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9 Cardona y Rabassa
9 Cardona y Rabassa
Operando el torno
Los hombres recibían un salario base de 500 ptas. por hora y trabajaban a prima. Por lo
general, cada operario producía 22 unidades por turno, por lo que cobraba un promedio
de 580 ptas. por hora. La dirección proporcionaba cuchillas de gran velocidad que los
operarios afilaban a su conveniencia. Se empleaban dos herramientas: una cuchilla
cuadrada con un ligero radio para corte de recejo y otra cuchilla con un ángulo de 45
grados para el achaflanado y el acabado. En su utilización, las dos herramientas se
colocaban juntas y el operario tenía que ajustar el torno para pasar de una operación a
otra. Con este dispositivo la dificultad estribaba en que, durante la rotación del torno,
los desperdicios de aluminio se fundían y se colaban entre las dos cuchillas.
Periódicamente se tenía que parar el torno para ^ limpiar el aluminio fundido de las
cuchillas y afilarlas de nuevo.
A petición del jefe del departamento de mecanización, la sección técnica había estado
trabajando en este problema de herramientas. Hasta el momento, no habían encontrado
ninguna solución. A fin de estudiar directamente el problema, el departamento de
métodos había asignado hacía poco a Somoza para que realizara una investigación en el
departamento de tornos. Las horas de trabajo de Somoza comprendían parte del primero
y del segundo turno.
Somoza era un joven ingeniero técnico (carrera de tres años de duración) de 26 años
recién llegado al departamento de métodos. Tres meses antes de que se le asignara este
trabajo, había desempeñado el puesto de "hombre de las sugerencias", posición que
permitía a los novatos del departamento técnico familiarizarse con la organización de la
fábrica. El trabajo consistía en recoger de los buzones, que se encontraban en todos los
departamentos de la planta las sugerencias presentadas por los empleados y hacer una
evaluación preliminar de estas ideas. La misión de estudiar la situación de las
herramientas en el departamento de tornos, con el propósito de reducir costos, era su
primera tarea especial. Se dedicó a este problema con gran interés, pero no consiguió
ganarse la confianza de los obreros. Estos no facilitaron ninguna información y
adoptaron la postura de que, si el hombre del departamento de métodos había sido
designado para que cumpliera esta misión, le correspondía a él llevarla a cabo.
Mientras Somoza estaba trabajando en este problema, Pere Rabassa topó con la
solución. Un día ideó con éxito una herramienta que combinaba las dos cuchillas en
una. Con esto se eliminaba el espacio entre las dos herramientas, que era donde se
depositaba el aluminio fundido y se soldaba a los filos de corte. La nueva herramienta
tenía dos ventajas: eliminaba las frecuentes interrupciones de la máquina para limpiar y
volver a afilar las cuchillas de tipo antiguo y permitía que el operario hiciera funcionar
el torno a una mayor velocidad. Estas ventajas hacían posible que la eficiencia del
operario aumentara en un 50%.
Nueva cuchilla
Rabassa trató de hacer copias de la nueva herramienta, pero fue incapaz de conseguirlo.
Aparentemente, el nuevo producto había sido un "accidente afortunado" surgido
mientras afilaba, y que no era capaz de repetir. Después de varios intentos
desafortunados, llevó la nueva herramienta a su antiguo maestro, Joan Cardona. Este
último consiguió hacer un dibujo y producir duplicados de la herramienta en una
pequeña máquina de afilar. Al principio los dos hombres decidieron reservarse la nueva
herramienta, pero más adelante comunicaron la mejora a sus compañeros del segundo
turno y, de modo similar, fue pasando a los demás tumos. Pero todos estos hombres
guardaron celosamente el secreto del nuevo producto ante los "extraños". Al terminar,
cada uno guardaba bajo llave su herramienta en su caja de utensilios. Tanto Rabassa, el
creador de la nueva herramienta, como Cardona, su artífice y proyectista, decidieron no
presentar la idea como sugerencia, sino retenerla como propiedad del grupo.
Cardona y Rabassa consideraban que un premio basado en las economías de un mes era
inadecuado como recompensa monetaria. También sostenían que dichos premios se
sacaban realmente de los bolsillos de los trabajadores, porque todas las recompensas
correspondientes a sugerencias adoptadas se pagaban del fondo de beneficios a
distribuir entre los empleados. La empresa tenía un plan de participación en beneficios y
el dinero de las recompensas salía del fondo que de todos modos estaba destinado a los
obreros; por ello, Cardona y Rabassa decían que eso significaba simplemente que
"quitaban a Pedro para dárselo a Pablo".
Cardona y Rabassa presentían también que sobre el grupo se cernían ciertos peligros si
se descubría su secreto. Temían que, una vez que la herramienta pasara a ser propiedad
de la empresa, su eficacia pudiera traer consigo la reducción de algunos miembros de su
grupo o, al menos, hacer que el trabajo fuera menos tolerable porque la empresa
estableciera una cuota de producción más elevada o una prima más baja por unidad.
También temían que pudiera producirse un cambio en los programas de trabajo. Por
ejemplo, el departamento de tornos trabajaba en tres tipos diferentes de impulsores. Uno
de estos representaba un trabajo rutinario y, aparte de las dificultades ocasionadas por la
antigua herramienta, no ofrecía problema alguno. Por razones técnicas, los otros dos
tipos eran más difíciles de hacer. Hasta Cardona, que era excepcionalmente hábil, se
había encontrado con dificultades para alcanzar la cuota prevista, antes de diseñar la
nueva herramienta. Algunos de los operarios eran incapaces de lograr el tiempo
estándar, a no ser que la carga de trabajo fuera cuidadosamente equilibrada
programando los tipos más fáciles y más difíciles en forma combinada.
Jordi Busquets, el encargado del departamento de tornos, se dio cuenta de que tenían la
nueva herramienta poco después de iniciarse su empleo, pero se contentó con dejar que
los obreros se las arreglasen a su modo. Pensó que podía conseguir una producción de
alta calidad a muy poco precio. No se producía trabajo defectuoso y los hombres
estaban contentos.
Somoza quedó en una situación poco satisfactoria, pues no había conseguido encontrar
una solución propia. Igual que el encargado, sospechó que los obreros habían ideado
una nueva herramienta. Les apremió a que presentaran un dibujo a través del sistema de
sugerencias, pero hicieron caso omiso de este consejo y le dijeron claramente que no se
molestarían en explicarle las razones por las que adoptaban esta postura.
No habiendo tenido éxito en su contacto directo con los obreros, Somoza acudió a
Busquets, el encargado, pidiéndole que obtuviera una copia de la nueva herramienta.
Busquets replicó que los obreros se negarían a darle la copia y considerarían como una
injusticia cualquier esfuerzo por su parte para obligarles a entregar un dibujo. En lugar
de esto, sugirió que Somoza intentara persuadir a Rabassa para que le enseñara la
herramienta. Siguiendo este consejo, Somoza lo intentó, pero no tuvo éxito en su
esfuerzo por ganarse la confianza de Rabassa. En vista de que persistía en sus tentativas,
Rabassa decidió despistarlo. Dejó en su torno una cuchilla que era una copia
desafortunada del descubrimiento original. En el cambio de turno Somoza quedó
encantado al encontrar lo que, según suponía, era la herramienta mejorada. Rápidamente
la copió y presentó un dibujo en el departamento de herramientas. Cuando se
confeccionó una herramienta según esas especificaciones, no alcanzó lo que de ella se
esperaba. Los operarios, cuando tuvieron noticia de esto, a través de comunicaciones
extraoficiales, se reían y estaban muy contentos por lo ocurrido. Rabassa no dudó en
alardear ante Somoza, señalando que sus métodos sinuosos de acción habían encontrado
una justa recompensa.
El encargado no se dio por enterado del conflicto existente. Somoza se quejó de que
Rabassa estaba haciendo ostentación de su treta y de que lo ridiculizaba ante los otros
trabajadores. Como consecuencia de ello, Busquets habló con Rabassa, pero éste
insistió en que su ardid había estado justificado como medio de defensa propia.
Al ser rechazado por Rabassa, Busquets se dio cuenta de que había perdido el dominio
de la situación y que estaba enfrentado a un problema más complejo de lo que en un
principio había definido como un "asunto de herramientas". Era seguro que su superior
se enteraría de ello y no le gustaría saber que un encargado había dejado de comunicarle
una mejora técnica tan importante.