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Jeannette Walls tuvo una infancia difícil: era pobre, cambiaba de lugar de

residencia constantemente, y con frecuencia pasaba hambre. Así creció en la


zona desértica del suroeste de los Estados Unidos y en las montañas de Virginia
Occidental. Con el tiempo salió de la pobreza y se mudó a la ciudad de Nueva
York, donde se convirtió en una exitosa escritora de columnas de espectáculos.
Sus padres también se mudaron allí, sólo que no tenían dónde vivir. Una noche,
cuando se dirigía a una fiesta vestida con ropa elegante, Jeannette vio a su
mamá hurgando en un basurero. Agachó la cabeza y le pidió al conductor del
taxi que la llevara de vuelta a casa. Dios mío, ¿qué diría la gente si se enterara
de esto?, pensó.
“Me sentí aterrada”, cuenta. “Tenía una vida muy buena, un esposo que me
amaba, un trabajo excelente, una casa confortable y, a pesar de todo, me sentía
un fraude. Entonces me obsesioné con la idea de escribir sobre esta situación
vergonzosa, aunque sabía los riesgos que implicaba”.
A lo largo de 20 años, Jeannette hizo cuatro intentos por empezar a escribir sus
memorias, pero como cada vez se sentía más frustrada y temerosa, desechó el
manuscrito. Finalmente, cuando tenía 44 años, publicó “El castillo de cristal”, el
cual lleva casi tres años en la lista de éxitos de librería del New York Times, ha
vendido más de dos millones de ejemplares, se ha traducido a 23 idiomas y
pronto se convertirá en película.

MÁXIMO SAN ROMÁN


En un país en el que tener origen andino y ser pobre se
convierte en una combinación fatal que complota contra salir
adelante, Máximo San Román –cusqueño de
Quispicanchis- optó por el único camino que le quedaba
libre para surgir: estudiar. Primero, ingeniería mecánica en
la UNI.

Y después una serie de pasantías y especializaciones en


Norteamérica, Europa y Asia. Uno tras otro, todos fueron pasos
cuesta arriba.Cuando era un estudiante de ingeniería
tuvo que doblar fierros en la puerta de un taller de
mecánica en Piñonate, barrio bravo frente a su universidad.

Poco después fabricó su primera máquina, el molino picador, y


desde entonces otras para la industria metal mecánica,
agroindustrial, minera y para la panificación.

A los 34 años, en plena carrera ascendente en el sector privado,


decidió arriesgarse y fundar Nova, su fábrica insignia que hoy
exporta equipos de panificación a Sudamérica y Norteamérica, y
que emplea a cerca de 400 personas.
Ingresó a la política y fue vicepresidente de Alberto Fujimori
hasta 1992, año del famoso autogolpe, cuando se retiró. Su
discurso suele tener un fuerte contenido social: “Tenemos que
cambiar nosotros al país no esperar que el gobierno lo haga”.

Entre los años 2010 y 2012 Ada Espinoza tuvo dos cuadros de cáncer
de mama. En ese mismo lapso, quedó embarazada pero perdió a su
bebé en pleno proceso de gestación. Estos episodios la llevaron a
evaluar profundamente su vida como persona y profesional.
Finalmente tomó la decisión de dejar su trabajo como gerente
corporativa de finanzas en una importante consultora, para emprender
el sueño del negocio propio. Como no sabía por dónde empezar, su
esposo le sugirió que se dedicara al diseño de zapatos para mujeres,
por su predilección por los zapatos de diseño. Entonces, Ada empezó
a diseñar una línea de zapatos, con exclusivos diseños inspirados en la
cultura peruana, algo que le encantó desde el principio, porque los
zapatos le fascinan.

Como Ada ama las flores, pensó en buscar el nombre de una planta
para su marca. Como sus padres son de Ancash le preguntó por la flor
más representativa de la región. Ellos le dijeron que era la cantuta. Así
nació el nombre de su línea de calzado: Khantu, palabra quechua que
significa cantuta, la flor nacional del Perú. Pensó en tener dos
categorías. Por un lado, zapatos casuales y de vestir. Por otro, la línea
“orgullosamente peruana”, inspirada en temáticas regionales de las
diferentes culturas del Perú, tanto de la sierra como de la selva

Pero no todo fue pensar el nombre o diseñar los zapatos. Había que
abrir el negocio, hacer trámites, buscar proveedores, alquilar un local,
contratar expertos en hacer zapatos que cubran sus expectativas,
contratar vendedores, entre otras responsabilidades. De estar
acostumbrada a esperar su pago a fin de mes, Ada se convirtió
entonces en su propia jefa, encargándose desde la definición de los
productos que quería vender, hasta de los trámites que necesitaba
realizar para abrir su primera tienda. A pesar de las dificultades ella
supo salir adelante.

No ha sido nada fácil para Ada montar su negocio de zapatos de diseño,


empezando por los trámites que tuvo que realizar para abrir la empresa.
Por suerte ella posee conocimientos empresariales, gracias a trayectoria
profesional en temas de finanzas, pero se imagina los problemas que
deben atravesar los miles de emprendedores que quieren emprender y
que no poseen ese conocimiento.

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