Está en la página 1de 8


 PARÁBOLAS DE LIDERAZGO


 Por W. Chan Kim y Renée A.






Mauborgne.
*


Durante
muchos
años
los
estudiosos
de
la
administración
han

tratado
de
entender
por
qué
las
estrategias
funcionan
en
unas

empresas
 y
 en
 otras
 no.
 Casi
 siempre,
 la
 respuesta
 es
 la

misma:
 Hay
 o
 no
 hay
 LIDERAZGO
 (habilidad
 de
 inspirar

seguridad
 y
 apoyo
 entre
 hombres
 y
 mujeres
 de
 quienes

depende
la
idoneidad
y
el
buen
desempeño
de
una
empresa
o

un
 área).
 Mientras
 para
 nosotros
 es
 fácil
 reconocer
 a
 un
 líder

en
 donde
 quiera
 que
 lo
 encontremos,
 nunca
 ha
 sido
 fácil

responder
 a
 la
 pregunta:
 ¿Qué
 es
 un
 líder?
 La
 esencia
 del

liderazgo
 no
 puede
 ser
 reducida
 a
 una
 serie
 de
 atributos

personales
 ni
 limitarse
 a
 un
 grupo
 particular
 de
 funciones
 y

actividades.


Describir
a
un
líder
es
como
el
reto
de
detallar
un
tazón:
podríamos
describirlo
en
los
términos
de
la
arcilla
con
la

que
fue
fabricado.
Una
descripción
más
exacta
tiene
que
incluir
la
hendidura
del
tazón,
es
decir,
el
espacio
oculto

que
define
su
forma
y
capacidad.


Hemos
buscado
las
formas
de
capturar
el
espacio
oculto
del
liderazgo.
Entre
más
se
extendía
esta
investigación,

más
hablábamos
sobre
las
lecturas
que
uno
de
nosotros
había
oído
cuando
joven
en
los
templos
de
Kyung
Nam,

en
Corea.
Estas
lecturas
eran
escritas
por
maestros
orientales
que
enseñaban
la
sabiduría
de
la
vida
a
través
de

parábolas,
y
que
nos
dieron
una
idea
fresca
sobre
la
esencia
del
liderazgo.
Ellas
nos
proporcionaron
la
inspiración

y
las
ideas
que
necesitábamos
para
crear
parábolas
que
pudieran
capturar
el
espacio
oculto
del
liderazgo.


Las
siguientes
parábolas
muestras
las
cualidades
esenciales
del
liderazgo
y
las
cualidades
que
definen
a
un
líder:


• HABILIDAD
PARA
ESCUCHAR
LO
QUE
SE
DICE
Y
LO
QUE
NO
SE
DICE

• HUMILDAD

• COMPROMISO

• VALOR
PARA
MIRAR
LA
REALIDAD
DESDE
MUCHOS
PUNTOS


• HABILIDAD
PARA
CREAR
UNA
ORGANIZACIÓN
O
UN
EQUIPO
QUE
ACENTÚE
FORTALEZAS
DE
CADA
UNO

DE
SUS
MIEMBROS


Estas
parábolas
brindan
la
oportunidad
de
reflexionar
sobre
la
esencia
del
liderazgo,
así
como
en
el
desempeño

laboral
y
hasta
en
la
vida
personal
y
familiar
de
cada
uno.


*W.
Chan
Kim
es
profesor
de
Estrategias
y
Gerencia
Internacional
y
Renée
A.Mauborgne
es
investigador
asociado
de

Administración
 y
 Negocios
 Internacionales
 en
 el
 Instituto
 Europeo
 de
 Administración
 de
 Negocios
 (INSEAD),

Fontainebleau,
Francia.



EL SO NIDO DE LA SELVA

Hace
muchos,
muchos
años,
en
el
siglo
III
D.C.,
el
rey
Ts’ao
envió
al
templo
a
su
hijo,
el
príncipe
T’ai,
a
estudiar

con
el
gran
maestro
Pan
Ku.
Como
el
príncipe
T’ai
iba
a
suceder
a
su
padre
en
el
trono,
Pan
Ku
debía
enseñar
al

joven
los
principios
básicos
para
ser
un
buen
gobernante.
Cuando
el
príncipe
llegó
al
templo,
el
maestro
lo
envió

solo
a
la
selva
Ming‐Li.
Después
de
un
año
el
príncipe
debería
regresar
y
describir
el
sonido
de
la
selva.


Cuando
 T’ai
 regresó,
 Pan
 Ku
 le
 pidió
 que
 describiera
 todo
 lo
 que
 había
 escuchado.
 “Maestro”,
 respondió
 el

príncipe,
“pude
escuchar
a
los
pájaros
cantar,
a
las
hojas
crujir,
a
los
colibríes
gorjear,
a
los
grillos
chirriar,
a
las

abejas
zumbar
y
al
viento
susurrar
y
gritar.”
Cuando
el
príncipe
terminó,
el
maestro
le
dijo
que
se
devolviera
a
la

selva
para
que
escuchara
más
y
más
puesto
que
había
escuchado
poco.
El
príncipe
quedó
desconcertado
con
la

petición
del
maestro.
¿Acaso
no
había
descubierto
ya
todos
los
sonidos?


Día
y
noche
sin
descanso
el
joven
príncipe
se
sentó
en
la
selva
a
escuchar.
Una
mañana,
mientras
se
encontraba

silencioso
 entre
 los
 árboles,
 comenzó
 a
 identificar
 sonidos
 débiles
 diferentes
 a
 aquellos
 que
 había
 escuchado

antes.
 Entre
 más
 los
 escuchaba,
 más
 claros
 eran.
 Un
 sentimiento
 de
 claridad
 lo
 envolvió.
 “Estos
 deben
 ser
 los

sonidos
que
el
maestro
quiere
que
yo
discierna”,
pensó.


Cuando
 el
 príncipe
 T’ai
 regresó
 al
 templo,
 el
 maestro
 le
 preguntó
 qué
 más
 había
 escuchado.
 “Maestro”,

respondió
el
príncipe
con
reverencia,
“cuando
escuché
con
más
atención,
pude
oír
lo
inaudible
–el
sonido
de
las

flores
abriéndose,
el
sonido
del
sol
calentando
la
tierra,
y
el
sonido
de
la
hierba
bebiendo
el
rocío
de
la
mañana.”

El
maestro
asintió
con
aprobación.
“Oír
lo
inaudible,

‐enfatizó
Pan
Ku‐,
es
una
disciplina
necesaria
para
ser
un

buen
gobernante.
Porque
sólo
cuando
un
gobernante
ha
aprendido
a
escuchar
los
dolores
que
no
se
expresan
y

las
 quejas
 de
 las
 que
 no
 se
 habla,
 puede
 inspirar
 confianza
 en
 su
 gente,
 descubrir
 cuando
 algo
 está
 mal
 y

satisfacer
 las
 verdaderas
 necesidades
 de
 sus
 ciudadanos.
 La
 destrucción
 de
 los
 estados
 se
 origina
 cuando
 los

líderes
sólo
escuchan
palabras
superficiales
y
no
penetran
profundamente
en
las
almas
de
su
gente
para
escuchar

sus
verdaderas
opiniones,
sentimientos
y
deseos.”


FUEG O Y AGUA



En
 el
 siglo
 IV
 A.C.,
 escondido
 en
 el
 estado
 de
 Lu,
 descansaba
 el
 pueblo
 que
 gobernaba
 el
 duque
 Chuang.
 El

pueblo,
 aunque
 pequeño,
 había
 vivido
 una
 época
 de
 prosperidad
 bajo
 el
 mandato
 del
 precedesor
 de
 Chuang.

Pero
desde
que
éste
asumió
el
poder,
los
asuntos
del
pueblo
se
deterioraron
notablemente.
Sorprendido
por
el

curso
triste
que
habían
tomado
los
hechos.
Chuang
emprendió
un
viaje
a
la
montaña
para
buscar
la
sabiduría
del

maestro
Mu‐sun.


Cuando
el
duque
llegó
a
la
montaña,
encontró
al
gran
maestro
tranquilamente
sentado
sobre
una
pequeña
roca

mirando
hacia
el
valle.
Después
de
que
Chuang
explicó
la
situación
a
Mu‐sun,
deseó
en
voz
baja
que
el
maestro

hablara.
Pero
contrario
a
lo
que
él
esperaba,
el
maestro
no
susurró
ni
una
palabra.
Sonrió
suavemente
e
indicó
al

duque
que
lo
siguiera.


Los
dos
caminaron
en
silencio
hasta
llegar
a
la
orilla
del
río
Tan
fu,
tan
largo
y
ancho
que
su
desembocadura
no

podía
 verse.
 Después
 de
 meditar,
 Mu‐sun
 comenzó
 a
 encender
 una
 hoguera.
 Cuando
 logró
 encenderla
 y
 las

llamas
resplandecieron,
el
maestro
se
sentó
a
un
lado.
Allí
estuvieron
sentados
durante
muchas
horas
mientras
la

hoguera
 ardía
 e
 iluminaba
 la
 noche.
 Cuando
 amaneció
 y
 las
 llamas
 dejaron
 de
 danzar,
 Mu‐sun
 señaló
 el
 río.

Entonces,
por
primera
vez
desde
la
llegada
del
duque,
el
maestro
habló:
“¿Entiendes
ahora
por
qué
no
eres
capaz

de
hacer
lo
que
hizo
tu
antecesor,
es
decir,
sostener
la
grandeza
de
tu
reino?”.


Chuang
lo
miró
perplejo;
ahora
entendía
menos
que
antes
y
lentamente
la
vergüenza
lo
invadió.
“Gran
Maestro”,

dijo,
 “perdona
 mi
 ignorancia
 pero
 no
 entiendo
 tu
 sabiduría.”
 Mu‐sun
 habló
 por
 segunda
 vez.
 “Reflexiona,

Chuang,
sobre
la
naturaleza
del
fuego
y
la
manera
como
ardía
anoche.
Era
fuerte
y
poderoso.
Sus
llamas
saltaban

hacia
arriba
mientras
danzaban
y
gritaban
con
orgullo.
Ningún
árbol
gigantesco
o
bestia
salvaje
podría
igualar
su

extraordinaria
fuerza.
Con
facilidad
podría
conquistar
todo
lo
que
encontraba
a
su
paso.


“En
contraste,
Chuang,
piensa
en
el
río
que
comienza
como
un
arroyo
pequeño
en
las
montañas
lejanas.
Algunas

veces
 corre
 lentamente,
 otras
 con
 rapidez,
 pero
 siempre
 navega
 en
 sentido
 descendente.
 Con
 gusto
 empapa

cada
grieta
de
la
tierra,
pues
así
de
humilde
es
la
naturaleza.
Cuando
escuchamos
el
agua,
apenas
podemos
oírla.

Cuando
 queremos
 tocarla,
 apenas
 podemos
 hacerlo,
 así
 de
 suave
 es
 la
 naturaleza.
 Sin
 embargo,
 al
 final,
 ¿qué

queda
del
que
fue
un
poderoso
fuego?
Sólo
una
manotada
de
cenizas.
Porque
el
fuego
es
tan
fuerte,
Chuang
que

no
 sólo
 destruye
 lo
 que
 encuentra
 en
 su
 camino
 sino
 que
 finalmente
 cae
 víctima
 de
 su
 propia
 fuerza
 y
 se

consume.
Esto
no
sucede
con
el
calmado
y
tranquilo
río.
Porque
así
como
era,
así
es,
así
será
siempre:
siempre

corriendo,
 creciendo,
 ampliándose,
 cada
 vez
 más
 poderoso
 mientras
 avanza
 en
 su
 jornada
 hacia
 el
 insondable

océano,
dando
vida
y
alimento
a
todo.”


Después
de
un
momento
de
silencio,
Mu‐sun
miró
al
duque.
“Igual
como
sucede
con
la
naturaleza,
Chuang,
así

sucede
 con
 los
 gobernantes.
 Así
 como
 no
 es
 el
 fuego
 sino
 el
 agua
 la
 que
 envuelve
 todo
 es
 fuente
 de
 vida,
 los

gobernantes
poderosos,
pero
con
humildad
y
fortaleza
profunda,
son
quienes
capturan
el
corazón
de
la
gente
y

son
 fuentes
 de
 prosperidad
 para
 sus
 estados.
“Piensa,
 Chuang”,
 continuó
 el
 maestro,
 “qué
 tipo
 de
 gobernante

eres.
Quizás
la
respuesta
que
tú
buscas
está
aquí.”


Como
un
rayo
de
luz,
la
verdad
se
aferró
al
corazón
del
duque.
Ya
no
era
petulante,
sino
que
estaba
avergonzado

e
indeciso
y
miró
hacia
arriba
con
su
ojo
ahora
sabio.
Chuang
era
ciego
para
todo,
menos
para
el
sol
elevándose

sobre
el
río.


LA LECCIÓN DEL ARRO YO QUE HABLABA 


Ocurrió
en
el
siglo
IV
A.C.,
el
período
de
los
Estados
en
Guerra
de
China.
El
Gran
General
del
Estado
Chin
estaba

sentado
 en
 su
 despacho
 en
 el
 palacio
 del
 rey
 con
 Meung,
 quien
 pronto
 sería
 nombrado
 general
 de
 la
 tercera

división.
 Hacía
 sólo
 un
 momento
 había
 llegado
 un
 mensajero
 –el
 lugarteniente
 Yu‐,
 con
 un
 reporte
 logístico

sobre
la
próxima
guerra
entre
el
general
Li,
de
la
primera
división,
y
la
segunda
división
del
estado
Wei,
liberada

por
el
general
Su.


“Gran
General”,
dijo
el
lugarteniente
Yu,
“traigo
buenas
noticias.
Nuestra
primera
división
disfruta
de
una
ventaja

significativa,
nuestras
tropas
son
cuatro
veces
más
grandes
que
las
de
la
segunda
división,
nuestra
provisión
de

armas
es
abundante
y
el
regimiento
se
mantiene
bien
alimentado.
El
general
Li
me
ordena
que
le
asegure
que
la

victoria
 será
 nuestra,
 la
 bandera
 Chin
 se
 izará
 para
 siempre.”
 Mientras
 el
 Gran
 General
 ojeaba
 el
 reporte,
 una

mirada
 de
 angustia
 se
 dibujó
 en
 su
 rostro.
 Apretó
 los
 puños
 y
 ordenó
 al
 lugarteniente
 Yu
 despachar
 más

refuerzos
y
regresar
al
campo
de
batalla.


Después
de
que
el
lugarteniente
salió,
el
Gran
General
se
dirigió
al
balcón,
miró
al
horizonte
y
dijo
a
Meung:
“otra

división
de
nuestro
Estado
caerá”.
Meung
quedó
perplejo.
“Gran
General,”
dijo,
“perdone
mi
imprudencia,
pero

no
 entiendo
 lo
 que
 dice.
 La
 división
 del
 general
 Li
 tiene
 muchas
 veces
 más
 el
 poder
 y
 el
 armamento
 que
 la

división
de
Su
y
usted
todavía
no
está
convencido
de
que
la
victoria
será
nuestra.
¿Cómo
puede
ser?



El
Gran
General
miró
a
Meung
con
melancolía
pero
no
respondió.
En
cambio,
lo
llevó
a
un
gran
lago
que
había

detrás
del
palacio.
Cuando
estuvieron
sentados
sobre
una
roca,
el
general
lanzó
un
pedazo
de
papel
al
agua.
Este

no
se
movió
sino
que
simplemente
flotó.
Después
de
observar
la
pieza
inmóvil
por
algún
tiempo,
Meung
empezó

a
sentirse
intranquilo
y
a
preguntar
de
nuevo.
“Gran
General,
¿qué
significa
esto?
He
observado
el
papel
durante

más
de
una
hora
y
su
lección
no
me
ha
dado
sabiduría
ni
ha
respondido
mi
pregunta.”


Una
vez
más
el
general
no
respondió
pero
hizo
que
Meung
lo
siguiera.
Caminaron
hasta
un
arroyo
angosto
que

parecía
hablar
con
murmullos.
De
nuevo
el
Gran
General
lanzó
un
pequeño
pedazo
de
papel
al
agua.
Esta
vez
el

papel
 no
 se
 quedó
 quieto
 sino
 que
 navegó
 hasta
 desaparecer.
 El
 Gran
 General
 se
 volvió
 hacia
 Meung:

“¿entiendes
ahora
porqué

el
regimiento
del
general
Su
triunfará
y
no
el
nuestro?”.


Meung,
todavía
asombrado,
pidió
al
Gran
General
que
le
explicara
un
poco
más.
“Meung”,
dijo
el
Gran
General,

“el
primer
regimiento
es
como
el
lago,
grande
y
con
mucho
armamento.
Pero
fíjate
en
la
posición
del
General
Li.

Él
es
demasiado
arrogante
y
asume
una
victoria
por
la
que
aún
no
ha
peleado,
él
se
ha
ubicado
detrás
de
la
línea

final.


Esto
no
sucede,
en
cambio,
con
el
General
Su
quien
está
en
la
línea
del
frente,
al
lado
de
sus
tropas
y
ha
ubicado

la
 parte
 posterior
 de
 su
 regimiento
 cerca
 al
 río.
 Su
 compromiso
 de
 morir
 si
 es
 necesario
 para
 ganar
 originará

también
un
compromiso
por
parte
de
sus
tropas.
El
pequeño
regimiento,
unido
por
un
mismo
compromiso,
es

como
el
arroyo
de
los
murmullos,
que
a
diferencia
del
gran
lago,
corre
en
una
misma
dirección
de
manera
que
el

papel
puede
navegar
fácilmente.
La
victoria
será
para
ellos
por
su
manera
de
luchar.


Recuerda
 que
 el
 armamento
 y
 la
 fuerza
 humana
 son
 importantes,
 pero
 que
 el
 compromiso
 general
 es
 el
 que

determina
la
victoria.”


Cuatro
días
más
tarde
el
lugarteniente
Yu
y
sus
refuerzos
llegaron
al
lugar
de
la
batalla.
La
bandera
Chin
y
no
Wei

ondeaba
orgullosa
en
el
firmamento.
La
primera
división
había
sido
derrotada.



LA SABIDURÍA DE LA M O NTAÑA

En
 la
antigua
 china,
 sobre
la
 cima
 del
Monte
Ping,
había
un
templo
en
donde
vivía
el
gran
 sabio,
Hwan.
 De
 su

gran
cantidad
de
discípulos
sólo
uno
era
conocido,
Lao‐li.


Durante
más
de
veinte
años
Lao‐li
estudió
y
meditó
bajo
la
dirección
del
gran
maestro
Hwan
y
a
pesar
de
que
era

uno
de
sus
discípulos
más
brillantes,
todavía
tenía
que
buscar
conocimientos.
La
sabiduría
de
la
vida
no
era
suya.


Lao‐li
luchó
contra
su
destino
durante
días
meses
y
aún
años
hasta
que
una
mañana,
mientras
miraba
florecer
un

cerezo,
algo
habló
a
su
corazón.
“No
puedo
luchar
contra
mi
destino,”
pensó.
“Al
igual
que
el
cerezo
floreciente,

tengo
 que
 resignarme
 con
 mi
 destino
 y
 ser
 agradecido”.
 Desde
 ese
 momento,
 Lao‐li
 decidió
 refugiarse
 en
 la

montaña,
renunciando
a
su
sueño
de
ser
sabio.


Lao‐li
 buscó
 a
 Hwan
 para
 contarle
 su
 decisión.
 El
 maestro
 se
 sentó
 cerca
 de
 una
 pared
 blanca
 y
 meditó

profundamente.
 Con
 gran
 reverencia,
 Lao‐li
 se
 acercó
 a
 él,
 “Gran
 Sabio...”dijo,
 pero
 antes
 de
 que
 pudiera

continuar,
 el
 maestro
 habló:
 “Mañana
 te
 acompañaré
 en
 tu
 jornada
 hacia
 la
 montaña.”
 Nada
 más
 necesitó

decirse
entre
ambos.
El
Gran
Sabio
entendió.


A
 la
 siguiente
 mañana,
 antes
 de
 emprender
 el
 descenso,
 el
 maestro
 echó
 una
 mirada
 a
 la
 inmensidad
 que

rodeaba
el
pico
de
la
montaña.
“Dime
Lao‐li

¿qué
ves?”.
“Maestro,
veo
el
sol
salir
detrás
del
horizonte,
montañas

y
 valles
 serpenteantes
 que
 van
 por
 millas
 y
 millas
 y
 recostado
 en
 el
 valle
 que
 hay
 detrás,
 un
 lago
 y
 un
 viejo

pueblo.”
El
maestro
escuchó
la
respuesta
de
Lao‐li,
sonrió
y
dio
los
primeros
pasos
de
su
largo
descenso.


Hora
tras
hora,
mientras
el
sol
atravesaba
el
cielo,
siguieron
su
camino,
deteniéndose
sólo
cuando
llegaron
al
pie

de
 la
 montaña.
 Una
 vez
 más
 Hwan
 pidió
 a
 Lao‐li
 que
 dijera
 lo
 que
 había
 visto.
 “Gran
 Sabio,
 en
 la
 distancia
 vi

gallos
que
corrían
alrededor
de
un
granero,
vacas
dormidas
sobre
verdes
praderas,
ancianos
que
tomaban
el
sol

de
la
tarde
y
niños
jugando
alrededor
de
un
arroyo.”
El
maestro,
en
silencio,
continuó
caminando
hasta
que
llegó

a
la
salida
del
pueblo.

Una
vez
allí
hizo
señas
a
Lao‐li
y
se
sentaron
debajo
de
un
gran
árbol.
“Qué
aprendiste
hoy,

Lao‐li
?’’
preguntó
el
maestro.
“Quizás
sea
la
última
enseñanza
que
te
dé.”
El
silencio
fue
la
respuesta
de
Lao‐Li.


Después
 de
 un
 largo
 silencio,
 el
 maestro
 continuó.
 “El
 camino
 hacia
 la
 sabiduría
 es
 como
 el
 camino
 que

recorrimos
al
descender
de
la
montaña.
La
sabiduría
sólo
llega
a
quienes
se
dan
cuenta
de
que
las
cosas
que
se

ven
desde
el
pico
de
una
montaña
no
son
las
mismas
que
se
ven
desde
su
falda.
Si
no
sabemos
esto,
cerraremos

nuestras
mentes
a
todo
lo
que
no
podemos
ver
desde
nuestra
posición
y
limitamos
nuestra
capacidad
para
crecer

y
mejorar.
Pero
si
lo
sabemos,
Lao‐li,
viene
un
despertar.
Nos
damos
cuenta
que
solos
vemos
muchas
cosas,
que

en
 verdad
 no
 son
 muchas
 cosas
 del
 todo.
 Este
 es
 el
 conocimiento
 que
 abre
 nuestras
 mentes
 a
 la
 perfección,

derriba
 los
 prejuicios
 y
 nos
 enseña
 a
 respetar
 lo
 que
 a
 primera
 vista
 no
 podemos
 observar.
 Nunca
 olvides
 esta

última
lección,
Lao‐li:
lo
que
tu
no
puedes
ver,
puede
verse
desde
otra
parte
de
la
montaña.”


Cuando
el
maestro
acabó
de
hablar,
Lao‐li
miró
hacia
el
horizonte
y
mientras
el
sol
se
ponía
delante
de
él,
parecía

elevarse
en
su
corazón.
Lao‐li
se
volvió
al
maestro,
pero
el
Gran
Sabio
ya
se
había
ido.
Así
termina
esta
leyenda

china.
Se
dice
que
Lao‐li
regresó
a
la
montaña
para
vivir
allí
el
resto
de
sus
días.
Lao‐li
se
convirtió
en
un
gran

sabio
y
maestro.


LA RUEDA Y EL FUEG O

Mucho
tiempo
atrás,
en
el
siglo
III
A.C.,
después
de
una
terrible
batalla,
el
gobierno
de
la
dinastía
Qin
llegó
a
su

fin.
En
su
lugar
accedió
al
poder
la
Dinastía
Hang,
cuyo
emperador
Liu
Bang,
había
hecho
de
China
un
imperio

unificado
por
primera
vez
en
la
historia.
Para
conmemorar
el
evento,
Liu
Bang
invitó
a
altos
mandos
militares
y

políticos,
poetas
y
maestros
a
una
gran
celebración.
Entre
estos
invitados
estaba
Chen
Cen,
el
maestro
a
quien

Liu
Bang
recurría
a
menudo
en
busca
de
sabiduría.


La
 celebración
 estaba
 en
 pleno
 esplendor,
 un
 banquete
 tan
 grande
 como
 nunca
 antes
 se
 había
 visto
 estaba
 a

disposición

de
los
invitados.
En
la
mesa
de
centro
estaba
sentado
Liu
Bang
con
los
tres
líderes
de
su
equipo:
Xiao

He,
 que
 dirigía
 la
 logística
 de
 unificación;
 Han
 Xin,
 que
 organizaba
 y
 conducía
 la
 actividad
 de
 batalla
 y
 Chang

Yang,
 que
 planeaba
 las
 estrategias
 políticas
 y
 diplomáticas.
 En
 otra
 mesa
 se
 sentó
 Chen
 
 Cen
 con
 sus
 tres

discípulos.


Todos
 celebraban
 con
 orgullo
 y
 alegría,
 todos,
 excepto
 los
 tres
 discípulos
 de
 Chen
 Cen
 que
 se
 sentían

atemorizados.
 Sólo
 hasta
 cuando
 el
 festejo
 iba
 a
 medio
 camino
 se
 atrevieron
 a
 decir
 sus
 primeras
 palabras.

“Maestro”,
dijeron,
“todo
es
grandioso,
todo
es
conveniente,
pero
en
el
corazón
de
la
celebración
descansa
un

enigma”.


“En
la
mesa
del
centro
está
sentado
Xiao
He”,
prosiguieron,
“su
gran
conocimiento
logístico
no
puede
negarse.

Bajo
 su
 administración
 los
 soldados
 siempre
 han
 estado
 bien
 alimentados
 y
 armados,
 cualquiera
 sea
 el
 lugar

donde
 se
 encuentren.
 A
 su
 lado
 está
 Han
 Xin,
 sus
 tácticas
 militares
 son
 sencillamente
 impecables.
 Él
 sabe

exactamente
 en
 dónde
 tender
 emboscadas
 al
 enemigo,
 cuándo
 avanzar
 y
 cuándo
 retirarse.
 Todas
 las
 batallas

que
ha
liderado
han
sido
una
victoria
para
el
reino.
Finalmente,
está
Hang
Yang,
que
conoce
como
la
palma
de
su

mano
 la
 ciencia
 de
 las
 relaciones
 políticas
 y
 diplomáticas,
 él
 sabe
 con
 qué
 Estados
 es
 conveniente
 formar

alianzas,
cómo
ganar
favores
políticos
y
cómo
acorralar
a
los
gobernantes
para
que
se
rindan
antes
de
pelear.


Lo
que
no
podemos
comprender
es
a
la
figura
central
de
la
mesa:
el
emperador
Liu
Bang
no
puede
afirmar
que

nació
 en
 noble
 cuna
 y
 su
 conocimiento
 sobre
 logística,
 batallas
 y
 diplomacia
 no
 iguala
 al
 de
 los
 líderes
 de
 su

equipo
de
trabajo.
¿Cómo
es,
entonces,
que
ha
llegado
a
ser
emperador?”.



El
maestro
sonrió
y
pidió
a
sus
discípulos
que
se
imaginaran
la
rueda
de
un
carruaje.
“¿Qué
determina
la
fuerza
de

la
 rueda
 de
 una
 carroza
 que
 avanza
 hacia
 adelante?”,
 preguntó.
 Después
 de
 un
 momento
 de
 reflexión,
 los

discípulos
respondieron,
“¿No
es
acaso
la
fuerza
de
los
rayos
de
la
rueda,
maestro?”
“¿Entonces
por
qué,
replicó

el
 maestro,
 hay
 casos
 en
 que
 dos
 ruedas
 con
 rayos
 idénticos,
 no
 tienen
 la
 misma
 fuerza?”
 Después
 de
 un

momento
el
maestro
continuó.
“Miren
más
allá
de
lo
que
ya
se
ha
visto.
No
olviden
nunca
que
una
rueda
no
está

compuesta
solamente
por
rayos
sino
que
el
espacio
que
hay
entre
ellos
también
hace
parte
de
la
misma.
Unos

rayos
 macizos
 puestos
 de
 manera
 deficiente
 harán
 una
 rueda
 débil,
 su
 potencial
 depende
 de
 que
 exista
 o
 no

armonía
 entre
 ellos.
 La
 esencia
 de
 la
 fabricación
 de
 ruedas
 radica
 en
 la
 habilidad
 del
 fabricante
 al
 concebir
 y

construir
el
espacio
que
sostiene
y
balancea
los
rayos
dentro
de
la
rueda.


Un
rayo
de
luna
empezó
a
verse
detrás
de
la
puerta.
El
silencio
reinó
hasta
que
un
discípulo
dijo:
“Pero
maestro,

¿cómo
 hace
 el
 fabricante
 para
 garantizar
 la
 armonía
 entre
 los
 rayos?”
 “Piensen
 en
 un
 rayo
 de
 sol”,
 replicó
 el

maestro.
 “El
 sol
 nutre
 y
 da
 vida
 a
 los
 árboles
 y
 las
 plantas,
 lo
 hace
 dándoles
 de
 su
 luz.
 Pero
 al
 final,
 ¿en
 qué

dirección
crecen
los
árboles
y
las
flores?
Lo
mismo
sucede
con
Liu
Bang.
Después
de
colocar
a
sus
trabajadores

en
posiciones
que
le
permitan
demostrar
y
desarrollar
todo
su
potencial,
se
asegura
de
que
haya
armonía
entre

ellos
 dando
 a
 cada
 uno
 los
 créditos
 que
 merecen
 por
 sus
 logros
 personales.
 Al
 final,
 así
 como
 los
 árboles
 y
 las

flores
crecen
hacia
quien
les
ha
dado
todo,
los
empleados
de
Liu
Bang
crecerán
hacia
él
con
devoción.”


También podría gustarte