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Vera Tiesler - Transformarse en Maya PDF
Vera Tiesler - Transformarse en Maya PDF
Diseño de portada: Flor Moyao Gutiérrez, Cráneo de entierro femenino, Grupo IV, Palenque, Chiapas,
Colección Javier Romero; Dirección de Antropología Física, inah; fotografía de Vera Tiesler; redibujo
de M. Sánchez.
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita
del titular de los derechos patrimoniales.
prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
reconocimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Intentos por esclarecer una tradición milenaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
La presente obra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22
i. referentes culturales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
El estudio de las prácticas corporales en el Nuevo Mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
Personalidad, cuerpo y cultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
La cabeza y sus partes dentro del esquema cosmológico maya . . . . . . . . . . . . . . . . 33
2. significados y motivos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
El papel organoplástico de la modificación cefálica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42
Ritualidad, cotidianidad y procesos de integración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
Emblemas cefálicos, identidades y programas ideológicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
referencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
anexos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211
i. Procedimientos prácticos de análisis y de registro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213
ii. Formato de registro craneológico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 219
iii. Cuadriláteros de cráneos mayas representativos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
Prefacio
Prologar este libro es un honor para quien escribe estas modestas líneas. La obra
titulada Transformarse en maya. El modelado cefálico entre los mayas prehispánicos y
coloniales no es una investigación más sobre el tema de la modificación cultural de la
forma normal de la cabeza, sino que debe ser considerada una opera magna.
Vera y yo nos conocimos recién llegó a México, a finales de los años ochenta, en
aquella época me encontraba laborando en una oficina establecida en el ex Convento
de San Jerónimo, actual universidad del Claustro de Sor Juana. Cada día llegaba a
la oficina y el personal del laboratorio me comentaba que una mujer me había estado
buscando. Luego de que ella asistiera en repetidas ocasiones al Claustro, un día pudimos
conocernos y así descubrí el interés que Vera tenía por el estudio de la modificación
cefálica intencional.
Posteriormente, acepté dirigir su tesis de maestría en Arqueología, que trataba el
tema de la costumbre de la modificación cefálica intencional entre los antiguos mayas
(y que Vera ya defendía en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, donde
demostraba su temprano interés en el tema, que va más allá de la simple descripción
de la morfología y llega hasta la interpretación de los aspectos culturales relacionados
con esta práctica). La tesis fue galardonada con el Premio Nacional Alfonso Caso.
En los años siguientes he visto cómo Vera consolida su vida profesional en la Uni-
versidad Autónoma de Yucatán, donde ella y su esposo, el doctor Andrea Cucina, han
cimentado en muy pocos años un laboratorio dedicado a los estudios de Antropología
esquelética, en particular de la población maya, que en la actualidad cuenta con alto
prestigio mundial.
Acepté sin dudar cuando Vera me invitó a escribir el prefacio de la obra que ahora
el lector tiene en sus manos. Debo confesar que desde el momento en que me entre-
gó el texto surgió la curiosidad natural que despierta en mí cualquier obra referente
al estudio de los cráneos; una vez que lo leí, confirmé la buena decisión que había
tomado al aceptar escribir estas líneas, tanto por tener el honor de la primicia como
por encontrar el espacio para el diálogo en este tema tan apasionante.
La presente obra es producto del estudio de 1 918 cráneos procedentes de diversas
áreas culturales mayas que corresponden cronológicamente a los periodos Preclásico,
Clásico, Posclásico y Colonial. Mediante éste Vera ha logrado plantear un esquema
de la distribución de las preferencias a partir de observar la frecuencia con que se
11
presentan los tipos y variables tanto geográfica como temporalmente en el vasto
universo maya.
En 1974 realicé un balance sobre la frecuencia con que se distribuyen los tipos
de modificación cefálica intencional en Mesoamérica, mismo que se publicó en aquel
libro del Instituto Nacional de Antropología e Historia sobre los estudios de antro-
pología física de la población de la época prehispánica, y allí propuse que la práctica
antigua de modificar la forma de la cabeza de los recién nacidos debía obedecer a
múltiples razones y no simplemente estar asociado a una cuestión de género, estatus
social o simple moda. También mencioné que la modificación cefálica intencional
pudo tratarse en principio de una práctica menormente difundida que pasó a ser
asimilada por pequeños grupos y luego se difundió en toda el área cultural. Ahora,
Vera viene a darnos amplios elementos que permiten comprender consistentemente
las posibles funciones de dicha práctica cultural, así como los cambios surgidos a lo
largo del tiempo en el contexto histórico de la población maya; todo enmarcado en
el campo de elementos conceptuales de la bioarqueología.
En la década de los sesenta, cuando realicé el estudio morfológico de la modifica-
ción craneana de muestras procedentes de los sitios arqueológicos de Tamuin e Isla del
Ídolo, propuse la construcción del cuadrilátero de Klaatsch como técnica indispensable
para el conocimiento y control de relaciones lineales y angulares para la apreciación
del grado de modificación. En aquel texto, detallé el procedimiento para lograr el
correcto trazado craneotrigonométrico y al mismo tiempo recomendé su utilización
para el estudio de los cráneos deformados. En el texto de Vera he leído con agrado
y de manera emotiva que perdura el uso de métodos de craneotrigonometría para el
estudio del modelado cefálico, técnica que encontré hace más de cincuenta años y
que traté de incorporar en el estudio de cráneos mesoamericanos. Al leer las líneas
del excelente apéndice donde se detallan los procedimientos prácticos de análisis y
registro de las cualidades morfológicas de los cráneos deformados me ha llegado a
las manos la sensación de estar repitiendo las tantas mediciones de cráneos humanos
que he realizado a lo largo de mi vida. Este texto queda, por lo tanto, como un excelente
manual para la futura realización de cuadriláteros craneales y como un sistema de cla-
sificación para las formas y los grados de expresión de la plástica cefálica.
Comentar el texto de Vera, dada la riqueza de información que recabó, me lle-
varía demasiadas páginas para una presentación. Dadas la cercanía académica y la
amistad que sostengo con la autora, he querido dar un mensaje más humanista en las
líneas que preceden este volumen, pues Vera me sigue sorprendiendo con su intelecto
y su modo de escribir. Así pues, recomiendo al lector: si a usted le interesa el tema,
lea por favor esta obra.
12
Reconocimientos
13
antrop. Marco Antonio Carvajal Correa, el arqlgo. Heber Ojeda Más, el arqto. Carlos
Huitz Baqueiro, el arqlgo. Vicente Suárez Aguilar, la dra. Thelma Sierra Sosa, el mtro.
Agustín Peña Castillo, el mtro. Ciprian Ardelean, la lic. Mónica Rodríguez Pérez, el
dr. Joel Palka, la dra. Victoria Bricker, el mtro. Jorge Gómez Valdés, el dr. Allan Ortega
Muñoz, la mtra. Nora López Olivares, el dr. Luis Felipe Bate Petersen, el dr. Friedrich
Rösing y la dra. Nydia Lara Zavala. Mi propio padre, quien siendo médico, se empeñó
en contactar colegas y aportar material sobre las lesiones posiblemente asociadas con
la modificación cefálica. Gracias igualmente a la arqta. Luz Evelia Campaña, al mtro.
Fernando Robles Castellanos, al dr. Rafael Cobos Palma y al mtro. Josep Ligorred
Perramón. Estoy en deuda también con la arqlga. Adriana Velázquez Morlet, con
el dr. Enrique Nalda Hernández (†) y la mtra. Sandra Balanzario Granados por su
confianza y el amplio apoyo que, por mucho, rebasó el dirigido al estudio de los restos
óseos del Proyecto Sur de Quintana Roo. De la misma manera reconozco la ayuda
y los valiosos comentarios del arqlgo. Ramón Carrasco Vargas, Juan Pedro Laporte
Molina (†) y el dr. William Folan.
Gracias a todos y a todas por sus críticas constructivas, su persistencia en esta-
blecer los contactos necesarios para la investigación de campo, por las revisiones,
consejos y valiosos comentarios de fondo y por el constante apoyo académico. Estoy
en deuda con la dra. Ana García Barrios, la dra. Pilar Zabala Aguirre, el dr. Alfonso
Lacadena García-Gallo y el ing. Attilio Cucina por compartir sus conocimientos en
historia, iconografía y epigrafía mesoamericana y del latín. A la mtra. Mirna Sánchez
Vargas, al mtro. Shintaro Suzuki, a la lic. Alexandra Guzmán, la lic. Christian Mén-
dez Collí, la lic. Carmen Rojas Sandoval, la lic. Susana Hernández Olalde y al dr.
Víctor Cuchí Espada, agradezco la paciente labor de capturar o transcribir los datos
osteológicos, bibliográficos y contextuales. La mtra. Mirna Sánchez Vargas revisó un
primer borrador del manuscrito, anotando incongruencias y errores tipográficos. Mi
agradecimiento para todos ellos.
Las siguientes instituciones hicieron posible el trabajo en su forma presente
mediante su apoyo financiero o logístico: la dgapa de la unam, el Deutscher Akade-
mischer Austauschdienst, Gobierno de Alemania, en coordinación con la Secretaría
de Relaciones Exteriores, la Organización de Cooperación Internacional Wenner
Gren y dos proyectos de Investigación Básica conacyt. El año sabático que dediqué
al estudio de la modificación cefálica entre los mayas fue autorizado y financiado por
la Universidad Autónoma de Yucatán entre 2007 y 2008, institución a la que doy las
gracias por todo su apoyo.
Por otra parte estoy en deuda con varias instituciones y proyectos arqueológicos
que me permitieron o facilitaron el acceso y el trabajo de las colecciones óseas. La
estrecha comunicación que se estableció con los académicos adscritos a muchos de los
proyectos arqueológicos benefició además la integración contextual de la información
14
osteológica. Sin su colaboración hubiera sido imposible realizar este trabajo. Espero
poder responder con la presente información a quienes me apoyaron:
15
- Proyecto Arqueológico proarco, picpac, Honduras (proyecto de colaboración de Japón):
sitio central de Copán y sitios aledaños.
- Dirección de Antropología Física, inah: Chichén Itzá (Yucatán); Chiapa de Corzo,
Palenque, Toniná, Cerro de las Minas, Angostura, Cueva Lacandón, Chicoasén y Los
Cimientos (Chiapas); Comalcalco y Bellote (Tabasco); Jaina y Atasta (Campeche);
Cozumel (Quintana Roo).
- Claustro de Sor Juana: Toniná y Palenque, Chiapas.
- Proyecto Río La Venta, Chiapas: El Higo, Rastrojo del Nopal.
- Proyecto Arqueológico Mensabak, Sierra Lacandona, Chiapas: Santuarios de abrigo,
Mensabak.
- Museo Na Bolom, San Cristóbal de las Casas, Chiapas: colección Frans Blom (varios
sitios chiapanecos).
- Escuela Nacional de Antropología e Historia/inah: Xcaret, Quintana Roo.
16
Introducción
La modificación cultural del cráneo ha sido objeto de mucho interés en las ciencias
antropológicas y de la salud. Arturo Romano Pacheco (1974: 198) la describe como
la práctica que consistía en “comprimir la cabeza de los niños recién nacidos, aprove-
chando su plasticidad, ya fuera aplicando simplemente dos planos compresores, uno
anterior y otro posterior, sostenidos de manera sencilla o complicada, vendando la
cabeza con bandas bien ajustadas o empleando gorros o cofias.”1 Aunque difundida
casi mundialmente, la modificación cultural de la cabeza encontró su mayor aplica-
ción en el Continente Americano, específicamente en los Andes y la Mesoamérica
precolombina.
Entre los mayas prehispánicos, el modelado cefálico fue una de las tradiciones
más arraigadas, difundidas y diversificadas de su sofisticado repertorio cultural. Esta
costumbre acompañó el desarrollo milenario de los grupos mayances desde sus inicios
en el Preclásico temprano para convertirse, siglos después, en una práctica bastante
generalizada (Tiesler 1998). Durante los 1 500 años anteriores a la conquista española,
tanto la aristocracia como los sectores populares mayas exhibieron portes artificiales
de la cabeza (Tiesler 1999: 327-330).
Los cráneos que muestran las modificaciones que experimentaron en vida son
testimonios silentes pero tangibles de las maniobras culturales de antaño y abarcan
tanto las costas peninsulares como los territorios que encierran las tierras mayas bajas
y altas y las comunidades prehispánicas de las franjas sureñas del Pacífico. La práctica
sobrevivió, aunque con cambios, el denominado colapso maya, al final del periodo
1
En esta obra hablo del “modelado”, la “modificación” y la “transformación cefálica”, “de la cabeza” o “del cráneo”
como sinónimos para referir la práctica habitual de modificar la forma natural de la cabeza del infante. Más
adelante en el texto la identifico como “porte cefálico”, “artificio” o “plástica” al hablar del resultado visible
en la morfología cefálica. Para poner la modificación cultural de la cabeza en perspectiva con el repertorio
cultural maya en general, la refiero como “costumbre cefálica” o “tradición cefálica” (véanse las definiciones
de “costumbre” y de “tradición” en el capítulo 2). Por otra parte, evito calificativos como “intencional”, por
simplificar innecesariamente sus complejas motivaciones y significados dentro de los esquemas ideológicos
mayas. Considero más adecuado los adjetivos “cultural” o “artificial” al hablar de las modificaciones no naturales
de la cabeza. También evito designar la práctica como “deformación”, término que transmite un cierto sentido
despectivo y una noción cultural egocentrista.
17
Clásico (un hito decisivo en el desarrollo sociocultural de los mayas). No es sino unos
700 años después, con la conquista europea, la imposición de las costumbres españolas
y la paralela supresión de las prácticas autóctonas, cuando el modelado artificial de la
cabeza cayó en desuso hasta ser abandonado.
Ésta es la época que cierra el marco temporal de la presente obra sobre el mo-
delado cefálico entre los mayas prehispánicos y coloniales. A lo largo de los siete
capítulos que integran este libro, deseo compartir con el lector mis reflexiones sobre
los múltiples significados y motivos culturales que debieron haber dado sentido y
arraigo a la costumbre del modelado cefálico en el seno de la antigua sociedad maya.
Aplicados al estudio regional, estos elementos aportan los enlaces conceptuales para
realizar una evaluación argumentada de las vertientes ideológicas, sociales y étnicas
que la transformación cefálica expresaba durante las diferentes épocas de su desarrollo.
Cuando en el siglo xix surgió por primera vez el interés académico por la casi olvi-
dada costumbre del modelado cefálico en México (y en otros países que comparten
el territorio maya), la curiosidad era de índole naturalista y arqueológica; el objeto
de atención por parte de los estudiosos no era la práctica cefálica en vivo, ya que ésta
había desaparecido tiempo atrás. Lo que atraía el interés de médicos, naturalistas y
viajeros eran los hallazgos de cráneos “deformes” en las ruinas abandonadas (véase,
por ejemplo, Stephens y Catherwood 1963 [1843] 1969 [1841]).
Desde el año de 1830 abundaban las publicaciones acerca de las técnicas y los
posibles aspectos etnográficos de esta práctica, no sólo en el ámbito cultural de Me
soamérica sino en todo el Nuevo Continente, que pronto recibiría el nombre de “cuartel
principal de la modificación cefálica” (Flower 1881). En esta cartografía destacaron
las altas culturas andinas y mesoamericanas prehispánicas por el grado extremo de
sus modelados y las formas craneales “exóticas” que se observaban. Al lado de las
detalladas descripciones morfológicas de los cráneos, surgieron también las primeras
nomenclaturas y clasificaciones de los artificios cefálicos. Una de las primeras taxo-
nomías craneológicas apareció en la obra Crania Americana de S. G. Morton (1839),
en la cual el autor distinguía cráneos cilíndricos, cónicos, algunos con aplanamiento
frontal y otros con aplanamiento occipital.
Desde inicios del siglo xx se comenzó a advertir la relevancia del continente
Americano en la investigación de las modificaciones culturales del cráneo, al relacio-
nar la región con la abundancia del material osteológico (Dembo e Imbelloni 1938:
240). Este interés se plasmaría pronto en un creciente número de publicaciones que
describían, clasificaban e interpretaban cráneos “deformes” en función de su distri-
bución e importancia cultural (véase, por ejemplo, Allison et al. 1981; Comas 1960;
18
Dávalos Hurtado 1951; Dembo e Imbelloni 1938; Gerszten 1993; Hoshower et al.
1995; Munizaga 1974; Neuman 1942; Romano Pacheco 1965, 1974; Soto-Heim
1987; Stewart 1941, 1963, 1974; Weiss 1958).
Al igual que en otros países americanos, las investigaciones mexicanas sobre la
modificación craneana se centraron, al menos al inicio, en resolver cuestiones propias
de la craneología, tales como los cambios morfológicos métricos y no métricos que
experimentaban las cabezas al ser modificadas deliberadamente. Tras años de haber
caracterizado las prácticas a través de estudios de caso (Comas 1960; Gosse 1861;
Gratiolet 1860; véase también Romano Pacheco 1977a, 1977b), a mediados del siglo
xx se advirtió un giro en los enfoques, al dar mayor importancia a estudios poblacio-
nales de la práctica (véase, por ejemplo, Dávalos Hurtado 1951; Romano Pacheco
1965, 1973, 1979). Por otra parte, la evaluación de la dimensión colectiva de la misma
hizo patente la necesidad de unificar los criterios de clasificación para adecuarlos a
las particularidades que se vislumbraban en el ámbito cultural mesoamericano.
Para ello, la comunidad académica mexicana, encabezada por el mtro. Arturo
Romano Pacheco –quien pronto se volvería autoridad en este tema–, adoptó y adecuó
los criterios clasificatorios métricos y morfológicos que habían planteado Imbelloni
y Falkenburger en los años treinta (Dembo e Imbelloni 1938; Falkenburger 1938;
Romano Pacheco 1965, 1974). La nueva/vieja tipología se apoyaba en detallados
registros fotográficos y en la craneotrigonometría, que caracterizaría los estudios
mexicanos de cráneos modificados en los años sesenta y setenta. Este acercamiento
prometía dilucidar, de manera comprobable y objetiva, la impresionante gama de
formas craneanas mesoamericanas obtenidas mediante técnicas y aparatos (sencillos
o combinados), de modo que concedía una dimensión cultural a las morfologías
artificiales, que de otra manera no hubiera sido posible asumir.
En cuanto a la investigación mayista, parece que la comunidad académica comen-
zó a percatarse tempranamente de la antigua práctica, como muestra la aparición de
estudios primiciales de caso y trabajos de series craneológicas más extensas sobre las
colecciones esqueléticas del “viejo” y “nuevo imperio” y después del “periodo floreciente”
y “decadente”, como todavía se etiquetaban las etapas del desarrollo cultural maya.
Veamos algunas referencias tempranas de la práctica. En el primer tomo de Inci-
dents of Travel in Yucatan, John L. Stephens narra acerca de un cráneo “deforme” que
él había encontrado cerca de Ticul, durante su viaje por Yucatán en los años cuarenta
del siglo xix (Stephens y Catherwood 1963 [1843], t. I: 163-168). En 1890, Franz
Boas (1890: 350-357) informa sobre algunos cráneos modelados del puerto de Progreso.
Posteriormente, Cave (1939) describe dos piezas procedentes del valle de Ulúa en
Honduras (véase también Blom et al. 1933) y Longyear (1940) se refiere a la modi-
ficación observada en Copán. Poco después, Earnest Hooton (1940) se ocupa de la
colección de cráneos procedentes del Cenote Sagrado de Chichén Itzá y se asombra
19
ante la variedad de formas cefálicas artificiales encontradas. El antropólogo peruano
Pedro Weiss (1967) se asoma al mundo maya para reconocer, con asombro, patrones
que tipifican también los antiguos cráneos en su país, como es la “lesión suprainiana”
en el occipucio.
Interesa destacar que ya en la década de 1950, Frans Blom (1954: 131) advierte
una diferencia genérica en las formas cefálicas artificiales en su análisis de cráneos
hallados en cuevas chiapanecas. Distingue el tipo “a”, modelado fronto-lambdoideo
(es decir, cráneo ancho y bajo), del tipo “b”, tabular oblicua (cráneo angosto y alto).
Un esfuerzo laudable por sistematizar los artificios cefálicos mayas y por com-
prender los motivos de la variedad de formas y técnicas en la región lo constituye el
trabajo exhaustivo llevado a cabo por Thomas D. Stewart durante los años sesenta
del siglo pasado. El Middle American Research Institute publicó, en 1974, parte de
sus aportaciones antropólogicas bajo el título de Human Skeletal Remains from Dzi-
bilchaltún, Yucatán, Mexico, with a Review of Cranial Deformity Types in the Maya
Region (véase también Andrews y Andrews 1980). Stewart, anclado en un estudio
de los cráneos modelados de Dzibilchaltún y de aquellos de otras series esqueléticas
mayas (Stewart 1943, 1949, 1953, 1974), intentó poner en un contexto cronológico y
panregional la difundida práctica cefálica, para lo cual comparaba sus propias obser-
vaciones con información craneológica derivada de sitios mayas y foráneos. Concluye
su cauteloso estudio afirmando que los antiguos practicantes debían haber utilizado
en los modelados una combinación de técnicas (distinguiendo acertadamente el uso
de cunas y tablillas libres) e infiere, con tino, que las preferencias cambiaron a lo largo del
tiempo. También opina que habría variaciones en técnicas y formas dependiendo de
las regiones.
Al interrogarse sobre las influencias culturales internas y externas que pudieran
haber originado las diferencias, el autor menciona los problemas que tuvo que en-
frentar en su estudio, culpa a la notoria falta de preservación y a las incongruencias
irreconciliables entre las taxonomías cefálicas que sus colegas empleaban. También
lamenta la falta de atención académica, tanto hacia estas prácticas como al estudio de
los restos humanos en general, y se queja de la poca capacitación de algunos colegas
para evaluar el registro esquelético de la región.
Su preocupación se suma a otras voces de estudiosos interesados en el tema, como
Frank Saul (1972) y William Haviland (1967), que pretenden advertir a las nuevas
generaciones sobre la importancia que los restos humanos tienen en el registro ar-
queológico y el enorme potencial que su estudio conllevaría en la reconstrucción de
la sociedad maya pretérita.
En los últimos treinta años, Veronique Gervais (1989) ha incursionado en la
práctica cefálica en colecciones de las tierras altas mayas en Guatemala, desde una
óptica más antropofísica que cultural. Arturo Romano Pacheco y sus colegas (1977a,
20
1979; Romano Pacheco y Jaén Esquivel 1990, Romano et al. 2011) caracterizaron
las modificaciones en Toniná, Las Banquetas y El Pajón, Chiapas; y Lourdes Már-
quez Morfín (et al. 1982) las describió en restos de la cueva de Xcan en Yucatán y en
colecciones provenientes de la Riviera Maya (Márquez de González 1982; Márquez
Morfín 2006). María Teresa Jaén Esquivel y José Luis del Olmo (1998) se abocaron
a estudiar la costumbre entre los antiguos pobladores de Chiapas. Al otro lado de la
frontera, Frank Saul (1982; Saul y Saul 1991) describió los cráneos culturalmente
modificados de Cuello, Belice, y de Tankah, Quintana Roo; reiteró que los ejemplos
más tempranos de la práctica debían remontarse al Preclásico temprano o medio.
En la actualidad, las clasificaciones entre investigadores de extracción anglosajona,
francesa y mexicana siguen difiriendo, lo que en la práctica limita las perspectivas de
comparación regional mayance. Muchos autores prescinden de cualquier asignación
tipológica, sólo constatan la presencia o ausencia del modelado cefálico, sin especificar
el tipo de plástica o la técnica empleada.
Además de los testimonios sobre la modificación cultural en el registro craneano,
la práctica cefálica maya ha sido examinada desde enfoques históricos e iconográ-
ficos, como atestiguan los trabajos de Winning (1968, 1969), Romano Pacheco
(1987), Sotelo y Valverde (1994), Bonavides (1992), García Barrios y Tiesler (2011)
y Tiesler y Zabala (2011). Estos estudios se centran en el modelado de la cabeza en
su dimensión “viva”. Destacan su importancia como práctica de integración social,
precedente a las ceremonias de transición infantil, o como emblemas visibles de es-
tatus e identidad social.
En las primeras fases de mi propia investigación sobre la modificación cefálica
maya (Tiesler 1994, 1998, 1999) exploré la presencia, las formas, técnicas y los grados
del modelado cefálico, utilizando como eje muestras de las series esqueléticas mayas en
su contexto arqueológico. Para este fin, evalué más de 800 cráneos de diferentes épocas
y lugares dentro de la esfera cultural maya y circunmaya. Los primeros resultados
fueron presentados como tesis de maestría y luego formaron parte de la investigación
de una tesis doctoral sobre atributos bioculturales en el área maya, donde (aparte de
aspectos metodológicos) el estudio se centraba en los cánones locales de la práctica y
su papel en la identidad familiar y grupal (Tiesler 1999; véase también Tiesler 2005).
La parte ya publicada de la investigación ha podido trazar el desarrollo regio-
nal de esta costumbre desde sus inicios en el Preclásico; se constata que los casos
más tempranos corresponden al Preclásico medio, época en la que se utilizaba una
técnica “olmecoide” que combinaba la cuna compresora con un vendaje horizontal
en la cabeza infantil (véase también Romano Pacheco 1977a). Posteriormente, en
el periodo Clásico se advierte una sorprendente multiplicación de los patrones téc-
nicos y formales, con la excepción de la mencionada variante olmecoide, que parece
ser abandonada antes de iniciarse esta época. Para entonces, la modificación cefálica
21
se había convertido en un elemento cultural generalizado, puesto que la portaba la
mayoría de la población maya.
Siglos después, al implantarse un nuevo régimen social y cultural en vísperas del
Posclásico, se abandonaron muchas técnicas modeladoras antes conocidas y se presentó
una homogeneización de las modalidades de la práctica. En este tiempo se dejaron de
usar tanto tierra adentro como a lo largo de las franjas costeras los aparatos cefálicos
que producían bóvedas angostas y reclinadas (tabular oblicua), para practicar sólo
la modalidad tabular erecta, que fue descrita por los conquistadores europeos en el
siglo xvi.
La presente obra
Este esbozo sobre la tradición cefálica y sus estudios subraya el enorme peso que tuvo
esta práctica en la vida prehispánica de la sociedad maya, con algunas variaciones en
las modalidades que han probado ser sumamente útiles como indicadores cronológicos
y geopolíticos. Aun así, en la visión regional que aportó mi propia investigación de
la práctica a partir del registro esquelético, se hicieron patentes ciertas limitaciones,
algunas de las cuales reflejan las dificultades que T. Dale Stewart (1974) refirió treinta
años atrás.
Ciertos problemas tienen que ver directamente con los procedimientos de registro
y aspectos clasificatorios. Comprendí que la perspectiva de comparar mis resultados
con la información de otros trabajos publicados se reducía al tratar de equiparar di-
ferentes clasificaciones y nomenclaturas, en particular aquellas adoptadas por antro-
pólogos norteamericanos. Desde mi perspectiva, es la distinción, un tanto arbitraria,
entre “modificaciones intencionales” vs. “no intencionales” (Saul 1972; véase también
Duncan 2009: 182) que varios autores anglosajones incorporan, la que crea confusión
al intentar establecer presencia y grados de modificación cultural.
Además de las diferencias taxonómicas, se perciben diferentes grados de familia-
ridad con la valoración en campo y gabinete de cráneos con morfología modificada.
Considerando que no todos mis colegas mayistas son antropólogos físicos o bioarqueó-
logos, la inexperiencia en el reconocimiento de estos rasgos se traduce, invariablemente,
en identificaciones erróneas o escasez de información sobre formas cefálicas.
El deterioro visible de los restos humanos provenientes de las tierras bajas mayas
se suma a las dificultades de análisis, ya que imposibilita un estudio sistemático, ocular
y métrico de la mayoría de las series esqueléticas. Muchos cráneos están demasiado
fragmentados como para permitir su evaluación, lo que disminuye el número de ca-
sos disponibles para su registro. En mi propia evaluación me vi obligada a suplir, en
la mayoría de los casos, la información craneotrigonométrica por reconocimientos
22
cautelosos de las superficies óseas, de sus áreas aplanadas y de los surcos, lo que na-
turalmente resta detalle y confiabilidad en la determinación de las formas.
Debido a toda la serie de dificultades mencionadas, me propuse como objetivo
para esta obra aportar criterios metodológicos que se ajusten al estudio de materia-
les óseos deteriorados. Aunado a los procedimientos, deseo establecer una serie de
referentes teóricos para situar la costumbre del modelado cefálico en un esquema
ideológico y ritual, con el fin de realizar una interpretación de los valores y creencias
que en su momento motivaron la modificación cefálica entre los mayas. Este plan-
teamiento es puesto a prueba en una muestra contextualizada de casi 2 000 cráneos
mayas evaluables.
La primera parte de este trabajo (Capítulos 1 y 2) se centra en el planteamiento
de referencias y referentes básicos sobre el cuerpo y la persona, sobre el individuo
dentro de la colectividad, partiendo de una noción dialéctica materialista. Sigue un
planteamiento de lo corpóreo dentro de un esquema ideológico mesoamericano, maya
en específico (en su reflejo lingüístico y a la vez como expresión de la vida social del
pasado). Este apartado asienta los fundamentos culturales que justifican los motivos y
significados profundos de la plástica cefálica. Se identificarán aquellos aspectos ideo
lógicos mayas relevantes que pudieron influir en el modelado de las cabezas, otros de
índole emblemática, que atañen al resultado formal de los modelados cefálicos. El
Capítulo 2 se centra en las interpretaciones derivadas de la iconografía prehispánica
y de los testimonios de los cronistas europeos, con el fin de establecer asociaciones
visuales entre las formas de las cabezas con las potencias sagradas del panteón maya.
Esta incursión en las asociaciones y sus significados culturales muestra una cohesión
ideológica entre las zonas culturales que conforman el área maya y la esfera cultural
de Mesoamérica.
La primera parte de la obra, comprendida entre los Capítulos 1 y 2, expone los
aspectos genéricos de la práctica y su papel entre los mayas, mientras que los siguientes
dos capítulos están dedicados a elementos técnicos, como la determinación craneo-
lógica y la elaboración de procedimientos diagnósticos básicos que puedan aplicarse
también en material deteriorado e incompleto. En el Capítulo 3 se explican y discuten
los criterios diagnósticos y clasificatorios de los arreglos cefálicos. Allí se correlacionan
técnicas, instrumentos y resultados formales que los antiguos mayas lograban con las
compresiones cefálicas que ejercían sobre el cráneo infantil (véase también Anexo
A.1). En el Capítulo 4 se dan elementos para evaluar la práctica del modelado cefálico
dentro de su contexto arqueológico, según el sexo y la edad de cada portador.
Los Capítulos 5, 6 y 7 examinan e interpretan la información recolectada empíri-
camente de las series esqueléticas e informan sobre las particularidades de la práctica
cefálica en diferentes tiempos, regiones y ámbitos sociales. Gracias al incremento de
la muestra en cuanto a su número y su cobertura regional y cronológica, ahora se
23
pueden resolver algunos inconvenientes que anteriormente limitaban mis interpre-
taciones, en particular un número insuficiente o poco representativo de cráneos. Con
más del doble del número de piezas evaluadas y una mayor cobertura del territorio,
deseo enriquecer con nueva información tanto el panorama global de la costumbre
cefálica como su trayectoria.
También intentaré comparar las manifestaciones regionales de dicha práctica con
resultados que otros autores han aportado sobre el área maya y territorios mesoameri-
canos vecinos, e integraré los resultados a posibles explicaciones sobre los cambios en
el modelado cefálico (tanto a nivel macro como microrregional). Me intrigó saber si las
formas cefálicas pudieron haber marcado la identidad, la pertenencia étnica o filiación
geopolítica de las personas (tanto de las que moldeaban como de las que portaban
la cabeza modelada culturalmente). En el Capítulo 2 introduciré categóricamente
aquellos aspectos dentro del campo del modus vivendi que tuvo lugar en el periodo
Clásico; los retomaré para analizarlos con detalle en la sección fáctica de la obra.
Aunado a las tendencias cronológicas, regionales y los trasfondos socioculturales,
en los Capítulos 5, 6 y 7 se retoman algunas conjeturas particulares discutidas en fases
que antecedieron a esta investigación (Tiesler 1998, 1999), como la cuestión de los
géneros o los papeles que cumplían las personas que portaban la modificación como
posible distintivo de las antiguas élites.
Más allá de lo anteriormente mencionado, deseo comprender la costumbre en su
dimensión cotidiana, conocer sus manifestaciones como distintivos étnicos o incluso
lingüísticos, su valor como medio de integración social y su función en la reproducción de
la vida grupal. Con éstas y otras cuestiones terminaré esta obra, en cuya conclusión trataré
de sintetizar el alcance de esta investigación y plasmaré una serie de nuevas vertientes y
perspectivas que esperan ser averiguadas en ésta y otras áreas culturales.
24
i. Referentes culturales
2
El término tradición está entendido como “un acervo intelectual creado, compartido, transmitido y modificado
socialmente, compuesto por representaciones y formas de acción, en el cual se desarrollan ideas y pautas de
Su trasfondo conductual y mental expresaba una compleja gama de valores y creen-
cias compartidos que pasaban de generación en generación, participando así en la
construcción colectiva de la identidad grupal. A la vez, la costumbre fue capaz de
asimilar cambios sociales subyacentes, de transformarse y renovarse a través de los
siglos. Considerando que la modificación cefálica perduró por milenios, debe in-
cluirse entre las tradiciones más antiguas y duraderas de Mesoamérica, remitiéndola
a las esferas íntimas, al “núcleo duro” del armazón ideológico mesoamericano y sus
creencias (López Austin 2001).
Para poder dilucidar y matizar los significados de una práctica que tuvo tanta
trascendencia cultural, es necesario establecer una serie de elementos conceptuales
que permitan concatenarla dentro de un esquema sociocultural integral. Para ello,
en los apartados que conforman este capítulo se establece una serie de definiciones
derivadas de la llamada “bioarqueología” o “arqueología biosocial” que permite de-
finir la modificación cefálica como una costumbre biocultural. Ambas vertientes, la
“bioarqueología” (corriente anglosajona acuñada en los años setenta) y la “arqueología
biosocial” mexicana (Tiesler 2007a: 31-40), delinean una serie de conceptos teóricos
y metodológicos con los cuales interpretan restos humanos como parte integral del
contexto arqueológico, conjuntamente con otros datos culturales.
Tales conceptos facilitan la interpretación de los modelados cefálicos desde el regis-
tro material. A continuación esbozaré algunos aspectos taxonómicos, epistemológicos
y metodológicos relevantes para comprender al individuo, el cuerpo y lo corpóreo
en el ámbito general y regional. Éstos servirán como introducción para explorar, en
la tercera sección de este capítulo, los significados que los mayas antiguos y actuales
atribuían al locus del modelado cefálico, es decir, la cabeza y sus partes.
Al igual que otras prácticas que modificaban el organismo o al menos lo usaban como
sustrato, el modelado cefálico se cuenta entre los atributos bioculturales (Tiesler 1999
2007a). Los rasgos de este tipo designan una gran diversidad de características en el
cuerpo humano que tienen un origen cultural y cuyo estudio se inserta en la antropo-
logía (Alt et al. 1999; Dembo e Imbelloni 1938). Algunos atributos son producidos
de manera intencional, como ya hemos mencionado líneas arriba, otros más bien
aparecen como secuela casual de hábitos y ocupaciones.
Los atributos bioculturales pueden originarse a lo largo de la vida de una persona
(antemortem), en torno a su muerte (peri mortem) o ser claramente póstumos (post
conducta con que los miembros de una sociedad hacen frente individual o colectivamente, de manera mental o
exteriorizada, a las distintas situaciones que se les presentan en la vida” (López Austin y López Luján 1996: 62).
26
mortem). Cabe aclarar que la mayoría de las marcas antemortem son originadas, directa
o indirectamente, en la persona que las experimenta (como sujeto) en el transcurso de
su vida. Las alteraciones póstumas del cuerpo (objeto de las acciones que lo involucran),
suelen reflejar condiciones vinculadas con los aspectos rituales de orden funerario o
extrafunerario o bien, con las acciones colectivas de aquellos que sobreviven al difunto
y expresan indirectamente el estatus que tuvo en vida (Carr 1995).
Tras el encuentro del Viejo y el Nuevo Mundo, las modificaciones del cuerpo
con vida recibieron mucha atención no sólo en el mundo maya sino también en otras
partes del Caribe y Mesoamérica. Una descripción temprana de las costumbres cor-
porales, que aparece en las Cartas de Relación que Hernán Cortés dirigió a los reyes
de España, atestigua el asombro de los europeos ante las decoraciones corporales que
observaban (Cortés 1985 [1519]: 21):
En cada provincia se diferencian [...] los gestos, unos horadándose las orejas y poniéndose
en ellas muy grandes y feas cosas, y otras horadándose las ternillas de las narices hasta la
boca, y poniéndose en ellas unas ruedas de piedras muy grandes que parecen espejos, y otros
se horadan los bezos de la parte de abajo hasta los dientes, y cuelgan dellos unas grandes
ruedas de piedras o de oro tan pesadas, que les traen los bezos caídos y parecen muy disformes.
También podemos citar otro testimonio que aparece en un relato de Juan Molina
(1943) sobre la conquista de Yucatán, específicamente durante el contacto con los
mayas. El autor señala que estos pueblos le asignaban importancia a la adecuación
de su aspecto físico por consideraciones de índole social y religiosa. Además, anota
que las modificaciones, efectuadas desde la infancia, recalcaban el papel de las madres
en el adiestramiento temprano del cuerpo, por lo que manifestó una consideración
negativa hacia la práctica:
Pero si era una raza bien dotada por la naturaleza, adolecía de vicios de conformación
en un gran número de individuos, que acarreaban las necesidades de la crianza, con las
preocupaciones más banales sociales y religiosas. A menudo se encontraban sujetos estavados,
bizcos, con la cabeza aplastada, horadadas las orejas y arpada la ternilla de las narices.
Todos eran defectos artificiales o adquiridos, ora porque las madres, en la edad de la lactan-
cia, llevaban a sus hijos de un lugar a otro ahorcados sobre sus caderas, ya también porque
gustaban de usar zarcillos, o bien se imprimían crueles arpaduras para consagrarse con sus
divinidades (Molina 1943: 218).
A partir del siglo xix, las ciencias humanísticas se han ocupado del estudio de las
modificaciones intencionales del cuerpo desde enfoques propios de la etnología y la
antropología física. Tales cambios pueden definirse como todas aquellas intervenciones
27
que modifican el aspecto externo de la persona (Alt et al. 1999; Feest y Janata 1989).
Esta definición excluye los ornatos móviles del cuerpo, es decir los adornos y joyas;
además, distingue entre las modificaciones temporales de la apariencia del cuerpo,
como la pintura corporal, y las alteraciones permanentes. Estas últimas se refieren a
las modificaciones que atañen a la piel, las mucosas, los dientes y los huesos. Entre las
modificaciones permanentes se diferencian las transformaciones plásticas del cuer-
po destinadas a la colocación de objetos (en los orificios corporales, por ejemplo), y
aquéllas que se dedicaban a modificar el aspecto externo.
En sociedades tradicionales, la modificación permanente del cuerpo suele estar
asociada a rituales de iniciación y paso como un precepto obligado para cada individuo
dentro de las manifestaciones culturales compartidas.
En el caso de las sociedades pasadas, aquellas modificaciones permanentes que
dejaron huellas en el esqueleto –tales como la modificación cefálica, la mutilación dental
y la trepanación– pueden ser estudiadas directamente desde perspectivas propias de
la antropología física. A estos enfoques se suman los estudios iconográficos sobre
las diferentes formas plasmadas en los cuerpos, además de trabajos antropológicos
más genéricos sobre la relación entre corporalidad (embodiment) y cultura, y sobre la
“construcción” social del cuerpo y sus implicaciones en la identidad y la integración
sociocultural (Sofaer 2006). Éstos últimos se han retroalimentado de una serie de
planteamientos de índole fenomenológico, hermenéutico, semiótico, estructuralista e
incluso materialista, en un afán por reproducir y crear significados en los intersticios
entre mente, cuerpo y cultura (Breton 1994; Csordas 2003; Featherstone et al. 1991;
Lock y Farquhar 2007; Sandoval Arriaga 1985; Sauvain-Duvergil 1991; Shilling
1993; Sofaer 2006; véase también Blom 2005; Duncan 2009; Yépez Vásquez 2006,
2008; Yépez Vásquez y Arzápalo Marín 2009 para planteamientos específicos sobre
modificaciones cefálicas culturales).
Aunque muchos de los planteamientos (mayormente posprocesuales) sean valio-
sas y provechosas vías para aportar nuevas observaciones, en esta obra no pretendo
elaborar una narrativa “agencial” sobre el modelado de la cabeza infantil ni realizar
lecturas semióticas de los patrones que han quedado en el registro arqueológico. En
su lugar, he privilegiado un acercamiento al tema central de este trabajo que se funda
en mis planteamientos teóricos anteriores (Tiesler 1999, 2007a). El individuo y su
corporalidad dentro de la sociedad es el punto de partida. A partir de ello, exploro sus
expresiones superestructurales en el ámbito sociocultural en general y en particular
mesoamericano y maya, para incursionar directamente en la ideología de esa última
cultura desde una perspectiva émica regional, lo cual es el cometido central de este
capítulo y el siguiente.
28
Personalidad, cuerpo y cultura
3
Esta tendencia se confirma, por ejemplo, en el estudio de los contextos funerarios en arqueología, los cuales
suelen vincular su objeto y unidad de análisis –más que los esqueletos enterrados– con la noción de “entierro”
como contenedor arquitectónico, depósito individual o múltiple, y como espacio que evidencia un conjunto
de actividades rituales pretéritas.
29
En principio se podría conceptualizar al individuo humano como unidad orgánica,
como cuerpo pensante que reflexiona, socializa, produce y se reproduce; también como
sistema biológico, que se encuentra en concordancia con el medio biosocial que lo
rodea, forma parte de las diferentes cadenas de relaciones causales. Biológicamente,
sufre los cambios fisiológicos y patológicos impuestos por el ciclo de vida y condi-
cionados, en última instancia, por sus propiedades heredadas. El código genético del
individuo está condicionado por factores determinantes (genotipo) y características
que se expresan de forma aleatoria (fenotipo).
Como sistema orgánico relacionado con su entorno, está concatenado dinámica-
mente con otros elementos que lo constituyen. Se encuentra en constante transfor-
mación, tanto como organismo singular (embriogénesis, ciclo de vida), como en su
colectividad (evolución humana), si bien el ritmo de los cambios suele operar en diferen-
tes puntos y en distintos plazos. Por lo que se refiere a la dimensión físico-biológica
cuantitativa, el individuo forma parte de una población, definida como el conjunto de
los individuos que entablan relaciones biológicas y sociales entre sí.4 Biológicamente,
la población está conformada por personas de ambos sexos que se reproducen entre
sí y que se encuentran en diferentes fases de su ciclo vital.
En lo psicosocial, la capacidad de ser consciente y reflejarse en la realidad lo con-
vierten epistemológicamente en sujeto, capaz de reflexionar sobre sí mismo y conocer
su entorno físico y social. Para el tema de esta obra interesa recalcar que más que entre
las relaciones estructurales que el individuo entabla con la sociedad (ser social), las
modificaciones cefálicas se ubican en un ámbito “superestructural”, concibiéndolas
como proyecciones y expresiones de un sistema compartido de ideas mediatizadas por
normas o acciones instrumentadas por las organizaciones o instituciones vigentes en
la sociedad a la que se circunscribieron (Bate Petersen 1998).
Bate distingue dos formas fundamentales del reflejo subjetivo de la realidad: el
afectivo (que se refiere a la forma en la que la realidad afecta al sujeto) y el cognitivo,
ambos manifiestos por su conducta. Se discutirá en particular la forma cognitiva
(aunque siempre con matices afectivos), para hablar del reflejo que tienen el cuerpo
y sus partes en la concepción del mundo dentro de la cosmovisión maya.
Son las dimensiones sociales las que vinculan directamente al individuo con la
sociedad en la que está integrado. Según la premisa materialista, esta relación es
dinámica, compleja y de acción mutua; aun así, nunca puede ser simétrica pues si
bien, ninguna historia social prescinde de los individuos, ellos no son autosuficientes,
4
Existen otras definiciones para el concepto de población, diferentes de la señalada. Muchas de ellas enfatizan el
aspecto biológico. Por otra parte, cabe recordar que la población, presente y pretérita, según muchos autores,
conforma el objeto y la unidad de análisis de la antropología física como estudio del hombre en sus orígenes,
evolución y diversidad (Buettner-Janusch 1980).
30
requieren de la sociedad para su reproducción tanto biológica como social y para la
satisfacción de sus necesidades materiales y psicológicas. El motor de interacción es,
entre otros, el trabajo; mientras que la forma está condicionada por la dimensión y
posición del ser social, por la división del trabajo en los ámbitos social y doméstico,
por la producción y reproducción y, en general, por la sociedad como sistema que se
define por el grado de complejidad y la calidad de las relaciones entre el todo y las
partes (Bate Petersen 1996: 60-61; Meillassoux 1987).
Cabe agregar que la interacción ocurre en diferentes esferas. Entre las que inte-
resan para este trabajo se encuentran aquellas que atañen a las relaciones domésticas
(intrafamiliares, de género, comunales), así como las que se establecen entre sectores
sociales. También hay grupos (que no corresponden a estos sectores) que se definen
por los lazos que unen a sus integrantes en una relación dinámica y de intercambio
mutuo. Pueden corresponder a familias extensas, equipos deportivos o gremios de
artesanos, por dar unos ejemplos (Service 1971; véase también Tiesler 2007a). A
menudo, aunque no necesariamente, éstos se vinculan con posiciones sociales o de
“estatus”, término que retomamos en los Capítulos 3 y 4 para discutir su relevancia y
su designación a partir del registro funerario maya del periodo Clásico.
No debe olvidarse que la interacción entre los miembros de una sociedad está de
acuerdo con su inserción –“niveles de integración estructural”– (véase Tiesler 2007a),
la cual depende de su edad y su fase en la vida procreativa y productiva, que a su vez
tiene un componente biológico (grupos de edades en crecimiento y maduración,
degeneración y muerte). Esta dimensión está condicionada por las etapas vitales que
también debieron haber pautado el curso de la vida entre los mayas prehispánicos. Al
igual que en otras sociedades, estas transiciones se conmemoraban con ceremonias.
Los rituales de transición separaban al individuo de su grupo (por edad) y lo in-
tegraban a otro. Conferían una legitimación cultural a cada una de las etapas vividas
y un estatus diferenciado a la persona que las experimentaba. Expresado en otros
términos, podemos decir que, en estas ocasiones, las costumbres reivindicaban el po-
der cohesionador de la Weltanschauung (cosmovisión) colectiva y a la vez celebraban
la integración social del individuo, expresión superestructural de su incorporación
progresiva en las relaciones sociales estructurales.
Aunque las formas de celebración sean muy variadas, el fenómeno de los ritos de
paso, como son las ceremonias en torno al nacimiento, la adolescencia y la muerte,
constituyen una manifestación universal. Es interesante notar que, en la literatura
etnográfica, muchas de las modificaciones o mutilaciones permanentes del cuerpo
se asocian con este tipo de festividades y particularmente con los ritos de iniciación
(Feest y Janata 1989: 211). Dembo y Vivante (1945; véase también Dembo e Im-
belloni 1938) recalcan, por ejemplo, que las mutilaciones dentales, los tatuajes, las
31
escarificaciones y aún más, las mutilaciones de los órganos sexuales, suelen practicarse
como parte de ritos de pubertad.
En lo que concierne a la temática central de esta obra, es preciso remarcar que
el modelado cefálico identifica a sus portadores dentro de una fase que se encuentra
entre los ritos posparto y de primera infancia en un número sorprendente de grupos
étnicos, tanto del mundo antiguo como del moderno (Dingwall 1931). Menos elo-
cuente es la literatura etnográfica y etnohistórica sobre las características cronovitales y
la inducción ritual de los practicantes del modelado cefálico. Dado que la gran mayoría
de las descripciones identifica a las propias madres como agentes de las prácticas, la
etapa de la vida en la que efectuaban las modificaciones en la cabeza de los lactantes
debió proseguir a las ceremonias de casamiento (que marcaban el inicio de la etapa
reproductiva) y a las festividades que rodeaban el parto.
Para resumir, el concepto de “individuo” que acabamos de definir en su cualidad
dinámica, corpórea y social, servirá como punto de partida y enlace en la reconstruc-
ción e interpretación arqueológica de la costumbre del modelado cefálico. En cuanto
al ámbito de la inferencia sociocultural, la costumbre biocultural remite, en primera
instancia, a la dimensión del individuo, al curso de vida prehispánico y a las manifes-
taciones superestructurales colectivas, que fueron expresión y reflejo de las relaciones
sociales estructurales en la perspectiva histórica. Considerando el omnipresente re-
pertorio cultural y el acervo mágico-religioso que los mayas compartieron con otros
grupos de la Mesoamérica prehispánica, puede señalarse la importancia cobrada por
la dimensión superestructural, es decir, las expresiones ideológicas e institucionales.
Al conocer su difusión en el seno de la sociedad maya prehispánica, se concibe
a priori que la práctica de la modificación cefálica debió ser una de las expresiones
primordiales de la reproducción de la vida cotidiana, la identidad familiar y la perte-
nencia cultural. A los infantes que la experimentaban los circunscribía ideológicamente
–tanto en un plano emblemático como ritual– para su integración preproductiva y
preprocreativa al grupo. Las mujeres, quienes practicaban la modificación en hijos
propios o encomendados, debieron haber compartido una motivación concreta y a la
vez poseer reconocimiento social para poder llevarla a cabo.
Además del papel del modelado cefálico en las costumbres que regían en los infan-
tes, deseo retomar y profundizar en esta obra los posibles significados emblemáticos
de la modificación y su potencial para expresar, de forma perceptible, patrones que
denotasen integración, emulación ideológica, distinción social y exclusividad (véase
también Tiesler 1998, 1999). La última sección del Capítulo 6 retomará este aspecto al
examinar si el modelado de la cabeza, más que una práctica puramente cohesionadora,
habría adquirido tintes de exclusividad y prerrogativa en algún momento de su uso.
32
La cabeza y sus partes dentro del esquema
cosmológico maya
33
En el caso concreto de la costumbre de modificación cefálica, el objetivo de este
trabajo es rastrear posibles motivos y sentidos de la práctica y, sobre todo, anclarlos
dentro de un esquema –si no perfectamente congruente, al menos plausible– de la
cosmovisión maya y del devenir general de la sociedad pretérita. Por ello, se intenta definir
la costumbre en su dimensión ritual e ideológica; en segundo lugar se localizan las partes
humanas involucradas de acuerdo con las taxonomías anatómicas mayas y se les otorga
un valor dentro de un esquema unificador, que es el referente del cuerpo humano.
En estos términos se pretende reinterpretar los testimonios dados por los españoles
que fueron testigos oculares de los procesos de modificación; y se examinará de cerca
las representaciones de aparatos cefálicos, cunas y escenas cotidianas donde madres e
hijos aparecen retratados. Se concluye esta parte con una valoración iconográfica de
las formas cefálicas artificiales.
Para la ubicación de la práctica cefálica dentro de sistemas ideológicos y sociales
más amplios, recurro al esquema que Alfredo López Austin (1989; véase también
1998a) emplea en su obra seminal Cuerpo humano e ideología (las concepciones de los an-
tiguos nahuas) para discernir las concepciones del cuerpo entre los grupos del Altiplano
Central mexicano, por adaptarse más que otros al planteamiento y a los propósitos
de la presente investigación. Se entiende cosmovisión de acuerdo con López Austin
(1989: 23) como el “conjunto articulado de sistemas ideológicos, relacionados entre
sí en forma relativamente congruente, con el que un individuo o un grupo social, en
un momento histórico pretende aprehender el universo.”5 Es justo en el ámbito del
sistema ideológico –definido como un conjunto articulado de elementos tales como
preferencias, conceptos, actitudes y creencias particulares (López Austin 1989: 23)–
donde encuentran cabida el modelado cefálico y los significados que motivaron su
práctica dentro de un grupo social, ya que en éste se conjugarían una serie de ma-
niobras que debían tener uno o más propósitos concretos, con una noción de fondo
que otorgaría sentido y sustento a la práctica dentro de un esquema congruente de
Weltanschauung de un individuo o de la colectividad.
De hecho, la modificación cefálica se llegó a practicar en la mayoría de los pobla-
dores de los territorios mayas y circunmayas, durante siglos e incluso milenios y, como
indica el registro esquelético, en prácticamente todo el territorio que ocupaban (Saul
1972; Saul y Saul 1991, 1997; Stewart 1974; Tiesler 1998, 1999). Esta costumbre se
puede ubicar decididamente como una de las más antiguas, arraigadas y duraderas
5
Esta definición adjudica explícitamente importancia a los conflictos que se pueden dar entre grupos sociales
antagónicos dentro de una sociedad y su injerencia en el plano de lo ideológico (López Austin 1989: 22),
facilitando así conjeturas entre dinámicas antagónicas concretas entre grupos –como son la imposición y
dominación, resistencia o subordinación o asimilación de grupos opositores– a través de sus mediaciones a
niveles superestructurales.
34
y como parte integral de las tradiciones mayas y mesoamericanas (véase nota 2).
Aunque las técnicas para la elaboración de este artificio cefálico sufrieron variaciones
con el tiempo –lo cual parece expresar cambios en los modelos ideológicos y a la vez
transformaciones más profundas en la sociedad– este vehículo de expresión ideológica
muestra una sorprendente permanencia en el repertorio cultural. Su larga pervivencia
remite a las esferas íntimas, al “núcleo duro” del armazón ideológico mesoamericano
y sus creencias (López Austin 2001).
¿Cómo identificar y contextualizar los significados ideológicos de esta tradición
“nuclear” en Mesoamérica? Mis intentos anteriores por desentrañar posibles motiva-
ciones a partir de la evidencia craneana y su representación en el registro arqueológico
regional no lograron dar todas las respuestas satisfactorias que pretendía. En primer
lugar, el tipo de acercamiento (a través de lo social) impidió encauzar la práctica hacia
un esquema ideológico coherente, más allá de un ámbito superestructural o como
episodio de la fase prerreproductiva de la vida humana (Tiesler 1998, 1999). Aunque
la información aportada por los patrones de distribución entre sexos, barrios, asenta-
mientos, regiones y épocas del mundo maya servía para argumentar la importancia
del artificio cefálico como expresión de la reproducción social en las diferentes esferas
analíticas, la demarcación conceptual resultó insuficiente para rastrear las creencias
que motivaban los modelados. Supongo que una segunda limitante que impedía un
acercamiento a la esfera de lo ideológico estaba en la importancia dada al estudio del
“aspecto material” de la evidencia craneológica en el que se centraron las primeras
fases de mi estudio.
Para solventar estos inconvenientes en favor de una visión más completa de
los motivos de la modificación cefálica, me propongo en este trabajo engranar la
información derivada del registro craneológico con la de otros tipos de análisis y
priorizar aproximaciones y fuentes de información complementarias, apoyándome
en la polisemia, en las representaciones iconográficas y en los testimonios históricos
de aquellos que todavía pudieron observar las prácticas de modificación cefálica en
uso. Estas fuentes de información se analizan y se combinan para plasmar una visión
integral de los trasfondos culturales del modelado del cráneo en el área maya.
Para la interpretación lingüística de la modificación cefálica partiré del léxico
sobre la cabeza y sus componentes en las lenguas mayas. Ellas recurren con frecuencia
a la terminología del cuerpo humano para designar objetos (“partitivos”) y describen
su ubicación en el espacio (“locativos”) (Bourdin 2007: 16-18), clara señal del lugar
central que el cuerpo humano ocupaba en la estructuración e interpretación del mundo.
Es así como el discurso suele otorgar a las partes del todo nociones no sólo topográ-
ficas, sino que establecen correlaciones semánticas entre su apariencia y su función
(Tversky, citado en Bourdin 2007: 57). Estos préstamos semánticos, o proyecciones
35
antropomórficas, elevan la topografía humana a un modelo y espejo de la realidad y
del cosmos, y facilitan la atribución de significados culturales.
El modus operandi de la etnolingüística para interpretar la anatomía humana es la
evaluación polisémica (varios sentidos) del lenguaje antropomorfista que “corporiza”
categorías semánticas en función de una taxonomía prestada de la topografía del or-
ganismo y de sus funciones (Brown 1976). La interpretación semántica de la anatomía
humana y de sus segmentos tiene un potencial fecundo en el habla maya porque usa
ampliamente la metáfora. Este acercamiento permite, al menos en principio, conje-
turar sobre atributos, valores y relaciones mutuas entre los órganos y, en general, entre
diferentes partes del cuerpo humano y su proyección en el pensamiento, en el habla
y en el lenguaje escrito. En el ámbito de Mesoamérica, acercamientos cognitivos de
este tipo han tenido cierto éxito en el estudio de las concepciones antropomórficas,
tanto entre grupos actuales como del pasado (Bourdin 2007; Garza 1990; Houston
et al. 2006; López Austin 1989; Mac Laury 1989), pese a las limitaciones y los retos
inherentes al tratar con léxicos extraordinariamente complejos, ambivalentes y en
parte desaparecidos.
El concepto de la partinomia (todo y parte) desempeña un papel importante al
interpretar la cabeza dentro del panorama anatómico maya (figura 1). Similar al tér-
mino ghol en tzeltal, “cabeza” en maya yucateco –hool o pol (en maya yucateco colonial),
hó’ol o pòol (en maya yucateco moderno)– es sinónimo de “extremo”, “cima” o “techo”
(Barrera Vásquez 1995; Bricker et al. 1998; Ruz Sosa 1992: 154). Estas acepciones de
“extremo”, “cima” y “techo” se encuentran también en otros idiomas de las tierras bajas
mayas, como en ch’orti’, donde se emplea el término cognado jor “cabeza” (Alfonso
Lacandena, comunicación personal 2009; Pérez Martínez et al. 1996; Wisdom 1950).
Esta misma palabra, jo’l ~ jol “cabeza” (escrita como jol-la, jol-lo, jo-lo), se documenta
en los textos jeroglíficos desde el periodo Clásico. La misma asociación semántica
que se puede establecer entre “cabeza” y “techo” ha llevado recientemente a William
Duncan (2009: 187-188) a asignar al tapado y modelado artificial del cráneo un valor
ideológico como techado de una casa y, metafóricamente, la puerta en función de la
persona y la vida espiritual humana (véase también Tiesler 1999: 330).
En la escritura maya del Clásico se usaba un segundo término, baah, derivado
de “cabeza” o “frente” (escrito como b’ah-hi, b’a-hi, b’ah-ji) para designar el cuerpo
humano como un todo e incluso identificar a la persona (Houston et al. 2006: 6).
Interesa destacar que la designación glífica baah del Clásico es distinta a la de la
cara humana, la cual aparece como bail en tzeltal (también usado como reflexivo en
tzotzil y en otras lenguas mayas) y se lee glíficamente como ut o hut/wut, glifo que
es usado también para identificar la “cara de una fruta” u “ojo” (Houston et al. 2006:
28, 55, 60).
36
hool, pol, leek
lec
pach caa
ich
Figura 1. Representación anatómica de cabeza modificada en perfil con identificación de las partes
en maya yucateco (reconstrucción tridimensional, M. Sánchez; fotografía de V. Tiesler).
La misma partinomia tiene una función en el léxico maya yucateco con el doble
significado anatómico de ich (“ojo” y “cara”). En este caso en particular, Bourdin (2007:
202-203) propone que, más que contigüidad, se denota una relación de continente-
contenido, argumentando que el lexema ich se usa como preposición “dentro de”.
Importa comentar también que el léxico yucateco identifica por lo menos tres tér-
minos para referirse a la quijada o mentón, indicio de la importancia de esta región
anatómica (Bourdin 2007: 214-215).
En la parte superior de la cara está la frente, identificada en el maya yucateco
colonial con los lexemas lec y thab/tab. Parece tomar una posición ambivalente entre
la cara y la porción dorsal de la cabeza en la medida en que no permite establecer
una relación clara de pertenencia. Los tzotziles usan un término propio, quitba, para
referirla (Houston et al. 2006: 60), mientras que thab también designa “calva” y “cas-
pa” en el Calepino de Motul (Arzápalo Marín 1995). A diferencia de Bourdin (2007),
Houston et al. (2006: 60) consignan un sentido genérico muy similar a la “cabeza”
y a la “cara”, y argumentan que la frente y la parte superior de la cabeza son las que
hacen posible el reconocimiento del individuo y la acción reflexiva, la identidad. Tal
37
parte del cuerpo es también el lugar donde la iconografía clásica asienta las diademas
reales y los tocados que llevan el nombre personal del jerarca portador (Houston et
al. 2006: 68).
En comparación con las referencias sobre mollera o “techo de la cabeza” y la misma
cara, el vocabulario glífico es notablemente silente cuando se trata de la parte trasera o
el occipucio, observación que se retomará más adelante. Como ya se ha anotado líneas
arriba, el sistema taxonómico yucateco parece establecer un binomio léxico entre la
cara y la porción de la cabeza que contiene el encéfalo. Esta última, denominada en
maya yucateco colonial como hool o pol, se identifica con la superficie superior y pos-
terior: el cabello y la calva, o sea, la mollera sin pelo (Bourdin 2007: 214). Sus partes
internas se designan tzek’ (“calavera”, parte seca) y tz’oomel (“sesos”, parte húmeda).
Los hablantes del yucateco de Hocabá se refieren al cráneo huesudo con el mismo
término que a la calabaza redonda, leek, identificándolo con algo redondeado, esférico
(Victoria Bricker, comunicación personal 2009). Nótese que hool se combina con el
término kinam (“fuerza”, “potencia” entre otros) al hablar de un fuerte dolor de cabeza;
además hay expresiones asociadas para denotar espanto, miedo y otros peligros que
agreden la salud mental. Por otra parte, pol hace referencia a las calidades de ingenio
y entendimiento, las cuales aparecen mediadas por el espíritu; mientras que el ánimo
tiene sede en el corazón (Bourdin 2007).
Esta dicotomía encuentra paralelos en el esquema ideológico náhuatl, que ubica
la consciencia y la razón en el vértice de la cabeza o mollera (cuaitl, atl), las cuales son
causa de alegría pero a la vez alteración, turbación y ansiedad (López Austin 1989:
210-211, 219). Entretanto, la cara o ixtli (que significa tanto “ojo” como “rostro”) se
reconoce como el centro de sensación que enfatiza la vida anímica de una persona.
Según el mismo autor, cuaxicalli, “el vaso de la cabeza, entendida ésta como la parte
superior del cuerpo humano, sin la cara” se traduce como “cráneo”, el término rela-
cionado cuaxicalitzopyan, como “fontanela”, “mollera de la cabeza” o “lugar de pun-
zadura del cráneo”. Nuevamente, al lado del amplio léxico que existe sobre mollera
o “techo de la cabeza” y sobre la misma cara, la lengua náhuatl es parca cuando se
trata de la parte trasera o el occipucio. Revisando el vocabulario, aparece anotado con
el término de cuexcochtla (“occipucio”), “el lugar de la falda del sueño” –junto con la
anotación de “muy dudoso” del mismo autor– (López Austin 1989, vol II: 153). Otra
palabra, cuexcochtetl, refiere las propiedades formales “agudo”, “prominente” y “tiene
una saliente”.
Regresando al léxico maya, Mario Humberto Ruz Sosa (1992: 154-163) traduce
“occipucio” al tzeltal como pat gholol o pat gholal. Este término identifica al lomo
de la cabeza o a su parte trasera, una porción anatómica que se encuentra envuelta
a modo de una corteza o cáscara. De modo similar, el Diccionario maya Cordemex
(Barrera Vásquez 1995) traduce los términos del maya yucateco colonial tzuk bak,
38
pachka’, pachkaa’ y paachkab alternativamente como “colodrillo”, “occipucio”, “cogote”,
“cerebro” y “pescuezo”. Así identifica el occipucio con la parte no facial de la cabeza
y en particular la cabeza seca en calidad de “huesuda”. Topográficamente aparece
identificado con su sección posterior o “espalda” de la cabeza, pach caa. Aparte de
“cabeza”, caa identifica una calabaza redonda.
En el Diccionario maya de Motul, el primero en elaborarse tras la Conquista, el
occipucio también aparece como tzuc bac o tzuc bacel, identificando tzuc como “me-
chón de pelo” y bac/bacel como “hueso” (Victoria Bricker, comunicación personal
2009; véase también Bourdin 2007: 316). Similarmente, el Calepino de Motul ofrece
los términos de tzotz y tzotzel para designar todo tipo de pelo (Bourdin 2007: 216).
La combinación de “pelo” y “hueso” en la designación del occipucio podría tener re-
levancia a sabiendas de que en los tiempos del contacto, era uso común raparse toda
la cabeza, menos la parte posterior: don Juan Cueva Santillán anota en la Relación de
Izamal que “traían [los lugareños] los cabellos de la cabeza cortados, si no eran los
de colodrillo que los dejaban crecer” (Barrera Vásquez 1938: 191). En este sentido va
también la afirmación de Gaspar Pedro de Santilla:
y ansí mismo por galantía todos los hombres criaban cabello de media cabeza para atrás,
muy largos como las mujeres, y los cabellos delanteros hasta que quedaban casi a raíz del
casco, esto se entiende quemándolos o chamoscándolos que por falta de tijeras usaban deste
remedio para tresquilarse (Barrera Vásquez 1938: 199).
39
Tras la breve incursión polisemántica del habla moderna y de la terminología
etnohistórica disponible sobre el occipucio, podemos preguntarnos: ¿cuáles son las
cualidades partitivas y locativas y las atribuciones anímicas indígenas que nos podría
indicar? Se infiere que la terminología indígena alude, en primera instancia, a cualida-
des formales y partitivas sin que se transmita un valor anímico particular asociado con
este segmento de la cabeza o que sea partícipe de una región relevante, como podría
ser la mollera o techo de la cabeza, que se consideraba entidad anímica importante
al ser sede de la conciencia y la razón.
Por otro lado, las connotaciones documentadas sobre el occipucio parecen relacio-
narse con la parte cubierta de cabello, la parte seca y huesuda. Otras acepciones están
dotadas de características negativas o son francamente despectivas. Cabe cuestionarse,
por tanto, si la parte dorsal –siguiendo el esquema de argumentación de López Austin
(1989: 217)– era un sector que denotaba menor fuerza vital, de menor valor anímico,
o quizá una región de esta índole, particularmente vulnerable. Se retomarán estas
ideas en el siguiente capítulo.
40
2. Significados y motivos
El apartado anterior, en el que se vincula la práctica cefálica con el “núcleo duro” del
armazón ideológico mesoamericano, brinda una plataforma y un punto de partida
para valorar el papel de la modificación cefálica y su arraigo en el repertorio cultural
maya dentro de los mismos cánones autóctonos. Pensamos que los modelados, aunque
hayan perseguido fines particulares de acuerdo con las circunstancias, la localidad,
la región o la época, deben haber respondido –como toda tradición arraigada en
Mesoamérica– a ideas genéricas, impregnadas de un pensamiento religioso unifi-
cado y continuo. El procedimiento, en su calidad multifacética y unificada a la vez
–característica que comparte con todo ritual–, demanda una mirada que sea capaz
de comprender la práctica cefálica holísticamente como parte indisoluble del sistema
ideológico, coherente con otras expresiones del pensamiento mesoamericano. Los
siguientes apartados se acercan a los principios rectores, significados y propósitos de
la modificación cefálica (y de algunas prácticas infantiles vinculadas) con el enfoque
de tres esferas culturales, definidas en este trabajo con fines puramente heurísticos. Aun
que la diferenciación tridimensional de los significados parezca un tanto arbitraria,
las exploraciones se realizaron en todo momento con el espíritu de hallar la conjunción,
esto es, la inserción de la práctica dentro de un complejo ideológico y ritual unificado, sin
el cual, indudablemente, la modificación cefálica hubiera carecido de sentido para sus
practicantes y portadores.
Partiendo del plano corpóreo de la costumbre y su significado cósmico, primero in-
cursionaré en la dimensión “organoplástica”, es decir, la importancia que cobraba tener
una forma determinada de la cabeza según el esquema de la “fenomenología cefálica”
que se ha demarcado en el apartado anterior. Después esbozaré su posible cometido como
tradición, como gesto duradero y habitual, como maniobra diaria de la crianza infantil y
a la vez como un conjunto de medidas que preparaban al infante para su incorporación
religiosa y social. En tercer lugar, exploraré las connotaciones emblemáticas, es decir,
los significados agregados, visibles, que los portadores comunicaban a lo largo de su
vida con la forma artificial de su cabeza.
El papel organoplástico de la modificación cefálica
El breve recorrido por la “fenomenología cefálica” maya y mesoamericana subraya la
importancia que el organismo y particularmente la cabeza, tenía, –y aún tiene– en
el sistema ideológico indígena. Algunos segmentos anatómicos como la cima de la
cabeza, la frente y el occipucio resultan especialmente relevantes para el tema central
del presente trabajo. Reanudando la argumentación acerca del occipucio y su papel
dentro de la visión mesoamericana del cosmos, la etnofenomenología discursiva
confiere una pista potencialmente relevante para explicar la transformación cefálica a
partir del léxico mexica que transcribió fray Alonso de Molina (1944). En él aparece
un cuadro con las enfermedades de la cabeza en el que también se enlista el “alarga-
miento cefálico”, un mal que se podría entender como la “dolicocefalización” de la
cabeza (crecimiento largo y angosto). Dentro del catálogo del fraile, el alargamiento
cefálico se relaciona con achaques mentales, como la locura, el desvanecimiento y la
maldad y de “enfermedades” similares a las que he mencionado párrafos arriba, como
el miedo y el espanto, al hablar de las afectaciones del hool (“cabeza”) entre los mayas
yucatecos.
Alfredo López Austin (1989: 212) reconoce en esta categorización un posible mó-
vil de la modificación cefálica entre los grupos nahuas y lo vincula con el desequilibrio
del tonalli, un desfase entre las funciones anímicas del cerebro y del corazón (grupo
cua). Sin especificar cuál podría ser la porción anatómica que fuera el posible locus del
desequilibrio que se proclama (aunque insinúa que posiblemente se debía a la doble
atribución del pensamiento, en el corazón y en el cerebro), el autor conjetura que el
peculiar “alargamiento de la cabeza” podría haber sido una condición preocupante
digna de motivar “las deformaciones craneales, tendientes a provocar un efecto con-
trario con el acortamiento de la cabeza. En ese caso podría suponerse que la práctica
tenía el propósito de aumentar las funciones mentales del individuo, o cuando menos
de alejarlo de la maldad y de la locura” (López Austin 1989: 212).
Páginas después, López Austin (1989: 224-225) advierte la creencia nahua de la pér
dida de la fuerza anímica infantil, ya que su tonalli está en riesgo de salir por las fontane
las del pequeño cráneo, cuando éstas aún no se han osificado. Además de las fontanelas,
el occipucio pone en peligro la salud del pequeño, según las creencias nahuas; por eso
recomiendan evitar los cortes de cabello en la parte trasera de la cabeza infantil, donde
es una protección contra la salida del tonalli.
La discusión sobre el desequilibrio de los centros anímicos en la cosmovisión nahua
y el papel pernicioso del occipucio también es relevante para los grupos mayenses,
que mantienen conjeturas anímico-corporales análogas (véase Martínez González
2007). Según los mayas lacandones del norte, pensar con el corazón o ánima (tukul)
tiene su asiento en tres diferentes partes del cuerpo: en la frente, debajo de las orejas
42
y directamente encima del pixan que significa “corazón” y al mismo tiempo “ánima”
(Boremanse 1998: 84). Enlaces mutuos entre las sedes permiten que el tukul pueda
descender desde la frente hacia debajo de las orejas y de ahí alcanzar la parte del pecho
donde se asienta el pixan. De esta manera, el tukul aterriza sobre el pixan, consignando
una integración sana del sentimiento, pensamiento y el ánima. Los lacandones creen
que el pensamiento animado se adquiere con la madurez, pues sostienen que los
infantes no poseen el tukul sino hasta que alcanzan la edad aproximada de siete años
(Boremanse 1998: 81, 84).
Igual que los lacandones, los tzotziles de San Pedro, Chiapas, afirman que existe
una interacción entre la mente y el corazón que se establece por medio de la sangre
(Guiteras 1986). Esta relación puede darse como cooperación o lucha. La discordia
entre los centros anímicos implica enfermedad y desequilibrio sentimental que deben
curarse. Entonces es deseable conseguir que contribuyan ambas sedes, lo cual se esta-
blece cuando “el alma se repite en el corazón”, es decir, cuando la mente se subordina
al sentimiento de éste. Es sólo entonces cuando se logra el pensamiento verdadero y
la sabiduría (Guiteras 1986: 235; véase también López Austin 1989: 211-212).
También existen situaciones que ponen en peligro la integridad de la vida o de
sus componentes anímicos (Chávez Guzmán 2009). De modo similar a los nahuas,
los tzeltales afirman que el ánima-corazón (el ch’ulel) puede escapar del cuerpo por
la boca o la coronilla (Pitarch 1996), a lo que están más propensos los recién nacidos,
ya que aún no poseen suficiente calor vital. Los tzotziles piensan que el ch’ulel todavía
no se ha fijado bien en los cuerpos de sus bebés, razón por la cual el espíritu puede
volatilizarse fácilmente y desprenderse del organismo (Martínez González 2007: 161;
Page Pliego 2005: 210-211).
Entre los teneek se piensa que la salida del ánima se acompaña de un viento frío
que entra por la coronilla (Martínez González 2007: 161). La permanencia del ch’ulel
está en riesgo, por ejemplo, cuando se da el “mal de ojo”, que consiste en el susto o
cualquier enfermedad que ponga en peligro la integridad y vida del infante (León
Pasquel 2005). Para prevenir la pérdida del ch’ulel en sus bebés, los comunitarios mayas
manejan una serie de remedios que consideran eficaces. Uno es la prevención de la
enfermedad que puede llevar el “mal de ojo”, envolviendo y reclutando a los bebés en
los espacios domésticos. Otras medidas están encaminadas directamente a retener y
anclar el ánima en el pequeño organismo. En Zinacantán, por ejemplo, se procede
amarrando los brazos y los tobillos con cuerdas para así cerrar el cuerpo (León Pas-
quel 2005: 128-136). Para evitar la huida del ánima en sus recién nacidos, los mayas
tzotziles de Chenalhó les fijan un disco de cera en la coronilla y les amarran los puños
con algodón antes de que cumplan un mes de haber nacido (Guiteras 1986: 102).
Poniendo en perspectiva histórica las conjeturas sobre el daño de la parte trasera de
la cabeza y las medidas de protección con que se evitaba, interesa saber que las trans-
43
cripciones coloniales bien pudieron haber concedido valor a la modificación cefálica
(que contenía y reducía el occipucio o “colodrillo”) como medida para contrarrestar
el peligro que emanaba de esta parte anatómica. Cito un relato, traducido del latín,
de Francisco del Paso y Troncoso sobre las costumbres de los mexicanos coloniales:
Se caracterizan por su modesta presencia física, por el color pardo, por los grandes ojos, por la
frente amplia, por la nariz, por la nuca plana aunque esta se debe a la acción de los padres
[…] [ellos] consideran de hecho que sea un indicador de belleza las frentes pequeñas y ricas de
cabellos y la nuca prácticamente inexistente que viene comprimida por el obstetra (las parteras)
por medio de la aplicación de un peso desde cuando ven la luz, cuando el cráneo es tierno y
mantiene esa forma cuando el niño viene depositado supino en la cuna […] (Paso y Troncoso
1926; cap. 25)6 [traducción de A. Cucina; negritas agregadas por la autora].
Aunque menos argumentado, también los testigos oculares de los mayas yucatecos
del siglo xvi mencionaron el papel del occipucio en la modificación cefálica. Una
referencia muy citada que aparece en el relato de fray Diego de Landa (1982 [~1566]:
54), Relación de las cosas de Yucatán, menciona que se apretaba el colodrillo hasta que la
cabeza quedaba chata. Recuérdese también que, según la Relación de Izamal (Barrera
Vázquez 1938: 191), el occipucio es la única parte en la cual los mayas de Yucatán
del siglo xvi dejaban crecer el cabello. Seguramente esta medida cumplía con una
función protectora similar a la que desempeñaba en los grupos nahuas (López Austin
1989: 225).7
Los testimonios acerca de los indígenas nahuatlizados de Guatemala del siglo xvi
son todavía más explícitos, pues Francisco López de Gómara afirma en su Historia
de la conquista de México: “Las parteras hacen que las criaturas no tengan colodrillo,
y las madres las tienen echadas en cunas de tal suerte que no les crezca porque se
precian sin él” (López de Gómara 1987 [1552]: 246). Esta cita de la época colonial
no sólo señala los motivos de la modificación por medio de la cuna, sino también
aporta información adicional al aludir a una segunda práctica, a cargo de las parte-
ras, que compartía con la plástica cefálica la finalidad de eliminar la parte trasera de
6
Traducción del latín: Mediocri constant corporis habitudine, colore fusco, oculis magnis, ampla fronte, naribus, plano
occiputio, quamquam parentum hoc fiat industria … ad pulchritudinem enim spectare putant frontes parvas et refertas
capillis, ac fere nulum occiputium, quod oneris quoque ferendi causa deprimitur ab obstetricibus, sub primum in hanc
lucem ingressum, tunc enim calvaria est teenorima servaturque ea figura supinis iascentibus in cunis …
7
Similar era la costumbre entre los grupos nahuas, totonacos y chichimecas de este siglo, como asienta fray
Bernadino de Sahagún (1989: 598, 602-603) cuando habla, por ejemplo, del mechón de pelo que los jóvenes
aztecas se dejaban crecer encima de la nuca, mientras que se rapaban el resto del cuero cabelludo (véase
también Soustelle 1956).
44
la cabeza, aunque no especifica cómo estas mujeres lograban la reducción de dicha
porción anatómica.
Cabe recordar, en este punto, un rasgo cultural que anatómicamente tiene lugar
en medio del occipucio y que ha sido identificado alternativamente por la literatura
antropofísica como “depresión suprainiana” o “lesión suprainiana” (Capítulo 3). Este
hundimiento, observado en casi todas las series esqueléticas mayas, aparece con di-
ferentes dimensiones y contornos que en ocasiones expresan secuelas de inflamación
ósea y apertura hacia el endocráneo (lesiones suprainianas) (figura 2). Otras depresio-
nes, menos aparatosas, bien pueden haber derivado directamente del uso del aparato
compresor, siendo creadas por nudos, amarres o cojines.
En la mayoría de las calotas, esta marca se sitúa encima de la saliente occipital,
que se identifica como el punto inion en la literatura craneométrica. He asentado en
otros trabajos (Tiesler 1999, 2006) que las marcas deben tener un origen cultural, y
comúnmente se vinculan con la modificación cefálica artificial. Aun así, en el registro
esquelético hay casos en los que el hundimiento se presenta en cráneos no modifica-
dos culturalmente, lo cual hace pensar que el adelgazamiento artificial del occipucio
también podía constituir una práctica independiente de la del modelado cefálico.
Mucho se ha especulado sobre los orígenes de los hundimientos suprainianos,
que en la mayoría de los casos debieron realizarse mediante presión, frotando o ras-
pando con instrumentos abrasivos. Los procedimientos señalados podían dar como
45
resultado una importante reducción del grosor del hueso occipital y hasta su apertura
(trepanación). Estos ajustes dolorosos e invasivos del occipucio debieron haber estado
a cargo de practicantes experimentadas y con un profundo conocimiento anatómico
para poder efectuarlos sin causar daño o muerte a la criatura (Lagunas Rodríguez
1970, 1972, 1974; Tiesler 2006; Weiss 1967, 1981). Las características de las depre-
siones suprainianas observadas en los subadultos de la serie esquelética sugieren que
la operación se efectuaba durante la primera infancia, antes de cumplir un año de vida.
En al menos cuatro casos que documenté, la evidencia ósea indica que la operación
u otras condiciones que la acompañaban llevaron al individuo a la muerte en poco
tiempo: las lesiones sobre el occipucio no dejan lugar a duda de que se trata de des-
gastes mecánicos de éste, con diferentes grados de penetración y huellas directas del
instrumento abrasivo en forma de estrías (Tiesler 2006) (figura 2, véase también la
figura 3). Interesa mencionar que los cuatro cráneos observados proceden del norte de
la península de Yucatán, datan del Posclásico y coinciden con los señalamientos de otros
autores que hacen hincapié en la presencia de la mayoría de los defectos durante este
periodo (aunque las técnicas con las que se producían las depresiones suprainianas
en siglos anteriores fuesen similares).
Dadas las lesiones en el occipucio que exhibe el registro craneano maya, me pre-
gunto si fray Diego de Landa se refería a una operación de este tipo cuando recalcó
que “era tanta la molestia y el peligro de los pobres niños, que algunos peligraban, y
46
el autor vio agujerarle a uno la cabeza por detrás de las orejas, y así debían hacer a
muchos” (Landa 1982 [~1566]: 54).
Si se conjuntan las evidencias esqueléticas de los hundimientos suprainianos con
los testimonios de los cronistas y lo que hemos argumentado sobre las creencias meso-
americanas sobre el occipucio y el balance entre los centros anímicos, las depresiones
suprainianas aparecen bajo una nueva luz, pues parecen identificar una maniobra
efectuada por las parteras o las mismas madres en sus recién nacidos o lactantes como
respuesta a motivos culturales o de salud importantes.
Como primera explicación se ofrece la posibilidad de que se tratara de medidas
terapéuticas. También en la esfera andina se conocía la trepanación, que permitía ac-
ceder al interior de la bóveda craneana para aliviar la presión intracraneana o en otras
medidas neurológicas vinculadas, tales como la atención de migraña u otros males
que ameritaban intervención (Verano 2003). Sin embargo, el hecho de que el centro
del occipucio contara, desde épocas embrionarias, con las porciones neurocraneanas
más gruesas, hacía que su selección para realizar desgastes, aunque fuera con fines
terapéuticos, resultara inadecuada. Hay sitios en el neurocráneo mucho más propicios
para penetrar la porción ósea y acceder a las estructuras endocraneanas. Así, es más
probable que las depresiones suprainianas se realizaran inadvertida o alternativamente
por motivos ideológicos más que terapéuticos.
En el apartado anterior, se han vinculado los objetivos “organoplásticos” del
modelado cefálico con la neutralización de lo que se pensaba era un locus dotado de
energía perniciosa o negativa. He señalado los sitios anatómicos que se consideraban
especialmente vulnerables al ingreso de malos aires o energía cuya emanación podía
poner en peligro el espíritu y la vida del infante. De relacionarse con la primera ma-
niobra protectora (descrita en algunas fuentes coloniales) a cargo de las parteras, la
reducción del centro del occipucio debió haber facilitado la acción de la compresión
cefálica en las antiguas creencias, que seguramente compartían el propósito de proteger
la integridad del pequeño y proveer su buen desarrollo físico-anímico. Se retomará
este aspecto en los últimos capítulos de esta obra.
Las convenciones artísticas de los retratos de la época agregan información a los
indicios encontrados en el registro etnográfico, histórico y craneológico. Aunque sólo
tracen preferencias y tendencias cuyos móviles inmediatos no pueden reconocerse
directamente, es posible dar pautas cognitivas que complementen otras líneas de
argumentación sobre la representación y los significados ideológicos de la cabeza
humana.
Ya desde el periodo Preclásico se perfilaban algunas tendencias en la representa-
ción del occipucio, tanto en las figurillas “olmecoides” como en las cabezas olmecas
colosales, modeladas uniformemente con bóveda craneana alta y constricción bila-
teral (véase, por ejemplo, Coe y Diehl 1980). En todos los casos, la frente se retrata
47
alargada y angosta, en ocasiones hasta abombada, en tanto que la parte posterior de
la cabeza aparece completamente achatada; en perfil, el dorso cefálico se delinea en
forma recta o incluso cóncava inmediatamente detrás del pabellón auricular, anulando
por completo la protuberancia occipital (figura 4).
Así, la convención artística acortó la cabeza inmediatamente detrás de la oreja,
lo cual no es anatómicamente factible, incluso en cráneos que cuentan con transfor-
maciones culturales extremas (figura 1). Cabe cuestionarse, por tanto, si los artistas
convenían en exagerar el efecto visual de la reducción occipital que el modelado ce-
fálico producía, por considerarlo estético y deseable. Hay que señalar que los retratos
olmecas y olmecoides reproducían un tipo de modelado cultural que exageraba el
acortamiento occipital. Se trata de una modificación (tipo tabular erecto en su va-
riante pseudocircular) documentada por primera vez por Arturo Romano Pacheco
(1977a) en un cráneo de El Pajón, Chiapas, fechado en el periodo Preclásico medio.
Sin embargo, también otras modalidades, como las tabulares erectas u oblicuas (cuyas
primeras evidencias en el área maya se ubican igualmente en el primer milenio aC),
coinciden en llevar a una reducción importante del hueso occipital al suprimir la
porción suprainiana de la cabeza.
48
En las representaciones mayas del Clásico, los retratos de perfil exhiben una
variedad de formas cefálicas nunca antes representadas. Un caso especial es el de la
pintura sobre cerámica de las tierras bajas centrales que aparece en la serie que Justin
Kerr recopiló en su impresionante Corpus of Photographs of Maya Vases, la cual destaca
por mostrar un elevado grado de realismo anatómico, que permite una aproximación
al aspecto que presentaba la cabeza en vida mediante su retrato tanto en contextos
de la corte real como de la cotidianidad (véanse también Bautista Martínez 2004;
Sánchez Vargas 2008). En este tipo de casos, los artistas acostumbraban representar
las cabezas con contornos variados, cuya revisión en perfil permite generalizaciones acerca
de las convenciones artísticas en ese entonces vigentes, así como los posibles estándares
o convenciones estéticas en estas series de retratos (Sánchez Vargas 2008).
Según los estándares, la mayoría de las bóvedas craneanas están dibujadas con la
cara saliente, la frente reclinada y la línea de inserción capilar artificialmente retraída.
En perfil se observan alternativamente cónicas o tabulares, pero invariablemente ca-
rentes de volumen occipital (occipucio aplanado recto o reclinado) y sin protuberancia
iniana. Al igual que en la modalidad temprana “olmeca”, esta parte solía delinearse
inmediatamente detrás del cartílago auricular y en ocasiones era la oreja misma la
que establecía el puente entre la región anatómica de la nuca y la parte superior de la ca
beza o vertex. De este modo, el tamaño del neurocráneo quedaba en desproporción
volumétrica en relación con la cara, la cual predomina ante el volumen cefálico en los
retratos de la época. Así, la convención artística otorgaba el peso principal a la cara,
al representarla protruyente y proporcionalmente de mayor tamaño. Los mechones
de cabello recogidos atrás resaltaban esta impresión, al igual que los diferentes orna-
mentos que portaban sobre la cabeza, como los vendajes circulares, diademas, cuerdas
y tocados (figura 5).
La iconografía del Posclásico es menos elocuente que la Clásica. Aun así, su análisis
sintáctico permite generalizaciones que son relevantes para el presente caso. Las pinturas
murales de Tulum, Tankah o Santa Rita, incluso las que parecen en el Templo de los
Guerreros de Chichén Itzá (aunque anteceden a las pinturas anteriormente citadas),
representan el perfil de la cabeza casi invariablemente corto y alto (Angulo Villaseñor
2001; Lombardo de Ruiz 2001; Miller 1982: planchas fotográficas del anexo). Esta
morfología se corresponde con la modificación tabular erecta, que es también la moda-
lidad común en las series craneanas modeladas durante el segundo milenio aC (Tiesler
1998). Es de interés para el presente estudio señalar que el retrato posclásico omite
el occipucio al delinear el contorno posterior de la cabeza junto o inmediatamente
detrás de la oreja. Nuevamente se aprecia que el recurso artístico, al exagerar el efecto
cortador del modelado cefálico, ahora en su modalidad erecta, aleja la representación
cefálica de la morfología anatómica real (véase Sánchez Vargas 2008).
49
Figura 5. Escena mitológica del dios L, en el contexto de palacio, mostrando formas cefálicas
características del Clásico (redibujado por M. Sánchez de Coe 1973).
50
Concluyo la mención de los motivos “organoplásticos” mediante la exposición
de un elemento de la fisonomía cefálica que se encuentra asentado sobre el occipu-
cio huesudo y está cubierto por el cabello. Las fuentes de Yucatán y de otras partes
de Mesoamérica afirman que el cabello cubría sólo la parte occipital de la cabeza,
mientras que se rapaba o cortaba en forma de mechón la parte frontal o superior
(Barrera Vásquez 1938). Este apéndice se consideraba dotado de energía vital, pues
los cortes se guardaban, junto con las uñas, hasta la muerte del individuo, para que
fuese sepultado con ellos (Chávez Guzmán 2009: 79; Guiteras 1986; Houston et al.
2006: 25-26). El cabello de criminales y cautivos se cortaba como medida punitiva
o para obtener su energía vital como trofeo.
Al lado de las referencias sobre peinados en jóvenes y adultos, hay poca informa-
ción sobre los cortes de cabello en la infancia, y especialmente sobre el primer corte
de cabello, en la literatura etnográfica o histórica. En la iconografía prehispánica, los
recién nacidos aparecen alternativamente cubiertos de tela o sin pelo, sólo en pocas
representaciones se aprecian con algunos mechones de pelo aislados. Llama la aten-
ción en particular una escena en la que se representa pelo en tres diferentes sitios
de la bóveda craneana: uno se sitúa justo por encima de la frente, otro en el vértice de
la cabeza y un tercer mechón aparece en el occipucio aplanado... detrás de la oreja
(Houston et al. 2006: 49-50) (figura 6). En la anatomía del recién nacido, dos de esos
Figura 6. Madre cargando un bebé rapado y modelado culturalmente, el cual luce tres mechones
aislados de cabello (redibujado por M. Sánchez de la figura 1.53,
de Houston et al. 2006, Archivo Kerr 7727).
51
lugares encuentran su correspondencia con la fontanela anterior y posterior, ambas
son partes blandas y pulsátiles en el cráneo inmaduro. Recordando las referencias
históricas sobre la función protectora del cabello y sabiendo la vulnerabilidad de las
fontanelas y del occipucio en el pensamiento indígena, la representación del tercer
mechón del pelo en medio del occipucio sugiere, por tanto, la gran antigüedad de
las creencias ya expuestas, pues ya se expresaba en los peinados infantiles durante el
periodo Clásico.
Estos indios […] tenían la cabeza aplastada porque desde niños sus madres se la ponían
muy apretada entre las manos ó entre dos planchas de madera como en una prensa; de
donde provenía que doblado el cráneo, y criándose más espeso con este artificio, se volvía
el casco tan duro que los españoles hicieron pedazos más de una vez sus espadas; queriendo
descargar el golpe de tajo sobre la cabeza de estos infelices (Vega 1826: 172).
52
Un mensaje dotado de mayor delicadeza y compenetración cultural es el de fray
Bartolomé de las Casas, quien como historiador cubre un periodo muy temprano de
la conquista del Nuevo Mundo (D’Olwer 1963). Sobre la modificación cefálica entre
los indígenas andinos comenta que se efectuaba sobre todo a los “señores”, indicando
que lo hacían a los indios de mayor estatus social. Consigna en su Apologética Historia
Sumaria, que:
es cosa de maravilla ver la diligencia e industria que tienen para entallar las cabezas
mayormente a los señores; estas de tal manera las atan y aprietan con lias o vendas de
algodón o de lana, por dos o tres años a las criaturas desde que nacen, que las empinan un
palmo grande, las cuales quedan de la hechura de una coraza o de un mortero de barro muy
empinado (XXXIV: 179).
A aquesta diligencia destas señales para cognocerse las personas de qué provincias eran,
parece poderse ayuntar la costumbre antigua, que también tiene cada provincia, de formar
las mismas cabezas, porque fuesen cognoscidos los vecinos de cada una dellas. Y así, cuando
infantes les acababan de nascer y de allí adelante, mientra tenían las cabezas muy tiernas,
les ataban ciertas vendas o paños con que se las amoldaban según la forma que querían que
tuviesen las cabezas; y así, unos las formaban anchas de frente y angostas del colodrillo;
otros, altas y empinadas, y otros bajas; otros, angostas; otros altas y angostas; otros, altas y
anchas, y otros de otras maneras; finalmente, que en la forma de las cabezas tenían muchas
invenciones, y ninguna provincia, al menos de las principales, había que tuviese forma
diferente de las otras, de cabezas (CCLIV: 594).
53
Otros testigos del siglo xvi, tanto europeos como indígenas, coinciden con Las
Casas en concebir las plásticas cefálicas, al menos en el área andina, no sólo como
uno de tantos recursos estéticos, sino dotándola de una importancia sociocultural que
confería visualmente una identidad a linajes o jerarquías sociales e incluso a pueblos
enteros (véase, por ejemplo, Cieza de León 1984: 227; Cobo 1893: 175; Garcilaso
de la Vega 1982 [1609]: 333).
Interesa notar que la función emblemática que la plástica cefálica parecía des-
empeñar en el mundo andino se convertiría, más tarde, en un importante recurso
para desarrollar las taxonomías empleadas en la arqueología y osteología cultural de
Sudamérica (Weiss 1962). Las clasificaciones de las formas craneanas se orientaron
hacia terminologías raciales y horizontes de las altas culturas, cuyos patrones de
distribución se empleaban para estudios sobre composición étnica y de residencia,
movilidad y migración (Allison et al. 1981; Comas 1959; Torres-Rouff 2002, 2003;
Weiss 1962).
Los estudiosos de Mesoamérica efectuaron correspondencias entre aquello que los
estudiosos de las culturas andinas habían establecido respecto a las diferentes formas
de la cabeza, la pertenencia étnica y la jerarquía social, asumían a priori que la cos-
tumbre del modelado cefálico en Mesoamérica debía haber desempeñado la función
de distintivo identificador étnico y marcador de privilegio y exclusividad. Primero los
cronistas y después las tempranas generaciones de estudiosos externaron conjeturas
sobre los motivos de la modificación cefálica que parecían derivar directamente de
interpretaciones de la cultura andina, sin que existiesen pruebas directas en el ámbito
cultural de Mesoamérica para sustentarlas (véase, por ejemplo, Krickeberg 1961: 88,
269, 323, 339).
Las miradas al sur de los estudiosos de la práctica cefálica mesoamericana pro-
bablemente fueron consecuencia de la escasez de descripciones coloniales dentro
del área, cuya ausencia sorprende a pesar de los elocuentes relatos culturistas y de la
aceptación que la costumbre del modelado cefálico gozaba todavía en muchas áreas,
como lo evidencian las colecciones craneanas del periodo Posclásico tardío y del
contacto (Dávalos Hurtado 1951; Romano Pacheco 1974).
Entre las escasas menciones coloniales que versan sobre la práctica de la modifi-
cación cefálica se encuentra la descripción de Francisco del Paso y Troncoso (1926)
sobre los grupos nahuas, a la cual se ha hecho referencia en el apartado anterior
al hablar de la reducción occipital del cráneo. También fray Bernadino de Sahagún
menciona la modificación artificial del cráneo, tal como se practicaba en Veracruz,
afirmando parcamente que los totonacos “tienen cara larga y las cabezas chatas y que
en sus tierras hacen grandísimos calores” (Sahagún 1989: 606).
Por su parte, fray Francisco de Bobadilla, al recoger información etnológica so-
bre las costumbres y creencias locales de los indígenas nahuatlizados de Nicaragua,
54
reiteró la idea de que la modificación tiene que ver con un carácter dócil y con el
endurecimiento de la cabeza para soportar grandes pesos:
a los cuatro o cinco días de nacida la criaturita poníanla tendidita en un lecho pequeño, hecho
de varillas, y allí, boca abajo, le ponían entre dos tablillas la cabeza: la una en el colodrillo y
la otra en la frente entre las cuales se la apretaban tan reciamente y la tenían allí padeciendo
hasta que acabados algunos días les quedaba la cabeza llana y enmoldada, como la usaban
todos ellos. Era tanta la molestia y el peligro de los pobres niños, que algunos peligraban, y
el autor vio agujerarle a uno la cabeza por detrás de las orejas, y así debían hacer a muchos
[…] y cuando ya les habían quitado el tormento de allanarles las frentes y cabezas iban con
ellos al sacerdote para que les viese el hado y dijese el oficio que había que tener y pusiese el
nombre que había de llevar el tiempo de su niñez (Landa 1982 [1566]: 54-58).
55
ricana en general– empleaba el modelado infantil para fines distintos a los de otras
esferas geoculturales, como la andina. La plástica cefálica de este tiempo parece haber
estado más vinculada con el proceso en sí que con la configuración cefálica misma.
Este esquema, junto con su demarcación en la primera infancia, invita a reflexionar
sobre el papel que desempeñaba en los procesos de integración social infantil. Éstos,
a su vez, estaban relacionados con numerosos aspectos de la realidad vivida dentro del
seno familiar, de la comunidad y de la sociedad en general.
El curso de la vida infantil maya estaba dividido en etapas cuyas transiciones se
celebraban con actos litúrgicos, incluso con festividades pomposas. A través de los
ritos de transición, la colectividad legitimaba el cambio de papeles que sus miembros
desempeñarían, a la vez que les confería integración e identidad a aquellos que los expe-
rimentaban. Entre los mayas actuales aún persisten varias ceremonias que señalan el
desarrollo infantil, como las festividades que rodean el nacimiento, la imposición del
nombre, el primer corte del cabello, la ceremonia del hetz mek y el ritual del caputzuhil,
por ejemplo (Bonavides 1992). Analizaré los posibles papeles del modelado cefálico
dentro de este esquema de transiciones.
Se ha escrito sobre el embarazo y el parto entre los mayas prehispánicos e histó-
ricos, sus tabúes y prohibiciones, y sus preparativos y cuidados, muchos de los cuales
todavía se observan en las comunidades actuales (véase Nájera 2000). Los cuidados
pertinentes eran supervisados por los familiares, quienes eran asistidos por dos per-
sonas fuera del núcleo familiar: una era la partera, quien se encargaba del bienestar
de la madre y del bebé antes, durante e inmediatamente después del parto, la otra
era el sacerdote, quien se ocupaba en vislumbrar el destino vital del pequeño (véase
Bunzel 1952; Landa 1982 [1566]; Villa Rojas 1978).
La partera o comadrona desempeñaba una función preponderante, sobre todo
durante el puerperio de la madre, una fase liminal que marcaba el nacimiento de un
nuevo ser en el seno de la familia (Cosminsky 2001; Nájera 2000). Era un tiempo
de desequilibrio, vulnerabilidad y riesgo anímico para todos los participantes en los
cuidados durante el alumbramiento, más aún para la madre y el bebé (Vogt 1965:
29). Esta condición volvía indispensable la reclusión de la puérpera, por lo cual la
partera velaba por la integridad física y espiritual de la madre y del neonato. Al final
de este periodo, que solía durar días o incluso semanas, procedía la reintegración de
la mujer a la comunidad, con la reincorporación a sus labores cotidianas, en su nuevo
papel de madre. El regreso podía estar acompañado de actos de limpieza física o de
limpias espirituales, que tenían por motivo reestablecer el calor de la madre. Tam-
bién había rezos o celebraciones en las que las parteras eran recompensadas por sus
servicios, como aún se acostumbra en algunas comunidades quichés y cakchiqueles
en Guatemala (véase Nájera 2000: 237-241).
56
Al contraponer los inicios de la vida infantil y sus cuidados con la costumbre del
modelado cefálico, se reconoce su calidad transgeneracional. Eran mujeres de segunda
o tercera generación las que se encargaban del modelado de la cabeza del recién nacido.
La partera debía ser la primera persona en emprender maniobras en la tierna cabeza
infantil, como una medida para protegerlo de fuerzas malignas y evitar la pérdida de
su calor, procurando así, la integridad física y anímica del infante. Tales maniobras
podían consistir en masajes repetidos, amarres o vendajes, incluso compresas con
medios duros y raspados. También es probable que la comadrona instruyera a la nueva
madre en el arte de los cuidados más generales de sí misma y de su bebé, como serían
el aseo cotidiano y la alimentación. En tiempos prehispánicos y todavía coloniales,
estas instrucciones debieron incluir, por una parte, el empleo de la cuna compresora
o de los dispositivos cefálicos para lograr los fines que convenían y, por otra la alerta
sobre posibles señales de riesgos para la salud del pequeño.
Confiando en las fuentes históricas, la compresión cefálica comenzaba a realizarse a
sólo unos días de que el niño hubiera nacido para pronto estar directamente en manos
de la madre o de otras integrantes del núcleo familiar. En cuanto a Mesoamérica, las
fuentes coloniales no revelan información sobre actos o festividades que pudieran haber
sancionado socialmente la primera colocación de aparatos compresores, bien cunas
o aparatos cefálicos, en el recién nacido. Sin embargo, gracias a las fuentes coloniales
de América del Sur se sabe, por ejemplo, que entre los incas existía la ceremonia de
la “presentación de la cuna a la divinidad” (huahua quirau) (Latcham 1929: 542, 1937;
Purizaga 1991: 43-45). Se identifica al tío materno como el encargado de fabricar el
pequeño lecho mientras invocaba al huaca o tótem de la familia, para que guardase al
bebé y lo protegiese contra daños. Se refiere que en todo el imperio incaico se cele-
braba el acto primicial de colocar a la criatura en una cuna confeccionada de aquella
manera. Cada grupo parece haber adaptado la cabecera de modo especial para poder
imprimir en la cabecita la forma que lo identificaba visualmente dentro de su etnia.
Desafortunadamente, respecto a posibles adaptaciones de esta práctica en el área
maya, sólo es posible especular sobre la dimensión ritual que podría haber tenido
la confección de la cuna o la primera colocación del niño. Pero incluso sin prueba
directa, no es aventurado suponer que se haya sancionado el inicio del modelado
cefálico –o, alternativamente, el uso inicial del aparato de prensa cefálica– con algún
acto, pues sabemos la importancia de aquella costumbre para la integración social de
la criatura y de las festividades que le seguían durante la niñez.
Como operación cotidiana, que duraba meses o años desde el nacimiento, la com-
presión de la cabeza infantil quedaba enmarcada entre las ceremonias que se efectuaban
57
en los primeros meses o años de vida.8 Aun por lo poco que transmiten las fuentes
sobre la importancia de los actos que acompañaban la plástica, puede inferirse de los
argumentos sobre el papel organoplástico (expresados en el apartado anterior) y la
ubicación en el ciclo vital que la práctica cefálica debió haber preparado al pequeño
para las ceremonias de primera infancia que le seguían, fuese la primera colocación
sobre la cadera o hetz mek, la imposición del oficio que había que desempeñar en su
vida adulta o la asignación del nombre y del tonal (Bonavides 1992; Nájera 2000;
Tiesler 1998).
Todas estas festividades de la infancia tenían en común consagrar la identidad y
el lugar que debía tener el pequeño dentro de la comunidad y el cosmos, la fijación
del ch’ulel y la “entrada del entendimiento” (Cervera Montejano 2007). De esto se
desprende que las maniobras en la cabeza infantil debieron haber constituido medidas
combinadas de fortalecimiento activo para su desarrollo (promover el calor anímico
y la fijación de las esencias de esta índole) y de prevención contra daños que podían
tener un origen externo, en forma de vientos fríos o perniciosos que podrían alejar
las esencias anímicas, todavía volátiles de la criatura. Otros daños, que igualmente
podían poner en riesgo su vida, se podían originar internamente (como en el caso
del alargamiento del occipucio, a modo de locus anímico peligroso), tal como he ar-
gumentado al hablar de la dimensión organoplástica de la costumbre.
En conjunto, las medidas de fortalecimiento se aplicaban durante el desarrollo
infantil hasta alcanzar las ceremonias liminales que consagraban su integración social
y anímica.9 Seguramente el procedimiento de envolver y cubrir la cabeza adquirió
un fuerte simbolismo en Mesoamérica, donde los pasos subsecuentes de envoltura,
velado y develado contaban como componentes críticos en la liturgia ritual (Guernsey
y Reilley 2006). Viene al caso mencionar una interpretación polisémica de William
Duncan (2009: 187-188) sobre el significado del modelado cefálico entre los mayas:
al equiparar la cabeza del cuerpo con el techo de una casa, el autor arguye que los
procesos de compresión y tapado de la bóveda craneana infantil (similar al techado
y su consagración) debieron de conferir “alma” al nuevo integrante de la comunidad.
8
Un documento colonial anónimo matiza y retoma la información que nos dejó Landa: “Nacidos los niños los
bañavan luego, y quando ya los avian quitado del tormento de allanarles las frentes y cabeças iban con ellos á
los sacerdotes para que los viesse el hado, y dixesse el ofiçio que avia de tener y pussiese el nombre que avia de
tener en el tiempo de su niñez” (Anónimo 1900: 350).
9
Marion (1994: 31-32) señala que para los lacandones de la comunidad actual de Lacanjá, el rito de mek’bir,
descrito como el equivalente de la ceremonia de hetz mek de los yucatecos, se lleva a cabo en la misma época
en la que se asigna el nombre del niño. Sin embargo, las dos ocasiones no coinciden necesariamente. Aquí
es interesante anotar que para el niño lacandón, la atribución del nombre “significa reconocerle una identidad
social frente a los demás miembros de la comunidad y permite además dar a conocer su sexo, ya que hasta ese
momento se ignora todo del recién nacido” (Marion 1994: 31).
58
Al igual que un techo, lugar donde pasan los vientos perniciosos, la cabeza de la
criatura requería protección contra la pérdida de sus esencias anímicas, como era el
alter ego o tonal.
Según se pensaba, el tonal o wayjel, un animal que acompañaba al individuo desde
su nacimiento, compartía su destino hasta su muerte (Bonavides 1992; Garza 1990;
Guiteras 1986; Nájera 2000). En algunas comunidades yucatecas el sacerdote era el
que se ocupaba de adivinar el destino del pequeño, pues se creía que su suerte dependía
del día de su nacimiento y de los signos asociados, así como del año del ciclo sagrado
tzolkin. Especialmente, el momento de la asignación de nombre al niño constituía
una ocasión a la que se confería gran importancia, ya que definía su identidad y lugar
simbólico en el cosmos maya, a la vez que un destino en su vida (Roys 1940).10
Los nombres, en su papel de apelativos e identificadores rituales, cumplían con
funciones espirituales y de cohesión en la antigua sociedad. Asignar el nombre po-
día seguir tradiciones familiares de transmisión patrilineal, tal como comunican las
etnografías históricas de los totziles y lacandones (Boremanse 1998: 87; Vogt 1965:
29). Los zinacantecos aún piensan que, junto con el nombre, se transmite el ch’ulel de
un antepasado como una forma de sustitución generacional (k’esholil). Comúnmente
el difunto que transmite su ch’ulel y nombre es un bisabuelo u otro miembro ya fa-
llecido, pues se considera que la fuerza espiritual necesita tiempo para desprenderse
del cuerpo del finado. En el caso de que el difunto sea un infante no se espera tanto
tiempo, pues se cree que el ch’ulel, el chanul (compañero animal del pequeño) y, por
tanto, su nombre pronto estarían disponibles para reingresar en otro recién nacido
(Vogt 1965: 29).
Igual que la imposición del nombre, la ceremonia de iniciación del hetz mek (o la
primera colocación sobre la cadera) marcaba un paso importante en la vida infantil.
Similar a otras medidas y previsiones que debían ser observadas en los primeros
años de vida, tenía como motivo fijar el ch’ulel en el cuerpo del pequeño y protegerlo
de situaciones que pudieran causar la salida de su ánima (Boremanse 1998: 80-85;
Guiteras 1986: 229-234; Vogt 1965: 29). La parte culminante del hetz mek consistía
en sentar al menor por primera vez sobre la cadera. Este rito, que aún se observa en
las comunidades de Yucatán y Chiapas (Boremanse 1998: 80-86; Villa Rojas 1978:
412-415), se efectuaba tres o cuatro meses después del nacimiento, aunque en el caso
de los lacandones, podía retrasarse hasta que el pequeño tuviera 7 u 8 años.
10
Los mayas podían poseer varios nombres a lo largo de su vida. Los mayas yucatecos del Posclásico, por ejemplo,
contaban con el nombre familiar (cha kaba), transmitido por la línea paterna; el nombre materno (naal), heredado
a través de la línea materna; el nombre de infancia (paal kaba); así como un apodo (coco kaba) (Roys 1940). A éstos
todavía se podía agregar un título que designaba el rango social, el oficio o el cargo que la persona poseía.
59
Interesa saber que los lacandones le asignan al rito un significado tan relevante que
lo consideran propiamente el inicio de la vida como persona. Este renacer culmina un
largo proceso de preparación espiritual que los pequeños han recibido, y para lo que se
designó un tutor o meek’ul (Boremanse 1998: 84-86). Llegado el día del meek’chähäl,
los padres dan gracias, rezan, queman copal y cantan en retribución a los dioses, por
haberles ayudado a traer a su hijo al mundo, mantenerlo con vida y convertirlo en
una persona.
La formación de la persona espiritual, que culminaba con el hetz mek, tenía –y
aún conserva– una distinción de género. Al niño y a la niña se les presentaba con las
facultades respectivas para llevar a cabo las labores que después les corresponderían
como adultos (Bonavides 1992) puesto que se les entregaban por primera vez sus
respectivas herramientas de trabajo (Marion 1994; Redfield y Villa Rojas 1967; Villa
Rojas 1978). Esta división expresa la creencia tradicional de la complementariedad
entre ambos sexos: la labor masculina consistía en la producción de materiales crudos,
mientras que la femenina, en su transformación en objetos para uso y de consumo.
Los lacandones actuales aún expresan esta complementariedad en los rezos durante
la fiesta del meek’chähäl (Boremanse 1998: 84-86).
En resumen, la dimensión cotidiana y ritual de la práctica cefálica adquiere
importancia para explicar el papel de ésta dentro de la vida infantil y dentro de lo
concerniente a la integración social. Enmarcada entre las ceremonias que rodeaban
el nacimiento de la criatura y aquellas que definirían su identidad social y el lugar
simbólico que debía de ocupar en el cosmos indígena, la práctica cefálica se presentaba
como una medida cotidiana que velaba por la integridad física y espiritual del infante.
De esta manera, por medio de actos como la imposición del nombre o el hetz mek,
se le preparaba para su integración espiritual y laboral en el seno de la comunidad;
sobre todo el acto de nombramiento establecía la identidad en el cosmos maya, al
tiempo que señalaba las diferencias entre las trayectorias que debieran seguir los
niños y las niñas.
Las nociones espiritual, de oficio y de género constituyen puntos de partida que
permiten formular una serie de preguntas sobre la práctica cefálica y su función como
motor en la reproducción de la estructura y organización social. Se retomarán estos
aspectos más adelante, al hablar de las posibles diferencias locales y genéricas de la
práctica y su resultado formal.
60
y dinámicos que debieron haberse mantenido relativamente inalterados. Las muestras
en el registro iconográfico y esquelético refuerzan esa idea de continuidad que, como se
ha argumentado, aparentaban resistir las transformaciones sociopolíticas que marcaron
el desarrollo maya, por lo menos hasta la conquista española. No obstante, ninguna
de las dos dimensiones culturales que acaban de discutirse logra dar respuestas a la
asombrosa variedad de la morfología cefálica que se observa en el registro material
mayance desde el Preclásico y aún más durante el primer milenio de nuestra era.
Earnest Hooton comentó sobre la colección craneana recolectada por Edward H.
Thompson en el Cenote Sagrado de Chichén Itzá que “las variantes de deformaciones
craneanas son tan numerosas que causan perplejidad” (Hooton 1940: 273 [traducción
al español por la autora]). Esta apreciación ha resonado una y otra vez en estudios
craneológicos más recientes realizados en el área (Stewart 1974: 222; Tiesler 1998,
1999; Tiesler y Romano 2008). Tal como he constatado en fases anteriores de mi propia
investigación, las modalidades, técnicas y los resultados parecen identificar incluso
tradiciones propias de cada familia o comunidad, al menos para el periodo Clásico.
Al ser examinadas regionalmente, las variadas herencias familiares se traducen en
portes cefálicos heterogéneos a nivel local, y en diferentes preferencias de técnica y
forma al comparar sus modalidades entre las regiones que comprenden el área maya
(véase Tiesler 1998, 1999, 2005). Tal parece que la frecuencia de cada forma artificial
estaba destinada a mutar a través de la geografía sociopolítica y el tiempo. Por otra
parte, sorprende que al comparar los artificios cefálicos de las sepulturas privilegiadas
y las comunes se evidencie una aparente uniformidad entre los sectores sociales, lo
cual indica que los artificios cefálicos no fueron empleados para designar exclusividad,
posición social o estatus (Tiesler 1999). Tampoco pude reconocer preferencias en las
modificaciones reservadas para hombres o mujeres, dato que en su momento vinculé
con el hecho de que siempre eran las mujeres las que efectuaban los modelados en
sus bebés, indistintamente de si eran niñas o niños (Tiesler 1999).
Ante la aparente uniformidad, el registro craneológico muestra algunas pautas
para inferir distintos significados entre las formas cefálicas artificialmente logradas,
incluso desde el Preclásico. Dichos significados, que en lo subsecuente denomino
“emblemáticos”, dan cuenta de los resultados formales de la plástica a la vista de
la colectividad. Esta dimensión adquiere importancia a sabiendas de que la cabeza
comunicaba significados profundamente arraigados en el pensamiento mesoameri-
cano y, por ende, maya al considerar la diversidad y las fluctuaciones que se ponen
de manifiesto a través de los siglos en el registro arqueológico. Se puede deducir que
los significados “emblemáticos” solían, quizá, tener cambios más constantes que los
motivos explorados en las primeras secciones de este capítulo. Aun así, nunca tuvieron
la inconstancia de una “moda” efímera, pues se sabe que la práctica cefálica trascendía las
descendencias al efectuarse por mujeres de segunda o tercera generación en recién
61
nacidos. Además, sus resultados visibles eran permanentes: una vez lograda, la forma
artificial de la bóveda craneana caracterizaría a su portador por el resto de su vida.
Basta documentar algunos casos que robustecen el argumento de que las for-
mas cefálicas artificiales identificaban esquemas ideológicos. Un primer ejemplo se
remonta a los tiempos del Preclásico medio, época en que se practicaba una forma
cefálica peculiar, llamada “olmecoide”, en los territorios circunmayas (figura 4). Su
aspecto guarda un parecido sorprendente con los semblantes antropomorfos de sus
deidades, retratos de gobernantes e incluso de gente común entre los olmecas del
Golfo. Esta modificación, del tipo tabular erecto pseudocircular (según la taxonomía
de Imbelloni), resultaba de la colocación del infante dentro de una cuna compresora
cuya labor se combinaba con la constricción de vendajes horizontales en la cabeza.
Los cráneos así modelados lucían una configuración alta y angosta, con frente al-
ternativamente abombada o reclinada. Si se marcaba fuertemente la constricción,
quedaba un surco horizontal que dividía visiblemente un lóbulo superior de la bóveda
craneana de uno inferior. Esta forma “olmecoide” fue descrita por primera vez por
Arturo Romano Pacheco (1977a, 1980) en un entierro del sitio El Pajón, localizado
en la planicie costera del sureste de Chiapas (figura 7). Se trata del cráneo completo
de un adolescente, probablemente masculino, que data del Preclásico medio (Paillés
1978; Salas Cuesta 1980).
Otras muestras con este mismo porte fueron identificadas más recientemente
en la región de Maltrata, Veracruz (Serrano Sánchez, comunicación personal, 2002).
También pude documentar unos cráneos, siempre fechados en el Preclásico, en el área
62
maya: en Chiapa de Corzo, Chiapas; en los sitios localizados en el norte de la penín-
sula de Yucatán y en el área del río La Pasión en Guatemala (Tiesler 1999; Tiesler
y Rodríguez Pérez 2009; Tiesler 2010). Todas estas bóvedas craneanas muestran un
acortamiento anteroposterior y la impresión de una banda horizontal constrictora
en el neurocráneo que divide dos lóbulos, uno inferior y otro superior, oprimiendo
al mismo tiempo su expansión bilateral. Esta morfología artificial se había logrado
combinando el uso de una cuna compresora con amarres bilaterales, aunque también
cabe la posibilidad de que se tratase de dos técnicas distintas de modelado (compresión
cefálica en cuna, por un lado, y vendajes, por el otro).
Un utensilio con tales características, quizá implicado en la modificación erecta
pseudocircular junto con la cuna, aparece representado en el Monumento 6 de San
Lorenzo, Tabasco (Coe y Diehl 1980: 310-311) (figura 4). La cabeza monumental, que
porta un casco abierto de contornos rectangulares, ostenta los rasgos “olmecoides”
que perfilan la convención del retrato en este periodo, pues contenía un significado
ideológico profundo y marcaba el poderío geopolítico que emanaba de los grupos
hegemónicos del Golfo (Lee 1993; Coe 1994).
No es coincidencia que la modificación “olmecoide” de la cabeza apareciera en
contextos preclásicos y en sitios que se ubican estratégicamente en las esferas de in-
tercambio (Soconusco, río La Pasión y la península yucateca) con las sociedades en
las franjas tabasqueñas y veracruzanas del Golfo de México (Capítulo 6). En estas
zonas se han encontrado amplias evidencias de la adopción de objetos y símbolos
olmecas y olmecoides, incluso después del colapso de las estructuras hegemónicas
de Olmán, lo que la literatura arqueológica ha denominado “complejo cultural po-
solmeca” o “epi-olmeca”.
Tampoco es casualidad que las morfologías artificiales olmecoides dejaran de
imprimirse en las cabezas infantiles en el milenio siguiente, al vislumbrarse otros es-
quemas de identificación con potencias sobrenaturales (Tiesler 2010). La asociación
de los artificios cefálicos con lo sagrado fue señalada por Arturo Romano desde los
años ochenta, él afirmó que entre los mayas era posible observar “variantes en cuanto
al arreglo artificial de la propia cabeza […] que en buena parte reflejan el pensamiento
mítico, mágico, religioso…” (Romano Pacheco 1987: 25). En este trabajo también
planteo que, al menos durante el primer milenio de nuestra era, las diferentes plás-
ticas cefálicas debieron haber respondido, más allá de modas espurias o preferencias
meramente estéticas, a la identificación con diferentes potencias sacras, incluso con
deidades del panteón maya.
Para verificar las diversas vertientes en la representación de la cabeza humana y
sus relaciones con las esferas de lo sobrenatural, se confrontarán de nuevo los retratos
clásicos en perfil que aparecen en la ya mencionada serie que Justin Kerr ha recopilado
en su Corpus of Photographs of Maya Vases (véanse también Bautista Martínez 2004;
63
García Barrios y Tiesler 2011, Sánchez Vargas 2008). En el testimonio artístico, do-
tado de un elevado grado de iconicidad (sobre todo hacia el Clásico tardío), abundan
los retratos de personas y seres míticos antropomorfos que destacan por una variedad
en formas cefálicas artificiales nunca antes alcanzadas. También las representaciones
de la cabeza en medios escultóricos de bajo y alto relieve expresan una diversidad
primicial de configuraciones artificiales. Las cabezas lucen diferentes formas y dis-
tintos grados de detalle, y están modeladas tanto en la particularidad erecta como en
la oblicua; incluso los artistas delinearon algunos semblantes modificados con surcos
poscoronales y sagitales (figura 8), remanentes fisiológicos del proceso de compresión
(como veremos en el siguiente capítulo); otros muestran los efectos visibles de una
constricción bilateral, expresando el uso de bandas constrictoras que he atestiguado en
el registro de las series craneanas de esta época. La mayoría de las bóvedas craneanas
están dibujadas con la frente reclinada y la línea de inserción capilar artificialmente
retraída; de perfil, se observan alternadamente cónicas o tubulares, cuboides o alon-
gadas hacia arriba o hacia atrás.
64
Al mismo tiempo se constata una predisposición artística por exagerar los efectos
que tuvo la modificación en la morfología cefálica. Algunas bóvedas craneanas apare-
cen con una reclinación que se acerca a lo horizontal o un alargamiento artificial de
la cara, al eliminar la porción trasera (Capítulo 3) (Romano Pacheco 1987; Sánchez
Vargas 2008). Se destaca una desproporción numérica encontrada en los retratos
antropomorfos en favor de cabezas humanas con porte oblicuo, tomando en cuenta
el predominio de las formas erectas en todas las épocas en el área circunmaya. Pro-
bablemente dicha desproporción es lo que ha llevado a la comunidad académica a
asignar al arreglo cefálico oblicuo el papel de distintivo de estatus (véase, por ejemplo,
Romano Pacheco 1987: 29). Además de las preferencias por ciertas formas de cráneo,
se nota la relativa ausencia de retratos con forma fisiológica de la cabeza (es decir,
no artificialmente modificada). Esta ausencia difiere de la realidad ya que el registro
esquelético identifica una porción de al menos diez por ciento de la población de esta
época en cuya cabeza no existe rastro de modificación cultural (Tiesler 1998, 1999).
El amplio repertorio de formas cefálicas que aparece en el registro esquelético y
en los retratos de personas y personajes va a la par con la diversidad de la morfología
cefálica del panteón de los dioses. Las representaciones antropomorfas de las divini-
dades aparecen con morfología artificial en sus cabezas, la cual aparentemente varía
según la deidad y, en algunos casos, según su ubicación en la cartografía maya. Por
ejemplo, el dios R, que representa la tierra y el maíz, aparece con cráneo alargado y
reclinado hacia atrás. Otros dioses aparecen con una morfología erecta de la cabeza.
Esto sucede en el caso de los dioses Chaahk y K’awil, el dios solar G, o el dios de la
muerte A (véanse García Barrios 2009; Taube 1992), aunque éste también se retrata
con una configuración natural de su cabeza. Igualmente, los dioses N y Q y la diosa
vieja O son retratados con un cráneo alto y achatado.
El ideal estético que identificamos líneas arriba, i.e. la configuración reclinada,
tubular de la calota, se identifica en las variantes extremas y pseudocirculares de la
modificación tabular oblicua. Este tipo de modelado se reproducía sobre todo en los
territorios occidentales y sudorientales del mundo maya y se reconoce en las cabezas
extremadamente angostas y reclinadas que exhibe la mayoría de la población que
habitaba en Palenque, Chiapas, o en Copán, Honduras (Tiesler 1999). Convertidas
figurativamente en mazorcas de maíz, expresan la forma cefálica del dios del maíz E,
potencia sacra que emana fertilidad y a quien se le adjudica el origen mítico de los
mayas (según el Popol Vuh; también véanse las representaciones del dios E según la
taxonomía de Paul Schellhas [Taube 1992, 2000]). De la misma manera, la contraparte
femenina del dios del maíz, la diosa lunar, se representa durante el periodo Clásico
con una bóveda craneana reclinada y alargada (Taube 1992: 64-69). La identificación
de estos complementos de lo sagrado mediante modelado cefálico es un tema recu-
rrente en la imaginería del primer milenio. Stephen Houston y sus colegas (2006: 45)
65
aseveran que esto sucedía en toda población, pues postulan que los mayas del Clásico
modelaban la cabeza de sus criaturas –que es una de las partes principales de la identidad
maya– para emular la bóveda craneana formada como mazorca del dios del maíz. Karl
Taube (1992: 46-50) identifica las bóvedas craneanas alargadas y casi tubulares con
los retratos tomados y foliados del dios del maíz (figura 8). Interesa saber que algunos
retratos del dios E calvo muestran un surco poscoronal que atraviesa el techo de la
bóveda craneana justo detrás de la frente reclinada del personaje. Así, la imaginería
convierte este surco, que en realidad es una secuela anatómica del reajuste fisiológico
en respuesta a la compresión frontooccipital, en insignia de la deidad.11 Por otra par-
te, Laura Sotelo y Carmen Valverde (1994) consideran que la modificación tabular
oblicua representa el proceso ritual de felinización, i.e. la emulación del jaguar como
animal sagrado, alter ego y poderosa señal de autoridad entre los sectores al frente de
la antigua sociedad.
El dios L, potencia que fue venerada por los comerciantes que la representaban
como pájaro Muan (Taube 1992: 79-88), también porta una conformación cefálica
particular. Corresponde a una forma alta y chata de la cabeza que muestra, además,
un aplanamiento superior, lo que da como resultado un aspecto cúbico si se ve de
perfil (figura 5). Esta forma craneana, clasificada alternativamente como modificación
tabular erecta en su modalidad paralelepípeda o con aplanamiento superior, se hizo
notar por primera vez en la literatura en el sitio totonaco de El Zapotal, Veracruz,
donde fue descrito por Arturo Romano Pacheco (1973, 1977b). Todos los cráneos
femeninos que la portaban, formaban parte de un osario de adultos dentro de un
adoratorio. Las mujeres mostraban una forma artificial muy particular que debe haber
resultado de un aplanamiento de la cima de la calota con tabletas que se combinaban
con la prensa anteroposterior (variante paralelepípeda), dejando la bóveda craneana
en forma de cubo al apreciarla en perfil. Esta configuración es similar a la que portan
las esculturas de las Cihuateteo, mujeres divinizadas que habían muerto en el parto y
sacerdotisas de la diosa Tlazolteotl, según el mismo Romano; así como la del dios L
del panteón maya, tal como se argumentó líneas arriba.
Aunque la frecuencia de esta forma es más bien escasa, como ya hicimos notar en
fases anteriores de esta investigación (Tiesler 1998, 1999), aparece sobre todo en las
franjas costeras y adquiere importancia en las vísperas del Posclásico, que es cuando
comienzan a enterrarse personas con portes cefálicos cuboides en sitios como Isla
Cerritos y, notablemente, en el Cenote Sagrado de Chichén Itzá, donde hay una
presencia masiva del artificio paralelepípedo, como veremos en el Capítulo 7. Este
11
Este argumento (i.e. la emulación del dios del maíz) sólo podría formularse para la población que se modelaba
con tablillas libres; aunque la mayoría no portaba bóvedas craneanas inclinadas ni cónicas, como lo muestran
las proporciones de tipos de artificios en el registro del Clásico (Tiesler 1999: 330).
66
arreglo artificial adquiere importancia al denotar un posible recurso visual para la
identificación con una potencia mágico-religiosa venerada por los comerciantes, sector
que celebraba su auge justamente al final del Clásico, una época marcada por cambios
sociales profundos que acompañaron el abandono de gran parte de las tierras bajas
centrales y el surgimiento de nuevas hegemonías, como Chichén Itzá en el norte de la
península. Este vínculo que relaciona los portes cefálicos con el de los semblantes de
poderes sobrenaturales (como en el caso del dios de los mercaderes) lleva a reflexionar
nuevamente sobre los posibles papeles enigmáticos de las modificaciones cefálicas.
Recuérdese también que las modalidades de la modificación tabular oblicua
comienzan a abandonarse como técnica y configuración cefálica en las vísperas del
segundo milenio (Tiesler 1998). La reducción de las formas se va produciendo al
compás de la instauración de un nuevo orden político panmesoamericano que se
hace patente también en los esquemas ideológicos del mundo maya (Cobos Palma
2004; López Austin 1998b; Lopéz Lujan y López Austin 2008; Ringle et al. 1998).
Primero aumenta el uso de la cuna compresora, que luego se convierte en instrumento
único para producir uniformemente cráneos erectos, anchos y achatados (hiperbra-
quicéfalos).
Esta tendencia también se observa en otras partes de Mesoamérica, aunque a rit-
mos diferentes (véase, por ejemplo, Bautista Martínez 2004; Romano Pacheco 1965).
Con el tiempo, en todo el territorio se volvieron menos numerosas las representacio-
nes de cabezas oblicuas; después comenzó a usarse uniformemente el tipo erecto en
diferentes grados de expresión. Romano asienta al respecto que el gorro cónico de
Quetzalcóatl era imitado por medio de la modificación cefálica tipo tabular erecta en
su variante cónica, apreciable en la escultura huasteca conocida como el “adolescente
de Tamuín” (Romano Pacheco 1980, 1987).
También la iconografía posclásica del mundo maya reproduce la configuración
erecta de la cabeza. Se reconoce en las pinturas murales de Tulum, Tankah y Santa
Rita, e incluso en las que aparecen en el Templo de los Guerreros de Chichén Itzá
(que precede a las pinturas anteriormente citadas), donde representan las cabezas
invariablemente chatas y altas de perfil (Angulo Villaseñor 2001; Lombardo de Ruiz
2001; Miller 1982: planchas fotográficas del anexo).
En el área maya en vísperas de la Conquista parece que sólo se practicaba la
modificación tabular erecta. El registro craneológico del Posclásico tardío indica que
en esa época, la cuna infantil era la única técnica utilizada para modificar la forma
cefálica, después de haber abandonado el uso de las bandas horizontales y de aparatos
cefálicos (Tiesler 1998). Esta uniformidad en las técnicas marca el punto final de un
proceso de homogeneización de la costumbre, cuyas configuraciones visibles ya no
parecen indicar mensajes diferenciados sino únicamente la pertenencia grupal. Sobre
este particular me pregunto si existía todavía una noción en el pensamiento maya del
67
Posclásico tardío que vinculara la morfología alta y chata de las cabezas con algún ser
sobrenatural en particular, como Quetzalcóatl o Itzamná. En todo caso, los cronistas
guardan silencio sobre este aspecto, ya que no mencionan vínculo alguno entre la
forma cefálica y el “ídolo” (sic).
Durante la Colonia, el atributo “emblemático” de esta práctica corporal debe haber
cobrado nueva importancia, paradójicamente. Si en tiempos prehispánicos todavía
indicaba pertenencia grupal y familiar, ahora señalaba una penosa otredad ante los ojos
reprobatorios de la sociedad hispana recién instalada, al menos en las redes urbanas
de los españoles (Tiesler y Oliva 2010, Tiesler y Zabala 2011).
Este brevísimo recorrido milenario por el registro iconográfico y esquelético
subraya que los motivos de los modelados cefálicos durante los primeros dos hori-
zontes culturales diferían (Preclásico y Clásico) del Posclásico, y que los propósitos
de identificación emblemática deben haber llegado a la más diferenciada expresión
durante la segunda parte del primer milenio, si lo equiparamos con la variedad de
formas artificiales observadas en el registro material.
Existen paralelismos patentes al comparar las preferencias formales de los cráneos
de los esqueletos con aquellos de los retratos de personas reales y míticas. Todavía
más relevante que las convenciones en el retrato natural es el paralelismo establecido
entre las cambiantes “modas” cefálicas y las tendencias artísticas coetáneas de retrato
mítico. En contraste con el mundo andino, donde las modificaciones de la bóveda
craneana estaban destinadas a conferir distinción y estatus (Blom 2005; Torres-Rouff
2002: Yépez Vásquez 2006), parece que los mayas preclásicos y clásicos empleaban
este recurso como forma visible de pertenencia familiar y grupal, quizá por oficio y
hasta por etnicidad, pero nunca por una noción de exclusividad.
En particular, el reconocimiento de las formas con las que solían reproducirse las
cabezas de los dioses venerados establece un poderoso vínculo causal y, a la vez, una
ventana hacia el conocimiento de los patrones religiosos de las familias –quizá emu-
laciones de deidades– y sus formas cotidianas de identificación y veneración a través
del tiempo. El hecho de que fuesen mujeres quienes estaban a cargo de imprimir la
forma deseada en las cabezas de los infantes permite conocer la vida religiosa colectiva
desde un ángulo poco explorado hasta el momento: la participación femenina en el
fomento ideológico, su papel de vía para la etnogénesis, para la reproducción cultural
y, quizá, para el cambio social.
68
3. Elementos para la evaluación craneológica
70
artificial es la base (principalmente integrada por huesos de substitución), pues
desempeña un papel activo en el crecimiento cefálico y craneal.12
7. La bóveda craneana (conformada por huesos desmales) del recién nacido permite la
modificación cultural, puesto que su expansión sigue pasivamente al crecimiento
encefálico.
8. Las técnicas empleadas para la plástica artificial condicionan la respuesta formal de
la masa cefálica. La compresión anterior y posterior con tablas produce un abul-
tamiento bilateral (braquicefalización), mientras que el vendaje anular da como
resultado el alargamiento de la bóveda craneana hacia arriba o hacia atrás.
9. La base del cráneo responde al entablaje, alternativamente con platibasia (parte
baja del occipucio aplanado) o xifosis (parte baja del occipucio abultada), de-
pendiendo de los vectores de presión y su ubicación sobre la parte trasera de la
bóveda infantil.
10. Algunos autores mantienen que también el esplacnocráneo (la parte facial del
cráneo) participa en este proceso de compensación (se mencionan por ejemplo
un prognatismo compensatorio), en la medida en que la modificación artificial
ha mostrado generar cambios formales tanto en la mandíbula como en la cara en
general (Björk y Björk 1964; Cheverud et al. 1992; Cheverud y Midkiff 1992; Moss
1958). En concreto, las alteraciones se identifican en la forma de las órbitas (por
ejemplo, la exoftalmia y la asimetría), en la protrusión nasal y en el prognatismo
alveolar. Según se indica, las alteraciones expresan procesos de compensación en
respuesta a las tensiones locales que la modificación causa. Este aspecto tiene
relevancia para la apariencia final de la cara.
11. Por otra parte, la tendencia natural de la bóveda craneana a expandirse hacia
áreas con menor resistencia causa la neutralización paulatina de la forma arti-
ficialmente producida una vez que las maniobras han sido finalizadas. Esto en
función de la duración y la edad en que la intervención finaliza (a mayor edad,
menor rebote).
12. La modificación oblicua afecta la base ósea de manera diferente a la erecta, po-
sibilitando un reacomodo de las estructuras que aloja. Este hecho permite una
modificación formal más pronunciada para la modificación oblicua.
13. Entre las posibles alteraciones en la forma del cráneo se encuentran la pseudo-
plagiocrania (plagio = asimétrico), la pseudo- y la plagioprosopia. Modificaciones
severas pueden conducir a alteraciones en la forma de las órbitas (por ejemplo, a la
exoftalmia y a la asimetría entre ambas órbitas (véase también Bautista Martínez
et al. 2003), a la protrusión nasal y al prognatismo alveolar.
12 Esta condición engendra mayores riesgos para aquellos modelados cefálicos que implican una compresión de la base desde
atrás, como es el caso de los tabulares erectos extremos (véase Cheverud et al. 1992; Moss 1958).
71
14. Entre los problemas de salud que pueden surgir del proceso de compresión o
constricción (también por otros procesos, como la obliteración prematura de
algunas suturas craneanas), se cita en la literatura médica el síndrome de cráneo
hipertenso (por interferir en la circulación del líquido cefalorraquídeo), la atro-
fia de los nervios I, V, VII y VIII y la limitación de los movimientos oculares
(posiblemente condicionando ptosis o estrabismo); migraña, cuadros epilépticos
de diversa índole, retraso en el desarrollo locomotor y la herniación del tejido
neurológico.
15. Posibles secuelas ortopédicas afectarían, sobre todo, las dos vértebras cervicales
superiores, cuya movilidad se puede ver reducida, especialmente en artificios
cefálicos con marcada platibasia o xifobasia.
Con lo anterior, la literatura deja en claro que las partes anatómicas de la cabeza
conforman un sistema funcional activo y dinámico, capaz de responder a las modi-
ficaciones intrínsecas y extrínsecas; sobre todo durante el periodo de crecimiento y
maduración que tiene lugar en la primera infancia. Aunque la compresión artificial
intervenga en el desarrollo fisiológico del cerebro infantil, no reduce la expansión
cefálica en sí, sino que incentiva la reorientación de sus vectores hacia las áreas no
comprimidas. En este proceso, la bóveda craneana sigue de manera pasiva la expan-
sión cerebral. Sólo la porción basal, lugar de pasaje de los vasos y nervios cefálicos,
resiste la modificación, pues desempeña un papel activo en el crecimiento cefálico. Por
esta razón, es de esperar que las complicaciones neurológicas, consecuencia directa
o indirecta del proceso de prensado, sean concomitantes con la obstrucción de la
parte basal del cráneo.13 Desde esta perspectiva, es entendible que las modificaciones
del tipo tabular oblicuo sean menos propensas a engendrar complicaciones que las
deformaciones erectas, dado que permiten la reorganización de las estructuras cere-
brales hacia atrás.
13
Una complicación grave es el síndrome de hipertensión intracraneana.
72
importantes implicaciones tanto para la estética facial como para la salud y la vida de
las personas sometidas a esta práctica.
73
a
74
Cuadro taxonómico de las modificaciones artificiales del cráneo
(según Dembo e Imbelloni 1938: 275, ampliado y desglosado según diferentes parámetros técnicos y formales)
75
Figura 10. Cuadro taxonómico de Imbelloni (en Dembo e Imbelloni 1938: 275), adaptado para esta investigación.
miméticos” cientos de cráneos mayas con más de un plano posterior. Hice esta dis-
tinción siguiendo la recomendación del profesor Romano, quien encontró dilemas
taxonómicos similares en estudios de cráneos veracruzanos (Tiesler 1998, 1999; véase
también Romano Pacheco 1965). La categoría “mimética” se deriva del trabajo de
Imbelloni, quien caracterizó las unidades que la conforman como “piezas que, ade-
más de los caracteres propios de la familia a la que pertenecen, presentan caracteres
accesorios que los hacen visiblemente símiles a otro tipo de modificación” (Dembo
e Imbelloni 1938: 277).
El carácter distintivo de la modificación mimética que se registra en el área me-
soamericana, reside, en la mayoría de los casos, en que deja dos planos de compresión
posterior en vez de uno solo. Un primer plano dorsal típicamente oprime la superficie
alrededor del lambda y el otro, situado debajo del primero, aplana la parte inferior
del occipucio, lo que da como resultado una clara planibasia que varía de moderada
a severa (figuras 9a, 10, 11a y 11b). Se plantea que la presencia de los planos podría
encontrar su explicación en los tipos de amarres posteriores que mantenían la tabli-
lla frontal sobre la frente (amarre posterior en cruz con una banda superior y otra
inferior), entonces, se identifica la modalidad mimética como una variante del tipo
tabular oblicuo. De hecho, la mayoría de los tabulares miméticos que señalé como
tales en el área maya podrían clasificarse de esta forma, ya que la combinación de los
dos vectores posteriores de compresión dan como resultado un vector compuesto, casi
siempre reclinado, que se encuentra directamente opuesto al vector frontal. La bóve-
da craneana así modelada adquiere el perfil inclinado hacia atrás que caracteriza a
todas la modificaciones oblicuas. Los valores craneométricos parecen confirmar las
observaciones externas sobre las formas miméticas, al acercarse o incluso rebasar los
promedios aritméticos relevantes en la categoría de los tabulares oblicuos (Tiesler
1999: 212-213). La configuración final oblicua mimética que acabamos de describir
se distingue claramente de otro grupo mimético, que suele lograrse con un aparato
de cuna. En este grupo, los dos o más planos posteriores se centran alrededor o hasta
por encima del lambda. Cabe agregar que hay otros casos miméticos más, que no
permiten clasificarlos en la taxonomía oblicua/erecta.
De acuerdo con las reflexiones arriba asentadas se ha efectuado una reclasificación
para la presente obra de todas aquellas plásticas que se habían catalogado original-
mente como tipos miméticos y que ahora son considerados variantes de los tipos
genéricos (tabular oblicua y tabular erecta). Se identifica la mayoría como tabulares
oblicuos en la forma mimética. En un número menor de ejemplares se infiere el uso
de la cuna como probable instrumento para ubicarlos entre los tabulares erectos en su
variante mimética (Dembo e Imbelloni 1938: 275). Otros cráneos, que antes habían
sido clasificados como miméticos no pudieron ser integrados a ninguno de los grupos
taxonómicos básicos, así que se decidió identificarlos únicamente como tabulares,
76
para dar a entender la imposibilidad de acertar la técnica que originó su forma. En
muchos de estos casos cabe la posibilidad de que sean producto de la combinación de
dos prácticas separadas o de un aparato compresor diferente a los convencionales.
Además de los tabulares miméticos, existe una variedad de técnicas que difiere
del esquema clásico de prensa anteroposterior al implicar un plano de compresión adi-
cional en el techo de la bóveda craneana, el cual puede abarcar toda el área parietal,
que comprende desde el bregma hasta el lambda, en los casos extremos (figura 11).
La combinación del aplanamiento superior con los planos frontoposteriores da como
resultado visual una superficie plana en forma de plato desde arriba y un perfil cuboi-
de de la calota en perfil, que se acerca a la variante “paralelepípeda” del tipo tabular
erecto descrita en el esquema de Imbelloni, quien asienta que “la calota craneana
tiene aspecto de cubo o de paralelepípedo. Resultan de una compresión frontoocci-
pital erecta contenida en las regiones parietal y del techo” (Dembo e Imbelloni 1938:
273). En esta definición no queda claro si dicha variante, además de la reducción
anteroposterior, contempla sólo una contención superior o también un plano de
compresión bilateral, para dar como resultado un aspecto de cubo. Esta ambigüedad
y las discrepancias con los ángulos diagnósticos de Falkenburger (1938) llevaron a
Arturo Romano Pacheco (1973: 59) a sustituir el término “paralelepípedo” con el de
“aplanamiento superior” en su trabajo sobre los cráneos así modificados del sitio El
Zapotal, en Veracruz. Para esta obra decidí, al igual que Yépez Vásquez (2001), retomar
el término usado por Imbelloni, porque se acerca a la morfología cúbica que deja la
combinación de la presión anteroposterior con la del techo; sin embargo, coincido con
Romano al reconocer la dificultad de otorgar una tipología genérica. Algunos casos
con aplanamiento superior parecen derivar claramente de un tratamiento cefálico
en cuna, otros se presentan como tabulares oblicuos, con un occipucio fuertemente
aplanado en su porción inferior. Dadas las dificultades taxonómicas, opté por con-
templar la variante “paralelepípeda” tanto en la lista de variantes tabulares oblicuas
como en la de tabulares erectas, y la clasifiqué de acuerdo con la ubicación del plano
de compresión posterior (véase también Martínez de León 2007 y 2009 para una
discusión sobre aplanamientos superiores en Veracruz).
Adicionalmente a las variantes, se distinguen los grados de modificación para cada
tipo principal, independientemente de que sea erecto u oblicuo. Para cada aplana-
miento se otorga uno de cinco grados diferentes en una escala que va de ‘0’ (ausente)
a ‘4’ (extrema). Los rangos intermedios expresan diferentes expresiones que van de
ligera (‘1’) a moderada (‘2’) y severa (‘3’) (véase hoja de registro en el Anexo A.2). El
valor final que se otorgó a cada cráneo culturalmente modificado se obtuvo prome-
diando la cifra obtenida en la evaluación del plano ventral y en la del aplanamiento
en la parte trasera de la calota. También se tomó en cuenta la presencia y el grado de
impresión de la banda sagital.
77
Deformación tabular oblicua curvo occipital Deformación tabular oblicua curvo frontal Deformación tabular erecta plano lámbdico Deformación tabular erecta plano frontal
Deformación tabular oblicua intermedia Deformación tabular oblicua paralelepípeda Deformación tabular erecta intermedia Deformación tabular erecta cónica
Deformación tabular oblicua mimética Deformación tabular erecta paralelepípeda
a b
78
Figura 11. Formas cefálicas oblicuas (a) y rectas (b) (morfología esquemática, trazada por V. Tiesler).
Además de los contornos (rectos, convexos y cóncavos) y la extensión de las
superficies aplanadas, los mismos grados de compresión (por plano y en total) me
sirvieron de base para distinguir una serie de variantes tabulares oblicuas y erectas.
En las variantes intermedias (clásicas), ambos planos de compresión (anterior y
posterior) están presentes y expresados en grados similares. Asigné esta categoría
cuando la diferencia entre los grados de compresión anteroposteriores era menor a
‘1’ en modelados notables (‘2’-‘3’), menor a ‘.75’ en modelados ligeros y moderados (a
partir de ‘1’ pero debajo de ‘2’) y menor a ‘.5’ en aquellos calificados como tenues (debajo
de ‘1’) (figura 10); se designó como grados extremos a cráneos con modificaciones
del máximo grado posible. Para ganar objetividad y evitar confusión al distinguir las
variantes extremas de las categorías restantes, me he adherido estrictamente al grado
promedio de expresión de los aplanamientos anteriores y posteriores.14
Según el esquema establecido por Imbelloni, las formas curvooccipitales y
curvofrontales de las tabulares oblicuas designan una forma convexa y redonda del
cráneo en esta parte y un aplanamiento pronunciado del plano opuesto. Las mismas
especificaciones pueden observarse en las formas planofrontales y planolámbdicas de
los tabulares erectos (figura 10), e implican que hay un plano de compresión, sea el
anterior o el posterior, que se observa mucho más pronunciado que su contraparte. Con
fines de objetividad y exclusión, asigné las variantes arriba señaladas sólo cuando el
grado de los aplanamientos se distingue claramente de unos a otros (diferencia entre
‘1’ y los planos de las modificaciones severas y moderadas; y una diferencia mayor
a ‘.75’ y ‘.5’, respectivamente, entre la expresión de los planos en las modificaciones
moderadas y las ligeras).
Se incluye además en esta obra una nueva variedad para los tabulares erectos,
denominada “forma cónica”, aludiendo a la caracterización que les da Arturo Ro-
mano Pacheco (1980) a las esculturas de Tamuín. Esta denominación abarca todos
aquellos cráneos modificados con cuna compresora, cuyo aplanamiento anterior y
posterior muestra un componente parietal importante (es decir que cada plano queda
extendido hacia el vertex, el techo de la calota), creando como resultado un aspecto
de “techo” (que no debe confundirse con la forma cónica que Imbelloni asigna a las
variantes anulares, ya que el caso no implica constricción o reducción bipolar; véase
también Yépez Vásquez [2006] para la clasificación de la forma cónica en zona an-
dina). Los criterios de distinción que definen las variantes cónicas identifican planos
pronunciados y rectos. El aplanamiento frontal llega a bregma o incluso hasta atrás
y el aplanamiento posterior se centra encima del punto lambda para abarcar por lo
menos la mitad de la cuerda parietal (figura 11).
14
Cada plano con uno de los siguientes números: ‘0’ (ninguna modificación), ‘1’ (grado ligero), ‘2’ (grado mode-
rado), ‘3’ (grado severo), ‘4’ (grado extremo).
79
Más adelante especificaré las modalidades que son el producto de la combinación
de los instrumentos duros con ligaduras y vendajes circulares, los cuales son aptos
para limitar la expansión bilateral (pseudocircular). Otros tipos de bandas dividían
la bóveda craneana en lóbulos (variantes bilobados y trilobados). A diferencia de la
propuesta original de Imbelloni, he convenido separar esta clasificación de ligaduras
de la taxonomía de tipos y de variantes, ya que las categorías no se excluyen mutua-
mente y causan confusión cuando se interpreta la diversidad regional. Por ello he
tratado de solucionar el problema al crear un tercer rubro taxonómico, denominado
“uso de bandas” (figura 10).
El instrumento genérico usado para lograr los artificios tabulares erectos entre los
mayas era la cuna compresora o “aparato corporal”, en la que el infante quedaba in-
movilizado en una posición decúbito dorsal o ventral. La cuna servía como medio de
compresión cefálica al tiempo que permitía la alimentación y aseo cotidiano del bebé
dentro de su lecho sin tener que sacarlo. En las figurillas que conocemos del área maya,
las cunas suelen ser representadas como un pequeño lecho, sobre el cual el infante era
atado del abdomen, piernas y cabeza. En algunas representaciones, la tableta frontal del
instrumento compresor se observa in situ (figura 12-1-4), en tanto que en otros ejem-
plos, la mano de una persona adulta cubre la frente del niño (figura 13). No queda del
todo claro si la acción compresora sobre la frente era ejercida directamente, mediante
masajes o con simple presión, o si era lograda mediante un dispositivo frontal duro.
Podría pensarse que las modificaciones planolámbdicas, generalmente de grado ligero,
prescindían de una tablilla frontal, mientras que las formas intermedias y aun más
las extremas, hacían indispensable el empleo de una tablilla anterior. El dispositivo
frontal debe haberse comunicado lateral o sagitalmente con la tabla del dorso, lo que
dejaba un aplanamiento impreso o hasta una superficie hundida encima de los arcos
supraciliares.15 Entretanto, las formas planofrontales inducen a interrogantes sobre el
posicionamiento del niño. Por lo pronto, es difícil imaginar la colocación del infante
boca abajo, si bien Landa refiere esta posición cuando describe las costumbres de los
mayas peninsulares (Landa 1982 [1566]: 54).
Diferente es el efecto de prensa con tabletas libres, cuyo uso identifica la plástica
tabular oblicua. Este segundo dispositivo fundamental, aunque de aplicación menos
difundida y temporalmente más limitada que el primero, corresponde a un par de
15
La forma cóncava podría haber sido el producto final de la colocación de una almohadilla entre tablilla y frente.
Hoy en día se usa en algunas comunidades, practicantes de la modificación, para distribuir la presión sobre el
hueso y para disminuir las molestias asociadas (B. Illius, comunicación personal 1995).
80
Figura 12. Representaciones prehispánicas de aparatos compresores y constrictores (zona maya);
Museo del Popol Vuh [*], Cavatrunci 1992: 337 [**], Murales de Bonampak [***] (dibujo de V. Tiesler)
81
Figura 13. Infante en cuna compresora que aparece en el regazo de una mujer anciana
(Museo del Popol Vuh).
tablillas libres sobre la cabeza. El paquete consistía en un tablón frontal y uno posterior
que se amarraba con aquel. En conjunto producía un efecto de prensa que daría como
resultado una configuración reclinada de la bóveda craneana. A diferencia de la cuna
compresora, el aparato cefálico no afectaba la movilidad del infante, quien se podía
desplazar libremente aun cargando el dispositivo (figura 12-5). En las representacio-
nes del Clásico, estos aparatos cefálicos solían ser reproducidos con una tabla frontal,
que era mantenida en su lugar mediante bandas tensadas que la acercaban al plano
posterior. No queda del todo claro si se trataba de un instrumento posterior duro o si
era la misma banda lateral la que apretaba la cabeza desde atrás. Las características de
las variantes intermedias y extremas y la analogía con los aparatos procedentes del área
andina (Dembo e Imbelloni 1938) sugieren que también la parte posterior del aparato
compresor debió haber sido dura, al igual que en los pocos casos curvofrontales. Por
otra parte, la variante curvooccipital fue producida, sin duda, mediante un amarre
dorsal de la tabla frontal.
Las variantes pseudocirculares de las modificaciones cefálicas oblicuas implican, al
igual que en el caso de los tabulares erectos, una fijación de las tabletas mediante liga-
duras que restringían eficazmente la expansión bilateral de la cabeza. Alternativamente
podría pensarse que los apretados amarres con tela pudieron haber complementado
el efecto de las tabletas libres, tal como sugiere una escena familiar, procedente de
82
Bonampak, que retrata al bebé con la bóveda craneana alargada y vendada (Miller
1995: 52-53) (figura 12-6).16
Además de los tipos básicos de modificación, i.e. la tabular erecta y la oblicua, se
suman otros dos tipos de dispositivos. El primero corresponde a lo que se ha denomi-
nado líneas arriba la modificación “tabular mimética”, ahora como variante (Tiesler
1998, 1999; véase también Romano Pacheco 1965). Caben varias posibilidades para
la reconstrucción del aparato utilizado en las modificaciones miméticas, las cuales
se caracterizan por presentar más de un plano de compresión posterior, tal como se
ha señalado arriba (figura 11). Se propone, por lo pronto, que las formas miméticas
fueron el producto de un amarre posterior complejo en la mayoría de los casos, aunque
también podría tratarse de la práctica con diferentes aparatos que se alternaban.
Específicamente en los cráneos con aplanamiento superior, que fueron recuperados
del Cenote Sagrado de Chichén Itzá, decidimos aplicar el término de “paralelepí-
pedo” (cuboide), ahora como una nueva variante (figura 11) que Imbelloni no había
contemplado en su taxonomía para las modificaciones oblicuas, sino sólo para los
tipos erectos. En fases anteriores de esta investigación, se habían clasificado alterna-
tivamente como “tabulares miméticos” o “tabulares irregulares”, sin poder identificar
un instrumento o una técnica que pudiera explicar su configuración particular. La
nueva asignación impone el cometido de identificar el instrumento y explicar su uso,
tarea a seguir en la discusión de esta obra (véase Martínez de León 2007 para una
discusión de los aplanamientos superiores en Veracruz).
Por último, se mencionarán algunos ejemplares de aplanamiento parietofrontal
irregular que fueron constatados, años atrás, en la revisión de las series craneanas.
Las piezas proceden de Kaminaljuyú y Zaculeu en la tierras altas de Guatemala. Tres
pertenecen a individuos masculinos y uno es, posiblemente, de sexo femenino. Las
marcas de compresión se restringen en cada caso al hueso frontal, sin contraparte
occipital, lo que le da un aspecto notablemente reclinado a la porción frontal y una
configuración general achatada a la bóveda craneana. Por el aspecto fornido pero
completamente fisiológico del occipucio y por falta de patologías deformantes, se
propone que las modificaciones debieron ser el resultado no deliberado de activida-
des de carga pesada desde temprana edad. Identificamos hipotéticamente el mecapal
(banda de carga) como instrumento responsable del aplanamiento de la bóveda
craneana (Tiesler 1998).
16
A diferencia de las figurillas, no queda del todo claro si la banda sobre la cabeza fue compresora o simplemente
decorativa.
83
La craneotrigonometría de cráneos modelados
v
b
vertex
g
n
clivus opisto-
horizontal cráneo i
clivus
vertical
clivus
foraminal
o
ba
1
pr
84
índices correspondientes a las curvaturas frontal, parietal y occipital. He comparado
los valores obtenidos con los rangos proporcionados de los respectivos tipos, grados
y variantes de modificación tabular, para así determinar criterios métricos objetivos
que contribuyan a identificar las técnicas de modificación en series mayas.
Los resultados obtenidos indicaron que casi todos los valores se ajustaban a los
rangos, tomando como referencia la doble desviación estándar de cada parámetro;
sólo dos piezas, clasificadas como “irregulares”, ostentaban un Zentralwinkel fuera del
rango, ambas originarias de Copán, Honduras (Entierro XVII-19a y XVI-4). Además
de los parámetros mencionados, se verificaron otros indicadores métricos por ser
potencialmente relevantes en la clasificación del modelado (cuadro 1). Se midieron
los ángulos del clivus foraminal, horizontal y vertical. También se tuvieron en cuenta los
ángulos conformados por el plano horizontal de Frankfurt y el eje entre los puntos
de vertex y el punto medio de la línea nasio-basion. De la misma manera, se obtuvo
el valor del eje entre el plano horizontal de Frankfurt y el opistocráneo.
Recuérdese que, en los términos originalmente planteados por Falkenburger (1938:
34), el valor del clivus horizontal oscila entre los 57 y 66º en los cráneos tabulares
erectos (94 %), y entre los 50 y 56º en los oblicuos (91 %). Los rangos coinciden con
los respectivos presentes promedios de 56.71 y 52.71º. Falkenburger indica que el
clivus vertical corresponde a valores de 16 a 29º entre los tabulares erectos (97 %) y
29 a 43º entre los oblicuos (93 %). Aquí, los clivi verticales corresponden a 22.17º
para los primeros y 33.50º para los segundos. Estas diferencias métricas reflejan las
del presente estudio, razón por la que se propone que el clivus horizontal y el clivus
vertical constituyen indicadores útiles en la evaluación métrica de la modificación
85
artificial. Por otra parte, las medidas absolutas resultan menos uniformes que las re-
feridas por Falkenburger, lo cual se refleja en una desviación estándar mayor al 10 %.
Tal vez el primer aspecto esté relacionado con las diferencias poblacionales entre las
dos muestras, mientras que la dispersión de valores podría reflejar la falta de casos,
la gran variedad de técnicas utilizadas entre los mayas o las diferencias en los proce-
dimientos de medición y trazo.
Los valores de los ángulos del vertex y del opistocráneo son más discriminantes que
los del clivus, con una discrepancia de dos desviaciones estándar entre los promedios
que presentan, por un lado, los tabulares erectos y, por otro, los miméticos y oblicuos,
confieriendo así valor discriminatorio a los dos parámetros en la clasificación métrica
de la modificación. Mientras que el grado del vertex expresa directamente el grado de
la inclinación craneal en relación con su punto más alto, el ángulo del opistocráneo se
refiere a la posición del punto más distante a la glabela. En los tabulares erectos, este
punto se ubica encima o debajo del plano de compresión, mientras que en los casos
oblicuos y miméticos suele situarse siempre por encima del área de compresión.
86
Una pieza, procedente de El Salvador (figura 12-5), ostenta un amarre superior
que era propenso a producir tal surco sagital divisorio en la calota. Se encuentra
amarrado a una tablilla frontal que, a su vez, está mantenida en su lugar con una
banda occipital, de modo similar al aparato compresor que todavía es empleado por
los grupos shipibo-conibo del Perú (Comas 1959, 1969; Tiesler 1997c).
En nuestra muestra hemos encontrado la impresión de la banda sagital tanto
en cráneos tabulares erectos como en oblicuos aunque es menos frecuente entre los
últimos (Tiesler 1998, 1999). Para los fines de esta investigación, identificamos la
variante como “sagital” cuando se presenta ligera o moderada (‘1’-‘2’) y como “bilo-
bulado” cuando su expresión es tal, en términos de anchura y profundidad, que logra
realmente dividir el techo de la bóveda craneana en dos lóbulos (‘> 2’).
El imaginario prehispánico sobre el uso de bandas poscoronales es menos elo-
cuente que el de las sagitales, el cual está relacionado con las variantes trilobadas de
la modificación cuando se combina con un surco sagital (Dembo e Imbelloni 1938).
En algunos casos, el surco rodea el plano de compresión frontal a lo largo de toda la
sutura coronaria y en otros sólo aparece marcado lateralmente. La variedad de la ex-
presión del surco poscoronario plantea interrogantes sobre su origen. En el caso de las
modificaciones oblicuas severas, los surcos aparecen más como una reacción fisiológica
del crecimiento sutural, secundaria a la acción del plano de compresión frontal, que
como resultado de la impresión de una banda poscoronaria. Lo mismo sucede en los
cráneos con acanaladuras transversales que sólo abarcan las áreas laterales, sin marcas
en la región bregmática. También existen ejemplos de surcos anchos y profundos,
algunos de los cuales están vinculados directamente con un surco sagital. A primera
vista, éstos sí aparecían como el resultado directo de una intervención cultural.
Tomando en cuenta las consideraciones señaladas sobre el surco poscoronario, en
un principio me propuse examinar la posibilidad concreta de que se tratase de una
respuesta fisiológica de crecimiento sutural y de la fontanela, más que de una acción
cultural (Tiesler 1999). Planteo que la presencia y las características de los surcos pos-
coronales deberían darse en función de la edad del infante sometido a cierta duración
de la práctica, más que por el aparato del modelado cefálico en sí. Para su evaluación se
tomaron en cuenta las características formales de cada surco poscoronal, el estado
de cierre de las fontanelas y el desarrollo sutural, ambos relacionados con la edad fi-
siológica del infante y, a su vez, con la posibilidad de compresión activa (que implica
una de tipo local) o pasiva (mediante la limitación local de la expansión craneal).
Posteriormente fue evaluada la relación entre la expresión del surco poscoronario y
los grados de modificación general y de aplanamiento frontal. En segundo lugar se
examinó la expresión del surco según la edad y el tipo de modificación.
Los resultados obtenidos apuntan a que, efectivamente, existe una relación casi
lineal entre el grado de modificación y la presencia y expresión del hundimiento
87
poscoronal, tanto en términos generales como en los casos evaluados según la exten-
sión del área de aplanamiento frontal (Tiesler 1999: 216-217) (cuadros 2 y 3). Este
resultado se confirma al constatar que ningún cráneo fisiológico de nuestra muestra,
(es decir, no modificado artificialmente), la porta. Tampoco hay una asociación de su
presencia con algún instrumento de presión cefálica en particular.
La presencia y la morfología de la acanaladura en las piezas artificialmente mo-
deladas también depende de la edad; en ninguno de los individuos menores de un
año se halló este rasgo, sino que empezaba a pronunciarse a partir de los dos años.
Quizá esta última observación está relacionada con el estado de cierre de la fontanela
anterior, la cual se encuentra todavía abierta durante el primer año de vida.
Si conjuntamos el hecho de que la presencia y la expresión del surco poscoronal
es independiente del dispositivo, con la tendencia de expresarse sólo después de una
determinada edad y con el hecho de que va en función de la compresión sobre el hue-
so frontal, parece muy probable que el surco poscoronario represente en realidad un
efecto fisiológico más que el resultado de una banda. Lo mismo ocurre con la muesca
que suele aparecer encima del punto lambda en calotas modificadas severamente con
aparatos cefálicos (a la cual podríamos denominar, en analogía, “surco supralámbdi-
co”). Dichas acanaladuras (figura 15), siempre aparecen en occipucios severamente
aplanados y constreñidos con ligaduras o amarres (variante pseudocircular).
Por todo lo anterior proponemos que, si bien el hundimiento posbregmático ha-
bría formado parte del aspecto final de las calotas artificialmente modeladas, en sí no
debe haber sido producto directo de las técnicas del modelado cefálico. Tal conclusión
nos lleva a obviar el rasgo de los surcos y bandas secundarias en la clasificación de las
88
Figura 15. Cráneo infantil de Jaina, Campeche, con modificación tabular oblicua, donde se puede
apreciar un surco poscoronal y otro encima del lambda (daf-inah; fotografía de V. Tiesler).
La lesión suprainiana
89
se observan sobre todo durante el Posclásico; algunas aparecen relacionadas con la
modificación cultural de la cabeza, otras carecen de relación con esta práctica. En
particular, Pedro Weiss (1967), una autoridad en materia de osteología cultural andina,
encuentra similitudes entre las lesiones suprainianas mesoamericanas y las trepana-
ciones suprainianas que él había documentado entre los grupos chancay y chimú en
el Perú antiguo. Allí, la momificación de las cabezas precolombinas permite observar
“las cicatrices del cuero cabelludo, sobre las lesiones óseas, que también manifiestan
destrucción por raspado, [y permiten] reconocer el carácter intencional quirúrgico
de las lesiones” (Weiss 1981: 206). El autor especifica que allí las evidencias apuntan
que la práctica se efectuaba durante la primera infancia (Weiss 1967: 24-25).
Para valorar ambas posibilidades interpretativas en las series esqueléticas mayas,
tomé en cuenta la presencia y las características formales de las lesiones documenta-
das en las series craneanas y las relacioné con la presencia y el tipo de modificación
cefálica (Tiesler 2006). Los resultados de este estudio demuestran que los cráneos
erectos que la exhiben suelen denotar variantes intermedias con mayor aplanamien-
tos del plano occipital. Mientras que, dentro de la categoría de las modificaciones
oblicuas, las variantes curvooccipitales son las que la suelen acompañar. Por lo que
respecta a su distribución, las lesiones suprainianas más pronunciadas se observan
en los sitios chiapanecos de Palenque, Toniná y Lago Lacandón; junto con otros
ejemplos de cráneos fechados en el Posclásico, especialmente aquellos procedentes
de San Gervasio y Playa del Carmen, en Quintana Roo, y del Cenote Sagrado de
Chichén Itzá, en Yucatán.
Es aún más relevante constatar la presencia de graves hundimientos suprainia-
nos en algunos cráneos claramente no modelados artificialmente, lo cual refuta los
argumentos que asocian el modelado con la lesión. Algunos adelgazamientos supra-
inianos guardan, además, características similares a las señaladas anteriormente por
mis colegas, y no podrían ser explicadas satisfactoriamente por la acción de nudos o
reacciones en superficies comprimidas.17 Este panorama induce a pensar que se trata
de dos procedimientos que implican al occipucio infantil, vinculados en ocasiones,
pero en todo caso constituyendo maniobras separadas.18
17
Weiss observa en las piezas momificadas del Perú que las cicatrices dermatológicas se encuentran ubicadas
directamente encima de las lesiones óseas, lo cual implica que el raspado afectó ambos tejidos por igual.
18
En concreto reporté afectaciones del tipo hiperostótico que acompañaban algunos hundimientos. Constaté
también fístulas y afectaciones endocraneanas de las meninges y hemorragias, aunque su presencia en el registro
hace pensar que no eran complicaciones frecuentes.
90
Efectos secundarios en el crecimiento craneofacial
Figura 16. Cráneo tabular erecto en norma vertical con fuerte asimetría bipolar (pseudoplagiocrania),
Argelia, La Angostura, Chiapas (daf-inah; fotografía de V. Tiesler).
91
tipo oblicuo reacomoda hacia atrás las estructuras cefálicas de la fosa posterior de la
base; mientras que los vectores de presión del tipo tabular erecto, más que redirigir,
contraponen y desestabilizan los vectores del crecimiento interno de la base craneana
y la expansión de las estructuras cefálicas alojadas.
En la literatura, la pseudoplagiocrania en cráneos culturalmente modificados se
explica mayormente en función de la colocación del infante en el aparato de prensa
cefálica. Tal es el caso de la fijación imperfecta de la cabeza dentro de la cuna (mo-
dificación del tipo tabular erecto), cuyo desajuste podría haberse dado durante las
sesiones de alimentación o por los movimientos propios del lactante, repercutiendo en
un resultado asimétrico (Dembo e Imbelloni 1938; Romano Pacheco 1965). En la serie
maya de cráneos de tipo tabular erecto (de los cuales un 70 % denotaba una asimetría
entre los hemisferios) destaca, por ejemplo, que tanto la frecuencia como el grado de
asimetría son mucho mayores en la variedad occipital, es decir, cuando predomina el
plano de compresión posterior (Tiesler 1995, 1998). Es interesante señalar que en la
mayoría de las calotas asimétricas (62 %: 38 %), el hemisferio izquierdo se encuentra
desplazado hacia atrás y el derecho hacia la zona ventral, lo que implica que, una vez
fijados dentro de su lecho, los bebés tendían a mirar hacia su derecha.
Aunque en menor grado, también el esplacnocráneo (es decir, la cara ósea) par-
ticipa en el proceso de compensación durante el modelado cultural. Este efecto se
observa más acentuado en la frente, ya que se encuentra directamente implicada en
el procedimiento. La frente se ensancha en la medida en que el cráneo se expande
hacia los lados (abultamiento bilateral de la calota), efecto observado en la mayoría de
las morfologías artificiales erectas; en cambio, el proceso de la modificación tabular
oblicua, sobre todo en la variante pseudocircular, da como resultado frentes alargadas
y angostas.
Independientemente de la modalidad de la prensa, la cara tiende a protruir, es
decir, a presentar cambios en el ángulo de protrusión facial según el plano de Frankfurt
(Tiesler 1998: 162). Las modificaciones severas y extremas causan prognatismo bucal
(plagioprosopia y prognatismo compensatorio), sobre todo en el caso de las tabulares
oblicuas. Asimismo, se observó que las caras de los individuos con modificaciones
tabulares erectas tendían a ser más anchas (índice facial superior meseno), y más
largas en los oblicuos (índice facial superior lepteno). Deformaciones severas pueden
conducir, incluso, a alteraciones en la forma de las órbitas (como, por ejemplo, exof-
talmia, asimetrías entre ambas órbitas), y a la protrusión nasal, como lo deja asentada
la literatura médica (para una revisión, véanse Cheverud et al. 1992; Tiesler 1998;
Bautista Martínez et al. 2003).
Estas últimas observaciones se confirman en un estudio reciente de Mirna Sán-
chez (2008), el cual se fundamenta en la comparación de valores craneométricos
mayas con una serie de reconstrucciones faciales planimétricas (en perfil) del área de
92
esa cultura. La autora advierte una protrusión del perfil y en particular de la nariz,
al tiempo que el puente nasal tiende a elevarse y la hendidura fisiológica de la raíz
nasal puede desvanecerse. Esta tendencia es más notable en los casos de modificación
oblicua severa, como es el caso de la dignataria de Palenque, Chiapas, denominada
por la prensa la Reina Roja, pues sus restos se encontraban cubiertos por una capa
de cinabrio bermellón (figura 17).
Figura 17. Esquema de reconstrucción de partes blandas del personaje femenino XIII-3,
Palenque, Chiapas (trazo de V. Tiesler).
93
Riesgos para la salud
Podría suponerse a priori que la costumbre del modelado cefálico, que en el esquema
ideológico mesoamericano debía proteger la integridad del infante, trataba de evitar
complicaciones secundarias, aunque quizá se hayan tolerado algunos trastornos.
Además de los mecanismos compensatorios fisiológicos, propios del crecimiento
cefálico infantil, naturalmente existe una serie de riesgos serios para la salud de quie-
nes se sometían a la presión mecánica que ejercían los aparatos. A continuación me
limito a discutir los trastornos neurológicos vinculados a la acción compresora, pues
ya hemos referido otras afectaciones más locales sobre la calota infantil (infecciones
cutáneas, necrosis, ulceración y gangrena) en apartados anteriores (véase también
Tiesler 2006).
En lo que concierne a los tejidos encerrados por la calota, la circulación sanguínea
y el líquido cefalorraquídeo son propensos a sufrir daños que pueden dar pie a cuadros
de hipertensión, herniación y hemorragias. Por otro lado, autores como Moss (1958)
recalcan que la desestabilización de los vectores del crecimiento interno de la base
craneana y la concurrente expansión de las estructuras cefálicas alojadas pueden llevar
a problemas de salud. El mismo Moss concluye que el riesgo es mayor en el caso de
los tabulares erectos cuyos vectores de presión se contraponen a los fisiológicos, en
tanto que la compresión de tipo oblicuo realojaría hacia atrás las estructuras cefálicas
de la fosa posterior. Hasta ahora, los riesgos neurocraneanos aquí planteados no han
sido objeto de un estudio sistemático en las series mayas o mesoamericanas, lo cual
traza prometedoras líneas de investigación en el futuro.
Aunque en este punto sólo podemos especular sobre cuáles fueron los riesgos
concretos y las secuelas para la salud que, en el tiempo y en el área que nos ocupa,
produjeron los reacomodos artificiales de la cabeza, es posible trazar tendencias a
partir del efecto último en la salud infantil: la muerte. Al comparar las tasas de edad
en las que murieron individuos con modificaciones morfológicas severas con aquellas
de las que presentaban un modelado céfalico moderado (es el caso particular de la
serie esquelética de Jaina, con su variada gama de formas y grados de modificación),
destaca que la mortalidad infantil entre los individuos que muestran una modifica
ción oblicua pseudocircular pronunciada rebasa por mucho la del resto de la población
(Tiesler 1998: 206).
94
4. La evaluación bioarqueológica regional
Los vestigios humanos, esqueletizados o momificados, forman parte central del con-
texto mortuorio y se evalúan desde la bioarqueología, que analiza el registro humano en
términos de actividades y hechos sociales, apoyándose en mediaciones metodológicas
y conceptos derivados de la antropología física y la arqueología. En este caso, la teoría
arqueológica está concebida como un medio que permite inferir procesos sociales que
se manifiestan en actividades culturales, a partir de las propiedades del registro mate-
rial, en el caso específico de esta obra, del contexto mortuorio. De manera similar, es
posible concebir el campo de la bioarqueología como una rama de la investigación
arqueológica que se ocupa de la evidencia de vestigios humanos en su contexto material
que en nuestro caso corresponde a cráneos modificados y no modificados.
Al igual que otras ramas de la arqueología, en la investigación bioarqueológica
de restos humanos pueden distinguirse dos tipos de procesos: los de formación de
los contextos y los que propician su transformación. Ambos procesos nos remiten
al registro cultural de los entierros dentro de sus dimensiones biovitales, sociales,
geopolíticas, territoriales y temporales; esta información se obtiene a través del aná-
lisis de los atributos del registro mortuorio y los datos biovitales de los difuntos que
aloja. Asimismo, atañen los atributos finales y procesos que conlleva la modificación
cefálica y los criterios que permiten su clasificación dentro del marco sociocultural
maya y mesoamericano, siendo el cometido de este capítulo.
El área maya ocupa un lugar dentro del esquema mesoamericano demarcado por
Paul Kirchhoff (1943: 92-103), el de la Kulturkreistheorie, por compartir una serie de
elementos culturales comunes. Su heterogéneo territorio se divide en las tierras bajas y
altas y en las planicies de la costa sur (hacia el océano Pacífico). Las tierras altas, que
cuentan con una elevación general de más de 800 m y un clima templado y frío, pre-
sentan la mayor diversidad ambiental de toda el área. Se distingue a las tierras altas
metamórficas de las tierras altas volcánicas debido a que las primeras se ubican al norte
del eje volcánico, drenan hacia el río Usumacinta, el río Belice y el río Montagua, hacia
el norte y el este; mientras que las tierras altas volcánicas se ubican hacia el sur de
Chiapas y Guatemala (una zona que drena hacia el sudeste y sudoeste) (Sharer 1994).
Hacia el norte y el este de las tierras altas mayas el territorio desciende gradualmente.
En las zonas de transición (tierras bajas del sur) de la Alta Verapaz y el área al norte
del río Grijalva el sustrato se vuelve cárstico. Sus características climáticas dependen
en forma importante de la altura, que allí oscila entre los 800 y 1000 m. Más allá, el
terreno desciende gradualmente hacia la zona central maya (tierras bajas centrales),
que presenta un clima tropical húmedo o subhúmedo y una exuberante vegetación
selvática perennifolia. Geográficamente, las tierras bajas centrales abarcan la cuenca
del Usumacinta baja y media, El Petén guatemalteco y el territorio beliceño. Algunos
autores incluyen en esta región la cuenca del río Montagua bajo y el noroeste de Hon-
duras (Sharer 1994). Hacia el norte de la península de Yucatán el territorio es cárstico,
con un clima semiárido y una cubierta vegetal dominada por chaparral o vegetación
arbustiva. Igual que en otras partes del área maya, las condiciones ambientales del
interior del área septentrional difieren de las que rigen en sus franjas costeñas.
El marco cultural
Dentro de la categoría de las altas culturas, el mundo maya se ha definido menos por
su parentesco biológico que por su origen lingüístico, puesto que las más de veinte
lenguas que integran esta familia lingüística parecen tener un origen común (Comas
1966; Vogt 1964). Actualmente éstas se hablan en el territorio del área maya, además
de Veracruz y San Luis Potosí (Huasteca).19 Se plantea que los idiomas mayas sur-
gieron del protomaya, si bien no hay consenso sobre el lugar de origen de la lengua
primitiva (véase Schumann 1990: 12-13; Sharer y Traxler 2006: 23-29). Entre las
lenguas que se diferenciaron del protomaya se pueden reconocer tres subgrupos: el
huasteco, el yucateco y el denominado maya del sur. De éstos, el huasteco, único
subgrupo aislado de las demás lenguas mayas, se diferenció tempranamente de los
otros dos.20 También las expresiones iconográficas y epigráficas muestran un repertorio
de convenciones sintácticas relativamente unificadas, cuyas manifestaciones ostentan
un complejo sistema de prácticas y creencias, expresadas en los mitos de origen y
perpetuadas por los diversos ritos. La mayoría de sus elementos ya se trazan en el
registro del Preclásico tardío y el Protoclásico.
19
No existe acuerdo entre los lingüistas sobre el número exacto de lenguas mayas habladas en la actualidad. Por
otra parte, cabe agregar que algunos dialectos, como el chiapaneco, ya se han extinguido (véase Köhler 1970;
Schumann 1990).
20
Para la epigrafía prehispánica, los idiomas empleados constituían versiones tempranas del maya yucateco y
maya chol, aspecto de importancia para su desciframiento.
96
Para comparar las series esqueléticas a través del vasto territorio que integra el
mundo maya, resultó conveniente demarcar regiones y subregiones, las cuales hemos
ilustrado en la figura 18. Se distingue a los mayas de costa de los peninsulares de
aquellos ubicados al sur, en las tierras bajas centrales, los cuales más al sur colindan
con los territorios que conforman las tierras altas mayas hacia el poniente y sureste.
Cada región presenta condiciones climáticas, morfológicas, edafológicas y ecológicas
particulares que, a su vez, se diferencian internamente. La diversidad propició múl-
tiples posibilidades en el aprovechamiento de los recursos locales y regionales, que
fueron asimilados durante el pasado maya por los modos de vida, sus organizaciones
geopolíticas y por distintos grupos étnicos y lingüísticos (véanse Justeson et al. 1985;
Lacadena y Witchman 2002; Pierrebourg 1985; Sharer y Traxler 2006: 26-29).
El marco temporal
Ahora bien, los elementos que constituyen el complejo de atributos culturales mayas
pueden situarse durante el segundo milenio antes de Cristo y definen una entidad
cultural heterogénea que perdura hasta después de la Conquista española. Existe
desacuerdo sobre las características de la organización social hegemónica de los mayas
en diferentes etapas de su historia social, tal como existen debates acerca de la parti-
cipación de distintos sectores en la política y en los esquemas ideológicos de turno,
aspectos que serán retomados más adelante.
Para hacer operacional la interpretación de las series de cráneos aquí evaluados
en marcos temporales conviene adoptar una cronología estandarizada y uniforme en
la serie bajo estudio, que en los contextos mortuorios se infiere a partir de su asocia-
ción con complejos cerámicos. Se hace una distinción entre periodos y fases como se
muestra en el cuadro 4.
97
Isla Cerritos
Xcambó Emal
Progreso
Xcopte Komchen
Dolores El Meco
Dzibilchaltún Xuenkal Tizimín Cancún
Caucel Flor de Mayo Xcan El Rey
Mérida Uci
(T´ho) Chichén Itzá Ek Balam San Gervasio
Maxcanú OxkintokMayapán Xcaret
Cobá Xelhá
Isla Piedra Siho Aktún Cacao
Uaymil Tancah
Jaina Kabah Tulum
Chac
Tegucigalpa
Oceáno Pacífico
San Salvador
EL SALVADOR
0 100 km
98
Cuadro 4. Cortes cronológicos de fases y periodos
Periodo/ fase Marco temporal aproximado
Preclásico 2000 aC-100 dC
- Preclásico temprano 2000-1000 aC
- Preclásico medio 1000-300 aC
- Preclásico tardío 300 aC-100 dC
Clásico 100-900 dC
- Protoclásico 100-250 dC
- Clásico temprano 250-550 dC
- Clásico medio 550-600 dC
- Clásico tardío 600-800 dC
- Clásico terminal 800-900 dC
Posclásico 900-1521 dC
- Posclásico temprano 900-1200 dC
- Posclásico tardío 1200-1521 dC
Colonial 1521-1821 dC
El contexto mortuorio
99
tus en contextos funerarios mayas (Cucina y Tiesler 2003, 2007; Gallareta Negrón
2006; Krejci y Culbert 1995; Reed y Zeleznik 2001; Tiesler 1999). Para efectuar un
acercamiento al valor emblemático de la modificación cefálica durante el periodo
Clásico he adoptado la clasificación de “estatus” propuesta por Krejci y Culbert (1995;
modificada por Tiesler 1999). Su taxonomía evalúa los materiales y objetos colocados
junto al difunto durante su entierro. Para ello se tiene en cuenta la abundancia de
los objetos asociados y la monumentalidad de la arquitectura funeraria, así como
algunos materiales exóticos que sirven como “marcadores de estatus”.21
A partir de los marcadores, se agrupó a la población mortuoria estudiada en seis
categorías: individuos que denotan pertenencia a sectores populares ([0] y [1], gente
común), otros clasificados dentro de un grupo intermedio ([2] y [3], élite no dinásti-
ca), y un tercero que identifica a la aristocracia maya ([4] y [5], élite probablemente
dinástica). Naturalmente, estas asignaciones sólo son tentativas, pues existen problemas
inherentes en equiparar la pertenencia social a partir del registro mortuorio.
21
Como marcadores de estatus se contabiliza la presencia de: cámara funeraria; vehículo funerario monumental;
más de trece recipientes de cerámica, pigmento rojo, orejeras, espina de mantarraya, pieles felinas; más de
veinte cuentas de jadeita, piezas de jadeita y de concha trabajadas; presencia de acompañantes; máscara, glifos,
perlas, objetos de obsidiana o pedernal trabajados (specials), así como de mosaicos.
Clase 0: ninguna ofrenda.
Clase 1: ofrenda, ningún elemento presente.
Clase 2: uno o dos elementos presentes (potencialmente élite no real).
Clase 3: tres o cuatro elementos presentes (probablemente élite no real).
Clase 4: cinco o seis elementos presentes (potencialmente élite real).
Clase 5: más de seis elementos presentes (probablemente élite real).
100
la experiencia del investigador y la familiaridad con las características de la población
en el ámbito regional son indispensables para la correcta determinación del sexo.
Primero recurrí a los atributos en el hueso que son osteoscópicamente observables
y que permiten su determinación en la población adulta y subadulta de la muestra.
Complementé esta información con medidas discriminantes en el astrágalo, epífisis
humerales y femorales (Tiesler 1999: 127-136), así como con medidas del esqueleto
apendicular siguiendo las indicaciones de Wrobel y colegas (2002).
En términos generales, el dimorfismo sexual se encuentra más marcado en las
zonas anatómicas de la pelvis y el cráneo. En menor grado, se reconoce en los huesos
restantes ya que, en términos generales, el esqueleto masculino se observa más robusto
que el femenino, más alto y de complexión tosca (véase Brothwell 1987; Buikstra y
Konigsberg 1985; Buikstra y Ubelaker 1994; Krogman e IŞcan 1986; White y Folkens
2000). En la muestra esquelética se evaluó la complexión ósea en términos de los
diferentes grados de robustez. En el cráneo, la distinción se revela en su arquitectura
global y su peso. Otros atributos distintivos constituyen las apófisis mastoides y los
cóndilos occipitales, las salientes musculares del área occipital, las eminencias frontales
y parietales, el grosor de los arcos cigomáticos y la forma de los huesos malares, el
reborde supraorbital y los contornos de las órbitas, los huesos palatinos y el tamaño
de las piezas dentales, así como algunos aspectos de la arquitectura de la mandíbula.
Aquí se evaluaron los diferentes marcadores de acuerdo con los señalamientos os-
teoscópicos referidos por Buikstra y Mielke (1985: 367-385) y Lagunas Rodríguez
y Hernández Espinoza (2002: 32-39).
En la pelvis, el dimorfismo sexual es aún más marcado debido a su función como
canal de parto. Los atributos distintivos se observan en el ángulo subpúbico, la sínfi-
sis púbica (superficie y posición), el foramen obturador y el acetábulo, la escotadura
ciática mayor, el surco preauricular y la articulación sacroiliaca. Por lo que respecta
a la pelvis en general, puede hacerse la distinción sexual a partir de su complexión y
forma, puesto que es robusta y alta en el hombre, y grácil, ancha y abierta hacia arriba
en la mujer. Para el presente trabajo recurrí a los indicadores referidos por Brothwell
(1987), Buikstra y Ubelaker (1994), Krogman e IŞcan (1986), Lagunas Rodríguez y
Hernández Espinoza (2002: 32-39) y White y Folkens (2000).
Cabe recordar que la mayoría de los atributos que permiten diferenciar el sexo
son relativos y variables, por lo que deben evaluarse únicamente en una muestra de
población homogénea. Con todo, la determinación del sexo en el adulto, basada ex-
clusivamente en la observación osteoscópica, es confiable de un 90 a un 95 % (Meindl
et al. 1985). En las osamentas incompletas, condición que caracteriza a la mayoría de
los materiales procedentes del área maya, este porcentaje se reduce. En ocasiones, las
osamentas están constituidas tan sólo por algunos fragmentos erosionados; en otros
101
casos faltan las partes óseas relevantes para su diferenciación, es decir, las correspon-
dientes a la pelvis y el cráneo.
Hubo casos en los que los restos presentaban atributos morfológicos que no
podían ser clasificados claramente como femeninos o masculinos. Para este trabajo
se designaron como “no identificables”. De la misma manera se procedió con los
esqueletos que presentaban rasgos que indicaban ambos sexos a la vez. Asimismo,
la determinación de sexo en niños y algunos adolescentes suele ser problemática, ya
que las discrepancias morfológicas son mínimas para estas edades. En este estudio
prescindí, por tanto, de los parámetros propuestos por algunos autores para la deter-
minación del sexo de individuos infantiles.
102
la superficie sinfisial, su borde ventral y dorsal. El segundo esquema distingue entre
doce y diez fases, para hombres y mujeres respectivamente, de acuerdo con la suma-
toria de un puntaje asignado a los mismos tres elementos. Igual que el criterio de la
superficie auricular, este procedimiento es relativamente preciso. Un inconveniente
para este trabajo es que la mayoría de los restos no contaban con la sínfisis púbica a
causa de su deteriorado estado de conservación.
Cabe agregar que, de forma secundaria, se tuvieron en cuenta la expresión de
algunas otras características indicativas de la edad a la muerte, como son el desgaste
fisiológico dental, la parodontosis e involución alveolar, la entesofitosis degenerativa,
la osteoartritis y la osteoporosis (véase también Lagunas Rodríguez y Henández
Espinoza 2002).
Los rangos de edad obtenidos fueron abreviados con claves de tres o cuatro letras
(cuadro 5).
103
La presente muestra: tendencias generales
22
En algunos de los contextos citados hay, además, traslapes temporales hacia el horizonte siguiente.
104
medida, las tierras altas. Debido a que no hay restos procedentes de la franja del Pa-
cífico, tuvo que descartarse esta zona en la revisión subsecuente. Las series craneanas
más cuantiosas proceden del sitio de Xcambó (N = 371), un pequeño puerto en la
costa norte del estado de Yucatán; de Chichén Itzá (N = 156), donde la mayoría fue
recuperada del Cenote Sagrado; y del centro clásico de Copán, en Honduras (N = 160).
Aparte de la temporalidad, intenté rastrear la inserción social de los individuos
a través de la valoración del ajuar funerario y el tipo de contenedor en que fueron
sepultados. Esta valoración fue posible en 1 156 individuos, tras excluir las muestras
coloniales y todas aquellas unidades óseas que no contaban con información con-
textual, o aquellas que provenían de contextos perturbados o extrafunerarios, como
es el caso, por ejemplo, de la colección recuperada del Cenote Sagrado de Chichén
Itzá. El perfil social de la población así obtenido se distribuye de la siguiente manera:
92.47 % de los individuos provenía de contextos sencillos (N = 1069), 5.36 % (N =
62) se asocia a la élite media (con marcadores de [2] y [3]) y sólo 2.16 % (N = 25)
pertenecía, probablemente, a los altos mandos de la antigua sociedad (con marcadores
de [4] y [5]). A estos últimos se dirigirá nuestra atención en el Capítulo 6.
Para la evaluación de la costumbre durante el primer milenio se dividió el terri-
torio en áreas y fracciones de acuerdo con las condiciones ambientales y divisiones
geopolíticas relevantes (siguiendo a Lacadena y Witchman 2002; Pierrebourg 1985;
Sharer 1994). Mejor representadas están las franjas costeras (aunque no se cubre la
porción de Belice y del Pacífico), seguidas por las tierras bajas centrales y la periferia
sureste. La colección proveniente del territorio interno de la península y las tierras
altas es relativamente reducida, al menos para el Clásico. Esta distribución, un tanto
desbalanceada de las muestras, puede introducir sesgos en el momento de procesar
los datos (cuadros 6 y 7), limitante que intenté solventar con la información de otros
trabajos.
Al confrontar las frecuencias a través del territorio maya se aprecia una continui-
dad, al menos cuando contemplamos la plástica en términos de presencia/ausencia.
Ésta se manifiesta en proporciones similares entre cráneos artificialmente modificados
y aquellos sin modificación en cada región (con la sola excepción del este beliceño
de El Petén, donde menos de 60 % de la población parece practicar la modificación
cefálica). En general se nota una alza en la difusión de la plástica hacia el Protoclásico
y nuevamente hacia el Clásico terminal. La proporción de modificación cefálica al-
canza su valor más elevado durante el Posclásico tardío, con la exposición de 94 % de
la población, para caer de nuevo tras el contacto español, esta vez dramáticamente, tanto
en frecuencia como en grado de modificación, hasta ser abandonada por completo.
Por último, el segmento de la población maya que no se encuentra modificado
artificialmente muestra las características fisiológicas mesoamerindias. Las medidas
craneométricas y los índices principales identifican la serie esquelética de adultos
105
Cuadro 6. Número (N) de casos evaluables para cada región, subregión y horizonte cultural
Periferia sureste:
Valle de Copán 0 154 2 0
Valle de Ulúa 0 1 0 0
Subtotal 0 155 2 0
Total 70 1206 440 77
106
Cuadro 7. Frecuencia de las modificaciones craneanas según el horizonte
107
como hiperbraquicéfalo, hipsicráneo tendiendo a ortocráneo e hipertapeinocráneo
(cráneos anchos, chatos, bajos). La morfología facial caracteriza caras óseas eurienas
(anchas), mesorrinos (naríz ni ancha ni angosta), hipsiconcos (con órbitas altas) y
mesognato (sin protrusión notable [índice gnático de Flower de 99.40]). Estos valores
promedio reflejan los índices dados a conocer en trabajos anteriores (Tiesler 1998,
1999; véase también Sánchez Vargas 2008), y expresan la morfología de control al
evaluar el efecto visual de la plástica cefálica.
108
5. La modificación cefálica durante
el periodo Preclásico
El marco cronológico de los mayas prehispánicos que nos ocupa –que encierra unos
2 500 años entre la fase media del horizonte Preclásico y fines del horizonte Posclá-
sico (1000 aC a 1521 dC)– remite directamente a grupos sedentarios en proceso de
jerarquización social. Las peculiaridades de su desarrollo compartido están expresadas
en la categoría de sus modos de vida.23 En el caso de los grupos que vivían durante
el primer milenio aC, podemos hablar de una sociedad designada como tribal cacical
agrícola, que debió haber compartido algunos elementos de su repertorio cultural con
hegemonías aledañas al oeste de la costa del Golfo, aunque existen controversias
acerca de la forma y la extensión con la que se dio el intercambio con grupos olme-
cas (Clark 1993; Pool 2007). Algunas interpretaciones recientes sobre la aparición
de la civilización durante el Preclásico señalan que la sociedad de la fase de este
periodo aparece ya como poseedora de una cultura y una organización sociopolítica
relativamente independiente de las hegemonías al oeste. Los indicios de arquitectura
monumental en sitios tempranos en el norte de Yucatán, como Poxilá, Xocnaceh y
Xtobó, con presencia de sacbeob, acrópolis, grupos triádicos, grupos tipo E y juegos
23
El rango cronológico unificado que en este trabajo asignamos al horizonte Preclásico va de 2000 aC a 100 dC.
En particular, la fase media del Preclásico va de 1000 a 400 aC. Cabe mencionar que esta clasificación difiere
ligeramente de los rangos asignados por otros autores.
de pelota, denotan, con estos elementos, la presencia de una élite con la capacidad de
movilizar la mano de obra colectiva para las construcciones públicas (Diehl 2004;
Pool 2007). Como sea, redes expansivas de las tierras de Olmán, de redistribución e
intercambio regional y de larga distancia, deben haber catalizado la compenetración
y adopción ideológica durante el Preclásico.
Para el tema capital de esta obra interesa indagar sobre los procesos de reproduc-
ción de la vida cotidiana, aspecto que remite a las prácticas bioculturales. Saul (1972;
Saul y Saul 1997) encuentra las primeras evidencias de modelado de la cabeza en
la fase Xe en Altar de Sacrificios y en la fase Bladen en Cuello, todos del Preclásico
medio.24 En la parte del área maya que corresponde al territorio mexicano, las pri-
meras evidencias de la modificación cefálica vienen del estado de Chiapas (Tiesler
1998). De allí proceden tres cráneos tabulares erectos (Chiapa de Corzo) y uno de
tipo oblicuo en su variante mimética (Sumidero, Chicoasén), que datan del periodo
Preclásico medio tardío, 450 aC-0 dC (Lowe y Agrinier 1960).
Hacia el Preclásico tardío ya se vislumbra una generalización de la práctica cefálica.
Interesa notar que, en este tiempo, la costumbre ya presentaba una gran diversidad
tanto en técnicas como en los resultados formales.25 Cabe agregar que las primeras
evidencias de modelado cefálico van a la par con la práctica de decoraciones dentales.
Los ejemplos de decoración dental más tempranos, documentados en Cuello, Belice,
se remontan a la fase Bladen temprana (900-800 aC) (Saul y Saul 1997), y fueron
logrados mediante la técnica de limado;26 por su parte, Javier Romero Molina (1958)
halla la evidencia primicial de la práctica de incrustación en el sitio de Uaxactún,
Guatemala (fase Mamón).
Al integrar los nuevos resultados con la información proporcionada anteriormente
(Tiesler 1998) y con la de otros autores, es posible hacer las generalizaciones siguien-
tes: en los sitios evaluados, que se centran en el norte de la península, en la periferia
oeste y en la parte sureña de la tierras bajas (figura 19), la costumbre de la modificación
cefálica aparece durante el Preclásico temprano o incluso antes en el área maya. En
este primer momento, el modelado se realizaba todavía mediante cunas compresoras;
sin embargo, ya durante las fases medias del Preclásico hay elementos para hablar
del uso de aparatos cefálicos (tabulares oblicuos), aunque en menor proporción que
24
El autor determina que la mayoría de estos cráneos presenta aplanamientos lámbdicos y, por tanto, los identifica
sin modificación intencional. Basta recordar que, en este caso, cuentan como modificados artificialmente.
Argumentamos que el aplanado lámbdico es una variante de la técnica de modificación tabular erecta y, por
tanto, no puede clasificarse entre los no modelados, contrario a lo que Saul propone.
25
Aunque aún no se presenta la misma diversidad en las técnicas del modelado cefálico que se observa en el
horizonte Clásico.
26
Corresponden al tipo A1, según la clasificación de Romero (1986a, 1986b).
110
Dzibilchaltún
Caucel
Tres Zapotes
La Venta
San Lorenzo
Pampa el Pajón
N
0 100 km
en las fases siguientes (figura 20). La costumbre parece ser todavía menos variada
y menos severa (con un grado promedio muy por debajo de las plásticas clásicas)
(cuadro 7). También era menos común durante este tiempo y la fase siguiente, pues
se constata una proporción de la modificación menor a 70 % en los cráneos fecha-
dos para el Preclásico medio (N = 17) y una proporción ligeramente por encima de
ésta durante el Preclásico (N = 22). Aún se desconoce el abanico de modalidades y
formas cefálicas que posteriormente caracterizarían a la sociedad maya del Clásico.
El sitio de Kaminaljuyú en la tierras altas guatemaltecas ilustra tal situación. De sus
fases tempranas durante el Preclásico medio derivan dos individuos que exhiben un
111
aplanamiento frontal aislado, probablemente secuela del uso del mecapal en edades
tempranas (Gervais 2001). La tercera cabeza, coetánea de las primeras dos, no ostenta
ninguna señal de la plástica. Más al oeste, ninguno de cuatro individuos preclásicos
medios de San Mateo, en la cuenca de La Angostura, Chiapas, exhibía modificación
artificial, indicio de que la costumbre aún no se conocía ahí.
Al comparar las preferencias de formas en nuestra serie, se nota un aumento
paulatino en el grado de modificación cefálica y en la variedad de sus resultados
visibles en las muestras craneales Los incrementos en expresión y diversidad van
acompañados de un giro gradual en técnicas (figura 20). Desafortunadamente, sólo
es posible ilustrar el desarrollo local de la práctica en el sitio de Chiapa de Corzo
con una muestra preclásica cuantiosa (Agrinier 1964), mientras que los cráneos de
épocas muy tempranas en otros sitios suelen presentar sólo pequeñas proporciones
de series esqueléticas completas, en las cuales la mayoría de individuos suele fecharse
para el Clásico tardío. En Chiapa de Corzo, los cinco cráneos más tempranos de 23
evaluables se remontan a la fase Francesa (450-250 aC). Dos de ellos fueron mo-
dificados artificialmente mediante tabletas libres que se combinaron, en cada caso,
con vendas constrictoras. Posteriormente, hacia el Protoclásico (fases Guanacaste e
Istmo, 300 aC-200 dC), 15 de 18 calotas evaluables muestran señales de la plástica,
lo que constata la amplia aceptación de esta práctica. En esa época todavía era común
combinar la compresión ejercida por instrumentos duros con la acción constrictora
de vendas. Algunas personas usaban el porte cefálico olmecoide, modificación tabular
90
80
70
60
50 Sin tipo
asignado
40
Tabular
30 oblicua
20 Tabular
erecta
10
%0
Figura 20. Proporción entre tipos de modificación artificial en el registro maya preclásico, según fases.
112
erecta en su modalidad pseudocircular, que se acerca a las modalidades que se usaban
anteriormente en la zona del Golfo, aspecto que se discutirá en el siguiente rubro.
Posteriormente, durante los dos primeros siglos de nuestra era, los habitantes de
Chiapa de Corzo cambiaron algunos elementos de esta tradición. Se eliminaron las
modificaciones olmecoides, que resultaban de la combinación de cunas compresoras
y bandas constrictoras. También desaparece el uso de tablillas libres (tabulares obli-
cuos). El único instrumento que se seguía utilizando en esta localidad era la cuna
infantil, cuya forma de compresión implicaba que sus pobladores clásicos debieron
haber portado cabezas erectas y anchas mientras vivieron. Este estilo difiere de las
preferencias del resto del área maya, donde prensas cefálicas ajustadas directamente
sobre la calota del infante parecían haber reemplazado gradualmente las cunas com-
presoras, lo que daba como resultado portes inclinados de la cabeza, sobre todo en la
cuenca del Usumacinta medio. Se cuestiona si la predilección por las cunas en este
centro de intercambio, que se presume mixe-zoque, podría expresar aspectos más
profundos de la etnicidad del grupo que allí se desarrollaba y que mantenía vínculos
estrechos con las culturas del Istmo (Lee 1969, 1993).
Vista desde una perspectiva panregional maya, parece que la tradición de la modi-
ficación cefálica despunta durante el Preclásico tardío (cuadro 7). Es entonces cuando
alcanza los niveles de compenetración colectiva en la población (entre 80 y 90 %), la
diversidad formal y los grados promedio de modificación (rodeando o rebasando ‘2’)
que se mantendrían a lo largo del siguiente milenio. En el Protoclásico ya aparecen
prácticamente todas las facetas de la tradición que se percibirían a lo largo del Clásico.
Hay una sola excepción: la modificación tabular erecta pseudocircular u olmecoide,
que emula la morfología craneal que aparece en el imaginario cefálico de los olmecas,
y que parece ser abandonada para siempre durante los primeros dos siglos dC. Vale
la pena examinar este punto de cerca.
A pesar de que la gente que representa la cultura material olmeca está limitada, geo-
gráficamente, a la región de la costa del Golfo/Soconusco, los objetos y estilos olmecas
llegaron a circular en gran parte de Mesoamérica, incluyendo el territorio maya (Coe
y Diehl 1980; Diehl 2004). Durante el Preclásico medio (900-400 aC), la interacción
artística y política olmeca con las poblaciones del este fue intensa, y muy probable-
mente, estuvo acompañada de intercambio cultural que incluía la concepción del
mundo, el entramado ritual y los estilos de vida. La importancia y la trascendencia
cotidiana que cobraba la incorporación cultural de emblemas olmecas y significados
asociados en los territorios mayances quedan ilustradas tajantemente en la preferencia
en el modelado de la cabeza (Tiesler 2010).
113
Los primeros ejemplos de este artificio cefálico, que –como se argumenta– emula
la morfología cefálica de los olmecas, aparecen en el registro maya durante el Pre-
clásico medio. Esta forma se lograba combinando la acción prensora de una cuna
compresora con una apretada banda horizontal que dividía el neurocráneo en dos
lóbulos, dejando la calota alta y angosta, semejando la forma de una pera, tal como
Richard Diehl (2004) describe las esculturas cefálicas olmecas de la cuenca del Golfo.
La primera evidencia de esta modificación fue sacada a la luz por Arturo Romano,
quien la describe a partir de un cráneo de Pampa El Pajón, de la planicie costera de
Chiapas, fechado para el Preclásico medio (Paillés 1980) (figura 7). Él describe una
modificación intencional tabular erecta, que se realizó combinando una cuna con
una banda horizontal (Romano Pacheco 1977a, 1980). La acción constrictora del
vendaje incrementa la proyección hacia arriba de la cabeza comprimida, mientras
limita efectivamente su expansión bilateral. El surco horizontal dejado por la banda
separa el cráneo visualmente en lóbulo inferior y superior, aspecto muy parecido a la
morfología de los cráneos de las esculturas antropomorfas del corazón de la tierra de
los olmecas, lo cual permite a Romano hablar de una modificación craneana “olmeca”.
A través de los años, modificaciones adicionales de este tipo han sido atestiguadas por
series procedentes del altiplano de Veracruz (Carlos Serrano Sánchez, comunicación
personal 2001), de Chiapas y Yucatán (Tiesler 1998, 1999); todos los casos están
fechados para el Preclásico.
Hay otros dos casos de morfología olmecoide registrados en área maya que datan
del Preclásico medio. Uno procede del sitio peninsular de Caucel, Yucatán, que en
ese tiempo fungía como aldea principal (Fernando Robles Castellanos, comunicación
personal 2008). Corresponde al Entierro 2 de la Estructura 1094, el cual está fechado
para la fase posterior de Nabanché temprano (800/700-400/300 aC), que identifica
un individuo adulto (Robles Castellanos y Ligorred Perramón 2008). La modifica-
ción tabular erecta que se observa nos remite a un abultamiento basal (xifobasia) en
la porción inferior del occipucio y se nota un surco que constriñe la bóveda craneana
horizontalmente (Tiesler y Rodríguez 2009).
También de Caucel procede un segundo ejemplar con modificación olmecoide.
Deriva de un entierro secundario recuperado de la Estructura 52 del sitio, el cual
estaba asociado a una vasija cerámica dzuzuquil que se ubica en la fase Nabanché
tardío (400/300 aC-250 dC) (Robles Castellanos y Ligorred Perramón 2008). El
cráneo corresponde a un individuo de sexo masculino, de edad adulta-joven en el
momento de la muerte. Su calota se había comprimido anteroposteriormente, dejando
el centro del hueso frontal aplanado, al igual que el área posterior de los parietales y
la mitad superior del occipucio. Un surco casi horizontal se aprecia en norma dorsal
y se confirma por la reducida amplitud bilateral de la pieza cefálica.
114
Otros ejemplares muy tempranos (aunque de temporalidad menos segura) pro-
ceden del Altar de Sacrificios y de Seibal, ambos localizados en la cuenca del río La
Pasión en Guatemala (figura 21). Posteriores son tres casos adicionales del artificio
con similar olmeca que documentamos del sitio de Chiapa de Corzo, ya mencionados
en el apartado anterior. Un ejemplo más con esta modificación procede del comple
jo El Mirador en Dzibilchaltún y fue asociado a la fase Xculul (50 aC-250 dC). La
bóveda craneana, reconstruida para este análisis, presenta un plano de compresión
posterior que comprime la mitad posterior de los huesos parietales y la mitad superior
del occipucio. Lateralmente se aprecia la impresión de una banda horizontal que re-
percute en una anchura bilateral reducida. La frente se muestra abombada con escasas
marcas de compresión.
Al considerar el marco cronológico y la distribución a través de los territorios
mayas, interesa saber que los casos de modificación cefálica olmecoide más tempranos
son posteriores al auge que vivieron las sociedades de Olmán, sobre todo la hegemo-
nía de San Lorenzo y La Venta. La mayoría de los especímenes registrados con este
porte datan de varios siglos después de la caída de la civilización olmeca durante el
Preclásico temprano y medio; por esta razón es muy factible que representen una
costumbre independiente o asociada a un complejo cultural epiolmeca. Ya para aquel
entonces, la modificación cefálica había encontrado su arraigo en la vida cotidiana
maya. Se lograba con diferentes formas de aplanamiento, con tabletas, cunas compre-
soras y/o bandas de tela; la plástica olmecoide era sólo una de las muchas variantes
Figura 21. Cráneo de Seibal, Guatemala, con modificación tabular erecta pseudocircular
(Peabody Muesum, Harvard University; fotografía de V. Tiesler).
115
que se conocían. En este contexto cabe preguntarse cuáles fueron los propósitos y
significados que indujeron a las comunidades mayas peninsulares a emular la forma
de las cabezas retratadas en la iconografía de Olmán.
También el arte olmeca expresa la relación entre humanos y el mundo sobrena-
tural a través de recursos visuales. A pesar de que no se ha hallado ningún esque-
leto olmeca de las planicies del sureste de Veracruz y Tabasco, los retratos realistas,
esculpidos en cerámica y en piedras monumentales, muestran una imagen natural
e incluso individualista de la gente de Olmán (Cyphers 2009; Cyphers y Villamar
2006; Diehl 2004) (figura 22). Las cabezas, retratadas a menudo calvas o afeitadas,
están representadas casi invariablemente en forma angosta y alta, indicando que eran
el resultado de modificación cefálica artificial; su morfología era muy similar a la de
aquellas documentadas por Romano y los cráneos peninsulares que se describen en este
trabajo. También la iconografía más esotérica sigue este sintax. Ilustraciones de criaturas
metamórficas y fuerzas sobrenaturales, como el jaguar y el dios de la lluvia, son casi
exclusivamente representados con cabezas no naturales altas y angostas. Dentro de
esta convención aparecen características introducidas, como la grieta en forma de V
que corta en el vértice de las cabezas de los dioses del maíz y de la lluvia, o la cabeza
foliada en forma de hojuela del dios del maíz, como lo describe Taube (1996). Las
bandas en la cabeza son comunes tanto en imágenes antropomórficas de lo sobre-
natural como en las de los gobernantes, lo que conduce a unos autores a adjudicar
importancia a las diademas como símbolo de poder político-religioso (Reilly 2006).
Figura 22. Figurilla femenina de cabeza olmeca, San Lorenzo (retomado de Diehl 2004, placa XV)
conaculta-inah-mex. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
116
Algunos investigadores incluso sostienen que las cabezas artificialmente modela-
das son un indicador de estatus (Clark 1993; Diehl 2004; Hansen 2005). No existen
elementos para confirmar o negar esta afirmación sobre los olmecas debido a la
falta de material evaluable. Sin embargo, es dudoso que haya habido una connotación
de prestigio en las cabezas con formas de pera, al considerar que la mayoría de los
cráneos coetáneos de Mesoamérica muestran modificaciones cuyas características
son independientes de la calidad y la cantidad de su ajuar fúnebre. Por tanto, no es
posible creer que la forma artificial por sí misma, la cual fue probablemente el deno-
minador común en las técnicas de modificación dentro de los territorios nucleares
de los olmecas de la costa del Golfo, haya sido dotada de alguna connotación formal de
prestigio. Los datos obtenidos indican que al menos para los mayas del Preclásico,
fue una forma entre muchas, cuyos portadores recibían un tratamiento funerario
equiparable a difuntos que no la lucían. Esto, aunado a que la modificación cefálica
contaba como una tradición doméstica fuertemente arraigada al final del Preclásico
medio y que se ejercía dentro de un dominio femenino, argumentaría en contra de
una práctica restrictiva.
Un aspecto más a considerar es la dinámica cultural que permitió la adopción de
las formas de la cabeza olmeca en el repertorio cultural de Preclásico medio. Muchas
han sido las reflexiones sobre la interacción entre olmecas y mayas peninsulares, la
cual era, seguramente, tan compleja como heterogénea. Respecto a la adopción local
de las formas artificiales olmecas, puede pensarse que ésta se sobreponía a tradiciones
familiares fuertemente enraizadas, por lo que la emulación de tales formas debe haberse
mezclado con otros motivos de origen autóctono (Tiesler 2010). Esta apreciación
habla más de un sincretismo y una reinterpretación de la ideología olmeca que de una
imposición directa. Un aspecto que refuerza esta lectura del registro esquelético es el
hecho de que la modificación cultural olmeca se continuó practicando en el territorio
maya aún después de la desaparición de la cultura olmeca.
Un último aspecto concierne al significado emblemático de la morfología de la
cabeza olmeca en el mundo maya, especialmente su probable papel como personi-
ficador de lo sobrenatural (Capítulo 2). En particular, cabe preguntar en qué grado
las cabezas preclásicas olmecas descritas en este trabajo transmitían la connotación
semántica original, como la relacionada con las deidades del maíz o del agua (Taube
2000). Este aspecto todavía debe ser examinado de tal forma que trace una línea de
investigación que pueda contribuir fructíferamente al estudio de los orígenes del
panteón del Clásico maya (Tiesler 2010). Por lo pronto, es factible que dicha configu-
ración alargada de la calota haya anticipado la identificación de las cabezas tubulares y
reclinadas (tabular oblicua pseudocircular) con el dios del maíz del Clásico, tal como
el mural de la barda norte de San Bartolo parece indicar (Saturno et al. 2005) (figura
23). En la escena mítica del Preclásico tardío que representa la investidura del dios
117
del maíz con sus insignias de poder sobrenatural. El protagonista luce atavísticamente
con atributos olmecas, reconocibles en las cejas flamígeras, la proyección del labio su-
perior y en la misma bóveda craneana, que se delinea chata, alta y saliente de la parte
superior (Tiesler y Rodríguez 2009).
Deseo concluir esta argumentación diciendo que la información proporcionada
por cráneos preclásicos en diferentes áreas del gran territorio maya muestra que,
en esta zona, el intercambio con los olmecas no sólo quedó plasmado en objetos y
estilos iconográficos, sino incluso en la forma misma de la cabeza de algunos de sus
habitantes. Como se ha argumentado, las cabezas artificialmente modeladas en forma
de pera deben haber anunciado significados profundos asociados con entramados
religiosos sincréticos y con potencias sobrenaturales propias de la zona. Al mismo
tiempo, la práctica de esta modificación, efectuada por las mujeres, permite distinguir
su papel distintivo al propagar la ideología y para conocer las diversas facetas de las
reinterpretaciones e inclusión de elementos tradicionales en la vida diaria.
Como se ha documentado en las series mayas preclásicas, parece que los significa-
dos sujetos a esquemas que se originaron en la zona del Golfo se perdieron en vísperas
del Clásico junto con la costumbre del modelado cefálico olmecoide (figura 24). A
partir del Preclásico tardío y terminal se percibe primero una disminución en el uso
de la variante tabular erecta pseudocircular u olmecoide y luego, en los primeros dos
siglos del primer milenio dC (Protoclásico), desaparece por completo del registro ar-
Figura 23. Escena mitológica del mural norte de San Bartolo, Guatemala
(dibujo de Mirna Sánchez, retomado de Saturno et al. 2005).
118
queológico, al menos según el estado actual del presente estudio. Su eventual reemplazo
por otras formas cefálicas marca un cambio en la costumbre que es muy significativo
al comparar la proporción de los tabulares erectos pseudocirculares del Preclásico con
los del Clásico (con p = 0.000 en el análisis de ji cuadrada). No es coincidencia que
esta sustitución ocurra durante un tiempo –el Preclásico terminal– que anuncia una
transformación idiosincrática y una identificación con nuevos emblemas sagrados.
70
60
50
40
30
20
10
%0
Preclásico medio Preclásico tardío Protoclásico Clásico temprano
Figura 24. Frecuencias de la modificación olmecoide en el registro maya preclásico, según las fases.
119
6. El modelado cefálico durante
el periodo Clásico
En el capítulo anterior se sentaron algunas bases para que en éste esbocemos las
tendencias geográficas y cronológicas de la plástica durante el Clásico. La sociedad
de este periodo muestra un cambio cualitativo en las relaciones sociales con respecto
al anterior (lo cual ya se veía desde el Preclásico tardío-terminal). Para esta época su
dinámica interna ya no está ligada casi exclusivamente a la organización intrafamiliar o
clánica, sino a un nivel que se sobrepone a las estructuras tradicionales de organización
social, reforzado por un aparato ideológico, administrativo y coercitivo, institucionali-
zado y centralizado con respecto al territorio político. Sus manifestaciones varían de
acuerdo con las condiciones regionales y locales subyacentes. En el caso del Clásico
en las tierras bajas, se manifiesta una organización de unidades políticas territoriales
relativamente pequeñas y fluctuantes conforme cambian las autoridades de turno y
sus vínculos políticos y familiares. Sus dirigentes están unidos entre sí por múltiples
lazos de parentesco, aunque la distribución de los poderes varía, como lo muestra la
revisión de las historias dinásticas en sus grandes centros (Martin y Grube 2008).
Las unidades mantienen cierta independencia cultural aunque parece compartirse la
etnicidad y el lenguaje, al menos en grandes secciones de su territorio (Lacadena y
Wichman 2002).
122
Cuadro 8 (continuación). Número (N) evaluable para cada región y cada fase cultural,
excluyendo resultados con N < 10 [N. A.]
123
Cuadro 9. Número (N) evaluable para cada región, subregión y horizonte cultural
excluyendo resultados con N < 10 [N. A.]
124
Cuadro 9 (continuación). Número (N) evaluable para cada región, subregión y horizonte
cultural excluyendo resultados con N < 10 [N. A.]
1998, 1999: 229-231). Se hablará acerca de los cambios que la costumbre sufrió en
cada región a lo largo del periodo Clásico y compararemos los presentes resultados
con aquellos obtenidos por otros autores (figura 25; cuadro 8). Algunos aspectos,
discutidos aquí desde una óptica regional, se retomarán después al hablar sobre los
patrones locales observados en los sitios de Copán y Xcambó. Cabe recordar que la
evidencia ósea que se ha reunido ahora para cada región es una suma de los datos
extraídos de los sitios y colecciones clásicas correspondientes, por lo cual es propensa
a sesgos introducidos por características particulares y tamaños de las muestras que
la conforman. Por ello, los resultados porcentuales sintetizados en el cuadro 8 no
deben aceptarse como valores absolutos sino sólo como tendencias que acercan a la
presencia, preferencias y giros históricos que se dieron en los territorios que demarcan
el mundo maya. Por la misma razón, se han excluido categóricamente resultados que
se fundamenten en menos de diez casos.
125
Golfo de México
Océano Pacífico
N
0 100 km
Figura 25. Mapa de distribución regional de preferencias en la apariencia artificial de la cabeza durante
el Clásico, expresadas en la proporción de modificaciones tabulares oblicuos vs. tabulares erectos.
126
Costa peninsular
El procesamiento estadístico global de las series costeñas del Clásico (cuadro 8) indica
que en las franjas costeras de Campeche, Yucatán y el norte de Quintana Roo, la
frecuencia de la práctica (81.7 % de cráneos modificados artificialmente) era similar
entre unas regiones y otras, a diferencia de las preferencias en la forma cefálica y las
modalidades técnicas para lograrla. La extensión de la práctica, aunque en declive,
refleja aquella observada tierra adentro, sobre todo durante la primera mitad del
Clásico. Aun así pueden notarse preferencias que se suscriben a la costa, como el
fuerte predominio de portes oblicuos (90.63 %) todavía durante el Clásico temprano
y otras tendencias que no encuentran paralelismo entre los residentes del interior de
la península (cuadro 8).
Bajando por la costa quintanarroense y beliceña, se incrementa notablemente la
proporción de los artificios cefálicos logrados con cunas, con el 75 % de los cráneos
clasificados como tabulares erectos (N = 16). La preferencia de los pobladores de la
costa oriental por la cuna compresora (tabulares erectos), parece anticipar los giros
que la práctica daría siglos más tarde con el colapso de las hegemonías clásicas en
el interior del mundo maya. Muestra de ella son las formas cefálicas clásicas de San
Gervasio por ejemplo. También las preferencias en la pequeña isla de Chac Mool,
frente a la biosfera de Sian Kaan, señalan exclusividad de la forma erecta ya en el
Clásico terminal (Márquez Morfín 2006: 224-226). Esta tendencia es menos clara
en los sitios costeños de Belice, como Ambergris (Glassman 1995: 74-77), Sarteneja
(Kennedy 1983) y Moho Cay (French 2010), de donde se describen variantes tanto
de los tipos tabulares erectos como de los oblicuos. De Colhá, localizado unos 20 km
dentro de la línea costera de Belice, provienen cinco cráneos documentados con mo-
dificación erecta y otro más con modificación oblicua, fechados todos para el periodo
Clásico terminal (Massey y Steele 1997).
Al menos durante el Clásico tardío y terminal, la modificación artificial del crá-
neo parece haber constituido una costumbre que estaba menos difundida entre las
comunidades de la riviera maya mexicana y beliceña. Esta tendencia se vislumbra
en los sitios de Ambergris Caye, en el norte de Belice, donde sólo 10 de 17 cráneos
evaluables (58. 82%) la ostentan (Glassman 1995: 74-77). Todavía más reducida es
la proporción de cráneos artificialmente modelados de Chac Mool, Quintana Roo.
En la porción de la serie del Clásico terminal, Márquez Morfín (2006: 224-226)
confirma solamente un 26.6 % de frecuencia (N = 79), una cifra que aparece muy por
debajo de aquellas de los sitios clásicos de Belice. Nos preguntamos si el resultado de
Márquez podría relacionarse, además de la reducida frecuencia de cráneos modelados,
con sus criterios de clasificación de presencia/ausencia (véase Duncan 2009 para una
discusión amplia).
127
En general, hacia la segunda mitad del Clásico, la costumbre del modelado cefálico
experimentó giros importantes en los territorios mayas frente al mar. Un cambio en
preferencias se nota no sólo en la costa oriental, sino también en el norte y oeste de la
Península. Entonces las cabezas infantiles ya no se imprimieron con el mismo grado y
en la misma cantidad que durante la primera mitad del Clásico. Las tabletas compre-
soras, que todavía a lo largo de este periodo se empleaban de manera casi generalizada
(90.63 % de tabulares oblicuos, con N = 32), se remplazan gradualmente por cunas.
Es cuando 30.81 % de los costeños ya luce una forma cefálica erecta. Este cambio es
significativo estadísticamente (con p = .022). El giro en preferencias de portes que
se dio a lo largo del primer milenio dC se acompañó de un gradual reemplazo de la
banda horizontal por una sagital.
En el Clásico tardío aparecen, además, nuevas variantes artificiales; aumenta la
diversidad de las siluetas cefálicas que los portadores costeños, de por sí, lucían. Sur-
gen alteraciones de la bóveda craneana en forma de cubo que cuentan con un importante
aplanamiento superior. Esta tendencia sigue vigente durante el Clásico terminal y, aunque
en menor grado, también durante la primera mitad del Posclásico. Posteriormente,
sólo permanece la modificación artificial erecta en el registro, predominando las va-
riantes intermedias y planooccipitales. Con ello, la tradición del modelado cefálico
costero va de nuevo a la par con la tradición posclásica tierra adentro, aspecto que
retomaremos en el siguiente capítulo.
Península de Yucatán
Dado el reducido número de casos (N = 80) para este territorio fue difícil establecer
cortes temporales significativos. Se analizará, por tanto, sus modalidades clásicas
globalmente. En conjunto, las preferencias se asemejan, a grandes rasgos, a las de sus
vecinos peteneros del sur. Cabe agregar que en el norte de Yucatán registramos los casos
más tempranos de modelado en Dzibilchaltún, y posiblemente en Xcan, para el Preclásico
terminal. En estos sitios se presentan la artificial oblicua intermedia, la pseudocircular, la
curvo frontal y la curvo occipital, variantes miméticas pseudocirculares; así como la
modalidad erecta en su forma plano frontal. Los tres ejemplos del Clásico temprano
(Uci, Aktún y Cacao) son tabulares oblicuos y proceden de contextos ceremoniales.
Del sitio Puuc de Chac, Yucatán, proceden seis ejemplares evaluables, de los cuales
dos exhiben una forma oblicua y uno más erecta. De las fases tardías se cuenta con
siete individuos (seis tabulares erectos y uno oblicuo pseudocircular), recuperados de
áreas céntricas de Dzibilchaltún, Komchén y Cobá.
128
Norte, oeste, este y sur del Petén
129
que va de 60 a 70 % y mantiene un grado promedio de ‘2.2’ en piezas modificadas.
Los resultados presentes son similares a las observaciones que López Olivares (1991)
realiza sobre la modificación cefálica en otra muestra esquelética de Uaxactún. Tam-
bién son consistentes con las modalidades de la costumbre en el sitio más al oeste
de El Perú Waká’ (Piehl 2004, 2006, 2008), donde cinco de seis cráneos evaluables
evidencian modificación artificial, la mitad de ellos en la forma erecta.
En general, interesa saber que las poblaciones del Petén presentan la modalidad
tabular oblicua en una proporción que va de 50 a 80% respecto a la tabular erecta (tono
gris medio en la figura 25). Esta relación parece haberse mantenido constante durante
el Clásico en los sitios que permiten una comparación entre el Clásico temprano y
tardío. En especial en El Petén central y en El Petén norte denotan proporciones
similares en todas las colecciones que pudieron analizarse, lo que manifiesta una
continuidad y homogeneidad cultural en los términos planteados para esta tradición
que son consistentes en principio con la continuidad fenotípica establecida con los
datos de morfología dental (Cucina y Tiesler 2008).
Ahora bien, de las anteriores difieren notablemente las modalidades del modelado
en la cuenca media y alta del Usumacinta al oeste, pues se lucía casi exclusivamente
la modificación tabular oblicua, materializando las angostas siluetas reclinadas que
conocemos de la iconografía de Bonampak, Palenque o Yaxchilán, donde este artificio
constituye prácticamente la única forma que exhiben sus retratos. En los territorios
que rodean el río Usumacinta se observa menos diversidad en las formas cefálicas que
en el resto del Petén al predominar cráneos fuertemente alterados en la modalidad
tabular oblicua en su variedad intermedia o extrema (tono gris obscuro en la figura
25), los cuales muestran además señas de constricción bipolar (pseudocircular). Otros
estudios refuerzan nuestro argumento sobre las tendencias. En una serie esquelética de
Palenque, fechada para el Clásico tardío, Javier Montes (2000) señala que 64 cráneos
(de N = 73) se encuentran modelados en la modalidad tabular oblicua o anular (sic) al
lado de sólo dos ejemplares con modificación tabular erecta. Andrew Scherer (2006,
2007, 2008) documenta para los sitios guatemaltecos El Kinel y El Tecolote (en la
cercanía de Yaxchilán), siete cráneos; todos se encuentran artificialmente modifica-
dos y pueden ser clasificados como correspondientes a tabulares oblicuos. También
en las dos series de Piedras Negras, una recientemente señalada por Lori Wright y
colegas (Scherer et al. 1999; Scherer y Wright 2001; Wright 1997; Wright y Witte
1998) y la otra estudiada por William Coe (1959), se observa un patrón dominante.
Al combinar las cifras, encontramos que 79.2 % de los cráneos evaluables presenta
efectos de modelado (N = 24). De éstos, casi 90 % luce la modalidad oblicua, algo
similar a la proporción identificada en la población de Palenque.
Aunque menos patente, la preferencia colectiva de modificaciones efectuadas con
aparatos cefálicos se extiende hacia el sur hasta el área de río La Pasión. Por ejem-
130
plo, 90 % de la población clásica de Altar de Sacrificios luce una cabeza modificada
artificialmente, con predilección por formas oblicuas. Similar a los habitantes de río
abajo, la proporción de los residentes clásicos de Seibal con modelado llega hasta
93.75 % (N = 32), del que se clasifica un 70 % como tabulares oblicuos. Aunque me-
nos contundente, el reporte de Wright (1990: 811) denota que casi todos los cráneos
estudiados de Dos Pilas manifiestan los efectos del modelado y señala un predominio
claro de la modalidad tabular oblicua.
Periferia sudeste
Además de algunos cráneos sin fecha asignada, procedentes del valle de Ulúa –todos
con modificación tabular erecta–, se tiene información regional de la modificación
únicamente de la ciudad prehispánica de Copán y sus alrededores (cuadro 9). Allí, la
modificación cefálica cultural está presente en 77.5 % de los individuos evaluables,
predominando la artificial tabular oblicua en sus variantes curvo occipitales y mimé-
ticas. Al parecer, las modalidades en técnicas y las formas constituían una tradición
particular de Copán, puesto que la distribución de las variantes difiere notablemente
de los patrones diversificados que encontramos en otros sitios mayas del horizonte
Clásico (véan Saul 1972; Tiesler 1998). La técnica mencionada, que en Copán ge-
neralmente reproduce modelados de grado mediano, probablemente implicaba la
aplicación de una tabla frontal, combinada con dos bandas occipitales, complemen-
tadas o no con una banda sagital. Se retomará esta discusión más adelante al hablar
de la posibilidad de una diferencia con los portes cefálicos de los grupos lenca (que
probablemente modificaban la cabeza de sus infantes en cunas compresoras). Con
base en otras evidencias arqueológicas se ha planteado que los lenca residían alrededor
de Copán e incluso poblaban algunas de sus áreas residenciales céntricas (Diamanti
1991). Desgraciadamente no fue posible hallar trabajos antropológicos de series hu-
manas hondureñas fuera el valle de Copán como para indagar las modalidades de la
práctica cefálica entre los lenca de Honduras.
Periferia oeste
En el lado opuesto del mapa regional se ubican los asentamientos al oeste del río
Usumacinta, aquellos que se insertan en las cuencas y montañas que encuentran su
saliente en el río Grijalva. En concreto, hacia las poblaciones aquí documentadas de
Toniná y Chiapa de Corzo en el oeste de Chiapas, donde se argumenta que habitaban
grupos étnicos de filiación mixe-zoque, se vislumbra un creciente predominio de las
formas erectas, muchas con separación de los lóbulos parietales, lograda mediante
bandas sagitales constrictoras. Estas preferencias, que se comparten con los sitios de
131
las tierras altas se vuelven más notables hacia la primera mitad de Clásico en Chiapa
de Corzo, y más tarde, hacia el cierre del mismo periodo, también en la región de
Toniná. Más al norte, hacia Comalcalco, en Tabasco, se observa que también predo-
minaban los modelados erectos (aunque allí sin bandas sagitales).
El porte cefálico erecto, que lucía la mayoría de los pobladores en las periferias del
área maya, contrasta notablemente con la apariencia de las formas reclinadas y pseudo-
circulares de la cabeza que se veían a tan solo unos cuantos kilómetros al este, es decir,
en Palenque y en general en las cuencas del Usumacinta. En vida, esta diferencia en
formas cefálicas debió haber sido muy visible en los territorios de contacto, al grado
de que es posible pensar que allí las formas cefálicas pudieron haber sido usadas para
anunciar la pertenencia étnica de sus portadores. Esta idea se sustenta en el conoci-
miento de que la frontera entre diferentes grupos lingüísticos corría, en este tiempo,
a lo largo del pie de monte chiapaneco. Ella también marcaba las fronteras culturales
entre los grupos ístmicos de lengua mixe-zoque, del ch’ol (Usumacinta) y del chontal,
hablado a lo largo de las planicies costeras de Tabasco y Veracruz; era una encrucijada
de grupos étnicos y poderes regionales, y a la vez un corredor de intercambio que, se
sabe, ganó en importancia para la sociedad maya hacia la segunda mitad del Clásico
( Justeson et al. 1985: 68-70; Lacadena y Wichmann 2002; Pallán 2009; Vargas 2001;
Wyllie 2002). Esta idea se retomará y será discutida en el Capítulo 7.
Tierras altas
Desafortunadamente, los restos humanos de las tierras altas disponibles para este
estudio son reducidos en número y cuentan con muy escasa información cronoló-
gica. Esto es particularmente cierto en el caso de las series guatemaltecas (Acul,
Kaminaljuyú, Zaculeu, Zacualpa, Cobán, Nebaj, Los Cimientos, Los Cerritos y
Chagüites). En 1995 estudiamos estos restos, que son en su mayoría el producto de
exploraciones arqueológicas llevadas a cabo por proyectos estadounidenses y franceses,
en el Museo de Arqueología y Etnología de Guatemala (para descripciones de los
contextos, véase Anexo II en Tiesler 1999). Solamente al incluir los resultados de las
series chiapanecas serranas colindantes se reconocen algunas tendencias generales
para el periodo que nos ocupa.
Como reflejan los valores desglosados en el cuadro 8, las poblaciones mayas
serranas solían emplear las cunas compresoras para efectuar el modelado cefálico
durante el periodo Clásico, preferencia que se vuelve común denominador desde el
Posclásico temprano. Esta tendencia es evidente, por ejemplo, en la población clásica
de Nebaj, actualmente ubicada en el departamento guatemalteco de El Quiché. Ahí,
un 64 % (N = 14) muestra modificación artificial que en todos los casos evaluables
resultó ser del tipo tabular erecto, en sus variantes intermedias y plano lámbdicas. A
132
unos cuantos kilómetros de Nebaj se encuentra Acul, un asentamiento grande que fue
excavado por la Misión Francesa (cemca) dentro del valle del mismo nombre. De allí
se contabilizaron 14 cráneos (seis fechados para el Clásico tardío y terminal y ocho
más para el Posclásico temprano) (véase también Gervais 1989). En todos los casos
con modificación artificial se observó, al igual que en Nebaj, la modalidad tabular
erecta en sus variantes intermedias y plano lámbdicas.
También T. Dale Stewart (1953: 296-297) constata la fuerte predilección de los
mayas serranos por formas erectas, en una serie cuantiosa de cráneos procedentes
de Zaculeu, fechados para las fases Aztzan y Chinaq (segunda mitad del periodo
Clásico). El 68.75 % (34 cráneos de N = 48) muestran modelado cultural. Al lado
de seis cráneos que Stewart describe como pseudocirculares y que bien podrían co-
rresponder a variantes oblicuas, existe un franco predominio de las variantes erectas.
El antropólogo señala que posteriormente (fases Qankyak y Xinabahul), se nota un
incremento en los grados de modificación y anota que las modificaciones erectas –que
llama “fronto-vértico-occipitales”– se vuelven la única modalidad del porte cefálico
en Zaculeu.
Por el reducido número de entierros fechados es imposible matizar las preferencias
y cambios que la práctica tuvo en las tierras altas (cuadro 8), más allá de constatar un
franco predominio de las modificaciones tabulares erectas. Esa preferencia por portes
erectos de la cabeza parece continuar a lo largo de la franja montañosa que comunica
las tierras altas de Guatemala con la depresión central de Chiapas y la depresión íst-
mica hacia Oaxaca, todavía más al oeste. Como ejemplo retomamos a los residentes
de Chiapa de Corzo durante el periodo Clásico, al oeste de Chiapas, todos los cuales
aparecen con modificación erecta en nuestra serie. En un estudio reciente de más de
cien cráneos, recuperados de la cueva de Las Banquetas, cerca de la comunidad tzeltal
de La Trinitaria, igualmente se constató un franco predominio de cráneos tabulares
erectos (Romano et al. 2011). En este caso se trata de un santuario prehispánico en
función a fines del Clásico (Rodríguez Betancourt y Sonora Paredes 1984).
Al lado del empleo casi exclusivo de las cunas compresoras con fines de modelado
cefálico, ya desde el periodo Clásico se nota la elevada aceptación que tenían las bandas
constrictoras sagitales en las tierras altas, donde un elevado 58.1 % de la población
mortuoria muestra surcos sagitales. En 8.8 % de los cráneos (todos procedentes del
valle de La Angostura en Chiapas), la constricción llegó a separar dramáticamente
los lóbulos parietales (variante bilobada) (figura 31). Interesa saber que los mayas
serranos parecen haber empleado las bandas sagitales mucho más que sus vecinos de
cuesta abajo durante el Clásico. Mientras tanto, los cráneos coetáneos de las tierras
bajas centrales muestran 23.6 % de surcos sagitales, aunque ninguno llega a una visible
separación bipolar al modo de los cráneos serranos. Tal parece que, desde la segunda
mitad del Clásico, las poblaciones serranas llegaron a asimilar el uso de bandas sagitales
133
fuertemente constrictoras que desde antes caracterizaba las prácticas de las poblaciones
ístmicas y veracruzanas, más al oeste (Comas 1969; Martínez de León 2007, 2009).
Comentarios generales
134
las relaciones horizontales entre los grupos, aspecto que se retomará más adelante. De
manera similar, los patrones morfológicos dentales (Cucina y Tiesler 2008) dan fe de
las dinámicas poblacionales abiertas y la continuidad ocupacional dentro del corredor
petenero. Ambas visiones (la morfología cefálica y dental) ofrecen miradas alternas
también sobre la naturaleza cambiante del paisaje político. Confirman el panorama
de la epigrafía que delinea las esferas hegemónicas de las tierras bajas como entra-
mados fluctuantes y esencialmente inestables, a la vez que sus grupos protagónicos
intentaban imponerse sobre una organización social tradicional que no se adhería a
territorios concretos (Martin y Grube 2008).
En lo meramente ideológico, pensamos que las diferentes modificaciones de las
cabezas que se infieren a partir del registro esquelético deben haber desempeñado
funciones emblemáticas en sus portadores, tal como se ha propuesto en capítulos an-
teriores, posiblemente fungían como señal visible de identificación con las potencias
sagradas (García Barrios y Tiesler 2011). Podría pensarse que trataban de emular a los
dioses tutelares que velaban por el bien de las familias y las comunidades, o a los que
constituían objeto de veneración dentro de los sectores del grupo. Más allá de estas
reflexiones, que además son hipotéticas, es complicado en este momento establecer
asociaciones concretas entre los distintos portes cefálicos, exhibidos en las comu-
nidades mayances del Clásico, y las deidades referidas en el Capítulo 2 (con la sola
excepción de los aplanamientos superiores que guardan semejanzas con el porte del
Dios L, elemento que se retomará en el Capítulo 7). También es prematuro intentar
dar fe de los mecanismos que en su momento medían o justificaban la selección de las
formas cefálicas entre los practicantes, tarea que aún espera el examen en contextos
concretos del mundo maya o mesoamericano en general.
Por último, los resultados señalan que las preferencias de las zonas del Petén
por las formas cefálicas artificiales difieren notablemente de aquellas que se dan a lo
largo de la cuenca del río Usumacinta, al oeste. Esta observación cobra importancia
nuevamente al reconocer las formas cefálicas más reproducidas en los retratos del
panteón de los dioses. Al respecto, cabe preguntarse si las discrepancias entre el oeste
y el este/norte de las tierras bajas pudieron expresar una divergencia cultural más
profunda, vinculada quizá con diferencias lingüísticas o ideológicas, interpretación
que parece muy factible considerando la diversidad y la extensión de la geografía
cultural que presentan las tierras bajas mayas durante el periodo Clásico. La idea de
separación cultural encuentra sustento en otros tipos de expresiones, como el habla
y las convenciones estilísticas, cuyas distribuciones geográficas siguen la de los tipos
cefálicos –i.e. tabulares oblicuos en la cuenca del Usumacinta y la variedad en técnicas
a lo largo del corredor petenero que va de norte a sur (véase, por ejemplo, Kettunen
2005: 182-186). Concretamente, Alfonso Lacadena y Soeren Wichmann (2002) han
reconstruido recientemente una línea lingüística divisoria entre territorios de habla
135
ch’olan occidental y oriental. Esta frontera virtual, paralela al río Usumacinta, debió
haberse localizado en algún lugar al oeste de la región de Petexbatún, con lo cual se
borraron las diferencias en el habla entre ambos lados en el área de la cuenca del río
La Pasión, al sur. Ahora bien, la cartografía cultural y lingüística sigue sorprendente-
mente delineada por las preferencias en formas cefálicas, lo que hace patente el valor
étnico agregado de la modificación craneal y su potencial para rastrear e interpretar las
dinámicas poblacionales y culturales, que en su momento subyacían en el desarrollo
de la antigua sociedad.
Hasta este punto se han mostrado las tendencias regionales en el desarrollo pre-
hispánico del Clásico. Conviene puntualizar ahora sobre tres aspectos sociales de
especial relevancia para el tema capital de este trabajo, i.e. su importancia en el seno
familiar, el papel de las practicantes y los lactantes cuyas cabezas se comprimían. Estos
aspectos remiten a la dimensión local de la tradición modeladora, cuyas dinámicas
quedaron patentes en el registro arqueológico al distribuir sus huellas según el patrón
de asentamiento interno.
Desde esta óptica, la distribución interna, local, de las formas cefálicas culturales
adquiere importancia al echar una mirada sobre las formas de reproducción de la
vida cotidiana, sobre las tradiciones de las familias, los clanes y quizá de los linajes.
Estas formas de reproducción debieron estar relacionadas, a su vez, con la movilidad
y residencia de los portadores de los artificios cefálicos y el parentesco entre sus
practicantes (Tiesler 1998, 1999).
Las condiciones para evaluar la distribución de la modificación cefálica entre las
unidades habitacionales de un mismo asentamiento fueron mejores en la muestra
de Copán y de Xcambó, debido a que cuentan con colecciones óseas amplias bien
documentadas, además, la distribución equilibrada entre sexos y rangos de edad en
cada conjunto parecían representar bien a la población local. He complementado estos
estudios, ya publicados hace años y cuyos resultados se resumen en esta obra (Tiesler
2005), con un acercamiento de género y edades, presentados a continuación.
Practicantes y portadores
Hay que recordar que la modificación cefálica sólo es practicable durante la primera
infancia y, en menor grado, durante la segunda, señalando de manera natural el rango
de edad implicado. Las referencias coloniales alegan que el proceso de compresión se
136
iniciaba a los pocos días de nacido, y se prolongaba algunos meses o hasta dos años.
Dentro de este rango resulta problemático determinar la duración exacta del proceso,27
por la posible mortalidad elevada como resultado de la práctica y las dificultades in-
herentes al asignar un grado de modificación precisa en cráneos de primera infancia,
tal y como se ha mencionado anteriormente.
Aún así, es posible constatar algunas tendencias en el manejo de la práctica,
gracias a la información que brinda la expresión del surco poscoronal detrás del
bregma, el cual connota una compresión de la calota que perdura más allá del cierre
de la fontanela anterior, según se había planteado (Tiesler 1999). Debido a que en
96 % de los infantes la fontanela está obliterada al terminar el segundo año de vida
(Scheuer y Black 2000), la presencia del surco posbregmático denota que el proceso
se prolongaba más allá de esta edad.
Al comparar los promedios de expresión del surco, sólo en tabulares erectos en la
muestra global, se evidencia un incremento gradual entre las muestra del Preclásico
(‘.35’) y el Posclásico (‘.67’), con un valor de ‘.53’ en la muestra clásica. Con la relación
cronovital que acabamos de establecer, este incremento de expresión poscoronal –que
además es independiente de los giros en preferencias técnicas y formales en el área
maya– habla de una gradual prolongación del método, desde el Preclásico hasta el
Posclásico.
En segunda instancia, interesa el perfil de los practicantes de la costumbre. Con
esto se expone la importancia de la transformación cefálica como posible marcador
de género, de pertenencia familiar y comunitaria, y quizá hasta de oficio, aspectos
que identifican los papeles organoplásticos y de uso cotidiano de la costumbre de la
transformación cefálica.
Particularmente, la premisa, fundamentada en la información iconográfica e
histórica, de que fueran mujeres de segunda o tercera generación quienes estaban a
cargo de imprimir la forma deseada en las cabezas de los niños permite conocer la
vida ritual colectiva desde un ángulo poco explorado hasta el momento: la perspectiva
femenina y su participación en el fomento ideológico transgeneracional de grupo e
identidad, instrumento para la etnogénesis y el cambio social. En el registro histórico
se refiere a las madres y parteras como las encargadas de la transformación de la cabe-
za, no obstante, en la iconografía figuran ancianas como practicantes –retratadas con
arrugas, verrugas y dientes faltantes– (figura 13). De acuerdo con lo asentado sobre
el curso de vida prehispánico, podrían haber sido las parteras, madrinas, abuelas u
otras allegadas de la tercera edad quienes se encargaban de los arreglos de la cabeza.
Es importante señalar que la mayoría de las figurillas se usaban como silbatos.
Puesto que estos objetos acompañaban frecuentemente los entierros prehispánicos in-
27
Sólo se tomaron en cuenta las piezas no infantiles.
137
fantiles (Welsh 1988), quizá los arriba descritos fueron empleados en alguna ceremonia
celebrada en honor al infante. Desafortunadamente, la falta de información sobre la
procedencia exacta de las figurillas limita las posibilidades de efectuar inferencias.
En cambio, la comparación entre los sexos de las muestras en la costumbre del
modelado cefálico es revelador ya que permite dar respuestas a preguntas como: ¿mo-
delaban las madres con el mismo cuidado, las mismas técnicas y el mismo aparato la
cabeza de su bebé, fuese mujer o varón? Aunque no sea posible consultar el registro
de individuos infantiles según su género –por las dificultades inherentes para deter-
minar el sexo en subadultos– se puede indagar sobre diferencias factibles en el trato,
estudiando aquellos individuos que lograron llegar a la etapa adulta. Aquí se valoran
los patrones de distribución sexual de acuerdo con la presencia, las características
formales y técnicas de la práctica, para posteriormente retomar este parámetro al
interpretarlo culturalmente.
Los resultados de esta comparación indican que la costumbre involucraba a ambos
sexos prácticamente por igual; no obstante, su expresión se halló ligeramente mayor
en la muestra femenina (Tiesler 1998: 122-123) (cuadros 10 y 11). El grado de mo-
dificación en los cráneos modificados es de ‘1.92’ en los hombres y de ‘1.99’ entre las
mujeres. Las técnicas se distribuyen equitativamente en ambas muestras menos en la
categoría de variantes miméticas, que presenta un ligero predominio femenino.
Esta aparente igualdad apunta a que no existía discriminación por género en las
maniobras sobre la cabeza, al menos en la muestra general (sin embargo, véase el
caso de Copán, Honduras, o sureste del Petén en Tiesler y Cucina 2008). La cabe-
138
za femenina debía protegerse de la misma forma que la del varón; debieron ser los
mismos auxilios a los que había que recurrir al modificar las pequeñas calotas. Esta
conclusión, sorprendente a primera vista, quizá encuentra una explicación en el hecho
de que aún eran lactantes los individuos sometidos a la práctica; esta edad antecedía
a la niñez e incluso a la calidad de “persona” y, con ella, a las distinciones de género
que adquirían mayor peso conforme se acercaba la pubertad.
Ahora se analizarán las modalidades de la práctica en el seno familiar median-
te dos estudios de caso. El primer ejemplo remite al centro primario de Copán en
Honduras, y el segundo a Xcambó, un pequeño enclave portuario en el norte de la
costa de Yucatán. Ambos asentamientos cuentan con una población que data, en su
mayoría, del Clásico tardío, fase en la que se centra nuestra evaluación.
139
variante mimética. Esta forma, que dentro de la muestra de Copán resulta del apla-
nado frontal –con un plano de compresión occipital inferior y otro lámbdico– estuvo
presente, con o sin contención lateral, en 49 de los cráneos modificados. Similar a los
cráneos de Xcambó, que igualmente exhiben una predilección por formas miméticas,
las superficies aplanadas en combinación forman un plano posterior que aparece,
paralelo a la línea frontal, al observarse en perfil. Se nota una inclinación general
hacia atrás, lo cual indica que el medio de compresión fue un aparato cefálico similar
al que se muestra en las figuras 12-1, 12-5.
Un 10 % adicional de los cráneos fue definido como tabular oblicuo en sus va-
riantes extrema, intermedia, curvooccipital o paralelepípeda. Dos cráneos, clasificados
como extremos, representan las modificaciones más fuertes de la muestra.
El empleo de cunas para lograr los modelados dio como resultado el aplanado
erecto en otros 17 cráneos, que constituyen el 23.61 % de los especímenes clasificables.
Las cunas produjeron modificaciones morfológicas menos severas, en comparación
con otros aparatos cefálicos. Mientras que las variantes miméticas y el tipo erecto
muestran en la parte superior del cráneo la impresión de las bandas que unen las partes
anterior y posterior del aparato cefálico, en esta colección, las bandas de contención
bilateral (pseudocircular) son usadas sólo en las formas tabulares oblicuas. Cuando
se compara la presencia de cada técnica, los patrones de modificación resultantes son
similares a los hallados en otros sitios de las tierras bajas mayas del periodo Clásico y
difieren marcadamente de los patrones del periodo Posclásico.
Al comparar a los individuos adultos según el sexo, no se notó ninguna preferencia
clara en términos de técnica o tipo de moldeado (comparación entre proporciones,
p = 0.841). En términos de presencia, sin embargo, parece haber una distinción, ya
que los hombres parecen ligeramente más propensos a ser objeto del procedimiento
en su infancia en comparación con las mujeres (ji cuadrada p = 0.063). Aunque el
pequeño tamaño de la muestra afecta la significancia de los resultados estadísticos,
estas últimas frecuencias probablemente indican una preferencia por los infantes
masculinos en esta costumbre.
Los patrones de distribución fueron trazados de acuerdo con el tipo de residencia,
localización y –en el caso del Grupo 9N-8– también con el número de patio. Los
resultados revelan tendencias interesantes. Apuntan hacia disimilitudes en la presencia
y las técnicas usadas entre los residentes de la periferia de Copán, donde la modifi-
cación parece haber sido poco común con cierta predominancia del tipo erecto; las
residencias centrales de tal lugar presentan un fuerte predominio de formas miméticas.
Interesa remarcar que los dos únicos tipos artificiales disponibles del centro cívico
fueron producidos mediante cunas.
En los Patios A, B y C del Grupo 9N-8 hay una marcada preferencia por las
formas miméticas del tipo oblicuo, mientras que el tipo erecto está ausente. Esta
140
distribución contrasta con la observada en el Patio D, donde sólo uno de los catorce
cráneos examinados mostró la variante común al resto de los patios. Aunque no hubo
análisis estadístico debido a la falta de una muestra de tamaño adecuado, la proporción
indica una tendencia que es consistente con otra información arqueológica de este
conjunto, la cual será discutida después.
Puede pensarse que la distribución artificial de la modificación cefálica dentro y
en los alrededores de Copán ayudó a revalorar su papel en los contextos residenciales
y familiares. Interesa que los patrones de distribución internos de la práctica revelen
diferencias notables entre las modificaciones preferidas en las afueras de la urbe y
aquéllas que prevalecieron en los espacios habitacionales de su interior. También se
consideraron los resultados del interior del Grupo 9N-8 de Las Sepulturas en Copán.
Estas observaciones son consistentes con las externadas por otros autores (Diamanti
1991; Gerstle 1985; Hendon 1987), quienes concluyen en sus investigaciones que una
población foránea, quizá relacionada con los lencas del interior de Honduras, pudo
haber habitado el Patio D en el Grupo 9N-8 durante el periodo Clásico tardío.
En particular, los Patios A, B y C del Grupo 9N-8, considerados áreas residenciales
pertenecientes a los miembros en la cima de la estructura social de Copán, muestran
una marcada preferencia por el común moldeado mimético oblicuo y la ausencia del
tipo erecto, lo que contrasta con lo observado en el Patio D, supuestamente habitado
por extranjeros. Aunque no necesariamente relacionado con las distinciones jerárquicas
de estatus, estas observaciones revelan que las formas cefálicas artificiales son impor-
tantes indicadores culturales en la medida en que manifiestan condiciones distintivas
en la reproducción social cotidiana, asociadas con lugares y residencias y, por lo tanto,
con las esferas de acción interfamiliar; quizá también señalan distinciones en linaje,
descendencia y afiliación cultural, tal y como lo proponen Diamanti (1991), Gerstle
(1985) y Hendon (1987, 1991).
141
ficados en la modalidad oblicua ostentaban resultados formales que van de severos a
extremos. También importa saber que todas las osamentas fechables con modelado
erecto datan del Clásico tardío, siete cráneos con aplanamiento superior (variante
paralelepípeda) pertenecen a dicho periodo. Esta forma se propaga desde las franjas
costeras de Veracruz y Tabasco a lo largo del litoral peninsular hasta Copán (Capítulo
7), dinámica que induce a dudar que los portadores de cráneos erectos o con aplana-
miento superior sean realmente locales. En general, la frecuencia de los artificios en
la población entre el Clásico temprano y el tardío desciende un 10 %, siguiendo el
patrón observado también en otros sitios costeros.
Las configuraciones erectas resultan del empleo de la cuna compresora, en tanto
que los modelados más comunes son producto de la combinación de tablillas y bandas
compresoras. Destaca la cuasi ausencia de lesiones suprainianas, en parte condicionada
por el reducido uso de la cuna. En 44 de 169 casos (26.05 %) se utilizaron bandas
sagitales, además de vendas circulares que actuaban conjuntamente con las tablillas
compresoras. La poca presencia de las modificaciones erectas y la franca predilección
por los aparatos cefálicos en la realización del modelado cultural –sobre todo en la
primera fase de ocupación– manifiesta las particularidades regionales de la costa norte
de Yucatán durante el Clásico (Tiesler 1999), donde el predominio de las variantes
cefálicas oblicuas persiste hasta principios del Posclásico. De esta forma, los cánones
técnicos en el pequeño puerto manifiestan, más que en Copán, que el procedimiento
predominante constituía una tradición estandarizada, sobre todo durante el periodo
Clásico temprano. Otros sitios grandes del Clásico, como son Calakmul, Palenque y
el mismo Copán, presentan, en cambio, un patrón mucho más diversificado (Tiesler
1999).
El grado de estandarización se hace aún más patente al comparar las frecuencias
locales de diferentes variantes del modelado entre los adultos y aquellos que no habían
alcanzado la adolescencia. Así se puede partir de la premisa de que los individuos
infantiles (por debajo de los diez años), debieron representar las preferencias de porte
cefálico en la población local mucho más que la porción adulta de sus habitantes, que
había podido migrar en algún momento de su vida. Para examinar esta idea, se con-
frontaron la presencia y frecuencia de una serie de preferencias técnicas en las formas
de la cabeza de los infantes de Xcambó, con los individuos adolescentes y adultos
(cuadro 12). Los resultados muestran disparidades estadísticamente significativas
(ji cuadrada) entre las frecuencias de las modalidades que se dan durante el Clásico
tardío. Ello se nota al comparar la población infantil (hasta los diez años de edad a
la muerte) con la población adolescente y adulta (mayor a los diez años de edad a la
muerte). Igualmente hay una discrepancia, aunque menos marcada, entre los portes
que lucen los hombres y las mujeres durante este tiempo (con p = 0.05) (cuadro 12)
(véase también Tiesler y Cucina 2010).
142
Todo ello hace pensar que individuos foráneos (adultos, quizá familias jóvenes
sin hijos), llegaban para vivir y morir en Xcambó, dejando patente su origen cultu-
ral y geográfico en la forma de su cabeza. Por ejemplo, aquellas personas que lucían
aplanamientos superiores de su cabeza podrían haber inmigrado, pues se piensa que
estas formas eran muy difundidas en la franjas costeras de Veracruz durante el Clásico
(Romano Pacheco 1973; Martínez de León 2009). Similar al caso de Copán resulta
el de Xcambó, pues hay evidencias que hablan de la pronta asimilación, o en todo
caso, de la pérdida de las costumbres cefálicas autóctonas entre las mujeres foráneas
recién integradas a esta zona, debido a que no hay niños que luzcan los aplanamientos
superiores.
Hablando de la fracción femenina del asentamiento, destaca que las mujeres exhi-
ben un incremento de las formas erectas, con más de 40 %, en contraste con 20 % de
los hombres (diferencia significativa), así como en el uso de la banda sagital (también
significativa) (cuadro 12). Merece una reflexión particular el hecho de que los cambios
manifiestos dentro del grupo femenino no se reflejen en los patrones que se aprecian
en los infantes; si por un lado las diferencias significativas indican que fueron indivi-
duos de ambos sexos los que introducían formas ocasionalmente ajenas al sitio (como
el modelado erecto o el paralelepípedo), por otro lado habríamos esperado encontrar
menores diferencias con los infantes. Es así como estas condiciones sugieren que las
madres recién llegadas al sitio no empleaban en su progenie los métodos y las técnicas
que ellas mismas habían recibido durante su infancia. Es difícil hacer inferencias en
este punto sobre las razones específicas y las circunstancias en que se adoptaban los
denominadores comunes del modelado cefálico en Xcambó, pero es factible pensar
que las mujeres foráneas aceptaran que familiares o comadres oriundas del lugar o
sus alrededores les indujeran en los modos locales de manipular la cabeza de sus
lactantes.
Por último, el cuadro 13 presenta los valores directos de la comparación entre
el Clásico temprano y el tardío. Ésta afianza la idea, expresada líneas arriba, acerca
de los cambios en la costumbre local durante el Clásico. En primer lugar, disminuye
(aunque solo relativamente) la frecuencia de la práctica, ya que tanto los grupos de
adolescentes/adultos como los individuos femeninos y masculinos presentan una
disminución significativa de la plástica, lo que permite afirmar la introducción de
nuevas formas y técnicas en los infantes, al menos en lo que concierne a las variantes
no miméticas. Al mismo tiempo, nuevas técnicas, probablemente arraigadas en otras
regiones, entraron en el sitio pero al parecer no fueron adoptadas totalmente, como
demuestran las tendencias que observamos en la forma paralelepípeda, erecta y en
las aplicaciones de banda.
En conjunto, las tendencias de las prensas cefálicas que se han trazado en este
trabajo inducen a observar, en un plano poblacional y étnico, los cambios económicos
143
Cuadro 12. Presencia de rasgos en Xcambó –según las fases cronológicas– de acuerdo con
la edad, el sexo y valores de significatividad
Clásico temprano
Infantes Adolescentes/adultos
% N % N p
Frecuencia 94.4 18 94.4 36 p = 1.000
Banda 55.6 9 64.7 17 p = .6482
circular
Banda 0.0 7 26.3 19 p = .1310
sagital
Oblicuo/ 90.9 11 94.7 19 p = .6855
erecto
Mimético/ 100 12 84.2 19 p = .1475
resto
Paralelepípe- 0.0 12 0.0 19 p=1
do/resto
Femenino Masculino
% N % N p
Frecuencia 100.0 12 95.0 20 p = .4313
Banda 62.5 8 66.7 9 p = .8576
circular
Banda 37.5 8 22.2 9 p = .4902
sagital
Oblicuo/ 100 7 90.9 11 p = .4117
erecto
Mimético/ 66.7 9 100 9 p = .0578
resto
Paralelepípe- 0.0 9 0.0 9 p =1
do/resto
144
Cuadro 12 (continuación). Presencia de rasgos en Xcambó –según las fases
cronológicas– de acuerdo con la edad, el sexo y valores de significatividad
Clásico tardío
Infantes Adolescentes/adultos
% N % N p
Frecuencia 89.5 76 73.2 164 p = .0043
Banda 31.8 22 7.9 76 p = .0036
circular
Banda 13.0 23 33.3 87 p = .0567
sagital
Oblicuo/ 97.3 37 72.6 73 p = .0019
erecto
Mimético/ 68.8 32 73.5 68 p = .6195
resto
Paralelepípe- 0.0 32 10.3 68 p = .0598
do/resto
Femeninos Masculinos
% N % N p
Frecuencia 70.8 72 75.6 78 p= .5059
Banda 5.4 37 8.6 35 p = .5974
circular
Banda 52.6 38 18.6 43 p = .0013
sagital
Oblicuo/ 56.3 32 81.3 32 p = .0310
erecto
Mimético/ 43.3 30 55.2 29 p = .3632
resto
Paralelepípe- 13.3 30 10.3 29 p = .7227
do/resto
145
Cuadro 13. Valores de significatividad de las pruebas de la ji cuadrada entre las categorías
de sexos y edades del Clásico temprano y tardío
y sociales relevantes que ocurrieron entre las dos fases ocupacionales de Xcambó.
Éstos se hicieron patentes también en los productos que utilizaban los habitantes del
lugar –como vajillas de cerámica y materias primas importadas al sitio–, como aduce
Sierra (2004) al hablar de la transformación y aumento de las esferas de intercambio
a media y larga distancia (véase también Jiménez Álvarez 2002), especialmente hacia
las costas al oeste de la península de Yucatán.
Comentarios generales
La información suministrada por los restos craneanos de los sitios de Copán y Xcambó
resultó ser un testimonio material de las relaciones interétnicas, familiares y hasta
de género y crianza. Su comparación a través de las muestras coetáneas de cráneos
permitió, además, trazar diferencias vinculadas tanto con su centralidad como con
las dinámicas que guiaron su desarrollo.
Mientras que en Copán la plástica denota variedad y al mismo tiempo continui-
dad a lo largo del Clásico, en Xcambó parece que la tradición de modificar la forma
de la cabeza pierde importancia, ligeramente, hacia la última fase, al tiempo que se
hace visible que la modificación tabular erecta, y en particular aquella lograda con
aplanamiento superior, venía de afuera del área. Sin embargo, como es de esperarse,
son menos variadas las técnicas autóctonas de Xcambó que aquellas que se ven en
la urbe de Copán, lo cual confirma que su organización social y población era más
homogénea. En el caso de Copán, los patrones observados parecen tener relevancia
directa como indicadores étnicos al coincidir con las conclusiones de las investigaciones
de la cultura material, las cuales subrayan las diferencias culturales dentro de sus áreas
residenciales y sus alrededores. A pesar de las limitaciones que implican los amplios
146
periodos cronológicos y el pequeño tamaño de la muestra, considero que los resultados
refuerzan y se añaden a conclusiones previas acerca de la sociedad estratificada y quizá
multiétnica (Diamanti 1991; Fash y Agurcia 1991; Hendon 1987).
En la comparación entre sexos, este estudio demostró en principio que tanto el
femenino como el masculino presentaban las mismas modalidades de modificación
cefálica, debido a que ninguna forma o técnica era exclusivamente exhibida por al-
guno de ellos. A diferencia de Xcambó, en Copán los niños estuvieron sujetos a la
modificación artificial de manera más frecuente que las niñas, denotando una ligera
desigualdad en el trato.
Asumiendo que la práctica y su diferencia genérica deben reflejar un estadio en el
ciclo de vida de un individuo y su correspondiente papel en la familia y la sociedad local,
las diferencias observadas, de acuerdo con el sexo de los infantes, demandan respuestas.
Se sabe o se supone que las personas que se encargaban de practicar la modificación
debieron haber sido mujeres, sin que hayan sido exclusivamente las madres, ya que las
fuentes históricas y la iconografía maya frecuentemente muestran féminas maduras
en escenas de modificación infantil (Tiesler 1999). Posiblemente estas mujeres que
asistían a las madres en este arriesgado procedimiento fueran parientes cercanas o
parteras (Cobo 1893: 175; Landa 1982 [~1566]: 254).
Para realizar este procedimiento durante los primeros años de vida, los niños
debieron haberse criado dentro de una esfera casi exclusivamente femenina. Cada
mujer practicante debió usar habilidades transmitidas a través de largas tradiciones
familiares. Este escenario puede explicar por qué las muestras de hombres y mujeres
parecen estar afectados de manera semejante en Copán y Xcambó, al mismo tiempo
que enfatiza la importancia cultural del proceso de modificación.
En el caso de Copán, el hecho de que los hombres y las mujeres mostraran una
diversidad similar y la prevalencia de los tipos de modificación cefálica brindan impor-
tantes indicios para entender la organización residencial. Asumiendo que la costumbre
fuera transmitida a través de la línea femenina en una sociedad que dividía tareas y
ocupaciones de acuerdo con el sexo, la presencia recurrente de diferentes técnicas en
cada complejo doméstico sugiere la coexistencia de varias tradiciones de modificación
cefálica dentro de los espacios residenciales urbanos. Dado que la práctica se relaciona
con el género, la distribución de las técnicas debe estar relacionada con los ámbitos
femeninos. En esta línea de pensamiento, y asumiendo que existía un continuum en-
tre el espacio de los vivos y el de los muertos, la heterogeneidad debe estar asociada
con la corresidencia de mujeres provenientes de diferentes linajes, sugiriendo una
organización patrilocal más que matrilocal de las familias extensas, aspecto que ha
sido explorado también desde otros puntos de vista en el sitio (Diamanti 1991) y se
confirma en el ámbito prehispánico mesoamericano en general, para el cual se propone
147
una estructura patrilineal y virilocal, anclada en la residencia dentro de comunidades
y barrios (Robichaux 2001, 2002).
148
Figura 26. Escena de corte de Palenque (dibujo de M. Sánchez de Greene 1991).
149
Ahora bien, los resultados, desglosados en los cuadros 11 y 12, indican cánones
que no discrepan de los portes del resto de la población. La proporción entre tabu-
lares oblicuos y tabulares erectos es de 50 %, y hasta por debajo del índice general en
el caso del Clásico. La extensión de la práctica llega a 88 %, con un grado promedio
de ‘1.928’, nuevamente similar a los patrones que exhiben los sectores populares. Por
tanto, es posible constatar que la prevalencia, al igual que la distribución de formas,
asemeja las pautas que ya se han establecido para el resto de la población de su tiempo
y área, aunque se carece de casos adicionales como para confirmar esta observación
para las categorías de alto estatus que nos ocupan (cuadro 14).
Se ha comparado directamente el índice de estatus promedio para cada tipo
de modificación cefálica. Mientras que las plásticas tabulares erectas establecen un
promedio de ‘0.982’ (N = 257), las tabulares oblicuas, que la literatura identifica con
los dignatarios de las cortes mayas del Clásico, se asocian con una cifra de ‘0.899’
(N = 449). Este valor incluso está por debajo del promedio en las modificaciones
erectas y reprueba cualquier intento por asignar exclusividad a las cabezas reclinadas
y tabulares del Clásico. Lo mismo ocurre en principio con el criterio de presencia
de modificación (con un promedio de ‘0.913’, N = 1 000) o ausencia (con ‘0.875’, N
= 206). Tampoco los grados de modificación brindan elementos para decir que hay
mayor estatus a mayor pronunciación de la plástica.
También a nivel local prevalecen modalidades que no discriminan entre miem-
bros de diferentes sectores sociales. Esto se confirma en el caso de Copán, Honduras,
donde se esperaría encontrar discrepancias en las formas y grados de modificación
entre individuos de diferentes niveles sociales, según la jerarquía que plasman el sitio
y sus sectores. Los resultados identifican seis contextos de estatus elevado (> 1: III-1,
XVII-33, IV-4, IV-10, IV-16 y V-4); de éstos, la mitad fue determinada “sin modi-
ficación”; de los tres restantes, dos mostraron la forma tabular oblicua y el otro fue
modelado en una forma erecta. Desafortunadamente esta información no puede ser
usada para inferir algún tratamiento diferencial por estatus. Resulta interesante, sin
embargo, que cuando los cráneos son agrupados de acuerdo con la presencia/ausencia
de ofrendas funerarias asociadas (‘0’/’ > 0’), la presencia y el tipo de modificación no
difieren significativamente (p = 0.936 y p = .873, respectivamente).
Ante todo lo expresado, hay que recalcar que se carece de pruebas para suponer
que la modificación cefálica o sus tipos genéricos hayan desempeñado un papel como
marcador de la posición social, conclusión que confirman los resultados de las fases
anteriores a la investigación (Tiesler 1998). Interesa saber que la asimilación de las
formas cefálicas populares por parte de la aristocracia maya es distinta a la documen-
tada en la civilización andina (Torres-Rouff 2002; Yépez Vásquez 2006, 2009).
La aparente igualdad de clases al modelar la cabeza infantil en la forma deseada
sorprende a primera vista, a sabiendas de la importancia que tenían otros atributos
150
Cuadro 14. Distribución de formas y grados de modificación en las cabezas de élite maya del Clásico
3005 (D/A-1) Dzibanché F ADU/ADM (35-55 a.) 5 Tabular oblicua mimética 1.25
151
3010 (K/A-1) Dzibanché M ADM /ADV (mayor a 45 a.) 5 Tabular erecta intermedia 0.5
Cuadro 14 (continuación). Distribución de formas y grados de modificación en las cabezas de élite maya del Clásico
152
Entierro/ Sitio Sexo Rango de edad Puntaje Tipo de Variante Grado
Nombre estatus modificación
3004 (D/B-2) Dzibanché M ADU (40-45 a.) 4 Tabular oblicua 3?
intermedia
E-2 (sur) Dzibanché M ADJ (25-35 a.) 5 Tabular oblicua mimética 2
“Testigo Cielo”
E-2 (norte) Dzibanché M ADJ/ADU (25-45 a.) 4
153
7. Transformaciones hacia el periodo Posclásico
y la Colonia
Al final del Clásico, los pobladores de las tierras bajas centrales y las del sur experimen-
taron cambios sociales irrevocables a lo largo de una desintegración gradual que duró
décadas, incluso siglos. El ocaso del Clásico encuentra su expresión en el registro ma-
terial: disminuye la construcción y erección de estelas, hay despoblamiento y reemplazo
poblacional, actos de vandalismo y destrucción y finalmente, abandono de territorios
inmensos en el interior del Petén. Estas transformaciones se hacen patentes primero
en los centros cívico-ceremoniales, mientras que las áreas residenciales continúan
ocupadas. En general, se percibe un declive constante de la población que concluye
con el abandono del área durante la primera mitad del Posclásico. Las poblaciones
que habitan en las áreas del norte y este de la península son menos afectadas, pues la
ocupación no es interrumpida, como muestran los desarrollos regionales de la zona
Puuc y de muchos asentamientos costeros (Sharer y Traxler 2006).
Se han planteado muchos factores para explicar el llamado “colapso” a fines del
Clásico. Se alegan causas únicas y múltiples, internas y externas, bioambientales y
sociales, cuya discusión rebasa el marco de esta obra. Basta plantear que el devenir
del Posclásico estuvo acompañado de migraciones importantes, dirigidas hacia el sur
y el norte de la península.
El intercambio marítimo desarrolló una significación que llegó a manifestarse
en las influencias intelectuales y materiales foráneas, tanto en las zonas costeras
como tierra adentro. Muchos autores interpretan las manifestaciones como parte de
un proceso de panmesoamericanización, promovido por grupos mayas putunes a lo
largo de las costas. Las crónicas coloniales alegan que la expansión putún llegó a su
primer punto culminante con el dominio de Chichén Itzá durante la primera mitad
del Posclásico (para una revisión más amplia, véanse Demarest et al. 2004; Sharer y
Traxler 2006). La instauración del nuevo orden político-económico está vinculada con
el culto de Quetzalcóatl (Ringle et al. 1998), que encuentra su justificación ideológica
en un origen mítico común zuyuano (López Luján y López Austin 2008).
Las formas cefálicas con aplanamiento superior
Cabe recordar que mucho antes del colapso maya, se introduce en la práctica modela-
dora una forma cefálica particular que implica un aplanamiento superior importante,
la denominada variante paralelepípeda; esta configuración de la cabeza parece tener
sus orígenes culturales en Veracruz. De hecho, fue el mismo profesor Romano (1973)
quien la documentó por primera vez en cráneos del sitio totonaco de El Zapotal
(figura 27). Las calotas con aplanamiento superior formaban parte de un osario de
adultos dentro de un adoratorio, y aparecían entre cráneos tabulares erectos y obli-
cuos convencionales. Ya en su tiempo, el profesor Romano notó similitudes de esta
configuración con el porte de los retratos de las Cihuateteos (o mujeres muertas en el
parto) y las sacerdotisas de la diosa Tlazolteotl, y asumió que las mujeres sepultadas
en el núcleo del recinto ceremonial deben haberse distinguido en vida por asimilar
los atributos visibles de esta deidad. Un estudio reciente de Blanca Martínez (2007;
véase también 2009) aportó más casos veracruzanos de cráneos así modelados y agregó
información iconográfica-cefálica sobre esta región, en la que al parecer se estilaba la
variante paralelepípeda como denominador común de los portes de la cabeza (figura
28). Hay además un caso aislado descrito por Yepez Vásquez (2001) que proviene
del barrio de la Ventilla de Teotihuacan y que fue fechado en el Clásico medio (fase
Xolalpa tardío).
Figura 27. Cráneo de El Zapotal, Veracruz, en norma lateral izquierda, exhibiendo un fuerte
aplanamiento superior (fotografía de A. Romano Pacheco).
156
Figura 28. Cabeza de figurilla de terracota con aplanamiento cefálico superior, cultura de
Remojadas, Clásico tardío, Veracruz (retomado de Acosta Lagunes et al. 1992), conaculta-inah-
mex. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
157
Isla Cerritos
Xcambó
El Rey
Chichén Itzá
Uaymil San Gervasio
Jaina
El Zapotal
Chetumal
Kohunlich
Barton Ramie
Chiapa de Corzo
Sumidero
Angostura
Copán
0 100 km
158
cráneos mayas documentados con compresión superior. Esta tendencia se nota tanto
en la serie de cráneos alojada en el Museo Peabody, de la Universidad de Harvard,
como en otra, recuperada por Piña Chan en la década de los sesenta. Cerca de una
tercera parte de las piezas evaluables lucen un aplanamiento superior (29 %; N =
147), llegando casi a la aceptación que siglos antes tendría entre los residentes de El
Zapotal en Veracruz (figura 30).
Ahora bien, el hecho de que las formas cefálicas cuboides parezcan propagarse a
lo largo de las franjas costeras, al igual que la similitud que existe con las costumbres
cefálicas más al oeste en sitios veracruzanos, invita a reflexionar sobre sus posibles
significados de etnicidad, papel social y asociación ideológica (figura 29). Al retomar
la idea sobre la emulación de potencias mágico-religiosas en el modelado, se encuentra
un parecido reiterativo de esta forma con la deidad venerada por los comerciantes. Se
trata del dios L, adorado en una amplia región y cuyo culto cobró gran fuerza hacia
el Clásico tardío-terminal (Tiesler et al. 2010). La morfología de su cabeza corres-
ponde a una forma erecta y chata que muestra, además, un aplanamiento superior,
acentuado todavía con diademas de frente o sombreros planos, lo cual le otorga un
aspecto cúbico en perfil (figura 5).
Otros indicios reafirman los resultados de la evidencia ósea. Aparecen, por ejemplo,
retratos de comerciantes de la cerámica de la Mixtequilla en la costa del Golfo, cerca
del lugar de donde proceden los cráneos descritos por el profesor Romano (Wyllie
Figura 30. Cráneo de Chichén Itzá, Yucatán, en norma lateral izquierda, exhibiendo un fuerte
aplanamiento superior (Museo Peabody, Universidad de Harvard; fotografía de Vera Tiesler).
159
2002). Elementos ideológicos introducidos, flujos de material, como la obsidiana, y
la presencia de personajes foráneos sugieren influencias fuertes que emanan desde el
occidente a lo largo de la franja costera del Golfo (Grube et al. 2009; Pallán Gayol
2009). Puede inducirse por tanto que las formas de la cabeza y su parecido con las
plásticas veracruzanas deben haber constituido una expresión visible de las nuevas di-
námicas socioculturales que se dejan sentir en los territorios mayas receptores, incluso
siglos antes del llamado “colapso”.
Se concluye este apartado señalando que el cambio de las configuraciones cefálicas
que exhiben los cráneos documentados del área maya y la propagación de la variante
paralelepípeda indican que el intercambio con los grupos del Golfo, al oeste, no sólo
se plasmó en objetos y estilos iconográficos sino que, incluso, en la forma de la cabeza
de los individuos. En esta línea de argumentación, las cabezas con aplanamiento su-
perior aparecen como portadoras de un nuevo esquema ideológico que acompañaba
una nueva red de aliados militares y comerciales, cuya expansión inicial a lo largo de
la costa del Golfo pronto alcanzaría las franjas costeras y territorios aledaños al otro
lado de la península (Tiesler et al. 2010).
Quizá los protagonistas tempranos de este nuevo orden recurrían desde antes a
un recurso visual para su identificación con una potencia mágico-religiosa, venerada
por los comerciantes, sector que celebraba su auge justamente al final del Clásico.
Este periodo estuvo lleno de reajustes sociales y poblacionales, los cuales eran acom-
pañados por el abandono de gran parte de las tierras bajas centrales y el surgimiento
de nuevas hegemonías, entre cuyas sedes principales se encontraría Chichén Itzá, en
el norte de la península. Debe cuestionarse, en el caso específico de los portadores
de la variante paralelepípeda, sobre la posibilidad de su común pertenencia étnica y
procedencia geográfica. El objetivo de un estudio en pie es, justamente, intentar re-
solver la procedencia local o foránea de las personas con esta modificación mediante
estudios isotópicos de estroncio.
160
a lo largo de las costas peninsulares, e ideológicamente, con su deidad protectora, el
dios L de los mercaderes, única potencia natural del panteón maya cuya imaginería
reproduce consistentemente un aplanamiento superior de su calota craneana (Tiesler
et al. 2010).
Al referir la expresión en los esquemas ideológicos del nuevo orden que comienzan
a dominar las esferas mesoamericanas, López Austin asienta que ésta es:
...la presión unificadora de la ideología dominante, que tendía a homologar las distintas
cosmovisiones. Los grupos dominantes provocaron la existencia de una cosmovisión singular,
que aparentemente no tenía más desviaciones que las causadas por la ignorancia de quienes
no alcanzaban a comprender la única que era tenida por verdadera. De esta forma, en el
complejo ideológico se produjo una reducción de los diversos sistemas, misma que ocultó las
contradicciones existentes por la oposición de las cosmovisiones (1989: 470-471).
Al analizar las expresiones de la costumbre del modelado cefálico desde esta pers-
pectiva, la afirmación podría adquirir relevancia al homologarse en técnicas y formas,
tal como muchas otras expresiones culturales durante el Posclásico.
Aunque el “colapso” maya y los reajustes poblacionales no hayan conseguido el
abandono de la práctica cefálica, sí conllevan a una gradual homogeneización en téc-
nicas y formas que se hacen patentes al comparar los patrones del Clásico terminal
con el Posclásico temprano, y más aún con el Posclásico medio y el tardío. Tal como
muestra el cuadro 15, el empleo de las tabletas cefálicas en todas su modalidades
disminuye y es abandonado hacia la segunda mitad del Posclásico; con ella también
desaparece el vendaje circular. Este reemplazo cultural muestra ser estadísticamente
significativo, si comparamos la proporción de los tipos erectos y oblicuos entre el
periodo Posclásico temprano y el Posclásico tardío (p = 001).
Pero ¿qué sucede en sitios que siguen ocupados hasta siglos después del declive
general de la sociedad clásica al cierre de este periodo? ¿Adoptan sus pobladores,
quienes antes practicaban diversas modalidades de la práctica cefálica, la forma que
se volvería el común denominador del segundo milenio, i.e. las tabulares erectas?
Hay que observar de cerca los vestigios de aquellos mayas que residían en lugares
que fueron ocupados continuamente hasta el Posclásico temprano, como son Ko-
hunlich y Altar de Sacrificios. La mayoría de los altareños del Clásico lucían portes
tabulares oblicuos (7 de N = 11). La muestra que data del Posclásico, aunque reducida
(N = 6), parece manifestar una continuidad en preferencias, con el doble de tabulares
oblicuos que erectos. La prueba de ji cuadrada confirma estadísticamente esta con-
tinuidad al mostrar una reducida relevancia (p = 0.976) de cualquier diferencia entre
las preferencias tempranas y tardías.
161
Cuadro 15. Características de las modificaciones craneanas durante los periodos
Posclásico y Colonial
En el otro extremo del Petén vivían los residentes de Kohunlich; todavía durante
el Clásico tardío, 68 % de los lugareños lucían formas tabulares oblicuas (N = 16).
Después del declive general del Clásico, a fines del terminal y durante el Posclásico
temprano, sus habitantes no habían abandonado por completo la modificación oblicua,
pero sí parecían adoptar una forma cefálica en su mayoría, erecta (69% : N = 13). Este
giro en portes es estadísticamente significativo (p = .038).
Tomados conjuntamente, los resultados que se acaban de reproducir para los dos
sitios del Petén trazan un panorama no de sustitución cultural, sino de continuidad y
permanencia en las modalidades de modificación cefálica entre los lugareños recién
nacidos, incluso siglos después del colapso. Sólo el abandono final de los asentamientos
parece haber puesto fin a las tradiciones de modelado locales.
Un panorama distinto al de Kohunlich y Altar de Sacrificios se vislumbra en aquellos
poblados costeños de la riviera maya que experimentaban una ocupación continua entre
los dos horizontes. En San Gervasio, Cozumel, por ejemplo, seis de siete individuos
fechados para el Clásico muestran la modificación tabular erecta. En cuanto a las del
Posclásico, las 42 osamentas evaluables exhiben esta misma variante (con p = .302
en la comparación entre las fases). Estas cifras parecen indicar que la forma erecta se
había establecido como modalidad preferida entre los costeños comunitarios desde
mucho antes del declive de las hegemonías clásicas, idea que confirma las conclusiones
del Capítulo 6.
162
Las diferentes tendencias y expresiones locales de la modificación cefálica perci-
bidas en este estudio se confirman y a la vez se matizan al compararse con los datos
obtenidos por otros autores. Se retomará el estudio de T. Dale Stewart (1953: 296-
297) sobre la población funeraria de Zaculeu de las fases Qankyak y Xinabahul del
periodo Posclásico, que fue cuando las modificaciones erectas se volvieron la única
modalidad del modelado cefálico. También en el sitio serrano de Mixco Viejo, loca-
lizado a unas cuantos kilómetros de la ciudad de Guatemala, la modificación tabular
erecta aparece como la única modalidad (Gervais 1989). Interesa saber que algunos
esquemas sagitales del cráneo que la autora delinea reproducen fuertes aplanamien-
tos superiores que asemejan los planos descritos en esta obra para las series costeñas
peninsulares.
También cabe mencionar que una tercera parte de los cráneos posclásicos incluidos
en este trabajo muestran un surco sagital, el cual casi siempre se asocia con modifi-
caciones tabulares erectas. Similar al milenio anterior, la proporción de individuos
con un surco sagital es ligeramente más elevada en las comunidades costeras y en las
tierras altas mayas (Capítulo 6). En la mayoría de los casos, el surco se aprecia como
un ligero hundimiento entre ambos huesos parietales, quizá producto inadvertido del
amarre en cuna. Sin embargo, en 6 de los 89 individuos óseos con banda sagital (para
este horizonte), este hundimiento llega a dividir la calota en dos lóbulos bipolares,
tal como sucede en individuos de la costa peninsular y en dos más del sitio Argelia
(A-60); en valle de La Angostura, Chiapas (figura 31; cuadro 7).
Cabe cuestionarse si el proceso hacia la uniformidad puede señalar una nueva
identificación ahora con Quetzalcóatl o cualquier otra potencia vinculada con el nuevo
orden implantado o, alternativamente, la pérdida gradual del papel emblemático de
la costumbre y su resultado visual. Se sabe que a lo largo de estos siglos, la península
experimentó un proceso de regionalización de sus estructuras hegemónicas, que dio
como resultado la organización política dispersa y relativamente descentralizada que
los españoles encontraron (Sharer y Traxler 2006); cada unidad territorial estaba
gobernada por un linaje dominante en competencia con otros.
En la iconografía del Posclásico casi siempre se muestra la variante erecta en las
formas cefálicas. Romano asienta al respecto: “el gorro cónico de Quetzalcóatl era
imitado con la modificación cefálica tipo tabular erecta, variedad cónica, claramente
visible en la escultura huaxteca conocida como el ‘adolescente de Tamuín’” (Romano
Pacheco 1980).
Hay que puntualizar que la modificación tabular erecta en su variedad cónica
hace su aparición, aunque espuria, en el registro posclásico documentado para esta
investigación. El registro cuenta con ocho individuos que fallecieron durante el Pos-
clásico en las franjas costeras de Cozumel y Tulum (cuadro 15). Todos los casos en
que se asignó la fase cronológica se identificaron con el Posclásico tardío. También un
163
Figura 31. Cráneo de La Angostura, Chiapas, con fuerte surco sagital (variante bilobada)
(daf-inah; fotografía de A. Romano Pacheco).
cráneo encontrado en el Cenote Sagrado de Chichén Itzá lucía una bóveda cranea-
na cónica en perfil. Interesa saber también que esta modalidad se limita a la costa y
zonas de su influencia, al menos en las series comprendidas en esta investigación. En
Mayapán, ciudad que después de 1221 remplaza a Chichén Itzá como centro rector
y que, a su vez, es abandonada durante el siglo xv, no apareció la variante cónica en
las series posclásicas (N = 18).
Tampoco figuran formas cónicas en las poblaciones posclásicas de las tierras altas
(N = 23), donde se percibe el mismo patrón de tabulares erectos en sus variantes in-
termedias, extremas o plano lámbdicas (figura 32). Centros importantes del Altiplano
son Utatlán, Zaculeu, Zacualpa, Iximché y Atitlán. Hay que recordar que en el sur de
la esfera central mayance, al igual que en el norte de Yucatán, quedaron manifiestas las
influencias del dicha región (Iglesias et al. 1995). El cambio del patrón de asentamiento
de los valles hacia lugares elevados defensivos sugiere el carácter bélico de los grupos.
La evaluación de las altas jerarquías a partir los datos arrojados por el material
funerario y osteológico se presenta complicada en este punto de la investigación, ya
que las particularidades del tratamiento funerario, dominado por entierros secundarios
múltiples y la práctica de la cremación, parecen sesgar y, al mismo tiempo, limitar la
información biocultural disponible.
Aparte de las preferencias formales, que se presentaron uniformemente, la icono-
grafía refleja el proceso de homogeneización que la costumbre y sus expresiones en el
cráneo experimentaron en los últimos siglos antes de la conquista. Así como las cabezas
164
Figura 32. Cráneo de Argelia, Chiapas, en norma lateral izquierda. Exhibe una configuración
tabular erecta en su grado extremo (daf-inah; fotografía de V. Tiesler).
165
declive: menos de una tercera parte de los cráneos evaluables exhiben modificación
cultural; cuando se presenta, es menos pronunciada que en las muestras de tiempos
prehispánicos, y únicamente se imprime en la modalidad tabular erecta intermedia,
a veces con uso de banda sagital (cuadro 15). Este declive en difusión es muy notable
también estadísticamente cuando comparamos la proporción de modelados indígenas
coloniales con aquella de los mayas del periodo Posclásico tardío (con p = .000).
Al analizar de cerca a los difuntos que durante el siglo xvi y gran parte del xvii
se enterraron dentro de la Plaza Principal de la villa de Campeche (Tiesler y Zabala
Aguirre 2012) se determinó su procedencia étnica. Gracias a la evaluación previa de
los indicadores étnicos dentales –en la serie esquelética del cementerio colonial mul-
tiétnico de Campeche– fue posible dilucidar la filiación de aquellos sepultados que
muestran vestigios de modificación cefálica; los individuos con modelado se identifican
como indígenas o mestizos, tal como se esperaría. Muy distinta es la distribución po-
blacional en el grupo de las osamentas sin modificación de su morfología cefálica, con
3 designados como europeos, 8 africanos y 11 indígenas o mestizos. Los individuos
en esta última categoría eran tanto locales como foráneos, mientras que aquellos con
cabeza modelada se identificaron como locales (Tiesler y Oliva Árias 2010).
Ahora bien, según los resultados, el modelado seguía practicándose, aunque es-
casamente, entre los mayas de Campeche durante el tiempo del funcionamiento del
camposanto (es decir, durante el siglo xvi y posiblemente todavía durante el xvii).
La permanencia del modelado sorprende si tomamos en consideración el rechazo
y repudio que la práctica causó entre los colonizadores españoles, quienes juzgaban
como actos idólatras cualquier modificación a la anatomía humana concedida por
Dios (comunicación personal, Pilar Zabala Aguirre 2010).
Aún así, hay indicios de que la práctica ya estaba en declive también en Campeche.
Aunque reducido el número de casos, la serie permite señalar algunas tendencias:
en el grupo identificado como indígena/mestizo son únicamente 3 de 11 individuos
(27.3 %) los que muestran vestigios de modelado cefálico. Esta relación queda muy
por debajo de la proporción de cráneos artificialmente modelados registrados en la
región durante el periodo Posclásico, cuando a 90 % de los bebés se les sometía a
esta práctica.
Cabe cuestionarse qué impacto habrán tenido y qué respuesta causaron las vistosas
señas de identidad y cohesión autóctona de los portadores de la práctica cefálica en
la recién formada trama social. ¿Qué motivos o condiciones sociales habrían llevado
al abandono de la práctica? ¿Qué transformaciones sufrió durante el proceso de his-
panización que se dio en Campeche al igual que en las otras ciudades peninsulares
recién formadas? ¿Acaso se dieron de la misma forma en las comunidades rurales? La
clave para evaluar el impacto colonial de éstas y otras prácticas bioculturales mayas
está en el resultado visual que las distingue de otras tradiciones poco tangibles y, por
166
tanto, menos sujetas a presiones ejercidas por parte de los nuevos sectores dominantes,
interesados en promover la asimilación cultural los pobladores. La convivencia entre
grupos mayas y españoles durante el siglo xvi en las periferias de la villa de Campe-
che –y dentro de los barrios destinados a la población india– seguramente conllevó
al castigo y la reprobación de los referentes culturales autóctonos.
El impacto visual causado por las decoraciones dentales y los artificios cefálicos
(antes señas de pertenencia e inclusión cultural) pronto debió haber sufrido una
transformación dialéctica ante los ojos de los portadores, pues denotaban exclusión
y otredad en el nuevo tejido multirracial y cultural de la villa. Otros aspectos que se-
guramente desempeñaron un papel en el abandono de las prácticas fueron el mismo
mestizaje y otros procesos culturales más amplios que se dieron históricamente. Para
los mayas este proceso era una expresión más de la catástrofe, no sólo demográfica
sino cultural, que significó la conquista. El sentido de quiebra y de fracaso afectó
su autodefinición, al tiempo que las presiones ibéricas persuadían su aculturación al
instaurar el nuevo orden (véase Chuchiak 2006).
Desgraciadamente hay escasas series coloniales urbanas en la esfera cultural refe-
rida en este trabajo. Uno de los pocos registros funerarios, análogo al caso de Cam-
peche, lo representa el atrio colonial de la Catedral de Mérida, que fue excavado por
un equipo del inah poco antes que el Parque Central de Campeche. La veintena de
entierros del subsuelo del atrio no mostraba señales de la práctica, pese a la ascendencia
indígena de la mayoría de los esqueletos estudiados (Tiesler et al. 2003).
Se sabe que los resultados obtenidos de contextos urbanos (aunque de reducido
potencial generalizador por ausencia tanto de información cronológica precisa como
de número de muestras suficiente), parecen contrastar con la información recabada de
cementerios rurales mayas, como muestran los estudios realizados en series de Cozu-
mel y Tankah, en Quintana Roo, y de Tipu, en Belice (Havill et al. 1997; Saul 1982),
que concluyen que la tradición del modelado cefálico pervivía en las poblaciones mayas
coloniales más rurales durante el siglo xvi. Interesa mencionar el reciente hallazgo de
una urna infantil colonial en el sitio de Sihó, Yucatán, que manifiesta una poderosa
adherencia a las costumbres mortuorias autóctonas de antaño (Fernández Souza et
al. 2010). La bóveda craneana del infante presenta un notable aplanamiento cultural
del tipo tabular erecto, que se logró mediante el empleo de una cuna compresora du-
rante sus primeros meses o años de vida. Puede especularse que la pervivencia ritual
prehispánica que ostentaba tanto la colocación del difunto infante en la urna como
su modificación cefálica, se vieron favorecidas al ubicarse esa zona en el hinterland de
la Nueva España, lejos de los mandos españoles en Yucatán. Se sabe que hasta finales
del siglo xviii, esas áreas rurales no estaban directamente a cargo de representantes
hispanos, sino de intermediarios mayas que ejercían el mando. En la práctica, este
167
sistema concedía un grado considerable de libertad a las autoridades nativas locales
y una relativa autonomía política a la sociedad rural en sí (Farris 1984: 356-357).
En todo caso, puede asumirse que tal autonomía en las zonas rurales debió haberse
traducido en sincretismos culturales y pervivencias de las costumbres de antaño, como
la que se acaba de documentar en una muestra de cráneos lacandondes que se asumen
coloniales o incluso modernos, ya que existen testimonios oculares –aunque contra-
dictorios– sobre la modificación cefálica artificial todavía en el siglo xix (Palka 2005:
224). Impacta saber que todos los veintiun cráneos coloniales o incluso modernos,
revisados durante la temporada de 2010, insitu en santuarios de la región de Mensabak,
Chiapas, exhiben modificación por cunas compresoras para lucir una configuración
tabular erecta con o sin surco sagital.
168
Conclusiones
La presente obra, que gira en torno a un elemento cultural muy arraigado en la socie-
dad prehispánica maya –i.e. la modificación cefálica artificial–, se propone ampliar la
información craneológica y proveer una visión culturalmente conexa sobre motivos,
formas y técnicas empleadas en los modelados cefálicos durante su larga trayectoria.
Trabajos anteriores (Tiesler 1998, 1999, 2005, 2009, 2010) ya habían incursionado so-
bre diferentes aspectos de la modificación cefálica dentro de su contexto arqueológico
e histórico. En estas líneas deseo resumir los argumentos y resultados más destacados
de esta obra, para asentar algunas reflexiones de orden más universal y trazar líneas
y aspectos dentro de esta temática que aún espera ser investigada.
Reflexiones generales
170
El ocaso del Clásico se expresa en formas distintas, aunque la imposición del nuevo
orden consigue homologarlas desde sus inicios. Al lado fue significativo constatar que
ya varios siglos antes del declive de las hegemonías clásicas, los cambios se anticipa-
ron en las costas de Yucatán, donde –durante el Clásico tardío– los portes cefálicos
marcaron una separación con respecto a los patrones del interior y del sur. Este hecho
indica diferencias relacionadas con el arribo de grupos con pautas culturales ajenas
al área maya central, como ocurrió con los designados “putunes”. También expresa la
propagación de esquemas ideológicos procendentes del occidente de la costa del Golfo,
los cuales permanecerían hasta quinientos años después de la Conquista. El cambio
en las formas craneanas de la segunda mitad del Clásico denota préstamos culturales
originarios de las franjas tabasqueñas y veracruzanas, en las que también pudieron
haber mediado elementos ideológicos y políticos que provenían del Altiplano central.
Siglos más tarde, mientras las hegemonías centradas en Chichén Itzá se veían
reemplazadas y dispersas, los vectores de las dinámicas de modificación se desvane-
cían en favor de la uniformidad de los repertorios culturales de la práctica, que en ese
tiempo pervivían sin las mismas connotaciones emblemáticas que antes expresaban.
Con la Conquista, el significado expuesto por su resultado visible se volvío impor-
tante nuevamente. Si en tiempos prehispánicos los artificios señalaron integración y
pertenencia, después transmitieron connotaciones de alteridad y exclusión, especial-
mente en los ambientes urbanos de las villas españolas, donde la tradición pronto
fue abandonada.
La dimensión de práctica cotidiana del modelado cefálico indica un marco tem-
poral que perdura por milenios. Su difusión y pervivencia se identifican, con el papel
operativo y organoplástico y también con sus significados emblemáticos, que debieron
haber expresado programas ideológicos de largo y mediano plazo y en general, proce-
sos culturales de larga duración (longe durée). Antes de la Conquista, entre 80 y 90 %
de los mayas portaban la modificación, los restantes mostraban contornos naturales,
con la excepción de los habitantes de territorios beliceños, donde la incidencia parece
haber sido menor.
La idea de que la proporción de la población con cabeza culturalmente modificada
se mantuviese estable por más de un milenio impone una última reflexión: ¿cuáles
eran los motivos que inducían a sectores de la población a no imprimirla en la cabeza
de sus infantes? Se ha rechazado la distinción que algunos colegas hacen entre “mo-
dificaciones intencionales” vs. “no intencionales” (Saul 1972; véase también Duncan
2009: 182), la cual ha creado confusión en la práctica. Aun así, persiste el dilema que
aparentemente no puede solucionarse: qué distinguía a aquellas personas cuyas madres
prescindieron del modelado de su cabeza a tierna edad. Caben varias posibilidades.
Una de ellas podría ser el descuido en el momento de efectuar las prácticas; otra,
sobre complicaciones severas que no permitían continuar con el procedimiento; una
171
más respalda la idea –al menos en casos fechados para el periodo Clásico– de iden-
tificación de estas cabezas con aquellas potencias sacras que se dejaban ver con un
semblante fisiológicamente conformado (como es el dios A, por ejemplo). Una última
opción podría ser que las maniobras no generaran un efecto duradero en la forma de
la cabeza debido a la falta de compresión o al proceso de “rebote” en el crecimiento
infantil tras la remoción de las prensas.
Es probable que nunca se pueda determinar la razón de las cabezas sin modifi-
cación. Parece improbable que fuesen motivos emblemáticos los que hayan originado
esta configuración, ya que la proporción de cráneos sin alteración cultural se mantiene
constante a lo largo de los siglos. Tampoco hay elementos en el registro que permitan
vincular a estos individuos con un sector social determinado.
Resta analizar el hecho de que los lactantes fuesen colocados en los dispositivos y,
pese a ello, no exhibieron los efectos posteriores. Esta idea sí se sustenta en el registro,
que denota una variedad en grados de modificación notoria en todos los tiempos.
La distinción entre personas con y sin cabeza artificialmente modelada tenía que ser
arbitraria al considerar todos los cráneos con grados ‘0’ y ‘0.25’ en la categoría de “no
modificados”; hay una continuidad, percibida desde morfologías fisiológicas hasta
configuraciones artificiales extremas. Este argumento se sostiene porque la práctica
implicaba diversos motivos, algunos vinculados con la protección del lactante más que
con un resultado visible. William Duncan (2009: 187-188) obtiene una conclusión
similar al hablar de dos prácticas cefálicas distintas, una protectora e “incorporadora”,
omnipresente en la sociedad prehispánica, y otra modeladora, que podía o no sumarse
a la primera práctica.
Esta última posibilidad permite reflexionar acerca de la dimensión real que la tra
dición cefálica tenía, en vivo, como una costumbre diversificada no sólo en sus moti
vaciones, sino en las conductas que integraba. Debe considerarse que, como todo dato
bioarqueológico, la información transmitida por los cráneos estudiados para esta obra,
si bien no miente, es inherentemente incompleta. He intentado atender esta limitación
desarrollando un planteamiento general (Capítulos 1 y 2) que pudiera comprender
la tradición en su complejidad cultural, para contrastarlo con la evidencia empírica
en el área. A continuación presentaré un balance de este acercamiento para plantear
algunas futuras líneas de investigación sobre el tema.
Como toda investigación que busca resolver incógnitas y plantear respuestas a in-
terrogantes causales, este estudio atendió y discutió los aspectos que sustentaban la
modificación cefálica entre los mayas prehispánicos y coloniales, construyendo sobre las
bases conceptuales y metodológicas que asenté a lo largo de los primeros capítulos.
172
He intentado poner en perspectiva los resultados regionales y locales con los
trasfondos ideológicos, sociales e históricos que los pudieron haber causado o con-
dicionado. Este orden permitió que la evaluación contextualizada de la información
craneana llegase a expresar asociaciones sociales e históricas de las diferentes técnicas
y algunas variantes diagnósticas, como son los tabulares erectos pseudocirculares y los
aplanamientos superiores. Estas últimas resultaron muy significativas en diferentes
planos, incluida la comparación con otros territorios culturales, como Veracruz.
Aunque sea un aspecto de la realidad social que expresa lo superestructural (psí-
quico y mental), la modificación cefálica, como medida duradera de reproducción
social, fue capaz de expresar, además de los elementos ideológicos que la motivaban,
condiciones que atañen directamente a las bases socioeconómicas y políticas de la
sociedad maya en sus diferentes etapas de desarrollo. En este sentido, las unidades
de análisis que resultaron particularmente útiles fueron los cortes cronológicos, las
demarcaciones regionales y comarcales, los sitios y las unidades habitacionales. Estas
categorías, al igual que los enlaces entre las formas y las expresiones de lo sagrado que
se han establecido, también deben cobrar importancia en otras esferas culturales de
Mesoamérica, sobre todo en territorios que atestiguaron una diversidad formal en la
práctica, como Teotihuacan, Oaxaca o Veracruz.
Espero también que las asociaciones denominadas “emblemáticas” ofrezcan un
punto de partida para evaluar las asociaciones particulares entre formas cefálicas,
portadores y potencias sacras, las cuales establecí al hablar de la identificación de
los portes cefálicos con aquellos que se observan en el panteón de los dioses mayas.
Igualmente valdrá la pena examinar –dada la cohesión y continuidad que caracteri-
zan la cosmovisión y ritualidad mesoamericana– si las connotaciones establecidas en
esta obra también pudieran adquirir relevancia en otras esferas culturales de la gran
Mesoamérica e incluso compararlas con los Andes, cuyos pueblos parecen haber
empleado las plásticas cefálicas como símbolos explícitos de etnicidad y distinción
(Yépez Vásquez 2006, 2009).
Queda también el comparar las modalidades de la práctica dentro de las car-
tografías culturales del pasado. Espero que futuros trabajos puedan incrementar la
información de la presente obra con una mayor cobertura espacial y temporal, para así
profundizar el mapa cultural mostrado aquí someramente. A causa de las discrepan-
cias taxonómicas, por desgracia no logré comparar de forma equitativa los presentes
resultados con la información que mis colegas han aportado sobre otras series de
cráneos mayas, aunque he intentado integrar las conclusiones de otros autores en la
discusión de cada capítulo.
Entre los problemas que han obstaculizado el desarrollo de esta investigación
se encuentra la heterogeneidad que pude atestiguar en la cantidad y pertinencia de
información contextual asociada a los cráneos que fueron objeto del presente estudio.
171
Ésta abunda en ciertos sitios y trabajos pero escasea en otros. Las disparidades en la
información esquelética disponible se presentan no sólo en trabajos de tiempo atrás,
sino aun en investigaciones arqueológicas hoy en día. Considero que esta despropor-
ción no sólo es consecuencia de las condiciones particulares a las que cada proyecto
se enfrenta en la práctica, sino categóricamente denota una falta general de interés e
integración de datos derivados del sustrato esquelético con información arqueológica
convencional. Sería deseable que existiese a nivel nacional una normatividad que res-
ponda a las necesidades específicas del trabajo con restos arqueológicos humanos. Así
como existen lineamientos para la presentación de informes de recorrido sometidos
al Consejo de Arqueología del inah, deberían normarse los criterios para la remisión
de datos relevantes sobre restos humanos. Este paso significaría un gran avance en
el compromiso de compartir información entre arqueólogos y antropólogos físicos,
que seguramente beneficiaría el alcance de nuestras indagaciones compartidas sobre
el pasado prehispánico (Ortega Muñoz y Tiesler 2011).
Una línea de investigación sobre la modificación cefálica que me parece parti-
cularmente apta para romper las barreras entre las disciplinas es la evaluación de la
procedencia geográfica de los individuos que lucían los diferentes portes cefálicos. Los
estudios químicos que se fundamentan en las proporciones isotópicas de oxígeno y
estroncio en tejidos dentales y óseos han mostrado su gran potencial en los estudios del
territorio cultural de los mayas, como dejan entrever los resultados sobre la aristocracia
maya del Clásico o de los habitantes coloniales de Campeche (Price et al. 2008, et al.
2009). También nuestras primeras indagaciones sobre aspectos relacionados con la
plástica cefálica han sido muy prometedoras, como es el caso de la procedencia local
de individuos con cráneos modificados en el contexto colonial de Campeche (Price
y Burton 2010). El origen foráneo parece confirmarse mediante el estudio isotópico
de personas con aplanamiento cefálico superior (paralelepípedo) que morían en las
costas peninsulares siglos antes del contacto europeo.
La importancia que subyace a esta y otras aplicaciones de métodos sofisticados
radica en las perspectivas que permiten la reconstrucción histórica, ya que son capaces
de informar sobre aspectos de la sociedad y su funcionamiento (como las dinámicas de
comercio, parentesco y organización doméstica, movilidad y migración, etc.) a través
de sus portadores humanos, concediendo así una visión alterna y más completa sobre
el pasado, tal como lo han logrado otros acercamientos multi e interdisciplinarios,
como son las “anatomías” de barrios en Mesoamérica o sus talleres de producción
artesanal (Manzanilla Naim 2006, 2009).
Considero que el presente estudio del modelado cefálico, una de las tradiciones
más arraigadas entre los mayas, logró su cometido al contribuir con una perspectiva
integral empírica, clasificatoria y conceptual a futuras investigaciones antropológicas
en esta línea. En los años que me he dedicado al estudio de esta tradición biocultural,
174
no he perdido el asombro ni la curiosidad de conocerla más y buscar comprenderla
con mayor compenetración cultural. Me impresiona la coherencia interna que la cos
tumbre del modelado cefálico manifiesta dentro de los esquemas ideológicos y rituales
prehispánicos, y sus enlaces con los procesos y las circunstancias históricas que se
dieron en la región. Es por ello que debe ser analizada desde múltiples perspectivas y
fuentes de información, a la vez que nos obliga a concebirla expresamente desde una
perspectiva regional propia o emica, es decir, dentro de los esquemas ideológicos y
sociopolíticos que rigieron el desarrollo histórico de la sociedad maya durante milenios.
171
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209
Anexos
215
para determinar las técnicas (o combinaciones de éstas) en los casos de modificación
no pronunciada o mimética. Asimismo, los valores guiaban la determinación del grado
de modificación, especialmente al inicio de esta investigación.
En el registro de los puntos craneométricos se identificó: en el neurocráneo,
opistocráneo [op], eurion [eu] según cada lado, basion [ba], bregma [b], lambda [l],
estefanion [st] según cada lado, los dos puntos que definen el ofrion, porion [po]
según cada lado, inion [i], opistion [o], punto lateral de parte basal del hueso occi-
pital según cada lado, punto lateral del foramen occipital según cada lado, y punto
de fusión inferior del hueso esfenoides y vómer, según los señalamientos de Comas
(1983), Morel (1964), Romano Pacheco (1956), Steele y Bramblet (1988) y White
y Folkens (2000).
En el esplacnocráneo, los puntos de referencia fueron: glabela [g], nasion [n],
akantion [ak], punto lateral más saliente de la nariz según cada lado, prostion [pr],
punto orbital inferior [or] según cada lado, punto orbital superior [so] según cada lado,
dacrion [d] según cada lado, ectoconquio [ec] según cada lado, zygion [zy] según cada
lado, punto ectomolar [ecm] según cada lado, punto endomolar [enm] según cada lado,
alveolon [alv], y punto oral [ol]. En la mandíbula se indicó el punto infradental [id],
gnation [gn], gonion [go] según cada lado, y cóndilo mandibular según cada lado. Se
marcó con un signo de interrogación los valores obtenidos de puntos craneométricos
mal definidos, por ejemplo cuando el estado de conservación de la pieza no permitía
la localización exacta de uno o dos puntos referentes.
Conectando los puntos, se indicaron en el neurocráneo las medidas de la distancia
anteroposterior máxima, transverso máxima, [ba-b], frontal mínima y máxima, bimas-
toideo máxima, [n-ba], anchura y longitud del foramen occipital, [n-ops], biauricular,
[ba-po] según cada lado, [g-ops], [n-ba], [ba-b], [na-b], [g-b], [g-l], [b-po] según
cada lado, [l-ops], [l-ba], [i-l], [i-ba], [i-ops], [ops-punto de fusión inferior del hue-
so esfenoides y vomer], [ba-punto de fusión inferior del hueso esfenoides y vómer]
y anchura de la parte basal del hueso occipital. En el cráneo facial se tomaron las
siguientes distancias: bizigomática, [n-gn], [n-pr], [ba-pr], [g-pr], [n-g], [b-id], [ba-
gn], [n-id], anchura y altura nasal, anchura y altura orbital según cada lado, anchura
interorbitaria, anchura total de ambas órbitas, [b-pr], [b-or] según cada lado, [po-or]
según cada lado, [or-or], anchura de la arcada alveolar superior, longitud de la curva
alveolar superior, longitud de la bóveda palatina, anchura de la bóveda palatina. En
la mandíbula se midió la distancia bicondiloidea, bigoniaca, la longitud de la rama
ascendente, según cada lado y la anchura mínima de la rama ascendente según cada
lado así como la altura de la sínfisis y del cuerpo mandibular según cada lado.
Asimismo se anotaron los valores de las curvas frontal, parietal, occipital, sagital,
transversal y la circunferencia máxima. El espesor óseo de la bóveda craneana se tomó
en la escama parietal izquierda, utilizando el compás de ramas curvas. En algunas
216
mandíbulas se determinó el ángulo del cuerpo mandibular y los ángulos goníacos de
cada lado. De las medidas obtenidas de las distancias y de las curvas arriba señala-
das, se determinó el índice craneal horizontal, verticolongitudinal, verticotransversal,
mastoidoparietal, del agujero occipital, frontal transverso, de curvatura del frontal,
parietal y occipital, mastoideo parietal, facial total, facial superior, nasal, orbital de
acuerdo con cada lado, palatino, alveolomaxilar y gnático de Flower. Para calcular el
grado de oblicuidad del neurocráneo, me basé en las indicaciones de Herrera Fritot
(referidas por Pimienta y Gallardo 1988: 111). El conjunto de puntos y distancias
craneométricas se trazó para la mayoría de los cráneos medibles, con la finalidad de
tipificar gráficamente cada una de las variantes de modificación observadas y verificar
las medidas antes obtenidas, tras la exclusión de piezas incompletas o con probables
modificaciones post mortem. El trazado del polígono se realizó con las técnicas de
triangulación, utilizando regla, transportador y compás. Así se obtuvieron el Ángulo
central de Klaatsch (Zentralwinkel) y el ángulo foraminal según la línea bregma-basion
(Dembo e Imbelloni 1938).
Para integrar el plano de Francfort a los polígonos así obtenidos, se emplearon
los valores de las siguientes distancias:
217
de forma esquemática los planos de compresión, áreas de hiperostosis y patologías di-
versas, así como las suturas neurocraneales, cuando no se encontraban obliteradas.
El procesamiento estadístico de la información realizado para algunos de los datos
tenía como finalidad sondear y esbozar la relevancia de las variables incluidas, así como
determinar correlaciones morfológicas y arqueológicas significativas. Se emplearon
datos estadísticos descriptivos de tendencia central y de dispersión.
Medida de dispersión:
- Desviación estándar (M.D.) ≈ √ ∑ (xi-x) fi = s exp. 2
n-1
218
ii. Formato de registro craneológico
221
iii. Cuadriláteros de cráneos mayas
representativos
b
103°
106
l op
8
90.5°
10
169
104
139°
i
225
b
103°
103
l
3
95°
10
161
op
g
95
131.5°i
103°
106
l
2
10
95°
163
g
n
op
95
126.5°
i
226
b
94
111°
l
91.5°
op
1
1
16
10
105
137°
i
g
n
103.5°
83
93
op
l
139
227
b
115.5° 87
1
10
op
161
g
n
109°
100
91
l
95.5°
155
g
n
5
86.
op
124°
i
228
b
101°
10
0
op
3
10
96° l
157
100
139.5°
i
99°
91
89
90.5° l
138
g
op
n
81
129.5°
i
229
b
113.5°
88
l
72° 89°
8
10
103°
165 op
z
g 78° 128
2
n
12
97
106
130° i
96.5°
ba o
b
115.75°
100
l
98
°
9 1.25
169
69
g
90
120.5°
op
45
230
b
103°
112
128
0
10
l
69°
z 168 83°
91.25°
57
g 82°
89
n 106°
9 141°
93 5 op
37
52° 27° 101° 121°
x x
or po PF
94° o
ba
110
pr
100.5°
113
3
11
l
96°
173
71
g
103
125.5°
op
46
231
b
105
105
00
137
1
l
164 81°
z 100°
86.75°
56
g 79°
7
10
87
n
11
107 3 119.5° op
po
x 55° 22° x 106°
44
or PF
95°
99°
O
ba
103
pr
118°
86
l
97
92°
157
g
69
133.75°
op
40
232
b
119°
91
96 l
160 67°
z 82° op
101°
g 79°
68
n
1
12
93
104
120
89
139°
40° 88° 121.5° i
x 52° x
or po95° 40 PF
93°
ba o
106
pr
105°
98
98
l
79°
154 100
z
93°
op
g 80°
73
101.5
128
7
10
n 10
1
94
96°
125°
54° 24° 102° 103° i
x x po
or PF
115° 37
ba
98 o
pr
233
b
110°
93.
5
138.5
102
l
76°
z 161 92.5°
5° op
95.2
g 78°
61
3
n
11
97.5
10
4 132.25°
97
i
46.5
96°
110°
ba o
99.5
pr
b
115°
87.5
l
68°
127
83°
98
157
z
106°
op
g 87°
80
110
n
85
9
12
88
151.5°
j
33
90°
92°
ba o
234
b
111°
91
z l op
166.5
102°
g
n
131
ba
115.5°
105
89
l
85°
165
g
n
55
97
128.5°
i
[21] Entierro 3005 (Proyecto Sur de Quintana Roo), Dzibanché, Quintana Roo.
235
b
102°
99
3
10
l
93°
158
53
n
90
op
122°
i
50
[22] Entierro 3006 (Proyecto Sur de Quintana Roo), Dzibanché, Quintana Roo.
97°
112
122
89
77° l
151 96°
z
84°
op
3
88
10
g 90°
n 93 98
22°
x 45° 96° 102.5° PF
or po
o
b
88
pr
[23] Entierro 3008 (Proyecto Sur de Quintana Roo), Dzibanché, Quintana Roo.
236
b
97.5°
111
97 l
94.5°
158
57.5
g op
n
89
128° i
4 1.5
98.5°
10
5
5
10
l
°
103.5
160
op
62
g
104
136.5° i
49
237
b
107°
93
128
85
l
78°
145 97.5°
z
90
op
99
g 88°
8
10
98
n 10
0
96
°
125 i
53°18° po 102.5°
x
or
x 45 PF
87°
108°
ba o
96
pr
99°
10
1
89
z l
146 83.5°
84.5° 102°
g
85°
50
n
130
1
99 04.5
96
81
.5° op
125
92.5° 38
105°°
ba o
238
b
100°
92
98
l
z 82°
147 98°
93.5°
g 84°
n
69
3
94
10
130
94
98
op
po 112.75° 119° PF
x x
or 94° i
37
107°
ba
98
pr
100°
11
0
145
2
11
80° l
z 173 96°
91.5°
g 81° op
59
5
5.
11
10
1 139.5°
i
44
99°
99°
ba o
239
b
107°
101
127
90 l
77°
154 99.25°
z
85.5°
81°
g
1.5
n
89
61
10
102 106
°
.25
° op
116
po .25
x x 103 PF
or 41
95°108°
ba o
100
pr
108.5°
92
l
135
80°
5°
98.7
92
150
z
5°
93.2
66
g 86°
116
101
n 124.75°
op
99 10
5.5
57
po 97.5°
x x PF
or °
8 .5
5
103°
o
ba
98
pr
240
b
97°
95
88
131
l
137 8 86°
z 106.2
°
85.75
g 88.5°
57
n
98
95
83
10
9°
0 op
12
43
88.5°
105°
ba o
92
pr
97.5°
97
2
10
133
z 150 87° l
89° 111.5°
g 80.5°
n
10
0
53
133
10
4
97
85
130° op
95° 42
109°
ba
o
241
b
102°
96
91 77.5°
l
z 146
89.25°
g 82°
57
n
97
91
90 95
15.5
°
7.5
op
12
po
2°
64
11
x x
or 98.5° PF
122 46
°
ba
94 o
pr
115°
92
94 l
72°
z 157
93.5° 89
g
50
75.5°
9
n 10
93
°2
99
118
12
96 op
97.5° 56
28° po 3 .5°
x 79°
x 11
or 102° PF
ba o
99
pr
242
b
102°
96
99
z
153 79° l
92° 98.25°
g 78.5°
n
92
60
97 99
93
op
27°xpo
x 60°
or 100.5° 128° PF
i
117
° 42
ba
98
o
pr
b
102°
10
1
87
120
z
88° 150 75° l
g 80.5° 97°
49
95
86
n
98
90
20.5° po 5° op
64° 116°
x x 12
or PF
102.5°
115 46
°
ba
93
o
pr
243
b
101.5°
113
.5
137
92 l
76.5°
z 162 96°
83.5°
g 86°
85
88
7
n
10
102
10 op
9 133°
53° 20° po i
108°
42
x x PF
or
96°
105.5°
ba u
102
pr
92.5°
87
127
.5
83
l
90°
°
z 124 109.25
°
89.75
g 92.5°
60
n
93
84
87 91
7
118.5° op
po
68° 99.25°
x x
PF
40
or 85°
112°
ba o
88
pr
244
b
114°
103
126
0
11
69°
.7 5 °
z 179 82
°
95.75
59
g 72° 8
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Editado por el Instituto de Investigaciones Antropológicas de
la unam y la Universidad Autónoma de Yucatán, se terminó
de imprimir el 15 julio de 2012, en los talleres de Formación
Gráfica S.A. de C.V., Matamoros 112, colonia Raúl Romero,
C.P. 57630, Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México. La
corrección fue realizada por Itzel González, René Uribe y
Adriana Incháusteg ui; composición por Alberto Segovia,
Martha González y Mónica Candelas en tipo Adobe Caslon
Pro 9/13, 10/14.5, 11/14.5, 12/14.5, 14/14.5 y 18/29. Apoyo
editorial Paola Almaguer. El cuidado de la edición estuvo a
cargo de Ada Ligia Torres Maldonado. La edición consta de
1000 ejemplares en papel bond blanco de 90g, los forros en
cartulina couche de 250 g.