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Funciones Ejecutivas en El Aula
Funciones Ejecutivas en El Aula
Consideraciones generales
La capacidad de controlar nuestras acciones depende de la integridad del sistema de función
ejecutivo, una red extensa distribuida fundamentalmente en la corteza prefrontal. Esta región que
nos hace realmente humanos está situada en la parte anterior del lóbulo frontal, es el área mejor
conectada del cerebro (ver figura 1) y se desarrolla de forma mucho más lenta que otras regiones
cerebrales. Aunque es la región más moderna del cerebro, también es la más vulnerable. El estrés,
la tristeza, la soledad o una mala condición física pueden perjudicar el buen funcionamiento de la
corteza prefrontal. De hecho, en una situación de estrés se pueden manifestar síntomas parecidos
a los asociados al TDAH debido a la dificultad para pensar con claridad o ejercitar el adecuado
autocontrol (Diamond y Ling, 2016).
La gran mayoría de los estudios publicados (Bagetta y Alexander, 2016) mencionan tres
componentes básicos de las funciones ejecutivas que están directamente relacionados entre ellos
y que permiten desarrollar otras funciones complejas como el razonamiento, la resolución de
problemas o la planificación: el control inhibitorio, la memoria de trabajo y la flexibilidad cognitiva.
Este conjunto de habilidades directamente vinculadas al proceso madurativo de la corteza
prefrontal son muy importantes para la vida cotidiana y resultan imprescindibles para el éxito
académico (Best et al., 2011) y el bienestar personal del alumno. Se pueden entrenar y mejorar
a cualquier edad a través de procedimientos diferentes -tal como veremos en los apartados
posteriores- con la práctica adecuada, por lo que enseñar al niño a desarrollar estas funciones
ejecutivas debería ser una prioridad educativa (Diamond, 2013).
Control inhibitorio
Es la capacidad que nos permite inhibir o controlar de forma deliberada conductas, respuestas o
pensamientos automáticos cuando la situación lo requiere. Así pues, a los niños a los que les
cuesta inhibir los impulsos responden sin reflexionar, buscan recompensas inmediatas o tienen
dificultades para proponerse objetivos a largo plazo, por ejemplo. En la práctica, será más fácil
para el alumno comprometerse en una tarea o finalizarla si entiende las opciones que tiene antes
de decidirse a actuar, reconoce cómo le afecta esa acción o puede visualizar la opción correcta
para esa tarea (Moraine, 2014).
Un buen control inhibitorio del niño aparece cuando es capaz de mantener la atención en la tarea
que está realizando sin distraerse (atención ejecutiva), tal como ocurre cuando participa en una
canción grupal, interviene en una obra de teatro, realiza una construcción de bloques o intenta
andar sin que se le caiga el huevo que sostiene con una cuchara en la boca. Ejemplos claros de la
importancia del juego, de las artes y del movimiento a través de actividades tradicionales que
facilitan el desarrollo de las funciones ejecutivas del niño. Y en cuanto al componente conductual
de la inhibición (autocontrol), qué importante es que el niño disponga del tiempo necesario para
reflexionar. Como en el caso de la tarea ‘día-noche’ en la que ha de responder ‘día’ cuando se le
muestra una luna y ‘noche’ cuando aparece un sol. Unos segundos para cantar ‘piensa en la
respuesta, no me la digas’ son suficientes para mejorar su desempeño en esa tarea típica de
entrenamiento del autocontrol (ver video).
Memoria de trabajo
Es una memoria a corto plazo que nos permite mantener y manipular información que es necesaria
para realizar tareas cognitivas complejas como razonar o aprender. Cuando el niño manifiesta
déficits en su memoria de trabajo tiene dificultad para pensar en varias cosas a la vez u olvida el
significado de lo que va escribiendo, por ejemplo. Por ello, resulta útil para estos niños subrayar,
apuntar todo lo necesario, desarrollar ciertos automatismos al leer o escribir o clarificar los
objetivos de aprendizaje (Marina y Pellicer, 2015).
La narración de historias constituye una estupenda forma de ejercitar la memoria de trabajo del
niño porque focaliza la atención durante periodos de tiempo prolongados y necesita recordar todo
lo que va sucediendo -como la identidad de los distintos personajes o detalles concretos de la
historia- e integrar la nueva información en lo ya sucedido. Y como una muestra más de la
naturaleza social del ser humano, se ha comprobado que cuando se le narra una historia al niño
mejora más su vocabulario y el recuerdo de detalles de la misma que cuando la lee simplemente,
siendo muy importante la interacción entre el adulto que cuenta la historia y el niño (Gallets,
2005). Asimismo, cuando el niño cuenta una historia al compañero que previamente ha escuchado,
intenta memorizar la letra de una canción en la que interviene o participa en un juego que consiste
en realizar movimientos concretos asociados a imágenes aparecidas, también ejercita su memoria
de trabajo.
Flexibilidad cognitiva
Es la capacidad para cambiar de forma flexible entre distintas tareas, operaciones mentales u
objetivos. Conlleva el manejo de estrategias fluidas que nos permiten adaptarnos a situaciones
inesperadas pensando sin rigidez y liberándonos de automatismos poco eficientes. Como, por
ejemplo, cuando el niño participa en una actividad en la que en unas situaciones ha de hablar y,
en otras, ha de escuchar. O cuando tiene que elegir entre diferentes estrategias para resolver un
problema y existe la necesidad de ser creativo. Es por ello que el desarrollo de la flexibilidad
cognitiva se puede facilitar si utilizamos analogías y metáforas, planteamos problemas abiertos,
permitimos diferentes opciones para la toma de decisiones o asumimos con naturalidad el error
en el proceso de aprendizaje. Tareas como llevar una cometa, jugar a fútbol o caminar por un
entorno natural conllevan un uso adecuado de la flexibilidad mental, porque se han de ir ajustando
las decisiones a las circunstancias que se van dando.
En la práctica, estas funciones básicas pueden intervenir relacionadas. Así, por ejemplo, mediante
el juego simbólico -una estupenda forma de fomentar el pensamiento creativo o la conciencia
emocional-, los niños deben mantener su rol y recordar el de los compañeros (memoria de
trabajo), actuar según el personaje elegido (control inhibitorio) o ajustarse a los cambios de roles
(flexibilidad cognitiva). Y qué importante es no subestimar la capacidad de los niños y fomentar
su autonomía, lo cual es posible si los adultos somos capaces también de controlar nuestros
impulsos y no intervenir de forma prematura. En el siguiente video se muestra cómo un niño de
3 años es capaz de no distraerse ante los estímulos externos en el aula y de resolver una tarea
con bloques focalizando la atención y perseverando ante la misma. Juega, disfruta y aprende.
A continuación analizamos brevemente algunos programas o intervenciones que se han puesto en
práctica en el aula y que parecen incidir positivamente sobre el desarrollo de las funciones
ejecutivas, especialmente en aquellos alumnos con peor funcionamiento de las mismas o que
pertenecen a entornos socioeconómicos desfavorecidos:
Programas informáticos
Existen programas de ordenador que integran el componente lúdico, como Cogmed, que han
resultado beneficiosos para mejorar la memoria de trabajo, aunque no está claro que esta mejora
pueda transferirse a las tareas académicas (Roberts et al., 2016). Con el videojuego NeuroRacer
(ver figura 2) que está diseñado para realizar dos tareas a la vez, una de discriminación perceptiva
y otra de coordinación visomotora, se mejoró en adolescentes y en personas mayores la atención
sostenida y la memoria de trabajo, dos capacidades no entrenadas (Anguera et al., 2013). Hay
indicios de que determinados juegos de ordenador sí que pueden mejorar las capacidades
cognitivas también en los niños, como en el caso del entrenamiento de la atención ejecutiva
(Rueda et al., 2012).
En la práctica
Como hemos comentado, existen diferentes formas de entrenar directamente las funciones
ejecutivas. Sin embargo, Adele Diamond (2014), una de las pioneras en el campo de la
neurociencia cognitiva del desarrollo, sugiere que las tareas que provocan la mayor mejora de las
funciones ejecutivas son aquellas que las trabajan de forma indirecta, incidiendo en aquello que
las perjudica -como el estrés, la tristeza, la soledad o una mala salud- provocando mayor felicidad,
vitalidad física y un sentido de pertenencia al grupo. ¿Y cuáles son estas estrategias? Pues todas
aquellas que están en concordancia con lo que proponemos desde la neuroeducación. Si para un
buen funcionamiento ejecutivo lo más importante es fomentar el bienestar emocional, social o
físico, el aprendizaje del niño tiene que estar vinculado al juego, el movimiento, las artes o la
cooperación. O si se quiere, nada mejor para facilitar un aprendizaje eficiente y real que promover
la educación física, el juego, la educación artística y la educación socioemocional. Todo ello en
consonancia con el proceso natural de maduración del cerebro humano porque en cualquier cultura
los niños aprenden a descubrir el mundo que les envuelve bailando, cantando, dibujando, jugando,
compartiendo, resolviendo retos… todas ellas tareas que colman las necesidades sociales que
tenemos los seres humanos. Seguramente, el entrenamiento puramente cognitivo no es la mejor
forma de mejorar la cognición. El éxito académico y personal requiere atender las necesidades
sociales, emocionales y físicas de los niños. Una nueva educación es posible. Nuestro cerebro
plástico y social agradecerá el nuevo cambio de paradigma.
Jesús C. Guillén
Referencias:
1. Anguera et al. (2013): “Video game training enhances cognitive control in older adults”. Nature
501(7465), 97-101.
2. Baggetta P., Alexander P. A. (2016): “Conceptualization and Operationalization of Executive
Function”. Mind, Brain, and Education 10 (1), 10-33.
3. Barac R., Moreno S., Bialystok E. (2016): “Behavioral and electrophysiological differences in
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1290.
4. Best J. R. et al. (2011): “Relations between executive function and academic achievement from
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5. Diamond A., Ling D. S. (2016): “Conclusions about interventions, programs, and approaches for
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6. Diamond A. (2013): “Executive functions”. The Annual Review of Psychology 64, 135-168.
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11. Marina, José Antonio y Pellicer, Carmen (2015). La inteligencia que aprende. Madrid: Santillana.
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