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Decada de los 80s

Geopolítica y Crisis Económica.


Honduras inicia la década de los años 80 en un escenario completamente adverso, con una
economía mundial en lenta recuperación y una débil demanda de nuestros productos
exportables, con un cierre de las líneas de crédito comercial y las otorgadas por bancos
privados multinacionales y un contexto regional de alta polarización de fuerzas políticas y
militares.

Frente a la crisis centroamericana del conflicto de baja intensidad, la vía electoral logra un
alto consenso político entre sus fuerzas sociales y permite un transitar sin altos costos
humanos y materiales en Honduras.

El estancamiento del aparato productivo que afecta la inversión y las exportaciones, anuló
las expectativas de crecimiento económico. El promedio del crecimiento en el periodo 80-
84 es apenas del 0.8 %, provocando un deterioro en el nivel de vida de la población y una
inflación acelerada.

El promedio de crecimiento de las exportaciones en ese mismo periodo fue nula. La


balanza de pagos se deterioró en forma alarmante, utilizando las reservas internacionales
para impedir el colapso.

Uno de los problemas que se acentúa es el déficit fiscal, por cuanto el gasto público se
incrementa y los ingresos tienen un comportamiento hacia abajo.

La fórmula más gastos con menos ingresos genera un déficit fiscal que se solventa con la
utilización de las reservas internacionales, o la emisión de dinero sin respaldo, parece ser
una conducta gubernamental en los primeros cinco años de la década del 80.
HONDURAS

La década perdida

jueves 13 de octubre de 2011 Hay eufemismos que no pueden disimular su estrechez. En


Honduras, a donde viajo mañana para comenzar esta segunda fase de Ruta Otramérica, le
llaman La Década Perdida a los terribles años 80, los de la locura fanática y de la "Doctrina
de Seguridad Nacional".

Suazo Córdoba y Álvarez Martínez

En la “década pérdida” (1980-1990), en Honduras se podía escuchar a un presidente


(Doctor Suazo Córdova) decir cosas como esta: “A los ñángaras (comunistas) no les gusta
mucho cuando me refiero a los militares como compañeros de armas ya que soy el
Comandante de las Fuerzas Armadas, pero para que más les duela voy a llegar vestido de
fatiga a Casa Presidencial y así voy a visitar los batallones”… Y al Jefe de las Fuerzas
Armadas (General Gustavo Álvarez Martínez), estas otras palabras: “Los subversivos no
tienen derechos humanos”.

El escenario de terror era un hecho: se había creado para destruir todo intento de reclamo
social y legitimar cualquier violación, con el apoyo de la fuerza militar hondureña, que
gozaba de un extenso historial de impunidad e intolerancia. Estados Unidos tenía las
narices muy metidas, y alentaba una guerra contra sus vecinos, El Salvador y Nicaragua,
que vivían sus propias revoluciones.

En aquella época cobró mucho protagonismo el general Gustavo Álvarez Martínez, jefe de
las Fuerzas Armadas de Honduras (1982-1984), de una línea muy dura que promovía las
desapariciones, las torturas y los asesinatos selectivos. Coroneles disidentes lo habían
denunciado porque Álvarez Martínez “arrastrará a grandes desgracias al Gobierno y pueblo
de Honduras, si antes no se pone coto a su psicosis extremista y a su locura por aniquilar
físicamente y hacer desaparecer, como lo ha hecho a todo el que no sustente sus mismas
ideas radicales”. Demasiado tarde.

En 1983, uno de sus casos más conocidos, el ejército hondureño cercó a una incursión
rebelde que lideraba el doctor Jose María Reyes Mata, un conocido dirigente de la
izquierda de este país, y el padre Guadalupe –James Francis Carney Hamley-, de Chicago,
Illinois, que impulsaba una línea violenta para la transformación de Centroamérica.
“Tendré que renunciar a ser jesuita por un tiempo hasta el triunfo, porque las leyes actuales
de la Compañía de Jesús no permiten que un jesuita sea guerrillero. Me duele hacerlo”,
mencionó antes de involucrarse en la incursión que acabaría con su vida. A Reyes Mata y al
padre Guadalupe no les quedó otra que rendirse. Sin salida, se entregaron, junto a otro
grupo de rebeldes, y fueron llevados a un campamento de las Fuerzas Armadas, donde
Álvarez Martínez había dado órdenes de torturarlos y ejecutarlos. Así se hizo. Al Doctor
Mata le desmembraron el brazo derecho, le arrancaron las uñas de los pies –sin anestesia- y
se las dieron de comer, les cortaron los dedos. Un coronel que participó de la ejecución le
confesó a la familia que “tu hermano murió como un héroe, porque murió sin decir tan solo
una palabra; y fue fiel a sus principios y a sus ideales. Y eso hace a cualquier humano, verlo
bajo el cristal de la grandeza”. El padre revolucionario también fue asesinado.

Del otro lado de la historia, Álvarez Martínez elogiaba su triunfo: “Esto está comenzando, y
aunque las Fuerzas Armadas están preparadas lo que debemos preguntarnos es si el pueblo
hondureño está preparado para ayudarnos”. Fue designado “Hombre del año” en 1983,
“Maestro del año”, y recibió otra serie de homenajes por considerarse una especie de jefe
supremo que defendía la sociedad “occidental y cristiana del comunismo”… Al año
siguiente lo tumbaron y se cambió al fanatismo religioso como parte de la iglesia
protestante El Nazareno, en Estados Unidos, donde residió hasta abril de 1988. Murió en
enero de 1989 bajo el fuego de una ametralladora que le destruyó el pecho, el abdomen y
las piernas.

Tan sólo un día antes, el general retirado se había confesado en la Iglesia Misionera
Interdimensional en Tegucigalpa: “En mi niñez era rebelde, todo me molestaba, era muy
difícil; por eso el Señor me inclinó a la carrera militar, porque esperaba el momento en que
yo lo conociera. Buscó que manos humanas controlaran mi carácter, me disciplinaran, y eso
me ayudó a controlarme”… También iba diciendo que estaba en proceso de "santificación".

La “Doctrina de Seguridad Nacional”, alentada por Estados Unidos en la región y apoyada


por Álvarez Martínez en Honduras, con el pasar de los años, dejó una huella de, al menos,
160 mil muertos en Centroamérica…

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