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Esta obra de Hume tiene como objeto de estudio, como dice el título, la

naturaleza del entendimiento humano, y como fin el poder demostrar la no


aptitud del mismo entendimiento para alcanzar lo propuesto por la metafísica
tradicional, y de ese modo poder llevar a cabo el estudio de la verdadera
metafísica.

Sección primera: De las distintas clases de filosofía

Identifica aquí Hume filosofía moral, ciencia de la naturaleza y


metafísica. Esta misma filosofía puede ser tratada de dos maneras diversas:
1. Una de ellas considera al hombre como un ser que nació para la acción y
que en sus cálculos es influido por los gustos y sentimientos. Estos
últimos nos hacen sentir la diferencia entre vicio y virtud, excitan y
moderan nuestras emociones e inclinan nuestros corazones al amor de
la honestidad y del verdadero honor. Esta es la filosofía sencilla y clara,
que es preferible a la otra y además tuvo más fama. Es más útil a la vida
cotidiana.
2. La segunda considera al hombre bajo el aspecto de ser razonable e
intenta modelar su entendimiento en mayor medida que sus modales.
Habla de verdad y falsedad y también de vicio y virtud, pero no puede
precisar la fuente de esas distinciones. Esta filosofía es más precisa y
abstrusa, que no se interesa por la acción y sus preceptos no tienen
influencia en nuestro comportamiento.
El hombre más perfecto, sin embargo, es quien está entre los dos
extremos: está bien dispuesto y posee gusto por los libros y al mismo tiempo
por los libros y los negocios. Hay poca satisfacción en la sola ciencia, puesto
que es muy limitada nuestra capacidad de comprensión, por eso el hombre
debe ser también sociable y activo. La filosofía abstrusa debe estar al servicio
de la más sencilla, para que esta posea precisión.
La filosofía precisa, sin embargo, es rechazada por ser ardua y dolorosa
y por ser la fuente de la duda y el error. La metafísica no es, pues, propiamente
una ciencia, sino que nace de la vanidad de querer meterse en materias
inaccesibles a la razón o de supersticiones populares. Ahora bien, para salir de
este problema se hace necesario estudiar la naturaleza del entendimiento,
conociendo, distinguiendo y clasificando sus operaciones. Luego de esto, la
metafísica podrá mantenerse dentro de los límites de nuestro conocimiento. Y
aunque no fuera posible realizar estas distinciones en las operaciones del
entendimiento, por lo menos habrá quedado la satisfacción de haber llegado lo
suficientemente lejos en la investigación, a la cual procederá en las siguientes
secciones.

Sección segunda: Del origen de las ideas


Para alcanzar el origen de las ideas, es necesario, en primer lugar,
establecer la división de las percepciones, cuyo fundamento divisivo son los
grados de fuerza o vivacidad que estas poseen.
1. Así, en primer término nos encontramos con los pensamientos o ideas.
Estas son las menos enérgicas y vivaces. “Todas las ideas,
especialmente las abstractas, son por naturaleza débiles y oscuras. La
mente no tiene más que un dominio escaso sobre ellas. Son proclives a
ser confundidas con otras ideas semejantes” 1, y con frecuencia, cuando
utilizamos un término, imaginamos que a él va unida una idea. Las ideas
son copias de nuestras impresiones, que constituyen el segundo tipo de
percepción.
2. Son las más vivaces, como oír, ver, sentir, amar, etc. Son más exactas
que las ideas.

Ahora bien, Hume da dos argumentos para probar que las ideas son
copias de las impresiones:
1. Si analizamos las ideas, vemos que estas se reducen a ideas tan simples
como aquellas que fueron copiadas de una sensación o sentimiento
precedente.
2. Si algún órgano no es susceptible de algún tipo de sensación, mucho
menos lo será de sus correspondientes ideas.
Sin embargo, se presenta a la consideración un ejemplo que podría tirar
por tierra los argumentos, dejando abierta la posibilidad de que no sea
necesario con necesidad absoluta que las ideas procedan de sus impresiones
correspondientes, y es el siguiente: si una persona percibió en su vida todos los
matices de un color menos uno, poniéndole todos los matices de ese color ante
los ojos, menos aquel que no conoce, percibirá, pues, un vacío. ¿Lo supliría
mediante su imaginación? Hume se limita a responder que como el ejemplo es
muy excepcional no vale la pena tenerlo en cuenta (¡!). Y así, sin intentar
responder la objeción, afirma su posición primera: las ideas son copias de las
impresiones.

Sección tercera: De la asociación de ideas

Esta sección es corta en extensión. Se limita a buscar el principio de la


asociación de ideas.

1 Hume, Investigación sobre el conocimiento humano, Ed. Biblioteca Nueva,


Madrid, 2002, p. 80.
Las ideas compuestas comprenden ideas simples, las cuales se asocian
en virtud de un “principio universal que ejerce idéntico influjo en todo
hombre”2. En realidad, tres pueden ser los principios de asociación de ideas:
“semejanza, contigüidad en el tiempo y en el espacio, y causa o efecto” 3.

Sección cuarta: Dudas escépticas referentes a las operaciones del


entendimiento

Empieza esta sección con una nueva distinción. Esta vez es a cerca de los
objetos de la razón. Hay, pues, dos clases:
1. Relaciones de ideas: corresponde su estudio a las ciencias geométrica,
algebraica y aritmética. Son cualquier afirmación que sea cierta, bien
por demostración, o bien por intuición. Son descubiertas por medio de
una simple operación del entendimiento, independientemente de que
exista o no el universo.
2. Cuestiones de hecho: son los segundos objetos de la razón. No son
ciertas de igual manera, ni su evidencia es igual a la de las relaciones de
ideas. Su contrario es siempre posible, ya que no implica contradicción,
es decir que el contrario puede ser pensado.
Los razonamientos a cerca de las cuestiones de hecho parecen estar
fundados en la relación causa-efecto: por ella superamos la evidencia de
la memoria y los sentidos.
Esta relación no se conoce por razonamientos a priori, puesto que la
imagen que del efecto se puede obtener de este modo, es arbitraria. Se
la conoce, pues, por la experiencia: cuando descubrimos que los objetos
particulares se encuentran vinculados unos a otros. Los objetos no nos
muestran por sus cualidades ni las causas que lo producen ni los efectos
que provocará, y la razón no puede sacar ninguna conclusión en esta
materia sin recurrir a la experiencia, la cual es necesaria respecto de la
comunicación de un movimiento de parte de un objeto a otro. Aquí se ve
patente la influencia de la costumbre.

En la segunda parte, se pregunta Hume por el fundamento de todas las


conclusiones de la experiencia. Se presentan problemas ante la
respuesta que afirma ser el fundamento la relación causa-efecto. Ya que
no hay manifiesta conexión entre las cualidades sensibles y los poderes
secretos, la mente no está inclinada a formar la conclusión respecto de
la relación causa-efecto. Otra cuestión es que la experiencia de lo
pasado sólo da conocimiento de ese objeto y tiempo pasados, pero no se
sigue de allí que deba extenderse a tiempos futuros.

2 Idem, p. 83.

3 Idem, p. 83.
No son idénticas las proposiciones siguientes: “he encontrado que a tal
objeto le ha acompañado siempre un determinado efecto y preveo que
otros objetos que son, en apariencia, semejantes a aquel irán seguidos
de efectos semejantes”4. No es intuitiva la conexión que existe entre
ambas, sino que se requiere un término medio, el cual Hume presenta
como excedente a su capacidad y que ninguna ciencia puede dar.
Para continuar su investigación sobre la inferencia de una proposición a
otra, divide los razonamientos en dos clases: en primer lugar el
razonamiento demostrativo, el cual se refiere a relaciones de ideas. No
se puede hallar para el caso este razonamiento, puesto que no es
contradictorio pensar que la naturaleza podría cambiar. En segundo
término se encuentra el razonamiento moral, referente a cuestiones de
hecho y existencia. Por ellos, la experiencia presenta un número limitado
de efectos uniformes producidos por objetos, y que estos objetos, en un
tiempo determinado fueron revestidos de tales poderes. Al presentarse
un nuevo objeto con características similares, esperamos poderes
semejantes y pretendemos encontrar efectos parecidos.
Queda descartado, pues, que la inferencia sea intuitiva o demostrativa.
Tampoco es experimental, puesto que sería “incurrir en una petición de
principio, porque todas las inferencias de la experiencia mantienen,
como fundamento, la suposición de que el futuro se asemejará al
pasado”5. La experiencia es inútil puesto que hay posibilidad de
sospechar que el curso de la naturaleza puede mutar. A conclusión que
Hume extrae de todo esto es que no es posible hallar un argumento que
esté basado en la experiencia y que sea capaz de dar pruebas de la
semejanza entre el pasado y el futuro.

Sección quinta: Solución escéptica a estas dudas

La empresa de esta sección consiste en intentar responder a la


problemática presentada en la sección precedente.
En cuanto a la relación de causa y efecto, es necesaria, se había dicho,
la experiencia de que objetos similares se presentan en íntima conexión
constantemente. Sin embargo, la experiencia no basta para conocer el poder
secreto por el cual un objeto produce otro. Sin embargo, hay otro principio que
nos lleva de la mano a sacar esa conclusión: es la costumbre. La costumbre es
una inclinación a realizar un acto determinado. Se produce por la repetición
constante de dicho acto. Este principio es el último que podemos establecer
para todas las conclusiones que establecemos por la experiencia. Ergo, las

4 Hume, Investigación sobre el conocimiento humano, Ed. Biblioteca Nueva,


Madrid, 2002, p. 96.

5 Hume, Investigación sobre el conocimiento humano, Ed. Biblioteca Nueva,


Madrid, 2002, p. 99.
inferencias de la experiencia son efectos de la costumbre y no del
razonamiento.
El resultado necesario de poner a la mente en esta situación es la
creencia: por efecto de la costumbre, esperará un determinado efecto, y por la
creencia asentirá la existencia de esa relación.
Aunque no se puede avanzar más en estas cuestiones, como Hume
mismo afirma, sin embargo, él va a examinar igualmente la naturaleza, tanto
de la creencia, como de la conjunción habitual de la que se deriva (¡!).

Aunque la imaginación tiene poder ilimitado para componer y dividir las


ideas en todas las modalidades de la ficción y la visión, no está en nuestro
poder creer que lo compuesto o dividido exista, porque hay un sentimiento que
se añade a la creencia y que no depende de la voluntad, sino que surge de
modo natural. Aquello que se presenta a la memoria o los sentidos, y es
concebido como unido a otro por la costumbre, está acompañado por ese
sentimiento. He aquí la naturaleza de la costumbre.
Acto seguido, Hume desarrola una suerte de descripción de la creencia.
Es “una concepción del objeto más viva, dinámica, enérgica, consistente y
sólida que aquella que la imaginación sola es capaz de adquirir” 6. “Es algo que
la mente experimenta, al distinguir las ideas del juicio de de las ficciones de la
imaginación, otorgándoles a aquellas más peso e influencia, confiriéndoles la
máxima importancia, imponiéndoselas a la mente y convirtiéndolas en el
principio regulador de nuestras acciones” 7. Tiene su origen en la unión habitual
del objeto con algo que está presente a la memoria o los sentidos. La
naturaleza ha establecido conexiones entre las ideas particulares. Estas
conexiones están basadas en los principios de conexión o asociación, que son
tres: semejanza, contigüidad y causalidad. En dichas relaciones se presupone
siempre la creencia en el objeto correlativo.
La creencia se puede extender más allá de la memoria y los sentidos.
Parte de un objeto presente a los sentidos. Este otorga mayor fuerza a la idea,
la cual surge súbitamente. “El pensamiento se mueve instantáneamente hacia
ella y le transmite toda esa fuerza de intelección que se deriva de la impresión
presente a los sentidos”8.
La operación de la mente en todas nuestras conclusiones referentes a
cuestiones de hecho y existencia, consiste en un objeto presente y una
transición habitual a la idea de otro objeto. Esta operación no es probable que

6 Idem, p. 108.

7 Hume, Investigación sobre el conocimiento humano, Ed. Biblioteca Nueva,


Madrid, 2002, p. 108.

8 Idem, p. 112.
se deba a las deducciones falaces de la razón, sino por medio de alguna
tendencia instintiva que sea infalible.

Sección séptima: de la idea de conexión necesaria

En vistas a hallar la procedencia de esta idea, Hume muestra que hay una
ventaja de las matemáticas sobre las ciencias morales. En cuanto a las
primeras, sus ideas son sensibles y por lo tanto claras y precisas. Sus términos
expresan siempre las mismas ideas. La mente retiene sus ideas con mayor
facilidad. En cuanto a las segundas, sus impresiones suélense escaparnos
fácilmente cuando la razón las examina. Así los razonamientos se hacen
ambiguos y a objetos similares se los considera iguales.
Sin embargo, vistas desde otro ángulo, las verdades geométricas, para
ser alcanzadas las más abstrusas de ellas, hay que seguir una enorme e
intrincadísima cadena de razonamientos y comparar ideas muy alejadas entre
sí. En cambio, respecto de las verdades morales, las inferencias son más
cortas.
Las más oscuras de las verdades morales son las de poder, fuerza,
energía o conexión necesaria. Para conocer bien su idea hay que examinar su
impresión. Y para comprender correctamente esta última, es necesario buscar
las fuentes de donde puede derivarse.
Ya que ningún cuerpo descubre poder alguno, la mente no experimente
ningún sentimiento ni impresión de la sucesión de objetos, ergo, ningún caso
concreto de causa-efecto puede sugerirnos la idea de poder o conexión
necesaria.
Esta idea, pues, se deriva de la reflexión sobre las operaciones de la
mente. Así, la influencia de la voluntad la conocemos gracias a la conciencia.
Como es un hecho, se reconoce sólo por la experiencia. Sin embargo, no somos
conscientes de los medios por los cuales la voluntad efectúa su influencia. Las
razones son las siguientes:
1. En la naturaleza no existe un principio más misterioso que la unión de
alma y cuerpo
2. No somos capaces de mover todos los órganos del cuerpo con plena
autoridad.
3. Por la anatomía se sabe que el objeto inmediato del poder en el
movimiento voluntario no es el miembro mismo.
Ni siquiera el dominio de la voluntad en cuanto al poder de engendrar una
nueva idea, nos da la idea real de fuerza.
1. Debemos conocer la causa, el efecto, y la relación entre ellos. Pero la
mente no puede conocer un poder tal.
2. El dominio de la voluntad sobre sí misma es limitado.
3. El dominio sobre sí mismo varía en distintos momentos.

No existe en la naturaleza ningún caso de conexión que podamos


concebir: todos los sucesos parecen aislados y separados. Un suceso sigue a
otro, pero no es posible observar un vínculo entre ellos.
Pero todavía queda una forma de evitar la precedente conclusión y un
principio que aún no se examinó: un particular suceso se da junto con otro en
todos los casos, predecimos uno a partir del otro y suponemos conexión.
Sentimos que los sucesos están conectados en la imaginación.
En razón de la imprecisión de la idea que tenemos de causa, no se
puede dar una definición precisa de ella. Sin embargo, Hume propone tres
definiciones:
1. “Un objeto, seguido de otro, donde todos los objetos similares al primero
son seguidos de objetos similares al segundo” 9.
2. “donde si el primer objeto no se hubiera dado, no existiría el segundo” 10.
3. “Es un objeto seguido de otro, y cuya aparición siempre conduce el
pensamiento hacia ese otro”11.
Si queremos ir más allá, no podemos obtener ni una sola idea de causa.

Sección duodécima: De la filosofía académica o escéptica

Hume se propone precisar la noción de “escéptico” y cuál es el límite hasta


donde se puede llevar la duda.
Nuevamente nos encontramos aquí con una distinción entre dos tipos de
escepticismo:
1. Uno es anterior a la investigación filosófica, y lo identifica con la duda
cartesiana, que buscaba en ella un ancla contra el error y el juicio
precipitado. El fin era hallar con ella un principio indubitable a partir del
cual se pueda desarrollar toda la filosofía de modo seguro. Pero he aquí
que no existe este tal principio, y que si existiera, el único modo de
progresar sería por las mismas facultades que ahora se están poniendo
en duda.

9 Idem, p. 132.

10 Idem, p. 132.

11 Idem, p. 132.
La forma moderada de este escepticismo, es un preliminar necesario
para la filosofía, porque nos facilita la imparcialidad y la liberación de los
prejuicios.
2. El segundo tipo, es consecuencia de la investigación, y se da cuando se
percibe el carácter falaz de las facultades o cuando se ve la incapacidad
respecto de las materias de las que uno se ocupa. Aún se ponen en duda
los propios sentidos.
Hay algunos argumentos contra los sentidos, que son profundos y de no
fácil solución:
a) Los hombres tienen inclinación natural a tener fe en los sentidos.
Suponen la existencia de un universo externo independiente de
nuestra percepción y que las imágenes que se presentan a los
sentidos son los objetos externos. Sin embargo, esta opinión cae
si consideramos que “nada se puede hacer presente jamás en la
mente más que una imagen o percepción, y que los sentidos son
sólo los canales a través de los cuales se transmiten las imágenes,
sin que estos puedan establecer ninguna relación inmediata entre
la mente y el objeto.
Es una cuestión de hecho el ser producidas las percepciones de
los sentidos por objetos externos a ellas. Sin embargo, la
experiencia no alcanza esta cuestión. La mente sólo tiene
presente las percepciones, y no puede tener experiencia de sus
conexiones con los objetos.
No es correcto recurrir a la veracidad del Ser Supremo, para
validar el conocimiento sensible.
b) Otro argumento, sostiene que las cualidades sensibles de los
objetos, son solamente secundarias, y que estas no existen en los
objetos mismos. Pero, esto admitido, se sigue lo mismo respecto
de las cualidades primarias de extensión y solidez. La idea de
extensión se obtiene por la vista y el tacto. Ahora bien, si estas
cualidades, que son percibidas por los sentidos, están en la mente
solamente, debe seguirse lo mismo con respecto a la idea de
extensión.

La principal objeción que se realiza en contra de los razonamientos


abstractos proviene de las ideas de espacio y tiempo. La idea que más
conmocionó el sentido común es la de la divisibilidad infinita de la
extensión. Esto evidentemente es absurdo, pero aún más lo es acerca
del tiempo de la extensión.
Las objeciones que los escépticos hacen respecto a los razonamientos
que se refieren a cuestiones de hecho son:
1. Populares: son causadas por la debilidad del entendimiento humano,
opiniones contradictorias, etc.
2. Filosóficas: Aquí el escéptico parece poder triunfar, ya que sostiene la
relación causa efecto deriva la certeza de toda cuestión de hecho que
esté más allá de nuestros sentidos y nuestra memoria.
Pero al escéptico excesivo se le puede objetar solamente preguntándole
por el fin de sus investigaciones. Allí es donde queda desconcertado. Si
sus principios predominasen, ello sería peligroso para toda la vida
humana.

Pero existe también un escepticismo más moderado, llamado


escepticismo académico, que puede ser muy útil. Sería un gran bien si la
admitieran los dogmáticos, ya que les daría mayor modestia y
discreción.
Otro tipo de este escepticismo es la limitación de nuestros
razonamientos a materias más convenientes al entendimiento. Así
descubriremos las verdaderas materias de la ciencia.
Los únicos objetos de las ciencias abstractas son la cantidad y el
número.
Las demás investigaciones son relativas a cuestiones de hecho, y no
pueden ser demostradas.
De este modo, Hume demuestra la posibilidad de un escepticismo válido
y útil al progreso de la ciencia, distinguiéndolo de aquel exagerado que
practicaba Descartes y sus seguidores.

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