Está en la página 1de 3

El árbol de Sophía

Había una vez una niña muy bonita que se llamaba Sofía. En el último año,
Sofía había obtenido las mejores calificaciones de toda la escuela y su maestra
le regaló, como premio, unas semillas muy especiales; pero Sofía no sabía qué
hacer con ellas.
Entonces Sofía se acercó con su mamá, que era la mujer más inteligente
del mundo, y le platicó su problema. Tenía muchas semillas muy especiales
pero no sabía qué hacer con ellas. Su mamá le dijo que lo mejor que podía
hacer era sembrarlas, regarlas, cuidarlas y darles mucha luz para que la planta
creciera y se hiciera grande y fuerte.
Así lo hizo. Sofía tomó una maceta muy pequeña y la llenó con tierra.
Con sus deditos sembró las semillas e inmediatamente después le vació el
agua de una regadera, colocó la macetita en el alféizar de una ventana y la
abrió para que le pegara la luz del sol y pudiera tomar aire fresco.
Día tras día, Sofía regaba su planta especial. Ocasionalmente removía la
tierra y nunca se olvidaba de darle sol y aire. Su mamá, secretamente,
procuraba que la planta escuchara música porque, además, era una gran
conocedora. Hasta que un día, al remover un poco la tierra, se dio cuenta que
las semillas se habían convertido en raíces y había brotado un pequeño tronco
del que salían un par de ramitas con unas hojas muy chicas. ¡La planta estaba
creciendo y todo el esfuerzo estaba dando muy buenos resultados!
Lentamente, la planta se desarrollaba y la macetita en la que había sido
plantada ya era insuficiente. La mamá de Sofía compró una maceta mucho
más grande; era de barro y de un color rojo muy vivo y allí la trasplantaron.
Compraron tierra nueva y la abonaron y la planta seguía creciendo a una
velocidad nunca antes vista. En apenas unas cuantas semanas esta nueva
maceta resultaba pequeña para una planta de semejante tamaño. La planta se
había convertido en el árbol más grande y hermoso que Sofía hubiera visto
jamás.

1
Entonces decidieron plantar este árbol en el jardín que estaba cerca de
su casa. Un jardinero les ayudó a cavar el hoyo donde la iban a plantar;
nuevamente abonaron la tierra y dejaron todo listo para darle una morada digna
a tan ilustre huésped. El jardín se convirtió en la nueva casa del árbol de Sofía.
El árbol tardó un par de semanas en hacerse frondoso, con unas ramas
tan fuertes que era posible construir con ellas una cabaña cobijadora, y un
tronco tan grande que resultaba tardado completar una vuelta alrededor del
mismo. La mamá de Sofía tuvo entonces una idea: construir un columpio en
una de las ramas que se encuentra más cerca del piso y que es una de las más
inclinadas, para que la hermosa niña pudiera pasar sus tardes y ver las puestas
de sol.
Con sus propias manos, la mamá de Sofía arrancó una tabla de la
corteza del árbol y con un par de hojas hizo los cables colgantes; los afianzó
bien en la rama y luego ajustó las cuerdas a la corteza que sirvió de asiento. El
columpio, pues, estaba listo para usarse.
Una tarde, mientras Sofía se mecía tiernamente en el columpio, escuchó
una voz que la llamaba por su nombre: “Sofía”, “Sofía”. Entonces la niña se
asustó mucho porque no veía cerca a nadie conocido. Una vez más la escuchó
con voz clara y potente: “Sofía”. Ella, dando un brinco, se alejó del columpio y
respondió a la voz que la llamaba: “soy yo, ¿quién eres?”.
La voz respondió: “mi nombre es Kerkis Sophía, soy tu árbol”.
La niña se sorprendió muchísimo pero el árbol le dijo: “no temas, no te
voy a hacer daño ni te sorprendas porque lo que quiero hacer es agradecerte el
divino don de la vida que me otorgaste con tus manos”.
Sofía, entonces, se acercó lentamente a su árbol, con la palma de su
manita tocó la corteza y le dijo: “aquí estoy arbolito, dime lo que quieras”.
El árbol le respondió: “la vida es un regalo tan grande que sólo puede
darse por medio de manos puras como las tuyas o como las de tu mamá. Por
eso voy a regalarte cualquier cosa que me pidas. Piensa bien qué quieres pues
sólo se te dará una vez”.

2
Sofía dejó al árbol y corrió a su casa para contarle a su mamá todo lo
que había ocurrido en el jardín y para preguntarle qué es lo que debía pedir. Su
mamá la escuchó atentamente y después de reflexionar le dijo: “Sofía, tu
nombre no es un nombre común pues tiene un significado muy especial. Tu
nombre significa sabiduría porque eso es lo más importante en la vida, vivirla
sabiamente para ser feliz. Regresa con tu árbol y pide sabiduría”.
La hermosa niña sin perder un instante corrió de regreso con el árbol y le
pidió sabiduría. El árbol conmovido por la petición le dijo: “Sofía has pedido
bien. No me pediste cosas materiales ni vanidades y por eso te voy a regalar
no sólo lo que pediste, sino que se te multiplicará al ciento por uno. Recibe
pues lo que quieres”.
En ese momento, el grande y frondoso árbol se convirtió en apenas unos
cuantos papeles que tenían algunas letras escritas cuyo título era Pístis
Sophía. La niña recogió los papeles del piso, los acomodó y escuchó la voz del
árbol que le hablaba: “en tus manos tienes el principio de la sabiduría, lee y
alimenta tu espíritu con el conocimiento que te proporcionan las letras y las
artes. Pero recuerda que esto es sólo el principio. Llena tu vida de experiencias
para que todo aquello que aprendas lo puedas entender con lo que vives y con
lo que piensas. Este es el secreto de la sabiduría, si logras aprenderlo recibirás
la más grande de las sabidurías, la divina, y se te dará en abundancia. Nunca
lo olvides”.
Sofía regresó a su casa y guardó los papeles; son estos mismos que
tienes en tus manos. Algún día la sabiduría más bella llegará, mientras tanto
Sofía “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia…”

CRG
Junio, 2012

También podría gustarte