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Tabla de materias
I. INTRODUCCION
1. Ética y creatividad.
2. Ética y Derecho.
VII. CONCLUSIONES
I. INTRODUCCION
1. Ética y creatividad.
En realidad, la dimensión ética es constitutiva del ser humano: esta
capacidad de elegir entre el bien y el mal que el Creador otorga al
género humano desde el Paraíso enaltece al hombre y lo diferencia de
sus parientes animales. La posibilidad de opción hace al hombre
responsable de su propio destino y, por consiguiente, le transfiere
facultades auténticamente creativas, ya que la creación está basada
siempre en la libertad, que a su vez conlleva una necesidad de escoger.
En esta forma, libertad y responsabilidad, acción libre y evaluación
moral, son elementos que se sustentan y se refuerzan recíprocamente.
Es así, gracias a esta dimensión moral con lo que ella implica de libertad,
que el hombre no es un ente estable y estático sino que se encuentra en
permanente transformación de sí mismo y de su entorno, en constante
movimiento y cambio. Y esta condición, sublime pero riesgosa, puede
llevar al hombre al Cielo como al Infierno, lo puede elevar hasta las más
altas cumbres del espíritu o hundirlo en las profundidades abisales de la
degradación, lo puede impulsar a crear de manera cada vez más rica su
propia humanidad o a destruirse a sí mismo y al mundo que lo rodea.
2. Ética y Derecho.
Sin embargo, las relaciones entre la moral y el Derecho son algo más
complicadas. Y por eso es conveniente que nos preguntemos sobre la
naturaleza y las funciones del Derecho: ¿es realmente el Derecho algo
así como el Ministerio de Gobierno y Policía de la Ética? ¿El derecho es
simplemente un instrumento imperativo de represión moral de las
conductas sociales? Y aun si no fuera solamente ése su papel, ¿puede
imponer el Derecho limitaciones a las actividades de los hombres en
nombre de la Ética?
La idea del Derecho como forma de control social presupone que hay
ciertos valores superiores indiscutibles que determinan de antemano y
para siempre lo que debe hacerse con la sociedad y que son impuestos
como un molde o una plantilla sobre las conductas humanas. En cambio, el
Derecho entendido como organización espontáneamente generada no
implica necesariamente una implantación desde arriba sino una auto-
coordinación de intereses y perspectivas. Obviamente, ello no es
obstáculo para que esa actividad generativa espontánea de orden
establezca a su vez un segundo nivel, que surge de ella misma con carácter
subsidiario, para dirimir las controversias y para aplicar la coerción si
fuera necesario a fin de conservar el orden auto-creado. Pero ni la
dirimencia ni la coerción se realizan en nombre de valores superiores y
eternos sino de los resultados de esa auto-organización social con el
objeto de asegurar precisamente la horizontalidad y la libertad de las
relaciones.
Esto no significa que la Ética no tenga relación alguna con el Derecho. Por
el contrario, cada decisión individual, cada conducta que da lugar a ese
burbujeo, no es una toma de posición ciega sino que, dentro de esa
efervescencia creativa, responde a una opción moral. Pero lo importante
es que, si bien el Derecho está informado por la moral en tanto que las
actitudes y preferencias de los individuos que lo construyen tienen una
base moral, el Derecho por sí mismo no es un mero mecanismo de
imposición coercitiva de la moral, el Derecho no convierte en imperativa
una moral superior a él. En realidad, el Derecho es una simple técnica
para consolidar los diferentes puntos de vista de los individuos libres.
Claro que alguien podría argüir, por la vía del absurdo, que si el Derecho
es una organización espontánea, no deberían existir en rigor normas o, en
todo caso, las normas sólo deberían existir para canalizar los intereses
de los individuos pero de ninguna manera para prohibirlos: sería como el
policía de tránsito que puede hacer esperar a ciertos automóviles en una
esquina para dar paso a otros, pero no puede impedir que un automóvil
salga a la calle ni puede prohibirle que vaya adonde quiera ir ni obligarlo
a ir donde no quiere ir.
Esta observación tiene efectivamente una cierta base; y es por ello que
partes muy importantes del orden jurídico funcionan sólo
supletoriamente y no imperativamente, como es el caso del Derecho de
los contratos. Pero también es cierto que si alguien no hace caso al policía,
éste tiene que sancionar y eventualmente prohibir la circulación de un
vehículo. En consecuencia, toda organización no está formada únicamente
por prohibiciones pero implica siempre un cierto grado de prohibiciones.
Notemos que, cuando nos encontramos en estos casos frente a una opción
que no nos satisface, puede suceder que el motivo de nuestro desacuerdo
se fundamente en razones axiológicas. Sin embargo, la importancia del
orden es tal que ese desacuerdo no puede invalidar la opción. Como decía
Kant, más vale un Derecho injusto a no tener Derecho; porque el Derecho
injusto es cuando menos una forma de orden.
Esto significa que no se puede obligar a una persona que pague por un
accidente si no ha sido responsable por el mismo. No cabe duda de que
la idea que está detrás de este punto de vista es más la de sanción que la
de reparación, ya que la indemnización es sólo un correlato de la culpa: el
responsable de haber causado un daño tiene que ser de alguna manera
castigado y es por eso que paga una reparación a la víctima. Pero, como
se puede apreciar, las ideas de responsabilidad, sanción, perjuicio
culpable, etc. son ideas morales.
Ahora bien, sucede que muchas veces la sociedad tiene la forma de evitar
que el accidente se produzca, pero no la quiere usar. Por ejemplo, los
accidentes de tránsito no se producirían si la sociedad prohibiera ciertas
conductas: salvaríamos muchas vidas humanas si se prohibiera el uso de
automóviles; o, para no ser tan exagerados, si sólo se permitiera que
circulen automóviles que no puedan ser conducidos a más de 10 kms. por
hora. Pero sucede que todos queremos que hayan automóviles porque son
muy cómodos; y todos queremos que vayan bastante más rápido que 10
kms. por hora. Sin embargo, sabemos también a ciencia cierta que ello
originará inevitablemente un cierto número de accidentes de tránsito al
año, incluso un cierto número de muertos. No es que se pueda aspirar a
gozar del automóvil y a la vez reducir los accidentes a cero. Eso es
imposible. Por tanto, si queremos que hayan automóviles es que
indirectamente estamos queriendo también que hayan heridos y muertos,
como un costo que es preciso pagar por las ventajas que nos da la
velocidad de transporte.
Claro está que lo dicho no se aplica al caso de los daños que realmente se
producen con dolo o negligencia grave, porque entonces el aspecto
sancionador conserva su vigencia. Dicho en otras palabras, en los daños
cotidianos y ordinarios -que no son el resultado de dolo ni culpa grave- el
Derecho se encarga de que la víctima tenga una reparación aprovechando
los mecanismos de mercado, independientemente de la idea moral de
culpa. En cambio, cuando hay dolo o negligencia grave, la culpa sigue
teniendo vigencia.
Sin embargo, la escasez obliga a veces a realizar una partición que vulnera
nuestros sentimientos morales, pero que resulta inevitable. Para utilizar
la expresión de Calabresi, el Derecho tiene muchas veces que decidir en
medio de "opciones trágicas" (tragic choices). En ellas, la paradoja
resulta inevitable y la tragedia no descansa. Pero esa tragedia es ante
todo una crisis moral: se presenta un conflicto de valores que no pueden
ser respetados simultáneamente: aunque sentimos que debiéramos
cautelar ambos, sólo es posible que uno prevalezca. En consecuencia, el
Derecho tiene que realizar una opción trágica, en la que ciertos valores
morales serán sacrificados.
No cabe duda de que uno de los campos más álgidos, en los que esta
relación entre la Moral y el Derecho ha revestido características
dramáticas en los últimos años, es el de la Biología moderna. Aquí
nuevamente se presenta el dilema de saber si el Derecho cumple una
función moralizadora simplemente (es decir, si debe limitarse a impedir
las conductas inmorales y lograr la moralidad) o si cumple, además, una
función organizadora independientemente de los aspectos morales.
Quizá la primera gran discusión en esta materia se planteó primero con
motivo de la inseminación artificial y de la fecundación en probeta. Estas
nuevas posibilidades que abría la ciencia dieron lugar a una gran variedad
de situaciones con relevancia jurídica. El Profesor Marcial Rubio, en su
estudio titulado "Las reglas del amor en probetas de laboratorio", ha
encontrado al respecto 329 posibles situaciones jurídicamente
diferentes. Muchas de estas situaciones no tienen solución legal en el
orden jurídico actual; y, sin embargo, reclaman alguna.
Cuando se conocieron los primeros casos en que una mujer había alquilado
su vientre a cambio del pago de una cierta suma de dinero a fin de que se
le coloque un óvulo fecundado (un embrión) para que lo geste y lo dé a luz,
se produjo una intensa reacción porque se consideraba que ésto era
moralmente intolerable. Por ello se exigió que el Derecho simplemente
prohibiera tales acuerdos y no los regulara en forma alguna, ya que la
regulación era percibida de alguna manera como una convalidación moral.
Sin embargo, para los abogados las cosas no son tan simples ni tan
evidentes.
Ahora bien, el caso resulta mucho más difícil si, aun cuando exista
prohibición legal de celebrar un contrato de subrogación, la madre
gestante no ha aportado tampoco el óvulo sino que tanto el esperma como
el óvulo han sido proporcionados por el matrimonio que contrata el
vientre. Supongamos que una pareja que es fértil pero que la esposa no
puede retener un embarazo durante los nueve meses, decide alquilar el
vientre de otra mujer para lograr el hijo de ambos que anhelan pero que
no pueden llevar a término. Celebran un contrato de subrogación en el que
la gestante no es simplemente inseminada con esperma del marido -como
fue el caso Baby M- sino que se le implanta un embrión constituido por un
óvulo de la mujer fecundado por el marido. Esta gestante acepta realizar
este servicio porque necesita el dinero para darle una mejor educación a
los hijos que tiene con su propio esposo.
Esto significa que el Derecho debe tener normas que definan la identidad
del hombre clonado. Recordemos que, mediante el procedimiento de
clonación, se retira el código genético de una célula fértil y se le sustituye
por el código de otra persona. Por consiguiente, en este procedimiento
intervienen varios “padres”. En primer lugar está el padre que aportó el
semen y la madre que aportó el óvulo; pero luego el óvulo fecundado es
desprovisto de lo más esencial de su estructura: su código genético que
es lo que precisamente le da la identidad y hace que el nuevo ser sea
efectivamente hijo de quienes pusieron esperma y óvulo. Y entonces una
tercer persona -hombre o mujer- le aporta un nuevo código genético que
es introducido en ese óvulo fecundado que prácticamente se convierte
simplemente en un medio material con el que se construirá el nuevo ser
humano conforme a los patrones del código genético adquirido
posteriormente a la concepción. Todavía ese óvulo radicalmente
transformado puede ser devuelto al vientre de la mujer que suministró
el óvulo original o, si se quiere hacer aún más difícil el problema jurídico,
implantado en otro vientre. En cualquier caso, la madre que dé a luz, sea
la original o una tercera, tendrá muy poco que ver biológicamente con el
recién nacido cuyo código genético lo vincula biológicamente a otra
persona. Y lo mismo sucede con el padre que aportó el esperma.
Todo esto resulta, sin duda, muy complicado desde el punto de vista
jurídico. No cabe duda de que es indispensable determinar legalmente
quiénes deben ser considerados como los padres de este ser que,
independientemente de que sea resultado de una clonación, es una
persona humana. El Derecho tiene que decirnos quién es su familia para
efectos, por ejemplo, de los impedimentos matrimoniales. También el
Derecho debe prever cómo se va a llamar, cómo se va a establecer su
partida de nacimiento ya que éste es un documento esencial para la vida
ciudadana. El Derecho debe decidir quiénes están obligados a mantenerlo
y a educarlo hasta que alcance la mayoría de edad y a quien le
corresponde heredar, llegado el caso.
VII. CONCLUSIONES
Claro está que no puedo aceptar las tesis amorales de Geiger, quien
sostiene que las normas jurídicas son meras imposiciones políticas del
Estado, sin referencia alguna a la Moral; ni las de la Escuela de Upsala
que reduce la Moral a vagos sentimientos y, en la práctica, le resta toda
importancia. Pero, sin perjuicio de que la Moral constituya una atmósfera
envolvente de todas las actividades del ser humano, el Derecho no se
orienta directamente ni exclusivamente a la realización de los valores
morales sino que tiene por objeto la organización de la sociedad en
función de varios criterios, entre ellos, los morales.
El Derecho tiene que ser informado por la Moral como todas las
actividades de nuestra vida. Pero no todas las normas morales pueden ser
convertidas en normas jurídicas; ni tampoco todas las normas jurídicas
deben tener su fundamento en normas morales.
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NOTAS
[ii]
In Re: Baby Girl, 14 F.L.R. 2008 (1985).