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1. Introducción
Algunas cuestiones abordadas en los escritos lógicos de Jaume Balmes pueden inscribirse en
lo que hoy denominamos “tradición epistemológica”. Una de las cuestiones más debatidas en
la actualidad dentro de dicha tradición es ¿en qué medida debemos formar nuestras propias
creencias a partir del testimonio de otras personas? (entendiendo por “testimonio” cualquier
cosa que se oye o lee sobre la realidad más que por experimentarla o inferirla uno mismo).
Esta pregunta fue muy poco atendida por la epistemología moderna de corte cartesiano. En
ella se defendía en individualismo robusto: los factores sociales en la adquisición y
mantenimiento del conocimiento fueron marginados. No obstante, fue la Ilustración escocesa
la que inició el debate con algo más de protagonismo: tanto David Hume como Thomas Reid
debatieron sobre si debe haber razones independientes para confiar en el testimonio de otros
o si eso ya es un principio del sentido común que debemos dar por sentado. Lo cierto es que
innumerables de nuestras creencias descansan en el testimonio de otros y no puede ser de
otra manera. No obstante, si no deseamos caer en el credulismo, ¿cómo decidimos cuándo
formar una creencia con base en el testimonio y cuándo no? Ésta, y la pregunta inicial, son las
cuestiones fundamentales que se debaten dentro de la epistemología contemporánea en
relación al peso evidencial y a la justificación del testimonio.
La lógica de Jaume Balmes reconoce que para alcanzar la verdad muchas veces
requerimos confiar en la autoridad humana. En un espíritu que combina las preocupaciones
agustinianas del De utilitate credendi y el naturalismo humeano, trata de responder a las
principales cuestiones de la epistemología del testimonio, ampliando las condiciones y los
criterios que ofreció Hume para formar creencias a partir de los testimonios. En esta
presentación, busco (a) exponer de manera sintética las principales cuestiones y debates de la
epistemología del testimonio; (b) delinear el debate ilustrado en torno al testimonio entre el
credulismo de Reid, por un lado, y el autonomismo de Hume, por el otro; (c) mostrar las
respuestas de Jaume Balmes al debate iniciado por Hume, contextualizando dichas respuestas
en el marco de la lógica balmesiana; y (d) mostrar que Balmes se inscribe en las respuestas de
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corte híbrido. Termino tratando de mostrar la importancia de la lógica balmesiana y su
pertinencia para distintos debates epistemológicos contemporáneos.
1 Principalmente social, lo cual puede ser corroborado si pensamos en su importancia en el ámbito jurídico, que es
en donde el término suele utilizarse comúnmente. No obstante, debo aclarar que la presente presentación se
concentra en el «testimonio natural» y no en el «testimonio formal». El primero de ellos, en palabras de Coady, es
aquel que «se encuentra a diario en todos los contextos, que exhibe las operaciones sociales de la mente: darle a
alguien alguna dirección, reportar qué ha pasado en una accidente, decir que sí, que has visto a un niño responder a
esta descripción, decirle a alguien el resultado de la última carrera o la puntuación en el cricket» (1992, 38). La
segunda clase de testimonio puede encontrarse en los juzgados. Para una aproximación formal del testimonio
véase, por ejemplo, Goldman (1999, cap. 4).
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pasado de una comunidad o persona que tiene efectos en la formación de la propia identidad y
en la comprensión de las acciones de los antepasados.
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a la memoria, percepción o procesos inferenciales, o si se da prima facie dado el carácter
independiente del testimonio como fuente de conocimiento. El segundo debate surge a partir
de la suposición de que el conocimiento, vía testimonio, se transmite. Al día de hoy existen
argumentos contundentes para dudar de que esto sea cierto. Así, una alternativa al modelo de
la transmisión es el modelo de la generación.
No hay especie de razonamiento más común, útil e incluso necesario para la vida humana, que
aquel derivado del testimonio de otros hombres y del reporte de testigos y espectadores. De
esta especie de razonamiento, tal vez, podría negarse que está fundado en la relación de causa
y efecto. No discutiré nada al respecto. Será suficiente observar que nuestra confianza en
cualquier argumento de este tipo no es derivado de ningún otro principio sino de nuestra
observación de la veracidad del testimonio humano y la conformidad usual de los hechos y el
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reporte de los testigos. Ha de ser una máxima general que ningún objeto tenga ninguna
conexión conjunta visible, y que todas las inferencias, que podamos trazar de una a otra, se
encuentren en la experiencia de su conjunción regular y constante; es evidente que no
debemos hacer una excepción de esta máxima en el caso del testimonio humano, cuya conexión
con cualquier evento parece, en sí misma, tan poco necesaria como cualquier otra (1977, p. 75).
La cita anterior intenta resaltar algo en particular: la fiabilidad general del testimonio
humano. Según Hume no existe otra manera de estar justificado si éste no es producto de su
reducción a la corroboración directa y a las inferencias inductivas elaboradas a partir de la
conformidad de los hechos con el reporte de un tercero.
Por otro lado, Thomas Reid afirmaba que nuestra actitud natural en confiar en el
testimonio es razonable incluso si sabemos poco sobre la fiabilidad del otro; es decir, el
testimonio es siempre prima facie creíble. En otras palabras, el testimonio es una fuente
básica de conocimiento, no reducible a la percepción, a la memoria ni a las inferencias
inductivas. Pero, ¿a qué se refería Reid con «nuestra actitud natural»? Se refería al «principio
de credulidad», el cual va acompañado del «principio de veracidad». Así lo explica Reid:
El sabio y benéfico Autor de la Naturaleza, que tuvo la intención de que fuéramos criaturas
sociales y que debiéramos recibir la parte más grande e importante de nuestro conocimiento
por medio de la información de otros, ha implantado en nuestra naturaleza, para estos
propósitos, dos principios que se corresponden mutuamente. / El primero de estos principios
es una tendencia a hablar con la verdad y de utilizar los signos del lenguaje de forma que se
transmita nuestros sentimientos reales. / (…) Otro principio original implantado en nosotros
por el Ser Supremo, es una disposición en confiar en la veracidad de los otros y en creer en lo
que nos dicen. Éste es la contraparte del primero; y como aquél puede ser llamado el principio
de la veracidad, deberíamos, a falta de un nombre más adecuado, llamar a éste el principio de la
credulidad (1997, pp. 193-194).
Actualmente hay desacuerdo en cómo deberíamos entender ambos principios (ver, e.g., van
Cleve 2006, pp. 51- 54). Sin embargo, su parte esencial es claramente inteligible y se puede
resumir diciendo que a todos los seres humanos se nos han implantado ambos principios, lo
cual permite la propagación del conocimiento más importante o fundamental.
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reduccionismo propone un oyente O acrítico o crédulo ante el reporte de un tercero. Así, el
reduccionismo ha insistido que el testimonio se reduce a procesos interno-individuales,
mientras que el dualismo intenta reconciliar tanto los componentes del reduccionismo como
los del no reduccionismo.
Existe una segunda objeción: la «réplica de la racionalidad». Ésta surge debido a que el
no reduccionismo, entendido como anti-individualista, une la noción de garantía epistémica
con la de justificación, que el reduccionismo divide; por lo cual, la racionalidad, antiguamente
relacionada únicamente con la noción de justificación, toma un carácter socialmente difuso —
es decir, existe un riesgo de no saber la evidencia relevante que pueda socavar un
testimonio— que el reduccionista parece resolver mejor que el no reduccionista. Por lo tanto,
el no reduccionismo es presuntamente falso.
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encontramos con el segundo componente, el componente reductivo, puesto que en la búsqueda
de la no-circularidad se responde con razones no-testimoniales.
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argumentar que el testimonio es generalmente fiable no tiene importancia significativa en
casos concretos.
2 Otros movimientos reduccionistas los encontramos en las aproximaciones bayesianas en contextos legales (ver
Goldman, 1999) y en la inferencia a la mejor explicación (ver, e.g., Fricker, 1994; Lipton, 1998).
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existen contra-creencias o contra-evidencia (defeaters) que permiten rechazar la justificación
prima facie del testimonio. Dichas contra-creencias o contra-evidencia pueden ser entendidas
como razones negativas para el rechazo de un testimonio. En este sentido, pues, no son
necesarias ni suficientes las razones positivas, sólo se requiere que no se tenga evidencia en
contra de nuestra confiabilidad en el acto testimonial. Además, debido a este requisito tan
débil que han señalado los no reduccionistas, muchos de ellos han agregado un segundo
requisito, a saber: que el hablante sea un creyente competente y sincero.
4. La lógica de Balmes
Para Balmes la lógica no es otra cosa que el camino para encontrar la verdad. En la biblioteca
episcopal de Vic leyó a Aristóteles, a Llull, a diversos escolásticos, a Descartes, a Condillac, a
Arnald (Montiu de Nuix 2011, p. 204). Para todos ellos, en suma, la lógica no es otra cosa que
un medio para pensar bien, para pensar correctamente. Y así lo es para Balmes: “Dícese que la
lógica es un arte que enseña a pensar bien: éste es el significado propio de la palabra (…) Es
decir, que con la lógica hemos de aprender a pensar bien” (OC, VIII, p. 429). Para Balmes la
lógica no es un instrumento formal, ni un lenguaje formal que represente las estructuras del
pensamiento. Balmes no es un lógico en el sentido moderno, es un educador. Por ello, la lógica
carece de interés por sí misma, sólo es un medio, un camino. Por tanto, “el objeto de la lógica
—para Balmes— es enseñarnos a conocer la verdad” (OC, III, p. 8).
Sobre la verdad, Balmes hace una distinción entre verdad real y formal. Sobre la
primera, es agustiniano: “La verdad es la realidad. Verum est id quod est, es lo que es, ha dicho
San Agustín. (…) La verdad en la cosa es la cosa misma” (OC, III, p. 8; OC, IV, p. 750). Sobre la
segunda, es aristotélico-tomista, pues la verdad formal o la verdad en el entendimiento es la
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adecuación de éste con el objeto: “verdad en el entendimiento es el conocimiento de la cosa tal
como ésta es en sí” (OC, III, p. 8), “La verdad en el entendimiento es conocer las cosas tales
como son” (OC, III, p. 754). Balmes sigue también a San Agustín cuando realiza otra distinción
en El criterio, aquella que considera a la verdad de la voluntad y de la conducta: “La verdad en
la voluntad es [querer las cosas] como es debido, conforme a las reglas de la sana moral. La
verdad en la conducta es obrar por impulso de esta buena moral” (OC, III, p. 754). Estas
últimas distinciones impiden a Balmes desvincular a la verdad del bien moral y las virtudes
(Montiu de Nuix 2011, p. 205).
Para Balmes hay una lógica natural, una disposición que la naturaleza nos da a las
personas para conocer la verdad, y una lógica artificial, que está constituida por reglas que
nos guían para conocerla, así como las razones en las que se fundamentan dichas reglas (OC,
III, pp. 8ss). La lógica natural, por su parte, indica un orden teleológico en la naturaleza
humana que nos dispone a alcanzar la verdad. Así, la lógica de Balmes valora y considera el
saber ordinario, propio no de los doctos o filósofos, sino de las personas comunes.
Recordemos esa conocida afirmación balmesiana repetida en El criterio, De la certeza y en su
Historia de la filosofía: “Por mi parte, no quiero ser más que todos los hombres; no quiero
estar reñido con la naturaleza; si no puedo ser filósofo sin dejar de ser hombre, renuncio a la
filosofía y me quedo con la humanidad” (OC, II, p. 210; OC, III, pp. 626-27; OC, III, 536-37). En
su lógica hay lugar para la intuición, la inspiración y, sobre todo, el sentido común (Montiu de
Nuix 2011, p. 206). Una última característica de su lógica, íntimamente ligada la lógica natural,
tiene que ver con su carácter teleológico: la causa de esta natural disposición para alcanzar la
verdad no puede ser otra que la causa primera. Dice Casanovas, respecto a este punto de la
lógica de Balmes: “Quid fortius desiderat anima quam veritatem? Encontrar esta verdad,
asimilarla; eso es el hombre” (1932, p. 200). Al igual que para Thomas Reid, para Balmes es el
Creador el que dota a la naturaleza humana de los principios que le permiten alcanzar la
verdad.
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lógica, radica en la incorporación de factores que suelen ser desdeñados como la imaginación,
la voluntad, las emociones y las pasiones: “Una buena lógica debiera comprender al hombre
entero: porque la verdad está en relación con todas las facultades del hombre” (OC, III, p. 755).
Estas ampliaciones de su lógica incluyen también a la autoridad humana, el testimonio de
otros sobre lo que nosotros mediante el uso exclusivo de nuestras propias facultades no
podríamos saber.
Para Balmes, la lógica natural incluye una especie de instinto intelectual, el cual nos
permite asentir a proposiciones que no nos constan por vía de la evidencia o la conciencia: es
éste el criterio de sentido común (OC, III, p. 80). Por ejemplo, estas proposiciones pueden
versar —para Balmes— sobre la existencia misma del mundo externo o las verdades morales
(OC, III, p. 81), de las cuales o no disponemos de demostraciones, o aunque dispusiéramos de
ellas no todos podrían comprenderlas, y aun así las conocen. Afirma Balmes:
(…) hay en nosotros un instinto intelectual que nos impulsa de una manera irresistible a dar
asenso a ciertas verdades no atestiguadas por la conciencia ni por la evidencia: a este instinto
llamo criterio de sentido común: podríamos apellidarlo instinto intelectual. Se le da el nombre
de sentido porque ese impulso parece tener algo que le asemeja a un sentimiento; se le da el
título de común porque en efecto es común a todos los hombres. Los que se ponen en
contradicción con ese instinto universal, los que no tienen sentido común, son mirados como
excepciones monstruosas en el orden de la inteligencia (OC, III, p. 81).
Para Balmes, adicionalmente, existe tanto el criterio de los sentidos como el criterio de la
evidencia. El primero consta de dos elementos: el testimonio de la conciencia y el instinto
intelectual. El testimonio de la conciencia nos permite cerciorarnos de la presencia de los
fenómenos internos o de la sensación en sí misma, la cual es exclusivamente subjetiva; gracias
al instinto intelectual atribuimos realidad al objeto de las sensaciones, lo que nos permite
pasar del fenómeno interno al mundo externo, con independencia si este tránsito sea sólido o
no. Con el criterio de la evidencia sucede algo similar: se fundamenta tanto en el testimonio de
la conciencia como en el instinto intelectual, lo que nos permite en este caso pasar del cómo
nos parecen las cosas a que de hecho son como realmente nos parecen (OC, III, pp. 81ss).
Adicionalmente, Balmes piensa en otro criterio —que es el que nos interesa para los
fines de esta presentación: el criterio de autoridad. Éste, piensa Balmes, es una combinación
de los criterios anteriores:
El criterio que se llama de autoridad se forma de una combinación de los criterios explicados.
Oímos la relación de un suceso que no hemos presenciado y damos fe al narrador. Para esto se
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necesita: 1º Oír sus palabras; he aquí el criterio del sentido. 2º Conocer que no se engaña ni nos
engaña; y esto o bien lo deduciremos || por raciocinio, en cuyo caso nos servirá ora la evidencia,
ora la probabilidad, o bien creeremos instintivamente, y entonces obedeceremos al sentido
común (OC, III, p. 82).
Balmes, así, no puede ser catalogado ni como un reduccionista ni como un reduccionista craso
con respecto a la epistemología del testimonio. Balmes acepta tanto la posibilidad de que el
criterio de autoridad falle en su consecución del conocimiento por falta del buen uso de
cualquiera de los criterios involucrados. Podemos fallar por una falta de criterio de sentido:
oyendo o leyendo mal lo que se nos testimonia. Podemos fallar por una falta de criterio de
evidencia: cometiendo errores de razonamiento. Y también podemos fallar por una falta de
criterio de sentido común: por la mala fe del testigo. Para Balmes, adicionalmente, el criterio
de sentido común puede ser infalible si cumple con cuatro condiciones: el asentimiento
irresistible al punto que resulta imbatible por medio de la reflexión, el asentimiento
generalizado de las personas, el examen de la razón, y la satisfacción de alguna gran necesidad
de la vida sensitiva, intelectual o moral (OC, III, p. 83).
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imparciales; (4) cotejar el testimonio de un testigo con el de otro de opiniones e intereses
diferentes; (5) en las narraciones conviene distinguir entre el hecho narrado y las causas que
se le señalan, resultados que se le atribuyen y juicio de los escritores; (6) desconfiar de los
anónimos; (7) conocer la situación y las circunstancias del narrador; (8) sospechar que son
apócrifas o están alteradas las obras póstumas, publicadas por manos desconocidas o poco
seguras; (9) no dar más fe que la que se da al responsable de la edición en narraciones
fundadas en memorias secretas y papeles inéditos; (10) recibir con desconfianza
las relaciones de negociaciones ocultas, de secretos de Estado, anécdotas picantes sobre la
vida privada de personajes célebres, sobre tenebrosas intrigas y otros asuntos de esta clase;
(11) dar poco crédito, tratándose de pueblos antiguos o muy remotos, a cuanto se nos refiera
sobre riqueza del país, número de moradores, tesoros de monarcas, ideas religiosas y
costumbres domésticas; y (12) desconfiar mucho de las relaciones de los viajeros que no han
permanecido mucho tiempo en el país que nos describen (OC, III, pp. 94-5). Estas reglas son
explicadas con detenimiento y ejemplos en el apartado sobre el estudio de la historia en El
criterio (OC, III, pp. 608-13).
5. Conclusión
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