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La Casa Del Lago PDF
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PERSONAJES
Señor Leiton
Pablo
Ana
Magdalena
Elena
Un corte transversal nos deja ver la casa del señor Leiton de definido estilo
ingles, construida a fines de siglo. La luz va entrando lentamente en dos
espacios claramente definidos. En un primer plano, una biblioteca gana en
forma semicircular un espacio obsesivamente cargado de muebles. Frente a la
biblioteca, un escritorio con una lámpara encendida; delante dos sillones de un
cuerpo. Al fondo, sobre la derecha, un ventanal que comunica con el frente de
la casa; Delante del, un sillón de dos cuerpos, un taburete y un banquillo. La
mayoría de los muebles están cubiertos con unas sábanas blancas, dando al lugar
un aspecto extraño. Al fondo, a la izquierda, tres pequeños escalones comunican
con una puerta de madera, la única entrada al lugar. En un segundo plano, como
2
MAGDALENA: Todavía no. De todos modos tenemos que estar tranquilas. ¿Está
claro?
ELENA: Sí, por supuesto. ¿No te estoy ayudando? Estoy haciendo todo como vos
me lo pediste.
ELENA: Sí, yo la vigilo. Es por eso que estoy asustada. Duerme y duerme. Todos
estos últimos días durmió casi todo el tiempo. Me da miedo.
MAGDALENA: Todavía no lo sé. Pero el señor Leiton quiso que viniera y nosotras
vamos a respetar su decisión.
ELENA: El otro día la señora me preguntó por su ropa. (Ríe) No supe que
contestarle.
ELENA: Que por más que no la use, es necesario limpiarla, sacarle el olor.
ELENA: Sí... Lo que pasa es que cada vez me cuesta más defenderte.
ELENA: ¿Cómo?
MAGDALENA: ¿No? Si es una guerra, en las guerras los otros atacan y uno tiene
pánico de que lo destruyan Vos estas con pánico.
ELENA: ¡Sí!
MAGDALENA: Pero te equivocas. Esto es una casa de familia y aquí nadie ataca a
nadie.
ELENA: No lo creas.
MAGDALENA: ¿Por qué? ¿Estoy equivocada? Entonces ¿no es una casa de familia?
¡Contestáme! ¿Es un campo de concentración? (Pausa) ¿Es un hospicio?
4
ELENA: No sé.
ELENA: Sí.
ESCENA 2
LEITON: Pensé en suspender por hoy la lectura. Ese muchacho debe estar por
llegar de un momento a otro y tendremos que atenderlo.
Leiton hace un pequeño gesto con su mano y Magdalena se apura a echarse a sus
pies, acomodándose de la misma forma que un animalito. Leiton comenzara a
mimarla de la misma manera.
Magdalena irá soportando las caricias que se irán cargando de brutalidad y deseo
y, al igual que un animalito, cuando esto se torne insoportable, intentara
defenderse con su boca.
MAGDALENA: "Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces
nos alcanza a trasponer los años mas jóvenes y gloriosos de la vida. Ese
envejecimiento fue brutal"
MAGDALENA: ¡Nada!
LEITON: Por supuesto que está usted disculpada. Imagino que para golpear la
puerta de ese modo es porque algo grave acaba de ocurrir.
LEITON: No tenga piedad de mí. A esta edad, las peores cosa ya las he
escuchado. ¡Vamos! ¡Hable! ¡Dígamelo! Algún día tenía que ocurrir. ¿Qué paso
con la señora?
LEITON: ¿Por qué me miente? Magdalena revise. Esta mujer está mintiendo.
LEITON: Entonces, hace años que viene velando a alguien y nosotros no nos
habíamos dado cuenta. ¿A quién vela, Elena?
LEITON: ¡Qué bueno! Hace años que llora a alguien y no sabe a quién. ¡Qué
extraordinario! ¡Qué poder de sufrimiento!.La verdad es que usted tendría que
haber sido religiosa.
ELENA: De religiosos quería hablarle. Hay un joven en la puerta que dice ser
seminarista, que pregunta por usted.
LEITON: Pero ¿se da cuenta? Después de tantos años, una persona golpea la
puerta de mi casa y usted viene a avisarme con esa voz de velorio. ¡Vaya, cambie
el tono de voz y hágalo pasar!
7
PABLO: ¡Permiso!
LEITON: Voy a tener que revisar yo mismo ese timbre mañana. Se descompone
cuando más lo necesitamos. Pero la verdad es que estamos acostumbrados, así
ocurre con todo en esta casa, con las puertas, con el teléfono, hasta con el
correo.
LEITON: ¡Pero qué maravilla, Elena! Esto merece un aplauso, todo gracias a
usted, que escucho la puerta. ¿Sabe desde dónde, joven? Desde otra ala de la
casa. ¿Se da cuenta lo que es tener el oído entrenado?
LEITON: Olvide todo entonces. No tiene mérito (Oliendo el sobre) ¡Qué maravilla!
¡Una carta!
LEITON: ¡Muy bien leído Magdalena! Pero ¡muchas gracias, joven! ¡Cuántas
molestias se han tomado!
LEITON No hay apuro. Póngase cómodo primero. Magdalena, sería bueno que
fuera a preparar un cuarto. Fíjese cual podría ser. (Magdalena sale silenciosa) Es
increíble que en una casa tan grande no tengamos cuartos disponibles. Es que
vivimos aquí solos mi esposa y estas dos mujeres que nos sirven. Ocupamos poco
lugar, entonces el resto de la casa se fue ocupando de otra manera. En fin, es
como todo.
LEITON: (Toma el paquete y lo arroja hacia el escritorio) ¿Así que le gustan las
letras?
LEITON: Pero póngase cómodo, quiero que se sienta a gusto en mi casa. ¿Lo
obligaron a venir?
PABLO: ¿Cómo?
LEITON: ¿Y entonces? ¿Dónde quedó su voluntad? ¿Sabe una cosa? Forzar los
pensamientos no solo es desgastante, además es peligroso.
PABLO: Ya lo creo.
LEITON: Veo que es un joven muy inteligente. Me extraña que esté en ese lugar.
LEITON: ¡En fin, no tiene importancia! Quiero que sepa que no pienso
entrometerme en algo que es suyo y privado. ¿Así que piensa quedarse pocos
días? Espero que pueda cumplir con su palabra.
LEITON: (Balbuceando) ¡Por supuesto que sí! ¡Por supuesto que sí! Joven, es
necesario que ejercite su voluntad. Aquí todos vienen por unos días y después se
me pegotean, se instalan, no pueden irse.
LEITON: ¿Increíble? ¿Pero donde vive usted? Hoy, la mayoría de la gente muere
por eso.
LEITON: Joven, le voy a pedir un favor. Fíjese, debe haber lápiz y papel sobre el
escritorio.
PABLO: ¡Sí!
LEITON: Fíjese, debe haber allí un pinche con unos papeles... ¿Está?
ESCENA 3
ELENA: Tenía mucha sed! ¡Fijate! No hay agua en la jarra. Baje a buscar un vaso.
Tenia la boca seca, pastosa.
ELENA: ¿Humedad?
ELENA: Sentí golpes, golpeaban muy fuerte. ¡Me asusté! Pensé que podía ser el
médico.
ELENA: Pero tenés razón, pensé mal. (Pausa) Vos me dijiste que habías hablado
esta tarde con él desde el teléfono del escritorio y que te pidió que le
aumentaras la medicación. (Pausa) Entonces, ¿para qué iba a venir?
ELENA: Aunque igual podría haber venido. Como la señora está tan mal...
MAGDALENA: ¿Mal?
ELENA. ¡Sí!
ELENA: No.
MAGDALENA: Sí, en el mar suele haber viento. (Pausa) La verdad es que deberías
preocuparte, no podés tener tan poca memoria.
ELENA: ¿Sabes una cosa? Cuando vi allá abajo a ese muchacho, me di cuenta que
hacía mucho tiempo que no vemos a nadie.
ELENA: ¡Ah, sí!, el médico. Tenés razón. Pero no me gusta que ese muchacho se
quede.
ELENA: Tenés razón. Seguro que va a llamar pidiendo que lo vengan a buscar.
MAGDALENA: ¡Por teléfono! Tenés razón. Sería bueno que arreglasen el teléfono.
MAGDALENA: ¿Cómo?
ELENA: Digo, por qué no bajas y lo escribís como haces vos, "Arreglar el
teléfono".
ESCENA 4
PABLO: Sí, fue un viaje bastante largo y los caminos se nos hacen más largos de
lo habitual cuando no estamos acostumbrados a hacerlos.
PABLO: Sí.
MAGDALENA: ¡No! Si quiero pasear, para mí no hay mejor paseo que caminar un
rato frente a esta biblioteca. ¿Y ver gente? Estos cuartos están llenos de gente.
¿Pero veo que a usted le importa mucho ver gente?
PABLO: Yo le había entendido al señor Leiton que ustedes vivían solos en este
lugar.
MAGDALENA: Ahora, no entiendo por qué dice "personaje”. ¡El señor Leiton vive,
existe! ¿O a usted le cabe alguna duda, joven? Discúlpeme, pero ¿a qué vino?
PABLO: Me mandaron del seminario, pero en realidad creo que pudo haber un
mal entendido. Creíamos que el señor Leiton estaba de acuerdo con mi visita.
PABLO: No. Pero tengo la sensación de que pudo haber un mal entendido.
PABLO: (Interrumpiéndola) Sí, pero, de todos modos, quiero aclararle que éste
no es un libro cualquiera, esta es una Biblia. ¡Y tampoco es cualquier Biblia! El
libro que yo he venido a traer está confeccionado íntegramente por los hermanos
de mi seminario...
PABLO: Le pediría que llame al señor Leiton para aclarar esta situación. Quiero
saber de inmediato si es que hubo un mal entendido. Si llegó a ser así, ya mismo
me comunico con el seminario para ver...
PABLO: ¿Reparación?
MAGDALENA: ¿Llamar? Disculpe, pero de dónde saco ese libro que tiene en la
mano?
MAGDALENA: Le pediría por favor que no vuelva a hacerlo. No tome ningún libro
sin mi permiso. Quiero que sepa que me está comprometiendo.
PABLO: 466.
MAGDALENA: Sí, yo sé leer. Pero no se qué concepto tiene usted de mí, claro,
como me ve con uniforme, tal vez piense que no sé leer.
MAGDALENA: Sí señor. Aquí estoy, trabajando. Estaba por preparar la ficha del
señor Pablo... Pablo...
PABLO: Burman.
MAGDALENA: Eso mismo estaba por decirle yo cuando usted entraba. La verdad
es que se lo ve muy cansado.
LEITON: ¿Todavía? Pero este hombre va a pensar que queremos que duerma
parado o sentado. O lo que es peor, que no duerma.
LEITON: ¿Humedad?
LEITON: ¡Ah! Menos mal, porque este clima tan seco me mata. Bueno, pero
pensemos qué cuarto podría ser.
LEITON: No lo intenta, lo ha dicho. Pero ¡que descortesía para con una persona
que acaba de hacer tantos kilómetros! Joven. acompañe a Magdalena hasta la
cocina. Ella le servir algo caliente.
PABLO: Permiso.
ESCENA 5
ANA: No sé.
ANA: Soy Ana, la mujer de esta casa. La esposa del señor Leiton. Usted supongo
que es el sacerdote que mi esposo esperaba.
PABLO: Sí, pero no soy sacerdote, soy seminarista. ¿Por qué me dejaron
durmiendo acá?
ANA: La verdad que no sé. Es el lugar de la casa menos agradable para poder
dormir. Se escucha mucho ruido, las voces, la gente. Pero usted se ve que
descansó bien.
ANA: ¡Ah! Se va a cansar de esperar. Hizo bien en dormir aquí. Hasta que
desocupen uno, convencer a los otros para que salgan...
ANA: Los otros. Pero ¿cómo? ¿No los escucho? A mí, a veces no me dejan dormir,
pero usted pudo descansar tranquilo. ¿De dónde viene?
PABLO: Sí.
PABLO: (Corroborando) No, todavía no. Bueno, voy a tener que salir a hablar.
Quiero comunicarme con el seminario, decirles que llegué bien, y arreglar mi
vuelta.
PABLO: ¡No!
ANA: ¡Qué descortés! Pero, bueno, está bien, es sincero. No se apure, esto es
sólo una primera impresión. Después comenzará a gustarle. Yo lo entiendo, a mí
me pasó lo mismo la primera vez.
ANA: Vivo. Bueno, vivía, porque ahora me estoy muriendo. Pero, bueno, son
cosas de la vida. Usted también se va a morir alguna vez.
PABLO: ¡Seguro!
ANA: Póngase cómodo. Me alegra mucho verlo. Me encanta verlo. Hace tanto que
no veía a alguien joven, así tan joven como usted. ¡Que lindo! ¿Qué edad tiene?
PABLO: 28.
ANA: Tiene razón, es como suena. Bueno lo voy a dejar acá pinchado así no me lo
olvido. (Se lo pincha con una alfiler del camisón)
PABLO: ¿Cómo?
ANA: ¡Ana Letieri! ¡Encantada! Me encanta su piel. Nada que ver con la mía.
ANA: ¿Dónde?
ANA: La vida. ¡Ah! ¡Si me habré caído! Por eso, mire, una con el tiempo entiende
que tiene que andar por aquellos caminos conocidos. Yo por eso aprendí éste, y
de éste no me sacan. De mi cuarto al escritorio y del escritorio al cuarto; listo,
ya no me golpeo más. Dígame ¿no tengo razón? Mire como estoy. Estaba cansada
de golpearme.
ANA: Sin embargo, me pareció verle como una mueca. Ríase si quiere.
ANA: Está bien. Pero si se llega a reír, avíseme. Hace mucho que tampoco veo
reírse a nadie.
ESCENA 6
Magdalena entra con una bandeja. Lleva una gran tetera que contrasta con una
tacita muy pequeña.
MAGDALENA: ¿Por qué lo hizo? Sabe que lo tiene prohibido. No puede dejar su
cuarto. El médico le prohibió abandonar la cama.
MAGDALENA: La última vez que estuvo. Pero, claro, ¡si no fuera por mí...! Qué
mala memoria hay en esta casa! (Magdalena leyendo el papel que Ana lleva
pinchado en su camisón) Pablo Burman (Pausa) Aquí tiene su desayuno.
PABLO: ¿Y eso?
MAGDALENA: Las voces suenan como orquesta. Gente muy preparada, cantantes
de los mejores teatros líricos del mundo. Entra lo mejor en esta casa, solo lo
mejor. (Leyendo nuevamente el camisón de Ana) Pablo Burman, su desayuno.
ESCENA 7
Entra Leiton vestido con una bata larga de color roja en una seda desteñida y
manchada por el tiempo.
LEITON: Mejor, Magdalena. Y que espere. Sirva el desayuno aquí para todos.
PABLO: Señor Leiton, necesito aclarar esta situación. Creo que hubo un mal
entendido. Posiblemente usted no deseaba recibirme...
LEITON: Y entonces, ¿por qué lo recibí? ¿Quién me obligo? Ya le dije que esto no
es un seminario. ¿O a usted le recuerda al seminario?
PABLO: No.
LEITON: Una escuela militar, una clínica psiquiátrica, una organización política.
Dígame, ¿qué le recuerda?
LEITON: Entonces deje de insistir con eso de "quién me obligó". Por favor,
siéntese, póngase cómodo. Dígame, usted que puede, cómo la ve a mi esposa.
LEITON: Bueno por lo menos, eso creí hasta hace un momento. Pero dígame
usted, está seguro de que es sacerdote y no médico ¿verdad?
ANA: ¡Que increíble! Los fantasmas, las sombras, hacen que a veces no podamos
ver con claridad y entonces nos sentimos confundidos. Pero no se preocupe, está
bien, todo está bien... Además, hoy hay un poco menos de humedad. Yo por lo
menos veo más claro.
LEITON: En cambio, a mí los años y estas malditas sombras me han dejado ciego.
ESCENA 8
LEITON: ¡Sí!
LEITON: Sí, y yo también me pregunto qué podrá ser. Hace años que lo escucho.
LEITON: ¿Le parece? Sin embargo, esta casa es bastante sólida. Si le molesta
mucho, llamo a Magdalena y le pido que nos lea.
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PABLO: Aquí está el libro número 466. La señora Magdalena ya me hizo la ficha.
LEITON: Perfecto. Ya que va a leer ¿por qué no lo hace en voz alta? A mí también
me molestan los ruidos.
ESCENA 9
Ana, sentada frente al tocador. Tiene puesto un vestido viejo. Elena, parada
detrás de ella intenta arreglarla.
ANA: No, no estoy linda. El espejo no miente. Por lo menos, a mí no. Soy yo
Tengo cara de asustada. Si pudiera bajar sin que nada me importase.
Elena saca la valija del placard y la pone sobre la cama. Las dos se sientan
frente a ella.
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ANA: ¡Qué hermoso! Me encanta verla cada tanto y pensar, Elena, pensar en una
mañana como ésta, en que realmente es posible que entre el sol, y entonces
veamos con mucha más claridad.
ELENA: ¿A quién?
ANA: A él... Está allá abajo... Es hermoso. El es un sol. ¿Me veo linda?
ELENA: Ese médico que vino una vez. En algún lado debe haber dejado una
dirección y un teléfono.
ANA: La verdad es que no me acuerdo. Tengo tan poca memoria. ¿Por qué no le
preguntas a Magdalena?
ELENA: No, yo nunca entiendo lo cuentos. Lo que yo quiero es saber dónde están
esos papeles. (Pausa) Igual, de qué me serviría encontrarlos si yo no sé leer.
ANA: Cuentos.
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ANA: En cambio, a mí me encantan. Y allí abajo hay un príncipe sol que me está
esperando.
ANA: Pero este es hermoso. Y además tiene una música que suena distinta.
ELENA: No está tan segura. El viejo quiso que ese joven viniera.
ESCENA 10
ANA: Igual que a mí. ¡Ella también me recibió! Entonces, somos hermanos de
nana.
PABLO: ¿Cómo?
ANA: (Acercándose) Disimule. A Elena estas cosas le dan un poco de pudor y debo
confesarle que a mí también.
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ANA: Para usted todo es un error. Yo creo que su vida ha sido un error. Porque no
intenta otro camino.
ANA: No sabe, pero tiene hambre y tiene sed. ¿En el seminario nunca estuvo
necesitado?
PABLO: Por supuesto que tenía necesidades. Por eso es que entré al seminario.
Un hombre siempre tiene necesidades pero ¿adónde quiere llegar con esto?
ANA: Es un momento.
ANA: Déjeme mirarme, por favor, aunque más no sea por un instante. Siempre
necesito alguien en quien mirarme.
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ANA: ¿Y usted qué busca? Yo tengo un mar oscuro y profundo para mostrarle del
cual podría enamorarse perdidamente si lo viera.
ANA: ¿Escuchó?
PABLO: Por favor, dígame que es verdad. Que no estoy loco. Dígame que usted
también lo siente.
ESCENA 11
LEITON: Se da cuenta. No hay mal que dure cien años, menos mal porque lo que
si hay seguro son cuerpos que lo aguantan.
LEITON: ¡Por mí, hablo de mi mal! Sé además que en mi último aliento de dolor
solo voy a pedir un segundo más, sólo un segundo más. Creo, Ana, que te voy a
extrañar. Luego voy a pensar cómo era, dónde me dolía, y luego la nostalgia.
¡Qué trabajo recordar! Por eso, para no tener que hacer ese esfuerzo
inconmensurable lo importante es mantener muy cerca nuestros los espejos, lo
más cerca posible. ¿Entiende?
MAGDALENA: Permiso.
LEITON: ¡Aquí estamos, con nuestro amigo, esperándola para probar ese
riquísimo desayuno.
LEITON: Es que Magdalena lo prepara así, liviano. A nosotros el té fuerte nos cae
mal. Magdalena, prepárele otra cosa.
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LEITON: Pero por supuesto, si está para comerlo. Sírvase todo lo que usted
quiera. (Señalando una mesa devastada)
PABLO: ¿Usted?
LEITON: ¿Y usted?
ANA: (A Pablo) ¿Por qué no se mira? ¡Qué cutis hermoso que tiene! ¿El mío cómo
se ve?
PABLO: Devastado.
Magdalena sale.
ELENA: En el sótano.
PABLO: ¡No!
PABLO: ¡No!
PABLO: ¡No!
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LEITON: Por mí, muchacho, no se preocupe. Ojos que no ven, corazón que no
siente. Aparte, debo confesarle, que desde que la conocí, no, perdón, mucho
antes de conocerla, ya la veía en la cama con otro.
ANA: ¿Se da cuenta? Nada menos que a mí, que con el único hombre que me pude
meter en la cama fue con mi padre.
ANA: ¡Vamos! ¡Venga! Anímese a bailar un poco conmigo. Hace tanto que no la
hacía.... Por favor, agárreme.
MAGDALENA: Hermosa, una santa. Vamos, joven, no la deje bailando sola, que
además se va a caer. Y no creo que sea pecado bailar con una santa.
ELENA: El sótano.
LEITON: Una casa tan bien hecha, no puede ser... ¿Pero quién le dice que si
pueda ser?...
ANA: (Acercándose cada vez más a la trampa) ¿Qué hay? (Mirando) ¿Qué veo?
LEITON: ¡Sí! Es el azul del lago de Constanza. Magdalena, por favor, acérqueme a
la orilla.
PABLO: ¿Qué hacen? ¡No se acerquen allí, esto se cae en cualquier momento!
Magdalena toma una de las sabanas que esta sobre los sillones y lo cubre.
ANA: ¿Adónde?
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ELENA: No sé, pero quizás este joven tenga cuentos más hermosos para contarle.
Los tres salen lentamente las mujeres aferradas a la valija y cubriéndose detrás
de Pablo.
FIN
36
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