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3 , B ) L A L ÓGICA TRANSITI V A

3,B) LA LÓGICA TRANSITIVA

Lorenzo Peña desarrolló durante los años ochenta y noventa del siglo xx
un tipo de lógica que llama «transitiva» o «dialéctica» y que se caracteriza
por «reconocer la contradictoriedad y la gradualidad de lo real», o sea,
es una lógica paraconsistente y difusa. En su sistema de lógica es posible
afirmar «p» y «no p» sin que ello implique que de ahí se pueda derivar
cualquier conclusión (de acuerdo con la llamada «regla de Scoto» que
Peña considera debería llamarse más bien «regla de Cornubia», pues fue
el lógico medieval Juan de Cornubia el primero en formularla), ya que,
como se verá, él distingue dos tipos de negaciones: negación débil o natu-
ral y negación fuerte. Y también cabe aceptar la existencia de enunciados
que son al mismo tiempo verdaderos y falsos (lo verdadero y lo falso no
se excluyen totalmente: hay grados de verdad y de falsedad), frente al
principio de bivalencia de la lógica clásica (aristotélica) en la que cualquier
enunciado tiene que ser verdadero o falso; la bivalencia, a su vez, da lugar
a las llamadas «paradojas sorites»: ¿cuántos granos de arena hay que qui-
tar a un montón para que deje de ser un montón? Para Peña, como se verá
en los extractos que siguen, tomados de su libro Rudimentos de lógica
matemática (Peña 1991), no tiene sentido hablar de la lógica, sino de las
lógicas y es equivocado incluso considerar que la lógica clásica (bivalente
y que rechaza cualquier contradicción) debe estar en una situación de pre-
valencia frente a todas las otras lógicas. Más bien al contrario.
Como una ilustración del valor práctico de esa concepción de la ló-
gica puede servir el artículo escrito conjuntamente con Francisco José
Ausín (Ausín y Peña 1998), en el que los autores defienden, a propósito
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de la discusión en torno a la licitud o ilicitud moral de la eutanasia, las


ventajas de un enfoque gradualista:

Al igual que sucede en cualquier otra disciplina filosófica, en la lógica nos encon-
tramos con la existencia de numerosos sistemas alternativos, a favor de cada uno
de los cuales cabe esgrimir argumentos más o menos convincentes, no sucediendo
ni que alguno de tales sistemas sea, obvia e irrefragablemente, el verdadero, ni
tampoco que alguno de ellos esté indiscutiblemente errado y se pueda rechazar de
entrada, sin examen atento de los argumentos que militen en su favor. [...]
Las relaciones que se dan entre diversos sistemas de lógica son muy comple-
jas. Es equivocado concebir a una lógica particular como «la» lógica por excelen-
cia o como el sistema básico, y ver a sistemas alternativos como desarrollos suyos
o desvíos a partir de ella. [...]
Si la lógica clásica no es teóricamente más fundamental ni más importante
que otras lógicas, si no goza, con respecto a ellas, de ningún privilegio epistemo-
lógicamente legítimo, tampoco es cierto, por otra parte, que la lógica clásica sea
más clara o más fácil de adquirir y que, por tal razón, deba ser enseñada antes de
una toma de contacto con otros sistemas de lógica. [...]
Así pues, enseñar cálculo sentencial no es enseñar sólo un único sistema
de cálculo sentencial (sea el clásico u otro cualquiera); y enseñar cálculo cuan-
tificacional no es lo mismo que enseñar un único y particular sistema de cálculo
cuantificacional. Enseñar una sola lógica no es enseñar lógica (no es un modo
satisfactorio de enseñar lógica).
[...] Los instrumentos lógicos son plurales, se agrupan en sistemas diversos y
alternativos, debiendo la opción entre ellos ser razonada, y adoptada en función
del propio horizonte de intelección, de la manera básica que se tenga de ver el
mundo. [...]
Por otro lado, y puestos a ceñirnos a la exposición de un único sistema de
lógica, ¿por qué va a ser la lógica clásica? Tanto derecho, o, mejor dicho, mucho
más derecho que ella a presentarse de modo exclusivo (como «la» lógica) tienen
otros sistemas. [...]
[N]o hay sistema mínimo de lógica, no hay ningún sistema de lógica cuyos
teoremas y cuyas reglas de inferencia sean comunes a todos los sistemas de lógica
(ni siquiera a los que se quiera considerar como «razonables» en algún sentido un
poco plausible de esa palabra). [...]
Por otro lado, y desde la dirección opuesta [al minimalismo], puede formu-
larse, a favor de un sistema como el aquí presentado, que ese sistema, o un sistema
así, es mejor que la lógica clásica, a la cual contiene, sin, empero, reducirse a ella;
en un sistema como el nuestro son verdades todos los teoremas clásicos —bajo
determinada lectura—, pero hay otros teoremas más, muchos, muchísimos más, y
es que la lógica clásica no contempla más que situaciones extremas: lo totalmente
sí y lo totalmente no, mientras que la realidad está hecha, en su mayor parte, de si-
tuaciones intermedias, de un sí hasta cierto punto, acompañado de un no también
hasta cierto punto. La gradualidad es lo que resulta incomprensible e inadmisible
si todo lo que hay que decir, en la lógica de oraciones o cálculo sentencial, es lo
que dice la lógica clásica. Porque, de atenernos únicamente a la lógica clásica,
no habría razonamientos lógicamente válidos en que aparecieran, por ejemplo,
expresiones como ‘no’ (a menos que, perpetrando un abuso, violentemos el ‘no’,
forzándolo a ostentar las características de la negación de la lógica clásica); ‘un
tanto’; ‘bastante’; ‘un sí es no’, etc. Así, la lógica sentencial no contemplaría situa-
ciones en las que están involucrados los matices de verdad, con lo cual resultaría
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inaplicable para la casi totalidad de los razonamientos usuales, tanto del habla
cotidiana como de los saberes particulares. [...]
En la enseñanza de la lógica, el monopolio sigue estando ocupado por una
lógica a la que cabe también llamar ‘aristotélica’ [...] una lógica es aristotélica si
prohíbe tajantemente la contradicción so pena de incoherencia total. [...]
Conviene exponer, sumariamente, algunas de las motivaciones subyacentes
en la elección del sistema lógico aquí propuesto. Este sistema viene denominado
aquí y en otros lugares ‘lógica transitiva’, por ser, ante todo, una lógica de las
transiciones, un tratamiento formalizado de las situaciones de paso o tránsito; en
la misma línea de Leibniz, este enfoque considera a los casos (raros y extremos)
de todo o nada como casos límite únicamente.
Así pues, el sistema aquí brindado [...] es una lógica dialéctica, entendiendo
por tal una teoría que reconoce la contradictorialidad y la gradualidad de lo real,
o sea: que existen grados de verdad o realidad y también, por consiguiente, de
falsedad o irrealidad, y que cuanto es verdadero o real sólo hasta cierto punto
—sólo en un grado de verdad no máximo— es también, en uno u otro grado,
irreal o falso. Con otras palabras: verdad y falsedad se excluyen, pero no total-
mente, sino que, por haber grados inferiores de verdad —que son también gra-
dos de falsedad no total—, hay hechos o situaciones que poseen, a la vez, ambas
propiedades, en uno u otro grado. Eso sí: ninguna situación contradictoria es
totalmente real o verdadera, puesto que contradicción sólo la hay en la medida
en que hay gradualidad, de donde se infiere que lo contradictorio, por ser una
conyunción de dos verdades, una de las cuales es una negación (débil o simple)
de la otra, sólo puede darse en un grado no máximo. [...]
Lo contradictorio está, pues, ligado a lo difuso, siendo difusa una propiedad
tal que hay algún ente cuyo poseer la propiedad en cuestión es un hecho real o
verdadero en alguna medida y, a la vez, también falso e irreal en uno u otro grado.
La existencia de una propiedad difusa acarrea la de hechos difusos, verdaderos y
falsos a la vez; y, por ende, la de contradicciones. Y no hay contradicción verda-
dera más que en la medida en que resulta de la existencia de alguna propiedad
difusa. [...]
Lo que sí hace falta para articular de manera rigurosa esa concepción dialé-
ctica (esa ontología gradualista contradictorial) es distinguir la negación débil,
simple o natural, el liso y llano ‘no’ (= ‘es falso que’) de la supernegación o fuerte,
del ‘no es verdad en absoluto que’ o ‘es de todo punto falso que’. Se queda uno
boquiabierto al percatarse del desconocimiento de tan elemental y obvio distingo
por varias generaciones de adeptos de la lógica clásica, y por muchos filósofos de
diversa laya (Peña 1991: 10-17).

A nuestro entender, existe en todas las discusiones éticas sobre la vida y la muer-
te un error de base: Se considera que ambos fenómenos son discretos, perfecta-
mente separables, claramente diferenciados. [...]
Estas definiciones comunes [las definiciones corrientes de vida y de muerte]
nos muestran ese aspecto que habitualmente es obviado: Que ambos fenómenos
son un proceso; que no hay una línea clara de demarcación entre los dos; que
vida y muerte no son casos de todo o nada; que hay una gradualidad entre am-
bos procesos. [...]
Y a pesar de todas estas evidencias, hay un empeño en tratar la vida y la
muerte como algo discreto y no continuo —con todas las implicaciones éticas
que ello conlleva—. Para nosotros, es una consecuencia clara de lo que puede
denominarse ‘principio de bivalencia’ y que se reduce a la conocida ley lógica del
tercio excluso: O A o no A. O eso o aquello. O blanco o negro. Nada puede ser
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a la vez A y no A. Puede decirse, entonces, que la reflexión ética tradicional está


determinada y condicionada por la lógica (y la ontología) bivalentes, de raíz
aristotélica. [...]
Frente al principio de bivalencia, proponemos el «principio de gradación»:
todas las diferencias son de grado. [...]
Volviendo a la cuestión de la eutanasia, nos parece más exacto considerar
la vida y la muerte como procesos graduables, como propiedades difusas, y no
como fenómenos discretos, que se dan en un instante y dejan de darse al instante
siguiente. [...]
A nuestro entender, un enfoque gradualista contribuirá notablemente al aná-
lisis de las cuestiones éticas sobre los confines de la vida y, en general, al examen
y clarificación de los principales temas de la bioética —la eutanasia, el aborto, la
experimentación con seres vivos, la manipulación genética, el diagnóstico prena-
tal, etcétera.
En lo que se refiere al caso que nos ocupa, el de la eutanasia, el enfoque gra-
dualista nos va a permitir, por un lado, superar las artificiosas dicotomías que se
han construido en torno a él: Acciones y omisiones, medios ordinarios y extraor-
dinarios, proporción y desproporción en las intervenciones médicas, se entienden
mejor como cuestiones de grado y no como absolutos. Por otro lado, el recono-
cimiento de la gradualidad de los procesos de vida y muerte nos permite reinter-
pretar la eutanasia no tanto como un acortamiento de la vida, sino más bien como
un acortamiento de un proceso de muerte —que muchas veces puede llegar a ser
largo, penoso, doloroso y sin ninguna esperanza de recuperación—. La eutanasia
es entonces entendida como una abreviación de la agonía, y no una prolongación
de esa vida que ya prácticamente no lo es. Claro está que la eutanasia sí cercena de
algún modo cierta forma de vida; pero no la vida con mayúsculas, plena, digna,
sino una vida muy mermada, casi, casi irreconocible, en un grado pequeño, por-
que el proceso de muerte ha ganado terreno y está más presente. La eutanasia se
convierte así en una abreviación de la muerte, que ya ha ganado terreno a la vida
en la existencia de un individuo (Ausín y Peña 1998: 23-28).

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