Sobre la responsabilidad y la historia, y sobre los riesgos
de su manipulación - por el fundamentalismo religioso o de mercado - toma posición E.H. (el historiador inglés mas reconocido en la actualidad, marxista crítico y perseverante, que acaba de sacudir el agua del estanque intelectual mundial con su reciente cuarto volumen sobre la historia del capitalismo) en esta oportuna conferencia de apertura de la Universidad Centroeuropea, recientemente inaugurada en Budapest.
Yo pensaba que la profesión de historiador, a diferencia de otras
como la de físico nuclear, por ejemplo, sería al menos inofensiva. Ahora sé que no lo es. Nuestros estudios pueden convertirse en fábricas de bombas como los talleres en los que el IRA ha aprendido a transformar fertilizantes químicos en explosivos. Este estado de cosas nos afecta de dos formas. Tenemos una responsabilidad ante los hechos históricos en general y la responsabilidad de criticar las manipulaciones político-económicas de la historia en particular. Los historiadores encuentran que se les otorga el inesperado papel de actores políticos. No hace falta que diga mucho sobre la primera de estas dos responsabilidades. No tendría que decir nada si no fuera por dos hechos. Uno es la moda actual de los escritores que basan los argumentos de sus novelas en la realidad actual en lugar de inventarlos, difuminando así la frontera entre acontecimientos históricos y ficción. La otra es el auge de las modas intelectuales "postmodernistas" en las universidades occidentales, especialmente en los departamentos de literatura y antropología, que implican que todos los "hechos" que reclaman una existencia objetiva son simplemente construcciones intelectuales. En resumen, que no hay una diferencia clara entre realidad y ficción. Pero la hay, y para los historiadores, incluso para los militantes más antipositivistas, la capacidad para distinguir entre una y otra es absolutamente fundamental. No podemos inventar nuestros hechos. O bien Elvis
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Presley está muerto o no lo está. La pregunta puede resolverse sin
ambigüedades en base a la evidencia, siempre que exista una evidencia fiable, cosa que a veces ocurre. 0 bien el gobierno turco actual, que niega el intento de genocidio de los armenios de 1915, tiene razón o no la tiene. La mayoría de nosotros rechaza cualquier negación de esta masacre desde un discurso histórico serio, aunque no haya forma igualmente no-ambigua de elegir entre diversas maneras de interpretar el fenómenos o de situarlo en un contexto histórico más amplio. Recientemente unos fanáticos hindúes destruyeron una mezquita en Aydoyha, aparentemente porque la mezquita había sido impuesta a los hindúes por el conquistador musulmán mongol Babur en un lugar especialmente sagrado que marcaba el lugar de nacimiento de Rama. Mis colegas y amigos de las universidades de la India publicaron un estudio que mostraba: a) que nadie hasta el siglo XIX había sugerido que Ayodhya fuera el lugar de nacimiento de Rama y b) que la mezquita con toda probabilidad no había sido construida en tiempos de Babur. Ojalá pudiera decir que este estudio tuvo efectos importantes en la efervescencia del partido hindú que provocó el incidente, pero al menos ellos cumplieron con su deber como historiadores, para beneficio de los que saben leer y que se ven expuestos a la propaganda de la intolerancia, ahora y en el futuro. Hagamos nuestro trabajo. Pocas de las ideologías de la intolerancia están basadas en simples mentiras o en ficciones sin ninguna prueba. Después de todo, hubo una batalla en Kosovo en 1389; los guerreros serbios y sus aliados fueron derrotados por los turcos y eso dejó profundas cicatrices en la memoria popular de los serbios, aunque de eso no se deduce que está justificada la opresión de los albaneses, que ahora constituyen el 90 por ciento de la población de la región, o la reivindicación serbia de que esa tierra es esencialmente suya. Dinamarca no reclama la gran parte del este de Inglaterra que fue colonizada y gobernada por los daneses antes del siglo XI, que siguió siendo conocida como Danelaw y cuyos topónimos todavía son filológicamente daneses. La manipulación ideológica más corriente de la historia se basa más en el anacronismo que en las mentiras. El nacionalismo griego niega a Macedonia incluso el derecho a su nombre porque alega que toda Macedonia es esencialmente griega y parte de una nación- estado griega, quizás desde que el padre de Alejandro Magno, rey de Macedonia, se convirtió en el gobernante de las tierras griegas de la
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península balcánica. Como todo lo referente a Macedonia, éste es un
asunto que dista mucho de ser académico, pero hará falta mucha valentía para que un intelectual griego diga que, históricamente hablando, esto es absurdo. No había ninguna nación-estado griega ni ninguna otra entidad política única griega en el siglo IV antes de Cristo; el Imperio Macedonio no tenía nada que ver con los griegos ni con ninguna otro nación-estado moderno, y en cualquier caso, es muy probable que los antiguos griegos consideraran a los gobernantes macedonios, al igual que posteriormente a sus gobernantes romanos, como bárbaros y no como griegos, aunque, indudablemente, eran demasiado educados y cautos como para decirlo. Además, Macedonia es históricamente una mezcla tan inextricable de etnias diversas -no en vano ha dado su nombre a las ensaladas de frutas francesas - que cualquier intento de identificarla con una sola nacionalidad no puede ser admitido. Si hemos de ser justos, los extremos del nacionalismo macedonio de la emigración también deberían ser rechazados por la misma razón, al igual que todas las publicaciones de Croacia que, de alguna forma, tratan de convertir a Zvonimir el Grande en el antepasado del presidente Tudjman. Pero es difícil enfrentarse a los inventores del libro escolar de historia nacional, aunque algunos historiadores de la Universidad de Zagreb, a los que me honra contar como amigos, tienen el coraje de hacerlo. Estos y otros intentos de sustituir la historia por el mito y la invención no son meras bromas intelectuales. Después de todo, pueden determinar lo que se pone en los libros de texto escolares, como sabían muy bien las autoridades japonesas cuando insistieron en una versión purgada de la guerra japonesa en China para ser utilizada en las escuelas japonesas. El mito y la invención son esenciales para la política de la identidad mediante la cual grupos de gente hoy en día, definiéndose en base a factores étnicos, religiosos, o en base a las fronteras antiguas o actuales de los estados, intentan hallar alguna certeza en un mundo incierto y tambaleante diciendo: "Somos diferentes y mejores que los Otros". Ellos nos preocupan en las universidades porque la gente que formula esos mitos a invenciones son personas educadas: maestros de escuela, laicos y religiosos, profesores de universidad (espero que no muchos), periodistas, productores de radio y televisión. Hoy en día muchos de ellos habrán estudiado en alguna universidad. No nos equivoquemos.
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La historia no es un recuerdo ancestral ni una tradición colectiva. Es
lo que las personas aprendieron de los sacerdotes, maestros de escuela, de los autores de libros de historia y de los compiladores de artículos de revistas y de programas de televisión. Es muy importante que los historiadores tengan presente su responsabilidad, que es, por encima de todo, mantenerse al margen de las pasiones de la política de identidad -aunque también las sientan. También somos humanos, al fin y al cabo. De la importancia de este asunto da idea un artículo reciente de Amos Elon sobre la forma en la que el genocidio de los judíos perpetrado por Hitler ha sido convertido en un mito legitimador de la existencia del estado de Israel. Y más que eso: en los años de gobierno de derechas, se convirtió en una especie de afirmación ritual nacional de identidad y de superioridad del estado israelí y en un elemento central del sistema oficial de creencias nacionales, junto a la de Dios. Elon, que investiga la evolución de esta transformación del concepto del "holocausto" argumenta, en la misma línea que el ministro de educación del gobierno israelí, que la historia debe separarse ahora del mito, del ritual y de la política nacionales. Como no-israelí, aunque judío, no expreso mi opinión sobre este punto. Sin embargo, como historiador, constato con tristeza una observación de Elon. Es la de que las principales aportaciones a la historiografía del genocidio, hechas por judíos y no-judíos. no fueron traducidas al hebreo, como la gran obra de Hilberg, o lo fueron con considerable retraso y además a veces con rectificaciones editoriales. La historiografía rigurosa del genocidio no ha reducido su carácter de tragedia inenarrable. Pero precisamente este caso abre la puerta a la esperanza, porque en él encontramos historia mitológica o nacionalista criticada desde dentro. Constato que la historia del establecimiento de Israel dejó de escribirse en ese país esencialmente como propaganda nacional o polémica sionista unos cuarenta años después de la creación del estado. He visto lo mismo en la historia de Irlanda. Aproximadamente medio siglo después de que Irlanda consiguiera la independencia, los historiadores irlandeses ya no escribían la historia de su isla en los términos de la mitología del movimiento de liberación nacional. La historia irlandesa, tanto en la república como en el norte produce obras brillantes porque ha conseguido liberarse. Este es un punto que tiene implicaciones y riesgos políticos. La historia que se escribe hoy rompe con una tradición que va desde los
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fenianos al IRA, que siguen luchando en nombre de los viejos mitos
con pistolas y bombas. Pero el hecho de que haya una nueva generación que pueda distanciarse de las pasiones, de los momentos traumáticos y constitutivos de la historia de sus países, es un signo de esperanza para los historiadores. Pero no podemos esperar a que pase las generaciones. Tenemos que oponer resistencia a la formación de mitos nacionales, étnicos y de otro tipo, a medida que se vaya formando. Thomas Masaryk, fundador de la República Checa, no fue popular cuando entró en la esfera política como el hombre que demostró, con pesar pero sin dudas, que los manuscritos medievales en los que se basaba gran parte del mito nacional checo eran falsos. Pero hay que hacer estas cosas y espero que aquellos de vosotros que seáis historiadores las hagáis. Eso es todo lo que quería decir sobre el deber de los historiadores. Pero, antes de terminar, quiero recordaros una cosa mas. Vosotros, como estudiantes de esta universidad, sois personas privilegiadas. Es probable que, como exalumnos de una institución distinguida y de prestigio, tengáis un buen estatus social, mejores cameras profesionales, y que ganéis más que otra gente, aunque no como empresarios de éxito. Lo que quiero recordaros es algo que me dijeron cuando empecé a dar clases en la universidad: "La gente por la que está ahí" me dijo mi profesor, "no son los estudiantes brillantes como tú mismo, son los estudiantes del montón, con mentes aburridas que consiguen titulaciones poco interesantes de segunda clase y cuyos exámenes parecen todos iguales. La gente de primera fila sabrá salir adelante, aunque disfrutará enseñándoles, pero los otros son los que lo necesitan". Es en verdad no solo para la universidad, sino también para el mundo. Los gobiernos, la economía, las escuelas, todas las cosas, no son para el provecho de las minorías privilegiadas. Nosotros podemos arreglárnoslas por nuestra cuenta. Es para el provecho de la gente común, de los que no son especialmente listos o interesantes (a menos que nos enamoremos de uno de ellos), sin un alto nivel de educación, sin éxito ni perspectivas de tenerlo, es decir, sin nada especial. Es para la gente que, a lo largo de la historia, ha entrado en ella tan sólo en las partidas de bautismo, certificados de matrimonio y de defunción. Cualquier sociedad en la que merezca la pena vivir es una diseñada para ellos, no para los ricos, los listos o los excepcionales, aunque cualquier sociedad en la que merezca la pena
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vivir debe ofrecer espacio y un ámbito para esas minorías. Pero el
mundo no ha sido hecho para nuestro provecho personal, ni tampoco estamos en el mundo para nuestro provecho personal. Un mundo que mantenga que ése es su fin no es un mundo bueno y no debería durar.