradig-
mas y sobre su artificialidad y tortuosidad. De todas maneras, el movimiento se de-
muestra andando; Konecni ha dado unos pasos importantes y pioneros hacia la que
él ve como
[...] una psicología de la música que reconoce el rol de los factores sociales, emociona-
les y cognitivos en la apreciación musical, y también las condiciones bajo las cuales se
disfruta todo tipo de música en la vida cotidiana (p. 515).
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Modas musicales
Indudablemente, existen regularidades en los patrones de cambio en el gusto
musical a lo largo del tiempo; en esta sección se van a analizar algunas de las prue-
bas al respecto, tanto en la música «seria» como en la «popular». El patrón regular más
fácilmente identificable es la función de U invertida, ya discutida con cierta exten-
sión. Como veremos, los trazados de las «curvas de popularidad» sobre varios tipos di-
ferentes de música revelan aumentos en la popularidad hasta un pico, y luego, una
subsiguiente declinación: este patrón, a veces es seguido por posteriores fluctuacio-
nes. Los contornos precisos de las funciones de U invertida dependen de un sinúme-
ro de otros factores, incluyendo la naturaleza y complejidad de la música, la longi-
tud de la escala temporal (¿horas, semanas o décadas?), las características de los
oyentes, las mediciones de popularidad, etc. Dadas las numerosas variables que pue-
den influir y anular estos factores, quizá sea sorprendente, en efecto, que surjan al-
gunas regularidades.
Después de describir algunas de las manifestaciones de la curva de U invertida
sobre la vida real, voy a esbozar la hipótesis de la preferencia-retroalimentación de
las modas y costumbres cíclicas (Colman, Sluckin y Hargreaves, 1981), basada en los
principios de la teoría de U invertida. También consideraré algunos otros factores cul-
turales y sociales que afectan a estos patrones del gusto musical. Ya hemos observa-
do, por ejemplo, los efectos de la clase social, los medios de comunicación de masas
y la escuela; se puede pensar en ellos como influencias complementarias sobre el mo-
delo de familiaridad-agrado. Hay ejemplos claros de piezas de música que no siguen
patrones de popularidad de U invertida a lo largo del tiempo. Algunas piezas nunca
ganan ninguna popularidad y otras surgen como «clásicos» perennes. Estos resulta-
dos, casi seguramente se derivan de factores idiosincrásicos sociales, culturales o mu-
sicales, más que de alguna consideración general sobre la familiaridad. No obstante,
la familiaridad es uno de los factores más importantes, y su importancia se incre-
menta por la ausencia de cualquier teoría competidora o comparable.
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1951, y un patrón similar se da para Schubert, unos pocos lugares más abajo. El cál-
culo que realizó Farnsworth de las correlaciones entre estos conjuntos de clasifica-
ciones muestra que existen, en realidad, cambios significativos en los patrones de cla-
sificaciones a lo largo del tiempo. Las clsificaciones de 1964, por ejemplo, tienen una
correlación de 0,95 con los de 1951, pero sólo del 0,78 con las clasificaciones de
1938.
Analizando estas clasificaciones, Farnsworth pudo comprobar otra creencia po-
pular, que podría denominarse «reverencia por el pasado». De acuerdo con esta idea,
la eminencia de los compositores aumenta en proporción con el período de tiempo
transcurrido desde su muerte; ¡más de un compositor contemporáneo señaló con
pesar que uno había de morirse para ganar eminencia! Farnsworth sometió a test esta
idea comparando las clasificaciones de eminencia de los compositores con sus fechas
de nacimiento, y también estudió la relación entre las fechas de nacimiento y su in-
clusión o no en dos enciclopedias musicales corrientes. Su análisis mostró claramen-
te que existía poca o ninguna prueba de un efecto de «reverencia por el pasado» en
sus datos, pero que sí entraba en funcionamiento algo así como un efecto de nove-
dad intermedia. Ni los compositores contemporáneos, ni los que hacía más tiempo
que habían muerto recibieron las clasificaciones más altas, sino que éstas se prodi-
gaban a quienes quedaban en el medio. En el caso de la muestra de Farnsworth, éstos
eran los compositores de los siglos XVIII y XIX. Esto, nuevamente, es algo así como un
efecto de U invertida; las mayores clasificaciones de eminencia parecen estar asocia-
das con niveles intermedios de familiaridad, expresados, en este caso, en términos de
novedad histórica.
Otro índice de popularidad estudiado por Farnsworth, y también por Mueller y
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Hevner (1942), fue la cantidad de tiempo dedicado a las obras de diferentes compo-
sitores en los programas de las principales orquestas sinfónicas. Un estudio conside-
ró la frecuencia con la que noventa y dos compositores aparecían en los programas
de la Orquesta Sinfónica de Boston, durante cada una de las cinco décadas entre
1915 y 1965. El hallazgo más sorprendente fue el grado de similitud entre los nom-
bres que se encontraban a la cabeza de estas cinco listas: Beethoven, Brahms, Mo-
zart y Wagner eran quienes figuraban con más prominencia. Esto concuerda con el
análisis realizado por Mueller y Hevner sobre los programas de siete orquestas nor-
teamericanas líderes durante el período 1936-1941: la consistencia entre ellos fue
discutida en el capítulo 5. Una consistencia similar se encontró en el análisis realiza-
do por Farnsworth de los programa de «música seria» emitidos por la radioemisora
Pacific Gas and Electric Company durante el período 1941-1943.
Aunque el patrón general demuestra consistencia y estabilidad, no obstante se
produjeron pequeños cambios. En los datos de Mueller y Hevner, por ejemplo, las co-
rrelaciones entre las clasificaciones en las diferentes décadas mostraron que los pa-
recidos entre los programas eran mayores entre décadas contiguas. La correlación
entre las décadas, comenzando por 1915 y 1925 (1915/25), fue de 0,98, por ejemplo,
mientras que los cálculos equivalentes para 1915-1935, 1915-1945 y 1915-1955
fueron de 0,90, 0,90 y 0,89. En un estudio sobre los programas de varias orquestas
norteamericanas durante el período 1876-1941, Mueller y Hevner encontraron prue-
bas de fluctuación y una meseta de la curva más que escaladas o caídas consisten-
tes, en las posiciones cambiantes de diferentes compositores. Por ejemplo, Wagner
comenzó con una alta popularidad y declinó hacia fines de la década de 1880; luego
ascendió nuevamente al segundo lugar en 1910, y luego declinó nuevamente. Las po-
siciones de Tchaikovsky mostraron un patrón similar, aunque a un nivel inferior de
popularidad.
Éstos son ejemplos musicales claros de modas cíclicas, que pueden observarse
en la popularidad de otros objetos culturales, y que más tarde trataré de explicar.
Existen parecidos obvios entre los patrones mencionados antes y los que describen,
por ejemplo, los cambios de la popularidad a lo largo del tiempo, de los diferentes
nombres de pila que los padres eligen para sus hijos (Cuadro 39). Mueller y Hevner
también encontraron que los patrones de popularidad de obras individuales, como las
sinfonías de Beethoven, podían describirse de una manera similar. Uno de sus hallaz-
gos interesantes fue que las formas de esas curvas de popularidad eran constantes
entre diferentes grupos culturales, pero su ajuste de fase podía variar. Mientras la
curva de popularidad de Beethoven tenía la misma forma en los programas de las or-
questas más importantes de Londres y Nueva York, por ejemplo, había un intervalo
de unos cinco años entre la primera y la última.
En este punto sería valioso recordar el análisis que hizo Simonton (1980a,
1980b) sobre la relación entre fama temática y originalidad melódica. En el capítulo
5 discutimos su conclusión de que, en cualquier tiempo dado, las melodías mejor co-
nocidas son aquellas que más originales son («originalidad para la época»), pero que
a lo largo del tiempo las melodías más famosas son las de originalidad intermedia
(«originalidad del repertorio»). En su estudio de 1980b, Simonton realizó un análisis
de las tendencias históricas de 15.618 temas, y los resultados se muestran en el cua-
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dro 39. Hay un incremento general en la originalidad melódica dentro del repertorio
a lo largo del tiempo, con ciclos superpuestos por encima de esa amplia tendencia.
Preferiría dejar que los historiadores de la música expliquen estas tendencias: lo que
resulta significativo en el presente contexto es la clara presencia del patrón cíclico.
En los resultados de Simonton, esto se aplica a la originalidad melódica, y es difícil
saber si puede existir una relación causal con los patrones de popularidad discutidos
antes: pero la similitud es sorprendente.
Parece haber pocas dudas acerca de que, en la música clásica, existen efectiva-
mente las modas, y de que los patrones de cambio se mueven bastante lentamente.
Esto, probablemente sea así, porque el establishment que promueve la música clási-
ca es, por definición, conservador; y, en términos de la teoría de U invertida, porque
la música en sí posee un alto grado de complejidad subjetiva para la mayoría de los
oyentes. Por otro lado, la música popular es simple más que compleja, y es promovi-
da por los medios de comunicación de masas guiados por las presiones comerciales
más que por los valores artísticos del establishment. Por lo tanto, no es sorprenden-
te que las modas en la música popular, como lo evidencian los índices tales como la
venta de discos, sean mucho más efímeras y rápidamente cambiantes. El punto cen-
Cuadro 39. Línea de tendencia transhistórica paral la originalidad melódica del repertorio
De «Thematic fame, Melodic originality and Musical zeitgeist: A Biographical and Transhistorical content Analysis»
(Fama temática, originalidad melódica y espíritu musical para la época: un análisis de contenido biográfico y transhistórico),
D. K. Simonton, 1980, Journal of Personality and Social Psychology, 39, p. 976. © 1980 de American Psychological Association.
Reproducido con autorización del autor.
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tral de interés para nuestra teoría es establecer si los patrones de cambio en la mú-
sica clásica y popular muestran características similares, aun cuando las escalas de
tiempo son totalmente diferentes.
Cuadro 40. Posiciones semanales en las tablas de There Must Be An Angel y I Got You
Babe, entre julio y octubre de 1985
227
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formación relacionada sobre los singles Hot 100s. En Estados Unidos, éstas son las
tablas de popularidad principales para los singles y de los LP, y las posiciones en ellas
se basan ampliamente en el volumen de ventas y en la exposición de las emisiones al
aire. Dixon estaba interesado en los patrones de grabaciones de discos y decadencias
como los que se muestran en el Cuadro 40: su análisis se centró en la intensidad y la
duración de la popularidad de discos individuales. Las medidas operacionales que
ideó para cada una de esas variables son: CHARTOP, definida como la posición más
alta en una tabla alcanzada por un disco dado, y TIMEON, el número total de sema-
nas que permaneció en la tabla. El fin principal del análisis de Dixon fue establecer
la predictibilidad de estas dos variables de la posición en que los discos entraban en
el cuadro (definida como ENTRYPOS), y a partir también de otras variables de «halo»,
como el volumen de ventas, la presencia en la tabla de otros «larga duración» del
mismo artista, y la presencia simultánea en el cuadro de los Hot 100 de los singles
tomados del LP en cuestión.
Dixon encontró que ENTRYPOS fue la variable de predicción más poderosa. La
posición de entraba a la tabla fue un buen predictor de cuán alto ascendían los dis-
cos, por cuánto mantenían un pico de popularidad y por cuánto tiempo permanecí-
an en la tabla tras alcanzar ese pico. De todas maneras, un hallazgo imprevisto fue
que los LP tardaban aproximadamente la misma cantidad de tiempo en lograr su pico
de popularidad, prescindiendo de su posición cuando entraban a la tabla, y que per-
dían popularidad en concordancia directa con la posición en que entraban a la tabla.
Este hallazgo indujo a interpretar que (la intensidad de)
[...] El desempeño «desde el principio hasta el final» es un determinante crucial de per-
manencia del LP en la tabla (p. 40).
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keys ejercen una influencia considerable al moldear el gusto musical de los adoles-
centes, aun cuando ellos declaran abiertamente su fidelidad a los estándares comer-
ciales más que artísticas, y aunque los maestros los consideren una mala influencia
(Booker, 1968; Tanner, 1976).
Hirsch (1969) ha descrito la manera como la selección y el filtrado de discos
para la tabla de los 40 principales, en las estaciones radiales norteamericanas, tiene
una influencia crucial para la «construcción o destrucción» de un determinado disco
en términos de su futura popularidad y volumen de ventas. Los 40 primeros discos se
utilizan como base para la confección de las «listas de difusión» que forman la dieta
diaria de las emisoras que integran la red de estaciones de música popular; estas lis-
tas se confeccionan de acuerdo con una combinación preestablecida de estilos, dise-
ñada para atraer a una proporción máxima de audiencia masiva. Listas similares de
difusión forman la base de la programación de música popular de la BBC en Gran
Bretaña.
Una vez que una canción ha superado el primer obstáculo de aparecer en una
lista de difusión, su exposición puede llevarla a una mayor popularidad en la forma
de apariciones televisivas y una mucho mayor cobertura de los medios de comunica-
ción de masas. En este sentido, es la industria la que determina quién se convertirá
en la «estrella de una sola noche» y, por lo tanto, apenas sorprende que las compa-
ñías discográficas hayan empleado prácticas dudosas para asegurarse de que sus pro-
ductos alcanzaran el escalón de la lista de difusión. Denisoff (1975) ha documenta-
do las prácticas (ahora ilegales) de «coimas», a través de las cuales los diskjockeys y
programadores de radio recibían pagos por difundir insistentemente ciertos discos; la
práctica, ampliamente difundida, realizada por las compañías discográficas, de com-
prar grandes cantidades de sus propios productos para asegurarse una posición en las
tablas de popularidad, conocida como «falopeo», no es menos dudosa.
Aunque estas influencias son, sin duda, poderosas, no podemos, de ninguna
manera, concluir que son enteramente responsables de la creación de discos de éxito.
El estudio que realizó Jolly (1967) no le permitió identificar a ninguna agencia como
la principal creadora o predictora de éxitos; su propia discusión fue en términos de
la exposición y la familiaridad. Esto refuerza mi punto anterior de que la familiaridad
bien puede ser uno de los determinantes más importantes del gusto musical, y que
sus efectos, probablemente, pueden ser predichos con mayor precisión que los efec-
tos de otros factores sociales y culturales.
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mulos de diferentes clases, ya fuera por familiaridad o por gusto, y nuestro análisis
se centró en las propiedades de los diagramas de dispersión de correlaciones que des-
cribían las relaciones entre esos conjuntos de evaluaciones.
Algunos de nuestros estudios sobre los nombres produjeron resultados aparen-
temente contradictorios. Los diagramas de dispersión para las relaciones familiari-
dad-gusto para las evaluaciones de nombres de pila, derivados de muestras de suje-
tos en Inglaterra y Australia, mostraron fuertes relaciones monotónicas positivas: los
nombres de pila que más gustaban (David, Sarah) eran los más familiares para los su-
jetos, y los que gustaban menos (Oswald, Gertrude) eran aquellos que resultaban
menos familiares (Colman, Hargreaves y Sluckin, 1981). No obstante, una investiga-
ción similar sobre apellidos reveló una relación correspondiente de U invertida: los
apellidos muy familiares y los muy poco familiares tendían a no gustar (Smith,
Brown; Bamkin, Nall); en cambio, los que más gustaban eran los de familiaridad in-
termedia (Burton, Cassell) (Colman, Sluckin y Hargreaves, 1981).
Esta contradicción aparente entre el resultado de «mera exposición» para los
nombres de pila y de U invertida para los apellidos, llevó a la formulación de la hi-
pótesis de la preferencia-retroalimentación, que tiene implicaciones mucho más allá
del estudio de los nombres. Comenzamos presuponiendo que toda clase de estímulos
están potencialmente sujetos al efecto de U invertida; con tal de que sean expuestos
a las personas con frecuencia suficiente, el gusto por ellos seguirá una curva que au-
mentará hasta un pico de familiaridad óptima, y luego declinará con aumentos pos-
teriores de la familiaridad. En el capítulo 5 vimos que esto debe aplicarse al gusto de
los sujetos por piezas que varían en su familiaridad en cualquier momento dado, así
como para sus gustos por cualquier pieza en diferentes momentos en el tiempo.
Teniendo esto en mente, ahora podemos distinguir entre dos amplias clases de
estímulos: aquellos cuya exposición depende de una opción voluntaria, como los di-
seños de muebles o estilos de vestir (clase A), y aquellos cuya exposición virtualmen-
te queda más allá del control voluntario, como las formas geométricas y las letras del
alfabeto (clase B). La base de la hipótesis es que los estímulos de la clase B pueden
volverse tan familiares que el gusto por ellos sobrepasa ampliamente el pico de la U
invertida, pero los de la clase A no alcanzan niveles tan altos de familiaridad por un
mecanismo cultural de retroalimentación; la frecuencia de exposición a los últimos
se reduce por elección voluntaria, tan pronto como muestran signos de declinación
en la popularidad, esto es, de cuando pasan más allá del pico de la curva de U inver-
tida.
Está muy claro que los nombres de pila se ubican dentro de la clase A. Los pa-
dres eligen para sus niños los nombres de pila que más les gustan, y el mecanismo de
preferencia-retroalimentación entraría en funcionamiento. Si un nombre de pila
dado empieza a declinar en popularidad por su sobreexposición, los padres proba-
blemente lo evitarán, y desde entonces su frecuencia de exposición y familiaridad en
la cultura va a decrecer. Esta disminución en la familiaridad puede, a su debido tiem-
po, llevar nuevamente a un aumento en el gusto, y entonces el nombre puede nue-
vamente ponerse de moda. Entonces, en cualquier momento dado, la hipótesis pre-
dice una relación monotónica positiva entre la familiaridad y el gusto para los estí-
mulos de la clase A. Durante un período de tiempo, no obstante, la hipótesis predice
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Cuadro 41. Frecuencia de los nombres Alexander y Laura cada 10.000 nacimientos del
mismo sexo entre 1850 y 1975
FRECUENCIA
AÑO
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Psicología evolutiva y educación
musical
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pectos de la destreza musical son fáciles de cuantificar, y a pesar de que los tests y
los exámenes predominan en el propio desarrollo musical de muchos niños, hay al-
gunos aspectos importantes al respecto que puede ser imposible valorar.
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El mismo autor también se queja de que esta iniquidad acarrea una falta de co-
municación y de bases conceptuales comunes entre los educadores musicales que
efectivamente realizan un trabajo innovador; entonces
[...] Nos asimos a los clavos ardientes que cuelgan de una docena de carrozas y enar-
bolamos las banderas denominadas «lectoescritura», «creatividad» y «cultura popular»
(p. 64).
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verbal o la notación escrita, más que en el contexto práctico de producir los sonidos
mismos. Para Paynter (1982), esto es poner el carro delante del caballo. Un énfasis
desmedido sobre los aspectos «académicos» de la música, por ejemplo, sobre las re-
glas de la notación, la armonía, el contrapunto, etc., probablemente hayan reprimi-
do el interés de muchos alumnos por la materia, en especial de aquellos que no tu-
vieran la intención de seguir carreras musicales.
Mientras que el potencial indudable de la educación musical británica parece
estar desaprovechado por la inercia institucional y la falta desesperada de recursos,
su contrapartida en Estados Unidos parece estar mejor establecida dentro de los cu-
rrícula generales y contar con recursos más generosos. Como mencioné en el capítu-
lo 1, el uso norteamericano del término «educación musical», normalmente incluye la
psicología musical, en contraste con la brecha británica entre teoría y práctica. La
musicoterapia se acoge también bajo el mismo paraguas en Estados Unidos; ésta es
una disciplina ampliamente regulada por la Asociación Nacional de Musicoterapia, y
que, con mucho, se superpone con la psicología evolutiva y clínica. La musicoterapia
británica es más «musical» que «psicológica» en su orientación, hecho que queda rá-
pidamente ilustrado al comparar el British Journal of Music Therapy con el Journal
of Music Therapy estadounidense.
Varios libros de texto de educación musical norteamericanos están orientados
a aspectos prácticos de la situación áulica (Nye y Nye, 1977; Madsen y Kuhn, 1978;
Hoffer, 1983); Leonhard y House (1972) ofrecen una acertada y sólida guía para los
fundamentos históricos, filosóficos, psicológicos y sociológicos del tema, y el texto
de Mark (1978) está escrito desde el punto de vista del músico practicante. Otra ca-
racterística, mucho menos pronunciada, en los libros de texto británicos, es el fuer-
te énfasis sobre la evaluación y la valoración, y en particular sobre la aplicación de
los principios conductistas al aprendizaje musical (Greer, 1980; Madsen y Yar-
brough, 1980). Hay un interés prevaleciente en el análisis detallado y en la especi-
ficación de las metas y destrezas complementarias del aprendizaje musical, y en la
necesidad de demostrar que la enseñanza puede alcanzar esos objetivos. Madsen y
Yarbrough llaman a esto educación musical «basada en la competencia», mucho
más en concordancia con el pensamiento actual en otras áreas de la educación
norteamericana.
El currículo
En música, el planeamiento del currículo parte de un análisis amplio y bastan-
te abstracto de los objetivos generales de la enseñanza de la música, y las teorías psi-
cológicas tienen que poder contribuir a ello. La mayoría de los teóricos parecen coin-
cidir en que la enseñanza de la música debería abarcar mucho más que sólo apren-
dizaje de destrezas musicales específicas: entre los objetivos más amplios, podría
incluirse la comprensión y apreciación de las cualidades artísticas de la música; la
transmisión de la herencia cultural; la insentivación a la creatividad; la educación so-
cial; la provisión de recreación valiosa; la mejora de la salud física y mental; el desa-
rrollo de capacidades intelectuales; etc. En otras palabras, la educación musical debe
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y que
[...] Toquen de oído en instrumentos de percusión, o en flautas dulces o en ambos (p. 3);
Este último punto transmite la segunda característica de las propuestas del HMI
que probablemente será polémico, y se refiere a la inclusión de formas de música
fuera de la tradición sinfónica occidental, y en particular la música popular. He dis-
cutido esta cuestión en otro lugar (Hargreaves, 1982b), quejándome del conservadu-
rismo existente tanto en la educación musical como en la psicología musical en el
Reino Unido. Varios comentaristas británicos (Vulliamy y Lee, 1976; Burnett, 1977;
Swanwick, 1968, 1979; Burnett y Lawrence, 1979) parecen coincidir en que la músi-
ca «clásica» forma la dieta diaria de la mayoría de los cursos. Estos autores sugieren
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Métodos de enseñanza
Aproximaciones conductistas
Los orígenes y características principales de las aproximaciones conductistas a
la educación musical fueron descritos en el capítulo 1: sus aplicaciones a la práctica
del aula han tenido lugar principalmente en Estados Unidos (Madsen y Kuhn, 1978).
El libro Research in music behavior: Modifying music behavior in the classroom (In-
vestigación sobre la conducta musical: modificando la conducta musical en el aula)
(1975) es una extensa colección de estudios que han empleado esta aproximación, y
algunos de los hallazgos generales surgidos de ellos fueron reseñados en el capítulo
1. Casi todos estos estudios son investigaciones «prácticas», en el sentido de que se
ocupan del aprendizaje en el marco real del aula; donde más se puso el enfasis fue
en el uso de la música misma como refuerzo para el aprendizaje, y en el uso de otros
refuerzos para el aprendizaje musical.
Tal vez, hasta la fecha, la propuesta más sensata e inequívoca de esta aproxi-
mación se encuentre en la obra de Greer titulada Design for music learning (Diseño
para el aprendizaje musical) (1980). Este autor presenta una completa descripción de
métodos conductistas para la observación sistemática de la enseñanza y el aprendi-
zaje, dedicando su atención
a) A la aplicación de los principios conductistas para obtener la atención de los
estudiantes.
b) A la «enseñanza de las discriminaciones musicales» a través de la interpreta-
ción, el análisis y la creación musical.
Greer continúa esbozando cómo deberían aplicarse los modelos de PSI en ám-
bitos tales como el estudio, la orquesta y la clase de música real, y discute los temas
que podrían surgir al aplicarlos a grupos de edades o habilidades específicas. Como
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sucede frecuentemente en los libros escritos desde un punto de vista conductista, hay
copiosas ilustraciones de las diferentes técnicas de observación y de registro, de sis-
temas de créditos y otras ayudas prácticas. Este método es extremadamente riguro-
so en las especificaciones precisas en relación al progreso que debe hacer el estu-
diante: una parte de la filosofía de esta aproximación es que los logros concretos tie-
nen que ser continua y explícitamente tabulados.
Otra área de investigación que no es «conductista» en el sentido estricto, pero
que debe ser mencionada en este contexto, es la del aprendizaje de destrezas. Los es-
tudios sobre el aprendizaje de destrezas tales como la mecanografía han mostrado,
por ejemplo, que la «práctica distribuida», en la cual se adquiere nuevo material en
un número de sesiones discontinuas, es más efectiva que la «práctica masiva», en la
cual la misma cantidad de tiempo total se centra en una única sesión de aprendiza-
je: esto se puede aplicar fácilmente al aprendizaje de una nueva pieza musical. Otra
distinción práctica es entre aprendizaje total y parcial: ¿es mejor practicar una nueva
pieza de música «como un todo», es decir, adquirir el sentido general de su unidad sin
prestar inicialmente demasiada atención a los detalles, o es mejor analizar la pieza y
aprender sus partes por separado antes de combinarlas nuevamente? La respuesta de
Lundin (1967) a esta pregunta particular es que el primer método es más adecuado
para las piezas cortas, y, el segundo, para las más largas, aunque éste no es, de nin-
gún modo, un tema bien definido.
Un interrogante para futuras investigaciones es si hay áreas de «conducta mu-
sical» que es mejor no enseñarlas mediante métodos conductistas. Intuitivamente,
parece bastante probable que estos métodos son mucho más apropiados para la en-
señanza de destrezas de ejecución de un nivel más bajo que para las requeridas en la
composición y en la improvisación, por ejemplo. De ser así, podría deberse a que el
modelo es inherentemente incapaz de ocuparse de destrezas de orden elevado o bien
porque los métodos no están aún lo suficiente desarrollados como para ocuparse de
tales niveles de complejidad. Probablemente tenga más sentido utilizar aproximacio-
nes teóricas diferentes para diferentes tipos y niveles de enseñanza que limitarse a
abarcar todo desde un único punto de vista.
7. Versión en español
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Aproximaciones programadas
Bajo este título pueden incluirse los textos de enseñanza programada en músi-
ca, y también el número creciente de programas asistidos por ordenador, que son ge-
neralmente textos de aprendizaje programado administrados electrónicamente, con
una gran capacidad de ramificación. Los programas de ambos tipos son, frecuente-
mente, diseñados de acuerdo con los principios conductistas, pero eso no necesaria-
mente tiene que ser la regla.
Carlsen y Williams (1978) han preparado una extensa bibliografía comentada
sobre sesenta y ocho informes de investigación en enseñanza musical programada
entre 1952 y 1972: una lectura cuidadosa de esto, y del contenido de las disertacio-
nes doctorales en música y educación musical norteamericanas durante el período
1972-1977 (comunicado en el Journal of Research in Music Education, 1978) mues-
tra cuán rápidamente ha sido aplicada esta aproximación en muchas áreas de la edu-
cación musical. Éstas incluyen la enseñanza de teoría, análisis y estructura musical;
de destrezas de audición como discriminación rítmica y reconocimiento de timbres;
de destrezas instrumentales como técnica de tambor redoblante, canto a primera
vista, y otras técnicas corales e instrumentales; de lectura de partituras; de técnicas
de improvisación de jazz; de dictado melódico; etc. Incluso se han ideado algunos
programas automatizados que incorporan los principios de programas pedagógicos,
como los métodos de Orff y Kodály.
Las técnicas asistidas por ordenador tienen el potencial de hacerse cargo de
gran parte del trabajo fatigoso del maestro de música. Podrían ser las más apropia-
das para la enseñanza de destrezas de niveles inferiores; si el docente se liberara de
la tarea de enseñar ejercicios rutinarios, podría dedicar más tiempo a aquellas partes
de su trabajo que requieren el máximo de sus avanzadas destrezas y experiencia. Otra
ventaja significativa es que los alumnos que utilizan métodos de autoenseñanza tie-
nen libertad para progresar a su propio ritmo: los individuos no se ven detenidos ni
forzados a avanzar por la velocidad de aprendizaje de sus compañeros, como sucede
en una situación de enseñanza grupal. Las técnicas asistidas por ordenador propor-
cionan privacidad y atención individual; hay retroalimentación de los resultados dis-
ponible en cualquier momento, y el progreso del estudiante es registrado acumula-
tivamente durante el transcurso del estudiado. También resultan muy convenientes
porque el ordenador está siempre disponible para períodos de práctica ilimitados, ¡y
nunca se cansa o se impacienta! Los desarrollos actuales, tales como el suministro de
retroalimentación auditiva y gráfica, y la combinación de recursos mediante las com-
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putadoras conectadas en red, significan que las aplicaciones futuras tendrán efectos
profundos y de largo alcance, y que tienen el potencial de afectar radicalmente la
naturaleza de la educación musical.
Habiendo dicho esto, debemos recordar que estas técnicas son esencialmente
herramientas para ayudar al maestro; no pueden por sí mismas determinar los obje-
tivos más amplios de la educación musical o qué es lo que debería enseñarse en un
programa dado. Esto puede parecer un punto obvio, pero con las poderosas técnicas
basadas en los ordenadores, existe siempre un peligro potencial de que sea «la cola
quien mueve al perro», en el sentido de que los fines originales y fundamentales de
un programa educativo en particular sean descuidados y empantanados por consi-
deraciones tecnológicas. En este sentido, lo que se necesita son más estudios de eva-
luación de técnicas asistidas por ordenador comparados con las aproximaciones que
más han perdurado. Idealmente, deberían asignarse al azar grupos apareados de
alumnos tanto a una condición de enseñanza asistida por ordenador como a un
grupo control de enseñanza convencional; los grupos deberían recibir un pre y un
postest en la variable o variables de criterio apropiado, y ser comparados sus progre-
sos relativos. Se ha invertido mucho más esfuerzo hasta el momento en el desarrollo
de los programas que en su evaluación; sin embargo, ambos tienen que ir de la mano.
Valoración y evaluación
Ya anteriormente en este libro hemos abordado algunos de los temas que ro-
dean a la valoración del desarrollo musical. Las aproximaciones psicométricas se in-
teresan principalmente por la valoración del educando individualmente, a través de
la medición de la aptitud para, el rendimiento en, y las actitudes hacia la música por
medio de tests estandarizados. En el Reino Unido, el progreso de los alumnos espe-
cializados en música es valorado cuidadosamente mediante los exámenes graduados
del Associated Board, administrados por maestros de música. Éstos se ubican más
claramente dentro de la segunda de las categorías mencionadas, aunque, probable-
mente, no cumplan con los criterios psicométricos de los tests musicales estandari-
zados de rendimiento y alfabetización mencionados en el capítulo 1. El escolar bri-
tánico no especializado que será examinado en música rendirá en el futuro los nue-
vos exámenes del GCSE a los dieciséis años de edad. He indicado antes en este
capítulo que esos exámenes incorporan ciertas innovaciones, destacándose la valora-
ción de la composición junto con la interpretación y la audición. El documento del
HMI admite que algunos problemas, extremadamente difíciles, son inherentes a la
valoración de cualidades elusivas, como la musicalidad y la creatividad, pero, no obs-
tante, propone que la valoración debería realizarse por cuatro razones:
1. La información acumulativa del desarrollo de las ideas, destrezas y conceptos de
un alumno es esencial para asegurar la efectividad de la educación musical que se
imparte.
2. Cuando ha tenido lugar una enseñanza directa, los maestros necesitan saber si los
alumnos han entendido correctamente el trabajo realizado en relación a sus eda-
des, aptitudes y talentos.
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3. La valoración efectiva del progreso de los alumnos ayuda al maestro a ajustar los
cursos, adaptándolos a las necesidades cambiantes.
4. Se necesita un conocimiento sistemático acerca del progreso individual para infor-
mar a los alumnos, los padres y los maestros (1985, pp. 18-19).
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Conclusión
Creo que está claro que la educación musical debe tener un fundamento firme
en la psicología evolutiva. La especificación de objetivos para la educación musical
implica fraccionar las destrezas musicales en sus componentes cognitivos, afectivos
y psicomotrices, y la evaluación de esos objetivos recurre fuertemente a procedi-
mientos de valoración psicológicos. Las teorías y técnicas psicológicas desempeñan
un papel central en la formulación y evaluación de métodos particulares de ense-
ñanza musical, y también en la teoría y práctica de la musicoterapia. La investigación
debería permitirnos explorar la interdependencia de las destrezas musicales «forma-
les» e «intuitivas», por ejemplo, y también valorar los niveles de edades en los cuales
resulta más apropiado enseñar las diferentes destrezas componentes.
Por supuesto que no soy el primero en realizar sugerencias en esta línea: el Ann
Arbor National Symposium on the Applications of Psychology to the Teaching and
Learning of Music (Simposio Nacional Ann Arbor sobre las aplicaciones de la Psico-
logía a la Enseñanza y Aprendizaje de la Música) (MENC, 1981) fue organizado te-
niendo en cuenta precisamente los mismos fines. A pesar del inmenso potencial para
la colaboración entre los trabajadores de ambos campos, que resultaría en un bene-
ficio mutuo, las conexiones detalladas continúan prácticamente inexploradas. Swan-
wick (1977), escribiendo desde un punto de vista británico, se queja de que
Leer artículos en las revistas de educación musical, y recorrer los libros que defienden
las prácticas de aula, es entrar a un mundo que aparentemente nunca ha asimilado el
pensamiento de las personas que han influido y aún influyen en el clima del pensa-
miento y la práctica educacional (p. 65).
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Índice de autores
A Bayley, N., 17
Abeles, H.F., 122, 123, 124 Beaumont, H., 213
Abraham, O., 102 Beebe-Center, J.G., 154
Adams, G., 75 Beloff, H., 117
Adler, M.J., 152 Bem, S.L., 28, 182
Adorno, T.W., 198, 199 Bench, J., 75
Aliferis, J., 38 Benham, E., 166
Allison, J., 171 Bennett, S.N., 234
Alpaugh, P.K., 191 Bentley, A., 37, 94, 98, 99, 115, 193
Amabile, T.M., 161, 195 Berlyne, D.E., 20, 35, 36, 123, 127, 128,
Ambron, S.R., 13 129, 131, 138, 139, 140, 146, 220
Anastasi, A., 36, 38 Bernstein, B., 198
Anderson, C.C., 181 Bernstein, L., 22, 81
Anderson, J.C., 153, 156 Best, W.M., 138, 170, 231
Archer, J., 38, 61 Bijou, S.W., 31
Archibeque, C.P., 116 Binet, A., 35, 156
Arnheim, R., 197 Birch, T.E., 116
Arnold, M.J., 11, 132 Birns, B., 75
Asch, S.E., 180, 213, 217, 221, 222 Birren, J.E., 191
Atkinson, R.C., 29 Blacking, J., 20, 82
Austen, A.J., 138, 231 Blatt, S.J., 171
Ausubel, D.P., 32, 33 Blizek, W.L., 198
Bloom, B.S., 33, 122, 237
B Boardman, E., 115
Bachem, A., 102 Boden, M.A., 44
Baer, D.M., 31 Bolton, N., 11, 44, 186
Bahle, J, 166 Booker, G.A., 229
Ballachey, E.L., 222 Boselie, F., 35
Bamberger, J., 110, 111, 112, 113, 114 Botvin, G., 56, 115
Bandura, A., 31, 33 Bourdieu, P., 199
Bannister, D., 142 Bousfield, W.A., 135
Bantock, G.H., 202 Bovet, M., 99
Barker, R.G., 25 Bower, G.H., 18
Barlow, H., 145 Bower, T.G.R., 30, 63
Barrett, M.D., 49 Boyle, J.D., 16, 98, 99, 151, 154, 246
Barron, F., 179, 180, 186 Brackbill, Y., 75
Barry, H., 135, 136, 149, 206 Bradley, Y., 116, 136, 137, 153
Bartlett, D.L., 104, 137 Brehmer, F., 25, 105
Barlett, J.C., 27, 59, 103, 136 Bridger, W.H., 75
Bartóck, B., 55, 56, 59, 69, 144, 242 Bridges, V.A., 107
Baumann, V.H., 152, 153, 211, 212 Brittain, W.L., 47
279
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82, 83, 84, 85, 88, 89, 91, 92, 94, 97, 103, G
104, 115 Gabriel, C., 16, 37, 38, 39, 58, 73, 74, 94,
Drevdahl, J.E., 180 96, 98, 100, 106, 109, 115, 117, 118, 178
Drexler, E.N., 93 Gagné, R.M., 32, 33
Driver, M.J., 181 Gaier, E.L., 179
Duerksen, G.L., 116, 214, 215, 216 Galton, M.J., 234
Duncker, K., 175 Gans, H.J., 203, 205
Dunkling, L., 231 Gardner, H., 43, 58, 61, 62, 63, 64, 65,
Dunn, J., 18 66, 67, 68, 69, 70, 71, 81, 90, 91, 96, 97,
Dunn-Rankin, P., 138 107, 113, 143, 178
Durham, R., 65 Gardner, J., 63
Durkin, K., 22, 99, 155 Gardner, P.A.D., 97
Gaston, E.T., 38
E Gatewood, E.L., 124
Eber, H.W., 182 Geiger, T., 215, 217
Eisenberg, R.B., 75 Geringer, J.M., 148, 149
Eisentein, S.R., 34 Gesell, A., 17, 81, 178
Eiser, J.R., 40 Getzels, J.W., 181, 184, 185
Elliot, C.D., 159 Ghiselin, B., 163, 164, 165, 166
Eng, H., 47 Gibson, E.J., 26, 27
Eysenck, H.J., 154, 176 Gilbert, G.M., 117
Gilfilan, D.P., 215, 217
F Goedecke, M., 115
Farnsworth, P.R., 22, 37, 38, 40, 125, Goldin-Meadow, S., 66
143, 144, 145, 149, 151, 152, 153, 166, Goldschmid, M.L., 52
213, 223, 224, 225, 227, 230 Goodnow, J., 50, 109, 110, 111, 112
Faw, T.T., 128 Goodson, F.E., 23
Fay, P.J., 155 Gorder, W.D., 193, 194, 195
Fechner, G.T., 35, 36 Gordon, E., 37, 38, 106, 152, 154
Feirstein, A., 171 Gough, H.G., 180
Fishbein, M., 148 Gray, M.L., 75, 209
Fisher, R.L., 155, 211, 212 Greenfield, P.M., 24, 53
Flavell, J.H., 51 Greer, R.D., 32, 33, 34, 148, 149, 150,
Fletcher, H., 14 236, 240, 246
Foley, E.A., 56, 115 Grieve, R., 54
Forsythe, J.L., 34 Guilford, J.P., 39, 159, 175, 176, 184,
Fox, W.S., 202, 203, 204, 205, 206, 185, 186, 187
212
Francès, R., 200, 213 H
Fransella, F., 142 Haack, P.A., 197
Freeman, J., 159 Haag, E. van den, 202
Freeman, N.H., 47, 49, 50 Haddon, F.A., 186
Freud, S., 17, 24, 32, 165, 170, 171 Hair, H.I., 99
Fullard, W.G., 34 Hall, J.V., 137
Hampson, S.E., 183
281
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Índice de conceptos
A
actitudes musicales, tests, 37, 38
aculturación musical, 97, 98, 108, 109, 117
adjetivos, círculo de, 124, 125
B
balbuceo, musical/no musical, 76, 82
C
canto, desarrollo del, 28, 50, 64, 74, 92
ciclo vital, aproximación evolutiva del, 13, 18, 41, 42, 187, 191
cognición social, 53, 54, 158
composición/improvisación, 176-160, 238
conservación, 51-59
conservación de la música, 54, 55, 56, 58, 59, 115, 248
consonancia/disonancia; teorías sobre, 74, 106, 107, 108
creativa, persona, 160, 177, 181
creatividad, edad y..., 187-193
creatividad, teorías sobre la, 174
creatividad; concepto de, 160
creativo, proceso, 160, 163, 164, 166, 168, 170
Cuantificación multidimensional (CM), 139, 140, 141, 143
cultura de las masas, 40, 198, 202, 203
cultura popular, 197, 202, 206, 207, 208, 235
culturas/público del gusto, 185, 209
D
desarrollo estético, 63
desarrollo musical, 11, 13, 23, 24, 25, 27, 29, 39, 40, 41, 42, 43, 48, 73, 74, 76,
91, 92, 93, 97, 98, 99, 109, 114, 115, 116, 117, 118, 159, 197, 233, 234, 245,
248
desarrollo simbólico, 43, 45, 46, 64
desarrollo, teorías sobre el..., 17-19, 24-27
destrezas armónicas, adquisición de, 106
destrezas rítmicas; 74, 94
“destrucción”, fenómeno de, 114
dibujo de los niños, 19, 47, 113
diferencias individuales en la respuesta a la música, 36, 75, 120, 139, 154, 155, 157,
158, 162, 170, 172, 176, 177, 184, 193, 214
discos populares, 208, 227, 230
discriminación de alturas, 34, 98, 99, 113, 169
287
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E
ecológica, aproximación, 18, 25
educación musical basada en la competencia, 246
egocentrismo, 54
emoción en música, 20, 21
Escuela de la Fundación Pillsbury, 80
esquemas; en las canciones de los niños, 24, 25, 28, 45, 47, 48, 50, 81, 86, 88, 91,
92, 93, 94
estética experimental, 21, 34, 35, 36, 120, 123, 127, 129, 139, 145, 146, 155, 156, 197, 210
estilos fríos/calientes, 157, 158
estrategias de investigación evolutiva, 18
etnomusicología, 20
F
fama temática, 146, 147, 192, 225, 226
formal/intuitivo, conocimiento musical, 92, 110
G
grilla de repertorio, técnica de, 142
Guilford, modelo, 176, 184, 175
H
habilidad musical, 37, 38, 39, 40, 58, 98, 116
“hombre renacuajo”, dibujos, 49, 82, 88
I
inferencias transitivas, 52
influencias sociales en el desarrollo musical, 40, 42, 197, 198, 209, 213, 217
interacción social, 198, 207, 218, 220
intersubjetividad, 18
J
juego; vocal, 82
K
Kodaly, método coral, 241, 242, 243, 244
L
Leblanc, modelo de fuentes de variación en el gusto musical, 120, 121
“legitimación”, patrones de, 199
lenguaje y música, 22
logros musicales, tests, 38, 99
M
modas musicales, 130, 147, 223, 229, 230
288
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O
oído absoluto, 38, 74, 99, 100, 102, 115
OMLR, 148, 149, 150, 222
Orff-Schulwerk, 241
originalidad melódica, 146, 147, 192, 225, 226
P
pensamiento divergente, test sobre, 160, 171, 176, 181, 185, 193, 195
personalidades de los músicos, 82-184
preferencia musical, 41, 116, 120, 148, 150, 152, 153, 156, 157, 206, 210, 212, 218,
220
preferencia-retroalimentación, 147, 223, 229, 230, 231, 232
preferencias musicales de los adolescentes; 42, 197
prestigio y propaganda, efectos del, 213-218
principio ortogenético, 25
principios del aprendizaje; en la clase de música, 31, 32, 33, 240
procesamiento melódico en los niños, 30, 113
proceso de pensamiento primario/secundario, 170
prodigios musicales, 160, 177, 178
programado, aprendizaje musical, 244, 245
progresista/tradicional, debate, 234
Proyecto Zero, 64, 65, 70, 80, 82, 84, 110, 114, 248
PSI, 240, 246
psicomusicología, 15
R
RAT, 173, 174
realismo intelectual, 48
recién nacidos, respuestas a, 74, 75
refuerzo de la música, valor del, 149
repetición y agrado por la música, 130, 133, 134, 135
representaciones de la música, 166
respuestas a la música, 34, 42, 69, 119, 120, 122, 123, 124, 127, 138, 143, 145, 148,
154, 155, 156, 157, 158, 214
S
sensibilidad al estilo, 143
significado musical, 20, 21
Simonton, investigación historiométrica de, 145
Suzuki, “método”, 243
289
GE126-V7:LIBRO 126 29/10/07 10:29 Página 290
T
“tipos aperceptivos”, 35, 157
tonalidad, adquisición de la, 103, 106
tonalidad, efecto de la distancia, 104
U
U invertida, curva, 35, 128, 129, 130-138, 147, 223, 224, 226, 227, 229, 230, 231
290