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Hannah Arendt

Nació en Alemania en 1906 en una familia judía secularizada. Estudió filosofía con
maestros de la talla de Heidegger, Husserl y Jaspers. Se doctoró en filosofía con una
tesis sobre el amor en la obra de San Agustín. Con la llegada de Hitler al poder en 1933
se exilió en Francia. En 1941 logró emigrar a Estados Unidos, país en el que conseguiría
diez años más tarde la ciudadanía y donde se quedaría hasta su muerte en el año 1975.

Su interés fue centrándose cada vez más en la filosofía política. Se fue distanciando de
la filosofía de Heidegger y escribiendo cada vez más en relación a la política
contemporánea: nazismo, stalinismo, la problemática árabe – Israelí, etc. De todos
modos, La condición humana discute de alguna manera con las concepciones
heideggerianas del existente humano. El trabajo sobre la banalidad del mal, fruto de la
crónica hecha al juicio realizado a Eichmann, volvió a poner en evidencia su honradez
intelectual.

Obras principales

Los orígenes del totalitarismo (1951)


La condición humana (1958)
Eichmann en Jerusalem (1963)
Sobre la revolución (1963)
Sobre la violencia (1970)

Sobre la violencia (1969-1970)


Ed. Alianza, trad. Guillermo Solana

Uno

Hannah Arendt escribe estas reflexiones en el contexto de lo que significó el siglo XX:
una época de violencia materializada en revoluciones y guerras.

(11) “El desarrollo técnico de los medios de la violencia ha alcanzado el grado en que
ningún objetivo político puede corresponder concebiblemente a su potencial destructivo
o justificar su empleo en un conflicto armado.”

Particularmente a partir de la bomba atómica, la guerra ya no es la forma violenta de


resolución de los conflictos, sino un juego constante de disuasión.

Siguiendo a Engeles (Anti-Dühring) la violencia está asociada a medios, a las


herramientas con las que se lleva a cabo. Si la técnica cambia esos medios radicalmente,
como ha sucedido, entonces se corre el riesgo como nunca de que los medios sean
peores que el fin que los justifica.

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Aunque los medios técnicos sean ciertos en su función específica, no sucede lo mismo
con los fines de los hombres. Siempre se corre el riesgo de que se salgan de control los
medios, el azar y la contingencia hacen de la violencia algo difícil de controlar.

(13) “La razón principal de que la guerra siga con nosotros no es un secreto deseo de
muerte de la especie humana, ni un irreprimible instinto de agresión ni, final y más
plausiblemente, los serios peligros económicos y sociales inherentes al desarme, sino el
simple hecho de que no haya aparecido todavía en la escena política un sustituto de este
árbitro final. ¿Acaso no tenía razón Hobbes cuando dijo: «Acuerdos, sin la espada, son
sólo palabras»?”

Se trata del medio más eficaz para obligar, es una herramienta política y económica, no
un instinto o una pulsión. Esto es, podría ser reemplazada por una herramienta más
eficaz.

La violencia aparece en principio asociada a las guerras y por eso al problema de la


soberanía nacional. Arendt entiende que Estados Unidos se había mantenido por fuera
del esquema de los estados-nación europeos y su concepto de soberanía.

(15) “Que la guerra siga siendo la ultima ratio, la vieja continuación de la política por
medio de la violencia en los asuntos exteriores de los países subdesarrollados, no es
argumento contra la afirmación de que ha quedado anticuada, y el hecho de que sólo los
pequeños países, sin armas nucleares ni biológicas, pueden permitírsela, no es ningún
consuelo.”

Hay que ser cuidadosos con los “especialistas científicos” que tejen hipótesis respecto al
devenir de posibles enfrentamientos y sus consecuencias.

(17) “Los acontecimientos, por definición, son hechos que interrumpen el proceso
rutinario y los procedimientos rutinarios; sólo en un mundo en el que nada de
importancia sucediera podrían llegar a ser ciertas las previsiones de los futurólogos.”

A pesar del papel central de la violencia en la historia, hay muy pocos análisis que no la
releguen a un papel secundario. La guerra, la política o la economía son las constantes y
la violencia no formaría parte sino de un modo de continuar uno de esos ejes. Parecería
que la violencia está supeditada a lo que suceda en un nivel más básico: político o
económico.

(19) “Hoy todas aquellas antiguas verdades acerca de la relación entre la guerra y la
política y sobre la violencia y el poder se han tornado inaplicables. La segunda guerra
mundial no fue seguida por la paz sino por una guerra fría y por el establecimiento del
complejo militar-industrial-laboral.”

Las guerras nucleares, biológicas, las guerras de guerrillas y otras formas


contemporáneas del poder bélico transforman radicalmente las relaciones tradicionales
entre un país y la violencia que puede causar. En cierto sentido, las naciones más
poderosas son las que están en mayor peligro.

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(21) “Cuanto más dudoso e incierto se ha tornado en las relaciones internacionales el
instrumento de la violencia, más reputación y atractivo ha cobrado en los asuntos
internos, especialmente en cuestiones de revolución.”

Contrariamente a la posición de Marx, para quien la violencia jugaba un papel


secundario (eran los dolores de parto, pero no la causa), la retórica del maoísmo y del
marxismo contemporáneos la ponen en primer lugar.

Por lo general los marxistas no hicieron una apología de la violencia, más allá de
algunos usos puntuales o un período de “dictadura del proletariado”. La excepción fue
Georges Sorel, pero finalmente la violencia que proponía se reducía al mito de la huelga
general revolucionaria.

(23) “Hace cincuenta años incluso esta modesta propuesta le ganó la reputación de ser
un fascista a pesar de su entusiástica aprobación a Lenin y a la Revolución rusa. Sartre,
que en su prólogo a Los miserables de la Tierra de Fanon va mucho más lejos en su
glorificación de la violencia de lo que fue Sorel en sus famosas Reflexiones sobre la
violencia – más incluso que el mismo Fanon, cuya argumentación pretende llevar a su
conclusión-, sigue mencionando las «manifestaciones fascistas de Sorel».”

Arendt ataca directamente la posición de Sartre, sobre todo su concepción de que el


hombre se recrea a sí mismo mediante la violencia se distancia de las posiciones de
Hegel y Marx. Para el primero es el “pensamiento” el que produce al hombre, mientras
que para Marx es el trabajo. Se pasa del idealismo al materialismo, pero nunca a la
violencia.

Pensar y trabajar no pueden estar al mismo nivel que matar afirma Arendt. En La
condición humana las actividades básicas del hombre eran trabajar, producir y actuar.

El movimiento de la Nueva Izquierda es deudor del nuevo equilibrio nuclear y de la


conciencia de los genocidios, estuvo más cercano a la no-violencia y a las protestas por
la guerra de Vietnam. Sin embargo las cosas parecen haber cambiado últimamente.

Arendt critica a los nuevos militantes que tomaron protagonismo con las rebeliones
estudiantes (mayo del 68, etc.), le parece que sus demandas son muy amplias o
ingenuas, como si hubiera más afán de rebelión que causas reales.

(27) “Esta generación parece en todas partes caracterizada por su puro coraje, por una
sorprendente voluntad de acción y por una no menos sorprendente confianza en la
posibilidad de cambios.”

Para Arendt, la politización universitaria está asociada al avance de las tecnologías


bélicas y al uso de los saberes con fines de destrucción. Es la generación que sabe sobre
las posibilidades de destrucción, los que no están seguros de tener un futuro.

(31) “En América, el movimiento estudiantil resultó seriamente radicalizado allí donde
la policía y la brutalidad de la policía intervinieron en manifestaciones esencialmente no
violentas: ocupación de edificios de la administración, sentadas… La violencia seria
entró sólo en escena con la aparición del Black Power en el campus. Los estudiantes
negros, la mayoría de los cuales habían sido admitidos sin la necesaria aptitud

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académica, se consideraron y se organizaron como un grupo de intereses, representantes
de la comunidad negra. Su interés consistía en reducir los niveles académicos.”

Arendt ataca las posiciones que considera ingenuas y fantasiosas del activismo negro
universitario (Apéndice VI), pero toma muy en serio la violencia con la que el
establishment académico parece ser más condescendiente que con las protestas no
violentas de los rebeldes blancos.

(32) “La condescendencia de las autoridades universitarias ante las demandas negras ha
sido explicada a menudo por los “sentimientos de culpabilidad” de la comunidad
blanca; creo que es más probable que las universidades, así como los administradores y
los consejos de síndicos, sean a medias consciente de la obvia verdad de una conclusión
del documento oficial Report on Violence in America: «La fuerza y la violencia son
probablemente técnicas eficaces de control social y de persuasión cuando disfrutan de
un completo apoyo popular».”

Para Arendt, la glorificación de la violencia está inspirada por Fanon y una mala lectura
de Marx-Engels. Ya que la fe que tienen Fanon en el papel del lumpenproletariado,
jamás podría coincidir con la tradición marxista. Sartre haciendo la apología de la lanza
de Aquiles que tiene el poder de curar, está afirmando que la venganza es un buen
medio para mejorar.

(33) “Este mito es más abstracto, está más apartado de la realidad que el mito de Sorel
relativo a la huelga general. Está a la par con los peores excesos retóricos de Fanon,
tales como el de que «es preferible el hambre con dignidad al pan comido en la
esclavitud».”

La utilización fantasiosa de los relatos de emancipación mediante una violencia


volcánica tiene muy pocos correlatos históricos y muy pocas chances de no tornarse un
desastre.

(35) “Identificar los movimientos de liberación nacional con tales estallidos es


profetizar su ruina, completamente al margen del hecho de que esa improbable victoria
no determinaría un cambio en el mundo (o en el sistema) sino sólo en las personas.
Pensar, finalmente, que existe algo semejante a una “Unidad del Tercer mundo”, al que
podría dirigirse el nuevo eslogan de la era de la descolonización «Nativos de todos los
países subdesarrollados, uníos» (Sartre), es repetir las peores ilusiones de Marx a una
escala aun más grande y con una menos considerable justificación. El Tercer Mundo no
es una realidad sino una ideología.”

El argumento de Arendt apunta una y otra vez al mundo de fantasía, a un modo de


escapar de la realidad mediante relatos que no se condicen con ella.

Aún la reivindicación de la “democracia participativa”, práctica que rescata Arendt, no


se condice con la retórica de la violencia y tampoco con las enseñanzas de Marx. Otra
contradicción con el análisis marxista es el moralismo de la rebelión que esta Nueva
Izquierda pregonaba.

(38) “En realidad, todo movimiento revolucionario ha sido dirigido por revolucionarios
que se veían impulsados por la compasión o por una pasión por la justicia, y esto, desde

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luego, es también cierto por lo que se refiere a Marx o a Lenin. Pero Marx, como
sabemos, había marcado efectivamente como “tabús” tales emociones.”

Arendt critica la falta de articulación entre el movimiento de la Nueva Izquierda y los


trabajadores, así como el aislamiento del movimiento Black Power. Cree que muchos de
ellos utilizan la referencia al marxismo como una manera de intentar una unidad en la
“izquierda” que no es real.

Cierta idea del progreso de la humanidad está presente, de un modo que es distinto al de
la Ilustración al del siglo XIX. Ya no se piensa en un fin de la historia, sino en un
continuo movimiento del hombre.

(41) “La idea de Marx, tomada de Hegel, según la cual cada sociedad antigua alberga en
su seno las semillas de sus sucesores de la misma manera que cada organismo vivo lleva
en sí las semillas de su futura prole es, desde luego, no sólo la más ingeniosa sino
también la única garantía conceptual posible para la sempiterna continuidad del
progreso en la Historia; y como se supone que el movimiento del progreso surge de los
choques entre fuerzas antagónicas, es posible interpretar cada “regreso” como un
retroceso necesario pero temporal.”

Arendt no cree en esta concepción de la historia como progreso, ni en el eterno retorno,


ni en la existencia de una antigua Edad de Oro, pero pone en evidencia sobre todo los
problemas de la concepción progresista, en la que hay que sacrificarse por un mundo
futuro que no disfrutaremos y que no ofrece mucho a la vida individual.

Pero la visión progresiva de la historia tiene la enorme ventaja de explicar el pasado y el


futuro como un continuum temporal.

(43) “Esto fue lo que descubrió Marx cuando invirtió el pensamiento de Hegel; cambió
la dirección de la mirada del historiador; en vez de observar al pasado, él podía mirar
ahora confiadamente hacia el futuro.”

La visión hegeliana de la historia es tranquilizadora, porque se trata de desarrollar lo


que ya está allí (teleología). Arendt afirma que los sucesos del siglo XX han mostrado,
por el contrario, lo inesperado y que solamente quienes se quieren refugiar en la
comodidad seudocientífica del acontecer.

(44) “Una rebelión estudiantil casi exclusivamente inspirada por consideraciones


morales constituye, desde luego, uno de los acontecimientos totalmente imprevistos de
este siglo.”

Sobre todo porque pone en evidencia los límites de la manipulación. La realidad ha


refutado que esa manipulación pueda efectivamente producir efectos sin resistencias.
Hay quienes son adictos a la manipulación porque construyen a partir de su
infalibilidad, una concepción simplista del orden social.

(45) “El progreso, en realidad, es el más serio y complejo artículo ofrecido en la


tómbola de supersticiones de nuestra época.” Esta idea se ha aceptado por el progreso
en el conocimiento de las ciencias naturales.

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Pero en lo que respecta a las ciencias del espíritu (del hombre) no se debe esperar un
progreso indefinido. Arendt cree que si no se acepta este límite, se va hacia una
hiperespecialización erudita o hacia la pérdida del objeto mismo de conocimiento.

Los movimientos de rebelión juveniles desconfían del lugar dado al conocimiento y no


sin razones. Sobre todo cuando parece haber un desencaje entre el progreso en la ciencia
y el progreso humano (si es que esto quiere decir algo), volviendo a la idea de lo que el
progreso técnico ha permitido en el aumento de la capacidad de destrucción.

(46) “En otras palabras, el progreso puede no servir ya como la medida con la que
estimar los progresos de cambio desastrosamente rápidos que hemos dejado
desencadenar.”

Arendt quiere evitar una posible interpretación del papel de la violencia en la historia,
como la forma de evitar el progreso, mediante guerras y revoluciones.

(47) “Si esto fuera cierto, si sólo el ejercicio de la violencia hiciera posible la
interrupción de procesos automáticos en el dominio de los asuntos humanos, los
predicadores de la violencia habrían conseguido una importante victoria.”

La acción se define justamente por la interrupción de lo que hubiera sucedido de modo


automático. Esa definición de la praxis es la que está presente en La condición humana.
Por eso Arendt distingue “acción” de “comportamiento”.

Dos

Con este trasfondo de actualidad, ahora Arendt va a analizar a la violencia en el terreno


político. Para empezar, la entiende dentro del campo más amplio del poder, no tiene una
lógica independiente.

(48) “Si comenzamos una discusión sobre el fenómeno del poder, descubrimos pronto
que existe un acuerdo entre todos los teóricos políticos, de la izquierda a la derecha,
según el cual la violencia no es sino la más flagrante manifestación del poder.”

Por ejemplo en la concepción del Estado como el monopolio legítimo de la violencia.


Pero solamente se comprenderá al Estado fundamentalmente como violencia desde una
concepción marxista que cree que es una superestructura al servicio de la opresión de la
clase dominante.

Comienza su análisis con la obra Sobre el poder (1945) de Bertrand de Jouvenel. El


poder es una forma de mando y el mando parece asentarse en un instinto de dominación.
Se trata de poder mandar sobre otros hombres.

(51) “Si la esencia del poder es la eficacia del mando, entonces no hay poder más
grande que el que emana del cañón de un arma, y sería difícil decir en «qué forma
difiere la orden dada por un policía de la orden dada por un pistolero».”

Pero de este modo se llega a una definición del poder como fuerza institucionalizada. Y
nuevamente se llega a un acercamiento entre poder político y fuerza (violencia), como
en Hobbes o en Mao.

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Arendt agrega la burocracia a las formas de gobierno clásicas, como dominio de Nadie.

(53) “Si, conforme al pensamiento político tradicional, identificamos la tiranía como el


gobierno que no está obligado a dar cuenta de sí mismo, el dominio de Nadie es
claramente el más tiránico de todos, pues no existe precisamente nadie al que pueda
preguntarse por lo que se está haciendo. Es este estado de cosas, que hace imposible la
localización de la responsabilidad y la identificación del enemigo, una de las causas más
poderosas de la actual y rebelde intranquilidad difundida por todo el mundo, de su
caótica naturaleza y de su peligrosa tendencia a escapar a todo control, al
enloquecimiento.”

Desde conceptos que provienen del judaísmo hasta últimos descubrimientos científicos,
parece confirmarse la idea de que hay una necesidad de dominar y ser dominados. Es la
línea que Arendt resume en la postura de Stuart Mill.

(55) “Históricamente hablando, la antigua institución de la economía de la esclavitud


sería inexplicable sobre la base de la psicología de Mill. Su fin expreso era liberar a los
ciudadanos e la carga de los asuntos domésticos y permitirles participar en la vida
pública en comunidad, donde todos eran iguales; si fuera cierto que nada es más
agradable que dar órdenes y dominar a otros, cada dueño de casa jamás habría
abandonado su hogar.”

(Esta interpretación de Arendt es discutible desde una perspectiva nietzscheana: los


hombres con mayor voluntad de poder anhelaban buscar dominar en el terreno de la
“igualdad”, se sabe que los griegos eran esclavistas y a la vez competitivos en el terreno
de la comunidad de iguales)

La tradición republicana, la tradición de la isonomía, pone en la ley el resguardo de que


no haya dominio directo entre los hombres. Siguieron hablando de obediencia, pero a
las leyes. Arendt afirma que tendrían que haber hablado de apoyo a las leyes, se las
acepta no como una forma de sometimiento, sino para ser parte de una comunidad.

(56) “Es el apoyo del pueblo el que presta poder a las instituciones de un país, y este
apoyo no es nada más que la prolongación del asentimiento que, para empezar,
determinó la existencia de las leyes.” Si ese apoyo no depende de la dominación
violenta, entonces se puede realizar la distinción.

(57) “Una de las distinciones más obvias entre poder y violencia es que el poder
siempre precisa el número, mientras que la violencia, hasta cierto punto, puede
prescindir del número porque descansa en los instrumentos.”

Una mayoría puede sin violencia ahogar a las minorías, y una minoría necesitará de la
violencia para gobernar a las mayorías. Arendt ejemplifica con las minorías de
estudiantes que imponen mediante la violencia la interrupción de las clases.

(58) “Es, creo, una muy triste reflexión sobre el actual estado de la ciencia política
recordar que nuestra terminología no distingue entre palabras clave tales como «poder»,
«potencia», «fuerza», «autoridad» y, finalmente «violencia» -todas las cuales se refieren
a fenómenos distintos y diferentes, que difícilmente existirían si éstos no existieran.”

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Arendt definirá cada uno de estos términos, con la intención principal de mostrar cómo
hay una política virtuosa que no depende de la violencia como principio.

El poder es la capacidad humana para actuar concertadamente, siempre es un fenómeno


colectivo y nadie tiene poder si no hay un grupo que lo sostiene y se lo otorga.

En cambio la potencia se refiere a la capacidad que un individuo, persona o cosa tiene


por sí mismo para tener efectos sobre otra. (60) “La casi instintiva hostilidad de los
muchos hacia el uno ha sido siempre, desde Platón hasta Nietzsche, atribuida al
resentimiento, a la envidia de los débiles respecto del fuerte, pero esta interpretación
psicológica yerra. Corresponde a la naturaleza de grupo y constituye su poder para hacer
frente a la independencia, propiedad de la potencia individual.”

La fuerza también se distingue de la violencia, se trata de “energía liberada por


movimientos físicos o sociales”, la fuerza de las cosas o de la naturaleza.

La autoridad es para Arendt el término más mal entendido (referencia a su texto What
is Authority?). Hay autoridad en tanto hay reconocimiento de ella en quienes la
obedecen sin coacción o persuasión: los alumnos reconocen la autoridad del maestro,
los hijos la de los padres. (62) “Permanecer investido de la autoridad exige respeto para
la persona o para la entidad. El mayor enemigo de la autoridad es, por eso, el desprecio,
y el más seguro medio de minarla es la risa.”

La violencia, siguiendo a Engels, “se distingue por su carácter instrumental”. Está


cercana a la potencia, pero la magnifica.

Si Arendt quiere sobre todo distinguir el poder de gobierno de la obediencia mediante la


violencia, es fundamental que pueda mostrar que todo gobierno no se basa en la
coacción, para eso analizará el fenómeno de la revolución.

(64) “Como en las relaciones exteriores y en las cuestiones internas aparee la violencia
como último recurso para mantener intacta la estructura del poder frente a los retos
individuales –el enemigo extranjero, el delincuente nativo-, parece como si la violencia
fuese prerrequisito del poder y el poder nada más que una fachada, el guante de
terciopelo que o bien oculta una mano de hierro o resultará pertenecer a un tigre de
papel.”

La diferencia en el armamento de los revolucionarios respecto al Estado, siempre es


enorme. Pero las revoluciones no se realizan de esa manera (ganando con la fuerza de
las armas), sino desequilibrando el poder del gobierno de forma que policías y militares
ya no respondan a él, logrando en última instancia el poder y no simplemente por
medios violentos.

Mayo del 68 fue tan exitoso en un primer momento porque diferentes poderes (no
solamente universitarios) estaban muy debilitados, pero no llegó a tornarse en una
revolución porque no había un actor político que asumiera un nuevo poder.

(68) “Nunca ha existido un gobierno exclusivamente basado en los medios de la


violencia. Incluso el dirigente totalitario, cuyo principal instrumento de dominio es la
tortura, necesita un poder básico –la policía secreta y su red de informadores-.”

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La esencia de los gobiernos es el poder, no la violencia. Esta última es un medio, pero
nunca un fin en sí misma. En el mismo sentido, el poder no puede ser un medio.

(70) “Y como el gobierno es esencialmente poder organizado e institucionalizado, la


pregunta: ¿cuál es el fin del gobierno?, tampoco tiene mucho sentido. La respuesta será
o bien la que cabría dar por sentada –permitir a los hombres vivir juntos-, o bien
peligrosamente utópica: promover la felicidad, o realizar una sociedad sin clases o
cualquier otro ideal no político, lo cual, si se examina seriamente, se advertiría que sólo
podía conducir a algún tipo de tiranía.”

Poder y política van de la mano, por eso no es necesaria la justificación del poder, pero
sí su legitimidad.

(70) “El poder surge allí donde las personas se juntan y actúan concertadamente, pero
deriva su legitimidad de la reunión inicial más que de cualquier acción que pueda seguir
a ésta. La legitimidad, cuando se ve desafiada, se basa en una apelación al pasado,
mientras que la justificación se refiere a un fin que se encuentra en el futuro. La
violencia puede ser justificable, pero nunca será legítima. Su justificación pierde
plausibilidad cuanto más se aleja en el futuro el fin propuesto. Nadie discute el uso de la
violencia en defensa propia porque el peligro no sólo resulta claro sino que es actual y el
fin que justifica los medios es inmediato.”

Si bien la violencia puede destruir al poder, no puede nunca generar poder. Cuando los
imperialismos europeos perdieron poder, el costo de mantenerse en las colonias por la
pura violencia era demasiado alto. El “costo político” en términos de la pérdida de
poder interna al ejercer la violencia en el ámbito externo decidió la descolonización. Si
se opta por la violencia se termina destruyendo el fin en sí mismo: el poder.

Si la violencia triunfa, el poder es derrotado: cuando esto sucede y se continúa en el


tiempo, podemos hablar propiamente de un estado de terror. Es necesaria una condición
para que el terror pueda imperar: la atomización social, es decir, la imposibilidad del
poder que había sido entendido como un acuerdo comunitario. La atomización sucede
más fácilmente cuando cualquiera puede ser un informante (el panóptico). Arendt está
pensando en un estadio policial como el que instauró Stalin.

(76) “Para resumir: políticamente hablando, es insuficiente decir que poder y violencia
no son la misma cosa. El poder y la violencia son opuestos; donde uno domina
absolutamente falta el otro. La violencia aparece donde el poder está en peligro pero,
confiada a su propio impulso, acaba por hacer desaparecer al poder. Esto implica que no
es correcto pensar que lo opuesto de la violencia es la no violencia; hablar de un poder
no violento constituye en realidad una redundancia. La violencia puede destruir al
poder; es absolutamente incapaz de crearlo.”

No puede suceder que hegelianamente, el poder surja como síntesis superadora de la


negatividad de la violencia.

Tres

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