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Un siervo indio se dirige a la casa hacienda para cumplir su turno de que has traído: todo el cuerpo, de cualquier manera,

ra, cúbrelo como


pongo o sirviente, según la usanza feudal en las haciendas de la puedas, ¡Rápido!" Entonces, el ángel viejo, sacando el excremento
sierra peruana de la época (principios del siglo XX). Era un de la lata, lo embadurnó en todo el cuerpo del pongo, de manera
hombrecito de cuerpo esmirriado y con ropas viejas. Solo con verle, tosca.Hasta allí parecía que esa era la justa retribución de ambos y
el patrón se burló de su aspecto y de inmediato le ordenó hacer la así creyó entender el hacendado, que escuchaba atento tal relato.
limpieza. El pongo se portaba muy servicial; no hablaba con nadie; Sin embargo, el pongo advirtió rápidamente que allí no terminaba la
trabajaba callado y comía solo.El patrón tomó la costumbre de historia, sino que San Francisco, luego de mirar fijamente a ambos,
maltratarlo y fastidiarlo delante de toda la servidumbre, cuando esta ordenó que se lamieran el uno al otro, en forma lenta y por mucho
se reunía de noche en el corredor de la hacienda para rezar el Ave tiempo. El viejo ángel rejuveneció y quedó vigilando para que la
María. El patrón obligaba al pongo a que imitara a un perro o a una voluntad de San Francisco se cumpliera.
vizcacha; el pongo hacía todo lo que le ordenaba, lo que provocaba
la risa del patrón, quien luego lo pateaba y lo revolcaba en el suelo.
Incluso los demás siervos no podían contener la risa al ver tal
espectáculo.Y así pasaron varios días, hasta que una tarde, a la hora
del rezo habitual, cuando el corredor estaba repleto de la gente de
la hacienda, el pongo le dijo a su patrón: "Gran señor, dame tu
licencia; padrecito mío, quiero hablarte". El patrón, asombrado de
que el hombrecito se atreviera a dirigirle la palabra, le dio permiso,
curioso por saber qué cosas diría. Entonces el pongo empezó a
contarle al patrón lo que había soñado la noche anterior: ambos
habían muerto y se encontraron desnudos ante los ojos de San
Francisco, quien examinó los corazones de los dos. Luego, el santo
ordenó que viniera un ángel mayor acompañado de otro menor que
trajera una copa de oro llena de miel. El ángel mayor, levantando la
copa, derramó la miel en el cuerpo del hacendado y lo enlució con
ella desde la cabeza hasta los pies. Cuando le tocó su turno al pongo,
San Francisco ordenó a un ángel viejo: "Oye viejo. Embadurna el
cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata

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