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CELCIT. Dramática Latinoamericana 122

LA CASA DEL LAGO


Adriana Tursi

PERSONAJES

Señor Leiton

Pablo

Ana

Magdalena

Elena

Un corte transversal nos deja ver la casa del señor Leiton de definido estilo
ingles, construida a fines de siglo. La luz va entrando lentamente en dos
espacios claramente definidos. En un primer plano, una biblioteca gana en
forma semicircular un espacio obsesivamente cargado de muebles. Frente a la
biblioteca, un escritorio con una lámpara encendida; delante dos sillones de un
cuerpo. Al fondo, sobre la derecha, un ventanal que comunica con el frente de
la casa; Delante del, un sillón de dos cuerpos, un taburete y un banquillo. La
mayoría de los muebles están cubiertos con unas sábanas blancas, dando al lugar
un aspecto extraño. Al fondo, a la izquierda, tres pequeños escalones comunican
con una puerta de madera, la única entrada al lugar. En un segundo plano, como
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suspendido en el espacio, el dormitorio de Ana. Lo delimita por delante, un


cortinado blanco transparente recogido hacia los costados. Sobre la pared
central, una cama de bronce de dos plazas, sobre la mesa de luz que se
encuentra sobre la derecha hay un velador encendido, y de costado varios
frascos de medicamentos. Frente a la cama, un pequeño tocador con su
banqueta. De fondo se escucha el sonido de la tormenta. Al costado de la cama,
sobre una mecedora, descansa Elena: una mujer pequeña, robusta, de edad
indefinida vestida de oscuro Tiene sus ojos en la cama donde descansa Ana, una
mujer de unos cuarenta años, muy delgada. Su pelo se ve casi blanco. Duerme
profundamente.

Por la puerta que se encuentra a la izquierda, vemos aparecer a Magdalena, una


mujer de unos 50 años, delgada, vestida de negro. Entra trayendo en la mano
una pequeña caja metálica.

ELENA: (Reaccionando) Magdalena! ¿Qué hora es? ¿Todavía no llego?

MAGDALENA: Todavía no. De todos modos tenemos que estar tranquilas. ¿Está
claro?

ELENA: Sí, por supuesto. ¿No te estoy ayudando? Estoy haciendo todo como vos
me lo pediste.

Magdalena comienza a cargar una jeringa.

ELENA: ¿Qué es eso, Magdalena? Todavía no es la hora del remedio. ¿O me quede


dormida?

MAGDALENA: ¿Cuantas veces tengo que decirte que no te preocupes por el


horario de los medicamentos? Eso lo manejo yo. Si querés ayudarme, quedate
acá y vigilala; nada más.

ELENA: Sí, yo la vigilo. Es por eso que estoy asustada. Duerme y duerme. Todos
estos últimos días durmió casi todo el tiempo. Me da miedo.

MAGDALENA: Miedo. ¿De qué?... ¡Contestáme! Te pregunte de qué.

ELENA: Ahora que me preguntás, no sé. Pero me da miedo.

MAGDALENA: (Terminando de aplicarle el medicamento) Yo ahora voy a bajar. Se


me hizo la hora de la lectura. Cualquier cosa que necesites, me llamas. Anda,
pone un poco de música; la va a ayudar a descansar mejor.

ELENA: (Yendo hacia el tocadiscos) Yo tengo la sensación de que ya no la oye.

MAGDALENA: Es sólo una sensación. Sentáte y quedáte tranquila.


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ELENA: ¡Magdalena! ¡Esperá! ¿Cuanto tiempo se va a quedar ese muchacho?

MAGDALENA: Todavía no lo sé. Pero el señor Leiton quiso que viniera y nosotras
vamos a respetar su decisión.

ELENA: Está bien.

Magdalena abre el placard y comienza a sacar algo de ropa.

ELENA: El otro día la señora me preguntó por su ropa. (Ríe) No supe que
contestarle.

MAGDALENA: Entonces, ¿qué le contestaste?

ELENA: Que por más que no la use, es necesario limpiarla, sacarle el olor.

MAGDALENA: ¿Qué olor?

ELENA: No sé. el olor a encierro. Siempre se junta olor.

MAGDALENA: Entonces supiste qué contestarle.

ELENA: Sí... Lo que pasa es que cada vez me cuesta más defenderte.

MAGDALENA: ¿Por qué? ¿Quién me ataca?

ELENA: ¿Cómo?

MAGDALENA: Hablaste de defenderme. Si necesitas defenderme, es porque


alguien me está atacando. ¡Así que estamos en guerra y yo no estaba enterada!

ELENA: No es una guerra.

MAGDALENA: ¿No? Si es una guerra, en las guerras los otros atacan y uno tiene
pánico de que lo destruyan Vos estas con pánico.

ELENA: ¡Sí!

MAGDALENA: Pero te equivocas. Esto es una casa de familia y aquí nadie ataca a
nadie.

ELENA: No lo creas.

MAGDALENA: ¿Por qué? ¿Estoy equivocada? Entonces ¿no es una casa de familia?
¡Contestáme! ¿Es un campo de concentración? (Pausa) ¿Es un hospicio?
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ELENA: En los hospicios suele haber guerra.

MAGDALENA: Por eso te pregunto. ¿Qué es?

ELENA: No sé.

MAGDALENA: No sabés, pero hablás y me confundís.

ELENA: Sí.

MAGDALENA: Esta es una casa de familia y aquí todos atendemos nuestras


obligaciones y descansamos en paz. Mientras tanto, te pediría que te encargues
de cumplir con tu tarea. Yo bajo a cumplir con la mía.

ELENA: Es que yo necesito. A veces.

MAGDALENA: (Interrumpiendo) ¡Seguro que sí! Cualquier cosa, estoy abajo.

ESCENA 2

Magdalena entra sigilosamente al escritorio. Traba con cuidado su puerta. Se


acerca hacia la mesa, enciende una lámpara y comienza rápidamente a realizar
acciones transformadoras. Se coloca un camisón blanco, se suelta el pelo
dejando caer una cabellera negra y pesada, se entalca la cara y con su lengua
empapa obsesivamente sus labios, intentando dejarlos bien remarcados. Se
descalza rápidamente, corre a tomar la escalera de mano, la acerca a la
biblioteca y, subiéndose a ella, comenzar a revisar los libros. El reloj da siete
campanadas. Magdalena busca con mas desesperación, baja la escalera, revisa el
escritorio, se tira al piso y comienza a recorrerlo con sus manos. Toca algo sobre
la alfombra, lo levanta y saca de allí un libro. Se siente abrir la puerta,
Magdalena se levanta rápidamente, echando una última mirada al lugar.

LEITON: Pensé en suspender por hoy la lectura. Ese muchacho debe estar por
llegar de un momento a otro y tendremos que atenderlo.

MAGDALENA: No creo que sea necesario, señor. Podemos interrumpir cuando él


llegue. Además, yo ya tengo todo preparado. Hoy comenzamos un libro nuevo...

LEITON: (Interrumpiendo) Bien, me convenció. Usted siempre me convence.

MAGDALENA: (Corriendo a cerrar la puerta) Sí, señor.

LEITON: ¿Y esa música?


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MAGDALENA: Nuestro amigo Wagner.

LEITON: ¡Qué bien! ¿Dónde toca?

MAGDALENA: En el cuarto de la señora.

LEITON: ¡Qué maravilla! ¿Se siente mejor? Cómo me reconforta su inmortalidad.


Bueno, empiece cuando quiera. La escucho.

Magdalena, parándose a una distancia prudencial, abre cuidadosamente el libro


y comienza su lectura.

MAGDALENA: "Una vez, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público


un hombre se me acercó, se dio a conocer y me dijo"

Leiton hace un pequeño gesto con su mano y Magdalena se apura a echarse a sus
pies, acomodándose de la misma forma que un animalito. Leiton comenzara a
mimarla de la misma manera.

MAGDALENA: "La conozco desde siempre, su rostro de muchacha me gustaba


mucho menos que el de ahora, devastado"

Magdalena irá soportando las caricias que se irán cargando de brutalidad y deseo
y, al igual que un animalito, cuando esto se torne insoportable, intentara
defenderse con su boca.

MAGDALENA: "Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces
nos alcanza a trasponer los años mas jóvenes y gloriosos de la vida. Ese
envejecimiento fue brutal"

Se siente golpear la puerta.

ELENA: (Del otro lado) ¡Señor Leiton!

Magdalena intenta recomponerse rápidamente.

ELENA: ¡Señor Leiton!

LEITON: Pero ¿cómo puede ser? ¿Quién golpea?

MAGDALENA: (Desde el piso) Elena.

LEITON: Pero ¿no era que esa mujer estaba ocupada?

MAGDALENA: ¡Sí señor!


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LEITON: ¡No, señor! ¿Qué la ocupa?

MAGDALENA: ¡Nada!

LEITON: Eso ¡nada! Desde el momento que interrumpe, ¡nada!

ELENA: (Golpeando) ¡Señor Leiton!

LEITON: Abrale, por favor, antes que termine rompiendo la puerta.

ELENA: (Entrando) ¡Disculpe, señor!

LEITON: Por supuesto que está usted disculpada. Imagino que para golpear la
puerta de ese modo es porque algo grave acaba de ocurrir.

ELENA: No, señor.

LEITON: No tenga piedad de mí. A esta edad, las peores cosa ya las he
escuchado. ¡Vamos! ¡Hable! ¡Dígamelo! Algún día tenía que ocurrir. ¿Qué paso
con la señora?

ELENA: ¿Con la señora? ¡Nada! Está descansando.

LEITON: ¿Por qué me miente? Magdalena revise. Esta mujer está mintiendo.

MAGDALENA: Creo que no, señor.

LEITON: Y entonces ¿por qué habla con esa voz de muerte?

MAGDALENA: Hace años que habla igual.

LEITON: Entonces, hace años que viene velando a alguien y nosotros no nos
habíamos dado cuenta. ¿A quién vela, Elena?

ELENA No sé, señor.

LEITON: ¡Qué bueno! Hace años que llora a alguien y no sabe a quién. ¡Qué
extraordinario! ¡Qué poder de sufrimiento!.La verdad es que usted tendría que
haber sido religiosa.

ELENA: De religiosos quería hablarle. Hay un joven en la puerta que dice ser
seminarista, que pregunta por usted.

LEITON: Pero ¿se da cuenta? Después de tantos años, una persona golpea la
puerta de mi casa y usted viene a avisarme con esa voz de velorio. ¡Vaya, cambie
el tono de voz y hágalo pasar!
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Magdalena comienza a juntar rápidamente la ropa que ha quedado en el piso.

LEITON: (Sentándose en el sillón que está frente al escritorio) ¿Qué le parece?


¿Estoy bien?

MAGDALENA: (Echándole una mirada rápida) Sí, señor.

LEITON: No quiero impresionarlo. ¿Usted está lista?

MAGDALENA: No, señor.

LEITON: Bueno, tómelo con paciencia.

Magdalena se dirige hacia la puerta y en ese momento es interceptada por Elena


que entra.

ELENA: Señor, aquí está el joven.

LEITON: (Desde su sillón) Hágalo pasar.

En la puerta se lo ve aparecer a Pablo, un muchacho joven, muy delgado, con


una imagen bastante lavada. Su voz se escucha suave y quebrada, lleva puesto
un sobretodo largo de color azul y trae en la mano una pequeña valija.

PABLO: ¡Permiso!

LEITON: ¡Adelante! Lo estábamos esperando.

PABLO: Disculpe la demora, es que la tormenta es terrible, francamente, ha


paralizado todo.

LEITON: Sí, francamente no ha tenido suerte, hace mucho tiempo que no


tenemos una lluvia tan intensa en este lugar.

PABLO: La verdad es que me asusté bastante cuando comencé a tocar el timbre y


nadie salía. No sé como se me ocurrió golpear.

LEITON: Voy a tener que revisar yo mismo ese timbre mañana. Se descompone
cuando más lo necesitamos. Pero la verdad es que estamos acostumbrados, así
ocurre con todo en esta casa, con las puertas, con el teléfono, hasta con el
correo.

PABLO: (Acercándose) ¡Encantado de conocerlo, señor Leiton! Mi nombre es


Pablo y esta carta es para usted.
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LEITON: ¡Pero qué maravilla, Elena! Esto merece un aplauso, todo gracias a
usted, que escucho la puerta. ¿Sabe desde dónde, joven? Desde otra ala de la
casa. ¿Se da cuenta lo que es tener el oído entrenado?

ELENA: Yo estaba abajo, señor. Había bajado a buscar un vaso de agua.

LEITON: Olvide todo entonces. No tiene mérito (Oliendo el sobre) ¡Qué maravilla!
¡Una carta!

ELENA: ¡Permiso! Subo a atender a la señora.

LEITON ¡Vaya! Magdalena, por favor léala.

Magdalena acercándose a tomar la carta.

PABLO: Disculpe no la había visto.

LEITON: Magdalena es mi ama de llaves, y mi secretaria personal.

MAGDALENA: (Comienza a leer afectadamente) "Querido amigo: Cuánto lamento


que su esposa se encuentre tan delicada de salud. Fue mi más sincero deseo
acompañarlo en este difícil momento y es por eso que después de varias noches
de insomnio he llegado a la conclusión de que nada en este bendito seminario
ocurre porque sí. Y es que, hace ya tres años, llegó a este lugar este joven, que
no sólo tiene una gran vocación religiosa, sino además una gran vocación por las
letras. Creo que, finalmente mi sueño se hace realidad al poder hacerle llegar,
en manos de tan preciada compañía, este ejemplar hecho por nosotros. Tenga
usted mi más sincero respeto".

LEITON: ¡Muy bien leído Magdalena! Pero ¡muchas gracias, joven! ¡Cuántas
molestias se han tomado!

PABLO: Quiero entregarle su ejemplar.

LEITON No hay apuro. Póngase cómodo primero. Magdalena, sería bueno que
fuera a preparar un cuarto. Fíjese cual podría ser. (Magdalena sale silenciosa) Es
increíble que en una casa tan grande no tengamos cuartos disponibles. Es que
vivimos aquí solos mi esposa y estas dos mujeres que nos sirven. Ocupamos poco
lugar, entonces el resto de la casa se fue ocupando de otra manera. En fin, es
como todo.

PABLO: Esta habitación impresiona. Digo por la cantidad de libros.

LEITON: Sí, trato de mantenerme informado.

PABLO: (Entregándole la Biblia) Tome, este es su ejemplar.


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LEITON: (Toma el paquete y lo arroja hacia el escritorio) ¿Así que le gustan las
letras?

PABLO: Sí, señor.

LEITON: Pero póngase cómodo, quiero que se sienta a gusto en mi casa. ¿Lo
obligaron a venir?

PABLO: ¿Cómo?

LEITON: Le pregunto si vino por la fuerza contra su voluntad.

PABLO: No, señor.

LEITON: ¡Ah! ¿No?... ¿Lo consultaron?

PABLO: Por supuesto que no.

LEITON: ¿Y entonces? ¿Dónde quedó su voluntad? ¿Sabe una cosa? Forzar los
pensamientos no solo es desgastante, además es peligroso.

PABLO: Ya lo creo.

LEITON: ¿Se cuida, entonces?

PABLO: Sí, señor. Pero mi voluntad era venir.

LEITON: ¿Cómo saberlo? Uno se acostumbra al mandato de los demás y después


dice: "¡Mi voluntad es!"

PABLO: No es así. Yo deseaba conocerlo.

LEITON: Le aclaro que yo no firmo autógrafos. Mi pulso, ¿sabe? Está a la miseria,


y mis ojos. ¿Comprende?

PABLO: Sí, comprendo.

LEITON: ¿Cuánto tiempo piensa quedarse?

PABLO: He programado dos o tres días.

LEITON: Veo que es un joven muy inteligente. Me extraña que esté en ese lugar.

PABLO: ¿Lo dice por el seminario?


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LEITON: ¡En fin, no tiene importancia! Quiero que sepa que no pienso
entrometerme en algo que es suyo y privado. ¿Así que piensa quedarse pocos
días? Espero que pueda cumplir con su palabra.

PABLO: ¡Por supuesto que sí!

LEITON: (Balbuceando) ¡Por supuesto que sí! ¡Por supuesto que sí! Joven, es
necesario que ejercite su voluntad. Aquí todos vienen por unos días y después se
me pegotean, se instalan, no pueden irse.

PABLO: ¿Se instalan? ¿Quién?

LEITON: La gente. Pero, claro, no le hablé de ella. Ana es mi mujer, vino a


visitarme a propósito de un trabajo que tenía que hacer para la universidad. En
realidad, venía por dos o tres días, ya ve se quedo quince años. ¿Que me dice de
su voluntad?

PABLO: Tengo entendido que su mujer está muy enferma.

LEITON: Sí, es verdad. Pero de todos modos, si quisiera podría irse. No se va


porque se siente bien en este lugar. Se siente a gusto.

PABLO: ¿Qué es lo que tiene?

LEITON: Desesperanza. Sí, eso va creciendo adentro y destruyendo el sistema


inmunológico hasta que finalmente el cuerpo deja de responder por completo.

PABLO: Qué increíble.

LEITON: ¿Increíble? ¿Pero donde vive usted? Hoy, la mayoría de la gente muere
por eso.

PABLO: Sí, claro, ya entiendo.

LEITON: Joven, le voy a pedir un favor. Fíjese, debe haber lápiz y papel sobre el
escritorio.

PABLO: Sí, aquí hay.

LEITON: Hágame el favor. Escriba. "Arreglar el timbre". ¿Escribió?

PABLO: ¡Sí!

LEITON: Fíjese, debe haber allí un pinche con unos papeles... ¿Está?

PABLO: Sí, aquí está.


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LEITON: A ver, fíjese ¿qué dice en el papel que está pinchado?

PABLO: "Arreglar el timbre".

LEITON: Está bien. Pínchelo allí.

ESCENA 3

Elena está sentada a los pies de la cama de Ana, meciéndose sobre sí


acompasadamente, cuando entra Magdalena.

ELENA: Magdalena, no te enojes, yo baje...

MAGDALENA:(Interrumpiéndola) ¡Cuántas veces tengo que decirte que no dejes


el cuarto! ¡No tenés nada que hacer en el resto de la casa! ¡Tú trabajo está
aquí! ¡Sentáte y cuidala!

ELENA: Tenía mucha sed! ¡Fijate! No hay agua en la jarra. Baje a buscar un vaso.
Tenia la boca seca, pastosa.

MAGDALENA: ¿Seca? ¿Seca? ¿Con la humedad que hay en estos cuartos?

ELENA: ¿Humedad?

MAGDALENA: Sí, humedad. ¿No te diste cuenta? La tormenta trajo humedad.

ELENA: Pero yo igual tenía la boca seca, quería tomar agua.

MAGDALENA: Y por eso bajaste y abriste la puerta de calle.

ELENA: Sentí golpes, golpeaban muy fuerte. ¡Me asusté! Pensé que podía ser el
médico.

MAGDALENA: ¿Qué médico?

ELENA: El médico de la señora.

MAGDALENA: ¡Ah! Sí.

ELENA: Pero tenés razón, pensé mal. (Pausa) Vos me dijiste que habías hablado
esta tarde con él desde el teléfono del escritorio y que te pidió que le
aumentaras la medicación. (Pausa) Entonces, ¿para qué iba a venir?

MAGDALENA: Tenés razón.


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ELENA: Aunque igual podría haber venido. Como la señora está tan mal...

MAGDALENA: ¿Mal?

ELENA. ¡Sí!

MAGDALENA: ¿Por qué‚ mal? Duerme, descansa. ¿No te gusta?

ELENA: No.

MAGDALENA: ¿Por qué? ¿Estás cansada de cuidarla?

ELENA: No, de cuidarla no. Pero sí estoy un poco cansada.

MAGDALENA: Bueno, ya vas a descansar. Yo voy a preparar un cuarto para


nuestro visitante.

ELENA: ¿Qué cuarto le vas a preparar?

MAGDALENA: No sé. El que encuentre desocupado.

ELENA: Pero si están todos...

MAGDALENA: (Interrumpiéndola) ¿Todos qué? ¡Que mala memoria que tenés! En


cambio, a mí las cosas se me fijan. ¿Viste la foto que tenemos en nuestro cuarto?
Me acuerdo el trabajo que le dio a mamá sacarla. Había mucho viento y se nos
volaban los moños del peinado. Y en esa foto no tengo más de dos o tres años.

ELENA: ¿Había viento?

MAGDALENA: Sí, en el mar suele haber viento. (Pausa) La verdad es que deberías
preocuparte, no podés tener tan poca memoria.

ELENA: Preocuparme. ¿Por qué? Ya tenés memoria vos.

MAGDALENA: Pero vos tendrías que tener tu propia memoria.

ELENA: Podría tomar notas.

MAGDALENA: No es mala idea. Si querés, vos me dictas. Yo te escribo

ELENA: ¿Sabes una cosa? Cuando vi allá abajo a ese muchacho, me di cuenta que
hacía mucho tiempo que no vemos a nadie.

MAGDALENA: Hace poco vimos al médico.


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ELENA: ¿Qué medico?

MAGDALENA: Al médico de la señora.

ELENA: ¡Ah, sí!, el médico. Tenés razón. Pero no me gusta que ese muchacho se
quede.

MAGDALENA: No te preocupes, se va a ir en seguida. Esta casa tiene esa virtud:


hace que uno no pueda dejar de pensar. Tanto es así que, finalmente, después,
en medio de este encierro, le va a pasar lo que a vos; empezar a perder la
memoria y querrá huir, recordar.

ELENA: Tenés razón. Seguro que va a llamar pidiendo que lo vengan a buscar.

MAGDALENA: ¿A llamar? ¿Cómo va a llamar?

ELENA: Por teléfono.

MAGDALENA: ¡Por teléfono! Tenés razón. Sería bueno que arreglasen el teléfono.

ELENA: ¿Por que no lo escribís?

MAGDALENA: ¿Cómo?

ELENA: Digo, por qué no bajas y lo escribís como haces vos, "Arreglar el
teléfono".

MAGDALENA: ¡Sí! Tenés razón. Voy a bajar a escribirlo. (Pausa, acercándose a la


cama de Ana) Sigue durmiendo, mira parece una santa. ¿Qué dirá el sacerdote
cuando la vea? Seguro que va a impresionarlo. Porque impresiona.

ELENA: ¿Va a venir un sacerdote?

MAGDALENA: Lo digo por el visitante.

ELENA: ¿No era seminarista?

MAGDALENA: Por eso, seminarista, sacerdote. Bueno, ya va a ser sacerdote. Voy


a ir a prepararle el cuarto.

ELENA: No te olvides del teléfono.

MAGDALENA: Sí, ya bajo.


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ESCENA 4

La biblioteca iluminada tenuemente. Frente a una lámpara que se encuentra


encendida sobre el escritorio, Pablo lee concentradamente. Magdalena
entrando.

MAGDALENA: Permiso, vengo a tomar unas notas.

PABLO: Si necesita estar sola, me voy

MAGDALENA: No, quédese. Es un momento. Enseguida voy a prepararle su cuarto.


Me imagino que debe estar muy cansado.

PABLO: Sí, fue un viaje bastante largo y los caminos se nos hacen más largos de
lo habitual cuando no estamos acostumbrados a hacerlos.

MAGDALENA: No es mi caso. Yo siempre hago el mismo camino. Voy de este


escritorio a los cuartos, de los cuartos a la cocina y de allí a mi cuarto. Recorro
bastante, pero, como siempre es el mismo camino, no se me hace tan largo.
Atender una casa tan grande es muchísimo trabajo.

PABLO: Supongo que sí. (Pausa) ¿No sale?

MAGDALENA: ¿Adónde? ¿A la calle?

PABLO: Sí.

MAGDALENA: ¿Para qué?

PABLO: No sé. ¿No necesita salir?

MAGDALENA: ¡No! Si quiero pasear, para mí no hay mejor paseo que caminar un
rato frente a esta biblioteca. ¿Y ver gente? Estos cuartos están llenos de gente.
¿Pero veo que a usted le importa mucho ver gente?

PABLO: Si, yo necesito estar con gente.

MAGDALENA: Entonces se va a sentir muy a gusto en este lugar.

PABLO: Yo le había entendido al señor Leiton que ustedes vivían solos en este
lugar.

MAGDALENA: Bueno, yo esperaba que usted me entendiera, o que lo entendiera


al señor Leiton. Solos, solos, no estamos. Tampoco tan acompañados.

PABLO: No entiendo lo que quiere decirme.


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MAGDALENA: Esta casa está llena de sombras. Imagínese. ¿Usted no tiene


sombras? ¿Cuántas? Ahora piense en la cantidad de sombras que habitan una casa
como esta. Es infinita la cantidad. Uno con los años hasta se cansa de dialogar
con ellas. ¿Cree usted que me puede quedar ganas y tiempo de dialogar con
otros?

PABLO: Puede ser que tenga razón.

MAGDALENA: Dígame, ¿le interesa mucho el señor Leiton?

PABLO: Sí, es un personaje muy interesante.

MAGDALENA: ¿Por qué "personaje"? ¿Qué quiere decir?

PABLO: Simplemente eso. Que me interesa mucho.

MAGDALENA: Ahora, no entiendo por qué dice "personaje”. ¡El señor Leiton vive,
existe! ¿O a usted le cabe alguna duda, joven? Discúlpeme, pero ¿a qué vino?

PABLO: A traer un encargo.

MAGDALENA: ¿Y quién le pidió que viniera?

PABLO: Me mandaron del seminario, pero en realidad creo que pudo haber un
mal entendido. Creíamos que el señor Leiton estaba de acuerdo con mi visita.

MAGDALENA: ¿Yo le dije que no?

PABLO: No. Pero tengo la sensación de que pudo haber un mal entendido.

MAGDALENA: Puede ser. Yo en su lugar también tendría la misma sensación. Que


me manden a traer un libro desde tan lejos a una casa que está llena de libros,
repleta de libros, que rebalsa de libros....

PABLO: (Interrumpiéndola) Sí, pero, de todos modos, quiero aclararle que éste
no es un libro cualquiera, esta es una Biblia. ¡Y tampoco es cualquier Biblia! El
libro que yo he venido a traer está confeccionado íntegramente por los hermanos
de mi seminario...

MAGDALENA: (Interrumpiéndolo) ¿Es usted vendedor?

PABLO: No, señora.

MAGDALENA: Fíjese que tiene pasta. Porque me convenció.


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PABLO: Le pediría que llame al señor Leiton para aclarar esta situación. Quiero
saber de inmediato si es que hubo un mal entendido. Si llegó a ser así, ya mismo
me comunico con el seminario para ver...

MAGDALENA: (Interrumpiéndolo) ¡Ve! Me olvidaba, ahora que habló de


comunicarse me acordé que yo bajaba por el teléfono. (Yendo al teléfono) ¡Que
increíble! No funciona. Tendría que pedir... (Pausa) ¿Cómo se dice?. Pedir...

PABLO: ¿Reparación?

MAGDALENA: ¡Eso! ¡Reparación! ¿Usted sabe cómo se hace, joven?

PABLO: Tiene que llamar a alguien que sepa reparar.

MAGDALENA: ¿Llamar? Disculpe, pero de dónde saco ese libro que tiene en la
mano?

PABLO: De allí, de la biblioteca.

MAGDALENA: ¿Y quien le abrió la puerta?

PABLO: Nadie. Estaba abierta.

MAGDALENA: Le pediría por favor que no vuelva a hacerlo. No tome ningún libro
sin mi permiso. Quiero que sepa que me está comprometiendo.

PABLO: Le pido disculpas. Tiene usted razón.

MAGDALENA: Esta biblioteca está bajo mi cuidado y mi responsabilidad. Desde


que el señor Leiton quedó ciego, yo soy quien la ordena y vigila. Además, puede
ver que ese libro que tiene en la mano lleva puesto en su lomo un número, y, si
tiene un número, es porque tiene una ficha, que yo debería tomar para poder a
notar que ese libro lo tiene usted. ¿Entiende? Si el señor Leiton me preguntara
por el libro número, número... (Haciendo una seña)

PABLO: 466.

MAGDALENA: 466. Yo tendría que poder decirle que lo tiene el señor.


(Reponiendo nuevamente la seña)

PABLO: Pablo Barman.

MAGDALENA: ¿Se da cuenta? La próxima vez necesito que me avise. Lo mismo si


necesita que le lea.

PABLO: ¿Que usted me lea?


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MAGDALENA: Sí, yo sé leer. Pero no se qué concepto tiene usted de mí, claro,
como me ve con uniforme, tal vez piense que no sé leer.

PABLO: No, la verdad, es que no había pensado nada.

MAGDALENA: Bueno, si quiere que yo le lea, me dice y fijamos un horario. Yo, a


las 19 horas, suelo leerle al señor Leiton. Ese momento es privado y hace ya 18
años que mantenemos el mismo horario.

PABLO: (Sentándose) Perdóneme.

MAGDALENA: ¿Qué le pasa? ¿Se siente mal?

PABLO: Un poco mareado. Supongo que puede ser por el viaje.

Se sienten ruidos de bastón. En la puerta Leiton, entrando.

LEITON: ¿Magdalena está aquí?

MAGDALENA: Sí señor. Aquí estoy, trabajando. Estaba por preparar la ficha del
señor Pablo... Pablo...

PABLO: Burman.

MAGDALENA: Pablo Burman, que acaba de retirar un libro.

LEITON: ¿Pero ya tan pronto se va a poner usted a leer?

MAGDALENA: Eso mismo estaba por decirle yo cuando usted entraba. La verdad
es que se lo ve muy cansado.

LEITON: Entonces ¿por qué no lo acompaña hasta su cuarto?

MAGDALENA: Justamente, estaba en eso. Iba a subir a prepararle el cuarto.

LEITON: ¿Todavía? Pero este hombre va a pensar que queremos que duerma
parado o sentado. O lo que es peor, que no duerma.

MAGDALENA: Tiene razón. Lo que quería preguntarle es que cuarto le parece a


usted que le prepare. Digo por la humedad.

LEITON: ¿Humedad?

MAGDALENA: Sí, la tormenta ha traído mucha humedad.


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LEITON: ¡Ah! Menos mal, porque este clima tan seco me mata. Bueno, pero
pensemos qué cuarto podría ser.

PABLO: Señor, yo realmente no quisiera ocasionarle ningún problema. Puedo


dormir en cualquier lugar. Pero si tiene inconveniente, yo puedo irme a un hotel.
Creo que el mareo es por el cansancio y la falta de algo caliente en el estómago.

MAGDALENA: Creo que el joven intenta decirle que me he olvidado de servirle


algo de tomar.

LEITON: No lo intenta, lo ha dicho. Pero ¡que descortesía para con una persona
que acaba de hacer tantos kilómetros! Joven. acompañe a Magdalena hasta la
cocina. Ella le servir algo caliente.

PABLO: Permiso.

LEITON: ¡Ah! y no olvide de llevar su valija. Así después, va para su cuarto.


Quiero ahorrarle camino. Buenas noches y sientas como en su casa.

Un estruendo. Golpes fuertes dados como en el vacío.

PABLO: (Volviéndose) ¿Y eso?

MAGDALENA: Relámpagos. Parece que va a seguir lloviendo.

LEITON: Mejor. este clima tan seco me mata.

ESCENA 5

La mañana siguiente en la biblioteca. Pablo duerme sobre un sillón, de costado


en el piso se encuentra su valija. La luz del día entra tímidamente por el
ventanal. Por la puerta vemos aparecer a Ana. Es de una delgadez excesiva.
Lleva un camisón blanco que la cubre hasta los tobillos. Entra buscando algo. Al
llegar hacia los sillones descubre a Pablo. Se acerca y comienza a mirarlo
detenidamente.

ANA Buenos días. (Tocándolo) Buenos días.

PABLO: ¿Por qué no me llamaron?

ANA: No sé.

PABLO: ¿Quien es usted?


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ANA: Soy Ana, la mujer de esta casa. La esposa del señor Leiton. Usted supongo
que es el sacerdote que mi esposo esperaba.

PABLO: Sí, pero no soy sacerdote, soy seminarista. ¿Por qué me dejaron
durmiendo acá?

ANA: La verdad que no sé. Es el lugar de la casa menos agradable para poder
dormir. Se escucha mucho ruido, las voces, la gente. Pero usted se ve que
descansó bien.

PABLO: La otra señora me dijo que me iba a preparar un cuarto.

ANA: ¡Ah! Se va a cansar de esperar. Hizo bien en dormir aquí. Hasta que
desocupen uno, convencer a los otros para que salgan...

PABLO: ¿Qué otros?

ANA: Los otros. Pero ¿cómo? ¿No los escucho? A mí, a veces no me dejan dormir,
pero usted pudo descansar tranquilo. ¿De dónde viene?

PABLO: De lejos. Quisiera hablar a Santa Fe. ¿Cómo podría hacer?

ANA: ¿Es de Santa Fe?

PABLO: Sí.

ANA: (Comienza a reír con una mueca histérica) Perdóneme.

PABLO: ¿Se ríe? ¿De que se ríe?

ANA: Me causa gracia. Un seminarista que viene de Santa Fe, es un poco


recargado. ¿No cree?

PABLO: No, no creo. ¿Ese teléfono todavía no funciona?

ANA: Creo que no.

PABLO: (Corroborando) No, todavía no. Bueno, voy a tener que salir a hablar.
Quiero comunicarme con el seminario, decirles que llegué bien, y arreglar mi
vuelta.

ANA: ¿Su vuelta? Si recién acaba de llegar. Espere tranquilizarse.

PABLO: No, quiero volverme.

ANA: ¿Por qué? ¿No lo esta pasando bien?


20

PABLO: ¡No!

ANA: ¡Qué descortés! Pero, bueno, está bien, es sincero. No se apure, esto es
sólo una primera impresión. Después comenzará a gustarle. Yo lo entiendo, a mí
me pasó lo mismo la primera vez.

PABLO: ¿Qué hace usted aquí?

ANA: Vivo. Bueno, vivía, porque ahora me estoy muriendo. Pero, bueno, son
cosas de la vida. Usted también se va a morir alguna vez.

PABLO: ¡Seguro!

ANA: Póngase cómodo. Me alegra mucho verlo. Me encanta verlo. Hace tanto que
no veía a alguien joven, así tan joven como usted. ¡Que lindo! ¿Qué edad tiene?

PABLO: 28.

ANA: ¡"29 abriles! ¡Volver a tenerlos! Si cuando me acuerdo". No me voy a poner


a llorar nada porque se me arruga la piel. ¿Cómo se llama?

PABLO: Pablo Burman.

ANA: Burman. ¿Cómo se escribe?

PABLO: Así como suena.

ANA: Tome, ¿me lo escribe?

Pablo lo hace desganadamente.

ANA: Tiene razón, es como suena. Bueno lo voy a dejar acá pinchado así no me lo
olvido. (Se lo pincha con una alfiler del camisón)

PABLO: ¿Dónde está el señor Leiton?

ANA: ¿Lo extraña?

PABLO: ¿Cómo?

ANA: Le pregunto si lo extraña. Yo sí, antes lo extrañaba mucho. Ahora me


acostumbro a estar por momentos sin él. Pero, claro, ahora es distinto, ya sé
quién soy.

PABLO: ¿Quién es?


21

ANA: ¡Ana Letieri! ¡Encantada! Me encanta su piel. Nada que ver con la mía.

PABLO: ¿Qué tiene?

ANA: ¿Dónde?

PABLO: Allí en los brazos, esas manchas oscuras.

ANA: ¿Vio que desagradables?

PABLO: Parecen moretones.

ANA: Son moretones.

PABLO: ¿Quién la golpeo?

ANA: La vida. ¡Ah! ¡Si me habré caído! Por eso, mire, una con el tiempo entiende
que tiene que andar por aquellos caminos conocidos. Yo por eso aprendí éste, y
de éste no me sacan. De mi cuarto al escritorio y del escritorio al cuarto; listo,
ya no me golpeo más. Dígame ¿no tengo razón? Mire como estoy. Estaba cansada
de golpearme.

PABLO: Tiene razón.

ANA: ¿De qué se ríe?

PABLO: No, no me reía.

ANA: Sin embargo, me pareció verle como una mueca. Ríase si quiere.

PABLO: Es que no quiero reírme.

ANA: Está bien. Pero si se llega a reír, avíseme. Hace mucho que tampoco veo
reírse a nadie.

ESCENA 6

Magdalena entra con una bandeja. Lleva una gran tetera que contrasta con una
tacita muy pequeña.

MAGDALENA: ¡Buenos días!

ANA: ¿Para usted también?


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MAGDALENA: ¿Qué hace usted aquí?

ANA: Bajé a tomar un poco de humedad.

MAGDALENA: ¿Por qué lo hizo? Sabe que lo tiene prohibido. No puede dejar su
cuarto. El médico le prohibió abandonar la cama.

ANA: ¿El medico? ¿Cuándo?

MAGDALENA: La última vez que estuvo. Pero, claro, ¡si no fuera por mí...! Qué
mala memoria hay en esta casa! (Magdalena leyendo el papel que Ana lleva
pinchado en su camisón) Pablo Burman (Pausa) Aquí tiene su desayuno.

ANA: Magdalena tiene una memoria sorprendente.

PABLO: Anoche esperé que me diera un cuarto.

MAGDALENA: ¿Y qué paso? Se quedó dormido. Me dio pena despertarlo. Dormía


como un ángel. Como Elena, que debe estar durmiendo a pata suelta arriba. Por
eso la señora está aquí abajo.

Se escucha bruscamente el sonido de una opera.

PABLO: ¿Y eso?

MAGDALENA: ¿Le gusta? Un ensayo. Unos amigos artistas, cantantes. Ensayan de


mañana. Hay que dejarlos, no se puede decir nada. El señor Leiton les dio
permiso.

ANA: ¡Qué hermoso! ¿Le gusta Wagner?

PABLO: Pero yo escucho una orquesta.

ANA: ¿Qué escuchó?

PABLO: Una orquesta.

ANA: Qué oído. Yo no.

MAGDALENA: Las voces suenan como orquesta. Gente muy preparada, cantantes
de los mejores teatros líricos del mundo. Entra lo mejor en esta casa, solo lo
mejor. (Leyendo nuevamente el camisón de Ana) Pablo Burman, su desayuno.

ANA: ¡Qué memoria envidiable! Y usted, ¡qué oído francamente refinado! En


cambio yo, puro aire.
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ESCENA 7

Entra Leiton vestido con una bata larga de color roja en una seda desteñida y
manchada por el tiempo.

LEITON: ¡Buenos días!

ANA: Buenos días señor

LEITON: ¿Ana aquí? ¡Qué milagro!

PABLO: ¡Buenos días, señor Leiton! Quería hablar con usted.

LEITON: ¡Pero fíjese qué maravilla! ¡Mi mujer aquí!

PABLO: Señor Leiton...

LEITON: Sí, ya me imagino. Pero, Magdalena, suspenda la clase de hoy.

PABLO: Hay un mal entendido, no quiero que me dé clase.

MAGDALENA: (Siempre leyendo) Señor Pablo Burman se enfría su desayuno.

LEITON: Mejor, Magdalena. Y que espere. Sirva el desayuno aquí para todos.

Magdalena sale rápidamente.

PABLO: Señor Leiton, necesito aclarar esta situación. Creo que hubo un mal
entendido. Posiblemente usted no deseaba recibirme...

LEITON: Y entonces, ¿por qué lo recibí? ¿Quién me obligo? Ya le dije que esto no
es un seminario. ¿O a usted le recuerda al seminario?

PABLO: No.

LEITON: Una escuela militar, una clínica psiquiátrica, una organización política.
Dígame, ¿qué le recuerda?

PABLO: Nada, no me recuerda nada.

LEITON: Entonces deje de insistir con eso de "quién me obligó". Por favor,
siéntese, póngase cómodo. Dígame, usted que puede, cómo la ve a mi esposa.

PABLO: Bien, yo la veo bien. Y seguramente se va a poner mejor.


24

LEITON: Ana ¿cómo te sientes?

ANA: ¡Muy bien!

LEITON: ¿Se da cuenta? Una palabra suya bastó para sanarla.

PABLO: Disculpe, ¿usted está seguro..? ¿Es usted el señor Leiton?

LEITON: Bueno por lo menos, eso creí hasta hace un momento. Pero dígame
usted, está seguro de que es sacerdote y no médico ¿verdad?

ANA: ¡Que increíble! Los fantasmas, las sombras, hacen que a veces no podamos
ver con claridad y entonces nos sentimos confundidos. Pero no se preocupe, está
bien, todo está bien... Además, hoy hay un poco menos de humedad. Yo por lo
menos veo más claro.

LEITON: En cambio, a mí los años y estas malditas sombras me han dejado ciego.

ANA: Bueno, voy a subir a arreglarme.

ESCENA 8

Ana sale. Después de un momento, se escuchan nuevamente estruendos y golpes


dados como en el vacío.

PABLO: (Mirando fijo a Leiton) ¿Escuchó?

LEITON: ¡Sí!

PABLO: ¿Qué es eso? No me va a decir que es una orquesta.

LEITON: Amigo mío, veo que la literatura ha favorecido notablemente su


imaginación.

PABLO: Pero, ¿escuchó ese ruido?

LEITON: Sí, y yo también me pregunto qué podrá ser. Hace años que lo escucho.

Los ruidos crecen.

PABLO: Escuche, es horrible. ¿Qué es? ¿Problemas de construcción?

LEITON: ¿Le parece? Sin embargo, esta casa es bastante sólida. Si le molesta
mucho, llamo a Magdalena y le pido que nos lea.
25

PABLO: ¿Que lea?

LEITON: Sí, así se distrae. La lectura es una brillante compañía.

PABLO: Tiene razón, no es mala idea. Pero prefiero leer yo.

LEITON: Como usted guste, joven. Siéntase como en su casa.

PABLO: Aquí está el libro número 466. La señora Magdalena ya me hizo la ficha.

LEITON: Perfecto. Ya que va a leer ¿por qué no lo hace en voz alta? A mí también
me molestan los ruidos.

PABLO: (Sentándose en un taburete frente a Leiton) ¿Comienzo?

LEITON: Sí, lo escucho. Discúlpeme, pero, ya que lo va a hacer, hágalo parado.


La voz es importante. Que la palabra llene el espacio.

ESCENA 9

Ana, sentada frente al tocador. Tiene puesto un vestido viejo. Elena, parada
detrás de ella intenta arreglarla.

ANA: No, no estoy linda. El espejo no miente. Por lo menos, a mí no. Soy yo
Tengo cara de asustada. Si pudiera bajar sin que nada me importase.

ELENA: ¡Qué susto me hizo pegar! Pensé que se había ido.

ANA: ¿Que me había ido?... ¿Adónde?

ELENA: No sé, pero corrí enseguida al placard, a fijarme si estaba su valija. Me


tranquilizó verla.

ANA: ¡Mi valija! ¿Dónde está?

ELENA: ¿Quiere que la saque?

ANA: Sí, sacala Elena.

Elena saca la valija del placard y la pone sobre la cama. Las dos se sientan
frente a ella.
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ANA: ¡Qué hermoso! Me encanta verla cada tanto y pensar, Elena, pensar en una
mañana como ésta, en que realmente es posible que entre el sol, y entonces
veamos con mucha más claridad.

ELENA: ¡Si pudiéramos abrir las ventanas!

ANA: ¿Lo viste?

ELENA: ¿A quién?

ANA: A él... Está allá abajo... Es hermoso. El es un sol. ¿Me veo linda?

ELENA: Si usted siempre fue linda.

Elena comienza a revisar los cajones y luego dentro de los placares

ELENA: Señora, dígame, ¿no se acuerda?

ANA: ¿Qué cosa?

ELENA: Ese médico que vino una vez. En algún lado debe haber dejado una
dirección y un teléfono.

ANA: La verdad es que no me acuerdo. Tengo tan poca memoria. ¿Por qué no le
preguntas a Magdalena?

ELENA: ¡No! A Magdalena no. En algún lado tiene que estar.

ANA: Elena, ¿te sentís mal?

ELENA: Sí, cansada.

ANA: Vení, sentate al lado mío. ¿Querés que te cuente un cuento?

ELENA: No, yo nunca entiendo lo cuentos. Lo que yo quiero es saber dónde están
esos papeles. (Pausa) Igual, de qué me serviría encontrarlos si yo no sé leer.

ANA: ¿Viste? ¿Y por qué no aprendiste?

ELENA: Porque para aprender hace falta memoria, y yo no la tengo.

ANA: Si querés yo te leo.

ELENA: Eso había pensado.

ANA: Cuentos.
27

ELENA: Ya le dije que no me gustan los cuentos.

ANA: En cambio, a mí me encantan. Y allí abajo hay un príncipe sol que me está
esperando.

ELENA: (Susurrando) ¡No confíe, señora, no confíe!

ANA: (Siguiendo en el tono de Elena) ¿En quién?

ELENA: En los cuentos. Esta casa está llena de cuentos.

ANA: Pero este es hermoso. Y además tiene una música que suena distinta.

ELENA: No está tan segura. El viejo quiso que ese joven viniera.

ANA: (Riéndose con una mueca histérica) El viejo se equivocó. No pensó en la


posibilidad de que el cuento lo trajera otro. ¡Vamos, Elena! Bajemos, que en la
biblioteca hay un sol inmenso que nos está esperando.

ESCENA 10

En la biblioteca, Pablo se encuentra sentado frente al escritorio que ha sido


cubierto con una sábana blanca. En el centro, una fuente tapada con un lienzo
color rojo. Ahora todos los muebles del escritorio han quedado cubiertos. Pablo
mira fijamente la fuente. Entra Ana. Lleva puesto su vestido viejo y en la cabeza
un sombrerito con dos margaritas de plástico prendidas a un costado. Elena
entra tras ella y se queda temerosa parada cerca de la puerta.

ANA: Permiso. Le presento a Elena, mi nana.

PABLO: La conozco, fue quien me recibió cuando llegué.

ANA: Igual que a mí. ¡Ella también me recibió! Entonces, somos hermanos de
nana.

PABLO: ¿Cómo?

ANA: ¡No! No lo hagamos tan familiar, no nos conviene. Disculpe, es una


tendencia que tengo. ¿Cómo se encuentra?

PABLO: Hambriento, sediento.

ANA: (Acercándose) Disimule. A Elena estas cosas le dan un poco de pudor y debo
confesarle que a mí también.
28

PABLO: ¿De qué habla?

ANA: De su sed, de mi sed, ambos estamos hambrientos y necesitados.

PABLO: Creo que esto es un error.

ANA: Para usted todo es un error. Yo creo que su vida ha sido un error. Porque no
intenta otro camino.

PABLO: Yo estaba muy bien antes de entrar a esta casa.

ANA: ¡Ah! ¿Sí? Y después, ¿qué le pasó?

PABLO: ¡No sé!

ANA: No sabe, pero tiene hambre y tiene sed. ¿En el seminario nunca estuvo
necesitado?

PABLO: ¿De qué?

ANA: No sé, usted dice que aquí tiene necesidades.

PABLO: Por supuesto que tenía necesidades. Por eso es que entré al seminario.
Un hombre siempre tiene necesidades pero ¿adónde quiere llegar con esto?

ANA: A que me mire.

PABLO: Ahora la estoy mirando. (Pausa) Me da pena. (Pausa) Me da lástima.

ANA: Elena, dejanos solos.

ELENA: ¡No puedo, señora! Es mi obligación cuidarla.

ANA: Es un momento.

ELENA: Señora, me pone en una mala situación.

PABLO: ¡Salga! Y si le preguntan, dígales que yo se lo pedí.

ELENA: ¡Está bien! (Sale)

PABLO: ¿Qué busca de mí?

ANA: Déjeme mirarme, por favor, aunque más no sea por un instante. Siempre
necesito alguien en quien mirarme.
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PABLO: No en mí, yo no puedo ayudarla.

ANA: Pero ¡cómo!, ¿usted no es seminarista?

PABLO: Pero usted busca otra cosa.

ANA: ¿Y usted qué busca? Yo tengo un mar oscuro y profundo para mostrarle del
cual podría enamorarse perdidamente si lo viera.

Se escucha muy por lo bajo el ruido del agua pegando en el vacío.

PABLO: ¿Qué es eso?

ANA: ¿Escuchó?

PABLO: Claro que escuché.

ANA: ¿Se da cuenta? Le juro que no le miento.

PABLO: Por favor, dígame que es verdad. Que no estoy loco. Dígame que usted
también lo siente.

ANA: ¿Cómo no lo voy a sentir si lo llevo adentro?

Ana se desprende su vestido, dejando ver un cuerpo lánguido y enfermo. Se


acerca hasta Pablo, apoyando la cabeza de él contra su vientre.

ANA: ¡Ay! Tengo hambre. Tengo hambre de hijo.

Pablo la sostiene y comienza a recorrer el cuerpo enfermo.

ANA: ¡Qué hijo! ¡Qué viejo hijo de puta!

ESCENA 11

Se abre rápidamente la puerta, Ana se recompone rápidamente y se oculta


detrás de Pablo.

LEITON: ¿Con quién estoy?

PABLO: Con nosotros.

LEITON: ¡Nosotros! (Pausa)


30

Elena se escabulle detrás de Leiton parándose al costado de la puerta.

LEITON: Siento el perfume inconfundible de Ana. Hermoso perfume a piel seca.


¿Cómo te sientes, querida?

ANA: Mejor. ¡Mucho mejor!

LEITON: Se da cuenta. No hay mal que dure cien años, menos mal porque lo que
si hay seguro son cuerpos que lo aguantan.

PABLO: ¿Por quién lo dice?

LEITON: ¡Por mí, hablo de mi mal! Sé además que en mi último aliento de dolor
solo voy a pedir un segundo más, sólo un segundo más. Creo, Ana, que te voy a
extrañar. Luego voy a pensar cómo era, dónde me dolía, y luego la nostalgia.
¡Qué trabajo recordar! Por eso, para no tener que hacer ese esfuerzo
inconmensurable lo importante es mantener muy cerca nuestros los espejos, lo
más cerca posible. ¿Entiende?

PABLO: ¡Creo que sí!

LEITON: ¿Dónde está Elena?

ANA: ¡Aquí conmigo!

LEITON: Está bien, ése es su deber. Elena, no olvide nunca su deber.

Magdalena entra, trayendo una bandeja con una gran tetera.

MAGDALENA: Permiso.

LEITON: ¡Aquí estamos, con nuestro amigo, esperándola para probar ese
riquísimo desayuno.

MAGDALENA: (A Pablo) Si quiere le sirvo más.

PABLO: ¿Qué es esto?

LEITON: Supongo que té. ¿O no preparó té?

ANA: Sí, es té.

PABLO: Pero esto parece agua.

LEITON: Es que Magdalena lo prepara así, liviano. A nosotros el té fuerte nos cae
mal. Magdalena, prepárele otra cosa.
31

PABLO: (Destapando la bandeja) ¿Puedo comer ese pan?

LEITON: Pero por supuesto, si está para comerlo. Sírvase todo lo que usted
quiera. (Señalando una mesa devastada)

Pablo toma el pan y se lo acerca a Ana.

ANA: No, gracias, estoy a régimen.

PABLO: ¿Usted?

LEITON: ¡Así es! Cuida su figura.

ANA: Cada vez que me miro en el espejo de mi adolescencia me veo tan


rellenita...

LEITON: ¿Y usted?

PABLO: Yo no, no necesito cuidarme.

LEITON: ¿Y mirarse en el espejo?

PABLO: No, tampoco necesito.

LEITON (Riéndose) Yo sí y muy a pesar de algunas sombras, puedo.

ANA: (A Pablo) ¿Por qué no se mira? ¡Qué cutis hermoso que tiene! ¿El mío cómo
se ve?

PABLO: Devastado.

ANA: Suena hermoso en sus labios. Repítalo otra vez.

PABLO: Devastada, toda usted ha sido devastada.

ANA: ¿Por qué me desnuda? ¿Cómo se atreve?

LEITON: Ana tiene razón.

ANA: Yo no le di permiso para que me mirara tanto. (Pausa) Y si así fuera, a


usted ¿no le molesta la humedad?

PABLO: Sí me esta empezando a molestar.

Pablo comienza a contorsionarse dando abruptas arcadas.


32

ANA: ¿Qué le pasa? ¿Se siente mal?

MAGDALENA: Creo que se atragantó con el pan.

LEITON: ¡Agua! ¡Vamos, traigan agua!

Magdalena sale.

PABLO: (intentando hablar) El pan está lleno de hongos, la humedad.

LEITON: (Gritando) ¡Traigan agua! ¿No me escucharon?

ANA: Tranquilícese. Ya viene Magdalena.

MAGDALENA: (Entrando) ¡No hay agua! ¡Cortaron el agua!

LEITON: ¿Cortaron el agua?...

Ana, Leiton y Magdalena estallan en una sola carcajada.

ELENA: En el sótano.

Leiton, Ana y Magdalena dejan de reírse.

LEITON: ¡Música! Quiero escuchar un poco de música, suba y pídale a nuestro


amigo Wagner que nos traiga un poco de agua. (A Pablo) ¿Escuchó alguna vez "El
Buque Fantasma"?

PABLO: ¡No!

Magdalena sale rápidamente.

ANA: (A Pablo) ¿Sabe bailar?

PABLO: (Mientras intenta recomponerse) No.

ANA: ¿Sabe cantar?

PABLO: ¡No!

ANA: ¿Sabe abrirme el escote para ir a jugar?

PABLO: ¡No!
33

LEITON: Por mí, muchacho, no se preocupe. Ojos que no ven, corazón que no
siente. Aparte, debo confesarle, que desde que la conocí, no, perdón, mucho
antes de conocerla, ya la veía en la cama con otro.

ANA: ¿Se da cuenta? Nada menos que a mí, que con el único hombre que me pude
meter en la cama fue con mi padre.

LEITON: Sombras, sombras, sombras.

ANA: ¡Escuchen qué maravilla!

Se escucha desde otro cuarto la música de Wagner puesta a todo volumen.

ANA: ¡Vamos! ¡Venga! Anímese a bailar un poco conmigo. Hace tanto que no la
hacía.... Por favor, agárreme.

Pablo la mira a Elena que permanece inmóvil al lado de la puerta.

LEITON: ¡Vamos! Aproveche, ya que volvió el agua.

MAGDALENA: (Entrando) ¿Está bien, señor?

LETON: ¡Perfecto, Magdalena! ¿Cómo se ve la señora?

MAGDALENA: Hermosa, una santa. Vamos, joven, no la deje bailando sola, que
además se va a caer. Y no creo que sea pecado bailar con una santa.

Pablo abraza a Ana con ternura e intenta sostenerla. Comienza nuevamente a


sentirse golpes de agua que se confunden esta vez con los de la ópera.

PABLO: ¡Otra vez! ¿Qué es eso?

ELENA: El sótano.

LEITON: Qué increíble. ¿Pero pueden ser defectos de construcción?

PABLO: (A Elena) ¡Qué dice! ¿El sótano?

ELENA: El que esta debajo de la trampa. Levante la alfombra.

LEITON: Una casa tan bien hecha, no puede ser... ¿Pero quién le dice que si
pueda ser?...

Pablo corre la alfombra y se inclina sobre el piso abriendo con esfuerzo la


trampa que hay en él .
34

PABLO: ¡Esta lleno de agua!

ELENA: ¡Es terrible, se inunda!

PABLO: Esto se derrumba en cualquier momento. ¡Corra! ¡Salga!

ANA: ¡Espere!¡Por favor, espere!

Elena sale corriendo.

ANA: (Acercándose cada vez más a la trampa) ¿Qué hay? (Mirando) ¿Qué veo?

LEITON: ¿Qué ves?

ANA: (Dudando) Un lago.

LEITON: ¡Sí! Es el azul del lago de Constanza. Magdalena, por favor, acérqueme a
la orilla.

MAGDALENA: Deme la mano.

PABLO: ¿Qué hacen? ¡No se acerquen allí, esto se cae en cualquier momento!

MAGDALENA: (Gritando) Cállese, joven ¿quiere? ¿Quién le pidió que viniera?


¿Quién le pidió que opinara? ¿Cómo se atreve además a hablar? ¿Con qué ojos ve
usted? Este hombre que usted tiene delante es un hacedor de realidades....

LEITON: (Interrumpiéndola) Magdalena, tengo un poco de frío. El atardecer aquí


en la orilla me produce frío. Cúbrame un poco, por favor.

Magdalena toma una de las sabanas que esta sobre los sillones y lo cubre.

LEITON: Gracias, esposa-madre-amiga-compañera.

MAGDALENA: (Acercándose y cerrando los ojos) Cuénteme qué veo.

LEITON: Desde aquí vemos...

Elena entra con la pequeña valija de Ana en la mano.

ANA: ¡Mi valija!

PABLO: (Tomándola con dulzura) ¡Vamos, querida!

ANA: ¿Adónde?
35

ELENA: No sé, pero quizás este joven tenga cuentos más hermosos para contarle.

ANA: Tengo miedo.

ELENA: ¿De qué?

ANA: De no ver. Dicen que el sol es terrible, que encandila...

ELENA: No se preocupe. Joven, ¿usted conoce el sol?

PABLO: Sí, venga, deme la mano.

Los tres salen lentamente las mujeres aferradas a la valija y cubriéndose detrás
de Pablo.

La escena queda devastada. Magdalena y Leiton, frente a la trampa abierta. La


música de Wagner se confunde con el sonido del agua que golpea en el sótano.
Se escucha murmurar algunas palabras lejanas de Leiton.

FIN
36

Adriana Tursi. Correo electrónico: adrianatursi@hotmail.com

Todos los derechos reservados

Buenos Aires. Argentina. Junio de 2003

CELCIT. Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral

www.celcit.org.ar

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