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Harry

Potter
Y Las Dos Cámaras

Óscar Paz
NOTA IMPORTANTE: Todos los derechos de publicación de Harry
Potter pertenecer a J.K. Rowling, a Bloomsbury y, en caso de la edición en
español, a la editorial Salamandra. Los personajes, lugares, y demás
nombres propios tienen copyright de Warner BROS. Por tanto, bajo ningún
concepto puede usarse este texto con ánimo de lucro. Este texto está escrito
y distribuido libremente basándose en las novelas de J.K. Rowling, sin otro
interés que el de divertirme y divertir.

Óscar Paz, 2004. oscarpaz_hp@hotmail.com | http://oscarpaz.webcindario.com

Para a miña nena, sen a cal este libro non


existiría
Y para todos aquellos que leyeron Harry Potter y la Antorcha de la
Llama Verde
1

La Habitación Cerrada

El radiante sol de verano se filtraba por las ventanas, iluminando abundantemente la


antigua sala de estar y permitiendo ver la ligera capa de polvo que cubría el suelo,
inequívoca señal de que allí hacía tiempo que no vivía nadie; sin embargo, en esos
momentos, un anciano de larga barba blanca, sobre cuyo cabello, también largo y
blanco, descansaba un raído y viejo sombrero gris, se encontraba en ella. Su rostro,
afilado y blanquecino, mostraba una edad avanzada, aunque difícil de determinar.
Sería complicado decir si tenía setenta, ochenta, o quizás noventa años; sus ojos,
pequeños, pero brillantes y de color azul grisáceo, pasaron lentamente del baúl que
acababa de abrir a las estanterías que quedaban frente a él. Como siempre que
entraba en aquel lugar, sus ojos se entornaron, marcando las arrugas de su rostro,
indicando que los recuerdos habían comenzado a invadir su mente. Hacía ya mucho
tiempo que no vivía en aquella casa, pero le gustaba visitarla de vez en cuando,
porque en aquel lugar había crecido y había vivido con sus padres, muchos años
atrás. Había sido una vida feliz y tranquila, antes de que todo hubiera cambiado, antes
de que todo hubiera comenzado, dando un vuelco completo a su vida. Todavía ahora,
después de tanto tiempo, los recuerdos de la forma en que ellos habían muerto,
asesinados en aquel mismo lugar, volvían a él sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
Aquella silenciosa sala seguía transmitiéndole el mismo dolor que antaño. Por ello
había dejado aquella casa: porque los recuerdos y el dolor eran demasiado grandes
para soportarlo.
Sacó su varita y comenzó a guardar algunos de los libros de la estantería en el
baúl, y unos momentos después se quedó un rato mirando la pequeña pero acogedora
sala de estar, con su vieja chimenea, sus cómodos sillones y los cuadros y fotografías
de familia aún colgados en las paredes. El día que se apreciaba a través de las
ventanas era soleado, veraniego; muy distinto de aquel otro, de aquél en que había
cambiado tanto su vida, aquél que había marcado su carrera a partir de entonces...
Evitando recordar, volvió su vista de nuevo a las estanterías, casi vacías ya, y
guardó los últimos libros que contenían. Seguía teniéndolos allí, a pesar de que ya no
vivía en aquella casa, porque en la suya no cabían todos, de tantos que eran; además,
contrariamente a lo que se pudiera pensar, prefería tener los que más le gustaban en
aquel lugar, en vez de en donde vivía. Al fin y al cabo, podía aparecerse, así que no
tardaba tanto en poder cogerlos, si los necesitaba.
Comprobó que no le quedaba nada y cerró el baúl con un leve movimiento de su
varita. Estaba listo para irse a casa, terminar sus asuntos pendientes y marcharse. Le
daba un poco de tristeza, pero, al fin y al cabo, toda su vida había trabajado en el
Departamento de Misterios, quizás ya era hora de cambiar un poco. Tal vez había
llegado el momento, al fin, de ayudar a resolver el problema en que se veía envuelto el
mundo mágico. Sin embargo, jamás lo habría hecho si aquél al que tanto debía no se
lo hubiese pedido. Su labor siempre había sido el estudio y el conocimiento, no la
lucha, ni la guerra... Aún tenía dudas sobre si había hecho bien o no al dar una
respuesta afirmativa, y, estando en aquel lugar y recordando lo sucedido, esas dudas
eran aún más grandes.
Se dispuso a irse, pero, en vez de moverse, se quedó observando la chimenea, y,
sin poder resistirse a la tentación, se sentó lentamente en el que había sido su sillón
preferido, como antes lo había sido de su padre. Allí era donde, en las frías noches de
invierno, le había gustado sentarse a leer. Se apoyó en el respaldo, cerrando los ojos,
y recordó, de nuevo, aquella noche...

Había estado allí mismo, en aquel sillón, leyendo tranquilamente, una oscura y fría
noche de invierno, sesenta y tres años atrás. Fuera rugía un viento casi huracanado, y
la lluvia golpeaba con fuerza contra los cristales de la pequeña sala, haciendo más
deseable estar cerca del cálido resplandor de la chimenea, leyendo un buen libro y
bebiéndose un té caliente, tal y como estaba haciendo en esos momentos.
Se encontraba solo, porque sus padres habían decidido pasar unas semanas en
Italia, debido a su clima, más cálido que el británico. Allí residían un primo de su padre
y su esposa, y solían visitarse con frecuencia. Él, sin embargo, no les había
acompañado, debido a las nuevas obligaciones que tenía. Al fin, tras varios intentos y
solicitudes, había conseguido su sueño: trabajar en el Departamento de Misterios del
Ministerio de Magia. Llevaba sólo un año allí, y le había bastado para darse cuenta de
que aquel trabajo no era tal y como se lo había esperado: era muchísimo mejor.
Después de haber pasado allí un día, había sabido perfectamente que ningún otro
trabajo valdría para él.
Pasó una página del libro mientras le daba un pequeño sorbo a su té, y, en ese
mismo instante, oyó un golpe en la puerta.
Levantó la vista y escuchó. Tal vez sólo había sido el viento...
¡PUM!
Definitivamente, no era el viento: había alguien golpeando la puerta.
Se levantó, extrañado de que alguien estuviera llamando en el exterior, teniendo
en cuenta el tiempo que hacía. Se acercó a la puerta y la abrió.
En cuanto lo hizo, un hombre de unos cuarenta años, que llevaba consigo una caja
de madera, cayó pesadamente de bruces contra el suelo. Estaba empapado y
temblaba de frío.
—¿Quién...? —comenzó a decir, sobresaltado, cuando el hombre levantó la
cabeza y le miró. Le conocía: le había visto alguna vez en el Departamento de
Misterios, aunque no era un funcionario. Según tenía entendido, trabajaba en un
objeto extraordinario, algo que había descubierto, pero él no sabía qué era. El hombre
se llamaba Mathricks, y era lo único que sabía de él. ¿Qué hacía allí? No parecía estar
demasiado bien...
—Ayúdame... —pidió Mathricks, intentando con dificultad ponerse en pie—.
Ayúdame... Flammingan.
—Tranquilo, señor Mathricks, venga conmigo... —pidió Flammingan, intentando
levantarlo, al tiempo que se sorprendía de que Mathricks supiera su nombre. Se
encontraba muy mal: tenía la túnica rasgada, y no sólo parecía aturdido y herido, sino
que en su mirada había un brillo de locura y desesperación.
—¡NO! ¡No hay tiempo... para mí...! Yo..., yo ya no... No hay tiempo... —repitió.
Flammingan no entendía nada, pero escuchó lo que Mathricks tuviera que decir.
—Cógelo... —susurró Mathricks, entregándole la caja que llevaba y soltándose,
con lo que volvió a caer de rodillas al suelo—. Cógelo...
—Sí, señor Mathricks —respondió, cogiendo la caja—. Pero venga, por favor, tiene
que entrar en la casa, no puede quedarse fuera con este tiempo... —dijo, sujetando la
caja con una sola mano y tirando de Mathricks con la otra.
—Flammingan... —murmuró éste de pronto, mientras le agarraba un brazo—.
Flammingan, tienes que protegerla... Tienes que proteger... la Esfera...
Flammingan abrió mucho los ojos, asombrado por lo que acababa de oír, y soltó a
Mathricks. ¿En aquella caja estaba la Esfera? ¿La famosa y secretísima Esfera de la
que tanto se hablaba en el Departamento de Misterios? ¿Era aquello en lo que
Mathricks había estado trabajando? Había oído hablar de la Esfera, pero sólo
superficialmente y todo eran rumores. Se suponía que era un objeto con unas
cualidades extraordinarias. Aunque él ignoraba qué cualidades eran ésas, se suponía
que era algo muy secreto, algo que concernía sólo a los más importantes miembros
del Departamento... ¿Por qué la tenía Mathricks? ¿Y por qué se la entregaba a él,
alguien que sólo llevaba un año como inefable y al cual ni conocía?
—La protegeré, señor Mathricks —le aseguró Flammingan para tranquilizarle—.
Pero entre, por favor... ¿Qué..., qué le ha pasado?
—No hay tiempo..., mi tiempo... se acaba...
—¡No..., no diga eso! —susurró Flammingan, con un deje de pánico en la voz—.
Le llevaré a San Mungo, avisaré a...
Hizo ademán de irse, pero Mathricks le agarró del brazo con fuerza y le miró
fijamente, mientras negaba con la cabeza demencialmente, con los ojos vidriosos y
fijos en él.
«Ha enloquecido», pensó Flammingan.
—La he usado... para resistir... La he usado... Tú tienes que guardarla ahora,
cuando yo muera... Tienes que llevarla al Departamento de Misterios... Allí estará
bien...
—¿Cuándo usted muera? ¿Qué quiere...? —preguntó, asustado.
—No me queda mucho... —interrumpió el otro—. Abre la caja, Flammingan...
Ábrela y luego vuelve a cerrarla...
Flammingan miró la caja, y lentamente la abrió: contenía una pequeña esfera, una
esfera que desprendía un hipnótico brillo, un brillo que palpitaba como..., como si
tuviera un corazón. La luz le bañó el rostro, como si le acariciara, como si le
envolviera, y sintió un estremecimiento de pies a cabeza. No entendía qué sucedía,
pero estaba comenzando a sentir algo muy extraño por dentro, como un calor que
emergía desde su interior, pese al frío invernal que entraba por la puerta abierta. Y ese
calor le envolvía, le alegraba...
—¡Ciérrala! —bramó Mathricks, con todas las fuerzas de que era capaz—.
Ciérrala..., es..., es peligrosa si la miras mucho tiempo... Muy peligrosa... Yo la usé,
pero..., pero casi me vuelve loco... —Hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa—.
Lo suponía... No..., no te afecta de la misma forma que a mí... Debes protegerla,
Flammingan... ¡Ciérrala! —volvió a gritar, viendo que la caja continuaba abierta.
Flammingan, con dificultad, cerró la caja. La Esfera era tan... atrayente...
—Ahora escúchame bien —le dijo Mathricks—. Deberás llevarla al Ministerio de
Magia, al... —tomó aire—, al Departamento de Misterios, ¿entiendes?
—¿Cómo? —preguntó Flammingan—. Pero yo..., yo no...
—¡Escúchame! —exclamó Mathricks, con las pocas fuerzas que le quedaban—.
Tú deberás ocuparte de la Esfera, ¿me comprendes? Cuando la lleves..., cuando la
entregues, diles que yo te lo he dicho..., que yo te he dicho que tú debes ocuparte de
ella...
—Pero, ¿por qué yo? ¿Qué tengo...?
—Lo sabrás..., algún día... —dijo, vagamente—. Dentro de la caja están las
instrucciones sobre la..., la habitación... —murmuró.
—¿Cómo dice?
—¡La habitación! La habitación donde debe ser puesta. Llévala al Ministerio,
Flammingan... y, sobre todo, protégela de... él...
—¿Él? ¿De quién habla, señor Mathricks? ¿Quién le hizo esto?
La cara de Mathricks se contorsionó. Jadeaba, aunque no hacía esfuerzo ninguno.
Parecía que le costara mucho respirar.
—Grindelwald... —susurró—. Grindelwald es peligroso... Él es..., es un mago
tenebroso, nos engañó a todos... Protégela de él, Flammingan... Tú eres bueno,
estúdiala... pero ten..., ten cuidado, mucho cuidado... Es realmente muy, muy
peligrosa... Incluso para ti...
—¿Grindelwald? —Flammingan estaba muy sorprendido. Mathricks debía haber
perdido la razón completamente. Tenía que haber perdido la razón completamente. No
podía ser que Grindelwald le hubiera hecho aquello—. Pero, señor Mathricks, no
puede ser, Grindelwald es...
—¡Fue él! —gritó Mathricks, desesperado—. Confiaba en él, como todos..., e
intentó robarla... Quiso matarme, pero usé la Esfera... Gracias a ella he llegado hasta
aquí, ella me dio las fuerzas que necesitaba; y ahora te la he entregado a ti, tal y como
tenía que hacer... Ahora ya..., ya no es necesario aguantar más... Sólo una última
cosa, Flammingan... Escúchame bien... Él intentará volver a robarla, la quiere, la
desea desesperadamente... Ten cuidado, ten mucho cuidado... Tú debes protegerla
ahora, debes protegerla, porque es muy..., muy valiosa...
—¿Qué es? —quiso saber Flammingan, muy intrigado; miró de nuevo la caja de
madera que sostenía en sus manos y deseó fervientemente volver a abrirla, pero se
contuvo—. ¿Qué poderes tiene? ¿Qué hace?
—¿Qué poderes tiene? —repitió Mathricks—. Flammingan..., contiene..., contiene
aquello por lo que vale la pena vivir... —explicó, con un tono misterioso y soñador que
dejó a Flammingan intrigado—. Todo por lo que vale la pena vivir... y morir; todo el
poder de la magia antigua... —añadió, con voz ya casi inaudible.
Entonces, los ojos de Mathricks se cerraron, y el hombre se dejó caer en el suelo.
—¡Señor Mathricks! —gritó Flammingan, desesperado; dejó la caja a un lado y
agitó el cuerpo del hombre—. ¡Señor Mathricks!
Pero ya era tarde. Mathricks estaba muerto.
En el exterior, la lluvia y el viento arreciaron, pero Flammingan apenas prestó
atención. Sus ojos no se desviaban del cuerpo sin vida de Mathricks. ¿Qué iba a hacer
ahora? ¿Sería cierto lo que había dicho de Grindelwald?
Miró de nuevo la caja de madera y volvió a abrirla. Aquel brillo intenso y
acariciador de la esfera seguía palpitando, y un estremecimiento le recorrió de nuevo.
Allí, al lado, había unos documentos. Los cogió y les echó una ojeada: había
instrucciones sobre una habitación, y dibujos de ella. Volvió a guardarlo todo en la
caja. No entendía qué sucedía, ni por qué Mathricks había acudido a él para entregarle
ese objeto, pero tenía que hacer lo que le había dicho. Si lo de Grindelwald era
verdad, tenía que darse prisa. Mucha prisa.
Llevó el cadáver hasta la sala y cerró la puerta de la casa. Tenía que ponerse a
trabajar...

Y así habían cambiado su vida y su trabajo en el Departamento de Misterios, aquella


noche. Se había presentado en el Ministerio y había explicado todo lo que había
sucedido. Al hacerlo, le habían encargado a él la construcción de aquella habitación,
aunque no le dijeron el porqué, y la tarea de custodiar y estudiar la Esfera. Eso había
supuesto un cambio total en su trabajo, un importantísimo ascenso, podría decirse...
pero ese ascenso también había tenido su precio, un precio quizás demasiado alto.
Sin embargo, aquello le gustaba. Había sido maravilloso trabajar con aquel
extraordinario objeto, durante el tiempo que había podido hacerlo. No se arrepentía de
haberlo hecho, a pesar de que muchos de los que habían trabajado con él en aquella
sala también habían pagado por ello un alto precio... Porque, como bien había dicho
Mathricks, la Esfera era peligrosa... y en aquella habitación lo era aún más. A pesar de
su poder, de su insólita capacidad de reunir y concentrar aquella maravillosa y a la vez
terrible fuerza, era peligrosa. Tan peligrosa que, pasado un tiempo, habían tenido que
dejar de estudiarla, y simplemente permanecía allí guardada, mientras los años
pasaban.
Y ahora ya nadie llamaba a aquella sala por su verdadero nombre, y todo el mundo
en el Departamento la conocía como «la habitación cerrada». Aquél resultaba un
nombre muy apropiado, porque nadie podía entrar en ella, y pocos sabían con
exactitud qué contenía, o qué se guardaba allí.
La respuesta era a la vez sencilla y complicada. Y esto se debía a que, realmente,
la sala estaba prácticamente vacía. Era de forma perfectamente redonda, y formaba
un círculo de doce metros de diámetro. Las paredes, perfectamente lisas, estaban
desnudas. Lo único que había en la sala eran tres pilares que emergían del suelo,
formando las esquinas de un triángulo equilátero perfecto. Los tres se erguían
aproximadamente un metro, inclinándose hacia dentro, aunque no llegaban a tocarse.
En el punto en que deberían haber hecho contacto, si fueran más largos, flotaba la
Esfera, perfectamente inmóvil.
En la habitación no había ventanas ni fuente de luz alguna que no fuera la Esfera,
cuyo mágico brillo se extendía por ella como si la luz que emitía se acumulara. No
obstante, aquel brillo era generalmente débil, salvo cuando, por alguna razón, la
Esfera intensificaba su palpitar. El resto del tiempo, la habitación permanecía sumida
en la semioscuridad.
Pero la sala, a pesar de las apariencias, no estaba vacía, sino que estaba
completamente llena de aquella fuerza que la Esfera transmitía y reunía. No podía
verse, ni tocarse, ni olerse ni oírse; pero podía percibirse. La manera en que podía
apreciarse había crecido con el tiempo, y ésa era la causa por la que la habitación
permanecía ahora cerrada.
Los muros, el techo y el suelo de mármol habían sido construidos de acuerdo a las
indicaciones que Mathricks le había dado a Flammingan, y, de acuerdo a aquellos
documentos, la sala y la Esfera formarían una perfecta simbiosis capaz de concentrar
y contener aquella misteriosa y poderosa magia. Y, tal y como Mathricks advertía, la
sala se iría llenando paulatinamente, y cada vez habría que tener más cuidado al
entrar en ella.
Incluso las puertas habían sido diseñadas acorde a las instrucciones de los
pergaminos, y, aunque por fuera la puerta de entrada parecía normal, igual que las
que la rodeaban, por dentro no se diferenciaba en nada del resto de la pared de
mármol, salvo por el pomo. Aquella era la única puerta de entrada, y la única que
había poseído la sala al principio, aunque posteriormente se había añadido otra, que
sólo podía abrirse desde dentro.
En aquella sala, muchos inefables, bajo las directrices de Flammingan, habían
estudiado la Esfera, intentando aprender más de aquella magia, de aquel poder que
reunía. De todos los objetos increíbles que había allí, en el Departamento, aquella
Esfera era el que más intrigaba a Flammingan. Y lo peor era que no podía saber más
de ella porque Mathricks, su principal creador, estaba muerto.

Flammingan miró a la chimenea, distraído y sumido en sus pensamientos. Cogió su


varita y apuntó al hogar, y pronto brotó una llamarada, una llamarada que le recordó al
brillo de la Esfera, y suspiró.
Después de tantos años, aún echaba de menos el verla, y sabía que era algo que
seguiría deseando volver a hacer hasta el día que muriera. Nadie que la hubiera visto
podría olvidarla nunca, lo sabía, ni siquiera aquéllos que habían perdido la razón por
ella.
Haber ordenado cerrar la habitación de la Esfera había sido la decisión más difícil
que había tenido que tomar en toda su vida, pero había sido necesario, por seguridad.
Pensó en aquel fatídico día y en la reunión extraordinaria del Departamento que se
había convocado para tomar una decisión al respecto. Había deseado no haber tenido
que tomar aquella decisión, pero había sido necesaria, por seguridad. Y, si no hubiera
encontrado aquella solución, la habrían destruido, y para él aquello habría sido un
crimen.
Así pues, cuando el director del Departamento había propuesto su destrucción, él
había tomado su decisión y expuesto su idea, y le habían dado el visto bueno. Por
tanto, aquel mismo día había comenzado a preparar el conjuro, y un mes más tarde
había sellado la habitación, creyendo que, al menos él, podría volver a entrar,
creyendo que estaría preparado. Al fin y al cabo, Mathricks le había confiado a él la
tarea de estudiarla.
Pero no lo estaba, como pudo comprobar dolorosamente cuando había intentado
entrar de nuevo en la sala: no había podido abrir la puerta.
De hecho, nadie más había podido, nunca, desde entonces. Y habían pasado ya
cincuenta y seis años desde aquel día. Cincuenta y seis años sin verla.
Eran tantos años, que todo el mundo llamaba a aquella sala «la habitación
cerrada», y era un nombre muy acertado.
Suspiró de nuevo y cerró los ojos, pensando en cómo era, en lo que recordaba de
ella, y de nuevo la vio, en su mente, tan claramente como si la tuviera delante, como si
estuviera allí. Y se dio cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo, algo que él no
recordaba, que no había visto. Era casi medianoche de un día de Halloween; no sabía
cómo lo sabía, aunque estaba seguro de ello, y la Esfera estaba palpitando y brillando,
de una forma extraña y muy intensa, como no lo había hecho nunca. Las paredes, el
suelo y el techo fueron totalmente visibles, bañados en aquella luz maravillosa,
resplandeciente, al tiempo que la Esfera brillaba más y más, acumulando de alguna
forma una fuerza irresistible, mostrando el poder de la magia antigua como no se
había mostrado nunca antes de aquello... Y Flammingan, maravillado, supo que había
visto el poder de un sacrificio, y que algo grande y extraordinario había sucedido
aquella noche de Halloween.

Abrió lentamente los ojos, parpadeando ante la fuerte luz solar. Vio que la chimenea
se había apagado y que humeaba ligeramente. Se había quedado dormido, y había
soñado... Había soñado con la habitación, con la Esfera. De nuevo. Ya le había
ocurrido antes, en muchas ocasiones, incluso, símbolo inequívoco de lo mucho que
deseaba volver a verla.
No obstante, hacía mucho, años incluso, que no soñaba con ella. Y, además, el
sueño había sido extraño, muy extraño... La Esfera estaba brillando, brillando como
nunca, y su fuerza era mayor que cualquier cosa que Flammingan pudiera recordar.
No sabía por qué brillaba así, pero sabía que aquello había ocurrido, que no era sólo
imaginación suya. Aquello había ocurrido, años atrás, aunque no sabía cuando. Y
entonces recordó que era medianoche, y era Halloween, y se preguntó cómo había
sabido aquello.
¿Había sido un simple sueño? Podía ser, pero era demasiado extraño que fuera
tan real, y después de tanto tiempo... justo cuando le habían pedido aquel favor.
¿Casualidad? Lo dudaba mucho. Era un experto en la magia, en lo más profundo de la
magia, y no creía en tamañas casualidades, había visto demasiadas cosas. Recordó
que, cuando la Esfera había llegado a sus manos, cuando había empezado a
estudiarla, había pensado que aquello era lo más grande que haría jamás, y lo había
creído así durante toda su vida. Pero en ese momento se preguntó si aquel sueño no
marcaría el comienzo quizás de algo aún más grande e importante.
Se levantó lentamente, pensativo, aún confundido, y se acercó a su baúl. No sabía
por qué había tenido ese sueño, ni qué ocurría en él, pero se dio cuenta de algo: ya no
tenía ninguna duda respecto a lo que tenía que hacer.
2

Extraños Poderes

—¡TE HE DICHO MILES DE VECES QUE NO HAGAS ESO AQUÍ DENTRO! —gritó
tío Vernon, llevándose una mano al pecho, mientras con la otra sostenía el pomo de la
puerta de la habitación de su sobrino Harry—. ¡Y baja a cenar ya, si quieres!
Harry miró a su tío, que estaba blanco como el papel, más asustado que enfadado,
pero no se inmutó. Tío Vernon salió dando un portazo y Harry le oyó bajar por las
escaleras, mascullando.
Harry estaba tumbado sobre la cama, leyendo la última carta que Ron y Hermione,
sus mejores amigos, le habían enviado. En ninguna casa normal, como tío Vernon y
tía Petunia deseaban que fuera la suya, hubiera sido eso un motivo para que a alguien
le gritaran, pero, por desgracia para ambos, esa casa no era normal, y Harry tampoco:
estaba recostado, con las manos detrás de la cabeza, mientras el pergamino, lleno de
la ordenada caligrafía de Hermione, flotaba ante su cara unos diez centímetros por
encima de su pecho. Harry se había puesto a leer la carta, y entonces había entrado
su tío, al cual, al ver que el pergamino flotaba, había estado a punto de darle un
síncope.
Harry sonrió recordando la expresión de su tío; no le importaba ya nada de lo que
los Dursley le dijeran. Además, no era ya la primera vez que aquel verano le echaban
una bronca a causa de la magia. Harry ya estaba acostumbrado a ellas, porque sus
tíos odiaban la magia de un modo casi irracional, y además, los pocos contactos que
habían tenido con ella no habían sido muy de su agrado; en los seis años que Harry
llevaba acudiendo al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, los Dursley habían
tenido que vérselas con una invasión de cartas traídas por lechuzas; con una cola de
cerdo que le había salido a Dudley, el desagradable primo de Harry; con la aparición
de un elfo doméstico que había arruinado un importante contrato que tío Vernon había
esperado conseguir para Grunnings, su empresa de taladros; con que Harry hubiese
convertido a tía Marge, la hermana de tío Vernon, más desagradable aún que él, en un
globo; con la aparición de los Weasley, la familia de Ron, por la chimenea de la sala,
causando un enorme destrozo en el mobiliario; con el hecho de que a Dudley le
creciera la lengua un metro, debido a una broma de Fred y George, los bromistas
hermanos gemelos de Ron; y finalmente, con un ataque de dementores... Sí, Harry
entendía que a los Dursley les gustara cada vez menos la magia. Sin embargo, ese
verano era distinto. Harry tenía permiso para hacer magia limitada aunque no
cumpliera la mayoría de edad (los diecisiete años) hasta el 31 de julio, debido a la
situación del mundo mágico, en guerra debido al retorno de lord Voldemort, el mago
tenebroso más terrible que el mundo había conocido.
Los Dursley se habían quedado lívidos cuando, al regresar de King’s Cross dos
semanas antes, tras terminar el curso en Hogwarts, Harry les había dicho que tenía un
permiso especial para hacer magia moderada y defenderse. Tío Vernon había
proferido un quejido al oírlo, y se llevó tal disgusto que había perdido el control del
coche durante unos segundos, de forma que casi se estrellan contra un Mercedes que
venía en dirección contraria. Desde ese día, los Dursley miraban continuamente a
Harry de reojo, porque éste, además, nunca estaba sin su varita mágica, por consejo
de Moody.
No obstante, Harry no había hecho magia con la varita en todo el verano, porque
no lo había necesitado y no quería problemas, pero, por desgracia para sus tíos, había
descubierto que no necesitaba su varita para hacer cosas.
Una tarde, cuatro días después de haber vuelto a Privet Drive, dos lechuzas
habían entrado en el comedor de los Dursley a la hora de la comida, soltando un gran
paquete en medio de la mesa, tirando la sopera y estropeando la comida. Harry había
dicho que lo sentía, que él lo limpiaría, pero no había servido de nada.
—¡YA ESTOY HARTO DE ESTO! —había gritado tío Vernon, levantándose y
limpiándose con una servilleta la camisa, llena de salpicaduras de sopa—. ¡ESTOS
MALDITOS BICHOS A TODAS HORAS! ¿Qué van a decir los vecinos?
—¡Tampoco es para tanto! —se defendió Harry—. Ya he dicho que yo lo limpiaré.
—Claro que lo limpiarás tú —le espetó tía Petunia, mirándole con desprecio—.
Esto era una de las cosas que no soportaba de que tu madre fuera una..., una..., una
como tú, siempre con todas estas cosas raras, siempre con...
Harry miró a su tía con una rabia indescriptible. Se sentía verdaderamente mal por
lo que había pasado, dispuesto a limpiarlo y a disculparse, y, al instante, se había
llenado de furia al oírla... porque no soportaba que ella hablara de su madre, no
después de lo que Lupin le había contado las Navidades anteriores sobre la relación
entre las dos hermanas.
—¡ NO HABLES DE MI MADRE! —gritó, haciendo que tía Petunia se callara,
asustada—. ¡No tienes ningún derecho a hablar de ella!
—¿Cómo que no? —replicó tía Petunia, sobreponiéndose al miedo—. ¡Era mi
hermana, yo la conocía y tú no, así que...!
Aquello fue demasiado para Harry. Se levantó de un salto y miró a su tía con furia
indescriptible.
—¡La conocía mucho más de lo que crees! ¡Y si tú verdaderamente la conocieras,
no le habrías hecho lo que le hiciste cuando murieron mis abuelos!
Tía Petunia y tío Vernon miraron a Harry con incredulidad.
—¿Qué sabes tú de...?
—¡Lo sé todo! —gritó Harry, temblando de la ira. Miró a la mesa, con la sopa
derramada, y al paquete que había encima, que empezaba a empaparse, y chilló—: ¡Y
tranquila, que yo lo limpio!
Entonces, el paquete se había levantado de la mesa, flotando, y la sopa había
vuelto a la sopera por sí sola. No podía comerse, pero al menos ya no lo ensuciaba
todo.
Los tres Dursley se apartaron de la mesa al ver aquello, asustados y atónitos, con
los ojos abiertos como platos.
—¿Qué..., qué haces? —musitó tío Vernon con la voz acongojada.
—No..., no lo sé —contestó Harry, que también estaba sorprendido. La rabia se
había ido difuminando, eclipsada por la sorpresa de lo que había hecho. No era que
nunca hubiese hecho cosas así, pero jamás de esa forma...
Miró a sus tíos, que le seguían observando, sin moverse, y dijo:
—Me voy a mi habitación.
Salió del comedor y subió las escaleras, mientras el paquete subía también,
flotando tras él. Aquella había sido la primera vez, pero había habido otras: en los días
siguientes, de vez en cuando, las cosas se movían solas, siguiendo algún tipo de
dictado de su voluntad. Por ejemplo, cada vez que entraba en su habitación de noche,
la luz se encendía sola, y cuando se acostaba y se disponía a dormir, se apagaba sin
que Harry tocara las llaves. En otra ocasión, leyendo El Profeta, el periódico del
mundo mágico, enfadado por que no traía noticia alguna sobre Hagrid, el
guardabosques de Hogwarts y profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, gran amigo
de Harry; ni de su misión con los aurores en Escocia, donde se enfrentaban a los
gigantes que servían a lord Voldemort, había arrojado el periódico al suelo, y éste se
había prendido fuego, consumiéndose en un instante. Harry se había quedado
alucinado, y había dado gracias porque los Dursley no lo hubiesen visto.
Harry había pasado largas noches pensando en cómo hacía aquellas cosas, toda
aquella magia sin varita, y no hallaba respuesta. Era cierto que ya hacía tiempo que
podía hacer cosas similares (y gracias a ello estaban vivos, porque esos poderes le
habían salvado la vida en su enfrentamiento con los mortífagos a finales de mayo),
pero siempre lo había hecho embargado por la rabia, cuando los poderes que
Voldemort habían puesto en él se manifestaban, o usando la Antorcha de la Llama
Verde, el poderoso objeto mágico que Ron, Hermione y él habían encontrado en la
Cámara de los Secretos... pero nunca con una simple rabieta.
Entonces había empezado a practicar, y había logrado dominar esas nuevas
habilidades: se metía en la cama, y, sin tocarlo, abría el baúl y hacía ir y venir cosas
desde él, encendía las luces sin tocarlas (siempre que los Dursley no le veían) y otras
cosas muy diversas. Había pensado en decirle a alguien lo que le pasaba, pero había
decidido esperar a estar de nuevo en el mundo mágico, para lo cual esperaba que no
faltase mucho. Ni siquiera se lo había contado a Ron o a Hermione, aunque sí que les
había dicho que le pasaba algo raro, y que tenía cosas muy importantes que
mostrarles, en su última carta, carta cuya contestación estaba empezando a leer
cuando tío Vernon le había interrumpido.
Harry tenía ya hambre, pero prefirió leer la carta antes de bajar. De todas formas, a
los Dursley les daba igual si él comía o no, y Harry prefería no verles, porque cada vez
que lo hacía se acordaba de su madre y le invadía la rabia, y temía perder el control y
hacer alguna locura como cuando habían escapado de los mortífagos mes y medio
antes.
Cuando dejó de oír a tío Vernon despotricar, mientras bajaba la escalera, volvió a
concentrarse en la carta:

Querido Harry:
¿Qué es eso tan importante que tienes que mostrarnos? Nos has
dejado muy preocupados. Bueno, a mí me has dejado muy
preocupada, porque Ron dice que seguro que no es grave, pero tal y
como están las cosas, y con todo lo que ha pasado... ¿Es que te ha
dolido otra vez la cicatriz? ¿Has tenido algún sueño raro? Todos
esperamos que te encuentres muy bien. Aquí ya sabes que te
echamos mucho de menos, y no paramos de insistir para ir a buscarte.
Afortunadamente, creo que ya no falta mucho para eso, y es posible
que en unos días podamos tenerte aquí.
Ron y yo, por nuestra parte, también tenemos algo que mostrarte.
No lo entendemos muy bien. Es largo de explicar y preferimos
contártelo cuando vengas. Y no te preocupes que no es nada grave,
aunque yo quería habérselo dicho al profesor Dumbledore, pero Ron
opina que es mejor que no lo sepa nadie hasta que te lo contemos a ti,
así que no se lo hemos dicho a ninguna persona.
Por lo demás, la vida aquí sigue igual que todos los días, un poco
aburrida, a pesar de todo el ajetreo que hay con la Orden. Menos mal
que hoy mis padres, por ser domingo, han decidido sacarnos de aquí
un rato y hemos ido a tomar algo a una cafetería muggle. Ron, Ginny,
Fred y George vinieron con nosotros, y Lupin nos acompañó, como
requisito indispensable de la madre de Ron. A mí me pareció algo muy
correcto, porque Lupin es un gran mago, pero Ron no paró de quejarse
de que... sí, Ron, es cierto, tu madre tiene razón... ya sé que no eres
un niño, pero tal y como está todo... Perdona, Harry, es que Ron se ha
puesto a protestar, ya sabes cómo es y... está bien, está bien... Me
despido, Harry, que ahora quiere escribir Ron. Un beso muy grande.
Cuídate.

Harry sonrió. Sus amigos nunca cambiarían, casi podía verlos discutir: Hermione,
siempre la voz de la sensatez y la razón, y Ron, el más alocado e impulsivo de los
tres... y eso que desde enero salían juntos. Sonrió más aún, deseando estar pronto
con ellos, y leyó la parte escrita por Ron:
Hola compañero:
No hagas caso de Hermione, ya sabes cómo es con las normas. En
realidad no protesté tanto, pero ya sabes también cómo es mi madre
de nerviosa, y después de lo que pasó en mayo, y en el Ministerio, se
ha vuelto realmente paranoica... Sí, Hermione, paranoica, reconócelo...
Bueno, pues, como te decía, Harry, aún no sé cómo permitió que nos
alejásemos doscientos metros de la casa, pero bueno... Espero que
cuando vengas tú nos dejen salir alguna vez más, aparte de ir al
Ministerio a sacarnos el carnet de Aparición. Ya tengo ganas de
tenerlo, entonces sí podremos ir adónde queramos y... bueno, voy a
dejarte, porque mi madre nos llama para la cena, y Hermione está
molestándome diciéndome no sé qué de que no debemos usar la
aparición para escaparnos y todo eso que siempre dice ella... Espero
que estés muy bien.
Un abrazo muy fuerte.
Tus amigos Ron y Hermione

Harry sonrió con ganas mientras se levantaba de la cama, al tiempo que el


pergamino se doblaba, metiéndose otra ven en su sobre y guardándose en el baúl. La
verdad, estaba de acuerdo con Ron: no comprendía cómo la señora Weasley les
había permitido salir de Grimmauld Place, aunque Ron, Fred y George ya eran
mayores de edad, y Hermione tenía allí a sus padres. Suspiró con nostalgia, mientras
bajaba las escaleras para ir a cenar. Preferiría mil veces estar en Grimmauld Place
con todos sus amigos, con su verdadera familia, en vez de estar en Privet Drive con
los Dursley. Cierto era que sólo llevaba allí unas dos semanas, y que se escribía con
Ron y Hermione todos los días, pero aún así les echaba muchísimo de menos. Tras lo
sucedido a finales del curso, con la muerte de Luna, se habían encontrado mucho
más unidos. Deseaba enormemente volver a verlos, y también a Ginny, que había
acabado el viernes anterior sus TIMOs. Harry suspiró al pensar en la hermana menor
de Ron, en todo lo que había pasado, motivo por el cual el Ministerio de Magia le
había permitido retrasar la fecha de sus exámenes hasta principios de julio. Harry
también se había escrito mucho con ella, y estaba deseando volver a verla, hablar con
ella... mirarla... Era extraño pensar en ella. En sus largos días, desde que había
regresado a Privet Drive, la recordaba a menudo. Recordaba el momento en que la
había encontrado, desfallecida y asustada, en un oscuro cuarto de la guarida de los
mortífagos... El terror que había sentido al saber que Voldemort pretendía hacer algo
con ella... La recordaba en el baile de Navidad, con su preciosa túnica aguamarina y
la capa de terciopelo negro que él le había regalado aquel mismo día... ¿Qué le
sucedía exactamente con ella? ¿Acaso le..., le gustaba? Había momentos en que
estaba convencido de que era así, pero en otros la sola idea le asustaba hasta el
extremo. Le asustaba pensar en cómo había cambiado desde que la había visto por
primera vez en la estación de King’s Cross, seis años atrás; cómo había cambiado en
el último año... Se sentía confundido, porque lo que sentía con ella, o por ella, era
radicalmente distinto de lo que había sentido con Cho. Con Cho no había dudado,
sabía perfectamente que le gustaba, sin embargo... no estaba muy seguro de querer
estar con ella (recordaba que el estómago le había dado un vuelco desagradable
cuando Hermione le había preguntado si iba a salir con ella). Él había creído que
aquella atracción por Cho era amor... sin embargo, lo que él había sentido no se
parecía demasiado a lo que veía en Ron y Hermione, o en lo que le habían contado
sobre sus padres... ¿Acaso lo de Cho había sido una simple atracción física pasajera,
porque ella era muy guapa? Podía ser... Él había sabido que Cho le gustaba, pero no
sabía si quería estar con ella; en cambio, no sabía si le gustaba Ginny, pero sí quería
estar con ella... Aunque... ¿cómo quería estar? Ésa era la gran pregunta. Quizás su
confusión era motivada por el hecho de que Ginny no era tan guapa como Cho,
aunque sí era bonita..., también Cho tenía unos ojos más hermosos, aunque los de
Ginny le fascinaban cuando reflejaban el fuego, y...
Se dio de golpe contra la puerta del comedor, de lo distraído que había bajado las
escaleras. ¿En qué diablos pensaba? Meneó la cabeza y entró en el comedor, donde
sus tíos y su primo ya estaban cenando. Ninguno de ellos le dijo nada, pero tío
Vernon miró hacia su sobrino un instante y gruñó algo incomprensible. Harry no hizo
caso.
Dudley, por su parte, miraba a Harry como si le tuviese miedo, al tiempo que se
apresuraba en comerse su budín, y bebía grandes sorbos de refresco. Ya no era el
niño gordo que había sido durante toda su vida. Seguía, desde luego, siendo
inmenso, pero ahora la mayor parte de su cuerpo era músculo. Músculo grasiento, sí,
pero músculo. Tío Vernon y tía Petunia estaban muy orgullosos del cambio de su hijo,
que había comenzado dos años atrás, pero Harry no encontraba ningún motivo de
orgullo en que Dudley pudiera ahora pegar más fuerte de lo que ya lo hacía antes.
Además, seguía practicando el boxeo, y, aunque apenas había hablado con él en lo
que iba de verano, Harry se imaginaba que su primo seguía practicando con sacos
humanos cada vez que podía.
Comenzó a comerse su cena (un plato de budín, aunque más pequeño que el de
Dudley), mientras dirigía miradas a su primo, el cual, al igual que sus padres, miraba
la televisión, procurando ignorar a Harry. Éste se preguntaba qué le habría pasado a
su primo, porque habría jurado que Dudley le tenía miedo desde que había regresado
de Hogwarts. Se lo había dicho a Ron y a Hermione, y su amigo lo había encontrado
muy gracioso, pero no le había dado ninguna explicación. Hermione le había dicho
que seguramente era porque les había comunicado que ahora podía hacer magia
moderada (seguido de un párrafo donde conminaba a Harry a no hacer ninguna
locura ni a usar la magia salvo que fuera estrictamente necesario). Harry había
pensado en la respuesta dada por su amiga, y se sentía inclinado a creer que podía
ser aquello, pero, de todas formas, la explicación no acababa de convencerle. Bien
era cierto que el verano anterior, el último día que Harry había estado en Privet Drive,
le había dado a Dudley motivos para tenerle miedo. Al fin y al cabo, aquel día había
sido el primero en que había sentido despertar dentro de sí el poder de Voldemort, y
casi había provocado que una serpiente mordiera a Piers Polkiss, el mejor amigo de
Dudley. Harry jamás olvidaría la cara de su primo al verle. Al día siguiente, cuando
Ron y su padre habían ido a buscarle, Dudley no había salido de su habitación. Tal
vez aún tuviera miedo de eso.
Fuese cual fuese la razón, el caso era que Dudley no solía estar en casa cuando
estaba Harry, y procuraba no parar demasiado en la misma habitación, y esa actitud
se había acentuado desde el incidente con la sopera y el paquete traído por las
lechuzas.
Harry terminó su comida mientras tía Petunia iba a la cocina a buscar el postre,
que era tarta de manzana. Volvió con una fuente que olía deliciosamente y comenzó a
repartir trozos. Le dio una gran ración a su marido y un pedazo aún más grande a
Dudley, y luego miró a Harry.
—¿Quieres?
—No —contestó Harry, levantándose—. Gracias. Me voy a la cama. Hasta
mañana.
Salió del comedor mientras sentía en su nuca la mirada de su tía. Harry no quería
pasar demasiado tiempo con sus parientes, y además, a veces notaba cómo tía
Petunia se le quedaba mirando y se sentía incómodo. Ella no había cambiado para
nada su actitud con él; de hecho, era más fría de lo que había sido el verano anterior,
pero aquellas miradas eran frecuentes, y él ignoraba el motivo. ¿Se deberían al hecho
de que Harry les había explicado cuál era su destino? No lo sabía, pero tampoco le
importaba demasiado. Era su último verano en Privet Drive y no iba a amargarse ni a
preocuparse por los Dursley, bastantes preocupaciones tenía ya.
Entró en la habitación con intención de redactar su carta diaria para Ron y
Hermione, y otra para Ginny. Cogió tinta y pergamino y se sentó frente a la ventana,
dispuesto a escribir. Fuera, la oscuridad había caído sobre Little Whinging. La noche
era calurosa, y Harry vio a algunos de sus vecinos tomando el fresco en los jardines.
Sintió calor y abrió su ventana para que entrara algo de aire. Hacía una brisa suave
que le refrescó el rostro. Elevó la cara y miró hacia el cielo, disfrutando de la
sensación, y observó las estrellas, aquellas estrellas que tanta fascinación habían
levantado en él las pasadas Navidades, cuando los centauros le habían hablado de su
«camino», que según ellos estaba marcado en el cielo. También Firenze, el co-
profesor de Adivinación, le había hablado de ello. Harry recordó que hacía mucho que
no miraba el cielo. La última vez había sido cuando...
Apartó la vista y cerró los ojos. No quería recordar aquella horrible noche, en
medio de aquel bosque, cuando habían logrado huir de lord Voldemort y de los
mortífagos..., cuando Luna había muerto bajo el hechizo asesino de Lucius Malfoy...
Frunció el ceño al acordarse de Lucius, aquel desalmado. Un desalmado que se
consumía en una sala del Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas,
completamente loco debido a la maldición que Ron y Hermione habían usado contra
él.
Decidió olvidar ese asunto, o al menos apartarlo de su mente tanto como fuera
posible y comenzó la carta para Ron y Hermione. Lo primero era quitarle las
preocupaciones a Hermione. Harry conocía a su amiga y estaba seguro de que si no
le decía nada acabaría imaginándose todo tipo de cosas y alborotando, lo que
ocasionaría que la señora Weasley se enterase también y todos se preocupasen
innecesariamente.

Queridos Ron y Hermione:


No os preocupéis, lo que tengo que contaros no es nada malo.
Simplemente es que he descubierto algo y quiero mostrároslo. Sin
embargo, por carta es largo y difícil de explicar, por eso esperaré a
estar con vosotros para contároslo.
Por otra parte, ¿podríais evitar discutir AL MENOS cuando me
escribís una carta? (o, como mínimo, no escribir las discusiones)
Tenéis todo el resto del día para hacerlo. Hermione, no deberías ser
tan restrictiva. ¿No has aprendido nada de Ron estos días de mutua
compañía? ¿O es que no habéis hablado? No te enfades, Hermione, si
en el fondo yo también creo que salir por ahí es arriesgado. Yo apenas
he salido de casa, excepto un par de días que salí a dar un paseo y a
tomar el té con la señora Figg, ya sabéis.
Hoy ha sido un día tan normal y aburrido como los demás: es decir,
espantoso. No he salido de casa (excepto al jardín), y los Dursley
siguen teniendo esa actitud extraña conmigo, sobre todo mi tía y mi
primo, que sólo le falta dar un bote en el suelo cada vez que me ve...
En fin, os dejo hasta mañana. Espero que tengáis algo más
interesante que contarme que lo que tengo yo. Cuidadme bien la casa,
que quiero tener un lugar sano para vivir cuando me marche de aquí.
¡Tenedla limpia!
Abrazos de
Harry

Guardó el pergamino en un sobre mientras se reía. Probablemente Hermione


montaría un escándalo cuando la leyesen, sobre todo la frase de «¿O es que no
habéis hablado?». Dejó el sobre a un lado y cogió otro pergamino para escribir la
carta de Ginny.
Cuando la hubo terminado, la metió en otro sobre, cogió el que iba dirigido a Ron y
a Hermione y se acercó a su cama. Miró al baúl y éste se abrió automáticamente, y de
él salió un objeto parecido a una sandwichera como la que tenía su tía, aunque más
pequeño. En realidad, no tenía nada raro: era un aparato formado por una especie de
platos (dos) unidos por una bisagra mágica. Ese objeto era lo que contenía el paquete
que había provocado el incidente de la sopera, y había sido un envío de Ron y
Hermione.
Lo acompañaba una carta donde Hermione le explicaba que el correo por lechuza
era arriesgado, y que además, como pensaban escribirse todos los días, ningún ave
aguantaría. Por tanto, ella había usado todos sus conocimientos sobre hechizos
comparecedores y desvanecedores y había inventado aquel aparato. Hermione no era
mayor de edad, y por tanto no podía hacerlo (a pesar del permiso moderado del que
gozaba, que Harry sabía que ella nunca usaría salvo que fuese inevitable), así que lo
había hechizado Ron siguiendo sus instrucciones. Era un aparato muy útil, que,
básicamente, funcionaba como un fax. Hermione lo había bautizado como
«expendedor automático de correo», pero Ron lo había renombrado como
«expendedor Granger-Weasley de correo». Ron le había contado a Harry que la
profesora McGonagall lo había visto en una de sus visitas a Grimmauld Place, y que
Hermione se había puesto insoportable por los elogios que ella le había dedicado
(McGonagall era la profesora preferida de Hermione). Harry se había reído un buen
rato al imaginarse la cara que la chica habría puesto cuando Ron había escrito aquello
en la carta.
Sonriendo al recordar esos detalles, hizo que el «expendedor Granger-Weasley»
se quedase sobre la cama. Luego lo abrió, metió las dos cartas en el interior y cerró la
tapa. Acto seguido se oyó una pequeña explosión acompañada de un leve destello.
Harry abrió las tapas y las cartas ya no estaban. Ya debían de haber aparecido en el
expendedor que Ron y Hermione tenían. Satisfecho, volvió a guardar el aparato en el
baúl y se metió en la cama. Aún era temprano y no tenía sueño, así que decidió leer
un rato. Observó de nuevo su baúl y de él emergió el álbum de fotos que Ron,
Hermione y Ginny le habían regalado por Navidad. Hacía tiempo que no lo miraba. Lo
abrió por donde empezaban las fotos de sus amigos y se entretuvo mirándolas,
observándose a sí mismo bailando con Ginny en el baile de Navidad, con Hermione...
fotos de Hermione y Ron, de todos en grupo..., y, finalmente, las tres últimas fotos,
unas fotos tomadas tan sólo un mes atrás; unas fotos que los mostraban a Ron, a
Hermione y a él mismo sentados en la sala común de Gryffindor, junto a la ventana.
Los tres miraban a la cámara con tristeza, pero con fuerza. Aún veía en sus rostros
las marcas de lo que les había sucedido. Estuvo mucho tiempo mirando aquellas fotos
antes de guardar el álbum y hacer que la ventana se cerrara: por la mañana
refrescaba y no quería resfriarse. Apagó la luz y se sumió en la oscuridad.
Veía aún su propio rostro y el de sus amigos en la foto, aquél día que habían
subido los tres desde los terrenos y Hermione los había convencido para estudiar para
los exámenes. En aquellos momentos creía que jamás superaría todo lo que había
vivido, todo lo que había visto: la vida de Voldemort, sus crímenes, su maldad, su
odio... la tensión y el miedo por sus amigos, la creencia de que iba a morir, el
descubrir la raíz de su conexión con Voldemort, el sacrificio de Peter, la huida, la
muerte de Luna, la brutal explosión que había acabado con la vida de cuatro
mortífagos... No se explicaba cómo se encontraba tan bien. Quizás «tan bien» fuera
un término muy pretencioso, porque no se encontraba bien en absoluto, pero, tal y
como debería de sentirse tras todo lo que había pasado, la expresión «tan bien» no
era exagerada ni mucho menos.

Despertó a la mañana siguiente con el ulular de una lechuza que picaba en los
cristales. Se levantó rápidamente y abrió la ventana para dejarla entrar. Aún era muy
temprano, y si sus tíos se despertaban seguramente tendría otra bronca con ellos,
cosa que prefería evitar. La lechuza era de El Profeta, dejó el periódico en las manos
de Harry y éste le entregó el dinero. La lechuza ululó de nuevo, satisfecha, y
emprendió otra vez el vuelo. Harry cerró la ventana y se dispuso a dejar el periódico
para leerlo más tarde. De momento sólo le apetecía dormir. Sin embargo, se quedó
mirando hacia la primera plana del diario, que rezaba: «La lista de candidatos al
puesto de Ministro de Magia está prácticamente cerrada». Harry se sentó en la cama,
repentinamente despejado de su somnolencia, y se dispuso a leer el artículo.

Ayer, a última hora de la tarde, el Wizengamot hizo pública la lista, que


se supone definitiva, de candidatos al puesto de Ministro de Magia,
vacante tras la muerte de Cornelius Fudge en el ataque al Ministerio
ocurrido el pasado mayo.
La lista definitiva no se cerrará hasta el día 30 de julio, fecha en
que se anunciará el día en que se celebrarán las elecciones. El mundo
mágico en pleno está deseando ya que se nombre a un nuevo ministro,
porque el vacío de poder no es deseable en las actuales
circunstancias.
Albus Dumbledore, Jefe de Magos del Wizengamot, ha declarado
que espera que la elección se produzca «cuanto antes y sin
contratiempos», y que el nuevo ministro, sea cual sea, haga su trabajo
correctamente.
Como era de esperarse, y todos suponíamos, Dumbledore no se
presenta al cargo, a pesar de que una gran parte de la comunidad
mágica desearía verle como ministro. Sin embargo, el actual director
del Colegio Hogwarts de Magia siempre ha dicho que nunca aceptaría
ser Ministro de Magia, y que su lugar está en Hogwarts, con sus
alumnos.
La lista de candidatos es bastante reducida, pues sólo son tres:
Amelia Bones, actual directora del Departamento de Seguridad Mágica,
Amos Diggory, recientemente nombrado subdirector del Departamento
de Control y Regulación de las Criaturas Mágicas, y Julius Seadork,
director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional.
Los tres nombres son más o menos conocidos por la comunidad
mágica. Amelia Bones, como todos saben, lleva dirigiendo el
Departamento de Seguridad Mágica desde que Bartemius Crouch lo
dejó, y es ampliamente reconocida su capacidad y su honestidad.
Como la mayoría de los lectores sabrán, el hermano de Amelia Bones,
su esposa y sus hijos fueron asesinados por los seguidores de El Que
No Debe Ser Nombrado.
Por su parte, Amos Diggory se presentó candidato con el aval de
su largo y dedicado trabajo en el Ministerio de Magia, y por su firme
deseo de poner fin a la guerra contra Quien Ustedes Saben. Este diario
se hizo eco de su valiente actuación durante el mencionado asalto al
Ministerio, y ya entonces se comentó la tragedia personal de los
Diggory, cuyo único hijo, Cedric, fue asesinado por El Que No Debe
Ser Nombrado la noche de su retorno. Desde entonces, el señor
Diggory ha mostrado un claro deseo de luchar con todas sus fuerzas
contra el Señor Tenebroso y sus mortífagos.
Julius Seadork, director del Departamento de Cooperación Mágica
Internacional desde la muerte de Bartemius Crouch, se presentó al
cargo con el crédito que le otorgan sus más de veintiún años de
servicio en el Ministerio, un excelente e impecable expediente y el firme
deseo de poner remedio cuanto antes a la situación actual.
Esperemos que pronto podamos ver a uno de estos magos
ocupando el vacante puesto de ministro, y que, sea cual sea, logre
poner orden en el caos reinante y freno a la guerra que vivimos.
* * *
Harry terminó de leer el artículo y se quedó pensativo. ¿Amos Diggory, el padre de
Cedric, optaba al cargo de ministro? La verdad, no había sabido nada de él después
de la última vez que lo había visto, al día siguiente del retorno de Voldemort. Entonces
parecía muy afectado con lo sucedido... Pero quizás, al igual que Percy, había
decidido encaminar su vida a ascender en el Ministerio y a conseguir la venganza..., o
quizás simplemente se había refugiado en su trabajo y ahora aprovechaba la ocasión.
Ojeó el resto de noticias, sin encontrar nada interesante. Al igual que cada día,
muestras de pánico, consejos generales de seguridad mágica, y muchos rumores
sobre los posibles planes de Voldemort, pero nada realmente importante. Voldemort y
los mortífagos no habían vuelto a mostrarse desde la terrible noche del ataque al
Ministerio y la batalla que ellos mismos habían mantenido en aquella casa del bosque,
y Harry se preguntaba qué tramaría ahora el mago. Bueno, lo que tramaban no era
muy difícil de imaginar: fueran cuales fuesen sus planes, su objetivo principal siempre
había sido, y seguía siendo, él mismo: Harry. Y ahora sabía por qué, porque el propio
mago se lo había explicado: parte de su propia esencia estaba en él, en Harry; y esa
esencia era la que le proporcionaba la capacidad de hablar pársel, de usar poderes y
conocimientos de Voldemort... Era la razón de la conexión que los unía a ambos.
Voldemort necesitaba recuperar esa «esencia» para lograr su objetivo final, la
inmortalidad, y sólo tenía una manera de hacerlo: matando a Harry.
Tiró el periódico a un lado, decepcionado. Seguía sin haber noticias de Hagrid, y
Harry ignoraba si su amigo estaría bien o no. Les había dicho a Ron y Hermione que
preguntaran a los de la Orden si sabían algo, pero no había ninguna respuesta, salvo
«todo sigue más o menos igual». Lo único que sabían era que, al parecer, seguían
ocupados con los gigantes, nada más.
Ya estaba despejado del todo, y era demasiado temprano aún para levantarse, así
que se quedó tumbado encima de la cama, pensando en las elecciones mágicas. Se
dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo eran... ¿y qué pintaba en ello el
Wizengamot? Por lo que Harry sabía (y sabía bastante, ya que se había encontrado
dos veces frente a él, y una como acusado), el Wizengamot era la corte suprema de
los magos, un tribunal. No veía qué papel podía jugar en la elección del nuevo
ministro. Se lo preguntaría a Ron. Él lo sabría, ya que se había criado en el mundo
mágico y su padre era funcionario del Ministerio, aunque seguramente Hermione
sabría incluso más que él, porque probablemente habría leído sobre el tema en algún
libro.
Mientras pensaba en todas estas cosas, volvió a quedarse dormido, y cuando se
despertó eran ya las nueve de la mañana y la luz del Sol entraba con fuerza por la
ventana; iba a ser otro día caluroso. Harry se desperezó lentamente, se levantó, se
vistió e hizo la cama. Estaba tratando de aprender a hacerla usando sus nuevos
poderes, pero su trabajo no era aún muy bueno, así que lo hacía al modo tradicional.
Comprobó que Hedwig tuviese agua y comida en su jaula, y luego la soltó para
que diese una vuelta matutina, al tiempo que hacía que la ventana se abriese sola.
Luego bajó al comedor, donde su tío Vernon estaba ya desayunando y leyendo el
periódico. Tía Petunia preparaba el resto del desayuno; Dudley no se había levantado
aún. Harry dijo «buenos días» en voz baja, y, como respuesta, tío Vernon levantó la
cabeza por encima del periódico para dirigirle una mirada de desagrado. Harry hizo un
esfuerzo por no reírse al ver el bigote de su tío manchado de café y se sentó en su
sitio. Se sirvió unas tostadas y empezó a untarlas de mantequilla, sin hablar, mientras
su tía se sentaba también y se servía un zumo de naranja.
—¡Es increíble! —gruñó tío Vernon. Harry y tía Petunia se volvieron hacia él—. La
delincuencia ha crecido en los primeros seis meses del año un doce por ciento. ¡No es
de extrañar, con leyes tan blandas! ¡Yo tengo muy claro lo que haría con toda esta
escoria...!
Harry apuró su desayuno. No le apetecía escuchar una de las frecuentes diatribas
de tío Vernon sobre cómo dirigiría él el país. Terminó y se levantó rápidamente,
recogiendo lo que había ensuciado.
—¿Adónde vas tan deprisa? —preguntó tío Vernon bruscamente, interrumpiendo
su disertación y dejando el periódico encima de la mesa.
—Afuera —contestó Harry lacónicamente.
—La hierba del jardín está muy alta —dijo tío Vernon.
—¿Y qué?
—¡No seas descarado, chico! —bramó tío Vernon, lanzándole a su sobrino una
mirada asesina—. Corta el césped. ¡Y quiero que lo dejes perfecto!
—Sí, tío Vernon —respondió Harry mansamente. Podría haber protestado, pero,
de todas formas, no tenía apenas nada que hacer y se aburriría. Así se pasaría la
mañana. Luego, por la tarde, podría salir a dar una vuelta... Hacía tiempo que no salía
de casa. Al fin y al cabo, Ron y Hermione no le enviarían la carta hasta poco antes de
la hora de cenar, como hacían siempre.
Así, Harry se pasó la mañana en el jardín, segando la hierba, lo cual no era un
trabajo fácil, porque a medida que avanzaba el día iba haciendo más calor. Cuando
terminó, Harry estaba completamente empapado en sudor. Guardó el cortacésped y
entró en la casa, dispuesto a darse una ducha y a cambiarse de ropa. Tía Petunia
estaba preparando ya la comida, y Dudley estaba sentado en el sofá, viendo la
televisión. Harry no les dijo nada a ninguno de los dos, ni ellos a él, y subió a
ducharse.

Al terminar la comida (sin tío Vernon, que tenía una reunión de negocios), Harry subió
a su habitación, cogió su varita mágica, se la metió en el bolsillo trasero del pantalón,
tapada por la camiseta (había sido de Dudley hasta el año anterior, y le llegaba a las
caderas) y salió afuera, donde alcanzó a su primo, que también avanzaba por Privet
Drive arriba. Dudley le miró y luego apretó el paso.
—¿Qué te pasa, Dud? ¿Me tienes miedo? —le preguntó Harry con tono burlón.
—No digas estupideces —contestó Dudley sin mirarle.
—Lo digo porque, por la manera en que corres, se diría que tienes detrás a un
cazador de gorilas.
Dudley apretó los puños y gruñó, pero no dijo nada y siguió caminando. A Harry le
sorprendía el comportamiento de su primo, y decidió dejarle en paz.
—¿No quieres hablar? Está bien... Dale recuerdos a Piers... y a su serpiente
—dijo, en tono mordaz.
Dudley pegó un brinco al oír las palabras de Harry. Se volvió y le miró, ceñudo.
—No te acerques a mí... ¡monstruo! —chilló, antes de volver a emprender su
camino, más rápido aún. Harry se paró en seco y se le quedó mirando. ¿Monstruo?
¿Le había llamado monstruo? Sin saber si echarse a reír o a llorar, Harry siguió
caminando. Llegó hasta un parque y se sentó un rato a la sombra. No sabía qué
hacer. Allí no tenía ningún amigo, ni nadie a quien le cayera bien. Y las ropas que
llevaba, una camiseta grande y gastada, y unos vaqueros rotos y remendados,
también muy grandes para él, no ayudaban en nada. Se entretuvo observando a su
alrededor, a la gente. Cerca de donde estaba había un puesto de helados y varios
niños se amontonaban delante, comprando. A él también le habría gustado tomarse
un helado, pero no tenía dinero muggle. Se acordó de los deliciosos helados de
Florean Fortescue y deseó estar en el Callejón Diagon, tomando uno con Ron y
Hermione.
Miró hacia lo alto. Le daba la sombra, y, aún así, notaba la cabeza pesada, como
si tuviera sueño, pero sin tenerlo. También le dolía un poco.
«Será por haber pasado la mañana al Sol», pensó. Se recostó en el banco y cerró
los ojos, relajándose. Sin embargo, el dolor empezó a crecer y a ir a más. También
tenía mucho calor. Se estiró y se acostó sobre el banco, frotándose las sienes, pero
no conseguía nada. Se notaba pesado, ido...
—...fíjate en sus pintas, ahí tirado... ¡Seguro que está borracho!
—No lo mires, Marlene, déjalo. Desde luego, no sé para qué tenemos policía...
Harry abrió los ojos, desorientado, y se incorporó. Se sorprendió al darse cuenta
de que era de noche. Miró a su alrededor y vio a un matrimonio de mediana de edad
que se alejaban de donde él estaba. Debían de ser los que habían hablado,
despertándole. ¿Cómo se había quedado dormido? Miró su reloj y vio, asustado, que
eran casi las diez de la noche. ¿Qué le había pasado? Lo único que recordaba era
que había notado una gran pesadez, y dolor de cabeza. Se había recostado en el
banco y... se había dormido sin darse cuenta. Se irguió rápidamente para volver a
casa. Aquello no era normal. Se frotó los brazos, hacía algo de frío. Vio que el cielo se
había nublado y se había levantado una brisa bastante fresca, que agitaba las ramas
de los árboles. Comenzó a caminar, observando a su alrededor. Aún se sentía
desorientado, y al verse en la oscuridad, sin saber qué le había pasado, sintió un
escalofrío.
Aceleró el paso hacia Privet Drive. Seguramente Dudley ya estaría en casa, y eso
significaba una bronca de sus tíos. Probablemente ya habrían cenado, y él se
quedaría sin comer... Bueno, eso no le importaba demasiado, porque no tenía mucha
hambre. Le apetecía más leer la carta que Ron y Hermione le habrían enviado ya.
Entonces, mientras se acercaba al final de la calle Magnolia, un repentino dolor se
abrió paso a través de su cicatriz. Fue tan intenso que a punto estuvo de caer de
rodillas al suelo. Se llevó una mano a la frente y se la apretó con fuerza. ¿Qué
pasaba? ¡Ya nunca le dolía la cicatriz como antes! La última vez que le había dolido,
era porque Voldemort estaba... Instintivamente, miró a su alrededor, horadando la
oscuridad. No podía ser que Voldemort estuviera allí... ¿O sí? Su deseo de matar a
Harry era más grande que nunca, al igual que su poder. ¿Qué le impedía aparecerse
de noche e intentar matarlo? Harry dudaba que a él le importase que algún muggle lo
viese... Probablemente el infeliz también acabaría muerto.
Sin embargo, realmente no creía que Voldemort estuviera en Little Whinging,
aunque no pudiese explicar el dolor de su cicatriz. No sentía nada acerca de
Voldemort, como había sentido las otras veces: ni visiones, ni cambios de humor...
Nada.
Avanzó lentamente, con paso incierto, amenazando caerse a cada momento. El
dolor, en lugar de disminuir, iba a más, mareándole y casi impidiéndole la visión. No
creía poder llegar a casa en ese estado, así que hizo lo único que podía: ir a casa de
la señora Figg, que estaba cerca de allí.
Al final, con lentitud, logró llegar hasta la puerta de la casa de su vecina. Para
entonces, apenas veía, no oía, y sentía unas arcadas tan fuertes que apenas podía
contenerse sin vomitar. Tocó al timbre con dificultad, y se dejó caer delante de la
puerta, apretándose la cicatriz con fuerza, mientras sentía que perdía la conciencia.
Tras unos segundos, la puerta se abrió y escuchó a la señora Figg:
—¿Quién...? ¡Oh, por Merlín! ¡Harry! ¿Qué diablos...?
Pero Harry no oyó nada más, porque en ese mismo momento perdió el
conocimiento.

—¡AH! —gritó, incorporándose. Por un momento no supo dónde se encontraba. Giró


la cabeza y vio a la señora Figg, que lo miraba con preocupación. Se acercó a él y le
acarició la cabeza.
—¡Harry! ¿Chico, estás bien?
—Sí, creo que sí... —respondió, aún algo desconcertado—. Pero me duele la
cabeza. ¿Qué me ha pasado?
—No lo sé —dijo la anciana, agitada—. Llamaste al timbre, y cuando abrí la puerta
te caíste desmayado. Llevas inconsciente casi una hora, no había manera de
despertarte. Pensé en avisar a Dumbledore, pero cuando me decidí a hacerlo
empezaste a gritar «¡El momento se acerca! ¡El momento se acerca!» y luego
despertaste chillando...
—¿«El momento se acerca»? —repitió Harry, sorprendido. No recordaba haber
soñado ni gritado nada. De hecho, vagamente empezaba a recordar haber llamado a
la puerta de la señora Figg.
—Sí, eso decías... ¿Qué momento se acerca, muchacho?
—No lo sé —mintió Harry apresuradamente. Pero por supuesto que lo sabía.
Durante los últimos meses se había repetido esa frase una y otra vez—. No recuerdo
nada de lo que soñaba, si soñaba algo.
—Tal vez deberíamos avisar a Dumbledore...
—¡No! —gritó Harry—. No es necesario. Ya..., ya estoy bien. Lo mejor será que
me vaya a casa, los Dursley me matarán...
—Pero hijo, lo que te ha pasado hoy no es normal, insisto en que deberíamos
avisar a alguien...
—No, de verdad... Pronto vendrán a buscarme, y entonces yo le explicaré todo a
Dumbledore. Pero seguro que no ha sido nada...
—Te apretabas la cicatriz con mucha fuerza —insistió la señora Figg—. ¿Seguro
que no fue nada? A mí no me lo parece... Muchacho, creo que después de lo que
pasó en mayo no deberías ocultarle a Dumbledore algo como esto...
Harry miró a la anciana, sorprendido.
—¿Sabe lo que ocurrió en mayo?
—¡Claro que lo sé, muchacho! ¿Qué crees? ¡Todo el mundo lo sabe! Salió en
todos los periódicos.
Harry se levantó, aún algo mareado.
—Gracias por su ayuda, señora Figg, pero será mejor que me vaya a casa...
—¿Quieres que te acompañe? No pareces estar muy bien. Estás pálido y
tembloroso —observó la anciana, mirándole fijamente, con expresión preocupada.
—No, no es necesario, gracias... De verdad se lo agradezco, pero ya estoy mucho
mejor.
—Está bien, Harry, como quieras..., pero ten cuidado.
—Lo tendré —le aseguró Harry, mientras se dirigía a la salida de la casa—.
Gracias por todo...
—Hasta mañana, Harry —lo despidió la señora Figg.
Harry emprendió el camino a Privet Drive, sintiendo la atenta mirada de la anciana
en su espalda.
¿Qué le había pasado? Primero se quedaba extrañamente dormido en un parque
durante horas, y luego sufría un dolor en la cicatriz tan agudo que apenas recordaba
haber sufrido otro igual. Ni siquiera cuando estaba frente a Voldemort le había dolido
tanto... y encima había vuelto a perder el sentido. Y aquello de haber gritado «¡el
momento se acerca!...» No tenía ningún sentido, o, al menos, no lo tenía para él.
Tal vez debería haber dejado que la señora Figg contactara con Dumbledore, pero
no quería tenerlos a todos pendientes de él, ni preocupar a Ron, a Hermione y a
Ginny, como sabía que ocurriría si se enteraban así. Era mejor esperar y contárselo
cuando estuviera con ellos. Sólo esperaba que para eso no faltara mucho, porque
estaba realmente preocupado por lo que le había pasado.
Llegó al número 4 y entró. Sus tíos y su primo estaban en la salita, viendo la
televisión. En cuanto le vieron, tío Vernon se puso a chillar:
—¿SE PUEDE SABER DE DÓNDE VIENES Y DÓNDE HAS ESTADO, CHICO?
¡Esta casa no es un hotel! ¡Son las once menos cuarto de la noche!
Harry miró a su tío, sin saber qué contestar. Su tía, por su parte, le miraba de
forma extraña, como aliviada.
—¿No dices nada? ¿Cómo se te ocurre llegar a estas horas? ¡Podría... —la voz le
temblaba, como si las palabras que estaba a punto de decir no quisieran salir de su
boca— podría haberte pasado algo!
Harry miró a su tía totalmente sorprendido. También tío Vernon miró a su mujer.
—¿Desde cuándo os importa lo que pueda pasarme? —preguntó Harry.
—No entiendes nada, siempre tan arrogante, siempre tan..., tan... ¡Vete a tu
cuarto, vamos! —le ordenó tía Petunia.
Harry estuvo a punto de decir que no había cenado y que tenía hambre, pero
estaba muy cansado, aún le dolía la cabeza y además estaba bastante sorprendido
de la actitud de su tía. No dijo nada y subió a la habitación.
Ciertamente, tía Petunia estaba más fría con él, pero aún así, Harry notaba que se
preocupaba más por su seguridad. Siempre que salía de casa le preguntaba adónde
iba, y Harry juraría que se fijaba en si llevaba la varita con él o no. A pesar de todo,
Harry no pensaba cambiar su actitud hacia ella por lo que le había hecho a su madre.
Jamás la perdonaría por ello.
Con la cabeza aún palpitándole y decenas de preguntas brotándole del fondo de
sus pensamientos, Harry se acercó al baúl y lo abrió. Cogió el expendedor de correo y
sacó las dos cartas que había en él; una de Ron y Hermione y la otra de Ginny. Pensó
en leerlas, pero no sentía fuerzas para ello. Por tanto, las guardó en el baúl y se
dispuso a acostarse.
Intentó dormirse, pero las preguntas y las preocupaciones le asaltaban sin cesar,
desvelándole pese al cansancio. Sin embargo, lentamente, con el transcurrir del
tiempo, el agotamiento fue venciéndole y se sumió en un agitado descanso.

Soñaba. Caminaba lentamente por un pasillo muy oscuro, que no reconocía, aunque
se le hacía familiar, por alguna razón que no comprendía. De pronto, el pasillo por el
que caminaba se terminó y se encontró en una habitación completamente oscura.
Caminó por ella, asustado al principio, pero se fue relajando. Había algo allí, en aquel
aire, en aquel lugar, que le inspiraba confianza, que le resultaba cercano, próximo,
incluso familiar... Pero no sabía qué era. Observó una débil luz roja que palpitaba. No
sabía qué era, pero le atraía, quería tocarla... Se acercó a ella y, mientras lo hacía, la
sensación de familiaridad se acentuó aún más. Sentía algo que nunca había sentido
antes, algo que no comprendía. Y, sin ninguna explicación, una palabra brotó de su
boca:
—Mamá...
Volvió a cerrarla al instante. ¿Por qué había dicho aquello? No lo sabía, no tenía ni
idea, pero era lo que había sentido..., lo que aquella luz palpitante y misteriosa le
inducía. Siguió acercándose a ella lentamente, cuando oyó una débil voz que
resonaba en la estancia.
—Harry..., tienes que venir aquí... Recuerda tus propios pensamientos, Harry...
Esperanza..., aún hay esperanza...
—¿Quién es? ¿Quién habla? —preguntó al vacío—. Le pareció recordar la voz de
Luna, pero no era exactamente así... ¿Quién le había hablado? ¿Adónde tenía que ir y
por qué?
—Recuerda la esperanza, Harry..., la esperanza está en ti... Está...
Pero Harry no oyó nada más, porque se había producido un fuerte estampido que
le despertó de golpe, sobresaltándolo.
3

Una Visita Inesperada

Se incorporó, agitado y un tanto furioso por haberse despertado. Se sentía tan a gusto
en aquel lugar, tan tranquilo..., tan protegido...
Miró a su alrededor, intentando saber qué había provocado el ruido, y vio que de
su baúl salía humo. Extrañado, se levantó de la cama, se puso las zapatillas y se
acercó con cuidado. Que él supiera, no tenía nada explosivo allí guardado. Abrió la
tapa y vio que el humo procedía de su expendedor de correo.
Lo cogió con cuidado y lo abrió, viendo lo que había provocado el ruido y el humo:
una especie de petardo de Sortilegios Weasley. Maldijo a Fred y George por gastar
bromas como aquéllas, sobre todo cuando tenía un sueño tan maravilloso y relajante.
¿Por qué Hermione y Ron les habrían dejado el expendedor de correo? Nada más
hacerse la pregunta se dio cuenta de que era una pregunta estúpida: Fred y George
no le pedirían nada a Hermione si la chica sospechara que pretendían hacer algo
como aquello, y, tratándose de Fred y George, Hermione seguro que sospecharía. Lo
más probable era que se lo hubieran cogido «prestado».
Disipó el humo con la mano, esperando que el objeto no se hubiese estropeado. Si
así fuera, mataría a los gemelos en cuanto los viese.
Cuando el humo se desvaneció, vio que había un sobre en el expendedor, un
sobre algo chamuscado. Lo cogió y lo abrió, y vio, sorprendido, que era un mensaje de
Hermione.

¡Harry!
Perdona por lo del petardo, pero queríamos llamar tu atención.
¿Qué te ha pasado? ¡Ayer no nos escribiste! Ron y yo estuvimos hasta
las doce y media esperando por tu respuesta, y no llegó. ¿Te
encuentras bien? Anteayer nos dices que todo va bien, que no hay
nada por lo que preocuparse, y al día siguiente no das señales de vida.
¡Haz el favor de contestar cuanto antes, o haremos que alguien se
presente ahí!
Tus amigos preocupados,
Ron y Hermione

Harry se quedó anonadado. ¿El petardo había sido cosa de Hermione y de Ron?
Debería haber supuesto que su amiga se preocuparía, porque desde que había
recibido el expendedor de correo el ritual de envío de cartas se había repetido sin la
más leve variación: antes de cenar Ron y Hermione le escribían, y después de cenar,
él les contestaba. Así todos los días. Sin embargo, no le parecía motivo suficiente
como para armar tal escándalo. Decidió que era mejor contestarles cuanto antes, a
pesar de que lo único que realmente quería era acostarse de nuevo un rato (a pesar
de que ya eran las nueve) y pensar en lo que le había sucedido la noche anterior, y en
el sueño que había tenido.
Cogió las cartas que le habían enviado la noche anterior y las leyó. No decían
gran cosa: Hermione y Ron le contaban que habían tenido un día de limpieza general
en Grimmauld Place, cosa que le agradecían, porque habían comentado en tono de
broma lo que él les había dicho en la carta, y a sus respectivas madres les había
parecido una idea estupenda. Debido a eso, Ron le decía, amablemente, que cuando
fuera al número 12 recibiría de su parte una divertida maldición de cosquillas. Por otro
lado, Hermione le preguntaba que qué quería decir exactamente con eso de que si no
se le había «pegado nada de Ron», y también que qué significaba aquello de si no
hablaban nada. Por otra parte, le comunicaban también que no discutían apenas
nada, que simplemente eran «diferencias de opinión». Harry arqueó una ceja en señal
de incredulidad al leer esto último. Sin embargo, al final de la carta había algo que le
alegró sobremanera: sus amigos le informaban de que era muy posible que antes de
una semana fueran a por él.
Decidió mandarles la carta rápidamente, antes de bajar a desayunar. Ya leería
más tarde, tranquilamente, la carta de Ginny.
Cogió pergamino, pluma y tinta y escribió rápidamente una contestación,
diciéndoles que estaba bien, que simplemente se había encontrado muy cansado y
por eso se había acostado temprano. No mencionó nada de lo que le había pasado, ni
tampoco el sueño que había tenido.
Se levantó, selló el sobre y se lo envió a sus amigos. Luego bajó a desayunar.
Tío Vernon ya se había ido al trabajo, y en la cocina sólo estaba Dudley. Tía
Petunia debía de estar en el jardín, seguramente espiando a los vecinos. Harry
observó que no tenía desayuno para él y empezó a preparárselo. Dudley estaba
mirando la tele, mientras terminaba un pastel de chocolate. Harry pensó que
seguramente su madre no sabría que se lo estaba comiendo, porque Dudley aún
seguía una dieta, aunque mucho menos estricta que años atrás. Había conseguido
una forma física más o menos buena (no se le podía considerar gordo, a pesar de ser
enorme), y sus padres querían evitar que volviera a ponerse orondo.
—¿Dónde está tu madre? —preguntó Harry, mientras se sentaba.
Dudley no contestó.
—Te estoy hablando —insistió Harry.
—Ha ido a la compra —respondió Dudley finalmente, aunque de mala gana.
—Ah —dijo Harry, empezando a comerse sus tostadas, mientras dirigía miradas a
su primo de vez en cuando. Éste parecía absorto en la televisión, como si no hubiera
nada más en el mundo.
Harry terminó sus tostadas y se sirvió un vaso de zumo. Sin embargo, aún tenía
hambre, porque la noche anterior no había cenado. Pensó que podía comerse un
pastel de chocolate como el de Dudley, así que miró a la nevera, cuya puerta se abrió
sola, y de ella salió un pastel que flotó hasta él, posándose suavemente en su plato.
Harry sonrió e hizo que se cerrara de nuevo la puerta de la nevera. Entonces se
fijó en Dudley, que lo miraba completamente aterrorizado. Temblaba, y estaba tan
pálido como un muerto. A Harry le extrañó sobremanera el comportamiento de su
primo.
—¿Qué te pasa? —le preguntó.
—Has..., has hecho otra vez eso... Lo has hecho, y sabes que papá te lo tiene
prohibido... Tú... —explicó, con la voz entrecortada.
—¿Y por eso tiemblas, Dud? —inquirió, con tono ligeramente burlón. Aunque, por
alguna razón, no le apetecía burlarse de Dudley. Parecía que lo estaba pasando
realmente mal, y, aunque no fuera así, aquello había perdido ya gran parte de la
gracia que habría tenido años atrás.
—No..., no me gusta que hagas esas cosas. ¡No me gusta!
—¡No es nada malo! —se defendió Harry, harto—. ¡No voy a convertirte en rata o
algo así, si es eso lo que te asusta!
Dudley miró a Harry, sin decir nada, y pareció relajarse algo. Harry comenzó a
comerse el pastel, sin dejar de mirar a su primo.
—¿Por qué no te gusta la magia?
—Porque es rara y anormal, como tú —espetó el otro, un poco más seguro de sí
mismo.
—¿Por eso me llamaste monstruo ayer?
—Sí —contestó Dudley, y luego añadió rápidamente—: Porque lo eres.
—Si hubieras visto a Aragog, o a un escreguto de cola explosiva, sabrías lo que es
verdadero monstruo —comentó Harry—. O si hubieras visto a Voldemort...
—¿Ése no es el que te persigue? —preguntó Dudley.
—Sí.
Harry se terminó su pastel. Realmente estaba muy bueno. Pensó en comer otro,
aprovechando que tía Petunia no estaba. Observó a Dudley, que a su vez le miraba a
él.
—¿Quieres otro pastel? —le preguntó Harry, en tono amable—. Yo me voy a
comer otro.
Dudley no contestó, pero eso podía interpretarse como un sí. Entonces Harry
volvió a fijarse en la nevera de la cocina, y de ella salieron dos pasteles de chocolate
más, que se posaron, uno delante de Harry, y el otro delante de Dudley, que lo miró
como si fuera una amenaza para su vida. Harry comenzó a comerse el suyo.
—¿No comes? Creí que querías uno —comentó, mirando a su primo—. No
muerde —aclaró, viendo que Dudley no tocaba el pastel.
Lentamente, la gula de su primo pudo más que su miedo, y cogió el pastel,
comenzando a comérselo. Harry sonrió.
—¿Ves? La magia no es tan mala. Hace algunas cosas más fáciles.
—¿Y lo que hiciste el año pasado con la serpiente, qué? ¿Y lo de los dementoides
o como se llamen que me atacaron hace dos años?
—Es curioso que menciones eso, porque si mal no recuerdo vosotros usabais la
serpiente para asustar a las chicas, así que...
—Pero no hablábamos con ellas. Eso no es normal, es raro, es...
—Sí, sí, ya lo sé —dijo Harry, hastiado—. En cuanto a los dementores, yo no los
traje, y fue mi magia lo que te salvó de ellos, por si no lo recuerdas.
—No, no lo recuerdo —dijo Dudley—. Sólo recuerdo que tú me apuntabas con esa
cosa.
—Fue culpa tuya. ¡Te dije que te callaras!
—¿Sólo por que llorabas por tu novio? —se burló Dudley, sonriendo con malicia
por primera vez en toda la mañana. Aquello exasperó a Harry.
—No seas imbécil. Tú no tienes ni idea de lo que he tenido que pasar... Si
hubieras estado en el cementerio, como yo, y lo hubieras visto morir, no te burlarías.
Dudley parecía no entender nada, pero se calló y terminó de comer el pastel.
—A papá no le gusta que estés aquí —dijo al cabo de unos minutos—. Dice que
todos estamos en peligro por tu culpa. Sólo te deja estar porque mamá lo dijo.
—¿Y por qué tu madre sí quiere que me quede? —quiso saber Harry.
—No lo sé.
—Pues para querer que esté aquí, no me trata muy bien —opinó Harry.
—No te lo mereces, eres un extraño. No tenías que haber venido aquí. Deberías
haber ido a un orfanato, como dice papá.
—En eso estoy de acuerdo —dijo Harry con pesar.
Hubo unos minutos de silencio, mientras Harry recogía la mesa y Dudley se ponía
cómodo para seguir viendo la televisión. Cuando terminó, se sentó en otro sillón,
mirando a su primo nuevamente. Se le había ocurrido una pregunta que hacerle.
—¿Qué viste? —preguntó. Dudley le miró, extrañado—. ¿Qué viste cuando te
atacaron los dementores? ¿Qué recordaste?
Dudley tembló ligeramente, pero no contestó y volvió a mirar al televisor.
—¿Qué viste? —insistió Harry.
—Nada que te importe.
—Yo oigo a mis padres antes de morir —confesó Harry, y Dudley le miró
fijamente.
—¿Quieres saber lo que vi? —dijo Dudley, con el ceño fruncido, y luego, antes de
que Harry pudiese decir nada, continuó—: Te vi a ti.
—¿A mí? —preguntó Harry, sorprendiéndose—. ¿No debería de ser al revés? Tú
eres mi peor recuerdo de infancia.
—Vi un recuerdo de cuando éramos pequeños —explicó Dudley con voz apagada,
sin mirar directamente a Harry—. Tú querías entrar en mi habitación a jugar, y yo te di
una patada y te hice caer al suelo del pasillo. Me acerqué para pegarte, y entonces
tú..., tú me miraste con una cara extraña, y tus ojos..., tus ojos...
—¿Qué Dudley? —preguntó Harry. No recordaba nada de aquello. Sabía que la
infancia al lado de Dudley había sido horrible, siempre con golpes de su parte, pero
aquella escena en concreto no la recordaba.
—¡Parecían rojos! —gritó—. Lo vi en mi recuerdo. Entonces sentí algo en el pecho
y fui lanzado por las escaleras abajo... ¡Casi me mataste!
Harry estaba sorprendido. Sabía que, siendo muy pequeño, Dudley se había caído
por las escaleras, pero sus tíos nunca habían dicho que él hubiese tenido la culpa.
Meditó acerca de las palabras de Dudley. Ojos rojos..., ojos como los de Voldemort.
¿Habría usado de pequeño el poder de Voldemort y habría arrojado a Dudley por las
escaleras? Y lo más importante: ¿había sido una simple defensa, como el día del zoo,
o habría realmente querido hacerle daño a su primo?
—No lo sabía —dijo por fin—. ¿No viste nada más?
—Una pesadilla que tuve a veces... —reconoció Dudley.
—¿Qué hay en esa pesadilla?
—Tú, de mayor... Vienes a casa y nos haces daño con esa cosa... Con..., con la
va-varita... —contó. Luego miró a Harry con desafío, aunque también con un cierto
temor—. Pero si lo intentas, te partiré la cara.
Harry se quedó de piedra. ¿Su primo temía que él hiciera lo que había hecho
Voldemort con los Ryddle, o con sus enemigos en el orfanato, Brandon y su banda?
—¿Realmente crees que yo haría algo así? —le preguntó Harry.
Dudley no contestó.
—Quizás lo crees porque es lo que tú harías, ¿verdad? —dijo, con cierto rencor—.
Por eso me tienes tanto miedo ahora, porque hago magia sin la varita, como cuando
te tiré por las escaleras, y porque pronto podré hacer magia sin restricciones, ¿no es
cierto?
Dudley miró hacia otro lado, sin responder.
—Pues no tienes nada que temer. No pienso haceros nada. Cuando cumpla
diecisiete años simplemente no volveré aquí. No uso la magia para abusar de la
gente, como haces tú con tu fuerza, así que puedes dejar de temblar en cuanto me
veas; siempre que no me provoques, por supuesto —aclaró.
Dudley asintió tímidamente, pero siguió sin decir nada.
Harry salió de la cocina, subió las escaleras y entró en su habitación. Sacó unas
chucherías de su baúl y se las dio a Hedwig, al mismo tiempo que comprobaba que la
lechuza tuviese agua suficiente.
Luego se sentó en su cama, mientras pensaba en lo que Dudley le había dicho.
Por supuesto, siempre había notado que los Dursley tenían miedo de él, de lo que
podría hacerles, sobre todo, tras volver del primer año en Hogwarts, cuando aún no
sabían que Harry no tenía permiso para hacer magia fuera del colegio, pero jamás se
habría imaginado que Dudley pensara que él podría venir un día y hacerles quién
sabe qué por venganza. Era cierto que Harry había fantaseado muchas veces, a lo
largo de los odiosos veranos en aquella casa, con esa posibilidad, pero sólo era una
idea alocada, una fantasía, una tontería... Y, desde que había visto en los recuerdos
de lord Voldemort cómo éste había llevado a cabo su venganza contra aquellos que le
habían hecho daño en su infancia, pensar en venganzas contra los Dursley le
producía escalofríos, sobre todo teniendo en cuenta que había averiguado que una
parte de la esencia y de la mente de Voldemort estaban en él.
Dejó de pensar en ello y volvió a acordarse del sueño que había tenido, de lo
maravilloso que resultaba..., y el efecto beneficioso que había tenido en él. Se
encontraba mucho mejor, más tranquilo respecto a lo que le había pasado el día
anterior. Entonces, recordó que ya había estado en aquel lugar antes, en aquella
habitación... Era ya la segunda vez que soñaba con ella. La primera había sido
después del entierro de Luna, cuando su amiga se había aparecido allí. No estaba
totalmente seguro de si aquella experiencia había sido sólo un sueño o algo más, pero
ahora, después de volver a soñar con aquel lugar, se inclinaba por que fuese algo
más. Al fin y al cabo, cada vez que había soñado con aquella sala oscura se había
encontrado mejor. Había sentido algo tan familiar en ella, aunque no podía concretar
qué era, que se sentía muy a gusto, muy... querido.
Estuvo un rato en la habitación y luego bajó de nuevo. Tía Petunia ya había vuelto
de la compra, y le miró con atención. Dudley seguía en el mismo lugar, viendo la
televisión. Salió al exterior y contempló el día, soleado y caluroso, como el anterior.
Pasó la mañana en el exterior de la casa, hasta que su tía le llamó para comer.
—Hoy fregarás tú —le dijo tía Petunia mientras comían—. Y esta noche también,
como castigo por la hora a la que llegaste ayer.
—Y también me lavarás el coche, chico —añadió tío Vernon, mirándole ceñudo—.
Mañana tengo una importante reunión y quiero que esté brillante y reluciente, ¿me
has entendido?
—Sí, tío Vernon —respondió sumisamente.
—Y por cierto, aún no nos has dicho dónde estuviste ayer hasta la hora en que
llegaste a casa —dijo su tío.
—Estuve en casa de la señora Figg, hablando.
—¿Desde cuándo te gusta ir a casa de la señora Figg? —preguntó tía Petunia,
mirándole escéptica.
—Desde que supe que era una squib —confesó Harry. Sus tíos le miraron sin
entender.
—¿Una qué? —preguntó tío Vernon.
—Una squib: son nacidos de magos que no tienen poderes —explicó Harry—. Lo
contrario de lo que era mi madre.
Sus tíos se quedaron tan anonadados por lo que Harry acababa de decir que
incluso se olvidaron de regañarle por haber dicho la palabra «mago».
—Estás mintiendo —dijo tío Vernon automáticamente.
—No —repuso Harry—. Me enteré hace dos años, cuando los dementores nos
atacaron a Dudley y a mí. Ella apareció y nos ayudó.
—¿Y si es así, por qué Dudley no nos ha contado nada? —inquirió tío Vernon,
mirando a Harry con los ojos entrecerrados.
—Dudo que se acuerde de mucho de lo que pasó después de aquello —contestó
Harry. Dudley no dijo nada.
—¡Es increíble! —se quejó tío Vernon—. Ya no se puede fiar uno de nadie. Tantos
años de trato con esa mujer, y ahora resulta ser una..., una..., bueno, como se llame.
—¿Y qué? —saltó Harry, furioso—. Sigue siendo la misma persona que era
antes...
Tío Vernon le lanzó una mirada asesina.
—¿La misma persona de antes, dices? ¿Qué persona? ¡No ha sido nunca la
persona que nosotros pensábamos que era!
—Es normal que no os lo dijera, siendo como sois...
Aquello fue demasiado para tío Vernon.
—¡Esto ya ha ido muy lejos, chico! No toleraré que me faltes al respeto en mi
propia casa. ¡Recoge ahora mismo la mesa, friega los platos y luego lava el coche!
Harry se levantó, enfadado, y empezó a recogerlo todo con furia.
—¡No rompas nada! —le advirtió tía Petunia.
Harry recogió la mesa, lo fregó todo, limpió, y luego salió al jardín a lavar el coche
y a dejarlo «brillante y reluciente», tal como su tío le había mandado. Se consoló
pensando que, por fortuna, ya faltaba poco para irse de aquella casa para siempre.

Cuando acabó todas las tareas que le habían encomendado, subió a su dormitorio, a
lavarse y a cambiarse de ropa, porque el haber lavado el coche a pleno Sol le había
dejado todo sudado. Cuando terminó miró a ver si había llegado la carta de Ron y
Hermione, antes de bajar a cenar, pero no tenía correo.
Bajó al piso de abajo al tiempo que su tío llegaba del trabajo, muy satisfecho
porque al fin había despedido a dos trabajadores que eran «unos completos inútiles y
vagos crónicos», palabras textuales. Mientras lo decía, había lanzado una mirada a
Harry, mirada que éste procuró ignorar.
—¿Falta mucho para la cena, Petunia? Estoy muerto de hambre.
—No, querido. Ya casi está —dijo con una sonrisa. Luego su expresión se volvió
seria al tiempo que miraba a Harry—. Pon la mesa.
—Sí, tía Petunia —respondió Harry, entrando en la cocina y cogiendo los platos y
demás cubiertos.
Estaba en plena faena cuando oyó, procedente del salón contiguo, un «¡crac!»
seguido de un fuerte grito lanzado por sus tíos y su primo.
Harry corrió rápidamente y observó al mago que acababa de aparecerse allí. Los
platos se le cayeron de las manos, haciéndose pedazos contra el suelo.
—Potter... —musitó al verlo, con la voz cargada de odio, Rodolphus Lestrange—.
He venido a hacerte una visita...
Harry no supo qué decir, de lo impresionado que estaba. Rodolphus llevaba la
cara descubierta y la capucha bajada, pero iba vestido con su túnica de mortífago, tal
y como lo había visto un mes y medio antes. Harry comenzó a temblar de ira al ver
frente a él al marido de Bellatrix Lestrange, a uno de los torturadores de los padres de
Neville, allí, en Privet Drive...
—¿Q-Quién..., quién es u-usted? —se atrevió a preguntar tío Vernon, con voz
entrecortada y temblorosa, al tiempo que retrocedía. Dudley respiraba agitadamente y
se había escondido detrás de su padre.
—Soy un viejo amigo de Harry, ¿verdad, Potter? —contestó Rodolphus, con la
cara contraída por el odio.
—¿Qué..., qué haces aquí? ¡No puedes estar aquí! —gritó Harry en cuanto se
hubo recuperado de la impresión.
—¿Ah, no? Pues yo diría que sí puedo —replicó Rodolphus, levantando la varita y
apuntando a Harry con ella. Los Dursley abrieron mucho los ojos y profirieron un
quejido de miedo al verlo. Rodolphus los miró con desprecio.
—Muggles... Vaya compañías frecuentas, Potter... Aunque claro, siendo un
despreciable sangre mestiza...
Harry no contestó, al tiempo que retrocedía un paso, llevándose las manos, casi
de forma inconsciente, a los bolsillos traseros de su pantalón, donde siempre llevaba
su varita. Pero la buscó en vano, cada vez más desesperadamente, al tiempo que
observaba fijamente la varita del mortífago. Entonces se dio cuenta de que no había
vuelto a coger la varita al cambiarse de ropa.
«¡Mierda! —pensó para sí al darse cuenta—. Para una vez que la necesito, y no la
tengo conmigo.»
—¿Buscas tu varita, chico? —preguntó el mortífago, mirándole con cierta burla,
aunque sin bajar la guardia—. ¿Acaso quieres luchar conmigo, Potter? ¿Te atreves?
Harry sonrió.
—Bueno, la última vez que nos vimos, acabaste convertido en rata, si mal no
recuerdo —dijo en tono hiriente, mientras su cabeza le gritaba: «¡No le provoques!»
Rodolphus endureció su mirada, humillado ante el recuerdo.
—Entonces tenías la Antorcha, Potter... y una varita. Y suerte, debo añadir. Pero
no habrá ninguna de las tres cosas esta vez. Te voy a matar —aseguró, y luego miró
a los Dursley, que observaban la escena, lívidos y temblorosos—. Y probablemente
también los mate a ellos —agregó.
—Ellos no tienen nada que ver —dijo Harry—. Déjalos irse.
—No quiero. Son muggles, seguramente me divertiré con ellos un buen rato.
Tía Petunia se encogió del miedo. Harry la miró un instante. No la quería. No
quería a ninguno de ellos, pero por nada del mundo deseaba que les pasara algo
malo. Harry pensó en sus posibilidades, que, sin varita, eran casi nulas, sobre todo
dado el hecho de que Rodolphus estaba apuntándole al corazón a dos metros de
distancia.
¿Cómo había entrado allí? ¿No le había dicho Dumbledore que allí no podían
atacarle? ¿No había dicho que la protección que su madre le había dado se renovaba
en aquella casa, y que allí estaba protegido? ¿No lo había dicho incluso el propio
Voldemort la noche de su regreso? Harry no entendía nada, excepto que, si no tenía
suerte y actuaba pronto, iba a morir.
—Veo que Voldemort te envía a hacer el trabajo sucio, ¿eh? ¿Qué le pasa?
¿Tiene miedo? Como no pudo vencerme, ¿ahora envía a sicarios?
La cara de Rodolphus se había ido contrayendo más con cada palabra de Harry;
en aquel momento estaba ya rojo de ira.
—¡NO PRONUNCIES SU NOMBRE, MOCOSO! —estalló—. ¡El Señor Tenebroso
no tiene miedo de nadie!
—¿No? ¿Por qué no ha venido él, entonces? ¿Acaso aún no se ha recuperado?
—preguntó Harry, recordando que su más terrible enemigo se había visto obligado a
desaparecerse, debilitado por la maldición asesina que Harry le había lanzado, la
cual, sin embargo, no había acabado con su vida, tal y como Harry pretendía.
—¡El Señor Tenebroso está perfectamente, estúpido! —bramó Rodolphus, furioso
—. El motivo por el que no ha acudido él en persona es sencillo, Potter: porque yo no
he venido por orden suya —explicó.
—¿Qué? —preguntó Harry, sin poder creérselo—. ¿Estás aquí por propia
voluntad?
—¡Sí! ¿Sabes por qué vine, Potter? ¿Quieres saberlo? —preguntó Rodolphus,
avanzando un paso hacia Harry, mientras seguía apuntándole con la varita.
—¿Por qué? —preguntó Harry, al tiempo que retrocedía otro paso.
—¡Por venganza! ¿Acaso has olvidado que mataste a mi hermano? ¿Lo has
olvidado, Potter? ¡Porque yo no! ¿Olvidaste lo que nos hiciste? Yo mismo estuve a
punto de morir, pero sobreviví... y ahora he venido a acabar contigo.
Harry se quedó frío ante la respuesta del mortífago. ¿Venganza?
—¿Desde cuándo tenéis sentimientos? —preguntó.
—Era mi hermano, tú lo mataste, y ahora yo te mataré a ti. Le vengaré, y el Señor
Tenebroso me lo agradecerá, me colmará de honores... —dijo, sonriendo como un
demente.
Harry no sabía qué hacer, ni tampoco entendía nada. Si Rodolphus Lestrange
podía entrar en casa de los Dursley para matarle, ¿qué le había impedido a Voldemort
hacerlo? Pero no era momento de pensar en aquellas cosas. Tenía que encontrar una
salida como fuera.
—Si a venganza vamos, yo tendría que matar a tu esposa, por haber matado a
Sirius... Eso, claro, sin contar lo que vosotros le hicisteis a los Longbottom... —dijo,
mirando a Rodolphus con asco.
—Ya, Potter, ya... Pero resulta que a mí, tus sentimientos no me importan.
¡Prepárate para morir! —gritó.
Harry lo hizo... pero pensaba luchar antes.
—¡Avada Kedavra! —gritó Rodolphus, con furia.
Harry se lanzó rápidamente a un lado, esquivando el rayo verde por centímetros.
Éste fue a dar contra la pared, destrozándola. Los Dursley chillaron, espantados.
Harry dio las gracias por sus bien entrenados reflejos, obra del quidditch y de los
entrenamientos en el ED.
—¡No juegues conmigo! —gritó Rodolphus, apuntando de nuevo a Harry, que
estaba tirado en el suelo. Se preparó para lanzar una nueva maldición asesina, pero
Harry no iba a permitírselo con tanta facilidad. Miró a sus pies y le hizo caer de
espaldas por arte de magia.
Rodolphus gimió de dolor al caer contra el suelo. Harry se levantó e intentó
arrebatarle la varita, pero antes de poder tocarle, el mortífago desapareció y apareció
de nuevo en el lugar donde Harry lo había visto al llegar. En su cara se reflejaba el
dolor. Su varita apuntaba de nuevo a Harry.
—No sé cómo has hecho eso, chico, pero lo mismo va a darte. ¡Hoy morirás!
—¡No! —gritó Harry, moviendo la mano en dirección a los platos que se le habían
caído antes, que estaban todos rotos.
Ante la sorprendida mirada de Rodolphus, los trozos se elevaron del suelo y se
dirigieron hacia él, pero éste los esquivó con un movimiento de su varita, al tiempo
que se agachaba.
Un instante después, lanzó un nuevo rayo verde hacia Harry, el cual se arrojó tras
uno de los sillones, que se prendió fuego al instante, al recibir la maldición. Cuando
Harry asomó la cabeza de nuevo, vio a tía Petunia, blanca, que se apretaba la cabeza
con las manos. Dudley se había desmayado.
—No te escondas... —le dijo Rodolphus—. No te escondas, Potter...
Hizo un movimiento con la varita y el sillón, ardiendo, fue lanzado al otro lado de la
la habitación. Harry retrocedió lentamente, y se acercó a la pared. Estaba atrapado,
perdido... Apenas podía pensar en qué hacer, no se le ocurría nada. Su cabeza
parecía haberse nublado completamente, y sólo podía pensar en sus amigos, en lo
que dirían, en lo que harían al enterarse...
—Adiós, Potter..., da recuerdos a tus padres —dijo Rodolphus, en tono satisfecho.
Un instante después, el rayo verde salió de la varita del mortífago y se dirigió hacia
él. Harry cerró los ojos instintivamente, y un segundo después sintió cómo el rayo lo
golpeaba en el pecho.
Sin embargo, para su sorpresa, no se sintió morir, sino que fue arrojado contra la
pared, golpeándose la cabeza, y notó un ardor allí donde el rayo lo había tocado.
Abrió los ojos, muy sorprendido, y alcanzó a ver cómo Rodolphus Lestrange se tiraba
al suelo para esquivar la maldición, que había rebotado, y que se estrelló contra una
de las ventanas, destrozándola.
Harry, que no podía creer que aún estuviera vivo, se tocó el pecho, notando su
piel. Miró y vio que su camiseta tenía una gran agujero, con bordes humeantes. ¿Qué
había pasado?
—No... ¡No puede ser! —exclamó Rodolphus, levantándose con dificultad, sin
quitarle la vista de encima a Harry. Sus ojos estaban desorbitados por la sorpresa y la
incredulidad—. ¡Estás vivo! ¡Ha rebotado! ¿Qué pasa contigo?
—Bueno, Voldemort no lo consiguió —dijo Harry—. ¿Esperabas conseguirlo tú?
—¡NO ES POSIBLE! —gritó. Volvió a apuntar con su varita—. ¡Desmaius!
El rayo rojo salió de la punta de la varita e impactó en Harry, pero, de nuevo, salió
rebotado sin causarle ningún daño, destrozando esta vez una foto de Dudley montado
en su bicicleta.
—¿Pero qué..., qué eres tú...? —preguntó Rodolphus.
Harry no respondió, pero no pensaba desaprovechar su suerte, y actuó en un
segundo. Chasqueó los dedos con fuerza y la túnica de Rodolphus se prendió fuego
al momento.
El mortífago gritó, asustado, miró a Harry con terror durante un segundo... y luego
desapareció sin más.
Harry, aliviado, sin poder creer en la inmensa suerte que tenía por estar vivo, se
dejó caer en el suelo, sujetándose la cabeza con las manos.
—¿Se..., se ha ido? —preguntó tío Vernon con temor, un minuto después.
—Eso creo... —respondió Harry, levantado la vista y mirando a sus tíos. Dudley
seguía inconsciente.
—¿Estás bien? —preguntó tía Petunia, que seguía blanca como el papel, y
parecía a punto de echarse a llorar.
—Sí, creo que sí —respondió Harry, poniéndose en pie.
—¡Petunia, mira cómo ha quedado el salón! —se lamentó tío Vernon. Harry le
miró. ¿Se podía ser más estúpido? Tía Petunia no le contestó, porque intentaba
despertar a Dudley, aunque sin conseguirlo.
—¡Duddy! ¡Mi Dudders! ¡Despierta, cariñín! Dile algo a mami...
Harry empezó a pasearse por la sala, sin comprender nada. Sin entender lo que
había pasado..., sin llegar a creerse que hubiera sido atacado por un mortífago en
pleno salón de la casa de los Dursley. La casa que supuestamente era segura; la
casa donde supuestamente nadie podía atacarle... Empezó a sentirse furioso con
Dumbledore. ¡Lo que había pasado no habría sucedido nunca en Grimmauld Place!
¡Allí era donde debería de estar, en su casa, y no aquí, agradeciendo el milagro, fuese
obra de quien fuese, que le había permitido salvar la vida...!
—Chico...
...No volvería a hacer caso de nadie. Esa misma noche se marcharía de Privet
Drive, y nadie se lo iba a impedir. Cogería el autobús noctámbulo..., y si no, iría en
escoba hasta Londres. Lo que fuese, pero no seguiría allí ni un minuto más.
—¡Chico...!
Subiría arriba a recoger sus cosas, rápidamente. Luego bajaría y arreglaría un
poco todo aquel desorden. Pero tenía que apresurarse. Rodolphus ya debía de estar
con Voldemort, y si éste descubría que, contrariamente a lo que creía, se le podía
atacar en el número 4 de Privet Drive, podía presentarse allí en cualquier momento.
Les recomendaría a los Dursley buscarse un hotel para aquella noche, por seguridad,
y...
—¡CHICO!
La voz de tío Vernon lo sacó de sus pensamientos.
—¿QUÉ? —gritó.
—¿QUÉ DIABLOS HA PASADO? ¡Explícame ahora mismo quién era ese hombre,
y qué quería!
—¿Que qué quería? ¡Está bastante claro!, ¿no? ¡Quería matarme!
—Esto ya es suficiente, sí, suficiente... Es más: esto es demasiado... No puedes
seguir aquí, ya no —se volvió hacia tía Petunia, que seguía intentando reanimar a
Dudley—. Da igual lo que digas, Petunia. Me da lo mismo quién le persiga o lo que
prometieras hacer. El chico se va. Lo de hoy ha sido la gota que colma el vaso. ¡Ese
tipo amenazó con matarnos!
Tía Petunia no contestó.
—No es necesario que me eches —dijo Harry—. Ya pensaba irme. Tenía pensado
esperar a que viniesen a buscarme, pero ya no. Me largo hoy mismo de aquí. Si éste
pudo venir, también puede venir lord Voldemort, y no creo que con él... —se
interrumpió al ver la cara de horror de tía Petunia.
—¿Lord..., lord Voldemort? —preguntó, llena de miedo—. ¿Y qué vamos a hacer
nosotros?
—¿Nosotros? —preguntó tío Vernon, sin comprender—. Si el chico se va, Petunia,
ya no...
—Vernon, si él viene a buscarlo, dará igual si está o no está... Nos matará,
Vernon. Sólo..., sólo Harry puede defendernos.
Harry miró a su tía sin poder creer lo que oía. ¿Su tía le estaba pidiendo
protección, o ayuda, indirectamente?
—¡Lo sabía! —chilló tío Vernon, fuera de sí—. ¡Nunca debimos aceptar quedarnos
con él! ¡Sabía que nada bueno podía traernos tenerle en casa! ¡Debimos suponer que
acabaría como sus padres!
—¡NO METAS A MIS PADRES! —gritó Harry, enfurecido—. Por si no lo sabes,
¡acabo de salvaros de un peligro mortal!
—¡Un peligro en el que tú mismo nos metiste! —replicó tío Vernon, comenzando a
pasear por el destrozado salón-comedor.
Harry miró a tía Petunia, que volvía a intentar despertar a Dudley. Salió del
comedor y subió a su cuarto, a coger la varita. Volvió a bajar, con ella en la mano.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó su tío, al verle, dirigiéndole una rápida mirada
a la varita.
—-Voy a... —comenzó a decir Harry, pero se interrumpió al sentir un fogonazo
encima suyo, que sobresaltó a sus tíos. Harry miró hacia arriba y vio caer una pluma
acompañada de un sobre.
—Fawkes... —dijo Harry al ver la pluma—. Debe de ser un mensaje de
Dumbledore.
Abrió la carta y la leyó:

Harry:
Ya estamos al tanto de lo sucedido. NO TE MUEVAS DE AHÍ.
Prepara tus cosas y ten a mano tu varita. Pronto pasaremos a
recogerte.
Albus Dumbledore

Harry arrojó la carta al suelo. Otra vez con los «no te muevas de ahí». Bueno, al
menos, esta vez le sacarían de allí...
—¿Qué dice, chico? —preguntó tío Vernon.
—Que pronto vendrán a buscarme —respondió Harry, al tiempo que se acercaba a
tía Petunia y a Dudley—. Me voy.
—¿Qué haces? —le pregunto su tía, algo asustada, al ver cómo apuntaba a
Dudley con su varita.
—¡NO APUNTES A MI HIJO CON ESO! —bramó tío Vernon.
—No voy a hacerle nada malo —dijo Harry, y susurró: «¡enervate!»
Dudley abrió los ojos, aún algo aturdido, y se incorporó.
—¡Oh, mi Dudders! ¿Estás bien, pichoncito? —preguntó tía Petunia, abrazando a
Dudley.
—¿Cómo te encuentras, hijo? —inquirió también tío Vernon, mientras se acercaba
a su hijo y apartaba a Harry de un empujón que casi lo tira al suelo.
—De nada —dijo Harry, en tono sarcástico, mientras se frotaba un hombro.
—¿Qué..., qué ha pasado? —preguntó Dudley, y acto seguido en su rostro se dejó
entrever el pánico—. ¿Dónde está el tipo de negro?
—Se ha ido ya, ricura —contestó tía Petunia con voz dulce—. Ya no va a volver,
cariñín.
Dudley se relajó.
Harry se apartó de ellos y empezó a apuntar con la varita a los destrozos, al
tiempo que murmuraba «¡Reparo!» una y otra vez. En unos momentos, y bajo la
atenta mirada de sus tíos y primo, el salón volvió a estar como antes. Sólo faltaba la
ventana, pero, cuando se disponía a arreglarla, su tío se lo impidió.
—¿ESTÁS LOCO? ¿Y si lo ven los vecinos qué?
—Como quieras —dijo Harry, encogiéndose de hombros—. Voy a arreglar mis
cosas.
Subió a su habitación, y, cinco minutos más tarde, bajó las escaleras, con la jaula
de Hedwig en una mano y el baúl tras él, siguiéndole.
—¿Y qué vamos a hacer nosotros ahora? —preguntó tía Petunia, atemorizada—.
¿Y si vuelven?
—Creo que lo mejor es que... —dijo Harry, pero se interrumpió al sentir un ruido en
el pasillo. Apretó su varita con fuerza, por si se trataba de una nueva amenaza. Pero
no fue ningún mortífago el que entró en el comedor del número 4 de Privet Drive, sino
Albus Dumbledore.
4

Adiós a Privet Drive

Harry se relajó al ver al anciano director de Hogwarts, y bajó la varita. Dumbledore se


quedó un instante mirando a su alrededor, y su vista pasó de Harry a los tres Dursley.
En su rostro se veía la preocupación, pero, cuando se volvió para mirar a su alumno,
esa expresión había desaparecido, siendo sustituida por otra, que a Harry le pareció
de enfado.
—Buenas noches Harry; buenas noches, señor y señora Dursley; buenas noches,
Dudley —saludó Dumbledore.
Harry vio cómo tío Vernon miraba a Dumbledore con recelo, recorriendo con la
mirada su larga barba blanca, atada a su cinturón, como de costumbre. Un cinturón
que sujetaba una larga túnica morada con signos dorados.
Harry no dijo nada.
—¿Q-Quién es usted? —preguntó tío Vernon, temeroso. Dudley volvió a meterse
detrás de su padre, por si Dumbledore era peligroso.
—Mi nombre es Albus Dumbledore. Hace dieciséis años, les dejé una carta, junto
a Harry.
—Así que es usted —gruñó tío Vernon, entrecerrando los ojos—. Usted fue el que
dejó aquí al chico, sin preguntarnos siquiera si lo queríamos con nosotros, o si
podíamos quedarnos con él.
Dumbledore suspiró.
—No había más remedio —explicó—. El muchacho estaba en peligro. Sólo aquí
podía estar a salvo. Su madre había muerto para salvarle la vida, y sólo aquí, con su
hermana, estaría protegido.
—A cambio de ponernos en peligro a todos nosotros —graznó tío Vernon, a quien
al perecer, Dumbledore no le daba miedo. Quizás le veía muy viejo, o muy raro, como
para temerle.
—Sí, eso es lo que usted siempre me dijo —intervino Harry, mirando a
Dumbledore con enfado—: que aquí estaría a salvo, que aquí no podrían tocarme, y
todo eso... ¡No he visto que estuviera muy a salvo!
Dumbledore se volvió de nuevo hacia él y lo miró con atención unos instantes,
fijándose en el agujero que tenía en la camiseta.
—¿Qué sucedió? —preguntó, sin responder a la acusación de Harry—. ¿Quién te
atacó?
—¿No lo sabe? Creí que venía porque ya lo sabía —dijo Harry.
—Sabemos que hubo un ataque, pero nada más.
—Rodolphus Lestrange —aclaró Harry—. Pretendía matarme para vengar la
muerte de su hermano Rabastan.
—¿Qué hizo? —preguntó Dumbledore con curiosidad.
—Me lanzó la maldición asesina en varias ocasiones... —contestó Harry.
—¿Te dio? —quiso saber el director.
—Sí... —respondió Harry—. Pero...
—Rebotó contra él —completó Dumbledore.
—Sí... ¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry, intrigado.
—Harry, cuando te dije que aquí estarías a salvo, no me refería a que no pudiesen
venir y atacarte. Me refería a que aquí, donde vive la sangre de tu madre, en tu tía y
en ti, la protección que ella te proporcionó es más fuerte que en ningún sitio,
potenciada por la magia que yo invoqué, y que tu tía selló al aceptarte en su casa, tal y
como le expliqué en la carta que le dejé. Esa protección ha sido la que te ha salvado
hoy la vida... porque ningún hechizo de los seguidores de Voldemort puede dañarte
aquí dentro. Por eso la maldición de Rodolphus rebotó contra él. Supongo que no lo
sabía.
—Por eso Voldemort no me atacó aquí nunca.
—Exacto. De hecho, Voldemort ni siquiera puede entrar aquí, donde la protección
que le venció y la fuerza que tu madre te transmitió antes de morir siguen vivas y
presentes... —dijo Dumbledore, y luego hizo una pequeña pausa—. Imagino que
Lestrange debió sorprenderse mucho cuando la maldición no surtió efecto.
—No más que yo —dijo Harry, más tranquilo al saber que Dumbledore no le había
engañado respecto a Privet Drive, aunque hubiera agradecido saber exactamente en
qué consistía la defensa que tenía en aquella casa.
—¿Se fue cuando la maldición no funcionó?
—No. Intentó usar el hechizo aturdidor, pero también le rebotó. Luego yo hice
arder su túnica y desapareció.
—Bien —dijo Dumbledore, aparentemente satisfecho—. No hemos de lamentar
daños, entonces.
—Él estaba a salvo, por lo que veo —dijo tía Petunia, hablando por primera vez, y
señalando a Harry con la cabeza—. ¿Y nosotros? ¿También estábamos a salvo?
—Me temo que no —respondió Dumbledore, con pesar—. La protección que yo
invoqué y que Harry posee no funciona en los muggles... Además, ustedes no poseen
el escudo que Harry obtuvo de su madre.
—¿Eso quiere decir que aún estamos en peligro? ¿Que algún loco de ésos podría
venir esta noche y matarnos? —bramó tío Vernon, enfurecido—. ¡Y todo por salvar a
ese mocoso! —Se volvió hacia su esposa—. ¡Petunia, sabes bien que jamás estuve
de acuerdo con esto! Cuando encontramos al chico y leíste aquella carta, acepté que
se quedara, pero si me hubieras explicado bien lo que conllevaba, jamás lo habría
hecho, ¡y lo habría mandado sin vacilar al orfanato más cercano! ¿Qué decía en la
carta? La destruiste tras leerla, y jamás me dejaste ver qué ponía. Simplemente me
contaste que teníamos que quedarnos con él por un tiempo, que sus padres habían
muerto en una explosión, asesinados por el tal Volcomosellame, y nunca tuve otra
explicación.
Tía Petunia no contestó, y tío Vernon no era el único que tenía curiosidad: Harry
también quería saber qué decía la carta. Fue Dumbledore el que habló.
—Señor Dursley, en la carta le expliqué a su esposa lo que les había sucedido a
los Potter y a Harry, así como lo que yo había hecho para asegurarme de que en el
futuro no corría ningún peligro, hasta que tuviera la edad para entrar en Hogwarts. Le
expliqué que lord Voldemort, de quien seguramente había oído hablar ya, estaba débil
y desaparecido, pero que volvería algún día, tarde o temprano, y su primer objetivo
sería matar a Harry. Sólo aquí estaría a salvo hasta el momento en que estuviese
preparado para afrontar su destino. Le recalqué lo importante que era que Harry
viviese, aunque ustedes no le quisieran, para asegurarme de que lo cuidaran... En
aquellos momentos, tras la caída de Voldemort, sus seguidores andaban
enloquecidos, y Harry corría un gravísimo peligro. Además, creí que era mucho mejor
para él que viviera lejos de la fama que arrastraría su nombre, hasta estar preparado
para ello.
Dumbledore calló, mientras seguía mirando a tío Vernon por encima de sus gafas
de media luna. Harry estaba muy sorprendido ante lo que acababa de oír.
—¿Tú lo sabías todo? —le preguntó Harry a su tía, que le miró muy tiesa—. ¡Lo
sabías todo! Y aún así quisiste evitar que entrara en Hogwarts...
—Estaba dispuesta a cuidar de ti —le respondió tía Petunia en tono altivo—. Pero
no estaba dispuesta a tener de nuevo a un..., un..., un... mago en mi casa. Tras lo de
Lily juré que nunca volvería a tratar con uno. ¡Lo juré!
—Ya no tendrás que hacerlo más —dijo Harry, mirándola con cierto rencor,
recordando todo lo que había pasado en aquella casa—. Me voy para siempre. No
volveréis a verme, ni tendréis que preocuparos nunca más de si los vecinos me ven
haciendo algo raro. Podéis decir que me he muerto.
Los Dursley no respondieron. Dumbledore miró a Harry detenidamente, como
intentando ver a través de él. Éste le devolvió la mirada.
—Harry, si Voldemort no es derrotado, deberás...
—No —atajó Harry rápidamente, al tiempo que negaba fuertemente con la cabeza
—. No quiero estar más tiempo aquí. Ya estoy harto. Dentro de dos semanas cumpliré
diecisiete años y seré mayor de edad. NUNCA volveré aquí. Ahora tengo una casa y
viviré en ella.
—¿Que tienes una casa? —se rió tío Vernon—. ¡Tú no tienes nada!
—Te equivocas: mi padrino, Sirius Black...
—¿El asesino?
—No es ningún asesino —lo contradijo Harry—, él es inocente; pero sí, él, me dejó
su casa.
Tío Vernon le miró con escepticismo cuando Harry dijo que su padrino era
inocente. Al fin y al cabo, los Dursley llevaban tres años creyendo que Sirius era un
homicida peligroso, y Harry nunca se lo había desmentido. Ni siquiera les había dicho
que había muerto.
—¿Y cómo es que te dejó su casa?
—Murió hace un año —respondió Harry, bajando la vista—. Pero no quiero hablar
de eso.
—¿Y te vas así, sin agradecernos nada, después de todo lo que hicimos por ti, del
hogar que te dimos...? —le reprochó tío Vernon, mirándole con rencor.
Harry se llenó de ira al escuchar aquello y encaró a su tío.
—¿Hogar? —bramó—. ¿A qué llamas tú «hogar»? ¿A una casa con techo y
paredes? ¡Pues yo no! ¡Jamás me sentí aquí como en mi casa! ¡Jamás me sentí con
vosotros como con una familia! ¡Me tuvisteis años encerrado en una alacena,
dándome sólo lo que a Dudley le sobraba o no quería! ¡Incluso hubiese estado mejor
en un orfanato! ¡Yo sólo era un niño y siempre me mirabais con odio y rencor, como si
yo tuviese la culpa de todo lo malo que pasara, y todo ello sin una explicación, sin un
porqué! ¡No digas que me disteis un hogar! ¡Hogwarts ha sido mi único hogar
verdadero! —Harry soltó todos y cada uno de los resentimientos que había acumulado
contra los Dursley durante sus dieciséis años en aquella casa.
—¡No grites tanto, y no digas ese nombre! —le advirtió tío Vernon, mientras dirigía
una rápida mirada a la ventana que aún permanecía rota, como si temiera que algún
vecino pudiese estar escuchando lo que decían.
—No volveréis a oírlo —dijo Harry fríamente. Luego se volvió hacia Dumbledore—.
¿Cómo nos iremos?
—En un traslador —respondió Dumbledore, que parecía apesadumbrado por la
discusión que acababa de presenciar.
—Bien —dijo Harry—. Prepárelo. Vuelvo en un momento.
Salió del comedor y subió a su habitación, comprobando que no le quedara nada.
Una vez allí, se acercó a la ventana, una ventana por la cual, cinco años atrás, su
amigo Ron, acompañado de Fred y George, le habían rescatado en el antiguo Ford
Anglia volador de su padre. Sonrió al recordar aquella escena, perteneciente a otras
épocas más felices, cuando el mundo estaba en calma, o, al menos, en relativa calma,
porque ninguno de sus años en Hogwarts, aún antes del retorno de Voldemort, había
sido tranquilo... Sin ir más lejos, aquel mismo año había aparecido un elfo doméstico
en la habitación...
Bajó de nuevo las escaleras, abrió la puerta y salió al exterior, a la calle iluminada
por farolas, y dirigió su última mirada a Privet Drive, aquella calle que había sido su
casa durante toda su vida. Se volvió y miró hacia la fachada del número 4,
preguntándose si alguna vez volvería a verla, y después entró de nuevo, para dirigirse
al comedor.
Pero, antes de entrar, se detuvo al pie de las escaleras y abrió la puerta de la vieja
alacena que había sido su cuarto hasta los once años. Ya no había allí ningún indicio
de que, seis años atrás, allí hubiera dormido un niño: su vieja cama había
desaparecido, y el lugar estaba lleno de tarros, frascos, cacerolas y cacharros de la
limpieza.
Harry observó con detenimiento y con cierta nostalgia las paredes de aquel
reducido espacio donde había pasado tantas y tantas horas de su infancia. Aquel
cuartucho había oído sus penas, había escuchado sus sollozos, y le había servido de
protección cuando Dudley quería pegarle, que era casi siempre... Había pasado días
enteros sin salir de allí, castigado...
Lentamente, cerró la puerta, y en su mente fue como si hubiera cerrado para
siempre una parte de su vida.
Suspiró con fuerza y entró en el comedor, donde Dumbledore ya le esperaba, con
una taza en la mano. Debía de ser el traslador.
—¿Estás listo? —le preguntó. Harry asintió—. ¿Todas tus cosas están en ese
baúl?
—Sí.
—Bien.
Dumbledore apuntó al baúl y a la jaula de Hedwig con su varita y murmuró
«¡Evanesco!». Al instante, ambos objetos desaparecieron, enviados al número 12 de
Grimmauld Place.
—Bueno, será mejor que nos vayamos —dijo Dumbledore—. Estoy seguro de que
Ron, Hermione y Ginny se están tirando de los pelos... —Miró hacia los Dursley—. A
pesar de todas las trabas que le pusieron a Harry para poder ir a Hogwarts, yo sí les
agradezco que le hayan permitido estar aquí durante estos años. Espero que nunca
tengan que saber lo importante que es que Harry siga vivo.
Harry miró con furia al director de Hogwarts.
—¡Por supuesto! ¡Cómo no, lo único que importa es que Harry viva, pero no por él
mismo, sino por su destino, para que pueda enfrentarse a Voldemort y salvar al
mundo! ¡Eso es lo único que le importa de mí a todo el mundo! —dijo, furioso.
Dumbledore le miró con calma.
—Eso no es cierto —repuso, con voz suave—. Como ya te dije hace un año, seguí
tu vida muy de cerca, mucho más de cerca de lo que podrías imaginarte, y te tomé
mucho cariño, porque te vi convertirte en el chico que siempre esperé que fueras:
alguien de quien sus padres pudiesen sentirse orgullosos. Podías haberte torcido, o
haber sido muy distinto, pero no: resultaste fantástico en todos los aspectos, y me he
sentido orgulloso de ti, de todo lo que hiciste, durante todos estos años. Y no me sentí
orgulloso por el simple hecho de que hicieras, o pudieras, hacer todas esas cosas: de
lo que verdaderamente me sentí orgulloso fue de que te atrevieras a hacerlas, porque
eso demostraba tu elevada catadura moral, tus valores, Harry... Y no puedes tener
valores más elevados. Claro que, también tengo que decir que tuviste mucha suerte
con tus amistades... Nunca vi un grupo más extraordinario que el que formáis Ron,
Hermione y tú. —Dumbledore hizo una pausa, y Harry no dijo nada—. Créeme, Harry.
Me habría ocupado de ti igualmente, aunque nunca hubiera existido la profecía.
Harry bajó la cabeza y asintió lentamente.
—Está bien —aceptó, escéptico—. Vámonos.
Dumbledore miró otra vez a los Dursley.
—Bueno..., nos vamos.
—Adiós —dijo Harry, con sequedad.
—¿Volverás? —le preguntó tía Petunia.
Harry negó con la cabeza.
—No —sentenció rotundamente.
Tía Petunia asintió y le miró a los ojos por primera vez en toda su vida.
—Cuídate —le dijo, sorprendiéndole.
—Gracias —respondió Harry. Ni Dudley ni tío Vernon dijeron nada.
Harry y Dumbledore tocaron el traslador.
—uno... dos... —comenzó a contar Dumbledore.
Harry dirigió una última mirada a su familia, y, al decir «tres», se vio envuelto en el
conocido torbellino de colores y luces, al tiempo que sentía que un gancho lo
arrastraba por el ombligo. Unos instantes más tarde, cayó pesadamente al suelo del
vestíbulo del número 12 de Grimmauld Place. Había abandonado Privet Drive y su
antigua vida para siempre.
Se levantó y miró a su alrededor. Dumbledore se estiraba la túnica.
—Ya hemos llegado —comentó, como si Harry no se hubiese dado cuenta.
Harry observó que el vestíbulo de aquella casa no había cambiado nada desde
Navidad. Incluso el horrible cuadro de la madre de Sirius seguía colgado, aunque
tapado por sus cortinas.
Dumbledore se dirigió a la cocina y Harry le siguió. Nada más entrar, vio allí a los
señores Weasley, a Tonks, a Lupin, a Moody, a la profesora McGonagall y a
Mundungus Fletcher. La señora Weasley, al verle, se lanzó sobre él como un rayo,
abrazándolo contra sí con todas sus fuerzas.
—¡Oh, Harry, querido! ¡Todo te pasa a ti! ¿Cuándo vas a poder estar tranquilo?
—sollozó, hablando atropelladamente—. ¿Te encuentras bien, cariño? —le preguntó,
separándose de él, pero agarrándolo por los hombros.
—Sí, me encuentro bien... —respondió Harry, un poco abrumado—. Gracias,
señora Weasley.
—¿Seguro, Harry? —preguntó Lupin, que, pese a sus ojeras tenía bastante buen
aspecto y lucía una túnica negra que parecía nueva.
—Sí, seguro.
Lupin y el señor Weasley miraron a Dumbledore, como esperando una
confirmación de parte del director.
—Se encuentra bien, podéis tranquilizaros. No le ha pasado nada malo.
—Menos mal —dijo Alastor Moody—. Jamás habríamos creído que un mortífago
pudiera aparecerse allí. ¿Quién era, Potter?
—Rodolphus Lestrange —contestó Harry.
—¿Rodolphus Lestrange? ¿Y por qué te atacó? —se interesó Lupin—. ¿Acaso le
envió Voldemort?
—Quería vengar a su hermano Rabastan, porque yo..., yo lo maté cuando...,
bueno, cuando ocurrió lo de la casa del bosque... —respondió Harry, sin mirar a nadie
en concreto.
—Pero le venciste, ¿no? Le echaste de allí —dijo Lupin con orgullo.
—Bueno...
—¿Qué te ha pasado ahí? —interrumpió la señora Weasley, que parecía un poco
más tranquila, señalando al pecho de Harry, donde aún estaba el agujero en la
camiseta—. ¿Estás herido?
—No..., no me pasó nada. Ahí fue donde Rodolphus me alcanzó con la maldición
asesina y...
—¿Cómo dices? —preguntó Lupin, alucinado ante la revelación de Harry.
—Que me alcanzó con la maldición asesina aquí —repitió Harry.
—Pero, ¿cómo estás vivo entonces? —preguntó el señor Weasley, mirando a
Harry muy desconcertado.
—Porque, como ya os dije, en casa de sus tíos ni Voldemort ni los mortífagos
pueden hacerle ningún daño —intervino Dumbledore—. Cualquier hechizo que
intenten contra Harry rebotará hacia su agresor.
—Entonces, ¿Rodolphus Lestrange está muerto? —quiso saber Tonks, que estaba
excesivamente seria para como Harry la recordaba. Seguramente aún estaba triste por
la muerte de Kingsley.
—No. Esquivó la maldición —contó Harry—. Pero yo le prendí fuego a su túnica y
se desapareció, al ver que no podía hacerme daño.
—Bien hecho —dijo Lupin—. Pero debías haberle lanzado un hechizo aturdidor,
así podríamos haberle cazado.
—No, no podía —le contradijo Harry—, porque en ese momento yo no tenía la
varita conmigo.
—¿No tenías tu varita? —exclamó Moody, alarmado—. ¡Potter! ¿No te advertí que
no te separaras de ella?
—¡Sí, pero acababa de ducharme! —se defendió Harry—. Y estaba en casa.
¿Cómo iba a pensar que iban a atacarme allí? ¡Nunca lo habían hecho! El profesor
Dumbledore siempre me había dicho que allí estaba a salvo...
—Pero, ¿cómo le prendiste fuego a la túnica del mortífago entonces? —preguntó
Lupin, frunciendo el entrecejo.
—Así —dijo Harry. Chasqueó los dedos y de su mano brotó una fuerte llama
azulada que desapareció un segundo después.
Todos los presentes abrieron los ojos desmesuradamente, a excepción de
Dumbledore, que se limitó a mirar a Harry fijamente.
—¿Dónde has aprendido a hacer eso? —quiso saber la profesor McGonagall—.
No hay mucha gente que pueda hacerlo, y menos a tu edad.
Harry se encogió de hombros.
—No lo sé. Puedo hacerlo desde hace unas semanas. Estuve practicando.
Harry vio cómo el señor Weasley y Lupin miraban a Dumbledore de reojo. También
la señora Weasley pareció darse cuenta.
—Harry, cielo..., ¿has cenado ya? —preguntó.
—No —respondió Harry—. Íbamos a cenar cuando apareció el mortífago.
—Bueno, será mejor que subas entonces a tu habitación. Ron, Hermione y Ginny
deben de estar allí, esperándote. Se pondrán muy contentos de verte. Yo te subiré
unos emparedados para cenar dentro de un momento.
—Está bien —aceptó Harry, y salió de la cocina. Sabía que en cuanto saliera, se
pondrían a hablar de él, pero en aquel momento casi le daba igual. Además, tenía
muchas ganas de ver a Ron y a Hermione... y a Ginny.
Salió al vestíbulo y se dirigió a las escaleras, momento en que la puerta del salón
de la planta baja se abrió y por ella salieron los padres de Hermione, que se le
quedaron mirando.
—¡Harry! —exclamó la madre de Hermione, contenta de verlo, pero mostrando una
cara de preocupación—. ¡Ya has llegado! ¿Cómo te encuentras?
—Bien, señora Granger —respondió Harry, dirigiéndole una sonrisa—. Gracias.
—¿Bien? —dijo el padre de Hermione, en tono escéptico, mirando hacia su
camiseta—. No pareces tener pinta de estar bien, muchacho...
—¡Oh, esto no es nada! —se apresuró a decir Harry, forzando la sonrisa para que
pareciera más creíble, aunque no estaba muy seguro de que surtiera efecto—. Gajes
de ser Harry Potter —bromeó—. Pero ya estoy acostumbrado...
—¿Pero de verdad no te ha pasado nada? Eso te lo hicieron con un hechizo,
¿verdad? —insistió la señora Granger—. ¿Cómo es que no te ha pasado nada?
—En la cocina se lo pueden explicar mejor que yo —dijo Harry—. Yo..., bueno,
realmente me apetece mucho ver a Ron y a Hermione...
—Sí, claro —dijo la señora Granger, asintiendo—. Ellos están en vuestra
habitación. Se alegrarán de verte. Todos estábamos muy preocupados, pero sobre
todo ellos...
—Bien... Hasta luego, señor y señora Granger.
—Hasta luego, Harry —dijo el señor Granger, dirigiéndose a la cocina—. ¿Vamos,
querida?
—Sí —asintió la señora Granger—. Hasta luego, Harry.
Ambos entraron en la cocina. Harry se volvió hacia las escaleras, pensando que
los Granger realmente parecían muy acostumbrados a vivir en el número 12 de
Grimmauld Place, y se los veía bien. Comenzó a subir y entonces se topó con
Kreacher, el anciano elfo doméstico de los Black, que bajaba.
—¡Vaya, a Kreacher ya le parecía que había oído llegar a alguien! ¿Cómo es que
nadie informó al pobre Kreacher de que el joven amo venía? —preguntó, haciendo una
exagerada reverencia ante Harry.
Harry le miró con asco y odio. Aún no le había perdonado que le hubiese
engañado haciéndole creer que Sirius estaba en el Departamento de Misterios, lo que
había motivado a Harry y a sus amigos a ir allí sin necesidad, arriesgando sus vidas
(Hermione había estado a un pelo de morir) y causando que finalmente Sirius
falleciera.
—¿Aún sigues por aquí? —murmuró Harry con desprecio. Probablemente
Hermione se enfadaría si le oía usar aquel tono con el elfo, y más ahora, que Harry y
Ron finalmente habían pasado a la acción dentro de la PEDDO, la asociación para la
defensa de los derechos de los elfos domésticos que su amiga había fundado años
atrás, pero a Harry no se le ocurría un momento peor, ni un elfo menos indicado, para
hacer gala de su activismo.
—Sí, amo —contestó Kreacher con tono meloso y servicial, pero que a Harry le
sonaba horriblemente falso e hipócrita—. El pobre Kreacher vive para servir a la noble
casa de los Black y al joven amo...
—¡Gracias a ti ya no hay ninguna casa de los Black! —gritó Harry, fuera de sí—.
Quítate de mi vista, ¿me oyes? ¡Pero te prohíbo rotundamente dejar esta casa!
—Sí, amo —dijo Kreacher, haciendo una reverencia grandilocuente—. Como el
amo ordene..., como el amo diga... —musitó el elfo, alejándose de nuevo escaleras
arriba, mientras continuaba haciendo reverencias.
Intentando tranquilizarse, Harry subió las escaleras hacia el cuarto que compartía
con Ron, abrió la puerta, y pasó al interior.
—...ya verás como... —oyó que decía Ron cuando entró en la habitación. Él y
Hermione estaban sentados en la cama del pelirrojo, y parecían muy preocupados,
sobre todo Hermione.
—¡HARRY! —gritó de inmediato la chica, levantándose de su cama y saltando
sobre él, de forma que casi lo tira al suelo. Harry se vio cegado por una mata de pelo
castaño no ya tan enmarañado como había sido tiempo atrás, gracias a una poción
que Hermione compraba, pero aún así muy tupido—. ¡No sabes lo preocupados que
estábamos! ¡Cuándo nos enteramos de lo que pasó casi me da algo! —dijo Hermione
atropelladamente, mientras aflojaba la presión sobre Harry, dejándole respirar con algo
más de libertad—. ¡Desde luego, no me lo podía creer! ¡Atacado en casa de tus tíos!
¡Yo siempre había creído que allí estabas seguro, que no te podía pasar nada...!
Bueno, eso es lo que siempre decía Dumbledore, así que debía de tener razón, pero,
por lo visto... ¡Oh, Dios mío! —chilló, al ver el agujero de la camiseta de Harry. Éste se
maldijo a sí mismo por no habérsela cambiado antes de recoger sus cosas—. ¿Qué te
ha pasado ahí? ¿Te han herido? ¡Habla!
—¡Hermione! —le gritó Ron, acercándose a ella y apartándola de Harry—.
¿Quieres dejarle tranquilo un segundo?
Harry, interiormente, le dio las gracias a su amigo.
—¡Pero Ron! ¿No ves cómo está? ¡Fíjate qué agujero!
—Sí, Hermione, ya lo veo... —dijo Ron, un poco exasperado—. Pero dejémosle
hablar a él, ¿quieres?
—Gracias Ron —dijo Harry. Hermione frunció el entrecejo—. Me alegro de veros.
—De nada, compañero... También nosotros nos alegramos de que ya estés aquí.
¿Cómo estás?
—Estoy perfectamente, al menos físicamente —respondió Harry—. No me ha
pasado nada.
—¿Nada? ¡Te atacó un mortífago en tu casa! —chilló Hermione.
—Tranquilízate, ¿quieres? —le dijo Harry, sonriéndole—. Ahora mismo os...
Pero no terminó la frase, porque la puerta se abrió de nuevo, interrumpiéndole, y
Ginny, la hermana de Ron, entró en la habitación.
—¿Harry? ¡Harry! —gritó, mientras su cara se iluminaba—. ¡Has llegado ya!
—exclamó, mientras corría a abrazarle y a darle un beso en la mejilla—. ¿Cómo estás,
Harry? ¿Qué te ha pasado?
—¿Queréis dejar de atosigarle? —dijo Ron, mirando a su hermana.
Harry observó a Ginny detenidamente. Parecía totalmente recuperada, llena de
vida y de salud, tal y como le decía constantemente en sus cartas (porque Harry no
acababa de creérselo). Se alegró muchísimo de verla tan bien.
—A ver, que os cuento... —dijo, sentándose en su cama, mientras Ginny,
Hermione y Ron se sentaban en la de enfrente, expectantes.
—Esta noche, antes de la cena...
La puerta de la habitación se abrió una vez más, y esta vez fue la señora Weasley
la que entró, llevando una bandeja con varios emparedados para Harry, acompañados
de una jarra de zumo de calabaza y de un vaso.
—Toma, Harry. Tu cena —dijo la señora Weasley, dejando la bandeja encima de
la cama, al lado de Harry—. Cómetelo todo, ¿de acuerdo?
No hacía falta que la señora Weasley le dijera aquello, porque estaba muerto de
hambre.
—Y después, nada de charlas —ordenó, dirigiéndose a todos con voz algo más
autoritaria—. Harry tiene que descansar. ¿Me habéis entendido?
—Sí, mamá —respondieron Ron y Ginny a la vez, poniendo la misma cara de
«¡Qué pesada!».
La señora Weasley abandonó la habitación y Harry cogió uno de los emparedados.
Realmente estaba muerto de hambre.
—Vamos, Harry, cuéntanos: ¿qué sucedió? —preguntó Hermione, nerviosa.
—Estábamos a punto de cenar —dijo Harry, al acabar de tragar el primer trozo de
emparedado—. Yo estaba cogiendo los platos en la cocina, cuando oí un ruido en el
comedor y un grito de mis tíos. Entonces corrí y me lo encontré allí, con la varita en
alto...
—¿A quién encontraste? —preguntó Ron—. ¿Quién era?
—Rodolphus Lestrange —contestó Harry.
—¿Rodol...? ¿Y qué quería? ¿Le envió Voldemort a por ti? —preguntó Hermione.
—No. Me dijo que lo que pretendía era vengarse de mí por haber matado a
Rabastan, su hermano, ya sabéis... Quería matarme, y para ello empezó a lanzarme
maldiciones asesinas...
—Pero las esquivaste, ¿verdad? —preguntó Ron, sonriendo—. Te defendiste.
—Esquivé dos —dijo Harry con tranquilidad—. Pero la tercera me dio.
—¡¿Que te dio?! —gritaron Hermione y Ron a la vez. Ginny se tapó la boca con las
dos manos, ahogando un gemido.
—Sí.
—Pero..., pero... —balbuceó Ron, mientras miraba a Harry, como si temiera que se
volviera transparente de un momento a otro—, ¿cómo es que estás vivo?
—Estoy vivo porque la maldición rebotó contra él.
—¿Rebotó? ¿Por qué rebotó? —inquirió Hermione, cada vez más sorprendida.
—Según Dumbledore, porque gracias a la magia que él invocó y al sacrificio de mi
madre, en casa de los Dursley mi protección es tan fuerte que ningún hechizo puede
hacerme daño. De ahí el agujero de la camiseta.
—¿Ningún hechizo? —repitió Ron—. Vaya... —suspiró—. Nosotros totalmente
preocupados, y resulta que eres invulnerable.
—Bueno, tanto como invulnerable...
—¡Qué cerdo! —exclamó entonces Ginny, contrayendo la cara, mientas sus ojos
brillaban de furia—. Presentarse allí para matarte...
—Yo pensaba que a lo que Dumbledore se refería cuando decía que allí estabas a
salvo era que nadie podría entrar en casa de tus tíos, no que tuvieras una especie de
escudo antimaldiciones... —comentó Hermione.
—Yo tampoco lo sabía —dijo Harry—. Realmente creí que iba a morir.
—Pero bueno, lo importante es que estás bien —dijo Ron—. Y que ya estás aquí,
con nosotros, lejos de esa casa...
—¿Vas a volver allí el verano que viene, Harry? —le preguntó Hermione.
—No —respondió Harry—. No pienso poner otro pie en esa casa. Me he
despedido definitivamente de los Dursley.
—¡Bien dicho! —lo felicitó Ron, levantándose, acercándose y palmoteando a su
amigo en la espalda, mientras se sentaba a su lado. Ginny sonreía, pero Hermione se
mordía el labio inferior, como intentando aguantarse las ganas de decir algo. Pero
Harry la conocía perfectamente.
—¿Qué opinas tú, Hermione? —le preguntó—. ¿No me felicitas por ser libre por
fin?
—Verás, Harry... —comenzó Hermione, aunque evitando mirarle a la cara y
observando en su lugar sus pies—. El caso es que no sé si es buena idea...
—¿Buena idea? —se extrañó Ron—. Hermione, tú no has estado allí nunca. Irse
es la mejor idea que se puede tener.
—¡Ron! —le regañó Hermione—. Ya hemos hablado de esto... Si Harry no regresa
allí en un año, la protección que Dumbledore invocó será inútil... —Harry miró a
Hermione con el ceño fruncido. Hermione le devolvió una mirada suplicante—. Harry,
entiéndeme... Ya sé que odias estar allí, pero... ¡es por tu seguridad!
—Mira, Hermione —dijo Harry, mirando fijamente a su amiga—. Ya sé que lo dices
por mi bien y todo eso, y te lo agradezco, pero no pienso regresar allí, ¿entiendes?
Aquí estoy seguro igualmente. Ya no soportaba ver a mis tíos, sobre todo después de
lo que Lupin me contó en Navidad sobre cómo habían tratado a mi madre. Además, a
mi tío le ha faltado un pelo para echarme de casa. No me quiere allí, sabiendo que
todos esos magos tenebrosos van tras de mí. Mi primo Dudley tiene pesadillas con
que un día me presento en casa y los mato a todos, o algo peor... —Meneó la cabeza
—. No, Hermione. Aquélla no es mi casa. Ésta es mi casa.
»Antes de marcharnos, di una vuelta por la casa, y está llena de recuerdos que
preferiría no tener. Estuve un rato mirando una alacena debajo de las escaleras donde
dormí durante años, como si fuera una rata... No, gracias, pero ésas son cosas que no
necesito recordar.
—Pero Harry —insistió ella—. ¿No crees que estar allí dos semanas es muy poco
a cambio de tu vida?
Harry la miró unos segundos antes de contestar.
—¿Mi vida? —repitió, sorprendido—. No veo cuando me haya sido útil haber
estado en Privet Drive para salvar mi vida. Ya me han atacado allí dos veces: primero
dementores y ahora un mortífago...
—Pues mismamente esta noche: si no hubieras estado allí, no habrías sobrevivido
a la maldición asesina.
—Hermione, si no hubiera estado allí, Rodolphus Lestrange no me habría
encontrado —replicó Harry.
Hermione no contestó, sólo suspiró. Harry sabía que no estaba convencida del
todo, pero no discutiría.
—Y bueno..., ¿qué tal estáis vosotros? —les preguntó.
—Bien —respondió Ron—. Ya nos ves... Nos hemos estado escribiendo todos los
días, Harry; ya te hemos contado.
—Sí, lo sé, pero de todas formas... ¿Hermione?
La chica miró a Harry directamente y mostró una gran sonrisa.
—Muy bien —contestó. Pero a Harry le pareció que no era del todo sincera, y vio,
por el rabillo del ojo, que Ron la miraba con una cierta tristeza. Sin embargo, prefirió
no comentar nada. Ya hablaría más tarde con Ron.
—¿Ginny?
—Plenamente recuperada —contestó—. Sobre todo ahora que terminé los
TIMOs... Aunque sigo poniéndome triste cada vez que pienso en Luna... —agregó,
bajando la cabeza en ademán apenado.
El rostro de la chica se ensombreció al pronunciar el nombre, y Harry la miró con
tristeza.
—Lo sé —asintió Harry—. A mí me pasa lo mismo...
—También nosotros lamentamos mucho su muerte —dijo Ron—. Pero..., bueno...,
no hay mucho que podamos hacer...
Se hizo el silencio durante un rato, ya que nadie se atrevía a comentar nada. Harry
siguió comiendo y se acabó los tres emparedados que la madre de Ron le había
preparado, y también se bebió todo el zumo de calabaza.
Entonces, la puerta de la habitación se abrió nuevamente, provocando que los
cuatro mirasen en aquella dirección, y Fred y George entraron, mirando a Harry
fijamente.
—¡Hola, Harry! —saludó Fred—. ¿Cómo te va?
—Teniendo aventuras sin contar con los demás, como siempre —bromeó George.
Ambos sonreían.
Hermione les lanzó una furibunda mirada que seguramente quería decir que no se
bromeaba con temas como aquél, pero Harry sonrió. En cierta manera, la tendencia de
Fred y George de convertir en broma, o no tomarse en serio cualquiera de las cosas
graves que pasaban, hacía que a Harry le pareciera todo menos duro, más llevadero.
Los gemelos no cambiarían nunca, y Harry agradecía que algo siguiese como
siempre, en medio de todo lo que les estaba tocando vivir.
—Bueno, ya veis... Me estaba atrofiando y pensé que me iría bien algo de ejercicio
—comentó Harry, siguiéndoles la gracia a los gemelos. Ellos sonrieron, y también lo
hizo Ron, pero Ginny seguía con la mirada un tanto ausente, como si continuase
recordando a Luna, y Hermione los miraba a todos con severidad.
—¿Qué hiciste, exactamente? —le preguntó Fred.
—Enfrentarme a las maldiciones asesinas de Rodolphus Lestrange —dijo Harry—.
Pero al final dejé que una me diera... —añadió, señalando con un dedo el agujero de
su camiseta.
La expresión jocosa de Fred y George se borró al momento, y ambos se pusieron
serios.
—¿Una maldición asesina? —preguntó Fred, como si no hubiera escuchado bien
—. ¿Un Avada Kedavra?
—Sí —confirmó Harry.
—¿Y te dio? —quiso saber George.
—Sí —repitió Harry.
—Pero..., ¿cómo estás vivo? —le preguntó Fred. Tanto él como su hermano
parecían anonadados.
—De la misma forma que sobreviví cuando Voldemort me atacó de niño —dijo
Harry, sin dar más detalles. Estaba ya un poco harto de dar la misma explicación.
—Guau —dijeron los gemelos al mismo tiempo.
—¿Y vosotros qué tal? ¿Cómo va «Sortilegios Weasley»? —se interesó Harry. Al
fin y al cabo, él les había proporcionado el dinero para montar el negocio: mil
galeones, su premio como ganador del Torneo de los Tres Magos.
—Pues en general bien —contestó George, sentándose al lado de Ginny, mientras
su hermano cogía una silla—. Pero podría ir mejor...
—¿Por? Creía que era un éxito.
—Y lo es, pero, con todo lo que pasa, la gente tiene muchas menos ganas de
fiesta de lo normal, y la afluencia de transeúntes en el Callejón Diagon ha bajado
bastante en estos últimos tiempos —explicó Fred.
—Y eso que el Callejón Diagon es bastante seguro, en teoría —añadió George—.
Dado que es la mayor calle comercial de Gran Bretaña, el Ministerio la vigila
especialmente, pero claro, con todo lo que pasa...
—Sí, y todo el mundo recuerda aún el ataque que sufrimos el año pasado en El
Caldero Chorreante —apuntó Hermione—. La gente está asustada, Harry.
—Muy asustada —puntualizó Fred—. Lo sabemos por los clientes que entran en la
tienda, se les ve en la cara..., y por El Profeta, claro. ¿Has estado leyendo El Profeta?
—Sí... —respondió Harry, al tiempo que Hermione soltaba un bufido de
indignación. Harry se volvió hacia ella—. ¿Qué te pasa?
—Mejor que no le hables a Hermione de El Profeta por hoy —dijo Ron, y añadió,
ante la mirada de incomprensión de Harry—: Ya sabes que Hermione estaba toda
enfadada por cómo cambiaron su actitud después de lo del Departamento de
Misterios, haciendo como si no hubiesen sido ellos los que te difamaban...
—Sí —asintió Harry, mirando a Hermione, que no decía nada.
—Pues verás, hoy fuimos al Caldero Chorreante, por salir de aquí un rato...
—¿Tu madre os dejó ir? —se extrañó Harry.
—Sí, fuimos con los padres de Hermione, que se aburrían mucho. Viajamos con
los polvos Flú, así que no había peligro. Y bueno —dijo Ron, retomando la historia
principal—, estando allí, apareció un reportero de El Profeta...
—Y nos reconoció —concluyó Ginny.
—Sí. Empezó a hablarnos y a hacernos preguntas, porque ya sabes que
Dumbledore les prohibió entrar a Hogwarts y hablar allí con nosotros, y como luego
estuvimos aquí, no han podido encontrarnos.
—¿Y qué pasó?
—¿Qué pasó? —intervino Hermione, con cara furiosa—. Pues que le dije cuatro
cosas, eso pasó.
—Sí, bueno, en realidad casi se lo come —puntualizó Ron, sonriendo ligeramente
—. Empezó a decirle al periodista que en El Profeta no tenían ninguna clase de ética,
que primero decían una cosa y luego hacían como si no la hubieran dicho, que eran
unos hipócritas, que ocultaban la información cuando les convenía, que publicaban
historias sin contrastarlas, que eran unos vendidos al Ministerio... y muchas cosas
más.
Harry le sonrió a su amiga, sin dejar de sorprenderse. Hermione no solía perder los
estribos, excepto con él y Ron (sobre todo con Ron).
—Sí, el pobre hombre se marchó de allí asustado —dijo Ginny, riéndose—. Creo
que si ve a Hermione a un kilómetro, cambiará de rumbo.
—Y tendrías que haber visto la expresión de sus padres —añadió Ron, riéndose
también—. La miraban como asustados. Fue muy gracioso.
Hermione se sonrojó intensamente, y miró al suelo.
—No le dije nada que no se merecieran oír —se defendió.
—Por supuesto que no, cuñada —dijo Fred, dándole una palmada amistosa en el
hombro—. Todos los Weasley estamos orgullosos de ti.
Hermione enrojeció aún más. Sin embargo, Ron miró a sus hermanos con una
expresión de furia, aunque Harry no entendió por qué. ¿Acaso le molestaba tanto que
le llamaran a Hermione «cuñada»? Ya lo habían hecho antes, y no recordaba que le
hubiera incomodado.
Entonces, la señora Weasley entró en la habitación, y se quedó un segundo
mirando a todos.
—Vaya, menuda reunión habéis montado —dijo, no muy contenta, y mirando
especialmente a los gemelos—. ¡Harry necesita descansar! ¿Te has quedado con
hambre, cielo? —le preguntó a este último, viendo que se había comido todo lo que le
había traído antes.
—No, gracias, señora Weasley —respondió—. Estoy bien.
—Vale, pues entonces, a la cama —ordenó—. Vamos, todo el mundo fuera.
—Sí, mamá —respondieron Fred y George al unísono, con tono cansado, como si
dijesen esas mismas palabras cien veces al día, y salieron de la habitación.
—Bueno, hasta mañana, Harry —se despidió Hermione, levantándose también—.
Ya hablaremos mañana... Hasta mañana, Ron...
—Hasta mañana, Hermione —contestaron ambos.
—Hasta mañana —se despidió también Ginny, saliendo detrás de Hermione.
—Adiós, Ginny —dijo Harry.
La señora Weasley esperó a que todos hubiesen salido de la habitación y se volvió
hacia Harry y Ron.
—Y vosotros dos a dormir, ¿entendido? Tienes que descansar, Harry. Mañana ya
podréis hablar todo lo que queráis. Hasta mañana —se despidió, saliendo del cuarto y
cerrando la puerta, dejando a los dos amigos solos.
—Será mejor hacerle caso a mi madre —comentó Ron, comenzando a ponerse el
pijama—. Es capaz de venir a ver si estamos en la cama o no.
—Sí, será mejor —dijo Harry.
Ambos se pusieron los pijamas (el baúl de Harry estaba ya en la habitación) y se
metieron en la cama.
—Bueno, Ron..., ¿qué tal por aquí? —le preguntó Harry.
—Bueno, ya sabes... Te hemos contado todo lo que hicimos, Harry, que no fue
gran cosa...
—Sí, lo sé, pero siempre que me escribías estabas con Hermione. ¿Qué tal eso de
estar solos? —preguntó con curiosidad.
—Eso de solos... —comentó Ron, con una ligera irritación, mirando al techo—. Por
si no te has fijado, Harry, esta casa está llena de gente.
—Lo sé, pero también es muy grande...
—Si lo que quieres saber es si hemos estado solos, solos, en alguna habitación de
la casa, pues sí, alguna vez —contestó—. La mayoría del tiempo hablando, o
estudiando, o escribiéndote las cartas.
—¿Estudiando? —preguntó Harry.
—Ya conoces a Hermione: no paró hasta que los dos terminamos los deberes que
nos han puesto. Luego también ayudábamos a Ginny, sobre todo ella... Y cuando no
era eso, pues también están sus padres y los míos, y sobre todo Fred y George —dijo,
y el deje de irritación en su voz se volvió más acusado—. No han parado de meterse
conmigo desde que llegamos aquí.
—Ya les conoces, nunca cambiarán —dijo Harry, pero la expresión de
resentimiento de Ron no cambió—. Vamos, siempre se han metido contigo; ya
deberías de estar acostumbrado...
—Sí, pero es que... Bueno, verás: un día, hace una semana, más o menos,
estábamos aquí ella y yo solos. Habíamos traído algo de comer, ¿sabes?
—Sí —contestó Harry.
—Pues nada, nos pusimos a merendar, y a hablar de todo un poco: de cuándo
vendrías, de qué tal le iría a Ginny con el examen de Historia de la Magia que tenía en
ese momento, de qué estarían haciendo los de la Orden... bueno, ya sabes...
—Sí —repitió Harry, sin terminar de entender adónde quería llegar su amigo.
—Pues eso, acabamos de comer —continuó contando Ron—, y yo me tumbé en la
cama y ella apoyó su cabeza en mí. Seguimos hablando durante un rato, entonces...,
bueno, entonces yo..., yo la besé —Harry observó cómo las orejas de Ron se teñían
de rojo, mientras seguía con la vista fija en el techo, recordando—, y cuando
llevábamos así unos segundos, Fred y George aparecieron de repente en medio de la
habitación, pegándonos un susto de muerte. Se nos quedaron mirando y empezaron a
reírse, ya sabes cómo son sus chistes: «¡Oh, mira, George, nuestro hermanito no
pierde el tiempo!», «Sí, Fred, desde luego, Ronnie, si te viera mamá...», «será mejor
que dejemos solos a los tortolitos, hermano, Hermione nos mira mal...», «A lo mejor es
porque Ronnie no sabe besar bien...» —La cara de Ron estaba contorsionada de la
irritación, mientras imitaba las voces de sus hermanos mayores—. Y luego
desaparecieron de nuevo. Si llego a tener mi varita a mano, les..., les..., bueno, no sé
qué les habría hecho, pero algo seguro.
Harry sintió un poco de lástima por su amigo. Recordó su beso con Cho, año y
medio antes. Si Fred y George hubiesen entrado por la puerta en ese momento, le
habría dado algo. Eso sin contar que no era como Ron, que tenía que aguantar a sus
hermanos siempre, y que tenía tendencia a pensar en que no sobresalía en nada entre
ellos. Hermione era, realmente, lo mejor que tenía, y si sus hermanos se metían con él
por eso, las pocas veces que podía estar a solas con ella... Recordó cómo le había
molestado, en quinto, que las primeras veces que había podido hablar a solas con Cho
alguien interrumpiera o dijese alguna estupidez...
—Bueno, no te preocupes —intentó animarlo—. Al final se marcharon, ¿no?
Volvisteis a quedaros solos.
—Sí, se marcharon —dijo Ron—. Pero entonces Hermione me miró con una ligera
expresión de vergüenza y pena, y me dijo que sería mejor que bajáramos... El
momento ya estaba fastidiado. ¡Maldita sea! —exclamó, golpeando la cama con el
puño.
—Lo siento —dijo Harry, a quien no se le ocurría otra cosa que decir. Ahora
comprendía por qué su amigo se había enfadado cuando los gemelos le habían
llamado a Hermione «cuñada»—. De todas formas, Ron, cuando yo os encontré en la
Cámara de los Secretos, no parecíais muy avergonzados...
—Es distinto, Harry —explicó Ron—. Eran otras circunstancias, y..., bueno, no sé,
contigo no es como con ellos. Tú no te burlas de nosotros, ¿sabes?
—Sí, lo sé —afirmó Harry—. Y... ¿lo han hecho más veces?
—¿Qué?
—Digo si os han interrumpido más veces que ésa.
Ron tardó un rato en contestar.
—Desde que llegamos aquí —respondió por fin—. Pudimos estar solos, en
intimidad, ya me entiendes, seis veces. Ellos interrumpieron tres. ¡Tres! —exclamó,
con furia renovada.
—De verdad lo siento —repitió Harry, con sinceridad. Entendía perfectamente la
molestia de su amigo.
—En fin..., qué se le va a hacer —dijo Ron, suspirando.
Durante unos minutos, ninguno de los dos amigos dijo nada, cada uno
concentrado en sus propios pensamientos.
—Oye, Ron —dijo Harry, rompiendo el silencio—. Dime la verdad: ¿cómo está
Hermione? —Ron dejó de mirar al techo y fijó la vista en su amigo—. Antes, cuando le
pregunté, me pareció que ella no era del todo sincera, y tú la miraste de forma extraña,
como... triste.
Ron suspiró.
—No está bien —respondió Ron—. Tampoco es que esté mal —aclaró
rápidamente, viendo la expresión de susto de Harry—, pero aún no ha superado lo de
Henry. No te lo conté en ninguna de las cartas porque estaba ella presente, y sé de
buena tinta que no me habría dejado poner eso, haciendo que te preocuparas
innecesariamente. Pensé en enviarte una yo por mi cuenta, pero el expendedor de
correo está en su habitación, así que me era difícil enviar una carta sin que ella lo
supiera.
—Pero... —repuso Harry, algo extrañado—, antes de dejar Hogwarts parecía que
ya lo había superado, que estaba bien...
Ron negó con la cabeza.
—Yo también lo pensé, hasta que tres días después de llegar aquí la oí llorar en su
habitación. Entré y le pregunté qué le pasaba, y me dijo que nada, pero le insistí, hasta
que me contó que a veces aún se acordaba de la cara de Henry cuando la maldición
asesina le había golpeado en la espalda, y que no soportaba recordarlo. Intenté
consolarla, pero no sé, Harry... Ella me dice siempre que está bien, pero no me dice la
verdad, lo sé. Ginny me ha dicho que a veces tiene pesadillas.
Harry sintió tristeza por su amiga. Él se había sentido mal también, al fin y al cabo,
había provocado la muerte de cuatro mortífagos, pero no le afectaba tanto. Para
empezar, no los había matado cara a cara, sino con un hechizo explosivo, cuyo fin
tampoco había sido matar; además, en esos momentos, el poder de Voldemort era tan
fuerte en él que no le importaba... Y luego estaban los sueños; los sueños donde veía
aquella extraña sala..., aquella sala que tenía un efecto tan relajante en él. Para
Hermione, que había mirado a Henry a la cara al morir, que lo había lanzado hacia
atrás sabiendo lo que le ocurriría, tenía que ser imposible de superar, siendo como era
ella.
—¿Y sus padres, qué opinan?
—Harry, sus padres no saben nada de lo de Henry. No conocen todos los detalles
de la batalla. Mi madre tampoco. En realidad, casi nadie sabe que Hermione tuvo que
matarle para salvarte la vida.
—Pero de todas formas, no sé..., yo tampoco la he visto tan mal...
—No, no está tan mal —dijo Ron—. La mayor parte del tiempo está como siempre,
pero a veces se le ve que no lo ha superado, y no quiere hablar de eso con nadie,
porque dice que los de la Orden ya tienen suficientes problemas, y tampoco me ha
permitido a mí hacerlo.
—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Harry.
—Yo..., yo quería pedirte que hablaras tú con ella, Harry —dijo Ron, bajando la
voz. Harry le miró, sorprendido—. Tú también tuviste que..., que matar, y sabes lo que
se siente. —Suspiró largamente, mientras volvía a dirigir su mirada al techo—.
Supongo que se enfadará conmigo cuando sepa que te lo he contado, pero... creo que
realmente te necesita.
—Ya, pero..., ¿qué le digo? —repuso Harry, asustado—. Lo único que podía
decirle se lo dijimos ya aquella noche en la enfermería, Ron... Yo..., yo no soy bueno
para esto. Ella es generalmente la buena para esto.
—Lo sé, pero... no sé, dile aunque sea lo mismo que ya le dijimos. Yo no puedo
hacer más, por mucho que pretenda. Tú le lanzaste la maldición asesina a Voldemort,
sabes algo más que yo.
—Está bien. Hablaré con ella, o al menos lo intentaré —accedió Harry—. Supongo
que se lo debo, ¿no?
Ron le dirigió una débil sonrisa.
—Gracias, amigo. Sabía que podía contar contigo.
—Bueno..., ¿y Ginny?
—Muy preocupada por ti —respondió Ron automáticamente.
—¿Preocupada por mí?
—Sí... Por cómo estarías en aquella casa, con tus tíos. Ha insistido casi más que
nosotros para que fuesen a buscarte pronto.
Harry sonrió.
—Entiendo. Pero yo me refería a..., a lo que le pasó.
—Parece estar como siempre —explicó Ron—. Pero, en realidad, nadie lo sabe,
porque nunca habla de ello. Si alguien le pregunta, inmediatamente desvía el tema.
Nadie tiene ni idea de qué le hicieron, ni de por qué no quiere contarlo. Mi madre
estuvo muy preocupada, pero, como ve que está bien, o al menos lo parece, se ha
tranquilizado un poco. Aunque sigue estando casi histérica, sobre todo con la actitud
de Percy... —Ron se calló de pronto, porque había sentido unos pasos en las
escaleras. Cogió su varita de encima de la mesilla y la agitó, haciendo que las velas
que iluminaban la habitación se apagasen, dejándola en penumbra. Un instante
después, la puerta se abrió y la señora Weasley metió la cabeza, observando. Unos
segundos más tarde se marchó.
—Será mejor que dejemos el resto de la conversación para mañana —susurró
Ron.
—Será mejor —admitió Harry, y se dispuso a dormir. Había sido un día muy largo.
Sin embargo, a pesar de estar cansado, no tenía mucho sueño, y se quedó
pensando un largo rato. Le parecía un tanto increíble que unas horas antes hubiera
estado a punto de cenar con sus tíos en Privet Drive, subir a su habitación y contestar
a la carta de Ron y Hermione, y ahora se encontrase allí, en Grimmauld Place, con
Ron, tras haberse librado de la muerte por un pelo al enfrentarse con un mortífago, y
que no fuera a volver a ver a los Dursley en la vida.
Pensó en todo lo que Ron le había contado, en su decepción por no poder pasar
más tiempo a solas con Hermione, tal y como él mismo les había dicho que hicieran,
medio en broma medio en serio, al separarse en King’s Cross dos semanas antes.
Decidió que intentaría hacer algo por su amigo, y que tendría que hablar con Fred y
George, quienes, en opinión de Harry y a pesar de tener diecinueve años y regentar
un próspero negocio de venta de artículos de broma, a veces se comportaban como
niños. Harry sabía que Fred y George no se burlaban de Ron con maldad, ni con mala
intención, pero a veces no eran conscientes del daño que hacían.
Pensar en los gemelos y en Ron le llevó a pensar de nuevo en Hermione, y en lo
terca que era por no querer pedir ayuda a nadie... ¿Qué iba a decirle a su amiga? Y lo
peor, ¿cómo iba a empezar la conversación? No tenía ni idea... Bueno, al día siguiente
ya vería cómo lo hacía.
Y tenía que hablar con Ginny, por supuesto. La chica seguía sin querer hablar de
lo que le había pasado. Ni siquiera lo había hecho con Dumbledore. ¿Sería posible
que el director de Hogwarts no quisiera saberlo? ¿Acaso no le daba importancia,
viendo que ella aparentemente estaba bien, o esperaba algo? No lo sabía.
Y no les había hablado a ninguno del sueño que había tenido la noche anterior, ni
de lo que le había pasado aquella tarde, quedándose dormido en el banco del parque,
y luego desmayándose en casa de la señora Figg, con aquel espantoso dolor en la
cicatriz, y repitiendo aquellas palabras, «el momento se acerca...». Un escalofrío le
recorrió la espalda al pensar en ello, al imaginarse de nuevo frente a lord Voldemort...
Una vez pasada la aventura, cuando recordaba su enfrentamiento con el mago en la
oscuridad de la noche, siempre se estremecía, lleno de miedo, de dudas y de temor.
Temor por él, y temor por aquellos que le rodeaban, por aquellos que habitaban
aquella casa...
Aparte de todo eso, tenía que contarles a sus amigos lo de sus poderes, y ellos
tenían también algo importante que contarle a él. Y luego estaba lo de Percy y su
extraño comportamiento, del que Ron y Hermione ya le habían hablado en las cartas,
haciéndoles a los dos extrañas preguntas sobre lo que les había sucedido, sobre los
mortífagos que allí había, sobre los Lestrange, sobre los Dullymer...
La mente de Harry divagó un rato más, perdiéndose en pensamientos confusos y
recuerdos, hasta que finalmente el sueño le venció.
5

Habilidades Compartidas

Harry se despertó, a la mañana siguiente, con el ruido de pasos en las escaleras. Miró
hacia la cama de al lado, y vio que Ron seguía profundamente dormido. Miró su reloj,
y vio que eran aún las ocho y cuarto. Sin embargo, ya no tenía casi sueño, así que
decidió levantarse y vestirse. Quizás podría desayunar con alguien, y saber algo de lo
que pasaba. Así pues, se puso las gafas, encendió una vela chascando los dedos, lo
que le recordó de nuevo que tenía que hablar con Ron y Hermione y contárselo cuanto
antes, y se vistió sin hacer ruido. No quería despertar a su amigo, aunque pensó para
sí que no se despertaría ni aunque se derrumbara la casa, de lo profundamente
dormido que parecía.
Apagó la vela, abrió la puerta despacio y salió al pasillo. Bajó las escaleras y entró
en la cocina, donde se encontró a los gemelos, que desayunaban tranquilamente, con
caras somnolientas.
—Buenos días, Haaarry... —saludó Fred, bostezando.
—Buenos días.
—¿Qué haces levantado tan temprano? —le preguntó George—. Si yo fuera tú, no
me levantaría aún en dos horas.
—Os sentí bajar por las escaleras y me desperté —se explicó Harry, encogiéndose
de hombros.
—¿Ves? Te dije que era mejor aparecerse —le dijo Fred a su hermano—.
Tardaríamos menos y no molestaríamos a nadie.
Al escuchar a Fred, a Harry le vino un recuerdo a la cabeza.
—Hablando de molestar... —comenzó a decir, pero se calló al oír un ruido en la
despensa. Un instante después, Kreacher entró por la puerta y se quedó mirando a
Harry.
—Vaya, el amo Harry Potter se ha levantado ya —murmuró, con falsa sumisión—.
¿Quiere el amo Harry Potter que el servicial Kreacher le sirva su desayuno?
—preguntó, al tiempo que hacía una reverencia exagerada. Parecía un elfo como
tantos otros, pero Harry sabía (y sentía) que todas las atenciones de Kreacher eran
burlas.
—No, no quiero que me sirvas, sólo quiero que te largues... arriba —dijo Harry. No
quería correr riesgos con el elfo.
Kreacher se dirigió a la puerta, murmurando por lo bajo.
—Sí, por supuesto, el amo no quiere a Kreacher delante, claro que no, pero
Kreacher tampoco tiene ganas de servir al joven Harry Potter, indigno de esta casa.
¡Si mi ama lo supiera! Y los gemelos esos anormales tampoco quieren a Kreacher, no,
pero no les importa que los sirva, sí... Vagos y cómodos los dos; ¡monstruos!
—¿Qué dices? —le preguntó Harry, mirándole severamente, aunque le había oído
perfectamente.
—Nada..., nada. Kreacher nunca dice nada —contestó el elfo, saliendo de la
cocina. Harry siguió oyéndole mientras subía por las escaleras.
—Bueno, ahora que estamos solos —continuó Harry, mirando a los gemelos
seriamente—, quería hablaros de Ron.
Ambos hermanos levantaron la cabeza de sus cuencos y miraron a Harry,
esperando lo que tuviera que decir.
—¿Qué le pasa a Ron? —preguntó Fred.
—Está enfadado con vosotros —contestó Harry. Los gemelos fruncieron el
entrecejo, con gesto de incomprensión. Harry se explicó—: Mirad, ayer por la noche le
pregunté qué tal le iba con Hermione, y... —Harry se calló al ver cómo los gemelos
esbozaban una sonrisa—. No os riáis... Él casi no tiene ocasión de estar
verdaderamente a solas con ella, ¿sabéis? Y me contó que para una ocasión que
podían estar verdaderamente solos, aparecéis vosotros a meteros con ellos.
Los gemelos sonrieron más.
—¡Ah, Harry...!, ¡si vieras qué caras tenían...! —exclamó Fred, con la cara
iluminada de la emoción.
—Sí, auténticos tomates maduros —añadió George, muy risueño.
—A vosotros os hace gracia —dijo Harry, sin reírse—, pero a ellos no les hizo
ninguna, ¿sabéis?
—¡Vamos, Harry! Nos marchamos al instante y volvimos a dejarles solitos...
—Sí, sólo fue una breve interrupción de nada —corroboró George—. Una minucia,
una broma sin importancia...
—Se quedaron solos otra vez, sí —dijo Harry muy serio—, pero estropeasteis su
momento. En cuanto vosotros os fuisteis, Hermione también se fue.
La sonrisa de ambos gemelos despareció al instante y se pusieron serios también.
—¿Que se marchó? ¿Y por qué? —preguntó George.
Harry lanzó una mirada a la puerta, y escuchó por si venía alguien. Si Ron se
enteraba de que Harry había hablado con ellos de ese tema, seguramente lo mataría
(y no podría culparle, porque él haría lo mismo).
—Mirad, ellos no son como vosotros. Hermione para eso es..., no sé cómo
decirlo...
—¿Tímida? —sugirió Fred.
—¿Vergonzosa? —apuntó George.
—Sí, supongo... —dijo Harry, y su cara se ensombreció—. Pasamos por muchas
este curso. Hermione casi muere, y para Ron fue muy duro, mucho más de lo que
imagináis. Vosotros no le visteis, porque no le habríais reconocido... Y Hermione está
pasando un mal momento, ¿vale? Vosotros no sabéis todo lo que pasó en aquella
casa, ni todo lo que tuvimos que soportar. Hermione tuvo que... —vaciló un instante—,
que hacer algo muy duro, y está aún muy afectada. Ambos se necesitan, necesitan
estar solos alguna vez... ¡Son una pareja! —exclamó—. Y vosotros os metéis con ellos
por eso. Quiero pediros que no lo hagáis más, que los dejéis en paz...
Fred y George se miraron un instante. Parecían realmente arrepentidos.
—Está bien, Harry —dijo Fred—. Te prometo que no nos meteremos más con
ellos, y que no los molestaremos más.
—Sí, es que era divertido... —se disculpó George—. No pensamos que se lo
tomaran..., bueno, tan en serio —añadió.
—Vale, mejor así... Y no estaría mal que os disculparais, ¡pero sin mencionar que
yo os lo dije! Ron me mataría si se enterara.
—¿Disculparnos? —preguntó Fred, casi aterrorizado—. ¿Con Ron?
—Vuestro hermano Ron ha cambiado mucho este año, al igual que todos nosotros
—dijo Harry—. Vosotros no estuvisteis en Hogwarts, ni tuvisteis que pasar por todo
esto. Mirad, vuestras bromas están bien, alegran a la gente, y Dios sabe que lo
necesitamos, pero a veces... os pasáis. Las cosas están ya muy mal de por sí, no es
necesario empeorarlas.
Los gemelos vacilaron un momento. Se veía a la legua que disculparse no era algo
que hiciesen a menudo.
—Está bien, nos disculparemos... —aceptó Fred, no de muy buena gana.
—Pero sólo un poco —aclaró George.
—Gracias, chicos —dijo Harry, sintiendo un pequeño alivio, y contento de haber
podido ayudar a sus amigos—. De veras lo necesita, está muy preocupado por
Hermione, y yo también. Ella ha pasado por mucho este año, y necesita a Ron, incluso
mucho más de lo que ella misma admitiría. Dejadles ser un poco felices.
Ambos gemelos asintieron y luego se levantaron. Recogieron lo que habían
ensuciado y lo limpiaron con la varita.
—Bueno, Harry, nos vamos —dijo Fred.
—Sí, y tranquilo, que ya hablaremos con Ron...
—Gracias —dijo Harry. Un segundo después, los gemelos desaparecieron.
Harry volvió a la mesa, y se dispuso a desayunar. No le gustaba hacerlo solo, pero
tenía hambre, y si nadie aparecía...
Se preparó unas tostadas y un cuenco de gachas de avena, y, cuando se disponía
a comer, la puerta de la cocina se abrió y entró Lupin, bostezando.
—Buenos días, Harry —saludó Lupin.
—Hola, Remus —contestó Harry, sonriendo.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien, muy bien —respondió Harry, moviendo la cabeza afirmativamente—. ¿Y
tú?
—Bueno, un poco cansado, hay mucho trabajo que hacer... Pero hoy me he
librado.
—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Harry.
—Arthur y Tonks en el Ministerio —contestó Lupin distraídamente, mientras
comenzaba a prepararse un poco de beicon—, los gemelos en su tienda, supongo, Bill
en Gringotts, los Granger en su consulta, y los demás supongo que durmiendo... ¡Ah!,
y Molly dijo ayer que hoy por la mañana iría a La Madriguera, a comprobar que todo
estuviera bien por allí.
—Está bien —dijo Harry. Decidió esperar a terminar su desayuno para cuando
Lupin empezase a comer—. ¿Cómo va todo? —le preguntó—. Voldemort y todo eso,
ya sabes...
—Pues más o menos como en junio —contestó Lupin—. Desde lo del Ministerio no
ha habido ninguna actividad seria de los mortífagos, salvo lo de anoche —Lupin cogió
el beicon y se sentó junto a Harry—. Los que hicimos prisioneros siguen prisioneros,
nadie los ha liberado.
—¿Dónde están? El Profeta no lo ha mencionado.
—En un castillo de Cornualles, propiedad del Ministerio de Magia. No está
habitado y no se usa, resulta útil; ya que ahora Azkaban no es segura, lo mejor es un
lugar del que Voldemort no sospeche.
—¿Y Dumbledore no imagina qué pretende ahora Voldemort? —preguntó Harry,
mientras se servía otra tostada y comenzaba a untarla de mermelada de fresa.
—Sí, tiene una idea bastante acertada de qué pretende —contestó Lupin con tono
sombrío, mirando fijamente su último trozo de beicon.
—¿Y es...?
Lupin suspiró y le dirigió a Harry una mirada significativa.
—¡Oh...! Ya —asintió Harry—. Pero me refiero aparte de querer matarme a mí.
—No soy el más indicado para contártelo —dijo Lupin—. Creo que Dumbledore
pretende celebrar una reunión de la Orden, ahora que estás aquí, e informaros a
todos.
—Vaya —dijo Harry, sorprendido—. Está bien.
Se terminó la tostada y comenzó a comerse su cuenco de gachas. Realmente
estaba hambriento, y la perspectiva de una reunión de la Orden donde se enterase de
todo le reconfortaba.
—Oye, Harry... —dijo Lupin, mirándole detenidamente—. ¿Cómo aprendiste a
hacer lo que haces?
—¿El qué? —le preguntó Harry, sin entender.
—Prender fuego sin varita.
—Ah, eso... —Se metió en la boca unas cuantas cucharadas, sin contestar.
—No hay muchos magos de tu edad que consigan hacerlo —comentó Lupin—. En
realidad, apenas nadie. Es necesario ser un mago poderoso, inteligente, con sólidos
conocimientos de magia y practicar mucho para llegar a conseguirlo.
Harry le miró.
—El año que fuiste profesor en Hogwarts, cuando saliste del compartimiento del
tren, yendo hacia el colegio, tú encendiste un fuego en la mano para alumbrar —le
recordó Harry.
—Sí, pero yo hice los siete cursos en Hogwarts, y soy mucho mayor que tú. He
tenido mucho más tiempo para practicar y aprender a hacer ese tipo de cosas.
—Bueno, si quieres que te diga la verdad, no sé cómo lo hago. Lo descubrí por
casualidad, un día. Y luego, practicando, llegué a dominarlo. Antes ya podía hacerlo,
pero sólo cuando el poder de Voldemort afloraba en mí, o cuando usaba la Antorcha
de la Llama Verde. Pero ahora no necesito nada de eso. No sé por qué es —concluyó
Harry.
Lupin se quedó mirando un rato hacia él, sin decir nada.
—¿Y vosotros no sabéis por qué es? —preguntó Harry—. Ayer, cuando me fui
arriba, sé que estuvisteis hablando de eso. Lo noté.
—Oh, bueno... —respondió Lupin, mirando a la mesa. Harry notó un leve tono de
culpabilidad en su voz—. Sí, estuvimos hablando algo de eso, pero Dumbledore no
dijo demasiado. Creo que también quiere hablar de eso contigo, y según parece, es
uno de los temas a tratar en la reunión de la Orden.
—¿Ése es uno de los temas a tratar por la Orden? —preguntó Harry, muy
sorprendido—. ¿Por qué?
—No lo sé —dijo Lupin—. Dumbledore no nos lo ha dicho.
Sabiendo que en esos momentos no obtendría más información de parte de Lupin,
cambió de tema.
—¿Y qué tal ha ido todo por aquí?
—Pues ya sabrás —contestó Lupin—. Supongo que Ron y Hermione te lo habrán
contado, usando el aparato ése que inventaron. —Lupin sonrió—. ¿Sabes que
Dumbledore se ha planteado muy en serio hacer varios y usarlos? Son realmente
útiles, y como pueden enviar no sólo cartas...
—Sí, ya lo sé. Ayer por la mañana me mandaron un petardo para despertarme.
Lupin se rió con ganas. Hacía mucho que Harry no le oía una risa así. Desde antes
de morir Sirius, para ser exactos.
—Es una buena broma. No dudo que a James y a Sirius les habría gustado mucho
—comentó Lupin, con cierta nostalgia—. Pero bueno, en lo que estábamos. Te decía
lo que seguramente ya sabrás: por aquí todo va más o menos igual... Un poco tristes,
por lo de Kingsley, y todo el mundo, sobre todo Molly, estamos asustados...
—¿Los padres de Hermione también?
—Pues el caso es que ellos son los que menos afectados parecen. Sienten
nostalgia de su casa, y demás cosas, por supuesto, pero les encanta la magia, al
menos, en general. Creo que se han acostumbrado muy bien a vivir aquí, con tanta
gente. En su casa solían estar solos, y cuando Hermione estaba en Hogwarts, más
aún. Pero aquí ahora siempre hay gente, y pueden hablar todo el día. Arthur y William
Granger se han hecho realmente muy amigos; se pasan el día entero hablando de las
diferencias entre muggles y magos... Y Molly y Amanda también se han hecho muy
amigas.
—¿Ellos participan en las reuniones?
—No —respondió Lupin—. No son magos, así que no tienen mucho que hacer.
Están informados de muchas cosas, pero se mantienen aparte, y es lo mejor para
ellos.
—Sí, yo también lo creo... Además, a Hermione dudo que le hiciera gracia que se
involucraran.
—No, no le haría ninguna gracia —confirmó Lupin—. Fue una de las primeras
cosas que me preguntó al llegar aquí: cuánto sabían sus padres y hasta qué punto
estaban metidos en todo esto.
—Me lo esperaba —dijo Harry—. Después de lo que les pasó en Navidad...
—Sí —asintió Lupin—. Y por cierto... ¿Cómo les va?
—¿A quién? —preguntó Harry, que no entendía a qué se refería Lupin, hasta que
de pronto, una luz se encendió en su cerebro—. ¡Ah! Pues bien, pero no tan bien
como quisieran, supongo.
—No tienen mucho tiempo para estar solos, ¿verdad? —dijo Lupin
comprensivamente, mientras esbozaba una débil sonrisa—. Se les nota.
—Sí —contestó Harry—. Y Hermione aún está muy afectada por lo de Henry
Dullymer...
La expresión de Lupin se volvió triste.
—Sí, me imagino que no debe de ser fácil para ella. Matar es siempre algo
horrible, incluso en un caso así... —Miró fijamente a Harry—. Por cierto, ¿tú cómo te
sientes?
Harry se encogió de hombros.
—Bastante bien —respondió. Lupin le miró, un tanto incrédulo—. Te aseguro que
estoy bien —afirmó Harry—. No suelo pensar mucho en el hecho de haber matado a
esos mortífagos...
—¿No tienes pesadillas con ello? —quiso saber Lupin.
—Sí, claro que las he tenido —reconoció Harry—. Pero en ellas suelo ver a
Voldemort, o a Lucius Malfoy matando a Luna... Entonces lo de los mortífagos pierde
toda su importancia, porque la rabia es tan grande... —Apretó los puños con fuerza y
endureció su mirada, dirigida a ninguna parte.
—Te entiendo —dijo Lupin, dándole unas palmadas en el hombro—. Te entiendo
muy bien... Pero tú aún tienes a tus amigos, unos amigos excelentes... —Se levantó y
caminó por la cocina, pensativo, mientras Harry le miraba—. Consérvalos, Harry —le
dijo—. Consérvalos. Que no te pase como a mí...
La tristeza invadió el rostro de Lupin, y Harry sintió mucha lástima por el último
superviviente del grupo de amigos de su padre.
—Lo haré —aseguró, sin saber qué más decir.
Lupin se volvió hacia él y forzó una sonrisa.
—Lo sé —contestó—. Bueno Harry. Tengo que irme. He de reunirme con Severus
—añadió, en un tono que indicaba que la idea no le producía mucha ilusión.
—Hasta luego —le dijo Harry. Un instante después, Lupin desapareció.
Harry volvió a quedarse solo en la cocina. Recogió los restos de su desayuno y del
de Lupin y se dispuso a limpiar. Al fin y al cabo, aquella era ahora su casa. Tendría
que empezar a ocuparse de ella en serio...
Estaba terminando de fregar cuando la puerta de la cocina se abrió y entró Ginny,
que sonrió al verle. Harry le devolvió la sonrisa.
—Buenos días, Harry. ¿Aún no ha regresado mi madre de La Madriguera?
—No —respondió Harry—. Al menos, yo no la he visto, y ya llevo casi una hora
levantado...
—¿Por qué te has levantado tan temprano? —preguntó Ginny, observándole.
—Me desperté con el ruido que hicieron Fred y George al bajar las escaleras.
Supongo que tampoco tenía mucho sueño.
Ginny le dirigió una mirada preocupada.
—¿Has dormido bien?
—Sí, perfectamente —contestó Harry—. ¿Y tú?
—Muy bien, también.
—¿Quieres desayunar?
—Sí, la verdad es que tengo mucha hambre... Creo que tomaré unos cereales y...
—¡No! —la cortó Harry, viéndola dirigirse a la despensa—. Tú siéntate, yo te lo
serviré.
—¿Qué? —preguntó Ginny, mirándole entre sorprendida y asustada—. No, no, de
eso nada. ¿Por qué...?
—Siéntate —la interrumpió Harry, hablando tranquilamente y sonriendo—. Estás
en mi casa ¿no? Sois mis invitados. Además, estoy acostumbrado a poner el
desayuno. En casa de los Dursley lo hice muchos años.
Ginny lo miraba, sin saber qué hacer, pero al final sonrió y se sentó. Harry le puso
delante un cuenco, leche, azúcar y los cereales.
—¿Quieres algo más?
—No, así está bien.
Ginny comenzó a comer, mientras le dirigía a Harry una sonrisa tímida. Aún estaba
a medio peinar, y parte del pelo lo tenía enmarañado y le caía sobre la cara. Harry se
encontró pensando que estaba muy dulce, mientras comía. Frunció el ceño. ¿Dulce?
Jamás había pensado eso de Cho... Las palabras que Cho le inspiraban eran: guapa,
hermosa, preciosa..., pero no dulce. Sin embargo, en ese mismo momento, no
encontraba otra palabra mejor para Ginny que esa: «dulce».
—¿Por qué me miras tanto? —le preguntó ella con interés, clavando sus ojos en
los de él.
—Esto..., Ginny..., ¿qué te pasó? —le preguntó sin rodeos, evitando responder a la
pregunta de ella con el verdadero motivo.
—¿Qué me pasó cuándo?
—En la casa... ¿Qué te hicieron, Ginny? Cuéntamelo, por favor...
Ginny apartó inmediatamente sus ojos de Harry, y miró a su cuenco.
—Azúcar no voy a querer, puedes guardarlo...
—Ginny...
—...pero a lo mejor sí que tomo un pastel de crema. ¿Podrías...?
—¡Ginny! —exclamó Harry. La chica dejó de hablar y le miró—. ¿Por qué no
quieres contarlo?
Ginny tardó un momento en responder, mientras volvía a mirar con atención sus
cereales, removiéndolos con la cuchara.
—Porque fue horrible, Harry —contestó por fin—. Y además, apenas me acuerdo
de nada. No me hagas hablar de eso, por favor. Ya pasó, ahora estoy bien, y sólo
quiero olvidarlo.
—Ginny, Voldemort pretendía algo con lo que te hizo. Si no te mató, si te hizo
aquello, es por alguna razón, y si no nos dices qué es, no podremos ayudarte...
—No necesito ayuda, estoy bien —aseguró Ginny, aún sin mirarle.
—Voldemort no hace las cosas sin ningún motivo —insistió Harry—. ¿Por qué no
me dices qué pasó?
—Sólo recuerdo que me dolió mucho, fue espantoso. Y me hicieron beber una
poción horrible, y mientras estaba inconsciente, o dormida, o lo que fuera, aquellas
imágenes... —Sacudió fuertemente la cabeza, mientras cerraba los ojos con fuerza—.
No..., no quiero recordarlo. No me vuelvas a preguntar eso, por favor... —suplicó.
—Está bien —dijo Harry, resignado—. Está bien, Ginny. Te traeré uno de los
pasteles de crema...
Se levantó y se dirigió a la despensa, pensativo. ¿Qué podía ser tan horrible? No
había tenido problemas para hablar de lo que había pasado en el Departamento de
Misterios, ni de otras cosas, como el ataque en Hogsmeade. ¿Qué le habría hecho
Voldemort para que ni siquiera quisiera pensar en ello? No tenía ni idea, pero estaba
muy preocupado por ella, porque, aunque pareciera estar bien, si Voldemort la había
hechizado de alguna forma, no podía estarlo.
Cogió un pastel de crema y se lo dio a la chica, que musitó un débil «gracias».
—De nada —dijo Harry—. Y bueno, ¿qué...?
Se interrumpió al ver abrirse la puerta de la cocina, dejando pasar a Hermione y a
un somnoliento Ron.
—Buenos días —saludó Hermione, alegre—. Qué temprano os habéis levantado.
—Buenos días —respondieron Harry y Ginny—. ¿Qué te pasa Ron? —le preguntó
Harry.
—Hermione, que me ha despertado cuando yo estaba tan a gusto...
—¡Oh, vamos! —exclamó Ginny, risueña—. No creo que haya sido tan mal
despertar...
—Vaya que no —la contradijo Ron—. «¡Vamos, Ron, arriba, es muy tarde! Harry
ya está despierto» —dijo, imitando la voz chillona de Hermione.
—¿Y no has tenido tu beso de buenos días? A lo mejor es por eso...
Ron la miró mal, y Hermione, que le dirigía una mirada severa a Ron, se la dirigió a
Ginny.
—¿Queréis desayunar? —les preguntó Harry.
—¿Estás haciendo de amo de casa? —inquirió Ron, sonriendo ligeramente y de
forma burlona.
—Hermione, ¿quieres desayunar? —dijo Harry, ignorando a su amigo—. Te pongo
lo que quieras. Ron puede prepararse lo suyo.
Las dos chicas se rieron. Ron frunció el ceño.
Cuando finalmente Ron y Hermione se pusieron a comer, Harry les comentó:
—Me ha dicho Lupin que Dumbledore quiere que hagáis más expendedores de
correo para la Orden...
—Sí —dijo Hermione, muy orgullosa—. Hoy Ron se pondrá a ello. Tenemos que
hacer diez.
—No me lo recuerdes, Harry —pidió Ron—. No viste a Hermione el día que
McGonagall lo vio funcionar. Parecía que caminaba a diez centímetros del suelo,
flotando...
Hermione se ruborizó, pero miró a Ron con fiereza.
—Pues tú también te sonrojaste bastante con las alabanzas que nos dirigió, si no
recuerdo mal —repuso ella.
—Vale, un poco —admitió Ron—, pero tú...
—¡Eh! —interrumpió Harry, y ambos le miraron—. En mi casa, no.
Ron y Hermione se callaron y siguieron desayunando. Luego, la conversación fue
tratando de temas intrascendentes, hasta que llegó la señora Weasley y les mandó a
todos arreglar las habitaciones y hacer las camas.

La mañana transcurrió tranquila, y, hacia las doce y media, los miembros de la Orden
comenzaron a llegar, con lo que Harry estuvo bastante entretenido, hablando con
todos.
Tras comer, Harry, Ron, Hermione y Ginny salieron de la cocina y se dirigieron a la
habitación de los dos chicos.
—Yo no voy con vosotros, tengo que escribir una carta —se disculpó Ginny,
yéndose a su habitación. Harry la miró alejarse mientras entraba en la suya, detrás de
sus dos mejores amigos.
Una vez dentro, Harry cerró la puerta.
—Bueno, Harry —dijo Hermione—, ¿qué era lo que tenías que contarnos?
Harry se sentó en la cama de Ron, frente a ellos.
—Mejor empezad vosotros —les pidió—. ¿Qué es lo que tenéis que decirme?
Hermione y Ron se miraron.
—Empieza tú —le dijo Ron a su novia.
—Pues verás, Harry —comenzó a decir Hermione, buscando las palabras
apropiadas—. Resulta que Ron y yo hemos descubierto que podemos hacer... cosas
extrañas.
—¿Cosas extrañas? —repitió Harry, sin comprender.
—Sí... extrañas. Al principio sucedían de forma espontánea..., pero luego hemos
aprendido a controlarlo, más o menos. Fíjate.
Hermione estiró la mano, y la mochila de Ron, que estaba sobre una mesa, voló
hacia ella. Harry abrió mucho los ojos, sin poder creer lo que veía. ¿Hermione también
podía hacerlo?
—Yo también puedo —añadió Ron, haciendo que la mochila, que estaba en el
regazo de Hermione, flotara lentamente sobre su mano—. ¿No te parece raro?
—Es muy raro —puntualizó Hermione, sin darle tiempo de hablar a Harry—. He
estado leyendo y hacer esto sin una varita antes del séptimo curso es algo
extraordinario. E incluso resulta muy difícil para un mago adulto...
—Sí, ya lo sé —dijo Harry, observando incrédulo la mochila de Ron, que seguía
flotando.
—Y no sólo podemos hacer esto... —continuó Ron, dejando la mochila sobre la
cama—. Yo aún no lo controlo muy bien, pero... Enséñaselo, Hermione.
Hermione chascó los dedos y la chimenea se prendió al instante. Harry estaba
cada vez más sorprendido. ¿Sus amigos habían desarrollado los mismos poderes que
él, y por separado? ¿Por qué? ¿Cómo?
—A mí lo de encender fuego no se me da tan bien, pero, por ejemplo, puedo
apagarlo... —dijo Ron. Chascó los dedos y la chimenea se apagó.
—¿Cuándo..., cuándo habéis descubierto que podéis hacer esto? —quiso saber
Harry.
—Hace una semana y media —contestó Ron—. Estábamos aquí, haciendo los
deberes, y quise alcanzar un tintero nuevo del baúl. Entonces, el baúl se abrió y la
tinta voló hasta mí automáticamente. Así empezó.
Hermione asentía.
—Cuando yo vi lo que Ron había hecho —continuó Hermione—, me sorprendí
tanto que tiré la tinta sobre el pergamino que estaba escribiendo. Me enfadé mucho
y... la tinta volvió al tintero por sí sola.
A Harry ese incidente le recordó demasiado al de la sopera.
—Luego empezamos a practicarlo. En secreto, claro —prosiguió explicando
Hermione—. Compré unos libros para documentarme más, y... éste es el resultado.
¿Qué te parece?
—Me parece muy raro y muy extraño —contestó Harry.
—Sí, ya... No entendemos cómo podemos hacer esto de repente y...
—Sí, eso es raro —interrumpió Harry—. Pero lo más raro es que... —movió su
mano, y la cama donde estaban sentados Ron y Hermione se levantó veinte
centímetros del suelo, con ellos encima— yo también puedo hacerlo.
Ron y Hermione miraron a la cama con incredulidad, y luego a Harry.
—Tú..., tú también... Pero ¿por qué? —se preguntó Hermione, mientras Harry
volvía a posar la cama en el suelo.
—No lo sé —contestó Harry, mientras chascaba los dedos, haciendo que de su
mano brotara una llamarada azul que sobresaltó a sus amigos—. Pero así me defendí
de Rodolphus Lestrange.
—Pero en ti no es tan raro —opinó Ron, recuperándose de la impresión—. Tú ya
podías hacer esto antes.
—Sólo cuando estaba enfadado y utilizaba el poder de Voldemort. Pero ahora no
lo necesito.
—Y tienes más poder que nosotros —advirtió Hermione—. Nosotros no hemos
sido capaces de levantar una cama con gente encima, como has hecho tú.
—Yo tampoco lo había hecho antes —dijo Harry.
—¿Qué nos está pasando? —se preguntó Ron, que ahora parecía un poco
asustado—. ¿Sabe alguien lo tuyo, Harry?
—Sí —contestó éste—. Cuando llegué aquí ayer, se lo mostré a tus padres y a los
demás.
—Lo nuestro no lo sabe nadie —dijo Hermione—. Preferimos mantenerlo en
secreto hasta que llegaras y te lo hubiésemos contado...
—¿Alguien más puede hacer algo así? —quiso saber Harry—. ¿Ginny?
Hermione negó con la cabeza.
—No lo creo —dijo—. Ella no me ha dicho nada, así que no creo que pueda.
—De todas formas, que no te lo haya dicho, no quiere decir que no pueda hacerlo
—opinó Harry—. Será mejor preguntarle.
—Yo no creo que pueda —replicó Hermione—. ¿Recuerdas lo que te dijo
Dumbledore de la Antorcha? Cuando me tocaste a mí, fue distinto de cuando tocaste a
Ginny. Yo vi lo mismo que tú, pero ella no... Creo que esto es igual —razonó.
—Sí, y además, recordad que Hermione logró hacerle un corte a Voldemort,
cuando se supone que sólo tú puedes, Harry. El hechizo de Neville no funcionó contra
él.
Harry asintió silenciosamente. ¿Qué les estaba pasando a él y a sus dos mejores
amigos?
—Bueno, espero que pronto podamos tener una respuesta —dijo—. Lupin me
contó esta mañana que tendremos una reunión con la Orden, y que lo de mis poderes
sería uno de los asuntos a tratar. Así que los vuestros también lo serán.
—¿Una reunión de la Orden? —se interesó Ron—. ¿Debido a qué?
—Van a contarnos lo que saben —explicó Harry—. No sé nada más.
—¡Por fin, un poco de información! Desde que llegamos aquí, apenas nos han
dicho nada, aparte de preguntarnos varias veces lo que había pasado en la casa...
—se quejó Ron. Hermione tembló ligeramente, pero Harry lo notó, y Ron también.
Éste le dirigió una mirada fugaz a Harry, y Harry asintió imperceptiblemente. Hermione
tenía la mirada fija en el suelo, así que no lo notó.
—¿Cómo descubriste tú que tenías estos poderes? —preguntó Ron, para cambiar
algo de tema.
—Por vuestra culpa —explicó Harry—. ¿Recordáis lo que os conté acerca de que
las lechuzas que mandasteis con el expendedor de correo lo tiraron sobre la sopera?
Ron asintió. Hermione volvía a mirar a Harry, interesada.
—Pues mi tía se puso hecha una furia, y yo también me enfadé. Iba a limpiar,
cuando la sopa, por sí misma, volvió a la sopera, al tiempo que el paquete se
levantaba en el aire, flotando. Luego hice que me siguiera a mi habitación, y así
empezó. Después descubrí que podía encender las luces o apagarlas prácticamente
con sólo pensarlo; descubrí también que podía prender fuegos, y fui practicando... Era
raro —recordó Harry—, porque me daba la impresión de que sabía cómo hacer esas
cosas de antes, aunque nunca las hubiese hecho... supongo que serán conocimientos
que Voldemort dejó en mí.
—¿Cómo se tomaron eso tus tíos? —preguntó Hermione.
—Muy mal —respondió Harry—. A tío Vernon casi le da un síncope hace dos días,
cuando me encontró leyendo una carta que flotaba por encima de mí —contó,
sonriendo.
Ron se rió, pero a Hermione no pareció hacerle gracia.
—No deberías hacer magia delante de muggles —dijo Hermione con tono
reprobatorio.
—¡Vamos, Hermione! Ellos ya saben que soy mago, y además, tus padres están
aquí viendo magia continuamente y no pasa nada.
—Pero ellos son padres de una bruja —se defendió Hermione—. No cuenta.
—Bueno, y los Dursley son los tutores de Harry —repuso Ron—. Es lo mismo.
—Vale, pero mis padres no se asustan, al igual que los tíos de Harry.
—Hablando de asustarse... —dijo Harry—. ¿Sabéis que mi primo tenía miedo de
que yo volviese un día a Privet Drive y les hiciera algo como venganza por lo mal que
me trataron?
—¿De verdad? —se rió Ron—. ¡Qué bueno!
—A mí no me hizo gracia —repuso Harry—. Me recordó demasiado a lo que hizo
Ryddle...
La risa de Ron desapareció.
—Pero tú no harías eso, Harry —señaló Ron—. Espero que no vuelvas a pensar
algo así. Todo ese asunto de los sueños y de que Voldemort te poseyera para
apoderarse de ti ya es pasado.
—No, no lo haría, pero Dudley me contó que cuando los dementores nos atacaron
hace dos años, recordó que..., que yo le había tirado por las escaleras cuando éramos
niños. Y es cierto que se cayó, cuando éramos pequeños. Él me contó que se había
estado metiendo conmigo, y que yo..., yo había hecho que se cayera sin tocarle, y que
mis ojos estaban rojos...
—A lo mejor se lo inventó —dijo Ron, no muy seguro de sus palabras. Hermione
parecía asustada.
—¿Crees..., crees que Voldemort te hizo algo?
—Si te refieres a poseerme, no. Pero creo que lo que hay de él en mí se hizo
fuerte en aquella ocasión, haciendo a Dudley caer... Pudo haberse matado...
—Pero no sería culpa tuya —dijo Ron—. Esas cosas le pasan a todo el mundo
cuando es niño y no controla sus poderes. Una vez me enfadé tanto con Percy que las
ojeras y la nariz le empezaron a crecer hasta que se le pusieron enormes... Yo tenía
siete años. —Sonrió—. Recuerdo que Percy estaba muy gracioso...
Harry rió, y también Hermione.
—Sí, a mí también me pasaron cosas de ésas —recordó Hermione—. Cuando
tenía cinco años, estaba viendo mi serie preferida de dibujos animados en el salón de
mi casa. Entonces la interrumpieron para dar un informativo especial o algo así... Me
enfadé tanto que empecé a patalear, y entonces el televisor estalló. Yo no sabía que
había sido yo, claro... Me llevé un susto de... —Hermione se interrumpió y miró a Ron,
que se reía mucho, tapándose la boca—. ¿Se puede saber qué te pasa? —le
preguntó.
—Nada. Que no te imagino teniendo una pataleta —dijo Ron, echándose a reír
abiertamente. Harry también empezó a reírse ante la imagen de una niña minúscula
de pelo enmarañado protestando y berreando en medio de un salón.
—Idiotas —soltó Hermione, con el ceño fruncido, con lo que Ron se rió más.
—¿Vas a hacer una pataleta?
Hermione le pegó un puñetazo en el hombro.
—¡Ay! No hace falta que me pegues... —se quejó Ron, que seguía riéndose.
—¡Ya vale! No es más gracioso esto que que a un osito de peluche le salgan patas
y se convierta en araña...
La risa de Ron desapareció como si le hubiesen lanzado un hechizo
desvanecedor. Hermione sonrió.
—Eso ha sido un golpe bajo —protestó Ron.
—Dejad de hacer el tonto, por favor —pidió Harry, poniéndose serio de nuevo—.
Tengo que contaros más cosas.
Ambos miraron a Harry, adoptando también una expresión de seriedad.
—¿Qué cosas? —preguntó Hermione.
—He estado teniendo... sueños extraños —explicó Harry.
Hermione se alarmó, y abrió los ojos desmesuradamente.
—¿Has vuelto a tener sueños de ésos? ¿Con Voldemort? —exclamó, asustada.
—No, no, tranquilízate —la calmó Harry—. No tienen nada que ver con Voldemort,
o al menos eso creo.
Hermione asintió, y ambos esperaron a que Harry se explicara.
—¿Recordáis el día siguiente al entierro de Luna? —les preguntó.
—Sí —respondieron los dos, sin entender adónde quería llegar Harry.
—¿Te acuerdas de que esa noche tuve un sueño, Ron?
—Sí, me despertaste gritando el nombre de Luna... —recordó Ron—. ¿Soñaste
con ella?
—Esa noche sí, pero no sólo eso. Al principio era una pesadilla: estaba otra vez en
la casa aquélla, y veía a Luna morir, y Bellatrix se reía... Pero luego, en un momento,
todo había desaparecido, y me encontré en un lugar muy extraño y muy oscuro, donde
sólo había una luz roja en el centro, pero muy débil.
—¿Qué lugar es ése? —preguntó Ron.
—No lo sé, no había estado nunca. Lo único que sé es que me sentía muy bien allí
dentro. Había... algo bueno en el aire, algo familiar, no sé... Me gustaba estar en aquel
lugar. Entonces, Luna se me apareció y me habló, y me dijo que aquélla era una sala
muy especial, pero no me dijo por qué...
Hermione ya estaba mirando a Harry con escepticismo, pero Harry ignoró la
mirada y siguió explicando:
—Sólo me dijo que no era mi culpa que estuviese muerta. Ni de ninguno de
nosotros; quería darme las gracias... y despedirse. —Hizo una pequeña pausa y luego
continuó—: Y al despedirse, me dijo que aún había esperanza. Yo empecé a llamarla,
pero se fue, y entonces me desperté.
—¿Y? —preguntó Hermione, sin disimular el tono escéptico de su voz—. ¿Quieres
decir que Luna te habló en tus sueños? ¿Aunque está muerta? Harry, era muy buena
chica y todo eso, pero creo que hablaste demasiado con ella el año pasado...
—Ya sé que no crees en esas cosas, Hermione, por eso no os lo conté. Pero lo
cierto es que al día siguiente, por si no lo recordáis, me encontraba más animado... y
no sólo yo, vosotros también, aunque ninguno sabíamos la razón.
—¿Quieres decir que el sueño te hizo sentirte mejor? —le preguntó Ron. Harry
asintió—. Vale, pero..., ¿y a nosotros?
—No lo sé... Otro misterio más, como lo de los poderes, o la capacidad de
Hermione para atacar a Voldemort...
—Harry... —dijo Hermione, mirándole con cierta pena—. Seguramente sólo fue un
sueño. Aquel día había sido el entierro y..., bueno...
—Yo también tuve dudas acerca de si habría sido un simple sueño o no —dijo
Harry—. Pero hay dos cosas que me indican que no.
—¿Cuáles? —preguntó Hermione.
—La primera, una cosa que me dijo Luna, algo que yo no tendría por qué haber
soñado.
—¿Qué cosa? —preguntó esta vez Ron.
—Bueno, yo le dije a Luna que era muy joven para morir, que no era justo... y ella
me dijo que..., que le habría gustado... darte un beso —terminó Harry, mirando a su
amigo, que abrió los ojos enormemente. Hermione hizo otro tanto.
—¿Cómo dices? —preguntó ella, frunciendo el entrecejo.
—Sí, ya ves... Me dijo que Ron le gustaba un poco...
—¿Y por eso piensas que era algo más que un sueño? —dijo Hermione—. Luna
siempre ha tenido una actitud extraña hacia Ron, no hace falta ser un genio para
imaginar que podría gustarle.
—A lo mejor para ti —repuso Harry—. Yo no me voy fijando en todas las chicas
que se acercan a Ron por si resulta que son una amenaza para...
Hermione frunció el ceño, furiosa.
—¡Yo no me iba fijando en todas las chicas como si fueran alguna amenaza!
—chilló ella.
—¿No? ¿Y Fleur? —espetó Harry.
—Bueno, éste no es el tema —dijo Hermione, recuperando la compostura—.
Mencionaste que había otra cosa.
—Sí —respondió Harry—. La noche anterior a venir aquí volví a soñar con ese
lugar, aunque esta vez sin visitas. Y me acerqué a la luz roja, que palpitaba, ¡pero
vuestro maldito petardo me despertó antes de saber qué era! —exclamó.
—Bueno, lo siento —se disculpó Hermione—, pero como no nos habías escrito...
¿Y era el mismo lugar? ¿Estás seguro?
—Completamente. Tenía la misma sensación de familiaridad, de paz..., y era la
misma luz.
—Pero ¿qué es? —preguntó Ron.
—Ya os dije que no tengo ni idea. Sólo sé que al despertarme, quitando el cabreo
por lo del petardo, volvía a sentirme bien, relajado... Es por eso que ahora dudo que
sea un simple sueño.
—Ya, pero... si no lo es, ¿por qué lo tienes? ¿Qué te lo provoca? —inquirió
Hermione, observando a Harry fijamente.
—Tampoco lo sé —contestó Harry—. No tengo ni idea de nada.
—Tal vez deberías decírselo a Dumbledore —sugirió ella.
—¿A Dumbledore? —preguntó Ron—. No sé... Supongo que podría decírselo,
pero ¿qué le va a contar? ¿Que sueña con un sitio oscuro donde hay una pequeña luz
roja y se siente bien? No creo que Dumbledore pueda ayudarle mucho.
—¿Tú qué sabes? —replicó Hermione—. Si no le ayuda Dumbledore, ya me dirás
quién le va a ayudar.
—Ahí está la cuestión —planteó Ron—: realmente, ¿qué ayuda necesita?
—Bueno, ya veremos si se lo digo o no —dijo Harry, zanjando el asunto. Luego
suspiró. Llegaba la parte más difícil de contar, y la que seguramente haría que
Hermione se enfadara con él—. Ahora tengo algo más que deciros. Algo más
importante.
—¿El qué? —le preguntó Hermione.
—Veréis... —dijo Harry bajando la vista hasta el suelo—, no he sido
completamente sincero con vosotros respecto al día que no os escribí.
Hermione frunció el entrecejo y miró a Harry con expresión acusadora.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Mirad, es cierto que no os escribí porque estaba cansado... Pero eso no es todo.
—¿Qué te pasó? —preguntó Ron. Hermione puso cara de preocupación.
—Ese día, por la tarde, al terminar de comer, salí a dar un paseo y llegué a un
parque, donde me senté...
—Sí.
—Y... me sentí somnoliento de repente, así que me tumbé en el banco. Luego...
me quedé dormido.
—¿Te quedaste dormido en un parque? —le preguntó Ron, algo extrañado—.
Bueno, muy normal no es, pero tampoco es algo muy preocupante...
—Déjale seguir, Ron.
—No, eso no es raro..., pero despertarse a las diez de la noche sí lo es.
—¿A las...? —Hermione miraba a Harry con incredulidad—. ¡Harry! ¿Estuviste
dormido en un parque durante horas? ¿Tú solo? ¡Podía haberte pasado de todo!
—¿Crees que lo hice aposta? —replicó Harry, mirándola con enfado—. No pude
evitarlo. Cuando me desperté, me dirigí a casa casi corriendo... hasta que un fuerte
dolor en la cicatriz me hizo detenerme.
—¿Te dolió la cicatriz? —preguntó Ron, un poco asustado—. Pero ahora ya...,
bueno, sólo te duele cuando Voldemort está...
—Cerca, sí —terminó Harry. Hermione ahogó un gemido—. Yo también me
asusté, pensando en si estaría por allí, pero no lo estaba. O, al menos, yo no lo vi...
—¿Qué pasó después? ¿Viste algo? ¿Sentiste alguna cosa? —preguntó Hermione
atropelladamente. Estaba muy nerviosa.
—No, nada. Sólo seguí caminando, y logré llegar, pese al dolor, que era
intensísimo, hasta la casa de la señora Figg. Timbré... y me desmayé del dolor.
Hermione soltó un gemido. Ron miró a Harry con preocupación.
—¿Te desmayaste del dolor?
—No sé si fue sólo del dolor, pero sí, me desmayé. Y cuando me desperté, un rato
después, en el salón de la señora Figg, lo hice gritando.
—¿Qué..., qué gritabas? —preguntó Hermione.
—«El momento se acerca» —respondió Harry, y un pesado silencio cayó sobre la
habitación.
—¿Qué..., qué estabas soñando? —preguntó Ron, hablando por fin.
Harry negó con la cabeza.
—No lo recuerdo. No recuerdo nada.
—¿Lo sabe Dumbledore? —preguntó Hermione. Harry volvió a negar.
—No. La señora Figg quería avisarle, pero yo no le dejé...
—¿Que no...?, ¿que no le dejaste? —exclamó Hermione, escandalizada—. ¿Estás
loco? ¡Y a nosotros tampoco nos dices nada! ¿En qué piensas, Harry? ¡Esto que
cuentas es muy importante!
—Mira, no os lo conté porque ya me encontraba bien, ¿vale? Y sabía que te
pondrías así, toda preocupada, sin necesidad...
—Harry... Tú no estás bien, no piensas lo que haces... —dijo Hermione, mientras
negaba con la cabeza. Su cara estaba triste y sus ojos estaban vidriosos. Ron la
observó, preocupado.
—¿A qué te refieres? —preguntó Harry.
—¡A esto! ¡A todo! ¿No te das cuenta? Te quedaste dormido en un parque, donde
podías haber sido atacado; te desmayas por un dolor de cicatriz y no se lo dices a
nadie... Ahora dices que no volverás a Privet Drive, que te da igual renovar esa
protección... Parece que ya no te importara nada, Harry. Es como si hubieras
decidido... —Hermione buscó las palabras apropiadas— no sé, abandonarte a la
suerte... —Parecía a punto mismo de llorar, y miraba a Harry con preocupación, pero
también con enfado y reproche. Ron le pasó un brazo por los hombros.
—Eh, vamos... No es para tanto. Harry se encuentra bien...
—¡Sí, pero podía no haber sido así! ¡Ese desmayo y ese dolor parecen algo
importante, y..., y...!
Harry no sabía si enfadarse o si sentirse culpable.
—Quizá tengas razón —dijo finalmente, y Hermione le miró, al igual que Ron—.
Quizás me he abandonado a mi suerte... Y quizás es lo único que tengo. Me enfrenté
a Voldemort, luché con él, después de haber entrenado como un loco, usé todo mi
poder, y también el poder de la Antorcha de la Llama Verde... ¿Y qué conseguí? Nada.
Sigue vivo. Quizás sólo pueda confiar en la suerte, como cuando me atacó siendo un
bebé...
Hermione le miró fijamente, conteniéndose las lágrimas, algunas de las cuales ya
resbalaban por su cara. Se soltó de Ron y se acercó a Harry, agarrándole por los
hombros y sacudiéndole. Harry la miró, un tanto asustado.
—¡No digas eso! ¿Me oyes? ¡No se te ocurra decirlo! ¡No vas a rendirte a la
suerte, no vas a hacerlo! ¡No te vas a morir! ¡No puedes! Si yo no me rendí cuando
estuve a punto de morir, tú tampoco vas a hacerlo, ¿vale? ¡No vas a abandonarnos!
—gritó, sollozando ya. No resistió más y se abalanzó sobre él, abrazándole. Harry se
quedó quieto unos segundos, oyéndola llorar, y luego le devolvió el abrazo.
—Vamos, vamos... No me voy a morir, claro que no... No pienso dejaros solos
—dijo Harry para tranquilizarla. No se esperaba una reacción tan fuerte por parte de su
amiga.
Hermione lloró aún más fuerte. Harry cruzó una mirada con Ron, que observaba la
escena con preocupación.
—En cuanto vea a Dumbledore, se lo contaré todo... y no volveré a hacer una cosa
así.
—¿Lo prometes? —preguntó Hermione, dejando de sollozar y separándose de él
lo suficiente como para mirarle a la cara.
Harry sonrió. Le recordaba a una niña pequeña.
—Lo prometo —dijo, con el tono más convincente que pudo poner.
—Está bien... —Hermione se separó del todo y se limpió los ojos—. Voy..., voy al
baño un momento. Enseguida vuelvo, ¿vale?
Harry y Ron asintieron.
Hermione salió del cuarto y Ron se acercó a Harry.
—¿Lo ves? —dijo Ron, cuya cara de preocupación no se había borrado aún—. A
veces le pasa esto, se pone muy sensible por nada, y como no quiere que nadie la
vea, sobre todo sus padres... Tienes que hablar con ella cuanto antes, Harry...
—Pues espero tener más éxito que con Ginny —murmuró Harry. Ron le miró—.
Esta mañana le pregunté qué le habían hecho —le explicó a su amigo, que asintió—,
pero no me dijo nada. ¿Qué puede ser tan horrible?
Ron se encogió de hombros. Se quedaron un rato callados, hasta que Hermione
volvió a entrar en la habitación.
—¿Estás mejor? —le preguntó Ron.
Ella asintió.
—Bueno, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Harry.
—¿Has terminado ya tus deberes? —lo interrogó Hermione.
—No —dijo Harry, empleando un tono que indicaba que la respuesta le parecía
obvia y lógica.
—¿No? —repitió Hermione—. ¡Pues muy mal! Ron y yo ya lo terminamos todo
hace días —le regañó ella. Ron la miró con el entrecejo fruncido.
—Como si me hubiera podido negar... —dijo—. Sólo te faltó apuntarme con la
varita para obligarme.
—Es por tu bien —repuso Hermione, con expresión seria—. Así ahora ya estás
libre. ¿Te das cuenta? Además, no sé si recordáis que este año tenemos los
EXTASIS... —Se volvió hacia Harry de nuevo—. Bueno, por tanto, sugiero que...
—¡No, no, no! —la cortó Harry tajantemente, mientras levantaba la mano y la
ponía frente a su amiga, como si ésta fuese un perro que quisiera morderle—. Yo no
pienso hacer deberes ahora. Cuando me refería a hacer algo, quería decir algo
divertido.
—Como una partida de ajedrez —indicó Ron.
—Por ejemplo.
Hermione pasó la vista de uno a otro, con expresión reprobatoria. Bufó.
—Bien, ya veo. Pues jugad, yo me voy con gente más responsable. ¡Hasta luego!
—dijo, y salió de la habitación con paso rápido. Harry se la quedó mirando.
—¿Qué le pasa? ¿Adónde va?
—Déjala, ya la conoces —dijo Ron, sin darle importancia—. Supongo que irá con
mi hermana... «Gente más responsable» —repitió, meneando la cabeza—. Mi
hermana... ¡Si se parece a Fred y George más que ninguno de nosotros! —exclamó.
Harry se rió. Ron estiró la mano y el tablero de ajedrez voló hacia él desde su baúl.
—Son útiles estos poderes, ¿no crees? —comentó, mientras comenzaban a
colocar las piezas—. Me he acostumbrado muy rápido a usarlos. Bueno, yo ya podía
hacer estas cosas con la varita, pero así es mucho más cómodo.
—¿Tú cómo lo haces? —le preguntó Harry, mientras hacía su primer movimiento.
—No lo sé muy bien... —contestó Ron, encogiéndose de hombros al tiempo que
movía un peón—. Simplemente pienso en lo que quiero hacer, como cuando lo
hacemos con varita, pero es más fácil... y ocurre. Realmente es como si mi mente
supiera hacerlo, aunque yo no.
Harry asintió. La sensación que tenía él era muy similar, excepto que sabía más o
menos de dónde procedía aquel conocimiento. Lo sabía porque había sentido
plenamente todo lo que había en su mente al usar la Antorcha de la Llama Verde.
¿Sería por eso que había desarrollado esos poderes? ¿La Antorcha le habría dejado
secuelas? Podía ser... Aunque, si era así, ¿cómo se explicaba lo de Ron y Hermione?
Ellos nunca habían usado la Antorcha.
—Harry, te toca —dijo Ron, observándole con mirada escrutadora—. ¿En qué
piensas?
—En nada, en nada. Sólo me distraje —respondió Harry, haciendo su movimiento.
Jugaron tres partidas al ajedrez, hasta que Harry se cansó de perder y decidió
dejarlo, proponiéndole a Ron llamar a Hermione y a Ginny para bajar a merendar.
—¿Sabes? Deberías pensar en jugar usando la Antorcha —sugirió Ron mientras
salían de la habitación. Harry le miró extrañado—. Sí... Se supone que te aclara la
mente, ¿no? Te vuelve más despierto y perspicaz... A lo mejor así me ganarías
—comentó, riéndose. El ajedrez era la gran habilidad de Ron, y se sentía muy
orgulloso de ello. En los seis años que hacía que se conocían, habían jugado cientos,
quizás miles de partidas, y Harry las había perdido todas.
—No lo creo —opinó Harry—. Hermione es despierta y perspicaz y tampoco te
gana nunca.
Llegaron frente a la habitación de las chicas y llamaron. Ginny les abrió.
—¡Ah!, sois vosotros —dijo Ginny al verles.
Hermione estaba sobre su cama, leyendo un libro. Alzó la vista para ver quién era.
—¿Ya habéis jugado mucho? —les preguntó sarcásticamente.
—Un poco —respondió Ron, sin hacer caso del tono de su novia—. Vamos a bajar
a merendar. ¿Venís?
—Por mí sí —contestó Ginny rápidamente—. Tengo hambre.
—Son casi las seis... —repuso Hermione—. Pronto cenaremos y...
—¡Bah, da igual! —dijo Ron—. Yo pienso cenar de todas formas.
—Bueno, supongo que un té no me vendrá mal —aceptó Hermione, levantándose
y cerrando el libro.
Bajaron a la cocina, donde se encontraron a la señora Weasley hablando con
Lupin y Emmeline Vance. Cogieron una tetera y varias tazas (y Ron añadió algunos
pasteles de crema) y se fueron al salón contiguo, sentándose en las butacas,
alrededor de una mesita.
Estaban charlando animadamente, cuando los gemelos abrieron la puerta que
comunicaba el salón con la cocina, un tanto serios.
—¿Ya estáis aquí? —se extrañó Harry—. Es muy temprano...
—Está anocheciendo, y apenas hay gente en el Callejón Diagon. A nadie le gusta
estar por allí de noche, así que siempre cerramos más temprano —explicó Fred.
—Oye, Ron, ¿podemos hablar contigo un momento? —preguntó George.
Ron les miró extrañado, sin ocultar su desconfianza. Harry miró a los gemelos,
rogándoles con la mirada que no dijesen nada que le comprometiera.
—¿De qué?
—Ya te lo explicaremos, ven con nosotros.
Ron no abandonó su expresión de desconfianza, pero se levantó y les siguió.
—Como penséis probar conmigo alguna broma nueva, os aseguro que lo vais a
lamentar —les advirtió Ron, blandiendo su varita amenazadoramente.
—No te preocupes —lo tranquilizó George, mientras abandonaban el salón. Al
hacerlo, por la puerta se oyó la voz de Tonks.
—¡Oh! Ya ha llegado Tonks, voy a verla... —dijo Ginny, levantándose también.
Harry la miró extrañado.
—Intentamos animarla —explicó Hermione, mientras Ginny salía y los dejaba solos
—. Aún sigue muy triste por lo de Kingsley... —La voz de Hermione también sonaba
triste—. ¿Sabías que el día que murió era Tonks la que tenía que estar en
Hogsmeade? Pero le cambió el turno porque ella tenía una cena con sus padres...
—Oh, vaya... —dijo Harry, que no sabía nada—. No me extraña que esté tan
afectada.
—Sí —respondió Hermione—. Ginny y yo nos turnamos para animarla como
podemos. Afortunadamente, ya está mucho mejor...
Hermione se quedó con la mirada fija en su taza de té, ya casi vacía. Y Harry la
miró detenidamente. Estaban solos. Era el momento de hablar con ella. Suspiró.
—Hermione...
—¿Sí? —contestó la chica, levantando la vista hacia él.
—Hermione, ¿cómo estás?
—Bien —respondió ella, perpleja—. ¿Por qué lo dices? Si es por lo de antes, es
que mira, Harry, me preocupé mucho y...
—No, no es eso —la cortó—. Ya sabes a lo que me refiero, Hermione. A Henry.
Hermione apartó la vista de forma automática.
—Bien —respondió—. Ya casi lo he superado.
—Hermione... —dijo Harry, mirándola con paciencia—. Eso no es verdad.
Hermione miró a Harry a los ojos, mostrando su tristeza.
—Ron ha hablado contigo, ¿verdad? —preguntó, un poco enojada.
—Se preocupa por ti —lo disculpó Harry—. Y yo también.
—Pues no tenéis por qué —replicó Hermione, volviendo a bajar la vista de forma
que Harry no podía ver sus ojos—. Estoy bien.
—No, no lo estás —la contradijo Harry, levantándose y sentándose a su lado
mientras la tomaba de la mano—. Dime la verdad, Hermione... Deja que una vez sea
yo quien intente ayudarte, aunque no sepa cómo.
Hermione levantó la vista lentamente hacia su amigo, mostrando unos ojos
empañados de lágrimas.
—Tienes razón —admitió—. No estoy bien... No estoy bien porque cuando duermo
veo su cara, Harry, su cara mostrando aquella sorpresa antes de morir... Y yo le lancé
hacia atrás sabiendo que le mataría, ¿entiendes? Sabía que él moriría, y aún así lo
hice. Yo, que no quise aprender a usar el Avada Kedavra... Y esto me hace sentir muy
mal a veces, y no puedo decírselo a nadie, porque todo el mundo tiene ya muchas
preocupaciones y muchas cosas en qué pensar; y con mis padres no puedo, porque
no saben nada de Henry y se preocuparían mucho si supieran lo que pasó; me lo
tengo que tragar todo yo prácticamente sola... Solamente tengo a Ron, pero él también
tiene suficientes cosas en qué pensar, con lo de Percy, y su madre, que a veces está
histérica... y además tampoco le tengo siempre que quiero, porque las pocas veces
que podemos estar solos, solos, con algo de privacidad, los gemelos nos interrumpen,
y ya no sé qué hacer... —Hermione hablaba muy deprisa, como si las palabras
hubiesen estado en su boca mucho tiempo y desearan ser liberadas. Harry jamás la
había oído desahogarse así. Mientras hablaba le caían lágrimas por la cara—. ¿Cómo
puedes soportarlo tú, Harry?
Harry se encogió de hombros.
—Supongo que está en mi naturaleza —contestó, mientras atraía a su amiga hacia
sí y la abrazaba. Ella apoyó la cabeza contra su pecho y se quedó allí, acurrucada—.
Recuerda que una parte de la esencia de Voldemort está en mí, y en esa esencia no
hay nada de humano...
—Pero tú no eres así...
—Lo era cuando maté a los mortífagos —respondió—. De todas formas, no es lo
mismo. Yo no les miré a la cara, ni tenía intención real de matarlos; sólo quería
detenerles, destruir la casa... Y ellos eran adultos, no los conocíamos. Supongo que
no puedes evitar pensar en todo lo que nos ayudó Henry, ni en los momentos que
pasamos con él, aunque todo fuese una mentira, ¿verdad?
—Sí... —respondió Hermione, con voz débil. Sollozaba de nuevo.
—Hermione, tú no eres culpable... Él tomó esa decisión. ¿No recuerdas que le dije
que me recordaba a Barty Crouch? —Hermione asintió—. Le dije que iba a terminar
como él, y no me hizo caso. También Luna se lo dijo. Hermione, si tú no hubieras
hecho lo que hiciste, yo no estaría vivo ahora, y probablemente vosotros tampoco. No
puedes culparte por salvarnos la vida.
—Lo sé, Harry, sé todo eso. Ron también me lo ha dicho, pero, aún así...
—Matar es algo horrible, lo sé —completó Harry con tono sombrío. Hermione
asintió—. ¿Crees que yo no sufro pensando en las personas a las que maté, aunque
fueran mortífagos? También he tenido pesadillas, Hermione, pero procuro no pensar
en ello. —Hizo una pequeña pausa y le acarició suavemente la cabeza a su amiga—.
¿Sabes en qué pienso cuando recuerdo la explosión y a ellos gritando y ardiendo?
—Hermione negó con la cabeza—. Pienso en cuando nos abrazamos antes de que
nos enviaran de vuelta a Hogwarts. Pienso en que, si no hubiera hecho lo que hice,
quizás nunca nos hubiésemos dado ese abrazo... y entonces me alegro, porque
recordar ese abrazo me hace feliz.
Hermione sonrió.
—A mí también me hace feliz —dijo ella—. Fue la primera vez que nos abrazamos
así... Fue bonito, ¿verdad?
—Sí... Y ese abrazo me hace feliz porque me recuerda que no vamos a
separarnos nunca, y que haría cualquier cosa con tal de estar con vosotros.
Hermione levantó la cabeza, y miró a Harry directamente. Sus ojos estaban
brillantes debido a las lágrimas, pero sonreía.
—Gracias, Harry... —musitó, acercándose a él lentamente y dándole un beso en la
mejilla—. Gracias por todo. Eres el mejor amigo del mundo. Yo también haría
cualquier cosa con tal de no separarme de vosotros. Sois los mejores amigos que se
puede tener.
Harry sonrió.
—¿Ron amigo? —dijo, en tono de burla. Hermione sonrió más y le dio un golpe
cariñoso en el brazo.
—¡No lo estropees! —le advirtió, y luego añadió—: Y por cierto, ¿qué se supone
que querías decir con aquello de si no hablamos?
Harry se rió.
—Sólo una broma. Una broma...
—¡Pues no se hacen ese tipo de bromas! —le regañó, en tono moralista.
—Ya vuelves a ser tú misma —dijo Harry, y los dos se rieron.
Seguían allí, hablando, cuando Ron entró muy deprisa en el salón un rato más
tarde y se acercó a ellos. Parecía un tanto extrañado, pero contento.
—No sabéis lo que me ha pasado —dijo, sentándose frente a ellos. Ambos le
miraron con interés—. Hermione, ¡Fred y George me han dicho que no volverán a
molestarnos cuando estemos juntos! ¿Te lo puedes creer?
Hermione abrió mucho los ojos, mostrando su sorpresa. Harry también aparentó
estar sorprendido.
—¿De veras? ¿Y por qué?
—Pues se lo debemos a Harry —dijo Ron, mirando a su amigo fijamente. Harry se
alarmó.
«Estúpidos Fred y George, les dije que...»
—Me contaron que les habías hablado de lo que pasamos en la casa y esas cosas
—continuó Ron—. Y que entonces se habían sentido un poco mal, porque era obvio
que necesitábamos tiempo para nosotros, ya sabes... Aún no termino de creérmelo
—concluyó, muy alegre.
—Vaya, una buena noticia... —dijo Hermione, y miró a Harry, dándole a entender
que ella no se tragaba que los gemelos hubiesen llegado a esa conclusión por sí
mismos. Harry sonrió, y afortunadamente, Ron no se dio cuenta de nada.
—Bueno, ¿y vosotros de qué habéis hablado? —quiso saber Ron, mirando sobre
todo a Harry; luego se fijó en los ojos de Hermione y se puso serio—. Hermione...
¿has estado llorando?
—Creo que éste es un buen momento para recuperar un poco de esa privacidad
que los gemelos no os dejaron tener —dijo Harry, levantándose—. Nos vemos dentro
de un rato.
Dejó a Ron y a Hermione allí y salió al vestíbulo, donde se encontró a los gemelos,
que bajaban por las escaleras.
—Gracias —les dijo Harry a ambos.
—No es nada —contestó Fred—. Aunque, respecto a lo de las disculpas...,
bueno...
—No importa —repuso Harry, sonriendo—. Creo que él ya lo entendió. ¡Ah, y muy
bueno eso de decirle que os había hablado de lo que pasó en la casa y demás! Por un
momento, creí que le habíais dicho lo que habíamos hablado.
—¿Y qué habíais hablado? —preguntó otra voz en la escalera. Harry miró hacia
arriba, al igual que los gemelos, y vieron a Ginny.
—Eh... —balbuceó Harry.
—Pues... —añadió Fred.
—No importa, me lo imagino —dijo Ginny, sonriendo—. Si no hubieras hablado tú
con estos dos —miró a Harry mientras hablaba, al tiempo que señalaba a los gemelos
con los dedos corazón e índice— lo habría hecho yo. ¡Os estabais pasando! —les
regañó.
—Vale, vale, hermanita —dijo Fred—. Ya está arreglado.
—¿Dónde están ahora? —quiso saber George.
—Ahí —respondió Harry, señalando la puerta del salón.
—Ah...
—Por cierto —agregó Harry, bajando la voz—. ¿El cuadro ya no grita nunca?
—preguntó, mirando hacia las cortinas de terciopelo que tapaban el enorme retrato de
la madre de Sirius.
—Le echaron un encantamiento silenciador —respondió Ginny—. Resultaba ya
muy molesta.
—Me alegro de no tener que oírla —dijo Harry, antes de que los cuatro pasaran a
la cocina.

Aquella noche, cuando ya estaban en la cama, Ron miró hacia Harry:


—Gracias —dijo.
—¿Gracias por qué? —le preguntó.
—Por hablar con Hermione. ¿Sabes?, creo que se encuentra mucho mejor ahora.
—No le dije gran cosa —replicó Harry—. Algunas ya se las dijimos aquella noche
en la enfermería.
—Lo sé, pero..., de veras se encuentra mejor, lo he notado. Y gracias también otra
vez por lo de Fred y George. Es un alivio saber que no nos molestarán más... si
cumplen su palabra.
—Lo harán —le aseguró Harry.
—Más les vale —dijo Ron con tono amenazante—. O entrenaré en ellos cómo
hacer fuegos sin varita.
Harry se rió.
—Será mejor que nos durmamos —dijo—. Mañana es la reunión de la Orden...
—Sí. Hasta mañana, Harry.
—Hasta mañana, Ron.
6

La Guerra se Reanuda

La mañana siguiente transcurrió bastante lenta en opinión de Harry. A medida que se


aproximaba la hora en que comenzaría la reunión de la Orden del Fénix, le parecía
que el tiempo iba cada vez más despacio. Se moría de deseos por saber qué sucedía,
qué planeaba Voldemort, que hacían los miembros de la Orden, qué pasaba con
Hagrid y los aurores que habían ido a Escocia a enfrentarse a los gigantes...
Especialmente esto último era lo que más le preocupaba.
De todas formas, la mañana no fue aburrida: era sábado y la mayoría de los
miembros de la Orden estaban en el número 12 de Grimmauld Place o fueron llegando
hasta allí conforme transcurrían las horas. A pesar de que en el Ministerio se requería
el mayor número de manos posible, fuese el día que fuese, ese sábado el señor
Weasley y Tonks estaban libres, y también Fleur y Bill, que trabajaban ambos en
Gringotts, el banco mágico. Aparte de ellos, de los Granger, los Weasley y Lupin,
fueron llegando Mundungus Fletcher, Emmeline Vance, Dedalus Diggle, Ojoloco
Moody, y, finalmente, Percy.
Fue Percy, precisamente, el que más sorprendió a Harry. Éste no veía al tercero
de los Weasley desde las últimas Navidades, y le costó reconocerle cuando llegó.
Percy, según recordaba Harry, solía ir impecablemente vestido y peinado, con el pelo
perfectamente cortado y la ropa perfectamente arreglada; sin embargo, el Percy que
Harry tenía delante no se parecía en nada al que había sido prefecto y Premio Anual
en Hogwarts: tenía el pelo más largo y revuelto, la ropa desordenada, profundas ojeras
y su cara mostraba tristeza y cansancio. Tan sorprendido se quedó al verle, que Percy
tuvo que saludarle dos veces antes de que respondiera. Harry estaba muy sorprendido
por lo afectado que estaba (o parecía) por la muerte de Penélope Clearwater. Jamás
habría imaginado que Percy llegaría a estar así por una chica, aunque fuera su
prometida.
—¿Cómo te va, Harry? —preguntó Percy con desgana, cuando Harry por fin le
saludó.
—Bien..., bastante bien. ¿Y a ti?
Percy se encogió de hombros. Luego fijó sus ojos en los de Harry y, llevándoselo a
un lado de la cocina, lejos de todos los demás, le pidió:
—Harry... háblame de ellos.
—¿Qué? —preguntó Harry, sin comprender a qué se refería Percy—. ¿De quién?
—De los mortífagos. De los que estaban con vosotros en la guarida del bosque.
Dime sus nombres.
A Harry le sorprendió tanto la petición de Percy que tardó un rato en responder.
Percy lo miraba con avidez.
—Eh... Pues Lucius Malfoy, Crabbe, Travers, Marcus Flint, Rabastan y Rodolphus
Lestrange, Bellatrix Lestrange, Richard y Henry Dullymer...
—Háblame de Dullymer —pidió Percy con apremio—. De ése se sabe poco.
Háblame de él.
Harry empezaba a mostrarse asustado, pero nadie a su alrededor parecía muy
extrañado del comportamiento de Percy, si bien era cierto que nadie les estaba
prestando mucha atención.
—Bueno, no sé mucho... Sé que fue uno de los últimos en unirse a Voldemort
antes de que cayera, y que luego vivieron en Alemania... Creo que allí trabajó en el
Departamento de Transportes Mágicos, pero no estoy muy seguro de si eso es
verdad.
—Dime más.
—Bueno, no sé más... Está casado y sólo tenía un hijo, Henry, pero murió en la
batalla...
Los ojos de Percy brillaron cuando Harry dijo esto último. Si le hubieran obligado,
habría jurado que lo que había visto en los ojos de Percy era satisfacción.
—¿Por qué me preguntas todo esto? Ron y Hermione también podrían habértelo
dicho...
—A ellos ya les pregunté —explicó Percy—, pero es útil contrastar toda la
información posible, ya sabes. Me gusta hacer mi trabajo lo mejor posible.
Aquello concordaba perfectamente con el carácter del antiguo Percy, pero Harry
no creyó que ése fuera el único motivo; Percy ocultaba algo.
—Ya, claro, claro... —dijo Harry, comprensivamente.
En ese momento, la señora Weasley entró en la cocina, vio a su hijo y corrió a
abrazarle.
—¡Percy! —exclamó—. ¡Percy, he estado muy preocupada por ti! ¡Hace más de
una semana que no vienes por aquí! ¡Y mira qué aspecto tienes...! —dijo, observando
a su hijo, con expresión de inmensa tristeza y preocupación. Ron, Ginny, Fred y
George miraban a su madre con lástima—. ¿Te encuentras bien, cielo?
—Sí, mamá, me encuentro bien... —contestó Percy, intentado librarse de su madre
—. Simplemente he tenido mucho trabajo, eso es todo...
La señora Weasley le miró con incredulidad, pero no dijo nada.
Harry se acercó a Ron y a Hermione.
—¿Qué le pasa a Percy? —les preguntó—. Jamás le había visto así.
Ron negó con la cabeza.
—No lo sé. Apenas habla con nadie —contestó—. Siempre está trabajando, o
haciendo algo, y cuando no está en el Ministerio nadie sabe dónde se mete. Mi madre
está desesperada; no sabe qué hacer.
—Me preguntó por los mortífagos, por quiénes habían estado en la casa, y, sobre
todo, se interesó mucho por los Dullymer... —comentó Harry en voz baja.
—Sí —dijo Ron—. A nosotros también nos preguntó. No entiendo por qué, siendo
de la Orden, ya debería de estar enterado de todo.
—A mí me comentó que le gustaba contrastar información y todo eso... pero no le
creo.
—Ni nosotros tampoco —intervino Hermione.

Un rato después de aquello, empezaron a comer, para tener todo listo para cuando
llegara Dumbledore. Harry disfrutó mucho la comida, con todo el mundo hablando.
Parecían bastante animados, excepto Percy, que comía en silencio, y a Harry le gustó,
porque se transmitía la sensación de que todo iba bien. Incluso Tonks parecía algo
más animada, y, para demostrarlo, empezó a hacer una demostración de sus
habilidades de metamorfomaga.
Harry se sintió feliz mientras la comida transcurría. Parecía que todo lo que había
vivido en Privet Drive, todos los sueños, las pesadillas y los temores se hubieran
esfumado. Si allí, en el cuartel general de la Orden del Fénix, que combatía a
Voldemort, se respiraba ese ambiente de alegría, es que había esperanza. Sonrió para
sí al recordar lo que Luna le había dicho en el sueño; y recordó también cómo se
había sentido al separarse de sus amigos en King’s Cross, cuando había pensado que
el día era hermoso y que, si todos estaban con él, queriéndole, y él a ellos, quedaba
esperanza. Miró a Ginny, que se reía de las caras de Tonks con Hermione, y su
sonrisa se acentuó. Ambas parecían felices y contentas, y Harry se alegraba
muchísimo por las dos. Miró hacia Ron, que comía a su lado, mirándolas también. Sus
miradas se cruzaron y sonrieron. No era necesario decir nada. Se sentía en familia, y
pensó que todo habría sido perfecto si Sirius estuviese allí con él.
Tan feliz se sentía que incluso disfrutó cuando le pidieron que contara el ataque
que había sufrido en Privet Drive, y se rió cuando, al narrar cómo la maldición había
rebotado contra Rodolphus Lestrange y cómo le había hecho arder la túnica (sin
mencionar que lo había hecho sin varita), todos en la mesa lanzaron gritos de alegría.
Cualquiera que hubiera visto aquella comida habría pensado que la guerra había
terminado y que lord Voldemort había sido vencido para siempre.
Incluso el padre de Hermione había gritado junto al señor Weasley, ante las
miradas reprobatorias de sus respectivas esposas. Parecía un miembro de la Orden
más, en vez de un muggle. Harry se preguntó si estaría tan contento si supiera toda la
verdad de lo que le había ocurrido a Hermione en la guarida de los mortífagos. La
respuesta que se dio a sí mismo fue negativa.
La comida terminó agradablemente. Entonces, la señora Weasley y la señora
Granger se dispusieron a recogerlo todo, con ayuda de Hermione, Harry, Ron y Ginny.
Tonks quiso colaborar, pero la señora Weasley no se lo permitió.
—¡No hace falta! —le dijo rápidamente—. Ya somos muchos. Tú descansa,
vamos, que trabajáis demasiadas horas en el Ministerio...
No habían hecho más que terminar de limpiarlo todo cuando oyeron ruidos en el
vestíbulo. Un momento después, Dumbledore, Snape y la profesora McGonagall
entraron en la cocina. Harry les miró, y la sonrisa se borró de su cara, y también de las
de todos los presentes. La cara de Dumbledore contrastaba enormemente con el
ambiente de felicidad que se había vivido allí hasta hacía unos momentos: estaba muy
serio, y parecía muy afectado y preocupado. Tras él, Snape mostraba una expresión
de derrota, y traía un brazo y la cabeza vendados; la cara de la profesora McGonagall
hacía juego con la de los otros dos.
—¿Qué ha pasado, Dumbledore? —preguntó Ojoloco Moody, levantándose y
acercándose a ellos—. ¿Snape? ¿Qué diablos...?
—Enseguida, Alastor —dijo Dumbledore, con voz cansada. Nadie más habló
mientras tomaban asiento, atrayendo toda la atención. Harry cruzó una mirada con
Ron y Hermione, que también estaban serios y preocupados.
—Comencemos cuanto antes —ordenó Dumbledore—. Harry, Ron, Hermione,
Ginny..., por favor, sentaos.
Con el tiempo justo para limpiarse las manos, los cuatro tomaron asiento.
Se hizo un silencio incómodo durante unos momentos, sólo roto por el ocasional
ruido de una silla, o por la tos o la respiración de alguien.
—Bueno, nosotros será mejor que nos vayamos, ¿no? —dijo el padre de
Hermione, levantándose al tiempo que también lo hacía su esposa—. Aquí no...
—No, mejor quedaos —pidió Dumbledore—. Todo esto atañe a Hermione, y creo
que, residiendo aquí como residís, debéis estar al tanto.
Los padres de Hermione asintieron y se sentaron, un poco nerviosos. Debía de ser
su primera estancia en una reunión de la Orden del Fénix.
—Como todos sabéis —comenzó Dumbledore—, esta reunión tenía por objetivo
principal informar a Harry, Ron, Hermione y Ginny de lo que no saben, y tratar un
asunto relacionado con Harry —Snape les miró fijamente, y Harry le devolvió la
mirada, aunque no pudo averiguar nada de su expresión—. No obstante, como habréis
podido deducir al ver a Severus, ha surgido algo nuevo que tratar.
—¿Qué ha pasado, Dumbledore? —preguntó esta vez el señor Weasley.
—Esta mañana ha habido un asesinato —contestó Dumbledore, y, antes de que
alguien pudiera decir algo o preguntar quién había fallecido, agregó—: o más bien
habría que decir una ejecución.
—¿Una...? —dijo Lupin—. ¿Quién?
—Alan Falstain —respondió Dumbledore. Harry no había oído nunca ese nombre,
pero, por las caras de asombro de los demás, parecía ser alguien importante. Para su
alivio, Ron, Hermione y Ginny tenían la misma cara de perplejidad que debía tener él.
—Alan Falstain era un mortífago —aclaró Dumbledore, mirando a los cuatro
amigos—. Era uno de los presos de Azkaban que huyeron cuando Voldemort atacó la
prisión el verano pasado. Al principio se unió a él, pero, con el paso de los meses, se
pasó a nuestro bando, gracias a la ayuda de Severus, que le convenció. Desde que él
fue descubierto, en enero, Falstain ha sido nuestro único informante, a pesar de que
hemos podido mantener muy poco contacto con él.
—¿Por qué delito estaba en Azkaban? —quiso saber Hermione.
—Por haber hechizado siete automóviles muggles que provocaron, cada uno de
ellos, un accidente, hiriendo a unas diecinueve personas. Afortunadamente, no hubo
muertos —contestó el señor Weasley.
Hermione asintió.
—¿Y qué le pasó? ¿Quién Vosotros Sabéis le descubrió? —preguntó Bill.
—Severus, por favor, relátalo tú —le pidió Dumbledore.
—Esta mañana, me reuní con Falstain en el lugar habitual —explicó Snape—.
Apenas llevábamos unos minutos hablando cuando aparecieron dos mortífagos y nos
atacaron, sin darnos apenas tiempo a defendernos. Yo apenas logré protegerme, y fui
herido; pero Falstain se quedó aterrorizado cuando los vio y no reaccionó a tiempo: le
quemaron vivo.
Harry se estremeció, y no pudo evitar que por su cabeza pasara la imagen de John
Brandon y Robert Fils en un salón en llamas, y la de muchos niños cubiertos de fuego
en el patio de un orfanato; había visto esas imágenes en la mente de lord Voldemort.
—¿Quemado vivo? —preguntó la señora Granger, horrorizada—. ¡Pero eso es
espantoso!
Snape dirigió una mirada penetrante a los Granger, pero no dijo nada.
—¿Cómo lo descubrieron? —preguntó Emmeline Vance—. ¿Cómo supieron que
era un traidor?
—Lo ignoramos —respondió Dumbledore.
—Falstain, desde luego, no sospechaba nada —agregó Snape—. Hasta que
aparecieron, hablaba conmigo como las veces anteriores.
—Entonces ahora ya no tenemos ningún espía —murmuró Moody—. De nuevo
estamos a ciegas.
—No exactamente —lo contradijo Dumbledore, y todos le miraron fijamente—.
Antes de morir, Falstain le dio a Severus información valiosa.
—¿Qué información? —preguntó Lupin—. ¿Voldemort está planeando algo de
nuevo?
—El Señor Tenebroso siempre planea algo —dijo Snape, mirando a Lupin de
forma ligeramente despectiva—. Falstain me contó que el Señor Tenebroso estaba
muy impresionado por lo sucedido con Potter. Él sabía que no podía ser atacado allí,
pero ignoraba el efecto real de un ataque. Según parece, no se esperaba que las
maldiciones rebotaran contra él. Al parecer, se enfadó mucho cuando Rodolphus
Lestrange regresó de allí, tras haber atacado sin permiso. El Señor Tenebroso ha
estado intentado algo con Potter, pero Falstain no sabía el qué. Lo que sí sabe es que
ya Potter no está con sus parientes, y que está determinado a matarlo cueste lo que
cueste. —La señora Weasley gimió, y Harry, pese a que la noticia no era nueva, sintió
un escalofrío. Siguió mirando a Snape, pero notó las miradas de todos los demás
clavadas en él—. Y no sólo eso —continuó Snape—. El Señor Tenebroso está
decidido a tomar represalias contra todos los que participaron en la batalla del bosque.
Un silencio sepulcral invadió la cocina tras las últimas palabras de Snape. Harry
miró a sus amigos, que se habían puesto blancos, aunque sus rostros mostraban
determinación. Sin embargo, los padres de Hermione y la señora Weasley parecían
más asustados que nunca.
—¿Mis hijos? ¿Ese..., ese demonio quiere matar a Harry, a mis hijos y a
Hermione? ¡No! ¡No vamos a permitírselo! —gritó.
—Tranquila, Molly —la calmó el señor Weasley, poniéndole una mano sobre los
hombros y atrayéndola hacia sí—. Aquí están a salvo, y después irán a Hogwarts,
donde también estarán protegidos...
—¡El año pasado, y el anterior, no estuvieron muy a salvo que digamos! —repuso
la señora Weasley alzando mucho la voz.
—Este año no será igual —intervino la profesora McGonagall—. Este año, el
colegio contará con nuevas normas y mayor vigilancia. Los dos últimos años, Potter,
los Weasley y la señorita Granger fueron sacados de Hogwarts cuando no estaba
Dumbledore o alguno de nosotros, pero eso no se repetirá: siempre habrá miembros
de la Orden del Fénix en Hogwarts.
—Así será —confirmó Dumbledore—, pero de eso ya hablaremos. Continúa,
Severus. Hay un importante detalle.
—Sí —asintió Snape—. Falstain me dijo claramente que la señorita Granger,
Longbottom y Weasley tienen que morir, pero... el Señor Tenebroso ha ordenado que
nadie toque un solo pelo de la señorita Weasley.
—¿Qué? —se le escapó a Ginny, abriendo mucho los ojos—. ¿A mí no? P-pero
¿por qué?
—Eso fue lo último que me dijo —respondió Snape.
Pero Harry no necesitaba una respuesta. La razón por la que no quería hacer daño
a Ginny tenía que ver con lo que le había hecho en aquel sótano. Eso le confirmaba a
Harry que Voldemort tramaba algo con ella.
—¿Aún no sabe qué le hicieron? —le preguntó a Dumbledore. Éste negó con la
cabeza.
—No.
—¿Cómo pueden estar tan tranquilos? —exclamó Harry—. ¿Y si..., si...?
No podía decirlo. No quería. Lo que había estado pensando era: «¿Y si Voldemort
la está usando para espiar a la Orden del Fénix sin que nadie lo sepa, ni siquiera
ella?»
—Si lo que temes es que Voldemort pueda usar a Ginny contra nosotros de alguna
manera —Ginny miró a Dumbledore con temor, al igual que todos los demás—, te diré
que creo que no tienes de qué preocuparte. La única manera de usar a alguien para
espiar a otros, o atacarles, es usando la maldición imperius o la posesión, y Ginny no
sufre ninguna de las dos cosas. Sea lo que sea lo que le hiciera, usarla como espía no
era su intención.
Ginny se relajó un poco, aunque aún parecía preocupada. Harry también se había
quedado más tranquilo, aunque aún no entendía que no le dieran más importancia a lo
que le había pasado a la chica.
—Bueno, yo no estoy demasiado asustado —comentó Ron, intentando que su
tono diera la razón a sus palabras—. Ser objetivo de Voldemort ya no es novedad ni
para mí ni para Hermione. Ya lo fuimos durante todo el año pasado.
Hermione asintió.
—Vuestra actitud es muy valiente, y os honra —dijo Lupin—. Después de lo que
hicisteis en mayo, es indudable que os habéis preparado bien, y que quien quiera
enfrentarse a vosotros debe tomárselo muy en serio, pero no debéis confiaros. Sólo un
error, o un exceso de confianza, y será el final. Voldemort no da segundas
oportunidades.
—Lo sabemos —afirmó Harry—. Pero estamos más preparados de lo que ellos
creen, y aún no hemos terminado —añadió.
—Sí, y eso nos lleva ya a otro de los puntos de esta reunión —dijo Dumbledore—.
Porque, si no me equivoco, Harry, y también Ron y Hermione, tienen un pequeño
secreto en común.
Los tres miraron a Dumbledore, sorprendidos, al mismo tiempo que las miradas de
los demás se concentraban en ellos. Harry no lo comprendía. Dumbledore sabía lo
suyo, sí, porque él mismo se lo había comentado la noche de su llegada a Grimmauld
Place, pero..., ¿cómo sabía lo de Ron y Hermione?
—¿Usted lo sabe? —preguntó Ron, cuya cara mostraba una gran perplejidad.
—Lo imaginaba —dijo Dumbledore, mientras los demás miraban a uno y a otros,
sin entender de qué hablaban.
—Perdón, pero... ¿de qué secreto se habla aquí? —preguntó la señora Weasley,
observando a Ron fijamente.
—De esto —contestó Ron, estirando la mano y haciendo que las cosas que aún
quedaban encima de la mesa se acercaran rápidamente a ella deslizándose. El resto
de los presentes, excepto Dumbledore, mostraron caras de asombro.
—¿C-cómo has hecho eso, hijo? —preguntó el señor Weasley. Ron se encogió de
hombros.
—Yo también puedo —agregó Hermione, haciendo que una jarra de zumo de
calabaza levitara y se diera la vuelta sin que cayese el líquido que contenía. Luego la
volvió a dejar sobre la mesa suavemente.
Curiosamente, los Granger eran los menos sorprendidos de todos.
—¿Qué es lo raro? —preguntó el señor Granger—. ¿Eso no pueden hacerlo todos
los magos?
—No sin una varita —respondió la profesora McGonagall—. Hacer magia sin varita
es algo complejo que no todos los magos pueden hacer, y ninguno o casi ninguno
antes del séptimo curso. Es magia muy avanzada, sobre todo con ese nivel de control.
—Cierto —añadió Dumbledore—. Aparte, no es el único poder que han
desarrollado, ¿verdad? También pueden hacer fuego, o apagarlo... y si se entrenaran
más, sobre todo Harry, descubrirían que seguramente pueden hacer otras cosas.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry—. ¿Y por qué podemos hacer esto?
—Tú me contaste todo lo que habías hecho sin varita en tu enfrentamiento con
Voldemort y los mortífagos, ¿recuerdas? Entonces, cuando anteayer explicaste cómo
habías hecho huir a Lestrange, prendiéndole fuego a su túnica, estuve pensando, y
llegué a la conclusión de que seguramente también Ron y Hermione podían hacerlo.
Era la única explicación a la extraña magia que se había estado detectando aquí.
—¿Detectando? —preguntó Harry, sin entender.
—El Ministerio de Magia —aclaró Dumbledore—. Hermione es todavía menor de
edad.
—¿Y cuál es la razón de que podamos hacerlo, profesor Dumbledore? —quiso
saber Hermione, que parecía muy intrigada, y no era la única. También Ron miraba a
Dumbledore expectante.
—La respuesta a eso es compleja, muy compleja y, aunque sé que es odioso,
tengo que deciros que no es momento aún para decirla —Harry miró a Dumbledore,
medio enfadado, medio decepcionado—. Sin embargo, pronto tendréis una
explicación, o eso espero, porque yo tampoco estoy del todo seguro sobre cuál es la
razón de lo que os pasa. A pesar de todo, os diré que esto ya no es la primera vez que
os sucede, ¿verdad? Supongo que vosotros dos recordaréis la conversación que
tuvimos acerca de que estabais compartiendo habilidades, ¿no?
Harry y Ron asintieron.
—Bien, pues, o mucho me equivoco, o sigue pasando. Ese poder tiene su origen
en Harry, y de alguna forma se transmite a vosotros.
—¿Y por qué a Ginny no? —preguntó Harry.
—Ésa es la pregunta más importante —dijo Dumbledore—. Yo no tengo la
respuesta... pero vosotros sí. ¿Qué os pasó a vosotros que no le pasara a nadie más?
Harry se quedó pensativo. Les habían pasado miles de cosas, pero ninguna le
parecía en ese momento la causa de que sus poderes, o lo que quiera que fuesen, se
transmitiera a sus amigos.
—No lo sé... —contestó Harry—. Cuando descubrí que podía hacer esto, yo
estaba en Privet Drive y ellos estaban aquí.
Dumbledore asintió.
—Bien... ya trataremos esto en el momento adecuado.
—¿El momento adecuado? ¿Cuándo es el momento adecuado? Creo que
tenemos derecho a saberlo ya —exigió Harry, enfadado.
Dumbledore le miró con calma.
—Antes tengo que hablar con una persona —fue toda la respuesta de
Dumbledore.
—¿Con una persona? ¿Qué persona? —insistió Harry.
—Harry —intervino Lupin—. Es mejor dejar eso ahora, hazle caso al profesor
Dumbledore.
—¡Pero estoy harto de que me oculten cosas, Remus! —gritó—. Se supone que
tenemos que ser responsables, que tenemos que tener cuidado, que tengo una misión
por delante de la que depende el futuro del mundo mágico, y no sé si saldré de ella
con vida; ¡y, aún así, siguen ocultándome cosas!
—Harry, no te oculto cosas... Cuando llegue el momento, entenderás por qué no
os lo he explicado hoy.
—Si usted lo dice... —contestó Harry, con tono sarcástico.
Los miembros de la Orden observaban nerviosos el duelo de miradas entre
Dumbledore y Harry; Dumbledore parecía sereno, y miraba a Harry con comprensión.
Harry, en cambio, miraba a Dumbledore con un ligero rencor.
—Cálmate, Harry —pidió entonces Hermione, poniéndole una mano a su amigo
encima del hombro.
—De todas formas, Harry —dijo Dumbledore suavemente—. No soy el único que
oculta cosas, ¿verdad? —Harry le miró—. Al fin y al cabo, tú no le has hablado a nadie
de lo que te sucedió hace tres días, a pesar de que no es normal en absoluto.
Harry se quedó sorprendido.
—¿Cómo sabe...?
—¿En serio crees que Arabella no iba a decirme nada? —le preguntó Dumbledore.
Harry sonrió. La señora Figg; tenía que habérselo imaginado.
—Quiero que nos cuentes detenidamente lo que te pasó, Harry.
Harry recorrió con la mirada las caras de todos miembros de la Orden allí reunidos.
Todos, sin excepción, le miraban con curiosidad y preocupación. Al parecer, sólo
Dumbledore sabía lo que había pasado.
Comenzó a hablar, y contó, sólo interrumpido por leves murmullos de sorpresa o
de preocupación, cómo se había quedado dormido en el parque, cómo había llegado a
casa de la señora Figg (aunque omitió el miedo que lo había atenazado durante el
trayecto), cómo se había desmayado al llegar y cómo había despertado, un rato más
tarde, gritando. Nadie dijo nada cuando terminó de hablar. Al parecer, estaban muy
impresionados, o muy asustados. Harry miró a Ginny y vio la angustia reflejada en su
cara.
—¿Alguna vez te habías desmayado por el dolor de la cicatriz? —preguntó
Dedalus Diggle, interviniendo en la conversación por primera vez.
—Nunca —respondió Harry—. Ni siquiera cuando Voldemort está frente a mí y me
toca.
—¿A qué se debe, Dumbledore? —preguntó el señor Weasley, preocupado.
—No lo sabemos, Arthur —le respondió Dumbledore—. Ha sido un asunto que me
ha tenido muy preocupado. Si Voldemort logró hacerle eso a Harry aposta...
No continuó, pero Harry no lo necesitó para saber lo que implicaba aquello. Si
Voldemort era capaz de hacer que se desmayara del dolor, pese a la oclumancia y
todo, le tenía en sus manos... ¿Cómo podría defenderse?
—Es necesario tomar medidas para que no vuelva a suceder —dijo Lupin—. ¿Qué
se puede hacer?
—Me temo que, al menos nosotros, no podemos hacer mucho —respondió
Dumbledore apesadumbrado—. La conexión entre Harry y Voldemort es tan única,
misteriosa y extraña que nada de lo que conocemos puede aplicarse a ella. Y sin
saber por qué Harry se despertó gritando, menos aún.
Harry no dijo nada. Ron, Hermione, Ginny, Fred y George le miraron.
—Pero algo se podrá hacer... ¡Tiene que haber algo! —exclamó la señora Weasley
—. ¡No podemos permitir que Harry sufra ataques así!
—Te aseguro que haré todo lo que esté en mi mano, Molly —dijo Dumbledore
calmadamente—. Harry estará a salvo mientras esté aquí, y también en Hogwarts.
La señora Weasley asintió, aunque no demasiado convencida.
—Bueno, creo que esto es todo por el momento —dijo Dumbledore—. Podemos
dar la...
—¡No! —interrumpió Harry—. ¿Y Hagrid? ¿Y los gigantes? ¿Qué pasa con ellos?
—Hagrid y los demás aurores siguen en Escocia —contestó Dumbledore—. Pero
se encuentran bien.
—¿Cómo es que no sale nada acerca de ellos en los periódicos? —quiso saber
Hermione—. Es decir, no ha habido mucha actividad por parte de los mortífagos en las
últimas semanas; un asunto como el de los gigantes debería atraer toda la atención,
¿no?
Dumbledore sonrió por primera vez.
—Tus razonamientos son acertados, Hermione. La razón fundamental de que no
salga ninguna noticia en los periódicos es que no hay noticias que dar.
—¿No hay noticias? —preguntó Harry, sorprendido—. ¿Por qué?
—Porque los mortífagos y los gigantes que están con ellos no están haciendo
nada —contestó Dumbledore—. Los aurores están limitándose a vigilar la región.
Aparte de esto, El Profeta no da más información para evitar que los mortífagos
averigüen más de lo que deben.
—¿Y Hagrid? —preguntó Harry.
—Intentando cumplir la misión que le encomendé —respondió Dumbledore—.
Intentando evitar todas las muertes posibles, tanto de gigantes como de magos o
muggles.
Harry asintió lentamente.
—¿Alguna pregunta más?
Nadie dijo nada, así que Dumbledore dio la reunión por finalizada.

—¿Cómo es que no nos habíais dicho nada de esos poderes? —les recriminó Ginny a
Harry, Ron y Hermione después de cenar, cuando los cuatro, junto a los gemelos, se
encontraban en el salón del primer piso, donde Harry había empezado a practicar
oclumancia con Dumbledore el verano anterior.
—Perdona, Ginny, pero era muy raro, y queríamos mostrárselo a Harry antes que
a nadie —respondió Hermione.
—Aún no me puedo creer que hagáis esas cosas así, sin más —comentó Fred,
mirando hacia los tres, impresionado—. Ni yo ni George le hemos cogido el tranquillo,
a pesar de que tuvimos Teoría de la Magia en séptimo.
—Pues no es tan difícil —dijo Ron, haciendo que su varita flotara y girara encima
de él—. Claro que tampoco sé muy bien cómo lo hago...
—¿Por qué creéis que podéis hacer esas cosas y nosotros no? —les preguntó
Ginny.
—No lo sé —respondió Harry—. Pero creo que tiene que ver con la Antorcha de la
Llama Verde. Es como..., como si hubiese dejado algún cambio en mí, como si sus
efectos no pasaran del todo después de usarla.
—¿La has encendido alguna vez en lo que va de verano? —preguntó Hermione.
—No, no la he vuelto a tocar desde la noche de la batalla.
—¿Y entonces, por qué pasan estas cosas ahora? —inquirió Ron—. Ya ha pasado
más de un mes desde aquello.
—Bueno, no ha empezado ahora —dijo Ginny, que tenía cara de estar recordando
algo—. ¿No os acordáis de cómo se deshizo Harry de Malfoy, Crabbe y Goyle en el
tren?
—Pero entonces estaba enfadado —recordó Harry—. Hice lo mismo que en la
casa del bosque... Si bien no estaba tan enfadado como otras veces... Supongo que
ya empezaba a controlarlo —concluyó.
Nadie dijo nada ante aquello, sino que cada uno se quedó sumido en sus propios
pensamientos. Harry pensaba de nuevo en las posibles razones que había para que
sus amigos tuviesen aquellos mismos poderes que él sin haber usado jamás la
Antorcha de la Llama Verde.
Mientras pensaba, Ginny se levantó y se dispuso a salir del salón.
—Bueno, yo me voy a leer un rato y luego a dormir —dijo, mientras salía.
Harry se levantó automáticamente y la siguió.
—Ginny... —la llamó en el pasillo. La chica se volvió hacia él y lo miró.
—¿Qué pasa, Harry?
—Te acompaño a tu cuarto.
Ginny lo miró, sorprendida, pero no se opuso.
—Vale, como quieras.
Caminaron en silencio hasta la habitación que ella compartía con Hermione,
entraron y Harry cerró la puerta.
—Ginny... ¿Oíste bien lo que dijo Snape en la reunión? —preguntó, acercándose a
ella.
—Sí —respondió Ginny, sentándose en la cama sin mirarle.
—Voldemort quiere matarnos a todos, Ginny... A todos menos a ti.
—Ya lo oí —dijo ella, con una cierta aspereza en su voz. Harry sabía que ella no
quería hablar del tema, pero tendría que hacerlo, porque tenía el presentimiento de
que lo que le habían hecho a Ginny, fuese lo que fuese, era muy importante.
—¿Por qué, Ginny? ¿Por qué quiere él mantenerte con vida?
Ginny suspiró y miró a Harry directamente a los ojos.
—No lo sé —contestó. Sus ojos mostraban tristeza, pero Harry vio en ellos
sinceridad—. Supongo que es por lo que me hizo, aunque no sé lo que es.
—Dime lo que sentiste, lo que viste... Dímelo, por favor...
—No, Harry... —se negó ella, agitando la cabeza hacia un lado y otro furiosamente
—. No quiero recordarlo, no quiero...
—¿Tan terrible es? —preguntó él, acercándose a ella y abrazándola casi sin darse
cuenta de lo que hacía.
Ginny asintió con la cabeza, mientras sus ojos se empañaban. Se apretó contra
Harry.
—Por favor..., no me hagas hablar de ello... No puedo soportarlo... Sentí tanto
miedo, tanto terror...
—Está bien... No te obligaré a que me lo digas, pero..., bueno..., hay otra solución,
Ginny...
—¿Otra solución? —preguntó la chica, mirando a Harry a la cara—. ¿Qué
solución?
—La Antorcha de la Llama Verde —dijo Harry—. No sé controlarlo aún, pero con
ella puedo ver en tus recuerdos... Quizá así logre averiguar qué te pasó.
—No, Harry, no creo que esté preparada para eso. Quizás algún día, pero no
ahora.
—Ginny, podría ser algo muy importante. ¿Te das cuenta, verdad?
Ella asintió, pero su expresión daba a entender que igualmente seguía negándose.
—Está bien... No volveré a insistirte con el tema —dijo Harry, ligeramente
decepcionado. Se levantó con intención de irse a su cuarto, y Ginny le miró con
súplica.
—No te enfades, Harry..., por favor. Entiéndeme. Quizás necesite tiempo... Todo lo
que pasó, la muerte de Luna, Henry...; todo esto es difícil... Estoy segura de que con el
tiempo podré hablar de ello.
Harry asintió.
—Está bien —dijo, asomando una sonrisa—. No te preocupes y descansa. Hasta
mañana —la despidió, y se inclinó para besarla suavemente en la frente.
—Descansa tú también —le dijo ella. Harry se dirigió hacia la puerta y la abrió—.
Harry...
—¿Qué? —le preguntó él, volviéndose para mirarla.
—Gracias por preocuparte tanto por mí.
Harry le regaló una sonrisa auténtica antes de salir al pasillo y cerrar la puerta.
Se encaminó hacia su habitación deseando meterse en la cama. Esperaba poder
levantarse al día siguiente con la cabeza más despejada.
Abrió la puerta de su cuarto y entró. Para su sorpresa, Ron y Hermione estaban
allí, sentados sobre la cama de Ron.
—Ah, Harry... —dijo Hermione, mirándole—. ¿Fuiste a hablar con Ginny? —le
preguntó.
—Sí —respondió Harry, dejándose caer sobre su propia cama.
—¿Y?
—Nada... —contestó él. Hermione puso cara de decepción.
—Bueno, supongo que lo contará cuando esté preparada —comentó Hermione—.
En fin, me voy a dormir. Hasta mañana —se despidió, mientras besaba a Ron, que
sonrió—. Hasta mañana, Harry.
—Hasta mañana —se despidieron ambos chicos. Hermione les sonrió y salió de la
habitación.
—Oye, Harry... —dijo Ron mientras ambos se ponían sus pijamas—. Tú y Ginny...
—¿Qué? —preguntó Harry, parándose y mirando a Ron. Éste miró a su amigo un
tanto nervioso y luego continuó:
—Bueno, ya sabes... ¿Ella te..., te gusta?
Harry apartó la mirada de Ron y se puso los pantalones del pijama, pensando en
cuál era la respuesta acertada a esa pregunta.
—No lo sé —contestó, mientras apartaba las mantas y se metía en la cama—.
Creo que estoy un poco confundido... A veces pienso que sí —«muchas veces», dijo
una voz en su cabeza—, pero otras... no sé. Es que... es muy distinto de lo que sentía
con Cho. ¿Por qué? ¿Te molestaría si fuese así?
—¡Claro que no! —exclamó Ron mientras se tapaba con las sábanas—. Sería
estupendo que tú estuvieras con mi hermana, en vez de cualquier otro sujeto.
Harry se rió.
—De verdad no lo sé... Además, no sabría qué hacer, todo es demasiado
complicado ahora.
—¿No sabrías qué hacer? —preguntó Ron—. Lo sabrás —le aseguró—. Mira, yo,
al principio, con Hermione, ya sabes... tampoco sabía. Incluso tenía miedo de hacer
algo mal, o qué sé yo..., pero ya ves.
—Ron, ¿a ti te ha gustado alguna otra chica que no sea Hermione?
Ron miró al techo, pensando.
—No, creo que no... Bueno, está Fleur, ya sabes, en cuarto... Pero sólo me
parecía muy guapa, y como es medio veela..., pero nada más. No, Hermione es la
primera chica que me gustó, supongo que un poco desde siempre, con esos aires de
mandona que tenía, ¿sabes? Pero bueno, no sé, yo realmente no creía que pudiese
gustarme alguien como ella, con esos incisivos que tenía, y ese pelo, pero, por otra
parte, aunque es fuerte, parece tan..., no sé, ¿delicada? ¿Te acuerdas de cómo lloró
cuando le dije que era una pesadilla, en primero? ¿O cuando la acusé de que
Crookshanks se había comido a Scabbers?
—Sí...
Ron no dijo nada durante unos instantes y se quedó mirando al techo, ido. Luego
volvió la vista hacia Harry.
—¿No lo parece, verdad? —Harry le miró, perplejo—. Una chica frágil, quiero
decir... Es tan mandona, y tan severa a veces..., y exagera por todo, se toma las cosas
demasiado a pecho... Y no suele preocuparse por su aspecto, excepto en los bailes, y
bueno, ahora usa esa poción para el pelo, pero nada más, y por eso parece que no
destaca entre las demás, pero es guapa... —Sonrió—. ¿Sabes, Harry? Creo que no
podría gustarme otra chica que no fuera Hermione.
—Ron...
—¿Qué?
—Te estás poniendo muy cursi.
Harry recibió un almohadazo en la cara.
—Cállate —dijo Ron, que estaba completamente rojo.

—¡Ron, Harry! —oyó éste último que gritaban en la habitación, despertándole de su


confortable sueño.
Maldijo por lo bajo. Estaba tan a gusto... Abrió los ojos un poco y los volvió a
cerrar, cegado por la luz que entraba por la ventana. Luego oyó a Ron y abrió los ojos
para ver qué pasaba.
—¡Hermione! ¿Qué diablos haces? —decía Ron.
—¡Despertaros!
—¡Te odio! —gruñó Ron, tapándose la cabeza con la almohada.
—Vamos, ha pasado algo importante —susurró ella, sacudiéndole.
Harry se incorporó inmediatamente y miró a Hermione. Ella ya estaba vestida, y
parecía muy seria.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Harry. Ron sacó la cabeza de debajo de la
almohada y también miró a Hermione.
—No lo sé exactamente —contestó ella—. Oí mucho ajetreo y me desperté. Salí al
pasillo y me encontré a Fred y a George, que bajaban. Ellos me dijeron que... —su voz
comenzó a temblar— que le había pasado algo a la familia de Neville...
—¿QUÉ? —exclamó Harry—. ¿A Neville?
—Pero... —murmuró Ron—. ¿Por qué?
—¡Ay, Ron! —exclamó Hermione, poniendo los ojos en blanco—. ¿No recuerdas lo
que dijo Snape ayer? ¡Voldemort quiere vengarse de todos nosotros! Luna ya está
muerta, y nosotros tres estamos a salvo, sólo tenía a Neville a mano... —razonó
Hermione, mientras se mordía el labio inferior en señal de nerviosismo.
Ron saltó inmediatamente de la cama, ya despierto del todo, y comenzó a vestirse.
—Pero ¿qué ha pasado exactamente? —quiso saber Harry, levantándose y
cogiendo su ropa.
—No sé nada más. En cuanto Fred y George me contaron eso bajaron, y yo me
vestí y vine aquí.
A Harry empezó a darle vueltas la cabeza. ¿Estaría bien Neville? Al fin y al cabo,
vivía solo con su abuela, que ya era muy mayor...
Iba a quitarse el pijama cuando miró a Hermione, que se había sentado en la cama
de Ron, el cual se ponía los pantalones.
—Hermione... —dijo Harry—. ¿Podrías...?
—¿Eh? —se sobresaltó ella, volviendo de sus cavilaciones y mirando a Harry—.
¿Qué...? ¡Ah!, sí vale, os espero fuera —declaró, poniéndose un poco roja y saliendo
de la habitación.
Terminaron de vestirse y salieron. Hermione estaba en el pasillo, y Ginny se había
reunido con ella.
—Bajemos —dijo Hermione.
Entraron en la cocina, donde había un gran revuelo. Los padres de Hermione
hablaban con la señora Weasley, que les explicaba algo, mientras Lupin y el señor
Weasley charlaban con Mundungus y los gemelos. Todos parecían muy alterados y
preocupados, y se callaron inmediatamente al ver a Harry, Ron, Hermione y Ginny.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Harry—. ¿Qué es eso de que han atacado a la
familia de Neville?
Fue Lupin el que habló.
—Tú mismo lo has dicho: a primera hora de la mañana, dos mortífagos atacaron la
vivienda de los Longbottom...
—¿Y? ¿Qué pasó? —preguntó Hermione con apremio, mordiéndose el labio
inferior.
—Hubo mucha suerte —continuó Lupin—. Bill y Fleur estaban de guardia e
intervinieron a tiempo. Además, Neville también hizo lo suyo, dejando inconsciente a
uno de los mortífagos.
Harry sonrió, un poco más tranquilo.
—Entonces no ha pasado nada —dijo Ginny, feliz.
—No exactamente —intervino el señor Weasley con pesar—. La abuela de Neville
ha sido internada en San Mungo. Tiene heridas graves. Y a Neville le rompieron un
brazo y tiene algunas magulladuras.
—¡Oh! —exclamó Hermione.
—Pero se pondrán bien, ¿verdad? —preguntó Ron.
—Sí, lo de Neville no es grave, ya le han dado el alta. Su abuela, sin embargo,
deberá estar un tiempo en el hospital hasta que se recupere del todo.
—Pobre Neville... —murmuró Hermione.
—¿Y Bill y Fleur? —inquirió Ginny.
—Se encuentran perfectamente —respondió el señor Weasley—. Ellos traerán a
Neville aquí. Dumbledore ya se ha reunido con ellos.
—¿Traer a...? ¿Neville va a venir aquí? —preguntó Harry.
—Sí, claro. No puede quedarse solo en su casa —dijo Lupin—. Aquí estará a salvo
hasta que su abuela salga del hospital.
—Vaya... —dijo Harry—. Se pondrá contento. Cuando vinimos en el tren nos
comentó que le gustaría mucho venir aquí.
—Será mejor que vosotros desayunéis —les dijo la señora Weasley—. Yo iré a
preparar otra cama en vuestra habitación. Podríamos ponerle en otra, pero supongo
que preferiréis estar los tres juntos, ¿no? Como en Hogwarts.
—Sí, claro —afirmó Harry. Ron también asintió.
—¿Te ayudo, Molly? —preguntó la madre de Hermione.
—No es necesario, Amanda, pero si quieres...
Las dos mujeres salieron de la cocina, mientras Harry, Ron, Hermione y Ginny se
ponían a desayunar.
Comieron en silencio, sin hablar. Estaban terminando cuando oyeron ruido en el
vestíbulo, y, unos instantes después, se abrió la puerta de la cocina. Bill, Fleur y
Neville entraron.
—Pasa, Neville... —le dijo Bill con una sonrisa.
Harry miró a su compañero: estaba pálido y ojeroso. Tenía un corte ya cicatrizado
en una mejilla y el semblante triste y preocupado, aunque no ocultaba la admiración de
saberse en el cuartel general de la Orden del Fénix; su brazo izquierdo estaba
vendado.
—¡Neville! —chilló Hermione, y ella y Ginny se levantaron y fueron a abrazarle.
Neville sonrió ligeramente.
—Hola... —les dijo.
—Hola Neville —lo saludó Harry, acercándose a él, con Ron.
Cuando todo el mundo lo hubo saludado y preguntado qué tal estaba, Neville se
sentó en una silla, un tanto cortado. Entonces entraron la señora Weasley y la señora
Granger, y ambas lo saludaron.
—Neville, hijo, tu dormitorio ya está arreglado —le dijo la señora Weasley con
dulzura—. Dormirás con Harry y Ron. ¿Tienes hambre, verdad? ¿Qué quieres
desayunar?
—Eh... Unas tostadas, gracias —murmuró Neville, un tanto cohibido por tantas
atenciones.
—¿Quién lo hizo, Neville? —preguntó Harry—. ¿Quiénes fueron los cerdos que lo
hicieron? —rogó para sí mismo que la respuesta de Neville no fuera la que él
imaginaba.
Neville suspiró, al tiempo que apretaba los puños con fuerza.
—A uno no lo conocí, no sé quién era; el otro era... Richard Dullymer —informó,
mirando fugazmente a Hermione.
—¿Dullymer? —preguntó Harry, un tanto aliviado de que la respuesta de Neville
no hubiera sido «Bellatrix Lestrange».
—Sí —respondió Neville.
—Nosotros tampoco conocimos al otro —intervino Bill—, pero, por su acento, yo
diría que es extranjero. Alemán, probablemente. —Miro a Fleur, que asintió, dándole la
razón.
—Sería alguno de los mortífagos que Richard Dullymer reclutó en Alemania —dijo
Ron—. Creí que después de lo de Henry, dejaría para siempre a Voldemort...
—Yo no —repuso Harry—. Es un fanático total... Supongo que la muerte de su hijo
le habrá dado más motivos para servir a Voldemort. Probablemente nos echará toda la
culpa a nosotros.
—Estúpido asesino... —murmuró Ron con asco.
Harry le dio la razón en silencio mientras miraba a Hermione; estaba pálida y
observaba su tostada con mermelada con la mirada perdida.
—¿No cogisteis a ninguno? —inquirió Ginny, mirando a su hermano mayor.
—No —respondió Bill—. Ambos se desaparecieron al ver que éramos tres... en mi
opinión, matar no era su objetivo prioritario. Creo que lo hubiesen hecho, de haber
podido, pero a mi parecer, lo que pretendían era demostrar que están ahí de nuevo, y
que van a por vosotros, ¿verdad, Neville? Porque el tal Dullymer te dijo algo, ¿no?
Aunque no lo oí muy bien.
—Sí... —contestó Neville en tono casi inaudible.
—¿Qué te dijo? —quiso saber Lupin.
Neville negó con la cabeza.
—Nada importante, profesor Lupin... Sólo amenazas, como que volverían y cosas
así...
Cuando terminaron de comer, Harry, Ron, Hermione y Ginny acompañaron a
Neville para mostrarle su habitación.
—Bueno, Neville, ya estás en el número 12 de Grimmauld Place... —le dijo Ron,
intentando animarlo.
—Sí... Pero me gustaría haber venido por otros motivos —murmuró el chico con
tono triste.
—Tu abuela se pondrá bien, ya lo verás —le aseguró Hermione mientras entraban
en la habitación.
—Gracias por los ánimos —le agradeció Neville, sonriendo débilmente—. La casa
está genial, Harry..., y es muy grande.
—Sí, sí es grande...; y ahora está limpia, pero no te imaginas cómo era la primera
vez que entré aquí —comentó Harry—. Ponía los pelos de punta.
Harry y Ron dejaron las cosas de Neville al lado de su cama mientras los demás
tomaban asiento.
—Hermione, tengo que decirte algo... —comenzó a decir Neville, jugueteando
nerviosamente con sus manos.
—¿El qué?
—Richard Dullymer me lanzó contra una pared con una maldición —contó Neville
—. Así me partió el brazo. Pero Fleur y Bill ya se habían deshecho del otro mortífago,
que se desapareció; entonces Dullymer también decidió irse, pero antes me dijo algo...
—Sí, te amenazó —recordó Ron—. Ya lo dijiste en la cocina.
Neville negó con la cabeza.
—No, a mí no; a..., a Hermione...
La aludida miró fijamente a Neville, que había comenzado a temblar ligeramente.
—Él..., él me dijo que te diera recuerdos de su parte... Y que..., que se ocuparía
personalmente de ti, y que antes de morir gritarías el nombre de Henry hasta
destrozarte la garganta... —Neville terminó de hablar mirando al suelo. Hermione
estaba pálida.
—¡Maldito cerdo! —gritó Ron, fuera de sí—. ¿Cómo se atreve?
Ginny se acercó a Hermione y la abrazó.
—No te preocupes... No podrá hacerte nada, y aunque lograra encontrarnos, no le
dejaríamos.
—No, claro que no —corroboró Ron, que miraba fijamente a Hermione—, porque
antes lo mataré.
Dijo aquello en un tono tan frío y seguro que a Harry le dio un escalofrío. Por su
cabeza pasaron los recuerdos de los días en que Hermione había estado al borde de
la muerte y Ron y él habían jurado destruir a los mortífagos y a Voldemort al precio
que fuese.
—No digas eso... —le pidió Hermione, con los ojos llorosos—. No digas eso... No
hables de..., de matar...
—Si intenta hacerte algo, Hermione..., lo mataría sin pensarlo. Lo haría antes de
dejar que os pasara algo a alguno de vosotros.
Ron miró a Harry al decir las últimas palabras.
—Yo también lo haría —declaró éste—. Ya lo hice, de hecho.
—Esto... —dijo Ginny, intentando cambiar de tema—. Neville, ¿tu abuela está sola
en San Mungo?
—No, mi tío abuelo Algie y mi tía Enid están con ella, pero mañana por la mañana
volveré allí... Aquí hay polvos flú, ¿verdad?
—Sí —afirmó Harry—. No te preocupes por eso.
Neville asintió.
El día transcurrió lento pero entretenido. La llegada de Neville había dado mucho
que hablar, así que los cinco se pasaron toda la mañana hablando de sus respectivos
veranos. Harry le contó a Neville lo del ataque en Privet Drive, y éste apretó los puños
con fuerza al oír que el responsable había sido Rodolphus Lestrange.
Por la tarde se dispusieron a jugar con los naipes explosivos para entretenerse. La
verdad, con el día que hacía apetecía mucho más estar fuera, pero no se lo permitían,
excepto a Ron, que era el único mayor de edad, así que tuvieron que conformarse con
quedarse allí.
Estaban muy entretenidos cuando la señora Weasley abrió la puerta de la
habitación y entró con una carta en la mano.
—Neville, cariño, ha llegado esto para ti.
—¿Para mí? —preguntó el aludido, cogiendo el sobre—. Gracias, señora Weasley.
Ella le sonrió antes de volver a salir, y Neville miró la carta.
—¡Es de Sarah! —exclamó, contento.
—¿Sarah? ¿La novia de...? —preguntó Ron.
—Sí —respondió Neville, sin dejarle terminar—. Quiere saber qué tal me encuentro
—dijo, leyendo la carta—. Se ha enterado de lo sucedido por El Profeta... dice que lo
siente mucho, y que está deseando volver a verme... —añadió en voz más baja,
poniéndose muy colorado.
—¿Cómo está ella? —preguntó Hermione.
—Bueno..., lo va llevando —dijo Neville—. Pero es de Slytherin, ya sabéis, tiene
carácter y es fuerte.
—Sí... —asintió Hermione, en un murmullo.
Neville terminó de leer la carta, bastante más contento, y siguieron jugando.
Aquella noche se acostaron temprano, pues Neville estaba cansado, y al día
siguiente tendría que irse muy pronto al hospital San Mungo. Sus tíos tenían asuntos
que atender y no podrían estar allí por la mañana, y Neville no quería dejar a su
abuela sola.
—Os diría que me acompañarais, si queréis —les dijo Neville cuando se estaban
acostando—, pero hasta que mi abuela no se ponga mejor prefiero ir yo solo.
—Claro, no te preocupes —repuso Ron—. Deséale lo mejor de nuestra parte.
—Lo haré —dijo Neville—. Gracias...
—¿Por? —preguntó Harry.
—Por dejarme estar aquí, con vosotros... No sé cómo habría pasado el día si
hubiera estado solo.
—Vamos, Neville..., somos amigos —dijo Harry.
—Lo sé... —Sonrió—. Hasta mañana —se despidió, disponiéndose a dormir.
—Hasta mañana —le respondieron Harry y Ron.
Cuando Harry despertó por la mañana aún era bastante temprano, pero vio que
Neville ya no estaba en su cama.
Se incorporó, bostezando, y se levantó. Miró hacia Ron y se sobresaltó un poco al
ver que su amigo le miraba.
—¡Vaya susto me has dado! —le dijo—. ¿Cómo es que estás despierto ya?
—Me desperté cuando se levantó Neville, hace un rato, y no me pude volver a
dormir... Y buenos días, Harry —añadió, con cierta guasa.
Harry sonrió.
—Buenos días, Ron. ¿Bajamos?
—Sí, tengo hambre...
Ambos se levantaron y se vistieron. Cuando salieron de la habitación vieron a
Hermione y a Ginny, que se acercaban por el pasillo.
—Buenos días —se dijeron los cuatro a la vez.
Bajaron por las escaleras hacia el vestíbulo, y, al acercarse a la cocina, oyeron
sollozos y ruido de conversaciones.
Mirándose extrañados, y también preocupados, entraron.
Se quedaron en la puerta, mudos, contemplando la escena.
La señora Weasley estaba llorando, abrazada al señor Weasley, que estaba
blanco. Fred y George también estaban allí, con caras tristes. Lupin los miraba a
todos, y también su cara mostraba preocupación y lástima.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Ron, recobrándose rápidamente—. ¿Mamá?
—¡Ronald, Ginny! —chilló la señora Weasley, corriendo hacia ellos y abrazándolos
a ambos.
Ron y Ginny miraron a su padre.
—Acabo de enterarme en el Ministerio y he venido al instante —informó él—. Ron,
Ginny... Esta noche han atacado La Madriguera.
7

Un Encuentro Desagradable

Harry se quedó de piedra al oírlo. Ron miró a su padre con cara asustada y dijo:
—No es verdad.
—Me temo que sí, hijo... Íbamos a salir para allí ahora mismo. Los aurores han ido
a comprobar que no hay peligro...
—Pero..., pero... —balbuceaba Ginny, incrédula—, ¿por qué? ¡Allí no hay nadie!
¿A quién han atacado?
El señor Weasley apartó la mirada. La señora Weasley se separó de sus hijos y se
sentó en una silla mientras se secaba los ojos.
—Es..., es mejor que lo veáis por vosotros mismos —contestó el señor Weasley—.
Estaba a punto de hacer un traslador para ir allí todos juntos.
—¿Un traslador? —preguntó Ron—. ¿Para qué? ¿Por qué no vamos con polvos
flú?
El señor Weasley no contestó. Cogió una taza y le apuntó con su varita al tiempo
que murmuraba «¡Portus!». Harry miró a Hermione, que le devolvió la mirada. Aquello
le daba muy mala espina.
—Señor Weasley —dijo Hermione, cogiendo a Ron de la mano—. ¿Podemos ir
también Harry y yo?
—¿Eh? ¡Ah! Sí..., sí, claro que podéis... —contestó, un poco ido—. Vamos...
Fred y George cogieron a su madre cada uno por un lado y se acercaron al
traslador. Ron se acercó, todavía agarrado a Hermione, y Harry le pasó un brazo por
los hombros a Ginny. Cada uno puso un dedo en la taza.
—Remus, ¿no vienes? —le preguntó el señor Weasley.
—No, esperaré aquí por si aparece alguien —contestó. El señor Weasley asintió.
—Uno..., dos..., tres...
La cocina desapareció en un remolino de colores, y Harry se vio arrastrado hasta
volver a sentir el impacto del suelo contra sus pies, pero esta vez se mantuvo derecho.
Se apartó de la taza, al igual que los demás, y comprobó que habían aparecido en
el jardín de La Madriguera, junto al seto. Miró hacia la casa y se sintió morir; Ginny
soltó un chillido, al igual que su madre, que tuvo que ser agarrada por los gemelos
para evitar caer al suelo; el señor Weasley dio unos pasos vacilantes hacia delante,
mientras se pasaba las manos por el cabello, nervioso y sin poder creer lo que veía.
Donde antes había estado la casa, ahora no quedaban más que un montón de
escombros humeantes. Había trozos de las paredes, tablas de madera y pedazos de
muebles por todo el jardín. Se mirase donde se mirase, reinaba el caos absoluto: La
Madriguera había sido totalmente destruida.
Ron se soltó de Hermione, que ya tenía los ojos húmedos, y dio algunos pasos
vacilantes por entre los escombros. Se agachó y cogió un trozo de pared con un papel
naranja chamuscado donde aún se veían las letras «CHUD» escritas en él: un trozo de
su habitación. Ron miró el trozo de pared unos instantes, y luego lo arrojó con furia
lejos de sí, antes de caer de rodillas en el césped. Ginny se abrazó a Fred y George, y
el señor Weasley tuvo que sujetar a su esposa.
—¡Arthur! ¡Oh, Arthur! —gemía ella—. ¿Qué vamos a hacer ahora, Arthur? ¡Han
destruido nuestra casa! No..., no han dejado nada...
Enterró la cabeza en el pecho de su esposo y comenzó a llorar
desesperadamente.
—Molly... Tranquila, Molly... Nos arreglaremos, todo se solucionará, ya lo verás...
—dijo el señor Weasley intentando no mostrar su propia furia y preocupación para no
alterar más a su esposa—. Lo importante es que estamos bien...
Harry vio cómo Hermione se acercaba a Ron y le abrazaba. Se acercó a ellos
también.
—Ron..., lo siento, lo siento mucho... —dijo Hermione con la voz cargada de
tristeza.
Ron no contestó. Se dejaba abrazar por Hermione, pero su mirada estaba perdida.
—Ron... —lo volvió a llamar ella—. Ron, dime algo... —Cruzó una mirada de
impotencia con Harry.
Éste volvió a observar lo que los mortífagos habían hecho. Allí había pasado
algunos de los mejores veranos de su vida, y ahora todo estaba completamente
destruido. La casa devastada, el gallinero arrasado, los cerdos y las gallinas muertos...
¿Qué iban a hacer los Weasley ahora? No es que les faltase el dinero en esos
momentos, con el ascenso del señor Weasley y la tienda de Fred y George, pero
tampoco les sobraba. Y además, ya no era sólo una cuestión económica: en esa casa
tenían su vida, sus recuerdos...
—Nunca he tenido gran cosa —comenzó a murmurar Ron sin dirigirse a nadie—. Y
ahora ni siquiera tengo una casa.
Ni Harry ni Hermione supieron qué decir.
En ese momento, oyeron voces y tres funcionarios del Ministerio con aspecto
cansado aparecieron por el jardín. Percy venía con ellos, y parecía en otro planeta.
Miraba a su alrededor con aspecto distraído, como si no viera lo que le rodeaba.
También parecía muy cansado y estaba aún más pálido y ojeroso que en la reunión de
la Orden acaecida dos días antes.
—¡Percy! —gritó su madre al verle, corriendo hacia él—. ¡Percy!, ¿has visto esto?
¿Has visto lo que han hecho con nuestra casa?
—Sí, mamá... —dijo Percy calmadamente—; lo he visto.
—Lo siento, Arthur —dijo uno de los otros funcionarios—. Lamento esto... Es
realmente terrible...
El señor Weasley asintió.
—Gracias por ocuparte de todo, Philipp...
—De nada... —contestó Philipp—. Oye, Arthur —agregó, mirando al resto de los
Weasley—, es mejor que os vayáis, aquí no podéis hacer nada. Ya nos hemos
ocupado nosotros de los muggles del pueblo...
—¿De los muggles? —preguntó Hermione sin poder evitarlo, volviéndose hacia el
funcionario—. ¿Qué les ha pasado?
—Hemos tenido que modificarles la memoria —explicó otro de los funcionarios—.
La explosión se ha oído en todo el lugar, y luego han visto la Marca Tenebrosa...
El señor Weasley asintió de nuevo.
—Sí, es mejor que lleve a mi familia a Londres... Luego volveré con Bill a ver qué
se puede hacer...
La señora Weasley sollozó aún más fuerte.
—Vamos querida... —dijo el señor Weasley tomando por los hombros a su esposa
y recogiendo de nuevo el traslador.
—¡No! Quiero quedarme. ¡Ésta es mi casa, Arthur! Hay..., hay mucho que hacer,
mucho que recoger y que limpiar, mucho que...
El señor Weasley la volvió a abrazar contra sí, apretándola con fuerza, mientras
algunas lágrimas corrían por su cara.
—No Molly, no... Nosotros nos ocuparemos, querida... Tú no te encuentras bien...
Harry miraba a la señora Weasley con una pena infinita. Ella era realmente la que
más lástima le daba. Ya estaba lo suficientemente mal, sin que además tuviera que
presenciar la completa destrucción de su casa.
Ella, sin dejar de sollozar, se dejó guiar finalmente por el señor Weasley, quien
cogió la taza-traslador.
Hermione ayudó a Ron a acercarse. Él la siguió, al parecer sin darse mucha
cuenta de lo que hacía. Percy, sin embargo, dijo que se quedaba allí a esperar por su
padre y por Bill. El señor Weasley asintió y un instante después fueron devueltos a
Grimmauld Place.
Una vez aparecieron allí, Ron salió de la cocina como una tromba sin decir nada a
nadie. Harry y Hermione se quedaron mirando hacia la puerta, pero no se atrevieron a
seguirle.
Lupin miró a Harry.
—¿Es muy grave? —le preguntó.
Harry asintió.
—¿Qué vamos a hacer, Arthur? ¿Dónde vamos a vivir ahora? —decía la señora
Weasley.
El señor Weasley la abrazó de nuevo, sin saber qué contestar. Fred y George
estaban cabizbajos, y Ginny miraba a su madre llorando.
Harry los miró a todos. Aquella era su familia, y él no les iba a dejar en la estacada
cuando ellos habían hecho tanto por él. Les ayudaría, lo quisieran o no.
—Señora Weasley..., señor Weasley... —dijo tímidamente, acercándose a ellos—.
No se preocupen... Pueden vivir aquí todo el tiempo que quieran. Como si quieren
quedarse para siempre —añadió—. Esta casa es muy grande y..., y yo estaría
encantado de tenerles aquí. A todos.
—¡Oh, Harry! —sollozó la señora Weasley, abrazándole—. Eres tan amable...
—Gracias, Harry. De veras te lo agradecemos... —le dijo el señor Weasley,
poniéndole una mano en el hombro.
—Es lo mínimo que puedo hacer. Ustedes siempre me han aceptado en su casa.
Ron es como un hermano para mí. Todo lo que tengo es suyo. Lo que necesiten.
La señora Weasley le abrazó aún más fuerte.
—Gracias, cariño..., gracias...
Harry le devolvió el abrazo a la señora Weasley y la apretó contra sí. Se preguntó
si aquello era lo que se sentía al abrazar a una madre, porque la señora Weasley era
lo más parecido a una madre que tenía.
—Bueno, yo..., yo voy a buscar a Bill e iremos otra vez a La Madriguera —dijo el
señor Weasley—. Percy nos espera. Remus... —comenzó, mirando a Lupin.
—No te preocupes, Arthur —respondió Lupin inmediatamente—. Yo cuidaré a
Molly. Vete tranquilo.
El señor Weasley asintió y desapareció. Harry se separó de la señora Weasley y
miró a Hermione, que le devolvió la mirada.
—Será mejor que prepare un té —dijo Lupin, mirando a la señora Weasley.
—Nosotros..., nosotros vamos a la tienda —intervino Fred—. Lee querrá saber qué
ha pasado, y en fin..., con todo esto, vamos a necesitar... —meneó la cabeza—.
Bueno, nos vemos para comer.
Ambos gemelos dieron un beso a su madre y luego desaparecieron.
Cuando Lupin hubo preparado el té, Harry dijo:
—Vamos a hablar con Ron. Le llevaremos también una taza. Le hará bien.
Hermione asintió y ambos salieron de la cocina. Subieron hasta el cuarto de Harry
y Ron, esperando encontrar a Ron allí. Efectivamente, allí estaba, acurrucado en una
esquina de la habitación y con la cabeza entre las piernas. Tenía ante él la jarra de
agua, a la cual le daba un toque con su varita, destrozándola, y luego, con otro toque,
la reparaba.
—¿Ron? —dijo Harry—. Ron, ¿estás bien?
—Dejadme solo, por favor... —pidió él.
—Ron, por favor... —suplicó Hermione—. No te hundas. Te hemos traído un té.
Tómatelo, te hará bien...
—¿Que no me hunda? —exclamó Ron, levantando la vista hacia ellos—. ¿Tú viste
lo mismo que yo, Hermione? ¿Viste lo que le hicieron a mi casa? ¡Ya ni siquiera tengo
una casa! ¡No tengo nada!
—¡Eso no es cierto! ¿Entiendes? —chilló Hermione, mirándole con reproche y con
las lágrimas saliéndole de los ojos—. ¡Tienes a tu familia! Y nos tienes a nosotros...
Me-me tienes a mí...
Ron la miró fijamente, pero no dijo nada y volvió a bajar la cabeza. Luego le dio un
sorbo al té.
Harry se sentó en la cama de Neville y miró hacia sus amigos.
—Quería deciros esto más adelante, pero, dadas las circunstancias... —comenzó
a decir. Ron y Hermione se volvieron hacia él—. Éste es nuestro último año en
Hogwarts —continuó—. Si tenemos suerte —«y seguimos vivos», pensó para sí— el
año que viene estaremos en la Academia de Aurores, Ron, y tendremos que estudiar
tres años más aquí, en Londres. Hermione, no sé qué piensas hacer tú, pero, sea lo
que sea, también necesitarás un sitio donde vivir...
—¿Qué intentas decirnos, Harry? —preguntó ella.
—Quiero deciros que no quiero que nos separemos al terminar Hogwarts. Quiero
que os vengáis a vivir aquí conmigo. Los dos. Quiero que esta casa sea de los tres.
Eso quiero.
Ron y Hermione le miraron asombrados.
—Harry... —musitó Hermione—. ¿Vivir aquí? ¿Los tres?
—Sí. Esta casa es muy grande para mí solo... Quiero..., quiero vivir con una
familia, y vosotros sois mi familia. Mi única familia. ¿Qué decís?
—La verdad, Harry, es..., es... inesperado —dijo Hermione, muy sorprendida.
—¿Te acuerdas de la noche de la batalla, en la enfermería? —le preguntó Harry.
Hermione asintió—. Nos preguntaste a mí y a Ron si seguiríamos siempre juntos...
Bueno, ahora podemos. Os doy esa oportunidad.
Ron miró a Harry y sonrió.
—Yo... Gracias, Harry. Significa mucho para mí. Claro que acepto. Buscaré un
trabajo, por ejemplo, como ayudante de Fred y George; y te pagaré...
—Nada de eso —lo cortó Harry—. Os estoy ofreciendo que esta casa sea de los
tres, no sólo mía. Nada de alquileres ni cosas así. Quiero que la compartamos.
—¿Compartirla? —dijo Ron—. ¿De verdad?
—Sí, Ron, de verdad... ¿Para qué quiero que me paguéis? En mi cámara de
Gringotts hay mucho dinero aún, y en la de Sirius más todavía. El dinero no me
preocupa, y —añadió, viendo la cara de pena de Ron—, a vosotros tampoco os
preocupará.
Ron sonrió, aunque con un aire de ligera tristeza, y tomó otro sorbo de té.
—¿Qué dices tú, Hermione? —le preguntó Harry.
—No podría dejaros solos en una casa —dijo ella esbozando una sonrisa—.
Seríais un completo desastre.
Los tres se rieron, un poco más relajados, y Hermione los abrazó a ambos.
Pasaron el resto de la mañana allí, hablando, recordando vivencias del pasado,
riendo o simplemente disfrutando de la mutua compañía que se ofrecían. Cuando llegó
la hora de comer, Ron estaba mucho más animado.
La señora Weasley, sin embargo, era otro cantar. En la comida apenas probó
bocado, y parecía estar con la cabeza en otra parte. También el señor Weasley estaba
silencioso. La comida resultó pesada y triste, y Harry se alegró de que terminara para
poder salir de la cocina.
Se levantó antes que nadie y pasó al salón contiguo, donde se dejó caer en una
butaca. Pensaba en los Weasley y en los Longbottom. Dos días antes Snape había
aparecido, informando de un nuevo asesinato y de la firme determinación de
Voldemort de vengarse de Neville, Hermione, Ron y él, ya que Ginny parecía estar a
salvo. Y dos días después la abuela de Neville estaba en el hospital, herida de
gravedad, Neville tenía un brazo roto y La Madriguera había sido arrasada... ¿Qué
sería lo próximo? Ellos estaban a salvo en Grimmauld Place. ¿Qué planes urdiría
Voldemort? ¿Esperar a que estuvieran en Hogwarts? Harry no lo creía, porque
Hogwarts era un lugar seguro, allí estaba Dumbledore... «Sí, pero el último año
Hogwarts no fue un lugar muy seguro, ¿verdad?», replicó una voz en su cabeza. Sí,
aquello era cierto... Pero el causante de los ataques estaba muerto. ¿Podría
Voldemort volver a meter un mortífago en el castillo? Harry no lo creía, porque la
profesora McGonagall había dicho que este año habría mucha más seguridad.
¿Entonces? ¿Qué podrían hacer? ¿A quién podrían atacar? La respuesta flotó desde
el interior de su cabeza de forma automática: los Granger. Era cierto que los padres de
Hermione vivían en Grimmauld Place, pero acudían a trabajar a su consulta cada día,
yendo en un traslador hasta su casa. ¿Podrían ser atacados en esos momentos? Era
arriesgado atacar de día en una zona muggle, pero a Harry le parecía que a Voldemort
el Estatuto Internacional del Secreto de los Brujos le traía sin cuidado. No pudo evitar
que un creciente temor por los padres de Hermione emergiera en él.
Estaba en esas cavilaciones cuando la puerta se abrió y Lupin entró en la
habitación.
—¿Estás bien, Harry? —le preguntó, sentándose en un sillón frente a él.
—Sí, sólo pensaba. Remus, ¿y si vuelven a intentar atacar a los padres de
Hermione?
—Bueno, Harry, ellos ahora viven aquí...
—Sí, lo sé, pero van a trabajar, ¿no? ¿Y si los atacan mientras tanto?
Lupin bajó la cabeza.
—No podemos proteger a todo el mundo todo el tiempo —expuso—. Will y
Amanda saben a lo que se exponen, pero no están dispuestos a renunciar a su vida.
—Lo sé —dijo Harry.
—Lo que hiciste por los Weasley estuvo muy bien —elogió Lupin, sonriendo.
—Es lo mínimo que puedo hacer por ellos. Les daría la mitad del dinero que tengo
para que reconstruyeran la casa, pero no lo aceptarían.
Lupin asintió, pero no dijo nada.
—Fue horrible ver aquello —siguió hablando Harry—. Estaba todo destrozado,
todo... No puedo creer que La Madriguera ya no exista, simplemente no puedo...
—Ya. Ginny y Molly me lo contaron... Molly está deshecha.
—Todo lo que tenían, o casi, estaba en esa casa... y lo han perdido.
—La guerra es horrible —comentó Lupin con tristeza—. Horrible. Y sólo está
empezando. Aún no es comparable a hace diecisiete años. Entonces nunca se había
llegado a atacar el Ministerio de Magia, pero había muchos pequeños incidentes como
éstos. La gente estaba tan asustada... —Lupin se recostó y miró al techo, perdido en
pensamientos del pasado—. Recuerdo que ibas por el callejón Diagon y todo el mundo
miraba a todo el mundo, receloso. Cualquier persona conocida que hiciera algo fuera
de lo común era puesta inmediatamente bajo sospecha, temiendo que pudiera estar
controlada por la maldición imperius, o incluso que se hubiera pasado al otro bando.
No te imaginas el grado de paranoia al que se llegó. Cada semana había nuevas
muertes o nuevas desapariciones, torturas, ataques... No te lo puedes ni imaginar. Y
para los que estábamos en la Orden era peor, porque cualquier día podía ser el último.
Cuando te separabas de alguien nunca sabías si le volverías a ver...
»No debería extrañarte lo famoso que eres —Lupin sonrió—, o que todo el mundo
quisiera conocerte. No comprendes lo que significó para el mundo mágico enterarse
de que Voldemort había desaparecido al intentar matarte y que tú habías sobrevivido.
Muchos tardaron semanas en creérselo. Habían sido unos años tan nefastos...
Harry recordó los días previos a su enfrentamiento con los mortífagos y el ataque
al Ministerio, cuando los rumores y el pánico corrían por Hogwarts y todo el mundo
tenía miedo. ¿Sería todo así ese año? Deseó con todas sus fuerzas que no, pero no
tenía muchas esperanzas de que sus deseos se cumplieran.
Se quedó allí durante mucho tiempo, acompañado por Lupin, charlando... o más
bien escuchando, ya que prácticamente sólo hablaba Lupin, Harry se limitaba a
escuchar, visualizando en su mente todo lo que Lupin le contaba acerca de la primera
guerra contra Voldemort, de lo que habían hecho él, Sirius, sus padres... Parecía que
al último amigo de su padre hablar le sentaba bien, y Harry llegó a pensar que seguiría
hablando incluso si él salía del salón y lo dejaba solo.
Dejaron de hablar cuando Lupin tuvo que atender una llamada de Dumbledore, y
Harry volvió a quedarse solo en el salón. Sin embargo, después de que saliera Lupin,
entró Ginny y se sentó a su lado.
—Hola —dijo.
—Hola —contestó Ginny sombríamente.
—¿Qué tal te encuentras?
—Mal —respondió la chica, dirigiendo su mirada triste hacia el suelo—. Me
apetecía hablar, pero pensé que querrías estar solo con Lupin...
Harry asintió, esperando a que continuara.
—Es horrible, Harry. No te imaginas lo que sentí al ver así mi casa... Es..., es como
perderlo todo, o casi todo. Nací allí. Me crié allí...
—Lo sé, Ginny —dijo Harry—. No sé exactamente cómo te sientes, pero fíjate en
mí: yo nunca conocí la casa donde vivía con mis padres, excepto por los recuerdos de
Voldemort. Jamás he estado allí...
—Ron y Hermione me han contado que les propusiste vivir aquí cuando terminéis
en Hogwarts...
—Sí...
—Os voy a echar mucho de menos el año que viene —manifestó ella.
Harry la miró, y la chica le devolvió la mirada.
—¿Sabes? —dijo él—. Yo también te voy a echar mucho de menos.
Ginny se acercó más a él y le abrazó.
—¿Puedo decirte una cosa, Ginny? —le preguntó Harry.
—Claro.
—Es sobre lo que les ofrecí a Ron y a Hermione...
—Sí. ¿Qué pasa?
—Les dije que viviríamos los tres aquí, que estaríamos juntos, pero...
—Pero tienes miedo, ¿verdad? —completó ella.
—Sí —asintió él—. No sé si sobreviviré la próxima vez que me enfrente a
Voldemort. No sé si estaré vivo para poder vivir aquí alguna vez, con ellos..., contigo...
—¿Conmigo? —preguntó ella, incorporándose y mirándole fijamente.
Harry se encogió de hombros.
—No sé, tal vez cuando termines en Hogwarts, tú también quieras vivir aquí...
Digo, tal vez, si te apetece. Esta casa es inmensa.
Ginny sonrió.
—Tendré que pensármelo —declaró—. Pero gracias por el ofrecimiento.
—De nada. Sabes que para mí es estupendo teneros a todos aquí. Sólo así siento
que tengo una familia de verdad.
—Lo sé.
—Por cierto, ¿dónde están Ron y Hermione?
—Salieron de la cocina un poco después que tú. Supongo que están en vuestro
cuarto —contestó ella.
—Bueno..., supongo que no querrán que se los moleste —comentó Harry—. ¿Te
apetece jugar al ajedrez? Contigo resulta más emocionante que con Ron: con él sé
que siempre pierdo.
—Vale —aceptó Ginny—. Me ayudará a olvidarme un poco de todo lo que ha
pasado.
Harry se levantó y cogió un tablero y las piezas que había en uno de los muebles y
volvió a sentarse enfrente de Ginny.
Jugaron durante varias horas, hasta que, poco antes de la hora de la cena, se
abrió la puerta y entró Neville.
—Hola... —dijo, con la voz algo apagada.
—Hola Neville —saludaron Ginny y Harry—. ¿Qué tal estás? ¿Cómo va tu abuela?
—Bien, gracias —contestó Neville—. Y mi abuela ya está mucho mejor. Ya ha
despertado. —Neville parecía feliz. Sin embargo, su expresión volvió a entristecerse al
dirigirse a Ginny—. Ginny, leí en El Profeta lo que había pasado con tu casa... Lo
siento mucho.
—Gracias, Neville..., pero, al menos, mi familia se encuentra bien, y eso es lo más
importante.
Neville asintió.
—¿Qué vais a hacer ahora? —preguntó—. ¿Vais a reconstruir la casa?
Ginny se encogió de hombros.
—Supongo —dijo—. Mi padre y mis hermanos Bill y Percy han estado allí toda la
mañana y parte de la tarde, limpiando... Reconstruiremos la casa, aunque no sé de
dónde vamos a sacar el dinero...
Harry la miró.
—Ginny, por el dinero no tenéis que...
—No, Harry —le cortó ella con decisión—. No sigas.
—¿Por qué no? —exclamó él, enfadándose—. ¿Por qué no? ¿No podéis tragaros
el orgullo ni siquiera en una ocasión como ésta? ¿Acaso yo no he comido en tu casa?
¿Alguna vez he dicho: «No, no me den de comer, tengo dinero para pagarme mi
propia comida»? No, ¿verdad? Dime, Ginny, ¿por qué no puedo ayudaros? ¡Tú misma
me dijiste que erais mi familia! ¡Y la familia se ayuda!
Ginny no respondió.
—No sé cuánto dinero hay en mi cámara de Gringotts, pero es mucho, puedo
asegurártelo. ¿Para qué lo quiero yo todo?
—Está bien, Harry... Pero mis padres nunca te lo aceptarán y lo sabes —repuso
Ginny.
—Eso ya se verá —replicó Harry.

Una hora después, aproximadamente, la señora Weasley los llamó para cenar. Ron y
Hermione ya habían bajado, y los cinco estaban en el salón, jugando una partida de
gobstones.
Pasaron a la cocina y ayudaron a poner la mesa. Harry observó que la señora
Weasley aún estaba muy decaída; el señor Weasley, por su parte, estaba sentado
hablando con Bill. Ambos parecían muy cansados. Harry se acercó a ellos.
—Señor Weasley, ¿puedo hablar un momento con usted? —le preguntó.
—Eh, sí, claro, Harry... —dijo él, levantándose. Harry entró en la despensa y el
señor Weasley le siguió.
—Señor Weasley —comenzó Harry, entornando la puerta—, Ginny me ha dicho
que van a reconstruir La Madriguera...
—Sí, vamos a intentar que quede como antes, aunque vayamos poco a poco
—explicó el señor Weasley—. De momento, ya hemos limpiado todo el destrozo...
—Me alegro —dijo Harry—. Mire, yo quería decirle que..., bueno, si necesitan..., no
sé, cualquier cosa..., dinero, por ejemplo, yo puedo...
El señor Weasley apoyó sus manos en los hombros de Harry, instándolo a
callarse.
—Te lo agradezco, Harry, pero no podría aceptarlo.
—¿Por qué no? Ustedes lo necesitan, y a mí me sobra. ¿Para qué lo quiero? Por
favor, señor Weasley, sea sensato —suplicó—. Déjeme ayudarles. No tiene por qué
decírselo ni a Ron ni a su esposa... Pero siento que si no les ayudo de alguna manera
no me lo perdonaría jamás. Ustedes han hecho muchísimo por mí...
El señor Weasley suspiró.
—Está bien, Harry. Si es tan importante para ti... Te prometo que si necesitamos
ayuda, te la pediré. Pero —añadió, levantando un dedo en señal de advertencia—,
siempre será dinero a devolver, ¿entendido? Aceptaré un préstamo, no una donación.
Ya haces suficiente dejándonos vivir aquí hasta que la casa esté reconstruida.
—Está bien —aceptó Harry, sonriendo. Algo era algo.
Ambos salieron de la despensa con zumo de calabaza, pan y otras cosas, para
que no pareciera que habían ido simplemente a hablar.
La cena resultó un poco más amena que la comida. El señor Weasley comentó
que habían logrado salvar algunas cosas de la casa, aunque con trabajo, y que habían
reparado con la magia varios muebles, como el reloj que marcaba la posición de cada
miembro de la familia.
La señora Weasley sonrió algo al escuchar esas noticias.
—Por supuesto, aún queda mucho por mirar —continuó explicando el señor
Weasley—. Pero hemos separado varios restos que, con algo de trabajo, podrían ser
reparados.
—Pero la casa no —dijo Ron.
—No, la casa no, pero la reconstruiremos —dijo Bill—. Trabajaremos todos, y,
antes de que nos demos cuenta, La Madriguera volverá a ser lo que era.
—El próximo día yo iré a ayudar —declaró Ron.
—No volveremos hasta el sábado —indicó el señor Weasley—. Bill, Percy y yo
tenemos que trabajar. Ya hemos perdido un día completo, y tal y como están las
cosas...
—Me muero por salir de aquí —manifestó Ron.
—Bueno... —intervino Neville, un poco nervioso al notar que todos lo miraban—.
Mañana voy a ir a visitar a mi abuela a San Mungo otra vez, si queréis venir, podéis
—ofreció.
—Me parece buena idea —dijo la señora Weasley, hablando por primera vez en la
cena—. Id a visitar a la abuela de Neville.
A la mañana siguiente, por tanto, la señora Weasley los despertó a las nueve en
punto. Aún medio dormidos, los tres se vistieron y bajaron a la cocina a desayunar,
donde ya estaban Ginny y Hermione.
En cuanto hubieron acabado, Harry cogió la vasija de polvos flú que había encima
de la chimenea y les fue ofreciendo un poco a cada uno. Él pasó de último.
Salió por una de las chimeneas del vestíbulo del hospital, la misma por la cual
habían entrado cuando habían ido a ver a los padres de Hermione, la Navidad
anterior.
—¿En qué planta está, Neville? —preguntó Ginny.
—En la cuarta —respondió éste—. Daños Provocados por Hechizos, sala Janice
Hutton, enfermos no permanentes.
—¿Janice Hutton? —repitió Hermione—. Ahí es donde estuvieron mis padres
—comentó, mientras subían las escaleras hacia la cuarta planta.
Neville entró en la sala primero, y salió unos minutos después.
—Podéis pasar —anunció—. El sanador Filsfweet ha dado permiso, pero sólo
podemos quedarnos todos media hora.
—De acuerdo —dijo Harry, siguiendo a Neville.
Entraron en la sala. La señora Longbottom se encontraba al fondo, cerca de una
ventana. Estaba sola.
—¿Tus tíos no están? —le preguntó Harry a Neville.
—Vendrán más tarde —contestó él.
La abuela de Neville estaba despierta, y no llevaba ningún tipo de vendaje, pero su
mesilla estaba llena de pociones de diferentes tipos y colores. Harry apreció que, a
diferencia de cuándo la había visto anteriormente, con su vestido, su bolso, su
sombrero y su mirada severa; acostada en la cama, con el camisón y despeinada,
parecía mucho más mayor y muy desvalida.
La anciana les miró y se alegró mucho al ver a sus visitantes.
—¡Oh! Cuántas visitas —dijo ella, alegre—. Buenos días, muchachos... Harry
Potter, Ginny y Ronald Weasley y Hermione Granger… Gracias por venir a verme, y,
sobre todo, por cuidar de Neville mientras tanto.
—De nada, señora —respondió Hermione con una débil sonrisa—. ¿Cómo se
encuentra?
—No tan bien como me gustaría —respondió ella—. Los ancianos ya no somos
como los jóvenes cuando se trata de enfrentarse a los magos tenebrosos... Pero
podría ser peor —añadió, con un asomo de sonrisa—. Y lo habría sido si mi Neville no
hubiera estado allí.
Neville se puso colorado, y agarró una de las manos de su abuela.
—¿Sabes, querido? Creo que siempre he sido muy injusta contigo. Eres digno hijo
de tus padres... Estoy segura de que ellos se sentirían muy orgullosos de ti.
Neville bajó la cabeza al escuchar aquello y Harry apreció cómo una lágrima le
corría por la mejilla. Intentó limpiársela disimuladamente.
—Esto... ¿y qué le hicieron los mortífagos, señora Longbottom? —preguntó Ginny
rápidamente, dirigiéndole una fugaz mirada a Neville.
—Me lanzaron algún tipo de maldición —explicó ella—. No sé exactamente cuál, o
bueno, más bien cuáles. El sanador Filsfweet opina que me lanzaron al menos tres
tipos de conjuros distintos y dos hechizos aturdidores. A mi edad, eso ya no es una
broma.
Harry, que recordaba cómo la profesora McGonagall había tenido que pasar varios
días en San Mungo a causa de cuatro hechizos aturdidores lanzados al pecho año y
medio antes, asintió, comprendiendo.
—Y decidme, queridos —añadió la señora Longbottom, mirando hacia Ginny y Ron
—. ¿Cómo se encuentran vuestros padres? Ayer mi nieto me contó que El Profeta
informaba de que habían atacado vuestra casa...
Ron y Ginny bajaron la cabeza, asintiendo lentamente.
—Mis padres se encuentran bien. Físicamente, al menos —respondió Ron—. Pero
mi madre está muy deprimida. Destruyeron la casa totalmente.
—Lo siento mucho —dijo la anciana con sinceridad—. Esta guerra es terrible. Me
pregunto cuándo se terminará de una vez...
Harry miró hacia la ventana. La guerra no terminaría hasta que él se enfrentase a
Voldemort de forma definitiva, quizás muriendo en la batalla. Se hizo el silencio
durante unos minutos, hasta que la señora Longbottom volvió a hablar:
—Harry, hijo, gracias por dejar que Neville se quede en tu casa...
—No tiene nada que agradecerme, señora Longbottom. Todos estamos
encantados de que Neville esté allí.
Neville sonrió.
—Este verano os presentaréis todos a los exámenes de Aparición, ¿no es cierto?
—preguntó la anciana—. Neville también los hará.
—Yo no —puntualizó Ginny—-. Aún no tengo la edad.
—Ah, claro, tú eres un año más joven, ¿no?
Ginny asintió.
—Pues si tú también vas a hacer los exámenes, Neville, puedes venir cuando
vayamos nosotros —sugirió Ron—. Creo que empezaremos la semana que viene ya.
¿Te vas a quedar en Grimmauld Place todo el verano?
—No —contestó Neville—. Sólo hasta que mi abuela vuelva a casa. No puedo
dejarla sola.
—Pero, ¿no estaréis en peligro? —dijo Hermione.
—Dumbledore se encargará de todo —respondió Neville.
Se quedaron allí durante unos diez minutos más, hasta que el sanador Filsfweet se
acercó, acompañado por una enfermera.
—Vaya, les veo por aquí muy a menudo —comentó el sanador, mirando a Harry,
Ron, Ginny y Hermione—. ¿Qué tal están sus padres, señorita Granger?
—Bien, gracias —contestó Hermione, sorprendida de que el sanador se acordara
de ella.
—Me alegro, me alegro, no tenemos muggles por aquí muy a menudo, y menos a
muggles a los cuales no se les modifique la memoria... Bueno, ahora, si no les
importa, deben salir. Tenemos que darle sus pociones a la señora Longbottom.
—Bien, ya nos vamos —asintió Neville—. Volveremos más tarde, abuela —le dijo,
dándole un beso.
Salieron lentamente de la sala hacia el pasillo.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Ginny—. ¿Volvemos a casa?
—No —dijo Neville—. Al menos, yo no. Voy a ir a tomar un café. ¿Queréis?
Los otros cuatro asintieron.
Por tanto, subieron hasta la cafetería. Se sentaron en una mesa y pidieron cinco
cafés y unos bollos rellenos de chocolate. Hablaron algo, pero no mucho. Cada uno
estaba sumido en sus propios recuerdos y pensamientos.
—El sanador Filsfweet tiene razón. Últimamente venimos mucho por aquí, ¿no
creéis? —comentó Ginny, y todos la miraron—: hace dos años papá, en Navidad los
padres de Hermione y Lupin, hace poco papá otra vez, ahora la abuela de Neville...
—Mientras sólo tengamos que venir aquí no está mal de todo —dejó caer Harry
con voz débil.
Nadie replicó nada a estas palabras.
—¿Por qué no te trajeron aquí nunca para que te revisaran? —le preguntó Harry a
Ginny.
—¿Eh? Pues, no sé... Estoy bien, y la señora Pomfrey dijo que no tenía nada
raro...
—De todas formas, deberías haber venido. Que no te haya pasado aún nada malo
no quiere decir que no pueda pasarte.
—Vamos, Harry, deja eso ya —le pidió Ginny.
—Pues yo opino que tiene razón, Ginny —terció Hermione, mirándola—. Te lo he
dicho varias veces.
—Sí —respondió Ginny, exasperada—. Y yo ya te he dicho un montón de veces
que estoy perfectamente.
—Mira, ya sé que te encuentras bien, y todo eso, pero...
Pero Ginny no parecía escucharle.
—Deberías dejar de hablar de mí y mirar quién acaba de entrar —dijo ella, mirando
por encima de Harry hacia la puerta.
Harry, al igual que los demás, se volvió y miró en aquella dirección. Tardó en
reconocer al chico que había entrado, y sólo se dio cuenta cuando él les miró.
Era Warrington, el capitán del equipo de quidditch de Slytherin al que Henry
Dullymer habían envenado en enero, dejándole al borde de la muerte. A Harry no le
extrañó que no le hubieran reconocido al principio, estaba muy desmejorado. Tenía el
pelo muy corto, y, aunque antes había sido muy corpulento, ahora estaba delgado y
consumido, con la cara muy pálida. Caminaba apoyado en un bastón, con aspecto
cansado.
—Richard... —soltó Harry.
Warrington se quedó mirando hacia ellos, sorprendido de verles allí.
—Oh, vaya... Hola, Potter. Weasley, Granger, Longbottom... ¿Qué hacéis aquí?
—Vinimos a ver a la abuela de Neville —dijo Harry, que se había levantado y se
acercaba a Warrington. Le tendió la mano—. La hirieron hace poco. No sabía que
hubieras despertado ya... ¿Cómo te encuentras?
—Ah, sí —respondió Warrington, estrechando la mano de Harry y luego las de los
demás—. Lo leí en El Profeta. En cuanto a mí, desperté hace unos quince días, más o
menos, pero apenas me dejan levantarme aún.
—Nos alegramos de que te hayas recuperado —dijo Ron—. Fue horrible lo que te
hizo Dullymer.
Warrington apretó el bastón con fuerza y su rostro se tensó al oír el nombre.
—Sí... Me gustaría encontrarme con él cara a cara —dijo—. Pero ya me contaron
que hubo una batalla y que desapareció, o que murió...
—Sí, está muerto —murmuró Hermione, bajando la cabeza.
—Se lo merece —soltó Warrington sin cortarse—. Me contaron que había matado
a Aldus... Me gustaría haberle matado yo mismo...
Hermione se estremeció, y Warrington la miró.
—¿Qué te pasa? —preguntó.
—Fue ella la que provocó que Dullymer muriera —explicó Harry.
—Oh... —soltó Warrington, sin saber qué decir.
—Y... ¿cuándo vas a salir de aquí? —quiso saber Ron, cambiando de tema.
—Espero estar fuera antes de que comience el curso en Hogwarts —respondió—.
Tengo ganas de volver al colegio...
—¿Al colegio? —se extrañó Ginny—. Pero tú ya estabas en séptimo...
—Sí, pero no terminé el curso —explicó Warrington—. Tengo que hacer los
EXTASIS... Además, creo que Hogwarts es el mejor lugar para estar. La sanadora
Smelthy me dijo que habían tenido que poner vigilancia en mi habitación...
—Sí, Flint nos contó que habían querido matarte por si despertabas y delatabas a
Henry —aclaró Ron. Warrington le miró con el ceño fruncido.
—¿Flint? ¿Te refieres a Marcus Flint? —preguntó, incrédulo.
—Sí —contestó Ron—. Ahora es un mortífago. Le detuvieron en mayo.
—¿Y dices que él quería verme muerto?
—Sí —repitió Ron, y añadió, con cierta inseguridad—: Lo siento.
—No pasa nada —dijo Warrington, aunque parecía decepcionado, o triste—.
Bueno, venía a buscar algo de comer que no fuera lo que me dan abajo, y luego
regresaré a mi habitación. No puedo estar deambulando por el hospital mucho tiempo.
—Está bien —dijo Harry, asintiendo—. Ya nos veremos en Hogwarts, entonces.
Mejórate.
—Sí, nos veremos allí —afirmó Warrington, sonriendo—. Hasta luego.
Warrington se acercó al camarero y Harry, Ron, Hermione, Ginny y Neville
abandonaron la cafetería y bajaron hasta la cuarta planta.
—¿Habrán terminado ya de atender a tu abuela, Neville? —preguntó Hermione.
—No, no creo... Después de darle las pociones debe dormir algunas horas.
—¿Qué hacemos, entonces? —inquirió Ron.
Neville caminó, separándose de ellos, y se quedó mirando hacia la sala Janus
Thickey.
—Harry... —dijo, con la voz excesivamente calmada—. ¿Te apetece entrar?
¿Quieres... conocer a mis padres? —preguntó, tragando con fuerza e intentando
mantener la voz tranquila.
Harry no supo qué contestar. Neville seguía mirando a las puertas. Harry cruzó
una mirada con Ron y Hermione. Ambos se encogieron de hombros.
—Sí..., sí quiero —dijo Harry. Realmente lo había deseado, sobre todo desde que
se había enterado de que la madre de Neville y la suya propia habían sido grandes
amigas en Hogwarts. Sin embargo, no sabía si serviría de mucho ver a los padres de
Neville en el estado en que se encontraban. Aún recordaba el encuentro con Neville y
su abuela, cuando venían de ver a los Longbottom, dos años antes. Recordaba
perfectamente cómo Alice se había acercado a Neville para darle el envoltorio de un
chicle; recordaba su mirada perdida y soñadora; recordaba su aspecto pálido y su cara
enjuta, como si fuera un fantasma corpóreo, o un alma en pena. Sorprendentemente,
Harry descubrió que aquello era justamente lo que era Alice Longbottom en aquellos
momentos, lo que había sido durante dieciséis años: un alma en pena.
Neville asintió ante la contestación de Harry y llamó a la puerta, que estaba
cerrada. Al poco rato, la misma sanadora que les había hablado dos años antes abrió
y miró quién había llamado. Miró hacia Neville y sonrió.
—Hola Neville —dijo con cierta ternura—. ¿Vienes a ver a tus padres?
—Sí, vengo a ver a mis padres... y mis amigos también —contestó, señalando con
la mano a Harry, Ron, Ginny y Hermione, que estaban tras él.
—Oh, vaya. Es la primera vez que traes a alguien que no es de tu familia... Bueno
—añadió, suspirando—, quizás les haga bien...
Abrió la puerta del todo y los cinco entraron en la sala.
Instantáneamente, Harry miró hacia la derecha, y se encontró con la cama de
Gilderoy Lockhart, que había sido profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras en
Hogwarts cuando ellos estaban en segundo. Lockhart estaba en su cama, y,
afortunadamente, aún dormía. A Harry no le apetecía nada hablar con él en aquellos
momentos. Vio que Ron y Hermione le miraban también un instante, antes de
proseguir hacia el final de la sala, donde unas cortinas cercaban las camas de Alice y
Frank Longbottom.
Mientras se dirigían allí, Harry observó otra cama que quedaba a su izquierda. En
ella yacía un hombre que parecía completamente atado. Estaba escondido por unas
cortinas similares a las que había rodeando las camas de los Longbottom. Apenas se
le veía. Junto a aquella cama no había ningún efecto personal, a diferencia de las
demás que había en el pabellón.
Llegaron hasta la zona de los Longobottom y Neville apartó las cortinas para que
entraran.
Harry, con paso vacilante, fue el primero; Hermione le siguió, y Ron y Ginny fueron
los últimos.
Harry se quedó mirando a los Longbottom. Ambos estaban despiertos ya, y se
encontraban sentados en dos butacas juntas que había entre las camas. A su
alrededor, en las mesillas y en la pared, había varias fotografías que les mostraban a
ambos en su época de Hogwarts, en algunas estaban solos, y en otras acompañados.
También había fotos de su boda y retratos de los tres junto a un bebé que debía de ser
Neville. Parecían felices. Nadie diría que aquellas dos personas eran los dos
esqueletos humanos que estaban sentados en las butacas. Harry nunca había visto al
padre de Neville, aparte de en fotografías, y le impactó verle, con el pelo largo y
blanco, aunque empezaba a mostrar síntomas de calvicie; tenía los párpados caídos y
grandes ojeras; su cara estaba llena de arrugas, y aparentaba al menos quince años
más de los que tenía. Vestía un pijama azul y una bata marrón por encima. Ninguno
de los dos hacía nada. Sólo miraban al frente con la mirada perdida.
Cuando entraron, ambos se quedaron mirando hacia ellos, sin decir nada, tal como
les habrían mirado un par de animales tras una jaula: sin mostrar ninguna emoción.
Neville iba a decir algo, cuando la sanadora entró y miró hacia los Longbottom.
—Es terrible lo que puede llegar a hacerse con la magia cuando ésta se emplea
mal, ¿no es cierto? —comentó, mirando con tristeza a los Longbottom, mientras con
un toque de su varita hacía las camas.
—Sí —asintió Harry, tragando con dificultad. No sabía qué decir ni qué hacer.
Aquello que veía le impresionaba mucho más de lo imaginable. Se imaginó a Neville,
creciendo y viendo cómo cada año sus padres, en lugar de recuperar la cordura, se
degeneraban físicamente más y más, y admiró a su compañero por su silenciosa
valentía durante todos aquellos años.
—¿No..., no mejoran nada? —preguntó Hermione con timidez, mirando a Neville
fugazmente. Harry se fijó en que su amiga estaba blanca y que el labio inferior le
temblaba.
—De momento no hemos conseguido gran cosa —admitió la sanadora, con
expresión derrotada—. Lo único que logramos fue calmarles el dolor y los temblores y
espasmos que sufrían. Han mejorado, porque ahora reaccionan ante algunos
estímulos, y de vez en cando, si algo los impresiona, parecen tener algún destello de
su vida anterior, pero eso es todo. Apenas hablan.
Neville miraba hacia el suelo, sin decir nada.
—Es terrible —comentó Ginny, que temblaba ligeramente. Su mirada iba una y
otra vez de las fotografías a los dos Longbottom, como si no pudiese creer que se
pudiese pasar de un estado al otro.
—Sí. Cuando la mente intenta defenderse de una agresión tan terrible como es el
dolor que ambos debieron de soportar, pocas magias pueden hacer algo. Sabemos
demasiado poco sobre la mente humana como para conseguir despertar recuerdos
que la mente ha decidido olvidar. Sólo los dementores tienen ese poder, y con usos
nefastos.
—¿Despertar recuerdos que la mente ha decidido olvidar? —repitió Harry.
—Sí. Lockhart, aunque aún sigue mal, tiene ciertas esperanzas de recuperación,
porque fue un hechizo desmemorizante lo que le causó su amnesia. En cambio, a
Frank y a Alice no les hicieron nada en su mente, sino que su propia cabeza
enloqueció para dejar de sufrir. Es como con la muerte: podemos detener la muerte
artificial, la causada por heridas, por enfermedades..., pero no la muerte natural, o al
menos no más allá de cierto punto. Así mismo, su locura es difícil de quitar... Sólo
entrando hasta lo más profundo de su mente podría hacerse, y quizás ni así.
Neville escuchaba las palabras de la sanadora sin decir nada. Harry supuso que ya
le habrían dicho aquello más veces. La sanadora se despidió de ellos, los dejó y salió.
Neville se acercó a su padres, que le miraron, y se puso de cuclillas frente a ellos.
—Mamá, papá —los llamó suavemente. Ellos le miraron con una cierta ternura, o
eso le pareció a Harry, pero quizás sólo eran imaginaciones suyas—. Mirad, éste es
Harry, Harry Potter...
Neville le hizo señas a Harry para que se acercara, y éste lo hizo, y quedamente,
se puso frente a los Longbottom. Ambos le miraron con lentitud. Harry le devolvió la
mirada a Frank Longbottom y permaneció así unos instantes.
—James —musitó de repente el señor Longbottom. Harry pegó un respingo al oír
el nombre, y Neville miró a su padre, asombrado.
—No..., no, papá, no es James: es Harry, su hijo. Harry Potter, papá... El niño que
vivió.
—James —repitió el señor Longbottom, y estiró una mano hacia Harry. Harry tardó
unos momentos en reaccionar, y luego se la estrechó—. James... —volvió a decir
Frank Longbottom.
La madre de Neville se estiró hacia Harry también, y le tomó las manos. Miraba a
Harry con una especie de sonrisa triste. Su mirada se detuvo en sus ojos, y Harry
pudo detectar una leve emoción en los de ella.
—Lily... —susurró. De nuevo, Harry se estremeció ante aquella simple palabra.
Siempre le habían dicho que sus ojos eran como los de su madre, pero ver que
alguien como Alice Longbottom los había reconocido le impactó de una forma que no
podría haber imaginado.
—No..., no mamá —intentó aclarar Neville nuevamente—, no es James, ni Lily,
es...
Pero no dijo más, porque Alice había pasado su mano por el pelo de Harry,
apartándoselo de la frente, y sus ojos se habían posado de forma fija en la cicatriz,
que ahora era visible para ella. Harry vio cómo el rostro de Alice se contorsionaba en
un rictus de terror, y comenzaba a gritar.
—¡NOOO! ¡NOOO! ¡Voldemort! ¡Voldemort! ¡NOO!
Harry cayó hacia atrás, sobresaltado por la impresión.
Neville miraba a su madre con terror, y Ron, Hermione y Ginny observaban la
escena con ojos como platos.
La sanadora entró rápidamente y se quedó mirando a Alice. También Frank
Longbottom se había puesto a temblar al escuchar los gritos de su esposa y el nombre
de Voldemort.
—¡NOO! ¡NO LO SABEMOS! ¡NO SABEMOS DÓNDE ESTÁ! —gritaba Alice.
Harry sintió un estremecimiento al darse cuenta de que la señora Longbottom parecía
estar recordando el momento en que los mortífagos los habían capturado y les habían
interrogado sobre el paradero de Voldemort.
—Alice, querida, cálmate —dijo la sanadora, muy impresionada. Pero Alice no le
hacía caso, así que la sanadora cogió su varita y, dándole unos toques en la frente, la
durmió. Luego hizo lo mismo con el señor Longbottom, que también comenzaba a
agitarse.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó la sanadora a Neville, que estaba pálido.
—Y-Yo..., yo..., yo les..., les... —balbuceó él.
—Fue..., fue mi cicatriz —dijo Harry, hablando con dificultad—. Ella vio mi cicatriz y
comenzó a gritar el nombre de Voldemort —la sanadora pegó un brinco al oír el
nombre—, y decía que no sabían dónde estaba...
—¿De veras? —preguntó ella, muy sorprendida—. Eso quiere decir que...
No terminó la frase, y se quedó callada, observando detenidamente a sus dos
pacientes.
—¿Qué le pasó a mi madre? —preguntó Neville, recuperando la voz—. ¿Qué le
sucedió? ¿Es algo grave?
—Pues en principio, no —contestó la sanadora—. Es más, es muy alentador que
haya recordado justo el momento que causó su trauma. Eso quiere decir que hay
esperanza para ellos... Si sólo pudiésemos entrar en sus mentes...
—¿Quiere decir que es posible que se recuperen? —preguntó Neville,
recuperando el color—. ¿Quiere decir que se pondrán bien?
—No. Quiero decir que puede que se recuperen, no que lo hagan. ¿Recordaron
algo más?
—A mi madre —respondió Harry—. Mi madre y la señora Longbottom eran muy
amigas en Hogwarts. Yo tengo los mismos ojos que mi madre, y la cara de mi padre.
El señor Longbottom me llamó James, y ella dijo «Lily» al ver mis ojos...
La sanadora volvió a observar a los Longbottom detenidamente.
—Parece que tu visita les ha hecho bien, muchacho. Al menos en cierto sentido.
Pero ahora es mejor que salgáis, ellos deben descansar.
Neville asintió.
La sanadora colocó a los Longbottom en sus camas, y los cinco amigos salieron
sin decir nada del pequeño recinto. Caminaron sin hablar, cabizbajos, sin mirar a su
alrededor.
Harry, sin embargo, notó que una enfermera retiraba las cortinas que cubrían al
hombre atado. Tenía visita: dos personas con túnicas y capucha le miraban. Harry
miró al rostro del hombre y se detuvo en seco, sorprendido.
Era Lucius Malfoy. Estaba atado, lo que evitaba que se tirase de la cama, porque
su cuerpo no dejaba de convulsionarse. Ya no echaba espuma por la boca, pero sus
ojos seguían mirando hacia el infinito, y su rostro se contorsionaba. Abría y cerraba la
boca, como gritando, pero de ella no salía ningún sonido. Al parecer le habían echado
un encantamiento silenciador.
Los demás se detuvieron también al ver a Harry, y Ron le iba a preguntar qué
miraba cuando él mismo vio a Lucius Malfoy.
Entonces, las dos personas que habían ido a visitar a Malfoy se quitaron la
capucha, y Harry vio que eran Draco Malfoy y su madre, Narcisa. No les habían visto.
Harry, Ron, Ginny, Hermione y Neville se quedaron clavados en el sitio, sin
moverse.
Draco se acercó con paso vacilante a su padre y le miró. Harry nunca le había
visto semejante expresión en la cara: furia, vergüenza, humillación y rabia, todo a la
vez. Supuso que ver a su padre, a quien él consideraba una especie de ídolo cuyos
pasos debía de seguir, en ese estado, era un golpe muy difícil de superar, un golpe
humillante.
Narcisa, por su parte, miraba a su marido con expresión altiva, sin que su rostro
dejase traslucir la más mínima emoción.
—¿Qué hacemos? —le susurró Neville a Harry al oído.
—No sé —contestó éste, también en voz baja.
—Yo sí —dijo Ron—. Vayámonos de aquí. No quiero ver esto.
Harry miró a Ron, que se dirigió hacia la salida. Hermione y Ginny le siguieron, un
tanto recelosas, y por último fueron Harry y Neville.
Entonces, Draco oyó ruido y se volvió. Al verles allí, su cara se contrajo por el
disgusto, y sus mejillas se sonrosaron por la vergüenza y la humillación. Temblaba.
Miró a Ron y a Hermione, y sus ojos reflejaron un odio intenso, mucho más intenso
que el que habían mostrado cuando se había enfrentado a ellos el día siguiente a la
batalla contra los mortífagos.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó.
Nadie contestó. Ron también le miraba con profundo desagrado. Draco apretó los
puños y salió de la sala dando zancadas. Narcisa se les quedó mirando uno por uno,
y, al detenerse en la cara de Ron, esbozó una sonrisa maliciosa y cruel.
—¿Qué tal por casa? —preguntó en tono mordaz.
Ron apretó también los puños, pero no contestó; Hermione y Ginny la miraron con
desagrado; Neville simplemente pasó de largo, y Harry le dirigió una mirada
desafiante, que ella le mantuvo. Antes de seguir, Harry dirigió la vista por última vez a
Lucius y luego la volvió hacia Narcisa, cuya sonrisa se borró, al notar cómo Harry
había visto a su esposo.
Salió al pasillo, donde Ron, Hermione, Ginny y Neville le esperaban. No se veía a
Draco por ninguna parte.
—Vaya encuentro más inoportuno —comentó Ginny—. ¿Os fijasteis en Lucius? No
me imaginaba que el efecto fuera tan fuerte —dijo, mirando a Ron y a Hermione—. No
me extraña que Draco os haya mirado así.
—Se lo tenía merecido —afirmó Ron, furioso—. ¿Oísteis a su madre? «¿Qué tal
por casa?». Qué cínica...
—De todas formas, eso no es importante ahora —dijo Hermione—. Creo que a
todos nos ha sorprendido más lo de tus padres, Neville...
Neville asintió.
—Nunca les había visto así, nunca... —declaró.
—Pero alégrate —dijo Ron, intentando animarlo—. Ya oíste a la sanadora: eso es
buena señal...
—No quiero ilusionarme —confesó Neville—. Es mejor que volvamos junto a mi
abuela, y luego volvamos a tu casa, Harry...
—Está bien —asintió Harry.
Se dirigieron al pasillo donde estaba la sala Janice Hutton, cuando se cruzaron con
Malfoy, que venía del otro lado. Caminaba furiosamente, mirando al suelo. Levantó la
vista y los vio, y su expresión se endureció más aún.
—Me alegro de que hayan hecho trizas esa pocilga tuya, Weasley —espetó Draco
con voz furiosa.
Ron le miró con odio, y Draco resbaló, cayendo al suelo y dándose un fuerte golpe
en la cara. Harry miró a Ron. Estaba bastante seguro de que su amigo había usado
sus poderes para hacer tropezar a Malfoy, y éste también debió pensar que Ron le
había hecho algo, porque, al levantarse, sacó su varita. Le sangraba algo la nariz.
Ron sacó rápidamente la suya y se apuntaron.
—¡Ron, no! —exclamó Hermione—. ¡Déjale!
—Vas a pagar por lo que le hiciste a mi padre —amenazó Draco con furia. Sus
ojos destellaban odio—. Tú y la sangre sucia.
—Tú vas a pagar por lo que dijiste de mi casa, y de paso te lavaré un poco la boca
—respondió Ron—. Tal vez quieras que te haga lo mismo que a tu padre.
Harry se adelantó y le agarró el brazo a Malfoy, obligándole a bajarlo. Hermione
hizo lo mismo con Ron.
—¡Suéltame, Potter! —gritó Malfoy.
Entonces, un sanador se acercó a ver qué sucedía.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó. Pero no necesitó mayor explicación al ver las
varitas—. Esto es un hospital, jovencitos, no un sitio para duelos, así que modérense o
me veré obligado a hacer que los expulsen.
Draco guardó su varita y se alejó. Ron también guardó la suya.
—Vuelvo enseguida —dijo Harry, yendo tras Malfoy.
Lo encontró sentado en una silla, frente a la sala donde estaba su padre. Draco le
vio venir y le miró con odio.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—¿Por qué le dijiste eso a Ron? —le preguntó Harry—. Nosotros no te habíamos
hecho nada.
—¿Te parece poco lo que le hicisteis a mi padre? Supongo que os reiréis mucho,
¿verdad?
—Jamás me reiría de algo así —replicó Harry—. A diferencia de ti. Lo cual no
significa que no crea que tu padre se lo merecía. Es un asesino.
—Mi padre es un héroe —repuso Malfoy.
—¿Eso piensas? —Harry no podía creer lo que oía—. ¿Crees que lo que hace tu
padre es ser un héroe?
—Está librando al mundo mágico de la escoria, de aquellos que no merecen
estudiar magia, está...
—No me cuentes más historias —cortó Harry—. Ya he oído antes esas patrañas.
Tú mismo si te las crees. Supongo que estás tan obcecado que no eres capaz de ver
más allá de tus ojos, ¿verdad? No eres capaz de ver que los nacidos de muggles
tienen la misma capacidad para hacer magia que los sangre limpia. Mírame: soy un
sangre mestiza, como Voldemort. ¿Y? Ningún sangre limpia ha logrado matarme aún,
y hay varios que lo han intentado. A Voldemort sólo le interesa el poder, y nada más.
¿Ha hecho algo por tu padre? ¿Ha venido a visitarle? ¿Os ha dado sus condolencias
por estar así?
—Se vengará de vosotros —dijo Malfoy con regocijo, ignorando el resto del
discurso de Harry.
—¿Crees que el ataque a la casa de Ron lo hizo por tu padre? Si lo crees, eres
aún más estúpido de lo que pareces.
Draco sacó la varita y apuntó a Harry con ella.
—Ya tengo diecisiete años, Potter... Y si no me equivoco, tú no...
—Puedo hacer magia si lo necesito —lo contradijo Harry—. ¿Quieres luchar contra
mí?
Draco pareció dudar y luego guardó la varita.
—Hoy no. Pero estate atento, Potter, y diles a tu amigo y a su novia que anden con
cuidado. Esto ya es muy personal.
—¿Quieres seguir los pasos de Dullymer? —le preguntó Harry—. ¿Quieres acabar
como él?
—¿Quieres tú acabar como tus padres?
—La diferencia es que a mis padres se les recuerda con admiración y cariño. A
Henry Dullymer sólo se le recuerda con odio y asco, en caso de que alguien le
recuerde.
Draco sonrió con burla, y luego se dirigió de nuevo a la sala donde estaba su
padre.
—Recuérdalo, Potter: esto es personal —repitió antes de entrar.
8

En el Ministerio de Magia

—No sé para qué pierdo el tiempo —se dijo Harry a sí mismo.


Volvió a la sala Janice Hutton, donde sus amigos estaban ya con la abuela de
Neville, que ya había despertado. Neville le estaba contando lo que había pasado con
sus padres. La anciana parecía enormemente sorprendida.
—Eso son buenas noticias, hijo. Si tus padres han sido capaces de recordar ese
momento, es que hay esperanzas.
—La sanadora Evergreen dijo que no debíamos ilusionarnos —replicó Neville.
Ron vio a Harry acercarse y le dirigió una mirada interrogativa. Harry asintió,
indicando que todo estaba bien.
Se quedaron allí durante una hora más, hasta que los tíos de Neville llegaron.
Entonces, la abuela de Neville los instó a regresar a casa para comer.
—Ya volverás a visitarme mañana, Neville —le dijo a su nieto—. Estaré bien.
Neville asintió.
Se encaminaron hacia la salida, y, mientras bajaban hacia la planta baja, Ron
preguntó:
—¿Fuiste a hablar con Malfoy, Harry?
—Sí —contestó éste.
—¿De qué? —inquirió Hermione—. ¿Qué te dijo?
—Lo de siempre. Es imposible hablar con él.
—No sé para qué lo intentas —comentó Ron—. Con Malfoy no se habla, se le
golpea o se le hechiza.
—Ron, las cosas no se arreglan así —lo reprendió Hermione—. No debiste hacerle
caer antes. —Ron la miró con expresión inocente, haciendo una buena imitación de
Fred y George—. ¡Oh, vamos! No pongas esa cara —dijo Hermione—. Sé
perfectamente que lo hiciste tú.
—Con Malfoy no existe otra forma de arreglar las cosas —replicó Ron—. ¿Qué ha
conseguido Harry con hablar con él?
—Que me amenazara —respondió Harry—. Y también a vosotros. Me ha dicho
que os andéis con cuidado, que esto ya es personal.
—¿Lo ves? —le dijo Ron a Hermione—. Con ése no hay manera.
—Lo que quieras, pero antes no iba a hacernos nada. Él te provoca y tú caes en
su juego, Ron. ¿No ves que sólo quiere meterte en problemas?
—Me da igual. Destrozaron mi casa, Hermione, la casa donde he vivido toda mi
vida. ¡Viste lo que quedaba de mi cuarto! Quizás para los demás sólo sea un
cuartucho pequeño y horriblemente decorado, pero para mí era mucho más que un
lugar donde dormía: era mi habitación, ¿entiendes? Y ya ves cómo está mi madre. No
voy a permitir que ningún idiota se burle de eso. ¡Seguro que él se hubiera burlado de
Neville si hubiera sabido que veníamos de ver a sus padres!
—¿Y tú quieres ser como él? —preguntó Hermione.
—Dejadlo ya —pidió Ginny—. Hemos llegado.
Se pararon frente a la chimenea del vestíbulo, cogieron polvos flú y regresaron al
número 12 de Grimmauld Place, donde salieron por la chimenea de la cocina.
Allí estaban la señora Weasley, Lupin y los gemelos. La comida estaba casi lista.
—¡Ah, ya volvéis! —exclamó la señora Weasley al verlos—. Bueno, pues sacudíos
algo esas cenizas. Comeremos en cuanto lleguen Arthur y Tonks.
—¿Qué tal está tu abuela, Neville? —preguntó Lupin.
—Mucho mejor, gracias —contestó Neville, contento.
—Al fin una buena noticia —dijo la señora Weasley distraídamente mientras
apagaba el fuego que ardía bajo las ollas—. Id poniendo ya la mesa, vamos...
Mientras hacían lo que se les había ordenado, la puerta de la cocina se abrió y
entraron el señor Weasley y Tonks.
—¿Ya habéis vuelto del hospital? —preguntó el señor Weasley mientras le daba
un beso a su esposa.
—Sí —contestó Ron, al tiempo que todos se sentaban para comer—. Y fuimos a
ver a los padres de Neville...
Todos en la mesa se quedaron mirando hacia Neville.
—¿De verdad? —preguntó Lupin—. Y..., ¿cómo están?
—Pues... —comenzó a decir Harry.
—La verdad es que pasó algo extraño —contó Neville—. Yo les presenté a Harry,
y mi padre le llamó James al verle la cara...
—¿Frank reconoció a James en Harry? —se sorprendió Lupin—. Vaya, no es algo
extraño, porque eres la viva imagen de tu padre, Harry, pero el hecho de que Frank te
reconozca...
—Y no sólo eso —prosiguió Neville—: mi madre dijo Lily al ver sus ojos...
—¡Pero eso es estupendo!, ¿no? —exclamó el señor Weasley—. Significa que
tienen recuerdos de..., bueno, de antes de que les pasara lo que les pasó...
—No sólo de antes —apuntó Harry—. Cuando la madre de Neville vio mi cicatriz,
empezó a chillar, gritando el nombre de Voldemort, diciendo que no sabían nada y
varias cosas más. La sanadora tuvo que dormirlos.
—¡Oh! —exclamó la señora Weasley, tapándose la boca con la mano—. ¿Quieres
decir que..., que recuerdan cómo..., cómo fue?
Harry y Neville asintieron al mismo tiempo. Nadie dijo nada durante unos
momentos, ocupados simplemente en comer, hasta que Ron volvió a hablar:
—¿Y sabéis a quién nos encontramos en la misma sala que a los padres de
Neville? ¡A Narcisa y a Draco Malfoy!
El señor Weasley miró a Ron fijamente.
—¿De verdad? Irían a ver a Lucius, supongo... ¿Le visteis?
—Sí —contestó Ginny—. Está atado con cuerdas para que no se mueva. Parecía
estar muy mal.
—Sí, está aún muy mal —intervino Tonks—. Le mantenemos controlado por si
mejora, o por si alguien tiene la idea de sacarle de allí, pero apenas ha mostrado
síntomas de mejoría en estos dos meses.
Ni Ron ni Hermione dijeron nada al respecto, y mantuvieron la vista fija en el plato.
Harry suponía que pensar en Lucius Malfoy en aquel estado no debía de ser
agradable, aunque se mereciera aquello y mucho más.
—¿Os dijeron algo los Malfoy? —inquirió Lupin.
—Sí. La señora Malfoy le preguntó a Ron que qué tal por casa —contestó Harry.
La señora Weasley profirió un quejido débil, y el señor Weasley apretó los puños.
—¿Y Draco Malfoy no habló con vosotros? —quiso saber Fred.
—Sí, porque sería raro —agregó George.
—Sí, sí habló con nosotros —respondió Ginny—. Si a eso se le puede llamar
hablar, claro...
—La verdad es que estaba bastante avergonzado de ver a su padre así —dijo
Hermione—. Cuando nos vio salió de la sala corriendo.
—Pero le vimos después, y nos amenazó a mí y a Hermione —apuntó Ron.
El señor Weasley frunció el ceño.
—Tened cuidado con él este año —les advirtió.
—Yo no le tengo miedo —declaró Ron—. Malfoy no es más que un charlatán
engreído que...
—Os lo digo en serio —advirtió el señor Weasley—. Tened mucho cuidado con él y
con sus amigos.
El tono del señor Weasley era grave, y Harry le observó detenidamente un
instante. Parecía preocupado de verdad.
—Lo tendremos. No se preocupe, señor Weasley —le aseguró.
Tras terminar de comer, los cinco amigos pasaron al salón. Ron y Harry parecían
dispuestos a ponerse a jugar una partida de ajedrez, bajo las miradas de Neville y
Ginny (Hermione había salido apresuradamente en cuanto Harry había mencionado el
ajedrez), pero, cuando Ron estaba a punto de hacer su segundo movimiento,
Hermione entró en el salón con paso decidido. Cargaba a la espalda la mochila de
Harry, y a su lado flotaban diez aparatos muy similares al expendedor de correo que
tenía Harry. Los cuatro se quedaron mirando a Hermione, sobre todo Neville, que
parecía alucinado al ver flotar los aparatos.
—¿Co-cómo haces eso? —preguntó, con los ojos como platos.
—¡Ah, es cierto! No te lo hemos contado —dijo Hermione, mientras posaba la
mochila de Harry en la mesita, junto al tablero de ajedrez, y dejaba los expendedores
sobre el suelo—. Digamos que Harry, Ron y yo hemos desarrollado ciertos poderes
cuya explicación aún no sabemos muy bien. Pero en sí mismo no es algo tan
extraordinario. Lo entenderemos mejor este año, cuando estudiemos teoría de la
magia.
—¿Podéis hacer magia sin varita? —preguntó Neville—. ¿Te refieres a eso?
—Sí —contestó Harry—. Pero aún no sabemos muy bien por qué es.
—Increíble... —murmuró Neville.
—Bueno, Hermione, ¿qué estás haciendo? —preguntó Ron, mirándola con recelo.
—Hace días que teníamos que tener listos los expendedores que nos pidió
Dumbledore, Ron, y aún no los hemos hecho. Y Harry aún no ha terminado sus
deberes, así que nada de ajedrez y a trabajar.
—¡¿QUÉ?! —exclamaron a la vez Harry y Ron.
—Lo que oís —dijo Hermione con voz severa.
—Pues a mí me viene bien —manifestó Neville—. Tampoco he terminado mis
deberes.
—¿Lo veis? —dijo Hermione, satisfecha—. A trabajar.
Con ademán aburrido, pero sin fuerzas para discutir, Harry cogió su mochila y se
dispuso a hacer sus deberes, mientras Neville iba a buscar la suya. Ron, por su parte,
cogió los expendedores y sacó su varita.
—Éste es el central, el que se quedará en el cuartel general —le indicó Hermione,
señalando un expendedor con una gran marca roja que no tenían los demás.
—Vale —dijo Ron.
Un instante después, Neville entró de nuevo en el salón y se sentó junto a Harry.
—¿Qué hacemos primero? —le preguntó.
—No sé, yo pensaba acabar cuanto antes lo de Pociones, pero tú no tienes...
¿Qué te parece si hacemos lo de Transformaciones?
—Vale —aceptó Neville, contento.
Harry cogió tinta y pergamino y su libro de Transformaciones y se dispuso a
comenzar sus deberes, mientras observaba de vez en cuando cómo Ron hechizaba
los expendedores bajo la atenta mirada de Hermione.

El resto de la semana pasó lentamente. Para los cinco amigos resultó incluso bastante
aburrida. No podían salir del número 12 de Grimmauld Place, y prácticamente todos
los temas de conversación y juego se agotaron. A Harry le resultaba enormemente
frustrante estar allí encerrado mientras veía por las ventanas los magníficos días de
verano que se estaban perdiendo. A veces incluso llegaba a echar de menos los
paseos que daba en Privet Drive.
—Esto no es justo —le comentó Ron un día, mientras miraba por la ventana de su
habitación cómo la gente paseaba por la plaza con su ropa de verano, alegre y
contenta—. Todos los muggles disfrutando del verano y nosotros aquí, encerrados.
—Ya —dijo Harry—. ¿Crees que podremos salir de aquí alguna vez? Hermione y
tú ya salisteis con los padres de Hermione, ¿verdad?
—Sí, pero después de lo que le pasó a Neville y a su abuela y de lo de La
Madriguera —Harry vio cómo Ron crispaba los puños— no creo que mi madre esté
mucho por la labor de dejarnos andar por ahí... Aunque claro, yo soy mayor de edad,
así que...
—Sí, pero yo no.
—Bueno, te falta poco —lo consoló Ron—. Además, creo que al menos sí
tendremos una salida: podremos ir al callejón Diagon cuando llegue la lista de los
libros, aunque eso sí, nada de ir solos... Mis hermanos estarán allí, y seguro que
alguien más nos acompaña.
Harry se alegró. Una visita al callejón Diagon siempre era bienvenida.
—Eso estaría muy bien —dijo Harry.
—¿Sabes? —le comentó Ron, que seguía mirando por la ventana—. Si quieres tal
vez puedas venir con nosotros el sábado a casa. Yo voy a ir a ayudar, ya sabes...
—Me encantaría —contestó Harry. Se levantó y se acercó a su amigo. Se
quedaron allí los dos, mirando por la ventana y sin decir nada.
Unos minutos después, la puerta de la habitación se abrió y entró Hermione.
—Ya está la comida —les anunció—. ¿Qué hacéis? —preguntó, acercándose a
ellos.
—Mirar —respondió Ron.
—¿Mirar el qué? —quiso saber Hermione, moviendo la cabeza e intentando ver
algo entre Ron y Harry.
—A la gente que no tiene apenas preocupaciones —contestó Harry.
Hermione les puso una mano en un hombro a cada uno.
—Vamos a comer, venga —les dijo suavemente.

El sábado por la mañana, Harry y Ron se levantaron muy temprano, teniendo cuidado
de no despertar a Neville, que seguía durmiendo. Se vistieron y bajaron a la cocina,
pero al llegar al primer piso vieron a Hermione salir de su cuarto.
—¿Adónde vas? —le preguntó Ron, sorprendido—. Aún es muy temprano.
—¿Como que adónde voy? Pues a La Madriguera con vosotros, está claro.
—Hermione, no puedes usar la varita así como así, por lo que no podrías...
—Harry tampoco puede y va, ¿no? —replicó Hermione ligeramente enojada—.
Pues yo también.
—Está bien, como quieras...
Llegaron a la cocina y se encontraron que ya estaba muy ocupada: Fred, George,
Bill, el señor y la señora Weasley y Lupin estaban ya desayunando.
—¿Vais a ir los tres? —les preguntó el señor Weasley al verlos entrar.
—Sí —respondió Hermione—. Queremos ayudar.
—Entonces tendréis que comer bien —les dijo la señora Weasley, comenzando a
servirles el desayuno.
—¿Cómo vamos a ir todos? —preguntó Ron—. ¿Con un traslador?
—Fred, George y Bill se aparecerán —contestó el señor Weasley—. Nosotros
iremos con polvos flú.
—¿Polvos flú? —se extrañó Harry—. Pero, señor Weasley, la chimenea...
—La hemos reconstruido —le explicó Bill—. La arreglamos específicamente para
esto.
Harry asintió y se puso a desayunar.
Cuando todos hubieron acabado, los que podían desaparecerse lo hicieron,
mientras que el señor Weasley, Harry, Ron y Hermione cogían polvos flú.
—Tened cuidado —les pidió, más que advirtió, la señora Weasley.
Los cuatro asintieron, y, uno tras otro, entraron en la chimenea exclamando «¡La
Madriguera!»
Harry había sido el último, y cuando salió en el jardín de la casa de los Weasley,
se volvió para mirar la solitaria chimenea que humeaba en medio de la hierba.
Fred, George y Bill ya los estaban esperando, y contemplaban lo que había a su
alrededor. Harry también miró y vio que casi todos los escombros habían sido
recogidos y amontonados en un lado; en otro había varios muebles, sillas y mesas que
habían sido reconstruidos. Entre ellos estaba el reloj que marcaba la situación de cada
uno de los Weasley. En el lugar donde estaba la casa no había más que un gran
hueco donde no se veía hierba.
—Bueno, ¿qué hay que hacer? —preguntó George.
—Básicamente, seguir mirando los restos a ver qué se puede arreglar —dijo el
señor Weasley—. Es un trabajo muy aburrido, pero es lo único que podemos hacer de
momento.
Así pues, se pusieron a ello, y Harry no tardó en comprobar que el señor Weasley
tenía razón: el trabajo era increíblemente aburrido. Tenían que hurgar entre los trozos,
buscando pedazos de muebles y juntar lo suficiente como para que el hechizo
reparador funcionase con ellos. Era una tarea muy lenta, porque prácticamente todos
los trozos que encontraban eran astillas, y no podían hacer gran cosa con ellos, sobre
todo porque no era fácil averiguar a qué mueble, mesa o silla habían pertenecido. De
vez en cuando también encontraban alguna cuchara, un tenedor, un cuchillo o una
cacerola, generalmente abollados y deformes, pero sencillos de reparar. Los trozos de
escombro eran apartados para otro montón de pedazos inservibles. Eso era más fácil,
porque aunque ni Harry ni Hermione usaban la varita, sí usaban sus poderes para
apartar cosas y mandar al otro montón los fragmentos inútiles.
Nadie habló mucho durante la mañana, que en opinión de Harry pareció durar
días. Antes de que llegara la hora de comer ya se había preguntado siete veces si no
habría una forma mágica mejor para hacer lo que estaban haciendo. Cierto era que,
como Fred, George, Bill, Ron y el señor Weasley usaban las varitas, el trabajo era
mucho más rápido de lo que habría sido al modo muggle, pero, aún así...
Al fin, tras largas horas de trabajo, y de dos muebles de la cocina reconstruidos,
una cama, una mesa, tres sillas, once tenedores, ocho cucharas, diez cuchillos, tres
cacerolas y cuatro sartenes, la señora Weasley se apareció acompañada de Lupin.
Ambos cargaban grandes cestas repletas de comida.
—¡Por fin! —exclamó Fred al verles, mientras se limpiaba el sudor de la frente—.
Estaba a punto de morirme.
Harry también se alegró, porque la verdad era que hacía bastante calor, y a pleno
sol apenas si se paraba.
—Gracias Molly —dijo el señor Weasley, trayendo una mesa y varias sillas con su
varita.
—De nada —respondió la señora Weasley mientras posaba las cestas en la mesa
y miraba los restos de la que había sido su casa—. ¿Cómo ha ido?
—Bastante bien —informó el señor Weasley—. Hemos avanzado bastante. Pronto
tendremos reparado todo lo que podía salvarse.
—Habéis trabajado duro —comentó Lupin, mirando a su alrededor.
—Muy duro —puntualizó Ron mientras se servía un enorme vaso de zumo de
calabaza frío, que luego se bebió de un trago.
La señora Weasley sirvió la comida que les había traído (básicamente bocadillos y
pasteles), y todos se dispusieron a comer. Desgraciadamente, sólo habían
reconstruido unas cinco sillas, así que Harry y Ron se sentaron sobre la hierba.
Hermione también se sentó con ellos.
Tras comer y descansar un rato, charlando, volvieron al trabajo, y no lo dejaron
hasta que prácticamente se hizo de noche. Cuando el señor Weasley les dijo que ya
era suficiente, los seis estaban agotados, y lo único que deseaban era un baño, una
buena cena y dormir.
Desde luego, no habían trabajado en balde: prácticamente todo lo salvable de los
restos de La Madriguera estaba reconstruido, y, aunque había muchas cosas que no
habían podido ser salvadas, lo que habían logrado suponía un gran ahorro para los
Weasley a la hora de reconstruir la casa.
—Habéis trabajado todos muy duro —les dijo el señor Weasley tras anunciar que
ya bastaba de trabajo por un día—. Creo que os merecéis un buen descanso.
El señor Weasley amontonó todo lo recuperado y lanzó un hechizo de protección
para evitar que los muebles pudieran ser dañados. El hechizo no los protegería del
ataque de un mago, pero sí de ataques de animales, muggles o de la lluvia, el sol y el
viento.
Una vez hubo lanzado el hechizo, Fred, George y Bill se desaparecieron, y Harry,
Ron, Hermione y él mismo entraron en la chimenea para volver a Grimmauld Place y
tomarse un merecido descanso.

A la mañana siguiente, domingo, los tres se levantaron bastante tarde, ya que se


encontraban aún muy cansados por el trabajo de la jornada anterior. Se pasaron todo
el día descansando, hablándoles a Neville y a Ginny sobre lo que habían trabajado y
escuchando lo que habían hecho ellos dos. Fred y George se les unieron, y les
estuvieron mostrando algunos inventos nuevos para «Sortilegios Weasley», uno de los
cuales era un plumero que, al agitarlo, hacía que la cabeza del que lo estuviese
usando se convirtiese en la de un elfo doméstico, cosa que le sucedió a Neville. La
broma no fue del agrado de Hermione, que miró a Fred y a George con enfado. Harry
se moría por reírse, pero, viendo la cara de su amiga, logró contenerse; cosa que no
consiguió Ron, quien se ganó una mirada de reproche de su novia.
Esa noche también se acostaron temprano, porque al día siguiente tendrían que
acudir al Ministerio de Magia para matricularse en el curso de Aparición. Ginny estuvo
enfurruñada gran parte de la tarde porque se iba a aburrir como una ostra, hasta que
su madre, en un acto de comprensión que, por las caras de todos, nadie esperaba, le
permitió ir al día siguiente a la tienda de bromas con Fred y George, con la condición
de que no saliera de ella en todo el día.
Aquella noche, Harry tuvo un sueño. Aunque no podría decirse que el sueño fuera
algo extraño, le resultó inquietante, porque hacía ya tiempo que no soñaba con algo
así.
En su sueño, Harry veía a Sirius correr tras Bellatrix Lestrange por el pasillo que
conducía al Departamento de Misterios. Harry lo veía, y corría tras él, llamándole y
gritándole «¡Déjala!», pero Sirius no le hacía caso, y seguía tras la mortífaga, que se
reía a carcajadas. Sus risotadas sonaban en todo el pasillo y resultaban atronadoras.
Sirius también gritaba, llamando a Harry, pidiéndole que lo siguiera.
—¡Vamos, Harry! Vamos a cogerla, Harry... ¡Sígueme, Harry...!
De nada valía que Harry le llamara, gritándole «¡No, Sirius!», su padrino corría y
corría, y el pasillo parecía no acabarse nunca.
Finalmente, Bellatrix llegó a la puerta negra y entró, seguida por Sirius. Harry
aceleró, corriendo todo cuanto podía, y entró también, pasando a la conocida estancia
circular y entrando por la puerta tras la que Sirius había desaparecido.
Se encontró atravesando una sala extraña, donde parecía flotar. Veía a su
alrededor planetas, y, por el medio, cerebros que flotaban extendiendo sus lazos de
pensamientos. Harry se extrañó, pero no prestó demasiada atención: su objetivo era
alcanzar a Sirius.
Lo siguió a él y a Bellatrix, que seguía riéndose y además chillaba «¡Cógeme,
primo, cógeme!» a través de otra puerta, y se encontró en aquella estancia que tantas
veces había visto en sus pesadillas: la que Dumbledore había llamado «la Cámara de
la Muerte». Harry vio que Bellatrix se precipitaba a través del velo y desaparecía, y
que Sirius iba en pos de ella.
—¡No, Sirius! —gritó Harry.
—¡Vamos, Harry, ya la tenemos! ¡Sígueme! ¡Sígueme, Harry!
—¡NOOO!
Pero mientras Harry gritaba, Sirius saltaba a través del velo y desaparecía,
gritando aún un último «¡Sígueme, Harry!»
Harry corrió y se acercó al velo, chillando de rabia, y, entonces, Bellatrix salió de
detrás del arco, gritando y con una sonrisa triunfal dibujada en la cara.
—¡Te engañé, Black! ¡Te engañé! ¡Adiós, querido primo!
Harry, al ver a Bellatrix, al comprender lo que había pasado, empezó a chillar.
—¡NOOOOOO! ¡SIRIUS! ¡SIRIUS!
—¡Harry! ¡Harry, despierta!
Harry se levantó, jadeando, y vio la cara de Ron frente a la suya. Tenía la varita
encendida en la mano, y miraba a Harry asustado.
—¿Ron...? ¿Qué ha...?
—Te pusiste a gritar como un loco —le dijo Ron, algo más tranquilo—. Gritabas
«¡Sirius! ¡Sirius!» sin parar. ¿Era una pesadilla?
Harry asintió, respirando con dificultad.
—Eso creo —respondió. Miró hacia la cama de Neville y vio que el chico también
le miraba, algo asustado—. Pero era extraño... Soñaba con Sirius, iba persiguiendo a
Bellatrix. Ella entraba en el arco aquél, y Sirius la seguía, pero ella salía por el otro
lado y Sirius no...
—Venga, tranquilo. Ya ha pasado. ¿Quieres un vaso de agua o algo?
—No, no..., gracias.
—Es mejor que vuelvas a dormirte —le dijo Ron—. Pronto será hora de
levantarnos para ir al Ministerio.
—Sí...
Ron volvió a acostarse, al igual que Neville. Harry se tumbó de nuevo y se tapó.
Cerró los ojos, para intentar dormirse, pero no conseguía desvanecer de su mente la
imagen de Sirius saltando al interior del velo mientras gritaba «¡Sígueme, Harry!»

A la hora del desayuno, Harry se mostró bastante callado. Había conseguido dormirse,
pero, al despertar, la imagen de Sirius seguía en su mente. No sabía por qué aquello
lo perturbaba tanto, cuando ni siquiera era real. Había soñado muchas veces con el
momento en que Sirius caía en el velo debido al hechizo de Bellatrix.
—¿Te pasa algo, Harry? —le preguntó Ginny, que estaba sentada a su lado.
Parecía muy contenta ante la idea de pasar el día con Fred y George en la tienda de
bromas.
—No, nada, Ginny. Estoy bien —contestó, sin apartar los ojos de su tostada. Sin
embargo, vio por el rabillo del ojo cómo Hermione, que estaba del otro lado de la
mesa, junto a Ron y Neville, se inclinaba hacia Ron mientras le miraba a él. Harry
dedujo que su amigo le estaría contando lo de la pesadilla.
—¿Cómo vamos a ir al Ministerio de Magia? —le preguntó Ron a su madre cinco
minutos después, cuando ya habían terminado de desayunar—. ¿No nos iba a llevar
papá?
—Tu padre no puede —le contestó la señora Weasley—. Iréis con polvos flú. Tú ya
conoces el Ministerio, Ron, así que llevarás a Harry, a Hermione y a Neville al Centro
Examinador de Aparición, en el Departamento de Transportes Mágicos.
—Está bien —aceptó Ron.
—Bueno, que tengáis suerte —les dijo Ginny, mientras cogía polvos flú para ir a
Sortilegios Weasley.
—¡Ni se te ocurra salir de la tienda! —le advirtió su madre antes de que la
chimenea se la tragara—. Venga, ahora vosotros.
Harry, Hermione, Ron y Neville entraron en la chimenea, y, unos segundos
después, salieron por una de las que se encontraban en el Atrio, donde reinaba un
gran alboroto: montones de magos entraban y salían de la chimeneas; otros
caminaban por el vestíbulo en dirección a los ascensores o saliendo de ellos; había
también varios magos con túnicas que indicaban que eran personal de seguridad.
Harry no había visto tantos en sus otras visitas al Ministerio. Normalmente sólo había
un mago en el mostrador de seguridad.
—¡Eh, mirad! —exclamó Neville, señalando al otro extremo del Atrio—. ¡Es el
profesor Dumbledore!
Harry miró en la dirección que Neville señalaba y vio al director de Hogwarts, que
entraba en uno de los ascensores acompañado de otros dos magos, que, si Harry no
estaba en un error, pertenecían al Wizengamot, hecho que le trajo a la mente una
pregunta que quería hacerles a Ron y a Hermione desde hacía tiempo.
—¿Qué...? —comenzó a preguntar, cuando uno de los magos de seguridad se
acercó a ellos.
—Tenéis que pasar por el mostrador de seguridad —dijo, en tono autoritario—. No
podéis permanecer aquí sin más, no pertenecéis al Ministerio.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Ron.
Por toda respuesta, el mago señaló una luz roja que brillaba sobre la chimenea por
la que habían salido. Aquella luz no estaba antes. Harry observó que en todas las
chimeneas de entrada había una, pero en todas estaba apagada. Debían de indicar
cuando entraba alguien no perteneciente al Ministerio.
El mago los llevó a los cuatro al mostrador, donde entregaron sus varitas. El
encargado las puso en su balanza y les colocó unas chapas en la solapa, una vez les
hubo preguntado a qué venían.
—Listo —dijo.
—¿No nos devuelve las varitas? —preguntó Harry.
—No, señor Potter. Ningún mago ajeno al Ministerio puede llevar su varita en el
interior del edificio. Ni siquiera usted y sus amigos. Cuando terminen aquí, se les
devolverán.
—Vaya, sí que han incrementado la seguridad —comentó Ron, cuando se
hubieron alejado del mostrador.
—Normal —dijo Hermione—. Tras lo sucedido en mayo... Fijaos: todo el mundo
parece asustado y con prisas... y aún no han reparado todos los restos de la batalla.
Harry observó el Atrio detenidamente y se dio cuenta de que su amiga tenía razón:
una de las chimeneas estaba rota e inservible, y en algunos lugares la madera que
cubría las paredes estaba quemada o destrozada.
Se quedaron un rato mirando a su alrededor, y entonces Harry preguntó:
—¿Qué haría Dumbledore aquí?
—Ahora debe pasar gran parte del tiempo aquí —contestó Ron—. Es el Jefe de
Magos del Wizengamot... con todo lo de las elecciones mágicas y eso, tendrá mucho
que hacer.
—Eso, eso quería preguntaros —dijo Harry—. ¿Qué pinta el Wizengamot en la
elección del nuevo Ministro de Magia?
—El Wizengamot es la Corte Suprema de los Magos, Harry —contestó Hermione,
como si fuera algo obvio—. En ausencia de un ministro, como en este caso, el
Wizengamot es quien gobierna en el Ministerio.
—¿Eso quiere decir que Dumbledore es quien más manda ahora? —inquirió Harry.
—Sí —respondió Hermione—. Su misión es elegir a los candidatos para el puesto,
y luego, convocar las elecciones mágicas, que, en mi opinión, son un tanto injustas. El
Wizengamot es un residuo del antiguo Consejo de los Magos, y sus votos cuentan
mucho más que los votos de los demás magos y brujas mayores de edad. Ellos eligen
a los candidatos, no puede presentarse cualquier persona al puesto.
—¿Estás diciendo que tenemos que votar a un nuevo Ministro? ¿Nosotros?
—Claro —asintió Ron—. ¿No lo sabías?
—Ron, hay muchas cosas que no sé del mundo mágico, y no he leído tantos libros
como Hermione, así que no sé de qué te extrañas —repuso Harry, un tanto ofendido.
—No sé por qué no se ocupa de todo Dumbledore —dijo Neville—. Es el mejor
mago de todos, el único que podría ponerle freno a Voldemort...
—Él no quiere ser Ministro —contestó Harry—. Lo leí en El Profeta cuando
anunciaron los nombres de los candidatos provisionales.
—Sí, y quiere que la normalidad vuelva cuanto antes —apuntó Ron—.
Normalmente es el último Ministro quien convoca las elecciones antes de retirarse, o
de salir del puesto. Y no suelen tardar tanto, pero claro, quién querría ser Ministro de
Magia en estas condiciones...
—Amos Diggory, por ejemplo —dijo Harry—. Me sorprendió verle allí. ¿Tenía un
puesto tan alto en el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas?
—No, pero ascendió rápido después de lo de Cedric —explicó Ron—. Se lo oí
comentar a mi padre. Supongo que si lo eligen adoptará medidas severas contra
Voldemort. Estará deseando vengarse por lo que le pasó a su hijo.
Hermione frunció el ceño.
—¿Qué pasa, Hermione? —preguntó Harry—. ¿No te gusta Diggory para Ministro
de Magia?
—Bueno, seguramente será muy bueno contra Voldemort y todo eso, pero ¿no
recordáis cómo trató a Winky en los Mundiales de Quidditch? Dudo que tenga mucho
interés en los derechos de los elfos...
—¡Oh, vamos Hermione! No creo que ahora mismo eso sea lo más importante. Y
yo prefiero a Diggory que a Seadork. Me parece un oportunista y un interesado.
—Pues yo opino que Amelia Bones es la mejor candidata de todos —replicó
Hermione—. Lleva mucho dirigiendo el Departamento de Seguridad Mágica, y es justa
y objetiva. Creo que tiene las cualidades necesarias para ser Ministra de Magia.
—¿Qué opinas tú, Harry? —preguntó Ron.
—No lo sé —contestó éste sinceramente—. No conozco a Seadork, pero si tengo
que elegir, será entre Amelia Bones o Amos Diggory, supongo.
—¿Y tú, Neville? —quiso saber Hermione.
—A mí, el que más me...
Pero no terminó de hablar, porque el mismo mago de seguridad que los había
llevado ante el mostrador se acercó a ellos.
—No podéis estar aquí tanto tiempo sin hacer nada —les dijo con voz severa—. Id
a la sexta planta —añadió, mirando sus insignias— o adónde tengáis que ir, pero no
podéis estar aquí parados. Es una violación de las normas de seguridad.
—Está bien —dijo Ron—. Ya nos vamos.
—Qué estricto es —comentó Neville, cuando se hubieron alejado del mago y se
acercaron a los ascensores.
—¿A qué hora tenemos que estar en el Centro de Aparición? —preguntó
Hermione.
—Dentro de una hora y media —contestó Ron, mirando su reloj—. Tenemos
mucho tiempo... ¿Qué tal si damos una vuelta por el Ministerio? Podemos ir al Cuartel
de Aurores y a la oficina de mi padre, y podría enseñaros el resto de los sitios,
vosotros no lo conocéis, ¿verdad?
—¡Sí! Eso sería fabuloso —dijo Hermione, emocionada ante la idea—. Lo único
que he visto es el Departamento de Misterios y la sala aquélla de juicios.
—Pues vamos, entonces. Iremos primero adonde está mi padre.
Harry se quedó mirando uno de los ascensores, observando el botón que conducía
al Departamento de Misterios, y, más abajo, a la sala de juicios del Wizengamot.
Recordó de nuevo el sueño de Sirius, y sus palabras, «¡Sígueme, Harry!», le causaron
un estremecimiento.
—¿Qué te pasa, Harry? —le preguntó Neville mientras entraban en el ascensor.
—Nada... —Miró a su alrededor desesperadamente y descubrió una puerta que
conducía a los lavabos—. Esto..., yo ya he visto la segunda planta, y tengo que ir al
baño. Nos vemos después, ¿vale?
—¿Qué? —se extrañó Hermione—. Podemos esperarte...
—No, no. Id subiendo vosotros. Yo voy enseguida, de verdad.
Ron y Hermione se miraron, y, con cara de incredulidad, Ron pulsó el botón de la
segunda planta.
Harry fingió que se dirigía al baño y cuando el ascensor hubo desaparecido, se
subió en otro y bajó al Departamento de Misterios.
Afortunadamente para él, nadie se había montado en su mismo ascensor. Salió al
oscuro y desnudo pasillo y avanzó por el corredor. Un escalofrío lo recorrió al recordar
cómo había corrido por aquel lugar la noche anterior. No vio a nadie mientras se
acercaba a la puerta negra. ¿Estaría el Departamento de Misterios vacío? No lo sabía.
¿Le dirían algo por entrar allí? Supuestamente no debería poder entrar. ¿Qué haría si
alguien le veía? No encontró respuesta, y estuvo a punto de detenerse, pero un
impulso que no sabría decir de dónde procedía le animaba a continuar; un impulso que
se parecía mucho al «¡Sígueme Harry!» que Sirius le había gritado. Casi podía ver a
su padrino cruzando la puerta negra, y supo que no podía detenerse. Tenía que
continuar hasta el final, hasta estar frente al arco, el arco que tantas veces había visto
en sus sueños.
Se acercó a la puerta, y, con cierta vacilación, avanzó. La puerta se abrió, dejando
ante su vista la conocida sala circular de las doce puertas. Una de ellas era la de
salida, y las otras once, las salas del Departamento. La puerta de entrada se cerró, y
la sala giró alrededor de Harry, hasta que se detuvo de nuevo. Harry se quedó quieto,
en la casi total oscuridad de la habitación, sólo iluminada por las débiles llamas azules
de las antorchas entre las puertas. Se quedó allí unos minutos, sin saber qué hacer,
hasta que recordó su persecución en pos de Bellatrix la noche en que Sirius había
muerto.
—La Cámara de la Muerte —dijo, en voz alta y clara.
Una puerta a su izquierda se abrió en cuanto hubo pronunciado las palabras. Harry
miró a través de ella con cierto temor, y vio de nuevo la gran sala, con su centro
hundido entre las filas de bancos, y en el medio la tarima sobre la que se alzaba el
arco. Harry comprobó que la sala estuviera vacía y entró, cerrando la puerta tras de sí.
Descendió los escalones lentamente, sin apartar apenas su mirada del velo, que
se agitaba exactamente igual que la última vez que lo había visto. Llegó al fondo y se
detuvo, contemplando el arco.
Entonces, volvió a percibir las voces que se ocultaban tras la raída cortina negra, y
avanzó de nuevo hacia el arco. En el fondo de su mente, sabía que era peligroso, que
no debía tocar el velo, pero no podía detenerse. El impulso por acercarse y la
atracción que el arco ejercía sobre él eran invencibles. Deseaba saber quién había allí,
quien le hablaba. Nada más importaba, ni nadie... Tenía que tocarlo...
Caminó hacia la tarima y se subió a ella, mirando al velo como si estuviera
hipnotizado. Se quedó allí, a unos dos metros del arco, observándolo, durante varios
minutos, mientras oía las voces, cada vez más fuertes. También el velo parecía
agitarse con un poco más de violencia.
—¿Qué decís? —preguntó Harry—. ¿Quién habla? ¿Eres tú, Sirius? ¿Estás ahí?
Harry dio un paso corto hacia el velo, y, unos segundos después, otro. Estiró el
brazo, a pesar de la voz que insistentemente le decía que no lo hiciera, que no lo
tocara... pero aquello era una estupidez. ¿Por qué no iba a tocarlo? Allí debían de
estar Sirius, y Luna..., y sus padres... Tenía que tocarlo, sólo tenía que apartar la
cortina, y los vería allí, a todos...
Avanzó otro paso, y sus dedos quedaron a veinte centímetros del velo. Iba a dar
otro paso más, y tocarlo por fin, cuando una voz horadó su mente y le hizo detenerse.
—No lo toques.
No había gritado, y había sonado muy calmada, pero fue como si a Harry le
hubiesen tirado un jarro de agua fría por encima. Movió la cabeza para despejarse,
pero sin apartar la vista del velo, cuando una mano se posó sobre su hombro con
suavidad y la voz repitió:
—No lo toques.
Esta vez, Harry sí volvió la cabeza y miró a la persona que le había hablado.
Era un anciano, de largo pelo y larga barba blanca, similares a las de Dumbledore.
Su rostro estaba surcado de arrugas, y sus ojos azul grisáceos le miraban fijamente y
con sumo interés. La nariz del anciano era recta, y su piel era de un color pálido.
Llevaba una túnica gris con signos cabalísticos y un viejo sombrero puntiagudo en la
cabeza. Harry al principio se asustó, pues entre la barba, el pelo, el color de piel y la
túnica, el anciano casi parecía un fantasma. Sin embargo, Harry sintió que no tenía de
qué asustarse. De alguna forma, y aún sin conocerlo, el anciano le transmitía
confianza. Además, le había salvado la vida. Harry miró al velo, y se dio cuenta de la
locura que había estado a punto de cometer. Retrocedió un paso.
—No te preocupes, ya no hay peligro —lo tranquilizó el anciano, que seguía
mirándole atentamente. Quitó la huesuda mano del hombro de Harry y añadió—:
¿Sabes? No deberías de estar aquí.
Harry no supo qué contestar. Aquel hombre debía de trabajar allí, y ahora
seguramente se vería metido en un problema por haber entrado furtivamente en el
Departamento de Misterios...
—Lo..., lo sé, pero... no pude resistirlo... —intentó disculparse. Pensó que sonaría
bastante ridículo decir «Los muertos me han llamado y no pude evitar acudir», aunque
lo que había dicho no era mucho mejor.
—Lo entiendo perfectamente —dijo el anciano con voz amable, y le sonrió a Harry.
Le recordó aún más a Dumbledore, a quien uno siempre podía contarle cualquier
cosa, seguro de que el director de Hogwarts lo comprendería.
—¿Lo..., lo entiende?
—Claro —dijo el anciano, y su sonrisa se hizo más amplia—. Al fin y al cabo, aquí
perdiste a tu padrino, ¿no? Era lógico que tarde o temprano volvieras. Dumbledore me
lo había dicho.
—¿Sabe quién soy? —preguntó Harry, muy extrañado—. ¿Y conoce a
Dumbledore?
El anciano siguió sonriendo, con expresión divertida.
—Todo el mundo os conoce a ti y a Dumbledore —respondió—. Pero a
Dumbledore le conozco en persona. Le conozco muy bien.
—¿Y sabe lo de..., lo de Sirius?
—Claro —respondió él—. Lo sé todo sobre eso, al fin y al cabo, trabajo aquí.
—¿Por qué sabía el profesor Dumbledore que vendría aquí? —quiso saber Harry.
Ya se había olvidado de que no debería estar allí. La compañía del anciano, por
alguna razón, le resultaba agradable.
—Porque has visto el arco, y lo has sentido. Has tenido muchas pérdidas, y el
deseo de recuperar a tus seres queridos es muy grande —explicó el anciano—. Por
eso este arco está aquí oculto: tarde o temprano, todo el mundo querría usarlo, verlo,
o tocarlo. Como tú ahora. Buscas en el arco la respuesta a tu pérdida, crees que
mirándolo, que tocándolo o apartando el velo verás a los tuyos, o a tu padrino, pero
sólo es un engaño, una esperanza vana. Si hubieras tocado el velo, ahora estarías
muerto.
—¿Cómo sabe eso? —le preguntó Harry, impresionado.
—Es mi deber. Llevo muchos años estudiándolo. Es el efecto que causa en la
gente que ha perdido a alguien. Escuchas voces, ¿verdad?
—Sí —respondió Harry—. ¿Qué son? Una amiga mía me dijo que eran las voces
de los muertos que claman por sus seres queridos... O bueno, eso decía en un artículo
sobre el arco que salió en la revista de su padre...
—¿Cómo se llamaba tu amiga?
—Luna Lovegood —contestó Harry. El anciano asintió.
—Lovegood... Sí, es cierto. Yo concedí una entrevista a su padre hace varios
años.
—Pero, si trabaja aquí... ¿No es usted un inefable? ¿No se supone que no pueden
hablar de esto?
—Sí, se supone... Pero bueno, siempre he actuado a mi manera en algunas
cosas... Y, de todas formas, nadie puso muchas pegas sobre ese artículo en El
Quisquilloso, porque es una revista muy... peculiar.
—Ya... Entonces, es usted un inefable —preguntó Harry, que ahora deseaba saber
más sobre aquel hombre y sobre el arco.
—Sí. De hecho... soy el Jefe de Inefables —respondió.
—¿Es el director del Departamento de Misterios?
El anciano se rió.
—¡Oh, no! No es lo mismo. El puesto de Director del Departamento es un cargo
más bien burocrático. Eso no es lo mío. Lo mío es la investigación y el estudio. Podría
decirse que mi cargo está por debajo del de director. En el Departamento de Misterios
trabajan unos cincuenta inefables, y aparte de eso hay otros cuarenta funcionarios que
hacen otras labores...
Harry asintió, comprendiendo, y volvió a mirar al arco, sintiendo las voces de
nuevo.
—Entonces lo que oigo son las voces de mis seres queridos... —comentó.
—Sí, pero no podemos entenderlas. El arco te atrae, pero lo que ofrece es sólo
sueño, porque nada puede cruzar desde la muerte a la vida, excepto las voces y el
cariño de los que nos aman.
—¿El cariño? —inquirió Harry.
—De todas las magias que existen, sólo el amor tiene el suficiente poder para
atravesar las puertas de la muerte en sentido contrario. Este arco es una puerta,
Harry. Una puerta a la muerte. Es una puerta muy especial, desde luego, pero, como
todas las puertas a la muerte, sólo puede atravesarse en un sentido, y nunca en el
contrario. Si acaso esperabas de alguna manera que Sirius Black pudiese estar vivo,
lo siento. Atravesar este arco es como recibir una maldición asesina. La única
diferencia es que tu padrino cruzó con su cuerpo, pero eso no le impide estar muerto.
Harry asintió lentamente, sintiendo que su última esperanza, una esperanza
enterrada en lo más profundo de su ser, y que se negaba a irse, desaparecía, dejando
un dolor que latía en su pecho.
—¿Usted no siente las voces? ¿No se siente atraído por ellas?
—Sí, claro que las siento —declaró el anciano, mientras observaba el velo con
detenimiento.
—Pero usted no parece atraído por ellas —observó Harry.
—No, porque yo hace tiempo que comprendí la muerte. Hace mucho que
comprendí que la vida debe siempre seguir su curso, y que la muerte es parte de ese
curso, parte de la propia vida, parte del ser humano. Sólo comprendiendo la muerte,
aceptándola no como algo terrible, sino como algo que forma parte de lo que somos,
puedes resistir la llamada del velo. Tú aún no lo has comprendido, aún no has
aceptado que tus padres hayan tenido que morir, ni tu padrino, ni Luna... Y mientras
no lo hagas, el velo será un peligro para ti.
—No puedo aceptar la muerte como algo que no sea terrible —dijo Harry—. Me ha
quitado muchas personas a las que quería y apreciaba...
—La muerte no te quitó a nadie, fue Voldemort. —Harry miró a los ojos al anciano,
sorprendido de que hubiera pronunciado el nombre—. Tu madre y tu padre
comprendieron que era mejor la muerte que perderte a ti, Harry... La muerte no es lo
peor que puede ocurrirnos. Pensar que no hay nada peor que la muerte es una gran
debilidad.
De nuevo, a Harry le sorprendió el inmenso parecido entre Dumbledore y aquel
hombre, al recordar las palabras que el director de Hogwarts le había dirigido a
Voldemort en su enfrentamiento en el Atrio, hacía poco más de un año: «Tu
incapacidad para entender que hay cosas peores que la muerte ha sido siempre tu
mayor debilidad.»
—Sigo sin poder entenderlo —dijo Harry.
—Yo también tardé mucho —confesó el anciano—. Tú lo harás... algún día. Y
entonces estarás listo.
—¿Listo para qué? —preguntó Harry.
—Para enfrentarte a Voldemort.
Harry no dijo nada. A duras penas estaba asimilando todo lo que aquel hombre le
decía, todo lo que aquel anciano parecía saber sobre él. Se quedaron mirando el uno
al otro durante un rato, y Harry se atrevió a hacer la pregunta que deseaba formular:
—¿A..., a quién perdió usted?
El anciano volvió su mirada hacia el velo, y en sus ojos apareció un brillo soñador,
como si estuviera viendo algo sucedido en el pasado remoto. Eso le hizo a Harry
preguntarse cuántos años tendría y cuántas cosas habría vivido.
—Como tú, también yo perdí a mis padres, que, al igual que los tuyos, fueron
asesinados por mi causa —contestó. No dijo más, y Harry, sorprendido, decidió que
era mejor no preguntar las circunstancias que rodeaban aquellas muertes.
—Lo siento —fue lo único que atinó a decir.
—No pasa nada —respondió el inefable—. Hace ya mucho tiempo que sucedió.
El anciano bajó de la tarima y Harry le siguió, alejándose del velo.
—¿Quién construyó el arco? ¿Lo hicieron aquí, en el Departamento de Misterios?
—preguntó.
—No —respondió el anciano—. No fue construido aquí. Lo construyó una
desaparecida secta de magos conocida como los Morituri.
—¿«Morituri»? —repitió Harry, que jamás había oído semejante palabra.
—Una palabra latina que significa «los que van a morir» —explicó el anciano—.
Nadie sabe con certeza cuál fue su origen, pero se cree que comenzaron su andadura
en Europa del este, allá por la Edad Media. Eran una secta reducida cuya máxima
aspiración era poder resucitar a los muertos. Creían que podrían lograr atravesar la
barrera que separa al mundo de los vivos del de los muertos, y su intención era que,
cuando alguno de ellos muriera, sus compañeros pudieran revivirle, así una y otra vez.
»No eran magos tenebrosos, pero tampoco su magia era muy blanca, porque
estaban dispuestos a casi todo por conseguir su objetivo. Trabajaron durante
centurias, en secreto, desplazándose por Europa, hasta que sus investigaciones les
permitieron comenzar la construcción del arco. Eso fue hacia el año 1600
aproximadamente —dijo el anciano—. Poco después, un grupo de magos tenebrosos
se enteró de los trabajos que realizaban y empezaron a perseguirles, lo que terminó
en una guerra. Muchos de los morituri murieron en ella, y los supervivientes, ansiosos
por terminar el trabajo y poder resucitarse unos a otros, se radicalizaron. Los
miembros más moderados fueron asesinados por sus propios compañeros, y se
convirtieron en un grupo de magos tenebrosos dispuestos a todo por alcanzar sus
fines.
—Vaya —dijo Harry—. Jamás había oído hablar de eso en Historia de la Magia.
—Es una historia que poca gente conoce, porque, como comprenderás, los
morituri eran un grupo que mantenía muy en secreto sus actividades.
—¿Qué les pasó? —preguntó Harry.
—Fueron muy perseguidos en Francia debido a varios crímenes, y se vinieron
aquí, a Inglaterra —prosiguió el anciano—. Pero también aquí fueron perseguidos, y,
finalmente, gracias a la ayuda de uno de los propios miembros de la secta, el
Ministerio los encontró.
—¿Los apresaron?
—No. Cuando se vieron rodeados, los cinco miembros de la secta que quedaban,
a excepción del traidor, atravesaron el velo ante los mismos aurores.
—¿Se suicidaron? —exclamó Harry.
—Sí. Supongo que pensaban que, de alguna manera, así podrían regresar... —El
anciano meneó la cabeza—. Jamás comprendieron el verdadero sentido de la muerte.
Ellos la temían, y eso fue su perdición... Tras su final, el traidor colaboró con el
Ministerio, y el arco fue traído aquí, y aquí está desde entonces.
—¿Y desde entonces lo han estudiado? —preguntó Harry.
—Sí —respondió el anciano—. Pero no ha sido fácil... El poder atrayente del arco
lo hace muy peligroso, por eso apenas se permite que los inefables que hayan perdido
al alguien cercano se acerquen a él. Fue una suerte para ti que yo te viera entrar,
Harry, porque no habrías resistido su llamada, ¿verdad?
—No —respondió Harry, comprendiendo aún más profundamente la locura que
había estado a punto de cometer—. Quería tocarlo..., era lo único que importaba.
Creía que si apartaba el velo, Sirius y mis padres estarían allí...
—El velo es engañoso —dijo el inefable comprensivamente—, y la llamada de los
muertos es difícil de resistir.
—¿Por qué no se entiende lo que dicen? —quiso saber Harry—. Se oyen voces,
pero...
—Nadie lo sabe con certeza. Quizás no estamos preparados para entenderlo, o
quizás no hablan en un lenguaje que entienda nuestra cabeza, pero sí nuestro
corazón, y por eso nos atrae.
—Recuerdo que a Ron y a Hermione, mis mejores amigos, no les atraía el velo...
Tampoco oían las voces.
—Porque ellos no perdieron a nadie a quien hubiesen amado especialmente, y por
eso no pueden percibirlo. Pero tú, Harry, tienes un vínculo tan fuerte con tu madre
debido al sacrificio que hizo por ti, un sacrificio de amor, que ni la misma muerte es
capaz de separaros del todo; por eso en ti el velo ejerce una atracción mayor que en
ninguna otra persona.
—Es difícil saber que están al otro lado de ese velo y no puedo verlos...
—Eso es un error. Ellos no se encuentran realmente al otro lado del velo... Pero se
encuentran contigo, donde quiera que vayas. En ti, en tus recuerdos, en tu corazón...
Su recuerdo y su fuerza ya te han salvado en varias ocasiones, ¿verdad? Ellos están
contigo, Harry..., y cuando comprendas eso, cuando lo hagas de verdad, entenderás la
muerte y no la verás como algo tan terrible, sino como algo que forma parte de tu
propia humanidad. Y ahora —añadió el anciano, tras una pequeña pausa— creo que
deberías salir de aquí. Supongo que tus amigos te estarán buscando, y deberías
acudir al Departamento de Transportes Mágicos —añadió, mirando la chapa que Harry
llevaba pegada.
—Sí, lo sé... Pero, sólo una pregunta más.
—Dime.
—Usted conoce la profecía, ¿no?
—Conozco muchas —contestó él—. Recuerda que aquí llevamos un registro de
las profecías... Pero sí, conozco las profecías a las que te refieres; las de Sybill Patrice
Trelawney.
—¿«Las»?
—Sí, las tres. Una ya no la tenemos aquí, pero las otras dos sí.
—¿Tienen las otras dos? Pero..., ¿cómo? Yo no registré la que oí.
—Desde hace unos años tenemos un sistema automático de registro de profecías
auténticas —explicó el anciano—. Si no, se pierden muchas... Mira, ven conmigo.
Subieron a través de los bancos hasta una de las puertas de la parte superior, y
entraron por ella. Harry comprobó que estaban en la sala de los cerebros. Vio que el
tanque había sido reconstruido, y que los cerebros flotaban en él. Como la anterior,
también aquella sala estaba vacía.
—Esta sala ya la conoces, ¿verdad? Es la Cámara del Recuerdo y el
Pensamiento. Está muy relacionada con la Cámara de la Mente —comentó el anciano
mientras avanzaban hacia una puerta que, al abrirse, daba paso a la sala del tiempo.
—¿Nunca hay nadie aquí? —preguntó Harry, al ver que la habitación estaba
también vacía.
—En estos momentos, poca gente. La mitad de los inefables están de vacaciones,
y la mayoría de los que están trabajando se encuentran en las oficinas.
—Ah —dijo Harry.
—Ésta es la Cámara del Tiempo —explicó el anciano—. También la conoces...
Contiene la Sala de las Profecías.
Entraron por otra puerta hacia los pasillos con las estanterías llenas de esferas, y
allí se encontraron con un inefable, que miró a Harry con suspicacia.
—Viene conmigo, Croaker —dijo el anciano.
—Sí, claro, de acuerdo... —respondió Croaker, saliendo de la sala.
—Croaker se encarga del registro de las profecías —explicó el Jefe de Inefables.
Caminaron en dirección a las últimas filas, por el mismo camino que Harry y sus
amigos habían seguido tiempo atrás.
—¿Cuántas profecías hay aquí? —preguntó Harry, mirando a los estantes.
—Unas cuarenta mil —contestó el anciano—. Pero sólo son profecías las esferas
con luz, las demás no tienen nada, están vacías.
—Pero yo creía que las verdaderas profecías eran muy poco comunes —comentó
Harry—. Y si hay tantas...
—Lo son, pero aquí hay profecías hasta del siglo XIII —aclaró el anciano.
—¿Tan antiguas? —se sorprendió Harry.
—Sí. Además hay profecías no sólo de videntes británicos, sino de videntes de
todo el mundo, principalmente europeos... Muchas de las profecías que se guardan
aquí también están registradas en otros países.
—¿Y se quedan aquí para siempre?
—La mayoría sí —contestó el anciano—. Mucha gente nunca pregunta si hay
alguna profecía referida a ellos, y por eso se quedan en esta sala. Ya hemos llegado.
Harry vio que estaban casi al final de la sala. Había ciento doce estantes, y
estaban en el ciento cuatro. El anciano se metió por él y Harry le siguió, hasta que se
detuvo frente a una esfera cuya fecha era de algo más de tres años atrás, y que decía:

S. P. T. a H. J. P.
Señor Tenebroso y Peter Pettigrew

—¡Pone Pettigrew! —exclamó Harry—. Pero ¡si nadie creía que estuviera vivo!
—La etiqueta se cambió hace poco —explicó el anciano.
Harry estiró la mano hacia ella, pero el inefable le detuvo.
—¡No la toques! No va dirigida a ti, y te volverías loco si le pusieras la mano
encima. Sígueme.
Volvió a caminar hasta el pasillo y luego entró en el corredor ciento seis. Allí, al
principio de todo, otra esfera similar, con fecha de unos seis meses atrás, decía:

S. P. T. a G. M. W.
Señor Tenebroso y Harry Potter

—¿G. M. W.? ¿Ginny? Pero no fue ella la que la escuchó, fue toda una clase.
—Sí, pero es su registro el que tenemos. Nos lo entregó Dumbledore.
—Ésta sí puedo cogerla...
—Sí. ¿La quieres?
—No —dijo Harry—. Ya sé lo que dice y no me apetece oírla de nuevo.
Era sincero. No deseaba para nada volver a oír aquellas palabras, «el momento se
acerca». Cuatro palabras simples, pero que en Harry tenían un efecto mortal. Para él
encerraban un pánico indescriptible, el recordatorio constante de un destino terrible e
inevitable.
—Bueno, entonces, es mejor que salgamos ya de aquí. Ya llevas casi una hora
aquí dentro...
—Está bien.
El anciano guió a Harry hasta la sala circular, dijo en voz alta «¡La salida!», y una
puerta enfrente de ellos se abrió, mostrando el pasillo hasta los ascensores, que
estaba desierto.
—Bueno, te dejo aquí. Espero que nos veamos pronto, Harry Potter.
—Gracias por todo, señor... Esto, ¿cómo se llama usted?
—Flammingan —contestó el mago—. Claius Flammingan.
El anciano cerró la puerta y Harry se encontró solo en el oscuro corredor.
9

Aparición

Harry se quedó un momento allí quieto, pensando en todo lo que había sucedido y en
todo lo que había visto y oído. Caminó con lentitud hacia los ascensores, aún con las
palabras de Flammingan resonando en su cabeza. De todo lo que había oído, sin duda
lo que más le había impactado era aquella frase: «Tú lo harás... algún día. Y entonces
estarás listo.»
Era curioso cómo aquel hombre le había recordado a Dumbledore, a Dumbledore
tal como lo veía antes, antes de que parte de su confianza en el director de Hogwarts
se hubiese esfumado; antes de la muerte de Sirius, cuando creía que Albus
Dumbledore siempre tendría la solución y la respuesta a todo, y que siempre se podría
acudir a él...
Llegó hasta los ascensores y pulsó el botón de la segunda planta, aunque dudaba
que Ron, Hermione y Neville estuviesen allí aún.
Salió del ascensor al mismo tiempo que más de una docena de memorándums
interdepartamentales voladores y dos brujas que no habían dejado de mirarle a él y a
su cicatriz, haciéndole sentir bastante incómodo, aunque afortunadamente ninguna de
las dos le había dicho nada.
Atravesó las puertas de roble que conducían al Cuartel General de los Aurores, y
caminó más despacio al tiempo que observaba el increíble movimiento y ajetreo que
había en los distintos cubículos. En algunos de ellos se veían las fotos de todos los
mortífagos conocidos, de algunos sospechosos, e incluso mapas de Gran Bretaña con
posibles localizaciones de guaridas y refugios.
Se percató de que casi se había detenido a observar cuando vio a un mago de
seguridad que le miraba y hacía ademán de dirigirse a él. Instantáneamente, aceleró el
paso y enfiló los pasillos hacia la Oficina Contra el Uso Indebido de los Objetos
Muggles, cuando recordó que el señor Weasley había sido ascendido y ya no
trabajaba allí. No obstante, no sabía dónde buscar, así que llamó a la puerta y, cuando
le dieron permiso, entró.
Se encontró al anciano brujo llamado Perkins y a otro chico joven, que debía de
ser el sustituto del señor Weasley.
—¡Oh, si es el joven Potter! —exclamó Perkins al verle, levantándose—. ¿Qué te
trae por aquí, Harry?
—Esto..., yo venía a ver al señor Weasley, señor Perkins.
—Pero Arthur ya no trabaja aquí —repuso el anciano.
—Lo sé, pero como no sé dónde está su despacho, pensé que usted podría...
—¡Ah, sí, sí! Mira —dijo, saliendo de la oficina y señalando un corredor—. La
oficina de Arthur es la tercera de la izquierda. No tiene pérdida, su nombre está escrito
en la puerta.
—Gracias, señor Perkins.
—De nada, Harry.
El señor Perkins entró de nuevo en la oficina y Harry se encaminó al corredor que
el anciano brujo le había señalado. Llegó hasta la tercera puerta y miró la placa, que
ponía: «Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia. Arthur Weasley, protector.»
Harry no tenía ni idea de cuál era el trabajo de un «protector», nunca se lo había
preguntado ni a Ron ni al propio señor Weasley. Llamó a la puerta y escuchó la voz
del señor Weasley diciendo «¡Adelante!»
Harry abrió la puerta y entró. La nueva oficina del señor Weasley era mucho mejor
que la última: tenía ventana, un escritorio de mayor tamaño y de mejor calidad, y una
butaca mucho más cómoda. Aparte de su escritorio, que era el más grande, había
otros dos más pequeños donde un mago y una bruja estaban trabajando. Ambos
levantaron un momento la vista hacia Harry, y luego siguieron con lo suyo.
—¡Harry! ¿Qué haces aquí? —le preguntó el señor Weasley, levantándose y
acercándose a él.
—Estaba buscando a Ron, Hermione y Neville...
—Se fueron hace ya veinte minutos. ¿Dónde estabas?
—Eh... dando una vuelta por ahí —contestó Harry, mirando hacia la ventana—.
¿No sabe adónde han ido?
—Creo que Hermione quería visitar el Departamento de Regulación y Control de
las Criaturas Mágicas —respondió el señor Weasley.
—Los buscaré allí, entonces.
—Y bueno..., ¿qué te parece mi nueva oficina? —preguntó el señor Weasley,
obviamente orgulloso.
—Está muy bien —respondió Harry con sinceridad—. Mucho mejor que la
anterior... Por cierto, señor Weasley, ¿qué es un «protector»?
—Los protectores somos los encargados de que no se use la magia en contra de
los muggles en cualquier contexto —respondió el señor Weasley—. Cada protector
cuenta con un equipo de dos magos. Dorian y Elizabeth son mi equipo —explicó,
señalando al mago y a la bruja que trabajaban en las dos mesas del fondo de la
oficina.
Harry asintió. Era de esperarse que el señor Weasley siguiera trabajando con
muggles, porque estaba loco por ellos.
—Bueno, señor Weasley, me voy. Pronto tenemos que estar en el Centro de
Aparición.
—Sí, es mejor que te vayas —asintió el señor Weasley, mirando el reloj que había
colgado en una de las paredes—. Yo también tengo mucho trabajo. Bueno..., hasta
luego, Harry, y gracias por la visita —añadió.
—De nada —dijo Harry, sonriendo.
Salió al corredor, volvió por donde había venido y se dirigió a los ascensores. Allí
pulsó el botón que conducía al Departamento de Regulación y Control de las Criaturas
Mágicas. Cuando el ascensor se estaba parando, oyó una voz enojada que reconoció
instantáneamente como la de Hermione.
—...es indignante. ¡Indignante! Hay una Oficina de Coordinación de los Duendes,
pero no hay una para los elfos domésticos...
—Déjalo ya, Hermione —pedía Ron—. Ya te dije que era mejor que no
viniésemos, pero tú te empeñaste...
Harry salió del ascensor y se encaminó hacia sus tres amigos, que estaban
esperando por otro. Ron tenía cara de exasperación, Hermione de enfado, y Neville
mostraba una tímida sonrisa.
—Ya lo sé, Ron, pero es que sigue pareciéndome... ¡Harry! —gritó de pronto,
sobresaltando a Ron y a Neville—. ¡Ya era hora! ¿Dónde estabas? ¡Te estuvimos
esperando mucho rato en la oficina del padre de Ron!
—Lo sé, vengo de allí. Él me dijo que estaríais aquí. ¿Qué te pasa, que gritas
tanto?
Hermione frunció el ceño.
—Nada. Que no hay oficina de coordinación de elfos domésticos, ni nada así, sólo
dos responsables, y eso la ha enojado —respondió Ron.
—¡Porque es para enojarse! —saltó Hermione, elevando la voz de nuevo, con lo
que varios magos y brujas miraron hacia ella—. ¿Así cómo van a conseguir derechos?
¡Es imposible, si nadie los tiene en cuenta!
—Ya lo sabemos, Hermione —dijo Harry—. Pero baja la voz. La gente nos está
mirando.
—¡Mejor! —exclamó, sin bajar el tono ni un ápice—. ¡Lástima que no hubiésemos
traído nuestras insignias de la PEDDO!
—Sí, lo que tú digas —concedió Ron, agarrándola de un brazo y metiéndola en
uno de los ascensores. Neville y Harry entraron detrás. Ron miró su reloj y pulsó el
botón de la sexta planta con mala cara—. Mira, por culpa de Harry y de tu tardanza
aquí ya no nos da tiempo a ir a visitar el Departamento de Deportes y Juegos
Mágicos...
—Para lo que hay que ver allí... —repuso Hermione con desdén—. Y por cierto,
¿dónde te metiste? —le preguntó a Harry, mirándole con suspicacia—. No me dirás
que llevas una hora en el baño...
—No, no fui al baño —confesó.
—¿Ah, no? ¿Y adónde fuiste, si puede saberse? —le preguntó Ron, frunciendo el
entrecejo.
—Luego os lo cuento —contestó Harry, porque el ascensor se había detenido y
habían entrado dos brujas y un mago de aspecto estrafalario que los miraban con
interés.
Se bajaron en la sexta planta, la siguiente, y entraron a través de unas puertas de
roble hacia una gran sala que ponía: «Oficina de Regulación de la Red Flú».
Harry se quedó un rato observando la inmensa sala, que, mediante varias puertas,
daba a oficinas. La sala estaba repleta de chimeneas, y un operario controlaba cada
una de ellas. Justo en el centro de la sala había un inmenso mapa de Gran Bretaña
dibujado en el suelo donde brillaban cientos de luces parpadeantes de diversos
colores, que eran observadas por varios magos que hacían anotaciones en
pergaminos. De vez en cuando, una línea salía de uno de los puntos y conectaba con
otro. Harry supuso que indicaba algún viaje o llamada a través de la Red Flú.
Rodeando el mapa había unos seis escritorios, y en cada uno de ellos había una
porción del gran mapa central, que los funcionarios ampliaban o reducían a voluntad.
—Vaya, es increíble —musitó Neville, observando el ajetreo de la sala—. Así que
de esta forma controlaban las chimeneas de Hogwarts cuando estábamos en quinto...
—Es impresionante —corroboró Hermione, pasmada.
—Bueno, podremos verlo después —dijo Ron, mirando de nuevo su reloj—. En
cinco minutos tenemos que estar en el Centro de Aparición...
Miró a su alrededor y, al fondo de la sala, había unas puertas de madera que
conducían a otro pasillo. Fueron hacia allá y las cruzaron. Del corredor que habían
visto desde la sala de control de la Red Flú salían dos pasillos más: el de la izquierda
tenía un cartel que indicaba «Oficina de Trasladores»; el de la derecha decía «Centro
Examinador de Aparición»; y por el pasillo que quedaba de frente podía leerse
«Consejo Regulador de Escobas». Cogieron el de la derecha y llegaron a una
pequeña sala con varias puertas, algunas butacas y un mostrador de recepción donde
una bruja ya mayor leía Corazón de Bruja. Los cuatro amigos se acercaron a ella.
—Perdone —dijo Ron, viendo que la bruja no los miraba.
—¿Sí? —preguntó ella, levantando la vista y mirándolos a través de sus
anticuadas gafas, aunque sin interés. Parecía ligeramente molesta por haber sido
distraída de su lectura, un artículo que, según Harry pudo leer, se titulaba «Cómo
conquistar al mago de tus sueños sin filtros ni pociones». La mujer era bastante
corpulenta y a Harry le recordaba a alguien, aunque no sabía a quién.
—Eh... —titubeó Ron ante el desagradable tono de la mujer— veníamos a
matricularnos para el carnet de Aparición...
—Aquella puerta de allí —indicó la bruja señalando una puerta a sus espaldas con
un dedo ensortijado. Luego volvió a sumirse en su lectura.
Hermione miró a la bruja con el entrecejo fruncido y expresión de enojo, y los
cuatro se acercaron a la puerta que la mujer les había señalado. Tenía un letrero que
decía: «Magnold Binnes, subsecretario.»
Ron llamó y fueron invitados a entrar.
La oficina era bastante grande, y tenía varios escritorios, al igual que la del señor
Weasley. Al frente había uno mayor, que Harry supuso que sería el del subsecretario,
pero estaba vacío. Sin embargo, los dos que tenían a ambos lados estaban ocupados.
—¿Sí? —preguntó la joven bruja que ocupaba el escritorio de la derecha—.
Vienen a matricularse para el carnet de Aparición, ¿no? —Dijo esto en un tono
desenfadado y alegre, al tiempo que se levantaba hacia ellos. Ni punto de
comparación con la recepcionista.
—Sí —confirmó Ron.
—¡Magnífico! —exclamó, muy contenta, mientras volvía a sentarse—. Hace días
que no se matricula nadie... Decidme vuestros... —comenzó a decir, pero entonces se
les quedó mirando atentamente, y en su rostro se formó una expresión de sorpresa.
Harry vio cómo la mujer miraba hacia su cicatriz, y un momento después su cara
mostraba la misma alegría que si le hubieran regalado mil galeones—. ¡No hace falta
que me los digáis! —Harry estuvo a punto de decir que era obvio que no, porque sus
nombres estaban escritos en sus insignias, pero la mujer continuó gritando—. ¡Es
increíble! ¡Eh, Marianne! —gritó, mirando a la bruja que tenía enfrente, la cual levantó
la vista—. ¿Has visto a quien tenemos aquí? ¡A Harry Potter! ¡A Harry Potter y a sus
amigos!
Ron miró a Harry con cara rara, como diciendo «¿Y esto?», y Harry sonrió. La
mujer acababa de recordarle a Dobby. Hermione la miraba con incredulidad, y Neville
se había puesto rojo.
—Sí, ya los veo, Shirley —dijo la mujer llamada Marianne con paciencia—. Ya
sabíamos que iban a venir, ¿no?
—Sí, pero aún así... ¡Es increíble, pero es un honor, un honor!
—Esto..., gracias —musitó Harry, sin saber qué más decir ante la exaltación de la
joven.
—Bueno —dijo ella, en un tono un poco más serio y cogiendo varios documentos
—. Todos sois menores de edad excepto... —les miró atentamente y se fijó en Ron—
tú, ¿verdad? Eres Ronald Weasley.
—Sí, soy yo —confirmó Ron.
—Vale. Para ti este impreso, es el normal... Para vosotros, Harry Potter... ¡Harry
Potter, no puedo creerlo! —exclamó, volviendo a su tono exaltado—. Es un verdadero
honor... ¿De verdad te enfrentaste a Quien Tú Sabes y le hiciste huir? —le preguntó
en un tono más confidencial—. Eso es lo que se dice por aquí... ¡Y decían hace dos
años que estabas loco! Pero yo sabía que no.
—Gra... gracias —murmuró Harry, desconcertado—. Y sí, me enfrenté a
Voldemort...
La mujer pegó un respingo.
—¡Has dicho su nombre! Es increíble, yo nunca me atrevería, me da un pánico
horrible. El día que atacó el Ministerio yo no estaba aquí, si no, me hubiera muerto de
miedo.
—Bueno, sólo es un nombre... —comentó Harry en un susurro, cada vez más
apabullado ante el desparpajo de la funcionaria.
—Sí, sí, pero menudo nombre, ¿eh? Vold-ya-sabéis-qué-más, buf, da miedo sólo
de oírlo, aún sin saber a qué se refiere... —Meneó la cabeza.
—Esto... —intervino Hermione—. ¿Los impresos, por favor?
—¿Qué? ¡Ah, sí! Perdonad, es que me emociono con mucha facilidad, ¿sabéis?
—comentó alegremente—. Bueno, como te decía, Harry..., este impreso y el de tu
amigo, Neville Longbottom, ¿verdad? —Neville asintió, pero fue incapaz de hablar, de
lo sorprendido y colorado que estaba de que la chica se emocionara tanto de ver a un
grupo en el que estaba él—, son distintos porque aún no tenéis diecisiete años, pero
haréis los exámenes cuando ya los hayáis cumplido... —Les entregó los pergaminos,
que eran de color azul, a diferencia del de Ron, que era blanco, y luego cogió otro de
distinto color, esta vez amarillo fuerte, y miró a Hermione—. Éste es para ti. Es un
permiso especial, porque aún no cumples los diecisiete años hasta septiembre,
¿verdad? —Hermione asintió—. Sí, ya estábamos avisados. Rellenadlos fuera, en la
sala de espera, y luego me los traéis para que los firme el subsecretario, ¿de acuerdo?
¡Ah, y tenéis que pagar dos galeones cada uno! Yo os permitiría matricularos gratis,
pero no se puede, las normas, ya sabéis...
—Vale, está bien —dijo Ron, alejándose de la mujer, que seguía mirándolos con
los ojos brillantes de emoción.
—Qué mujer tan alocada —comentó Hermione cuando hubieron salido del
despacho y se estaban sentando en las butacas.
—Pero al menos es agradable —dijo Neville—. No como ésa de ahí —añadió en
voz muy baja.
—Sí, y hablando de ella, creo que deberíamos pedirle plumas y tinta. No tenemos
—observó Hermione.
—¿Pedirle tinta y plumas? Nos comerá —repuso Ron—. Pero no es necesario,
haré aparecer varias plumas y tinta con mi va... ¡Oh, no! —exclamó, poniendo mala
cara—. Nuestras varitas están abajo...
—Yo pediré las plumas y la tinta —se ofreció Harry, levantándose y acercándose
al mostrador de la mujer mayor.
—Perdone...
—¿Qué quieres ahora? —preguntó la mujer sin mirarle siquiera.
—¿Podría dejarme tinta y algunas plumas, por favor?
La mujer no se movió y siguió leyendo, como si no hubiera oído, y cuando Harry,
un tanto enfadado ya, iba a repetírselo, ella levantó la vista y lo miró, quedándose
inmóvil. Su cara se convirtió en una mueca de desprecio.
—¿Es que no habéis traído? Esto no es una librería —le dijo ella en un tono aún
más desagradable
—Pues no —respondió Harry, un tanto sorprendido y a la vez molesto.
—Toma —dijo la mujer dejando sobre el mostrador dos plumas y un tintero—. Y
luego me los devuelves —le advirtió.
Harry cogió las cosas y las llevó a la mesa sin dar las gracias.
—No me explico cómo tienen a gente tan desagradable atendiendo a los visitantes
—murmuró Hermione—. Es una auténtica falta de respeto... Por desgracia, también en
el mundo muggle hay gente así en las recepciones...
—Bueno, yo relleno primero —dijo Harry—. También fui a buscar la tinta y las
plumas.
—Pues yo contigo, compañero —se apresuró a decir Ron cogiendo la otra pluma
ante la mano de Hermione, que se había estirado para lo mismo. Ella le miró con cierto
enojo.
—¿Qué? —dijo él, mirando a Hermione con sorpresa.
—Nada —soltó Hermione enfadada—. Termina pronto y déjame la pluma.
Harry comenzó a rellenar su formulario, que preguntaba lo típico: nombre,
apellidos, edad o fecha de nacimiento. Pero luego también preguntaba el curso en el
que se encontraba, o último que había cursado, y hacía preguntas sobre el dominio de
los hechizos desvanecedores y comparecedores.
Tras terminar, le pasó la pluma a Neville, y Ron le pasó la suya a Hermione.
Cuando ambos terminaron, Harry volvió a dejar las plumas y el tintero sobre el
mostrador de la bruja, que seguía leyendo Corazón de Bruja, y musitó un débil
«gracias». La bruja no le respondió.
—Imbécil —decía Ron mirándola cuando Harry volvió con ellos. Entraron de nuevo
al despacho y se acercaron al escritorio de Shirley, que los miró muy contenta.
—¿Ya? —preguntó—. ¡Estupendo! —cogió los pergaminos y los miró un momento
—. Están correctos. El subsecretario vendrá ahora, si esperáis un segundo...
Estaba diciendo aquello cuando se oyó un «¡Plop!» y un hombre de unos
cincuenta años con barba y bigote apareció junto al escritorio grande.
—¡Ah, ya está aquí! —dijo Shirley, levantándose y acercándose al hombre que
acababa de aparecer—. Señor Binnes, aquí tiene cuatro nuevas solicitudes del curso
de Aparición —le informó, entregándole los formularios—. Son los de Harry Potter y
sus amigos, señor. Las solicitudes especiales que esperábamos —añadió, con
vehemencia y alegría contenida.
—Está bien, Shirley, cálmate —dijo el señor Binnes con el mismo tono paciente
que la funcionaria llamada Marianne había usado antes—. Bueno, ya sabéis que el
curso cuesta dos galeones por persona, ¿verdad?
—Sí —dijo Ron, un tanto apenado.
—Vale... Esto está bien —comentó, leyendo cada una de las solicitudes y
firmándolas—. Ahora id junto a Marianne, en aquel escritorio de allí, pagáis y ella os
informará de todo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Gracias —dijo Hermione, recogiendo los impresos.
Se acercaron al escritorio de Marianne, notando la atenta mirada de Shirley sobre
ellos, y le dieron los impresos.
—Vale. Tenéis que darme dos galeones, ya sabéis...
—Sí —respondió Hermione, sacando el dinero, al igual que Harry, Ron y Neville.
—Está bien —dijo la funcionaria. Cogió el dinero, firmó las solicitudes y las puso en
un lado de su mesa. Luego cogió unas chapas que ponían «Aparición» y les entregó
una a cada uno—. Tenéis que llevar esto para acudir a las prácticas —les dijo
amablemente—. Son por las tardes, a las tres y media. Tenéis que empezar un lunes.
Si no vais hoy, no podréis entrar en un grupo hasta la próxima semana. Las clases se
dan aquí. Si no sabéis dónde, la recepcionista os lo indicará.
—Esto..., ¿no podría decírnoslo usted? —le pidió Ron.
Marianne le miró y luego sonrió.
—Sí, claro... No os ha caído bien Agnes Bulstrode, ¿verdad? Es normal, es muy
desagradable, no sé por qué aún trabaja...
—¿Bulstrode? —dijeron Harry, Ron y Hermione a la vez.
—Sí. ¿La conocéis?
—Conocemos a su hija, o bueno, al menos a alguien de su familia —respondió
Harry. Ahora ya sabía de qué le sonaba la cara de la recepcionista—. No nos llevamos
muy bien.
—Ya, me imagino —asintió Marianne—. Bueno, a la sala se entra por la puerta de
la izquierda que hay en la pared que está a mano izquierda según salís de esta oficina.
Pero no tiene pérdida, tiene un letrero que dice «Aula de Cursos». Entráis sin más.
—Vale, gracias —dijo Hermione—. Hasta luego.
—Hasta luego —se despidió Marianne.
—¿Ya os vais? ¡Que tengáis suerte en el examen! —les gritó Shirley—. ¡Hasta
luego!
—Hasta luego —le dijeron los cuatro, con una sonrisa.
Salieron del despacho, lanzándole una última mirada a Agnes Bulstrode, que
levantó la vista hacia ellos fugazmente, y enfilaron el pasillo hacia la sala del control de
la Red Flú.
—¿Adónde vamos ahora? —preguntó Neville.
—A casa —dijo Ron—. Comeremos y luego volveremos aquí.
—¿No hay comedor ni cafetería en el Ministerio? —inquirió Harry.
—Sólo para los funcionarios —respondió Ron.
Bajaron por los ascensores hasta el Atrio, y allí recogieron sus varitas en el
mostrador de seguridad, mientras devolvían sus insignias.
—Ahora debéis salir del Ministerio —les dijo el guardia.
—Ya —respondió lacónicamente Ron.
Se dirigieron hacia las chimeneas y entraron por una de ellas en dirección al
número 12 de Grimmauld Place.

—Bueno, ¿dónde te metiste? —le preguntó Hermione a Harry sin rodeos tras cerrar la
puerta. La comida aún no estaba lista y Hermione había insistido en subir hasta la
habitación.
Harry se sentó en su cama y miró a sus dos amigos. Ron se había sentado en la
suya, y Hermione estaba de pie, mirándole con los brazos cruzados. Neville se había
quedado con Lupin, hablando.
—Quería ir al Departamento de Misterios —confesó Harry.
—¿Al Departamento de Misterios? —inquirió Hermione, sorprendida—. ¿Y por
qué?
Harry miró hacia Hermione con expresión de «¿No es obvio?».
—Sentí la necesidad de ir a la Cámara de la Muerte —explicó Harry, y, viendo las
caras de incomprensión de sus amigos, añadió—: La habitación del velo.
—¿Sentiste la necesidad de ir allí? —le preguntó Ron. Le dirigió una mirada
suspicaz—. ¿Fue por el sueño? ¿Por el sueño con Sirius?
—Sí —dijo Harry—. Pero no sólo por eso... Sentí que debía ir y fui.
—¿Entraste allí? ¿Sin autorización? —exclamó Hermione, alarmada—. ¡Harry,
podrías haberte metido en un lío! ¡No puedes entrar allí sin más!
—Ya lo sé, Hermione —admitió Harry—. Sé que fue una estupidez, pero tenía que
hacerlo... Y, de hecho —añadió—, casi me meto en un lío.
—¿Te cogieron? —le preguntó Ron—. ¿Algún mago de seguridad?
—No —repuso Harry—. Cuando entré en la Cámara de la Muerte sentí el impulso
irresistible de tocar el velo, y casi lo hago...
—¿Que casi tocas el velo? —dijo Hermione, que parecía que no sería capaz de
aguantar más confesiones, de lo alarmada que estaba—. ¿Estás loco? ¡Ese velo es
muy peligroso, Harry! ¡Podrías haber muerto!
—Lo sé, pero vosotros no lo entendéis... Vosotros no escucháis las voces que
salen del velo, no sentís su atracción como yo...
—Yo no oí ninguna voz cuando estaba allí —dijo Ron.
—Ni yo —agregó Hermione.
—Ya. Y hoy me han explicado por qué —Ron y Hermione miraron a Harry más
fijamente—. Cuando estaba a punto de tocar el velo, el Jefe de Inefables del
Departamento de Misterios me lo impidió.
—¿El Jefe de Inefables? —se sorprendió Ron—. Vaya...
—¿Sabes algo de él? —inquirió Hermione, mirándole.
—Sí, he oído a mi padre hablar de él —dijo Ron—. Se llama... ¿Cómo era?
—Claius Flammingan —le recordó Harry.
—Sí, eso —asintió Ron—. Mi padre me contó que es uno de los funcionarios más
antiguos y desconocidos del Ministerio. Según parece, es todo un genio de la magia,
pero también es un tanto extraño, y casi nunca sale del Departamento de Misterios.
Muy poca gente le conoce, eres afortunado por haberle visto.
—¿Sí? —preguntó Hermione, muy interesada—. ¿Cómo es, Harry? ¿Hablaste con
él?
—Sí, hablé con él... o más bien él conmigo —les contó Harry—. Personalmente me
recordó muchísimo a Dumbledore. Me estuvo explicando qué era el arco...
Harry les relató a sus amigos todo lo que Flammingan le había contado sobre el
arco y sobre el Departamento de Misterios, pero no les dijo nada acerca de lo que
Flammingan le había comentado sobre el hecho de que estaría preparado para
enfrentarse a Voldemort cuando hubiese comprendido la muerte.
—...entonces me dijo cómo se llamaba y cerró las puertas. Luego subí al despacho
de tu padre, Ron, y el resto ya lo sabéis.
—Vaya... —dijo Ron, que parecía muy sorprendido—. Me gustaría haberle
conocido. Podrías habernos dicho que ibas allí —le reprochó a Harry.
—Me apetecía bajar solo —se excusó—, y además sabía perfectamente que no
me dejaríais.
Hermione, sin embargo, no dijo nada al respecto, parecía estar muy pensativa.
—Yo jamás había oído hablar de esa secta, los morituri... —comentó—. Cuando
regresemos a Hogwarts buscaré información sobre ella en la biblioteca. Algo tiene que
haber sobre ellos.
—¿Por qué quieres saber algo sobre ese grupo? —le preguntó Ron—. ¿No te
llega con lo que Harry nos ha contado?
—Me parece un tema interesante, Ron —dijo Hermione cansadamente.
—A mí me parecieron un grupo de locos —repuso Ron—. Vale que inventaran ese
arco y demás, pero meterse en él esperando que algún día alguien los resucitara...
—Dejad ya la secta esa —les pidió Harry—. Lo importante es lo del arco, no quien
lo hizo...
En ese momento, la puerta del cuarto se abrió y entró Neville.
—Tu madre me ha dicho que bajéis, Ron —les comunicó—. La comida ya está
casi lista.
—¿Ya? —preguntó Ron, contento—. Pues me alegro, porque ya me empezaba a
molestar el hambre.

—Bueno, menos mal que esta vez ya no tenemos que hablar con la estúpida
recepcionista ésa —comentó Ron cuando, hora y media después, subían en los
ascensores hacia la sexta planta tras haber comido, ido al Ministerio y dejado sus
varitas en el mostrador de seguridad.
—Agnes Bulstrode... ¿Será la madre de Millicent? —preguntó Harry—. Parecerse,
se le parece.
—Seguramente —dijo Hermione, mientras abría las rejas del ascensor y salían de
él, dejando entrar a un grupo de tres magos que los observó detenidamente—. Por
eso te miró tan mal, Harry. Supongo que no le gustó lo que le hicisteis a Millicent en el
lago Ron y tú.
—Bueno, a nosotros tampoco nos gustó lo que hizo ella, riéndose de las
estupideces del cretino de Malfoy —repuso Ron.
—¿Habláis de cuando los tirasteis al lago? —inquirió Neville, mientras atravesaban
la Sala de Control de la Red Flú.
—Sí —contestó Harry.
—Por entonces dabais miedo —comentó Neville misteriosamente, pero nadie dijo
nada, porque estaban cruzando el pasillo hacia la sala del Centro de Aparición, y no
querían que Bulstrode les oyera.
Los cuatro llevaban las insignias que Marianne, la funcionaria, les había entregado.
Entraron en la sala de espera y se dirigieron a la puerta que les habían indicado.
Apenas si dirigieron una mirada a la desagradable recepcionista, que seguía leyendo
Corazón de Bruja, como si no se hubiera movido en todo el día.
Iban a entrar en el aula de cursos cuando Bulstrode les dijo en tono desagradable:
—No se puede entrar hasta las tres y media.
Harry se volvió hacia ella, que seguía inclinada sobre su revista como si no hubiera
abierto la boca, y luego miró su reloj: aún eran las tres y veinte. Miró a Hermione, y ella
se encogió de hombros.
—Sentémonos —sugirió.
Esperaron en silencio los diez minutos que faltaban, mientras de vez en cuando la
señora Bulstrode les dirigía una mirada de desagrado.
Cuando al fin llegaron las tres y media y ya los cuatro estaban muertos del
aburrimiento, Harry se levantó y se acercó a la puerta; los otros tres le siguieron.
La abrió y entró en una sala rectangular, un poco más grande que la que acababan
de dejar, donde había unas quince sillas y mesas, como en un aula. Frente a ellas
había un escritorio. Un mago de unos cincuenta años estaba sentado en él, leyendo
unos pergaminos. Levantó la vista en cuanto Harry y los demás entraron.
—Buenas tardes —los saludó—. Sois los nuevos, ¿no? —Miró hacia sus
pergaminos y dijo—: Harry Potter, Hermione Granger, Neville Longbottom y Ronald
Weasley.
—Sí, somos nosotros —confirmó Harry.
—Bueno, pues para esta semana no esperamos a nadie más, así que ya podemos
empezar. Sentaos, por favor.
—¿Sólo vamos a estar nosotros? —preguntó Neville.
—Sí, por estas fechas ya viene poca gente. La mayor afluencia de estudiantes se
produce en las primeras semanas de julio, y ya estamos a finales de mes. —Los
cuatro se sentaron, y Hermione empezó a sacar pergamino, tinta y una pluma de su
mochila—. Bueno, mi nombre es Wilbert Wallshawn, y... —Se quedó mirando a
Hermione—. Señorita Granger, ¿qué hace?
—Preparar mis cosas —respondió Hermione con seguridad.
—Aquí no va a necesitar pergamino ni plumas, señorita Granger. Esto no es
Hogwarts.
Las mejillas de Hermione enrojecieron. Ron soltó una risita, y la chica le lanzó una
mirada fulminante.
—Lo único que van a necesitar —prosiguió Wallshawn con aire divertido— es
atenderme a mí. Los apuntes que precisan ya están hechos —dijo, mientras les
entregaba a cada uno un pequeño libro titulado «Fundamentos de Aparición» y que
llevaba el sello del Ministerio de Magia.
»Bien. Como he podido leer en vuestras solicitudes, los cuatro habéis cursado este
año el sexto curso en Hogwarts. Normalmente es más fácil aprender a aparecerse y
desaparecerse cuando ya se ha terminado el colegio, pero no deberíais tener ningún
problema, sobre todo considerando que los cuatro afirmáis tener un buen dominio de
los hechizos desvanecedores y comparecedores —Neville se revolvió un poco en su
silla—. Un dominio correcto de los hechizos desvanecedores es generalmente
suficiente, normalmente no se dan los hechizos comparecedores hasta séptimo
—comentó el profesor—. Así que supongo que no habrá ningún problema para que
dominéis correctamente la Aparición.
»Dicho esto, he de deciros que la Aparición, aunque en sí misma no es muy
complicada, como veréis, requiere concentración y mucho cuidado, sobre todo al
principio, porque es fácil que cometáis errores y tengáis algún accidente grave.
—¿Como por ejemplo escindirnos? —dijo Ron.
—Por ejemplo —asintió el profesor Wallshawn—. Pero también hay otras cosas,
como reaparecer sin un brazo que suele costar mucho recuperar, o con partes del
cuerpo cambiadas de lugar... —Los cuatro amigos hicieron muecas de desagrado—.
Pero no os preocupéis; la mayoría de esos accidentes tienen solución, y, de todas
formas, aquí os enseñaremos a evitar esos percances. Simplemente os enumero
algunos de los problemas de la Aparición, porque muchos magos y brujas la usan
como un juego, y no lo es.
»La Aparición es una técnica mágica para la que, como sabéis, no se requiere el
uso de la varita, y eso es debido fundamentalmente a que los magos tenemos una
capacidad especial para hacer magia en nuestros propios cuerpos sin necesidad de
proyectarla. Por eso es más fácil aparecerse y desaparecerse que hacer que otras
personas se aparezcan y desaparezcan, ¿entendéis? —Viendo que los cuatro
asentían, Wallshawn continuó—: Existen varias técnicas para elegir el destino cuando
uno se aparece, pero aquí sólo veremos la básica, es decir, aquella en la que el sujeto
elige el lugar para aparecerse. Otros métodos permiten aparecerse junto a una
persona en concreto, usando ciertos tipos de vínculos o magias que nos dan la
localización de esa persona, pero esas técnicas son más propias de otras disciplinas,
y no las veremos aquí.
Inmediatamente, Harry pensó en los mortífagos, que se aparecían donde estuviese
Voldemort sólo con que él tocara las cicatrices de uno de ellos.
—Como conocéis cómo funcionan los hechizos desvanecedores —continuó
Wallshawn—, os será bastante fácil comprender cómo apareceros en otros lugares; no
es algo muy complicado. Lo más difícil de la Aparición es desaparecerse
correctamente y controlar el hecho de no aparecer en medio de paredes, árboles u
otros objetos sólidos. Al principio, cuando estéis aprendiendo, os resultará complicado
apareceros y desapareceros varias veces seguidas, pero esa limitación irá
desapareciendo a medida que practiquéis y os acostumbréis. No obstante, como con
todo lo que se refiere a la magia, vuestra habilidad final en el uso de la Aparición
dependerá de vuestra capacidad mágica y de vuestros gustos: si no os gusta la
Aparición (y puede que a alguno no os guste), os será difícil usarla. ¿Me habéis
entendido bien hasta aquí? —les preguntó—. ¿Alguna duda?
—Si aparecerse es similar al uso de hechizos desvanecedores, ¿por qué los
hechizos antidesaparición no afectan a estos últimos, y además los elfos domésticos
pueden usar la aparición igualmente? —quiso saber Hermione.
—Bueno, la Aparición no es un hechizo, en el sentido estricto del término. Es
magia sobre el propio cuerpo. Haciendo un ejemplo simple, es como comparar la
transformación con el poder de los animagos o el de los metamorfomagos. En cuanto
a los elfos domésticos, la aparición en ellos es algo natural. Un poder propio e innato
de su raza. Por ejemplo, pueden aparecerse junto a la persona que desean incluso sin
conocerla, algo que los magos no podemos hacer, o al menos no de forma tan simple.
¿Más dudas?
Nadie dijo nada, así que el profesor, tras pasar una mirada sobre los cuatro, dijo:
—Bien, pues entonces, empecemos con los fundamentos básicos.

—Ha sido genial —comentó Hermione una hora más tarde, mientras se dirigían de
nuevo a los ascensores tras salir de la clase—. El profesor Wallshawn explica muy
bien.
—Sí, es buen profesor —corroboró Ron—. La verdad, la Aparición no parece tan
difícil, aunque, con lo que dijo al principio me asustó un poco...
—A mí algo más que un poco —dijo Harry—. ¿Os imagináis desaparecer y
apareceros con una pierna en lugar de un brazo y la cabeza en el sitio de una pierna,
o algo así?
Todos se rieron, aunque, en el fondo, a ninguno les hacía excesiva gracia.
Bajaron por los ascensores hasta el Atrio y se encaminaron a una de las
chimeneas para volver a Grimmauld Place.
Tras comentar cómo les había ido con la señora Weasley y Tonks, que eran las
únicas personas que había en Grimmauld Place en aquel momento, se dispusieron a
tomar un té en el salón del sótano. Entraron los cuatro y se sentaron en círculo.
Hermione abrió el libro de Fundamentos de Aparición y comenzó a leer muy
concentrada.
—¿Ya te vas a leer el libro? —le preguntó Ron, mientras echaba azúcar a su té.
—Claro —respondió Hermione sin levantar la vista—. Sólo tenemos una semana
para estudiar los fundamentos teóricos, luego ya empezaremos con las prácticas...
—¿Cómo sabes eso? —le preguntó Harry.
—Lo dice en la Introducción, Harry. Si la hubieseis leído, lo sabríais —contestó
Hermione.
—Es que el profesor empezó por el capítulo uno, Hermione, no por la introducción
—replicó Harry.
Se quedaron allí el resto de la tarde. Ron, Harry y Neville estuvieron jugando con
los naipes explosivos mientras Hermione leía el libro hasta que llegaron Ginny y los
gemelos, y la chica quiso saber qué tal les había ido.
—Bueno, no ha estado mal —dijo Harry, encogiéndose de hombros—. Fue
entretenido.
—¿Quién os da clase? —quiso saber Fred.
—Wilbert Wallshawn —contestó Ron.
—Es el mismo que nos enseñó a nosotros —dijo George—. Es bastante simpático.
—Sí, pero no tanto como Shirley —comentó Ron con una sonrisa.
—¿Shirley? —inquirió Fred arqueando una ceja—. ¿Has estado flirteando con
alguna chica, Ron? —le preguntó mordazmente.
Ron enrojeció y miró a su hermano con furia, mientras George se reía. Hermione
levantó la vista del libro que leía y los miró a todos.
—Es una funcionaria, imbécil —repuso Ron.
—Una funcionaria muy emocionable —apostilló Neville.
—¿Funcionaria? —preguntó Ginny, sin entender.
—Una empleada del Centro de Aparición —le explicó Harry—. Cuando nos vio
pensé que le daba algo de la emoción que le entró.
—Todo lo contrario que la recepcionista, que era extremadamente desagradable
—añadió Ron.
—Sí, a nosotros tampoco nos cayó nada bien cuando fuimos —recordó George—.
Muy antipática.
—Lógico, por otra parte —dijo Ron—, si tenemos en cuenta que se apellida
Bulstrode...
—¿Bulstrode? —repitió Ginny con una mueca de desagrado—. ¿Es familia de
Millicent Bulstrode?
—Suponemos que su madre, por el parecido —dijo Harry—. Teníais que haber
visto cómo me miró...
Continuaron hablando hasta la hora de la cena, y media hora más tarde Harry
anunció que se iba a la cama porque estaba cansado.
Eso no era del todo cierto, pero durante la cena había empezado a acordarse de
su conversación con Claius Flammingan, y le apetecía estar solo y pensar.
Desde que había salido del Departamento de Misterios, hacía más de un año,
Harry había aceptado que Sirius había muerto, y que ya no volvería nunca con él. Sin
embargo, en lo más hondo de su mente, en lo más profundo de su corazón, siempre
había albergado una pequeña esperanza de poder recuperar a su padrino. No había
visto su cadáver, y, aunque hubiera caído tras aquel velo, si había pasado al interior,
¿acaso no podría volver a salir? Esa mañana, cuando había estado a punto de tocar el
velo, había estado convencido de que, si lo apartaba, le vería allí, esperándole... Pero
ahora esa esperanza se había desvanecido, y aunque los sucesos del día habían
apartado aquello de su mente, el dolor sordo que se había establecido en él se había
ido haciendo más presente a lo largo de la noche. Flammingan le había dicho con toda
claridad que ninguna puerta a la muerte podía ser cruzada en sentido inverso; Sirius
jamás podría volver con él. Lo único que podría tener de su padrino era su recuerdo, y
aquella terrible atracción que emanaba del velo; aquella atracción que sólo lograría
vencer si comprendía finalmente la muerte, si entendía qué era, si entendía que no era
realmente un fin, algo terrible, sino parte de la propia vida. Pero Harry no entendía
aquello. ¿Cómo podía ser la muerte parte de la vida, si, por definición, la muerte era el
fin de la vida? Entonces recordó algo más, algo que Dumbledore le había dicho
algunos meses atrás, cuando Harry le había comentado al director que había logrado
encender la Antorcha de la Llama Verde: Dumbledore le había dicho que tenía que
entender algo, algo que él no podía decirle, y que sólo cuando lo hubiera hecho estaría
preparado para vencer a Voldemort. También le había dicho que no podría derrotar a
su enemigo con sus propias armas. ¿Se refería Dumbledore al hecho de entender la
muerte? ¿Lograría, entendiéndola, derrotar a Voldemort?
Dejó que su mente divagara, recordando el velo, la sala de las profecías, y muchas
otras cosas, y, mientras, fue quedándose dormido, de tal forma que no se enteró del
momento en que Neville y Ron subieron a la habitación.
Esa noche, volvió a soñar que se encontraba en la misteriosa sala de la luz roja.
De nuevo, sintió la ya conocida sensación de estar rodeado por algo que le era
familiar, aunque en esta ocasión la sensación era aún más intensa. Sin embargo,
seguía sin poder concretar qué era. Como había hecho las otras veces, se acercó al
punto parpadeante, con intención de tocarlo, o, al menos, de averiguar qué era. Sin
embargo, cuando se disponía a hacerlo, un fuerte pinchazo en la cicatriz le despertó
de golpe.
Se tocó la frente, pero el dolor prácticamente había desaparecido ya, y no estaba
muy seguro de si no lo habría soñado también. Un poco decepcionado por no haber
podido tocar el punto rojo, volvió a dormirse.
* * *

El resto de aquella semana transcurrió tranquila. Por las mañanas, generalmente,


Neville acudía a San Mungo, donde su abuela aún seguía hospitalizada, si bien se
recuperaba muy rápidamente y, al parecer, pronto le darían el alta. Por las tardes, a
las tres y media, acudían al Ministerio de Magia para las clases de Aparición. Aunque
el profesor Wallshawn las hacía bastante interesantes, a Harry, Ron y Neville les
resultaba muy aburrida toda la teoría, y ya estaban deseando comenzar las clases
prácticas.
Así llegó el viernes, que era el cumpleaños de Neville. Como ese día también
debían de acudir al Ministerio para la última clase teórica, la señora Weasley les había
dicho que al día siguiente, sábado, que además coincidía con el cumpleaños de Harry,
celebrarían una gran fiesta para los dos a la que acudiría todo el mundo.
—Vaya, muchas gracias —dijo Neville, ruborizado, cuando la señora Weasley les
comunicó lo de la fiesta durante la comida del viernes—. No me esperaba eso, no era
necesario... Pero será fantástico celebrar nuestro cumpleaños juntos, ¿verdad, Harry?
—Verdad —afirmó Harry.
Tras comer, los cuatro partieron hacia el Ministerio de Magia, donde ese día
reinaba un gran revuelo. La causa era que por fin el Wizengamot había cerrado la lista
de candidatos al puesto de Ministro de Magia, y se habían fijado la fecha de las
elecciones. Un gran cartel en el Atrio del Ministerio informaba de todo, y al día
siguiente la noticia aparecería en El Profeta.
Los cuatro amigos se acercaron a leer el cartel, que informaba de los tres
candidatos al puesto, Amelia Bones, Amos Diggory y Julius Seadork. Los mismos que
ya formaban la lista provisional.
—No ha cambiado nada —comentó Ron, tras leer la lista de candidatos—. Y las
elecciones son el...
—El 19 de septiembre —leyó Hermione, sorprendida—. ¡Vaya, el día de mi
cumpleaños!
—Qué casualidad —dijo Harry.
—Menos mal —suspiró Hermione, que parecía aliviada—. Así podré votar.
—¿Temías no poder hacerlo? —le preguntó Harry.
—Un poco —reconoció ella.
Subieron a la sexta planta, escuchando por todas partes conversaciones acerca de
la lista final de candidatos y de cuál sería el más idóneo para el puesto. Aunque no
escuchó gran cosa, por los murmullos que había oído, Harry había percibido que
Julius Seadork tenía tan pocas posibilidades de ser elegido Ministro de Magia como el
propio Harry.
Entraron en el aula de cursos del Centro de Aparición, donde ya les esperaba el
profesor Wallshawn.
—Buenas tardes —los saludó, y los cuatro le devolvieron el saludo mientras se
sentaban—. Bueno, hoy es nuestra última clase teórica. Si os digo la verdad, es todo
más fácil con clases reducidas como ésta. A veces, a principios de verano incluso
tenemos que hacer dos grupos, por la cantidad de gente que hay. Es usted afortunada
por tener un permiso para poder sacarse el carnet antes de los diecisiete años,
señorita Granger —comentó el profesor—. De lo contrario, tendría que examinarse el
año que viene, y seguramente lo haría a principios del verano, cuando viene todo el
mundo.
Hermione sonrió.
—Bueno —prosiguió el profesor—. Empezaremos viendo las limitaciones de la
Aparición, que es prácticamente lo único que nos queda. Como sabréis, el espacio es
siempre un factor limitante a la hora de hacer magia —explicó—. Naturalmente, la
Aparición no es una excepción. Cuánto más lejos intentéis apareceros, más difícil y
cansado os resultará. Más allá de un cierto límite, simplemente no lo conseguiréis.
—¿Cuál es el límite? —preguntó Harry.
—Depende del mago, y, en una misma persona, varía con el tiempo. A medida que
estéis más acostumbrados a usar la Aparición, seréis capaces de apareceros más
lejos y más rápido. Generalmente no hay mucha diferencia entre aparecerse a diez
kilómetros o a quinientos, pero a partir de varios miles, la cosa se va haciendo cada
vez más difícil, ¿entendéis? Y relacionada con esto está, por supuesto, la limitación
temporal. Generalmente, entre una aparición y otra necesitaréis un cierto tiempo de
descanso. Normalmente este tiempo es inapreciable, pero, si intentáis apareceros en
Moscú, por ejemplo, seguramente tardaréis un rato en estar preparados para volver a
desapareceros con éxito, debido al cansancio.
—¿Es como correr? —inquirió Ron.
—No, no es el mismo tipo de cansancio. El cansancio por Aparición hace que
simplemente sea difícil el aparecerse en otro lugar mientras dura, no es algo físico. Es
un dato que debéis de tener muy en cuenta. Bien, dicho esto, ahora veremos en
detalle...
La clase continuó durante hora y cuarto más, y, al acabar, Wallshawn les explicó lo
que tendrían que hacer para las clases prácticas.
—Tendréis que acudir a esta misma aula —dijo, ya para terminar—. Luego yo os
informaré de lo que tenéis que hacer.
—¿También nos dará usted las clases prácticas? —preguntó Ron.
—Sí, claro. Somos muy pocos los que enseñamos Aparición. Prácticamente, sólo
yo. Esto es todo, que paséis un buen fin de semana, y hasta el lunes.
El profesor salió del aula por una puerta y Harry, Ron, Hermione y Neville salieron
a la sala de espera.

—¡Feliz cumpleaños, Harry! —gritó Ron, despertando a su mejor amigo de su


placentero sueño a la mañana siguiente. Harry abrió un poco los ojos ante la llamada
de su amigo y le maldijo interiormente.
—Gracias, Ron... —contestó, fastidiado y aún medio dormido, mientras terminaba
de abrir los ojos con dificultad.
—Felicidades, Harry —dijo Neville, que estaba terminando de vestirse. Ron ya
estaba totalmente listo.
—Gracias, Neville —respondió Harry, un poco más despierto, mientras se ponía
las gafas.
—Venga, el desayuno ya está listo, y tenéis que abrir los regalos —los apresuró
Ron—. Hermione, Ginny, Fred y George ya están abajo.
—Ya voy —musitó Harry, mientras empezaba a vestirse. Ron salió de la
habitación, y, un instante después, también Neville.
Cuando Harry bajó, se encontró con que en la cocina reinaba un ambiente festivo y
alegre, que contrastaba enormemente con lo vivido días antes. Todo el mundo estaba
felicitando a Neville y entregándole sus regalos, mientras el chico daba las gracias un
tanto azorado por tantas atenciones.
—¡FELICIDADES, HARRY! —gritaron Ginny y Hermione en cuanto le vieron,
abalanzándose sobre él para abrazarlo—. Ya tienes diecisiete años...
—Lo sé —repuso Harry con una sonrisa de oreja a oreja. Miró a Ron, que le
sonreía mientras se comía una enorme tostada untada con mantequilla. Sin embargo,
Harry notó que en su sonrisa se ocultaba una ligera tristeza.
Tras soltarse de Ginny y de Hermione, la señora Weasley corrió a felicitarle
también, seguida del señor Weasley, de Lupin, de Tonks y de los padres de Hermione.
Cuando al fin le dejaron libre para poder desayunar, se acercó a Ron.
—¿Estás bien? —le preguntó, ligeramente preocupado.
—Claro —respondió Ron con vehemencia—. ¿Por qué no iba a estarlo? ¡Esto es
una fiesta, Harry!
—No sé, se te nota cierta tristeza en la mirada...
—Tonterías —dijo Ron, desviando la mirada y cogiendo otra tostada; Harry supo
que mentía.
—Ron...
—¿Qué pasa? —preguntó Hermione, que se había acercado a ellos.
—No sé —contestó Harry—. A Ron le pasa algo, y no me lo dice.
—¡No me pasa nada, Harry, déjalo ya! —exclamó Ron, un tanto enojado.
—No es cierto —dijo Hermione, mirándole atentamente—. Ron, no nos mientas,
que nos conocemos...
—Está bien —se rindió Ron, suspirando y mirando fijamente a sus amigos—.
¿Queréis saberlo? Pues...
—Harry, cariño, ¿quieres beicon? —preguntó la señora Weasley con una gran
sonrisa.
—Eh... sí, gracias —dijo Harry, sonriéndole a la señora Weasley antes de volver a
mirar a Ron y poner de nuevo expresión seria—. ¿Decías?
—No es nada, es sólo que..., que me siento un poco triste, ¿vale?, porque me
habría gustado tener..., bueno, un cumpleaños así, ¿sabéis? Ya está, ya lo he dicho.
—Pero, ¿por qué...? —comenzó a decir Harry, y entonces entendió: el cumpleaños
de Ron era el 1 de marzo, y por entonces no estaban para fiestas, porque en esos
momentos Hermione permanecía en la enfermería, sin esperanzas de sobrevivir. Harry
le había dado un regalo a Ron, y también Ginny, pero todo había sido lúgubre y triste.
Harry y Ron se habían pasado el tiempo libre de aquel día practicando ataque y
defensa—. ¡Oh! Ya...
Hermione miró a Ron con tristeza.
—No te preocupes —le dijo, poniéndole un brazo sobre los hombros—. Este año
tendrás un cumpleaños mucho mejor.
Ron levantó la vista hacia Hermione. Su expresión seguía siendo seria, y ahora se
añadía una mirada escéptica.
—¿Cómo lo sabes, Hermione? Ya ves todo lo que está pasando... Faltan siete
meses para mi cumpleaños... ¿Quién sabe si...?
—¡No lo digas! —lo cortó Hermione inmediatamente—. No digas eso, Ron...
—Está bien... —dijo Ron, sonriendo de nuevo—. Venga, ya estoy bien, sólo ha
sido una tontería... Vamos, Harry, ¡tienes que abrir tus regalos!
Harry asintió.
—Nada de eso —dijo la señora Weasley, poniéndole un plato delante a Harry—.
Primero a desayunar, los regalos después.
Así pues, todo el mundo terminó de desayunar, en medio de la alegría general y
las continuas bromas de Fred y George, que se encargaron de probar en Neville y
Harry su «Paquete Especial Para Cumpleaños», y, antes de que terminaran de comer,
ambos tenían dos velas saliéndoles de la cabeza que ponían «17».
Tras terminar, y aún con las velas en la cabeza (Fred y George se partían de la
risa cada vez que Harry les preguntaba cómo se quitaban), abrieron sus regalos: Harry
recibió, de parte de Ron, un gran calendario del nuevo año con fotografías de las
jugadas de quidditch más impresionantes; de parte de Hermione, un juego de piezas
de ajedrez mágico nuevas; de parte de Ginny recibió un gran caja de surtidos de
golosinas; de Fred y George una selección de la tienda de bromas; de parte de Lupin
un reloj nuevo que, aparte de ser muy bonito respondía si se le preguntaba la hora; de
parte de Neville un libro sobre magia defensiva; y finalmente, de Hagrid, una tarta
hecha por él que Harry decidió no probar.
Se pasaron la mañana disfrutando de los regalos y charlando animadamente, o
riéndose con todas las bromas que habían preparado Fred y George, que, antes de la
hora de comer, ya habían exasperado a la señora Weasley.
La comida resultó así mismo sensacional, y por la tarde, los Granger insistieron y
lograron que todos salieran a tomar algo a un café que había en la plaza, donde por fin
pudieron disfrutar un poco del magnífico día de verano que hacía.
Aquella noche, cuando Harry se acostó, no tuvo ni la más mínima duda de que
aquél había sido el día más feliz de todo el verano.
El resto del fin de semana pasó tranquilo y apacible, y el lunes, a las cinco, tal
como Wallshawn les había dicho, Harry, Ron, Hermione y Neville entraron de nuevo
en el aula de cursos del Centro Examinador de Aparición y esperaron a que el profesor
apareciera, para tomar la primera clase práctica.
Cinco minutos después de que hubiesen llegado, el profesor entró por una puerta
lateral y los saludó.
—Bien, si hacéis el favor de seguirme...
Volvió a salir por la puerta por la que había entrado, y los cuatro le siguieron,
entrando a una sala muy grande, al menos de cuarenta metros de ancho por sesenta
de largo, cuyo suelo estaba pintado a cuadros negros y blancos, como un gran tablero
de ajedrez. Cada cuadro tendría cincuenta centímetros de lado, aproximadamente. En
toda la sala no había ninguna otra cosa.
—Bueno, ésta es la sala de prácticas de Aparición. Los primeros días practicaréis
aquí, luego, el jueves y el viernes comenzaremos con las prácticas en el exterior. ¿De
acuerdo? —Los cuatro asintieron y el profesor continuó—: Como veis, cada uno de
estos cuadros tiene unas coordenadas que podréis ver en los extremos de cada fila y
columna. En las primeras prácticas, lo que intentaréis será desaparecer y aparecer en
el cuadro que yo os indique. No obstante, no empezaremos con eso ahora. Lo primero
es ver si lográis desvaneceros y volver a apareceros. Eso es el primer paso. En cuanto
lo consigáis, empezaremos con la aparición en otros lugares. ¿Quién quiere empezar?
—preguntó, pasando la vista sobre ellos.
—Yo mismo —se ofreció Harry, con una seguridad que incluso a él le extrañó.
Veía caras de duda en sus amigos, y quería mostrarles que no había ningún problema.
Él tenía la sensación de que lo haría bien, porque, al fin y al cabo, Voldemort era un
experto en Aparición, y ¿acaso no poseía gran parte de sus conocimientos de magia,
como había comprobado mientras estudiaba para los exámenes de fin de curso?
Siendo así, tenía que salirle bien.
—Estupendo, señor Potter —le dijo el profesor Wallshawn—. Ya sabe lo que tiene
que hacer y cómo hacerlo. Simplemente desvanézcase y vuelva a aparecer.
—Bien...
Harry cerró los ojos y se concentró, pensando en todo lo que había aprendido la
semana anterior, buscando en su mente algo familiar que le ayudase...
Entonces sintió cómo se desvanecía, dejando de sentir su cuerpo. Oyó un suave
pero prolongado estampido, y perdió la noción de sus pensamientos. Un instante
después, volvió a notar su cuerpo y abrió los ojos.
—¡Excelente! —exclamó el profesor Wallshawn, sonriente—. ¿Lo habéis visto
todos? Potter lo ha logrado. ¿Quién es el siguiente?
—Yo —dijo Hermione con cierto nerviosismo, dando un paso adelante.
—Bien, señorita Granger. Ya sabe lo que tiene que hacer.
Hermione asintió, resopló y se concentró. Harry apreció cómo parpadeaba un
segundo, y luego desaparecía. Un momento después, volvió a aparecer. Abrió los
ojos, se miró y sonrió.
—Muy bien también. ¿Señor Weasley?
Ron se adelantó un poco, e hizo lo mismo que Hermione. Tardó un poco más que
ella, pero también lo logró. Al aparecer, les sonrió a Harry y a Hermione mientras
Neville pasaba para probarlo él. Parecía bastante nervioso.
—Tranquilo Neville —le dijo Ron—. Es más fácil de lo que parece.
Neville asintió y comenzó a concentrarse. Después de unos segundos, su cuerpo
parpadeó, pero volvió a aparecer al instante.
—No te ha salido del todo bien, pero ibas por buen camino. Vuelve a intentarlo —le
dijo Wallshawn con amabilidad.
Neville asintió y lo intentó de nuevo, y esa vez lo hizo bien del todo. Cuando el
profesor le felicitó, sonrió muy satisfecho.
—Excelente. Lo habéis hecho todos muy bien. Podemos pasar ya a la aparición
verdadera. ¿Estáis preparados, o queréis seguir practicando el arte de desvaneceros
un rato más?
Ellos respondieron que estaban preparados, y el profesor le dijo a Harry:
—De acuerdo, señor Potter. ¿Quiere hacer los honores de nuevo?
Harry asintió y esperó las instrucciones del profesor.
—Empezaremos por lo más fácil, que es desplazarse hacia un lugar que vemos,
en vez de uno que simplemente sabemos dónde está. Señor Potter, quiero que se
aparezca aquí, a mi lado —le pidió el profesor, situándose a unos cuatro metros por
delante de donde Harry se encontraba.
Harry cerró los ojos, concentrándose en todo lo que sabía. Luego volvió a abrirlos,
mirando hacia el lugar en que tenía que aparecerse. Entonces escuchó un breve
«¡CRAC!», sintió cómo se desvanecía y un momento después notó de nuevo el suelo
bajo sus pies. Abrió los ojos (no se daba cuenta de haberlos cerrado) y vio que estaba
junto al profesor, pero de espaldas a sus amigos, justamente en la misma orientación
que antes de desaparecerse.
—¡Bien hecho! A la primera. Desde luego, tiene usted un don para esto, señor
Potter. ¿Se encuentra bien?
—Un poco mareado —contestó Harry.
—Eso es normal, le ocurrirá las primeras veces. Siéntese un poco si quiere.
El profesor Wallshawn hizo aparecer cuatro sillas y Harry se sentó en una,
mientras observaba a Hermione, que se preparaba para hacer lo mismo que él.
—Ya ha visto cómo se hace —le dijo Wallshawn—. Es fácil. Simplemente
concéntrese bien.
Hermione asintió y se concentró. Como Harry había hecho, también miró hacia el
lugar donde debía aparecerse y, con un sonoro ¡CRAC!, desapareció de donde
estaba. Un segundo después apareció al lado de Wallshawn, se tambaleó un poco y
se cayó al suelo, aunque sin hacerse daño.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó Wallshawn, ayudándole a levantarse.
—Sí, sí... —respondió Hermione, un tanto aturdida—. Ya estoy mejor, gracias...
—Siéntese junto a Potter y descanse. Pronto se le pasará.
Ella asintió, mientras Ron se preparaba para ocupar su lugar. Éste lo hizo más o
menos como Hermione, con la diferencia de que casi vomita al reaparecer.
—Mejor que se siente, señor Weasley —le aconsejó Wallshawn.
Ron asintió y se dirigió a otra de las sillas, mientras se apretaba el estómago y
continuaban dándole arcadas.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Hermione. Ron negó con la cabeza.
Neville miraba a Ron ligeramente asustado.
—No se preocupe, señor Longbottom. La reacción del señor Weasley también es
normal. La segunda vez que se hace siempre sale mucho mejor.
Neville asintió lentamente con la cabeza mientras se preparaba, aunque no
parecía convencido. Tras varios segundos de feroz concentración, desapareció con un
potente estampido y apareció, tres segundos después, a la derecha de Wallshawn,
aunque debería haber aparecido a la izquierda. Cayó al suelo de rodillas y vomitó. El
profesor Wallshawn se agachó sobre él y le ayudó a levantarse, llevándolo hasta una
de las sillas.
—No has estado mal del todo —le dijo—. Con un poco más de práctica lo harás
perfectamente, te lo aseguro. —Dejó a Neville en una silla, limpió el vómito con un
movimiento de su varita, y luego se dirigió a todos—: Bueno, como habéis visto, la
primera vez suele ser bastante desagradable. El hecho de tener que controlar nuestra
magia y nuestro cuerpo mientras estamos desvanecidos suele causar ciertos
«desajustes» al no estar acostumbrados, y de ahí los mareos, los vómitos y demás
reacciones. Descansad un poco si queréis, y en breve volveremos a intentarlo, ¿de
acuerdo? Veréis cómo os sale mucho mejor.
Harry no necesitaba descansar más. El mareo que había sufrido ya se le había
pasado cuando le tocó el turno a Neville. Ya estaba preparado para volver a intentarlo.
Al fin y al cabo, aunque sólo hubiera sido en un sueño, él ya había desaparecido
antes, cuando había visto cómo Fred, George, Ginny y Neville morían frente a La
Madriguera... Sintió que lo recorría un leve estremecimiento. Llevaba ya mucho tiempo
sin recordar aquel sueño atroz.
—Yo ya estoy listo —declaró, levantándose.
—¿Ya? —le preguntó el profesor Wallshawn, sorprendido—. Vaya, pues...
estupendo. ¿Quieres pasar a la siguiente fase?
—Sí.
—Muy bien. Entonces, intenta aparecerte en el cuadro 27 – 82.
—¿27 - 82? De acuerdo —dijo Harry, concentrándose.
Segundos después, desapareció de donde estaba y apareció en otro lugar de la
sala. Miró hacia los números de las paredes y vio que, en realidad, estaba en el
cuadro 27 – 80. Por poco
—¡Fantástico! —lo felicitó el profesor Wallshawn—. Lo has hecho muy bien,
aunque hayas fallado por un metro. Pero es lógico, siendo la primera vez. Dime la
verdad: ¿te has aparecido antes? ¿Te enseñaron a hacerlo?
—No —contestó Harry, aunque, realmente, aquello no era del todo cierto. Pero
pensó que no sería buena idea decirle al profesor «Voldemort sabe, así que para mí
es fácil.»
En ese instante, un débil dolor apareció en su cicatriz, y su mente se nubló por un
momento. Sin embargo, el profesor no pareció darse cuenta. ¿A qué venía aquel dolor
repentino? ¿Se debería a tener su mente débil por estar apareciéndose, al tiempo que,
de forma casi inconsciente, recurría al conocimiento que Voldemort había dejado en
él?
—¿Te apetece volver a intentarlo mientas tus amigos se recuperan? —le preguntó
Wallshawn.
—Sí, sí... —contestó vagamente Harry, mientras el dolor remitía hasta casi
desaparecer.
—Pues entonces, cuadro 12 – 32 —le indicó Wallshawn—. Pero —añadió— esta
vez con los ojos vendados.
Hizo un movimiento con su varita y una venda apareció rodeando la cabeza de
Harry y le tapó los ojos, firmemente sujeta.
—Ahora. Hazlo.
Harry se concentró, o más bien intentó hacerlo, porque el dolor había aumentado
de nuevo, y ahora veía, en medio de la negrura, un punto rojo parpadeante. No sabía
si era producto de su imaginación o de tener los ojos tapados, pero, en cuanto lo había
visto, el dolor había aumentado ligeramente.
Intentó no pensar en ello y se concentró en el cuadro 12 – 32 todo lo que pudo. Un
momento después, desapareció y volvió a aparecer.
Sin embargo, cuando lo hizo, no sintió al profesor Wallshawn felicitarle, ni oyó
ningún otro ruido.
«Algo ha ido mal», pensó de forma automática. La cicatriz le dolía mucho.
Se quitó la venda y miró alrededor.
No estaba en la sala de prácticas de Aparición.
10

La Enfermedad de Ginny

Estaba frente a la puerta del Departamento de Misterios.


¿Qué hacía allí? Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. El pasillo hasta la puerta
negra estaba vacío. ¿Por qué había aparecido, de entre todos los sitios posibles, en
aquél en concreto? No había pensado para nada en el Departamento de Misterios, ni
en aquel pasillo. ¿Tendría algo que ver el dolor que había sentido en la cicatriz?
¿Habrían los pensamientos del mago influido en él? Era posible; al fin y al cabo, la
conexión que compartían era muy profunda, y él aún no dominaba completamente el
arte de la aparición. Todo ello le llevaba a otra pregunta: si estaba allí por interferencia
de los pensamientos de Voldemort, ¿por qué habría estado pensando el mago en
aquel lugar? Que Harry supiera, lo único que Voldemort había querido del
Departamento de Misterios eran las profecías, y ya las conocía. ¿Qué otra cosa podría
buscar allí?
No tenía ni idea, pero se dio cuenta de que no debería estar en aquel lugar, y de
que seguramente Hermione, Ron y Neville estarían preocupados por él, así que volvió
a concentrarse y un momento después apareció de nuevo en la sala de prácticas.
—¡Harry! —gritaron a la vez Ron y Hermione, que, como él había supuesto,
parecían muy preocupados.
—¿Dónde estabas? ¿Adónde fuiste? —le preguntó Ron.
—¿Te encuentras bien, Potter? —le preguntó Wallshawn, que parecía aliviado de
verle sano y salvo.
—Sí, sí, me encuentro bien... No sé qué me pasó, debí distraerme o algo así, y
aparecí abajo —explicó, sin concretar. No quería decir delante de Wallshawn adónde
había ido, ni sus sospechas; lo hablaría más tarde con Ron y Hermione—. No me ha
pasado nada.
El profesor pareció más tranquilo, al igual que sus amigos.
—¿Veis? —les dijo—. Éste es uno de los problemas de la aparición: si os
desconcentráis, u otra cosa interfiere en vuestros pensamientos en el momento de
desapareceros, podéis terminar en un lugar completamente diferente al que os
proponíais ir, e incluso podría pasar que una parte de vuestro cuerpo vaya a un lugar y
la otra parte al otro. Por eso no dejo de insistiros en lo importante que es que os
concentréis bien. Bueno..., descanse, señor Potter. ¿Quién será el próximo en
intentarlo?
Aquella noche, después de la cena, Harry llevó a sus amigos hasta el salón de la
primera planta para hablar con ellos, porque aún no les había contado lo que le había
pasado durante las prácticas.
—¿Qué sucede, Harry? —le preguntó Hermione, mientras se sentaba en un sofá
al lado suyo, al tiempo que Ron, Ginny y Neville se sentaban en los demás sillones.
—Quería contaros lo que realmente me pasó hoy durante las clases de Aparición
—respondió Harry.
—Estuvo genial, ¿verdad? —dijo Ron, muy contento—. Parecías el mejor, Harry,
pero ninguno de nosotros se salió de la sala de prácticas —comentó, riéndose—.
Bueno, también estuvo gracioso cuando Neville apareció encima del profesor
Wallshawn, pero es un error más pequeño...
Ron se rió y Neville también. Hermione, en cambio, miró a Harry fijamente.
—Sí, fue extraño, Harry, luego lo hiciste muy bien todas las veces —dijo Hermione
—. ¿Por qué fallaste en aquella ocasión?
—También has estado muy callado toda la tarde —observó Ginny—. ¿Estás bien?
—¿Sabéis por qué me sale tan bien la aparición? —les preguntó Harry, sin
responder a ninguna de sus preguntas.
—No porque hayas estudiado más que yo, eso desde luego —señaló Ron.
—Me sale bien porque sé, de forma natural, cómo hacerlo. Le mentí al profesor
Wallshawn: yo ya me había aparecido antes.
—¿Cómo? —preguntaron a la vez Ron, Hermione, Ginny y Neville.
—¿Cuándo? Nunca nos dijiste nada —agregó Ginny.
—Sí que os lo dije: me aparecí durante aquellos sueños, ¿recordáis?
—¿Los sueños? —preguntó Ron, sorprendido—. Pero Harry, ¿cómo vas a
aprender a aparecerte en sueños?
—No aprendí, Ron: ya sabía. Voldemort sabe cómo hacerlo. He estado haciendo
un montón de cosas que sólo había hecho antes en los sueños, como la maldición
asesina... Con la aparición es parecido: Voldemort es un experto en aparecerse, y, por
tanto, a mí me es muy fácil hacerlo.
—Comprendo —dijo Hermione—. Pero entonces volvemos a lo mismo. ¿Por qué
te salió mal esa vez?
—Tras aparecerme la primera vez en el cuadro que Wallshawn me había indicado
—respondió Harry—, empezó a dolerme la cicatriz.
—¿Que empezó a...? —comenzó a decir Ron, pero Harry no le dejó continuar.
—Al vendarme, veía delante de mí un punto rojo parpadeante, y la cicatriz me
dolía más. Sin embargo, pensé que quizás era porque estaba, de forma inconsciente,
recurriendo a los conocimientos de Voldemort, y no le presté atención. Me concentré y
desaparecí.
—Pero no apareciste donde debías —apuntó Ron.
—No. Aparecí frente a la puerta del Departamento de Misterios.
—¿Frente al...? ¿Por qué? —inquirió Hermione, con tono preocupado.
—No lo sé —respondió Harry—. No tengo ni idea.
—¿No estarías pensando en ese sitio de forma inconsciente? —sugirió Neville—.
Como hace poco estuviste allí...
Harry negó con la cabeza.
—No, no pensé para nada en el Departamento de Misterios.
—¿Entonces? —dijo Ron—. ¿Por qué apareciste allí? ¿Crees que tiene algo que
ver con que te doliera la cicatriz?
—Sí —respondió Harry—. La única explicación que veo es que, por alguna razón,
Voldemort estaba pensando en el Departamento de Misterios en ese momento.
—Pero ¿qué puede querer de allí? —se preguntó Hermione, pensativa—. ¿Qué
más hay en ese lugar? —inquirió, mirando alternativamente a Ron y a Harry.
—A mí no me mires —contestó Ron—. Sé lo mismo que tú.
—Flammingan no me enseñó nada del Departamento —explicó Harry—. Ya os dije
que, básicamente, sólo me habló del arco. Pero ni siquiera me dijo qué hacían con él.
Lo único que sé es que hay once salas distintas, al menos. Ése es el número de
puertas de la sala circular, sin contar la de salida.
—¿Habrá descubierto que allí hay algo importante, algo que le haría más
poderoso? —sugirió Ginny.
—Me extraña —contestó Harry—. Lo único que necesita para ser más poderoso
que nunca es matarme a mí.
—Bueno, tal vez piense que allí está la solución a ese problema —aventuró Ron.
—La solución a ese problema es lanzarme un Avada Kedavra —repuso Harry con
tono lúgubre.
—Pero hasta ahora eso siempre le ha salido mal, ¿no? Quizás busca algo que se
lo haga más fácil —terció Neville.
—No, no es eso —negó Harry tajantemente—. No sé exactamente por qué lo sé,
pero sé que no es eso.
—Tal vez debieras de hablar con el profesor Dumbledore —propuso Hermione—.
Si hay algo allí que Voldemort pueda querer, él debería de saberlo.
—Sí, tal vez debiera de hablar con Dumbledore —murmuró Harry, aunque no
estaba muy seguro de si quería o no. Se descubrió a sí mismo pensando que le
gustaría más hablar con Flammingan.
Más tarde, cuando ya estaba en su cama y Ron había apagado las luces,
continuaba pensando en aquello, en el hecho de que le gustaría hablar con el Jefe de
Inefables. ¿Había acaso dejado de confiar en Dumbledore como antaño? ¿Había, de
forma inconsciente, trasladado la admiración y confianza en el director de Hogwarts al
Jefe de Inefables del Departamento de Misterios? Sentía que aquella respuesta tenía
una parte afirmativa, y eso, en el fondo, le dolía. Le dolía porque Dumbledore siempre
había estado a su lado, y, durante los cuatro primeros años en Hogwarts, siempre
había tenido la solución, las respuestas. Siempre había podido confiar en Dumbledore
para cualquier situación: había confiado en él para solventar el asunto de que fuera
Ginny la que había abierto la Cámara de los Secretos; había confiado en Dumbledore
para salvar a Sirius de los dementores; y también había confiado en él para evitar ser
expulsado de Hogwarts... Pero ahora ya no era así, y estaba seguro de que ese
cambio de sentimientos respecto al director había comenzado durante su quinto año,
y, sobre todo, tras la muerte de Sirius. Aunque parte de esa confianza la había
recuperado, le había decepcionado que Dumbledore no poseyera las respuestas que
él había deseado durante todo el curso anterior, y también el hecho de que
Dumbledore ya no fuera rival para Voldemort. En la mente de Harry, esa especie de
«aura divina» que siempre había visto en el director de Hogwarts había caído, y bajo
ella sólo había un anciano. Aún le tenía mucho cariño, aprecio y respeto a
Dumbledore, desde luego, pero, de alguna forma, ya no era lo mismo que antes.

El resto de la semana transcurrió sin incidentes. Al día siguiente, Harry apenas pensó
en el hecho de su extraña aparición en el Departamento de Misterios, y, cuando vio de
nuevo a Dumbledore, el miércoles, no le contó nada de lo que había pasado.
Hermione le había lanzado miradas muy directas y significativas, pero Harry las había
ignorado, lo cual había motivado que su amiga hubiera estado muy fría con él el resto
del día. Harry no había hablado con ninguno de sus amigos sobre cómo se sentía
respecto a Dumbledore. A veces se había sentido con ganas de hablarlo con Ron y
Hermione, o con Ginny, pero finalmente no lo había hecho.
Mientras tanto, las clases de Aparición continuaban. El miércoles habían
empezado a hacer prácticas en el exterior, y todo había ido bastante bien. Harry, en
particular, encontraba el arte de aparecerse bastante sencillo, y a Ron y a Hermione
no parecía tampoco costarles mucho. Neville tenía más dificultades, pero, aún así, lo
hacía bastante bien.
El jueves habían probado a aparecerse a distancias más largas, prácticas con las
que continuaron el viernes, el último día de las clases. El lunes siguiente tendrían su
primera oportunidad para aprobar el examen de Aparición. Si no lo conseguían,
deberían tomar una semana más de clases (y pagar un galeón adicional).
Para los cuatro había resultado una experiencia increíble el hecho de aparecerse a
decenas de kilómetros, en los lugares en donde les mandaban. Al principio les costaba
acertar el lugar exacto, pero, poco a poco, habían conseguido aumentar su precisión al
aparecerse.
Finalmente, llegó el día y la hora del examen, lunes a las diez de la mañana en el
aula de exámenes del Centro de Aparición del Ministerio de Magia. Mientras subían
por el ascensor hacia la sexta planta, Hermione se apretaba las manos y repetía en
voz baja y muy rápido la legislación básica de la Aparición (el examen contaba con
una pequeña parte teórica). Ron la miraba con cara extraña.
—Vamos, Hermione, te lo sabes perfectamente. Vas a hacerlo bien, ya lo verás. Al
fin y al cabo, lo más importante es saber aparecerte donde te digan...
—¡Cállate, Ron, me estás desconcentrando!
Ron frunció el ceño.
—Yo también estoy nervioso —dijo Neville—. ¿Es que vosotros no? —les preguntó
a Harry y a Ron.
—No —respondieron ambos.
—Yo sé hacerlo perfectamente —añadió Harry.
—A mí también me sale muy bien —agregó Ron—. Y a vosotros también, pero os
preocupáis demasiado...
—¡Si no lo aprobamos, tendremos que tomar más clases, Ron! —soltó Hermione,
mientras caminaban a través de la Sala de Control de la Red Flú.
Ron la miró, sin contestar, y ella empezó a repetir las normas básicas. En cuanto
estuvieron en el pasillo que conducía al Centro de Aparición, Ron se detuvo, la sujetó
por los hombros y, antes de que ella pudiera darse cuenta de lo que sucedía, la besó
de una forma que Harry no le había visto nunca, y, por la cara de Hermione, ella
tampoco.
—¡Oh, por favor! —se lamentó Harry, mirándolos y volviendo la cabeza—.
Vámonos, Neville...
—Ron... ¿q-qué haces? —le preguntó Hermione, cuando él la soltó.
—¿Estás más tranquila ahora?
—Eh... No sé..., sí, supongo... Yo... —balbuceó Hermione, aturullada.
—Vamos anda —dijo él, cogiéndole la mano y sonriendo.
Harry siguió delante, con Neville, sin mirar atrás. ¿Desde cuándo Ron era «así»?
Entraron en el aula de exámenes (buscaron el letrero en las puertas, evitando
preguntarle a Agnes Bulstrode) y esperaron unos minutos.
El aula era muy parecida a aquella en la que habían dado las clases teóricas, pero
aquí las mesas estaban más separadas, y seguramente había en ellas diversos
encantamientos antitrampa y anticopia.
Poco después de haberse sentado, entraron en el aula el profesor Wallshawn y
otro mago, seguramente otro funcionario del Centro de Aparición. Llevaban una
carpeta con varias hojas de pergamino.
—Buenos días —los saludó Wallshawn con una sonrisa—. ¿Nerviosos?
—Un poco —confesó Hermione.
—Bastante —agregó Neville.
—Lo haréis bien, ya lo veréis. Recordad que lo importante es mantener la
concentración.
El otro funcionario cogió los pergaminos y les entregó uno a cada uno.
—Bien —les explicó Wallshawn—. Ponéis vuestros nombres y respondéis a las
preguntas. Como veréis, es bastante fácil. Tenéis media hora, y deberían bastaros
veinte minutos. ¿Lo habéis entendido bien? Podéis empezar.
Harry cogió su pluma y escribió su nombre en el pergamino. Inmediatamente
después miró la primera pregunta: «¿Cuál es el motivo principal por el que se puede
perder el carnet de aparición?» Harry se lo pensó un momento y contestó, sin dudar:
«Utilizarla para entrar en propiedades privadas sin permiso del propietario.»
Satisfecho, pasó a la siguiente pregunta.
Terminó veinticinco minutos después, con la seguridad de que la mayor parte del
examen estaba bien. Vio que Hermione ya había acabado y que se dedicaba a
repasar las preguntas. Seguramente tendría el examen perfecto, ya que la mayoría de
él iba sobre la legislación del uso de la Aparición. Ron parecía estar dándole los
últimos retoques al suyo, y Neville lo mismo.
Unos minutos más tarde, el funcionario recogió las hojas de examen.
—Tendréis el examen práctico dentro de veinte minutos —les informó Wallshawn
—. Evidentemente, sólo si habéis aprobado la parte teórica. No obstante, espero que
los cuatro lo hayáis conseguido. Nos vemos dentro de veinte minutos.
Salió del aula, acompañado por el otro funcionario, y los cuatro amigos se pusieron
a hablar de cómo les había ido.
Veinte minutos más tarde, Wallshawn, acompañado esta vez por dos funcionarios
(uno de los cuales era el mismo que los había acompañado antes), volvió a entrar en
la sala, llevando los resultados de los exámenes. Hermione se mordía las uñas,
nerviosa, a pesar de que, por lo que había comentado, había contestado
correctamente a todo.
—Bueno, como era de esperarse, todos habéis aprobado. Concretamente, debo
felicitar a la señorita Granger —Hermione se ruborizó— por haber hecho un examen
perfecto, con 25 respuestas correctas de 25. Por lo demás, el señor Potter tiene 21
respuestas correctas, y los señores Weasley y Longbottom tienen ambos 19 aciertos.
Harry sintió cómo Neville suspiraba, aliviado. Ron sonreía.
—Bueno, ahora es tiempo de hacer el examen práctico —continuó Wallshawn—.
Veréis que también es fácil. Simplemente, tendréis que apareceros en el lugar en que
os indiquemos y luego regresar de vuelta aquí. Como veis, es muy simple. En el lugar
en donde tenéis que apareceros se han colocado unos círculos. Tendréis que
aparecer dentro del círculo. Si aparecéis fuera del pequeño, pero dentro del grande,
tendréis ocasión de repetir; de lo contrario suspenderéis y tendréis que volver a tomar
las clases prácticas. ¿Habéis entendido bien?
Los cuatro respondieron afirmativamente.
—Entonces, señor Potter, si es tan amable...

—¡Fantástico, Neville, lo has conseguido! —exclamó Hermione, cuando Neville volvió


a aparecer en la sala, tres minutos después de haber desaparecido hacia un punto
cerca de Oxford.
—Sí, creo que sí —dijo Neville con timidez, mirando al funcionario que estaba a su
lado y que anotaba algo en su pergamino.
—Prueba superada correctamente —dijo el funcionario, sonriéndole a Neville
ligeramente.
Un instante después, Wallshawn apareció al lado de Neville y les dirigió una
sonrisa sincera a todos.
—¡Lo habéis hecho estupendamente! —exclamó—. Todos habéis superado las
pruebas. Ya tenéis el carnet de Aparición. Felicidades.
—Gracias —dijeron Ron y Harry al unísono, sonriendo muy contentos.
—Podréis recoger vuestros carnets más tarde, en la subsecretaría del centro —les
explicó el profesor Wallshawn—. No estarán hasta dentro de una hora, más o menos,
así que podéis volver mañana a por ellos...
—No, preferimos esperar —repuso Hermione—, ¿verdad? —preguntó, mirando a
sus amigos.
—Verdad —corroboró Ron.
Así pues, se despidieron del profesor Wallshawn y de los demás funcionarios, y
estuvieron deambulando por el Ministerio durante la hora que debían esperar. Muy
contento, Ron pudo mostrarle a Harry (y verlo él también) el Departamento de
Deportes y Juegos Mágicos. Hermione tuvo que sacarles de allí agarrándoles de los
brazos, porque ellos parecían negarse a marcharse, viendo todo lo que allí había y a
los famosos jugadores de quidditch que de vez en cuando se pasaban por aquel
Departamento.
Volvieron al Centro de Aparición, donde Shirley (muy exaltada) les hizo entrega de
sus carnets, rogándoles que volvieran a visitarla alguna vez. Los cuatro salieron del
subsecretariado sonrientes, observando los documentos que les permitían el uso legal
de la Aparición.
—¿Qué tal si los estrenamos para volver a casa? —propuso Ron.
—Sí, sí, hagámoslo —apoyó Harry.
—Está bien. Vámonos... —asintió Hermione.
—Hasta otro día, señora Bulstrode —dijo Harry, mirando a la recepcionista con
una sonrisa. Ella le devolvió una mirada gélida, pero no dijo nada.
Un instante después, desaparecieron rumbo al número 12 de Grimmauld Place.
La señora Weasley gritó emocionada al verles aparecer en medio de la cocina con
un estampido. Ginny, por su parte, se llevó un buen susto, pero luego también les
felicitó. Incluso Kreacher asomó la cabeza para ver qué había pasado.
—¡Qué contenta estoy de que hayáis aprobado! —exclamó la señora Weasley,
mirándolos con los ojos brillantes—. Pero era de suponerse.
—Sí, es fantástico —comentó Ron—. Y ahora podremos ir adónde...
—Ni lo pienses siquiera, Ronald Weasley —lo cortó su madre, borrando la sonrisa
de su cara y mirándole severamente—. Que no me entere de que usas la aparición
para irte por ahí sin que sepamos adónde.
—Pero mamá —protestó Ron—, ¡Fred y George lo hacen! ¿Por qué nosotros no?
—Porque no —contestó la señora Weasley, dándose la vuelta y dirigiéndose a la
despensa—. Y no hay más que hablar.
Ron protestó, enfurruñado, pero Harry comprendió qué motivos impulsaban a la
señora Weasley a obrar así: seguramente recordaba cada día lo que habían hablado
durante la reunión de la Orden. Se preguntó si aún vería los cuerpos de sus hijos y de
su marido muertos, tal y como lo había hecho cuando había intentado destruir a un
boggart que se escondía en el primer piso. Y teniendo en cuenta que ya habían
muerto dos miembros de la Orden, que Ron era ahora un objetivo directo de
Voldemort y lo que había pasado con La Madriguera... ¿Cómo lo estaría pasando la
señora Weasley? A veces, Harry pensaba que durante los años que llevaba siendo
miembro de la Orden había aprendido a disimular mucho sus preocupaciones, y, aún
así...
Intentó quitarse aquellos pensamientos tristes de la cabeza. Hermione le decía a
Ron que se callara, porque seguía protestando por lo bajo. Neville bebía un vaso de
agua, y Ginny le miraba a él fijamente. Cuando le devolvió la mirada, Ginny le
preguntó:
—¿En qué pensabas?
—En nada, cosas sin importancia...
—Ah —contestó Ginny, con tono de incredulidad. Pero no dijo nada más.
Los siguientes días en Grimmauld Place resultaron muy tediosos. Casi todos los
miembros de la Orden estaban haciendo algo, aunque ninguno de ellos sabía el qué, y
estaban casi todo el día solos con la señora Weasley, o, cuando ella no estaba, con
algún otro adulto responsable (generalmente Lupin). Mundungus se había ofrecido a
quedarse con ellos alguna vez, pero la señora Weasley había declinado la oferta con
toda la amabilidad que había podido.
Como ya no tenían que acudir al Centro de Aparición, Hermione obligó a Harry y a
Neville a terminar sus deberes, lo cual resultaba muy aburrido, sobre todo mientras
veían a Ron y a Hermione jugar al ajedrez; o jugar a los naipes explosivos y a los
gobstones, con Ginny; o cuando hablaban (si bien entonces era cuando más fácil se le
hacía a Harry concentrarse, porque procuraba no mirar cómo sus dos amigos
hablaban en voz baja, sentados muy cerca uno del otro).
El viernes, después de la comida, los cinco estaban en la habitación de Harry, Ron
y Neville, charlando animadamente. Harry y Neville habían terminado los deberes por
fin, y se estaban relajando como no habían hecho en días.
—La semana que viene le darán el alta a mi abuela —comentó Neville durante un
instante en que todos se habían quedado en silencio.
—Vaya, ésa es una buena noticia —dijo Ginny—. Me alegro, Neville...
—Sí, yo también me alegro mucho, pero... —añadió Neville, con aire ligeramente
triste.
—Te gustaría quedarte aquí, ¿verdad? —terminó Hermione por él.
Neville asintió con la cabeza.
—No te preocupes —le animó Ron—. Ahora puedes aparecerte aquí cuando
quieras... Puedes venir a visitarnos.
—No lo había pensado así... —admitió Neville, más alegre—. ¿De veras puedo
venir? —preguntó, mirando a Harry.
—Por supuesto que sí, vaya preguntas tienes —respondió Harry.
—G-Gracias..., muchas gracias —balbuceó Neville, que parecía emocionado.
En ese momento, una gran lechuza golpeó el cristal de la ventana, reclamando
atención. Harry hizo un gesto con la mano, y la ventana se abrió, dejando pasar al
animal, que revoloteó por la habitación, soltó un fajo de cartas y volvió a marcharse,
ululando.
—Son las cartas de Hogwarts —dijo Hermione, contenta—. Por fin llegan...
—¿También vienen mis TIMOs? —preguntó Ginny con voz temblorosa, sin mirar.
—Sí, sí que vienen —respondió Neville, entregándole un sobre.
Harry abrió su carta, que le recordaba lo mismo de siempre, y miró la lista de libros
del siguiente curso. Sólo necesitaban el Libro Reglamentario de Hechizos, curso 7º, de
Miranda Goshawk, y la Guía de Transformación, Nivel Máximo, de Emeric Switch.
—Vaya, parece que este año el profesor Dumbledore tampoco ha pedido ningún
libro —comentó Neville.
—Sí, y es mucho mejor así... —opinó Ron—. Su método es bastante más efectivo.
Creo que con Umbridge leímos lo suficiente en Defensa Contra las Artes...
¿Hermione? —preguntó de repente, mirando hacia la chica, que se había quedado
con los ojos abiertos como platos mirando su sobre—. ¿Qué te pasa?
—Soy..., yo soy... —balbuceó, aún sin apartar sus ojos del sobre—. M-Me han
concedido el..., el Premio Anual... —logró decir, extendiendo una mano temblorosa
para mostrarles la insignia—.No..., ¡no puedo creérmelo! —exclamó, reaccionando por
fin—. ¿Os lo podéis creer vosotros? ¡Ni me había acordado de esto! —chilló, con la
felicidad reflejada en la cara.
—Felicidades, Hermione —dijo Neville, sonriéndole.
—¿Es que no te imaginabas que te lo iban a dar a ti? —le preguntó Ron, divertido,
pero sin mostrar ningún tipo de sorpresa—. Yo ya me lo imaginaba, y Harry también,
¿verdad?
—Verdad —confirmó Harry—. Ron ya lo dijo cuando estabas en la enfermería...
—¡Pues yo no me lo esperaba! ¡Pero estoy muy contenta! ¡Cuándo mis padres se
enteren...!
—Bueno, felicidades —dijo Ron, abrazándola y dándole un beso—. Nadie se lo
merece más que tú...
—Sí, felicidades, Hermione —añadió Harry.
—Gracias..., muchas gracias... Yo... —balbuceó Hermione, aún abrazada a Ron.
—Yo también te felicito —dijo Ginny, que aún no había abierto la carta—. Pero no
sé por qué estás tan contento, Ron —añadió, mirando a su hermano—. Al fin y al
cabo, ahora ella es tu jefa...
—Cállate, Ginny —dijo Ron, mientras sus orejas enrojecían.
—Bueno..., bueno... —dijo Hermione, apabullada, separándose de Ron y
sentándose. Miró a Ginny—. ¿Qué? ¿No abres tu sobre? —le preguntó, intentando
que su voz no mostrase lo enormemente contenta que estaba, pero fracasando
estrepitosamente.
—Sí, ya lo abro...
Sacó el pergamino con los resultados y los leyó, temblando ligeramente. Pero a
medida que sus ojos recorrían el texto, su expresión se volvía más y más alegre.
—¡He aprobado todo, incluido Historia de la Magia! —chilló, saltando de contenta
—. Y he tenido un «Extraordinario» en Defensa Contra las Artes Oscuras... —añadió,
mirando a Harry con una sonrisa; él se la devolvió.
—¡Sabía que te saldría bien! —gritó Hermione, abrazándola—. Ahora ya puedes
escoger las asignaturas que quieras para el año que viene.
—Felicidades, Ginny —dijo Harry—. No es fácil sacar estas notas después de todo
lo que pasó.
—Gracias, gracias... —musitó ella—. Me pregunto qué tal les habrá ido a mis
compañeros... —entonces, su cara se ensombreció de repente, y toda la alegría que
había mostrado se desvaneció.
—¿Ginny? —dijo Ron, preocupado—. ¿Estás bien?
—Sí —asintió ella—. Sólo..., sólo es que me preguntaba... qué tal le habría ido a
Luna si hubiera hecho los exámenes... —explicó, con las lágrimas ya asomando en
sus ojos.
—No, Ginny, no recuerdes eso ahora... —le pidió Harry—. No te tortures así...
—Mira, ¿por qué no vamos al callejón Diagon a comprar las cosas? —sugirió Ron,
intentando animar el ambiente—. Celebraremos tus notas y el premio de Hermione, y
nos divertiremos un poco. Estoy seguro de que mamá nos dejará.
Ginny asintió, limpiándose las lágrimas de la cara y forzando una sonrisa.
Los cinco bajaron a la cocina, donde la señora Weasley charlaba con Lupin, con
Hestia Jones y con Emmeline Vance. Ron le contó a su madre que ya habían llegado
las cartas de Hogwarts.
—Vaya, por fin —dijo la señora Weasley—. ¿Te han llegado ya los resultados del
TIMO, hija? —le preguntó a Ginny.
—Sí —musitó la chica.
—Lo ha aprobado todo, y con un extraordinario en Defensa Contra las Artes
Oscuras —explicó Ron por ella.
La cara de la señora Weasley se iluminó de la alegría, y corrió a abrazar a su hija
menor.
—¡Fantástico, Ginny, fantástico! Qué alegría más grande me has dado, hija...
También Lupin, Emmeline Vance y Hestia Jones felicitaron a Ginny.
—Y eso no es todo —añadió entonces Ron con una sonrisa, mirando a Hermione
—: Hermione es Premio Anual.
—¿Qué? —murmuró la señora Weasley, que aún miraba a Ginny.
—Que Hermione es Premio Anual —repitió Ron, ensanchando su sonrisa.
La señora Weasley se volvió hacia Hermione y también corrió a abrazarla.
—¡Eso es fantástico, cariño! ¡Felicitaciones!
—Gracias, señora Weasley —dijo Hermione, muy ruborizada, pero halagada.
—Era obvio que lo ganarías tú —dijo Lupin, levantándose y estrechándole la mano
—. Lo sabía desde que os di clase.
Hermione se ruborizó aún más.
—Bueno, ahora tendríamos que ir a comprar las cosas al callejón Diagon
—comentó Ron—. Podemos ir, ¿verdad?
—Sí, claro, claro —asintió la señora Weasley, que parecía enormemente contenta
—. Pero id a la tienda antes, y avisad a Fred y George, y no os entretengáis...
Sorprendido de la facilidad con que su madre les había permitido ir, Ron asintió.
—No habrá problemas, porque podemos desaparecernos y aparecernos —dijo—.
¿Nos vamos?
—Yo no puedo aparecerme —repuso Ginny.
—¡Oh! Vaya, lo había olvidado —admitió Ron, contrariado—. ¡Vaya fastidio!
Tendremos que ir usando polvos flu...
—No será necesario, yo la llevaré —intervino Harry.
—¿Qué? —preguntó Lupin—. ¿Aparecerte llevando a otra persona? Sólo hace
unos días que tenéis el carnet de Aparición, Harry. No creo que eso sea prudente.
—Puedo hacerlo —aseguró Harry con vehemencia—. Sé hacerlo perfectamente.
Si Voldemort puede —Emmeline Vance y Hestia Jones se estremecieron ligeramente
—, yo también.
Lupin asintió, un tanto sorprendido.
—No tardéis, ¿de acuerdo? —les dijo la señora Weasley antes de que
abandonaran la cocina para coger sus cosas.
—Será fantástico, podremos ir a la heladería de Florean Fortescue —planeó Ron,
mientras cogía su monedero—. Me apetece muchísimo comerme uno de esos helados
que tiene, con este calor...
—Sí, a mí también —dijo Harry.
Cuando estuvieron listos, Harry se acercó a Ginny y la rodeó con un brazo.
—¿Lista? —le preguntó, notando que su corazón se le aceleraba sin poder
evitarlo. Tanto, que temió que ella lo notara.
—Un poco nerviosa —reconoció ella—. ¿Estás seguro de que puedes hacerlo
bien?
—Totalmente —respondió Harry—. Vámonos.
Un instante después, desapareció y apareció en Sortilegios Weasley. Ginny abrió
los ojos y miró a su alrededor.
—¿Ya está?
—Sí —contestó Harry, sonriendo, mientras Ron, Hermione y Neville aparecían a
su lado.
Un momento después, Fred y Lee Jordan, el socio y mejor amigo de los gemelos,
salieron de la trastienda, atraídos por el ruido.
—¡Vaya, tenemos visita! —exclamó Fred, sorprendido—. Me pareció haber oído un
estampido.
Mientras se saludaban y hablaban con Lee Jordan, al que no veían desde hacía
meses, Harry observó que la tienda de bromas había aumentado bastante sus
contenidos desde la última vez que la había visto.
—Así que os han llegado las cartas de Hogwarts, ¿eh? —dijo Fred cuando Ron le
hubo explicado qué hacían allí—. ¿Cómo te han ido los TIMOs, Ginny?
—Aprobé todo —contestó Ginny—. Pero no es ésa la única buena noticia:
Hermione es Premio Anual...
Era evidente que Fred no coincidía con Ginny en la definición de lo que era una
buena noticia, porque alzó una ceja y miró a Hermione con suspicacia.
—Vaya, vaya... Así que otro Premio Anual en la familia —comentó, con tono
mordaz. Hermione le miró, ceñuda—. Bueno, al menos el pequeño Ronnie no lo es...
—¡No me llames así, Fred! —le gritó Ron. Fred y Lee se rieron.
—A ver qué cara pone George cuando vuelva y se entere... Aunque era de
imaginarse —dijo Fred.
—Vamos a comprar las cosas, venga —dijo Hermione, mirando de forma asesina
a Fred y a Lee.
—¡Menos mal que aquí no puede castigarnos! —se burló Fred, mientras los otros
cinco salían de la tienda. Hermione se paró en seco, se volvió, sacó su varita y le
apuntó a Fred.
—No, no puedo... Pero puedo hacer esto. —Apuntó a Fred con la varita y exclamó
—: ¡Rictusempra!
Fred cayó al suelo, retorciéndose a causa de la maldición de cosquillas. Hermione
le sonrió, se despidió y salió de la tienda, mientras Harry, Ron, Neville y Ginny la
miraban petrificados.
—Vaya... No diría que ha estado tan bien como cuando abofeteaste a Malfoy, pero
se le acerca —declaró Harry, sonriendo. Hermione también sonrió.
—Gracias. ¿Adónde vamos? —preguntó.
—A Gringotts —contestó Harry—. Tengo que sacar dinero, y además... —No
terminó la frase. Había metido la mano en el bolsillo y ahora contemplaba las dos
llaves que tenía en ella: la suya y la que había sido de Sirius.
—¿Además qué? —le preguntó Hermione.
—Lo veréis allí.
Se dirigieron hacia el blanco edificio del banco de los magos, y enseguida un
duende los acompañó a las cámaras acorazadas.
—¿Queréis bajar? —les preguntó Harry a sus amigos.
—Yo no —dijo Neville—. Tengo aquí dinero, y no me gusta el descenso a las
cámaras. Siempre me mareo y acabo con dolor de estómago.
—Yo esperaré contigo —le dijo Ginny a Neville—. Tampoco me apetece mucho
bajar.
Harry la miró un instante, y luego asintió.
—Bueno, nos vemos enseguida.
Descendieron a toda velocidad hasta la cámara de Harry, y el duende la abrió.
Harry se asomó al interior y Ron y Hermione lo hicieron tras él. Harry contempló un
momento la inmensa cantidad de dinero que había, y se volvió hacia el duende.
—¿Cuánto hay? ¿Hay forma de saberlo?
—Claro —respondió el duende—. Sacó una pequeña libreta, hizo unos extraños
movimientos con las manos y luego dijo:
—Hay treinta y un mil quinientos doce galeones, trece sickles y cuatro knuts en
total. ¿Quieres saber lo que hay de cada moneda?
Harry vio cómo Ron abría la boca sorprendido.
—Vaya, Harry... No vas a tener problemas de dinero en el futuro próximo, ¿no
crees? —dijo Hermione.
Harry se agachó y llenó su monedero, respondiéndole al duende que no era
necesario. Al apartarse, miró a Ron, que estaba silencioso y miraba al suelo. Los
Weasley ganaban ahora mucho más dinero, pero con lo de la casa, el agua les llegaba
al cuello.
—¿Subimos ya? —preguntó Hermione, que también miraba a Ron.
—No. Vamos a la cámara 711.
Hermione le miró.
—¿Por qué quieres ir? Ya has cogido suficiente dinero, ¿no?
Harry no contestó. El duende los llevó a la cámara de Sirius, y abrió la puerta con
la llave que Harry le entregó.
Harry se acercó lentamente a la puerta, y se quedó anonadado, sin habla. Si había
pensado que en su cámara había dinero, allí había... mucho, muchísimo dinero.
La cámara de Sirius era mucho más grande que la suya, y más profunda. Y por
todos lados brillaban inmensas montañas de galeones, sickles y knuts. Algunas de
aquellas montañas eran más altas que él mismo. Lupin le había dicho que allí había
mucho más dinero que en la cámara de sus padres, pero no se imaginaba que
«mucho más» fuera tanto...
Ron y Hermione miraban también, petrificados, la inmensa fortuna que allí se
guardaba.
—¿Cuánto..., cuánto hay? —le preguntó Harry al duende.
—Un millón trescientos cuarenta y dos mil seiscientos cuatro galeones, dos sickles
y veintiún knuts.
Harry sintió cómo Ron pegaba un respingo al oír la cantidad.
Un millón trescientos cuarenta y dos mil seiscientos cuatro galeones.
Más dinero del que Harry se había imaginado tener jamás. Sintió que las piernas le
temblaban.
—B-Bien —dijo, recuperando el habla y dirigiéndose al duende—. Pues... quiero
que traslade unos..., veamos, sí..., diez mil galeones a la cámara acorazada de la
familia Weasley.
—¿QUÉ? —exclamó Ron, sorprendido—. No, no... No puedes, Harry...
—Sí, sí puedo, y lo voy a hacer, ya se lo dije a tu padre, así que cállate.
Ron abrió la boca de nuevo para replicar, pero Harry no le dio tiempo.
—No, Ron, no digas nada. Yo no quiero todo este dinero. No es justo que Sirius
me lo hubiese dejado sólo a mí... Vosotros también tenéis derecho a él..., y
Hermione... —Suavizó su expresión y su tono y continuó—. Mira, Ron, ahora
necesitáis este dinero, y yo no me sentiré bien si no os lo doy... Eres mi mejor amigo,
Ron..., mi familia.
Ron no contestó, y miró al suelo antes de levantar la cabeza hacia Harry,
sonriendo ligeramente.
—Está bien, Harry..., está bien —aceptó—. Gracias... —añadió, en voz baja.
Harry le tendió la mano y Ron se la estrechó con fuerza. Hermione les miraba
sonriendo.
—Ejem, ejem —tosió el duende que les había acompañado. Los tres le miraron—.
No tengo todo el día.
—Lo siento —musitó Harry—. Ya podemos irnos...
Volvieron a subir a la superficie, y se reunieron con Ginny y Neville, que
contemplaban el ajetreo del banco mientras charlaban.
—Ya estamos —dijo Harry, cuando él, Ron y Hermione se acercaron a ellos—.
Podemos irnos.
—Vale —dijo Ginny, y los cinco salieron de nuevo al callejón Diagon.
Mientras se dirigían hacia Flourish y Blotts, para comprar los libros, Harry se
percató de lo que Fred y George habían comentado acerca de la situación en el
mundo mágico: había mucha menos gente en la casi siempre concurrida calle que de
costumbre, y casi todo el mundo parecía tener prisa; las madres y los padres
procuraban no perder a sus hijos de vista, y en todas partes se oían cuchicheos y
murmullos apagados. Además, Harry se dio cuenta de que los murmullos aumentaban
cuando ellos pasaban, y se sintió como una especie de animal de zoo.
—Qué ambiente más tenso —comentó Hermione, poniendo voz a los
pensamientos de Harry.
—¿Y os fijáis en cómo nos miran? —añadió Neville—. Me está dando vergüenza.
Hermione asintió, mirando a los lados.
Entraron en Flourish y Blotts y compraron los libros. Después se proveyeron de
tinta y pergamino, y, finalmente, de ingredientes para pociones.
Tras completar las compras, se sentaron a tomar un helado en la heladería de
Florean Fortescue. Hacía calor, y Harry estaba deseando tomar uno de sus helados de
fresa y chocolate.

Aquella noche, hubo una gran celebración en la antigua casa de los Black: por una
parte, las notas de Ginny habían sido excelentes, y por otra, se celebraba el hecho de
que a Hermione le hubiesen concedido el Premio Anual. Sus padres intentaban no
mostrarse demasiado orgullosos, pero les era difícil, sobre todo cuando la señora
Weasley mostraba casi más entusiasmo y alegría que ellos.
Tres días después de aquello, la abuela de Neville fue dada de alta, y el chico se
despidió de todos después de desayunar. Se le veía contento por una parte, pero se
adivinaba su tristeza por otra.
—Vuelve a visitarnos pronto —le dijo Ginny
—Sí, esperamos verte antes de que comience el curso —añadió Ron.
—Cuídate mucho, cariño, ¿de acuerdo? —le dijo la señora Weasley mientras le
daba un abrazo.
—Sí... Gracias por todo, a todos...
—No ha sido nada —dijo Harry—. Cuídate.
Tras haberse despedido, Neville cogió sus cosas y desapareció, rumbo a su casa.
—Le vamos a echar de menos, ¿no creéis? —comentó Ron un rato más tarde,
mientras estaban en el salón del primer piso, sentados.
—Sí, pero aquí no podemos estar todos... —contestó Harry.
—Se le notaba un poco triste —dijo Hermione—. Supongo que se sentirá solo.
—Bueno, tiene las cartas de Sarah, ¿no? —repuso Ron, con una sonrisa—.
¿Cuántas le llegaron estando aquí? ¿Cinco? ¿Seis?
—Siete —puntualizó Ginny.
—Vaya... —dijo Ron—. Quién lo hubiera dicho... ¿Recordáis cómo era cuando
íbamos en primero?
—¿Recuerdas cómo eras tú? —le espetó Hermione mordazmente.
—Pues claro, ¿por qué? —le respondió Ron, desafiante.
—No, por nada —dijo Hermione. Pero Ron la miró con el ceño fruncido.
—No, vamos, dilo. ¿Cómo era yo? ¿Cuál es el problema?
—¿Acaso tú no lo sabes? —le dijo Hermione con altivez—. ¿No recuerdas el día
de Halloween, cuando íbamos en primero, y lo que me dijiste?
—La culpa fue tuya —soltó Ron bruscamente.
—¡¿Cómo?!
Harry miró a Ginny, y ella le devolvió la mirada.
—Vámonos —dijeron a la vez, y salieron del salón, aunque dudaban que Hermione
o Ron se hubiesen dado cuenta, porque seguían discutiendo.
—¿Tú los entiendes? —le preguntó Ginny, mientras entraban en la habitación de
Harry.
—No hay forma de entenderles, te lo digo yo, que llevo seis años con ellos. Es
mejor dejarles así.
Ginny sonrió y se sentó en la cama de Harry. Él se sentó a su lado, pero de pronto
se había quedado sin nada que decir. Estuvieron callados unos minutos.
—Hace calor aquí, ¿verdad? —comentó Harry al fin, y se dio una bofetada mental
por decir algo tan estúpido.
Ginny le miró y se echó a reír.
—¿Por qué hablas del tiempo? Es la conversación típica que se tiene cuando no
se sabe qué decir.
—Es que... no sé qué decir —declaró Harry con total sinceridad.
—Pues entonces no digas nada. Nos conocemos lo suficiente como para poder
estar juntos si necesidad de hablar, ¿no crees?
—Sí, supongo... —admitió Harry. Pero el problema era que sí quería hablar,
aunque no sabía exactamente cómo hacerlo, ni cómo expresarse. De hecho, ni
siquiera sabía exactamente qué quería decir. Quería hablarle sobre lo que le pasaba
con ella, sobre los extraños sentimientos que ella le despertaba, sobre lo bien que se
había sentido en el baile de Navidad, sobre lo mal que lo había pasado mientras no la
habían encontrado, tras haber sido secuestrada... Y quería decirle lo importante que
se había vuelto para él, lo agradecido que le estaba por lo que les había ayudado a
Ron y a él cuando Hermione había estado a punto de morir...
—Harry, ¿estás bien? —le preguntó Ginny, un tanto preocupada—. Te has
quedado muy pensativo...
—Sí, sí, me encuentro bien... —respondió Harry, volviendo al mundo real—.
Simplemente pensaban en... el futuro, ya sabes. Sólo me queda un año en Hogwarts,
y bueno..., todo será distinto el año que viene...
—Lo sé —repuso Ginny con cierta tristeza.
Harry volvió a quedarse callado. Realmente, el futuro era algo que le preocupaba
mucho. Y su primera preocupación era si realmente tenía uno. Y ésa era otra de las
razones por las que no sabía si decirle algo a Ginny o no. Voldemort había intentado
matarla sólo porque ella le había acompañado al baile, porque había leído en su
mente parte de los sentimientos que tenía hacia ella. El propio Voldemort se lo había
dicho. ¿Qué haría si ellos llegaban a..., a estar juntos? Si bien al parecer Voldemort
tenía otros planes para ella, eso no tranquilizaba a Harry en absoluto. Y él no quería
que le pasara nada malo a Ginny. Nada.
Ella se acercó más a él y le miró fijamente.
—Harry, ¿qué te pasa?
—Nada, Ginny, es que... no sé, estoy muy preocupado, ¿sabes? Tengo miedo por
lo que les pueda pasar a Ron y a Hermione, y a ti...
—Pues a mí me preocupa más lo que pueda pasarte a ti —dijo ella con sinceridad.
Se había puesto muy seria—. Temo por tu vida, Harry... Tengo mucho miedo...
Parecía a punto de echarse a llorar, y Harry la abrazó impulsivamente.
—No te preocupes... De momento estoy bien. Ya me he librado unas cuantas
veces, ¿no? Puedo volver a hacerlo...
—No bromees con eso, Harry, yo... —dijo Ginny, pero se interrumpió al abrirse la
puerta del cuarto. Eran Ron y Hermione, y venían cogidos de la mano—. Vaya, parece
que ya habéis arreglado vuestras diferencias, ¿no?
—Puede —respondió Hermione escuetamente, mientras los observaba a los dos
con detenimiento—. ¿Y vosotros qué hacíais?
—Pues... —comenzó a decir Harry, pero entonces, una fuerte punzada en la
cicatriz le hizo callarse. El dolor fue muy intenso, y la vista se le nubló. Gritó y cayó
sobre la cama, apretándose la frente con fuerza.
—¡Harry! —gritaron a la vez Hermione y Ginny.
—¡Harry, dinos algo! —chilló Hermione, inclinándose sobre él—. ¡Ron!, avisa a tu
madre, es necesario que...
—No... —musitó Harry débilmente, mientras el dolor remitía un poco.
—¿Como que no? ¡Harry, te ha dolido muy fuerte, Dumbledore debería saberlo!
—repuso Hermione, muy preocupada.
—No, ya se está pasando... No es nada.
—No es cierto, Harry. Algo te ha pasado —terció Ginny, que estaba mucho más
pálida que unos minutos antes.
—¿Has... visto algo? —le preguntó Ron, temeroso.
—No —respondió Harry, negando con la cabeza—. Ha sido como..., como cuando
está cerca...
—¿Cerca? —exclamó Ron, muy asustado—. P-Pero... no puede estar aquí,
¿verdad?
—No, no lo creo... Pero fue extraño... Fue como..., como si me hubiese tocado...
—Habla con Dumbledore Harry, o lo haré yo —amenazó Hermione—. Me
prometiste que no volverías a hacer tonterías, ¿recuerdas?
—Sí, Hermione, lo recuerdo —soltó Harry con sequedad. La cicatriz aún le
palpitaba y la cabeza le daba vueltas. Lo último que necesitaba era a alguien
diciéndole repetidamente lo que debía hacer y lo que no.
—Harry, no bromeo, si no... —insistió Hermione.
—¡Ya lo sé, Hermione! ¡Cállate un momento!, ¿quieres? —gritó él, exasperado.
Sin embargo, aquella furia no podía ser sólo suya...
Hermione se calló al instante, un tanto asustada. Ron miró a Harry y luego a ella.
—Déjale un poco, Hermione —sugirió—. Espera a que se le calme el dolor...
Hermione asintió, aunque parecía un tanto dolida. Harry cerró los ojos y se relajó.
Poco a poco, el dolor fue desapareciendo completamente, y se sintió más él mismo.
Abrió los ojos de nuevo y miró a su amiga, que le observaba. Se sintió mal, y le tomó
la mano suavemente.
—Lo siento, no quería gritarte... —se disculpó.
Hermione sonrió.
—Está bien, no pasa nada.
—Bajemos —dijo Harry—. Necesito un vaso de agua...
—Sí, yo otro —añadió Ginny. Harry la miró y vio que estaba muy pálida.
—Ginny, ¿te encuentras bien?
—Sí, sí, es sólo que me asusté... —contestó ella.
—Claro que no —la contradijo su hermano, mirándola atentamente—. Estás
blanca como el papel. ¿De veras te encuentras bien?
—Estoy bien, Ron —aseguró Ginny—. Sólo necesito un vaso de agua.
Salieron al pasillo y se dirigieron a las escaleras. Ginny parecía caminar con paso
cansado. Empezaron a bajar y, tras pasar el primer rellano, se agarró a la barandilla y
se detuvo.
—Ginny —le dijo Harry—. ¿Estás...? —Le tocó el brazo y al instante una nueva
punzada de dolor le atravesó la cicatriz. Soltó a la chica inmediatamente, y ella se
tambaleó.
—Harry, ¿qué...? —dijo Ron. Entonces vio a su hermana y gritó—: ¡Ginny!
Se abalanzó rápido sobre ella y la sujetó, evitando que se cayera.
—¿Qué le pasa, Ron? —preguntó Hermione, que sostenía a Harry.
—No lo sé, pero está muy pálida, Hermione... Y fría. Está muy fría...
—Ron... —murmuró Ginny débilmente.
Harry se incorporó del todo. El dolor ya había pasado. Ron cogió a Ginny y bajaron
las escaleras deprisa hasta la cocina, donde la señora Weasley leía una revista.
—¡Mamá! —gritó Ron al entrar—. Mamá, no sé qué le pasa a Ginny...
La señora Weasley se levantó de un brinco y se acercó a su hija.
—¿Ginny? ¡Ginny!, ¿qué te pasa? ¡No responde, Ron! Hay que acostarla, vamos...
Ron la llevó al salón y la tumbó sobre un sofá, mientras Harry y Hermione les
seguían.
—¿Qué le ha pasado? —le preguntó a Ron su madre—. ¿Qué le sucede, Ron?
—N-No lo sé... Bajábamos por las escaleras, y..., y se cayó.
La señora Weasley se agachó y examinó a su hija, que parecía cada vez más
inconsciente.
Harry estaba muy preocupado. ¿Qué le sucedía? Le dolía la cicatriz, y unos
momentos después, Ginny caía inconsciente. Viéndola así, le recordaba demasiado a
cómo la habían encontrado en el sótano de la guarida de los mortífagos. Intentó
apartar aquello de sus pensamientos, pero no podía. Y estaba el hecho de que le
había dolido la cicatriz al tocarla... ¿o habría sido una casualidad?
—Tengo que llamar a Dumbledore —murmuró la señora Weasley, muy nerviosa e
intranquila—. Y también a Arthur... ¡Oh, Dios mío, Ginny...!
Volvió a la cocina, y Ron se agachó junto a su hermana.
—¡Ginny! ¡Ginny, despierta, dime algo! Háblame, por favor...
Pero Ginny no decía nada. Se revolvía un poco, pero nada más. Su respiración era
débil y entrecortada.
—Hay que hacer que entre en calor —sugirió Hermione, chascando los dedos y
prendiendo la chimenea.
—Sí —asintió Ron, mientras con su varita movía el sofá hasta ponerlo muy cerca
del fuego. Luego volvió a quedarse mirando a su hermana con expresión triste—.
¿Qué te sucede, Ginny...?
Harry iba a decir algo, pero en ese momento entró la señora Weasley, y, tras ella,
Dumbledore y el señor Weasley, ambos con expresiones de preocupación.
—¡Ginny! —chilló el señor Weasley al ver a su hija—. ¡Dios mío, Molly, está pálida,
y muy fría...!
—Permíteme, Arthur —dijo Dumbledore suavemente, mientras se agachaba sobre
ella y la examinaba.
—¿Qué le sucede, Dumbledore? —preguntó la señora Weasley con apremio.
—No estoy seguro, Molly... —contestó Dumbledore. Levantó la cabeza hacia
Harry, Ron y Hermione—. Contadme qué pasó.
Hermione miró a Harry a los ojos, y él le devolvió la mirada antes de volverse de
nuevo hacia Dumbledore.
—Estábamos en nuestra habitación —contó—, y de pronto sentí un dolor muy
fuerte en la cicatriz. Un dolor como..., como cuando él está cerca. —Dumbledore
frunció el entrecejo—. Cuando se me pasó, notamos que Ginny estaba más pálida, y
decidimos bajar. Cuando estábamos en la escalera, ella se tambaleó, yo intenté
sujetarla y entonces sentí un pinchazo muy fuerte en la cicatriz...
—¿Al tocarla? —le interrumpió Dumbledore.
—Sí, justo al tocarla —confirmó Harry—. Luego Ron la sujetó y se quedó así,
como está...
—¿Qué teme, Dumbledore? —le preguntó el señor Weasley al director de
Hogwarts cuando Harry hubo terminado de hablar—. ¿Esto tiene algo que ver con...,
con quien-usted-sabe? ¿Con lo que le hizo?
Dumbledore suspiró antes de contestar.
—Me temo que sí —respondió—, pero no sé qué le pasa.
—¿Deberíamos llevarla a San Mungo? —preguntó el señor Weasley, acongojado.
La señora Weasley se había dejado caer en un sillón, y sollozaba en silencio.
—Tal vez, aunque dudo que puedan hacer algo por ella.
—¿Quiere..,. quiere decir que se va a morir? —inquirió Ron, con el pánico dibujado
en la cara.
—No, no lo creo —respondió Dumbledore—. Pero, sea lo que sea lo que le pasa,
hallaremos la manera de que se ponga bien —afirmó.
—Deberíamos haberla obligado a que nos dijera lo que le pasó en aquella casa
—dijo Harry, un tanto resentido—. ¿Y si...? —Pero no terminó la frase. No quería decir
aquellas palabras, y menos delante de los señores Weasley. No quería decir, ni
siquiera pensar, en si ahora sería demasiado tarde.

Ginny fue llevada al hospital, como Dumbledore había aconsejado. Sin embargo, y tal
como había predicho, las horas pasaron, y los sanadores no encontraban una
explicación a su estado, a pesar de que le hacían pruebas y más pruebas.
Toda la familia Weasley había llegado, y se encontraban sentados en las sillas de
los pasillos, esperando. Habían subido a Ginny a la planta de daños por hechizos,
aunque realmente no sabían si allí era donde tenía que estar.
Harry estaba muy preocupado. Todo lo que había estado pensando mientras
hablaba con Ginny volvía a su mente ahora. Ginny estaba en peligro, él no podía
hacer nada por ella, y eso lo llenaba de una impotencia feroz. Había conseguido
salvarla de la Cámara de los Secretos, de una maldición asesina lanzada por un
mortífago, e incluso de las garras de Voldemort en la guarida adonde la habían
llevado... Pero ahora no podía hacer nada, ni decirle nada, y no lo resistía.
De alguna manera, había aprendido a sobrellevar todo lo que le ocurría. Suponía
que se debía a la costumbre de que le ocurrieran desgracias, más que a una fortaleza
real. Sin embargo, cada vez que ocurría alguna cosa más, todo lo pasado volvía sobre
él, torturándole; cada vez que sucedía algo, todo lo vivido desde la muerte de Cedric, y
de Sirius, volvía a él, aplastándole..., y el peso era cada vez mayor. Así se había
sentido cuando Luna había muerto; así se sentía ahora.
Por otra parte, se sentía un poco solo. Los Weasley estaban unidos, apoyándose,
y Hermione estaba junto a Ron, que miraba al suelo con mirada perdida. Él se
encontraba un poco apartado de todos, sentado. ¿Por qué alguien iba a consolarle a
él? Los Weasley tenían suficiente con consolarse unos a otros, y Hermione estaba con
Ron, que era el hermano de Ginny. Harry no había hablado con nadie acerca de
Ginny, de lo que sentía, o creía sentir por ella... y ahora echaba de menos a alguien
que le apoyara. Deseó con todas sus fuerzas que Lupin apareciera, o alguien que le
dijera algo...
Entonces, como una respuesta a sus plegarias, Hermione se sentó a su lado y le
pasó un brazo por los hombros.
—Harry, ¿estás bien? —le preguntó, preocupada.
Harry no contestó, pero miró a su amiga, y el agradecimiento que sintió en ese
momento no podía expresarlo con palabras.
—No —respondió—. No lo estoy. No era necesario que me lo preguntaras —le dijo
—. Ron te necesita más que yo...
—Vamos, Harry —soltó Hermione—. No seas tonto. Sé que quieres a Ginny tanto
como Ron. Me he dado cuenta de..., de que te pasa algo con ella. Sé que tienes que
estar mal...
Harry no confirmó ni negó lo que Hermione le había dicho. Se limitó a mirar al
suelo.
—Ron también se ha dado cuenta —continuó ella—. Ven con nosotros, anda. No
estés aquí solo...
Harry se levantó y siguió a Hermione hasta donde estaba Ron. Ni siquiera pudo
articular un simple «gracias» a su amiga. Ron le miró y le puso una mano en el
hombro en señal de apoyo. Harry seguía sintiéndose igual de mal, pero al menos ya
no se sentía solo. Se sentía plenamente en familia, y sabía que así le consideraban
allí.
Aproximadamente media hora después, el sanador que estaba al cargo del caso
de Ginny salió, acompañado de Dumbledore. Ambos estaban muy serios.
—¿Ya saben qué le pasa? —inquirió la señora Weasley—. ¿Está bien?
—Molly, he de pedirte que te tranquilices, por favor —dijo Dumbledore con voz
calmada—. Ginny sigue igual.
—Pero ya saben qué le pasa, ¿verdad? —apremió Bill—. Saben lo que le pasa a
mi hermana.
—No exactamente —respondió el sanador—. Es algún tipo de magia negra que no
logramos identificar. Jamás había visto algo así. Sea lo que sea, no afecta a su
cuerpo. Afecta a su alma.
—¿A su...? Pero ¿qué...? —balbuceó la señora Weasley—. No entiendo nada...
¿Qué le pasa a mi Ginny?
—Lord Voldemort hizo algún tipo de hechizo oscuro sobre ella —explicó
Dumbledore—. Pero no sabemos exactamente cuál es su efecto. Y tampoco sabemos
cómo curarla —añadió, con expresión derrotada.
Harry apretó los puños. Miró al director, y el hecho de que no pudiese hacer nada,
añadido a su expresión de derrota, volvió a provocarle aquella sensación de decepción
hacia él. Inconscientemente, pensó si Flammingan habría sido capaz de hallar una
solución.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó la señora Weasley, desesperada.
—Temo que sólo podemos esperar —dijo el sanador—. Y es mejor que se la
lleven a casa. Estará mejor allí que aquí. Lo siento —concluyó, retirándose.
La señora Weasley se abrazó a su esposo, buscando consuelo.
—¡Oh, Arthur! ¿Cuándo va a terminar todo esto?
Al oír las palabras de la señora Weasley, Harry bajó la cabeza instintivamente.
Sabía perfectamente cuándo terminaría: cuando él, por fin, se enfrentase a
Voldemort... y ganara, si podía. No pudo evitar que lo llenase un horrible sentimiento
de culpabilidad.
Transportaron a Ginny de nuevo hasta Grimmauld Place y la pusieron a ella sola
en una habitación.
Durante todo el día siguiente, en la antigua casa de los Black reinó el silencio,
mientras todo el mundo esperaba alguna señal de recuperación en la chica. Incluso
Neville se apareció para preguntar por ella. La señora Weasley le invitó a cenar, pero
él se negó, alegando que no quería que su abuela cenara sola, ya que aquella tarde
no estaban sus tíos. Se marchó a las seis, muy triste.
Tras la silenciosa y lúgubre cena, Harry salió de la cocina sin decir nada a nadie, y
subió, solo, a la habitación donde estaba Ginny. Cogió una silla y se sentó a su lado,
contemplándola. Sentía la misma impotencia que cuando Hermione había estado a
punto de morir. Entonces, Dumbledore les había dicho que lo único que podían hacer
era estar con ella, intentar ayudarla con su cariño... Pues bien, si eso era lo único que
podía hacer ahora, lo haría. Estaría con ella.
Tras contemplarla un rato, le acarició lentamente la mejilla. Seguía estando muy
fría, y parecía totalmente falta de vida. Con furia, pensó que Voldemort había hecho
aquello. Voldemort. Siempre Voldemort, que una y otra vez se empeñaba en atacar y
destruir todo lo que él quería o amaba... Sintió el odio crecer dentro de sí, llenar su
cabeza y sus pensamientos. Sintió como incluso ese odio llenaba la habitación, y
empezaba a hacer que los objetos se movieran. Cerró los ojos e intentó tranquilizarse.
No podía dejar que ese poder le dominara. No podía.
Sintió abrirse la puerta de la habitación, y antes de que entrara, supo que era
Hermione.
—Sabía que te encontraría aquí —dijo ella, cogiendo otra silla y sentándose a su
lado. Harry no contestó—. Ron se ha ido a acostar ya —comentó—. Esto está siendo
muy duro para él.
—Lo imagino —dijo Harry.
—Harry... —comenzó a decir Hermione, con la voz un tanto temblorosa— ¿qué...,
qué sientes por Ginny? ¿Ella te... gusta?
—Sí —respondió Harry con tanta sinceridad y tan rápidamente que se sorprendió a
sí mismo.
Hermione no debía de esperar una respuesta tan directa, porque tardó unos
momentos en volver a hablar.
—Se pondrá bien —afirmó, aunque su voz sonaba insegura—. También estaba así
cuando la encontramos, ¿recuerdas? Y se recuperó.
—Eso espero —murmuró Harry.
—¿Le..., le has dicho alguna vez que...?
—No —la atajó Harry—. Ni siquiera estaba seguro de si..., de si me gustaba
realmente. Es todo muy extraño y muy complicado.
—Sí, supongo que lo es... —asintió Hermione pensativamente.
Harry la miró.
—¿Cómo supiste tú que te gustaba Ron? —le preguntó.
—¿Por qué me preguntas eso? —se sobresaltó ella, e intentó evadir la pregunta—:
¿Cómo supiste tú que te gustaba Cho?
—Era muy guapa —respondió Harry—. Al verla sentía cosas extrañas en el
estómago... Y no me gustó que fuera con Cedric al baile...
—Entonces ya sabes cuándo te gusta una chica —concluyó Hermione.
—Pero es distinto, Hermione —repuso Harry—. A Cho casi ni la conocía. Ginny es
mi amiga, y la hermana de Ron, ha estado ahí siempre... Como Ron y tú. Dime, ¿cómo
supiste que te gustaba más que como tu mejor amigo?
—Bueno, supongo que fue siempre algo extraño... —contestó Hermione—. No sé,
siempre veo en él a aquel niño que intentaba cambiar su rata de color y que no lo
consiguió, aquel niño que tenía sucia la nariz —recordó, y una sonrisa nostálgica se
dibujó en su cara—. Además, tenía (y aún tiene) una facilidad increíble para sacarme
de mis casillas, ¿sabes? Y esa irresponsabilidad... Siempre se mete conmigo, pero
también es el primero en defenderme de cualquiera que quiera hacerme daño. Hace
que me sienta querida y protegida. Y es gracioso... Y me dolió mucho que no me
considerara ni siquiera como posibilidad para ir al baile de Navidad. No me gustaba
que mirara a Fleur. Y cuando vi lo celoso que estaba a causa de Viktor fue cuando
terminé de darme cuenta: quería que me hubiera invitado al baile en primer lugar. Él,
sin embargo, creo que tardó un poco más en aceptarlo —concluyó, con una ligera
sonrisa.
Harry volvió a mirar a Ginny. ¿Algo de lo que le había dicho Hermione le valía? No,
porque él ya había admitido que había desarrollado unos sentimientos muy fuertes por
la más pequeña de los Weasley. Había tardado en darse cuenta porque era Ginny, y
porque era todo muy distinto de como era con Cho...
—Harry, si despierta... —Harry la miró amenazadoramente y Hermione, asustada,
rectificó—: Es decir, cuando se despierte..., ¿se lo vas a decir?
—No lo sé —contestó Harry—. Tengo miedo de que algo salga mal, como con
Cho, o peor, que algo me suceda y ella sufra... o que Voldemort le haga daño por estar
conmigo...
—Harry, si te pasa algo va a sufrir igual, esté contigo o no lo esté... Y Voldemort ya
quiere hacerle daño, y también a Ron y a mí.
—De todas maneras, como tú misma me dijiste, hace mucho que dejé de gustarle.
—Tal vez —concedió Hermione—. Tal vez ya no le gustes como le gustabas
antes, pero sí de otra forma.
—No te entiendo —dijo Harry.
—Verás, Harry: a ella le gustaba Harry Potter, ¿entiendes? Harry Potter, no tú.
Igual que a otras chicas les gusta Viktor sin conocerle, sólo porque es famoso, o...
—¿O Lockhart?
Hermione frunció el entrecejo.
—Sí, o Lockhart —reconoció, de mala gana—. El caso es que realmente no te
conocía como te conoce ahora, ¿entiendes? Antes te admiraba. Ahora te quiere.
Harry no dijo nada. Se sentía muy confundido.
—Me voy a dormir —anunció Hermione, levantándose—. Y sería mejor que tú
también lo hicieras.
Harry asintió. Hermione le dio un beso y luego se fue. Él se quedó allí unos
minutos, y, tras depositar también un beso en la helada frente de Ginny, se fue a su
habitación.
Comenzó a ponerse el pijama, y se sobresaltó al oír la voz de Ron.
—Sigue igual, ¿verdad?
—Sí —contestó Harry—. Pensé que estabas dormido.
—No consigo dormir.
Harry no supo qué decir, así que terminó de ponerse el pijama y se metió en la
cama. Ron tampoco dijo nada más.
Aquella noche, Harry volvió a soñar con la misteriosa sala oscura de la luz
parpadeante.
Caminaba por ella, lentamente, con tranquilidad. Oía voces, pero no podía
identificarlas. Tampoco entendía lo que decían. Se acercó a la luz, y la observó de
cerca, pero no sabía qué era. Parecía una especie de globo difuso brillante...
Se despertó, y tardó varios segundos en comprender qué había pasado. Se sentía
más calmado, pero, a la vez, más preocupado por Ginny. Sentía la apremiante
necesidad de hacer algo, de ayudarla... ¿Qué podía hacer? Intentó pensar, pero no se
lo ocurría nada. Necesitaba aclarar su mente, necesitaba...
La respuesta le golpeó como una maza.
Necesitaba la Antorcha de la Llama Verde.
Se levantó de la cama sin hacer ruido, para no despertar a Ron, y miró la hora: las
siete de la mañana. Aún era muy temprano, y todo el mundo estaría durmiendo. Se
vistió en silencio, abrió su baúl y sacó la Antorcha, que no usaba desde que se había
enfrentado a Voldemort, dos meses y medio antes.
Salió lentamente de su habitación y se dirigió a la de Ginny.
Ella estaba igual que la noche anterior. No se apreciaba ningún cambio: su piel
seguía igual de fría, y su tez mantenía la misma palidez. Notó que la cicatriz le
palpitaba ligeramente, aunque el dolor era casi inapreciable. ¿Qué sucedía? No lo
sabía, pero, si lo que le hacía falta era aclarar su mente, la Antorcha de la Llama
Verde era lo que necesitaba.
Se apartó de la cama y se sentó en una silla, agarrando la Antorcha con fuerza.
Miró a Ginny, y pensó en lo que odiaba a Voldemort por lo que había hecho... y la
Antorcha ardió al instante con fuerza. Sintió cómo al momento su mente se aclaraba,
sus pensamientos se hacían diáfanos... y recordó.
Voldemort quería a Ginny por algo, y la había querido explícitamente a ella...; le
había dolido la cicatriz antes de que ella empezase a enfermar, y luego le había vuelto
a doler al tocarla; había sentido punzadas momentos antes, al tomar contacto con ella;
los sanadores de San Mungo habían dicho que le habían hecho algo a su alma... El
dolor que había sentido era como cuando Voldemort estaba cerca, como cuando le
tocaba...
Harry abrió los ojos y observó a Ginny. Le recordó enormemente a cuando..., a
cuando la había encontrado en la Cámara de los Secretos. Y entonces asoció las
ideas: Voldemort había poseído a Ginny, o algo parecido. Por eso le había dolido la
cicatriz. Él le estaba haciendo algo... Le estaba... ¿absorbiendo la vida? Era posible,
aunque no entendía para qué... De todas formas, ésa no era la cuestión. La cuestión
era cómo salvarla. Y la respuesta brotó de nuevo de su mente con facilidad pasmosa:
de la misma forma que se había salvado a sí mismo cuando el malvado mago le había
poseído. El cariño... El amor...
Se levantó y se acercó a Ginny, lentamente, mientras la Antorcha brillaba aún en
su mano izquierda. Se sentó en la cama, a su lado, y entonces lo percibió más
claramente: una presencia malévola, parecida a la que había en sí mismo, pero a la
vez diferente, la llenaba.
Entonces alargó su propia mano y tocó la de Ginny, sintiendo al instante un
inmenso torrente de emociones, de recuerdos...
Se sintió como Ginny, vio lo que ella había visto en aquella oscura habitación del
sótano adónde había sido llevada. Sintió su miedo, su pánico... Sintió cómo le llamaba,
cómo le pedía que la ayudara, que la salvara una vez más... Vio a Voldemort inclinarse
sobre sí mismo, y sintió un pánico indescriptible, irracional. Creía que iba a morir.
Voldemort sonreía, y le miraba con aquellos ojos horribles...
—Así que tú eres la joven Ginevra Weasley, ¿eh? Tenía ganas de conocerte,
aunque, según me han contado, ya nos conocíamos de antes...
Tembló de miedo al oír aquella fría voz siseante. Estaba completamente
aterrorizado.
—Bien, jovencita... Vas a serme muy útil...
Voldemort se rió, y al instante comenzó a recitar una especie de conjuro, pero
apenas entendía las palabras. No quería seguir oyendo, no quería, deseaba que Harry
la salvara, ver a su madre y a su padre... y a Ron, y a Bill, y a Charlie, y a Fred y
George... y a Harry...; deseaba hacer tantas cosas, deseaba volver a bailar con él,
deseaba terminar Hogwarts, deseaba...
Entonces Harry no resistió más y regresó a la realidad, soltándose de Ginny y
cayendo al suelo.
Soltó la Antorcha de la Llama Verde, que se apagó. Le ardía la cicatriz. Miró a
Ginny mientras se incorporaba, y vio que se revolvía. La intrusión de Harry en su
mente y en sus recuerdos le afectaba.
Harry la contempló con lástima. Los sentimientos que había experimentado a
través de ella eran realmente terroríficos, espantosos. No le extrañaba que la chica no
quisiera hablar de ello.
Pero, sobre el horror, sobresalía el deseo de que él, Harry, la salvara... Ella le
quería, eso estaba claro, pero, ¿era suficiente eso en un mundo aterrorizado y
sometido por la guerra? Había notado su sufrimiento por él... ¿No sería más fácil
alejarse de ella? No sabía qué hacer.
Miró cómo se revolvía, cómo luchaba por despertar. Él, cuando había sido
poseído, se había librado de Voldemort gracias al cariño que le inspiraba el recuerdo
de Sirius. Si, de alguna forma, Voldemort estaba dentro de ella, eso era lo único que
podría salvarla. Al parecer, el efecto de los recuerdos de Ginny ya había comenzado a
funcionar, haciéndola reaccionar.
—Vamos, Ginny, despierta... Lucha contra él, vamos... —le susurró Harry,
animándola.
Entonces, de forma instintiva y sin darse demasiado cuenta de lo que hacía, se
acercó a su rostro, muy lentamente, y, tras un instante de vacilación, posó sus labios
sobre los de ella, notando lo fríos que estaban en comparación con los suyos propios.
Sintió una punzada en la cicatriz, pero la resistió.
Tras unos segundos sintiendo aquella fría, pero a la vez agradable sensación, se
apartó de ella, abriendo los ojos. Ni siquiera se había dado cuenta de que los había
cerrado. Le tomó la mano y la miró, viendo cómo ella había comenzado a agitarse
más, luchando por despertar...
Entonces, abrió los ojos y con esfuerzo pronunció un nombre:
—Harry...
11

Noticias Preocupantes

—Estoy aquí, Ginny —respondió Harry, apretándole la mano con más fuerza.
La chica se volvió hacia él con parsimonia y le miró. Harry notó, feliz, cómo su
mano estaba un poco más caliente.
—Harry..., ¿qué me ha pasado...?
—Más tarde, Ginny. Tienes que descansar...
—Quiero saber qué me ha pasado, Harry —insistió ella—. Dímelo, por favor,
apenas recuerdo nada...
—Perdiste el conocimiento hace casi dos días. Lo perdiste debido a lo que te hizo
Voldemort.
El rostro aún pálido de Ginny se cubrió con una expresión de miedo.
—¿Debido a lo que...? ¿Qué me ha hecho, Harry? —preguntó.
—Nada. Nada porque yo... Bueno, te despertaste. Ya ha pasado todo.
Ginny comenzó a temblar.
—¿Qué hora es?
—Las siete y media de la mañana —respondió Harry.
Ginny se incorporó con dificultad y miró a su alrededor. Su vista se quedó fija en la
Antorcha de la Llama Verde.
—¿Qué diablos...? —comenzó a decir. Entonces se volvió hacia Harry y le miró
con suspicacia—. Tú me ayudaste, ¿verdad? Me hiciste despertar.
—Un poco —reconoció Harry. Ella parecía no recordar el beso, y él no se lo iba a
decir.
—Gracias... —musitó ella, abrazándole. Parecía estar recuperándose con rapidez,
y Harry se alegró de comprobar que ya no le dolía la cicatriz al acercarse a ella.
—De nada... —dijo, y luego tomó fuerzas—. Ginny..., te toqué usando la Antorcha
y..., bueno, cuando lo hice, vi cosas... Vi cuando estabas con Voldemort, cuando te
hechizó.
Ella se separó lentamente de él, bajó la cabeza y cerró los ojos.
—Entiendo que no quieras hablar de ello. Sentí lo horrible que fue... —prosiguió
Harry.
—¿Viste... algo más?
—No. Fue muy doloroso y te solté.
—Entonces no viste los sueños que tuve, ¿verdad? —Harry la miró atentamente.
¿Acaso iba a hablar por fin de lo que le había pasado?—. No viste cómo recordaba en
ellos lo que no soy capaz de recordar conscientemente...
—No —repitió Harry—. ¿A qué te refieres?
—A cuando abrí la Cámara de los Secretos —explicó Ginny—; a cuando le eché el
basilisco a Colin, a Justin, a Penélope y a Hermione... He visto todo eso en sueños, y
era tan horrible, tan terrible, que no quiero volver a sentirlo.
—¿Por qué recuerdas esas cosas? —preguntó Harry con interés.
—No lo sé... Pero no me gusta.
—Bueno, no te preocupes ahora por eso. Es mejor que descanses. Yo despertaré
a los demás. Todos estarán felices de ver que te encuentras bien.
Harry recogió la Antorcha y salió de la habitación. Volvió a la suya, guardó la
Antorcha en el baúl, se acercó a Ron y empezó a zarandearlo.
—Ron, ¡Ron, despierta! —susurró Harry.
Ron se movió, protestando en sueños.
—Déjame, Hermione, es temprano...
—Ron, no soy Hermione, soy Harry. ¡Despierta!
El chico abrió los ojos y miró a Harry, desconcertado.
—¿Harry...? ¿Qué haces?
—Es Ginny, Ron. Ha despertado...
Ron frunció el entrecejo, como si estuviera asimilando lo que Harry le decía, y
luego se incorporó de un salto.
—¿Ginny, has dicho? ¡Vamos!
—Tienes que avisar a tus padres, Ron.
—Sí, sí... —respondió, mientras cogía su bata—. Tú despierta a Hermione, ¿vale?
—Vale.
Ron salió de la habitación y se dirigió a la habitación de sus padres, mientras Harry
se encaminaba a la de Hermione. Llamó, pero su amiga debía de estar durmiendo, así
que entró y encendió la luz con su varita.
Hermione estaba dormida, y cuando la luz le dio, se removió en la cama.
—Hermione... Hermione..., despierta —la llamó, moviéndola con el brazo.
La joven abrió los ojos y parpadeó ante la luz que salía de la varita de Harry.
—¿Harry...? ¡Harry!, ¿qué haces aquí? —exclamó ella, mirándole con sorpresa.
—Ginny ha despertado, Hermione. Ron está ahora avisando a sus padres...
—¿Ginny? —murmuró, y entonces en su cara se formó una expresión de
comprensión—. ¡Oh, qué bien! —exclamó, mientras apartaba las mantas y se
levantaba. Llevaba un camisón azul de tirantes, de raso. Al verla, Harry se levantó de
la cama y se dirigió a la puerta, sintiéndose un tanto violento—. ¿Y tú cómo lo sabes?
—preguntó ella, mirándole fijamente.
—Eh..., luego os lo cuento... Te veo allí.
—¿Estás bien? —le preguntó Hermione, mirándole aún con más atención y
acercándose a él.
—Sí, sí... Pero es que... Vístete, ¿quieres?
—¿Eh...? ¡Ah! Sí, ya voy... —dijo ella, mientras las mejillas le enrojecían al darse
cuenta de su vestimenta. Cogió su bata y se la puso—. Ya estoy. Vamos.
Salieron de la habitación de Hermione, sintiendo los chillidos de la señora Weasley
en el piso de arriba.
Cuando entraron en la habitación de Ginny, ya estaban allí Ron, Fred, George y
sus padres. Lupin y los padres de Hermione entraron un poco después.
La señora Weasley abrazaba a su hija y lloraba de la alegría. También se veía la
felicidad en las caras de los demás Weasley. Ron se abrazó a Hermione.
—¡Ha despertado, Hermione! —exclamó, feliz. Hermione le sonrió, y luego se
acercó a Ginny, que estaba un poco despistada ante tantas atenciones.
—Iré a avisar a Dumbledore —dijo Lupin—. Nos dijo que le notificáramos cualquier
cambio en su estado.
—Sí, te lo agradecería, Remus... —dijo el señor Weasley—. Yo avisaré a Bill y..., y
a Percy...
Ambos hombres salieron de la habitación, mientras los demás escuchaban cómo
la señora Weasley volvía a preguntarle a Ginny cómo estaba y cómo había
despertado.
—Estoy bien, mamá... Y no sé cómo desperté. Sólo sé que Harry estaba aquí...
Entonces, la señora Weasley se volvió hacia Harry.
—Es verdad, Ron me dijo que tú le habías avisado. ¿Cómo lo supiste, querido?
—No podía dormir y vine aquí —explicó Harry, nervioso. Estaba recordando el
beso que finalmente había despertado a Ginny, aunque no sabía bien cómo, y se
sentía transparente a la vista de todos los demás.
—¿Cómo estaba cuando llegaste? —inquirió la señora Weasley.
—Igual que anoche —contestó.
—¿Y cómo..., cómo despertó? —quiso saber ella—. ¿Así, sin más?
—Eh..., bueno...
—Creo que a todos nos gustaría enterarnos de eso —dijo entonces Dumbledore,
entrando en la habitación. Lupin le seguía, y detrás de ellos venía el señor Weasley.
Los tres miraban a Harry. Dumbledore volvió a hablar—. Estoy seguro de no
equivocarme si digo que tú tuviste algo que ver con que despertara, ¿no es así?
Harry no contestó inmediatamente. Miró al suelo, mientras notaba cómo todo el
mundo le observaba con atención. ¿Cómo lo sabía Dumbledore?
—Sí, yo le ayudé —contestó por fin, y oyó varios murmullos de sorpresa—. Usé la
Antorcha de la Llama Verde para intentar averiguar qué le sucedía, y llegué a la
conclusión de que Voldemort, de alguna manera, la había poseído...
—¡Dios mío! —gritó la señora Weasley, tapándose la boca con las manos—. ¿E-
estás hablando en serio, Harry?
—Sí, señora Weasley. Cuando me acerqué a ella con la Antorcha, sentí la
presencia de Voldemort. No como cuando estoy frente a él, pero noté su..., su marca,
podría decirse... La toqué y vi cómo él la había hechizado, y cómo deseaba volver a
vernos a todos y huir de allí, y entonces ella empezó a moverse. Luego despertó.
Se calló y miró a Dumbledore, que seguía observándole. Tras unos instantes, el
director se volvió hacia Ginny y la examinó.
—Creo que se encuentra perfectamente —declaró al cabo de unos minutos—.
Sólo necesita descansar.
—¡Oh, Harry, querido! Gracias de nuevo... —sollozó la señora Weasley,
abrazándole—. Siempre nos estás ayudando...
—Es lo mínimo que puedo hacer —repuso Harry en voz baja.
Cuando la señora Weasley le soltó, Ron le dio unas palmadas en el hombro.
—Gracias, compañero —dijo. Harry se limitó a sonreír. ¿Debería contarles toda la
verdad a ellos? No estaba muy seguro. Finalmente decidió que no se lo diría, al menos
hasta saber qué haría respecto a Ginny.
Dumbledore dejó de hablar con el señor Weasley y Lupin, y volvió a dirigirse a
Harry.
—¿Podría hablar un momento contigo, Harry?
—Eh..., sí, claro, profesor.
Dumbledore salió de la habitación, y Harry, intrigado, le siguió hasta el salón del
primer piso. El director le hizo a Harry señas para que pasara, y luego cerró la puerta
tras él.
—Siéntate, Harry —le pidió amablemente, mientras él tomaba asiento también—.
¿Tienes hambre? Supongo que te apetecería un té.
Harry no contestó. Se limitó a esperar lo que el anciano director tenía que decirle.
Dumbledore agitó su varita e hizo aparecer dos tazas de humeante té y una
bandeja de pastas.
—Bueno, Harry —comenzó, dándole un sorbo a su té sin dejar de mirarle fijamente
—. ¿Qué más hiciste para despertarla? Quiero que me lo cuentes todo.
—Ya lo he contado —repuso Harry, queriendo parecer convincente. Sin embargo,
no se sentía nada convincente. Se sentía como antaño ante el director de Hogwarts;
sentía que el anciano que estaba frente a él lo sabía todo.
—No, no lo has hecho —lo contradijo Dumbledore con seguridad—. Aunque no
dudo que el hecho de haber usado la Antorcha en Ginny haya sido beneficioso, eso no
puede ser todo. ¿Me equivoco?
—Está bien —confesó Harry con un suspiro—. Tiene usted razón. No es todo.
—Cuéntamelo, Harry. Puedes confiar en mí, ya lo sabes. No se lo diré a nadie —le
prometió Dumbledore.
—Cuando comprendí que Voldemort debía de haberla poseído de alguna forma,
recordé cómo me había librado yo de él, y por eso quise tocarla con la Antorcha.
Porque yo..., yo...
—Sientes algo hacia ella —lo ayudó Dumbledore—. Lo sé.
Harry miró al director boquiabierto.
—¿Lo sabe? ¿Cómo lo sabe?
Dumbledore sonrió ligeramente.
—Ya soy muy viejo, Harry. Es algo que uno aprende a ver, sobre todo cuando se
observa como yo te observo a ti. Es algo que comprendí de forma definitiva cuando
aquel mortífago atacó a Ginny en la final del Torneo de quidditch.
Harry asintió lentamente.
—Pero eso no es todo, ¿verdad? —preguntó Dumbledore.
—No —reconoció Harry—. Ella empezó a agitarse cuando la solté, y después de
eso, yo..., yo le di un beso. Un beso en la boca. —Se sintió enrojecer como un tomate
al decirle aquello al director, y fijó su vista en la alfombra del suelo, deseando que se lo
tragara la tierra para no tener que sufrir aquella vergüenza.
—No tienes que avergonzarte de eso, aunque se lo estés contando a un viejo
—dijo Dumbledore con voz amable—. Así que un beso... Entiendo. ¿Lo entiendes tú,
Harry? —le preguntó.
Harry levantó la mirada hacia el director y asintió.
—Fue mi cariño por ella —contestó— y el suyo por mí lo que le permitió derrotar a
Voldemort, o a lo que Voldemort le había hecho.
—Sí —confirmó Dumbledore—. Aunque ella no lo recuerde. ¿Y sabes qué significa
eso?
—No —respondió Harry—. ¿Qué significa?
—Que has empezado a entender. Hoy derrotaste a Voldemort de nuevo, Harry. Le
venciste. Le derrotaste con un simple beso. Hay algo que Voldemort jamás entenderá,
a pesar de conocer su poder, y eso le hace débil. Jamás entenderá qué es el amor, el
cariño. Ésa es tu mayor arma contra él, Harry, ya lo sabes. No lo olvides nunca.
Harry miró a Dumbledore fijamente, al tiempo que el director se levantaba y se
disponía a irse. Pero antes de volverse, el anciano mago apoyó sus manos sobre los
hombros de Harry y le miró intensamente a través de sus gafas.
—Has crecido mucho, Harry. Has cambiado y madurado, y no podría sentirme más
orgulloso de ti de lo que me siento. Vas a empezar tu último curso en Hogwarts, y
quiero que sepas que tenerte allí durante estos seis últimos años ha sido para mí un
placer y una gran alegría... Aunque también un gran quebradero de cabeza, no voy a
negártelo —añadió, con una sonrisa. Harry se la devolvió, un tanto ruborizado—. Nos
veremos en Hogwarts, Harry. Cuídate. —Se volvió y se dirigió hacia la puerta, pero,
antes de salir, volvió a mirarle—. ¡Ah!, y respecto a eso que tanto te preocupa, no le
des vueltas. Deja que tus sentimientos fluyan, escucha a tu corazón. Y, sobre todo,
nunca dejes que el miedo guíe tus pasos. Hasta pronto.
Dumbledore salió de la habitación, y Harry se quedó allí, mirando la puerta,
mientras en su cabeza resonaban las últimas palabras que el director le había dirigido.
¿Se refería a su preocupación respecto a qué hacer con Ginny? Y, si era así, ¿cómo
sabía Dumbledore que esas dudas le carcomían? Y lo más importante: ¿qué era
exactamente lo que le había aconsejado? «escucha a tu corazón», le había dicho. ¿Le
estaba aconsejando que le confesara a la chica sus sentimientos? Harry creía que sí,
pero ni así le desaparecían las dudas. Todo seguía siendo confuso y complicado, y
además, él terminaría en Hogwarts ese año, y a Ginny aún le quedaría otro... Y eso si
alguno de los dos no moría. Suspiró, y decidió dejar de pensar por un rato y bajar a
desayunar. Cuando salía por la puerta, se le vino a la cabeza otra cosa: ¿qué les iba
a contar a Ron y a Hermione cuando le preguntasen por la conversación con
Dumbledore? Porque tenía muy claro que, al menos de momento, no pensaba decirles
nada sobre el beso.
Bajó a la cocina, donde ya estaban todos, charlando animadamente. Se palpaba
en el aire la felicidad por el despertar de Ginny, sobre todo por parte de los Weasley.
Fred y George, en concreto, no paraban de saltar y de lanzar fuegos artificiales de
«Sortilegios Weasley».
—¡Parad ya con esas cosas, que vais a hacerle daño a alguien! —les gritó su
madre mientras esquivaba lo que parecía un murciélago de chispas. Luego vio a Harry
y le sonrió efusivamente—. ¡Harry, querido! Vamos, ven a comer...
Harry sonrió y se sentó al lado de Hermione. Ella y Ron le miraron
inquisitivamente, pero Harry se limitó a decir «más tarde».
En cuanto hubieron desayunado y casi todo el mundo se hubo marchado a sus
respectivos trabajos y ocupaciones, Harry, Ron y Hermione subieron los tres juntos a
la habitación.
—¿Qué te quería Dumbledore, Harry? —le preguntó Hermione sin rodeos—. ¿Era
algo sobre Ginny?
—Sí —respondió Harry—. Quería..., bueno, quería saber qué había pasado
exactamente, y, sobre todo, saber qué vi cuando la toqué —mintió, evitando mirar a
sus dos mejores amigos a los ojos.
—¿Y qué viste? —quiso saber Ron.
Harry les contó detalladamente lo que había visto, y también que había sentido el
impulso de ir a ver a Ginny tras haber soñado con aquella misteriosa sala de la luz
parpadeante.
—¿Soñaste otra vez con ese sitio? —dijo Hermione, frunciendo el ceño—. Es
raro... ¿Qué será?
Harry negó con la cabeza.
—No lo sé.
—-¿Por qué despertó Ginny, Harry? —le preguntó Ron, mirándole directamente—.
¿Sólo por haberla tocado con la Antorcha?
—No. No fue sólo por eso. Es..., bueno, el cariño... Fue eso lo que anuló el efecto
de lo que Voldemort le haya hecho —le explicó Harry—. Dumbledore también me dijo
eso. El cariño y la preocupación que sentía por Ginny, transmitido de alguna manera
por la Antorcha, logró detener a Voldemort, le obligó a liberarla...
—Pero ¿qué hacía en ella? —inquirió Ron, con cara de preocupación—. ¿Qué
puede querer de ella?
—No lo sé, Ron —respondió Harry—. No tengo ni idea.
—¿Será que tal vez quiera utilizarla contra nosotros, para infiltrarse en la Orden, o
algo así? —aventuró Ron.
—No, no lo creo —intervino Hermione, que parecía pensativa y concentrada—.
¿Por qué habría de usar a Ginny para eso? Henry nos dijo que Voldemort quería a
Ginny en concreto, ¿recordáis? La pregunta es: ¿por qué? Además, si quisiera
poseerla para usarla, no le llevaría tanto tiempo, ¿verdad? —concluyó, mirando a
Harry.
—No, cuando me poseyó a mí por primera vez lo hizo en un instante, tomando el
control de mi cuerpo. No tuve ocasión de hacer nada para evitarlo o defenderme.
Los tres se quedaron callados un buen rato, cada uno sumido en sus propios
pensamientos, hasta que Harry volvió a hablar.
—Por cierto, ¿la Antorcha? —preguntó.
—En la habitación de Ginny, supongo —contestó Ron—. Nadie la recogió,
¿verdad? —añadió, mirando a Hermione.
—No, nadie —confirmó ella.
—Voy a buscarla —declaró Harry, y, sin esperar a oír a sus dos amigos, se levantó
y salió de la habitación.
Llamó a la puerta de la habitación de Ginny, y, cuando ella dijo «adelante», entró.
Ginny estaba en la cama, leyendo con expresión de aburrimiento. Su aspecto había
mejorado mucho, y parecía la de siempre. Sonrió al ver a Harry.
—Hola.
—Hola, Ginny. ¿Cómo te encuentras? ¿Mejor?
—Mucho mejor —respondió ella, y sonrió—. Pero me muero de aburrimiento aquí,
y mamá no me deja levantarme...
—Tienes que descansar —dijo Harry.
—Sí, supongo... —reconoció ella, con un suspiro—. Bueno, ¿qué querías?
¿Venías a verme?
—Sí... —contestó Harry—. Y de paso, también a buscar la Antorcha de la Llama
Verde —agregó, cogiéndola de una silla en donde alguien la había dejado.
—Gracias otra vez por despertarme —dijo Ginny, y luego su mirada se entristeció
—. Si no lo hubieras hecho, quizás ahora yo..., yo...
—No, no digas eso —la cortó Harry, mirándola fijamente—. No vas a morir, ¿te
enteras? No lo harás.
Ginny le miró con atención durante unos segundos, y luego le dedicó una gran
sonrisa. Harry notó que el corazón empezaba a palpitarle demasiado fuerte, y apartó la
mirada. Aquello se estaba saliendo de su control...
Pegó un respingo cuando la mano de Ginny cogió la suya. Ella le miró, divertida.
—¿Qué te pasa? ¿Te he asustado?
—¡No! No..., es sólo que..., nada.
—Estás muy raro, Harry. ¿Te encuentras bien? —preguntó Ginny, y un leve matiz
de preocupación cubrió su rostro—. Pareces... nervioso, o alterado. No ha sucedido
nada que no queráis decirme, ¿verdad?
Harry no respondió. ¿Se lo decía? Podía hacerlo. Ahora estaban los dos solos, era
el momento... Pero no se decidía. Pasaron varios segundos, y, cuando ya no sabía
qué hacer, ni qué decir, la puerta de la habitación se abrió y entraron Ron y Hermione.
Harry suspiró de alivio.
—Bueno, ¿jugamos a algo? —propuso Ron, sonriendo abiertamente y cogiendo
una silla. Hermione, por el contrario, miraba a Harry atentamente. Éste intentó evitar el
contacto con sus ojos.
—Sí, eso es una buena idea —dijo, levantándose—. ¿A qué quieres jugar, Ginny?
—Eh..., me da igual —respondió Ginny, que miró a Harry un tanto confusa.
—Pues entonces, naipes explosivos —sentenció Ron, muy contento, y que al
parecer era el único que no se había dado cuenta de que allí pasaba algo raro.

Pasaron varios días, y la vida volvió a la normalidad en Grimmauld Place, o, al menos,


a lo que podía considerarse normalidad. Ginny se había recuperado del todo, y
aunque Harry sabía que seguía preocupada por si volvía a pasarle algo así, era
consciente de que la chica creía que si algo volvía a sucederle, Harry siempre podría
salvarla. Harry no le había quitado esa ilusión, pero dudaba que pudiera hacerlo
siempre. Al fin y al cabo, Voldemort era el mago más grande del mundo, y Harry le
conocía lo suficiente como para saber que no cometería varias veces el mismo error.
Si volvía a intentar con Ginny lo que fuera que había intentado, y Harry volvía a
salvarla, el oscuro mago buscaría la forma de evitarlo.
Así, poco a poco, fue acercándose el momento en que comenzaría el nuevo curso
en Hogwarts. Por otro lado, mientras los días transcurrían, Harry, Ron y Hermione
apreciaron, por comentarios que oían de vez en cuando a los miembros de la Orden, o
por lo que Fred y George les chivaban, que los mortífagos habían intensificado sus
actividades.
Una mañana, aproximadamente una semana antes del regreso a Hogwarts,
Hermione entró en la habitación de Harry y Ron cuando éstos permanecían aún en la
cama, aunque despiertos y hablando. Traía en la mano un ejemplar de El Profeta y
parecía muy preocupada.
—Buenos días —saludó apresuradamente, al tiempo que cerraba la puerta—.
Harry, mira esto...
Le lanzó el diario y Harry, intrigado, lo desplegó y miró la primera plana.

TORTURADO Y ASESINADO UN FUNCIONARIO DEL


MINISTERIO DE MAGIA

Johannes Croaker, funcionario del Ministerio de Magia, donde


trabajaba desde hacía diez años, fue encontrado en la tarde de ayer en
su casa, muerto y con evidentes señales de haber sido torturado.
Croaker estaba disfrutando, desde la semana pasada, de unos días
de descanso, y, en opinión de los responsables de la investigación,
podría ser ése el motivo que habría incitado a los mortífagos a
capturarle. Si bien se desconoce cuánto tiempo estuvo siendo
torturado, los sanadores que estudiaron su cuerpo han deducido que
debió de ser considerable.
Hasta el momento, este periódico no ha podido hablar con ningún
miembro del Ministerio que sepa decirnos algún motivo por el que el
señor Croaker pudiera haber sido atacado. Los rumores indican que tal
vez El-que-no-debe-ser-nombrado esté intentando reunir información
para atacar de nuevo el Ministerio de Magia. Sin embargo, un auror
con el que este periódico ha tenido contacto opina que esa teoría es
improbable, teniendo en cuenta que el Ministerio ya fue atacado, y que
Quien Ustedes Saben podría intentarlo sin demasiada información
adicional. Estas noticias, desde luego, no dan tranquilidad alguna a la
ya alterada y asustada comunidad mágica, que espera pacientemente,
y con creciente temor, el próximo golpe de los mortífagos.

En cuanto terminó de leer el artículo en voz alta, Harry se quedó mirando hacia sus
dos amigos. Ron parecía pensativo.
—Croaker..., Croaker... Ese nombre me suena...
—Era un inefable —les explicó Harry—. Le vi en el Departamento de Misterios el
día que fuimos a matricularnos en el curso de Aparición.
—¡Es cierto! —exclamó Ron, abriendo mucho los ojos—. Mi padre nos dijo quién
era en los Mundiales de Quidditch, ¿recordáis?
—Sí —dijo Hermione, y se volvió hacia Harry—. ¿Qué hacía allí? ¿Lo sabes?
—Trabajaba en la Sala de las Profecías; se ocupaba de su registro.
—¿Sería posible que Voldemort esté intentando conseguir alguna otra profecía?
—sugirió Ron—. Tal vez haya alguna otra que se refiera a él...
—No, no lo creo —reflexionó Harry—. Flammingan me hubiera hablado de ella.
Me mostró las profecías sobre Pettigrew y también la que hizo la profesora Trelawney
el año pasado, pero no me comentó nada de ninguna otra.
—Además, sería extraño que empezase a preocuparse por otra profecía a estas
alturas, en vez de haberlo hecho antes, ¿no? —opinó Hermione—. No, yo creo que
quería algún tipo de información que Croaker poseía, pero ¿qué información?
—A mí no me miréis —dijo Harry, al ver cómo las miradas de Ron y Hermione
caían sobre él—. Yo no sé nada sobre el Departamento de Misterios. Prácticamente
sólo hablamos del arco...
—¿Podría ser eso lo que quisiera Voldemort? —preguntó Ron.
Hermione frunció el entrecejo, reflexionando.
—Lo dudo —repuso—. Si lo hubiera querido, podría habérselo llevado la noche en
que fuimos allí, ¿no? No necesitaba secuestrar a un inefable para ello.
—Ésa es otra cuestión importante —comentó Harry—. ¿Para qué querría
secuestrar o torturar a un inefable? Rookwood es un mortífago, ¿no? Puede darle
toda la información que necesita sobre el Departamento de Misterios.
—Pero Rookwood fue capturado y ahora está preso —recordó Ron.
—¡Exacto! —exclamó Hermione—. Y eso significa que, sea lo que sea aquello
sobre lo que quiere información, no la necesitaba hace unos meses —dedujo—. Lo
que nos indica que ha descubierto algo recientemente.
—¿Y qué puede ser? —preguntó Ron.
Hermione se encogió de hombros.
—¿Cómo quieres que lo sepa?
Harry se dejó caer de espaldas sobre la cama. ¿Tendría razón Hermione?
¿Habría descubierto Voldemort algo sobre el Departamento de Misterios acerca de lo
cual necesitaba información, o sólo había sido una casualidad que hubieran matado a
un inefable? Y si había descubierto algo, ¿tendría que ver con él? Al fin y al cabo, lo
que Voldemort más deseaba, lo que más necesitaba en el mundo era verle a él
muerto... Aunque bien podría estar ya urdiendo otros planes, quizás intentando de
nuevo obtener la inmortalidad. En el Departamento de Misterios había once puertas.
¿Qué había tras ellas? ¿Qué se guardaba allí? Aunque quizás Voldemort no quería
nada de aquel lugar, y sólo había sido, como había pensado antes, una...
Harry se incorporó rápidamente y miró hacia sus amigos.
—¡Un momento!
—¿Qué pasa, Harry? —le preguntó Hermione.
—Me había olvidado completamente..., pero me acabo de acordar. ¿Recordáis
que me aparecí frente a la puerta del Departamento de Misterios en una de las clases
de Aparición?
—¡Anda, es verdad! —exclamó Ron—. Entonces dijiste que creías que Voldemort
había estado pensando en aquel lugar...
—Sí, y creo que no me equivocaba. Entonces parece evidente que Voldemort sí
quiere algo que hay allí.
—Pero seguimos sin saber el qué —concluyó Hermione, un tanto preocupada.
No comentaron con nadie sus sospechas, pero, durante los días siguientes, Harry
se mantuvo muy atento por si oía algo relacionado con el asesinato de Croaker a
alguien de la Orden; no obstante, sus intentos fueron vanos. Lo único que habían
logrado averiguar era que la Orden del Fénix había intensificado sus actividades. En
los últimos días, Harry apenas había visto a Lupin o algún otro; casi siempre estaban
los cuatro solos con la señora Weasley, lo que para Harry, que estaba deseoso de
más información, resultaba enormemente frustrante, y eso le hacía estar de un humor
peor que el habitual.
Tres días después de haber oído la noticia de la muerte de Croaker, Harry se
encontraba en el salón del sótano, sentado en el suelo y con la capa de invisibilidad
por encima. Se la había puesto porque no quería que nadie le viera. Se había pasado
la mañana en el salón del primer piso, pensativo y, sobre todo, frustrado por la falta de
noticias, por no poder hacer nada más que ver pasar el tiempo. Hermione había
entrado y había empezado a insistir en si estaba bien o si le pasaba algo. Harry le
había pedido que se callara y le dejara en paz un rato, y Hermione le había hecho
caso, pero sólo durante cinco minutos. Así pues, Harry, harto, se había desaparecido
hasta la habitación, había cogido la capa y se había refugiado en el salón del sótano,
donde se encontraba ahora.
Sabía, muy dentro de sí, que no había sido justo con su amiga, pero él quería
pensar y ella no se callaba. Además, no sólo estaba enfadado por la ausencia de
noticias en general, sino, sobre todo, por la ausencia de noticias sobre Hagrid. Tiempo
atrás les habían dicho que, al parecer, pronto regresaría, pero no sólo no lo había
hecho, sino que no se sabía apenas nada de él.
Se encontraba pensando en todo esto cuando sintió en la cocina la voz de Lupin y,
hablando con él, la del señor Weasley. Estaba a punto de levantarse e ir a saludarlo,
porque hacía días que no le veía, pero, cuando iba a quitarse la capa de invisibilidad,
ambos hombres entraron en el salón y se sentaron en un sofá, cada uno con una
copa en la mano. Harry se fijó en que Lupin parecía bastante cansado, y que tenía
algunas cortaduras en la cara.
Si ahora se quitaba la capa, Lupin y el señor Weasley le bombardearían a
preguntas, y, además, tal vez ésta era la ocasión de oír algo importante, así que se la
dejó puesta.
Lupin se tocó una cortadura en la mejilla derecha, mientras el señor Weasley le
observaba con preocupación.
—Molly te curará eso enseguida, Remus —le dijo.
—No es nada, Arthur, tranquilo —repuso Lupin con voz calmada—. Me he hecho
cosas peores transformándome en licántropo, te lo aseguro.
—¿Pudiste enterarte de algo antes de que te descubrieran? —le preguntó el señor
Weasley.
Harry prestó más atención. ¿Descubrirle? ¿Había Lupin estado siguiendo a algún
mortífago?
—Apenas nada. Dullymer se dio cuenta de que estaba allí pronto. Al parecer han
extremado mucho las precauciones, aunque no sé por qué. Creo que sospechan que
han tenido a alguien espiándoles.
El señor Weasley frunció el entrecejo, y Harry hizo otro tanto.
—¿Alguien espiándoles? —repitió el señor Weasley, muy extrañado—. ¿Aparte de
Severus?
—Creo que sí.
—Pero no puede ser nadie de la Orden. ¿Sería alguien del Ministerio?
—No lo sé. Creo que, de hecho, ni ellos mismos están seguros de si les están
espiando o no. Hablaban de extremar precauciones, y luego ya me descubrieron, a
pesar de la capa invisible. Escapé por los pelos.
Por la cabeza de Harry pasó la imagen de Lupin, muerto en una misión, y sintió
que lo recorría un escalofrío.
El señor Weasley asintió distraídamente. Parecía muy pensativo. A Harry le
pareció que sabía, o al menos sospechaba, algo respecto a lo que Lupin le había
dicho.
—Si es alguien del Ministerio Dumbledore debería saberlo —prosiguió Lupin—.
Tendré que informarle pronto. Debe saber que no he descubierto nada respecto al
asesinato de Croaker.
—¿Tienes alguna sospecha de qué busca Quien Tú Sabes en el Departamento de
Misterios? —le preguntó el señor Weasley, abandonando su expresión pensativa y
volviendo a la conversación.
—No, y al parecer Dumbledore tampoco está seguro de qué quiere, si es que
realmente quiere algo de allí, de lo cual tampoco estamos muy seguros. Al fin y al
cabo, Croaker no es el primer funcionario del Ministerio que desaparece.
—Sólo hay una cosa que podría buscar, ¿no crees? —dijo Arthur Weasley
pensativamente—. Ya intentaron robarlo hace tiempo para usarlo para las Artes
Oscuras...
—Pero eso fue hace mucho tiempo —repuso Lupin—, y las circunstancias eran
otras. De todas formas, no puedo opinar sobre eso, no sé apenas nada de aquello...
No podría estar seguro.
—Tampoco yo —asintió el señor Weasley—. Pero te diré algo: por lo que he oído,
y por lo que se cuenta en el Ministerio, teniendo en cuenta lo que sabemos de Quién
tú sabes, él no podría usarlo, porque...
Pero Harry no pudo oír el por qué, porque en ese momento la puerta del salón se
abrió y la señora Weasley se asomó.
—Ah, estáis aquí —dijo, mirando a su marido y a Lupin—. Remus, vente, hay que
curarte esos cortes —ordenó.
Lupin asintió y pasó a la cocina. El señor Weasley fue tras ellos y cerró la puerta.
Harry se levantó y golpeó la pared con un puño. Había estado a punto de
enterarse de algo importante y al final no había podido. ¿Qué sería eso que había en
el Departamento de Misterios y que habían intentado robar hacía tiempo? ¿Y por qué
no podría usarlo Voldemort? No lo sabía, pero, desde luego, tenía que hablar con
alguien, así que, haciendo el menor ruido posible, se desapareció hasta su habitación,
donde se encontró a Ron.
—¡Qué susto me has dado! —exclamó su amigo al verle aparecer—. ¿Dónde
estabas? Hermione y yo te hemos estado... —Sus ojos se posaron en la capa de
invisibilidad—. ¿Qué hacías con la capa?
—Estaba abajo, en el salón, pero no quería que nadie me molestara.
—Ya veo —dijo Ron, con el ceño fruncido—. Hermione estaba ya preocupada,
¿sabes? Y yo también. Si yo no le hubiera insistido, ya se lo habría dicho a mi madre.
Harry no dijo nada. Se le había pasado ya el enojo con su amiga, y no sabía qué
decir. Seguramente estaría enfadada con él, y, por la cara de Ron, dedujo que su
amigo tampoco estaba muy contento.
—Ron, no le encuentro por ningún... —dijo Hermione con tono de profunda
preocupación, entrando en la habitación. Entonces vio a Harry y se quedó muda un
instante. Luego, su cara se tensó—. Vaya, ¡conque estás aquí! Hemos estado
buscándote, ¿sabías? ¿Se puede saber dónde estabas? ¿O también vas a gritarme?
—No, no voy a gritarte —respondió Harry en voz baja.
—Vaya, menos mal —dijo Hermione, con tono sarcástico—. Por si no lo sabes,
Harry, te diré que no eres el único que está preocupado, ¿sabes? ¿Dónde te habías
metido?
Harry le repitió lo mismo que le había dicho a Ron, y ella se enojó aún más.
—¡Ah, muy bonito! —exclamó, exasperada—. Nosotros buscándote como locos,
sin saber adónde habrías ido, y tú escondido en el salón. Me gustaría que dejaras de
comportarte como un crío, Harry...
—¡No me comporto como ningún crío! —estalló Harry—. Y ahora ¿vas a escuchar
lo que tengo que contaros o vas a seguir echándome la charla?
Hermione iba a seguir con la discusión, pero Ron no la dejó hablar.
—¿Qué tienes que contarnos? —preguntó.
—Veréis —comenzó, sentándose en la cama—, mientras estaba en el salón...
Les contó todo lo que había oído, y, al terminar, Hermione soltó inmediatamente:
—Harry, ahora sí, definitivamente, tienes que hablar con Dumbledore.
—¿Por qué? —respondió él, mirando a su amiga fijamente.
—¿No lo entendéis? —dijo Hermione—. ¡La Orden no está segura de si Voldemort
quiere algo del Departamento de Misterios, pero nosotros sí! Tenemos que decírselo.
Podría ser algo muy importante.
—Sí, supongo que tienes razón... —murmuró Harry, asintiendo.
—Vaya, menos mal —murmuró Hermione, con una leve nota de resentimiento en
la voz.
—Bueno, ya está, ¿vale? —le dijo Harry—. ¿Vas a seguir enfadada conmigo todo
el día?
—No, Harry, no voy a seguir enfadada contigo todo el día —contestó Hermione
calmadamente—. Simplemente me gustaría que no pensaras que estás solo y que
eres el incomprendido del año. Sólo eso.
—¡Yo no pienso que...!
—Venga, ya está —intervino Ron, que parecía aburrido—. Dejadlo de una vez.
Bajaron a la cocina, donde Lupin, que ya no tenía cortes en la cara, y los señores
Weasley hablaban de los últimos acontecimientos.
—¡Hola Remus! —saludó Harry, fingiendo sorpresa—. ¿Dónde has estado
metido?
—En una misión —respondió Lupin escuetamente—. ¿Qué tal estáis vosotros?
—Bien —contestó Harry—. Mira, nosotros queríamos hablar con el profesor
Dumbledore...
—¿Por? —inquirió el señor Weasley, levantando una ceja—. ¿Ha sucedido algo?
—No, lo que pasa es que nos hemos dado cuenta de algo importante mientras
hablábamos —mintió Hermione—. Tiene que ver con el asesinato de ese funcionario,
Croaker...
—¿Qué sabéis vosotros de eso? —los interrogó la señora Weasley, mirándolos
muy fijamente.
Harry, Ron y Hermione se miraron y se sentaron.
—En una de las primeras clases prácticas de Aparición —contó Harry, mientras
los señores Weasley y Lupin le miraban atentamente—, empezó a dolerme la cicatriz.
Yo no le di importancia, porque ya me había pasado, supongo que por usar
conocimientos que Voldemort —la señora Weasley pegó un respingo— había dejado
en mí. Entonces desaparecí, y, en vez de aparecerme donde debía, me aparecí
delante de la puerta del Departamento de Misterios. La cuestión es que yo no había
estado pensando en ese sitio.
—¿Estás seguro, Harry? —le preguntó el señor Weasley—. Entonces, ¿por qué
apareciste allí?
—Mi conclusión fue que Voldemort estaba pensando en ese lugar, y, al acceder yo
de alguna forma a sus conocimientos, influyó en mí y me hizo aparecer allí.
Lupin y el señor Weasley se miraron, pero ninguno de los dos dijo nada, y luego
se volvieron hacia Harry de nuevo.
—No estábamos seguros de si querría algo de allí, pero, al conocer la noticia de la
muerte de Croaker, y teniendo en cuenta que es un inefable, hemos llegado a esa
conclusión.
Al terminar Harry, se hizo el silencio durante unos minutos.
—¿Tú qué opinas, Remus? —dijo por fin el señor Weasley.
—Creo que Harry tiene razón, Arthur. Dumbledore debería saberlo cuanto antes.
—¿Qué puede querer Voldemort de allí, papá? —preguntó Ron.
—No lo sé —contestó el señor Weasley, y, aunque Harry había oído la
conversación de antes, notó que el señor Weasley era bastante sincero—. No sé
mucho sobre lo que hay allí. Nadie sabe mucho, en realidad...
—Le enviaré un mensaje a Dumbledore sobre esto —declaró Lupin—. Veremos
qué opina.
—Y yo tengo que ir al Ministerio —añadió el señor Weasley, mirando su reloj—.
Hasta luego, chicos. Hasta luego, querida... —Le dio un beso a su esposa y luego
desapareció.
La señora Weasley miró a los tres amigos durante unos momentos.
—Bueno, hace mucho que no se limpia el tercer piso —comentó—. ¿Dónde está
Ginny?
Ron le dirigió a Harry una mirada que decía «¡Oh, no!». Harry se la devolvió.

—Menos mal que podemos usar la magia —comentó Ron, cuando terminaban de
limpiar una de las últimas habitaciones del tercer piso, dos horas más tarde—. La
limpieza al estilo muggle... —miró a Hermione, que limpiaba los cristales de la ventana
con un paño—. ¿No os aburrís de barrer, fregar y demás? —le preguntó.
—Hay aparatos para esas cosas, Ron. Como aspiradoras, por ejemplo.
—¿Qué es una «espiradora»? —preguntó Ron.
—Aspiradora —lo corrigió Harry—. Un aparato que absorbe la suciedad y el polvo,
metiéndolos en una bolsa —explicó, mientras dirigía una fregona con su varita.
—¿Que absorbe la suciedad y el polvo? —repitió Ron, extrañado—. ¿Como con el
encantamiento convocador?
Harry miró hacia Hermione, que le devolvió la mirada, y ambos se rieron.
—Sí, algo parecido —dijo Harry.
—De todas formas, tampoco es que con magia me encante limpiar —dijo Ron—.
¿Dónde está Kreacher? Hace días que no lo veo... ¿No se habrá escapado, ni nada
de eso, verdad?
Hermione le miró mal.
—No te vas a morir por trabajar un poco —le reprochó a Ron—. Pero tienes razón,
también hace días que yo no lo veo.
—No, no se ha marchado —les explicó Harry—. No puede. Simplemente, yo no
quiero verle a él, ni él a nosotros, así que le di una vieja foto de la madre de Sirius que
encontré en un cajón viejo y le mandé lejos de mí. Ahora se pasa casi todo el tiempo
escondido en el desván.
Hermione frunció el ceño y miró a Harry con reproche.
—Harry, no...
Pero Harry levantó una mano con la palma hacia ella, instándola a detenerse.
—Hermione, no. Con Kreacher, no. Lucharé por los derechos de todos los elfos
del mundo, si quieres, pero por Kreacher no, así que ni le menciones.
Volvió al trabajo, viendo cómo Hermione se mordía el labio inferior, quizás
intentando no decir nada; vio también cómo Ron negaba con la cabeza de forma
apenas imperceptible; Hermione lo vio y continuó limpiando la ventana. Sin embargo,
un instante después se detuvo.
—Vaya, parece que hoy vamos a tener compañía para la comida —comentó,
mirando por la ventana hacia abajo. Ginny, que le pasaba otro trapo a unas sillas, se
acercó a ella.
—Vaya, Bill y Fleur..., y Tonks... —enumeró—. Menos mal. Ya me estaba
aburriendo aquí, siempre solos...
—¿En qué andará metida la Orden? —preguntó Ron, acercándose también a la
ventana, con Harry. Sin embargo, no vieron nada porque ya debían de haber entrado
todos en la casa.
—No sé, pero yo me conformaría con saber a quién estuvo siguiendo Lupin, y
quién le atacó —respondió Harry.
—También sería interesante saber quién les espiaba —añadió Ginny, mirando a
Harry—. Dijiste que eso creían, ¿no?
—Sí —respondió Harry.
—Tal vez en la comida nos enteremos de algo —dijo Hermione, aunque no
parecía muy convencida—. Ahora será mejor que acabemos de limpiar pronto, antes
de que suba vuestra madre.
—¿Por qué? —preguntó Ron, mirándola—. Harry es mayor de edad y la casa es
suya, así que...
—¿Crees que eso le importará a mamá, Ron? —dijo Ginny, alzando una ceja.
—No —contestó Ron, volviendo a agitar su varita para continuar sacando el polvo
del armario del que se había estado ocupando.
Un rato después, la señora Weasley entró en la habitación y se puso a mirar lo
que habían hecho.
—Bueno, creo que os habéis ganado una buena comida, ¿no? —los felicitó—.
Bajad. Casi todo el mundo está en la cocina y les apetece veros... Además, el
profesor Dumbledore quiere hablar contigo, Harry...
—¿Dumbledore está aquí? —preguntó Harry.
—Sí, y hay noticias que os interesarán —añadió la señora Weasley.
—¿Sobre qué? —preguntó Ron.
—Sobre Hagrid.
—¿Sobre Hagrid? —exclamaron los cuatro a un tiempo, mirándose.
—Sí.
—¡Genial! —exclamó Harry, lanzándose hacia el pasillo y luego escaleras abajo.
No se detuvo hasta llegar al sótano, donde se encontró con Moody y Hestia Jones,
aparte de a Tonks, el señor Weasley, Lupin, Bill, Fleur y finalmente Dumbledore. El
director hablaba con el padre de Ron y con Lupin, y se volvió hacia la puerta cuando
Harry la abrió.
Sin apenas decir un «hola» a los demás miembros de la Orden, Harry se acercó a
Dumbledore, seguido por Ron, Hermione y Ginny.
—Profesor Dumbledore, la señora Weasley nos ha dicho que tiene noticias de
Hagrid. ¿Es cierto? ¿Cómo está? ¿Cuándo volverá?
—Tranquilo, Harry. Todo está bien —dijo Lupin.
—Efectivamente, tenemos noticias de Hagrid —confirmó Dumbledore con voz
grave—. Noticias fuera de las normales, quiero decir.
—¿Cuándo vuelve? —inquirió Harry con apremio y una nota de inquietud en la voz
—. ¿Se encuentra bien?
—Él y la mayor parte de los aurores desplegados para combatir contra los
gigantes en las Tierras Altas escocesas van a regresar en unos días —les explicó
Dumbledore—. Han sido requeridos para protegernos de los mortífagos.
—¿Y los gigantes? —preguntó Hermione—. ¿Qué van a hacer con ellos?
—Los gigantes están bajo control, por el momento... Pero estoy seguro de que
será el mismo Hagrid quien prefiera contaros lo que ha hecho durante estos meses.
—¿Se encuentra bien? —repitió Harry.
—Sí, aunque bastante cansado —respondió Dumbledore—. Me temo que se
tomará unos días de descanso antes de volver a Hogwarts, pero no os preocupéis: no
será mucho tiempo. Hagrid ha hecho un gran trabajo, sí, un gran trabajo... Esperemos
que sirva para algo... —añadió Dumbledore, como si pensara en voz alta. Luego
pareció volver en sí y miró a Harry—. Harry, Lupin me ha contado lo que te pasó en
las clases de Aparición, pero me gustaría que me lo contaras tú mismo.
Harry así lo hizo, mientras todos en la cocina escuchaban. Cuando terminó,
Dumbledore se acariciaba la barba. Parecía muy pensativo.
—Profesor... ¿qué puede querer Voldemort del Departamento de Misterios?
Dumbledore miró a Harry durante unos momentos.
—Nada que pueda utilizar —respondió, más para sí mismo que para los demás,
como si estuviera dándole vueltas en su cabeza, buscando una respuesta.
—¿Entonces? —insistió Harry.
—La única opción es que pretenda destruir algo que pudiéramos usar contra él
—contestó—. Pero ¿por qué habría de preocuparse por eso ahora? —añadió, y de
nuevo pareció que estaba pensando en voz alta.
—¿Qué hay allí que podamos usar contra él? —preguntó Harry, intrigado. ¿Había
en el Departamento de Misterios un arma capaz de derrotar a Voldemort? Y, si era
así, ¿por qué no la habían usado antes?
—Hace tiempo te hablé de una sala que hay en el Departamento de Misterios,
Harry. Una sala que siempre está cerrada: la Cámara del Amor.
Cuando Dumbledore pronunció esas palabras, «Cámara del Amor», Harry recordó
algo que tiempo atrás había dicho Luna:
«Mi padre siempre dice que guardan cosas muy importantes allí, cosas que la
gente debería saber... Cosas como sentimientos...»
En aquel momento, Harry había recordado algo de lo que le había hablado
Dumbledore, y había mencionado que creía que en la sala cerrada se guardaba amor,
o el Amor... ¿Había estado en lo cierto?
—Sí, me acuerdo de eso... —dijo Harry—. ¿Qué hay allí? Y si con lo que hay en
esa cámara podemos luchar contra Voldemort, ¿por qué no lo hacemos?
—Por la simple razón de que nadie ha conseguido entrar allí desde hace sesenta
años —respondió Dumbledore—. De todos modos, no es seguro que se pueda luchar
contra Voldemort con lo que allí se guarda... —Volvió a quedarse pensativo, y luego
dijo bruscamente—. He de hablar con alguien. Molly, querida, lo siento, pero no voy a
poder quedarme a comer. Esto es demasiado urgente.
—Pero, profesor Dumbledore, la comida casi está... —replicó la señora Weasley.
—No puedo esperar, Molly. Lo siento. Que os aproveche a todos —dijo, y
desapareció.
Harry, Ron, Hermione y Ginny se miraron.
Aquella noche, Harry estuvo mucho tiempo dando vueltas en la cama antes de
dormirse. Él, Ron, Hermione, Ginny y los gemelos habían estado hablando después
de cenar sobre lo que Dumbledore les había contado, pero no habían llegado a
ninguna conclusión. ¿Pretendía Voldemort hacer algo con lo que había en aquella
habitación cerrada? ¿Tenía algo que ver con lo que el señor Weasley y Lupin habían
estado hablando? ¿Y por qué nadie había conseguido entrar en aquella habitación
desde hacía tantos años?
Las preguntas se agolpaban en su cabeza, sin permitirle dormir. En la cama de al
lado, Ron ya hacía tiempo que respiraba acompasadamente, indicando con claridad
que se encontraba profundamente dormido; pero él no lo conseguía. Porque, además,
había cosas sobre Hagrid que había querido preguntar, pero Dumbledore se había
marchado demasiado deprisa. ¿Se le habría ocurrido algo? ¿Con quién habría ido a
hablar?
Y pensando en todo ello, su mente hizo otra conexión: ¿por qué los aurores que
estaban en Escocia habían sido convocados precisamente en aquel momento?
¿Tendría algo que ver con el hecho de que Dumbledore hubiera sabido seguro que
Voldemort tenía algún interés en el Departamento de Misterios?
Sentía que su cabeza iba a estallarle, de tantas cosas que se agolpaban en ella:
primero, el ataque en Privet Drive; luego los ataques de los mortífagos y la amenaza
de Voldemort de vengarse de todos los amigos de Harry; la misteriosa enfermedad de
Ginny; el extraño interés de Voldemort en el Departamento de Misterios... Y todo eso
había pasado en un mes, en poco más de un mes...
Con la cabeza aún dándole vueltas, se durmió, en medio de intranquilos sueños
donde encontraba a Ginny en el Departamento de Misterios, y se disponía a besarla...
pero entonces aparecía Rodolphus Lestrange, que intentaba matarlos, y en ese
momento se despertó, asustado y sobresaltado. Suspiró, decepcionado y a la vez
temeroso por lo que había sucedido en el sueño, y tras un rato mirando hacia el techo
en la oscuridad, volvió a dormirse.
12

Regreso a Hogwarts

Los últimos días antes del 1 de septiembre pasaron muy lentamente para Harry.
Nunca había estado tanto tiempo con sus amigos durante el verano, y eso lo había
alegrado, pero, por otro lado, habría preferido haber podido estar en La Madriguera,
como cuando Ron y los gemelos le habían rescatado de Privet Drive, o como cuando
lo habían invitado a los Mundiales de quidditch... Allí salían al aire libre, paseaban,
podían jugar al quidditch...
Pero en Grimmauld Place todo era muy distinto: se pasaban el día encerrados, y,
al final, habían terminado hartos de jugar a los gobstones, a los naipes explosivos y al
ajedrez mágico. Además, casi se les habían agotado los temas para hablar. Le parecía
ya muy lejano en el tiempo el momento en que había abandonado definitivamente la
casa de los Dursley, la noche que Rodolphus Lestrange le había atacado.
Por otra parte, no sabía qué le deparaba el nuevo año en Hogwarts (aparte de,
como Hermione se estaba encargando de recordarles a Ron y a él, estudiar muy duro
para los EXTASIS); ni sabía tampoco si volvería a ver con vida a las personas que
dejara atrás al coger el expreso de Hogwarts en King’s Cross. Intentaba con fuerza no
pensar en esos temas, pero cada vez que recordaba lo que les había sucedido a los
Longbottom, o la destrucción de La Madriguera, se le hacía inevitable. Y Lupin, que
había escapado de los mortífagos por un pelo... Harry no sabía si sería capaz de
soportar una sola pérdida más. A veces notaba una sensación como si un peso le
oprimiese el pecho, aunque todo fuera, en apariencia, bien. Y eso era, como
acertadamente había concluido, porque, en realidad, nada iba bien, ni siquiera en
apariencia. Después de la muerte de Sirius, de la de Kingsley, de la de Luna... ¿Cómo
podía ir algo bien?
Era por todo esto que, aunque deseaba regresar al colegio, se sentía más triste a
medida que se acercaba el día, y le gustaba estar solo. Tanto Ron y Hermione como
Ginny parecían haberlo entendido así, y le dejaban tranquilo, cosa que Harry les
agradecía en silencio.
La noche antes del retorno a Hogwarts se encontraba en el salón del primer piso,
mirando por la ventana cómo la oscuridad nocturna caía sobre la aún concurrida plaza.
La gente iba y venía, la mayoría de ellos sin preocupación alguna; sin saber, de hecho,
que alguien del cual dependía su futuro de una forma que jamás habrían creído
posible les miraba a través de las ventanas de una casa que para ellos resultaba
invisible e inalcanzable.
Estaba tan sumido en sus pensamientos que apenas oyó que la puerta se abría.
—Mi madre me ha dicho que preparemos todo para mañana —dijo Ron,
acercándose a él—. Dice que si no, acabaremos dejándonos la mitad de las cosas.
Harry se volvió hacia su amigo y asintió en silencio.
—Aunque no sé por qué tanta prisa —siguió diciendo Ron cuando salieron del
salón y se dirigieron a las escaleras, viendo que Harry no estaba muy hablador—.
Usando la magia podemos recogerlo todo rápidamente...
—Sí, tienes razón... —contestó Harry distraídamente.
En vez de abrir la puerta de la habitación y entrar, Ron se le quedó mirando.
—¿Te encuentras bien? Has estado muy solitario y triste estos días. Hermione y
yo hemos estado hablando de ello... —comentó, con un deje de culpabilidad en la voz,
como si temiese que Harry pudiera enfadarse por que hubiesen estado hablando de él
—. Ella dice que es por todo lo que ha pasado, que no quieres separarte de Lupin...
¿Es por eso? ¿Quieres hablar de ello?
—En parte sí es por eso —dijo Harry, abriendo la puerta él mismo y entrando—.
Pero no sólo eso. En realidad, me apetece volver al colegio, ya me estaba aburriendo
de estar aquí encerrado, pero..., con todo lo que pasa..., no sé, supongo que tengo
miedo —confesó, sacando la varita y empezando a recoger sus cosas, que parecían
haber invadido los lugares más recónditos de la habitación. Abrió el baúl, y empezó a
meter su ropa sobre un montón de libros que hacía tiempo que no usaba y de ropa
que hacía mucho que no se ponía. Algún día tendría que limpiar el baúl de todo.
—A mí también me apetece volver a Hogwarts —dijo Ron, al cabo de un rato—.
Pero también tengo miedo, Harry. Después de lo que pasó en mi casa... Fue una
suerte que no hubiera heridos. No hay que lamentar daños mayores, y la casa ya está
prácticamente arreglada, pero, aún así... Tengo mucho, mucho miedo por mi familia
—confesó.
Harry le miró, comprensivo, y por su cabeza pasaron las imágenes del boggart que
la señora Weasley había intentado destruir dos años atrás, y que se transformaba en
los cadáveres de miembros de la familia de Ron. Mientras su amigo agitaba la varita
para guardar la ropa que su madre le había dejado sobre la cama, Harry pensó en si el
mayor miedo de Ron seguirían siendo las arañas, y eso le llevó a pensar en si, ante él,
un boggart seguiría tomando la forma de un dementor. No sabía exactamente la
respuesta, pero algo en su interior le decía que era la misma para ambas preguntas:
no.
Mientras terminaban de recoger, Hermione entró en la habitación.
—¿Ya has terminado? —le preguntó Ron al verla, sorprendido—. ¿Cómo lo has
hecho? No has usado la magia, ¿verdad?
—No, no he usado la varita —aclaró Hermione—. Simplemente suelo ordenar mis
cosas más a menudo que vosotros, Ron.
Se sentó en la cama y observó cómo sus dos amigos terminaban de ordenar sus
baúles.
—Estás muy seria —comentó Harry—. ¿Te pasa algo?
Hermione negó con la cabeza, y Ron levantó la vista de su baúl y la miró fijamente.
—No nos mientas —le dijo—. Vemos perfectamente que te pasa algo. ¿Qué es?
¿No quieres volver al colegio?
—Es por mis padres —contestó Hermione con voz triste—. Están muy
preocupados. Han estado conmigo mientras recogía mis cosas y hemos estado
hablando... Están preocupados por mí, por si me pasa algo mientras estamos en
Hogwarts.
—Pero Hogwarts es uno de los sitios más seguros que hay, Hermione —replicó
Ron—. Ellos lo saben, ¿no?
—Hogwarts no es más seguro que esta casa —repuso Hermione—. El año pasado
sucedieron allí un montón de cosas horribles, ¿recuerdas?
—Este año será distinto —le aseguró Ron—. Mi padre me ha dicho que
Dumbledore ha dispuesto un número extraordinario de medidas de seguridad en el
castillo... Recuerda lo que dijo la profesora McGonagall en la reunión de la Orden.
—Yo estoy de acuerdo con Hermione —terció Harry—. Si Voldemort quiere
atacarnos, lo hará. Ahora no teme a Dumbledore, o al menos no como antes. Y querrá
atacarnos, Ron. Me quiere ver muerto, y vendrá a por mí, tarde o temprano —dijo, con
voz resignada. Y mientras dejaba que sus temores salieran al exterior, por su cabeza
se cruzó el pensamiento de si terminaría el curso con vida. Un escalofrío le recorrió la
espalda.
—No seáis pesimistas —dijo Ron—. Vais a hacer que me deprima yo también...
No es la primera vez que Voldemort viene a por ti, y hasta ahora has sobrevivido, ¿no?
Pues esta vez también. Además, este año Dumbledore no se dejará engañar; no
permitirá que caigamos en una trampa...
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —le preguntó Harry—. ¿Cómo puedes
saberlo?
Ron miró a Harry y se puso rojo de ira.
—¡No estoy seguro!, ¿vale? ¡No lo sé! —estalló—. ¡Simplemente quiero creer que
no vamos a morir todos!
Harry y Hermione se miraron y no dijeron nada. Hermione simplemente salió de la
habitación, y los dos amigos siguieron recogiendo sus cosas sin hablar.
—Mira, Ron... —comenzó a decir Harry después de un rato, sintiendo que no
podía aguantar más el silencio—. Lo siento, pero no puedo evitar sentirme pesimista...
—Ya lo sé, Harry —lo cortó Ron, con la voz mucho más calmada, cerrando su baúl
y mirándole—. Pero... yo no..., no puedo admitir..., no quiero admitir que alguno de
nosotros morirá, ¿me entiendes? Simplemente no puedo aceptarlo. Siento que si
pienso en eso mis temores se harán realidad, ¿comprendes?
—Sí —contestó Harry, dirigiéndole una mirada comprensiva—. Te entiendo
perfectamente, amigo... porque yo me siento igual. Me siento como si todas mis
pesadillas y mis miedos fueran a hacerse realidad delante de mí en cualquier
momento...
—Bajemos a la cocina, anda —sugirió Ron para alejarse del tema—. Mamá ha
preparado una especie de fiesta de despedida, y Fred y George han traído un montón
de dulces y golosinas...
—Está bien —aceptó Harry, dirigiéndose junto a su amigo hacia la puerta y
saliendo al pasillo—. Y esos dulces que dices que han traído tus hermanos... ¿son de
los buenos?
—Sí —contestó Ron, y luego sonrió—. Aunque me extrañaría que por el medio no
hubieran metido alguna cosa, ya les conoces.
Harry asintió, permitiendo que una leve sonrisa se asomara en su rostro.
—Habrá que tener cuidado.
Entraron en la cocina, donde reinaba lo que, a primera vista, parecía un ambiente
de fiesta. Todo el mundo intentaba parecer lo más alegre posible, pero la señora
Weasley, que iba de un lado a otro frenéticamente, intentando que todo estuviese
perfecto, no lograba encubrir su preocupación. Tampoco la madre de Hermione lo
conseguía; estaba sentada, con un pastel a medio comer en la mano, mirando a su
hija fijamente, con expresión seria. Su marido, por su parte, intentaba distraerse
hablando con el señor Weasley y con Lupin. Mientras, Hermione, que intentaba por
todos los medios evitar mirar a su madre, charlaba con Ginny. Fred y George, por su
parte, iban de un lado a otro intentando animar la fiesta todo lo que podían.
Harry y Ron se sentaron con Hermione y Ginny, pero sin meterse en la
conversación que mantenían, que, al parecer, versaba sobre exámenes. Por tanto,
ambos muchachos empezaron a hablar de quidditch animadamente, conversando
sobre quién ocuparía el puesto de Katie Bell en el equipo, y Fred y George, tras
aburrirse de ir de acá para allá, se les unieron.

A la mañana siguiente, la señora Weasley despertó a Harry y a Ron a las nueve y


diez, ordenándoles levantarse inmediatamente y tenerlo todo listo.
—¿Cómo iremos a King’s Cross? —le preguntó Ron a su padre veinte minutos
después, cuando ambos chicos entraron en la cocina—. ¿Nos apareceremos?
—Nada de eso —le respondió su madre—. Ginny no puede, ya lo sabes; además,
tenéis todo el equipaje... Iremos en tres coches del Ministerio. Venga, desayunad, que
siempre llegamos tarde a la estación.
—Vamos, mamá, si falta todavía hora y media...
—Come —le ordenó su madre.
La madre de Hermione entró en la cocina en ese momento y saludó a Harry y a
Ron al tiempo que con la mirada recorría toda la estancia. Luego se dirigió a la señora
Weasley.
—¿Y las chicas?
—No sé —contestó la señora Weasley con impaciencia—. Hace ya veinte minutos
que las llamé.
—Iré a buscarlas —dijo la señora Granger, volviendo a salir de la cocina.
Cinco minutos después, Ginny y Hermione entraron en la cocina, seguidas por los
padres de Hermione, y por Tonks, Moody, Mundungus, Sturgis Podmore, Emmeline
Vance y Hestia Jones.
—Ya estamos aquí —anunció Tonks—. Los coches vendrán en cuarenta minutos
aproximadamente, Arthur —le dijo al señor Weasley.
—Perfecto —dijo éste.
—¿Adónde vais todos? —preguntó Ron, mirándolos con suspicacia.
—Con vosotros a King’s Cross, obviamente —respondió Moody.
—¿Con nosotros? —se extrañó Harry—. ¿Para qué? Podemos desaparecernos,
así que no corremos peligro... Y sabemos defendernos.
—¿Es que no piensas, Potter? —le dijo Moody, fijando en él su ojo mágico—.
Quién-tú-sabes no puede atraparte en esta casa, y lo tendrá difícil en Hogwarts, tal y
como estará protegido el colegio este año. El único punto débil es el tiempo entre el
abandono del cuartel general y la entrada al colegio. No se puede descartar un ataque.
Harry miró a Ron, y éste le devolvió la mirada. A Harry le extrañaba un ataque
durante el viaje a King’s Cross. ¿Sería una de las frecuentes muestras de manía
persecutoria de Moody? Claro que, si era así, Dumbledore también debía de
padecerla, porque seguramente era él quien había organizado aquella guardia.
En cuanto terminaron de desayunar, la señora Weasley les ordenó que subieran a
por sus cosas y las bajaran al vestíbulo, mientras llegaban los coches del Ministerio.
—¿Tenéis todo con vosotros? —les preguntó la señora Weasley, que no podía
ocultar su nerviosismo, cuando bajaron, arrastrando los baúles.
—Sí, mamá —contestó Ron, con voz cansada.
Cinco minutos después, llegaron los coches. Venían tres. Harry, Ron, el señor
Weasley, Mundungus y Sturgis subieron a uno; Hermione, Ginny, sus madres y
Emmeline Vance en otro, y el señor Granger, Tonks, Moody, Lupin y Hestia Jones en
el tercero. Los gemelos también irían a despedirlos, pero se aparecerían en la estación
desde el callejón Diagon.
Gracias a los coches del Ministerio, se presentaron en King’s Cross en apenas
diez minutos. Harry observó, durante el trayecto, que el cielo estaba nublado y que
amenazaba lluvia. El verano se acercaba a su fin, y probablemente, como muchos de
los anteriores viajes de retorno a Hogwarts, tendrían mal tiempo.
Al bajarse de los automóviles, el señor Weasley despidió a los funcionarios del
Ministerio que los habían acompañado, y luego Moody, Lupin y él consiguieron unos
carritos para transportar las maletas.
—Vamos bien de tiempo —comentó, cuando los equipajes estuvieron listos en los
carritos—. Aún faltan más de veinte minutos.
En parejas de a dos, para no llamar mucho la atención, fueron cruzando a través
de la barrera encantada hacia el andén Nueve y Tres Cuartos. El andén ya estaba
lleno de gente, con familias despidiendo a los alumnos, que lentamente iban subiendo
al tren. Harry notó perfectamente cómo el nerviosismo estaba presente en cada
despedida, y por aquí y por allá se oían todo tipo de consejos y advertencias. Los más
preocupados parecían los padres de alumnos de primer año. Algunos de los niños
lloraban.
—Bueno, despidámonos para que podáis coger un compartimento —dijo la señora
Weasley, cuyo nerviosismo parecía aumentar a cada momento. La señora Granger,
por su parte, no parecía menos preocupada, y su marido se parecía a Moody, mirando
a todos lados con recelo.
—Harry —lo llamó Lupin, apartándolo un poco del grupo. Estaba muy serio—.
Mantente alerta durante el viaje, ¿de acuerdo? Y ten tu varita a punto.
Aquellas palabras impactaron a Harry. ¿Acaso había algún motivo para temer un
ataque? Lo que le había dicho Moody volvió a resonar en su cabeza.
—Lo tendré, Remus —le aseguró Harry—. Y lo mismo te digo a ti.
Lupin asintió y volvieron a reunirse con el grupo. Los gemelos ya habían aparecido
y se acercaron a Harry, procurando que su madre, que hablaba con Ron y Ginny, no
se fijara mucho en ellos.
—Toma esto —le susurró Fred, dándole a escondidas una pequeña bolsa que
Harry metió en uno de los bolsillos de su chaqueta (que era muy grande, pues había
sido de Dudley).
—Que no te lo vean ni el prefectito ni la delegada —añadió George, con una ligera
sonrisa—. Es para que no os aburráis. Úsalo cuando el ambiente esté triste —agregó,
adoptando una postura más seria.
—Gracias —dijo Harry—. Tened cuidado cuando hagáis algo para la Orden, ¿de
acuerdo?
—Tranquilo, no te preocupes por nosotros —dijo Fred despreocupadamente—.
Mejor cuídate tú.
—¿De qué habláis? —preguntó Ron, acercándose a ellos.
—Sólo le estábamos deseando a Harry suerte, a ver si ganáis la copa de quidditch
este año —mintió George—. Es vuestro último año, y me imagino que tendréis ganas
de vencer, ¿no?
—¡Por supuesto! —contestó Ron, emocionado.
—¡Venga, subid ya! —les ordenó la señora Weasley—. Casi es la hora.
Harry comenzó a despedirse de todos, mientras Hermione abrazaba a su madre,
que le repetía que tuviera muchísimo cuidado.
—Lo tendré, mamá, no te preocupes.
—También tú: ándate con ojo, Potter —le advirtió Moody. Harry asintió.
Harry, Ron, Hermione y Ginny cogieron sus baúles y se dispusieron a subir al tren.
—Antes de que subáis, dejadme deciros una última cosa —dijo el señor Weasley,
muy serio. Los cuatro le miraron atentamente—: tened mucho cuidado con el hijo de
Malfoy y con sus amigos, ¿de acuerdo?
Ron bufó.
—Papá, ya nos lo has dicho...
Pero el señor Weasley le interrumpió.
—¡Escúchame, Ron! —exclamó—. No estoy bromeando. Tened mucho cuidado
con él, ¿vale? Después de ver lo que un chico pudo hacer el año pasado... Ahora ya
no sois niños. Vosotros dos sois ya mayores de edad. Tú —añadió, dirigiéndose a
Hermione—, lo serás dentro de poco. Él también lo es. Tened cuidado, ¿de acuerdo?
—Lo tendremos, señor Weasley, se lo prometo —respondió Hermione, y el señor
Weasley pareció quedarse más tranquilo.
—Venga, subid ya al tren —ordenó la señora Weasley.
Hermione y Ginny, ayudadas por Tonks y Mundungus, subieron sus baúles al tren.
Cuando Harry y Ron iban a hacer lo mismo, el señor Granger se les acercó.
—Chicos... —dijo, en voz baja. Harry y Ron se volvieron hacia él—. Prometedme
que cuidaréis de Hermione, ¿de acuerdo?
—P-Por supuesto, señor Granger —le aseguró Ron—. No permitiremos que le
pase nada malo, ¿verdad, Harry?
—Por supuesto —corroboró Harry—. La protegeremos con nuestras vidas si es
necesario.
El señor Granger sonrió y asintió.
—Cuidaos vosotros también.
Les dio una palmada en la espalda a cada uno y luego, con un movimiento de sus
varitas, ambos subieron al tren sus baúles y, ya con Hermione y Ginny, buscaron un
compartimento vacío. Mientras lo hacían, Harry notó las miradas de interés que hacia
ellos dirigían algunos alumnos que, obviamente, eran de primer año y que parecían
muy asustados.
Encontraron un compartimento al final del vagón, y metieron allí sus cosas. Una
vez lo tuvieron todo colocado, se asomaron a la puerta para despedirse de los
Weasley, los Granger, y demás miembros de la Orden.
—¡Tened mucho cuidado! —volvió a repetirles la señora Weasley, mientras el tren
comenzaba a andar—. ¡Y estudiad mucho! ¡Y no hagáis tonterías! ¡Y enviadme una
lechuza cuando lleguéis! ¡Y...!
Pero el tren cogía velocidad, y la voz preocupada de la señora Weasley se perdió
en el viento.
—¿No os parece que todos están preocupados de más? —comentó Harry con el
ceño fruncido, mientras volvían al compartimento.
—Sí, un poco... —dijo Hermione—. Pero es normal... Por cierto —añadió,
dirigiéndoles una mirada escrutadora a Harry y a Ron—. ¿Qué os dijo mi padre?
—Que nos cuidáramos —contestó Ron automáticamente, de una forma muy poco
creíble. Hermione le miró con el entrecejo fruncido.
—No te creo.
—Nos hizo prometer que cuidaríamos de ti —explicó Harry. A Hermione no pareció
gustarle la respuesta.
—¡Sé cuidarme sola! —exclamó.
—Oye, con nosotros no te enfades —dijo Ron a la defensiva—. Nosotros no
dijimos nada.
—Voy a cambiarme —se limitó a decir Hermione—. Cámbiate tú también, Ron.
Tenemos que ir al compartimento de prefectos para que Anthony y yo podamos daros
la instrucciones de lo que hay que hacer —le ordenó, y salió del compartimento.
Parecía de mal humor.
—¿Qué le pasa? —preguntó Ron con el ceño fruncido, mirando a Harry y a Ginny,
que se encogieron de hombros—. Bueno, tendremos que cambiarnos, sí... Ginny, sal.
—Yo también voy a cambiarme. Vuelvo enseguida, Harry —dijo la chica, y salió.
Ron aún estaba terminando de colocarse su insignia de prefecto cuando Hermione
volvió, con la insignia de Premio Anual ya en su túnica.
—¿Aún no estás? —le preguntó, echándole una rápida mirada—. Bueno, pues te
veo allí. —Y volvió a irse sin esperar a Ron, que se quedó mirando a la puerta como
atontado.
—Pero ¿qué diablos...? —masculló, frunciendo el ceño de nuevo—. Qué dulce es
—comentó sarcásticamente—. ¿Qué le hemos hecho nosotros? —Meneó la cabeza—.
A veces me pregunto qué he visto en ella...
Harry sonrió.
—Bueno, ¿cómo era...?, pues que es «delicada», ¿no? —dijo, recordando lo que
Ron había dicho en Grimmauld Place—. Y exagerada, y mandona..., y guapa...
Ron enrojeció.
—Vale, cállate —murmuró, saliendo del compartimento—. Volveremos cuanto
antes... Píllanos algo del carrito, ¿de acuerdo? —pidió con sequedad.
—Tranquilo —le respondió Harry.
Ron cerró la puerta y Harry se quedó solo. Miró por la ventana, hacia los prados
que pasaban veloces delante de él, y empezó a pensar. Sólo había estado solo en el
expreso de Hogwarts antes de conocer a Ron, al empezar su primer año en Hogwarts.
Su primer año... Y ya estaba en el último. Sin casi saber cómo, habían pasado seis
años. Seis largos años en lo que había vivido todo tipo de situaciones, de aventuras...;
seis años en los que había encontrado una familia, no la propia, pero una familia...;
seis años en los que había descubierto tantas cosas sobre él que a veces le hacían
marearse...
Jamás habría podido imaginar, la primera vez que subió al tren, todo lo que iba a
vivir durante su estancia en el famoso colegio de magia y hechicería. Se acordó de
cómo eran Ron y Hermione en su primer año, tan pequeños, tan inocentes... Recordó
con qué ingenuidad e inocencia se habían enfrentado al peligro, con qué infantil valor
habían atravesado las trampas que protegían a la piedra filosofal... Se dio cuenta, con
pesar, de que, por una parte, le habría gustado seguir siendo como entonces, sin tener
las preocupaciones y el enorme peso sobre sus espaldas que tenía ahora...
—¿En qué piensas? —dijo una voz detrás de él, que lo sobresaltó.
Se volvió y vio que era Ginny.
—Ah, eres tú... No te oí entrar.
—Ya, estabas muy concentrado. ¿En qué pensabas?
—En el primer año —contestó—. No había estado solo en un compartimento
desde entonces.
—Bueno, ahora ya no estás solo —repuso Ginny con una sonrisa.
—No —dijo él, mirándola—. Ya no lo estoy.
Durante unos segundos, permanecieron mirándose, hasta que la puerta del
compartimento se abrió y Neville entró.
Harry apartó inmediatamente la mirada de Ginny, sintiéndose un tanto
avergonzado. Neville, por su parte, también parecía un tanto incómodo.
—Eh... ¿interrumpo? —preguntó tímidamente, sin atreverse a entrar del todo.
—No, no —respondió Ginny rápidamente—. Claro que no. Pasa, Neville. ¿Qué tal
estás?
—Bastante bien —contestó Neville—. ¿Y vosotros? Me alegra verte bien, Ginny...
Ginny le sonrió.
—Gracias. Y gracias también por visitarme cuando estuve enferma...
—No es nada —dijo Neville, ruborizándose un poco—. ¿Y dónde están Ron y
Hermione? —preguntó—. ¡Ah, en el compartimento de prefectos, claro...! —se
respondió a sí mismo, cayendo en la cuenta.
Estuvieron charlando un rato, hasta que, de nuevo, la puerta volvió a abrirse, y una
chica rubia bastante guapa, con túnica de Slytherin, entró en el compartimento,
sonriendo.
—Hola a todos —saludó, muy contenta. Luego se fijó en Neville y su sonrisa se
acentuó—. Hola, Neville. Te estaba buscando.
—Hola, Sarah... —dijo Neville con la voz ahogada. Harry sonrió al ver cómo Neville
enrojecía, mirándola embobado.
—¿Qué tal el verano, Sarah? —le preguntó Ginny—. ¡Pero no te quedes de pie!
Siéntate, venga.
—Gracias... —murmuró la chica, sentándose al lado de Neville y quedando frente
a Ginny—. Yo he tenido un verano bastante bueno. La verdad, me ha venido muy bien
para reponerme de lo de..., de... —su voz se ahogó, y ella bajó su mirada al suelo.
—Sí, ya te entendemos, no te preocupes —dijo Harry rápidamente.
—Vosotros, por lo que sé, habéis tenido un verano muy movido, ¿verdad?
—comentó ella, recuperando la compostura—. Siento lo que le pasó a tu casa, Ginny...
—Oh, ya está casi reconstruida del todo —repuso Ginny, quitándole importancia.
Pero Harry vio cómo apartaba los ojos de Sarah mientras decía aquello.
—Bueno, me alegro de saber que estáis todos bien... —dijo Sarah, y se volvió
hacia Neville—. Esto..., Neville, ¿podríamos hablar un rato?
—¿Eh? —preguntó el chico, sorprendido—. Sí, sí, claro...
Sarah se levantó, les hizo un gesto de despedida a Harry y a Ginny y luego salió
del compartimento. Neville la siguió.
—Volveré más tarde —declaró.
Ginny soltó una leve risita cuando la puerta se cerró, y se volvió a mirar a Harry.
—¿Crees que hay algo entre estos dos?
—Es posible —dijo Harry—. Se han estado escribiendo todo el verano...
—Sí, todo el mundo está en parejas, ¿te das cuenta? Ron está con Hermione,
Neville con Sarah, y... —Se calló de pronto, poniéndose roja, y miró de nuevo hacia el
pasillo—. Eh..., ¿crees que tardará mucho la señora del carrito? Me muero de hambre.
Harry no contestó inmediatamente. Las palabras de Ginny lo habían dejado un
tanto aturullado.
—Umh, no sé... Pero no, no creo que tarde mucho ya... —respondió al fin.
Y, como si ella les hubiera escuchado, un minuto después la señora pasó. Harry
compró de todo un poco, en suficiente cantidad para que hubiera bastante cuando Ron
y Hermione volvieran.
Empezaron a comerse unas ranas de chocolate. Harry volvía a estar pensativo, y
echaba de vez en cuando miradas por la ventana, viendo cómo el cielo se oscurecía
cada vez más a medida que avanzaban hacia el norte. Probablemente llovería antes
de que llegaran a Hogwarts. Por alguna razón, se sentía intranquilo, y la presencia de
Ginny, en vez de calmarle, le hacía sentirse confuso. Deseó que Ron y Hermione
volvieran pronto de la reunión.
—Estás muy raro —comentó Ginny, mirándole con suspicacia—. ¿Te encuentras
bien? ¿Es por mí?
—¿Eh? ¡No, no! No es por ti, Ginny... Es que... No sé, tengo un mal
presentimiento...
—¿Un mal presentimiento? —inquirió Ginny—. ¿Sobre qué?
—Sobre el viaje —respondió Harry, pensativo—. ¿No recuerdas lo que nos dijo
Moody durante el desayuno? —Ginny asintió—. En la estación, Lupin me dijo algo
parecido, y todos parecían muy preocupados...
—¿Temes que alguien intente atacarnos mientras vamos en el tren? —preguntó
Ginny.
—No sé... Pero podría ser, ¿no?
—Sí, supongo que sí —asintió Ginny, arrugando la frente en señal de
concentración—. Pero si la Orden sospechara algo, habrían hecho alguna cosa para
protegernos, ¿no crees?
Harry reconoció que Ginny tenía razón, pero, aún así, la sensación de malestar no
se iba. Aunque bien podría ser por otras razones: su último año, los problemas que le
esperaban, Voldemort, volver a ver a Malfoy y a sus amigos, Voldemort, los
exámenes, Voldemort...
«Déjalo ya —se dijo a sí mismo—. Te estás volviendo paranoico.»
—Mis padres están muy preocupados —comentó Ginny—. Y también los de
Hermione... ¿Qué crees que pasará este año, Harry?
—No lo sé —contestó Harry, con sinceridad.
Estuvieron comiendo y hablando durante una hora más, hasta que Ron y
Hermione regresaron al compartimento. Para entonces, las luces ya se habían
encendido, ya que, aunque aún estaba empezando la tarde, el cielo estaba muy
oscuro. Hermione aún parecía de mal humor, pero Ron estaba más contento de lo que
Harry lo había visto en muchos días. Ambos entraron y se sentaron enfrente de Harry
y Ginny. Ron se sirvió inmediatamente una rana de chocolate.
—¿Qué tal ha ido? —preguntó Ginny—. Pareces muy contento, Ron. ¿Te gusta
tener a Hermione de jefa?
—Cállate, Ginny. No me estropees el que promete ser el mejor viaje a Hogwarts de
mi vida.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Harry.
—Porque Malfoy no estaba en la reunión de los prefectos —aclaró Hermione—. Y
no sólo eso, sino que Pansy Parkinson tampoco sabía dónde estaba. —Sonrió por
primera vez desde que habían subido al tren—. Teníais que haber visto su cara...
—Luego volvió a ponerse seria—. Pero Malfoy ha faltado a sus deberes de prefecto, y
Anthony y yo informaremos de ello.
Anthony Goldstein, prefecto de Ravenclaw y miembro del ED, era el otro Premio
Anual.
—Sí, Malfoy parece no estar en el tren... —comentó Ron muy alegre mientras se
servía empanada de calabaza—. Es genial. Aunque me hubiera gustado ver qué cara
ponía cuando viese que Hermione es Premio Anual... Ya con la cara de Parkinson
podía haberse hecho un poema.
Hermione volvió a sonreír.
—¿Qué le habrá pasado a Malfoy? —preguntó Ginny—. ¿Dónde estará?
—Ni idea —contestó Ron—. Pero Crabbe y Goyle tampoco parecen estar... A lo
mejor los han echado del colegio —aventuró, con aspecto soñador—. Sería fabuloso...
—No lo creo —replicó Hermione—. Habrá alguna otra razón... Si los hubieran
expulsado, tu padre no nos habría dicho que nos cuidáramos de ellos, ¿no crees?
—Sí, supongo que sí... —dijo Ron, asintiendo.
—Bueno, y tú parece que ya estás de mejor humor —dijo Harry, mirando a
Hermione—. ¿Se puede saber qué te pasó antes?
Hermione frunció el entrecejo.
—¡No me gusta que todo el mundo esté pendiente de mí! —exclamó—. No soy
tonta, sé cuidar de mí misma mejor que vosotros.
—Pues eso díselo a tu padre, pero no te enfades con nosotros —le reprochó Ron
—. Nosotros simplemente le dijimos que sí lo haríamos, que te defenderíamos de lo
que hiciera falta. Y si crees que es necesario que alguien nos lo diga, no nos conoces.
Harry asintió con convicción.
—Ya sabemos que eres capaz de defenderte sola, Hermione —añadió—. Pero eso
no quita que vayamos a protegerte... al igual que tú harás con nosotros, espero. Y tu
padre se ha quedado más tranquilo.
Hermione reflexionó unos instantes, y luego dijo, con tono más amable:
—Está bien, lo siento...
—Eso está mejor —dijo Ron, sonriendo y dándole un beso.
Ginny se rió.
—Hablando de parejas, ¿sabéis quién ha venido por aquí...?
Los cuatro se pasaron el resto de la tarde hablando. La ausencia de Malfoy
significó que nadie los molestara en toda la tarde. El viaje estaba resultando muy
tranquilo hasta que, cuando faltaba poco para llegar a Hogsmeade y la noche casi
había caído, un repentino temblor sacudió al tren, haciendo que algunas cosas
cayeran desparramadas por el suelo.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ron, levantándose y mirando por la ventana,
intentando penetrar la oscuridad del exterior.
—Estamos frenando... —observó Harry—. ¿Por qué frenamos? Esto me da muy
mala espina.
El tren se detuvo casi por completo, y las luces se apagaron. Empezaron a oírse
chillidos de niños por todo el vagón. La gente comenzó a invadir el pasillo,
preguntándose unos a otros qué sucedía.
—¡Ron, debemos poner orden! —dijo Hermione bruscamente, poniéndose en pie
—. La gente está asustada...
—Sí, sí...
Pero, en ese momento, un nuevo temblor hizo que ambos cayeran, sobre Harry y
Ginny. Los chillidos aumentaron, y se oyeron algunos gritos que sonaban como «¡No!»
—¿Qué diablos pasa? —gritó Harry, sacando su varita y encendiéndola al tiempo
que se quitaba a Ron de encima.
—¡Vamos! —dijo Hermione, encendiendo también su varita y abriendo la puerta.
En ese instante, sintieron unos pasos sobre sus cabezas, como si alguien corriera
por encima del tren. Oyeron más gritos de horror, y sintieron más sacudidas. Harry
miró hacia la ventana y vio que varias figuras plateadas se movían en la oscuridad.
—¿Pero qué...?
—¡Son patronus! —gritó Hermione, mirando también por la ventana.
—¿Patronus? —exclamó Ron, asustado—. Pero eso significa que..., que...
Harry no lo pensó más. Bajó su baúl, lo abrió, y sacó la Antorcha de la Llama
Verde. La encendió, iluminando el compartimento con una luz verdosa, y luego apuntó
con su varita al exterior y la encendió con todas sus fuerzas.
El rayo de luz atravesó la ventana, mostrando grupos de formas oscuras que se
movían, confirmando sus peores temores. Sin embargo, no era necesario ver a los
dementores, porque un frío glacial había comenzado a invadir el compartimento.
—¡VAMOS! —gritó Harry.
Salió al pasillo, donde reinaban la confusión y los gritos. Pasó sobre grupos de
alumnos que chillaban y se apretaban la cabeza, muertos de miedo, hasta llegar al
final del vagón.
—¿Por dónde se sale? —preguntó—. ¿CÓMO SE SALE DE AQUÍ?
Hermione lo apartó a un lado, mientras todos los presentes miraban con temor la
intensa llama verde de la Antorcha, y abrió la puerta con su varita. Los cuatro se
precipitaron al exterior, y al instante un frío inhumano y una infelicidad infinita los
invadieron. Harry podía percibir, más que ver, las oscuras y siniestras formas de los
dementores que los rodeaban. No podía creerlo. Primero en Hogsmeade y luego en el
tren del colegio... Un tren lleno de niños.
Una luz blanca le sacó de sus pensamientos. Era otro patronus, y procedía de lo
alto del tren. Harry iba a subir, cuando un nuevo grito de horror llenó uno de los
vagones más adelante.
—¡Id a ver qué pasa! —Les dijo Harry—. Yo subiré arriba, a ver...
—¡No! —gritó Hermione, que ya estaba blanca.
—¡Hacedlo, vienen a por nosotros! —ordenó Harry.
Hermione asintió y entró en el vagón, seguida de Ginny. Ron, por su parte, se
quedó.
—Voy a ayudarte —declaró.
Harry asintió y, levitando, se subió al vagón. Ron lo siguió, aunque falló al final y
casi se cae. El terrible poder de los dementores comenzaba a afectarles. Pero, ¿por
qué no se habían acercado aún?
—¡Harry, mira! —Ron señaló tras él. Harry se volvió y vio el cadáver de un
hombre. Debía de ser el que habían lanzado el patronus.
Entonces, a lo lejos, vio que dos figuras luchaban sobre el tren. Se dispuso a ir a
ayudar, cuando los dementores que habían rodeado al tren comenzaron a acercarse
velozmente, rodeándoles...
Vio vagamente, mientras a su alrededor la oscuridad se hacía más profunda, cómo
de las ventanas del tren parecían salir destellos blancos... Debían de ser Hermione y
Ginny, u otros del ED... Lo que sin duda significaba que ya había dementores dentro
del tren...
...No, por favor, a Harry no...
Harry se sacudió la cabeza, y recordó todo lo bueno que había conocido. Miró a
Ron, que en ese momento, sudando, lanzaba su águila blanca con dificultad. Pensó en
él, en Hermione, en Ginny, en todos los niños del tren... En todo lo que había
recordado y sabido de sus padres, en su familia, en el futuro que quería tener... La
Antorcha brilló con una fuerza inusitada, elevando sus llamas hacia el cielo
encapotado, y alejando de alguna manera el frío de los dementores y la infelicidad que
provocaban...
—¡Harry...! ¡Ayúdame...! —gritó Ron sin fuerzas, mientras su águila intentaba
repeler un grupo de dementores que estaba frente a ellos. Pero otros se acercaban ya
por detrás, y también por los lados.
Harry extendió su varita, con todo aquel recuerdo, aquel amor en su mente, con la
imagen de su madre muriendo por él, dándole todo su amor y protección para salvarle
la vida, y gritó, con todas sus fuerzas, dispuesto a usar contra los dementores el
mismo recuerdo que ellos usaban contra él:
—¡EXPECTO PATRONUM!
Un ciervo blanco, inmenso, más brillante que cualquier cosa que Harry hubiera
visto en su vida, se desprendió de su varita, iluminando el tren entero y a los
centenares (porque debían de ser cientos) de dementores que los rodeaban.
Al momento, los gritos en el tren cesaron, y el ciervo galopó, coceando y
golpeando a los dementores, que se alejaron, heridos. Sólo la luz del patronus parecía
hacerles daño. El ciervo se movía muy velozmente, alejando a los dementores del
tren, y pronto volvió a oírse el sonido del viento, de los sollozos y los murmullos
ahogados, y el frío pasó.
Ron se incorporó lentamente, apoyándose en Harry, y sonrió.
—Ha sido espectacular, amigo...
—Sí, muy espectacular, Potter —dijo una voz a sus espaldas. Harry se volvió
rápidamente y miró a quien había hablado.
Era un mortífago, y llevaba puesta una capucha.
—¿Quién eres? —preguntó Harry, levantando su varita al mismo tiempo que Ron.
El mortífago hizo lo mismo—. ¿Qué buscas?
—Mi nombre no te importa... En cuanto a qué busco... Está claro, ¿no? Te busco a
ti, Potter.
—Pues me parece que vas a irte sin nada —dijo Ron—. Tus dementores se han
ido. Estás solo.
—¿Contra vosotros dos? —se burló el mortífago—. Bueno, creo que puedo
defenderme...
—No solo contra ellos —se oyó entonces la voz de Hermione, que, desde el suelo,
apuntaba al mortífago con su varita. Ginny la acompañaba, al igual que Neville, Sarah
y Anthony Goldstein. Éste último iluminaba la escena con su varita.
—Tira la varita —ordenó Harry.
—Temo que no... —murmuró el mortífago—. El señor tenebroso no me permitiría...
Pero no terminó la frase, sino que desapareció. Harry se volvió instintivamente, y el
mortífago apareció ante él, apuntando con su varita.
—¡Avada...!
—¡Impedimenta! —gritó una voz detrás de él, y un rayo rojo golpeó al mortífago en
la espalda, haciéndole caer al techo del vagón, y, de allí, al suelo.
El hombre que había lanzado el hechizo se acercó lentamente a ellos. Cojeaba.
—¿Os encontráis bien? —preguntó, con un jadeo.
—Sí... —respondió Harry—. Gracias.
El hombre se inclinó y apuntó con su varita al mortífago, pero éste, al verle,
desapareció.
—¡Mierda! —gritó el hombre.
Algunos alumnos cuchicheaban fuera del tren. Una vez que notaron que el peligro
había pasado, empezaban a salir a ver qué ocurría.
—¡Agh! —gritó el hombre, apretándose el costado y agachándose. Tenía varios
cortes en la cara, y estaba muy pálido.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó Ron, acercándose a él y sujetándole—.
¿Quién es?
—Soy auror del Ministerio, igual que él —respondió, señalando con lástima el
cuerpo que estaba a espaldas de Harry y Ron—. Teníamos que vigilar el tren hasta
que llegara a Hogwarts, pero hemos fracasado. Si no es por vosotros... Jamás pensé
que enviarían a varios centenares de dementores... Con ellos rodeándome, no pude
defenderme del mortífago.
—¿Sólo estaba ése?
—Creo que sí... ¡Agh! —gritó de nuevo.
—Tiene que verle un sanador —dijo Harry, agarrando al hombre y levitando hasta
el suelo. Ron bajó el cadáver del otro auror y descendió a su lado.
—¿Estáis bien? —les preguntó Hermione, con expresión preocupada.
—Nosotros sí —contestó Harry—. Tenemos que llevarle adentro —dijo, señalando
con la cabeza al auror—. Y ver al maquinista...
Harry observó a los alumnos que les rodeaban, en la oscuridad. La mayoría de
ellos parecían muy asustados.
—Hermione, Anthony, tenéis que hacer algo con los alumnos... —les dijo—. Tú
también, Ron, sois prefectos... Los de primero estarán asustados. Es necesario darles
chocolate. Yo iré a la parte de delante...
—Te acompañaré —se ofreció Neville. Harry asintió.
Hermione se apuntó a la garganta con la varita y susurró «¡Sonorus!». Luego
ordenó:
—¡Todo el mundo de vuelta al tren, vamos! El peligro ya ha pasado, pero todo el
mundo debe volver al tren. Pronto seguiremos hacia Hogwarts. Repito: ¡todo el mundo
debe volver al tren!
Harry ayudó al auror a entrar, mientras los alumnos se apartaban. Neville agarró al
hombre por el otro lado.
—¿Cómo se llama? —preguntó Harry, mientras avanzaban hacia la locomotora.
—Jernings... Braddock Jernings...
—Ustedes lanzaron los patronus, ¿verdad? Usted y su compañero.
—Sí... —respondió Jernings—. Pero no contamos con que fueran tantos... ni con el
mortífago. Mató a Bigmouth a traición, y luego se enfrentó a mí... También me hubiera
matado, si tu amigo y tú no hubierais aparecido para ahuyentar a los dementores...
Fue un patronus excepcional, jamás había visto nada igual... ¿Y qué era eso verde
que tenías?
—No debería hablar tanto —le aconsejó Harry. Dejó que Jernings se apoyara en
Neville, y abrió la puerta que separaba al maquinista del resto del tren. Lo que vio lo
dejó sin habla.
El maquinista estaba tirado en el suelo, muerto.
—¡Oh, por las barbas de Merlín...! ¿Y qué vamos a hacer ahora? —se preguntó
Harry, desesperado.
—Es... necesario avisar al Ministerio para que... alguien venga a por..., a por el
tren —dijo Jernings—. El mortífago ya... debe de haber informado. Cuanto más tiempo
estemos aquí, más..., más peligro corremos...
En ese momento, la señora del carrito, que estaba pálida, se acercó a ellos por el
pasillo.
—¡Oh, Dios mío! —murmuró, viendo el cadáver del maquinista—. ¿Qué vamos a
hacer?
—¿Usted puede cuidar de él? —le preguntó Harry, señalando a Jernings, que
respiraba cada vez con más dificultad.
—Supongo, hijo, aunque no podré curarle. Temo que sólo soy una squib...
Harry maldijo mentalmente.
—¿Su carrito? —preguntó.
—Uno de los prefectos lo tiene. Están repartiendo chocolate a los alumnos.
—Bien —dijo Harry—. Neville, por favor, cuídale.
Neville asintió y Harry volvió a través de los vagones del tren, donde los prefectos
intentaban mantener a todo el mundo en sus compartimentos. Finalmente, se encontró
con Ron, Hermione y Ginny.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron—. ¿Por qué no arrancamos? Algunos alumnos
están histéricos...
—El maquinista está muerto —informó Harry, en voz baja.
—¡Oh, Dios! —exclamó Hermione, angustiada—. ¿Y qué vamos a hacer ahora?
¡No podemos estar aquí en medio de la noche, es peligroso!
—¡Ya lo sé! —dijo Harry—. Por eso voy a avisar al Ministerio...
—¿Qué? —preguntó Ginny—. Pero ¿cómo...?
—Volveré pronto —afirmó—. Ocupaos de todo aquí.
Harry iba a aparecerse en el Ministerio, pero cambió de opinión y se apareció en la
vacía y tranquila estación de Hogsmeade. Lo que necesitaban en esos momentos era
alguien que trajese el tren de vuelta.
Miró a su alrededor y se dirigió al único edificio con luz en sus ventanas. Quizás
era alguna oficina de la estación. Llamó a la puerta insistentemente hasta que un
hombre ya mayor y de aspecto cansado le abrió. Se quedó muy extrañado al ver a
Harry.
—¿Tú no eres un alumno? —preguntó—. ¿Qué haces aquí? El tren aún no ha
llegado.
—Por eso mismo estoy aquí —dijo Harry apresuradamente—. El tren ha sido
atacado por dementores, y el maquinista está muerto. Necesitamos a alguien que
conduzca el tren hasta aquí.
—¿Cómo dices? —preguntó el hombre, abriendo mucho los ojos—. ¿El expreso
atacado? ¿Harold muerto? N-No puede ser... Debes estar de broma...
—¡¿Tengo aspecto de estar de broma?! —gritó Harry, exasperado—. ¡Le digo que
el tren ha sido atacado, y necesitamos que alguien lo conduzca!
El hombre se quedó unos segundos sin habla.
—Eh.., vale, de..., de acuerdo. Voy a..., voy a avisar al ministerio para que...
—¡No hay tiempo! —exclamó Harry, cortando los balbuceos del hombre—. Cada
minuto allí es peligroso. Los dementores podrían volver... Y hay alumnos que
necesitan atención médica.
—E... está bien —dijo el hombre, que parecía un tanto aturullado—. Yo mismo
puedo conducir el tren, no hay nadie más disponible. Voy a..., voy... —Parecía que no
sabía qué hacer. Finalmente, cerró la puerta de la oficina y se acercó a Harry—.
¿Cómo has venido?
—Me he aparecido. ¿Usted puede?
—Claro. Ve delante y te seguiré.
Harry asintió y, tras echar una ojeada al lejano e iluminado castillo, se desapareció.
Apareció un instante después junto a Neville, Jernings y a la señora del carrito. El
hombre de la estación apareció un instante después que él.
—Por las barbas de Merlín... —murmuró, mirando a su alrededor y fijándose
finalmente en el maquinista—. Harold, viejo amigo...
Se metió en la cabina, negando con la cabeza y apartó con cuidado el cadáver.
—V-Vamos a partir —declaró, con la voz temblorosa. Dejó escapar un suspiro.
—Bien —dijo Harry—. Yo voy a ver cómo va todo por ahí... ¿Cómo está él? —le
preguntó a Neville, señalando a Jernings, que parecía inconsciente.
—Está perdiendo la conciencia —contestó Neville—. He hecho lo que podía, pero
no sé exactamente qué le pasó... Tiene una herida en el costado y se la he vendado,
pero no he podido cerrársela...
—Bueno, no tardaremos mucho, espero...
—Treinta y cinco minutos —contestó el hombre de la estación desde la cabina.
—Resistirá —afirmó Harry, intentando convencerse a sí mismo.
—Vete tú también si quieres, muchacho —le dijo la señora del carrito a Neville,
mientras el tren se ponía en marcha—. Yo me quedaré con él.
—Gracias —dijo Neville, poniéndose en pie.
Harry y él volvieron por los vagones, donde todos los alumnos estaban ya en sus
compartimentos, aunque el ambiente era silencioso. Sin embargo, cuando el tren se
puso en marcha, se oyeron murmullos de alivio.
En el segundo vagón se encontraron con Padma Patil, prefecta de Ravenclaw,
quien les informó de que Hermione y Ron estaban en el cuarto vagón, el suyo.
—Gracias —dijo Harry, dirigiéndose hacia allí.
—¡Harry! —exclamó Hermione, al verles entrar en el vagón a él y a Neville—. ¡Ya
has vuelto! ¿Quién conduce el tren?
—Un operario de la estación de Hogsmeade —contestó Harry—. Allí es a donde
fui.
—Bien hecho —dijo Ron—. ¿Falta mucho para que lleguemos?
—Media hora —respondió Harry—. ¿Cómo va todo por aquí?
—Los alumnos están todos en los compartimentos —respondió Hermione—, y se
les ha dado chocolate, pero me temo que no es suficiente. Hemos encargado a
algunos de los mayores que se ocupen de los de primero... Algunos se encuentran tan
mal que ni hablan, aterrorizados.
Harry lo comprendió. Encontrarse rodeados por centenares de dementores en el
primer viaje a Hogwarts debía de ser una experiencia espantosa.
—Será mejor que le enviemos un mensaje a Dumbledore —opinó Ginny—.
Supongo que en el castillo deberán estar preparados para nuestra llegada...
—Iba a sugerirlo —la apoyó Harry—. Vamos.
Entraron en el compartimento y Hermione sacó uno de los expendedores de
correo.
—No sabía que lo habías traído —dijo Ron—. ¡Bien hecho!
—Es mejor para comunicarse con los demás que usar lechuzas: es más rápido y
más fiable.
Harry cogió un trozo de pergamino y escribió:

Profesor Dumbledore:
El tren ha sido atacado por dementores y un mortífago. El
maquinista y un auror han muerto, pero los demás estamos bien.
Repelimos el ataque. Muchos alumnos están mal. Fui a buscar un
maquinista a la estación de Hogsmeade, y llegaremos ahí en media
hora.
Harry

Hermione cogió la nota, la metió en el expendedor y ésta desapareció.


—Listo —dijo, volviendo a guardarlo.
Harry se sacó también la Antorcha de la Llama Verde de la túnica y la metió en su
baúl.
—Bueno... —dijo, dejándose caer sobre el asiento—. ¿Qué pasó dentro del tren?
—Algunos dementores habían entrado en los vagones, y los recorrían buscando a
alguien —explicó Hermione, mientras se estremecía—. Pero los repelimos. No fuimos
los únicos, gracias a Dios. Pero, si no hubiera sido por tu patronus... ¿Cómo lo
hiciste? Fue espectacular.
—No lo sé... Estaba usando la Antorcha —contestó Harry.
—¿Qué buscarían los dementores en los vagones? —preguntó Neville.
—A mí —respondió Harry.
—¿A ti? —preguntó Hermione, muy asustada, mientras Ginny y Neville le
lanzaban a Harry miradas de sorpresa y preocupación.
—Sí, a él... ¿De qué os extrañáis? —intervino Ron. Y les contó lo que había
pasado en lo alto del tren y lo que les había dicho el mortífago.
—Parece que tus presentimientos eran correctos, Harry... —dijo Ginny
sombríamente.
—Sí, eso parece... —asintió Harry.
—Ya ha pasado todo... Estamos bien —dijo Hermione—. Y afortunadamente,
ningún alumno ha resultado herido de gravedad.
—¿Bien? —dijo Harry sarcásticamente—. Hermione, han muerto dos personas...
—Lo sé, Harry, pero podría haber sido peor. Con todos esos dementores...
Harry no dijo nada y se pasó el resto del viaje en silencio, mirando por la ventana.
Hasta llegar a la estación de Hogsmeade, no volvió a oír ni un solo murmullo dentro
del tren.

En cuanto bajaron del tren con sus baúles, Harry miró a su alrededor a ver si veía a
Hagrid, pero, en su lugar, vio a la profesora Grubbly-Plank. Hagrid aún debía de estar
descansando. El caso es que no estaba sola: la profesora McGonagall y Snape
estaban con ella, al igual que algunos hombres más, que debían de ser funcionarios
del Ministerio.
—¡Atención a todos los alumnos! —gritó la profesora McGonagall. No le costó
hacerse oír porque todo el mundo se mantenía en silencio—. Este año no habrá viaje
a través del lago. Los alumnos de segundo en adelante irán en los carruajes de
siempre, y los de primer año irán en estos otros. En el castillo habrá chocolate caliente
y atención sanitaria para los que lo necesiten.
Harry, Ron, Hermione, Neville y Ginny se acercaron a la profesora McGonagall.
—¡Potter! —gritó ella—. ¿Os encontráis todos bien?
—Sí, profesora... —contestó Harry con voz apagada.
—¿Dónde está el auror, señor Potter? —preguntó uno de los hombres que
acompañaban a los profesores.
—En la parte delantera del tren.
Los funcionarios se dirigieron allí, mientras la profesora McGonagall volvía a
hablarles. Snape los miró con interés, pero sin decir nada.
—Volved al castillo, vamos... Y, si no necesitáis nada, tú, Potter, y vosotros dos
—señaló a Ron y a Hermione— tendréis que hablar con el director. Estará en su
despacho, esperándoos.
Harry, Ron y Hermione asintieron, y luego se dirigieron a coger un carruaje.
Cuando habían subido, Harry miró por la ventana y vio algo que le dejó frío: Malfoy y
su madre, acompañado por Crabbe, Goyle y las que debían de ser las madres de
ambos, estaban allí, con su equipaje, y se disponían a coger un carruaje.
—¡Mirad eso! —les dijo a los demás.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, inclinándose sobre su amigo para mirar. Vio a
Malfoy y su cara se contrajo.
—¿De dónde han salido? —preguntó Ginny—. ¿Por qué no han venido en el tren?
Pero Harry ya lo sabía, o, al menos, se lo imaginaba. Y no era el único.
—¿Por qué? Es obvio: sabían que habría un ataque, y por eso les trajeron hasta
aquí... —Apretó los puños con fuerza y frunció el ceño, furioso—. Malditos cerdos...
—Bueno, con algo de suerte, le pondrán en su lugar cuando informemos de que
no estaba en el tren cumpliendo su función de prefecto —dijo Hermione—, y más en
una ocasión tan necesaria como ésta.
Los carruajes se pusieron en marcha, abandonando la estación y dirigiéndose al
iluminado castillo. Cuando llegaron allí, comenzaba a llover.
Ginny y Neville se despidieron de los otros tres al bajar, y entraron al Gran
Comedor entre el torrente de alumnos. Harry, Ron y Hermione miraron hacia ellos
antes de ir a encontrarse con Dumbledore.
—Nos perderemos la selección del último año —se quejó Ron—. ¿Os dais cuenta
de que no volveremos a ver otra? Al menos, no como alumnos.
Harry deseó que Ron se callara. No necesitaba ponerse más triste ni más
nostálgico. Vio cómo la mayoría de los alumnos les miraban, y algunos les hacían
señas como de agradecimiento, pero no respondió a ninguno. No estaba de humor.
—Bueno, será mejor que vayamos junto a Dumbledore —dijo Hermione, yendo
hacia las escaleras. Ron y Harry la siguieron, e iban a empezar a subir cuando una
voz arrastrada les detuvo.
—Vaya, vaya... Mirad quién está aquí... —comentó Malfoy con una sonrisa de
suficiencia.
Harry se volvió, furioso, y se encaró con el slytherin, que estaba, como siempre,
flanqueado por Crabbe y Goyle, que también sonreían.
—Cállate, rata. ¿Por qué no estabas en el tren? —le espetó—. Eres detestable...
—Quizás te libraste de los dementores, imbécil, pero de mis puños... —dijo Ron,
apretando el puño derecho con la otra mano. Crabbe y Goyle le miraron y también
apretaron sus puños, listos para la pelea.
—Dejadles —intervino Hermione—. Ya os dije que con algo de suerte, le
castigarán por desatender sus labores de prefecto.
—Cállate, estúpida sangre sucia, no te atrevas a... —comenzó a decir Malfoy,
mirando a Hermione con furia, pero se calló repentinamente, y la furia se esfumó de
su cara, dejando paso al estupor cuando vio la insignia que Hermione llevaba
prendida en su túnica. Ella sonrió al darse cuenta.
—Sí, Malfoy, soy Premio Anual. ¿Sabes qué significa eso? —Draco no contestó,
pero la miraba con una furia indescriptible—. Significa que, si no te largas, aparte de
quitarle puntos a Slytherin, te impondré un castigo.
Malfoy iba a replicar, pero la voz de Snape se lo impidió.
—¿Qué sucede aquí ya? —preguntó, mirándolos con suspicacia—. ¿Ya
peleándoos, Malfoy, Potter?
—Nadie se peleaba, profesor —dijo Hermione—. Simplemente le recordaba a
Malfoy las obligaciones que tiene como prefecto, y que ha dejado de lado hoy, al no
presentarse en el tren.
Dicho eso, Hermione se volvió, y seguida por Harry y Ron, que le lanzaron una
última mirada a Draco, se encaminó al despacho de Dumbledore.
13

Teoría de la Magia

La tormenta arreció en el exterior mientras los tres se dirigían hacia el despacho de


Dumbledore. La lluvia golpeaba contra las ventanas, y las corrientes de aire sacudían
las llamas de las Antorchas. Ninguno de los tres habló durante el trayecto, ni siquiera
Ron dijo nada acerca de Malfoy. Los tres estaban demasiado afectados y cansados
por todo lo ocurrido. Habían tenido que cargar con dos muertos, un herido y un tren
lleno de alumnos asustados.
Harry sentía el rugir de la tormenta como un presagio, y pensaba que, si el primer
día había sido así, no quería ni imaginar lo que les esperaba. Llegaron frente al
despacho de Dumbledore y Hermione pronunció la contraseña, «mermelada de
frambuesa». La gárgola se apartó, y los tres subieron hasta el despacho. Harry llamó a
la puerta y Dumbledore les pidió que pasaran.
—Bienvenidos —les dijo en cuanto hubieron entrado, levantándose para recibirlos.
Frente a su escritorio había tres sillas, que les señaló, invitándolos a sentarse.
Harry miró al director, y vio en su cara las marcas profundas de la preocupación.
Tras unos segundos de silencio, Dumbledore le devolvió la mirada y habló de nuevo,
con tono grave.
—Contadme todo lo que ha pasado, por favor.
Lentamente, Harry le contó todo lo que había sucedido desde que el tren se había
detenido hasta que habían vuelto a emprender el camino hacia Hogsmeade.
Cuando terminó su relato, el silencio volvió a reinar en la estancia. Luego, tras
unos momentos, Dumbledore los miró a los tres con gravedad, pero con evidente
orgullo.
—Creo que no es necesario que mencione el excelente comportamiento que
habéis tenido hoy, ni la madurez que habéis demostrado. Habéis cargado con una
responsabilidad enorme: dos muertos, un herido, un ataque de mortífagos y
dementores, centenares de niños y jóvenes asustados y un tren sin conductor. Es una
situación gravísima, que muy pocos magos adultos serían capaces de sobrellevar, y,
sin embargo, vosotros la sacasteis delante de forma brillante. Vencisteis en una batalla
donde fracasaron magos más expertos y mayores a vosotros, y dirigisteis a todos los
alumnos, evitando que reinara el pánico... —Dumbledore sonrió, aunque con una
sonrisa triste—. ¿Os dais cuenta de lo mucho que habéis cambiado desde que
llegasteis aquí, de lo que habéis crecido? Harry, hoy has demostrado unas dotes de
liderazgo extraordinarias, y sé que no me equivoco al creer que, dentro de no mucho,
si la guerra no termina antes, estarás preparado para dirigir la lucha contra
Voldemort... Hermione, creo, sin duda, que resultarás ser la mejor delegada que
Hogwarts ha visto en muchos años. —Ella se sonrojó y bajó la cabeza—. Y creo
también que queda sobradamente demostrado, para aquellos que no lo
comprendieran antes, que no me equivoqué al nombrarte a ti prefecto, Ron. —Éste
sonrió con cierta vergüenza, y sus orejas enrojecieron—. Los tres, y también muchos
otros, habéis hecho hoy algo grandioso, algo de lo que podéis sentiros orgullosos.
Gracias a vosotros, el comienzo del curso no será un absoluto desastre. No existe
nada que yo pueda daros para premiaros por vuestro comportamiento, pero creo que
doscientos puntos para Gryffindor y el Premio por Servicios Especiales al Colegio para
cada uno de vosotros será un buen sustituto.
Harry no dijo nada, pero Hermione esbozó una tímida sonrisa. Ron y él ya tenían
un premio por Servicios Especiales al Colegio, ganado cuando rescataron a Ginny de
la Cámara de los Secretos y pusieron fin a los ataques, pero Hermione no tenía
ninguno.
—Gracias... —musitó ella tímidamente. Dumbledore le sonrió.
Harry observó al director. No solía llamar a ningún alumno por su nombre, excepto
a él, salvo en ocasiones extraordinarias, y, esa noche había llamado a Ron y a
Hermione por sus nombres... Claro que, si ésa no era una ocasión extraordinaria,
¿cuál lo era?
—Me gustaría hablar de ese patronus que hiciste, Harry —comentó Dumbledore—,
pero la selección ya debe de haber terminado, y va a comenzar el banquete. Tengo
que decir algo importante, y supongo que estaréis hambrientos, así que dejaremos la
charla para otro día.
Los tres asintieron y salieron del despacho para dirigirse al Gran Comedor.
Dumbledore no les siguió.
—Bueno, un premio para cada uno y doscientos puntos para Gryffindor... No está
mal, ¿verdad? —comentó Hermione para romper el silencio.
—Yo preferiría no haber ganado nada —repuso Ron secamente.
A Hermione le tembló el labio inferior.
—Oh..., bueno, sí... Pero, teniendo en cuenta que pasó... —Dejó de hablar al notar
que ni Harry ni Ron la escuchaban.
Empezaron a bajar las escaleras, cuando un bote de tinta se estrelló delante de
ellos. Le había faltado un pelo para darle a Hermione. Los tres levantaron la cabeza y
vieron a Peeves, el poltergeist, flotando cabeza abajo por encima de ellos, y sonriendo
con malicia.
—Vaya, vaya... Primer día y ya al despacho del director, ¿eh? ¡Malos, malos,
malos! ¿Qué habéis hecho esta vez?
—No hemos hecho nada, Peeves, déjanos en paz —dijo Ron cansadamente, y los
tres siguieron bajando las escaleras.
—¡Oooh! —exclamó Peeves, siguiéndolos—. ¿Los dementores ponen de mal
humor al joven Weasley? —se burló.
—¡Cállate! —bramó Ron, sacando su varita y apuntándole.
Peeves les tiró otro frasco de tinta, que Ron esquivó con su varita, y luego se alejó
riéndose hacia los pisos de arriba.
—Maldito poltergeist... —murmuró Ron.
—No le hagas caso, ya sabes cómo es... —le dijo Hermione para tranquilizarlo.
—Deberían echarlo de aquí. Sigo sin entender por qué lo dejan estar en el castillo.
Llegaron al vestíbulo y Harry desvió su mirada hacia los relojes de arena, que
estaban todos vacíos, salvo el de Gryffindor, que tenía un considerable montón de
rubíes. Doscientos, para ser exactos.
Entraron al Gran Comedor, donde vieron que aún no había comenzado el
banquete, aunque había restos de chocolate en los platos. Seguramente, para
contrarrestar los efectos de los dementores. Dumbledore aún no había llegado, y el
silencio reinaba en el lugar.
Cuando entraron, Harry notó cómo las miradas de todos se desviaban hacia ellos,
pero no hizo caso y se sentaron en la mesa de Gryffindor. Neville y Ginny les habían
reservado sitios. No habían hecho más que sentarse, cuando Dumbledore entró en el
comedor por una de las puertas que había tras la mesa de profesores. Harry le
observó, y luego reparó en que había alguien a su lado, alguien al que nunca había
visto allí.
—¡No es posible! —exclamó—. ¿Qué hace él aquí?
—¿Quién...? —preguntó Ron, y sus ojos se posaron en la persona a la que Harry
miraba—. ¿Quién es?
—¡Es Flammingan! —respondió Harry en voz baja. Efectivamente, era él. En esa
ocasión llevaba una túnica oscura, pero su cara y el raído sombrero gris eran
inconfundibles.
—¿El Jefe de Inefables? —preguntó Hermione, observándole con interés—. ¿Qué
hará aquí?
Pero Harry no pudo responder que no lo sabía, porque en ese momento
Dumbledore se levantó.
—Buenas noches a todos, y bienvenidos a Hogwarts un año más. Siento que el
viaje de regreso no fuera como esperabais, pero al menos os encontráis todos bien...
Para haceros olvidar, o al menos mitigar, los recuerdos de este horrible incidente,
pronto tendremos el tradicional banquete de bienvenida. Sin embargo, tengo que
daros algunas normas, y muchas son nuevas, en atención a la situación actual, así
que os ruego que me escuchéis lo más atentamente que podáis.
Hizo una pausa para asegurarse de que todo el mundo le escuchaba, y luego
prosiguió.
»En primer lugar, deciros que está totalmente prohibido adentrarse en el bosque
que hay en los terrenos del colegio, y no sólo eso, sino también abandonar por
cualquier razón el recinto del castillo. Se prohíbe, así mismo, salir al exterior tras el
crepúsculo salvo permiso especial. Este año, aurores del Ministerio de Magia vigilarán
los accesos al castillo, y un encantamiento antilevitatorio ha sido realizado sobre los
terrenos del colegio. Ninguna escoba que no haya sido registrada podrá volar aquí.
Aquellos que poseáis escobas, tendréis que hablar con la señora Hooch para
registrarlas y poder volar con ellas. Sabed también que cualquier escoba empleada
será detectada, y se sabrá qué escoba es y quién la registró. Os digo esto como
medida preventiva para que nadie las utilice para quebrantar alguna norma.
»Entre otras medidas, y debido a ocurrido en años anteriores, ningún traslador
funcionará en los recintos del colegio, ni para entrar, ni para salir, y la Red Flu de
acceso estará vigilada también vigilada por funcionarios del Ministerio de Magia.
Hizo una pausa, mirando a los alumnos, que escuchaban atentamente el elevado
número de medidas de protección, y luego continuó.
—También es mi deber deciros que las visitas a Hogsmeade están, en principio,
suspendidas, como habréis notado los alumnos de tercer año, que no recibisteis el
habitual impreso para obtener el permiso de vuestros padres o tutores. —Estas últimas
palabras provocaron murmullos de decepción entre el alumnado—. Lo sé, sé que es
duro, pero no queda otra solución. Tras lo sucedido hoy y lo ocurrido el año pasado en
el pueblo, es obvio que permitir las visitas en esta situación es demasiado peligroso.
No obstante, seguirá celebrándose el campeonato escolar de quidditch —Ron y Harry
se miraron un instante y esbozaron una ligera sonrisa— aunque, eso sí, bajo
excepcionales medidas de protección.
»Como último asunto respecto a la seguridad, simplemente mencionar que este
año, las atribuciones de los prefectos y de los delegados serán mayores que en años
anteriores, y que cualquier alumno debe obedecer estrictamente las indicaciones que
ellos den, pues colaborarán activamente en la vigilancia del castillo. Así mismo,
cualquier prefecto que incumpla sus obligaciones, o que descuide la seguridad de sus
compañeros, perderá su insignia de forma inmediata. ¿Entendido?
En el comedor hubo un murmullo de asentimiento. Los prefectos se miraron entre
ellos, pensando en cuáles serían sus nuevas atribuciones.
—Y, dicho esto —continuó Dumbledore—, sólo me queda presentar a un nuevo
profesor —dijo, haciendo un gesto con la mano hacia Flammingan—: el profesor
Flammingan. —El aludido se levantó—. El profesor Flammingan, que ha trabajado
durante muchos años en el Departamento de Misterios, ha accedido amablemente a
ocuparse de la asignatura de Teoría de la Magia. Generalmente, esa asignatura, que
sólo tienen los de séptimo, suele darla algún otro profesor cuyos horarios sean
compatibles, pero este año tendremos un profesor dedicado para ella. Os pido que le
deis una calurosa bienvenida.
Dumbledore comenzó a aplaudir, y Harry, Ron, Hermione, Ginny y Neville
aplaudieron también inmediatamente, siendo secundados pronto por muchos de los
alumnos. Flammingan esbozó una sonrisa, e hizo un gesto de asentimiento con la
cabeza en señal de agradecimiento, antes de volver a sentarse.
—Bueno, y dicho todo esto, ¡a comer! —exclamó Dumbledore, mientras el
chocolate desaparecía y las mesas se llenaban de comida.
Ron comenzó a llenarse el plato inmediatamente, aunque sin el entusiasmo de
otros años. Harry, sin embargo, miraba hacia la mesa de los profesores, donde
Flammingan hablaba con Dumbledore muy seriamente.
—¿No comes, Harry? —le preguntó Ron.
—¿Por qué le habrá contratado Dumbledore? —dijo Harry. Hermione dirigió
también una mirada a la mesa de los profesores.
—Bueno, si ha trabajado en el Departamento de Misterios, debería ser un experto
en teoría de la magia —conjeturó—. Supongo que es por eso.
—Sí, supongo... —asintió Harry—. Pero no sé, es extraño que de repente venga
aquí, ¿no? ¿Para qué dejar su trabajo en el Departamento de Misterios?
—Tal vez se aburrió —opinó Ron—. Ya lleva mucho trabajando allí, ¿no? Querría
cambiar un poco de aires; Fíjate qué blanco está, parece un fantasma.
—Sí, podría ser por eso... —dijo Harry, aunque, por alguna razón, aquel motivo no
le parecía suficiente.
—Lo que yo me pregunto es en qué consistirán las nuevas obligaciones que
tendremos, Ron —comentó Hermione—. ¿Qué crees que tendremos que hacer?
—Seguramente, vigilar más los pasillos —respondió Ron, disgustado ante la idea
—. Pero bueno, al menos queda el detalle de que a los prefectos que no cumplan con
sus obligaciones se les quitará la insignia... Estoy deseando ver qué le hacen a Malfoy
por no estar en el tren...
—Mañana Anthony y yo redactaremos un informe y se lo entregaremos a la
profesora McGonagall, a ver qué opina —dijo Hermione.
Veinte minutos más tarde, Dumbledore se puso de nuevo en pie para despedir a
los alumnos. Ron y Hermione se levantaron rápidamente para llevar a los de primero a
la torre de Gryffindor, así que Harry fue hacia allí acompañado por Ginny y Neville.
—La contraseña es «púas de knarl» —les dijo Hermione cuando los tres salían del
comedor, mientras ella, ayudada por Ron, llamaba a unos aún asustados alumnos de
primer año.
La primera idea de Harry al llegar a la torre fue esperar por Ron y Hermione, pero
se encontraba muy cansado. El día había sido agotador y por la mañana tendrían
clases. Además, no le apetecía mucho hablar con ninguno de sus compañeros, así
que se despidió de Ginny y de Neville y se fue a la cama.
Una vez en la soledad de su habitación, mientras se quitaba la túnica, miró por la
ventana, contra la que la lluvia seguía golpeando con fuerza. Contempló a lo lejos la
cabaña de Hagrid, donde todas las luces estaban apagadas, y pensó si su amigo
tardaría mucho en volver.
Se metió en la cama y se tapó, sintiendo el agradable calor y una inmensa
sensación de comodidad, mientras oía cómo la tormenta azotaba el castillo. Intentó
dormirse pronto, pero no pudo evitar pensar en todo lo que había sucedido aquella
tarde. Recordó todo lo que había hecho, y se sintió enormemente adulto, viejo casi.
Sintió que su infancia había quedado atrás, y que no se había dado cuenta de cuándo
había sucedido. Recordó cómo siempre había luchado, desde cuarto curso, cuando
Fleur Delacour le había llamado «niño», contra el hecho de que los adultos le tratasen
como tal; y ahora, irónicamente, cuando estaba siendo tratado como un adulto,
deseaba volver a ser un simple niño alumno de Hogwarts. Pensó en sus compañeros,
que se habían podido permitir el lujo de gritar y de tener miedo, incluso de dejarse
dominar por el pánico. Pero para él, para Ron y para Hermione, y para algunos otros,
no había existido aquella posibilidad. Habían tenido que sobreponerse al horror y a la
muerte, porque de ellos dependían las vidas de otros...
De ellos dependían las vidas de otros.
¿De veras ya había aceptado tan profundamente esa responsabilidad? Él sólo era
un alumno, y ni siquiera era un prefecto. ¿Por qué tenía que cargar con la
responsabilidad de la vida de los demás?
«Ya lo sabes. Es porque sabes que, al final, todo dependerá de ti... Y porque
también sabes que, si tú no hubieras hecho nada, nadie más lo habría hecho», dijo
una voz en su cabeza.
¿Tenía razón aquella voz? Seguramente sí. Invariablemente, los acontecimientos
más funestos que habían ocurrido en Hogwarts en los últimos años siempre tenían
que ver con él, directa o indirectamente, y probablemente aquello había terminado por
hacerle creer que era responsable de lo que les sucediera a sus compañeros.
«Pero no puedo salvar a todo el mundo siempre —se dijo a sí mismo—. No
puedo...»
Se rió, con una risa triste y desprovista de toda alegría. Aquello mismo le había
dicho Dumbledore cuando habían ido a salvar a Snape, el año anterior, y entonces él
se había enfadado por las palabras del director... Pero ¿había tenido razón?
Posiblemente sí.
«Me da igual. Si puedo salvar a alguien, o hacer algo, lo haré. No dejaré que nadie
más muera si puedo evitarlo. No lo permitiré...»
Y finalmente se durmió, mientras pensaba qué haría si resultaba que no podía
evitarlo.

Se despertó al día siguiente, a las ocho, bastante descansado, físicamente hablando,


aunque sentía que su cabeza aún le daba vueltas.
—Buenos días —lo saludó Ron, que estaba sentado en la cama y se ponía los
calcetines—. Iba a despertarte ahora mismo... ¿Por qué no nos esperaste a Hermione
y a mí anoche?
—Estaba cansado —respondió Harry vagamente, mientras se levantaba y
comenzaba a vestirse.
—Sí, debías de estarlo —comentó Ron—. Cuando Neville y yo subimos, dormías
como un tronco.
Harry forzó una sonrisa y terminó de ponerse la ropa. Luego, Ron y él cogieron las
mochilas y bajaron a reunirse con Hermione, que les esperaba al pie de las escaleras.
Los tres juntos bajaron a desayunar.
—¿Te encuentras bien, Harry? —le preguntó Hermione mientras entraban en el
Gran Comedor—. Ayer no nos esperaste, y hoy pareces deprimido.
—Ser adulto no es exactamente lo que yo pensaba que era —respondió
lacónicamente. Hermione y Ron se miraron y no dijeron nada.
—No te preocupes —dijo Ron un rato después, mientras desayunaban—. Las
cosas mejorarán.
Harry le dirigió una mirada escéptica, pero no dijo nada, y se volvió para mirar a la
profesora McGonagall, que había empezado a repartir los horarios. Cuando pasó junto
a Hermione, le dejó también un pergamino aparte.
—¿Qué es eso? —preguntó Ron con interés, acercando la cabeza a Hermione
para ver lo que decía el pergamino.
Hermione lo miró atentamente unos segundos, y después contestó:
—Son las nuevas tareas y obligaciones de los delegados y los prefectos. Y son
unas cuantas.
Ron bufó.
—Entre eso y tú, torturándonos con los EXTASIS, este año va a ser matador.
Hermione lo miró con severidad.
—¡Yo no torturo a nadie! —repuso, ofendida—. Es que los EXTASIS son muy
importantes, ya lo sabes. De ellos depende que... Oh, no sé para qué digo nada, si ya
hemos tenido esta conversación...
Harry, que en vez de escuchar la discusión de sus amigos leía su horario,
exclamó, contento:
—¡Estupendo, hoy no tenemos Pociones!
—¿Eh? —dijo Ron, callándose lo que le iba a decir a Hermione—. ¿No hay
Pociones? ¡Fabuloso! Al fin una buena noticia...
—Tenemos Transformaciones, Encantamientos —comenzó a enumerar Hermione
—, ¡qué bien, Teoría de la Magia!, y luego Astronomía...
—Y tú también Aritmancia —añadió Ron con regocijo, mirándola.
—Sí... —asintió Hermione, que seguía enfrascada en el horario y no percibió el
tono burlón de Ron—. Vaya, este año tenemos Encantamientos con los de
Ravenclaw...
—Y seguimos compartiendo Pociones y Cuidado de Criaturas Mágicas con
Slytherin —añadió Harry, disgustado—. ¿Cuándo nos libraremos de su compañía?
—Vamos, Harry, ahora nos llevamos mucho mejor con ellos —repuso Hermione,
mientras los tres cogían sus cosas para dirigirse al aula de Transformaciones.
—Con algunos —puntualizó Harry—. Y, por si no lo habías notado, Hermione,
ninguno de ellos está en nuestro curso.
—Daría igual que lo estuvieran —opinó Ron—. Con que esté Malfoy es suficiente
para amargar.
Harry y Hermione soltaron una breve risa, y unos momentos más tarde entraron en
el aula de Transformaciones y se sentaron en tres asientos.
—Buenos días —los saludó la profesora McGonagall, entrando en el aula dos
minutos después. Dejó sus libros sobre la mesa y se puso de pie frente a la clase
delante del escritorio—. Bueno, este es vuestro último año en Hogwarts —comentó,
mientras los miraba a todos—. Habéis crecido mucho desde que entrasteis aquí y,
espero, habéis aprendido mucho también. Éste, como sabéis, es el año de los
EXTASIS, los exámenes más difíciles que hayáis podido ver. —Harry notó que
Hermione se revolvía en su asiento, nerviosa—. Técnicamente, no son tan importantes
como los TIMOs, sin los cuales no podríais hacer magia fuera del colegio legalmente,
pero decidirán a qué podréis dedicaros una vez salgáis de Hogwarts. Este año, en
Transformaciones, veremos los hechizos más difíciles que existen: los hechizos
Vitalizantes y los hechizos comparecedores avanzados. ¿Alguien sabe cuál es el
efecto de los hechizos Vitalizantes?
Hermione levantó la mano.
—Son hechizos que otorgan vida a objetos inertes —respondió.
—Exacto —confirmó la profesora McGonagall—. Otros diez puntos para Gryffindor
—y esbozó una casi imperceptible sonrisa al decir «otros»—. Los hechizos Vitalizantes
otorgan vida artificial a cualquier cosa a la que los apliquemos: estatuas, piedras,
mesas... cualquier cosa. Vosotros ya habéis visto hechizos parlantes y encantamientos
para otorgar cierto comportamiento a los objetos. Los hechizos Vitalizantes, sin
embargo, van más allá. El objeto hechizado adquiere vida propia, y es capaz de
pensar y reaccionar de acuerdo a las capacidades que nosotros le hayamos otorgado.
Son hechizos muy difíciles, y gran parte de lo que logréis hacer con ellos, y con
muchas otras cosas de esta asignatura, (y de la mayoría de las de séptimo, de hecho),
dependerá de vuestro conocimiento en Teoría de la Magia, pero esto os lo explicará el
profesor Flammingan.
»La otra gran parte de esta asignatura la dedicaremos a los hechizos
comparecedores avanzados, que se diferencian de los que visteis el año pasado en
que con éstos no se traen objetos desde otros lugares, sino que se crean de la nada.
Son, por tanto, mucho más complicados. Estos dos tipos de hechizos es básicamente
lo único que os queda ver de Transformaciones. Aparte de esto, dedicaremos un poco
de tiempo a mejorar y repasar vuestro dominio de los distintos aspectos de la
transformación. Sin embargo, como os dije, gran parte de vuestro rendimiento en el
EXTASIS de Transformaciones dependerá de vuestro dominio de la Teoría de la
Magia. ¿Alguna pregunta?
Nadie dijo nada.
—Bien, entonces, teniendo en cuenta lo sucedido ayer, empezaremos con algo de
repaso de lo visto en años anteriores, y el lunes comenzaremos con los hechizos
comparecedores avanzados.
—Parece que la Teoría de la Magia es muy importante este curso —comentó Ron,
mientras se dirigían hacia el aula de Encantamientos.
—Sí, sí lo es —se apresuró a decir Hermione—. Creo que una parte fundamental
de los EXTASIS no es mostrar los hechizos, como en los TIMOs, sino demostrar lo
que somos capaces de hacer con lo que hemos aprendido estos siete años.
—¿Lo que somos capaces de hacer con lo que hemos aprendido? —preguntó
Harry, un tanto alarmado.
—Sí... Tenemos que hacer algo complejo que nos manden. Cosas que requieran
alguna combinación de hechizos o así...
—Esto va a ser horrible —comentó Ron con pesimismo, mientras entraban al aula
de Encantamientos. Los de Ravenclaw ya estaban allí, y, al verles, Anthony Goldstein
se acercó a ellos.
—Oye, Hermione, ¿cuándo vamos a ir a hablar con la profesora McGonagall sobre
Malfoy? ¿A la hora de la comida?
—Sí, es una buena hora —asintió Hermione, y luego se sentaron, porque el
profesor Flitwick acaba de entrar. Como la profesora McGonagall, empezó
hablándoles sobre los EXTASIS con su voz chillona.
—A diferencia de otras asignaturas, los encantamientos que aprenderéis en el año
de los EXTASIS no serán especialmente más difíciles que los vistos en otros cursos.
Lo más importante será que sepáis combinar los hechizos con lo que veáis en Teoría
de la Magia, al igual que os pasará en la clase de Transformaciones. Supongo que la
profesora McGonagall y a os habrá hablado de ello, así que no voy a añadir nada más.
Así pues, vamos a comenzar ya, viendo cómo detectar ciertos encantamientos
aplicados a objetos. Este arte, como comprobaréis, no es muy sencillo, pero resulta
muy útil...
El profesor les dio una serie de muñecos de tela, cada uno con un hechizo, y se
pasaron la clase escuchando las explicaciones del profesor sobre cómo detectar si los
objetos estaban encantados y, en caso de que fuera así, cómo identificar el hechizo
que se les había aplicado.
—Bueno, ahora, por fin, Teoría de la Magia —comentó Hermione alegremente
mientras se dirigían al aula habilitada para tal asignatura—. Veremos qué tal es el
profesor Flammingan.
—Seguro que es muy bueno —opinó Harry—. Cuando le conocí, me dio muy
buena impresión.
—¿Por qué te interesa tanto esa asignatura? —le preguntó Ron a Hermione
mientras se sentaban.
—¿Es que no has oído nada en todo el día? ¡Es una de las asignaturas más
importantes del curso!
Ron puso una cara como diciendo que aquella razón no era suficiente para tal
expectación.
Unos momentos más tarde, el profesor Flammingan, que seguía llevando en la
cabeza su viejo sombrero gris, entró en el aula y les dirigió una sonrisa amable, una
sonrisa que a Harry le recordó mucho a la de Dumbledore. Se sentó en la parte
delantera del escritorio y miró a sus alumnos, estudiándolos detenidamente.
—Buenos días a todos —saludó.
—Buenos días, profesor Flammingan —respondió la clase.
—¡Oh, no es necesario tanto formalismo! —pidió él, riéndose. Luego miró fijamente
a Harry, de tal forma que el chico se sintió cómo si le traspasara con la mirada—. Me
alegro de verte de nuevo, Harry, y de ver que estás bien. Supongo que no esperabas
encontrarme aquí, ¿verdad?
—No —respondió Harry sinceramente, y, con la confianza que el hombre le
inspiraba, preguntó—: ¿Por qué está aquí? ¿No le gustaba trabajar en el
Departamento de Misterios?
Se oyeron varios murmullos, y todo el mundo prestó más atención. Flammingan lo
percibió y recorrió la clase con la vista.
—Bueno, supongo que debería presentarme un poco antes, para los que no me
conozcáis. Como ya sabéis, mi nombre es Claius Flammingan, y, como habréis
deducido, antes trabajaba en el Departamento de Misterios. De hecho, trabajé allí
durante sesenta y cuatro años, así que ya era hora de cambiar un poco. Me encantaba
mi trabajo allí, pero el problema es que no da mucho el Sol —bromeó—. Respecto al
motivo por el que estoy aquí, Harry, es porque el profesor Dumbledore me preguntó si
podría ocuparme de esta asignatura.
—¿Y por qué hizo eso? —preguntó Harry.
Flammingan le miró seriamente, y respondió:
—Eso, Harry, es un asunto que sólo nos concierne al profesor Dumbledore y a mí.
La respuesta le resultó a Harry tan parecida a una que tiempo atrás le había dado
el propio Dumbledore, cuando le había preguntado algo sobre Snape, que sólo asintió
lentamente, sin decir nada.
—Bueno —dijo Flammingan, retomando la clase—. No sé si sabréis cuál es el
objetivo de esta asignatura...
Hermione levantó la mano inmediatamente. Flammingan y estiró la palma de la
mano hacia ella, mientras sonría, instándola a no decir nada.
—Sí, sí, imagino que tú ya lo sabrás. Eres Hermione Granger, ¿no? —preguntó, y
Hermione asintió, un tanto ruborizada—. Era una pregunta retórica. Mejor deja que yo
me explique. Es mi primera clase, y si me interrumpís, a lo mejor pierdo el hilo. No sé
si soy muy buen profesor.
Hermione bajó la mano, un tanto avergonzada.
—Bueno, he mirado en los programas del colegio, y he visto que a todos los
alumnos de primer año, supongo que a vosotros también, en su momento, se les pide
el libro de Adalbert Waffling, Teoría Mágica, ¿no es así? —La clase hizo un
movimiento afirmativo—. Bien, ¿alguien puede decirme por qué, y qué hicisteis con
ese libro? —Miró a Hermione, dirigiéndole una sonrisa—. Ahora sí puedes contestar.
Hermione también sonrió.
—En ese libro se explican los fundamentos de los hechizos y cómo realizarlos.
Tuvimos que estudiarlo en Transformaciones y en Encantamientos antes de poder
empezar a aprender a utilizar conjuros y ese tipo de cosas.
—Exacto. Salvo cosas muy sencillas, es difícil ejecutar encantamientos o conjuros
(con control, claro está), sin conocer unos principios básicos. En ese libro, como
sabéis, se os explicaba que, para realizar un hechizo, salvo en los casos más simples,
se necesita no sólo pronunciar las palabras correctas y mover bien la varita, sino, y
esto es lo más importante, saber bien qué hace el hechizo, visualizarlo en nuestra
mente. De lo contrario, si, por ejemplo, intentamos transformar un erizo en un
alfiletero, y estamos pensando en patatas, es muy probable que nos salga mal.
—Flammingan comenzó a pasearse por delante de los pupitres mientras jugaba con
su varita—. Pues esta asignatura es, principalmente, la continuación de esas primeras
clases de vuestro primer año. Por supuesto, mucho más avanzado. Cuando acabéis
este curso, conoceréis, o deberíais de conocer, todo lo que necesitáis saber sobre la
magia: cómo funciona, por qué funciona, lo que nos diferencia de los muggles, y
muchas cosas más. Por supuesto —agregó—, no lo sabréis todo. Nunca llega a
saberse todo. La magia es muy grande, y muy misteriosa, y nunca se conoce todo
acerca de ella. No obstante, dominaréis lo esencial, lo más importante.
»Para empezar —añadió, tras una breve pausa—, hablaremos sobre los hechizos
y las pociones, ¿de acuerdo? Venga, a ver, ¿qué necesitamos para hacer un hechizo?
—preguntó.
—¿Una varita? —contestó Ron tímidamente.
El resto de los alumnos se rieron, y Flammingan también.
—Ésa suele ser la respuesta más normal, y, sin embargo, es incorrecta. Y creo
que tú, Ronald Weasley, ya deberías de saberlo, ¿verdad? —Se quedó unos
segundos pensativo, y luego dijo—: Hagamos una prueba: quiero que cojas este libro
de mi mesa sin levantarte y sin usar la varita.
Ron estiró la mano y un segundo después, el libro que Flammingan había
señalado voló desde el escritorio hasta la palma extendida de Ron, que lo agarró.
Harry vio cómo, excepto Neville, Hermione y él mismo, todo el mundo se
sorprendía.
—Fantástico —lo felicitó Flammingan—. Como ves, has hecho magia, y no has
usado una varita, ¿verdad? Además, decidme: ¿alguien cree que un muggle con una
varita podría hacer magia?
La respuesta general fue negativa.
—Bien, señor Weasley —continuó Flammingan—, cuéntanos: ¿cómo lo hiciste?
Ron se encogió de hombros.
—No lo sé muy bien... Simplemente deseé que el libro viniera hasta mí. Pensé en
lo que tendría que hacer para cogerlo, y el libro vino.
—¡Exacto! —exclamó Flammingan—. Ésa es la clave: deseaste que el libro fuera
hasta ti y pensaste en qué tendrías que hacer. Ésa es la razón fundamental del por
qué funcionan los hechizos: por efecto de la voluntad y de la mente. La razón por la
que usamos varitas (cuya ciencia veremos más adelante), es que, con ellas, es más
fácil focalizar la magia, y resulta más potente. Algunos hechizos muy poderosos y
difíciles son prácticamente irrealizables sin ellas, porque los magos no tenemos un
control preciso de nuestra mente. Sin embargo, en momentos de tensión, o de peligro,
nuestra mente reacciona, concentrada, y somos capaces de hacer magia aunque no
sepamos muy bien cómo. Por supuesto, la capacidad de hacer magia sin varita
depende del poder del mago, y varía mucho de unos a otros, por eso las usamos.
»Quizás ahora pensaréis: «vale, los muggles no pueden hacer magia ni con
varitas, pero, ¿qué pasa con las pociones?». Veamos... Si un muggle hace, digamos,
una poción crecepelo, y la mezcla correctamente, ¿funcionará? ¿Qué opináis?
Ante esta pregunta, la clase se mostró dividida: algunos opinaban que sí, otros que
no, y otros no sabían. Hermione dijo que no muy decidida, así que Harry eligió la
misma respuesta.
—Efectivamente, la respuesta es no —confirmó Flammingan—. Y os preguntaréis
por qué. Al fin y al cabo, para hacer una poción no es necesario usar la magia,
¿verdad? Ni hacer conjuros. ¿Cuál es la razón, entonces, de que no les funciones a
los muggles? La respuesta, básicamente, es la misma que en el caso de los hechizos.
La causa está en aquello que conocemos como Esencia mágica, de la cual carecen
los muggles. Supongo que muy pocos de vosotros, o quizás ninguno, habréis oído
hablar de la esencia mágica. Muchos la confunden con el alma, o la mente, pero no es
ninguna de estas cosas. La esencia es lo que nos permite hacer hechizos, lo que se
transmite a las pociones que fabricamos, activando su poder. También es lo que nos
permite ver Hogwarts, mientras los muggles sólo ven ruinas. La esencia mágica es
algo fundamental y misterioso, algo que ni siquiera hoy entendemos del todo.
Ignoramos por qué algunos humanos la tienen y otros no, pero lo que sí sabemos es
que de ella procede nuestro poder, con ella imbuimos nuestros encantamientos, y ella
determina nuestro nivel mágico. No hablaremos ahora más de la esencia, pues
trataremos sobre ella más adelante, aproximadamente después de Navidad. Es un
tema complejo, pero, como veréis, fundamental.
Se calló un momento, y siguió paseando por el aula, mientras pensaba qué decir a
continuación, o eso le pareció a Harry que hacía. Observó también que Hermione
miraba muy atentamente a Flammingan, y que parecía bastante impresionada por el
antiguo Jefe de Inefables.
—Bien, una vez dicho esto, os hablaré un poco de los exámenes de este año, los
EXTASIS —prosiguió Flammingan—. Supongo que los demás profesores, sobre todo
los de Transformaciones y Encantamientos, os habrán comentado que esta asignatura
es muy importante para las suyas, ¿verdad? Pues sí, así es. En este último año, lo
más importante no será que aprendáis a realizar correctamente los hechizos, sino que
sepáis combinarlos, modificarlos e incluso inventar algunos nuevos. En los EXTASIS
deberéis demostrar lo que sois capaces de hacer con la magia; vuestra creatividad,
más que vuestros conocimientos. Todo eso aprenderéis a hacerlo en Teoría de la
Magia. En mi asignatura conoceréis los fundamentos básicos de todas las disciplinas
mágicas, y, con ello, lograréis un control sobre vuestra propia magia que nunca
habríais pensado conseguir. A medida que profundicéis en la Teoría de la Magia,
descubriréis todo lo que sois capaces de hacer con vuestros poderes.
»Hasta ahora, sin casi daros cuenta, habéis ya aprendido a hacer algunas cosas
que podrían considerarse propias de la Teoría de la Magia: sabéis hacer
transformaciones, encantamientos, embrujos y maldiciones. Sabéis combinarlos,
modificarlos para hacer cosas ligeramente distintas a las que os han enseñado. Ahora
aprenderéis a hacer todo eso, muchísimo más, y mejor hecho. Como ejemplo,
aprenderéis a lanzar hechizos sin decirlo en voz alta. Supongo que la mayoría de
vosotros ya lo habrá hecho alguna vez, sobre todo con los más sencillos. Veréis que
existen muchos tipos de hechizos, desde los más simples, y que pueden realizarse
prácticamente sin conocer nada, como el alohomora, o el lumos. Este tipo de hechizos
suelen funcionar simplemente pronunciando las palabras y conociendo el efecto que
se busca con ellos. Sin embargo, otros hechizos, como el patronus, el hechizo
explosivo o los hechizos Vitalizantes, necesitan mucho más conocimiento. A lo largo
del curso veremos por qué.
»Hoy, por ser el primer día, os mostraré lo que puede hacerse con la magia que ya
sabéis, y que seguramente nunca pensasteis en poder hacer. Para este sencillo
ejemplo, utilizaré uno de los encantamientos más simples: el hechizo de luz o lumos.
Volvió a sentarse sobre el escritorio, y agitó su mano suavemente hacia las
ventanas. Al mismo tiempo que lo hacía, las contraventanas se cerraron una tras otra,
dejando el aula en penumbra. Al momento, las antorchas se encendieron, pero
Flammingan, con otro movimiento de su mano, las apagó de nuevo.
Entre los alumnos se oían murmullos de admiración; Harry, Ron y Hermione se
miraron.
—No eres el único que sabe hacer estas cosas, como ves —comentó Flammingan
mirando hacia Ron con aspecto sonriente. Luego cogió la varita y se dirigió de nuevo a
toda la clase—. Bien. Todos sabéis ejecutar el hechizo de luz, ¿verdad? Decís
«lumos» y la varita se enciende. Muy simple. Pues veremos qué se puede hacer con
ese hechizo tan simple en cuanto sabemos cómo funciona la magia.
Elevó la varita ante él y murmuró «lumos». La varita se encendió e iluminó el aula,
aunque débilmente.
—Ahora observad atentamente.
Agitó la varita suavemente, y el foco de luz se desprendió de su punta y se quedó
flotando en el aire. Sin embargo, la varita seguía encendida, como si no hubiera
pasado nada. El punto de luz flotó suavemente, sobrevolando las cabezas de los
alumnos, que murmuraron un «¡Ooh!». Pero Flammingan no se detuvo: agitó la varita
más veces y en cada ocasión se desprendió un nuevo globo de luz, los cuales se
fueron moviendo a varios puntos del aula, dejándola muy iluminada.
—¿Veis? Esto es algo sencillo, y sin embargo mucho más complejo que el simple
encantamiento de iluminación, ¿no creéis?
—Impresionante —murmuró Seamus, observando las bolas de luz con la boca
abierta.
—Gracias, señor...
—Finnigan, Seamus Finnigan.
—Pues eso, gracias, señor Finnigan —dijo Flammingan, sonriente. Luego, con otro
suave movimiento de varita, los focos de luz desaparecieron. Movió la mano, y se
abrieron de nuevo las contraventanas, dejando pasar la poca luz del oscuro y lluvioso
día.
—Es fantástico —oyó Harry que murmuraba Hermione.
—Todo esto podréis hacerlo vosotros en cuanto profundicemos un poco más en la
asignatura. Ahora sólo quedan veinte minutos de clase, así que podéis preguntar lo
que queráis.
Parvati, Hermione y Harry levantaron la mano. Flammingan señaló a Parvati.
—¿Su nombre, señorita?
—Parvati Patil —contestó la aludida—. Lo que yo quería preguntar es: si no es
necesario decir el conjuro para hacerlo efectivo, ¿por qué se hace?
—Vaya —dijo Flammingan, sonriendo—. Una pregunta sobre temas posteriores...
Bueno, el motivo de que lo hagamos, explicado de un modo sencillo, es que facilita la
concentración en el hechizo. En nuestra mente, asociamos rápidamente una palabra
con lo que esa palabra representa. Eso facilita la proyección de la magia, sobre todo
cuando se usa una varita, que están fabricadas con ese propósito. Por supuesto, tiene
el inconveniente de que, si lo decimos mal, no suele funcionar, o el resultado es
completamente distinto del que se pretendía conseguir en un principio. La mayoría de
hechizos, como sabéis, son palabras derivadas del latín, o bien de nuestra propia
lengua. Pero eso no significa que sólo esas palabras generen el hechizo; simplemente
es la palabra que mejores resultados demostró dar. Como sabéis, cuando aprendéis
un hechizo escrito en una lengua que no comprendéis, se os da la traducción de la
palabra; de otra manera jamás podríais realizarlo. Pero, como comprobaréis si viajáis
por el mundo, no en todas partes el hechizo desvanecedor es «evanesco», ni el
hechizo para limpiar es «fregotego». Esto varía al cambiar de país, y sobre todo, al
cambiar de continente. Muchos hechizos tienen el mismo conjuro, porque han sido
llevados de un lugar a otro, y porque la mayor tradición mágica proviene de Europa y
del norte de África, pero hay muchas variaciones. Vosotros mismos podéis descubrir
algún nuevo conjuro para hechizos que ya sabéis, y podría ser que os salieran mejor
con las palabras nuevas que con las antiguas. Porque recordadlo: realmente, no es
necesario decir nada para ejecutar un hechizo. La pronunciación aumenta su efecto, y
facilita su realización, pero nada más. ¿Aclarada tu duda? —le preguntó a Parvati.
—Sí, gracias... —respondió Parvati, que parecía asombrada.
—Bueno, su turno, señorita Granger —dijo el profesor amablemente.
—Yo... —comenzó Hermione—. Quería saber cómo es trabajar en..., en el
Departamento de Misterios. ¿Es interesante?
Flammingan no contestó de inmediato, sorprendido por la pregunta. Luego sonrió.
—Eso depende de los gustos de cada uno. Para mí fue magnífico. Si lo que te
gusta es investigar sobre los mayores misterios, misterios que incluso van más allá de
la magia, ése es tu trabajo. Claro que es una profesión que exije mucho, sin contar
que no está permitido hablar de ello, por supuesto.
Hermione asintió lentamente, con una ligera sonrisa en los labios. En cambio,
Harry notó que Ron fruncía el ceño ligeramente mientras la miraba.
—Bueno, creo que sólo quedabas tú, ¿no, Harry? —dijo Flammingan, mirándole.
—¿Eh? ¡Ah, sí! —dijo Harry, al que las palabras de Flammingan le habían pillado
desprevenido mirando a Ron—. Sí, yo..., yo quería saber cuál es la diferencia entre
hechizos como los patronus o cosas más sencillas, como el alohomora o los hechizos
de levitación, ya sabe... —Harry había estado dándole vueltas al tema del patronus.
¿Por qué había sido tan potente en el tren? Y ese hechizo ya le traía intrigado desde
que Dumbledore le había dicho, a finales del año anterior, que el hecho de que Harry
hubiera podido hacerlo a tan temprana edad le había dado grandes esperanzas.
—Vaya, una pregunta, si cabe, aún más compleja que la de la señorita Patil... De
todas formas, creo que, si sabes hacer un patronus, la respuesta es evidente. Los
encantamientos, que, como el patronus, están por encima del Nivel Corriente de
Embrujo, necesitan una concentración especial para realizarlos. En este caso, por
ejemplo, se necesita que el que realiza el hechizo se concentre con fuerza en un
recuerdo de mucha alegría, en algo que lo haga feliz. Estos encantamientos funcionan
por la fuerza de los sentimientos, que es una de las vías más poderosas para hacer
magia. Sentimientos que nos dominan, como el amor, o la rabia, o el miedo, dan a
nuestra magia una potencia inigualable, pues proceden de lo más profundo de
nosotros mismos. La magia es misteriosa, y extraña, y en muchos sentidos, caótica e
inexplicable. Por eso reacciona tan bien ante sentimientos tan caóticos, extraños e
inexplicables como ella misma. Veamos..., ¿alguno de vosotros hizo algo inexplicable
por miedo antes de venir a Hogwarts, o antes de saber que era un mago?
—Yo hice desaparecer un cristal en un zoo por el que cayó mi primo al enfadarme
con él —contestó Harry.
—Un ejemplo muy bueno —dijo Flammingan, asintiendo—. Como ahora sabrás, lo
que hiciste fue un hechizo desvanecedor..., y sin varita. ¿Podrías repetirlo ahora? —le
preguntó—. ¿Podrías hacer desaparecer uno de los cristales de las ventanas, así, sin
más?
—No lo creo —respondió Harry.
—Y, sin embargo, lo hiciste cuando no sabías nada de magia, ¿verdad? ¿Por qué?
—preguntó Flammingan, mirándolos a todos—. ¿Cómo es posible eso? Pues bien, la
respuesta es lo que os dije antes: la magia es algo difícil de controlar con nuestra
mente racional, puesto que es, por naturaleza, algo irracional. Por eso nos resulta más
sencillo hacer cosas a través de nuestro subconsciente, cuando sentimientos más
fuertes que nosotros nos dominan; sentimientos que están en contacto directo con lo
que somos, con nuestra esencia mágica... Es por eso que no siempre los magos más
inteligentes son los mejores, ni que aquellos que carecen de lógica alguna sean unos
ineptos. La magia no siempre es cuestión de aprendizaje, es más bien cuestión de
creatividad, de conocerse a uno mismo, de confianza. La magia depende mucho de
nuestros sentimientos, de nuestras emociones, y por eso es difícil conseguir algo con
ella si no estamos seguros de poderlo lograr. Muchas veces es más importante la
voluntad que el saber hacer bien un hechizo. Veremos, más adelante, el poder mágico
de los sentimientos, y veréis por vosotros mismos que es un poder difícilmente
igualable. La mente es esencial, y nos permite controlar la magia, pero necesitamos
hechizos y varitas... El subconsciente es irracional, y difícil de dominar, pero su poder
en la magia es casi ilimitado. Recordad siempre que, a pesar de lo que estudiéis, o de
lo que aprendáis, en la magia casi todo es posible. Sólo tenéis que explorar. —Hizo
una pausa y miró a Harry—. Es por eso que hechizos como el explosivo son más
complejos que un simple hechizo levitatorio. Para hacerlos, necesitáis dominar
vuestras emociones, vuestros sentimientos, y saber proyectarlos; y lo más esencial:
conocer esas emociones y esos sentimientos, entenderlos, y admitirlos.
»Bueno —dijo, cambiando de tono—, creo que basta por hoy. Podéis iros y
disfrutar de los casi diez minutos que aún os faltan hasta vuestra próxima clase.
Con murmullos de alegría, los alumnos se levantaron y se dirigieron hacia la
puerta. Harry, Ron y Hermione iban a hacer lo mismo, pero Flammingan los detuvo.
—Vosotros tres esperad un momento, por favor.
Mirándose entre ellos, los tres esperaron a que los demás alumnos de Gryffindor
salieran del aula. Una vez lo hubieron hecho, Flammingan cerró la puerta con un
movimiento de su varita, y se acercó a ellos.
—Creo que esta asignatura va a ser muy interesante para vosotros tres
—comentó, como sin darle importancia.
—¿Por qué lo dice? —preguntó Harry.
—Por vuestros poderes... «especiales» —aclaró el profesor, mirándole fijamente.
—¿Cómo sabe usted que...? —comenzó a decir Ron.
—Dumbledore me lo explicó. He estado pensando en ello, y me apetecía hablar de
eso con vosotros. Antes, cuando te he mandado coger el libro sin usar la varita, quería
verlo con mis propios ojos. Quería verlo porque es algo realmente extraordinario.
Aunque casi todo el mundo puede hacer eso, pocos magos lo hacen. ¿Por qué?
Porque, como ya os expliqué, es muy difícil lograr que la mente racional alcance ese
nivel de control de la magia si no se usa un proyector, como una varita, por ejemplo.
Según me contó el profesor Dumbledore, podéis hacerlo desde principios del verano,
¿no es así?
—Sí —contestó Hermione—. Pero Ron y yo leímos unos libros para conseguir
controlarlo. A Harry no le hizo falta —explicó.
—Así que ya habéis estado estudiando Teoría de la Magia... —observó el profesor.
Miró detenidamente a Ron y a Hermione, y luego se fijó en Harry—. Y tú no lo
necesitaste...
—No —confirmó Harry—. Yo ya sabía cómo hacerlo. Lo sé desde que...
—Desde que utilizaste la Antorcha de la Llama Verde —terminó Flammingan por
él.
—Sí —respondió Harry, mientras se preguntaba qué sabría el mago de la
Antorcha.
—La Antorcha de la Llama Verde... Un objeto que me habría gustado tener en la
Cámara de la Mente del Departamento de Misterios, sin duda. Sería más útil que el
tanque de los cerebros —murmuró. Ron se estremeció en su asiento. Flammingan
volvió su mirada hacia él—. Sí, tú no tuviste una buena experiencia en aquel lugar,
¿verdad? Los cerebros son un tanto peligrosos, eso no puede negarse.
—Eh, profesor... —dijo Harry—. ¿Qué es lo que quería realmente? Es que
tenemos clase de Astronomía ahora, y...
—Sí, sí... Bueno, sólo quería hablar un poco con vosotros, conoceros algo mejor.
Ahora no tenemos tiempo, pero hablaremos, dentro de no mucho, acerca de esos
poderes que poseéis, y de cómo los conseguisteis.
—¿Acaso lo sabe? —le preguntó Harry—. Porque Dumbledore no parece saberlo.
—Bueno, él tiene una teoría, en realidad... Y, ahora que os conozco, que os he
observado, yo también tengo una, y coinciden bastante. Pero hablaremos de eso más
adelante. Pronto, sí, pero no aún. Ahora tenéis que iros. ¡Ah! Sólo una cosa más...
Hermione..., ¿puedo llamarte por tu nombre, verdad? —Hermione asintió—. Sólo
decirte que, si te gusta el trabajo en el Departamento de Misterios, creo que tienes
aptitudes para lograrlo. Sólo te falta un pequeño detalle.
—¿Cuál? —quiso saber Hermione, muy interesada.
—Eres demasiado racional. Recuerda lo que dije antes: es más importante la
creatividad, los sentimientos... Te falta exactamente lo que Luna Lovegood tenía.
—Les dirigió una sonrisa, y luego se puso a mirar en su cartera, instándolos a salir del
aula.
Durante la primera parte del trayecto hacia la clase de Astronomía, los tres fueron
callados. Harry iba pensativo, Hermione un tanto desconcertada, y Ron parecía
contrariado por algo.
Desde luego, había sido una de las clases más extrañas de la vida de Harry. Pero
había aprendido mucho, de eso no cabía duda. Aquella asignatura, y con aquel
profesor, prometía mucho.
—Ha estado muy bien, ¿verdad? —comentó, dirigiéndose a sus amigos—. Y,
¿sabes, Hermione? —añadió, mirando a su amiga con una sonrisa—, creo que
deberías hacerle caso respecto a lo que dijo sobre Luna... Aunque no sé de qué la
conocería... Bueno, en julio me comentó que había sido entrevistado por su padre,
pero...
—Dumbledore le habrá hablado de ella, al igual que le habló de nosotros —supuso
Ron.
—Sí, será eso... —dijo Harry, asintiendo. No dijo nada más hasta llegar al aula de
Astronomía. Ron no parecía estar muy hablador, y Hermione seguía pensativa. Por
tanto, él también se dedicó a repasar mentalmente todo lo que había oído durante la
hora anterior, y, sobre todo, en cuál sería el motivo por el que Dumbledore habría
contratado a aquel misterioso y fascinante hombre.

En cuanto salieron de Astronomía, Hermione se despidió de ellos y se dirigió hacia el


aula de Aritmancia. Ron se quedó mirando durante un rato cómo se alejaba.
—¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó Harry—. Pareces de mal humor
desde que salimos de Teoría de la Magia. ¿No te gustó la clase?
—No, la clase me encantó —repuso Ron.
—¿Entonces? —le insistió Harry, mientras echaban a andar hacia la sala común.
—No me pasa nada, Harry. ¿Por qué no piensas en otra cosa?
—Está bien... —aceptó Harry, y entonces se acordó de lo que había estado
pensando antes de entrar en clase (y durante la mitad de la misma también)—. Oye,
¿por qué crees que habrá contratado Dumbledore a Flammingan?
—Bueno, es obvio que es el mejor para ese puesto, ¿no?
—Sí, pero ¿por qué aceptaría él? Por lo que dijo, trabajar en el Departamento de
Misterios le encantaba.
—No lo sé —respondió Ron—. ¿tú qué crees?
—No sé... Él dijo que el motivo les concernía a él y a Dumbledore... Me pregunto
qué motivo será ese... y si tendrá algo que ver con Voldemort.
Ron no dijo nada, y se quedó parado frente al retrato de la Dama Gorda, que los
miró con curiosidad.
—Creo que nos estamos volviendo demasiado suspicaces —comentó.
—Y demasiado lentos —añadió la dama gorda.
Ron pronunció la contraseña y entró en la sala; Harry le siguió, y se entretuvieron
hasta la hora de comer jugando al ajedrez.
Cuando llegó Hermione de Aritmancia, recogieron el tablero mientras la chica
subía a su habitación, y luego los tres bajaron al comedor.
Durante la comida, Harry y Hermione hablaron animadamente sobre la clase de
Teoría de la Magia, pero Ron no participó mucho de la conversación. Por veces, a
Harry le pareció que su amigo abría la boca para decir algo, pero luego se callaba y
seguía comiendo.
—Ron, ¿de verdad te encuentras bien? —le preguntó Hermione más tarde,
mientras volvían a la sala común de Gryffindor—. Me tienes preocupada.
—Sí, Hermione, estoy perfectamente. Simplemente no tengo ganas de hablar
—contestó él lacónicamente.
Hermione abrió la boca con intención de decir algo, pero Harry la agarró de una
mano, y, cuando la chica miró hacia él, movió la cabeza negativamente, instándola a
callarse. Ella, sin comprender, asintió y no dijo nada.
No obstante, cuando llegaron a la sala común, no pudo aguantarse y volvió a
dirigirse a Ron:
—Vamos, dinos qué te pasa. ¡No puedes decirme que nada, porque no es verdad!
—Nada, Hermione —contestó Ron, con un gruñido, y mirándola con ojos
acusadores—. Simplemente no pensaba que eras la clase de persona que dice una
cosa y luego se olvida o hace otra distinta. Sólo eso.
Hermione se quedó sin habla, parpadeando y mirando a Ron con aspecto de no
comprender nada.
Se sentó en otra butaca, enfrente de la de Ron, y Harry se sentó a su lado.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿A qué te refieres? —le preguntó Hermione.
—Me refiero a lo que hablamos en verano acerca de lo que íbamos a hacer el año
que viene, ¿o ya lo has olvidado? Habíamos quedado que yo intentaría entrar en la
escuela de aurores, igual que Harry, en vez de buscar ser un jugador de quidditch
profesional, y que tú también lo harías, y que así podríamos estudiar juntos aún
después de Hogwarts. Y los dos te ayudaríamos a seguir con lo de la PEDDO... ¡Y
ahora tú te dedicas a investigar cómo entrar en el Departamento de Misterios!
—terminó Ron con aspecto dolido.
Hermione miró a Ron, y luego, con un cierto aire de culpabilidad, bajó la mirada a
la alfombra. Pero cuando volvió a levantar la cabeza, su expresión era firme.
—Yo no he dicho que vaya a intentar entrar en el Departamento de Misterios, Ron
—repuso—. Pero sabes que es algo que me ha intrigado desde el año pasado. Es una
gran oportunidad... Pero que pregunte o me interese por ese trabajo no quiere decir
que no vaya a ingresar, o a intentar ingresar en la Academia de Aurores con
vosotros... Simplemente, creo que estoy indecisa...
—Pero ya habíamos quedado en que...
—¡Lo sé, Ron! —le interrumpió Hermione con muestras de exasperación en la voz
—. Pero ¡si veo que me gusta otra cosa, no puedo renunciar a ello! —Hizo una pausa
y luego prosiguió, con la voz menos agresiva, intentado que Ron la comprendiera—. Y
de todas formas, aunque trabaje en otra cosa, no significa que vaya a dejar de veros, o
que no vaya a vivir con vosotros en Grimmauld Place...
Ron la miró unos instantes, con la frente arrugada, pensando en si Hermione tenía
razón, o, por el contrario, podía contradecirla.
—¡A mí también me gusta el quidditch! —exclamó, al fin—. Y aún así, voy a
intentar entrar en la Academia de Aurores, porque me gusta, y porque así podré estar
con vosotros... —Bajó el tono de su voz—. Ya sé que no vas a dejar de vernos,
Hermione, pero el trabajo en el Departamento de Misterios absorbe mucho tiempo. La
mayoría de los que trabajan allí no tienen familia, ni amigos, ni nada. ¡Ni siquiera ven
la luz del Sol! ¿No te has fijado en Flammingan, en lo blanco que está? ¡Mírate a ti
misma! Fíjate todo el tiempo que dedicas a los estudios ahora... ¿Cuánto le dedicarás
al Departamento si acabas trabajando en él? Y ni siquiera podrás hablar de lo que
hagas allí...
Hermione se lo pensó un momento antes de contestar.
—¡Ron, no voy a trabajar en algo cuando hay otra cosa que me gusta más! No
quiero arrepentirme de mi elección, ¿sabes? Y si a ti te gusta más el quidditch que ser
un auror, tal vez deberías intentar convertirte en jugador de quidditch. No puedes
cambiar tu futuro sólo por estar con otra persona en la misma clase, es más
importante hacer lo que te gusta y ser feliz con lo que hagas.
Pero Harry se dio cuenta rápidamente de que Hermione no debería haber dicho
aquello.
—¿Eso piensas? —susurró Ron, con la voz fría; parecía muy dolido—. ¿Crees que
un trabajo es más importante que estar con tus amigos? De acuerdo... Estoy algo
cansado —dijo mecánicamente, poniéndose de pie—. Me voy a ir a acostar un rato.
Se dirigió con paso rápido hacia la escalera que subía al dormitorio de los chicos y
desapareció por ella.
—¡Ron, espera! No... —intentó detenerlo Hermione, pero Ron ni siquiera la
escuchó. Ella se acercó hasta el fondo de la escalera, y se quedó unos segundos
mirando hacia arriba. Luego volvió, con paso lento y expresión triste, hacia donde
estaba Harry, y le dijo:
—V-Voy a subir a mi habitación, a..., a buscar un libro, sí...
Se dirigió hacia las escaleras de los dormitorios de las chicas, y, cuando comenzó
a subir por ellas y se perdió de vista, Harry estuvo seguro de que su amiga estaba
llorando.
14

La Misión de Hagrid

Harry se quedó sentado en su butaca, sin acabar de comprender qué había pasado. Al
parecer, Ron y Hermione habían decidido ser aurores en el futuro, y seguir trabajando
en la PEDDO. Descubrió que se sentía un poco dolido, como apartado, porque con él
no habían hablado apenas de eso. Suspiró, pensando en qué hacer el resto de la
tarde, cuando Neville se acercó a él.
—¿Qué les ha pasado a Ron y a Hermione? —le preguntó.
—No estoy muy seguro —respondió evasivamente Harry, quien no tenía muchas
ganas de hablar de que sus amigos habían estado planeando el futuro sin hablar con
él, aún cuando él les había ofrecido su casa para vivir.
—Bueno, supongo que se les pasará, ¿no? —comentó Neville sin darle
importancia—. Siempre se les pasa...
—Sí, supongo que se les pasará —dijo Harry—. Esto..., creo que voy a dar una
vuelta, Neville. Nos vemos luego.
—Vale... Hasta luego, Harry.
Harry se levantó y atravesó el retrato de la Dama Gorda. Una vez en el pasillo, no
sabía adónde dirigirse, ya que, en el exterior, la tormenta continuaba. Así pues, se
echó a caminar lentamente por los pasillos, sin rumbo fijo, cuando divisó a lo lejos a
Ginny, que se dirigía a la sala común con la cabeza gacha, mirando al suelo.
Harry se detuvo y se la quedó mirando. Sin poder evitarlo, el recuerdo del beso
que le había dado volvió a su mente, y deseó fervientemente repetirlo. Ginny continuó
avanzando, aparentemente sin darse cuenta de que alguien la observaba, hasta que
estuvo casi a la altura de Harry.
—Hola —dijo él. Ginny pegó un respingo y le miró, sobresaltada.
—Ah, Harry, eres tú... Qué susto me has dado...
—Venías muy pensativa —le dijo él—. ¿No deberías de estar en clase?
—Debería —confirmó Ginny, volviendo a mirar al suelo.
—¿Y por qué no lo estás? —inquirió Harry con curiosidad.
—No me apetecía ir a Adivinación —confesó—. Es... Sin Luna no... Yo..., bueno,
ya me entiendes.
—Oh... —dijo Harry, apesadumbrado—. Sí, claro que te entiendo... Es duro,
¿verdad?
—Muy duro —confesó ella.
—Bueno, ya que estamos los dos solos... ¿Te apetece dar una vuelta por ahí?
Ginny le miró unos instantes fijamente. Harry observó que los ojos de la chica
estaban brillantes, como si las lágrimas hubiesen estado luchando por salir de ellos.
—Está bien... ¿Adónde vamos?
—No podemos ir fuera con este tiempo, pero si quieres, podemos caminar hasta la
lechucería...
Ella asintió, y echaron a andar. Durante varios minutos, ninguno de los dos dijo
nada, hasta que Ginny le miró.
—Y tú, ¿por qué estás solo? —le preguntó—. ¿Es que Hermione y mi hermano
necesitaban privacidad?
—No —respondió Harry—. Es que se han enfadado. O bueno, al menos, Ron se
ha enfadado con Hermione.
—¿Por qué? —quiso saber Ginny—. ¿Qué han hecho?
Harry comenzó a contarle la discusión entre sus mejores amigos, y, al terminar, le
contó también lo decepcionado y apartado que se había sentido al darse cuenta de
que ellos habían planeado el futuro y con él apenas habían hablado nada.
Ginny le escuchó atentamente. Cuando Harry terminó de hablar, ya estaban junto
a la lechucería. Subieron y se sentaron junto a la ventana, mirando al exterior.
—No creo que su intención fuera excluirte —le dijo entonces Ginny—. Supongo
que, con todo lo que pasó, se les olvidó hablar de eso contigo... Y tú ya dijiste el año
pasado que querías ser auror, ¿no?
—Sí, pero... —Harry no sabía exactamente qué replicar, pero aún así se sentía
mal y dolido—. ¿Por qué no me dijeron que habían decidido eso el día que les ofrecí
vivir en mi casa?
—No lo sé, Harry... Fue un día muy duro, acuérdate, quizás no les apetecía hablar
de ello...
—Sí, es posible —reconoció Harry, no de muy buena gana.
—Mira, si tanto te preocupa, deberías hablarlo con ellos. Además, tal vez así se
reconcilien de nuevo...
—No, son ellos lo que tienen que hablar conmigo —replicó Harry con testarudez—.
Y además, ya estoy harto de hacer que se reconcilien... Ya son mayorcitos, ¿no?
Ginny le miró y, para sorpresa de Harry, esbozó una ligera sonrisa.
—Vamos, Harry. Sabes tan bien como yo que no puedes estar sin ellos, y que no
te gusta que estén peleados...
—Sí, lo sé —admitió Harry—. Pero tengo ya suficientes problemas, Ginny, como
para encima preocuparme por cada discusión que tienen. Ya se arreglarán; al final,
siempre se arreglan.
Harry se quedó callado un momento. Lo que había pensado exactamente era que
ya tenía suficiente con sus propios problemas amorosos sin tener que intentar arreglar
los de los demás, pero, obviamente, no le podía decir eso a Ginny.
«Creo que ya comprendo a Ron y a Hermione —pensó para sí mismo—. Todo es
mucho más difícil cuando es tu amiga... y más si Voldemort está por el medio.»
—¿En qué piensas? —le preguntó Ginny.
—En nada... En... —miró por la ventana, y vio la cabaña de Hagrid, solitaria en los
lindes del bosque— en cuando volverá Hagrid...
—No sé —dijo Ginny, mirando también por la ventana hacia la cabaña—. Pero no
creo que tarde mucho, ¿no? Dumbledore dijo que estaba descansando. Supongo que
no le gustará estar mucho más tiempo lejos de aquí.
—Eso espero —dijo Harry, que realmente se moría de ganas por ver de nuevo a
Hagrid y comprobar con sus propios ojos que estaba bien.
—Los amigos son muy importantes, ¿verdad? —comentó Ginny casualmente—.
Hagrid te ha ayudado mucho, ¿no es cierto?
—Me rescató de la casa de los Dursley —dijo Harry—. Jamás podré mostrarle lo
agradecido que estoy...
—Pero ya lo has hecho muchas veces —repuso Ginny—: demostraste su
inocencia cuando estabas en segundo, le ayudasteis con lo de Buckbeak, le
apoyasteis con lo de Rita Skeeter... y os ofrecisteis a ayudarle con Grawp. Los tres.
—Sí —asintió Harry.
—Siempre habéis estado ahí cuando os necesitaba —siguió diciendo Ginny—.
Para ayudarle en todo, aunque lo que os pidiera fuese una locura.
—Sí —volvió a decir Harry.
—Porque es vuestro amigo, y a los amigos se los ayuda cuando nos necesitan,
¿verdad?
—Sí... —repitió Harry, mirando a Ginny suspicazmente.
—Entonces, ¿por qué no vas a hablar con dos que seguramente te necesitan?
Además, quizás así te expliquen por qué no te dijeron nada sobre sus planes.
Harry observó a su amiga durante unos segundos y luego sonrió.
—¿Te han dicho alguna vez que eres una manipuladora?
—No —respondió Ginny, soltando una risita.
—Pues lo eres —dijo Harry, levantándose.
—Aprendí de Fred y George —explicó Ginny, muy orgullosa—. No sabes lo que
llegaban a inventar para que mi madre no les castigara.
—Está bien... Iré a hablar con Ron, aunque no sé qué voy a decirle —declaró
Harry—. ¿Qué vas a hacer tú?
—Ir a clase de Transformaciones —respondió Ginny—. Ya me he saltado
Adivinación, y por un día es suficiente.
—Está bien.
Ambos bajaron hasta la sala común, que estaba casi vacía. Sólo algunos alumnos
de sexto y séptimo estaban por allí. Entre ellos, Neville, que hablaba con Dean.
—Voy a por la mochila —dijo Ginny, yendo hacia las escaleras de las chicas—. Y
de paso, miraré a ver qué tal está Hermione...
—No han bajado ninguno de los dos, ¿verdad? —le preguntó Harry a Neville.
—No —negó el chico—. Antes subí a buscar un libro y Ron estaba en su cama,
con las cortinas corridas. Creo que no quiere hablar con nadie.
—Bueno, a ver qué se puede hacer —dijo Harry suspirando y dirigiéndose hacia el
dormitorio.
Subió las escaleras y entró en la habitación. Como Neville había dicho, las cortinas
de la cama de Ron estaban corridas, ocultándole de la vista.
—Ron —lo llamó—. Ron, ¿estás ahí?
—Sí, Harry —respondió la voz de Ron desde el interior de las cortinas. Sonaba
triste y deprimida—. ¿Qué quieres?
—¿Podemos hablar? —le preguntó Harry.
—¿De qué?
Harry se lo pensó antes de responder. Si le decía que de Hermione, seguramente
Ron no querría. Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que era muy
terco. Se le ocurrió otra idea.
—De esos planes que habéis hecho Hermione y tú sin contar conmigo para nada
—respondió, intentando que su voz mostrara enfado y decepción a partes iguales.
Durantes unos instantes no se oyó nada, y luego Ron apartó las cortinas
lentamente, evitando mirar a Harry a la cara.
Harry se sentó a los pies de la cama, mirando a su amigo fijamente.
—¿Y bien? ¿No tienes nada que decirme? —le espetó.
—Bueno, ya te has enterado, ¿no? —contestó Ron, empeñado en no mirar a su
amigo a la cara.
—Sí, me he enterado de que mis dos mejores amigos, a los que yo les ofrecí mi
casa, ni siquiera tuvieron la decencia de contarme sus planes para el futuro, planes
que, por lo que respecta a la PEDDO, parecen haberme incluido a mí, ¿no? —soltó,
intentando que su fingido enojo no se convirtiera en enojo de verdad.
—Bueno, yo... —balbuceó Ron, con tono de disculpa, y mirando por fin a Harry a
los ojos—. Lo siento —dijo.
—Ya.
—Mira, íbamos a hablarlo contigo, ¿sabes? —intentó explicarse Ron—. Pero con
todo lo que pasó después... No sé... Creo que dimos por hecho que todo estaba claro,
como tú querías ser auror ya... Y yo también, por tanto, bueno..., no había de qué
hablar, ¿no? Y respecto a lo de la PEDDO... En fin, ya trabajas en ello ahora, así
que... Pero ya da lo mismo —añadió, endureciendo el tono de voz— porque, como
oíste, Hermione ha mandado todos nuestros planes a la porra... Está obsesionada con
estudiar y estudiar, para ella no hay otra cosa en la vida... ¿Es que no va a cambiar
nunca?
Harry miró atentamente a su amigo, y se olvidó de su enojo, tanto del fingido como
del real.
—Ella no mandó todos los planes a la porra —replicó Harry—. Y eso de que para
ella no hay otra cosa en la vida más que estudiar, sabes perfectamente que no es
cierto. Fíjate la de veces que se ha saltado las normas por nosotros, incluso siendo
prefecta del colegio... Sabes perfectamente que somos lo más importante para ella,
aparte de sus padres, y que su obsesión por hacernos estudiar es su forma de
demostrar que le importamos.
—Sí, puede ser, pero...
—Y en cuanto a lo de que si no va a cambiar nunca —continuó Harry, sin hacer
caso de la interrupción de Ron—, mira, yo, sinceramente, no quiero que cambie. Si
cambiara no sería mi amiga Hermione, y no sé tú, pero yo quiero a mi amiga Hermione
tal y como es, aunque a veces me saque de quicio. Y, si no recuerdo mal, tú también.
—¡Sí, sí, vale, de acuerdo! —admitió Ron de mala gana—. Pero, de todas formas,
todo lo que habíamos planeado... Seguir juntos...
—Mira Ron —dijo Harry, pensando lo que iba a decir—, ella no ha dicho que no
vaya a ser auror, sólo está planteándose otras posibilidades, eso no tiene nada de
malo... Sabes bien que Hermione nunca haría nada contra sus propias convicciones, y
dejar un trabajo que le gusta no es algo de su estilo. Jamás dejó de luchar por la
PEDDO a pesar de estar casi sola en ello, y con esto será lo mismo. Si llega a decidir
intentar ser una inefable, no puedes impedírselo, Ron. No si la quieres. Ella nunca te
impediría ser jugador de quidditch si tuvieras la posibilidad. Eso no significa que no
vayáis, o vayamos, a estar juntos... Mira a tu padre y a tu madre: no trabajan juntos, ¿y
qué? O a Percy y a Penélope; cada uno trabajaba en una rama del Ministerio, y aún
así estaban juntos también...
Ron se quedó un momento callado, recapacitando.
—Tal vez tengas razón, pero la forma en la que me dijo que...
—Bueno, Ron, ya sabes cómo es Hermione cuando se pone a la defensiva... Y tú
tampoco le diste mucho tiempo a explicarse, ¿no crees?
—¿Crees que toda la culpa es mía? —le preguntó Ron, aunque su tono no era
acusatorio, sino de preocupación.
Y fue ese tono lo que le hizo a Harry apreciar de nuevo el gran cambio que Ron, al
igual que Hermione o él mismo, habían sufrido. Seguían siendo ellos, sí, pero años
atrás Ron jamás se habría preocupado de si tenía la culpa de algo (bueno, quizás sí lo
habría hecho, pero jamás lo habría exteriorizado), sin embargo, allí estaba, intranquilo
por si había exagerado en su reacción. Harry sonrió.
—No, creo que ambos sois idiotas, al igual que yo, por estar aquí preocupándome
de vuestras discusiones, cuando soy yo el que debería de estar enfadado. Anda,
vamos a la sala común...
Se levantó, y Ron también.
—Oye, Harry..., siento no habértelo dicho, de verdad, pero es que... —hizo una
pausa, buscando otra disculpa más.
—Da igual —le dijo Harry, sacándole del apuro—. Déjalo.
Harry bajó las escaleras, y Ron le siguió, un tanto rezagado. Cuando entró en la
sala común, vio a Hermione sentada junto al fuego.
—Vaya, ya has bajado —le dijo Harry, acercándose a ella.
—¿Eh? ¡Ah, Harry, eres tú…! Mira, Ginny ha hablado conmigo sobre lo de… Oh
—soltó, al ver a Ron—. Hola, Ron.
Ron se acercó al fuego y se sentó, sin decir nada.
—Mira, Ron, siento haberte dicho lo que...
—Da igual, Hermione, no tienes que disculparte. Es culpa mía —la atajó Ron.
Hermione se quedó boquiabierta.
—¿Qué?
—No puedo obligarte a hacer algo que no quieres hacer. No puedo pretender que
seas una auror, como nosotros, si quieres hacer otra cosa... Sé que un trabajo no es
más importante para ti que nosotros, no quería decir eso. Lo siento.
Hermione miró a Ron, y unas tímidas lágrimas comenzaron a asomar a sus ojos.
—Ron... —murmuró, y se echó a su cuello, sollozando—. Ron, no he dicho que no
vaya a ser una auror... Sabes perfectamente que nada me gustaría más que que
siguiéramos estudiando juntos después de Hogwarts, pero...
—Sí, ya lo sé —la ayudó Ron, sonriéndole al tiempo que ella se apartaba un poco
—: no puedes dejar pasar la oportunidad de hacer aquello que te gusta.
Hermione asintió, limpiándose las lágrimas de los ojos.
—¿Siempre tienes que llorar? —le preguntó Ron, en tono burlón. Ella se rió.
—Algunas personas tenemos sensibilidad, Ron —replicó ella. Ron también se rió,
y Harry supo que todo estaba arreglado. Hermione se separó de Ron y miró hacia
Harry—. Harry..., yo..., bueno, nosotros —rectificó, dirigiéndole una rápida mirada a
Ron—, sentimos no haberte dicho nada en verano. Creo que a ambos se nos pasó.
—Da igual, ya está todo arreglado —dijo Harry, y luego miró hacia la ventana,
donde la lluvia seguía golpeando con fuerza—. Creo que, con este tiempo, es buen
momento para terminar de leer ese estupendo libro sobre los cien mejores buscadores
de la historia del quidditch...
Así pues, se levantó y fue a buscar el libro a su habitación. Cuando bajó, Hermione
estaba explicándole a Ron las nuevas obligaciones y derechos de los prefectos.
Aún estaban así cuando entró Ginny en la sala común, un rato después (con la
diferencia de que Ron y Hermione habían acabado de repasar sus obligaciones y
también leían, Hermione el libro de Transformaciones y Ron el libro de Harry acerca
de los Chudley Cannons, ambos sentados muy juntos). La chica miró la escena y se
sentó al lado de Harry.
—Hola —saludó.
—Hola —respondieron los tres.
—Veo que todo se ha arreglado ya, ¿no? —le susurró a Harry en voz baja.
—Eso parece —respondió Harry.
—Los amigos son importantes —volvió a decir Ginny con una sonrisa.
—Sí, aunque a veces dan muchos quebraderos de cabeza —añadió Harry,
riéndose. Ron y Hermione hicieron como si no hubieran oído nada.

—¿Qué tenemos hoy a primera hora? —le preguntó Ron a Hermione a la mañana
siguiente, durante el desayuno.
—Pociones —respondió ella, mientras repasaba el horario. Ron soltó un gruñido
de disgusto.
—¿Ya tenemos que encontrarnos con los de Slytherin? Qué alegría —dijo
sarcásticamente.
—Es verdad —dijo Harry, acordándose de algo—. ¿Qué van a hacer respecto a
Malfoy y a su ausencia del tren? —le preguntó a Hermione.
—No lo sé. Anthony y yo informamos a la profesora McGonagall, pero no sabemos
qué medidas van a tomar.
—Espero que le quiten su insignia de prefecto —manifestó Ron con regocijo.
—Bueno, vámonos —saltó Hermione—. No podemos llegar tarde a Pociones el
primer día.
Los tres caminaron hacia la mazmorra donde se daba la clase. Cuando llegaron,
Malfoy y los demás Slytherins ya estaban allí. Harry, Ron y Hermione eran los únicos
de Gryffindor que tenían aquella clase. Malfoy los miró con odio, sobre todo a
Hermione.
—¿Qué le has ido diciendo a McGonagall, estúpida sangre sucia? —le espetó—.
Si pretendías que me quitaran la...
—Si vuelves a llamarla de ese modo, Malfoy —susurró Ron amenazadoramente,
sacando la varita—, no vas a contarlo.
—¿Crees que te tengo miedo, Weasley? —escupió Malfoy, agarrando también su
varita. Crabbe y Goyle apretaron los puños.
—¿Quieres que informe de que has insultado a una delegada, Malfoy? —intervino
Hermione con voz autoritaria. Malfoy la miró con asco.
—¿Insultar? «sangre sucia» no es un insulto, Granger, es lo que eres —replicó
Malfoy sin amedrentarse.
—Te lo avisé, gusano —dijo Ron, elevando su varita hacia la cara del slytherin.
—Weasley, ¿qué haces con esa varita? —preguntó Snape, que había llegado sin
que nadie se diera cuenta—. Bájala ahora mismo. Sabes perfectamente que no está
permitido pelearse ni hacer magia por los pasillos. Cinco puntos menos para
Gryffindor.
—¿Qué? —saltó Ron, fulminando a Snape con la mirada. Pero Hermione le hizo
una seña para que se callara.
—Vamos, entrad en clase —ordenó el profesor.
Obedecieron y se sentaron en los bancos que ocupaban siempre. Harry vio cómo
Malfoy miraba disimuladamente a Ron y se reía, motivo por el cual éste estuvo
mascullando hasta que Snape empezó a hablar.
—Como sabéis todos, este año es el último para vosotros en Hogwarts, al menos
para la mayoría, y eso significa que, a final de curso, como ya os habrán dicho,
tendréis los EXTASIS. Para vuestra desgracia, os diré que el EXTASIS de Pociones
no es tan sencillo como el TIMO: en el EXTASIS no tendréis que demostrar que
conocéis las recetas y los efectos de varias pociones, algo que puede hacer cualquier
alcornoque; en el EXTASIS tendréis que demostrar que sabéis combinar los
ingredientes y las pociones para obtener el efecto que os pidan. Algo que, estoy
seguro, no está al alcance de la mitad de vosotros. —Ron y Harry cruzaron una mirada
preocupada—. Por tanto, esta clase no puede ir al ritmo de los más lentos. El que no
espabile puede irse y dedicar el tiempo a contemplar el lago.
»Bien, empecemos. Hoy comenzaremos a ver las propiedades de las plantas más
raras que podéis utilizar para hacer pociones, un tema al que dedicaremos poco
tiempo, pues lo veréis más extendidamente en Herbología. —Hizo un movimiento con
la varita y en la pizarra aparecieron escritos los nombres y las propiedades de varias
plantas, a cuál más complicada—. La primera planta es...
Fue una clase muy aburrida. Tuvieron que copiar más apuntes que en la más dura
clase de Historia de la Magia. Cuando salieron, Ron no paraba de quejarse y de
frotarse el brazo.
—Ha sido la peor clase de Pociones de mi vida —declaró.
—Pues entonces no has sufrido mucho en esta asignatura —repuso Harry,
recordando alguna de sus peores horas con Snape.
—Bueno, pues ha sido la peor clase de mi vida para no ser Harry Potter
—puntualizó Ron, y añadió—: Y encima hemos perdido cinco puntos de Gryffindor, y
Malfoy ninguno...
—Sí, en eso tienes razón —asintió Harry, con rabia—. De todas maneras, no te
quejes. Si hubiera sido hace un año, probablemente habríamos perdido veinte o treinta
puntos y quizás te habrías ganado un castigo.
—Vamos, dejad de quejaros y moveos o llegaremos tarde a clase de
Transformaciones —les dijo Hermione.
Transformaciones estuvo un poco mejor, aunque también fue una clase bastante
teórica: estaban aprendiendo los fundamentos de los hechizos comparecedores
avanzados.
Después de Transformaciones tenían Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¿Qué creéis que nos enseñará este año Dumbledore? —les preguntó Hermione
a Harry y a Ron.
—No lo sé —respondió Ron—. Sólo espero que no sea algo que tengamos que
copiar...
—¿Tú qué crees Harry? —le preguntó Hermione—. ¿Harry?
Pero Harry apenas la escuchaba, porque habían pasado por delante de una
ventana y estaba mirando hacia el exterior, a la cabaña de Hagrid.
—¿Qué pasa? —inquirió Ron, acercándose y observando los terrenos—. No veo
nada raro.
Pero Hermione sí que lo había notado, y dio un grito de alegría.
—¿Me queréis explicar...? —comenzó a decir Ron, impacientándose. Hermione le
interrumpió.
—¿No lo ves, Ron? ¡Sale humo de la chimenea de Hagrid! ¡Ha vuelto!
—¿Eh? ¡Ah, sí, es cierto!
—Genial... —murmuró Harry, contento—. Espero que hoy ya tengamos clase con
él y no con Grubbly-Plank.
—Tenemos que hacerle una visita —añadió Ron—. A ver si nos cuenta todo lo que
pasó en Escocia.
—Sí —afirmó Hermione—. Pero si no nos damos prisa ahora, llegaremos tarde a
clase. Vamos.
Mucho más contentos que a la salida de Pociones, los tres amigos entraron en la
clase y se sentaron. Un minuto después, entró Dumbledore.
—Buenos días —saludó. La clase le devolvió el saludo y prosiguió—: Bueno,
supongo que todos los demás profesores os habrán dado ya la lata con los EXTASIS,
¿verdad? —Se oyeron murmullos de confirmación—. Bien, entonces yo no os diré
mucho. Simplemente que, en Defensa Contra las Artes Oscuras la asignatura de
Teoría de la Magia no es tan importante como en Encantamientos y Transformaciones;
aunque sí tiene alguna relevancia, al fin y al cabo, de lo que aprendáis en esa
asignatura dependerá lo que seréis capaces de hacer con los hechizos que conozcáis,
y eso se aplica a todo tipo de conjuros, incluidos los defensivos.
»Vale, una vez hecha esta pequeña introducción, os explicaré un poco el programa
para este curso: en primer lugar, este primer trimestre veremos algunas de las
maldiciones más potentes que existen y las defensas contra ellas. Aunque ninguna
está calificada como Imperdonable, algunas sin duda merecerían serlo. Algunos de
vosotros ya conocéis alguna, como puede ser, por ejemplo, la Maldición de la Locura.
—Ron y Hermione cruzaron una mirada sombría—. Ésta es una maldición bastante
terrible y difícil de hacer, pero hay otras no menos terribles, como la Maldición de
Desmembramiento o la de Expulsión de Entrañas.
Parvati y Lavender pusieron caras de asco, y Harry, Ron y Hermione, que habían
leído sobre ellas cuando se preparaban el año anterior, volvieron a cruzar otra mirada.
—Sí, comprendo vuestras caras —dijo Dumbledore, mirándoles—. Estas
maldiciones son de lo peor que existe y lo más horrible con lo que podríais toparos,
pero este es el último año, y, por tanto, tendréis que ver lo peor que un mago puede
hacerle a otro. Como comprobaréis, esto no siempre equivale a matar.
Durante el resto de la clase, Dumbledore les explicó, en un tono lúgubre, algunas
de las maldiciones más horribles que existían y algunos casos en donde se habían
empleado. Al terminar la hora, todos estaban horrorizados.
—Sé que esta no ha sido una clase agradable —les dijo Dumbledore para concluir
—, pero, lamentablemente, este tipo de cosas existen, y necesitáis conocerlas, porque
no se puede luchar contra lo que no se conoce. Continuaremos el próximo día.
Dumbledore abandonó del aula, y Harry, Ron y Hermione cogieron sus mochilas.
—Bueno Ron, estarás contento, ¿no? —le dijo Hermione—. No hemos tenido que
copiar nada.
—Creo que habría preferido copiar que oír una descripción de cómo funciona la
Maldición de Desmembramiento —repuso Ron, asqueado.
—Sí, la verdad es que ha sido una clase bastante lúgubre —opinó Harry—. No
parece del estilo de Dumbledore.
—Supongo que nos está preparando para lo peor, ¿no? —dijo Hermione—. Ya le
oísteis: es el último curso, y tenemos que conocer lo más horrible de todo.
—Sí... Bueno, vamos a comer, ¿no? —sugirió Ron—. Me muero de hambre.
—Sí, vamos —asintió Hermione—. Luego tenemos clase con Hagrid.
Entraron en el comedor, y lo primero que hizo Harry fue mirar hacia la mesa de los
profesores. Allí, en su lugar habitual, estaba sentado Hagrid, hablando con la
profesora Grubbly-Plank. Hagrid estaba como siempre y charlaba animadamente, por
lo que debía encontrarse bien. Harry sonrió, contento.
Ron, Hermione y él se acercaron a la mesa de los profesores, y el semigigante, al
verlos, les dirigió una sonrisa radiante.
—¡Hola muchachos!
—Hola, Hagrid —saludó Harry, devolviéndole la sonrisa—. ¿Cómo te encuentras?
¿Qué tal te fue?
—Me encuentro perfectamente —respondió Hagrid, y luego, bajando la voz,
añadió—: Tal vez después de clase podríais hacerme una visita, ¿verdad? Por lo que
sé, tenéis mucho que contarme...
—Y tú a nosotros —añadió Ron.
—Bueno, ya veremos, ya veremos... —respondió Hagrid, poniendo cara de
circunstancias—. Vamos, es mejor que vayáis a comer.
Despidiendo a su amigo con la mano, los tres se sentaron en la mesa de
Gryffindor.
—¿Nos contará lo que le pasó? —les susurró Ron a Harry y a Hermione—. No
parecía muy dispuesto...
—Ya sabes cómo es Hagrid —repuso Harry con una sonrisa que mostraba pillería
—. Al final siempre nos lo acaba contando.
—Sí, tienes razón —dijo Ron, ilusionado.
Nada más terminar de comer, cogieron sus mochilas, subieron a la sala común a
por abrigos, bufandas y guantes y salieron al frío y húmedo día, para acudir a la clase
de Cuidado de Criaturas Mágicas. Deseando estar de nuevo con Hagrid, los tres
amigos llegaron los primeros al lugar cerca de la cabaña donde habitualmente se
reunían para la clase. Sin embargo, para disgusto y sorpresa de los tres, no era Hagrid
quien les esperaba, sino la profesora Grubbly-Plank.
—Buenas tardes —los saludó la profesora.
Harry abrió la boca para preguntar por Hagrid, pero la profesora lo interrumpió.
—No preguntes por Hagrid, Potter, siempre haces lo mismo —dijo, con tono
severo—. Si lo que quieres es saber por qué no está aquí, pregúntaselo a él; pudiste
hacerlo antes en el Gran Comedor.
Harry cerró la boca, y los cuatro esperaron a que llegaran el resto de los alumnos
de Gryffindor y Slytherin. La llegada de éstos últimos volvió a poner a prueba la
paciencia de Harry y de Ron.
—Vaya —les dijo Malfoy a Crabbe y Goyle, pero asegurándose de que Harry, Ron
y Hermione le oyeran. Parecía muy complacido—, pensé que tendríamos que
aguantar al gigantón estúpido, pero parece que finalmente ha vuelto a la única tarea
para la que vale: guardabosques.
Crabbe y Goyle se rieron maliciosamente. Draco sonrió en dirección a Harry, Ron y
Hermione.
Harry y Ron apretaron los puños. Hermione exclamó:
—Cállate, Malfoy. Tú no vales ni para eso.
La sonrisa de Malfoy desapareció de su rostro, y le dirigió a Hermione una mirada
de rabia y desprecio.
—Vamos, atended —pidió la profesora Grubbly-Plank—. En este año del
EXTASIS, veréis las criaturas más fascinantes del mundo mágico, pero también las
más peligrosas, así que más os vale prestar mucha atención. Hoy, como podéis ver en
estas cajas, os he traído varios murciélagos de lava, procedentes de Islandia. ¿Alguien
sabe algo de los murciélagos de lava? —preguntó, y miró a Hemione directamente.
Ésta, obviamente, levantó la mano.
—Los murciélagos de lava viven en los cráteres de los volcanes —explicó
Hermione—. Son criaturas muy difíciles de ver y de atrapar, pues queman fácilmente
todo lo que tocan. Necesitan altas temperaturas para vivir y su principal utilidad es que
son muy buenos para encontrar fuentes de calor, incluso a mucha distancia.
—Correcto. Diez puntos para Gryffindor —dijo la profesora Grubbly-Plank.
Mientras Hermione hablaba, Harry volvió la vista hacia la cabaña de Hagrid, y le
vio viniendo desde el castillo. Hagrid miró hacia ellos, y le hizo un gesto a Harry antes
de entrar en la cabaña.
Harry volvió a dedicar su atención a la clase, y vio que sus compañeros se
acercaban a las cajas con cierto miedo.
—Estas cajas están hechizadas para producir un intenso calor en su interior; de lo
contrario los murciélagos morirían. Lo que tenéis que hacer es coger cada dos o tres
alumnos a un murciélago y rociarlo con aire muy caliente. Supongo que todos seréis
capaces de ejecutar hechizos calentadores... Si le mantenéis caliente, el murciélago
se mostrará tranquilo, pero, si nota frío, intentará huir o incluso atacaros, y puede
provocaros quemaduras serias. ¿Me habéis entendido? Vamos, poneos unos guantes
de piel de dragón y coged uno.
La profesora Grubbly-Plank abrió las cajas con un movimiento de su varita, y
Harry, Ron y Hermione se acercaron para coger un murciélago. Éstos, al notar que la
tapa se había abierto, se apretujaron para sentir más calor. Harry notó al acercarse
que las cajas parecían hornos, del calor que desprendían.
—¿Cómo lo cogemos? —preguntó Hermione, mirando a los murciélagos con
recelo—. No parecen muy deseosos de salir.
—Yo creo que lo mejor sería dejarlos ahí —murmuró Ron.
—Bueno, si no quieren salir, tendremos que sacarlos... —opinó Harry, estirando la
mano hacia los murciélagos. Al instante, uno de ellos empezó a agitarse y se elevó en
el aire, acercándose a Harry.
—Eeh, ¿cómo haces eso? —le preguntó Seamus, asombrado. Él, Dean y Neville
intentaban coger otro de la misma caja.
—Teoría de la Magia —respondió Harry escuetamente, mientras hacía que el
murciélago, que se debatía ferozmente, no escapara de su control. Un momento
después, tanto Ron como Hermione dirigieron hacia él sus varitas y empezaron a
lanzarle chorros de aire muy caliente, y el murciélago se calmó. Harry se puso los
guantes de piel de dragón, procurando no perder la concentración, y luego cogió el
murciélago con las manos, mientras Ron y Hermione seguían calentándolo. Enseguida
notó que, a pesar de lo que protegían los guantes, las manos le sudaban por el calor.
—Bueno, no ha sido tan difícil, ¿verdad? —comentó Ron, mirando al resto de los
alumnos, ninguno de los cuales había conseguido aún coger a un murciélago.
—Vamos, no es tan complicado —los instó la profesora Grubbly-Plank—. ¡Usad la
magia para atraerlos! ¿Veis cómo Potter, Granger y Weasley lo han conseguido? Diez
puntos extra para Gryffindor.
Malfoy, que les ordenaba a Crabbe y a Goyle que cogieran al «bicho», miró a los
tres amigos con mala cara.
—Creo que ahora preferiría que estuviese Hagrid —comentó Ron, y Harry y
Hermione se rieron.
—Que alguien se ponga unos guantes y lo coja un poco —dijo entonces Harry—.
Se me están abrasando las manos.
Fue Ron el que se los puso, y, tras varios minutos, le tocó el turno a Hermione.
Al finalizar la clase, los tres amigos, en vez de dirigirse al castillo, fueron hacia la
cabaña de Hagrid, donde el semigigante los esperaba, mirando por la ventana. Les
abrió la puerta antes de llegar.
—¿Qué, interesantes los murciélagos de lava? —les preguntó con una sonrisa,
mientras se quitaban los abrigos y las bufandas y se sentaban cerca del fuego.
—Un poco —contestó Ron—. Una vez están en la mano, no son tan terribles...
—Sí, son más interesantes cuando hace frío —repuso Hagrid—. Cuando están
calentitos se vuelven muy aburridos. Bueno, supongo que os apetecerá un té,
¿verdad? Lo he estado haciendo mientras os observaba.
—Sería de agradecer tomar algo caliente —dijo Hermione, haciendo que cuatro
tazas y cuatro cucharillas volaran hacia ellos desde uno de los muebles. Hagrid se
quedó tan asombrado al verlo que casi se le cayó la tetera al suelo.
—¿Cómo has hecho eso? —le preguntó a Hermione, con los ojos muy abiertos.
—Tenemos mucho que contarte —respondió Harry, sonriendo, al tiempo que hacía
que el azucarero volara hasta su mano.
—¿Por qué no diste tú la clase, Hagrid? —le preguntó Hermione, mientras él le
servía el té.
—Bueno, era la última clase de la semana y ya que las de ayer y las de por la
mañana las dio la profesora Grubbly-Plank, pensé que sería cortés por mi parte dejarle
dar esta también. Además, tenía que hablar con Dumbledore.
—¿Sobre lo que hiciste en Escocia? —inquirió Ron rápidamente.
—Puede —contestó Hagrid brevemente, mientras se servía té para él y se sentaba
—. Pero contadme vosotros: ¿Qué es todo eso de que los mortífagos secuestraron a
Ginny, y que tuvisteis que luchar contra ellos y contra Quién vosotros sabéis, y que
Henry Dullymer era un mortífago? Y eso de que os atacaron los dementores en el
expreso de Hogwarts... ¡Incluso me pareció entender que un mortífago te había
atacado en casa de tus tíos, Harry! Pero eso es imposible, ¿verdad?
—No, fue cierto —repuso Harry—. Verás...
Entre los tres, fueron contándole a Hagrid todo lo que había pasado desde que él
se había marchado a Escocia, tres meses antes. Cuando Harry explicó todo lo que
Henry Dullymer había hecho, Hagrid no podía creérselo.
—¿De verdad? Pero... ¡Gárgolas galopantes, quién lo hubiera dicho...! Parecía
muy simpático.
—Sí, parecía muy simpático —repitió Harry sombríamente.
—¿Y cómo escapasteis de aquella casa? Sólo sé detalles generales, como que
tuviste que enfrentarte a Quién tú sabes, Harry... ¿Es cierto? ¿Y qué le pasó a Henry?
Al decir esto último, Hermione bajó la cabeza y Harry y Ron la miraron
automáticamente. Ron le puso una mano sobre el hombro derecho.
—¿Qué sucede? ¿He dicho algo malo? —preguntó Hagrid, que no entendía nada,
al ver el comportamiento de los tres.
—Henry..., Henry murió en la batalla —contestó Hermione finalmente, con un hilo
de voz—. Yo..., yo lo maté.
Hagrid profirió un «¡Oh!». Harry miró a Hermione y sintió compasión de ella.
Llevaba semanas sin acordarse de Henry, y de pronto volvía hablar de él.
Harry le contó a Hagrid cómo había muerto Henry, y cómo él se había enfrentado a
Voldemort en solitario; le habló de la llegada de Colagusano y de la providencial ayuda
que le había proporcionado; de cómo le había lanzado una maldición asesina a
Voldemort obligándole a huir; de la búsqueda de Ginny; del hechizo explosivo que
había puesto fin a la batalla y, finalmente, de la muerte de Luna.
—Dios santo... —murmuró Hagrid, mientras su té se derramaba por el suelo, sin
que él pareciera darse cuenta—. Todo eso debió de ser terrible... Y esa chica
asesinada... Ese maldito Lucius Malfoy... —musitó, apretando el puño que le quedaba
libre—. Y hablando de él, ¿qué le pasó? Está en San Mungo, medio loco, ¿no?
—Hermione y yo le lanzamos una Maldición de la Locura cada uno cuando mató a
Luna —explicó Ron.
—Oh... Vaya. No se puede decir que no se lo mereciera, desde luego, pero...
—Hagrid negó con la cabeza—. Y todo eso pasó al día siguiente a que yo me fuera...
Me resulta increíble los horrores que tuvisteis que pasar. Pero lo más increíble de todo
es que lograrais vencer. No se puede negar que estáis muy preparados —comentó,
con la voz repleta de admiración.
Ninguno de los tres dijo nada. Se limitaron a darle algún que otro sorbo a su té.
—Bueno, Harry, ¿y eso de que te atacaron en verano...?
Harry explicó cómo Rodolphus Lestrange se había aparecido en Privet Drive y
cómo Dumbledore le había sacado de allí.
—¿Dices que le prendiste fuego a su túnica con la mano? —le preguntó Hagrid,
más impresionado cada vez.
—Sí, Ron, Hermione y yo desarrollamos por separado ciertos poderes, aunque no
sabemos muy bien por qué. Dumbledore no nos la ha conseguido explicar todavía.
Hagrid asintió, aunque Harry no estuvo muy seguro de que comprendiera.
—Bueno... ¿y ha pasado algo más? Oí no sé qué acerca de tu casa, Ron, pero no
he podido enterarme muy bien aún.
Le contaron lo que les había sucedido a los Longbottom y cómo habían destruido
totalmente La Madriguera, así como el ataque que habían sufrido en el tren de
Hogwarts.
Cuando terminaron, Hagrid apenas daba crédito a lo que oía.
—¿De veras ha pasado todo eso? Por las barbas de Merlín, muchachos, es un
auténtico milagro que sigáis vivos...
—No nos lo tienes que jurar —dijo Harry, sintiéndose un tanto hundido. Por una
parte, se sentía orgulloso por haber superado tantas situaciones adversas, pero, por
otro, el abrumador peso de todo lo que habían pasado se desató sobre él de nuevo. Y
por las expresiones de Ron y Hermione, ellos debían de estar sintiendo algo similar.
También Hagrid debió notarlo, porque añadió:
—Bueno, supongo que ahora querréis saber algo de lo que me pasó a mí...
—Sí, por supuesto —contestaron los tres a un tiempo.
Hagrid suspiró mientras se quedaba pensativo unos momentos.
—Cuando me marché de Hogwarts, aquel día, fui al Ministerio de Magia, donde
debía reunirme con los aurores.
—¿Te dejaron ir con ellos sin más? —interrumpió Ron.
—Claro, ya os dije que Dumbledore me había pedido que fuera con ellos. Él se
encargó de que en el Ministerio no pusieran pegas —explicó—. Bueno, como os iba
diciendo: me reuní con los aurores, que debían de ser unos veinte, y juntos partimos
hacia el norte.
—¿Sólo iban veinte? —se extrañó Hermione—. ¡Qué pocos!
—No podían ir más —dijo Hagrid—. ¿Cuántos aurores crees que hay? Sólo son
unos sesenta, y los demás tenían ya suficiente ocupación. De hecho, considerando lo
que pasó, fueron muchos a Escocia.
—¿Y cómo se tomaron los aurores que tuvieras que ir con ellos? —quiso saber
Ron.
—Algunos no demasiado bien —respondió Hagrid, un tanto dolido—. Creían que
sería más una carga que una ayuda... Pero enseguida les demostré que se
equivocaban. Al fin y al cabo, yo había estado entre ese grupo de gigantes... En
cuanto empecé a hablarles de Golgomath y demás, se callaron.
—Bien hecho —aplaudió Harry—. Y bien, ¿cómo fuisteis hacia allá? ¿En
traslador? ¿Andando? ¿Os aparecisteis?
—En carruajes mágicos —explicó Hagrid—. Podríamos haber ido en un traslador,
sí, pero necesitábamos llevar demasiadas cosas con nosotros, así que usamos
carruajes mágicos, y llegamos a nuestro destino, un valle bastante escondido, en unas
siete horas.
—¿Estaban muy lejos los gigantes de allí? —preguntó Hermione.
—Bueno, el caso es que no sabíamos exactamente donde estaban —contestó
Hagrid—, pero sí conocíamos su ubicación aproximada, y sí, nos quedamos a
bastante distancia, como unos cincuenta kilómetros o así. No queríamos que ni ellos ni
los mortífagos, que seguramente estarían enterados de que íbamos, nos viesen y
conociesen la situación de nuestra base. Imaginaos que por la noche cincuenta o
sesenta gigantes se abalanzaran sobre vuestro campamento...
Harry se estremeció al pensarlo. Los dementores eran más terribles que los
gigantes, pero contra los dementores podía utilizar un patronus, con el que era capaz
de repeler a decenas de ellos. Dudaba que hubiera un arma semejante para
enfrentarse a los gigantes.
—La primera noche —siguió contando Hagrid—. Nos limitamos a preparar el
campamento y a ocultarlo mágicamente, por si nos descubrían, y luego nos
acostamos, ya que todos estábamos bastante cansados por el viaje. A la mañana
siguiente, lo primero fue revisar los mapas de toda la región, donde teníamos
señalados los pueblos y zonas en donde habían sido vistos o donde se sospechaba
que podrían haber actuado. Así logramos hacernos una idea aproximada de donde se
escondían, y yo, recordando el campamento en donde Olympe y yo los habíamos
visto, me pareció encontrar un lugar donde ellos se sentirían cómodos. Así pues, un
grupo de aurores se disfrazaron y se marcharon a vigilar los pueblos de la forma más
discreta posible. Otros esperaron a que anocheciera para ir a comprobar si los
gigantes estaban donde creíamos que estaban.
—¿Y estaban? —preguntó Ron.
—No fueron aquella noche —contó Hagrid—. Aquél fue el día que Quién vosotros
sabéis atacó el Ministerio, y todos, menos los que estaban en los pueblos, nos
quedamos en el campamento, esperando noticias, u órdenes, por si había que
regresar, o cualquier cosa.
—Pero no hubo ninguna comunicación, ¿verdad? —dijo Harry.
—No —confirmó Hagrid—. Nada. Pasamos casi toda la noche en vela. Finalmente,
por la mañana, recibimos un ejemplar de El Profeta y así nos enteramos de que Fudge
había muerto.
»Ante eso, se suspendieron todas las operaciones para ese día, esperando
nuevas órdenes o lo que fuera, pero, como nadie se puso en contacto con nosotros, el
auror que estaba al mando decidió que teníamos que cumplir con nuestra misión, que
para eso habíamos ido allí, así que los encargados de vigilar los pueblos y de intentar
entablar conversación con los magos que viviesen por la zona volvieron a su misión, y
otro grupo, al que me uní, marchó a comprobar si los gigantes estaban donde
creíamos que estaban.
—¿Lo estaban? —volvió a preguntar Ron.
—Muy cerca —respondió Hagrid—. Habían construido el campamento en las
laderas de una montaña bastante alta, en un lugar un tanto inaccesible, por donde
bajaba una especie de río. Enseguida me percaté de que el campamento era mucho
más pequeño que el que había visto la otra vez, y también de que los gigantes solos
jamás lo podrían haber construido.
—Los mortífagos les ayudaron —dijo Harry.
—Eso supusimos —respondió Hagrid—. Así que no nos acercamos, por si habían
instalado algún sistema de protección o de alarma.
—Pero los aurores tienen que tener métodos para detectar ese tipo de trampas y
de encantamientos, ¿no? —razonó Hermione.
—Sí, pero en esos momentos no pretendíamos acercarnos, sólo saber dónde
estaban situados, y no nos interesaba hacer nada que pudiera delatarnos.
—¿Por qué no? La noticia de que habíais sido enviados allí salió en El Profeta, así
que ya debían de saberlo. ¿Qué más daba que os vieran? —preguntó Ron.
—No daba igual, Ron —replicó Hagrid—. Una cosa es que supieran que
estábamos allí, y otra que supieran que ya sabíamos donde estaba su campamento.
Era esencial que tuvieran la menor idea posible acerca de lo que ya sabíamos, porque
eso nos daba ventaja. Si ellos pensaban que ignorábamos dónde se escondían,
actuarían más libremente, pudiendo averiguar más fácilmente lo que pretendían.
—¿Y qué pretendían? —preguntó Ron.
—Pues tardamos mucho en averiguar eso —contestó Hagrid—. El trabajo de los
aurores es efectivo, pero muchas veces es lento e incluso desesperante. Nos
pasamos muchos días así, donde varios aurores se turnaban para vigilar el
campamento de los gigantes, usando una capa invisible. Los primeros días se
dedicaron casi en exclusiva a buscar sitios de observación buenos y seguros.
—Y los que estaban en los pueblos, ¿qué hacían mientras tanto? —inquirió
Hermione.
—Vigilar, ya os lo dije —respondió Hagrid—. Y no lo hicieron en vano. Una
semana después de estar allí, uno de los aurores vio a Macnair y a otro mago,
seguramente un mortífago también, por allí.
—¿Macnair otra vez? —dijo Harry—. Vaya, parece que tiene afinidad con los
gigantes.
—Eso creemos —dijo Hagrid—. Suponemos que Quién vosotros sabéis le ordenó
encargarse de los tratos con los gigantes, al fin y al cabo, Golgomath y él se conocían
y se caían bien.
—Pero Macnair no reconoció al auror, ¿verdad? —preguntó Hermione.
—Por supuesto que no —corroboró Hagrid—. Los aurores saben esconderse muy
bien si es necesario. Si ellos no quieren, resulta difícil verles.
—¿Y qué hacía Macnair en un pueblo muggle? —preguntó Harry con curiosidad.
—Suponemos que allí obtenía ciertas provisiones para él y los demás mortífagos
—contestó Hagrid—. Dudo mucho que comiera lo mismo que los gigantes. Además,
así podía estar al tanto de los rumores y las noticias que corrían entre los muggles, y
enterarse de si habían aparecido extraños o si había pasado algo raro.
—Buscaba pistas sobre vosotros —compendió Hermione.
—Sí —afirmó Hagrid—. Pero, como os dije, no es fácil descubrir a un buen auror.
Les lleva su tiempo integrarse, pero una vez lo han conseguido, son muy difíciles de
distinguir. Y, por otro lado, los mortífagos tampoco podían ir preguntando y
apareciendo por el pueblo, porque entonces nosotros les descubriríamos, así que se
veían obligados a mantener el secreto.
—Pero ¿no os enviaron allí precisamente porque no mantenían el secreto?
¿Porque los gigantes habían matado a gente? —recordó Harry, extrañado.
—Sí, pero eso fue antes del ataque al Ministerio. A partir de ahí, volvieron al
secretismo. Durante todo este tiempo hemos buscado conocer los planes de Quién
vosotros sabéis para con los gigantes, y lo descubrimos hace no mucho tiempo.
—¿Qué planes tiene, Hagrid? —lo interrogó Ron con apremio.
—Ninguno —contestó Hagrid con voz apenada—. Ningún plan. Todos estos
meses hicimos poco más que perder el tiempo. Toda la espera, las investigaciones,
las luchas y las muertes no valieron prácticamente para nada.
—¿Ningún plan? —repitió Hermione, totalmente sorprendida—. Pero, no puede
ser... Es decir, para algo los habrá traído, ¿no?
—Sí... Él los quiere de su parte, claro, por si los necesita, pero no para usarlos
activamente. No va a utilizar a los gigantes para, por ejemplo, atacar el Ministerio de
Magia, porque no los necesita para eso. Puede hacerlo él perfectamente.
—¿Entonces? —se preguntó Harry—. ¿Para qué...?
—Como distracción —respondió Hagrid—. Sólo los quiere como distracción,
cuando le conviene, como durante el ataque al Ministerio.
—¿Sólo como distracción? —exclamó Harry, muy sorprendido—. ¿Quiere un
ejército de gigantes sólo como distracción?
—Sí... —musitó Hagrid tristemente—. En realidad, Quién vosotros sabéis no valora
a los gigantes, ni los respeta. Los considera vasallos, poco más que esclavos que
hacen lo que él quiere por un poco de magia. Él los tiene engañados, creen que
conseguirán derechos y libertades, pero sólo son apariencias. Los gigantes no..., eh...,
no son muy listos —aclaró Hagrid con cierta timidez.
—No digas eso, Hagrid —repuso Hermione—. Es Voldemort, engañaría a
cualquiera que no le conozca bien...
—¿Y tú cómo te enteraste de todo eso? —quiso saber Ron.
—Porque hablé con algunos, Ron. ¿No recuerdas mi misión? Tenía que impedir
una batalla fuera como fuese... Intenté hablar con algunos de los gigantes que me
recordaban de cuando los visité la otra vez...
—¿Y no te colgaron por los pies en esta ocasión? —le preguntó Ron.
—No, porque hablé con algunos muy escogidos. Pasamos semanas antes de
hablar con alguno. Los estuvimos observando para saber más o menos cuáles serían
más accesibles.
—¿Cuántos había en total? —inquirió Harry.
—Cuarenta y ocho.
—¿Sólo? —se extrañó Hermione—. La otra vez dijiste que había sobre ochenta...
—Sí, pero recuerda que cuando Golgomath se convirtió en Gurg murieron algunos,
a otros los mataron después, otros más cuando vinieron aquí, y luego están esos que
habitan en el bosque, que desertaron. Sólo quedaban cuarenta y ocho del grupo
principal.
—Oh... —se lamentó Hermione.
—Y ahora ya son menos, porque algunos murieron en las escaramuzas..., al igual
que algunos de los aurores que fueron allá. Los únicos que no sufrieron pérdidas
fueron los mortífagos.
—Entonces al final hubo batallas —dijo Ron.
—Sí, sí las hubo —contestó Hagrid, con pesar—. A principios de agosto empecé a
tener conversaciones con un par de gigantes del campamento que no estaban muy
contentos con los tratos que Golgomath tenía con los mortífagos. Pero era muy
arriesgado, porque Golgomath vigilaba a todos los gigantes muy de cerca, y los
mortífagos lo mismo. Podíamos vernos muy pocas veces. Sin embargo, empecé a
contarles la verdad sobre las pretensiones de Quién vosotros sabéis, y ellos
empezaron a poner el campamento contra los mortífagos.
—¿Cómo supisteis lo que pretendía Voldemort? —se interesó Harry.
—Porque los aurores capturaron a uno de los mortífagos que estaban con Macnair
—explicó Hagrid—. Uno al que no conocíamos; era extranjero. Alemán. Era muy
joven...
Harry, Ron y Hermione se miraron entre ellos.
—Debía de ser otro de los que reclutó Dullymer —opinó Ron.
—Bueno, el asunto es que los aurores lo interrogaron en nuestro campamento
durante dos semanas, y fuimos enterándonos de todo lo que sabía, que, por
desgracia, no era mucho. Macnair es el único que estaba al tanto de todo, pero a él no
pudimos capturarle.
—¿No hicieron nada los mortífagos cuando capturasteis a ese?
—No, no al principio —contestó Hagrid—. Pero luego debieron de darse cuenta de
que algo raro ocurría, porque desde nuestras posiciones de observación apreciamos
que Golgomath empezaba a ser más exigente con los mortífagos.
—¿Se rebelaron contra ellos? ¿Van a unirse a nosotros? —preguntó Ron,
emocionado.
—Eso creímos durante un tiempo —respondió Hagrid con tristeza—. Pero
entonces el alemán que habíamos capturado huyó, y los mortífagos nos hicieron una
mala jugada.
—¿Qué jugada? —quiso saber Harry.
—El mortífago debió de contarle a Macnair y a los demás lo que le habían estado
sonsacando, y nos preparó una trampa, aunque demasiado tarde. El mortífago debía
de saber qué gigantes hablaban conmigo, y, en la siguiente ocasión, Macnair, otro
mortífago y dos gigantes más aparecieron. Conmigo sólo había ido un auror, y nos
preparamos para la lucha. Sin embargo, los dos gigantes con los que nos habíamos
estado relacionando se mostraron favorables a nosotros, y los que habían venido con
Macnair dudaban.
—Pero eso es bueno, ¿no? —dijo Harry.
—Espera a que termine —replicó Hagrid—. Al notar aquello, Macnair sonrió, y él y
el otro mortífago mataron a los cuatro gigantes a traición.
—¡¿Que hicieron qué?! —exclamó Ron.
—Lo que oyes. Entonces, el auror y yo sacamos las varitas para enfrentarnos a
ellos, pero Macnair lo tenía todo planeado, y él y el mortífago que lo acompañaba
guardaron las suyas y echaron a correr. Comenzamos a perseguirlos, y entonces nos
dimos cuenta de cuál era la trampa: nos encontramos con Golgomath y otros cuatro
gigantes. Macnair les contó que nosotros habíamos engañado a los otros y les
habíamos matado, y que eso era lo que queríamos, como había pretendido siempre el
Ministerio de Magia. Yo intenté explicar que no, que era mentira, pero no fue posible:
Golgomath no quiso escucharnos y me golpeó. Se abalanzaron sobre nosotros y casi
nos matan. Apenas pudimos defendernos. Entonces, afortunadamente, el resto de los
aurores aparecieron y nos ayudaron. La batalla fue horrible, porque llegaron más
gigantes. Los aurores tuvieron que matar a dos... Macnair y el mortífago, satisfechos,
escaparon. Nosotros conseguimos huir, afortunadamente, pero nuestra oportunidad se
había perdido. Macnair se encargó de hacerles ver que nosotros éramos los
enemigos, y que, si querían vivir, tenían que confiar en ellos y en Quién vosotros
sabéis, y que sólo si él lograba tomar el poder podrían los gigantes ser libres.
Harry se sintió decepcionado. De nuevo no se había logrado nada con los
gigantes.
—¿Cómo supisteis que Macnair hizo eso? ¿Seguisteis observándolos?
—Sí, claro... Algunos de los aurores siguen allí, vigilando para que los gigantes no
hagan alguna cosa grave.
—¿Te hirieron mucho, Hagrid? —preguntó Hermione, preocupada.
—Bueno, no demasiado. Me rompieron un brazo y me hicieron bastantes
magulladuras, pero nada más. Después de aquello, estaba claro que lo que me había
llevado allí ya no tenía sentido, y volví. He vuelto a fracasar en la misión que
Dumbledore me encomendó —se lamentó Hagrid, muy triste y decepcionado consigo
mismo.
—No te culpes, Hagrid —le dijo Hermione, poniéndole una mano sobre uno de sus
enormes brazos—. Hiciste todo lo que pudiste. De hecho, me sorprende que
consiguierais casi convencerlos... Tú no tienes la culpa de lo que hizo Macnair.
—Sí, Hermione tiene razón —añadió Ron antes de que Hagrid tuviera tiempo para
replicar—. Algún día los gigantes se darán cuenta de lo que realmente pretende
Voldemort, y entonces recordarán lo que les dijiste, ya lo verás.
—No sé... —musitó Hagrid, muy inseguro—. Me pareció que estaban muy enfados
con nosotros, que nos odiaban...
—Eso es lógico, teniendo en cuenta lo que creen que pasó —dijo Hermione—.
Pero algún día se enterarán de la verdad. Vamos, anímate... Al fin y al cabo, las cosas
no están peor que antes, ¿no? Y por lo menos ahora ya sabemos qué pretende
Voldemort con los gigantes. Eso es un avance.
—Sí, supongo que tienes razón... —concedió Hagrid, meditando las palabras de
Hermione.
—Claro que sí —intervino Harry—. Estoy seguro de que Dumbledore no cree que
hayas fracasado, ¿verdad?
—No, no lo cree... Me dijo que, dadas las circunstancias, estaba bastante
satisfecho.
—¿Lo ves? —dijo Ron, sonriendo—. Anda, cuéntanos: ¿es divertido ser auror?
¿Es interesante? Es que Harry y yo, y bueno, a lo mejor también Hermione —añadió,
dirigiéndole una rápida mirada a la muchacha—, nos estamos planteando estudiar
para aurores...
—Humm, no creo que pueda considerarse divertido —contestó Hagrid con
seriedad—. Pero sí que es interesante. Como ya os dije, saben hacer las cosas.
Saben observar, preparar defensas, ataques, estudiar al enemigo... y, desde luego,
conocen mucha magia. Yo jamás había visto sacarle información a alguien cómo lo
hicieron ellos con el mortífago al que capturamos.
—¿Mucha magia interesante, dices? —preguntó Hermione con evidentes señas de
interés en la voz.
—Sí, bastante... Métodos de ocultamiento, transformaciones complejas, escucha a
distancia, visión en la oscuridad... Ese tipo de cosas.
—Transformaciones complejas... —repitió Hermione pensativamente. Ron la miró
con una ligera sonrisa.
—Sí —asintió Hagrid—. Cuando los aurores se retiran, si lo hacen antes de
tiempo, pueden trabajar en casi cualquier cosa con un mínimo de preparación —les
explicó—. Por ejemplo: la mayoría de las heridas y el brazo me lo curaron ellos,
aunque después me hicieran una revisión en San Mungo... —Hagrid se quedó
pensativo un rato, y luego se levantó y recogió las vacías tazas de té—. Así que
queréis ser aurores, ¿eh? —comentó—. ¿Es que no habéis tenido suficientes
enfrentamientos con las fuerzas oscuras que queréis seguir cuando salgáis del
colegio?
—Bueno, es lo que hemos hecho siempre, ¿no? —repuso Harry, encogiéndose de
hombros—. Es lo que mejor se nos da, aparte del quidditch.
—Aparte de todo, en el caso de Hermione —añadió Hagrid, y la chica se sonrojó
ligeramente.
—Esto..., deberíamos volver al castillo —sugirió ella, incorporándose—. Pronto
será hora de cenar, y no se permite a nadie estar en los terrenos en cuanto empieza a
anochecer.
—Ya lo sé, Hermione, pero aún son las cinco y media. Falta al menos una hora y
media para que anochezca.
—Hermione tiene razón —la apoyó Hagrid—. Es mejor que regreséis al castillo. A
no ser que queráis venir conmigo a ver a Grawp...
—¿Eh? Esto... bueno, tal vez tengas razón, Hermione. Aún es temprano para
cenar, pero podríamos... hacer los deberes, sí.
—¿Deberes? —repitió Hagrid, riéndose—. Pero si es el primer día de clase...
—Pero este es el año de los EXTASIS, Hagrid —repuso Ron con un tono
excesivamente responsable para él.
—Sí, bueno... Nos veremos a la hora de cenar, entonces —los despidió Hagrid, y
les abrió la puerta para que salieran.
Los tres le dijeron «hasta luego» y, poniéndose las bufandas para evitar el frío, que
parecía aumentar al tiempo que se acercaba la noche, se encaminaron al castillo con
paso rápido.
—Muy buen intento el de antes, Ron —dijo Hermione cuando se hubieron alejado
algo de la cabaña de Hagrid.
Ron la miró y se limitó a sonreír.
15

Información Inesperada

Por la noche, tras la cena, la lluvia volvió a azotar el castillo con fuerza, y el tiempo
parecía no tener intención de mejorar en el futuro próximo. Harry, Ron y Hermione se
habían sentado junto al fuego al volver a la sala común, y Ginny y Neville se les
unieron. Los tres los pusieron a ambos al corriente de lo que le había pasado a Hagrid,
y estuvieron hablando de ello hasta bastante tarde. Eran más de las once cuando
Ginny se retiró a dormir, y Neville lo hizo unos minutos después, dejando a Harry, Ron
y Hermione solos, sumidos en un silencio que duró un buen rato.
—¿Sabéis? —les dijo Ron, apartando los ojos del fuego y dirigiéndolos hacia sus
dos amigos—. Aún me sorprende eso de que Voldemort tenga un ejército de gigantes
y no los quiera más que como distracción.
—Sí, a mí también me sorprende un poco —reconoció Harry—. Recuerdo que la
noche en que volvió dijo que llamaría a los gigantes desterrados, y que todos sus
devotos vasallos volverían a él, y que tendría un ejército de criaturas a quienes todos
temían...
—Los gigantes son muy grandes y no tienen poderes mágicos —dijo Hermione—.
Supongo que sólo son útiles en casos muy concretos.
—Sí, eso también —dijo Harry, asintiendo—. Pero lo peor es que no los necesita
para sus planes como los necesitaba antes. Ahora no necesita nada —añadió
distraídamente—. Ahora es más grande y terrible que nunca...
—No pienses en eso ahora —le pidió Ron, poniendo mala cara—. He estado
pensando... ¿Qué vamos a hacer este año con el ED? ¿Vamos a continuar?
Harry le miró y luego dirigió la vista hacia Hermione, que se encogió de hombros.
—Podríamos volver a hacerlo, ¿no? El año pasado nos dio muy buenos resultados
—opinó Hermione—. Podríamos preguntarles a los demás, a ver qué piensan.
—Sí, yo he estado pensando en que podríamos aprender a curarnos mejor. El
curso pasado nos fue muy útil —sugirió Ron.
—Tienes razón, y, además, podríamos practicar la defensa contra las maldiciones
que vamos a ver en Defensa Contra las Artes Oscuras —agregó Hermione.
Harry les miró, sin saber si aquella conversación era casual o la habían planeado.
—¿Habéis estado hablando del ED?
—No —respondieron los dos al mismo tiempo—. Yo, de hecho, ni había pensado
en ello —declaró Hermione.
—Bueno, por mí no hay problema. Este fin de semana hablaremos con los demás,
entonces, a ver qué opinan. Ahora será mejor que nos vayamos a acostar.
—Los demás estarán entusiasmados, ya lo verás —aseguró Ron—. Recuerda que
nos lo pasamos muy bien, aparte de aprender mucho.
Ron tenía razón. Durante todo el sábado estuvieron hablando con los miembros
del ED de Gryffindor que quedaban: Dean, Seamus, Parvati, Lavender, los hermanos
Creevey y Ginny. Todos ellos se mostraron deseosos de reanudar las clases, sobre
todo después de lo sucedido a finales del curso anterior. Hermione, por su parte, habló
con Anthony Goldstein, Padma Patil y Terry Boot, los únicos miembros de Ravenclaw
que quedaban; Ron se lo dijo a Ernie Mcmillan, Hannah Abbot, Susan Bones y Justin
Finch-Fletchley. Todos ellos manifestaron su deseo de continuar con el grupo.
—¿Se lo puedo decir a Sarah, verdad? —le preguntó Neville a Harry antes de la
cena.
—Por supuesto que sí —contestó Harry—. Creí que ya se lo habrías dicho... Ella
era miembro el año pasado.
Neville sonrió, contento.
—Bueno, y ¿para cuándo vamos a fijar las reuniones? —preguntó Ron.
—Creo que lo mejor sería las noches de los miércoles, como el año pasado, ¿no?
—propuso Hermione.
—Sí, los miércoles está bien, si nadie tiene impedimentos... —asintió Harry—.
Siendo así, ya podríamos celebrar esta semana la primera reunión.
—Bien, pues sólo hay que decírselo a los demás por si alguien no puede —dijo
Hermione—. ¿Cuándo empiezan los entrenamientos de quidditch? —les preguntó a
ambos.
—Después del próximo viernes —respondió Harry—. En cuanto tengamos nueva
cazadora... Bueno, en realidad ya tenemos una, Anna Snowblack, la suplente del año
pasado, pero tal vez haya alguien mejor. Y esto me recuerda que aún no hemos
registrado nuestras escobas, Ron —añadió—. Podemos hacerlo mañana.
—Sí, y así podríamos volar un poco —aceptó Ron, entusiasmado—. Ya tengo
ganas...
—Bueno, yo me voy a dormir —anunció Hermione, levantándose—. ¿Y vosotros?
—También —contestaron los dos.
Al día siguiente, Harry, Ron y Ginny, acompañados por Hermione, acudieron junto
a la señora Hooch para registrar sus escobas y poder volar con ellas. Sin embargo, los
planes de Ron de volar un rato se quedaron en simples deseos, pues el tiempo seguía
igual de rudo. Por tanto, regresaron con las escobas al hombro a la sala común, que,
debido al tiempo, se encontraba llena de estudiantes ociosos que mataban el tiempo
con las más diversas actividades.
La lluvia no amainó el lunes, ni tampoco el martes. Harry empezó a preocuparse
por si no podían celebrar las pruebas para el equipo el viernes. Mientras tanto, las
clases empezaban a hacerse más duras, y los profesores comenzaron ya a agobiarlos
con deberes. El lunes, Snape les mandó hacer, para el viernes siguiente, un
extensísimo trabajo sobre plantas de efectos relajantes y sus principales usos.
También en Transformaciones McGonagall había entrado de lleno en los hechizos
comparecedores avanzados, y cada día tenían que practicar los conjuros. Al menos
tenían el consuelo de que ni Dumbledore ni Flammingan les estaban mandando
deberes. Dumbledore seguía con las peores maldiciones y su defensa contra ellas, y
en la clase del martes volvió a dejar helados a todos con la descripción de nuevas y
terroríficas maldiciones; en Teoría de la Magia, por su parte, estaban aprendiendo a
ejecutar todo tipo de hechizos sin pronunciar las palabras, y, aunque mandaba
practicar fuera de clase e incluso en las demás clases, Harry, Ron y Hermione no
tenían necesidad de ello, pues era algo que se les daba bastante bien, sobre todo a
Harry.
Para alegría de Harry y Ron, el miércoles, mientras se dirigían a la reunión del ED
que habían programado para las ocho, notaron que la lluvia había cesado y que en
algunas zonas del cielo se veían las estrellas.
—Espero que vuelva el buen tiempo de nuevo —dijo Ron con anhelo, mientras
paseaban por el séptimo piso, esperando la aparición de la Sala de los Menesteres.
—Concéntrate en lo que necesitamos, Ron —lo reprendió Hermione.
—Sí, ya...
A la tercera vez que pasaron por delante, la puerta se materializó, y Harry la abrió
para poder entrar.
La sala estaba igual que en años anteriores, con sus estanterías repletas de libros
sobre defensa mágica, sus detectores de tenebrismo y sus cojines mullidos,
estupendos para las prácticas donde alguien tenía que caer al suelo.
Cinco minutos después de ellos, llegaron los demás miembros del ED. Todos
fueron sentándose a lo largo y ancho del aula, y Harry se fijó en lo mucho que había
disminuido el grupo desde su primera reunión, dos años antes.
—Bueno, veo que ya somos sólo unos pocos —comentó, mirándolos a todos—.
Este año faltan Cho, Marietta, Michael, Zacharias y Katie, que terminaron el año
pasado, y también Henry y Luna, que están..., bueno, que fallecieron —terminó, con la
voz acongojada. Vio cómo Sarah desviaba instantáneamente su mirada hacia el suelo,
y cómo Ginny y algunas chicas más se encogían y ponían una expresión triste—. Pero
—prosiguió, intentando que su voz sonara firme— los que estamos aquí debemos
seguir, porque la amenaza del exterior, como comprobamos hace una semana, aún no
ha pasado.
»Todos hemos aprendido y mejorado mucho en defensa desde que empezamos
estas reuniones, y este curso, que para la mayoría es el último, intentaremos aprender
lo más difícil y lo más útil. El curso que viene, seréis los que permanezcáis aquí los
que decidiréis si continuar con esto y añadir a alguien más, o, por el contrario, dejarlo
—dijo, mirando directamente a Ginny, que le devolvió la mirada, donde aún se veía
cierta congoja—. Algunos hemos pensado que lo más útil que podríamos ver ahora es
la curación mágica. El año pasado, durante la batalla que sostuvimos contra los
mortífagos, nos fue muy útil, a pesar de sólo saber cosas rudimentarias. Este año nos
hemos propuesto aprender en serio. ¿Qué os parece?
—Magnífico —respondió Anthony Goldstein—. Yo quiero ser sanador, así que me
va de maravilla.
—De acuerdo —dijo Harry—. Entonces ya podríamos empezar hoy con lo más
básico, ¿no?
Todos asintieron, y Harry, Ron, Hermione, Ginny y Neville se convirtieron en
maestros por una hora, intentando enseñar a los demás lo que sabían sobre curación
mágica. Aunque no avanzaron mucho, pues la materia era compleja y los alumnos
más jóvenes (como Dennis Creevey) tenían bastantes dificultades, al dar por finalizada
la reunión Harry estaba bastante satisfecho.
—Bueno, salvo novedad, nos veremos aquí el próximo miércoles, ¿de acuerdo?
Todos asintieron entusiasmados mientras salían del aula. Al final, sólo quedaron
Harry, Ron, Hermione, Ginny, Neville y Sarah.
—Ha estado muy bien, Harry —comentó Sarah—. Pero es muy difícil esto de
curar...
—Bueno, a nosotros nos llevó también bastante tiempo aprender lo poco que
sabemos, así que no te preocupes —repuso Harry.
—En fin, ya es tarde y debería estar en mi sala común —dijo la chica, mirando la
hora—. No quiero dar ningún motivo a Malfoy o a Parkinson para que me pongan un
castigo —añadió con una mueca de desagrado.
—Te acompaño hasta el vestíbulo —se ofreció Neville. Ella le sonrió, y le dio las
gracias; ambos salieron del aula.
—Bueno, vámonos nosotros también, ¿no? —sugirió Hermione—. Ya es tarde.
—Sí, vamos... —asintió Harry, caminando hacia la puerta.
Mientas bajaban las escaleras y se dirigían a la sala común, Hermione miró a
Harry.
—¿Sabes, Harry? —le dijo, con un asomo de sonrisa. Harry la miró
interrogativamente—. Dumbledore tiene razón. Tienes dotes de liderazgo.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó Harry, extrañado por el comentario.
—Por cómo hablaste antes en la reunión —contestó Hermione—. Estuviste muy
bien.
—Sí, a mí me recordaste al profesor Dumbledore cuando habla —añadió Ginny.
—No sé... No me había fijado —dijo Harry, sintiéndose halagado e incómodo a la
vez.
—Pues se nota mucho, compañero —terció Ron—. Esta intervención fue muy
distinta de la que hiciste la primera vez que se reunió el ED.
—Bueno —dijo Harry con un tono algo sombrío—, todo es muy distinto a entonces,
¿no crees?
Ron se limitó a devolverle la mirada a Harry, sin responder. Tampoco ninguna de
las chicas dijo nada, e hicieron el resto del camino a la sala común en silencio.
* * *

Lo primero que hicieron Harry y Ron el viernes, tras levantarse, fue mirar por la
ventana a ver qué tiempo hacía. A pesar de que no calentaba el Sol, tuvieron la alegría
de ver que no llovía y que todo estaba seco.
—Parecéis muy contentos —les dijo Hermione a ambos cuando se encontraron
con ella en la sala común, par ir a desayunar—. ¿Qué os pasa?
—Hace buen tiempo —explicó Ron—. Podremos tener las pruebas para el equipo
en unas condiciones decentes.
—Ah, eso —dijo Hermione con indiferencia, como si hubiese esperado oír algo
mucho más trascendental.
Sin embargo, para Harry y Ron sí era importante. Ambos estaban deseando volver
a jugar al quidditch y subirse a una escoba, ya que no habían podido volar el domingo
anterior. Esperaban con ansia el momento de disfrutar de lo mejor que Hogwarts tenía
para ellos, y poder olvidarse así durante unas horas de todo lo que esperaba fuera de
los relativamente seguros terrenos del colegio. La mañana se les pasó lentamente,
sobre todo por el hecho de que comenzaban con una clase doble de Pociones. Ya
antes de comenzar la clase, Malfoy empezó a burlarse de ellos.
—¿Qué tal, Potter? —preguntó con sonrisa maliciosa a la entrada del aula,
mientras Crabbe y Goyle, detrás de él, sonreían también—. ¿Deseando incorporar un
poco más de basura al mugriento equipo de Gryffindor? —Miró a Ron y su sonrisa se
ensanchó—. Claro que no sé cómo podrías empeorar el equipo, teniendo ya a todos
los Weasley en él… Quizás si metieras a un sangre sucia… ¿Qué, Granger, te
animas?
Ron le dirigió una mirada furibunda, y Hermione, intuyendo lo que se avecinaba, le
sujetó y lo obligó a mirarla.
—No le hagas caso, Ron —le dijo suavemente, mientras entraban en el aula.
—¿Por qué me has cogido? —le preguntó Ron mientras se sentaban, dirigiendo
una furiosa y fugaz mirada hacia Malfoy—. No iba a pegarle.
—Ya sé que no ibas a pegarle —repuso Hermione con seriedad—. Ibas a hacerle
algo como lo del hospital, ¿verdad? Usar tus poderes contra él.
—Se lo merecía —se limitó a contestar Ron para defenderse.
—Ya lo sé, pero recuerda lo que nos dijo tu padre: tenemos que tener cuidado con
él…
—Y yo ya le dije que no le tenía miedo. ¿Acaso crees que no puedo vencer a
Malfoy? —le preguntó con tono desafiante.
—Estoy totalmente segura de que puedes vencerle, Ron —declaró Hermione con
total tranquilidad—. Y por eso mismo te sujeté: lo que él quería era que tú o Harry le
hicieseis algo, para que Snape os castigara y no pudierais asistir a las pruebas del
equipo.
Ron se quedó boquiabierto mirando a Hermione, sin saber qué decir ante tal
razonamiento, y también Harry miró a su amiga.
—¿Cuándo piensas todo eso? —le preguntó.
—¡Oh, vamos, Harry! —exclamó Hermione—. Ya conocemos a Malfoy de sobra,
¿no crees?
Harry iba a contestar que sí, pero que aún así a él no se le había ocurrido todo
aquello, y menos mientras Malfoy lo insultaba, pero se tragó las palabras, porque en
ese momento Snape entró en el aula, mandando callar a la silenciosa clase y
comenzando a explicar el tipo de poción que tendrían que desarrollar durante toda la
semana siguiente.
El resto de las clases de la mañana, aunque interesantes, pasaron muy despacio
para Harry y Ron. Ambos comieron como bestias, e incluso les hubiera gustado no
tener la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Ya habían terminado con los
murciélagos de lava, y Hagrid les había llevado la clase anterior, por primera vez, unas
crías de caballos Abraxan, que, pese a tener sólo un par de meses, eran inmensos y
muy difíciles de manejara para alguien que no midiera tres metros.
Cuando la clase terminó, los tres se despidieron de Hagrid y se dirigieron
rápidamente a la sala común para cambiarse y coger las escobas.
—¿Vas a venir a vernos, Hermione? —le preguntó Ron cuando él y Harry hubieron
bajado de los dormitorios, escobas en mano.
Hermione lanzó una mirada a su diccionario de runas, y luego les miró, dubitativa.
—No sé… Debería comenzar con una larga traducción para runas antiguas…
—¡Oh, vamos Hermione! —exclamó Ron, exasperado—. Tienes todo el fin de
semana para hacerla, vente con nosotros, vamos, te divertirás.
—Ron, no sólo tengo deberes de Runas Antiguas. Por si no lo sabes, también
tengo que hacer un trabajo para Aritmancia, y eso sin contar el ensayo de Herbología,
los deberes de Transformaciones y Encantamientos, las prácticas de Teoría de la
Magia, la investigación sobre maldiciones para Defensa Contra las Artes Oscuras y el
trabajo de Pociones. ¡Ah!, y la visita a las cocinas que tenemos que hacer, por
supuesto —añadió.
—Hermione, nos agobias —se quejó Harry, asustado ante como sonaba todo lo
que Hermione había dicho—. Vamos, vente un rato. No creo que lleve demasiado
tiempo…
—Bueno, está bien, iré —cedió Hermione a regañadientes—. Pero si no acabáis
antes, a la siete menos cuarto estaré cenando. Quiero empezar hoy la traducción
rúnica. Y llevaré un libro.
—Vale, vale —concedió Ron—. Vamos.
Fueron hasta el campo de quidditch y Harry abrió los vestuarios. Cogieron el
equipo de quidditch y, mientras esperaban, Harry y Ron se dedicaron a volar un rato,
para calentar, mientras Hermione los miraba desde las gradas.
Harry aceleró al máximo su Saeta de Fuego, dando unos cuantos virajes bastante
bruscos, sintiendo el viento golpear contra su cara. Sólo entonces comprendió
realmente lo mucho que había echado en falta esa sensación.
Un rato después, llegó el resto del equipo: Sloper, Kirke, Ginny, Sheldon y Anna
Snowblack. Harry y Ron descendieron.
—Anna, si no encontramos a nadie mejor, tú serás la tercera cazadora —le dijo
Harry—. Ya estabas en el equipo el año pasado, y espero que lo consigas, pero si
aparece alguien mejor, como comprenderás, tendré que darle el puesto. Suerte.
—Sí, claro —aceptó la chica, mostrándose de acuerdo—. Gracias.
Comenzaron a llegar los candidatos. La mayoría eran de segundo o de tercer año.
Sólo vinieron nueve. Entre ellos, Harry se asombró al ver a Dennis Creevey, el único.
—¿Dennis? —inquirió Harry, extrañado—. ¿Por qué no te presentaste el año
pasado? Había más puestos libres.
—Porque no tenía una escoba decente —respondió el chico, mostrando su
Nimbus 2001 con orgullo—. Pero ahora sí, y este verano me he estado entrenando a
conciencia. Espero conseguirlo.
—¡Suerte, Dennis! —gritó desde las gradas Colin Creevey, que había ido a
sentarse junto a Hermione.
Sin más preámbulos, dieron comienzo a las pruebas, que consistían en intentar
esquivar a Ginny y marcarle un gol a Ron, mientras Jack Sloper lanzaba las bludgers.
Como era casi de esperarse, pues había estado entrenando duro todo el año
anterior, Anna fue la mejor, y todos los del equipo estuvieron de acuerdo en declararla
cazadora titular. Sin embargo, también Dennis Creevey lo hizo muy bien, siendo
admitido en el equipo como nuevo cazador suplente.
—Vale —dijo Harry, cuando hubieron terminado—. Felicitaciones a todos los que
han entrado; todos lo habéis hecho bien. Los que no lo hayáis conseguido, no dejéis
de intentarlo en años venideros. Bueno —añadió, hablando ya hacia el equipo,
mientras los candidatos rechazados cogían sus escobas y regresaban al castillo—, el
primer partido de este año volverá a ser contra Slytherin, y tenemos que ganar a toda
costa. El partido será a mediados de Noviembre, y quiero que empecemos a entrenar
cuanto antes. Por tanto, sugiero que tengamos mañana una sesión para ver qué tal
estamos todos e ir poniéndonos en forma. Si ganamos a Slytherin, tendremos mucho
hecho para ganar la copa de quidditch, ¿de acuerdo?
—¡Sí! —contestó el equipo a voz en grito.
—Pues entonces, a cambiarse.
Harry y Ron se pusieron la ropa normal y cerraron los vestuarios comentando
animadamente la nueva situación del equipo; luego fueron a reunirse con Hermione,
que les esperaba, con Ginny.
—¿Ves? No hemos tardado tanto —le dijo Ron a Hermione—. Sólo son las seis y
diez.
—Sí, ya lo veo —contestó Hermione—. ¿Vamos a cenar ya?
—Sí, claro —respondió Ron—. Me muero de hambre.

El fin de semana no fue tan tranquilo y relajado como el anterior. Tal y como les había
recordado Hermione el viernes, tenían un montón de deberes, y pasaron gran parte
del tiempo ocupados en hacerlos. El tiempo que les sobró lo dedicaron a los
entrenamientos de quidditch del sábado por la tarde y en la visita a las cocinas que
hicieron el domingo por la mañana.
Harry y Ron se sorprendieron al ver a los elfos cuando entraron en la cocina.
Aunque habían colaborado muy activamente en el plan de Hermione para darles ropas
decentes, no habían vuelto a entrar allí, y verlos a todos vestidos estrafalariamente
con todo tipo de ropa de todos los colores les causó una gran impresión. Parecía que
estaban en algún tipo de feria.
—¡Harry Potter! —chilló la voz de Dobby segundos después de que hubieran
entrado en las cocinas—. ¡Y sus amigos el señor Weasley y la señorita Granger!
Dobby los ha echado mucho de menos, señor —dijo el elfo, abrazándose a las rodillas
de Harry, que sonrió—. Dobby se alegra de verles a todos bien, porque se ha enterado
de todas las cosas horribles que han pasado desde la última vez que nos
encontramos, señor, y temía por su seguridad.
—Tranquilo, Dobby —lo calmó Harry—. Estoy bien.
—¿Qué es eso que tienes ahí, Dobby? —le preguntó Hermione arrugando la
frente, al tiempo que se agachaba para ver algo que tenía el elfo en la camisa a
cuadros rojos y amarillos que llevaba.
—Es el escudo de Hogwarts, señorita —contestó Dobby, muy orgulloso.
—¿El escudo de Hogwarts? —se extrañó Ron, mirando también el escudo—. ¿Por
qué lleváis el escudo de Hogwarts? No estaba en la ropa que os dimos.
—El profesor Dumbledore nos lo puso a todos, señor —explicó Dobby—. El
profesor Dumbledore nos visitó el año pasado y nos consiguió mucha más ropa, y nos
puso el escudo del colegio, señor, porque dijo que así estaríamos bajo el nuevo
régimen de «elfos domésticos de Hogwarts», señor; elfos que libran días al mes y que
si quieren, cobran…
—¿Cómo? —preguntó Hermione, abriendo mucho los ojos por la sorpresa—. ¿El
profesor Dumbledore hizo todo eso?
Dobby asintió con vehemencia.
—Sí, señorita. Nos dijo que los miembros de la PEDDO, es decir, ustedes, tenían
mucho trabajo y estaban muy ocupados, pero que él se haría cargo, señorita… Y,
desde entonces, nos obliga a librar al menos dos días al mes, y más, si queremos.
La expresión de sorpresa de Hermione había pasado a otra que irradiaba alegría.
—¡Eso es genial! —exclamó—. Jamás creí que Dumbledore llegaría a hacer algo
como eso…
—Bueno, es miembro de la PEDDO, ¿no? —comentó Ron—. Ser miembro
conlleva unas obligaciones.
—Sí, pero Harry y tú sois miembros desde hace tres años y hasta el año pasado
no hicisteis nada —repuso Hermione.
—Ya tuvimos esta discusión el año pasado, Hermione —contestó Ron, poniéndose
serio—. Sabes bien que si nos unimos a la PEDDO cuando la fundaste fue sólo por no
llevarte la contraria.
—Bueno —intervino Harry—, dado que esto parece estar bastante bien… ¿Qué
vamos a hacer este año, Hermione?
—No lo sé —contestó la chica, mordiéndose el labio pensativamente—. Tendré
que pensarlo… Pero creo que ahora que los elfos de aquí tienen un nivel de vida
aceptable para como era antes deberíamos darlo a conocer, para que otros elfos
aprendiesen de ellos. Que vean que lo de cobrar está bien...
—Será muy difícil conseguir eso sin contar con el Ministerio de Magia —observó
Ron—. Y dudo que alguno de los candidatos, sea cual sea el que llegue a Ministro,
tenga tiempo para dedicárselo al problema de los elfos domésticos.
—Bueno, eso ya lo pensaremos —dijo Hermione—. Ahora será mejor que nos
vayamos, pronto será hora de comer…
—Sí, pronto —afirmó Ron, mirando de forma golosa la comida que los elfos
preparaban afanosamente.
—Bueno, volveremos a visitarte, Dobby —prometió Hermione, mirando al elfo.
—¡Harry Potter y sus amigos pueden venir cuando quieran! —chilló Dobby con
alegría—. Pero Dobby también espera poder verles cuando vaya a la sala común de
Gryffindor.
—Si estamos despiertos... —aceptó Ron, apartando la cabeza de las mesas donde
se preparaba la comida.
Se despidieron de los elfos y salieron de las cocinas.
—Aún no es hora de comer, pero en la sala común no hacemos nada —comentó
Ron—. Y hace bastante buen tiempo..., y hace mucho que Hermione y yo no damos
un paseo junto al lago —agregó.
Hermione se detuvo de golpe y miró a Ron fijamente. También Harry los observó.
—¿Cómo dices? —preguntó Hermione.
—Digo que podíamos ir a dar un paso tú y yo..., solos, si a Harry no le importa,
claro...
Harry, que lo único que le apetecía era dejarse caer en un sillón y no hacer nada,
se apresuró a decir:
—No, no, claro que no me importa. Yo me vuelvo a la sala común.
—Genial —manifestó Ron, sonriente—. Entonces nos vemos en el Gran Comedor
en media hora.
Y se alejó hacia el vestíbulo con Hermione cogida de la mano y tirando de ella.
Harry subió despacio hacia la sala común por los desiertos pasillos, y, al ir a
atravesar un tapiz que guardaba un atajo hacia la torre de Gryffindor, oyó voces al otro
lado.
—¿Qué tal le va a Flammingan? —preguntó una de las voces, que, si Harry no se
había vuelto loco, era la de Lupin. Pero ¿qué hacía Lupin en Hogwarts? Y, si estaba
allí, ¿por qué no le había dicho nada?
—Bien, le está gustando esto —contestó otra voz, esta vez la de la profesora
McGonagall—. Es un excelente profesor. Dumbledore acertó al contratarlo.
—Dumbledore no le contrató exactamente por eso —señaló Lupin, y luego añadió
algo más, pero Harry no pudo oírlo, porque se alejaban de él. Deseando enterarse
como fuera de lo que decían, sacó su varita y la agitó, haciendo aparecer ante él su
capa de invisibilidad. Se la puso rápidamente y pasó con cuidado a través del tapiz.
Vislumbró a Lupin y a McGonagall y se acercó a ellos con sigilo.
—...pero por lo demás, no sabemos los motivos exactos. Dumbledore no se lo ha
dicho a nadie. Sus razones tendrá, supongo —decía en aquel momento la profesora
McGonagall.
—¿Cree que tiene algo que ver con el hecho de que Voldemort parezca estar
interesado en el Departamento de Misterios de nuevo? ¿Cree que la contratación de
Flammingan tiene que ver con el intento de robo del pasado, aparte de con Harry?
Harry prestó más atención. ¿Había dicho Lupin que la presencia de Flammingan
en Hogwarts tenía algo que ver con él?
—Es posible —respondió la profesora McGonagall escuetamente—, pero no lo sé.
Nadie sabe mucho acerca de lo que se guarda en aquella habitación. ¿Por qué habría
de estar interesado El-que-no-debe-ser-nombrado? ¿Cómo podría saber algo acerca
de eso?
Lupin meditó la respuesta mientras doblaban una esquina. Harry aceleró el paso
para no perder detalle.
—Bueno, se rumorea que Voldemort tuvo contactos con... ¡Ah! Dumbledore —dijo
Lupin de pronto—. Ahora mismo íbamos a su despacho...
Harry se detuvo bruscamente antes de doblar la esquina, prácticamente por
instinto. Dumbledore podía ver a través de las capas invisibles.
—Hola, Remus, ya has llegado... Enseguida es hora de comer. ¿Te apetece
quedarte?
—Sí —respondió Lupin con sinceridad—. Podré ver a Harry.
Harry se alejó lentamente, se quitó la capa invisible, la guardó bajo la túnica, y, con
la cabeza aún resonándole con lo que había oído, se dirigió hacia la sala común por
otro camino.

Harry se encontró con Ron y Hermione cuando se dirigía hacia el Gran Comedor.
Mientras bajaba por la escalinata de mármol, ambos entraban por las puertas del
castillo, sonrientes y hablando animadamente.
—¡Harry! —lo llamó Hermione, y ella y Ron se dirigieron hacia él—. Qué
casualidad que bajes justo ahora.
—Sí... —respondió él distraídamente—. Oíd, tengo que contaros algo.
Los rostros de Ron y Hermione se pusieron serios.
—¿Ha pasado algo? —preguntó Ron.
—He oído algo —aclaró Harry—. Ya veréis quién está aquí.
—¿Quién? —inquirió Hermione, pero Harry no le contestó. Se limitó a indicarles
que le siguieran al Gran Comedor.
En cuanto entraron por las puertas, Harry miró hacia la mesa de profesores y vio a
Lupin, que estaba sentado entre la profesora McGonagall y el profesor Flitwick. Snape
le miraba de vez en cuando con cierto desagrado. También la mayoría de alumnos se
habían dado cuenta de su presencia y murmuraban entre ellos.
—Fijaos quién está allí —les dijo Harry a Ron y a Hermione.
—¡Anda! —exclamó Ron—. Es Lupin. ¿Qué hace aquí?
En ese mismo momento, Lupin levantó la cabeza y los vio a los tres en la entrada.
Les sonrió y les hizo un saludo con la cabeza. Harry se lo devolvió.
—Vamos —dijo Harry, echando a andar por entre las mesas hacia la mesa de los
profesores. Se acercó a Lupin.
—Remus, ¿qué haces aquí?
—Tenía que ver al profesor Dumbledore por asuntos de la Orden —explicó Lupin
—, y me han invitado a comer.
—¿Qué cosas de la Orden? —quiso saber Ron.
—Nada que deba preocuparos, Weasley —dijo la profesora McGonagall—.
Vamos, id a sentaros en vuestra mesa. Más tarde podréis hablar.
Lupin les sonrió de nuevo, y ellos tres fueron a sentarse en la mesa de Gryffindor.
—¿Qué hace Lupin aquí? —inquirió Neville, que se había sentado junto a Ginny,
mientras miraba hacia la mesa de los profesores.
—Cosas de la Orden —respondió Ron en voz baja—. Pero no nos ha dicho qué.
—Oye, Harry —dijo Hermione—. Antes nos dijiste que habías escuchado algo.
¿Tiene que ver con...?
—Sí —la interrumpió Harry—. Luego os lo cuento.
Hermione asintió. La profesora McGonagall pidió silencio y Dumbledore se levantó.
—Como veis —dijo, mirando a todas las mesas—, hoy tenemos un invitado al que
muchos ya conocéis, Remus Lupin, que fue profesor de Defensa Contra las Artes
Oscuras hace varios años. Tenía que venir al castillo por ciertos asuntos y le he
pedido que nos acompañe en la comida. Nada más.
Ron miraba a Dumbledore como si estuviera loco.
—¿Por qué ha dicho eso? —preguntó.
—Por educación, Ron —le contestó Hermione—. Es obvio que la mayoría de los
alumnos no conocen a Lupin, y a Dumbledore le pareció lógico decir quien era.
Mientras Harry escuchaba la explicación de Hermione, su mirada se posó sobre
Draco Malfoy, que miraba escrutadoramente a Lupin y luego se inclinaba para hablar
con Crabbe y Goyle.
Harry frunció el ceño.
—Yo creo que Dumbledore no debió de ser educado —dijo Harry—. No con Malfoy
allí.
Ron se volvió y miró hacia la mesa de Slytherin, donde Draco seguía
cuchicheando.
—Sí, es cierto —corroboró Ron—. Seguro que Malfoy se imagina por qué
«asuntos» está Lupin aquí... Probablemente Voldemort no tarde mucho es saber que
ha estado en el castillo.
—¿Insinúas que Malfoy es un informador de Voldemort? —dijo Hermione,
escéptica, en voz baja—. Habéis sospechado muchas veces de él y nunca ha tenido
realmente nada que ver.
—Sí —dijo Harry—. Pero el curso pasado, cuando fuimos a rescatar a Ginny,
Malfoy intuyó algo, por eso nos dejó salir... y no olvides que ni él, ni Crabbe ni Goyle
vinieron en el tren. A mí me parece sospechoso —terminó Harry.
—Y recuerda también que ya es mayor de edad, así como lo mucho que mi padre
nos previno sobre él —añadió Ron.
Hermione se mordió el labio, pensativa, y no dijo nada.

En cuanto terminó la comida, los tres subieron rápidamente a la sala común, para que
Harry pudiera contarles a Ron y a Hermione lo que había oído. Más tarde habían
acordado reunirse con Lupin, cuando éste hubiera terminado de hablar con
Dumbledore. Se sentaron en un rincón apartado, y Harry les explicó detalladamente lo
que había oído. Ron se asombró, y Hermione se quedó pensativa.
—¿Qué tiene que ver Flammingan contigo? —preguntó Ron—. Si le conoces
desde hace poco más de un mes...
—No lo sé —respondió Harry—. Que yo sepa, nada.
—A mí lo que más me intriga es el asunto ese del robo —intervino Hermione—.
¿Cómo fueron las palabras exactas de Lupin, Harry?
—Lupin se refirió a eso como «el intento de robo del pasado», pero no dijo más.
Luego, la profesora McGonagall le preguntó que cómo podría Voldemort saber algo de
lo que había en una habitación, pero nada más.
—A ver... —dijo Hermione, razonando—. Lupin menciona un intento de robo «del
pasado», pero no dice cuándo fue ni qué intentaron robar, y la profesora McGonagall
se pregunta cómo podría saber Voldemort lo que hay en una de las habitaciones del
Departamento, con lo que se concluye que lo que intentaron robar es lo que está en
esa habitación, ¿me seguís?
—Sí —respondió Harry—. Eso ya lo había pensado yo.
—Bien —prosiguió Hermione—. Sabemos que un antiguo funcionario del
Departamento de Misterios, Rookwood, trabaja para Voldemort, ¿verdad? Entonces,
Voldemort debería estar informado de lo que hay allí. Pero, si en teoría, según la
profesora McGonagall, no podía estarlo, es que Rookwood tampoco debería saber
nada acerca de ello, con lo que se deduce que, sea lo que sea lo que se intentó robar,
fue hace bastante tiempo, y que, desde entonces, al menos, debe de estar muy
protegido y vigilado. Siendo así, Rookwood no sabría nada, o casi nada.
—Pero alguien como Flammingan sí debería saberlo, ¿verdad? —intervino Ron.
—Sí, alguien como él sí —asintió Hermione—, y eso nos lleva al motivo por el que
Dumbledore le contrató.
—Es una gran teoría, Hermione —opinó Harry—. Pero si Voldemort está
interesado en algo del Departamento de Misterios, sea lo que sea, ¿por qué estaría
aquí? ¿No sería más lógico que un gran mago como debe de ser él permaneciera allí
para protegerlo?
—Tal vez, no lo sé —admitió Hermione.
—¿Sabéis qué? —dijo Ron—. Esto me recuerda a la conversación que oíste entre
Lupin y mi padre, Harry... ¿No hablaban también de un robo?
—Sí, es verdad —confirmó Harry, recordando—. Ellos deben de saber algo...
—Sí, pero eso a nosotros no nos sirve de nada —repuso Hermione.
—¿Por qué no? —le preguntó Ron, mirándola—. Podríamos preguntarle a Lupin
después.
—No, no podemos —replicó Hermione—. Al menos, no directamente. Se supone
que Harry no ha oído nada de lo que nos ha contado, ¿recuerdas?
Ron arrugó la frente en señal de fastidio.
—Pero podríamos preguntarle usando algún rodeo, no sé... Si Flammingan está
aquí por algo relacionado con Harry, Harry debería saberlo, ¿no crees?
—Eso digo yo —añadió Harry con vehemencia—. ¿Por qué Dumbledore no me ha
dicho nada? ¿Por qué siguen empeñándose en ocultarme todo? —Empezaba a
enfadarse—. Cuando venga Lupin le preguntaré claramente por qué está aquí
Flammingan, y va a decírmelo —declaró con firmeza.
—Pero Harry... —intentó replicar Hermione.
—No, Hermione —la cortó Harry—. Se lo voy a decir, y no conseguirás
convencerme de lo contrario. Y tranquila, no le diré nada de lo que oí con la capa
invisible.
Hermione suspiró, pero no se dio aún por vencida.
—¿Tú no dices nada? —le preguntó a Ron. Éste la miró fijamente.
—No; creo que tiene razón. Si está aquí por él, tiene derecho a saberlo. Con todo
lo que está pasando, Hermione —dijo Ron con seriedad—, no me parece lógico estar
ocultando las cosas. Eso no ha dado buen resultado en el pasado, y tampoco lo dará
ahora.
Hermione se dejó caer contra el respaldo de su butaca, rindiéndose.
—Venga, vamos al vestíbulo —dijo Harry enérgicamente, levantándose—.
Esperaremos allí a que baje Lupin. Ya no le debe de faltar mucho...
Ron y Hermione se levantaron también, y siguieron a Harry a través del agujero del
retrato hasta el vestíbulo, que estaba casi desierto. Esperaron en silencio durante unos
diez minutos, hasta que oyeron que alguien se aproximaba. Sin embargo, el ruido no
provenía de las escaleras, sino del pasillo de las mazmorras, y, para su desgracia, era
Malfoy el que se acercaba, acompañado por Crabbe y Goyle, que llevaban sus
escobas.
—Vaya —dijo Malfoy, mirándoles con burla—. ¿Qué hacéis aquí, tan solos? ¿Por
quién esperáis? ¿Por vuestro amigo el licántropo?
Harry lo fulminó con la mirada.
—Cállate, Malfoy, y lárgate de aquí.
Pero Malfoy no se fue, sino que se acercó más a ellos, mirando a los lados por si
se acercaba alguien.
—¿Qué hace aquí, eh? ¿Tramando algo, Potter? ¿Preparando algún ridículo
ataque contra el Señor Tenebroso?
Harry apretó los puños con fuerza, sintiendo cómo le hervía la sangre. Notó como,
a su lado, Ron también se tensaba.
—¿Estás furioso, Malfoy? ¿Enfadado porque el ataque al tren no tuvo el éxito
esperado? Sé perfectamente que tú y esos dos —señaló a Crabbe y a Goyle— sabíais
que el tren iba a ser atacado, y si tuviéramos alguna prueba...
—¿Que nosotros sabíamos qué? —preguntó Malfoy, poniendo cara de fingida
estupefacción, pero con los ojos brillándole de malicia—. Nosotros no sabíamos nada.
Simplemente, no quisimos venir en el mismo tren que la chusma...
—Estás jugando a un juego peligroso, Malfoy —le advirtió Harry.
—Sí —añadió Ron—. No nos busques, porque te aseguro que nos encontrarás.
—¿Me estás amenazando, Weasley? —escupió Malfoy, con la cara contraída de
rabia y los fríos ojos grises, que emanaban odio, fijos en Ron.
—Sí, lo estoy haciendo —afirmó Ron, agarrando la varita.
Harry también cogió la suya, e incluso Hermione, que también miraba a Malfoy con
rabia, tenía la suya sujeta, lista para intervenir. Pero entonces se oyó más ruido
procedente del pasillo de las mazmorras, y todos, temiendo que el que se acercara
fuese Snape, se relajaron.
Sin embargo, no era Snape el que venía, sino el resto del equipo de quidditch de
Slytherin, con Warrington al frente. Harry le miró. Apenas había hablando con él desde
que las clases se habían reanudado.
—¿Qué sucede? —preguntó—. ¿Qué haces, Malfoy? —Le miró con desagrado.
Malfoy le devolvió la misma mirada, pero más intensa.
—¿A ti qué te importa? Vamos —les ordenó a Crabbe y Goyle.
Con una última mirada de odio hacia los tres amigos, salieron del castillo, rumbo al
campo de quidditch. Warrington le siguió con la mirada.
—¿Estaba molestando ya? —preguntó.
—Sí —contestó Harry—. Y parece que a ti tampoco te tiene muchas simpatías.
—Le habría gustado ser el nuevo capitán del equipo de quidditch —explicó
Warrington—. Pero me dieron el puesto a mí. ¿Cuál era el motivo de la discusión?
—No importa —dijo Harry—. Es simplemente que estamos seguros de que ellos
tres no vinieron en el tren de Hogwarts porque sabían que habría el ataque...
—Si tuviésemos pruebas... —dijo Ron.
—Ya, nosotros también lo sospechamos —dijo Warrington—. De hecho, incluso
Parkinson, que es tan amiga de Malfoy, ha estado muy distante con él.
—¿Y nadie le ha dicho nada? —preguntó Hermione, interviniendo por primera vez.
—No —respondió Warrington—. A algunos no les importa, seguros de que los
dementores no iban a por ellos; otros les tienen miedo... miedo de sus familias, de
Quién vosotros sabéis...
—Ya... —asintió Harry con cierta tristeza.
—Bueno, tenemos que ir a entrenar —se despidió Warrington—. Nos vemos...
—Hasta luego —dijeron Harry, Ron y Hermione.
El resto del equipo siguió a Warrington. Algunos hicieron un gesto de despedida
hacia los tres amigos, pero otros sólo les dirigieron una mirada.
—Ese estúpido de Malfoy —murmuró Ron, enojado—. Cualquier día no me podré
contener y...
—Cálmate, Ron —le aconsejó Hermione—. Ya se ha ido.
—Estoy calmado —replicó Ron.
Se oyeron ruidos de pasos en la escalera, y los tres se volvieron para mirar. Era
Lupin, y venía solo.
—¿Lleváis mucho tiempo esperando aquí? —les preguntó al verlos.
—Un rato —contestó Harry.
—Hace buen día —comentó Lupin, mirando a través de las puertas—. ¿Salimos
fuera?
—Sí —respondió Harry con decisión. Estaba decidido a preguntarle a Lupin todo, y
lo mejor era estar en un lugar apartado.
Caminaron a través de los jardines, en dirección al lago, que brillaba debido a la
luz del Sol. El día era tan hermoso que resultaba difícil de creer que una semana antes
pareciera ser invierno. Harry miró hacia el campo de quidditch, donde los jugadores de
Slytherin volaban. Había un punto verde que se movía por todo el campo, y supuso
que era Malfoy.
«Ojalá se cayera de la escoba», pensó inconscientemente, sorprendiéndose a sí
mismo. Volvió la vista hacia Ron, que también miraba hacia el campo de quidditch, con
el ceño fruncido, e intuyó que su amigo había pensado lo mismo que él, o algo muy
similar.
—¿Qué os pasa? —preguntó Lupin, mirando en la misma dirección que ellos—.
Estáis muy serios, como enfadados...
—Malfoy —explicó Ron.
—Oh, ya... —entendió Lupin—. La profesora McGonagall me dijo que no había
vuelto a Hogwarts en el tren.
—No —confirmó Hermione—. Le trajeron; a él, a Crabbe y a Goyle. Creemos que
sabía lo que iba pasar.
—No lo creemos, Hermione, estamos seguros —puntualizó Ron.
—Umh, no es de extrañar —comentó Lupin—. Recordad lo que os advertimos
antes de subir al tren: que tuvierais cuidado con él.
—Que lo tenga él con nosotros —repuso Ron. Su voz denotaba rabia y enfado—.
Otra escena como la de antes y...
Lupin le miró, sin saber a qué se refería, pero dando la impresión de que lo intuía.
—Vosotros también deberíais tener cuidado con él, Remus —intervino Harry—. No
debiste comer aquí, le vimos cuchicheando con Crabbe y Goyle. Seguro que pronto
Voldemort sabrá que has estado aquí...
—Mientras no sepa de qué hablamos... —contestó Lupin—. Y bueno —añadió,
cambiando de tema—, ya me han contado mucho, pero aún así me gustaría que me
explicarais vosotros todo lo que sucedió en el tren.
Harry se lo resumió, con anotaciones de Hermione y Ron. Cuando acabaron, Lupin
parecía muy impresionado.
—Vaya, es más sorprendente aún de lo que me habían contado —declaró, con
una expresión a medias entre la preocupación y la admiración. Luego sonrió, aunque
con cierta tristeza—. ¿Sabes, Harry? Me siento orgulloso de todo lo que has
aprendido. De todo lo que habéis aprendido los tres.
—Jamás habría podido hacerlo si tú no me hubieras enseñado a hacer un
patronus —repuso Harry humildemente.
—Yo sólo te mostré lo básico, Harry; tú has conseguido el resto —replicó Lupin,
mientras se detenían a las orillas del lago. Se quedaron unos momentos en silencio,
contemplando cómo el calamar gigante agitaba sus inmensos tentáculos en la
superficie—. Bueno, ¿qué tal las primeras semanas de clase? —les preguntó,
rompiendo el silencio.
—Mucho trabajo —contestó Ron.
—Ya —dijo Lupin, y esbozó una sonrisa—. Séptimo es un año duro; no tanto como
quinto, pero es difícil. Se requiere mucho trabajo, salvo que seas bueno en Teoría de
la Magia —añadió—. Eso facilita las cosas, y creo que vosotros sois bastante buenos
en eso, ¿verdad?
—Sí —confirmó Harry, alegrándose interiormente de que la conversación
discurriera por donde él quería—. ¿Conoces mucho al profesor Flammingan, Remus?
—No —respondió Lupin—. Sé que ha trabajado en el Departamento de Misterios
desde los años treinta, y que es amigo de Dumbledore, pero nada más.
—¿Por qué alguien como él no estaba en la Orden del Fénix? —inquirió Ron.
—No lo sé —respondió Lupin negando con la cabeza—. En realidad, tampoco está
en la Orden ahora. Creo que no le gusta luchar —añadió—. Aunque no sé por qué me
preguntas a mí —dijo, mirando a Harry—. Tú debes conocerle mejor que yo, ¿no?
Estuviste con él en el Departamento de Misterios, en la habitación del arco.
—Sí —reconoció Harry—. Pero sé lo mismo que tú...; bueno, y que sus padres
fueron asesinados... —Lupin le miró con cierta sorpresa—. Él me lo contó —se explicó
Harry.
—¿Por qué me has preguntado sobre él? —inquirió Lupin, mirando a Harry con
suspicacia.
—Porque quiero saber por qué Dumbledore le contrató.
—Pues eso es algo que Dumbledore se guarda para sí —respondió Lupin—. Él es
el único que sabe por qué contrata a los profesores. Pero supongo que será porque es
el mejor para ese puesto.
—Pero tú sabes algo —repuso Harry, mirándole fijamente a los ojos. Lupin le miró
extrañado.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Lupin.
—Antes te oí hablando con la profesora McGonagall —le confesó Harry. Lupin
abrió mucho los ojos al oír aquello; Hermione hizo una mueca de dolor mirando a
Harry; y Ron, que no debía esperarse que Harry fuera a ser tan directo, abrió la boca,
asombrado—. Dijiste que Flammingan estaba aquí por mí. ¿Qué tiene él que ver
conmigo, Remus? ¿Por qué no me lo habéis dicho? ¿Por qué siempre me estáis
ocultando todo?
Remus bajó la vista y suspiró largamente. Luego volvió a mirar a Harry fijamente y
respondió:
—Harry, no te estoy ocultando cosas. Lo que te dije antes es cierto: no sé por qué
Dumbledore le contrató realmente, ninguno lo sabemos exactamente. Sabemos que
está aquí porque es muy bueno, porque trabajó en el Departamento de Misterios y
conoce cosas que Dumbledore cree importantes. Le contrató para que vosotros, y en
concreto tú, tuvierais la mejor formación posible en Teoría de la Magia. Dumbledore
cree que lo que Flammingan puede enseñaros es fundamental. Es todo lo que sé,
Harry, te lo juro.
Harry le creía.
—Te creo, Remus —le dijo—. Pero ¿por qué Dumbledore no me lo ha dicho?
—No lo sé —contestó Lupin, pensativo—. Supongo que no querría que te
preocuparas, o que te comieras la cabeza en exceso. Creo que su intención era que te
tomaras la asignatura como las demás, cosa que no podrás hacer ahora, ¿verdad?
—No —confirmó Harry—. Si es aún más importante de lo que nos han estado
diciendo que es...
—Creo que Dumbledore pretende descubrir el origen de vuestros poderes
ayudado por Flammingan —explicó Lupin—. Ésa es una de las razones por las que le
ha pedido ayuda.
—Sí, eso lo sabemos —intervino Hermione—. El profesor Flammingan nos lo dijo
es nuestra primera clase.
—Sí, nos comentó que tenía una teoría al respecto —añadió Ron.
—¿Y no os dijo cuál era? —preguntó Lupin con curiosidad.
—No, nos dijo que hablaríamos más adelante —respondió Ron—. Pero aún no nos
ha dicho nada.
Lupin no dijo nada, y se quedó unos instantes mirando la superficie del lago.
—¿Por qué has venido a Hogwarts a hablar con Dumbledore, Remus? —le
preguntó Harry, sacándole de su ensimismamiento—. ¿Qué sucede?
—No, nada importante —respondió Lupin—. Simplemente tenía que hablarle de
algunos asuntos referentes a la Orden, pero nada preocupante. Todo está muy
calmado después del ataque al tren... Claro que es ya suficiente, con dos muertes...
Harry bajó la cabeza al suelo, intentando no recordar de nuevo los sucesos del
inicio de curso. Entonces se acordó de otra cosa que quería preguntarle a Lupin.
—¿Qué hay en el Departamento de Misterios que Voldemort podría querer? ¿Qué
es eso que intentaron robar hace tiempo?
Lupin miró a Harry con incredulidad, totalmente sorprendido de lo que acababa de
oír.
—¿Oíste toda mi conversación con la profesora McGonagall, Harry? —le preguntó.
—Casi —respondió Harry—. Iba a cruzar un tapiz cuando oí vuestras voces
—explicó, aunque callándose el hecho de que había usado la capa invisible.
Lupin suspiró.
—No sé mucho sobre lo que me preguntas, porque sucedió hace tiempo y el
asunto fue llevado con mucho secreto. No sé exactamente qué fue lo que se intentó
robar de allí; casi nadie lo sabe. Sólo sé que fue hace más de cincuenta años, y que el
que lo intentó, no lo consiguió. Podría ser ése el motivo por el que Voldemort está
interesado en el Departamento, o podría no serlo. No lo sabemos. De momento,
Dumbledore no nos ha indicado que debamos proteger el Departamento de Misterios,
ni ha dispuesto que el Ministerio tome medidas especiales para ello.
—¿Por qué no? —preguntó Harry, extrañado—. Mataron a ese inefable, Croaker...
y yo le dije que había aparecido sin proponérmelo junto a la entrada del
Departamento... ¿Por qué no lo vigila?
—No lo sé —respondió Lupin—. Tal vez piensa que no puede robar aquello que
persigue. Apenas sé nada del Departamento de Misterios, no puedo hablaros de lo
que hay allí.
—Ya... —murmuró Harry, un tanto desilusionado. Los cuatro se quedaron un rato
en silencio, pensativos, hasta que Lupin habló de nuevo:
—Bueno, tengo que irme, se hace tarde. Y vosotros deberíais regresar al castillo
también.
—Sí, será lo mejor —coincidió Hermione—. Vosotros dos —dijo, señalando a
Harry y a Ron— aún no habéis terminado los deberes de Pociones.
—¿Tenías que recordárnoslo? —le reprochó Ron, mientras emprendían el camino
de vuelta al castillo.
16

Elecciones Mágicas

Se despidieron de Lupin en el primer piso, ya que volvería a Grimmauld Place a través


de la chimenea de la sala de profesores, y subieron hasta la sala común.
—Bueno, ¿qué opináis de lo que nos ha contado Lupin? —les preguntó Harry a
Ron y a Hermione en voz baja, mientras se sentaban en una esquina de la sala para
estar más tranquilos.
—Bueno, no nos ha dicho nada que no hubiésemos podido imaginar por nosotros
mismos, ¿no creéis? —contestó Hermione.
—Pues no, la verdad es que no nos dijo gran cosa —dijo Ron, mostrándose de
acuerdo con Hermione—. ¿Tú qué crees? —le preguntó a Harry.
—Lo mismo que vosotros —respondió—. Pero me gustaría saber qué es
exactamente lo que Dumbledore pretende que aprendamos de Flammingan.
—¿De qué habláis? —preguntó de pronto Ginny, acercándose a ellos. Había
bajado por las escaleras de los dormitorios acompañada de Anna Snowblack.
—Del profesor Flammingan —respondió Harry.
—Ah —dijo Ginny, en un tono que indicaba que poco podía aportar a la
conversación—. Y esto..., ¿ya se ha ido Lupin?
—Sí —contestó Ron—. ¿Por qué?
—Por saber —respondió la chica, encogiéndose de hombros—. Bueno, nos vamos
a la biblioteca, tenemos que hacer un trabajo sobre la transformación humana... Nos
vemos en la cena —se despidió, y salió de la sala común con Anna.
Harry se quedó mirando cómo salía por el agujero del retrato, sin prestar atención
a lo que decían Ron y Hermione.
—¿Qué dices, Harry?
—¿Eh? —preguntó éste, volviendo la vista hacia sus dos amigos, que le
observaban.
—Que si hacemos lo de Pociones, Harry —repitió Hermione con paciencia—. ¿En
qué estabas pensando?
—No, en nada... Sí, hagámoslo, venga...
Cogieron las mochilas y empezaron a sacar las cosas. Harry notó cómo Hermione
le dirigía de vez en cuando miradas fugaces, pero hizo como si no se diera cuenta.
Empezó a prepararse para hacer el trabajo, pero su cabeza estaba en otro lugar.
Ron y Hermione se dirigieron una rápida mirada y luego observaron a su amigo.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry al darse cuenta.
—¿Por qué no hablas con ella, Harry? —dijo Hermione de repente.
—¿Qué? ¿Con quién? —preguntó Harry rápidamente, haciendo como si no
supiera a qué se refería su amiga, aunque lo sabía perfectamente.
—Con Ginny —respondió Ron. Harry le dirigió a Hermione una mirada acusadora.
¿Acaso ella le había contado a Ron lo que habían hablado la noche en la que se
habían encontrado en el cuarto de Ginny, en Grimmauld Place?
—Sí, se lo he dicho —reconoció Hermione, entendiendo perfectamente el gesto de
Harry—. Porque él me preguntó —explicó a continuación.
Harry miró a Ron un momento.
—¿Acaso creías que no iba a darme cuenta? —inquirió Ron, con un asomo de
sonrisa—. No voy a pegarte ni nada así.
—Ya lo sé —dijo Harry—. Simplemente, yo...
—No estás seguro, ya lo sabemos —terminó Ron por él—. Tranquilo, es normal
eso de estar confundido, te lo puedo asegurar.
—No estoy confundido —repuso Harry—. Sé perfectamente que ella me gusta. El
día que..., el día que se despertó, yo..., bueno, yo... la besé.
—¡¿Cómo?! —exclamaron Ron y Hermione al mismo tiempo.
—¡Chisst! —les advirtió Harry—. ¡Bajad la voz! La besé, y luego..., luego fue
cuando se despertó.
—¿Qué? —preguntó Hermione totalmente sorprendida—. ¿Que la besaste?
Harry asintió.
—No fue sólo la Antorcha de la Llama Verde lo que la despertó, ¿verdad? —dijo
Hermione—. Fue el beso...
—Sí... Eso creo —asintió Harry.
Ron también estaba muy sorprendido.
—¿Lo sabe ella, Harry? —preguntó.
—No —negó Harry—. No se enteró, y cuando se despertó, no se lo dije. El único
que lo sabe es Dumbledore.
—¿Dumbledore? —preguntaron Ron y Hermione a la vez.
—Él lo intuyó —explicó Harry—. Fue de lo que me habló después, cuando
estuvimos a solas.
—¿Dumbledore te habló de tu beso con Ginny? —preguntó Hermione, muy
sorprendida.
—Sí... Me preguntó si entendía lo que significaba...
—¿Lo que significaba? —repitió Ron—. Es obvio, ¿no? ¿Qué va a significar el que
beses a una chica? Pues que...
—No, Ron, no se refería a eso —cortó Harry.
—¿Ah, no? Entonces ¿a qué?
—A si entendía por qué se había despertado cuando yo la había besado.
—Cariño, ¿verdad? —intuyó Hermione—. Es por lo que sientes por ella... Por lo
que ella siente por ti... —pronunció la última frase como si acabara de tener una
repentina revelación—. Fue por eso, ¿verdad?
—Sí —confirmó Harry—. Recordé cómo me había librado yo de la posesión de
Voldemort cuando Dumbledore y él se habían enfrentado en el Atrio, y supe que debía
hacerle recordar el amor, el cariño, la amistad... Pero con la Antorcha no tuve mucho
éxito, no la controlo, y vi cosas más bien horribles, por eso la besé... Creí que quizás
así ella se salvaría, y funcionó.
—¿Con un beso? —se extrañó Ron—. ¿Cómo es eso posible?
—Voldemort no lo soporta, Ron, no resiste el cariño, no desde que hizo aquella
transformación que lo maldijo para siempre. Destruyó toda la humanidad que había en
él, y ahora es incapaz de soportarla. Así detuvo mi madre la maldición asesina que él
me lanzó cuando yo era un bebé.
Ron miró a Harry durante unos segundos, sin hablar, y luego dijo:
—Creo que deberías decírselo a Ginny, Harry... Ella tiene derecho a saberlo.
—No —se negó Harry rotundamente—. No, no voy a decírselo.
—Pero ¿por qué? —insistió Ron con vehemencia—. Dijiste que no estabas
confundido, ¿no? Y por lo que dijiste, parece bastante obvio que a ella también la
atraes, Harry... Y sabes que para mí eres el mejor candidato posible para mi hermana
—añadió.
—No eres tú quien debe elegir quién le gusta a Ginny, Ron —le reprochó
Hermione—, sino ella.
—Sí, sí —respondió Ron, eludiendo el tema. Luego se dirigió de nuevo a Harry—.
Vamos, contesta. ¿Cuál es el problema?
—El problema es que no quiero salir con nadie ahora, Ron —confesó Harry con
tristeza—. No quiero que todo sea aún más complicado de lo que ya es. Voldemort
está detrás de mí, detrás de ella... No sé lo que va a pasar, y no quiero meterla en
todo esto más de lo que ya está.
—Eso no puedes evitarlo, Harry —replicó Hermione—. Ya te lo dije. No puedes
evitar que Voldemort vaya detrás de nosotros. Y tú mismo lo viste el año pasado,
cuando él quiso matarla durante la final del torneo de quidditch.
—Lo sé, Hermione, lo sé, pero da lo mismo. Lo mejor es que todo siga como está.
Es lo mejor para ella, y también para mí —concluyó Harry—. Y dejemos esto, vamos a
terminar lo de Pociones.
—Como quieras, Harry, pero creo que te equivocas —señaló Hermione.
—Yo también —añadió Ron.
Harry no contestó. Abrió sus libros y se puso a buscar ingredientes para la poción
a realizar.

La semana siguiente transcurrió en medio de una expectación cada vez mayor. El


motivo no tenía nada que ver con las clases, ni con la proximidad de algún partido de
quidditch. El motivo eran las elecciones a Ministro de Magia, que se celebrarían el
domingo. Cada mañana se podía encontrar en El Profeta declaraciones de cada uno
de los tres candidatos que explicaban por qué deberían ser elegidos como ministros,
así como las medidas que tomarían si llegaban al cargo. Luego, tanto durante el día
como por las noches, era fácil ver a grupos de alumnos que discutían acerca de cuál
de los tres aspirantes sería el más apropiado para el cargo.
—Cuánta expectación hay —comentó Hermione el jueves por la mañana, durante
el desayuno, mientras miraba a su alrededor, donde casi todos los alumnos leían El
Profeta y discutían sobre los artículos que incluía—. En el mundo muggle no suele
haber tanto interés, al menos entre los jóvenes. Claro que las elecciones muggles son
más frecuentes...
—¿Sí? —preguntó Ron, interesado—. ¿Cada cuánto tiempo?
—Cada cuatro años, en general —respondió Hermione, cogiendo varias tostadas y
untándolas de mantequilla.
—¿Siempre cada cuatro años? —dijo Ron, extrañado—. Aquí no es así, sólo hay
elecciones cuando se necesita un nuevo ministro, bien porque deja el cargo, bien
porque el Wizengamot lo eche...
—Ya —asintió Hermione—. Si cada Ministro durara sólo un tiempo, no habría
pasado lo que pasó con Fudge... Pásame la mermelada, Harry.
Harry le entregó el tarro y les apremió.
—Terminad pronto —les dijo, mientras terminaba sus arenques ahumados con
tocino—. Vamos a llegar tarde a Transformaciones.
Acabaron de comer, cogieron sus mochilas y se dirigieron al aula de
Transformaciones, donde se pasaron la hora intentando hacer aparecer de la nada
una taza de porcelana.
Una hora más tarde, al salir de Encantamientos, Dean y Seamus empezaron a
discutir sobre su tema favorito de la semana: Seamus apoyaba a Amos Diggory, y
Dean prefería a Amelia Bones.
—Diggory es mejor, Dean, convéncete —decía Seamus cuando llegaron al aula de
Teoría de la Magia—. Acuérdate de Cedric. Tomará medidas muy duras contra los
mortífagos, ya lo verás.
—Sí, eso no lo dudo —repuso Dean tranquilamente—. Pero Amelia Bones también
ha perdido varios miembros de su familia, por si no te acuerdas. Y lleva muchos años
en el Departamento de Seguridad Mágica. Y no se dejó doblegar por la ineptitud de
Fudge... Creo que es la mejor opción.
—Estoy de acuerdo contigo, Dean —lo apoyó Parvati—. Yo también soy partidaria
de Amelia Bones, pero como no cumpliré los diecisiete hasta Noviembre, no podré
votar, así que da lo mismo.
—Pues yo estoy con Seamus —se pronunció Neville—. Creo que el señor Diggory
será un buen Ministro...
—¿Y de Seadork, no se acuerda nadie? —intervino Lavender.
—Ése no tiene ninguna opción —comentó Seamus con desdén—. No sé ni para
qué se presenta.
—Bueno, si es un candidato válido, tiene derecho, ¿no? —apuntó una voz risueña.
Todo el mundo se volvió para ver al profesor Flammingan, que los miraba desde la
puerta del aula, sonriente. Todos se sentaron inmediatamente—. Así que hablando del
tema estrella de estos días, ¿eh? —comentó, mientras se dirigía a su sitio con paso
lento—. Las elecciones mágicas... Me extraña que no estéis aburridos ya de ese
asunto.
—Es un acontecimiento muy importante, profesor —repuso Dean—. ¿A usted le
aburre el tema?
—Sí —admitió Flammingan sin vacilar, como si aquello fuera lo más normal del
mundo—. La política ha sido un tema que jamás me ha interesado demasiado.
—¿Por qué no? —inquirió Hermione—. El Ministro de Magia es quien dirigirá al
Ministerio, nos afecta a todos. ¿Cómo es que no le interesa?
—Porque, sinceramente, creo que todos los políticos son más o menos iguales. Mi
opinión es que aquellos que serían buenos ministros, jamás se presentan al cargo. El
poder es un objetivo traicionero y engañoso, y, tarde o temprano, todos los que lo
ejercen acaban preocupándose más de intentar mantener su cargo que de los
problemas reales.
Acordándose de Fudge y dándole la razón mentalmente a Flammingan, Harry dijo:
—Pero dada la situación actual, profesor, ¿no es importante elegir a un buen
candidato?
Flammingan miró a Harry con intensidad, y su expresión, que segundos antes
mostraba cierto desinterés por la conversación, se tornó seria. Reflexionó unos
instantes, como meditando la respuesta apropiada, y luego respondió:
—Me interesaría un poco más la elección si creyera que el ganar o perder en esta
guerra dependiera de a quién elegimos como Ministro de Magia, pero, en mi opinión, y
lamentablemente sé que estoy en lo cierto —miró a Harry aún más directamente—, las
elecciones no influirán nada. Contra Voldemort se está haciendo ya todo lo que se
puede. El nuevo Ministro podrá cambiar las formas, los modos o las tácticas, pero no
lo hará mejor que Dumbledore, que es quien mejor conoce a Voldemort..., excepto
quizás tú, Harry.
Harry se quedó de piedra antes las palabras de Flammingan, y no supo qué decir.
Sintió cómo todas las miradas se dirigían un instante hacia él antes de volver a
posarse en el profesor, que continuó:
—Dumbledore es el claro ejemplo de lo que antes mencioné: sería el ministro
ideal, pero jamás optará al cargo. Si no es él, da lo mismo a quien elijamos, a no ser
que sea alguien con más poder que Voldemort, y dudo mucho que sea así.
Se produjo un silencio pesado, y, tras más de medio minuto, Ron lo rompió:
—Pero no da igual; si en vez de Fudge hubiese habido otro ministro hace dos
años...
—Muchas cosas habrían sido diferentes, sí —terminó Flammingan, asintiendo—.
Pero el asunto principal, que Voldemort está ahí fuera, no habría cambiado. Quizás
habría tardado más en liberar a sus mortífagos de Azkaban, o quizás todo el mundo
habría estado prevenido antes, pero eso no habría alterado la esencia del problema.
Es cierto que vosotros no habríais tenido que pasar por lo que pasasteis, y
seguramente no habríais tenido que acudir al Departamento de Misterios, sí... Pero,
piensa sólo una cosa, joven Weasley: ¿cómo sabes que lo que pasó no es lo mejor
que podía pasar? ¿Cómo sabes que todo esto no conducirá a un final feliz? ¿Puedes
asegurarme que, si las cosas se hubieran desarrolado de otro modo, estaríais vivos
ahora? —Meneó la cabeza—. No, Ron..., la historia, el futuro, son elementos muy
complejos, elementos que dependen de tantas cosas que la alteración de una sola
puede cambiar todo el resultado. En eso, el futuro se parece a las Pociones: un simple
cambio en una gota de un ingrediente puede convertir la poción más curativa en el
veneno más atroz, y seguro que eso lo sabéis bien. —Hizo una ligera pausa, y luego,
adoptando un tono de voz más bajo y más misterioso, añadió—: Os diré un secreto
que todo el mundo conoce, pero que siempre olvida: a veces, lo peor es lo mejor que
puede pasar. No siempre, pero a veces, es así. Y ahora, creo que deberíamos
empezar la clase, ¿no creéis? —finalizó, adoptando de nuevo su tono de voz normal.
Nadie replicó nada, y siguieron con lo que estaban: la ejecución de hechizos sin
pronunciar los conjuros. A Harry se le daba bastante bien, pero estuvo toda la clase
callado y concentrado. Sin embargo, su cabeza no estaba en lo que hacía, sino que
pensaba en todo lo que Flammingan le había dicho.
Cuando terminó, se acercó a la mesa del profesor.
—Profesor Flammingan —dijo—. ¿Podría hacerle una pregunta?
—¿Es sobre la clase, Harry? ¿Es urgente?
—No, no es sobre la clase.
El profesor negó con la cabeza.
—Entonces temo que no puedo atenderte ahora; tengo que reunirme con
Dumbledore para un asunto que no puede esperar. Pero podrás hablar conmigo en
cualquier otra ocasión. Nos vemos. Lo siento —se despidió, y salió de la clase con un
paso tan rápido que no parecía de un anciano. Harry se quedó mirando el revuelo de
su túnica mientras se alejaba.
—¿Qué querías preguntarle? —quiso saber Hermione.
—Por qué dijo eso de que Dumbledore es quien mejor conoce a Voldemort,
excepto quizás yo.
—Bueno, te has enfrentado muchas veces a él, ¿no? Será por eso —opinó Ron.
—Es posible —dijo Harry, no demasiado convencido.
—A mí lo que me hizo reflexionar fue todo eso que dijo sobre los políticos y los
ministros de magia... Creo que ya no me importa tanto quién salga elegido —declaró,
mientras abandonaban el aula para dirigirse a clase de Astronomía—. Flammingan
tiene razón: ningún ministro solucionará el problema.
—No, ningún ministro —confirmó Harry con voz lúgubre—. Tendré que ser yo.
Ni Ron ni Hermione dijeron nada al respecto.

El sábado por la noche, la expectación había crecido hasta límites insospechados.


Todo el mundo parecía deseoso de que por fin llegara el día siguiente. Algunos, como
Susan Bones, estaban tan nerviosos que Harry dudaba seriamente de que pudiesen
pegar ojo.
—Tranquilízate, Susan —oyó que le decía a la chica Hannah Abbott en la vecina
mesa de Hufflepuff, durante la cena.
—No puedo —replicó Susan—. Si mi tía es elegida... Madre mía, Ministra de
Magia... Sería increíble...
—Sí, lo sería —corroboró Hannah, dirigiéndole una sonrisa.
—Aunque, por otro lado, creo que preferiría que no ganara...
—¿Qué? ¿Por qué dices eso? —se extrañó Hannah—. ¡Llevas semanas haciendo
campaña a su favor!
—Sí, lo sé, pero he estado pensando y..., bueno, estará en un peligro muy serio si
es elegida, mira lo que le pasó a Fudge...
Hannah vaciló un momento, sin saber qué responder.
—Mira, no va a estar en un peligro mucho mayor que siendo directora del
Departamento de Seguridad Mágica, ¿no crees? Y si hasta ahora ha estado bien, es
porque sabe cuidarse, no te preocupes.
—Sí, lo sé... —asintió Susan—. Pero es que es Quién tú sabes al que se
enfrenta...
—Bueno, Harry sobrevivió luchando cara a cara contra él, ¿no? —intervino Ernie
Macmillan, que le dirigió a Harry una rápida mirada—. Siendo así, tu tía también puede
sobrevivir, ¿no?
Ernie volvió a mirar a Harry, pidiéndole un poco de apoyo, y también Susan se
volvió hacia él, como esperando una confirmación.
—Eh..., sí, claro, por supuesto —se apresuró a decir Harry, aunque no creía en lo
que decía. Si Voldemort decidía que Amelia Bones debía de morir, le sería muy difícil
protegerse. Él había sobrevivido, sí, pero a cambio de un sacrificio, y teniendo la
ayuda de la Antorcha de la Llama Verde y de todo el poder y el conocimiento que
Voldemort había dejado en él. Sin alguna de esas tres cosas, no habría salido con vida
de aquélla, y Amelia Bones no tenía, al menos, dos de las tres.
En ese momento cesaron todos los murmullos y Harry se volvió hacia la mesa de
los profesores para ver qué sucedía. Dumbledore se había puesto en pie, con
intención de hablar.
—Atendedme un momento todos, por favor —pidió. Cuando el comedor se quedó
totalmente en silencio, volvió a hablar—: Como todos sabréis, mañana, día 19 de
septiembre, se celebrarán las elecciones para elegir al nuevo Ministro de Magia de
entre los tres candidatos al puesto. Seguramente sabréis también, y si no es así ya os
lo comunico yo, que sólo aquellos magos mayores de edad, es decir, que tengan
diecisiete años o más pueden votar. —Parvati soltó un murmullo de decepción—.
Mañana, durante todo el día, en la habitación del vestíbulo donde se espera el
momento de la selección habrá un representante de la Comisión Electoral del
Ministerio de Magia para que aquéllos que queráis votar podáis hacerlo. El voto, por
supuesto, es secreto, y por si alguien lo ignora, os diré que sólo se puede emitir un
voto por persona. Seréis identificados mágicamente cuando vayáis a depositar vuestro
voto, así que no se podrán hacer trampas: no se podrá votar sin tener la edad, ni
tampoco se podrá votar más de una vez, así que no lo intentéis. Creo que es todo...
—La profesora McGonagall se acercó al director, y éste agachó un poco la cabeza. La
profesora le susurró algo y Dumbledore asintió—. Ah, sí, sí... —dijo, volviendo a
levantar la cabeza y mirando a los alumnos—. Las votaciones empezarán a las nueve
y media de la mañana y terminarán a las cinco de la tarde, así que, si queréis votar,
tendréis que hacerlo entre esas dos horas, ¿de acuerdo? Es todo.
Un rato después, al salir del Gran Comedor, y mientras Harry, Ron y Hermione
caminaban hacia la torre de Gryffindor, Ron dijo:
—Bueno, estarás contenta, ¿no, Hermione?
—¿Por qué tengo que estar contenta? —preguntó la chica, mirando a Ron.
—Está claro, ¿no? —dijo él con tono ligeramente burlón—: mañana cumples la
mayoría de edad y puedes celebrarlo ejerciendo una gran responsabilidad como es el
votar por un nuevo ministro. ¿No es tu sueño?
—Cállate, Ron —le espetó Hermione con tono serio y ruborizándose ligeramente.
—No te enfades, sólo era una broma.
—Pues no es un tema de broma.
—Bueno, vale... ¿Qué tipo de fiesta quieres que organicemos para tu cumpleaños?
—¿Qué? —preguntó Hermione totalmente sorprendida, parándose en seco—. ¿De
qué fiesta hablas?
—De tu fiesta de cumpleaños —respondió Ron.
—No puedes hacer una fiesta sin más —replicó Hermione, cuyas mejillas estaban
teñidas de un color sonrosado—. Eres prefecto, y las normas dicen que...
—¡Oh, Hermione, por favor! —exclamó Ron, exasperado, mientras Harry
pronunciaba la contraseña y entraban en la sala común—. ¿No puedes olvidarte un
poquito de las normas ni el día de tu cumpleaños?
—No —declaró Hermione, más ruborizada aún—. Una fiesta..., para mí... —Negó
con la cabeza con fuerza—. Estás loco.
—Estamos, querrás decir —repuso Ron—. Porque Harry también participa.
Hermione miró a su amigo, y éste asintió.
—Pues claro —confirmó—. Yo tuve mi fiesta de cumpleaños, ¿no? ¿Por qué no
vas a tenerla tú?
—Sí, pero era en verano, y no estábamos en el colegio... Y no era día de
elecciones, ¡y entonces yo no era Premio Anual!
—Sí, como quieras —dijo Ron sin hacerle mucho caso—. Me voy a la cama, que
estoy cansado y mañana va a ser un día muy largo. ¿Vienes, Harry?
—Sí, voy. Hasta mañana, Hermione.
Y ambos subieron por las escaleras de los dormitorios de los chicos, dejando a su
amiga con la palabra en la boca.

Al día siguiente, por la mañana, Harry y Ron se levantaron bastante temprano, para
ser domingo, pero al bajar a la sala común comprobaron que no habían sido los más
madrugadores. Algunos alumnos, incluidos Seamus y Dean, estaban ya allí, hablando,
como no, de las elecciones.
—¿No os aburrís de hablar siempre de lo mismo? —les preguntó Ron,
bostezando.
—No —repuso Dean—. ¡Es el tema del mes!
—No te lo niego, pero aún así...
—Deja eso, Ron, Hermione se levantará pronto —intervino Harry.
—Sí, tienes razón...
—¿Qué tenéis planeado hacer? —les preguntó Seamus con curiosidad.
—¡Oh, ya lo verás! —dijo Ron, contento.
Se sentaron a esperar, y unos minutos después bajó Neville, apresurado.
—¿Ha bajado ya...?
—No, Neville, todavía no —le respondió Harry.
—Vale... —murmuró Neville, dejándose caer en una butaca al lado de Ron.
Justo en ese instante, Ginny entró en la sala común procedente de los dormitorios
de las chicas y se acercó a ellos.
—Bajará en un minuto —les dijo.
—Bien —dijo Ron, sacando la varita. Harry hizo lo mismo.
Unos minutos después, Hermione salió de las escaleras y entró en la sala común.
Vio a Harry, Ron, Neville, Ginny, Seamus y Dean y se dirigió a ellos, y entonces, los
cuatro primeros, tal y como habían planeado, gritaron a coro:
—¡FELICIDADES, HERMIONE!
Al mismo tiempo, Ron y Harry agitaron sus varitas, que desprendieron chispas y
soltaron varios petardazos.
Hermione se quedó en el sitio y se ruborizó al instante, viendo cómo todos en la
sala común se quedaban mirando para ella.
—¡Vamos! —gritó Ron, mirando a todo el mundo—. ¿No felicitáis a la delegada por
su cumpleaños?
Ginny fue la primera en acercarse a Hermione y darle un beso, seguida por Harry.
—Felicidades, Hermione —le dijo.
—Gracias, Harry —respondió ella, aún ruborizada, pero sonriente.
Harry se apartó y Ron se acercó.
—Felicidades..., Hermione.
—Gracias... —repitió ella en un susurro, mirándole.
Ron se inclinó un poco y la besó con suavidad. Seamus y Dean se pusieron a
gritar a coro.
—Bueno, nosotros no somos los únicos que queremos felicitarte —anunció Ron
con una sonrisa, apartándose de ella y dirigiéndoles una rapidísima mirada de odio a
Seamus y a Dean.
Harry, al oírlo, agitó suavemente su varita, cuya punta soltó un débil destello.
Momentos después, un grupo de elfos, con Dobby al frente, aparecieron en la sala
común, llevando bandejas de pasteles y cajas de cerveza de mantequilla.
—Pero ¿qué...? —comenzó a decir Hermione.
—¡Felicidades, señorita! —chilló Dobby mirando hacia Hermione, mientras los
demás elfos, todos muy sonrientes, dejaban lo que llevaban encima de las mesas—.
Casi todos los elfos de Hogwarts querían venir a felicitarla, señorita, pero no
podíamos... ¡Todos estamos muy contentos de poder ayudar a la fiesta de cumpleaños
que Harry Potter y su amigo han organizado!
Hermione, que no terminaba de salir de su asombro, miró hacia sus dos amigos.
—¿Vosotros habéis...?
—Te dijimos ayer que tendrías tu fiesta de cumpleaños —explicó Harry.
Los elfos se marcharon poco después, tras felicitar a Hermione
entusiasmadamente. Atraídos por el jaleo, el resto de los alumnos de Gryffindor
comenzó a invadir la sala común, y todo el mundo empezó a celebrar el cumpleaños
de Hermione, comiendo y bebiendo.
—Bueno, es hora de los regalos, ¿no? —dijo Ron, tragándose un enorme trozo de
pastel de chocolate.
—Sí, creo que sí —coincidió Harry.
Ambos agitaron sus varitas, y sus respectivos regalos bajaron desde su habitación.
Harry cogió el suyo y se lo entregó a Hermione.
—Gracias, Harry... —musitó la chica mientras lo abría. Sus ojos se abrieron como
platos al verlo—. ¡Muchísimas gracias! Es genial, de verdad... —exclamó mientras
terminaba de desenvolverlo. Era un libro titulado «El Departamento de Misterios y todo
lo que se supone que se hace en él».
—Sabía que te gustaría —sonrió Harry.
—Toma el mío —dijo Ron.
Le entregó el paquete a Hermione y ella comenzó a desenvolverlo. Se quedó de
piedra al verlo.
—Oh, Ron...
Era una fotografía en un hermoso marco de madera, al parecer, hecho por el
propio Ron mediante la magia. La fotografía los mostraba a él y a Hermione sentados
junto al lago, sonriendo. No parecían saber que los estaban fotografiando. En la misma
fotografía podía leerse, mágicamente, «Septiembre, Séptimo Curso. De Ron, con
cariño.»
—Es preciosa... —murmuró Hermione, contemplando la fotografía embelesada—.
¿Cuándo la hiciste? ¿Cómo?
—El día que fuimos a pasear al lago —explicó Ron—. Con una cámara y ciertos
poderes, no resultó muy difícil. Bueno, en realidad hice siete, pero ésta fue la única
que salió bien centrada.
—Gracias —repitió ella de nuevo, abrazándole.
Luego, Ginny y Neville le entregaron sus regalos: Ginny una bonita pulsera de
plata y Neville una edición de lujo, revisada, actualizada e ilustrada de Historia de
Hogwarts, con una dedicatoria en letras de oro que decía «Gracias por siete años de
ayuda».
Hermione estaba emocionada, y luchaba por contener las lágrimas.
—Gracias a todos, de verdad... Pero no era necesario hacer todo esto.
—¡Cumples diecisiete años, Hermione! —repuso Ron—. Claro que era necesario...
Espero tener una fiesta así cuando sea mi cumpleaños —añadió, queriendo sonar
casual.
La fiesta se prolongó varias horas, y Harry sacó casi todo lo que los gemelos le
habían dado en King’s Cross para festejar más aún.
En un momento de la fiesta, Harry se apartó un poco de Dean y Seamus, con los
que había estado hablando, y se acercó a la ventana, alejándose de todos. Se apoyó
contra la pared y miró hacia Hermione, que parecía enormemente feliz y complacida,
pese a sus reticencias iniciales, de tener una fiesta como aquélla. Ron estaba con ella,
comiéndose un pastel con el que se había manchado de crema su larga nariz, y
Hermione se reía de él. Parecían felices. Harry recordó el día anterior, cuando habían
organizado la fiesta. Ron y él habían bajado a las cocinas a hablar con los elfos
durante una de las guardias que Hermione, como Premio Anual, debía de hacer, para
evitar que se enterara de nada. Nunca habían celebrado los cumpleaños de Ron o
Hermione de aquella forma, pero Harry había querido hacerlo así ese año, y Ron se
había mostrado entusiasmado con la idea. Harry había querido hacerlo porque era el
último año que estarían en Hogwarts... y quizás el último en que estarían juntos. A
pesar de que había intentado evitarlo, una sensación pesimista lo acompañaba
siempre, algo que le hacía sentirse como si estuviera viviendo sus últimos días, como
si estuviera viviendo en un tiempo prestado. A veces lograba esconder tanto aquella
sensación que ni siquiera se daba cuenta de ella, pero otras, como en momentos
especiales, no podía evitar que saliera a la luz, y por eso había querido tener aquella
celebración. Quería disfrutar el máximo tiempo posible con sus amigos.
—¡Eh, Harry! —lo llamó Ron mientras se limpiaba la nariz con una servilleta—.
¿Qué haces ahí? ¡Vente!
Harry le sonrió, y, haciendo acopio de fuerzas, intentó, una vez más, tragarse
todos los temores que sentía e intentar disfrutar.

—Tenemos que ir a votar, no lo olvidéis —les recordó Hermione a Harry y a Ron una
hora y media después, cuando la fiesta empezaba a darse por finalizada—. Y además,
por la tarde yo tengo que estar en la sala de votaciones, por ser Premio Anual. Ahora
mismo está Anthony.
—¿Qué? ¿Tienes que pasarte la tarde vigilando? —preguntó Ron, contrariado—.
¿Por qué? ¿Y por qué no nos lo dijiste antes?
—Creí que os lo había dicho ya —se disculpó Hermione—. Y sí, Ron, tengo que
estar abajo, es una de las responsabilidades de los delegados...
—¿En tu cumpleaños? Pues vaya fastidio —se quejó Ron.
Tras limpiar la sala común (que no llevó demasiado tiempo, gracias a la magia y
una elevada colaboración) la mayor parte de los alumnos que no lo habían hecho aún
bajaron a comer, a pesar de que casi todos debían de estar que reventaban a base de
los pasteles que habían traído los elfos, porque no había sobrado ninguno.
Harry, Ron y Hermione bajaron juntos. Al llegar al vestíbulo, vieron que la
profesora McGonagall salía de la sala destinada a las votaciones. Anthony Goldstein y
Padma Patil estaban en la puerta, charlando.
—Hola —los saludó Hermione, acercándose a ellos—. ¿Cómo va todo?
—Hola —contestó Anthony, volviéndose—. Pues todo bien, muy tranquilo... Ah, se
me olvidaba: felicidades —añadió, con una sonrisa.
—Gracias —dijo Hermione—. ¿Te aburres? ¿Ha venido ya mucha gente?
—Pues sí, sí me aburro, para qué negártelo. En toda la mañana sólo han venido
los de Ravenclaw, dos de Hufflepuff y dos o tres profesores.
—¿No ha venido nadie de Slytherin aún? —intervino Ron.
—No —respondió Anthony—. Ninguno.
—Bueno, vamos a ir a comer, y luego te relevo, ¿vale? —dijo Hermione.
Anthony asintió, y Harry, Ron y Hermione entraron en el Gran Comedor.
—¿Seguro que no te puedes librar? —volvió a preguntar Ron cuando estuvieron
sentados en la mesa—. Eso de estar ahí en la puerta tiene pinta de ser mortalmente
aburrido.
—Es mi obligación, Ron —repuso Hermione.
Ron no contestó. Miró hacia su plato, donde tenía una buena ración de pastel de
filete y riñones. Tenía la expresión del que quiere y no puede.
—¿No comes? —le preguntó Harry.
—Me gustaría, pero creo que estoy demasiado lleno...
—Si no te hubieses comido tú solo una bandeja entera de pasteles de crema, no te
pasaría eso —le reprochó Hermione—. ¿Eres incapaz de resistirte a la tentación de
comer salvo que estés reventando?
—Hermione —repuso Ron con voz solemne—, los elfos se esmeran mucho para
hacer esta comida, sería un insulto negarse a comerla.
Harry, Ginny, y Seamus y Dean, que estaban cerca y oyeron a Ron, se rieron.
Hermione sólo puso los ojos en blanco.
Al terminar de comer (Hermione se había apurado bastante), los tres amigos
salieron del Gran Comedor y se dirigieron a la sala opuesta, donde Anthony charlaba
con los dos funcionarios del Ministerio encargados de recoger los votos de los
estudiantes y profesores de Hogwarts.
—Ya puedes ir a comer si quieres —le informó Hermione—. Ahora me ocupo yo.
Él asintió. Se despidió de los dos funcionarios y de los tres amigos y luego se
marchó hacia el Gran Comedor.
—Tú eres la otra delegada, ¿no? Hermione Granger —le dijo a Hermione uno de
los funcionarios. Hermione asintió—. Encantado. Yo soy Robert Grungeon —se
presentó, dándole la mano—. Él es William Stutwart —añadió, señalando a su
compañero.
Hermione le dio la mano a Stutwart y luego él y Grungeon estrecharon también las
de Harry y Ron.
—Vais a votar, ¿no? —preguntó Grungeon.
—Sí —respondió Harry.
—Bien, de acuerdo... Tomad. —Les dio una papeleta a cada uno con los tres
nombres, y ellos se acercaron a una mesa un poco apartada.
Harry miró su papeleta, vacilando unos instantes, y luego, recordando la noche en
que Voldemort había retornado, marcó la casilla que decía «Amos Diggory». Al cerrar
la papeleta, ésta se selló mágicamente.
—¿Estáis? —les preguntó Harry a sus amigos.
—Sí —respondieron ambos, cerrando también sus papeletas. Volvieron a la mesa
donde estaba la urna, y Grungeon cogió unos pergaminos.
—Bien, ponga la mano aquí, señor Potter, si es tan amable... —le indicó Stutwart,
señalándole una especie de piedra circular. Harry puso la mano allí y Stutwart miró el
pergamino—. Harry James Potter —recitó.
—Lo tengo... Diecisiete años, cumplidos el 31 de julio. ¿Es correcto? —preguntó
Grungeon, mirando a Harry.
—Sí —confirmó Harry.
Grungeon cogió su papeleta y la metió en la urna, y automáticamente el nombre de
Harry en el pergamino pasó del color negro al rojo. Vio que, cerca del suyo, el nombre
de Padma Patil estaba también rojo. Se apartó, y fue Ron el que puso la mano en la
piedra.
—Ronald Bilius Weasley, diecisiete años cumplidos el 1 de marzo. ¿Correcto?
Ron asintió, y depositó su papeleta. También su nombre se tornó rojo.
—Hermione Jane Granger, diecisiete años, cumplidos... hoy —dijo Grungeon con
sorpresa—. Vaya, felicidades.
—Gracias —dijo Hermione con una sonrisa. Depositó su papeleta y, al igual que
los de Harry y Ron, su nombre en la lista se volvió rojo.
—Bueno, ¿qué tienes que hacer ahora, Hermione? —le preguntó Harry, mientras
se alejaban de la mesa.
—Nada, simplemente estar por aquí por si pasa alguna cosa, o si algún alumno
arma jaleos... Esas cosas.
—Nos quedamos contigo —se ofreció Ron—. Si no te vas a aburrir mucho.
—Os lo agradezco —dijo ella, contenta.
Salieron al vestíbulo y se quedaron en la puerta de la sala, conversando, mientras
contemplaban cómo los últimos alumnos salían del Gran Comedor. Vieron salir a
Neville, a Seamus, a Dean, a Parvati y a Lavender, y los cinco se acercaron a ellos.
—¿Ya habéis votado? —les preguntó Parvati.
—Sí... ¿Vais a hacerlo vosotros ahora? —respondió Ron.
—Sí, a eso vamos —contestó Neville, y todos, excepto Parvati, entraron en la sala.
Harry, Ron y Hermione se volvieron para mirar, cuando una voz arrastrada les hizo
volverse hacia el vestíbulo de nuevo.
—Mirad a quién tenemos aquí —dijo Draco Malfoy, que se había quedado mirando
hacia ellos al salir del Gran Comedor, acompañado por Crabbe, Goyle y Pansy
Parkinson—. ¿Qué, votando?
—Sí —contestó Harry, desafiante—. ¿Por qué, te importa?
—No —respondió Malfoy bajando la voz, al tiempo que se acercaba a ellos—. Esto
me parece una estupidez.
—¿No vas a votar? —inquirió Hermione, un tanto sorprendida.
—¿Votar? —repitió Malfoy con desagrado—. No pienso ayudar a elegir a un tipo
que pretenda meter a mi padre entre rejas, como comprenderás.
—Tú padre no necesita rejas, Malfoy, necesita cuerdas —repuso Ron
mordazmente.
El afilado rostro de Malfoy se contorsionó en una mueca de rabia, y miró a Ron
lleno de furia contenida. Su mano vaciló un momento, y se acercó al bolsillo de la
túnica, donde guardaba la varita. Ron también agarró la suya instintivamente.
—¡Quietos! —les advirtió Hermione—. Ni se os ocurra.
Malfoy miró también a Hermione con odio, pero se contuvo. Se relajó y dio un paso
más hacia Ron.
—Algún día me las pagarás, comadreja —le espetó a Ron despectivamente—.
Algún día... Y también vosotros dos —añadió, mirando a Harry y a Hermione. Luego
volvió con su grupo, sin olvidarse de echarle también una mirada despectiva a Parvati,
y los cuatro se alejaron hacia el pasillo que conducía a las mazmorras. Harry, Ron,
Hermione y Parvati se los quedaron mirando.
—No sé porque no me dejas que le dé su merecido, Hermione —protestó Ron—.
Si...
—De nuevo problemas, ¿eh, muchachos? —dijo detrás de ellos la voz de Nick
Casi Decapitado, interrumpiendo a Ron—. ¿Rivalidades con Slytherin?
—¿Eh...? ¡Ah!, hola, Nick... —saludó Harry, sobresaltado por la aparición repentina
del fantasma—. Sí, problemas con Malfoy, como siempre...
—Las discusiones con los slytherins no son nuevas —comentó Nick—. Las
recuerdo desde que era un estudiante aquí... Pero en mi opinión son absurdas.
Deberíais intentar poner todos de vuestra parte. Tal y como están las cosas, sólo con
una fuerte unión entre las casas...
—No siga por ahí —lo cortó Ron—. Esto no es exactamente una discusión con los
de Slytherin, sino con algunos slytherins muy concretos —aclaró—. Y no pienso hacer
nada por llevarme bien con ellos. Eso es imposible. De hecho, si Hermione no me lo
hubiera impedido... —comenzó a protestar de nuevo, mirando hacia la chica. Ella se
defendió, cortándole.
—Para eso estoy aquí, Ron. Para evitar las peleas. No olvides que soy la
delegada, y tú no deberías olvidar que eres un prefecto...
—Ah, yo no, pero Malfoy sí puede olvidarlo, ¿verdad?
—¡Yo no he dicho eso! —exclamó Hermione—. ¿Quieres ser como él?
Ron no respondió, pero Harry sí lo hizo.
—Nadie quiere ser como él, Hermione, pero esto está más allá de las normas del
colegio...
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella bruscamente.
—Quiero decir que de ese grupo, tres son hijos de mortífagos, Hermione, y para
que ellos ganen, yo tengo que morir... No pretenderás que me lo tome como una
discusión de estudiantes, ¿verdad?
—No, Harry, no pretendo eso —se defendió Hermione, muy afectada por las
palabras de su amigo—. Sólo que..., que no vamos a ganar nada peleándonos con
ellos. Fijaos en todo lo que le hicisteis a Malfoy el año pasado, y aún así no os teme,
se sigue metiendo con vosotros cada vez más. Mirad, conocemos bien a Malfoy. Cada
vez que se mete con nosotros lo único que busca en picarnos, provocarnos... Si
queréis hacerle daño, simplemente ignoradlo; es lo único que no puede soportar.
—Sí, supongo que tienes razón —admitió Harry—. Pero es que no lo aguanto, tan
engreído, tan orgulloso de lo que es, de lo que es su padre... No puedo soportarlo,
Hermione...
—¿Y crees que para mí es fácil, Harry? ¿Acaso olvidas lo que su padre les hizo a
los míos? ¿O lo que decía respecto a que era una lástima que hubiesen fracasado y
no hubieran logrado matarlos? Pero ¿qué voy a hacer? ¿Matarle yo? No, Harry, no me
gusta la violencia... ¿Creéis que si le dais una paliza a Malfoy cambiará de opinión
sobre nosotros? Sabéis perfectamente que no.
—Sí, lo sabemos —admitió Ron—. Supongo que debemos tratar de controlarnos...
—añadió, mirando a Harry.
—Sí, deberíamos —concedió Harry con gravedad.
Durante el resto de la tarde, los tres amigos vieron pasar a votar al resto de los
profesores, incluido Hagrid (que estuvo un rato hablando con ellos), a los demás
alumnos de Gryffindor, y a los que faltaban de Hufflepuff. Sin embargo, de Slytherin
sólo habían votado Warrington y dos chicas: Millicent Bulstrode (que miró con
desprecio a Harry, Ron y Hermione) y una de sus compañeras de cuarto, que no solía
estar tan frecuentemente con Pansy Parkinson y las demás de su grupo.
Cuando finalmente llegaron las cinco, los dos funcionarios del Ministerio recogieron
sus documentos y la urna, se despidieron de ellos y volvieron al Ministerio a través de
una de las chimeneas del Gran Comedor.
—Bueno, ¿quién creéis que ganará? —preguntó Ron mientras volvían a la sala
común—. Yo espero que Amos Diggory... Al fin y al cabo, es amigo de mi padre... Yo
voté por él —confesó.
—Yo también —añadió Harry—. Pero no sé quién ganará. ¿Y tú, Hermione?
—No, no lo sé tampoco —contestó ella.
—Ya, pero ¿por quién votaste? ¿O no nos lo quieres decir? —preguntó Ron.
—Bueno, yo..., yo voté por Amelia Bones... —miró a sus amigos como
disculpándose, y luego se apresuró a defender su voto—: Mirad, el señor Diggory me
da mucha pena y todo eso, por lo de Cedric, pero creo que Amelia Bones es más
justa, y, además, no pertenece al Departamento de Regulación y Control de las
Criaturas Mágicas. Sabéis que nunca me han gustado por su actitud con los elfos.
—Está bien, Hermione —asintió Harry, haciéndole un gesto con la mano para que
se calmara—. Cada uno vota lo que quiere. No somos del equipo de campaña de
Amos Diggory ni nada así... Si te digo la verdad, yo dudaba, pero me acordé de Cedric
y decidí votar por él.
—Y yo ya te he dicho que es porque le conozco y es amigo de mi padre —agregó
Ron—. Porque en realidad, creo que habrá muy poca diferencia entre que salga uno y
otro.
—Estoy de acuerdo —dijo Harry dejando entrever un ligero pesimismo que sus
amigos, afortunadamente, no percibieron.
Llegaron ante el retrato de la Dama Gorda, pronunciaron la contraseña y entraron,
encontrándose a casi todos los miembros de la casa en silencio y apiñados en la sala
común.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Hermione, poniendo voz autoritaria y acercándose
—. ¿A qué viene tanta expectación?
—Tienen una radio mágica —le explicó con voz temblorosa un chico de segundo
año.
Harry, Ron y Hermione se metieron en el medio y vieron a Parvati con una radio
mágica en la mano, rodeada por Lavender, Seamus, Dean y Neville, y luego por todos
los demás.
—¿Ya han acabado las votaciones? —preguntó Parvati al verlos. Hermione asintió
—. Estupendo. A ver si dicen pronto quién ha ganado...
Sintonizó la radio, que se oía mucho mejor que las de los muggles, y puso un
canal de noticias. Se hizo el silencio absoluto.
—...y las últimas urnas con votos procedentes de todo el país están llegando ya al
Ministerio. Creemos que ya están todas... Sí, Albus Dumbledore acaba de confirmar
que ya están todas las urnas, que en total son ochenta y siete. Ahora procederán al
recuento mágico y en breve sabremos, por fin, quién será el nuevo Ministro de Magia.
Los tres candidatos están también aquí, y parecen nerviosos. No es de extrañar, sobre
todo teniendo en cuenta lo que tendrá que afrontar aquel que salga elegido. Bueno,
Randall, os devuelvo la conexión hasta que el recuento se haya efectuado. Desde el
Ministerio de Magia, Todd Merrish.
—Gracias, Todd —dijo la voz de otro locutor por la radio—. Mientras se efectúa, el
recuento podremos hablar con Horacio Dilphum, ex secretario de la sede británica de
la Confederación Internacional de Magos. Bienvenido, señor Dilphum.
—Gracias, Randall —respondió Dilphum, cuya voz grave tenía pintas de ser de un
anciano.
—Bueno, como sabrá, uno de los mayores temores de la comunidad mágica y del
Ministerio era que El-que-no-debe-ser-nombrado o algunos de sus seguidores
irrumpieran para evitar la celebración de estas elecciones. ¿Por qué cree usted que no
ha sucedido nada?
—Bueno, ésa es una cuestión difícil de responder —contestó Dilphum con
prudencia—. Mi opinión, que por desgracia no es muy consoladora, es que a Quien tú
sabes le da igual quien sea el nuevo Ministro de Magia. Si quieres que te sea
totalmente sincero, Randall, perdí muchas esperanzas cuando Albus Dumbledore fue
herido durante el asalto a Azkaban del año pasado. Tal vez Quién tú sabes sólo esté
esperando el desenlace de las elecciones para tener un objetivo claro contra el que
actuar.
—Es posible —reconoció Randall—. Sin embargo, a pesar del ataque al Ministerio
de Magia de hace unos meses, se sabe que el principal objetivo de el-que-no-debe-
ser-nombrado es el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería y Harry Potter, aunque
no sepamos exactamente qué pretende al intentar una y otra vez matar a ese chico.
Harry notó cómo muchas de las miradas de sus compañeros se volvían hacia él
durante unos instantes.
—No puedo contestarte a eso —dijo Dilphum—. Quizás sólo sea porque ese chico
sobrevivió a una maldición a la que no se puede sobrevivir, quizás es sólo una manía,
o puede que haya razones que no conozcamos. Lo que sé, lo que todos sabemos, es
que ese chico es importante. Ha escapado de Quién tú sabes más veces que nadie
antes que él, y sea quien sea el nuevo ministro, deberá ser una prioridad para él
proteger a Potter.
—¿Cree usted en los rumores que dicen que en Potter está la clave para vencer al
que-no-debe-ser-nombrado? —inquirió Randall con interés.
A Harry no le estaba gustando el curso de aquella conversación. Se suponía que
tenían que hablar de las elecciones, no de él. Notaba las miradas de sus compañeros,
aunque fingía prestar toda su atención a la radio y no darse cuenta. Por momentos,
sentía deseos de abandonar la sala común y encerrarse en su cuarto para no sentirse
el centro de atención. Estaba harto de eso.
—No lo sé —respondió Dilphum—. El caso es que, durante esa extraña batalla en
el bosque que sucedió al mismo tiempo que el ataque al Ministerio, Potter y sus
amigos sobrevivieron. Se dice que incluso obligaron a Quién tú sabes a huir.
—No hay una confirmación oficial de eso —repuso Randall.
—No, pero no podemos olvidar que Potter y sus amigos provocaron la detención
de unos cuantos mortífagos y la muerte de otros, aunque no sepamos cómo. En mi
opinión...
—Un momento, señor Dilphum —lo interrumpió el locutor—. Me comunican que el
recuento ya ha sido realizado, y que en breve conoceremos los resultados.
Conectamos de nuevo con Todd Merrish, en el Ministerio de Magia. —Hizo una breve
pausa—. ¿Qué sucede, Todd? ¿Ha terminado ya el recuento?
Harry notó cómo todo el mundo ponía más atención en las noticias.
—Efectivamente, Randall —respondió Todd—. Al parecer, Albus Dumbledore,
junto al Presidente de la Comisión Electoral, van a dar los resultados ahora mismo.
Aún no tenemos indicios sobre quién podría ser el ganador, y debo añadir que los tres
candidatos están más tensos que antes. Concretamente, Julius Seadork... Un
momento... —se interrumpió—. Sí, ya van a dar los resultados. Escuchamos a Albus
Dumbledore.
Se oyó ruido de fondo, y pronto oyeron la conocida voz del director de Hogwarts,
que se aclaraba la garganta, reclamando atención.
—Señoras y señores, miembros del Ministerio y habitantes del mundo mágico, los
resultados de las Elecciones al cargo de Ministro de Magia son los que se indican a
continuación:
»El número de magos y brujas que estaban autorizados a votar en estas
elecciones es de noventa y dos mil seiscientos doce. El número de votos es de
ochenta y un mil cuatrocientos diecisiete. —Dumbledore hizo una pequeña pausa y
luego prosiguió—: La cantidad de votos no válidos es de dos mil veinticuatro. Ahora,
de los setenta y nueve mil trescientos noventa y tres votos restantes, Julius Seadork
ha obtenido cuatro mil trescientos cuarenta y dos, el cinco por ciento de los votos;
Amelia Bones, con treinta y cinco mil doscientos catorce, tiene el cuarenta y cuatro por
ciento de los votos; finalmente, Amos Diggory ha obtenido treinta y nueve mil
ochocientos treinta y siete votos, el cincuenta por ciento del total. Es, por tanto, el
ganador y el próximo Ministro de Magia. Mis más sinceras felicitaciones, señor
Diggory, y enhorabuena a todos los candidatos por el apoyo recibido.
Dicho eso, Dumbledore se calló, y en la sala común comenzaron los murmullos,
cada vez más audibles, que pronto impidieron oír lo que decía la radio, salvo a los más
próximos a ella.
—Bueno —dijo Hermione mirando a sus dos amigos—. Ha ganado el padre de
Cedric...
—Por muy poco —apostilló Ron—. Casi empatan.
—El que no tuvo mucha suerte fue Seadork, ¿verdad? —comentó Harry.
—Pues a mí incluso me sorprendió que tuviera tantos votos —repuso Ron.
Harry miró a su alrededor. Dean y Seamus volvían a discutir, y Seamus, con
regocijo, le echaba en cara a Dean que hubiera ganado Amos Diggory.
—¡Chisst! ¡Callaos! —gritó Parvati, haciéndose oír por encima del barullo—. Creo
que Diggory va a hablar...
Los murmullos se acallaron al instante, y Harry pudo oír de nuevo la voz de Todd
Merrish.
—...avanza hacia el estrado de la Sala de Conferencias del Ministerio. Su esposa,
que fue la primera en felicitarle, permanece ahora sentada, pero tiene una expresión
triste en su cara. Suponemos que para ella no debe de ser fácil todo esto... Parece
que ya va a hablar. Le escuchamos.
Se oyeron de nuevo otros ruidos, y luego se hizo un profundo silencio que fue roto
por la voz de Amos Diggory, una voz que Harry no había oído en más de dos años.
—Buenas tardes a todos —empezó, con voz grave y seria. A Harry le sonó como
si se preparase para anunciar una noticia muy grave, en vez de su victoria y
nombramiento como nuevo Ministro de Magia—. Ante todo, quiero felicitar a mis
rivales y compañeros en el Ministerio, Amelia Bones y Julius Seadork; ambos hubieran
sido, sin duda, buenos Ministros de Magia. Por mi parte, quiero agradecer el apoyo
recibido, así como la elevada participación de los ciudadanos de la comunidad mágica
en un evento tan importante como lo es éste. Mi último agradecimiento es para Albus
Dumbledore, quien se ha ocupado magníficamente del Ministerio durante estos
meses; todos sabemos que, sin él, El-que-no-debe-ser-nombrado se habría hecho ya
con todo. —Hizo una pausa bastante larga, y luego, con voz más lúgubre, pero más
decidida, continuó hablando.
»Perdí a mi hijo hace más de dos años —declaró, con la voz acongojada—. Murió
la misma noche en que..., en que lord..., lord Vol..., lord Voldemort —logró decir, y por
la radio se oyó un murmullo de fondo— retornó. Murió por haber estado en el lugar
equivocado, por ninguna otra razón. Mi hijo —su voz subió de tono— no murió por un
error suyo, no murió por ningún accidente, como durante mucho tiempo Fudge quiso
hacerle creer al mundo. Mi hijo murió asesinado, y yo no voy a descansar hasta que el
responsable primero de su muerte sea derrotado, así deba perder la vida en el intento.
Quiero decir, aquí y ahora, que no habrá complacencia con los partidarios de
Voldemort. No toleraré que asesinos sin escrúpulos se paseen a sus anchas por el
mundo mágico. Os aseguro que haré todo lo que esté en mi mano para detenerlos,
para asegurar que el mundo que dejemos a nuestros hijos no sea un infierno bajo la
tiranía de un monstruo; trabajaré incansablemente para que el mundo del futuro sea el
mundo en el que a mí me habría gustado que mi hijo viviera.
»Sé que muchos de los que me escucháis estáis en una situación igual o parecida
a la mía, y sé que me entendéis; sé también que los que no lo estáis, teméis por
vuestros hijos, hermanos, esposas, maridos o padres. Desde aquí os prometo, os juro,
que haré todo lo posible para que nadie tenga que volver a sufrir el mismo dolor que
mi esposa y yo hemos sufrido... El mismo dolor que aún sufrimos. Es todo. Gracias de
nuevo, y buenas noches.
Parvati apagó la radio distraídamente. En la sala común reinaba un pesado
silencio. Harry, Ron y Hermione se dirigieron una mirada entre ellos.
17

Lo Más Profundo e Insondable


de la Magia

El resultado de las elecciones al puesto de Ministro de Magia fue tema de


conversación durante casi toda la semana siguiente. Cada día, sin falta, El Profeta
traía nuevas declaraciones de Amos Diggory acerca de cómo iba a enfrentar el
problema de Voldemort. Una de sus principales preocupaciones, manifestaba en una
entrevista publicada el miércoles, era asegurarse de que los mortífagos capturados no
volvieran a ser liberados.
—¿Creéis que lo conseguirá? —les preguntó Hermione a Harry y a Ron mientras
se dirigían a clase de Teoría de la Magia, tras el desayuno. Ambos la miraron con
expresión interrogativa—. Lo de impedir que los mortífagos se fuguen, digo —aclaró
ella.
—No —respondió Harry con convicción—. No sé cuánto tardará, pero los liberará.
Estoy seguro.
—Yo también lo creo —opinó Ron—. Los sacó de Azkaban incluso con
Dumbledore de enemigo. Siendo así, tarde o temprano también logrará liberarlos de
donde estén ahora.
Hermione no dijo nada y bajó la vista al suelo, sumiéndose en sus pensamientos.
Sin embargo, entre las preocupaciones del Ministro de Magia no estaban sólo los
mortífagos prisioneros. Dos días más tarde, el viernes, durante la comida, Dumbledore
se levantó para informar a los alumnos de algo importante.
—Prestad atención un momento, por favor —pidió, alzando la voz sobre el griterío,
que empezó a calmarse al tiempo que los alumnos fijaban su atención en el director—.
Gracias, no os aburriré mucho. Simplemente quería informaros de que mañana, Amos
Diggory, el nuevo Ministro de Magia, visitará el colegio. —Los alumnos se miraron
unos a otros, sorprendidos por la noticia, y Dumbledore hizo una pausa hasta que notó
que volvía a recuperar la atención de todos—. Espero que os comportéis como se
espera de los alumnos de Hogwarts y no dejéis quedar en mal lugar a vuestro viejo
director —añadió, en un tono ligeramente bromista, y algunos alumnos sonrieron—.
Gracias, eso es todo. —Volvió a sentarse. Al momento, el ruido de los murmullos y las
conversaciones llenó por completo el Gran Comedor.
—Vaya, visita oficial —comentó Neville—. ¿Qué querrá hacer el señor Diggory
aquí?
—No sé, pero no creo que le resulte agradable venir —opinó Harry—. La última
vez que estuvo en el castillo, perdió a su hijo... —La expresión de Harry se volvió
sombría, al tiempo que recordaba el doloroso encuentro con los padres de Cedric el
día siguiente a la tercera prueba del Torneo de los Tres Magos. Intentó imaginarse
cómo se sentiría el señor Diggory al volver a Hogwarts, pensando en cómo se había
sentido él al volver al lugar donde Sirius había muerto.
Hermione le miró con expresión compasiva, quizás adivinando por donde
discurrían sus pensamientos.
—Eh, no te pongas triste ahora por eso, vamos... —le dijo, intentando animarle—.
Necesitas pensar en cosas alegres...
Harry no respondió.
—Sí, venga —la apoyó Ron—. Mira, podemos ir a visitar a Hagrid después de la
clase con él, a ver si sabe algo de lo que quiere el Ministro —sugirió—. ¿Qué te
parece?
—Sí, vale —asintió Harry, un poco más animado ante la propuesta de Ron.
Así, pues, al terminar la comida salieron a los terrenos para la clase con Hagrid, y
luego, tras ayudarle a meter en sus jaulas a los diablillos chinos que habían estado
cuidando, unas criaturas pequeñas y rojas que solían rondar sitios donde hubiera
muerto gente, y que podían resultar peligrosos por sus afilados uñas y dientes,
acompañaron al guardabosques hasta su cabaña.
—Bueno, ¿qué tal la semana? —les preguntó Hagrid tras cerrar la puerta, mientras
ellos se acomodaban alrededor de desvencijada mesa—. ¿Muy ajetreada?
—Sí —se quejó Ron—. Aún no llevamos un mes de clases y ya tenemos deberes
como para detener el expreso de Hogwarts. No sé cómo va a ser cuando falte poco
para los exámenes.
—Sí, séptimo es un año duro —comentó Hagrid mientras ponía la tetera a hervir—.
¿Queréis unos pasteles? Los he hecho yo —dijo con cierto orgullo.
—Eh... —balbuceó Hermione, lanzando miradas de alarma a Harry y a Ron.
—No, gracias, Hagrid; no tenemos hambre —se apresuró a decir Harry—. Hemos
comido hace muy poco.
—Como queráis —respondió Hagrid, sin darse cuenta de la verdadera razón por la
cual ninguno de los tres quería comer los pasteles.
—¿Qué te parece que haya salido Diggory como ministro, Hagrid? —preguntó
Ron.
—Bueno, si queréis que os sea sincero, en mi opinión todo estaba mejor con
Dumbledore al frente, pero él no quiere, así que... supongo que no está mal, aunque
yo habría preferido a Amelia Bones.
Hermione le sonrió.
—Yo también —dijo.
—¿Y sabes a qué se debe la visita de mañana? —inquirió Harry.
—No —contestó Hagrid, sirviendo el té con ayuda de Ron, que había cogido las
tazas—. Pero supongo que tendrá que ver a Dumbledore.
—Pero para eso no tendría que venir a Hogwarts en visita oficial —repuso
Hermione razonadamente—. Podrían entrevistarse en el despacho de Dumbledore,
¿no? O podría ir Dumbledore al Ministerio... Así Diggory no tendría que recordar la
muerte de Cedric.
—Umh..., no lo sé —dijo Hagrid encogiéndose de hombros—. Tal vez quiere ver
cómo va todo por aquí.
—Tal vez —repitió Harry, sumiéndose luego en el silencio mientras daba débiles
sorbos a su té. Cuando Hagrid había dicho «quiere ver cómo va todo por aquí», se
había dado cuenta de que era muy posible que viese de nuevo cara a cara a Amos
Diggory. ¿Qué haría cuando eso sucediera? ¿Qué le diría él al señor Diggory? ¿Qué
le diría el señor Diggory a él? Sintió una desagradable sensación en el estómago, y se
planteó seriamente quedarse en la sala común durante todo el día siguiente.
—¿Te encuentras bien, Harry? —le preguntó Hagrid con algo de preocupación—.
Te has quedado muy callado.
—Sí, me encuentro bien, Hagrid, no es nada. No te preocupes —dijo, forzando una
sonrisa para tranquilizar a su amigo, y éste sonrió también. Harry evitó, sin embargo,
mirar directamente a Ron y a Hermione, aunque pudo apreciar, mirándoles de reojo,
que ellos no le habían creído.
Se entretuvieron aproximadamente una hora más, hablando de temas más
intrascendentes, pero, en cuanto salieron de la cabaña, Hermione miró a Harry
fijamente y le preguntó sin rodeos:
—¿Qué te ha pasado antes?
—¿Cuándo? —contestó Harry con despreocupación, haciéndose el loco e
intentando desviar el interés de su amiga, aunque sabía perfectamente que no lo
conseguiría.
—Antes, cuando te has quedado tan pensativo y callado.
Harry suspiró.
—Nada. Simplemente pensaba que..., ¿qué haré si mañana me encuentro al señor
Diggory cara a cara?
—¿Eso es lo que te preocupa? —dijo Hermione un tanto aliviada—. Pues Harry, le
saludas y listo... Y le felicitas por su victoria, si quieres. ¿O qué pensabas decirle?
¿Qué es lo que temes?
—Estaba pensando en quedarme todo el día en la sala común —confesó Harry.
—No puedes —intervino Ron—. Mañana por la tarde tenemos entrenamiento.
—Ya sé que no puedo, Ron.
—Vamos, anímate —le dijo Hermione—. No será tan grave, ya lo verás. Si
hablaste con él después de la muerte de Cedric, lo de mañana no será peor, ¿no?
—Supongo que no —contestó Harry, suspirando de nuevo.

—Hemos recibido carta —les informó a la mañana siguiente Hermione cuando se


encontró con Harry, Ron y Ginny en la sala común. Traía un sobre en la mano.
—¿De quién? —inquirió Ginny, mirando el sobre con interés.
—De casa —contestó Hermione, mientras se sentaba con ellos y comenzaba a
abrir el sobre.
Harry miró hacia ella fijamente y sonrió para sí mismo al pensar en lo que su amiga
había dicho: «de casa», y se refería a Grimmauld Place. Lo había dicho de una forma
tan natural..., como si todos ellos fuesen una familia que residieran en la misma
vivienda; y Harry comprendió que, en realidad, así era. Pensar en un detalle tan nimio,
pero para él tan importante, hizo que viera el día con otra perspectiva un tanto más
alegre.
—¿Qué te pasa, Harry? —oyó que decía Ginny. Levantó la cabeza y la miró
inquisitivamente—. Sonreías para ti mismo —explicó Ginny—. ¿En qué pensabas?
—En una tontería —respondió Harry, quitándole importancia—. No es nada. ¿Qué
dice? —preguntó, mirando a Hermione.
La chica desdobló el pergamino y observó la carta, que era bastante larga.
—Está escrita con la letra de tu madre, Ron... —comentó, y acto seguido comenzó
a leer:

Queridos Harry, Ron, Hermione y Ginny


Esperamos que os encontréis todos bien, y que estéis estudiando
mucho, sobre todo vosotros dos, Ron y Harry. Hermione, cariño, ya
sabes que tienes toda la autoridad necesaria para hacerles trabajar
duro. Éste es un año decisivo para vosotros.

Ron gruñó por lo bajo. Hermione se rió un poco.


—Déjame leer, Ron... —pidió—. Pero tiene razón —agregó, y luego continuó
leyendo antes de que Ron, que había abierto la boca para protestar, pudiera replicar
nada.

Aquí todos estamos bien, afortunadamente. Además, la mayoría de


nosotros estamos muy contentos de que Amos haya conseguido el
puesto de Ministro de Magia, aunque Tonks prefería a Amelia Bones.
Os enviamos esta carta precisamente hoy porque sabemos que
Amos va a visitar Hogwarts. Él personalmente se lo dijo a Arthur hace
dos días. Seguramente os preguntaréis qué tiene que ver la visita con
que os escribamos. La explicación es sencilla: Harry, querido, la
intención de Amos, aparte de ver cómo está el colegio, es comprobar
las medidas de seguridad en Hogwarts, y, aparte de eso, verte a ti. No
sabemos qué es lo que quiere decirte, pero tal vez sea importante. Por
eso quiero pedirte que no le evites, como tal vez tengas pensado
hacer.
Harry se quedó de piedra. ¿Cómo sabía la señora Weasley que prefería evitar el
encuentro con el señor Diggory?
—¿Cómo sabe...? —comenzó a decir.
—Espera, que lo explica —lo cortó Hermione, y siguió leyendo:

Lupin nos comentó, cuando Arthur dijo que Amos quería hablar
contigo, que era muy probable que prefirieras evitarlo. Creemos que él
te conoce bien, y por ello hemos decidido mandaros esta carta y
aprovechar para pedirte que, si quiere decirte algo, hables con él.
Sabes perfectamente que no te culpa de nada de lo que le ocurrió a
Cedric, y creemos que está preocupado por ti y por tu seguridad, como
todos nosotros. ¿Lo harás?
Hermione, querida, tus padres se encuentran perfectamente
también, y te mandan un abrazo y un saludo. Ademá, te piden que
tengas mucho cuidado, que respires y que no agobies excesivamente a
Harry y a Ron.
Pasando a otra cosa, sabemos que habéis tenido algún incidente
con el hijo de Lucius Malfoy. Por favor, recordad lo que os advertimos
antes de que volvierais al colegio: tened cuidado con él y sus amigos.
No hagáis locuras ni andéis saliendo del castillo a deshoras. Tampoco
es bueno que estéis solos, así que, si salís de la sala común, de la
biblioteca, o de donde estéis, hacedlo acompañados, ¿de acuerdo? Sé
que pensaréis que somos unos exagerados, que ya sois mayores y
que sabéis cuidaros solos perfectamente, que ya habéis salido de
situaciones peores y todo eso, pero aun así, os lo pedimos. Pasarán
varios meses hasta que nos veamos de nuevo, en Navidad, y nos
resulta imposible no preocuparnos, teniendo en cuenta todo lo que
sucedió el curso pasado.
Quién vosotros sabéis ha estado muy inactivo últimamente, y eso
no es buena señal. No sabemos qué sucede, pero nos preparamos
para lo peor. Harry, si te duele la cicatriz, vuelves a tener pesadillas o
sueños extraños, o cosas así, por favor no dudes en decírselo
inmediatamente a Dumbledore.
Ginny, hija, tú cuídate mucho. Eres la que más me preocupas, y sé
que tu padre también sufre de insomnio, pensando en lo que pueda
volver a sucederte. Por favor, a la más mínima señal de que algo malo
te ocurre, acude a la enfermería. A los demás os pido que la vigiléis por
si acaso.
Ron, hijo, estudia mucho. El año pasado sacaste unas notas muy
buenas, y tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti. Aunque no
hayas llegado a ser Premio Anual, eres prefecto, y sabemos que harás
las cosas lo mejor que puedas.
Esto es todo. Todos os enviamos un saludo cariñoso, y os
pedimos, una vez más, que tengáis todo el cuidado posible.

Hermione levantó la vista de la carta, y durante unos segundos nadie dijo nada. A
Harry la carta le había dejado un tanto pensativo. Aquél no era el estilo de la señora
Weasley. Bueno, lo era en su habitual actitud cariñosa y protectora, pero ella no solía
decirles nada respecto a Voldemort, y Harry se dio cuenta de que, si lo hacía, era
porque realmente debía de estar muy preocupada por ellos. Por otra parte, ahora ya
no podría negarse a ver a Amos Diggory, aunque, por alguna razón, ya no le parecía
algo tan terrible... Se sentía mejor, a pesar del tono pesimista que imperaba en la
carta, porque aquella carta era de todos para todos; eran una gran familia, y eso era lo
más maravilloso que Harry podía llegar a soñar, teniendo en cuenta lo que él había
conocido por hogar hasta entonces, en Privet Drive. Se imaginó cómo sería todo si
Voldemort no existiera: las vacaciones en Grimmauld Place serían mucho mejores,
con risas todo el tiempo, salidas por Londres, paseos, juegos... Ron estaría con
Hermione, y él, si ella quería, podría estar con Ginny. Tendría quien le quisiera y a
quien querer, y no tendría que pensar en el futuro, ni en cómo se enfrentaría a
Voldemort, ni en quién sería la siguiente víctima... Sólo tendría que preocuparse por
ser feliz, junto a la gente a la que amaba...
Su sueño era tan hermoso que ni siquiera se fijó en que, si no fuera por
Voldemort, no tendrían que pasarse los veranos todos juntos en Grimmauld Place;
eso no importaba. Lo único que importaba era que la vida sería tan feliz si sólo la
mitad de aquello fuera verdad...
—Me siento mal por papá y mamá —manifestó Ginny un tanto triste, sacando a
Harry de sus pensamientos—. Deben estar muy preocupados...
—Sí, éste no es el estilo de mamá —añadió Ron, señalando la carta con un gesto.
Harry vio que, a pesar de que estaba preocupado, también parecía orgulloso; y
supuso que su madre no solía decirle cosas como lo que le decía en la carta.
—Yo lo que no entiendo es por qué mis padres me dicen esto de no os agobie
—comentó Hermione mientras fruncía el entrecejo, mirando la carta—. Yo no os
agobio, ¿verdad? —les preguntó, levantando la vista hacia ellos.
Harry y Ron no pudieron evitar cruzar una mirada. Las mejillas de Hermione se
tiñeron de rojo.
—Bueno, pues si lo hago es por vuestro bien —se defendió ella airadamente.
—Lo sabemos, Hermione —repuso Ron, calmándola; luego añadió—: ¿Bajamos a
desayunar? Tengo hambre.
—Sí —respondió Ginny—. Dame la carta, Hermione. La guardaré; voy a subir a
coger una bufanda, hace un poco de frío.
Hermione le dio la carta, y Ginny se dirigió a las escaleras de los dormitorios de
las chicas.
—Bueno, Harry —dijo Ron mientras tanto—. ¿Qué crees que te querrá decir Amos
Diggory? ¿Hablarás con él?
Pero Harry no le respondió, porque apenas le escuchaba; se había quedado
mirando cómo Ginny caminaba hacia las escaleras, mientras su melena pelirroja se
agitaba en su espalda.
Si tan sólo la mitad de lo que había soñado antes pudiera ser verdad...
Ginny desapareció por las escaleras de las chicas, y Harry reaccionó al tiempo
que Ron le decía, con un deje de impaciencia:
—¡Harry! ¿Me estás escuchando?
—¿Qué? —preguntó el aludido, volviéndose hacia Ron, un tanto aturdido—. ¿Qué
decías?
—Decía que qué crees que querrá decirte Amos Diggory —repitió Ron—. ¿Se
puede saber en qué piensas? Estás ido.
—No, no sé qué me querrá —respondió Harry, haciendo caso omiso a la alusión a
su ensimismamiento.
Unos segundos después, Ginny bajó, colocándose la bufanda alrededor del cuello.
—¿Vamos? —les preguntó.
—Sí —contestó Hermione, levantándose, al igual que Harry y Ron, y los cuatro
salieron por el agujero del retrato.
Desayunaron sin hablar demasiado, cada uno sumido en sus propios
pensamientos. Cuando terminaron, Hermione sugirió que fueran a la biblioteca a
adelantar sus deberes.
—Esta tarde tenéis entrenamiento, y si no os movéis, os quedará todo para
mañana —les advirtió a Harry y a Ron.
—Sí, está bien, será mejor que vayamos a por nuestras cosas... —aceptó Harry,
asintiendo.
Salieron del Gran Comedor y se dirigieron a las escaleras, pero, cuando
empezaban a subir por la escalinata de mármol, las puertas de roble del vestíbulo que
conducían a los terrenos se abrieron, y Dumbledore, Flammingan, la profesora
McGonagall, Amos Diggory y otro hombre al que Harry no conocía (supuso que sería
alguien del Ministerio) entraron en el castillo.
—...y estoy de acuerdo en que la seguridad del castillo está bastante bien,
Dumbledore —comentaba Amos Diggory en aquel momento—. Espero que sea
suficiente para evitar...
Entonces se interrumpió bruscamente, pues había levantado la vista y miraba
hacia la escalinata, donde Harry, Ron, Hermione y Ginny, parados, les observaban.
Harry apreció cómo había cambiado el señor Diggory desde la última vez que lo
había visto, dos años y medio antes. Parecía haber envejecido diez años por lo
menos, y su mirada era apagada, sin brillo, como si la vida hubiese abandonado su
interior y sólo quedara la carcasa.
—Harry... —musitó Diggory en voz baja, aunque todos le oyeron perfectamente.
Avanzó unos cuantos pasos hacia la escalinata, pero ninguno de los profesores le
siguió—. Tenía ganas de verte.
—Hola, señor Diggory —saludó Harry—. Felicidades por su nombramiento.
Una débil sonrisa se asomó a la cara de Diggory, mientras miraba a los
acompañantes de Harry.
—Ron y Ginny Weasley, los hijos de Arthur, ¿verdad? —dijo—. Y tú eres
Hermione Granger —añadió, mirándola.
—Sí —contestó ella con la voz apagada.
—Vaya... Es un placer veros, y saber que estáis todos bien, después de lo que
habéis pasado... —Suspiró—. Precisamente he venido a comprobar las medidas de
seguridad en Hogwarts, por si fuera necesario reforzarlas. No quiero que corráis
ningún peligro, no quiero que ningún estudiante vuelva a morir, como sucedió el año
pasado..., como le pasó a Cedric...
Por primera vez, un brillo apareció en los ojos del señor Diggory, revelando una
profunda tristeza y otro sentimiento que Harry reconoció como deseos de venganza.
Harry bajó la mirada al piso.
—Sabes perfectamente que ni mi esposa ni yo te culpamos de lo que ocurrió
aquella noche —le dijo el señor Diggory, entendiendo la actitud de Harry—. No tienes
por qué sentirte culpable.
—Yo le dije que cogiéramos juntos la Copa —repuso Harry—. Si no se lo hubiera
dicho...
—Actuaste con nobleza al hacerlo —replicó Amos Diggory con seguridad—. Tú no
sabías lo que iba a pasar. Y mi esposa y yo te agradecemos infinitamente tanto el
haber arriesgado tu vida para traernos el cuerpo de Cedric como lo que hiciste hace
dos años para que todo el mundo supiera la verdad, para demostrar que mi hijo no
murió en un estúpido accidente... Fuiste valiente, Harry. Muy valiente.
Harry levantó de nuevo la mirada, y vio en los ojos del señor Diggory que su
agradecimiento era sincero. Asintió.
—También sé que el que mató a Cedric aquella noche, Peter Pettigrew, murió
para salvar tu vida.
—Sí —respondió Harry—. Pero él no quería matarlo. Voldemort se lo ordenó.
—Lo sé, y sé que pagó con creces sus actos, y que se redimió al morir para salvar
tu vida, pero, aún así, no puedo lamentar su muerte —repuso—. Cedric era mi único
hijo, y estaba muy orgulloso de él.
—Lo sé —dijo Harry, que no se le ocurría qué más decir. Hubo una pausa de
varios segundos que le resultó un tanto incómoda.
—Bueno..., cuídate mucho —dijo finalmente el señor Diggory—. Y también
vosotros —añadió, mirando a Ron, Hermione y Ginny. Luego volvió junto a
Dumbledore y los demás profesores, y se alejaron hacia el Gran Comedor. Harry les
miró durante unos instantes, lleno de lástima por el señor Diggory.
* * *

—Lo habéis hecho todos genial —comentó Harry cuando todos los jugadores
descendieron al campo, al finalizar el entrenamiento de la tarde—. Vamos a tener
muchas posibilidades de ganar la copa este año.
Entraron en los vestuarios y comenzaron a cambiarse. Ron parecía tener mucha
prisa.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Harry, sorprendido por la actitud de su amigo—.
Parece que vayas a llegar tarde a clase.
—No, pero hay algún tipo de reunión de prefectos ahora; McGonagall quiere
explicarnos algo sobre lo que ha dicho Diggory sobre la seguridad del colegio, y
Hermione me matará si no llego a tiempo. ¡Nos vemos en la sala común! —exclamó,
mientras cogía su escoba y salía al exterior casi corriendo.
Harry se cambió lentamente, mientras le daba vueltas a la cabeza. El quidditch lo
había distraído un poco, pero ahora, al igual que le había pasado por la mañana, no
podía quitarse de la cabeza el lastimoso aspecto de Amos Diggory. Además, tampoco
podía evitar recordar a la señora Weasley y a su boggart, y se preguntaba cuántas
personas más tendrían que llevar ese sufrimiento antes de que todo acabara..., si
acababa.
—Si quieres te espero —ofreció Ginny de pronto, acercándose a él—. Pero
tendrás que apurarte, he quedado con algunas chicas de Hufflepuff para hacer un
trabajo de Herbología y ya llego un poco tarde.
—Gracias, pero da igual. Ve tú —contestó Harry. No quería regresar ya al castillo,
le apetecía más dar un paseo mientras se ponía el Sol; un paseo en solitario. Quizás
eso le ayudase a relajarse. No le apetecía nada hacer algo divertido sabiendo el
sufrimiento que mucha gente llevaba consigo. Un sufrimiento que él conocía bien,
pues también lo llevaba, como una pesada carga que se hacía más y más grande con
el tiempo.
—Como quieras... —dijo Ginny, encogiéndose de hombros—. Nos veremos
después, entonces. —Y dicho eso, cogió su escoba y también se fue.
Harry se quedó solo, y cuando finalmente salió de los vestuarios, los últimos
miembros del equipo estaban ya llegando al castillo.
Sujetó firmemente su escoba y caminó por los lindes del Bosque Prohibido,
mientras los últimos rayos del Sol les daban un tono rojizo a las copas de los árboles.
Se preguntó si aquella sucesión alternativa de momentos alegres y depresivos duraría
mucho, porque estaba llegando al límite de lo que podía soportar. Cada vez eran más
las veces que, como entonces, se encontraba triste y deprimido sin motivo concreto
alguno. No había pasado nada malo recientemente, ¿por qué estaba así? Lo meditó,
y llegó a la conclusión de que no era necesario que le pasara nada malo: lo que ya le
había pasado, y lo que aún tenía que pasarle era más que suficiente. Suspiró e
intentó volver a pensar en su sueño de aquella mañana, queriendo creer que algún
día podría hacerse realidad, pero no pudo convencerse, y acabó poniéndose aún más
nostálgico.
Al pasar la cabaña de Hagrid (se fijó en que el guardabosques no parecía estar en
ella) torció su rumbo para encaminarse al castillo, cuando algo le llamó la atención: los
terrenos del colegio estaban desiertos, pero había un hombre en la orilla del lago,
contemplándolo. Harry se fijó en él, entornando los ojos, y le reconoció: era
Flammingan. Se preguntó qué haría allí a aquellas horas, mirando cómo las calmadas
aguas del lago relucían bajo el Sol del crepúsculo, y se le ocurrió que tal vez no era él
el único que necesitaba estar solo un rato y pensar. Entonces se acordó de lo que
Flammingan había dicho sobre que él, Harry, conocía a Voldemort mejor que nadie.
No se había vuelto a acordar de eso, y decidió que ése era un momento perfecto para
preguntarle por qué había dicho aquello.
Se acercó a él lentamente, y, cuando estuvo a su altura le habló, sin mirarle, con
la vista puesta en la superficie del agua.
—Buenas tardes, profesor —saludó.
—Hola Harry —contestó Flammingan, también sin mirarle—. ¿Paseando un poco?
—Sí —respondió Harry—. Necesitaba pensar y despejarme... No soy el único,
¿verdad? —se atrevió a añadir. Inexplicablemente, volvía a sentir aquella misteriosa
confianza en el Jefe de Inefables, aquella confianza que sólo había sentido con
Dumbledore, años atrás, cuando se habían encontrado frente al espejo de Oesed.
—No, no eres el único —confirmó Flammingan—. Hacía muchísimos años que no
contemplaba el atardecer junto al lago, aquí, en Hogwarts... Esta imagen me trae
muchos recuerdos de cuando era joven. —comentó, con la voz impregnada de
nostalgia—. Todo está prácticamente igual que cuando estudiaba aquí.
—¿En qué casa estuvo usted? —quiso saber Harry, volviéndose hacia él y
mirándole.
—En Ravenclaw —contestó el profesor, sin apartar sus ojos de la brillante
superficie del agua—. Siempre supe que iría allí. Estaba bastante seguro de que no
iría a Slytherin, y desde luego no soy valiente; tampoco me considero muy trabajador,
pero, modestia aparte, sí creo ser bastante inteligente, así que...
Harry se volvió de nuevo hacia el lago, y una suave y fresca brisa le azotó la cara
y le revolvió el flequillo.
—¿Por qué está aquí solo? ¿Le preocupa alguna cosa?
—Muchas —contestó Flammingan con sinceridad, mirando a Harry por primera
vez desde que se habían encontrado—. Pero ninguna tan grave como las que te
preocupan a ti.
Harry observó detenidamente a su profesor, ligeramente sorprendido. ¿Acaso
había visto en su cabeza lo que le atormentaba? Le parecía difícil, pues se había
acostumbrado a practicar la oclumancia de forma inconsciente, y ni siquiera se habían
mirado a los ojos.
—¿Cómo sabe lo que me preocupa? —inquirió Harry—. ¿Me ha leído la mente?
Flammingan se rió brevemente.
—No, no lo he hecho —contestó—. A los ancianos nos resulta más fácil ver en los
ojos y en la cara que en la mente, Harry. Y tú eres particularmente fácil de leer. Es
muy difícil para alguien de tu edad ocultar algo como lo que te está pasando. Llevas
una carga demasiado pesada: la muerte de tus padres; la de ese chico, Cedric
Diggory, avivada por la visita del Ministro; la de tu padrino, Sirius Black; la de tu amiga
Luna Lovegood y quién sabe si alguna más. Aparte, está el hecho de que mataste a
gente usando el poder de Voldemort, y a veces no puedes evitar pensar si eso te hace
ser como él. —Harry apartó la vista, sorprendido por la habilidad con la que
Flammingan había desnudado casi todos sus sentimientos y preocupaciones—.
Realmente te admiro, Harry. No es fácil llevar esa carga sin rendirse, como tú la
llevas. El día del ataque al expreso de Hogwarts superaste una prueba muy difícil de
forma sobresaliente, y creo sinceramente que serás capaz de más cosas de las que
quizá podamos imaginarnos. Entiendo perfectamente la admiración y el orgullo que
Dumbledore siente por ti.
Harry había bajado de nuevo la cara, halagado por las palabras de Flammingan,
aunque sin terminar de creerse que pudiera ser «capaz de más cosas de las que
quizá podamos imaginarnos». Sin embargo, al oír la mención a Dumbledore, volvió a
levantar la vista.
—¿Dumbledore le ha dicho que está orgulloso de mí? ¿Le ha dicho que me
admira? —preguntó.
—No exactamente, pero se ve..., se nota. ¿Acaso no lo sabías?
Harry recordó entonces lo que le había comentado uno de los cuadros del
despacho mientras esperaba a Dumbledore tras la batalla en el Ministerio, en quinto
curso, y también lo que el director les había dicho a Ron, Hermione y él tras los
sucesos del expreso de Hogwarts.
—Sí, lo sabía —asintió Harry con cierta tristeza. Por supuesto que era consciente
de que Dumbledore estaba orgulloso de él. El problema era que ya no sabía si él
admiraba como antes al director de Hogwarts, lo cual le hacía sentirse mal, porque
Dumbledore se había ocupado de él desde que era un niño. Sin Dumbledore, no
habría llegado a donde estaba ahora, y lo sabía.
—Dumbledore es un gran hombre, sin duda uno de los mejores magos del mundo
—comentó Flammingan—. Pero también es humano, claro —añadió, como si
conociera los pensamientos de Harry—. Y como tal, comete errores.
Harry no respondió ni dijo nada durante unos minutos. El Sol se escondía ya tras
los árboles cuando hizo la pregunta que le había motivado a acercarse a su profesor
de Teoría de la Magia.
—Profesor, el día que nos habló de las elecciones, usted me dijo que Dumbledore
era quien mejor conocía a Voldemort, excepto quizás yo... ¿Por qué dijo eso?
Flammingan meditó unos instantes antes de responder.
—¿Acaso no crees que sea cierto? ¿No piensas que eres la persona que mejor
conoce a Voldemort?
—No —respondió Harry. Jamás se había planteado aquello—. Siempre he
pensado que esa persona era Dumbledore.
—Y era Dumbledore —corroboró Flammingan—. Pero tú has estado en su mente,
Harry. Has visto sus recuerdos; su mente y la tuya están conectadas; te has
enfrentado a él y le has derrotado... Has compartido sus sueños y él los tuyos... Sí, sin
duda, ahora eres quien mejor conoce su mayor fortaleza..., y su mayor debilidad.
—Pero no lo sé —repuso Harry—. Es cierto que conozco su historia, sí, pero nada
más...
—¿Estás seguro, Harry? ¿No sabes cuál es su mayor debilidad?
Harry meditó un momento, recordando lo que había visto, lo que sabía...
—No entiende el amor, ni la amistad, ni el cariño —dijo, casi sin pensarlo—. No
entiende el sacrificio...
Flammingan sonrió.
—¿Lo ves? Lo sabes, Harry. Le conoces.
—Pero él también a mí —repuso Harry, recordando cómo el tenebroso mago se
las había apañado para atraerlo a una trampa los dos últimos años.
—Sí, es cierto... —asintió Flammingan pensativamente—. Pero, no obstante,
existe una diferencia —apuntó.
—¿Qué diferencia? —quiso saber Harry.
—Tú comprendes lo que hace, entiendes lo que le motiva, aunque no lo
compartas... —explicó el profesor—. Pero él jamás podrá comprender lo que te motiva
a ti, lo que te hace caer en sus trampas. Ésa es la diferencia.
Aunque Harry no lograba comprender cuál era la ventaja de esa diferencia, asintió.
—Bueno, está anocheciendo —comentó Flammingan, mirando a su alrededor.
Harry le imitó y apreció cómo las sombras se extendían por los terrenos y los cientos
de ventanas del castillo comenzaban a iluminarse—. Creo que deberíamos entrar al
castillo. Ya sabes que no se puede estar fuera a estas horas.
—Sí —contestó Harry, y ambos se encaminaron lentamente hacia las puertas de
roble.
Mientras caminaban, Flammingan miró a Harry fijamente. Harry lo notó y se
detuvo, mirando a su profesor de forma inquisitiva.
—¿Sabes, Harry? —dijo Flammingan, como respondiendo a una pregunta que el
chico no había formulado—. Creo que es hora de que hablemos de lo que os sucede
a ti y a tus amigos. Es hora ya de que sepáis lo que Dumbledore y yo hemos
concluido al respecto.
—¿Cómo? —exclamó Harry, sorprendido por las palabras del profesor—. ¿A
qué...?
—Te dije en nuestra primera clase que un día hablaríamos, y creo que ese día ha
llegado ya. Sube a la sala común y busca a Ron y a Hermione. Luego id al despacho
de Dumbledore. Os esperaré allí. La contraseña es «cerveza de mantequilla». Y creo
que es mejor que traigas contigo la Antorcha de la Llama Verde.
Sin esperar a que Harry dijera nada, Flammingan se separó de él y entró en el
castillo. Harry tardó unos segundos en reaccionar, pero luego, con la mente aún
confusa, corrió a toda velocidad hacia la torre de Gryffindor.

—¿Qué es lo que pasa, Harry? —preguntó Hermione por tercera vez mientras ella,
Harry y Ron salían a través del retrato al pasillo—. ¿Dónde has estado? ¿Y por qué
llevas la Antorcha?
—Vamos al despacho de Dumbledore —explicó Harry en voz baja, teniendo
cuidado de que no hubiera nadie cerca por los pasillos que pudiera oírles.
—¿Al despacho de Dumbledore? —se extrañó Ron—. ¿Para qué?
—Estuve hablando con el profesor Flammingan —les contó Harry—, y me dijo que
era hora de que Dumbledore y él nos explicaran qué nos pasa.
—¿Y qué nos pasa? —preguntó Ron, sin comprender.
—Lo de nuestros poderes, Ron —aclaró Hermione bruscamente—. Es eso,
¿verdad? ¿Qué te ha dicho, Harry? ¿Qué han averiguado?
—Ahora lo sabremos —se limitó a decir Harry.
Llegaron ante la gárgola de piedra que protegía la entrada. Harry pronunció la
contraseña y ésta se apartó, dejando ver la escalera de espiral que conducía al
despacho. Los tres amigos subieron y llamaron a la puerta.
—Adelante —dijo la voz de Dumbledore.
Harry abrió la puerta y entró, seguido por sus amigos. Dumbledore y Flammingan
estaban sentados detrás del escritorio. Ambos miraron fijamente a los tres, y Harry
notó una vez más cuánto se parecían. Aunque no era un parecido físico, más bien
era... como un aire similar lo que tenían.
—Sentaos, por favor —les pidió Dumbledore.
Los tres, expectantes y sin decir nada, se sentaron en las tres butacas que había
frente al escritorio. Harry sacó la Antorcha de debajo de la túnica y la puso sobre el
escritorio. Flammingan la miró con gran curiosidad.
—¿Puedo? —preguntó, haciendo ademán de cogerla.
—Sí, claro —asintió Harry.
Flammingan cogió la Antorcha y la sostuvo entre sus manos, observándola
durante un largo rato, mientras Dumbledore le miraba.
—Parece un objeto simple y sin valor alguno —comentó el antiguo Jefe de
Inefables—. Y sin embargo puedo notar sus extraordinarias capacidades mágicas.
Desde luego, es una pena... —murmuró para sí.
—¿Qué es lo que es una pena? —quiso saber Harry.
—Este objeto, por lo que Dumbledore me ha contado, tiene un extraordinario
poder sobre la mente. Me hubiera encantado poder estudiarlo en el Departamento de
Misterios, nos hubiera venido muy bien.
Le entregó la Antorcha a Harry, que la cogió, sin entender por qué se la daba.
—Enciéndela, Harry —le pidió Dumbledore.
Harry pasó la vista de un profesor a otro, como preguntando por qué debía
hacerlo, pero como ninguno de los le respondió, empezó a concentrarse como ya
había hecho tantas otras veces, y unos segundos después la Antorcha comenzó a
arder con su fuego verde, que se reflejó en las caras de todos; y, como siempre, Harry
sintió que la mente se le despejaba y que un mundo de poder y conocimientos se le
revelaban. Flammingan entornó los ojos.
—Impresionante —musitó, mirando a Harry directamente a los ojos, visiblemente
sorprendido—. No ha habido ningún cambio físico en ti, y sin embargo puedo notar,
puedo sentir el cambio en tu mente. Aunque domines la oclumancia, Harry, podemos
percibirlo.
—Sí —corroboró Dumbledore, asintiendo lentamente con la cabeza—. Y además,
no es el único que ha cambiado, ¿verdad?
Dijo esto último mirando a Ron y a Hermione. Harry les miró a su vez, y también lo
notó. Sus amigos se miraban y le miraban a él, extrañados, como si les pasara algo
fuera de lo común.
—Es la primera vez que enciendes la Antorcha desde el enfrentamiento contra
Voldemort, ¿no, Harry? —preguntó Dumbledore.
—No, la usé con Ginny en verano, ya lo sabe.
—Pero entonces Ron y Hermione estaban dormidos —apuntó el director.
—Sí... —confirmó Harry, que no entendía adónde quería llegar el director.
—¿Qué sentís? —les preguntó Flammingan a Ron y a Hermione.
—Es... extraño —dijo Ron—. Es como si..., como si pudiera hacer más cosas,
como si supiera más cosas, aunque no consigo saber exactamente el qué...
—Sí, yo también siento lo mismo —añadió Hermione—. No había sentido nada así
nunca... Bueno... —Abrió mucho los ojos y miró a Ron, que le devolvió la mirada—, sí,
una vez: cuando le quitamos la Antorcha a Harry, durante su enfrentamiento con
Voldemort... Claro que entonces no tuvimos mucho tiempo para pensar en ello.
—Sí —asintió Ron—, es verdad... Entonces sentimos algo parecido, aunque más
fuerte, más intenso...
—Puedes apagarla, Harry —dijo Flammingan—. Creo que no necesitamos ver
nada más.
Harry apagó la Antorcha y la dejó sobre la mesa.
—Cada vez te resulta más fácil encenderla, ¿verdad? —inquirió Dumbledore—.
Cada vez necesitas menos sentir el poder de Voldemort al mismo tiempo que sientes
un gran cariño.
Harry asintió.
—Sí. Sólo con tocarla, sólo con concentrarme un poco en algo que me haga feliz
ya se enciende... O algo que me ponga furioso —añadió—; eso también funciona...
Dumbledore y Flammingan cruzaron una rápida mirada, y luego el profesor de
Teoría de la Magia le preguntó:
—¿Conoces el poder del color, Harry? ¿Sus significados?
—No —respondió Harry frunciendo el entrecejo. ¿Poder del color?
—Yo he leído algo acerca de eso cuando investigábamos en verano acerca de
nuestros poderes —intervino Hermione—. Leí que el color, en magia, puede usarse,
que es importante, como todos los símbolos. Cada color tiene un poder y un
significado.
—Exacto —asintió Flammingan, sonriéndole a Hermione—. No hay mucha gente
que sepa eso. —Miró hacia Harry—. Efectivamente, cada color tiene un significado
para la mente y un poder, al igual que las palabras de los conjuros tienen también su
poder. ¿Sabes cuál es el poder del color verde? —le preguntó.
—El verde es el color de la relajación y la esperanza —contestó Hermione
automáticamente.
—Sí —confirmó Flammingan—. Es por eso que los muggles usan el color verde
en los quirófanos, porque...
—¿Quiroqué? —interrumpió Ron, con cara de extrañeza—. ¿Qué es eso?
—Los quirófanos son las salas donde los médicos muggles operan a la gente, Ron
—aclaró Hermione con impaciencia—. Continúe, profesor Flammingan...
Ron no parecía haber entendido demasiado bien la aclaración, pero no volvió a
interrumpir, y Flammingan siguió con su explicación.
—Decía que los muggles usan el verde en los quirófanos para relajar al paciente y
a ellos mismos, y facilitar así la intervención quirúrgica —terminó de decir—. La llama
de la Antorcha es verde, Harry. Su efecto sobre la mente es relajante, facilitando la
concentración, facilitando que se alcancen los niveles más profundos de la misma...
Los niveles donde la mente se conecta al alma y a la esencia mágica —añadió,
hablando muy despacio—. Ése es el poder de la Antorcha: te da un control sin
precedentes sobre la magia, una magia que, como os dije, es de por sí irracional e
impredecible. La mente es una de las cosas que menos comprendemos —siguió
diciendo—, pero esta Antorcha parece ser capaz de revelar sus secretos más
profundos. Es algo extraordinario...
Mientras Flammingan hablaba, Harry miraba hacia la Antorcha con un temor
reverencial. Había sabido que era poderosa, lo había comprobado, pero jamás había
considerado sus implicaciones, el hecho de que fuera un objeto capaz de desentrañar
los misterios de la mente, uno de los campos más desconocidos de la magia.
—Eso lo entiendo —dijo Harry—. Y explica que pueda hacer magia sin varita con
ella, porque la Antorcha hace que focalice la magia, hace que mi mente pueda
dominarla, haciendo innecesario el uso de un canalizador, pero sigo sin entender
cómo puedo hacer esas cosas cuando no la estoy usando.
—Harry, como ya sabes, muchos magos hacen magia sin varita y no tienen una
Antorcha —respondió Dumbledore—. Pero la explicación que pides, la respuesta a la
pregunta que te has estado formulando durante estos meses, la respuesta a por qué
puedes hacer de repente esas cosas, sin haberlo aprendido, está en ti mismo:
Voldemort puede hacerlo. Cuando tú te metiste en su mente, despertaste aún más
sus conocimientos ocultos, lo que él dejó en ti. Sabes hacer cosas que jamás habías
hecho, y esa facilidad para hacerlas crece... ¿Por qué? Por la misma razón por la que
cada vez te resulta más fácil encender la Antorcha: porque en cada ocasión que la
has utilizado, tu mente ha aprendido de ella; tras usarla, tu esencia y la de Voldemort
se han unido más, tus poderes no han crecido realmente, sólo has aprendido a
emplearlos mejor. Harry —el director acercó su cabeza a él, mirándole de forma cada
vez más intensa con sus brillantes ojos azules—, el vínculo entre Voldemort y tú se
está haciendo más fuerte cada vez, por eso no necesitas crearlo tú, usando su poder
y pensando en cosas felices... Ese vínculo se mantiene, se está volviendo más
poderoso... Estás, inevitablemente, uniéndote cada vez más a él.
Harry sintió un escalofrío. ¿Por eso ahora no tenía aquellos accesos de poder que
había estado sufriendo el año anterior? ¿Por eso su furia, su tristeza y su felicidad se
superponían? ¿Por eso le resultaba cada vez más difícil sentirse como Voldemort,
como se había sentido al matar a los mortífagos, y al mismo tiempo le era también
más complicado ser feliz? ¿Era eso lo que le pasaba con Ginny?
—¿Qué quiere decir eso? ¿Es por eso que me siento tan deprimido a veces? ¿Es
por eso que no puedo ser nunca del todo feliz?
—No —negó Dumbledore tajantemente—. Esto te afecta, sin duda, pero tu poder,
Harry, tus sentimientos, que han madurado mucho, son mucho más poderosos que la
esencia de Voldemort y su maldad. ¿Recuerdas lo que te dije aquel día en Grimmauld
Place? —Harry asintió—. La decisión sólo es tuya. Créeme que el que tu vínculo con
Voldemort se haga más fuerte le perjudica mucho más a él que a ti... Ya lo sabes, es
por eso por lo que quiere matarte.
Harry se quedó pensativo unos momentos, cuando se le ocurrió algo. Sin
embargo, antes de que pudiera decir nada, Ron se le adelantó.
—Todo esto explica lo de Harry —dijo—. Pero ¿cómo se explica lo de Hermione y
lo mío?
—A eso íbamos a llegar ahora —contestó Flammingan—. Como el profesor
Dumbledore ha dicho, la Antorcha no aumenta el poder de aquel que la usa...
Entonces ¿cómo se entiende que los hechizos realizados con ella sean mucho más
poderosos? Por ejemplo, algunos de los que protegen este colegio, que fueron
puestos con ella y resultan invencibles. ¿A qué se debe eso? ¿Lo sabéis?
Los tres negaron con la cabeza.
—Se debe a una magia antigua y muy poderosa —prosiguió Dumbledore—. A la
misma magia que te salvó la vida hace unos meses, Harry, cuando Peter Pettigrew
dio la vida por ti... Hace varios años, cuando me contaste tus temores acerca de haber
permitido que Pettigrew viviera, te dije que algún día lo agradecerías; te dije que
aquello era lo más profundo e insondable de la magia, la forma en que nuestras
acciones nos conectan con los demás... Lo más profundo e insondable de la magia es
el poder de los vínculos, la magia que fluye entre las esencias de los magos. Tú tienes
una poderosa conexión con lord Voldemort, pero es aún más potente, aunque no sea
de la misma naturaleza, la conexión que existe entre vosotros tres. Harry, tú les has
salvado la vida tanto a Ron como a Hermione en varias ocasiones, y ellos también a
ti. Además, entre vosotros existe una lealtad y una amistad poco común, un amor y un
cariño inmenso... Avivado, además, por los especiales sentimientos entre vosotros
dos —añadió, señalando a Ron y a Hermione.
Harry notó cómo las orejas de Ron enrojecían y cómo las mejillas de Hermione
adquirían un tono sonrosado, pero ninguno de los dos bajó la mirada. Entonces,
Flammingan cogió uno de los instrumentos de plata de las estanterías de
Dumbledore, el mismo que dos años atrás había usado el director cuando Harry le
había contado que había visto cómo la serpiente de Voldemort había atacado al señor
Weasley. Lo colocó sobre la mesa y le dio un toque con la varita, y un triángulo muy
brillante de color dorado se formó sobre él.
—El triángulo es una figura poderosa —dijo—. Vosotros formáis uno, y, al hacerse
uno de los lados más fuerte —Flammingan movió la varita y uno de los brillantes lados
del triángulo se hizo más grueso—, toda la estructura es más fuerte. —Harry notó
cómo los otros dos lados se hacían también más anchos—. Esto sois vosotros.
Poseéis una conexión tan poderosa que resulta prácticamente imposible de romper,
una conexión y un vínculo que se han forjado durante años de una intensa amistad y
una lealtad sin límites. La Antorcha de la Llama Verde usa el poder de los vínculos
entre los dos magos que la usan, pero, en este caso, Harry solo se basta, debido a la
conexión que hay entre su mente y la parte de la mente de Voldemort que reside en
él...
—¿Recuerdas que me contaste que era distinto lo que sucedía cuando tocabas a
Hermione de lo que sucedía cuando tocabas a Ginny? —preguntó Dumbledore,
dirigiéndose a Harry. Éste asintió—. Te dije ya entonces que se debía a que Hermione
te había salvado la vida en alguna ocasión. Tanto ella como Ron se habían mostrado
dispuestos a morir por ti...
Harry recordó de pronto que, cuando se habían encontrado por primera vez con
Sirius, Ron había dicho que si quería matarle a él, a Harry, también tendría que
matarles a ellos...
—...Así pues, cuando tú estabas luchando con Voldemort y él te poseía, en ese
momento, el poder de la Antorcha, basado en el vínculo entre él y tú, era máximo... Y
ellos tocaron la Antorcha; la tocaron y te la arrancaron de las manos, liberándote de
Voldemort. En ese momento, Harry, dijiste que el fuego verde os había cubierto a los
tres, ¿verdad?
—Sí —contestó Harry.
—En ese instante, el poder de la Antorcha, a través del vínculo entre tus amigos, a
través de este triángulo —explicó, señalando el brillante triángulo de luz que había
conjurado Flammingan—, se extendió entre los tres, conectándoos aún más —una
especie de humo verde salió de uno de los vértices del triángulo y se extendió por lo
tres lados—, y permitiéndoos a vosotros dos —Dumbledore señaló a Ron y a
Hermione— compartir los conocimientos que Harry había obtenido. Sin embargo,
aunque la Antorcha lo intensificó, ese «compartir habilidades» ya venía de antes, ¿no
es así?
—Sí —contestó Harry mientras recordaba—. Cuando Ron y yo practicábamos
defensa, mientras Hermione estaba en la enfermería, él notaba mi poder... Y luego,
cuando iniciamos las reuniones de defensa avanzada, también Hermione fue capaz
de percibirlo.
—Sí —dijo Dumbledore, asintiendo—, porque vuestro vínculo se hizo muy fuerte
durante el curso pasado, tras lo sucedido en el Ministerio y tras hacerse más y más
fuertes los mutuos sentimientos entre vosotros dos —señaló nuevamente a Ron y a
Hermione—. Cuando practicabais aquellas cosas, Hermione estaba entre la vida y la
muerte, y vosotros, sumidos en el dolor, al mismo tiempo que sentíais un infinito
cariño por ella... Cuando los tres tocasteis la Antorcha, ese vínculo se selló de forma
definitiva, y pasado, un tiempo, una vez vuestras mentes se acostumbraron a ello, os
permitió hacer esas cosas. —Dumbledore sonrió—. Vosotros tres sois un poder
extraordinario. Jamás había visto que un vínculo tuviera ese efecto hasta ahora. Es
cierto que se debe, en gran parte, al hecho de la presencia en Harry de la esencia de
Voldemort, y también de la poderosa protección que tu madre puso en ti al morir...
Pero eso no es nada sin algo más, algo que siempre debéis recordar: el cariño y la
amistad que existe entre vosotros, que es capaz de vencer cualquier cosa, cualquier
peligro... Pude sentirlo cuando os encontré, abrazados, tras la batalla. Entonces os
dijisteis algo muy importante, y espero sinceramente que jamás lo olvidéis, porque ahí
es donde reside vuestra fuerza.
Flammingan asintió y añadió:
—Cuando estudiemos el poder de los sentimientos, lo comprenderéis mejor.
Se produjo un breve silencio. A Harry todo lo que había oído le daba vueltas en la
cabeza. Aunque no les estaba viendo, sentía las miradas de Dumbledore y
Flammingan clavadas en ellos. Entonces se acordó de lo que iba a preguntar cuando
Ron se le había adelantado.
—La esencia —dijo bruscamente, mirando alternativamente a Flammingan y a
Dumbledore, que le devolvieron la mirada, sin comprender—. Voldemort me dijo que
yo poseía parte de su esencia... Entonces yo creí que se refería a la mente, al alma...
Pero se refería a su esencia mágica, ¿verdad?
Dumbledore apoyó los codos en la mesa y cruzó los dedos de las manos; después
miró a Harry por encima de los cristales de sus gafas.
—Sí —respondió—. Cuando te atacó, parte de su esencia pasó a ti. El cómo
sucedió exactamente es un misterio. Quizás se debió a la protección de tu madre,
quizás al hecho de que, al rebotar la maldición hacia él, destruyó su cuerpo, no lo
sabemos. Lo cierto es que parte de su esencia está en ti, y es la responsable de esa
conexión que tienes con su mente, así como de que poseas la habilidad de hablar
pársel y otros poderes. Es el poder que ha crecido contigo desde que eras un bebé, el
poder al que se refería la profecía que escuchaste el curso pasado.
—Él tiene que recuperar su esencia, por eso tiene que matarme... Pero ¿por qué?
Usted —dijo, mirando a Flammingan—, nos comentó un día que la esencia se usa en
hechizos, que se puede extraer parte de ella... Si él está vivo sin esa esencia, ¿por
qué la necesita? ¿No empleó parte de ella en su diario? ¿Acaso no necesita ésa?
—He ahí la gran pregunta —dijo Flammingan—. He ahí la cuestión central de todo
esto, el motivo de la supervivencia de Voldemort, de sus más terribles poderes, y así
mismo, de su mayor debilidad.
—Tú sabes por qué sobrevivió Voldemort a su propia maldición, ¿verdad, Harry?
—añadió Dumbledore—. Lo viste en su mente.
—Hizo un hechizo —respondió Harry—. Se maldijo a sí mismo, sacó de sí todos
los sentimientos humanos que tenía. Los usó para resistir a la muerte y conseguir
poder.
—Exactamente —asintió Dumbledore—. Voldemort no murió al enfrentarse a ti
porque, simplemente, no era lo suficientemente humano como para morir.
Aquella frase resonó en la cabeza de Harry. Le recordaba a algo... y entonces se
acordó de que esas mismas palabras se las había dicho Hagrid cuando le había
hablado de Voldemort por primera vez, la noche que le había rescatado de los
Dursley.
—¿Qué quiere decir eso de que «no es lo bastante humano como para morir»?
—inquirió Ron, confundido.
—El ser humano, el tener sentimientos humanos, tiene un precio —explicó
Flammingan—. La humanidad conlleva la muerte. Es el precio a pagar por poseerla,
por tener un alma, por amar. La naturaleza es así. Nosotros podemos tener hijos,
hermanos, amigos... Pero, a cambio de todo eso, no podemos estar aquí por siempre.
Tarde o temprano, hemos de abandonar este mundo. Alguien que no muriese tendría
que dejar de ser humano con el tiempo.
—Pero profesor —le interrumpió Harry, que no terminaba de entender aquello—.
La piedra filosofal proporciona el elixir de la vida...
—El elixir de la vida no otorga la inmortalidad —replicó Dumbledore—. Mantiene el
cuerpo con vida durante mucho tiempo, sí, pero, si se deja de tomar, o se sufre una
herida lo suficientemente grave, uno muere igualmente. No es lo mismo la capacidad
para retrasar la muerte que la inmortalidad.
—Exacto —corroboró Flammingan—. Voldemort, al hacer ese hechizo, al
mostrarse tan desprovisto de sentimientos como para beber sangre de unicornio, al
matar para lograr la vida, se maldijo. Perdió su humanidad al tiempo que perdía la
capacidad de morir. Un alma como la suya no puede atravesar las puertas de la
muerte... —Hizo una pausa—. Veréis... ¿sabéis qué son los fantasmas? ¿Sabéis qué
sucede al morir?
—Personas que han muerto —contestó Ron.
—Magos que han muerto —le corrigió Flammingan—. La pregunta es...
—¿Qué sucede al morir? —dijo Hermione, muy interesada.
—Esto es algo complejo de explicar —respondió Dumbledore—. Veamos... La
esencia, realmente, no es una entidad homogénea e indivisible. En realidad, la
esencia se divide en tres partes, conectadas entre sí: la esencia del alma, la mágica y
la Vida.
—¿La Vida? —repitió Hermione, sorprendida.
Dumbledore hizo un gesto con la mano pidiéndole que esperara.
—En el caso de los muggles, por supuesto, no existe la esencia mágica. De
hecho, en ellos decir que tienen una esencia es casi anecdótico. Mirad, la esencia del
alma es, por decirlo de una manera, parte de ella misma: es la raíz de la magia
irracional, de todo el poder de nuestros sentimientos en los magos, pues está
conectada a la esencia mágica. Éste última es la responsable de nuestros hechizos,
es lo que nos permite usar la magia del mundo en forma de hechizos.
»La última parte, a la que denominamos Vida, es la responsable de la unión entre
cuerpo y alma. La Vida es algo muy misterioso, que apenas entendemos. Sabemos
que cada ser vivo tiene la suya propia, y que liga de forma unívoca un cuerpo con un
alma. Cuando morimos por muerte natural perdemos la Vida, cosa que también puede
ocurrir si nuestro cuerpo muere por alguna causa. Cuando eso sucede, el alma no es
capaz de estar más tiempo ligada al cuerpo. Dado que es inmortal y no de este
mundo, el alma no permanece aquí. Al separarse del cuerpo, permanece durante un
tiempo, podría decirse, en una especie de limbo entre ambos mundos.
»La magia, tal y como la conocemos, es propia de este mundo, y por tanto, no
puede pasar al otro. Cuando el alma se separa del cuerpo, nuestra esencia mágica se
evapora, se pierde, y el alma pasa al otro mundo, del cual es imposible regresar.
—Y eso nos lleva de nuevo a los fantasmas —continuó Flammingan—. ¿por qué
sólo los magos pueden volver como fantasmas? De hecho, si no se puede volver del
otro mundo, ¿cómo es que ellos vuelven? La razón es que, si un mago muere y teme
a la muerte lo suficiente como para aferrarse a la vida con todas sus fuerzas... Bueno,
sabéis lo que pasa cuando un mago se enfada mucho, o tiene miedo, ¿verdad? Su
magia reacciona. Pues al morir sucede algo similar, pero con mayor intensidad. El
alma del mago no llega a cruzar la puerta. Su esencia mágica, en lugar de
desprenderse del alma, la sujetará, como si fuera una especie de cuerpo, e impedirá
que muera del todo, dejándola entre los dos mundos. Los fantasmas, aunque pueden
hablar e interactuar con este mundo, sólo pueden hacerlo a un nivel muy bajo. La
esencia no es un cuerpo, aunque resulte visible para nosotros entonces.
—¿Quiere esto decir que lo que vemos de los fantasmas es su esencia mágica?
—preguntó Hermione, muy sorprendida.
—Más o menos... La esencia del muerto toma la forma del cuerpo al morir, y le
permite residir aquí, aunque perderá todos sus poderes mágicos sobre este mundo.
Los fantasmas sólo pueden volverse invisibles y flotar, y crear cosas como
pergaminos, hechos de la misma sustancia que ellos, pero nada más. Realmente, no
pertenecen ni a este mundo ni al otro, sino que están entre los dos, sin ir hacia el de
los muertos, pero también sin poder regresar al de los vivos.
—Entiendo —asintió Harry, alucinado por todo lo que había oído—Pero ¿qué tiene
eso que ver todo esto con Voldemort?
—Verás, Harry. La maldición asesina que utilizó contra ti, al rebotar contra él,
tendría que haberle matado —explicó Dumbledore—. Su alma fue arrancada de su
cuerpo, pero entonces..., entonces, las consecuencias de lo que había hecho se
mostraron: la esencia de Voldemort ya no era como las nuestras, sino que estaba
maldita por su hechizo, por su transformación... Y uno de sus mayores cambios se
produjo en su Vida. Como ya dijimos, no se puede volver a un cuerpo sin tener Vida, y
ésta, aunque, como veréis más adelante, puede crearse mediante la magia, sólo
funciona si se aplica a un cuerpo. Alguien que haya perdido su Vida, como un difunto,
no puede recuperarla nunca, de forma que no puede volver ni a su cuerpo ni a ningún
otro. Ésa es la razón por la que ningún muerto puede resucitar, ni siquiera los
fantasmas.
»En el caso de Voldemort, su alma inhumana es inseparable de su Vida y del
resto de su esencia, estaba demasiado aferrada a las cosas materiales de este
mundo, algo antinatural en un alma; por tanto, no podía atravesar las puertas de la
muerte. En lugar de eso, su esencia y su alma le convirtieron en una especie de
fantasma, muy débil, pero no obstante vivo, aunque a un nivel inimaginable para
nosotros. La maldición falló, por tanto. Su Vida era indestructible y la poderosa
maldición destruyó su cuerpo. Lo único que quedó de él fueron los restos de la
túnica... y su varita, que, de algún modo, logró llevarse, algo que nunca habría podido
hacer un fantasma.
»En esos momentos era como un espectro... pero, a diferencia de ellos, seguía
vivo, conservaba su Vida y su esencia, y por eso ha podido volver. Al tener su Vida,
pudo reconstruir su cuerpo usando aquella poción. —Dumbledore miró a Harry
intensamente, con la expresión más sombría que éste le había visto jamás, y sintió
un escalofrío antes incluso de que el director siguiera hablando. Iba a decirle algo
terrible, lo sabía....—. Voldemort no es humano, Harry, y por ese motivo no puede
morir. Podemos destruir su cuerpo, pero no podemos matarle... Siempre podrá volver.
Mientras siga siendo como es..., es invencible —concluyó.
Aquellas palabras golpearon a Harry como un mazazo. Se sintió mareado, y por
un momento le pareció que iba a desmayarse. Oyó vagamente cómo Hermione
profería un quejido, mientras se llevaba las manos a la boca; vio que Ron se ponía
pálido mientras le miraba con la boca abierta, su cara reflejando un temor irracional. Si
Voldemort no podía morir..., tendría que morir él. Eso decía la profecía. Si hasta
entonces Harry había abrigado alguna esperanza de poder sobrevivir, se desvaneció.
Estaba condenado, y con él, todo el mundo.
—No puede morir... —repitió—. No puede morir...
Hermione había bajado la cara, y Harry notó cómo lágrimas silenciosas corrían por
sus mejillas. Ella también había comprendido qué significaba aquel hecho.
Intentando sobreponerse, Harry buscó algún resquicio de esperanza, algún fallo
en aquella explicación.
—Pero entonces... —dijo por fin—. Si ya es inmortal..., ¿para qué quiere
matarme? ¿Por qué quiere la esencia que poseo yo? —preguntó, intentando que no
se notara el temblor de su voz.
—La maldición le impide morir, pero necesita toda su esencia para subsistir en un
cuerpo; no puede renovarla. Todos los magos pueden usar su esencia en los
hechizos más avanzados, como hizo él mismo en su diario, que antes mencionaste...
Sin embargo, él no puede. Ya no podrá hacer otro diario como ese, Harry.
—Como te dijimos la esencia mágica tiene dos partes principales, la ligada al alma
y la ligada a la magia. Es complicado, lo entenderéis mejor más adelante. Basta decir
que Ryddle, en ese diario, puso parte de sí mismo, y para eso se necesita la esencia
más profunda; puso en él parte de su propia alma. Sin embargo, ahora ya no podrá
volver a hacer algo así, pues necesita toda esa «esencia profunda» para poder
sobrevivir.
—Y tú tienes parte de ella, Harry —siguió Dumbledore—. Eso no fue un problema
para Voldemort mientras era una especie de espíritu. Pero ahora, sin toda su esencia,
no puede alcanzar la inmortalidad final: conseguir que su cuerpo también sea
indestructible. Porque ahora se le puede destruir, aunque podría retornar por el mismo
sistema que la otra vez. Y a medida que pasa el tiempo y vuestra conexión se hace
más fuerte, su existencia es más difícil, pues el amor que hay dentro de ti, y la
protección pura que tu madre te dio le hacen cada vez más daño, impidiéndole
disfrutar de una vida plena. Corre peligro de que su cuerpo muera, y por eso debe
matarte cuanto antes.
Harry asintió. Lo entendía, pero descubrió que apenas le importaba. ¿De qué
servía que pudiera destruir su cuerpo? Volvería, una y otra vez, y jamás podría
librarse de él... Y cuando finalmente él, Harry, muriera, Voldemort recuperaría toda su
esencia y el mundo entero estaría perdido. Se sintió hundido, deprimido... No había
ninguna esperanza y nunca la había habido, y se odió a sí mismo por creer que podía
haber existido una solución. Y odió también a Dumbledore por haberle hecho creer
que tenía alguna posibilidad, por haberle dado falsas esperanzas y ahora
arrebatárselas de un plumazo... Y odió, por primera vez en su vida, que le contaran la
verdad.
—Entonces todo se resume en que no podemos ganar, ¿verdad? —dijo,
intentando contener su rabia—. Todo lo que hemos hecho hasta ahora, todas las
muertes, todos los sacrificios, han sido inútiles... Y usted siempre lo ha sabido —le
reprochó a Dumbledore, mirándole con rabia, con decepción, con odio...
Dumbledore reaccionó como si le hubieran pegado cuando miró a Harry a los ojos,
y éste pensó que iba a retroceder, flaqueando... Flaqueando, cuando tenía que
aguantar todas las culpas, todas las muertes de los que habían luchado por nada...
—No, Harry. Eso no es cierto —intervino Flammingan, muy serio—. Como te
dijimos, la razón por la que Voldemort no puede morir es también la razón de su
mayor debilidad. Se libró de su humanidad, ¿no lo entiendes? —susurró, como si la
conclusión de aquello fuera obvia—. No comprende los sentimientos humanos, no
puede..., y le hacen daño. Harry, no se le puede matar tal y como es, pero ¿no crees
que si fuera invencible la profecía no diría que «uno de los dos deberá matar al otro»?
No; diría simplemente que tú morirías..., pero no es eso lo que dice. Y no lo dice
porque eso no es seguro. Aún no sabemos cómo, Harry, pero se le puede vencer. Se
le puede vencer porque tiene dos debilidades.
—Hace año y medio pude haber intentado destruirle —contó Dumbledore con
lentitud, como si las palabras le pesaran al salir de la boca—. Pero con eso sólo
habría logrado destruir su cuerpo, nada más, y eso de nada servía entonces. Ahora ya
ni siquiera podría hacer eso. Sólo tú puedes, y, en menor medida y gracias a la
conexión y al amor que compartís, también Ron y Hermione. Es por eso que vuestros
hechizos sí le tocan.
Harry se levantó y empezó a dar vueltas por la habitación. Había forma, eso
decían... ¿Y cuál era? Desde luego, no era el Avada kedavra...
—¿Y si le tiramos a través del velo? —preguntó, mirando a Flammingan—. ¿No
moriría?
—Me temo que no —dijo Flammingan con pesadumbre—. Aunque el velo es muy
poderoso, mucho más que el Avada kedavra, está sujeto a las mismas normas que
las demás puertas a la muerte, y alguien como Voldemort no podrá atravesarlo.
Quizás su cuerpo se destruya, o quizás no le pase nada, no lo sé... pero su alma no
se irá.
—¡¿Entonces cómo?! —exclamó, perdiendo ya los nervios—. ¿CÓMO SE
SUPONE QUE VOY A VENCERLE?
Hermione pegó un respingo en su butaca, alarmada por la repentina furia de
Harry, y Ron le miraba, también asustado.
—Voldemort sólo es vulnerable a dos cosas —respondió Dumbledore,
aparentemente sin inmutarse por el estallido de furia de Harry—. A la humanidad, y a
su temor a la muerte.
—¿Su temor a la muerte? —repitió Harry con desdén—. ¡No puede morir! ¿Cómo
le va a temer a la muerte?
—Precisamente —lo contradijo Dumbledore—. Un ser como él, que no posea
nada por lo que sacrificarse, que no es capaz de sentir amor ni cariño por cosa o
persona alguna lo perdería todo al morir, absolutamente todo. Es por eso que teme
tanto la muerte, y más ahora, que está cerca de su objetivo final, la inmortalidad.
Teme tanto a la muerte que fue capaz de maldecirse completamente para evitarla,
pues sólo tiene su vida, aunque sea una vida corrupta y antinatural.
—Eso no me vale de nada —repuso Harry.
—Tal vez sí, o tal vez no —dijo Dumbledore tranquilamente—. Pero él te atacó
cuando eras un niño, Harry, por miedo a que pudieras destruirle, aun cuando él había
tomado tantas precauciones para evitar algo así. Y ese acto, ese intento de asesinato
motivado por el miedo no te destruyó, sino que, al contrario, te proporcionó un poder
doble que él jamás habría esperado: la protección del inmenso amor de tu madre y el
poder mágico de la esencia de Voldemort.
»La magia es misteriosa, y sus caminos son muchas veces insondables, pero
siempre obedece a una razón de ser... ¿Quién iba a esperar que la magia que debía
matarte iba a darte un poder tan inmenso como el que tienes? ¿Quién podría
imaginarse que un objeto que llevaba mil años oculto —miró a la Antorcha— iba a
reaparecer para ayudarte? Hay tanto que no entendemos de la magia, Harry... ¿Por
qué las varitas eligen al mago? No lo sabemos. ¿Por qué la tuya es la hermana de la
de Voldemort? ¿Por qué es ese núcleo, precisamente, una pluma de la cola de
Fawkes? —añadió, mirando al fénix, que observaba la escena desde su percha—.
¿Por qué la cola dio, exactamente, dos plumas? ¿Por qué se producen las profecías?
¿Por qué siempre las escucha quien debe escucharlas? No se sabe... ¿Casualidad?
No lo creo...
»Fíjate, Harry: después de diez años perdido, Voldemort intentó recobrar sus
antiguos poderes, precisamente el año en que tú entraste a Hogwarts. No fue un año
antes, ni uno después, sino justamente el primero... ¿Por qué? No lo sabemos... Lo
más profundo e insondable de la magia es el poder de los vínculos, de los vínculos
entre los magos, entre toda la magia existente... Pettigrew ocasionó la muerte de tus
padres al entregarte a ti, y, sin embargo, él te salvó la vida... Tú detestas al profesor
Snape, y, no obstante, arriesgaste tu vida para salvarle. Siempre hay esperanza,
siempre —aseguró Dumbledore, mientras miraba a Harry con intensidad—. La magia
más antigua, y la más poderosa, es la magia del amor: tu madre la poseía, tú la
posees, y tus amigos la poseen también. Y cuanto más la descubras, más poderoso
serás, porque el poder del sacrificio por aquellos a quienes se ama, el poder de estar
dispuesto a dar la vida por aquellos a quienes queremos, es ilimitado, es más fuerte
que la muerte y más maravilloso que la vida. Eso es lo que Voldemort no comprendió,
Harry, lo que nunca comprenderá, y por eso, en ese punto, tú eres mucho más fuerte
que él.
Dumbledore calló durante unos minutos, permitiéndoles a todos pensar en lo que
había dicho, y luego volvió a hablar:
—Ahora creo que es mejor que os vayáis. Seguramente querréis hablar, o pensar,
o dormir. No es fácil oír lo que has oído hoy, Harry. Lo sé. Como te respondí hace
tiempo, cuando me dijiste que querías saber la verdad, la verdad es algo terrible y
maravilloso, y debemos ser cautos con ella... Hasta mañana.
Harry se levantó y cogió la Antorcha mecánicamente, casi sin pensar en lo que
hacía. Ron y Hermione le imitaron. En silencio, se dirigieron hacia la puerta, y Harry la
abrió.
—Recuerda la profecía, Harry... Recuerda que un poder que Voldemort no conoce
te rodea. Recuérdalo.
Harry miró al director por unos instantes, asintió sin pensar siquiera en lo que
hacía y comenzó a bajar. Hermione musitó un débil «hasta mañana» con la voz
temblorosa, y luego siguió a sus dos amigos.
Los tres caminaron hasta la sala común en silencio, aunque sintiéndose bien por
la presencia reconfortante de los demás. Fue Hermione la primera que habló, un poco
antes de llegar al pasillo de la Señora Gorda.
—¿Cómo..., cómo estás? —le preguntó a Harry.
—Bien —contestó Harry sin pensarlo, mintiendo y consciente de que sus amigos
sabían que mentía.
Sin embargo, Hermione no dijo nada más. Al llegar al retrato, Ron pronunció la
contraseña y entraron en la sala común, que estaba casi vacía. La mayor parte de la
gente debía de estar aún en el Gran Comedor, cenando.
—Me voy a la cama —anunció Harry, sin mirar apenas a sus amigos—. Hasta
mañana.
—Hasta mañana —le respondieron los dos tristemente.
Harry subió las escaleras hasta su dormitorio y se tumbó sobre la cama. Sentía
ganas de echarse a llorar. Con más intensidad que nunca antes en su vida, deseó que
su madre estuviera allí, con él, para poder acurrucarse en su regazo y llorar hasta
quedarse sin lágrimas. Llorar mientras ella le decía que todo iría bien, que todo se
solucionaría..., que se durmiera, porque cuando despertara todo habría sido un mal
sueño...
Todo lo que le habían dicho Dumbledore y Flammingan al final, todas aquellas
cosas, cuyo objetivo eran (o así lo pensaba, al menos) darle ánimos, convencerlo de
que no todo estaba perdido, no significaban nada para él. Se sentía condenado,
perdido... Y con él, el resto del mundo. Estaba desesperado, desesperado por él
mismo, por Ron, por Hermione, por Ginny, por los Weasley, por todos los miembros
de la Orden, por cada persona sobre la tierra, incluso por sus tíos.
Necesitaba a Ron y a Hermione. Quería hablar con ellos, y sabía que ellos
querrían hablar con él. Sabía que intentarían animarle aun cuando ellos mismos se
sintieran desesperados. Sin embargo, los había dejado en la sala común, porque se
sentía incapaz de hablarles. En una hora, todos los sueños sobre su futuro juntos
habían sido destrozados cruelmente. Antes, aquello había sido improbable, pero
ahora..., ahora lo veía como imposible. Volvió a pensar en Dumbledore, y de nuevo
sintió rabia hacia él. Rabia porque siempre había confiado en su palabra, en sus
ánimos, y ahora llegaba y le decía que Voldemort era inmortal. Todo lo que había
mencionado y explicado después de aquello, todo aquel rollo sobre los misterios de la
magia, la esperanza o el amor, cosas que antes había creído, que antes le habían
dado ánimos, ahora sólo le parecían patrañas.
Se levantó, sintiendo que algunas lágrimas le corrían por la cara. Deseó dormirse,
dormirse antes de que nadie pudiera subir a la habitación, antes de que apareciera
Ron. Harry sabía perfectamente con qué cara le miraría su amigo, y no estaba
preparado para soportarlo. Volvió a tumbarse sobre la cama, y cerró los ojos, pero no
podía dormir. Su cabeza era una locura, y no paraba de darle vueltas. Sabía que no
conseguiría despejarse ni relajarse lo suficiente como para dormirse, así que se le
ocurrió una idea. Cogió su caldero y sus ingredientes de pociones y prendió un fuego
en medio de la habitación, disponiéndose a preparar una pócima para dormir simple
que no le llevaría más de veinte minutos.
Cuando la terminó, la cabeza ya le dolía, de tanto que le daba vueltas, y se
sorprendió de que hubiera podido hacer la poción correctamente mientras le parecía
que se volvía loco.
—Para que Snape diga que no sé hacer pociones... —dijo en voz alta, y luego se
rió, con una risa demencial y triste. ¿De qué le servía hacer pociones u otras cosas?
De nada. Todo aquello no servía ya para nada...
Lo recogió todo rápidamente, se metió en la cama y se tomó la poción de un trago.
Unos segundos después, cayó completamente dormido.
Soñó que estaba en un sitio oscuro, que atravesaba para dirigirse a una sala vacía
sin luz alguna, en cuyo centro algo de color rojo palpitaba débilmente. Volvía a estar
en aquel lugar. Entró, sintiendo cómo la puerta se cerraba a sus espaldas, y se quedó
quieto, mirando el punto rojo. Sintió la ya conocida sensación de que algo bueno lo
envolvía, y se sintió protegido. Avanzó unos metros, pero no intentó acercarse al
punto rojo, pues sabía, de alguna forma, que no podía. Era consciente de que estaba
en un sueño, pero no le importaba, pues las preocupaciones allí parecían lejanas y
carentes de importancia. Deseaba quedarse allí para siempre, reconfortado por
aquella cálida y familiar sensación, así que se sentó en el suelo de mármol que,
contrariamente a lo que se podría pensar, estaba caliente, y se quedó allí acurrucado,
mirando el punto rojo, sintiendo una suave brisa que recorría la sala, una brisa cálida
que no sabía de donde venía ni le importaba. Allí estaba tan bien, tan a gusto... No
sabía si alguien podía dormirse en un sueño, pero a él le parecía que sí, tan bien se
sentía. Y lentamente se fue quedando dormido allí, mientras una suave voz cuya
procedencia le habría interesado si no estuviera medio dormido le susurraba
suavemente que no se preocupara, que todo estaría bien, y que las cosas parecerían
mejores cuando se despertara.
Harry sonrió, y se quedó dormido en su propia fantasía, alejándose de todo
pensamiento consciente o sueño que pudiera tener.
18

La Antorcha y el Castillo

Cogió otra piedra y la lanzó al lago con fuerza, observando cómo rebotaba varias
veces en la superficie del agua antes de hundirse. Sintió un escalofrío y cerró más su
capa. No sabía por qué estaba allí, cuando aún no eran las ocho de la mañana y la
niebla todavía cubría los terrenos del castillo, pero no había podido seguir más tiempo
en la cama. Se había despertado una hora antes, sintiéndose extrañamente
descansado. Tardó unos segundos en recordar que había soñado de nuevo con
aquella misteriosa sala, y algunos más en darse cuenta de por qué se sentía tan
desganado. Entonces había recordado las conversación de la noche anterior y se
había levantado, incapaz de seguir más tiempo tumbado. Ron dormía profundamente,
y Harry le había mirado durante un rato antes de vestirse, coger su capa invisible y
salir de la habitación. Había pensado en quedarse en la sala común, pero sentía una
gran urgencia por caminar y finalmente había salido a los terrenos con las dos capas
puestas (la normal y la invisible), unos guantes y una bufanda, y había empezado a
caminar alrededor del lago, hasta la otra orilla, donde finalmente se había sentado y
donde estaba ahora.
La capa invisible estaba tirada a un lado, mientras él pensaba en todo lo sucedido
tirando piedras al lago. La mañana era bastante fresca, pero apenas lo notaba. Miró
hacia el castillo, que se levantaba sobre su risco, en la otra orilla. La bruma matinal le
daba un aire fantasmal. Suspiró. Todo era horrible, espantoso. La verdad era más
terrible de lo que pudiera haber imaginado... Recordó que, cuando había visto cómo
Voldemort sobrevivía sin apenas daños a su maldición asesina, se había sentido tan
desesperado, tan impotente, que creyó que nunca podría sentirse peor... Ahora sabía
que se equivocaba, porque desde el día anterior se sentía peor, mucho peor. Y eso
que, de alguna manera, tras despertarse se sentía un poco más liberado, o quizás sólo
más resignado. Fuera como fuese, dormir parecía haberle sentado bien. Como
siempre que soñaba con aquella sala. Se preguntó una vez más qué sería, y si
existiría en algún lugar aparte de en sus sueños.
Dumbledore le había dicho que no todo estaba perdido, y por primera vez desde la
conversación del día anterior, se cuestionó si sería verdad. Sonrió tristemente. Al
menos intentaba buscar una esperanza, y eso ya era algo... Un momento después, sin
embargo, su sonrisa se borró del todo, sustituida por una mirada triste, depresiva y
perdida. Sentía que entre él y Albus Dumbledore se había abierto un abismo que, en
esos momentos, consideraba insalvable. Se veía incapaz de volver a confiar en él. No
había podido darle una esperanza tangible, auténtica. Había vuelto a repetirle aquel
trozo de la profecía, sí, pero, al igual que cuando habían hablado de ella por primera
vez, en marzo, no le había explicado qué significaba aquello. «Tienes que descubrirlo
por ti mismo», le había dicho entonces, y Harry lo había aceptado, aunque a
regañadientes. Ahora, sin embargo, aquello le ponía rabioso. Si algún poder que le
permitiría vencer a Voldemort le rodeaba, o estaba en él, necesitaba saberlo,
necesitaba conocerlo, porque si no encontraba pronto algún motivo de esperanza, algo
que le permitiera aferrarse, se volvería loco.
Se quedó allí sentado, arrojando piedras al lago, durante lo que le pareció una
eternidad. La niebla se fue disipando, y el débil Sol de los últimos días de septiembre
asomó tímidamente por entre las nubes. Del otro lado del lago, Harry vio cómo un
equipo de quidditch (le pareció que era el de Slytherin) se dirigía al campo para
entrenar. Apartó la vista de ellos y volvió a concentrarse en arrojar piedras al lago,
sumiéndose en sus pensamientos, sin ver lo que había a su alrededor, hasta que un
tiempo después, no supo cuánto, una voz le sobresaltó.
—Por fin te encontramos.
Harry se volvió rápidamente y echó mano al bulto que a su lado formaba la capa
invisible, pero se relajó al ver que eran Ron y Hermione, que le miraban con cierta
preocupación.
—¿Qué hacéis aquí? —les preguntó—. ¿Cómo me habéis encontrado?
Por toda respuesta, Ron sacó del bolsillo el mapa del merodeador y se lo mostró.
—Ah, ya... —musitó Harry, volviendo a mirar al lago y arrojando la piedra que aún
tenía en la mano.
—¿Qué haces aquí solo, Harry? ¿Cómo estás? —preguntó Hermione, sentándose
a su lado. Ron la imitó.
—Quería estar solo —contestó Harry, encogiendo las piernas y abrazándolas por
debajo de las rodillas, mientras apoyaba su mentón en ellas.
—Nos preocupaste, compañero —dijo Ron—. Ayer por la noche, cuando subí a ver
cómo estabas, dormías muy apaciblemente... Demasiado apaciblemente, diría yo. No
me gustó mucho, porque tras lo que habíamos oído... Sin embargo, Hermione dijo que
te haría bien. Pero, cuando hoy me desperté (y aún no eran las nueve) y vi que no
estabas... Creímos que tal vez... —Ron vaciló un momento—, bueno, que tal vez se te
habría ocurrido alguna locura...
—¿Alguna locura? —repitió Harry, poniéndose en pie y sacudiéndose la túnica—.
¿Como qué? ¿Ir a buscar a Voldemort? ¿Para qué? No iba a poder matarle, ¿no? No
tendría mucho sentido... —terminó, bajando la voz hasta convertirla en un triste
murmullo, mientras les daba la espalda a sus dos amigos, que también se pusieron en
pie.
Ron no contestó, sino que miró al suelo. Fue Hermione la que habló:
—¿Cómo te dormiste tan deprisa? Yo tardé horas.
—Hice una poción para dormir —les contó Harry, comenzando a caminar por la
orilla del agua. Ellos le siguieron.
—Ah... —asintió Hermione distraídamente.
—No has desayunado, Harry, y nosotros, buscándote, tampoco... ¿Te apetece
comer algo? ¿Vamos a las cocinas? —sugirió Ron.
—No tengo hambre —respondió Harry.
Ron abrió la boca y luego volvió a cerrarla, sin decir nada.
Hermione se acercó a Harry y le puso una mano en el hombro cariñosamente.
—Harry... Harry, ¿cómo estás? —le volvió a preguntar, mirándole con expresión
lastimera.
Harry se apartó de ella, liberándose de su mano y miró hacia otro lado. No quería
ver aquella expresión en la cara de su amiga, porque eso lo hacía todo mucho peor,
mucho más difícil de llevar de le que ya era.
—¿Cómo te parece que voy a estar, Hermione? ¿Cómo crees que puedo estar
después de haber oído lo que oímos? ¡No puede morir, Hermione! —gritó, apretando
los puños. Hermione parecía compungida y Ron asustado—. ¿Sabes lo que eso
significa? —le preguntó—. ¿Sabes lo que quiere decir, teniendo en cuenta la profecía?
Hermione bajó la mirada y no fue capaz de decir nada. Harry comenzó a caminar
hacia el castillo, y notó que sus dos amigos le seguían. Aceleraron el paso y se
pusieron casi a su altura.
—Harry... —habló Hermione de nuevo—. Es que solamente te quedas con lo malo.
Ayer también oímos cosas buenas. Dumbledore dijo que había esperanza...
—¡Ah, Dumbledore dijo que había esperanza! —exclamó sarcásticamente,
levantando los brazos hacia el cielo y abriendo las manos—. ¿Y te dijo a ti cuál era
esa esperanza, Hermione? Porque a mí no. Todo lo que oí me parecieron patrañas,
cosas sin importancia. A lo mejor para ti, que no tendrás que morir enfrentándote a él,
hay esperanza, claro, pero para mí...
Hermione se detuvo de pronto profiriendo un quejido. Harry se volvió y vio que
tenía los ojos empañados en lágrimas mientras le miraba, dolida. Ron la observaba
con preocupación.
—¡¿Cómo puedes decir eso?! —chilló ella, mientras las lágrimas empezaban a
correr por su cara—. ¿Crees que acaso no me importa que mueras? ¡Sabes
perfectamente que para nosotros eres tan importante como nuestras propias vidas,
Harry!
Harry se sintió mal y miró al suelo, apartando los ojos de sus amigos, aunque
apreció que Ron le miraba con algo de reproche.
—Sabes perfectamente que daríamos nuestra vida por ti, Harry... —afirmó él, con
la voz ahogada.
—Lo siento, ¿vale¿ —murmuró Harry con sinceridad—. No quería decir eso, es
que, yo... Esto es muy difícil para mí.
Hermione se limpió las lágrimas con la maga de la túnica.
—Ya lo sabemos, Harry, pero no es más fácil para nosotros. ¡Apenas pude dormir
esta noche, pensando en qué iba a pasarnos! Ni Ron ni yo soportaríamos perderte, y
además sabes perfectamente que si Voldemort no es vencido tampoco nosotros
estaremos a salvo... Somos tus mejores amigos, miembros de la Orden del Fénix...; yo
soy hija de muggles y sabes perfectamente cómo es considerada la familia de Ron...
—Lo sé, lo sé... —repuso Harry con dolor. También él sentía ganas de llorar, de
gritar... Por supuesto que sabía aquello. La posibilidad de morir no sería tan aterradora
si no supiera que ello conllevaría la muerte de tanta gente a la que quería.
Hermione le miró, con los ojos enrojecidos, y luego, antes de que Harry se
percatara de lo que sucedía, se le había echado al cuello, abrazándole con todas sus
fuerzas.
—¡Te quiero mucho, Harry...! —sollozó—. No soportaría que te pasara algo malo...
Que os pasara algo malo a alguno de los dos... Eres como mi hermano —añadió ella,
hipando—. Más que eso; eres..., eres...
—Como si fuera parte de ti —concluyó Harry, apretándola contra sí y apoyando su
cabeza en el hombro de ella—. Lo sé, yo siento lo mismo.
La abrazó con más fuerza y cerró los ojos, sintiendo que aquello era lo que
necesitaba, lo que había estado necesitando desde la noche anterior. Sintió que
Hermione seguía llorando silenciosamente, y luego que una mano se le posaba en el
hombro. Abrió los ojos y se encontró con la mirada de Ron, cuyos ojos estaban
también vidriosos. Tenía una mano sobre el hombro de Harry y la otra apoyada en la
espalda de Hermione.
—Eh, vamos... —le dijo Harry a su amiga suavemente—. Venga, ya está, ya estoy
mejor...
Ella se separó de él lentamente, con el pelo cayéndole sobre la cara, los ojos
totalmente rojos y húmedos y restos de lágrimas en sus mejillas. A Harry le sorprendió
de nuevo lo fuerte que podía parecer a veces y lo delicada que era en otras, y sintió un
cariño muy fuerte por ella... y también por Ron, que había comenzado a acariciarle el
pelo cariñosamente mientras la miraba profundamente y le decía que no llorara más.
Ella le miró y le sonrió tímidamente. Ron le devolvió la sonrisa. Harry apretó los puños
con fuerza. No podía rendirse, no podía. Tenía que seguir adelante aunque sólo fuera
por ellos, porque ellos seguirían adelante por él, lo sabía. No podía rendirse y
abandonarlos. Ni a ellos, ni a Ginny... No, no lo haría. Si al final tenía que morir porque
no había solución posible, se aseguraría de que, al menos, lord Voldemort recordara
para siempre el nombre de Harry Potter. Se lo juró en aquel mismo momento.
Ron besó a Hermione en la frente, y Harry se preguntó cómo podía ser tan
cariñoso a veces y tan rudo en otras. Sonrió al pensar que, si tres años antes le
hubieran dicho que Ron iba a estar comportándose como lo hacía en ese momento,
habría creído que le tomaban el pelo, y, sin embargo, ahí estaba. Recordó el momento
en que Hermione le había echado en cara que era el ser más insensible que jamás
había tenido la desgracia de conocer, y se preguntó qué habría pensado si entonces
hubiera podido ver lo que veía ahora. Claro que, bien pensado, Ron no era el único
que había cambiado durante todo ese tiempo, al fin y al cabo. Los tres lo habían
hecho, profundizando su relación más y más. Pensó en el triángulo que Flammingan
les había mostrado y se dio cuenta de que había tenido razón: aquél triángulo cuyos
lados se hacían más fuertes era lo mismo que ellos.
Sonrió.
—¿Vamos a comer algo? —propuso. Ron le miró.
—¡Sí, por favor! —exclamó, con ojos de súplica, y se escucharon unos ruidos
provenientes de su estómago. Se ruborizó un poco.
Harry y Hermione se miraron, y, echándose a reír, se encaminaron al castillo.

—Bueno, ¿qué os dijo ayer la profesora McGonagall en la reunión? —preguntó Harry


para romper el silencio mientras volvían a la sala común. Desde que habían salido de
las cocinas, los tres habían permanecido muy callados. Una vez superado el momento
de cariño y afecto, el peso de lo que se cernía sobre ellos había vuelto a caer,
aplastando en parte su breve optimismo.
—Nada importante —dijo Hermione—. Simplemente nos recordó que nadie
debería salir del castillo a deshoras, y que aurores del Ministerio vigilaban, ocultos, las
entradas al castillo...
—¿Habló de cómo se protege Hogwarts delante de Malfoy? —inquirió Harry,
preocupado ante la idea.
—Sí —respondió Ron—. ¡Tiene que estar loca!
—A mí tampoco me hace gracia —repuso Hermione—, pero Malfoy es un prefecto,
así que...
—Hace tiempo que tendría que haber dejado de serlo —se quejó Ron—. ¡Su padre
es un mortífago! Y él...
—Si Dumbledore le mantiene en su puesto, por algo será —opinó Hermione.
—Y en mi opinión, eso es un error —murmuró Harry, y luego añadió, con cierto
rencor—: Otro más a sumar a los que ha cometido.
Hermione le miró durante un momento.
—No estás siendo justo, Harry. Tú también has cometido errores. Dumbledore no
es perfecto, pero debemos confiar en él, porque si no...
—Créeme que lo intento —la interrumpió Harry, caminando de nuevo hacia el
pasillo de la Dama Gorda—. De veras lo intento..., pero ya no puedo. No puedo confiar
en Dumbledore.
Ron y Hermione se quedaron quietos un instante, mientras Harry pronunciaba la
contraseña y entraba en la sala común. Oyó que la Señora Gorda les preguntaba a
Ron y Hermione si iba a tener que esperar todo el día a que pasaran, y se dejó caer en
una de las butacas. Sus dos amigos se sentaron a su lado. Ambos le miraban, aunque
ninguno de los dos decía nada.
Unos minutos más tarde, Ginny salió de las escaleras que conducían a los
dormitorios de las chicas y se acercó a ellos.
—¡Estáis aquí! —exclamó, sonriendo—. ¿Dónde os metéis? —luego, al ver sus
caras, su expresión se volvió seria—. ¿Qué pasa? Tenéis mala cara.
—Nada, Ginny —contestó Harry—. Es sólo que ayer dormí mal...
Harry vio que Hermione le dirigía una rápida mirada de desconcierto, pero no le
hizo caso. No se veía capaz de decirle a Ginny lo que sucedía, porque estaba
totalmente seguro de no poder enfrentar el temor y el miedo que se reflejarían en los
ojos de la chica. Le bastaba ver aquello en Ron y Hermione, no necesitaba que nadie
más sufriera.
—¿Seguro que sólo es eso? —preguntó Ginny con suspicacia, pasando la vista de
uno a otro.
—Sí, Ginny, es eso —aseguró Ron, aunque a Harry no le resultó muy creíble. La
chica miró a su hermano durante unos segundos, y luego, para alivio de Harry, se
encogió de hombros.
—Bueno, como digáis... Me voy a la biblioteca a terminar un trabajo... ¿Te apetece
venir, Hermione?
Hermione negó con la cabeza.
—No; gracias, Ginny, pero creo que voy a quedarme aquí a leer algo.
—Vale, como quieras. Hasta luego. —Y salió por el agujero del retrato.
Se hizo del nuevo el silencio, hasta que Hermione lo rompió.
—Sería mejor que termináramos el trabajo de Pociones para mañana, ¿no creéis?
—dijo tímidamente.
Ron se encogió de hombros, pero Harry se negó.
—Yo no voy a hacerlo —declaró—. ¿Para qué? ¿De qué me va a servir? Lo más
seguro es que no viva ni para hacer los EXTASIS... —añadió, en tono sombrío.
Hermione le miró con miedo y un deje de indignación.
—¡No digas eso!, ¿vale? ¡No lo digas ni en broma! ¡Me prometiste que no harías
esto, Harry, me lo prometiste en Grimmauld Place! —le reprochó, y las lágrimas
volvieron a asomarse tímidamente al borde de sus ojos.
—¿Qué te prometí? —inquirió Harry, que no recordaba haberle hecho ninguna
promesa a su amiga.
—¡Me prometiste que no te rendirías, que no volverías a actuar como si todo te
diera igual! —soltó de un tirón—. Me lo dijiste el día que nos contaste que te habías
quedado dormido en aquel parque, ¿recuerdas?
Y Harry lo recordó. Era cierto que le había prometido aquello. Y, sin necesidad de
ir tan lejos, menos de una hora antes se había jurado a sí mismo algo similar.
«Parece que no he tardado mucho en romper mi promesa y mi juramento», se dijo.
—Lo sé, Hermione, lo sé... —dijo en voz alta—. No lo decía en serio, cálmate...
—¡Pues no me parece un tema para hacer bromas!
—Está bien, lo siento... —se disculpó—. Pero no me pidas que haga lo de
Pociones, ¿de acuerdo? No tengo todavía ánimos para eso.
—Está bien, Harry —aceptó Hermione—. Como quieras. No te pediré que hagas
deberes. Me basta con que..., con que no te rindas.
Harry miró a su amiga a los ojos y forzó una sonrisa tranquilizadora que distaba
mucho de reflejar lo que verdaderamente sentía.

—Bien, entréguenme los trabajos que les puse la semana pasada —solicitó Snape con
voz autoritaria al día siguiente, durante la clase de Pociones—. Señorita Parkinson,
recójalos.
Pansy se levantó y comenzó a recoger los trabajos mientras Snape escribía en la
pizarra las instrucciones sobre lo que tendrían que hacer ese día. Cuando llegó junto a
Harry, Ron y Hermione les dirigió una mirada despectiva. Ron y Hermione le
entregaron los suyos, pero Harry sólo la miró con indiferencia.
—No lo tengo —admitió, con los brazos cruzados y sin atisbo de preocupación—,
así que ya te puedes largar.
Pansy le miró con desprecio, pero luego sonrió y se retiró hacia el escritorio de
Snape. Harry notó cómo sus dos amigos le miraban con cierta lástima. Ron dirigía
miradas furtivas hacia Snape, que seguía escribiendo.
—Aquí tiene, profesor —dijo Pansy con voz melosa.
—Gracias. ¿Están todos?
—Falta el de Potter, señor —informó Pansy intentando disimular su sonrisa—. Dijo
que no lo había hecho.
Harry entrecerró los ojos, y captó una sonrisa maliciosa de parte de Malfoy. Sin
embargo, aquello no le importaba. Malfoy había pasado a no ser nada después de lo
que había oído dos días atrás.
—¿Es cierto eso, Potter? —inquirió Snape acercándose a él lentamente. Harry le
miró con desafío. Debido a lo sucedido el curso anterior, la relación entre ambos había
mejorado bastante, pero a Harry seguían sin caerle bien Snape y sabía que él
tampoco era el alumno preferido del profesor de Pociones.
—Sí —contestó Harry con decisión y un deje de insolencia.
—¿Y se puede saber por qué? ¿O es que ahora dispone de más privilegios que el
resto de los alumnos? —preguntó Snape mirándole fijamente. Harry le sostuvo la
mirada.
—No —contestó, levantándose de su asiento—. De hecho, tengo menos privilegios
que el resto de los alumnos.
Snape frunció en entrecejo, sin comprender. Harry no se quedó a ver si el profesor
le entendía o no, sino que cogió sus cosas y, ante la mirada aterrorizada de Ron y
Hermione y las exclamaciones de «¿Adónde va, Potter?» de Snape, abandonó el aula.
Emprendió el camino hacia el vestíbulo mientras pensaba que seguramente
acababa de perder cincuenta puntos para Gryffindor y de ganarse un castigo severo,
pero le daba igual. Lo único que sabía era que no podría aguantar una clase de
Pociones con los de Slytherin.
Llegó al vestíbulo, que estaba vacío, y se quedó parado. ¿Adónde iba? ¿A la sala
común, o a los terrenos? Tras pensárselo, decidió salir a los terrenos, pero, cuando iba
a atravesar las puertas de roble, una voz que ya le había detenido en una ocasión
volvió a hacerlo.
—¿Adónde vas, Harry?
Harry se volvió, y vio a Flammingan bajando lentamente la escalinata de mármol.
—Afuera —respondió Harry lacónicamente.
Flammingan le estudió unos instantes, haciendo que Harry se pusiera un poco
nervioso, y luego se acercó a él.
—¿No tendrías que estar en clase? —le preguntó. Harry pensó que quizás el
profesor le regañaría y le mandaría a ver a la profesora McGonagall, pero, en lugar de
eso, lo sorprendió al añadir, sin esperar a que Harry le contestara—: ¿Puedo
acompañarte?
Harry se quedó tan atolondrado que se olvidó de responder. Finalmente reaccionó
y asintió.
—Bien —dijo Flammingan—. Un paseo matinal siempre viene bien, y más en un
día tan espléndido como hoy, que puede ser de los últimos buenos del año.
Salieron a los jardines y se dirigieron al lago con paso lento.
—Bueno..., ¿no tendrías que estar en clase? —repitió el profesor, y esta vez sí
permitió que el chico contestara.
—Sí, Pociones. Pero me he marchado de ella —contestó.
—¿Te has marchado de la clase de Snape? —preguntó el profesor arqueando una
ceja—. Bueno, no creo que eso le haya hecho mucha gracia.
—Seguro que no —dijo Harry, sintiendo que en realidad no le importaba.
—¿Y podría saber por qué te has marchado de clase? Sé muy bien que Severus
Snape y tú nunca os habéis llevado bien, pero tenían entendido que vuestra relación
había mejorado un poco el curso pasado.
—No hice los deberes —fue la respuesta de Harry—. Y no quería ver a los de
Slytherin, así que me marché.
Flammingan asintió, comprendiendo. Se quedó en silencio, pensativo, durante
unos minutos y luego dijo:
—Esto es por lo que te contamos, ¿verdad? Crees que todo está perdido y por eso
te da igual no hacer los deberes o desafiar a los profesores.
Harry no contestó, pero Flammingan interpretó su silencio como un «sí».
—No me esperaba esa actitud tuya, Harry —declaró Flammingan, en cuya voz se
dejaba entrever una ligera decepción—. Creía que eras un Gryffindor, un luchador.
—Soy un Gryffindor —afirmó Harry—. ¿Me ve con miedo?
—No tener miedo no es ser valiente, muchacho —repuso Flammingan—. Tu
actitud no es valiente, sino resignada. Crees que no hay esperanzas y te dejas llevar,
diciéndote a ti mismo que nada importa, ¿verdad? Al fin y al cabo, ¿para qué luchar?
¿Qué se podría conseguir? Así es como piensas, ¿no? —le preguntó—. No, Harry
—replicó, negando con la cabeza—, eso no es valentía. Valentía es lo que
demostrarte al enfrentarte a Voldemort la noche de su regreso, cuando te decidiste a
luchar, a defenderte, aunque estabas seguro de morir; cuando decidiste pelear
sobreponiéndote al miedo. Eso es valentía. El valor, muchacho, no consiste en no
tener miedo, sino en ser capaz de vencerlo. No tener miedo en una situación como la
tuya no es ser valiente, sino estúpido.
Flammingan se calló, y Harry se quedó pensativo. Aquella actitud suya, según el
profesor, era la misma que había tenido Pettigrew al entregar a sus padres... «¿Qué
se ganaba enfrentándose a él?», recordó que había dicho Colagusano. Se sintió un
poco avergonzado. Seguía pensando aquello, pero no quería ser como Pettigrew; no
quería dejarse dominar por el miedo, ser prisionero de él. Era mejor estar muerto que
eso.
—No es cierto que nada importe —repuso Harry con voz ahogada—. Mis amigos
me importan, y también los Weasley, y Lupin, y los demás miembros de la Orden... No
quiero que les pase nada malo... Pero ¿qué puedo hacer?
—Yo no puedo responder a esa pregunta —dijo Flammingan—. Quizás
Dumbledore sepa algo más que yo, eso lo ignoro... Mira —añadió, mostrándose
completamente franco—, él sabe que tu confianza en él ha caído en estos últimos
tiempos, y eso le duele, no voy a negártelo. Le duele porque no puede hacer nada
para recuperarla. Créeme que Dumbledore quiere lo mejor para ti, Harry... ¿Sabes?
Incluso me atrevería a decir que eres como una especie de hijo, o bueno, sería mejor
decir nieto, para él. Si no te explica lo que quiere decir esa parte de la profecía que
tanto te interesa es por una buena razón. Dale al menos el beneficio de la duda. Yo no
puedo darte una esperanza tangible, como deseas, pero sí puedo darte un consejo: sé
fuerte donde Voldemort es débil. No ignores el poder del amor, Harry, ni el del miedo,
el miedo que siente él por la muerte... Ahora bien, si lo que quieres es que te diga
cómo usar eso en su contra... no puedo. Tú eres su igual, Harry, y si tú no sabes cómo
vencerle, nadie lo sabrá —sentenció—. Tal vez puedas averiguarlo antes, y tal ves sea
algo que sólo sabrás cuando estés frente a él, no lo sé. Sin embargo, te recomiendo
que, mientras tanto, te prepares. Te aconsejo que estudies, que aprendas, que te
distraigas con tus amigos..., en una palabra: que vivas, Harry. Es lo mejor que puedes
hacer por el momento.
Harry miró a su profesor, y sintió que una parte del peso que lo afligía y de la
indeferencia con la que intentaba esconderse, cedían.
—Gracias —dijo.
—No tienes por qué dármelas —contestó Flammingan, con un asomo de sonrisa
en sus labios—. Al fin y al cabo, estoy aquí para eso. —Harry le dirigió una mirada de
incomprensión. El profesor le miró con cierta complicidad y, sonriendo ligeramente,
acercó su cara a la de Harry—. Entre tú y yo: una de las razones por las que
Dumbledore me pidió que me ocupara este año de esta asignatura fue por ti, Harry. Él
quiere que aprendas todo lo posible sobre Teoría de la Magia, pero no sólo sobre lo
que suele darse en esta asignatura (básicamente, lo que estamos dando), sino sobre
cosas mucho más profundas que veremos más adelante, como el poder de los
vínculos y de los sentimientos, así como todo lo que pueda decirte sobre la esencia
mágica. Puedes considerarme... una especie de tutor personal, y también tus amigos
Ron y Hermione. —Harry le miró con sorpresa. ¿Así que ésa era la razón por la que
Flammingan había sido contratado? Para ayudarle a él... Sin embargo, el anciano
profesor no se percató de su mirada, pues tenía los ojos puestos en la calmada
superficie del lago—. ¿Sabes? —continuó—. Se quieren mucho...
—¿Eh? —dijo Harry, que se había perdido—. ¿Quién?
—Ron y Hermione —aclaró el profesor.
—Ya —dijo Harry—. Lo sé.
—Sí, el amor puede ser increíble, ¿no crees? —comentó Flammingan, como sin
darle importancia. Harry le observó con detenimiento. ¿A qué venía aquello?
—¿Está tratando de decirme algo? —le preguntó Harry. Flammingan le miró con
inocencia y una leve sonrisa.
—¿Yo? No. Sólo divagaba... Me he fijado en ellos, Harry, y se quieren mucho. Ella
se siente muy orgullosa de él, aunque no se lo diga siempre, y él desea protegerla con
toda su alma. No quiere que le vuelva a pasar lo mismo que le pasó el curso pasado.
Y ambos te quieren muchísimo a ti. Sí, haríais cualquier cosa por protegeros los unos
a los otros... —comentó Flammingan pensativamente, moviendo la cabeza con lentitud
en ademán afirmativo—. Pensáis en qué podréis hacer para proteger a los otros, y no
os dais cuenta de que el amor y el cariño que hay entre vosotros es vuestra mayor
protección.
—¿Cómo dice? —inquirió Harry, que no acababa de entender el rumbo de aquella
conversación.
—¿Nunca te has preguntado qué le pasó a tu amiga mientras estaba en la
enfermería, tras recibir la maldición? —dijo Flammingan, como si Harry no le hubiera
interrumpido.
—Eh..., sí, me lo he preguntado —contestó Harry.
—¿Lo sabes? ¿Sabes qué le pasó? ¿Por qué despertó contra todo pronóstico,
más allá de toda esperanza? Ella tendría que haber muerto.
—No, no lo sé —reconoció Harry—. Pero no es cierto que tenía que morir, está
viva.
—Sí, está viva —admitió Flammingan—. Pero también lo estás tú, y sin embargo
también tendrías que haber muerto.
Harry frunció el ceño. Cada vez entendía menos de aquella conversación.
—¿Adónde pretende llegar?
—¿Sabes cómo funciona la maldición asesina, Harry? ¿Cómo mata? —Harry negó
con la cabeza—. Destruye la Vida —respondió el anciano—. Así de simple: destruye la
Vida, y, por tanto, expulsa el alma del cuerpo. La maldición, generalmente, realiza un
trabajo impecable, pero a veces... puede fallar.
—¿Puede fallar? —repitió Harry, incrédulo—. Nunca había oído que pudiera fallar
—replicó.
—No es muy común —explicó Flammingan—. Pero tú ya la viste fallar: fue lo que
le pasó a tu amiga Hermione.
—¿Lo que...?
—La maldición sólo la rozó —aclaró el profesor—. Generalmente, eso es suficiente
para matar. De hecho, si la maldición la hubiera lanzado Voldemort, ella seguramente
estaría muerta, pero, afortunadamente, no fue así. Y cabe pensar que el mortífago que
lanzó el hechizo no estaba tampoco excesivamente concentrado en lo que hacía.
—Sí, supongo que no lo estaba —asintió Harry—. Le perseguían un grupo de
acromántulas.
—Eso le salvó la vida a Hermione, Harry. La maldición destruyó casi toda su Vida.
Casi..., pero no toda. Por tanto, su alma no llegó a ser expulsada del todo de su
cuerpo. Impidiendo, por tanto, que pasara al mundo de los muertos. Harry, lo que
mantuvo a Hermione viva en ese tiempo fue el cariño, el tuyo y el de Ron, por ella. Su
alma permanecía en el limbo entre los dos lados, pero atada aún a su cuerpo, y atada
a vosotros. Vuestro cariño mutuo le dio fuerzas para luchar, para seguir aquí.
Permaneció viva más allá de lo imaginable, y fue finalmente traída de vuelta por lo
único que puede viajar en sentido contrario en ese lugar...
—El amor —concluyó Harry.
—Sí, Harry. El amor.
—Habíamos ido a visitarla —dijo entonces Harry, recordando de pronto—. El día
anterior a que despertara, y el día que despertó volvimos a visitarla después de dos
semanas... Fue por eso, ¿verdad?
—Sí —confirmó Flammingan—. O eso creo. Quizás sólo necesitaba que
comprendierais definitivamente que no podíais estar sin ella, aceptar su muerte;
entender que no era su hora aún, darle algo más a lo que aferrarse. Vosotros le
hicisteis volver, Harry. Tu amor y el de Ron. Tu amor y el de Ron. No sabemos cómo
se genera la vida cuando un ser vivo nace, pero sí sabemos que basta sólo un poco
de ella para regenerarla completamente. Y, si hay algo que pueda ayudar a eso, es el
amor, ¿entiendes? Vuestro amor por ella, el de ella por vosotros, regeneró su Vida y
la devolvió aquí, con vosotros. Lo que estoy tratando de decirte, Harry, es que Ron y tú
la arrancasteis de los brazos de la muerte. Hicisteis algo increíble, algo que muy poca
gente ha podido hacer antes. Quizás ella no sepa realmente cuánto os debe por estar
viva aún.
Harry se quedó pensativo. Sabía que algo habían influido en la recuperación de
Hermione, pero no se había imaginado que Ron y él hubiesen sido fundamentales en
el regreso de su amiga.
—Entiendo... —dijo finalmente—. Pero ¿por qué me dice esto?
—¿No lo comprendes? Harry, prácticamente le devolvisteis la vida a una
persona... ¿No entiendes aún de lo que eres capaz, de lo que seréis capaces? El
extraordinario vínculo que os une posee un poder inigualable; aprende a usarlo.
Tienes una Antorcha que aprovecha magníficamente el poder de esos vínculos;
aprende a usarla... Mucho del poder de la Antorcha está en este castillo —dijo,
volviéndose y contemplando el colegio—. Todo el poder que lo protege está en ella.
No lo olvides. No olvides lo que te he dicho, y no te rindas... No todavía. Eres joven, y
aún tienes mucho que aprender. El hecho de que temamos a la muerte no quiere decir
que no podamos disfrutar de la vida —sentenció; luego se volvió de nuevo hacia Harry
—. Cuídate, ¿vale? Nos vemos —se despidió Flammingan, y se alejó hacia el castillo,
dejando a Harry sumido en pensamientos y cavilaciones.
Cinco minutos después, también él caminó de vuelta hacia los invernaderos,
decidido a ir a clase de Herbología.
Unos minutos después de haber llegado, oyó que los de Hufflepuff comenzaban a
entrar e, inmediatamente después, los de Gryffindor.
—¡Harry! —exclamó Hermione al verle, y ella y Ron corrieron hacia él—. ¡Menos
mal que estás aquí, estábamos muy preocupados!
—Sí, salir así de clase de Snape... —añadió Ron con cierto temor.
Harry les miró, y se quedó observando a Hermione detenidamente. Ron y él la
habían traído de vuelta... Si eso era cierto, si eso había sido posible...
—¿Se enfadó mucho Snape?
—Sí —asintió Hermione, mirando a su amigo con lástima—. Se quedó un
momento allí plantado, como si no pudiera asimilar lo que había pasado, y luego volvió
a la clase, bastante enfadado...
—¿Cuántos puntos nos quitó?
—Eso es lo más curioso —contó Ron—. No nos quitó puntos, dijo que ni siquiera
Gryffindor merecía perder puntos por algo así... Pero creo que va hablar con la
profesora McGonagall, y seguramente te caerá un buen castigo.
—¿Sabéis? —dijo Harry con un tono optimista que, como comprobó después, sus
amigos no debieron de percibir—. Me da igual.
La cara de Hermione se contrajo.
—¡Harry! ¡Ya vuelves a estar haciéndolo! ¡Todo te da igual! —le gritó—. ¿Por qué
tienes que...
—Hermione...
—...ser así? ¿No puedes...
—No, Hermione, escucha...
—...ser más optimista, más luchador? El Harry que...
—¡Hermione! —exclamó, alzando la voz, con lo que muchos estudiantes les
miraron. Ella se calló—. ¿Quieres escucharme? No me refería a eso. Quiero decir que
no me importa que me castigue, porque estoy más contento. Creo que tengo una
pequeña esperanza...
El rostro de Hermione se iluminó, y Ron miró a Harry con suspicacia.
—¿Una pequeña esperanza? ¿Has estado pensando en lo que nos dijo
Dumbledore? —preguntó Ron.
—No —respondió Harry—, pero he estado hablando con Flammingan.
Sus dos amigos le miraron interrogativamente, pero en ese momento entró la
profesora Sprout y no pudieron seguir hablando. Harry sintió alivio, porque no quería
decirle a Hermione lo que Flammingan le había comentado sobre ella. Quizás se lo
contaría a Ron, pero no a ella. No quería remover el pasado, ni tampoco que su amiga
tuviera que agradecerles nada, porque Hermione le había ayudado mucho, y ellos,
aunque la habían salvado al fin, habían estado a punto de dejar que se fuera, de
perder la esperanza definitivamente. Entonces recordó que Dumbledore les había
animado a seguir con su vida, y parte de la alegría que había sentido unos momentos
antes se desvaneció.
Tras la clase, tanto Ron como Hermione parecieron entender que Harry no quería
hablar de lo que Flammingan le había dicho, y no le preguntaron nada. Harry se sintió
aliviado, porque no sabía si tendría fuerzas para inventarse una mentira creíble.
Cuando se dirigían al Gran Comedor, tras las clases de la mañana, la profesora
McGonagall llamó a Harry. Éste la siguió hasta su despacho, mientras se despedía de
Ron y Hermione, que le miraron un momento con pena antes de seguir hacia el
Comedor.
—Cierra la puerta y siéntate, Potter —dijo severamente la profesora, sentándose
ella en su butaca. Harry cerró la puerta y se sentó frente a ella, sin decir nada.
—El profesor Snape me ha comunicado que esta mañana, aparte de no entregar
tus deberes, has abandonado la clase. ¿Es eso cierto?
—Sí —confirmó Harry. La profesora McGonagall le miró durante unos momentos, y
Harry no sabría decir si aquella mirada era de severidad o de lástima.
—¿Y se puede saber por qué lo hiciste? —le preguntó la profesora—. Supongo
que no ignorarás, teniendo como amiga a la señorita Granger, lo importante que es
este curso, ¿verdad?
—¿Se refiere a lo importante que es el curso para nuestro futuro?
—Sí, me refiero a eso.
—Bueno —dijo Harry—, supongo que eso será muy importante... para quien tenga
un futuro seguro, ¿verdad?
La profesora McGonagall se quedó con la boca abierta, mirando a Harry, sin saber
qué contestar.
—Señor Potter, ¿por qué dice usted eso?
—¿No es obvio, profesora? —repuso Harry—. ¿Cuántas posibilidades tengo de
sobrevivir en una batalla contra lord Voldemort? Dígamelo.
Aquello dejó a la profesora sin habla, pero, pasados unos momentos, recuperó su
aplomo y su severidad.
—No lo sé, Potter. Pero lo que sí sé es que estás en un colegio, y que lo que
tienes que hacer es estudiar y prepararte. ¿No crees que tienen menos opciones que
tú los aurores del Ministerio? Y sin embargo, ahí están, luchando. Muchos estudiaron
durante su reinado de terror, aún cuando las esperanzas de vencerle eran mínimas.
Tu padre fue uno de ellos. No estudiar y encomendarte a la suerte, sin hacer nada, me
parece una pobre manera de rendirles tributo. El año pasado te mostrabas más
entusiasta, más trabajador. Cuando os observaba a ti y al señor Weasley mientras la
señorita Granger estaba en la enfermería vi en ti a un hombre, a un luchador. Pero,
por lo visto, debí equivocarme; tal vez sólo fue algo pasajero... ¿Fue algo pasajero,
Potter?
Harry bajó la cabeza, avergonzado por las duras palabras de la jefa de la casa
Gryffindor. No sabía qué decir. Estuvo mirando a sus pies durante un rato, mientras
sentía la mirada de la profesora clavada en él. Finalmente, levantó la cabeza y la miró.
—No, no fue algo pasajero —declaró.
—Eso esperaba oír —dijo la profesora sin inmutarse—. Así pues, sabrás que te
has ganado un castigo por tu comportamiento. El profesor Snape quiere que limpies el
aula de Pociones hoy al terminar las clases de la tarde, así que estarás allí a las seis,
¿de acuerdo?
—Sí —asintió Harry.
—Bien, puedes irte.
Harry se levantó y se dirigió a la puerta, pero, antes de cruzarla, oyó que la
profesora le decía:
—Me alegro de no haberme equivocado, Potter.
Harry se volvió y vio que en el severo rostro de la profesora casi se formaba una
sonrisa.
—Yo también —contestó Harry, antes de irse al Gran Comedor.
Mientras descendía hacia el vestíbulo, sonrió un poco. La forma de dar ánimos de
la profesora McGonagall era un tanto extraña, pero no podía negarse que era
efectiva...
Atravesó el vestíbulo, entró en el comedor y se sentó frente a sus dos amigos, que
le miraban un poco nerviosos.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Hermione, con cierta timidez.
—Snape me ha castigado a limpiar la mazmorra de Pociones después de las
clases —les explicó.
—Bueno, podía haber sido peor —dijo Hermione, intentando animarlo.
Harry asintió, y desvió su vista hacia la mesa de los profesores. Su mirada se
cruzó con la de Dumbledore, y ambos se miraron durante unos instantes. Los ojos del
director mostraban preocupación. Harry apartó la vista y se concentró en su comida.
No podía evitar pensar que, después de todo, habían sido Flammingan y la profesora
McGonagall quienes le habían ayudado, no él.

—Bien, Potter. Quiero que limpies la mazmorra entera SIN magia, ¿entendido? —dijo
Snape con voz fría.
Harry observó el suelo y las mesas, sucias debido a las pociones que se habían
fabricado allí durante todo el día. Estaba seguro de que Snape había prohibido a todos
los alumnos limpiar nada, pero no se quejó y asintió.
—Supongo que esta vez no saldrás de la clase, ¿verdad?
—No, señor —respondió Harry.
—Puedes comenzar.
Snape se sentó en su silla y se puso a corregir los trabajos que había recogido
aquella mañana. Harry tomó el material de limpieza y se dispuso a cumplir con su
castigo.
Mientras fregaba las mesas y el suelo, no pudo evitar recordar su vida en Privet
Drive antes de venir a Hogwarts.
Una hora y media más tarde, cuando terminó, se acercó a la mesa de Snape y
dejó allí las cosas.
—Ya he terminado —anunció.
Snape levantó la vista y le miró un momento. Luego se levantó y recorrió el aula en
silencio.
—Está bien —dijo escuetamente—. Puedes irte.
Harry se dirigió a la puerta sin despedirse, pero, antes de salir, escuchó
nuevamente la voz de su profesor.
—Quiero que entiendas que tu condición no te da derecho a comportarte así,
Potter.
—¿Cómo dice? —preguntó Harry con el entrecejo fruncido, mirando a los ojos a
Snape.
—Tú no eres el único que corre peligro —soltó el profesor—. Sabes perfectamente
que él desea atraparme a mí, y también a muchos otros. Tu vida ha sido dura, no voy
a negártelo, pero para mucha gente más tampoco ha sido fácil, así que deja de
intentar dar lástima.
—Yo no intento dar lástima —replicó Harry, enfureciéndose.
—¿No? —dijo Snape irónicamente—. Pues lo disimulas muy bien... —Se volvió
hacia su escritorio, pero, antes de girarse completamente volvió a mirar a Harry—. ¡Ah,
Potter! El miércoles quiero ver sobre mi mesa el trabajo que tendrías que haber
entregado hoy. Sin excusas.
Snape se dirigió hacia su escritorio sin decir nada más y Harry, tras observarle
unos segundos, salió del aula.
Cuando llegó a la sala común, se dio cuenta de que estaba muerto de hambre,
porque se había perdido la cena. Entró, pensando en convocar algo para comer, y se
acercó a Ron y Hermione, que trabajaban en los deberes de Encantamientos.
—¿Qué tal ha ido? —quiso saber Hermione, levantando la vista de su pergamino.
—Pudo ser peor —contestó Harry—. Tengo que entregar el trabajo pasado
mañana... ¿Me ayudarás? —le pidió a su amiga. Ésta le miró pensativamente—. Por
favor... —suplicó Harry.
—Está bien —accedió Hermione—. Nos pondremos a ello en cuanto acabemos
con lo de Encantamientos. Ve a buscar tus cosas.
—¡Pero no he cenado!
—Nos hemos ocupado de eso, tranquilo —intervino Ron, abriendo su mochila y
sacando de ella una bolsa donde había varias manzanas, trozos de jamón envueltos
en una servilleta y algunos pasteles de crema.
—¡Gracias! —exclamó Harry, sintiendo cómo su estómago hacía ruidos ante la
visión de la comida—. ¿Qué haría sin vosotros?
—¿Morirte de hambre? —bromeó Ron.
Harry se rió y luego se puso a comer con verdadera ansia. Empezó a pensar en lo
que Snape le había dicho cuando Hermione le interrumpió:
—Bueno, ¿nos lo vas a contar? —preguntó.
—¿Contar el qué? —respondió Harry, sin comprender.
—Lo que hablaste con Flammingan.
Harry se quedó sin saber qué decir, e hizo tiempo mientras masticaba y tragaba un
gran trozo de jamón. Finalmente, decidió contarles sólo una pequeña parte de lo que
habían hablado.
—Me aconsejó que aprendiera a utilizar bien la Antorcha de la Llama Verde.
—Pero ¿eso no lo haces ya? —repuso Ron, alzando las cejas.
—Al parecer no —respondió Harry.
—¿Sólo te dijo eso? —preguntó Hermione, mirando a su amigo con suspicacia—.
¿Nada más?
—Me dijo que había esperanza, aunque yo no la viera. Que debería luchar,
aprender a utilizar bien la Antorcha y mis poderes; aprender todo lo posible... Me dijo
que él estaba aquí para ayudarme, que Dumbledore le había contratado por eso...
—¡Es cierto, entonces! —exclamó Ron—. Lo que nos dijo Lupin... Vaya... ¿Y por
qué motivo concreto está aquí? —inquirió—. ¿En qué va a ayudarte?
—No seas tonto, Ron. Ya le ha ayudado, ¿no lo has visto? Supongo que
Dumbledore pretende que entiendas bien la Teoría de la Magia, ¿no?
—Sí, supongo —contestó Harry—. Flammingan me dijo que con él íbamos a ver
cosas que normalmente no se ven en esta asignatura.
—La Teoría de la Magia es una disciplina muy avanzada y compleja —comentó
Hermione, pensativa—. Debe de haber algo importante que Dumbledore quiere que
entiendas...
—¿El poder de los sentimientos? —sugirió Ron—. ¿No es eso en lo que siempre
insiste Dumbledore?
—Sí, tal vez sea eso... —opinó Harry, asintiendo, mientras empezaba a comerse
una manzana con aire distraído.
—Bueno, ya veremos —dijo Hermione—. Harry, termina pronto. Tienes que hacer
lo de Encantamientos y lo de Pociones, y no quiero acostarme tarde, estoy cansada.
—No tengo que terminar lo de Pociones ahora —repuso Harry—. Puedo acabarlo
mañana.
—Mañana tenéis entrenamientos de quidditch, por si no te acuerdas —replicó su
amiga, y Harry dejó escapar un gruñido de descontento.
—Me había olvidado —murmuró.
—Además —agregó Hermione—, ya que Flammingan te lo ha sugerido, te
recomiendo que empieces a usar la Antorcha a ver qué más puedes hacer con ella.
—Sí, está bien... —asintió, dejándose caer contra el respaldo de la silla en que
estaba sentado. Pensar en todo lo que tenía que hacer le daba dolor de cabeza:
entrenamientos al día siguiente y también el jueves, reunión del ED el miércoles, un
montón de deberes y trabajos, usar la Antorcha... Harry cerró los ojos y se encontró
deseando que llegara por fin el viernes.

Los últimos días de septiembre pasaron, y con ellos, los últimos resquicios de buen
tiempo. El primer fin de semana de octubre transcurrió entre fuertes vientos y una gran
tormenta de lluvia, que provocó que se suspendiera el entrenamiento del quidditch del
sábado.
Como no tenían que entrenar, Hermione le había insistido a Harry para comenzar
a practicar con la Antorcha, pues durante la semana no había tenido tiempo, y la que
entraba no se presentaba muy distinta.
—Debes ponerte en serio, Harry, aunque te apetezca más estar ahí sentado. No
querrás que te pase como en el Torneo de los Tres Magos, ¿verdad? O como con la
oclumancia.
Harry miró a su amiga con enfado. ¿Cómo le recordaba aquello ahora, sobre todo
lo de la oclumancia?
—De acuerdo, ya me pongo —dijo, levantándose.
—¿Vas a estar en la habitación? —le preguntó Ron—. ¿Quieres que te
acompañe?
—No, prefiero hacerlo solo —declaró, y se dirigió a la habitación, dejando a sus
dos amigos junto al fuego.
En la habitación no había nadie. Harry entró y cerró la puerta tras de sí. Luego se
dirigió a su baúl, lo abrió y sacó la Antorcha de la Llama Verde de allí.
La miró unos instantes, tocando su pulida y brillante superficie, acariciando las
cabezas de serpientes y leones que la adornaban, y luego la encendió y contempló su
fuego verde, un fuego que no quemaba ni daba calor. Miró hacia la ventana y empezó
a poner en práctica lo que sabía y lo que Flammingan les había enseñado hasta el
momento. Se concentró un poco y la ventana estalló hacia dentro, salpicando la
habitación de cristales y trozos de madera astillada. Luego, volviendo a concentrarse
en el hechizo de reparación, movió un poco la mano hacia los restos, y éstos,
automáticamente, volvieron a unirse y recompusieron la ventana, que quedó como si
nada hubiera pasado.
Aquello estaba muy bien, pero no era lo que él consideraba aprender a usar bien la
Antorcha; todas esas cosas podía hacerlas ya antes. ¿Qué podría hacer con ella que
fuera más allá? Intentó concentrarse, aprovechando la claridad mental que la Antorcha
le brindaba, pero no consiguió llegar a nada concreto. Permaneció una hora y media
allí, con la Antorcha encendida, haciendo hechizos y practicando, pero no consideraba
nada de lo que hacía como algo fuera de lo común, así que finalmente decidió dejarlo.
Guardó la Antorcha en su baúl, lo cerró y bajó a la sala común.
Ron y Hermione estaban sentados juntos, frente al fuego, sin hablar, y cuando él
entró en la sala común, se volvieron automáticamente para mirarle. Tenían una
extraña expresión en la cara.
—¿Algún progreso? —le preguntó Hermione.
—Nada digno de mención —contestó Harry, sentándose en una butaca—. ¿Qué
os pasa a vosotros? Estáis raros...
Se miraron un instante.
—Es la Antorcha, Harry —explicó Ron—. Cada vez es más fuerte lo que sentimos
cuando la enciendes. Durante todo el tiempo que has estado arriba he estado oyendo
cosas, recuerdos... Algunos que creo que ni siquiera eran míos...
Hermione asentía.
—A mí me pasaba lo mismo —dijo—. Es una sensación tan extraña...
Harry se quedó un rato pensativo. La Antorcha les afectaba a sus amigos cada vez
más. ¿Sería ésa la forma de aprovechar su poder? ¿Era eso a lo que se refería
Flammingan? No sabía qué pensar.
Siguió practicando con la Antorcha el durante toda la semana siguiente, pero no
logró avanzar nada con ella. Cierto era que tampoco tenía demasiado tiempo para
practicar, pero cuando lo hacía lo único que lograba era lo mismo que la primera vez:
un aumento considerable de sus capacidades y su facilidad para hacer magia, pero
nada extraordinario o digno de mención.
La mañana del sábado se despertó muy temprano pensando en ello. Miró hacia la
ventana, donde empezaba a filtrarse la claridad del día (estaba amaneciendo), y
observó que volvía a hacer mal tiempo: no llovía, pero todo estaba húmedo y el viento
era bastante fuerte; tenía pinta de hacer frío. Harry se estremeció bajo las mantas ante
la perspectiva del entrenamiento de la tarde bajo aquellas condiciones, pero tenían
que hacerlo; no podían permitirse suspenderlo por el mal tiempo, quería ganar a
Slytherin a toda costa en el primer partido de la temporada.
Tras divagar un rato sobre aquellos temas, volvió a concentrar sus pensamientos
en la Antorcha y su poder. ¿Debería tal vez acudir junto a Flammingan en busca de
consejo, o de más información? Le pareció que no. Si Flammingan supiera algo más,
se lo habría dicho cuando le había hecho la recomendación de aprender a usarla,
¿no? O eso habría sido lo lógico.
Se levantó de la cama, incapaz de estar más tiempo tumbado, y, sin saber muy
bien por qué, abrió su baúl y sacó la Antorcha. En el cuarto todos dormían, así que
bajó a la sala común. A aquellas horas de la mañana aún estaba desierta, pero no
podía ponerse a utilizarla allí, era demasiado arriesgado. Pensó en ir a la Sala de los
Menesteres, pero tampoco le apetecía demasiado, así que se sentó frente al fuego,
que ya ardía, proporcionando un agradable calor.
Empezó de nuevo a pensar en la Antorcha y sus poderes, cuando la cicatriz le
provocó una repentina punzada de dolor. Soltó un pequeño grito mientras cerraba los
ojos, y con la mano libre se frotó la frente. Aún sin tiempo de pensar en por qué habría
pasado aquello, otra punzada de dolor, más intensa que la anterior, le atravesó, y
entonces una extraña furia que no era suya se elevó en su interior. Al momento, la
Antorcha de la Llama Verde se encendió, el dolor en la cicatriz se intensificó y Harry se
encontró en otro lugar, en otro cuerpo...
Estaba en una habitación que ya había visto otras veces. Delante de él había
alguien encapuchado y con una túnica negra, arrodillado y mirando al suelo. Era un
mortífago.
—Habéis fallado..., habéis fallado de nuevo —repetía Harry, consciente de que era
Voldemort. Sentía una furia inmensa en ese momento. Una ira terrible.
—Amo... —susurró el mortífago, cuya voz Harry no conocía—. Es imposible...
Voldemort le miró directamente, y el mortífago se estremeció del miedo.
—¿Imposible? ¡Para lord Voldemort no hay nada imposible! —gritó—. Quiero que
sea destruida, quiero que sea destruida antes de que él pueda tenerla.
—P-pero amo... —repuso el mortífago—. Tampoco él podría...
—Cállate —siseó Voldemort—. Algo raro está pasando y no sé lo que es... Al
menos Dumbledore no lo sabe aún, o eso parece. Pero, sea como sea, no permitiré
que, de forma alguna, pueda tenerla. La he visto en su mente, en verano. Pensó en
ella, y yo quiero que sea des... —Voldemort se interrumpió bruscamente y miró a su
alrededor. El mortífago levantó un poco la vista, extrañado.
—¿Amo...?
—Potter... —susurró Voldemort con una voz tan fría y cargada de odio que Harry
sintió como si le hubiesen atravesado el corazón con un carámbano—. Potter...
Harry se asustó muchísimo y gritó, sintiendo las punzadas en la cicatriz. Un
instante después, se encontraba de nuevo en la sala común, sudando y respirando
entrecortadamente. La Antorcha de la Llama Verde se había apagado y estaba sobre
la alfombra. Harry se palpó la cicatriz, donde percibía oleadas de intensísimo dolor.
Voldemort estaba rabioso, furioso... Le había sentido. Había sabido que le estaba
viendo... Pero ¿cómo había pasado? ¿Cómo había vuelto a sentir los arrebatos de
furia de Voldemort? ¿Cómo había compartido de nuevo con él sus pensamientos?
«La oclumancia está fallando —pensó—. Ya no me funciona...»
Pero, en el fondo, sabía que eso no era exactamente cierto. El problema era que,
como Dumbledore le había dicho, la conexión entre Voldemort y él se hacía más fuerte
cada vez, y por tanto cada vez era más difícil bloquear su mente. Y al estar usando la
Antorcha, al haberla encendido...
Se frotó la frente una vez más, mientras el dolor comenzaba a disminuir, y se puso
a pensar en lo que había visto. Voldemort quería que algo fuera destruido, pero ¿el
qué? Sin embargo, sus planes no iban bien, el mortífago le había dicho que no se
podía, que era imposible. Al parecer, alguien podría tener eso que Voldemort quería
ver destruido, aunque ignoraba quién era ese alguien. Pensó en sí mismo, pero no
había nada que él quisiera, ¿verdad? Luego pensó en Dumbledore. Sí, quizás fuera él,
le había mencionado... ¿Y a qué se refería Voldemort con «lo que está pasando»?
Algo sucedía que él no sabía, y, según parecía, tampoco Dumbledore...
Notó entonces que el dolor de la cicatriz había desaparecido prácticamente del
todo. Afortunadamente, la oclumancia aún parecía mantener parte de su eficacia.
Sintió un ruido en las escaleras y se apresuró a intentar ocultar la Antorcha, pero
entonces se dio cuenta de que era Ron, con el pijama aún puesto, el pelo
completamente despeinado y cara de sueño.
—¿Ron? ¿Qué haces aquí?
—Lo mismo podría preguntarte... —dijo él, bostezando y sentándose a su lado—.
Me he despertado porque...
—¿Qué hacéis los dos aquí?
Harry y Ron se volvieron automáticamente hacia la escalera de los dormitorios de
las chicas.
—¿Hermione? —preguntó Harry.
Efectivamente, era Hermione, ya vestida. Se acercó a ellos con cara extrañada y
se sentó en otra butaca. Miró hacia la mano de Harry, que aún sostenía la Antorcha, y
su expresión pasó de la extrañeza a la suspicacia.
—¿Qué hacíais?
—Yo acabo de bajar —contó Ron—. Tuve un sueño muy raro y me desperté, y no
vi a Harry, así que bajé. ¿Y tú?
—También me desperté, tuve una pesadilla —confesó—. Y luego... no sé, me dio
por bajar hasta aquí...
Harry miró a uno y a otro alternativamente, y una bombilla se encendió en su
cabeza.
—¿Habéis tenido una pesadilla... ahora? —les preguntó. Ambos asintieron—.
¿Qué visteis?
—Fue un poco raro —contestó Ron—. Estaba en un sitio oscuro, y había un tipo
encapuchado. Hablaba con alguien, pero no era yo. Luego sentí una especie de grito y
mucho miedo, y me desperté —concluyó—. Había una voz horrible... —añadió
después, y a Harry le pareció que se estremecía debido a un escalofrío.
Hermione estaba pasmada.
—Eh..., eso es también lo que he soñado yo... —dijo, totalmente perpleja—.
¿Cómo es...?
—¿...posible? —acabó Harry, comprendiendo lo que sucedía. Ambos le miraron—.
Pues es posible porque es lo que he visto yo hace un rato, aunque con más nitidez. El
encapuchado era un mortífago, y la voz fría era la de Voldemort.
—¿CÓMO? —chilló Ron, que parecía muerto de miedo—. ¿Que nosotros hemos
soñado con..., con...? Pero ¿por qué?
—No estoy muy seguro —contestó Harry pensativamente—. Tampoco yo debería
haber visto lo que vi. Creo que es por la conexión con Voldemort, se hace más fuerte,
como decía Dumbledore... Yo tenía la Antorcha la mano y se encendió cuando sentí
un dolor en la cicatriz, y entonces vi eso... Supongo que por eso también lo visteis
vosotros. Estabais dormidos, relajados... —dijo, recordando lo que le había dicho
Snape en su primera clase de oclumancia— y yo tenía la Antorcha... Umh, tal vez
vosotros también deberíais aprender oclumancia.
—¿Lo que estás sugiriendo es que vimos eso a través de ti? —preguntó Ron.
—Exactamente —confirmó Harry.
Los tres se quedaron un momento callados, y luego Hermione le dijo a Harry:
—Bueno, yo no oí apenas nada... ¿Qué viste?
Harry les contó lo que Voldemort y el mortífago habían dicho.
—¿Y no sabes lo que es ese objeto?
—No —negó Harry—. Pero lo más importante es... que Voldemort me sintió.
—¿Cómo dices? —preguntó Hermione, asustada.
—Voldemort notó que yo le estaba observando. Casi me da un ataque... Fue
entonces cuando me desperté, con un dolor horroroso en la cicatriz.
—¡Harry, esto es muy grave! —chilló Hermione, asustadísima—. ¡Tienes que
decírselo a Dumbledore!
—Sí, tal vez —respondió Harry evasivamente; ya sabía que su amiga le diría eso,
pero él no quería hablar con Dumbledore, se sentía demasiado distanciado de él—.
Pero no puede ayudarme. La oclumancia está fallando porque la conexión entre
Voldemort y yo se hace más fuerte cada vez. Supongo que por eso me descubrió.
Dumbledore no puede hacer nada al respecto.
Hermione se levantó y comenzó a pasear por la habitación, nerviosa.
—Eso de lo que trata de apoderarse Voldemort...
—No sé lo que es, ya os lo he dicho —la atajó Harry—. No lo oí.
Hermione se mordió el labio inferior mientras paseaba, y de pronto se detuvo,
mirando fijamente a Harry.
—El Departamento de Misterios —dijo.
—¿Qué? —preguntó Ron.
—El Departamento de Misterios. ¿Recordáis? Teníamos la sospecha de que
Voldemort quería algo de allí...
—¡Sí! —exclamó Harry, recordando—. Y lo que nos dijo Lupin, que habían
intentado robar allí hace mucho tiempo...
—Pero Lupin mencionó que Dumbledore no había tomando ninguna medida para
proteger el Departamento, ¿recordáis?
—Sí —asintió Hermione, frunciendo el ceño—. Pero eso no significa nada...
Quizás es que no es necesario protegerlo.
—¿De Voldemort? —inquirió Ron, escéptico—. No creo que nada esté seguro
mientras él esté por ahí.
—De todas formas hay algo extraño, ¿no creéis? —comentó Hermione, arrugando
la frente—. ¿Por qué quiere destruir eso que busca, sea lo que sea? ¿Por qué no lo
usa?
—No lo sé —contestó Harry—. No lo sé...
—En fin..., ya podemos bajar al comedor —murmuró Hermione, tras unos minutos
de silencio—. Me ha entrado hambre.
—Sí, vayamos —apoyó Harry— Aquí no hacemos nada.
Subió a guardar la Antorcha y luego bajaron hasta el Gran Comedor, que a esas
horas estaba casi totalmente desierto. Sólo otros seis alumnos estaban ya allí, todos
de Hufflepuff. Tampoco había llegado aún ningún profesor.
Desayunaron en relativo silencio, mientras el Gran Comedor empezaba a llenarse
de alumnos y profesores. Sin embargo, Dumbledore no apareció. Cuando casi estaban
terminando, llegó el correo, y una lechuza parda y negra dejó un ejemplar de El
Profeta ante Hermione. La chica le pagó a la lechuza y luego empezó a desdoblar el
periódico distraídamente, mientras terminaba su última tostada.
Miró la primera plana y sus ojos se abrieron como platos, al tiempo que un trozo de
tostada le caía desde la boca, sin que ella se diese cuenta.
—¿Qué pasa? —le preguntó Harry.
—¡Dios mío...! —exclamó Hermione, horrorizada—. Esto explica algunas cosas...
—añadió después. Harry notó cómo su labio inferior temblaba. Harry le arrebató el
periódico y Ron se inclinó sobre él para leerlo.

AUROR GRAVEMENTE HERIDA EN UNA


ESCARAMUZA CON MORTÍFAGOS

El Departamento de Seguridad Mágica ha informado mediante un


mensaje dirigido a nuestra redacción de que, a altas horas de la
pasada madrugada se produjo un enfrentamiento entre aurores del
Ministerio de Magia y un mortífago no identificado. Aunque los detalles
han sido cuidadosamente ocultados por el Ministerio, de forma que no
hemos podido averiguar nada más, se sabe que el mortífago fue
descubierto saliendo de la Novena Planta por dos aurores que
vigilaban. Aunque no hay que lamentar víctimas mortales, el mortífago
logró huir. En la lucha, una de los aurores, llamada Nymphadora Tonks,
resultó herida. Aunque el Hospital San Mungo ha declarado que no
corre peligro mortal, su estado es, al parecer, muy grave.
Se ignora cómo el mortífago logró entrar...

Harry no siguió leyendo. Miró a Ron, que estaba pálido, y a Hermione, que estaba
temblorosa y espantada. Sintió que la ira crecía dentro de sí, una ira que hacía ya
mucho que no sentía, mezclada con una sensación horrible de impotencia. Apretó los
puños con fuerza al pensar que Tonks podría haber muerto.
—Estoy segura de que ese mortífago es el que vimos, Harry —dijo Hermione, con
la voz tomada y temblorosa—. Tienes que decírselo a Dumbledore.
—Dumbledore no está —contestó, de malas maneras. No quería ser
desagradable, pero no sabía qué hacer, se sentía tan..., tan inútil. Sentía la
responsabilidad sobre él, como un peso a su espalda, un peso que crecía
constantemente, doblegándole. Se levantó, sin terminarse el beicon, y, sin esperar a
sus amigos, salió corriendo del Gran Comedor. Tenía que hacer algo. No sabía el qué,
pero tenía que hacerlo... y pronto.
Casi tropezó con Dean, Seamus y Neville al salir al vestíbulo, pero ni les miró.
Subió corriendo a la torre de Gryffindor y luego a su habitación. Entró y selló la puerta
con un encantamiento. Luego miró hacia su baúl y lo abrió, contemplando la Antorcha.
Iba a usarla. No sabía cómo, pero iba a usarla para saber más. Sin embargo, cuando
iba a agarrarla, sintió cómo alguien golpeaba la puerta.
—¡Harry, ábrenos! —gritó la voz de Hermione del otro lado.
Tendría que haber imaginado que le seguirían. Por un momento, deseó
desaparecer y aparecer en otro lugar, e incluso intentó hacerlo. Se quedó extrañado
un segundo al no poder conseguirlo, hasta que recordó que en el castillo nadie podía
aparecer ni desaparecer.
«¡Mierda! —pensó—. Malditos hechizos de protección...»
Entonces, una extraña idea se conectó en su cerebro, y miró hacia la Antorcha, el
objeto con el que había sido puesto aquel hechizo antidesaparición. Guiado por un
extraño instinto, cogió la Antorcha y la encendió, sin hacer caso de los intentos de sus
amigos por entrar en el cuarto.
«Con el poder del vínculo entre Slytherin y Gryffindor se puso este hechizo en el
castillo —pensó—. Veamos si mi vínculo es más poderoso»
Con la Antorcha ardiendo y bien sujeta, se concentró con todas sus fuerzas,
intentando desvanecerse, pensando en la torre de Astronomía. La torre...
Y de pronto, sucedió. Se sintió desaparecer y, un instante después, se encontró
sintiendo el viento en la torre de Astronomía. Lo había conseguido.
Había logrado desaparecer y aparecer en el castillo, dentro de los recintos del
colegio, donde aquello era imposible.
19

En el Valle de Godric

Aún asombrado por haberlo conseguido, apagó la Antorcha y se la metió en el bolsillo


de la túnica. Intentó aparecerse de nuevo en el dormitorio, pero no lo consiguió. Al
parecer, era imprescindible usar la Antorcha para lograrlo.
—Mejor —se dijo a sí mismo—. Voldemort no podrá hacerlo.
Volvió a encender la Antorcha y, concentrándose, se apareció de nuevo en el
dormitorio, oyendo un fuerte chillido al materializarse.
—¡Harry! —exclamó Hermione, con una mano sobre el pecho. Parecía muy
asustada. Ron miraba a Harry boquiabierto, como si estuviera viendo un fantasma—.
¿Qué..., qué has hecho? ¡Nos asustamos mucho al entrar y no verte! ¿Cómo..., cómo
te has aparecido aquí?
Harry, por toda respuesta, señaló la Antorcha.
—¿Puedes aparecerte dentro del castillo usando la Antorcha? —preguntó Ron,
con cara de no poder creérselo.
—Sí; el hechizo se puso con ella, así que con ella puedo romperlo.
—Es..., es increíble —musitó Hermione, que no daba crédito—. ¿Y sin...?
—Sin ella no puedo —respondió Harry—; lo he intentado.
Hermione abrió y cerró la boca varias veces, como si estuviera intentando asimilar
lo que había pasado. Ron recuperó el control antes.
—Harry..., ¿te encuentras bien?
—¿Eh? —inquirió Harry, sin entender a qué se refería su amigo, que le miraba con
expresión grave.
—Por lo de Tonks...
—¡Ah! —exclamó. Por un momento, se había olvidado completamente de aquello.
Pero ahora la rabia volvía a invadirle. Se encogió de hombros—. Me siento impotente
—declaró.
—Ella se recuperará, compañero. No hay nada que lamentar —dijo Ron,
palmoteándole el hombro.
—Hoy no —dijo Harry—. Pero ¿y la próxima vez?
—Harry, yo también aprecio muchísimo a Tonks —intervino Hermione—. Y esto
duele mucho, lo sé, pero... ella sabe los riesgos que corre al estar en la Orden del
Fénix. Aunque lo de ayer le podría haber pasado igual, pues cumplía con su trabajo de
auror. Mira, también nosotros sabemos que corremos riesgo, pero somos tus amigos.
La gente lucha porque cree que es lo correcto, y tú no puedes sentirte culpable ni
responsable de todo.
Ron asentía.
—Hermione tiene razón, Harry. Sólo hay un responsable, y es ese cerdo de
Voldemort; él y sus mortífagos, nadie más. Tú ya has hecho mucho, has salvado a
mucha gente, pero no podemos salvarlos a todos. No podemos.
—Lo sé —musitó Harry, asintiendo. Una profunda tristeza había ocupado el sitio
de la ira y la rabia. Miró la Antorcha, que estaba apagada, e iba a guardarla en el baúl,
cuando se le ocurrió una idea—. Oíd —propuso con entusiasmo—: ¿por qué no vamos
a visitar a Tonks a San Mungo?
—¿Visitar a...? —dijo Ron, extrañado—. ¿Cómo vamos...?
—¡Usando la Antorcha! —exclamó Harry—. Podéis venir conmigo, nos
desapareceremos los tres juntos, funcionará. ¿Qué decís? —preguntó, dudoso, al ver
la cara de Hermione.
—De eso nada, Harry —negó ella con rotundidad—. No puedes salir del castillo sin
permiso, y no lo permitiré. Recuerda que soy la delegada, y Ron es prefecto. No
estaríamos siendo responsables si te lo permitiéramos. Y soy la primera a la que le
gustaría ver a Tonks —añadió rápidamente—, pero esto no puede ser. Estás de
acuerdo, ¿no, Ron? —preguntó, interpelando a su novio con la mirada. Éste le dirigió
una mirada de alarma, que cambió de ella a Harry varias veces.
—Eh... sí —reconoció, con voz casi inaudible—. Creo que Hermione tiene razón,
Harry... Puede ser peligroso y...
—Sí, vale, vale, está bien... —aceptó Harry. No tenía ganas de discutir.
—¿Cuándo vas a contarle a Dumbledore lo que acabas de averiguar? —preguntó
Hermione.
—No voy a contárselo —respondió Harry resueltamente.
—¿Que no...? —Hermione no daba crédito a lo que oía, y Ron también estaba
asombrado—. ¿Que no vas a contárselo?
—No —se reafirmó Harry—. Prefiero que de momento sea un secreto entre
nosotros. Además, las cosas entre Dumbledore y yo, últimamente...
Hermione se sentó en la cama de Harry y le miró compasivamente.
—Harry, recuerda lo que te dije el curso pasado: Dumbledore también es humano,
y siempre te ha ayudado...
—Lo sé, Hermione, lo sé, pero... Mira, quizás dentro de un tiempo las cosas
vuelvan a ser como antes, pero de momento no. Es imposible.
—De todas formas, sigo insistiendo en que... —lo exhortó ella, pero Harry la
interrumpió:
—No, Hermione, no sigas. No voy a hacerlo y no me convencerás de lo contrario,
así que ahórrate el esfuerzo.
Hermione suspiró con fuerza, dándose por vencida, y Harry se sintió aliviado. La
verdad era que quería mantener el hecho de que podía desaparecer en Hogwarts lo
más secreto posible principalmente por si llegado el momento necesitaba utilizarlo.
—Bueno, siendo así, será mejor que bajemos a la sala común y nos pongamos a
hacer algo útil —opinó Hermione, levantándose—. ¿Vamos?
Sus dos amigos asintieron y cogieron sus mochilas, siguiéndola hasta la sala
común. Allí se sentaron alrededor de una mesa y prepararon sus cosas. Tenían que
hacer un trabajo para Teoría de la Magia, pero Harry no podía concentrarse bien. Sin
poder evitarlo, su mente divagaba entre la conversación entre Voldemort y el
mortífago, lo que le había pasado a Tonks y el hecho de que pudiera aparecerse en
Hogwarts.
Diez minutos después, Ginny entró por el agujero del retrato y se acercó a ellos.
—Buenos días —saludó alegremente—. ¿Qué tal?
—¿Has leído El Profeta? —le preguntó Ron bruscamente.
—¿Eh? No, no lo he leído. ¿Por qué?
Por toda respuesta, Ron cogió el periódico de la mochila de Hermione y se lo pasó
a su hermana, que comenzó a leerlo. Harry observó cómo, a medida que leía, se iba
poniendo más pálida. Cuando terminó, temblaba.
—¡Esto es horrible! —exclamó—. Pobre Tonks... —Se dejó caer en una butaca—.
Pero se recuperará, ¿verdad? Tiene que recuperarse...
—Eso esperamos —dijo Hermione.
Ginny miró unos momentos más el diario, y luego comentó:
—La Novena Planta... ¿Ahí no es donde se encuentra el Departamento de
Misterios? —inquirió, mirando a Harry, que asintió—. ¿Qué haría un mortífago allí?
Harry, Ron y Hermione cruzaron una mirada y luego, en voz baja, Harry le contó a
Ginny su sueño. Ella se quedó asombrada.
—Y no tenéis ni idea de qué es lo que quiere destruir, claro —dijo, cuando Harry
terminó su explicación.
Los tres negaron con la cabeza.
—Bueno... Vosotros os lleváis muy bien con Flammingan, ¿no? ¿Por qué no le
preguntáis a él qué podría querer destruir Voldemort en ese lugar?
—No —se negó Harry con rotundidad—. No quiero decirle a nadie todavía que
vuelvo a tener sueños —explicó, evitando la mirada de Hermione.
—Pues me parece una actitud muy estúpida, Harry, porque quizás podrían
ayudarte —le espetó Ginny, sin andarse con rodeos.
—Tal vez. Pero no voy a decírselo —repuso con obstinación.
—Pues guardarte para ti una información que podría ser útil a la Orden no creo
que sea la mejor idea que has tenido, ¿sabes? —insistió Ginny.
—Puede que no, pero tú tampoco le has contado a nadie lo que te hicieron en
aquella casa —replicó Harry inteligentemente.
Ginny frunció el ceño, aceptando su derrota, y no dijo más sobre el asunto.
—Bueno, me voy a la biblioteca. Si os enteráis de algo más, decídmelo, ¿vale?
—Tranquila —dijo Hermione, y Ginny subió a los dormitorios, cogió sus cosas y
salió de la torre de Gryffindor. Harry, Ron y Hermione, sin decirse nada más, volvieron
al trabajo.
Sin embargo, después de estar dos horas intentando hacer sus deberes, a Harry le
quedó claro que no iba a avanzar mucho; la preocupación que sentía era demasiado
grande, así que dejó sus cosas. Miró a Hermione, que escribía rápidamente en su
pergamino, y se preguntó cómo era capaz de abstraerse de los problemas y hacer los
deberes como si nada hubiera pasado. Luego miró a Ron, que, aunque escribía,
tampoco parecía muy concentrado en lo que hacía.
—¿Vamos a dar una vuelta antes de la comida? —les propuso.
—Yo aún no he terminado —dijo Hermione—. ¿Y tú Ron?
—Tampoco, pero creo que es una buena idea —contestó Ron—. La verdad, no me
encuentro muy concentrado.
Hermione miró hacia los pergaminos de sus dos amigos y frunció el ceño.
—Está bien...
Recogieron sus cosas y salieron de la sala común. Cuando llegaron al vestíbulo y
se disponían a salir a los terrenos, se encontraron cara a cara con Dumbledore, que
entraba en el castillo.
Los cuatro se detuvieron, y Dumbledore los miró un instante a cada uno,
deteniéndose finalmente en Harry; parecía muy preocupado.
—Profesor Dumbledore —dijo Hermione, atrayendo la atención del director—.
¿Cómo se encuentra Tonks?
—No muy bien, pero se recuperará; no os preocupéis por ella. Ahora mismo vengo
de San Mungo, y ya estaba consciente. Es fuerte.
—Ésa es una buena noticia —dijo Ron, sonriendo ligeramente.
—Sí, sí lo es... —Dumbledore volvió a mirar fijamente a Harry—. ¿Te encuentras
bien, Harry?
—Sí, me encuentro bien —contestó Harry, mintiendo a medias—. Simplemente
estoy preocupado por Tonks, eso es todo.
—Ya —asintió Dumbledore, aunque Harry habría jurado que no le creía—.
Bueno..., os dejo, tengo mucho que hacer.
Con un gesto de su cabeza, el director se dirigió hacia la escalinata y subió por
ella. Harry, Ron y Hermione continuaron hacia el exterior.
—¿Por qué no le dijiste la verdad, Harry? —le preguntó Hermione con tono
ligeramente acusador—. Podrías haberle preguntado si sabían qué buscaba el
mortífago. ¡Estoy segura de que te lo habría dicho!
—¿Ah, sí? —dijo Harry sarcásticamente—. Bueno, pues mi experiencia me dice lo
contrario. Además, ni siquiera estoy seguro de que quiera saber lo que pasa.
Hermione le miró con incredulidad.
—¡Es cierto! —aseguró Harry—. Después de lo que oí ayer, me he dado cuenta de
que, a veces, cuanto más ignorancia, más felicidad. Quien sabe si lo que Dumbledore
nos diga podría ser aún peor que todo esto...
—¿Podría ser aún peor? —repitió Ron, alzando las cejas—. No lo creo, Harry.
—Gracias por los ánimos, Ron.
—Lo siento —se disculpó su amigo—. Pero es muy difícil que pueda haber algo
peor ahora mismo, ¿no? Sea lo que sea lo que intentaron destruir la noche anterior,
debe ser algo a lo que Voldemort teme, ¿no crees? Y si es algo que él teme, tiene que
ser bueno.
—Buen razonamiento —apuntó Hermione—. Estoy de acuerdo contigo.
—Sí, puede ser... No sé —dijo Harry, vacilante. Le apetecía creer lo que su amigo
decía, pero últimamente se sentía reacio a ser optimista, como si creyera que, por el
simple hecho de pensar que las cosas iban a mejorar bastara para que sucediera algo
que lo empeorase todo.

—¿Por qué no nos lo muestras después?


—¿El qué? —le preguntó Harry a su amigo, mientras ambos caminaban, con sus
escobas al hombro, hacia el campo de quidditch para el entrenamiento de la tarde,
mientras el fuerte viento les azotaba la cara.
—Cómo te desapareces con la Antorcha dentro del castillo.
—Ya lo visteis antes —repuso Harry.
—Sí, pero no es lo mismo... Quiero probarlo. —Harry le miró con el entrecejo
fruncido—. Sí, quiero saber cómo es... Que hagas lo que dijiste antes, cuando
sugeriste que fuésemos a ver a Tonks.
—Por si no lo recuerdas, Hermione no quiso ni oír hablar del tema, y tú estuviste
de acuerdo con ella repuso, con un leve tono de rencor en la voz.
—No digo que salgamos de Hogwarts —explicó Ron—. Podemos ir a otro lugar del
castillo, ¿no?
—Sí, supongo... —aceptó—. Vale, si luego conseguimos estar un poco a solas os
lo mostraré.
—¿Es raro? —le preguntó Ron, mientras Harry abría los vestuarios.
—No, es como aparecerse en cualquier otro sitio. No se siente nada especial.
Dejaron el tema, porque el resto del equipo de Gryffindor empezaba a llegar para
el entrenamiento.
Estuvieron jugando y ensayando varias tácticas hasta las seis y media, cuando ya
casi no se veía y hacía tanto frío que todos tenían la cara, las orejas y las manos rojas.
—¿Lo dejamos, Harry? —pidió Ginny, temblando y frotándose las manos—.
Apenas siento la quaffle cuando la cojo.
—Sí, es lo mejor —asintió Harry, sujetando la snitch, que acababa de atrapar, en
su mano derecha—. Cambiémonos. Además, casi es hora de cenar.
Tras salir de los vestuarios, Harry, Ron y Ginny fueron juntos hacia el castillo.
Ginny se frotaba las manos con fuerza.
—¿Cómo no trajiste unos guantes? —le preguntó Ron.
—Me olvidé de ellos —confesó Ginny.
—Toma los míos —le ofreció Harry, quitándoselos.
—¡No! ¿Qué te pondrás tú?
—Y no los necesito, mira —afirmó Harry, sacando su varita y agitándola. Al
momento, un aire cálido se desprendió de su punta—. ¿Lo ves? Toma, anda.
—Gracias... —dijo Ginny, aceptando los guantes y sonriendo.
Unos minutos después, entraron en el castillo y se dirigieron hacia el Gran
Comedor directamente, donde ya estaba Hermione, esperándoles.
—Pensé que no ibais a llegar —les dijo Hermione—. Tenéis pinta de estar helados
—comentó, mirándoles—. Jugar al quidditch con este frío...
—Hermione, tenemos que entrenar —replicó Harry—. El partido contra Slytherin
será en poco más de un mes...
—¿Y por eso tenéis que arriesgaros a coger un constipado?
—Sí —afirmó Ron con vehemencia—. Estoy deseando ver cómo esa víbora
arrastrada de Malfoy pierde en nuestro último enfrentamiento. Eso le bajará los humos
un poco.
—Bien dicho —aplaudió Harry—. También yo estoy deseando verlo.
Hermione meneó la cabeza y los tres empezaron a comer, Harry y Ron con
verdadera ansia, como si no hubiesen probado bocado desde hacía días. Luego de
unos minutos en que sus cabezas fueron conscientes únicamente de lo que tenían en
los platos y lo que había en las bandejas, Ron miró disimuladamente hacia Ginny, que
había empezado a conversar con una de sus compañeras de cuarto, y se acercó más
al centro de la mesa, haciéndoles señas a sus dos amigos para que se acercaran.
—¿Qué pasa? —preguntó Hermione, intrigada.
—Tenemos que acabar pronto, así Harry nos lo mostrará —susurró Ron.
—¿Nos mostrará el qué? —inquirió Hermione.
—Lo de desaparecerse —explicó Ron.
—¿Tienes que decirlo aquí? —le reprochó Harry, asegurándose de que nadie
hubiera oído.
—Era importante —se defendió Ron, y siguió comiendo. Hermione también apuró
su cena, y poco después los tres amigos se levantaron.
—¿Ya os vais? ¿Ya habéis terminado? —les preguntó Ginny, sorprendida—. ¡Qué
velocidad!
—Esto..., sí, tenemos cosas que hacer —se excusó Ron—. Por la mañana no
terminamos la redacción de Teoría de la Magia, y queremos acabarla ahora.
—Sí —asintió Harry, apoyando la mentira de su amigo—. Nos vemos después.
Ginny se encogió de hombros y siguió hablando con su amiga. Harry, Ron y
Hermione subieron a la sala común de Gryffindor, que por suerte estaba vacía.
—No tenemos mucho tiempo —dijo Harry, apresurando a sus dos amigos,
mientras se dirigía al dormitorio. Una vez allí, abrió su baúl y sacó la Antorcha—. En
realidad, no sé para qué queréis que os lo enseñe, no tiene nada de extraordinario. Es
como desaparecerse normalmente.
—Me hace ilusión —dijo Ron.
—Sí, yo también quiero verlo —asintió Hermione—. Desaparecerse en Hogwarts...
Por Merlín, esto es hacer historia.
—Bueno, hagámoslo entonces —dijo Harry, encendiendo la Antorcha; y, al
hacerlo, sintió un deje de miedo. ¿Y si volvía a tener otra visión? Es más, ¿y si
Voldemort le veía de nuevo? Sin embargo, no notó nada extraordinario y se
tranquilizó.
—Dadme la mano —pidió.
Ron le cogió la mano izquierda y Hermione la derecha, con la cual sostenía la
Antorcha. Sin embargo, no previó las consecuencias de lo que había pedido; y en el
momento en el que sus dos mejores amigos le tocaron, sintió un torrente de
emociones y recuerdos tan fuerte que estuvo a punto de caerse al suelo. Sintió cariño,
miedo, amor, temor..., todo al mismo tiempo, y les soltó las manos, sobresaltado. Abrió
los ojos, respirando agitadamente. Ron y Hermione estaban igual que él.
—¿Qué..., qué ha sido eso? —preguntó Hermione.
—No me di cuenta de que esto podía pasar —confesó Harry—. Lo siento.
—¿Por qué? —preguntó Ron, aún sin aliento—. Fue..., fue increíble, Harry. Jamás
había sentido tantas cosas a la vez.
—Yo tampoco —declaró Hermione—. La primera vez que me tocaste con la
Antorcha encendida fue algo mucho más suave.
Harry miró a sus dos amigos y les preguntó:
—¿Qué visteis?
Ron se lo pensó un momento, y luego miró a Harry fijamente, con aspecto
culpable.
—Lo siento, Harry, lo siento de verdad...
—¿Qué? —se extrañó Harry—. ¿De qué hablas?
—Del Torneo de los Tres Magos... Lamento no haber estado a tu lado cuando te
sentías tan mal. De veras lo siento.
—¿Sentiste eso? —le preguntó a su amigo. Éste asintió, con la cabeza gacha.
—Eso está olvidado —le dijo Harry, con una sonrisa—. No te preocupes, no pasa
nada, de verdad.
Ron sonrió tímidamente, y luego se volvió hacia Hermione.
—Hermione, yo... siento lo de la pelea de tercero, siento haber sido tan terco. Yo...,
bueno, no podía imaginarme que tú..., que tú hubieras sufrido tanto. —Hermione se
sonrojó—. Lo siento... Me importabas mucho, de verdad, pero mi orgullo... Soy idiota
—finalizó.
—No fue sólo culpa tuya —le dijo Hermione—. Todo apuntaba a que había sido
Crookshanks, pero yo también soy muy terca. Además, yo también tengo cosas que
lamentar —reconoció—. Te ofendí mucho cuando le pregunté a Harry si la insignia de
prefecto era para ti... Yo no te estaba menospreciando, es que... —Intentó buscar las
palabras, pero Ron la atajó:
—No importa —repuso, sonriéndole—. En realidad, tenías razón. No entiendo
cómo se le ocurrió a Dumbledore, o a McGonagall, nombrarme prefecto a mí.
—Pues yo creo que fue un acierto —replicó Hermione—. Quizás al principio no te
lo tomaste con toda la responsabilidad que deberías, pero has madurado... —Las
orejas de Ron enrojecieron ligeramente. Hermione le sonrió y luego se dirigió a Harry
—. ¿Y tú, Harry? ¿Qué viste?
Harry no contestó inmediatamente, y pensó en lo que había sentido. Habían sido
muchas cosas, entre ellas, lo que Hermione y Ron habían dicho, pero ahora, lo que
más afloraba en sus recuerdos, la emoción que más le había afectado, era el miedo.
El miedo y la preocupación. Había sentido el miedo de Ron cuando su padre había
sido atacado en el Ministerio, en quinto, había sentido su angustia por su madre, ese
verano..., y había sentido el horrible pánico de Hermione al saber que sus padres
habían sido atacados la Navidad anterior. Por supuesto, él también había sentido
aquellos miedos y preocupaciones, pero nunca antes había sabido lo que era tener
miedo por un padre o una madre. Había sentido algo parecido con Sirius, o él así lo
había creído; pero ahora, al saber lo que de verdad se sentía, se había dado cuenta
de que era muy distinto el miedo que se sentía por alguien que había estado ahí toda
una vida...
—Sentí lo que es tener miedo por tus padres —les contó a sus amigos con la voz
cargada de tristeza—. Es un sentimiento muy angustioso, pero... Jamás había sentido
algo así. —Ron y Hermione cruzaron una mirada, y luego contemplaron a su amigo
con cierta lástima. Sin embargo, él apenas les prestó atención—. Es una preocupación
distinta a cualquier otra, distinta a la que sentimos unos por los otros, es... No se
parece a nada... Ni siquiera cuando vi el ataque de Voldemort hacia mí, la primera vez
que encendí la Antorcha, sentí ese miedo. Supongo que era demasiado joven para
saber lo que sucedía.
—Esa preocupación no es un sentimiento agradable, Harry —dijo Hermione—. Si
lo has sentido, te habrás dado cuenta de lo que sufrí, ¿verdad?
—Sí, y es horrible, estoy de acuerdo. Pero es hermoso tener a alguien por quien
sentir eso.
—No te angusties, Harry —le pidió Ron—. Tú nos tienes a nosotros... Y sabes bien
que mis padres te quieren como a un hijo, como si fueras el séptimo varón Weasley.
—Lo sé, Ron. Pero no son mis padres. No es como si hubiera estado con ellos
toda la vida; no es como si hubieran estado ahí para apoyarme y aconsejarme...
¿Recordáis lo que os conté que había visto la primera vez que encendí la Antorcha?
Sí, el recuerdo acerca de mis padres hablando ante mi cuna —aclaró Harry, viendo
que sus amigos no se acordaban—. Habría dado cualquier cosa por haber podido
sentir eso cada día de mi vida.
—Lo sabemos, Harry —le dijo Hermione cariñosamente, tomándole la mano—.
Pero eso no es posible, y no ganas nada con lamentarte... Sólo entristecerte. Ellos te
querían mucho, y ese amor sigue contigo, te protege, aunque ellos no estén. Sé que
no soy nadie para decirte esto, porque siempre he vivido con mis padres, y no sé qué
habría sido de mi vida si no estuvieran.
—Lo que Hermione trata de decir (o eso creo) —intervino Ron— es que, aunque
no tengas a tus verdaderos padres, sí tienes verdaderos hermanos: nosotros.
—Lo sé —dijo Harry, asintiendo—. Lo sé.
Los tres amigos se miraron un rato, en silencio, y luego Hermione se despidió:
—Bueno, los demás no tardarán en subir del Gran Comedor, si no lo han hecho
ya. Mejor me voy. Creo que me meteré en la cama y leeré un rato... Hasta mañana
—dijo, y le dio a Harry un beso en la mejilla—. Duerme, te sentirás mejor. —Luego
besó a Ron en los labios y salió de la habitación.
—Creo que voy a seguir el consejo de Hermione y también me voy a meter en la
cama —decidió Harry, guardando la Antorcha en el baúl.
—Sí, yo voy a hacer lo mismo —asintió Ron—. Estoy cansado, y esto que ha
sucedido me ha dado mucho en qué pensar. ¿Te das cuenta de las cosas que hemos
compartido?
Harry asintió, mientras se ponía el pijama. Se metió bajo las sábanas, le dio las
buenas noches a Ron e intentó dormir.
Sin embargo, no lo consiguió. Los sentimientos de Ron y Hermione hacia sus
padres no se iban de su mente. Sabía perfectamente que no era el único chico sin
padres, ni siquiera en Hogwarts, pero siempre había considerado su situación como
«especial». Quizás por lo extraordinario del suceso, quizás por el hecho de llevar
siempre con él a sus padres en su interior... o quizás por no haberse podido despedir
de ellos.
«Ni siquiera he visto nunca sus tumbas», pensó para sí; y la idea casi le hizo pegar
un bote en la cama. Aquello era cierto. Jamás había visitado la tumba de sus padres.
De hecho, ni siquiera sabía dónde estaban enterrados... Anotó mentalmente que al día
siguiente se lo preguntaría a Hagrid, quizás él lo supiera.
Y tenía suerte, porque al día siguiente era lunes, y la última clase de por la tarde
era precisamente Cuidado de Criaturas Mágicas. Pensó que eso le daría una
oportunidad para hablar con Hagrid, pero se equivocaba. La clase terminó un poco
más tarde de lo habitual (debido a un pequeño problema con las Abejas Sanguinarias
Amazónicas que estaban estudiando) y, cuando terminaron, los alumnos de cuarto
curso de Ravenclaw y Hufflepuff ya empezaban a llegar, por lo que Harry no pudo
quedarse a hablar con su amigo.
Volvió con Ron a la sala común (Hermione tenía Aritmancia), y se puso a jugar con
él, Seamus, Dean y Neville unas cuantas partidas con los naipes explosivos. Sin
embargo, su mente estaba en otra parte, y perdió todas las partidas. No le importó.
Cuando terminó el horario de clases de tarde, Harry se disculpó por abandonar el
juego, alegando que tenía que ir a buscar un libro en la biblioteca, y salió por el
agujero del retrato. No le apetecía mentirle a Ron, pero quería hablar de aquello a
solas con el guardabosques. Un instante después, se dio cuenta de su error: Hermione
no había regresado a la sala común tras la clase de Aritmancia, así que lo más
probable era que estuviera en la biblioteca. No obstante, daba lo mismo. Tendría que ir
a por el libro o Ron sospecharía.
Así pues, entró en la biblioteca con aire furtivo. Si Hermione no estaba muy a la
vista, podría fingir que no la había visto...
Sin embargo, no fue necesario, porque Hermione no se encontraba allí. Aliviado,
cogió un libro sobre Transformaciones y luego salió de la biblioteca, rumbo a la cabaña
de Hagrid.
Atravesó los terrenos y llamó a la puerta, pero nadie le contestó. Tampoco se veía
luz por las ventanas. Hagrid no debía de estar. Un tanto decepcionado y
preguntándose dónde estaría su amigo, regresó a la sala común de Gryffindor con
paso alicaído.
Allí se encontró a Ron y a Hermione, pero ambos tenían que patrullar por los
pasillos antes de la cena, así que salieron prácticamente al entrar Harry. Éste se sentó
junto a Ginny, que leía, con una cara de aburrimiento mortal, apuntes de Historia de la
Magia.
—¿Alguna vez te has preguntado cómo es posible que Binns haga tan monótona y
aburrida una historia como las de las guerras de los gigantes? —le preguntó la chica
en cuanto se sentó junto a ella, sin apartar los ojos de los pergaminos.
—Pues sí, muchas veces —afirmó Harry, dejando escapar una sonrisa.
—Es que lo explica con la misma entonación que si estuviera contando patatas...
«Frangung, jefe de los gigantes, pretendía obtener tierras donde vivir y empezó a
matar indiscriminadamente tanto muggles como magos a finales del siglo XVIII. Como
resultado de su primera rebelión resultaron muertos treinta y dos magos y más de
doscientos muggles. Ante tamaña amenaza, la Confederación Internacional de Magos
se reunió urgentemente y acordó un envío de fuerzas...»
—¡Ya, ya! —pidió Harry—. Me voy a dormir... —El tono que había empleado Ginny
era idéntico al de Binns: carente de toda emoción.
—Esto es horrible... —declaró Ginny, cerrando los ojos y dejándose caer contra el
respaldo de la butaca donde estaba sentada.
—Sí, sí lo es... —musitó Harry, aunque no se refería a lo mismo que su amiga. Su
mente estaba divagando de nuevo por todo lo que había ocurrido.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Ginny, mirándolo con atención. Harry iba a
contestar que sí, pero vaciló un instante, y al momento se encontró hablando de todo
lo que le preocupaba: de lo que le había dicho Dumbledore acerca de Voldemort, de lo
que le había pasado a Tonks, de su sueño, de su capacidad para aparecerse en el
castillo y de lo que había estando pensando durante todo el día, acerca de la
preocupación que había sentido en Ron y Hermione por sus padres.
Habló tanto, mientras Ginny le escuchaba sin decir nada, que, cuando se dio
cuenta, la sala común estaba vacía y silenciosa.
—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó, mirando a su alrededor.
—Creo que nos hemos perdido la cena —contestó Ginny, mirándole
compasivamente—. Harry, todo eso que me has contado es... terrible.
—Lo sé, Ginny, lo sé... Y siento que te hayas perdido la cena —añadió,
ruborizándose un poco—. Creo que se me pasó el tiempo volando. Ahora tendrás
hambre por escuchar mis lamentos.
—No te preocupes —repuso ella, acariciándole un brazo cariñosamente—. Somos
amigos, ¿no? Los amigos están para cuando se les necesita, y tú necesitabas hablar.
—Gracias —dijo Harry, agradecido.
—Es bueno dejar salir afuera nuestros miedos y temores —comentó la chica con
seriedad—. Si nos lo guardamos todo, acabamos reventado.
—Sí, ¿no? ¿Por qué no haces tú lo mismo? —replicó Harry, aprovechando las
palabras de su amiga.
Ella sonrió ante su intento, pero luego volvió a ponerse seria.
—Porque, en mi caso, cuando menos hablo de ello más lo olvido y mejor me
siento.
Harry iba a replicar, pero en ese momento se abrió el retrato y empezaron a entrar
los demás alumnos de Gryffindor; entre ellos, Ron y Hermione.
—¿Por qué no habéis bajado a cenar? —les preguntó Ron—. ¿Qué habéis estado
haciendo?
—Harry se ha puesto a hablar y creo que se nos ha ido el tiempo volando
—explicó Ginny.
—¿Hablando? ¿Sobre qué? —inquirió Hermione.
—De todo lo que ha pasado últimamente, desde que fuimos al despacho de
Dumbledore —respondió Harry.
—¿Todo? —preguntó Ron. Harry asintió.
—Bueno... —dijo Hermione, sentándose y mirando a Ginny con atención—. ¿No
estás asustada?
—Claro que lo estoy —respondió ella—. Pero no sé... Tengo esperanzas. Si Harry
puede desaparecerse y aparecerse aquí..., bueno, supongo que puede hacer cualquier
cosa, ¿no?
—Ojalá yo estuviera tan seguro como tú —murmuró Harry, dejando escapar un
suspiro.

Debido a los entrenamientos, a la enorme cantidad de deberes que tenían y a la


reunión del ED, Harry no encontró ningún momento para hablar con Hagrid hasta el
sábado. Ese día, al despertarse, se juró a sí mismo que de aquel día no pasaba.
Efectivamente, tras el entrenamiento de por la tarde, se las arregló para ser el
último en regresar al castillo, dejando aposta su capa en los vestuarios. Cuando
estaba entrando por las puertas del vestíbulo, con Ron, hizo como si se acordara de
ella.
—Pero ¿cómo te la has podido olvidar? —le preguntó Ron, mirándole con
desconcierto—. Si hace un frío que pela.
—Ya..., bueno, supongo que... —barbotó, sin encontrar una excusa convincente—
no sé. En fin, voy a buscarla.
—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó su amigo.
—No, no; no hace falta, gracias. Ve a la sala común, yo subo enseguida.
Ron se encogió de hombros y entró en el castillo, mientras Harry se dirigía de
nuevo al campo de quidditch. Sin embargo, no llegó hasta allí. A medio camino miró
hacia la cabaña de Hagrid y vio que había luz dentro. Era el momento. No quería
engañar a Ron ni a Hermione, pero sentía que aquello, al menos de momento, era
cosa suya y sólo suya.
Sacó su varita, elevándola, y dijo:
—¡Accio capa!
Al momento, vio que su capa salía de los vestuarios de Gryffindor y volaba hacia
él. Satisfecho, corrió hacia la cabaña de Hagrid y llamó a la puerta.
—¿Quién...? —comenzó a preguntar el guardabosques al abrir la puerta, pero vio
a Harry y se cortó, mostrando una sonrisa—. ¡Harry! Qué sorpresa. Pasa.
—Gracias, Hagrid. ¿Cómo te va?
—Bien, como siempre, más o menos —contestó Hagrid, y luego preguntó, más
serio—: Harry, ¿qué haces aquí? Casi es de noche.
—Lo sé, Hagrid, pero quería hablar contigo de algo importante.
Hagrid le miró con gravedad.
—De acuerdo... Siéntate. —Harry se sentó, y su amigo le imitó. Fang se acercó a
su amo y éste le acarició la cabeza distraídamente—. Bueno, tú dirás.
—Hagrid, tú fuiste quien me llevó a casa de los Dursley cuando mis padres
murieron, ¿verdad?
—Sí —respondió Hagrid, aparentemente extrañado por la pregunta.
—Tú..., tú me sacaste de la casa en ruinas...
—Sí —repitió Hagrid, cada vez más desconcertado.
—Hagrid, ¿qué viste? ¿Qué quedó de..., de él?
Hagrid miró a Harry con seriedad durante unos momentos, y luego respondió con
lentitud:
—Cuando llegué, la casa estaba prácticamente destruida. Sé que la maldición
asesina es muy destructiva, pero no imaginaba que lo fuera tanto. Todo lo que
quedaba era un montón de ruinas humeantes...
—La maldición estalló al rebotar en mí y darle a Voldemort —le explicó Harry, y
Hagrid soltó un respingo al oír el nombre—. Lo vi en su cabeza.
—Ya... —dijo Hagrid, asintiendo—. El caso es que te busqué, y no me fue difícil
encontrarte, porque estabas llorando. Te encontrabas sobre un trozo de suelo, y,
aunque todo estaba destruido, parecía como si la explosión lo hubiera arrasado todo
desde donde estabas, pero sin tocarte. No tenías ni un rasguño, exceptuando la
cicatriz —aclaró, señalando con un dedo la frente de Harry—. En ese momento estaba
tan roja que casi te brillaba. Te recogí y te envolví en una manta que encontré. A tu
lado estaba... —Hagrid bajó la cabeza, y una lágrima resbaló hasta su poblada barba
— estaba tu..., tu madre, muerta. Un poco más adelante encontré la túnica de Quién tú
sabes, pero no había rastro ni de su cuerpo ni de su varita. Te saqué de la casa, y
entonces oí el ruido de una moto. Al principio me asusté, pensando que quizás eran ya
los muggles, que llegaban, pero luego vi que era Sirius. Cuando vio lo que había
sucedido, se echó a llorar como un niño. —Harry sintió que las lágrimas amenazaban
con asomarse a sus ojos, pero bajó la cabeza y asintió, invitando a Hagrid a continuar,
mientras luchaba contra ellas—. Cuando se calmó un poco, entre los dos sacamos el
cuerpo de tu madre de la casa. Luego buscamos entre los escombros y sacamos
también a tu padre. Los pusimos juntos y los tapamos con una sábana que Sirius
conjuró. Después de eso yo me fui, a encontrarme con Dumbledore, y Sirius se
marchó a buscar a Pettigrew, aunque eso entonces yo no lo supe.
Harry levantó la cabeza, y vio que más lágrimas había bajado por las mejillas de
Hagrid; luego se dio cuenta de que también algunas corrían por su propia cara.
—Gracias, Hagrid, por sacar a mis padres..., y por cuidarme.
—No tienes que agradecérmelo —repuso Hagrid, limpiándose la cara—. ¿Por qué
me has preguntado esto, Harry?
—Porque quiero que me digas dónde están enterrados, Hagrid. Quiero saber
dónde están las tumbas de mis padres.
—¿Nadie te lo ha dicho nunca? —le preguntó Hagrid, un tanto asombrado. Harry
negó con la cabeza—. Bueno, Harry, pues, como es lógico, están allí, en el cementerio
familiar.
—¿Junto a la casa? —preguntó Harry—. ¿Sigue existiendo?
—Sí, claro —asintió Hagrid—. Aunque sólo las ruinas, evidentemente. Tus padres
están allí enterrados, junto a muchos otros miembros de tu familia paterna.
—Gracias de nuevo —dijo entonces Harry, levantándose apresuradamente—. Te
debo una. Pero ahora debo regresar al castillo, o Ron y Hermione se preocuparán.
—Se acercó a la puerta y la abrió—. De veras, muchas gracias por lo que hiciste,
nunca lo olvidaré.
Hagrid movió la cabeza de un lado al otro.
—No es nada, no es nada... Yo apreciaba mucho a tus padres, ¿sabes?
Harry no fue capaz de decir nada, y se limitó a asentir con la cabeza. Luego se dio
la vuelta y caminó hacia el ya iluminado castillo.
—Has tardado mucho —le dijo Ron, cuando entró en la sala común un rato
después—. Ya íbamos a ir a buscarte... ¿Dónde estabas?
—Me encontré con Hagrid al volver —contestó Harry—, y estuve hablando un poco
con él.
—¿De qué? —quiso saber Hermione.
—Cosas sin importancia —respondió Harry evasivamente—. ¿Vamos a cenar?
—Sí, el entrenamiento me ha dejado muerto de hambre —dijo Ron.
Bajaron al Gran Comedor y cenaron, mientras charlaban de asuntos sin
importancia. Sin embargo, Harry, a pesar de que intentaba evitarlo, se distraía
constantemente. En su mente no paraban de formarse las imágenes de los cuerpos de
sus padres, muertos, estirados sobre el césped, mientras Sirius lloraba. Tan distraído
estaba que ni se enteró del saludo que Neville y Sarah, que hablaban junto a las
puertas del Gran Comedor, le hicieron cuando salían, rumbo a la sala común.
—A estos dos se les ve muy juntos últimamente, ¿no crees, Harry? —comentó
Ron con una sonrisa.
—Sí..., muy juntos —respondió Harry automáticamente, sin saber en realidad lo
que decía.
—Harry, ¿qué te pasa? —le preguntó Hermione con preocupación—. Estás como
ido. ¿Te preocupa algo?
—No es nada —repuso Harry—. Sólo es que estoy demasiado cansado, y tengo
sueño. Creo que voy a subir a acostarme ya.
—¿Tan pronto? —preguntó Ron—. Yo no estoy tan cansado... ¿estás enfermo?
—No, Ron; estoy bien, sólo tengo sueño... «Ranas saltarinas» —murmuró ante el
retrato de la Dama Gorda—. Ésta les dejó paso y los tres entraron en la sala común—.
Bueno, lo dicho, me voy a acostar. Hasta mañana —se despidió.
—Hasta mañana —le contestaron Ron y Hermione, mirándole con cierta
preocupación.
Harry entró en la habitación y estuvo caminando por ella. Le apetecía estar solo,
pero no estaba cansado; en realidad nunca había tenido menos ganas de dormir.
Pensó que quizás si se lo contaba a Ron y a Hermione se sentiría un poco mejor, pero
no quería hacerlo aún. Se sentía como la primera vez que había usado la capa
invisible y no había querido decirle nada a su amigo...
Se detuvo junto a la cama de Dean, y se quedó mirando sus pósters. Entre dos del
equipo de los Tornados había un calendario del West Ham, el equipo de fútbol
preferido de su compañero. Sin embargo, Harry no miraba al equipo de fútbol, sino al
calendario en sí, que mostraba el mes de octubre. Concretamente, observaba la última
casilla, que ponía 31 y, debajo, «Halloween». Entonces, el recuerdo de una antigua
conversación retumbó en su cabeza, algo que Hagrid le había dicho la primera vez
que se habían visto...
...Todo lo que se sabe es que él apareció en el pueblo donde vivíais, el día de
Halloween, hace diez años...
El día de Halloween... Sí, había sido ese día. Podía recordarlo de cuando lo había
visto a través de Voldemort. Se estaba acercando el día de Halloween, el aniversario
de la muerte de sus padres. En dos semanas se cumplirían dieciséis años desde su
asesinato...
Harry comenzó a caminar deprisa por la habitación. Finalmente, abrió su baúl y
sacó la Antorcha. La encendió y se desapareció, rumbo a la Torre de Astronomía.
Apareció bajo la fría noche, en medio de la oscuridad. Las luces del resto del
castillo apenas llegaban hasta allí, y apenas se veía nada. Dejó que la Antorcha se
apagara y contempló los terrenos a oscuras, la cabaña de Hagrid y la inmensa y
tenebrosa extensión del bosque prohibido. No podía apartar la imagen de sus padres
muertos de su cabeza. Sentía deseos de chillar, de gritar, de hacer algo, no sabía el
qué... Cualquier cosa que los hiciera regresar, pero sabía que no podía.
Allí, en lo más alto del castillo de Hogwarts, permitió que las lágrimas que había
estado conteniendo resbalaran por su cara. Deseaba que sus padres estuvieran con
él. Siempre lo había querido, sí, pero se había acostumbrado a estar sin ellos... ¿Por
qué de repente surgía en él aquella necesidad acuciante? No lo sabía, y, en realidad,
tampoco le importaba. Lo único que deseaba era sentirse cerca de ellos... Y sabía qué
tenía que hacer; algo que no había hecho nunca: el día de Halloween visitaría las
tumbas de sus padres, y nadie podría impedírselo.

El mes de octubre avanzó hacia su final en medio de lluvias y fuerte viento, pero, para
alegría de casi todo el mundo, el tiempo mejoró a medida que transcurría la última
semana; dejó de llover y se calmó el viento: sin embargo, las temperaturas bajaron, y
ningún estudiante salía del castillo sin capa, bufanda y guantes, excepto los miembros
de los equipos de quidditch, que irremisiblemente volvían al castillo completamente
helados.
Mientras volvían de su habitual entrenamiento del sábado por la tarde, el día antes
de Halloween, Harry iba muy pensativo. Durante las dos semanas que habían pasado
desde que había tomado la decisión de ir al Valle de Godric la noche del día 31, no les
había comentado nada a Ron ni a Hermione (ni a nadie). Se moría de ganas por
hablar con ellos, pero otra parte de él no quería porque se imaginaba las pegas que
pondría Hermione para evitar lo que seguramente ella consideraría como una locura.
No obstante, él pensaba ir a su antigua casa, se interpusiera quien se interpusiera. Al
principio había barajado la posibilidad de ir sin decírselo a nadie, pero luego la
desechó: si sus amigos se ponían a buscarle y no le encontraban, o cogían el mapa
del merodeador, se darían cuenta de que no estaba en el castillo y se preocuparían
muchísimo, y él no quería eso. Además, una parte de sí mismo deseaba que ambos le
acompañaran a aquel lugar, porque no quería ir solo.
Mientras pensaba en cómo abordar la situación, Ron se dirigió a él:
—Harry..., ¿te encuentras bien?
—Sí —contestó el aludido, moviendo la cabeza afirmativamente. Ron no dijo nada
durante un rato, pero cuando entraron en el vestíbulo se detuvo de pronto, exhaló un
suspiro, y encaró a su amigo.
—Mira, Harry... Estas dos últimas semanas has estado muy raro: callado,
introvertido, te pierdes en las conversaciones... Es como si estuvieras en otro mundo.
Hermione y yo hemos hablado de ello, y al principio pensamos que quizás era por lo
que viste cuando los tres tocamos la Antorcha... Sin embargo, nos parecía raro,
porque a nosotros nos ha unido más aún, y pensábamos que lo lógico fuese que a ti te
pasara lo mismo. Así que, tras mucho debatir, llegamos a la conclusión de que estás
así desde aquella visita que le hiciste a Hagrid. ¿Qué te sucede?
—No me pasa nada —negó Harry—. ¿Y cuándo habéis hablado tanto de mí, si
puede saberse? —inquirió, con el ceño fruncido.
—La mayoría de las veces, en la sala común, delante de ti —le respondió Ron con
seriedad—. Y tú no te has dado cuenta. ¿Ves como sí que te pasa algo? Puedes
decirnos cualquier cosa, ya lo sabes..., ¿o es que ya no confías en nosotros?
—¡Claro que no! —exclamó Harry—. Por supuesto que confío en vosotros,
siempre lo he hecho. —Harry meditó un momento, y decidió que quizás era hora de
contárselo a Ron, tal vez él le ayudase con Hermione—. Está bien, te lo contaré... Ven.
Subieron por la escalinata y entraron en un aula vacía. Harry cerró la puerta.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Ron, extrañado—. ¿Por qué no vamos a la
sala común?
—Porque quiero contártelo a ti antes que a Hermione, para que me des tu opinión.
Ron enarcó las cejas, mirando a su amigo con curiosidad, pero no dijo nada y
esperó a que Harry siguiera hablando.
Y Harry siguió: le contó la verdad sobre su capa «olvidada», así como todos los
detalles de su visita a la cabaña de Hagrid, lo que éste le había narrado y, finalmente,
le habló sobre la decisión que había tomado acerca de ir al día siguiente al Valle de
Godric.
Ron estaba sin palabras.
—y bien..., ¿qué harás? —le preguntó Harry—. Sé que Hermione no querrá
permitírmelo. Necesito que me ayudes a convencerla de que me deje, Ron.
Ron suspiró y se pasó una mano por el desordenado cabello.
—Harry, lo que me has contado es muy fuerte. Entiendo perfectamente que
quieras ir allí, pero... en lo referente a Hermione... No puedes pedirme que elija entre
ponerte de tu parte o de la suya.
—Antes no tenías problemas para apoyarme, ¿recuerdas? —le recriminó Harry—.
Decías que era cosa mía, que ya soy mayorcito.
—Lo sé, Harry... Pero eso era antes, antes de muchas cosas... Antes de admitir
que ella tiene razón casi siempre.
—Mira —dijo Harry, algo exasperado—, ya sé que ella tiene razón; ya sé que es
una locura lo que quiero hacer, que me saltaré cincuenta normas del colegio o más,
pero necesito hacerlo, Ron. Necesito visitar a mis padres... Tú me has visto estos días:
no dejo de pensar en ello. Si no lo hago, creo que me voy a volver loco...
—Te entiendo, compañero —asintió Ron, poniéndole una mano en el hombro—. Y
sé que esto, por mucha locura que sea, no es peor que lo que hicimos el año pasado,
¿no? —Harry sonrió—. Bueno..., intentaré ayudarte con Hermione. Creo que lo
entenderá. ¿Cuándo vas a decírselo?
—Umh... Mañana —decidió Harry.
—¿Mañana? —repitió Ron con incredulidad.
—Así tendrá menos tiempo para intentar convencerme de que no debería hacerlo
—explicó Harry—. En fin, será mejor que regresemos a la sala común.
Ambos amigos subieron hasta la torre de Gryffindor, pero, antes de que Ron
pronunciara la contraseña, Harry le detuvo.
—Ron...
—¿Qué?
—Gracias. Eres un buen amigo.
—Tú también, Harry —contestó Ron, sonriendo—. «Ranas saltarinas.»
Harry no le contó nada a Hermione, y Ron tampoco. Al día siguiente, durante la
mañana, Ron le preguntó a Harry al menos cinco veces cuando pensaba decírselo,
pero Harry no se decidía.
Finalmente, a medida que caía la tarde, se dijo a sí mismo que no podía
posponerlo más.
—¿Sabéis? —comentó Hermione en aquel momento, levantando la cabeza de sus
deberes de Aritmancia. Sus dos amigos la miraron—. Estoy deseando que llegue la
cena, me encanta la fiesta de Halloween... Espero no pasarla en la enfermería este
año, como sucedió el año pasado —dijo, soltando una breve risa. Se refería a cuando
Henry Dullymer la había atacado en la lechucería, borrándole la memoria. Harry miró a
su amiga, que parecía muy alegre, y sintió una punzada de culpabilidad, porque
cuando le contara lo que tenía planeado hacer seguramente esa alegría se
desvanecería al instante—. ¿Os dais cuenta de que hoy hace seis años que somos
amigos? —les preguntó ella—. Cómo pasa el tiempo, ¿verdad?
—Sí... —musitó Harry.
—¿Qué os pasa a los dos? —les preguntó su amiga, mirando a uno y a otro
suspicazmente—. Ron, pensé que estarías contento ante el montón de dulces que
tendremos para cenar, y tú también, Harry...
—Generalmente lo estaría —contestó Harry—, pero hoy no voy a bajar a cenar.
—¿Y por qué no? —le preguntó Hermione con preocupación—. ¿Te encuentras
mal?
Harry se levantó y les pidió a sus amigos que le siguieran. Ellos así lo hicieron,
saliendo tras él de la sala común, mientras Hermione, con el entrecejo fruncido, les
preguntaba a uno y a otro qué pasaba. Harry no contestó hasta estar dentro de un
aula desocupada.
—¿Me vais a decir de una vez qué pasa? —insistió Hermione.
—Hermione, no voy a bajar a cenar porque..., porque no voy a estar en el castillo.
—¿Qué? —preguntó Hermione sin comprender—. ¿Qué quieres decir con eso?
Harry comenzó a exponerle lo mismo que le había explicado a Ron. Cuando
terminó de relatar lo que Hagrid le había dicho, Hermione le miraba con profunda
compasión.
—¡Oh, Harry...! Lo siento mucho. Sé que debes sentirte mal, pero... no entiendo.
¿Qué tiene que ver eso con que no vayas hoy a cenar? Estos días no has dejado de
comer.
—Hermione, hoy es Halloween, hoy se cumplen dieciséis años de la muerte de mis
padres. Quiero ir a ver sus tumbas, Hermione; quiero ir al Valle de Godric esta noche
—declaró Harry.
Hermione miró a Harry con la boca abierta durante un momento, sorprendida, y
luego meneó la cabeza.
—Harry..., Harry, te entiendo, de verdad que sí, pero... No puedes hacerlo. No
puedes salir del colegio, aparte de que violarás las normas, sería muy peligroso... ¿No
crees que Voldemort podría pensar en eso?
—Hermione, ¿no lo entiendes? ¡Me da igual! Necesito hacerlo, siento que si no lo
hago me volveré loco... Quiero ir allí, Hermione, quiero ver el lugar donde descansan
mis padres.
Hermione miró a Ron, como buscando su apoyo, pero el chico miraba a Harry sin
decir nada.
—Ron, ¿qué piensas...? —Se detuvo y frunció el ceño—. Tú ya lo sabías,
¿verdad?
—Harry me lo dijo ayer —fue la respuesta de Ron.
—¿Y por qué no me lo habéis dicho antes? —preguntó Hermione, indignada.
—Porque sabía que no te parecería bien —contestó Harry—. Sabía que tratarías
de convencerme de lo contrario, y no quiero que lo hagas.
—¿Y a ti te parece bien? —le preguntó Hermione a Ron.
—Creo que es arriesgado, sí —reconoció Ron—. Pero para Harry es muy
importante, Hermione. Creo que de verdad lo necesita, mira cómo ha estado estos
días, como en otro mundo...
Hermione meneaba la cabeza con fuerza.
—Es una locura..., una completa locura...
—Hermione, voy a hacerlo —afirmó Harry—. ¿Vas a tratar de detenerme?
—Es lo que debería hacer —repuso ella—. Lo que deberíamos hacer —añadió,
mirando a Ron.
—Pues espero que no lo hagas, porque yo quería..., quería pediros que me
acompañarais. No quiero ir solo. Si os negáis, lo entenderé... Pero yo voy a ir.
Hermione comenzó a pasear por la habitación, mirando al suelo, con expresión
muy seria. Harry sabía que estaba en medio de un debate interno entre su
responsabilidad y su corazón.
—Hoy me encontraba muy alegre, ¿sabéis? —dijo Hermione de pronto—. ¿Por
qué tenéis que estropearme la fiesta?
—No tienes que ir —dijo Ron suavemente—. Pero yo voy a acompañar a Harry. Si
crees que es tu deber, delátanos, pero espera a que nos marchemos. No nos
enfadaremos contigo, ¿verdad, Harry?
—No —confirmó Harry, y le mostró a Ron una sonrisa de agradecimiento—. Lo
único que te pido es que me des veinte minutos de margen.
Hermione no contestó, y volvió a caminar por todo el aula, mientras sus dos
amigos la miraban.
—No voy a dejar que vayáis solos a ningún lado —aseguró entonces Hermione,
sin abandonar su mirada seria y sin mirarlos—. No voy a delataros, como os
imaginaréis, así que no me queda otra que acompañaros.
Harry y Ron la miraron un instante y luego le sonrieron.
—Gracias, Hermione, de verdad... —le dijo Harry—. Esto es muy importante para
mí.
—¿Por qué siempre me metéis en líos? —les preguntó ella en tono de reproche.
Harry iba a decir algo, pero antes de poder, ella suavizó su expresión y les sonrió con
resignación—. Bueno, será mejor que nos vayamos, ¿no? Antes de que oscurezca del
todo, mientras los demás comienzan la fiesta... —Suspiró.
—Eres estupenda, ¿lo sabías? —la elogió Ron, sonriendo, mientras volvían a la
sala común.
—Sí, muchísimas gracias, Hermione —añadió Harry.
—No me hagáis la pelota, ¿queréis? —pidió ella, que caminaba en medio de los
dos—. No sé cómo me dejo convencer...
Los tres amigos entraron en la sala común, ya vacía, pues todos los alumnos
debían de haber bajado para la fiesta de Halloween. Subieron al dormitorio de Harry y
Ron, y Harry sacó su capa, sus guantes y su bufanda, y luego la Antorcha de la Llama
Verde de su baúl.
—¿Sabes dónde está el Valle de Godric? —le preguntó Hermione.
—Sí, lo vi en la mente de Voldemort. Será mejor que os abriguéis, hace mucho
frío.
Ron se puso su ropa de abrigo, que sacó del baúl. Hermione sacó su varita y la
convocó desde su propia habitación.
—¿Cómo vamos a hacerlo, Harry? —preguntó Ron, cuando los tres estuvieron
listos—. Si te tocamos...
—Intentaré evitar eso —dijo Harry—. Espero poder conseguirlo.
Encendió la Antorcha y se concentró en lo que deseaba, intentando, por todos los
medios, evitar meterse en las mentes de sus amigos cuando éstos le tocaran.
—Dadme la mano —ordenó.
Ron y Hermione le cogieron, y, al instante, Harry comenzó a percibir aquella
conexión que se establecía entre ellos. Sin embargo, luchando contra ella, contra los
pensamientos y emociones que provenían de aquel vínculo, usando para ello todo lo
que sabía de oclumancia y Teoría de la Magia, se concentró en enviarles a sus amigos
sus deseos, y, un instante después, desapareció rumbo al Valle de Godric, y Ron y
Hermione con él.
Aparecieron en una especie de carretera, delante de una finca rodeada por setos y
una cerca de madera. Harry reconoció el lugar. Miró sobre la cerca, con la poca luz
que quedaba tras el crepúsculo, y sintió un escalofrío que no se debía a las bajas
temperaturas. Todo estaba como lo había visto en aquella visión en la mente de
Voldemort, pero mucho más descuidado: el seto estaba muy crecido y sin podar, y la
cerca de madera estaba despintada y sucia; dentro de la finca, el jardín estaba lleno
de plantas salvajes y maleza, con el césped muy alto. Sin embargo, Harry apenas se
fijó en esos detalles mientras abría una puerta en la cerca y entraba en la antigua
residencia de los Potter. Su atención estaba fija en la casa, o, más bien, en sus restos:
un montón de escombros de piedra y madera situados en medio del jardín.
Se acercó a ellos lentamente, mientras Ron y Hermione miraban a los lados.
—¿Qué es aquello? —preguntó Hermione, señalando unas luces que se veían al
otro lado de un bosque que había más allá de la finca.
—El resto del pueblo —contestó Harry automáticamente—. La casa de mis padres
está un poco alejada, igual que las demás de los magos que viven por aquí.
—¿Viven más magos aquí? —inquirió Hermione, sorprendida—. ¿Cómo lo sabes?
Harry se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero sí, aquí viven más magos... Este pueblo es muy antiguo, tiene
casi mil años de antigüedad... Pero eso no importa ahora.
Harry se acercó a las ruinas de la que había sido su casa, atravesando la maleza,
y se sintió sobrecogido. Caminó sobre los escombros mientras Ron y Hermione se
quedaban atrás, mirándole. La hierba había comenzado a crecer sobre los restos de la
casa, y la madera que quedaba estaba ya casi podrida. Harry recordó lo bonita que
había sido antes y sintió deseos de llorar, de gritar. La paz del lugar lo sobrecogía, lo
extasiaba. Le habría encantado vivir allí, feliz con sus padres. Podía imaginarse a sus
abuelos visitándolos, a la familia comiendo en un bonito y cuidado jardín, como había
sido antes; Ron y Hermione vendrían a verle en el verano y podrían quedarse allí, y
también podrían venir todos los Weasley a comer, y Sirius, y Lupin... La imagen cobró
tal fuerza en su cabeza que por un momento le pareció que era real, y se encontró a sí
mismo sonriendo. Voldemort no existiría, y él no sería «el niño que vivió». Sólo sería
Harry, Harry Potter... Recordó la comida con los Weasley antes de los Mundiales de
Quidditch; deseaba tanto haber podido vivir algo así con su verdadera familia... Estaba
seguro de que allí podría jugar al quidditch con su padre, y también con Ron, y
seguramente a su madre le caería muy bien Hermione. Harry casi podía verse a sí
mismo, con su padre y con Ron, volando en escobas en el jardín mientras su madre y
Hermione, sentadas en el suelo les observaban mientras hablaban acerca de los
derechos de los elfos domésticos...
Una fuerte ráfaga de viento helado le devolvió a la realidad, y sintió su cara
humedecida por las lágrimas que, sin darse cuenta, había dejado salir.
Viendo que anochecía, volvió junto a sus amigos, mientras se limpiaba la cara con
la bufanda. Ellos le contemplaban en silencio.
—¿Estás bien? —le preguntó Hermione.
Harry asintió con la cabeza.
—Acabo de tener el recuerdo más bonito de mi vida, y no es real...
—Vamos —le animó Hermione suavemente, poniéndole una mano sobre el
hombro—. Busquemos las tumbas de tus padres...
—No sé dónde están —dijo Harry, caminando y mirando hacia todos lados. No hay
nada que parezca un cementerio aquí.
—Tienes que desear verlo —le explicó Ron—. Los cementerios mágicos están
junto a las casas, normalmente; pero están ocultos hasta que alguien de la familia
quiere verlos. En La Madriguera también tenemos uno.
Harry siguió el consejo de su amigo y cerró los ojos, deseando ver las tumbas de
sus padres.
—Allí está —indicó Hermione, mirando hacia la parte más alejada del jardín—.
Acaba de aparecer.
Harry abrió los ojos y miró hacia donde señalaba su amiga. Efectivamente, al
fondo del jardín, en la parte más retirada de la zona que quedaba detrás de las ruinas,
había aparecido un pequeño recinto con lápidas. Se dirigió hacia allí.
—Harry —le dijo Ron—, ¿quieres..., quieres que te acompañemos?
—Quizás después. Ahora quiero hacerlo solo... ¿os importa?
—No, tranquilo —le respondió Hermione—. Ve tú, esperaremos por aquí.
—¿Te importa que echemos un vistazo? —inquirió Ron.
—En absoluto... Mirad lo que queráis.
Ellos se alejaron un poco, mirándolo todo, y Harry pasó por el lado de las ruinas y
atravesó la parte trasera del jardín, acercándose a las tumbas mientras la oscuridad
descendía sobre él. Más allá de los setos y el bosquecillo las luces del Valle de Godric
se hacían más intensas.
Había unas doce lápidas en el cementerio, pero Harry sólo les prestó atención a
dos, que estaban delante de todo, ambas juntas. Eran de mármol blanco, preciosas, y
parecían tener luz en medio de la creciente oscuridad nocturna. Harry se arrodilló ante
ellas, observando los dos montículos cubiertos de hierba y flores que tenía a los lados.
Estiró su mano y tocó suavemente las letras de la lápida de su derecha, unas letras
doradas que decían:

JAMES HARRY POTTER


(1957 – 1981)
En recuerdo del ciervo,
el mejor amigo del mundo

Preguntándose quién habría puesto aquella extraña inscripción, miró la lápida de


su izquierda, que decía:

LILIAN AMY POTTER


(1957 – 1981)
La mejor prefecta de Gryffindor,
y una amiga incondicional

Harry frunció el entrecejo. Aquella inscripción también le hizo pensar. Entonces,


cuando empezaba a conectar ideas, sintió un ruido a su espalda.
Se volvió sin levantarse, escudriñando la oscuridad. Se preguntó si serían Ron o
Hermione, pero desechó la idea. Aquellos pasos no eran suyos. Percibió una sombra,
y sacó su varita. Iba a preguntar quién estaba allí cuando otra voz se le adelantó.
—¿Quién está ahí?
Harry tardó un segundo en darse cuenta de que conocía aquella voz.
—¿Remus? —preguntó.
—¿Harry?
Lupin encendió su varita, y cada uno fue visible para el otro. Harry estaba muy
sorprendido de ver a Lupin allí, pero no tanto como éste último.
—¿Qué haces aquí? —preguntaron a la vez.
Lupin se acercó a él y fue el primero en contestar.
—Vengo aquí cada noche de Halloween, desde hace quince años, excepto cuando
hay Luna llena. ¿Y tú? ¿Cómo es que estás aquí? ¡Tenías que estar en Hogwarts!
Estar aquí solo es peligroso, Harry.
—No he venido solo, he venido con Ron y Hermione —le explicó Harry—. Quería
saber dónde estaban las tumbas de mis padres, y Hagrid me lo dijo... Tenía que venir,
Remus, lo necesitaba...
Lupin pareció tranquilizarse al oír que Harry no había venido solo.
—¿Dónde están Ron y Hermione?
Harry señaló la parte del jardín que quedaba más allá de la casa destruida.
—Por allí...
Lupin asintió y se acercó a Harry, poniéndole una mano sobre el hombro. Ambos
contemplaron un rato las tumbas.
—Esas inscripciones de las tumbas... Las pusiste tú, ¿verdad? —preguntó Harry.
—Sí.
—Gracias...
—No tienes por qué dármelas —repuso Lupin, con voz triste—. ¿Estás bien?
Harry asintió lentamente.
—¿Sabes? Antes me imaginé cómo sería todo si ellos estuvieran vivos y yo viviese
aquí... —le confesó Harry—. Me encanta este lugar. Haríamos comidas en el jardín en
verano, y en Navidad jugaríamos con la nieve y haríamos muñecos... Cómo me
gustaría que todo eso pudiera ser verdad... Pero sólo es un recuerdo inventado, un
sueño.
—No todo lo que hay en los sueños es inventado o falso, Harry —repuso Lupin—.
Tus padres, y tus abuelos, solían hacer comidas como las que mencionas en verano.
Y tú podrás hacerlas también, con Ron y Hermione, si quieres. Este lugar te
pertenece. Cuando termines el colegio, podrás reconstruir la casa, si lo deseas.
Harry no había pensado en aquello. Había decidido vivir en Grimmauld Place, y así
tendría que hacerlo sí quería ser auror, pero... podría pasar los veranos en el Valle de
Godric, y podría llevar flores todos los días a las tumbas de sus padres y hablar con
ellos... Sí, podría hacerlo. Si sobrevivía...
—Sonríes —le dijo Lupin.
—Imaginaba todo lo que podría hacer —explicó Harry—. Todo lo que podía haber
hecho si hubieran estado aquí, conmigo... Si hubiésemos podido tener una vida
normal.
—Ellos están aquí, contigo —replicó Lupin—. ¿Acaso no sabes de sobra que tus
padres viven en ti, Harry? Y has tenido estas cosas, has estado con los Weasley...
Sabes que para Arthur y Molly eres un hijo más.
—Sí, lo sé, pero... no es lo mismo. ¿Sabes? Me imagino a mí, con mi padre,
jugando al quidditch. Me lo imagino contándome las mejores jugadas que había hecho
en el colegio, y enseñándome sus mejores tácticas...
Para su sorpresa, Lupin sonrió y soltó una risa breve, nostálgica.
—¿Qué pasa?
—Nada... Cuando tú naciste, eso era lo que él siempre decía que haría: enseñarte
a jugar al quidditch y convertirte en el mejor buscado de Gryffindor. Estaba seguro de
que llegarías a ser un gran jugador, y debo decir que no se equivocó.
Harry sonrió también, sintiendo una inmensa nostalgia por las cosas que nunca
tendría.
—Los necesito, Remus... —murmuró Harry de pronto, con la vista fija en las
tumbas; Lupin le miró—. Los necesito más que nunca. No sé por qué, pero jamás
había sentido un deseo tan fuerte de verles, de estar con ellos... Nunca hasta hace
unos meses. A veces..., a veces me pregunto si ese deseo es una preparación para
afrontar mejor la muerte.
—¿Cómo? —preguntó Lupin bruscamente—. No digas eso, Harry. Tú no vas a
morir.
—Ya no soy un niño, Remus. No me agrada la idea, pero no estoy asustado. No
tienes que intentar convencerme de que voy a sobrevivir, sobre todo cuando ni tú
mismo lo estás.
Lupin bajó la mirada, que reflejaba culpabilidad.
—Hay mucha gente a tu alrededor dispuesta a hacer lo que sea para ayudarte,
Harry —afirmó.
—Lo sé —contestó Harry, levantando la vista hacia el cielo, donde se veían las
estrellas. Sentía el frío aire de la noche en la cara, pero no le importó—. Estoy vivo
gracias a toda la gente que ha muerto en mi lugar: primero mis padres, luego Cedric, y
después Sirius, Peter, Luna... No quiero que siga muriendo gente por mí, ya no puedo
soportar esa carga.
Lupin no supo qué decir, y se quedó callado. Ambos estuvieron un rato
contemplando las tumbas, y luego Lupin dijo:
—Creo que es hora de que Ron, Hermione y tú regreséis a Hogwarts.
—Sí, yo también lo pienso —dijo una voz a sus espaldas.
Tanto Harry como Lupin se volvieron, con las varitas encendidas, y contemplaron a
Albus Dumbledore, que estaba de pie, mirándolos atentamente. Ninguno de los dos le
había oído llegar.
—Profesor Dumbledore... —murmuró Harry—. ¿Qué hace aquí?
—Podría preguntarte lo mismo, Harry —respondió Dumbledore, acercándose a
ellos—. Pero ya sé la respuesta.
—Tenía que hacerlo —se defendió Harry, aunque nadie le había acusado de nada
—. Quería venir a ver las tumbas de mis padres.
—Lo sé, me lo imaginaba. De hecho, me sorprende que hayas tardado tanto
tiempo en preguntar por ellas —comentó Dumbledore—. Sin embargo, venir aquí, los
tres solos, ha sido una temeridad. Quizás no te preocupe poner en peligro tu vida,
Harry, pero no esperaba que arriesgaras las de tus mejores amigos sin necesidad.
—El tono de Dumbledore no era de reproche, ni de enojo, ni severo, pero el anciano
mago tenía la facultad de lograr que alguien se sintiera mal cuando había hecho algo
incorrecto sin tener que reñir.
—Es que..., yo... quería venir, y no podía decírselo a nadie.
—Tal vez ya no confíes en mí para muchas cosas —le dijo Dumbledore, y Harry
miró al suelo—, pero deberías saber que si me hubieras pedido venir aquí hoy, te lo
habría permitido, con las debidas precauciones, por supuesto. Sé perfectamente que
este lugar es importante para ti, Harry. Creo que hablar con tus padres es bueno para
ti, ya que no lo habías hecho nunca. Me decepciona un poco que tu confianza en mí
haya caído tanto.
Harry no dijo nada. Aquello le dolía, pero no podía evitarlo. No podía.
—¿Cómo..., cómo supo que estaba aquí? —preguntó al fin, cambiando de tema.
—No eres el único al que le gusta ir a la torre de Astronomía, es un lugar muy
relajante —le explicó Dumbledore—. Eso sí, jamás había visto a nadie aparecerse allí
como lo hiciste tú.
—¿Usted estaba allí? —preguntó Harry, sorprendido—. Pero..., no le vi...
—No suelo dejarme ver mucho cuando paseo por Hogwarts —explicó Dumbledore
—. Cosa que, por otra parte, hago bastante a menudo. Hagrid me comentó hace
algunos días que le habías preguntado por este lugar, así que hoy, al no veros en la
cena a ninguno de los tres, supuse, acertadamente, que estaríais aquí.
—¿Qué es eso de aparecerse en la torre de Astronomía? —preguntó entonces
Lupin, que había estado muy atento a la conversación.
—Yo te lo explicaré antes de que nos vayamos, Remus —dijo Dumbledore—,
supongo que Harry querrá despedirse de sus padres.
Lupin asintió y se alejó, con Dumbledore. Harry los miró un instante, y luego se
volvió hacia las tumbas y se arrodilló de nuevo ante ellas.
—Bueno, creo que tengo que irme... —susurró—. Pero volveré a visitaros. En
Navidad, y también en verano, siempre que pueda... Entonces os presentaré a Ron y a
Hermione, estoy seguro de que os caerían muy bien. Son los mejores amigos del
mundo... Y quizás también os presente a Ginny... —Dejó escapar un suspiro—. Me
gustaría tanto que pudieseis estar conmigo, aconsejarme, ayudarme... En fin... Ya es
completamente de noche, y hace mucho frío. Debo irme... —Se levantó y se quedó un
instante quieto, contemplando el lugar—. Adiós mamá..., adiós papá... —Conjuró con
su varita dos rosas blancas y dejó una en cada una de las tumbas.
Retrocedió un par de pasos y luego se volvió, dirigiéndose hacia donde estaban
Lupin y Dumbledore. Antes de llegar junto a ellos miró hacia atrás una última vez, y vio
que el cementerio había vuelto a desaparecer.
—Ya estoy —declaró, terminando de acercarse a los otros.
—Bien, busquemos a Ron y a Hermione.
Caminaron en silencio hacia la parte delantera del jardín, y los encontraron a
ambos sentados en un desvencijado banco de madera, con las varitas encendidas.
Ambos se sorprendieron al ver a Dumbledore y a Lupin. Hermione incluso se asustó,
pensando seguramente que estaban en buen lío. Los dos se levantaron al momento,
aunque incapaces de decir nada.
—Bueno, yo me voy —anunció Lupin—. Nos veremos en Navidad, Harry, y
también a vosotros dos —añadió, mirando hacia Ron y Hermione.
—Hasta pronto, Remus —se despidió Harry.
—Esto... profesor Lupin... —comenzó a decir Ron, con mirada implorante,
recuperando el habla—. Yo quería pedirle que... —miró fugazmente a Dumbledore—
que...
Lupin le sonrió.
—Tranquilo, no diré nada a nadie acerca de este encuentro.
Ron suspiró aliviado, y asintió en señal de agradecimiento. Un instante después,
Lupin desapareció.
Dumbledore cogió un trozo de madera vieja que había tirado en el suelo, le apuntó
con su varita al tiempo que murmuraba «portus» y se lo entregó a los tres amigos.
Todos lo tocaron, el director incluido. Contó hasta tres y unos segundos después,
estaban en su despacho.
Nadie había dicho nada aún, y la situación era muy incómoda; sin embargo,
Dumbledore parecía tranquilo. Se sentó en su butaca y luego les miró.
—Creo que es mejor que regreséis a vuestros dormitorios y os sentéis un rato
junto al fuego —les aconsejó—. Hacía mucho frío allí. Y Harry —añadió, antes de que
tuvieran tiempo de hacer nada—, me alegra ver que dominas los poderes de la
Antorcha, pero espero que no vuelvas a salir del castillo sin permiso. De hecho —dijo,
mirando a Hermione—, me sorprende que usted le dejara, señorita Granger.
Hermione se ruborizó un poco.
—No lo hizo —contestó Harry, disculpando a su amiga—. Pero yo le dije que iba a
hacerlo de todas formas, así que prefirió venir conmigo, lo mismo que Ron. Nada de
esto es culpa suya.
—Lealtad entre amigos —dijo Dumbledore—. Algo maravilloso y, desde luego,
digno de elogio... Pero a veces, motivo también de graves imprudencias... Será mejor
que os vayáis —terminó.
Los tres amigos se levantaron y se despidieron, pero, antes que de pudieran
siquiera volverse, Dumbledore le dijo a Harry:
—Espero que lo que has visto esta noche te haya servido de algo.
—Sí, lo ha hecho —contestó Harry, y luego, seguido de sus dos amigos, salió del
despacho del director.
20

Entrevista en los Sueños

Una vez en la sala común, que aún estaba desierta, los tres se sentaron junto al fuego,
buscando calor. No habían hablado nada desde que habían salido del despacho.
—Bueno —dijo Ron, rompiendo el silencio—. Nos hemos librado de una buena.
Cuando te vi llegar con Dumbledore, Harry, casi de me da algo...
—No hables así, Ron —lo regañó Hermione—. Me siento muy culpable, ¿sabéis?
—No más que yo —repuso Harry, recordando lo que Dumbledore le había dicho—.
Os puse en peligro sin necesidad. No me arrepiento de haber ido hasta allí, pero no
debí haberos pedido que me acompañarais.
—No te habríamos dejado ir solo y lo sabes —replicó Hermione, que seguía muy
seria—. Dumbledore me eligió como delegada, y he violado, y permitido que violarais,
un montón de normas, lo que es más grave este año, teniendo en cuenta la seguridad
extra.
—Vamos, no te sientas mal —le dijo Ron—. Viste lo mismo que yo allí, la paz del
lugar, la tranquilidad... No me digas que no te gustó haberlo visto, haberlo conocido.
—Sí, no lo niego —respondió Hermione—. Pero me dio un poco de repelús saber
que fue allí donde..., donde empezó todo... Esa casa debía de ser muy bonita cuando
estaba cuidada.
—Lo era —confirmó Harry—. Era un lugar precioso cuando mis padres vivían.
—Sí, a propósito de eso... —dijo Ron—. ¿Cómo estás?
—Bien —contestó Harry—. Pero fue extraño estar allí de verdad, ver las tumbas y
demás... Lupin me dijo que mis padres celebraban allí comidas de verano en el jardín.
Me habría encantado estar en ellas.
—Lo imaginamos —le dijo Hermione dulcemente—. Y hablando de Lupin..., ¿qué
hacía él allí? ¿Y Dumbledore?
—Lupin va allí cada noche de Halloween —les contó Harry—. En cuanto a
Dumbledore, me vio aparecerme en la torre de Astronomía, y Hagrid le contó lo que
habíamos hablado, así que, al no vernos en la cena, supuso que estaríamos allí y fue
a buscarnos.
Hermione enterró la cara en sus manos.
—Me voy a sentir culpable el resto del año —dijo.
—¿Por qué? —inquirió Ron.
—¿Por qué? —repitió ella—. Anthony y yo le entregamos un informe a la profesora
McGonagall sobre Malfoy por no estar en el tren, y ahora voy yo, que soy delegada, y
me salto, y permito que os saltéis, las normas de esta manera...
—Vamos, Hermione, no compares esto con lo de Malfoy —le pidió Ron—. Lo suyo
fue mucho más grave, nosotros no hicimos nada malo.
—Tal vez no, pero las normas...
—Hermione —dijo Harry suavemente, mirando a su amiga—. No puedes ni
imaginarte lo importante que ha sido esto para mí. Ni tampoco lo agradecido que te
estoy por haberme ayudado. No me habría enfadado aunque me hubieras delatado,
como te dije antes, pero no lo hiciste. Te debo una muy grande, Hermione, cualquier
cosa que necesites...
Hermione, a su pesar, no pudo evitar mostrar una débil sonrisa.
—Vas aprendiendo que las normas no son lo más importante —le dijo Ron en un
tono ligeramente divertido, y le dio un beso en la boca—. Estoy orgulloso de ti.
—Esto no es motivo de broma, Ron —le regañó Hermione—. Voy a irme a la
cama, no tengo ganas de responder preguntas de nadie... —Se levantó y se dirigió
hacia las escaleras de los dormitorios—. Que durmáis bien —dijo, despidiéndose, y
desapareció escalera arriba.
—Bueno, creo que yo tampoco quiero preguntas —declaró Ron, poniéndose en pie
—. ¿Vienes?
—Sí —dijo Harry, asintiendo, y siguió a su amigo hasta el dormitorio.
Ni Ron ni Harry hablaron nada mientras se ponían el pijama y se metían en la
cama. Ron no tardó mucho en dormirse, pero Harry estuvo despierto mucho tiempo,
pensando en todo lo que había sucedido ese día, en todas las cosas que había
sentido, que había soñado. Pensó en el pequeño cementerio familiar de los Potter,
solitario durante todos aquellos años, exceptuando la visita anual de Lupin.
Se durmió soñando con comidas bajo los árboles del jardín, y con cenas de
Navidad con toda la familia. Le resultó tan real que, cuando se despertó a la mañana
siguiente y se dio cuenta de que sólo había sido un sueño, se entristeció. Por unos
momentos había creído que todos sus deseos se habían hecho realidad.
—¿Te encuentras bien, Harry? —le preguntó Ron un poco más tarde, mientras se
preparaban para bajar a la sala común e ir a desayunar—. Te veo muy callado.
—A propósito de encontrarse bien... —dijo Seamus, que también se vestía—.
¿Dónde estuvisteis anoche? ¿Por qué no fuisteis a la fiesta?
—No nos apetecía —respondió Ron vagamente, mientras salía de la habitación
acompañado de Harry.
En la sala común se encontraron a Hermione, que los esperaba junto a las
escaleras. Los tres se dirigieron al comedor.
—¿Te han preguntado a ti algo? —le dijo Ron a su novia.
—Sí. Parvati y Lavender me preguntaron si tenía algún tipo de cita contigo, pero
luego se dieron cuenta de que tampoco Harry había estado en la fiesta.
—¿Y qué les dijiste? —inquirió éste último.
—Que no nos apetecía bajar a la fiesta.
—Lo mismo que yo le dije a Seamus —señaló Ron.
—Bueno, y ¿qué tal te encuentras tú, por cierto? —le preguntó Hermione a Harry.
Éste se encogió de hombros, pero luego sintió que necesitaba contarlo, así que se
sentó un poco apartado de los demás gryffindors.
—Esta noche soñé que mis padres estaban conmigo... —Sus dos amigos le
miraron—. Soñé que no habían muerto, y que vivíamos en el Valle de Godric. Soñé
que vosotros veníais a visitarnos, y también Sirius, y Lupin, y toda tu familia, Ron..., y
también tus padres, Hermione. Hacíamos una gran fiesta y una gran comida en el
jardín...
Ron y Hermione le miraban con sonrisa triste, sin saber qué decir. Hermione fue la
primera en hablar:
—Habría sido estupendo...
—Sí, lo habría sido —asintió Harry—. Pero ¿sabéis qué? Si todo sale bien, cuando
termine Hogwarts reconstruiré la casa y cuidaré la finca, y podremos pasar allí los
veranos, todos juntos. Será estupendo. Entonces podré visitar a mis padres todos los
días, y podré hablarles de vosotros... Invitaremos a toda la familia y celebraremos
fiestas...
Harry se perdió de nuevo en sus ensoñaciones. Cuando volvió a mirar a sus
amigos, vio que ambos sonreían, y que los ojos de Hermione brillaban, empañados
por algunas lágrimas que luchaban por salir.
—Harry... —sollozó, aunque su cara reflejaba alegría—. Me alegra que muestres
esperanzas, Harry.
Harry le sonrió.
—Sí... —musitó él—. Bueno, será mejor que terminemos de desayunar pronto o
llegaremos tarde a Pociones.
Dicho esto, Ginny entró en el Gran Comedor. Los vio y se sentó a su lado.
—¿Dónde estuvisteis anoche? —les preguntó—. No estuvisteis en la cena ni
tampoco en la sala común...
—Luego te lo contaré —le respondió Harry.
—¿Es algo grave?
—No, no lo es —contestó Ron—. Puedes estar tranquila.
El día pasó lento para Harry. Por mucho que intentara concentrarse, los recuerdos
de lo que había vivido el día anterior lo invadían. No podía negarse que deseaba
volver al Valle de Godric, aunque sabía que no podía hacerlo. Pero había conocido la
antigua vivienda de la familia Potter, y no podía evitar la necesidad de volver allí, de
estar en el lugar donde habían vivido sus padres y él mismo. Sentía una necesidad
extraña de recorrer el lugar, de cuidar el seto y el jardín y pintar la valla. En ese mismo
momento, su sueño de llegar a ser auror, o de vivir en Grimmauld Place con Ron y
Hermione habían perdido todo su valor al lado de arreglar de nuevo la casa y vivir allí.
¿Quién querría vivir en la lóbrega mansión de los Black teniendo aquella hermosa
casa de campo?
Cuando por fin terminaron las clases de por la tarde, Harry subió al dormitorio y
abrió el baúl, sacando el álbum de fotos de sus padres que Hagrid le había regalado.
Pasó las hojas hasta llegar a las fotos de la boda, y las contempló con atención.
Aunque no había podido ver bien toda la finca de la casa, estuvo bastante seguro, por
lo que se veía en la foto, de que la boda se había celebrado allí, en el Valle de Godric,
tal y como había sospechado. Sonrió mirando la foto, y luego guardó el álbum en el
baúl y bajó a la sala común.
Se puso a contemplar la partida de ajedrez que Ron había empezado contra
Neville, al cual se le notaba que aquello no era lo suyo, porque estaba perdiendo de
forma terrible.
—Creo que esto no es para mí —declaró, rascándose la cabeza, mientras un
caballo de Ron eliminaba a su última torre.
—No te preocupes, Neville, has perdido contra el mejor —le dijo Ron con chulería,
sonriendo ampliamente.
—Tranquilo, que la partida no ha terminado todavía —repuso Harry.
—No, pero casi. Sólo un par de jugadas más...
Efectivamente, dos movimientos después Ron hacía jaque mate.
—Listo —sentenció Ron, dejándose caer contra el respaldo de su butaca,
satisfecho—. Bueno, Neville... ¿qué tal te va con Sarah?
—¿Eh? —se sobresaltó Neville, poniéndose todo rojo inmediatamente—. ¿A..., a
qué te refieres?
—No sé, dímelo tú.
—Eh, bueno..., pues nos va bien, somos amigos, ya sabes... —intentó explicar
Neville, poniéndose más rojo cada vez, mientras Harry veía cómo Ron intentaba
controlar la risa—. Y hablando de ella, hemos quedado en la biblioteca para que le
explique unas cosas de Transformaciones... ¡Nos vemos! —Y salió por el agujero del
retrato. Ron estaba asombrado.
—¿Ayudarle con Transformaciones? ¿Neville?
—Bueno, ha mejorado mucho —repuso Harry.
—Sí, pero... —Meneó la cabeza—. Bueno, hablando de ayuda..., tenemos que
empezar a preparar ese inmenso trabajo de Pociones que Snape nos ha pedido para
Navidad... Si lo tenemos empezado cuando llegue Hermione, seguro que se... ¿Qué te
pasa? —le preguntó a su amigo, viendo la cara que éste último había puesto, de un
desconcierto absoluto.
—¿De qué trabajo hablas?
—¿Cómo? —dijo Ron sin entender—. Del trabajo que nos mandó Snape hoy. Es
inmenso, aunque sea para Navidad... ¿No te enteraste? —preguntó, con incredulidad.
—No —contestó Harry, un tanto avergonzado.
—¡Pero si estuvo hablando de él media clase, mientras preparábamos la poción de
invisibilidad!
—Ah... Bueno, es que... —balbuceó Harry. El caso era que se había puesto a
soñar despierto mientras preparaba la poción, aprovechando el silencio y la
concentración de la clase. Había oído a Snape hablar, sí, pero no le había prestado la
más mínima atención— creo que no estaba con la cabeza donde debía.
—No, ya me imagino —dijo Ron, y empezó a explicarle a Harry lo que tenían que
hacer.
—¡Oh! Veo que habéis empezado con lo de Pociones —observó Hermione muy
contenta, acercándose a ellos. Acababa de entrar en la sala común.
—En realidad, sólo le explicaba a Harry en qué consiste —repuso Ron—, porque
él no se enteró de nada durante la clase.
—Gracias por tu discreción, Ron —murmuró Harry, evitando mirar a Hermione.
—No me sorprende —comentó ella—, porque intenté hablar contigo un par de
veces y no me hiciste ni caso.
—Bueno, ¿y qué queréis? —dijo Harry, ligeramente indignado—. Tengo muchas
cosas en la cabeza.
—Ya, Harry, pero como sigas así vas a terminar dándote contra las paredes
mientras vayas por los pasillos...
—Vamos dejadme en paz los dos —les pidió Harry—. Terminad de explicarme en
qué consiste este trabajo y empecémoslo.
Así pues, Ron y Hermione terminaron de explicárselo a Harry. Luego, mientras
éste se asustaba ante la inmensidad y complejidad de lo que Snape les había pedido,
se dispusieron a empezarlo.
—De todas formas, tampoco entiendo tanta prisa —objetó Harry—. Es grande,
pero faltan dos meses...
—Ya, pero no es lo único que tenemos que hacer —replicó Hermione—. Antes, en
Aritmancia, Anthony me ha dicho que la profesora McGonagall les ha mandado hoy un
trabajo similar sobre los hechizos comparecedores avanzados, también para Navidad.
—¡No! —exclamó Ron, asustado.
—Sí.
—¿Y cuándo vamos a hacerlo todo, entrenar para el quidditch y seguir con las
reuniones del ED? ¡Nos volveremos locos!
—No si nos ponemos con ello ya —afirmó Hermione—. Así que venga, antes de
cenar podemos tener hecho el plan para el trabajo...
Harry y Ron, con sendos suspiros de resignación, se pusieron a ello también.
Cuando lo dejaron, a las siete, para bajar a cenar, ambos se alegraron.
—Va a ser horrible... —se quejó Ron.
—¡Oh, no seas exagerado! —le dijo Hermione—. Yo opino que va a ser muy
interesante.
Ron la miró con asombro.
—Hermione, las cosas que tú consideras interesantes y las que considero yo no
coinciden para nada —declaró.
—Seguro que no —apuntó Harry burlonamente, cortando la réplica de Hermione.
—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó Ron, mirándole con expresión
asesina.
—¿No es obvio? —le respondió Harry, sin abandonar su tono burlón. Sus dos
amigos le miraron con el ceño fruncido.
—¿Qué os pasa, que tenéis esa cara? —inquirió entonces Ginny, que se había
acercado a ellos—. Parece que vayáis a matar a alguien.
—Puede ser —le contestó Ron.
—Bueno..., ¿bajáis a cenar? —les preguntó Ginny, cambiando de tema—. Así de
paso me contaréis de una vez qué hicisteis ayer por la noche.
—Sí, vamos —se apresuró a decir Harry.
Los cuatro salieron de la sala común y se dirigieron al comedor, caminando
lentamente, mientras le contaban a Ginny los últimos acontecimientos. Ella se quedó
bastante asombrada.
—¿Que fuisteis al Valle de Godric? —les preguntó, mirándolos con sorpresa e
incredulidad.
—Sí —le respondió Harry—. Lo necesitaba. Lo necesitaba mucho.
—No me lo puedo creer... No me lo puedo creer... Salir del castillo de noche, los
tres solos, sin permiso... —Miró a Hermione, la cual apartó la vista, incómoda, y luego
suspiró—. En fin..., ¿qué tal te fue? ¿Viste..., viste las tumbas de tus padres? —le
preguntó a Harry, con cierta timidez.
—Sí —respondió éste, y luego le contó el encuentro con Lupin y Dumbledore.
—Me gustaría haberte acompañado hasta allí —declaró Ginny.
Harry la miró.
—Podrás hacerlo... algún día.

En los siguientes días, aunque volvió casi a la normalidad después de las dos
semanas que había pasado casi en otro mundo, Harry aún se encontraba a veces
soñando despierto, absorto, pensando en sus padres y en una vida con ellos.
Frecuentemente, tras despertar de estos ensimismamientos, se sentía mal consigo
mismo por dejarse dominar por esas fantasías.
«Ellos están muertos —pensaba—. Están muertos, y sueñe lo que sueñe, no van a
volver conmigo. Debería intentar concentrarme en lo que pasa ahora, y no es cosas
que, por mucho que las desee, no sucederán nunca.»
Aparte de todo esto, las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras se habían
vuelto muy incómodas para Harry. Por supuesto, seguían siendo estupendas en casi
todos los aspectos, pero Harry se sentía avergonzado en presencia de Dumbledore.
Cada vez que lo miraba, no podía olvidar la mirada de tristeza que le había dirigido la
noche de Halloween, cuando había acudido a buscarlos al Valle de Godric.
El miércoles, al terminar la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, el profesor
le pidió a Harry que se quedara un momento.
—Te esperamos en la sala común, Harry —le dijo Hermione, antes de que ella y
Ron abandonaran el aula.
Cuando se hubieron quedado solos, Dumbledore tardó un rato en decir nada, y se
limitó a mirar a Harry fijamente, mientras éste último evitaba devolverle la mirada,
incómodo.
—Lamento profundamente que te sientas incómodo —oyó que decía Dumbledore
—. Me gustaría poder evitarlo, te lo aseguro... No obstante —añadió—, por otra parte
me halaga.
Harry levantó la cabeza y miró al director, sin comprender.
—Sí, me halaga... Me halaga porque tu pérdida de confianza en mí se debe a que
me habías idealizado. Supongo que fue un error permitir que creyeras que yo podría
solucionar cualquier cosa que fuera mal. Fue un error dejarte creer que, mientras yo
estuviera aquí, todo tendría remedio... Yo no soy un dios, Harry, sólo soy un viejo.
—Usted no es sólo un viejo —repuso Harry, casi involuntariamente. Una sonrisa se
asomó al rostro serio de Dumbledore.
—Desgraciadamente, creo que sí... Sí, también soy un gran mago, sé eso, pero no
puedo darte la esperanza que tú necesitas, Harry. No puedo darte las claves de lo que
buscas, ni responder a las preguntas que te formulas. Sé que es odioso, sé que te
gustaría que, de una vez, te dijera todo lo que sé, todo lo que necesitas para vencer a
Voldemort... Pero no puedo, y porque hay mucho que no sé. Cuando tú comprendas
cuál es la respuesta, entenderás el por qué de mi silencio. —Dumbledore hizo una
pequeña pausa mientras seguía mirando a Harry, pero éste no dijo nada—. Harry
—continuó—, lo que necesitas para vencer a lord Voldemort ya lo tienes, está en ti.
Sólo debes entender eso.
—Lo intento —contestó Harry—. Lo intento, pero no logro saber...
—Eres joven aún. A pesar de haber pasado por cosas que muy poca gente ha
tenido que soportar, todavía eres joven. Aún estás descubriendo la vida y todo lo que
la acompaña, como el dolor... y el amor. —Dumbledore se levantó y, caminando
lentamente, se colocó delante del escritorio, enfrente de Harry—. Sabía que
terminarías yendo al Departamento de Misterios otra vez, Harry, y también sabía que,
tarde o temprano, irías al Valle de Godric. Nunca te dije que tus padres estaban allí,
porque debías ser tú quien lo preguntaras, en el momento en el que lo necesitaras, o
estuvieras preparado. Supongo que ahora tendrás muchas cosas en la cabeza,
¿verdad? Supongo que desearías estar allí, con tu familia, viviendo feliz.
—Sí —asintió Harry—. No he pensado en otra cosa en estos días, pero sólo son
sueños.
—¿Tú crees? —le dijo Dumbledore—. Los sueños son, a veces, mucho más
importantes de lo que creemos.
»Voldemort se hace más fuerte, ya lo sabes; desea matarte, desea recuperar la
esencia que dejó en ti en vuestro primer encuentro. Esa esencia te hará daño, Harry,
tú mismo lo notarás, si no lo has notado ya... Sin embargo, ¿lo has percibido estos
días? ¿Has sentido estos días la presencia de Voldemort, su maldad?
—No —negó Harry, que no había reparado en ello—. La verdad es que apenas he
pensado en él.
—Tus sueños, Harry, la presencia de tus padres en ellos, le debilitan, menguan su
fuerza para hacerte daño —explicó Dumbledore—. Él está intentando usar vuestra
conexión para atacarte, para herirte, provocarte o debilitarte, como hizo aquel día, en
Little Whinging... Desea deprimirte, quitarte tus sueños y esperanzas, porque sabe
que, sin eso, estarás indefenso contra él. Temo que la oclumancia pronto deje de
hacer el efecto que hacía, a medida que vuestra conexión se haga más fuerte
—selaló, y Harry, que no le había dicho nada sobre su sueño, apartó la vista
disimuladamente, sintiéndose un poco culpable—. Cuando eso suceda, sólo tus
esperanzas, el cariño y tus buenos recuerdos te servirán para enfrentarte a él. Es todo
lo que puedo hacer por ti ahora. Esto y proteger este castillo lo mejor que pueda para
que estés a salvo.
»Harry, me importas mucho, como ya te he dicho en otras ocasiones. Te he visto
hacer cosas increíbles, en estos últimos años. Ojalá pudieses entender cuánto te
aprecio.
—Lo sé —respondió Harry, que se sentía muy mal—. Lo sé, profesor... Yo también
le aprecio, sólo es que..., bueno, esto no es fácil.
—No lo es para nadie —agregó Dumbledore—. En fin... Es mejor que te vayas a la
torre de Gryffindor. Cuídate, Harry.
—Hasta luego, profesor —se despidió él, y luego, tras pensarlo, añadió—: Y
gracias.
—De nada.
Harry salió del aula y se dirigió a la sala común. Aunque aquel abismo que sentía
entre Dumbledore y él no se había cerrado, sentía como si un puente hubiera sido
puesto entre los dos lados. Mientras caminaba con paso lento, comenzó a pensar
cuándo se habían torcido las cosas con Dumbledore.
Todo había comenzado en el verano antes de su quinto año, y durante todo ese
curso, debido a que Dumbledore no le miraba, no le decía nada, y le había ocultado
hasta el final lo de la profecía, la profecía por la que Sirius había muerto. Aunque
durante el sexto curso muchas cosas se habían arreglado, la negativa de Dumbledore
a explicarle la parte final de la última profecía de la profesora Trelawney y la
incapacidad del director para poder ayudarle ahora como lo hacía antes habían
terminado por crear aquella separación.
Suspiró.
Dumbledore tenía razón, todo se debía, fundamentalmente, a que Harry siempre
había creído que el director de Hogwarts podría solucionarlo todo; siempre había
pensado, como decía Hagrid, que mientras le tuvieran, no habría que preocuparse
demasiado, y no era así... El problema era que había confiado en Dumbledore casi
tanto como en Ron, Hermione o Sirius..., y encima, había puesto en él muchísimas
esperanzas. Todas, en realidad.
Aún pensativo, entró en la sala común, y vio a Ron, Hermione y Ginny, que
estaban sentados junto al fuego. Tenían una carta en la mano y parecían muy
contentos.
—¡Eh, Harry, corre, ven! —lo llamó Ron al verlo, casi saltando de alegría—. ¡Mira
lo que nos ha enviado mi madre!
Harry se acercó y Ron le pasó varias fotos, donde se veía a Percy, Bill, Fred,
George y a los padres de Ron, saludando muy contentos, delante de La Madriguera.
Iba a preguntar qué pasaba cuando se dio cuenta de algo. ¿Delante de La
Madriguera?
—Pero..., estas fotos...
—¡Sí, Harry! —exclamó Ron, pletórico—. ¡Han terminado de reconstruirla!
Harry volvió a mirar la foto y se dio cuenta de que, efectivamente, la casa, aunque
idéntica a la anterior, parecía más nueva y más cuidada.
—Es fantástico, Ron —declaró Harry, sonriendo, feliz de recibir una buena noticia
al fin.
—Mi madre está contentísima —informó Ginny, que también parecía muy feliz.
—Sí, se la ve muy alegre —asintió Harry, volviendo a mirar la fotografía. Todos se
veían sonrientes, incluso Percy, aunque Harry notó claramente que la sonrisa de éste
último mostraba, sin embargo, una inmensa tristeza.
—Mis padres te dan las gracias infinitamente por el dinero que nos dejaste —le
dijo Ron—. Sin esa ayuda todavía no habría sido reconstruida.
—Ellos no son los únicos que te dan las gracias —agregó Ginny, levantándose y
acercándose a él—. Ron y yo también... —Se irguió y le dio un beso en la mejilla—.
Gracias, Harry.
Harry le sonrió, muy contento. Más incluso que cuando se había dado cuenta de
que la casa estaba reconstruida.
—Sí, yo también te lo agradezco, compañero —añadió Ron, dándole un abrazo—.
De verdad, esto..., esto es muy importante para mí.
—Sólo fue dinero —repuso Harry—. No es comparable a lo que Hermione y tú
hicisteis por mí al acompañarme al Valle de Godric.
Ron sonrió.
—¿Cuentan algo más? —preguntó Harry, sentándose.
—Dicen que Tonks ya se encuentra bien del todo y que incluso ha vuelto al trabajo
—contestó Hermione, que sostenía la carta en las manos.
—Me alegro de tener por fin un día de buenas noticias —dijo Harry.
—Sí, es agradable... —corroboró Hermione—. Por cierto, Harry, ¿qué te quería
Dumbledore?
—Nada... Sólo decirme que lo sentía.
—¿Que lo sentía? ¿Qué tiene que sentir? —preguntó Ron.
—Que no confíe en él como antes.
—¡Oh! —soltó Hermione—. ¿Y qué le has dicho?
—¿Qué querías que le dijera, Hermione? No puedo evitarlo. Sé que no es culpa
suya solamente, pero...
—Hace lo que puede, Harry —señaló Hermione.
—¿Crees que no lo sé? Precisamente eso es el problema: que lo que puede... no
es suficiente para mí. No es suficiente para lo que yo esperaba de él. Ni yo mismo me
entiendo del todo, así que no intentes preguntarme... Sólo sé que nada es como antes,
y no puedo remediarlo. Quizás algún día todo se solucione, pero, de momento...
Hermione le miró y abrió la boca, pero volvió a cerrarla, sin saber qué decir.

Una semana después de aquello, cuando los momentos de ensoñación de Harry


habían ya desaparecido (excepto por las noches, cuando todavía soñaba con sus
padres), Harry comenzó a sentirse mal. Ron, Hermione, Ginny, los hermanos Creevey,
Neville y él se dirigían a la Sala de los Menesteres, para la reunión del ED, y había
empezado a sentir una sensación rara, como de angustia, aunque no podía
explicársela. Al principio había pensado que se debía quizás a la proximidad del
partido contra Slytherin, que se celebraría en dos semanas y ya era el tema de
conversación del castillo (hacía dos años que Slytherin y Gryffindor no se enfrentaban,
porque el año anterior el campeonato había sido suspendido días antes del partido).
Sin embargo, llegó a la conclusión de que aquél no podía ser el motivo. Jamás había
sentido esa clase de angustia, y confiaba plenamente en el equipo de Gryffindor. Lo
que sentía era como..., como si algo malo fuese a suceder, aunque no sabía el qué.
Se había sentido ya un poco raro desde la noche anterior, la primera en que no
soñaba con sus padres (al menos que pudiese recordar) desde que había ido a
visitarles a sus tumbas.
Mientras esperaban a que la puerta de la Sala de los Menesteres se materializase,
Colin Creevey le preguntó:
—¿Te encuentras bien, Harry?
Harry le miró, y entonces se dio cuenta de que había empezado a frotarse la sien
derecha.
—Creo que me duele un poco la cabeza...
—¿Te encuentras mal? —se interesó Hermione—. ¿Quieres dejarlo?
—No, no. Sólo es un dolor sin importancia, no pasa nada.
No obstante, durante la reunión quedó claro que no era un dolor sin importancia.
Mientras se paseaba, observando cómo sus compañeros practicaban maleficios y
contramaleficios, el dolor se había intensificado, al igual que la sensación de angustia
y desasosiego; pero, como no quería preocupar a sus amigos, intentó no dar señal
alguna de malestar.
Cuando más tarde regresaron a la sala común, se sentía ya bastante indispuesto y
deseando acostarse y cerrar los ojos. No pudo evitar que sus amigos se percataran de
que algo le pasaba.
—No estás bien, Harry. Tienes mala cara y estás pálido... —le dijo Hermione,
mirándole con preocupación—. ¿Es la cabeza? ¿Te duele más?
—Sí —asintió Harry.
—¿Por qué no vas a ver a la señora Pomfrey? —le sugirió Ginny—. Dile que te dé
alguna poción.
—No; lo único que necesito es descansar, sólo eso —repuso Harry.
Y así, mientras el resto de sus compañeros se sentaba en la sala común a charlar,
o a hacer más deberes, él subió a la habitación, rechazando el ofrecimiento de Ron de
acompañarlo, y se metió en la cama.
Sintió un ligero alivio al estar bajo las sábanas y cerrar los ojos, sobre todo al notar
el frescor de la almohada contra su frente, pero pronto el dolor volvió a acrecentarse.
Así mismo, la angustia que sentía le producía un nudo en el estómago, como si
estuviese pasando o a punto de pasar algo terrible y él no pudiese evitarlo.
«¿Qué me sucede? —se preguntó—. ¿Qué diablos me está pasando?»
Se revolvió en la cama un rato, y lentamente fue cayendo dormido, en un sueño
irregular e intranquilo.
Y, aunque apenas lo notó, la cicatriz empezó a dolerle y a palpitarle.
Se sentía sumido en la oscuridad, perdido y alejado de todo. No notaba el dolor de
cabeza, pero la angustia y un temor extraño le inundaban. Sentía como si estuviera
soñando, pero por otro lado se veía demasiado consciente de ello como para que
fuese un sueño. Notó vagamente que la cicatriz le dolía, pero sentía el dolor como algo
lejano, ligeramente molesto, pero poco importante. Quiso caminar, moverse, pero se
dio cuenta de que no podía.
Entonces, la oscuridad pareció aclararse un poco, y vio que estaba en una especie
de habitación inmensa, donde no había puertas ni ventanas. Solamente un fuego
mortecino brillaba en el centro de la estancia. Se acercó a él, pues había empezado a
notar frío, e intentó coger su varita, antes de darse cuenta que no la tenía consigo.
«Normal, esto es un sueño, no es real. No es real —se repitió—. Yo estaba en mi
cama, esto tiene que ser un sueño...»
Pero, si era un sueño, ¿por qué le parecía tan real?
Llegó junto al fuego e intentó calentarse, pero se dio cuenta de que no sólo aquel
fuego no lo calentaba en absoluto, sino que además, el frío parecía aumentar, y, con
él, la angustia y la sensación de que algo malo, algo terrible, se avecinaba... Y fue
entonces cuando se dio cuenta de dónde provenía aquella sensación.
No estaba solo.
Temblando, miró hacia el frente, para ver a la otra persona que estaba con él,
aunque ya intuía quién era.
El fuego que tenía delante se intensificó, y le permitió ver más claramente el
sonriente y malvado rostro de serpiente de lord Voldemort.
—Tú... —escupió Harry, con asco y odio, mientras Voldemort curvaba su boca en
una malévola sonrisa—. ¿Qué haces aquí? ¿Dónde estoy?
Harry sentía rabia y odio, pero no miedo. De alguna forma, sabía que Voldemort no
podía hacerle demasiado daño. Al fin y al cabo, aquello era un sueño... ¿o no?
—Hola, Potter. ¿Cómo te va? —preguntó Voldemort, clavando sus ojos rojos,
brillantes de malicia, en él.
—No creo que te importe mi salud —respondió Harry descaradamente—. ¿Dónde
estamos?
—Qué maleducado eres, Potter —siseó Voldemort—. ¿Dumbledore no os enseña
maneras en Hogwarts? Ese colegio necesita una reforma... —comentó—. Bueno,
respecto a lo de tu salud... Pues me interesa mucho, como bien sabes... Cuanto peor
sea, mejor para mí.
—¿Dónde estamos? —repitió Harry, procurando ignorar todo lo que Voldemort
había dicho.
—¿No lo sabes? Creí que era obvio... Estamos en tu sueño... O, más
exactamente, en un sueño compartido que yo he provocado, y en el cual, gracias a la
extraordinaria fuerza de la conexión que compartimos, podemos hablar
tranquilamente.
—¿Cómo lo has hecho? —quiso saber Harry—. Déjame en paz, no tengo nada
que hablar contigo.
—Desgraciadamente, y te aseguro que no es para mí ningún placer —dijo
Voldemort—, yo sí tengo que hablar contigo.
Voldemort le sonrió a Harry, aunque no había nada de amistoso en aquel gesto, y
caminó lentamente por la sala. Harry le observó, sin moverse del sitio, deseando
atacarle y terminar con lo que había intentado en mayo.
—Respecto a cómo lo he hecho... —siguió hablando Voldemort—, bueno, supongo
que habrás notado que nuestra conexión se ha hecho más fuerte, ¿verdad? Sí...
Desde nuestro último encuentro, se ha hecho muy intensa. Lo suficiente como para
que pudieras espiarme de nuevo..., y para que yo te detectara. Entonces comprendí
que ya podría intentarlo de nuevo con éxito, ya que, cuando quise entrar en tu mente
en julio, no lo logré del todo.
—Con que eso querías, hablar conmigo...
—No exactamente. En realidad, intenté destruirte desde dentro, pero debo
reconocer que fracasé
—¿Por eso enviaste contra mí a Rodolphus Lestrange?
—No seas necio, Potter —escupió Voldemort con desprecio—. Sabes
perfectamente que no fui yo quien le envió. Sé de sobras que es inútil atacarte allí. Ese
idiota casi muere por su estupidez... —Voldemort hizo una mueca y luego prosiguió—:
Llevo días intentando hacer esto, Potter, pero, por alguna razón que desconozco,
resultaba doloroso y frustrante. En ninguna de las tres veces que lo he intentado hasta
el momento he tenido éxito.
Harry miró a su enemigo, pero no dijo nada. ¿Habría fracasado debido a los
sueños sobre sus padres y una vida feliz que había tenido últimamente? Eso le había
dicho Dumbledore cuando había hablado con él...
—Pero hoy lo he conseguido, y ahora estamos aquí, tú y yo, de nuevo, como tú
mismo dijiste, frente a frente... Sólo que, desde entonces, algunas cosas han
cambiado, ¿verdad? Yo soy más fuerte, y tú has perdido a otro de esos estúpidos
amigos tuyos... ¿Lloraste en el funeral de esa chica, Potter?
Harry sintió que le hervía la sangre ante la alusión a Luna.
—Déjalos a ellos al margen de esto.
—Me temo que no. Como te dije, ellos son tu debilidad, Potter. Ansío sentir tu dolor
al ver cómo mueren... —Su malvada sonrisa se acentuó más, y el odio que
desprendían sus ojos se avivó. Harry agradeció estar en un sueño, porque si no fuera
así sabía que la cicatriz le estaría matando del dolor.
—Hablando de mis amigos... ¿Qué fue lo que le hiciste a Ginny, eh? ¡Dímelo!
—No te atrevas a alzarme la voz, Potter, ni siquiera aquí... Lo que le hice a tu
amiga es una cuestión que no te atañe a ti. Deberías preocuparte más por ti mismo.
—Está bien, ¡dime lo que quieras y déjame en paz! —gritó Harry.
—Nuestra conexión se está haciendo más fuerte cada vez, Potter. Y eso no es
bueno para mí, como seguramente Dumbledore ya te habrá dicho... A cada momento,
mi necesidad de la esencia que dejé en ti es más y más elevada. El tiempo corre en mi
contra, pero no te equivoques, también en la tuya. Porque sufrirás, Potter, sufrirás
mucho. Si no es a través de nuestro vínculo será a través de tus amigos, de tus
conocidos... La guerra, la verdadera guerra, está por empezar. Quiero tenerte frente a
mí, y matarte de una vez y para siempre.
—¿Sí? —dijo Harry, poniendo voz burlona, a pesar de que por dentro ardía de
rabia—. Pues, si no recuerdo mal, la última vez que nos vimos no saliste muy bien
parado, ¿recuerdas?
Para sorpresa de Harry, Voldemort sonrió ampliamente.
—¡Ah, me alegra que menciones eso...! Precisamente, hablando de nuestra
conexión... ¿Crees que me derrotaste, Potter? ¿Crees que me venciste? Oh, sí, en
aquel momento me hiciste daño, no te lo voy a negar... Harry, Harry, Harry, tú me has
ayudado mucho, tú me has hecho aún más poderoso, haciendo aún más profunda
nuestra conexión...
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Harry, seguro de que no quería
conocer la respuesta.
Sonriendo todavía, Voldemort agarró su túnica con las dos manos, y se descubrió
el pecho, blanco y escuálido, donde se veían las costillas. Sin embargo, Harry no se
fijó en nada de aquello, o apenas lo hizo, porque, en el mismo lugar en que la
maldición asesina le había dado, una cicatriz de color rojo brillante, en forma de equis,
le marcaba. Alrededor de ella, piel se veía rojiza y escamosa. Harry retrocedió un
paso, casi asustado al ver aquello. Voldemort se rió y volvió a cubrirse.
—Como ves, Harry, yo también tengo ahora una cicatriz. Por supuesto, no es
como la tuya; tú no pusiste en mí parte de tu esencia, desde luego, o al menos, no en
el mismo modo en que lo hice yo, porque tu esencia no es como la mía... Supongo
que, a estas alturas, ya sabrás qué es la esencia mágica, ¿no?
—Sí —respondió Harry, aún asombrado por lo que Voldemort le había mostrado.
—Sí, Flammingan te lo habrá explicado... —Harry se sorprendió. Ignoraba que
Voldemort conociese al Jefe de Inefables—. No sé qué pretende Dumbledore
contratándole, sólo es un cobarde. Quizás espera que te enseñe cómo usar tus
poderes para vencerme, o quizás espera que... —Frunció el ceño y entornó los ojos,
pero un instante después aquel gesto desapareció— Bueno, da lo mismo, no tendrá
éxito. En fin, como te decía: tú no dejaste en mí parte de ti, pero tu magia, esa
maldición en concreto, que creó entre nosotros la conexión inicial, ha acelerado el
proceso y me ha dado más poder. Quizás también te haya afectado a ti, no lo sé...
—Inmediatamente, Harry pensó en sus poderes—. El caso es que todo va más
deprisa. Has cerrado el círculo, Harry, y la hora ha llegado.
—Pues di de una vez qué quieres —soltó Harry.
—¿No te lo imaginas, Potter? Lo mismo que tú: acabar con esto. Quiero que
vengas a mí, que te enfrentes a mí, y uno de los dos muera. Eso quiero.
—¿Y para decirme eso has venido hasta aquí? —le preguntó Harry—. Creí que
eras más inteligente, Tom Ryddle... ¿Crees que voy a aceptar?
Voldemort frunció el ceño y lo estudió durante un rato, mirándole atentamente.
—Espero que sí, Potter, porque es lo mejor que puedes hacer.
—¿Ah, sí?
—Sí —repuso Voldemort tranquilamente—. Por supuesto, morirás si vienes, pero
aún así todo será mejor para ti: no sufrirás más, Potter, y yo seré lo suficientemente
poderoso para dominar el mundo sin necesidad de una larga guerra... Se salvarían
muchas vidas, Harry... Si no vienes, el final será el mismo, porque tarde o temprano
nos enfrentaremos, pero, para entonces, muchos inocentes habrán muerto sin
necesidad. ¿Es eso lo que deseas?
—¿Desde cuándo te importan a ti los inocentes? —le preguntó Harry.
—A mí no me importan, Potter, pero a ti sí. Muchos se salvarían, tus amigos
incluidos... Incluso la sangre sucia. De otra manera, todos ellos están condenados sin
remedio.
—¿Y crees que te voy a hacer caso sólo porque me prometas no matar de más y
salvar a mis amigos? ¿Me crees tan estúpido como para confiar en ti?
—¡Es lo único que tienes, Potter! —bramó Voldemort—. ¡Tienes la ocasión de
salvar a tus amigos y a esos inocentes por los que tanto os preocupáis Dumbledore y
tú! ¿No eres acaso un gryffindor? ¿Dónde está tu valentía?
Harry le miró con el ceño fruncido. Una parte de él deseaba hacerlo, ir junto a él,
luchar, y terminar cuanto antes...
—Vamos, Potter... ¿Cuántas personas han muerto ya en tu lugar? —siguió
Voldemort—. Tus padres; ese chico, Diggory; tu querido padrino Black; ese auror,
Shacklebolt; Colagusano, la chica Lovegood... ¿Cuántos más vas a permitir que se
sacrifiquen por retrasar algo que inevitablemente sucederá? ¿Vas a permitirlo?
¿Dónde está la nobleza de los gryffindor? ¿O eres de esos que se esconden tras los
demás? Contéstame, Potter.
Harry apretó los puños, lleno de rabia a rebosar. Sabía que Voldemort quería
provocarlo, utilizando contra él todos sus miedos, todos sus temores. Deseaba
aceptar, enfrentarse a él y hacerle pagar, o al menos salvar a sus amigos... Pero una
parte de él se resistía, recordando una conversación que había tenido con Dumbledore
el curso anterior, cuando Voldemort había asesinado a Kingsley. En aquella ocasión,
le había dicho al director que quería luchar, acabar con aquello, pero el director se lo
había impedido, convenciéndole de que sería inútil. Y, en su interior, sabía que tenía
razón: sería inútil. Si moría, Voldemort haría lo mismo: no salvaría a Hermione, ni a
Ron, porque, en parte, sabía que ellos jamás dejarían de luchar contra Voldemort, por
imposible que fuera la victoria.
—No soy de los que se esconden —respondió Harry por fin—, pero tampoco soy
estúpido. No voy a suicidarme y dejarte el camino libre. Si tantas ganas tienes de
atraparme, ven tú a por mí.
Voldemort le miró, lleno de odio y de rabia.
—No dudes que lo haré, Potter, pero antes te haré ver los cadáveres de todos
aquellos que te importan, eso puedo jurártelo.
—Nunca te lo permitiré.
—¿No? Eso ya lo veremos, Potter, eso ya lo veremos... Tú lo sabes y yo lo sé: el
momento se acerca, y no podrás evitarlo.
—Tal vez no, pero, cuando esa hora llegue, estaré preparado —replicó Harry,
queriendo parecer convencido.
—Eso lo veremos...
Voldemort se acercó a él, y él le enfrentó, desafiante.
—Eso lo veremos... —repitió, y acto seguido le echó las manos al cuello,
apretándolo. Aunque sólo era un sueño, se sintió ahogar. Notó punzadas lejanas en la
cicatriz, y un dolor sordo en la garganta y los pulmones. Luchaba, pero no podía
liberarse de su captor, que le miraba con ojos ávidos de deseo.
—Pronto haré esto en la realidad, Potter, muy pronto... Sólo espera y verás... Sólo
espera...
Y Harry no oyó más. Sintió que el sueño se desvanecía y que despertaba, al
tiempo que un horrible dolor en la cicatriz irrumpía en su cabeza. Dolía tanto que creyó
que no podía soportarlo. Se despertó gritando como un loco y aferrándose el cuello.
Tosió con fuerza, sintiéndose mareado. La habitación daba vueltas a su alrededor.
—¡Harry! ¡HARRY!, ¿qué te pasa? —oyó que gritaba Ron, y vio de refilón cómo se
levantaba de su cama mientras él se inclinaba hacia el suelo y vomitaba con fuerza.
Sintió que su amigo le agarraba, y luego también otras manos que, como vio
después, pertenecían a Seamus.
—¿Qué le pasa? —preguntó éste último, muy asustado.
—¡No lo sé! —chilló Ron—. ¡Harry!, ¿te encuentras bien? —le volvió a preguntar,
mientras le limpiaba la boca con las mantas. Se había manchado la cara y todo el
pijama. Notó que el dolor de la cicatriz remitía un poco, pero estaba helado, y la
cabeza parecía a punto de estallarle.
—¿Te encuentras bien, Harry? —seguía preguntando Ron—. ¡Dime algo!
—Ron... —balbuceó, y, al momento, se inclinó otra vez para vomitar.
—¡Neville, pide ayuda! ¡Rápido! —le ordenó Ron.
Harry sintió cómo Neville salía corriendo de la habitación.
—Harry... —volvió a decir Ron.
—Estoy... mareado... Ron, le he visto... Él me ha hecho esto...
—¿Quién? —preguntó Ron, mortalmente asustado—. ¡Harry!, ¿quién? ¿Te
refieres a Voldemort?
Harry logró asentir con la cabeza antes de sentir un nuevo mareo y perder el
conocimiento.
21

La Mordedura de la Serpiente

Cuando Harry se despertó, estaba en la enfermería, y a su lado estaban Ron,


Hermione, Ginny, Seamus, Dean y Neville. Todos con sus batas y cara asustada.
—¡Harry! ¿Te encuentras bien? —le preguntó Hermione rápidamente, al ver que
abría los ojos.
Harry no contestó inmediatamente. Todavía le dolía la cabeza, y aún sentía
palpitaciones en la cicatriz. Afortunadamente, ya no tenía frío ni sentía mareos.
—Estoy mejor... —respondió—. ¿Qué hora es?
—Son las cuatro y media de la mañana —dijo Ron—. Hace dos horas que estás
aquí.
—¿Qué te pasó, Harry? —preguntó Hermione—. Ron dijo que habías dicho algo
de Voldemort...
—¡Señorita Granger! —chilló la señora Pomfrey, acercándose rápidamente a Harry
—. No es momento de preguntas, el señor Potter tiene que descansar... Vamos, ya
han visto que se encuentra bien, váyanse todos a sus camas.
—¿No podemos...? —intentó preguntar Ron, pero la enfermera lo interrumpió:
—¡Nada de eso! Vamos, pueden venir a verle por la mañana.
Con cara de resignación, todos se despidieron de Harry y fueron abandonando la
enfermería.
—Vendremos a primera hora, ¿vale? —le dijo Hermione.
—Sí, estoy bien, no os preocupéis —dijo Harry, intentando sonreír para
tranquilizarlos—. ¿Dónde está el profesor Dumbledore? —le preguntó a la enfermera
en cuanto sus amigos se hubieron retirado.
—El profesor Dumbledore estuvo aquí un rato y luego se retiró diciendo que
volvería mañana. Ahora acuéstese. ¿Cómo se encuentra?
—Me duele la cabeza —contestó Harry.
—Bien, tómese esta poción. Le calmará el dolor y le ayudará a dormirse sin
sueños —dijo la señora Pomfrey, mientras le echaba un líquido azulado en un vaso y
se lo ponía en la mesilla—. El señor Weasley dijo que había tenido usted una especie
de pesadilla.
—Eh..., sí, más o menos —asintió Harry.
—Pues bébase eso. Enseguida. Le hará bien.
Harry no quería beberse la pócima, porque tenía muchas cosas en las que pensar,
pero, al recordar lo que le había sucedido, sintió cómo su dolor de cabeza aumentaba,
y decidió seguir las indicaciones de la enfermera, bebiéndose la poción de un solo
trago.
Un minuto más tarde ya estaba dormido, y cuando se despertó se encontró de
nuevo a Ron al lado de su cama, mirándole. Sonrió al ver que se despertaba.
—Al fin vuelves, marmota —bromeó Ron.
—¿Qué hora es? —preguntó Harry, incorporándose y poniéndose las gafas.
—Casi la hora de comer —contestó Ron.
—¿Tan tarde? —exclamó Harry. Soltó un gruñido—. ¿Dónde está Hermione?
—En clase de Aritmancia —respondió Ron—. ¿Cómo te encuentras? Ella se va a
poner muy contenta cuando vea que estás bien, y también Ginny.
—Me encuentro bien... No me duele la cabeza, ni la cicatriz, ni nada. Lo único que
tengo es hambre.
—Bueno, podemos bajar al comedor, ya casi es la hora. Supongo que la señora
Pomfrey no tendrá ningún problema.
Y precisamente hablando de ella, la enfermera salió de su despacho.
—Vaya, ha despertado, señor Potter. Creo que le hizo bien la poción.
—Sí, gracias. Me encuentro mucho mejor. Podré bajar a comer, ¿verdad?
—Sí, creo que sí. ¿Ya no le duele nada?
—No —contestó Harry con aplomo—. Estoy bien.
—Entonces no hay problema —accedió la enfermera, y volvió a su despacho.
Harry buscó su ropa, dándose cuenta de que lo único que tenía era el pijama.
—Te he traído tu ropa —le dijo Ron, al ver lo que buscaba, y le entregó una bolsa.
—Gracias.
—Bueno, Harry..., ¿qué te pasó? Cuando me desperté con tus gritos y te vi me
asusté muchísimo. Jamás te había viso así. Nunca.
La cara de Harry se ensombreció.
—Le vi. Hablé con él.
—¿Con él? ¿Te refieres a Voldemort?
Harry asintió.
—¿Recuerdas que no me sentí nada bien durante el día? Creo que fue debido a
eso... Él aprovechó la fuerza creciente de nuestra conexión para contactar conmigo,
Ron, para hablarme...
—¿Estás diciendo que hablasteis por telepatía? —preguntó Ron, asombrado.
—No, fue...
Pero no terminó la frase, porque entonces entró Hermione a todo correr.
—¡Harry! —exclamó—. ¡Estás despierto! ¿Cómo te encuentras? Vinimos por la
mañana, pero estabas dormido, así que en cuanto salimos de Astronomía mandé a
Ron aquí por si te despertabas...
—Sí, Hermione, estoy bien, tranquilízate —le dijo Harry con una sonrisa—. No te
preocupes.
—Harry me estaba contando lo que le pasó —le contó Ron, mirándola—. Acababa
de empezar.
—Estupendo, porque yo también quiero saberlo —declaró Hermione, sentándose
en la cama. Ambos miraron a Harry, quien repitió lo mismo que ya le había dicho a
Ron. Al mencionar que había visto a Voldemort, Hermione puso cara de susto.
—Pero ¿cómo...?
—Déjame que os lo explique, por favor... —pidió Harry—. El caso es que, cuando
me dormí, soñé con una habitación extraña y oscura...
—¿La misma de la que nos hablaste? ¿La de la luz roja? —inquirió Ron.
—No, ésa no... Ésta era distinta, inmensa y oscura. Tenebrosa, más bien. Lo único
que había allí era un fuego que no calentaba y lord Voldemort.
—¿Te hizo algo? —le preguntó Hermione.
—No, no podía —explicó Harry—. Al fin y al cabo, sólo era un sueño... Me dijo que
había usado nuestra conexión para hacer eso, para verme, y luego me contó que
nuestro vínculo era cada vez más fuerte, que yo lo había hecho más intenso aún al
lanzarle la maldición asesina. Me mostró una cicatriz en el pecho, donde le di con el
rayo.
—¿Tiene..., tiene una cicatriz como la tuya? —preguntó Ron, sorprendido y
asustado.
—No, no es como la mía... Pero él dijo que yo había cerrado el círculo, que le
había dado aún más poder... Que todo debía terminar ya.
—¿Y para decirte eso se metió en tu sueño? —preguntó Hermione, alzando una
ceja—. ¿Qué pretendía, asustarte?
—No; lo que quería era retarme. Me instó a que fuera junto a él para terminar lo
nuestro; me dijo que, si no era un cobarde, si no quería veros morir a todos, que fuera
junto a él y termináramos de una vez. —Mientras hablaba, estaba apretando las
mantas de su cama con fuerza.
Hermione se llevó las manos a la boca, y Ron miró a Harry con cierto temor.
—No..., no aceptaste, ¿verdad? —le preguntó, temiendo la respuesta.
—¡Claro que no! —respondió Harry, rotundo—. No estoy loco. Si fuera junto a él
ahora mismo, sé que no tendría posibilidad alguna.
Hermione se relajó un poco.
—Bien hecho —le dijo—. ¿Y qué le pareció a él?
—Se enfadó muchísimo, por supuesto —les contó Harry—. Entonces me agarró
por el cuello, yo sentí que me ahogaba, y fue entonces cuando me desperté, gritando,
mareado y con un dolor en la cicatriz y en la cabeza insoportable.
—¿Eso es todo? ¿No te dijo nada más? —inquirió Hermione.
—Me dijo que había tratado de hacer algo parecido, de hacerme daño, en el
verano...; me dijo que, si yo no aceptaba luchar contra él, todos moriríais, y mucha otra
gente inocente; me dijo que la verdadera guerra estaba a punto de empezar...
—Sólo pretende asustarte —concluyó Hermione, intentando parecer segura de sus
palabras—. No puede cogerte, por eso trata de engañarte.
Ron asintió.
—Mira, lo mejor es que bajemos a comer, te hará bien. En cuanto a ese sueño...,
lo mejor que puedes hacer es olvidarlo.
—Sí, me muero de hambre —aceptó Harry—. Pero dudo que pueda olvidar nunca
lo que vi anoche.
—Una cosa más —añadió Ron—: Dumbledore nos ha dicho que luego tendrías
que ir a su despacho, a las cinco, porque antes tiene clase.
Harry asintió.
Los tres salieron de la enfermería y bajaron hasta el vestíbulo, pero, cuando iban a
entrar en el Gran Comedor, se encontraron cara a cara con Malfoy, Crabbe, Goyle y
Pansy Parkinson.
—¡Vaya, si es el gran Potter! —exclamó Malfoy con falsa adoración—. ¿De nuevo
en la enfermería? —preguntó burlonamente—. Ya la echabas de menos, ¿verdad?
—Cállate, Malfoy —le soltó Ron.
—¿Ahora eres la niñera de Potter, Weasley? Supongo que te pagará algo, ¿no?
Harry y Ron le miraron con furia, pero Hermione tiró de ellos, instándolos a ignorar
a Draco.
A regañadientes, ambos siguieron hacia el Gran Comedor, pero entonces Malfoy
añadió:
—¿Qué intentas, Potter? ¿Evitar que nos enfrentemos en el partido de la semana
que viene? ¿Tienes miedo?
De un tirón, Harry se soltó de Hermione y se encaró con Malfoy. Crabbe y Goyle le
miraron y se prepararon para intervenir.
—Yo nunca tendría miedo de ti, asquerosa serpiente.
—Este año vas a perder, Potter... Yo mismo te tiraré de tu escoba, te lo prometo
—afirmó Malfoy, con un brillo en los ojos.
—¡Basta los dos! —gritó Hermione—. Harry, vamos a comer, y tú, Malfoy, ¿quieres
que informe de que un prefecto está insultando a otros alumnos?
Draco miró a Hermione despectivamente, y luego se dirigió al Gran Comedor.
—Nos veremos en el partido, Potter —susurró.
Pansy miró mal a Hermione y también sonrió despectivamente.
—¿Se te han subido los humos, sangre sucia?
Hermione frunció el ceño y la miró con mala cara. También Ron y Harry la
observaron. Ron le estaba dirigiendo una mirada asesina; era obvio que si no fuera
una chica, habría saltado encima suya. Pansy, aunque siempre había sido
desagradable con Hermione, nunca antes la había llamado «sangre sucia».
—Diez puntos menos para Slytherin, Parkinson —se limitó a decir Hermione con la
voz calmada.
Parkinson arrugó su cara de perro y entró también en el comedor.
—Vamos —dijo Hermione también, y los tres amigos se dirigieron a la mesa de
Gryffindor.
—¡Harry! —exclamaron todos al verle—. ¿Cómo estás? —le preguntó Dean.
—Mejor, gracias...
—Ayer me llenaste todo de vómitos, Harry —le dijo Seamus con una sonrisa,
aunque tenía cara de asco—. Y también a Ron.
—Lo siento —se disculpó Harry, un tanto avergonzado.
—¿Tenéis que mencionar eso mientras comemos? —preguntó Parvati. Tanto ella
como Lavender parecían asqueadas.
—Me alegro de que te encuentres bien, Harry —dijo Ginny, dirigiéndole a Harry
una sonrisa dulce—. Estaba muy preocupada.
—Gracias, Ginny —respondió Harry, mirándola a los ojos. Le sostuvo la mirada un
momento y luego, recordando que no quería involucrarse, apartó la vista y empezó a
servirse su comida.

A las cinco en punto, Harry dejó los apuntes que estaba copiando de Hermione, se
despidió de ella y de Ron y se dirigió al despacho de Dumbledore para hablar con él.
Para su sorpresa, cuando entró en el despacho, comprobó que el director no
estaba solo, sino que también Flammingan estaba allí.
—Pasa, Harry —le indicó Dumbledore amablemente—. Y siéntate.
Harry hizo lo que le decían y los miró a ambos.
—Ron nos contó anoche que habías mencionado a Voldemort antes de
desmayarte —dijo Dumbledore—. Nos contó que habías dicho que él te había hecho
algo. ¿Qué fue exactamente?
Harry le explicó a ambos profesores todo lo que le había pasado, empezando por
el hecho de que la noche anterior al sueño no había soñado ni con sus padres ni con
el Valle de Godric. Luego mencionó la angustia y, finalmente, la conversación que
Voldemort y él habían sostenido, aunque sin dar todos los detalles (por ejemplo, el
hecho de que Voldemort se había percatado de que Harry le había visto en el otro
sueño, sueño del que Dumbledore nada sabía). Cuando terminó, Dumbledore le miró,
pensativo.
—O sea que se ha dado cuenta de que al hacerse vuestra conexión más grande
puede afectarte, meterse en tu mente e incluso hacerte daño.
—Sí —respondió Harry, y luego añadió—: Profesor..., esa cicatriz de Voldemort...
—Me temía que algo así pudiera pasar cuando me contaste lo que habías hecho,
Harry. Por supuesto, esa maldición no puede matarle, pero tú puedes atravesar su
protección, esa protección que procede de ti mismo... Vuestra conexión se ha hecho
más fuerte aún, y ése es el motivo de que ocurra tan rápido. Temo que el tiempo se
nos esté acabando.
—¿A qué se refiere? —quiso saber Harry.
—He intentado, e intento, por todos los medios posibles, protegerte de él, evitar
que os enfrentéis... Pero no podré hacerlo siempre. Pronto vuestra conexión será tan
fuerte que no os quedará más remedio que luchar. No sé cuándo será ese momento,
pero no puede estar ya muy lejos.
—No —dijo Harry—. La profecía decía que el momento se acercaba, y ya hace
casi un año de eso.
—Hiciste bien al negarte a su reto, Harry —le dijo Flammingan—. Lo único que
pretende es tenderte otra trampa, una trampa a ti solo. No quiere que vayas a
enfrentarte a él con tus amigos.
—Sí, aunque no sé por qué —repuso Harry—. Él siempre dice que ellos son mi
debilidad. Si los tiene a ellos, le será más fácil dominarme a mí, ¿no?
—Así es como él piensa, Harry, pero el año pasado comprobó que no, cuando tus
amigos te salvaron la vida. Eso es precisamente lo que él no entiende, lo que le
confunde... ¿Cómo puede una debilidad salvar a una persona? Ése es su punto débil:
no entiende la amistad, ni los sacrificios que por ella podemos llegar a hacer. Aunque
la utilice, jamás podrá comprenderla, porque no la siente.
—¿Te dijo alguna otra cosa importante, Harry? —inquirió Flammingan.
—Sí... bueno, no sé si es muy importante —contestó—. Me preguntó si sabía ya lo
que era la esencia mágica, y yo le dije que sí. Entonces él le mencionó a usted —dijo,
refiriéndose a Flammingan—. Dijo que no entendía qué pretendía Dumbledore
contratándole, que usted era un cobarde...
Al decir aquello, Flammingan bajó un poco la mirada.
—¿Eso dijo?
—Sí... —confirmó Harry, y no pudo resistir la curiosidad—. ¿Por qué dijo eso?
—Bueno, nunca he sido muy dado a luchar en guerras —explicó Flammingan con
vaguedad—. Será por eso.
Harry sabía que Flammingan era sincero, pero también que ocultaba parte de la
verdad, y se preguntó una vez más qué secretos guardaba aquel hombre.
—Dijiste que Voldemort había intentado varias veces estos últimos días entrar en
tu mente, ¿verdad? —preguntó Dumbledore.
—Sí —contestó Harry—. Varias veces... Pero no lo consiguió porque durante la
última semana he soñado cada día con mis padres, con el Valle de Godric y la vida
que hubiera tenido allí. Creo que es por eso. Como le dije, la noche anterior al sueño
no soñé con ellos, y creo que eso fue lo que le permitió introducirse en mi mente.
—Sí, sin duda fue eso —asintió Dumbledore—. Ya te dije que te haría bien ir allí,
que eso limitaría el poder que la conexión con Voldemort tiene en ti.
—Pero no voy a poder usar eso siempre —repuso Harry—. Él podrá volver a
intentarlo, podrá volver a intentar atacarme...
—Sí, no cabe duda —corroboró Dumbledore—. Y creo que nada ganas
preocupándote con eso. Lo único que puedes hacer es mantener una llama de
esperanza en tu corazón, Harry, y tener siempre presentes a aquellos que han dado
todo por ti, a aquellos que darían todo por ti. Mi consejo ahora es que olvides esa
conversación. Haz como si no se hubiera producido, porque si te desesperas, si te
dejas llevar por lo que te dijo, estarás haciendo justo lo que él desea que hagas. La
semana próxima es el partido contra Slytherin, el primero de la temporada —comentó
Dumbledore—. Te sugiero que te concentres en ello, que te distraigas. Eso te ayudará.
—Lo intentaré —se comprometió Harry, levantándose de la silla—. Hasta luego.
—Hasta luego —repitieron ambos profesores, y Harry sintió que le observaban
hasta que salió del despacho.
Caminó hacia la sala común, pensando en si podría olvidarse de aquello gracias al
quidditch. Estaba dispuesto a intentarlo, sí, pero dudaba que pudiera conseguirlo.
Entró en la sala común y se encontró a Ron, a Ginny y a los demás miembros del
equipo de Gryffindor, ya con sus escobas y preparados para entrenar.
—¿Qué tal te fue? —le preguntó Ginny al verle.
—Bien... Luego os lo cuento, ahora voy a por mi escoba. —Subió al cuarto, cogió
la Saeta de Fuego y volvió a la sala común. Vio a Hermione sentada en una mesa,
trabajando, y le preguntó—: ¿No quieres venir?
—¿Con este frío? —respondió ella—. Ni hablar. Además, tengo muchísimo que
hacer... y vosotros tampoco deberíais entreteneros —le advirtió.
—Sí, ya... —respondió Harry—. Hasta luego.
El entrenamiento duró casi dos horas. Harry se sentía bastante confiado en sus
posibilidades de ganar al equipo de Slytherin. Al fin y al cabo, nunca habían perdido
contra ellos. Ni siquiera en quinto, cuando Gryffindor tenía el peor equipo que Harry
había visto en su vida. Ahora Kirke y Sloper se habían convertido en grandes
golpeadores, Ron era un guardián excelente, Ginny, Anna Snowblack y Gregory
Sheldon eran buenos cazadores, y él mismo..., bueno, estaba bastante seguro,
aunque sonara pretencioso, de ser el mejor buscador de Hogwarts.
Toda la semana habían estado ensayando nuevas jugadas de equipo, y la mayoría
salían bastante bien, por lo que casi todos los jugadores eran optimistas en cuanto al
resultado del partido. Sobre todo Ron, que ya se veía con la Copa de Quidditch en la
mano.
—En serio, Harry —le decía, muy animado, mientras volvían al castillo para la
cena—, tenemos un equipo estupendo, las jugadas que hemos ensayado son muy
buenas, y tú eres mucho mejor buscador que Malfoy. ¡Está hecho!
—Sí, Ron, tenemos muchas posibilidades, pero no eches aún las campanas al
vuelo... —le advirtió, aunque la verdad era que le resultaba muy difícil no contagiarse
del optimismo de su amigo.
—Y encima ahora vamos a cenar... Estupendo.
Harry se rió. Ver a Ron tan contento siempre lo distraía y lo alegraba.
—Habéis estado mucho tiempo —les reprochó Hermione, quien ya estaba
cenando, a sus dos amigos—. Así no os pondréis al día con los deberes.
—¡Hermione! —protestó Ron—. Estamos a punto de derrotar por última vez a
Slytherin, relájate algo...
—¿Te has olvidado de todo lo que tenemos que hacer para Navidad? —le
preguntó Hermione—. ¿Qué opinas tú, Harry?
—Pues yo... Dumbledore me ha dicho que lo mejor que puedo hacer ahora es
distraerme con el quidditch, así que...
Hermione se quedó boquiabierta, con la patata que tenía en el tenedor a medio
camino entre el plato y su boca. Ron se rió.
—¿Lo ves? Si Dumbledore lo dice, tiene que estar bien...
—Dumbledore se lo dijo a Harry, no a ti —replicó Hermione hábilmente—. Así que
tú no tienes excusa.
—¿Cómo que no? ¡Harry no puede entrenar solo! Se aburriría. Además, es
peligroso que ande por los terrenos sin compañía. Mi deber como prefecto es
acompañarle y protegerle.
Harry y Neville, que estaba al otro lado de Ron, se echaron a reír ante aquel
comentario.
Hermione, que no encontró respuesta para aquello, al menos sin mencionar que a
Ron no le habían importado las normas la noche que habían ido a la casa de los Potter
(y de haber mencionado eso tendría que regañarse a sí misma), se quedó primero
callada, y luego se puso a hablar con Ginny.

El pensar en quidditch a Harry le funcionó bastante bien durante los siguientes días, y
cuando no se distraía con el ello estaba muy ocupado con los deberes, por lo cual no
tenía demasiado tiempo para preocuparse por otras cosas, ni siquiera por Voldemort.
En todo el colegio, los ánimos debidos a la proximidad del partido de quidditch iban
en aumento. En un año sin visitas a Hogsmeade y con extraordinarias y severas
medidas de seguridad, la Copa de Quidditch sería prácticamente la única diversión
que tendrían los alumnos, y por eso el partido era esperado fervientemente por todos.
—Espero que dure mucho —decía Seamus la noche anterior, mientras todos
permanecían sentados en la sala común. Sólo Hermione tenía la suficiente capacidad
de concentración como para hacer deberes, aunque se limitaba a leer su libro de Guía
de Transformación, Nivel Avanzado, que seguramente ya se habría leído varias veces,
por lo que podía atender a la conversación que se desarrollaba a su alrededor—.
Harry, impide que Malfoy coja la snitch, pero no te apresures a pillarla —añadió
Seamus—. Espero que el partido dure varias horas y les metamos varios cientos de
goles...
—Sí, claro, nosotros sobre una escoba, con este frío y casi seguramente con lluvia
mientras vosotros estáis bien a gusto —dijo Ginny, echando una breve mirada a la
ventana, donde la oscuridad de la noche no permitía ver ya el nublado y amenazante
cielo—. Tengo ganas de jugar, pero no tantas ganas.
—Sí, bueno... —murmuró Seamus, rascándose la cabeza—. Es que el colegio este
año está muy aburrido... Además, no me digas, Ginny, que no te gustaría ganarle a
Slytherin por, digamos, quinientos a ochenta, o algo así...
—¡Eh! —se quejó Ron—. ¡A mí no me van a meter ocho goles! —Y a continuación
agregó, más contento—: Pero sí me encantaría ver cómo pierden por quinientos
puntos... ¡Sólo de imaginarme la cara de Malfoy...! Será mi forma de vengarme de él
por lo de mi casa... —añadió, como sin pensar, y al instante se puso serio, al igual que
todos los demás; Ginny, que estaba sentada en la alfombra, bajó la cabeza, un tanto
avergonzada; Hermione levantó la vista y miró a Ron directamente; Harry, que estaba
sentado al lado de su amigo, le puso una mano sobre el hombro.
—Eh —le dijo, con tono animado—. Venga, eso ya pasó, la casa fue reconstruida,
y te prometo que me partiré las dos piernas antes de dejar que Malfoy atrape la snitch.
Ron miró a Harry, agradecido, y le sonrió. Hermione, sin embargo, miró a Harry
con el ceño fruncido.
—No bromees con eso —le reprochó—. Eres capaz de cualquier locura. Cada vez
que me acuerdo de cómo te tiraste de tu escoba en el partido contra Ravenclaw del
año pasado me pongo a temblar.
—Harry no volverá a hacer ninguna estupidez como ésa —repuso Ron para
tranquilizarla, aunque sin sonar muy convencido—. ¡Oh, vamos, Hermione! Deja el
libro por hoy... Si total, ya te lo sabes de memoria...
—No —replicó Hermione.
—Vale... —aceptó Ron, resignado—. Si mi novia no me hace caso, siempre puedo
disfrutar imaginando la cara de rabia de Malfoy cuando vea que ha perdido y que no
ha atrapado la snitch... —bromeó.
—Mirad —intervino Parvati, bastante seria, que estaba sentada al lado de
Lavender—, yo creo que deberíais tener cuidado con Malfoy... —Todos la miraron—.
Hoy, cuando salimos de comer, se quedó mirando hacia vosotros. —señaló a Harry y
a Ron con la mano—. Tenía una cara de odio absoluto, sólo le faltaba rechinar los
dientes. Yo pasé por cerca de él, con Lavender, y oí que Crabbe le decía algo del
partido, no sé qué, y Malfoy respondió que el quidditch era lo de menos, pero con lo
que me contaba Lavender y al alejarnos, no oí más. Os sugiero que os andéis con
cuidado.
Harry miró hacia Ron. Su amigo le devolvió la mirada, y Harry estuvo seguro de
que pensaba en lo mismo que él: en la advertencia que les habían hecho acerca de
Draco antes de comenzar el curso. Luego Harry dirigió la vista hacia Hermione, vio
que los miraba a ambos con aspecto preocupado, y supo que también pensaba en lo
mismo.
—No podrá hacernos nada —afirmó Harry, intentando tranquilizarlos a todos—.
Dumbledore y aurores del Ministerio estarán allí. Y yo voy a llevar mi varita.
—Yo también —añadió Ron—. No pasará nada.
Pero Hermione no parecía nada convencida.
—Te sugiero que atrapes la snitch cuanto antes, Harry —le aconsejó.

Los peores temores de Harry se confirmaron cuando se despertó a la mañana


siguiente y miró por la ventana. No nevaba, pero a Harry le parecía que no faltaba
mucho: el cielo estaba encapotado y oscuro, llovía intensamente, y tenía pinta de
hacer mucho frío. Harry sólo había jugado un partido en tan malas condiciones como
aquél, contra Hufflepuff, en tercero. En aquel partido, había estado a punto de matarse
al caer de su escoba. Entonces recordó lo que Parvati había dicho la noche anterior, y
se preguntó si no sería una señal de que algo malo iba a pasar.
«Deja eso —se regañó a sí mismo—. Ni que fueras la profesora Trelawney...»
Pero entonces recordó que la profesora había hecho tres profecías auténticas ya, y
decidió que era mejor pensar en algo más alegre, como el desayuno.
Se irguió y llamó a Ron, que se revolvió en su cama, molesto.
—Déjame, Hermione, ya hice los deberes anoche...
Harry se quedó quieto, sorprendido, mirando a su amigo con desconcierto.
¿«Déjame, Hermione, ya hice los deberes anoche»? Prefiriendo olvidar lo que había
oído, volvió a sacudirlo.
—Ron, vamos, Ron, soy yo, Harry. Tenemos un partido que jugar...
—¿Harry? —se volvió Ron, abriendo los ojos a duras penas y frotándoselos a
continuación.
—Sí, venga, vamos a desayunar...
Harry comenzó a vestirse mientras notaba cómo Seamus, Dean y Neville también
comenzaban a agitarse en sus camas.
—¿Qué tal tiempo hace? —preguntó Ron son voz soñolienta, incorporándose.
—Horrible —contestó Harry.
Ron gruñó.
Cuando bajaron a la sala común, Hermione y Ginny ya estaban allí, esperándolas.
Ginny miraba por la ventana, con aspecto disgustado.
—¡Qué horror! —se lamentó, cuando vio a Harry y a Ron—. ¿De verdad tenemos
que jugar así?
—Jamás se ha suspendido un partido de quidditch por el tiempo —le respondió
Harry.
Bajaron al Gran Comedor, donde enseguida se les reunió el resto del equipo;
todos parecían descontentos con el tiempo. Harry miró hacia la mesa de Slytherin y vio
a Warrington, que miraba con la misma expresión de disgusto el techo encantado del
comedor, que reflejaba un cielo encapotado y casi negro que no dejaba de soltar agua.
Luego Harry miró hacia Malfoy, y vio que el slytherin miraba directamente hacia él con
expresión desafiante. Le sostuvo la mirada unos segundos y luego siguió comiendo,
pero siguió sintiendo la fija mirada de su enemigo en él.
Ron, por su lado, comía con avidez, como si nada lo preocupara.
—Estás muy tranquilo —le dijo Harry. Él se encogió de hombros.
—Como para tener calor después —explicó—. Soy el que menos se va a mover, y
no quiero quedarme helado junto a los postes.
—Ya —asintió Harry, con una sonrisa. Levantó la mirada y volvió a encontrarse
con la mirada de Malfoy, que parecía no haberse movido ni un ápice.
Incluso cuando se levantaron para dirigirse al estadio, diez minutos más tarde,
Malfoy seguía observándole, tan quieto y tan fijamente, que Harry pensó por un
momento si no habría cogido una postura durmiendo y se le habría quedado el cuello
rígido.
—Espero poder ver la quaffle... —comentó Ron cuando estuvieron junto a la
salida, mirando hacia el exterior sin atreverse a salir.
Harry pensó lo mismo respecto a la snitch. Ciertamente, el tiempo era incluso peor
de lo que había sido en aquel partido frente a Hufflepuff.
—Venga, ¡vamos! —gritó, y todo el equipo, tras él, echó a correr hacia el campo de
quidditch. Cuando entraron en los vestuarios, estaban todos empapados.
Se cambiaron en silencio, agradeciendo ponerse unas ropas secas y calientes,
aunque volverían a estar chorreando en cuanto salieran del vestuario. A pesar de estar
callados, Harry era incapaz de oír a la gente llegando al estadio, gracias al viento y a
la lluvia incesante. Cuando estuvieron todos listos, Harry les habló:
—Bueno, las condiciones son duras... —Se detuvo al ver que todos lo miraban con
la frente arrugada o alzando las cejas—. Sí, vale, las condiciones son espantosas,
pero qué le vamos a hacer, a los de Slytherin tampoco les irá mejor. Intentaré coger la
snitch lo antes posible y que esto acabe. Por otro lado, confío plenamente en vosotros
y sé que, mal tiempo o no, lo haréis estupendamente. ¡Suerte!
—¡Suerte! —gritaron todos a coro, alzando un puño.
Cogieron las escobas y se pusieron en la puerta, esperando el momento para salir.
Mientras se echaban encima el encantamiento impermeabilizador, Hermione entró en
el vestuario, toda empapada y con mechones de pelo chorreándole sobre la cara.
—¡Hermione!, ¿qué haces aquí? —le preguntó Harry, mirándola. Tenía una
expresión de suma preocupación.
—Harry, prométeme que harás que el partido acabe cuanto antes —pidió ella con
la voz acongojada.
—Claro, Hermione, no voy a dejar que la snitch pase delante de mí sin cogerla...
¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
—Tengo un mal presentimiento —contestó ella, mirándolos a él y a Ron—.
Después de que vosotros salisteis del castillo salieron los de Slytherin, y no me gustó
la forma en que Malfoy me dijo si me había despedido de vosotros... En serio, tened
cuidado.
—Tranquilízate, Hermione —dijo Ron, acercándose a ella—. Malfoy no puede
compararse a Harry sobre una escoba, y menos teniendo como tenemos una Saeta de
Fuego... Además, podemos hacer cosas que Malfoy no, y tenemos las varitas...
—Os lo digo en serio —insistió ella—. Por favor, tened mucho cuidado.
—Estaremos bien —le aseguró Harry, sonriendo.
Hermione se lanzó sobre ellos y los abrazó.
—Que tengáis suerte —les deseó, y luego salió del vestuario. Ron y Harry se
miraron.
—Bueno, es la hora —dijo el último, saliendo al exterior, a la lluvia y al viento
helado.
Subieron en las escobas y se colocaron frente a los de Slytherin. Harry se situó
frente a Warrington y le estrechó la mano.
—Suerte —dijo Harry.
—Suerte —repitió Warrington. Malfoy puso una cara de desdén. Harry se colocó a
su altura.
—¿Has traído paracaídas, Potter? —soltó Malfoy, burlándose.
—¿Por qué? ¿Quieres que te preste uno?
Entonces, la señora Hooch silbó y el partido dio comienzo. Harry observó a la
pequeña snitch dorada e intentó seguirla, pero la lluvia era tan densa que pronto la
perdió de vista, con lo que tuvo que empezar a dar vueltas por el estadio intentando
encontrarla, mientras a su alrededor el partido comenzaba.
Mientras volaba, vio a Ginny pasar con la quaffle, volando rauda hacia los aros de
Slytherin, flanqueada por Anna; al otro lado, Kirke iba atento a cualquier posible
bludger que se cruzara en su camino.
Harry dejó de atender a lo que hacían los demás, limitándose a intentar oír los
comentarios de Lansville (tarea prácticamente imposible) y siguió sobrevolando el
estadio. Se dio cuenta al pasar junto a los aros de Slytherin de que apenas podía ver a
Ron. Buscó a Malfoy con la mirada y le vio volar tras él. Al parecer, se estaba limitando
a seguir a Harry, y Harry se alegró de ello, eso le pondría las cosas más fáciles.
Bajó hacia el césped, buscando, y vio, al levantar la vista, que Gregory Sheldon
había logrado marcar un tanto. Intentó oír la puntuación de boca de Lansville, pero no
lo consiguió. Se elevó, dirigiéndose hacia la portería de Ron, y, mirando un momento
hacia atrás, descubrió que Malfoy continuaba siguiéndole.
—¿Cómo vamos? —le preguntó Harry a Ron, acercándose a él e intentando
hacerse oír por encima del rugido del viento.
Ron miró un instante a Malfoy y luego le contestó a Harry:
—¡No lo sé! No sé cuántos goles hemos marcado, pero aquí no han metido
ninguno todavía.
Harry le sonrió.
—¡Entonces vamos ganando! —informó a Ron, que le devolvió la sonrisa antes de
volver a dirigir su atención al campo, donde los jugadores parecían acercarse a él.
Harry voló hacia las gradas de Gryffindor, sobrevolándolas, y al hacerlo sintió a sus
compañeros, animándole con fuerzas; vio a Seamus, a Parvati, a Lavender a Neville y
también a Hermione, esta última con expresión preocupada, expresión que Harry
hubiera jurado que se acentuó cuando ella miró hacia atrás del él. Harry supuso que
Malfoy le seguía aún, y, cuando miró hacia atrás para ver si era cierto, le vio allí. Harry
se elevó, buscando la snitch por todos lados, deseando atraparla de una vez y que el
partido acabara, porque estaba totalmente congelado. Apenas sentía las manos
mientras agarraban el mango de la escoba, sujetándose firmemente para evitar que el
viento lo tirase. Percibió un movimiento repentino a su izquierda y se volvió hacia allí,
dándose cuenta de que era Malfoy.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Harry gritando—. ¿No eres capaz de buscar tú
solo?
Malfoy le sonrió con desprecio.
—Claro que no, Potter, quiero aprender de ti —respondió burlonamente.
Harry no le hizo caso y aceleró, observando a su alrededor, pero sin ver señal
alguna de la snitch. Volvió a descender, pasando por entre los cazadores, esquivando
una bludger lanzada por... Crabbe o Goyle, no supo exactamente cuál de los dos, y
siguió hacia el suelo de nuevo, esperando encontrar algún rastro, alguna pista...
Entonces la vio.
Estaba cerca de la base del poste central de la meta de Slytherin, o eso le pareció.
Aceleró y se dirigió hacia allí a todo velocidad. Sintió, más que vio, cómo Malfoy
aceleraba también, siguiéndole.
Al acercarse al poste, Harry vio claramente que sí era la snitch, y presa de la
emoción, se lanzó a por ella. Sin embargo, la pequeña esfera giró sobre el poste y
Harry no pudo agarrarla, y, cuando se desvió para dar la vuelta e intentar atraparla de
nuevo, Malfoy le dio un golpe de costado con su escoba. En esos segundos valiosos,
la snitch se lanzó a volar de nuevo. Pero Harry no estaba dispuesto a perderla, ahora
que tenía en su mano acabar con aquel partido y ganar, y aceleró con intención de
seguirla y no perderla de vista. Malfoy le imitó. La snitch voló hacia arriba, superando
los aros, y los dos buscadores fueron en pos suya, sintiendo la fuerza de la lluvia
contra su cara. Harry desvió un momento la mirada y vio que Malfoy, que iba un poco
atrás, sonreía. Harry se preguntó por qué, pues Harry iba por delante con la escoba
más rápida, y se acercaba cada vez más a la snitch, que dejó de ascender y voló en
horizontal, muy por encima de la zona donde los cazadores y golpeadores se movían.
Desde donde estaba, Harry apenas podía ver el suelo, con la niebla y la lluvia, pero no
le importaba. Estiró la mano y espoleó su escoba, estaba a tan solo unos metros...
Detrás de él, Malfoy luchaba por alcanzarle, pero sin conseguirlo. Entonces, Harry
oyó que gritaba.
—¡Ahora, Goyle!
Harry miró hacia un lado y observó cómo Goyle, que les seguía, lanzaba una
bludger con todas sus fuerzas hacia Malfoy. Harry se quedó de piedra. ¿Hacia Malfoy?
Entonces vio que Malfoy metía la mano en su túnica y sacaba una varita. A Harry
aquello no le gustó nada, pero no podía perder el tiempo, y aceleró, persiguiendo a la
snitch, que se había alejado un poco durante esos breves segundos. Volvió la vista
atrás un instante para ver qué hacía Malfoy, cuando vio que éste ya no tenía la varita
en la mano y luchaba por ponerse a su altura.
La snitch torció a la izquierda, movimiento que beneficiaba a Malfoy, y Harry viró,
lo que provocó que su rival quedara casi a su altura. Sin embargo, Harry iba un poco
adelantado y tenía la snitch a dos metros..., metro y medio..., un metro...
—¡Eh, Potter! —le gritó entonces Malfoy, pero Harry no hizo caso, iba a coger la
snitch...—. ¿Sabes? Lo que nos enseña ese Flammingan, aunque sea amigo de
Dumbledore, no está tan mal...
Sorprendido por aquellas palabras, Harry miró un instante hacia Malfoy. Éste, con
una sonrisa malvada, agitó una mano hacia Harry, y la bludger que antes le había
lanzado Goyle voló hacia él. La esquivó por un pelo, alejándose un poco de la snitch, y
miró a Malfoy con odio. ¿Cómo había hecho aquello? ¿Habría hechizado la bludger
con la varita antes? Volvió a estirar la mano para coger la snitch, cuando Malfoy volvió
a hablar.
—¡Todavía no pasó el peligro, Potter!
Atrajo la mano hacia así, y Harry, por instinto, se volvió hacia el otro lado. Pero
antes de girar la cabeza del todo, la bludger golpeó con fuerza contra su cabeza, en el
lado derecho, rompiéndole y arrancándole las gafas y partiéndole la nariz y un labio.
Sintió un ramalazo de dolor y de calor en la cara, y se sintió mareado. Entonces se
soltó de la escoba y, sin más, cayó desde lo alto.
Antes de reaccionar, vio fugazmente cómo Malfoy seguía en pos de la snitch,
riéndose, mientras él caía, y caía... Iba a matarse, tenía que detenerse. Intentó volar,
levitar y elevarse, o al menos frenar su caída, pero la cara y la cabeza le dolían
intensamente, impidiéndole concentrarse. Sin embargo, logró un pequeño éxito y sintió
que su velocidad disminuía rápidamente. Incluso creyó que iba a lograrlo cuando, con
un tremendo golpe, chocó contra el suelo con un brazo bajo su cuerpo. Por el
relámpago de dolor que sintió a través de él, estuvo totalmente seguro de que se lo
había roto.
Se quedó allí, semiinconsciente y dolorido, en medio del campo encharcado,
mientras veía débilmente que los jugadores descendían a su lado. Oyó un silbato..., un
silbato... Pero el partido no había terminado...
—¡HARRY! —sintió que gritaba Ginny.
—¡Señor Potter! —exclamó la señora Hooch, arrodillándose junto a él—. ¿Cómo
está? ¿Se encuentra bien?
—Malfoy... —musitó débilmente—. Malfoy hechizó la bludger, tenía una varita...
La señora Hooch miró un instante hacia Malfoy, que acababa de descender, pero
Harry no se enteró de nada más, porque, vencido por el dolor, se desmayó.

Cuando abrió los ojos, estaba en la enfermería. A su lado, todo el equipo de quidditch
de Gryffindor, aparte de Hermione, Neville, Seamus, Dean, Parvati, Lavender y Sarah,
le miraban con preocupación. Se movió y su rostro se contrajo en una mueca de dolor,
le dolía todo.
Echó la mano hacia la mesilla en un movimiento reflejo, para coger sus gafas,
cuando recordó que se las había roto. Entonces recordó todo lo demás y se incorporó
rápidamente, ignorando el dolor.
—¡Malfoy!
—¡Harry, acuéstate! —le ordenó Ginny, que, al igual que el resto del equipo,
llevaba aún la túnica de quidditch, aunque ya estaba seca—. ¿Qué pasa con Malfoy?
—Él lo hizo, él me tiró...
—Harry, te dio una bludger... —intervino Hermione. Harry, sin las gafas, no podía
ver bien, pero habría jurado que Hermione le miraba con cierta lástima y preocupación,
como si el golpe le hubiera afectado a la cabeza—. Mira, recuperé tus gafas con el
encantamiento convocador y te las arreglé —añadió, dándoselas.
—¿En serio? —dijo Harry, sorprendido. Las cogió y se las puso—. ¡Gracias! Pensé
que las había perdido para siempre... Pero a lo que importa —prosiguió—. ¿Qué
castigo le han puesto a Malfoy? ¿Y el partido?
Ron miró a Harry con cierta desilusión, como si su amigo le hubiera fallado.
—¿Ron? —preguntó, mirándole, sin entender por qué le miraba así.
—Harry, perdimos... —le informó Ron cansadamente—. Malfoy atrapó la snitch
después de que tú te cayeras.
—¿Que la cogió él? ¡Pero no vale! —se escandalizó Harry—. Me tiró de la escoba,
¡casi me mata!
—Harry, te dio una bludger —repitió Hermione—. Te dio ahí, en la cara. —Señaló
la mejilla derecha de Harry. Éste se la tocó y la notó aún un poco hinchada, aunque no
le dolía. Se miró el brazo y vio que lo tenía vendado, aunque tampoco notaba dolor en
él; lo que sí le dolía era el cuerpo, debido a la caída.
—¡Ya lo sé! —repuso Harry, exasperado—. ¡Malfoy la hechizó con su varita! ¡Se lo
dije a la señora Hooch!
Todos los que estaban allí se miraron entre ellos un instante.
—Harry, compañero... —musitó Ron calmadamente, aunque la expresión de
desilusión no se borró de su cara—, la señora Hooch, cuando le dijiste aquello,
registró a Malfoy y no tenía ninguna varita...
—¡Pero sí la tenía! ¡Yo se la vi!
—No siempre se puede ganar, Harry, no te culpes. El tiempo era muy malo
—terció Neville.
Harry le miró con incredulidad. ¿Es que no entendían? Su primer impulso fue
gritar, pero intentó calmarse, y luego, cuando lo hubo conseguido, volvió a hablar:
—Escuchadme: ¿recuerdas lo que oíste ayer, Parvati? ¿Recuerdas lo que te dijo
antes del partido, Hermione? —les preguntó—. Como visteis, Malfoy me estuvo
siguiendo todo el partido. Cuando estaba a punto de atrapar la snitch, aprovechando la
niebla y la lluvia, hechizó la bludger, yo le vi hacerlo...
—Sí, la verdad —intervino Sloper, dirigiéndole una rápida mirada a Kirke— es que
al final sólo había una bludger en el campo, o al menos yo sólo vi una.
—Sí, es cierto... —confirmó Kirke, asintiendo—. Claro que tampoco es que se viera
mucho.
—¿Veis? Malfoy me dijo algo de las enseñanzas de Flammingan, y luego, con una
mano, me lanzó la bludger a la cara. Fue entonces cuando atrapó la snitch...
—¿Y la varita? —preguntó Sarah.
—¡Yo que sé! —respondió Harry—. Tal vez la tiró antes de bajar, o la mandó
lejos... Sea como sea, esto lo tenía planeado, estoy seguro.
Harry miró a Ron y éste le devolvió la mirada, aunque ya no era de decepción, sino
de rabia.
—Entonces tú no fallaste... Fue ese cerdo...
—Eso es lo que llevo media hora tratando de explicaros —dijo Harry, un poco
enojado por la desconfianza inicial de sus amigos.
—Pues se ha librado del castigo —comentó Seamus—. Salió del campo por todo
lo alto, nunca le había visto tan arrogante ni tan contento.
Harry tembló de la rabia que sentía. Miró a Sarah y le preguntó:
—¿Por qué no lo estás celebrando tú?
—¿Celebrar el qué? Me alegraba de que hubiéramos ganado, pero vine porque
estaba preocupada por ti... Y, visto lo que hizo Malfoy, y aunque sólo sea por el hecho
de haber ganado gracias a él, no veo motivos de alegría.
—Tengo que contarlo —dijo Harry con determinación—. Se lo diré a la profesora
McGonagall. Todo el colegio sabrá lo tramposo que es...
—Sí, que no vaya celebrando un triunfo que no es suyo —dijo Dean.
—Bueno, como Harry está bien —intervino Lavender—, podíamos ir a comer. Me
muero de hambre.
—Sí, vamos —asintió Seamus, mostrándose de acuerdo—. Hasta luego, Harry.
Harry se despidió de ellos y al final sólo quedaron Ron, Hermione y Ginny.
—Harry —habló entonces Hermione—, cuéntaselo a la profesora McGonagall si
quieres, pero no le digas lo que Malfoy te hizo a nadie.
—¿Por qué? —preguntó Ron bruscamente—. ¡No vamos a dejar que ese creído
se pavonee de hacer trampas, sin contar con que casi mata a Harry!
—No puede decirlo, Ron —replicó Hermione—, porque no tiene pruebas. No creo
que la profesora McGonagall pueda hacer nada tampoco. Nadie vio lo que pasaba allí
arriba, y cuando caíste, la bludger bajó contigo, y actuaba normal. Todo el mundo vio
cómo registraban a Malfoy, y no llevaba la varita. Si cuentas lo que te pasó, Harry,
todo el mundo va a pensar que no sabes perder.
Harry hizo una mueca de indignación. Por mucho que le pesara, Hermione tenía
razón. Era posible que algunos le creyeran, pero muchos pensaría como Hermione
había dicho.
—¡Mierda! —gritó.
—Tranquilízate, vamos —le pidió Ginny—. Sólo es un partido...
—Era nuestro último partido contra Slytherin, Ginny... ¿Cómo quedó el resultado
final?
—Ciento setenta a sesenta —respondió Ron.
—Sólo te metieron dos goles —calculó Harry, forzando una sonrisa hacia su amigo
—. Bien hecho.
—Gracias —respondió Ron—. Pero Ginny sí se lució: marcó cuatro tantos de los
seis que metimos.
—No esperaba menos —dijo Harry, mirándola. Ella se ruborizó un poco.
—Bueno..., me voy a comer —declaró—. ¿Venís? Yo estoy muerta de hambre.
—Esto... —dijo Hermione. Ella y Ron cruzaron una mirada.
—Id, no os preocupéis por mí —los animó Harry—. Seguro que estáis
hambrientos, porque yo también lo estoy.
—Bueno, vendremos a verte después, ¿vale? —le aseguró Ron. Harry asintió, y se
quedó solo, pensando.
Jamás habría esperado este resultado en el partido. Habían perdido, y él había
estado a punto de matarse. No podía negar que se había sorprendido de que Malfoy
llegara a tanto. Entonces pensó de nuevo en lo que Parvati había oído, y se dio cuenta
de que Malfoy no quería ganar, sino humillarle a él, hacerle sufrir, quizás por lo de su
padre, o quizás por todo. Apretó los puños con rabia. Quizás no pudiese encontrar
pruebas de lo que había hecho, pero, si Malfoy creía que dominaba la Teoría de la
Magia, pronto iba a descubrir lo que era dominarla de verdad, de eso iba a encargarse
él. Esto que había pasado iba más allá de una simple enemistad, era..., era como si
Malfoy fuera ya un mortífago.
«Y quizás lo sea», pensó para sí.
La señora Pomfrey salió en aquel momento de su despacho con una bandeja con
sopa y se acercó a Harry.
—¿Cómo se encuentra, señor Potter? Mire, viendo lo que la ha pasado a lo largo
de los años, yo de usted dejaría el quidditch. Al menos, si quisiera seguir viviendo.
—Estoy bien, gracias... —contestó Harry, ignorando el resto del comentario
(aunque reconociendo que verdad no le faltaba)—. ¿Cuándo podré salir de aquí?
—Hoy por la tarde, si quiere, sólo necesita descansar. Si lo prefiere, mañana por la
mañana, que ya estará como nuevo.
Harry asintió lentamente, y, deprimido, empezó a comerse la sopa con lentitud. No
quería ni ver a los de Slytherin al día siguiente...
Poco después de que acabara de comer, Hermione volvió a entrar en la sala
común. Venía sola.
—¿Y Ron? —le preguntó, mientras ella se sentaba en una silla a su lado.
—Los prefectos tienen que vigilar a los alumnos para que no salgan al exterior, por
la tormenta —explicó ella.
—¿Y tú? —inquirió Harry.
—Hoy le tocaba a Anthony.
—Vale —murmuró, y se quedó callado, en un silencio incómodo.
—Harry —dijo Hermione un rato después—, no te deprimas. No fue culpa tuya.
—Ya, pero eso sólo lo sabemos nosotros —repuso él—. ¿Cómo se están
comportando los de Slytherin? ¿Y Malfoy?
—Pues... —Desvió la mirada—. No me fijé mucho, la verdad...
—Hermione, nunca has sido buena mintiendo, y menos a nosotros.
—Insoportables —confesó Hermione. Harry bufó, más deprimido aún.
Tras unos segundos, levantó la vista hacia ella. Ella miraba hacia la ventana.
Hacía mucho que no hablaba un rato a solas con Hermione, al menos, desde que
estaban en Grimmauld Place. Y entonces se acordó de cuando habían hablado, al
poco de llegar él de Privet Drive, y se dio cuenta de que nunca había vuelto a
preguntarle por aquello. Habían pasado tantas cosas desde aquel día que le parecían
años.
—Hermione, ¿cómo estás tú?
—¿Qué? —dijo ella, mirándole—. Bien..., ¿por qué lo dices? ¿Tengo mala cara?
—preguntó ella, sin comprender.
—No. Ya sabes a lo que me refiero. ¿Cómo estás..., respecto a lo que pasó en...
aquella casa?
—Ah... eso —suspiró ella, y se encogió de hombros—. Bien. La verdad, no suelo
pensar en ello. Pasan demasiadas cosas como para preocuparse por ese tema.
Supongo que lo he superado. ¿Cómo lo llevas tú?
—Tampoco pienso mucho en ello —respondió Harry—. Como bien dices, pasan
demasiadas cosas.
Los dos amigos estuvieron hablando durante mucho tiempo, hasta que Ron,
murmurando maldiciones, entré en la enfermería y se les unió.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Harry con una sonrisa, viendo la cara de malhumor
de su amigo—. ¿No te gusta vigilar a los «enanos»?
—No, ése no es el problema —replicó Ron—. Con lo que pasó en el expreso de
Hogwarts, están muy dóciles con los prefectos, sobre todo conmigo y con Hermione.
Lo que me j...
—¡Ron! —le regañó Hermione.
—Lo que me fastidia, digo —continuó Ron—, son los slytherins, concretamente
Malfoy y pandilla, con algunos amigos. Los demás se aguantan. Warrington, por
ejemplo, me preguntó cómo te encontrabas, aunque estaba bastante contento. Pero
Malfoy... Me he tenido que contener para no echarle una maldición en medio del
vestíbulo.
—Pues si has podido contenerte te admiro —repuso Harry—. A ver lo que hago yo
cuando le vea... No aguanto estar aquí —declaró—. Mirad, ¿sabéis qué?, yo no
espero a mañana, salgo hoy y voy a ver a la profesora McGonagall.
—¡No hablarás en serio! —le regañó Hermione, mirándole con severidad—.
¡Tienes que reposar y quedarte aquí!
—La señora Pomfrey me dijo que me podía ir si quería, que sólo necesitaba
descanso —replicó Harry—. Y yo no aguanto estar aquí sin hacer nada. Ron, ¿puedes
traerme mi ropa?
—Sí, pero no te acostumbres —le dijo su amigo—. Ya es la segunda vez en dos
semanas, y no soy tu elfo doméstico.
Harry se vistió tapado por unos biombos, y luego volvieron a la sala común.
Durante todo ese tiempo Hermione no dijo ni una palabra y mantuvo en su cara una
expresión de altiva desaprobación, dejando ver claramente que consideraba una
estupidez que Harry abandonara la enfermería tan pronto.
—Vamos, Hermione, sabes que odio la enfermería —imploró Harry, antes de salir
de la sala común para ir a ver a la profesora McGonagall. Pero Hermione no levantó la
cabeza del libro en que estaba inmersa. Encogiéndose de hombros, Harry salió al
pasillo y fue al despacho de la jefa de la casa de Gryffindor. Llamó a la puerta y entró.
—Vaya, señor Potter, es un placer verle sano y más o menos salvo. —La
profesora McGonagall también parecía un tanto decepcionada, seguramente por el
partido, pensó Harry.
—Sí... De eso quería hablarle precisamente, profesora...
Se lo contó todo. La profesora lo escuchó con atención, aunque su rostro se
mantuvo imperturbable, cuando Harry concluyó, ella dijo:
—Bueno, Potter... Yo te creo. Sabes perfectamente que os han avisado respecto al
señor Malfoy, pero, como ya sabrás, él no tenía ninguna varita al terminar el partido, y
no hay prueba alguna de que haya hecho lo que dices.
—Pero ¡profesora! —exclamó Harry—. ¡Es cierto, yo lo vi!
—Escúchame, Potter —replicó la profesora—. Tú dirás que le viste, y él dirá que
no, y aunque tú seas el famoso Harry Potter y él sea hijo de un mortífago, eso no te da
más razón que a él, ¿entiendes? —Tomó aire y suavizó su tono de voz—. Si no tienes
pruebas, Potter, no podemos hacer nada. Lo siento.
Harry suspiró y salió del despacho, alicaído. Hermione tenía razón: no había valido
de nada. Se dirigió a la sala común, imaginando el infierno que le esperaría a la hora
de la cena.
22

La Visión y el Espejo

La realidad, efectivamente, no fue muy distinta de lo que Harry había imaginado.


Cuando Ron y Hermione y él bajaron a cenar (a Hermione se le había olvidado su
enfado al ver la cara de decepción de Harry al volver de hablar con la profesora
McGonagall), Malfoy estaba en el vestíbulo, rodeado de montones de slytherins que le
miraban, aunque algunos con más entusiasmo que otros.
Harry caminó con paso rápido, decidido a intentar ignorar a Malfoy, pero, para su
desgracia, éste le vio.
—¡Potter! —gritó, contentísimo. Todos los de Slytherin se volvieron hacia Harry—.
¿Cómo te va, Potter? Parece que vas perdiendo habilidades, ¿eh? ¿Dónde está esa
arrogancia que tenías, ahora que has perdido?
Ron ya estaba con los dientes y los puños apretados. Hermione le lanzó una
mirada de advertencia a Harry, pero éste la ignoró y fijó la vista en Malfoy, que se
acercaba a él, con los ojos brillándole de malicia, sabedor de lo que en realidad había
sucedido allí arriba. Harry estaba tan fijo en él que apenas sintió las carcajadas de
muchos de los slytherins al oír a Draco.
—Puedes decir lo que quieras, Malfoy, pero tú y yo sabemos perfectamente lo que
pasó.
—Sí —lo interrumpió Malfoy—: tú te caíste de la escoba y yo atrapé la snitch. Así
de simple.
Harry apretó los puños, lleno de rabia contenida. Sentía que algo que hacía tiempo
no notaba con tanta intensidad se revolvía en su interior; algo peligroso.
—Te lo advertí ya muchas veces, Malfoy —susurró—. Te dije que si volvías a
hacer alguna...
—¿Alguna qué, Potter? —preguntó Malfoy, levantando la voz para que todos
oyeran—. ¿Estás insinuando algo? ¿Tal vez... que hice trampas, como cuando dijiste
que tenía una varita cuando en realidad eras tú el que la tenía?
Harry notó los cuchicheos en el vestíbulo.
—Harry, déjalo —le pidió Hermione en voz baja, hablándole al oído—. Sólo intenta
provocarte, intenta humillarte, recuerda lo que hablamos en la enfermería...
Pero Harry no le hizo caso.
—Yo no insinúo nada, Malfoy. Sólo voy a decirte una cosa: sé perfectamente lo
que hiciste, y si crees que voy a quedarme aquí...
—Mira, Potter, si has perdido, has perdido, acéptalo —dijo un chico de Slytherin,
que debía de ser como mucho de cuarto curso—. La bludger te dio y te caíste. ¿No
sabes perder?
La mirada de Draco brilló debido al placer y a la satisfacción que sentía. Harry no
podía soportarlo. No podía. La rabia lo devoraba.
—Casi me matas —le espetó Harry—. Pero debiste asegurarte de que, si lo
intentabas, lo conseguías, Malfoy... Claro que, si Voldemort —un estremecimiento
recorrió el vestíbulo— no pudo hacerlo, ¿cómo ibas a lograrlo tú?
—No soportas que nadie te supere, ¿eh, Potter?
Para Harry ya era demasiado. Todo lo que había pasado en las últimas semanas,
unido a lo que sentía ahora, le hizo explotar. No iba permitirle a Malfoy burlarse de él,
no iba a...
Pero Hermione se le puso delante, con una severa mirada de advertencia.
—Harry, no. Déjale —le susurró—. Esto no lleva a nada. Sólo lograrás que te
castiguen.
Con un gran esfuerzo mental, sabiendo que Hermione tenía razón y que si seguía
iba a hacer algo grave, apartó su mirada de Malfoy y se dirigió al Gran Comedor.
—¿Ahora te refugias tras la sangre sucia, Potter? —oyó que le gritaba Malfoy.
Cerró los ojos y apretó los puños para contenerse, y siguió andando hacia la mesa de
Gryffindor.
Cuando estuvo sentado echó una fugaz mirada hacia la mesa de Slytherin y vio
entrar a Malfoy, pletórico, que le dirigió una mirada de burla.
Hermione, que se había sentado enfrente de Harry, dirigió la vista hacia donde
miraba su amigo, y después le dijo:
—Hiciste bien en contenerte, Harry. No dejes que te afecte.
—¿Hice bien? —preguntó Harry sarcásticamente.
—Te habrías metido en un problema muy serio si llegas a hacerle algo.
—No creo que fuera peor que tener a alguien que casi me MATA, Hermione, por
ahí suelto.
—En eso tiene razón —terció Ron—. Una lección que le dejase un mes en la
enfermería nos permitiría estar más tranquilos.
—No digas tonterías, Ron. Sabes perfectamente que no se puede hacer eso. No
puedes tomarte la justicia por la mano.
—¿Por qué no? —inquirió Harry, molesto—. Si nadie la ejerce...
Hermione le miró severamente, y Harry no dijo nada más. Miró una última vez
hacia la mesa de Slytherin, disgustado, y luego se puso a comer sin hablar.
Los siguientes días no fueron más fáciles para Harry. Malfoy no se calmó a medida
que pasaban los días, sino que seguía igual de arrogante y pretencioso, y
aprovechaba cualquier momento en que veía a Harry, o a Ron, para hablar del partido
en voz alta, diciendo cosas como «Pues sí, yo vi la bludger y la esquivé, pero Potter,
como es ciego...»; en otras ocasiones, comentaba que la Copa de Quidditch sería de
ellos ese año, y que el equipo de Gryffindor ya no valía para nada y no ganaría ni a
Hufflepuff aunque éstos jugaran con la mitad del equipo nada más.
Tanto molestaba, que cada vez que Ron o Harry le veían, aunque fuera de lejos,
apretaban los puños y rechinaban los dientes de la rabia que sentían. Y no sólo eran
ellos: un día, mientras entraban en el castillo tras salir de Herbología, Hermione había
detenido a Ginny, que se dirigía a la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, porque le
estaba apuntando a Malfoy por la espalda.
—¡Tendrías que haberme dejado, Hermione! —había gritado la chica, furiosa—.
Un buen maleficio de los mocomurciélagos le habría sentado muy bien.
—Pero ¿qué te ha dicho? —le preguntó Hermione.
—¡Nada! —chilló Ginny, y salió hacia los terrenos con paso rápido e iracundo.
—Malfoy le dijo si seguía admirando tanto a su «adorado Potter» sabiendo que no
era capaz de sostenerse en una escoba en cuanto había un poquito de lluvia —les
explicó una de las compañeras de Ginny.
Harry le pegó un puñetazo al aire, lleno de rabia y de impotencia.
—¡Ya no lo aguanto! —exclamó.
No podía sentirse más deprimido. El quidditch, que debería haber valido para
alegrarle y distraerle de las preocupaciones, no había servido más que para empeorar
las cosas. Desde el partido los entrenamientos habían ido bastante mal, por no decir
que habían sido deprimentes, y no ayudaba el que, en las primera sesión de prácticas
tras el encuentro, el jueves, Malfoy, Crabbe, Goyle, Pansy Parkinson y algunos de sus
amigos hubiesen ido al estadio a molestar.
La furia de Harry y Ron era tal que el sábado, cuando también tenían
entrenamiento por la tarde, Hermione había decidido acompañarlos para animarles.
—Pero ¿no tenías un trabajo muy largo para Aritmancia? —le preguntó Harry,
cuando ella les comunicó su intención de acompañarlos, a la hora de la comida.
—Sí, pero ya casi tengo hecha la mitad —respondió ella—, y el resto...,
bueno, ya lo terminaré —añadió, como si no tuviera importancia. Ron la miraba
incrédulo.
—¿Vas a dejar de hacer el trabajo por venir a vernos? —inquirió, con un asomo de
sonrisa agradecida.
—Creo que necesitáis que os anime un poco. Además, después podríamos ir a
visitar a Hagrid.
Ron le sonrió abiertamente, pero luego, mientras se dirigían al campo, la miró con
preocupación.
—No sé si es realmente buena idea que vengas —comentó. Ella le miró,
interrogante—. Lo digo porque es posible que Malfoy también esté allí, y no quiero que
se meta contigo...
—Vamos, Ron. Sé cuidarme sola, no te preocupes. Tú ocúpate únicamente de
atrapar la quaffle, ¿de acuerdo?
—Está bien... —musitó Ron.
—Y no os deprimáis —los animó Hermione—. Sólo habéis perdido un partido,
¿no? Todas las veces que habéis ganado la Copa de Quidditch perdisteis un partido y
aún así al final lo conseguisteis.
—Sí, pero en todos esos casos derrotamos a Slytherin —repuso Harry—. Si ellos
ganan a Hufflepuff y a Ravenclaw, no tenemos nada que hacer.
—Bueno, tendréis que confiar en la suerte, ¿no? —dijo Hermione con optimismo.
—Sí, supongo —admitió Harry con pesar.
Para alegría de todos, el entrenamiento no estuvo tan mal ese día. Para empezar,
no se presentó nadie de Slytherin a molestar, y la presencia sonriente de Hermione
los animó bastante. Cuando a las seis decidieron dejarlo, Harry estaba bastante
satisfecho.
—Lo habéis hecho muy bien —los felicitó Hermione cuando se reunieron con ella
tras salir de los vestuarios. Tenía la bufanda enrollada sobre el cuello y la cara, el
gorro puesto y las manos en los bolsillos; sólo se le veían los ojos y la nariz.
—Gracias —le dijo Harry, con una sonrisa—. La verdad, nos has animado
bastante.
—¿Tienes mucho frío? —inquirió Ron, sonriendo también y mirándola divertido.
—¿Crees que estoy así por comodidad? —le soltó Hermione en respuesta—.
Venga, vámonos a casa de Hagrid, a ver si me tomo un té... ¿Vosotros no tenéis frío?
—No tanto como tú, hemos estado moviéndonos —explicó Ron.
—¡Eh, Ginny! —llamó Harry a la chica, al verla salir de los vestuarios—. ¿Quieres
venir a casa de Hagrid?
—No puedo —musitó Ginny con tristeza—. Tengo demasiadas cosas que hacer,
me he retrasado un poco en mis deberes.
—Oh, vaya... —dijo Harry, con pena—. Bueno, otro día será.
—Sí, otro día —asintió la chica, despidiéndose de ellos y comenzando a caminar
hacia el castillo con el resto del equipo.
—Bueno, cierro los vestuarios y nos vamos —dijo Harry.
Aunque entrenando habían notado frío, a Harry no le había parecido tanto como
tenía ahora, mientras caminaban hacia la cabaña de Hagrid. Se sintió aliviado cuando
llamaron y el semigigante los hizo pasar al suave y confortable calor de la cabaña. Los
tres amigos se sentaron junto a la chimenea.
—Parece que hace frío —comentó Hagrid, mirándolos con una sonrisa—.
Prepararé un té, os hará entrar en calor.
—Deja, el fuego es muy lento —dijo Hermione, levantándose y cogiendo la tetera.
La preparó y luego le dio un toque con su varita. Al instante, la tetera soltó un chorro
de vapor—. Listo —sonrió, mientras Hagrid cogía varias tazas.
—Bueno, ¿cómo os va después de la derrota? —les preguntó Hagrid a Harry y a
Ron—. Esta semana os he visto muy decaídos, y a Malfoy muy contento...
Esa semana apenas habían tenido tiempo para conversar con Hagrid después de
las clases, así que éste no sabía nada de lo ocurrido el día del partido. Harry se lo
relató mientras Hermione les daba las tazas con el té. Cuando el relato terminó, Hagrid
estaba totalmente indignado.
—¿En serio hizo eso? ¿Hechizar una bludger para tirarte de la escoba? ¡Podía
haberte matado!
—Si no lo consiguió fue porque conseguí detener un poco mi caída —murmuró
Harry—. Si no dominara los hechizos levitadores, a estas alturas estaría bajo tierra.
—¡Es indignante! —gritó Hagrid—. ¿Y no se lo has dicho a nadie? ¡Alguien tiene
que hacer algo! Habla con Dumbledore.
—Se lo conté a la profesora McGonagall —respondió Harry—, pero, sin pruebas...
Nadie vio lo que pasó, y él no tenía la varita cuando bajó con la snitch.
—Nunca me gustó ese chico —declaró Hagrid con disgusto en la voz—. Ya sin
saber su apellido, cuando cumplisteis aquel castigo, en el bosque... Y luego, con lo de
los «sangre sucia» y lo de buckbeak... Y ahora va pavoneándose por ahí de haber
ganado, cuando hizo trampas... —Hagrid gruñó, y todos pudieron notar que estaba
verdaderamente enfadado.
—Sí, y ahora estamos en una situación muy difícil para ganar la Copa de
Quidditch... ¡Esto es lo peor! —exclamó Harry, irguiéndose y golpeando al aire de
forma que Hermione derramó parte de su té del susto—. Perder contra Slytherin...
Jamás lo habíamos hecho, es deprimente.
—Vamos, vamos —lo animó Hagrid calmadamente, para tranquilizarle—. No fue
culpa tuya si él hizo trampas. Tú habrías cogido la snitch si él no hubiera hechizado la
bludger.
—Sí, pero... —Harry se dejó caer de nuevo en la silla, desanimado.
—Mira, sé que eres un buscado excelente, el mejor que yo recuerde desde que
llegué a Hogwarts, y hace muchos años de eso... —Harry miró a su amigo y sonrió
ligeramente—. ¿Sabes? No tenía tanta relación con él como contigo, pero traté a tu
padre ya antes de que saliera de Hogwarts. —Harry le miró inquisitivamente—. Sí, él
se parecía mucho a ti, aunque era un poco más rebelde, más... —Hagrid buscó las
palabras, pero Harry ya las sabía.
—¿Arrogante?
—Sí, bueno..., un poco —admitió Hagrid—. Aunque cambió mucho al llegar a
sexto. De hecho —añadió, con una sonrisa—, si alguien me hubiera dicho cuando
estaba en quinto que al final iba a casarse con tu madre habría pensado que estaba
loco, borracho, o ciego..., o las tres cosas a la vez.
Harry sonrió.
—¿Adónde quieres llegar, Hagrid?
—Tu padre también fue buscador, Harry —siguió el guardabosques—. Como bien
sabes, él y el profesor Snape no se llevaban nada bien; sería justo decir que se
odiaban a muerte. Pero Snape no era el único que traía de cabeza a tu padre: el
guardián y capitán del equipo de Slytherin, que tenía la misma edad que él, era otro. El
caso es que, desde que tu padre entró en el equipo de Gryffindor como buscador
titular, cuando iba en tercero, Gryffindor ganó la copa cada año, excepto en el séptimo
curso. Durante cada uno de esos años, Gryffindor derrotó a Slytherin, humillándolos.
Pero, en séptimo, el buscador de Slytherin, que se había marchado el año anterior, fue
sustituido por otro. Aquel año, Gryffindor y Slytherin llegaron a la final con dos victorias
cada uno. Slytherin necesitaba ganar por algunos puntos, no recuerdo cuántos, y
todos en Gryffindor estaban confiados. Contaban poner el broche de oro a su estancia
en el colegio ganando la Copa aquel año.
—Pero la perdieron, ¿no? —dijo Ron, intuyendo cómo iba a desarrollarse la
historia.
—Sí —contestó Hagrid—. Tu padre era muy bueno, Harry, pero el otro chico era
más delgado, más ágil... y tenía una escoba mejor. Atrapó la snitch antes y Slytherin
ganó el partido y la copa.
Recuerdo que cuando tu padre descendió hasta el campo arrojó la escoba al suelo
con rabia. No tuvo ni la fuerza para defenderse cuando el capitán de Slytherin
comenzó a burlarse de él. Se sentó en un extremo del campo y se quedó allí tirado. Ni
Sirius, ni Lupin, ni Pettigrew lograron animarlo... Hasta que llegó tu madre junto a él.
—¿Mi madre?
—Sí. Por entonces ya salían juntos, como sabrás. Yo estaba cerca, y jamás
olvidaré las palabras que ella le dijo.
—¿Qué fue? —preguntó Harry, muy interesado—. ¡Dímelo, Hagrid!
—Tu madre era una persona muy especial, Harry. Tenía un don, el don de
comprender, de apoyar, y de reconfortar a la gente. A veces me recuerda a ti,
Hermione —comentó Hagrid, dirigiéndole una sonrisa a la muchacha, que se ruborizó
un poco; Harry sonrió, Lupin le había dicho algo muy similar—, aunque ella era
pelirroja.
«Pelirroja como Ginny», pensó Harry automáticamente, y luego se quitó aquello de
la cabeza y volvió a interpelar a Hagrid:
—¿Qué le dijo?
—Le dijo que por qué estaba así, que por qué se hundía, en vez de levantarse; le
dijo que había jugado muy bien, que lo había hecho lo mejor que sabía, y eso era lo
importante; le dijo que no tenía que avergonzarse ante los de Slytherin, porque él les
había ganado la Copa en cuatro ocasiones, y ellos a él sólo en una; le dijo que no
tenía que impresionar ni demostrar nada a nadie... que no tenía que demostrarle nada
a ella; le dijo que el quidditch era un juego, y que en un juego, lo divertido no es ganar
siempre, sino la emoción de intentarlo; le preguntó cuál era la gracia de un juego en el
que siempre se gana...; y, finalmente, le dijo que para ella era el mejor buscador del
mundo, no por encontrar una esfera dorada diminuta que volaba, sino por haber
encontrado a un hombre estupendo y valiente dentro de un chico arrogante,
prepotente y chulo.
—¿Qué le contestó él? —quiso saber Harry.
—Le sonrió. Sólo le sonrió, le dio la mano, y juntos, con sus amigos y el resto del
equipo, salieron del campo. Claro que, antes de alejarse, el capitán de Slytherin se les
acercó, con una sonrisa maliciosa, y le dijo, mostrándole la copa, que si quería verla
un poquito, intentando picarle. Pero tu padre había entendido bien a tu madre, Harry, y
simplemente le respondió que, gracias, que la disfrutara él, porque ellos ya tenían
otras cuatro.
Harry sonrió.
—Lo que quiero que entiendas, Harry —prosiguió Hagrid—, es que no siempre se
puede ganar, pero que no hay que dejarse hundir por ello. Malfoy podría ganar la
Copa, sí... Pero vosotros ya habéis ganado dos, y además, tú tienes a Ron y a
Hermione, ¿y a quién tiene él? A Crabbe y a Goyle.
Harry, Ron y Hermione se rieron.
—Lo único que quiere es humillarte y dejarte en ridículo, Harry. No le des esa
satisfacción.
—Tienes toda la razón —coincidió Hermione.
Harry asintió.
—Gracias, Hagrid... Ha sido una historia muy bonita. Me encantaría quedarme a
charlar más, pero será mejor que nos vayamos; es prácticamente de noche, y pronto
será hora de cenar.
—¡Es cierto, no me había dado cuenta de la hora! —exclamó Hermione, mirando
hacia el exterior, donde el día agonizaba—. ¡Vámonos! ¡Nos vemos, Hagrid!
Hagrid los despidió con una sonrisa, y los tres amigos corrieron hacia el castillo,
donde pronto se cerrarían las puertas.

Durante la noche del sábado y todo el domingo Harry había pensado mucho sobre lo
que Hagrid le había dicho, sobre las palabras de su madre. Seguía sintiéndose mal,
pero no ya por la derrota, ni tampoco por las burlas de los de Slytherin; no, ya no se
sentía mal por eso porque Hagrid había tenido razón: él tenía a Ron y a Hermione, ¿y
a quién tenía Malfoy? ¿Quién le ayudaría, en caso de que verdaderamente lo
necesitara? Nadie. Lo que le molestaba ahora era el hecho de no poder hacer nada
respecto a Malfoy, no poder probar que casi había cometido un delito.
Sin embargo, eso no le preocupaba demasiado, porque, aparte de relajarle y
hacerle sentir mejor respecto a lo que había pasado, lo que Hagrid le había contado
sobre sus padres había despertado de nuevo su deseo por verles y hablar con ellos,
por tenerlos a su lado, por oír sus consejos...
En esto último pensaba, al igual que la noche anterior, mientras se dirigían hacia la
clase de Pociones del lunes por la mañana. Ron y Hermione iban hablando sobre
alguna cosa, pero Harry no lo escuchaba. Las palabras de su madre resonaban en su
cabeza, pero no con la voz de Hagrid, sino con la de ella, que había oído en sus
sueños, en sus visiones...
Y, precisamente al llegar a la mazmorra donde se impartía la clase, tuvo la primera
ocasión de poner en práctica sus consejos. Malfoy, Crabbe y Goyle charlaban en la
puerta, los tres solos, y al ver acercarse a los tres amigos, Malfoy empezó a hablar
sobre quidditch.
—Sí... —les decía a Crabbe y Goyle, con la malicia pintada en su afilado rostro—.
Los de Gryffindor podrían retirarse ya, esta Copa no la ganarán en su vida... —Se dio
la vuelta y miró hacia Harry, Ron y Hermione—. ¡Vaya! Si están aquí los perdedores...
Harry, sin inmutarse, se acercó a Malfoy. Éste se tensó, y Crabbe y Goyle se
prepararon por si tenían que intervenir. Hermione iba a decir algo, quizás creyendo
que Harry iba a hacer alguna tontería, pero no era ésa la intención del chico.
—Así que piensas que vas a ganar la Copa, ¿eh, Malfoy? —le dijo—. Bueno, pues
te deseo suerte. La verdad es que sienta muy bien, ¿sabes? Lástima que tú nunca
podrás saber cómo es ganar la segunda... —La cara de Draco se contrajo en una
mueca de rabia—. Además, claro —siguió diciendo Harry—, de que no sabrás lo que
es ganarla limpiamente. Porque —añadió, acercándose más a su oponente y bajando
la voz— aunque la ganes, siempre sabrás que fue haciendo trampas, y cuando la
mires, recordarás siempre que yo habría atrapado la snitch... ¿Sabes? No sé de qué te
enorgulleces tanto, si te conformas con ganar algo con métodos tan bajos. Yo, desde
luego, nunca querría una victoria así.
Harry observó con placer cómo Malfoy le miraba con odio indescriptible, totalmente
humillado. Temblaba.
—Cállate, Potter.
—Nos vemos —dijo Harry tranquilamente, entrando en el aula con Ron y
Hermione.
Pero Malfoy no estaba dispuesto a quedarse así. Mientras Harry cruzaba la puerta,
sacó su varita y se dispuso a apuntarle por la espalda. No obstante, Ron lo vio y, con
un giro de su mano, la varita de Malfoy saltó. Éste se quedó sorprendido, sin entender
lo que había pasado, cuando Harry se volvió. Al instante, Malfoy se llevó las manos al
pecho y quedó pegado contra la pared, mientras su cara se ponía roja. Harry le miraba
con aparente tranquilidad, pero la furia brillaba en sus ojos. Crabbe y Goyle miraban a
uno y a otro, sin entender lo que pasaba y sin atreverse a intervenir.
—Como ves, yo también aprovecho las enseñanzas muy bien, Malfoy... Mejor no
juegues conmigo. Quizás no pueda demostrar que fuiste tú quién me lanzó la bludger,
pero me basta con saberlo.
Harry liberó a Malfoy, y luego, mientras éste recogía su varita del suelo, jadeando,
los tres amigos entraron y se sentaron en sus sitios.
—Gracias, Ron —dijo Harry, sonriéndole a su amigo—. Estuviste muy rápido.
—No fue nada —contestó Ron, aún airado—. Ese cerdo no habría dudado en
atacarte por la espalda.
—¿Por qué no intentaste detenerme esta vez? —le preguntó Harry a Hermione
con curiosidad.
—Sabía que no le harías nada —respondió ella—. No después de lo que nos dijo
Hagrid.
—¿Sabes, Hermione? —dijo Ron, mirándola fijamente—. No sé qué te pasa... Eres
la delegada, y en tres semanas te has saltado las normas para venir al Valle de
Godric, has dejado un trabajo pendiente para venir a vernos entrenar, y ahora has
permitido el uso de magia violentamente en el pasillo... ¿Seguro que te encuentras
bien?
—Perfectamente —repuso ella con una sonrisa, justo antes de que Snape entrara
en el aula, ordenando silencio.
A Harry le agradó comprobar que, durante aquella clase, Malfoy no los molestó
con ninguno de sus comentarios sobre el partido, tal y como había hecho cada día de
la semana anterior, y pudo hacer su trabajo en paz.
Sin embargo, distaba mucho de tener paz interior. Tras haber puesto a Malfoy en
su sitio y comprobar que el consejo de su madre era efectivo, deseaba más que nunca
verla y hablar con ella, pedirle consejo sobre muchos de los problemas que le
preocupaban y para los cuales apenas encontraba solución.
Su deseo y preocupación debía de ser muy evidente, porque, en la hora de Teoría
de la Magia del martes, Flammingan le pidió que se quedara después de clase.
—Te he notado un tanto distraído, Harry —le comentó Flammingan—. ¿Te
preocupa algo? ¿Es por el partido?
—No —respondió Harry, moviendo negativamente la cabeza. Hizo una pausa y
luego confesó—: Es..., son mis padres. Desde que fui al Valle de Godric he pensado
mucho en ellos, y el sábado Hagrid me contó una anécdota suya... Deseo verles y
hablar con ellos, lo deseo muchísimo. Es mi mayor deseo, concretamente, pero no
puede hacerse realidad —se sinceró.
—Sí, Dumbledore me comentó algo acerca de ese asunto... Así que tu mayor
deseo, ¿eh?
—Sí... Es mi mayor deseo desde que tenía once años, lo supe cuando lo vi en el
espejo.
—Ah, el Espejo de Oesed...
Harry miró fijamente a su profesor.
—¿Lo conoce?
—Digamos que he oído hablar de él —respondió Flammingan—. ¿Y estás seguro
de que tu mayor deseo no ha cambiado desde entonces, Harry?
—No lo sé, pero no lo creo —repuso Harry—. Que estuvieran vivos y conmigo,
aconsejándome, es mi mayor ilusión.
Flammingan asintió, pensativamente.
—Ya veo... Bueno, Harry, tengo que dejarte. Quiero hablar con Dumbledore sobre
un asunto. Y tú tienes clase, ¿no?
—Sí, Herbología...
—Será mejor que corras, o llegarás tarde. Y procura centrarte en la gente que hay
a tu alrededor. Las ilusiones y los sueños son hermosos y necesarios, pero no se debe
vivir de ellos.
Harry asintió de nuevo y salió del aula, sin llegar a entender muy bien a qué había
venido aquella conversación.

—Fantástico, ya tenemos más de la mitad de este trabajo hecho —comentó Hermione


con alegría, mirando la enorme cantidad de pergaminos del trabajo especial de
Pociones, en el que habían estado trabajando—. Y la mitad más complicada, debo
añadir.
—Falta nos hará —dijo Ron, no tan optimista como su amiga—. Todavía tenemos
mucho que hacer para Transformaciones, y eso sin contar los demás deberes.
Harry suspiró también y se dejó caer contra el respaldo de su butaca.
—¿Vamos a cenar? —sugirió.
—Sí, estoy can... —comenzó a decir Hermione, pero un fogonazo sobre Harry la
hizo callar y pegar un respingo. Harry se sobresaltó y notó cómo una pequeña nota
caía sobre su regazo. Dirigiéndoles una mirada de intriga a sus dos amigos, la
desplegó y la leyó:

Harry, acude después de la cena a mi despacho, es importante. Ven


solo.
Profesor Claius Flammingan

Harry volvió a mirar hacia Ron y Hermione ,sin comprender.


—¿Qué te querrá? —preguntó Ron.
—Ni idea —respondió Harry, desconcertado—. Pero cuanto antes bajemos, antes
lo sabremos.
Así pues, intrigados, los tres bajaron a cenar. Una vez en la mesa de Gryffindor,
Harry miró hacia la mesa de los profesores, concretamente a Flammigan, y vio que
éste levantaba la mirada hacia él. Harry movió la cabeza imperceptiblemente de arriba
a abajo y el profesor asintió, captando el mensaje.
Los tres amigos comieron rápidamente, y al terminar se levantaron de la mesa
para salir del comedor. Harry miró fugazmente a la mesa de los profesores y vio que
Flammingan ya no estaba allí.
—Bueno, nosotros nos vamos a la sala común, ya nos contarás —dijo Hermione.
—Sí... No tardes —añadió Ron, y ambos se fueron cogidos de la mano.
Harry, por su parte, se dirigió al despacho de Flammingan, llamó a la puerta y, en
cuanto el profesor le dio permiso, entró.
—Buenas noches, profesor —saludó—. ¿Qué me quería?
Flammingan le devolvió el saludo, pero no dijo nada más durante unos instantes.
Se levantó de su silla y se acercó a la chimenea.
—Ven —le dijo—. Vamos a ir a un lugar.
—¿Cómo dice? —preguntó Harry, sorprendido—. ¿Adónde?
Por toda respuesta, Flammingan cogió un puñado de polvos flú y los lanzó al
fuego.
—Sígueme —le indicó a Harry. Luego se metió en la chimenea y exclamó, alto y
claro—: ¡Ministerio de Magia!
—¿Minis...? —comenzó a decir Harry, aunque se calló al ver cómo Flammingan
desaparecía en la llamas. Sin comprender nada, pero muerto de curiosidad, Harry
cogió otro puñado de polvos flú e hizo lo mismo que el profesor.
Cuando, tras el viaje, salió en el Atrio del Ministerio de Magia y se colocó bien las
gafas, vio que Flammingan estaba hablando ya con el encargado de seguridad, que
asentía. Flammingan le despidió con un gesto y se volvió hacia Harry.
—Vamos.
—¿Adónde?
—Al Departamento de Misterios —respondió Flammingan, encaminándose a los
ascensores.
—¿Al...? ¿A qué vamos allí? —quiso saber Harry, siguiendo al profesor y entrando
en el ascensor.
—Lo que me dijiste esta mañana me hizo pensar —le explicó Flammingan
mientras pulsaba el botón nueve—. Fui a ver a Dumbledore y hablé con él. Se mostró
de acuerdo conmigo en que te trajera aquí.
—¿Qué es lo que quiere que vea? —preguntó Harry cuando el ascensor se detuvo
y ambos se echaron a caminar por el pasillo hacia la puerta negra que estaba al final.
—Esta mañana me hablaste de tu mayor deseo, ¿verdad?
—Sí —respondió Harry—. ¿Qué tiene que ver eso?
—Todo —respondió Flammingan mientras atravesaban la puerta y entraban en la
fría sala circular, que empezó a moverse justo al cerrar la puerta de entrada—.
¡Cámara de los Sueños! —exclamó, y la sala dejó de moverse, abriéndose la puerta
que estaba frente a ellos.
—¿Cámara de los Sueños? —preguntó Harry, intrigado—. ¿Qué es lo que...?
Pero Flammingan no le dejó terminar.
—Escúchame, Harry, y escúchame bien —le dijo muy serio, mientras entraban en
la sala que se había abierto y el profesor cerraba la puerta. Se encontraban en una
especie de pequeño vestíbulo, donde había un par de escritorios, algunos armarios
con libros y pergaminos, y una puerta, además de la de entrada. Harry miró hacia su
profesor—. Vamos a ir al final de esta Cámara, que es donde se encuentra lo que
quiero mostrarte. Pero antes, tendremos que pasar por esa sala de ahí —dijo,
señalando la puerta que estaba al fondo—. Ésta es la Cámara de los Sueños
—comentó Flammingan—. ¿Entiendes a lo que me refiero?
—¿A los sueños que se tienen mientras se duerme? —inquirió Harry—. ¿Es eso lo
que se estudia aquí?
—Todos los sueños —puntualizó Flammingan, enfatizando la palabra «todos»—.
Por eso quiero darte esta advertencia: este lugar es... peligroso, en cierto modo.
—¿Peligroso? —repitió Harry, con un deje de temor en la voz.
—No como el velo, pero peligroso a su manera. Es necesario estar muy preparado
y muy mentalizado para entrar en esa sala, Harry. En cuanto lo hagamos, entenderás
por qué. No te sucederá nada malo físicamente hablando, pero podrías volverte loco,
perder todo contacto con la realidad. Los sueños son hermosos, pero, si nos dejamos
llevar por ellos, si nos concentramos en ellos y perdemos la noción de la realidad,
pueden ser terribles. Así que atiéndeme bien: cuando entremos ahí, avanzaremos
hasta la puerta del final, pero, antes de que lleguemos, verás cosas.
—¿Cosas?
—Cosas que deseas, cosas con las que sueñas... Pero, entiéndeme bien, no
serán reales, ¿de acuerdo? Nada de lo que veas será cierto.
—De acuerdo —asintió Harry, sin acabar de comprender el motivo de tanto
revuelo.
—Te parece fácil ahora, pero te aseguro que es muy difícil. Verás cosas que
anhelas tan profundamente que no querrás apartarte de ellas. El mundo que hay fuera
de esa sala te parecerá una pesadilla comparado con lo que allí encontrarás... Pero
es falso. Si no eres fuerte, te consumirás viendo, viviendo ese sueño; pero no llegarás
a nada, porque el sueño no puede darte lo que necesitas realmente, una vida. Tenlo
muy presente. —Echó la mano al pomo de la puerta e iba a girarlo, cuando añadió—:
Si quieres otro consejo, no mires a nada y sigue adelante.
—De..., de acuerdo —musitó Harry, un tanto nervioso. ¿Qué vería?
Flammingan abrió la puerta, revelando una sala muy oscura. Entró en ella y Harry
le siguió. La puerta se cerró tras ellos, y quedaron un instante sumidos en la
oscuridad, hasta que el anciano profesor hizo aparecer una bola de luz en su mano
derecha.
—Vamos, rápido —exhortó.
Harry comenzó a seguirle, hacia la puerta que se adivinaba en el otro extremo de
la larga y vacía sala, cuando de pronto miró al suelo, y vio que no pisaba mármol,
como antes, sino hierba. Extrañado, levantó la cabeza y miró hacia Flammingan, pero
el anciano no se encontraba a su lado. Asustado, miró a su alrededor, y se dio cuenta
de que no estaba ya en aquella habitación.
Se encontraba en un descampado, en medio de un bosque. Algunos árboles
ardían. Era de noche, y la luna brillaba en la alto. Entonces, observó, anonadado, que
delante de él, a pocos metros, estaba tirado el cuerpo de Voldemort, y parecía muerto.
Intranquilo y sin comprender, quiso buscar su varita, pero ya la tenía en la mano. Se
miró y vio que su túnica estaba rasgada, y que tenía manchas de sangre. Volvió a
mirar a su alrededor, buscando una respuesta, y vio que, aquí y allí había otros
cuerpos, algunos de mortífagos, otros parecían de aurores del Ministerio. Él parecía
ser el único ser vivo en aquel lugar.
Empezó a darse cuenta de que lo que veía debía de ser lo que Flammingan le
había dicho, algún tipo de sueño, cuando oyó voces. Miró hacia su izquierda y vio a
Ron y a Hermione, también heridos, pero muy alegres, que corrían hacia él.
—¡Harry! ¡Harry! ¡Lo has logrado! —gritaba Hermione—. ¡Lo hemos conseguido,
Harry! ¡Hemos ganado!
Antes de que pudiera responder, Hermione se había abalanzado sobre él y lo
abrazaba con fuerza.
—¡Bien hecho, compañero! —decía Ron, también loco de contento—. Lupin y
Dumbledore vendrán ahora, estaban por allí, persiguiendo a dos mortífagos... ¡Somos
libres, Harry, y estamos vivos, todos vivos!
—Ron..., Hermione... ¿Qué...? —Quería preguntar qué pasaba, o cómo había
pasado, pero se dio cuenta de que no importaba: todos estaban bien, y Voldemort
vencido... Todo había terminado.
Entonces les sonrió, y también Ron se echó encima de él y Hermione y los tres se
abrazaron con todas sus fuerzas. Harry oyó como una voz lejana que reconoció como
la de Flammingan le decía que no escuchara, que siguiera, que no era real... Pero,
para ser una ilusión, los cuerpos de sus amigos parecían increíblemente reales y
sólidos. ¿Cómo iba aquello a ser un sueño?
Ron y Hermione se separaron de él, y entonces Harry vio a Dumbledore, a Lupin,
a la señora y al señor Weasley, a Tonks, y a otros muchos miembros de la Orden.
Todos ellos sonreían, y se abrazaban a Harry, felicitándose mutuamente por haber
ganado, por ser libres al fin. Harry sonreía con todas sus fuerzas.
Entonces volvió a oír la voz de Flammingan, y recordó vagamente adónde habían
ido. Entonces se dio cuenta de algo: nadie se había acercado al cuerpo de Voldemort
a ver si realmente estaba muerto. Y ¿cómo podían estar tan felices todos, habiendo
tantos muertos alrededor?
—Ron, Hermione... —dijo—. Mirad toda esta gente, muerta...
—¡Harry! —exclamó Hermione—. Nosotros estamos todos vivos, ya no hay de qué
preocuparse, ahora seremos todos felices... —Y se lanzó nuevamente sobre él para
abrazarle.
Pero en esta ocasión, Harry la rechazó.
—No —replicó—. Tú jamás hablarías así en la realidad. Tú, que has sufrido tanto
por la muerte de Henry, aunque fuera para salvarme la vida, no estarías así de feliz y
despreocupada en medio de un campo de cadáveres... No, tú no eres la auténtica
Hermione... Esto..., esto sólo lo harías en un sueño.
Hermione le miró, dolida, mientras Harry comprendía la verdad, y, al instante
siguiente, ya no estaban allí. Volvía a estar en la sala oscura, con Flammingan a su
lado. Parpadeó.
—Venciste el sueño —observó Flammingan—. Bien hecho. Sigamos, antes de
que comience de nuevo.
—Era hermoso, pero no eran ellos... No eran ellos de verdad...
—Lo sé —musitó Flammingan—. Yo también lo vi.
Harry iba a preguntar cómo era posible que hubiese visto su sueño, cuando se dio
cuenta de que a su alrededor todo había vuelto a cambiar. Esta vez se encontraba en
un jardín muy hermoso y cuidado, en un día soleado de verano. Pero no era cualquier
jardín: era el verde y magnífico jardín de la casa de los Potter en el Valle de Godric.
Ante Harry se erguía ahora la casa de piedra, por cuyas paredes subían enredaderas.
Estaba en todo su esplendor, tal y como él la había visto en los recuerdos de
Voldemort. Tal y como la había imaginado. Pensó por un momento que de nuevo
aquella sala estaba jugando con él, pero igualmente, aunque sólo fuera un segundo,
tenía que mirar.
Caminó por el césped, aspirando el aroma del lugar, experimentando la sensación
de estar en un sitio lleno de vida y de alegría, y se acercó a una de las ventanas,
donde había oído ruidos. Miró hacia el interior, y lo que vio hizo que su corazón
duplicara su ritmo, sintiese un nudo en el estómago y una calidez que jamás había
experimentado le invadiera.
Dentro de aquella estancia, la cocina, su padre, James Potter, sostenía con su
varita un enorme montón de platos en el aire, mientras su madre, con una sonrisa,
agitaba la suya preparando cantidades inmensas de comida.
—¿Dónde está Harry? —preguntó ella.
—En el jardín, supongo.
—¡Tendría que estar ayudándonos, James! ¿Ha puesto la mesa?
—No lo sé; creo que no. Vamos, déjale que descanse un poco, hoy es su
cumpleaños y sólo hace un mes que acabó el colegio.
—James Potter, estás malcriando a tu hijo.
—Bueno —repuso James, acercándose a Lily y abrazándola por la espalda—.
¿Quién no se siente un poco consentido, cuando se tiene la dicha de vivir a tu lado?
A su pesar, Lily sonrió, y Harry también. Pero ¿qué hacía? Podía poner la mesa,
como ella había dicho, y así darle una alegría...
—Vamos, James, si no trabaja Harry, tendrás que hacerlo tú. Pronto llegarán los
Weasley y todos los demás.
Harry se quedó embobado. ¿Los Weasley?
—Ya voy, ya voy... —contestó James, y salió de la cocina. Pero, en vez de salir de
la casa por la puerta principal, salió por la que daba a la parte trasera del jardín.
Harry se dirigió hacia allí, rodeando la casa, pero, antes de llegar a la esquina, un
«plop» a sus espaldas le hizo volverse.
—¡Debimos esperar a los demás, Ron! —oyó que decía la voz de Hermione. Sus
dos amigos acababan de aparecer en el medio del jardín.
—¿Por qué? —dijo Ron—. Le daremos una sorpresa a... ¡Harry! —exclamó, al
darse cuenta de que él los miraba. Harry sonrió y se acercó a ellos, contento de
verles.
—Ron, Hermione. Bienvenidos.
—¡Feliz cumpleaños, Harry! —exclamaron ambos, abrazándolo—. Perdón por
llegar antes de tiempo —se disculpó Hermione—, pero Ron...
—¿Qué dices? ¡Me alegro de que ya estéis aquí!
Ron le dirigió a Hermione una mirada de «¿Lo ves?». Harry sonrió, nunca
cambiarían...
—¡Vaya, ya habéis llegado! —exclamó la voz de la madre de Harry desde la
puerta de la casa—. Pasad adentro... Ah, Harry, estás ahí... ¿Por qué no vas a
ayudarle a tu padre con la mesa, cariño?
Harry se dirigió a la puerta, embargado por el cariño hacia la persona que estaba
en ella.
—Mamá... Mamá..., es... estupendo verte —balbuceó, y las lágrimas amenazaron
con salir de sus ojos.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó ella con dulzura y sorpresa—. Nos hemos
visto todo el día... ¿No estarás intentando evitar ayudarle a tu padre?
—Deje, señora Potter, yo les pondré a trabajar. A ambos.
Lily le sonrió.
—Gracias, Hermione. Ya me hacía falta una cabeza centrada y despierta, estar
rodeada de jugadores de quidditch acaba con cualquiera.
—Y que lo diga.
—¡Eh! —protestaron Ron y Harry—. ¿Qué quiere decir eso?
—Vamos, id a ayudarle a tu padre, Harry. Hermione, cariño, ¿quieres ayudarme
un momento aquí, en la cocina?
—Por supuesto —contestó Hermione de buen humor.
Ron y Harry se fueron hacia el jardín mientras oían a Lily preguntarle a Hermione
por sus padres.
En la parte de atrás del jardín, James colocaba las mesas con su varita mientras a
su alrededor flotaban un montón de platos y otros cubiertos, en equilibro algo
inestable. Entonces uno de los manteles se enrolló en las patas de una de las mesas,
y, mientras James intentaba desenrollarlo, perdió la concentración y los platos
empezaron a caer. Por suerte, tanto Ron como Harry sacaron la varita a tiempo,
evitando el estropicio.
—¡Uf, por poco! —exclamó James, aliviado, dejando las mesas en el suelo—.
Menos mal que... ¡Oh, Ron, ya has llegado! ¿Cómo estás? ¿Ha llegado ya tu familia?
—No, vine con Hermione. Los demás llegarán dentro de un rato.
—Con Hermione, ¿eh? —dijo James, con una sonrisa pícara—. ¿Habéis venido
directamente, o habéis... parado por ahí?
Ron se ruborizó un poco.
—¡Papá! —exclamó Harry reprobatoriamente.
—Oh, vamos, Harry —repuso James—. Yo también he tenido dieciocho años...
—Suspiró—. Bueno, ¿me echáis una mano? He puesto la mesa aquí, hacia un lado,
así luego podremos jugar un partido de quidditch en el resto del jardín.
—¡Sí, eso! —exclamó Ron, muy contento. Se acercó a la mesa y puso los platos y
cubiertos que sostenía en ella.
Mientras lo hacía, Harry los miraba a ambos. Oyó que su madre y Hermione se
reían en la cocina, y se sintió mejor que nunca. Aquello era como un sueño, era un
sueño... ¿Un sueño? Aquello significaba algo para él... Sí, algo, pero, ¿el qué?
Entonces, mientras meditaba sobre ello, oyó de nuevo una voz lejana que le hablaba.
Esto no es real... Ellos no están vivos, Harry, lo sabes... Tienes que volver.
«No —se dijo a sí mismo—. No están muertos. ¿Cómo van a estar muertos, si
están aquí?» Se dirigió a la mesa, con su padre y Ron, pero un pensamiento se le
formó en la cabeza y le hizo dudar:
Y si no están muertos... ¿por qué le dijiste a tu madre que te alegrabas de verla?
Cerró los ojos con fuerza, para no oír aquello.
«¡No! —se dijo a sí mismo—. ¡No! Ellos están aquí, están aquí, como siempre he
querido...»
Sintió la réplica formarse en su mente, pero la voz de su padre le devolvió a la
realidad:
—Harry, ¿qué haces? ¿Te duermes? Pon los platos encima de la mesa.
—Ah, sí, perdona...
—¿Estás bien? —le preguntó Ron.
—Sí, se me pasó por la cabeza una mala idea, pero sólo fue una tontería —dijo,
sonriendo.
—¿Una mala idea? —preguntó Ron—. Bueno, no te preocupes. Si acaso
pensabas que algo lo impediría, pues no: mi hermana también va a venir —informó,
con una sonrisa.
Harry le miró. ¿Ginny? ¿Ginny allí?
—¿He oído la palabra «hermana»? —les preguntó James, sonriendo también—.
No hablaréis de una chica pelirroja, ¿verdad? ¿Cuándo te vas a declarar, Harry? Los
Potter sentimos debilidad por la gente pelirroja.
—Papá, deja las bromas —le pidió Harry.
—Sí, pues espera a que lleguen mis hermanos y se junten todos —comentó Ron.
—No quiero ni pensarlo —le dijo Harry riéndose.
«Cuando estaba con Sirius, debían de ser terribles —pensó, con una sonrisa—.
Lástima que esté muerto...»
Un segundo. Si Sirius está muerto... Murió allí en la Cámara de la Muerte... En el
Departamento de Misterios. Algo no encajaba. Algo no estaba bien. ¿No había ido él
al Departamento de Misterios también? Entonces volvió a oír la voz que lo llamaba,
que le decía que no escuchara, que no mirara, que sólo era un ilusión. Fue a la parte
delantera del jardín y cerró los ojos. Miró hacia la puerta de la verja, pensando en
salir, a ver qué pasaba, cuando oyó ruido dentro de la casa. Mucho ruido. Sin mirar y
haciendo acopio de voluntad, se dirigió a la carretera. Si aquello era un sueño, tenía
que salir... Pero pensar que no era real era demasiado doloroso...
Iba a salir de la finca, cuando alguien le llamó desde la puerta de la casa. Volvió la
vista y la vio, hermosa, radiante... Era Ginny, con su largo pelo pelirrojo que brillaba al
Sol.
—Harry, ¿adónde vas? ¿No vienes a saludarme?
—Ginny... —musitó, olvidándose de todo excepto de ella.
—Sí, claro. ¿A quién esperabas?
Harry se acercó a ella.
—¿No vas a darme un abrazo? —le preguntó la chica, con aire divertido.
—Eh..., sí, claro... —Y torpemente se acercó a ella y la abrazó. ¿Cómo podía estar
tan guapa? Sintió su calidez contra él, aspiró su perfume... Si aquello era un sueño,
no quería salir de él. Quería seguir allí, y besarla...
No. No es real. No la mires. Si te quedas aquí te consumirás en tus visiones, y
olvidarás la felicidad que quizás te espera fuera. No sacarás de este sueño nada que
no tengas en ti mismo. Ron, Hermione y Ginny no están ahí, Harry. No son ellos.
«No, no es cierto»
Sí lo es. Vamos, vuelve conmigo, esto no es lo que quería mostrarte. Ven, Harry.
No la mires, no la escuches.
Dolorosamente, vislumbró en su mente recuerdos del mundo real, del mundo que
estaba fuera de aquella maravillosa visión.
—Lo..., lo siento, Ginny —murmuró con los ojos cerrados, apartándose de ella con
todo el dolor de su alma. ¿Cuándo podría estar así en la realidad, realidad que ahora
empezaba a recordar? ¿Cómo podría volver al mundo cuando había probado esto?
—Harry, ¿qué te pasa? ¿Por qué te alejas? ¿Adónde vas?
—Tengo que irme, Gin... Esto no..., esto...
—Harry, no te vayas. Vine a verte...
Harry apretó los ojos con más fuerza. Si miraba a la cara de la chica, no podría
resistirlo y caería de nuevo.
—No te vayas, Harry. Si te vas, no le verás.
—¿Ver a quién? —preguntó Harry, sin abrir los ojos. ¿Por qué la ilusión no
desaparecía?
—A Sirius, Harry. Él también vendrá. Vendrán todos, todos aquellos que te quieren
y te aprecian. Es tu cumpleaños.
—¿S-Sirius? —musitó Harry, abriendo los ojos y mirando a Ginny.
—Sí, Harry. Dame la mano y ven conmigo, vamos adentro... —Ginny extendió su
mano y Harry la observó. Sólo tenía que cogerla... ¿Qué más daba que fuese un
sueño, si todo lo que quería y deseaba estaba allí?—. Vamos, ven conmigo...
No. No todo lo que deseas está allí. Lo que ves es demasiado fácil para ser real,
para ser cierto. Vuelve, Harry. Las personas que realmente te necesitan están aquí.
Ellos no te necesitan, están en tu mente. Vuelve aquí; aquí no está Sirius, ni tus
padres, pero hay un Ron, una Hermione y una Ginny que sí te necesitan. Vuelve,
Harry. No les escuches.
Con el corazón rasgado por el dolor, Harry se alejó de Ginny. Vio cómo todos
salían de la casa y le miraban: sus padres, Ron y Hermione, todos los Weasley, Lupin,
Tonks, Kingsley, Luna... y Sirius. Todos estaban allí, sonriéndole. Invitándole a ir con
ellos.
—No —dijo—. No... Lo siento.
Cerró los ojos y, con un dolor inmenso, corrió para salir de la finca sin volver la
vista atrás. Al hacerlo, sintió unos brazos que le agarraban, y se dio cuenta de que
estaba otra vez en la Sala de los Sueños, junto a la puerta del final. Flammingan le
sostenía.
Harry se derrumbó sobre sus rodillas y comenzó a llorar amargamente.
—¿POR QUÉ ME TRAJO AQUÍ? —le reprochó—. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué ha
querido mostrarme lo más maravilloso que jamás he tenido, y luego arrebatármelo?
—Yo no quería mostrarte esto, Harry —respondió Flammingan, apenado—.
Aunque debí suponer que sería demasiado duro para ti. Sin embargo, venciste a la
ilusión y eso demuestra una gran fortaleza.
—¡NO ME IMPORTA! —gritó—. He visto ahí todo lo que... Todo...
—Todo lo que has estado deseando y soñando estos días, lo sé —terminó
Flammingan—. Pero lo que viste, Harry, no era a tus padres, ni a tus amigos. Sólo tu
imagen de ellos. Esos seres, esas ilusiones, jamás harían algo que tú no esperases,
jamás te sorprenderían... Porque sólo saben lo que tú sabes, o lo que tú quieres que
sepan. Los sueños, por muy tentadores que sean, nunca pueden sustituir a la
realidad. —Abrió la puerta que conducía a su destino, y dijo—: Ven, aquí está lo que
quiero mostrarte.
Harry, lleno aún de tristeza, se levantó y entró en la habitación con paso lento y
cansado. Flammingan cerró la puerta y varias antorchas de color azul, como las que
había en la entrada y en la Sala de las Profecías, se encendieron, revelando un cuarto
que parecía un almacén, lleno de objetos. Pero lo único que llamó la atención de
Harry fue lo que había en el centro de la sala: un espejo que él ya había visto hacía
años.
—Es... el Espejo de Oesed —murmuró Harry, muy sorprendido—. ¿Qué hace
aquí?
—Lleva aquí muchos años —contestó Flammingan—. Prácticamente desde que
se construyó esta cámara. Es lo que yo quiero mostrarte, lo que deseaba que vieras.
—¿Muchos años? —se extrañó Harry—. Pero yo..., yo lo vi en Hogwarts en
primero, lo tenía Dumbledore...
—Yo se lo presté —aclaró Flammingan—. Me lo pidió, y se lo dejé para proteger la
piedra filosofal.
—Ya sé lo que el espejo me muestra, ya lo he visto —dijo entonces Harry—.
¿Para qué me ha traído?
—Para que lo mires otra vez —explicó Flammingan—. Tal vez te sorprendas.
Harry, un tanto desganado, se acercó al espejo. Poco le importaba lo que le
mostrara. Al fin y al cabo, después de lo que había visto... Concluyó que seguramente
el espejo le mostraría lo mismo. ¿No era aquél, al fin y al cabo, su mayor deseo?
Se puso delante del cristal y se observó a sí mismo. Se vio solo durante un
segundo y entonces, a su lado, empezó a aparecer gente. Estaba al lado de Ginny,
que le sonreía, feliz; al otro lado estaba Hermione, también sonriente, agarrada a Ron,
y detrás de ellos estaban todos los Weasley, y la señora Weasley ya no tenía cara de
preocupación y angustia, sino que irradiaba felicidad, rodeada por su esposo y sus
hijos; y también estaban Lupin y los Granger; un poco hacia un lado se encontraba,
para su sorpresa, Neville, acompañado de sus padres, y éstos ya no tenían aquella
expresión ausente, sino que sus rostros brillaban de felicidad; y por último, sus padres
y Sirius. Vio cómo su padre y Sirius se daban palmadas amistosas, y observó también
cómo su madre y Alice Longbottom se sonreían, contentas de verse y estar juntas.
Se quedó un rato contemplando la imagen, observando todos aquellos rostros
felices y libres de preocupación. Todos sanos y salvos. Su mayor deseo...
—¿Qué ves? —le preguntó Flammingan.
—Los veo a todos —contestó, incapaz de apartar la vista de la imagen que tenía
ante él—. A todos, y todos están bien, y felices... y conmigo.
—¿Quiénes son «todos»? —inquirió Flammingan.
—¡Todos! —exclamó Harry—: los Weasley, los Granger, mis padres, Sirius...
Neville y sus padres... Todos, absolutamente todos.
—¿Qué viste la primera vez que miraste en el espejo?
—A mi familia —contestó automáticamente, sin dejar de mirar.
—¿Y ahora?
—Ya se lo dije —repuso Harry.
—Sí, me detallaste lo que veías, pero, ¿qué es?
Entonces Harry comprendió la pregunta del profesor:
—A mi familia. Veo..., veo a mi familia.
Flammingan le sonrió.
—Como ves, ya has alcanzado gran parte de tu mayor deseo: antes sólo veías
una imposibilidad, pero ahora estás viendo a mucha gente que realmente está
contigo. Eres afortunado de tener una familia, sea de sangre o no, tan grande y
preocupada por ti. Muy afortunado, Harry. No necesitas un sueño, porque tienes la
realidad. Cierto que en la realidad no están a salvo, pero... ¿No es lo que estás viendo
un motivo por el que tener esperanza y luchar? Yo creo que sí.
—Sí, sí lo es —respondió Harry, y luego sonrió—. El mayor motivo de todos.
—No lo olvides nunca, Harry —le dijo Flammingan—. Lo que viste antes estaba en
tu mente, sólo en tu mente... Tus padres están contigo, lo sabes.
Harry asintió.
—Ven, vamos —le indicó el profesor—. Debemos regresar al castillo.
Con una última mirada, Harry se apartó, no sin cierta reticencia, del Espejo de
Oesed.
23

Recuerdos Perdidos

—¿De veras viste eso? —le preguntó Hermione a Harry cuando éste terminó de
explicarles lo que había experimentado en la Sala de los Sueños. Sólo ellos tres
permanecían a aquella hora en la sala común—. ¿Y dices que parecía real?
—Muy real —puntualizó Harry—. Cuando estaba allí me olvidaba de todo, de lo
que había fuera de esa visión. No podéis imaginaros lo hermoso que era. No tenéis ni
idea de lo duro que fue alejarse de ellos, de vosotros, de mis padres, de Sirius, de
Ginny...
Sus dos amigos le miraron compasivamente.
—Harry..., te lo digo una vez más: ¿por qué no hablas con Ginny? —le preguntó
Ron—. ¿Por qué no le dices que te...?
—No, Ron. Ya hemos hablado de eso. No mientras todo siga así. Si algo me
pasara, no quiero que ella sufra aún más...
—Pero Harry, ella sufriría igualmente —replicó Ron.
—¿Eso crees? —le preguntó Harry—. ¿Recuerdas cómo te sentiste el año
pasado, cuando Hermione recibió la maldición de Jugson? ¿Recuerdas cómo te
sentiste al perderla justo después de que estuvierais juntos? Yo sufrí horriblemente,
Ron, pero tú mucho más.
Ron bajó la cabeza. Hermione no dijo nada.
—No, no voy a decírselo —continuó Harry—. No voy a meter más problemas en mi
vida, ni en la de ella, hasta que esto se resuelva.
—Es tu decisión, Harry —dijo entonces Hermione—. Pero ya te lo dije una vez, y
vuelvo a repetírtelo: creo que te equivocas.
—Bueno, dejemos eso —pidió Ron—. ¿Qué es lo que quería mostrarte
Flammingan, si no era ese lugar de los sueños?
—Me llevó ante el Espejo de Oesed —les explicó Harry, y luego les contó todo lo
que había visto en él.
—No necesitabas ese espejo para saber que nosotros somos tu familia —repuso
Hermione cuando Harry terminó de hablar—. Ya lo sabes.
—Sí, pero saber que mi mayor deseo es que estemos todos juntos y bien... Creía
que lo que más quería en el mundo era estar con mis padres y hablar con ellos, pero
no, eso sólo es una parte. Y me alegró lo que vi —añadió—, pero no puedo evitar
entristecerme cuando recuerdo la visión, cuando recuerdo ese día de verano y a todos
allí, a punto de celebrar mi cumpleaños todos juntos, con una gran fiesta. Sé que lo
que vi, lo que les escuché decir, no fue real, sólo una manipulación de mi mente
basada en lo que sé de ellos, en lo que Hagrid, Lupin y demás me han contado, pero
aún así fue bonito. Me gustaría mucho saber si eran así de verdad, antes de que
murieran... Me encantaría verlos y escucharlos de nuevo.
Y en eso mismo seguía pensando media hora después, cuando ya estaba en su
cama. Cerraba los ojos y veía aquella escena, y se preguntaba de nuevo cómo habría
sido la vida de sus padres mientras estaban ocultos en el Valle de Godric, mientras
sus vidas pendían de un hilo, mientras el tiempo transcurría, sin saberlo ellos, hacia su
final.
Entonces Harry se preguntó si ellos se lo habrían imaginado. Si habrían pensado
alguna vez en que no vivirían para ver crecer a su hijo. Si sabrían que pronto su familia
quedaría totalmente destruida y que Harry tendría que pasar diez horribles años con
los Dursley... Recordó la foto que Moody le había enseñado dos años antes, la última
noche que habían pasado en Grimmauld Place, la foto donde aparecían todos los
miembros de la Orden del Fénix, y sintió que lo recorría un escalofrío. Pensó en la
imagen del Espejo, llena de caras sonrientes, y se preguntó cuántos de ellos vivirían
cuando cayera lord Voldemort, si es que éste era vencido, claro, porque si no, todos
los que salían en aquella imagen estaban condenados a muerte irremisiblemente...
Se movió hasta quedar de costado y observó a Ron, que dormía tranquilamente en
su cama. Luego, levantando la vista, observó a Neville, que roncaba apaciblemente.
Recordó a los Longbottom, abrazándole, y deseó fervientemente que aquello pudiera
suceder, que al menos Neville pudiera recuperar a sus padres, ya que él no podía.
Volvió a ponerse boca arriba, mirando al techo de su cama, y lentamente, con su
cabeza dando vueltas acerca de lo que había visto, se durmió, soñando con comidas
de campo y reuniones familiares. Y durmió tan bien y tan profundamente que cuando
se despertó le pareció que acababa de meterse en la cama.
Y durante aquellos últimos días de Noviembre, mientras los primeros copos de
nieve empezaban a caer y las montañas alrededor de Hogwarts se volvían blancas,
Harry no dejó de pensar en aquellas cosas, en cómo sería la vida de sus padres antes
de morir, en qué se dirían, en qué habría sido lo último que habían hablado antes de la
irrupción de Voldemort, que había puesto fin a su existencia...
Pero eso nadie podía decírselo, porque nadie lo sabía. Las últimas personas que
habían visto a sus padres con vida habían sido Peter y Sirius, cuando se había llevado
a cabo el encantamiento fidelio, aproximadamente una semana antes del ataque de
Voldemort. Y ninguno de los dos estaba vivo ahora para poder contárselo.
Ron y Hermione habían notado la preocupación de Harry, y, cuando éste
finalmente les había confesado sus deseos, ambos habían insistido en que debería
olvidarlo.
—Eso no les devolverá a la vida, Harry —le había dicho Hermione—. Sólo te traerá
más dolor. Fíjate: estas últimas semanas has sabido muchas cosas sobre ellos y eso
no te ha hecho más feliz, ni estás más contento. Al contrario: estás más pensativo y
más solitario. Quieres saber cosas que nadie puede decirte, y, aunque pudieras
saberlas, sólo desearías saber más. Es mejor que sigas el consejo del profesor
Flammingan y te concentres en el presente.
Ron asintió.
—Ella tiene razón, Harry. No deberías torturarte con el pasado, no ganarás nada.
Pienso que hay cosas que es mejor no saber.
Harry no les había contestado nada en aquella ocasión, pero sus palabras no le
habían hecho cambiar de idea, por supuesto que no. Seguía deseando saber más, e
intentaría por todos los medios conseguir un poco de información, aunque no tenía ni
idea de quién podría proporcionársela, ni siquiera estaba seguro de saber qué
información deseaba. De todos los amigos de sus padres, el más cercano (y el único
que quedaba con vida) era Lupin, pero a éste no podría verle hasta Navidad, y para
eso faltaba casi un mes...
Por otra parte, Voldemort y los mortífagos parecían estar muy tranquilos. Desde
que Tonks había sido herida, no había vuelto a haber ningún ataque, ni desaparición,
ni nada. Ni siquiera había habido heridos o atacados muggles, aunque sólo fuera por
diversión. A la mayoría de la gente, por lo menos a los alumnos de Hogwarts, aquello
les tranquilizaba, pero no así a Harry. Éste sospechaba que la ausencia de ataques no
era más que la calma que precede a la tormenta, y, a diferencia de los demás, no
podía convencerse de que sólo eran malas ideas, porque su conexión con Voldemort
era más fuerte; él la sentía más fuerte, no había dejado de apreciar lo intensa que
había vuelto: ahora casi siempre podía sentir, si se concentraba, cómo algo maligno y
lleno de odio se escondía detrás de su alma, al acecho. Sabía que, de alguna manera,
sus presentimientos procedían de esa conexión y eran, por tanto, acertados.
El último viernes del mes, mientras hacía los deberes en la biblioteca, en compañía
de Ron y Hermione, de repente sintió una súbita sensación, como una visión que no
llegaba a concretarse, de que algo había pasado, o estaba a punto de pasar. Al
sentirlo volcó con la mano el frasco de tinta sobre sus pergaminos, y Ron y Hermione
levantaron la vista hacia él, extrañados.
—Harry, ¿qué te pasa? —le preguntó Hermione—. ¡Estás estropeando tu trabajo!
—Sacó su varita rápidamente, y con un par de fluidos movimientos, limpió los deberes
de Harry y los dejó como antes—. ¿Qué te ha pasado?
—He sentido algo.
—¿Algo? —inquirió Ron—. ¿Algo como qué?
—Voldemort —explicó, con voz ahogada—. Ha hecho algo, alguna cosa... O
pretende hacerla. No sé lo que es, pero estoy seguro de que algo se prepara.
—¿Estás seguro? —le preguntó Hermione, asustada—. ¿No ha sido una visión, ni
nada así?
—No, sólo una sensación —aclaró Harry—. Pero estoy seguro de lo que sentí.
Voldemort prepara algo...
—¿No tienes manera de saber el qué? —preguntó Ron, preocupado—. Si es algo
contra la Orden... —Parecía realmente asustado ante la posibilidad de que así fuera.
Harry se concentró, intentando recordar lo que había sentido, pero sin éxito.
—No puedo —dijo finalmente—. Sé que es algo que le ha alegrado, pero nada
más... Y el caso es que siento que podría saberlo, ¿sabéis? Si supiera legeremancia,
como él, sé que podría...
—¿Como hace él contigo? —preguntó Hermione.
—No, mejor incluso —matizó Harry—. La conexión es más fuerte de él hacia mí.
Yo tengo parte de su esencia, por lo que tengo un acceso más fácil a su mente. Por
eso pude observarle desde mucho antes de que él se diera cuenta de que lo hacía.
—Pues siendo así, tal vez deberías aprender legeremancia —sugirió Ron.
—Tal vez —contestó Harry, pero desechó la idea casi inmediatamente. Tenía ya
demasiado trabajo sin necesidad de clases extra.
Aproximadamente una hora más tarde, recogieron sus cosas y se fueron a cenar.
Y allí, si Harry había albergado alguna duda sobre la sensación que había tenido, se
disipó cuando una lechuza, que llamó la atención por llegar a aquellas horas, dejó un
sobre ante Dumbledore. Éste, con expresión intrigada, lo abrió, y Harry notó
perfectamente cómo exhalaba un suspiro de abatimiento.
Se levantó y se acercó a la profesora Sprout, mientras todo el Gran Comedor, que
se había dado cuenta de que algo anormal sucedía, los observaba. Dumbledore le dijo
algo a la profesora, que charlaba animadamente con la profesora Vector, de
Aritmancia. A medida que Dumbledore le hablaba, la sonrisa abandonó su rostro y fue
sustituida por una de lástima y pena. Entonces se levantó y siguió a Dumbledore hasta
la mesa de Hufflepuff, donde se detuvieron ante un chico bajo de cara redonda y pelo
muy negro. Dumbledore dejó escapar otro suspiro y puso una mano sobre el hombro
del chico, antes de pedirle que les acompañara. El chico, que se había puesto pálido
como la luna, se levantó y siguió a los dos profesores temblando. En cuanto salieron
del Gran Comedor, los murmullos comenzaron.
—¿Qué habrá pasado?
—¿Habrá hecho algo?
—¿Quién era? —Esta última pregunta la había hecho Seamus.
—Va en mi curso —contestó Dennis Creevey, que estaba sentado cuatro asientos
a la derecha de Harry—. Se llama Kevin Whitby y su padre trabaja en el Departamento
de Seguridad Mágica, en el Ministerio...
Harry, Ron y Hermione se miraron de inmediato.
—Harry, ¿crees que esto tiene algo que ver con...? —comenzó a preguntarle
Hermione.
—Estoy totalmente seguro —respondió Harry. Deseaba equivocarse, pero tenía la
seguridad de que Kevin Whitby se había quedado huérfano.
Efectivamente, a la mañana siguiente, cuando Hermione desplegó El Profeta, la
noticia de lo que había pasado estaba en la primera plana. La muchacha la leyó:
TORTURADO Y ASESINADO FUNCIONARIO DEL
DEPARTAMENTO DE SEGURIDAD MÁGICA

La pasada tarde, Rubens Whitby, funcionario del Departamento de


Seguridad Mágica, de cuarenta y dos años, residente en la ciudad de
Coventry, fue encontrado asesinado en un descampado por dos
muggles que paseaban a su perro. Aunque el cadáver no estaba
señalado con la Marca Tenebrosa, resulta obvio que fue trabajo de
magos tenebrosos: el cuerpo tenía todas las señales de haber sido
torturado mediante el uso repetido y prolongado de la maldición
cruciatus. Aunque las causas de este ataque se desconocen, fuentes
del Ministerio de Magia opinan que podría deberse, seguramente, a un
intento de obtener algún tipo de información que El Que No Debe Ser
Nombrado desea. La investigación está en marcha, pero de momento
no se sospecha de nadie en concreto.
El señor Rubens Whitby estaba casado desde hacía diecisiete años
y tenía un hijo, Kevin, que actualmente se encuentra en el cuarto curso
en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
Este nuevo ataque contra funcionarios del Ministerio rompe la
calma vivida durante estas últimas semanas, desde que dos aurores
fueran atacados en el propio Ministerio. Corresponsales de este
periódico han intentado hablar con el Ministro de Magia, Amos Diggory,
pero éste se ha negado, por el momento, a hacer declaraciones sobre
lo sucedido.

En cuanto Hermione terminó de leer, Harry levantó la cabeza y escrutó la mesa de


Hufflepuff, pero Kevin no se encontraba allí. «Seguramente le habrán enviado a su
casa», pensó, y sintió una enorme lástima por él, al recordar lo pequeño y asustado
que parecía.
—Qué horrible es esto —murmuró Hermione con disgusto, dejando el periódico
sobre la mesa—. Pobre familia... Torturado y asesinado después. ¿Qué creéis que
querría Voldemort de ese hombre?
—Probablemente, como ahí dice, obtener información sobre algo —respondió Ron.
—Sí, probablemente —asintió Hermione, y se puso a comer su tostada untada en
mantequilla y mermelada con aire ausente.
Información, pensaba Harry. Sí, seguramente Ron tenía razón, pero...,
¿información sobre qué? Por segunda vez en dos días, se encontró deseando saber
cómo leerle la mente a Voldemort.

Pasó el fin de semana y llegó el lunes, y a Harry le sorprendió ver en el desayuno a


Kevin Whitby. A su alrededor, sus compañeros intentaban animarle, pero el chico tenía
aspecto ausente y estaba pálido; revolvía sus gachas de avena, pero sin probarlas.
Toda la mesa de Hufflepuff tenía un aire tristón y apagado, y, como para respetar
su tristeza, el día estaba también lluvioso y gris. Harry se sentía deprimido, lo que le
llevó, mientras se dirigían a Pociones, a pensar de nuevo en sus padres.
Así, entre estos pensamientos y preguntarse qué tramaría Voldemort ahora, pasó
casi todo el día distraído. Ron y Hermione intentaron llamar su atención en varias
ocasiones, pero, después de haberle visto así frecuentemente las últimas semanas,
desistieron de su intento, sabiendo que sería inútil, y, cuando Hermione volvió de
Aritmancia, la última clase que tenía por la tarde, le dijeron que se iban a hacer los
deberes a la biblioteca.
—¿Vienes? —le preguntó Ron.
—No, no me apetece. Id vosotros.
—Bueno, nos vemos en la cena —dijo Hermione, despidiéndose, y ambos salieron
de la sala común. Harry cogió sus apuntes de Pociones, dispuesto a trabajar un rato
en tranquilidad, pero entonces el agujero del retrato volvió a abrirse, y Ginny y otros
alumnos más de sexto curso entraron, casi empapados.
Ginny se acercó al fuego, cerca de donde estaba Harry, y comenzó a secarse la
ropa y el pelo sacando aire por su varita. Harry no pudo evitar quedarse mirándola
ligeramente embobado. Le parecía que estaba muy guapa así, casi tanto como en
aquella visión de la Sala de los Sueños... Pero no podía. No, había tomado una
decisión, así que se obligó a salir de su ensimismamiento.
—Llueve, ¿no? —le preguntó.
—No, me tiré al lago porque, con este calor, me apetecía un baño —respondió ella
sarcásticamente.
Harry se rió.
—¿Qué clase tenías?
—Herbología.
—Pues no te quejes, no tuviste que venir desde el bosque, como nosotros, que
tuvimos clase con Hagrid.
—Sí... Eso es peor, desde luego —admitió ella, sentándose a su lado mientras se
secaba el bajo de la túnica.
—Oye —le dijo Harry—, ¿cómo sabes hacer eso? Aún no habéis dado los
hechizos calentadores en Encantamientos, ¿no?
—No, pero Hermione me enseñó a hacerlo —aclaró Ginny—. Es muy útil en
invierno.
—Sí, sí lo es.
—Bueno... —dijo Ginny—. ¿Y qué tal te va?
Harry se encogió de hombros.
—Regular. Estoy un poco triste por lo de ese chico... Y encima vuelvo a estar
pensando en mis padres. No consigo sacármelos de la cabeza.
—¿Sigues pensando en esa idea de saber cómo era tu vida con ellos? —preguntó
Ginny—. ¿Sigues queriendo saber cómo fueron sus últimos días, antes de que
murieran?
—Sí —respondió Harry—, pero no puedo. Las últimas personas que les vieron y
estuvieron con ellos también han muerto.
Ginny le miró un momento con atención y expresión seria.
—No, no es cierto —replicó.
—¿Cómo?
—Harry, la última persona que les vio y estuvo con ellos fuiste tú.
Harry se quedó un instante anonadado ante aquella objeción, tan cierta y obvia
que ni la había considerado.
—Sí, bueno..., pero yo era demasiado pequeño como para... ¡Un momento!
—¿Qué pasa? —le preguntó Ginny.
—Claro, claro... —murmuró Harry, asintiendo para sí—. ¿Cómo puedo ser tan
estúpido?
—Harry, me asustas. ¿Qué te pasa?
—La Antorcha —dijo Harry—. ¿Recuerdas que cuando la encendí por primera vez,
el año pasado, recordé una conversación de mis padres? ¡Puedo volver a hacerlo! —
exclamó, muy excitado—. ¿Cómo no se me ocurrió antes?
Ginny le miró, no muy convencida.
—No creo que debas hacerlo.
—¿Que no...? ¿Y por qué no?
—Recuerda lo que me contaste que te había dicho Flammingan, y recuerda
aquella visión que te atrapaba. —Harry le había contado a Ginny su viaje al
Departamento de Misterios, aunque sin detallar la parte en la que salía ella, por
supuesto—. Si haces eso, te acabarás volviendo loco... Querrás volver a sentirlo una y
otra vez, a vivirlo una y otra vez. Más que ese sueño, porque sabrás que esto fue real,
que sucedió en verdad. Es mejor que dejes las cosas como están.
—Te pareces a Ron y a Hermione —le dijo Harry, con un deje de frialdad en la
voz.
—Te lo digo en serio, Harry... Te comprendo, entiendo tu deseo, de verdad, pero
es mejor que no lo hagas, que dejes las cosas como están.
—No, no lo comprendes —replicó Harry—. Quiero hacerlo, y nadie va a
impedírmelo.
Ginny se le quedó mirando, un tanto asombrada y sin saber qué decir. Harry se
levantó y subió a su habitación. Quería hacerlo e iba a hacerlo ahora.
Se dirigió al baúl y lo abrió. Acababa de coger la Antorcha cuando sintió que
llamaban a la puerta. Supo que era Ginny, así que no contestó. No quería que nadie
intentase convencerle de no hacer lo que quería hacer.
—Harry, ¿puedo pasar?
—Déjame, Ginny. Quiero hacerlo y voy a hacerlo —sentenció.
Por toda respuesta, Ginny abrió la puerta y entró. Harry se volvió hacia ella.
—¿No te dije que...?
—Sí, pero no me importa —lo cortó ella. En su cara se veía decisión.
—¿No lo entiendes? —exclamó Harry, furioso—. ¡Voy a hacerlo!
—Ya me lo has dicho antes, Harry, así que no me grites —repuso Ginny con
indignación—. Sé que no voy a poder convencerte de lo contrario, así que por lo
menos déjame estar aquí, por si necesitas que te despierte, o por si pasa cualquier
cosa.
Harry la miró durante unos instantes.
—Está bien —aceptó—. Puedes quedarte. Cierra la puerta, por favor.
Ginny la cerró y luego se sentó en la cama de Harry, observándole.
—¿Cómo vas a hacerlo? —le preguntó.
—No lo sé. Simplemente voy a encenderla y luego..., luego ya veremos.
—¿Has pensado en la posibilidad de que vuelvas a tener algún tipo de contacto
con Voldemort en lugar de lo que pretendes? —apuntó la chica.
—No, no lo he pensado —razonó Harry—. Pero no me importa. Voy a correr el
riesgo.
—Espero que sepas lo que estás haciendo —deseó Ginny.
—Lo sé —aseguró Harry, intentando sonar más convencido de lo que realmente
se sentía.
Cogió la Antorcha del baúl y la sujetó en la mano. Se dispuso a encenderla como
hacía ahora siempre, pero se detuvo y pensó que era mejor hacerlo como al principio,
y dirigir sus pensamientos hacia lo que le interesaba.
Pensó en Kevin Whitby, en su aspecto triste y deprimido; pensó en la señora
Weasley en La Madriguera destruida; pensó en la cara de sorpresa que Luna tenía
cuando había sido enterrada; pensó en Sirius, y en tantos y tantos otros, sintiendo la
furia en su interior, la rabia por aquellas cosas, por no haber podido impedir todos
aquellos sucesos... y entonces, dirigió sus pensamientos hacia el recuerdo de lo que
había visto en la visión en la Sala de los Sueños: sus padres, en la cocina de la casa
del Valle de Godric...
Y entonces sucedió. La llama de la Antorcha se encendió y se elevó. Harry no la
veía, pues tenía los ojos cerrados, pero no lo necesitaba, porque podía sentirlo... lo
sintió mientras seguían pensando en el recuerdo. Y deseó ir más allá, y recordar más
de lo que era capaz, más de lo que era consciente. Sintió que se sumergía en sí
mismo, y apreció algo inmenso, poderoso y maligno que acechaba, pero lo evitó,
yendo más y más al interior de su mente, de sus recuerdos...
Estaba tapado con unas mantas, pero hacía algo de frío. Sentía algo suave en su
mano, pero no sabía lo que era. No sabía dónde estaba ni cuándo, pero era muy
pequeño. Se notaba pequeño. Abrió los ojos, que había mantenido cerrados, y miró
hacia arriba. Vio que estaba en una especie de cesta, y luego observó lo que había
sobre él.
Era la entrada del número 4 de Privet Drive. ¿Qué hacía allí? No era aquello lo que
quería ver, no era aquello lo que quería recordar...
De pronto sintió que se abría la puerta, y vio a tía Petunia, dieciséis años más
joven, salir de la casa. Ella miró hacia abajo, y frunció el entrecejo, confundida, antes
de exhalar un profundo grito.
—¡AAAAGH! ¡Vernon! ¡Vernon! —exclamó. Harry sintió cómo cogía el cesto y lo
metía dentro de la casa, cerrando la puerta a continuación.
—¿Qué sucede, Petunia? —preguntó tío Vernon, bajando por las escaleras con
cara somnolienta—. ¿A qué vienen...? ¡Ah! ¿Qué..., qué tienes ahí? ¿Quién es ese
niño?
—Alguien..., alguien lo dejó en la puerta, Vernon. No sé quién, acabo de
encontrármelo... No tengo ni idea de quién es...
Tía Petunia volvió a mirar hacia él, y Harry notó cómo su mirada se dirigía
directamente a sus ojos; entonces, en su cara se dibujó el asombro debido a la súbita
comprensión.
—No... ¡No es posible!
—¿Qué pasa? —exclamó tío Vernon, que se había acercado.
Sin responder, tía Petunia miró a otra parte de la cesta, alargó una de sus
huesudas manos y cogió lo que Harry tenía en su pequeña mano: una carta.
—¿De quién es esa carta, Petunia? —inquirió tío Vernon—. ¿Quién es este niño?
—repitió, cada vez más receloso y desconcertado.
Pero tía Petunia no le contestó. Dejó la cesta sobre la mesa de la cocina y abrió el
sobre. Harry podía ver cómo a medida que leía se volvía pálida. Cuanto terminó,
estaba temblando.
—Ve-Vernon...
—¡Dime qué pasa, Petunia! —gritó tío Vernon al borde de la desesperación—.
¿Quién es este niño? —volvió a preguntar por tercera vez.
—E-Es Harry, Vernon, es mi..., mi so... ¡El hijo de mi hermana!
Tío Vernon abrió mucho los ojos.
—¿El hijo de tu hermana y ese Potter? No puede ser —repuso, incrédulo—.
¿Qué..., qué iba a hacer aquí? Ellos saben... Nosotros...
—Sus padres están muertos, murieron hace dos noches, al..., al parecer
asesinados —le explicó tía Petunia, con la voz muy tomada—. Te-tenemos que
quedarnos con el niño.
En ese momento, Harry sintió un ruido y oyó llantos y gritos de otro niño. Debía de
ser Dudley.
—¿Que tenemos que quedarnos con él? —bramó tío Vernon, sin dar crédito—.
¡Jamás! Es..., es un..., uno de esos raros. ¡No vamos a tener a uno de ellos en casa,
Petunia! ¡Le llevaremos a un orfanato y que se apañen con él! ¿Sus padres
asesinados, eh? Lógico... ¡Pero nosotros no nos vamos a meter con ellos!
—T-Tenemos que quedarnos con el chico, Vernon... —repuso tía Petunia—. Si lo
llevamos a un orfanato y le dejamos allí, y empieza a hacer cosas raras, podrían
relacionarlo con nosotros y...
Harry no veía el rostro de tío Vernon en esos momentos, pues miraba hacia un
lado de la cesta, pero pudo imaginarse perfectamente la cara que pondría ante la idea
de que alguien supiese, o tan siquiera sospechara, que tenían relación con magos. Sin
embargo, sabía que la razón de tía Petunia para quedarse con él no era aquella
exactamente.
—Déjame leer esa carta —solicitó tío Vernon, cuya voz parecía la de un
moribundo.
—No, mejor no... —se negó su esposa—. La destruiré. Nadie sabrá nada de esto.
Si lees lo que pone aquí, cosas de..., de gente como ellos, te pondrás malo, lo sé.
Destruiremos la carta y nunca diremos nada.
—¿Y qué haremos con el chico? ¡Yo no quiero a uno de ellos en mi casa, Petunia!
—No se lo diremos —decidió tía Petunia resueltamente—. Nunca lo sabrá. Le
contaremos que sus padres murieron en..., en un accidente de coche, sí, eso estará
bien. Cortaremos de raíz cualquier rareza que tenga.
—Está bien, que se quede —aceptó tío Vernon de mala gana—. Pero a la mínima
señal de algo raro, se lo quitaré a golpes. Y en cuanto tenga edad, se marchará.
—Sí, por supuesto —asintió tía Petunia—. Voy a buscar alguna ropa vieja de
Dudley, no vale la pena gastar nada en este niño...
Harry sintió rabia y dolor mientras veía su entrada en Privet Drive y en la vida de
los Dursley. Estaba viendo uno de los momentos que, sin recordarlo, más había
odiado siempre, el momento en que habían comenzado los diez años más miserables
de su vida, y no quería ver más. Deseaba salir de allí, ver lo que realmente quería ver,
a sus padres...
Y, como respondiendo a sus deseos, la imagen cambió.
Era más pequeño aún, lo sabía. Se sentía cómodo, y algo le mecía suavemente.
Notaba una calidez inmensa, no sólo producida por las mantas en que estaba
envuelto, sino por la proximidad de ella. Harry no podía verla, porque tenía los ojos
cerrados, pero no le costó demasiado imaginarse que estaba en brazos de su madre.
De pronto oyó una voz, y sus ojos se abrieron un poco, aunque de forma
insuficiente para ver algo.
—Ya estáis aquí todos. —Reconoció la voz. Era la de Dumbledore, no había duda.
—¿Qué sucede, Dumbledore? —preguntó otra voz que Harry no reconoció—.
¿Qué pasa?
En ese momento, Harry abrió los ojos del todo, y vio el hermoso rostro de su
madre, que miraba hacia algún lugar al frente con preocupación.
—Tengo algo importante que contaros, Frank —respondió Dumbledore con voz
muy seria—. Algo que atañe a Harry y Neville.
¿Frank? ¿Neville? ¿Acaso estaban allí los Longbottom? Se revolvió un poco, y su
madre le miró con dulzura.
—Tranquilo, pequeño... Sé bueno. ¿Por qué no te duermes, como Neville?
Sintió cómo su madre le incorporaba, y pudo observar mejor la escena. Estaban en
una habitación, aunque no reconocía el lugar. Dumbledore estaba de pie, frente a sus
padres y a los padres de Neville. La madre de Neville sostenía a su hijo en sus brazos,
y parecía dormido. Harry no pudo evitar sorprenderse por lo pequeño que parecía
Neville. No se parecía en nada al chico que conocía. ¿Cuánto tiempo tendrían allí?
—¿Qué pasa con Harry y Neville, Dumbledore? —inquirió James con
preocupación.
—Hace ahora unos siete meses, tres meses antes de que Harry y Neville nacieran,
me reuní con una candidata al puesto de profesora de Adivinación en Cabeza de
Puerco.
—¿Y? —dijo Frank.
—Esa mujer entró en trance mientras yo estaba allí, y pronunció una profecía que,
sin duda alguna, se refiere a alguno de estos dos niños.
—¿Una profecía? —preguntó Lily, sorprendida—. ¿Sobre Harry y Neville? ¿Qué
decía?
Lentamente, Dumbledore repitió las palabras de Sybill Trelawney, y, a medida que
lo hacía, Harry vio, según miraba a su alrededor, que los rostros de los cuatro padres
se volvían tensos y cada vez más sorprendidos.
—Supongo que entenderéis que esta profecía se refiere a uno de ellos —concluyó
Dumbledore, señalando con un gesto a los dos niños.
—Pero... Veamos si lo he entendido bien. Esto..., ¿esto quiere decir que uno de los
dos deberá..., deberá enfrentarse a Voldemort? ¿Que sólo uno de ellos puede
vencerle? —preguntó Frank Longbottom.
—Temo que sí —respondió Dumbledore.
—Pero ¡son muy jóvenes! ¡Sólo tienen cuatro meses! —exclamó Frank, muy
asustado—. Si esa profecía está en lo cierto, ¿cuántos años más deberemos
soportarle? ¡Y yo no quiero ni imaginarme a mi hijo teniendo que enfrentarse a él, ni a
Harry!
—¿Qué es eso de que él «le marcará como a su igual»? —inquirió entonces Lily.
—No lo sé —respondió Dumbledore—. No sé más que lo que os he dicho respecto
a la profecía. Pero hay otro detalle relacionado que vosotros deberíais conocer.
—¿Qué? —preguntó Alice.
—Rabastan Lestrange oyó parte de la profecía. No toda, pero sí la primera parte.
Voldemort conoce, por tanto, su existencia, y se ha propuesto eliminarlos a uno de los
dos... o a ambos.
—¿QUÉ? —exclamó James, mortalmente asustado—. ¡No puede...! ¡No puede ir
detrás de nuestros hijos! ¡ Sólo tienen cuatro meses, por Merlín!
—Desgraciadamente, me temo que así es —repuso Dumbledore—. Os sugiero
que os ocultéis, y bien, cuanto antes. La Orden del Fénix en pleno trabajará para
proteger a Harry y a Neville. Yo me encargaré de ello personalmente. De momento
aún no corren un gran peligro, pues Voldemort trata de averiguar cuál de los dos niños
es el de la profecía, pero lo más prudente es que estéis ocultos.
—¿Cómo sabes eso, Dumbledore? —le preguntó entonces James—. ¿Cómo
supiste que iba a ir tras nosotros la última vez, a tiempo para que pudiésemos
prepararnos?
—Tengo mis espías, James, pero sabes que no puedo hablar de eso. Temo que él
también tenga a alguno entre nosotros. Cuanta menos gente sepa dónde estáis,
mucho mejor.
—De acuerdo —asintió James, pensando qué hacer—. Lily, comienza a recoger
tus cosas y las de Harry. Mañana nos iremos al Valle de Godric. Es el lugar más
seguro que conozco. Allí estaremos bien.
—Mi familia posee una pequeña casita de campo en el norte de Escocia, en un
lugar un tanto apartado. Creo que será un buen escondite —dijo Frank.
—Pues no tardéis en iros —les aconsejó Dumbledore, asintiendo—. Poned tanta
protección en vuestras casas como sea posible. Y recordad: cuanta menos gente sepa
dónde estáis, mucho mejor. Ahora tengo que irme. Suerte a todos. —Pero antes de
marcharse, se acercó a Lily y a Alice, y Harry vio cómo los miraba a él y a Neville con
sus profundos ojos azueles. Ojos que parecían haber hipnotizado al pequeño Harry—.
Suerte a vosotros dos, pequeños —añadió, y luego desapareció.
Lily se volvió hacia Alice. Ambas se miraron, y entonces Harry pudo observar muy
de cerca a Neville, que se había despertado. Ambos niños se observaron fijamente un
instante, mientras sus madres hablaban.
—Suerte, Alice.
—Lo mismo te deseo, amiga —contestó la madre de Neville. Y con cuidado, para
no hacer daño a los pequeños, ambas mujeres se abrazaron.
Harry sintió tanta tristeza por eso momento que deseó salir de allí, y, perdiendo
contacto con el recuerdo, se sintió despertar. Se tambaleó y estuvo a punto de caer al
suelo, pero alguien, sujetándole, lo impidió. Cuando abrió los ojos, vio que era Ginny,
que le miraba con preocupación.
—¿Estás bien?
Harry intentó decir algo, pero un nudo en la garganta impedía que las palabras
salieran, así que se limitó a asentir.
—¿Qué viste? —le preguntó Ginny.
Harry se sentó en el borde de la cama, al lado de la chica, que sólo entonces se
atrevió a soltarlo, como si antes pensara que podía caerse.
—Vi..., vi...
Tardó un rato en conseguir ordenar sus pensamientos y empezar a hablar, pero
una vez lo hizo, descubrió que le era más fácil. Y así, como ya le había pasado en más
ocasiones con Ginny, se descubrió contándolo todo, y no sólo lo que había visto, sino
lo que había pensado, lo que había sufrido... Todo.
—¿Cómo puede haber gente tan horrible? —preguntó Ginny, muy enojada,
cuando Harry terminó—. Esos tíos tuyos..., ¿cómo pudieron hacerte eso? ¡Tu tía ni
siquiera mostró la menos preocupación por la muerte de tu madre, y era su hermana!
—¿Y qué esperabas? —dijo Harry—. Ya sabes lo que pasó entre ellas. ¿Acaso no
recuerdas lo que Lupin me contó la pasada Navidad?
—Sí, pero... No puedo creer que alguien pueda... —Meneó la cabeza, incapaz de
encontrar palabras apropiadas para describir lo que pensaba de los Dursley. Harry la
miró, y verla tan furiosa por algo que le había pasado a él, le hizo sentir un intenso
deseo de abrazarla y de besarla, pero se contuvo, apartando la vista hacia otro lado.
—No hables más de eso —le pidió Harry—. No quiero recordarlo. Prefiero pensar
en mi madre... Ginny, no te imaginas lo bien que me sentía en sus brazos...
—Lo sé —dijo Ginny, mirándole con una sonrisa triste—. Hay algo especial en la
forma en que una madre te abraza, ¿verdad? Como un extraño calor; es una
sensación increíblemente reconfortante.
—Sí, lo es —corroboró Harry—. Lo es...
—Ya casi es la hora de la cena —dijo entonces Ginny—. ¿Quieres bajar?
—No —negó él rotundamente—. No. Quiero ver más.
—¿Crees que es prudente? ¿No deberías intentarlo otro día?
—No —repitió él—. Quiero hacerlo ahora. No tengo hambre. Baja tú si quieres y
diles a Ron y a Hermione que no se preocupen.
—No, no voy a dejarte aquí solo —replicó Ginny con decisión—. ¿Y si te pasa
algo?
—No va a pasarme nada —aseguró Harry, en el fondo feliz de que ella se quedara
allí—. Vamos allá.
Se levantó de nuevo y volvió a encender la Antorcha, usando el mismo proceso
que había usado antes, pero concentrándose esta vez en el recuerdo real de sus
padres: en la preocupación de su padre y en el suave calor de su madre...
Sintió cómo de nuevo caía en sus recuerdos más antiguos y olvidados. Era
pequeño de nuevo, pero debía de ser mayor que en el recuerdo anterior, porque
estaba en sentado en su cuna en la casa del Valle de Godric. La habitación estaba
agradablemente iluminada por velas, y sentía el familiar sonido de su madre haciendo
alguna cosa en la casa. Unos momentos después ella entró en la habitación y se
acercó a él, sonriendo. Se agachó frente a su cuna y le miró. Harry deseó poder estirar
los brazos y abrazarla, pero no podía. Lo único que podía hacer era sentir y disfrutar el
recuerdo.
—Veo que estás despierto, Harry —dijo su madre—. Mi pequeño... ¿Tienes
hambre? Voy a darte de comer en un momento, mientras esperamos a papá, que ha
ido a reunirse con Dumbledore. Dumbledore es el más grande mago del mundo, ¿lo
sabías? Si él te cuida, nada puede pasarte.
Harry deseó que aquello hubiera sido cierto en el pasado, tanto como deseaba que
lo fuera en el presente.
—Y aunque eso falle, yo jamás permitiré que te pase nada, cariño. Jamás. Tú y
James sois casi lo único que tengo. Si no fuera por ti, papá y yo no sé si habríamos
tenido fuerzas para seguir...
Entonces se oyó un ruido en el piso de abajo, y Harry pudo oír la voz de su padre.
—¿Lily?
—¡Estoy en el cuarto de Harry, bajo ahora! —gritó ella, girando la cabeza en
dirección a la puerta. Luego volvió a mirar a Harry—. Parece que ya ha llegado papá.
Le cogió en brazos y salió de la habitación. Bajó las escaleras y entró en el salón
donde James moriría un tiempo de después. Allí sentado estaba su padre, pero no
estaba solo.
—¡Sirius! —exclamó su madre—. ¡Qué alegría! Hace tanto que no te vemos...
—He estado muy ocupado —contestó Sirius, levantándose y acercándose a Lily.
Le dio un beso y luego miró hacia Harry con una sonrisa. Estaba muy cambiado, y no
se parecía en nada a lo que sería doce años más tarde, cuando saliera de Azkaban—.
¿Cómo estáis los dos?
—Bien —contestó Lily—. Prepararé un té o un café... ¿Cómo estás tú?
—Bien, también, pero cansado —dijo Sirius.
—James, coge a Harry mientras preparo café.
—¿Puedo tenerlo yo? —se adelantó Sirius—. ¡Hace más de un mes que no veo a
mi ahijado preferido!
—Es tu único ahijado —repuso James con una pequeña sonrisa.
—No le quites al niño la ilusión de ser el preferido de su guapo padrino Sirius
—repuso éste, sonriendo y haciéndole a carantoñas delante de la cara al niño. Harry
sonrió, y no sólo el Harry bebé.
—Bueno, ¿qué te quería Dumbledore, James? —preguntó Lily, dejando varias
tazas y una cafetera en la mesita del salón.
—Lily —dijo James con tono serio—, tenemos que aumentar nuestra protección.
—¿Por qué? —preguntó Lily, preocupada—. ¿Acaso no basta esto?
—No —replicó Sirius—. Dumbledore nos ha dicho que Voldemort se ha cansado
ya de esperar. Quiere acabar con vosotros. Que me aspen si entiendo por qué os ha
cogido tanta manía...
—Supongo que porque ya escapamos de él en varias ocasiones y eso no le gusta
—contestó James.
Harry no veía a su padre, pero le pareció entender que Sirius no sabía nada de la
profecía.
—Sí, supongo que será eso...
—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Lily, preocupada—. No me importa mi vida,
pero no voy a permitir que a Harry le suceda nada malo.
Harry vio, desde los brazos de su padrino, cómo éste miraba hacia su madre con
expresión interrogante.
—Si viene a por nosotros, seguro que también querrá matar a Harry —añadió Lily
—. No quiero ni imaginarlo... ¿Qué vamos a hacer, James?
—Dumbledore nos sugirió el encantamiento fidelio —explicó James—. Por eso
está Sirius aquí.
—¿El encantamiento fidelio? —repitió Lily—. ¿Vas a convertirte en nuestro
guardián secreto, Sirius?
—Haré lo que sea para protegeros —repuso Sirius, mirando a Harry con cierta
tristeza—. Y para protegerle a él. Además, también yo estoy pensando en buscarme
un refugio seguro.
—Dumbledore se ofreció para ser él el guardián secreto, pero yo le pregunté a
Sirius, y él está dispuesto a serlo. Es mi mejor amigo, y sé que nunca nos traicionará
ni a nosotros, ni a Harry.
—Gracias, Sirius. Muchísimas gracias —murmuró Lily, con la voz muy tomada.
—No es nada. Ojalá pudiera hacer algo más.
—¿Y cuándo vamos a realizar el hechizo? —preguntó Lily.
—Cuanto antes mejor —respondió James—. De hecho, habíamos pensado que
ahora mismo es un momento perfecto.
—De acuerdo... ¿Tú qué opinas, Sirius? —preguntó Lily.
Pero Sirius no respondió. Sus ojos estaban fijos en Harry, y éste notó que estaba
muy pensativo.
—¿Sirius? —lo llamó James.
—¿Eh? Perdonad —se disculpó Sirius, volviendo la vista hacia ellos—. Estaba
pensando que no sé si es buena idea que yo sea el guardián secreto.
—¿Por qué? —se extrañó James—. Eres mi mejor amigo, una persona leal, y un
gran mago...
—Por eso mismo —dijo Sirius—. Soy tu mejor amigo, James. Si Voldemort no
puede encontraros, supondrá rápidamente quién es vuestro guardián secreto. Jamás
le diría algo voluntariamente, lo sabéis, pero todos sabemos de lo que es capaz. Es
mejor cambiar el plan.
—¿Cambiar el plan? —inquirió James—. Pero todos los que estaban en la reunión
saben ya que tú...
—Ése es otro motivo —añadió Sirius—. Hay un espía en la Orden, y
probablemente no tardará en enterarse de lo que pasa, si no lo sabe ya. Sugiero que
elijáis a alguien en quien nadie pensaría en primera instancia, y que lo mantengamos
en secreto. Él podrá escribir la dirección y yo se la daré a las personas indispensables.
Eso les hará creer que el guardián secreto soy yo.
—Tu razonamiento es bastante acertado —dijo Lily, asintiendo—. ¿Quién sugieres
que sea?
—Yo no confío en nadie como en ti —afirmó James—, pero si hay que elegir, es o
bien Remus, o bien Peter.
—Remus también es buen mago, es sospechoso —razonó Sirius—, y además, el
que sea un licántropo podría representar un problema en caso de necesidad de
comunicarle a alguien dónde estáis. Sugiero que sea Peter. Nadie sospecharía de él.
Y también sugiero que no se lo digamos ni a Remus. Pondría mi mano en el fuego por
cualquiera de los dos, nos conocemos desde hace trece años, pero es mejor no
arriesgarse.
—Tienes razón —le dijo James—. Lo haremos así.
—Yo mismo hablaré con Peter hoy —declaró Sirius, terminando su café de un
sorbo y levantándose—. Lo haremos mañana.
—De acuerdo. Gracias, compañero —dijo James, estrechándole la mano a su
mejor amigo, mientras Lily cogía a Harry.
—De nada. Hasta mañana, James. Hasta mañana, Lily. —Miró hacia Harry—.
Hasta mañana, pequeño...
Sirius se volvió y Harry le vio alejarse, tras cometer, sin saberlo, el mayor error sus
errores. El error que iba a lamentar durante el resto de su vida, que condenaría a sus
dos mejores amigos y lo llevaría a él mismo a Azkaban.
James le pasó una mano a Lily por los hombros y entraron en la cocina. Harry
seguía en brazos de su madre, mientras pensaba. Si el encantamiento fidelio se
realizaba al día siguiente, entonces faltaba menos de una semana para que aquellas
dos personas que le querían más que a nada perdieran su vida, y estar allí
contemplando cómo sucedía, sin poder evitarlo, le hizo sentir increíblemente
impotente. Comenzó a sentirse mal y deseó salir de allí. La visión y el recuerdo se
empañaron, y de pronto se encontró de nuevo en su habitación, sentado en su cama,
sosteniendo la Antorcha, que seguía encendida. Ginny estaba a su lado y, frente a él,
Ron y Hermione le observaban.
24

La Tormenta se Desata

Harry apagó la Antorcha y miró a sus dos amigos.


—¿Qué hacéis aquí? ¿No estabais cenando?
—Decidimos venir a dejar las cosas antes —contestó Hermione, que estaba muy
seria—. Ron vio lo que estabas haciendo y bajó a decírmelo.
—Ya —dijo Harry, y luego se levantó y, de espaldas a sus amigos, guardó la
Antorcha en el baúl lentamente.
—¿Ya? —dijo Hermione—. ¿No dices nada más?
—¿Qué quieres que te diga? —preguntó Harry, volviéndose hacia ellos.
—No sé... —respondió Hermione con tono irónico—. Por ejemplo, explicar lo que
estabas haciendo.
—Ya lo sabes —repuso Harry—. Y si no, supongo que Ginny os lo habrá
explicado.
—Sí, pero quiero que nos lo expliques tú. ¿Por qué no nos dijiste que ibas a hacer
algo como esto?
—Primero, porque no se me había ocurrido usar la Antorcha hasta ahora, y
segundo, porque si lo hubiera hecho, habríais tratado de convencerme de que no lo
hiciera.
—Eso no lo sabes —repuso Hermione, un poco dolida.
—¿No? —preguntó Harry sarcásticamente—. ¿No habéis intentado convencerme
de que olvidara el asunto?
—Sí —reconoció Hermione—. Pero si nos lo hubieras dicho, habríamos estado
contigo, en el probable caso de que no hubiéramos podido convencerte de que no lo
hicieras.
—Ya ha estado Ginny —repuso Harry—. Pero... gracias —añadió, suavizando el
tono.
—Bueno, ¿y qué has visto? —le preguntó Ron—. Ginny nos ha contado algo de lo
que recordaste antes.
Harry se sentó en la cama y les relató por encima lo que acababa de presenciar.
—¡Oh!, vaya... —musitó Hermione al concluir el relato de Harry—. ¿Cómo te
sentiste al ver esas cosas?
—Alegre, por una parte. La sensación de estar con mis padres era fantástica,
pero..., por otro lado, sentí mucha impotencia.
—¿Impotencia? —repitió Ron—. ¿Y por qué?
—Porque yo sabía que la decisión de Sirius era equivocada. Sabía lo que iba a
pasar, que Peter era un traidor... ¡y no podía decírselo, no podía hacer nada! Por eso
me salí, porque no podía soportarlo.
—¿Ves? —le dijo Hermione agachándose frente a él, aunque en su voz no había
reproche, sino cierta clase de extraña comprensión—. Ver eso de la manera en que lo
haces no es bueno, Harry. Hará que te vuelvas loco, se convertirá en una obsesión.
—Sí, recuerda lo que pasó en primero, compañero, cuando encontraste el Espejo
de Oesed —terció Ron—. ¡Sólo pensabas en mirarlo! Tienes que superar esto, o te
destruirá. Tus padres murieron para darte una vida, Harry, no para que te pasaras el
tiempo hurgando en el pasado.
—Lo sé —repuso Harry—, pero fue tan hermoso verlos... Me alegro de haberlo
hecho, de haber visto cómo sucedieron esas cosas... Bueno, lo de los Dursley no, eso
habría preferido no verlo, pero lo demás me gustó, a pesar de todo.
—¿Vas a volver a hacerlo más veces? —le preguntó Ginny.
—No de momento —declaró Harry—. Vosotros tenéis razón: creo que ya basta. Ya
he visto lo suficiente de ellos como para saber cómo eran, y seguir hurgando en esos
sucesos no me proporcionará nada útil. Sus recuerdos, pensar en el cariño que me
tenían y en todo lo que hicieron por mí me hace fuerte. Ahora debo superar este
deseo, pero voy a necesitar vuestra ayuda para distraerme de todos estos
pensamientos.
—Sabes que puedes contar con nosotros para lo que necesites, Harry —declaró
Hermione, tomándole una mano—. Siempre.
—Claro, Harry —aseguró Ginny.
—Por supuesto —afirmó Ron, y luego añadió—: Y lo mejor para distraerse es una
buena cena, porque yo me estoy muriendo de hambre.
—Sí, tienes razón —asintió Harry, sonriendo un poco—. Yo también tengo mucha
hambre. Lo que mi madre estaba cocinando para la cena olía muy bien...
Se puso en pie y los cuatro juntos bajaron al Gran Comedor.
—¿Habéis avanzado mucho en los trabajos? —les preguntó a Ron y a Hermione
cuando llegaban al vestíbulo.
—Sí, bastante —dijo Ron—. Incluso diría que demasiado.
—Ah, bien. Es que pensé que, como habíais estado solos, igual no habíais
dedicado el tiempo a estudiar —comentó con sorna. Ginny se rió, pero Hermione le
miró con furia y respondió con determinación:
—Las bibliotecas son para estudiar y trabajar, no para hacerse carantoñas. ¿Cómo
puedes decir eso? —le reprochó—. Y ya que lo mencionas —añadió—, desde el
verano has estado muy «gracioso» respecto a Ron y a mí, y puedo decirte que esas
bromas tuyas no me hacen gracia, ya fue suficiente con los gemelos, así que podías
aplicarte lo que les... —Pero no terminó de decir lo que podía aplicarse Harry, porque
un grupo de slytherins pasó por su lado hacia el Gran Comedor, y, tras mirarles,
empezaron a canturrear:
—Slytherin en cabeza, Gryffindor perdedor, Slytherin en cabeza, Gryffindor
perdedor...
Harry y Ron los fulminaron con la mirada, pero antes de que pudieran decir algo,
Hermione los atajó:
—No les hagáis caso, por favor. ¿Qué sabrán ellos? Ignoradles y se cansarán.
Siguiendo el consejo de su amiga, ni Ron ni Harry dijeron nada, y los cuatro
entraron en el Gran Comedor. Hermione, al parecer, se había olvidado de lo que iba a
decirle a Harry, y éste no hizo nada por recordárselo.
Cuando se sentaron en la mesa, Harry se colocó al lado de Neville y cuando el
chico, que estaba hablando con Seamus, al que tenía al lado, y con Dean, que
estaban frente a él, se volvió para saludarlos, Harry no pudo evitar quedarse mirando
hacia él fijamente.
—¿Qué pasa, Harry? —preguntó Neville—. ¿Tengo algo en la boca? —inquirió,
cogiendo una servilleta.
—No, no. No es nada, Neville.
Apartó la vista y comenzó a servirse su cena, pero no pudo evitar pensar en lo
pequeño que era Neville en aquel recuerdo. Entonces se le vino a la mente la
conversación con Lupin de la Navidad anterior, cuando éste le había contado que su
madre y la madre de Neville habían sido grandes amigas. Recordó que en aquella
ocasión había pensado que quizás Neville había sido el primer niño del mundo mágico
al que había conocido, y ahora sabía que era verdad. Se habían visto cuando sólo
tenían cuatro meses, y probablemente ya antes. Aquella extraña conexión, o más bien
paralelismo entre su vida y la de Neville era algo que le resultaba sorprendente.
Tenían muchísimas cosas en común: la amistad entre sus padres, todos miembros de
la Orden del Fénix, el hecho de que los dos hubieran nacido en julio y, finalmente, que
ambos habían vivido sin sus padres. De distinta forma, sí, pero sin ellos. Y aunque
Neville no había tenido la terrible infancia que había soportado Harry, éste prefería ver
a sus padres muertos antes que en el estado en que estaban los Longbottom.
Harry dejó esos pensamientos de lado y miró hacia Ron, que estaba a su derecha.
Éste parecía estar muy pensativo mientras comía, y tenía el ceño fruncido.
—¿Te pasa algo, Ron? —le preguntó Harry. Hermione y Ginny dejaron lo que
estaban hablando y miraron hacia el pelirrojo.
—¿Eh? No, sólo pensaba en una cosa... No es nada.
Pero Ron siguió con la actitud pensativa hasta que salieron del Gran Comedor y
empezaron a subir las escaleras hacia la torre de Gryffindor, y, cuando finalmente se
decidió a hablar, Harry supo que había estado esperando a que estuvieran solos.
—Hermione, ¿qué estabas diciendo justo antes de que te interrumpieran aquellos
slytherins?
—¿Qué? —dijo Hermione, mirándole—. Pues no sé... No me acuerdo. Sería algo
sin importancia, supongo.
—No. Le estabas regañando a Harry por hacer bromas sobre nosotros. Le dijiste
que ya había sido suficiente con lo de los gemelos, y que podría aplicarse... algo. ¿A
qué te referías? —preguntó suspicazmente.
—¡Ah, sí, es cierto! Estaba a punto de decirle a Harry que podía aplicarse lo que
les dijo a Fred y George en Grimmauld Place...
La cabeza de Ron se volvió rápidamente hacia Harry. Tenía el entrecejo fruncido.
Harry se sintió morir.
—¿Qué les dijiste a Fred y George? —inquirió, sin dejar que Hermione terminara
de hablar—. Tenía entendido que les habías dicho que habíamos pasado por malos
momentos, y que eso les había llevado a darse cuenta de lo que molestaban, pero eso
no encaja en que podrías aplicártelo tú.
Harry, sin saber qué responder, miró a Hermione, que le devolvió una mirada que
parecía decir «¡Lo siento!»
—Vale, está bien, les dije que os dejaran en paz, ¿de acuerdo? Que no se
burlaran de vosotros —confesó Harry, esperando el enfado de Ron. Sin embargo, éste
no llegó. En lugar de eso, el chico caminó un rato más, callado y pensativo.
—¿Y por qué no me lo dijiste a mí y a Hermione sí? —preguntó finalmente.
—Yo no se lo conté a Hermione —contestó Harry.
—Me di cuenta yo —explicó ella—. Y Ginny me contó todo después.
—Podías habérmelo dicho —dijo Ron, un poco dolido—. ¿Qué creías, que iba a
enfadarme?
—Sí —contestó Harry con sinceridad.
—¿Por qué iba a enfadarme por eso? Vale, reconozco que si me hubieras
preguntado no te habría dejado que hablaras con ellos, pero no me habría enfadado si
luego me lo hubieras contado. De hecho, te agradezco que lo hicieras.
—No fue nada —repuso Harry.
—Y Hermione tiene razón —añadió Ron—. Aplícate el cuento.

El primer viernes de diciembre amaneció con un frío espantoso. Los terrenos no


estaban aún cubiertos de nieve, pero Harry imaginaba que no tardarían en estarlo.
Las nubes que cubrían el cielo amenazaban tormenta, si no era aquel día, sería en
alguno de los siguientes.
Y, efectivamente, aquel día comenzó la tormenta, aunque no la invernal. Cuando
Hermione leyó la primera plana de El Profeta aquella mañana, dejó escapar un grito y
la tostada que sostenía se le cayó de la mano, con la mermelada hacia abajo. Sin
embargo, ella pareció no darse cuenta, y agarró el periódico firmemente con las dos
manos.
—¿Qué sucede? —inquirió Ron, inclinándose hacia ella y mirando la portada del
diario. También sus ojos se abrieron del todo—. ¡No es posible!
—¿Qué pasa? —quiso saber Harry, y no era el único. Casi todos los gryffindors
que había alrededor de ellos tenían su atención centrada en Hermione.
—Escucha —dijo Hermione, y leyó—: «Mortífago recluido liberado del Hospital San
Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas.»
—¿Cómo? —preguntó Harry, muy sorprendido—. No se referirán a...
—Espera —lo cortó Hermione—. Escucha lo que dice: «Lucius Malfoy, conocido
hombre de negocios del mundo mágico y seguidor de El Que No Debe Ser Nombrado,
fue sacado ayer por la noche de la sala Janus Thickey del Hospital San Mungo, donde
se encontraba recluido, necesitado de atención médica. Lucius Malfoy fue internado en
San Mungo, con vigilancia permanente, tras ser atrapado en la batalla que envolvió a
varios conocidos mortífagos con alumnos del Colegio Hogwarts de Magia y
Hechicería, entre los que se encontraba Harry Potter, a finales del pasado mayo.
Como resultado de esa batalla, de la que pocos detalles se tienen, Lucius Malfoy
recibió el impacto simultáneo de dos maldiciones de la locura, y, desde entonces,
estaba en tratamiento para intentar reparar los daños sufridos por su mente y que
pudiera, así, ser juzgado.
»La pasada noche, sin embargo, un ataque probablemente preparado con
antelación les permitió a tres mortífagos matar a dos sanadores de San Mungo y sacar
de allí a Lucius Malfoy. El Ministerio investiga el asunto en estos momentos, y, en
principio, la directora del Departamento de Seguridad Mágica, Amelia Bones, ha
negado que haya una relación entre este suceso y el reciente asesinato del funcionario
de dicho departamento Rubens Whitby. Se desconoce totalmente la intención de
Quién Ustedes Saben al rescatar a Malfoy, pues, aunque éste había sido uno de los
mortífagos más próximos a él, la dirección del Hospital San Mungo ha informado de
que en su estado actual es prácticamente incapaz de hablar o razonar, y permanecía
atado para evitar dañar a otras personas o a sí mismo.» —Hermione bajó el periódico
y miró a Harry.
—Malfoy rescatado... —musitó Harry, pensativo—. Me hago la misma pregunta
que el periódico. ¿Para qué? Si está como cuando lo vimos...
—Y dos sanadores muertos... —murmuró entonces Neville—. Espero que no fuera
la que cuida de mis padres.
—No dice sus nombres —contestó Hermione, repasando de nuevo el periódico.
Harry miró a su alrededor, y comprobó que en el Gran Comedor aquellos que
recibían El Profeta estaban comunicándoles la noticia a los demás; también notó que
muchos miraban, algunos con disimulo y otros directamente, a la mesa de Slytherin.
Harry también miró hacia allí, y observó a Draco, pero éste parecía no darse
cuenta de nada, ni estar enterado de lo que pasaba. Desayunaba en silencio, sentado
entre Crabbe y Goyle, que también comían con su habitual glotonería.
—Ahora tendremos que ver a Malfoy —comentó Ron, mientras terminaba su
desayuno—. Tenemos Pociones. Supongo que estará aún más arrogante y altivo que
de costumbre —comentó, con tono disgustado.
—No lo creo —lo contradijo Harry—. No parece que esté enterado de nada, y si lo
está, no parece muy afectado.
Ron y Hermione se giraron y miraron hacia Draco.
—Sí, no parece orgulloso ni contento ni nada de eso —observó Hermione.
—A lo mejor no lo sabe aún —sugirió Seamus.
—Me extraña —replicó Hermione—. Todo el comedor parece saberlo. Y creo que
él también recibe El Profeta.
—Bueno, saldremos de dudas enseguida —dijo Harry mirando su reloj. Muchos
alumnos ya empezaban a levantarse y a salir de comedor—. Es mejor que vayamos
yendo ya.
—Sí, vamos —asintió Hermione colgándose su mochila al hombro.
—Ya nos contaréis cómo os va —dijo Dean, viendo cómo se levantaban—. Desde
luego, ya tenéis valor, ser los únicos gryffindor en clase de Snape...
—No se porta tan mal como solía —respondió Hermione antes de que los tres
abandonaran el comedor.
Cuando llegaron a la mazmorra de Pociones, aún no había nadie allí. Se sentaron
en sus lugares habituales y dispusieron sus cosas. Mientras lo hacían, empezaron a
llegar el resto de los alumnos, todos de Slytherin. Cuando Malfoy entró, seguido de
Crabbe y Goyle, Harry apreció cómo les dirigía a Ron, Hermione y él una rápida
mirada y luego seguía su camino. Sin embargo, un segundo después pareció
pensárselo mejor y se volvió hacia ellos, mostrando una sonrisa de superioridad y
satisfacción. A pesar de ello, Harry notó que aquella sonrisa no era como la que solía
poner. Se le notaba... tenso.
—Bueno, Weasley, sangre sucia... —Ron hizo amago de levantarse mientras
cerraba sus puños y miraba amenazador a Malfoy, pero Harry le puso una mano sobre
el brazo y le contuvo—, como seguramente ya sabréis, mi padre ha sido liberado.
—¿Liberado? —inquirió Hermione—. No estaba en la cárcel.
Draco la miró mal.
—El Ministerio le vigilaba, pero ahora ya no lo hacen.
—¿Y qué? —dijo Harry—. Sigue como antes. Dudo que le importe mucho estar en
el hospital o en otro lado.
La sonrisa de Draco adquirió un matiz de burla.
—El Señor Tenebroso sabe mucho más que esos estúpidos de San Mungo
—replicó—. Él sabrá qué hacer —añadió, aunque no parecía demasiado convencido.
—¿Estás seguro de que le sacó de allí para curarle? —repuso Harry—. Porque
que Voldemort —Malfoy, Crabbe y Goyle se sobresaltaron, aunque Draco intentó
controlarse— ayude a alguien es algo que me resulta muy novedoso.
—Sí. ¿No se te ha ocurrido que tal vez su plan no sea precisamente curarle?
—añadió Ron.
Draco miró a Ron con odio, pero su expresión no logró ocultar que esa idea
también había pasado por su cabeza.
—Por supuesto que no —replicó, arrastrando las palabras—. Mi padre es uno de
los más fieles seguidores del Señor Tenebroso, y también uno de los más próximos. Él
jamás...
—Cuando dices eso demuestras que no conoces en absoluto a Voldemort, Malfoy
—lo cortó Harry—. A él no le preocupa nadie que no sea él mismo, ya te lo dije el año
pasado.
—A mi padre no van a hacerle ningún daño —insistió Malfoy con obstinación.
—Pues que tengas suerte, entonces —dijo Hermione tranquilamente.
Draco la miró con un desprecio y un odio increíblemente profundos.
—¿Te gustaría que le mataran, no? —le preguntó—. Te gustaría que terminaran tu
trabajo y el del pobretón de tu novio.
Ron iba a decir algo, furioso, pero Hermione habló antes, extrañamente calmada.
—No me gusta matar ni que la gente muera —replicó ella—. Es algo horrible. No
quiero volver a hacerlo nunca.
Aquellas palabras parecieron golpear a Malfoy, que retrocedió un paso, asimilando
lo que Hermione había dicho.
—¿Qué quieres decir? —preguntó él, temeroso de la respuesta.
—Quiero decir que yo provoqué la muerte de Dullymer, ¿entiendes? —gritó,
alterada. Luego pareció darse cuenta de lo que había dicho, y vaciló un instante—.
¡Lárgate! —espetó, furiosa y a la vez triste.
—¿Qué sucede aquí? ¿A qué vienen esos gritos, Granger? —dijo Snape con voz
fría, al tiempo que entraba en la mazmorra—. Como Premio Anual, debería usted dar
ejemplo. Cinco puntos menos para Gryffindor. Malfoy, Crabbe, Goyle, a vuestros sitios
ya. Hoy vamos a comenzar a preparar una poción de insomnio. Tenéis una semana
para pensarla y hacerla, y, junto con una muestra, tendréis que indicar qué
ingredientes habéis usado, en qué cantidad y por qué razón. La quiero para el próximo
viernes, ¿entendido? Y ahora recordaremos algunas de las pociones del sueño para
que vayáis entrando en materia. La poción de insomnio es similar a un antídoto de la
poción del sueño, así que esto os será de ayuda.
Tras decir esto, Snape, que se había ido acercando a la pizarra mientras hablaba,
empezó a escribir en ella diversas composiciones de pociones a toque de varita.
Hermione empezó a coger pergamino, fastidiada por haber perdido cinco puntos y
por haber recordado a Henry; Ron, mientras sacaba sus cosas, dirigía
alternativamente miradas de furia hacia Malfoy y de preocupación hacia Hermione;
Harry observó a Malfoy, pero éste se había sentado, muy serio, y parecía concentrado
en el trabajo. Harry pensó que seguramente estaba más preocupado por lo que ellos
le habían dicho sobre su padre de lo que querría.
Mientras copiaba la composición de las pociones, la mayoría de las cuales ya
conocía, y atendía vagamente a las explicaciones de Snape, siguió pensando en el
asunto de Malfoy. A pesar de todo lo que le habían dicho a Malfoy, él realmente no
creía que se hubieran llevado a Lucius para matarlo. Si quería hacer eso, ¿por qué no
le habían matado allí? Claro que podría ser que Voldemort quisiera matarle en
persona, o bien que quería hacerle algo antes, pero Harry no lo creía. Si no le había
matado tras haber renegado de él y no haberse esforzado en lo más mínimo por
encontrarle y ayudarle, ¿por qué iba a querer matarlo ahora, cuando había caído a su
servicio? Y además había caído tras matar a Luna, que seguramente, si no hubiera
muerto, estaría en el punto de mira de Voldemort, al igual que Ron, Hermione, Ginny y
Neville. No, estaba seguro de que Voldemort se había llevado a Lucius por alguna otra
razón. ¿Tendría Malfoy razón, y Voldemort pretendía devolverle la cordura? ¿Podía
realmente Voldemort conseguir lo que en medio año de atención en San Mungo no
habían logrado los sanadores? Harry creía que era posible, al fin y al cabo, Voldemort
era el mago más grande del mundo. Si podía romper los encantamientos
desmemorizantes, incluso los más fuertes y potentes, cuando sólo era una ruina, como
había hecho con Bertha Jorkins, más capaz sería ahora, cuando estaba en el apogeo
de su poder.
Suspiró, deseando nuevamente dominar mejor el arte de leer la mente, para poder
meterse en la mente de Voldemort y resolver al menos algunos de los misterios acerca
de lo que sucedía.
Entonces vio a Hermione y a Ron trabajar y se dio cuenta de que no estaba
atendiendo a nada de lo que decía Snape, por lo que intentó apartar de su cabeza
todos los pensamientos y preocupaciones e intentó concentrarse en la clase.
Malfoy no volvió a molestarlos más, ni al acabar la clase ni durante el resto del día,
sin embargo, parecía haber recuperado un poco el aplomo que había perdido al
enterarse de que Hermione había provocado la muerte de Henry, y cada vez que los
veía, intentaba mostrarse altivo. Sin embargo, no podía evitar dirigirle a Hermione una
mirada extraña. Harry suponía que no podía acabar de creer que Hermione hubiera
matado a alguien, y no le extrañaba nada. Entonces pensó en por qué no le miraba a
él de la misma forma, o peor, teniendo en cuenta que él había matado a cuatro
mortífagos aquella noche, pero luego se dio cuenta de que apenas nadie conocía con
detalle lo que había sucedido en la casa del bosque: los periódicos sólo habían dicho
que había habido una batalla, que los aurores habían detenido a unos cuantos
mortífagos y que cuatro de ellos habían muerto, pero no habían contado nada acerca
de quién les había matado, porque nada se había filtrado.

Tras la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, por la tarde (una clase que había sido
una tortura debido al intenso frío), Harry, Ron y Hermione habían ido a ver a Hagrid y
a tomar el té con él, y le habían puesto al tanto de los últimos acontecimientos.
Estuvieron hablando varias horas acerca del asesinato de Whitby, la liberación de
Malfoy y si habría alguna conexión entre ambos casos, si bien no llegaron a ninguna
conclusión certera o útil. Lo único en lo que se habían puesto de acuerdo, teniendo
como base los razonamientos que Harry había hecho en clase de Pociones, era que
lo más probable era que Voldemort no hubiera rescatado a Malfoy para matarlo, si
bien el propósito final de semejante acción seguía escapándoseles.
Cuando finalmente regresaron al castillo, con las caras enrojecidas debido a la
ventisca, en la sala común la noticia de la liberación de Malfoy era el tema principal de
conversación entre la mayoría de los alumnos. Los tres amigos, sin embargo, estaban
ya un poco cansados del tema, y se sentaron junto al fuego para calentarse, sin
hablar. No obstante, la mayoría de los gryffindors sabían perfectamente que habían
sido Ron y Hermione quienes habían provocado la locura de Malfoy y su consiguiente
ingreso en el Hospital San Mungo, con lo que muchos de los que los conocían se
acercaron a preguntarles su opinión sobre el tema, y los que no tenían tanta confianza
con ellos se limitaron a escuchar. Ni Ron, ni Hermione, ni Harry pudieron aclarar
muchas de las dudas, pues las preguntas eran del tipo «¿Cómo creéis que le han
liberado?», «¿Quiénes creéis que fueron los mortífagos que le sacaron de allí?» e
incluso hubo quién preguntó si imaginaban dónde podía estar ahora y haciendo qué.
Cansados del interrogatorio, decidieron bajar a cenar en cuanto llegó la hora, y
Ginny y Neville bajaron también con ellos.
—Hartos de tantas preguntas, ¿verdad? —comentó Neville con tono cansado,
mientras iban por los fríos pasillos—. A mí también me han estado interrogando todo el
día. ¡Incluso me han preguntado si sabía por qué le habían sacado de allí en su
estado! —exclamó—. ¿Cómo voy a saber yo eso?
—Es el inconveniente de ser famoso, Neville —le dijo Harry—. Sobre todo, famoso
por cosas como ésta.
Nada más sentarse a la mesa de Gryffindor en el Gran Comedor, una pequeña
lechuza negra descendió desde el techo con un paquete, deteniéndose ante
Hermione. Harry notó que no había sido la única.
—¿El Profeta a estas horas? —preguntó Ron, extrañado.
Hermione no contestó. Pagó a la lechuza y comenzó a desenvolver el periódico,
muy intrigada.
—Es una edición especial —les informó, al empezar a leerlo.
—¿De qué habla? —quiso saber Harry.
—Declaraciones del Ministro acerca de la liberación de Malfoy —respondió
Hermione—. Parece que anuncia medidas extraordinarias...
—¿Medidas extraordinarias? —preguntó Harry—. ¿Qué medidas?
Hermione no contestó inmediatamente. Siguió leyendo un rato con mucha
atención, y luego contó lo que había leído:
—Dice que esto no volverá a repetirse. Van a colocar vigilancia especial en San
Mungo, y van a controlar las entradas y las salidas en él, empezando por poner
hechizos anti-aparición, aparte de no permitir la entrada con varitas, que quedarán
confiscadas en el mostrador de seguridad.
—¿Como hacen en el Ministerio? —preguntó Ron.
—Sí —respondió Hermione—. Además, en caso de ingresar a algún mortífago en
el Hospital van a habilitar una zona especial de máxima seguridad para ellos. Esto es
una exigencia de los sanadores —añadió.
—Parece que se lo van a tomar en serio —comentó Ginny.
—Normal. Después de que dos sanadores hayan muerto, es lógico que éstos
exijan condiciones de trabajo más seguras —razonó Lavender—. Yo tengo una tía que
trabaja en San Mungo y siempre se ha quejado de la poca seguridad que hay allí.
—Y eso no es todo —añadió Hermione, con la vista fija en el periódico—. Diggory
ha declarado también que va a dedicar absolutamente todos los esfuerzos del
Ministerio a dar con los mortífagos y detenerlos. Ha exigido al Departamento de
Seguridad Mágica que endurezca las medidas contra los partidarios de Voldemort y
destine todos sus recursos a enfrentarse con esta amenaza. Además, emplaza a todos
los habitantes del mundo mágico a prestar la máxima colaboración en este tema.
También va a reunirse pronto con el Primer Ministro muggle...
—¿Todos los recursos de Departamento de Seguridad Mágica? —repitió Ron,
serio—. Eso también incluye a mi padre...
—Bueno, tu padre ya está acostumbrado —le dijo Harry en ademán tranquilizador
—. Trabajando para la Orden...
—Sí, supongo —asintió Ron.
—Eso de que aumente la dureza de las medidas contra Voldemort... —comentó
Harry, pensativo—. ¿Se refiere a algo similar a lo que en su día hizo Crouch?
Hermione se encogió de hombros.
—No lo sé, no aclara qué medidas son ésas. Probablemente lo sepamos en
cuanto el Departamento las tome. Pero esperad, porque el artículo no termina todavía
—agregó Hermione, y luego sonrió—. ¡Vaya! Ésta sí es una buena noticia: dice que el
ministro va a tender una mano a cualquier criatura inteligente que esté a favor de la
paz y en contra de Voldemort, y va a requerir al Departamento de Control y Regulación
de las Criaturas Mágicas que se reúna con los diversos grupos de criaturas para
solicitar su apoyo y ayudarnos unos a otros. Cita como ejemplo a los centauros, a los
gigantes, a los hombres lobo, a las gentes del agua... Bueno, no dice nada de los elfos
domésticos —dijo Hermione un poco decepcionada—, pero quizás se sobreentienda.
—Eso alegrará a Lupin —dijo Harry, contento—. Espero que deroguen esa ley
antihombres lobo de Umbridge...
—Seguramente lo harán —opinó Ron—. De lo contrario, no creo que los
licántropos apoyen al Ministerio sin más, ¿no? Ellos desearán libertad y poder trabajar,
aunque sea con las medidas de seguridad apropiadas.
—Esperemos que sí —asintió Hermione, y volvió a mirar el periódico—. Lo último
que dice Diggory es una advertencia a los mortífagos e incluso al propio Voldemort:
advierte que el Ministerio no va a ceder ante ellos, ante sus ideas ni ante sus
pretensiones. Afirma que se mantendrá firme en el propósito de seguir luchando por la
libertad de los magos y los muggles, y que ningún mago tenebroso, por muy poderoso
que sea, va a lograr sojuzgar al mundo mágico. Dice que no lo consiguió hace
dieciséis años, y que tampoco lo logrará ahora.
—Vaya, desde luego es valiente y decidido —comentó Ginny con admiración—.
Decirle eso a Voldemort...
—A mí, más que valiente me parece imprudente —juzgó Ron—. ¿Cómo creéis que
se lo tomará Voldemort cuando lo lea?
—No lo sé, pero yo también opino que es una temeridad —respondió Harry—.
Dudo que Diggory se imagine el poder que Voldemort tiene ahora. Como se proponga
matarle, dudo que tenga muchas posibilidades de sobrevivir. ¿Quién le detendrá, si
casi ningún hechizo puede tocarle?
—Bueno, es el Ministro, ¿no? —dijo Neville—. Sabrá lo que hace...
—Diggory está cegado por sus ansias de acabar con el asesino de su hijo —dijo
Harry con voz sombría—. No creo que piense con total raciocinio. El deseo de
venganza puede cegarte y hacer que actúes impulsivamente. Yo lo sé bien, y Ron
también.
Ron asentía, mostrándose de acuerdo con su amigo.
—Bueno —dijo éste—, ¿qué más dice esa edición especial?
—Nada demasiado interesante —contestó Hermione, observando las demás
páginas (tres o cuatro nada más) del periódico—. Declaraciones de diversos
sanadores de San Mungo, sobre todo... También del director del Hospital y de otros
miembros del Ministerio, así como de magos de a pie, a los que se ha preguntado
sobre esto.
—¿Y qué opina la gente? —quiso saber Ginny.
—La mayoría tienen miedo —dijo Hermione—. Mucho miedo. Aquí hay una mujer
que perdió a un primo suyo hace veinte años. Dice que aunque entonces los ataques
eran más comunes, y que ahora parece todo más controlado, sin haber muertes de
muggles al azar y sin sentido, como en aquel tiempo, tiene más miedo. Piensa que
esto se debe a que Voldemort está más organizado y que planea las cosas de otra
manera, y que eso, en cierto modo, es peor, porque le da más opciones de victoria.
Opina que, cuando finalmente ataque, será peor que lo que se pueda imaginar, y cree
que cuando llegue ese momento, nada podrá pararle.
—Creo que esa mujer, por desgracia, tiene razón —manifestó Harry en tono
deprimido—. Creo que tiene mucha razón y que, cuando esto empiece de verdad, el
ataque al Ministerio nos parecerá una minucia.
—Vamos, no seas tan pesimista —le dijo Ron, que parecía un tanto asustado—.
No puede ser tan malo...
—Créeme, Ron, que desearía estar muy equivocado, pero hace días que siento
que todo se precipita, y tengo buenas razones para pensar que no son imaginaciones
mías. Voldemort se está preparando, y va a hacer algo, algo terrible... y muy pronto,
más pronto de lo que desearíamos.
Las palabras de Harry provocaron un pesado silencio en aquella parte de la mesa
de Gryffindor donde estaban sentados. Incapaces de decir nada, todos se dispusieron
a tomar la cena, aunque la mayor parte del hambre que tenían se había esfumado ya.

Los días siguientes trajeron tormentas de viento y aguanieve que se alternaban con
cortos períodos de tiempo en que el cielo estaba parcialmente despejado. El frío era
muy intenso y todo el mundo permanecía en las salas comunes, en la biblioteca o en
el comedor, pues el resto del castillo estaba helado.
A los alumnos de séptimo los deberes y los trabajos de antes de Navidad
empezaban a sobrepasarlos, y Harry se vio obligado a anular la reunión del ED
prevista para el miércoles debido al intenso trabajo. Cada día, Harry, Ron y Hermione
permanecían despiertos hasta medianoche, o a veces hasta más tarde, trabajando.
Hermione, que era la que más asignaturas tenía, era, sin embargo, la que menos
agobiada parecía de los tres. Quizás porque estaba acostumbrada al trabajo duro, o
quizás porque ella tenía un poco más de tiempo libre debido a que no tenía un equipo
de quidditch con el que entrenar, como les pasaba a Harry y a Ron. Éste, además,
tenía sus obligaciones de prefecto; era el que más se quejaba de los tres y se pasaba
el día deseando que por fin llegara la Navidad.
Harry, aparte del hecho de tener que entrenar al quidditch, que en el fondo le
servía para relajarse un poco, tenía otro motivo por el que le estaba resultando cada
vez más difícil concentrarse en los deberes, las clases y los estudios: desde el día en
que Lucius había sido liberado, habían empezado a sentir breves punzadas de dolor
en la cicatriz, cada vez más a menudo a medida que avanzaban los días. Al principio
las notaba quizás una vez al día, o dos, como mucho, pero una semana después,
podía notar las punzadas hasta siete u ocho veces al día. El dolor no lo molestaba,
porque era muy débil, pero el asunto le preocupaba. Sentía que la barrera que había
aprendido a crear entre Voldemort y él se desmoronaba piedra por piedra, sin que
pudiera hacer nada para remediarlo. De vez en cuando, además, se descubría
desconcentrado o desorientado, pensando quizás en otras cosas sin que se diera
cuenta. La conexión entre Voldemort y él se hacía más y más fuerte, y ya ni pensar en
sus padres le servía. Necesitaba concentrarse en sus deberes, por lo que no podía
pensar en ellos, pero, si no lo hacía, las punzadas en la cicatriz y los súbitos
pensamientos que subían a su mente sin saber de dónde también le impedían
centrarse en sus obligaciones. No les había dicho nada de todo aquello a Ron y a
Hermione pues, con la fuga de Malfoy ambos ya estaba lo suficientemente
preocupados, y no quería darles más motivos para que se sintieran inquietos y
distrajeran su atención de donde tenía que estar en aquellos momentos, que era en
sus trabajos; aparte, sabía perfectamente que ninguno de los dos podía hacer nada
por ayudarle. Nadie podía, en realidad.
El lunes anterior a la semana en que les darían las tan ansiadas vacaciones, Harry
se despertó con un dolor pulsante en la cicatriz. No era un dolor como los que había
sufrido durante los primeros tiempos tras el retorno de Voldemort, sino que era mucho
más suave, pero resultaba molesto. Se levantó con cierta desgana y se vistió sin
hablar, mientras sus compañeros de cuarto cambiaban las primeras impresiones del
día. Sentía ganas de seguir en la cama, pero no porque estuviera cansado, al menos
no en el sentido físico. Estaba como deprimido, y sabía que lo que sentía en la frente
tenía mucho que ver, y que aquel sentimiento no procedía de sí mismo, sino de la
influencia que Voldemort tenía en él. No podía evitar aquello, así que deseó que, al
menos, a Voldemort le molestara la conexión tanto como a él mismo.
La pulsación en la cicatriz se le mantuvo todo el día, con mayor o menor
intensidad. Ron y Hermione, que se habían dado cuenta de que algo le pasaba, le
interrogaron en varias ocasiones, pero en todas ellas les respondió que nada, hasta
que estuvieron sentados para comer, un poco apartados de los demás.
—Bueno, ¿nos vas a decir qué te pasa o no? —le preguntó Hermione
cansadamente—. Y no nos digas que nada, Harry, porque te vemos. Además, en
clase de Transformaciones he visto que en una ocasión te frotabas la cicatriz. ¿Qué
sucede?
Harry la miró. No recordaba haberse frotado la cicatriz. Seguramente lo había
hecho inconscientemente.
—Me duele —respondió.
—¿Te duele? —inquirió Hermione, empezando a preocuparse más—. ¿Mucho?
—No, sólo un poco. Apenas es nada, pero resulta molesto...
—¿Desde cuándo te duele? —quiso saber Ron, mirándole con perspicacia—. Ya
estabas raro cuando te levantaste. ¿Te dolía entonces?
Harry movió la cabeza afirmativamente.
—Lleva molestándome todo el día.
—¿No deberías ir a ver a Dumbledore? —le sugirió Hermione—. Que te duela
durante tanto tiempo...
—No. ¿Para qué? Llevo sintiendo pequeñas punzadas desde hace una semana.
Nadie puede hacer nada. Es por lo que nos dijeron Dumbledore y Flammingan,
¿recordáis? La conexión se hace más intensa.
—Pero ¿notas algo? —preguntó Ron—. Por algo te dolerá ¿no?
—Está concentrado en algo —dijo Harry—. Sé que está pensando en algo con
intensidad, y por eso me palpita. Cuando se concentra, lo noto... Quiero decir, ahora
puedo notarlo, y supongo que a partir de ahora siempre será así.
—¿Quieres decir que cada vez que quiera algo y piense en ello a ti te va a doler la
cicatriz? —dijo Ron espantado—. Pero ¿cómo vas a soportarlo?
—No lo sé —suspiró Harry, sin exteriorizar su temor de que seguramente podía
pasar algo peor que un dolor pulsante cuando Voldemort se concentraba; sospechaba
que, si el mago quería, podía hacerle daño realmente, aún sin estar junto a él.
Sus dos amigos lo miraron con cierta lástima, y eso era algo que no soportaba.
—No me miréis así, ¿vale? Lo hacéis parecer todo mucho peor de lo que es. El
dolor no es tan terrible, estoy seguro de que se pasará. Encontraré la manera de
evitarlo, aunque tenga que esforzarme más.
Ron y Hermione, un poco avergonzados, apartaron la mirada.
Harry miró al reflejo del cielo que mostraba el techo encantado. Estaba oscuro y
nuboso, y caía aguanieve con fuerza. Suspiró. El quidditch les quitaba tiempo para
hacer los deberes, pero ahora, que llevaban cuatro días sin entrenar debido al tiempo,
lo echaba de menos. Al subir a la escoba sentía (y siempre había sido así), como si
sus problemas y sus miedos quedaran en tierra mientras él ascendía en el aire. Exhaló
un último suspiro y se dedicó a comer en silencio, para dirigirse después a clase de
Hagrid, algo que, con el tiempo que hacía, realmente le apetecía muy poco.
A pesar de todo, la clase resultó entretenida. Hagrid había llevado hadas a la
clase, que, pese a que las habían visto varias veces, nunca les habían hablado mucho
de ellas. Había sido divertido ver a los pequeños seres revolotear a su alrededor
mientras intentaban que confiaran en ellos, algo que no era muy fácil de hacer. De
hecho, Harry se había distraído tanto que apenas había notado el dolor en la cicatriz,
y, cuando regresaban al castillo se dio cuenta de que ya no le dolía nada.
—Se me ha pasado el dolor —les comunicó a Ron y a Hermione en cuanto
entraron en el vestíbulo y se sacudieron para quitarse el aguanieve del pelo y las
capas.
—¿Se te ha pasado? —dijo Hermione—. Vaya, eso está bien. ¿Ahora no notas
nada?
—No —respondió Harry, descubriendo que, una vez pasado el dolor, se sentía un
poco más alegre y optimista. De pronto el pensar que faltaban menos de dos semanas
para las vacaciones de Navidad le produjo una alegría mucho mayor de la que le
había producido a lo largo del día.
—Mejor —dijo Hermione, contenta por la noticia—. Entonces subamos y a ver si
terminamos lo de Transformaciones...
—¿«subamos»? —repitió Ron, sorprendido—. ¿No tienes Aritmancia ahora?
—No, hoy no, se ha suspendido la clase —les comunicó Hermione—. La profesora
Vector no se encuentra muy bien. Pusieron un anuncio por la mañana en el tablón
informando de ello.
Harry y Ron asintieron. Los tres subieron las escaleras hacia la torre de Gryffindor
y se dispusieron a seguir con los deberes. Sin embargo, mientras Harry y Ron
sacaban sus cosas de Transformaciones, Hermione simplemente cogió un pergamino
y se puso a escribir en él con la varita.
—¿Qué haces? —le preguntó Ron, observándola—. Eso no son deberes…
Pero Hermione no le contestó, ni siquiera pareció oírle. Terminó de preparar el
pergamino y se levantó con él en la mano, y entonces Harry pudo apreciar que en una
esquina había dibujado el logotipo de la PEDDO. Hermione colgó el pergamino en el
tablón de anuncios y luego regresó junto a sus dos amigos, muy contenta.
—¿Qué era eso? —quiso saber Harry.
—Un anuncio para la PEDDO —dijo Hermione—. Está llegando la Navidad y
últimamente no hemos hecho nada por los elfos. Quiero conseguir algo más de ropa
para ellos. Espero que todos los miembros colaboren.
—¿Más ropa? —preguntó Ron—. Pero si el año pasado conseguimos muchísima.
¿No sería mejor hacer otra cosa?
—Tal vez —dijo Hermione—. Si tú tienes alguna idea... El caso es que, como bien
dices, conseguimos mucha ropa, Ron, pero no van a llevar siempre la misma, ¿no?
Además, esas prendas eran ya viejas la mayoría, y se habrán gastado por el uso.
—Sí, supongo —dijo Ron, y Harry recordó que, ciertamente, la ropa que llevaban
los elfos parecía ya bastante vieja el día que los tres bajaron a las cocinas.
—Pero Dumbledore les ha conseguido más ropa también —dijo Harry—. ¿No lo
recordáis? Ropa con el escudo de Hogwarts. No creo que ése sea el principal
problema.
—Sí, tienes razón —dijo Hermione, asintiendo—. Pero podríamos usar la ropa que
consigamos para que Dobby se la entregue a otros elfos que conozca, ¿no?
—Si Dobby consigue convencerlos —respondió Ron—. Recuerda lo que costó
convencer a éstos.
—Exacto, y a cuenta de eso viene otra cosa que yo tenía pensada —dijo Hermione
sonriente.
—¿El qué? —preguntaron Harry y Ron a la vez.
—Bueno, recordad que cuando fuimos a las cocinas dijimos que tendríamos que
mostrar a todo el mundo mágico cómo viven los elfos de Hogwarts, con condiciones un
poco más dignas. Ése es el primer paso. También podríamos escribir una carta al
Ministerio. Sé que es aprovecharnos de nuestra fama, pero es por una buena causa.
—Dudo que en el Ministerio nos hagan caso —repuso Ron con pesimismo—.
Recuerda todo lo que ha pasado. Estoy seguro de que tendrán cosas más importantes
que atender que a los problemas de los elfos, sobre todo cuando la mayoría de los
magos no considera que tengan problemas. Siendo sinceros, ni la mayoría de los elfos
piensan que tengan algún problema.
—Por intentarlo nada perdemos, ¿no? Y además, ahora, con la política de
acercamiento a las criaturas mágicas del Ministerio, los elfos podrían resultar útiles.
Tienen mucho poder mágico, y suelen pasar desapercibidos para casi todo el mundo,
que está acostumbrado a ignorar su presencia. Podrían ser aliados muy valiosos.
—Sí, en eso tienes razón —dijo Harry, pensativo—. Recuerdo que cuando liberé a
Dobby él me defendió de Malfoy. Los elfos pueden hacer mucha magia sin una varita,
y eso siempre es útil.
—¿Estás sugiriendo que formemos una especie de ejército elfo? —preguntó Ron.
—No exactamente, pero no sería mala idea —contestó Harry, pensando en ello—.
En caso de peligro grave para el colegio, podrían ayudar.
—Tienes toda la razón —apoyó Hermione, asintiendo con entusiasmo—. Eso
demostraría al Ministerio que los elfos valen más que para fregar suelos y preparar
banquetes. Pues, si estamos de acuerdo en ello, deberíamos apuntarlo en la Libreta
de Actas de la asociación y...
—Vamos, Hermione, deja las formalidades —le pidió Ron con gesto aburrido—.
Nos acordamos de ello.
—Como quieras —respondió Hermione—. Pero, ¿cuándo vamos a hablar con ellos
acerca de esto? Tendríamos que pensar qué decirles y esas cosas...
—Creo que es mejor que lo dejemos para después de Navidad —opinó Harry—.
Ahora estamos demasiado ocupados.
—Sí, es lo mejor —dijo Ron, mirando con lástima su trabajo de Transformaciones
—. Deberíamos ponernos con esto, a ver si lo terminamos de una vez.
—No te quejes —le dijo Hermione con un asomo de sonrisa, mientras sacaba sus
cosas de la mochila—. Estoy seguro de que los Hechizos Comparecedores te
encantan. Puedes hacer aparecer de la nada una fuente de pasteles.
Ron la miró, también sonriendo.
—No había pensado en eso —dijo.

Varias horas más tarde, cuando subieron de cenar, Harry decidió no hacer más
deberes e irse a la cama. Habían trabajado bastante por la tarde y se sentía cansado,
pero la razón principal era que de nuevo, un leve dolor le hacía palpitar la cicatriz.
Suponiendo que sería similar al que había tenido todo el día, no les dijo nada ni a Ron
ni a Hermione y se fue a acostar.
Intentó dormirse, pero su sueño era intranquilo. El dolor iba y venía en oleadas, en
ocasiones bastante intenso. Le parecía sentir ruidos y conversaciones, aunque no oía
nada, y supuso que era fruto de su conexión. Intentando cerrarla y poder descansar,
se puso a pensar en sus padres, en sus recuerdos de ellos, y pareció funcionar. Tras
un rato, el dolor había pasado y prácticamente se había dormido, con su mente
vagando por recuerdos y sueños.
Soñó que estaba otra vez en el Valle de Godric, con sus padres. De nuevo,
estaban allí Ron y Hermione, sólo que, en vez de ser un día soleado de verano, como
el que había visto en la Sala de los Sueños, éste era un día nevado, en plena Navidad.
Los Potter iban a celebrar una gran cena de Navidad, y todos sus amigos conocidos
estaban invitados. La casa estaba maravillosamente decorada, y todas las chimeneas
estaban encendidas, dando una maravillosa sensación hogareña. Era increíblemente
agradable estar en el salón, mientras veía por la ventana cómo caían los copos de
nieve...
Pero entonces, algo cambió. La calidez de la casa se convirtió en frío, y la luz se
volvió oscuridad. Sintió algo malvado, algo horrible que borró el sueño, y Harry se
despertó con un sobresalto, jadeando ligeramente. Debía ser bastante tarde ya,
porque todos sus compañeros estaban ya en sus camas, durmiendo. Cogió su reloj
con la mano derecha mientras con la otra se apretaba un poco la cicatriz. Le dolía. No
muy intensamente, como sabía que podía llegar a dolerle, pero aún así era bastante
fuerte. Supo que aquello tenía que ver con Voldemort, y no sólo con la concentración
del mago. Encendió su varita y vio que era casi medianoche.
Volvió a dejar el reloj en la mesilla y se tapó de nuevo, sintiendo un ligero
escalofrío debido a las bajas temperaturas nocturnas.
Algo pasaba. De la misma manera que había sabido que algo se preparaba, ahora
sabía, con total certeza, que algo estaba pasando... o ya había pasado. Algo malo.
Podía percibirlo de una forma que no llegaba a comprender. Algo había sucedido, algo
lo suficientemente fuerte como para atravesar la barrera que los sueños con sus
padres le proporcionaban. Voldemort había hecho algo, y estaba seguro de que no se
limitaba a torturar a alguno de sus seguidores, o a interrogar a alguien. No, estaba
completamente seguro de que, esa noche, Voldemort había matado, y probablemente
no a una persona sola. Preguntándose qué horribles noticias traería la mañana, y si
todos aquellos a quienes conocía y apreciaba seguirían vivos, Harry tardó mucho
tiempo en dormirse y, cuando lo hizo, su sueño fue intranquilo y muy poco reparador.

Se despertó bastante temprano, inquieto y con la sensación de no haber dormido


nada. Se vistió antes de que ninguno de sus compañeros despertara siquiera, y bajó a
la sala común, que estaba aún vacía, donde estuvo paseando de un lado a otro,
intranquilo y con la sensación de tener un nudo en la garganta provocado por la
angustia que sentía. Miró su reloj. En breve, sus compañeros empezarían a bajar. Iría
con Ron y Hermione al Gran Comedor a desayunar y cuando su amiga recibiera El
Profeta, seguramente sabría qué había pasado la noche anterior y quién había muerto.
Efectivamente, unos minutos más tarde comenzó a oírse ruido de movimientos en
las habitaciones de los gryffindors, y un poco después, los alumnos comenzaron a
invadir la sala común y a dirigirse al comedor. Ron bajó un poco antes que Hermione,
y se acercó a Harry.
—¿No tenías sueño? —le preguntó—. Cuando me levanté y no te vi, me
preocupé... —Ron le miró atentamente y frunció el entrecejo—. ¿Estás bien? Tienes
mala cara.
—Ayer pasó algo malo —contestó Harry en voz baja—. No sé el qué, pero alguien
ha muerto. Voldemort mató anoche, y no podía dormir con ese pensamiento.
Ron se asustó, y empezó a ponerse cada vez más pálido.
—¿Matado? —preguntó—. P-Pero..., ¿cómo...? Es decir, ¿sabes quién...?
—No, no lo sé —declaró Harry, cortando a su amigo—. Pero alguien ha muerto,
eso puedo asegurártelo. Probablemente, más de una persona.
—¡Oh, por Merlín...! —exclamó Ron, más preocupado aún—. Mira, ahí viene
Hermione, vamos al comedor, a ver si llega el periódico. Si les ha pasado algo malo a
mis padres o a mis hermanos... —Meneó la cabeza, como queriendo ahuyentar
aquellos pensamientos de su mente.
—Buenos días —saludó Hermione, acercándose a ellos—. ¿Qué os pasa?
Parecéis muy asustados.
—Vamos al comedor, rápido —la instó Ron—-. Te lo contamos por el camino.
Harry les explicó a sus dos amigos lo que le había pasado la noche anterior, y,
cuando llegaron al comedor y se sentaron, Hermione estaba tan preocupada y
asustada como Ron, y miraba con impaciencia al techo, a ver si llegaba el correo.
Ninguno de los tres se veía capaz de comer gran cosa.
Tras cinco minutos de tensa espera, las lechuzas comenzaron a invadir el Gran
Comedor, y algunas de ellas, como el gran búho que se posó ante Hermione, traían
ejemplares de El Profeta. La chica, nerviosa, cogió el periódico y comenzó a doblarlo
tan apresuradamente que se olvidó de pagarle al búho, lo que éste le recordó dándole
un ligero picotazo en la mano. Con gesto impaciente, Hermione dejó los dos knuts en
la bolsa del ave y ésta se marchó. La chica terminó de desplegar el periódico y luego
lo miró ávidamente. Ron y Harry, que se habían sentado frente a ella, esperaron a que
lo leyera.
—¿Qué dice? —preguntó Harry, que se moría de la impaciencia, si bien una parte
de sí mismo realmente no quería saber nada; Ron, por su lado, se estaba poniendo
cada vez más blanco—. ¿Pone algo?
—Ya..., ya lo creo que ha pasado algo —dijo Hermione con un hilo de voz—.
Esto..., esto es horrible...
—¿Le ha sucedido alguna cosa a alguien de la Orden? —inquirió Ron con apremio
y voz temblorosa—. ¿Están bien mis padres?
—Sí, no le ha pasado nada a nadie de la Orden, pero..., ha vuelto a suceder,
Harry...
—¿Suceder el qué?
Por todo respuesta, Hermione le dio la vuelta al diario y les mostró la primera
plana. Lo primero que impactó a Harry fue una foto en blanco y negro de un hombre
que parecía increíblemente asustado y herido, y, bajo ella, pequeñas imágenes de
personas a la mayoría de las cuales él conocía bien. Tras ver aquello, sus ojos se
movieron rápidamente sobre el titular:

EL QUE NO DEBE SER NOMBRADO LIBERA


A LOS MORTÍFAGOS PRESOS

El Ministro de Magia, Amos Diggory, junto a la directora del


Departamento de Seguridad Mágica, Amelia Bones, han declarado la
pasada madrugada a este diario que los mortífagos que habían sido
hechos prisioneros durante el ataque al Ministerio y la batalla del
bosque de ¿? El pasado mayo, fueron liberados la noche anterior en
una sangrienta y mortífera operación encabezada por el propio lord ya-
saben y algunos mortífagos más.
Los siete mortífagos fugados permanecían prisioneros no en
Azkaban, lugar considerado no seguro debido a las fugas que allí se
realizaron los dos últimos años, sino en un emplazamiento que el
Ministerio consideraba seguro y secreto. Sólo algunos en el Ministerio
conocían este lugar, y se creía que El Que No Debe Ser Nombrado no
podría averiguarlo. Sin embargo, lo hizo, y el Ministro está casi seguro
de que el reciente asesinato de Rubens Whitby, alto funcionario de
Departamento de Seguridad Mágica, tenía como objetivo conocer la
localización de dicha prisión.
La mencionada cárcel, situada, como ahora sabemos, en las costas
de Groenlandia, (y no en un castillo de Cornualles, como decían
algunos rumores, supuestamente esparcidos para despistar) bajo un
acantilado inaccesible, estaba custodiada día y noche por ocho magos
preparados, y protegida además por innumerables encantamientos de
ocultación. Nada de eso bastó. El Que No Debe Ser Nombrado y tres
mortífagos más mataron a todos los guardianes excepto a uno, cuya
foto publicamos. Y la única razón por la que este hombre fue sólo
torturado y no asesinado como sus compañeros, se debe a que Quién
Ustedes Saben deseaba que transmitiese un mensaje al Ministro de
Magia y a toda la comunidad mágica.
Este hombre, Waldius Smerthick, natural de Edimburgo, relató,
todavía bajo los efectos del shock producido por las escenas de horror
que había presenciado, cómo Quién Ustedes Saben había matado,
uno por uno, a todos los guardianes de la prisión, ninguno de los
cuales pudo hacer nada por defenderse. Tras ser torturado, Smerthick
recibió la orden de decirle al Ministro de Magia que él (El Que No Debe
Ser Nombrado), no acepta amenazas ni órdenes de nadie; declara que
el Ministerio no es más que un gobierno de pusilánimes, sangre sucia y
amigos de muggles, y le advierte (al Ministro) que quizás no le importe
perder su propia vida en esta lucha, pero que tenga cuidado, si no
quiere perder a su esposa de la misma forma que perdió a su hijo.
Smelthick dijo también que la comunidad mágica debía dejar de luchar
contra él y volver al pasado, cuando los magos no se inclinaban ni se
relacionaban con muggles y los sangre limpia mandaban. Finalmente,
anuncia que nada ni nadie va a detenerle, y que cualquiera que lo
intente está destinado a morir.
Ante estas declaraciones, el Ministro (con la voz ahogada, pero
mostrándose firme) dijo que no se dejaría avasallar por nadie, y que
defendería hasta el último aliento el derecho de «todos» los integrantes
de la comunidad mágica de vivir en libertad y del modo que decidan,
sin prejuicios de origen o posición social.
Con la liberación de estos siete presos, unida a la de Lucius Malfoy,
acontecida el pasado viernes, todos los mortífagos que habían sido
detenidos vuelven, de nuevo, a estar en libertad. En páginas interiores
se muestra los delitos por los que cada uno de estos individuos fue
sentenciado a prisión, así como los nombres de los siete funcionarios
del Ministerio asesinados.

Cuando terminaron de leer, Harry y Ron cruzaron una mirada horrorizados.


—Siete muertos... —murmuró Harry, impactado—. Siete muertos...
—Y todos los mortífagos vuelven a estar libres otra vez —exclamó Ron con furia,
golpeando la mesa con el puño.
—Sí, es horrible —corroboró Hermione, cogiendo de nuevo el diario y mirando las
páginas interiores, donde seguía hablándose de la noticia, así como de la impresiones
de varios funcionarios del Ministerio.
—Esto es lo que él me dijo —comentó Harry pensativamente, mirando, sin verlas
en realidad, las tostadas con mantequilla que aún tenía en el plato. Ron y Hermione le
observaron con curiosidad—. Él me lo dijo, en aquel sueño... me dijo que la verdadera
guerra estaba aún por empezar. Supongo que se refería a esto.
—Bueno —repuso Ron, queriendo parecer optimista. Ahora que sabía que nadie
de su familia había muerto, se sentía un poco mejor—, liberar a sus mortífagos no
quiere decir nada, ¿no? Ya sé que ha muerto mucha gente, pero no es como cuando
atacó el Ministerio. Era lógico que tarde o temprano fuera a salvar a sus aliados...
—No Ron, no lo entiendes —lo contradijo Harry—. ¿Para qué crees que los ha
liberado? Los quiere, los necesita... Va a sembrar el terror, quiere mostrar al mundo
su poder. Quiere controlarlo todo, y luego cogerme, matarme, y después..., quién
sabe.
Ron no respondió nada.
Harry levantó la cabeza y miró a su alrededor. Como había sucedido con la fuga
de Malfoy, aquellos que leían El Profeta estaban comentándoles a sus compañeros lo
que había sucedido. Harry pensó en si habría en el colegio algún hijo o familiar de
aquellos funcionarios asesinados, y casi pudo ver a Dumbledore levantándose de su
silla y acercándose a alguna mesa para comunicar a alguien que era huérfano, o que
había perdido a un tío, un primo... Sin embargo, cuando miró a la mesa de los
profesores, vio que Dumbledore permanecía sentado, con aire serio y triste mientras
miraba el diario. No parecía sorprendido o impresionado, y Harry dedujo que
seguramente ya sabía lo que había pasado antes de recibir el periódico.
—Mirad a Crabbe y Goyle —dijo entonces Ron, con el ceño fruncido y la vista
puesta en la mesa de Slytherin.
Harry y Hermione miraron hacia allí, y los vieron, cada uno a un lado de Malfoy,
exultantes de satisfacción y alegría.
—Sus padres están libres otra vez —dijo Hermione—. Lógicamente, están
contentos.
—Malfoy, sin embargo, no parece tan feliz, ¿verdad? —comentó Harry.
—Supongo que no tendrá todavía noticias de su padre —opinó Hermione—.
Estará preocupado.
Durante aquella mañana, Harry no logró prestar demasiada atención en las clases.
Y no sólo él, porque todos los alumnos, en cuanto tenían un momento, se ponían a
hablar de lo sucedido. También los profesores parecían preocupados y ligeramente
distraídos.
En la clase de Herbología, donde hacía tanto frío que los alumnos casi se
congelaban, la profesora Sprout les ordenó que prepararan unas cuantas
mandrágoras para que pasaran el invierno. Aquél no era un trabajo fácil, pues había
que hacerlo con cuidado y delicadeza, pero no era trabajo para alumnos de séptimo.
Sin embargo, la única que lo mencionó fue Hermione; al resto de los alumnos
parecían importarles poco, pues les daba ocasión de hablar entre ellos sobre lo
sucedido. Especialmente teniendo en cuenta que los de Hufflepuff podían conversar
con los de Gryffindor y viceversa.
Harry aprovechó aquella clase para pensar en todo lo sucedido y recapitular
acontecimientos: primero, tenía un sueño con Voldemort donde éste le conminaba a
enfrentarse con él y terminar la guerra de una vez. Harry no aceptaba, y el mago le
decía que la verdadera guerra aún estaba por comenzar; poco tiempo después,
Lucius Malfoy era sacado de San Mungo y dos sanadores eran asesinados en el
proceso; ahora, siete mortífagos más había sido liberados, y otros siete hombres
morían, aparte de que otro quedaría traumatizado, probablemente, para el resto de su
vida. ¿Cuál sería el siguiente paso de Voldemort? No lo sabía, y realmente no quería
saberlo. ¿Empezaría de nuevo con una política de asesinatos selectivos, como había
hecho dieciséis años atrás, o entraría a sangre y fuego, como había hecho durante el
ataque al Ministerio? Cualquier opción resultaba aterradora para Harry, que no podía
sentirse tranquilo estando allí, atendiendo a cosas tan insignificantes como los
estudios, cuando tendría que estar luchando para acabar con aquella amenaza.
«Pero no tienes por qué —se dijo a sí mismo—. Tú no eres un auror, tú no elegiste
esto. Tú no pediste ser “el niño que vivió” ni nada por el estilo. No puedes
responsabilizarte de nada. No es culpa tuya.»
Sí, aquello era cierto. No era culpa suya, pero... no podía evitar pensar en si él
podría evitar aunque solamente fuera una muerte.
Miró hacia el exterior del invernadero, intentando apartar aquellos pensamientos
de su cabeza. El tiempo estaba muy frío y amenazaba nieve, por lo que tampoco iban
a tener entrenamiento, pero él deseaba volar un rato. Deseaba ascender en su
escoba, notar el frescor del viento contra la cara y sentir que todos sus problemas y
preocupaciones quedaban abajo, en tierra, lejos de él... Sí, necesitaba volar. Tenía
que volar. Aquella tarde, él volaría un rato en su Saeta de Fuego, y, por unos
momentos, sería libre.

—¿Qué vas a hacer después de clase, Harry? —le preguntó Hermione a su amigo a
mitad de la clase de Encantamientos de la tarde, mientras practicaban el
Encantamiento Encadenante, que, aplicado sobre dos objetos, impedía que éstos
pudieran separarse a mayor distancia de la que estableciera la persona que realizaba
el conjuro.
—No sé, haremos los deberes, ¿no? —respondió Harry con vaguedad, mientras
pensaba en sus planes de salir a volar solo. No se lo había dicho a sus amigos aún
porque sabía que ambos lo considerarían una locura, teniendo en cuenta el frío que
hacía y que el tiempo amenazaba nieve. De hecho, se había preguntado durante todo
el día cómo iba a hacer para despistar a Ron y a Hermione, y darle vueltas a eso,
junto con el leve dolor que se había vuelto a colocar en su cicatriz desde la hora de la
comida, no contribuían a que estuviera de muy buen humor, lo cual, a su vez,
ayudaba a que no le saliera correctamente el Encantamiento Encadenante: cada vez
que encantaba las dos piedras que cada uno tenía para practicar, no era necesaria
mucha fuerza para romperlo, y se suponía que el encantamiento no se podía vencer
usando ningún tipo de fuerza.
—Eh... Pues únicamente más tarde —dijo Hermione—. Se acerca la Navidad, ya
sabes, y yo, como delegada, tengo que supervisar la decoración de todo el castillo. Y
como Ron es prefecto, pues también...
—Ah, vale... Bueno, iré practicando el Encantamiento Encadenante —repuso
Harry, intentando disimular su alegría. Sin Ron y Hermione en la sala común, le sería
más fácil salir a volar—. Como veis, no me sale muy bien —añadió, rompiendo de
nuevo la unión entre sus dos piedras con un fuerte tirón.
—Pues no sé por qué no te sale, compañero —dijo Ron, apuntando a su piedra
con la varita; murmuró «¡catenate!» y la encadenó al pupitre—. Es difícil, pero yo lo he
conseguido al cuarto intento...
Harry se encogió de hombros.
—Eso es porque tienes demasiadas cosas en la cabeza, Harry —opinó Hermione
—. No dejas de pensar en los mortífagos fugados, ¿verdad? Y por eso no te
concentras.
Harry asintió lentamente con la cabeza.
—-Deberías intentar olvidarte de eso, Harry —le aconsjeó su amiga—. No puedes
hacer nada, ni por los que han muerto, ni por nadie. Lo único que podemos hacer es
prepararnos lo mejor que podamos. Nada más.
—Ya lo sé, Hermione, pero no es fácil, ¿sabes? —repuso Harry, un tanto
enfadado—. Quizás para ti sea sencillo olvidarlo, pero yo hablé con Voldemort hace
poco, ¿recuerdas? Y me dijo que esto pasaría si no me enfrentaba a él. Tú no tienes
que vivir con eso.
Hermione no dijo nada, y Harry tampoco continuó la conversación. La clase
terminó y, mientras Ron y Hermione bajaban al comedor para supervisar la
decoración navideña, Harry se dirigió a la sala común.
Entró y subió rápidamente a su dormitorio. Cogió la capa, la bufanda y los guantes
y se los puso. Luego cogió su Saeta de Fuego y abrió la ventana de la habitación.
Al momento, una gélida ráfaga de aire entró por el agujero, provocándole un
escalofrío; pero, ignorándolo, subió a la escoba, hizo que la ventana se cerrara con un
gesto de su mano y luego descendió hasta el suelo. Caminó con paso rápido hacia el
vacío campo de quidditch, con su escoba al hombro. El frío era realmente horrible.
Harry no recordaba haber vivido un invierno tan gélido como ése. Sin embargo, en
ese momento no le importaba; el aire frío le producía un agradable alivio en la cicatriz,
que seguía ardiéndole.
En cuanto llegó al campo, se montó en la escoba y se elevó en el aire, sintiendo
aquella magnífica sensación de libertad absoluta que había notado desde la primera
vez que había subido a una escoba. Comenzó a volar, más alto y más rápido cada
vez, dejando atrás las preocupaciones y las angustias. En ese momento, sólo existían
él, su escoba y el rugido del viento y de los árboles del bosque prohibido.
Elevándose aún más, miró en dirección a las verjas de Hogwarts y más allá, hacia
Hogsmeade. Vio la caseta junto a las verjas, donde los aurores vigilaban la entrada a
Hogwarts, pero no podía ver el pueblo. Echaba de menos ir allí, comprar en Zonko,
probar dulces en Honeydukes y, sobre todo, tomarse una cerveza de mantequilla en
Las Tres Escobas, mientras charlaba con Ron y Hermione... Pero sabía que no podía
ir, y que probablemente no volvería a ver Hogsmeade mientras estuviera en el
colegio. Volvió su vista al cielo, hacia el norte, y observó las densas y negras nubes
que se acercaban, amenazando con una tormenta de nieve que sabía que no tardaría
en llegar. No podría estar mucho más tiempo volando, y no sólo por la amenaza del
tiempo: llevaba poco más de cinco minutos en el aire y ya tenía la cara y las manos
totalmente congeladas.
Giró al sobrevolar los aros más alejados del castillo, y se dirigió hacia la otra meta,
no queriendo pensar en nada, cuando un pinchazo en la cicatriz le hizo contraer la
cara en un gesto de dolor. Soltó su mano derecha del mango de la escoba y se frotó
la cicatriz. El pinchazo había durado sólo un instante, pero el dolor latente era más
intenso que el que había sentido hasta ese momento.
«Déjame en paz —pensó Harry—. Ya has liberado a los mortífagos, ya has
aterrorizado a todo el mundo mágico. Déjame en paz.»
Otra intensa y dolorosa punzada le atravesó la cicatriz.
Nunca.
Se apretó la cicatriz con más fuerza. Ahora le palpitaba con fuerza. Sintió un leve
mareo y se detuvo en el aire. ¿Había oído a Voldemort de nuevo?
«¿Estás ahí? ¿Me estás escuchando? —pensó para sí, mientras su cuerpo
temblaba, y no sólo por el frío—. ¿Qué quieres?»
Una nuevo ramalazo de dolor.
Quiero que mueras.
—¡NO! —gritó Harry con fuerza—. ¡NO!
No luches contra lo inevitable... ¿Quieres ver más muerte?
Harry soltó un grito, o más bien un rugido, de furia. Podía recordar otra ocasión en
la que había oído una voz en su cabeza, una voz que no se callaba por mucho que él
lo deseara. Había sucedido en un sueño, el curso anterior, y había sido horrible. Sólo
que esta vez era real. La voz estaba allí, la voz de Voldemort. ¿Tendría que convivir
con ella, con el conocimiento de que el mago podía oír todos sus pensamientos? La
simple idea le aterrorizó. No podría soportarlo.
¿Qué temes, Potter? ¿No te sientes tan valiente como hace unos meses, cuando
estabas frente a mí? Observa todo mi poder, toda mi grandeza. ¿Cómo crees que vas
a poder vencerme? No eres más que un débil muchacho, mientras que yo soy mucho
más que un hombre, mucho más que un mago. No hagas las cosas más difíciles. Lo
mejor para ti es terminar cuanto antes.
La cicatriz le ardía con fuerza, enviando oleadas de dolor a toda su cabeza. Miró
hacia lo alto y gritó, y notó los primeros copos de nieve, que empezaban a caer cada
vez con más intensidad.
«Tengo que volver al castillo —pensó—. La tormenta ha empezado.»
Sí, Potter, la tormenta ha comenzado. Corre a esconderte tras los muros de
Dumbledore, deja que otros luchen y mueran por ti. ¿Es ése el valor de los gryffindor?
—¡DÉJAME! —chilló Harry, desesperado—. ¡Ya tuvimos esta conversación! ¡SAL
DE MI CABEZA!
Como desees, Harry... Pero sabes que sólo hay una manera de que salga de ti,
¿verdad? Lo sabes... Y, si es lo que quieres...
El dolor en la cicatriz se intensificó. Harry quiso volar hacia el castillo, pero le
fallaba la concentración. Avanzó un par de metros contra la ventisca, que se hacía
más fuerte por momentos, y entonces una fuerte ráfaga de viento cargada de nieve le
hizo zozobrar y casi caer.
Abrió los ojos y miró al castillo, pero la nieve caía ya tan intensamente que apenas
si podía ver las gradas del estadio. Estaba solo, en medio de la peor tormenta de nieve
que recordaba, con un dolor espantoso en la cicatriz, y nadie sabía que estaba allí.
Nadie podía ayudarle.
Un fuerte mareo lo sacudió, y sintió ganas de vomitar, ganas que pudo contener.
Sin embargo, no era capaz de mantenerse en la escoba y cayó, lentamente, hasta el
suelo. Intentó mantenerse en pie, pero las piernas apenas lo sujetaban. No sentía su
cuerpo, del frío que tenía. Si seguía allí más tiempo se iba a congelar. Si al menos
dejara de dolerle la cicatriz...
Pero, en vez de eso, sintió otro ramalazo de dolor, más intenso aún, y una ira y
una satisfacción que no eran suyas le invadieron. Una extraña sensación de victoria
llenó su mente. Iba a morir y sentía alegría por ello... Sólo que aquella alegría no era
de él.
Cayó de rodillas en la nieve, incapaz de sostenerse, y luego se desplomó
completamente, sin fuerzas para hacer nada. Notaba el cansancio de Voldemort, la
fatiga que sentía por lo que hacía, pero aquello no le bastaba. Para cuando el mago
perdiera la conexión con él, ya sería tarde...
¿Ves, Harry? Al final, ni siquiera hemos tenido que vernos las caras. Me lo has
puesto en bandeja. No tienes fuerza para resistirte a mí. ¿Dónde está ahora la
oclumancia que te enseñó Dumbledore? ¿Dónde están ahora esos sueños con tus
padres? ¿Quién te ayuda ahora?
Harry apenas podía ver, y se sentía ir. Ya no percibía el dolor ni el frío en el
cuerpo, sólo una extraña calma y una sensación rara de resignación. Pero al oír
aquello, recordó de nuevo el sueño con sus padres, el sueño donde era Navidad en el
Valle de Godric, y sus labios se curvaron en un asomo de sonrisa.
«Mamá, papá... Pronto os veré...»
Abandona la esperanza, Potter...
«Ellos están conmigo, no estoy solo. Tú no puedes contra ellos. Y también mis
amigos. Ellos siempre estarán conmigo. Eso no puedes quitármelo, aunque me quites
la vida.»
Una risotada le resonó en la cabeza.
Ya. ¿Y dónde están ahora? ¿Por qué no te ayudan? Qué gran final para el famoso
Harry Potter, muerto de frío durante la primera nevada del invierno, solo y
abandonado... Estoy deseando ver los titulares de El Profeta.
Harry procuró no hacerle caso. ¿Qué más daba? Era el fin. Maldijo su decisión de
salir a volar, y en lo más profundo de sí mismo deseó que todo terminara de una vez,
porque no quería pensar en Ron y Hermione, en lo que sucedería cuando le
encontraran, muerto...
Sintió las lágrimas en sus ojos. No quería morir. No quería. No aún. No podía. No
podía irse sin decirle a Ginny lo que sentía por ella, no sin despedirse de sus amigos.
No podía, sabiendo el terrible futuro que les esperaba a todos...
Intentó moverse, pero no lo consiguió. No sentía su cuerpo en absoluto, no veía,
apenas oía. No había solución...
Pero, en ese momento, sintió que lo levantaban del suelo y lo cargaban. Quiso
abrir los ojos, pero apenas pudo. Notó que se movía, o que lo movían, y pasados unos
momentos notó un suave y agradable calor que no sabía de donde provenía.
Comenzó a sentir su cuerpo un poco y quiso moverse.
—Tranquilo, muchacho, tranquilo. Te llevo al castillo, te pondrás bien.
No reconoció la voz, aunque le sonaba de algo. Todo lo que podía decir era que el
que hablaba era un anciano.
Entonces un nuevo ramalazo de dolor le taladró el cráneo desde la cicatriz, y notó
una sensación inmensa de ira, como no había sentido nunca. A pesar de su estado, se
estremeció y se agitó, y estuvo seguro de que, si hubiera estado en buenas
condiciones físicas, habría atacado a alguien o destrozado algo. Voldemort estaba
muy furioso. Su plan había fallado: él, Harry, seguía vivo...
Abrió más los ojos, limpiándose los cristales de las gafas torpemente con una
mano, y miró a quien le llevaba. Le resultó muy familiar, pero no sabía dónde...
Y entonces comprendió, recordando donde había visto la cara que se apreciaba
bajo la capucha que llevaba el hombre.
—U-Usted... Usted es...
—Shh, cállate... Guarda fuerzas, chico.
—U-Usted es e-el ca-camarero d-de..., de Ca-cabeza de P-p-puerco...
—Dumbledore —dijo el anciano suavemente—. Mi nombre es Aberforth
Dumbledore.
25

Navidad en Familia

Harry no fue capaz de decir nada durante unos segundos, totalmente anonadado por
lo que acababa de oír.
—¿Aberforth... Dumbledore? —logró articular al fin—. ¿El..., el hermano de
Dumbledore?
—El mismo —confirmó el anciano—. Y mejor guarda silencio, Potter. Ya estamos
llegando al castillo. Pronto te pondrás bien.
Sin decir nada más, pero con la cabeza dándole vueltas en torno a lo que había
oído, Harry vio cómo entraban en el vestíbulo, y dejó de sentir la nieve cayendo furiosa
contra su cara.
Oyó vagamente ruido en el Gran Comedor, y recordó que Ron y Hermione estaban
supervisando la decoración del castillo. Seguramente estaban allí, a unos metros,
ignorantes de lo que había pasado.
—Ron... Hermione... —dijo débilmente, estirando un brazo hacia el comedor.
—Vamos a la enfermería, muchacho.
Sintió cómo subían las escaleras y avanzaban por los pasillos, sin cruzarse con
nadie. Era tarde y ninguna persona caminaba por los helados corredores del castillo.
Unos minutos después, vio que entraban en la enfermería.
—¡Dios mío! —oyó que exclamaba la señora Pomfrey—. ¡Señor Potter! ¿Qué le ha
pasado?
—La tormenta lo sorprendió en el exterior —contestó Aberforth Dumbledore,
mientras le dejaba sobre una camilla—. Ha estado a punto de congelarse.
—¡Voy a buscar inmediatamente un remedio! —exclamó la enfermera.
Harry oyó pasos y al poco rato la señora Pomfrey se inclinó sobre él, le levantó la
cabeza y le dio de beber una poción.
—Bébetela toda, Potter, te sentará bien.
Harry, sin protestar, abrió la boca y se la bebió entera. Sabía como la que le
habían dado tras terminar la segunda prueba del Torneo de los Tres Magos, pero más
fuerte. En cuanto la terminó, sintió un inmenso calor que le recorría todo el cuerpo, y
empezó a notar sus extremidades; al mismo tiempo, comenzó a echar humo por las
orejas, la nariz y la boca.
—¿Mejor? —preguntó la señora Pomfrey.
—Sí —respondió Harry mientras echaba bocanadas de ardiente humo.
—Te quitaré esa ropa helada... ¿Qué hacías fuera en la tormenta? ¿Es que estás
loco? Menos mal que usted le encontró, señor... —La enfermera se volvió hacia
Aberforth, y antes de que éste contestara, ella abrió los ojos en señal de súbita
comprensión—. ¿Aberforth? ¡Aberforth! ¿Qué hace aquí? Hace mucho que no le veo...
—Tenía que reunirme con mi hermano —respondió Aberforth, con la mirada
puesta en Harry. Se quitó la capucha—. La tormenta me pilló por el camino. Al pasar
junto al campo de quidditch, vi al chico en la nieve. Tuvo suerte, un poco más y no lo
habría contado. Luego le puse encima un hechizo calentador y lo traje.
—¡Menos mal! —exclamó la señora Pomfrey—. ¿Usted se encuentra bien?
¿Quiere un poco de poción?
—No, no —negó Aberforth—. Gracias, pero es mejor que me vaya y me reúna con
mi hermano.
—Como quiera. Voy a buscarte otra ropa y más mantas, Potter. No te muevas de
ahí.
«Como si pudiera», pensó Harry para sí.
—Bueno, Potter. Cuídate. Y no deberías hacer locuras como salir solo al exterior...
Podría volver a pasarte esto. —Hizo una breve pausa y le miró atentamente—. ¿Te
dolió la cicatriz?
—Sí —respondió Harry.
—¿Te duele ahora?
—No, ya no.
—Bien. Bueno, te dejo. Mejórate.
El anciano se volvió y se dirigió hacia la puerta. Harry lo miraba tan atentamente,
tan sorprendido y tan lleno de curiosidad que cuando salió se dio cuenta de que ni
siquiera le había dado las gracias.
Estaba sorprendido de su descubrimiento. Jamás había imaginado que el dueño
de Cabeza de Puerco fuera el hermano de Dumbledore, pero entonces comprendió
por qué le había resultado tan familiar su cara la primera vez que lo había visto:
aunque estaba muy cambiado, había visto su rostro en una antigua fotografía de la
Orden del Fénix que Moody le había mostrado en una ocasión.
Sin embargo, lo que más sorprendía a Harry era la diferencia de actitud que había
mostrado respecto a cuando le había visto por primera vez en Cabeza de Puerco. Allí
le había parecido una persona desagradable y antipática, y, sin embargo, en ese
momento parecía todo lo contrario. Se preguntó de qué tendría que hablar con
Dumbledore, si pertenecería aún a la Orden del Fénix y, si era así, cuál sería su misión
en ella.
Siguió pensando en ello cuando la enfermera regresó con una especie de pijama y
le mandó ponérselo. Harry lo hizo y luego se tapó, agradeciendo el suave y confortable
calor de la cama. Recordó el frío del exterior y sintió un escalofrío. Había estado a
punto de morir...
Entonces, la puerta de la enfermería se abrió de nuevo y Ron y Hermione entraron
corriendo, ambos con expresión de pánico en sus rostros.
—¡Harry! —gritó Hermione, corriendo hacia él seguida por Ron.
Harry intentó sonreírles para evitar que se preocuparan. ¿Cómo sabían que estaba
allí?
—¡Señorita Granger! ¡Señor Weasley! El señor Potter necesita descansar —les
regañó la señora Pomfrey, asomando la cabeza desde su despacho.
—Estoy bien —les dijo Harry—. ¿Cómo sabíais que estaba aquí?
Ambos se miraron un instante y luego Ron dijo:
—Lo..., lo sentimos.
—¿Lo sentís? —les preguntó Harry, extrañado—. ¿Qué sentís?
—Digo que lo sentimos —repitió Ron—. Sentimos que estabas en peligro; que te
estaban atacando, o algo así.
—¿Cómo?
—Estábamos en el comedor. Yo estaba ayudando al profesor Flitwick con los
árboles de Navidad —dijo Ron—, y entonces lo noté. No puedo explicarlo mejor... Miré
hacia Hermione, que colgaba muérdago de las puertas, y la vi con la misma expresión
que yo.
Hermione asintió.
—Sí, y salimos corriendo a buscarte —añadió—, pero no estabas en la sala
común, ni en la biblioteca, ni en ningún otro sitio. Incluso salimos afuera, pero
volvimos, porque nevaba muy fuerte. Subimos a la sala común y cogimos el mapa del
merodeador. Entonces vimos que estabas aquí y corrimos. ¿Qué te sucedió?
—Salí a volar al campo de quidditch —les explicó Harry, evitando mirarles a la cara
para no ver sus expresiones de preocupación. Luego les contó cómo le había
empezado a doler la cicatriz y había caído, para finalizar con el rescate, aunque sin
mencionar todavía el nombre de su salvador. Cuando terminó, Hermione estaba
indignadísima.
—Pero ¡¿estás loco?! —le gritó—. ¿Cómo se te ocurre salir al exterior con el
tiempo que hacía?
—¡Cuando salí no nevaba! —protestó Harry, defendiéndose—. Y necesitaba salir,
relajarme. Volar siempre me ayuda a eso.
—¡Era evidente que iba a caer una tormenta! —gritó Hermione, haciendo caso
omiso de sus disculpas—. ¡Podías haber muerto!
—Ya lo sé —admitió Harry, mirándolos a ambos—. Creí que iba a morir, creí que,
finalmente, él iba a matarme. Si no fuera por Dumbledore...
—¿Dumbledore? —preguntó Ron, extrañado—. No nos dijiste que había sido
Dumbledore el que te había traído aquí.
—¿No visteis el nombre de quien me trajo en el mapa?
—No, ya estabas solo en aquel momento —dijo Ron—. ¿Cómo sabía Dumbledore
que estabas en el campo de quidditch?
—No lo sabía —dijo Harry—. Él venía de Hogsmeade.
—¿De Hogsmeade? —inquirió Hermione, mirando a Harry como si éste no se
encontrara bien—. Harry, no puede ser. Dumbledore estuvo en el comedor hasta hace
un rato. No fue a Hogsmeade a nada.
—No me refiero a ese Dumbledore —aclaró Harry, y sus amigos le miraron aún
más extrañados—; me refiero al otro. A su hermano: Aberforth Dumbledore.
Ron y Hermione soltaron un «¡ah!» de sorpresa.
—¿El hermano de Dumbledore está en Hogsmeade? —preguntó Ron.
—Sí, y ya le conocéis: es el dueño del Cabeza de Puerco.
—¿Cómo? —preguntó Ron, incrédulo—. ¿Dices que aquel tipo desagradable y
antipático es el hermano de Dumbledore?
—A mí también me extrañó cuando me lo dijo —afirmó Harry—. Pero es él, no hay
duda. Moody me enseñó una foto hace tiempo en la que salía, y aunque está muy
cambiado, es él. Y no parecía en absoluto antipático ni desagradable. Me vio al pasar
junto al campo de quidditch y me rescató.
—Pues sí que has tenido suerte —dijo Ron—. Jamás había visto a ese hombre en
Hogwarts. Tuviste suerte de que decidiera venir hoy... Y por cierto, ¿a qué venía? ¿No
te lo dijo?
—Sí, venía a ver a Dumbledore..., al de aquí, vamos. Pero no sé para qué...
—calló un segundo, y luego añadió—: Antes era miembro de la Orden del Fénix. Tal
vez vino por algo relacionado con eso.
Ron se quedó pensativo, quizás meditando sobre la cuestión, pero a Hermione
aquello parecía no importarle mucho: seguí mirando a Harry acusadoramente,
moviendo la cabeza negativamente.
—Por Merlín, podrías haber muerto, Harry... ¿Cómo estás ahora?
—Bien. Esa poción me ha hecho entrar en calor.
—¿No estás resfriado ni nada?
Harry negó con la cabeza.
—Desde luego, tienes suerte, compañero... —añadió Ron, mirando por la ventana
—. Fíjate cómo está nevando... Dudo que ahora mismo pueda verse nada a cinco
metros de distancia ahí fuera.
Harry prefirió no pensar en ello, y en lugar de eso se acordó de otra cosa.
—Y mi Saeta de Fuego sigue en el campo de quidditch... —murmuró apenado.
Hermione soltó un rugido de exasperación.
—¿Eso es lo único que te preocupa?
—Hermione, yo ya estoy bien, ¿de acuerdo? Y esa escoba la compré hace menos
de un año, y me costó novecientos galeones...
—Quizás pueda solucionar eso —dijo Ron, sacando su varita y acercándose a la
ventana—. ¡Accio Saeta de Fuego! —exclamó. Un minuto más tarde, minuto que a
Harry le pareció eterno, la escoba, cubierta de hielo y nieve, se acercó a la ventana.
Ron la hizo detenerse fuera del cristal y luego, rápidamente, la ventana se abrió, la
escoba entró y volvió a cerrarse. Ron cogió la escoba y miró que la señora Pomfrey no
se hubiera percatado de que había abierto la ventana de la enfermería en medio de
semejante tormenta—. Ya está aquí. ¿Contento? —le dijo a Harry. Éste sonrió.
—Gracias, Ron.
—¿Vas a tener que quedarte hoy aquí? —preguntó Hermione.
—Supongo, no lo sé. Aunque espero que no.
—Bueno, Ron y yo tenemos que volver al comedor, pero luego, tras la cena,
volveremos a visitarte, ¿vale? Y nos contarás exactamente qué te pasó.
Harry asintió, y sus dos amigos abandonaron la enfermería.
Una vez se quedó solo de nuevo, se puso a pensar en lo que ambos le habían
contado. Le habían dicho que habían sentido que él se encontraba mal, que habían
sentido que le estaban atacando... Se preguntó cómo era posible, y al instante la
respuesta surgió por sí sola: su misterioso vínculo, aquél del que les habían hablado
Dumbledore y Flammingan. Pensar en ello le ayudó a tranquilizarse un poco: aunque
Aberforth Dumbledore no hubiera aparecido, si Ron y Hermione habían sentido que
estaba en peligro quizás podrían haberle ayudado antes de que fuera demasiado
tarde, así que el hecho de que estuviera vivo quizás no sólo se debía a su buena
suerte.
Aproximadamente una hora más tarde, recibió una nueva visita, esta vez la de
Ginny. Venía sola, y cuando se acercó a la camilla de Harry, éste notó que la chica
estaba pálida.
—Hola, Harry —lo saludó ella, y él notó que su voz era un tanto apagada—. Ron y
Hermione me han contado lo que te pasó... ¿Cómo te encuentras?
—Bien —respondió Harry, mirándola con cierta preocupación—. Mejor que tú, me
parece. ¿Te pasa algo?
—No lo sé —musitó ella—. Me sentí mal en clase de Encantamientos, como si me
estuviera quedando sin fuerzas... Después de un rato empecé a sentirme mejor, pero
aún me siento débil...
—¿Por qué no se lo dices a la señora Pomfrey? —le sugirió Harry.
—No, déjalo —respondió ella, negando con la cabeza—. Seguramente sólo
necesito cenar algo. Mejor cuéntame lo que te pasó a ti.
Pero Harry no se lo contó, sino que permaneció mirándola un rato. Recordó cómo
se había sentido en el campo de quidditch, lamentando no haberle dicho nada de lo
que sentía por ella, y abrió la boca, decidido, al menos, a intentar decírselo, pensando
por primera vez que quizás Ron y Hermione tenían razón. Pero entonces pensó en
que, si ella había sentido aquel extraño mal en Encantamientos, su última clase de la
tarde, entonces había sido al mismo tiempo que él había sufrido el ataque de
Voldemort. ¿Tendría eso que ver?
—Harry, ¿por qué no me hablas? ¿Estás bien?
—Dame la mano —se limitó a decir él. Ginny le obedeció, un tanto sorprendida, y
cuando él la tocó, notó claramente aquella presencia que ya había sentido en
Grimmauld Place, cuando ella había caído enferma. No le hacía doler la cicatriz, pero
podía sentirlo; aunque se estaba yendo, aún seguía allí, dentro de ella, el mal de
Voldemort. Cerró los ojos, sintiendo pena, furia e impotencia, y cuando los volvió a
abrir y la miró, su decisión de confesarle sus sentimientos se había evaporado.
Suspiró con tristeza, y comenzó a relatarle lo que había pasado. Cuando terminó,
Ginny tenía ambas manos sobre la boca, horrorizada. Sin embargo, para alivio de
Harry, no hizo la conexión que él había hecho entre el ataque hacia él y su repentina
sensación de debilidad. Mejor así; lo último que Harry quería era verla más
preocupada aún.
—¡Dios mío Harry! ¡Has estado a punto de morir!
Harry hizo una mueca. ¿Cuántas veces le habían dicho eso ya? No necesitaba
volver a oírlo, sólo le hacía sentirse peor.
—Ya lo sé, Ginny, pero estoy vivo.
—¡Oh, Harry! —sollozó ella, y se abalanzó sobre él para abrazarlo—. Si te llega a
pasar algo... Yo..., no podría soportarlo...
Harry se quedó quieto, durante un instante más incapaz de moverse que cuando
había estado en la nieve. Sentía el agradable calor de la chica sobre él, y lentamente
la rodeó con sus brazos, sintiendo de pronto la necesidad de volver a besarla. Cerró
los ojos con fuerza y movió la cabeza, intentando apartar aquellos pensamientos.
—Tranquila, vamos... —le dijo con suavidad—. No ha pasado nada. Ya casi estoy
preparado para otra...
—¡No bromees con estas cosas! —le regañó Ginny, separándose de él. Tenía los
ojos húmedos y enrojecidos—. ¡No tienen gracia!
—Ya lo sé, ya lo sé... Venga, no te preocupes, estoy bien. Tú, en cambio, no; y no
necesitas más disgustos. Lo mejor es que vayas a comer algo; te hará bien.
Ella asintió, y luego, sin poder contenerse, le dio un rápido beso en la mejilla.
—Cuídate, ¿vale?
—Tú también.
Ginny salió de la enfermería y Harry la observó, deseando, pese todos sus
esfuerzos por evitarlo, que aquel beso hubiera sido un poco más a la derecha.
Sintió ruido en el despacho de la señora Pomfrey, y un instante después ésta salió,
dirigiéndose hacia él con un vaso y otro frasco de poción.
—Tómate esto, vamos —le ordenó, llenando el vaso de poción y dándoselo—.
¿Cómo te encuentras?
—Bien —contestó Harry, incorporándose y bebiendo la poción, que sabía bastante
mal—. ¡Sabe a rayos...! —se quejó, al tiempo que notaba otra oleada de calor en el
cuerpo—. ¿Cuándo voy a poder irme?
—Mañana —respondió la enfermera.
—¿Mañana? Pero ¡si ya me encuentro bien!
—Prefiero tenerte aquí esta noche, por si acaso —explicó la señora Pomfrey, en
un tono que no admitía réplicas.
Harry, frustrado, se dejó caer sobre la cama, deseando estar en la sala común.
A continuación, la señora Pomfrey le trajo la cena, y estaba terminando de comer
cuando Ron y Hermione volvieron a entrar, sentándose cada uno a un lado de su
cama.
—¿Te encuentras mejor? —le preguntó Hermione.
—Sí. Me gustaría irme, pero la señora Pomfrey no me deja.
—¿Y por qué no? —preguntó Ron—. A mí me parece que te encuentras
perfectamente.
—Será por prudencia, y a mí me parece muy bien —dijo Hermione—. Que te
encuentres bien ahora no quiere decir que no puedas enfermarte más tarde, con el frío
que debiste pasar...
Harry gruñó.
—¿No ha preguntado nadie por mí? —quiso saber.
—Sí, claro —respondió Ron—, pero les dijimos que habías cogido frío y que
estabas un tanto acatarrado, y que probablemente pasarías la noche en la enfermería.
—Sí, eso está bien —asintió Harry. Nadie tenía que saber lo que había ocurrido en
realidad. Era suficiente con que varias personas supieran ya del sueño que había
tenido con Voldemort semanas atrás. Recordó entonces lo que Ginny le había
contado, e iba a relatárselo a sus dos amigos para ver que opinaban cuando la señora
Pomfrey los hizo salir de la enfermería.
—Potter tiene que descansar —replicó ella ante las protestas de Ron, que quería
quedarse un rato más—. Al menos, si quiere salir de aquí mañana a primera hora.
—De acuerdo —aceptó Ron—. Nos vemos por la mañana, Harry.
—Sí, de acuerdo... —asintió éste, y, tras ver cómo se marchaban, intentó dormir y
no pensar más en lo que había pasado ni en el hecho de que podría volver a
sucederle.

Al día siguiente, por la mañana, se encontró con Ron y Hermione en el Gran Comedor.
Allí no pudo contarles nada de lo de Ginny, porque ésta se había sentado con ellos y
el resto de los compañeros de Harry no paraban de preguntarle qué le había pasado y
si se encontraba mejor.
Esa mañana tenían Teoría de la Magia, Pociones y luego Transformaciones, así
que tampoco tenía cuando hablar con sus dos amigos; tendría que esperar a la hora
de comer.
A la hora de Pociones, los tres amigos se encontraron con Malfoy, Crabbe, Goyle y
su grupo de Slytherin. Ron puso una mueca de desagrado, y Harry le imitó: no habían
tenido clase con ellos desde que había saltado la noticia de la fuga de los mortífagos,
el día anterior. Crabbe y Goyle sonreían con suficiencia, mientras Malfoy los miraba
con malicia.
—¿De nuevo en la enfermería, Potter? —se burló Draco—. Deberían trasladarla a
la torre de Gryffindor, sería más práctico. ¿Cuántas veces la has visitado ya este
curso?
—No habría tenido que ir tantas veces si no fuera por ti —le soltó Harry, intentando
contener la ira.
Draco se rió.
—Vamos, sé sincero, Potter. Leíste las noticias de ayer y te sentiste mal, ¿no es
cierto? De nuevo, todo lo que hicisteis no valió para nada: todos están fuera otra vez.
Mientras Draco pronunciaba las últimas palabras, Crabbe y Goyle se irguieron de
nuevo, aún más orgullosos.
—Puede, pero tarde o temprano volverán a donde estaban —replicó Harry—. O
quizás no... Algunos de los que yo conocí no volverán a ningún lado. Como tu padre,
¿verdad? Ni siquiera te reconoce... —Hermione miró a Harry sorprendida. En
condiciones normales, Harry jamás habría dicho algo así, ni siquiera a Draco Malfoy,
pero se sentía demasiado furioso por todo lo sucedido—. Me pregunto si Voldemort
logrará hacer algo con él, o decidirá que ya no le sirve para nada, como hizo con
Quirrell...
—Harry... —musitó Hermione, tirándole de la manga de la túnica—. Vamos,
déjalo...
Pero Harry no quería dejarlo, y al parecer Draco tampoco. Ambos sacaron sus
varitas al mismo tiempo. Entonces Hermione decidió intervenir.
—¡Basta! —gritó, e intentó bajar el brazo de Harry—. ¡Diez puntos menos para
Slytherin y Gryffindor! —Harry oyó las palabras, pero no hizo caso e intentó mantener
el brazo en alto, apuntando a Malfoy.
—No te atrevas a volver a meterte con mi padre, Potter —le amenazó Malfoy,
ignorando, igual que Harry, las palabras de Hermione.
—¡Pues entonces no te metas con nosotros! —le gritó Harry en respuesta—.
¡Déjame, Hermione! Ya es hora de que alguien le dé su merecido. Al parecer no le
llegó la lección que recibió junto al lago, pero seguro que puedo encontrar otra cosa.
—¡No voy a dejarte! —chilló Hermione, haciendo más fuerza y bajando el brazo de
Harry—. ¡No estás razonando, Harry! ¡Parkinson, eres prefecta, sujeta a Malfoy!
Pansy miró hacia Draco, un tanto sorprendida, pero no hizo nada.
—¡Ron, sujétale tú!
Ron, cuya expresión había pasado de la furia a la sorpresa, dudó un instante y
luego sujetó a Malfoy, bajándole el brazo con facilidad, pues era más alto y fuerte que
él.
—¡Suéltame, Weasley! ¿Cómo te atreves a ponerme las manos encima?
Crabbe y Goyle se movieron, dispuestos a apartar a Ron de Draco, pero Ron les
lanzó una severa mirada de advertencia, recordándoles quizás lo que había pasado la
última vez que se habían enfrentado a él, y vacilaron.
Hermione tiró de Harry y éste, finalmente, se dejó llevar y entró en la mazmorra.
—¿Por qué no me dejaste? —le recriminó a Hermione—. ¡Tenías que haberme
dejado!
—Harry, soy delegada y soy tu amiga —replicó ella, con la voz forzadamente
calmada, mientras Ron entraba y se sentaba a su lado—. Y ni como una ni como otra
puedo permitir que te metas en semejantes líos, ¿entiendes? ¡Tienes que aprender a
controlarte!
—De todas formas, Hermione —repuso Ron, un poco indignado—, ¿por qué
tuviste que quitarnos puntos a nosotros?
—Porque ambos se lo merecían, Ron, ya lo sabes. Y dad gracias a que Snape no
llegó mientras os enfrentabais.
Harry miró a Malfoy mientras éste se sentaba en su lugar habitual, devolviéndole
las mismas miradas de odio furioso que recibía. Sin embargo, Snape entró en la
mazmorra en ese momento, y ninguno de los dos dijo nada.
Harry no habló con Hermione durante toda la clase, resentido con ella. Sin
embargo, para cuando llegaron a Transformaciones ya se había calmado, y en su
cabeza empezaba a admitir (aunque a regañadientes) que su amiga tenía razón.
Cuando terminó la clase, por tanto, ya no estaba enfadado con ella, y ardía en deseos
de contarles lo de Ginny.
Pero Hermione tenía clase de Runas Antiguas, así que Harry y Ron se fueron los
dos solos y se sentaron junto al fuego de la vacía sala común. Harry miró un momento
por la ventana, donde aún seguía nevando, aunque más suavemente que el día
anterior. La tormenta de nieve había sido tan fuerte que aquel día se habían
suspendido las clases de Herbología y Cuidado de Criaturas Mágicas.
Apartó la vista de la ventana y miró a Ron, que había colocado los brazos tras la
cabeza y miraba al techo con expresión aburrida.
—Oye, ¿hablaste con Ginny ayer? —le preguntó Harry.
Ron se enderezó un poco y miró a su amigo.
—Sí, claro, fuimos nosotros los que le dijimos que estabas...
—No me refiero a eso —lo cortó Harry—; me refiero a si os contó algo.
—Sí,bueno, dijo que no se encontraba muy bien. ¿Por qué? ¿Pasa algo?
—De momento no, pero podría pasar —contestó Harry—. Ron, Ginny dijo que se
había sentido débil y mal de pronto, en Encantamientos... Yo estaba en el campo de
quidditch mientras los de sexto tienen Encantamientos —añadió, viendo la cara de
desconcierto de Ron.
—Quieres decir... —dijo Ron, mientras la comprensión se dibujaba en su cara.
—Que el ataque de Voldemort también le afectó a ella, sí —concluyó Harry—.
Ayer, cuando vino a verme, lo noté en ella, Ron. Algo maligno y latente, que la
abandonaba... Afortunadamente, esta vez no le afectó como en verano.
—¿Crees que él va a intentar hacerle daño de nuevo, Harry? —preguntó Ron,
temeroso.
—Puede —respondió Harry. Aunque su respuesta había sido insegura, él estaba
mucho más convencido de lo que estaba dispuesto a mostrarle a Ron.
—¿Lo sabe ella? —inquirió Ron—. ¿Se lo dijiste?
—No —contestó Harry—. Ella no sospecha nada.
—Mejor así —opinó Ron—. Luego tendremos que contárselo a Hermione.
Se lo contaron mientras iban a clase de Defensa Contra las Artes Oscuras,
después de comer. Hermione se quedó bastante sorprendida por la noticia, y también
un poco asustada.
—Deberíamos decírselo a Dumbledore, ¿no creéis?
—Sí, supongo —reconoció Harry—. Aunque seguramente lo mío ya lo sabrá, si
habló con su hermano.
Resultó no ser necesario que ellos se molestaran en decírselo a Dumbledore,
porque tras la clase (donde Dumbledore empezó a mostrarles los métodos más
poderosos de desvío e intercepción de hechizos), el propio director le pidió a Harry
que se quedara un momento.
También Ron y Hermione se quedaron, y Dumbledore no puso objeción alguna.
—Harry, quiero que me cuentes exactamente qué fue lo que te sucedió ayer —le
pidió el director, con expresión seria.
Y Harry lo hizo. Y no sólo le contó lo que había pasado en el campo de quidditch,
sino también lo que había pasado con Ginny; el hecho de que la conexión que
compartía con Voldemort le afectaba cada vez más; y, finalmente, cómo Ron y
Hermione habían percibido que estaba en peligro.
Cuando terminó, Dumbledore estaba pensativo y muy serio, y pasó un rato antes
de que dijera nada, simplemente rozando los pulgares, mientras sus manos
permanecían entrecruzadas sobre la mesa.
—Las cosas se están agravando rápidamente —comentó Dumbledore finalmente,
levantando la vista y mirando a Harry directamente—. Esta fuga..., tu ataque... Está
decidido a actuar, y nosotros también hemos de hacerlo. —Harry le miró frunciendo el
entrecejo, sin comprender, y cuando iba a preguntar a qué se refería, el director siguió
hablando—: Sea como sea, vosotros, de momento, no podéis hacer nada más de lo
que ya estáis haciendo: esforzaos en las clases y con vuestras reuniones. No he
actuado demasiado pronto convocando la reunión, hemos de tomar medidas cuanto
antes... —Dijo esto último como si pensara en voz alta. Luego, alzando la voz de
nuevo, les dijo a los tres—: podéis retiraros, volveremos a hablar pronto. Y Harry, no
vuelvas a salir solo del castillo; no al menos hasta que sepamos cómo evitar esos
ataques contra ti.
—Ya sé cómo evitarlos —repuso Harry—, pero últimamente la solución no parece
lo suficientemente fuerte, y no sé cómo incrementar su poder.
—Hallaremos el modo —dijo Dumbledore. Su expresión se volvió aún más seria y
Harry se sintió como si sus penetrantes ojos azules le atravesaran—. Pronto la Orden
se enfrentará a su mayor desafío y a su misión fundamental, y, cuando eso ocurra,
muchas cosas cambiarán para vosotros —les advirtió—. Sé que estaréis preparados,
que hace mucho que lo estáis, pero no os voy a negar que será duro. Ahora podéis
iros.
Harry, Ron y Hermione salieron de la clase, y recorrieron el camino hacia la sala
común sin hablar, sumidos en sus pensamientos. Ron fue el primero en abrir la boca.
—¿A qué creéis que se referiría con eso del «mayor desafío» de la Orden?
—No sé —contestó Harry—. Y lo de esa reunión que dijo haber convocado...
—Tal vez tenga que ver con el hecho de la visita de su hermano, ¿no creéis?
—apuntó Hermione razonadamente—. A lo mejor se refería a esa reunión. Tal vez
hayan venido más miembros de la Orden.
—Sí, tienes razón —dijo Harry, asintiendo, y luego pronunció la contraseña para
entrar en la sala común.

Las casi dos semanas que faltaban hasta las vacaciones de Navidad transcurrieron
deprisa. Los alumnos de séptimo tenían que entregar sus trabajos pre-navideños, y
recibir los deberes que tendrían que tener a la vuelta de vacaciones.
El último día de clases, martes, Harry, Ron y Hermione fueron a despedir a Hagrid
a su cabaña y a desearle una feliz Navidad, ya que al día siguiente por la mañana
cogerían el expreso de Hogwarts para ir a Londres.
—Vamos, es mejor que regreséis al castillo —les dijo Hagrid cuando terminaron de
tomarse el té—. Es casi de noche y parece que va a volver a nevar. No debéis estar
en el exterior a estas horas, y menos después de lo que te pasó, Harry.
—Sí, lo sé —dijo Harry, asintiendo—. Pero antes, Hagrid... ¿Qué sabes del
hermano de Dumbledore?
—¿De Aberforth? —preguntó Hagrid. Harry asintió—. Bueno, no demasiado. Es un
tipo extraño. Es el dueño de ese pub de Hogsmeade, Cabeza de Puerco, no creo que
lo conozcáis...
—Sí lo conocemos —repuso Ron.
—¿Sí? —se sorprendió Hagrid, que no tenía ni idea de que ellos se habían reunido
allí para formar el ED, dos años antes—. Vaya, es raro, los estudiantes no suelen
frecuentarlo... Bueno, a lo que iba: he hablado con él pocas veces; no es una persona
muy sociable, es muy distinto a Dumbledore.
—Pero pertenece a la Orden del Fénix —dijo Harry.
—Sí, o al menos, antes pertenecía. No sé muy bien cuál es su papel porque,
aparte de con Dumbledore, no solía hablar mucho con nadie. Bueno —añadió,
cambiando de tema—, tenéis que iros, casi es de noche.
Los tres se levantaron y se despidieron de su amigo, deseándole feliz Navidad.
—Bueno, tal vez nos veamos antes de lo que pensáis —les dijo Hagrid
misteriosamente, con una sonrisa en la cara—. Pasadlo bien.
Y los tres, un tanto, intrigados, emprendieron el camino hacia el castillo.
—¿A qué creéis que se refería con eso de «vernos antes de lo que pensamos»?
—preguntó Harry.
—No sé —contestó Hermione—. ¡Apurad! Me muero de frío.
Harry y Ron aceleraron y el paso, pues empezaban a caer copos de nieve. Cuando
entraron al castillo, ya estaba nevando de nuevo con bastante fuerza, y siguió así
durante toda la noche.
Al día siguiente, por la mañana, los estudiantes que se iban a sus casas, que eran
la mayoría, esperaron en el vestíbulo la llegada de los carruajes. La nieve seguía
cayendo y muchos se preguntaban si podrían llegar a la estación de Hogsmeade.
Harry notó que muchos de los estudiantes estaban nerviosos: algunos comentaban
que preferirían haberse quedado en Hogwarts, donde se sentían más seguros, pero,
por otro lado, deseaban ver a sus familias, pues, aunque nadie quería admitirlo ni
pensar en ello, todo el mundo temía por sus conocidos y allegados.
Finalmente, y a pesar de la nieve, los carruajes llegaron. Harry, Ron, Hermione y
Ginny subieron al mismo.
Cuando llegaron a la estación de Hogsmeade, vieron que ésta estaba rodeada de
enormes medidas de seguridad: numerosos aurores y funcionarios del Ministerio
estaban en el andén y en el tren, recorriendo los vagones.
—No deben de querer que pase lo mismo que en el viaje de principios de curso
—observó Hermione.
—Sí —asintió Harry.
Los cuatro encontraron un compartimiento vacío en uno de los primeros vagones.
Mientras Harry y Ron subían los baúles al portaequipajes, la puerta se abrió de nuevo
y entraron Neville y, para sorpresa de todos los demás, Sarah.
—¿Podemos sentarnos aquí? —preguntó Neville.
—Claro, pasad —les dijo Ginny, dirigiéndoles una sonrisa—. Meted los baúles.
Sarah dijo «gracias» y metió su baúl detrás de Neville. Harry, pensando que era
estúpido por no haberlo hecho antes, hizo levitar ambos baúles hasta el
portaequipajes, algo mucho más sencillo que hacerlo a mano.
—Bueno, ¿dónde vais a pasar las Navidades? —les preguntó Neville, sentándose,
mientras el tren arrancaba.
—En Grimmauld Place —respondió Harry—. ¿Y tú?
—En mi casa, con mi abuela y mis tíos —dijo Neville, un tanto triste—. Tengo
ganas de verles, pero no creo que sean tan divertidas como las vuestras.
—Bueno, siempre puedes hacernos una visita —le ofreció Ron.
—¿Y tú, Sarah? —inquirió Hermione.
—Con mi familia, claro —respondió Sarah—. Vivo a las afueras de Oxford.
Siguieron hablando de las vacaciones de Navidad durante casi todo el viaje. De
vez en cuando, Ron y Hermione salían a dar una vuelta por los pasillos y a asegurarse
de que todo fuera bien, y volvían al cabo de un rato.
Cuando estaban ya llegando a Londres. Sarah se puso en pie.
—Bueno, estamos llegando y querría despedirme de mis compañeras... ¿Me
ayudáis a bajar mi baúl?
—Sí, claro —asintió Harry, y, tal como lo había subido, lo hizo descender desde el
portaequipajes.
—En fin, que paséis todos una feliz Navidad —les deseó la chica. Miró a Neville,
que se había puesto en pie para despedirla y, tras un breve instante de vacilación, le
dio un rápido beso en los labios. Luego, colorada y con una sonrisa tímida, soltó un
débil «Nos vemos» y se fue. Neville parpadeó, incapaz de creerse lo que acababa de
suceder, al igual que todos los demás, que le miraban sorprendidos. Él notó las
miradas y se puso completamente rojo. Ron soltó una risita y Hermione le miró le dio
un codazo mientras le dirigía una mirada reprobatoria.
—Vaya, Neville, no sabía que estabais juntos —comentó Ron.
—Eh..., yo..., bueno, yo tampoco —admitió—. No... Nunca...
—Bueno —dijo Ginny, dándole unas palmadas en el hombro—. Ahora sabes que
le gustas.
—Sí, bueno... No sé —balbuceó Neville, dudoso—. No sé qué iba a ver en mí, yo...
—No digas eso —le regañó Hermione—. Tú estuviste a su lado desde lo de Henry,
Neville, la has ayudado mucho.
Neville esbozó una débil sonrisa y miró a Harry. Éste le sonrió y asintió.
—Tiene razón.
—Puede... —dijo Neville, aún no del todo convencido—. Pero ahora no sé qué...
Cuando la vuelva a ver..., ¿cómo voy a comportarme? ¿Qué le voy a decir? Me moriré
de vergüenza.
—¿Eh? —dijo Ron, abriendo mucho los ojos—. ¿A ti te gusta ella?
Neville no respondió al momento, y, tras ponerse todo rojo otra vez, asintió con la
cabeza.
—Pues a ella también le gustas tú, así que dile que si quiere salir contigo. ¡Es fácil!
—Oh, sí, mira quién ha hablado —dijo Hermione con sorna—. A ti te llevó años
decirme que yo te gustaba.
—Tú tampoco me dijiste nada —soltó Ron.
—Te di indicaciones muy claras —replicó Hermione.
—Sí, claro. Yo también a ti —repuso Ron a su vez.
—Dejadlo ya —pidió Harry, levantándose para bajar los baúles, pues estaban
llegando a la estación—. Ya sabemos todos que ambos sois tontos.
Bajaron las cosas y, cuando el tren finalmente se detuvo, arrastraron los baúles
hasta el andén, donde comprobaron que también allí había aurores, observando que
todo transcurriera con normalidad.
Harry, Ron, Hermione y Ginny se despidieron de Neville, no sin antes decirle una
última vez que podría visitar Grimmauld Place si lo deseaba, y luego atravesaron la
barrera encantada, donde Lupin y el señor Weasley les esperaban para llevarlos a
casa.
El señor Weasley, en cuanto les vio, abrazó a Ginny con fuerza.
—¡Hija! No sabéis lo preocupados que hemos estado debido a la forma en que
empezasteis el curso... Debió de ser horrible para vosotros.
—Preferiríamos no hablar de eso, señor Weasley —dijo Harry.
—Sí, ya... Bueno, venga, lo mejor es que nos vayamos cuanto antes —sugirió el
señor Weasley, mirando a todos lados.
—Papá, ¿cómo es que sólo habéis venido Lupin y tú? —preguntó Ron.
—Hemos traído un solo coche —les explicó el señor Weasley—. Allí llevaremos los
baúles y demás cosas. Ginny vendrá con nosotros, y vosotros tres os apareceréis
directamente en casa. No había suficiente gente disponible para una guardia
adecuada.
—¡Oh! —exclamó Ron—. Bueno..., vale.
—Y quiero que vayáis derechos a casa, ¿me entendéis? Nada de dar vueltas por
ahí.
—Sí, papá, tranquilo —murmuró Ron.
Cargaron todas las cosas en carritos y luego, mientras Lupin, el señor Weasley y
Ginny se dirigían a la salida, Harry, Ron y Hermione entraron de nuevo en el andén
Nueve y Tres Cuartos, donde podían desaparecerse con seguridad y sin ser vistos por
muggles.
Aparecieron un segundo después en el vestíbulo de Grimmauld Place, que estaba
bastante oscuro. Harry percibió que ya habían empezado a colgar la decoración
navideña. Encendieron la luz y luego bajaron a la cocina, donde, en esos momentos,
sólo estaban los Granger y la señora Weasley.
—¡Hijos! —chilló ésta al verles, corriendo hacia ellos y abrazando a Ron con todas
sus fuerzas—. ¡No sabéis las ganas que teníamos de veros! ¡Han pasado tantas cosas
horribles...!
—Ya mamá... Suéltame, por favor —pidió Ron, un tanto ahogado.
Los Granger se acercaron también para abrazar a su hija. La señora Weasley soltó
a Ron y luego abrazó a Harry.
—¿Cómo estás, cariño? —le preguntó.
—Bien, señora Weasley. Gracias.
La señora Weasley saludó a Hermione, y los padres de ésta les dieron la
bienvenida a Harry y a Ron.
—Pronto estará preparada la cena —les comunicó la señora Weasley con una
sonrisa, volviendo a ocuparse de las cazuelas—. Hoy no vendrá mucha gente para
cenar, pero para el día de Navidad... ¡Oh, van a ser unas navidades estupendas, ya
veréis!
—¿Dónde están Fred y George? —quiso saber Ron.
—Todavía no han regresado de la tienda, y ya se están retrasando —respondió su
madre, mirando al reloj que había en la pared con preocupación.
—Bueno, esta semana han estado llegando tarde todos los días —comentó la
madre de Hermione—. Tal vez estén ocupados en alguna cosa...
—Sí, yo les oí hablar anteayer acerca de una nueva broma para Navidad —añadió
el señor Granger—. Seguramente es eso. No te preocupes, Molly.
—Eso espero —dijo la señora Weasley con un suspiro.
Mientras Ginny, el señor Weasley y Lupin no llegaban, estuvieron comentando lo
que había pasado los últimos meses en que no se habían visto. Los tres amigos se
dieron cuenta de que nadie allí sabía nada ni de su visita al Valle de Godric, el sueño
de Harry con Voldemort o el ataque en el campo de quidditch. Ellos, por su parte,
gracias a los comentarios de la señora Weasley pudieron percibir que la Orden estaba
muy ocupada, aunque no lograron saber en qué.
Cuando finalmente llegaron el señor Weasley y Lupin con Ginny y el equipaje, la
señora Weasley comenzó a servir la cena, no sin antes volver a mirar al reloj y
preguntarse de nuevo dónde estarían Fred y George.
Éstos, como si les hubieran convocado, aparecieron justo al instante,
sobresaltando a su madre, a la que casi se le cayó la sopera.
—¿Dónde estabais? —les regañó—. ¡Estaba muy preocupada!
—Vamos, mamá, es Navidad; los regalos, ya sabes...
Su madre les miró con el ceño fruncido.
—Espero que no estéis tramando hacer alguna —les advirtió—. ¿Cuándo vais a
crecer? ¡Ahora que estáis en la Orden, deberíais mostrar mayor responsabilidad!
—¡Oh, vamos! —se quejó Fred, sentándose junto a Harry—. Déjanos saludar,
¿quieres? —comenzó a servirse la comida y luego, mirando a Harry, Ron y Ginny, les
dijo, muy serio—: Bueno, a ver: ¿cómo pudisteis perder contra el equipo de Malfoy?
Harry, jamás habríamos pensado que te habrías dejado derrotar por ese presumido.
Harry no miró a Fred directamente, sino que, sin contestar, miró a su plato y se
metió varias cucharadas de sopa en la boca.
—Harry no se dejó ganar, idiota —repuso Ron con voz indignada—. Él... se cayó
de la escoba. Había una tormenta muy fuerte.
—Ya lo sabemos, y eso es lo que más nos extraña... Tú nunca te habías caído de
la escoba —repuso George, mirando a Harry suspicazmente—. Excepto aquella vez,
con los dementores... Y esta vez no había dementores, ¿a que no?
—Después hablaremos de eso, ¿queréis? Ahora no me apetece recordarlo, y
menos pensar en dementores.
—Sí, dejad eso y hablemos de temas más alegres —pidió la señora Weasley, y
luego su cara mostró alegría—. Esta Navidad vamos a tener muchas visitas —volvió a
decir—. Espero que ayudéis a decorar bien la casa.
—¿Quién va a venir? —quiso saber Ginny, llena de curiosidad.
—¡Oh, no quiero estropearos la sorpresa! —contestó su madre—. Pero estoy
seguro de que os sorprenderá.
—¿Hagrid? —pensó Harry inmediatamente, recordando lo que el guardabosques
les había dicho el día anterior—. ¿Va a venir él?
—Puede —intervino Lupin—. Pero dejemos las sorpresas como sorpresas y
contadnos las novedades de Hogwarts. Por ejemplo... ¿qué tal con Flammingan?

Harry, Ron, Hermione y Ginny, tal y como la señora Weasley les había pedido, le
ayudaron a colocar la decoración de Navidad. Y no sólo ellos, sino todos los miembros
de la Orden: al día siguiente a su llegada, Tonks, que tenía la tarde libre, estuvo
ayudando a la señora Weasley a colgar muérdago y espumillones en el vestíbulo,
aunque, tras romper cuatro, ésta última le pidió si podía barrer el suelo, cosa que
Tonks hizo encantada; Mundungus también colaboró, sorprendiendo a todos al traer
dos grandes árboles de Navidad que la señora Weasley aceptó, aunque se negó
rotundamente a saber de dónde habían salido; Fred y George se tomaron también la
tarde libre, y, sin que su madre lo supiera, colgaron «decoración especial» de
Sortilegios Weasley en los pasillos, las escaleras y los dos salones.
Mientras Harry y Ron colocaban uno de los dos árboles en el salón de la primera
planta y Hermione y Ginny colgaban espumillón y bolas, Fred y George entraron con
varias cajas ocultas bajo las túnicas.
—¿Qué es eso? —les preguntó Hermione con el ceño fruncido cuando ambos
hermanos abrieron las cajas.
—Bolas de navidad —respondió Fred—; para colgar en el techo.
—¿Qué hacen? —quiso saber ella, desconfiada—. Porque son de vuestra tienda.
Estoy segura de que algo malo hacen.
—¡Qué suspicaz eres! —le reprochó George—. Es lo que tienen todos los premios
anuales; son profesores, pero en pequeño...
—¿Qué hacen? —repitió Hermione, ignorando totalmente el comentario de
George.
—Nada grave, Hermione, tranquila. Simplemente sufren algunos inocentes
cambios... —contestó Fred.
—...según quien se ponga debajo —terminó George—. Nada peligroso, ya verás.
También hemos puesto en el vestíbulo.
—¿Y qué opina mamá de eso? —quiso saber Ginny.
—Opina que no lo sabe —respondió Fred con una sonrisa—. Ella cree que son
bolas normales.
En ese momento, se oyó un ruido como de harina cayendo en grandes cantidades,
y Lupin soltó un aullido.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Harry, sacando su varita al instante, al igual que
Ron, Hermione y Ginny.
—¡Vaya, qué pronto ha caído alguien! —se sorprendió George, y se rió—. Pero no
tenéis de qué preocuparos: creo que Lupin ha probado la bola-nieve.
—¿Bola-nieve? —repitió Ron—. ¿Qué es eso?
—Una de estas bolas —explicó Fred, señalando la caja—. Se abre y una cantidad
de nieve muy fría cae sobre el que está debajo.
—¡FRED! ¡GEORGE! —se oyó que gritaba Lupin desde el vestíbulo—. ¡YA
VERÉIS CUANDO OS COJA!
Fred y George se echaron a reír, y luego salieron del salón, rumbo a su habitación.
Los otros cuatro salieron también y se asomaron a la escalera. Lupin estaba
quitándose con la varita la nieve que se le había metido por la espalda. Aún tenía el
pelo casi todo blanco, y se movía de un lado a otro retorciéndose.
Hermione meneó la cabeza, pero los otros tres se echaron a reír.
—Nieve helada... A saber qué más harán esas bolas —comentó.
—Oh, vamos, Hermione. Parecen divertidas —repuso Harry—. Y creo que reírnos
no nos vendrá nada mal, después de todo lo que ha pasado.
—Supongo que no —admitió ella, entrando de nuevo al salón para terminar de
decorarlo.
Un rato después, Fred y George, riéndose, entraron de nuevo al salón, mirando
antes dentro con precaución.
—¿Qué pasa? —les preguntó Harry—. ¿Qué hacéis?
—Hemos venido a avisaros de que la cena ya está lista, y mirábamos que no
estuviese aquí Lupin... Creo que quiere echarnos alguna maldición —explicó Fred.
—No, no está aquí —respondió Harry—. Bajamos, ¿no? Aquí ya hemos terminado.
Fred y George bajaron la escalera primero, seguidos por Harry y Hermione y,
cerrando la comitiva, Ron y Ginny.
—Por cierto, ¿dónde está Kreacher? —preguntó Hermione—. No le he visto desde
que llegamos.
—No sé... —contestó George—. Pero es raro, yo tampoco le he visto desde ayer.
Y siempre está por ahí, hablando solo, como siempre.
—Debe ser porque estoy yo aquí y en verano le ordené que no quería verle
delante de mío —razonó Harry cuando llegaron al vestíbulo—. No quería...
Se cortó al oír un ruido sobre su cabeza. Miró hacia arriba y vio un ramillete de
muérdago que no estaba ahí antes. Bajó la mirada y se encontró con la de Hermione,
que tenía los ojos muy abiertos.
—¡Uuuy! —exclamaron los gemelos, muy sonrientes—. ¡Una de nuestras bolas!
Bueno..., Harry, Hermione..., ya conocéis la tradición... —dijo George con solemnidad.
Harry miró a Hermione aterrorizado, y luego, instintivamente, miró hacia atrás,
hacia Ron, que los observaba a ellos y al muérdago, alternativamente. Entonces, más
por instinto que por razonamiento, agarró a Ron por el jersey y tiró de él, poniéndolo
en su lugar.
Ron abrió la boca, sorprendido, y luego, encogiéndose de hombros, besó a
Hermione, que tras un instante de vacilación, le respondió.
—¡Eso no vale! —le gritó Fred a Harry—. ¡La bola era para ti! Eso habría sido lo
divertido.
—No era un muérdago de verdad, así que no vale nada —replicó Harry.
En ese momento, Ron y Hermione se separaron. Hermione iba a decirle algo a los
gemelos, pero entonces Lupin apareció desde la cocina con la varita en la mano.
—¡Aquí estáis! —exclamó, viendo a Fred y a George. Éstos, pegando un brinco, se
volvieron hacia él, pero era tarde: Lupin les apuntó con la varita y ambos se
encontraron con pelo saliéndoles de todas partes: la nariz, la boca, las orejas, el
cuello, las manos... Lupin estalló en carcajadas.
—Una pequeña venganza —dijo entre risas.
Fred y George, mirándose con incredulidad, volvieron a subir las escaleras, quizás
esperando encontrar un remedio para el maleficio de Lupin. Cuando los gemelos
desaparecieron, Harry, Ron, Hermione y Ginny empezaron también a reírse.
Mientras iban hacia la cocina, Harry sintió que lo embargaba una felicidad y una
alegría que apenas recordaba haber tenido. Era una felicidad como..., como la que
había sentido en la visión de la Sala de los Sueños, sólo que esta vez era real. Estaba
con su familia, su verdadera familia. Aquellas pequeñas bromas, aquellos juegos, era
lo que siempre había echado en falta durante sus años en Privet Drive. Cuando veía a
alguna familia unida y feliz, ya fuera en la calle, en un parque o en la televisión, sentía
siempre una inmensa envidia, una envidia que lo hacía sentirse aún más desgraciado,
sabedor de que nunca conocería aquella dicha.
Sin embargo, estaba equivocado. Ahora la conocía. Y aquellas bromas, en tiempos
tan oscuros como los que vivían, eran aún más bienvenidas. Mientras se sentaba a la
mesa, oliendo la fabulosa cena que les esperaba, y veía al señor Weasley charlar con
el padre de Hermione; mientras observaba a la señora Weasley servir la comida,
ayudada por la señora Granger; mientras veía a Lupin reírse con Ron, y a Ginny
hablar con Hermione, sintió que su mayor deseo era casi realidad, que tenía casi todo
lo que había visto en el Espejo de Oesed. Sintió esperanza, porque quería a esas
personas y ellos le querían a él; sintió tranquilidad, porque moriría por ellos y era
consciente de que ellos morirían por él, y sin poder (ni querer) evitarlo, una enorme
sonrisa asomó a su cara. No importaba que Voldemort reuniera a sus seguidores, o
que pudiera infiltrarse en sus sueños, porque no estaba solo, y en ese momento, justo
en ese momento, no temía a nada.
—¿Qué pasa, Harry? —le preguntó Lupin, y miró a al techo con recelo—. ¿A qué
viene esa sonrisa? No habrá más bolas de ésas aquí, ¿verdad?
—No —contestó Harry—. Simplemente... me apetece mucho la cena de hoy. Tiene
un aspecto delicioso.
La señora Weasley, agradecida por el cumplido, le sonrió y le sirvió el primero, y
Harry supo, con total seguridad, que le encantaba la Navidad.

El día de Navidad, Harry se despertó muy temprano, y se incorporó rápidamente,


observando el montón de regalos que Ron y él tenían a los pies de la cama.
Inmediatamente pensó en abrirlos, pero luego decidió que sería mucho mejor si Ron
estaba despierto también, y lo llamó.
—¿Qué pasa, Harry? —preguntó, aún medio dormido.
—Los regalos, Ron. Vamos a abrirlos, venga...
Ron soltó un quejido y luego se frotó los ojos.
—No se iban a escapar si me hubieras dejado dormir un poco más —se quejó—.
Me gustaría saber qué te pasa, Harry, porque desde hace dos días estás muy feliz.
¿Tanto te gustó ver a Fred y George con pelo por todos lados? ¿O es que te has
encontrado con mi hermana bajo un ramillete de muérdago?
—¿Tan extraño es verme contento? —le preguntó a su amigo, cogiendo los
primeros paquetes.
—Pues sí, la verdad —contestó Ron—. Aunque me alegro, compañero —añadió,
con una sonrisa—. Yo también estoy contento de que estemos en vacaciones, ya
estaba harto de deberes...
—¿Sólo por eso? —le preguntó Harry con tono burlón, mientras abría el regalo de
Lupin, que era un fantástico libro, última edición, sobre las mejores técnicas de
combate con varita—. ¿No tienen nada que ver los tres encuentros casuales que has
tenido con Hermione ayer bajo los ramilletes de muérdago?
—Cállate —le espetó Ron, mientras sus orejas enrojecían, y abrió su primer
regalo, el de Harry, que eran unos fantásticos guantes profesionales de guardián
idénticos a los que usaban los Chudley Cannons—. ¡Oh! —exclamó al verlos—. Te
perdono sólo porque me encantan los guantes... Y esos encuentros sí fueron casuales
—agregó.
—Ja ja ja, amigo, a mí no me engañas. Y a Hermione tampoco. —Y Ron enrojeció
un poco más, delatándose.
Se encontraron con Hermione y Ginny en la cocina, donde ambas chicas estaban
ya desayunando. Tras darse todos las gracias por los respectivos regalos, Harry y Ron
se pusieron también a desayunar.
Una vez terminaron, Hermione se acercó a Harry y le preguntó, con cierta timidez,
pero con decisión:
—Oye, Harry..., ¿no crees que deberías de darle una tregua a Kreacher? —Al oír
el nombre del elfo, Harry abrió la boca para replicar, pero Hermione fue más rápida—.
Mira, ayer le vi, se pasa casi todo el tiempo solo en el desván... Verás, estoy segura de
que si le dieras una oportunidad, él podría mejorar. ¿O qué vas a hacer con él? El año
que viene vivirás aquí, no puedes dejar que esté todo el rato viviendo escondido...
Harry meditó lo que su amiga le decía, sin responder.
—Vamos —insistió ella—, es Navidad...
Harry miró a Hermione, y luego, lentamente, asintió. Algo que no habría hecho si
no fuera por lo feliz que se había sentido en los dos últimos días.
—Está bien. Subiré a hablar con él, pero no te prometo nada.
—Gracias, Harry —dijo Hermione, sonriendo.
Subieron al desván, evitando pasar por debajo de las bolas de Navidad de los
gemelos, que habían mostrado capacidad no sólo para tirar nieve y convertirse en
muérdago, sino también dejar caer huevos, telarañas e incluso excrementos de doxy.
Harry abrió la puerta del desván lentamente y asomó la cabeza.
—¿Kreacher?
Nadie respondió.
—Ayer estaba en la parte de atrás, tras aquellas cajas —dijo Hermione en voz
baja.
—Kreacher, sal —le ordenó Harry, entrando en el desván, un lugar donde no había
estado nunca antes. Tras él, Ron encendió su varita, y también lo hicieron Ginny y
Hermione.
—Qué grande es esto —murmuró Ginny.
Oyeron un ruido y vieron salir a Kreacher de detrás de las cajas que Hermione
había señalado.
—¿Qué quiere el amo? —preguntó Kreacher, parpadeando ante la luz de las
varitas, mientras hacía una reverencia—. ¿Qué viene a hacer el amo aquí, con esa
sangre sucia y demás escoria, si el amo dijo que no quería volver a ver a Kreacher?
—añadió, murmurando, aunque todos le oyeron. A Harry aquello le dio ganas de
largarse y dejar al elfo allí, pero, inexplicablemente, sintió un deje de lástima por
Kreacher, siempre solo, farfullando y siendo detestado por todos en la casa.
—¿Por qué estás aquí encerrado? —le preguntó Harry.
—Porque el amo le dijo a Kreacher que no quería verle delante nunca, y Kreacher
obedece al amo, sí —respondió, y luego añadió en voz más baja, aunque
perfectamente audible—: Aunque el amo permita que la casa esté llena de escoria y
tiren los tesoros de la familia.
—Escúchame, Kreacher —dijo Harry—. Tú no me caes bien a mí, y yo no te caigo
bien a ti. Sin embargo, no me parece justo que estés aquí encerrado, a oscuras
siempre. Tienes libertad para andar por toda la casa, incluso delante de mí, siempre
que respetes a los que viven en ella. Ellos son mi familia, y, por tanto, también la tuya.
—Kreacher sólo vive para servir a la Noble Casa de los Black —repuso el elfo.
—Ya no existe la casa de los Black, por mucho que me duela, así que ve
haciéndote a la idea —contestó Harry—. Ahora, para bien o para mal, esta casa es
mía. Pero tú has vivido aquí muchos años y, por tanto, también es tuya. No voy a
echarte de aquí; además, teniendo en cuenta lo que hiciste la última vez, tampoco
podría. Hoy llegarán muchos invitados, y quiero que estés presentable. Al fin y al cabo,
un miembro de la PEDDO no puede permitir que su elfo doméstico vista esa porquería
de ropa.
—¡Harry!, no puedes darle ropa —exclamó Ginny.
—No voy a hacerlo —replicó Harry. Alzó la varita, apuntó a Kreacher, y convirtió el
sucio trapo de cocina con el que se cubría en algo decente—. No es como si fuera
comprada, pero algo es algo —dijo.
Kreacher se miró las ropas y luego se puso a gimotear, acariciándose la cabeza
con las manos frenéticamente.
—Kreacher siempre había llevado su trapo de cocina —sollozó—. Kreacher nunca
había vestido algo como esto...
—Considéralo un regalo de Navidad —dijo Harry—. Y tal vez podríamos hacerte
una especie de dormitorio aquí, a saber en qué estás durmiendo.
Kreacher dejó de sollozar y miró a Harry con suspicacia.
—¿Por qué hace esto el joven amo? ¿Por qué se muestra amable con Kreacher?
—Porque sé lo que es vivir en un lugar donde nadie te quiere —contestó Harry—.
Y no quiero que nadie pase por eso, ni siquiera tú. Así que vuelve a tus labores, sigues
siendo el elfo doméstico de esta casa, y tu deber es mantenerla en buen estado. ¡Ah!,
y no quiero volver a oír otra vez palabras como «sangre sucia», «mestizos» y cosas
similares, ¿de acuerdo?
Kreacher asintió.
—Como el amo ordene.
Harry se dio la vuelta y salió del desván.
—Feliz Navidad —dijo Hermione, antes de salir, tras Ron y Ginny.
Tras bajar del desván, los cuatro estuvieron recogiendo sus habitaciones, y luego
se reunieron en el salón de la primera planta, encendieron la chimenea y se pusieron a
observar cómo la gente paseaba por la nevada y adornada plaza.
—Es una pena que no podamos hacer una pelea de bolas de nieve como el año
pasado, ¿verdad? —dijo Ron con cierta nostalgia.
—¿Quién dijo que no podemos? —repuso Harry—. Ahí, en la calle, delante de la
casa, no corremos ningún peligro. Además, es pleno día.
Ron y Harry se miraron y, un segundo después, echaron a correr, primero a por su
ropa de abrigo, y luego al vestíbulo.
—¿Adónde vais tan deprisa? —les preguntó la señora Weasley, entrando en el
vestíbulo justo cuando Harry estaba a punto de abrir la puerta.
—A jugar con la nieve —respondió Harry.
La señora Weasley frunció el ceño.
—¿La nieve? ¿Fuera?
—Mamá, no vamos a ir a ningún lado, tranquilízate —dijo Ron—. Estaremos ahí
delante.
—Está bien —cedió su madre—, pero no tardéis, quiero que me ayudéis a
preparar la mesa. Algunos de los invitados no tardarán en llegar.
—¿No nos vas a decir quién viene? —preguntó Ginny, muerta de curiosidad.
—No, ya lo veréis —contestó la señora Weasley, yéndose hacia la cocina.
—¿Hemos oído algo de jugar en la nieve? —preguntó Fred, asomándose a la
escalera.
—¿Una pelea? —añadió George.
—Sí. ¿Queréis participar? —preguntó Harry.
—¡Por supuesto! —gritaron ambos, y fueron a coger sus capas, bufandas y
guantes.
Fuera hacía muchísimo frío. En esos momentos no nevaba, pero seguramente
volvería a hacerlo durante la tarde.
—Ya estamos aquí —dijo Fred, saliendo por la puerta—. ¿Qué, en equipos, o
todos contra todos?
—Antes de eso —intervino Ginny, mirando a sus hermanos—. ¿Vosotros sabéis
quiénes son esos invitados? No nos lo quieren decir.
—No —contestó George—. Mamá no nos lo ha dicho para que no os lo digamos a
vosotros. Quiere que sea una sorpresa.
—Vaya —se quejó Ginny—. En fin... —Cogió un puñado de nieve con las manos y
se la lanzó a Ron a la cara.
—¡Eh! —chilló éste, sorprendido, al tiempo que, con un gesto de su mano, le
lanzaba una buena cantidad a su hermana en venganza.
Estuvieron jugando una hora, Harry, Ron y Hermione habrían tenido ventaja,
debido a sus poderes, pero no podían usarlos en medio de Grimmauld Place.
Un rato antes de la hora de comer, entraron de nuevo en la casa y fueron a
ponerse ropa seca para ayudar en la cocina.
—Vamos, empezad a colocar los cubiertos —pidió la señora Weasley—. Deben
estar a punto de llegar.
Entre todos, la mesa estuvo dispuesta en pocos minutos. Por la cantidad de platos
que habían colocado, Harry se dio cuenta de que iban a ser bastantes más personas
que de costumbre.
—Vamos, mamá, dinos quién viene —pidió Ron una vez más.
—¡Lo verás enseguida, cállate! —le ordenó su madre.
—Desde luego, que poco respeto —intervino Fred—. Esta casa es de Harry, y, que
yo sepa, nadie le ha preguntado si quiere que vengan esos invitados.
—No seas tonto, Fred, claro que quiere —dijo la señora Weasley, aunque
enrojeció un poco ante el comentario de su hijo. Harry miró hacia otro lado.
Unos minutos después, se oyó el timbre en el vestíbulo. El señor Weasley salió de
la cocina y subió las escaleras. Unos segundos después se oyeron varias voces que
se aproximaban, y la puerta de la cocina se abrió de nuevo. El señor Weasley entró de
primero, seguido por Tonks, Bill, Fleur, su novia, y... Gabrielle, la hermana de esta
última.
Harry se quedó asombrado al verla allí, y lo mismo les sucedió a los demás. Ella,
por su parte, les sonrió.
—Feliz Navidad —dijo.
Estaba un poco más alta que cuando la habían visto el año anterior, como
buscadora del equipo de Beauxbatons, y tenía el pelo un poco más largo también. Su
rostro apenas había cambiado, pero se había acentuado el parecido con su hermana.
—«¡Hagi!» —exclamó Fleur, tendiéndole la mano, mientras Bill saludaba a sus
padres.
—Hola, Fleur —respondió Harry, sonriéndole.
Luego, mientras ella saludaba a los padres de Ron y Hermione, Gabrielle se
acercó a él.
—¿«Sogpgendido»? —preguntó, con una sonrisa que dejaba ver sus blancos
dientes, perfectamente alineados.
—Sí, mucho —respondió Harry—. Bienvenida.
—«Ggacias» —contestó ella, saludando a Ron, Hermione y Ginny, la cual le
presentó a Fred y a George.
—¿Cómo es que estás aquí? —le preguntó Ron.
—Mi «hegmana» me invitó a «pasag» las vacaciones de Navidad aquí y acepté.
Me apetecía «volveg» a «vegos». Salisteis en todos los «peguiódicos.»
—No nos lo recuerdes —pidió Hermione.
—Me «alegga» que te «encuentgues» bien —le dijo Gabrielle con sinceridad.
—Gracias.
La señora Weasley les mandó sentarse a la mesa, y, mientras se colocaba, fueron
llegando más miembros de la Orden, como Mundungus. A Harry le sorprendió mucho
que la señora Weasley le hubiera invitado.
La comida resultó muy agradable, entre conversaciones agradables, risas y
deliciosa comida. Harry se obligó a contenerse y no comer todo lo que quería, porque
si no temía que no iba a poder cenar.
Cuando terminaron, los chicos pasaron al salón contiguo, donde siguieron
conversando de lo que les había pasado en los últimos meses. No llevaban allí ni
media hora cuando el timbre de la puerta sonó de nuevo, y Harry, diciendo «¡Voy yo!»,
salió del salón, subió al vestíbulo y abrió la puerta, esperando ver a Hagrid, pero
encontrándose, para su sorpresa, a un sonriente Neville.
—¡Neville! —exclamó, y luego se hizo a un lado—. Pasa, pasa... Qué sorpresa.
—Espero no molestar... —dijo Neville, entrando y sacudiéndose la nieve que le
había caído encima—. Le pedí permiso a mi abuela para haceros una pequeña visita
hoy y me lo dio. En casa me aburría bastante.
—Pues has venido el día indicado —le dijo Harry con una sonrisa—. Te vas a
llevar una sorpresa.
Lo guió hasta el salón del sótano. Neville, lleno de curiosidad, le siguió.
—Mirad quién ha venido —dijo Harry al entrar.
—¡Neville! —exclamó Ron—. Vaya, qué agradable sorpresa. Mira quién está aquí,
Neville...
Neville miró, encontrándose con la mirada de sorpresa de Gabrielle, que se había
levantado al oír su nombre.
—Gabrielle... —murmuró, sorprendido—. ¿Qué..., qué haces aquí?
—¿No te «aleggas» de «vegme»? —inquirió ella, dando un par de pasos hacia él.
—¿Eh? Cla... ¡Claro que me alegro! —exclamó, sonriendo. Ella le devolvió la
sonrisa y le dio un abrazo.
—He oído «hablag» mucho de ti —le dijo—. Y muy bien...
Neville se ruborizó.
—Oh... bueno... —Se movió hacia los sillones y miró a Hermione, Ron y Ginny—.
Feliz Navidad —les dijo.
—Feliz Navidad —le respondieron.
Unos minutos después, Neville, educadamente, fue a saludar a los demás a la
cocina, y luego se pasaron la tarde en el salón, jugando al snap explosivo, al ajedrez
mágico, a los gobstones o simplemente hablando. A Harry no se le pasó la forma en
que Gabrielle miraba a Neville, y pensó que seguramente la chica no sabría nada de
Sarah. Ese pensamiento le hizo sonreír para sus adentros. Si sólo año y medio antes
alguien le hubiera dicho que Neville iba a tener a dos chicas tan guapas interesadas
en él, habría creído que ese alguien estaba loco.
La tarde fue muy entretenida, tanto que Neville se entristeció un poco cuando se
acercó la hora en que debería regresar a su casa.
—¿Por qué no te quedas a cenar? —le preguntó Harry.-
—Gracias, pero no puedo faltar a la cena de Navidad de mi familia.
—Es una lástima que tengas que irte —le dijo Gabrielle—. No sé cuándo
«podguemos volveg» a «vegnos...»
—Bueno —repuso Neville—. Yo puedo volver más días por aquí.
Gabrielle meneó la cabeza.
—Yo me voy pasado mañana a «Fgancia» —dijo ella—. Mis «padges quieguen»
que pase el fin de año en casa.
—Oh —soltó Neville—. Bueno..., podemos escribirnos.
—Sí, supongo —asintió Gabrielle.
—Voy a despedirme de los demás —declaró Neville, y entró con Ron en la cocina.
Gabrielle parecía muy pensativa.
—No sé si antes de que se «fuega» yo «debeguía...»
—No lo creo —la atajó Harry, intuyendo lo que ella iba a decir—. Neville tiene...,
bueno...
—¿Tiene novia? —preguntó Gabrielle, alzando la vista hacia él.
—No, pero creo que no tardará en tenerla —contestó Ginny—. Le gusta una chica.
—¡Oh! —exclamó Gabrielle, un poco desilusionada—. Bueno, es normal, es un
chico estupendo...
Un instante después, Neville y Ron entraron de nuevo en el salón; Ron llevando
una bandeja de pasteles. Gabrielle miró a Neville y volvió a poner su sonrisa.
—Tengo que irme —anunció Neville—, pero lo he pasado muy bien.
—Vuelve cuando quieras —le ofreció Harry.
Neville asintió, agradecido. Gabrielle le dio un beso en la mejilla, y éste, luego de
despedirse de ella muy sonrojado, desapareció.
—Lo siento —le dijo Harry a la chica, dándole una suave palmada en el omóplato.
—¿«Pog» qué todos los chicos ingleses que me han gustado me «guechazan pog
otga»? —preguntó, medio en serio medio en broma. Ron pareció descubrir en ese
momento algo muy interesante en una mancha de la pared.
Aproximadamente media hora más tarde, se oyó de nuevo ruido en el vestíbulo. La
señora Granger abrió la puerta del salón para llamarlos.
—¿No venís a ver quién acaba de llegar? —les preguntó—. Hermione, hija, creo
que tú también te alegrarás...
Muertos de curiosidad, todos entraron en la cocina, donde todos seguían aún,
reunidos y charlando. Un momento después, la otra puerta se abrió y entraron Percy y
la señora Weasley. Harry observó que Percy se había arreglado un poco para la
ocasión, pero estuvo seguro de que, normalmente, su aspecto debía de ser peor que
cuando le había visto en verano; además, parecía enormemente triste. La señora
Weasley le miraba con preocupación.
Inmediatamente detrás, entró Charlie, otro de los hermanos de Ron, que vivía y
trabajaba en Rumania.
—¿Charlie? —murmuró Ginny, sorprendida—. ¡Charlie! —Y se lanzó a abrazarle.
Pero las sorpresas no habían acabado ahí, y con Charlie venían otros dos chicos,
a uno de los cuales Harry reconoció como uno de los integrantes del grupo que seis
años atrás, cuando iba en primero, se habían llevado a Norberto, el cachorro de
dragón de Hagrid, de la Torre de Astronomía, en Hogwarts.
Detrás de ellos dos venían Lupin y el señor Weasley, y Hermione soltó un pequeño
grito de sorpresa al ver quién venía detrás.
—¡Viktor...!
26

El Consejo de la Orden

Krum miró hacia Hermione al oírla, y le sonrió. Hermione se dirigió a él y le dio un


abrazo.
—Me «alegrro» de «verrte» bien, «Herrmione.»
Harry notó que Ron se movía, un poco incómodo, pero no dijo nada, y, cuando
Hermione soltó a Krum, también él se acercó a saludarle.
—¿Qué haces aquí, Viktor? —le preguntó Harry, tan sorprendido de verle allí como
los demás.
—Ha venido con nosotros —respondió Charlie—. Como miembros de la Orden del
Fénix, todos estamos citados aquí por Dumbledore.
—¿Cómo? —preguntó Ron—. ¿Por qué?
—No lo sabemos —respondió Krum—. «Dumbledore» no nos lo dijo. Simplemente
nos «orrdenó» que «estuviérramos» aquí «parra» Navidad. Yo ya conocía a «Charrlie
porr serr miembrro» de la «Orrden»...
—Y aficionados al quidditch —añadió Charlie con una sonrisa.
—Y aficionados al quidditch —asintió Krum, también sonriendo—. Así que vine con
ellos.
—Bueno, venga, menos cháchara —dijo la señora Weasley autoritariamente—. Es
hora de cenar y todavía no se han hecho las presentaciones oportunas...
Mientras Krum, Charlie y sus dos amigos (que se llamaban Markov y Traian) eran
presentados a los demás presentes en la cocina, Harry se acercó a Percy, que se
mantenía en un rincón, solo y callado.
—Feliz Navidad, Percy.
—Hola, Harry —respondió Percy sombríamente—. ¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tú? Pareces muy apagado.
—No me gusta la Navidad —respondió él—. Me trae malos recuerdos.
Harry se quedó un instante sin saber qué decir, y Percy se alejó de él y se sentó a
la mesa. Ya empezaban a sentarse todos, y Harry le observó, antes de dirigirse el
mismo a su sitio, preguntándose qué recuerdos serían ésos que que la Navidad le
traía a Percy.
La comida que habían preparado la señora Weasley y la señora Granger tenía un
aspecto fabuloso. Harry se agradeció a sí mismo no haber comido ni uno solo de los
pasteles que Ron había llevado al salón.
A medida que la cena se iba sirviendo, empezaron las conversaciones, un poco
tímidas al principio, ya que muchos de los presentes no se conocían entre ellos; pero
los gemelos enseguida se ocuparon de eso, ya que tenían nuevas víctimas en las que
probar sus bromas, y divirtieron a todos con una demostración de sus últimos inventos,
uno de los cuales hizo que a Charlie se le pusiera la cabeza como un alfiletero, con
cada pelo recto y duro como una aguja; otro provocó que las orejas de Krum crecieran
enormemente y luego se le ataran frente al pecho.
Después de esto, la tensión se esfumó y en la mesa empezaron a formarse varias
conversaciones. Fred y George empezaron a hablar con Krum sobre quidditch, y
pronto se añadieron a ella Charlie, Harry y Ron; Hermione, Ginny, Gabrielle y Tonks se
pusieron a conversar entre ellas entre risitas; y los Granger, los Weasley, Lupin y
demás miembros de la Orden conversaban también acerca de lo que sucedía en el
mundo mágico, aunque evitando los peores temas. El único que apenas hablaba era
Percy.
Antes de que se sirviera el postre, Lupin se puso en pie y levantó su copa, mirando
a Harry.
—Bueno, yo quiero ofrecer ahora mismo un brindis por Harry, nuestro anfitrión y
nuestra esperanza, y también por que, dentro de un año, podamos, todos los que
estamos aquí, celebrar una cena como esta todos juntos.
Todos se levantaron, alzando sus copas. Harry se ruborizó un poco.
—Bueno, la verdad es que yo..., yo no he hecho nada. La anfitriona es la señora
Weasley, ella, y bueno, también la señora Granger... Ellas han sido las que han
preparado esto.
—Por las señoras, entonces —dijo el señor Weasley, y todos brindaron.
Tras los postres y otro rato de fiesta y risas, Moody, serio, carraspeó para llamar la
atención, y, cuando la tuvo, dijo:
—Bueno, esta fiesta es magnífica, pero temo que tengamos que tratar un pequeño
asunto.
—¿Es necesario, Ojoloco? —le preguntó Tonks, no muy contenta. Tampoco la
señora Weasley parecía muy feliz ante la idea de hablar sobre aquello a lo que Moody
se refería, fuera lo que fuese.
—Lo es. La reunión será dentro de tres días, y ellos —señaló a Harry, Ron y
Hermione— deben saberlo.
—¿El qué debemos saber? —preguntó Harry, muy intrigado.
—Debéis saber por qué han venido ellos desde tan lejos, por qué Dumbledore
mandó venir a todos los miembros de la Orden, que ahora, sean del país que sean,
están aquí, en Gran Bretaña. —Hizo una pequeña pausa, mientras todos le miraban,
expectantes—. La mayoría de vosotros sois jóvenes, y no pertenecíais al grupo la
última vez, así que supongo que no sabéis lo que es el Consejo de la Orden.
—¿El Consejo de la Orden? —inquirió Charlie—. Suena como una especie de
reunión.
—Eso es, más o menos. Es una reunión donde están absolutamente todos los
miembros de la Orden, sin excepción. El Consejo de la Orden sólo se ha reunido dos
veces desde la fundación de la misma, y ésta será la tercera. Sólo Dumbledore sabe
cuál es el tema a tratar en esta ocasión, así que no puedo deciros más.
—¿No tenéis ni idea de qué puede ser? —inquirió Ron.
—No, pero, sea lo que sea, supondrá un cambio en nuestra forma de actuar y en
nuestros propósitos —intervino Lupin—. Así sucedió las otras dos veces.
—¿Cuándo fueron esas reuniones? —quiso saber Harry.
—La primera, después de fundar la Orden —contestó Lupin—. Yo no estuve en
ella, todavía estábamos en el colegio; la otra fue después de la desaparición de
Voldemort.
—¿Y qué hablasteis en ellas? —preguntó Bill.
—Eso no podemos decirlo —contestó Moody—. No hasta el día en que se celebre
el Consejo.
—Pues siendo así, lo mejor es dejar ese tema ya —sugirió la señora Weasley—.
Venga, esto es una fiesta.
Las conversaciones intrascendentes volvieron a llenar la mesa. Un rato después,
cuando Krum y Charlie terminaron de contar cómo se habían conocido, Harry cogió un
plato y puso en él unos cuantos pasteles.
—¿Adónde vas con eso? —le preguntó Ron.
—Voy a llevárselo a Kreacher, no le he visto en toda la tarde. ¿Quieres venir?
—No, gracias, no me apetece subir al desván.
Harry iba a preguntárselo a Hermione, pero Krum le interrumpió.
—¿Puedo «irr» yo contigo?
—¿Eh? Cla... claro, sí. Ven —respondió Harry, sorprendido por el ofrecimiento.
Mientras salían de la cocina, Krum volvió la vista hacia la mesa. Harry también lo
hizo y vio lo que estaba observando el búlgaro: Ron le estaba dando a Hermione un
pastel de crema contra la voluntad de ella, y le había manchado toda la nariz. Ambos
se reían.
Harry no fue capaz de decir nada, imaginando lo difícil que tenía que ser aquello
para Krum, y fue él quien habló primero.
—¿Es feliz?
—¿Qué? —preguntó Harry, entendiendo un segundo más tarde a lo que se refería
—. Sí —contestó—, sí lo es. Ambos lo son.
—Me «alegrro» —murmuró él, y una sonrisa asomó a sus labios.
—¿Cómo lo llevas tú? —se atrevió a preguntarle Harry, intuyendo la intención de
Krum al querer acompañarle. Éste se encogió de hombros.
—«Crreo» que bien. He conocido a alguien, una chica estupenda, y quizás...
—Volvió a encogerse de hombros y su sonriso se hizo más amplia.
—A ella le alegrará saberlo —dijo Harry, refiriéndose a Hermione—. No le gusta
saber que sufres.
—Ella es una «grran» chica —comentó Krum—. Se «merrece» lo «mejorr.» Tu
amigo, «Rronald,» la «protege, ¿verrdad?»
—Con su vida, si fuera necesario —contestó Harry, muy serio.
—Es todo lo que necesitaba «saberr» —dijo Krum, sonriendo—. Y... ¿qué hay de
ti? ¿Tú no tienes a nadie?
—Mi caso es muy complejo —respondió Harry, cuando llegaban ante la puerta del
desván. Krum pareció entender que a Harry no le apetecía hablar de ello, así que dejó
el tema.
—Veo que tú también estás metido en eso del PEDDO —comentó Krum, mientras
seguía a Harry al interior del desván.
—Sí, un poco —asintió Harry—. ¿Kreacher? Kreacher, ¿estás aquí?
Se oyó un ruido y el elfo salió de detrás de unas cajas.
—¿Amo?
—Kreacher, ¿qué haces aquí escondido? Es la noche de Navidad.
—Los elfos domésticos no celebran la Navidad —repuso el elfo con sequedad.
—Porque no queréis. Tenéis el mismo derecho a hacerlo que nosotros —replicó
Harry—. Toma —le dijo, extendiendo el plato de los pasteles—. Esto es para ti.
Kreacher miró el plato con cierto temor, pero no pudo disimular que tenía hambre.
—Vamos, es para ti, cógelo.
El elfo dudó, y luego se fijó en Krum.
—¿Y quién es el que viene con el joven amo? Kreacher no lo conoce.
—Él es Viktor Krum, un amigo —contestó Harry—. Vamos, coge los pasteles.
Kreacher, con paso lento y vacilante, se acercó y cogió el plato que Harry le
ofrecía. Luego, vacilando aún más, cogió uno y se lo comió.
—Puedes bajar a por más, si quieres —repuso Harry—. Nosotros ya nos vamos.
Feliz Navidad, Kreacher.
Harry, seguido por Krum, se dirigió a la salida, pero, antes de que cerrara la puerta
tras él, Kreacher murmuró:
—Feliz Navidad, amo.
Harry le dirigió una sonrisa al elfo, y luego él y Krum bajaron de nuevo hasta la
cocina.
—¿Le gustaron a Kreacher los pasteles? —preguntó Ginny.
—Sí, incluso me deseó feliz Navidad.
—¿Te deseo feliz Navidad? —se sorprendió ella—. No sé quién está más raro, si
tú por tratarle bien a él, o él por tratarte bien a ti.
—¿Lo veis? —intervino Hermione, muy contenta—. Siempre os dije que si nos
esforzábamos con Kreacher, él reaccionaría positivamente.
Era ya tarde cuando los invitados empezaron a levantarse y a despedirse,
cansados. Hermione le preguntó a Krum dónde se quedaban, pero fue Charlie el que
respondió:
—Nos quedamos los cuatro en La Madriguera. Allí hay sitio de sobra, ahora que
todos los demás viven aquí.
—Algunos podríais haberos quedado aquí —comentó Harry—. Hay más
habitaciones libres.
—Gracias, Harry, pero todos no cabemos y, ya que vinimos juntos, preferimos
seguir juntos. Bueno, ¿nos vamos?
—Sí, estoy cansadísimo por el viaje —dijo Traian, uno de los dos amigos de
Charlie—. Gracias por la fiesta y la cena, fue estupenda.
—Bueno, yo también me despido de vosotros —dijo entonces Gabrielle—. Dudo
que mañana vegamos, y luego ya me «igué» a «Fgancia». Ha sido un «placeg vegos»
a todos de nuevo. Cuidaos.
—Cuídate tú también —le dijo Harry, estrechándole la mano—. Y sigue entrenando
en quidditch. Si vienes alguna vez en verano, podrías tomarte la revancha.
—Lo estoy deseando —afirmó ella, con una sonrisa. Se despidió de los demás, y
Bill y Fleur y ella abandonaron la casa cinco minutos después, detrás de Charlie,
Krum, Traian y Markov.
—Percy, hijo, ¿no quieres quedarte aquí esta noche? —le preguntaba su madre,
con angustia en la voz.
—No, mamá —contestó Percy cansadamente; parecía enormemente afligido, y
Harry volvió a preguntarse cuánto le duraría a Percy la tristeza por la muerte de
Penélope—. Sería un lío, y tengo que hacer cosas en casa.
—Pero hijo, es Navidad...
—Déjalo, mamá. Mañana vendré a comer, te lo prometo. —Se despidió de los
demás con un vago «Feliz Navidad» y salió al frío aire de la noche.
—¿Qué vamos a hacer con él, Arthur? —preguntó la señora Weasley, muy
preocupada, mientras el resto de miembros de la Orden abandonaban la casa y los
chicos subían las escaleras para acostarse.
—No lo sé —respondió el señor Weasley, pensativo—. No lo sé...
A Harry la preocupación por Percy se le pasó en cuanto llegó a su cama. Se sentía
demasiado bien y contento por cómo había resultado el día como para preocuparse
por nada. La cena había sido amena y muy agradable; muy familiar, podría decirse, y
eso le había encantado. Ni siquiera le apetecía preguntarse en qué consistiría y qué se
hablaría en aquella misteriosa reunión llamada «El Consejo de la Orden»; lo único que
quería era dormir, y, por las pintas, Ron estaba igual que él, por lo que, tras meterse
en la cama y darse las buenas noches, antes de cinco minutos ya estaban durmiendo.
Sin embargo, pareciera que el destino se empeñara en arruinarle los pocos
momentos de felicidad o tranquilidad que tenían. La Navidad estaba resultando
demasiado maravillosa y agradable. El día de Navidad había sido fantástico, pero,
como comprobaron todos a la mañana siguiente, al llegar a la cocina para el
desayuno, los mortífagos también habían disfrutado de su propia diversión navideña.
A Harry le sorprendió enormemente el tenso silencio que se respiraba en la cocina
cuando entró. Lupin y el señor Weasley leían El Profeta callados, y sus caras
mostraban gran preocupación; los Granger, que estaban sentados a la mesa, aunque
sin comer, tampoco hablaban; y la señora Weasley hacía tostadas sin soltar ni una
palabra.
—¿Qué sucede? —preguntó Ron bostezando, mientras cogía un pastel de la
bandeja que había en la mesa y se sentaba—. Estáis todos muy serios.
Por toda respuesta, Lupin les acercó el periódico.
Harry leyó el titular:

SIETE MUGGLES TORTURADOS Y ASESINADOS EN


COVENTRY

Hermione profirió un quejido y se inclinó para leer mejor el artículo.

El Departamento de Seguridad Mágica ha declarado a primera hora de


esta mañana que siete muggles fueron asesinados por mortífagos la
pasada noche de Navidad.
El mundo mágico había vivido una relativa calma desde la
liberación de los mortífagos prisioneros, hace unas semanas. No
obstante, en opinión de algunos responsables del Departamento, los
mencionados mortífagos debían de necesitar cierta «diversión», y
eligieron la noche de Navidad para cometer el primer asesinato masivo
de muggles desde el retorno de El Que No Debe Ser Nombrado.
Aproximadamente a las once de la noche de ayer, el Departamento
recibió el aviso de que la Marca Tenebrosa había sido vista a las
afueras de Coventry, sobre una casa de muggles donde una familia,
los Dockfind, celebraba la cena de Navidad. El señor Harrison
Dockfind, sus padres, su esposa, un hermano de ésta y los dos hijos
del matrimonio fueron encontrados muertos y con señales de haber
sido torturados mediante la maldición cruciatus. El Ministro de Magia ya
se ha puesto en contacto con el Primer Ministro muggle, y en estos
momentos un grupo de desmemorizadores del Ministerio trabaja para
tapar los hechos. A los muggles se les hará creer que la muerte de los
siete miembros de la familia se debió a un escape de gas.
Aunque ningún miembro de este diario ha podido aún entrevistar al
Ministro de Magia, fuentes del Ministerio nos han dicho que su furia
ante este horrible y sin sentido acto era «inmensa y palpable» y que...

Harry no siguió leyendo. Aquello era demasiado horrible.


—Dios mío... —murmuraba Hermione, horrorizada—. ¿Por qué? ¿Por qué a esa
familia... y en el día de Navidad?
—¿Por qué, Hermione? —dijo el señor Weasley—. Ya os lo dije aquel día, tras los
Mundiales... Ésa es su idea de la diversión. Ninguno de los asesinatos de muggles, al
igual que la mitad de las muertes de magos que hubo la otra vez respondía a algún
objetivo concreto. Lo hacían por diversión, por ver el terror en el aire, en las caras de
sus víctimas... —Meneó la cabeza con energía—. No sé... Es demasiado difícil de
entender cómo alguien puede disfrutar con algo así.
—La verdad, a mí ya me tardaba que algo como esto sucediera —intervino Lupin
con voz baja y quizás demasiado calmada—. Deseaba no ver más este tipo de
noticias, asesinatos por el simple placer de matar, pero era obvio que, tarde o
temprano, volvería a comenzar.
Hermione, con los ojos vidriosos, corrió junto a sus padres y les abrazó.
—¡Oh, papá, mamá! Menos mal que estáis aquí, a salvo... —sollozó.
—Vamos..., vamos, cariño, no nos va a pasar nada —repuso el señor Granger,
con la voz un poco tomada—. Estaremos bien.
Ron aún sostenía el pastel que había cogido en la mano, y ni siquiera había
terminado de tragarse el trozo que se había llevado a la boca. Miraba a Hermione con
expresión triste; Ginny, por su parte, seguía mirando el artículo.
—¿Qué os apetece desayunar? —les preguntó entonces la señora Weasley,
rompiendo el tenso silencio que se había formado—. He hecho tostadas, pero si
alguien quiere huevos o beicon, puedo...
Harry se dejó caer en una silla. Se le había quitado todo el hambre que tenía.
Sentía como si toda la felicidad que había notado los días previos, especialmente el
día anterior, Navidad, se hubieran evaporado de pronto, y en su lugar sólo quedara
una extraña tristeza. Había visto muchas veces los efectos de la maldición cruciatus, y
también los del avada kedavra. Podía imaginarse a aquella familia, celebrando
tranquilamente su cena de Navidad, y ver sus rostros contorsionarse por el terror ante
la aparición de hombres encapuchados que se reían con voces frías; podía ver en las
caras de los muggles la misma expresión de terror que había visto en los Dursley el
día que Rodolphus Lestrange había aparecido en Privet Drive; podía imaginar el
desconcierto de aquella gente, siendo torturada por los mortífagos sin entender por
qué; podía verles, muertos de horror y dolor, al ver cómo asesinaban a sus seres
queridos ante sus propios ojos, sin poder hacer nada por evitarlo...
Todos los asesinatos que había habido desde el comienzo de la guerra habían
sido horribles, por supuesto, pero, al menos, para aquéllos había una razón: una
búsqueda de información, las víctimas eran miembros del Ministerio, estaban en el
bando opuesto a los mortífagos... Pero esto, matar por el simple placer de matar, era
algo que no podía entender ni concebir. Se preguntó quiénes habrían sido los autores
de aquello, y si se estarían riendo en esos momentos, mientras leían la noticia en El
Profeta. Deseó poder encontrarlos y hacérselo pagar, hacerles sentir mil veces el
dolor que debían de haber experimentado aquellos muggles antes de morir, pero no
podía hacer nada y lo sabía.
Suspiró, cogió una tostada y empezó a darle pequeños mordiscos, con desgana.
Mientras lo hacía, se preguntó por enésima vez cuándo terminaría todo aquello.
«Sólo acaba de empezar», dijo de pronto una voz en su cabeza, y sabía que tenía
razón; el propio Voldemort se lo había dicho: sólo acababa de empezar.
Ni Harry, ni Ron, ni Hermione ni Ginny hablaron mucho durante aquel día. Habían
tenido una semana muy alegre. Volver a la realidad de la guerra de una forma tan
violenta les había pillado con la guardia baja, y ahora parecían no saber cómo superar
aquel hecho. Ni siquiera Fred y George podían divertirles con sus bromas, porque
ambos, como miembros de la Orden, tenían que estar en el callejón Diagon, en su
tienda, vigilando por si sucedía algo.
Harry y Ron se pasaron el día jugando partidas de ajedrez. Era algo que les
distraía, y para lo cual no necesitaban hablar mucho. Ginny les observaba en silencio,
y Hermione estaba leyendo uno de los libros que sus padres le habían regalado el día
anterior.
—Mañana es esa famosa reunión de la Orden —comentó Ron, ya por la tarde,
tras terminar la sexta partida de ajedrez del día. Eran las primeras palabras que
alguno de ellos decía en cuarenta minutos, si se excluía «jaque» y «jaque mate.»
—Sí... —musitó Harry, y añadió—: Me encantaría saber de qué hablaron en el
último Consejo, después de la caída de Voldemort.
—Supongo que de ti, ¿no? —sugirió Ginny—. Y de lo que habría pasado con
Voldemort.
—Sí, supongo... —asintió Harry—. Pero ¿por qué harían venir desde tan lejos a
vuestro hermano, a sus amigos y a Krum? —se preguntó a continuación—. ¿Qué será
tan importante?
—No lo sé —contestó Ron—. Sé que una de las misiones de Charlie era captar
magos extranjeros para la Orden, pero nada más. ¿Tú sabes lo que hace Krum para
la Orden? —le preguntó a Hermione, que había dejado el libro a un lado y escuchaba
la conversación.
—No —negó ella—. Nunca lo menciona en sus cartas. Y, de todas formas, sólo
me había escrito tres. Ni siquiera sabía que iba a venir.
—Dumbledore convocó la reunión hace poco —razonó Harry—. Tuvo que ser el
día que su hermano fue al castillo, ¿no creéis? Por eso debió de ir...
—Fue el día que liberaron a los mortífagos —recordó Ron—. ¿Creéis que tiene
algo que ver?
—No lo creo —opinó Hermione, pensativa—. Ésta ya es la tercera vez que los
mortífagos son liberados de Azkaban y hasta ahora no se había celebrado esa
reunión.
—Bueno, sea lo que sea, mañana saldremos de dudas —sentenció Ginny.

El timbre de la puerta sonó de nuevo, y Harry, que en esos momentos bajaba por las
escaleras, la abrió, encontrándose con el director de Hogwarts.
—Buenas tardes, profesor Dumbledore —dijo Harry, apartándose para dejar paso.
Hacía media hora que habían terminado de comer y los miembros de la Orden del
Fénix habían empezado a llegar. Charlie, sus dos amigos y Krum habían comido allí;
Bill y Fleur habían llegado diez minutos antes, tras enviar a Gabrielle de vuelta a
Francia; y también estaban ya en la cocina Moody, Tonks, Mundungus, Emmeline
Vance, Hestia Jones y dos magos más a los que Harry no conocía.
—Buenas tardes, Harry, y feliz Navidad —respondió Dumbledore con voz seria y
cansada, entrando en el vestíbulo—. ¿Qué tal las vacaciones? —preguntó, mirándole
fijamente mientras se apartaba de la puerta para dejar paso a los que venían tras él.
—Bien... hasta ayer —contestó Harry, mientras veía entrar al profesor
Flammingan, a la profesora McGonagall, al profesor Snape, que miró a Harry con
cierta frialdad, a Hagrid, que le sonrió, y a Aberforth Dumbledore.
—¿Han llegado ya? —preguntó Dumbledore.
—Algunos —dijo Harry—. Están en la cocina.
Dumbledore asintió y se dirigió hacia allí, seguido por Flammingan, que le echó
una última mirada a Harry, por el otro Dumbledore, que miraba a un lado y al otro, y
finalmente por Snape y la profesora McGonagall.
—¿Cómo te va, Harry? —dijo Hagrid alegremente—. Te dije que nos veríamos
pronto.
Harry le sonrió.
—Sí, y me alegro de verte, Hagrid. ¿Cómo estás tú?
—Un poco nervioso... La reunión, ya sabes.
—Sí... Bajemos, aquí hace un poco de frío.
Harry oyó ruido en las escaleras y vio que era Kreacher, que bajaba. Miró a Hagrid
con sorpresa y Harry percibió que había estado a punto de soltar algo hiriente, pero
finalmente se contuvo.
—Kreacher, ¿te importaría quedarte en el vestíbulo y abrir si viene alguien? —le
preguntó—. Indícales el camino a la cocina, ¿de acuerdo?
—Sí, amo —asintió Kreacher con amabilidad, haciendo una reverencia.
—Y no hagas eso, no me gusta —le dijo Harry por último, antes de bajar seguido
por Hagrid.
En la cocina había mucho movimiento. El señor Weasley y Lupin le habían echado
un encantamiento aumentador, y ahora era al menos diez veces más grande.
También habían conjurado un montón de sillas para que todos pudieran sentarse, y
Harry se dio cuenta asimismo en que el tamaño de la mesa también había
aumentado. Sin embargo, ni así cabían todas las sillas. Harry se preguntó cuántos
miembros tendría la Orden del Fénix.
Unos minutos después, y mientras algunos charlaban y otros se iban sentando,
empezó a llegar más gente aún. A algunos Harry los conocía, como a Dedalus Diggle,
pero otros eran totalmente desconocidos para él. Se preguntó si cabrían todos en la
cocina. En tanto se colocaba, Harry observó a Aberforth Dumbledore, que estaba
apoyado contra una pared, sin hablar con nadie. Miraba a Mundungus, y éste evitaba
su mirada por todos los medios y se mantenía lejos de él. Harry recordó que
Mundungus tenía prohibido entrar en Cabeza de Puerco. Harry se acercó a él.
—Aún..., aún no le he dado las gracias por salvarme la vida el otro día —le dijo
Harry en voz baja para que no le oyera nadie—. Se lo agradezco.
—No importa —repuso Aberforth—. Es parte de la misión.
Harry se preguntó qué quería decir aquello cuando vio por el rabillo del ojo que
Dumbledore se sentaba en la cabecera de la mesa. En la cocina había unas cuarenta
y cinco personas, y no parecían esperar a nadie más. Se fijó en que habían colocado a
Hermione, a Ron y a Ginny en el extremo de la mesa opuesto al de Dumbledore, y que
tenía un sitio entre Ron y Ginny. Se sentó, y se hizo el silencio. Dumbledore se puso
en pie.
—Se abre, por primera vez desde hace dieciséis años, el Consejo de la Orden del
Fénix. La mayoría de vosotros no pertenecíais a ella entonces, así que ignoráis
completamente lo que se habló en aquella ocasión. Por eso, como primer punto, se
recordará lo que tratamos entonces.
»El Consejo se reunió una semana después de la caída de lord Voldemort, una
semana después de que él hubiera asesinado a James y Lily Potter, miembros de la
Orden, y hubiera intentado matar a Harry, su hijo, aquí presente.
Harry se sintió incómodo al notar que la mayoría de miradas se centraban en él.
—El motivo de aquella reunión, cuando el peligro principal había pasado —siguió
Dumbledore—, era hablar sobre lo que había sucedido y las determinaciones a tomar
en el futuro. Y os preguntaréis por qué, o qué había que decidir, si Voldemort había
caído. Bueno, como todos bien sabéis, lord Voldemort no murió cuando la maldición
asesina con la que intentó matar a Harry rebotó contra él. En lugar de eso, fue
arrancado de su cuerpo y reducido a algo menos que los propios fantasmas, aunque
vivo; su cuerpo, como Hagrid pudo constatar, fue destruido.
—Sólo quedaba su túnica, chamuscada, cuando llegué aquella noche a casa de
los Potter —añadió Hagrid.
—La pregunta a la que nos enfrentamos la mayoría de nosotros, lo que tuvimos
que resolver, era qué había pasado, y por qué Harry había sobrevivido a una maldición
que no se puede detener, desviar o interceptar. ¿Cómo, pues, había sucedido
aquello? Y la respuesta la intuí cuando observé el lugar donde Lily Potter había
muerto: delante de la cuna de su hijo, de espaldas a Voldemort. —En ese momento,
Harry pudo recordar perfectamente lo que había visto en la mente del tenebroso mago,
y sintió un escalofrío—. Al ver eso, todas las piezas encajaron: yo conocía a Lily, y no
había persona que albergara un mayor amor que ella; era, en todos los aspectos, lo
contrario a lord Voldemort... El amor es la magia más grande que existe; Lily no había
sido asesinada por Voldemort, sino que se había interpuesto ante la maldición para
salvar a su hijo. Este hecho, que en su arrogancia y desprecio por los sentimientos
Voldemort pasó por alto, fue lo que le salvó la vida a Harry: un sacrificio de amor, que
le proporcionó una protección imperecedera contra su enemigo, de tal forma que,
cuando éste le lanzó la maldición, rebotó y fue devuelta contra él mismo,
destrozándole y dejando, como única marca visible, la cicatriz que Harry tiene en su
frente.
»Aunque como marca física no significa prácticamente nada, esa cicatriz
representa realmente algo mucho más grande: la conexión que en ese mismo
momento quedó forjada entre Harry y Voldemort, una conexión basada en el hecho de
que una parte de la esencia y el poder de su enemigo fueron transferidas a Harry.
La mayoría de los miembros de la Orden no habían oído jamás aquellas cosas, y
miraban asombrados a Harry. Algunos cuchicheaban. Harry no dijo nada.
—Ahora bien, Voldemort había sido vencido —prosiguió Dumbledore, y las
miradas volvieron a centrarse en él—, sí, pero, en parte porque le conozco y sabía que
no había muerto, y en parte por otra razón que luego comentaremos, yo sabía que
Voldemort volvería, y que cuando lo hiciese intentaría terminar lo que aquella noche
había comenzado; asimismo, también estaba el hecho de que los mortífagos seguían
sueltos y estaban furiosos. Harry debía de ser protegido. Fue por eso por lo que le
envié a vivir con los Dursley, donde la sangre de la madre de Harry vivía aún en su
hermana, Petunia. Realicé un encantamiento y ella, acogiendo al niño, lo selló. Aquel
encantamiento, basado en la protección que Harry había recibido de su madre,
aseguraría que estaría a salvo tanto de lord Voldemort como de sus seguidores
mientras estuviese allí.
»Fuera de aquella casa, sin embargo, la cosa no era tan sencilla: Harry vendría a
Hogwarts un día, se haría mayor y abandonaría a sus tíos. Debía de ser protegido,
vigilado. La protección de su madre le defendería de Voldemort un tiempo, pero yo
sabía que tarde o temprano, él encontraría la forma de atravesarla. Así pues, en
aquella última reunión, los miembros de la Orden del Fénix convocados hicimos un
juramento: juramos que cuando Voldemort retornara protegeríamos a Harry, si era
necesario con nuestras propias vidas. Ninguno de vosotros, los que estabais allí
entonces, supisteis exactamente por qué os pedí eso; ni siquiera sabíais por qué
Voldemort había tratado de matarle. Todo el mundo supuso que la intención de
Voldemort era matar a Lily y a James, y que había tratado de eliminar a Harry sólo
para hacer un trabajo limpio. Yo jamás desmentí eso, jamás mencioné que, en
realidad, Voldemort a quien realmente buscaba era a Harry, y no a sus padres. Y no lo
hice porque quería que fuera un secreto durante el mayor tiempo posible, y que él
pudiera crecer como los demás chicos de su edad.
Dumbledore hizo una breve pausa, y Harry le miró fijamente, un tanto sorprendido.
¿La Orden del Fénix había jurado protegerle? ¿Era esa ahora mismo su principal
misión? Notó que varios de los presentes querían hacer preguntas, y fue Krum el que
les dio voz.
—¿«Porr» qué «querría matarr» a «Harrry»?
—Por una profecía —contestó Dumbledore—. Algunos ya sabéis de ella y
conocéis su contenido, otros no. Hace algo más de diecisiete años —comenzó a
explicar— escuché por casualidad una profecía en Cabeza de Puerco, el pub que mi
hermano Aberforth —le señaló con un movimiento de su mano— tiene en Hogsmeade.
En aquella profecía se decía que un niño, el único con poder para derrotar a lord
Voldemort, nacería a finales de julio. Ese niño tendría que enfrentarse tarde o
temprano a él, y uno de los dos, inevitablemente, debía de morir.
—Harry —dijo Bill.
—Sí. Voldemort había tratado de matarle porque había escuchado la mitad de la
profecía. El mortífago que la escuchó...
—Rabastan Lestrange —apuntó Aberforth Dumbledore, interviniendo por primera
vez.
—El mismo. Como decía —prosiguió Dumbledore—, Lestrange sólo escuchó la
mitad, y así Voldemort no supo que, si atacaba a Harry, corría el riesgo de marcarle y
transferirle poderes, tal como luego sucedió. En parte gracias a esa profecía, yo sabía
que él volvería, que no había podido morir, y que, cuando regresara, su primer objetivo
sería matar a Harry, por lo que me encargué de que estuviera seguro y de que la
Orden del Fénix, en atención a su juramento, lo protegiera llegado el momento.
»La primera vez que Harry se enfrentó a Voldemort, en su primer año en
Hogwarts, logró, gracias a la inestimable ayuda de sus mejores amigos, Ron Weasley
y Hermione Granger, aquí presentes, impedir que él se hiciera con la piedra filosofal,
con la que esperaba volver a sus antiguos poderes y alcanzar por fin la inmortalidad.
En aquella ocasión, la protección que Lily Potter dejó en su hijo le salvó la vida, tal y
como yo había esperado. Sin embargo, el poder de esa protección dejó de ser efectivo
mucho antes de lo que yo habría deseado, precisamente cuando más falta hacía: la
misma noche del retorno de Voldemort.
»Aquella noche, que algunos de vosotros recordaréis —y miró especialmente a
Fleur y a Krum—, Harry fue sacado del laberinto de la tercera prueba del Torneo de
los Tres Magos, y llevado al pueblo del padre de Voldemort. Allí, gracias a una
poderosa poción, uno de cuyos ingredientes era la sangre del propio Harry, Voldemort
recuperó su cuerpo, y, por el hecho de haber usado la sangre de Harry, la protección
que su madre le había dado a éste pasó también a lord Voldemort, con lo que Harry
volvió a quedar indefenso. Y no sólo eso: Voldemort fue más allá, al continuar con sus
experimentos, y, de una forma retorcida, logró aumentar su propio poder gracias a esa
protección, siendo prácticamente imposible para cualquier mago lograr tocarle con un
hechizo.
—¿Quiere decir que es invulnerable? —preguntó Traian, uno de los amigos de
Charlie, muy sorprendido—. ¿Cómo vamos a...?
—No, no es invulnerable —lo contradijo Dumbledore.
—Pero si acaba de decir... —insistió Traian.
—Mis hechizos sí pueden tocarle —explicó Harry, hablando por primera vez en la
reunión.
—Efectivamente —continuó Dumbledore—, la protección que Voldemort usa,
pervirtiéndola con las Artes Oscuras, es la de Harry. Harry puede tocarle, y su magia le
afecta igual que antes. Y gracias a la misteriosa y extraordinaria magia de los vínculos
mágicos, también los hechizos de Ron y Hermione le hacen efecto.
—Esto viene a significar que sólo ellos tres pueden enfrentarse a él —resumió
Dedalus Diggle—. Que sólo ellos pueden derrotarle.
—Sólo Harry puede derrotarle —matizó Dumbledore—. Ningún hechizo ni
maldición conocidos puede acabar con la vida de lord Voldemort en este momento.
Nadie de los presentes había oído antes aquello, o eso dedujo Harry, porque de
pronto todos parecieron sumamente sorprendidos... y asustados.
—¿Ninguno? —exclamó, aterrorizada, Tonks—. Pero... ¿cómo entonces podemos
vencerle? ¿Nos estás diciendo, Dumbledore, que es inmortal?
—No, no lo es todavía —aclaró Flammingan—. No hasta que no mate a Harry.
Necesita su esencia, toda su esencia, para seguir con sus proyectos. Sin ella, su
capacidad para sobrevivir en un cuerpo, aún el suyo propio, se desvanece. Voldemort
destruyó su humanidad, que nos hace mortales, y por eso sobrevivió a la maldición.
Pero la humanidad y los sentimientos de Harry le hacen más daño cada vez debido a
la intensificación de su conexión. Eso le debilita, y, tarde o temprano, perderá de
nuevo su cuerpo. No morirá, por supuesto, pero se vería convertido de nuevo en lo
que fue durante trece años, una mera sombra oscura. Para recuperar esa esencia,
tiene que matar a Harry. No existe otro modo.
—Pero, ¿entonces...? —dijo, sin comprender, Lupin.
—Voldemort se maldijo a sí mismo para conseguir lo que consiguió —explicó
Flammingan—: contaminó su esencia mágica, librándose de su humanidad, de sus
sentimientos, a cambio de poder y de evitar la muerte. Un ser como él no puede morir
de forma natural, pues al perder su cuerpo se convierte en una especie de fantasma.
Sin embargo, a diferencia de éstos, conserva la Vida, la capacidad de regenerar su
cuerpo o de poseer otros... Podemos destruir su cuerpo, pero no matarle.
—Sólo Harry, gracias a la conexión que tiene con Voldemort, puede lograrlo, si
prestamos atención a la profecía, aunque el cómo sea aún un misterio para nosotros
—agregó Dumbledore—. La única forma de acabar con él es destruir la maldición que
le ata a la vida.
—¿Y cómo se supone que va a conseguir Harry eso? —preguntó la señora
Weasley, que parecía haberse puesto un tanto histérica con las últimas revelaciones
—. ¿Cómo va él a hacer algo así? —añadió, con lágrimas en los ojos.
—Como ya dije, no lo sabemos —respondió Dumbledore—. Como sabéis, contraté
como profesor de Teoría de la Magia a Claius, que trabajó durante muchos años en el
Departamento de Misterios. Él es un experto en magia antigua y esos temas, y era el
candidato ideal para mostrarle a Harry cómo usar el poder de su esencia mágica.
Aunque el medio por el que finalmente logre vencer a Voldemort creo que tendrá que
averiguarlo por sí mismo. —La señora Weasley profirió un quejido y se llevó la mano a
la boca. Su esposo le pasó un brazo por los hombros y la atrajo contra sí para
calmarla—. Él es quien posee la conexión y la entrada a la mente y al alma de
Voldemort. Es quien mejor puede conocerle, y, por tanto, el único que, llegado el
momento, sabrá lo que debe hacer.
A Harry no se le escapó que casi todos le miraban como si ya estuviese muerto o
moribundo, pero él no cambió su expresión, ni tampoco lo hicieron Ron y Hermione;
los tres sabían ya todo aquello. Lo único que Harry se preguntaba era adónde quería
llegar Dumbledore.
—¡Pero no podemos dejarle solo ante todo esto! —intervino la profesora
McGonagall—. Albus, todo lo que podamos enseñarle en Hogwarts no será suficiente.
—Él no estará solo —repuso Dumbledore—. Ron y Hermione estarán con él hasta
el momento cumbre, el final. Más allá de eso no sabemos nada.
—El final... —murmuró Fleur—. ¿Cuándo «segá» eso? Las cosas no hacen más
que «empeogag».
—Según la profecía, pronto —contestó Dumbledore—. El momento se está
acercando, y es hora para todos de tomar nuestro lugar y de estar preparados para
cuando llegue ese momento. Sólo sabemos que, llegada la hora, Harry deberá estar
con Ron y Hermione, y que, en ese momento, el poder que Voldemort no conoce le
rodeará. Siendo así, y antes de pasar a otras cuestiones, haremos aquello para lo que
os he convocado. No obligo a nadie, por supuesto, a hacerlo. A los únicos que se
puede obligar, ya están obligados... —Se calló y miró un momento, fijamente, a Harry
—. Harry, levántate, por favor.
Harry lo hizo, devolviéndole a Dumbledore la misma mirada, preguntándose qué
pasaría a continuación.
—Harry, hace dos años puse sobre ti una carga, una carga que, aunque debería
habértela confiado antes, aún hoy lamento haber colocado sobre ti. Sé que aún no me
perdonas que te lo ocultara hasta aquel momento, y tampoco otras cosas que han
pasado después; desearía que las cosas hubiesen sido de otro modo, pero nada de
eso puede cambiarse y, quizás, al final sea mejor así.
»Harry, desde niño cargaste un peso y una responsabilidad enorme sobre ti,
mucho mayor de la que deberías haber cargado. Me he sentido muy orgulloso de ti
durante estos años, y me sigo sintiendo orgulloso. Ahora, para bien o para mal, ya no
eres un niño. Ahora eres un hombre. Y, como tal, he de pedirte, aunque no tengas
elección, que aceptes el papel que el destino te ha designado. Lo que hiciste durante
el ataque al expreso de Hogwarts me convenció definitivamente de que no había que
retrasar más el momento. Sé que estás preparado. —Dumbledore hizo una pausa y
luego continuó, con la voz más firme que antes—: Harry, he de pedirte que, aunque
siempre has sido un miembro de honor, ingreses hoy en la Orden del Fénix como su
capitán, como la persona que debe poner el fin a esto. ¿Aceptas hacerlo? ¿Aceptas
ingresar y prepararte para, llegado el momento, enfrentarte a lord Voldemort?
Harry sintió que su cuerpo temblaba. Las palabras de Dumbledore le habían
impresionado, y le habían hecho sentirse orgulloso, pero... al mismo tiempo también
se había sentido mal. Se había sentido mal porque comprendió, o eso le pareció, que
Dumbledore le había preparado todos esos años para el momento que estaba viviendo
ahora: para entrar en la Orden y enfrentarse a Voldemort. Se preguntó si por eso le
había dejado enfrentarse a Quirrell en primero, o si era esa la razón por la que les
había dado aquel críptico mensaje a Ron y a él la noche en que habían arrestado a
Hagrid, en segundo curso. Se sintió un poco decepcionado, pero no permitió que su
rostro lo mostrara. ¿Acaso una parte de él no había deseado eso, entrar en la Orden?
¿No era eso lo que había pedido el día que había sabido de su existencia? Sí, él había
querido aquello. No era por eso por lo que estaba decepcionado. No, si se sentía
decepcionado era porque había entendido, y esperado, que Dumbledore se había
preocupado por él durante todos esos años como si fuera... una especie de hijo para
él, o un nieto... Y resultaba que sólo le había importado como soldado.
«Como futuro capitán», pensó.
Pero no era tiempo ni momento de preocuparse por aquello. No, no necesitaba a
Dumbledore como parte de su familia, porque ya tenía a su familia: había cenado con
ellos la noche anterior. En lugar de eso observó a todos los miembros de la Orden del
Fénix, que le miraban atentamente. Observó a la señora Weasley, cuyas lágrimas
corrían por su mejilla, mientras le miraba, expectante; observó a Hagrid, cuyos ojos
mostraban orgullo, pero también preocupación, y vio en ellos que su amigo sabía que
el niño que una vez había rescatado de sus malvados parientes no era más un niño;
observó a Lupin, el último amigo de sus padres, y vio en su rostro preocupación, pero
también determinación; observó finalmente a Snape, aquel que tantas veces le había
hecho la vida imposible en Hogwarts; observó a la profesora McGonagall, la jefa de su
casa, Gryffindor, la casa de los valientes, y también ella le miraba con orgullo.
Entonces Harry recordó lo que ella le había dicho hacía no mucho tiempo: le había
preguntado si era un hombre y un luchador, o se había equivocado al pensar eso.
Harry le había respondido que no, que no se había equivocado.
«Pues bien, es hora de demostrarlo,» se dijo. Volvió a mirar a Dumbledore.
—Siempre he estado preparado —afirmó—. Acepto. Lo acepto todo —añadió, y
supo, en ese mismo instante, que su vida estaba cambiando, cambiando a algo que no
sabía lo que era. El peso de toda su responsabilidad cayó sobre él, y se dispuso a
volver a sentarse.
—No esperaba menos de ti —dijo Dumbledore. Y, aunque había orgullo en su voz,
ésta estaba cargada de tristeza—. Ahora debo pediros a vosotros, Ronald Weasley y
Hermione Granger, que os pongáis en pie.
Ron y Hermione se miraron un instante y luego, nerviosos, se levantaron y miraron
al director. La señora Weasley soltó un nuevo sollozo en el que a Harry le pareció
entender un «¡No!». Ron miró a su madre un instante, pero cuando volvió la vista
hacia Dumbledore de nuevo, su expresión mostraba determinación.
—Ron y Hermione, vosotros dos sois los mejores amigos de Harry en este mundo
—les dijo Dumbledore—. Desde que erais tan sólo unos chiquillos, habéis estado con
él, luchado con él, y dispuestos incluso a morir por él. Tampoco lo que voy a pediros
es fácil, y, aunque os sería difícil evitarlo, sois libres para negaros.
»Ronald Weasley y Hermione Granger, os pido que entréis hoy en la Orden del
Fénix, como apoyo incondicional de Harry, y que permanezcáis con él, a su lado,
hasta el final. ¿Aceptáis hacerlo?
—No es necesario que nos lo pida —respondió Ron, al tiempo que cogía la mano
derecha de Hermione; ella asintió—. Siempre lo hemos hecho y siempre lo haremos.
—Como usted ha dicho, Harry es nuestro mejor amigo. Siempre estaremos con él,
siempre, aunque..., aunque eso nos cueste la vida —añadió Hermione.
Aunque ya había oído aquello más veces, Harry sintió que una calidez sin
precedentes lo embargaba. Miró a sus dos amigos, y éstos le devolvieron la mirada.
Estiró su mano hacia las de ellos, y los tres se agarraron. Las palabras sobraban.
Para la señora Weasley, aquello fue demasiado. Se levantó, sin poder evitarlo, con
las lágrimas cayéndole, y, disculpándose con frases entrecortadas, salió de la cocina
casi corriendo. El señor Weasley se levantó, inseguro, y miró a la puerta y luego a
Dumbledore.
—Ve con ella, Arthur —le dijo Dumbledore—. Esto es muy duro. Ve con ella.
El señor Weasley asintió, y se dirigió a la puerta.
—Papá... —murmuró Ron.
—Yo me ocupo, hijo. Quédate aquí.
Dumbledore exhaló un suspiro, y pareció buscar nuevas fuerzas para continuar.
—Sabía que podía contar con vosotros —dijo, mirando de nuevo a Ron y
Hermione—. Y supongo también que puedo contar contigo, ¿no, Ginny?
Ginny se levantó.
—Por supuesto. Harry me ha salvado la vida un montón de veces. Yo no estaría
aquí de no ser por él, o por Ron y Hermione. Haré lo que pueda.
Dumbledore asintió.
—Podéis sentaros los cuatro. —Cogió aire de nuevo, y se dirigió a todos los
demás—. A todos vosotros, que lucháis cada día contra Voldemort y sus mortífagos,
he de pediros un juramento. Como habéis oído hoy, nada podemos hacer para detener
a Voldemort por nosotros. Lo único que podemos esperar es que Harry sea capaz de ir
más allá de lo que jamás hemos imaginado y pueda derrotarle. Por tanto, os pido
ahora que juréis proteger por todos los medios posibles a Harry, y también a Ron y a
Hermione, de Voldemort; hasta que esté preparado para enfrentarse a su destino. Os
pido, también, que juréis ofrecerle toda la ayuda posible para que pueda hacerlo. ¿Lo
juráis? —preguntó Dumbledore, extendiendo la mano hacia el centro de la mesa, con
los dedos estirados y la palma hacia abajo.
Todos los miembros de la Orden, sin excepción, hicieron lo mismo. Harry,
sorprendido por aquello, miró a Snape a los ojos. Él le devolvió la mirada, y se la
sostuvo mientras decía, como todos los demás, «lo juro.»
—Está hecho —dijo Dumbledore—. Ahora pasaremos a ocuparnos de algunos
otros temas. Vosotros —añadió, dirigiéndose a Harry, Ron, Hermione y Ginny—
podéis iros ya. Creo que os hará bien estar un rato a solas.
Harry no protestó. En realidad, aquello era justamente lo que quería: estar a solas
un momento y pensar.
Los cuatro se levantaron y salieron de la cocina, sin decir nada, y sin decirse nada
subieron al vestíbulo.
—Voy al baño —anunció Ginny entonces, y se dirigió a una de las puertas del
fondo del vestíbulo. ¿Dónde vais a estar?
—En el salón —contestó Harry.
Ron y Hermione y él subieron las escaleras, e iban a entrar en el salón cuando
oyeron, procedentes de su interior, los sollozos de la señora Weasley. Los tres se
detuvieron al instante.
—P-pero Arthur... Es que..., ¡es que son tan jóvenes! ¿Cómo podemos cargarlos
con eso, Arthur?
—Molly —repuso el señor Weasley, con voz calmada—. Nosotros no les hemos
impuesto nada... Harry no puede evitarlo, y sabes bien que Ron y Hermione jamás le
dejarán solo, y, como hijo mío, no esperaba menos.
—P-pero es q-que ellos... ¡No quiero que le pase nada a Ron! Ni tampoco a
Hermione, ni a Harry, Arthur, para mí, s-son como mis hijos también...
—Molly.... Escúchame, Molly. Tampoco yo quiero que les pase nada, por
supuesto, pero, en estos momentos, la emoción que me llena no es miedo, sino
orgullo. Orgullo, Molly. Tenemos siete hijos maravillosos. Siempre nos hemos sentido
orgullosos de ellos: de los logros académicos de Bill y Percy, de la habilidad deportiva
de Charlie, de Ginny e incluso del talento, aunque no siempre bien aprovechado, de
Fred y George... Pero, Molly, dime acaso que hace unos minutos, cuando has oído a
Ron jurar que ayudará por todos los medios a Harry, su mejor amigo, y que incluso
moriría por él, no te has sentido más orgullosa que nunca. No creo que puedas, Molly,
porque yo me siento muy orgulloso de que ése fuera mi hijo, y de que una chica como
Hermione sea la novia de mi hijo, y también de que Harry Potter sea su mejor amigo.
Harry y Hermione miraron a Ron. Éste se había ruborizado, y una ligera sonrisa
asomaba a su cara debido a lo que había dicho su padre. Harry casi pudo oír las
palabras de su amigo cuando se habían conocido, en el primer viaje en tren, donde
mostraba su tristeza debido a su creencia de que nunca podría hacer nada que
superara lo que sus hermanos habían hecho ya.
—P-Por supuesto que me siento orgullosa, Arthur, p-pero es que..., si les pasara
algo...
—Saben cuidarse perfectamente, ya viste lo que hicieron el año pasado. Ya no son
unos niños, Molly. Sabrán estar a la altura de las circunstancias. Realmente, creo que
estarán más a la altura que cualquiera de nosotros.
Ron hizo ademán de abrir la puerta y entrar, pero Harry le cogió el brazo,
impidiéndoselo. Ron le miró, sorprendido, y su amigo meneó la cabeza negativamente.
—Es mejor que no. Vayamos a nuestra habitación.
Ron asintió lentamente. Hermione le dio un abrazo, y luego se cogió a él y a Harry,
y los tres subieron, sin hacer ruido, a la habitación de los dos chicos.
27

El Secreto de Percy

Harry, Ron y Hermione no supieron cuándo terminó la reunión de la Orden aquella


tarde. Estuvieron juntos, sentados en el suelo de la habitación, apoyados contra una
de las paredes. A veces hablaban, otras simplemente se quedaban en silencio,
aunque aquellos momentos de silencio no eran en absoluto incómodos. Lo mucho que
habían pasado y se conocían entre ellos (y quizás algo más, como aquella conexión
mágica que compartían) hacía que las palabras fueran innecesarias; la mutua
compañía era más que suficiente.
Ginny se había reunido con ellos minutos después de que hubieran entrado allí,
pero, pasada una hora, había salido, quizás entendiendo que ellos tres necesitaban
tiempo para estar solos.
La tarde transcurrió mientras los tres permanecían allí sentados. Al caer la noche y
ser la luz de la ventana insuficiente para ver, Harry encendió las velas de la habitación
murmurando «¡Lumos!», sin usar siquiera la varita para ello.
Un poco antes de la hora de la cena, la señora Weasley llamó a la puerta y entró.
Su cara mostraba una sonrisa, aunque Harry supo con total seguridad que era un
forzada, y que las palabras del señor Weasley no habían bastado para calmarla. Ron
se levantó inmediatamente, y Harry y Hermione le imitaron.
—¿Mamá? ¿Qué pasa?
—Es..., es hora de la cena, hijo. Deberíais bajar.
—Mamá, ¿te encuentras bien? —le preguntó Ron, acercándose a ella.
—Sí, hijo, sí. Me encuentro bien. Simplemente..., simplemente es que esto es algo
que me sobrepasa. Ya eres un hombre, y no serás más mi pequeño Ronnie... —le dijo,
acariciándole la mejilla con ternura.
—Vamos, mamá... —dijo Ron, mientras las orejas le enrojecían—. Sabes que
nunca me ha gustado que me llamaras así.
—Hijo, quiero que sepas que tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti. De los
tres, en realidad. Muy orgullosos.
—Lo sé, mamá —contestó Ron—. Lo sé.
La señora Weasley se limpió las lágrimas que asomaban a sus ojos.
—Vamos, venga, la cena ya está lista. —Miró a Harry—. ¿Te encuentras bien,
querido? —le preguntó. Harry asintió.
—No se preocupe por mí.
—¿Y tú, hija?
—Bien, señora Weasley —respondió Hermione—. No tiene de qué preocuparse,
de verdad.
—Tienes razón, soy una tonta por inquietarme tanto... Ya habéis salido de
dificultades en otras ocasiones. —Se esforzó por sonreír—. Vamos —añadió, dándole
a Harry una palmada en la espalda—, nuestro capitán tiene que comer.
Harry, Ron y Hermione forzaron una sonrisa y salieron de la habitación, pero Harry
vio de soslayo cómo la señora Weasley se limpiaba un última lágrima antes de
seguirlos, y se preguntó con tristeza cuándo dejaría de sufrir por todos ellos.
La cocina ya había sido devuelta a su tamaño natural, y prácticamente todos los
miembros de la Orden se habían ido. Sólo quedaban Tonks, Mundungus y Moody,
aparte de Lupin, los Granger y los Weasley. Fleur, Krum y los dos amigos de Charlie
también estaban. Todos, excepto la señora Granger, que estaba atendiendo la cena
con ayuda de Ginny, y Lupin y el señor Granger, que ponían la mesa, estaban ya
sentados.
Todos miraron a los tres amigos cuando entraron en la cocina y ocuparon sus
asientos. Por una vez, ni siquiera Fred y George hacían bromas. Todas las
conversaciones cesaron, y pasaron varios minutos antes de que Harry, incómodo,
dijera:
—No nos hemos muerto. Nosotros ya sabíamos todo lo que se ha dicho aquí hoy.
—Lo «afrrontas» muy bien —le dijo Krum con admiración—. Yo «estarría»
temblando si «fuerra» tú.
—¿Crees que no estoy asustado? —replicó Harry mientras se servía pastel de
carne—. Pues te equivocas, porque sí lo estoy. Me he enfrentado a él, sé lo que es, y
por eso tengo miedo.
—Lo disimulas bien —intervino Tonks—. Pareces muy tranquilo.
—No soy capaz de imaginarme luchando a muerte con Voldemort, aunque la
última vez que me enfrenté a él creí que era ya el momento decisivo. De nada vale
preocuparse. La verdad, es todo más sencillo una vez estás frente a él, porque
entonces no hay tiempo de tener miedo. Sólo queda luchar o morir.
—Por favor, ¿podemos cambiar de tema? —pidió la señora Weasley, a la que le
temblaba el pulso mientras su mano derecha sujetaba el tenedor.
—Es una pena que Hagrid se haya ido —comentó entonces Ron—. ¿Por qué no
se quedó a cenar?
—Se lo ofrecimos, pero tenía cosas que hacer —contestó el señor Weasley—.
Pero nos pidió que os diésemos recuerdos y os deseáramos feliz año nuevo.
—¿Qué es lo que tenía que hacer? ¿Algo para la Orden? —inquirió Ginny.
—No; quehaceres de Hogwarts, seguramente.
Cuando la cena terminó y todos estaban ya un poco más relajados, Charlie
mencionó que pronto tendrían que retirarse para prepararlo todo para la partida del día
siguiente, y Ginny le miró, atónita.
—¡¿Qué?! —exclamó—. ¡Creía que te quedabas durante toda la Navidad!
—Ése era el plan, pero ahora han cambiado las cosas —replicó Charlie—.
Tenemos mucho trabajo que hacer.
—¿Tú también te vas con ellos? —le preguntó Hermione a Krum. Éste asintió.
—Sí. He de «hacerr» muchas cosas antes de «volverr» al colegio. Quién
«Vosotrros» Sabéis está buscando «seguidorres» en «Eurropa» del este y en el
«norrte.» Tenemos que «evitarr» que «forrme» un «ejérrcito» con el que «podrría
hacerr» que la situación aquí «empeorrase» aún más.
—¿Vais a enfrentaros vosotros solos a todos esos posibles mortífagos? —saltó
Hermione, alarmada—. ¡Es una locura!
Krum se encogió de hombros.
—Hicimos un «jurramento».
—Y no estamos solos —agregó Charlie—. Hay más gente con nosotros, y también
aurores de los Ministerios de Magia de los respectivos países.
—¿Cuándo vas a volver? —le preguntó Ginny a su hermano.
—No lo sé, Ginny. Si puedo, en verano.
—¿En verano? ¡Falta mucho para eso!
—Tú vas a estar en el colegio mientras tanto —repuso Charlie—. No ibas a poder
verme aunque estuviera aquí. Venga, no te preocupes, sé cuidarme solo.
—Los mortífagos no son peores que algunos dragones con los que hemos tenido
que tratar, te lo aseguro —comentó Markov, con cierto tono bromista—. Al menos ellos
no echan fuego por la boca, y si te pisan, no te aplastan un pie...
La señora Weasley puso el café sobre la mesa, y, tras tomarlo, Charlie, Markov,
Traian y Krum se dispusieron a marcharse.
—«Herrmione», ¿puedo «hablarr» contigo un momento?
—Sí, por supuesto —respondió Hermione, y ella y Krum entraron en el salón
contiguo.
—Cuídate mucho, hijo. ¿Lo harás? —le preguntó la señora Weasley a Charlie con
lágrimas en los ojos, mientras le abrazaba con fuerza.
—Claro que sí, mamá. Siempre lo hago.
Mientras los demás se despedían también de Charlie, la señora Weasley les dio un
abrazo, para sorpresa de éstos, a Traian y a Markov.
Un momento después, Hermione y Krum volvieron a entrar en la cocina. Hermione
parecía contenta, y Harry supuso que Krum le había dicho lo que le había dicho a él el
día anterior, cuando habían subido al desván.
Antes de que se marcharan, el búlgaro les dio a Ron y a Harry unas palmadas en
la espalda.
—Cuidaos mucho, y cuidad de «Herrmione», ¿de «acuerrdo»?
—Siempre lo hacemos —respondió Ron—. Cuídate también tú.
—Suerte, Víktor.
Éste asintió, y un instante después los cuatro desaparecieron, rumbo a La
Madriguera.

Los restantes días de Navidad transcurrieron lentamente, como en una espera


agónica. Cada día, Harry miraba El Profeta, esperando y temiendo al mismo tiempo
algún nuevo ataque por parte de los mortífagos o de Voldemort. Sin embargo, no
sucedió nada más, o, al menos, los periódicos no informaron de ello.
La señora Weasley intentaba mostrarse fuerte, tranquila y segura, pero era algo en
lo que fracasaba estrepitosamente. A Harry se le partía el corazón cada vez que la
veía, pues, cuando creía que nadie la estaba mirando, su cara se ensombrecía y sus
ojos dejaban de mostrar cualquier emoción excepto una infinita tristeza.
Tampoco para los Granger resultaba fácil la situación. Ellos no habían estado
presentes en la reunión del Consejo de la Orden, pero estaban al tanto de lo que
Harry, Ron y Hermione habían hecho, y no podían disimular su preocupación. La
señora Granger incluso le había preguntado a Hermione si estaba segura de lo que
hacía, de su decisión de luchar hasta el final en la guerra. Ellos, aunque asustados,
jamás habían cuestionado a su hija en aquel aspecto, pues eran conscientes del
peligro que corría ella por ser lo que era, luchara o no luchara. El que lo hicieran ahora
demostraba claramente lo preocupados y asustados que estaban. A Hermione aquella
pregunta no le había gustado nada, y, aunque se había mostrado comprensiva con la
inquietud de sus padres, su determinación no había disminuido un ápice.
La cena que se celebró en Grimmauld Place la noche de fin de año no pudo ser
más distinta de la de Navidad. Harry sentía como si la Navidad, tal como había sido
hasta el día 26, cuando habían conocido la noticia del asesinato de aquella familia
muggle, perteneciera a otro mundo, a otro tiempo. Ni siquiera los adornos que
colgaban aún por todo la casa parecían significar nada para nadie. Ni Fred y George
parecían tener ánimos para hacer bromas, y, por otro lado, tenían que pasarse la
mayor parte del tiempo en el callejón Diagon.
Debido a su nueva condición como miembros de la Orden del Fénix, Harry, Ron y
Hermione era ahora permanentemente informados de lo que hacían todos, así como
de los movimientos de Voldemort y los mortífagos, que, desde la liberación de los
últimos presos, parecían haberse incrementado mucho. Aunque no había habido
asesinatos, si había habido algún que otro enfrentamiento entre mortífagos y aurores o
miembros de la Orden del Fénix. Cuando algún miembro llegaba al cuartel general, lo
que menos tenía era ganas de fiesta.
Así, la noche de fin de año fue bastante apagada, y resultó ser más bien una farsa
para demostrarse unos a otros que todo iba bien que una fiesta real. Ni siquiera Ron y
Hermione compartieron un beso de buena suerte para el año nuevo. Fue una velada
triste.
Cuando Harry se acostó se sentía enormemente deprimido. No por el hecho de lo
que tendría que afrontar, que era algo que ya sabía. Era por ver a los demás, a su
familia, que a duras penas eran capaces de soportarlo; era por sentir que, de alguna
manera, estaba arrastrando con él a Ron y a Hermione; era por el sufrimiento de la
señora Weasley; era por la manera en que Dumbledore le había visto todos esos
años; era por todas las personas inocentes que seguramente aún tendrían que morir...
Era un hombre. Un soldado. El capitán de la Orden del Fénix. Era quién se había
enfrentado a Voldemort en cinco ocasiones, contando el recuerdo de Ryddle. En todas
aquellas veces él había sobrevivido, y en la última incluso le había hecho huir. Era
también quién había visto morir a un chico inocente, a su padrino y a una gran amiga.
Y había soportado todo eso, y esas vivencias le habían cambiado, le habían hecho
crecer. Ahora era un hombre, pero, aquella noche, en la oscuridad de su habitación,
dejó que las lágrimas corrieran por su mejilla.
Se durmió, triste, y en sus sueños caminó por un largo pasillo oscuro. No sabía
dónde estaba, lo único que sentía era un peligro que le acechaba, que le perseguía.
No sabía exactamente qué era, pero aquella sensación, aquel miedo, le resultaba
conocido. Era incapaz de ver el final del túnel, en ninguna de las dos direcciones.
Tampoco podía ver a nadie, sin embargo, se sentía observado, perseguido...
Potter...
Se detuvo de pronto, mirando a su alrededor. ¿Había oído a alguien llamándole?
¿O había sentido aquello en su cabeza? No estaba seguro. Siguió caminando,
acelerando el paso, queriendo encontrar el final de aquel túnel, el final del camino.
El final del camino, Potter, soy yo.
—¿Voldemort? —preguntó Harry, deteniéndose de nuevo. Entonces le pareció que
había sonado demasiado débil y añadió, con fuerza—: ¿Eres tú? ¡Sal y da la cara!
¿Tienes miedo?
¿Quieres ver lo que hay al final del camino, Potter?
Harry no respondió, y reemprendió la marca, acelerando el paso.
Esto es lo que hay al final del camino, Potter...
De pronto, Harry vio que, ante él, el pasillo terminaba y daba al exterior.
Ralentizando su avance, se asomó con cautela y vio, en medio de la hierba, una
tumba, y ante ella, una lápida con una inscripción.

HARRY JAMES POTTER

Contuvo la respiración y retrocedió un paso, mientras una risa atronadora invadía


su cabeza. Sin embargo, no se dejó amilanar. No era la primera vez que veía una
tumba con su nombre. En una ocasión, un año antes, había tenido un sueño en que
veía algo parecido...
¿Vuelves atrás, Potter? ¿Quieres ver lo que hay al principio del camino?
Harry miró en la otra dirección, y percibió que el hasta hace un instante larguísimo
pasillo no tenía más que unos metros de longitud. Al otro lado había un descampado
similar, y al mirarlo, Harry reconoció el cementerio de los Potter en el Valle de Godric,
con las lápidas de sus padres delante.
¿Qué prefieres, Harry? ¿El final, o el principio? Elige, Harry... Elige.
Harry cerró los ojos y meneó la cabeza. Quería gritar, quería gritar a más no poder.
Quería salir de allí, pero ninguno de los dos caminos le valía.
Entonces abrió los ojos, y vio que, justo en el centro del pasillo, había aparecido
una puerta que él no había visto antes. Una puerta que le recordaba a algo, aunque no
sabía a qué.
En un acto instintivo, Harry extendió su mano hacia el pomo de aquella puerta,
convencido de que cualquier otro camino sería preferible a los que Voldemort le
ofrecía.
¿Adónde vas, Potter? No hay otro camino. No puedes cambiar el principio de esta
historia, y tampoco su final.
—Quizás no —respondió Harry—, pero no te lo voy a poner fácil.
Agarró el pomo con determinación y abrió la puerta.
Al instante, todo cambió, y se encontró dentro de la habitación redonda y oscura
de la luz pulsante. Nada más entrar, notó que la presencia de Voldemort, que aquella
sensación de ser vigilado y perseguido había desaparecido. Lo único que percibía
ahora era una sensación de calma y calidez, de estar arropado, protegido y seguro.
Hacía ya meses que no visitaba aquel lugar en sus sueños, y se dio cuenta de que
no había pensado en él, o, al menos, no como lo hacía antes. Se acercó lentamente al
punto de luz roja, y sintió como una repentina imagen ocupaba toda su mente: la
imagen de la cena de Navidad. Entonces supo por qué no había pensado en esa sala,
ni la había echado de menos: porque en los sueños con sus padres y en los primeros
días de Navidad se había sentido tan bien como en ella, sin necesidad de estar en
ella; había notado la misma sensación que ahora percibía: una sensación de
comodidad, de alegría, incluso de felicidad. Miró atentamente la luz pulsante, y,
entonces, el haberse sentido deprimido, el haberse sentido triste, le pareció algo
estúpido. ¿Cómo podía haberse sentido así teniendo la familia que tenía? No era
capaz de explicárselo ni de entenderlo.
Notó que la luz roja aumentaba de intensidad y que una especie de viento cálido
recorría la sala, y oyó, o le pareció oír, una voz, una voz susurrante que habría jurado
que era la de Sirius.
Harry... Tienes que venir aquí, Harry...
Harry iba a preguntar dónde era «aquí» y quién le hablaba, pero oyó un fuerte
ruido y el sueño se esfumó, al tiempo que él se despertaba, un tanto sobresaltado.
Miró hacia un lado y le pareció ver movimiento en el suelo y sentir gemidos de dolor
contenidos.
—¿Ron?
—Harry, enciende la luz, por favor...
Harry chascó los dedos, haciendo que los candelabros de la habitación se
iluminasen, y vio a Ron, tendido en el suelo, envuelto en sus mantas, y con una mano
en la cabeza. Su expresión era de dolor.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntó a su amigo, mientras éste se incorporaba—.
¿Te has caído de la cama?
—Tenía una pesadilla —se explicó él, y en su tono de voz se percibía una cierta
vergüenza.
—¿Una pesadilla? ¿Era muy mala?
—Horrible —contestó él, volviendo a colocar las mantas sobre la cama.
—¿Quieres contármela?
Ron no respondió en aquel instante, y no lo hizo hasta que se volvió a meter en la
cama y estuvo tapado.
—Estaba en un pasillo —comenzó él, con la vista fija en el techo—. Un pasillo muy
largo, sin puertas, ni ventanas, ni nada. Yo caminaba, y, aunque no había nadie,
notaba como si algo horrible me vigilara y me persiguiera. Ese algo, o alguien, me dijo
que sólo había un final, y entonces llegué al final del pasillo, y estaba en el jardín de La
Madriguera. Y vi allí una tumba con mi nombre, otra con la de Hermione y otra con la
tuya. Corrí pero, mirara donde mirara, sólo había tumbas con nombres de conocidos:
mi padre, mi madre, mis hermanos, Lupin, Hagrid..., todos. Entonces fue cuando me
caí de la cama.
Harry estaba sorprendido. Aquel sueño se parecía demasiado al suyo propio como
para ser casualidad, y más cuando ya en otra ocasión habían compartido pesadillas.
—Fue horrible, horrible —concluyó Ron.
—Yo tuve un sueño parecido —le dijo Harry—. Aunque yo sólo vi mi tumba, y las
de mis padres, si bien éstas estaban al otro lado de ese pasillo. Pero entonces volví a
ver esa habitación de la que os hablé, ¿sabes? Y todo pasó.
—¿La de la luz roja?
Harry asintió.
—¿Qué crees que significa esto? —inquirió Ron.
—No creo que signifique nada especial. Sólo es miedo, miedo del que se
aprovecha Voldemort.
—¿Él sabe que soñamos estas cosas? ¿Él las provoca?
—No, no exactamente —contestó. No sabía por qué decía aquello, pero de alguna
manera intuía que era cierto—. Está provocado por la conexión entre su mente y la
mía. No creo que él sea consciente exactamente de lo que hace, igual que nosotros no
controlamos nuestros sueños. Estamos pasando por horas difíciles, y eso facilita que
esas pesadillas nos atormenten. Y temo que serán peores a medida que la conexión
se haga más y más fuerte.
—¿Crees que Hermione haya soñado algo parecido? —preguntó Ron.
—Podría jurarlo —contestó Harry.
Y tenía razón. A la mañana siguiente, cuando se encontraron con Ginny y
Hermione, ésta última tenía aspecto de haber dormido bastante mal y de no haber
descansado apenas nada.
—Tienes mala cara, Hermione —le dijo Harry al verla.
—Ha tenido una pesadilla —explicó Ginny—. Me despertó en mitad de la noche.
Hermione fulminó a Ginny con la mirada, como si no hubiera querido que Harry y
Ron supiesen que había tenido pesadillas.
—¿Pesadillas con pasillos interminables y tumbas de gente conocida? —inquirió
Harry.
Hermione le miró fijamente, sorprendida.
—¿Cómo...?
—Nosotros también las hemos tenido —explicó Ron.
Aunque el humor reinante en Grimmauld Place no mejoró en lo que quedaba de
Navidad, Harry recordó a menudo el sueño durante aquellos días, y se esforzó lo más
que pudo en disfrutar de la compañía de todos antes de volver al colegio. Aunque no
se podría decir que lograse mucho éxito, las cosas fueron mejorando. La señora
Weasley se mostró más tranquila a medida que pasaban los días, algo a lo que ayudó
el hecho de que no hubiera más ataques.
Finalmente, llegó la noche antes de la partida. La señora Weasley organizó una
gran fiesta, en parte para despedirlos, y en parte, como todos los demás sabían
(aunque nadie lo comentaba), para ocultar su propia preocupación.
Tras la cena, Percy, que también había acudido para despedirlos, llamó a Harry
aparte antes de irse. Estaba muy serio y, por primera vez en mucho tiempo, sus ojos
mostraban vida y otra cosa que Harry sólo pudo calificar como ansia.
—¿Qué sucede, Percy? —le preguntó Harry intrigado.
—Tengo algo importante que decirte, Harry, pero es mejor que los demás no
sepan que te lo he dicho.
—¿El qué?
—Harry, he estado..., bueno, investigando. He descubierto algo importante. No
puedo decirte ahora mismo lo que es, no todavía, pero es importante, muy importante.
—Si no puedes decírmelo —dijo Harry, más intrigado aún por el extraño
comportamiento del tercero de los Weasley—, ¿para qué me llamas?
—Porque es posible que, en no mucho tiempo, me ponga en contacto con vosotros
en Hogwarts. Quiero que me prometas, Harry, que si os envío un mensaje y os llamo,
acudiréis.
—¿Qué? —preguntó Harry. Su sorpresa iba en aumento—. ¿Para qué...?
—Es importante, Harry, de verdad. Si no, no te lo diría.
—Pero Percy, no podemos salir de Hogwarts y lo sabes.
—Lo sé —repuso Percy—. Pero eso no será un problema, yo me encargaré de
ello. Simplemente, prométeme que, si os aviso, acudiréis. No os arrepentiréis.
—E... está bien —dijo finalmente Harry, aunque no estaba muy seguro de si hacía
lo correcto; Percy actuaba de forma muy rara—. Te prometo que lo intentaremos.
—Sólo te lo digo para, en caso de que recibáis mi mensaje, no creas que es falso
o algún tipo de trampa —añadió Percy—. Sólo por eso. Mira —dijo, sacando de sus
bolsillos una especie de goma de borrar muggle—, con esto podrás comprobar que
mis cartas son auténticas. Frota el pergamino por debajo de lo que haya escrito en él y
podrás leer el verdadero mensaje. Sólo aparecerá si lo he escrito yo. Por seguridad.
—Está bien —asintió Harry, cogiendo la goma de borrar y guardándosela.
Percy sonrió, con una sonrisa extraña.
—No te arrepentirás, Harry. De verdad es algo muy importante.
Percy le dio unas palmadas en la espalda y volvió con los demás, dejando a Harry
totalmente intrigado.
Percy se marchó al poco rato, tras despedirse de todos, y Harry, Ron, Hermione y
Ginny fueron a acostarse.

Harry pensó mucho sobre lo que Percy le había dicho durante aquella noche, pero no
le mencionó nada a Ron. Estuvo muy callado durante el desayuno, a la mañana
siguiente, y, cuando estaban de nuevo en el tren de Hogwarts, tras haberse
despedido de todos en la estación y haber recibido un montón de advertencias,
Hermione se decidió a interrogarle.
—Harry, ¿qué te pasa, que estás tan callado y pensativo? ¿Qué te dijo Percy
ayer?
Harry la miró un momento, y luego les contó a ella y a Ron (Ginny había ido a
saludar a sus amigas) lo que Percy le había pedido la noche anterior. Ambos se
quedaron muy sorprendidos, y Hermione fruncía el entrecejo y se mordía el labio
inferior, pensando. Sin embargo, ninguno de los dos comentó nada, porque la puerta
del compartimiento se abrió para dejar paso a Neville, que entró muy sonriente.
Neville se quedó casi todo el viaje con ellos, hasta que dijo, un tanto ruborizado,
que se iba a buscar a Sarah. Sin embargo, para entonces, ya hacía un rato que Ginny
había vuelto al compartimiento, y, como ninguno de los tres querían preocuparla más
de lo debido, no comentaron nada.
Por tanto, no pudieron volver a hablar del tema hasta que se quedaron,
prácticamente solos, en la sala común.
—Bueno, ¿qué pensáis de lo que os he contado en el tren? —les preguntó Harry.
—A mí me parece muy raro —declaró Hermione, seria—. ¿Por qué no te dijo
exactamente qué quería?
—No lo sé —respondió Harry—. La verdad es que no tengo ni idea.
—¿Podría tener algo que ver con su trabajo? Al fin y al cabo, está en el
Departamento de Seguridad Mágica, en una posición elevada. Tal vez quiera decirnos
algo que antes no, como ahora estamos oficialmente en la Orden...
—No creo que sea eso —replicó Hermione—. Sinceramente, esto me parece de lo
más extraño.
—¿Insinúas que Percy trama algo chungo? —le preguntó Ron—. ¿Crees que está
metido en algo raro?
—Si te refieres a si creo que tiene algún tipo de relación con Voldemort o los
mortífagos, pues no, no lo creo. Percy puede ser muchas cosas, pero no le veo de
parte de Voldemort; además, no creo que fuera a ponerse de su lado, teniendo en
cuenta que ellos mataron a su novia... No, pero sí pienso que podría ser algo
peligroso. Percy está actuando de una forma muy rara desde principios de verano. Si
os soy sincera, creo que está, bueno..., perdiendo un poco los papeles.
—¿Crees que se está volviendo loco? —dijo Harry.
—No, loco, no —negó Hermione, un tanto incómoda—. Sólo que... actúa de forma
muy extraña. Si queréis mi opinión, si nos envía algún tipo de mensaje, deberíamos
mostrárselo a Dumbledore de inmediato.
—¿Tú qué opinas? —le preguntó Harry a Ron—. Es tu hermano.
—Sinceramente, no lo sé. Desde la muerte de Penélope, Percy no ha vuelto a ser
el mismo. De hecho, creo que esto ya le empezó a afectar desde antes. Fijaos que
trabajó para Crouch, al que adoraba, y luego resultó que primero pensaban que estaba
loco y después, peor aún, que había ayudado a escapar de Azkaban a un peligroso
mortífago; más tarde empieza a trabajar para Fudge, el que casi le besaba los pies, y
entonces se descubre que no es más que un inepto... Creo que las ideas de cómo
deben de ser las cosas según Percy se han visto muy trastocadas con todo esto, y
luego, con lo de Penélope... No se puede decir que conozca a mi hermano más que
vosotros, porque, la verdad, éste es casi un completo desconocido.
—Bueno, pase lo que pase, no vamos a descubrirlo hablando —dijo Hermione con
un suspiro—. Ya es muy tarde y mañana tenemos clase. Deberíamos irnos a la cama.
Mañana tenemos clase con Snape a primera hora.
—Sí, tienes razón... Ésta es una de las cosas que no echaba de menos del colegio
—comentó Ron, levantándose.
Harry y Hermione se levantaron también. Hermione le dio un beso a Ron, le deseó
buenas noches a Harry y desapareció por las escaleras de los dormitorios de las
chicas.
Harry y Ron no tardaron en imitarla. Aparte de las clases del día siguiente, el
equipo de quidditch tenía que reunirse. No estaba seguro de si habría entrenamiento,
pues en ese momento, como pudo notar al mirar hacia la ventana, estaba nevando
con bastante fuerza y hacía muchísimo frío.
El tiempo no había cambiado por la mañana, como pudo comprobar mientras se
vestía. No nevaba con tanta intensidad, pero nevaba, y el cielo estaba oscuro.
—Creo que no vamos a tener entrenamiento hoy, ¿verdad? —comentó Ron
mientras bostezaba, mirando también hacia la ventana—. Bueno, el próximo partido es
el 26 de febrero, aún falta mucho.
—Sí, pero tenemos que prepararnos —repuso Harry—. Tenemos que ganarle a
Hufflepuff a toda cosa, y a ser posible con mucha ventaja, si queremos ponernos en
segundo puesto.
—Y esperar que Ravenclaw gane a Slytherin —añadió Seamus, que había estado
escuchando la conversación de los dos amigos.
—Y ya que hablamos de que no tenéis entrenamientos —intervino Dean—.
¿Cuándo vamos a tener la próxima reunión del ED? ¿Miércoles?
—Sí, como siempre, salvo novedad —confirmó Harry.
Harry y Ron, que eran los únicos de los cinco que tenían Pociones, bajaron a la
sala común, donde ya les esperaba Hermione.
—¡Venga! —exclamó, metiéndoles prisa—. Vamos a llegar tarde, ¿qué estuvisteis
haciendo?
Ninguno de los dos respondió, y los tres apuraron el paso hacia el Gran Comedor.
—¿Qué le pasará a ese imbécil, que está tan contento? —comentó Ron con el
expresión irritada cuando ya estaban sentados, al tiempo que untaba de mermelada
sus tostadas.
—¿Quién dices? —preguntó Harry, que estaba sentado a su lado, mientras
apuraba su beicon y sus huevos. Levantó la vista y vio lo que observaba su amigo:
Malfoy estaba sentado entre Goyle y Pansy Parkinson, y parecía muy alegre—. Ah,
Malfoy... —dijo, frunciendo el ceño. Frente a ellos, Hermione se volvió y también miró
hacia la mesa de Slytherin.
—A lo mejor ha tenido noticias de su padre —sugirió la chica, y volvió su atención
a su cuenco de gachas de avena.
Terminaron el desayuno sin más conversación y se dirigieron a la mazmorra de
Pociones. Todos los de Slytherin estaban ya en la puerta, charlando animadamente.
—¡Hola! —los saludó Malfoy con alegría al verles—. ¿Qué tal la Navidad?
—preguntó. Su voz era amable, pero a Harry no se le escapó el malicioso brillo de sus
ojos.
—¿Qué diablos quieres, Malfoy? —le preguntó Ron con el ceño fruncido.
—¡Qué desagradable eres, Weasley! ¿No has tenido una buena Navidad? —Sin
dejarle contestar, se volvió hacia Hermione—. ¿Y tú, Granger? ¿Ha sido mejor que la
del año pasado? Creo que tu familia ya no vive en tu antigua casa. ¿Dónde se
esconden esos muggles padres tuyos? ¿En ese agujero de ratones que es la casa de
los Weasley? Aunque creo que ni los muggles vivirían ahí... ¡Ah, pero si además la
destruyeron...! —añadió, burlón.
Ron había comenzado ya a sacar su varita, furioso, pero Harry le detuvo y con un
gesto de la cabeza señaló a Snape, que venía por el pasillo. Ron volvió a guardar su
varita, y todos hicieron como si nada hubiera pasado; pero sus miradas debieron hacer
desconfiar a Snape, porque éste les observó unos segundos con suspicacia antes de
mandarles entrar en clase.
—Ese cretino ha tenido suerte —murmuró Ron en voz baja mientras ocupaban su
sitio—, un segundo más y...
—Déjalo, Ron; no merece la pena hacerle caso —dijo Hermione. Trató de sonar
segura, pero Harry notó claramente que su amiga estaba afectada, y, al mirar a Ron,
supo que él también lo había percibido.
Cuando salieron de la clase seguía nevando, y continuó así durante todo el día.
Hacía tanto frío que Hagrid decidió darles la clase en un aula del castillo, lo cual fue un
tanto extraño. Hagrid sabía mucho de criaturas mágicas, pero no era bueno
explicándolas sin estar ante ellas. Así que, en vez de contarles alguna cosa, había
llevado un gran número de fotografías de las criaturas que verían en lo que quedaba
de curso, y se las dejó para que las vieran, respondiendo de vez en cuando a alguna
pregunta sobre ellas.
Por supuesto, no pudieron tener entrenamiento de quidditch esa tarde, ni tampoco
la del día siguiente. Harry y Ron se sentían un tanto frustrados, pero Hermione les dijo
que lo miraran por el lado bueno: podrían terminar sus deberes para no tener que
hacerlos deprisa y corriendo al día siguiente, cuando tuvieran la reunión del ED.
Harry soltó un gruñido, pues hacer deberes mientras podía estar jugando al
quidditch no era su idea del «lado bueno». Sin embargo, tenía que reconocer que su
amiga estaba en lo cierto: tras todo lo sucedido en Navidad tenía mucho que decir en
aquella reunión, y estaba seguro de que sería larga, por lo que era mejor tener los
deberes adelantados.
Y, efectivamente, aquella reunión fue larga. Harry, Ron y Hermione fueron los
primeros en llegar. Los siguientes fueron Neville y Sarah, que venían juntos y muy
sonrientes (y en ese momento Harry se dio cuenta de que Neville llevaba los tres
últimos días estando demasiado sonriente). Sin embargo, aquél no era momento para
hacer preguntas, pues la reunión era importante y además, el resto de los miembros
del ED llegó casi a continuación.
Harry les pidió a todos que se sentaran, pero él permaneció de pie frente a ellos.
Meditó un instante cómo empezar, mientras todos le miraban expectantes, y luego
dijo:
—Bueno, supongo que todos sabréis lo que ocurrió el día 26 de diciembre,
¿verdad?
Algunos movieron la cabeza afirmativamente, otros se limitaron a poner expresión
triste.
—Te refieres a esa familia de muggles, ¿verdad? —dijo Ernie Macmillan.
—Sí —respondió Harry—. Todos sabéis que los mortífagos hechos prisioneros en
mayo del año pasado fueron liberados y rescatados. Ahora todos están sueltos de
nuevo, y dispuestos a todo. Éste fue el primer ataque a muggles, pero seguramente no
será el último. —Hizo una breve pausa para tomar aire, y luego continuó—: Estoy
seguro de que la guerra va a recrudecerse pronto, y debemos estar preparados para lo
peor. Hace más de dos años que fundamos este grupo, y creo que es hora de que
sepáis toda la verdad.
Hermione, Ron y Ginny miraron a Harry boquiabiertos. Éste sacó su varita, y,
agitándola suavemente, hizo aparecer una cómoda butaca por arte de magia. Se sentó
sobre ella y, lentamente, comenzó a hablar. Les habló acerca de las tres profecías, de
por qué había sido atacado cuando sólo era un bebé, de por qué Voldemort le
perseguía para matarlo, de por qué éste último no podía morir, y, finalmente, de la
Orden del Fénix y de su papel en ella. Cuando terminó su larga exposición, sus
compañeros le miraban asombrados.
—Aparte de la Orden del Fénix, nadie en el mundo sabe esto que os estoy
contando —añadió—. Ahora también los sabéis vosotros. Aunque no pertenecéis a
esa Orden, hace mucho que considero este grupo como una... versión juvenil de la
misma. Ahora que soy el capitán de la Orden, supongo que tengo autoridad para
nombraros miembros honoríficos, siempre que os interese. Lo que quiero decir con
esto, es que las cosas van a cambiar a partir de aquí. Esto nunca ha sido un juego, lo
sabéis, pero ahora será más serio que nunca. Es muy posible que muchos tengáis que
arriesgar vuestras vidas en el futuro. Como bien sabéis, Luna murió el año pasado. No
voy a engañaros sobre los riesgos. Esta reunión comenzó siendo una ayuda en
Defensa Contra las Artes Oscuras, pero, desde que Dumbledore nos da clases, esa
dejó de ser la razón para continuar con estos encuentros. El único motivo real ahora
mismo es estar preparados para enfrentarnos a Voldemort y a sus mortífagos.
»Estáis aquí por propia decisión. Igual que vinisteis, podéis iros. Pero, a los que se
queden, tengo que pedirles un compromiso serio. Los que quieran quedarse y
pertenecer al ED tendrán que saber que, cuando llegue el peligro, no podrán
esconderse con los demás: tendrán que ser los que luchen para que los demás
puedan esconderse. Lo que os estoy diciendo es que, a partir de ahora, vais a tener
vidas inocentes a vuestro cargo. Es una responsabilidad inmensa. ¿Estáis dispuestos
y preparados para ello?
—La mayoría de nosotros somos prefectos —contestó Padma Patil tras un
momento de intenso silencio—. Se supone que es nuestro deber.
—Como delegado, no tengo otra opción más que aceptar —añadió Anthony
Goldstein.
—Yo no soy prefecto —dijo Neville—. Pero, igual que estuve dispuesto en el
pasado, lo estoy ahora.
—Tampoco yo soy prefecto, pero somos los alumnos mayores de este colegio
—añadió Seamus—. Aquí hay niños. Es nuestro deber defenderlos.
Dean asintió, y también Lavender y Parvati.
—Entonces todos estamos de acuerdo —resumió Harry, sonriendo con orgullo—.
No esperaba menos de vosotros. Espero sinceramente que nunca tengáis que hacer
aquello que os estáis ofreciendo a hacer.
—Bueno, ¿y ahora qué? —preguntó Colin Creevey—. Eres nuestro capitán, ¿no?
¿Qué hacemos?
—Prepararnos —respondió Harry con resolución, levantándose y sacando su
varita—. Vamos a entrenar cada maldición y contramaldición que Dumbledore nos ha
enseñado, y muchas más. Vamos a ver lo más duro que un mago puede hacerle a
otro. Os advierto que las clases van a volverse mucho más duras, incluso para
nosotros —dijo, señalándose a sí mismo, a Ron, Hermione, Neville y Ginny—, que ya
hemos pasado por combates reales. Tenemos que estar preparados para lo peor.
Levantaos.
La sesión de entrenamiento de aquel día fue terrible. Harry se empleó casi como
en un combate real, y ordenó a los demás que hicieran lo mismo. Cuando terminaron,
una hora y cuarto más tarde, todos estaban agotados, y algunos presentaban heridas
diversas, magulladuras, y señas de varios maleficios. Harry no era una excepción, y
aunque no estaba tan mal como otros, le dolía una rodilla, resultado de una caída, y
tenía un pequeño corte en la mejilla. Parvati, a quien se estaba enfrentando en ese
momento, estaba en el suelo, con expresión dolorida. Sin embargo, nadie se quejaba,
y Harry se sintió orgulloso de ello.
Pasaron diez minutos curándose las heridas, lanzándose los contramaleficios
oportunos y disimulando mágicamente, para que no se notara, aquellos daños que no
podían curar.
—Utilizad solución de murtlap cuando volváis a las salas comunes —les aconsejó
Harry—. Lo habéis hecho todos muy bien, pero voy a advertiros una cosa: a partir de
ahora será siempre así, e incluso peor; si no os veis capaces de soportarlo, no tenéis
por qué venir. Pero los que lo hagáis, quiero que estéis instruidos, que seáis capaces
de enfrentaros a una amenaza real. —Nadie objetó nada—. Nos vemos, salvo
novedad, el próximo miércoles.
Todos fueron saliendo de la Sala de los Menesteres, mientras se despedían. Al
final, sólo quedaron Harry, Ron y Hermione, que fueron los últimos en salir.
—¿No crees que ha sido demasiado duro, Harry? —preguntó Hermione, mientras
se frotaba el codo derecho, que le dolía a raíz de su enfrentamiento con Neville.
—No —aseguró Harry con determinación—. Ahora son casi miembros de la Orden.
Si van a luchar a nuestro lado, tendrán que estar preparados, y yo me encargaré de
que lo estén.
Ron no dijo nada, pero parecía dubitativo, como si no estuviera seguro de que la
decisión de Harry fuera del todo buena. Hermione se mordió el labio varias veces, y
luego volvió a hablar.
—Harry..., ¿no crees que te lo estás tomando demasiado en serio? —Harry la miró
con el entrecejo fruncido—. ¿Lo de ser capitán de la Orden?
Harry no respondió, pero no porque dudara. Estaba totalmente seguro de su
decisión. Al fin y al cabo, era un soldado, ¿no? Ahora era el capitán, y al igual que
como capitán del equipo de quidditch no permitiría que su equipo fuera débil, tampoco
permitiría que el ED fuera débil si pudiera evitarlo. No quería que volviera a pasar algo
como lo que había sucedido a Luna. Iba a entrenarlos a todos lo mejor que pudiera, lo
mejor que supiera. Tendrían que aprender a ser fuertes por la vía dura, como ellos tres
habían hecho.
—Sí, me lo estoy tomando en serio, pero no demasiado —repuso Harry—. Me
sorprende que tú, Hermione, me digas que me tomo algo demasiado en serio. Esto no
es un juego, y no vamos a jugar a lanzarnos hechizos que nos dejen las piernas
temblando: quiero que sean capaces de defenderse de cualquier cosa.
Hermione se mostró un poco avergonzada, y no añadió nada más.
Cuando llegaron a la sala común, ya estaba casi vacía. Sólo quedaban de pie
algunos alumnos, y la mayoría de ellos acababan de llegar de la reunión del ED. Casi
todos miraban hacia un punto sobre la chimenea.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry, acercándose.
—Ésa lechuza estaba en la ventana cuando llegamos —les explicó Seamus,
señalando a una lechuza que Harry no había visto aún; sostenía una carta—. Le
abrimos, pero no nos la dio. No sabemos para quién es.
—No puede ser... —dijo entonces Ron, acercándose a la chimenea—. ¡Es
Hermes!
—¿Hermes? —repitió Harry—. ¿La lechuza de Percy?
Hermione y él se acercaron a Ron, que le quitaba la carta a la lechuza. Ésta le
picoteó la mano afectuosamente y luego se dirigió a la ventana y ululó.
Con gesto distraído, Ron movió su mano, haciendo que la ventana se abriera.
Hermes salió volando por ella y se perdió en la noche, y luego la ventana volvió a
cerrarse.
Ron abrió la carta y Harry y Hermione se sentaron a ambos lados de él, para leerla
también.

Queridos Ron, Hermione y Harry:


Espero que os encontréis bien. Aquí en casa todos estamos muy
ocupados, pero también nos encontramos perfectamente. Ya se os
echa de menos, aunque sólo hayan pasado tres días desde que os
fuisteis.
Mamá me ha pedido que te diga, Ron, que te concentres en tus
estudios, y yo te recuerdo, de nuevo, lo importante que son los
exámenes de este año: decidirán tu futuro.
Sin mayor novedad que comunicaros, me despido.
Atentamente,
Percy
Ron tenía el entrecejo totalmente fruncido y miraba la carta con expresión de total
incomprensión; también Hermione miraba el breve mensaje extrañada.
—¿Qué es esto? —dijo Ron—. ¿Para qué nos escribe, mandando a Hermes con
este tiempo, sólo para decirnos esta tontería?
Entonces Harry cayó en la cuenta.
—¡Ah! Esperad un momento. —Subió a la habitación a toda velocidad, abrió su
baúl y cogió la goma que Percy le había dado. Luego volvió a bajar a la ya desierta
sala común.
—¿Adónde has ido? ¿Qué pasa? —preguntó Ron.
—Dame la carta —pidió Harry. Ron se la dio, sin comprender la pretensión de
Harry. Éste no les había dicho lo de la goma que Percy le había entregado. Comenzó
a frotarla por debajo de la firma, y un mensaje antes invisible comenzó a aparecer.
—¡Anda! —exclamó Hermione.
—Percy me dio esto para disimular el verdadero mensaje. —Terminó de revelar el
texto oculto y lo leyó.

Harry:
Es hora de mostraros lo que te dije que os mostraría. No puedo
deciros aquí lo que es, pero es verdaderamente muy importante.
Tenéis que saberlo. Fijaos atentamente en lo que voy a indicaros:
Existe un pasadizo secreto que comunica el sauce boxeador de
Hogwarts con la Casa de los Gritos de Hogsmeade, la cual no está
embrujada, contrariamente a lo que piensa todo el mundo. El
movimiento del sauce puede detenerse si se toca un nudo del árbol
cercano al pasadizo secreto. Necesito que sigáis ese pasadizo, el
sábado a las cinco de la tarde, y que vayáis a la Casa de los Gritos. Allí
me encontraré con vosotros. No faltéis, es muy importante, y tened
cuidado de que nadie, nadie, se entere de que vais.
Os espero, no me falléis.

—Esto no me gusta nada —murmuró Hermione, con el entrecejo fruncido—. No


me gusta nada.
—¿Qué opinas tú? —le preguntó Harry a Ron.
—Si quieres la verdad, tampoco me gusta la idea, pero no sé... Parece ser muy
importante. Lo que más me extraña es que Percy sepa acerca de ese pasadizo.
¿Quién le habrá hablado de él?
—No sé... —Harry lo meditó—. Sólo lo conocemos nosotros y algunos miembros
de la Orden, ¿no?
—Y Pettigrew —añadió Hermione—. Por tanto, es posible que los mortífagos
sepan también de él.
—Sí, ahora que lo dices... —dijo Ron pensativo—. No podemos hacer lo que
Percy nos pide, todos los pasadizos secretos de entrada al castillo tienen hechizos
defensivos y alarmas para que nadie pueda usarlos...
—No —negó Hermione—. El del sauce boxeador y el de la bruja tuerta sólo tienen
hechizos que evitan la entrada, no la salida. Dumbledore nos habló a Anthony y a mí
de ellos, y nos dijo que esos pasadizos se dejaban así por cuestiones de seguridad,
para el caso en que sea necesario usarlos, ya que son relativamente desconocidos.
—Entonces podríamos ir, ¿no?
—Sí, podríamos... —asintió Hermione—. Pero no vamos a hacerlo, ¿verdad?
Vamos a decírselo a Dumbledore.
—Umh... —dijo Harry, meditándolo. Encontraba la petición de Percy muy extraña,
pero no le apetecía decírselo a Dumbledore. ¿No era ahora él el capitán? ¿No
significaba eso que era perfectamente capaz de decidir si algo le convenía o no?—.
No, no voy a decírselo. Creo que yo sí iré.
—¿Qué? —exclamó Hermione, asombrada—. Pero..., pero Harry, ¿lo has
pensado bien? Salir del colegio, solos...
—Mira, parece ser muy importante, ¿no? ¡Tal vez nos enteremos de algo útil y
sepamos qué ha estado haciendo Percy en los últimos meses!
—Pero... —insistió Hermione.
—No hay peros, Hermione. Si no queréis venir, no vengáis, pero yo sí voy a
hacerlo. Quiero saber qué pasa.
—Harry, tendrás que salir del castillo y no puedes, ya lo sabes. Como delegada...
—¡Esto es un asunto de la Orden del Fénix! —exclamó Harry, empezando a
enfadarse—. ¡No tiene nada que ver con Hogwarts! ¡Es más importante que cualquier
norma de Hogwarts! Como ya os dije, si no queréis venir...
—Percy es mi hermano —dijo Ron—. Yo voy a ir.
—Está bien —asintió Harry, y luego miró a Hermione—: Tú no tienes por qué
acompañarnos.
—¡No seas idiota! —gritó la chica, enfadada—. Sabes perfectamente que los dos
iremos; ambos lo juramos, ¿no? Y aunque no lo hubiésemos hecho, sabes que
igualmente iríamos. Pero sigo diciendo que es un error, Harry, y que deberíamos
decírselo a alguien.

Hermione no intentó convencer a Harry de que no debían hacer lo que iban a hacer,
pero éste se dio cuenta de que sí había hablado con Ron, porque él parecía menos
dispuesto que la noche que habían recibido la carta. Harry, no obstante, sabía que su
amigo no le diría nada y que, si él decidía ir, le seguiría sin protestar. Se sintió un poco
mal por abusar así de su amistad con Ron, pero realmente estaba intrigado por la
actitud de Percy, y quería saber si lo que tenía que mostrarles, fuera lo que fuera, era
la causa de su comportamiento.
Por tanto, el sábado, a las cuatro y media, los tres se pusieron sus capas y
bufandas. No nevaba, pero hacía un frío horrible. Harry cogió también la capa de
invisibilidad y el mapa del merodeador, y guardó ambos objetos bajo la túnica.
Salieron de la sala común en silencio y se dirigieron al vestíbulo. Todavía era de
día, así que podían salir al exterior, pero el sauce boxeador estaba muy a la vista del
castillo y no querían que nadie pudiera verlos por casualidad. Por tanto, en un
corredor vacío Harry sacó la capa y se cubrieron con ella. Harry notó que Hermione
estaba tensa y nerviosa, y que se contenía a duras penas para callarse lo que
pensaba, pero no dijo nada al respecto. Una parte de él se sentía como si obligase a
sus dos amigos a ir con él. Ron quería ir porque Percy era su hermano, pero dudaba.
Hermione no quería. Él les había dicho que no tenían por qué ir, pero sólo eran
palabras: sabía perfectamente que sus dos amigos jamás le abandonarían. Sintió
crecer su sentimiento de culpabilidad, pero decidió que no era el momento para ello;
tenía que actuar con decisión. Así pues, puso todos los demás pensamientos a un
lado y se concentró en lo que estaban haciendo.
Caminaron lentamente hasta el vestíbulo, encontrando que las puertas de roble
estaban cerradas. Se dirigieron a ellas, pero, cuando iba a abrirlas, Filch salió del
pasillo de las mazmorras. Sin moverse y conteniendo la respiración, esperaron hasta
que desapareció escaleras arriba para abrir la puerta y salir.
Una vez en los terrenos, aceleraron el paso hacia el sauce boxeador, pues ya eran
las cinco menos veinte. Tenían poco tiempo.
En cuanto estuvieron frente al árbol, Harry conjuró un palo, y lo hizo flotar hasta
que tocó el nudo que hacía que las ramas se detuvieran. Caminaron hacia el túnel y,
uno por uno, entraron en él y dejaron la capa guardada cerca de la entrada, donde no
podía ser vista desde el exterior.
—¿Estás segura de que los encantamientos no avisarán de que salimos del
castillo? —le preguntó Harry a Hermione.
Hermione asintió. Harry iba a ponerse en marcha cuando Ron se detuvo de
pronto.
—Un momento.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry con fastidio. Se les estaba haciendo tarde.
—Los encantamientos no nos impedirán salir, pero, ¿cómo vamos a volver
después?
Harry no había caído en aquello.
—¡Mierda! —gritó, y golpeó con un puño las paredes del túnel.
—Yo sé cómo desactivarlos —dijo Hermione. Miraba al suelo y su expresión era
triste, como si no quisiera decir lo que estaba diciendo—. A los delegados se nos
explicó qué hechizos se utilizaban en este pasadizo y en el de la bruja tuerta y... yo sé
desactivarlos.
—¿De verdad? —dijo Ron.
Hermione asintió.
—¡Estupendo! —exclamó Harry, muy contento—. ¡Hermione, eres maravillosa!
¡Vamos!
Hermione forzó una sonrisa, pero no pareció alegrarse por el cumplido.
Avanzaron rápidamente a través del túnel. Harry intentó evitar, por todos los
medios, el pensamiento de que la última (y única) vez que había recorrido aquel túnel
hacia Hogsmeade, Sirius aún vivía.
Eran algo más de las cinco cuando finalmente llegaron a la casa de los gritos,
prácticamente exhaustos. Harry miró a su alrededor, pero no se veía a nadie.
—¿Percy? —llamó.
Nadie le contestó.
—Aquí no parece haber nadie —comentó Hermione—. Creo que deberíamos
regresar.
—Bueno, ya que estamos aquí, podíamos mirar arriba —sugirió Ron.
Harry asintió, y los tres comenzaron a subir las escaleras. Al llegar a la planta
superior, Harry volvió a llamar a Percy, pero, de nuevo, el silencio fue la única
respuesta.
—En serio, deberíamos marcharnos —insistió Hermione, que parecía muy
nerviosa—. Esto me da muy mala espina.
—Tal vez aún no ha llegado —dijo Harry, que no quería darse por vencido—. Sólo
pasan seis minutos de la hora.
—Umh, Percy es muy puntual —objetó Ron—. Ha cambiado mucho, pero
ciertamente no en eso. Si no está aquí es que...
Pero no terminó la frase porque, en ese momento, una puerta en la parte derecha
del pasillo, frente a ellos, se abrió. Los tres miraron en aquella dirección, esperando
ver a Percy. Sin embargo, se quedaron atónitos cuando un mago joven, que llevaba
una túnica negra con capucha, salió apuntándoles con una varita, mientras una
maliciosa sonrisa se dibujaba en su cara.
Era un mortífago.
—Vaya..., ¿qué tenemos aquí? —dijo, burlón.
Los tres tardaron sólo un instante en reaccionar, y luego agarraron sus varitas
dispuestos a defenderse. Sin embargo, antes de que les diera tiempo a hacer nada,
una voz a sus espaldas exclamó:
—¡Expelliarmus!
Las varitas saltaron instantáneamente de sus manos y cayeron al piso, de donde
fueron cogidas con un encantamiento convocador.
Harry siguió con la vista a las varitas, descubriendo que otro mortífago, más viejo y
demacrado, había surgido de las sombras y les apuntaba desde el pasillo que
quedaba junto a las escaleras.
—Es mejor que no os mováis —les advirtió.
Harry se sentía como un idiota, como el más grande de los idiotas. ¿Cómo había
podido ser tan estúpido? En ese momento, las advertencias de Hermione le
parecieron tan increíblemente sensatas que no podía comprender cómo no le había
hecho caso. No se sintió capaz de mirar a su amiga a la cara.
—Sabemos perfectamente que sois capaces de hacer cosas sin la varita, pero
más vale que no lo intentéis —les advirtió el primer mortífago—. Porque si falláis,
moriréis... Y estoy seguro de que ninguno de los tres querríais que alguno de los otros
dos fuera herido, ¿me equivoco?
Harry apretó los dientes y los puños, y pudo sentir la tensión de sus dos amigos,
preparados para luchar. Pero, como ellos, no se atrevió a hacer nada, porque, como
bien había dicho el mortífago, no quería que a ninguno le pasara algo malo.
—Entrad en ahí dentro, vamos —les ordenó el mortífago, señalando con la cabeza
la misma habitación donde, casi cuatro años atrás, habían descubierto la inocencia de
Sirius y la culpabilidad de Pettigrew.
Sin otra opción, los tres amigos hicieron lo que se les ordenaba, y entraron en la
habitación. Los dos mortífagos los siguieron, aún apuntándoles con las varitas. Luego,
el primero de ellos hizo salir unas cuerdas de la suya y les dejó firmemente atados en
el suelo.
—Perfecto —murmuró. Su sonrisa se ensanchó y Harry se sintió aún más rabioso.
El segundo mortífago, el que les había desarmado, sin embargo, no parecía tan
contento. Se limitaba a mirarlos con interés.
—Hoy hemos cogido una buena presa, ¿no crees, Waldo? Jamás imaginé que
esto daría resultado... ¡Y yo pensando que montar vigilancia aquí era estúpido! Pero el
Señor Tenebroso sabe lo que hace, vaya que sí... —Soltó una risa breve—. ¿No te
han dicho que no debías salir del colegio, Potter?
Harry volvió a sentir la atroz punzada de la culpabilidad. Él había metido a sus
amigos en esto, otra vez lo había hecho... Pero ese pensamiento pronto fue eclipsado
por otro con Percy de protagonista. ¿Los había enviado Percy a una trampa? ¿Era
posible que el tercero de los Weasley, cuya futura esposa había sido asesinada por
lord Voldemort, fuera un espía del mago? ¿O simplemente no sabía que la casa
estaba ocupada por mortífagos y él se había retrasado? O quizás no se había
retrasado, quizás había llegado ya y también le habían capturado...
—¿No contestas, Potter?
—Déjame en paz —respondió Harry con insolencia—. Soltadnos y luchad como
hombres, no como cobardes...
—¿Soltaros? Me temo que no... El Señor Tenebroso nos concederá honores sin
límite por entregaros, Potter. Su plan de vigilar esta casa, por si la usabais de nuevo
para salir del castillo, ha dado su fruto. He de admitir que yo creía, teniendo en cuenta
que no podíamos entrar en el colegio por el túnel, que vigilar aquí era una pérdida de
tiempo, pero parece que no... ¡Ya ves qué fácil ha sido capturaros!
—Avisa ya a Dullymer y acabemos cuanto antes, Spencer —dijo el otro mortífago,
que no se había reído, con voz seria.
—Ya, ya, Waldo. No entiendo cómo estás tan serio, con el éxito que acabamos de
tener... A veces me da la impresión de que tienes doble personalidad.
—No estaré tranquilo hasta que el trabajo esté terminado —se limitó a decir Waldo
—. Si fracasamos...
—¿Dullymer? —dijo entonces Ron, hablando por primera vez—. ¿Qué tiene que
ver ése aquí?
—¿No te lo imaginas, eh..., Weasley? —se burló Spencer mientras, apuntándoles,
se apretaba la Marca Tenebrosa—. Resulta que, si teníamos éxito, debíamos avisar a
alguien para que viniera a buscaros. El Señor Tenebroso le concedió ese privilegio a
Dullymer, que, al parecer, tiene un interés especial en la sangre sucia.
Harry sintió cómo Hermione temblaba.
—¡No os atreváis a tocarla! —gritó Ron, furioso.
—Nosotros no vamos a hacerle nada —contestó Spencer, acentuando su sonrisa
—. Será él quien la mate; tras torturarla, seguramente. Contigo no sé qué se hará,
pero a Potter van a llevarlo frente al Señor Tenebroso.
—¡Si crees que me voy a quedar aquí mirando cómo matáis a mis...! —bramó
Harry, pero se detuvo de repente, al oír un repentino «¡plop!» frente a ellos.
Un mago se acababa de materializar allí. Harry le miró con odio, reconociendo la
figura altiva de Richard Dullymer.
—¿Qué diablos pa...? —comenzó a decir éste, pero se detuvo en seco al ver a los
tres amigos frente a él—. ¡No es posible!
—Ya ve, señor Dullymer —dijo Spencer con la voz melosa—. ¿A que parece
increíble?
La mirada de Dullymer se centró en Hermione, y su rostro se contorsionó en una
demencial sonrisa de triunfo absoluto.
—¡SÍ! —bramó, sacando su varita y apuntándoles—. ¡Por fin eres mía, maldita
sangre sucia! He soñado con este momento cada día, cada momento, desde la noche
en que mataste a mi hijo. Te aseguro que vas a sufrir tanto que me pedirás que le
ponga fin a tu vida... —Hermione temblaba, y Ron también, aunque Harry notó que
éste último lo hacía más por la rabia que sentía que por el miedo. También Harry
estaba lleno de ira, pero, ¿qué posibilidades tenían, tres contra tres, sin varita? No era
como el año anterior, ahora los mortífagos sabían de lo que eran capaces y estarían
preparados. Eso sin contar que estaban atados.
«Claro que —pensó— si no hacemos nada igual nos matarán. Prefiero morir
luchando.»
Volvió a mirar a Dullymer, cuyos ojos brillaban de avidez. Se pasó la lengua por
los labios humedeciéndolos, como si saboreara el momento.
—Si le tocas un solo pelo te mataré, bastardo —le aseguró Ron, mirándole con
odio y desafío—. Eso puedo jurártelo.
Dullymer curvó su boca en una sonrisa burlona, y Spencer se reía abiertamente,
pero ninguno de esos gestos llamó la atención de Harry. Lo que atrajo su interés fue
la expresión del otro mortífago, Waldo: éste, en lugar de mirarles a ellos, tenía la vista
centrada en Dullymer, y le miraba casi con la misma avidez con la que éste último
miraba a Hermione. Harry habría jurado que lo que veía en su cara era odio, pero
ninguno de los otros dos podía darse cuenta, porque estaba más atrás que ellos, y
ambos observaban a sus prisioneros.
—Bien, vamos a proceder —dijo Dullymer ceremoniosamente, atrayendo de nuevo
la atención de Harry—. Ha llegado la hora, sangre sucia. Vas a lamentar el momento
en que tu varita apuntó a mi hijo como no has lamentado nada en tu vida.
Levantó la varita hacia Hermione. Harry iba a tratar de hacer algo, aunque no
sirviera de nada, cuando se oyó un silbido y Spencer voló a través de la habitación,
golpeó otra puerta y cayó por unas escaleras destartaladas que había al otro lado.
Dullymer se volvió instantáneamente, y vio, para su asombro (y también el de
Harry, Ron y Hermione) que Waldo le apuntaba con la varita al mismo tiempo que le
miraba con una avidez y un odio indescriptibles.
—Pero ¿qué...? —comenzó a decir Dullymer, volviendo hacia él su varita.
—¡Expelliarmus!
La varita de Dullymer voló también y Waldo la recogió, sin dejar de apuntarle.
—Por fin te tengo —susurró Waldo—. Por fin eres mío. Yo también he deseado
mucho este momento, Dullymer. Lo he estado deseando desde hace más de un año...
Desde antes incluso de saber quién eras.
—¿Qué..., qué diablos haces? ¿De qué hablas? —inquirió Dullymer, que no
comprendía nada.
Harry, Ron y Hermione cruzaron una mirada.
—Me ha costado mucho trabajo, mucho tiempo averiguar que habías sido tú... Y
preparar esto... Muchas cosas pudieron salir mal, pero, afortunadamente para mí,
ahora te tengo aquí, y puedes jurar que no voy a dejar que te escapes.
—¡¿Estás loco?! —bramó Dullymer, perplejo y furioso. Dio dos pasos decididos
hacia Waldo, pero éste agitó la varita y Dullymer se encogió, soltando un aullido de
dolor.
—Fue buena idea traerlos aquí, ¿no crees? —comentó Waldo señalando hacia los
tres amigos, que continuaban atentos y miraban la escena anonadados—. La única
habitación de la casa desde la que uno no puede desaparecer...
—El Señor Tenebroso te hará pagar por tu traición —murmuró Dullymer,
respirando agitadamente—. ¿Se puede saber qué te he hecho?
—Sí, voy a recordártelo —dijo Waldo, acentuando su expresión de odio, mientras
metía su mano izquierda, la que tenía libre, en un bolsillo de su túnica y sacaba una
botellita que tenía allí—. Voy a decírtelo, cerdo asesino... ¿Recuerdas el nombre de
Penélope Clearwater, a quien tú mataste?
—¿Qué? —musitó Dullymer, sin comprender—. ¿Qué tiene que ver...?
Harry miró a Ron. ¿Había sido Dullymer quien había matado a la novia de Percy?
Y si así era, ¿por qué le importaba tanto a aquel mortífago?
—¡¿La recuerdas?! —gritó Waldo, escupiendo, y de su varita saltaron chispas.
—Sí, yo la maté —repuso Dullymer tranquilamente—. ¿Qué te importa a ti eso?
La mano de Waldo tembló mientras se llevaba la botella a la boca, y, antes de
beberse su contenido, dijo:
—Todo. Me importa todo.
En cuanto hubo tragado el líquido de la botella, su rostro se contrajo en una
mueca de asco, como si fuera a vomitar. Se apretó el estómago, pero no dejó de
apuntar a Dullymer. Unos segundos después, su piel empezó a palpitar y Harry, Ron y
Hermione soltaron un grito de sorpresa cuando el proceso finalizó y vieron quién se
escondía realmente bajo la túnica del mortífago.
Era Percy.
—¿P-percy? —murmuró Ron, que no se lo podía creer—. Pero ¿qué diablos...?
Percy les miró y les dirigió una sonrisa forzada.
—Perdonad por haberos traído aquí, pero no tenía otra manera más fácil de
conseguirlo. —Volvió a mirar a Dullymer, y de nuevo el odio se reflejó en su cara—.
¿Sabes quién soy?
—Weasley... —murmuró Dullymer, que tampoco se lo podía creer—. Tú... ¿Cómo
es posible?
—Muy sencillo —dijo Percy, con una expresión de ansia, e incluso de locura, que
Harry jamás le había visto—. Desde que tú, maldito cerdo, mataste a Penélope, me
propuse saber quién había sido. Trabajé día y noche para averiguarlo, pero no logré
nada. No tuve el menor éxito hasta el día del ataque al Ministerio.
»Aquel día, uno de los mortífagos me atacó en mi despacho. Sin embargo, logré
denfenderme y, tras aturdirle, decidí que aquella era mi ocasión. Me lo llevé del
Ministerio a otro lugar, y tras someterlo con diversas maldiciones, lo obligué, mediante
Veritaserum, a contarme todo lo que supiese. Fue entonces, sólo entonces, cuando
me enteré de que el mortífago que había asesinado a mi futura esposa se llamaba
Dullymer. Desgraciadamente, ese mortífago era de los nuevos, y no sabía mucho de
ti. Le retuve, interrogándole cuando lo necesitaba, y usé la poción multijugos con
frecuencia para hacerme pasar por él y averiguar más.
Dullymer fulminó a Percy con la mirada.
—De modo que eras tú el espía, ¿no? —siseó, y Harry recordó de pronto lo que
había dicho Lupin en verano acerca de que los mortífagos creían que alguien estaba
espiándoles—. Eras tú...
—Sí, era yo —reconoció Percy—. No fue fácil, por supuesto, pero estaba
dispuesto a correr el riesgo. Cualquier cosa por cogerte... Por supuesto, yo sabía que
tu mayor deseo era capturar a Hermione por haber causado la muerte de tu hijo. Sin
embargo, eras inalcanzable para mí. No sabía cómo llegar hasta ti. Hasta que, no
hace mucho, me enteré de que usabais esta casa por si a Harry se le ocurría usarla
para salir de Hogwarts, y que siempre había dos magos vigilándola. Supe también
que te habían concedido el derecho a acabar con la vida de Hermione, y que habías
avisado de que, si alguien la capturaba, debían avisarte cuanto antes. Podría haberte
tendido una trampa así, pero yo no soy un mortífago, y no podía hacerlo. Por tanto,
basándome en lo que sabía, vine aquí una noche, no hace mucho tiempo, y logré
secuestrar a Waldo. Le eché la maldición imperius, ya que yo no podía estar aquí todo
el tiempo, y esperé el comienzo de las clases. Entonces, le envié una carta a Harry
citándolos a los tres aquí, me llevé a Waldo junto al otro mortífago y, con la poción
multijugos, tomé su lugar, sabiendo que cuando ellos estuvieran en nuestro poder
Spencer te llamaría y estarías en mis manos.
Dullymer temblaba de odio. Harry no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Percy
había hecho todo eso por venganza? ¿Secuestrar, usar las maldiciones
imperdonables e incluso ponerlos a ellos en peligro? ¿Percy? ¿Tanto odiaba a
Dullymer que no había dicho nada a la Orden del Fénix? Ron debió de pensar lo
mismo que él, porque le gritó a Percy.
—¿Hiciste todo esto sólo por venganza? ¡¿Nos pusiste en peligro sólo por
venganza?! ¡Percy, estás loco!
—¡No estabais en peligro! —gritó Percy, defendiéndose—. ¡Yo estaba aquí! Y sí,
lo hice por venganza, lo hice porque él me quitó..., me quitó... —Las lágrimas, tanto de
rabia como de tristeza, empezaron a llenar sus ojos—. Me quitó lo que más me
importaba, me quitó lo que nunca habría creído llegar a tener...
—¿Todo por eso? —bramó Dullymer, incrédulo—. ¿Hiciste todo eso que dices por
aquella chica?
—¡Esa chica iba a convertirse en mi esposa! —gritó Percy, fuera de sí; de su
varita volvieron a saltar chispas—. Teníamos pensado casarnos para el verano, pero,
unos días antes de que la mataras, maldito cerdo, ella me dijo que tendríamos que
adelantar la boda, quizás para Navidad... —Percy temblaba tanto que Harry temía que
fuera a darle algo—. Íbamos a comunicarle a la familia nuestra decisión de adelantar
la ceremonia el fin de semana siguiente al día en que murió... Les íbamos a
comunicar que teníamos que hacerlo porque..., ¡PORQUE ELLA ESTABA
EMBARAZADA! —chilló, y las lágrimas cayeron por sus mejillas descontroladamente.
Harry se quedó tan asombrado que casi se olvidó de respirar, y Hermione soltó un
gemido ahogado. También Dullymer abrió la boca, sorprendido—. ¡Iba a ser padre, y
tú me lo quitaste! ¡MATASTE A MI FAMILIA! ¡ASESINASTE A MI ESPOSA Y A MI
HIJO!
Percy levantó aún más la varita y dio un paso hacia Dullymer, que retrocedió. Se
le veía temeroso, pero no mostraba la mínima señal de arrepentimiento por haber
matado a una mujer embarazada.
—¡LOS MATASTE A ELLOS CUANDO EL QUE DEBÍA MORIR ERA YO! Perdí
una vez a mi familia por mi estupidez, por mi maldita ambición... Y cuando empezaba
a recuperarla... —Su cara se contorsionó en una expresión de sádico placer—. No
sabes cómo me alegré, al saber que habías sido tú, cuando me enteré de que habías
perdido a tu hijo. No pude menos que pensar que había sido un acto de justicia divina.
—Dullymer tembló al oír aquello—. Ahora terminaré mi venganza, y acabaré contigo.
—¡Percy, no! —le gritó Ron—. ¡No vale la pena!
—No lo hagas, Percy —le pidió Hermione, que lloraba—. Matar es horrible... Eso
no te devolverá a Penélope...
—No me importa —repuso Percy, obstinado. Su expresión era demencial, idéntica
a la que una vez Harry le había visto a Snape en aquella misma habitación, y supo
que Percy no atendería a razones—. No me importa lo horrible que sea. Es peor vivir
sabiendo que este cerdo sigue por ahí.
No podían permitirlo. Harry estaba a punto de hacer que las cuerdas se soltasen
de su cuerpo cuando un ruido en el pasillo lo distrajo.
—¿Qué ha...? —dijo Percy, volviendo la cabeza un segundo hacia la puerta.
Pero antes de que pudiese ni siquiera completar el movimiento, se vio un destello
y Percy fue lanzado hacia atrás. La varita se soltó de su mano, y las demás cayeron
de su bolsillo. Rápidamente, Dullymer cogió la suya mientras otro mortífago, el que
había atacado a Percy, entraba en la habitación con su varita en alto.
—Me pareció que tardabas y decidí venir —le dijo a Dullymer, sin perder de vista a
Percy ni a Harry, Ron y Hermione—. Y parece que hice bien. ¿Qué ha pasado?
¿Dónde están Spencer y...?
—Luego te lo explicaré —respondió Dullymer, cortante, mientras miraba a Percy
con un odio visceral—. Después de que acabe con este desgraciado... Luego
procederé con la sangre sucia y le llevaremos los otros dos al Señor Tenebroso.
Percy se incorporó un poco y miró a los dos mortífagos. Su expresión de odio se
había evaporado. Dirigió una rápida mirada a los tres amigos y Harry vio que estaba
aterrorizado.
—No..., no... —murmuraba—. No..., a ellos no...
—Sí, a ellos sí. ¿Sabes?, en realidad, debería agradecerte tu ayuda por haberles
hecho venir —sonrió Dullymer—. Tu plan era fantástico, eso no puede negarse.
—¡Por Merlín! —se lamentó Percy—. ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho? —sollozó.
—Tarde para lamentarse, Weasley —dijo Dullymer con una sonrisa malvada—.
¡Avada...!
Pero Harry, Ron y Hermione, que habían estado preparados para detener a Percy,
aprovecharon el desvío de atención de Dullymer.
—¡NO! —gritó Harry, y Dullymer fue empujado hacia atrás, perdiendo el equilibrio.
El otro mortífago se dispuso a lanzarle un hechizo, pero Harry percibió un débil
chasquido y su túnica se prendió.
—¡Mierda! —gritó, volviendo su varita hacia sí mismo para apagar las llamas.
Ése era el momento que los tres habían esperado. Las cuerdas cayeron,
liberándolos, y las varitas volaron del suelo a las manos de sus respectivos dueños.
Entonces, Dullymer, recuperando el equilibrio, soltó un gruñido de rabia y les lanzó
un fuerte hechizo que Harry logró desviar con dificultad. El rayo golpeó en la cama,
tras ellos, y ésta estalló en llamas. Al mismo tiempo, Hermione apuntó al otro
mortífago con su varita y le lanzó un hechizo aturdidor al mismo tiempo que él les
lanzaba un rayo dorado. El hechizo aturdidor de Hermione le dio al mortífago en la
cabeza y éste se desplomó, pero el rayo dorado, a su vez, impactó en el hombro
derecho de Hermione, y la chica, soltando un aullido, fue lanzada hacia atrás un par
de metros y quedó tumbada en el suelo, gimiendo debido al dolor.
—¡Hermione! —gritó Ron, volviéndose hacia ella.
Harry también quería ver si su amiga estaba bien, pero tuvo que arrojarse al suelo
para esquivar una maldición asesina de Dullymer que pasó sobre su cabeza, abriendo
un agujero en otra de las paredes. Harry contraatacó lanzando un hechizo
obstaculizador desde el suelo que el mortífago logró esquivar; sin embargo, cuando
iba a responder, una tabla le alcanzó en la cabeza, haciéndole trastabillar. Harry vio
por el rabillo del ojo que Percy, que se había puesto en pie, era quien se la había
arrojado.
Dullymer, evitando caer, intentó volver a apuntarle a Harry, pero éste, empleando
la maldición cortante, le partió la varita por la mitad y le hizo un profundo corte en la
mejilla.
Viéndose en inferioridad, soltó un grito y saltó hacia su izquierda para evitar un
nuevo rayo rojo de la varita de Harry. Al instante, otro rayo, procedente esta vez de
Ron pasó rozando su cara. Entonces dio un nuevo salto, cruzó la puerta por la que
habían entrado todos y cayó en el pasillo. Harry iba a lanzarle un nuevo hechizo
aturdidor, pero antes de que pudiera hacerlo Dullymer le dirigió una mirada de odio
profundo y desapareció.
—¡Mierda! —gritó Harry, poniéndose en pie. Miró hacia Hermione, que estaba
sentada en el suelo—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, sólo es un rasguño —respondió ella. Aliviado, Harry se acercó al otro
mortífago, que estaba desmayado, e hizo aparecer unas cuerdas con las que lo ató.
Ron se movió un poco hacia Percy, que se frotaba un codo y parecía más triste de
lo que Harry lo había visto jamás.
—Lo..., lo siento. Lo siento mucho, yo... —balbuceó, mirando al suelo. Ron lo
miraba con rabia pero al ver la expresión que su hermano tenía en la cara, su rostro
se suavizó.
Entonces, Harry percibió un ruido desde la puerta por la que Percy había lanzado
a Spencer y vio que el mortífago, con arañazos y magulladuras en la cara, había
subido las escaleras en silencio y le apuntaba a Ron, que ahora quedaba frente a la
puerta, con su varita.
—¡No os iréis de rositas! —bramó Spencer, al tiempo que un rayo morado brotaba
de su varita en dirección a Ron, que se había quedado inmóvil por la impresión. Se
dispuso a levantar su varita para intentar desviarlo, pero había perdido demasiado
tiempo, y no iba a conseguir generar el escudo.
—¡RON! —gritó entonces Percy. Al ver el peligro en que Ron se encontraba, saltó
ante el hechizo interponiéndose entre él y su hermano menor. Harry vio, como en
cámara lenta, cómo el rayo golpeaba a Percy en el estómago, arrojándolo hacia atrás
por el impacto, de forma que cayó casi a los pies de Ron. Éste abrió mucho los ojos,
al ver, como Harry, que Percy tenía una inmensa herida donde el rayo lo había
golpeado; una herida que sangraba mucho.
—¡PERCY! —chilló Ron, aterrorizado. Spencer soltó una risotada, y Ron, sin
pensarlo siquiera, agitó su varita hacia él con toda su rabia. Hubo un potente destello
y el mortífago fue lanzado con una fuerza impresionante hacia atrás. Golpeó la pared
frente a la escaleras por las que había caído en principio, se produjo una explosión y
la pared de madera se derrumbó casi completamente sobre él.
Ron ni siquiera lo miró. Se dejó caer de rodillas junto a su hermano y le cogió una
mano.
—¡PERCY! ¡Percy, dime algo! —suplicó, casi llorando.
Percy abrió y cerró la boca como un pez, y por la comisura de sus labios cayó un
hilo de sangre oscura.
—Agh... Ron... —murmuró, débilmente.
Harry, que se había quedado inmóvil, recuperó el control de su cuerpo y se arrojó
al lado de Ron. La herida de Percy tenía muy mal aspecto. Sangraba muchísimo.
—¡Dios, hay que hacer algo! —exclamó, y movió su varita sobre la herida de
Percy. Éste gimió, pero la hemorragia no se detuvo.
—¡Hermione! —gritó Ron, con los ojos empañados—. ¡Ayúdanos, Hermione!
Hermione, recobrándose del shock, se arrastró sobre el suelo, se acercó a Percy e
intentó ejecutar un hechizo curativo sobre su herida.
—Tranquilo, Percy, te pondrás bien... —le dijo Ron—. Te pondrás bien...
La herida dejó de sangrar, pero, al momento, relumbró y volvió a abrirse.
—¡Dios mío! —chilló Hermione—. ¡Vuelve a abrirse!
Intentó cerrarla de nuevo, pero era imposible. Siempre se volvía a abrir.
—¡Necesitamos ayuda! —bramó Ron, como si alguien pudiera oírlos—.
¡NECESITAMOS AYUDA!
—Tenemos que avisar a la Orden —dijo Harry, y cogió su varita para llamar a
quien fuera que estuviera más cerca.
—Resiste, Percy, te pondrás bien... —volvió a decir Ron, apretándole la mano a su
hermano. Hermione, mientras, intentaba por todos los medios contener la hemorragia.
Percy meneó la cabeza.
—No..., no hay esperanza para mí, Ron...
—¡No digas eso! ¡No hables! Guarda las fuerzas... Hermione...
—No puedo hacer nada más, Dios, no puedo hacer más... —Hermione lloraba
mientras trataba desesperadamente de evitar que Percy siguiera sangrando.
—Escúchame... —musitó Percy, con los ojos entrecerrados—. Escúchame, Ron...
Lo..., lo siento..., siento haberos metido en esto... No pensaba, no sabía lo que...
—No, Percy, cállate. Guarda las fuerzas, por favor... ¡¿Por qué no viene alguien
ya?!
Percy apretó la mano de Ron con más fuerza, reclamando atención.
—Malgasté mi vida, Ron... Malgasté mi vida buscando venganza, en vez de..., de
disfrutar de mi familia... Jamás..., jamás creí que pudiera sentir lo que sentí cuando
Penélope me lo dijo... —Una sonrisa nostálgica, cargada de tristeza, cubrió su rostro
—. No hay nada más importante que la familia, Ron... Nada... —Tosió y escupió
sangre; Ron lloraba—. Tú... siempre fuiste más listo que yo... Siempre supiste dónde
tenías que estar..., con tus amigos, con tu familia... Siempre. No..., no cambies, y no
dejes que te pase lo mismo que a mí. Protege a Hermione, Ron, protégela... Y por
favor, no me odiéis...
—Percy, guarda las fuerzas —le pidió Ron con la voz ahogada y casi inaudible,
mientras las lágrimas le caían por la cara sin control.
—Diles a papá y... a mamá que..., que lo siento, que lo siento todo, que..., que los
quiero. Díselo Ron... —Hizo un ruido extraño con la garganta y escupió más sangre—.
Harry...
—Estoy aquí, Percy —musitó Harry, implorando que alguien apareciera de una
vez.
—Harry..., siento mucho no..., no haber confiado en ti hace dos años y... haberos
metido en esto... Por favor, perdóname... Perdonadme todos. —Con un último
esfuerzo, sonrió, y luego su cuerpo se relajó y su cabeza cayó lentamente hacia el
lado donde Ron le sostenía. Un hilo de sangre se escurrió por la comisura de sus
labios.
—¡PERCY! —gritó Ron, y sacudió el cuerpo de su hermano con fuerza—.
¡PERCY! ¡EN NOMBRE DE MERLÍN, NECESITAMOS AYUDA! ¡PERCY!
Pero ya era inútil; Percy Weasley había muerto.
28

El Funeral

—¡NO, PERCY!... —chilló Ron.


—No, Ron..., Ron... —le dijo Hermione, acercándose a él y abrazándole. También
lloraba—. Ya no podemos hacer nada, Ron... Déjalo...
Ron dejó de agitar el cuerpo de su hermano y se abrazó a Hermione, dejándose
caer contra ella, llorando desesperadamente.
—¿Qué les voy a decir a mis padres, Hermione? ¿Qué les voy a decir?
Harry lloraba también. Se sentía inmensamente mal. Todo era por su culpa. Todo.
Si él no hubiera insistido en venir, si le hubiera hecho caso a Hermione...
Sintió un ruido en la casa, y unos segundos después Aberforth Dumbledore,
seguido por Lupin, entró en la habitación.
—Harry, Ron, Hermione... —dijo Lupin, echando una ojeada al mortífago que
estaba desmayado y atado ante él—, ¿qué...? ¡Dios mío, Percy...! ¿Qué ha pasado
aquí? ¿Qué hacéis aquí?
Harry no fue capaz de hablar y se limitó a menear la cabeza.
—Será mejor que avise a Albus —dijo Aberforth e hizo un movimiento con su
varita. Ésta emitió un breve destello, de forma parecida a como había hecho la de
Harry.
—Hermione, ¿qué ha pasado? —le preguntó Lupin.
—Percy..., Percy nos mandó una nota hace tres días. Nos dijo que..., que
viniéramos, que tenía algo muy importante que decirnos... Al llegar nos cogieron los
mortífagos, pero uno de ellos era Percy, disfrazado, que había usado la poción
multijugos… —Meneó la cabeza y volvió a sollozar, incapaz de controlarse. Ron
seguía abrazado a ella, con la cabeza hundida en su hombro, sin hablar, moverse ni
dar señal alguna de darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor.
—¿Dónde están los mortífagos? —inquirió Lupin.
—Uno ahí —respondió Harry con la voz muy tomada, mientras señalaba al
mortífago atado—; otro, Dullymer, se desapareció; el último está bajo los escombros
—concluyó, señalando la pared derrumbada sobre las escaleras de la segunda puerta.
—Tenemos que enviarlos a Hogwarts —dijo Aberforth—. Espero que Albus no
tarde.
—Harry, Ron, Hermione, vamos —les indicó Lupin—. Salgamos de esta
habitación.
Harry, asintiendo, se puso en pie. Hermione intentó levantar a Ron, pero éste se
negó a dejar allí el cuerpo de su hermano.
—Vamos, Ron… Ya no puedes hacer nada…
—¡Murió por salvarme! —gritó Ron—. ¡Murió por mi culpa!
—No —dijo Harry, intentando recuperar su entereza. Se dirigió a su amigo y le
cogió por el otro brazo—. Si alguien tiene la culpa de esto soy yo. Yo fui el que insistió
en venir, en vez de hablar con Dumbledore. Toda la culpa es sólo mía.
Ron le miró fijamente, y, por un momento, Harry creyó que su amigo le gritaría, o
que incluso le pegaría un puñetazo. Se dio cuenta de que, de hecho, le habría gustado
que hubiera hecho algo así.
—No, no es culpa tuya —murmuró Ron, recuperando un poco el dominio de sí
mismo—. Percy no debería haber hecho todo esto… No debería habernos engañado
para que viniéramos.
—Yo me dejé engañar —insistió Harry. Necesitaba oía a Ron echarle la culpa,
porque que su amigo siguiera siendo amable y leal con él en ese momento en que se
sentía tan culpable, sólo le hacía sentirse peor—. Yo casi os obligué a venir… De
nuevo, casi os matan por mi culpa… Creo que Dumbledore se equivocó cuando me
nombró capitán de la Orden… No valgo para esto. Lo único que hago es cometer
errores que culminan en las muertes de otras personas.
—No digas eso, Harry —le reprendió Lupin—. Sabes que no es cierto.
—¿No? —replicó Harry, desafiante—. ¿Y la aventura en el Departamento de
Misterios, donde murió Sirius y donde Ron y Hermione casi pierden la vida? ¿Y quién
le dijo a Cedric que cogiéramos juntos la copa? ¿Quién se empeñó en la aventura del
bosque el año pasado, donde a Hermione le faltó un pelo para morir? ¿Quién arrastró
a todos a la trampa que Dullymer nos había tendido el año pasado, donde murió
Luna? ¡Yo! ¡Siempre yo!
—Escúchame, Harry —dijo Hermione severamente, secándose las lágrimas de la
cara con ademán impaciente—. Tú no sabías que la copa era un traslador. Y tú no
obligaste a nadie a ir al Departamento de Misterios, fuimos porque quisimos. Tampoco
fue culpa tuya que fuera Sirius. Respecto a lo del bosque, fui yo la que se empeñó en
ir aunque Ron no quería que fuera… Y tú no fuiste el que cayó en la trampa de
Dullymer, que fuimos todos.
—¡Da lo mismo! —gritó Harry—. Puede que tengáis un poco de razón, pero lo de
hoy…, ¡lo de hoy fue una completa estupidez! Y sí os obligué a venir… Sabía que
vendríais, que estabais obligados a hacerlo… Yo me aproveché de eso, y ya vemos el
resultado. Tu familia debería odiarme —añadió, dirigiéndose a Ron.
—No te odio —contestó Ron—. Percy es mi hermano, yo habría venido igual. Y tú
nos salvaste la vida a todos el año pasado, sin contar todas las veces que has salvado
a mi hermana. Ya oíste a Percy antes: fue su error. Decidió dedicarse a la venganza y
olvidar todo lo demás… Fue su culpa, Harry. Ni la mía, ni la tuya. No vale de nada
lamentarnos sobre lo que podríamos haber hecho si hubiésemos sabido, porque no
sabíamos. —Miró a Percy—. Espero que al menos ahora pueda descansar en paz. Y,
en el fondo, me alegra saber que no era tan estúpido y mojigato como siempre creí. Es
horrible que tuviera que comprender el valor de las cosas con su tragedia, pero creo
que podemos aprender algo de ello. Si queremos rendirle un último tributo, no
debemos olvidar lo que nos dijo antes de morir.
—¿De qué venganza estáis hablando? —inquirió Lupin, que había seguido la
conversación, aunque sin entenderla.
Pero nadie le contestó, porque se oyeron pasos en el piso de abajo y, momentos
más tarde, Dumbledore entró en la habitación, casi corriendo.
—¿Qué ha…? —Se cortó en seco al ver la escena que tenía ante él.
—Albus, tenemos que enviarlos al castillo —dijo Aberforth—. Tenemos que
sacarlos de aquí. Ya.
Dumbledore no contestó. Entró en la habitación y, tras echar una ojeada a Harry,
Ron y Hermione, miró el cadáver de Percy con expresión muy triste.
Para alivio de Harry, sin embargo, no preguntó nada. Se limitó a coger una tabla,
apuntarle con su varita y musitar «portus.»
—Cogedla —les dijo a los tres—. Os llevará a la enfermería. Nosotros llevaremos
el cuerpo de Percy al castillo, y luego me comunicaré con Arthur y Molly.
Ron apartó la mirada ante la mención de sus padres.
Con un suspiro profundo, Harry agarró la tabla, y Ron y Hermione le imitaron. Unos
segundos después, aparecieron en medio de la enfermería, que estaba desierta. Al oír
el ruido, la señora Pomfrey salió de su despacho. Al verles, corrió hacia ellos, con la
cara desencajada.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, alarmada—. ¿Dónde se han metido esta vez para
venir así?
—No haga preguntas, por favor —pidió Ron—. Mírele el hombro derecho a
Hermione, tiene una herida…
La señora Pomfrey les echó una mirada suspicaz a los tres, y luego hizo lo que
Ron le decía. Tras cerrarle la herida a Hermione, que no era grave, les hizo un
reconocimiento a Ron y a Harry. Ambos se dejaron hacer, sin decir nada.
—Ahora hagan el favor de ponerse en esas camas y no salir de aquí hasta que
vuelva el director.
—Mi madre se va a volver loca cuando lo sepa —murmuró Ron, y Harry no supo si
hablaba solo o con ellos—. Esto es lo único que le faltaba... —Miró al techo y Harry vio
que, de nuevo, estaba llorando—. Percy era el que menos me gustaba de todos mis
hermanos. De hecho, tras aquella discusión con mi padre, incluso dejé de considerarlo
familia mía… ¡Pero era mi hermano! Mi hermano… Odio todo esto, esta maldita
guerra. Odio a todos los mortífagos, y espero que ese tal Spencer esté muerto.
Hermione le miró con temor, con las lágrimas también brotándole de los ojos.
—¡No digas eso! —exclamó—. No digas eso, Ron… Es horrible, es…
—¡También es horrible que perdiera a su novia y a su hijo! —gritó Ron—. Sé
perfectamente cómo debió de haberse sentido… Como me sentí cuando te lanzaron a
ti la maldición el año pasado. Sólo podía pensar en la venganza, en nada más.
—Pero vosotros no os metisteis entre los mortífagos, ni pusisteis en peligro a nadie
—arguyó Hermione.
—Yo no perdí a mi hijo —subrayó Ron—. Y tú no estabas muerta.
Hermione no supo qué contestar. Se quedaron unos minutos en silencio, y luego
Ron se incorporó de un salto.
—No aguanto más estar aquí tumbado sin hacer nada —declaró—. Mis padres
tienen que saberlo, y soy yo quien debe decírselo, para que pueda explicarles lo que
pasó.
—Ron, Dumbledore dijo… —comenzó Hermione.
—Dumbledore no es de la familia —la cortó Ron—. Soy yo quien debe hacerlo.
Harry miró a su amigo sorprendido, y no pudo menos que admirarle por aquella
decisión. Él sabía perfectamente que era más fácil enfrentarse a media docena de
mortífagos que hacer lo que se disponía hacer.
—Si vas, iremos contigo —declaró Hermione—. ¿Verdad, Harry?
Harry asintió lentamente, sintiendo un horrible nudo en el estómago y en la
garganta que le impedía hablar y casi respirar. Decirles a los Weasley que habían
perdido a uno de sus hijos era algo que ni en sus peores sueños había imaginado que
tendría que hacer.
—¿Cómo vas a decírselo? —preguntó Hermione.
—Tenemos que encontrar polvos flu.
Los tres se dispusieron a salir de la enfermería, cuando el fuego de la chimenea de
se puso de color esmeralda. Un momento después, Dumbledore salió de él, y, detrás,
una camilla tapada con una sábana. Lupin cerraba la comitiva.
—¿Adónde vais? —les preguntó Dumbledore, al verlos dispuestos a salir de la
enfermería.
—Quiero ser yo quien les diga a mis padres lo que sucedió —contestó Ron—.
Tengo que hacerlo yo en persona.
Dumbledore le miró unos instantes, y también Lupin.
—¿Estás seguro de eso, Ron? —preguntó éste último—. Podemos hacerlo
nosotros.
—Sí, estoy seguro.
—Como quieras —asintió Dumbledore y luego llamó a la enfermera.
La señora Pomfrey salió de su despacho, vio al director y comenzó a decir «Señor
director...» pero se detuvo en seco al ver la camilla.
—¿Quién es? ¿Qué..., qué ha pasado, señor director?
—Ahora no puedo contestar a eso, Poppy —dijo Dumbledore—. ¿Tienes polvos flu
en tu despacho?
—Eh... Sí, claro, claro que tengo... —Dumbledore se dirigió al despacho, y la
enfermera levantó la sábana que cubría el cuerpo de Percy.
—¡Oh! —exclamó, tapándose la boca con las manos—. Señor Weasley...
—murmuró, al verle la cara—. Pero ¿qué...? —Entonces vio la herida en el estómago
y se horrorizó—. ¡Qué espanto!
Dumbledore volvió a entrar con un tarro de polvos flu.
—Alguien tendrá que avisar a Minerva... —murmuró Dumbledore—. Remus,
¿quieres ir tú? Y, por favor, dile que antes de venir vaya a buscar a Ginny.
—Voy —asintió Lupin, y salió de la enfermería, rumbo a la torre de Gryffindor.
Dumbledore se acercó a los tres amigos, y le entregó el tarro de polvos flu a Ron.
—Podéis ir.
Ron se dirigió a la chimenea, seguido de Harry y Hermione. Tiró un puñado de
polvos al fuego, tomó aire y dijo: «¡Número 12 de Grimmauld Place!»
Entró en las llamas con decisión, y sus dos amigos le siguieron.
En la cocina del cuartel general de la Orden no había nadie excepto Kreacher, que
estaba barriendo. Éste se quedó muy sorprendido al verlos aparecer.
—Amo —dijo el elfo—. ¿Qué hace aquí? ¿No debería estar en el colegio?
—¿Dónde están mis padres, Kreacher? —preguntó Ron.
Kreacher señaló la puerta del salón. Sin decir nada, Ron se dirigió a ella, levantó la
mano para agarrar la manilla de la puerta... y luego volvió a bajarla. Cogió aire.
Hermione se acercó más a él y le cogió la otra mano, para darle ánimos. Harry, por
su parte, no se movió. Se sentía como si todo aquello no fuese real, y deseaba que así
fuera, y poder despertar pronto de aquella pesadilla.
Ron abrió la puerta y entró en el salón. El señor Weasley estaba leyendo El
Profeta mientras la señora Weasley tejía, y ambos tenían delante sendas tazas de té.
Los dos levantaron la cabeza al oír la puerta.
—¿Ron?, ¿Harry?, ¿Hermione?..., ¿qué hacéis aquí? —preguntó el señor
Weasley.
—¿Qué ha ocurrido? —añadió la señora Weasley, con mirada preocupada—.
Parecéis... heridos.
—Mamá, papá..., esto no es fácil de decir... —murmuró Ron, y miró al suelo.
La expresión de la señora Weasley cambió a una de total preocupación, y corrió
hacia su hijo. Al llegar junto a él, lo agarró por los hombros. Sin embargo, Ron siguió
mirando al suelo.
—¿Qué pasa, Ron? —le preguntó, sacudiéndole—. ¿Es Ginny? ¿Le ha pasado
algo?
Ron negó con la cabeza.
—¿Entonces qué? ¡DÍMELO, POR MERLÍN!
—N-no es Ginny, es... Percy.
—¿Percy? —Por un momento, la cara de la señora Weasley cambió a una de total
perplejidad; el señor Weasley frunció el entrecejo—. ¿Qué pasa con Percy?
Harry miró al fuego. No quería ver la cara de la señora Weasley cuando lo dijera,
no quería...
—Ha..., ha muerto —soltó Ron por fin, y Harry notó como si un silencio de piedra
hubiera caído sobre la habitación.
—No —negó la señora Weasley. Harry la miró y vio que movía la cabeza a un lado
y al otro—. No es cierto. No...
—Ha muerto, mamá —afirmó Ron, y empezó a llorar otra vez—. Murió hace algo
más de media hora... Murió..., murió salvándome la vida, mamá...
—No es verdad, no puede ser verdad —dijo el señor Weasley, que se había
puesto blanco.
La señora Weasley miró a Hermione buscando una negación, pero la muchacha
bajó la cabeza. Luego volvió la vista hacia Harry, y éste, lentamente, logró asentir.
—¡NO! —chilló la señora Weasley—. ¡NO ES CIERTO! ¡MI HIJO NO HA PODIDO
MORIR! ¡NO MI HIJO! ¡Dime que no es verdad, Ron, dímelo! —suplicó, agarrando de
nuevo los hombros de su hijo y agitándole.
Ron abrazó a su madre con fuerza.
—Lo siento, mamá... Lo siento...
El grito de la señora Weasley fue un aullido de dolor. Harry sintió como si le
perforara el alma.
—¡NOOOOOO! ¡No puede ser! ¡Percy! —Se dejó caer contra Ron, llorando
desconsoladamente, y Ron la abrazó con todas sus fuerzas—. Percy...
El señor Weasley también lloraba, pero luchaba por mantener el control. Se acercó
a su esposa y a su hijo y los abrazó a ambos. Hermione se sentó en un sillón, también
llorando, aunque en silencio. Harry se dio la vuelta, incapaz de seguir contemplando la
escena. Vio que la puerta se había abierto de nuevo y que Kreacher miraba tras ella,
asombrado. Harry le hizo una seña para que se fuera, y el elfo obedeció.
—Dinos lo que pasó, hijo —pidió entonces el señor Weasley entre sollozos—.
Queremos saber lo que pasó.
—¿Dónde está? —chilló la señora Weasley, que, como vio Harry al volverse, se
apoyaba ahora en su esposo—. ¿Dónde está mi hijo?
—En Hogwarts —contestó Ron—. En la enfermería.
—¿Qué pasó, Ron? ¿Cómo..., cómo murió? ¿Cómo lo sabéis vosotros? —volvió a
preguntar su padre.
Ron tomó aire, y, lentamente, comenzó a relatar la historia. Pero al llegar al punto
en que el mortífago había subido las escaleras de nuevo, apuntándole con la varita, no
fue capaz de continuar y se derrumbó junto a Hermione, que le cogió una mano
cariñosamente. Harry sintió que era su responsabilidad, y continuó la historia donde
Ron la había dejado. Sin embargo, omitió el sufrimiento de Percy, y sólo les dijo a los
señores Weasley que sus últimas palabras habían sido para ellos, diciendo que los
quería.
—¡Dios mío, Dios mío, Dios mío! —sollozaba la señora Weasley—. Mi pobre hijo...
Penélope embarazada... ¿Por qué nunca nos lo dijo? ¿Por qué nos lo ocultó e hizo
todo eso, Arthur?
El señor Weasley meneó la cabeza, incapaz de hablar.
—No..., no sé, Molly... —logró decir, al cabo de unos momentos—. Tenemos que
avisar a Bill y a Charlie, y también a Fred y a George... Y tenemos que ir a Hogwarts...
—Se secó las lágrimas y miró a los tres amigos—. ¿Vosotros estáis bien?
Ron y Hermione asintieron; Harry no fue capaz de hacerlo. Deseaba pedir perdón,
decir que todo era su culpa, pero no se sentía ni siquiera con derecho a decir aquello,
ni tampoco a estar en aquella habitación.
—Voy..., voy a escribirles una nota a Charlie y a Bill, y le pediré a éste que avise a
Fred y a George... Luego..., luego iremos a Hogwarts —dijo el señor Weasley.
El señor Weasley salió de la habitación. Ron se levantó y se sentó junto a su
madre, abrazándola. Los cuatro permanecieron en silencio durante unos cinco
minutos, un silencio roto únicamente por los sollozos de la señora Weasley, hasta que
el señor Weasley volvió a entrar.
—Vamos —dijo, cogiendo el tarro de polvos flu. Lanzó un puñado de polvos a la
chimenea y dejó que su esposa entrara en primer lugar. Luego pasaron Ron,
Hermione, Harry, y finalmente él mismo.
En cuanto Harry salió por la chimenea de la enfermería, vio cómo Ginny, llorando,
se lanzaba en brazos de su madre. La profesora McGonagall estaba allí también, y
tenía los ojos enrojecidos.
Harry, abatido, se dejó caer sobre una silla y deseó, por primera vez en su vida,
dejar de existir.

El resto de aquel día se contó entre los peores que Harry había tenido en su vida. No
apreciaba a Percy más que a Luna, aunque lo conociera de más tiempo, y, sin
embargo, se sentía peor. No obstante, no era sólo la muerte de Percy lo que le hacía
sentirse tan mal, sino el dolor de todos los Weasley, y, en especial, de la madre de
Ron. Además, estaba el hecho de que Luna había muerto casi sin sufrimiento, en
cambio, Percy había agonizado durante varios minutos.
Dumbledore lo había preparado todo para trasladar el cadáver a Grimmauld Place.
El entierro sería al día siguiente, por la tarde, en La Madriguera.
Harry, Ron, Hermione y Ginny tenían permiso para estar fuera de Hogwarts hasta
el lunes por la noche, pero, antes de irse, mientras los Weasley lo preparaban todo,
Dumbledore había llamado a Harry al despacho de la señora Pomfrey y había cerrado
la puerta. Harry se había sentado, esperando lo que el director tuviera que decir,
deseando que le regañara, que le echara la culpa...
—Harry, quiero que me cuentes todo lo que pasó allí.
Harry no deseaba revivirlo, pero no puso objeciones. Si era algún tipo de castigo,
desde luego se lo merecía. Así pues, relató con pelos y señales todo lo que había
ocurrido desde el momento en que habían abandonado la sala común aquella tarde.
Cuando terminó su historia, esperó pacientemente a que Dumbledore dijera algo, pero
éste se mantuvo callado durante lo que a Harry le pareció una eternidad.
—Los..., los mortífagos... ¿Qué les hicieron? —preguntó, viendo que el director no
decía nada.
—Aberforth se quedó allí, esperando a los responsables del Ministerio para
llevarse al que atasteis.
—¿Y..., el otro, al que Ron atacó?
—Muerto —respondió Dumbledore.
Harry bajó la cabeza. No es que realmente lamentara la muerte del mortífago. Al
fin y al cabo, en su cabeza resonaban aún sus malévolas risas y sus burlas. Pero no le
agradaba pensar que ahora también Ron, el único de los tres que no había matado a
nadie, llevara también ese estigma. Otro paralelismo más en sus vidas, otra cosa que
los tres compartían. Y, de todas ellas, ésta era la más horrible y triste de todas. Se
preguntó si Ron lo sabría ya y no pudo menos que pensar que lo poco de inocencia
que quedaba en ellos (si es que realmente quedaba algo), había desaparecido.
—Esto es todo culpa mía —murmuró Harry—. Todo.
—No voy a negar que tienes una gran parte de la culpa, Harry —respondió
Dumbledore—, pero, desde luego, no la tienes toda. Tomaste una decisión y no fue la
correcta, pero los actos de Percy lo fueron aún menos. La venganza puede ser algo
terrible, Harry. Muchas veces, peor para quien la ejerce que para quien la recibe. Vivir
sólo para la venganza es, casi siempre, peor que estar muerto.
—¡Pero yo me metí en esto, y arrastré conmigo a Ron y a Hermione! ¡Pudieron
haber muerto por mi culpa! —estalló Harry—. Usted me nombró capitán de la Orden, y
lo primero que hago es arruinarlo todo. Tal vez..., tal vez no soy el soldado que usted
esperaba que yo fuera.
Dumbledore miró a Harry muy fijamente sobre los cristales de sus gafas antes de
contestar.
—Bueno, yo nunca he dicho que esperara que fueras un soldado —repuso—.
Crees que quizás no estás preparado para lo que te pedí... Bueno, quizás es que no
entendiste lo que te pedí, Harry. —Hizo una breve pausa y suspiró—. Has cometido un
error, sí. También yo los cometí. Somos humanos, y eso nos hace cometer errores, no
podemos evitarlo. Tampoco podemos volver atrás y arreglar lo que hicimos mal; lo
único que podemos hacer es intentar no volver a cometer los mismos fallos. Si
logramos eso te aseguro que ya conseguimos mucho. Pese a lo mal que te sientes
ahora, cosa muy comprensible, yo sigo confiando en ti. Y, sea como sea, tampoco
tienes elección.
Harry no respondió. No, Dumbledore nunca le había dicho que esperaba que fuera
un soldado, pero eso era lo que Harry había entendido claramente en la reunión de la
Orden. Era lo que se traslucía de aquellas palabras.
—No soy capaz de soportar esto —dijo Harry, derrotado—. No puedo cargar con la
culpa, con la responsabilidad, con todo... Esto es demasiado para mí.
—Lo sé —dijo Dumbledore—. Sé que es muy duro. Sé que lo que te pedí, que lo
que crees que se espera de ti es más de lo que puedes dar, de lo que puedes
soportar... Pero yo sé que no lo es, y tú también lo sabrás. Harry, tú no recuerdas
cómo eran las cosas la otra vez. La gente no tenía esperanza. Nadie, en realidad,
creía que Voldemort pudiera ser vencido. Pero ahora sí lo creen. Todos los que
estaban en esa reunión de la Orden lo creen: creen en ti. Tú le venciste. Sólo era un
bebé y le venciste... Ellos creen en ti, y eso es lo que los anima a luchar.
—Sí, ellos creen en mí —dijo Harry—. Pero ¿en quién debo creer yo?
—Tal vez tú también debas empezar a creer en ti, Harry. Tal vez deberías mirarte
desde fuera un poco. Sé que te sientes mal, pero el dolor pasará. No es la primera vez
que te sientes así.
—¡Las otras veces no había muerto nadie de la familia Weasley! —repuso Harry—.
Nunca había visto así a la señora Weasley, ni a Ginny, ni a Ron... ¡No puedo
soportarlo, sabiendo que es culpa mía! —gritó, dándose cuenta de que se había
puesto en pie.
—Crees que no podrás —le dijo Dumbledore, totalmente calmado—, pero sí lo
harás. Siempre se puede. La capacidad de resistencia del ser humano es inmensa,
Harry. Mucho más grande de lo que se pueda imaginar. Te recuperarás, eso puedo
asegurártelo. —Calló unos segundos, mientras le observaba, y luego agregó—: Creo
que es mejor que vuelvas con ellos. Pronto deberéis iros.
Sin responder, Harry salió del despacho de la señora Pomfrey. Los señores
Weasley estaban sentados, abrazados, junto a la cama donde reposaba el cuerpo sin
vida de Percy. Lupin estaba también allí, callado. No había nadie más en la
enfermería.
Lupin levantó la cabeza al verle entrar, y respondió a la pregunta que Harry no
había formulado aún.
—Los demás han ido a recoger algunas cosas para llevarse. Es mejor que tú lo
hagas también. Pronto nos iremos.
Harry asintió en silencio y abandonó la enfermería.
Cuando entró en la sala común, algunos de sus compañeros se acercaron a él.
—Oye, Harry, ¿qué ha pasado? —preguntó Seamus—. Antes han entrado Ron,
Hermione y Ginny y traían unas caras horribles, pero no nos dijeron nada.
Harry negó con la cabeza y se abrió paso hasta las escaleras.
—Ahora no puedo contestar... Pronto os enteraréis.
Dejando a todo el mundo con la palabra en la boca, subió hasta su cuarto, donde
Ron metía ropa en una pequeña maleta que Harry nunca le había visto.
Harry no fue capaz de decirle nada. Ambos cruzaron una rápida mirada y luego
Harry se puso a coger algo de ropa, aunque no sabía dónde iba a llevarla. Mientras lo
decidía, la voz de Ron interrumpió el incómodo silencio.
—¿Cómo está? —dijo. Harry se volvió hacia él, sin comprender—. El mortífago
que mató a Percy. ¿Cómo está? ¿Dumbledore no te lo dijo?
—Muerto —respondió Harry, mirando por primera vez en la tarde a su amigo a los
ojos. Ron no pareció sentir ninguna clase de emoción al saberlo.
—No me da pena —fue su única respuesta.
—¿No te afecta? —le preguntó Harry con curiosidad. Ron se encogió de hombros.
—Si te soy sincero, no me importa. No entiendo por qué a Hermione le afectó tanto
lo de Henry. No parece tan terrible como yo siempre había pensado que sería matar a
alguien.
—Acaba de suceder —dijo Harry—, y lo hiciste en un momento de rabia, sólo con
intención de defenderte, no de matar... Porque no tenías intención de matarlo,
¿verdad?
Ron se lo pensó un momento y luego negó con la cabeza.
—Pero cuando pasen los días, sí te afectará —continuó Harry—. Eso me pasó a
mí con lo de los mortífagos. En verano tenía pesadillas con ellos y me sentía muy mal.
A veces creía que no había ninguna diferencia entre Voldemort y yo.
—Eso no es cierto —replicó Ron rápidamente.
—Lo sé, pero eso no me ayudó. Ahora me siento mejor, pero es algo que espero
no volver a experimentar. No quiero volver a ver morir a nadie, y menos si muere por
mi mano.
Ron estuvo callado un momento, mirando a su baúl abierto, y luego, volviendo la
vista hacia Harry de nuevo, dijo:
—¿Recuerdas cuando en tercero tuvimos aquella conversación acerca de lo que
pensabas hacer, cuando oímos la historia de Sirius en La Tres Escobas? —Harry
asintió—. Cómo han cambiado las cosas desde entonces, ¿verdad? En aquel
momento nos sentíamos tan aterrorizados ante la idea de matar a alguien... Y míranos
ahora. ¿Qué nos ha pasado, Harry?
—No lo sé, Ron. Supongo que es la guerra, o que ya hemos dejado atrás la
inocencia de la infancia. Estamos en guerra y somos soldados, supongo que ésa es la
única y triste realidad.
—No me gustaba pensar de ese modo, pero ¿sabes?, creo que tenías razón.
Somos soldados y hemos de prepararnos.
Ron no agregó nada más. Harry contempló a su amigo durante un rato, mientras
éste cerraba su maleta, y se fijó en que ya no parecía abatido; estaba triste, sí, pero,
sobre todo, decidido, aunque Harry no sabía a qué.
—¿No vas a guardar esa ropa? —le preguntó Ron—. Ya es casi hora de irnos.
—No tengo más maletas que mi baúl —repuso Harry—. ¿De dónde has sacado tú
esa?
—La he conjurado —respondió Ron, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
—Claro —asintió Harry, sacando su varita y sintiéndose completamente estúpido.
Terminaron y bajaron a la sala común. Ron y Hermione estaban ya allí,
esperándoles. Los demás alumnos las miraban, pero nadie les decía nada.
En cuanto Ron y Hermione llegaron junto a ellos, los cuatro salieron de la sala
común en silencio. Ginny seguía sollozando en bajo.
Los Weasley y Lupin ya les estaban esperando en la enfermería. Lo tenían todo
preparado. En cuanto los cuatro llegaron, Dumbledore les entregó el traslador que iban
a usar para ir a Grimmauld Place. El señor Weasley lo situó sobre el cuerpo inerte y
cubierto de Percy.
—Nos vemos mañana —se despidió Dumbledore de forma apagada, y luego
retrocedió algunos pasos.
En silencio, los Weasley, Lupin, Harry y Hermione tocaron el palo-traslador. Un
instante después, un torbellino de color, en el que también viajaba el cuerpo de Percy,
los trasladó al salón del primer piso de la casa de los Black.
—Voy a buscar a los otros —dijo el señor Weasley, y salió del salón.
Los demás se sentaron en los sofás y sillones, callados. Menos de un par de
minutos más tarde, se oyó ruido en las escaleras, y Bill, Fred y George,
conmocionados, entraron en la habitación. Los tres miraron un momento a todos los
allí presentes, deteniéndose un instante en el rostro de su madre. Luego miraron a
Percy, el cual sólo tenía la cabeza descubierta.
—No es posible —dijo Bill.
Un momento después, Ginny se arrojó en sus brazos, llorando; la señora Weasley
se abrazó a los gemelos, que miraban el cadáver de su hermano con incredulidad,
como si no acabasen de comprender qué había sucedido; Ron, sin embargo,
permaneció sentado en su sillón, con la mirada perdida, aunque su rostro mostraba
algún tipo de firme determinación.
—¿D-dónde está Charlie? —quiso saber la señora Weasley—. ¿N-No ha ve-
venido?
—Me comuniqué con él —respondió Bill, con la voz ahogada—. Estará aquí
mañana a primera hora.
En ese momento la puerta volvió a abrirse y entró el señor Weasley, seguido por
los angustiados padres de Hermione.
—¡Oh, Dios mío! —murmuró la señora Granger al ver el cuerpo de Percy,
tapándose la boca con las manos—. ¡Oh, Molly...!
Ambas mujeres se abrazaron, y la señora Weasley empezó a llorar con más fuerza
aún.
El señor Granger, por su parte, se acercó a su hija, que se levantó al verle.
—Hija mía... —musitó, mientras la abrazaba—. Hija, ¿te encuentras bien?
Hermione asintió, llorando silenciosamente. Su padre le acarició la cabeza, y
levantó la vista hacia Harry, interrogativamente.
Harry movió la cabeza afirmativamente, indicando que se encontraba bien. Luego
el señor Granger dirigió su mirada hacia Ron, pero éste ni siquiera pareció darse
cuenta: su mirada permanecía fija en el cadáver de su hermano, y Harry se preguntó
qué estaría pasando por la cabeza de su amigo en ese momento.
* * *

El funeral de Percy, al día siguiente por la tarde, en La Madriguera, sustituyó al de


Luna como el recuerdo más triste de Harry. Pese al frío y a la nieve, bastante gente se
había reunido en el cementerio de los Weasley, en el jardín. La señora Weasley no
dejaba de llorar, abrazada a su esposo y a Charlie; Bill iba al lado de éste, con Fleur le
cogía del brazo; Ginny iba entre Fred y George, y lloraba también. Harry deseaba
cogerla y abrazarla, tal y como Hermione hacía con Ron, a pesar de que éste, que era
el único que no lloraba, no parecía darse cuenta; sin embargo, no se atrevía a hacerlo:
por una parte, estaban sus sentimientos por ella, sentimientos a los que no quería dar
salida, y, por otro lado, la culpabilidad que aún sentía. Sabía que Ron no le
consideraba responsable, y tampoco sus padres, pero con Ginny apenas había
cruzado alguna palabra desde lo sucedido.
Con un suspiro, apartó su vista de ella y miró a Dumbledore, que estaba junto a la
que sería la tumba de Percy, vestido con la misma túnica que se había puesto para el
funeral de Luna: aguardaba el momento de empezar.
Harry miró en torno suyo y vio a los demás miembros de la Orden del Fénix, a
funcionarios del Ministerio (incluido Amos Diggory y su esposa), a los padres de
Hermione, que estaban con Tonks, y a otros parientes de los Weasley a los cuales no
conocía. Luego, mientras Dumbledore se disponía a comenzar el rito funerario, Harry
volvió a mirar a sus amigos, y se sintió solo. Sabía que se lo merecía, que él mismo
era, parcialmente, el causante de su soledad; él se había marginado debido a la
culpabilidad; pero, por otro lado, deseaba un apoyo, un abrazo que lo reconfortara...
Pero no se atrevía a acercarse a los Weasley, y Hermione..., bueno, Ron la necesitaba
más que él. Con otro suspiro, se acercó a sus dos amigos para contemplar la
ceremonia.
Entonces, mientras Dumbledore comenzaba a hablar, Harry sintió que una mano
se posaba sobre su hombro derecho. Miró hacia ese lado y vio a Lupin. Ninguno de los
dos dijo nada, pero Harry le agradeció inmensamente ese simple gesto. Después,
Lupin cruzó los brazos sobre el pecho y se quedó allí, al su lado.
Harry miró a Ron varias veces, pero éste no apartó la vista ni un segundo del
punto donde estaban Dumbledore y el cuerpo inerte de su hermano; sus ojos brillaban
con fuerza, y una expresión de profundo dolor mezclado con rabia cubría su rostro.
En una de esas ocasiones, las miradas de Harry y Hermione se cruzaron, y ella
pareció comprender la pena que afligía a Harry. Se soltó de Ron y se colocó en medio
de sus dos mejores amigos, y luego se cogió al brazo de ambos. Ron movió la cabeza
por primera vez y su mirada se cruzó con la de Harry.
—Vosotros no os iréis, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja. Harry y Hermione le
miraron—. Vosotros, de entre toda mi familia, no vais a iros y dejarme.
—Claro que no, Ron, nosotros... —murmuró Hermione.
—Prometédmelo. Prometedme que nunca os iréis, como Percy. Puedo soportar
que se vaya él, pero vosotros... Prometedme que siempre estaréis aquí.
Harry estiró el brazo izquierdo sobre los hombros de Hermione y agarró el de Ron.
—Te lo prometo, amigo.
—Hermano —corrigió Ron—. Sigo teniendo seis hermanos, Harry.
Harry bajó la cabeza y asintió, sintiendo que sus emociones le sobrepasaban.
—Yo también te lo prometo, Ron —añadió Hermione, que lloraba de nuevo.
Ron la abrazó más contra sí y Harry hizo otro tanto. Permanecieron así hasta que
el ataúd de Percy fue depositado en el agujero y cubierto con tierra, dejando un
montículo marrón en medio del blanco de la nieve que lo cubría todo.
Harry deseó ser sordo en ese momento, porque los gritos desesperados de la
señora Weasley parecieron atravesarle como cuchillos de hielo. Y durante muchos
días, aquellos chillidos iban a acompañarle en sus pesadillas.
Tras el funeral, todos entraron en La Madriguera, ya que hacía mucho frío. Harry
miró un poco a su alrededor, pues no había entrado allí desde que la casa se
reconstruyera. Casi todo estaba igual que las otras veces que había estado allí,
aunque, debido a que los Weasley no estaban residiendo en la casa en esos
momentos, todo estaba más recogido y ordenado. En las mesas había comida para
picar, pero Harry no cogió nada, no tenía hambre. Se limitó a sentarse un poco
apartado, con Ron y Hermione. El señor Weasley decidió llevarse a su esposa arriba,
pues ésta era casi incapaz de sostenerse en pie. Bill fue con su padre para ayudarle.
Ron, al verlos, se levantó, dijo que iba a ver cómo estaba su madre y subió por las
escaleras también, dejando a Harry y a Hermione solos.
—¿Cómo te encuentras, Harry? —le preguntó la chica.
Harry se encogió de hombros.
—Has estado muy callado desde ayer, y muy solitario. Todavía te culpas por lo
que pasó, ¿verdad?
Harry la miró.
—¿Y cómo no voy a hacerlo? —dijo, procurando controlar su tono de voz—. Si te
hubiera hecho caso... ¡¿Cuándo voy a aprender a hacerte caso?! Siempre tienes
razón, siempre... Creo que tú serías mejor líder que yo.
—No siempre tengo razón —repuso Hermione—. Y no es cierto que yo sea mejor
líder que tú... Fue tu decisión ir a por la piedra filosofal, ir a rescatar a Ginny, ir tras
Ron en tercero, con lo cual salvamos a Sirius...
—Lo de ir a ver a Lockhart fue idea de Ron —replicó Harry, interrumpiéndola—. Si
no fuera por eso, tal vez no habríamos ido a la Cámara de los Secretos, o habríamos
llegado demasiado tarde; y fuiste tú la que me ayudó a salvar a Sirius, con el
giratiempo.
—Pero tú lo organizaste todo el día del ataque al tren, y diriges muy bien el ED...
Harry, no fue culpa tuya, tú no podías saber lo que Percy pretendía.
—No, pero pude haber pensado que era una locura, y no lo hice... Hago las cosas
por impulsos, sin pensarlas..., sin importarme las consecuencias...
—A veces esos impulsos están bien —rebatió Hermione—. No siempre se puede
pensar todo. Yo jamás me habría arrojado sobre Ginny como lo hiciste tú en el partido
de quidditch, el año pasado. Fue una locura, pero le salvó la vida. Y lo de ir a
rescatarla a la guarida de los mortífagos, el año pasado...
—Eso le costó la vida a Luna.
—Sí, pero salvamos a Ginny, y detuvimos a un montón de mortífagos.
—Todos están libres otra vez —repuso Harry con pesimismo.
—Pero mientras estuvieron en la cárcel no hicieron nada —dijo Hermione—.
Piensa en cuantas familias como ésa que aniquilaron en Navidad podrían haber
destruido en estos meses...
Harry meneó la cabeza.
—Agradezco tu intento, Hermione, pero déjalo... No conseguirás que me sienta
mejor; al menos, no de momento.
Dicho esto, Harry se levantó, dejando allí a su amiga, y salió al exterior, al jardín,
donde se quedó, apoyado contra la pared de la casa, observando la nieve.
Estuvo allí varios minutos hasta que la puerta volvió a abrirse, y Ginny, con la capa
de terciopelo y una bufanda, salió al exterior. Tenía los ojos llorosos y enrojecidos.
Harry la miró un segundo, y luego, sin decirle nada, volvió a contemplar el paisaje.
—Puedes hablarme, Harry —dijo ella, sorbiendo—. No te echo la culpa. Nadie lo
hace; sólo tú.
Harry se quedó callado durante un rato, y luego, tímidamente, preguntó:
—¿Cómo..., cómo te encuentras?
—Mal —respondió ella, moviéndose y apoyándose también contra la pared de la
casa, a su izquierda—. Percy no era mi hermano preferido, pero era mi hermano, no
sé si me entiendes.
—No estoy seguro —dijo Harry—. He perdido a mucha gente, pero nunca he
tenido un hermano: no sé lo que se siente.
Ginny le miró con el entrecejo fruncido.
—Sí lo sabes —replicó ella—: ¿qué sentiste cuando Hermione casi muere, el año
pasado? ¿Qué sentirías si le pasara algo a Ron?
—No es lo mismo —dijo Harry.
—Muy parecido —replicó Ginny—. Es similar a lo que sentí cuando murió Luna. No
igual, porque a ella no la conocía desde hacía tanto tiempo. Conocerla bien, quiero
decir; y ella me gustaba cómo era y Percy no, pero es similar.
Se quedaron un rato callados. Harry notó que Ginny temblaba.
—Vas a coger frío —le dijo—. Esa capa no es para estar en la nieve. ¿Por qué no
te has puesto otra?
—Me gusta ésta —respondió ella—. Es la más bonita que tengo. Le tengo mucho
cariño, ¿sabes? El día que me la regalaste fue uno de los mejores de mi vida.
Harry esbozó una ligera sonrisa, recordando el baile de Navidad del curso anterior.
—Abrázame, Harry.
—¿Qué? —exclamó éste, alarmado, girando la cabeza hacia Ginny; pero ella le
miraba con expresión seria y segura.
—Que me abraces. Abrázame, por favor.
Temiendo que Ginny pudiera oír los feroces latidos de su corazón, Harry se acercó
a ella, dándose cuenta de que, pese al frío, le sudaban las manos.
Ginny se apretó contra él y apoyó su cabeza en su pecho. Harry apoyó sus manos
en la espalda de ella. Sentía la necesidad de acariciarle la cabeza, y sabía que a la
chica le gustaría, pero no quería hacerlo; no podía hacerlo.
—Harry, no quiero que te alejes de nosotros ni te sientas solo. Para mí eres tan
importante como mis hermanos. —Levantó la cabeza y le miró; tenía los ojos de nuevo
llenos de lágrimas—. Tú eres el que más se ha preocupado por mí durante estos años.
—No es verdad —replicó Harry—, Ron...
—Ron, sí. Ron también, pero tú..., tú has arriesgado la vida tantas veces por mí...
Te quiero mucho, todos te queremos, no te alejes de nosotros, no tienes motivos.
—Todos me decís lo mismo, pero estáis equivocados. Si yo no hubiera...
—¡Deja de hacer eso! —le gritó Ginny, cortándole—. «Si no hubiera..., si no
hubiera...» Bien, el caso es que lo hiciste, y ya. Tú no sabías nada, no es culpa tuya.
Tú no pediste esto, ni eras consciente de lo que había en la Casa de los Gritos. —Se
separó de él y lo miró con fiereza. Harry la miró impresionado—. Mira, todos nos
sentimos ya lo suficientemente mal como para que encima estés haciéndote el
culpable, ¿sabes? ¿Quieres hablar de culpas? ¡Bien! Yo también soy culpable, y, si
me pongo, también Ron, Fred, George, Bill y Charlie. ¡Ninguno nos preocupamos lo
suficiente por lo que le pasaba a Percy! A pesar de su disculpa, en realidad ninguno de
nosotros le perdonó de verdad por lo que hizo, apoyando a Fudge. Le veíamos mal,
pero nos limitamos a preguntarle, y cuando él decía que estaba bien, lo dejábamos,
aunque sabíamos que algo le pasaba. No hicimos nada por saber qué sentía tras la
muerte de Penélope. Él fue un estúpido por no contarnos la verdad sobre su hijo, sí,
pero..., no pusimos mucho de nuestra parte para que él confiara en nosotros,
¿verdad? —Hizo una pequeña pausa y se limpió las lágrimas que le caían por la
mejillas—. Las cosas con Percy se torcieron el mismo día que decidió que tú eras un
mentiroso y que era mejor estar del lado de Fudge y el Ministerio que del de
Dumbledore. Cometió ese error, y cuando murió Penélope se sintió más culpable que
nunca. Él se lo buscó, aunque suene duro decirlo, y más el día de su funeral. Estoy
muy triste, Harry, pero no sólo por el hecho de su muerte, sino por mis padres, por mi
familia... Nunca había creído que alguno de nosotros podría morir tan pronto. Ni
cuando murió Sirius, ni tampoco cuando falleció Luna. No, creía que a mi familia no
podía pasarle nada, porque eso son cosas que les pasan a los demás, a las otras
familias, pero no a la nuestra... Pero eso no es más que una ilusión estúpida, una
fantasía de niña: la triste y dura realidad es que somos como los demás, y que
podemos morir en cualquier momento. Cada día puede ser el último, Harry, y eso me
ha enseñado a no posponer las cosas que quiero hacer, porque puede que cuando me
decida sea demasiado tarde. No quiero que me pase como a mi hermano, y darme
cuenta de las cosas cuando esté muriéndome.
—No digas eso —le pidió Harry, asombrado por la sinceridad de las palabras de
Ginny y la forma en que la chica se había desahogado—. No va a pasarte nada.
—No voy a esconder la cabeza como las gaviotas —repuso Ginny, y Harry no
pudo evitar reírse—. ¿Qué pasa?
—La expresión es «esconder la cabeza como los avestruces» —la corrigió Harry.
—Como sea. El caso es que no pienso hacerlo. Soy consciente de todo lo que ha
podido pasarme, de que si estoy viva es porque tengo buena suerte... y buenos
amigos. Esto de Percy, sus secretos, me han hecho reflexionar sobre lo que me dijiste
en verano. No quiero ocultar algo que tal vez sea importante. —Miró a Harry fijamente
y con decisión—. Quiero que lo hagas, Harry.
—¿Que..., que haga qué? —musitó Harry, sintiendo que sus piernas se volvían de
gelatina.
—Quiero que uses la Antorcha de la Llama Verde conmigo; cuando aprendas a
usarla bien, quiero que la uses para averiguar lo que me hizo Voldemort.
29

La Advertencia

—¿Cómo? —preguntó Harry sorprendido—. ¿Lo..., lo dices en serio?


—Sí —confirmó Ginny—. Pero tendrás que aprender a manejarla bien antes, ¿de
acuerdo?
—De acuerdo —asintió Harry, y sonrió.
Ginny se movió, caminando por la nieve, y se acercó a la ventana que daba a la
salita, donde estaban todos. Harry la siguió, y vio que miraba cómo Ron entraba de
nuevo en la habitación e iba a sentarse junto a Hermione.
—¿Sabes?, ellos tienen mucha suerte —comentó Ginny.
—Supongo que sí —dijo Harry.
—Se confesaron que se gustaban antes de lo que le pasó a Hermione —continuó
Ginny—. A pesar de lo que tardaron, no dejaron pasar el tren. Imagínate que
Hermione hubiera muerto y que Ron y ella no se hubieran dicho todo. Ron jamás se lo
habría perdonado. Estoy seguro de que no lo habría soportado.
—No, no lo habría hecho —confirmó Harry, preguntándose adónde quería llegar
Ginny.
—La mayoría de la gente sólo se da cuenta de lo que puede perder cuando hay
una tragedia —siguió diciendo la chica—. Es entonces cuando todo el mundo es más
amable, más cariñoso y más dispuesto a perdonar... Pero luego siempre se les olvida.
Y no deberían hacerlo. Yo no quiero olvidar lo que puede pasar, no quiero posponer
las cosas que quiero, Harry, porque no sé si luego podré disfrutarlas.
Harry miró a su amiga fijamente, admirado, sorprendiéndose de lo madura que
Ginny era, de lo decidida, e incluso de lo fuerte. Notó de que se sentía un poco mejor,
y eso le hizo quererla más que antes. Recordó cuando ella no era capaz de hablar dos
palabras seguidas con él, y se dio cuenta de lo muchísimo que había cambiado.
Venciendo sus reticencias internas, se atrevió a preguntar:
—¿Y qué es lo que quieres, Ginny?
—Quiero lo mismo que la mayoría de la gente: querer a alguien y ser querida, vivir
tranquila... Ser feliz. No quiero ser rica, ni tener muchas cosas. Ahora tenemos
suficiente dinero, pero preferiría que todo fuera como cuando entré en Hogwarts,
cuando no había este peligro sobre nosotros.
«Yo te quiero, Ginny —pensó Harry—. Y me estoy muriendo por decírtelo aquí y
ahora, pero... todo es demasiado complicado, y creo que serás más feliz con alguien
que tenga más perspectivas de vida que yo. Lo siento, de veras que lo siento...»
Ginny se volvió hacia él, y se miraron a los ojos durante varios segundos.
—Piensa en ello, Harry —dijo Ginny, y Harry abrió más los ojos, sorprendido—.
Piensa en ello. Yo respeto tu decisión, pero... Bueno, simplemente piénsalo.
Harry no supo qué decir. ¿Acaso ella sabía lo que él sentía?
—Vamos, anda. Aquí hace frío... —Luego sonrió, aunque con tristeza, y añadió—:
¿Vas a dejar de sentirte culpable, o, al menos, tan culpable?
Harry asintió.
—Eso está mejor.
Se dirigieron a la puerta en silencio, pero, antes de entrar, Ginny le detuvo.
—Gracias por escucharme —le dijo—. Yo también me siento mejor.
Harry volvió a asentir, porque aún no se sentía capaz de hablar. Su cabeza era un
torbellino y sentía un pastoso nudo en la garganta que no le permitía casi tragar y
mucho menos intentar decir algo.
Una vez entraron, Ginny subió las escaleras y Harry se dirigió hacia donde estaban
Ron y Hermione. Tragó con fuerza y preguntó:
—¿Cómo está tu madre?
—Mi padre la durmió con un hechizo —respondió Ron con tristeza—. ¿Dónde
estabas?
—Fuera, hablando con Ginny.
Ron arqueó una ceja.
—¿Cómo está ella?
—Creo que mejor, y yo también —respondió Harry—. ¿Y vosotros?
—Deseando que esto termine —dijo Ron—. Quiero volver a Hogwarts y recuperar
la normalidad. No soporto ver a mi madre así.
—Ella te necesita, Ron, os necesita a todos —repuso Hermione.
—Tiene a mi padre, y a mis otros hermanos, y a Lupin, y a tus padres... Yo no
sería de mucha ayuda, créeme. Consolar no es lo mío.
—Pues yo creo que lo haces bien —lo contradijo ella—. El año pasado, en la
enfermería, tras la batalla, tus palabras...
—No te ayudaron tanto —interrumpió Ron—. Tuvo que ser Harry el que hablara
contigo... Claro que entonces yo no sabía lo que era matar a nadie.
—¿Qué quieres decir con eso de «entonces»? —preguntó Hermione
suspicazmente, y miró a sus dos amigos. Harry apartó la vista.
—Ese mortífago, Spencer..., está muerto —le confesó Ron. Todavía no se lo
habían contado a Hermione—. Yo le maté.
Hermione se quedó un momento sin palabras, atontada; luego, recuperando el
aplomo, dijo:
—Pero tú no pretendías matarle, fue un acto reflejo, de defensa, tú...
—No procures consolarme, Hermione, porque no me importa; al menos, no en este
momento.
Hermione abrió la boca para decir algo, pero Harry negó con la cabeza y ella se
calló.
Se quedaron allí varias horas, hasta que la señora Weasley despertó, un poco más
tranquila (algo en lo que seguramente influía la poción que Tonks había preparado).
Para entonces, todo estaba ya recogido y los asistentes al funeral se habían ido. Era el
momento de regresar a Grimmauld Place.
Viajaron a través de la chimenea del salón. Tonks ya estaba allí, y entre ella y la
madre de Hermione habían preparado algo de cena. No mucha, porque ya habían
comido y, además, sospechaban que nadie tendría demasiada hambre.
El lunes siguiente fue uno de los días más tristes y apagados que Harry había
pasado en aquella casa. La tristeza de los señores Weasley llenaba el lugar,
afectándoles a todos. Ginny apenas salió de su cuarto. Ron se pasaba el tiempo
mirando por la ventana, y Hermione, a su lado, se refugiaba en sus libros. Harry había
hablado un poco con Lupin a la hora del desayuno, pero éste había tenido que irse por
asuntos de la Orden, y Harry se había quedado solo en el salón del sótano. Antes de
llegar la hora de la comida, comprendió a lo que se refería Ron al decir que deseaba
volver a Hogwarts y regresar a la normalidad. Él también deseaba aquello ahora.
Suspiró y miró el salón a su alrededor. Le parecía increíble que, sólo tres semanas
antes hubiera sido tan feliz en aquel lugar, aquel lugar que ahora parecía la cuna de la
tristeza y la desesperación.
Cuando finalmente llegó la hora de regresar a Hogwarts, Harry se alegró, y supo
que Ron también lo hacía, a pesar de la tristeza que sentía por su madre, que los
despedía a todos.
—Por favor, cuidaos mucho... Cuidaos mucho —les pidió, con la voz tan débil que
apenas si podían oírla—. No hagáis ninguna locura, ¿de acuerdo? —dijo mientras
abrazaba a Harry, el cual se sintió enormemente mal.
—No, claro que no, señora Weasley.
Ella asintió distraídamente y se acercó al señor Weasley, que la abrazó
cariñosamente.
—Cuidadla mucho, ¿vale? —les pidió Ron a los gemelos en voz baja. Ambos
asintieron.
Tras la despedida, los cuatro cogieron polvos flu y se dirigieron, a través de la
chimenea, a la sala común de Gryffindor.
En cuanto salieron de la chimenea, asustando a muchos de los presentes, sus
compañeros de curso y del ED se acercaron a ellos, un poco tímidamente.
Seguramente ya estaban enterados de todo.
—Ron... —comenzó Lavender, con expresión triste—. Lo sentimos mucho... —Ron
asintió, y ella, tras un momento de duda, le abrazó. Parvati hizo lo mismo, y luego
abrazaron a Ginny.
—Gracias... —murmuró Ron.
—¿Qué pasó? —quiso saber Neville—. Tendríais que habernos avisado,
habríamos ido y, entre todos, quizás no habría pasado nada...
—¿Quién os contó lo que había pasado? —preguntó Hermione.
—La profesora McGonagall nos explicó que tu hermano había muerto, aunque
nada más, pero leímos un poco más en El Profeta, aunque no decía gran cosa, sólo
que habíais tenido un encuentro en la Casa de los Gritos...
—Cuéntaselo tú, Harry —pidió Ron—. Yo no tengo fuerzas. Creo..., creo que me
voy a ir a acostar.
—Ron... —dijo Hermione, cogiéndole la mano—. ¿Quieres... que te acompañe?
Él la miró unos instantes y luego asintió.
Ambos subieron por las escaleras de las habitaciones de los chicos.
—Yo..., yo también me voy —agregó Ginny, que volvía a llorar, y también se
dirigió, casi corriendo, hacia las escaleras.
Harry se sintió mal, muy mal. Deseaba hablar con ella, pero ¿para decirle qué?
Con un suspiro, se volvió a sus compañeros y, lentamente, evitando dar muchos
detalles, les contó lo que había pasado en la Casa de los Gritos.
Cuando terminó, dejando a todos aterrorizados, se levantó y anunció que iba a dar
una vuelta.
—¿No quieres venir a cenar? —le preguntó Seamus—. Nosotros vamos a bajar
ahora.
—No, gracias, pero no tengo hambre... —contestó, y salió, con paso lento, de la
sala común.
Vagó por el frío castillo, sin dirección fija. Los pasillos estaban vacíos, como solía
ocurrir en invierno, y sobre todo a aquellas horas. Todos los alumnos debían de estar
en sus salas comunes, en la biblioteca o bien en el Gran Comedor.
Sin darse apenas cuenta, terminó en el vestíbulo, desde donde podía oír el
murmullo de sus compañeros en el comedor. Sin embargo, no entró allí. Se acercó a
las grandes puertas de roble, abrió una de ellas y observó el helado paisaje. Vio luz en
la cabaña de Hagrid, pero no le apetecía visitar a su amigo. Además, no tenía ropa de
abrigo. Ni siquiera había cogido su capa, y se dio cuenta de que estaba helado, pero a
pesar de eso se quedó allí casi un cuarto de hora, contemplando cómo la oscuridad
terminaba de cubrir los terrenos. Se sentía raro al estar allí, después de todo lo que
había pasado. Entonces desvió la mirada y observó el sauce boxeador. Sólo hacía dos
días que había entrado a través de él, pero le pareció que habían pasado años desde
entonces. En ese momento se dio cuenta de que habían dejado allí su capa, y sacó su
varita. Estiró la mano, dijo «¡Accio capa invisible!» y ésta acudió pronto a sus brazos,
procedente del túnel bajo el árbol. Estaba helada.
—¿Qué haces ahí? —preguntó una voz a sus espaldas, sobresaltándole.
Rápidamente, Harry ocultó la capa bajo su túnica, antes de volverse y mirar al
conserje Filch, que le observaba con suspicacia.
—Yo... Sólo miraba los terrenos —respondió Harry.
—Los alumnos no pueden salir después de anochecido —dijo Filch acercándose a
él, mientras lo examinaba de arriba abajo, buscando rastros que demostrasen que
había incumplido alguna norma.
Harry se dio cuenta y le miró con mala cara.
—No he hecho nada malo, así que déjeme en paz. Sé perfectamente qué normas
hay en este colegio, y también sé por qué se han puesto.
Filch le miró indignado, y tan sorprendido del tono de Harry, que ya una vez casi le
había amenazado sacando la varita, que no supo qué contestarle. Mientras abría y
cerraba la boca como un pez, Harry subió la escalera de mármol y volvió a la sala
común de Gryffindor.
Cuando entró, la encontró vacía: todo el mundo seguía aún en el comedor. Estaba
cansado y no le apetecía hablar con nadie, así de que decidió irse a dormir antes de
que sus compañeros comenzaran a regresar.
Subió a su cuarto y no oyó ningún ruido, con lo que se dio cuenta de que Ron
debía de estar ya durmiendo. Se acercó a su cama, y efectivamente, su amigo dormía
ya, con respiración acompasada y a su lado estaba tumbada Hermione. Estaba
vestida, y también se había quedado dormida. Ron estaba tapado hasta la cintura,
pero Hermione estaba acostada sobre las mantas.
En un primer momento, Harry pensó en despertarla, pero luego se lo pensó mejor.
Hizo flotar a su amiga suavemente, apartó las mantas y la posó lentamente al lado de
Ron. Ella se movió, pero no se despertó. Luego los tapó a los dos y los observó.
—Ojalá no tuvierais que pasar por esto —murmuró en voz baja. Con un suave
gesto de su mano, hizo que las cortinas de la cama se corrieran y los taparan, tras lo
cual se puso el pijama y se metió en la cama.
Pensando en todas las cosas que le preocupaban (los Weasley, sus amigos, los
mortífagos fugados, las intenciones de Voldemort, y Ginny), tardó bastante en
dormirse.

Al día siguiente, por la mañana, se despertó un poco antes que sus compañeros, y
decidió despertar a Hermione antes de que se levantaran. Por tanto, se puso su bata y
sus zapatillas y rodeó la cama de Ron por el lado de Hermione. Abrió las cortinas y vio
que sus dos amigos dormían, acurrucados.
—Hermione. ¡Hermione! —llamó Harry en voz baja. Ella abrió los ojos y miró a
Harry, un poco perdida.
—¿Harry? ¿Qué...? —Entonces vio donde estaba y se levantó rápidamente,
despertando a Ron—. Pero ¿qué..., qué hago...?
—Ayer te quedaste dormida aquí, y decidí no despertarte.
—¡Dios! ¿Y los demás? Esto no está bien, ¿qué van a pensar...?
—Nadie te vio. Yo te tapé y corrí las cortinas, tranquilízate.
—¿Que tú...? ¡Debiste haberme despertado!
—Pues yo me alegro de que no lo hiciera —repuso Ron, que se había despertado
también—. He dormido mucho mejor que en estos dos últimos días.
Hermione no dijo nada.
—Pero ahora debes irte, antes de que se despierten, vamos —dijo Harry.
—¿Qué hora es?
—Las siete de la mañana. Aún tardarán en despertarse. Seguro que Parvati y
Lavender duermen también.
—Sí, tienes razón. —Hermione se levantó y se arregló un poco la túnica. Luego
miró hacia Harry—. Gracias por taparme y por cerrar las cortinas, Harry. —Le dio un
rápido beso en la mejilla, le dirigió una sonrisa a Ron y luego salió de la habitación sin
hacer ruido.
Harry se dirigió a su cama.
—Harry... —lo llamó Ron. Harry le miró—. Gracias.
Harry le sonrió.
—No es nada. Es lo menos que podía hacer, ¿no?
Ninguno de los dos volvió a dormirse, y cuando sus compañeros empezaron a
despertarse, también ellos se levantaron.
Se encontraron con Hermione en la sala común, que ya los esperaba.
—¿Se enteraron Parvati y Lavender de que no dormiste allí? —le preguntó Ron.
—No —respondió Hermione—. Deshice la cama y me metí en ella. Cuando se
despertaron, simulé que me estaba vistiendo y les dije que me había acostado tarde.
—¿Dormiste bien? —le preguntó Ron.
—Sí —contestó ella—. ¿Y tú?
—También.
Una vez en el comedor, mientras se preparaban sus respectivos desayunos,
Sloper y Kirke entraron y se acercaron a ellos.
—Oye, Harry, respecto a los entrenamientos... —comenzó a decir Sloper.
—Sabemos que no es un buen momento, pero a finales de febrero es el partido
contra Hufflepuff, y... —añadió Kirke.
—Pues no, la verdad es que no es buen momento —dijo Hermione.
—No sé —dijo Harry—. Yo no me siento muy bien, y Ron y Ginny no sé si...
—Sí, tenemos que entrenar —afirmó entonces Ron con seguridad. Harry y
Hermione le miraron—. Eso me ayudará a distraerme —añadió—, porque ya no sé
qué hacer. Tengo que encontrar algo en lo que gastar mis energías.
—Bueno..., entonces supongo que esta tarde, a las cinco y media, tendremos
entrenamiento. Podemos tener una sesión suave, para calentar, porque, aparte de que
estamos un poco desentrenados, hace aún mucho frío.
Kirke y Sloper asintieron y volvieron a sus sitios.
—¿Estás seguro? —le preguntó Hermione a Ron.
—Sí —contestó él—. Necesito esto... Y también tenemos que volver a entrenar
con el ED.
—Sí —asintió Harry—. Estaba pensando que la semana que viene...
—No —lo contradijo Ron—; mañana. ¿Sabes, Harry?, tenías razón. Tenemos que
entrenar más duramente, como hicimos la semana pasada. Si hubiera estado más
preparado, quizás habría podido salvar a Percy... No estamos suficientemente
capacitados, debemos entrenar mucho más.
—Ron... —dijo Hermione con cierta tristeza—, no empieces de nuevo con eso...
No te...
—Sí, Hermione. Lo he visto claro. El miércoles me mostré de acuerdo contigo en
que quizás Harry había sido demasiado duro, pero ahora ya no pienso igual. Si no
fuera por lo que nos hemos estado preparando estos años, quizás no habríamos
sobrevivido, y aún así... Tenemos que continuar con esto.
—Me alegro de que lo veas así —dijo Harry.
—De todas formas, mañana es un mal día para esa reunión. Deberíamos dedicar
una tarde entera a terminar el trabajo final de Transformaciones sobre los Hechizos
Comparecedores. Recordad que la semana que viene ya empezaremos con los
Hechizos Vitalizantes. Y si hoy tenéis entrenamiento, no podremos hacerlo...
—Humm... —murmuró Harry, pensando en el problema—. Bueno, podríamos tener
hoy la reunión. No creo que entrenemos más de una hora. Después cenamos y
podremos celebrar la reunión del ED, así tenemos la tarde de mañana libre. ¿Qué os
parece?
—Por mí vale —asintió Ron.
—Por mí también —corroboró Hermione.
—Estupendo entonces. Modificaré mi galeón para comunicárselo a los demás.
Ron no había exagerado al decir que necesitaba las prácticas de quidditch. Aquella
tarde, en el entrenamiento, se mostró tan concentrado y activo que nadie logró meterle
un solo gol. Se lanzaba a por la quaffle casi con desesperación, casi como si le fuera
la vida en ello, y a Harry no se le pasó desapercibida su expresión, una expresión de
absoluta determinación, e incluso de cierta fiereza. Ginny, por el contrario, estaba
bastante apagada, y cuando terminó el entrenamiento se disculpó con el resto del
equipo por lo mal que lo había hecho.
—No es culpa tuya —le dijo Harry—. Estos días han sido muy duros. Yo tampoco
lo he hecho demasiado bien.
—Pero Ron ha estado genial —repuso Ginny, mirando hacia su hermano.
—Es su forma de enfrentarse a ello —dijo Harry—. Así actuaba cuando Hermione
recibió la maldición asesina, ¿recuerdas?
—Sí —musitó Ginny, cabizbaja—. Bueno, yo me vuelvo al castillo, Harry... Nos
vemos en la cena.
—Hasta luego —la despidió Harry, y fue junto a Ron, que estaba terminando de
calzarse. Luego, tras cerrar los vestuarios, los dos juntos fueron a cenar, ya que
después tenían la reunión.
Y en esa reunión Ron mostró que su feroz ánimo no se limitaba sólo al quidditch;
fue uno de los que más duro luchó, junto a Harry. Ambos, tras derrotar a Neville y a
Justin Finch-Fletchley, respectivamente, se enfrentaron el uno al otro, tal y como
habían hecho un año antes, cuando se entrenaban para la deseada venganza contra
Voldemort y los mortífagos, mientras Hermione permanecía en la enfermería.
—Os habéis pasado —les dijo Hermione a ambos más tarde, al término de la
sesión, mientras les curaba las heridas que se habían hecho.
—No lo creo —repuso Ron, conteniendo un quejido—. Además, el resto han
estado mejor que la semana pasada, más preparados, más decididos...
—Les hará falta —opinó Harry—. Si alguna vez tienen que enfrentarse a lo que
nos enfrentamos nosotros...
—Espero que no —dijo Hermione.
—Bueno, ¿nos vamos? —sugirió Ron, viendo que eran los únicos que quedaban
en la Sala de los Menesteres—. Tengo ganas de tirarme en una butaca cómoda, me
duele todo.
—Sí, vamos —asintió Harry, y los tres salieron al pasillo y se dirigieron a la sala
común.
—Aparte de todo esto hay algo que deberíamos hacer —comenzó a decir Ron
mientras bajaban un tramo de escaleras—. Hermione, ¿recuerdas que dijiste que
deberíamos ponernos en contacto con el Ministerio de Magia respecto a la cuestión de
los elfos?
—Sí —contestó Hermione, mirando a Ron sorprendida—. Pero como pasó todo
esto, no creí que quisierais saber nada del asunto de momento.
—Cualquier cosa que sirva para ayudarnos a acabar con los mortífagos es bueno
—declaró Ron con amargura—. Los elfos tienen habilidades curativas, pueden
aparecerse junto a cualquier persona, incluso en Hogwarts... Eso nos sería muy útil.
—Bueno, podría redactar la carta en nombre de la PEDDO ahora, ya que vamos a
terminar el trabajo para McGonagall mañana —dijo Hermione—. Luego tendríamos
que hablar con los elfos de las cocinas...
—Yo te ayudaré —se apresuró a decir Ron—. No me apetece hacer deberes
ahora, pero tampoco acostarme.
—¿Nos ayudas, Harry? —le preguntó Hermione, volviéndose hacia él.
—No, ahora no —respondió—. Voy a dar una vuelta antes de ir a la sala común.
—¿Otro paseo? —le preguntó Ron, suspicaz—. Neville me dijo que ayer habías
ido a dar otro. ¿Adónde vas? ¿Te encuentras bien?
—Sí, estoy bien —contestó Harry—. Simplemente... me relaja.
—De acuerdo —dijo Ron, encogiéndose de hombros—. Si no tardas, te esperamos
en la sala común.
Harry asintió y, mientras sus dos amigos giraban por un pasillo para ir hacia la
torre de Gryffindor, él bajó por las escaleras hasta el vestíbulo, pensando ya en el
tema al que más vueltas le daba: Ginny.
Las palabras que la chica le había dirigido en el jardín de La Madriguera el día del
funeral de Percy no salían de su cabeza. Lo mirase como lo mirase, parecía casi
seguro que Ginny sabía lo que Harry sentía por ella, pero entendía su decisión de no
hacer nada al respecto, y eso lo confundía enormemente. ¿Qué debía hacer?
Llegó al desierto vestíbulo, se acercó a las puertas y las abrió, como había hecho
la noche anterior, y observó los terrenos nevados.
¿Debía hacer caso a sus sentimientos y decírselo? Lo que ella había dicho acerca
de «dejar pasar el tren» le había afectado, pero la decisión que había tomado hasta
ese momento le parecía mejor, aunque los motivos por los cuales le había parecido
mejor hasta entonces ya no le parecían tan buenos ahora. ¿Realmente la estaba
protegiendo? No, no lo hacía. No la protegía de Voldemort ni tampoco de la infelicidad
o la posible pena, porque sabía que sufriría igual si él moría, estuvieran juntos o no.
Entonces, ¿por qué lo hacía?
Deseó, pese al frío, poder salir y dar una vuelta por los terrenos. Miró a los lados y
pensó en hacerlo, pero entonces, aquella conocida voz de su conciencia que hablaba
como Hermione le dijo que eso iba contra las normas establecidas por SU seguridad, y
eso le detuvo. Había aprendido que debía empezar a seguir un poco más las reglas y
hacerle más caso a su amiga. Por tanto, se dio la vuelta y se disponía a subir hacia la
sala común cuando oyó un ruido de cascos provenientes de uno de los pasillos que
subían del vestíbulo. Un momento después, un centauro rubio de brillantes ojos azules
apareció por él, deteniéndose al ver a Harry: era Firenze, uno de los profesores de
Adivinación, que había sido expulsado de su manada dos años antes precisamente
por haber aceptado convertirse en profesor del colegio y ayudar a Dumbledore.
—Firenze... —murmuró Harry al verle.
—Harry Potter —dijo el centauro a su vez—. Qué sorpresa verte. Hace mucho que
no nos encontramos.
—Sí... ¿Cómo has estado?
—Mejor que tú, por lo que me han contado —respondió el centauro—. ¿Qué
hacías?
—Pensar —contestó el chico—. ¿Y tú? ¿Adónde vas?
—Al bosque —respondió Firenze.
—¿Al bosque? —se extrañó Harry—. Pero..., ¿no dijiste que no podías volver allí?
—Y no podía, pero mis hermanos de la manada me han llamado, pues estoy
convocado a un concilio donde deben participar todos los centauros vivos.
—¿Un concilio? —repitió Harry, sin entender—. ¡Pero te matarán!
—No, no lo harán —repuso Firenze con tranquilidad—. Es cuestión de nuestras
leyes... Demasiado largo de explicar ahora. Debo irme, está despejado y hemos de
decidir lo que los cielos vaticinan. Grandes cambios se avecinan, Harry Potter, y
tenemos que tratar también cuestiones acerca del Ministerio de Magia.
—Vaya... —murmuró Harry—. ¿Tan importante es ese concilio?
—Lo es... Lo es, y tú deberías saberlo, ya que, posiblemente, veremos en los
astros las señales de lo que está por venir, y seguramente hablarán de ti y del Señor
Tenebroso... Sí, grandes cambios se avecinan —repitió.
—Si se dice algo de mí, me lo comunicarás, ¿verdad? —le pidió Harry, recordando
su primer encuentro con los centauros, cuando iba en primero, y el críptico mensaje
que le habían dado el año anterior cuando había entrado en el bosque con Ron,
Hermione y Hagrid.
—Humm... Tengo una idea mejor —contestó Firenze—. ¿Por qué no vienes
conmigo?
—¿Eh? ¿Yo? —dijo Harry, sorprendido y extrañado—. Pero..., ¿no se enfadarán
los demás centauros si revelas sus secretos a un humano, es decir, a mí?
—No creo que se opongan a que tú estés, Harry Potter. A pesar del orgullo de
nuestra raza, el poder del Señor Tenebroso es muy grande, y también nosotros
estamos amenazados. Tú tienes un papel muy importante en todo esto... No, no te
impedirán estar. O al menos, eso espero.
—Está bien —asintió Harry, a quien la curiosidad había vencido—. Espero que
tengas razón.
—Sígueme —murmuró el centauro, y salió del castillo. Harry se colocó bien su
ropa de abrigo y le siguió a través del campo nevado.
—¿No tienes frío? —le preguntó a Firenze.
—No; los centauros estamos preparados para resistir las inclemencias del tiempo.
Llegaron a los lindes del bosque, no muy lejos de la cabaña de Hagrid, y se
adentraron en él.
Avanzaron lentamente, pues Firenze, quien llevaba casi dos años sin entrar en el
bosque, que había sido su hogar hasta el momento en que había accedido a
convertirse en profesor de Adivinación, no dejaba de mirar a un lado y al otro con
cierta nostalgia.
—Lo echabas de menos, ¿verdad? —le preguntó Harry.
—Uno siempre echa de menos el hogar, y para los centauros la libertad de un
bosque es muy importante. Se me hace duro estar en el aula de un castillo, aunque se
parezca a esto.
Avanzaron durante unos minutos más y Harry vio las inequívocas señales de la
presencia de fuego no muy lejos de donde se encontraban. Poco después llegaron a
un claro donde había encendida una gran hoguera, justo en el centro. A su alrededor
estaban colocados todos los centauros, con Magorian al frente.
Firenze entró en el círculo, y algunos centauros, entre los cuales estaba Bane, que
era negro y de aspecto feroz, le miraron con hostilidad; pero ninguno de ellos hizo
nada.
—¿Qué hace ese humano aquí? —preguntó entonces otro centauro, mirando a
Harry con indignación.
—Harry Potter... —musitó Bane con cierto desprecio—. Siempre está rondando el
bosque. Es amigo de Hagrid.
—¿Por qué lo has traído, Firenze? —inquirió otro centauro cuyo nombre, si Harry
no recordaba mal, era Delane—. Vale que tú hayas venido, pues son las normas del
concilio, pero traer a un humano... ¿Acaso te parece que has violado ya pocas de
nuestras leyes, como para encima burlarte de nosotros trayéndole aquí? Eso no
podemos permitirlo —añadió de forma amenazante, mirando a Magorian. Harry se
encogió y se preparó, por si intentaban atacarlo. Agarró con fuerza su varita mágica,
que guardaba en el bolsillo de su túnica.
—Supongo que ninguno de vosotros ignorará el papel de Harry Potter en el
contexto de las cosas —contestó Firenze con tranquilidad—. No le he traído como
burla hacia vosotros, sino por ser quién es. Y siendo quién es, creo que lo más lógico
es que esté aquí. Al fin y al cabo, si vamos a tratar con el Ministerio de Magia para
colaborar...
—Eso aún no está decidido —repuso Magorian con voz autoritaria—. Hemos
convocado el concilio, pero que trabajemos con el Ministerio o no es otra cuestión.
—Yo soy partidario de no hacerlo —declaró Bane con orgullo—. Los magos son
traicioneros, y no estoy dispuesto a servirles de diversión, o a que nos traten como
simples caballos, tal y como acostumbran a hacer.
—No tiene más opción que colaborar —intervino Harry—. Voldemort es muy
poderoso ahora. Si no nos unimos todos contra él nos destruirá, uno por uno, y se
apoderará de todo. No les respetará a ustedes, como no respeta a los muggles o a los
elfos domésticos.
—Los magos son arrogantes y se creen superiores a nosotros —siguió Bane,
obstinado—. ¡Me niego a que seamos un juguete en sus guerras!
—Nadie va a tratarles como un juguete —replicó Harry—. Dumbledore siempre ha
sido respetuoso con ustedes, y él es alguien muy importante en el Ministerio, el
ministro le valora mucho...
—¡El Ministerio nos ofendió gravemente! —estalló otro centauro, piafando con furia
—. Aquella mujer que venía en su nombre nos llamó híbridos, dijo que teníamos
«inteligencia cuasihumana». ¡Nos insultó!
—Desde entonces ya hay otro Ministro de Magia —expuso Firenze—. Las cosas
han cambiado mucho.
—Todo eso tendremos que debatirlo —intervino Magorian, poniendo fin a la
discusión—. Lo primero es ver lo que los astros nos dicen, conocer el camino trazado
en los cielos... —Se movió y miró a tres centauros que estaban un poco apartados de
los demás. Parecían muy ancianos. Magorian se inclinó ante ellos y luego se apartó.
Ellos se movieron hacia el fuego, y los demás centauros se sentaron. Debía
tratarse de alguna demostración de respeto, y Harry se arrodilló también en la nieve;
no quería ofender a los centauros.
—Marte está muy brillante en los últimos tiempos —comenzó uno de ellos, con voz
muy masculina y muy grave, mientras levantaba la vista hacia las estrellas—. La
guerra estalla con fuerza, y, a diferencia de la última vez, no sólo afecta a los
humanos, sean éstos magos o no, sino a todas las criaturas del mundo, los centauros
incluidos.
—Hemos estado observando los cielos durante los últimos años —añadió otro,
digiriendo también la mirada hacia el cielo estrellado—, y creo que no nos
equivocamos al decir que los tiempos que vienen serán difíciles, más aún que los que
ya vivimos. La oscuridad crece por doquier.
—Pero, sin embargo, hay esperanza —continuó el tercero de los ancianos,
mirando también al firmamento—. Hay esperanza, personificada en ese joven
humano, Harry Potter, y en sus amigos. Ellos caminan hacia el destino inevitable,
como ahora podemos leer de forma más clara que hace años. Tu estrella brilla con
fuerza, Harry Potter —añadió, bajando la cabeza y mirando a Harry directamente—, a
pesar de que muchas veces ha parecido querer apagarse.
—La amenaza, no obstante, es más grande que nunca. El resto de tu viaje estará
lleno de pesar, eso es seguro, y también de sacrificios.
—¿Sacrificios? —preguntó Harry, un poco asustado.
—¡No interrumpas a los ancianos! —exclamó Bane, ofendido. Sin embargo, el
primero de ellos, sin inmutarse ni ofenderse, movió una de sus manos pidiéndole
calma.
—No lo sabemos con certeza —contestó el anciano—. Podría ser el tuyo; podría
ser, también, el de alguno de aquellos que te acompañan. Es difícil decirlo, porque hay
elecciones que no han sido tomadas..., cosas que no han sido aprendidas..., verdades
que no ha sido reveladas todavía.
—¿Cómo pueden saber todo eso? —preguntó Harry—. ¿Cómo pueden saber que
no se equivocan?
—Llevamos años estudiando esto, joven Harry; desde que tu estrella brilló por vez
primera con fuerza, señalando el hito de tu inexplicable supervivencia. Sin embargo,
ya entonces observamos que no vivíamos una época de paz duradera, sino un
interludio entre dos guerras. Y supimos que la guerra volvería cuando Marte volvió a
brillar con fuerza y oscureció tu brillo, hace unos seis años.
—Cuando entré en el colegio... —murmuró Harry—. Cuando me encontré a
Voldemort aquí en el bosque... Aquel día Bane dijo que Firenze no debía haberse
opuesto al destino —añadió, elevando la voz y mirando alternativamente a los
ancianos y a Firenze—. Él me salvó aquella noche. ¿Debería de haber muerto?
—No necesariamente —repuso Firenze—. La sombra te eclipsaba, pero hay
muchas maneras en las que uno puede brillar, aún cuando su luz se vea opacada: por
ejemplo, con ayuda, con amigos... Aquel año, tus amigos te ayudaron a recorrer el
camino, ¿verdad? Hasta el final.
—Sí, pero fui yo solo el que tuve que enfrentarme a Quirrell y a Voldemort...
—Ése es tu destino, joven —explicó el segundo de los ancianos—: estar
acompañado hasta el final, pero luchar tú solo. El resultado de esa batalla,
lamentablemente, no podemos predecirla.
—Entonces no pueden ayudarme —dijo Harry con cierta tristeza—. Realmente da
lo mismo que apoyen al Ministerio o no: sólo yo puedo vencer a Voldemort, así que
todo está igual.
—¿Es que no has entendido nada? —preguntó Firenze, mirándole—. Hace seis
años quizás habrías muerto si no te hubiera ayudado. Tú eres quien debes enfrentarte
a lord Voldemort, es cierto, pero los que están a tu lado, los que te rodean, son
también importantes. ¿Acaso no te han salvado la vida ya varias veces los sacrificios
de otros magos?
Harry no contestó.
—Eso es cierto —afirmó el tercer anciano—. Harry Potter, no estás solo en esta
lucha. Cuando tu estrella ha amenazado con apagarse, siempre ha habido otras que
han reflejado su brillo. Tienes valor, y buenos aliados, decididos y leales; eso es una
ventaja, una inmensa baza a tu favor.
—Y sí podemos darte una ayuda —agregó el primero de los ancianos—. Existen
advertencias, secretos que se revelan en los cielos, conocidos por nosotros, que
podrían ayudar.
—Pero nuestras leyes no permiten esa ayuda —interrumpió Magorian,
levantándose—. Nuestra ley principal es clara: no oponernos al destino de lo que está
escrito.
—¿Por qué no? —preguntó Harry con irritación—. ¿Por qué tenéis que hacer caso
a lo que leéis en las estrellas, aunque vaya contra vosotros mismos?
—Porque hacer eso, jugar con los conocimientos del futuro, es peligroso —explicó
el segundo de los ancianos—. Rara vez lo hacemos. Influir en lo que debe pasar...
Casi nunca ha salido nada bueno de ello.
—Por eso no revelamos nuestros conocimientos a los humanos —continuó
Magorian—. Vosotros sois incapaces de no utilizarlo; no dudaríais en usar esos
conocimientos a vuestro favor, aunque al final no se consiguieran más que
lamentaciones.
Harry recordó los giratiempos al oír aquella explicación.
—Por eso mismo nosotros tenemos leyes que regulan el uso de los viajes en el
tiempo —comentó Harry—. Porque es peligroso usarlo sin control.
—Entonces entenderás lo que queremos decir —dijo el segundo de los ancianos.
—Sí, pero a veces los viajes en el tiempo pueden usarse para algo bueno, si se
pone ese poder en buenas manos... Las leyes están bien, pero hay que saber cuándo
romperlas, o cuando cambiarlas. ¿Cuál será el beneficio de no ayudarnos en esta
guerra? Ninguno. Quizás la completa destrucción de su raza. Firenze comprende esto,
la necesidad de ayudarnos, a pesar de que tengamos que tragarnos el orgullo. ¿Por
qué no pueden perdonarle? ¿Por qué no pueden decirme lo que seguramente debo
saber? Los humanos y los centauros podemos llevarnos bien, sólo tenemos que
esforzarnos y poner algo de nuestra parte. Todos.
»No temo tanto por mi vida como por las de mis amigos y conocidos. Si saben algo
que pueda ayudarme, por favor... díganmelo. Lo único que deseo es que esto termine
y poder vivir en paz. Yo no pienso que ustedes sean inferiores a nosotros, ni mucho
menos. Por ello..., tal y como estoy, aquí, de rodillas, les pido ayuda, ayuda en nombre
de todos los magos de buena voluntad, de todos los que quieren ser libres y vivir en
paz. Por favor —suplicó.
Los tres ancianos se quedaron callados, mirando a Harry, pero, alrededor del
fuego, los demás cuchicheaban entre ellos.
—Está bien, Harry Potter —habló por fin el segundo anciano—. Tal vez tengas
razón y podamos hacer una excepción en estas leyes que, por si no lo sabías, son
milenarias y rigen entre nosotros desde que tenemos memoria.
Algunos de los centauros se mostraron satisfechos, pero otros parecían
asombrados e incluso disgustados ante la decisión de los tres ancianos. No obstante,
parecía que eran demasiado importantes como para que alguien los contradijera.
—Lo primero de todo —siguió el centauro—, es que sepas que, pese a que
nuestra habilidad para desentrañar los secretos del firmamento es muy grande, no es
una ciencia infalible. Lo que leemos puede estar equivocado, o incluso ser cambiado;
en muchas ocasiones, lo que deducimos depende del observador.
—Lo entiendo —dijo Harry.
—Lo segundo, y no menos importante —prosiguió el primero de los ancianos—, es
que lo que vamos a decirte no puedes revelárselo a nadie. Es algo que te atañe
profundamente, aunque lo que significa realmente no podemos saberlo.
—Está bien —aceptó Harry, cada vez más intrigado.
—Lo que vamos a darte es una advertencia, Harry Potter —dijo el tercero—. Una
advertencia que nosotros no comprendemos, pero que esperamos que tú sí. —Hizo
una pausa y luego continuó, con voz más solemne y misteriosa—. Venus brilla con
fuerza también en estos tiempos, y te está influyendo cada vez más. De nuestras
observaciones hemos concluido que un peligro viene a través de él, pero también una
ayuda. Ten cuidado con las influencias del amor, Harry Potter, pero al mismo tiempo
tenlo presente. Es algo extraño, y también confuso, pero esperamos que a ti te sirva
de algo.
Harry no dijo nada durante unos momentos, pensando en aquel aviso. «El peligro
viene a través de él»; a través del amor... ¿Qué quería decir aquello exactamente?
—¿Eso es todo? —dijo Harry.
—Sí, lo es. Es todo lo que podemos decirte que no sepas aún. Sabes que el
peligro crece y que la sombra se extiende; sabes también que tus amigos deberán
acompañarte hasta la noche en que todo termine... Esto es lo único que puede servirte
a ti.
—Ya veo... —repuso Harry, un tanto decepcionado—. Y bueno, respecto al
ofrecimiento de colaboración del Ministerio, ¿qué van a hacer?
—Eso deberemos decidirlo ahora —contestó Magorian—, pero eso es algo que a ti
ya no te concierne. Lo mejor es que regreses al castillo. Se hace tarde.
Harry miró su reloj. Eran las nueve cuando había dejado a Ron y a Hermione, y ya
eran casi las diez y cuarto. Seguramente sus dos amigos estarían ya preocupados, en
caso de que no se hubieran acostado.
—Sí —asintió—, es mejor que me vaya...
—Firenze, acompáñalo —le pidió el primero de los ancianos—. Llévalo hasta los
terrenos y luego regresa para la reunión.
Harry miró al anciano asombrado.
—¿Le están perdonando su falta? —preguntó.
—Tal vez tengas razón en eso de las leyes —repuso el anciano—. Y si vamos a
discutir si ayudamos o no al Ministerio ya estamos violando esa misma ley, pues,
según ella, nuestra respuesta debería ser un «no» rotundo.
Firenze se inclinó ante el anciano, y Harry hizo lo mismo. Luego, ambos se
internaron de nuevo en el bosque.
—Creo que debo darte las gracias por esto, Harry Potter —dijo Firenze al cabo de
unos minutos—. Gracias a ti he recuperado mi lugar en la manada y podré volver a
vivir en el bosque.
—No es mérito mío —repuso Harry.
—Sí lo es. Dumbledore acertó al nombrarte capitán de la Orden del Fénix. Pocas
personas habrían sido capaces de enfrentarse a ellos como lo hiciste tú y menos aún
convencerlos de quebrar alguna de nuestras más sagradas leyes. Eres valeroso y
decidido, Harry Potter —añadió, cuando estaban ya llegando a los límites del bosque
—. Siempre que necesites algo, no dudes en pedírmelo. Por el día seguiré estando en
el aula que el director preparó para mí. Ahora te dejo. Cuídate, Harry.
Firenze, con un saludo, galopó de nuevo bajo los árboles y se perdió de vista.
Harry se volvió y se dirigió al castillo, pensando en lo que los ancianos le habían dicho.
Lo mirase por donde lo mirase, sólo podía concluir una cosa: contra lo que había
estado pensando antes de aquella reunión, no podía acercarse más a Ginny. Aunque
no entendía el motivo por el cual el peligro podría venir de allí, creía en los ancianos.
Sentía que, de alguna manera, lo que decían era acertado. No obstante, debía
mantener a sus amigos cerca, y Ginny era una de ellos, con lo cual llegó a la
conclusión de que no podían ser más que amigos por el momento, y ese pensamiento
volvió a llenarle de tristeza.
Entró en el castillo sigilosamente, cuidando de no ser visto, y subió las escaleras
hacia la torre de Gryffindor. Mientras caminaba rápido por un pasillo oyó a Peeves que
canturreaba, pero se escondió lo suficientemente deprisa como para que el poltergeist
no le viera y atrajera quizás a Filch. Quería evitar a toda costa un encuentro con el
conserje.
Unos minutos más tarde estaba frente al retrato de la Dama Gorda. Pronunció la
contraseña mientras ella le preguntaba «¿De dónde vienes?» con una sonrisa pícara.
Harry, sin contestarle, entró en la sala común, donde sólo estaban Ron y Hermione,
junto a la chimenea, y dos alumnos de quinto en otra esquina, haciendo deberes. Ron
estaba tirado en una butaca, mirando su varita con aburrimiento, y Hermione leía un
libro de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¿Dónde has estado? —le preguntó ella, preocupada, mirándolo de arriba abajo
—. Ron y yo empezábamos a preocuparnos.
—Puedes estar tranquila —dijo Harry, dejándose caer en una butaca a su lado—.
No he hecho ninguna tontería, ya he aprendido la lección.
—No quería decir eso —repuso Hermione con la voz apagada.
—Lo sé, lo siento —dijo él—. Estuve dando vueltas, mirando la nieve, en el
vestíbulo, y luego, cuando iba a volver, me encontré con Firenze y estuvimos
hablando, por eso tardé tanto.
—¿Con Firenze? —preguntó Ron, interesado—. ¿Y de qué hablasteis?
—Me contó que iba a una reunión con los demás centauros —explicó Harry—. Una
especie de concilio. Al parecer, van a debatir sobre si colaborar con el Ministerio de
Magia en la lucha contra Voldemort.
—¡Eso es estupendo! —exclamó Ron—. ¿Van a hacerlo?
—No lo sé —contestó Harry, encogiéndose de hombros.
—¿Y para decirte eso tardasteis tanto?
—Bueno, me contó también que habían estado observando el cielo, intentando
desentrañar lo que va a suceder... —Hermione puso expresión escéptica—. No
pongas esa cara, yo creo que no se equivocan mucho —«A mi pesar,» pensó él—. Me
dijo que el peligro crecía, que debíamos de estar unidos hasta el final... Que la guerra
se intensificaría más aún, y que todas las razas, mágicas o no mágicas, humanas o no
humanas, estaban amenazadas.
—¿Intensificarse más? —repitió Ron, deprimido—. No sé cómo puede ser peor.
—Bueno..., sólo podemos esperar a ver qué pasa. Ojalá acepten colaborar con
nosotros en lugar de pelearnos —deseó Hermione, suspirando—. Los centauros son
muy fuertes.
—Sí, ojalá... —suspiró Harry—. ¿Vosotros habéis escrito la carta al Ministerio?
—Sí, la tengo arriba —contestó Hermione—. Tienes que firmarla tú también. Y si la
firmase Dumbledore sería también muy útil...
—Yo le pediré que lo haga —decidió Harry—. No podrá negarse, siendo yo el
capitán de la Orden. Juró ayudarme en todo lo posible, como los demás.
Se dejó caer contra el respaldo de su butaca y se quedó unos minutos en silencio.
Hermione volvió a su libro y Ron se irguió y se sentó en otra butaca, mirando al fuego.
—¿Qué lees? —le preguntó Harry a Hermione al cabo de un rato.
—Un compendio de maldiciones y casos en los que se usaron, para Defensa
Contra las Artes Oscuras —respondió ella.
Harry estiró el cuello y miró la página donde Hermione leía. En medio del texto
había una foto de un mago de mediana edad, con el pelo muy negro, que le llegaba
por los hombros. Tenía una expresión inescrutable, pero sus ojos negros eran fríos.
Harry lo miró más de cerca y se dio cuenta de que lo había visto antes.
—¿Quién es ése? —le preguntó a su amiga—. Me suena su cara. Le he visto.
Hermione frunció el entrecejo. Ron se estiró para mirar la foto y puso el mismo
gesto que ella.
—Lo habrás visto en alguna foto —comentó Hermione—. Es...
—No; le he visto en persona —replicó Harry—, aunque no sé dónde.
—Eso es imposible, compañero —repuso Ron, mirando a Harry con cara extraña.
—¿Por qué es imposible?
—Porque murió hace más de cincuenta años, Harry —aclaró Hermione.
—¿Qué?
—Se llamaba Grindelwald —explicó Hermione—. Fue un mago tenebroso muy
famoso hace medio siglo.
—¿Grindelwald? —musitó Harry, arrugando la frente—. Ese nombre me suena...
—No sé mucho de él —dijo Hermione—. Leí algo en Auge y Caída de las Artes
Oscuras, pero ahora mismo no recuerdo gran cosa. Aquí sólo se habla de sus
habilidades y de algunas de las cosas que hizo.
—Yo no leí ese libro, y su nombre me suena —comentó Harry—. Además, estoy
seguro de que le he visto en algún lado. ¿De qué...?
—¡Los cromos de las ranas de chocolate! —exclamó Ron de pronto—. Ese mago
murió en 1945, fue vencido por Dumbledore. Supongo que te suena de ahí.
—Sí, tienes razón... —dijo Harry, asintiendo—. Pero eso no explica lo de su cara.
Os lo digo en serio, le he visto, aunque no sé dónde ni cuándo.
Ron y Hermione se miraron, pero ninguno de los dos supieron qué decir.
30

Hechizos Vitalizantes, Esencia Mágica

—¿Y qué? ¿Ya recuerdas de qué conoces a Grindelwald, cuando es imposible que lo
vieras alguna vez? —le preguntó Ron a la mañana siguiente, mientras desayunaban.
—No —contestó Harry con fastidio. No tenía un buen día; había dormido poco,
pensando en el asunto de su misterioso conocimiento de ese mago y en la reunión de
los centauros.
—A lo mejor sólo te parece que le recuerdas, porque has visto a alguien que se le
parezca —propuso Hermione.
—No, le vi a él, estoy completamente seguro —afirmó Harry.
Hermione no dijo nada y volvió a concentrarse en sus tostadas. En ese momento
Ginny entró en el comedor con dos de sus amigas y Harry, al verla, se sintió aún más
deprimido. Hermione debió de captar algo en su gesto, porque le miró atentamente.
—¿Te pasa algo con Ginny?
—No.
—Puedes contárnoslo, sea lo que sea —insistió Hermione.
—No es nada, de verdad. Simplemente tengo muchas cosas en la cabeza y no he
dormido bien.
—No me extraña. Yo tampoco —comentó Ron poniendo mala cara; estaba un
poco pálido—. He tenido una pesadilla sobre lo que pasó en la Casa de los Gritos...
Fue horrible —afirmó, meneando la cabeza.
—Acabarán pasando —le aseguró Hermione—. Al principio del verano soñaba casi
todos los días con la muerte de Henry, pero se pasó hace mucho.
—Pero él no era tu hermano —repuso Ron agriamente. Hermione le miró, un poco
dolida—. Lo siento —se apresuró a disculparse él—. No quería decir eso... Yo...
—No te preocupes, lo entiendo. De todas formas tienes razón: Henry no era mi
hermano, no es lo mismo.
—Vámonos, venga, o llegaremos tarde a Teoría de la Magia —les dijo Harry.
Hermione miró su reloj y asintió.
Antes de terminar la clase, el profesor Flammingan les pidió un instante de
atención.
—La semana que viene empezaremos a ver el tema fundamental de la Esencia
Mágica. La profesora McGonagall me ha comunicado que estáis terminando el tema
de los Hechizos Comparecedores y que el próximo miércoles empezará con los
Hechizos Vitalizantes. Eso nos da dos clases de ventaja, clases que vamos a
necesitar. Así que os ruego que no faltéis a las clases del martes y el miércoles, son
de las más importantes del curso. Podéis iros.
—El tema sobre la Esencia Mágica —comentó Ron mientras se dirigían a la
mazmorra de Pociones—. Por fin sabremos qué es exactamente.
—Bueno, ya lo sabemos, al menos un poco —dijo Hermione—. Y yo he leído sobre
ello. Me preocupan más los Hechizos Vitalizantes, son muy complicados de hacer.
—Bueno, somos los mejores en Teoría de la Magia ¿no? —repuso Ron con
optimismo—. Supongo que nos desenvolveremos bi... —Ron se cortó inmediatamente.
Harry miró hacia el frente y vio lo que le había hecho dejar la frase a medias: Draco
Malfoy y sus amigos de Slytherin estaban junto a la puerta, mirándolos con expresión
risueña. No se habían encontrado aún a Malfoy de frente desde que habían vuelto de
Grimmauld Place.
Ron los miraba con desafío. Malfoy se adelantó unos pasos hacia él y, poniendo
cara de fingida lástima, le ofreció su mano.
—Weasley, mi más sincero pésame por tu gran pérdida....
Sucedió en tan solo un instante: Malfoy estiraba la mano e inclinaba ligeramente la
cabeza y, un segundo más tarde estaba tirado contra la pared, tres metros más allá.
Ron le miraba con furia y tenía los puños apretados. Los de Slytherin, con la boca
abierta, miraban alternativamente a Draco, que gemía, y a Ron, que ni siquiera tenía la
varita en la mano. Luego, con ademán estúpido, Crabbe y Goyle se dirigieron hacia
Ron con los puños en alto.
Pero Ron sacó la varita y ambos se detuvieron.
—Vamos, venid, lo estoy deseando. Vamos —los instó Ron.
Crabbe y Goyle retrocedieron un paso, asustados por la expresión de su enemigo.
Malfoy, entre tanto, comenzó a incorporarse, frotándose la parte de atrás de la cabeza.
Ron avanzó hacia ellos con la varita en alto.
Harry era consciente de que debería detenerlo, pero no podía. Sentía dentro de sí,
de una forma inexplicable, la ira incontenible de su amigo, y esa sensación le revolvía
por dentro, haciéndole desear sacar su varita también y nublando sus pensamientos
racionales.
—A lo mejor queréis saber cómo murió mi hermano... —dijo Ron fríamente—. Sí, a
lo mejor es eso... Bueno, creo que soy capaz de repetir el hechizo que usaron contra
él, sí... Creo que puedo hacerlo igual de doloroso. Sólo tengo que decidir adónde
apuntar... —Movió la varita hacia diferentes partes del cuerpo de Crabbe y Goyle, y
éstos retrocedieron aún más, al igual que Parkinson y las demás chicas de Slytherin,
que parecían muy asustadas.
—¿Qué haces, Weasley? —preguntó una voz fría tras ellos. Ron ni siquiera se
volvió, pero Hermione y Harry sí lo hicieron, y vieron a Snape, que los miraba con los
brazos cruzados.
—Mostrarles lo que ellos querían saber, señor —contestó Ron—. Querían saber
cómo murió mi hermano y estoy pensando cómo mostrárselo.
—Baja la varita, Weasley —le dijo Snape suavemente. Harry se sorprendió del
tono de su profesor, que no parecía en absoluto el habitual. Se imaginó que se había
dado cuenta de que el estado de Ron no era el ideal para darle órdenes y hacerle
enfurecer más aún.
—Sí, señor. En cuanto les haya enseñado lo que pretendo mostrarles.
—Eso no te devolverá a tu hermano.
—Pero me hará sentir mucho mejor... Al fin y al cabo, deben aprender lo que
hacen sus padres, ¿no es así? Siempre se quejan de lo poco que se enseña aquí de
Artes Oscuras... He pensado que una clase extra les alegraría.
Snape miró a Harry.
—Quítale la varita, Potter.
Harry se volvió hacia su amigo lentamente, como si tuviera el cuello rígido.
—Ron... —dijo suavemente, concentrándose y buscando relajarse, intentando que
la furia y la rabia que su amigo sentía se disolvieran a través de la conexión que los
unía.
Ron parpadeó un poco y su brazo vaciló.
—Déjalo, Ron —le pidió Hermione, y, estirando su mano, le bajó el brazo—.
Tranquilízate, vamos...
Ron bajó la cabeza y, pese a sus esfuerzos, algunas lágrimas se le escaparon.
Luego, sin poder evitarlo, se derrumbó y se echó a llorar sobre el hombro de
Hermione, que le abrazó suavemente. No pareció importarle que Snape y todos los
slytherins estuviesen allí.
—Llévatelo a su sala común —le ordenó Snape a Hermione—. Y prepárale un té
caliente. Los demás, a clase.
Hermione, un tanto asombrada, se alejó con Ron por el pasillo. Harry entró en el
aula, seguido de los de Slytherin. Al pasar por su lado, Malfoy le miró con rabia y un
deje de burla.
Harry sólo levantó la cabeza de su pupitre en la clase para anotar las instrucciones
que Snape les daba y preparar su poción. Su mente divagaba entre el comprensivo
gesto de Snape y la injusticia que había sobre ellos. ¿Por qué ellos, que
supuestamente eran los buenos, debían sufrir tanto, perdiendo a sus seres queridos o
viéndose obligados a estar lejos de ellos, mientras los asesinos y sus allegados
estaban contentos y no tenían pena alguna? Lo mirase como lo mirase, le parecía
increíblemente injusto.
Cuando terminó la clase, fue el primero en recoger y salir de allí. Sin embargo,
Malfoy le alcanzó por el pasillo y le dijo:
—¿Vas a ver cómo se encuentra el Weasley-llorón y su queridísima novia sangre
sucia?
Harry se detuvo y cerró los ojos un par de segundos antes de volverse para
sosegarse y evitar que su ira le dominase y acabara actuando igual que Ron, porque
no había nadie para detenerle si eso sucedía.
—No, me doy prisa para escapar de la peste que hay a tu alrededor —replicó.
—Qué desagradable eres, Potter. Tienes suerte de que ahora el profesor Snape se
compadezca, a saber por qué, de vosotros. —Meneó la cabeza—. Cuánto ha perdido
desde los primeros años en este colegio...
Harry miró al suelo un segundo y luego sacó su varita. Captó cómo Malfoy le
dirigía una rápida y atemorizada mirada antes de recuperar la expresión anterior.
—Ahora no está aquí el profesor Snape, Malfoy. Me bastan sólo cinco segundos
para enviarte a San Mungo durante, por lo menos, un mes. Si eso es lo que quieres,
no tienes más que decírmelo.
—Ya nos veremos, Potter —repuso Malfoy, y él y su banda se alejaron.

El resto de la semana transcurrió sin más incidentes. Malfoy evitó los encuentros con
los tres amigos, y aunque cada vez que les veía Ron tensaba todos los músculos de
su cuerpo, no se produjeron más enfrentamientos.
Mientras tanto, el tiempo mejoró y empezó a hacer menos frío, con lo que la nieve
largo tiempo acumulada comenzó por fin a derretirse.
El sábado por la mañana, Harry, Ron, Hermione, Ginny, Neville, Dean y Seamus
estaban sentados junto al fuego, después del desayuno, charlando. Parvati y Lavender
bajaron, abrigadas, y Dean y Seamus se levantaron. Seamus le dio un beso a su
novia, y los cuatro salieron de la sala común, despidiéndose.
—Bueno... —dijo entonces Ron, sacando un paquete de su bolsillo y
entregándoselo a Hermione—. Creo que es hora de que te dé esto.
—¿Qué es? —le preguntó Hermione, sorprendida, mientras lo desenvolvía.
—Un pequeño regalo para celebrar el hecho de que hace un año que estamos
juntos —dijo él.
—¡Anda, es verdad! —exclamó Ginny—. No me acordaba de eso...
—Yo, sí, y me alegro de que te hayas acordado —comentó Hermione,
agradablemente sorprendida, mirando a Ron—. Con todo lo que pasó, creí que... ¡Oh,
Ron! —exclamó, al ver el regalo—. ¡Es precioso...!
Era una cadena de plata con las letras «R.W.» a modo de colgante.
—Creí que haría juego con la diadema —repuso Ron, con las orejas rojas—. ¿De
veras te gusta?
—¡Me encanta! —exclamó ella, y se arrojó a sus brazos dándole un beso enorme
—. Pero yo también tengo algo para ti, voy a buscarlo... —Subió corriendo a su
dormitorio y un minuto después volvía a estar abajo—. ¿Salimos a dar un paseo? Ya
que hace Sol por primera vez en semanas...
—Sí, vamos —asintió Ron, y los dos, cogidos de la mano, abandonaron la sala
común.
—Vaya, nos quedamos solos —comentó Harry. Se alegraba por Ron y Hermione,
pero sentía un poco de envidia al verlos tan bien, sobre todo teniendo a Ginny a su
lado y no pudiendo decirle nada—. Tantas parejas...
—Sí, hablando de eso... —comenzó Neville, sonrojándose—. Yo tengo..., tengo
que irme.
—¿Sarah? —inquirió Ginny alzando una ceja—. ¿Estáis juntos ya?
—Eh... Sí. Después de Navidad, nosotros...
—Me alegro por ti, Neville —dijo Harry, sonriendo.
—Yo también —añadió Ginny—. Y por ella, eso le ayudará a superar lo de Henry...
Neville sonrió, dijo «nos vemos» y salió de la sala común también.
—Todo el mundo encuentra su pareja —comentó Ginny, dos minutos después.
—Sí —musitó Harry débilmente, sintiéndose aún más desgraciado.
—Ojalá todos pudiéramos tener a alguien, ¿verdad?
Harry se volvió hacia ella con expresión de dolor.
—Ginny..., yo...
—Chisst —le susurró ella suavemente—. No es necesario que digas nada. Es tu
decisión, Harry, y tendrás tus razones. Pero somos amigos, ¿no? Supongo que
siempre podemos apoyarnos así.
—Sí —asintió Harry—. Nunca dejaría de ser amigo tuyo.
—Espero que no —dijo ella—, porque yo pienso seguir siendo amiga tuya.
Siempre.
Se levantó de su butaca, se acercó a Harry y le dio un tierno abrazo.
—Esto terminará algún día —afirmó él cuando se separaron.
—Eso espero —respondió ella—. Eso espero...
—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó Harry, sin poder evitar sentirse un poco
incómodo.
—Deberes —contestó ella—. Tengo bastantes, y por la tarde tenemos
entrenamiento, así que más vale que me ponga a trabajar.
Harry asintió y Ginny subió a su cuarto a buscar las cosas. Como estaba solo,
decidió ir a ver si Firenze estaba en su aula. No le había vuelto a ver desde la reunión
y no sabía qué habían decidido los centauros respecto al asunto del Ministerio.
Salió de la sala común y bajó al vestíbulo. Torció por el pasillo y llamó a la puerta
del aula.
—Adelante.
Harry abrió la puerta y entró.
—Hola —saludó—. Me alegro de encontrarte aquí.
—Llegué hace poco —dijo Firenze—. He pasado la noche en el bosque. ¿Cómo
has estado, Harry Potter?
—Bien —contestó Harry—. ¿Y tú? ¿Qué decidisteis al final? ¿Vais a colaborar con
el Ministerio?
—Sí —asintió Firenze—. Supongo que cuantos más seamos más podremos hacer.
—Me alegro de escuchar eso —dijo Harry, sonriendo—. Es una buena noticia, y de
ésas hay pocas últimamente.
—No has hablado con nadie acerca de la reunión, ¿verdad? —inquirió Firenze—.
Ni de lo que te dijeron los ancianos.
—No —respondió Harry—; no lo he hecho.
—Sabía que se podía confiar en ti. Recuerda que debes mantener el secreto —Le
avisó. Luego añadió—: No quiero ser descortés, pero, si no deseas nada más, Harry
Potter, tengo cosas que hacer.
—Sí, claro, yo también —asintió Harry, y salió del aula para volver a la sala común.
Una vez allí , sin saber qué otra cosa hacer, cogió sus cosas y se puso a hacer sus
deberes de Pociones hasta que volvieron Ron y Hermione.
—¿Qué tal el paseo? —les preguntó.
—Muy bien —dijo Ron, contento—, sentándose a su lado. ¿Y tú?, ¿qué has
estado haciendo?
—Pociones —respondió Harry—. Oye, Hermione, tengo que firmar la carta ésa de
la PEDDO, ¿no? ¿Por qué no me la bajas?
—¡Se me había olvidado! Voy a por ella —declaró, y desapareció por las escaleras
de los dormitorios de las chicas.
—Bueno, ¿cuál ha sido tu regalo? —le preguntó Harry a Ron.
Ron metió la mano en el bolsillo y sacó un par de bonitos guantes, tejidos a mano,
con los colores de Gryffindor. Tenían dibujados las letras «HG.»
—Vaya, parece que a los dos se os ha ocurrido una idea similar —comentó Harry,
y luego añadió—. Y parece que Hermione ha mejorado mucho en el arte de tejer.
Hermione entró en aquel momento en la sala común y le entregó la carta a Harry,
el cual la leyó.
—Vale, creo que está bien... Si ellos aceptan, claro.
—Yo espero que sí —dijo Ron, esperanzado—. Después de todo lo que hemos
hecho por ellos... Al fin y al cabo, los elfos también deberían estar interesados en
combatir a Voldemort, ¿no? Su vida era mucho más dura cuando él estaba en el
poder, la otra vez.
—¿Sí? No sabía eso —dijo Hermione, sorprendida.
—Yo sí —apuntó Harry—. Dobby me lo comentó en segundo, en una de sus
visitas. Me contó que durante el apogeo de Voldemort a los elfos domésticos se los
trataba como a alimañas... Por eso hizo tanto por ayudarme.
Hermione gruñó.
—Bueno, ¿cuándo vamos a ir a hablar con ellos? —preguntó.
—No sé, primero tenemos que hablar con Dumbledore, sería lo mejor, ¿no creéis?
—sugirió Harry—. Yo me encargaré de eso, puedo hacerlo después de alguna de las
clases.
—Sí —asintió Hermione—. Y también sería útil que firmaran todos los miembros
de la PEDDO. Cuantos más, mejor.
—Y cuando tengamos todo eso listo, bajaremos a las cocinas —concluyó Ron.

Harry decidió hablar con Dumbledore en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras
del martes. Ese día Hermione cogió la carta antes de bajar a desayunar y se la guardó
en la mochila.
—Hoy empezamos con el tema de la Esencia Mágica —comentó la chica
alegremente—. Ya me apetecía.
Tras desayunar se fueron a clase de Teoría de la Magia. No habían hecho más
que sentarse cuando Flammingan entró en el aula. Dejó en el escritorio un libro que
traía y se apoyó en el borde de la mesa.
—Bien, tal y como os dije la semana pasada que haríamos, hoy empezaremos a
tratar el tema de la Esencia Mágica. Éste es el tema más importante que veremos en
esta asignatura, y su importancia es fundamental también en otras asignaturas, como
Transformaciones, donde veréis pronto los Hechizos Vitalizantes.
»Y para comenzar este tema, nada mejor que una interesante pregunta que no sé
si os habréis planteado alguna vez: ¿qué es lo que diferencia a un mago de un
muggle?
—¿Que los magos hacemos magia? —sugirió Dean, y la clase entera se rió.
Flammingan sonrió.
—Bueno, sí... —admitió—. Mejor cambio la pregunta: ¿por qué nosotros podemos
hacer magia y los muggles no?
—Porque nosotros tenemos sangre mágica —dijo Parvati.
—Sangre mágica... —murmuró Flammingan, mirando a Parvati con atención—. Sí,
el concepto de la «sangre magica» está bastante extendido. Sin embargo, no es del
todo correcto. Es cierto que poseemos «sangre mágica», o sangre con poderes
mágicos, pero la cuestión no es que tengamos poderes debido a la sangre mágica,
sino que la sangre mágica proviene de nuestra capacidad para hacer magia. La
sangre no puede explicar nuestros poderes, porque, ¿cómo podría haber, entonces,
magos nacidos de familias no mágicas, familias en las que no ha habido mago alguno
nunca?
Esta vez nadie contestó. Harry se dio cuenta de que Hermione, al menos, tenía
una ligera idea, pero no hablaba, entendiendo que Flammingan no quería llegar a una
respuesta inmediata.
—El problema de por qué tenemos poderes y los muggles no es muy antiguo,
tanto como nuestro conocimiento de la magia. Teniendo en cuenta el largo tiempo que
hace que conocemos la magia, el descubrimiento de por qué la poseemos podría
considerarse reciente. Y, de hecho, todavía se está estudiando.
»Fue Wyncelot Magyr, un mago discípulo de Merlín, según cuenta la historia, el
que utilizó por primera vez el concepto de Esencia Mágica para explicar la razón de
nuestros poderes. Aunque nunca tuvo verdaderas pruebas, sino que se guiaba sólo
por su intuición y lo que había oído al propio Merlín, escribió un libro donde se
menciona ese concepto por primera vez. Hoy tenemos pruebas de que Wyncelot
estaba en lo cierto. Lo que nos diferencia de los muggles no es ni la sangre, ni nuestra
alma, ni ninguna cosa así, sino el hecho simple de que nosotros poseemos una
Esencia Mágica. A todos los efectos, cualquier examen científico que cualquier muggle
hiciera de nuestros cuerpos o nuestra sangre no revelaría la más mínima diferencia
con ellos. Por tanto, para un muggle es imposible determinar si alguien es un mago o
no, ya que, sin magia, es imposible determinar la existencia de ésta o de la propia
esencia. Fijaos en esto.
Apuntó al libro que había traído con su varita y le lanzó un encantamiento
Encadenante.
—Como sabéis, ahora este libro no puede separarse más de un metro del
escritorio —dijo Flammingan. Lo cogió y la arrojó a un lado. Cuando estaba a cierta
distancia de la mesa se detuvo en seco, como si hubiera chocado contra una pared, y
cayó al suelo con un ruido sordo—. Para cualquier mago es bastante sencillo romper
este encantamiento. Cualquiera de vosotros podría hacerlo sin mayor esfuerzo. O eso,
al menos, esperaría el profesor Flitwick. —Sonrió, y la clase entera le imitó—. Sin
embargo, para un muggle resulta algo imposible. No importa qué fuerzas o máquinas
utilicen: no podrán separar el libro más de un metro de la mesa. Y no sólo eso: no
podrían saber, con ninguno de sus métodos, la razón por la cual no puede separarse.
»Esto podría conduciros a un error, como es pensar que los muggles son inferiores
a nosotros. Si somos exactamente iguales y nosotros tenemos esencia mágica y ellos
no, deberíamos ser superiores, ¿verdad? Eso piensa mucha gente. —Flammingan los
miró a todos—. Pero la respuesta es negativa. No somos superiores a los muggles, ¿y
por qué? Pues por la propia naturaleza de la magia. La magia, como os dije a
principios de curso, es algo irracional, caótico. La Esencia Mágica afecta a nuestra
mente y a nuestra manera de sentir y ver las cosas. Para un mago, vivir sin magia es
casi antinatural, pues nuestra mente, de forma instintiva, tiende a este mundo. Un
mago que viva alejado de los suyos y desconocedor de sus poderes jamás se sentirá
completo ni feliz. Se pasará la vida buscando algo aunque nunca llegue a saber qué
es. Por supuesto, esto tiene un precio para nosotros, y ese precio es que la mayoría
de los magos no poseen ni siquiera una pequeña parte de la capacidad lógica,
ordenadora y científica que poseen los muggles; algunos magos, de hecho, no poseen
ni siquiera una pizca de sentido común; muchos serían considerados más que medio
locos de acuerdo a los cánones de la comunidad no mágica. Nuestra capacidad para
manejar cosas como la física, las matemáticas avanzadas, la informática y cosas así
es muy limitada. Sólo aquellos que provienen de familias o entornos muggles son
capaces de parecerse a ellos en este sentido.
Harry miró a Hermione y vio que Ron hacía lo mismo.
—Aún así, nuestra mente no está hecha para tratar con ciencias avanzadas o un
orden elevado; el desorden y un cierto caos son inevitables en el mundo mágico, como
podréis daros cuenta si algún día comparáis la vida de los muggles con la nuestra.
—Profesor —dijo entonces Hermione, levantando la mano—. Si los muggles no
poseen Esencia Mágica, ¿cuál es el origen de los magos nacidos de muggles? ¿De
dónde viene nuestra esencia? Porque en caso de las familias de magos parece ser
hereditaria...
—Ésa es una cuestión muy interesante, Hermione. Una cuestión que, de hecho,
aún se está investigando. Llegados a este punto, es necesario decir que lo que
llamamos genéricamente «esencia mágica» es en realidad, tres cosas a la vez. Una
de ellas, la más espiritual, por decirlo de alguna manera, está conectada al alma, o,
más exactamente, es parte del alma. Es la parte que los investigadores llamaron animi
substantia, o sea, esencia del alma. El animi substantia es inseparable del alma, y es
lo que proporciona el antiguo y primitivo poder de los sentimientos. Conecta nuestra
alma con la magia. Es la parte responsable de que hagamos magia de forma
involuntaria en momentos de miedo. Es, también, la única parte de la esencia que
conservamos al morir, y el origen de las conexiones entre los magos. Así mismo,
también los muggles la poseen.
—¿Los muggles la poseen? —inquirió Seamus, desconcerado—. Pero, ¿no dijo
antes que...?
—El animi substantia, por sí misma, no es suficiente para hacer magia. Sin
embargo, es el origen del misticismo que poseen los muggles, y la causa de que
algunos de ellos puedan, en determinadas circunstancias, intuir que hay algo que se
oculta de ellos, algo que no pueden ver. No obstante, en los muggles su capacidad
está cada vez más dominada por su lógica y su razón, mucho más fuerte y útil en
ellos. La razón de nuestra magia está en otro estrato de la esencia, más terrenal y
ligado a nuestro cuerpo y a este mundo, la verdadera esencia mágica. La denominada
magi substantia, la Esencia de los Magos, o esencia mágica. Ella es la responsable de
nuestros poderes tal y como generalmente los entendemos. Y, a través de ella, el
animi substantia es capaz de hacer magia, una magia muy poderosa. Esta parte es,
también, la responsable de que nuestra lógica y capacidad para la ciencia analítica
sea mucho menor que la de los muggles. Sirva como ejemplo decir que muy pocos
magos, por no decir ninguno, serían capaces de comprender alguna vez, digamos, la
famosa Teoría de la Relatividad de Einstein.
—¿La qué? —preguntó Ron.
Flammingan sonrió.
Una teoría sobre el mundo de un científico muggle que dice cosas que parecen
cosa de magia, aunque no lo sean.
Ninguno de los alumnos pareció entender del todo lo que Flammingan quería decir.
—Profesor —intervino entonces Neville—, si la diferencia entre muggles y magos
es que ellos no tienen esa..., ¿cómo la llamó?...
—magi substantia.
—Eso. ¿Qué pasa con los squibs?
—Los squibs son como nosotros —contestó Flammingan—, pero con una
diferencia. Veréis, el magi substantia tiene muchos niveles, y varía mucho de un mago
a otro. Determina su poder mágico. Por supuesto, la efectividad del mago dependerá
también de su inteligencia, conocimientos, y, por supuesto, de lo bien que sepa usar
sus emociones. En el caso de los squibs, si bien poseen magi substantia, ésta es muy
débil. Pueden percibir la magia, pero no emplearla. Como mucho, pueden hacer
alguna cosa muy simple. Son casos muy raros.
—¿Y los nacidos de muggles? —preguntó entonces Hermione—. ¿Cómo obtiene
un mago la esencia mágica, si no se transmite de padres a hijos?
—Ésa —dijo Flammingan—, es una de la grandes preguntas para las cuales
todavía no se ha encontrado una respuesta. Generalmente los hijos de magos son
también magos, por un efecto curioso y no del todo explicado denominado,
simplemente, «contagio». Consiste, básicamente, en que nuestra esencia de impregna
del magi substantia de nuestros padres y nuestro animi substantia genera la suya
automáticamente. ¿Cómo? No estamos seguros. En el caso de los nacidos de
muggles (y me refiero a ambos padres muggles), no sabemos por qué llegan a
poseerlo. Dado que nunca sabemos cuándo o dónde va a nacer un nacido de
muggles, no podemos estudiarlo. Cuando el sujeto en cuestión llega al mundo mágico,
ya tiene magi substantia, y no sirve de nada preguntarse cómo la ha conseguido.
»Continuando con la esencia —prosiguió Flammingan—, sólo nos queda una parte
de la esencia por ver, la última y más terrenal, presente, además, en todas las
criaturas vivas: la Vida, o vitae substantia.
—¿La Vida? —repitió Lavender, sin comprender.
Harry, Ron y Hermione, que ya habían oído aquella explicación, miraron a
Flammingan atentamente.
—La vitae substantia es la respuesta a una pregunta que los muggles se han
hecho siempre y para la cual jamás hallarán respuesta: ¿qué es un ser vivo? ¿cuál es
la diferencia entre un ser vivo uno inerte?
—Yo recuerdo algo de eso del colegio muggle al que fui antes de venir a Hogwarts
—comentó Lavender—. Creo que los seres vivos eran aquellos que se «nacen,
crecen, se alimentan, se relacionan, se reproducen y mueren.»
—Sí, ésa es una buena explicación en muchos casos —asintió Flammingan—,
pero falla en otros. —Sacó su varita y con una floritura de la misma hizo aparecer
varias velas apagadas sobre su escritorio. Luego les miró—. ¿Diríais que una llama es
un ser vivo? —preguntó.
—No —contestó Lavender con seguridad.
—No —repitió Flammingan. Tocó una de las velas con su varita y comenzó a arder
—. Pues, como veis, nace... —La llama se hizo más intensa—, crece..., se alimenta de
la vela, respira oxígeno, se relaciona... —movió la mano junto a la llama, y ésta ondeó
—, se reproduce... —acercó la llama a otras velas, y éstas se prendieron—, y,
finalmente, muere. Movió la mano suavemente frente a la llama, y ésta se apagó. Toda
la clase estaba asombrada—. Como veis, parece que las llamas de una vela cumplen
todos los requisitos para ser denominadas «seres vivos».
—Pero, ¿entonces...? —comenzó a decir Ron.
—Entonces, señor Weasley, la vela no está viva porque no tiene Vida, no tiene
vitae substantia. Todas las criaturas vivas la tienen. Todas, sin excepción. No todas
tienen alma, no todas tienen esencia mágica, pero todas tienen Vida.
Desgraciadamente, los muggles no pueden percibir la Vida como tal, y por eso jamás
hallarán una respuesta a esa pregunta, por mucho que investiguen. De forma
instintiva, saben qué está vivo y qué no, pero no sabrían explicar por qué lo saben.
—¿Y para qué sirve concretamente esa «Vida»? —quiso saber Dean.
—Mantiene a los seres vivos vivos —dijo Flammingan—. Y, en el caso de los seres
humanos u otras criaturas superiores, es decir, que poseen alma, es la unión del alma
y el cuerpo. La Vida es específica de cada persona, al igual que su esencia, y sin ella
el alma no podría habitar en un cuerpo. Dado que el alma no puede estar en el mundo
en su estado natural, pues no pertenece a él, cuando perdemos la Vida, morimos, y
nuestra alma abandona el mundo.
—Pero, los fantasmas... —murmuró Parvati.
—Los fantasmas... —repitió Flammingan—. Veréis. La Vida, o vitae substantia, es
la parte más terrenal de nuestra esencia. Es lo primero que perdemos al morir.
Podemos perderla por dos motivos: uno, porque nuestro cuerpo físico muera. En ese
caso, la Vida se desvanece y nuestra alma, por consiguiente, abandona el mundo. El
otro motivo es la muerte natural. En ese caso, es la Vida la que se desvanece, nuestra
alma nos abandona y nuestro cuerpo muere.
—¿Cuál es la causa de la muerte natural? —preguntó Dean—. ¿No tiene que ver
con el cuerpo?
—Sí y no. El momento de la muerte depende de nuestra salud, pero no sólo de
ella. La muerte natural, en su forma más pura, se produce porque el alma ya no desea
seguir en este mundo.
—¡¿Cómo?! —exclamó Harry—. Pero... yo no conozco a nadie que quiera morir, y,
sin embargo...
—No desean morir —matizó Flammingan—. Pero el deseo no es parte de nuestra
alma, sino de nuestro cuerpo o nuestra mente. El alma no procede de este mundo ni
pertenece a él. ¿Por qué viene a él? No lo sabemos. Lo que sí es seguro es que no
puede estar aquí sin un cuerpo. Por supuesto, el estado «encarnado» no es natural
para el alma, por lo que, pasado un tiempo, debe abandonarlo. Se supone que todo
ser vivo, cuando le llega la hora, debería de estar preparado para morir, debería
aceptarlo. Si no lo hacemos, es, simplemente, por los deseos humanos. El único
deseo que procede del alma es el amor, el cariño, el afecto. El deseo de poder, de
conocimientos..., proceden de este mundo, de nuestro cuerpo. El alma necesita afecto,
nuestro cuerpo nos transmite esa necesidad como deseo de proximidad, de besos, de
caricias... Pero eso no es propio del alma. Dos almas que se quieran buscan la
proximidad, que aquí se traduce en la necesidad de un contacto, físico, mágico... el
que sea. El alma, chicos, sólo necesita afecto, y por eso el amor es lo único que
realmente nos puede hacer felices. Todo lo demás puede hacernos disfrutar, pero no
ser felices. Por supuesto, uno no siempre sabe esto, y menos cuando se es muy
joven.
—Entiendo —dijo Ron—. Pero, si un alma busca cariño, ¿por qué iba a desear
morir, y alejarse de las personas a las que quiere?
Ante la pregunta, Flammingan sonrió ampliamente.
—La respuesta, Ron, es que dos almas no se separan sólo porque una de ellas
abandone el mundo. El amor puede viajar desde el reino de los muertos al de los
vivos, y es lo único que puede hacerlo. La conexión se mantiene a través del animi
substantia. Se mantiene para siempre. El problema es que generalmente no lo
notamos, no lo percibimos, pero la conexión está ahí. Aquellos que realmente nos
aman jamás nos abandonan —recitó—. Una frase cierta como pocas.
»Cuando uno ama y quiere, se siente realizado aunque no tenga nada más.
Cuanto más amas, más lejos estás, en un sentido espiritual, de este mundo y de sus
necesidades más bajas, necesidades degradantes como, por ejemplo, el asesinato. El
deseo de vivir a toda costa, de aferrarse, nos aleja de nuestra verdadera esencia.
Observad, por ejemplo, a Voldemort —dijo, y miró a Harry, quién le devolvió la mirada,
muy atento—. Diréis que su poder es inmenso, y sí, lo es. Su poder mágico terrenal es
extraordinario. Pero ese poder oculta un alma sin sentimiento alguno. Es por eso que
su alma, de forma natural, no desea abandonar este mundo y se aferra a él. ¿Por
qué? Porque fuera de él no tiene nada, excepto un vacío. Su poder mágico terrenal es
inmenso, y lo ata a este mundo, pero el poder mágico más profundo, que procede del
animi substantia, es, por el contrario, inexistente; más débil que el de ninguna otra
persona en este mundo. En ese sentido, tú, Harry, eres mucho más poderoso que él.
Y por eso tu conexión le hace daño... Porque el flujo de sentimientos que percibe a
través de ti desligan su alma de su cuerpo. Cuando su espíritu percibe tus
sentimientos, detesta el cuerpo que la alberga, e intenta desligarse de él. Por eso
necesita matarte.
Un silencio que casi se podía palpar llenó el aula. Flammingan estuvo callado
durante unos instantes, permitiéndoles asimilar todo lo que les había dicho, y luego
volvió a hablar.
—Hablando de esto, me habíais preguntado por los fantasmas, ¿verdad? Bueno,
como iba diciendo, cuando perdemos la Vida y el alma se separa del cuerpo, ésta
permanece un tiempo en una especie de limbo entre ambos mundos. Entonces,
nuestra alma se desprende de la magi substantia, que es otra parte terrenal de la
esencia, y se va. No sabemos qué hay más allá de la muerte, pero sí sabemos que,
cuando el miedo a la muerte es muy grande, nuestra esencia es capaz de retener a
nuestra alma y a nuestra mente entre ambos mundos, como un recuerdo del cuerpo
que poseíamos en vida. Eso son los fantasmas. En ellos, el magi substantia, en lugar
de desprenderse, se convierte en un sustituto de su cuerpo. No obstante, es un caso
raro: la mayoría de los magos abandonan su esencia y se llevan al más allá el animi
substantia, donde la única magia que hay es la de los sentimientos, la magia más
antigua que existe.
—Si los fantasmas siguen teniendo aquí el alma, ¿no podrían resucitar? Si lo único
que se pierde es la Vida... Se podría conservar el cuerpo y devolverle a él, ¿no?
—inquirió Seamus.
—No —contestó Flammingan—. No existe manera alguna de resucitar a un
muerto, ni aunque su alma permanezca aquí. No podemos crear vida en un cuerpo
muerto —explicó Flammingan.
—Pero, entonces, los Hechizos Vitalizantes... —murmuró Hermione—. He leído
que sirven para dotar de vida a objetos inanimados —dijo—. ¿No es eso crear vida?
—Lo es —respondió Flammingan—. Pero, desgraciadamente, eso no nos sirve. La
vida que insuflamos con esos hechizos sirve para dar vida, no para devolverla. Veréis,
la Vida, el vitae substantia, es irrepetible. Cada ser tiene la suya, y ninguna otra sirve
para volver a atar un alma a un cuerpo.
—Vaya... —dijo Harry— Pero, de todas formas... Somos capaces de convertir una
mesa en, por ejemplo, un cerdo. La mesa no tenía vida, y el cerdo sí la tiene. ¿No es
eso crear la vida que posee el cerdo? Siendo así, los Hechizos Vitalizantes no son tan
complejos.
—Ésa —dijo Flammingan mirando a Harry fijamente— es una gran pregunta. ¿Por
qué insuflar vida en objetos inanimados cuando podemos transformar objetos inertes
en seres vivos? Veréis..., la respuesta es compleja, pero podríamos empezar por otra
pregunta: eres capaz de convertir esta mesa en una cerdo vivo, pero ¿puedes
convertirla en una estatua viva?
—Nunca lo he intentado —admitió Harry.
—No es necesario —repuso Flammingan—. No podrías. ¿Por qué, entonces,
podemos crear un cerdo vivo y no una estatua viva?
—Los animales son seres con vida implícita —contestó Hermione—. Lo leí en un
libro.
Flammingan sonrió.
—Exacto. El cerdo es un ser implícitamente vivo. Como os dije antes, todo ser vivo
tiene vitae subsantia. ¿Alguna vez habéis transformado algo en un animal muerto? No,
¿verdad? No, no lo habéis hecho porque, como Hermione bien dijo, los animales son
seres implícitamente vivos. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir, simplemente, que
los animales, al nacer, al ser concebidos, están dotados de vida. Al transformar esta
mesa en un cerdo, es como si lo hicierais nacer y crecer en un instante: tiene vida,
pero la vida no la creáis vosotros, sino que es implícita al cerdo, al igual que cuando
nacéis poseéis un alma, a pesar de que ésta, a diferencia de vuestros cuerpos, no
proviene de vuestros padres. Por supuesto, podríamos transformar cosas en unas
chuletas, en vez de en un cerdo vivo, pero, si convertís algo en un cerdo, el cerdo, de
forma natural, estará vivo.
—Pero... ¿eso quiere decir que podríamos crear un ser humano? —preguntó
Neville—. También está implícitamente vivo, ¿no?
—Nadie ha conseguido crear nunca un ser humano —contestó Flammingan—. Es
cierto que ha habido magos no demasiado cuerdos que lo han intentado, pero siempre
han fracasado. El ser humano, aunque no es más complejo que cualquier otro animal
en cuanto a su anatomía o su físico, sí lo es en cuanto a su alma y su mente. Podrías
crear un ser humano, pero éste no tendría alma, y, por tanto, su vida tampoco se
aferraría, por lo que moriría, o sería algún tipo de zombie sin voluntad o conciencia.
»La vida funciona de diferente manera en los seres que poseen alma, recoradad
que ésta se ata al cuerpo a través de ella. No se puede atar un alma a un cuerpo de
forma artificial.
—Sí se puede —lo contradijo Harry—. Voldemort lo hizo.
Todas las miradas se concentraron en Harry.
—¿Voldemort lo hizo? —repitió el profesor, mirando a Harry con gravedad—.
¿Cuándo? ¿Cómo?
—Con su diario —respondió Harry—. Cuando íbamos en segundo, a la hermana
de Ron, Ginny, se le hizo llegar el diario que Voldemort escribió cuando estaba en el
colegio...
—Conozco la historia —asintió Flammingan.
—Bueno, pues, con ese diario, Voldemort reconstruyó, a partir de un recuerdo, su
cuerpo, y estaba vivo y tenía alma... y poderes. Si hubiera tardado un poco más en
destruir su diario, habría llegado a estar completamente vivo.
—Sí, eso es algo muy próximo a crear vida. Un gran trabajo, de hecho. No en vano
lord Voldemort es el mago más grande del mundo. No obstante, Harry, estás
equivocado: él no creó vida, ni un alma: almacenó sus recuerdos, y parte de su alma, y
puso su esencia en ese diario; pero fue la vida y el poder de Ginny lo que le dio vida.
Podría considerarse que ese diario poseía un Hechizo Vitalizante muy complejo y
avanzado, aunque no fuera realmente así. El diario absorbía el alma de Ginny,
contaminándola con su propia esencia y absorbiendo sus poderes. Eso no le habría
dado al Voldemort del diario una nueva alma, sino que habría poseído una distinta.
Ginny no habría muerto exactamente, sino que habría, realmente, desaparecido,
atrapada hasta el momento en que el cuerpo de Ryddle muriese. Como si hubiera
recibido el beso de un dementor.
Harry tembló en su asiento al pensarlo.
—Por supuesto, nada de eso puede hacerse sin emplear la magia tenebrosa. Sin
embargo, este caso ilustra un poco la razón por la cual tratamos este tema antes de
que empiecen a enseñaros a ejecutar los Hechizos Vitalizantes. Lo que yo os doy, de
todas formas, es sólo una pequeña introducción: hay mucho más que saber antes de
que podáis ejecutarlos.
»El caso es que, para lanzar un hechizo Vitalizante tendréis que usar vuestra magi
substantia, o esencia mágica, como tal, y no sólo los poderes que ésta os proporciona.
Lo que quiero decir es que tendréis que imbuir el objeto objetivo del hechizo con
vuestra propia esencia para otorgarle vida. Esto, por supuesto, puede darle, si sois
hábiles, ciertos poderes, y os permite controlarlo tanto como deséis, aunque siempre
tendrá una cierta capacidad de razonamiento, de acuerdo a las habilidades que le
hayáis dado. Un ejemplo son las piezas del ajedrez mágico, que están encantadas con
ese tipo de hechizos: las piezas son capaces de pensar, de aprender e incluso de
confiar o no en quien las dirige. Este caso, en concreto, a pesar de lo potente que
pueda parecer, es bastante simple.
—Entonces, ¿los cuadros y las fotografías tienen también hechizos de ese tipo?
—preguntó Neville.
—No —respondió Flammingan—. Los cuadros son una especie de «imagen» de la
personalidad de la persona a la que representan, pero jamás evolucionan. Pueden
aprender cosas, pero su personalidad jamás cambia. Es imposible convencer a un
cuadro de algo de lo que no lo estuviera cuando fue pintado. Tampoco tiene vida, y
aunque actúa, es más bien debido a una especie de guión de comportamiento que por
una voluntad propia. Si un cuadro se enfada con una cosa, siempre se enfadará con
esa misma cosa: es decir, pueden aprender cosas, como contraseñas, o nombres de
personas, pero su comportamiento en sí no cambia jamás.
»Con los hechizos vitalizantes, en cambio, esta limitación no existe. Es cierto que
los parámetros entre los que puede evolucionar un objeto encantado dependen de la
capacidad del mago invocante, pero generalmente pueden hacer muchas más cosas.
Volviendo de nuevo al ejemplo de las piezas de ajedrez, éstas pueden aprender a
sacrificarse, si se les enseña, o pueden, en cambio, volverse egoístas y desear seguir
en el tablero pese a todo.
Flammingan cayó un momento y miró el reloj.
—Bueno, sólo quedan unos cinco minutos de clase. No voy a empezar ahora a
hablaros de los estratos de la esencia, cómo usarla, o el poder de la magia antigua.
Prefiero que preguntéis lo que queráis.
—Los animales y criaturas mágicas, aunque algunos no tengan alma, ¿tienen
también esencia? —preguntó Hermione.
—Sí —contestó Flammingan—. Su esencia no está ligada a un alma, y por tanto
no es exactamente como la nuestra, pero la tienen, asociada a su vida. Es lo que les
otorga sus poderes, lo que los atrae a vivir cerca de los magos y no de los muggles.
Por ejemplo, os sería muy difícil encontrar gnomos en un jardín de muggles, aunque
abundan en los de los magos. La esencia influye sobre la magia circundante, pero
también es influenciada por ella. Nosotros, que poseemos un alma y una mente más
compleja, podemos, hasta cierto punto, ignorar eso y tratar de vivir como muggles,
pero las criaturas mágicas no pueden vivir sin magia, pues es algo instintivo para ellos,
como el comer o el respirar. Así mismo, las criaturas no mágicas son más receptivas a
la magia que los muggles, cuya mente, más racional que la nuestra, se esfuerza
siempre en ignorar lo raro, lo mágico. Ellos no pueden ver Hogwarts, a no ser que se
les ayude con un encantamiento que permita que su esencia sea más receptiva y evite
los hechizos antimuggles que protegen el castillo u otros lugares así.
—¿Es por eso por lo que no se pueden transformar tampoco objetos en seres
mágicos? —Era Hermione otra vez.
—Sí, es por eso. La esencia mágica, al igual que el alma, no se puede fabricar. No
es implícita, como la vida, pues algunos seres la tienen y otros no. En cuanto a
criaturas que siempre son mágicas, como los fénix o los unicornios, simplemente nada
puede ser transformado en ellos, pues son criaturas a las que la esencia mágica es
innata y que no pueden existir sin ella. ¿Alguna pregunta más?
Nadie levantó la mano ni dijo nada, y Flammingan se incorporó.
—Bueno, entonces podemos dar por finalizada la clase —dijo—. Mañana
hablaremos más sobre los estratos de la esencia y del poder de los sentimientos.
Podéis iros.
—Ha sido una clase excelente, ¿no creéis? —comentó Hermione cuando salieron
del aula—. Yo no sabía la mitad de las cosas que nos explicó acerca de la esencia.
Realmente es un tema magnífico.
—Yo lo que deseo es que nos hable de una vez de ese «poder de los
sentimientos» —declaró Harry—. Lo llevo esperando desde hace meses, desde aquel
día en el despacho de Dumbledore.
—Deseas una respuesta sobre cómo vencer a Voldemort, ¿verdad? —le preguntó
Hermione.
—Sí —respondió Harry.
Y lo deseaba tanto que el resto del día transcurrió, para él, muy lento. No pudo
hablar con Dumbledore acerca del asunto de los elfos domésticos, pues éste terminó
la clase cinco minutos antes de lo debido porque tenía que enviar un mensaje de
forma urgente. El único momento que se lo pasó bien fue durante la reunión del ED,
donde logró olvidar momentáneamente, debido a la concentración en el combate, los
problemas que le preocupaban y su depresiva situación respecto a Ginny.
Cuando por fin llegó la mañana siguiente, Harry apenas podía desayunar. No
sabía qué era lo que esperaba oír o averiguar, pero se sentía inquieto y no dejó de
apresurar a Ron y Hermione.
—Harry, por mucho que te apures, la clase no empezará hasta las nueve —le dijo
Ron.
Ron y Hermione terminaron de comer y los tres se dirigieron a la clase; ocuparon
sus habituales asientos y esperaron mientras el resto de sus compañeros llegaba.
—Buenos días —saludó Flammingan al entrar. Esta vez no traía ningún libro—.
Podéis guardar vuestras cosas —añadió, al ver que algunos tenían pergamino, tinteros
y plumas preparados—, esta clase será como la de ayer, no vais a necesitar tomar
apuntes de ningún tipo.
Ron y Harry se miraron y se sonrieron.
—Bueno, como os dije ayer —comenzó Flammingan, volviendo a sentarse en el
borde de su escritorio—, hoy veremos más ampliamente los estratos de la esencia y
su relación con esa magia antigua conocida como el poder de los sentimientos.
—Apuntó con su varita a la pizarra y en ella aparecieron dibujados dos círculos
concéntricos; el más interno tenía la leyenda «alma», y una pequeña esfera pegada al
borde que decía animi substantia. El más externo decía «Esencia Mágica», y, debajo,
magi substantia.
»Bueno, éste dibujo es simplemente alegórico. Da la idea de que, de alguna forma,
la esencia mágica «rodea» al alma, pero eso no es del todo correcto. Ni el alma ni la
esencia mágica poseen presencia física alguna, así que no ocupan lugares
geométricos en el espacio. Lo que quiero deciros con este dibujo es que la esencia
mágica tiene una parte, o estrato, como preferimos denominarlo, que está más
próxima al alma, y otra más externa, más próxima al mundo físico, a través de la cual
ejercemos nuestro poder mágico. Esta última parte es la más sencilla de controlar, y la
que generalmente usamos para lanzar los hechizos normales, los más corrientes. Para
aquellos más complejos, aquellos que necesitan de una concentración o un estado de
ánimo especial, debemos recurrir a aquella parte de la esencia más desconocida y, sin
embargo, poderosa, el animi substantia, que está en contacto directo con nuestra
alma, con nuestros sentimientos y emociones. Ésta parte de nuestra esencia puede,
bajo ciertas circunstancias, ser más poderosa que ninguna otra magia o poder; ésta, la
magia de los sentimientos, es la más antigua de todas las magias. Y, de ellas, por
supuesto, la más poderosa es aquella que atañe al amor, la más compleja e intensa
de las emociones humanas, el sentimiento que procede, de forma natural, del alma. Si
aprendéis a usar esta antigua magia, estaréis descubriendo las puertas de un mundo
de posibilidades casi infinitas. Como curiosidad cabría decir que esta magia ha sido
casi generalmente despreciada por los magos tenebrosos.
—¿Por qué? —preguntó Dean—. Si es tan poderosa, y esos magos buscan poder,
¿por qué no la usan?
—Porque todos los magos tenebrosos consideran los sentimientos como el amor o
la generosidad síntomas de debilidad —explicó Flammingan—. Sólo algunos, muy
pocos, han comprendido el poder de esa magia —añadió, y, durante unos segundos,
al profesor le brillaron los ojos y su mirada se perdió en el infinito, en un gesto que
Harry había aprendido a asociar con momentos en los que el anciano recordaba algo
con intensidad. Luego volvió su atención a la clase y prosiguió—: Los magos
tenebrosos permiten que su propia maldad, o su odio, eclipse el poder de la magia
antigua que llevan dentro, creyendo siempre que eso los hace más fuertes, pero no es
cierto. ¿Y por qué no? Pues porque el amor procede del alma, y el odio no. El odio
procede de este mundo, y pasa al alma. Por eso, aunque hechizos que lo usan, como
la maldición asesina, también utilizan el poder del animi substantia, no son tan
poderosos como aquellos que podrían usar el amor, y la prueba más clara está
sentada delante de mí —agregó, mirando a Harry—. Es algo que debéis recordar si
alguna vez os enfrentáis a ellos.
—Y si ese poder es más grande, ¿por qué no existe una contramaldición para el
Avada Kedavra? —inquirió Harry.
—Porque detener la maldición asesina, Harry, generalmente implica... un sacrificio
de amor. El alma no teme a la muerte, y por eso está dispuesta a entregar su vida,
aquello que la ata a este mundo, por conservar lo que para ella es más valiosa: a sus
seres queridos, a sus almas afines. Ésta es la esencia de los sacrificios, el secreto de
por qué damos nuestra vida por aquellos a quienes queremos sin pensarlo siquiera.
No obstante, no es necesario morir para usar ese poder. De hecho, todos lo habéis
utilizado ya.
—¿Que lo hemos utilizado? —preguntó Harry—. ¿Cuándo?
—Todos habéis conjurado un patronus alguna vez, ¿verdad? —comentó
Flammingan—. Bien... ¿qué creéis que es un patronus?
—Una fuerza positiva —respondió Hermione—, capaz de repeler a un dementor.
—Sí, es cierto —asintió Flammingan—. Pero no sólo eso. El patronus es útil contra
los dementores, pero no se inventó para enfrentarse a los dementores; el patronus es
una imagen de las cosas buenas que hay en nosotros. Es, de hecho, una imagen casi
física de nuestra esencia más profunda, de nosotros mismos. «Patronus» es una
palabra latina que significa «defensor», y eso es básicamente lo que es: una expresión
de lo más puro y bondadoso que hay en nosotros, útil, por tanto, para defendernos de
un mal. El patronus es especialmente útil contra los dementores, pero también contra
cualquier criatura cuya alma sea siniestra y oscura.
»Descubriréis, cuando hagáis el trabajo que os pediré sobre la esencia profunda,
que hay muy pocos hechizos o encantamientos que la usen. Generalmente, cuando
alguien utiliza la esencia profunda en su magia desarrolla un hechizo o un
encantamiento para el propósito específico en que la va a usar, ya que, así como las
personas somos muy distintas unas de otras, nuestra esencia también lo es, y su
utilización difiere mucho de unos a otros; volviendo al ejemplo de los patronus, hay
personas que nunca son capaces de conjurar uno, lo cual no quiere decir que no sean
malos magos o brujas, pues quizás podrían hacer con su esencia otras cosas que
nosotros no podríamos. ¿Alguna pregunta hasta aquí?
Hermione levantó la mano.
—Profesor, si usar la esencia mágica es tan complejo, ¿por qué se denomina
«magia antigua» a la magia que usa el poder de los sentimientos?
—Se llama así porque eso es lo que es —respondió Flammingan—. Antes de que
se inventaran las varitas, o los hechizos, la primera magia que se utilizó fue la que
empleamos, de forma inconsciente, en situaciones de peligro para nosotros o para
nuestros seres queridos. No se sabía cómo lo sucedía, pero, si un mago veía a alguien
querido en peligro, la magia funcionaba. Mejor, incluso, que cuando el que estaba en
peligro era uno mismo. Es por eso que se denomina magia antigua a la magia que
envuelve el poder de los sentimientos, y especialmente el amor. El amor es el
sentimiento más grande y profundo que un ser humano puede sentir: se sobrepone al
dolor, al odio, a la rabia y al orgullo; se sobrepone a la vida e incluso a la muerte, pues,
como ya os he dicho, cuando toda otra magia se pierde, el amor es algo que sigue
presente aún en el más allá, con nuestra alma.
—¿Y cómo podemos usar la esencia en nuestros hechizos? —quiso saber Parvati
—. Es cierto que sabemos utilizar los patronus, pero no teníamos ni idea de que fuera
una expresión de nuestra esencia.
—Eso es algo más sencillo de lo que imagináis, os lo aseguro —dijo Flammingan,
sonriendo—. Cuando comprendáis exactamente lo que es la esencia, cosa que no
habéis hecho aún, sabréis utilizarla.
—¿Por qué dice que no hemos comprendido aún lo que es? —preguntó Harry—.
Usted nos lo ha explicado.
Flammingan rió brevemente.
—Sí, pero lo que os he explicado, aunque técnicamente correcto, os ha llevado a
haceros una idea equívoca de lo que es la esencia. Seguramente pensaréis en ella
como algo intangible, que está en vosotros pero lejos de vosotros, como si fuera
vuestra sangre... Pero no es así. Si os dijera, «¿sabéis utilizar vuestra mente?», ¿qué
me diríais? Que sí, supongo, pues la usáis continuamente. El primer día de clase
visteis cómo el señor Weasley atraía un libro sin la varita, usando sólo su mente.
¿Cómo lo hizo? Desde luego, no intentó «sacar» la mente de su cuerpo y hacer que
fuera a por el libro, ¿verdad? No, lo que hizo fue, simplemente, pensar en ello y
utilizarla para formular un deseo. Con la esencia es lo mismo. La usáis
constantemente, cuando hacéis hechizos, cuando preparáis pociones, incluso
solamente con ver el castillo, aunque no os deis cuenta de que lo hacéis. Es algo
similar a mover un brazo: no lo miráis y pensáis «muévete», porque no obedece,
¿verdad? Lo que hacéis es, simplemente, moverlo. Con vuestra esencia es lo mismo.
Vuestra esencia, vuestra mente y vuestra alma están conectadas, fusionadas.
Vosotros no pensáis en cómo pensar, porque es algo natural, y tampoco pensáis en
cómo usar vuestra alma, fuente de vuestros sentimientos, porque es también algo
natural... Bien, vuestra esencia es también algo natural, y la usáis simplemente con
poner en vuestra magia aquello que hay en vuestra alma, como cuando, al lanzar un
patronus, pensáis en lo que os hace felices. Es así de simple. Para hacer los hechizos
normales, ponéis vuestra mente en ellos, vuestra concentración; para hacer hechizos
imbuidos con vuestra esencia profunda, tenéis que poner también vuestro corazón, y
eso es todo lo que podré explicaros sobre ello, porque no hay más trucos y secretos. A
partir de aquí, lo que seáis capaces de hacer dependerá de vosotros, de vuestra
capacidad, de vuestro poder, de vuestros sentimientos, sean estos malos o buenos...
Y recordad que aunque la esencia es más fácil de usar con el mal, es mucho más
poderosa si se usa con el bien, porque aunque la ambición puede hacernos disfrutar,
el amor y el cariño nos hacen felices, y la felicidad es algo mucho más grande que la
alegría.
»Esto es todo por hoy. Podéis iros.

—¿Te encuentras bien, Harry? —le preguntó Hermione a su amigo mientras se


sentaban, una hora más tarde, en el aula de Transformaciones—. Apenas has dicho
nada en clase de Pociones. ¿Te preocupa algo?
—No estoy seguro —respondió Harry—. Yo esperaba que esta clase me diera
alguna clave, alguna pista... Al fin y al cabo, ésa es una de las razones por las que
Flammingan está aquí, ¿no? Pero no estoy seguro si lo que ha dicho me sirve de algo.
—Bueno, nos dijo que los magos tenebrosos no suelen dar valor alguno a los
sentimientos, ¿no? Eso creo que es importante —comentó Ron—. El año pasado, si
salimos vivos de aquella casa fue, en gran parte, debido a eso, a que nos
preocupamos los unos de los otros más que por nosotros mismos.
—Sí —asintió Harry—, pero... ¿es eso suficiente? ¿Puedo, con eso, derrotar a lord
Voldemort?
—No lo sé, Harry —respondió Hermione con expresión seria—. Lo único que
podemos hacer es confiar.
—¿Confiar en qué?, ¿en quién?
—En nosotros —sentenció Hermione, mientras la profesora McGonagall entraba
en la clase con paso rápido y se ponía frente a ellos.
—Buenos días —saludó—. Si no me equivoco, el profesor Flammingan ya os hizo
una introducción acerca de la esencia mágica y los Hechizos Vitalizantes, ¿no es así?
La clase asintió.
—Bien —prosiguió la profesora—. Este tema es el más avanzado que veremos en
Transformaciones y es un habitual en los EXTASIS. Por tanto, os sugiero que os
esforcéis en dominarlo correctamente. Antes de comenzar con él, dedicaremos
aproximadamente dos semanas a los fundamentos teóricos, y luego mes y medio o
dos meses en su puesta en práctica. Posteriormente dedicaremos el tiempo restante a
mejorar aspectos de la transformación. Tras todo eso nos limitaremos a repasar para
los EXTASIS que, como sabéis, son este año a finales de mayo.
—¿Dos semanas de fundamentos teóricos? —se quejó Ron en voz alta. La
profesora McGonagall le miró.
—Sí, señor Weasley: dos semanas. Pero si usted me sorprende y logra hacer un
hechizo vitalizante antes de ese tiempo, no le haré copiar más apuntes. —Se movió
hacia la puerta al tiempo que cogía su varita; abrió la puerta de la clase e hizo entrar
en ella dos armaduras de los pasillos, colocándolas una a cada lado de su escritorio
con un gesto de su varita—. Bien, para empezar, os mostraré un ejemplo.
Apuntó con la varita a una de las armaduras, hizo una elegante floritura con la
varita y murmuró: «¡Vitalite!». Luego repitió la misma acción con la otra.
Entonces, ambas armaduras se movieron, provocando un sinfín de desagradables
rugidos con su juntas, y se pusieron frente a frente; un momento después sacaron sus
espadas y empezaron a luchar, aunque no muy hábilmente, hasta que, tras unos
minutos de combate, una de las dos logró cortarle a la otra la cabeza, haciéndole caer
al suelo. La armadura vencedora se guardó la espada y se quedó quieta, mientras la
vencida yacía inmóvil en el suelo. La clase entera estaba asombrada.
—Bueno —dijo la profesora McGonagall—. Como habréis podido comprobar, mi
conocimiento del arte de la lucha con espadas es bastante limitado. Una de las cosas
más importantes que debéis aprender sobre los Hechizos Vitalizantes es que no
pueden hacer cosas que el que lanza el hechizo no sepa. No obstante, pueden
aprender, y si estas armaduras hubieran seguido luchando, habrían podido mejorar su
estilo. —La profesora hizo otro movimiento hacia la armadura que quedaba en pie y
ésta se puso rígida, tal y como había estado antes de ser hechizada.
»En este caso, los objetos hechizados estaban vinculados a mí —siguió
explicando la profesora—. Como visteis, hechicé dos armaduras. Con este tipo de
hechizo, el número de objetos que pueden hechizarse es limitado, y depende del
poder de cada mago. Ambas armaduras estaban sometidas a mí. Si yo hubiera
muerto, habrían perdido su poder. No obstante, pueden hacerse otro tipo de hechizos
que permiten ser realizados sobre un número ilimitado de objetos simultáneamente.
En ese caso, el comportamiento de los objetos es independiente del mago que los ha
hechizado, y, en principio, no tienen límite en el tiempo. Pueden, sin embargo, perder
su poder, si, dicho de algún modo, se los mata.
—¿«Se los mata»? —repitió Ron con incredulidad.
—Sí, señor Weasley. Los objetos encantados con Hechizos Vitalizantes están
realmente vivos, y, por tanto, se les puede matar. Esa armadura —dijo, señalando a la
que estaba tendida en el suelo— perdió la vida y las capacidades que le otorgué
cuando perdió la cabeza. Por supuesto, la forma de «matar» este tipo de objetos
difiere de unos a otros y según cómo hayan sido hechizadas. En este caso, el
encantamiento no fue muy fuerte y simplemente cortándole la cabeza, la armadura
perdió sus poderes.
»Bueno, una vez vista esta pequeña demostración. Sacad vuestros libros;
empezaremos con los principios básicos.
Con un gesto de resignación, los alumnos hicieron lo que la profesora les había
ordenado mientras ésta recogía ambas armaduras y escribía en la pizarra.
31

La Declaración de los Elfos

Cuando Hermione entró en la sala común una hora más tarde, tras su clase de Runas
Antiguas, encontró a Harry y a Ron sentados junto al fuego; ambos estaban callados y
Ron parecía deprimido.
—¿Pasa algo? —preguntó Hermione con cautela, dejando su mochila en el suelo y
sentándose en una butaca junto a ellos.
—Hemos recibido una carta de casa —respondió Harry; Ron no dijo nada.
—Y..., ¿cómo están todos? —quiso saber ella, mirando a Ron con cierta lástima.
—Mal —contestó éste—. Mamá sigue muy deprimida, y nada de lo que hacen los
demás es suficiente para alegrarla. Incluso Charlie ha pospuesto su regreso a
Rumania para estar con ellos, pero ni así. Mi padre me dice que ella se siente
culpable, que piensa que es una mala madre porque no supo ver en qué estaba
metido ni lo que ocultaba Percy, y nada de lo que le dicen la convence de lo contrario.
—Supongo que necesitará tiempo —opinó Hermione—. Sólo hace semana y
media que sucedió... Y por cierto, ¿hay algo de parte de mis padres?
—Están bien —dijo Harry—. Tu madre intenta consolar como puede a la madre de
Ron, porque, bueno..., sabe lo que se siente debido a lo que te pasó el año pasado.
—Yo tendría que estar con mi madre, no aquí —repuso Ron tristemente.
—Allí no podrías hacer nada —le dijo Hermione—. Aunque sea duro decirlo. Ron,
si todos tus hermanos y tu padre no consiguen nada, no creo que porque estés tú vaya
a cambiar la cosa. Tu deber es estar aquí y estudiar, para que tu madre se sienta
orgullosa y su ánimo suba.
—Sí, de nada sirve deprimirse —murmuró Harry, mirando a las llamas de la
chimenea—. Y en ese tema soy un experto, os lo aseguro. Tu madre se pondrá mejor
—le dijo a Ron—. Cuando murió Sirius yo también creí que nunca más volvería a estar
alegre, pero, aunque siempre le echo de menos, lo logré. Percy murió para salvarte la
vida —añadió—. No creo que su deseo fuera que vivieras para estar atormentándote
por su muerte... Supongo que él querría que fueras feliz.
—Yo ya me he hecho a la idea —repuso Ron—. Estoy un poco triste, sí, pero lo he
aceptado. Suena duro decir esto ahora, cuando está muerto, pero nunca sentí mucho
cariño por él, y después de lo que pasó con el Ministerio y eso... Es mi familia la que
me preocupa, sobre todo mi madre. Sé que ella tenía, y todavía tiene, un miedo
horrible por todos nosotros.
Harry recordó el boggart del escritorio del salón de Grimmauld Place, pero no dijo
nada. Sólo Lupin, Sirius, Moody y el propio Harry habían visto aquella escena y jamás
habían hablado de ello con nadie de la familia Weasley.
—Lo sé —decía en aquel momento Hermione—. Es normal. También mis padres
están preocupados. ¿Recordáis cómo me enfadé el primer día de clases cuando me
dijisteis lo que os había dicho mi padre?
—Cómo olvidarlo —repuso Ron.
—Bueno, me sentí mal, fue como si me consideran una inútil o algún tipo de
estúpida dama en peligro de algún cuento, pero la verdad es que lo entiendo. Cuando
pienso en lo que sentí cuando el profesor Dumbledore me dijo que mis padres habían
sido atacados y estaban en San Mungo... —Hermione se estremeció como si la
hubiera recorrido un escalofrío—. Sólo con recordarlo me pongo mala...
—Ahora están a salvo en Grimmauld Place —dijo Harry.
—Lo sé, pero siguen yendo a trabajar a la clínica, y visitan a mis otros familiares...
Si realmente quisieran hacerles daño podrían —razonó—. Procuro no pensar en esas
cosas, pero a veces, por las noches..., no soy capaz de evitarlo.
—La guerra es una cosa horrible —opinó Harry—. Desearía que acabase de una
vez, que terminase esta angustia y este miedo, aunque me costara la vida...
Hermione le miró con enfado y evidente nerviosismo, y sus ojos se pusieron
vidriosos.
—¡No digas eso!, ¿me entiendes? ¡No lo digas ni en broma!
—Hermione, la posibilidad está ahí, no puedo negarla —replicó Harry, evitando la
mirada de su amiga—. Quizás si admitiera que eso puede ocurrir todo fuera más fácil.
Flammingan me dijo aquella vez en la Cámara de la Muerte que no estaría preparado
para enfrentarme a Voldemort hasta que no entendiera la muerte... Y recuerda eso de
los sacrificios de amor...
—¡Me da igual lo que diga Flammingan! —repuso Hermione, alzando la voz de tal
forma que unos cuantos alumnos de primer año, que se dirigían a la salida de la sala
común, volvieron la cabeza hacia ellos.
—Creía que le admirabas —comentó Harry, mirándola.
—Y le admiro, pero no comparto esa idea de entender la muerte, no si se trata de
ti. Ron, dile algo.
Ron miró un momento a Hermione y luego, sin cambiar su expresión, miró al fuego
de nuevo.
—¿Qué quieres que diga? Sinceramente, ya no sé qué pensar... —Hermione le
lanzó una disgustada mirada de incredulidad—. Pude haber muerto en la Casa de los
Gritos; pudimos haber muerto los tres. La verdad, he estado pensando mucho en
ello... Ésa es una de las razones por las que evito sentirme deprimido o mal por lo que
pasó. Podría morir en cualquier instante y no quiero que mis últimos días sean un mar
de tristezas.
—¿Os estáis oyendo? —exclamó Hermione—. ¡Myrtle parece más alegre que
vosotros! ¿No...? —Movió la cabeza exasperadamente, buscando las palabras, y
luego, con expresión derrotada, dijo—: Vamos a comer.
—Sí, será lo mejor —aceptó Ron.
Hermione parecía disgustada con ambos y no les dirigió la palabra durante toda la
comida. Harry y Ron estuvieron callados un buen rato, pero luego, lentamente,
comenzaron a hablar sobre el próximo partido de quidditch, quizás lo único que les
devolvía a su infancia, y se fueron animando un poco, de tal forma que cuando se
dirigieron a clase de Defensa Contra las Artes Oscuras Hermione ya les había
perdonado.
Dumbledore comenzó ese día a hablarles de la autocuración, un poder que Harry,
Ron y Hermione ya conocían, aunque no lo dominaban, debido a su exhaustiva
búsqueda de métodos que les permitieran enfrentarse a Voldemort y a los mortífagos
durante el año anterior.
—Este año, en Encantamientos, veréis hechizos curativos —les explicó
Dumbledore—. Este tema complementará lo que el profesor Flitwick os explique.
Espero que todos tengáis un buen nivel de Teoría de la Magia, porque la autocuración
requiere importantes conocimientos por parte del que la utiliza. Es un arte muy difícil y
complejo, y hay pocos magos que tengan un dominio efectivo de su uso, pero, si
conseguís dominarlo aunque sea un poco, os será de mucha ayuda.
Aunque la clase fue interesante, no resultó muy divertida. Cuando terminó y los
demás alumnos salieron, Harry, Ron y Hermione se acercaron a Dumbledore.
—Profesor, queríamos hablar con usted —dijo Harry. Dumbledore cruzó los dedos
sobre la mesa y los miró con detenimiento.
—Decidme.
Hermione sacó la carta de su mochila y se la entregó a Harry.
—Queremos que firme esto para que podamos enviarlo al Ministerio de Magia.
Harry le pasó la carta y Dumbledore la cogió, mirándola con curiosidad.
—Es de parte de la PEDDO, profesor. Queremos solicitar derechos para los elfos,
así como su ayuda en la lucha contra Voldemort. Los centauros ya se nos han unido, y
queremos que los elfos lo hagan también, pero de forma libre. Creemos que pueden
ser muy útiles.
Dumbledore sonrió.
—Sí, yo también lo creo —asintió Dumbledore—. Supongo que, como miembro de
la PEDDO, debo firmar... De todas formas, pese a la nueva política del Departamento
de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, no sé si esta petición tendrá éxito.
—¿Por qué no? —le preguntó Hermione.
—Porque mucha gente no estará de acuerdo con la concesión de derechos a los
elfos o su liberación —contestó Dumbledore con cierto pesar—. La gente se ha
acostumbrado a utilizarlos como herramientas de trabajo que les facilitan la vida, y
dudo que quieran que eso cambie. No obstante, podemos intentarlo; quizás
consigamos algo. Os prometo presionar lo que pueda, al menos, para conseguir una
concesión parcial de lo que aquí pedís.
—Gracias —dijo Harry escuetamente, evitando mirar a Dumbledore directamente a
los ojos. Éste firmó la carta, se la devolvió a Harry y los tres amigos, tras despedirse,
salieron del aula.

—¿Dónde estabas? —le preguntó Ron a Hermione cuando la chica entró en la sala
común a través del retrato de la Dama Gorda. Hacía un rato que Harry y él habían
llegado del entrenamiento de quidditch y estaban esperando a su amiga para bajar a
cenar.
—Fui a enviar la carta al Ministerio —respondió Hermione.
—¿No teníamos que hablar antes con los elfos? —inquirió Harry, arqueando una
ceja.
—Es mejor esperar a ver qué contestan los del Departamento de Regulación y
Control de las Criaturas Mágicas... Aunque claro, como no tienen una sección para los
elfos domésticos, a saber qué dirán o cuándo contestarán... —masculló Hermione
agriamente.
—Confía en Dumbledore. Dijo que haría todo lo que pudiera. ¿Bajamos a cenar?
—preguntó Ron.
—Sí —asintió Hermione—, y después podremos ponernos con el trabajo de
Herbología —agregó—. No sé por qué habéis decidido no tener hoy la reunión del ED
—comentó cuando salían de la sala común—, pero os vendrá bien, así también
podréis hacer lo de Pociones.
—La cambiamos porque hace buen tiempo y podíamos entrenar —contestó Harry
—. La reunión podemos tenerla mañana, dentro del castillo no llueve.
—¿Y por qué te refieres sólo a nosotros cuando hablas de lo de Pociones? —quiso
saber Ron, mirando a Hermione con suspicacia—. ¿Tú no vas a hacerlo?
—Lo hice mientras entrenabais —respondió la chica—. Yo tengo que hacer una
pequeña traducción para runas antiguas.
Tras terminar la cena, volvieron a la sala común a su montón de deberes. No les
llevó mucho hacer lo de Herbología, pero el trabajo de Pociones resultó ser un asco.
Hermione terminó sus deberes de Runas Antiguas cuando Harry y Ron iban aún por la
mitad, y se puso a leer su libro de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¿No podrías ayudarnos con esto, Hermione? —pidió Ron, suplicante—. Es
horrible.
—No —respondió ella, tajante—. No es tan complicado.
—¡Oh, vamos! Sólo te pedimos una pequeña ayuda...
Hermione levantó la mirada de su libro y observó a sus amigos durante unos
momentos; luego su expresión se volvió compasiva.
—Está bien, luego os lo miraré y os lo repasaré, pero tendréis que hacerlo
vosotros antes. ¡Y esforzándoos! Si veo que no habéis puesto interés en hacerlo bien
no os lo corregiré.
—Bueno, menos es nada —murmuró Ron, volviendo a mirar en los libros.
—Esto es totalmente estúpido —le comentó Harry a su amigo unos minutos más
tarde—. ¡No entiendo por qué tenemos que hacer un ensayo sobre cómo se podría
usar la sangre se unicornio en las pociones curativas si nadie puede usar la sangre de
unicornio!
—Ya... —asintió Ron, mostrándose de acuerdo con su amigo—. Si quieres mi
opinión, Snape se ha vuelto un poco loco; fíjate si no en cómo se portó el día que
ataqué a Malfoy. Ni siquiera nos quitó puntos.
—Sí, debe de ser eso —coincidió Harry—. La sangre de unicornio sólo la usan los
magos tenebrosos, es difícil encontrar información sobre eso. ¿Qué libros habrá usado
Hermione?
Pero Ron no contestó, pues parecía estar rumiando algún tipo de idea.
—Oye, Harry... Ahora que lo pienso..., ¿recuerdas lo que pasaba cuando
estábamos estudiando para el examen de Pociones del año pasado?
—¿A qué te refieres en concreto?
—Decías que te era difícil concentrarte porque cada vez que leías algún
ingrediente te recordaba sus usos en las artes oscuras... ¿No podrías usar esos
conocimientos ahora? Al fin y al cabo, Voldemort usó la sangre de unicornio, ¿no?
—Sí —respondió Harry—. Pero me resulta difícil acordarme ahora. En aquellos
momentos estaba aún muy afectado por lo sucedido, y tenía los recuerdos que había
visto en la mente de Voldemort muy fres... —Se detuvo de repente, abrió mucho los
ojos y se volvió hacia Hermione, enfrascada aún en su libro.
—¿Te pasa algo? —le preguntó Ron con extrañeza.
—No sé... —Se levantó rápidamente y se acercó a Hermione—. Vuelve a
enseñarme la foto de ese mago, Grindelwald —le pidió a su amiga—. ¡Rápido!
—¿Por qué? —quiso saber ella, aunque le hizo caso y comenzó a pasar las
páginas.
Harry no contestó. Cogió el libro cuando ella llegó a la página que había estado
leyendo días atrás y miro la foto con atención.
—¿Pasa algo? —volvió a preguntar Ron.
—Ya sé dónde le vi —declaró Harry—. Fue en uno de los recuerdos de Voldemort,
por eso me parecía que lo había visto en persona.
—¿En los recuerdos de Voldemort? —inquirió Hermione, sorprendida—. ¿Estás
seguro? Voldemort debía ser muy joven aún cuando Grindelwald murió.
—Estoy muy seguro —respondió Harry con énfasis—. Tras abandonar Hogwarts,
Voldemort estuvo en contacto con muchos magos tenebrosos, y Grindelwald fue uno
de ellos. No puedo deciros mucho porque aquellas imágenes pasaron rápido, y vi
muchos momentos y muchos rostros, pero estoy seguro de que a éste le vi.
—Fue famoso en su tiempo —comentó Hermione—. Supongo que Voldemort
querría aprender algo de él referente a las artes oscuras, ¿no? ¿Crees que puede ser
importante?
—No lo sé... Puede que sí o puede que no. ¿No hay forma de averiguar más de
él?
—Se le dedica un capítulo completo en Auge y Caída de las Artes Oscuras
—contestó Hermione—. Pero no podría decirte mucho de él. Íbamos en primero
cuando leí ese libro, y, sobre todo, me interesó lo que se refería a Voldemort.
Desgraciadamente, ese libro lo dejé en casa.
—Pero habrá ejemplares en la biblioteca, ¿verdad? —dijo Ron.
—Sí, seguramente —contestó la chica—. Podemos buscarlo mañana, si tanto te
interesa.
—Sí —asintió Harry con fervor—. Veamos qué pudo aprender Voldemort de él, si
tan famoso era.
Por tanto, al día siguiente, después de comer, los tres amigos se dirigieron a la
biblioteca. Tras cinco minutos de búsqueda, Hermione encontró el libro, y se retiraron
a la parte más alejada de la biblioteca, donde no había nadie que pudiera molestarlos.
Hermione buscó en el índice, encontró la referencia a Grindelwald y abrió el libro.
—Aquí está —dijo, y comenzó a leer—: «Artemius Grindelwald, 1901 – 1945. El
mago tenebroso más famosos en la primera mitad del siglo XX en Europa...» Aquí
nada interesante —comentó Hermione—. Estudió en Hogwarts... Estuvo en Slytherin...
—Qué raro —murmuró Ron irónicamente.
—¡Vaya! —exclamó Hermione al seguir leyendo—. Trabajó en el Ministerio de
Magia tras graduarse en Hogwarts con unas notas excelentes... ¡Oh! —se sorprendió
la chica, y se llevó la mano a la boca.
—¿Qué pasa? —inquirió Harry, inclinándose sobre el libro—. ¿Qué dice?
—Escuchad: «Grindelwald comenzó a trabajar en el Ministerio de Magia, sección
de Encantamientos Experimentales, en 1919. Dos años después entró a trabajar en el
Departamento de Misterios, y en 1931 fue nombrado Jefe de Inefables...»
—¿Fue Jefe de Inefables? —se sorprendió Harry—. ¿Como Flammingan?
—Sí —respondió Hermione, y siguió leyendo—: «Se ignora cuando comenzaron
sus actividades como mago tenebroso, pero éstas se fueron reveladas en 1934,
cuando intentó robar un objeto que había sido desarrollado en colaboración con el
Departamento de Misterios y asesinó a su creador, Joseph Mathricks. El intento de
robo no tuvo éxito.»
—¿Qué quiso robar? —preguntó Ron, interesado.
—No lo dice —respondió Hermione—. Tal vez era algo secreto... Continúo: «Tras
el asesinato, Grindelwald se ocultó para evitar a los aurores, que fueron puestos en su
búsqueda inmediatamente, aunque no dejó de intentar conseguir el objeto por el cual
había cometido su primer asesinato. Aunque estos detalles son secretos y el Ministerio
jamás los reveló, se supone que lo que Grindelwald deseaba fue ocultado en el
Departamento de Misterios, porque, durante los años que siguieron hasta que fue
derrotado, asesinó a otros tres inefables, sin contar a dos aurores. Finalmente —siguió
leyendo Hermione— fue vencido por Albus Dumbledore en 1945, después de matar a
sus dos últimas víctimas, Walbert y Doreen Flammingan...» ¡Dios mío! —exclamó
Hermione al leer los nombres; también Ron y Harry estaban anonadados.
—¿Se refiere a los padres del profesor Flammingan? —preguntó Ron.
—Tienen que ser ellos —contestó Harry, reflexionando—. Flammingan me contó,
la primera vez que nos vimos, que sus padres habían sido asesinados mucho tiempo
atrás, y que habían muerto por su causa, pero no me explicó más.
—Tal vez para entonces ya trabajaba en el Departamento de Misterios —razonó
Hermione—. Aquí dice que Grindelwald siguió intentando robar lo que sea que este
hombre..., Mathricks, inventara. Tal vez intentó presionar a Flammingan para obtenerlo
y por eso mató a sus padres... ¡Sí! —exclamó, súbitamente emocionada. Miró a Harry
—. ¿Recuerdas la conversación que oíste entre Lupin y el padre de Ron en verano?
Dijiste que habían mencionado un intento de robo en el Departamento de Misterios
ocurrido hacía muchísimo tiempo. Tiene que tratarse de esto.
—Podría ser —repuso Harry—. Pero ¿cómo podríamos saberlo? En el
Departamento de Misterios hay cosas muy raras, quizás mucha gente ha intentado
robar allí.
—No —negó Ron—. Es complicado; además, la mayoría de la gente tiene miedo
de lo que pueda haber allí, porque nadie habla de ello. Si alguien intentara robar,
tendría que ser alguien que supiera exactamente lo que quiere. Mi padre ha hablado a
veces de intentos de robo en el Ministerio, pero nunca en el Departamento de
Misterios.
—Tiene que ser esto —insistió Hermione, convencida—. Harry, dijiste que habían
dicho que había ocurrido hacía muchísimo tiempo. Bueno, esto son más de cincuenta
años, es mucho tiempo... Y fijaos en otra cosa —añadió la chica, pensativa—:
Voldemort ha intentado hacer lo mismo que Grindelwald, entrar en el Departamento, o,
al menos, sabemos que ha estado concentrado en algo que había allí. ¿No creéis que
pueda buscar lo mismo?
—Tal vez —dijo Harry.
—Sí, eso tiene sentido —comentó Ron—. Según tu recuerdo, Voldemort tuvo
contactos con Grindelwald tras abandonar Hogwarts... Eso tuvo que ser poco antes de
la derrota de este último, ¿no? Quizás Grindelwald le habló de lo que buscaba y
Voldemort también lo quiere.
—Es posible —admitió Harry—. Pero ¿por qué este interés repentino en ello? Si es
algún tipo de arma, ¿por qué no intentó robarlo antes? Y además, está el asunto de
que hace mucho tiempo que no pasa nada relacionado con el Departamento. Tal vez
ha desistido.
—Tal vez —dijo Hermione—. La única forma de saber qué quiere sería leerle la
mente a Voldemort o hablar con el profesor Flammingan.
—No sé si deberíamos hablar con el profesor Flammingan de esto —dudó Ron—.
No podemos llegar y preguntarle por qué mató Grindelwald a sus padres, y tampoco
podemos leerle la mente a Voldemort, así que esto es un callejón sin salida.
—No exactamente —replicó Harry, que había estado sopesando una posibilidad.
—¿Qué? —preguntó Hermione—. ¿Acaso se te ocurre una manera de preguntarle
a Flammingan por lo sucedido?
—No, pero sí se me ocurre una manera de leerle la mente a Voldemort.
—¡¿Qué?! —exclamó la chica de nuevo—. ¿Estás loco?
—No —respondió Harry tranquilamente—. Este año he estado pensando mucho
en ello, en las ventajas que tendríamos si supiésemos lo que planea; pero no se me
ocurrió nada. Sin embargo, el día del entierro de Percy, Ginny me comentó que había
tomado una decisión.
—¿Qué decisión? —quiso saber Ron.
—Me dijo que quería que aprendiera a utilizar bien la Antorcha de la Llama Verde
para utilizarla con ella y averiguar lo que le hizo Voldemort. No he pensado mucho en
ello en estos días, pero me he dado cuenta de que con la Antorcha puedo indagar en
la mente de la gente... Y se me ha ocurrido que para mejorar mi dominio de ese poder
tendría que aprender legeremancia.
—¿Aprender legeremancia? —murmuró Ron.
—Sí. Y si la aprendo, gracias a la conexión entre Voldemort y yo, podría usar la
Antorcha y quizás introducirme en su mente.
—¡No harás nada de eso! —le prohibió Hermione, asustada—. Aprendiste
oclumancia para bloquear esa conexión, no vas ahora a intentar abrirla más.
—Esta vez sería distinto —replicó Harry—. Yo tendría el control. Tal vez así
descubra algún punto débil suyo.
—No acaba de parecerme buena idea —declaró Ron—. Creo que es demasiado
peligroso.
—¿Por qué? —replicó Harry—. Es lo que he estado haciendo estos años, pero sin
control. Yo poseo parte de la esencia de Voldemort, que no es como la nuestra; está
mucho más ligada a su alma y a su mente, así es como se mantuvo con vida... Me es
más fácil a mí entrar en sus pensamientos que a él en los míos.
—Sigue pareciéndome una locura, Harry —sentenció Hermione.
—Está bien —aceptó Harry—, dejemos así lo de la exploración en la mente de
Voldemort; pero igualmente quiero aprender legeremancia, me ayudará a controlar los
poderes de la Antorcha de la Llama Verde y podré ayudar a Ginny.
—¿Y a quién vas a pedirle que te enseñe? —preguntó Ron.
—A Dumbledore o a Flammingan —respondió Harry con seguridad—. Si se
atienen al juramento que hicieron, no pueden negarse a enseñarme.
—¿Cuándo vas a preguntárselo? —inquirió Hermione.
—Hoy mismo —contestó Harry—. Iré a ver a Dumbledore ahora. Quiero aprender
antes de que se nos vengan encima los exámenes, porque después no tendré tanto
tiempo.
—Eso me parece una decisión inteligente —aprobó Hermione, algo más contenta.
—Esperadme entonces en la sala común, volveré pronto.
Salió de la biblioteca y se dirigió al despacho de Dumbledore. Pronunció la
contraseña frente a la gárgola de piedra y subió a la oficina del director. Llamó a la
puerta y éste le dio permiso para entrar.
—Harry —dijo Dumbledore, sorprendido por su visita—. ¿Qué sucede?
Harry entró y se acercó a la mesa del director. Se fijó en que tenía expresión
ligeramente triste y nostálgica, y que tenía a su lado el pensadero. Se preguntó para
qué lo estaría utilizando el director.
—Quiero pedirle una cosa —respondió Harry, sentándose ante una seña del
profesor.
—Si está en mi mano... —asintió Dumbledore—. Tú dirás.
—Quiero aprender a usar mejor la Antorcha de la Llama Verde —explicó Harry—.
Quiero aprender legeremancia.
—¿Legeremancia? —se sorprendió Dumbledore—. Es un arte complejo. ¿Estás
seguro de que deseas hacerlo?
—Sí —contestó Harry con aplomo—. Si aprendo a usar mejor la Antorcha, mis
posibilidades contra Voldemort serán mayores. No puede negarse a ayudarme. Es lo
que todos juraron en aquella reunión —añadió, en actitud defensiva.
—Sí, es cierto —confirmó Dumbledore—. Creo que tienes razón, deberías
aprender legeremancia; ya eres muy hábil en todas las disciplinas de la Defensa
Contra las Artes Oscuras, y esto será un buen complemento. No obstante, yo, ahora,
no tengo tiempo fijo para dedicarlo a eso, pero le pediré al profesor Flammingan que te
ayude, si no te importe.
—Gracias —respondió Harry—. El profesor Flammingan está bien.
—No hay de qué —repuso Dumbledore—. ¿Eso es todo?
—Sí —afirmó Harry—. He de irme. Hasta luego, profesor.
—Hasta luego.
Harry salió del despacho sintiéndose un poco mal. La conversación con
Dumbledore había resultado fría y un tanto incómoda. Definitivamente, su relación de
amistad y confianza mutua con Dumbledore se había perdido, tal vez para siempre.
Ahora sólo cabía calificarla de «relación profesional». Se sentía como un militar que
acudiese a recibir órdenes o a solicitar algo de un superior; y eso no le gustaba, pero,
al menos por el momento, no veía ninguna solución.

La contestación del Ministerio a la carta enviada por Hermione en nombre de la


PEDDO llegó con el correo del martes. Hermione la cogió, llena de nerviosismo, y
comenzó a rasgar el sobre oficial, de donde cayó un pergamino suelto y varios
pegados, como si fuera un libro.
—Tranquilízate, Hermione —le pidió Ron.
—¡No puedo! Es la primera actividad oficial de la PEDDO con el Ministerio de
Magia, aparte de la fundación. Espero que digan algo bueno... —Desplegó el
pergamino suelto e iba a comenzar a leerlo, pero no fue capaz—. No puedo, léela tú,
por favor... —le pidió a Ron, que estaba sentado a su lado. Éste, con un gesto de
exasperación, cogió el pergamino y comenzó a leerlo.
—«Estimada señorita Granger: en atención a su misiva en nombre de la
organización Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros, enviada el
pasado miércoles, día 26 de enero, el comité central del Departamento de Regulación
y Control de las Criaturas Mágicas ha decidido responder no al conjunto global de su
petición de completos derechos para los elfos domésticos.» —Ron chasqueó la
lengua, indignado, y levantó la vista. Hermione parecía, más que enfadada, deprimida.
Bajó la cabeza y el pelo le cayó sobre la cara.
—Lo sabía —murmuró—. Jamás permitirán que los ricos que los financian pierdan
sus comodidades liberando a sus esclavos —añadió agriamente.
—Vaya, yo realmente creía que Dumbledore conseguiría algo —musitó Harry.
—Mi abuela siempre dice que el Ministerio de Magia, lo dirija quien lo dirija, nunca
permitirá que alguna otra criatura tenga los mismos derechos que los magos —terció
Neville, que estaba sentado junto a Harry, comiéndose un plato de huevos con beicon
—. De todas formas, eso no significa que no se pueda intentar.
—No os deprimáis todavía —dijo Ron—. Esto continúa. Escuchad: «No obstante,
el comité central ha tratado a fondo la cuestión y, teniendo en cuenta la necesidad de
alianzas con todas las criaturas que se opongan al Señor Tenebroso, política que
actualmente lleva a cabo el Ministerio, así como recomendaciones de importantes
miembros de la comunidad mágica, se ha acordado que, aunque no se liberarán a
todos los elfos, tal y como piden en su solicitud, sí se otorgarán los derechos
solicitados a aquellos elfos cuyos amos así lo decidan y acepten concederles el nuevo
estatus de libertad parcial, una nueva situación legal que otorgará a estos elfos los
derechos a recibir un trato justo, una remuneración salarial apropiada, bajas por
enfermedad y vacaciones. El mencionado estatus se convertirá en ley próximamente
con la denominación de Ley 91, secciones A, B, C y D. Una copia del anteproyecto de
dicha ley se le adjunta en el sobre. Los elfos que se adhieran a este nuevo estatus
legal podrán negociar con el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas
Mágicas las condiciones que consideren justas respecto a sueldos, periodos
vacacionales y asuntos relacionados. Atentamente, Marvin G. Hyncks, director del
Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, Ministerio de Magia.»
Esto es todo —concluyó Ron.
La cara de Hermione había cambiado como de la noche al día; estaba muchísimo
más contenta y miraba con ojos brillantes el resto de los pergaminos del sobre, que
contenían supuestamente el anteproyecto de la Ley 91.
—Bueno, felicitaciones, Hermione —dijo Harry, sonriendo—. Lo has conseguido.
—Lo hemos conseguido entre todos —corrigió ella—. Tengo que leer esto más
detenidamente, pero ahora no tengo tiempo, lo haré a mediodía —añadió, muy
excitada—. Ahora vámonos, tenemos clase con el profesor Flammingan.
Se levantaron y se dirigieron a clase con el resto de los alumnos de Gryffindor.
Harry tenía ganas de ver al profesor para saber si Dumbledore había hablado con él
respecto al asunto de la legeremancia.
Cuando la clase terminó, una hora más tarde, Flammingan le preguntó a Harry si
podía quedarse un momento. Harry asintió y, mientras los demás alumnos
abandonaban el aula, se acercó al profesor.
—Dumbledore me comunicó la semana pasada que deseabas aprender
legeremancia y me ha pedido que sea yo quien te enseñe —le dijo Flammingan.
—Sí —asintió Harry—. ¿Va a hacerlo?
—Sí —confirmó el profesor—. De todas formas, no me queda mucha más opción,
¿no? Juré ayudarte... —Le miró unos segundos fijamente—. Pero ¿estás seguro de
querer aprender a usar ese arte, Harry? La legeremancia es poderosa, pero también
peligrosa.
—Estoy seguro —aseguró Harry con firmeza—. Ya he hecho cosas parecidas
usando la Antorcha de la Llama Verde. Lo que necesito saber es cómo controlar ese
poder.
—Bien; yo puedo enseñarte —declaró Flammingan—. No obstante, no puedo
hacerlo ahora. Temo que tendremos que esperar un par de semanas, ahora estoy muy
ocupado.
—No hay problema —repuso Harry—. Gracias.
—De nada. Te avisaré cuando podamos comenzar para concertar el día, ¿de
acuerdo?
Harry asintió, se despidió y salió del aula, donde Ron y Hermione lo esperaban.
—¿Ha accedido a darte clases? —inquirió Ron.
—Sí, empezaremos en unas dos semanas.
—Bien —dijo Ron—. Espero que puedas saber qué le pasó a mi hermana. Si a ella
le sucediera algo malo ahora, algo como lo que le pasó en verano, creo que a mi
madre le daría un ataque.
—Yo también espero poder ayudarla —añadió Harry.
Hermione pasó el resto de la mañana inquieta, y cuando entró en el comedor
después de la clase de Runas Antiguas, la última de la mañana, comenzó a sacar el
anteproyecto de ley antes de acabar de sentarse. Lo devoró con la vista mientras se
servía distraídamente la comida, y apenas probó un par de bocados hasta que terminó
de leerlo.
—Bueno, ¿qué tal es? —le preguntó Harry.
—No concede el derecho de uso de la varita mágica, ni a asistir a un colegio;
tampoco se va a crear una sección dedicada a los elfos en el Departamento de
Regulación y Control de las Criaturas Mágicas —protestó Hermione—, pero por lo
demás no está mal; es un gran avance. El problema es que quien no quiera liberar a
un elfo no tendrá por qué hacerlo, y si un elfo se vincula a una familia por decisión
propia sin atenerse a las condiciones de Libertad Parcial no gozará de estos derechos.
Y estoy segura de que la mayoría de personas no les concederá a sus elfos este
derecho. No obstante, los elfos que nazcan tras la aprobación de la ley tendrán, de
forma natural, el estatus de Libertad Parcial, con lo que tal vez en unos años, con una
educación apropiada, podríamos terminar con esta esclavitud.
—Bueno, supongo que Dumbledore les concederá ese estatus a los elfos de
Hogwarts en cuanto sea legal —opinó Ron—. Ya son unos cuantos.
—Yo lo haré con Kreacher —añadió Harry.
—Ahora en cuanto podamos tenemos que ir a ver a los elfos de las cocinas
—sentenció Hermione—. Tenemos que convencerlos de que se unan al nuevo estatus
legal en cuando Dumbledore se lo permita.
Hermione quería hacerlo cuanto antes, pero debido al aumento de los deberes y a
que Harry decidió intensificar las prácticas de quidditch debido a la proximidad del
crucial partido contra Hufflepuff, no pudieron hablar con los elfos hasta el sábado por
la mañana.
Ese día, los tres se levantaron temprano, bajaron a desayunar y luego se dirigieron
a las cocinas. Hermione llevaba varias copias del anteproyecto de ley.
—¿Para qué quieres cinco copias? —le preguntó Ron con el entrecejo fruncido—.
¿No te llega una para leerla? Además, ya debes sabértela de memoria.
—No seas tonto, Ron, no son para mí; son para los elfos. Pienso dejarles estas
copias para que las lean y se enteren de sus nuevos derechos.
Llegaron frente al cuadro del frutero, lo abrieron y entraron en las cocinas. Unos
segundos más tarde, Dobby, loco de contento, estaba frente a ellos, recibiéndoles.
—¡Harry Potter y sus amigos! —chilló—. Dobby se preguntaba cuando volvería a
verles, señores y señorita, los he echado mucho de menos.
—Nosotros también nos alegramos de verte, Dobby —le sonrió Harry.
—¿Quieren comer algo? —preguntó el elfo, muy amablemente.
—No, Dobby —respondió Hermione, cortando a Ron, que estaba abriendo la boca.
A Harry le pareció que su amigo iba a dar una respuesta bastante distinta a la de
Hermione y le dieron ganas de echarse a reír, pero se contuvo—; hemos venido por
otra cuestión, una cuestión legal, podríamos decir.
—¿Legal? —repitió Dobby, abriendo más sus grandes ojos; parecía un poco
asustado.
—S. El Ministerio va a sacar una nueva ley que concierne directamente a los elfos
domésticos —explicó Hermione. Los demás elfos dejaron lo que estaban haciendo y
se acercaron a escuchar—. Con esta nueva ley, podréis ser libres, tendréis derecho a
cobrar por vuestro trabajo e incluso a vacaciones —concluyó, muy contenta—. A ver...
¿cuánto cobráis ahora? —les preguntó a los elfos. Éstos la miraron un tanto
asustados.
—Eh... señorita —musitó Dobby, bajando la voz—. Sólo Dobby cobra, señorita.
—¿Cómo? —preguntó Hermione—. ¡Pero si tú me dijiste que ahora los elfos
podían cobrar, Dobby!
—Si quieren, señorita —puntualizó Dobby—, pero no quieren. Tienen días libres y
eso les gusta... a algunos, pero no cobran.
—¡Oh! —exclamó Hermione, un tanto decepcionada—. Bueno..., supongo que
tendrán que acostumbrarse a ello.
—Dobby está extrañado con esa nueva ley, señores y señorita. ¿Cómo lo
consiguieron? Dobby nunca pensó que el Ministerio de Magia concedería derechos a
los elfos domésticos, y menos tras el regreso de El Que No Debe Ser Nombrado...
—Voldemort —lo corrigió Harry. Dobby cerró los ojos y los demás elfos
retrocedieron, espantados—. ¿Qué pasa?
—Los elfos domésticos tememos al Señor Tenebroso más que a nadie, Harry
Potter —explicó Dobby en voz baja, como si temiera ser oído—. Recordamos bien
cómo eran las cosas cuando él era fuerte, la otra vez, antes de que todo el mundo
supiera cómo es en realidad, señor. A los elfos domésticos se nos trataba como a
basura... —Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo—. Dobby aún recuerda las palizas
que le daba su amo hasta que el gran Harry Potter lo liberó, y no soy el único. Aquí
hay otros elfos que sirvieron en otras casas antes de venir a Hogwarts, señor, y
también cuentan horribles historias. De cómo eran las cosas los elfos sabemos mucho,
Harry Potter, porque los amos no nos tenían en consideración. Oímos y vimos muchas
cosas que teníamos prohibido revelar...
—¿Qué tipo de cosas? —preguntó Harry, muy interesado.
—Dobby apenas se atreve a hablar de ello, señor —musitó el elfo, temblando
asustado—. Eran cosas horribles... Muertes, asesinatos, torturas, secuestros...
—A algunos elfos se los mataba —añadió otro elfo tímidamente—. Se los mataba
cuando ya no servían para trabajar; se nos castigaba muy duramente por la más
mínima falta, o simplemente porque los amos estuvieran enfadados... Las cosas
mejoraron mucho después de que Quien Ustedes Saben fue derrotado, pero el mayor
temor de los elfos es que vuelva, señor, y las cosas sean de nuevo como entonces... A
los elfos nos gusta trabajar, pero no que nos castiguen ni nos peguen, señor.
—¡Dobby y Dilbu son malos elfos! —soltó entonces otro elfo ya viejo—. ¡No
pueden hablar así de los amos!
—Ahora ya no son sus amos —repuso Hermione—. Ahora trabajáis para
Hogwarts.
—Los elfos no podemos revelar los secretos de los amos nunca, señor, por eso se
confiaba en nosotros —explicó Dobby con temor.
—Pero tú lo haces —replicó Harry.
—Es muy difícil, Harry Potter. Si los amos se enteraran...
—Cuando entre en vigor la nueva ley eso se acabará —repuso Hermione—. La
sección D indica claramente que los castigos físicos severos o matar a un elfo será
considerado un delito castigado con prisión.
Los elfos se miraron unos a otros y algunos cuchicheaban.
—¿Sabes más cosas de los Malfoy que puedan interesarnos, Dobby? —inquirió
Ron.
—No muchas, señor. Pero —añadió en voz baja, como si temieran que alguien les
escuchara— El Que No Debe Ser Nombrado tenía más seguidores que los que fueron
a la prisión de los magos, señor.
—Lo sabemos. Algunos se libraron en los juicios —repuso Harry, pero Dobby
negó.
—No, señor. Más, había más. Muchos que nunca fueron juzgados, muchos fuera
del país, señor...
—¿Cuántos más, Dobby? —le preguntó Harry.
—Dobby no lo sabe, aunque oyó a sus antiguos amos hablar de ello, y también ha
hablado con otros elfos.
—Pero yo los vi a todos la noche en que volvió, y no eran más de una docena
—recordó Harry—. Todos los que tenían la marca acudieron...
Pero Dobby y algunos elfos más negaron con la cabeza.
—No, Harry Potter. Había muchos que no tenían la marca... Servidores de menor
rango, pero eran más. Algunos cometieron delitos que nunca se han investigado,
cosas terribles...
—Parece que vosotros tenéis más motivos para temerle que nosotros —dijo Harry
—. Entonces quizás os alegrará saber el motivo concreto por el cual hemos venido a
veros.
—¿Qué motivo es ése, señor?
—Queremos que, cuando se os dé la nueva libertad, nos ayudéis. Queremos que
colaboréis con nosotros por si sucediera algo. No que luchéis contra los mortífagos,
pero sí que cuidéis de los heridos, que los rescatéis... Esas cosas. Vuestros poderes
serían de gran ayuda.
—Harry Potter liberó a Dobby —contestó éste—. Dobby siempre ayudará al gran
Harry Potter y a sus amigos. ¡Siempre!
—¿Y los demás? —inquirió Hermione.
—Nuestro deber es cuidar de los alumnos del colegio, señorita —respondió el elfo
llamado Dilbu—. Si están en peligro, acudiremos. Cualquier cosa antes que permitir
que El Que No Debe Ser Nombrado vuelva al poder... Nos gusta trabajar para el
profesor Dumbledore, que es bueno y respetuoso.
—Eso es todo lo que necesitábamos saber —dijo Hermione, complacida—.
Podemos ayudarnos, y nosotros os prometemos defender vuestros derechos ante el
Ministerio de Magia.
—Gracias —dijo Dobby con sinceridad—. Pero ahora tenemos que dejarlos,
¡pronto será hora de la comida!
—Y huele deliciosamente —comentó Ron; algunos elfos sonrieron ante el
cumplido.
—Bueno, entonces nos vamos —dijo Harry, y los tres amigos, seguidos por Dobby,
se dirigieron a la puerta.
—Dobby está muy contento de que hayan venido —chilló el elfo, un poco más
alegre que antes.
—Toma esto, Dobby —dijo Hermione, entregándole al elfo las copias del
anteproyecto de ley. Supongo que os interesará leerlo.
—Gracias, señorita.
—Espero que nunca necesitemos vuestra ayuda, Dobby —comentó Harry,
sombrío—. Lo espero de verdad.
—Si Harry Potter necesita ayuda, Dobby se la dará, señor —respondió el elfo, muy
serio—. Y también los demás.
Harry y él se estrecharon las manos y luego los tres amigos abandonaron las
cocinas.
32

Legeremancia

A medida que avanzaba el mes de febrero el tiempo comenzó a mejorar


apreciablemente. Disminuyó el frío y las lluvias sustituyeron a las nevadas. Además, el
aumento del tiempo de luz diurno se hizo palpable. Así como el tiempo cambiaba, a
medida que se aproximaba la primavera, también lo hacían las ocupaciones de los
alumnos del castillo, sobre todo en el caso de los de séptimo y los de quinto, que
tendrían que afrontar sus exámenes a finales de mayo. Para los de séptimo, que
habían comenzado en casi todas las asignaturas los últimos temas del curso, los
deberes y las horas de estudio se intensificaban, y, para Harry y Ron y los demás
miembros de los equipos de quidditch aumentaban los entrenamientos a medida que
se acercaban los cruciales partidos entre Gryffindor y Hufflepuff, que sería a finales de
mes, y el que enfrentaría a Slytherin y a Ravenclaw, que sería a mediados de marzo.
El jueves, dos semanas después de la visita a las cocinas, Harry y Ron volvían del
campo de quidditch, tras el entrenamiento. Había estado lloviendo ligeramente todo el
día, y el camino de regreso al castillo estaba lleno de barro, de tal forma que los bajos
de las túnicas de ambos estaban llenos de salpicaduras marrones. Los dos
apresuraban el paso hacia el castillo, pues hacía frío, mientras conversaban acerca del
partido, que sería la semana siguiente.
—Espero que le demos una buena paliza a Hufflepuff —dijo Ron cuando
atravesaban las puertas de roble—. Sería un magnífico regalo de cumpleaños por
adelantado.
—¿Si cojo la snitch no tendré que regalarte nada? —preguntó Harry en tono de
broma.
—Buen intento, Harry —respondió su amigo, esbozando una sonrisa—. ¿estará
Hermione en la sala común o en la biblioteca?
—Creo que en la biblioteca —contestó Harry—. A la hora de la comida mencionó
algo sobre no sé qué cosas de Aritmancia.
—Sí, tienes razón... —asintió Ron, recordando—. ¿Qué te parece si vamos...?
Se interrumpió al ver al profesor Flammingan moverse hacia ellos, procedente de
un corredor del primero piso donde tenía su despacho.
—Harry, ¿puedo hablar un momento contigo? —preguntó el profesor.
—Sí, claro, profesor. —Se volvió hacia Ron—. Os veré en la sala común.
Ron asintió y se alejó, escaleras arriba. Harry siguió a Flammingan hasta su
despacho.
—Bueno, como te dije hace dos semanas —comenzó el profesor, mientras se
sentaba tras su escritorio y le indicaba a Harry con un gesto que le imitara—, ahora
estoy menos ocupado y puedo darte las clases de legeremancia que pediste. Te he
llamado para que podamos fijar un horario, un horario que resulte discreto; nadie,
excepto tus amigos, debe saber que estás aprendiendo legeremancia. Cuanta menos
información posea Voldemort, mucho mejor. ¿Cómo va tu conexión con él?
—Últimamente ha estado muy inactiva, como él —respondió Harry—. Aunque, si
me relajo y me esfuerzo un poco, o si me enfurezco, puedo notarlo ahí, escondido,
oculto. Creo que ya me he acostumbrado a sentirlo y apenas lo noto.
—Bien, me alegro de que no vaya a peor —comentó Flammingan—. Tú dominas la
oclumancia, y eres muy bueno en Teoría de la Magia; no debería serte difícil dominar
esta técnica, sobre todo poseyendo al Antorcha de la Llama Verde. No obstante,
debido a tu conexión, deberemos ser muy cuidadosos para no provocar algún tipo de
desastre.
—Lo sé —respondió Harry.
—Bueno, pues..., ¿cuándo te vienen bien a ti las clases?
Harry sopesó distintas posibilidades, pero, debido al quidditch, los deberes y el ED,
no tenía mucho tiempo durante la semana, con lo que decidió que el mejor día era el
mismo en que había tenido las clases de oclumancia con Dumbledore.
—Domingo —dijo—. Es cuando más tiempo libre tengo.
—Yo también —respondió Flammingan—. No obstante, no todos los domingos
estoy en el castillo. Si en alguna ocasión no puedo acudir, alguien me sustituirá, ¿de
acuerdo?
—Sí —asintió Harry—. De acuerdo.
—Bueno, pues entonces... ¿qué te parece el domingo a las cinco y media, antes
de la cena?
—Excelente —contestó Harry, y se levantó—. Gracias por todo, profesor. Nos
vemos el domingo.
—Hasta luego, Harry —lo despidió Flammingan, y se sumió en la lectura de un
montón de pergaminos que tenía sobre el escritorio.
Harry salió del despacho del profesor y regresó a la sala común, donde Ron y
Hermione estaban sentados en una mesa, comenzando sus deberes.
—¿Qué tal? —le preguntó Hermione al verle.
—Los domingos a las cinco y media —respondió Harry—. Empiezo el próximo.
En ese momento vio que Ginny salía de la escalera de las chicas, y se acercó a
ella. Hacía días que no hablaban, excepto por los saludos y lo que se decían en los
entrenamientos del equipo. Harry creía que alejándose un poco de su amiga se le
haría más fácil soportar no poder estar con ella cuando finalmente había decidido
darse una oportunidad. Pero estaba equivocado, porque igualmente la veía todos los
días, y a veces se sentía muy deprimido. En esos momentos pensaba en hablar con
ella y permitir que las cosas siguieran su curso, pero entonces recordaba la
advertencia de los centauros y eso siempre lo detenía.
—He decidido aprender legeremancia —le comunicó a la chica, que le miró con
expresión interrogante—. Me servirá para poder utilizar mejor la Antorcha. En cuanto
la domine, la utilizaré contigo. ¿Aún sigues dispuesta a que lo haga?
Ginny asintió.
—Sí. Por muy horrible que sea, quiero saberlo. Si puedo ser un peligro para
alguien es necesario que estemos precavidos cuanto antes.
Ginny desvió la mirada un instante, y Harry supo que aquella posibilidad la
aterraba. Él nunca se había planteado esa posibilidad, pero al oír las palabras de la
boca de Ginny volvió a recordar la advertencia.
—Bien... —No sabía qué más añadir, pero luego se dio una patada mental a sí
mismo y actuó con naturalidad—. ¿Qué tal has estado?
—Regular —confesó ella—, pero el tiempo lo va curando todo, ¿no? Así que
supongo que dentro de un tiempo ya no me preocupará. Es más fácil soportarlo ahora
que cuando vivíamos todos juntos en La Madriguera.
—Ya, supongo que sí.
—¿Y tú? ¿Cómo estás?
—Bien —dijo Harry—. Todo lo bien que puedo estar, dadas las circunstancias.
—Sí, claro... Bueno, avísame cuando estés listo, ¿de acuerdo? Ahora tengo que ir
a la biblioteca.
—¿Listo?
—Para usar la Antorcha —aclaró ella.
—¡Ah!, sí, claro. Te avisaré.
Ginny salió de la sala común. Harry la siguió con la mirada y luego volvió junto a
Ron y Hermione.
—Bueno, ahora sí vas a explicarnos por qué tienes esa actitud tan rara con Ginny,
¿verdad? —preguntó Hermione, levantando la cabeza de algún tipo de trabajo de
Aritmancia que estaba haciendo.
—¿Qué actitud rara? —se defendió Harry.
—Ésa —dijo Hermione—. Desde la..., desde lo que pasó, has estado extraño,
como si la evitaras.
—Ya os dije que no quería...
—Lo sabemos, pero no te comportas como antes, Harry —repuso Ron—. Antes te
portabas de forma natural con ella, pero ahora la evitas.
—Como si tuvieras miedo de ella —apuntó Hermione.
—Yo no tengo miedo de ella —replicó Harry.
—Entonces explícanos qué te pasa.
Harry suspiró y no dijo nada durante unos momentos. Finalmente, asegurándose
de que no había nadie cerca de ellos, dijo:
—Ella me gusta...
—Lo sabemos —dijeron a la vez Ron y Hermione.
—Es más —dijo Harry—, creo que..., que...
—¿Que estás enamorado de ella? —completó Hermione—. Ya lo sabía.
Harry miró a su amiga, un poco rojo, y luego a Ron, que asentía.
—Pues sí, eso... El día del funeral, ella me dijo, cuando me pidió que usara la
Antorcha con ella, que...
Y les contó todo lo que Ginny había hablado, así como lo que él había decidido.
—¿Y si decidiste decírselo, por qué no lo hiciste, y, en lugar de eso, te comportas
de forma tan extraña? —preguntó Hermione.
—¿Recordáis el día que hablé con Firenze? —les preguntó Harry. Ambos
asintieron—. En realidad, no os conté todo lo que pasó. —Y a continuación les relató
todo lo que había pasado en la reunión con los centauros.
—¡¿Por qué no nos contaste eso antes?! —preguntó Ron cuando hubo escuchado
todo, un poco indignado.
—Los ancianos me hicieron prometer que no lo haría —contestó Harry—; así que
os pido que no lo mencionéis. A nadie.
—Harry, ¿te fías de ellos? —inquirió Hermione, ligeramente escéptica—. A mí esa
advertencia me parece muy confusa; podría significar mil cosas distintas.
—Sí, me fío de ellos. No sé por qué, pero creo que tienen razón. Es cierto que lo
que dicen admite muchas interpretaciones, pero tengo que escoger una y ésta es la
que parece más razonable, teniendo en cuenta que a Ginny Voldemort le hizo algo.
Cuando sepa qué fue quizás sepamos a qué atenernos, pero, mientras tanto... ya he
tomado mi decisión.
—Como ya te dije en otras ocasiones, Harry, espero que sea la correcta —dijo
Hermione sombríamente.
—Yo también —repuso Harry con tristeza.

Cuando, a la mañana siguiente, Hermione recibió El Profeta, soltó un grito de alegría


al acabar de leer la primera plana. Harry y Ron la miraron con expresión interrogante,
y, por toda respuesta, ella les mostró el titular: «El Ministerio de Magia emprende una
reforma legal sin precedentes sobre la situación de los elfos domésticos con la entrada
en vigor, a partir del próximo domingo, de la llamada “Ley 91”.»
—¡Vaya! Por fin —dijo Harry.
Hermione, pletórica de alegría, se inclinó sobre Ron y le dio un enorme beso en la
boca que atrajo las miradas de media mesa y dejó a Ron con las orejas totalmente
rojas.
—Su... supongo que debemos felicitarte, ¿no? —dijo Ron cuando al fin logró
articular las palabras—. Si cuando fundaste la PEDDO me hubieras dicho que ibas a
conseguir esto, te habría tomado por loca.
—Sí, la verdad, estamos orgullosos de ti —añadió Harry, sonriente.
Hermione se ruborizó un poco, pero pareció sentirse muy halagada.
—Bueno, vosotros también ayudasteis mucho —repuso ella—. Afiliasteis a un
montón de gente, incluido Dumbledore, pusisteis dinero y todo eso... No, sin vosotros
no habría conseguido nada.
—Bueno, yo, por mi parte, creo que, con esta noticia, incluso seré capaz de
soportar a los de Slytherin en Pociones —comentó Ron con alegría—. Me gustará ver
qué caras ponen.
Terminaron de comer y se dirigieron a las mazmorras, mientras Hermione les iba
contando lo que decía el artículo.
—¿No te da vergüenza dar esos espectáculos en el desayuno, Granger? —siseó
Draco Malfoy adelantándolos y mirándolos con asco—. Casi me haces vomitar la
comida.
—Habría sido una suerte para la comida —repuso Hermione hábilmente. Harry se
rió y Ron, que ya apretaba los puños y tenía la cara tensa de ira, se relajó y también
soltó una carcajada.
Las mejillas de Malfoy adquirieron un tono sonrosado y frunció el ceño. Luego su
vista se desvió hasta el periódico que Hermione aún sostenía en la mano.
—Supongo que estarás muy contenta por esa nueva y estúpida ley del Ministerio,
¿no es así? Claro... ¿cómo no iba a doblegarse Diggory ante una organización donde
están el famoso Potter y Dumbledore? —Puso una mueca de asco, y luego miró a
Hermione con malicia—. Claro que, por una parte, es lógico que te preocupes por los
elfos domésticos, los sangre sucia están a la misma altura que ellos, ¿no es verdad?
—Si no te callas, gusano... —le advirtió Ron.
—Déjalo, Ron —le pidió Hermione, mirando a Malfoy furiosa—. Seguramente le
duele saber que no va a volver a tener esclavos nunca más.
Ante aquellas palabras, Malfoy soltó una carcajada.
—Si crees que vamos a darle la libertad a nuestro elfo, sangre sucia, estás loca.
—¿Tienes otro elfo doméstico? —preguntó Harry. Creía que, tras la liberación de
Dobby, se habían quedado sin ninguno.
—Por supuesto, Potter. Algunos podemos permitírnoslo —contestó, mirando a Ron
con burla.
—Yo no quiero tener un elfo doméstico —repuso Ron con desdén.
—Ya... —Musitó Draco. Entonces pareció recordar algo y miró a Harry—. Aunque,
ahora que lo recuerdo, Potter sí tiene uno, ¿verdad? Uno muy... servicial.
Harry intentó no mostrar la ira que había surgido en él ante la indirecta de Draco
sobre la traición de Kreacher.
—Tú no sabes nada —contestó Harry, y él, Ron y Hermione entraron en la
mazmorra.
A pesar de la discusión con Malfoy, los tres tuvieron un día bastante agradable
debido a la noticia. Además, aquella misma noche Dobby se apareció en la sala
común mientras hacían sus deberes para contarles, muy emocionado, que
Dumbledore ya lo había arreglado todo para concederles el nuevo estatus de Libertad
Parcial, y Harry, a continuación, redactó una carta para enviarla a Grimmauld Place y
otorgarle el mismo derecho a Kreacher.
—Tendré que preguntarle cuánto quiere cobrar —comentó, tras acabar de escribir
la carta—, si es que quiere cobrar.
Entre los asuntos de la PEDDO, los entrenamientos y el aluvión de deberes para el
fin de semana, cuando Harry se dio cuenta era ya el domingo por la tarde. Los tres
estaban terminando sus deberes de Encantamientos.
—Harry, son las cinco y veinte. Deberías irte —le dijo Hermione, mirando su reloj.
—Sí... —contestó el aludido. Recogió sus cosas y las guardó en la mochila—. Nos
veremos —se despidió, saliendo de la sala común.
Se dirigió al primer piso y luego hacia el despacho de Flammingan. Cuando estuvo
frente a la puerta, llamó.
—Pasa —le dijo el profesor.
Harry abrió la puerta y entró, y vio que Flammingan había reducido algunas cosas
del despacho para tener más sitio.
—¿Estás listo, Harry? —le preguntó.
—Creo que sí —contestó Harry con un ligero nerviosismo.
—Bien —dijo Flammingan, y sonrió—. Será mejor que comience por explicarte lo
que vas a hacer y cómo, antes de ponernos a practicar, ¿no crees? —Harry asintió—.
Bien, como sabes, puedes aprender oclumancia intentando repeler los ataques de otro
mago, pero para dominar la legeremancia tendrás que saber unas cuantas cosas
primero. Ante todo, que es una disciplina compleja que pocos magos, incluso entre los
mejores, dominan. Es necesario una mente fuerte para lograr un control eficaz (y útil)
de la legeremancia. Generalmente es más fácil cuando uno va haciéndose viejo, pero
esperemos que tú no tengas demasiados problemas, sobre todo habiendo demostrado
eficacia con la oclumancia y otros poderes. Eso demuestra que has sabido disciplinar
tu mente, y dado que llevas ya un año y medio haciéndolo, nos facilitará las cosas.
»Una vez dicho esto, tendrás que saber que la legeremancia es una disciplina con
varios niveles. Supongo que sabrás que puedes utilizarla sin mostrar, exteriormente,
ninguna señal de lo que estás haciendo, pero para llegar a eso aún tendrás que
avanzar mucho. En principio lo harás con la varita, que es la forma más sencilla,
aunque también la menos útil.
—¿Tendré que hacerlo con usted? —inquirió Harry—. ¿No le importa que me meta
en su mente?
—Bueno, necesitas practicar con alguien —repuso Flammingan con tranquilidad—.
Además, soy lo suficientemente bueno en oclumancia para que no resulte
comprometedor lo que puedas ver —añadió, en tono de broma—. Al principio, sólo
serás capaz de ver aquello en lo que esté pensando claramente, pero, a medida que
mejores, serás capaz de «bucear» entre mis recuerdos y seleccionar lo que te
interese; para eso te será útil lo que ya has aprendido de oclumancia.
—Bien —asintió Harry.
—Dedicaremos esta primera clase a que conozcas los fundamentos teóricos. Con
ellos podrás practicar algunas técnicas rudimentarias que, si bien no te servirán para
nada útil en sí mismas, te ayudarán cuando empecemos a practicar en serio, lo que
haremos ya en la próxima clase, ¿de acuerdo?
—Sí.
—Entonces presta atención, porque esto es muy importante: con la legeremancia,
lo que hacemos es conectar nuestra mente con la de otra persona. En su explicación
más básica, es eso: no una manera de «leer el pensamiento», o de explorar
recuerdos. No; es simplemente una conexión mentar donde una mente es dominante y
receptora y la otra es dominada y emisora. Esto puede hacerse de muchas maneras y,
como ya te dije, a muchos niveles. En algunos podemos percatarnos de lo que sucede
y en otros, cuando el ataque es muy sutil, no podemos si no estamos entrenados, pero
siempre que se utiliza la legeremancia se cumple esto. Por supuesto, la mente por sí
sola no puede conectar con otra, ya que la mente no dispone de un poder real, por eso
los muggles no pueden hacerlo. Se hace a través de otra cosa.
—De la esencia —intuyó Harry.
—Sí. Nuestra esencia se conecta, como ya sabes, con nuestra alma y nuestra
mente, y nuestras esencias sí pueden conectarse con las de otros magos. Así se
consigue el dominio de la maldición imperius, y así se consigue también la
legeremancia.
—Muchos magos pueden emplear la maldición imperius —dijo Harry—. Si es tan
difícil...
—La legeremancia es mucho más compleja que esa maldición —lo cortó
Flammingan—. La maldición imperius establece un dominio, pero no hay un
intercambio de información del dominado al dominante. Hacer eso es más simple que
hurgar en la mente y dominarla sin sustraer la voluntad de la persona objetivo.
»Sigamos: como te decía, para la legeremancia el uso de la esencia es
fundamental. La conexión entre las esencias de las personas involucradas conduce a
la conexión mental.
—Por eso Voldemort y yo podemos leernos la mente con tanta facilidad —comentó
Harry.
—Sí, por eso; aunque vuestro caso es distinto: tú posees parte de la esencia de
Voldemort en ti. De hecho, no sólo parte de su magi substantia, sino también de su
animi substantia, y eso nunca ocurre en la legeremancia, excepto en el caso más
avanzado de ésta, un nivel al que sólo un mago ha llegado.
—¿Qué nivel es ése?
—La posesión —explicó Flammingan—. Que se sepa, sólo lord Voldemort es
capaz de poseer a otro mago, introduciendo su alma, su esencia y su mente en la de
la otra persona.
—¿Eso es legeremancia? —preguntó Harry, asombrado.
—Muy avanzada —puntualizó Flammingan—. Pero sí, la base de lo que hace es la
misma, aunque no te esfuerces: nunca podrías hacer lo que él hace, no sin pasar por
el mismo experimento que él pasó. Podrías llegar a un nivel de semi-posesión, pero
tendrías que ser muy bueno y practicar durante mucho tiempo. Es una técnica de las
Artes Oscuras, pero muy pocos han llegado a dominarla alguna vez.
»Prosigamos. Para usar la legeremancia, aparte de usar el hechizo,
«Legeremens», tendrás que proyectarte a ti mismo hacia la otra persona y luego
volver, trayendo contigo el contenido de su mente para poder observarlo.
—¿«Proyectarme a mí mismo»? —preguntó Harry con aspecto de no entender
nada—. ¿Cómo se hace eso?
—Eso es lo que vas a practicar durante toda esta semana —le dijo Flammingan—.
Al principio es algo difícil, pero en cuanto empieces, verás que lo dominarás con cierta
facilidad. Luego, con el tiempo, es algo que llegas a hacer casi sin pensarlo, como
caminar; así es como puedes emplear la legeremancia diariamente, sin varita y sin
nada. De todas formas, a ti no debería resultarte difícil hacerlo: lo has hecho un
montón de veces en tus sueños, cuando relajas tu mente.
—Pero no era consciente de lo que hacía, ni de cómo —repuso Harry—. No tengo
ni idea de cómo hacerlo. Y cuando uso la Antorcha tampoco hago eso, o, al menos, no
me doy cuenta.
—La Antorcha crea esa conexión por ti, por lo que tú no necesitas hacerlo —aclaró
Flammingan—; aunque sólo lo hace cuando existe un vínculo entre tú y la otra
persona. Cuando ves los pensamientos de Voldemort o sientes sus emociones es su
esencia quien crea la conexión, de forma que tú no te percatas de lo que haces. No
obstante, descubrirás que, con tu experiencia previa, aunque sea desconocida, te sirve
de mucho. —Dejó de hablar e hizo chocar las palmas de sus manos—. Bueno, cuando
quieras, empezamos.
—Dígame qué tengo que hacer —respondió Harry.
—Para comenzar, relájate —le pidió Flammingan—. Recuerda lo que aprendiste al
estudiar oclumancia, relájate y deja que tu mente fluya, que se eleve; luego tendrás
que usar tu esencia para permitirle a tu mente «escapar» de tu cuerpo.
Harry miró al profesor con el entrecejo fruncido.
—No parece muy fácil —replicó.
Flammingan le hizo sentarse en una silla y luego le lanzó un hechizo de ceguera.
—¿Por qué hace eso? —preguntó Harry, un tanto alarmado.
—Es más práctico que una venda. Ahora descansa tu cuerpo y relaja la mente. Ya
sabes de Teoría de la Magia todo lo que necesitas para permitir que tu esencia libere
tu mente parcialmente. No es fácil y tardarás en lograrlo, pero lo harás. Luego
pasaremos a la siguiente fase. —Hizo una breve pausa y Harry le oyó sentarse—.
Ahora recuerda lo que aprendiste en clase: tu mente domina a los hechizos, a tu
magia. Haz que tu magia haga lo que tú deseas que haga.
Harry asintió y procuró relajarse. Tras unos minutos escuchando nada más que el
latido de su propio corazón hizo lo que Flammingan le pedía e intentó que su mente
fuera más allá de su cuerpo, de la oscuridad en que estaba sumido. Al cabo de un rato
notó un suave hormigueo, pero no estuvo seguro de haber conseguido algo.
—Para ser el primer intento, no está mal, no te sientas defraudado —comentó el
profesor antes de que Harry tuviera tiempo de decir nada—. He percibido claramente
lo que has hecho y ha estado bastante bien. Vamos a seguir practicando. Vuelve a
intentarlo.
Harry probó otras cuatro veces, y en la última logró un éxito parcial, al notar cómo
percibía más débilmente su cuerpo y más nítidamente lo que había en su propia mente
y en su propio recuerdo, de una forma similar a cuando usaba la Antorcha.
—¡Videns! —exclamó Flammingan, y Harry recuperó la vista de pronto. Miró al
profesor, que le sonreía—. Lo has hecho bien. ¿Cómo te encuentras?
—Como soñoliento —contestó Harry, mirándose—. Pero muy tranquilo y relajado.
—Eso es que estás en el buen camino, Harry. Además de una práctica necesaria
para la legeremancia, este ejercicio es increíblemente relajante y un estupendo
inductor de un sueño tranquilo y reparador. Muchos muggles darían un ojo por poder
hacerlo.
—¿No vamos a hacer nada más hoy? —quiso saber Harry.
—No, ya casi es hora de cenar —dijo Flammingan—, y por hoy es suficiente. Lo
que debes hacer esta semana es practicar antes de dormirte o cuando puedas, para
que el próximo domingo podamos avanzar más, ¿de acuerdo? No lo olvides. Nos
vemos, Harry.
Harry asintió, se despidió y salió del despacho del profesor. Miró la hora y se
dirigió directamente al Gran Comedor, que ya estaba medio lleno. Buscó con la mirada
a Ron y a Hermione y se sentó junto a ellos.
—¿Qué tal ha ido? —le preguntó Hermione discretamente.
—Bien, luego os cuento —respondió Harry, sirviéndose un gran trozo de pastel de
carne. Al salir del despacho no lo había notado, pero, al ver la comida, se había dado
cuenta de que estaba hambriento.

Resultó que las clases de legeremancia a Harry le vinieron muy bien para combatir el
estrés previo al partido del sábado siguiente. Cada noche, antes de dormirse,
practicaba aproximadamente media hora, y descubrió que de esa forma se levantaba
mucho más relajado y descansado.
El martes, cuando Harry y Ron regresaron del entrenamiento, Hermione le entregó
al primero dos libros sobre legeremancia que había sacado de la sección prohibida de
la biblioteca.
—He pensado que podrían serte de ayuda —comentó ella muy alegre.
—Eh..., sí, gracias, creo que me vendrá bien —mintió Harry, observando los dos
gruesos y polvorientos volúmenes y pensando que seguramente ni los abriría.
Sin embargo, sí le resultaron útiles. Aquella misma noche, antes de ponerse a
practicar, abrió por curiosidad el primero de ellos y, cuando se dio cuenta, había
pasado una hora leyéndolo. Contenía bastante información sobre cómo mejorar el
dominio de la proyección de la mente, incluyendo un par de técnicas muy útiles. Esa
misma noche decidió poner en práctica lo que había leído, y lo hizo mejor que las dos
noches anteriores. Sentía su cuerpo como algo lejano, mientras notaba una sensación
semejante a la de estar flotando, sin nada que pudiera afectarle...
Tras permanecer en ese estado durante lo que le parecieron varios minutos (no
conseguía calcular muy bien el tiempo al estar desligado de su cuerpo), se dispuso a
regresar. Pero, cuando lo hizo, antes de volver a la plena conciencia oyó una voz
lejana. No logró entender lo que decía, y al principio no la reconoció, pero, unos
segundos después, se dio perfecta cuenta de que había oído palabras, o
pensamientos, de lord Voldemort.
Aquella idea lo perturbó un poco, pero decidió no darle importancia. Al fin y al
cabo, era normal que, al estar su mente tan relajada y libre, su capacidad para la
oclumancia disminuyese, y, por tanto, era fácil que los pensamientos de Voldemort
invadieran su mente. Le daba un poco lo mismo. Aquellas prácticas, que había temido
llegar a odiar, como había odiado las de Oclumancia, le resultaban increíblemente
beneficiosas y le ayudaban a olvidarse de los problemas.
De hecho, tan bien funcionaban, que entre ellas, los deberes y los entrenamientos,
el sábado del partido llegó sin que casi se diera cuenta, y una parte de él se
sorprendió al despertarse por la mañana y recordar que en unas horas tendrían que
jugar un partido decisivo.
Sabía que Hufflepuff era, teóricamente, el rival más débil de todos a los que tenía
que enfrentarse, pero eso no le hizo estar menos nervioso: si perdían, podían decirle
adiós a la Copa de Quidditch. En el desayuno notó que también Ron estaba un poco
tenso, aunque procuraba disimularlo, y Ginny apenas probó bocado pese a la
insistencia del resto del equipo.
—Lo haremos bien —les dijo Harry para infundirles ánimos. Todo el equipo se
había sentado en la misma zona de la mesa—. Ganaremos, ya lo veréis. Hemos
entrenado duro y todos sois muy buenos.
Cuando llegó la hora de dirigirse al estadio y se levantaron para salir del comedor
vieron que los de Hufflepuff estaban saliendo ya. Se encaminaron al vestíbulo y
Hermione los acompañó.
—¡Eh, Potter, cuidado con las caídas! —gritó desde la mesa de Slytherin Draco
Malfoy, y un coro de risas se elevó de los alumnos que estaban a su lado. Harry le
miró con rabia. Aún no soportaba el hecho de que Draco, tras haberle casi matado en
el primer partido, estuviera allí tan tranquilo.
—No le hagáis caso, es un idiota —murmuró Sarah, que también se había
levantado y se había acercado a ellos.
—Ya —asintió Ron—. Pero si me tienta... —Apretó los puños con fuerza.
—Bueno, espero que tengáis suerte —les dijo Sarah, y luego miró expresamente a
Harry—. No creo que hoy tengas nada que temer, los de Hufflepuff no son como
Malfoy.
—Afortunadamente —contestó Harry.
—¿Qué, dándoles apoyo, Brighton? —Malfoy se había acercado a ellos, y miraba
a Sarah con asco y malicia.
—Cállate.
—¡Vaya! —exclamó Malfoy—. ¿Esa valentía la has sacado de Longbottom?
—inquirió con sorna, y luego meneó la cabeza desdeñosamente—. Qué bajo has
caído, Brighton... Pasar de Dullymer a esto...
La cara de Sarah se contorsionó; echaba chispas por los ojos.
—No vuelvas a mencionarle... ¡nunca! —gritó—. Y no hables de Neville, tú no
vales ni la mitad que él.
—Debería castigarte sólo por salir con él —comentó Malfoy con desprecio—. Mira,
ahí viene...
—Déjales en paz, Malfoy —intervino Hermione—. Por si no lo recuerdas —señaló
su insignia con el dedo índice de la mano derecha— soy delegada, así que más te
vale que te vuelvas con los tuyos.
Malfoy la miró con odio profundo.
—Tenemos que irnos —dijo Harry, mirando la hora.
Ron titubeó, dudando entre si irse o quedarse allí por lo que pudiera hacer Malfoy.
—Idos, yo me ocuparé de esto —dijo Anthony Goldstein, que se había acercado—.
¿Cuál es el problema, Malfoy? —preguntó, y, antes de que éste pudiera contestar, se
dirigió a Hermione—. Puedes ir con ellos, de éste me encargo yo.
Hermione le sonrió, agradecida, pero Malfoy pareció enervarse más aún y fulminó
a Anthony con la mirada.
—¿Que vas a ocuparte de quién? —le preguntó, desafiante.
—Vámonos —les dijo Hermione a Harry y a Ron—, o llegaréis tarde.
Se encaminaron a la salida, pero Ron le echó una última mirada a Malfoy, que
miraba con más odio aún a Anthony.
—Bueno, que tengáis mucha suerte —les deseó Hermione cuando llegaron junto a
los vestuarios, y, tras besar a Ron, se dirigió a las gradas.
Harry y Ron entraron en los vestuarios y se cambiaron. Cuando todos estuvieron
listos, Harry se dirigió a ellos.
—Somos mejores que Hufflepuff, y vamos a ganar —declaró con convicción—.
Hemos entrenado duro y somos mejores, pero, pese a todo, no os confiéis y hacedlo
lo mejor posible, ¿de acuerdo?
—¡Sí! —gritaron todos a coro. Juntaron las manos y luego se colocaron para salir
al campo.
El día estaba radiante. No había llovido en los últimos días y el cielo estaba
prácticamente despejado, aunque hacía un poco de frío. Las condiciones climáticas
eran buenas, el Sol le permitiría ver bien la snitch, pensó Harry.
Los equipos se alinearon mientras el murmullo de las gradas se elevaba, y, con un
pitido de la señora Hooch, el partido comenzó.
Harry se elevó en el aire rápidamente, mientras Ron se dirigía a los aros. Observó
también que Anna había cogido la quaffle y volaba a toda velocidad hacia la meta de
Hufflepuff.
Harry vio cómo los guardianes de las verjas les observaban antes de volver a
centrar toda su atención en la búsqueda de la snitch, al tiempo que atendía a los
comentarios de Lansville.
Anna le pasó la quaffle a Ginny, ésta esquivó a un cazador de Hufflepuff y
consiguió el primer tanto para Gryffindor, que arrancó gritos de entusiasmo de los
seguidores de este equipo en las gradas.
Harry, mientras tanto, empezó a dar vueltas por el estadio, seguido de cerca por el
buscador de Hufflepuff, Summerby.
Durante un cuarto de hora no hubo ni rastro de la pelota dorada, y en ese tiempo,
Gryffindor se puso setenta a diez en el marcador. Con esa diferencia, si Harry
atrapaba la snitch, se pondrían de segundos en el campeonato, a falta del partido
entre Slytherin y Ravenclaw. Y en ese momento, un destello junto al fondo de los
postes que vigilaba Ron atrajo la atención de ambos buscadores. Harry se dio cuenta
de que Summerby estaba más cerca, pero él era más rápido, así que espoleó su
escoba, adelantó al hufflepuff y, aunque la snitch volvió a moverse antes de que
llegara hasta ella, logró atraparla sin problemas. La señora Hooch silbó y las gradas de
Gryffindor estallaron en gritos y aplausos, mientras los de Hufflepuff se dejaban caer
en sus asientos, decepcionados. Los de Slytherin silbaban, contrariados.
—¡HARRY POTTER HA ATRAPADO LA SNITCH! —gritaba Lansville, y su voz
denotaba la decepción por la derrota de su casa—. ¡GRYFFINDOR GANA POR
DOSCIENTOS VEINTE A DIEZ!
Harry se elevó con el brazo en alto, y Ron se le echó encima, seguido del resto del
equipo.
—¡Genial, compañero! —exclamó Ron.
—Tú también lo has hecho muy bien—respondió Harry, sonriendo.
Descendieron, mientras muchos gryffindors, entre los que iba Hermione, saltaban
al campo.
Harry se sentía feliz, despreocupado, y en aquel momento era como si todo fuera
como antes, antes de Voldemort, antes del peligro, de las muertes y de las
responsabilidades, y sonrió con más fuerza, deseando que aquella sensación no
terminase nunca.

La fiesta duró en la torre de Gryffindor toda la tarde. Todos los miembros de la casa,
contentos de que de nuevo el equipo aspirase a ganar la Copa, lo celebraron. Había
un ambiente de alegría que Harry no había percibido en semanas, y, cuando lo había
hecho, no se había sentido parte de él. La única que puso pegas fue Hermione, que
viéndose incapaz de estudiar en la sala común debido al alboroto, acabó yéndose a la
biblioteca, enfadada.
—¿Vamos a buscar a Hermione antes de cenar? —le preguntó Ron a Harry
cuando hubo anochecido.
—Sí, deberíamos —asintió Harry—. ¿Crees que seguirá enfadada?
—No creo que estuviera enfadada, más bien estaría molesta por no poder estudiar
—opinó Ron—. Ése es su problema, no sabe relajarse...
Salieron de la sala común y se dirigieron a la biblioteca, que estaba vacía, a
excepción de Hermione, que estaba rodeada por tres montones de libros y tenía
extendidos sobre la mesa tres pergaminos.
—¿Vienes a cenar? —le preguntó Harry.
—Dentro de un momento —contestó ella con cierta sequedad.
—¿Estás enfadada? —le preguntó Ron temerosamente.
—No, no lo estoy —replicó la chica, mirándolos con atención—. No estaba
enfadada por la fiesta, sino molesta porque no podía estudiar allí con el ruido; si
hubiera estado enfadada habría parado la celebración, pero no lo hice, ¿no? De hecho
—añadió—, creo que os hizo muy bien, necesitabais un poco de alegría.
—Eso es cierto. Me alegra que lo comprendas —dijo Harry.
—¿Vamos a cenar? —preguntó Ron.
—Sí, esperad un segundo —pidió Hermione. Escribió un par de líneas más y luego
comenzó a recoger. Guardó dos de los libros en los estantes y metió los demás en la
mochila, que se cargó al hombro.
—Deja que yo te lleve eso —se ofreció Ron, estirando una mano hacia ella—.
Algún día te vas a partir la espalda por el esfuerzo.
—Gracias —respondió Hermione, entregándole a Ron la mochila. Éste vaciló un
momento debido al peso, pero se recuperó y se la colgó al hombro.
—¿Por qué llevas siempre tantos libros? —le preguntó Ron.
—Porque los necesito, Ron; no cargo con ellos por hacer ejercicio.
—Me sorprende que no tengas más músculos —comentó Ron—, esto pesa una
tonelada.
—En realidad yo casi siempre le echo a la mochila un encantamiento de ligereza o
la llevo usando mis poderes —aclaró Hermione.
—¿Eh? —masculló Ron, volviéndose hacia ella con un gesto repentino—. ¿Me
dejas cargar con esto cuando a ti no suele pesarte nada?
—No es mi culpa que a ti no se te haya ocurrido —le espetó Hermione. Ron puso
mala cara, pero ella sonrió y añadió—: además, tu ofrecimiento fue muy caballeroso y
me pareció mal no aceptarlo.
Harry se rió tapándose la boca.
—Pues a mí no me parecería nada mal —repuso Ron.
Hermione sacó su varita, le dio unos toques a la mochila y Ron se enderezó
repentinamente, libre del peso de los libros.
—¿Mejor?
—Un poco —contestó Ron mientras bajaban las escaleras hacia el vestíbulo.
Cuando se hubieron sentado en la mesa de Gryffindor, donde casi todos los
alumnos seguían celebrando la victoria, Hermione se inclinó hacia Harry por encima
de la mesa.
—Bueno, ¿qué tal te va la legeremancia? ¿Te han sido útiles los libros que te
conseguí? —preguntó.
—Sí, la verdad, me han venido bastante bien —reconoció Harry—. Creo que estoy
avanzando, aunque de momento sólo hago cosas muy básicas.
—A mí, eso de separar la mente del cuerpo no me parece tan básico —lo
contradijo Ron.
—No es exactamente eso —explicó Harry—. En realidad no saco mi mente del
cuerpo, sólo... la proyecto.
—Me parece lo mismo —murmuró Ron, bajando la voz al ver que Seamus se
acercaba a ellos.
Más tarde, cuando regresaron a la sala común, Harry anunció que se iba a la
cama. Ron le miró con cierta decepción, pero él le dijo que quería practicar un buen
rato lo que sabía, para estar preparado para la clase del día siguiente, y que tenía
sueño y cansancio debido al partido.
—Bueno, supongo que tienes razón... Nos vemos mañana, si no estás despierto
cuando suba.
Harry subió las escaleras y se metió en la cama. Cogió el segundo de los libros
que Hermione le había prestado, el cual no había abierto aún, y se dispuso a mirarlo.
Cinco minutos después lo dejó de nuevo sobre la mesilla: no había nada nuevo en él
que pudiera interesarle en esos momentos.
Se acomodó en la cama, se tapó bien y se dispuso a practicar. Cerró los ojos y
procuró relajar la mente, alejándola de todo pensamiento, concentrándose solamente
en una suave y relajante superficie verde. Luego, cuando notó que ya estaba, empujó
suavemente y notó que la percepción de su cuerpo físico disminuía al tiempo que
aumentaba el contacto y la realidad de sus pensamientos y sus recuerdos.
Se mantuvo en ese estado durante un breve espacio de tiempo y luego regresó.
Satisfecho, abrió los ojos y unos segundos después volvió a cerrarlos: quería hacerlo
de nuevo, más tiempo y alejándose más.
Lo hizo, y, lentamente, se encontró más lejos de lo que nunca había llegado. Tanto
que apenas percibía que poseía un cuerpo. Sentía una extraña sensación de libertad,
aunque no pudiera ver ni hacer nada. Sin embargo, la superficie verde parecía aquí
mucho más real y más fácil de imaginar...
Pero, de pronto, sintió de nuevo la voz de Voldemort, y la negrura descendió,
eclipsando lo verde que veía y cualquier otra sensación que pudiera haber tenido.
—Sois unos completos inútiles —siseaba Voldemort, tan lleno de rabia que Harry
sentía como si fuese a explotar. Se encontraba en una habitación oscura, y delante de
él había tres mortífagos encapuchados y arrodillados. Harry no podía percibir bien los
detalles, y el sonido le llegaba como distante. Además, se dio cuenta de que sabía
perfectamente que estaba allí, de que era consciente de sí mismo y de lo que le
sucedía.
—Amo... lo sentimos. La próxima vez no fallaremos...
—Cállate, Richard —espetó Voldemort, y el aludido sintió un escalofrío—. Creí que
te esforzarías un poco más, después del desastre de la Casa de los Gritos. No sólo no
lograsteis atrapar a Potter y perdí a dos de mis siervos, sino que además ya no
podemos usar aquel lugar.
—Mi amo, Weasley murió..., no se perdió todo.
—¡No me importa ese Weasley! —exclamó Voldemort, y esta vez los tres
mortífagos temblaron en su posición—. ¡El que tenía que morir era el otro! ¡Y teníais
que haberme traído a Potter de una vez!
—Señor, no contábamos con que Weasley fuera a meterse como espía entre
nosotros...
—Sabíamos perfectamente que había un espía entre nosotros desde el verano
—replicó Voldemort—. Deberíais haber estado más atentos... Pero no es ése el caso.
Ya me he ocupado, en estas últimas semanas, de asegurarme de que no hay más
espías. Todo habría estado casi perfecto si no hubierais fallado en lo que os
encomendé. Os puse a todos a trabajar en ello, y me falláis... Eso está convirtiéndose
en una costumbre muy desagradable.
—Amo, no fallaremos de nuevo, si nos dais otra oportunidad... —suplicó otro de
los mortífagos.
—La tendrás, Mulciber —respondió Voldemort—. Todos la tendréis... Pero si no
me traéis a ese individuo...
—Lo haremos, señor, se lo juro —balbuceó Dullymer—. Sólo..., sólo querríamos
saber por qué, amo. Creíamos que había abandonado ya la idea de conseguir...
—¡Por supuesto que no! —gritó Voldemort, irritado, y Dullymer cayó hacia atrás,
asustado y afligido—. Mientras eso ronde por su mente, no cejaré en el empeño de
conseguirla... Él no la tendrá... No la tendrá. —Miró a los tres mortífagos fijamente y
les ordenó—: Haced lo que os ordené... y más os vale no fallar de nuevo.
Entonces Harry notó una sensación extraña y sintió que volvía a su cuerpo. Al
hacerlo, percibió un súbito dolor en la cicatriz y exhaló un gemido en voz alta.
—¿Harry? —preguntó una voz asustada, y Harry sintió que alguien se acercaba a
su cama. Abrió los ojos y vio que era Neville, que le miraba con expresión atemorizada
—. ¿Estás bien? ¡Te aprietas la cicatriz! ¿Te ha pasado algo?
—Sí, estoy bien —contestó Harry, incorporándose—. Es sólo que...
En ese momento la puerta de la habitación se abrió y entró Ron, que, al ver a
Neville junto a Harry y a éste apretándose la cicatriz, corrió hacia su cama, asustado.
—¿Qué ha pasado, Harry? ¿Sucede algo?
—Otra de esas visiones —explicó Harry—. Un poco distinta, pero lo mismo, al fin y
al cabo.
—¿Qué pasó? —quiso saber Ron—. ¿Qué viste?
—Estaba... —Miró a Neville—. Estaba, bueno..., relajándome —explicó, para evitar
que Neville se diera cuenta de que estaba practicando legeremancia. Ron hizo señal
de comprender—, y de pronto lo sentí, lo vi. Estaba allí, hablando con varios
mortífagos, entre ellos Dullymer... —La cara de Ron, seria, pasó a mostrar ira
contenida al oír el nombre—. Voldemort les estaba regañando, no habían conseguido
hacer algo, pero no sé el qué, y van a volver a intentarlo muy pronto. Creo que
Voldemort los ha puesto a todos a trabajar en ello y por eso apenas ha habido ataques
estas semanas...
—¿Él..., él se dio cuenta de que estabas allí? —preguntó Ron, preocupado.
—No, creo que no —respondió Harry—. Estaba bastante enfadado...
—¿Y no oíste nada más?
—No, nada de importancia. Quieren secuestrar a alguien, creo... No sé quién
puede ser.
—¿Queréis que le diga a Hermione que suba? ¿Que avise a alguien? —preguntó
Neville, que parecía asustado.
—No —se negó Harry—. No vale la pena molestar a nadie por esto. Mañana podré
contárselo. Ahora es mejor dormir.
—¿Estás seguro? —inquirió Ron—. ¿De verdad no quieres avisar a nadie?
—No tengo nada que contar —repuso Harry—. Al menos, nada importante.
—Como decidas —murmuró Ron—. Voy a acostarme. Buenas noches.
—Buenas noches —dijo Harry.
No volvió a tener sueños extraños esa noche; pero aunque durmió de un tirón,
cuando se despertó no se sentía tan descansado como otros días, y tardó un rato en
darse cuenta de que no era que no hubiera descansado, sino que el efecto relajante
de las prácticas no había tenido esa noche el efecto que había tenido en las pasadas.
Cuando él y Ron llegaron al comedor, Hermione ya estaba allí, esperándolos y
leyendo El Profeta.
—¿Ha pasado algo extraño? —preguntó Harry nada más sentarse, ansioso, y sin
saludar siquiera. Hermione le observó un instante con el entrecejo fruncido y expresión
suspicaz.
—No, nada. ¿Por? —inquirió ella, mirándolos a ambos. Ron señaló a Harry con la
cabeza, sin decir nada. Éste tardó unos segundos en hablar, y luego le contó a su
amiga, en voz baja, lo que había pasado aquella noche.
—Deberías contárselo a alguien —fue la inmediata respuesta de Hermione.
—Se lo comentaré a Flammingan por la tarde —repuso Harry—. Tal vez él sepa
explicarme por qué sucedió eso.
Así pues, aquella tarde, en cuanto Flammingan le preguntó cómo habían ido sus
prácticas, él respondió:
—Bien... hasta ayer.
—¿Hasta ayer? —repitió el profesor, con mirada suspicaz.
—Conseguí hacer bastante bien lo que me dijo, ayudándome, además, de unos
libros que Hermione me consiguió de la biblioteca. Ayer, antes de dormirme, intenté
alejarme más que las otras veces, y, entonces...
—Tuviste una visión —terminó Flammingan por él. Harry asintió—. Sabía que
tarde o temprano pasaría —dijo el profesor, muy serio—. ¿Sabes?, Dumbledore y yo
hablamos hace tiempo sobre si sería útil que te enseñásemos legeremancia, pero
intuimos el peligro y por eso decidimos no decirte nada. No obstante, cuando tú mismo
lo pediste, no pudimos negarnos. Ahora veo que nuestros temores eran fundados, y
por eso te advertí que tuvieras cuidado el otro día. Vamos a tener que ser más
cuidadosos. Tendrás que aprender a bloquear tu mente al mismo tiempo que la
liberas.
—¿Cómo voy a hacer eso? —preguntó Harry—. ¡Son cosas contrarias!
—Aprenderás a hacerlo a medida que progreses —le dijo Flammingan—. Y ahora
cuéntame: ¿qué viste, o qué oíste?
Harry se lo contó todo. Cuando acabó, Flammingan lucía una expresión muy seria.
—¿Sabe qué es lo que busca, o a quién se refiere Voldemort con lo de «su
mente»?
—No, no tenemos ni idea —reconoció Flammingan—. No estamos seguros de
nada, y a Dumbledore eso le preocupa... —Exhaló un suspiro, pensativamente, y
luego volvió a fijarse en Harry—. De todos modos, no es eso para lo que estamos
aquí. Ocupémonos de tus lecciones y luego ya veremos qué pasa cuando hable con
Dumbledore.
—Está bien —aceptó Harry—. ¿Qué vamos a hacer hoy?
—Como veo que dominas la técnica de liberación de la mente, hoy aprenderás a
proyectarla hacia alguien —le dijo el profesor—. Verás que no es muy difícil. Lo más
complicado será que aprendas a protegerte mientras lo haces. Eso será más fácil a
medida que mejores, pues será una operación rápida que no te expondrá. Pero
mientras tanto, vas a tener que proteger tu mente con mayor intensidad.
—¿Cómo puedo hacerlo?
—Usando lo que aprendiste de oclumancia —le contestó Flammingan—. Cuando
tu mente se separa de ti, adquiere mayor consistencia y realidad, ya que eres incapaz
de percibir tu cuerpo. Es como una especie de sueño muy real, ¿verdad? —Harry
asintió—. Sin embargo, tu mente no se separa de tu esencia, y puedes utilizar la
magia para blindarte de la misma forma que lo haces normalmente.
—¿Creando una especie de muro entre mi mente y el exterior?
—Sí —respondió Flammingan—. No obstante, recuerda que no puedes aislar tu
mente de tu esencia, y ésa es, en última instancia, la razón de que no puedas
protegerte completamente de Voldemort.
—Entiendo —dijo Harry, asintiendo.
—Por otra parte, eso es lo que hace que tampoco él pueda protegerse de tus
incursiones. De hecho, como es su esencia la que está en ti, y tú puedes manejarla, a
ti te será mucho más fácil romper sus defensas que a él las tuyas, pues no puede
controlar el poder que está en ti.
»Así pues, vamos a comenzar. Harry, quiero que te sientes en esa silla, apuntes tu
varita hacia mí, relajes tu mente y pronuncies el hechizo. Pero quiero que lo hagas
antes de liberarte. Luego proyectarás tu mente hacia mí; las palabras y la varita te
ayudarán. ¿De acuerdo? Y no te olvides de protegerte durante el proceso.
Harry asintió, no muy seguro de poder hacer todas aquellas cosas a la vez. Se
sentó en la silla y cogió su varita, mientras Flammingan se sentaba en otra, delante de
él. Se relajó, como hacía cada noche, y, cuando empezaba a notar que se desprendía,
dirigió la varita hacia Flammingan y murmuró el hechizo, al tiempo que se liberaba. Un
momento después, sintió como si la mente le fuera arrancada del cuerpo y enviada
como un misil hacia el profesor. Sintió una especie de impacto indoloro y su presencia,
aunque no percibió ningún pensamiento ni ninguna emoción. Un segundo después,
sintió que era arrastrado de nuevo a su cuerpo, y, durante ese breve instante, percibió
una maldad inmensa y un gran odio, así como unas voces que no fue capaz de
entender.
Abrió los ojos y se encontró jadeando. Le dolía la cicatriz ligeramente. Flammingan
se levantó y se acercó a él, un poco preocupado.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó—. ¿Te duele la cicatriz?
—Sí —respondió Harry—. Le noté, le noté al volver... ¿Por qué? No es la primera
vez, pero fue tan rápido que no me explico...
—Es difícil de explicar, pues tu caso es único —le contestó Flammingan
calmadamente—, pero supongo que es por el esfuerzo. No protegiste tu mente,
¿verdad?
Harry negó con la cabeza.
—No..., no pude. No me dio tiempo, fue todo muy rápido, no podía pensar.
—Lo conseguirás mediante la práctica —le aseguró Flammingan—. Has percibido
a Voldemort porque tu mente quedó débil por el esfuerzo del hechizo, pero, a medida
que practiques, lo harás mejor y ganarás más control. Verás que es posible adiestrar a
la mente para que haga cosas aunque no seamos conscientes de ordenarlas; así es
como mantienes tus barreras de oclumancia, y así aprenderás a hacerlo mientras
practiques la legeremancia.
—¿Y mientras? —preguntó Harry, notando que el dolor de la cicatriz,
afortunadamente, comenzaba a remitir.
—Mientras Voldemort no se dé cuenta de tu situación de breve debilidad, no habrá
problema.
—¿Y cuánto tiempo tardará en percibirlo? —inquirió Harry.
—No lo sé. Si, como tú, nota la conexión a menudo, quizás no le dé importancia y
nunca lo haga. En todo caso, esto nos obligará a ir más deprisa. No debes perder ni
un solo día de clase, Harry, y debes practicar todas las noches, sin falta. Cuando antes
lo domines, más tranquilos estaremos todos.
—¿Teme que Voldemort pueda hacerme algo muy grave? —preguntó Harry,
estudiando atentamente la reacción del profesor.
—Con Voldemort, nunca se sabe. Recuerda lo que fue capaz de hacerte en verano
y también antes de Navidad —dijo Flammingan—. Volvamos a intentarlo. Pese a todo,
antes lo hiciste bien. Noté que estabas ahí, aunque tu presencia era débil.
—Yo también le noté a usted —respondió Harry.
—Hazlo de nuevo, vamos. Y esta vez, acuérdate de protegerte.
Harry asintió y se concentró de nuevo.
—¡Legeremens!
Sintió de nuevo cómo su mente se disparaba, y esta vez intentó hacer lo que el
profesor le había indicado, y protegió su mente, o, al menos, lo intentó. Percibió
súbitamente la presencia de Flammingan, y luego se vio proyectado de nuevo hacia
atrás, como si hubiera rebotado. Al hacerlo, distinguió de nuevo la maldad y el odio de
Voldemort, que se centraba en él, aunque en esta ocasión no sintió voces.
Abrió los ojos, jadeando por el esfuerzo, y con la cicatriz palpitándole otra vez,
aunque de forma no tan violenta.
—¿Te encuentras bien? —volvió a preguntarle Flammingan, mirándole con
atención—. ¿Has vuelto a sentirlo?
—Sí, un poco... —respondió Harry—. Es sólo su presencia, su maldad, su odio
hacia mí...
—Esta vez lo has hecho mejor. Te he notado más intensamente, y has sabido
protegerte. Descansa un poco y luego volveremos a intentarlo.
A Harry no le hacía gracia volver a hacer aquello, pero no protestó; había sido su
idea y seguiría hasta el final. No cometería el mismo error que había cometido con la
oclumancia, en quinto año. No, esta vez seguiría, pese al dolor, pese a las molestias.
Era un soldado, y tenía que hacerlo..., tenía que hacerlo por Ginny.
Tras unos minutos, el dolor se le calmó. Miró al profesor, que esperaba
pacientemente, y volvió a empuñar la varita con decisión.
—Estoy listo.
Flammingan se limitó a asentir, y, por tercera vez, Harry lanzó el hechizo.
Y esta vez, cuando notó la mente, o la presencia del profesor, o lo que fuera,
intentó forzar al máximo la duración del contacto. Durante unos segundos, que a él le
parecieron eternos, tanteó la superficie de aquella extraña sensación. No percibió
ningún pensamiento, ni recuerdo, pero sí notó una extraña y antigua tristeza. Luego,
se vio repentinamente devuelto a su cuerpo, y, como las veces anteriores, Voldemort
estaba allí. Su presencia era esta vez más potente y, aunque no escuchó voces,
resultó demoledora para Harry.
Abrió los ojos ahogando un chillido. El dolor de la cicatriz era una punzada horrible,
y, al mirar al profesor, lo vio todo borroso y sintió un mareo bastante fuerte.
—¡Harry! —exclamó Flammingan, ligeramente asustado, y corrió hacia él—. ¿Te
encuentras bien? —Le tocó la frente—. Estás frío y pálido, muchacho. Ya basta por
hoy. Esto que has hecho ha sido demasiado. ¡No te pedí que mantuvieras el contacto
y hurgaras! Necesitas más práctica, esto te ha agotado y te ha dejado sin fuerzas.
—Ya..., ya estoy mejor —musitó él.
—No, no lo estás —replicó el profesor—. Descansa un rato y luego vete a tu
cuarto. Le pediré a los elfos domésticos que te suban algo ligero y reconfortante a la
vez para cenar. Después quiero que te duermas y recuperes las fuerzas. Tu mente
necesita descansar.
—No... No. Quiero volver a hacerlo —repuso Harry con testarudez—. No puedo
detenerme a las primeras de cambio... Lo he notado, profesor. Él ha estado ocupado,
pero ahora es más fuerte...
—¿De qué hablas, Harry?
—De Voldemort —aclaró él, mirando a la cara al profesor, intentando mantener la
vista enfocada—. Lo he notado... La conexión es más fuerte, más poderosa. Él se ha
mantenido apartado también, porque le hace daño, pero si quisiera... podría hacerme
cosas terribles. Quizás yo también a él, no lo sé. El caso es que ahora puede hacerle
daño a Ginny más fácilmente que en verano. No sé muy bien por qué lo sé, pero no
puedo permitirlo. Tengo que aprender cuanto antes. Por ella. Por quien soy..., por lo
que soy.
—¿Y quién eres? —inquirió el profesor con tranquilidad, alzando una ceja.
—Soy el niño que vivió, soy el capitán de la Orden del Fénix, el enemigo de
Voldemort.
—¿Eso es lo que crees? ¿Estás seguro de que ésa es la respuesta a la pregunta?
—dijo Flammingan, sin apartar sus ojos de él—. Eres el niño que vivió y un soldado...
¿Nada más?
—Eso es lo que soy para Voldemort... y también para Dumbledore —añadió, con
cierta amargura que no supo disimular.
Flammingan le estudió durante unos instantes, muy fijamente, y Harry casi sintió
cómo si esa mirada lo desnudara por dentro, pero sabía, pese a la debilidad de su
mente, que al anciano mago no le sería fácil aquello. Notó además que algo, quizás
cierta lástima, se averiguaba en aquella penetrante mirada, y no le gustó.
—Quizás seas eso para Voldemort, muchacho, pero ¿estás seguro de que sólo
eres eso para Dumbledore? ¿No estarás equivocado?
—No, no lo creo —afirmó Harry.
—Bien..., no voy decir nada al respecto. Pero, eso sí, hoy no vas a practicar más.
Soldado o no, sigues siendo un alumno de este colegio y yo un profesor, y no puedo
permitir que corras peligro o te hagas daño.
Harry podía haberse dado por vencido uno par de minutos antes, pero ahora se
sentía más despejado, y el dolor había remitido. Se levantó y miró a su profesor con
determinación.
—No, no está —replicó—. Voy a hacerlo otra vez, y usted tiene que ayudarme, lo
ha jurado.
Flammingan le miró.
—¿Vas a obligarme a hacer algo que creo que es incorrecto? —inquirió el
profesor, un poco sorprendido—. ¿Vas a obligarme por el juramento?
—Si es necesario, sí —aseguró Harry.
—Creí que habías aprendido que ésa no es manera de hacer las cosas con lo que
le pasó al hermano de tu amigo Ron —repuso Flammingan tranquilamente—.
Obligaste a Hermione a ir contigo de forma indirecta, sabiendo que ella te seguiría.
Creí que habías aprendido esa lección y estabas arrepentido, pero veo que no.
Harry buscó algo para replicar, pero se acordó de Ron y Hermione, y se sintió
culpable y avergonzado.
—Lo..., lo siento —musitó, mirando al suelo—. Tiene razón. Será..., será mejor que
me vaya. Seguiré practicando por las noches.
—Que alguien te ayude —le indicó Flammingan—. Pero no hoy. Hoy descansa.
Harry asintió y se dirigió a la salida. Abrió la puerta, pero, antes de salir, se volvió
un segundo y miró al profesor de nuevo.
—Lo siento —repitió—. Yo..., yo no...
—No importa, Harry. Hasta mañana.
Harry no dijo nada más y abandonó el despacho. Se dirigió a la sala común y se
encontró allí a Ron y Hermione, que lo esperaban. En cuanto le vieron, ambos se
percataron de que no se encontraba bien.
—Harry, tienes mala cara —comentó Hermione, preocupada, mirándole con la
frente arrugada—. ¿Qué ha pasado?
—Es muy cansado practicar legeremancia. Me hace sentir débil y me duele la
cabeza —explicó.
—Tal vez comiendo algo... —sugirió Ron.
—No; voy a ir a acostarme. Sólo quiero dormir.
—¿Seguro que estás bien? ¿No quieres nada más? —inquirió Hermione.
Harry negó con la cabeza y subió por las escaleras, rumbo a su habitación. Se
tumbó en la cama sin cambiarse siquiera, cerró las cortinas y pronto se quedó
dormido, con la cabeza aún dándole vueltas.
33

El Pasado de Snape

—Feliz cumpleaños, amigo —murmuró Harry.


—Gracias, Harry —respondió Ron, alegre, mientras cogía el paquete que Harry
sostenía en una mano.
Acababan de levantarse, y Harry no había podido esperar a la tarde para darle su
regalo a Ron.
—¡Es genial! No tenías que haberte molestado... —dijo Ron, mientras examinaba,
maravillado, la caja que contenía el uniforme oficial del guardián de los Chudley
Cannons—. Es demasiado... Te habrá costado una fortuna.
—No pienses en eso —le pidió Harry, sonriendo ante la alegría de Ron.
—Lástima que no pueda usarlo en nuestros partidos —se quejó él—. Pero aún así,
es estupendo. ¡Muchas gracias!
—De nada. ¿Bajamos? Pronto será hora de ir a clase, y tal vez Hermione también
quiera darte su regalo ahora.
—Sí, vamos... —contestó Ron, distraído, y guardó el regalo en su baúl, mirándolo
embelesado.
—Yo también tengo un regalo para ti, Ron —dijo entonces Neville—, pero te lo
daré después. ¿Te importa?
—No, Neville —contestó Ron, sonriendo—. Pero no tenías que haberte molestado.
Los tres bajaron a la sala común, que estaba vacía excepto por Hermione, que les
esperaba al pie de la escalera, sonriendo.
—Feliz cumpleaños, Ron —susurró ella, acercándose a él y besándolo, no
apasionadamente, pero sí el suficiente tiempo como para que Harry se sintiera
incómodo y empezara a buscar algo a lo que mirar. Neville le sonrió y salió de la sala
común.
—Creo que esto me gusta más que tu regalo, Harry, lo siento —comentó Ron,
sonriente, aunque un tanto ruborizado, cuando él y Hermione se separaron.
—Tonto, esto no es tu regalo. Tu regalo te lo daré después.
—¿Hay más? —preguntó él, expectante.
—Luego —dijo Hermione, y los tres bajaron a desayunar.
Unos minutos más tarde, una lechuza revoloteó por el comedor y dejó una carta
frente a Ron.
—Supongo que será tu felicitación, ¿no? —comentó Harry, sirviéndose beicon de
una fuente.
Ron no contestó. Sostenía la carta en sus manos, pero no la miraba; observaba a
la lechuza con expresión triste.
Harry iba a preguntarle qué pasaba cuando se dio cuenta: la lechuza era Hermes,
que había sido de Percy.
—¿Estás bien? —preguntó Hermione, poniéndole una mano sobre el brazo
cariñosamente.
Ron cogió aire y asintió. La lechuza alzó el vuelo de nuevo, y él comenzó a abrir el
sobre.
—Mis padres me felicitan —contó, tras leerla—, pero no pueden ocultar la tristeza.
¿Por qué siempre ocurren cosas malas durante mi cumpleaños? —se quejó, y Harry
apreció un brillo de rabia en sus ojos—. El año pasado, Hermione, este año, Percy...
¿Por qué no puedo celebrarlo con tranquilidad?
Harry y Hermione se miraron, pero ninguno de los dos supo qué decir.
Ron mantuvo el aire de tristeza durante toda la mañana, pese a los intentos de
Harry y Hermione por animarlo, y no mejoró por la tarde: en la clase de
Encantamientos no logró hacer bien del todo ninguno de los hechizos curativos, a
pesar de que los que estaban practicando eran simples y ya los conocían.
—¿Qué podemos hacer? —le preguntó Hermione a Harry en voz baja,
preocupada, mientras observaba cómo Ron intentaba curarse, sin mucho éxito, un
corte en el antebrazo. Parecía ausente.
—Quizás la fiesta lo anime, no lo sé —opinó Harry. Miró unos instantes a su
amigo, y luego se volvió de nuevo hacia ella—. Oye, ¿podrías llevártelo un rato
después de clase? Mientras lo preparamos todo.
—Sí, está bien —asintió Hermione, y Harry se dio cuenta de que no había
protestado en absoluto por hacer una fiesta en medio de la semana.
Cuando finalmente terminó la clase, Hermione, como había dicho, le cogió la mano
a Ron y se lo llevó hacia fuera. Él la siguió con mirada interrogante, pero sin decir
nada.
Harry regresó a la sala común rápidamente, donde se encontró con Ginny.
—¿Y Ron? ¿Sigue deprimido? —preguntó ella, que tampoco parecía muy feliz.
—Sí —contestó Harry—. Está con Hermione. Se lo ha llevado, mientras lo
preparamos todo.
—Perfecto —manifestó ella—. Fred y George me han mandado un montón de
cosas de la tienda para la fiesta, será divertido —explicó, aunque no parecía muy
convencida de lo que decía.
—Tú también estás triste, ¿verdad? —le preguntó él.
—Sí —confesó, con un suspiro—. Sobre todo en momentos como éste, momentos
que se supone que deberían ser alegres y felices... Y Ron, al menos, tiene a
Hermione, yo... —musitó, y miró al suelo con abatimiento. Harry sintió una atroz
punzada de culpabilidad, y una vez más se preguntó si hacía lo correcto.
—No sólo tiene a Hermione —replicó, sin saber si lo que estaba diciendo era lo
apropiado—, y tú tampoco estás sola... Están ellos, y tus amigos, y..., y yo.
Ginny levantó la vista y le miró directamente a los ojos.
—Sí, estás tú —asintió—. Tienes razón, no estoy sola, y tú tampoco... Pero,
entonces... ¿por qué nos sentimos tan solos, Harry?
Harry no supo qué responder. Entendía a qué se refería Ginny, aunque él no
compartía del todo esa sensación. Tenía a Ron y a Hermione y aquel vínculo
extraordinario que los unía, y eso le impedía sentirse solo, pero comprendió que Ginny
no tenía aquella conexión con nadie, y, además, había perdido a Luna, su mejor amiga
aparte de Hermione.
—Da igual... —agregó ella seguidamente, sacudiendo la cabeza—. Se supone que
tenemos que alegrar un poco a Ron, en vez de añadir más personas tristes a la fiesta.
—No me gusta que estés triste —le dijo Harry, sintiéndose estúpido.
—Lo sé —asintió ella—, pero no puedes evitarlo, ¿no?
Aquello le dolió, porque sabía que sí podía evitarlo, o al menos aliviarlo... y sabía
que ella era también consciente de ello.
—Preparemos la fiesta, vamos —sugirió Ginny, poniendo fin a la conversación.
Harry asintió y sacó su varita para llamar a Dobby.
Cuando, quince minutos más tarde, Ron y Hermione regresaron a la sala común,
todo estaba ya preparado.
—Felicidades, Ron —dijo Ginny, acercándose a su hermano y sonriéndole, al
tiempo que le entregaba su regalo.
—Gracias, Ginny —musitó Ron, y esbozó una débil sonrisa, que se ensanchó al
ver la fiesta que había preparada para él.
Diez minutos más tarde, parecía haber olvidado su anterior tristeza, y hacía
bromas al tiempo que comía pasteles de crema.
—Parece que está un poco mejor, ¿no crees? —le comentó Hermione a Harry.
Sostenía en la mano una botella de cerveza de mantequilla.
—Eso parece, sí —asintió Harry—. Y me alegro por él. ¿Tú no has tenido nada
que ver? —le preguntó a su amiga.
—Tal vez —respondió ella, con aire de cierto misterio. No contó nada más, y Harry
no preguntó.
La fiesta terminó dos horas más tarde, aunque si por Ron hubiera sido, habría
continuado hasta medianoche. Sin embargo, era martes, y los deberes estaban allí,
esperándoles, con lo que, tras recoger la sala común, tuvieron que dedicarse a una
redacción de Pociones, y luego Ron tuvo que ponerse a practicar los hechizos que no
había logrado ejecutar en Encantamientos.
—¿Sabéis qué sería ahora un buen regalo? —les dijo a Harry y a Hermione a
medianoche, cuando estaban recogiendo sus cosas, muertos del cansancio. Eran los
últimos en la sala común.
—¿Qué? —inquirió Harry, cerrando su mochila.
—Que Slytherin perdiera contra Ravenclaw en el partido de este sábado. Eso sería
excelente.
—Ravenclaw se pondría en cabeza entonces —observó Harry.
—Sí, pero superaríamos a Slytherin, ¿verdad? Y luego, ganando a Ravenclaw por
el margen necesario, podríamos ganar la copa.
—Umh... —murmuró Harry, pensando en ello.
—Bueno, veo que tenéis todavía mucho de qué hablar —intervino Hermione
irónicamente, y bostezó—. Yo, con vuestro permiso, me voy a la cama, estoy muerta.
Ron la miró, se levantó con ella y le dio un beso.
—Hasta mañana —le dijo. Hermione le sonrió y se dirigió a las escaleras, pero
Ron siguió mirándola atentamente, como si la observara y, a la vez, viera algo más
allá—. Hermione... —la llamó, cuando ella estaba todavía en el primer escalón. Ella se
volvió hacia él, interrogante—. Gracias por todo —dijo Ron. Ella sonrió dulcemente, y
luego se perdió escaleras arriba.
—¿Ha pasado algo que deba saber? —le preguntó Harry a su amigo cuando éste
volvió a sentarse.
—Umh..., no, creo que no —respondió Ron—. Es decir, no creo que..., bueno...,
que te afecte.
—Ya, ya, tienes razón —le concedió Harry, levantando las manos—. Hay cosas
que prefiero no saber.
Ron esbozó una sonrisa.
—Oye, ¿de qué...? ¡Ah, sí, el partido de quidditch! Te decía que...
—Ron —lo cortó Harry—. Dejemos eso ahora, Podemos hablarlo mañana. Ahora
tengo algo más importante que comentarte —dijo, serio.
—¿El qué? —inquirió Ron, poniéndose serio también.
—Verás, necesito tu ayuda...
—¿Mi ayuda? ¿Para qué? —preguntó él, extrañado.
—El domingo por la noche no practiqué, y ayer estuve ensayando cómo evitar a
Voldemort cuando proyecto la mente, pero eso ya no es suficiente. Necesito alguien
con quien practicar.
Ron se tensó y miró a Harry con reticencia.
—¿Con quien practicar? —repitió—. ¿A qué te refieres?
—Necesito a alguien con quien practicar el hechizo, alguien con una mente que
pueda sentir.
—¿Quieres leerme a mí la mente? —inquirió Ron, nada convencido.
—No, no —se apresuró a negar Harry—. Todavía no puedo leer la mente. Sólo
puedo percibir la de una persona, pero te necesito para entrenar.
—Umh..., bueno, supongo que no me puedo negar —cedió Ron, aunque no
parecía muy convencido—. No duele, ¿verdad?
—No, no duele. Sólo notarás mi presencia, nada más.
—Está bien. Cuando quieras, entonces... ¿Qué debo hacer?
—Sólo siéntate ahí y no pienses en nada —respondió Harry mientras sacaba su
varita y se preparaba. Se concentró, miró a su amigo a los ojos, le apuntó con la varita
y murmuró el hechizo.
Al instante, sintió la ya conocida sensación de que abandonaba su cuerpo de
alguna manera y era impulsado en un torrente hacia otro lugar. Y percibió entonces la
mente de Ron, su esencia, su verdadera naturaleza. Ron, a diferencia de Flammingan,
no sabía oclumancia, y, como Harry comprendió en el instante en que sintió que
atravesaba a su amigo, no sólo lo tocaba, porque Ron y él poseían un vínculo que no
tenía con el profesor.
Sin poder evitarlo, vio a su mejor amigo al desnudo; vio todas sus emociones y
sentimientos; algunos que, sin duda, ni siquiera era consciente de poseer. Sintió
tristeza y miedo, pero también fuerza y decisión, percibió cierta autocompasión y un
débil, aunque aún presente, complejo de inferioridad; pero, sobre todo eso, lo que
Harry sintió fue amor. Amor por su familia, amor por él, amor por Hermione. Por
Hermione... Harry sintió cómo toda su mente se estremecía por aquel sentimiento tan
inmenso, tan fuerte y tan intenso que lo sobrepasaba, que lo invadía, que lo llenaba.
Sintió que sus defensas caían, y se vio de nuevo arrastrado a su cuerpo. Y cuando
estaba apunto de volver, notó, como tantas otras veces, la presencia malévola de
Voldemort, pero en esta ocasión no le hizo daño, sino al revés: esa presencia
malévola, llena de odio, se revolvió, herida.
Abrió los ojos y notó una palpitación en la cicatriz, aunque no resultaba dolorosa.
La presencia de Voldemort no había podido hacerle daño esta vez.
Esta vez, había sido él, o mejor dicho, él y Ron, los que le habían hecho daño a
Voldemort, lo sabía.
—¿Qué..., qué ha pasado? —preguntó Ron, que tenía los ojos muy abiertos y
jadeaba ligeramente.
—No..., no estoy seguro —respondió Harry—. Nunca había hecho algo así. Creo
que es por nuestra conexión... ¿Qué sentiste?
—A ti —respondió Ron—. A ti, mucho más fuerte que nunca, excepto cuando usas
la Antorcha. Y... también me sentí a mí mismo. Es... algo raro.
—Sí, para mí también lo fue —asintió Harry—. No esperaba que esto fuera a
pasar. Lo siento, no..., no quería invadirte ni... ver nada que tú no quisieras que yo
viese.
—¿Viste algo? —quiso saber Ron.
—No, ver no. Sólo sentí... cosas. Fue muy extraño, no sé explicarlo bien. —Miró a
su amigo fijamente—. Es mejor que lo dejemos. Entre nosotros esto es demasiado
fuerte.
—Pero tú lo necesitas, y Ginny necesita que tú lo aprendas —replicó Ron—. Si
para eso tienes que invadir mi mente, adelante. Estoy dispuesto a ello.
Harry le miró, sorprendido, pero no mucho. Después de todo, acababa de verle sin
ningún tipo de disfraz. No le extrañaba que estuviera dispuesto a sacrificarse por su
hermana.
—Está bien —asintió Harry—. Esta vez intentaré controlarlo, para no perder el
control.
Ron asintió. Harry le apuntó de nuevo con la varita y murmuró las palabras.
Fue aún más rápido. Antes incluso de poder darse cuenta, estaba de nuevo en
contacto con Ron. Intentó no entrar en él, pero le fue difícil, y al volver de nuevo a su
cuerpo sintió como si parte de Ron volviera con él, y en esta ocasión no percibió a
Voldemort.
—¿Estás bien? —preguntó Harry al abrir los ojos.
—Sí —contestó Ron—. Esta vez fue un poco distinto. Como... más rápido.
—Sí, fue más rápido..., y más preciso —confirmó Harry—. Estoy mejorando
—añadió, un poco sorprendido.
—¿Cómo? —preguntó Ron—. ¿Flammingan te enseñó a hacerlo?
—No —dijo Harry—. No... Me enseñó las bases, pero no tanto... Es por Voldemort,
y por la Antorcha —añadió, pensativo—. Voldemort es extraordinariamente hábil en
legeremancia, quizás el más hábil mago en esa técnica que haya habido. Sé hacer
esto igual que sé las demás cosas, a través de él. Y la Antorcha también tiene que ver.
Con ella la legeremancia es sencilla. E igual que ha dejado esta huella tan profunda en
nosotros, ha dejado una marca muy importante en mi mente... —Se calló un momento
y se miró las manos, como ido; luego, tras unos segundos, habló de nuevo—: Me
pregunto qué soy capaz de hacer...
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Ron.
—Fíjate en los poderes que tenemos, Ron, en los que tengo yo. Poderes de
Voldemort. ¿Recuerdas esa especie de... ataques, que me daban el año pasado
cuando me enfurecía?
—Sí. Ya no los tienes.
—No. Desde que empecé a usar la Antorcha conseguí mucho más control. Luego,
cuando aprendí a utilizar mis poderes sin la varita, simplemente... desaparecieron. A
veces lo noto, ahí dentro, cuando me enfado, pero ya no me domina.
—Eso es bueno —opinó Ron—. Sin eso, él ya no puede poseerte y dominarte
como pretendió hacer, ¿no?
—No, supongo que no. —Suspiró—. En fin, creo que es mejor que lo dejemos por
hoy. Gracias por tu ayuda.
—No hay problema —dijo Ron—. ¿Quieres que te ayude mañana también?
—Sí, me iría bien —asintió Harry, agradecido.
Ambos amigos se levantaron y subieron a acostarse.

Durante el resto de la semana, ambos siguieron con aquella rutina: se quedaban los
últimos en la sala común, y luego practicaban. No lo hacían más de dos o tres veces,
pero era suficiente. Harry notaba que sus incursiones eran cada vez más fuertes, y
que, si no se contuviera, sería perfectamente capaz de explorar la mente de Ron. Sin
embargo, no quería hacerlo mientras no tuviera control sobre ello, no sabía qué podía
provocar.
—Me estáis ocultando algo, lo sé —comentó Hermione de pronto, mientras los tres
amigos avanzaban hacia el campo de quidditch, en medio de la multitud, el sábado
siguiente, por la mañana.
—¿Cómo? —preguntó Ron, sin evitar ponerse un poco nervioso ante la mirada
suspicaz de su novia—. ¿Por qué dices eso?
—No sé, es una impresión que tengo.
—¿Una impresión? —inquirió Harry, queriendo parecer tranquilo—. ¿Ahora te
dedicas a la adivinación?
Hermione lo miró con severidad.
—No te burles, Harry, sé que es cierto que me ocultáis algo, no me lo neguéis.
¿Qué es?
—Eh... —musitó Ron.
—¡Hagrid! —gritó Harry de pronto, dando gracias mentalmente al ver al
guardabosques salir de su cabaña. Se dirigió hacia él—. ¿Vienes a ver el partido?
—Sí, a eso iba... ¿Qué tal os va? —les preguntó—. Últimamente sólo os veo en las
clases, no venís a verme desde... buf, ¡desde antes de Navidad!
—Lo siento, Hagrid —dijo Hermione, con expresión culpable—. Últimamente, con
todo lo que ha pasado...
—Sí, sí, lo entiendo —asintió el semigigante, pesaroso—. Sé que habéis estado
muy ocupados, además. De todos modos, os veo más animados.
Ron esbozó una sonrisa triste.
—Gracias por tu regalo de cumpleaños, Hagrid —dijo. Le había enviado un pastel
de nata y chocolate (que nadie había probado, por si acaso).
—¡Oh, no fue nada! —exclamó Hagrid, contento—. ¿Te gustó?
—Sí, sí, muy... rico —musitó Ron, evitando mirarlo a la cara.
Los cuatro amigos se sentaron juntos en las gradas. A su lado se colocó todo el
equipo de quidditch, querían ver el partido juntos. Todos estaban nerviosos, porque el
resultado de aquel encuentro sería decisivo para sus aspiraciones de ganar la copa.
El partido fue interesante, y además rápido. Para alegría de los de Gryffindor, Orla
Quirke, la nueva buscadora de Ravenclaw, era muy ligera y veloz. Diez minutos
después de comenzar el partido, cuando Slytherin ganaba por cincuenta a veinte,
atrapó la snitch a ras del suelo, cerca de las gradas, ganándole a Malfoy por varios
metros. Harry no supo si disfrutó más sabiendo que de nuevo tenían posibilidades de
conseguir la copa o viendo la forma en que Malfoy, humillado, tiraba la escoba al suelo
con rabia.
—¡Ha sido estupendo! —exclamó Ron, pletórico, cuando volvían al castillo—. ¿Os
dais cuenta? —les preguntó a Harry y a Ginny—. ¡Tenemos posibilidades reales de
ganar el campeonato!
—Sí, es fantástico —corroboró Harry—. ¿Visteis la cara de Malfoy cuando Quirke
atrapó la snitch?
—Se lo tiene bien merecido, por lo que te hizo en el otro partido —comentó Ginny.
Llegaron a la sala común y se dejaron caer en los sillones. Tenían bastantes
deberes que hacer, pero en ese momento ni a Harry ni a Ron les apetecía en absoluto
trabajar.
—Bueno —dijo Hermione, sentándose frente a ellos y mirándoles fijamente—. No
creáis que me olvidé de lo que estábamos hablando antes del partido —les espetó.
Ron y Harry cruzaron una mirada.
—Está bien —se rindió Harry—. Ron ha estado ayudándome a practicar
legeremancia desde el martes.
—¿Quieres decir que estás atacando su mente? —inquirió Hermione, un tanto
preocupada.
—No —contestó Harry—. Sólo siento su presencia; intento evitar en lo posible
conocer sus sentimientos y emociones, aunque no es sencillo. Nuestro vínculo facilita
mucho esas cosas.
—He estado practicando un poco de oclumancia, pero no es nada fácil —añadió
Ron—, sobre todo, porque no es mis recuerdos lo que Harry percibe.
—No, porque no soy capaz de meterme en tu mente; al menos, no todavía
—explicó Harry—. Lo que percibo lo hago a través de tu esencia, por lo que la
oclumancia no te servirá de mucho.
—Pero a ti te sirve —repuso Hermione.
—Porque la domino completamente —aclaró Harry—. Pero Ron no.
—¿Y por qué no me habíais contado esto, si puede saberse? —quiso saber la
chica, un poco molesta.
—Bueno...
—Porque no quería que te prestaras como cobaya —confesó Ron. Hermione le
miró—. Que invadan tu mente a veces es... desagradable e incluso un poco
vergonzoso.
—Tú tampoco tenías por qué hacerlo —repuso Hermione.
—No, pero así Harry mejorará antes. Tiene que aprender pronto para poder ayudar
a Ginny. Yo soy su hermano, y, por tanto, soy quien debe sacrificarse.
—De todos modos, podíais habérmelo dicho —protestó ella, aunque no parecía
enfadada.
—Te hubieras ofrecido para ayudar, o habrías puesto peros, y lo sabes.
—¡No habría puesto peros! —se defendió Hermione. Ron alzó una ceja,
escépticamente—. Bueno, vale, os habría dicho que tuvierais cuidado, ¡pero nada
más! Esta noche me quedaré con vosotros, quiero verlo.
—Como quieras —dijo Harry, encogiéndose de hombros.
Y así, aquella noche, cuando la sala común quedó vacía, Harry se dispuso a
practicar con Ron, mientras Hermione observaba, muy atenta.
Harry atacó a Ron tres veces, y las tres muy rápido. Había mejorado mucho, y,
aunque no intentaba hurgar en la mente de Ron, era consciente de que, si quería,
podría hacerlo.
—¿No deberíais dejarlo ya? —les preguntó Hermione, preocupada, viéndolos a los
dos, cansados y respirando agitadamente.
—Sí, creo que ya es suficiente —asintió Harry—. Esto ya lo domino.
—¿Por qué no pruebas a..., bueno, no sé, a analizarme? —preguntó Ron.
Hermione le miró con preocupación.
—¡No! Harry aún no está preparado, no sabes lo que podría pasar.
Ron la miró a ella y luego a Harry.
—Tiene razón —confirmó éste—. No tengo tanto control, no sé qué podría
suceder. Aunque estoy bastante seguro de que, si utilizo la Antorcha, sería capaz de
hacerlo a la perfección.
—Tal vez deberías probarlo —sugirió Ron.
—Tal vez, pero no hoy —dijo Harry—. Estoy cansado, y tú también, es mejor que
nos vayamos a la cama.
—Sí, yo también —declaró Hermione, y los tres, tras despedirse, subieron a sus
respectivas habitaciones.

Al día siguiente, antes de que llegara la hora de acudir a la clase con Flammingan,
Harry subió a su cuarto, que estaba vacío, y abrió su baúl. Cogió la Antorcha de la
Llama Verde y la miró durante un momento; luego, la encendió.
La llama iluminó la habitación, y Harry sintió de nuevo cómo su mente se abría,
expandiéndose. Sin embargo, llevaba mucho tiempo sin encender la Antorcha y no
estaba preparado para lo que sintió.
A Voldemort.
A Voldemort, mucho más cercano, mucho más presente..., y más amenazador. Su
presencia parecía ensombrecerlo todo, pero Harry no se dejó amilanar. Cerró los ojos
y buscó, buscando en el poder de la Antorcha la razón de su funcionamiento,
intentando asimilar su poder para poder emplearlo por sí mismo en la legeremancia. Y,
al hacerlo, se dio cuenta de que aquellas clases habían servido de mucho, porque
sentía que dominaba la Antorcha más que nunca, como si fuera parte de él. Y
descubrió que, realmente, así era: cuanto más la usaba, más parte de él se volvía.
Tras estar un rato concentrado volvió a apagarla y la dejó de nuevo en el baúl.
Sintiéndose mucho más capaz que antes bajó de nuevo las escaleras, se despidió de
Ron y Hermione y se dirigió al despacho de Flammingan.
Cuando llegó frente a la puerta sintió un confuso ruido de conversaciones
procedente del interior. Sin imaginarse qué podría pasar, llamó a la puerta, y alguien le
dijo «adelante».
Abrió la puerta y pasó, y se encontró no sólo a Flammingan, sino también a
Dumbledore y a Snape. Dumbledore y Flammingan parecían preocupados y afligidos,
pero Snape, por el contrario, parecía más bien molesto.
—¿Qué sucede? —preguntó Harry.
—Los mortífagos han secuestrado a Gudgen Misson —explicó Flammingan con la
voz cargada de pesar—. Sucedió hace una hora. Mataron a su guardaespaldas y se lo
llevaron a él.
—¿Quién es Gudgen Misson? —quiso saber Harry, que nunca había oído aquel
nombre.
—Mi sustituto como Jefe de Inefables en el Departamento de Misterios —aclaró el
profesor.
—¿Su sus...? ¿Y por qué querría...? —Pero no terminó la pregunta. Recordó las
muertes y los ataque al Departamento, así como la visión que había tenido una
semana antes—. Era él... Era a ese hombre a quien quería Voldemort. Sigue
empeñado en conseguir algo del Departamento, ¿verdad? —Harry los miró a todos—.
¿Qué es lo que quiere de allí?
—Nada de lo que hay allí puede servirle a él para nada —respondió Dumbledore
tranquilamente—. No sabemos qué busca ni por qué. De todos modos, eso a ti no te
concierne, Harry. Tú debes seguir practicando legeremancia para dominarla cuanto
antes y que tu mente vuelva a estar a salvo.
Harry no estaba muy de acuerdo en aquello de que no le concernía, pero asintió.
Tampoco terminaba de creer lo que le decían. ¿Sería posible que ni el director ni el
profesor de Teoría de la Magia supieran qué podía buscar Voldemort en el
Departamento?
—Bueno, Albus, es mejor que nos vayamos —dijo Flammingan—. Quiero saber
qué pasa. Ese hombre era amigo mío... Lo que le pasó a él podría haberme pasado a
mí.
—Espere —intervino Harry, que no entendía nada—. ¿Se van? ¿Y la clase? ¿No
la tenemos?
—Por supuesto que la tendrás —dijo Flammingan—. Por eso está aquí el profesor
Snape. Está al tanto de tus progresos y sabe lo que hay que hacer. Ahora, si nos
disculpas... —Y los dos ancianos salieron rápidamente del despacho, dejando a Harry
boquiabierto y sin saber qué decir.
Miró a Snape y vio que el profesor de Pociones no parecía nada contento. Ahora
Harry entendía por qué.
—Esto me resulta muy desagradable, Potter —declaró Snape, mirándole fijamente
—. Si tuviera alternativa, no haría esto.
—Para mí tampoco es agradable... señor.
—Hice constar mi opinión de que una semana de retraso no te haría daño, pero
tanto el director como el profesor Flammingan han manifestado una opinión contraria a
la mía, y, debido al... juramento, no puedo negarme. Por tanto, si tenemos que hacer
esto, hagámoslo cuanto antes.
Harry estuvo tentado de decirle que le autorizaba a no darle esa clase. De hecho,
entre la repentina noticia del secuestro y ahora esto, se encontraba un poco aturdido.
Sin embargo, se acordó inmediatamente de Ginny y se obligó a sí mismo a continuar.
Cuanto antes estuviera preparado, antes podría indagar qué le había pasado, y,
quizás, sondear también a Voldemort.
—¿Qué quiere que haga?
Snape se acercó a la mesa, donde se encontraba el pensadero de Dumbledore.
Harry no se había fijado en él hasta aquel momento. El profesor empezó a sacar
hebras de pensamiento con su varita y las depositó en la vasija de piedra.
—Ya vi su peor recuerdo, ¿por qué hace eso? —se atrevió a preguntar Harry.
Snape terminó lo que estaba haciendo y luego le miró.
—Aquel no era mi peor recuerdo —respondió—. Quizás el más... humillante, si lo
prefieres. De todos modos, a ti no te incumbe el motivo por el que deseo yo ocultar
ciertas cosas de mi vida.
—Lo he captado —dijo Harry lacónicamente, y repitió—: ¿Qué quiere que haga?
Snape se apartó del escritorio y se sentó en una silla.
—Haz lo mismo que hacías hasta el momento; lo que hiciste en tu última clase con
el profesor Flammingan.
Harry asintió, apuntó a Snape y, sin casi concentrarse, lanzó el hechizo.
—¡Legeremens!
De nuevo sintió (aunque era tan rápido que apenas lo apreciaba) cómo su mente
salía al encuentro de su objetivo, y percibió pronto la presencia de Snape. Al hacerlo,
se detuvo, y notó que la mente de su profesor estaba prácticamente blindada y que no
podría atravesarla. Sin embargo, logró percibir algo, un temor... El temor a que Harry
lograra romper aquellas defensas y viera algo que no debía ver.
Harry abrió los ojos y miró a Snape, que le observaba con el ceño fruncido. Se
preguntó si los temores de Snape se referían a algo en concreto o a su vida en
general.
—Me has sondeado —dijo Snape, con cierta ira.
—Es lo que usted me pidió —se defendió Harry—; lo que hice la última vez. De
todas formas, ¿qué teme? Usted estaba blindado contra mí.
—No preguntes lo que no te atañe, Potter. Veo que eres capaz de hacer lo básico.
Mejor de hecho, de lo que el profesor Flammingan me había dicho. —Harry notó, para
su satisfacción, que Snape estaba sorprendido—. Hoy progresarás hasta la
legeremancia básica: quiero que, cuando llegues a mí, me sondees y me digas en qué
estoy pensando.
—¿Cómo lo hago?
—Entra y busca. Hasta ahora has efectuado una conexión superficial a mi esencia.
Ve a mi mente, y una vez allí, busca. Tienes que decirme en qué estoy pensando, y
eso es lo primero que verás... si lo consigues.
Los labios de Snape se curvaron en una ligera sonrisa y Harry supo que el
profesor lo estaba desafiando.
—Está bien —asintió. Estaba dispuesto a mostrarle de lo que era capaz.
—Hazlo cuando yo te lo indique. Sólo cuando yo te lo indique —ordenó,
recalcando la palabra «sólo».
Harry supo que Snape se estaba preparando para ocultar todo excepto un
pensamiento, y se preguntó qué vería, si lograba ver algo.
—Hazlo —le mandó el profesor.
Harry estaba preparado y concentrado. Apuntó y murmuró, con fuerza y decisión:
«¡Legeremens!»
Inmediatamente sintió que entablaba contacto con Snape, con su esencia, y buscó
su mente. No sabía bien cómo hacerlo, pero descubrió que el instinto lo guiaba. No
obstante, descubrió también que Snape estaba oponiendo gran resistencia a su
avance, más de la que debería poner si su intención era que Harry aprendiera. Eso le
enfureció, perdió la concentración y abrió los ojos, notando una desagradable
palpitación en la frente. Se había dejado enfadar con al mente al desnudo, y había
percibido a Voldemort, algo que hacía días que ya no le pasaba. Snape sonrió.
—Debes poner más empeño, Potter. Si crees que te dejaré entrar así como así,
estás muy equivocado. No obstante —añadió—, tu intento fue en la dirección correcta.
Ahora vuelve a hacerlo y demuestra si eres digno de lo que se opina de ti.
Harry apretó los dientes y la varita.
«Tranquilízate —pensó—. Si te enfureces, perderás el control y Voldemort te hará
daño. Concéntrate, recuerda lo que sabes, lo que aprendiste con la Antorcha.»
—Cuando quieras —dijo Snape.
Harry le apuntó, y con más determinación aún que antes, lanzó el hechizo.
Esta vez entabló contacto con la mente de Snape con más rapidez, e intentó
concentrarse y vencer la resistencia que se le oponía. Sabía que Snape no estaba
empleando oclumancia a fondo, pues, si así fuera, no tendría opciones. Sólo estaba
creando una resistencia y ocultando sus otros recuerdos. Tenía que poder...
Insistió un poco más, pero la barrera no cedía. Entonces, dejó de hacer fuerza y
empezó a retroceder, y, cuando notó que Snape se relajaba, volvió a atacar con todas
sus fuerzas. El profesor no esperaba aquello, y, durante un par de segundos, antes de
volver a abrir los ojos, vio aquello en lo que el profesor pensaba: una imagen de él, de
Harry, cayendo de la escoba, derrotado, en el primer partido de quidditch de la
temporada.
Snape sonrió, aunque de forma vacilante, un tanto sorprendido por el ataque, y
Harry le fulminó con la mirada. ¿Por qué había elegido precisamente aquel recuerdo?
Sin embargo, se sintió satisfecho. Lo había logrado, y además había percibido, aparte,
otros sentimientos: sorpresa y confusión, al notar que había entrado finalmente en su
mente.
—No ha estado mal —comentó Snape, mirándole fijamente—. Volvamos a probar.
Harry estaba un poco cansado por el esfuerzo que había tenido que hacer, pero se
preparó de nuevo. El pensamiento de Snape le había puesto furioso, y quería
demostrarle al profesor de lo que era capaz. Sí, esta vez iba a concentrarse bien y a
poner todo su poder para atravesar las defensas de Snape.
—Vamos, Potter, estoy listo —lo desafió el profesor, con un leve matiz de
desprecio.
Harry sintió que lo invadía la ira. Se concentró lo mejor que sabía, y miró al
profesor directamente a los ojos. Le apuntó con la varita y concentró todo su poder, tal
y como había aprendido a hacerlo con la Antorcha. Relajó su mente, a pesar de que
hervía de rabia, y recordó todo lo que sabía y todo lo que había aprendido antes,
cuando había encendido la Antorcha.
—¡Legeremens! —exclamó, con todas sus fuerzas.
Y su mente fue, como un torbellino, al encuentro de la del profesor. Harry sintió,
literalmente, que se estrellaba contra ella, y que las defensas de Snape, más sólidas
que antes, temblaban, pero no cedían. Eso, en lugar de desanimarlo, sólo le hizo
sentirse más rabioso. Sintió cómo su poder aumentaba, como lo había hecho en
incontables ocasiones antes, y entonces recordó que Snape le había salvado la vida, y
que él se la había salvado al profesor... Había un vínculo entre ellos.
Sin saber muy bien cómo, sólo dejándose guiar por el instinto, como lo hacía
cuando usaba la Antorcha, empleó todos sus conocimientos para abrir ese vínculo, y,
para su sorpresa, lo consiguió. Fue como si hubiese metido una cuña en la defensa de
Snape, y aplicó todo su poder y su voluntad en ella.
No estaba preparado para lo que ocurrió a continuación. Sintió que se hundía en la
mente de su profesor, más allá de lo imaginable, destrozando todo intento de éste por
detenerlo. Sintió que se hundía como lo había hecho en la mente de Voldemort, o casi,
y un remolino de recuerdos lo invadió, recuerdos que no eran suyos.
Vio a un hombre de nariz aguileña y ojos fríos mirarle con severidad desde lo alto.
Era su padre, el padre de Snape. Le estaba gritando... Luego la imagen fue sustituida
por otras, y vio en ellas a su propio padre, James Potter, y sintió el inmenso odio que
Snape le tenía. Vio escenas de humillación, momentos cargados de rabia y odio... y
envidia. Envidia por que James era popular; envidia porque James tenía amigos;
envidia porque tenía una buena familia...
Entonces esas imágenes se disolvieron y fueron sustituidas por un recuerdo muy
nítido: un funeral, el funeral de su madre. Vio que apenas había gente allí, sólo él, su
padre y algunas personas más, y lo más nítido y claro de aquel recuerdo era la
expresión de su padre: una expresión de absoluta y total indiferencia.
Harry sintió una sacudida, como si intentaran expulsarle, y por un momento casi
sucedió así, pero finalmente, en lugar de ser expulsado, un nuevo recuerdo invadíó su
mente:
Había un hombre delante de Snape, al que Harry no reconoció. El hombre decía
algo y se volvía, y entonces Snape, con frialdad, le apuntaba con su varita, le lanzaba
un rayo naranja que lo atravesaba y el hombre se desplomaba con un grito, muerto...
—¡¡YA!! —oyó, y se sintió expulsado con una fuerza enorme. Cayó hacia atrás y
se golpeó la cabeza con al suelo. Se irguió unos segundos después, jadeando y
frotándose la zona dolorida. Snape le miraba con una furia infinita. Estaba pálido,
sudaba y parecía a punto de lanzarle un hechizo... Un hechizo. Entonces Harry se dio
cuenta y, olvidándose de su dolor, apuntó al profesor con la varita.
—¿Cómo te has atrevido? —susurró Snape—. ¿Cómo has podido...? ¡¿Cómo
hiciste eso?! ¡Has hurgado en mi mente! ¿Cómo lo hiciste?
Pero Harry no escuchaba. Agarró la varita con más firmeza y se tensó, como si
estuviera a punto de comenzar un duelo.
—Usted... Usted mató a ese hombre a sangre fría.
Snape hizo un movimiento repentino y miró a Harry fijamente.
—Lo viste.
—Sí, lo vi... Suelte la varita —le ordenó Harry.
—¿Cómo dices? —Snape ya no parecía furioso, sino desconcertado.
—Suelte la varita —repitió Harry.
—¿Se puede saber qué te pasa? —dijo Snape, frunciendo el ceño.
—Le estoy diciendo que suelte la varita... o se la quitaré yo.
—No juegues conmigo —le advirtió Snape—. No me apuntes. ¿Cómo te
atreves...?
—Suéltela —ordenó Harry de nuevo. No atendía a razones. Estaba preparado
para un combate, y si tenía que actuar..., actuaría.
—¿Por qué habría de hacerlo? —inquirió Snape, examinando a su rival con toda la
frialdad de la que era capaz.
—Usted me mintió: el año pasado me dijo que no había matado nunca a nadie,
¿recuerda? Me lo dijo..., y yo acabo de ver que no es verdad. Mató a un hombre a
traición, por la espalda... ¿Se lo ordenó Voldemort?
—¿Qué?
—¿Le ordenó Voldemort matar a ese hombre? ¿Quién era? ¿Algún auror?, ¿algún
descendiente de muggles? ¡Dígamelo! ¿Por qué no está en Azkaban, si mató a un
hombre?
—Porque nadie lo sabe, excepto otra persona y yo, y ahora tú —respondió Snape
—. ¡Y baja la varita! No tengo por qué darte explicaciones.
—Le denunciaré —declaró Harry—. Y pensar que confié en usted... a pesar de
todo.
—No sabes de lo que estás hablando —repuso Snape, furioso—. ¡No tienes ni
idea de nada, Potter!
—Me gustaría saber qué diría el profesor Dumbledore si lo supiera —comentó
Harry, sin bajar la varita y atento a cada movimiento de Snape—. Me gustaría saber
qué opinaría.
—El caso es que ya lo sé —dijo una voz tranquila a sus espaldas.
Harry se volvió rápidamente y se encontró a Dumbledore, que le miraba, muy
serio, desde la puerta.
—¡Profesor! ¿Cómo dice que lo sabe? —preguntó Harry, desconcertado—. ¿Usted
sabía que mató a una persona? ¿Lo sabía y aún así declaró en su favor? —Harry no
podía creerlo.
—Sí, lo sabía —respondió Dumbledore, entrando en el despacho y cerrando la
puerta detrás de él.
Harry le miró unos segundos, incrédulo, y luego frunció el ceño, furioso.
—¿Sabía que era un asesino y le dejó dar clases aquí? ¿Está loco?
—Harry, tú también mataste a gente, y estás aquí. Sigo confiando en ti.
—¡Yo no maté a gente inocente! —gritó Harry—. ¡Y lo hice para salvar mi vida y
las de mis amigos! ¡No puede comparar...!
—¡Tú no tienes ni idea de quién era ese hombre! —bramó Snape, fuera de sí—.
¡CÁLLATE YA! —gritó, y de su varita saltaron chispas.
—¡Severus! —lo reprendió Dumbledore, con voz firme—. ¿Cómo vio eso,
Severus?
—No lo sé —respondió Snape—. No lo comprendo bien. Sólo sé que cuando quise
expulsarle ya era tarde.
—¿Qué me están ocultando? —quiso saber Harry, furioso pero también lleno de
curiosidad. Miró a Dumbledore—. Hace tiempo me dijo que confiaba en él —señaló a
Snape—, y no me quiso decir por qué. ¿Tiene esto algo que ver? ¿Quién era ese
hombre?
Dumbledore miró a Snape.
—Severus, creo que deberías contárselo.
—¡No! —respondió éste—. ¡No voy a desnudar mi vida ante él!
—Tiene derecho a saberlo.
—¿Qué tengo derecho a saber? —preguntó Harry, un poco menos furioso y cada
vez más confuso.
—No puedo obligarte a que lo hagas —le dijo Dumbledore a Snape con voz
calmada. Éste miró al suelo—. Pero tal vez deberías dejar ya de encerrarte tanto en ti
mismo. Al fin y al cabo, ambos habéis tenido una infancia difícil, ¿no es así?
—Él no tiene por qué saberlo —repuso Snape.
—Severus, tiene derecho a una explicación. Tiene mucho que agradecerte.
Harry miró al director sorprendido. ¿Que él tenía mucho que agradecerle a Snape?
—Eso no tiene que ver.
—Creo que ya es hora de terminar esta absurda confrontación entre los Potter y tú,
Severus. Creo que puedes confiar en Harry. Tienes que contárselo todo, o no lo
entenderá.
—No me importa que no lo entienda.
Harry miró a Snape, que parecía debatirse en una lucha interna. Finalmente, tras
unos minutos, y pese a lo que había dicho, comenzó a hablar, sin mirar a nadie.
—Mis abuelos, los padres de mi padre, eran bastante ricos —dijo—. Eran una
familia de magos de sangre limpia de larga tradición. De la clase más rancia de magos
de sangre limpia —añadió, con un deje de desprecio en la voz. Harry arrugó la frente
al oírlo, pero no dijo nada. Snape parecía estar muy concentrado en su relato, y pensó
que, si se le interrumpía, quizás no sería capaz de contarlo.
—Mi padre era unos cinco años mayor que mi madre, y se conocieron cuando ella
terminó en Hogwarts. Se casaron un año después, y, año y medio más tarde, nací yo.
Por entonces, podría decirse que eran felices y que vivían bien. Cuando nací, mi casa
era un buen hogar.
—Pues, por lo que yo vi, sus padres...
—No me interrumpas —espetó Snape, lanzándole una mirada fulminante. Harry se
calló. El profesor miró de nuevo al infinito y, tras unos segundos, reanudó su relato.
»Yo no lo supe hasta años después de salir de Hogwarts, pero mi madre no era
una sangre limpia, como mi padre pensaba que era cuando se casaron. Si lo hubiera
sabido, seguramente no se habría casado con ella. —Aquello sorprendió a Harry, que
siempre había imaginado a Snape como un mago de sangre limpia—. Mi madre era
hija de magos, pero su madre era hijo de muggles; mi madre era una sangre mestiza,
como tú —añadió, mirando a Harry—. Ella no me lo dijo nunca, pero mi padre lo
descubrió poco después de que yo naciera. Un conocido de mis abuelos lo descubrió,
y se lo contó a ellos y a mi padre. Al saberlo, mi abuelo se enfureció muchísimo, pero
no más que mi padre. Cuando regresó a casa aquel día, se enfrentó a mi madre y ella,
llorando, lo reconoció. Mis abuelos esperaban que mi padre la repudiara y la echara de
casa, pero él no lo hizo, y ellos jamás se lo perdonaron; dijeron que había deshonrado
a la familia y que ni él, y menos yo, merecíamos nada de lo que poseían:
desheredaron a mi padre y le quitaron todo. Yo era muy pequeño aún, pero recuerdo
que aquellos fueron años difíciles, y mi familia lo pasó muy mal hasta que mi padre
volvió a salir adelante.
»Pero mi padre había sido el heredero de una fortuna, siempre había vivido bien, y
jamás le perdonó a mi madre haberlo perdido todo. Le echaba la culpa. Convirtió la
vida de ella en un infierno. No le permitió educarme y le prohibió que me contar alguna
vez lo que ella era. Mi madre nunca volvió a ser feliz ni a sonreír, y, finalmente, cayó
enferma. Murió en verano, después de mi cuarto año en Hogwarts.
Harry abrió la boca, sorprendido. Luego recordó lo mucho que su propio padre y
Sirius habían humillado a Snape el año siguiente, y no pudo menos que sentir lástima
por él.
—¿Y por qué su padre, si la odiaba tanto, no la dejó? Hubiera sido mejor para los
dos, ¿no? —inquirió Harry.
Snape le dirigió una mirada indescifrable.
—Porque mi padre la amaba, y eso era lo que más odiaba de ella. Por eso, pese a
ser una sangre mestiza, pese a haber perdido todo por ella, no la dejó. No podía. La
quería, y la odiaba por ello.
—Pero, en el funeral... —repuso Harry—, él no parecía afectado.
—Mi padre nunca permitió que nadie supiera que, en el fondo, apreciaba a mi
madre, y menos yo. Dedicó su vida a inculcarme la superioridad de los sangre limpia.
Cuando mi padre murió, yo aún no sabía lo que era ella.
»Cuando tu madre me defendió aquel día de tu padre y sus amigos —prosiguió
Snape—, yo la insulté. La insulté, porque era lo que me habían enseñado; la insulté
porque no soportaba la idea de que una sangre sucia pudiera defenderme; era
humillante. Pero, en realidad, lo que más rabia me dio fue que aquel acto de tu madre
me hizo sentir bien, me hizo sentir... apreciado. Era la primera vez que alguien se
preocupaba por mí, y eso me asustó: no podía agradecer, ni obtener nada de alguien
como ella. Sin darme cuenta, sin ni siquiera saberlo, actué igual que mi padre.
»Sin embargo, nunca olvidé el gesto de tu madre hacia mí aquel día, ni siquiera
cuando, varios años después de salir de Hogwarts, tras la muerte de mi padre, me uní
a los mortífagos. En ese momento yo no tenía familia: los padres de mi padre habían
muerto antes incluso que mi madre, dejándonos sin nada. Mi madre estaba muerta y
mi padre también, y de mis abuelos maternos jamás había sabido nada. Mi padre se
enfurecía si preguntaba algo acerca de ellos, y aprendí a no hacerlo. Cuando él murió,
decidí que unirme a los mortífagos era la única forma que tenía de conseguir su
aprobación: ayudar a librar el mundo de los que no merecían ser magos. Además,
todos aquellos que habían formado mi grupo en Hogwarts estaban con el Señor
Tenebroso, y supuse que mi lugar era también con él. Contacté con Wilkes y él me
presentó ante él. Así me convertí en un mortífago, unos tres años antes de la caída.
Nunca maté a nadie, sin embargo, aunque colaboré en muchas otras cosas. Muchos
de mis compañeros torturaban y mataban sólo por placer, pero yo me sentía incapaz.
Algo me lo impedía.
»Finalmente, unos meses después de estar con ellos, durante una misión en
solitario, me encontré con Dumbledore. Por supuesto, él no podía saber que yo era un
mortífago, pero algo en mi comportamiento me delató, y me interrogó. Aquel día tuve
miedo de ser capturado, pero, recordando a quién servía, me envalentoné. No
obstante, contra lo que yo esperaba, Dumbledore no luchó contra mí ni intentó
detenerme ni nada.
—Yo conocía muy bien a su madre —explicó el director—. Mucho mejor, de hecho,
que él mismo.
—Me atreví a decirle que era un mortífago, y él simplemente me preguntó por qué
—siguió contando Snape—. Durante unos segundos no supe qué responder, pero
luego, armándome de valor, dije que para limpiar el mundo de la sangre impura y para
que mi padre se sintiera orgulloso de mí. Y entonces, tranquilamente, Dumbledore me
contó toda la verdad: me dijo que mi madre era también una sangre mestiza, y que mi
padre lo había perdido todo por estar con ella. Aquello me dejó frío, y mi primer
reacción fue decir que no era cierto. Sin embargo, él contestó que sí, que sí lo era, y
que por eso mi padre la odiaba. Me habló de mis abuelos paternos y maternos, y supe
que no me mentía. Finalmente, me dijo que pensara en ello y se marchó, dejándome
confuso y pensativo. Durante muchos días pensé en aquello, en si sería cierto, y,
cuando no aguanté más, me acerqué al pueblo donde Dumbledore me había dicho
que todavía vivían mis abuelos, y observé su casa durante varias horas. Cuando vi a
la mujer, a mi abuela, no pude negar que lo era: era el vivo retrato de mi madre,
aunque su cabello era distinto. Aquello me marcó terriblemente: mi abuela materna era
una sangre sucia; yo descendía de muggles... De acuerdo a mis propias ideas, yo no
tenía derecho a aprender magia. Entendí entonces por qué los padres de mi padre
nunca habían querido verme, y los odié por ello. Y odié también a mi padre, por
hacerme creer en algo de lo que ni él mismo estaba convencido. Luego me eché a
reír, porque la situación era, como mínimo, irónica: servía al Señor Tenebroso para
eliminar a los que eran como yo y para que mi padre se sintiera orgulloso de mí... Mi
padre, que había hecho lo contrario que yo. Me sentí estúpido, ridículo, traicionado...
Recordé a mi madre, algo que no hacía en años, todo lo que la había visto sufrir, y me
sentí miserable, muy miserable. Luego pensé también en mi abuela, y me di cuenta de
que, cuando la había visto, ella también parecía asustada: era hija de muggles, y de
pronto me encontré pensando en qué pasaría si me ordenaran matarla. Si lo hacían,
sabía que sólo tenía dos opciones: cumplir las órdenes o morir yo mismo.
»Sin saber qué hacer, volví con mis compañeros, aunque ahora con miedo. No
podía dejarlos, pero tampoco podía continuar, ¿o sí? Las dudas me carcomían. Al
final, la situación se resolvió por sí sola.
»Un par de semanas después de haberme enterado de la verdad, el hombre que
viste en mi recuerdo habló conmigo, y me explicó que le habían encomendado una
gran misión: vigilar a los Potter y, si podía, matarlos. El Señor Tenebroso había
intentado hacerlo dos veces y había fallado. Si él lo lograba, se cubriría de honores.
Aquella noticia, en principio, me dejó indiferente. Yo odiaba a James más que a nadie
en el mundo. ¿Qué me importaba si lo mataban? Pero, entonces, me acordé de Lily;
de que ella me había defendido una vez y de que yo la había insultado. Me di cuenta
de que había actuado como mi padre, y que había sido un estúpido... Sabía que ella
era feliz, y me pregunté si las cosas podrían haber sido distintas para mí si hubiera
actuado de forma distinta aquel día.
»En ese momento no supe qué hacer, pero, de lo que estaba seguro, era de que le
debía algo a Lily Potter. No podía dejar que la mataran, pero ¿qué podía hacer?
Finalmente, mi instinto actué por mí y maté al mortífago.
—¿Mató a ese hombre para defender a mi madre? —preguntó Harry, que no podía
creérselo.
—Sí —afirmó Snape—. Como te dije, se lo debía. Una vez estuvo muerto, sin
embargo, me sentí muy preocupado. ¿Qué iba a hacer ahora? Era un traidor; si me
descubrían, mi castigo sería terrible. Por tanto, me deshice del cuerpo e intenté lo
único que podía: contactar con Dumbledore. Hablé con él y se lo conté todo. Él me
prometió ayuda y protección, pero yo sabía que, si me iba, el Señor Tenebroso me
perseguiría y, entonces nadie podría defenderme; tarde o temprano me encontraría.
Por tanto, no podía abandonarlo definitivamente. Así fue cómo me convertí en espía.
Yo era bueno en oclumancia y Dumbledore me ayudó aún más, hasta convertirme en
un experto. Sólo él y yo sabíamos que era un espía, con lo que no correría peligro si
capturaban a algunos de los otros miembros de la Orden del Fénix.
»Aquellos fueron los peores meses de mi vida. Nunca había estado tan asustado,
pero aprendí a disimularlo, a ocultar todas mis emociones y todos mis sentimientos.
Durante ese tiempo, mi odio por tu padre me ayudó, pues me hacía mantenerme frío, y
eso, puedo asegurártelo, no era fingido. Yo lo odiaba de verdad, sigo odiándolo ahora,
y seguiré odiándole siempre.
»Pero no es de eso de lo que estamos hablando. El caso es que seguí de espía, y
así Dumbledore pudo advertir a tus padres de los intentos del Señor Tenebroso por
capturarlos. Nunca me arrepentí de proteger a tu madre, pero odié aún más a tu padre
por ello: difícilmente soportaba la idea de estar arriesgando mi vida por salvar la suya.
Snape calló y se sentó en la butaca de Flammingan, sin mirar a ningún sitio. Harry
jamás le había visto así. Es más: jamás había imaginado que podría verle así.
Parecía... vulnerable, y Harry entendió cómo había llegado a ser su profesor tan frío;
podía entenderlo perfectamente, después de toda aquella historia.
Miró a Dumbledore, que permanecía callado, y se sintió extraño. No sabía qué
decir. Recordaba haber estado preocupado un año antes, tras una discusión con
Snape. Había sabido que el profesor le ocultaba algo respecto a su madre, y ahora lo
entendía todo, así como la confianza de Dumbledore en él.
—Gracias —dijo finalmente.
—¿Cómo dices? —preguntó Snape, mirándole.
—Digo que gracias, por proteger a mis padres. Si no fuera por usted, tal vez yo no
estaría vivo.
—No me agradezcas eso —repuso Snape, incómodo—. No lo hice por tu padre, ni
por ti. Tenía una deuda con tu madre, eso es todo.
—Aún así —insistió Harry.
—Jamás le contarás esto a nadie —le advirtió Snape, que parecía estar
recobrando su humor habitual—. Jamás. O te las verás conmigo.
—Nadie lo sabrá —le aseguró Harry, aunque desde luego, pensaba contárselo a
Ron y a Hermione.
—Estoy completamente seguro de que a Weasley y a Granger se lo contarás, pero
más te vale que ninguna otra persona se entere de esto —añadió el profesor.
Harry no pudo menos que esbozar una sonrisa.
—Se lo juro. —Se volvió hacia Dumbledore—. Profesor..., ¿cómo ha venido tan
pronto? ¿Y el profesor Flammingan?
—Sigue en el Ministerio —respondió Dumbledore—. Yo he vuelto, porque no hay
nada que podemos hacer, no tenemos muchas pistas. Los aurores están buscando al
señor Misson, tendremos que confiar en ellos.
—Pero usted no confía en que lo encuentren, ¿verdad?
—No, no confío en que lo encuentren —confirmó; parecía un poco derrotado. Miró
a Harry atentamente un momento, y luego le dijo—: Harry, pareces cansado. Deberías
irte y dormir. La próxima clase volverás a tenerla con el profesor Flammingan. Aunque
sospecho que no vas a necesitar muchas más.
Harry asintió y se despidió. Salió del despacho y se dirigió a la torre de Gryffindor,
reviviendo en su mente todo lo que había oído aquella tarde.
34

Grindelwald

—No puedo creer eso que me cuentas —repuso Ron, asombrado.


—Es la verdad —le aseguró Harry—. Yo vi partes de su historia en su mente, y
Dumbledore me lo confirmó.
Era el lunes por la noche, y los tres amigos estaban haciendo deberes en la sala
común. Casi todos los demás se habían acostado, y Harry había aprovechado para
relatarles lo que había sucedido la tarde anterior. Ni Ron ni Hermione había notado
nada porque en la clase de Pociones de aquella mañana Snape estaba casi igual que
siempre. Casi, porque, aunque al parecer nadie lo había notado, Harry se había dado
cuenta de que el profesor, que había estado sentado, leyendo, mientras ellos
proseguían con la preparación de la poción endurecedora, parecía un tanto ido y no
había dejado de lanzarle miradas furtivas durante toda la clase.
—Es una historia muy triste —comentó Hermione—. Debe ser muy duro vivir con
todas esas mentiras, y descubrir un día que lo que has hecho con tu vida no es lo que
deberías, ni lo que querías.
—Sí —asintió Harry—. La verdad, sentí lástima por Snape. Y pensar que cuando vi
la muerte de aquel hombre estuve a punto de atacarle por haberme mentido... Y
resulta que lo hizo para salvar a mis padres...
—Cómo cambia nuestra percepción de la gente, ¿os dais cuenta? —dijo Hermione
—. ¿Recordáis cuando en primero creíamos que quería matarte, Harry? Y sólo
pretendía salvarte.
—Sí —repitió Harry, y bostezó—. Creo que me voy a ir a la cama; me duele un
poco la cabeza.
—¿Te encuentras bien? Ayer también te dolía cuando llegaste —dijo Hermione,
observándole con atención y preocupación.
Harry asintió.
—Sí, no es nada. Creo que ayer me esforcé demasiado al atacar la mente de
Snape, y no estaba preparado; luego, por la noche, no dormí muy bien. Necesito
descansar, eso es todo.
—De acuerdo. Hasta mañana —le dijeron sus dos amigos.
Él asintió y subió al dormitorio.
Se durmió con inquietud. El dolor de cabeza, en lugar de remitir, se hizo más
intenso a medida que se deslizaba hacia el sueño, y se sintió como si delirara.
Se encontraba en un lugar oscuro, frente a una puerta, pero no intentó abrirla,
pues sabía que no podía. Se dio cuenta, sin embargo, de que no estaba solo, porque
oía voces, voces lejanas. Intentó horadar la oscuridad con la mirada, pero ésta era
impenetrable. Estiró la mano para buscar el picaporte de la puerta.
...Dime lo que quiero saber... Dime cómo puedo conseguirla...
No encontró picaporte alguno ni pomo ni nada. La superficie de la puerta era
totalmente lisa.
...No lo sé. Nadie lo sabe, ya se lo he dicho. Por favor, déjeme irme..., déjeme
irme...
Empujó la puerta, pero tampoco se abría. Gruñó, decepcionado y furioso, porque
quería entrar allí; tenía que entrar allí...
...Si no puedes decirme lo que quiero saber, no me sirves para nada. Y no querrás
no ser útil a lord Voldemort, ¿verdad?
Harry dejó todos los intentos por abrir la puerta. ¿Había oído a Voldemort
interrogando a alguien?
—P-Pero..., yo no puedo hacer nada. Yo no lo sé...
—¿Me aseguras que nadie podrá conseguirla?, ¿que nadie pueda entrar?
—Sí, sí... lo garantizo. Nadie ha podido hacerlo, en todos estos años..., nadie.
—Está bien. Siendo así...
Entonces Harry sintió un pánico indescriptible, y de pronto se encontró incorporado
en la oscuridad, jadeando. La cicatriz le palpitaba dolorosamente, y Harry supo, con
certeza absoluta, que aquel hombre al que Voldemort interrogaba estaba muerto.
Se sintió asfixiando en la oscuridad, y desconcertado. Movió los brazos
agitadamente y golpeó sus cortinas. Entonces recordó que las había cerrado. Las
apartó y observó la luna llena a través de la ventana. Miró el reloj y vio que era la una
y media de la madrugada. Se dejó caer sobre la almohada, preguntándose si aquel
hombre que había muerto sería Gudgen Misson, el Jefe de Inefables secuestrado el
día anterior. Miró un rato al techo y luego volvió a dormirse, aún inquieto, y sintiendo,
lejana paro potente, la presencia de algo maligno que se agazapaba detrás de sus
pensamientos.
Cuando se despertó por la mañana, sentía un dolor sordo en la cicatriz. Débil, pero
allí estaba. Sin embargo, no comentó nada con Ron ni Hermione hasta que llegaron al
comedor. Cuando estaba ya sentados, les dijo:
—Anoche Voldemort mató a alguien.
—¿Qué? —preguntaron Ron y Hermione a la vez, sobresaltados, mirando a su
amigo.
—Que anoche Voldemort mató a una persona —repitió Harry—. No sé quién era,
porque no le vi. Sólo les escuchaba, fue un sueño extraño.
—Tal..., tal vez no mató a nadie —propuso Hermione con timidez—. Quizás sólo...,
sólo fuera un sueño, Harry. Recuerda que no te encontrabas muy bien, por lo de la
legeremancia.
—No, no fue sólo un sueño —replicó Harry, pensando en el dolor que todavía se
mantenía en su cicatriz—. Sé que fue real.
Hermione no dijo nada durante unos segundos. Entonces llegó el correo, y también
el ejemplar diario de El Profeta para Hermione. La chica miró la primera plana y pasó
varias páginas, y en su cara se fue dibujando el desconcierto a medida que lo hacía.
—Harry..., aquí no aparece nada.
—Bueno... —dijo él, también un poco extrañado—. Era ya tarde cuando eso
sucedió. Tal vez no han encontrado aún el cadáver, o quizás no se supo a tiempo para
le edición de El Profeta.
—Tal vez —admitió Hermione.
Y resultó que Harry tenía razón, porque, la mañana siguiente, Hermione soltó un
débil «¡Oh!» al desenrollar el periódico.

GUDGEN MISSON, FUNCIONARIO DEL DEPARTAMENTO DE


MISTERIOS SECUESTRADO EL DOMINGO, ASESINADO.

Anoche, aproximadamente a las siete de la tarde, una pareja de


muggles que paseaba por un parque de Oxford se encontró con un
cadáver medio oculto entre unos arbustos. El cuerpo resultó ser el de
Gudgen Misson, el funcionario recientemente nombrado Jefe de
Inefables del Departamento de Misterios, que había desaparecido
hace dos días.
El cadáver mostraba señales de tortura, con lo que parece
deducirse que fue interrogado para obtener algún tipo de información.
Con este asesinato, al que se suma el de Johannes Croaker y una
serie de intentos de entrada en el Departamento de Misterios, parece
dejar claro un obvio interés por parte de El Que No Debe Ser
Nombrado por conseguir algo que se guarda en ese Departamento,
si bien nadie parece tener la menor idea de qué es. Claius
Flammingan, antiguo Jefe de Inefables, que llevaba 65 años
trabajando allí, nos ha dicho que ni él ni nadie tiene idea de qué
podría buscar allí.
«En el Departamento de Misterios hay muchas cosas —declaró
Flammingan—, pero ninguna de ellas pueden proporcionarle algún
tipo de poder, que nosotros sepamos. Sólo podemos imaginar que
esté haciendo algún tipo de experimento, si bien eso no concordaría
con algunas de las informaciones que tenemos.» Ante la pregunta de
qué informaciones son ésas, Flammingan se abstuvo de contestar.
Como es natural, el pánico se ha adueñado de los inefables, y el
Ministerio ya ha tenido que afrontar dos dimisiones, pero el ministro,
Amos Diggory, ha prometido reforzar las medidas para proteger el
Departamento y a sus funcionarios, si bien, como han manifestado
algunos de los funcionarios, Misson tenía protección y eso no le sirvió
de nada.

—Vaya, tenías razón, Harry —dijo Hermione al finalizar de leer el artículo—; le


mataron.
—¿Qué será lo que quiere Voldemort? —se preguntó Ron de nuevo—. ¿Qué
desea?
—No sé, pero tendremos que pensar en ello —decidió Harry, serio.

Los días pasaron, sin más muertes ni más noticias de ninguna clase. Harry pensaba a
menudo en todo lo que sabía y había oído acerca del Departamento de Misterios,
buscando alguna respuesta, algún indicio, alguna pista. Sin embargo, tampoco tenía
mucho tiempo: tras el partido de Slytherin y Ravenclaw, los entrenamientos de
Gryffindor se habían reanudado, y con más intensidad, aprovechando el mayor
número de horas de luz diurna; por otra parte, los deberes y obligaciones de los de
séptimo también resultaban asfixiantes. Harry se había encontrado un día mirando el
calendario y se había dado cuenta, un tanto sorprendido, de que sólo les faltaban algo
más de dos meses para los EXTASIS.
—No sé cómo os sorprendéis —les había dicho Hermione a él y a Ron; estaba
haciendo una enorme traducción para Runas Antiguas y parecía muy agobiada—. ¿No
sabéis en qué día vivís? ¿O no atendéis en clase?
La verdad era que los profesores, sobre todo la profesora McGonagall, les
recordaba con frecuencia que los exámenes se acercaban y todos, no sólo la jefa de la
casa de Gryffindor, les metían prisa con las últimas lecciones que darían para poder
empezar cuanto antes el repaso y la preparación de los EXTASIS.
El domingo siguiente al de la clase con Snape, Harry se despertó bastante tarde.
El día anterior habían tenido un entrenamiento bastante duro, y luego habían tenido
que trabajar intensamente en sus deberes. Cuando se había ido a la cama estaba
derrotado, pero no había dormido bien: había tenido sueños extraños (aunque no los
recordaba) y la cicatriz le dolía un poco. Ahora le pasaba casi todos los días. Suponía
que la conexión se estaba haciendo más y más fuerte, intensificándose y uniéndole a
Voldemort cada vez más, y eso le producía un sentimiento constante de angustia.
Deseaba quedarse en su cama un rato más, pero, a pesar de ello, se levantó.
Tenía que trabajar y prepararse para su clase con Flammingan. No había practicado
legeremancia más veces desde que se había introducido en la mente de Snape, y
quería estar listo. Deseaba dominar la técnica definitivamente para poder usarla con
Ginny, y el tiempo corría en su contra. Él lo sabía, aunque nadie más, quizás ni
siquiera ella, se había dado cuenta. Harry había notado que la menor de los Weasley
estaba un poco más apagada, y, cuando se acercaba a ella, percibía algo siniestro y
maligno, si bien no sabía si esa sensación procedía de ella o de él mismo. Pero había
estado pensando en ello, y había llegado a la conclusión de que, si la conexión entre
Voldemort y él mismo se hacía más fuerte, quizás eso también le afectase (aunque no
entendía cómo) a Ginny, de la misma forma que ella había sufrido cuando él había
sido atacado y poseído en el campo de quidditch, antes de Navidad.
Se vistió rápidamente, dándose cuenta de que el dormitorio estaba ya vacío. Bajó
a la sala común e iba a salir por el agujero del retrato para ir al comedor cuando se
topó con Ron y Hermione, que venían por el pasillo.
—Gracias por esperarme —les dijo sarcásticamente.
—Lo siento, Harry —se disculpó Ron—, pero teníamos hambre y tú no te
levantabas. Pensé en llamarte, pero Hermione opinaba que te haría bien dormir...
Bueno, de todas formas te he traído esto... —Y le entregó a Harry unas tostadas y un
bote de mermelada que había cogido del Gran Comedor.
—Ah..., bueno, gracias. —dijo Harry, y observó a sus amigos, especialmente a
Hermione que traía El Profeta agarrado en una mano—. ¿Pasa algo? —les preguntó,
dirigiéndose a las butacas junto al fuego.
—Ha habido un ataque —respondió Hermione con tristeza.
—¿Otro? —inquirió Harry, dejando su comida sobre una mesa y cogiendo su
varita.
—Escucha: «Dos muggles asesinados en Londres, cerca del Ministerio de Magia.»
—¿Muggles?, ¿Ministerio de Magia? —murmuró Harry, mirando a Hermione con el
entrecejo fruncido, al tiempo que untaba sus tostadas con la mermelada con toques de
varita, sin poner mucha atención en lo que hacía.
—Al parecer, los mortífagos estaba usando un apartamento cercano al Ministerio
como base —explicó Hermione—. Pero ayer los dueños se presentaron allí
inesperadamente y se los encontraron...
—...Y los mortífagos los mataron —concluyó Ron.
—¿Y cómo supieron en el Ministerio que había pasado eso? —quiso saber Harry,
extrañado—. Supongo que los mortífagos habrían intentado ocultar los cadáveres,
¿no?
—Los vecinos oyeron ruidos y gritos, y llamaron a la policía. Cuando los aurores
llegaron, ya no había allí nadie, pero aún resultaba obvio lo que había pasado —
terminó de contar Hermione—. ¡Dios, Harry, es horrible! Uno de los dos asesinados
tenía una hija de un año..., sólo de un año... Su esposa está destrozada, no sabe lo
que pasó en verdad, y... —Hermione ocultó su rostro entre las manos, llorosa. Ron le
pasó un brazo por los hombros y la atrajo contra sí.
—Vamos, vamos... —le dijo—. No podemos hacer nada. Sabemos que es horrible,
pero algún día pagarán su crimen, ya lo verás...
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —dijo ella—. Los han detenido un montón de
veces, y siempre escapan. Voldemort es cada vez más fuerte y..., y... No sé, no sé si
esto acabará nunca...
Harry miró a su amiga con tristeza.
—Terminará —le aseguró, aunque ni él mismo estaba ni remotamente convencido
de sus palabras—. Terminará. Te lo prometo, Hermione. Haré lo que sea necesario
para que termine. —Ella le miró—. ¿Dónde está tu optimismo? —le preguntó Harry,
intentando sonreír—. ¿No eres tú la que siempre me regañas por «abandonarme a la
suerte»?
—Sí, tienes razón... —asintió ella, limpiándose las lágrimas—. Soy una tonta...
—No, no eres tonta —replicó Harry, mirándola con intensidad—: eres humana, y
por eso sufres; eres todo lo que no es Voldemort. Supongo que eso es lo que nos
hace fuertes y débiles al mismo tiempo —concluyó, frotándose la frente.
—¿Estás bien, Harry? Me he fijado en que últimamente te frotas mucho la cicatriz.
—preguntó Ron.
Harry apartó la mano instantáneamente.
—No..., no es nada.
—No mientas —dijo Hermione, que parecía recuperada y miraba a Harry fijamente
—. Yo también lo he notado.
—Últimamente... me molesta a menudo —confesó—, pero no es nada, no os
preocupéis. Es lo que tiene que suceder, ¿no? Volverse más molesto cada vez hasta
que ninguno de los dos pueda resistirlo y entonces todo termine.
Hermione se estremeció.
—¿Qué..., qué quieres decir? —preguntó Ron, asustado.
—Ya lo sabes, Ron... A mí me molesta, me produce dolor, me deprime... Pero a
Voldemort le afectará hasta tal punto que no pueda habitar su cuerpo. Entonces tendrá
que luchar contra mí si quiere conservarlo; de lo contrario volverá a ser lo que era,
más o menos. —Suspiró y terminó la tostada que estaba comiendo, pero no tocó las
otras dos—. Me voy arriba, quiero prepararme para la clase de esta tarde; creo que
leer un poco de esos dos libros me ayudará. Os veo después, ¿vale?
Subió hasta la habitación y se tumbó en la cama. Cogió uno de los dos libros que
Hermione le había traído y se puso a leer.
Sin embargo, tras diez minutos, se dio cuenta de que no era capaz de
concentrarse. No dejaba de oír a Misson suplicar por su vida, y se imaginaba a la
esposa de ese muggle asesinado el día anterior llorar, mirando a su hija, sin saber
cómo se lo explicaría, años más adelante, cuando la niña le preguntara por su padre.
Y Harry no pudo evitar pensar en que aquella mujer nunca sabría la verdadera historia.
Apretó los dientes, con rabia, y dejó caer el libro sobre la cama. El dolor de la cicatriz
se había intensificado. Le pasaba a veces, y lo único que podía hacer era esperar a
que remitiera por sí solo.
Dio varias vueltas en la cama, poniéndose boca abajo y boca arriaba. Se mojó la
mano en agua fría y se la puso sobre la frente, pero ni eso logró calmarle el dolor.
—Déjame en paz —murmuró—. Vete...
No.
—No vas a volver a atacarme, no te dejaré...
Termina con esto. Ven a mí. Sabes cómo encontrarme. Ven y termina con esto,
nadie más tendrá que sufrir...
—¡No!
¿Por qué te resistes? Sabes que al final no habrá más opción. ¿Crees que lo que
aprendas en el colegio te valdrá para enfrentarte a mí? Sabes que eso no es cierto.
Luchemos... ahora.
—Sólo lo dices porque sufres, lo sé... El otro día te hice daño, ¿verdad?
Pero la voz de Voldemort no respondió a esa pregunta.
Si no quieres luchar, únete a mí. Aún podemos hacerlo. ¿No recuerdas los sueños,
el poder? Sé que no lo has olvidado...
—¡Jamás me uniría a ti, déjame! —gritó, lleno de rabia. Pero sabía que la ira y la
rabia no ayudarían, y pensó de nuevo en lo que había dicho antes, que le había hecho
daño... Sólo podía hacer una cosa.
Cerró los ojos, intentando ignorar el dolor y la voz de su enemigo, y pensó en
Ginny. En Ginny, en su mirada, en cómo le gustaba abrazarla, en la forma en que ella
le decía las cosas, de forma directa, en la forma de sus labios, en el beso que le había
dado cuando ella estaba inconsciente...
Y sintió un agradable calor que le recorría todo el cuerpo.
Y pensó en Ron y en lo que había notado en él; y en lo dulce que era Hermione, y
la agradable sensación que sentía al abrazarla; y también en sus padres, y cómo se
habían querido; y en Sirius, y lo mucho que aún deseaba verle... Y se dio cuenta de
que ya no notaba nada, salvo una extraña felicidad. Voldemort había desaparecido, y
del dolor de su cicatriz apenas quedaba ya un resquicio. Sin embargo, no volvió a
coger el libro, sino que se quedó allí, acurrucado, pensando en todo aquello,
sonriendo... y se durmió.

—¡Harry! Harry, despierta, tienes que ir a tus prácticas con Flammingan.


—¿Eh? ¿Qué...? ¿Ron? —Se frotó los ojos y miró a su amigo—. ¿Qué pasa?
—Te has quedado dormido, compañero. Te vi cuando vine a buscarte para comer,
y decidimos dejarte, porque parecías cansado y dormías profundamente —le explicó
Ron—. Pero son casi las cinco y tienes clase con Flammingan.
—¿Las cinco? —exclamó Harry, y miró su reloj—. ¡No he hecho nada en todo el
día!
—Pero has descansado —repuso Ron—. Vamos, te esperamos abajo.
Harry se quedó allí un momento, despejándose, y recordó lo que había pasado
antes de quedarse dormido.
«Funcionó —pensó—. Aquello funcionó. Eché a Voldemort...»
Se arregló la ropa y bajó a la sala común, sintiéndose un tanto desorientado.
—¿Te encuentras mejor?, ¿más descansado? —le preguntó Hermione al verlo
bajar.
—Un poco —reconoció Harry—. Lo que tengo ahora es hambre. Apenas desayuné
y no comí.
Hermione sacó su varita, la agitó e hizo aparecer una fuente con té y pastas.
—Come algo antes de ir a las clases, o estarás demasiado débil —le aconsejó ella.
—Gracias —dijo Harry, sirviéndose té y cogiendo una galleta de chocolate y
crema.
Estuvieron conversando un rato, mientras comían. Luego, Harry, sintiéndose mejor
tras haber calmado el hambre, se despidió de sus dos amigos y se dirigió al despacho
de Flammingan.
Cuando entró en la habitación, descubrió que el profesor, que había estado un
poco taciturno toda aquella semana, parecía triste.
—Hola, Harry —lo saludó el profesor—. ¿Vienes preparado?
—Sí, eso creo —afirmó Harry. Vaciló un instante y luego añadió—: Profesor..., lo
siento. Siento lo de ese hombre, Gudgen Misson. Era su amigo, ¿verdad?
—Sí, lo era —confirmó Flammingan, triste—. Le conocía desde hace mucho
tiempo. Pero bueno —suspiró—, de nada sirve lamentarse. Me han informado de que
el domingo pasado lograste grandes progresos —comentó, cambiando de tema.
—Atravesé las defensas del profesor Snape —explicó Harry.
—Eso me han contado. Supongo que entonces no nos queda mucho por ver, pues
pareces dominarlo bien. ¿Cómo lo hiciste?
—No estoy muy seguro —respondió Harry—. Aproveché el vínculo con el profesor
Snape, el hecho de que él me salvara la vida y yo a él y esas cosas..., y bueno,
Voldemort sabe hacerlo.
—Ya —dijo Flammingan, asintiendo—. Sólo te falta aprender a controlarlo.
—Sí.
—Eso es lo que haremos hoy, entonces. Lo que queda no es demasiado complejo.
Básicamente, consiste en buscar lo que deseas ver. Para ello, debes buscar
conexiones entre los recuerdos, como haríais en tu propia mente. Por eso te dije que
te sería útil lo que sabes de oclumancia. ¿Lo has comprendido?
—Creo que sí —contestó Harry—, pero no estoy muy seguro.
—La única manera de saberlo es que lo pruebes —dijo Flammingan con sencillez
—. Quiero, para empezar, ver de qué eres capaz: dime en qué estoy pensando.
Harry apuntó al profesor con su varita y pronunció el hechizo.
Le resultó extraordinariamente fácil. Flammingan no estaba protegiendo su mente,
como Snape, y la imagen del lago de Hogwarts llenó la mente de Harry.
—En el lago —contestó. Flammingan sonrió.
—Sí, en el lago. Me sorprendes, muchacho; lo has hecho con una facilidad
pasmosa.
—Mi mente... No sé, es como si hubiera quedado «contagiada» por la Antorcha de
la Llama Verde, por los conocimientos de Voldemort y todo eso. No podría decir
exactamente cómo lo hago, es... algo instintivo.
—Ya veo. Como lo de tus otros poderes, ¿verdad?
—Sí —confirmó Harry.
—Bueno, prosigamos. Ahora, Harry, voy a decirte cosas, y tú tendrás que
averiguar si te miento o no.
—Lo intentaré —dijo Harry.
—Mírame a los ojos, y pronuncia el hechizo. De momento tendrás que hacerlo así.
Más adelante, con la práctica, podrás hacerlo como la hace Voldemort.
Harry asintió con la cabeza.
—He comido pollo.
Harry lanzó el hechizo, pensando en lo que Flammingan le había dicho, y hurgó en
la mente de su profesor, buscando... hasta que vio un plato lleno de ensalada.
—No es verdad: comió ensalada.
—No —negó Flammingan—. Eso es lo que cené ayer. Te he engañado, pero, de
todas formas, ha estado muy bien. Tienes que poner más atención en buscar el
recuerdo correcto, para que no te desvíen hacia pensamientos erróneos que podrían
hacer pasar por verdadera una mentira.
—Entiendo —murmuró Harry.
—Volvamos a hacerlo. Veamos... Tengo un hermano.
Harry miró al profesor y lanzó el hechizo. Hizo contacto y buscó..., buscó cualquier
dato sobre un hermano. Vio imágenes de dos personas que debían ser sus padres, e
incluso alguna otra donde se veían a muchos alumnos de Hogwarts, pero nada
referente a un hermano. Decidió por tanto que no tenía ninguno, e iba a desligarse
cuando, de pronto, una nueva imagen invadió su mente.
Había dos personas muertas en el suelo, en el salón de una casa donde se veían
varios sillones y una chimenea que ardía. Sintió angustia, miedo, y rabia, y vio a un
hombre de mediana edad y ojos negros y amenazantes, mirarle, levantando la varita...
...Y al instante se encontró mirando al profesor, que le devolvió una mirada
extraña, que no supo descifrar. Se dio cuenta de que había visto el momento en que
sus padres habían sido asesinados, y se dio cuenta de que el hombre de los ojos
negros era Grindelwald, aunque parecía allí mucho más amenazante que en la foto
que había visto en el libro de Hermione. Harry se planteó durante un momento
preguntarle a Flammingan sobre él, pero reprimió ese pensamiento al instante, y se
quedó sin saber qué decir.
—Eh..., no tiene ningún hermano —dijo, por fin.
—No, no lo tengo —confirmó Flammingan, y luego, tras unos segundos, añadió—:
creo que no debí haberte hecho esa pregunta.
—Yo..., yo no pretendía ver eso, no sabía que...
—No pasa nada, no te disculpes, no fue culpa tuya. Debí haberlo previsto.
—¿Quiere continuar? —le preguntó Harry.
—Creo... que ya no es necesario.
—¿Por qué no?
—Porque esto ya lo dominas, Harry. No necesitas más para manejar la Antorcha.
La perfección en la legeremancia sólo depende de tu aptitud y de la práctica, nada
más. Y he de decir que tú, aptitud, tienes mucha. Jamás en toda mi vida había visto a
alguien aprender tan deprisa.
Harry se ruborizó un poco.
—No es mérito mío —repuso—. Al igual que todo lo demás, lo consigo gracias al
poder de Voldemort.
—Tal vez, pero ese poder forma parte de ti, de lo que eres —le dijo el profesor—.
Eso no lo olvides nunca.
Harry se quedó un momento quieto. Era cierto que no necesitaba más para usarlo
con Ginny, pero, contra Voldemort...
—La verdad —dijo finalmente—, me gustaría que me diera una clase más sobre
cómo evitar que me repelan cuando ataco una mente.
El profesor le miró un momento.
—Está bien, lo haré. Te daré una clase extra, pero el próximo domingo no puede
ser, no estaré aquí. ¿Te parece bien dentro de dos semanas?
—Sí, de acuerdo. Gracias, profesor —respondió Harry.
—Y Harry —lo llamó Flammingan, antes de que el chico saliera del despacho—,
ten cuidado cuando uses la Antorcha para ayudar a Ginny.
—Lo tendré, descuide —aseguró Harry.
Harry volvió a la torre de Gryffindor, pensativo, recordando lo que había visto, la
mirada fría y amenazante de Grindelwald... Sabía que quería algo de Flammingan,
pero, ¿el qué? Tenía que hablar con Ron y Hermione.
Sin embargo, cuando llegó a la torre de Gryffindor, Neville le dijo que ambos
habían bajado ya al comedor, pues después tenían algún tipo de trabajo de prefectos.
—Me encargaron que te dijese que te esperaban allí, si llegabas a tiempo —acabó
Neville.
—Gracias —dijo Harry, y se dirigió al comedor casi corriendo.
Ron y Hermione estaban sentados con Seamus, Dean, Parvati y Lavender, así que
no pudo contarles nada de lo que había visto.
—¿Podemos hablar después? —les preguntó a sus dos amigos.
Ellos se miraron.
—Umh, no sé —contestó Ron—. Tenemos hoy una ronda bastante pesada, no
creo que volvamos a la sala común hasta las nueve por lo menos.
—Entonces hablaremos mañana —dijo Harry—, estoy bastante cansado.
—¿Tan agotador ha sido... lo de hoy? —le preguntó Hermione.
—No, pero no sé... Por alguna razón me siento bastante cansado, a pesar de
haber dormido toda la tarde. Es algo extraño...
Cuando terminaron de cenar, Harry acompañó a sus dos amigos hasta el cuarto
piso y allí se separaron. Cuando entró en la sala común vio a Ginny, sentada en una
mesa con Colin Creevey y algunos alumnos de sexto más, y no pasó por alto el hecho
de que estaba bastante pálida y ojerosa.
«Pronto sabré qué te pasa, Ginny, te lo prometo. Pronto...»
Ella no levantó la vista de lo que estaba haciendo, y, tras unos segundos más de
contemplación, Harry se fue a la cama.

—Bueno, ¿de qué querías hablarnos ayer? —preguntó Hermione, mientras intentaba
hacer que una pequeña figura de madera cobrara vida y caminara por encima de la
mesa. Era el lunes por la noche y los tres amigos estaban en una esquina de la aún
concurrida sala común, haciendo sus deberes de Transformaciones.
Harry miró a su alrededor.
—Aún hay demasiada gente —opinó—. Esperemos a que se vacíe la sala.
Tenemos bastante que discutir.
—Llevo todo el día muriéndome de la intriga —comentó Ron—. Espero que sea
algo importante.
—Lo es —confirmó Harry.
Lentamente, los alumnos que llenaban la sala fueron yéndose a sus dormitorios,
pero no fue hasta casi medianoche cuando los tres amigos se quedaron solos.
—Bueno —dijo entonces Hermione, recostándose en su butaca y haciendo, con un
golpe de su varita, que el muñeco de madera se quedara de nuevo quieto sobre la
mesa, sin vida—, ¿nos lo vas a decir?
—Como ya os dije a mediodía, he terminado las clases de legeremancia. Lo
principal, al menos, porque le pedí a Flammingan que me enseñara a mantener la
conexión pese a la resistencia del contrario.
—Sí, y es algo que no entiendo bien —declaró Hermione—. Sólo has tenido cuatro
clases y en la última semana ni siquiera has practicado. ¿Me lo quieres explicar?
—Es sencillo —contestó Harry—: se me da muy bien. Ayer, de hecho, vi algo que
el profesor Flammingan no deseaba que viera.
—¿Y es...? —inquirió Ron.
—La muerte de sus padres —respondió Harry—. Los vi a los dos, muertos, y a
Grindelwald, mirando hacia Flammingan de forma amenazante.
—¡Oh! —musitó Hermione—. ¿Y qué dijo el profesor?
—Nada. Yo pensé en preguntarle por qué Grindelwald había matado a sus
padres...
—¡¿No lo harías?! —chilló Hermione, escandalizada.
—Claro que no —repuso Harry—. No soy tan estúpido. Mirad —añadió,
levantándose y caminando, reflexivo, frente al fuego—, lo que quiero hacer es
recapacitar sobre todo lo que sabemos y ver qué podemos concluir.
—Bueno, sabemos, por una parte, que Voldemort quiere algo del Departamento de
Misterios —comenzó Ron—; también que, sea lo que sea, parece tener dificultades
para conseguirlo, y ni siquiera los inefables pueden ayudarle.
»Por otro lado, sabemos también que ese mago, Grindelwald, intentó robar algo
del Departamento hace mucho tiempo, que no lo consiguió, y que tuvo algún contacto
con Voldemort. ¿Sacamos algo en claro de aquí?
—No sé —dijo Harry, dando vueltas—. No sé...
—Bueno, suponiendo que quisieran lo mismo, ¿qué es y dónde está? —intervino
Hermione—. Es obvio que no debe ser nada de lo que hay en las salas que ya
conocemos, porque en todas se puede entrar —razonó Hermione—. Tiene que ser,
por tanto, algo oculto.
—Y, que sepamos, sólo hay una puerta donde nadie entra —continuó Harry,
deteniéndose y mirando a sus dos amigos—: aquella habitación que destrozó la
navaja de Sirius, aquel lugar que mencionó Dumbledore, aquella habitación que
supuestamente está llena de amor... Sí, eso tiene sentido —asintió, entornando los
ojos—. Lupin dijo que Voldemort no podría usarlo, y eso encaja con su aversión a los
sentimientos.
—Pero si no puede usarlo, ¿para qué lo quiere? —objetó Ron.
—Ésa es la gran pregunta, esa es... ¡Esperad! —exclamó de pronto, sobresaltado
—. No quiere usar lo que busca... ¡quiere destruirlo! Hay alguien que podría usarlo
contra él, ahora lo he recordado. Voldemort decía que quería destruirlo en una visión
que tuve a principios de curso.
—¿Cómo va a destruir el amor? —preguntó Ron, sin comprender.
—No lo sé —contestó Harry.
—Tal vez haya algo que tenga relación con el amor —opinó Hermione—, y sea
eso lo que Voldemort teme. Pero ¿quién puede saber lo que es?
—No sé, tal vez Dumbledore, o Flammingan... —dijo Harry—. Si es cierto que eso
es lo que quiso robar Grindelwald, seguramente Flammingan sepa algo, ¿no? Me
apuesto lo que queráis a que Grindelwald mató a sus padres por eso.
—Y seguramente le habló de ello a Voldemort —agregó Hermione.
—Esto nos deja como estábamos —resumió Ron—, salvo que les preguntemos a
Flammingan o a Dumbledore por ello.
—¿Y vas a ser tú quién le pregunte a Flammingan por qué mataron a sus padres?
—dijo Hermione, alzando una ceja—. Deberíamos estar seguros antes de hacer algo
así.
—Podemos buscar más información —planteó Harry—. De todas formas, esto
ahora mismo me importa menos que el asunto de Ginny, de lo que también quería
hablaros.
—¿Qué pasa con Ginny? —preguntó Ron de pronto.
—No sé, la noto pálida. ¿Vosotros no?
—No —contestó Ron.
—Bueno, ahora que lo dices, yo sí —dijo Hermione—. Pero ella dice que está bien,
así que...
—Creo que ella no es consciente de que está mal —señaló Harry—. En mi opinión,
lo que le hizo Voldemort vuelve a estar afectándole. Creo que debo examinar su mente
cuanto antes.
—¿Te sientes preparado? —inquirió Hermione, insegura.
—Claro que sí. No tengo más que usar la Antorcha, pero ahora controlando su
poder —explicó Harry—. Creo que esta semana será el momento apropiado.
—Yo confío en ti, compañero —dijo Ron, mirando a Harry a los ojos—. Sé que la
ayudarás, estoy seguro.
—Yo también espero poder ayudarla —murmuró Harry—, aunque estoy
preocupado, no lo voy a negar.
—¿Preocupado por qué? —quiso saber Hermione.
—Por lo que pueda descubrir —aclaró él—. ¿Y si resulta que no podemos hacer
nada por ayudarla? ¿Y si él la está poseyendo o dominando para obligarla a hacernos
algún tipo de daño? ¿Y si...?
—Eh, eh, cálmate —le dijo Hermione suavemente, poniéndole las manos sobre los
hombros y mirándole fijamente a los ojos—. Todo va a estar bien, ya verás. En cuanto
sepas qué le pasa, Dumbledore podrá ayudarla. Seguro.
—Ojalá yo tuviera la misma confianza que tú en los poderes de Dumbledore
—musitó Harry con desánimo—. Creo que me voy a ir a la cama —decidió—. ¿Vienes,
Ron?
—Sí, creo que sí —asintió su amigo.
—Tal vez quieras quedarte un rato más —le dijo Hermione, mirándole
intensamente. Ron levantó la vista hacia ella, sin entender—. Al fin y al cabo,
últimamente hemos estado muy ocupados...
Ron se quedó mudo, mirándola. Harry les observó, alzando una ceja, y luego dijo:
—Os veré mañana. Pasadlo bien.
Subió las escaleras y se acostó, dándole vueltas en la cabeza a todo lo que habían
hablado.
Poco a poco se durmió, soñando con magos tenebrosos de ojos negros y
amenazantes que le miraban mientras sus padres estaban en el suelo, en la casa del
Valle de Godric. Luego se dio cuenta de que no estaba frente a Grindelwald, sino
frente a una puerta negra sin pomo ni picaporte, y, un poco después, vio que un
espejo se caía de su mano y se partía, y cada trozo brillaba con una extraña luz
plateada, que le llamaba, que le imploraba...
«Harry.»
...Y Harry se agachaba para escuchar, sobre los trozos de espejo, que seguían
brillando con aquella extraña luz fascinante, sobrenatural...
«¡Harry!»
—¿Quién es?, ¿quién me llama? —preguntó.
—¡Harry!
Se incorporó violentamente, sintió un golpe agudo en la frente y luego un gemido.
Abrió los ojos y vio a Ron, que se frotaba la cabeza.
—¡Casi me rompes la cabeza! ¿Se puede saber qué te pasó?
—Lo siento... —murmuró Harry, frotándose la frente—. Estaba soñando que me
llamaban y... ¿eras tú?
—Sí, claro que era yo; vamos a llegar tarde a clase —contestó Ron—. ¿Qué te
pasa últimamente? No hay manera de que te levantes.
—No sé —contestó Harry, apartando las mantas y sentándose en el borde de la
cama—. ¿Y los demás? —preguntó, mirando a los lados.
—Ya han bajado.
Harry empezó a vestirse mientras Ron cogía su mochila.
—¿Y qué tal anoche? ¿Bien, no? —le preguntó Harry a su amigo mientras se
ponía la túnica.
—Bueno —respondió Ron con expresión inescrutable—. Si llamas bien a estar
besando a tu novia junto al fuego y que de pronto se te aparezca un elfo detrás de ti
dándote un susto de muerte, pues podría decir que sí, que estuvo bien.
—¿Dobby? —preguntó Harry, intentando aguantarse la risa al imaginar la cara de
sobresalto de Ron.
—Dobby —repitió Ron entre dientes.
—Pero si no es necesario que ningún elfo limpie la sala común —comentó Harry,
sin comprender, mientras cogía también su mochila—, ya lo hacemos nosotros.
—Comprobar las chimeneas —murmuró Ron de mal humor—. «Comprobar las
chimeneas»... ¡Somos muy capaces de mantener encendida una maldita chimenea!
—exclamó.
—¿Y qué dijo Hermione? —quiso saber Harry.
—Le dio la risa —contestó Ron de mala gana.
—¿La risa?
—Sí, la risa, y déjalo ya, ¿quieres?
Ambos bajaron a la sala común, Harry aún conteniendo su deseo de reírse. Abajo
ya los esperaba Hermione.
—Tardáis mucho —dijo ella reprobatoriamente—. ¿Qué estabais haciendo?
—Harry, que no hay quien lo despierte —explicó Ron—. ¿Vamos?
—Sí... —asintió ella, mirándolo fijamente. Luego le dirigió una rápida mirada a
Harry antes de volverse hacia Ron de nuevo—. Eh..., ¿aún estás enfadado?
—No —contestó él secamente.
—¡Oh, vamos, Ron, me dio la risa! —exclamó ella, exasperada—. Tu cara...
—Tengo hambre —declaró él, muy serio, acelerando el paso y dejando atrás a sus
dos amigos. Hermione miró a Harry, pero éste procuró mantener una expresión de
neutralidad y absoluta indiferencia.
Ron no le dirigió la palabra a Hermione hasta la clase de Encantamientos, por la
tarde. El profesor Flitwick les había mandado practicar hechizos curativos con una
especie de cojines que parecían hechos de carne.
—Con estos cojines especiales podréis practicar los hechizos que dimos ayer en
heridas más graves que las hemos visto hasta ahora —les explicó el profesor con su
voz chillona—. No son exactamente como nuestros cuerpos, pero, si sabéis curarlos,
también podréis curar a un ser humano, ¿entendéis? Así que ya sabéis. Heridlos...
tranquila, señorita Patil, no sangran como las personas, y luego curadlos.
Los alumnos cogieron los cuchillos que tenían y los clavaron en los cojines.
Resultaba un poco asqueroso.
—¿Vas a seguir sin hablarme todo el día? —le preguntó Hermione a Ron, mirando
el corte de su cojín.
—No sé, no lo he pensado.
—¡Vamos, Ron! ¿Cuándo vas a crecer? Simplemente me dio la risa, no...
—Dejad eso un momento, ¿queréis? —la interrumpió Harry, al tiempo que, con
una sacudida de su varita cerraba la herida de su cojín perfectamente—. He estado
pensando que mañana, después de la reunión del ED, podríamos aprovechar la Sala
de los Menesteres para que yo use la Antorcha con Ginny y sepamos de una vez a
qué atenernos.
Ron se quedó serio y miró a Harry unos segundos.
—Sí, creo que cuanto antes lo hagamos mejor. Me parece buena idea. ¿Qué dices
tú? —le preguntó a Hermione; parecía que su enfado había desaparecido
mágicamente.
—Supongo que está bien —asintió Hermione—. ¿Se lo has dicho ya a ella?
—Se lo diré después del entrenamiento de esta tarde —respondió Harry, volviendo
a clavarle el cuchillo a su cojín, esta vez más profundamente.
Cuando acabó la clase, Hermione se dirigió a la biblioteca, mientras Harry y Ron
iban a buscar sus escobas para dirigirse al entrenamiento. Tras terminarlo, dos horas
más tarde, Harry le pidió a Ginny que le esperara para volver con él al castillo.
—¿Sucede algo? —preguntó ella cuando Harry cerró los vestuarios de Gryffindor y
emprendieron el regreso. Realmente estaba pálida y ojerosa—. Ya sé que no lo he
hecho muy bien hoy, pero es que estos días me he sentido un poco mal. No sé si
estaré un poco enferma...
—No es por eso —repuso Harry rápidamente—. Lo que quería decirte es que ya
he terminado las clases de legeremancia.
—¿Ya? —inquirió Ginny, sorprendida— Pero, ¿cuánto llevas? ¿Un mes?
—Es suficiente —replicó él—. Se me da bien. Lo que quería decirte también es
que, si estás dispuesta, me gustaría hacerlo mañana, después de la reunión del ED.
—Sigo dispuesta —declaró Ginny, decidida—. Y mañana me parece bien.
¿Sabes? Creo que..., que... —Vaciló un momento.
—¿Qué, Ginny? —la animó Harry.
—Creo que lo que me pasa ahora mismo tiene que ver con Voldemort, con lo que
me hizo —terminó ella, triste.
—Sí, yo ya lo había pensado —asintió Harry—. Lo noto a veces, cuando estás
cerca de mí. Algo maligno...
Ella bajó la cabeza, y las lágrimas asomaron a sus ojos.
—Te doy asco, ¿verdad? Estoy... manchada.
Harry se detuvo en seco. Estaban cerca de la cabaña de Hagrid. La detuvo a ella y
le levantó la cabeza, obligándola a mirarle a los ojos. Ella intentó apartar la vista.
—Nunca digas eso —la reprendió él—. Nunca. Tú no tienes la culpa de lo que
ese..., ese monstruo te hizo, ¿entiendes? Sé cómo te sientes, Ginny. ¿Recuerdas la
Navidad de hace dos años, cuando yo creía que estaba poseído? Tú me ayudaste en
aquella ocasión, y yo te ayudaré en esta, te lo prometo.
Ginny se limpió las lágrimas e hizo un intento por sonreír.
—Gracias —musitó—. Gracias, yo...
Pero no terminó la frase; los ojos se le pusieron blancos y se desplomó. Harry,
gracias a sus hábiles reflejos, resultado de varios años de práctica de quidditch, logró
cogerla, pero sintió un terrible dolor que proveniente de la cicatriz que le atravesó la
cabeza de parte a parte. A pesar de ello, no soltó a Ginny.
—¡Hagrid! —gritó, llamando al guardabosques—. ¡Hagrid, ayúdame!
Un segundo después oyó ladrar a Fang, la puerta de la cabaña se abrió y Hagrid
salió al exterior, mirando alrededor con expresión extrañada.
—¿Qué...?
—¡Aquí, Hagrid!
El semigigante miró en la dirección en la que estaban y, con unas cuantas
zancadas, llegó junto a ellos.
—¡Harry!, ¿qué le pasa? —inquirió Hagrid, mirando a Ginny con preocupación.
—Llévala a tu cabaña, Hagrid, yo ahora no puedo... —le pidió Harry, y, en cuanto
su amigo cogió a Ginny, se llevó una mano a la cicatriz y la apretó, en un intento de
calmar el dolor.
—¿Qué le ha pasado? —volvió a preguntar Hagrid cuando hubo acostado a Ginny
en su cama—. ¿No deberíamos llevarla a la enfermería o algo así?
—Allí no podrán hacer nada por ella —repuso Harry, angustiado. Lo único que
deseaba era que a Ginny no le volviera a pasar lo que le había sucedido en el verano.
Sería horrible para todos, pero estaba seguro de que la señora Weasley no lo
soportaría.
—¿Qué hacemos, Harry?
—Creo... que sólo podemos esperar —contestó Harry, mirando a Ginny con
preocupación.
Y, pese a todo, notó que la chica respiraba más despacio, pero normal, y que no
estaba fría, como lo había estado en verano. Parecía, simplemente, desmayada. Sacó
su varita e intentó despertarla con el enervate, pero sólo consiguió que ella se moviera
un poco. Entonces tuvo otra idea y le preguntó a Hagrid por ciertas hierbas.
—Sí, tengo de todo eso. ¿Por qué?
—Déjamelas, no me llevará mucho tiempo.
Hagrid no preguntó más, le dio lo que Harry pedía y éste cogió un caldero, calentó
agua en él instantáneamente y fue añadiendo los diversos ingredientes.
—Esta poción actúa como el hechizo que usé, pero es mucho más potente y
devuelve las fuerzas, además de despertarte. Espero que esto sea suficiente... Estará
en quince minutos, no es muy complicada.
—Nunca creí que te vería haciendo una poción —comentó Hagrid, asombrado—.
Creía que odiabas esa asignatura.
—Y no me gusta, pero no se me da tan mal. Además, voy en séptimo y esta
poción no es muy difícil, si se conocen todas las propiedades de los ingredientes...
Mientras hablaba, se le ocurrió pensar en lo que habría hecho si dos años antes,
sólo dos años, le dijeran que iba a estar hablando así, y, pese a todo, no pudo menos
que sonreír.
—¿Qué le pasa a Ginny, Harry?
—Voldemort —contestó él, y Hagrid se estremeció—. Está así por lo que él le hizo,
fuera lo que fuera. Pero si hoy se recupera, mañana sabré qué le hizo.
—¿Para eso has estado dando clases de legeremancia con el profesor
Flammingan? —Harry miró a su amigo, asombrado—. Dumbledore me lo contó
—explicó Hagrid, encogiéndose de hombros.
—En parte sí, para eso.
Harry volvió a mirar a la poción hasta que comenzó a burbujear y empezó a echar
grandes cantidades de un vapor verde de olor muy fuerte. Entonces apagó el fuego y
echó una poca en un vaso.
—Ayúdame —le pidió a Hagrid.
—¿Tiene que beberla? —preguntó él.
—No; tiene que aspirar su vapor.
Hagrid incorporó a Ginny, y Harry le puso el vaso bajo la nariz. Unos segundos
después, la chica comenzó a agitarse y finalmente, para alivio de Harry y Hagrid, abrió
los ojos, confundida, y tosió, apartándose del vapor con ademán asqueado.
—¿Qué..., qué me ha pasado? —preguntó, con voz débil.
—Te desmayaste —le explicó Harry, sonriéndole—, pero ya estás mejor.
—Harry te ha curado —añadió Hagrid, soltándola, de forma que ella se quedó
sentada en la cama. Ginny miró a su amigo.
—No recuerdo que... ¡Ah! Sí, veníamos del entrenamiento y..., nos paramos, me
dijiste que... —titubeó, y luego, finalmente, concluyó—: Y no recuerdo más, salvo que
me caí.
—¿Te encuentras mejor ahora? —inquirió Harry.
—Sí, mucho mejor. Bien, en realidad. ¿Qué hora es...? ¡Oh! —exclamó, tras ver su
reloj—. Tenemos que volver, Ron se preocupará.
—Sí, es hora de cenar, vayámonos —asintió Harry, poniéndose en pie—. ¿Puedes
caminar bien?
—Sí.
Tras darle las gracias a Hagrid y despedirse de él, los dos volvieron al castillo.
—¿En serio no recuerdas lo que te pasó? —quiso saber Harry.
—No. Simplemente me encontré débil... y luego me desperté.
—Mañana tenemos que hacer lo de la Antorcha sin falta.
—Sí —dijo ella con fervor, mientras entraban al castillo y se dirigían hacia el Gran
Comedor. Pero, antes de que nadie del interior pudiera verlos, Ginny se paró y agarró
a Harry del brazo. Él la miró, interrogante—. Harry..., prométeme que no les dirás nada
a Ron y a Hermione. Sólo lograrás que se preocupen.
—Está bien —accedió Harry—. De todas formas, no pensaba decírselo.
—Gracias —sonrió ella—. Y gracias también por cuidarme..., y por curarme.
—No fue nada —repuso él, ruborizado—. ¿Entramos?
Se dirigieron a la mesa de Gryffindor. Ron y Hermione les habían guardado sitios.
—¿Dónde os habíais metido? —inquirió Ron, mirándoles suspicazmente—.
Estábamos preocupados.
—Le conté a Ginny lo de mañana —respondió Harry sin vacilar—, y luego vimos a
Hagrid y estuvimos con él un rato. Se nos pasó el tiempo.

* * *
—¡Giratio! —exclamó Harry, al tiempo que apuntaba con la varita.
Hubo un destello y Neville saltó por los aires, dio varios giros y vueltas en el aire y
cayó en el suelo a unos tres metros de donde había estado, con la túnica embrollada
sobre la cabeza, mareado y dolorido. Gimió débilmente mientras Terry Boot, que
estaba cerca de él, le ayudaban a levantarse.
—Ha estado bien —les dijo Harry, respirando con rapidez—. Espero que hayáis
tomado nota de este hechizo. Como veis, es útil para dejar al contrario en un estado
un tanto... lamentable, sin hacerle mucho daño.
—Gracias, Harry —gruñó Neville, aún mareado.
—Nos vemos el próximo miércoles, salvo novedad —dijo Harry, despidiéndoles.
Los miembros del ED comenzaron a abandonar la sala. Neville se colocó bien la
túnica, mientras Sarah le frotaba un brazo suavemente y le daba un beso.
—¿Listo? —le preguntó.
—Sí, vamos...
Se despidieron de Harry, Ron, Hermione y Ginny, salieron y cerraron la puerta.
—Bien, es el momento —sentenció Harry. Se acercó a su mochila, que estaba
apoyada junto a una pared, la abrió y sacó de ella la Antorcha de la Llama Verde.
—¿Qué hago? —preguntó Ginny, un poco nerviosa. Estaba, si cabe, más pálida
que el día anterior.
—Túmbate en el suelo, estarás más cómoda —le aconsejó Harry.
Rápidamente, y con un simple gesto, Hermione atrajo un montón de cojines y los
dispuso en el suelo. Ginny se colocó sobre ellos.
Harry se sentó junto a ella y se preparó.
—No tengas miedo —le dijo Harry suavemente—. Las otras veces, tú no viste
nada de lo que vi yo cuando te toqué. Tal vez en este caso sea igual y no tengas que
revivir nada.
—Eso espero —susurró ella, acongojada.
—Bien, no esperemos más.
Harry se concentró un segundo y la Antorcha se encendió al instante, iluminando
la habitación. Se sumergió un momento en su mente, vigilando por si Voldemort
estaba lo suficientemente al acecho como para detectarle e intentar atacarle, pero,
aunque lo sintió, más próximo que otras veces, no parecía representar una amenaza
mayor. Abrió los ojos y, suavemente, recordando todo lo que había aprendido de
legeremancia, cogió la mano de Ginny.
Al instante se sintió invadido por un torrente de recuerdos y sensaciones, pero
cerró su mente a ellos todo lo que pudo, e intentó proyectarse hacia la de su amiga,
buscando no cualquier cosa relacionada con él, sino recuerdos de lo que le había
pasado, lo que le habían hecho...
Y fue una búsqueda difícil. De no haber sido por el poder que la Antorcha le
proporcionaba, no habría sido capaz de llegar a nada útil. Los recuerdos que Ginny
tenía de aquel día estaban tan profundamente enterrados que Harry dudaba que
hubiera sido la chica la que los hubiera puesto allí, al menos, ella sola. No, había sido
Voldemort... porque aquellos recuerdos, de alguna manera, también eran de él...
incluso más de él que de ella. Pero Harry sabía cómo llegar, y llegaría.
Sintió miedo, de pronto. Un miedo y un terror horribles e inexplicables. No entendía
qué sucedía hasta que, unos momentos después, se dio cuenta de que aquellos
sentimientos no eran suyos, sino de ella.
Estaba en un lugar oscuro, muy oscuro, y Harry lo reconoció cómo la habitación de
la cual habían rescatado a Ginny casi un año antes. Apenas se veía nada, pero notó,
pese a lo aturdida que estaba, cómo dos figuras, una alta y otra más bien baja, se
erguían ante ella. Y la figura alta poseía unos ojos rojos terribles, que sólo verlos te
hacían morir de miedo. Estaba sola e indefensa, con lord Voldemort. ¿Qué iba a ser
de ella?
—Bien, muchacha, vamos a ver qué puedes hacer por mí... —siseó, y sintió que el
corazón se le helaba al oír aquella voz fría, inhumana.
—¿Qué..., qué me vas a hacer? —se atrevió a preguntar, temblando de miedo.
—Ah, no creo que quieras saberlo —respondió él, y sintió aún más pánico al notar
en su voz un leve matiz de regocijo—. Colagusano, dámelo.
El hombre bajo le entregó algo a Voldemort, pero no logró ver qué era, había
demasiada oscuridad y estaba aún muy aturdida y muy asustada. Voldemort lo cogió,
lo miró unos instantes y luego fijó de nuevo sus ojos en ella, y ella sintió que le faltaba
la respiración.
—No..., no me hagas daño, por favor, por favor... —sollozó, consciente de que era
inútil.
—Te aconsejo que no te resistas —se limitó a decir él.
Entonces sacó su varita, o eso le pareció, y empezó a recitar una especie de
conjuro, aunque no lograba distinguir las palabras. El mago hablaba en voz baja y ella
seguía sollozando, llamando a sus padres, a sus hermanos, a Harry...
Voldemort le apuntó con su varita, y al instante sintió una especie de corrientazo
muy doloroso que le recorrió todo el cuerpo. Chilló con todas sus fuerzas, pero el
mago no se detuvo. Instantes después, sintió que una gota de algo gélido le caía
sobre la frente y, de alguna manera, se introducía en ella, llenándola de un frío terrible,
estremecedor, y supo que iba a morir de forma horrible.
Sentía aquella cosa helada y maligna recorriéndola, debilitándola, arrancándole la
vida, estrangulándola por dentro... No podía hacer nada más que gritar y gritar, y gritó,
gritó hasta que, sin más fuerzas, perdió el conocimiento.
—¡AAAGH! —chilló entonces Harry, y se cayó hacia atrás. La Antorcha se le
resbaló de las manos y se apagó. Estaba temblando. Ginny se volvió hacia él y lo
miró, angustiada.
—Lo sentiste, ¿verdad?
Harry no podía hablar, pero asintió.
—¿Sentir el qué, Harry? —preguntó Ron, que miraba hacia su amigo asustado—.
¿Qué pasó? ¿Qué viste?
Harry tardó un rato en recobrarse y contarles a sus amigos lo que había sentido.
—...Fue espantoso, espantoso —terminó, sacudiendo la cabeza. Ron y Hermione
le miraban, horrorizados.
—Pero eso no nos dice qué pasó —dijo Hermione—. No hemos averiguado nada.
Si tan siquiera supieras qué le entregó Colagusano a Voldemort.
—Pero no lo vi —repuso Harry.
—¿Qué hacemos, entonces? —inquirió Ron, desanimado con el resultado—. ¿Has
tenido todas esas clases, hecho todos esos esfuerzos, para nada?
—No —replicó Harry—. Volveré a intentarlo —añadió, decidido—. Tiene que haber
algo más. ¿Estás dispuesta? —le preguntó a Ginny.
—Si tú lo estás, yo también —declaró ella, un tanto acongojada—. Hazlo.
Harry cogió la Antorcha de nuevo y la encendió. Volvió a sentarse junto a Ginny y
le tomó la mano con ademán vacilante. Los recuerdos de lo que había sentido le
provocaron un escalofrío. Un instante después, volvía a sumergirse en las
profundidades de la mente de la muchacha, buscando entre sus recuerdos más
temidos y más odiados.
Volvió a encontrarse en la habitación oscura donde Voldemort la tenía encerrada,
pero veía aún menos que antes: sus ojos estaban empañados en lágrimas de rabia y
dolor. Aquel extraño frío que la había llenado seguía en su interior, haciéndole daño,
aunque ahora, al menos, no sentía como si se estuviera muriendo. Gimió débilmente.
Entonces percibió un movimiento y alguien se inclinó sobre ella. Era el hombre
bajo que estaba con Voldemort. Ahora estaba solo.
—Por... favor —pidió, con voz débil—. Por favor, no me hagas más daño...
—Lo siento —se limitó a decir él, mientras con un brazo la erguía para ponerla
sentada, apoyada contra él—. Tienes que beberte esto —añadió. Tenía en la mano
derecha un vaso que despedía un vapor plateado.
—N-No... No quiero... Por favor, por favor, déjeme...
—Esto es lo único que puede salvarte la vida, muchacha —repuso el hombre, que
también parecía asustado—. Si no te lo bebes, al Señor Tenebroso no le servirás de
nada viva, y te matará. Es mejor que te lo tomes.
—Me hizo daño..., antes me hizo daño —protestó, muerta de miedo—. Por favor,
no...
—Bébetelo —le ordenó Colagusano—. Ahora mismo es lo mejor para ti. Tus
amigos vendrán a rescatarte, pero no llegarán hasta ti. Los han traído a una trampa.
La única opción que tienes de sobrevivir es que te bebas esto.
—¡NO! —gritó, angustiada—. ¡No es cierto! ¡Mi hermano, Harry, Hermione...! ¡No
van a morir!
—Bébete esto —volvió a decirle Colagusano—. No tienes más alternativa. El
Señor Tenebroso ha ido al encuentro de tus amigos, y no está solo. No tienen ninguna
posibilidad. Lo mejor que puedes hacer es tomarte la poción y dormirte.
—¡NO! ¡No quiero!, ¿me oye? ¡Déjeme, por favor...! —suplicó, y se echó a llorar.
—Lo siento, muchacha, pero no me dejas opción. —Le abrió la boca usando su
mano izquierda y le vertió el líquido en ella con la derecha. Ginny no tenía fuerzas para
defenderse ni evitarlo. Se atragantó con el líquido, que quemaba, pero finalmente se lo
bebió todo—. Ahora estarás mejor, y el Señor Tenebroso no se enfadará conmigo.
Colagusano volvió a dejarla tendida en el suelo, mientras el efecto de la poción se
le extendía por el cuerpo, anulando el fruto del frío anterior, pero la quemaba, y volvió
a gritar, aunque el dolor no era tan fuerte como antes. Entonces sintió que se le iban
las fuerzas de nuevo, y volvió a perder el conocimiento...
...Y un torrente de imágenes de pesadilla le llenaron: ella escribiendo mensajes
con sangre en la pared; ella retorciéndoles el cuello a los gallos de Hagrid; ella frente
al basilisco, ordenándole..., ordenándole matar... matar...; Ella escribiendo su propia
despedida, bajando a la Cámara, perdiendo el conocimiento...
Harry abrió los ojos otra vez, gritando, y se dio cuenta de que no era el único:
Ginny también chillaba, temblando.
—¿Lo has visto? —le preguntó él.
La chica asintió con la cabeza. Ron y Hermione los miraban entre preocupados y
asustados.
—¿Qué ha pasado, Harry? ¿Qué has visto? —preguntó Ron con impaciencia.
—Después de que Voldemort se marchara, Colagusano le dio una poción, aunque
eso yo ya lo sabía. Y esa poción... —miró a Ginny—, te hizo ver los peores momentos
de tu segundo año.
—¿De cuando Ryddle la poseyó? —inquirió Hermione, sorprendida—. Pero ¿qué
tiene que ver...?
—No lo sé, eso es lo que vi.
—Fue horrible recordar esas cosas. Me dolía todo el cuerpo sólo con pensar en
ello. Incluso ahora, al recordarlo, siento ese frío inhumano que me recorre y que no sé
lo que es.
—Yo tampoco —admitió Harry—. He fracasado; no he conseguido saber qué te
hicieron como para poder ayudarte.
—Has hecho todo lo que has podido —replicó Ginny, y cerró los ojos.
Harry la miró, vio que parecía aún más débil que antes de leerle la mente, y se
preguntó qué podría hacer para ayudarla. Si seguía así, era posible que volviese a
perder el conocimiento, como el día anterior. No podía permitirlo, pero, ¿qué hacer?
Y entonces se le ocurrió una idea: si lo que ella tenía era a Voldemort en su
interior, o algo de él, algo que le quitaba las fuerzas, tal vez pudiera hacer en ella lo
que había hecho consigo mismo el domingo, cuando se había quitado el dolor de la
cicatriz.
—Va a acabar conmigo —dijo Ginny de pronto—. Lo noto. Está acabando conmigo
desde dentro. Cada día estoy más débil, y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.
—¿Qué? —exclamó Ron, asustado—. Ginny, ¿de qué..., de qué estás hablando?
Harry la miró con lástima y tristeza.
—No —sentenció, antes de que ella dijera algo—. No lo permitiré.
Ginny fijó sus ojos en él.
—¿Y cómo vas a impedirlo? —preguntó ella, desesperanzada.
Harry no contestó. Se dio cuenta de que Ron y Hermione le miraban, expectantes.
—¿Confías en mí? —le preguntó a Ginny.
—Sí —respondió ella—. Confío en ti.
Harry cogió su varita y le apuntó.
—Relájate —le pidió, y, un instante después, exclamó—: ¡Desmaius!
El rayo rojo golpeó a Ginny y ella se desmayó.
—¿Qué haces? —preguntó Ron, alarmado—. ¿Estás loco?
—No quiero que ella lo vea, ni que sienta lo que voy a hacer —explicó Harry
tranquilamente. Cogió la Antorcha, la encendió, y le tocó.
Si aquellos sentimientos habían bastado para alejar a Voldemort de él, quizás
también llegaran para darle algo más de tiempo a Ginny. Con la legeremancia podía
sacar cosas de su mente, y esperaba poder también dejar otras.
Cerró los ojos e intentó transmitirle todo lo que sentía por ella, todo lo que la quería
y lo que estaba dispuesto a hacer para protegerla; intentó transmitirle la preocupación
y cariño que Ron le tenía y que había percibido en él, y deseó que eso fuera suficiente
para alejar la sombra de Voldemort durante un tiempo. Cuando sintió que lo había
hecho, abrió los ojos, rompiendo el contacto con ella, y vio que su respiración era
agitada.
—¿Qué le hiciste? —preguntó Hermione, observando a Ginny con atención.
—Algo parecido a lo que le hice la otra vez, en agosto —respondió Harry—.
Espero que sea suficiente... ¡Enervate!
Ginny abrió los ojos y parpadeó, sin comprender lo que había pasado.
—¿Qué...?
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Harry.
—Extraña —dijo ella—. Pero creo que mejor. ¿Qué me hiciste?
—No importa —contestó él—. Lo único que interesa es que estás bien.
—¿Cuánto tiempo? —inquirió ella—. ¿Cuánto tiempo durará este «estar bien»?
—No lo sé —admitió Harry con sinceridad—. Pero encontraré una solución, te lo
prometo.
Y seguía buscando una solución media hora más tarde, cuando se metió en la
cama.
Lo que había hecho no servía de nada, no había logrado averiguar qué es lo que
Voldemort le había hecho a Ginny. Lo único que había conseguido eran unas horribles
escenas del más puro terror. Al recordarlo, allí, en la oscuridad, Harry apretó los
puños, rabioso.
La única forma de saber qué le había pasado a Ginny era por medio del propio
Voldemort. Y también era ésa, pensó, la única forma de saber exactamente qué
tramaba, qué pretendía en el Departamento de Misterios, y si tenía algo que ver en
ello sus contactos con Grindelwald en el pasado.
Casi de forma inconsciente, Harry miró a su baúl, donde guardaba la Antorcha de
la Llama Verde, y recordó cómo había deseado poder leerle la mente a Voldemort
antes de Navidad, y cómo ésa había sido una de las razones para aprender
legeremancia.
Entonces, tomó una decisión radical. Súbitamente, el baúl se abrió y la Antorcha
voló a las manos de Harry, tras lo cual la tapa volvió a caer. Un segundo después, las
cortinas se cerraron a su alrededor, dejándole sumido en la oscuridad.
Harry miró la Antorcha con la débil luz que llegaba hasta él. Tenía que hacer
aquello solo. Ron y Hermione no se lo permitirían, lo sabía, y, si lo pensaba, tenía que
admitir que tendrían razón al impedírselo. Pero los recuerdos de lo que le habían
hecho a Ginny, y el pensar en todas las muertes que había habido, le habían llenado
de rabia e imprudencia.
La llama de la Antorcha se encendió de repente, y un segundo después, Harry
estaba en el interior de la Sala de los Menesteres.
Extendió varios cojines por el suelo y se sentó en ellos, poniéndose cómodo.
Luego cerró los ojos y se concentró.
Recordó que le había hecho daño a Voldemort cuando había empleado la
legeremancia con Ron... Bien, volvería a hacerle daño. Le haría tanto daño que
acabaría deseando morir.
—Vamos a ver si puedes resistir esto, monstruo —murmuró Harry para sí.
Harry se concentró profundamente, mientras la llama de la Antorcha se erguía
cada vez con más fuerza, ganando poder a medida que se sumergía en sí mismo,
contactando con la esencia que Voldemort había dejado en él, intentando llegar a su
mente a través de ella, pero, al mismo tiempo, protegiéndose como había aprendido a
hacer en las clases con Flammingan.
Y sintió a Voldemort; sintió su maldad y su demoníaca y aterrorizadora presencia,
pero, sin dejarse amilanar, exclamó, mentalmente: «¡Legeremens!»
Al instante, se sintió a sí mismo caer a través de la conexión con su enemigo,
buscando entre sus recuerdos, entre sus vivencias... y pensó en Grindelwald y en
aquellos profundos ojos negros, fríos y amenazantes... Y entonces lo vio, frente a él,
mirándole fijamente.
—Eres tú otra vez —dijo Grindelwald, con cierta indiferencia, al tiempo que lo
atravesaba con la mirada. Estaban en una especie de cueva llena de libros y en la que
ardía un fuego, con un caldero encima. En las paredes había antorchas que
iluminaban un poco el lugar, dándole un aspecto tétrico y fantasmal.
—Te dije que volvería.
—Debería matarte sólo por el hecho de que sepas cómo entrar aquí —declaró
Grindelwald, sentándose en una desvencijada silla y mirándole con atención—. No
obstante, me intrigas, chico. Pocos magos podrían superar los hechizos de protección
que he colocado, así que te daré una oportunidad, Ryddle.
—No me llames de ese modo —contestó Ryddle, y Harry percibió la indignación en
su voz—. Mi nombre es lord Voldemort, no lo olvides. Me he librado del «Ryddle» para
siempre.
—Sí, lo sé —repuso Grindelwald con tranquilidad. Estiró una mano y una ejemplar
de un periódico muggle fechado en semanas atrás voló hasta él. Lo cogió y lo abrió
por la página de sucesos, donde se informaba del asesinato de toda la familia Ryddle.
—¿Me has estado investigando? —inquirió Voldemort, al ver el titular.
—¿Acaso crees que iba a dejar que entraras aquí y te marcharas y no saber nada
de ti? No, muchacho. Mi seguridad es muy importante para mí. Y ahora dime, ¿no
crees que eres muy orgulloso denominándote a ti mismo «lord»?
—No. Algún día seré el mago más grande y temido del mundo —aseguró
Voldemort fervorosamente.
Grindelwald se rió.
—No se puede negar que tienes ambición... —dijo—. Eso me gusta, sin ambición
no se llega a ninguna parte. Pero ¿qué te hace suponer que yo te dejaré vivir lo
suficiente para llegar a esa meta? No quiero competencia.
—Quiero aprender lo que sabes. Ambos tenemos los mismos enemigos.
Grindelwald se puso serio y sus ojos brillaron peligrosamente.
—Dumbledore, ¿eh? —dijo—. Él te descubrió, ¿verdad, Heredero de Slytherin?
A su pesar, Voldemort se sorprendió.
—Lo sabes.
—Es una de las razones por las que todavía sigues vivo —explicó Grindelwald—.
No eres la primera persona que llega hasta mí queriendo aprender, muchacho, pero
eres el único que ha vivido para repetir la experiencia. Si no fuera por quien eres y lo
que sé de ti, te habría buscado y hace tiempo que habrías muerto.
—No te habría sido tan sencillo encontrarme y acabar conmigo —repuso
Voldemort—. Yo también tengo mi propio escondite secreto. Y soy más poderoso de lo
que imaginas. Y algún día seré más y más poderoso, cuando por fin logre mi meta.
—¿Y cuál es esa meta? —preguntó Grindelwald con interés.
—Vencer a la muerte —declaró Voldemort con una sonrisa.
—Sí, desde luego eres ambicioso. No te conformas con poco... —Sonrió—. Vencer
a la muerte... No eres el primero que lo intentas. ¿Qué te hace suponer que triunfarás
donde otros fracasaron?
—Son los sentimientos humanos los que provocan nuestra mortalidad —dijo
Voldemort—. Me libraré de esa humanidad que nunca he deseado, me libraré de lo
que hace débiles a los magos, y entonces no habrá límites para mí.
—Librarte de tu humanidad... —pronunció Grindelwald con seriedad—. Sí, eso
podría funcionar... Si estás dispuesto a pagar el precio, claro. ¿Lo estás, chico?
—Por supuesto. Jamás en mi vida he sentido nada por nadie. Eso me ha hecho
fuerte, pero aún así, esos... sentimientos, siguen ahí. Sin ellos, con su poder, iré más
allá de lo que nadie ha ido jamás.
—Yo también detesto esos sentimientos humanos de los que hablas —dijo
Grindelwald—, pero tú los subestimas, y eso es un error.
—¿Un error? Aquellos que se dejan dominar por sus sentimientos son débiles,
víctimas fáciles para los que son como yo.
—Sí, es cierto que esos sentimientos son una debilidad... a veces —matizó
Grindelwald, y Voldemort le miró, interrogante—. Nunca subestimes lo que podría
hacer alguien por eso estúpido que llamamos amor —le advirtió—. No existe mayor
poder que el del amor, por mucho que te pese, y lo sabrías si hubieras visto alguna
vez aquello que yo busco.
—¿Eso que intentas robar? —preguntó Voldemort con desdén—. Creía que era
algún objeto de poder.
—Lo es —confirmó Grindelwald—. El objeto más poderoso que he visto jamás,
pero también el más terrible e indomable. Si consigues hacer lo que planeas,
Voldemort, librarte de tu humanidad, tendrás un punto débil, y pobre de ti que alguien
logre aprovecharlo.
—¿Punto débil? —exclamó Voldemort, sin comprender—. No hay punto débil.
¿Quieres que te hable de puntos débiles? Escapé de Hogwarts porque Dumbledore
prefirió atender a un ridículo e insignificante alumno herido que capturarme a mí. Ése
es el punto débil que yo, definitivamente, no puedo tener.
—Sí, eso es cierto —asintió Grindelwald, mostrándose de acuerdo—. Es una
debilidad..., pero también la mayor fortaleza de los que lo poseen, si supieran usarlo.
Es magia antigua, Voldemort. ¿Acaso nunca has oído hablar de ella?
—Nadie sabe usarla —replicó Voldemort, despectivo.
—Yo la he visto —repuso Grindelwald, tranquilo—. La he estudiado durante gran
parte de mi vida.
Voldemort hizo una mueca.
—La desprecias, ¿eh? —musitó Grindelwald—. Pues deberías tenerla presente,
sobre todo si piensas volverte... inmortal.
—¿Por qué? —inquirió Voldemort.
—Porque podría destruirte si pierdes tu humanidad —explicó Grindelwald—. Y por
cierto..., ¿tienes alguna idea de cómo vas a hacerlo?
—Sangre de unicornio —respondió Voldemort, muy seguro de sí mismo.
Grindelwald le miró con asombro.
—¿Estás dispuesto a usarla? —le preguntó, asombrado—. Nadie se ha atrevido,
nunca.
—Sólo me libraré de aquello que ya no tengo, y el poder que se abrirá ante mí...
—Todo ese poder, sea cual sea y lo hagas como lo hagas, caerá ante la magia
antigua si te libras de tu humanidad.
Voldemort le miró de forma ligeramente despectiva.
—Te tenía en más alta consideración, pero no paras de hablar de la magia
antigua. No pareces un mago tenebroso. Ningún otro había considera nunca la mera
posibilidad de usarla, y...
—Por eso cayeron todos —comentó Grindelwald con tranquilidad, callando a
Voldemort—. Soy un mago tenebroso, sí, o así se me considera. No tengo ningún
aprecio ni interés real en los sentimientos, aunque no siento tanta repulsión hacia ellos
como sientes tú. Y te digo una cosa: aunque no creyera en la magia antigua, creo en
lo que veo, muchacho, y si tú hubieras visto el poder de la Esfera... Por eso la quiero
yo. Con ella, tu inmortalidad no valdría lo que un trozo de hielo en un caldero al fuego.
Te destruiría en un segundo, como ha hecho con más de uno. Harías bien en pensarte
eso que vas a hacer. Por cierto, ¿cuándo piensas hacerlo?
—No lo sé. Tengo mucho que aprender. De hecho, para eso quería verte.
—Explícate.
—Quiero que me des todo lo que tengas acerca de la esencia mágica y de la vitae
substantia. Lo necesito.
Grindelwald se rió, pero al momento volvió a ponerse serio y miró a Voldemort de
forma intensa e incluso amenazante.
—Escúchame, muchacho. No te niego que me impresionas y que tienes un
potencial extraordinario, pero yo no acostumbro a hacer favores. ¿Por qué iba a darte
lo que me pides? Quería conocerte, y ya te conozco; pero nada puedes darme, que yo
sepa. Así pues, ofréceme algo o no saldrás de aquí con vida hoy, heredero de
Slytherin o no, porque eso para mí no tiene importancia. El tema de la pureza de
sangre nunca me ha interesado.
—Lo que te ofrezco es ayuda contra Albus Dumbledore. Tú deseas matarlo, y yo
también. Ninguno de los dos, por separado, podemos, pero unidos...
Grindelwald no respondió inmediatamente, y siguió observando a Voldemort
durante un rato.
—No niego que me vendría bien ayuda... Está bien, te daré lo que me pides; tengo
justo lo que necesitas. Quizás tus descubrimientos sean útiles, aunque mueras en el
intento. —Se acercó a algunas de las estanterías y recogió varios libros pesados y
polvorientos.
—Gracias —dijo Voldemort, complacido, aunque no había agradecimiento en su
voz—. Ahora que somos aliados, tal vez te gustaría hablarme de esa Esfera, o lo que
sea, que buscas.
—Somos aliados en un solo objetivo —replicó Grindelwald, cortante—. Esa Esfera
a ti no te incumbe, así que no intentes nada con ella, o te mataré. De todas formas,
¿qué quieres saber, si tú desprecias esa magia?
—Dijiste que podría acabar conmigo, y cualquier arma que pueda destruirme es
interesante para mí, funcione como funcione.
—Ya veo... Realmente quieres que te hable de ella, ¿eh? Bueno, podría hacerlo,
¿por qué no? Tal vez aprendas algo, chico...
Grindelwald siguió hablando, pero Harry no le escuchó. Sintió cómo todo temblaba,
y, de pronto, se encontró tirado en la Sala de los Menesteres, con la cicatriz ardiéndole
de forma horrible, inaguantable. A duras penas se aguantó las ganas de chillar.
Sentía algo retorcerse en su interior, y supo, sin lugar a dudas, que Voldemort se
había dado cuenta de lo que estaba haciendo, y que estaba furioso, furioso como no lo
había estado en toda su vida.
35

La Habitación y la Esfera

Harry no les contó a Ron y a Hermione lo que había hecho la noche del miércoles
hasta el sábado por la mañana. Tras superar un poco el dolor de la cicatriz, había
vuelto a aparecerse en su cama silenciosamente, había escondido la Antorcha bajo las
sábanas y había acabado por dormirse.
Había pasado los siguientes días de un modo raro, y Ron y Hermione lo habían
notado, lo sabía, pero ninguno de los dos había comentado nada al respecto. Sin
embargo, el sábado, Hermione les propuso a los dos salir a dar una vuelta,
aprovechando el buen tiempo. A Harry aquello le había extrañado, pero igualmente
había aceptado. Un paseo le haría bien.
Caminaron por el borde del lago hablando de cosas intrascendentes y de las
últimas escaramuzas entre aurores y mortífagos que habían salido en El Profeta.
Cuando estaban del otro lado del lago, alejados de cualquier oído indiscreto, Hermione
se detuvo de pronto y miró a Harry.
—Bueno, creo que es hora de que nos lo cuentes, ¿no crees?
—¿Que os cuente el qué? —inquirió Harry, mirando a su amiga con el ceño
fruncido.
—No te hagas el tonto, Harry. Hemos esperado a que te decidieras a decírnoslo,
pero parece que no quieres, así que tenemos que preguntar. ¿Qué hiciste el miércoles
por la noche?
—¿Qué? —exclamó él, sorprendido—. No hice nada, no sé a qué...
Hermione bufó, exasperada.
—Harry, por si lo has olvidado, Ron y yo sabemos perfectamente cuando usas la
Antorcha de la Llama Verde, y el miércoles por la noche lo hiciste. Lo notamos y Ron
comprobó que no estabas en tu cama, aunque tuvieras las cortinas corridas.
Harry se maldijo a sí mismo por haberse olvidado de ese detalle.
—Utilicé la Antorcha para entrar en la mente de Voldemort y saber de una vez qué
le pasó a Ginny —confesó de un tirón, y suspiró.
—¡¿Que qué?! —chilló Hermione, muy alarmada—. Pero ¿cómo se te ocurre?
¡Podría haberte hecho daño, Harry! ¡Sabes que vuestra conexión se hace muy fuerte,
y podría haberte pasado cualquier cosa!
—Tranquilízate, ¿quieres? —pidió Harry, un poco enfadado. En el fondo, sabía
que Hermione tenía razón, pero no le gustaba la forma alarmada en que ella lo
expresaba; lo hacía parecer todo peor—. No me ha pasado nada.
—¡Pero podría! —bramó Hermione, enfurecida porque su sermón no parecía estar
teniendo el efecto que ella deseaba. Se volvió hacia Ron—. ¡Dile tú algo!
Ron miró a uno y a otro.
—Bueno, creo que estás loco por hacer esas cosas —dijo simplemente. Harry
abrió la boca para replicar, un poco molesto porque su amigo, que antes siempre se
ponía de su parte, ahora se ponía muchas más veces de la de Hermione, pero, antes
de que pudiera decir nada, Ron prosiguió—: De todas formas, el mal ya está hecho.
¿Conseguiste averiguar algo?
—No —respondió Harry—. Sólo...
—¿Ves? —volvió a atacar Hermione—. ¡Es una locura! No puedes leerle al mente
a Voldemort así, sin más. Te arriesgaste para nada y...
—¡Hermione, déjame terminar! —le pidió Harry, alzando la voz, y su amiga se calló
—. No llegué a ver eso, porque antes vi otra cosa, y luego Voldemort me descubrió y
me echó, furioso.
—¿Te descubrió? —inquirió Ron, y se estremeció—. ¿No te hizo nada?
—Me dolió la cicatriz un buen rato, pero nada más. Creo que le sorprendí, y le
fastidió descubrir que llevaba un rato espiando sus recuerdos...
—Y bueno..., ¿qué viste? —quiso saber Hermione, intrigada a su pesar.
—Su encuentro con Grindelwald —contestó Harry—, y, aunque me interrumpió en
lo más interesante, oí cosas bastante útiles. —Y, en poco tiempo, Harry les explicó a
sus dos amigos lo que había oído esa noche.
Hermione se quedó pensativa.
—¿No oíste lo que era esa misteriosa esfera?
—No. Lo único que sé es que, al parecer, tiene poder sobre la magia antigua, no
sé cómo. Grindelwald estaba muy impresionado con ella.
—¿Y dices que esa esfera podría destruir a Voldemort? —preguntó Ron.
—Eso dijo Grindelwald, aunque no puedo estar seguro —respondió Harry—.
Entonces, Voldemort no sabía aún cómo iba exactamente a conseguir la inmortalidad.
En ese tiempo debía tener diecisiete o dieciocho años, y tardó otros veinte en hacer
aquella poción. Quizás no tenga ya ese punto débil.
—Sí lo tiene —razonó Hermione—. Le hacen daño los sentimientos, ¿no? ¿Y por
qué creéis que quiere entrar en el Departamento de Misterios? Sabe, o sospecha, que
esa esfera podría vencerle, y por eso quiere destruirla.
—Estás totalmente segura de que destruir esa esfera es lo que Voldemort desea
—señaló Ron.
—Sí, lo estoy —confirmó Hermione—. No puede ser otra cosa. Grindelwald debió
explicarle lo que es, y por eso ahora intenta acabar con ella.
—Ya, pero, ¿por qué no lo hizo antes? —inquirió Ron—. Si todo este tiempo fue
una amenaza para él, ¿por qué este interés repentino ahora? ¿Y por qué la Orden se
tomó tantas molestias para proteger la profecía y, sin embargo, no protegen esta
arma, o lo que sea? Es más —añadió—. ¿Por qué nadie la ha usado nunca?
—Son muchas preguntas —dijo Harry, pensativo—. Voldemort no puede usarla, o,
al menos, no le interesa. Ahora quiere destruirla porque alguien piensa usarla contra
él, o eso es lo que él cree. Lo deduje de las visiones que he tenido. ¿Por qué nadie la
ha usado nunca? No lo sé, es una buena pregunta, y creo que tendríamos la
respuesta si supiéramos quién pretende usarla contra él.
—Sí... —asintió Hermione, concentrada—. Y esto nos lleva a una nueva cuestión:
si no puede destruirla, o no lo ha logrado hasta el momento, ¿por qué no ha intentado
matar a la persona que pretende usarla contra él? ¿No le sería más fácil?
—Bueno, tal vez sí lo ha intentado, y no ha podido —aventuró Harry—. No
sabemos quién es.
—Sí, tal vez sea Flammingan, o Dumbledore, ¿verdad? —opinó Ron—.
Flammingan trabajó allí muchos años, debe saber qué es esa esfera o dónde está, y
cómo usarla. Seguramente por eso Grindelwald los atacó a sus padres y a él. ¡Sí!
—exclamó, excitado—. Tiene que ser Flammingan, quizás esa es una de las razones
por las que Dumbledore le contrató, aparte de para ayudarte a ti, Harry. Recuerda que
nos dijo que tenía «varios motivos» para estar aquí. Quizás uno de ellos es
mantenerse a salvo de Voldemort. ¿Por qué si no iba a entrar en la Orden del Fénix
después de todo este tiempo?
—Podría ser —asintió Harry—. Podría ser..., aunque, si es así, ¿por qué no usa
esa esfera contra Voldemort?
—Tal vez no sea tan fácil, o quizás no quieran arriesgarse —expuso Hermione—.
Mirad, para mí es obvio que esa esfera está guardada en esa sala inaccesible del
Departamento de Misterios. Deber de haber una buena razón por la cual esa puerta
está cerrada, ¿no creéis? Harry, mencionaste que Grindelwald había dicho que ese
objeto era indomable y muy poderoso... y que había destruido a gente. Tal vez temen
usarlo.
—Tal vez —dijo Harry.
—A mí también me intriga una cosa, hablando de esto —dijo Ron—. Harry, tú viste
en los recuerdos de Flammingan a sus padres muertos y a Grindelwald
amenazándole, ¿verdad? —Harry asintió—. ¿Cómo sobrevivió? Flammingan, quiero
decir. ¿Por qué Grindelwald no le mató también? Flammingan siempre dice que no es
bueno en Defensa Contra las Artes Oscuras.
—No lo sé —contestó Harry—. Tal vez escapó, desapareciéndose... No sé. —
Calló un segundo y luego dijo—: ¿Sabéis? Me pregunto qué podrá hacer esa esfera y
qué les sucedió a aquellas personas que fueron afectadas por ella.
—Sería interesante... —comenzó a decir Hermione, y luego se cortó en seco,
abriendo mucho los ojos—. ¡Venid conmigo! —les ordenó a sus amigos, empezando a
correr hacia el castillo—. ¡Acabo de acordarme de algo!
—¿De qué? —preguntó Ron, corriendo tras ella, junto a Harry.
—¡Venid! —insistió ella, sin dar más explicaciones.
Entraron en el castillo y subieron a la sala común. Una vez allí, Hermione
desapareció por las escaleras de los dormitorios, y, cinco minutos después, volvió a
bajar, con un libro en la mano. Harry se dio cuenta de que era el libro que le había
regalado él por su cumpleaños, el que trataba sobre el Departamento de Misterios.
—Me acordé ahora mismo de que este libro tiene un capítulo dedicado a la historia
del Departamento —les explicó Hermione, pasando páginas velozmente—. Y, si no
recuerdo mal... ¡Aquí está! —exclamó, triunfante. Harry y Ron se inclinaron hacia ella
—. Fijaos: dice que entre 1936 y 1940 varios inefables del Departamento fueron
ingresados en San Mungo, aquejados de un extraño mal que nadie logró curar nunca.
Según parece, algunos estaban totalmente idos, como ensimismados, y no eran
capaces ni de hablar, otros sólo podían reír, otros lloraban continuamente... Pero les
pasara lo que les pasara, nunca se supo la causa, o, al menos, no trascendió a los
medios y se mantuvo en secreto. Creo que es esto a lo que se refería Grindelwald,
¿no creéis? Él murió en 1945, tiene lógica.
—¿Qué crees que les pasó a esos magos? —inquirió Harry.
—No lo sé, son síntomas raros —contestó Hermione, meditando la cuestión—.
Nunca había oído hablar de nada así. Lo más curioso, de hecho, es que no a todas las
personas pareció afectarles igual. —Se dejó caer sobre el respaldo de la butaca en
que estaba sentada y cerró el libro—. Bueno, no creo que logremos averiguar más
sobre este tema de esta forma... ¿Tenéis entrenamiento esta tarde? —Harry y Ron
asintieron con la cabeza—. Entonces creo que deberíamos dejar esto y ponernos a
trabajar con los Hechizos Vitalizantes. Recordad que la profesora McGonagall nos va
a poner un ejercicio sobre ellos el próximo martes.
—Sí, trabajemos un poco —aceptó Harry, sacando la varita del bolsillo de su
túnica.

No volvieron a tocar el tema de la Esfera durante los siguientes días, ocupados como
estaban con los deberes y los entrenamientos de quidditch. Todos los profesores
habían anunciado que tenían la intención de terminar sus materias a mediados de
abril, para dedicar al menos un mes a preparar los EXTASIS.
—Espero que os estéis estudiando bien lo que estamos dando para poder dedicar
más tiempo de repaso a los temas que hemos dado hace más tiempo —les dijo la
profesora McGonagall el viernes de la semana siguiente, el último de marzo—. Espero
haber acabado con los Hechizos Vitalizantes dentro de dos semanas, para dedicar
una semana especial a transformación, y luego comenzar con el repaso. Así que, los
que tengáis más problemas con este hechizo, aplicaos y, si lo necesitáis, venid a
hablar conmigo cuando queráis, por si tenéis dudas. Como algunos ya sabréis, las
clases para vosotros terminarán el martes diecisiete de mayo, y el lunes siguiente
tendréis vuestro primer examen, que, aunque todavía no estoy segura, creo que es
Encantamientos. Los exámenes durarán dos semanas. En la pizarra tenéis los
deberes para el lunes. Podéis salir.
—¿Habéis visto qué pedazo de redacción nos ha mandado? —se quejó Ron al
salir de clase, mientras se encaminaban al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras
—. Y sin contar lo que nos ha mandado Snape, y también la profesora Sprout...
Espero que Dumbledore no nos mande nada donde haya que leer o escribir.
—Ya has oído a la profesora, Ron —lo sermoneó Hermione—. Faltan menos de
dos meses para los exámenes, y en dos semanas tenemos que tener listos los
Hechizos Vitalizantes...
—Yo ya domino los Hechizos Vitalizantes —repuso Ron con suficiencia—. A los
tres se nos dan bien.
—Sabes perfectamente que eso no es sólo debido a nuestro esfuerzo. Además, no
somos los únicos en la clase. La profesora McGonagall tiene que dar clase para todos,
no sólo para nosotros tres.
—Ya, pero nosotros no tenemos culpa de tener poderes especiales porque Harry
comparta la esencia de Voldemort —replicó él, mientras entraban en el aula y se
dirigían a sus asientos—. Deberíamos poder librarnos de algunos de esos deberes...
Hermione iba a contestarle, pero en ese momento Dumbledore entró en el aula, y
cerró la boca sin decir nada.
Para satisfacción de Ron (y también de Harry y demás alumnos), Dumbledore no
les puso deberes, pues había comenzado a explicarles un método rápido para
desaparecer y aparecer entre lugares próximos muy útil en caso de combate. Harry lo
encontró muy interesante, de no ser por el hecho de que toda la explicación fue
teórica, ya que nadie (excepto él con la Antorcha, claro) podía desaparecer o aparecer
en el interior del castillo.
—El lunes os explicaré más —terminó Dumbledore—. Ahora podéis iros.
Los alumnos comenzaron a recoger y a abandonar el aula. Harry, Ron y Hermione
también se disponían a hacerlo, pero Dumbledore se acercó a ellos.
—Harry —inquirió el profesor—. ¿Lo has hecho?
—¿Si he hecho el qué? —preguntó Harry, sin entender.
—Si has utilizado la Antorcha con Ginny —aclaró Dumbledore—. A principios de la
semana pasada se la veía cansada y débil, pero desde hace días parece de nuevo
completamente normal.
—Sí, la he usado —contestó Harry, con un deje de tristeza—. Pero no ha valido de
nada. Vi lo que sufrió, pero no supe qué le hicieron. Voldemort la hechizó usando algo
que no pude ver y un conjuro que no pude oír, y luego le dieron una poción que
despertó recuerdos de cuando fue poseída, cuando iba en primero y hubo aquellos
ataques, pero nada más.
—Yo no creo que no sirviera para nada —repuso Dumbledore—. Ella está mejor.
—Le di un poco más de tiempo, pero no sé cuánto durará, ni si volverá a funcionar.
—Al menos lo has intentado —dijo Dumbledore—. Has hecho un gran trabajo,
aunque creas que no ha valido para nada. Recuerda que siempre hay una esperanza.
—Ya —dijo Harry secamente, y sin más abandonó el aula seguido de Ron y
Hermione.
—Dumbledore tiene razón, Harry —comentó Hermione mientras se dirigían al Gran
Comedor para la comida—. Ginny está mucho mejor estos días, todo el mundo lo ha
notado.
—Pero tarde o temprano volverá a empeorar, lo sé —replicó Harry, abatido.
Y lo sabía muy bien. Había observado a Ginny de cerca, y sabía que ella seguía
bien, pero él no lo estaba. Aunque no les había contado nada a sus amigos para que
Hermione no volviera a regañarle por haber atacado la mente de Voldemort, Harry
había vuelto a notar, progresivamente, que los dolores de su cicatriz estaban
aumentando de nuevo. Y ahora sentía casi a todas horas la presencia de Voldemort,
iracundo por su atrevimiento. Sabía que no podría volver a hacerlo, pues ahora el
mago estaba vigilante. Dudaba que pudiera atacarlo ni siquiera con lo que
Flammingan fuera a enseñarle en su clase especial del domingo. De hecho, teniendo
en cuenta las obligaciones que tenía ese fin de semana, si no había anulado la clase
era sólo por respeto hacia el profesor, por haberle dedicado su tiempo.
Por tanto, el domingo, a las cinco y media, después de un fin de semana agobiante
y agotador, se dirigió al despacho del profesor de Teoría de la Magia, aunque con
mucha menos ilusión que lo había hecho los otros días.
Lo primero que hizo Flammingan, tras saludarlo, fue preguntarle por lo de Ginny.
—Dumbledore habló conmigo y me contó lo que viste, Harry. Hemos estado
cambiando impresiones sobre lo que le podría haber pasado.
—¿Y han llegado a alguna conclusión? —quiso saber Harry.
—No, nada concreto —reconoció Flammingan con pesar—. Pero no nos rendimos,
y puedes estar seguro de que la vigilamos y la observamos muy atentamente.
—Yo también lo hago, y Ron y Hermione, pero eso no la librará si Voldemort sigue
atacándola. No entiendo qué pretende. De hecho, si no fuera porque le hizo esto
cuando contaba matarme, juraría que lo hace para torturarme y verme sufrir por ella. A
veces desearía..., desearía no quererla tanto —admitió. Pensó en que debería sentirse
avergonzado, pero Flammingan seguía inspirándole aquella extraña confianza, como
si fuese alguien cercano y no alguien que había conocido hacía unos meses y del cual
apenas sabía nada.
—El amor puede ser muy duro a veces —se limitó a decir Flammingan—. Pero
también es muy hermoso.
Harry asintió, suspirando, y recordó de pronto la conversación entre Grindelwald y
Voldemort sobre la debilidad de los que amaban a otros; y, sin desearlo, reconoció que
tenían parte de razón en ello.
—¿Comenzamos? —preguntó Harry, acordándose de nuevo de los deberes que
tenía que terminar y deseando salir de allí cuanto antes para ponerse a ello.
—Sí. Simplemente atácame e intenta forzarme rompiendo mis defensas —le dijo el
profesor—. Pero ten cuidado —le advirtió—. Podría volver el ataque contra ti.
—Lo sé —dijo Harry, acordándose de una de sus clases de oclumancia con
Snape.
—Cuando quieras, entonces.
Harry sacó su varita y lanzó el hechizo, pero la pared que había creado
Flammingan en torno a su mente era demasiado sólida, y no pudo atravesarla. Tras
intentar vencerla con todas sus fuerzas, se rindió.
—No puedo —confesó, cansado.
—Has tratado de derribarme a la fuerza, y así no podrás —le explicó Flammingan
—. Tienes que buscar un punto débil. Recuerda que fuerzas una mente. Si me
distraes, si me desconcentras, lo tendrás más fácil. Vuelve a intentarlo.
Harry asintió, y volvió a lanzar el hechizo. De nuevo, se topó con la misma pared.
Pero en esta ocasión, en lugar de forzarla, la tanteó, pero fue inútil y, de nuevo, tuvo
que retirarse.
—No me has entendido —dijo Flammingan—. No busques fallos en la oclumancia
del otro, eso no te funcionará, al menos conmigo. Tienes que buscar debilidades del
oponente, no de sus barreras. Hazme ceder y mis barreras cederán conmigo.
Harry, pensando en cómo hacer aquello, lanzó de nuevo su ataque. Y, mientras
luchaba por entrar, se le ocurrió una idea, y puso todo su empeño en enviarle un solo
pensamiento: la imagen de unos ojos negros y amenazadores...
Al instante, sintió que las defensas de Flammingan cedían, y, antes de que pudiera
restablecerlas, empujó y entró. Sintió desconcierto, admiración; y volvió a ver de nuevo
aquella imagen de Grindelwald en aquel salón...
...Pero, un segundo después, sintió un golpe violento y fue expulsado, y su cabeza
empezó a dar vueltas, mostrándole imágenes de una serpiente que caminaba por el
suelo en un zoo, una pintada con sangre en una pared, unos ojos rojos que le miraban
con odio, una luz roja que palpitaba en un lugar oscuro y, antes de que lograra pararlo,
un beso en unos labios fríos.
Abrió los ojos y miró a Flammingan, que lo observaba con los ojos muy abiertos,
totalmente sorprendido. Harry supuso que iba a preguntarle sobre Grindelwald, pero la
pregunta del profesor fue totalmente distinta.
—¿Qué era eso?
—¿El qué? —inquirió Harry, deseando que no se refiriera al beso.
—Esa imagen donde había una luz roja que palpitaba en un sitio oscuro.
—¿Eso? —dijo Harry, sorprendiéndose de que Flammingan se preocupara por
aquello—. No es más que un sueño que he tenido a veces.
—¿Has visto eso en un sueño? —quiso saber Flammingan—. ¿No lo habías visto
nunca antes?
—No —negó Harry, extrañado por el interés de Flammingan—, sólo en sueños.
¿Por qué? ¿Qué pasa?
—¿Cuándo has soñado con eso, Harry? —La expresión del profesor indicaba que
aquello a lo que él nunca había dado importancia, parecía tenerla.
—Hace tiempo... —Hizo memoria—. La primera vez antes del verano, creo... Sí, el
mismo día del entierro de Luna. ¿Por qué?
—Tenemos que ir al despacho del director —fue la respuesta de Flammingan.
—¿Por qué? —volvió a preguntar Harry, que seguía sin entender nada.
—Allí te lo explicaré. Vamos.
Salieron del despacho y Harry siguió al profesor en silencio, preguntándose a qué
vendría aquello.
Flammingan pronunció la contraseña frente a la gárgola de piedra y ésta se apartó
para dejarles paso hacia el despacho. Subieron la escalera y el anciano mago llamó a
la puerta. Unos segundos después, Dumbledore les mandó entrar, y, al hacerlo, Harry
vio que estaba sentado y que, de nuevo, tenía frente a él el pensadero.
—¿Sucede algo, Claius? —inquirió Dumbledore, mirando detenidamente la
expresión de Flammingan.
—No lo sé, eso es lo que tenemos que averiguar —contestó Flammingan
misteriosamente. Agitó su varita, hizo aparecer una silla y se sentó al lado de
Dumbledore. Harry se sentó frente a ellos, sin entender nada, y Dumbledore parecía
igual de extrañado—. Durante nuestra clase de hoy —contó—, vi que Harry ha estado
soñando con la Esfera.
Dumbledore le miró fijamente unos segundos.
—¿Con la Esfera? —preguntó—. ¿Te refieres a...?
—Sí.
Harry miró a uno y a otro. No comprendía nada, pero la mención a «la Esfera» le
llamó la atención. ¿Sería posible que se refirieran a la misma Esfera de la que había
hablado Grindelwald?
Dumbledore se volvió hacia Harry, asombrado.
—Háblanos de esos sueños —le pidió.
—Empezaron el día del funeral de Luna —contó Harry—, y se han venido
repitiendo durante todo el año pasado. Cada cierto tiempo soñaba que estaba en esa
sala, con una luz roja que palpitaba. Cada vez que soñaba con ella me sentía bien,
como protegido... Era extraño. Pero hace ya mucho que no sueño con ese lugar. ¿Qué
pasa con él? ¿Es que acaso existe? —preguntó.
—Sí, existe —contestó Dumbledore—. Se encuentra en el Departamento de
Misterios.
—La habitación que siempre está cerrada —dijo Harry, viendo que su teoría era
cierta. ¿Por qué soñaba él con aquel lugar, si no había estado nunca?
—Sí —confirmó Flammingan—. La que oficialmente se conoce como Cámara del
Amor. Y me gustaría saber por qué sueñas con ella si ni tú, ni nadie, ha entrado allí
desde hace casi sesenta años.
—No lo sé —repuso Harry—. De hecho ni siquiera creía que ese lugar existiera de
verdad.
—¿No asociaste esos sueños con algo en lo que Voldemort pudiera estar
pensando? —inquirió Dumbledore, que aún parecía completamente asombrado.
—No —respondió Harry—. Me sentía demasiado bien allí como para creer que
fuera cosa de él. Cuando sueño con él lo noto claramente, y ese sueño no tiene nada
que ver. —Calló y seguidamente miró a los dos profesores con cierta indignación—. Oí
a Voldemort hablar de esa «Esfera» o lo que sea en un sueño, pero no tenía ni idea
que se refiriera a lo que aparecía en mis sueños... Lo que yo veo es una luz, no
exactamente una esfera... —Se quedó un instante pensativo—. Eso es lo que él
quiere, lo que puede destruirlo. Grindelwald le habló de él y...
Flammingan se puso tenso al momento. Dumbledore frunció el entrecejo y miró a
Harry con atención.
—¿Grindelwald? ¿Qué sabes tú de él y de su relación con Voldemort? —quiso
saber.
—Vi cosas en su mente mientras usaba la Antorcha de la Llama Verde, hace unos
días —confesó Harry—. Voldemort y él tuvieron contactos. Voldemort le contó sus
planes para conseguir la inmortalidad, y Grindelwald le habló de la Esfera. Le dijo que
eso podría destruirle totalmente. Es por eso por lo que quiere acabar con ella. Él sabe
que alguien piensa en ella, y que pueden usarla contra él, y por eso quiere robarla,
pero ni Ron, ni Hermione ni yo sabemos... —Se interrumpió de pronto, abriendo los
ojos desmesuradamente al tiempo que la comprensión se formaba en su mente—.
¡Soy yo! —exclamó—. Voldemort debió de ver esos sueños cuando yo los tuve, y
creyó que yo sabía de la Esfera y pretendía usarla contra él... Todo este tiempo era
yo... Hablaba de mí... —Apretó los dientes, con rabia.
—Eso aclara mucho las cosas —dijo Dumbledore—. Pero podrían haberse
aclarado antes, Harry. ¿Por qué nunca nos hablaste de esos sueños?
—Nunca creí que fueran importantes, ni los relacioné con lo que Voldemort quería
encontrar en el Departamento de Misterios. —Les dirigió una mirada furiosa a sus
interlocutores—. ¿Por qué nunca me han hablado de ese lugar y de esa Esfera,
supuestamente tan poderosa? ¿Por qué nunca la han usado contra él, si puede
destruirle? ¿POR QUÉ?
—Harry, tranquilízate —le exigió Dumbledore con tranquilidad, pero también con
firmeza—. Nunca te hablamos de ese lugar porque no creíamos que fuese relevante.
—¿Que no creían que fuese relevante? —estalló Harry—. ¡PUEDE ACABAR CON
VOLDEMORT! —gritó. ¿Es que acaso no lo entendían?
Pero ni Flammingan ni Dumbledore parecieron inmutarse. Flammingan se limitó a
suspirar, y luego dijo:
—¿Sabes por qué se cerró esa habitación, Harry?
—Creo que sí. En un libro que le regalé a Hermione dice que varios inefables
sufrieron, hace mucho tiempo, ciertos trastornos. Grindelwald le comentó a Voldemort
que la Esfera era la culpable.
Flammingan volvió a revolverse, incómodo, ante la mención del nombre del mago,
y Harry recordó que estaba hablando del asesino de sus padres.
—Yo fui el que cerré aquella habitación —explicó Flammingan—. La cerré con un
conjuro porque era necesario. —Suspiró—. Creo que será mejor que te cuente una
historia, para que lo entiendas. Quizás así logremos desentrañar este misterio.
»Entré a trabajar en el Departamento de Misterios hace muchísimo tiempo
—comenzó—. Ése había sido mi sueño desde que salí de Hogwarts. La investigación
era lo que me gustaba, lo que se me daba bien. Uno no se entera de todo lo que se
hace en aquel lugar nada más entrar, y, aunque siempre corren rumores, la mayoría
de los empleados no saben ni la mitad de lo que se trata. Si en algo son buenos los
inefables aparte de en investigación mágica, es en guardar secretos. Durante mis
primeros meses allí, oí rumores de que se trabajaba en algo muy secreto, un objeto
extraordinario del que únicamente había trascendido su nombre: lo llamaban «La
Esfera». Aparte de su inventor, un hombre llamado Mathricks, sólo el Jefe de Inefables
y otro inefable de alto rango sabían algo de ello.
—¿Grindelwald trabajaba en ella? —se asombró Harry.
—¿Sabes que Grindelwald era el Jefe de Inefables? —preguntó Flammingan.
—Sí —confesó Harry—. Un día vi una foto suya en un libro de Hermione, y supe
que le había visto en algún lugar. Luego recordé que había sido en la mente de
Voldemort, y Hermione investigó sobre él.
—Entonces ya sabes cómo murieron mis padres —dijo Flammingan.
Harry asintió lentamente.
—Ron, Hermione y tú no pararéis de asombrarme nunca —comentó Flammingan,
y esbozó una sonrisa—. Bueno, como iba contando... Sí, Grindelwald trabajaba en
ella, aunque casi todo lo hacía Mathricks; él había sido el de la idea, aunque realmente
nunca sabremos cómo la hizo.
»El caso es que, cuando yo llevaba aproximadamente un año en el departamento,
una noche, mientras estaba solo en mi casa, Mathricks apareció en medio de una
tormenta, herido y moribundo; y me contó que Grindelwald había intentado matarlo y
robarle la Esfera, pero que, gracias al poder de la misma, había logrado reunir fuerzas
como para llegar hasta mí. Él, por desgracia, estaba herido de muerte, pero, antes de
morir, me entregó la Esfera diciendo que yo debía tenerla, junto con las instrucciones
de la sala donde debía ser colocada, y una advertencia.
—¿Qué advertencia? —quiso saber Harry, muy interesado en la historia.
Flammingan tardó unos segundos en contestar, y a Harry le pareció que estaba
reviviendo de nuevo aquel momento.
—«La Esfera es peligrosa» —respondió—. Yo, asustado, llevé inmediatamente la
Esfera al Ministerio y avisé de lo de Grindelwald, que no volvió a aparecer por allí. El
otro inefable que había estado involucrado en el proceso de creación de la Esfera,
Bindings, debía ocuparse de ella, pero Mathricks me había dicho que debía ser yo
quien la estudiara, aunque en aquel momento no sabía por qué, ni tampoco entendí
por qué todos aceptaron aquella directriz. Aquello supuso, por tanto, una especie de
ascenso para mí. Bindings iba a contarme todo lo que él sabía mientras, siguiendo las
instrucciones de Mathricks, construíamos la sala, pero, por desgracia, Grindelwald le
capturó dos días después y también le mató. Lo único que pudo contarme era que la
Esfera, que estaba hecha, al menos por fuera, de cristal de polvo de cuerno de
unicornio, tenía la capacidad para contener el poder de la magia antigua. Lo demás
que sé, lo averiguamos después, durante los años que dediqué a su estudio.
»La magia antigua que la Esfera reúne, Harry, es el amor, el poder del amor puro,
y por eso llamamos a aquella sala «Cámara del Amor». Aquella habitación tenía la
capacidad para reunir en su interior el poder de la Esfera, y que ésta, que es sobre
todo un canalizador, no podía contener.
»La primera vez que vi la Esfera, la noche de la muerte de Mathricks, sentí que
estaba contemplando el objeto más maravilloso que había visto en mi vida, y, aunque
llevo casi sesenta años sin verla, jamás he olvidado su brillo, su luz... —La voz del
profesor tenía un tono soñador y nostálgico. Era como si se encontrase en otro lugar, y
los ojos le brillaban como si estuviera viendo a su amada.
—Usted sólo llevaba allí un año, y no sabía nada de la Esfera. ¿Por qué Mathricks
se la entregó a usted? —preguntó Harry.
—Ésa pregunta me la hice yo durante mucho tiempo —dijo Flammingan—, y tardé
años en encontrar la respuesta. Bindings me había dicho que había personas que
tenían una cierta afinidad con la Esfera, y Mathricks debía de saberlo, por eso me la
entregó. Supongo que la propia Esfera se lo indicó. El caso es que, aunque era capaz
de percibir su poder con más sutileza que nadie, y me maravillaba más que a ninguno
de mis compañeros, nunca me afectó como lo hizo con ellos.
—¿Qué les pasó a aquellos inefables? —inquirió Harry—. ¿Cómo puede ser tan
maravilloso un objeto que hace algo así, si reúne el amor, que es algo supuestamente
tan bueno? —Era algo que no entendía, que no podía entender.
Flammingan sonrió.
—¿Nunca has visto lo que el amor le hace a la gente, Harry? —preguntó—.
¿Nunca has visto a nadie embobado, mientras piensa en la persona a la que quiere?
A Harry le vino a la mente Hagrid, hablando de Madame Maxime, años atrás, y
Ron, una noche de verano en Grimmauld Place. Luego, finalmente, pensó en sí
mismo. Asintió.
—El problema era la habitación, Harry. La Cámara —explicó Dumbledore,
interviniendo por primera vez—. Esa cámara esta diseñada para recoger lo que la
Esfera emite. Tú has visto lo que el amor hacia una persona puede hacer... Imagínate
ese mismo amor, pero procedente de mucha gente, todo junto, concentrado, afectando
a una única persona.
—Y piensa en ese poder acumulándose a lo largo del tiempo —añadió
Flammingan—. A medida que pasaron los meses, nos dimos cuenta del efecto que
tenía la Esfera en los que entraban en la cámara, así que fuimos reduciendo
paulatinamente el tiempo de exposición y la frecuencia de las entradas. Sin embargo,
un día, unos dos años después de que la cámara fuera construida, un inefable entró
en ella, y se extralimitó en el tiempo. Nadie sabía que había entrado allí, así que
tardamos en encontrarlo. Cuando lo hicimos, estaba arrodillado frente a la Esfera, con
los brazos cruzados sobre el pecho, y mirando la luz fijamente, embobado. Nunca más
volvió a hablar ni a hacer nada, y murió así. Nunca estuvimos seguros de lo que le
había pasado, pero deducimos que todo aquel sentimiento había sido insoportable
para su mente.
»Aquello nos sirvió de advertencia —siguió Flammingan—, pero, aún así, a medida
que passaba el tiempo incluso pequeñas estancias en la cámara podían tener
consecuencias nefastas. Normalmente, uno salía de allí llorando, o riendo, o feliz, o
triste, dependiendo de su propio estado de ánimo, pues, según éste, la estancia allí
afectaba en uno u otro sentido. Generalmente no era grave y se pasaba con las horas,
pero, a veces, si alguien entraba en un momento equivocado...
—¿Momento equivocado? —interrumpió Harry.
—El poder que transmite la Esfera varía, según el mundo y la gente que lo habita,
así como según el ánimo y la receptividad del que entre en contacto con ella —explicó
Flammingan—. Si alguien entraba en uno de esos «momentos equivocados», podía
verse afectado más de lo normal y ser incapaz de salir a tiempo, con lo que tuvimos
más casos de inefables catatónicos, o que no paraban de reírse, o de llorar, o
murmurar por lo bajo... Ninguno se recuperó nunca —concluyó, con pesar.
»Ante esto, algunos miembros del Ministerio decidieron que quizás deberíamos
destruir la Esfera, si tan peligrosa era, pero yo me opuse. Primero, porque la había
visto, y no podría soportar ver aquella maravillada destruida, sabiendo que quizás
nunca existiría nada igual; por otro lado, la Esfera mejoraba el poder del Velo.
—¿Cómo? —exclamó Harry—. ¿Se refiere al velo de la Cámara de la Muerte?
—Sí —confirmó Flammingan—. La Cámara del Amor tenía originalmente sólo una
puerta, que normalmente está cerrada, como todas las demás. Sin embargo, un día
coincidió que ambas, la puerta de la Cámara del Amor, y la puerta de la Cámara de la
Muerte, estaban abiertas. Entonces pudimos apreciar, maravillados y sorprendidos,
que el velo se agitaba mucho más y que su poder parecía crecer. Algo, como un viento
cálido, salía de la Cámara del Amor y fluía hasta el arco, intensificando su efecto.
Supusimos que se debía a que el amor es lo único que puede volver del más allá. El
caso es que era útil, así que abrimos otra puerta entre la Cámara del Amor y la
Cámara de la Muerte; una puerta que no se aprecia desde el exterior. Sólo puede
abrirse desde dentro de la sala de la Esfera. No obstante, esa puerta permite pasar
cierta corriente hacia el velo; una corriente inapreciable para el ser humano, pero que
el velo sí nota.
—Vaya... —musitó Harry, asombrado.
—Por tanto, como te decía —prosiguió Flammingan—, no podía dejar que
destruyeran la Esfera, así que hice mi propia sugerencia: cerrar la Cámara del Amor
para siempre. —Se rió, con una risa triste y breve—. Entonces yo era muy ingenuo.
Era el que mejor soportaba estar en aquella sala, y por eso creía que mi plan
funcionaría. Dicho plan consistía en un conjuro que sellaría la puerta, usando el propio
poder de la Esfera, y que no permitiría pasar a nadie que no fuera capaz de soportar el
efecto. Yo estaba convencido de que eso funcionaría, y de que yo podría entrar
igualmente. Mi plan fue aceptado, y me puse a ello. Tardé un mes en desarrollar en
conjuro apropiado, y, cuando lo tuve, lo puse en práctica.
—¿Funcionó? —preguntó Harry.
—El conjuro sí, pero mi plan no —matizó Flammingan—. Mi plan fracasó, porque
yo tampoco podía abrirla, y fue duro darme cuenta de que nunca volvería a ver la
Esfera. Creía que podría soportar aquel poder, pero, al parecer, me equivoqué.
—Por eso nunca te habíamos dicho nada, Harry, y por eso no mandé vigilar más el
Departamento: nadie puede entrar allí, nadie lo ha conseguido en todos estos años, y,
sinceramente, creemos que nadie lo hará.
—¿Cómo saben entonces que la puerta puede abrirse? —preguntó Harry—.
¿Cómo saben que el conjuro no funcionó mal y la cerró para todo el mundo?
—Lo sé, simplemente —contestó Flammingan—. Trabajé en él mucho tiempo e
hice ciertas pruebas primero.
—Pero Voldemort es muy poderoso —repuso Harry—. ¿Acaso no podría deshacer
el conjuro?
—Grindelwald pensó lo mismo que tú cuando finalmente se enteró de lo que había
hecho —contó Flammingan—, aunque tardó años en hacerlo. Por eso mató a mis
padres, para obligarme a romper el conjuro. Pero su intento era inútil y así se lo dije.
Me habría matado a mí también aquel día si Dumbledore no hubiera aparecido, yo soy
muy mal luchador.
—¿Le derrotó aquel día? —le preguntó Harry al director.
—Sí, le vencí aquel día, y él, en un último intento desesperado, murió al pretender
matarme con un hechizo explosivo: el hechizo golpeó en un muro de la finca de los
Flammingan; yo estaba protegido por un escudo, pero él no lo había hecho, cegado
como estaba por la rabia, y una piedra lanzada por la explosión le golpeó la cabeza,
matándole en el acto.
—Oh... —murmuró Harry, sin saber qué decir.
—Por eso te dije, cuando nos conocimos, que mis padres habían muerto por mi
culpa —añadió Flammingan—. Estudiar la Esfera me costó un precio muy alto. Odiaba
la lucha antes, y por eso la odié más después. Jamás he tolerado la magia ofensiva, y
por eso nunca me involucré en la guerra contra Voldemort. Vine aquí este año porque
Dumbledore me lo pidió, y yo le debía ese favor, pues él me había salvado la vida,
pero no porque realmente lo deseara; pues sabía que, aunque mi función fuera solo
guiarte en el poder de la magia antigua, Harry, era consciente de que me involucraba
de nuevo con magos tenebrosos, y, en este caso, con el peor de todos.
—Lo siento —dijo Harry.
—Sucedió hace mucho tiempo, y la herida ya está cicatrizada —dijo Flammingan,
pero a Harry le pareció que no era del todo así.
—Pero vuelvo a repetir: ¿acaso ese hechizo no puede deshacerse, de modo que
se pueda volver a entrar en la sala?
—No —negó Flammingan con seguridad—. ¿No lo entiendes, Harry? Ese hechizo
fue puesto con el poder de la magia antigua, de la magia que hay en esa sala. Nadie
que no pueda soportarlo tiene el poder para entrar en ella, ni siquiera lord Voldemort.
El poder allí encerrado volvió locos a magos poco tiempo después de ser construida...
Ahora lleva acumulándose más de sesenta años —señaló—. Dudo que nadie pueda
soportar ni dos minutos allí dentro sin enloquecer debido a las emociones que se
desatarían en su interior. No, la Esfera no puede ser usada.
Harry gruñó, frustrado.
—Podríamos vencer a Voldemort metiéndole allí... y no podemos hacerlo. ¡Maldita
sea!
—En realidad —matizó Flammingan—, no estoy seguro de que eso funcionara.
—¿Como que no? —cuestionó Harry—. ¿No acaba de decir que nadie podría
soportar...?
—Sí, pero Voldemort no es una persona normal —puntualizó Flammingan—. Su
alma y su esencia aborrecen el amor, lo han desterrado de su vida. Quizás la estancia
en aquella sala le haría daño, pero para que esa magia pudiera destruirle, todo ese
amor tendría que entrar en él... y no creo que eso suceda. Como te dije, la Esfera
reacciona de forma distinta ante cada persona, y temo que ante Voldemort no
reaccionaría apenas.
—Entonces, ¿por qué no ha podido entrar en la cámara y robar la Esfera, o
destruirla? —preguntó Harry.
—Porque Voldemort no podría soportarlo —contestó Dumbledore—. El hechizo
comprueba la capacidad de la persona para soportar esa emoción en su interior, no su
habilidad para bloquearla. Y Voldemort no puede soportar ese poder de ninguna
forma... si lograse entrar en él, claro. Es por eso que no soporta poseer a alguien
cuyos sentimientos sean intensos: porque, en ese momento, sus almas están unidas.
Esos sentimientos le hacen daño porque devuelve a su alma a su estado natural, y la
unión con su cuerpo mortal se hace más débil. Tus sentimientos, Harry, le hacen daño
a través de vuestra conexión, pero, como sabrás, no le hace daño ver sentimientos
entre otras personas, pues es completamente insensible a ellos. Los seres humanos,
Harry, a través de nuestra alma, podemos percibir el amor entre otras personas, y ese
amor puede hacernos sentir alegría, o tristeza, o felicidad, o ternura... Pero Voldemort,
cuando contempla algún tipo de demostración de amor, sólo ve una cosa...
—Debilidad; y sólo siente desprecio —terminó Harry, y asintió—. Entiendo.
—Pero el asunto aquí es por qué has soñado con ese lugar —dijo Dumbledore,
cambiando un poco de tema—. Ése es el verdadero misterio.
—Tal vez... tal vez yo pueda entrar allí —sugirió Harry—. Quizás es por eso. Usted
—se dirigió a Flammingan— dijo que la Esfera mostraba ciertas afinidades con
algunas personas, ¿verdad?, que por eso Mathricks se la había entregado a usted.
—Sí —respondió Flammingan—, pero no eres el único que has soñado con la
Esfera. Yo también lo hice, en verano, un día que fui a recoger cosas a casa de mis
padres para prepararme y venir aquí. Yo también creí que eso podía ser una señal, e
intenté entrar en la cámara al día siguiente. Pero fue inútil, la puerta no se abrió.
—Pero yo he sentido como si ese lugar me llamase —insistió Harry—. Quiero
intentarlo. Quiero ir allí.
—No podrás pasar tan fácilmente como otras veces —apuntó Dumbledore—.
Ahora hay más seguridad allí. No te permitirán entrar en el Departamento sin un
permiso.
—Puedo aparecerme allí —repuso Harry.
—Uno no puede aparecerse dentro del Departamento de Misterios —replicó
Flammingan—. Puedes desaparecer de allí, pero no aparecer; y ahora ni eso. Sólo se
puede aparecer en el Atrio del Ministerio, salvo que ya estuvieras dentro del edificio.
Harry miró a Dumbledore.
—Estoy seguro de que usted puede conseguirme un permiso para entrar en el
Departamento —comentó.
—Sí, podría, pero no sé si es buena idea. Aún suponiendo que pudieras entrar en
la Cámara del Amor, Harry, no sabemos cómo podría afectarte. Es muy arriesgado.
—¡Pero es necesario! —exclamó Harry, impaciente—. Llevo casi dos años
buscando, deseando encontrar algo que definitivamente me diga cómo puedo vencer a
Voldemort, y ahora que lo encuentro no puedo dejar pasar la ocasión.
—No necesitarás nada de lo que hay en esa sala para vencerle, Harry —lo
contradijo Dumbledore—: el poder está en ti.
—¿Sí? —respondió Harry sarcásticamente—. Pues no sé usarlo. Sin embargo,
con esa Esfera...
—Si no sabes cómo usar tu propio poder, Harry, tus propios sentimientos, ¿por
qué crees que vas a poder controlar el poder de la Esfera? —inquirió Flammingan—.
Además, no puede sacarse de la Cámara del Amor.
—Aún así, quiero ir —reiteró Harry—. He soñado con ese lugar por algo.
—Antes de eso deberíamos asegurarnos de que no es una trampa y pensar en por
qué tienes esos sueños —opinó Dumbledore—. No quiero correr riesgos innecesarios,
ya hemos tenido bastantes.
—Está bien —asintió Harry, no muy convencido—. Ya..., ya hablaremos.
Y salió del despacho del director para dirigirse a la sala común y contarles a Ron y
a Hermione todo aquello.

—Una nueva muerte —anunció Hermione sombríamente durante el desayuno, tras


echarle un vistazo a El Profeta—. Un auror, en un enfrentamiento con mortífagos.
Ni Harry ni Ron se sorprendieron; era ya la tercera víctima en la última semana.
—¿Ha caído algún mortífago esta vez? —inquirió Harry.
—No; huyeron —contestó Hermione—, pero al menos no lograron su objetivo:
pretendían secuestrar al hermano del director del Departamento de Transportes
Mágicos. Seguramente con la idea de chantajearle después. Es horrible.
Harry se quedó mirando su tazón de leche, sin verlo en realidad.
—Estoy cansado de esto —declaró—. Cansado de las muertes, del miedo, de los
ataques; cansado del dolor, de su presencia constante en mi cabeza... Apenas puedo
librarme de él ahora. Siempre lo noto ahí, como si me acechara; me siento... —Se
interrumpió bruscamente. Iba a decir «me siento como si estuviera llegando al final,
como si viviera mis últimos días», pero no quería asustar a sus amigos, porque eso
haría parecer las cosas peor incluso para sí mismo.
Ron le miró.
—¿Dumbledore y Flammingan aún no te han comentado nada sobre... —bajó la
voz para que nadie oyera—, sobre... aquello?
—No —respondió Harry—, y me estoy impacientando.
—No debes tomarte ese tema tan a la ligera, Harry —repuso Hermione doblando
el periódico—. Ya te lo dije: estoy de acuerdo con Dumbledore en que esos sueños
son muy raros. No sabemos qué los provoca, ni cuál es su intención. Y a mí esa
Esfera, por muy maravillosa que sea, me parece muy peligrosa. Ni siquiera hemos
encontrado nada sobre ella en la biblioteca —añadió, como si eso zanjara el asunto.
—Por supuesto que no —dijo Harry—. ¿Cómo ibas a encontrarlo, si es secreto?
Flammingan me explicó todo lo necesario sobre ella, no necesito saber más. Lo que
quiero es verla en la realidad, ir al Departamento y tocarla... Es el arma para que todo
esto acabe —concluyó.
Era viernes, y habían pasado casi dos semanas desde que Dumbledore y
Flammingan le habían explicado a Harry lo de la Esfera. Durante ese tiempo
Dumbledore no le había vuelto a hablar de ello para decirle si le daba o no el permiso
para ir al Departamento de Misterios, y Harry estaba ya furioso e impaciente. Y el
hecho de que la cicatriz le doliera más a menudo y sintiera a Voldemort continuamente
no ayudaba en nada a su humor.
—Tal vez deberías recordarle a Dumbledore el asunto —le sugirió Ron mientras se
dirigían a la clase de Pociones.
—Dudo que se le haya olvidado —repuso Harry—. Tendríais que haber visto su
cara cuando Flammingan le contó lo que había visto en mi cabeza.
—Deberías insistir —añadió Ron—. Eres el capitán de la Orden, ¿no? Si tú crees
que deber ir..., debes ir.
Harry meditó aquello, dándole mentalmente la razón a su amigo, pero Hermione no
parecía pensar igual.
—¡Ron! —lo regañó ella—. Si Dumbledore no le ha dicho nada a Harry aún, por
algo será. Dumbledore no quiere que le pase nada a Harry.
—Sí, no querría que su soldado sufriera daños antes de tiempo —puntualizó Harry
con amargura.
Hermione lo miró con severidad.
—Sabes que eso no es cierto, Harry. Él siempre se ha preocupado por ti.
—Eso creía yo, hasta que Voldemort retornó —gruñó él—. Y déjalo ya, Hermione.
No quiero hablar de esto.
Hermione no parecía querer dejar el tema ahí, pero estaban llegando a la
mazmorra de Pociones, donde estaban los de Slytherin, y se calló.
—Te veo enfurruñado, Potter —comentó Draco Malfoy con regocijo cuando
pasaron por su lado—. ¿No encuentras un ataúd que te guste?
Harry ni siquiera le contestó. Tenía cosas más importantes en que pensar que lo
que las estupideces de Malfoy.
«Al menos —pensó para sí mismo, mientras se sentaban— Ginny sigue estando
bien.»
Aquella idea le relajó un poco, pero sólo un poco. Tenía que preguntarle a
Dumbledore si había tomado una decisión.
Por tanto, cuando terminó la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, la última
de la mañana, Harry se acercó a Dumbledore con decisión.
—¿Ha pensado ya en lo de mi permiso? —le preguntó, sin rodeos.
—Todavía no lo he decidido, si es a lo que te refieres —respondió Dumbledore,
observándole por encima de sus gafas con seriedad.
—Quiero ir —solicitó Harry con firmeza—. Esos sueños no eran nada malo, me
ayudaron a sentirme mejor. Quiero ir allí. Si hay alguna posibilidad de que con esa
Esfera pueda poner fin a esto, quiero verla.
Dumbledore no contestó, sino que miró a Harry aún con más profundidad, como si
intentara ver a través de él cuál era la decisión correcta.
—Está bien —concedió finalmente—. Si tan seguro estás, te concederé ese
permiso. Mañana, cuando el Departamento está más vacío. Pero —añadió— el
profesor Flammingan te acompañará. No quiero correr riesgos.
—Gracias —murmuró Harry, contento y emocionado, y volvió junto a Ron y
Hermione. Ron parecía alegre, pero Hermione no dijo nada.
A Harry aquel día se le pasó muy lento. No podía esperar el momento en que
finalmente estaría frente a aquella puerta, y entraría en aquella sala. Si había sido tan
maravilloso estar allí en sus sueños, ¿cómo sería estar allí en verdad?
Aquella noche tardó mucho en dormirse, pero se esforzó al máximo en sus
conocimientos de oclumancia: no quería que Voldemort pudiera intuir ni por un
segundo lo que iba a hacer al día siguiente.
Se despertó bastante más temprano de lo habitual y muy despejado. Se vistió
antes que nadie y bajó a la sala común, que estaba desierta. Dado que el Gran
Comedor estaba cerrado todavía, sacó su varita e hizo aparecer ante él un vaso de
zumo de calabaza y unos pasteles. Se los comió porque tenía hambre, pero no sabían
demasiado bien. Debería haberlos hecho aparecer desde la cocina, pensó; sus
hechizos comparecedores no funcionaban como desearía cuando se trataba de
comida.
En cuanto terminó de desayunar, decidió salir a dar una vuelta para despejarse. Se
levantó y, un momento después, su escoba bajó por la escalera y se detuvo ante él.
Sonrió; aquello se le daba mejor cada día.
La cogió, se la puso al hombro y salió al exterior, donde estuvo volando (cerca del
castillo, por si acaso) durante más de media hora. Luego, tras mirar el reloj, entró de
nuevo y se dirigió al Gran Comedor.
—¿Dónde estabas? —le preguntó Ron, que estaba sentado junto a Hermione, al
verle—. Te estuvimos buscando.
—Salí a volar un rato para relajarme, estoy un poco nervioso —respondió.
—¿No comes nada? —le preguntó Hermione.
—Ya comí algo antes de salir —explicó él. Pero vio los sabrosos pasteles de
crema que había en una bandeja y acabó cogiendo uno. Sabían mucho mejor que los
que había conjurado él.
Cuando los tres salieron del comedor, Flammingan se les acercó y los detuvo en
medio del vestíbulo.
—Harry, ¿puedes venir a mi despacho? —le preguntó, en tono serio.
—Sí, por supuesto —contestó él. Miró a Ron y le entregó su escoba—. ¿Me la
subes?
—Sí. Nos vemos después, ¿vale? —dijo Ron.
—Estaremos en la biblioteca —apuntó Hermione, y añadió, en voz baja—: Suerte,
Harry.
Harry asintió y siguió al profesor hasta su despacho.
—¿Vamos a ir ahora? —le preguntó, en cuanto estuvieron dentro.
—Sí —respondió Flammingan—. Iremos con polvos flu, así que prepárate.
—¿Dumbledore no va a venir?
—No. —Flammingan cogió el tarro de polvos flu y le ofreció a Harry, que cogió un
puñado—. Iremos solos. ¿Listo?
Harry asintió. Lanzó los polvos a la chimenea exclamando «Ministerio de Magia» y
entró en ella.
Salió, lleno de hollín y tosiendo, por una de las chimeneas del Atrio, y Flammingan
apareció tras él.
Un mago de seguridad se dirigía ya hacia Harry, pero Flammingan le detuvo con
un gesto. El mago asintió y volvió a su posición.
—¿No tenemos que entregar nuestras varitas? —preguntó Harry, sorprendido
viendo que el profesor se dirigía a los ascensores.
—Aunque ya no trabaje aquí, todavía tengo una alta consideración —explicó
Flammingan—. Vamos.
Subieron en un ascensor y bajaron al pasillo que conducía al Departamento de
Misterios. Harry observó, en cuanto salieron del ascensor, que había un mago con
aspecto aburrido frente a la puerta negra.
El mago, al verles, se puso inmediatamente en tensión, pero volvió a relajarse al
darse cuenta de que era Flammingan.
—¿De visita, señor? —preguntó el mago educadamente.
—Más o menos, Gibbons. ¿Se aburre usted aquí?
—Un poco, señor. —Gibbons miró hacia Harry y no pudo evitar que sus ojos se
abrieran con interés.
—Harry Potter, sí —dijo Flammingan.
—Eh..., no puede pasar sin permiso, señor —dijo el mago, un poco incómodo.
—Aquí está —repuso Flammingan, sacando un papel de un bolsillo de su túnica y
entregándoselo a Gibbons.
Éste lo leyó y asintió.
—Está bien.
Flammingan inclinó la cabeza en señal de saludo y él y Harry entraron en la sala
circular del Departamento de Misterios, que inmediatamente empezó a girar.
—La Cámara del Amor —dijo Flammingan, alto y claro.
Al instante, la sala se detuvo. Harry observó, ansioso, la puerta negra que se
erguía ante él, sin pomo ni picaporte, y se dio cuenta de que también la había visto en
sus sueños. Sonrió con seguridad. Estaba a punto de conseguirlo, de ver algo
maravilloso, de tener ante él el arma definitiva que le permitiría vencer a Voldemort.
«Por fin —pensó—. Por fin las esperanzas se materializan en algo real.»
—Adelante —lo animó Flammingan, y Harry percibió un destello de emoción
contenida en sus ojos.
Tras una leve vacilación, se acercó a la puerta y puso una mano sobre ella.
Suspiró... y empujó.
Pero la puerta permaneció firmemente cerrada.
Harry frunció el ceño; algo no iba como debía de ir. Volvió a empujar, esta vez con
más determinación, pero fue inútil.
—¡Maldita sea! —gritó, furioso—. ¿Por qué no te abres?
—Harry... —comenzó Flammingan.
Pero Harry no escuchaba. Volvió empujar la puerta, e incluso intentó el hechizo
alohomora, pero nada funcionó.
—No puede ser... —se quejó—, no puede ser...
—Harry, no funciona —dijo por fin Flammingan, y su voz denotaba también cierta
decepción—. Si al empujarla no se ha abierto, no lo conseguirás. Es inútil.
—¡Pero soñé con ella! —protestó Harry, volviéndose para mirar al profesor—. ¿Por
qué soñé con ella si no puedo abrir esta puerta?
—No lo sé —contestó Flammingan—. Hay muchas cosas que desconocemos de la
Esfera. Nunca pudimos estudiarla bien... Pero de algo sí estoy seguro: nunca habías
visto la sala que hay tras esa puerta, y si has soñado con ella, es por algo, de eso no
cabe duda. Lo que tenemos que averiguar es por qué.
Harry asintió, súbitamente cansado. Miró de nuevo la puerta y apoyó la cabeza en
ella. A unos centímetros de él, detrás de aquella madera, se escondía el poder para
derrotar a Voldemort. Detrás de unos cuantos centímetros de madera, y no podía
pasar. Se sintió increíblemente frustrado y desesperanzado, y no dijo ni una sola
palabra mientras él y Flammingan volvían a Hogwarts.
Una vez de regreso en el castillo, Harry se dirigió a la biblioteca. No le apetecía
nada hablar, pero sus amigos necesitaban saber que había vuelto y qué había pasado.
Los encontró en una mesa casi vacía, bastante alejada de la entrada. Hermione le
vio venir y le dio un codazo a Ron. Ambos le miraron.
—Has vuelvo pronto. ¿Cómo ha ido? —preguntó Ron.
Harry negó con la cabeza, dejándose caer sobre una silla, abatido.
—No ha funcionado —logró decir—. No he podido abrir la puerta.
—Oh... —murmuró Hermione—. Vaya, lo siento, Harry...
—Ya. Yo también lo siento —musitó, anímicamente hundido. Ni Ron ni Hermione
dijeron nada.
Tras haber oído hablar de la Esfera, tras saber qué era, había albergado la
esperanza más real desde que Flammingan y Dumbledore les había dicho a Ron,
Hermione y él, en octubre, que Voldemort era casi inmortal. Había estado seguro de
que la puerta se abriría, y de que, quizás, todo terminaría bien y pronto, pero su
esperanza se había estrellado contra una sólida y bien cerrada puerta de madera, y
ahora no sabía qué esperar ni qué hacer. Se sentía como si hubiese llegado a un
callejón sin salida. Después de todos los sueños, de averiguar por fin lo que Voldemort
había estado haciendo, se sentía perdido.
Soltó una risa triste. Voldemort no necesitaba intentar destruir la Esfera, porque
Harry no podía usarla contra él. Nadie podía.
Estaba totalmente a salvo.
Harry apenas logró dormir aquella noche.
36

EXTASIS

Harry tardó mucho tiempo en volver a su vida normal. Durante los días siguientes a la
visita al Departamento de Misterios estuvo taciturno y triste; pareciera como si hubiera
acabado de recibir una condena a muerte, y nada de lo que le decían Ron o Hermione
parecía alegrarlo lo más mínimo.
Dumbledore había hablado con él, y le había repetido lo que ya le había dicho el
día en que le habían explicado lo que era la Esfera: que no necesitaba verla para usar
el poder que había en ella, porque aquel poder, aquella magia, estaba también en él:
le había salvado la vida cuando era un bebé, y había ayudado varias veces a Ginny y
a sí mismo aquel mismo año con ella. Ciertamente, las palabras de Dumbledore le
habían subido un poco el ánimo, pero no demasiado. No conseguía saber cuál era la
razón de aquellos sueños, y eso le desconcertaba enormemente.
Sin embargo, al pasar los días había ido dejando de lado aquella tristeza, porque
los exámenes se les echaban encima y debían dedicar todo su tiempo libre a repasar,
y cuando no tenían que repasar debían entrenar para el último partido de quidditch,
frente a Ravenclaw.
Pero ni siquiera ese partido crucial, donde podrían convertirse en campeones y
ganar la Copa de Quidditch de nuevo, podía alegrar a Harry, y eso se notaba en los
entrenamientos, donde no se le veía lo suficientemente concentrado.
No obstante, a medida que la primavera progresaba y el tiempo mejoraba día a
día, haciéndose más cálido, también el ánimo de Harry fue mejorando.
El último sábado de abril se jugaba el partido entre Hufflepuff y Slytherin, y aquella
mañana Harry se levantó más animado que ningún otro día de las semanas previas. Si
Slytherin no obtenía un gran resultado frente a Hufflepuff, la copa estaría mucho más
al alcance para Gryffindor, siempre que vencieran a Ravenclaw.
—Me alegra ver que estás más contento —le dijo Ron cuando estaban
desayunando—. Eso está bien: imagínate, podríamos ver a Malfoy perder de nuevo.
Harry sonrió, aunque en el fondo no esperaba que Summerby, el cazador de
Hufflepuff, atrapara la snitch antes que Malfoy.
Y, efectivamente, Slytherin ganó el partido, por 220 a 30. A pesar de la victoria del
equipo de Malfoy, Harry y Ron no quedaron disgustados con el resultado: aunque
Slytherin se ponía de segundo en la lucha por la copa, Ravenclaw seguía de primero,
con cien puntos por encima de Gryffindor.
—No está tan mal —comentó Harry cuando salían del estadio, entre la multitud—.
Tendremos que ganar a Ravenclaw por cien puntos de diferencia para conseguir la
copa.
—Tendrás que atrapar la snitch sin falta, compañero —dijo Ron.
—Y tú deberás asegurarte de que en ningún momento Ravenclaw nos saque más
de cincuenta puntos —repuso Harry, con una sonrisa.
—Eh... ¿qué os parece si vamos a ver a Hagrid? —sugirió entonces Hermione.
—Sí, es una gran idea —respondió Ron, y Harry notó, sin lugar a dudas, que su
amigo ya conocía de antemano la proposición «casual» de Hermione, pero no dijo
nada. Seguramente lo habían planeado para alegrarle un poco más el día, y ese
simple hecho bastó para animarlo.
—De acuerdo, vamos —aceptó Harry.
Hagrid estaba cavando en el huerto, mientras Fang le observaba, con la lengua
fuera de la boca.
—Hola, Hagrid —saludó Harry—. ¿No has ido al partido?
—Hola muchachos —contestó él, levantando la cabeza de los surcos y mirándolos
—. Pues no, no he ido. Hace buen tiempo y mi huerto necesitaba atención urgente.
¿Cómo fue?
—Ganó Slytherin —respondió Ron—. ¿Nos invitas a un té?
—Sí, claro —asintió Hagrid, contento. Dejó el azadón y se acercó a ellos—. Hace
mucho que no venís a verme. Si no fuera por las clases, habría creído que os habíais
muerto.
—Lo sentimos, Hagrid —se disculpó Hermione, mientras entraban en la cabaña
detrás del semigigante—. Pero sólo falta un mes para los exámenes, y estamos muy
ocupados.
—Lo entiendo, lo entiendo —repuso Hagrid con gesto tranquilo—. De todas
formas, te veo un poco más contento, Harry. Últimamente has estado muy apagado.
—Las cosas no han estado demasiado bien —murmuró el chico, sin dar más
detalles.
—Sí, la verdad... —suspiró Hagrid, mientras ponía la tetera al fuego, y luego dirigió
una mirada a un ejemplar de El Profeta de dos días antes, que mostraba la foto de dos
muggles asesinados por los mortífagos.
Hermione captó la mirada de Hagrid y pareció pensar que aquel no era un tema
apropiado, así que se apresuró a cambiarlo.
—Bueno, ¿cómo suele ser el EXTASIS de Cuidado de Criaturas Mágicas, Hagrid?
—preguntó—. ¿Es muy difícil?
—Parecido al TIMO, pero con criaturas más complejas, claro —explicó Hagrid—.
Tú no tendrás problemas, Hermione —añadió, y la chica sonrió, complacida y
halagada—; y vosotros dos tampoco, si os esforzáis.
—¡Eh! Ya nos esforzamos —repuso Ron, un poco ofendido—. Estoy seguro de
que podría recitar sin vacilar cómo cuidar a un dragón recién nacido.
—No lo dudo —dijo Hagrid, sonriente—. Es una lástima que las preguntas sobre
dragones sólo sean teóricas —se lamentó—. Deberían permitir dar clases prácticas
sobre ellos.
—Eso te encantaría, ¿verdad? —se rió Harry.
Hagrid sonrió ampliamente.
—Sí... ¿Os acordáis de Norberto? —preguntó.
Harry asintió. Teniendo en cuenta que, gracias a aquel dragón, Harry, Hermione y
Neville habían perdido ciento cincuenta puntos de Gryffindor y recibido un castigo en el
bosque prohibido, dudaba que alguna vez fuera a olvidarlo.
—Parece mentira que ya estéis acabando el séptimo curso —declaró el
guardabosques con aire nostálgico—. Os voy a echar muchísimo de menos el año que
viene, más que a ningún otro alumno que haya pasado por el colegio.
Una lágrima resbaló por su mejilla y se perdió en su poblada y salvaje barba.
Harry, Ron y Hermione se miraron, sin saber qué decir.
—Vendremos a visitarte siempre que podamos —prometió Ron—. Podemos
aparecernos cerca del castillo, así que no será difícil. Y podremos quedar los fines de
semana, en Hogsmeade...
—Sí, supongo que sí —murmuró Hagrid, asintiendo y obligándose a sonreír.
Harry no dijo nada. Se había quedado serio de pronto. Por alguna razón, aquellos
planes de futuro parecían sonarle distantes, irreales e improbables, como si no fuera a
estar vivo para verlo, y sintió que de nuevo lo invadía la desesperanza. Intentó apartar
aquellos pensamientos y enterrarlos, por no lo logró.
Estuvieron un rato más hablando de los exámenes y de quidditch, hasta que
Hermione miró su reloj y decidió que era hora de volver a la sala común para seguir
haciendo deberes.
—Tenemos que adelantar lo que podamos después de comer —les dijo a sus dos
amigos—. Después tenéis entrenamiento, ¿no?
Harry asintió. El sábado siguiente sería la gran final, contra Ravenclaw, y tenían
que ganar.
—Sí, es mejor que nos vayamos —asintió—. Nos vemos, Hagrid.
—Pasadlo bien, muchachos —los despidió el guardabosques, acompañándolos
hasta la puerta—. ¡Y estudiad duro!
Una vez en el castillo, Hermione se empeñó en organizar las horas de estudio de
los tres porque Ron y Harry, según su opinión, estudiaban de forma «demasiado
caótica». Por tanto, se dedicó a crear unos horarios según las asignaturas de cada
uno, su complejidad y el dominio sobre la materia que tuviesen, y aún seguía con ello
cuando Harry y Ron la dejaron para acudir al entrenamiento de quidditch.
—¿Qué, muy estresados? —les preguntó Ginny mientras bajaban hacia el estadio.
—Horrible —confirmó Ron. Miró a Harry—. ¿Sabes?, no debimos haber dejado a
Hermione haciendo esos horarios sola. Tiemblo al pensar lo que hará... ¡Ya casi no me
acuerdo de cómo se juega al ajedrez, del tiempo que hace que no echamos una
partida!
—Sí, tienes razón —asintió Harry, y suspiró. Le encantaba el quidditch y volar,
pero en esos momentos deseó que la temporada acabara ya para poder tener al
menos un par de horas a la semana libres.
No obstante, más tarde, mientras volaba tras la snitch sobre el estadio, recordó
que era posible que no pudiera volver a jugar al quidditch nunca más, así que decidió
disfrutar lo máximo posible de aquel deporte que siempre había sido una de las cosas
que más le gustaban de estar en Hogwarts.
Cuando el entrenamiento terminó y volvieron a la sala común, Hermione estaba
enfrascada en la lectura de un libro escrito en runas, y leía en él con la misma
velocidad y facilidad que si hubiera estado escrito en inglés.
—Vaya, pensé que te encontraríamos trabajando —comentó Ron, sentándose
junto a ella y mirando el libro—, y te vemos sumida en la lectura. ¿Qué haces?
—No es cualquier lectura, Ron —replicó ella, sin levantar la cabeza—: es un
trabajo que me han mandado. Tengo que leerme este libro antes del lunes y hacer un
resumen que demuestre mi comprensión del mismo.
Harry miró el libro, que parecía tener más de doscientas cincuenta páginas, y se
fijó en que Hermione debía llevar leído, como mucho, la tercera parte, y abrió los ojos
con sorpresa.
—¿Vas a leerte todo eso, escrito así, antes del lunes? —murmuró, incrédulo.
—No, pienso terminarlo esta noche —declaró ella con seguridad—. Y hablando de
tiempos... —Dejó el libro a un lado y cogió dos pergaminos de su mochila—. Aquí
tenéis —les dijo, entregándoles uno a cada uno—: vuestros horarios.
—Podías haber pensado en una hora de descanso —murmuró Ron, deprimido,
observando el suyo.
—Tienes varias, en cuando cumplas con el horario.
—¡Por la noche! —exclamó él—. ¡A la hora de dormir!
—Exacto. ¿No pedías descanso? Pues ya lo tienes —sentenció ella, volviendo a
su lectura.
Harry miró su horario y, con lentitud, sacó su libro de Transformaciones y se puso
a repasar.

El último partido de la temporada de quidditch resultó un alivio tanto para los alumnos
de séptimo como para los de quinto, agobiados hasta el extremo por los EXTASIS y
los TIMOs, respectivamente, pues aquella mañana sería la última en la que tendrían
tiempo libre hasta que los exámenes pasaran.
Harry y Ron se levantaron temprano aquella mañana, nerviosos, y lo primero que
hicieron fue observar cómo estaba el día a través de la ventana. Se alegraron de ver
que el cielo estaba completamente despejado y que casi no había viento.
—¿Listos para el gran partido? —les preguntó Hermione, que ya estaba en la sala
común leyendo, cuando ellos bajaron; llevaba puesta su bufanda de Gryffindor, Harry
supuso que para animar.
—Sí, creo que sí —dijo Ron—. ¿Y tú qué haces? ¿Ya leyendo?
—Vamos a perder gran parte de la mañana —se explicó la chica, con tono
ligeramente disgustado—, así que aprovecho el tiempo. Por si no os acordáis, los
exámenes son...
—Sí, sí, dentro de dos semanas, ya lo sabemos —la cortó Harry, exasperado—.
No hace falta que nos lo recuerdes a cada instante, Hermione, y menos hoy.
Todos los jugadores del equipo se sentaron juntos en el desayuno. Harry vio que,
en la mesa de Ravenclaw, sus rivales hacían lo mismo.
—Comed bien, pero sin pasaros —les dijo Harry a sus jugadores—. Hoy tenemos
que ganar. Para Ron y para mí es el último partido en el colegio, y nos gustaría
llevarnos un buen recuerdo.
—Tranquilo, Harry, lo daremos todo —aseguró Anna Snowblack.
—Sí, somos el mejor equipo —añadió Kirke con fervor—. ¡Ganaremos!
Harry no dijo nada, pero sonrió. Un rato después, todos se levantaron para dirigirse
al campo, cambiarse y mentalizarse para el partido.
Hermione, Neville, Dean, Seamus, Parvati y Lavender les acompañaron y les
desearon suerte en la entrada de los vestuarios.
—Lo haréis bien —les dijo Hermione a Harry y a Ron—. ¡Suerte! —les deseó, y los
abrazó a ambos.
Ellos asintieron y se metieron en los vestuarios.
Mientras esperaban el momento de salir al campo, ya cambiados, Harry les habló:
—Bueno, hemos entrenado duro, y estamos al cien por cien de nuestra capacidad.
Si jugamos como sabemos, Ravenclaw no podrá con nosotros. Debemos ganar por
cien puntos o más para conseguir la Copa, así que esto será hoy, más que nunca, un
trabajo de equipo. Cuento con todos vosotros para evitar que Ravenclaw nos saque
más de cincuenta puntos de ventaja. Yo, por mi parte, haré todo lo posible por capturar
la snitch cuanto antes. —Harry estiró su mano y todo el equipo puso las suyas sobre la
de él—. Bien, es la hora. ¡Vamos!
Las puertas se abrieron y los siete jugadores salieron al campo, entre la ovación
de los de Gryffindor y los chillidos de los Slytherin. El equipo de Ravenclaw ya estaba
frente a ellos. Harry cruzó una mirada con Orla Quirke, la nueva buscadora de
Ravenclaw. Era buena, la había visto en el partido contra Slytherin, pero nunca había
tenido la ocasión de enfrentarse a ella.
—Bien —dijo la señora Hooch—. Os digo lo de siempre: juego limpio, ¿de
acuerdo? Preparaos.
—¡Y EL PARTIDO COMIENZA! —exclamó Lansville, el comentarista, en cuanto la
señora Hooch pitó—. ¡Y Ginny Weasley atrapa la quaffle y se lanza a toda velocidad
hacia los aros de Ravenclaw, defendidos por Puffeet. Chambers intenta darle alcance,
pero la Saeta de Fuego de Weasley es más veloz, está frente al guardián..., gira, se
prepara, lanza y..., ¡marca! ¡Primer gol del partido para Gryffindor!
Las gradas de Gryffindor estallaron en una ovación, y Harry se detuvo un momento
para levantar el pulgar en dirección a Ginny. Ella le sonrió un momento y luego se
lanzó a la caza de Wricken, el cazador de Ravenclaw que ahora atacaba.
Harry volvió a la búsqueda. Ahora tenían un margen de sesenta puntos durante el
cual, si atrapaba la snitch, ganarían. Se concentró, sin perder de vista a Quirke, que
tampoco lo perdía de vista a él.
En ese momento, Gryffindor contraatacaba por medio de Gregory Sheldon, tras
una buena parada de Ron. Harry sonrió, satisfecho, y descendió para examinar la
parte cercana al suelo con más detenimiento.
—¡Eso ha debido de doler! —exclamó Lansville en ese momento—. Sheldon ha
recibido el golpe de una bludger en las costillas y ha dejado caer la quaffle, que recoge
Chambers. Chambers al ataque, esquiva a Weasley y le pasa a Wricken, Wricken
avanza, tira y... ¡gol de Ravenclaw! Ronald Weasley, el guardián de Gryffindor, no ha
logrado estirarse lo suficiente como para pararla. ¡Diez a diez en el marcador!
Harry hizo una mueca de ligero disgusto y siguió buscando, ascendiendo cerca de
las gradas. Esquivó con habilidad una bludger y entonces vio un destello cerca de los
aros de Ron. Se lanzó hacia allí a toda velocidad, pero Quirke, que estaba más cerca,
captó su repentino movimiento y se lanzó también en aquella dirección. Harry aceleró,
espoleando su escoba, y llegaron junto a los postes casi al mismo tiempo. Sin
embargo, la snitch se movió, huyendo de ellos. Los dos buscadores ascendieron,
forcejeando, y, cuando se dieron cuenta, la snitch había vuelto a desaparecer. Harry
agitó su brazo derecho con rabia, y Quirke sonrió.
Harry siguió buscando durante otro cuarto de hora, mientras a su alrededor su
equipo luchaba por evitar como fuera que Ravenclaw les sacara cincuenta puntos, y
de momento lo estaban consiguiendo: el resultado era de ochenta a cincuenta para
Gryffindor.
En ese momento, Sheldon, gracias a un rápido y preciso pase de Ginny, muchas
veces practicado en los entrenamientos, marcaba otro gol, y, al volver un momento la
cabeza para ver la jugada, Harry percibió el brillo de la snitch tras el muchacho. Sin
dudarlo un instante, se lanzó hacia ella. Quirke no estaba lejos de él, pero sí más
abajo, y, entre ese detalle y que su escoba era más lenta, no tenía posibilidades de
llegar a la snitch antes que él. Los golpeadores de Ravenclaw vieron esto y se
lanzaron a por Harry, que esquivó fácilmente la primera bludger, pero le habrían
acertado con la segunda de no ser por la proverbial intervención de Sloper, que la
detuvo, quedándose cerca de Harry por si acaso.
Sin embargo, no era necesario. La snitch se movía, pero Harry, con un rápido
movimiento, la agarró con su mano derecha.
Las gradas de Gryffindor parecieron estallar en gritos, petardazos y saltos de
entusiasmo. Harry, contentísimo, descendió lentamente, pero sus compañeros no le
dejaron posarse antes de lanzarse sobre él.
Los jugadores de Ravenclaw, mientras tanto, aterrizaron, decepcionados, y se
dejaron caer en el suelo, tristes por la derrota. Habían tenido la Copa al alcance de la
mano.
Los alumnos de Gryffindor, en cambio, invadieron el campo como una marea
escarlata mientras Lansville anunciaba que la casa de los leones eran los ganadores
de la Copa de Quidditch.
—¡Fantástico, Harry! —gritó Ron, que no cabía en sí de la emoción, abrazándose
a su amigo.
—Tú también lo hiciste muy bien —repuso él, sonriendo de oreja a oreja—. Todos
lo habéis hecho genial.
En esos momentos llegaron los demás alumnos y se lanzaron sobre los jugadores.
Harry se vio abrazado, levantado y zarandeado varias veces, aunque no habría podido
decir quién le había hecho aquello. Luego recibió un abrazo de Ginny, y segundos
después el de Hermione, que le dejó para arrojarse en los brazos de Ron y besarlo.
Unos minutos después, el profesor Dumbledore, sonriente, bajó al campo con la
Copa de plata, y a su lado, feliz y emocionada, iba la profesora McGonagall, que se
secaba los ojos con un pañuelo.
Cuando Harry levantó la Copa, no pudo evitar recordar la primera vez que había
montado en una escoba, ni su primer partido, ni la primera vez que habían ganado el
campeonato, y no pudo reprimir algunas lágrimas, que eran a la vez de alegría y de
nostalgia.
—Bien hecho, Potter —le dijo la profesora McGonagall unos momentos después,
aún secándose las lágrimas—. Te voy a echar mucho de menos en el equipo el
próximo año.
—Yo también echaré de menos esto —manifestó él, mirando cómo sus
compañeros de equipo alzaban la Copa entre los vítores de todos los gryffindors.
Aquella tarde hubo una fiesta multitudinaria en la sala común de Gryffindor, fiesta
que a los alumnos les habría encantado continuar durante los días siguientes, pero los
exámenes estaban a la vuelta de la esquina y no podían.
Por tanto, pese a la celebración, muchos de los estudiantes de séptimo y quinto
abandonaron la sala común a lo largo de la tarde para salir a estudiar al fresco, en los
jardines, o para ir a la biblioteca. Hermione no fue una excepción, y, aunque le costó,
logró convencer a Harry y a Ron para ir a repasar un rato junto al lago hasta la hora de
cenar. Y es que ambos estaban demasiado alegres como para discutir con ella.

A partir de ese día, los momentos de diversión podrían haberse contado con los dedos
de una mano: los profesores les mandaban cada vez ejercicios más extraños y
complejos, similares a los que les pondrían en los EXTASIS. Estos ejercicios, que
Harry y Ron preferían (eran menos de estudiar y más de aplicar todo lo que sabían de
magia) a algunos otros alumnos parecían volverlos locos, y en los días siguientes al
partido de quidditch varias personas sufrieron crisis nerviosas debido al estrés, y los
filtros de paz se hicieron tan populares entre los alumnos como el zumo de calabaza.
En la reunión del ED de ese miércoles, Harry decidió poner fin a los encuentros, al
menos hasta pasar los exámenes, pues había notado que casi todos los miembros
estaban un poco distraídos, y la mayoría muy nerviosos, y aquello podía acabar en un
desastre.
—Lo mejor es que dejemos las reuniones ya —les dijo Harry al final de la reunión
—; los exámenes se aproximan y, la verdad, necesitamos todo el tiempo posible para
estudiar y prepararnos. Tal vez después de los EXTASIS y los TIMOs podríamos
reanudarlas, no sé, pero, por si acaso no lo hacemos, o..., o por si pasa cualquier
cosa, me gustaría deciros que estas reuniones han sido estupendas, y he de
agradecerle a Hermione —la miró y le sonrió— que me convenciera para realizarlas.
Pese a mi reticencia inicial, no puedo negar que ha sido una experiencia fantástica, de
la que espero hayáis aprendido mucho.
—Bueno, lo veremos el día del EXTASIS de Defensa Contra las Artes Oscuras,
¿no? —apuntó Anthony Goldstein, y todos se rieron.
—Sí, lo veremos, así que espero que no me hagáis quedar mal. —Hizo una pausa
para pensar qué iba a decir a continuación y luego prosiguió—: Bueno, aparte de esto,
quería añadir que éste es el último año para la mayoría de nosotros, y que me gustaría
que esta tradición no se perdiera y alguno de vosotros, de los que quedáis —y miró a
Ginny directamente— volvieseis a organizar estas reuniones para mejorar vuestra
defensa. Y..., bueno, nada más —terminó.
—Bueno —dijo entonces Ernie Macmillan, aclarándose la garganta—. Para
nosotros también ha sido estupendo, Harry. Nos has enseñado mucho.
—Sí, y lo hemos pasado muy bien —añadió Dean.
—Yo nunca podré agradecerte todo lo que me has ayudado, Harry, por muchos
años que viva, ya lo sabes —agregó Neville, un poco sonrojado—. Me has dado
mucha confianza en mí mismo. Nunca podré pagarte eso.
Harry sonrió, agradecido.
—Bien..., nada más, entonces. Suerte en los exámenes —los despidió, y todos
fueron saliendo hasta que sólo quedaron allí Harry, Ron, Hermione y Ginny.
—Voy a echar mucho de menos esto —declaró Ginny—. Era casi como una clase
más.
—Todavía podéis seguir con ello el año que viene —dijo Harry.
—Pero no será lo mismo —repuso ella—. ¿Quién nos dará clases?
—Bueno, todos podéis enseñar lo que sepáis hacer —le sugirió Harry.
—Deberíamos bajar ya —intervino Hermione entonces—: tenemos mucho que
trabajo por delante.
—Sí, tienes razón —asintió Harry—. Vamos.
Sin quidditch y sin reuniones del ED, la vida en Hogwarts se volvió totalmente
monótona. Todo el tiempo se lo pasaban estudiando, aunque, como Harry reconoció,
estos exámenes eran bastante distintos de los TIMOs, cosa que se veía perfectamente
en el tipo de ejercicios que les mandaban los profesores, con lo cual muchos de los
alumnos solían estudiar en el exterior o en aulas vacías, pues en la sala común
resultaría muy molesto, como cuando practicaban hechizos vitalizantes.
El último día de clases, la profesora McGonagall dedicó la suya a hablarles de los
exámenes y les entregó una copia del calendario a cada uno.
—Sólo os falta una semana para los exámenes, y, en lo esencial, no tengo queja
de ninguno de vosotros. Incluso aquellos que no dominabais algún aspecto concreto
de los hechizos que hemos visto lo ha entendido durante este repaso. Por tanto,
espero que todos consigáis, al menos, un aprobado en el EXTASIS de
Transformaciones. Y me gustaría mucho ver algún «Extraordinario» entre las notas
—añadió, dirigiéndole una mirada a Hermione—. El proceso de realización de los
exámenes es similar al del TIMO: examen teórico por la mañana y práctico por la
tarde, excepto para el de Astronomía, cuyo examen práctico lo haréis de noche, claro
está. Aparte de esto... Bueno, lo mismo que ya os dije en su día cuando os hablé de
los TIMOs: no conseguiréis hacer trampas, así que no lo intentéis siquiera. Por otro
lado, los exámenes prácticos serán más importantes que los teóricos, excepto en
Pociones y Herbología, pues, naturalmente, no podéis preparar cualquier poción, ni
podréis cuidar todas las plantas, durante la realización del examen. Hablando de esto,
en Teoría de la Magia sólo hay examen práctico. ¡Ah! Otra cosa más: vuestros
resultados los recibirá el colegio y se os entregarán el día de fin de curso. —dicho
aquello, suspiró.
»Y para terminar, sólo deciros que me he alegrado mucho de daros clase durante
estos siete años. Ha pasado mucho tiempo, y, sin embargo, parece que fue aún ayer
cuando fui a buscaros para la ceremonia de selección. —Sonrió un poco, y todos los
alumnos la imitaron—. Aunque recuerdo todas las promociones que he visto salir de
este colegio con cariño, creo que vosotros os merecéis un recuerdo especial. Desde
que entrasteis, no ha habido un solo año de calma total en este colegio: el intento de
robo de la piedra filosofal, la apertura de la Cámara de los Secretos, la fuga de Sirius
Black —Harry sintió un leve dolor ante la mención de su padrino—, el torneo de los
Tres Magos y bueno..., la situación actual. Hay que decir, claro está, que muchas de
esas situaciones... especiales, se deben a la presencia entre nosotros del señor
Potter, así que supongo que los años venideros no serán tan movidos como los
pasados.
»Cuando salgáis de este colegio, en un mes, para enfrentaros al mundo de fuera,
no me cabe la menor duda de que sabréis defenderos y que progresaréis, pese a todo
lo que sucede. Y el profesor Dumbledore me ha pedido, como nos pide a todos los
jefes de las casas, que os recuerde que Hogwarts siempre será vuestro hogar.
Harry, Ron y Hermione se miraron y sonrieron.
—Os deseo mucha suerte a todos —concluyó la profesora, mientras los ojos le
brillaban, y los alumnos abandonaron el aula de Transformaciones por última vez.
—Es raro que terminen las clases, ¿verdad? Después de todos estos años se me
hace extraño pensar que ni el profesor Flitwick, ni el profesor Snape, ni la profesora
McGonagall..., nos volverán a dar clase, ¿no creéis? —les preguntó Hermione a sus
dos amigos en cuanto el profesor Flitwick los hubo despedido, tras la última clase de
Encantamientos.
—Sí —admitió Harry—. Creo que todos lo echaremos de menos.
Finalmente llegó el domingo previo al primer examen, y, con él, los nervios de
última hora, los repasos apresurados... y los examinadores, encabezados por la
profesora Marchbanks, a los cuales acudió a recibir Dumbledore, que hablaba con
ellos en el momento en que Harry, Ron y Hermione salían del Gran Comedor. Los
habían visto otra vez el año anterior, cuando habían venido, como hacían cada año, a
examinar a los alumnos de quinto y séptimo, pero en aquel entonces a ellos no les
interesaban, y eso sin contar la experiencia por la que acababan de pasar.
—...muy bien, Dumbledore, muy bien —decía en aquel momento la profesora
Marchbanks, hablando alto y fuerte—. La verdad, contentos de estar en un lugar
seguro, en los tiempos que corren...
—Ojalá yo creyera que Hogwarts es un lugar seguro, Griselda —repuso
Dumbledore con gravedad—. Pero en fin... no hablemos de pesares. Seguidme hasta
la sala de profesores.
—Vamos, subamos —apremió Hermione a Harry y Ron, con una chispa de histeria
en sus ojos—. Creo que aún me da tiempo a repasar todo el Libro Reglamentario de
Hechizos de este curso antes de acostarme.
—Hermione, tranquilízate —le pidió Ron—. Sabes de sobra que te conoces ese
libro a la perfección.
—No, no es cierto —lo contradijo ella—. Estoy segura de que me quedan
lagunas...
—¿En qué página está la descripción del encantamiento encandenante? —inquirió
Ron de improviso.
—En la 127 —respondió Hermione automáticamente. Entonces se detuvo y miró a
sus dos amigos, un poco ruborizada. Ron sonreía—. Te lo dije, Hermione: te lo sabes
de cabo a rabo; relájate, ¿quieres?
A pesar de la demostración de Ron, Hermione estuvo repasando durante un buen
rato, y sus dos amigos la imitaron. Finalmente, a medianoche, los tres decidieron
acostarse para estar descansados.
A la mañana siguiente todo eran nervios entre los alumnos de séptimo y quinto en
el Gran Comedor, y por todas partes se veían libros, apuntes y desayunos casi sin
empezar.
—No os lo voy a negar —dijo Ron de pronto, que apenas había comido—: nunca
me había sentido tan nervioso ante un examen.
—¿Tú nervioso? ¿Por qué? —preguntó Hermione mirándole como si no pudiera
creer lo que acababa de escuchar.
—De nuestras notas dependerá si podré entrar o no en la Academia de Aurores
—contestó Ron con seriedad—. Necesito..., necesitamos —se corrigió, al mirar a
Harry— cinco «supera las expectativas» para ingresar, y cuatro tendrán que ser en
Pociones, Encantamientos, Transformaciones y Defensa Contra las Artes Oscuras, así
que hoy es la primera gran prueba.
Harry miró a su amigo, pero no sintió el mismo nerviosismo que él. Los exámenes
le importaban, sí, pero se sentía angustiado al pensar en el futuro, y deseaba que su
única preocupación fuera si le iban a coger o no en la Academia de Aurores. Pensó en
qué distinto podría ser todo si hubiera logrado abrir la puerta de la Cámara del Amor y
aún se sintió peor, pero se abstuvo de comentarles nada a sus amigos.
Una vez terminó el desayuno, los de quinto y séptimo esperaron fuera del Gran
Comedor, y, cuando los volvieron a llamar, todo estaba ya preparado para el examen.
Con una última mirada en que se deseaban suerte mutuamente, se sentaron y el
profesor Flitwick, ayudado por el profesor Tofty, repartieron las hojas del examen.
—Tenéis dos horas y media —anunció el pequeño profesor con su voz chillona.
Harry miró su examen, puso su nombre y miró la primera pregunta: «Indique cuál
es el principal y más genérico encantamiento curativo para heridas físicas producidas
por objetos o magia no permanente e indique su principal limitación.»
Harry sonrió. Conocía aquel hechizo desde el año anterior, debido a las reuniones
del ED, así que escribió rápidamente la respuesta y pasó a la siguiente pregunta.
Terminó un poco antes del límite de tiempo, así que pudo relajarse algo y repasar
las preguntas que tenía más dudosas. Cuando, diez minutos después salió del Gran
Comedor, estaba seguro de obtener una buena nota.
Hermione y Ron se reunieron con él; Ron parecía satisfecho del resultado, pero no
tanto como Hermione, que estaba exultante.
—He contestado a todo —les explicó a sus dos amigos—, y creo que me va todo
bien; con esto afrontaré el examen práctico mejor. ¿Qué tal vosotros?
—Yo me olvidé de la definición exacta del encantamiento corrosivo, y tampoco
recordé el contraencantamiento parlante, pero lo demás bien —respondió Harry.
—Esto pasa por aprender a hacer magia sin decir los hechizos —dijo Ron—: yo
me olvidé del contrahechizo del encantamiento encadenante.
—Bueno, no pasa nada —los animó Hermione, mientras volvían a entrar en el
Gran Comedor para la comida—, cuenta más el examen práctico y estoy segura de
que lo haréis muy bien los dos.
Y, como Harry pudo comprobar, Hermione no falló en su previsión. El examen
práctico fue el más raro que había hecho nunca, y entendió a qué se habían referido
todos los profesores con lo de que la creatividad era lo más importante en los
EXTASIS. Cuando terminó sus ejercicios, estaba seguro de haberlo hecho muy bien.
La profesora Marchbanks le había pedido que mostrase sus habilidades con el
hechizo levitatorio avanzado, y Harry, sonriendo y muy seguro, dejó, para sorpresa de
la profesora, la varita en la mesa antes de elevarse y dar unas vueltas y giros sobre su
cabeza.
—Estupendo, señor Potter —aprobó ella, con una sonrisa—. Una excelente
demostración. Veamos qué es capaz de hacer con los hechizos curativos...
En respuesta, Harry se lanzó un hechizo para detener el dolor durante unos
segundos en su brazo izquierdo, luego, con la varita, se hizo un profundo corte en el
antebrazo y se lo curó con un simple toque, no dejando ni siquiera una cicatriz.
—Bien, bien —comentó la profesora—. Para finalizar, haga algo con aquella mesa
—dijo, señalando una mesa que había detrás de ella—. Lo que se le ocurra.
Harry se lo pensó un momento, y luego, con un gesto de su mano, la mesa se
elevó, dio varias vueltas por el aire y se detuvo ante él. Entonces, con su varita,
encadenó varias mesas más a ella y las movió todas dirigiendo solo la primera,
mientras las demás colgaban; para finalizar, rompió el hechizo encandenante, dejó la
mesa ante él, le lanzó un hechizo corrosivo y luego la reparó, dejándola como nueva.
—¡Muy bien, muy bien! —lo felicitó la profesora—. Puedes irte.
Salió del comedor, contento, y fue junto a Hermione, que repasaba para el examen
de Herbología del día siguiente.
Alegres porque el primer examen les había ido bastante bien, los tres amigos se
relajaron un poco para el de Herbología, que fue similar al que ya habían hecho
durante el TIMO. Harry estuvo seguro de aprobarlo, aunque aquel examen en concreto
no le interesara ni lo necesitaba para ser auror. No obstante el de Transformaciones,
el miércoles, era otro cantar.
En el examen teórico les pedían, en vez de preguntas cortas, como en el de
Encantamientos, prácticamente tres redacciones: Diferencias entre Hechizos
Comparecedores normales y avanzados, principales hechizos para la transformación
humana y, finalmente, una descripción avanzada de los Hechizos Vitalizantes y su
funcionamiento. Harry estuvo seguro de haber contestado a la perfección la tercera
pregunta, y también la había salido bien la primera, pero sólo logró describir la mitad
de los hechizos que le pedían en la segunda.
La parte práctica, por otra parte, le salió mucho mejor. Primero le pidieron que
cambiara su aspecto lo más que pudiera, y él se puso pelo largo, de color rubio
platino, se cambió el color de los ojos a azul, alargó su nariz y se puso pecas; luego le
pidieron que invocara una caja de cartón, la transformara y le diera vida, y Harry lo
hizo sin ninguna dificultad, convirtiendo la caja en una figura humanoide de madera a
la que hizo bailar por todo el gran comedor de un modo tosco (Harry no era un genio
del baile) pero divertido.
Cuando salió del examen miró a la profesora McGonagall, que lo observaba todo
muy seria, y ella le sonrió. Harry le devolvió la sonrisa y salió al vestíbulo.
—Me muero de hambre —anunció Ron en cuanto salió del comedor y se unió a
Harry y a Hermione—. Me mandaron que hiciera aparecer una merienda, con su té,
sus pasteles..., todo eso, y debía de estar muy bueno, porque el profesor Tofty me
sonrió mucho. Me he quedado con un hambre voraz.
—Vaya, parece que fue divertido, ¿no? —comentó Hermione, mientras los tres
subían a la sala común—. Yo tuve que transformarme en un cuervo y luego volver a
mi forma humana, aparte, claro, de darle vida a una mesa y hacerle firmar en un gran
trozo de pergamino que también tuve que invocar.
—Mañana tenemos Astronomía por la mañana y por la noche, y por la tarde Teoría
de la Magia... —observó Ron—. Un día relajado: Astronomía no nos interesa mucho y
Teoría de la Magia es lo que más dominamos, después de Defensa Contra las Artes
Oscuras, claro...
Hermione le miró de forma reprobatoria.
—Esta noche te preguntaré lo de Astronomía, a ver —dijo.
—Hermione, los aurores no necesitan Astronomía.
—Es útil para orientarse —repuso ella. Ron gruñó.
—Sí, vale, pero para eso tenemos conocimientos suficientes, no necesitamos un
«extraordinario».
—¿Una partida de ajedrez? —propuso Harry, antes de que Hermione tuviese
ocasión de replicar.
—Iba a proponértelo —contestó Ron.
Hermione les miró a ambos con la boca abierta, y luego, meneando la cabeza, los
siguió hasta la sala común.

El examen de Teoría de la Magia fue distinto a cualquier otro que hubiera hecho
nunca. El profesor que le examinaba simplemente le pidió que hiciera cualquier cosa
que demostrara su conocimiento de aquella asignatura.
Harry, sorprendido, pensó en qué hacer. Vio a Flammingan, que observaba el
desenvolvimiento de sus alumnos apoyado en una pared y recordó lo que él había
hecho el primer día de clase. Por tanto, empezó haciendo lo mismo que él y creando
bolas de luz, que hizo girar por todo el Gran Comedor. Luego las hizo desaparecer con
un simple gesto de su varita. Lo siguiente fue mover cosas sólo con el pensamiento,
hacer aparecer un patronus especial que en vez de desaparecer se quedó junto a él
durante todo el examen y, finalmente, contarle al examinador algunas cosas sobre su
infancia que sacó de su mente, empleando la legeremancia.
—Extraordinario —murmuró el profesor, asombrado—. Realmente extraordinario,
chico.
—Gracias —murmuró Harry, halagado. Miró a su patronus antes de salir de la
sala, y éste desapareció.
Hermione también estaba muy satisfecha con el resultado de su examen y, cuando
Ron se unió a ellos, más tarde, también parecía muy contento.
El examen práctico de Astronomía les salió, tanto a él como a Ron, aceptable.
Hermione, por su parte, parecía muy satisfecha de sí misma cuando volvieron a la sala
común.
—Bueno, mañana Defensa Contra las Artes Oscuras y luego un fin de semana
para descansar —comentó Harry, alegre.
—¿Descansar? —chilló Hermione—. El lunes tenemos Pociones, por si no lo
recuerdas, el martes Cuidado de Criaturas Mágicas, ¡y yo tengo Aritmancia el
miércoles por la mañana y Runas Antiguas el jueves por la tarde!
—¿Qué hay por la mañana del jueves? —quiso saber Ron, sin hacer caso del tono
histérico de su novia.
—Adivinación —contestó ella.
—Bueno, yo no estoy preocupado —dijo Ron, reflexionando—. Creo que Defensa
Contra las Artes Oscuras nos irá bien, y también Cuidado de Criaturas Mágicas. Lo
peor es Pociones, pero, por suerte, tenemos el fin de semana para repasar... Y luego
seremos libres.
—Habla por vosotros —replicó Hermione—. Acabo de deciros que yo, hasta el
jueves...
—Sí, ya —asintió Ron, encogiéndose de hombros—. Lo sentimos por ti, si eso te
sirve de algo.
—¡No, no me sirve! —gritó ella, frente al retrato de la Dama Gorda, que la miró
reprobatoriamente.
—Señorita, una delegada no debería gri...
—«Sirenas y tritones» —recitó Hermione sin dejarla terminar, y la Dama Gorda,
frunciendo el ceño, les abrió paso. Una vez dentro, Hermione miró a Harry y a Ron con
severidad—. Supongo que repasaréis, ¿no?; no os pondréis a jugar al ajedrez de
nuevo.
Ni Ron ni Harry dijeron nada, y Hermione abrió un libro y se sentó en una butaca.
Los dos amigos decidieron que era mejor hacerle caso que discutir con ella, y se
pusieron a repasar hechizos. No obstante, como Ron había dicho, el examen de
Defensa Contra las Artes Oscuras no representó ningún tipo de problema para ellos. A
Harry, el examen escrito, a base de preguntas cortas, le resultó sencillo, y en el
práctico no tuvo tampoco mayor problema. Ejecutó sin dificultad y con destreza todas
las maldiciones y contramaldiciones que le pidieron, y, para subir nota, realizó un
potente hechizo explosivo e invocó, de nuevo, a su patronus.
Además, se sintió orgulloso porque vio, por el rabillo del ojo, que Padma y Parvati,
que estaban ya examinándose cuando le habían llamado a él, también se habían
desenvuelto muy bien con los ejercicios.
Él y Hermione esperaron a Ron comentando los ejercicios, ambos muy contentos.
A Hermione el examen parecía haberle ido muy bien y su mal humor de la noche
anterior se había disipado. Cuando Ron terminó, los tres se encaminaron a la sala
común, hablando del examen. Cuando llegaron, se unieron a la reunión de los
alumnos de séptimo, los cuales aprovechaban que era viernes para relajarse un poco,
mientras charlaban también acerca de cómo les había el examen.
Los tres aprovecharon el sábado para repasar Pociones en el exterior, junto al
lago, acompañados por varias jarras de zumo de calabaza muy frío.
—Bueno, éste será el examen decisivo —comentó Ron, mientras releía los
ingredientes básicos de las pociones transformadoras parciales—. Si me sale bien, me
tomaré el de Cuidado de Criaturas Mágicas como una fiesta.
—Nunca te había visto tan optimista frente a un examen de Pociones —observó
Hermione.
—Bueno, dado lo que nos ha pasado durante todo este año, y lo que seguramente
nos espera todavía, un examen no es demasiado grave, ¿no creéis? Quiero decir,
hemos estado a punto de morir tantas veces, y estamos aún en un peligro tan grande
que esto no condiciona nuestro futuro tanto como creemos, aunque evitemos pensar
en ello.
—Sí, la verdad es que tienes razón —dijo Hermione, mostrándose de acuerdo con
él. Se volvió y miró a algunos de sus compañeros, que paseaban por los terrenos y
bromeaban—. Estos exámenes no son para nosotros tan importantes como para ellos.
Somos miembros de la Orden del Fénix y estamos en guerra —añadió, con aire
lúgubre—. Aunque estos días parezca que todo es como siempre, en realidad no lo es.
—No, no lo es —intervino Harry—. Pero me gustaría creer, aunque me engañe,
que sí lo es... durante unos días. No quiero pensar en lo que me espera, en lo que nos
espera, cuando salgamos de aquí. ¿Sabéis? A veces me gustaría volver a tener once
años e ignorar la existencia de la profecía y todo eso. Me gustaría volver a sentirme
como cuando lo único que me preocupaba era que Snape no nos castigara, ganar la
Copa de las Casas y la Copa de quidditch y que castigaran a Malfoy.
—Sí, ésos eran buenos tiempos —asintió Ron, y se apoyó en el tronco del haya,
mirando al cielo con aire soñador—. Qué fácil parece ahora enfrentarse a Quirrell, o a
una planta, o a un ajedrez gigante...
—Incluso a un basilisco —añadió Harry.
—Sin embargo, ignorar esas cosas no las haría menos ciertas —comentó
Hermione—. Y bueno..., me gusta más cómo nos llevamos ahora, lo cerca que
estamos unos de los otros.
—Algunos más cerca que otros —puntualizó Harry con una sonrisa.
—Harry, no bromees —le advirtió Ron.
Se quedaron un rato callados. Harry miró al lago, que reflejaba los rayos del Sol,
que comenzaban ya a descender hacia el oeste, y suspiró imperceptiblemente.
Se preguntó qué sería de él, si sobreviviría a aquella guerra, y, de no ser así,
cuánto tiempo le quedaría. Pensó en sus padres, muertos tan jóvenes, y se preguntó
también si llegaría a vivir más tiempo que ellos.
—Deberíamos volver al castillo —dijo entonces Hermione, observando cómo caía
la tarde—. Podemos ir a cenar y después seguir repasando un rato.
—Sí, vamos —asintió Harry, levantándose.
El domingo también lo pasaron repasando Pociones. Cuando fue a acostarse,
tenía la cabeza llena de ingredientes y extraños efectos y combinaciones. Sin
embargo, no se sentía confuso ni aturdido: de todas las cosas que sabía gracias a su
conexión con Voldemort, a aquella extraña mente compartida, Pociones era la materia
que más clara tenía, aunque sus conocimientos estuvieran peligrosamente orientados
a las Artes Oscuras. Harry suponía que Voldemort debía de haber sido muy bueno en
Pociones durante sus años en Hogwarts.
Por tanto, estaba menos nervioso que Ron, y, desde luego, mucho menos que
Hermione. Ninguno de sus amigos tenían aquel conocimiento natural de las pociones,
y, además, ninguno de los dos sentían la sensación, cada día más acuciante para
Harry, de que su tiempo, de alguna forma, estaba terminando.
«El momento se acerca», se le vino a la mente, y sintió un escalofrío.
Cuando se durmió, soñó que estaba en la mazmorra de Pociones, él solo, y que el
profesor Snape le mandaba preparar diez pociones a la vez, cada una en uno de los
diez calderos que ardían a fuego lento en el aula. Harry se ponía ello diligentemente,
preguntándose por qué tenía que hacer él todo el trabajo. Se acercó al primer caldero
y echó en él arañas muertas, ancas de rana y esencia de belladona. Snape se le
acercó y metió un cucharón en ella, lo sacó lleno de habichuelas y, tras probarlas, le
dijo a Harry que tenía que remover más porque no estaban bien pasadas. Harry lo
hacía, sólo para descubrir que en las manos no tenía su cucharón, sino un espejo que
se le caía y se rompía, brillando con una luz sobrenatural...
El despertador sonó, indicando que era hora del examen de Pociones. Harry se
incorporó, un tanto sobresaltado y con una ligera sensación de extrañeza.
Ron se estiraba en su cama, bostezando, pero Neville, Dean y Seamus, que no
tenían Pociones, gruñían ante el ruido del despertador.
Harry y Ron se vistieron y bajaron a la sala común, donde Hermione los esperaba,
sentada, leyendo furiosamente sus apuntes por última vez y hablando en susurros.
—Buenos días —la saludaron Ron y Harry—. ¿Vamos a desayunar?
—Sí, sí... —contestó ella, moviendo la cabeza de arriba abajo muy rápidamente.
Durante el desayuno, Hermione no paró de revisar su libro y mirar este o aquel
ingrediente, pero Ron y Harry se limitaron a comer, aunque el pelirrojo parecía un
tanto pálido.
El examen escrito no fue fácil. Aparte de describir la composición y efectos de dos
pociones, solicitaban el principal uso de un montón de ingredientes. Pero para Harry
no fue difícil: le bastó concentrarse un poco y relajar su mente para que extraños
recuerdos y conocimientos flotasen hasta la superficie, diciéndole exactamente lo que
necesitaba saber. Era cierto que muchas de aquellas cosas las había aprendido
estudiando, pero había algo misterioso y extraño en sí mismo que reforzaba aquel
conocimiento.
Cuando salió del Gran Comedor, dos horas y media más tarde, creyó que lo había
hecho bastante bien; Hermione, por su parte, no paraba de hablar, insegura,
comentando lo que había puesto en tal pregunta o si habría completado correctamente
aquella otra; Ron no se hallaba muy contento. Según él, contaba aprobar el examen
teórico, pero esperaba que el práctico le saliera mucho mejor, o el tener un «supera
las expectativas» en Pociones no le iba a ser fácil.
Para el examen práctico los llamaron a todos juntos, y les encomendaron hacer
una poción para transformarse en perro sin usar pelo de lobo. Eso añadía dificultad al
ejercicio. Todos sabían como realizar aquella poción, pues habían visto en sexto las
pociones transformadoras, pero sin el pelo de lobo tendrían que pensar en otro
ingrediente que sirviese como sustituto sin provocar efectos indeseables.
Harry, tras pensar un rato, se concentró lo más que pudo para intentar averiguar lo
que tenía que hacer, y, efectivamente, el conocimiento exacto de la poción que haría
lo que le pedían se formó en su mente de forma clara y nítida, pero, al instante, sintió
una punzada en la cicatriz. Tenía que tener más cuidado con lo que hacía y en dónde
buscaba. Desde el día en que había usado la legeremancia contra Voldemort, éste
estaba mucho más alerta y, por decirlo de alguna forma, más «presente»
Entonces Harry miró hacia donde se encontraba Ron, y vio que su amigo lo miraba
con una expresión rara, al igual que Hermione, y comprendió que sus dos amigos
habían sentido algo. Un segundo después, los tres a la vez se inclinaron para realizar
sus respectivas pociones.
A Harry no le sorprendió nada descubrir, más tarde, que los tres habían usado la
misma fórmula para sustituir el pelo de lobo en la poción.
—No sé lo que ha sido, pero me ha venido al pelo —declaró Ron—. Estaba
dudando si usar sangre de salamandra y pétalos de luparia. Creo que eso funcionaría,
pero no estaba seguro...
—Habría funcionado, pero esa poción no tiene antídoto simple —le contestó
Hermione—. No era exactamente lo que pedían.
—Bueno... y ahora sólo nos queda Cuidado de... —comenzó a decir Ron, alegre,
pero miró a Hermione y se calló—. Umh, podríamos repasar un poco, ¿no creéis?
—se apresuró a decir, cambiando sutilmente de tema—. Si lo hacemos bien, Hagrid se
alegrará y le haremos quedar bien.
El examen teórico de Cuidado de Criaturas Mágicas les resultó fácil: aparte de
pedir datos sobre diversas criaturas, como los thestrals, a los que conocían bastante
bien, la mayor parte del examen versaba sobre criaturas que difícilmente podían
estudiarse en clases prácticas por su peligrosidad, como los dragones.
Afortunadamente, debido a la afición de Hagrid por esas criaturas y a lo mucho que
hablaba de ellas (sobre todo de los dragones), esa parte le resultó bastante fácil a todo
el mundo. En el examen práctico les pidieron que diferenciaran un murciélago normal
de un murciélago de lava y metieran a los de lava en otras jaulas, jaulas que tenían
que preparar para que no se escaparan y se mantuvieran con vida. No era muy difícil:
para diferenciarlos bastaba con crear una fuente de calor, que atraía a los murciélagos
de lava, y luego, con guantes de dragón, se les cogía y se les metía en una jaula, que
se hechizaba para que estuviera caliente (y el murciélago no muriera) pero que no
pudiera arder. Tenían también que reconocer diversos tipos de huevos de unas cestas
que les habían entregado a cada uno, y, finalmente, utilizar a un gnobble para
encontrar un objeto enterrado en los terrenos.
Cuando el examen acabó, los tres amigos le hicieron una señal de triunfo a Hagrid,
que observaba el desarrollo de la prueba sentado al lado de su cabaña, y se
encaminaron al castillo. Para Harry y Ron, el curso había terminado, pero para
Hermione aún faltaban los exámenes de Runas Antiguas y Aritmancia.
—Bueno, parece mentira que ya no vayamos a hacer más exámenes en Hogwarts,
¿no crees? —le comentó Ron a Harry en la sala común, mientras cogían el tablero de
ajedrez para echar una partida. A ambos les apetecía más estar fuera, en realidad,
con los demás alumnos de Gryffindor, pero habían decidido quedarse en la sala
común y hacerle compañía a Hermione mientras ella repasaba.
Cuando Hermione volvió el jueves por la tarde del examen de Runas Antiguas y
dijo que le había salido bien, comenzó de verdad la fiesta, aunque sólo para los de
séptimo y quinto, pues los demás alumnos empezaban sus exámenes al día siguiente,
viernes, y los terminarían el viernes de la siguiente semana.
A los de séptimo, ahora, les tocaba estudiar las ofertas de trabajo existentes y
decidir definitivamente a qué dedicarían su vida y qué solicitarían una vez hubieran
recibido, para fin de curso, los resultados de sus EXTASIS.
No obstante, la alegría de Harry, Ron y Hermione se vio empañada. Fuera de
Hogwarts la guerra continuaba, y con crudeza: había habido varios asesinatos, luchas
y escaramuzas durante la realización de los exámenes. En esos días los tres amigos
apenas habían prestado atención a las noticias del exterior, ocupados como estaban,
pero, una vez acabados, se vieron devueltos a la realidad de forma brusca.
Durante la cena del viernes, Harry estaba pensando en los últimos
acontecimientos y en qué sería de él a partir de entonces, o cómo cambiaría su vida
cuando saliese del colegio y se incorporase plenamente a la Orden del Fénix, cuando
Dumbledore se levantó para hacer un anuncio.
—Alumnos —comenzó, cuando el habitual alboroto se hubo apagado y todos le
prestaron atención al director—. Como bien sabéis, este año las visitas a Hogsmeade
fueron suprimidas por motivos de seguridad. No obstante, teniendo en cuenta que no
ha habido ningún incidente en el pueblo durante todo el curso, el colegio se está
planteando la posibilidad de permitir que, mañana no, el próximo sábado, cuando
todos hayáis acabado vuestros exámenes, podáis visitar el pueblo. —Inmediatamente,
un murmullo alegría se elevó de las cuatro mesas; en la de Gryffindor, Ron exclamó
«¡Sí!» y miró hacia Harry, muy contento—. Un momento, un momento —continuó
Dumbledore, pidiendo calma—. No he dicho que vaya a hacerse, sino sólo que nos lo
estamos planteando. Para tomar una decisión final, los prefectos y premios anuales
tendrán una reunión conmigo en mi despacho mañana por la tarde. Para cualquier
cosa que queráis exponer, comunicaos con ellos.
Tras ese anuncio, la mayoría de los alumnos hacían ya planes sobre lo que harían
en Hogsmeade, y por todas partes se oían comentarios acerca de lo que tomarían en
Las Tres Escobas o lo que les gustaría probar en Honeydukes.
Harry también estaba contento, pero no tanto como debería estar. Sentía una
extraña congoja por dentro, una especie de angustia irracional que parecía no
proceder de ninguna parte. Cuando se fue a la cama, mientras los demás hablaban
con Ron sobre el tema de la visita, Harry se limitó a acostarse, diciendo que estaba
muy cansado, pero estuvo despierto bastante tiempo, pensando. Imaginaba que
aquella angustia que sentía procedía de Voldemort, de la fuerza de su conexión, cuyo
poder aumentaba al tiempo que su propia magia se hacía más fuerte y sólida. Imaginó
que a Voldemort aquello también le incomodaría, pero ese pensamiento no le
proporcionó ningún consuelo. Se dio cuenta entonces de que tenía que ocuparse de
muchas cosas, y se acordó de Lupin. Suponiendo que podría verle en Hogsmeade en
la visita, si finalmente se celebraba, decidió que tenía que escribirle una carta, y,
cuanto sintió que todos sus compañeros dormían, cogió su mochila y, sin hacer ruido,
bajó a la sala común.
37

La Hora del Licántropo

—¡¿Qué?! ¿Qué quieres decir con eso de «no estoy segura de que sea una buena
idea»? —gritaba Ron cuando Harry, bostezando aún, bajó a la sala común, a la
mañana siguiente. Sus dos amigos estaban uno frente al otro, rodeados por una
multitud, y Ron miraba a Hermione, que mantenía una actitud desafiante, como si
estuviera loca.
—Quiero decir lo que he dicho, Ron: que no estoy segura de si es una buena idea.
Podría resultar peligroso. Yo aún no he olvidado lo que pasó la última vez que
estuvimos allí, y dudo que tú lo hayas hecho.
—No, no lo he olvidado —replicó Ron—. Pero si Dumbledore accede, es porque
cree que no habrá problemas, Hermione. Seguramente habrá un montón de
seguridad.
—Sí, vamos, Hermione, no puedes pedirnos que estemos encerrados en el castillo
lo que queda de mes. Sólo será un día —terció Lavender, suplicante.
Hermione miró a su alrededor, a las caras solicitantes de sus compañeros y
suspiró.
—Bueno, está bien —aceptó, con cierta reticencia—. Pero sólo si Dumbledore
promete seguridad. —Se volvió y miró a Harry, que contemplaba la discusión al pie de
las escaleras—. Harry estará allí también, y no podemos tolerar que le pase nada, ¿de
acuerdo? —Dirigió una mirada a Ron cuyo significado Harry captó al instante: «Lo
juramos».
—No nos separaremos de él ni un solo momento —prometió Ron.
—Sé cuidarme un poco —intervino Harry con tono de leve irritación—. Hasta ahora
lo he hecho bastante bien. Ah, Hermione —añadió—, yo quiero ir a Hogsmeade. ¿Qué
más da? Dentro de un mes estaremos fuera de Hogwarts y no voy a estar encerrado
todo el día, así que en realidad da igual.
—Supongo que tienes razón —reconoció Hermione—. Aunque, de todos modos,
me aseguraré de que haya protección suficiente en el pueblo. Sería horrible que
hubiera otra invasión de dementores o algo peor por nuestra causa.
Los tres amigos bajaron a desayunar, pero Harry no les contó nada acerca de la
carta que le había mandado a Lupin. Cuando terminaron, salieron al vestíbulo y
contemplaron los jardines: el día estaba totalmente despejado y ya hacía bastante
calor.
—Bueno, ¿qué os pareces si nos vamos al lago a pasar el día? —sugirió Ron—.
Podemos organizar una merienda campestre y comer allí.
—Buena idea —dijo Harry—. Las meriendas campestres de los muggles son muy
divertidas, pero nunca he participado en una. Lo más parecido en lo que he estado
fueron los mundiales de quidditch.
—¿Los muggles también hacen meriendas campestres? —inquirió Ron,
sorprendido—. Bueno, la ventaja de esas comidas mágicas es que son mucho más
sencillas de preparar. ¿Tú qué opinas, Hermione?
—No sé a qué esperamos —dijo ella, sonriente.
Se sentaron en una zona alejada, a la sombra de unos arbustos, cerca del lago.
Los tres amigos se pasaron la mañana hablando y recordando sus años en el castillo.
Cuando llegó la hora de la comida, hicieron aparecer una gran manta y luego
conjuraron varios platos con sándwiches y jarras de zumo de calabaza.
—Resulta difícil creer que ya hayamos terminado séptimo —comentó Hermione
con nostalgia—. Parece mentira, ¿verdad?
—¿Qué, lamentas no haber podido terminar de leerte toda la biblioteca? —se burló
Ron con una sonrisa.
—En parte —contestó Hermione, y sus dos amigos la miraron con la boca abierta.
Ella se rió.
—Es broma. Aunque no niego que hay muchas cosas que aún me gustaría leer y
aprender.
—Bueno, aún puedes —le recordó Harry—; nos queda casi un mes aquí.
—Sí, un mes... —murmuró Hermione, pensativa.
—Mirad qué tenemos aquí —murmuró entonces una voz fría y arrastrada en tono
burlón, detrás de ellos.
Los tres amigos se volvieron y no se sorprendieron al ver a Draco Malfoy,
acompañado por Crabbe, Goyle, Pansy Parkinson y Millicent Bulstrode.
—Desaparece, Malfoy —dijo Ron.
—Eso es lo que deberíais hacer vosotros, Weasley —replicó Malfoy—. Sería
estupendo para el mundo mágico.
—Lárgate —espetó Harry.
—Malfoy, soy delegada, y, como tal, si no te largas ahora mismo y dejas de
molestar...
—¿Me denunciarás? —preguntó Malfoy, burlón—. ¿Te chivarás? Disfrutas de tu
posición, ¿verdad, sangre sucia?
Ron sacó su varita al momento y Harry le imitó.
—¿Te has olvidado del baño que te diste el año pasado, Malfoy? —dijo Ron en
tono amenazador—. Quizás debamos recordártelo.
Malfoy esbozó una mueca de rabia, y sus ojos destellaron con odio.
—Vámonos —dijo finalmente—. Esto no merece la pena.
—He aquí una de las cosas que no echaré en falta cuando nos vayamos de
Hogwarts —comentó Ron con disgusto—. Me sentiré muy feliz si no vuelvo a verle
nunca.
—Seguramente le veremos bajo una máscara y una túnica negra —opinó Harry
con rabia.
—Pues si llego a auror pediré explícitamente que me asignen la misión de cazarlo
—afirmó Ron, y los tres amigos se rieron.
—Sí, sería divertido ir tras él —admitió Harry, y miró hacia el lago, pensativo. Sería
hermoso poder estudiar para ser auror con Ron, y quizás con Hermione, si ella
finalmente lo elegía. Podrían dedicarse a algo que se les daba bien, y hacer de paso
algo bueno para el mundo... Imaginó por un momento que Voldemort era derrotado y
que todo terminaba bien, y sonrió para sí mientras terminaba su último sándwich.
Cuando acabaron de comer hicieron desaparecer todo y pasearon hasta la cabaña
de Hagrid, con el que hablaron un rato sobre cómo les habían ido los exámenes.
Cuando el guardabosque los despidió (tenía que ir al bosque a ver a los gigantes, e
invitó a los tres amigos a ir con él, pero ellos declinaron educadamente la oferta)
volvieron al castillo, donde en la sala común los alumnos de los demás cursos
estudiaban para sus exámenes.
Después de que Ron y Hermione se dirigieran a la reunión con Dumbledore, Harry
se acercó a Ginny, que estudiaba Transformaciones con aspecto aburrido.
—¿Cómo lo llevas? —le preguntó Harry.
—Deseando terminar —contestó Ginny, levantando la vista de un montón de
apuntes sobre transformación humana—. Me dais una envidia...
Harry sonrió.
—También hemos pasado un mes muy duro, te lo aseguro. Peor que con los
TIMOs.
—No necesito que me asustes para el año que viene —le dijo Ginny—. Espera por
lo menos a que termine este curso.
—¿Cómo te salió el examen de Encantamientos de ayer? —le preguntó Harry.
—Muy bien —respondió Ginny, optimista—. No era demasiado complicado: un
poco de hechizos calentadores y enfriadores y un encantamiento parlante.
—Me alegro de que te saliera bien. ¿Y qué tal llevas Transformaciones?
—No tan bien como Encantamientos, pero me defiendo.
Harry se quedó un rato con Ginny, practicando los hechizos de Transformaciones,
hasta que Ron y Hermione volvieron de la reunión y todos los alumnos de tercero en
adelante levantaron la vista para ver qué tenían que decir respecto a la salida a
Hogsmeade.
—Hay salida —anunció Ron muy alegre al grupo de expectantes alumnos, y se de
la sala se elevó un grito de alegría—. Dumbledore nos ha dicho que, aparte de los
profesores, habrá varios aurores, y los prefectos y premios anuales tendremos que
ayudar a vigilar, pero merecerá la pena.
—¡Genial! —exclamó Seamus, que estaba sentado con Dean jugando con los
naipes explosivos—. ¡Podremos celebrar el fin de los exámenes como es debido!
—Me alegro de poder salir de aquí aunque sólo sea un día —comentó Harry
cuando Ron y Hermione se acercaron a donde estaban él y Ginny.
—No obstante —dijo Hermione, que no parecía tan feliz como Ron—, los alumnos
de tercero este año no tenéis un permiso firmado por vuestros padres, así que tendréis
que enviarles una lechuza con la solicitud y entregarla antes del sábado. Aquellos que
no tengan el permiso no podrán ir. —Se volvió hacia Harry—. Aún no me parece que
esto sea buena idea, Harry.
—Hermione, ya lo hemos discutido: pronto saldremos de Hogwarts y todo dará lo
mismo.
—No estoy de acuerdo —replicó ella—. He estado pensando, y a Voldemort le
será mucho más fácil averiguar que estás en Hogsmeade el próximo sábado que
saber por donde andas cuando no estemos en el colegio.
—Ojalá fuera así —dijo Harry, sombrío—. Si quiere podrá encontrarme, lo sé; igual
que yo podría encontrarle a él si lo deseara.
—¿Cómo dices? —preguntó Hermione, totalmente asombrada.
—Estamos conectados, Hermione —explicó Harry—. Puede localizarme si lo
desea, así que de nada me vale esconderme. Da lo mismo que vaya a esa excursión a
Hogsmeade o no.
Hermione no supo qué replicar esta vez.

El lunes por la noche, Harry encontró a Hedwig en su habitación cuando se fue a la


cama. Llevaba una carta atada a la pata. Harry le sonrió y le entregó unas cuantas
chucherías lechuciles. Cogió la carta y la leyó.

Harry:
Estoy ocupándome de lo que me pediste. Dumbledore ya nos
ha comunicado que tendréis la salida a Hogsmeade, y estaré allí
con otros miembros de la Orden. Nos vemos en Las Tres Escobas.

Lupin

La sonrisa de Harry se hizo más ancha, aunque su gesto no era de alegría. Una
parte ya estaba lista. Ahora tendría que ingeniárselas para quedarse un rato a solas
con Lupin en Las Tres Escobas.
Durante los días que transcurrieron hasta el sábado, Hermione se hartó de estar
todo el día en el lago o paseando, a pesar de divertirse, y volvió a la biblioteca para
leer algunos libros «extremadamente raros que difícilmente podría encontrar fuera de
Hogwarts», según sus palabras. Durante el tiempo que pasaba en la biblioteca, por las
mañanas, Harry y Ron solían ir a volar al campo de quidditch o jugaban a los naipes
explosivos con Dean, Seamus y Neville, mientras hablaban de lo mucho que deseaban
que llegara el sábado. Seamus iría con Lavender; Neville estaba deseando pasar el
día con Sarah (que estaba de exámenes); Dean se moría de ganas por visitar
Honeydukes, adonde iría con Parvati; a Ron le apetecía enormemente pasar el día en
el pueblo con Hermione y Harry; y Harry, aunque no lo decía, estaba deseando ver a
Lupin.
Cuando llegó el día, Harry, Ron, Hermione y Ginny bajaron juntos al vestíbulo, que
ya estaba a rebosar de estudiantes emocionadísimos y deseosos de emprender el
camino al pueblo.
—Atención, por favor —pidió la profesora McGonagall, alzando la voz—. Recordad
que no se puede salir de la parte central del pueblo, ni ir a ningún lugar solos; en
concreto, no podéis acercaros a la Casa de los Gritos. —Harry sintió un ligero
estremecimiento. Teniendo en cuenta todo lo que había pasado allí, estaba seguro de
no querer volver a acercarse a aquella casa nunca más—. Cualquier estudiante que
viole estas normas, será devuelto al castillo y se le anulará el permiso para futuras
salidas durante tiempo indefinido, ¿de acuerdo? Los profesores estaremos por el
pueblo, y también algunos aurores del Ministerio de Magia —terminó de explicar—.
Los que tengan permiso, pueden ir yendo.
—Los prefectos y los delegados tendremos que vigilar a los demás estudiantes a
cada rato para que nadie se salga de los límites permitidos —informó Hermione a
Harry y a Ginny mientras caminaban—. Sobre todo al principio.
—Yo he quedado con los demás de sexto en Honeydukes para comprar algo y
celebrar en la plaza el fin de los exámenes —anunció entonces Ginny—. ¿Os importa
si me reúno con vosotros más tarde en Las Tres Escobas?
—No —se apresuró a responder Harry, viendo que aquello le vendría muy bien
para sus planes. Miró a Ron y a Hermione—. Lupin va a estar allí, en Hogsmeade
—les dijo—. Voy a ir a tomar algo con él a Las Tres Escobas. Si lo preferís, podéis ir a
dar una vuelta solos y de paso vigilar a los demás. Luego, después de comer,
podemos ir a dar una vuelta todos por el resto del pueblo. ¿Qué os parece?
—Vale, está bien —asintió Hermione, mientras atravesaban las verjas bajo la
mirada curiosa de los aurores que vigilaban la entrada y emprendían el camino al
pueblo—. ¿Nos vemos entonces en Las Tres Escobas dentro de una hora y media?
—Sí —respondió Harry, contento de que todo le hubiera salido bien.
Harry no pudo evitar sonreír al ver de nuevo las casas de Hogsmeade. También
los vecinos del pueblo parecían muy alegres. Estaban acostumbrados desde siempre
a ver a los alumnos de Hogwarts cada ciertos fines de semana, excepto en verano, y
no verlos durante más de año y medio era algo que añadía más tristeza al duro tiempo
que todos vivían.
Una vez en el interior del pueblo, Ginny se despidió de ellos y se fue con el resto
de los alumnos de sexto curso; Ron y Hermione se separaron también de Harry frente
a Las Tres Escobas, y él entró en el concurrido pub detrás de un grupo de exultantes
hufflepuffs de quinto curso que reunían monedas.
Vio a Hagrid sentado con alguien desconocido, charlando, mientras bebía una
enorme jarra de hidromiel con especias. Le saludó y luego paseó su mirada por el
local hasta que descubrió a Lupin en una de las mesas del fondo, solo. Se dirigió hacia
él.
—Hola, Remus —saludó Harry, son una leve sonrisa en los labios.
—Harry. —También sonrió—. Me alegro mucho de verte. ¿Cómo estás? ¿Qué tal
los exámenes?
—Bien, bastante bien, creo. Me parece que especialmente Defensa Contra las
Artes Oscuras y Teoría de la Magia me han salido estupendamente.
—Dumbledore y Flammingan estarán muy contentos —comentó Lupin, y su
sonrisa se hizo más ancha—. ¿Quieres tomar algo?
—Una cerveza de mantequilla.
—Ya eres mayor de edad, ¿no quieres tomar algo más fuerte? —le preguntó
Lupin, con una sonrisa traviesa que Harry nunca le había visto.
—No, una cerveza de mantequilla estará bien —respondió Harry, sorprendido de
que el más sensato de los amigos de sus padres le estuviera proponiendo beber.
—Como quieras. —Se levantó, miró hacia la señora Rosmerta y le hizo un gesto.
Ella asintió, sacó dos cervezas de mantequilla y las puso sobre la barra. Lupin, con un
gesto de su varita, envió el dinero a la barra y trajo las botellas a la mesa—. Bueno, ¿y
dónde están los demás? —preguntó.
—Ginny con sus compañeros, celebrando el final de sus exámenes. Ron está con
Hermione; tienen que echarles un ojo a los alumnos. Así podremos tratar lo que
tenemos que tratar a solas. No creo que a ellos les hiciera mucha gracia lo que te he
pedido.
—Es algo sensato —opinó Lupin.
—Ellos lo interpretarían como un gesto de derrota —se limitó a decir Harry. Lupin
alzó una ceja.
—¿Lo es para ti?
Harry pensó en responder que no, pero luego decidió ser sincero y se encogió de
hombros.
—No lo sé. —Miró hacia una de las ventanas, por donde se colaba la luz de Sol—.
A veces tengo la sensación de que..., no sé, de que mi tiempo se acaba, ¿sabes?
Como si llegara al final de un camino sin salida.
—Bueno, estás terminando Hogwarts y tienes mucha presión encima —razonó
Lupin—. Es normal sentirse así. Tu vida va a cambiar mucho a partir de ahora.
—Lo sé.
—Y hablando de eso... Si sacas tan buenas notas como esperas, ¿seguirás con
tus planes? ¿Solicitarás el ingreso en la Academia de Aurores? Cuando Tonks se
enteró de que los tres teníais pensado eso se alegró muchísimo y se puso a hacer
planes. Incluso estaba dispuesta a dejar un poco de lado el trabajo de campo y
participar en vuestras clases.
—Hermione no sé qué va a hacer al final, creo que aún no está segura de lo que
quiere —respondió Harry—. Ahora que la PEDDO ha dado su fruto, sus ideas
conducían a hacerse auror, aunque a mí siempre me pareció que no es porque
realmente lo deseara como Ron y yo lo hacíamos, sino por estar con nosotros. Pero
desde que conoció a Flammingan ha estado pensando mucho en el Departamento de
Misterios.
—Ya... Ella valdría para estar allí, seguro —asintió Lupin—. Pero aún no me has
contestado. ¿Tú sigues pensando en ser auror?
—Sí, sigo teniendo en mente solicitar mi ingreso en la Academia, pero creo que ya
no me entusiasma tanto como antes —reconoció. Lupin le miró con expresión
interrogativa, y Harry continuó—: No sé si quiero seguir luchando siempre como hasta
ahora —explicó—. Es muy duro y, a veces, frustrante. Además, tal vez ni siquiera viva
para llegar a terminar los tres cursos...
—Piensas en tu padre —adivinó Lupin—. Temes que tu destino sea como el suyo,
¿no es así?
Harry bajó la cabeza y se puso a jugar con el corcho de su botella. Luego asintió
lentamente.
—No quiero que pienses eso, ¿me oyes? Tienes que tener esperanza, Harry,
porque si tú no la tienes..., a nosotros no nos queda ninguna.
Harry no supo qué decir, y solucionó su problema dando un trago largo a su
cerveza de mantequilla. Lupin le imitó.
—Es mejor que arreglemos lo nuestro antes de que a los demás se les ocurra
venir —dijo entonces Harry para cambiar de tema—. ¿Tienes todo lo que te pedí?
—Todo —afirmó Lupin, y metió la mano en uno de sus bolsillos, del cual sacó un
gran sobre amarillento y bastante grueso. Se lo tendió—. Sólo falta que lo firmes, lo
rellenes y envíes una copia.
Harry abrió el sobre, examinó su contenido y sonrió.
—Perfecto —declaró. Volvió a cerrarlo y se lo metió en uno de los bolsillos
interiores de su túnica—. Gracias, me quitas un peso de encima. Y bueno, cuéntame...
¿qué tal todo para la Orden?
—Duro —respondió Lupin con franqueza, poniéndose más serio—. Hemos estado
muy ocupados, la verdad.. Seguimos teniendo a los gigantes del norte bajo vigilancia.
Han estado haciendo movimientos y creemos que podrían estar preparando algo.
—¿Algo como qué?
—No tenemos ni idea —contestó Lupin—. Nos es casi imposible obtener
información de los mortífagos. Tras lo que pasó con Snape y recientemente con Percy,
han cerrado filas y mantienen el más estricto secreto. Ni siquiera aquellos a los que
atrapamos confiesan lo que saben.
—¿Por qué no se les da el suero de la verdad? —inquirió Harry—. Es imposible no
confesar con eso.
Lupin soltó una risa triste y negó con la cabeza
—Ojalá fuera así. Voldemort les ha dado algo, no sabemos el qué, que anula los
efectos del suero de la verdad. Diggory está desesperado, no sabe cómo terminar con
esto. Trabaja duro, pero está llegando al límite de sus fuerzas... Supongo que sabrás
que su esposa y el resto de su familia están escondidos fuera de Gran Bretaña,
¿verdad?
—No, no lo sabía —negó Harry, sorprendido—. Sabía que Voldemort le había
amenazado, pero nada más.
—Bueno, es lógico, no salió en los periódicos —explicó Lupin—. Diggory los alejó
de él y los protegió con toda la magia posible para que los mortífagos no tuvieran con
qué chantajearle, pero esta situación está minando sus fuerzas. Y lo de que los
mortífagos atrapados no quieran revelar lo que saben... Creo que a veces se contiene
para no permitir cualquier método que haga confesar a los culpables.
—¿Cualquier método? —repitió Harry, tragando. No imaginaba a Amos Diggory en
un papel tan duro, al estilo Crouch—. ¿Te refieres a autorizar las medidas que permitió
Crouch en su día?
—¿Sabes de Crouch? —se sorprendió Lupin—. ¿De cuando era director del
Departamento de Seguridad Mágica?
—Sirius nos habló de él hace tiempo —respondió Harry con vaguedad, y exhaló un
leve suspiro de nostalgia. Recordó el día que les había hablado de aquello, no lejos de
allí, tres años antes, cuando aún estaba vivo, cuando Voldemort aún no era una
amenaza...
—Pues sí, me refiero a esas medidas —declaró Lupin, volviendo al tema que les
ocupaba—. Pero no lo hace. Y, de todas formas, dudo que llegase a funcionar. No
creo que ni bajo la maldición cruciatus llegasen a confesar. Supongo que aún tendrán
en mente la forma en que murió Karkarov... No querrán pasar por eso, seguro.
Probablemente preferirían matarse ellos antes.
—¿Cómo va a matarse alguien mientras le interrogan? —inquirió Harry—. No
tienen una varita.
—¿No has aprendido nada este curso? —dijo Lupin—. Sabes que nuestra magia
es más eficaz en nuestro cuerpo que en ninguna otra cosa, así funcionan la aparición
y el poder de los animagos o metamorfomagos, entre otras cosas. Si lo deseas,
puedes provocarte la propia muerte de forma indolora. Es difícil detenerlo, pues si
sabes cómo hacerlo, puede conseguirse rápidamente. Y estoy seguro de que los
mortífagos saben cómo hacerlo.
—Sí, supongo que tienes razón —asintió Harry, dándose cuenta de a qué se
refería Lupin—. Basta con expulsar de uno toda la esencia... Deshacer la unión entre
el cuerpo y el alma, la Vida... y listo. Nunca lo había pensado; como Aldus Birffen, el
chico que murió el año pasado, se había suicidado con veneno...
—Él no se suicidó, fue asesinado —le recordó Lupin, aunque Harry no necesitaba
que se lo recordaran, sabía perfectamente cómo aquel joven asesino, Henry Dullymer,
que había hechizado a Birffen, había jugado con ellos, y como Hermione había tenido
pesadillas durante meses por su culpa—. No puedes controlar a alguien con la
maldición imperius y ordenarle que se suicide, y menos de esa forma. No hará nada
que le mate de forma segura y deliberada. Además, si intentase expulsar su esencia y
librarse de su Vida, el efecto de la maldición desaparecería y el proceso no podría
completarse.
—Sí, tienes razón... —murmuró Harry, pensando en ello. Estuvo en silencio unos
segundos y luego miró a Lupin de nuevo—. Esto..., ¿cómo están todos en Grimmauld
Place? ¿Los Weasley?
—Superándolo —respondió Lupin, y Harry entendió que se refería a la muerte de
Percy—. Arthur parece estar bien, aunque está más serio. Molly, por su parte...,
bueno, creo que nunca se recobrará del todo, aunque está mejor.
—Me alegro por ellos —dijo Harry.
—Dumbledore me habló de lo que intentaste con Ginny —dijo entonces Lupin—.
Lamento que no saliera bien.
—Yo también —asintió Harry—. ¿Lo saben sus padres?
—No —contestó Lupin, negando con la cabeza—. Dumbledore decidió que era
mejor decírselo sólo si conseguías algo, por si acaso.
—Sí, es mejor así. No necesitan otra decepción —opinó Harry.
Estuvieron allí hablando hasta que, a la hora de comer, Ron y Hermione entraron
en el local y se dirigieron a ellos; y, un momento después, también Ginny.
Después de saludarse y pedir la comida, Lupin les preguntó a Ron y a Hermione
por cómo iban las cosas en el exterior.
—Bueno, algunos alumnos han querido hacerse los listos y explorar, pero los
atamos corto —contestó Ron—. Aunque creo que darán bastante que vigilar. No creo
que podamos quedarnos aquí dentro mucho rato.
—Anthony y Padma estarán fuera, con Ernie Macmillan —apuntó Hermione—.
Tendrían que hacer turno con Malfoy y Parkinson, y Ernie y Hannah con nosotros,
pero no nos podemos fiar de Malfoy, después de lo que pasó a principios de curso.
—Y después de que intentara matarme —agregó Harry.
—Y hemos visto a Tonks —comentó Ron, y miró a Lupin—. Dijo que después
quería verte en lo que ella denominó «Zona A». ¿Qué es eso?
—Cosas de aurores —respondió Lupin—. Dividen la zona a proteger según las
condiciones y les ponen nombres.
La señora Rosmerta les trajo lo que había pedido para comer, y Lupin puso a los
demás en antecedentes de lo que le había contado a Harry.
—Cuando vuelvas a casa diles a mis padres que Ginny y yo nos encontramos
perfectamente —le pidió Ron.
—Sí, y que los exámenes me han salido bien —añadió ella—. Supongo que eso
alegrará a mamá.
—Lo hará —le aseguró Lupin—. Cuando recibió la carta en la que le contabais
cómo os habían ido los EXTASIS la vi más contenta que en muchas semanas. Parecía
muy orgullosa. Bueno, no sólo ella —aclaró Lupin—. Todos nos sentimos muy
orgullosos. También tus padres estaban muy contentos, Hermione.
Los tres sonrieron, halagados y complacidos.
Después de comer salieron a dar una vuelta por el pueblo. Por todos lados se oían
risas y jolgorio. La mayoría de los estudiantes disfrutaba de lo que ya conocían del
pueblo, mientras que los que lo visitaban por primera vez iban de un lado a otro,
emocionados, cargados con bolsas llenas de dulces de Honeydukes y de artículos de
Zonko.
—¿Adónde vamos? —preguntó Ron, mirando en todas direcciones.
—A Honeydukes —respondió Harry de inmediato—. Me muero por tomar alguno
de sus dulces.
—Sí, tienes razón, ¡vamos! —lo apoyó Ron.
—¡Acabáis de comer! —exclamó Hermione, incrédula.
Ron y Harry no le hicieron caso y se dirigieron a la tienda de dulces, seguidos por
las dos chicas y Lupin, que se reía en silencio.
Una vez salieron, con los bolsillos llenos de todo tipo de cosas, caminaron por las
calles, hablando y saboreando las golosinas al tiempo que vigilaban a los demás
alumnos.
—Bueno, voy a aprovechar ahora para ir a ver a Tonks, que estará con los demás
aurores, supongo —dijo entonces Lupin—. Os veré dentro de un rato.
Desapareció y los cuatro se quedaron solos.
—¡Eh, por ahí no podéis ir! —les gritó Hermione con voz autoritaria a unos
alumnos de tercero que caminaban en dirección a donde estaba situada la Casa de los
Gritos. El grupo se volvió de mala gana y regresaron al centro del pueblo.
Harry, Ron, Hermione y Ginny volvían también hacia la calle principal cuando de
pronto se oyó una potente explosión al otro lado del pueblo. Un instante más tarde,
una densa humareda comenzó a elevarse desde aquella zona. Tras mirarse unos
segundos, los cuatro amigos corrieron hacia allí al tiempo que empezaban a oírse
gritos.
No obstante, cuando cruzaban la calle principal oyeron un nuevo coro de chillidos
más fuerte aún: frente a Las Tres Escobas se había aparecido un mortífago, que se
volvió lentamente para mirar a los cuatro amigos, al tiempo que se quitaba la careta y
se bajaba la capucha.
No era cualquier mortífago.
Bellatrix Lestrange les sonrió a los cuatro con malicia.
—Nos volvemos a ver, Potter.
Sin decir una palabra, los cuatro sacaron sus varitas y apuntaron a la mortífaga,
lanzando simultáneamente cuatro rayos aturdidores, pero ella se desapareció y
apareció tras ellos, sonriente.
—¡Muy lentos! —gritó, y lanzó una maldición asesina hacia ellos.
Los cuatro amigos se separaron para esquivarla. Casi al mismo tiempo, Harry
levantó la varita para atacarla. Ella desvió su maleficio y lanzó un hechizo explosivo
que Harry logró desviar con un escudo, aunque fue lanzado al suelo. Dolorido, vio que
Ginny había caído también y que Hermione se había lanzado sobre Ron para
apartarle.
—¡Has perdido mucho, Potter! —se burló Bellatrix.
En ese momento, Harry se dio cuenta de que llevaban casi un minuto luchando
contra la mortífaga y no había aparecido aún ningún auror, ni ningún profesor. El resto
de alumnos, aterrorizados, se había escondido en las tiendas, y los prefectos y los
miembros del ED los vigilaban. Seamus, Dean y Ernie Macmillan, con sus varitas en
alto, salieron de Las Tres Escobas y se acercaron a Harry, Ron, Hermione y Ginny,
apuntando también a Bellatrix.
Harry intentó levantarse, al tiempo que la mortífaga alzaba su varita de nuevo;
pero, antes de que pudiera hacer nada, un maleficio la golpeó y la lanzó varias veces
por los aires dando vueltas. Harry miró hacia su derecha para ver quién lo había hecho
y vio a Neville, con la varita alzada y una mirada que echaba chispas.
—Tú... —murmuró él—. Tengo muchas cuentas pendientes contigo.
Bellatrix levantó la cabeza y miró con desprecio a Neville.
—Longbottom... —siseó.
Harry se puso en pie, y le tendió una mano a Ginny sin dejar de apuntar a Bellatrix.
La calle principal permanecía en calma, mientras que donde se había oído la explosión
seguían oyéndose gritos y ruidos.
—Ríndete, estás tú sola —le dijo Harry.
—¿Qué sucede aquí? —dijo entonces una voz tras ellos. Harry se volvió y vio a
Hagrid, que había salido de un callejón lateral—. Todos tenéis que iros, hay mortífagos
en... —Se quedó mudo al ver a Bellatrix.
—¡Tú! —chilló Hagrid, dirigiéndose a ella.
—Vaya —musitó la mortífaga en tono despectivo. Hagrid se dirigió hacia ella con
su varita también en alto, y ella se rió—. Estáis acabados —dijo, y fue entonces
cuando Harry lo sintió: una palpitación en la cicatriz que se convirtió en un intenso
dolor. Se la apretó con la mano libre, mientras veía a Hagrid dirigirse hacia Bellatrix.
Ella le lanzó un hechizo aturdidor, pero éste no hizo efecto. Hagrid estaba a punto de
agarrarla, para sorpresa de ella, cuando se vio un destello y el guardabosques fue
lanzado contra una pared con fuerza, y se quedó allí tendido, sin sentido.
—¡HAGRID! —gritó Harry, al tiempo que su dolor se hacía más fuerte.
Neville le lanzó un nuevo hechizo a Bellatrix, pero Harry no le miraba: su vista
estaba dirigida a un punto delante de Zonko.
—¡Tú! —gritó, mirando hacia allí.
Y entonces Voldemort apareció súbitamente, sonriente.
—Hola, Potter. Por fin nos vemos.
Fue como si la temperatura hubiese caído cincuenta grados. Neville, que miraba
furioso a Bellatrix, se quedó frío al ver a Voldemort, y su cara se contorsionó en un
rictus de terror. Por todos lados se elevaron chillidos de miedo, y la gente, sin más,
comenzó a correr en desbandada, alejándose de allí. Voldemort no les prestó la más
mínima atención; sus diabólicos ojos rojizos estaban fijos únicamente en Harry.
—Por fin, tras tanto tiempo, vas a ser mío —siseó—. Hoy vas a morir, Potter.
Por el rabillo del ojo, Harry vio a Ron y a Hermione, que apuntaban sus varitas
hacia Voldemort, temblando. Ginny, sin embargo, estaba inmóvil, como si las piernas
no la sostuvieran, y totalmente pálida, y Harry se dio cuenta de que le pasaba algo
más que el simple miedo al mago. Oyó cómo Hermione, con la voz temblorosa, les
decía a Seamus, Dean y Ernie, que seguían tras ellos, que acompañaran a los demás
alumnos al colegio por si pasaba algo más. Tras un segundo, los sintió correr al tiempo
que musitaban un débil «buena suerte».
—No voy a dejar que me mates así como así, ni tampoco a ninguno de mis amigos
—sentenció Harry entonces—. Creo que la última vez fuiste tú quién huyó.
Voldemort esbozó una sonrisa, pero sus ojos se llenaron de rabia y de odio. Movió
la varita y Neville fue barrido hacia un lado de la calle, aturdido.
—¡Neville! —gritó entonces Sarah, a la que Harry no había visto hasta ese
momento. Estaba en una esquina, muerta de miedo, pero al ver a Neville caer se
arrodilló junto a él, mirando a Voldemort de reojo. Éste, no obstante, no le hizo ningún
caso, sino que levantó la varita y le apuntó a Harry, quien elevó a su vez la suya,
dispuesto a luchar.
—Acabemos de una vez, Potter, y nadie más tendrá que morir. Como has visto, he
sido benevolente y no he matado al semigigante ni a Longbottom. Eso puede seguir
así... Si luchas contra mí de una vez.
Harry se llenó de rabia y lanzó un furioso hechizo contra Voldemort, pero éste lo
desvió con un buen escudo. El hechizo golpeó una puerta y ésta saltó en pedazos,
congelada.
—Buen truco —dijo Voldemort con cierta admiración—. ¡Avada Kedavra!
Harry esquivó la maldición asesina y lanzó otra, pero Voldemort desapareció y
apareció un poco al lado de donde estaba tan repentinamente que Harry casi no lo
apreció. Al instante, lanzó un rayo que le dio a Harry en un hombro derecho,
ocasionándole una herida profunda y muy dolorosa que le hizo soltar la varita. Harry
se doblegó un momento, y al instante siguiente vio que un rayo verde se dirigía hacia
él. Antes de que pudiera hacer nada para protegerse sintió un impacto y cayó al suelo,
con alguien encima. El rayo pasó sobre ellos. Voldemort rugió. Harry miró hacia arriba
y vio a Ron, que se erguía para enfrentar a Voldemort, el cual alzaba ya su varita,
dispuesto a atacar de nuevo. Iba a lanzar un conjuro, cuando se oyó un
«¡Expelliarmus!» y la varita le saltó de la mano. Más furioso aún, miró a Hermione, que
le había lanzado el conjuro. Ron aprovechó la distracción para ayudar a Harry a
levantarse.
Bellatrix, que había estado mirando todo, se volvió hacia la varita, la cogió y se la
lanzó a su señor. Pero, en el momento en que lo hacía, un rayo proveniente de un
callejón le impactó en la espalda y se derrumbó.
Voldemort se volvió hacia el callejón al tiempo que Lupin, Tonks, la profesora
McGonagall y dos aurores más, uno de los cuales tenía una fea herida en la cara,
llegaban por él. Tonks y los dos aurores se colocaron rápidamente entre Voldemort y
Harry, Ron, Hermione y Ginny, que seguía como paralizada y ahora estaba sentada en
el suelo. Lupin y la profesora McGonagall, por su parte, se dirigieron hacia ellos.
—¿Estáis bien? —exclamó Lupin, preocupado. Tenía un corte en la cara, la túnica
sucia y el pelo revuelto.
—Sí, nosotros... —comenzó a decir Harry, al tiempo que miraba cómo la profesora
McGonagall cogía a Ginny y se la llevaba de allí. Entonces, un terrible rugido de ira se
elevó en el aire. Voldemort estaba furioso, viendo que su oportunidad de matar a Harry
peligraba. Harry podía notar aquello, lo intuía. Temía que pudiera desaparecerse...
Los cristales de toda la calle principal estallaron. Los ojos de Voldemort despedían
llamas. Sin hacer caso de los aurores, lanzó una maldición asesina hacia Harry. Éste
la esquivó hábilmente. Los tres aurores, mientras, lanzaron cada uno un potente
hechizo hacia Voldemort, pero sin efecto alguno. Éste se tambaleó un momento y
luego, con un veloz movimiento de su varita, provocó una explosión que los lanzó a
todos por los aires. Él permaneció de pie, y avanzó hacia Harry, quien no pudo dejar
de notar que uno de los dos aurores estaba destrozado. El otro, herido, intentó
oponerse al mago, pero éste, sin mirarle siquiera, le lanzó una nueva maldición
asesina que le causó la muerte instantánea. Harry, impotente y horrorizado, vio cómo
su enemigo avanzaba sobre él y alzaba la varita, cuando una sombra se interpuso
entre ellos.
—¡Harry, vete! —gritó Lupin sin volverse.
Harry se levantó, ayudado por Ron. Voldemort, notando sus intenciones, lanzó una
nueva maldición, pero Lupin se lanzó contra él con su cuerpo, entendiendo que la
varita no sería eficaz, y le golpeó el brazo, desviando su varita. Voldemort,
sorprendido, miró a Lupin con furia y éste retrocedió varios pasos. El malvado mago
volvió a alzar el brazo hacia Harry, pero Lupin volvió a la carga.
Sólo que, esta vez, Voldemort estaba preparado.
Con un giro rápido de su muñeca, movió la punta de la varita hacia Lupin, y de ella
salió un chorro rojo que atravesó el corazón del ex profesor y le salió por la espalda.
Harry chilló, aunque no fue consciente de haberlo hecho. Vio, como si fuera a cámara
lenta, cómo Lupin vacilaba, se tambaleaba y finalmente caía de rodillas; y, aunque no
podía ver su cara, estaba seguro de que en sus ojos estaría reflejada la sorpresa... y la
comprensión.
Harry volvió a gritar «¡REMUS!», pero tampoco fue consciente de oírse. Lo único
que oyó fue la débil voz de Lupin decir «...acadle de aquí...» antes de desplomarse,
cinco segundos después de haber recibido la maldición.
Sólo cinco segundos después.
Remus Lupin estaba muerto.
Harry rugió de dolor y de angustia. Lupin, el último amigo de sus padres, había
muerto. Había muerto para salvarle la vida. Había vuelto a suceder.
Gritando palabras de odio, se liberó de Ron y se lanzó hacia donde yacía el cuerpo
del licántropo. Ni siquiera se percató del momento en que su varita volvió a su mano,
ni fue consciente del dolor húmedo y palpitante de su hombro.
Voldemort sonrió y se dispuso a lanzar un maleficio mortal, cuando, con un grito de
dolor, un surco apareció en su mejilla. Al mismo tiempo, Harry notó cómo Hermione le
agarraba y tiraba de él, mientras sentía que Voldemort deseaba matarle, lo deseaba
con todas sus fuerzas. Harry podía percibirlo tan claramente como su propio dolor por
la muerte de Lupin, pero no podía: Ron le lanzaba maldiciones cortantes una tras otra,
y el mago estaba demasiado ocupado desviándolas, pues éstas, al provenir de Ron,
podían tocarle y hacerle daño. No tanto como si hubiera sido Harry el que las lanzara,
pero aún así podían herirle.
—¡SUÉLTAME! —gritó Harry, intentando soltarse de Hermione—. ¡REMUS!
¡SUÉLTAME, MALDITA SEA!
—¡Harry, por favor, cálmate! —suplicó Hermione, llena de angustia, mientras
miraba con temor cómo Ron intentaba acabar con Voldemort—. ¡Tenemos que irnos
de aquí!
—¡NO! ¡HA MATADO A REMUS! ¡SUÉLTAME, HERMIONE!
Sintió un fuerza súbita emanar de él y Hermione cayó hacia atrás, liberándole. Sin
más dilación, empuñó su varita y se lanzó hacia Voldemort. Éste esquivó una nueva
maldición de Ron y, con un gesto de su mano libre, lanzó al pelirrojo al suelo. Vio
entonces a Harry y se volvió para atacarle. Pero el chico recibió un impacto repentino y
cayó otra vez al suelo, medio aturdido. Miró a los lados para saber qué había pasado y
vio a Aberforth Dumbledore a su derecha, apuntando a Voldemort con la varita.
Voldemort se llenó de más furia aún, si tal era posible.
—Vaya... —musitó, con la voz cargada de odio—. El otro Dumbledore.
—Voldemort —dijo Aberforth simplemente; elevó su varita y ordenó, sin mirar atrás
—: ¡¡Llevaos a Potter!!
Pero Harry no escuchaba. Le daba igual quien viniera. Se levantó e iba a lanzarse
otra vez contra Voldemort, cuando Ron y Hermione se echaron de nuevo sobre él,
sujetándole.
—¡SOLTADME! —bramó.
Voldemort miró hacia ellos y les apuntó, pero Aberforth le lanzó un conjuro. Éste
no tuvo ningún efecto sobre su oponente en el sentido mágico, pero le hizo perder dos
valiosos segundos. En ese momento, Harry se liberó y se lanzó a por él, pero se
detuvo en seco cuando súbitamente dos personas se aparecieron entre él y su
enemigo. Dumbledore y el profesor Snape, sin mirar atrás, levantaron sus varitas hacia
Voldemort.
Ron y Hermione aprovecharon el momento de desconcierto de Harry y se lanzaron
sobre él, y, antes de que pudiera darse cuenta, los tres aparecieron junto a las verjas
de Hogwarts.
—¡NOOOO! —gritó, soltándose de sus dos amigos y volviendo al camino a
Hogsmeade. No avanzó mucho, sin embargo, porque sintió de repente que su cicatriz
se partía debido a la ira que Voldemort sentía en ese instante. Estaba furioso,
terriblemente furioso, porque Harry se le había escapado una vez más. Éste cayó al
suelo, sin fuerzas; enterró la cara entre las manos y comenzó a llorar con
desesperación—. No..., no... Remus..., no... Esto es una pesadilla..., una pesadilla...
Sintió unas manos en sus hombros y luego oyó la voz de Hermione, que también
parecía a punto de llorar.
—Harry... Harry tenemos que volver al castillo... Tenemos que entrar...
Por el camino se oían gritos cada vez más cercanos, y pronto los estudiantes que
habían huido de Hogsmeade comenzaron a llegar, corriendo y aterrorizados. Muchos
se quedaron mirando hacia los tres amigos, en vez de entrar en el castillo lo más
rápidamente posible, pero eran los menos. Harry no les prestó atención.
—Harry, compañero... —suplicó Ron.
Pero Harry no quería entrar, no quería ir a ningún sitio, sólo quería morirse,
terminar de una vez con aquella tortura constante.
Entonces sintió que lo levantaban entre dos personas y que lo llevaban hacia el
castillo. Una era Ron, y la otra le pareció Seamus. Se dejó llevar, porque no tenía
fuerzas para resistirse. La cicatriz le seguía doliendo, al igual que el hombro, y se
sentía cada vez más débil y más ido. Mientras caminaban, oyó a Hermione decir en
voz baja «Sabía que esto era una mala idea», y, antes de perder el conocimiento, no
pudo menos que darle la razón una vez más.
38

El Espejo Roto

Cuando Harry despertó en la enfermería, lo primero que hizo fue preguntarse qué
hacía allí. Luego sintió una punzada en su cicatriz, y el recuerdo de todo lo sucedido
volvió a su mente de golpe.
—¡Remus! —gritó, incorporándose de pronto, lo que le provocó molestias en el
hombro.
—Harry, cálmate —oyó que decía la voz de Dumbledore.
Harry, impaciente, buscó sus gafas en la mesilla. Las encontró, se las puso y miró
a su alrededor. Allí estaban Ron, Hermione, Seamus, Dean, Neville (con una venda en
la cabeza), Sarah, Parvati y Lavender, y también Dumbledore.
—¡¿Dónde está Voldemort?! —inquirió, furioso—. ¿DÓNDE ESTÁ ESE
MONSTRUO ASESINO?
—¡Señor Potter, por favor! —lo reprendió la señora Pomfrey.
Hermione bajó la mirada; por su cara corrían las lágrimas y también Ron lloraba.
—Se fue —respondió Dumbledore.
—¡¿«Se fue»?! ¿Así, sin más? ¡¿Por qué no le detuvieron?! —bramó.
—No pudimos hacer nada —explicó Dumbledore—. Cuando tú te fuiste se
enfureció muchísimo, cogió a Bellatrix y desapareció. No pudimos detenerlo.
—¡Pero mató a Lupin! —gritó Harry, desesperado—. ¡Lo mató! ¡Murió para
protegerme...! ¿Dónde estaba usted? ¿Por qué tardó tanto en acudir?
—Te aseguro que siento un gran pesar por no haber llegado a tiempo —declaró
Dumbledore, con muestras de profundo abatimiento en sus ojos—. El profesor Snape
y yo estábamos en Hogwarts en ese momento. Recibimos el aviso del ataque y nos
fuimos a donde había aparecido el primer grupo de mortífagos, pero allí sólo había dos
aurores con uno de los atacantes detenido. Nos contó que Lupin y Tonks se habían
ido al centro del pueblo, y nos aparecimos allí al contado, pero era demasiado tarde.
Harry no tuvo ni siquiera fuerzas para gritar, ni para protestar. El dolor que sentía
era demasiado grande. Todo lo que Voldemort había dicho en aquella ocasión que se
habían encontrado en su sueño eran ciertas: uno tras otro, todas las personas a las
que quería morían para protegerle. Y no sólo eso: Neville y Hagrid podrían haber
muerto también, sin mencionar a Ron y a Hermione, que se habían enfrentado a
Voldemort. Y Ginny...
—¿Cómo..., cómo estás? —le preguntó a Neville.
—Sólo fue un golpe, nada grave —respondió el chico con tristeza—. No fui muy
útil, ¿verdad?
—Atacaste a Bellatrix. Ella podría habernos hecho mucho daño. No tienes que
avergonzarte de lo de Voldemort. Él mató a dos aurores, y Tonks... ¡Tonks! ¿Cómo
está ella?
—En San Mungo —respondió Dumbledore—. Pero se pondrá bien. Saldrá de allí
en un par de días.
—¿Y Hagrid?
—Descansando en su cabaña —contestó Ron con voz débil y apagada—. No le
pasó nada, sólo perdió el conocimiento.
—Y..., ¿y Ginny? ¿Ella está bien?
—La profesora McGonagall la trajo —contestó Dumbledore—. Ahora está dormida.
Sarah, Parvati y Lavender se apartaron y Harry pudo ver a Ginny en una camilla,
apaciblemente dormida.
—El encuentro le afectó mucho, pero se pondrá bien. Escucha, Harry..., respecto
al funeral de Lupin... —Harry fulminó al director con la mirada. Sentía como si aquellas
palabras, «funeral de Lupin», le atravesaban el corazón—. Tú eres lo más parecido a
una familia que le queda. ¿Cuándo quieres que se celebre?
—No lo sé —contestó Harry secamente—. No quiero pensar en eso, sólo quiero
estar solo.
—Lo entiendo —dijo Dumbledore, levantándose—. Volveré a verte mañana, Harry.
Ahora tengo mucho que hacer.
—Nosotros nos vamos también —dijo Seamus—. Nos veremos. Que te recuperes,
Harry.
—Sí, ponte bien —añadió Dean.
—Gracias por traerme hasta aquí —le dijo Harry a Seamus.
—No fue nada.
Los seis salieron de la enfermería deseándole a Harry que se pusiera bien, y Ron y
Hermione también se levantaron.
—¿Adónde vais vosotros? —les preguntó.
—Fuera —contestó Ron—. ¿No dijiste que querías estar solo?
—¡No me refería a vosotros! —exclamó él—. Vosotros no me dejéis... Sois lo único
que me queda.
Hermione empezó a llorar de nuevo ante aquel comentario.
—Esto es horrible —murmuró, derrotada—. Horrible... Ahora Lupin... y esos dos
aurores, asesinados también...
Ron la abrazó con fuerza. Harry no dijo nada. No tenía ningún consuelo para él,
así que difícilmente podía ofrecerle uno a Hermione.
Tras unos minutos, Hermione se separó de Ron y se limpió las lágrimas que le
caían por las mejillas. Miró a Harry.
—Harry..., ¿qué vas a hacer respecto a Lupin?
—¿Qué voy a hacer respecto a qué? —preguntó Harry ásperamente—. Está
muerto. No pude hacer nada por ayudarle. Nada.
—Me..,. me refiero a su funeral —aclaró Hermione—. Tienes que elegir el día, y...,
y dónde será enterrado. ¿Tú sabes dónde quería él..., bueno, reposar?
—No, no lo sé —contestó Harry secamente—. ¿Cómo voy a saberlo? Nunca le he
preguntado: «Eh, Remus, si mueres, ¿dónde quieres que te entierre?»
Hermione agachó la cabeza.
—Lo..., lo siento, Harry. No debería hablar de eso, ahora. Yo... —Meneó la cabeza
y miró al suelo.
—No tienes que disculparte —dijo Harry, sintiendo una punzada de culpabilidad al
mirar a su amiga—. Soy yo el que debe hacerlo. Vosotros..., vosotros me sacasteis de
allí; me salvasteis la vida. Yo me habría arrojado contra Voldemort y él me habría
matado. Tú tenías razón: nunca debimos haber ido a Hogsmeade... Si me hubiera
quedado en el castillo, Lupin aún estaría.
—¡No empieces otra vez a hacerte el culpable!, ¿de acuerdo? —le espetó Ron con
dureza—. ¡Yo apoyé también esa salida! ¡Hice todo lo posible porque se efectuara! Y
aquí tenemos el resultado. Yo también me siento muy mal —añadió, bajando la voz—.
Si hubiera pensado un poco más lo que hacíamos...
Nadie dijo nada, y los tres se quedaron un buen rato sumidos en un confortable
silencio, sintiendo la compañía que se proporcionaban mutuamente. Harry recordó la
primera vez que habían visto a Lupin, en el expreso de Hogwarts, antes de tercer
curso; cómo él le había ayudado a defenderse de los dementores; cómo le había
contado la historia de sus padres y su familia... Una lágrima solitaria bajó por su
mejilla, pero no hizo ningún intento por limpiársela. Simplemente dejó que resbalara,
deseando que su dolor pudiera irse con ella.
—Haré que le entierren en el cementerio de la casa del Valle de Godric —anunció
de pronto—. No sé dónde está enterrada el resto de su familia, pero así podrá estar
con mis padres, y los veré a todos juntos. He pensado también en ponerle una lápida a
Sirius allí, aunque no tenga su cuerpo, y otra a Peter... Al fin y al cabo también me
salvó la vida...
—Creo que es una idea excelente —manifestó Hermione—. Seguro que a Lupin le
habría gustado.
—Todos me salvaron la vida —siguió diciendo Harry, más para sí mismo que para
los demás—. Los cuatro: mi padre, Lupin y Colagusano murieron defendiéndome de
Voldemort para que yo pudiera escapar, y Sirius murió para sacarnos del
Departamento de Misterios...
La señora Pomfrey se acercó a la cama de Harry con una poción y un vaso.
—Debe tomarse esto ahora, señor Potter —dijo, echando un poco de la poción en
el vaso y extendiéndosela a Harry, que la cogió con ciertas reticencias—. Y ustedes
dos —miró a Ron y a Hermione— deberían irse y dejarle descansar.
Harry se bebió la poción de un trago (no sabía demasiado mal) y replicó:
—No quiero quedarme solo.
—Está bien —consintió la enfermera tras meditar unos momentos—. Pero sólo uno
de los dos —advirtió, y se dirigió a la cama donde Ginny dormía.
—Yo me quedaré —se ofreció Ron, y miró a Hermione—. Tú vete a dormir.
—¿Estás seguro? —preguntó ella.
—Sí, lo estoy. Así también vigilaré a Ginny por si despierta.
—Está bien —murmuró ella. Le dio un abrazo a Harry, besó a Ron y se fue.
—Estamos perdidos —murmuró Harry en cuanto Ron y él se quedaron solos.
—¿Qué? —preguntó Ron—. ¿Qué..., qué quieres decir?
—No pude hacer nada contra Voldemort —explicó Harry—. Me derrotó, Ron. Si no
hubiera sido por Lupin o por vosotros ahora estaría muerto. No tengo ninguna
posibilidad.
—No..., no digas eso —le pidió Ron, tembloroso y asustado—. No seas tan duro
contigo mismo. Él nos atacó por sorpresa, no estábamos preparados.
—Él no nos va a avisar de que va a atacarnos como si fuera un duelo —repuso
Harry—. Estamos perdidos.
—No quiero oírte hablar así, ¿de acuerdo? —le regañó Ron—. Y si Hermione
estuviera aquí, te echaría una bronca por decir esas cosas.
Harry no respondió. En vez de eso miró hacia Ginny.
—Ve a ver cómo está —le pidió a su amigo.
Ron se levantó de la silla y se acercó a la cama de su hermana. La miró
detenidamente unos segundos y se volvió hacia Harry.
—Está dormida —dijo—, y parece encontrarse bien, aunque está muy pálida...
¿Qué crees que le sucedió?
—Fue la presencia de Voldemort —afirmó Harry—. Le hace daño de alguna
manera, aunque no sé por qué.
Ron le acarició la mejilla a su hermana y luego regresó junto a Harry.
—¿Cómo va tu hombro? ¿Te duele?
—Un poco —respondió Harry—. Pero no es nada. Soportaría un dolor cien veces
más grande si con eso pudiera borrar el otro dolor.
—Lo sé —asintió Ron—. Es horrible..., es... —Meneó la cabeza—. Yo también
estoy harto de esta guerra, Harry. Más que harto. A veces me dan ganas de dejar de
luchar y simplemente dejar que las cosas pasen.
—¿Y qué haces cuando piensas eso? —le preguntó Harry—, porque así es como
me siento yo ahora mismo.
—Pienso en mi familia, y en Hermione, y en ti... Y en todas las cosas buenas que
se perderían, que perderíamos, si abandonara..., y por eso no lo hago. Y por eso tú no
lo harás tampoco.
—No, no lo haré —reconoció Harry.
La señora Pomfrey les trajo la cena un poco después. Ambos amigos comieron en
silencio, aunque no demasiado: ninguno de los dos tenía demasiada hambre.
Ron le pidió a la señora Pomfrey que le dejara quedarse allí durante la noche, pero
ella se negó rotundamente, así que Harry se vio obligado a quedarse solo en la
oscuridad de la enfermería.
Tardó mucho en dormirse. Una y otra vez veía, impotente, cómo Lupin caía
fulminado por la varita de Voldemort, y una y otra vez aquel dolor que era como un
nudo que le impedía tragar se apoderaba de él. Se preguntó si la gente podía llegar a
acostumbrarse a perder a seres queridos.
Cuando finalmente se durmió, lo hizo de forma intranquila. Soñó que estaba de
nuevo en Hogsmeade, y Voldemort se dirigía hacia él con una sonrisa cruel. Él quería
defenderse, pero descubría que, en vez de su varita, llevaba una de las de pega de
Fred y George. Intentaba correr, pero no podía. Voldemort levantaba la varita para
matarle, y entonces su padre se interponía entre ellos. Harry le vio morir, y entonces
llegó Sirius, que también cayó. Y así, uno tras otro, vio cómo morían Peter Pettigrew,
Lupin, el señor Weasley, la profesora McGonagall, Hagrid, Tonks, Ron, Hermione,
Ginny...
Entonces, gritando, se dejaba caer hacia atrás, contra la puerta de una casa. La
puerta se abría y él caía dentro, y en aquel momento...
...En aquel momento el sueño cambió radicalmente y se encontró en la habitación
oscura donde la luz rojiza, la Esfera, como sabía ahora que era, brillaba de forma
palpitante.
Se incorporó, desconcertado, y miró a su alrededor.
«Ven, Harry...», sintió que lo llamaba una voz tan débil que casi ni se oía. Miró a
todos lados, pero no vio a nadie ni localizó la fuente de aquella llamada.
«Tienes que venir...»
—¡DÉJAME EN PAZ, SEAS LO QUE SEAS! —gritó, furioso—. ¡Vine aquí, y no
pude entrar! ¿Qué broma es esta? ¡Déjame en paz!
Entonces sintió un «¡Cras!» y vio frente a él, antes de despertarse, un espejo roto
en varios trozos que brillaban con una luz blanquecina y sobrenatural.

Harry se puso la túnica negra y el sombrero, y miró un instante el sobre que Lupin le
había dado dos días antes, que acababa de sacar de su otra túnica. Lo metió en su
baúl y echó una breve ojeada al cielo nublado a través de la ventana. Lo prefería así a
que fuera un día soleado. Suspiró, y bajó a la sala común, donde Ron, Hermione,
Ginny y algunos más lo esperaban ya.
—¿Estás listo? —le preguntó Hermione. Tenía los ojos enrojecidos, y Harry supo
que había estado llorando.
—Vamos —dijo él.
Salieron de la sala común. Ginny, que aún estaba débil, se apoyó en su hermano.
Apenas había hablado desde que había salido de la enfermería: se sentía culpable por
haberse quedado petrificada al aparecer Voldemort y no haber podido ayudar, y de
nada le valía que le dijeran que no era culpa suya, sino de lo que Voldemort le había
hecho.
En el despacho de la profesora McGonagall, Dumbledore había puesto varios
trasladores que les llevarían al Valle de Godric.
—Los demás ya están allí —dijo Dumbledore en cuanto llegaron—. Tendremos
que darnos prisa, no podemos correr riesgos.
Harry asintió y cogió uno de los trasladores, que también tocaron Ginny, la
profesora McGonagall y Neville. Dumbledore contó hasta tres y, unos segundos más
tarde, estaban tras las ruinas de la casa de los Potter. Harry vio que un gran grupo de
gente se había congregado allí ya. Entre ellos, los miembros de la Orden del Fénix,
todos vigilantes por si sucedía algo. En medio de todos estaba el ataúd donde
reposaba Lupin. Al verlos aparecer, los Weasley y los Granger se lanzaron hacia ellos,
abrazándolos.
—¡Oh, esto es horrible! —sollozó la señora Weasley mientras abrazaba a Ron y a
Ginny con todas sus fuerzas—. Lupin muerto... Y vosotros podríais..., podríais...
—Estamos bien, mamá —le aseguró Ron.
—No podría soportar perder a uno más de vosotros —dijo la señora Weasley entre
lágrimas—. No podría...
La madre de Hermione, tras abrazarla, abrazó también a Harry.
—Lo sentimos mucho, Harry. De verdad. Esto tiene que ser horrible para ti.
Harry asintió, sin fuerzas para decir nada.
—Él nos salvó la vida —comentó el señor Granger, pasándole un brazo por el
hombro a Hermione—. Jamás lo olvidaremos.
Entonces fue la señora Weasley la que abrazó a Harry con todas sus fuerzas, y él
le devolvió el abrazo.
—Harry..., Harry..., qué miedo pasamos... ¿Cómo estás, cariño? —le preguntó,
mientras se secaba las lágrimas que corrían por su cara.
Harry se encogió de hombros, intentando contener las suyas.
—Lo siento, hijo —dijo entonces el señor Weasley, dándole unas palmadas en el
hombro.
—Gracias..., gracias por ocuparse de todo, señor Weasley —atinó a decir Harry—.
Yo..., yo solo no habría podido.
—No tienes nada que agradecer, Harry. Nada que agradecer.
—Vamos —apremió Dumbledore—. No debemos estar aquí demasiado tiempo. Es
peligroso.
Se dirigieron al cementerio y saludaron a los demás miembros de la Orden. Incluso
Tonks, llena de vendajes, había acudido.
Harry se fijó en que, tal y como había pedido, había ahora tres nuevas lápidas: la
de Sirius, la de Pettigrew y la de Lupin, cuya tumba estaba abierta. Sintió deseos
incontenibles de llorar.
El discurso de Dumbledore fue sencillo y emotivo. A Harry le habría gustado decir
algo, pero se sentía sin fuerzas para ello, por lo que se limitó a despedirse
silenciosamente del hombre lobo, y, cuando la tierra cayó sobre el ataúd y miró las
cinco lápidas que estaba al frente, sintió que una parte de sí mismo estaba enterrada
allí para siempre.
Apretó los puños con rabia, y se juró que aquello no quedaría así, y que, tuviera
que hacer lo que tuviera que hacer, no permitiría que aquellas cinco personas
hubieran muerto para nada.
Cuando la ceremonia terminó, se dejó caer de rodillas frente a las tumbas,
mirándolas pero sin verlas realmente, recordando los mejores momentos con las
personas que yacían allí enterradas.
—Tenemos que irnos, Harry —le dijo voz de Hermione a sus espaldas. Ella le puso
una mano sobre el hombro izquierdo, y Harry la cubrió con la suya. Luego sintió otra
sobre su hombro derecho, y supo que era la de Ron. Se levantó, y los tres se
abrazaron.
—No dejaremos que esto quede así —declaró Ron, mirando las tumbas con
tristeza—. Ni tampoco la muerte de Percy, ni la de ninguno de los demás. Los
vengaremos.
Harry asintió.
—Sí, los vengaremos. No sé cómo, pero lo haremos. No permitiremos que hayan
muerto para nada.
—No, no lo haremos —confirmó Hermione—. Nos convertiremos en aurores. Y no
dejaremos que nadie vuelva a sufrir de esta manera.
Ron y Harry la miraron.
—¿Hablas en serio? —preguntó Ron, mirándola—. ¿Querrás ser una auror, con
nosotros?
—Creo que ya me he pasado mucho tiempo encerrada como para ir al
Departamento de Misterios —contestó ella, y en su cara se formó una pequeña
sonrisa que contrastaba enormemente con sus mejillas húmedas y sus ojos
enrojecidos—. Siempre puedo pedir trabajo allí más adelante, cuando ya no esté tan
apta para perseguir magos tenebrosos, ¿no creéis?
—Te quiero —dijo Ron, sin poder contenerse, y los tres se dieron un abrazo aún
más fuerte. Y Harry supo, sin lugar a dudas, que, aunque no supiera cómo, todo
podría arreglarse mientras los tres siguieran juntos.
—Tenemos que volver a Hogwarts —les indicó entonces la profesora McGonagall,
acercándose a ellos—. Ya llevamos demasiado tiempo aquí.
Los tres asintieron y se dirigieron al grupo de gente que se disgregaba.
—¿Te encuentras bien, Harry? —le preguntó Hagrid, mirándole con compasión.
—No, no lo estoy, Hagrid —respondió con sinceridad.
—Todo irá a mejor —le aseguró el guardabosques, con la voz muy tomada—. Ya
lo verás.
Harry asintió, mientras los demás se despedían de ellos.
—Cuidaos, ¿queréis? —les pidió la señora Weasley—. No veo el momento de
teneros otra vez en casa y a salvo...
—Estaremos bien, mamá —afirmó Ginny.
—Tú cuídate, hija. Te veo muy pálida. ¿Te encuentras bien?
—Me recuperaré —se limitó a decir ella—. Cuidaos también vosotros.
Tras regresar a Hogwarts, Hagrid, para animarlos, los invitó a los cuatro a tomar el
té en su cabaña. Harry aceptó, aunque sólo para complacer a su amigo. Realmente lo
que le apetecía era tirarse sobre la cama y olvidar ese día y los dos que lo habían
precedido.
Bajaron en silencio desde el castillo hasta los terrenos, aunque fuera muchos
alumnos disfrutaban del calor, pese al día nublado, y festejaban el tiempo libre. A
Harry aquel ambiente le hacía sentirse aún más melancólico. Y, sin embargo, no pudo
dejar de notar que la alegría era menor que la usual tras el fin de los exámenes. La
mayoría de los alumnos aún no habían superado lo sucedido dos días antes, y
muchos estaban taciturnos, y saltaban a la más leve mención del nombre de
Voldemort. Ni siquiera «Quién tú sabes» parecía soportarse en Hogwarts, y Harry
había oído que las pesadillas eran tónica habitual para muchos. No obstante, no todos
los alumnos estaban tristes. El ambiente de terror parecía haber alegrado a Draco
Malfoy y a su banda y a algunos otros de Slytherin. Harry se preguntó qué pasaría si
se encontraba a Malfoy de frente, cosa que no había sucedido aún desde la salida a
Hogsmeade. Miró a su alrededor, pero ni él ni sus amigos estaban a la vista.
Hagrid preparó el té y estuvo hablando de temas intrascendentes. Ron y Hermione
participaban activamente. Harry sabía que no lo hacían porque estuvieran contentos,
sino para animar el ambiente, y se lo agradeció, aunque no sirviera de mucho. Ginny,
por su parte, también estaba apagada.
—No, yo no quiero té, Hagrid. Gracias —dijo, cuando el guardabosques le puso
delante su taza.
—¿No quieres? —le preguntó Harry, preocupado—. Ginny, aún no estás
recuperada. Tienes que comer, tomar algo...
—No tengo hambre —afirmó ella—. Si tomo algo lo vomitaré, lo sé.
—¿Te encuentras bien, Ginny? —preguntó Ron.
—Estoy cansada y triste, eso es todo —repuso ella, pero Harry sabía que mentía.
No sólo Hagrid intentaba animar a Harry, Ron, Hermione y Ginny. Cuando
volvieron a la sala común, un poco más tarde, Se encontraron que sus compañeros de
curso los esperaban, y, con un humor demasiado alegre para no ser un poco forzado
se pusieron a hablar y propusieron juegos de lo más variado, desde ajedrez, naipes
explosivos o los gobstones hasta salir a jugar al quidditch. Harry, forzando una sonrisa,
declinó todas las ofertas.
—Gracias, pero sólo me apetece acostarme. Tal vez mañana.
Subió a su cuarto y se tiró sobre su cama sin desvestirse siquiera. Cruzó los
brazos detrás de la cabeza y miró al techo. Pensó en el futuro inmediato, en su salida
de Hogwarts, y se dio cuenta de que se sentía perdido ante la perspectiva de no volver
al colegio. Recordó que cuando por primera vez se había planteado su futuro, en
quinto, debido a los TIMOs, contaba con que tendría a Sirius y a Lupin, los mejores
amigos de sus padres, a su lado, para aconsejarle. Ahora, sin embargo, los dos
estaban muertos, y no acababa de encontrarle sentido a nada.
Miró hacia su baúl y éste se abrió. Estiró la mano y el mapa del merodeador voló
hasta él. Lo miró y lo tocó con la punta de su varita.
—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.
El mapa comenzó a dibujarse, y Harry miró con tristeza las letras que aparecían:

Los señores Lunático, Canunto, Colagusano y Cornamenta,


proveedores de artículos para magos traviesos,
están orgullosos de presentar
EL MAPA DEL MERODEADOR

Harry acarició las letras y una lágrima se escapó por su mejilla. Dolía pensar que
aquellos cuatro chicos a los que había visto una vez tras salir de sus TIMOs estuvieran
ahora muertos. Muertos por protegerle. Muertos por la mano asesina de Voldemort.
Deprimido, volvió a guardar el mapa del merodeador en el baúl, se tumbó en la
cama y sollozó hasta quedarse dormido.
Cuando despertó, a la mañana siguiente, ya no había nadie en el cuarto. Había
tardado mucho en dormirse y estaba exhausto por todo lo sucedido. Entonces oyó un
repiqueteo en el cristal de la ventana, y vio a un enorme búho que sostenía un paquete
picando en el cristal. Medio dormido aún, se levantó y abrió la ventana, dejando que el
ave entrara, dejara su paquete, que iba dirigido a él, y volviese a salir.
Harry, sorprendido, abrió el paquete, que provenía del Ministerio, y lo leyó. El
corazón le dio un vuelco, y volvió a sumirse en la pena y en la tristeza. Abrió su baúl y
cogió el sobre que Lupin le había dado en Hogsmeade. Se dio cuenta de que aún no
había rellenado los formularios y enviado una copia, y decidió que no podía
posponerlo más, máxime con lo que acababa de recibir. Leyó todo lo que había
recibido, rellenó lo que debía ser rellenado e hizo una copia mágica de todo. Luego
guardó todos los documentos de nuevo en su baúl y las copias en otro sobre. Se vistió
y guardó el sobre en uno de los bolsillos interiores; luego salió rumbo a la lechucería
para enviarlo cuanto antes.

Los días siguientes fueron de los más extraños en la vida de Harry. Intentaba por
todos los medios sobreponerse a lo que había sucedido y seguir adelante, pero era
casi imposible. Ron, Hermione y él habían tratado de volver a la normalidad, incluso
habían repetido la comida en los terrenos, bajo el cálido sol de junio, pero no había
resultado ni siquiera parecido, y la comida había transcurrido casi totalmente en
silencio. Era como si todo fuera distinto de una forma que no alcanzaba a comprender.
No obstante, pese a todo, la compañía de Ron y Hermione le reconfortaba
enormemente. No había dejado de notar que ninguno de los dos lo dejaban nunca
solo, y él se lo agradecía en silencio. Se imaginaba lidiando con todo aquello en
solitario y se estremecía sólo con pensarlo.
Otra de las cosas que lograban distraerle era el ajedrez mágico o las partidas de
naipes explosivos en grupo. No las disfrutaba como antes, pero le distraían y le daban
una cierta sensación de normalidad.
El sábado siguiente al entierro de Lupin, Harry, Ron, Seamus y Dean estaban
jugando unas partidas de naipes explosivos después de desayunar. Hermione estaba
leyendo mientras los miraba de vez en cuando, y Lavender y Parvati hablaban sobre lo
que harían ese verano. También Ginny estaba allí, mirando la partida, aunque parecía
medio dormida. Todavía no se había recuperado del todo, seguía pálida y comía poco.
Ron estaba muy preocupado por ella, y no era el único: Harry también la miraba
constantemente, preguntándose qué le pasaría y si esta vez podría hacer algo por
ayudarla.
—¡Vuelvo a ganar! —exclamó Dean muy contento, mientras se limpiaba un poco
de ceniza de la nariz—. Y van tres veces.
—¿Seguro que no haces trampas? —le preguntó Ron, mirándole con sospecha.
—¡Por supuesto que no! Soy bueno, eso es todo.
—¿Otra partida? —propuso Seamus.
—Venga —dijo Ron, decidido—. No saldremos de aquí hasta que este cretino
pierda, o, al menos, se le incendie el pelo.
—¡Eh, sin insultar! —se quejó Dean, mientras comenzaba a repartir las cartas.
Harry sintió un pinchazo en la cicatriz y se la frotó con la mano. Todos dejaron lo
que estaban haciendo y le miraron.
—¿Estás bien? —inquirió Ron.
—Sí... —murmuró Harry—. Sólo es un pinchazo... Me pasa muy a menudo
desde..., bueno, desde el sábado.
—¿Sabes por qué es? —le preguntó Hermione.
—No —negó Harry—. Es sólo... como su presencia, pero no es nada grave, o eso
creo. —Miró a Dean—. Sigue repartiendo.
Dean obedeció, y Harry empezó a recoger sus cartas. Entonces, una nueva
punzada, más dolorosa que la anterior, atravesó su frente, e instintivamente miró hacia
Ginny, que parecía dormida y respiraba tranquilamente. Demasiado tranquilamente.
—¿Ginny? —Llamó. Ella no contestó.
Hermione dejó su libro y frunciendo el entrecejo se inclinó sobre ella.
—Ginny, ¿estás dormida?
Ginny abrió los ojos lentamente y miró a Hermione como expresión moribunda.
—Hermione...
—¡Ginny! —saltó Ron, acercándose a ella—. Ginny, ¿qué te pasa?
—No..., no sé, no me encuentro muy bien... Estoy..., cansada, muy cansada...
—Hay que llevarla a la enfermería —sugirió Seamus, mirándola—. Está muy
pálida.
Demasiado pálida, se dio cuenta Harry. Mucho más pálida que antes.
Ron la ayudó a ponerse en pie, pero ella casi ni se sostenía. Avanzó un par de
pasos apoyada en su hermano. Miró a Harry a los ojos y él sintió una nueva punzada
en la cicatriz aún más dolorosa.
—No... —murmuró—. No. Ahora no.
—¿Harry? —dijo Hermione—. ¿Qué...?
—Está aquí, Harry. Está en mí... —dijo Ginny de repente—. Va..., va a matarme.
Y sin una palabra más, se derrumbó sobre el suelo.
—¡GINNY! —gritaron Harry y Ron a la vez—. ¡Ginny, despierta! ¡Ginny! —bramó
Ron, agitando el cuerpo de su hermana, aunque inútilmente.
Harry la tocó y al instante lo supo. Su presencia en ella era mayor, mayor que
nunca. Mayor que cuando había estado enferma en el verano.
—Llevadla a la enfermería rápido, y avisad a Dumbledore —indicó Harry—. Voy a
buscar la Antorcha.
Ron cogió a su hermana en brazos y, seguido por Hermione y los demás,
abandonaron la sala común. Harry, mientras, subió las escaleras hasta su habitación.
El baúl se abrió inmediatamente y la Antorcha de la Llama Verde voló hasta su mano.
Se dio la vuelta rápidamente y bajó las escaleras corriendo. Salió de la sala común y
se dirigió a la enfermería. Cuando llegó, aún estaban poniendo a Ginny sobre una
camilla y la señora Pomfrey la examinaba.
—¿Qué le sucede? —preguntó Parvati, que parecía asustada—. ¿Qué le pasa?
—Voldemort le hizo algo cuando la secuestró, hace un año —explicó Harry
apresuradamente—. Pero no sabemos el qué, sólo que, de alguna manera, le afecta...
—No entiendo qué le pasa —declaró entonces la señora Pomfrey—. Voy a tener
que examinarla más profundamente.
—No servirá de nada —comentó Ron tristemente—. A no ser que Harry pueda
volver a despertarla —puntualizó, mirando a su amigo con desesperación.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó entonces Dumbledore, entrando en la
enfermería con Lavender, que había ido a avisarle.
Hermione le explicó todo a Dumbledore brevemente, y éste se inclinó también para
examinar a Ginny.
—No hay duda de que le pasa lo mismo que la otra vez —dijo Dumbledore con un
suspiro, un rato después, tras examinarla—. Me temo que nosotros no podemos hacer
nada. —Miró hacia Harry—. Si tú quieres intentarlo...
Harry, tragando, sacó la Antorcha de su túnica.
—Para eso he traído esto —declaró.
—Salid todos, por favor —pidió Dumbledore, concediéndole privacidad.
Ron miró a Harry antes de abandonar la enfermería, y éste entendió a la
perfección aquella mirada: «confío en ti.»
Una vez hubieron salido, se volvió hacia Ginny y se sentó en el borde de su cama.
Le acarició suavemente la cara, tratando de ignorar el dolor que notó en la cicatriz y se
asustó de lo fría y pálida que ella parecía, casi como si estuviera muerta.
Apartando aquellos pensamientos de su cabeza, encendió la Antorcha y tocó a la
chica, repitiendo de nuevo lo que había hecho la primera vez que se había quedado
así, antes del comienzo de curso, pero en esa ocasión no funcionó. No era capaz de
percibir más que una sombra, y aquella sombra no era Ginny. Era Voldemort... o algo
que le pertenecía a él, como un veneno que destruyera lentamente la vida de la chica.
—No voy a rendirme —declaró Harry firmemente, cogiéndole una mano con fuerza
—. No te dejaré en sus manos, Ginny...
Lentamente, por segunda vez en su vida, inclinó su cabeza sobre ella y la besó
suavemente, sintiendo el frío tacto de sus labios bajo los suyos. La besó
delicadamente, transmitiéndole todo el afecto y el cariño que sentía hacia ella...
Y ella comenzó a reaccionar. Se removió un poco, y Harry se apartó, deseando
que funcionara...
Ginny abrió los ojos y le miró un instante.
—Harry... —susurró, con esfuerzo.
—Estoy aquí, Ginny. Estoy contigo —dijo, sujetándole la mano y sintiéndola más
cerca, como si la sombra se hubiera apartado para dejarla salir a ella.
—Harry... No..., no puedes salvarme otra vez...
—No digas eso, Ginny. Estás aquí, estás despierta... Conmigo.
Ella sonrió débilmente, pero era una sonrisa triste, y fue aquello lo que realmente
le asustó.
—Harry, él me tiene. Estoy demasiado débil, lo sé... Ya no puedes hacer nada...
Sólo quiero decirte que..., gracias, y que..., que... no he podido dejar de pensar en ti
desde el baile de..., de Navidad del año pasado... Harry, yo..., yo...
No consiguió decir nada más. Harry sintió a través de su mano cómo la sombra,
momentáneamente desplazada, se apoderaba de ella de nuevo, y al instante un
terrible dolor le atravesó la cicatriz, haciéndole caer al suelo. La Antorcha cayó de su
mano y se apagó.
Gimiendo de dolor, se incorporó y se inclinó de nuevo sobre Ginny, pero ella volvía
a estar inconsciente, y aún más pálida y fría. Horrorizado, Harry sintió que ella estaba
menos allí.
—No... —murmuró, sollozando—. No..., Ginny... ¡NO! —gritó. Soltó un rugido de
furia e impotencia y se dejó resbalar hasta quedar tendido en el suelo.
Al instante, las puertas de la enfermería se abrieron y Ron y Hermione, seguidos
por Dumbledore y la señora Pomfrey, entraron de nuevo en la sala, asustados.
—¡Harry! —exclamó Ron—. ¿Qué pasa? ¿Qué...? No —negó, poniéndose pálido
—. No puede ser... Ella no. Ella no puede estar...
—No —logró decir Harry, intentando controlarse—. Aún no —aclaró, y Ron pareció
volver a la vida—. Pero no he podido hacer nada por ella. Ya no puedo. Está más débil
cada vez y..., y... —No pudo continuar.
Hermione exhaló un grito de angustia y de horror.
—¿Quieres decir que ella va a...?
—¡NO LO DIGAS! —gritó Ron—. ¡Ella no va a dejarnos! Yo no lo soportaría, y mi
madre..., mi madre se moriría. Tiene que haber algo que podamos hacer... Tiene que
haberlo...
—Os aconsejo que abandonéis la enfermería ahora —sugirió Dumbledore,
interviniendo—. Aquí no podéis hacer nada.
—¡No voy a dejar a mi hermana sola! —bramó Ron—. Harry volverá a intentarlo,
sé que puede ayudarla, él la quiere. Sé que puede...
—No, Ron —dijo él—. No puedo. Yo no puedo hacer nada. Nada.
Y, sin poder resistirlo, abandonó la enfermería corriendo, bajó las escaleras y salió
a los terrenos.
Se sentía sangrar por dentro. Se sentía peor de lo que se había sentido jamás.
Aún no había superado la pérdida de Lupin y se enfrentaba a la horrible posibilidad de
perder a Ginny también. A Ginny. A la chica a la que quería... y no había podido
decírselo. Ella iba a morir, y nunca sabría exactamente lo que él sentía por ella.
Miró al bosque prohibido, y maldijo a los centauros y a sus advertencias. ¿Por qué
había tenido que hacerles caso? ¿Por qué? Había declinado estar con Ginny por un
estúpido horóscopo, por la posición de una maldita estrella. ¿Por qué había sido tan
estúpido? ¿Por qué había seguido la indicación de unos caballos con brazos en vez de
hacer caso a lo que Ginny había dicho el día del funeral de Percy, en La Madriguera?
Se sintió morir, se sintió un fracaso. El Gran Héroe Harry Potter... ¿Cuáles habían
sido sus logros? Conseguir que murieran sus padres, que muriera Sirius, que muriera
Lupin, que muriera Kinsgsley, que muriera Percy y, finalmente que muriese Ginny, sin
poder hacer nada por ella. No era más que un fiasco, una mentira. Ginny iba a morir, y
él no podía hacer nada por evitarlo. ¿Y cómo miraría a Ron a la cara, cuando su amigo
había confiado en él y él le había fallado? No podría.
Caminó lentamente hacia la orilla opuesta del lago, limpiándose los ojos, que se le
empañaban a cada momento, y se quedó allí durante lo que le parecieron horas,
buscando soluciones absurdas, recordando sus mejores momentos juntos...
Deseó poder sentirse como cuando Hermione casi había perdido la vida. Deseó
sentirse tan rabioso y lleno de odio como entonces, para que aquello desplazara el
dolor... Pero no podía. Aquella fase de su vida había quedado atrás, y él había
cambiado.
—Por fin te encontramos —dijo la voz de Hermione, sacándole de su
ensimismamiento.
Harry miró a su izquierda y la vio a ella, que sostenía el mapa del merodeador, y a
Ron, que parecía un tanto ausente, y se dio cuenta de que, meses atrás, sus amigos
le habían encontrado en aquel mismo lugar, también usando el mapa.
—Hola —murmuró.
—¿No tienes hambre? —le preguntó Ron, con un extraño y distante tono de voz.
Harry negó con la cabeza.
—Creía que estarías enfadado conmigo, o que no querrías verme.
—¿Qué? —se sorprendió Ron—. ¿Y por qué iba a estar enfadado contigo?
—Confiaste en mí, y no pude hacer nada.
—No es tu culpa —repuso él, con tristeza—. Tampoco yo puedo hacer nada...
Dumbledore, Flammingan, la señora Pomfrey y otros profesores están allí, con ella.
Tal vez puedan hacer algo —dijo, queriendo sonar esperanzado.
Harry no dijo nada, pero la expresión de su cara le delató.
—Crees que va a morir, ¿verdad? —comentó Ron, extrañamente resignado.
Harry miró a su amigo a la cara unos segundos, y asintió.
—Los mataré —murmuró Ron, iracundo, con la voz temblando por la rabia—.
Cuando salga del colegio los perseguiré y los mataré uno a uno... Uno a uno...
—No..., no digas eso —le regañó Hermione, asustada—. Por favor, no digas eso...
—Estoy harto —declaró Ron con furia—. Harto de todo esto. Mi madre se va a
morir cuando se entere —dijo, derrumbándose en el césped.
—¿No lo sabe aún? —preguntó Harry.
Ron negó con la cabeza.
—Dumbledore opina que es mejor esperar a mañana por la mañana para
decírselo, por si hay alguna mejora —explicó Hermione.
Harry no dijo nada, y miró al lago, más triste de lo que había estado nunca en su
vida.
—Volvamos adentro —pidió Hermione—. Por favor. Tal vez..., tal vez podamos
hacer algo, no sé. No podemos quedarnos aquí. Buscaremos en libros, haremos..., no
sé, cualquier cosa.
—¿Qué crees que vas a encontrar en libros que Dumbledore y los demás no
sepan, Hermione? —inquirió Harry.
—¡No lo sé! —chilló ella, harta—. ¡Sólo sé que no puedo quedarme aquí sentada
mientras se muere! Si algo aprendí de lo que me pasó el año pasado, es que, si hay
vida, hay esperanza, y ella aún está viva.
Como si las palabras les hubieran golpeado, Harry y Ron se levantaron, y
siguieron a Hermione hasta el castillo a paso rápido, sin ver apenas a los estudiantes
que paseaban, jugaban y se divertían en los terrenos, tras la comida.
Subieron a la enfermería, pero en ella sólo estaba Flammingan, que les miró
cuando entraron.
—¿Ha habido algún cambio? —preguntó Ron.
Flammingan tardó en contestar, pero no necesitaba hacerlo. El aspecto de Ginny
era aún peor que antes.
—No para mejor —respondió el anciano—. Es como si le estuvieran consumiendo
el alma y la vida. No tenemos forma de impedirlo, porque tampoco sabemos cómo
está pasando. Es magia oscura muy avanzada. No hay duda de que sólo Voldemort
podría hacer algo así.
—¿Dónde está Dumbledore? —preguntó Harry—. ¿Por qué no está aquí,
ayudando?
—Está en su despacho, buscando soluciones —respondió Flammingan. Miró a
Ron con lástima—. Aunque, sinceramente... no creo que haya solución. Lo siento.
Ron se dejó caer sobre una silla, abatido, y enterró la cara entre sus manos.
Hermione se acercó a él, con las lágrimas cayéndole, y le abrazó.
Harry, sin saber qué hacer, y no pudiendo soportar más estar allí de pie, abandonó
la enfermería en silencio y se dirigió a la sala común.
—¿Hay algún cambio en Ginny? —le preguntaron sus compañeros de séptimo en
cuando atravesó el agujero del retrato—. ¿Alguna mejora?
—No. Sigue empeorando —musitó Harry.
—¿No hay... nada que se pueda hacer? —inquirió Neville, asustado.
—Me temo que no —contestó Harry—. Voldemort la está matando poco a poco, no
sabemos muy bien cómo. —Las caras de sus compañeros se llenaron de horror—.
Ahora, si me disculpáis... —añadió, y subió las escaleras hasta el dormitorio, donde,
sin saber qué hacer, se sentó en su cama.
Metió las manos en su túnica, sacó la Antorcha y la dejó sobre la cama.
—¿Por qué no funcionas? —le preguntó—. ¿Por qué no puedo salvar a Ginny?
¿Por qué no puedo ayudarla...?
Se tiró sobre la cama, pero no aguantó mucho tiempo y volvió a levantarse. Luego
se puso a dar vueltas por la habitación, pensando, cavilando..., pero sin ideas. Nada
de lo que sabía ayudaba. Si sólo hubiese podido ver mejor qué era lo que sostenía
Voldemort cuando la había hechizado, quizás habrían podido ayudarla... Pero no lo
había visto, y todo lo que intentaran era inútil.
Después de estar casi una hora preguntándose qué hacer, se detuvo de pronto,
asaltado por una idea repentina.
No sabían qué le pasaba a Ginny, pero había algo más importante que no sabían:
¿por qué Voldemort le estaba haciendo aquello?
Sin dudarlo una sola vez, se sentó en la cama de nuevo y cogió la Antorcha.
«Vas a decirme qué le estás haciendo, bastardo —pensó para sí con rabia—. O te
acordarás del día de hoy el resto de tu vida.»
La Antorcha se encendió con fuerza, y Harry, sumergiéndose y echando mano de
sus habilidades con la legeremancia, atacó la mente de Voldemort con todas sus
fuerzas, esperando vencer la resistencia que el mago opondría.
Su sorpresa vino cuando, contra todo pronóstico, no encontró resistencia alguna, y
de pronto se vio a sí mismo en un lugar inmenso, oscuro y frío.
Y frente a él, a algunos metros, estaba Voldemort, de pie, sonriéndole con maldad.
—Llevo horas esperándote, Potter.
—¿Qué...?
—Has tardado mucho. Creí que tendría que ser yo el que te atacase de nuevo. Si
bien, en el fondo, esperaba que, al verte totalmente impotente para salvar a tu amiga,
intentarías entrar en mi mente para buscar una solución. Y, como siempre, no me
equivoco.
—¿Qué le estás haciendo, monstruo? —gritó Harry, furioso—. ¿Esto es por mí?
¿Porque me escapé el otro día?
—En parte sí, pero no sólo eso. En realidad, Potter, como te dije en nuestro...
encuentro del pasado año, lo de esa chica no tiene nada que ver contigo. No obstante,
al final me ha sido muy útil.
—¿Qué le estás haciendo? —volvió a preguntar Harry, cada vez más furioso.
—Como también te dije, Potter, es gracias a tu generosidad y bondad que ella está
así...
—Mientes —repuso Harry—. Yo no tengo nada que ver con lo que tú...
—Oh, sin tu ayuda yo no habría podido hacerlo —lo contradijo Voldemort, casi
riéndose—. Porque, si no hubieras pretendido ayudar a un estúpido e insignificante
elfo doméstico —explicó—, Lucius no podría haber recuperado esto y habérmelo dado
a mí.
Y, ampliando aún más su demoníaca sonrisa, sacó de su túnica su antiguo diario
con un gran agujero, el mismo que Harry había destruido en la Cámara de los
Secretos. Y se dio cuenta, de pronto, de que aquello era lo que Voldemort sostenía
mientras hechizaba a Ginny.
—P-Pero... no puede ser —dijo Harry, sacudiendo la cabeza, horrorizado—. No es
posible... Ese diario..., ese diario perdió todo su poder, tu recuerdo desapareció de él.
—¿Sí, Potter? —se burló Voldemort—. Hice este objeto, mi primera gran
invención, con un hechizo muy especial.
—Lo sé —lo cortó Harry—. Lo vi.
—¿Sí? Bien, entonces recordarás el hechizo, ¿verdad? Porque yo sí, Potter:
«Conserva mi alma y guarda mi recuerdo; que quien en ti esconda secretos, que a
cambio te entregue su alma; que quien escriba te entregue su vida, que tú te vuelvas
más fuerte; que su muerte sea tu vida, que tu vida sea su muerte. Deja en él una
marca perenne, guarda en ti un recuerdo eterno» —recitó Voldemort, y sonrió—. «Una
marca perenne...», «un recuerdo eterno...» —repitió—. Es cierto que tú quitaste la
principal capacidad del diario, el hechizo que lo dirigía. Pero su poder en sí sigue en
él... y en la persona poseída, que guarda una marca perenne. Tu amiga seguía
teniendo parte de mí en ella, Potter, y no me fue difícil, usando el diario, hechizarla de
nuevo. Ahora, como entonces, lo que le sucede es que le estoy arrebatando la vida y
el alma.
—¡Pero tú estás vivo! —gritó Harry, alucinado—. ¡No lo necesitas!
—El caso es que sí, Potter. Ella tiene parte de mí... del antiguo yo. Y es joven. Su
alma y su vida me ayudarán a alcanzar la definitiva inmortalidad, cuando tú ya no
estés; y me harán aún más fuerte y poderoso. Más de lo que pueda imaginarse.
Harry estaba tan furioso, tan horrorizado, que no fue capaz ni de hablar.
—Intenté robarle su vida en verano, pero fallé por tu culpa —siguió explicando
Voldemort—. Desde entonces hice intentos de vez en cuando, pero nada serio. Algo
me decía que ella podría ser útil..., y efectivamente, va a serlo. Más aún, quiero decir.
—¿A qué te refieres?
—Como habrás deducido, Potter, tú ya no puedes hacer nada por ella. Nadie
puede, en realidad. Estoy demasiado metido en ella, por decirlo de alguna manera.
Inevitablemente, ella morirá en menos de veinticuatro horas. No obstante, existe una
manera de salvarla. Una sola.
—¿Y me la vas a decir? —preguntó Harry, tan enfadado y lleno de odio que no fue
capaz de ver por dónde iba su enemigo.
—Sí, Potter —sonrió—, voy a decírtela: la única manera de salvar a tu amiga, a
esa chica a la que tanto quieres, es matarme a mí. No existe otra forma. Estoy
cansado de que huyas, Potter, ya no soporto más tu presencia, estoy llegando a mi
límite. Pero esta vez no huirás, ¿a que no? Ven a por mí, Harry. Tú puedes
encontrarme, lo sabes. Ven a por mí. Sé que lo harás... o la verás morir. Decide si es
más importante para ti tu vida o la suya, pero hazlo rápido. Su tiempo corre.
—¡ERES UN MALDITO MONSTRUO! —gritó Harry, pero Voldemort se limitó a
reírse, y el sueño comenzó a desvanecerse.
Sólo oyó una cosa más antes de volver a la realidad: «Sólo veinticuatro horas,
Potter.»
Harry, sin saber qué hacer, se dejó caer al suelo, de rodillas.
Su primera idea fue ir rápidamente junto a Dumbledore y comunicarle lo que había
averiguado, pero... ¿de qué serviría eso? Dumbledore no podía hacer nada por Ginny,
y ciertamente no le permitiría ir a enfrentarse con Voldemort. Pero, si no lo hacía, en
menos de un día Ginny estaría muerta y Voldemort sería aún más poderoso que
antes. ¿Qué posibilidades tendría entonces?
Se quedó allí, dándole vueltas a la cabeza, buscando una solución sin encontrarla,
hasta que, un cuarto de hora después, la puerta se abrió y Ron entró, triste y
deprimido.
—¿Ha pasado algo? —le preguntó a su amigo—. Hermione y yo hemos notado
algo antes. ¿Qué ha sucedido, Harry? ¿Qué pasa? —inquirió, inclinándose sobre
Harry.
Éste elevó la cabeza y miró a Ron.
—Es Voldemort, Ron. Acabo de verle, de hablar con él...
—¡¿Qué?! Quieres decir..., ¿como aquella vez, antes de Navidad? —Harry asintió,
y la expresión de Ron se tornó furiosa—. ¿Qué quería ahora ese monstruo asesino?
¿Te ha hecho daño? ¿Te ha dicho algo, Harry?
—No, no me hizo daño —contestó Harry, levantándose y mirando hacia la ventana
para evitar la mirada de su amigo—. Yo intenté leerle la mente, atacarle... Pero él me
estaba esperando.
—¿Que te estaba...? —preguntó Ron con incredulidad.
—Me habló de Ginny, Ron. Me contó lo que le está haciendo.
—¿De verdad? —exclamó Ron—. ¿Y qué es, Harry? Podemos ayudarla, ¿verdad?
¿Verdad?
—Está utilizando su diario para absorberle el alma y la vida, como hizo en segundo
curso —contestó Harry, volviéndose finalmente hacia Ron—. Morirá en menos de un
día, Ron... A no ser que Voldemort muera. Es la única forma de detener esto. Le está
haciendo eso a Ginny para obligarme a luchar contra él de una vez. Si no lo hago,
Ginny morirá y él será aún más poderoso.
Ron se quedó sin palabras y se puso totalmente pálido.
—Matar... a Voldemort —repitió—. Pero..., pero... podría haberte mentido,
¿verdad? Podría haber otra solución...
—No, Ron. Me dijo la verdad, lo sé. Si no le mato antes de mañana por la tarde,
perderemos a Ginny. No sé qué hacer —declaró, dejándose caer sobre su cama de
nuevo, derrotado.
Ron tardó unos minutos en poder decir algo.
—Harry... Harry, yo..., yo no voy a pedirte que vayas a luchar contra él. Nunca te
pediría que arriesgaras así tu vida. Si fuera ir a rescatarla, como el año pasado,
iríamos sin dudarlo, pero esto es diferente.
—¿Qué vamos a decirles a tus padres, Ron? ¿Cómo me mirará tu madre sabiendo
que yo podría haber salvado a su hija?
—Ella tampoco te pediría nunca que hicieras esto —dijo Ron—. No es tu culpa.
—No, claro que no —murmuró Harry—. Ella está en peligro de muerte, porque yo,
el otro... —Se quedó un momento en silencio—. ¡Peligro! —gritó. Ron le miró confuso
—. Ahora lo entiendo... La predicción de los centauros decía que el peligro vendría del
amor. De Ginny... Él la está usando para obligarme a luchar contra él, para ponerme
en peligro. Ahora lo entiendo... Ahora entiendo que he perdido todos estos meses...
¡MALDITA SEA! —gritó, desesperado—. ¿Qué debemos hacer?
—Harry, no quiero que hagas ninguna locura —dijo Ron, serio—, pero, si estás
pensando en ir a por Voldemort... yo iré contigo.
—No sé qué hacer —respondió Harry—. Esto..., esto es demasiado. Necesito
pensar.
—Voy..., voy a hablar con Hermione —dijo Ron—. Ella debería saber esto, y
bueno..., tal vez se le ocurra algo, no sé. Luego supongo que tendremos que avisar a
mis padres. Si sólo le queda un día... —Meneó la cabeza y dejó la frase sin terminar—.
Volveré después.
Harry no dijo nada, y Ron abandonó el cuarto. Volvió a pasear, pensando en si eso
era lo que debía hacer, ir a enfrentar a Voldemort. No estaba seguro de si debía
hacerlo o no, pero lo que sí sabía era que, si no lo hacía y Ginny moría, jamás llegaría
a perdonárselo.
Intentó calmarse y pensar, y entonces notó una sensación extraña, que ya había
sentido antes, aunque no recordaba cuándo ni dónde. Era una sensación como de...
necesidad. Necesitaba algo, urgente y desesperadamente, pero ¿el qué?
Entonces sus ojos se posaron sobre su baúl y, sin entender la razón, supo que
debía abrirlo. Lo hizo, y comenzó a buscar, aunque no sabía qué buscaba. Con cierta
desesperación, empezó a quitar todo lo que había dentro del baúl: ropa de ese año,
libros, su Saeta de Fuego, más libros, ropa de otros años que aún tenía allí... y
entonces lo notó, procedente del fondo del baúl: un brillo sobrenatural que ya había
visto antes, en sus sueños.
Apartó varios libros que guardaba allí, en el fondo, y vio qué era lo que emitía
aquella extraña luz: los restos del espejo de doble sentido que Sirius la había dado al
finalizar la Navidad de su quinto año y que todavía estaban desperdigados en el lugar
donde habían caído.
Harry no comprendía por qué aquellos trozos de espejo emitían aquella luz, pero
iba a averiguarlo. Cogió su varita, apuntó a los pedazos y murmuró: «reparo».
Los fragmentos se recompusieron solos, y el espejo brilló aún con más fuerza.
Harry, temeroso y con emoción contenida, lo cogió y lo miró.
—¿Si... Sirius? —preguntó.
«Hola, Harry —respondió una voz profunda y lejana—. Hace mucho, mucho
tiempo que espero para poder hablar contigo de nuevo.»
39

La Cámara del Amor

Harry se quedó petrificado, incapaz de decir nada, y el espejo casi se le cayó de las
manos. Aquella voz, gutural, profunda y lejana, era la de Sirius, podría haberla
reconocido en cualquier parte. Pero ¿cómo podía ser él? Estaba muerto. Harry le
había visto caer tras el velo, sabía el efecto que tenía... Y había intentado usar aquel
espejo antes y no había funcionado.
—No puede ser —murmuró Harry, negando con la cabeza—. No es posible. No
puedes..., no puedes ser tú.
«Sí, soy yo —replicó Sirius, y Harry se dio cuenta de que en realidad no oía su voz
por los oídos, sino que la oía en su mente—. Soy yo.»
—Pero..., pero... ¡estás muerto! —chilló—. Tú estás muerto, Sirius... ¡Me pasé
meses intentando aceptar tu muerte! ¿Cómo es posible que hables conmigo?
¿Cómo...?
«Sí, estoy muerto, Harry —reconoció Sirius, cortándole—. Pero aún así puedo
hablar contigo. No puedo explicarte ahora cómo lo hago, no hay tiempo. Ginny está en
peligro. El tiempo apremia... y yo casi me estoy quedando sin fuerzas.»
—¿Qué quieres...?
«No hay tiempo; luego te lo explicaré —apremió Sirius—. Escúchame, y
escúchame bien. Mi tiempo para habar contigo a través del espejo es limitado,
¿entiendes? Tenemos que darnos prisa.»
—Está bien —respondió Harry, muy confuso, aún casi sin poder creer lo que
sucedía—. ¿Qué..., qué quieres que haga?
«Tienes que ir al Departamento de Misterios.»
—¡¿Qué?! ¿Para qué...?
«¡No preguntes y hazlo! —le ordenó Sirius—. Esto es muy importante, Harry. Es la
última oportunidad de vencer. Ve allí.»
—De..., de acuerdo —asintió Harry. Estaba tan impresionado que no se sentía con
fuerzas para discutir o negarse a hacer lo que le pedían—. ¿A qué sala debo ir?
«En cuanto estés en la sala circular contacta conmigo a través del espejo. No
olvides llevarte la Antorcha, es importante. Date prisa, y no se lo digas a nadie. Te
veré allí.»
Sin pensar en cómo haría para llegar hasta el Departamento de Misterios, Harry se
guardó el espejo, que se había apagado, en el bolsillo, junto a su varita, y cogió la
Antorcha de la Llama Verde, con intención de aparecerse en aquel pasillo vacío y
solitario de las profundidades del Ministerio, aunque sabía que, en teoría, uno sólo
podía aparecerse en el Atrio del edificio ministerial. Pero tampoco nadie podía
desaparecerse en Hogwarts... y Harry había visto a Voldemort romper el hechizo
antiaparición en Azkaban hacía casi dos años... Sí, podría hacerlo, estaba seguro. Si
se concentraba...
Y eso hizo: se concentró con todas sus fuerzas en aquello que deseaba,
desapareció con un «¡crac!», y, tal como había deseado, apareció en el pasillo que
conducía al Departamento de Misterios, satisfecho y un tanto asombrado por haberlo
conseguido, aunque también bastante cansado.
En el mismo momento, el mago que vigilaba la puerta se enderezó y le apuntó con
su varita, totalmente sorprendido.
—¿Qué diablos...? ¡Por las barbas de Merlín! ¡Harry Potter! —exclamó—. ¿Cómo
te has aparecido aquí? ¡No se puede! Es..., ¡es imposible!
—No tengo tiempo para dar explicaciones —dijo Harry con prisa, dando un paso
hacia el frente—. Tengo que entrar en el Departamento.
—¿Cómo? Eh... —El mago parecía confuso—. Espera... —le dijo, alzando una
mano ante él—. Es sábado, no hay nadie —repuso—. Y sin un permiso especial no
puedes entrar. Además, has violado la seguridad del Ministerio apareciéndote aquí. Lo
siento, pero tendré que llevarte arriba para que puedan...
Pero Harry no tenía tiempo para discutir. Aún tenía la Antorcha encendida. Hizo un
gesto rápido con su mano y el mago se desmayó delante de él.
—Lo siento —se disculpó Harry—. Tengo demasiada prisa.
Iba a entrar por la puerta, cuado se le ocurrió otra idea. Sacó su varita, le apuntó y
murmuró «¡Obliviate!». Luego apoyó al mago contra la pared. Cuando se despertara
creería que se había dormido, o eso esperaba, ya que, aunque tenía nociones de
cómo se hacía, nunca antes había practicado el encantamiento desmemorizante.
Entró en la sala circular de las doce puertas y cerró la que quedaba a sus
espaldas. Al instante, la pared comenzó a girar velozmente, pero Harry no le prestó
atención. En lugar de eso, sacó el espejo del bolsillo y susurró: «Sirius.»
Un segundo después, el espejo volvió a brillar y oyó de nuevo la voz de su padrino
en su mente.
«Estás en el Departamento, ¿verdad?»
—Sí —afirmó Harry—. Quieres que vaya a la sala del velo, ¿a que sí? —dijo
esperanzado—. Puedes volver. Quieres que te ayude a...
«No —respondió Sirius, cortante—. Quiero que entres donde has debido de entrar
hace ya mucho tiempo, cuando te hicimos soñar con ella: en la Cámara del Amor.»
—¿Cómo? —exclamó Harry, muy sorprendido—. ¿Que tú me hiciste...?
«No hay tiempo para explicaciones ahora —le volvió a decir Sirius—. Después lo
entenderás. Ahora tienes que entrar ahí... y comprender.»
Harry puso una expresión de disgusto y tristeza.
—No puedo —admitió, con pesar—. Lo intenté hace un mes, y no pude. La puerta
no se abrió. —Sintiéndose otra vez deprimido y desesperado, se dejó caer al frío suelo
de mármol. Había creído que su padrino había vuelto de la muerte para traerle la
solución, pero no. Sólo le ofrecía algo que Harry ya sabía que no funcionaría.
«Sé que viniste, Harry —repuso Sirius—, y que no lograste entrar. Pero yo sé que
puedes abrir esa puerta, porque la misma magia que hay en esa sala recorre tus
venas y está presente en tu corazón. Esa magia te salvó la vida cuando eras un bebé,
te salvó de Quirrell y te salvó de Rodolphus Lestrange. Si alguien puede entrar ahí,
eres tú.»
—¡¿No me escuchas?! —gritó, furioso—. ¡Te dije que no podía! Vine y no se abrió,
¿entiendes? ¡La puerta no se abrió!
«Lo sé, te lo he dicho —afirmó Sirius con calma—. Harry, no necesitarías venir si
hubieras comprendido, como Dumbledore te dijo, pero aún no lo has hecho, y por eso
te traje; no has comprendido, y por eso no has podido abrir la puerta. Ahora ya no nos
queda más tiempo. Las horas corren contra ti.»
—Lo sé —dijo Harry, triste—. Pero no puedo entrar, Sirius... No sé qué esperas de
mí, o por qué me hiciste soñar con ese lugar, pero no puedo entrar...
«Y yo te digo que sí —replicó Sirius—. Te haré una pregunta, Harry: ¿qué viniste a
buscar la otra vez?»
Harry no comprendió el sentido de la pregunta, pues según él, estaba claro. Y si
había sido Sirius quien le había hecho soñar con aquel lugar, ¿por qué preguntaba
qué buscaba, si ya debía de saberlo?
—Ya lo sabes —repuso, sintiendo que perdía el tiempo, cuando tenía tantas cosas
que decirle a su padrino, y tantas otras que preguntarle—: vine buscando el poder que
hay ahí dentro.
«Sí, pero, exactamente, ¿qué buscabas? ¿Era ese poder en sí mismo lo que te
interesaba?»
Harry meditó un momento, sin acabar de comprender la pregunta.
—No —respondió finalmente—. Buscaba lo mismo que busco ahora: un arma para
vencer a Voldemort.
«Exactamente, y ése fue tu error —explicó Sirius—; por eso la puerta no se abrió:
viniste buscando un arma, y eso no es lo que hay ahí dentro. El amor no es un arma,
Harry. O al menos, no para el que lo siente. Así piensa Voldemort, así lo usa él, como
está haciendo ahora, aprovechándose de tus sentimientos por Ginny para usarlos
contra ti. Pero él no lo entiende: el amor no es un arma ni un instrumento. Eso es lo
que debes entender. No te traje aquí para darte un arma, sino para mostrarte lo más
maravilloso del mundo, para que entendieras qué tienes tú y él no, para mostrarte
cuán fuerte puedes ser sólo por amar y ser amado. ¿Recuerdas tus sueños con el
Valle de Godric, Harry?»
—Sí, claro que los recuerdo —asintió Harry—. ¿Qué...? ¡Espera! ¿Cómo sabes tú
que he soñado con el Valle de Godric? ¿Y cómo puedes saber todo esto respecto a...?
«Eso no importa ahora —le cortó Sirius—. ¿Recuerdas haber pensado que te
gustaría sentir un amor tan grande como para dar tu vida por él? Piensa en eso, Harry.
Piensa en eso, y, si es lo que deseas, abre la puerta y siéntelo. Hazlo, sé que podrás.»
Harry, impresionado por la seguridad de las palabras de Sirius, cargadas de una
extraña sabiduría que nunca le había visto en vida, se levantó.
«Antes de entrar, escúchame un momento: es importante que no te resistas, pero
tampoco te dejes arrastrar. Mantén siempre la conciencia despejada. Cuando todo
termine, deberás salir por otra puerta que hay en la sala. La localizarás porque está
marcada en la pared con un círculo rojo. Cuando salgas déjala abierta. Entonces,
antes de hacer ninguna otra cosa, contacta conmigo de nuevo. Has de saber que lo
que sentirás ahí dentro no es como lo que sentías en tus sueños, Harry, porque en los
sueños no se puede transmitir la sensación que produce estar en esa cámara. Ten
cuidado, y, sobre todo, comprende.»
—Está bien —murmuró Harry.
«Confío en ti, Harry. Suerte», le deseó Sirius, y el espejo se apagó.
Harry, aún atónito, miró a las puertas que le rodeaban.
—¡La Cámara del Amor! —exclamó, claro y fuerte.
La pared volvió a girar velozmente y luego se detuvo. Harry miró fijamente a la
puerta negra que ahora quedaba frente a él, en apariencia igual que las otras once.
Cogiendo aire, cerró los ojos y trató de entender lo que Sirius le había dicho. Trató de
recordar lo que había sentido cuando había entrado en la Sala de los Sueños, o
cuando veía a Ron y a Hermione juntos, o lo que había sentido en Ron cuando había
practicado la legeremancia con él. Por su mente pasó el momento en que los tres se
habían abrazado, tras la batalla en el curso anterior, o la forma en que había ayudado
a Hermione con sus remordimientos acerca de la muerte de Henry, en verano; recordó
la cena de Navidad, y los momentos que había compartido con Ginny: cómo la había
besado, aunque ella estuviera dormida; lo hermosa que estaba en el baile de
Navidad...
Sonrió, y, mientras lo hacía, recordó a sus padres, y especialmente a su madre. A
su madre, que había dado su vida para salvarle; a su madre, que estaba siempre con
él gracias al sacrificio de amor que había hecho...
Y entonces, sin más, extendió la mano y empujó la puerta que tenía delante, y
ésta, sin la menor resistencia, se abrió sin producir ningún ruido.
Receloso, abrió la puerta un poco más y dio un paso hacia el interior. La sala
estaba oscura, como en sus sueños. Y al igual que en ellos, el punto rojo palpitante
estaba en el centro, aunque se veía mucho más claramente. En sus sueños parecía
una mancha rojiza, más que una esfera.
Una ligera brisa salió a través de la puerta, y Harry notó que, a diferencia de la sala
circular, en la Cámara del Amor había una temperatura agradable. Más que agradable,
era... acogedora. Y, sin embargo, esa cálida brisa provocó que un estremecimiento le
recorriera todo el cuerpo y se le erizara el vello.
Dio un paso más y se encontró totalmente dentro de aquel lugar con el que tantas
veces había soñado. Soltó la puerta, y ésta se cerró, dejándolo en la penumbra. Al
momento, sintió de nuevo ese extraño escalofrío, aún más intenso que antes e
inexplicable debido a la temperatura de la sala. Sin saber qué hacer, y extrañado por
no sentir nada especial, se acercó más a la Esfera.
Sin previo aviso, el débil palpitar de la Esfera comenzó intensificarse, como si fuera
un corazón que se acelerara; una extraña brisa recorrió la cámara, y entonces Harry lo
sintió.
Fue como si un torbellino de sentimientos hubiese entrado en él de pronto,
llenándole más allá de lo imaginable, sobrecargándole... y de pronto se echó a llorar.
Lloró como no había llorado jamás, sintiendo una emoción tan intensa y tan triste
como no podía haber imaginado.
Pérdida. Eso era lo que sentía. Una sensación de pérdida casi insoportable.
Comparado con esto, lo de Lupin no había sido nada. Sentía como si todas las penas
del mundo le llenaran; como si sintiera la tristeza por cada ser querido que había
muerto; como si estuviera percibiendo el fin de todo lo que era bueno y hermoso, el fin
de todo aquello por lo que la vida valía la pena, y aquella sensación estuvo a punto de
hacerle perder la razón.
Una lista infinita de nombres desfilaron por su cabeza, seguida de una serie de
recuerdos que no eran suyos. Harry ya había experimentado varias veces lo que se
sentía al percibir los pensamientos y las emociones de otras personas.
Concretamente, había estado dentro de Voldemort y recorrido sus recuerdos en su
mente. Sin embargo, en aquellas ocasiones había sido como sentirse otra persona,
sintiendo y viendo lo que ella veía. No obstante, aquí, las cosas, los recuerdos, eran
de una clase distinta, y las imágenes y las palabras era menos claras y menos
importantes... Eran los sentimientos, las emociones, lo que se percibía con claridad y
con una fuerza demoledora; era la alegría, la tristeza, el cariño, la felicidad lo que
inundaba aquellos recuerdos, y además todos juntos, a la vez.
Harry quiso gritar, pero no era capaz. La pena que percibía era tan grande, tan
inmensa, que creía no poder soportarla. Si seguía sintiendo aquello durante mucho
tiempo más, se volvería loco.
Cayó de rodillas al suelo, y por fin, con esfuerzo, gritó, gritó como nunca,
intentando expulsar por su garganta el horrible dolor que sentía, que lo dominaba, casi
impidiéndole respirar, impidiéndole ver. Y en medio de toda aquella tristeza, de toda
aquella angustia, distinguió la suya propia por la muerte de Sirius, y por la de Lupin. Y
por la de Luna, y la de Percy, y la de Cedric...
Entonces, repentinamente, la pena pasó, desapareció, como si nunca hubiera
existido, y se echó a reír, con una risa que pronto se convirtió en una carcajada. Se
sentía feliz. Se sentía tan feliz como no se había sentido nunca en toda su vida. Era el
sentimiento más grande que había experimentado jamás, y se dio cuenta, vagamente,
de que estaba sintiendo todo el amor del mundo, o al menos de gran parte de él. Se
sentía como si todo lo bueno y lo maravilloso que había lo estuviera atravesando como
una descarga eléctrica de intensidad casi ilimitada.
Notó que su alma se llenaba, que su corazón se henchía de gozo, y vio a sus
padres, o más bien los percibió, dentro de él. Sintió el amor del uno por el otro, y la
inmensa felicidad del momento en que se habían convertido en marido y mujer. Y
sintió también la alegría de Lupin, y la de Sirius, y la de Peter, y también la de los
padres de Neville, que cruzaron una mirada cómplice, sabedores de que muy pronto
también ellos pasarían por ese momento, y que también para ellos sería el más feliz
de sus vidas.
Harry abrió la boca, tratando de coger aire. Apenas era capaz de respirar, tan
intenso era lo que estaba sintiendo.
Y era maravilloso, lo más maravilloso que había sentido nunca, tan maravilloso y
tan extraordinario que no tenía palabras para describirlo. De hecho, dudaba que
existieran palabras que pudiesen describirlo.
Entonces sintió el momento en que había nacido, y el increíble amor entre sus
padres y hacia él. Y se sintió tan arropado y tan querido que volvió a llorar, llorar de
alegría, de felicidad, de amor...
El torrente de emociones pareció entonces perder fuerza, y fue capaz de discernir
entre ellas, de diferenciarlas y de sentirlas... y se sintió a sí mismo con Ginny, en el
baile de Navidad, el año anterior. Sintió su calidez y los sentimientos confusos de la
chica hacia él. Pero, sobre todo, sintió su cariño. El inmenso cariño que Ginny le tenía,
lo feliz que se sentía al bailar, hablar y reírse con él y lo hermoso que había sido
pasear juntos entre los rosales conjurados ante las puertas del castillo.
Y percibió también claramente, más claramente que nunca antes, sus sentimientos
hacia ella, sin dudas, sin confusión. Estaban ante él, tan diáfanos como el agua pura.
Sintió el dolor y la tristeza que le causaba el pensar que podía morir, y que no volvería
a verla nunca. Notó su cariño hacia ella, su miedo y su angustia sin la rabia que
siempre habían acompañado a estos sentimientos. Ahora sólo percibía la tristeza y el
pesar, la horrible sensación de que la chica a la que amaba estaba a punto de morir y
de que no podría hacer nada para salvarla, y eso le desgarró el alma, porque no
quería volver a sentir la pérdida. No quería que aquello tan maravilloso que estaba
notando, por primera vez sin dudas y sin engaños, desapareciera. No quería.
Entonces, otra imagen y otras emociones completamente distintas sustituyeron a
aquéllas, y se dio cuenta de que estaba sintiendo el momento en el que Ron,
Hermione y él se habían hecho amigos, durante el enfrentamiento con el trol gigante.
Era hasta cierto punto capaz de percibir el miedo y la angustia de Hermione, pero
aquel lugar no albergaba el miedo, y por eso lo que más sentía, lo que
verdaderamente le dolía fue percibir lo sola que la chica se encontraba.
Hermione se sentía desgraciada: las palabras de Ron, diciéndole que era una
pesadilla, le habían hecho mucho más daño del que ella misma imaginaba que
pudieran hacerle. Era como si todos sus miedos volvieran a ella de pronto, como si la
historia volviera a repetirse: otra vez sola en el colegio y sin amigos.
En ese momento sintió su miedo al ver al trol, su temor por su vida, por lo que
pensarían sus padres cuando les comunicasen que ella había muerto. Temblaba de
miedo por sí misma, pero lo que Harry más percibía era el miedo por la gente a la que
quería.
Y de pronto sintió el alivio que ella había notado al ver a Harry y a Ron, el miedo
que la había embargado al verle a él sobre el trol, y la admiración que había sentido
cuando Ron había ejecutado correctamente el hechizo levitatorio y hecho que el
monstruo perdiera el conocimiento. Y sintió entonces, claramente, un brote inmenso
de cariño por ellos dos, algo como nunca antes había notado por alguien que no fuera
de su familia. Aquellos dos chicos habían arriesgado la vida por ella, por ella, y eso
jamás lo había hecho nadie antes... Y se alegró por estar viva, porque la habían
salvado, pero sobre todo porque eso quería decir que le importaba a alguien. Que le
importaba a Ron, pese a lo que había dicho de ella... Y él había realizado
correctamente el hechizo, el hechizo que ELLA le había enseñado a hacer bien.
Al mismo tiempo, Harry percibió también los sentimientos de Ron. Él jamás lo
había admitido, pero Harry notó cómo se tranquilizaba al saber que Hermione estaba
bien y que no le pasaría nada grave por su culpa...
La sucesión de imágenes y sensaciones incrementó su velocidad, llenándole la
cabeza y el alma. La luz de la Esfera se intensificó, y el aire de la sala se removió,
envolviendo a Harry, impidiéndole pensar, hablar, moverse o hacer cualquier otra cosa
excepto sentir. Y sintió.
Un chico pelirrojo observaba a una chica tendida sobre una cama, petrificada, y
sufría por ella, deseando que volviera aunque sólo fuera para regañarle por no atender
en Historia de la Magia... Ron alzaba su varita, odiando a Draco Malfoy por haber
llamado «sangre sucia» a su mejor amiga... Atravesaban un bosque oscuro siguiendo
a arañas, por ella, para ayudarla, con el dolor clavado en su interior por estar sin su
mejor amiga... Se erguía ante Sirius Black, un asesino, diciéndole que tendría que
matarle a él si quería matar a Harry, y Harry podía sentir el inmenso afecto que por él
sentían sus dos amigos, y lo sentía a la vez. Un cariño inmenso, sin límites, que los
llevaría a dar sus vidas por él si era necesario...
La secuencia cambió, y Harry vio a Ron, de pie en la escalera, mientras él mismo
pasaba por su lado, furioso. Y en aquel momento no percibió su propia rabia, que era
lo único que recordaba, sino su decepción y su tristeza por no contar con el apoyo y la
confianza de una de las personas a las que más quería en el mundo; Ron, por su
parte, se quedaba allí, murmurando palabras hirientes, aunque sabía que eran falsas.
Deseaba estar junto a Harry en aquellos momentos tan duros para su amigo, pero su
orgullo se lo impedía y eso le hacía sufrir...
Cho Chang estaba frente a él, diciéndole que no podría acompañarlo al baile de
Navidad, y su corazón se rompía... La veía pasar por un pasillo de la mano de Cedric,
riéndose, y el dolor llenaba su corazón, mientras el de ella y el de Cedric estaban
llenos de felicidad...
El cadáver de Cedric estaba sobre la hierba y ella lo miraba, muerta de dolor. Los
señores Diggory estaban allí también, y el corazón de ambos sangraba por su hijo.
Cho se acercaba para besar a Harry, pero las imágenes de Cedric, sonriéndole,
llenaban su mente y la confundían, y una mezcla extraña de dolor y amor la recorría...
Un ejército de dementores les rodeaban a él, a Sirius y a Hermione. Su padrino
estaba a punto de morir y la angustia de Harry era inmensa. No podía soportar la idea
de perder a la única persona que podría considerar su familia...
Otro ejército de dementores se deslizaba sobre la nieve en un día de invierno,
rodeando a Ron y a Hermione. Un dementor estaba a punto de besarla, y ella deseaba
poder decirle a sus amigos cuánto les quería y cuánto significaban para ella, y
deseaba también haber podido ir con Ron al baile de Navidad... Y Ron, a su lado,
sentía que su corazón se partía al ver cómo la chica de la que estaba enamorado
estaba a punto de perder su alma, y lanzaba, desesperadamente, un patronus. Y
Harry podía sentir todo su amor y su cariño en el águila plateada...
Se encontraba en una cama en la enfermería, y la señora Weasley le abrazaba
como una madre, como si fuera uno más de sus hijos, y para ella lo era... Hermione se
acercaba a él y depositaba un beso en su mejilla, transmitiéndole todo su cariño y su
apoyo... Un grupo de personas estaban frente a él en King’s Cross, diciéndole que
estarían en contacto, que pronto irían a buscarle, y Harry podía notar claramente todo
el afecto que sentían hacia él...
Se encontraba en el lago, triste debido a un sueño, y Luna se acercaba a él para
consolarle y animarle... Un rayo verde rozaba a Hermione en la cabeza en medio del
bosque. Ella caía al suelo, sin vida, y Ron se arrojaba sobre su cuerpo, destrozado de
dolor. La sensación de pérdida era terrible, y se sentía a sí mismo como si le faltara la
vida, mientras el alma de Ron se partía en dos... Los dos amigos se encontraban en la
enfermería, dormidos cada uno al lado de su mejor amiga. Harry levantaba la cabeza y
Hermione le sonreía, y el mundo volvía a cobrar sentido. La alegría le invadía,
desbordándole... Ron se despertaba también, y su alivio era infinito, y se acercaba a
Hermione y la besaba, y sus corazones latían con fuerza, enamorados y felices, felices
de estar juntos de nuevo...
Ron y Hermione bailaban pegados al son de una música lenta, en el baile de
Navidad, sin hablar, y Harry podía sentir la enorme fuerza del lazo que los unía, así
como el enorme amor que había entre ellos. Podía sentir la felicidad y la tranquilidad
de Hermione, y las dudas de Ron, las dudas acerca de si debía decirle, en aquel
momento, todo lo que sentía por ella...
Los dos se encontraban en la sala común, cenando, y se miraban, sonriéndose.
Sus corazones latían con fuerza, mientras hablaban y hablaban. Y aunque Harry no
podía oír la conversación como en un recuerdo, podía percibir los temas sobre los que
hablaban, el cariño con el que se trataban y se confesaban sus inquietudes y temores,
y descubrió que Ron no le había contado todo lo que él y Hermione habían hablado
aquella noche: no le había dicho que Hermione le había contado lo mal que se había
sentido al llegar a Hogwarts y descubrir que nadie la valoraba, ni que él le había dicho
a ella que no había sido más que un estúpido idiota al decir que era una pesadilla, y
que realmente se sentía mal porque él no había sido capaz de hacer el hechizo
mientras que ella sí. Habían conversado y conversado, desnudando sus almas, hasta
el momento en el que Ron le había preguntado si creía que le caía mal Krum, hasta el
momento en el que él había reconocido sus celos, y luego, tras las explicaciones, se
besaron, lenta y torpemente al principio, pero con más pasión después, como si
estuvieran deseosos de recuperar el tiempo perdido desde que los sentimientos que
ahora se desbordaban en ellos habían comenzado a manifestarse, años atrás. Y Harry
sintió cómo crecía en su interior el amor de sus dos amigos, el cariño que había entre
ellos, y percibió, en un solo instante, todas las veces que se habían defendido el uno al
otro, toda la preocupación que se tenían mutuamente, y supo, sin lugar a dudas, que
de alguna forma estaban destinados a estar juntos y que nunca se separarían. Y
después de que el beso finalizara, ambos permanecieron un rato abrazados, en un
cómodo silencio, disfrutando de la mutua compañía...
James Potter y Lily Evans se encontraban a orillas del lago, mirando la superficie
del agua al anochecer. Lily le preguntaba si estaba seguro de querer ser auror con
todo lo que sucedía. Él no decía nada durante un rato, y, finalmente, se volvía y la
miraba, y le respondía que merecía la pena morir por salvar a alguien como ella, y el
corazón de su madre se aceleraba de emoción y de cariño por aquel chico que hasta
hacía poco tiempo la ponía enferma...
Peter Pettigrew, Remus Lupin, Sirius Black y James Potter juntaban sus manos en
su último día en Hogwarts y se juraban mutuamente que siempre serían amigos y que
se protegerían los unos a los otros con sus vidas si era necesario...
Ron, Hermione y él se abrazaban con fuerza en medio de un bosque iluminado por
el fuego, reconfortándose mutuamente por lo que acababan de vivir. Se decían que se
querían y se juraban internamente que jamás se separarían, pasara lo que pasase...
Ron abrazaba a Hermione en una cama de la enfermería, lleno de cariño por ella. Ella
sollozaba silenciosamente contra su pecho, y él la acariciaba con ternura, diciéndole
que todo estaría bien... Estaba frente a sus dos amigos, en la estación de King’s
Cross, y los tres se despedían, deseando ya con todas sus fuerzas volverse a ver
pronto mientras las manos de Ron y Hermione se entrelazaban...
Estaba de pie, en una habitación vacía, y miraba a su padre y a su madre a través
del Espejo de Oesed... Estaba en una especie de almacén, mirando el mismo espejo,
pero la cantidad de gente en él era mucho mayor... Veía a sus padres, bromeando
entre ellos, a través de la ventana de su casa... Su padre ponía una mesa en el jardín,
y Ron y él le ayudaban, sosteniendo los platos en el aire, mientras bromeaban... Ginny
le miraba con dulzura desde la puerta de la casa, invitándole a ir con ella...
Aquellas visiones sacaron parcialmente a Harry del éxtasis en que se encontraba.
Cuando las había vivido le habían parecido reales, pero ahora, ahí, notaba a la
perfección que no lo eran, porque, aunque podía sentir el amor que brotaba dentro de
él al ver aquellas escenas, no sentía nada proveniente de los demás, porque sólo eran
sueños, fantasías, no personas reales...
Vio de nuevo la Esfera, que seguía palpitando con fuerza, aunque más lentamente,
y se irguió. Le dolían las rodillas, pero no le importó. Se sentía bien, aunque extraño,
como si algo hubiera despertado en él. Sintió que todavía temblaba por lo que había
vivido y percibido, por todas aquellas emociones y por los sentimientos que le habían
atravesado, llevándole casi a una locura que era una especie de éxtasis permanente.
Ahora comprendía qué les había pasado a los demás. Los sentimientos que la Esfera
había desatado dentro de ellos habían quebrado algo que estaba más allá de la
mente: algo en la propia alma de aquellas personas, algo que no podía curarse con
nada.
Mientras se preguntaba por qué a él no le había pasado aquello, qué era lo que le
hacía diferente, se dio cuenta de que las sensaciones que la Esfera le enviaba,
aunque eran menos fuertes, estaban aún allí. Supo que las estaba bloqueando,
aunque no sabía cómo.
Miró hacia su derecha, donde un círculo marcado en la pared señalaba la
presencia de la puerta por la cual Sirius le había mandado salir. Se preguntó si debería
hacerlo ya, si ya había aprendido lo que supuestamente tenía que aprender, cuando la
palpitación de la Esfera se aceleró de nuevo. Harry volvió la vista hacia ella
instantáneamente, y sintió una atracción irrefrenable que le impulsaba a tocarla.
Sin pensar en lo que hacía, hipnotizado por el brillo y el torrente de emociones que
de nuevo surgían en él con fuerza, se aproximó, y, al tiempo que lo hacía, la luz de la
Esfera se hizo más intensa, más fuerte, bañándole, envolviéndole entero... Estiró una
mano y, temerosamente, la tocó.
Fue como si hubiera tocado un cable de alta tensión. El brillo de la Esfera se hizo
poderosísimo, y el cristal pareció vibrar. El bloqueo se rompió y una nueva marea de
sentimientos, más fuerte aún que antes, le invadió. Miles de nombres desfilaron por su
mente; vio hombres, mujeres, niños y ancianos; vio a personas que lloraban a sus
muertos, a otros que celebraban nacimientos; vio bodas, vio declaraciones de amor,
vio besos; vio vidas y vio muertes... Pero en todas aquellas escenas sintió amor, un
amor inmenso, increíble, inconmensurable... El amor lo llenaba todo mientras el
bombardeo se hacía aún más fuerte, mientras sentía que perdía cada vez más y más
la conexión con la realidad...
Y, entre aquel torrente, distinguió a Hagrid, llorando mientras se separaba de él, a
las puertas del número 4 de Privet Drive, y vio a Dumbledore, que se agachaba y
depositaba una carta sobre él, sobre Harry, mientras murmuraba palabras de suerte...
y sintió cariño. No el aprecio que se tendría a un soldado. No. Cariño como el que se
le tendría... a un hijo, o a un nieto. Cariño de verdad.
Harry sintió que las lágrimas le resbalaban por las mejillas al comprender lo
diferentes que eran los sentimientos de Dumbledore hacia él de lo que él mismo había
creído durante todos aquellos meses.
Lloró con más fuerza aún, al verle de pie, detrás de una ventana, mientras les
observaba en una pelea de bolas de nieve, mientras sentía su afecto al verle bailar
con Ginny...
Dumbledore le veía cómo su única familia, aparte de su hermano. Cayó de rodillas
de nuevo, aún sujetando la Esfera, al comprender lo injusto que había sido con el
director de Hogwarts.
Y no sólo él. Comprendió, de pronto, todo lo que habían sufrido todos aquellos que
le había querido, durante todo aquel tiempo. Comprendió la preocupación, el amor
incondicional y lo mucho que significaba y había significado para tanta gente.
Entonces el torrente desapareció, y visiones muy claras y específicas le llenaron:
Sirius atravesaba la sala circular del Departamento de Misterios para ir a rescatarle,
mientras pedía con todas sus fuerzas que estuviera bien... Lupin se arrojaba contra
Voldemort, deseando que eso le diera a Harry la oportunidad de escapar... Peter
Pettigrew le lanzaba a un lado y recibía el impacto de la maldición asesina, esperando
cumplir aún el juramento que él y sus tres amigos habían hecho en el colegio... Ron le
decía a Sirius que tendrían que matarle a él y a Hermione para acabar con Harry...
Ron se sacrificaba sobre un enorme caballo de ajedrez para darles una oportunidad a
sus dos amigos... Él mismo se lanzaba sobre Ginny con su escoba, deseando salvarla
de la maldición asesina que se dirigía a ella sin importarle su propia vida... Hermione
lanzaba a Henry Dullymer contra la maldición de Voldemort para proteger la vida de
Harry... Harry arrojaba a Voldemort a otra habitación para enfrentarse a él y darles a
sus amigos una oportunidad de poder salir de allí con vida... Ron, Hermione, Ginny,
Luna y Neville le miraban en el bosque, dispuestos a ir con él y ayudarle a pesar del
peligro... Avanzaba por el túnel hacia la Cámara de los Secretos, deseando encontrar
a Ginny con vida y poder ayudarla...
James Potter se enfrentaba a Voldemort en su casa, deseando no vencer, ni
sobrevivir, sino sólo resistir lo suficiente para que Lily pudiera coger a Harry y ambos
consiguieran ponerse a salvo...
La Esfera brillaba como si fuera un Sol en miniatura, y vibraba cada vez con más
fuerza, enviando oleadas tras oleadas de sentimientos hacia Harry; oleadas y oleadas
de imágenes, de imágenes de sacrificios.
De sacrificios de amor. De sacrificios hechos por amor. Por amor hacia él. Por
amor de él hacia otros.
Porque su propia vida no era tan importante como la vida de las personas a las
que quería. Porque la vida de las personas que le querían no era tan importante para
ellas como la vida de él.
Su madre suplicaba, llena de desesperación, para salvarle, dispuesta a entregarse
a cambio. Voldemort se reía, y de él no se percibía ninguna emoción. Él no era como
las imágenes de las visiones que Harry había percibido, que a efectos de la Esfera era
como si no existiesen. No, Harry lo sintió como un vacío, como una nube negra que
repelía los sentimientos, que los destruía... En cambio, Lily estaba tan llena de amor
como la misma sala en la que se encontraba arrodillado, y supo entonces por qué ella
era tan especial y por qué su padre la amaba. Por qué, incluso, Snape había
arriesgado su vida para salvarla. Era todo lo contrario a Voldemort, negro y frío; ella
era toda calor y luz...
Y cuando ella se arrojó frente a él para interceptar el Avada kedavra de lord
Voldemort, no sintió su dolor, no; sintió un amor tan inmenso y tan entregado que
estuvo a punto de hacer que su corazón le saltara del pecho. Sintió el instante en que
le golpeaba la maldición, mientras le miraba a él, a su hijo, y le entregaba la vida para
salvar la suya, y Harry creyó que iba a volverse loco por la intensidad de la fuerza de
las emociones que le embargaron en aquel momento, poderosas como una marea.
Abrió los ojos, incapaz de tenerlos cerrados más tiempo y vio que la Esfera temblaba
entre sus dedos, que la apretaban con todas sus fuerzas.
Harry supo en aquel momento que nada en el mundo podía ser más fuerte que
aquella sensación, que aquello que su madre le había entregado durante su sacrificio,
y se sintió fuerte. Más fuerte de lo que se había sentido jamás en la vida, y percibió
dentro de él, con más claridad que nunca, lo que su madre le había dejado.
Y, por primera vez en su vida, al pensar en la muerte de sus padres, no se sintió
triste, porque no podía sentir tristeza mientras aquel amor inconmensurable le llenaba.
Aquel amor que había vencido al Avada kedavra de Voldemort, aquel amor que
notaba, que sentía en él, recorriendo sus venas, latiendo en su corazón... Y supo que
no era la Esfera lo que lo provocaba. Supo que, aunque ella lo había despertado,
aquel poder estaba en él, dentro de él... pero que había sido demasiado estúpido
como para llegar a apreciarlo de verdad.
En ese momento, súbitamente, la Esfera se apagó del todo. Harry la miró,
sintiendo aún su calor, y luego, con una sonrisa en la cara, aunque las lágrimas le
caían por las mejillas, la dejó sobre los tres pilares, donde lentamente volvió a
comenzar a brillar.
Harry miró a su alrededor, a la sala ahora de nuevo sumida en la oscuridad, y
percibió que la temperatura había bajado un poco. Entonces entendió que de alguna
manera se había vaciado, y que ahora comenzaría a llenarse de nuevo.
Se secó la cara con las mangas de su túnica y se percató de que la tenía
empapada, al igual que el cuello. ¿Cuánto habría llorado? No lo sabía. Ni siquiera
sabía cuánto tiempo llevaba en la cámara. Sólo sabía que aquello había sido lo más
maravilloso que había sentido durante toda su vida.
Pese a todo lo que había experimentado, notaba una enorme tranquilidad en su
interior. Una sensación como de calma total, de relajación. Pero, en lo más profundo
de su ser, notaba una especie de ebullición, notaba aquellos sentimientos que había
estado a punto de volverle loco a flor de piel, como si le acariciaran. Y aunque Ron y
Hermione estaban a cientos de kilómetros de allí, se sentía más próximo a ellos que
nunca. Más, incluso, que cuando los tres había tocado la Antorcha de la Llama Verde
en octubre y habían compartido sus emociones y sus pensamientos durante unos
breves instantes. Y comprendió que era porque el poder de la Antorcha se centraba en
la mente, y el de la Esfera en el amor. Había percibido sus sentimientos hacia ellos y
los de ellos hacia él, así como entre sí, con tanta claridad que no se explicaba cómo
no lo había notado más antes.
Levantó su mano derecha y de ella brotó una esfera de luz que iluminó la oscura
habitación. Vislumbró la marca que señalaba la otra puerta y se dirigió hacia ella,
preguntándose qué le esperaba a continuación.
Se preguntó entonces si habría entendido lo que Sirius quería que entendiera, y lo
meditó un instante. Se dio cuenta de que, al menos, había entendido por qué sus
padres habían hecho lo que habían hecho, sacrificándose por él, especialmente su
madre: lo habían hecho porque preferían perder sus vidas que el objeto de aquel
sentimiento que les llenaba, y en aquello era donde residía su fortaleza. Con el
aparentemente tan sencillo acto de arrojarse frente a la maldición de Voldemort, su
madre le había derrotado. Había hecho algo con lo que Voldemort no podía lidiar:
Voldemort había sacrificado su humanidad por su vida. En cambio, su madre había
sacrificado su vida por su humanidad y sus sentimientos. Y, pese a todo el poder y el
empeño que lord Voldemort había puesto en su transformación, su madre había
vencido al final.
Diciéndose a sí mismo que no tenía más tiempo para perder, Harry se acercó a la
pared y empujó el círculo. Al momento, un bloque de mármol tomó la apariencia de
puerta y se abrió. Harry sacó el Espejo del bolsillo de su túnica y se adentró en la
Cámara de la Muerte.
40

La Cámara de la Muerte

Al tiempo que entraba, Harry sintió que una corriente de aire salía de la puerta abierta
tras él, y el velo se sacudió con mayor intensidad. Harry lo miró, y comenzó a sentir de
nuevo aquella atracción, aquel inmenso deseo de ir junto al arco y apartar el velo. No
obstante, tras dar un paso vacilante recordó que tenía el espejo para hablar con Sirius,
y que tenía que ponerse en contacto con él.
—Sirius —le susurró al espejo, tras apartar con esfuerzo la vista de la tarima
donde se alzaba el arco, en el fondo de la cámara.
Un segundo después, el espejo se iluminó de nuevo, y Harry volvió a percibir la
voz de su padrino en su mente. Un inmenso cariño potenciado por todo lo que había
sentido, por lo que aún sentía, se abrió paso a través de él.
«Sabía que lo conseguirías, Harry —lo felicitó su padrino, contento—. Sabía que lo
harías bien. ¿Cómo te fue?»
—Bien —respondió Harry—. Fue... maravilloso, increíble. No..., no tengo palabras
para explicarlo. —Se calló un momento—. Sirius, ¿por qué me has hecho salir por
aquí y dejar esta puerta abierta? Hace que el poder del velo sea mayor, y..., bueno,
me es difícil resistir su llamada.
«Lo sé —dijo Sirius—. De hecho, si esa puerta hubiese estado abierta el día que
viniste aquí y te encontraste con Flammingan, no podrías haber resistido y lo habrías
tocado mucho antes.»
—¿Por qué lo hacéis? —quiso saber Harry—. ¿Por qué nos llamáis si sabéis que
es peligroso?
«Es difícil de explicar —respondió Sirius—. Mira, no tengo más fuerzas para hablar
a través del espejo, su magia se está agotando, así que escúchame bien, ¿de
acuerdo?»
—Sí, pero... —Harry tembló— no vas a irte, ¿verdad? Hay muchas cosas que...
«Simplemente hazme caso —le pidió Sirius, impaciente—. Quiero que conjures
una cadena, te la ates a la cintura y ates otro de sus extremos a algún lugar. Debes
permitirte poder acercarte al velo, pero no llegar a tocarlo aunque te estires,
¿entiendes?»
—Sí; pero ¿por...?
«No hay tiempo para preguntas, Harry. Simplemente hazlo. Luego, una vez estés
frente al arco, enciende la Antorcha de la Llama Verde.»
—Está bien, así lo haré. ¿Qué pretendes...?
«Hazlo, Harry», musitó Sirius débilmente, y, al instante, el espejo se apagó.
—¡Sirius! —gritó Harry, asustado—. ¡Sirius, vuelve!
Pero el espejo no volvió a encenderse. Guardándoselo en el bolsillo, Harry conjuró
la cadena, tal y como su padrino le había dicho, y la aseguró a una de las gradas que
rodeaban la tarima central con un hechizo. Se ató el otro extremo en la cintura y se
acercó lentamente a la tarima. Subiéndose a ella, notó cómo su atadura le permitía
estirar la mano hasta unos veinte centímetros del velo como mucho. Y se alegró,
porque volvía a notar el efecto en él. El velo le llamaba, una y otra vez. Y aunque la
urgencia por tocarlo era inmensa, Harry descubrió que, a diferencia de la última vez,
podía combatirla.
Una vez estuvo seguro de que no tocaría el velo, sacó la Antorcha de la Llama
Verde de su túnica y la encendió, lo cual le resultó enormemente fácil, y la llama
verdosa brilló intensamente. Sin embargo, no percibió a Voldemort como lo había
hecho en las demás ocasiones. Sentía su presencia allí, sí, pero la parte que poseía él
y le permitía encender la Antorcha, no la parte activa de su mente que parecía
acecharle siempre. Era como si Voldemort hubiese desaparecido de la faz del mundo.
Entonces, al hacer aquello, vio cómo el velo se convulsionaba aún más, y cómo
algo parecía flotar de él hacia el arco y del arco hacia él..., algo parecido al viento que
soplaba desde la puerta abierta de la Cámara del Amor. Y entonces los susurros de
voces cesaron y Harry oyó con claridad:
—Hola de nuevo, Harry.
—¿Sirius? —le preguntó al velo, sorprendido—. ¿Estás ahí? ¿Eres tú otra vez?
—Sí, soy yo —aseguró Sirius—. No iba a despedirme de ti de esa manera.
Harry se dio cuenta de que la voz de su padrino parecía lejana y profunda, pero no
le importaba. Sonaba allí, detrás de aquel velo, y de pronto la urgencia por apartarlo
aumentó. Estaba casi seguro de que, si lo retiraba, su padrino estaría allí,
sonriéndole...
—Quiero verte —musitó—. ¿Por qué no sales?
—Harry..., no puedo salir y lo sabes. No te dejes engañar de nuevo. Sabes que no
estoy ahí.
—¡Pero te estoy escuchando! —bramó Harry.
—Sí, de una forma similar a como lo hacías a través del espejo. Siempre me has
escuchado, Harry, lo que pasa es que no me entendías.
—¿Qué quieres decir con eso? ¡No entiendo nada, Sirius! Si estás muerto, ¿cómo
puedes hablar conmigo?
—Te lo explicaré todo, si bien no tenemos mucho tiempo —dijo Sirius—. Aunque
quizás sea difícil de entender para ti. Después de todo, tú aún estás vivo.
—Explícamelo, Sirius. Si puedes hablar conmigo, ¿por qué no lo has hecho antes?
¿Por qué la gente no viene aquí a hablar con sus muertos?
—Esa pregunta, Harry, tiene dos respuestas: la primera, esas personas no son tú;
la segunda, no tienen una Antorcha de la Llama Verde.
—¿Qué? ¿Qué tiene que ver la Antorcha? —inquirió Harry—. ¿Y qué es eso de
que no son yo? ¿Qué tengo yo de especial?
—¿Aún lo preguntas? —replicó Sirius—. ¿Después de haber entrado en esa sala y
haberlo resistido, pese a experimentar emociones que ningún ser humano había
sentido antes, o al menos no con tanta intensidad? ¿Aún no lo has entendido? Estoy
seguro de que, en el fondo, sabes la respuesta. Dime por qué pudiste resistir el poder
de la Esfera, Harry —le pidió.
—Porque está en mí —respondió Harry sin vacilar, y supo de inmediato que lo que
decía era cierto—. Porque yo estoy lleno de esa magia antigua. Mi madre me la dejó...
y..., bueno, todos los demás la han hecho más fuerte.
—Sí, es por eso —confirmó Sirius—. Tu madre, Harry, era extraordinaria.
Cualquiera que llegara a conocerla un poco tenía que quererla, era inevitable. Tu
madre era amor por todos lados, y te dejó todo eso a ti, no sólo como una marca en tu
alma, sino también en tu cuerpo. Es por eso que pudiste resistir el poder de Voldemort,
y es por eso que resististe a la Esfera... Porque comprendiste, Harry, que la Esfera
sacó lo que tenías dentro de ti. Y su poder no es mayor que eso. No existe un amor
más grande que el que tu madre sentía hacia ti, y cualquiera que la haya visto mirarte
te dirá lo mismo.
—Lo sé —asintió Harry—. Lo sentí en mí. Aún lo siento en mí. Lo siento todo. Es
como un calor que me recorre por dentro.
—Sí. Eso te hace especial, Harry, muy especial. Antes me preguntaste por qué
llamábamos a nuestros seres queridos a través de este arco si era peligroso para
ellos. Bien, en realidad, no es algo que hagamos conscientemente. No es como si les
llamáramos, sino que nuestro cariño por ellos viaja hasta el mundo de los vivos, y ese
cariño, ese deseo nuestro por verles, junto con el deseo de ellos por vernos, se
traduce en una llamada. Normalmente, la gente no nos escucha, y todo lo más piensa
o sueña con nosotros, aunque no sepan el verdadero motivo. Este arco une
directamente los dos mundos, Harry, y por eso los vivos pueden oírnos aún cuando
sus mentes están despiertas. Sin embargo, aunque sus corazones entienden la
llamada y son atraídos, sus mentes no lo hacen. Si te soy sincero, el hecho de que yo
esté hablando contigo se debe no sólo a lo especial que eres tú, sino a lo especial de
mi muerte.
—¿Te refieres a haber caído a través del arco? —preguntó Harry, recordando
dolorosamente el momento.
—Sí. ¿Sabes qué sucede al morir?
—Dumbledore y Flammingan nos lo explicaron —contestó Harry—. Ellos nos
dijeron que el alma se separa del cuerpo, y en el limbo entre los dos mundos se
separa de la esencia y pierde la Vida, salvo que uno se convierta en fantasma. La
esencia se evapora y sólo queda la parte más ligada al alma, el animi substatia, que
se va al otro mundo.
—Eso es, más o menos. Es lo que normalmente ocurre. Pero yo, Harry, no morí de
esa forma. Yo morí no por perder la vida, sino porque fui lanzado directamente al
mundo de los muertos. Cuando atravesé el velo, mi cuerpo y todo lo material que yo
llevaba fue destruido, pero mi esencia no se había separado de mí, y la conservé. Así
mismo, también la esencia del poder de mi mitad del espejo, que yo llevaba conmigo,
permaneció, unida a mí. El por qué es difícil de explicar, pero podría decirse que se
debe a una deuda, Harry. A mi deuda contigo.
—¿Deuda? ¿Qué deuda?
—Tú salvaste mi vida en Hogwarts aquella noche, al expulsar a los dementores y
al rescatarme después. Y aunque yo sólo te devolví el favor en parte al venir aquí a
ayudarte la noche en que morí, tengo una deuda y un vínculo contigo. Eso mantuvo mi
esencia unida, y por eso puedo hablarte. Por eso pude lograr, después de un tiempo
(el tiempo aquí es extraño, y es imposible de entender para los vivos), mandarte
mensajes acerca de la Cámara del Amor. El problema era que yo no controlaba la
forma de esos mensajes, pero te llegaban siempre cuando más falta te hacían, y te
reconfortaban, pues sentías mi familiaridad y la de los que me ayudaban.
—¿Los que te...? ¿Qué quieres decir?
—A su tiempo —repuso Sirius, y continuó—: No obstante, Harry, yo tenía un
problema: la magia, tal y como tú la entiendes es algo que pertenece al mundo y no
existe aquí como tal, no se renueva. Por tanto, me fui agotando, y cada vez me era
más difícil mandarte mensajes claros, pese a la ayuda.
»Pero, recientemente, sucedió algo que me dolió inmensamente: me refiero, claro
está, a la muerte de Remus —explicó con tristeza. También Harry miró al suelo un
instante con pena, antes de dirigir sus ojos de nuevo al velo—. Me dolió mucho, sí,
pero, pese a todo, me ayudó enormemente; porque me permitió, con fuerzas
renovadas, hacerte sentir la necesidad de abrir tu baúl, y usando la esencia del espejo,
contactar contigo. El espejo, lamentablemente, ya no funcionará más, pues la esencia
de mi parte se ha agotado ya. Yo me reservé para hablarte, pues hay muchas cosas
que tengo que decirte.
—Yo también a ti —dijo Harry, y las lágrimas asomaron a sus ojos al comprender
en toda su magnitud lo que su padrino le había explicado—. Te he echado mucho de
menos, Sirius...
—Lo sé —dijo él con cariño, y Harry deseó fervientemente poder ver su rostro de
nuevo—. Lo sé, Harry, pero he estado contigo todo este tiempo, y, aunque no
podamos hablar, siempre lo estaré.
Harry recordó entonces algo.
—Sirius, la primera vez que soñé con la habitación, Luna estaba allí. ¿Era de
verdad?
—Sí —contestó él—. Creímos justo permitirle que se despidiera de vosotros y que
te dijera que no te sintieras culpable.
—¿Por qué no volvió a hablar conmigo?
—Cuando uno acaba de morir se siente, de alguna manera, más apegado al
mundo mortal, pero eso termina pasando. No es algo que suceda exactamente en el
tiempo, al menos tal y como tú lo entiendes, que no tiene sentido aquí, pero es una
forma de verlo. Ella sigue, como todos, velando por sus seres queridos, pero no de la
misma manera. El alma, Harry, no pertenece al mundo, y cuando abandona sus
ataduras terrenales no desea permanecer más ahí. Lo único que mantenemos con el
mundo son los vínculos con nuestros seres queridos. No tienes de qué preocuparte,
ella está con su madre. Está bien, podría decirse, aunque eso no describa
exactamente su situación.
—No termino de entenderlo.
—Es normal, estás vivo —expuso Sirius con sencillez.
—Otra cosa más: el sueño en el que te perseguía hasta aquí... —se interrumpió—.
Quiero decir: en verano, la noche antes de venir a matricularme en Aparición, tuve un
sueño en el que te veía...
—Sé a qué sueño te refieres —le ayudó Sirius.
—Bueno, pues eso: ¿lo provocaste tú? ¿Tú me hiciste soñar contigo, quizás para
traerme aquí y que hablara con Flammingan? —aventuró.
—Sí, tuvimos que ver con el sueño, aunque no era traerte a esta sala lo que
pretendíamos. El problema es que los sueños no pueden manejarse, y tú hiciste que
ése evolucionara libremente. No era necesario que te trajéramos a conocer a Claius
Flammingan, porque ya sabíamos que Dumbledore le había pedido ir a Hogwarts.
Pese a la deuda que tenía con él por haberle salvado la vida y haber derrotado a
Grindelwald, Flammingan dudaba, así que le hicimos soñar con la Esfera a él también,
un día. Le hicimos ver lo que sucedió en la Cámara en el momento en que tu madre se
sacrificó por ti.
—¡Así que fuisteis vosotros! —exclamó Harry, sorprendido, recordando el
momento en el que Flammingan les había dicho a él y a Dumbledore que también
había soñado con la Esfera.
—Sí. Él no acabó de comprender el sueño, en realidad, pero, dado en lo que
estaba pensando, asoció ideas y tomó la decisión acertada. Y menos mal, porque te
ha enseñado mucho, ¿no es así?
—Sí —confirmó Harry—. Es muy bueno, desde luego.
—Lo es, sí. Fue muy inteligente al llevarte a ver el espejo de Oesed, por ejemplo, y
te guió en momentos difíciles. Dumbledore acertó al pensar en él para ayudarte.
—Esto es muy extraño —dijo Harry—. Empiezo a comprender lo de los sueños y
eso, pero sigo sin entender por qué puedo oírte, y por qué, aunque el velo me llame
con más intensidad, puedo manejarlo mejor. Como tú dijiste, si hace un mes hubiera
sentido este tipo de llamada, esta cadena no me habría impedido acercarme a tocarlo
ni aunque no tuviera la varita.
—Como respuesta a tu primera pregunta, te diré que en parte se debe a que
dejaste la puerta de la Cámara del Amor abierta, y en parte a lo que tú tienes en este
momento, una receptividad al amor superior al del resto de la gente, y, además, la
Antorcha de la Llama Verde, que clarifica tu mente. Eso en combinación con las otras
dos cosas te permite hablar conmigo..., pero sólo porque, debido a mi esencia, aún
estoy vinculado al mundo de los vivos y, concretamente, a ti.
»Respecto a tu segunda pregunta, sólo hay un motivo por el que puedes resistir la
llamada del velo: porque tu comprensión de la muerte y de los motivos por los que tus
padres, Remus, yo y otra gente morimos es mayor. Sabes por qué nos sacrificamos,
¿verdad, Harry?
—Porque vuestra propia vida no os importaba al lado de las de las personas a las
que queríais —respondió Harry—. Sí, lo sé. Pude sentirlo.
—¿Sabes?, creo que alguien puede hablarte de eso mejor que yo. Yo, al fin y al
cabo, no me sacrifiqué.
—¿Qué quieres decir con...?
Pero Harry no terminó la frase. Antes de que pudiera decir «eso» una voz, distinta
a la de Sirius, emanó del velo, que onduló de forma un poco diferente.
—Mi vida no era importante para mí, Harry. Lo único importante para mí es saber
que tú estás bien, y que tienes a gente maravillosa a tu alrededor. Eso es lo que me
hace feliz.
Harry se echó a temblar. Su mano vaciló, mientras la estiraba hacia el velo, y sintió
que sus ojos se empañaban al tiempo que una emoción inmensa, comparable a las
que había sentido antes, le embargaba.
—Ma... ¿mamá? —preguntó, con voz temblorosa y vacilante.
—Sí, hijo —respondió ella con infinita dulzura—. Soy yo. Soy yo.
—Mamá... —repitió Harry, mientras que, sin poder contenerse más, las lágrimas
comenzaron a correr por sus mejillas de nuevo—. Mamá..., Mamá...
—Hijo mío... —dijo ella, con su voz llena de cariño, un cariño estremecedor.
—No sabes cuántas veces he soñado con esto, mamá... Con hablar contigo, con
preguntarte cosas, con pedirte consejos... Me gustaría tanto que estuvierais conmigo,
papá y tú...
—Y lo estamos, cariño —le aseguró su madre—. Estamos siempre contigo,
dondequiera que te encuentres, dondequiera que vayas, hagas lo que hagas. Nuestro
vínculo está intacto, Harry. ¿No lo sientes?
—Y siempre estaremos contigo, hijo —añadió una nueva voz desde las
profundidades del velo.
—¿Papá? —musitó Harry, sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta—.
Papá... Eres tú, ¿verdad?
—Sí, hijo, soy yo. Por fin puedo hablar contigo. No sabes cuánto tiempo lo he
deseado; cuánto tiempo lo hemos deseado tu madre y yo. Y ahora ese deseo se hace
realidad, gracias a Sirius.
Harry, sin poder contenerse, se estiró más hacia el velo, aún sabiendo que no
podía (y que la cadena no le permitía) tocarlo.
—Os echo de menos todos los días —sollozó—. Desearía tanto que pudieseis
estar conmigo...
—Lo estamos, Harry, lo sabes —dijo su madre—. Cada vez que sueñas con
nosotros, cada vez que nos recuerdas, estamos contigo. Estamos en ti, hijo. Seguimos
vivos en ti. Somos felices de verte crecer. No podríamos estar más orgullosos de ti de
lo que estamos. Ni de ti, ni de tus amigos. Tienes mucha suerte de contar con ellos,
Harry. Muchísima.
—Sí —corroboró su padre—. Ellos siempre te lo dicen, y es cierto: tienes una
familia ahí, Harry. De verdad la tienes, y no podríamos haber deseado mejor familia
para ti que los Weasley y Hermione.
—Siempre he soñado que tú harías muy buenas migas con Hermione —sonrió
Harry, dirigiéndose a su madre—. Y que papá, Ron y yo..., y bueno, los demás
Weasley, podríamos jugar grandes partidos de quidditch.
—No te equivocas en eso —afirmó Lily—. Estoy segura de que me habría
encantado hablar con Hermione. En cierto modo, ella y Ron me recuerdan un poco a
tu padre y a mí.
—Y por supuesto, a mí me habría encantado jugar al quidditch con vosotros
—añadió James—. ¿Sabes?, estoy muy contento con mi heredero en el equipo de
Gryffindor. No se puede decir que no hayas heredado mi talento.
Harry sonrió.
—Desde el momento en que entraste a Hogwarts, cariño, hemos estado cada vez
más orgullosos de ti —añadió su madre—. La forma en que te enfrentaste al peligro
desde el principio, la manera en que los tres hacéis siempre lo correcto, me hizo muy
feliz. Estoy muy orgullosa de la forma en que has crecido, pese a lo mal que lo pasaste
cuando eras pequeño.
—¿Y estás contenta con lo que hacemos, pese al peligro que corremos, que
hemos corrido? —inquirió Harry.
—Pese a eso —repuso James.
—Ya, pero es que Sirius siempre decía que el riesgo era lo divertido para ti.
—Estoy con tu padre, hijo —terció su madre—. Es cierto que nos hemos
preocupado, pero preferíamos que te arriesgaras a hacer lo correcto, a luchar por lo
que está bien, a que te escondieras. Pero no, siempre has actuado con valentía y
generosidad: queriendo evitar el robo de la piedra filosofal, rescatando a Ginny,
salvando a Sirius, trayendo el cuerpo de Cedric o intentando rescatar a Sirius y a
Ginny de nuevo. Eres más de lo que podríamos haber deseado —resumió—.
Recuerdo la primera vez que te tuve entre mis brazos, tan pequeño y tan frágil, no
parabas de llorar... Y mírate ahora, capitán del equipo, a punto de terminar el colegio y
capitán de la Orden del Fénix... Cada vez que te miro, hijo, me siento más contenta
por lo que hice, por la oportunidad que te di. Merecías vivir Harry, y también ser feliz, y
lo sigues mereciendo.
Harry no fue incapaz de hablar durante un par de minutos, halagado por su madre
y emocionado por sus palabras.
—Aún no puedo creer esto —murmuró finalmente—. No puedo creer que esté
hablando con vosotros. ¿Cómo es posible?
—Sirius —aclaró su padre—. Lo hacemos en parte a través de él, aunque no
podríamos haberlo logrado sin la conexión que compartimos. Sobre todo, la que tienes
con tu madre. Y eso significa que no sólo podrás hablar con nosotros, también están
aquí Remus y... Peter.
—¿Remus? —exclamó Harry, y luego recordó lo que Sirius le había dicho sobre la
ayuda que el licántropo le había proporcionado al morir.
—Sí, Harry, aquí estoy —dijo entonces la voz de Lupin, uniéndose a las de los
demás.
—¡Remus!... Remus..., siento mucho lo que pasó —se disculpó Harry—. Siento
que murieras por mi culpa. Si hubiera hecho caso a Hermione y no hubiera ido a
Hogsmeade...
—No fue tu culpa, Harry —replicó Lupin—. No puedes esconderte siempre, como
si fueras una especie de delincuente. Hice lo que debía hacer, y no me arrepiento de
ello. Y no fue por el juramento. Lo hice, Harry, porque te quiero, por el cariño que
sentía y aún siento hacia ti.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Harry—. ¿Estás... bien?
—Es raro estar aquí —respondió Lupin—, pero uno se acostumbra. Tras un...
tiempo, es como volver a casa. Es difícil de describir. Por otra parte, ahora volvemos a
estar juntos... los cuatro.
—Le habéis perdonado, ¿verdad? —dijo Harry, refiriéndose a Pettigrew.
—No lo merecía —murmuró entonces la voz de Peter—. No merecía el perdón
—se explicó, y Harry notó que, por primera vez, el miedo no dominaba su voz, que
parecía tranquila y sosegada—. Salvarte la vida fue lo único inteligente que hice
durante mis diecisiete últimos años de vida. He podido pedirle perdón a ese chico,
Diggory, y también a Lily, a James, a Sirius y a Remus. Con eso me conformo. Ni
siquiera me importa el castigo.
—¿El castigo? —inquirió Harry, lleno de curiosidad, pero también un poco
asustado—. ¿A qué se refiere?
—No todo el mundo va al mismo lugar al morir —explicó Sirius con voz misteriosa.
—¿Quieres decir que hay un infierno y todo eso?
—No exactamente —matizó Sirius—. Es complejo de explicar, como todo lo de
aquí. Sí puedo decirte, sin embargo, que yo sí le perdoné. Todos lo hicimos. Aquí el
odio no tiene sentido, Harry. Una vez uno se desliga de aquello que nos ata al mundo
mortal, del odio sólo queda un vacío; lo único que permanece es el amor, el único
sentimiento que verdaderamente es propio del alma. Por otro lado, Peter te salvó la
vida.
—¿Qué decís de Snape, entonces? —tanteó Harry.
—Nuestro odio era ridículo e infantil —aclaró James—. No tenía sentido. Pero eso
terminó hace mucho. Él nos protegió, y te salvó la vida a ti. Es suficiente con eso.
—Aún así, nos sentimos muy mal por todo lo que le hicimos —agregó Sirius—.
Cuando vuelvas, quiero que le digas de nuestra parte que no vale de nada ocultarse
tras una máscara de amargura; que eso sólo le traerá infelicidad y que terminará
lamentándolo al final. Díselo, Harry, y pídele que nos perdone... por todo.
—De..., de acuerdo —asintió Harry, sorprendido por las palabras de Sirius. No
podía creerse que estuviera hablando de Snape, del Quejicus al que tanto había
detestado estando vivo—. Esto..., esto es muy extraño —repuso, meneando la cabeza
—. Estoy hablando con vosotros, sin más... pero estáis muertos. Creo que es tan
sumamente raro como para que pueda sorprenderme, supongo, porque si no no
comprendo cómo puedo estar tan tranquilo.
—Estás tan tranquilo porque la muerte, Harry, y la conexión con los seres queridos
que se han ido es algo natural —le explicó Lupin—. El problema es que nuestra mente
racional no lo acepta así, y lucha contra ello. Pero, en lo más hondo de nuestro ser,
nuestra alma lo sabe, Harry. Y tú, ahora, tienes el alma a flor de piel, y en contacto con
tu mente gracias a la Antorcha. Eso te ayuda. En el fondo, sabías que esto podía
ocurrir. ¿Por qué, si no, viniste aquí el verano del año pasado?
—No sé por qué vine —musitó Harry—. Fue un impulso muy extraño.
—Ese impulso se llama esperanza —dijo Lupin—. Por eso viniste. Porque tu alma
y tu corazón albergaban una esperanza, aunque tu mente lo considerara irracional.
—Sí, supongo que tienes razón —asintió Harry.
—La tengo.
—Te he echado mucho de menos estos días —soltó Harry, sin más—. No podía
imaginarme que volvería a hablar contigo alguna vez, y menos tan pronto. Se hace
extraño.
—Lo sé —repuso Lupin—. Y eso me recuerda que aún no te he dado las gracias
por enterrarme en el Valle de Godric. Significa mucho para mí.
—Supuse que te gustaría estar junto a tus amigos —explicó Harry—. Por eso puse
allí una lápida para Sirius y otra para Peter, aunque no haya tumbas. Sirius..., bueno,
perdió su cuerpo, y Peter... supongo que el suyo fue destruido en la casa.
—Así fue —confirmó Peter—. Pero no me importa. Y gracias por la lápida, Harry.
Es mucho más de lo que merezco. Al fin y al cabo, yo soy el culpable de unas cuantas
de las que hay allí.
—Deja eso ya —le pidió Sirius—. Es pasado.
—No para mí...
—Olvídalo, ¿quieres? —añadió James.
Harry no pudo evitar dejar escapar una risa breve.
—No puedo creer que esté aquí, en las profundidades del Ministerio de Magia,
hablando con vosotros, y que estéis discutiendo sobre vuestras tumbas... —Meneó la
cabeza—. ¿Sabéis una cosa?, no quiero irme de aquí. Quiero que me contéis todo, y
hablaros de todo, quiero que...
—A nosotros también nos gustaría —afirmó Sirius, interrumpiéndole—. Pero,
desgraciadamente, es imposible.
—¿Imposible? ¿Por qué?
—¿Acaso lo has olvidado, hijo? —intervino su madre—. Harry, Ginny está en la
enfermería, y las horas corren contra ella. Tienes que ir y ayudarla, para eso viniste
aquí.
—¡Dios! —exclamó, angustiado. Inexplicablemente, se había olvidado de todo,
absolutamente de todo. Hacía sólo unas horas que había hablado con Voldemort, pero
le parecía que en realidad habían pasado días desde entonces—. Es cierto... ¿Qué
voy a hacer? Vosotros tenéis que saberlo. Voldemort me dijo que fuera a por él, pero
no estoy seguro de qué debo hacer. Si no voy a por él, Ginny morirá, pero si lo hago y
muero, ella también perecerá y todo se habrá perdido... Necesito vuestro consejo.
—Desgraciadamente, no tenemos todas las respuestas —repuso Sirius—. No
podemos decirte qué hacer, Harry, porque no lo sabemos. Te trajimos aquí para que
comprendieras las cosas que necesitabas, pero aparte de eso nada podemos decirte.
El futuro es una incógnita también para nosotros, aunque no lo percibamos de la
misma manera.
—Algo tenéis que decirme —imploró Harry—. Me trajisteis aquí, y si no es por un
arma... ¿por qué es?
—Para que entendieras, Harry —le dijo Sirius una vez más—. Para que
entendieras lo que posees, y para que entendieras la muerte; para que comprendieras
que no es el fin de todo, que no es tan terrible.
—Sí es terrible —replicó Harry—. Me separó de vosotros. Le arrebata a la gente a
sus seres queridos. El padre de Luna perdió a su familia, yo a vosotros, los Weasley a
Percy...
—La muerte no causó esas separaciones —lo contradijo su madre—. Fue
Voldemort, o sus mortífagos. Es cierto que la muerte representa una separación
temporal, y que eso es doloroso, pero no terrible. Al menos, no cuando cosas más
importantes están en juego. La vida está llena de elecciones, Harry, y en cada una
escogemos de acuerdo a lo que creemos que es mejor. Y cuando se trata de elegir
entre tu vida o las de aquellos a los que amas, la elección está hecha de antemano.
Cariño, la elección entre vivir yo o permitir que vivieras tú fue una de las más sencillas
que he tenido que tomar en toda mi vida. Jamás me he arrepentido de ella, y mucho
menos viéndote crecer, fuerte, alegre, rodeado por gente estupenda que te quiere y lo
daría todo por ti. Sabes de lo que estoy hablando, ¿verdad? Lo sabes porque lo has
sentido, y no sólo en la Cámara del Amor.
—Sí —reconoció Harry—. Lo he presenciado varias veces, viendo a Ron proteger
a Hermione, o a ella protegiéndole a él..., o a los dos protegiéndome a mí. Sigo
pensando que la muerte es horrible, pero no puede compararse con perder a aquellos
a quienes uno quiere, lo sé. —Se imaginó viendo morir a Ron y a Hermione, y le
recorrió un escalofrío.
—Porque la muerte es preferible a una vida sin nuestros seres queridos, ¿verdad?
—completó su madre por él. Harry asintió lentamente.
—Así pues, eso es lo que debo hacer —murmuró, unos segundos después—.
Debo ir a por Voldemort, a acabar con él, para salvar a Ginny.
—Nosotros no pretendemos decirte lo que debes o no debes hacer —repuso Sirius
—. Ya te lo dijimos: primero, porque no podemos, y segundo, porque no conocemos la
respuesta a esa pregunta. Ésa es una decisión que debes tomar tú solo.
—Pero no puedo —replicó Harry—. No sé qué hacer. Estoy seguro de que
Dumbledore no me permitiría hacerlo, y que Hermione tampoco...
—Dumbledore es un gran hombre, Harry, y un mago extraordinario —afirmó
James—, pero estamos hablando de la vida de una persona a la que quieres.
Dumbledore te nombró capitán de la Orden por una razón, hijo. Él confía en ti y en tu
juicio. No te nombró capitán de la Orden sólo porque fueras el chico de la profecía,
sino por lo que eres por ti mismo. Demostraste de sobra tu valía en el expreso de
Hogwarts, y también cuando en Hogsmeade hiciste que tus compañeros se llevaran a
los demás alumnos de allí tras la aparición de Voldemort. En una situación como ésta,
no puedes permitir que nadie tome las decisiones que te conciernen a ti. Ya eres un
adulto, tanto legal como mentalmente, y eso no sólo significa que puedes decidir, sino
que debes decidir.
—Se diría que me estáis incitando a ir a luchar contra Voldemort —dijo Harry—. Y
eso me sorprende, pues esperaba que quisierais protegerme a toda costa. Eso es lo
que Remus y Sirius han hecho desde que él regresó.
—Bueno, nosotros no somos muy buen ejemplo de protegernos a nosotros
mismos cuando alguien a quien queremos está en peligro, ¿no crees? —expuso Sirius
—. Al fin y al cabo, estamos muertos...
—Por supuesto que deseamos protegerte, Harry —le contestó su madre—. No
salvé tu vida para ver cómo mueres luchando contra el más terrible de los magos
tenebrosos, pero, lo queramos o no, es inevitable; y tú quieres a Ginny, y ella a ti, y sé
que si no haces algo lo lamentarás el resto de tu vida. Con esto no te estoy diciendo
que debas luchar ahora, sólo estoy exponiendo un hecho del que tú ya eres
consciente. Ahora debes decidir entre intentar salvar a Ginny y quizás conseguirlo o
arriesgarte a morir y con ello destruir toda posibilidad de salvación del mundo mágico.
De todo el mundo, en realidad.
Harry se sintió sobrecogido ante la inmensidad de la elección que pesaba sobre él.
—Esto me sobrepasa —declaró—. No sé qué debo hacer. Mi corazón me dice que
vaya a por Voldemort e intente salvar a Ginny, pero mi razón me aconseja que no me
arriesgue, y que piense no sólo en mí, sino en todo el mundo... No sé qué debo hacer
—repitió.
—Es duro, desde luego, pero, de todas maneras, tampoco tienes demasiada
elección —intervino Lupin.
—¿A qué te refieres?
—Si tú no vas a por Voldemort, Harry, él irá a por ti. No quiere esperar más,
porque no soporta vuestra conexión. Le está carcomiendo por dentro, y él desea
terminar de una vez. Él no es que espere específicamente que vayas a por él. No, lo
que quiere, o sabe, o espera, es que si él va a por ti esta vez no huirás debido a
Ginny.
—Ya —asintió Harry, y entonces se le ocurrió algo—. Ahora que mencionas la
conexión... Una vez le hice daño sólo con lo que saqué de Ron. ¿No debería haberle
destruido lo que sentí en la Cámara del Amor? Todos esos sentimientos han debido
llegar hasta él, y, sin embargo, no noto nada...
—Me temo que lo que sentiste allí dentro no le ha afectado en absoluto —lo
contradijo su madre—. En esa sala, y con la Esfera desplegando todo su poder
vuestra conexión no funciona, quedó bloqueada. Él no ha podido percibir nada de lo
que has sentido esta noche. De hecho, ese bloqueo todavía funciona. Es como el que
hacías tú intencionadamente al pensar en nosotros, Harry, sólo que ahora es mucho
más fuerte. En estos momentos, tu humanidad está en un nivel tan elevado que para
Voldemort es incomprensible. Vuestra conexión no funciona en estos momentos. Por
desgracia, eso no durará siempre, y menos si os encontráis frente a frente. Pero
durante un tiempo, si tú no intentas acceder a él a propósito, podrás ocultarte y evitar
que te aceche.
—Bueno, supongo que está decidido entonces —sentenció—. No quiero que lo
que sentí en esa sala se pierda. Iré a salvar a Ginny. Desearía no tener que hacerlo y
poder evitar a Voldemort, pero no quiero que ella muera. No quiero que nadie más
muera. De todas formas —añadió—, ahora tengo una razón más para estar contento.
Si gano, si sobrevivo, podré hablar con vosotros siempre que lo desee, y eso es como
el mejor sueño que jamás haya podido tener. Os prometo que, si todo sale bien —dijo,
evitando pensar en las pocas posibilidades reales que tenía de vencer—, volveré a
visitaros muy pronto, y hablaremos de todo.
—Me temo, Harry, que eso no podrá ser así —repuso Sirius con tono de voz
sombrío.
—¿Qué? ¿Y por qué no? —preguntó Harry—. Estamos hablando, ¿no? ¡Podemos
volver a hacerlo cuando queramos! ¡YO quiero volver a hacerlo!
—Y te aseguro que a nosotros también nos gustaría muchísimo, pero no será
posible —apuntó Sirius—. Harry, estamos hablando a través de este velo gracias a mi
esencia mágica. Como te dije antes, la magia es algo que abunda ahí, pero no aquí, o,
al menos, no ese tipo de magia. Ahí la magia se regenera, pero no en este lado. Al
igual que le pasó al espejo, Harry, yo también perderé mi poder. De hecho, me está
costando mucho mantener esta conversación. Lo que estoy haciendo no volverá a
funcionar, Harry, porque el resto de mis fuerzas las guardo para un último objetivo.
—¿Qué objetivo es ése? —quiso saber Harry, enfadado, aunque sobre todo
decepcionado porque su ilusión no podría hacerse realidad, y él deseaba volver a
hablar con ellos, a toda costa—. ¿Es acaso algo más importante que mantener vuestro
contacto conmigo?
—En cierto modo, sí —contestó Sirius, sorprendiendo a Harry. Éste iba a replicar
algo, pero su padrino continuó—. Harry, cuando finalmente te enfrentes a Voldemort,
no estarás solo. Nosotros cinco estaremos allí contigo, más cerca de ti que nunca para
ayudarte con lo que podamos cuando llegue la hora decisiva. Pero, para hacer eso,
además del vínculo que tenemos contigo, necesitamos mi magia. Después, sea cual
sea el resultado, perderé todo mi poder, y no podré volver a comunicarme contigo del
modo en que lo hemos hecho hasta ahora.
Harry empezó a temblar, súbitamente asustado ante la idea de perder de nuevo a
sus seres queridos.
—Eso..., ¿eso quiere decir que ésta es la última vez que..., que hablamos?
—Me temo que sí —dijo Sirius, apesadumbrado—. Al menos, hasta que mueras.
—Cosa que esperamos tarde muchos años en suceder —se apresuró a añadir
James.
Harry no dijo nada durante un rato, meditando, deseando decir muchas cosas y sin
lograr encontrar con cuál empezar.
—¿Creéis..., creéis que moriré? Al luchar contra Voldemort, me refiero.
—No lo sé —contestó su madre con sinceridad—. Ojalá supiésemos la respuesta,
hijo, pero no es así. Me gustaría poder contestarte. Deseo que eso no ocurra, pero no
voy a engañarte: podría suceder. Podrías morir. ¿Te asusta esa idea?
Harry miró al agitado velo negro.
—¿Es..., es malo estar ahí?
—Distinto que estar vivo, pero semejante en una cosa —contestó su madre.
—¿En qué?
—En el hecho de que es mejor cuando estás con aquellas personas a las que
quieres —completó su padre.
Harry no pudo evitar sonreír.
—No queremos que te llames a engaño, Harry —agregó Sirius—. La vida es
maravillosa, y tú aún tienes mucho que descubrir de ella antes de conocer la muerte.
Pero piensa en ésta como un paso, no como un final. Sólo aquellos como Voldemort la
consideran algo a evitar a toda costa, y ésa es una de sus debilidades. Voldemort,
consumido por el odio y esa maldición, tiene razones para temer la muerte. Razones
poderosas. Para alguien como él, que no siente cariño ni aprecio por nadie, salvo por
el poder, esto es lo peor que puede pasarle. Aquí no sería nada; para él, estar aquí es
un castigo eterno, puesto que no posee sentimientos. Pero para ti no sería igual, como
no lo es para nosotros.
—Tú, Harry, estás más lleno de vida que él —agregó Lupin—. A pesar de su casi
inmortalidad, por dentro está muerto. Tú tienes una vida mortal, pero hermosa, y llena
de amor. La vida de Voldemort, en cambio, está corrompida y pervertida por el mal y el
odio, y el asesinato de seres inocentes. Vidas como ésa no deberían de existir, y
debes ponerle fin, antes o después.
—Si has decidido luchar, Harry, debes irte —le dijo James—. El tiempo corre, y
Voldemort se prepara. Tú también debes hacerlo. Aún tienes mucho en qué pensar, y
mucho que comprender. Pero, sobre todo, debes entender que no nos has perdido, y
que, aunque no podamos volver a hablar, estamos contigo cada día de tu vida,
apoyándote.
—Y aunque nuestras voces no te lleguen, Harry, siempre lo hará nuestro cariño
por ti —añadió Lily—. Te quiero, hijo. Di mi vida por ti y la daría de nuevo. Ojalá todo
salga bien y seas feliz al lado de aquellos a los que amas.
—Lo intentaré —aseguró Harry, con la voz tomada por la emoción.
—Pídeles perdón a todos de mi parte —dijo entonces Peter—. Diles que, aunque
no sirva de nada, lo siento. ¿Lo harás?
—Lo haré —prometió Harry.
—Y Harry..., una última cosa —añadió su madre—: sé que les odias, por todo lo
que te hicieron pasar, pero, si todo sale bien, me gustaría que visitaras un día a
Petunia y a Vernon.
—¡¿A los Dursley?! —saltó Harry, incrédulo—. ¿Para qué? Tú deberías detestarlos
tanto como yo.
—No les detesto, Harry —replicó su madre—. Ya te explicamos que aquí esos
sentimientos no tienen sentido. Me dan lástima. Perdieron la oportunidad de conocer a
alguien tan maravilloso como tú, de conocer nuestro mundo. Lo que quiero que les
digas, sobre todo a mi hermana, es que no le guardo rencor. Que la perdono. Y, si me
apuras, que también velo por ella.
Harry no supo qué decir. La rabia que había sentido ante la mención de los
Dursley se había esfumado en un instante. Su madre, sencilla y llanamente, no era
capaz de odiar. Y aquello, que había sabido y que también lo había percibido en la
Cámara del Amor, le afectó profundamente. Pensó en su odio por Voldemort, porque
le había quitado lo que más quería, y no le encontró sentido en ese momento. Sus
padres estaban bien. Sentía como si luchar por venganza fuera absurdo. ¿No le había
dicho una vez Dumbledore que no debería luchar nunca por odio, rabia o venganza?
Sí, y ahora lo comprendía. Ahora comprendía exactamente qué debía hacer, cómo
debía actuar. Se sintió como si una verdad y un conocimiento que hubiera estado
dentro de él toda su vida se revelase de repente, haciéndole ver lo ciego que había
estado.
—Lo haré —le prometió a su madre—. Si sobrevivo, iré a verlos y le diré eso.
—Gracias, cariño. Significa mucho para mí. Al fin y al cabo, Petunia es mi
hermana.
—Ha llegado la hora de despedirse —les recordó Sirius—. No puedo mantener
esto por más tiempo.
—De acuerdo —dijo Harry, deseando que el momento de la despedida no tuviera
que llegar—. Os quiero.
—Y nosotros a ti, cariño —dijo su madre.
—Y siempre estamos contigo —volvió a decir su padre.
—Suerte, Harry —le deseó Peter.
—Puedes hacer lo que te propongas. Confiamos en ti —añadió Lupin.
—Cuídate, Harry —terminó Sirius. Harry quería decir algo más, pero el velo se
convulsionó un momento, y luego su movimiento se suavizó, y supo que ya no podían
hablar con él.
Limpiándose las lágrimas, dejó que la Antorcha de la Llama Verde se apagara.
Rompió las cadenas y miró de nuevo al arco. Sentía de nuevo aquellas voces lejanas,
pero se dio cuenta de que ya no le atraían. Y aunque no podía hablar con sus padres y
sus amigos, podía sentirlos dentro de sí mismo, velando por él, cuidándole.
El velo ya no representaba un peligro, porque había comprendido. Después de
tanto tiempo, al fin había entendido.
Bajó de la tarima y miró a la Cámara del Amor. Con un gesto de su mano, la puerta
se cerró, sin dejar evidencia alguna de su existencia en la pared.
Se volvió una vez más hacia el arco, y supo que, tuviera o no el poder suficiente,
estaba preparado para acometer su destino.
En su cara se dibujó un gesto de decisión y, encendiendo la Antorcha de la Llama
Verde de nuevo, desapareció rumbo a Hogwarts.
41

El Mayor Deseo de Dumbledore

Harry apareció directamente en el despacho de Dumbledore, dispuesto a hablar con él


y a explicarle lo que había pasado y la decisión que había tomado. No obstante, el
director no se encontraba allí.
—Vaya, Harry Potter —dijo el retrato de Armando Dippet, el predecesor de
Dumbledore en el cargo de director—. Veo que no es mentira eso de que puedes
aparecerte en los recintos del colegio con esa Antorcha —murmuró, y Harry notó que
parecía impresionado—. ¿Qué haces aquí?
—Quería hablar con Dumbledore —respondió Harry—. ¿Dónde está?
—Le llamaron hace una hora aproximadamente. Salió y todavía no ha vuelto —dijo
otro de los retratos—. No sabemos cuándo regresará.
Harry miró a su alrededor, y sus ojos se posaron en la única ventana del
despacho. Era ya la hora del crepúsculo, y el Sol se ocultaba iluminando las copas de
los árboles del bosque prohibido con un brillo rojizo que le hizo pensar en la Esfera.
Había pasado, casi sin darse cuenta, varias horas en el Departamento de Misterios.
Se dispuso a salir y buscar a Dumbledore, cuando se fijó en que sobre el escritorio
del director se encontraba su pensadero. Dumbledore debía de haberlo estado
utilizando cuando le habían llamado. Harry recordó entonces que en varias ocasiones
el director había estado usando aquel objeto cuando había ido a su despacho. ¿Qué
habría estado analizando?
Sabía que no debía de hacerlo, pero su curiosidad le venció y se acercó a la mesa.
Lo que había sentido en la Cámara del Amor le incitaba a saber más de Dumbledore.
Así que, lentamente, acercó su cabeza a la brillante superficie plateada de la vasija de
piedra y miró.
—Creo que no deberías tocar eso —le advirtió Phineas Nigellus desde su retrato
en la pared—, no es tuyo.
—Ya sé que no es mío —repuso Harry. Hizo ademán de apartarse, pero entonces
el fluido arremolinado comenzó a girar y una imagen se formó sobre él. Harry se
detuvo, observando.
Dumbledore se encontraba en una habitación poco iluminada, o eso parecía. Tenía
la varita en alto, y frente a él estaba Voldemort, también enarbolando la suya. Sin
embargo, no se atacaban, sino que estaban hablando de algo. Harry se inclinó más
sobre la vasija para averiguar sobre qué, pero no podía oírlo.
La curiosidad le dominó. Tenía que saber qué era lo que había sucedido en aquel
encuentro.
Se inclinó más, hasta tocar con la punta de su nariz la superficie del líquido, y,
como en anteriores ocasiones, se vio arrastrado hacia el interior de la vasija.
Cayó de pie sobre el duro suelo y se encontró al lado de Dumbledore, que seguía
mirando a Voldemort con aparente tranquilidad. Éste último, por el contrario, parecía
un poco asustado, y de sus ojos emanaba un odio intenso.
—Vamos, Dumbledore —decía Voldemort en ese instante—. Sabes que no
puedes proteger a ese chico siempre. Cuando lo encuentre, y sabes que lo haré, será
historia. Él y sus padres.
—No voy a permitírtelo, Tom. No voy a dejar que le hagas daño.
—¿Y crees que podrás conseguirlo? —repuso Voldemort con desdén—. ¿Acaso
olvidas con quién estás hablando?
—Sé muy bien quién eres —replicó Dumbledore muy tranquilo y seguro de sus
palabras—. De hecho, creo que lo sé mejor que tú mismo.
—No tengo tiempo para tus tonterías, Dumbledore —escupió Voldemort, y el
destello de odio de sus ojos se hizo más intenso—. ¿Por qué le proteges? Ese niño no
es nada tuyo. ¿O es que pretendes convertirlo en tu soldado? ¿Es eso, viejo estúpido?
—No, no es eso —respondió Dumbledore—. Eso es lo que tú harías. De nada vale
que te lo explicara, Tom; no entenderías mis motivos.
Voldemort estudió a su oponente durante unos segundos y luego sonrió
ligeramente.
—¿Acaso le has cogido cariño? —inquirió, burlón—. Ésa es tu mayor debilidad,
Dumbledore..., y te costará la vida.
—Es posible —concedió Dumbledore con tranquilidad—, pero tu debilidad es aún
mayor que la mía, y es muy probable que también a ti te cueste la vida. No obstante,
aún en el caso de que ambos muramos, tú serás siempre el que pierda.
—¿Cómo? ¿Qué quieres decir con eso? ¡Si ambos morimos, perderemos los dos,
Dumbledore!
—Eso es lo que tú crees, pero estás en un error —le contradijo Dumbledore—. De
todas formas, no estoy aquí para discutir contigo sobre eso.
—No, estás aquí para intentar matarme, ¿verdad?
—No. Lo que quiero es ofrecerte un trato. Ofrecerte la posibilidad de que dejes
esto, antes de que lo pierdas todo.
Voldemort miró a Dumbledore boquiabierto, y no fue el único: Harry, que había
estado mirando a su enemigo, se volvió también hacia el director, asombrado. ¿Le
estaba ofreciendo a Voldemort la posibilidad de una redención? Obviamente,
Dumbledore no sabía lo que Voldemort había hecho para llegar a ser lo que era,
porque si lo supiera sabría que jamás podría aceptar semejante oferta.
Voldemort se echó a reír.
—¿Perderlo todo? Lo dices como si hubiera perdido algo. No intentes burlarte de
mí, Dumbledore. No quiero nada de ti, salvo tu vida, y eso voy a tomar ahora mismo.
Acto seguido, lanzó un rayo verde hacia Dumbledore, pero éste lo esquivó
desapareciendo y apareciendo detrás de Voldemort, que se volvió rápidamente para
defenderse de un hechizo lanzado por su rival.
—¡No puedes vencerme, Dumbledore! —gritó Voldemort, al tiempo que lanzaba
una maldición asesina.
Dumbledore la esquivó y lanzó a su vez un hilo plateado que envolvió a Voldemort
en una especie de neblina casi sólida. Éste intentó soltarse, pero no lo consiguió. Sus
ojos despedían llamas de furia.
—Esto no es suficiente, Dumbledore, y lo sabes —siseó, mientras su oponente se
acercaba a él blandiendo su varita—. Algún día te veré muerto, viejo entrometido.
Tenlo por seguro.
Dumbledore alzó su varita rápidamente, pero Voldemort desapareció de repente, y
la neblina que lo envolvía se esfumó. El director de Hogwarts bajó su varita y se quedó
unos segundos contemplando el lugar donde había estado su enemigo hasta hacía
unos segundos, y luego el recuerdo se esfumó.
Lentamente, uno nuevo fue cobrando forma, y Harry se sorprendió al descubrir que
estaba en el salón de la casa del Valle de Godric.
Dumbledore y James estaban sentados, frente a frente, en silencio. Harry podía oír
a su madre en el piso de arriba y también a sí mismo.
—Quiero que me digas la verdad, Dumbledore —dijo entonces James, rompiendo
el silencio—. ¿Existe alguna posibilidad de salvar a Harry? Lily está convencida de que
sí, pero yo..., yo no estoy tan seguro —manifestó, con sinceridad y pesadumbre.
Dumbledore miró a James con intensidad durante unos instantes, serio, y luego
habló, con lentitud:
—La respuesta que pides es difícil de obtener. Depende de lo que consideres
como «salvar a Harry». La profecía dice que Voldemort le marcará como su igual, sea
lo que sea lo que eso signifique. Eso no podemos evitarlo, así que, tarde o temprano,
se encontrarán.
James estuvo en silencio durante unos segundos, y Harry vio cómo volvía la
cabeza un momento hacia las escaleras, por donde la voz de Lily, que le cantaba una
canción de cuna a él mismo, bajaba hasta ellos. Una canción, que, aunque Harry no
recordaba, despertó en él una cálida sensación de familiaridad y cariño.
James suspiró y se volvió de nuevo hacia Dumbledore.
—Dumbledore, quiero que me prometas una cosa —dijo entonces James con
profunda gravedad en su voz—. Quiero que me prometas que, si algo nos sucediera a
Lily y a mí, protegerás a Harry lo mejor que puedas.
—Puedes contar con ello —afirmó Dumbledore—. Lo cuidaría como si fuese de mi
propia familia.
James iba a decir algo, pero oyó a Lily bajar por las escaleras y se calló. El
recuerdo volvió a difuminarse.
La neblina blanca se aclaró de nuevo, mostrando el despacho del director.
Dumbledore estaba inclinado sobre su escritorio, leyendo. En la pared, los retratos de
los anteriores directores del colegio dormían apaciblemente en sus cuadros. Harry
miró a su alrededor y luego se movió, y comprobó, a través de la ventana, que era de
noche; y no sólo eso: los terrenos de Hogwarts estaban blancos bajo la débil luz de la
luna que se filtraba a través de las nubes, lo que le indicó que debían de estar
aproximadamente en el tiempo de Navidad. Debía ser tarde también, porque en la
cabaña de Hagrid, de la cual alcanzaba a verse un poco, no había ninguna luz
encendida.
Harry dejó de observar, volvió junto a Dumbledore y se sentó en una butaca vacía,
esperando a que sucediera algo. El director parecía tan concentrado como antes en su
lectura. Tras esperar un rato, Harry se incorporó e iba a mirar qué leía Dumbledore
cuando de pronto se oyó un fogonazo y Fawkes, el leal fénix de Dumbledore, apareció
de la nada sobre la mesa, sobresaltándole. Dumbledore, sin embargo, no pareció
alterarse lo más mínimo. Se limitó a levantar la vista hacia el fénix que se posaba
sobre su mesa y esbozó una sonrisa.
—¿Ya? —dijo.
Fawkes hizo un gesto con la cabeza que Harry interpretó como de asentimiento.
Mientras se preguntaba qué habría estado haciendo el fénix, Dumbledore se levantó
de su silla y se dirigió a la puerta del despacho. Harry, levantándose también, se
apresuró a seguirle.
Antes de salir al pasillo de la gárgola de piedra, Dumbledore musitó algo y se
volvió invisible. Harry se quedó un instante clavado en el sitio, hasta que se dio cuenta
de que, invisible o no, todavía podía percibir la silueta del anciano mago, aunque
pareciera un fantasma más transparente de lo habitual.
Lo siguió por diversos pasillos de Hogwarts, hasta darse cuenta de adónde se
dirigía el director: hacia la biblioteca. ¿Qué iría a hacer allí a aquellas horas de la
noche, e invisible? Era el director, no necesitaba ocultarse para andar por el castillo.
Entonces, antes de llegar a la biblioteca, se vio a sí mismo salir de ella con aspecto
apurado, bajo una capa plateada.
Sorprendido, se dio cuenta de que aquella capa era su capa invisible, y dedujo que
podía verse porque Dumbledore podía verle aunque la llevara. Se miró a sí mismo
fijamente mientras pasaba por su lado, y se percató de que era mucho más pequeño.
Tan pequeño como cuando había entrado a Hogwarts, con once años.
Soltó un «¡Ah!» de sorpresa cuando se percató de que se estaba viendo a sí
mismo la primera noche que se había puesto la capa y había ido a la Sección
Prohibida de la biblioteca a buscar información sobre Nicolás Flamel.
Dumbledore le siguió silenciosamente, y Harry concluyó que el director había
usado a Fawkes para vigilarle. ¿Lo habría hecho más veces, a lo largo de sus siete
años en Hogwarts? Recordó algo que le había dicho el director dos años atrás: «Te he
observado más de cerca de lo que jamás podrías imaginar», y se dio cuenta de que
era muy posible que sí.
Su yo del recuerdo corrió por unos cuantos pasillos, sin fijarse adónde se dirigía,
con Dumbledore pegado a sus talones.
De repente, Harry se detuvo detrás de unas armaduras. Las voces de Snape y
Filch se oían al otro lado del pasillo. La expresión de Harry, bajo la capa, era casi de
terror.
Entonces, Dumbledore se movió y abrió sigilosamente una puerta a su izquierda,
por la que se metió, dejándola entreabierta.
Un segundo después, el Harry del recuerdo, mirando a todos lados, retrocedió y,
viendo aquella puerta, se metió por ella.
El Harry adulto, tras dejar pasar a Snape y a Filch, entró también en la habitación
donde había visto por primera vez el espejo de Oesed.
Al entrar, se vio a sí mismo acercándose al espejo y tapándose la boca al ver lo
que allí se le mostraba.
Harry miró a Dumbledore, que observaba sentado desde el mismo pupitre donde
estaba cuando ambos habían hablado por primera vez. Harry se acercó a su otro yo,
que en ese mismo instante decía: «¿Mamá? ¿Papá?»
Pero él sólo veía el reflejo del chico delgado que estaba ante él, y nada más.
Obviamente, Dumbledore no podía ver lo que Harry veía, y, por tanto, él tampoco.
Tras lo que pareció una eternidad, Dumbledore se revolvió un poco y se oyó un
ruido en la sala. El Harry-niño, que apoyaba sus manos contra el espejo, se volvió
rápidamente. Luego miró una última vez hacia el cristal y se marchó de la habitación.
Harry observó entonces a Dumbledore, que se levantó. Estuvo unos momentos
mirando hacia la puerta. Harry no supo descifrar su expresión. Parecía de tristeza,
pero no exactamente. Era más bien... ¿nostalgia? Luego, se movió hacia el espejo, y
Harry se dio cuenta, un momento antes de que sucediera, de que iba a ver el mayor
deseo de Dumbledore en esos momentos.
Y entonces sucedió: en el espejo se formó una imagen, y cuando Harry la vio, no
pudo reprimir un quejido de sorpresa y emoción.
En el espejo de Oesed, Dumbledore estaba a su lado, pero no era un niño, como
lo era el que había estado mirando el espejo hasta hacía unos minutos, sino un Harry
adulto. Se dio cuenta de que era más parecido a su padre de lo que era realmente,
pero era él, no había duda. A su lado había una chica a la que no conocía (aunque
tenía el pelo pelirrojo), que sostenía un bebé en brazos. Y el Harry del espejo,
sonriente y feliz, tenía una brazo alrededor de sus hombros. Detrás de ellos, las
versiones adultas de Ron y Hermione sonreían también.
Harry sintió un escalofrío, e inconscientemente se acercó al espejo. Estaba viendo
una imagen de su familia. Y comprendió que no había preocupaciones ni peligros: vio
que allí, en aquella imagen, él era feliz, feliz con su familia. El mayor deseo de
Dumbledore era verle crecer y formar una familia, libre de todo peligro y preocupación;
libre en un mundo sin lord Voldemort.
Emocionado, tratando de asimilar el impacto de aquella revelación, se volvió hacia
la imagen del director, que observaba el espejo casi sin pestañear. Y entonces habló:
—Cuido de él, James, tal y como te prometí. Le vigilo y le protejo.
Harry sintió que, por enésima vez en aquella tarde, las lágrimas asomaban a sus
ojos. Terminó de comprender entonces lo injusto que había sido con Dumbledore
durante todo aquel año. Durante los últimos años, realmente. Lo que veía en aquel
espejo no era un Harry soldado, campeón de la causa de Dumbledore contra
Voldemort; no era lo que alguien querría para su combatiente; No, lo que veía era lo
que alguien desearía para un hijo: una vida feliz al lado de una familia maravillosa.
—Lo siento, profesor —murmuró, mirando al Dumbledore que estaba ante él, aún
sabiendo perfectamente que éste era sólo un recuerdo y no podía oírle—. Lo siento
muchísimo... Yo..., yo no sabía...
El director suspiró, y se dirigió a la salida del aula, mientras Harry se quedaba allí,
mirándole. En cuanto salió, la imagen comenzó a disolverse y Harry se encontró
flotando en un mar blanquecino. Luego sintió una sacudida y, sin más, se encontró de
pie en el despacho, al lado del escritorio.
Miró hacia la ventana, por donde se veía ya el cielo estrellado, mientras por su
mente pasaban las imágenes que acababa de contemplar. Suspiró, ensimismado,
sintiéndose el más estúpido de los estúpidos.
—¿Te encuentras bien, Potter? —le preguntó Armando Dippet.
Harry no contestó. Se acercó un poco más a la ventana, sin ver realmente lo que
había al otro lado, pensando en todo lo que había comprendido aquella noche, en todo
lo que no había sido capaz de ver antes... Qué ciego había estado.
Entonces, algo le sacó de sus cavilaciones. Frunciendo el cejo, se acercó más a la
ventana mientras escuchaba atentamente, y comprendió qué era lo que le había
distraído.
Gritos.
Gritos que provenían del exterior del castillo. Corrió hacia la ventana y, al mismo
tiempo, una pequeña punzada de dolor que le puso los pelos de punta le atravesó la
cicatriz.
Atemorizado, miró al exterior. Bajo la luz de la luna llena, vio a gente correr y
destellos que indudablemente procedían de hechizos.
—No es posible... —se dijo Harry a sí mismo—. No pueden estar atacando el
castillo, es..., es imposible...
Sintió una nueva punzada de dolor, esta vez más intensa, y ya no tuvo más dudas:
lo quisiera o no, había llegado la hora de luchar.
Rápidamente, cogió la Antorcha de la Llama Verde y la encendió, sosteniéndola
con su mano izquierda. Con la derecha sacó su varita y la aferró con fuerza.
—Vamos allá —dijo. Se concentró y desapareció.
Apareció en medio de los terrenos que quedaban frente al castillo, y se encontró
frente a lo que era, sin duda alguna, un campo de batalla:
Más de doscientos alumnos estaban allí, la mayoría en grupos, corriendo de un
lado a otro, gritando como locos; entre ellos había varios mortífagos encapuchados,
que lanzaban maldiciones, y ya habían tumbado al menos a unos cincuenta chicos,
por lo que Harry podía ver, que yacían desperdigados por el suelo. Harry percibió,
para su alivio, que había varios miembros del ED allí, combatiendo contra los
atacantes. En una rápida ojeada, reconoció a Parvati, a Lavender, a Ernie Macmillan y
a Anthony Goldstein. No vio cerca ni a Ron ni a Hermione, ni tampoco a ningún
profesor; tampoco había rastro de los aurores que supuestamente protegían el colegio.
Él se encontraba bastante alejado de la zona principal de batalla, y nadie le había
visto aún. Enarboló su varita, dispuesto a luchar, cuando vio cerca de él a una persona
tirada en el prado. Estaba boca arriba y, a la luz de la Luna, Harry lo reconoció como
uno de los aurores que estaban en la entrada el día que habían salido a Hogsmeade.
Parecía estar muerto.
Entonces sintió un ruido producido por algo pesado de madera, y miró hacia el
castillo: las puertas de roble acababan de cerrarse.
Volviéndose con rabia hacia la zona de batalla, se dispuso a ir al encuentro de los
mortífagos y luchar, pero se encontró de frente a un hombre encapuchado que se
había acercado a él y le apuntaba con la varita. Aunque tenía la máscara puesta, sus
gestos indicaban que parecía asombrado por su presencia allí. Harry se dio cuenta de
que seguramente el mortífago le habría localizado debido a la luz de la Antorcha.
—Potter... —murmuró el encapuchado, y Harry lo reconoció al instante.
—Tú... —escupió, con furia.
El mortífago se quitó la capucha y la máscara sin dejar de apuntar a Harry,
revelando su rostro: era Rodolphus Lestrange.
—Nos volvemos a encontrar, Potter... ¿De dónde has salido? El Señor Tenebroso
creía que estabas escondido en el castillo, muerto de miedo... —Se calló unos
segundos, buscando una respuesta, y al final meneó la cabeza—. Pero ya da lo
mismo, ahora...
—¿En el castillo? —repitió Harry, asustado—. ¿Está aquí?
—Sí, Potter —confirmó el otro—, y creía que estarías bien oculto. ¿Cómo has
llegado hasta...?
—Yo no me escondo —replicó Harry con voz decidida, interrumpiéndole—. Y
menos cuando las personas que quiero están en peligro.
Iba a añadir algo más, cuando una extraña luz rojiza iluminó los terrenos. Harry se
volvió instintivamente y vio que el castillo entero relumbraba durante unos instantes,
para después quedarse igual que antes.
—Ya nadie podrá salir de ahí —comentó Rodolphus Lestrange con satisfacción—.
Aunque seguramente el Señor Tenebroso se llevará un disgusto cuando compruebe
que no estás dentro... Es muy probable que tus compañeros, amigos y profesores
seam quienes lo paguen... —Harry le miró con furia—. Pero da lo mismo. De ti me
encargaré yo. Ahora no estás en aquella casa.
Y sin más aviso, lanzó hacia Harry una maldición asesina. Pero éste, hábilmente,
desapareció y apareció al instante detrás de su enemigo.
—¡Qué! —exclamó Lestrange, y se volvió, totalmente asombrado—. ¿Cómo
diablos...? Estamos en Hogwarts, no...
—Hay muchas cosas que ni tú ni tu amo sabéis de mí —se limitó a decir Harry, y,
con un gesto de su mano, lanzó por los aires a su rival. Éste trató de incorporarse,
pero Harry, más rápido, ya le había apuntado y le había lanzado un hechizo aturdidor.
Le dio en la cabeza, y Rodolphus Lestrange cayó al suelo, inconsciente. Harry miró
hacia el resto de sus compañeros y a los mortífagos, los cuales estaban tan ocupados
que no se habían dado cuenta de lo que había sucedido. Para su horror, notó que
debían de ser al menos unos quince.
Se preparó para ayudar a los demás, pero, antes, la varita de Lestrange voló hacia
él y la partió en tres trozos.
Desapareció rápidamente, y se materializó al lado de Parvati y Lavender, que se
defendían como podían de dos mortífagos que las atacaban. Lavender sangraba por
un brazo, y Parvati tenía la túnica rasgada y cortes en la cara.
—¡Harry! —exclamaron las dos a la vez, al verle aparecer, distrayéndose.
Afortunadamente, también los mortífagos se quedaron de piedra, lo que Harry
aprovechó para apuntarles con su varita.
—¡Impedimenta! —gritó, y ambos cayeron, inmóviles, hacia atrás—. ¿Qué diablos
ha pasado? —preguntó, mientras con otro gesto de su varita unas cuerdas aparecían
y sujetaban firmemente a los dos mortífagos.
—Aparecieron después de cenar —comenzó a explicar Lavender, y se apartó para
esquivar un rayo proveniente de otro mortífago, que se dirigía a ellos—. Muchos
estábamos aquí fuera cuando llegaron. Todo fue muy rá... ¡Agh! —se quejó, cuando
una maldición la golpeó en una pierna, dejándosela congelada.
—¡ES POTTER! —chilló el mortífago que le había lanzado la maldición a Lavender
—. ¡ESTÁ AQUÍ FUERA!
Los demás mortífagos, al oírle, miraron instintivamente hacia donde se encontraba,
sorprendidos.
Pero los miembros del ED, bien entrenados y acostumbrados a las sorpresas,
aprovecharon aquellos valiosos segundos para lanzar una ataque contra sus
agresores, y varios mortífagos se derrumbaron, abatidos por hechizos aturdidores.
Mientras, Harry le lanzó una maldición al que había gritado y herido a Lavender, que
cayó de espaldas, petrificado.
—¿Estás bien? —le preguntó a Lavender.
—Sí... ¡Cuidado! —chilló.
Harry saltó de forma automática, esquivando por muy poco una maldición asesina
que otro mortífago le había lanzado. Parvati, reaccionando rápidamente, le lanzó al
agresor una maldición, pero éste, usando un escudo, la desvió, y el hechizo golpeó a
un alumno de primer o segundo año que se encogía en el suelo, muerto de miedo, y
éste se desplomó, sin conocimiento.
Harry, furioso, chasqueó los dedos y la túnica del mortífago comenzó a arder. Éste
intentó quitársela primero y apagársela después, pero el fuego se extendía con
demasiada velocidad...
Enarbolando su varita, Harry se lanzó contra los demás mortífagos, que se habían
reagrupado y comenzó a lanzar hechizos aturdidores y maldiciones sin tregua. Detrás
de él, Parvati y Lavender le imitaron.
Los mortífagos, sorprendidos por la fiereza de tan repentino ataque, intentaron
protegerse con escudos, olvidándose de atacar. Harry, aprovechando esa
circunstancia, miró hacia Anthony Goldstein, que estaba junto a Padma Patil y Colin
Creevey, y les gritó:
—¡Sacad a los alumnos de aquí! ¡Ponedles a salvo!
Volvió a concentrarse en los mortífagos, mientras oía cómo Anthony y Padma se
dirigían a los aterrorizados alumnos, situados entre la zona de batalla y el lago.
—¡Todos al bosque! —gritó Anthony, e inmediatamente los demás miembros del
ED repitieron la consigna.
Colin, mientras tanto, se unió a Harry, Parvati y Lavender en su ataque a los
mortífagos.
—¡Ellos no nos interesan, Potter! —gritó uno de ellos, y Harry reconoció la voz de
Marcus Flint—. ¡Sólo tú!
—¡Cogedme entonces! —los retó, esquivando una maldición que hizo que se le
erizara el vello de la nuca al pasar por su lado.
Aunque se defendía, Harry se dio cuenta de que estaban en inferioridad, y que si
seguían así serían derrotados. Así pues, buscando sorprender a sus enemigos,
desapareció y apareció tras ellos.
Los mortífagos se quedaron totalmente desconcertados, pero Harry no
desaprovechó el tiempo y, con un potente hechizo explosivo los lanzó a todos por los
aires.
«Espero que no hayan muerto», pensó.
—¡Atadles! —les ordenó a Parvati, Lavender y Colin. Los tres, tras un breve
instante de vacilación, se pusieron a la tarea.
Harry, respirando agitadamente, comprobó que no había más mortífagos en pie, y
luego miró hacia los alumnos, que avanzaban, dirigidos y escoltados por los prefectos
y demás miembros del ED, hacia el bosque. Luego se volvió hacia el castillo.
A través de las ventanas se veían luces que se encendían y se apagaban sin
parar, y Harry no tuvo ninguna duda de que Voldemort y los mortífagos que habían
entrado le estaban buscando. Tenía que ir allí rápido. En cuanto el mago descubriese
que no se encontraba dentro del castillo...
Se acercó a Parvati, Lavender y Colin.
—¿Estáis bien los tres?
Ellos asintieron. Ya habían terminado de atar a los mortífagos, y algunos parecían
heridos de gravedad.
—Fue horrible, Harry... —musitó Parvati, sollozando—. No pudimos hacer nada.
Estaba... él, y tras comprobar que no estabas aquí fuera entró en el castillo con
algunos mortífagos, y luego se cerraron las puertas. Fue todo muy rápido. Y luego los
que estaban fuera comenzaron a atacarnos...
—¿Dónde están Ron y Hermione? —preguntó Harry.
Lavender negó con la cabeza.
—No les vimos en la cena, supongo que estarían en la sala común, iban a venir los
padres de Ron, por lo de Ginny...
—¿Y Seamus y Dean?
—Corrieron al castillo al ver a los mortífagos, llevándose a muchos de primero...
Creían que dentro estarían a salvo... —Lavender gimió—. Si les ha pasado algo...
—También Dennis estaba dentro, cenando todavía —comentó Colin, lleno de
preocupación, y se dejó caer sobre el césped—. Ojalá esté bien...
—Les protegeré, os lo prometo —aseguró Harry—. Pero ahora escuchadme bien:
tenéis que curaros esas heridas y llevar a los alumnos heridos al bosque, con los
demás. ¿No hay aquí ningún profesor?
La profesora Sprout estaba en los invernaderos —indicó Parvati, y meneó la
cabeza, horrorizada—. Salió y vino a ayudar, pero... —Señaló un cuerpo que había a
unos cuarenta metros de ellos, y Harry se sintió temblar—. La mataron...
Harry apretó los puños con fuerza.
—Haced lo que os dije —les ordenó—. Yo voy a terminar con esto de una vez.
Sujetó firmemente la Antorcha, dispuesto a aparecerse en el interior del castillo,
pero, cuando iba a hacerlo, un nuevo grito de terror se elevó de los lindes del bosque.
Mirando hacia allí, Harry vio cómo los alumnos, en lugar de internarse entre los
árboles, retrocedían de nuevo, corriendo en desbandada. No entendió el porqué hasta
que vio destellos de hechizos y se dio cuenta de que varias figuras habían salido del
interior del bosque.
—¡Mierda! —gritó Harry—. ¡Vamos!
Los cuatro se lanzaron hacia allí a la carrera, esquivando a los alumnos que iban
en dirección contraria. Vio que los demás miembros del ED luchaban, y esperaba no
tener demasiados problemas: sólo eran cuatro los mortífagos que habían aparecido
allí.
Una de las figuras que habían salido del bosque pegó un enorme saltó en el aire y
golpeó a Justin Finch-Fletchley, haciéndole caer al suelo. Harry se dio cuenta de que
aquél no podía ser un mortífago.
—¡Por las barbas de Merlín, mirad! —chilló entonces Colin, señalando hacia el
campo de quidditch.
Harry giró la cabeza en aquella dirección y descubrió, horrorizado, a un grupo de
mortífagos que avanzaban por el camino que subía desde las verjas al castillo.
«Oh, Dios mío, esto es una pesadilla...», pensó.
—¡A por ellos! —gritó, con todas sus fuerzas.
Los mortífagos comenzaron a lanzar maldiciones, al igual que los miembros del
ED. Harry se preparó para atacar, pero entonces el ser que había atacado a Justin se
presentó ante él con un ágil salto y le enfrentó. Harry le miró un instante,
desconcertado, y el otro dejó escapar un silbido, mostrando unos colmillos afilados.
Un vampiro.
«Lo que faltaba...», pensó Harry.
Apuntó con su varita y lanzó un hechizo, pero el vampiro, con extraordinaria
agilidad, se movió hacia un lado y luego saltó sobre él.
—¡Garlice! —murmuró cerca de él la voz de Padma Patil, y el vampiro se vio
envuelto en una especie de nube gris. Cayó de rodillas, tosiendo, y Harry vio que tenía
los ojos rojos. Padma había usado un eficaz hechizo contra los vampiros, que los
envolvía en esencia de ajo.
El vampiro intentó levantarse, pero Harry ya le había apuntado con la varita. Una
luz emergió de ella, bañándole, y acto seguido murmuró:
—Solis lumen.
La luz cambió, y, durante un instante, pareció como si el sol hubiera salido sobre el
vampiro. Un momento después, estalló en llamas.
—¡Gracias! —le dijo Harry a Padma, antes de lanzarse contra otro mortífago.
En ese mismo instante, un rayo golpeó a Parvati, tirándola al suelo, donde se
quedó, inmóvil y sin conocimiento.
El mortífago que la había atacado exhaló un grito de triunfo, pero Harry se
apareció a su lado, y dándole un toque con la varita, lo lanzó a toda velocidad por los
aires, se estrelló contra un árbol y se quedó tendido en el suelo, sin conocimiento.
Desde su posición, vio cómo Anthony intentaba apartar a un grupo de alumnos que
se había quedado, juntos y sin moverse, en la zona de batalla. Lanzó un hechizo
contra uno de los atacantes, pero éste lo esquivó con un escudo. Harry se encaró con
él y lo envió por los aires varios metros. Luego desapareció y reapareció entre donde
estaban Anthony y los alumnos y el lugar en donde había caído el mortífago.
—¡Llévatelos! —le ordenó al delegado.
Ell mortífago, furioso, alzó su varita y lanzó una maldición asesina. Harry la
esquivó, tirándose a un lado, pero vio, horrorizado, cómo el rayo verde iba directo a
uno de los alumnos a los que Anthony protegía, que aterrorizado, permaneció inmóvil,
con los ojos desproporcionadamente abiertos por el terror.
El rayo iba a golpearlo pero Anthony, veloz, se arrojó sobre el alumno sin pensar y
lo apartó de la trayectoria de la maldición.
Sin embargo, no fue lo suficientemente rápido: la maldición le alcanzó en la
espalda y, musitando un débil gemido, cayó sobre el chico al que acababa de salvar la
vida, perdiendo la suya a cambio. Había actuado como Premio Anual, había cumplido
con su deber.
—¡ANTHONY! —gritó entonces Padma, dejando el combate que mantenía al lado
de Ernie Macmillan, y se abalanzó sobre el cuerpo de su compañero y amigo—.
¡ANTHONY! ¡Anthony, vuelve, no...! ¡NO PUEDES ESTAR MUERTO!
Harry miró un instante hacia Padma y luego al mortífago, que se levantaba,
satisfecho de su acción. Se quitó la máscara y Harry vio que era el señor Goyle.
Harry, rabioso, le lanzó un potente hechizo aturdidor, pero los demás miembros del
ED se habían quedado bloqueados, mirando aterrorizados a Padma y a Anthony, y los
mortífagos volvían a la carga.
Defendiéndose como podía de las maldiciones y hechizos que le llovían por todas
partes, Harry gritó:
—¡Padma, no es el momento! ¡Recuerda que todavía eres una prefecta de
Hogwarts! ¡Aparta a los alumnos! —Esquivó una maldición y vio que Padma había
levantado la cabeza hacia él. Sus ojos rebosaban lágrimas—. ¡Somos miembros del
ED, y lucharemos HASTA EL FINAL! —exclamó, con todas, sus fuerzas, y comenzó a
lanzar hechizos y maldiciones con todas sus fuerzas. Los demás, exhortados, le
imitaron. Padma, poniéndose en pie, aún llorando, se llevó a los alumnos de allí,
caminando de espaldas y defendiéndose de los hechizos que de vez en cuando le
llegaban.
—¡Voy a por ti, Potter! —gritó entonces otro de los mortífagos, quitándose la
máscara. Era Mulciber. Enarboló su varita y Harry alzó la suya, preparado para el
combate.
En ese instante, una punzada de dolor atravesó su frente, haciéndole perder la
concentración durante un momento. El mortífago, lanzando un aullido de triunfo,
apuntó su varita hacia él.
Harry levantó la vista para mirarle, mientras su enemigo comenzaba a pronunciar
su hechizo, pero de pronto se oyó un silbido y una flecha le atravesó la garganta,
matándole casi en el acto.
Harry se quedó petrificado. Miró hacia el bosque, y vio, para su sorpresa, a
Firenze, de pie entre los árboles, alzando su ballesta. Detrás de él surgían
rápidamente más y más centauros, todos armados.
—¡A por ellos! —gritó Magorian, saliendo del bosque y galopando hacia los
mortífagos, seguido por los demás centauros.
Los mortífagos, sorprendidos y superados en número, retrocedieron,
defendiéndose con escudos y atacando a sus enemigos cuando podían.
—¿Cómo estás, Potter? —preguntó Firenze, al tiempo que disparaba su ballesta
una y otra vez.
—¡Ahora mucho mejor! —respondió Harry, sintiendo la esperanza crecer en él
mientras veía cómo los centauros y los miembros del ED cargaban contra los
mortífagos. Magos y centauros luchando juntos... Pensó en que aquello le encantaría
a Hermione, y que tendría que contárselo. Acordarse de su amiga le llevó a mirar
hacia el castillo y, se preguntó si ella y Ron estarían bien.
Sacudiendo la cabeza, se forzó a sí mismo a no pensar en ello. Tenía una batalla
entre manos. Sujetó con fuerza su varita y siguió a sus compañeros.
Los centauros eran numerosos y muy buenos con la ballesta, pero,
desgraciadamente, no dominaban la magia, y los mortífagos lograron crear una
barrera en torno a ellos que no permitía pasar las flechas. No obstante, los miembros
del ED sí podían atacar, y pronto un gran número de mortífagos yacieron en el suelo,
derrotados.
Entonces, varios, desesperados, se separaron del grupo principal y,
defendiéndose, se lanzaron sobre los alumnos, que permanecían junto al lago, sin
poder escapar, y cogieron a cinco chicos como rehenes.
—¡Deteneos todos! —gritó uno de los mortífagos, apoyando la punta de su varita
en el cuello de una chica de Ravenclaw de cuarto año, que respiraba
entrecortadamente, muy asustada.
El cruce de hechizos y flechas se detuvo al momento. Los miembros del ED
mantuvieron sus varitas en alto, y los centauros seguían apuntando con sus ballestas,
pero permanecieron quietos.
—Sois unos cobardes —bramó Magorian, encolerizado—. ¡Usar a jóvenes como
rehenes! ¡Ése es un crimen espantoso!
—Cállate, mula —repuso el mortífago, y varios centauros piafaron, furiosos—.
Ahora vamos a dirigirnos al bosque, y más vale que nadie mueva un dedo para
impedírnoslo.
Los mortífagos que podían ponerse en pie se levantaron y se unieron a sus
compañeros, varitas en alto, y luego, lentamente, se dirigieron, protegidos tras los
aterrorizados estudiantes, hacia el bosque.
Harry se mordía los labios de la rabia. En su mano izquierda, la Antorcha de la
Llama Verde brilló con más fuerza aún, pero no se le ocurría nada que pudieran hacer
y que no pusiera a los alumnos en peligro.
Desvió un segundo la mirada hacia el castillo, y se preguntó qué estaría pasando
dentro. Ya hacía más de veinte minutos que Voldemort se había encerrado allí. De
alguna forma, quizás debido al vínculo que los unía, sabía que Ron y Hermione
estaban bien, pero, ¿por cuánto tiempo?
Volvió a mirar hacia los mortífagos, que estaba llegando a los lindes del bosque.
Estaban a punto de entrar en él, pero, en lugar de hacerlo, se detuvieron, y uno de los
ellos, descubriendo su rostro, miró hacia Harry.
A la luz de la luna, reconoció la cara de Augustus Rookwood.
—Potter, tú acércate... y sin trucos. Apaga ahora mismo esa Antorcha y déjala en
el suelo.
Harry vaciló un momento, pero no tenía opción. Dejó caer la Antorcha en el suelo y
avanzó hacia los mortífagos. Había avanzado sólo dos pasos cuando sintió algo
procedente del interior del bosque. Se paró y miró hacia los árboles.
—¿Qué haces? ¡Vamos, ven aquí! —le gritó Rookwood—. ¿O quieres que los
matemos? —añadió, señalando a los estudiantes.
Harry emprendió de nuevo la marcha, oyendo a sus espaldas los quejidos de sus
compañeros, asustados ante lo que pudiera pasar.
Súbitamente, un rugido se elevó entre los árboles, y un segundo después la tierra
pareció temblar ante el golpeteo furioso de algo que parecían... pisadas.
Instintivamente, los mortífagos se volvieron y miraron hacia el bosque, asustados,
tratando de horadar la oscuridad y de descubrir qué era aquello.
Pero Harry creyó comprender, y sus rápidos reflejos le permitieron aprovechar
aquella providencial oportunidad. Con un gesto rápido de su mano y su varita, los
cinco rehenes se elevaron en el aire y fueron puestos lejos del alcance de los
mortífagos.
—¿Qué...? —exclamó Rookwood, volviéndose, estupefacto. Elevó su varita, pero,
en ese momento, un tronco salió de entre los árboles y barrió a varios de los
mortífagos, incluido él mismo.
Un instante después, Harry vio cómo Grawp, seguido de los demás gigantes que
Hagrid había traído y que se ocultaban en el bosque, salían de entre los árboles y
cargaban contra los sicarios de Voldemort, que, totalmente desconcertados y
aterrorizados, huyeron en desbandada por los terrenos, algunos defendiéndose como
podían de los gigantes, que lanzaban piedras y troncos como si estuvieran jugando a
los bolos.
—¡Espero llegar a tiempo! —gritó Hagrid, saliendo de entre los árboles, con su
varita en alto.
—¡Hagrid! —chilló Harry, lleno de alegría al descubrir que su amigo no estaba en
el castillo y que además había traído ayuda—. ¡Nunca me he alegrado tanto de verte!
A su alrededor, los centauros y demás miembros del ED habían pasado ya a la
acción, dándoles caza a los mortífagos y luchando con ellos.
Él mismo comenzó a batirse con algunos de ellos, que se levantaban, lanzando
rayos aturdidores por doquier; Hagrid, por su parte, se acercó a Rookwood, que
trataba de incorporarse, y lo tumbó de nuevo con un fortísimo manotazo en la cabeza.
Pero la batalla aún no estaba ganada: los mortífagos, acorralados, empezaron a
emplear la maldición asesina sin consideración alguna, y pronto varios centauros
cayeron abatidos por ellas, y también uno de los gigantes.
Furiosos, el resto de los centauros y los gigantes cargaron contra sus enemigos sin
piedad, y Harry estuvo seguro de que pocos de los que habían sido alcanzados por
ellos, en vez de por los miembros del ED, iban a sobrevivir.
Harry dejó que los centauros y los gigantes se ocuparan de los pocos mortífagos
que aún quedaban en pie, y se dedicó a asegurarse de que los que yacían tumbados
permanecían así, atándolos y rompiéndoles las varitas.
Hagrid comenzó a hacer lo mismo, pero, de pronto, uno de los mortífagos, que se
hacía el herido, se revolvió en el suelo y lanzó un rayo que atravesó al semigigante por
el estómago.
—¡HAGRID! —gritó Harry. Casi inconscientemente apuntó al mortífago y, con un
simple giro de su varita, éste fue lanzado por los aires y se golpeó contra una roca,
quedando inconsciente.
—¡Hagrid!, ¿estás bien? —le preguntó Harry, acercándose a su amigo, que estaba
de rodillas y se apretaba el vientre con una mano.
—Sobreviviré —murmuró Hagrid, tumbándose de espaldas, y aguantando a duras
penas el dolor.
—Tranquilo, te curaremos... Te pondrás bien. —Echó una mirada a su alrededor y
vio que todos los mortífagos yacían en el suelo. La escena era dantesca. Junto al lago,
los estudiantes permanecían apiñados, sin moverse y sin hablar. Los mayores tenían
sus varitas en la mano y rodeaban a los más pequeños—. Menos mal que llegaste,
Hagrid...
—Había ido a ver... a Grawp —murmuró el guardabosques mientras Harry le
aplicaba un encantamiento curativo—. Sentimos los chillidos y me imaginé lo que
sucedía, así que los convencí de que vinieran a ayudar... —dijo, señalando a los
gigantes, que miraban a su alrededor. Algunos se habían sentado en el suelo.
La herida de Hagrid se había cerrado un poco, pero no demasiado. Firenze se
acercó a él.
—¿Cómo está? —preguntó.
—Creo que ya no corre peligro, pero yo más no... —Se interrumpió y se llevó las
manos a la cicatriz, apretándosela. El dolor lo había atravesado como una lanza de
fuego.
Ira. Voldemort estaba furioso, terriblemente furioso, porque no le había encontrado;
furioso porque no estaba en el castillo. Todos los que estaban en el interior corrían
peligro.
—¡Harry!, ¿estás bien? —le preguntó Lavender, sujetándole—. ¿Qué ha pasado?
—Tengo... que ir al castillo... —musitó—. Si no voy, él...
—Ve —le susurró Parvati—. Nosotras nos ocuparemos de Hagrid y de los demás
alumnos... A no ser que quieras que vayamos contigo.
—No... —negó Harry, incorporándose—. Nadie puede salir ni entrar del castillo,
Voldemort lo ha sellado. Tengo que aparecerme... —Miró a Parvati—. ¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes.
Harry se levantó y la Antorcha voló hasta su mano, encendiéndose con fuerza.
—Ten... cuidado, Harry —le pidió Hagrid.
—Lo tendré, Hagrid. Ponte bien, ¿de acuerdo?, para que podamos un día de estos
tomar el té.
Hagrid levantó una mano y Harry se la estrechó con fuerza.
—Sí, nos tomaremos un té y prepararé una tarta... —Sonrió—. Eres un gran mago,
Harry. Tus padres estarían orgullosos de ti.
—Lo sé —dijo Harry—. También tu padre estaría orgulloso de ti.
Harry soltó al semigigante y se acercó a Padma, que había conjurado una manta y
estaba cubriendo a Anthony con ella, llorando silenciosamente. Le puso una mano en
el hombro.
—Fue un héroe —dijo—. Dio su vida por salvar otra. —Se arrodilló frente a ella y la
miró—. Créeme, está en un lugar mejor, lo sé... —Y, aunque nunca había tenido un
gran contacto con la chica, la abrazó confortablemente y se irguió, levantándola con él.
La llevó junto a Parvati y Lavender, y su hermana la abrazó—. Cuidad de los alumnos
—les dijo a ellas y a Ernie Macmillan, Hannah Abbott, Susan Bones, Justin Finch-
Fletchley y Colin Creevey—. Despertadlos, curadles y luego sacadles a todos de aquí.
Que vayan a Hogsmeade. Hoy lo habéis hecho muy bien —los felicitó—. Estoy
increíblemente orgulloso de vosotros. De todos... y os deseo suerte.
Se volvió y se encaminó al castillo, pero, antes de que pudiera dar tres pasos,
Parvati y Lavender le rodearon.
—Harry, cuida de Seamus, ¿de acuerdo? —le pidió Lavender, con los ojos
llorosos.
—Y de Dean, Ron, Hermione y Neville —añadió Parvati.
—Y cuídate tú, Harry... Que tengas mucha suerte...
Ambas le abrazaron con fuerza, y Harry se dejó llevar unos segundos por aquella
reconfortante sensación. Pero la incesante pulsación en su cicatriz le recordó de
nuevo que el tiempo corría, y se separó de ellas.
—Cuidad de los alumnos, y cuidaos vosotras. Curaos esas heridas.
Miró hacia el cielo, contempló la luna llena y no pudo evitar acordarse de Lupin y
de los demás.
«Ahora os voy a necesitar más que nunca...»
—Buena suerte, Harry Potter —dijo entonces la masculina voz de Magorian, y los
demás centauros asintieron.
Harry, sonriendo, miró al cielo de nuevo y su vista se detuvo sobre un punto rojizo.
Marte está muy brillante esta noche, inusualmente brillante...
...el momento se acerca...
Harry suspiró. El momento había llegado.
Apretó con fuerza la Antorcha, y desapareció, rumbo a su destino.
42

El Señor Tenebroso y su Igual

Harry se apareció en la enfermería, y descubrió que estaba totalmente vacía. O bueno,


casi vacía: Ginny seguía acostada en su cama, ajena a todo lo que sucedía, pero era
la única persona que había allí. Harry se acercó un momento a la puerta, pero no se
oía el más mínimo ruido en todo el castillo.
Cerró los ojos y se concentró un momento, intentando percibir a Voldemort, lo que
hacía, y supo que se encontraba en el Gran Comedor... frente a Dumbledore. Se
preguntó si el mago podría sentirle a él en esos momentos, y deseó con todas sus
fuerzas que aquel bloqueo todavía durase.
«Por favor, profesor, resista un poco... Sólo necesito un par de minutos.»
Se acercó a la cama de Ginny y la miró, angustiado: estaba tan pálida como si
estuviera hecha de mármol. Le acarició la mejilla derecha con suavidad, y se
estremeció al sentir lo fría que estaba. Ni siquiera con la Antorcha de la Llama Verde
encendida la percibía; lo único que notaba en su interior era aquella sombra oscura y
maligna que lenta e inexorablemente le succionaba la vida y el alma.
—Te salvaré, Ginny —le prometió—. Lo haré aunque me cueste la vida. Mereces
vivir y ser feliz... y lo serás, conmigo o sin mí.
La miró unos instantes y luego, lentamente, depositó un beso sobre sus labios
fríos. Ella no mostró la más mínima señal de vida ante el contacto.
—Te quiero, Ginny. Ojalá lo hubiera comprendido todo antes... Te quiero. —Le
acarició la cara una vez más, y luego, tras mirarla con intensidad durante un par de
segundos, desapareció de nuevo, esta vez rumbo a su habitación.
Se materializó justo al lado de su cama, y, sin perder tiempo, abrió el baúl, sacó un
par de pergaminos, un tintero y el sobre que Lupin le había dado en Hogsmeade.
Dio un toque con su varita en el tintero y luego en uno de los pergaminos, donde
inmediatamente aparecieron escritas varias líneas. Con otro toque más, el pergamino
desapareció en el aire. Acto seguido, usando también su varita, escribió en el otro
pergamino, esta vez un texto mucho más extenso. Lo leyó rápidamente y se quedó
satisfecho. Después, en vez de hacerlo desaparecer, lo metió en un sobre grande,
junto con el otro paquete. Anotó una indicación en el exterior y lo dejó sobre la cama
de Ron.
Repasó una última vez lo que lo que debía hacer por si le quedaba algo, y, a
comprobar que todo estaba listo, suspiró una vez más para coger fuerzas y se
apareció frente a las puertas del Gran Comedor, que estaban cerradas.
La palpitación de su cicatriz aumentó. Voldemort estaba dentro, lleno de ira, podía
percibirlo con total claridad.
Se acercó a las puertas, y entonces oyó claramente a su más terrible enemigo, y el
tono de su voz, iracundo, le produjo un escalofrío.
—Todas las esperanzas que has mantenido durante estos años en ese chico han
sido vanas, Dumbledore —decía—. Tu patético héroe ha escapado, se ha escondido...
¿O acaso lo has ocultado tú, en un nuevo y ridículo intento por salvarle? Sabes que
tarde o temprano le encontraré, pero, para entonces, esa amiguita suya estará muerta,
y también estos dos...
Harry apretó los dientes al oír cómo Voldemort se refería a Ron y a Hermione.
—Como ya te he dicho, Tom —repuso Dumbledore (y Harry percibió con claridad
que en esta ocasión no había tranquilidad en su voz)—. No sé dónde está Harry. Si tú
no puedes encontrarle, menos podremos hacer nosotros. Sea como sea, estoy seguro
de que existe una buena razón para que no esté aquí.
—Nunca le encontrarás —intervino Ron entonces, con la voz temblorosa—. No
importa lo que nos hagas, él acabará contigo. Y aunque supiéramos dónde está, no te
lo diríamos.
—¿No, eh? Tú no tienes ni idea, estúpido. Espera unos momentos y verás. Tendré
el placer de saborear los lloriqueos de Potter cuando le muestre tu cabeza.
Harry decidió que ya era suficiente. Aquél era su destino, y era hora de enfrentarlo.
Caminó con decisión hacia las puertas, y éstas se abrieron ante él con fuerza,
golpeando contra los lados, revelándole un destrozado Gran Comedor: las mesas con
los restos de la cena estaban volcadas y hechas añicos; a un lado, pegados a la
pared, un gran grupo de alumnos se encogía, llenos de temor, y otros grupos más se
situaban en otros puntos alrededor de la sala; los profesores, entre tanto, permanecían
frente a ellos, con el rostro crispado y las varitas en alto, preparados para intervenir.
Voldemort, alto y amenazante, estaba en el centro del comedor, y un poco por detrás
de él se situaban cinco mortífagos: Bellatrix Lestrange, Henry Dullymer, Crabbe, otro al
que no conocía y, finalmente y para sorpresa de Harry, Lucius Malfoy, que parecía
recuperado de su locura. Frente a Voldemort y a unos metros de él estaba
Dumbledore, y un poco por detrás de éste y algo apartados, Ron, Hermione y Neville.
Dean y Seamus estaban junto a otro grupo de alumnos, y Sarah los acompañaba.
La entrada de Harry atrajo las miradas de todos y se produjo un pesado silencio.
Avanzó unos pasos hacia el interior y se quedó frente a las puertas. Echó una rápida
ojeada a los lados y su mirada se cruzó con la de Draco Malfoy, que estaba con su
grupo de Slytherin cerca de una pared, con el semblante serio. Luego miró a Ron y a
Hermione, y ambos le devolvieron la mirada, en parte con alivio y en parte con
preocupación.
—Creo que no será necesario que me muestres la cabeza de nadie —sentenció,
observando a Voldemort con determinación.
En la mirada del tenebroso mago brilló una llamarada de júbilo y maldad.
—Potter... Pensé que habías decidido perderte nuestra pequeña fiesta. Mi fiesta de
regreso a Hogwarts, podríamos decir.
—Yo no me escondo —declaró Harry, avanzando hasta ponerse a la altura de Ron
y Hermione—. No cuando mis amigos están en peligro. —Los miró a los dos—.
Lamento la tardanza, pero fuera había otro problema que tratar.
—No deberías haber venido —le susurró Hermione—. Tú...
Harry la hizo callar poniéndole un dedo sobre los labios con suavidad.
—Esto tenía que suceder tarde o temprano.
Ron y Hermione le miraron, extrañados por su aparente calma y su rara actitud,
pero luego le pareció ver un indicio de comprensión en sus miradas.
—Ya basta de charlas —tronó Voldemort, y un estremecimiento pareció recorrer el
Gran Comedor—. No sé cómo te has ocultado de mí ni dónde, muchacho, pero esto
es el final. Ya no hay escapatoria. —Las puertas del Gran Comedor se cerraron con
estrépito—. Aquí ya ves cómo está todo, y fuera mis mortífagos tienen retenidos a
todos tus... —Se interrumpió al ver sonreír a Harry—. ¿De qué te ríes? ¿Acaso te hace
gracia, Potter?
—Este hechizo tuyo para aislar el castillo no permite oír lo que pasa fuera,
¿verdad? —dedujo, mirando a las paredes—. Pues entonces tendré que informarte de
que no tienes nada. Todos tus mortífagos han sido vencidos y apresados;
probablemente muchos de ellos estén muertos, vencidos por mí, mis amigos y un
ejército de centauros y gigantes.
—¿Cómo dices? —siseó Voldemort.
Dumbledore, asombrado, miró hacia Harry con expresión interrogativa. Harry le
asintió.
—¡Mientes! —gritó Bellatrix Lestrange, avanzando un paso. Neville le apuntó con
su varita automáticamente.
—Yo no miento —sentenció Harry—. ¿Por qué crees que he tardado tanto? De
vuestro ejército no quedan más que deshechos. Y vosotros vais a tener el mismo final
que ellos.
—¿Los alumnos están a salvo? —preguntó la profesora McGonagall, aliviada.
—Sí. Todos menos Anthony Goldstein, que dio su vida por proteger a otro alumno.
Hagrid está con ellos, y a estas alturas estarán ya camino de Hogsmeade.
—¿Has dicho que has acabado con mi ejército? ¿Tú, un grupo de patéticos
alumnos y unos centauros?
—¡Miente! —repitió Bellatrix—. Eso... no puede ser. Eran muchos, y con ellos
estaba Vorshyyk, el vampiro. ¡No pueden haber sido derrotados, amo!
Voldemort miró a Harry, fijando sus rojizas pupilas en él, y Harry le sostuvo la
mirada, desafiante. Su cicatriz palpitó con más intensidad, pero sin llegar al punto de
representar una molestia seria. Un instante después, el mago apartó la vista.
—¿Qué diablos te ha pasado? —preguntó—. Estás... distinto. No puedo sentirte, ni
comprobar si mientes...
Harry sonrió una vez más, y avanzó otro paso, poniéndose a la altura de
Dumbledore. No contestó a la pregunta, y, en lugar de eso, miró al director.
—Profesor, lo siento.
Dumbledore le observó, sin comprender. Voldemort los contempló a ambos,
incrédulo.
—Siento haberle tratado así este año. Siento no haber confiado más en usted...
Ahora sé todo lo que hizo por mí, la forma en que me protegió... La promesa que le
hizo a mi padre.
—¿Cómo sabes eso? —inquirió Dumbledore.
—¡BASTA! —bramó Voldemort, y sus ojos despidieron llamas. Alzó la varita—.
Dejad de hablar como si estuvierais en una maldita reunión familiar. Aquí tenemos un
asunto pendiente, y quiero terminarlo cuanto antes.
—Potter siempre ha sido un sentimental —murmuró Lucius Malfoy, adelantándose
un paso.
Harry le miró, y dijo, en un tono indiferente.
—Lucius... Te veo mejor que la última vez.
Del rostro de Malfoy desapareció la expresión mordaz, sustituida por otra de
humillación y rabia, pero luego se rió.
—Pensaré en ti mientras me ocupo de tus dos amigos, Potter.
Harry miró hacia atrás, a Ron y a Hermione, y luego se volvió hacia Malfoy.
—No podrás con ellos. Jamás, si te enfrentas con los dos a la vez.
—¿Ah, no, Potter? ¿Y en qué te basas para estar tan seguro de eso?
—En que ellos poseen algo que tú no.
—Ya basta —repitió Voldemort, y apuntó a Harry. Lucius retrocedió—.
Terminemos de una vez, Potter. Esto ya ha durado demasiado tiempo.
Dumbledore se movió grácilmente, alzando su varita, y se puso delante de Harry.
—Tú y yo, Tom, tenemos una cuenta aún más antigua de la que tienes con Harry.
Voldemort miró a Dumbledore fieramente. Sus ojos mostraban un odio profundo e
inhumano.
—La cuenta que tengo contigo, Dumbledore, es la más antigua de todas las que
tengo pendientes, pero, aunque te parezca mentira, no es ya la más importante.
Apártate y quizá puedas vivir un poco más.
—Me temo que, como director de este colegio, no puedo hacer eso. Además, Tom,
ya he vivido muchos años.
—Siempre te he considerado un hombre sabio e inteligente, Dumbledore —declaró
Voldemort, con voz ansiosa—, y precisamente ése era una de los motivos que más me
hacían temerte... Pero ahora mismo no estás demostrando ser ninguna de las dos.
¿Acaso no has comprendido nada? Dime, Dumbledore: ¿por qué sacrificarte por
alguien que morirá de todas formas? Deberías preocuparte más por ti mismo, porque
después de que acabe con él, te llegará el turno a ti.
—En ese caso, prefiero que me llegue antes —repuso Dumbledore calmadamente.
—Si lo que quieres es morir, Dumbledore, no tendré ningún problema de acabar
contigo ahora mismo. Es algo que he deseado desde la última vez que estuve en este
castillo... —Miró a su alrededor, y luego volvió a fijar su vista en Dumbledore—. El día
que abandoné el colegio me juré que un día lo cambiaría, Dumbledore, para
convertirlo en aquello que siempre debería haber sido. —Apuntó a Dumbledore con su
varita—. Tú eres el principal obstáculo para eso, pero ahora pondré remedio a ese
problema. Acabaré contigo aquí y ahora.
—¡Él no estará solo! —gritó entonces la profesora McGonagall—. ¡Muchos
morirían por él! ¡Yo misma, si fuera necesario!
Voldemort miró hacia la profesora, y Harry también lo hizo. Los ojos de la jefa de la
casa Gryffindor mostraron temor y una leve vacilación, pero su expresión se mantuvo
firme.
—Me da igual cuántos sean —repuso Voldemort—. Puede usted luchar a su lado,
profesora McGonagall, y, si quieren, también los demás profesores. —Fulminó a
Snape con la mirada—. Pero de nada valdrá. Nada pueden contra mí, porque soy
superior a todos, mucho más que un hombre. ¡Mucho más que un mago!
Harry decidió que ya era hora de intervenir.
—No —dijo, dando un paso al frente y poniéndose a la altura de Dumbledore—.
No eres más que un hombre... De hecho, eres mucho menos que cualquier hombre.
En realidad... no eres nada, sólo un vacío, y acabarás consumido en él.
—Harry, apártate, yo me... —comenzó a decir Dumbledore.
—No —negó Harry con decisión, y su voz resonó con fuerza en el Gran Comedor
—. Ya no. Durante años, usted y los demás me han protegido; muchos han dado su
vida por la mía, pero ya no. Ahora, esto es cosa mía, es mi hora y mi momento. —Miró
a Voldemort, que le observaba con ligera incredulidad—. Ésta es nuestra lucha, es
entre tú y yo. Lucharemos solos, aquí, esta noche, y uno de los dos no volverá a ver la
luz del sol.
Voldemort sonrió, pero sus ojos no participaban de aquella sonrisa, y despedían
odio.
—Sí, y ése serás tú, puedo asegurártelo... Has tomado la decisión de un hombre,
Potter, pero veamos si también sabes luchar como tal.
—Lo veremos. —Se volvió hacia Ron y Hermione—. Apartaos, y vigilad a los
mortífagos —les ordenó.
—¡No! —gritó Hermione, avanzando un paso—. ¡No vamos a dejarte solo, Harry!
—¡Sí vais a hacerlo! —exclamó Harry—. Hacedme caso, ¿de acuerdo? Confiad en
mí... ¿Confiáis en mí?
Ron y Hermione le estudiaron durante un segundo y luego asintieron.
—Usted apártese también, profesor —añadió, dirigiéndose a Dumbledore.
—Harry...
—Es mi hora —sentenció, cortante.
Dumbledore, vacilante, se apartó.
Harry encaró a Voldemort, pero éste permaneció quieto, estudiándole
detenidamente.
—¿Qué es lo que te ha pasado, Potter? —inquirió.
—He visto aquello que más temes —respondió Harry, resistiendo el ligero dolor
que sentía al mirar sus pupilas—. He comprendido muchas cosas hoy.
—¿Ah, sí? ¿Y qué cosas? ¿Tal vez que me odias? ¿Que deseas matarme y
vengarte por lo de esa chica? —inquirió, mordaz y burlón.
—No —contestó Harry—. En realidad... ya no te odio. No estoy aquí para acabar
contigo. Usted tenía razón, profesor Dumbledore —añadió, sin dejar de mirar a
Voldemort—. No tiene sentido luchar por odio o venganza.
Era cierto. No iba a luchar por vengar a sus padres, ni a Sirius, ni a Lupin... No,
esa noche, luchaba sólo para salvar vidas: la de Ginny; las de Ron y Hermione, y las
de todos aquellos que estaban encerrados en el Gran Comedor, muertos de miedo;
incluso, si podía, la suya propia.
Harry les echó una mirada a los demás estudiantes, pegados a las paredes, que
intentaban por todos los medios estar lo más lejos posible de lord Voldemort, y se dio
cuenta que el plan que había trazado no podría salvarlos a todos.
—Qué bonitas palabras —se burló Voldemort, aunque su tono indicaba que
empezaba a estar harto de la conversación—. Pero yo sé la verdad, Potter... Vi tu odio
la última vez que te enfrentaste a mí... Fue tu odio el que me provocó esto. —Y se
abrió la túnica para mostrar su cicatriz.
—¿Ves eso en mí ahora?
Voldemort le miró unos instantes y sus ojos se encontraron. Harry notó un ligero
aumento de la intensidad del dolor en la cicatriz, pero Voldemort apartó la mirada
como si le hubiesen abofeteado.
Harry sintió dentro de sí que una llama de esperanza brotaba en su corazón.
«Mirarme le hace daño... Nuestra conexión le hace más daño que nunca...»
—Creo que no ves eso que decía, ¿verdad? —comentó—. No, y te diré por qué:
porque, como te dije antes, he comprendido. He comprendido al ver aquello que tú
más temes.
—¡Yo no temo a nada!
—Sí, sí temes a algo... A varias cosas, en realidad. —Elevó su mano derecha, y en
ella brilló una burbuja roja cuya luz palpitaba.
Los ojos de Voldemort se abrieron completamente; junto a la profesora
McGonagall, Flammingan exhaló un gemido de sorpresa.
—Es imposible... —musitó Voldemort—. Nadie...
—Yo sí —replicó Harry.
—¡Da lo mismo! —gritó Voldemort, colocándose en posición de combate—. ¡No la
tienes, no la has traído!
—Sí la he traído —lo contradijo Harry—. Está aquí. —Y se señaló el corazón.
La varita de Voldemort desprendió chispas.
—Está bien... Se terminó la charla, Potter. Vas a morir ahora mismo, y luego tu
admirado Dumbledore y tus queridos amigos te seguirán... y quizás también algunos
más —añadió, mirando a los demás alumnos con sonrisa diabólica. Éstos se
estremecieron.
Harry entornó los ojos y le miró con determinación.
—Creo que ése es otro plan que también te saldrá mal.
—¿Qué...?
—Tu problema —prosiguió Harry, sin dejarle terminar— es que subestimas a tus
adversarios.
Agarró su varita e hizo una floritura con ella. Su punta brilló un instante y luego se
apagó.
—¿Qué has...?
Un sonoro «¡CRAC!» reverberó por todo el comedor, sobresaltado a todos los
presentes. Cerca de doscientos elfos domésticos, la mayoría (pero no todos) vestidos
estrafalariamente y con el escudo de Hogwarts bordado en la ropa, se habían
aparecido junto a los grupos de alumnos, excepto Dobby, que estaba junto a Harry.
Voldemort se quedó mirándolos, desconcertado.
—¡Hemos venido, Harry Potter! ¡Dobby prometió a Harry Potter que si Harry Potter
le necesitaba vendría a ayudarle, señor, y Dobby ha venido, con toda la ayuda que
pudo conseguir!
—Gracias, Dobby —dijo Harry. En la habitación, le había enviado a Dobby un
mensaje para que se apareciera a su señal y con todos los elfos que pudiera traer.
Evidentemente, había buscado fuera de Hogwarts, y a gran velocidad. Harry levantó la
mirada hacia Voldemort y sonrió antes de ordenar—: ¡Llevaos a todos los alumnos que
podáis a Hogsmeade!
—¡NO! —gritó Voldemort.
Pero era demasiado tarde: los elfos agarraron a todos los estudiantes que
pudieron y se desaparecieron, dejando sólo a los mayores, a los que no habían
querido irse y al grupo de Draco Malfoy y los suyos. Se habían llevado a más de
trescientos cincuenta alumnos del Gran Comedor, dejando sólo a unos sesenta.
Voldemort y los mortífagos miraban a todos lados, como si no terminaran de creerse lo
que acababa de suceder.
—¡Dobby! —gritó entonces Lucius Malfoy, avanzando con su varita al frente.
Dobby se volvió y se encontró de cara con Voldemort y su antiguo amo. Sus orejas
parecieron ponerse mustias, palideció y comenzó a temblar.
—A... amo Lu-Lucius...
Malfoy parecía dispuesto a lanzarle un maleficio a Dobby, pero Harry agitó la mano
y Lucius cayó hacia atrás con violencia.
—¡Vete, Dobby!
—Gracias, Harry Potter... Pero Dobby p-puede quedarse y ayudar…
Se oyó un ruido, y Harry miró instintivamente hacia voldemort, alzando su varita.
Éste había tratado de lanzar un hechizo, pero Dumbledore le había detenido con otro.
—Atacar a traición es muy bajo incluso para ti, Tom.
Voldemort miró a Dumbledore con odio infinito. Harry se dispuso a gritar
«¡Cuidado!», pero antes de que pudiera abrir ni siquiera la boca, en la punta de la
varita de Voldemort se produjo un destello y el suelo delante de ellos estalló.
Dumbledore se vio arrojado al suelo, y también Harry cayó, usando los brazos para
cubrirse la cara. Un segundo después se incorporó de nuevo por si venía otro ataque,
y le tendió la mano a Dobby, que yacía en el suelo, encogido, delante de él.
—¡Levántate y vete, Do...!
No llegó a terminar la frase. Un rayo verde alcanzó al elfo en la nuca justo cuando
terminaba de ponerse en pie. Harry le vio abrir aún más sus grandes y saltones ojos
antes de que su brillo se apagara para siempre. La mano del elfo soltó la suya, y su
cuerpo sin vida cayó al suelo. Harry observó su propio brazo, todavía estirado. Le
temblaba.
—Do... ¿Dobby? —Sintió a Hermione chillar, a los alumnos que se habían
quedado gritar, pero todo eso estaba lejos. No podía apartar la vista de los
inexpresivos ojos de Dobby.
Entonces algo le golpeó en el costado derecho y le tumbó. Movió la cabeza a
tiempo de ver cómo un nuevo rayo verde pasaba por donde había estado él un
instante antes.
Miró a su derecha y vio a Dumbledore, levemente incorporado, que le apuntaba
con su varita. Le hizo un breve ademán afirmativo y volvió la vista hacia Voldemort,
que se había levantado y volvía a apuntarle con la varita.
—¡Muere, Potter!
Una nueva maldición asesina brotó de la punta de la varita, pero esta vez Harry
estaba preparado. Usando la magia, se elevó en el aire, alejándose del destino del
rayo, y se posó suavemente en el suelo, con la varita a punto para el contraataque.
Envió hacia Voldemort una maldición congelante, pero un trozo de tabla de una de
las mesas flotó y se colocó delante del mago. El hechizo la golpeó, congelándola, y
cuando cayó al suelo se partió como el cristal.
—Con eso no harás nada —dijo Voldemort, y lanzó varios hechizos. Harry los
desvió todos, y varios alumnos tuvieron que agacharse para evitar ser tocados por
ellos.
—¡Ese elfo no te había hecho nada! ¿Por qué lo mataste? —gritó Harry.
Voldemort sonrió con maldad.
—Por interponerse en mi camino, en más de un sentido. El rayo, en realidad, iba
dirigido a ti... Si no le hubieras ayudado, Potter, serías tú el muerto. Así pues, es culpa
tuya.
Harry agitó su varita, y los trozos de las mesas, así como los platos desperdigados
por el suelo, restos de la cena, volaron hacia Voldemort. Éste, sin embargo, repelió
cada proyectil casi con desgana.
Pero, mientras lo hacía, Harry volvió a atacar, y una bola de fuego emergió de la
punta de su varita y voló hacia el tenebroso mago. Éste logró esquivarla, aunque su
túnica resultó chamuscada. La bola de fuego chocó contra la mesa de los profesores,
la única intacta, y le prendió fuego.
—Buen truco, Potter..., pero no lo bastante bueno.
Agitó su varita con furia, y unos segundos después varias serpientes reptaban por
el suelo, silbando y enseñando sus colmillos, rumbo a Harry.
—¡Veamos quién de los dos es más hábil con la lengua pársel ahora, Potter!
Harry ni siquiera lo intentó. Sabía perfectamente que su habilidad para dominar a
las serpientes no podía compararse a la de Voldemort, y lo había comprobado el año
anterior. Por tanto, apuntó a los reptiles, con intención de destruirlos, pero Voldemort
no se lo iba a poner tan fácil.
Lanzó una nueva maldición asesina contra él, y Harry tuvo que moverse a un lado
para esquivarla.
Acto seguido, las serpientes atacaron.
Harry intentó bajar la varita, pero, antes de que culminara su movimiento, las tres
serpientes ardieron y se consumieron, y Ron y Hermione se pusieron cada uno a su
lado.
—No íbamos a dejarte solo —dijo Ron.
Harry iba a decir algo, pero no tuvo ocasión. Voldemort alzó de nuevo su varita y
lanzó un hechizo explosivo hacia los tres. Harry, sin otra opción, agarró a sus dos
amigos, a Hermione con la mano de la varita, y a Ron con la que sostenía la Antorcha,
y desapareció, reapareciendo junto Sarah, Dean y Seamus al tiempo que el hechizo
estallaba, enviando fragmentos de madera, suelo y cubiertos por todos lados.
Voldemort había puesto una expresión de triunfo, pero ésta fue sustituida
inmediatamente por otra de incredulidad. Los mortífagos también les miraban de la
misma forma.
Igual que la mayoría de los demás alumnos.
—¡Es imposible! —gritó Voldemort—. ¡Nadie...! ¡Nadie puede...! ¿Cómo lo has
hecho? ¿Qué truco es ése?
Harry soltó a Ron y a Hermione y miró a Voldemort con desafío.
—¡Éste! —exclamó, al tiempo que desaparecía. Reapareció en uno de los flancos
de Voldemort y le lanzó un potente hechizo que, al golpearle, le hizo volar a través del
comedor, cayendo junto a sus sicarios. Bellatrix se apresuró a agacharse para
ayudarle a levantarse.
—¡Déjame! —bramó Voldemort, poniéndose en pie mágicamente y apartando a
Bellatrix rudamente. Su mirada era el reflejo del odio más puro y de la rabia más atroz.
Harry contempló con satisfacción que se frotaba un hombro, dolorido.
—Estás acabado, Potter.
Movió su varita sobre el hombro, y se irguió como siempre, sin la más mínima
señal de molestia o dolor.
Harry blandió su varita y lanzó una nueva serie de hechizos, algunos de los cuales
maldiciones de las más terribles que Dumbledore les había mostrado. Sin embargo,
Voldemort parecía repeler todos los ataques, con más o menos facilidad, y pronto
estuvo atacando también, lanzando maldiciones asesinas sin contemplación.
Harry desapareció y apareció varias veces, atacando desde distintas posiciones,
intentando coger por sorpresa a su enemigo, pero Voldemort no era considerado el
más terrible y poderoso de todos cuantos magos tenebrosos había habido por nada.
Se defendía de forma impecable, repeliendo los ataques de Harry, e incluso aquellos
que le alcanzaban no parecían afectarle más que temporalmente. Y, al mismo tiempo,
atacaba con terrible ferocidad, lanzando hechizos y encantando todo tipo de objetos
para herir a su oponente.
Alrededor de ambos, todos los presentes se protegían del combate, y ninguno
hacía nada por intervenir... o casi nada.
Porque, cada vez que podía, Harry miraba a Ron y a Hermione, que le observaban
con preocupación, pero con confianza, y su presencia le daba fuerzas, más fuerzas de
las que podía imaginar. No necesitaba que lucharan, ni que le ayudaran. Sólo que
estuvieran allí, apoyándole, animándole. Su cariño, que sentía a través de su vínculo,
le llenaba y le fortalecía, y gracias a aquello proseguía, incansable, su combate contra
Voldemort.
—¡Amo!, ¿hacemos algo? —preguntó Dullymer, mientras Harry y Voldemort se
lanzaban flechas plateadas e intentaban esquivar las que lanzaba su rival.
—¡No os metáis! —bramó Voldemort como respuesta—. ¡Es mío!
Harry se dio cuenta de que, tal y como estaban luchando, no ganaría jamás. A
pesar de que podían parecer igualados, se estaban limitando a un duelo sencillo.
Tarde o temprano no lograría esquivar una de las maldiciones asesinas de su
enemigo, y ése sería el final. Tenía que encontrar otra solución.
Desapareció de pronto y reapareció sobre lo alto de la mesa de los profesores,
ahora medio quemada y rota por muchos sitios. Mientras Voldemort se volvía para
atacarle de nuevo, miró a Ron, que se encontraba al otro lado del Gran Comedor,
directamente a los ojos.
—¡Ron, necesito vuestra ayuda!
Mantuvieron el contacto visual sólo durante un instante, antes de que Harry tuviera
que saltar de la mesa, a la que Voldemort había hechizado, volviéndola gelatinosa, y
que trataba de devorarle. Pero en lo más hondo de su ser, sabía que Ron había
captado sus deseos. El vínculo entre ellos funcionaba mejor que nunca, y, además, se
conocían desde hacía mucho, y habían luchado muchas veces en las reuniones del
ED.
Encaró a Voldemort y le lanzó un hechizo aturdidor. Voldemort lo esquivó, pero
Harry, veloz como un rayo, ya le había enviado un embrujo obstaculizante. Éste le
golpeó en el pecho y le hizo caer hacia atrás.
Sabía que aquello no le daría mucho tiempo, pero sería suficiente. Miró hacia Ron
y Hermione y sonrió.
Ambos le habían comprendido, y acababan de conjurar cuatro inmensas
armaduras armadas con espadas, sacadas de algún lugar del castillo. Internamente,
Harry le dio las gracias a la profesora McGonagall por la idea.
Usando todo su poder y el de la Antorcha, apuntó a las cuatro armaduras.
—¡Vitalite!
Las armaduras relumbraron, y, un instante después, cobraron vida, sacaron sus
espadas y se dirigieron hacia Voldemort.
Éste las miró un instante, pero luego, sin prestarles más atención, transformó un
trozo de mesa en un feroz y amenazador lobo. El animal gruñó, mostrando sus
colmillos, y saltó sobre Harry, quien desapareció para esquivarlo. Reapareció junto a
las puertas, lejos de él, y le apuntó con su varita, mientras veía cómo Voldemort se
volvía hacia las armaduras para destruirlas.
Sin embargo, aquellas armaduras no eran tan simples como las que la profesora
McGonagall había conjurado como ejemplo en la primera clase sobre los hechizos
vitalizantes. Ahora dominaba mucho más el poder de su esencia, y la Antorcha
proporcionaba poderes mentales muy elevados: las armaduras tenían cierto poder
mágico... y eran inteligentes.
Antes de que Voldemort pudiera darse cuenta de lo que pasaba, las cuatro
saltaron igual que lo había hecho, en los terrenos, el vampiro al que Harry había
destruido, y se colocaron rodeando a Voldemort.
Harry, mientras, se encaró con el lobo, que arremetía de nuevo contra él. Le lanzó
un hechizo aturdidor, pero el animal lo esquivó y se abalanzó sobre su presa. Con un
gesto de su mano, Harry lo apartó, lanzándolo a un lado. Sin embargo, la bestia volvió
al ataque, incansable. Se levantó y se preparó para saltar de nuevo, pero, antes de
que Harry llegase a hacer nada, se convirtió de nuevo en el trozo de madera que
había sido antes y cayó al suelo con un ruido sordo.
Sin comprender, miró hacia Dumbledore, y vio que el director bajaba la mano
donde tenía la varita. Harry asintió, en señal de agradecimiento, y se giró para
observar a Voldemort.
Éste se defendía con escudos contra el ataque de las armaduras, que intentaban
cortarlo a trozos con sus espadas. Vio que Harry se encaminaba de nuevo hacia él, y
su rostro se contrajo por la rabia. Movió su varita en un giro rápido y elegante, y ésta
brilló. Una de las armaduras relumbró también, y fue lanzada, a toda velocidad y
hecha añicos, hacia Harry.
—¡Protego repulsorum! —exclamó, creando un escudo para intentar repeler a los
trozos de metal.
Sin embargo, éstos no llegaron a tocarle. Dumbledore, con otro giro de su varita,
los detuvo y los hizo caer al suelo.
—¡Estás interviniendo, Dumbledore! —gritó entonces Lucius Malfoy, sacando su
varita. Bellatrix, Crabbe, Dullymer y el otro mortífago le imitaron e hicieron ademán de
atacar al director.
Pero Dumbledore seguía siendo Dumbledore. Lanzó un conjuro y de su varita
emergió un rayo plateado que envolvió a los mortífagos, excepto a Bellatrix, que logró
esquivarlo, y los lanzó hasta la cabecera del Gran Comedor.
Bellatrix, viendo su oportunidad, apuntó a Dumbledore con intención asesina, pero
entonces, Neville, avanzando, la noqueó con un hechizo.
—Te debía una —murmuró.
En ese instante, un chillido horrible resonó en las paredes de piedra, y Harry se
encogió, atravesado por un repentino e intenso dolor en su cicatriz. Miró hacia
Voldemort y el corazón estuvo a punto de parársele.
Voldemort acababa de destrozar a otra de las armaduras, pero una de las dos que
quedaban, aprovechando la ocasión, le había atravesado el torso de parte a parte con
su espada.
La última armadura levantó la suya para rematarle, pero Voldemort, lleno de furia y
a pesar de su herida, apuntó al suelo con su varita y gritó, con todas sus fuerzas:
—¡Deflagratio!
Hubo un intensísimo destello de luz blanca, cegadora. Harry no tuvo ni tiempo de
conjurar un escudo, y se limitó a tirarse al suelo, sintiendo una fracción de segundo
después cómo un huracán de escombros pasaba sobre él y cómo pequeños trozos de
madera y piedra le caían encima.
Cuando al fin levantó la cabeza, lo primero que vio fue a Neville, a unos metros de
él. También se había tumbado, pero no lo bastante rápido, y tenía heridas en la cara,
los brazos y las manos. Un poco más allá, varios alumnos que habían estado
demasiado cerca de la zona de explosión se encontraban en el suelo, inconscientes,
algunos con heridas bastante serias en la cabeza y el cuerpo.
Y en el centro mismo de la explosión, Voldemort se erguía, con la furia dibujada en
la cara. El hechizo no le había tocado, y las dos armaduras que le atacaban
prácticamente se habían desintegrado. Él seguía sangrando por su herida, pero
aquello no parecía afectarle lo más mínimo.
—Ya está bien de tonterías —declaró, y el tono de su voz, frío e inhumano, pareció
congelar a Harry—. Ya basta de trucos. Espero que tengas algo mejor, si esperas
vencerme, Potter.
Al tiempo que hablaba, se apuntó con la varita a la herida, y Harry vio, con
desesperación, que éste desaparecía por completo.
Harry se dispuso a levantarse, pero, antes siquiera de poder ponerse de rodillas, la
voz de Voldemort le alcanzó de nuevo.
—¡Crucio!
Y, con la voz, llegó también el dolor, un dolor horrible y lacerante, que parecía
atravesar cada célula de su cuerpo, impidiéndole defenderse, impidiéndole luchar,
impidiéndole hacer cualquier cosa... excepto gritar.
Y gritó, con todas sus fuerzas, deseando que con sus gritos se fuera también el
dolor, pero éste, en vez de desaparecer, se hizo más intenso.
No podía desaparecerse, porque la Antorcha estaba apagada, a un lado, y
tampoco era capaz de pensar. En su mente sólo cabía el dolor.
Oyó, en la distancia, que Hermione gritaba su nombre, luego algún ruido más y,
finalmente, el dolor activo cesó, y no pudo reprimir un gemido de alivio.
Deseó poder quedarse allí tumbado y descansar, pero la imagen de Ginny en la
enfermería, y las de Ron y Hermione, allí, a su lado, pasaron por su cabeza. Tenía que
levantarse, no era la primera vez que recibía la maldición cruciatus.
Usando su magia, se puso en pie rápidamente, intentando no pensar en el dolor
que le latía en todo el cuerpo, y vio a Dumbledore, que enfrentaba de nuevo a
Voldemort, el cual le miraba con el más absoluto desprecio pintado en la cara.
—Te gusta demasiado entrometerte, Dumbledore, esta vez no te...
—¡Estoy aquí! —gritó Harry, cogiendo la Antorcha y encendiéndola de nuevo—.
¡Aún no has acabado conmigo!
Voldemort se volvió hacia él, y, sin prestar más atención a Dumbledore, como si no
existiera lanzó una maldición asesina contra Harry, que éste esquivó con facilidad.
—¡Ése truco ya es muy viejo! —manifestó Harry, y lanzó una serie de maldiciones
cortantes hacia su enemigo, que creó de la nada un escudo para interceptarlas todas.
—Éste tampoco es muy reciente... —siseó—. Pero creo que ya sé cómo poner fin
a esto de una vez, Potter... Sí... Te has vuelto poderoso, pero sigues teniendo aún tu
principal debilidad, y no sólo eso, sino que esa debilidad es aún más grande.
—¿A qué...?
Voldemort desvió la mirada un instante, y Harry se dio perfecta cuenta de que la
había dirigido hacia Ron y Hermione.
—Prueba a lanzarme de nuevo la maldición cortante, Potter... —le desafió, y, un
instante después, desapareció.
Harry se quedó atónito. Aquello era imposible. Voldemort no podía desaparecer
allí, nadie podía, excepto él mismo. Nadie más. Nadie.
A no ser...
Un horrible presentimiento le asaltó y se volvió rápidamente hacia sus dos mejores
amigos.
Ron miraba hacia donde un segundo antes estaba Voldemort, y Hermione le había
pasado un brazo sobre los hombros.
Sólo que ya no era Hermione. Sus ojos, antes marrones, brillaban con tonos
rojizos, y en ellos se leía la maldad.
—¡HERMIONE!
Ron se volvió hacia ella al instante, y su rostro perdió totalmente el color.
—Hermione...
—Ya no —replicó ella. Era su voz, pero no su tono, gélido y desprovisto de toda
humanidad—. La sangre sucia está enterrada... o casi. Vamos, atácame ahora,
Potter... Hazlo, como antes.
—¡Libérala, cobarde, monstruo! —gritó Ron, aterrado.
Voldemort, usando el brazo de Hermione, le sujetó con más fuerza, apretándole el
cuello. Con su otra mano apuntó a Harry, usando la varita de Hermione.
—Cállate, Weasley. ¡Avada Kedavra!
La varita de Hermione chispeó y Harry se preparó para apartarse, pero resultó
innecesario: no hubo ningún rayo verde.
—¿Qué diablos...? ¡Avada Kedavra! —volvió a gritar, pero tampoco esta vez
sucedió nada.
Y Harry comprendió. Hermione seguía allí dentro, y ella le quería, jamás le haría
daño. El odio de Voldemort no era suficiente para lanzar la maldición asesina.
—¡Maldita sangre sucia!
—¡Lucha, Hermione! —gritó Harry—. ¡Puedes con él!
El cuerpo de Hermione pareció convulsionarse, sacudido por una lucha interna.
—Harry..., Ron... —logró decir su amiga. Pero, un momento después, Voldemort
volvía a dominar, y apuntó a la cara de Ron con la varita.
Entonces, una idea repentina cruzó por la mente de Harry, y, sin pensarlo un
segundo más, cerró los ojos y pensó en su amiga, buscando alcanzarla, usando lo que
sabía de legeremancia para enviarle, a través de su vínculo, todo el cariño que sentía
por ella, y en su mente evocó el día en que habían hablado, en el salón del sótano de
Grimmauld Place, y ella le había abrazado y se había quedado con la cabeza apoyada
contra su pecho.
—¡Aagh! —gritó Voldemort. La varita se cayó de las manos de Hermione, y la
presión sobre Ron se aflojó.
—¡Ron! ¡Bésala! —le ordenó Harry.
Ron, sin vacilar, se revolvió, cerró los ojos, agarró el cuerpo de su novia y la besó,
transmitiéndole en aquel contacto todo lo que ella significaba para él.
Y Harry lo sintió en sí mismo, como una calidez que brotaba de lo más profundo de
su corazón. Al mismo tiempo, un ramalazo de dolor le atravesó la cicatriz.
Con un grito de angustia, lord Voldemort, jadeante, se apareció justo donde estaba
antes, y Hermione se derrumbó en los brazos de Ron.
—¡Hermione!
—Ella está bien, no te preocupes —le dijo Harry, y encaró a su enemigo, que los
miraba a los tres con un odio profundo e inconmensurable.
—Jamás nos vencerás así —le advirtió Harry—. Nuestra debilidad no es tanta
debilidad como crees tú.
Voldemort rugió, y lanzó un hechizo explosivo hacia Harry. Éste, al verlo,
desapareció y reapareció al otro lado de su enemigo, y con un gesto de su mano, lo
envió por los aires.
Pero Voldemort fue rápido y, deteniéndose por arte de magia, se volvió hacia un
sorprendido Harry y levantó su varita.
—¡Avada Kedavra!
El torrente de muerte salió de la varita, recto hacia Harry, y éste se dejó caer hacia
atrás para esquivarlo. Y entonces vio, con horror, que, al apartarse él, había convertido
a otro alumno en blanco de la maldición.
Guiado tan sólo por su instinto, y sin prestar atención al dolor que notaba en los
hombros por haberse dejado caer de espaldas, agitó de nuevo su mano por encima de
su cabeza, y Draco Malfoy fue lanzado a un lado, librándose de la muerte por un pelo.
El slytherin levantó la cabeza, y, por un instante, su mirada de terror y la mirada de
Harry se cruzaron, antes de que éste último se levantara de nuevo para proseguir el
combate.
«¡Le he salvado la vida a Draco Malfoy!»
—¡Draco! —exclamó entonces Lucius, saliendo del shock y avanzando varios
pasos—. ¡Amo, tenga cuidado, es mi hi...!
—¡Cállate, Lucius! —bramó Voldemort, y Malfoy estuvo a punto de caerse de
espaldas—. ¡Lo único que importa es matar a Potter! ¡Todo lo demás es secundario!
La cara de Lucius se contorsionó al oír aquello, y Harry vio cómo le recorría un
escalofrío.
Porque había visto lo mismo que estaba viendo él ahora: Voldemort estaba furioso,
deseoso por terminar con aquello, y haría lo que fuera, y sacrificaría a quien fuese
necesario para conseguirlo. Voldemort no tenía sentimientos, y nada le importaban las
vidas de los estudiantes de Hogwarts, ni las de sus mortífagos, ni las de los hijos de
sus mortífagos. Lo único que le importaba era poner fin a aquella conexión que le
devoraba por dentro. Harry casi podía percibir cómo el dolor que le infligía a Voldemort
se había intensificado tras la posesión del cuerpo de Hermione.
Voldemort avanzó, y en sus ojos brillaba una determinación absoluta, un
implacable ansia asesina, y Harry creyó ver en ellos su propia muerte.
Agitó la varita, y Harry tuvo que desviar una poderosa maldición desmembradora,
lo que le hizo casi perder el equilibro. Intentó mantenerse en pie y contraatacar, pero
se vio lanzado por una fuerza invisible contra una pared. Logró mantener la Antorcha
en la mano a duras penas, y eso le salvó la vida, pues se vio obligado a desaparecer
una vez más cuando su enemigo le lanzó una nueva maldición asesina directa al
corazón.
Reapareció de nuevo frente a las puertas del Gran Comedor, sólo para verse
empujado a un lado un segundo después, un instante antes de que un rayo rojo hiciera
arder en llamas el lugar en donde acababa de materializarse.
Se irguió y se dio cuenta de que había sido Hermione, quien ya parecía estar bien,
la que había usado su varita para apartarle. De alguna manera, Voldemort había
sabido dónde iba a aparecerse...
Tuvo que dejar de lado aquellos pensamientos, porque una nueva horda de
hechizos y maldiciones volaba hacia él, y uno de ellos lo golpeó dolorosamente en una
rodilla, haciéndole perder el equilibrio.
—¡Por fin! —exclamó Voldemort, triunfante—. ¡Por fin eres mío!
Apuntó de nuevo con su varita, pero entonces se vio envuelto en una especie de
jaula dorada que le impedía casi moverse.
—Dumbledore... —siseó, iracundo.
El director se movió hasta quedar delante de mago tenebroso y le apuntó con la
varita.
—¿Estás bien, Harry?
—Creo que sí... —contestó Harry, incorporándose. Vio a Hermione y a Ron, que se
acercaban a él, pero levantó una mano frente a ellos, usando la magia para impedirles
avanzar. Ellos le miraron interrogativamente, y él negó con la cabeza. No iba a
ponerles en peligro.
—Ya estoy harto de ti, Dumbledore. Muy harto.
La jaula que apresaba a Voldemort se evaporó, y éste atacó al director con un rayo
violeta. Dumbledore lo esquivó con un escudo plateado, y luego contraatacó lanzando
contra su rival un rayo dorado muy brillante.
Voldemort no hizo nada para apartarse, ni para detenerlo. En vez de eso, mientras
era golpeado por el rayo dorado, que no tuvo ningún efecto en él, movió suavemente
la varita, y unas cuerdas aparecieron de la nada, sujetando al director por los brazos.
—Ya me has causado demasiadas molestias, Dumbledore. Es suficiente. Se
acabó. —Los ojos de Voldemort mostraban una avidez sin límites, y Harry sintió de
pronto un pánico indescriptible.
Avanzó hacia los dos magos, dispuesto a enfrentarse a Voldemort, a atacarle, pero
éste ni le miró, sólo observaba a Dumbledore, el cual hizo que las cuerdas que le
sujetaran se desvanecieran.
Pero, antes de que lo consiguiera del todo, Voldemort ya estaba atacando.
—Avada Kedavra.
Dumbledore no tuvo ninguna posibilidad. El rayo verde le impactó directamente en
el corazón. Por un instante, su cuerpo entero relumbró, envuelto en luz verde, y
pareció que iba a resistir el hechizo. Giró la cabeza hacia Harry, y éste comprendió lo
que aquellos ojos le decían:
«No te rindas, puedes hacerlo.»
Luego, la luz verde desapareció, y Albus Dumbledore, el más aclamado de todos
los directores que había tenido nunca el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería,
cayó para no volver a levantarse más.
Albus Dumbledore había muerto, finalmente vencido por lord Voldemort.
El grito de satisfacción y triunfo de Voldemort contrastó con los chillidos de pánico
y terror que se elevaron en el Gran Comedor.
—¡NO! —gritó Harry, desesperado—. ¡NO PUEDE SER! ¡DUMBLEDORE!
¡¡PROFESOR!!
El sosiego, la calma y el deseo de salvar vidas desaparecieron de un plumazo,
barridos por una erupción de odio tan intenso como Harry no había creído volver a
sentir jamás. Voldemort había matado a Dumbledore, a la persona que le había
cuidado durante todos aquellos años, a la persona que le había aconsejado, que le
había protegido. Y él no había podido explicarle todo, ni disculparse como deseaba... y
ya nunca podría.
Se sintió desorientado, mientras veía, como en cámara lenta, a la profesora
McGonagall deshacerse en sollozos, mientras Snape la sujetaba para evitar que se
arrojara sobre el cadáver del director. Al otro lado, Dean y Seamus miraban con
incredulidad lo que había sucedido; Neville se tapaba la boca con las manos, y Sarah
temblaba de arriba abajo. A la misma altura y a su izquierda, Harry vio cómo Hermione
enterraba su cabeza en el hombro de Ron, sollozando.
—¡Y ahora es tu turno, Potter! —exclamó Voldemort.
El odio creció en su interior, haciéndole temblar. En su mente sólo veía deseos de
venganza, ansias de justicia, y aquello tenía que salir. Debía dejarlo salir.
—¡Harry, no lo hagas! —oyó que decía Flammingan.
Le oyó, pero no le escuchó. Apuntó a Voldemort a toda velocidad, y antes de que
el mago pudiera decir nada, gritó, con todas sus fuerzas:
—¡Avada Kedavra!
El rayo salió de su varita, liberando su odio y produciéndole un cruel placer.
Voldemort se quedó inmóvil, totalmente sorprendido, y la maldición le golpeó en medio
del pecho, haciéndole tambalearse.
Pero, en vez de caer, agitó la varita y un chorro de sangre manó de la nariz de
Harry, haciéndole cerrar los ojos y caer hacia atrás.
Cuando los volvió a abrir, sin comprender qué había pasado, Voldemort avanzaba
hacia él lentamente, exultante, y parecía más fuerte y lleno de vida que nunca.
—¡Bien hecho, Potter! ¡Bien hecho! ¡Lo hiciste una vez, y vuelves a hacerlo! —Se
rió demencialmente, y Harry sintió cómo si un taladro le atravesara la cicatriz. El dolor
estaba allí, tan intenso como siempre, produciéndole mareos y arcadas. Voldemort se
abrió la túnica y mostró el lugar donde la maldición le había dado: ni siquiera tenía una
marca.
—¡Gracias, Potter! Hazme más fuerte, vamos... Vuelve a lanzarme la maldición...
Vamos, Potter...
Harry le miró, temblando de arriba abajo. Se sentía increíblemente débil. La
fortaleza y la serenidad que habían dejado en él la visita al Departamento de Misterios,
la contemplación de la Esfera y la posterior conversación en la Cámara de la Muerte
habían sido barridas por el odio. El odio había terminado con aquel poder, y, de paso,
con el bloqueo que le protegía de Voldemort.
—No entiendo... No te ha pasado nada... No puede ser...
—Sí, sí puede ser, Potter. ¿Acaso no lo recuerdas? «...sangre del enemigo,
tomada por la fuerza, resucitarás al que odias...» —Hizo una pausa, y luego se rió—.
«Resucitarás al que odias», Potter. Ódiame. Tu odio sólo me hace más fuerte, ya
deberías saberlo. ¡Expelliarmus!
La varita y la Antorcha saltaron de la mano de Harry y cayeron a los lados,
mientras él era lanzado hacia atrás un par de metros. Luego sintió que una maldición
cortante le atravesaba el hombro, añadiendo un nuevo dolor a los que sentía en el
rostro y en la rodilla.
Sí, lo sabía. Su odio le daba poder a Voldemort, y sus sentimientos lo hacían débil.
Pero había sucumbido al odio y a la venganza, y ahora estaba perdido. No tenía ya
fuerzas para moverse. Sentía que, en su interior, la presencia de Voldemort le
carcomía lentamente, consumiendo su voluntad y sus fuerzas.
—Has fracasado, Potter. Has perdido —sentenció Voldemort, y le apuntó con la
varita.
Harry cerró los ojos, decepcionado consigo mismo. No quería pensar en nada, no
podía soportar el saber que había fallado, que les había fallado a Ginny, a Ron, a
Hermione, a todos... y ya no podía hacer nada, no podía defenderse, ni luchar. Sólo
podía prepararse para morir y reunirse con sus padres.
Y, dejando que una lágrima resbalase por su mejilla, se preparó para morir.
43

El Único Poder Que Él no Conoce

—Tendrás que matarnos a nosotros primero si quieres matar a Harry.


Harry abrió los ojos, y vio, delante de él, a Ron y a Hermione, cogidos de las
manos y sirviéndole de escudo. Se habían interpuesto entre él y Voldemort, dispuestos
a morir por él, y una cálida y reconfortante sensación de cariño le inundó.
—Apartaos —les ordenó Voldemort—, si no queréis morir.
—No miraremos cómo le matas, monstruo —declaró Ron con firmeza.
«No te dejaré que la mates delante de mí, maldito asesino, no te dejaré...»
Harry sintió que un estremecimiento le recorría por dentro al recordar aquella frase.
Miró a sus dos amigos, y, aunque no podía ver sus caras, podía imaginar su
expresión, porque él les había visto una vez así, en un sueño, el curso anterior, y en
aquel sueño era a él a quien ambos se enfrentaban, también cogidos de las manos.
En aquel sueño, Ron había pronunciado aquella frase, tan similar a la que había dicho
ahora.
No te dejaré que la mates delante de mí...
Voldemort había dicho que en aquel sueño se veía su máxima debilidad... Harry le
había creído, pero ahora... Ahora no veía la debilidad por ninguna parte.
—Está bien, si queréis morir vosotros primero... —sentenció Voldemort. Alzó la
varita, pero entonces Neville, a pesar de sus heridas, corrió junto a ellos.
—También a mí me tendrás que matar si quieres acabar con Harry —declaró.
Un momento después, Dean y Seamus se incorporaron al grupo.
—También a nosotros —añadieron, con la voz entrecortada.
—Pero ¿qué diablos pasa? ¿Queréis morir todos? ¿Por Potter?
—Moriríamos por él sin dudarlo —afirmó Hermione, y agarró la mano de Ron con
más fuerza, al tiempo que alzaba su varita.
—Esto es absurdo —comentó Voldemort, incrédulo—, pero, si así lo queréis...
—También a mí tendrás que destruirme —agregó Sarah, uniéndose al grupo.
Harry los miró, atónito, a todos. A sus amigos, al ED, dispuestos a morir por él sin
dudarlo, aunque no sirviera de nada; dispuestos a luchar aunque no hubiera opción,
sólo por darle una nueva oportunidad.
Harry percibió la duda en Voldemort. Podía barrerlos a todos con un hechizo, pero
no estaba seguro.
No estaba seguro.
Porque ya una vez había sido destruido por un sacrificio de amor, cuando alguien
se había interpuesto entre él y Harry, y temía que volviera a suceder.
Harry repitió aquellas palabras en su mente, una y otra vez. «Un sacrificio de
amor...» «Ron y Hermione están dispuestos a hacer un sacrificio de amor... por mí...»
Y recordó que siempre lo habían estado. ¿Acaso Ron no se había sacrificado a sí
mismo, sólo con once años, en aquel tablero de ajedrez? ¿Acaso no le había dicho a
Sirius que tendría que matarles a todos si quería acabar con Harry? ¿Acaso ambos no
le habían acompañado siempre, por peligrosa o absurda que fuera la misión en la que
se embarcaban?
«Siempre —pensó—. Siempre han estado a mi lado... Desde que nos conocimos,
estuvimos dispuestos a morir los unos por los otros... Morir por amor... Morir por
amistad.»
Y recordó que, una vez, había deseado amar tanto como para estar dispuesto a
morir por ello, como habían hecho sus padres. Y descubrió que ya lo hacía, que ya lo
estaba haciendo. Así era el amor que sentía por Ginny; así era lo que sentía por Ron y
Hermione. Y todos estaban dispuestos a morir, a sacrificar sus vidas por él. Sin dudar;
sin vacilar. No tenían opción si Voldemort atacaba, pero eso no les importaba.
«Porque la muerte es preferible a una vida sin nuestros seres queridos», le recordó
una voz en su mente, la voz de su madre.
Y, de pronto, se sintió de nuevo con fuerzas. ¿Cómo podía haberse rendido tan
fácilmente? ¿Cómo podía haberse permitido fallarles? No podía permitir que ellos
murieran, bajo ningún concepto. Tenía que parar aquello.
Súbitamente, se dio cuenta de que la cicatriz le dolía menos, y que la rabia y el
odio por la muerte de Dumbledore se habían apagado, dejando sólo dolor. Se sentía
de nuevo... como cuando había salido de la Cámara del Amor, o casi. Y las palabras
de Sirius volvieron a su mente:
«Harry, no necesitarías venir si hubieras comprendido, como Dumbledore te
dijo...»
«No necesitas nada de lo que hay en esa sala para vencerle —Le había dicho
Dumbledore—. El poder está en ti.»
«El poder está en ti.»
Y podía sentirlo. Podía percibirlo en su alma, todo el amor y todo el cariño de y
hacia su familia y sus amigos... Los miró de nuevo, de pie, protegiéndole, mientras
Voldemort, dubitativo, les ordenaba de nuevo que se apartaran, y entonces lo
comprendió todo, tan de repente como si hubiera estado en una habitación a oscuras y
alguien hubiera abierto todas las ventanas.
El poder estaba en él... El único poder que Voldemort no tenía, el único poder que
Voldemort no comprendía, aquél que consideraba una debilidad... Y, al mirar a Ron y
al ver a Ron y a Hermione, entendió la profecía en toda su magnitud. «Otro poder que
el Señor Tenebroso no conoce le rodea...» Había pasado días, semanas, meses,
intentando comprender a qué se refería esa frase, qué quería decir, y ahora, por fin, lo
veía totalmente claro.
El poder estaba allí, rodeándole, protegiéndole. El amor de sus amigos, el poder
que Voldemort no comprendía y al cual no podía derrotar, porque se sobreponía al
miedo, a la debilidad e incluso a la propia muerte.
El poder le rodeaba, y sólo tenía que usarlo, usarlo contra aquel mago de nariz
aplastada y felinos ojos rojos, aquel ser para el cual la humanidad significaba la
perdición.
Miró un instante al techo, que reflejaba las estrellas del cielo, y recordó otra
predicción, realizada un año antes, en el Bosque Prohibido... Ron y Hermione estarían
con él hasta el final, pero al final estaría solo.
Solo, contra Voldemort.
Sólo que, en realidad, nunca estaba solo, porque tenía con él aquel cariño y
aquella magia, la magia antigua, la más poderosa de todas, que su madre había
dejado en él al morir. Un amor más fuerte que la vida y que la muerte.
Y, en un supremo esfuerzo, obligó a sus heridas a cerrarse lo suficiente como para
dejar de doler, para permitirle levantarse.
—No os lo repito más. Si queréis morir, morid.
—No —dijo Harry, poniéndose en pie con dificultad—. Tu objetivo soy yo. Mátame
a mí, si puedes.
Dean, Seamus, Sarah, Neville, Ron y Hermione se volvieron y le miraron.
—Apartaos. Yo me ocuparé. Todo estará bien.
—Harry... —murmuró Hermione.
—Todo estará bien —repitió Harry—. Confiad en mí. Dejadme frente a él.
La Antorcha de la Llama Verde y su varita volaron hacia sus manos, y una
llamarada verde brotó hacia lo alto.
Sus amigos se apartaron, unos a un lado y otros a otro. Ron y Hermione se
movieron hacia la izquierda, y el camino quedó despejado entre Harry y Voldemort.
—Gracias —musitó Harry, sonriendo.
—¿Por qué sonríes, chico? ¿Acaso estás deseando morir, Potter? Porque es lo
que te voy a conceder en este momento. —Levantó la varita y le apuntó directamente
al pecho—. Da recuerdos a Dumbledore, Harry.
Harry no le escuchaba. Sólo pensaba. Tenía que detener el Avada Kedavra de lord
Voldemort si quería sobrevivir. Si quería vencer, tendría que detener de nuevo la
maldición asesina, sin la protección de su madre, sin el sacrificio de nadie.
Miró a la varita de Voldemort, y luego a la suya propia, hechas con dos plumas de
la cola de Fawkes, y la luz se formó en su mente.
Entonces, mientras Voldemort comenzaba a pronunciar sus palabras de muerte,
mientras Hermione cerraba los ojos para no ver y el tiempo parecía detenerse en el
Gran Comedor de Hogwarts, donde el destino del mundo se decidía, Harry pensó en lo
único que era lo bastante fuerte para derrotar a la maldición de la muerte y el odio.
Pensó en algo que fuera exactamente lo contrario, y sonrió ligeramente cuando la voz
de Lupin le trajo las palabras en su mente, en sus recuerdos.
Y cuando el rayo verde brotó con furia asesina de la varita de lord Voldemort,
Harry apuntó con la suya y respondió:
—¡Expecto patronum!
En la punta de su varita brilló una luz blanca, pero de ella no brotó un ciervo
plateado, sino que obligó al hechizo, usando todos sus conocimientos, a emerger
como un rayo blanco, brillante como un unicornio.
Y los dos rayos, el verde y el blanco; la maldición asesina, símbolo del odio y la
muerte, y el patronus, la fuerza positiva del amor, la alegría y la vida, se encontraron
en medio de los dos contrincantes, de los dos enemigos que eran, a la vez, iguales y
opuestos.
Y tal y como Harry había previsto y planeado, el rayo mezclado se volvió dorado, y
la varita comenzó a temblarle en la mano, conectada a sí mismo y a la de lord
Voldemort. Conectada por el efecto del priori incantatem, el mismo efecto que, sin
conocerlo, le había salvado la vida una vez, la misma noche en que Voldemort había
retornado.
Y entonces sucedió algo que Harry no había esperado. El rayo dorado pareció
iluminarlos a ambos, y notó cómo la mente de Voldemort se abría a él, y la suya a
Voldemort, y se vio contemplando al mago en su totalidad, con todos sus
pensamientos, anhelos, deseos y miedos expuestos ante él. La conexión de las varitas
había abierto totalmente su conexión mágica.
—Esto..., esto no volverá a salvarte, Potter —musitó Voldemort, intentando romper
la conexión entre las varitas, pero sin conseguirlo. Harry percibía claramente cómo la
visión de su alma y su mente le hacía daño, un daño que no era capaz de soportar.
Sus animi substantia estaban en contacto directo, y su humanidad invadía a su
enemigo, al tiempo que el odio de Voldemort le invadía a él.
Harry era capaz de lidiar con el odio de Voldemort y con el dolor lacerante que se
le había instalado en la cicatriz, pero sabía que su rival no podía soportar su
humanidad, que debilitaba la poderosa unión entre su alma y su cuerpo, base de su
casi inmortalidad.
Notó cómo la tensión se incrementaba en su varita, y sentía su mano firmemente
pegada a ella. Sabía que no podría soltarse aunque quisiera. Tanto él como Voldemort
estaban atrapados, a no se que ambos, al mismo tiempo, decidieran romper la
conexión, y, desde luego, Harry no iba a hacerlo.
Mientras, la llama de la Antorcha de la Llama Verde se había incrementado y se
elevaba hacia el techo con una fuerza impresionante. El vínculo entre Harry y
Voldemort, del que la Antorcha se alimentaba, era ahora más fuerte que nunca.
Harry intentó pensar en qué hacer, pues sólo manteniéndose unido a Voldemort tal
y como estaba no conseguiría nada, cuando notó que su varita comenzaba a vibrar,
igual que la de Voldemort. Varios hilos dorados se desprendieron del rayo principal
que unía las varitas y les rodearon, sumiendo a los dos adversarios en una especie de
campana de luz, tan brillante que el resto del comedor parecía estar en la penumbra,
pese a las velas que flotaban por toda la estancia.
—¡Harry! —gritó Hermione—. ¿Hacemos algo?
—¡No! —respondió Harry—. ¡Permaneced aparte!... de momento.
Los mortífagos también parecían asustados, y no se movían de donde estaban, ni
hicieron ademán alguno de ayudar a su señor, que intentó liberarse de nuevo, sin
conseguirlo.
Harry, más relajado, miró en el interior de su adversario, cuya mente se abría ante
él, y vio odio, ira y... miedo. El miedo crecía dentro de él, eclipsando poco a poco las
demás emociones. Sentía miedo porque no controlaba la situación, porque había
estado a punto de vencer y ahora estaba en un atolladero. Harry prácticamente podía
ver los pensamientos formarse en la mente de su enemigo.
¿Cómo he llegado a esto? ¿Qué ha pasado? ¡He vencido a Dumbledore, tenía la
victoria al alcance de la mano! Y ahora... ¿Qué ha pasado?
—Aún no lo comprendes, ¿verdad? —le dijo Harry, que comenzaba a cansarse
debido a la tensión que sentía en el brazo—. Aún no lo comprendes.
Voldemort frunció el ceño, furioso, y Harry sintió cómo su ira le golpeaba, mientras
veía cómo su enemigo llegaba a una repentina conclusión.
Esos mocosos entrometidos... Si no se hubieran interpuesto, yo habría ganado...
¿Cómo es esto posible? Ni siquiera me atacaron, y cambiaron el curso de la lucha.
¿Cómo?
Harry, pese al dolor y al esfuerzo, le sonrió.
—Porque ellos son parte de mí, son mi poder... El poder de la magia antigua que
ya te venció una vez... ¿Sabes qué? —añadió Harry—. ¿Recuerdas los sueños,
aquellos que pretendías usar para poseerme y dominarme? Tú dijiste que mostraban
mi debilidad... pero te equivocabas.
—¿Sí? —dijo Voldemort, sin interés.
—Sí. Esos sueños te mostraban a ti mi debilidad, pero a mí, me mostraban mi
fortaleza. —Señaló con la cabeza a Ron y a Hermione—. Ellos son mi fortaleza. Por
ellos estoy luchando. Por ellos aún no me has vencido.
—¡Eso puede cambiar rápidamente! —bramó Voldemort, y Harry sintió como si se
le desgarrara la frente por la cicatriz. Pero aquel dolor, al mismo tiempo, le trajo una
extraña lucidez.
«Ellos son parte de mí, mi poder... El poder no está en la Esfera, está en mí... Lo
soporté porque está en mí... Voldemort no podría soportarlo... Ellos estarán contigo
hasta el final, pero al final estarás solo.»
«Estarán conmigo hasta el final... —repitió Harry mentalmente—. Pero, ¿cuándo
es exactamente, “el final”?»
Miró a Ron y a Hermione, que le observaban, con las manos fuertemente
agarradas y expresión concentrada, y ambos parecían gritar una sola cosa: «¡Resiste,
Harry!». Luego paseó su mirada por todos los presentes en el Gran Comedor: Dean,
Seamus, Neville, Sarah, Dennis Creevey, un grupo de ravenclaws, algunos alumnos
de Gryffindor, los profesores... Y todos ellos le observaban, y en las caras de todos se
reflejaba la misma cosa.
Esperanza.
Esperanza en él, en su poder, en su capacidad. Y en todos aquellos rostros se
veía el miedo, y la pérdida, pero también el amor y el deseo de un mundo mejor para
estar con las personas a las que querían.
Las personas a las que querían.
La idea, antes difusa, se fue concretando en su mente de forma clara y concisa, y
todas las piezas encajaron.
Voldemort no resistía el poder de la Esfera... La Esfera canalizaba la magia
antigua, todo el amor del mundo. Pero la Esfera no podía afectar a Voldemort
directamente, porque él era insensible al amor... excepto a través de la conexión que
tenía con Harry. Y ahora, esa conexión estaba completamente abierta. Ahora, esa
conexión era imposible de bloquear. La parte de su magi substantia que había dejado
en Harry estaba ahora entre los dos...
«Todo el amor del mundo... —se dijo Harry—. Ellos estarán conmigo hasta el
final...»
Miró hacia la Antorcha de la Llama Verde, que ardía en su mano con fuerza.
Un canalizador.
Miró hacia sus amigos, hacia sus compañeros, hacia sus profesores.
Todo el amor del mundo.
Por último, miró hacia Voldemort.
El Final.
Harry vio que las pupilas de Voldemort se dilataban, indicando que había captado
algo de lo que Harry planeaba hacer, pero aún no sabía exactamente el qué.
—Eres un monstruo —le soltó Harry—. Un asesino. Un ser cuya alma no es más
que el reflejo del vacío. Te he temido y odiado durante toda mi vida, pero no eres
nada. Como te dije antes, eres menos que el menor de los hombres.
—¿Qué dices? —bramó Voldemort, furioso. Harry notó el escozor en la frente,
pero no le prestó atención.
—Has matado a decenas de personas. Niños, hombres, mujeres... seres
inocentes, personas que merecían vivir. Destruiste familias, la mía una de ellas... Un
ser como tú no merece estar vivo. Pero la muerte no sería castigo suficiente para ti,
por eso he decidido darte una lección. He decidido mostrarte algo. Quiero que sientas
por ti mismo lo que se siente al querer al alguien, lo que es tener miedo por aquellos a
quienes aprecias, lo que es sentir la pérdida de alguien querido.
—¡No digas estupideces, Potter! ¡Yo soy el único que va a enseñarte algo! ¡Voy a
enseñarte lo que es la muerte!
—Sé de ella más que tú, te lo aseguro —repuso Harry.
—¡Ayudadme a liberarme! —les ordenó Voldemort a los mortífagos.
Crabbe, Malfoy y el mortífago desconocido dudaron, pero Bellatrix y Dullymer
corrieron hacia su amo y estiraron los brazos hacia él, con intención de ayudarle a
romper la conexión entre las varitas.
Sin embargo, en cuanto sus manos atravesaron la jaula de luz dorada, se produjo
un chisporroteo y ambos fueron lanzados hacia atrás.
—¿Qué diablos...? ¡Levantaos y ayudadme! —exclamó Voldemort, desbordado por
la ira.
—A... Amo, no..., no podemos. La jaula...
—¡Sois unos inútiles! —chilló Voldemort, rabioso.
Harry podía ver el miedo en él. No sabía qué iba a hacer exactamente, pero lo
temía.
Harry miró a sus amigos, y luego a todos los presentes.
—¡Escuchadme! ¡Necesito vuestra ayuda! Todos vosotros habéis sentido el miedo
en estos años. Miedo por vuestras familias, por vuestros amigos... Miedo a perderlos
por culpa de él. —Señaló a Voldemort con la mano que sostenía la Antorcha—. Quizás
algunos de vosotros hayáis perdido a seres queridos, o amigos, o conocidos, en
nombre de una cruzada sin sentido, en nombre de la «sangre limpia»... Yo os pido,
ahora, que vengáis a mí y me deis toda esa preocupación, todo ese cariño, todo ese
dolor. Dádmelo, y hagámosle sentir a él lo mismo que hemos sentido nosotros.
Harry estiró la mano con la Antorcha hacia fuera.
—¡Cogedme la mano y pensad en todo eso!
Ron y Hermione, inmediatamente, se dirigieron a Harry, y los dos estiraron sus
manos para coger la de él.
—¡No pueden tocarte, Potter! —gritó Voldemort.
Efectivamente, cuando Ron y Hermione tocaron la jaula dorada, ésta chisporroteó,
tratando de alejarlos. Sin embargo, ellos no cedieron, intentando con todas sus fuerzas
tocar a su amigo. Y Harry, por su parte, empujó también hacia ellos, hasta que,
finalmente, los tres se tocaron.
Bellatrix y Dullymer no querían a Voldemort, no sentían ninguna clase de cariño
por su amo, ni estaban dispuestos a dar la vida por él en un acto de amor. Pero Ron y
Hermione sí estaban dispuestos a aquello por Harry, y esa fuerza, esa determinación
que nacía desde lo más profundo de su alma, ayudada por el vínculo que los unía, era
muy superior al poder de la jaula dorada, y pudieron cogerse de las manos.
Y en cuanto lo hicieron, la Antorcha de la Llama Verde brilló con una fuerza
inusitada, y su fuego se elevó hasta el techo, envolviendo a los tres amigos. Y los tres,
por un instante, se sintieron uno solo.
—Estamos contigo, Harry —dijo Hermione entre jadeos.
—No te abandonamos, compañero —agregó Ron.
Harry les sonrió con todo su cariño, y luego gritó:
—¡Cogeos todos a Ron y a Hermione!
Entonces, Harry cerró los ojos, y empleó todo su conocimiento de legeremancia y
todo el poder de la Antorcha para absorber los sentimientos de sus amigos, tal como
una vez había hecho con Ron. Sintió el torrente de sentimientos atravesarle,
percibiendo el amor entre ellos dos, entre los tres, y las preocupaciones por sus
familias, antes de dejar que la conexión con Voldemort los absorbiera.
Éste abrió los ojos desorbitadamente al notarlo, y al instante comenzó a chillar y a
retorcerse, y el rayo que unía las varitas vaciló y se crispó, alterado.
Harry podía sentir el daño que le hacía, pero no era suficiente. Entonces, de
repente, un nuevo torrente se unió a los de Ron y Hermione: Neville también se había
cogido, y Harry pudo percibir el dolor por sus padres, y la angustia de años
visitándolos, de años esperando una señal de reconocimiento, esperando la más leve
mejoría.
Y luego se unieron también Dean y Seamus. Y Sarah. Y Dennis Creevey. Y la
profesora McGonagall, y Flammingan, y prácticamente todos los demás alumnos y
profesores.
Todos ellos, desnudando sus más profundos sentimientos ante él, haciéndoselos
ver a Voldemort. Haciéndole sentirlos.
Los gritos del mago se hicieron insoportables, y la vibración de las varitas se volvió
tan intensa que Harry temió que la suya se astillara entre sus dedos. Sentía el dolor de
Voldemort, la tortura que aquello representaba para su alma, que luchaba, bajo
aquella tormenta de sentimientos, por deshacerse de las ataduras que la sometían al
cuerpo, que la contaminaban.
Pero Voldemort era muy poderoso, y muy hábil, y había sabido muy bien lo que
hacía cuando había fabricado aquella poción.
Había sacrificado la vida de un mago, la vida de un ser puro y su propia
humanidad.
Y era muy poderoso; y no quería morir.
Harry se dio cuenta, abatido, de que todo el poder que estaba usando contra
Voldemort no era suficiente para destruir la poderosísima atadura que su Vida, su
vitae substantia creaba entre su alma y el mundo.
Se dio cuenta de que podría expulsarle del cuerpo, devolverle a lo que había sido
antes de su regeneración, aquella noche de junio en el cementerio de Pequeño
Hangleton, pero no moriría.
Y aquello no salvaría a Ginny.
Entonces, Voldemort, recurriendo a toda su voluntad y a todo su poder, profirió un
grito, y un guijarro amarillo emergió de su varita y recorrió el rayo dorado hasta
impactar en la de Harry.
Se produjo una especie de explosión, y las manos de Ron y Hermione se soltaron
de la de Harry, poniendo fin al torrente de emociones.
Voldemort dejó de gritar y miró a su rival. Sus pupilas estaban dilatadas, jadeaba y
su cuerpo temblaba convulsivamente.
—Te dije que no podrías vencerme..., Potter —siseó.
Harry no supo qué contestar. La conexión no se había roto, pero él se sentía
derrotado. Notaba dentro de sí todos aquellos sentimientos que sus compañeros le
habían entregado, pero no servían. No bastaban.
Aquel poder que le rodeaba no había podido derrotar a Voldemort.
Desesperado, se dio cuenta de que no sabía qué hacer.
—Esto está durando demasiado, Potter. Te aseguro que esto que me has hecho
me lo vas a pagar, igual que todos los que te han ayudado.
Dirigió una mirada feroz a todos los que le habían prestado a Harry sus
sentimientos, y que ahora se levantaban del suelo, y todos, excepto Ron y Hermione,
se apartaron, temerosos.
—Rompamos la conexión, Potter —dijo Voldemort—. Y luchemos como se debe
luchar... ¿O acaso tienes miedo?
Harry no le contestó. Estaba sumido en sí mismo, buscando una solución. El poder
para derrotar a Voldemort estaba en él. Eso decía la profecía, pero él no lo veía. Todo
el amor y la humanidad que había conseguido reunir no habían bastado para romper
la maldición que Voldemort había usado en sí mismo. Su última opción, su plan
definitivo, no había dado resultado. Y, entonces, escuchó algo, como si estuviera muy
lejos, pero lo reconoció al instante.
El canto del fénix, que reverberaba en los hilos que tejían la burbuja que los
rodeaba.
El poder sigue estando en ti, Harry.
—¿Mamá? —preguntó en voz alta.
—¿Con quién hablas, Potter? —le preguntó Voldemort—. ¿Acaso deliras?
¡Rompamos esta maldita conexión!
Te dijimos que estaríamos contigo en el momento decisivo.
—Sirius... —susurró—. Sirius, necesito vuestra ayuda... Todo ese poder, todo ese
amor, todos esos sentimientos maravillosos... Me llevaste a ver la Esfera, pero ahora
no sé qué más hacer, no sé para qué sirve. No ha bastado para vencerle.
Entonces, súbitamente, en su mente, clara debido al efecto de la Antorcha,
emergió un antiguo recuerdo, algo que su padrino había dicho en Grimmauld Place,
años atrás.
«Vosotros no lo entendéis, pero hay cosas por las que vale la pena morir.»
Harry pensó en todo lo que había sentido en la Cámara del Amor, en todo lo que
acababa de sentir ahora, y se dio cuenta de que lo que su padrino le había mostrado
era precisamente eso: algo por lo que merecía la pena morir.
Morir.
Harry miró a Voldemort, a su enemigo, que le exigía de nuevo que rompieran la
conexión; el mago que había usado tres sacrificios para maldecirse y prácticamente
proporcionarse la vida eterna... Tres sacrificios.
Y entonces todo estuvo claro para él. Sólo había una magia más poderosa que
todo aquello, más poderosa que lo que ya había usado. Sólo una.
La magia más antigua.
Un sacrificio de amor.
Comprendió, y una lágrima asomó a su ojo derecho, y, lentamente, corrió por su
mejilla, cayendo luego al suelo desde su barbilla. No hizo nada por secársela.
—¡Rompe la conexión, Potter! ¡Te he...! —Voldemort se interrumpió de pronto,
percibiendo algo, algo terrible, y Harry notó su miedo crecer.
—¿Qué..., qué estás pensando?
—¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? —preguntó Harry a su vez—. ¿Sabes
cuál es la diferencia entre tener esa humanidad que tú consideras debilidad y no
tenerla? —Voldemort no respondió—. La diferencia es que tú ganas si vives tú..., en
cambio, yo gano si viven ellos —señaló hacia Ron y Hermione—, si vive Ginny.
—¿Qué estás...?
«Papá, mamá, Sirius, Remus, Peter... En este momento os necesito más que
nunca. No me falléis ahora.»
Sujetó su varita con más fuerza, y la tensión de la conexión se incrementó. Luego
miró a Ron y a Hermione, que observaban lo que sucedía sin entender.
—Harry..., ¿de qué hablas? ¿Qué estás...? —preguntó Ron, frunciendo el
entrecejo.
—Ron —lo interrumpió él—. Ron, quiero que me prometas una cosa, y al mismo
tiempo te lo pido como un favor: quiero que, pase lo que pase, suceda lo que suceda,
siempre cuides de Hermione, y que nunca te separes de ella.
—¿Qué...? Sí, claro, pero... —balbuceó Ron, sin entender.
Harry no le dejó acabar.
—Hermione, tú prométeme que...
—¡No! —chilló Hermione. Meneaba la cabeza a un lado y al otro, y las lágrimas
habían comenzado a brotar de sus ojos—. No... No lo digas. No puedes hacerlo, ¿me
oyes? ¡No puedes!
—Hermione —repuso Harry calmadamente—. Cuida siempre de Ron, ¿vale? Y no
le dejes meterse en demasiados líos.
—¡No! —sollozó Hermione—. ¡No, Harry! ¡No, no lo hagas! ¡Tiene que haber otra
solución, Harry!
Harry sintió que una nueva lágrima corría por su mejilla, pero aún así le sonrió a su
mejor amiga.
—No la hay, Hermione.
—¡RON! —gritó Hermione, llorando y fuera de sí— ¡Ron, no le dejes!
Harry miró a su amigo, y vio cómo la comprensión se dibujaba en su cara.
—No, Harry... —murmuró Ron—. No..., no puedes...
—Tengo que salvar a Ginny, Ron. He de hacerlo. Por favor, cuida de Hermione...,
cuídala...
—¡No, Harry! —gritó ella, y se lanzó hacia su amigo, pero la jaula dorada no le
permitió tocarle, y Harry no la ayudó—. ¡No!
—Ron, apártala, por favor. Y no le dejes mirar cuando pase.
Las lágrimas corrían también por el rostro de Ron, pero Harry sintió que él
comprendía, pese al dolor, y asintió. Se acercó a Hermione y la cogió, apartándola de
Harry.
—Hermione, ven... Ven, por favor, apártate...
—¡No, Ron, no podemos dejarle! —Hundió la cabeza en el pecho de su novio, y
comenzó a llorar desconsoladamente—. No podemos...
Harry, conteniendo las lágrimas, se volvió hacia Voldemort, que lo miraba con el
terror pintado en la cara.
—No serás capaz... —murmuró—. No lo harás.
—Hace diecisiete años —dijo Harry—, mi madre comenzó a enseñarte una lección
muy importante. Hoy yo voy a terminar ese trabajo.
—No... ¡No!
Harry cerró los ojos, y evocó todo lo que sabía acerca de la esencia mágica, y
buscó en él, en su interior, a sus padres y a sus amigos.
La Antorcha de la Llama Verde brilló con fuerza, y los recuerdos que buscaba
aparecieron claros ante él. Recuerdos de alegrías, de los mejores momentos vividos
junto a Lupin y Sirius. El recuerdo del sacrifico de Peter. Los recuerdos de su padre.
Y, entonces, sujetó la varita con fuerza y exclamó, por segunda vez aquella noche:
—¡Expecto patronum!
Y, esta vez sí, un ciervo plateado y que brillaba excepcionalmente brotó de la
punta de la varita, que aún así mantuvo la conexión, y comenzó a dar vueltas en torno
a Voldemort, que lo miraba, sin entender. Un segundo después, una nueva figura se
materializó frente a Harry, esta vez un inmenso perro plateado, que, al igual que el
ciervo, comenzó a dar vueltas alrededor de Voldemort.
Y, a continuación, apareció un licántropo, y finalmente, una rata.
Y cada vez que uno brotaba de su varita, Harry sentía como si una parte de sí
mismo fuera con él. Y así era, literalmente.
—¿Qué es esto, Potter? —preguntó Voldemort, asustado. Pero entonces
comprendió que Harry había lanzado un hechizo pese a la conexión, y una diabólica
sonrisa se dibujó en su cara.
—¡MUERE! ¡Avada...!
«¡Ahora!», gritó Harry mentalmente.
Y los cuatro animales, los cuatro patronus, se lanzaron a la vez sobre Voldemort y
se introdujeron en él.
El tenebroso mago gritó de angustia y no completó el hechizo. Se retorcía de dolor,
y de pronto a Harry le pareció que la cicatriz de su frente se abría. Voldemort, en un
gesto de dolor, movió su túnica, y Harry pudo ver la cicatriz de su pecho, que relucía
con un brillo rojizo, cada vez más intenso. Entonces sintió que su frente le ardía.
—Ha... Harry —musitó Ron, con los ojos como platos—. ¡Tu cicatriz!
Harry no necesitaba verla para saber que también debía de estar brillando.
La conexión era ahora más intensa que nunca, sólo faltaba el toque final...
—¡Esto... no... es... suficiente! —chillaba Voldemort.
Tras él, los cinco mortífagos se apretaban las cicatrices de sus antebrazos,
doloridos.
Harry volvió la vista hacia sus dos amigos, y esbozó una sonrisa.
—Cuidaos... Cuidaos siempre, y recordad vuestra promesa. Prometedme que
estaréis siempre juntos, y que no me olvidaréis, porque yo jamás os olvidaré, y
siempre, siempre estaré con vosotros, hasta que nos volvamos a ver.
—¡Harry! —chilló Hermione. Las lágrimas le caían por la cara a raudales—. Harry,
por favor..., por favor...
—Compañero... —musitó Ron, limpiándose los ojos con la mano que no abrazaba
a Hermione.
—Cuídala, Ron. Cuídala siempre.
Ron, incapaz de hablar, asintió.
—Una cosa más... —Sonrió—. Si alguna vez tenéis un hijo, llamadle Harry.
Hermione se puso a llorar aún más fuerte, y Harry, incapaz de soportarlo más, se
volvió hacia Voldemort. Las lágrimas corrían también por su cara. Aquello era duro,
muy duro. No quería morir. Había tantas cosas que no podría conocer, tantas cosas
que jamás podría hacer...
«Lo hago por ti, Ginny —pensó—. Para que puedas vivir y ser feliz. Lo hago por
todos vosotros.»
—¡Con esto no basta, Potter! —chilló Voldemort. Temblaba de arriba abajo, pero
sostenía la varita con firmeza, y Harry se sorprendió de la inmensa capacidad para
odiar que tenía—. ¡Te reunirás con tus padres!
—Sí —asintió Harry—. Lo haré.
—¡AVADA KEDAVRA!
El cuerpo de Voldemort pareció convulsionarse cuando de la punta de su varita
emergió un rayo verde que, con inmensa ferocidad, avanzó, consumiendo el rayo
dorado, directo hacia Harry.
Éste, calmado, cerró los ojos un instante, y el tiempo pareció detenerse para él.
«Ahora te necesito más que nunca, mamá. Te necesito a mi lado, ayúdame una
última vez, dame todo ese poder, todo ese amor que dejaste en mí.»
Estoy contigo, hijo mío.
Harry abrió los ojos, y miró a las pupilas de Voldemort mientras el rayo asesino
avanzaba inexorable hacia él.
Y entonces terminó el hechizo. Completó su patronus, y de su varita brotó una luz
blanca intensísima, y tan pura que ninguno de los presentes había visto jamás nada
igual.
Esa luz arrastraba toda la magia de Harry, pero no sólo eso: lo arrastraba a él, a sí
mismo. A su humanidad, sus sentimientos, su esencia, su Vida. Lo llevaba todo.
La luz blanca y el rayo verde se encontraron, y la maldición del odio fue devorada
por una fuerza de humanidad pura. Voldemort abrió los ojos, incapaz de creerse lo que
sucedía, y sólo pudo gritar «¡NO!» antes de que aquel haz plateado alcanzase su
varita y la envolviese, pasando a él.
La varita, aquella varita que tanto mal había hecho al mundo, vibró durante un
instante en la mano de Voldemort, y luego se partió, se astilló y se consumió.
La luz atravesó a Voldemort, inundándole, conectándole de forma absoluta con
Harry, con su alma y con su esencia perdida, aquella esencia que ahora volvía a él. Y
volvía cargada con algo que no podía soportar.
Y éste sintió que su cicatriz se abría del todo, que le sangraba, y, lentamente, notó
cómo su percepción desaparecía, cómo se desvanecía el dolor físico, como toda su
vida, cargada con todo aquel amor que sus compañeros le habían entregado, llenaba
de humanidad a Voldemort, al tiempo que él mismo se vaciaba.
Giró la cabeza, con dificultad, para mirar a Ron y a Hermione. Ambos lloraban.
Dos lágrimas, las últimas, resbalaron por las mejillas de Harry, junto a una gota de
sangre procedente de su cicatriz.
—Jamás os abandonaré... Siempre estaré con vosotros... Siempre. Os quiero.
Hermione gritó «¡Harry!», y hundió su cabeza en el pecho de Ron, para no ver.
Ron la sujetó con fuerza, apretándola contra sí, y apoyó su mejilla izquierda contra su
cabello castaño. Sus ojos, bañados en lágrimas, miraron a los de Harry.
Ron y Hermione. Sus mejores amigos.
Ellos eran lo que más quería en este mundo, y lo último que deseaba ver.
Sintió que su sensibilidad y su percepción disminuían, y que las cosas se
desvanecían ante sus ojos, pero pudo leer la última mirada que Ron le dedicó.
«Adiós, compañero. Jamás te olvidaré.»
Y pudo, aún, ver cómo Hermione giraba un momento la cabeza hacia él, un
instante antes de que su visión desapareciese por completo.
«Te quiero, Harry.»
«Yo también te quiero, Hermione. Os quiero a los dos. Os querré siempre.
Siempre.»
Toda sensación física desapareció, y se vio arrastrado por una luz, una luz que
invadía una sombra... Una sombra que se agitaba de dolor.
Se dejó llevar.
«Papá..., mamá..., voy con vosotros. Volveremos a estar juntos... después de tanto
tiempo.»

La luz que conectaba el cuerpo de Harry con el de lord Voldemort se intensificó,


haciéndose mucho más brillante. Luego pareció estabilizarse una fracción de segundo.
Y entonces explotó.
Ron y Hermione, al igual que todos los que permanecían en pie en el Gran
Comedor, fueron arrojados contra las paredes. Las velas flotantes se apagaron y
chocaron contra los muros como proyectiles. Los cristales de las ventanas estallaron
hacia fuera.
Un instante después, la luz blanca se extinguió, y la oscuridad lo cubrió el Gran
Comedor. Un ruido sordo indicó que un cuerpo acababa de caer al piso.
Un momento más tarde, algo metálico golpeó el suelo y repiqueteó. Antes de que
se detuviera, se oyó el sonido de otro cuerpo al desplomarse.
Y finalmente, el silencio lo llenó todo.
44

El Niño que Sobrevivió

En el suelo, Hermione Granger apartó una vela que le había caído sobre la cabeza y
trató de incorporarse.
—¿Ron? —susurró, con la voz tomada—. ¡Ron!, ¿estás bien?
—Estoy aquí, Hermione. ¿Y Harry?
Hermione levantó la mano y una llama azul brotó de ella, iluminado la zona donde
se encontraban.
Varios alumnos más comenzaban a moverse, y el ruido empezó a llenar de nuevo
el Gran Comedor.
—¿Qué ha pasado, Hermione? ¿Y Harry? Sentí como un vacío, como si...
—Yo también —lo atajó Hermione, poniéndose en pie. No quería oír las palabras.
Cogió su varita y la encendió. Ron hizo lo mismo con la suya.
Se movieron hacia el centro del Gran Comedor, cuyo suelo había quedado barrido,
y las luces iluminaron un cuerpo envuelto en una túnica negra. La túnica de lord
Voldemort. No se movía.
Ron se acercó a él lentamente, pero Hermione le sujetó.
—¡No!
Movieron sus varitas, y los rayos de luz iluminaron la Antorcha de la Llama Verde,
que estaba tirada en el suelo, un poco a su derecha.
Ron, con la mano temblándole, movió un poco más la varita hacia la derecha, y el
cuerpo de Harry Potter, su mejor amigo, su hermano, quedó bañado en luz. No se
movía, y su rostro reflejaba paz y serenidad. Un rastro de sangre bajaba desde su
cicatriz hasta su barbilla, y sus mejillas estaban aún húmedas debido a las lágrimas.
Ron sintió que sus piernas perdían fuerzas.
Hermione hundió la cabeza en su pecho y comenzó a llorar de nuevo.

En la enfermería del colegio, Ginny Weasley abrió los ojos lentamente. Parpadeó, y
miró un instante al techo, como desorientada, preguntándose qué hacía allí y qué
había pasado. Entonces sus ojos se abrieron y, de un empujón, se incorporó en su
cama y miró a los lados, buscando a alguien. Comenzó a temblar, aunque no de frío, y
sus ojos marrones se inundaron de lágrimas.
—Harry...

—Lumos.
Varias esferas de luz se elevaron en el aire, salidas de la varita de Flammingan, e
iluminaron de nuevo todo el Gran Comedor.
Ron miró a su alrededor mientras sujetaba a Hermione contra sí y la acariciaba
con suavidad y ternura, observando cómo sus compañeros se ponían en pie y se
preguntaban qué había sucedido. Muchos miraban con temor hacia los cuerpos de
Voldemort y Harry.
Donde había estado la mesa de los profesores, los mortífagos se incorporaron
lentamente, todavía apretándose los antebrazos y con el dolor dibujado en las caras,
pero nadie les prestaba atención.
—¡Señora Pomfrey! —gritó la profesora McGonagall, que estaba llena de polvo—.
¡El señor Potter, rápido, hay que llevarle a la enfermería!
La señora Pomfrey, dolorida, corrió hacia Harry junto a la profesora, pero Ron y
Hermione se movieron hacia ellas.
—No —dijo Ron—. No. Nosotros le llevaremos. No se puede hacer nada por él ya.
La profesora McGonagall miró a Harry y se llevó una mano a la boca, sollozando.
—Señor Potter... —murmuró.
Entonces, los mortífagos se levantaron, y Bellatrix Lestrange gritó, furiosa y
asustada:
—¡AMO!
Ron se volvió hacia ellos, y su cara se contorsionó por la rabia y el dolor que
sentía.
—¡NO HARÉIS DAÑO A NADIE MÁS! —gritó. Agitó su varita hacia ellos, hubo un
destello y Malfoy, el mortífago desconocido y Crabbe fueron lanzados hacia atrás y
cayeron en un revoltijo de cuerpos y túnicas.
Bellatrix se movió como una presa acorralada, y lanzó un hechizo hacia Ron, pero
Neville, actuando rápido, se puso en medio y lo desvió con un escudo.
—Tu tiempo se ha acabado —dijo—. Esto es por mis padres. ¡Giratio!
Bellatrix saltó por los aires y se golpeó contra la pared. Luego, Neville murmuró
«¡Incárcero!», y unas cuerdas la ataron.
—Éste es tu final —musitó el chico.
Crabbe, el único que quedaba en pie, lanzó una maldición asesina a la
desesperada hacia Ron, pero Snape se abalanzó sobre él y lo apartó. Luego, con un
giro de su varita, envió al mortífago junto a los demás.
—Gracias —murmuró Ron.
—De nada, Weasley —contestó Snape, mientras se levantaba.
Seamus sacó entonces su varita y murmuró: «¡Accio varitas!». Las cinco varitas de
los mortífagos volaron hacia él y Dean, y las partieron en trozos. Luego, Neville, con la
ayuda de Sarah, ataron a los mortífagos que aún no lo estaban.
—¡Draco! —gritó Lucius—. ¡Draco, ayudadnos!
Crabbe y Goyle se movieron estúpidamente, dudando. Malfoy miró hacia el cuerpo
de Voldemort, y luego hacia Ron y Hermione, ambos listos para intervenir, y finalmente
se volvió hacia su padre.
—No, padre.
—¿No? ¡¿Cómo que no?! ¡Draco!
—¡Hemos perdido! —chilló Draco—. ¿No lo entiendes? ¡Todo ha terminado, Potter
ha ganado!
—¡Potter está muerto, y Dumbledore también! ¡Ayúdanos!
—Potter me salvó la vida... —repuso, con la voz temblorosa— y los demás siguen
ahí, padre. Hemos perdido. Él ha ganado. Lo siento.
Se sentó en el suelo y hundió la cabeza entre las manos, sin escuchar los gritos de
su padre.
Dean, Seamus, Neville, Dennis y Sarah rodearon el cuerpo de Harry. A Neville
empezaron a caerle las lágrimas.
—Pero ¿qué diablos es esto? —preguntó entonces la profesora McGonagall, que
se había acercado con cuidado al cuerpo de Voldemort.
Todo el mundo, lentamente, se acercó a mirar.
Aquel cuerpo tenía la túnica de Voldemort, pero no su aspecto. El cadáver que
había allí tenía pelo y la apariencia de un hombre de unos cuarenta años.
—Harry destruyó la maldición de Voldemort, destruyó su transformación —explicó
Flammingan—. Esto es lo que Voldemort habría sido si no se hubiera transformado.
Es Tom Ryddle.
—Llevemos a los cadáveres y a los heridos a la enfermería —dijo la profesora
McGonagall, intentando con dificultad recuperar su aplomo y mantener la compostura
—. Tenemos..., tenemos que avisar al Ministerio, y alguien deberá vigilar a los
mortífagos.
—Yo lo haré —se ofreció Snape.
—Y yo —agregó el profesor Flitwick.
Ron se agachó sobre el cuerpo de Harry.
—Yo le llevaré a él.
Cargó suavemente con él, y las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos. A su lado,
Hermione, llorando también, recogió su varita y la Antorcha de la Llama Verde.
—Dean, Seamus, coged a Dobby, por favor —les pidió Hermione, con voz casi
inaudible.
Las puertas de la enfermería se abrieron solas cuando Ron llegó ante ellas, y entró
con el cuerpo de su mejor amigo en brazos.
En su cama, Ginny se volvió hacia la puerta, y ambos hermanos se miraron por un
momento, inmóviles.
—Ron...
—Ginny... Ginny, estás bien...
La chica se levantó de la cama y se acercó a Ron.
—Harry... —murmuró, al ver el cadáver, y comenzó a llorar.
—Se sacrificó para salvarte, Gin, para salvarnos a todos.
Ron depositó a Harry en una cama y abrazó a su hermana con fuerza. Hermione
posó la Antorcha y la varita de Harry sobre la mesilla y también los abrazó, y los tres
permanecieron así varios minutos, llorando en silencio, mientras en otras camillas eran
depositados los cadáveres de Dumbledore y Dobby.
La profesora McGonagall, con los ojos enrojecidos, se encargó de avisar al
Ministerio de Magia, quien ya estaba al tanto del ataque debido a los alumnos que
habían llegado a Hogsmeade, donde se estaba montando un hospital de campaña
para atender a los heridos.
Varios sanadores acudieron también a Hogwarts, para ayudar allí, y un grupo de
aurores se hicieron cargo de los mortífagos detenidos en el Gran Comedor.
Quince minutos después de que todo hubiese terminado, los Weasley y los
Granger, avisados por Neville, se presentaron en la enfermería. Los señores Weasley,
llorando, abrazaron a Ginny.
—¡Hija...! ¡No sabes qué miedo pasamos...! —sollozó. Luego abrazó a Ron, pero
éste no parecía nada contento.
El señor Weasley miró el cuerpo sin vida de Harry con ojos llorosos.
—Jamás podré agradecerte todo esto, Harry. Jamás...
La señora Weasley, llorando a lágrima viva, le acarició la cara, fría.
—Hijo... Gracias por todo. Nunca te olvidaremos, estés donde estés... ¡Oh, Arthur,
esto es horrible! —exclamó, y se abrazó a su esposo—. Primero Percy, luego Lupin, y
ahora Harry..., y Dumbledore... Oh, Dios mío... ¿Por qué ha tenido que morir él,
Arthur? ¡Era tan joven!
Hermione estaba abrazada a sus padres, que la sujetaba como si temieran que se
desvaneciera pero finalmente, entendiendo que eso no era todo lo que ella necesitaba,
la soltaron, y la chica se refugió entre los brazos de Ron.
—¿Por qué tuvo que hacerlo, Ron? ¿Por qué?
—Lo sabes tan bien como yo, Hermione. Pudiste sentirlo, igual que yo. Sabes que
habríamos hecho lo mismo que él.
Hermione miró el cuerpo de Harry, y, con expresión rabiosa, comenzó a agitarlo.
—¿Por qué te fuiste, eh? ¿Por qué? ¡Me prometisteis que nunca me dejaríais, que
siempre estaríamos juntos...! —Se deslizó hacia el suelo y apoyó la cabeza contra la
cama, llorando amargamente.
Ron, limpiándose los ojos, la levantó y la abrazó contra sí.
—Yo no te dejaré nunca, Hermione —murmuró, serio, y le besó la frente—. Nunca.
Te cuidaré siempre, tal y como le prometí. Y él no nos dejará del todo, mientras le
recordemos. Ya le oíste: dijo que cuidaría de nosotros, y yo le creí.
—Yo también...
Aquella noche fue larguísima. La gente no dejaba de entrar y salir del castillo, y
poco a poco, las noticias de lo que había sucedido se fueron extendiendo, y el rumor
de que Harry Potter, el Niño que Viviño, había derrotado a lord Voldemort
definitivamente, corrió por todo el mundo mágico.
Lord Voldemort había sido vencido para siempre. Harry Potter, con su sacrificio, le
había derrotado, y prácticamente todos los mortífagos habían sido detenidos. Muchos
de ellos habían muerto, debido al ataque de los centauros y los gigantes.
Los miembros del ED que habían estado en la batalla de los terrenos entraron en
la enfermería una hora y media después de la caída de lord Voldemort.
Parvati y Lavender se abrazaron a Dean, Seamus, Ron y Hermione al entrar, y las
dos lloraron amargamente al conocer lo que les había pasado a Harry y a Dumbledore.
A medida que pasaron las horas, también la prensa hizo su aparición en el castillo,
deseando saber con más precisión lo sucedido, y, de ser posible, entrevistar a Ron y a
Hermione, pero la profesora McGonagall lo prohibió totalmente, e hizo que trasladaran
el cuerpo de Harry a otra habitación, donde pudieran estar tranquilos.
Los Weasley y los Granger decidieron dejarles un poco de intimidad, y Ron y
Hermione se quedaron solos con su amigo, los dos abrazados, sin llorar más, porque
ambos se habían quedado ya sin lágrimas.
Sabían que la alegría se extendía por doquier en el mundo mágico. Sabían que
incluso ellos deberían estar alegres, porque la amenaza había pasado y seguían vivos,
porque Ginny se había salvado, pero no podían. Sentían como si les hubieran
arrancado un trozo de sí mismos, y para ellos no existía consuelo alguno. Sólo lo
soportaban porque estaban juntos, y nadie en el mundo habría podido separarles en
ese momento.
—Estuvimos con él hasta el final —dijo Ron—. Lo sentiste, ¿verdad? No habría
podido hacerlo sin nosotros.
—No —confirmó Hermione—. Se sacrificó por nosotros, por Ginny, y nuestro
cariño estuvo con él hasta el final... El final...
—¿Recuerdas el día que Harry nos invitó a vivir con él en Grimmauld Place?
—comentó Ron. Hermione asintió—. Qué lejano parece aquello... Ahora ya no
podremos cumplir ese sueño de vivir juntos y estudiar juntos, los tres...
—¡Oh, Ron, esto es tan triste...! Creo que..., creo que nunca podré superarlo.
—Lo haremos, algún día —repuso Ron—. Si estamos juntos.
La puerta de la habitación se abrió, y Hagrid, que tenía unas enorme vendas
rodeándole el torso, pasó al interior. Tenía los ojos rojos y estaba tembloroso. Cuando
posó sus ojos sobre el cuerpo de Harry estuvo a punto de caer al suelo.
—Harry... —musitó, y comenzó a llorar—. Ron..., Hermione...
—¡Hagrid! —exclamó Hermione, y corrió a abrazarse a él.
—Debí haber supuesto esto —comentó el semigigante, tratando de limpiarse los
ojos con un enorme pañuelo—. Debí suponerlo, por la forma en que se despidió de
mí... Creo que, en el fondo, él sabía que iba a morir...
—¿Cómo estás tú? —le preguntó Ron, que no quería hablar más de Harry—.
¿Qué te ha pasado?
—Estoy bien..., bien, lo mío no es grave. Una simple trampa de un mortífago...
Mañana os lo contaré, o más tarde... Ahora..., ahora he de irme. Tengo que ocuparme
de los gigantes. Tengo que hablar con Amos Diggory, a ver qué hacemos con el que
murió.
—¿Amos Diggory está aquí? —inquirió Hermione.
—Sí. Llegó hace un rato.
—Querrá vernos y ver a Harry, supongo —intuyó Ron.
—Sí, pero la profesora McGonagall no va a dejar que nadie le vea, ni a él ni a
vosotros, al menos hasta mañana.
—Lo prefiero así —dijo Ron.
—Bueno..., me voy. Nos..., nos vemos más tarde... o mañana. Cuidaos, chicos.
Les dio un fuerte abrazo a los dos y abandonó la estancia, cerrando la puerta al
salir. Ron y Hermione volvieron a quedarse solos y en silencio.
—Qué horror —comentó Hermione al cabo de un rato—. Harry, Anthony,
Dumbledore, Dobby, un gigante, varios centauros... Cuánta muerte. ¿Qué sentido
tiene?
—Lo sé —asintió Ron, abrazándola—. Lo sé.
A través de la ventana, vieron cómo desde Hogsmeade se disparaban fuegos
artificiales, que les iluminaron la cara.
—Al menos hay gente feliz —murmuró Ron.
Permanecieron allí, abrazados y apoyados el uno contra el otro, gran parte de la
noche, mientras miraban, sin verlos realmente, las luces de los fuegos de artificio.
Miraban por la ventana, pero sólo veían a Harry. A su querido y mejor amigo Harry.

Un poco antes del amanecer, el ruido de alguien golpeando a la puerta les despertó.
Se habían quedado dormidos el uno contra el otro.
—Adelante —dijo Ron, enderezándose. La puerta se abrió y entró Neville.
—¿Sí, Neville? —preguntó Hermione.
—Siento molestaros —se disculpó el chico—, pero... creí que debería entregaros
esto. Supuse que querríais verlo. —Sacó un gran sobre de su túnica y se lo entregó—.
Estaba sobre tu cama, Ron.
—Gracias —musitó Ron, mirando el sobre. Decía «Para Ron y Hermione», y
estaba escrito con la letra de Harry. Cruzó una mirada con Hermione.
—Bueno..., os dejo —murmuró Neville, y se fue.
Ron abrió el sobre y lo vació, extrayendo otro paquete y una hoja de pergamino.
Era una carta. La puso ante él y Hermione, y comenzaron a leer.

Queridos Ron y Hermione:


Dentro de un instante bajaré al Gran Comedor, junto a vosotros,
para enfrentarme definitivamente a Voldemort e intentar salvar a Ginny.
Si ahora estáis leyendo esto, significará que he conseguido mi objetivo,
y que Voldemort ya no será una amenaza para nadie. Significará,
también, que yo no logré sobrevivir.
Es muy posible que no tengamos ocasión de hablar en cuanto baje,
y por eso os escribí estas líneas. Si muero, no quiero irme sin haberme
despedido de vosotros, sin haberos dicho todo lo que significáis para
mí.
No quiero que sufráis por mí. Podéis estar seguros de que os estoy
observando en estos momentos, y no soportaría veros llorar cuando la
amenaza ha pasado. No quiero que lamentéis mi muerte, porque he
vivido más tiempo del que me correspondía. Sobreviví a una maldición
que debería haberme matado, y supongo que siempre he sabido que
estaba en una especie de tiempo prestado, y desde que Voldemort
retornó intuía, sobre todo en los últimos tiempos, que mi hora estaba
llegando, que ese regalo que mi madre me concedió estaba
acabándose. Y, aunque sólo hayan sido diecisiete años el tiempo extra
que se me concedió, para mí fue maravilloso, porque me ha permitido
conoceros a vosotros. No sería capaz de imaginar mi vida si vosotros
no estuvierais en ella. Ron, Hermione... sois lo mejor que he conocido
en mi vida, lo que siempre me ha dado fuerzas para seguir adelante,
para luchar. Y, si muero en la batalla, tened por seguro de que lo hago
por el cariño que os tengo, y que mi último pensamiento fue para
vosotros.
No temo a la muerte, ya no. ¡Ojalá hubieseis podido ver lo que yo
he visto esta noche...! Estuve en la Cámara del Amor, y sentí algo tan
maravilloso que ni siquiera sabría describirlo Estuve también en la
Cámara de la Muerte, y allí pude hablar con mis padres, y con Sirius, y
Lupin, y Peter. Ellos me hicieron entender lo que yo no comprendía. Me
hicieron entender que la muerte no es tan terrible que no es el final,
que uno nunca se va de todo. No mientras alguien nos recuerde y nos
quiera, como sé que vosotros me queréis a mí.
Cuando penséis en mi muerte, no quiero que lo veáis como una
pérdida. Pensad que ahora estoy con mis padres, que ahora se ha
cumplido mi sueño, que ahora tengo lo que vi en el espejo de Oesed,
durante la Navidad de aquel primero año. Qué lejano queda ahora
aquello, ¿verdad?
No quiero que me malinterpretéis: no deseo morir. Hay muchas
cosas que me gustaría hacer, tantas cosas que me gustaría conocer,
con vosotros... Pero todo eso no tiene la más mínima importancia al
lado de salvaros la vida, de salvar a Ginny y saber que viviréis y seréis
felices. Porque esta noche he aprendido que es mejor morir que vivir
sin aquellos a los que amas.
Ron, Hermione... quiero deciros una cosa. Quiero deciros que, si
pudiera elegir entre haber seguido con los Dursley y tener una vida
completa y tranquila y morir viejo en alguna cama confortable o la vida
que he tenido, a vuestro lado, aunque termine en mi muerte esta
noche, no dudaría ni un instante en volver a elegir lo segundo.
Habéis sido lo mejor que me ha pasado en la vida, lo que siempre
me ha animado a seguir adelante. Sois los mejores amigos que se
puede tener, y, después de haber visto lo que vi sobre vosotros en la
Cámara del Amor, os quiero más aún. Jamás podré explicaros lo que
significáis para mí.
Sé que ambos podéis ser felices, y quiero que lo seáis. Sé que
cuidaréis el uno del otro, y quiero que, cuando os sentéis los dos juntos
y me recordéis, penséis en los momentos felices que hemos vivido
juntos, en las aventuras que tuvimos, y sonreíd. Sonreíd, porque cada
vez que lo hagáis, yo os estaré observando, y también sonreiré.
El día que fuimos a Hogsmeade, Lupin me entregó ese sobre que
os adjunto. Contiene todas mis disposiciones sobre lo que debe
hacerse con mis pertenencias en caso de que yo muera.
Todo lo que tengo es para vosotros dos.
Podréis vivir en el número 12 de Grimmauld Place, que os
pertenecerá a los tres, vosotros dos y Ginny. También es vuestra la
casa del Valle de Godric. Es un lugar hermoso, un buen sitio para
formar una familia feliz, como sé que será la vuestra. Lo único que os
pido es que cuidéis el cementerio de mi familia, que ahora también lo
será de la vuestra.
En cuanto al dinero, todo lo que hay en la Cámara de Sirius es para
vosotros. El contenido de mi cámara, la que heredé de mis padres, se
lo dejo a Ginny.
Aparte de esto, Lupin, al morir, me dejó también todo su dinero.
Ése también es vuestro, pero quiero que lo repartáis entre las familias
de las víctimas de Voldemort como mejor os parezca. Lo que sobre
deseo que lo donéis al Hospital San Mungo.
En cuanto a mis pertenencias personales, son vuestras también.
Excepto las fotos del baile de Navidad en que salgo con Ginny. Ésas
quiero que se las deis a ella. Todo lo demás es para vosotros. Estoy
seguro de que el Mapa del Merodeador y la capa invisible les serán
útiles a vuestros hijos algún día.
Y, respecto a esto, me gustaría que, si tenéis un niño, le pusierais
de nombre Harry.
Decidle a Ginny de mi parte que la quiero, y que sea feliz. Decidle
que he muerto para que ella fuera feliz. También para que vosotros lo
seáis.
En cuanto a mí, me gustaría ser enterrado en el Valle de Godric,
junto a mis padres, y que me visitéis alguna vez.
Estoy seguro de que os convertiréis en grandes aurores, los dos, y
quiero pediros que luchéis, y que no dejéis que la gente olvide. No
permitáis que esto vuelva a pasar.
Ah, si yo no puedo hacerlo, quiero que le digáis a Dumbledore que
lo siento, que yo no sabía lo de la promesa a mi padre, que me
equivoqué con él. Y dadle las gracias por toda su ayuda en estos años.
Hermione, amiga, no llores. Sabes lo mucho que te quiero, y lo
poco que me gusta verte triste. Desearía pedirte perdón por todas las
veces que te he gritado, Hermione. Siempre has querido lo mejor para
nosotros, y siempre has sacado lo mejor de mí. Te quiero, recuérdalo.
Cuida de Ron y no dejes que se meta en líos.
Ron, compañero. Eres el amigo más leal que se pueda tener, y
quiero recordarte que ninguno de tus hermanos te hace sombra.
Ninguno. Has sido un hermano para mí, el hermano que nunca he
tenido. Quiero que cuides a Hermione, como has hecho siempre, y que
no la dejes llorar mucho. No le permitas tampoco pasarse la vida
encerrada entre libros, es demasiado maravillosa y corta, y hay que
disfrutarla.
Estoy seguro de que ambos seréis grandes magos, y que tendréis
unas vidas plenas y dignas de ser recordadas.
Ya para terminar, quisiera daros las gracias: Gracias por haber sido
mis amigos, por haber estado a mi lado. Gracias por estos siete años.
Yo siempre os recordaré, y siempre estaréis en mi corazón. Y os estaré
observando, cada día de vuestra vida.
Hasta siempre.
Os quiere,
Harry

Hermione y Ron se miraron. A ambos les corrían las lágrimas por la cara, y se
veía que hacían esfuerzos para no derrumbarse.
—Harry... —sollozó Hermione, con la voz tomada—. Siempre te recordaremos,
Harry. Siempre. Nosotros... Nos... —No fue capaz de continuar.
—Nunca dejaremos que el mundo olvide, compañero. Nunca.
Ambos se abrazaron una vez más.

Desde la enfermería, podía oírse y verse la multitud agolpada en los terrenos del
castillo.
Habían pasado dos días, y el Ministerio y la profesora McGonagall, nombrada
nueva directora, habían acordado enterrar a las víctimas de la batalla en un
monumento en el centro de los terrenos. Allí serían sepultados Anthony Goldstein,
Dumbledore, la profesora Sprout, Dobby, el gigante caído y los centauros que habían
perdido la vida en la batalla. Luego se construiría una estatua para cada uno, y una
placa recordaría a las futuras generaciones lo sucedido aquel día. Aquel monumento
sería un alegato contra la discriminación por razas. Amos Diggory había dicho que
Harry debería ser enterrado allí, en un lugar preferente, pero Ron y Hermione se
habían negado. Harry deseaba ser enterrado en el Valle de Godric y así se haría, en
un funeral privado.
Pero, aquella tarde, tendrían que asistir a la ceremonia que se había convocado, y
el cuerpo de Harry debería de estar presente. Ni a Ron ni a Hermione les hacía
mucha gracia la idea, pero sabían que aquello sería una fuente de inspiración para
todo el mundo mágico, y habían aceptado. Tras el acto, llevarían a Harry al Valle de
Godric y allí le enterrarían.
Ron miraba por la ventana, vestido de negro, mientras esperaba a que llegara la
hora de bajar. Fuera, en los terrenos, no cabía ni un alfiler. Parecía que hasta el último
mago y bruja de Gran Bretaña se habían reunido allí.
Se volvió hacia Hermione, que estaba sentada junto al cuerpo de Harry, y le tenía
tomada una mano. Estaba fría, pero, sorprendentemente, su cuerpo no estaba rígido.
Ron lo agradecía.
Al lado, en la mesilla, estaban posadas la Antorcha de la Llama Verde y su varita.
Los dos habían decidido que Harry sería mostrado con ellas, y que con ellas sería
enterrado.
La puerta se abrió y Ginny, también vestida de negro y con los ojos enrojecidos,
entró y se acercó a Hermione.
—Casi es la hora —anunció. Ron y Hermione asintieron. Ginny se aproximó a
Harry y le acarició la mejilla—. Ojalá pudiera yo despertarte con un beso —musitó.
Ron y Hermione le habían contado todo—. Ojalá hubiéramos tenido una oportunidad
—añadió, llorando.
—Eh, Ginny... —dijo suavemente Hermione—. No llores más, vamos... Recuerda
que él nos salvó para que fuéramos felices.
—Al menos vosotros pudisteis estar con él al final, y ayudarle. Yo ni siquiera eso.
—No es cierto —repuso Ron—. Él ganó esta batalla por ti, Ginny, no sólo por
nosotros.
La puerta se abrió de nuevo, y entró Neville, también vestido para la ocasión.
—Es la hora —dijo—. La profesora McGonagall me ha dicho que debéis bajar.
—De acuerdo. Gracias, Neville —murmuró Ron.
Neville asintió y salió.
—Vamos —dijo Ron, con un suspiro. Entre él y Hermione, usando sus poderes, lo
colocaron sobre la camilla especial en que lo llevarían al ataúd, situado sobre la base
de la tumba, desde donde se oficiaría la ceremonia funeraria.
Hermione cogió la Antorcha y la varita y se las puso sobre el pecho,
metiéndoselas en las manos, manos que ella agarró con fuerza, una última vez.
Ron se le unió. Y también Ginny.
—Adiós, compañero —murmuró Ron, y apretó con más fuerza—. Siempre estarás
con nosotros.
Entonces, un escalofrío le recorrió la espalda, y miró a Hermione con expresión
extrañada. Ella le devolvió la misma mirada.
—¿Qué...?
Con un fogonazo, la Antorcha de la Llama Verde se prendió.
—¿Qué..., qué pasa? —inquirió Ginny, abriendo mucho los ojos.
Ron no pudo contestar. Estaba sin hablar, porque Harry estaba apretando su
mano. El cadáver de Harry estaba apretando su mano.
—No..., no es posible —balbuceó Hermione.
Harry abrió los ojos, y parpadeó, deslumbrado por la luz. Miró a sus tres amigos,
que le observaban, atónitos.
—Os he echado de menos —declaró, con voz débil, y sonrió.
Ginny estuvo a punto de desmayarse, y Hermione y Ron se quedaron sin habla.
Ambos temblaban.
Harry miró la Antorcha, luego sus ropas y finalmente las de sus amigos.
—¿Por qué estamos vestidos así? —preguntó.
—Ha... Harry... —murmuró Ron—. E... ¿Eres... tú?
—Claro que soy yo, Ron. ¿Quién si no? ¿Cuánto tiempo he estado aquí?
—Intentó incorporarse un poco. Miró hacia Ginny, y sonrió—. Ginny... todo fue bien.
Voldemort ha desaparecido.
—Harry, ¡estabas muerto! —exclamó Hermione, con los ojos como platos—.
¡Íbamos a celebrar tu funeral!
—Claro que no estaba muerto —replicó Harry—. Yo... —Se interrumpió—. Espera.
¿Has dicho funeral? ¿Ibais en enterrarme?
—Creíamos..., creíamos...
—¿No comprobasteis que estaba muerto? —les preguntó Harry—. La señora
Pomfrey reconoce la muerte aparente, Hermione, lo hizo contigo el año pasado.
—No..., no le dejamos —balbuceó Hermione—. Tú habías dicho que... Creímos...
El sacrificio...
—¡¿No le dejasteis?! —exclamó Harry. Un momento después, su mirada se
suavizó—. Es cierto que creí que iba a morir, y estaba dispuesto a ello... pero no fue
necesario. No fue necesario el sacrifico completo... gracias a vosotros.
—¿Gracias a nosotros?
Harry asintió.
—Vuestro amor, vuestro cariño, el que me disteis, unido a la ayuda de mis padres,
de Sirius, Lupin y Peter, y al hecho de que estaba dispuesto a sacrificarme, bastaron
para destruir la maldición de Voldemort, y yo quedé preso a mi cuerpo. En realidad,
habría muerto, pero había algo que me decía que no era necesario, que podía
sobrevivir, que me aferrara... y lo hice: me aferré al vínculo que tengo con vosotros,
que me mantuvo aquí, aunque no sabría cuando despertaría. Pero, por lo visto —miró
a la Antorcha, que se había vuelto a apagarse—, habéis conseguido traerme de
vuelta. Gracias.
Los tres le miraban, sin acabar de creérselo.
—Bueno, no es por nada... pero esperaba ser mejor recibido al despertar —añadió
Harry, con una leve sonrisa.
Sus amigos le miraron un instante, y al otro estaban encima de él.
—Dios, Harry... no te imaginas lo que sufrimos —dijo Hermione—. La idea de
perderte era horrible...
—¿Leísteis mi carta? —les preguntó Harry.
—Sí —contestó Ginny, mirándole fijamente. Él la miró a ella—. Ya no existe
Voldemort —comentó—. Tú me salvaste, Harry. Te sacrificaste por mí...
Se acercó a él lentamente, y lo besó. Y Harry le devolvió el beso.
Cuando se separaron, ambos sonrieron, un tanto ruborizados.
—Ya iba siendo hora —comentó Ron. Y luego meneó la cabeza—. Por Merlín,
Harry... no puedo creerme que hayas resucitado... Es... ¿Sabes cómo nos hemos
sentido estos días?
—Sí —contestó Harry—. Podía percibir vuestro dolor, pero no podía hacer nada
por aliviarlo.
—Tienes muchas cosas que explicarnos y que contarnos, Harry —dijo Hermione.
—Sí, lo sé... pero más adelante. Ahora... —Se giró y miró hacia las ventanas,
extrañado—. ¿Qué es todo ese ruido?
—Creo que deberías verlo por ti mismo —opinó Ron.
Le ayudaron a levantarse y lo acercaron a la ventana. Harry miró y se quedó sin
habla.
—¿Qué..., qué hace toda esa gente ahí?
—Han venido por ti, compañero —le explicó Ron—. Han venido a despedirte.
—Dios...
—Están esperando a que llevemos tu tumba al monumento —añadió Hermione.
Harry se quedó un momento mirando, y luego suspiró.
—Supongo que, en ese caso, debería bajar.

Las puertas del castillo se abrieron de nuevo, y la profesora McGonagall miró al


interior, de donde salieron Ron y Hermione.
—Por fin —dijo—. ¿Dónde...? ¿Y... el cuerpo del señor Potter? —les preguntó la
profesora—. La ceremonia va a...
—El cuerpo del señor Potter está aquí —respondió Harry, saliendo del castillo
apoyado en Ginny.
La profesora McGonagall se llevó una mano al pecho, atónita, y habría caído al
suelo, si un hombre que estaba cerca de ella no la hubiera sostenido. Un rumor se
propagó por la muchedumbre. ¡Harry Potter está vivo!
—Se... ¿señor Potter? —musitó la profesora.
—Hola, profesora —contestó Harry—. ¿O debería decir directora?
—Potter, ¿cómo...?
—Es largo de explicar —contestó Harry. Miró a la muchedumbre—. Creo que
tengo mucho que decir, aunque hablar en público no es lo mío.
Siguió a Ron y a Hermione a través de la multitud, que se apartaba,
observándoles reverencialmente. Detrás de ellos caminaba la profesora McGonagall,
que parecía no creérselo aún.
Llegaron a la tribuna instalada junto a la tumba, donde estaba colocados los
cuerpos de los caídos en la batalla. Allí delante estaban los Weasley, junto a
familiares de los demás caídos, y todos los miembros del ED y la Orden del Fénix. La
señora Weasley, al verle, estuvo a punto de desmayarse.
—¡¡HARRY!! —gritó, y, sin preguntar nada, se abalanzó sobre él y lo abrazó con
todas sus fuerzas.
La Orden entera y el ED se abalanzaron sobre él. Algunos le miraban como si
vieran a un fantasma. Allí estaban Parvati, Lavender, Dean, Seamus, Neville, Sarah,
los Creevey, Padma Patil, Terry Boot, Ernie Macmillan, Justin Finch-Fletchley, Susan
Bones, Hannah Abbott, Hagrid, los Granger, Mundungus Fletcher, Bill, Fleur, Fred y
George; estaba también Angelina Jonson, Katie Bell y Alicia Spinnet, antiguas
cazadoras del equipo de quidditch; estaba también Charlie, y Viktor Krum, y los dos
rumanos, Markov y Traian, amigos de Charlie y miembros de la Orden. Había
centauros, y elfos, y, aunque la gente no se acercaba mucho a ellos, también
gigantes. Todos estaban allí, todos. Y todos querían saber qué milagro le permitía
estar vivo. Todos querían saber cómo había vencido a Voldemort.
Harry, con un suspiro, y con las lágrimas amenazando brotar de sus ojos por
tantas muestras de cariño, subió a la tribuna instalada, donde Amos Diggory, con un
gesto reverencial, le dio paso.
Harry se limpió las lágrimas que comenzaban a asomarse.
«Me he vuelto muy sentimental», pensó.
Ante él, la gente esperaba, en silencio, muerta de curiosidad.
—Siempre he odiado que me denominaran así —dijo, y la magia elevó su voz
sobre la muchedumbre—, pero parece que sigo siendo el Niño que Vivió.
Un aplauso se elevó de los terrenos, atronador, y Harry tuvo que esperar un buen
rato a que terminara.
—Lo primero que quiero hacer es agradecerles a todos que hayan venido aquí, a
despedirme. A despedir a los demás que cayeron. A agradecerme el haber derrotado
a lord Voldemort... Pero yo no le vencí. Al menos, no solo. Quieren saber cómo vencí
a lord Voldemort, y cómo es posible que esté vivo... Bueno, simplemente diré que la
voluntad de un amigo por salvar la vida de alguien a quien ama es más poderosa que
la voluntad de un asesino de quitársela. Pero, como ya dije, esto no es mérito mío.
»Si estoy vivo hoy, es gracias a mi padre y a mi madre; es gracias a Sirius Black, a
Remus Lupin y a Peter Pettigrew; es gracias a Luna Lovegood y también a un elfo
doméstico llamado Dobby. Y es, sobre todo, gracias a Ron Weasley y Hermione
Granger —los miró, y ellos se ruborizaron—, mis mejores amigos, mis hermanos.
—Les hizo una seña y ellos, con cierta reticencia, subieron junto a él—. Ellos me
dieron la fuerza para luchar. Ellos, junto a muchos otros. Yo vencí a Voldemort, sí. Yo
me sacrifiqué, y estuve dispuesto a entregar mi vida. Le vencía así por una conexión
que había entre nosotros, una conexión forjada debido al sacrifico de mi madre. Eso
es lo que me hacía especial, y no es mérito mío. El sacrificarse... Mucha gente lo
habría hecho. Algunos, de hecho, lo hicieron. —Miró hacia las tumbas abiertas tras él
—. Anthony Goldstein recibió una maldición destinada a otro alumno. La profesora
Sprout fue asesinada defendiendo a los estudiantes del colegio. El profesor
Dumbledore... —Tuvo que hacer una breve pausa, el dolor era muy grande—. El
profesor Dumbledore murió luchando contra Voldemort, dándome tiempo. El elfo
doméstico, Dobby, fue asesinado tras haber ayudado a sacar a varios cientos de
estudiantes del Gran Comedor; recibió una maldición destinada a mí. Los centauros y
el gigante murieron luchando contra los mortífagos, defendiendo a los alumnos del
colegio.
»Ellos murieron, pero muchos otros también estuvieron dispuestos a sacrificarse.
Muchos de mis amigos formaron un escudo entre Voldemort y yo, dispuestos a morir,
a dar sus vidas, sólo por darme una segunda oportunidad.
»Pero si hubiera que agradecerle a alguien en concreto que yo pudiera reunir la
fuerza para vencer a Voldemort esa noche, es, como ya mencioné, a Ron y a
Hermione. —Los miró, y ellos a él—. Y también a Ginny. —Le dirigió una mirada—.
Gracias, amigos.
Harry, Ron y Hermione se abrazaron con fuerza, y la muchedumbre comenzó a
aplaudir de nuevo, pero ellos ya no la oían. Estaban en su mundo. Estaban juntos.
Después de todo, seguían unidos.
El resto de la ceremonia fue muy emotiva. Mucha gente habló aquella tarde, sobre
los caídos, sobre lo sucedido. Y, de todo lo que se dijo, lo más repetido fue, sin duda,
que jamás se debería olvidar, y que se debería recordar siempre que lo que uno valía
no dependía de quién se era por nacimiento, sino de quien se era por uno mismo.
Dumbledore lo había dicho en más de una ocasión, y siempre había tenido razón.
45

Adiós a Hogwarts

El último día del curso amaneció soleado y resplandeciente. Harry se quedó un rato en
la cama, pensativo. Era la penúltima vez que dormiría en ella, la penúltima vez que
estaría en aquella habitación, con los que habían sido sus compañeros durante siete
años.
Tras un rato, se levantó, se vistió y bajó a la sala común. Estaba vacía del todo, y
se acercó a la ventana, donde se puso a contemplar los terrenos.
Aún no se acababa de creer que estuviese vivo, que finalmente hubiera
sobrevivido, a pesar de que hubiera pasado ya una semana desde su despertar.
También le estaba resultando difícil creer que Voldemort se hubiera ido para
siempre, que no volvería a ver a Dumbledore y que Dobby no volvería a chillar «¡Harry
Potter, señor!».
La victoria había costado demasiado.
El Profeta había informado todos los días de las capturas de mortífagos, de la
búsqueda de un acuerdo de paz con los gigantes, y de Ron, Hermione y él, por
supuesto. De cómo había vencido. De cómo había sobrevivido. De lo que les había
dado a las familias de las víctimas. De lo que había donado al Hospital San Mungo.
Pero Harry no lo leía, y Ron y Hermione tampoco. Sólo quería descansar. No
quería saber nada de batallas ni de fama. Tampoco había hablado con los periodistas.
Por supuesto, ellos lo habían intentado, pero la profesora McGonagall no les había
permitido el acceso al castillo, y él lo agradecía.
Sus compañeros, por su parte, también respetaban su deseo de pasar un tanto
desapercibido, y aunque algunos le habían dado las gracias, la mayoría le dejaban en
paz, y también a Ron y a Hermione y al resto del ED.
Sintió un ruido a sus espaldas. Se volvió y vio a Ginny, que acababa de salir de los
dormitorios de las chicas. Se sonrieron.
—Buenos días —dijo ella, y le besó—. ¿Qué haces?
—Disfrutando mi último día en Hogwarts —respondió. Ella no dijo nada, y los dos
se sentaron, juntos y en silencio, frente a la chimenea.
Cuando, más tarde, Ron y Hermione bajaron, los cuatro se encaminaron al
exterior, para recorrer por última vez los terrenos del castillo. Al salir a los jardines,
Harry desvió la mirada hacia el monumento que recordaba para siempre lo que había
sucedido en aquel castillo una semana antes. Observó la grandiosa figura que
representaba a Dumbledore, y le echó de menos. Hogwarts nunca sería lo mismo sin
él.
Caminaron alrededor del lago, hablando, reviviendo pasadas aventuras, peleas,
diversiones e incluso castigos; recordando los mejores momentos que habían pasado
en aquellos siete años en el colegio.
Finalmente, un poco antes de comer, se dirigieron a la cabaña de Hagrid, que
estaba trabajando en su huerta.
—Mejor os dejo solos —comentó Ginny—. Es un momento importante para
vosotros. Nos veremos para comer.
Harry asintió. Ginny le dio un beso y se alejó hacia el castillo.
—Vamos —dijo Hermione.
—Hola, Hagrid —saludó Harry en cuanto llegaron junto al guardabosques. Fang
comenzó a menear la cola y les lamió las manos—. ¿Qué haces?
—Nada serio —respondió Hagrid—. ¿Y vosotros?
—Recordando viejos tiempos —explicó Ron.
Hagrid sonrió.
—Mírate, Harry. Miraos los tres. —Suspiró—. A punto de terminar el colegio...
¿Recuerdas lo que le dije a tu tío la noche en que fui a buscarte, Harry? Le dije que,
tras siete años aquí, no te reconocerías a ti mismo. ¿Acaso no tenía razón?
—Sí —asintió Harry—. Sí la tenías. Vaya si la tenías.
—Jamás os olvidaré, muchachos —confesó Hagrid, y sacó un pañuelo para
limpiarse una lágrima—. Nunca habrá en Hogwarts nadie como vosotros tres. Os voy a
echar muchísimo de menos... Sin vosotros, y sin Dumbledore, Hogwarts nunca será lo
mismo para mí. Incluso he pensado en retirarme, pero creo que me aburriría mucho.
—Vamos, Hagrid —lo animó Hermione, acariciándole un brazo—. Vendremos a
visitarte a menudo.
—Eso espero —dijo Hagrid—. Con esa Antorcha tuya, Harry, puedes aparecerte
aquí, así que no tienes disculpa.
Harry sonrió.
—No, Hagrid. Eso me temo que no funcionará más. —Hagrid le miró, sin entender
—. Voldemort ha desaparecido, también de mí. Es cierto que parte de sus poderes
siempre los tendré, como la lengua pársel, y hay cosas que aprendí de él y que nunca
olvidaré, pero ya no existe esa mente compartida. Aún puedo encender la Antorcha,
pero pronto no podré... —Se llevó una mano a la cicatriz y la acarició—. Ya no puedo
aparecerme con ella. Lo he intentado. La esencia de Voldemort se desvanece del
todo.
—Bueno... Hogsmeade no está lejos de aquí, y estoy seguro de que a la profesora
McGonagall no le importará que vengáis usando la Red Flu.
—Supongo que no —asintió Harry—. Nosotros también te vamos a echar mucho
de menos, Hagrid. Tus clases, y todo.
—No hablemos más de eso. Venid. Os invito a un zumo de calabaza, creo que yo
también necesito uno; hace demasiado calor.
Los cuatro entraron en la cabaña, y se pasaron las horas charlando sin parar de
los temas más diversos hasta que llegó la hora de comer.
Cuando salieron de la cabaña, Harry acarició a Fang.
—Adiós también a ti, viejo —le dijo Harry—. Cuida de Hagrid.
—Sí, y espero que le seas más útil que lo fuiste para nosotros el día que fuimos a
la guarida de Aragog —añadió Ron.
Durante la comida, se les hizo entrega de sus resultados de los EXTASIS.
Hermione estaba muy nerviosa, y las manos le temblaban mientras abría el sobre.
Harry miró sus notas, y sonrió. Todo aprobado. Y tenía un «Extraordinario» en
Transformaciones, Encantamientos, Teoría de la Magia y Encantamientos.
Las demás notas, excepto Astronomía y Herbología, eran «Supera las
Expectativas». Podría ser auror.
Hermione había obtenido un «Extraordinario» en todo y gritaba de alegría, y las
notas de Ron eran casi idénticas a las de Harry.
—Habrá que pedir esas solicitudes para la Academia de Aurores —comentó Ron,
sonriente.
—Creo que sí —corroboró Harry.
Salieron del Gran Comedor con los demás alumnos de séptimo, todos comentando
los resultados, felices. La única del grupo que parecía triste era Padma Patil, que aún
no había asumido del todo la muerte de Anthony.
Mientras estaban en el vestíbulo, Draco Malfoy salió del comedor, acompañado de
sus amigos. Cruzó una mirada con Harry, pero no le dijo nada y siguió su camino
hacia las mazmorras, serio. No se había dirigido ni una sola vez a los tres amigos
desde el día de la batalla. Harry le siguió un momento con la vista. Ron y Hermione le
habían contado lo sucedido entre él y su padre.
Tras estar un rato con los demás, todos juntos, Harry, Ron y Hermione subieron
por el castillo, y pasearon por él. Recordaron a Fluffy y su primera aventura al pasar
por el tercer piso, y se quedaron un rato mirando el lugar donde habían aparecido las
inscripciones del Heredero de Slytherin, en primero.
—¿Entramos a despedirnos de Myrtle? —sugirió Harry.
Ron y Hermione se encogieron del hombros, y los tres amigos entraron en aquel
cuarto de baño donde una vez habían preparado la poción multijugos, el lugar donde
estaba la entrada a la Cámara de los Secretos, que nadie volvería a abrir nunca.
Se oían sollozos apagados en uno de los retretes.
—¿Myrtle? —llamó Harry.
Los sollozos se convirtieron en hipidos, y el fantasma de una chica regordeta, con
gafas y granos, asomó la cabeza a través de la puerta.
—¡Oh! —musitó—. Sois vosotros. Hace mucho que no venís a verme.
—Mañana nos vamos, Myrtle —explicó Hermione—. Y queríamos despedirnos de
ti.
—¿Despediros de mí? —dijo Myrtle con incredulidad, y sus ojos se llenaron de
lágrimas—. Nadie..., nadie nunca, en todos los años que llevo aquí, había venido a
despedirse de mí...
—Bueno, alguien tenía que ser el primero —comentó Ron—. Alégrate, vamos. El
tipo que te provocó la muerte ya no existe. Has sido vengada.
—Ya... —dijo, y miró a Harry de reojo—. Lo hizo él. Gracias... —murmuró, con
timidez.
—De nada —contestó Harry—. Bueno... Nosotros... ya nos vamos. Nos ha gustado
conocerte, Myrtle, cuídate.
—Gracias por venir a despediros de mí —sollozó ella, acompañándolos a la puerta
—. Si venís alguna vez al castillo, venid a visitarme.
—Lo haremos —prometió Harry, y luego se alejaron de allí.

La cena de aquella noche, la de fin de curso, que solía ser una fiesta, resultó un poco
apagada para Harry. El hecho de que no fuera Dumbledore el que se sentara al frente
lo hacía todo extraño. Por otra parte, no se entregaría la Copa de las Casas, y en lugar
de la decoración del color de la casa ganadora, las paredes lucían crespones y
banderas negras en recuerdo a los caídos en la batalla.
Todos los fantasmas estaban allí presentes, menos Peeves. Harry, al acordarse
del poltergeist, miró hacia Filch. Nadie había vuelto a ver a Peeves desde el día de la
batalla, y todo el mundo suponía que había huido, aterrorizado ante el ataque. Filch
había intentado por todos sus medios que lo expulsaran del castillo, pero Harry tenía la
certeza de que, ahora que no estaba, el conserje lo echaría de menos.
Ni él, ni Ron, ni Hermione, hablaron mucho durante aquella última cena en el
colegio. A ninguno de los tres les agradaba mucho estar en el Gran Comedor cuando
se hacía de noche: les traía malos recuerdos.
Al terminar la comida, la profesora McGonagall se levantó, pidiendo silencio.
—El profesor Dumbledore solía decir, al llegar este día, que un año más termina,
pero creo que este año esa frase no es del todo correcta. Este año no ha sido, ni
mucho menos, un año más. Hemos vivido, en este mismo comedor, el fin de la
Segunda Guerra contra Voldemort. Y algunos de los que la ganaron se van hoy. —Los
ojos de la profesora se dirigieron directamente a Harry, Ron y Hermione—. Todos
echamos de menos a alguien, personas valerosas que dieron sus vidas por los demás:
Anthony Goldstein, Premio Anual, que dio su vida por salvar la de otro alumno; la
profesora Sprout, que murió luchando; el profesor Dumbledore, que cayó frente a lord
Voldemort; e incluso un elfo doméstico, gracias al cual, y a muchos otros, muchos de
vosotros estáis vivos hoy.
»No voy a hablar más de ellos, pues todos los conocéis ya de sobra, y sobre sus
actos se dijo todo en el funeral que se celebró en estos terrenos. Como sabéis, este
año no se entregará la Copa de las Casas, pero, en su lugar, he de anunciar varios
premios a algunos alumnos.
»Por su valor, su tesón, y su empeño en proteger a los más débiles, se les
concede el Premio por Servicios Especiales al Colegio a Neville Longbottom, a Sarah
Brighton, a Dean Thomas, a Seamus Finnigan, a Parvati Patil, a Padma Patil, a
Lavender Brown, a Ernie Macmillan, a Justin Finch-Fletchley, a Susan Bones, a Colin
Creevey, a Dennis Creevey, a Hannah Abbott y, por supuesto, a Ronald Weasley,
Hermione Granger y Harry Potter. Muchos de estos alumnos os vais mañana, a
enfrentaros al mundo, pero sé que no tendréis ningún problema, después de lo que
habéis hecho aquí. Y, como el profesor Dumbledore os habría dicho, Hogwarts
siempre será vuestro hogar.
»Ahora, por favor, quiero hacer un brindis por aquellos que no están.
Todo el mundo levantó las copas, brindó, y bebió.
—Y, aunque sea algo totalmente extraordinario, quiero brindar también por Harry
Potter, que nos ha traído la paz.
Todo el mundo volvió a brindar, pero, esta vez, Harry se quedó sentado.
—Por usted, señor Potter —dijo la profesora McGonagall, antes de beber.
—Bueno, ya os vais —dijo un poco después Nick Casi Decapitado, el fantasma de
Gryffindor—. Y pensar que parece que aún fue ayer cuando hicisteis la selección... Se
os va a echar de menos —añadió—. Creo que los cursos venideros van a ser mucho
más tranquilos. Todos nos habíamos acostumbrado un poco a la emoción y al peligro.
Este colegio se va a volver muy aburrido.
—En Hogwarts, nunca se sabe —comentó Harry.
—Sí, supongo que sí... —reconoció Nick.
Antes de salir del Gran Comedor, la profesora McGonagall se acercó la mesa de
Gryffindor y les pidió a Harry, Ron y Hermione que la acompañaran un momento al
despacho.
—¿Qué sucede, profesora? —preguntó Hermione cuando la directora hubo
cerrado la puerta. Podía haberse trasladado ya al despacho de Dumbledore, pero ella
no quería hacerlo aún, quería esperar al curso siguiente. Harry estaba seguro de que
lo hacía para conservar el recuerdo del antiguo de director.
—Hasta el año que viene, aún soy la Jefa de la casa de Gryffindor —dijo ella, y
miró hacia la Copa de quidditch que había colocada en un lugar del despacho—. Es
algo que voy a echar mucho de menos... También les voy a echar mucho en falta a los
dos en el equipo —agregó, dirigiéndose a Ron y a Harry—. De hecho, les voy a echar
mucho de menos en general. A los tres. Es algo que..., bueno, una directora no debe
de decir en público.
—Bueno, nosotros también la echaremos de menos, profesora —dijo Ron—.
Incluso sus regañinas —se atrevió a añadir.
La profesora sonrió.
—Señor Weasley, no creo que usted tenga quejas, y si no, pregúntele a sus dos
hermanos. —Miró hacia Hermione—. Señorita Granger, es usted la mejor alumna que
he tenido jamás. Espero sinceramente que le vaya muy bien. Que les vaya muy bien a
los tres. —Y luego, con una ligera vacilación, le dio un suave abrazo. Hermione la
correspondió, asombrada. Cuando se separaron, la profesora tenía una sonrisa que a
Harry le recordó mucho a la de Dumbledore—. ¿Sabe una cosa? —dijo—.
¿Recuerdan ustedes el incidente del troll, en su primer año?
—Nunca podremos olvidarlo —dijo Ron.
—Señorita Granger, usted no fue a buscar al troll, ¿verdad? —preguntó la
profesora.
Hermione tardó un rato en contestar, y luego negó con la cabeza.
—Siempre lo supe. Pero bueno, usted había confesado... Creo que me gustaría oír
la verdadera historia de su primera aventura en el colegio.
Los tres amigos volvieron a la sala común diez minutos después, y se encontraron
a todos los alumnos de séptimo sentados juntos, hablando, disfrutando de la última
noche en el colegio, la última noche juntos en la sala común de Gryffindor.
Estuvieron allí durante horas, hablando y riendo, hasta que llegó la hora de
arreglar las últimas cosas y acostarse.
Harry, mientras ordenaba su baúl, miró la Antorcha de la Llama Verde, que
guardaba allí. Pronto sería inútil. Había pensado en devolverla al colegio, al que
pertenecía, pero le había tomado cariño. Ya habría tiempo de devolverla cuando no
funcionara más. Además, había aún una última cosa que tal vez podría hacer con ella.
Guardó sus cosas y luego miró hacia Neville.
—Neville, ¿tu abuela va a ir a recogerte mañana?
—Sí, ¿por? —contestó Neville, volviéndose hacia su compañero.
—Mándale una lechuza diciéndole que no lo haga. Te presto a Hedwig. Quiero que
vengas conmigo a un lugar antes de ir a tu casa.
—¿A un lugar? ¿Adónde?
—Tengo algo que a mí no me sirve de nada, pero que estoy seguro tú
agradecerás.
—¿El qué?
—Lo verás mañana. Simplemente haz lo que te he dicho, ¿de acuerdo?
—Está bien —asintió Neville, y comenzó a escribirle una carta a su abuela.

Harry, Hermione y Ginny, junto a muchos otros gryffindors, hasta el vestíbulo. Faltaba
poco para que llegaran los carruajes que les alejarían de Hogwarts para siempre.
Al acabar de descender la escalinata de mármol, se encontraron con Snape, que
venía del Gran Comedor. El profesor de Pociones les miró.
—Hola —saludó.
—Hola —respondieron los tres. Harry le miró un momento, y entonces recordó
algo que su padre y Sirius le habían pedido en la Cámara de la Muerte, aquel día que
parecía pertenecer a otro mundo.
—Profesor... —le llamó. Snape se volvió y le miró. Harry les hizo una seña a Ron y
a Hermione para que le dejaran solo.
—¿Qué quieres, Potter?
—Profesor, la noche de la batalla... cuando yo pedí que todos me ayudaran, ¿por
qué usted no lo hizo?
Snape tardó unos segundos en responder.
—Creo que, sabiendo lo que sabes sobre mi vida, Potter, ya deberías conocer la
respuesta a esa pregunta. Yo no tengo nada de lo que tú necesitabas, por eso no
ayudé.
—Profesor... Aquel día, aquella tarde... yo..., bueno, hablé con mis padres, señor.
Con mis padres y con Sirius.
—¿Cómo dices? —inquirió Snape, frunciendo el ceño.
—El cómo no importa —respondió Harry—. El caso es que ellos..., bueno, ellos
querían que yo le pidiese perdón en su nombre, profesor. Perdón por todo lo que le
hicieron en el colegio. Ellos querían que le dijese que no se esconda tras una máscara
de amargura, que algún día lo lamentará. Y, si me permite, creo que tienen razón.
Eso..., eso es todo.
Harry se volvió y avanzó hacia la entrada.
—Potter —lo llamó Snape. Harry se volvió hacia él—. Cuídate, y no hagas
estupideces. —Dicho esto, el profesor se volvió y se dirigió hacia las mazmorras.
Mientras esperaban a los carruajes, fue Flammingan el que se acercó a despedirse
de ellos.
—Aprendiste muy bien tus lecciones, Harry —le comentó el anciano—.
Demostraste ser un alumno extraordinario. Y has tenido el privilegio de ver la Esfera...
—¿Qué va a hacer el año que viene, profesor?
—Creo que, de momento, me quedaré aquí —respondió Flammingan, mirando por
encima de ellos hacia los terrenos—. Me ha gustado dar clase, y los terrenos son
hermosos... No será lo mismo sin Dumbledore, pero supongo que todos nos
acabaremos acostumbrando.
—Supongo que sí —suspiró Harry, y miró hacia la tumba-monumento.
—En fin... Que os vaya bien —les deseó Flammingan—. A los tres.
Los carruajes llegaron, y Harry, Ron, Hermione, Ginny, Neville y Sarah montaron
en el mismo.
Harry se sentía invadido por la nostalgia.
Llegaron a la estación de Hogsmeade y subieron al tren, que no tardó en arrancar.
Harry miró por la ventana hasta que el castillo que había sido su hogar durante siete
años desapareció tras una montaña. Se preguntó cuándo lo volvería a ver.
—Bueno... y hasta aquí hemos llegado —comentó Hermione, triste, mientras
acariciaba a Crookshanks—. Parece mentira, ¿verdad? Pensar que no volveremos a
asistir a clases en Hogwarts, pensar que ésta es la última vez que nos ponemos las
túnicas del colegio...
—Lo voy a echar mucho de menos —confesó Neville—. Nos han pasado tantas
cosas...
Durante aquel último viaje, que los alejaba del colegio para siempre, los diversos
miembros del ED fueron pasándose por el compartimento para charlar y despedirse.
Ninguno sabía cuándo se volverían a ver.
Finalmente, el viaje llegó a su fin, y el expreso de Hogwarts entró en el Andén
Nueve y Tres Cuartos de la estación de King’s Cross. Harry, al bajar, no pudo evitar
acordarse de la primera vez que lo había pisado y había visto el tren que lo llevaba
hacia un viaje que ni en sus más alocados sueños había imaginado.
Los señores Weasley estaban en la estación, para recoger a Ron y a Hermione,
que se iban a La Madriguera. Hermione iba a pasar allí un par de días. Luego, los tres
tendrían que acudir al Ministerio a solicitar su plaza en la Academia de Aurores. Ron le
había invitado también a él, pero había declinado la oferta, quería dedicar aquellos dos
días a ocuparse de algunos asuntos, como la reconstrucción de la casa del Valle de
Godric. Después de eso, Hermione se iría tres semanas de viaje con sus padres, y él
se iría a La Madriguera, hasta que volviese Hermione. Entonces los tres se instalarían
en Grimmauld Place. Seguirían juntos, como en Hogwarts, aunque Harry sabía que
sus días de compartir habitación con Ron se estaban terminando. En Grimmauld
Place, Ron y Hermione tendrían un habitación para ellos dos. Ambos lo habían
decidido así, y Harry había dicho que sí.
—Bueno, Harry, dentro de dos días en el Atrio, a las doce de la mañana, ¿eh? No
te olvides —le recordó Ron.
—Tranquilo, allí estaré.
—Harry, cariño, ¿no quieres venir hoy a cenar? ¿Vas a comer solo en Grimmauld
Place, que ahora está tan vacía?
—Gracias, señora Weasley, pero tengo mucho de qué ocuparme.
—Está bien, como quieras, pero si cambias de opinión...
—Lo sé.
—Bueno, nos vemos, Harry —se despidió Ron—. Hasta dentro de dos días.
—Hasta luego, Harry —le dijo Hermione, y lo besó en la mejilla.
—¿De veras no quieres venir a cenar? —le preguntó Ginny.
—Tengo algo importante que hacer, Ginny —repuso Harry—. Nos veremos en dos
días.
—Te echaré de menos —dijo ella.
—Y yo a ti.
Los Weasley se fueron, y Harry se acercó a Neville, que le esperaba.
—¿Te has ocupado ya de tu equipaje?
—Lo envié a casa —respondió Neville.
—Bien. Yo haré lo mismo. —Agitó su varita sobre sus maletas y la jaula de
Hedwig, y todo se desvaneció en el aire.
—Vamos —indicó Harry.
—¿Adónde? —quiso saber Neville, que llevaba todo el día intrigado.
Por respuesta, Harry le cogió el brazo, y un instante después aparecieron en el
vestíbulo del Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas.
—Harry, ¿qué...?
—¡Señor Potter! —exclamó la recepcionista, al verle—. Señor Potter, qué
agradable visita. Estoy seguro de que al director le encantaría recibirle, señor...
—Estoy seguro —dijo Harry—. Pero no hice la donación a este Hospital para poder
ser recibido por el director, señorita. Gracias.
La recepcionista enrojeció un poco y volvió a su puesto.
—Vamos —le dijo Harry a Neville.
—Harry, ¿qué hacemos aquí?
Harry no respondió. Subieron hasta la cuarta planta sin hacer caso de la gente que
les miraba o les señalaba, y, una vez allí, llamó a la puerta de la sala Janus Thickey.
Neville miraba a Harry con suspicacia.
—Harry, ¿qué pretendes?
—Ahora lo verás.
La sanadora les abrió la puerta y los dejó pasar, sorprendida.
—¡Neville! ¡Y el señor Potter!... Qué alegría verles por aquí, no les esperaba...
—Venimos a ver a los Longbottom —dijo Harry.
—Sí, me imagino... Al fondo, ya saben.
—¿Siguen igual? —preguntó Neville.
La sanadora asintió.
Harry se dirigió al fondo de la sala, y Neville lo siguió. Cuando entraron en la zona
acortinada reservada a los padres de Neville, éste miró a Harry.
—Harry, explícame qué pretendes.
Harry, antes de hablar, sacó de uno de los bolsillos interiores de su túnica la
Antorcha de la Llama Verde.
—Mi capacidad para usarla se agota —explicó—. Pero aún puedo utilizarla, un
poco. Neville, tengo dentro de mí un recuerdo de tus padres, memorias suyas de antes
de que sufrieran el ataque... Quiero intentar algo, si tú estás dispuesto.
—¿Crees..., crees que puedes ayudarles? —inquirió Neville, asombrado.
—Creo que puedo intentarlo —matizó Harry.
Neville miró un instante a sus padres, que los observaban a ambos con expresión
boba, y luego asintió.
—Haz lo que creas que debes hacer.
—Cógeles las manos, Neville, con la tuya. Y quiero que relajes tu mente y pienses
en ellos.
Neville así lo hizo, y cerró los ojos. Harry, concentrándose con fuerza, encendió la
Antorcha. Le quedaba muy poco tiempo. Cada vez le costaba más hacerlo.
Con ella encendida, buscó en su mente los recuerdos referidos a los Longbottom
que había percibido mediante la Esfera, y también los que él mismo tenía de cuándo
era pequeño. Luego, agarró las manos de Frank, Alice y Neville con la que él tenía
libre.
Y, concentrándose todo lo que podía, extrajo de la mente de Neville, usando la
legeremancia, todos los recuerdos relacionados con sus padres. Y con todo aquello
que ahora tenía en su mente, se proyectó a las de los Longbottom, tal y como
Flammingan le había enseñado, y tal y como Flammingan le había enseñado a hacer,
usando aquellos recuerdos como cuña. Y se sumergió, y se sumergió, más y más,
hurgando y buscando allá donde aquellas mentes, para protegerse, habían encerrado
sus recuerdos y su racionalidad.
Harry se esforzó, y se esforzó...
...Y, finalmente, lo consiguió. Llegó hasta sus recuerdos más profundos, y usó su
poder para extraerlos, para subirlos a una capa más consciente de sus mentes. Y
luego, dejó allí los recuerdos que él mismo llevaba.
Notó que los Longbottom apretaban más las manos, y que sus cuerpos se
estremecían.
Abrió los ojos, y la Antorcha se apagó.
Frank y Alice temblaban, y tenían los ojos cerrados. Neville también, y los abrió
lentamente, para mirar a sus padres.
Éstos abrieron también sus ojos, y, durante unos segundos, se miraron, fijamente.
Luego se volvieron hacia Neville.
Alice miró a su hijo, y una chispa de comprensión brilló en sus ojos.
—¿Ne... Neville? —murmuró.
Neville lloraba. Se arrojó sobre su madre y la abrazó con todas sus fuerzas.
—¡Mamá!... Mamá... ¡Oh, mamá...!
—Neville... hijo —susurró Alice, y lo abrazó con fuerza.
Frank miró hacia Harry, y éste notó que le reconocía, pero no habló. Estiró una
mano y tocó a su hijo.
Harry, discretamente, abandonó la sala.
Por supuesto, los Longbottom no estaban curados, ni mucho menos. Tenía todavía
un largo camino por delante hasta poder volver a ser quiénes eran, si alguna vez lo
conseguían. Pero ya habían dado un paso muy importante.
Harry sonrió, y agarró con fuerza la Antorcha, guardada en su bolsillo. Iba a echar
de menos sus poderes cuando ya no pudiera encenderla.
Suspiró al salir al desierto pasillo. Ya sólo le quedaba por hacer una cosa aquel
día, pero era algo importante. Una vez más, desapareció.

Caminó lentamente por la calle abajo, contemplando las casas al crepúsculo. No


prestó atención a la gente que le miraba, le señalaba y luego cuchicheaba sin
disimulo. Era algo a lo que estaba, por suerte o desgracia, acostumbrado.
Finalmente, se detuvo frente a la casa con el número cuatro, y la miró. Soltó una
breve risa. Y pensar que había jurado no volver más allí...
La Vecina de Enfrente, que salía a tirar la basura, le miró con desagrado nada
disimulado. Jamás le había caído bien. Bueno, en realidad, jamás le había caído bien
a nadie de aquella calle.
«Y menos mal que he usado un Encantamiento de Camuflaje que hace parecer
que llevo ropas muggles... —pensó—. Me imagino qué cara habría puesto si me vieran
con la túnica, la Antorcha y la varita.»
Cogiendo aire, atravesó el jardín hacia la puerta. A través de la ventana del
comedor, abierta, se oía la televisión, puesta en el canal de noticias.
—¡Fíjate, Petunia, fíjate cómo dejaron ese parque esos gamberros —farfullaba tío
Vernon—. Si es que las leyes son cada día más blandas, no hay disciplina, la juventud
se descarría y los padres no hacen nada... Menos mal que en esta familia aún se
saben hacer las cosas, y nuestro Dudley es un hombre hecho y derecho.
—Y que lo digas, querido —asintió tía Petunia.
Harry sonrió. Su tía jamás cambiaría. Descubrió que echaba de menos las charlas
de su tío sobre cómo debían hacerse las cosas. Siempre le habían hecho mucha
gracia. Pulsó el botón del timbre.
Se oyeron pasos en el pasillo y la puerta se abrió. Harry se encontró frente a
Dudley, que estaba un poco más grande aún que en verano.
—Hola, Dud —saludó Harry.
Dudley se puso lívido. El cucurucho de helado e nata y chocolate que tenía en la
mano derecha se le cayó al suelo.
—No... —murmuró—. Tú..., tú no...
—Dudley, ¿quién es? —preguntó tío Vernon desde el comedor.
Harry sacó su varita, y los ojos de Dudley se abrieron como platos. Abría y cerraba
la boca, como un pez, pero de ella no salía ningún sonido.
Harry apuntó al helado.
—Fregotego —musitó, y el helado desapareció, dejando el suelo limpio—. No voy
a hacerte nada, Dudley —aseguró Harry, pasando y cerrando la puerta a sus
espaldas. Guardó la varita y le entregó a su primo un paquete que traía con él—. No te
los mereces, pero espero que te gusten.
Dudley cogió el paquete, pero seguía sin ser capaz de hablar.
—Dudley, cariñín, ¿quieres contestar? ¿quién...? —Tía Petunia se asomó al
pasillo, y se quedó sin habla al ver a Harry—. ¿Harry?
—Hola, tía Petunia.
—¿Qué..., qué haces aquí? ¿No dijiste que..., que no volverías?
—Y no he vuelto —confirmó Harry—, y se acercó al comedor. No he venido para
quedarme. Hola, tío Vernon —dijo, al entrar en el comedor. Harry estuvo a punto de
echarse a reír al ver cómo su tío se atragantaba con las natillas que estaba comiendo
al verle.
—¿Qué...? —Tosió—. ¿Qué haces aquí tú?
—He venido a hablar contigo —le dijo a su tía—. Luego me iré.
Dudley, que parecía haber comprendido que Harry no venía con intenciones
asesinas, entró en el comedor y se sentó. Comenzó a abrir el paquete que Harry le
había traído.
—¿De qué quieres hablar? —preguntó tía Petunia.
—lord Voldemort ha sido derrotado, esta vez para siempre.
Tía Petunia le miró, y pareció comprender.
—¿Tú...?
Harry asintió.
—Lo que quiero decir es que ya no tenéis nada que temer. La amenaza ha
pasado.
—¡Dudley, no toques eso! —gritó tío Vernon, mirando la bandeja de pasteles
mágicos que su hijo terminaba de desenvolver. Dudley los miró, y en su cara se leía la
gula y el recelo—. ¡Tú, chico!, ¿qué clase de veneno le has traído a Dudley?
—Puedes comértelos —le dijo Harry a su primo—. Son pasteles mágicos. Están
muy ricos, ya lo verás. Nunca has probado nada igual.
Dudley probó uno, y luego miró a Harry.
—¿Por qué me los has traído?
—Tenemos casi dieciocho años. Creo que ya es hora de olvidar las diferencias del
pasado. —Se volvió hacia tía Petunia—. Lo que en verdad venía a decirte, es que
pude hablar con mi madre.
—¿Con Lily? —inquirió tía Petunia—. ¡Eso es imposible, ella está...!
—Es posible. No importa el cómo. Basta decir que hablé con ella, y ella me
transmitió un mensaje para ti.
—¿Un mensaje?
—Me hizo prometer que te diría que ella te perdona, y que no te guarda rencor por
lo que le hiciste. Y yo, por mi parte..., bueno, tampoco te guardo rencor. Pese a todo,
sigues siendo mi tía.
Tía Petunia no dijo nada.
—Eso era todo. —Se dirigió a la puerta—. Ahora vivo en Londres. Si queréis
contactar conmigo alguna vez, ya sabéis cómo hacerlo. Adiós.
—Harry, espera —lo llamó su tía. Él se volvió—. ¿Quieres... cenar?
Harry la miró durante un largo rato, y ella le sostuvo la mirada.
—No, gracias. Tengo cosas que hacer. Quizás otro día. Ya nos veremos.
Ella asintió, y Harry desapareció.
Se materializó en el vestíbulo del número 12 de Grimmauld Place, y se sintió
sobrecogido. Todos los miembros de la Orden del Fénix habían abandonado la casa, y
ésta estaba silenciosa.
Kreacher apareció por las escaleras.
—Bienvenido, Amo. La cena ya está lista.
—Estupendo, porque me muero de hambre. —Se encaminó a la cocina,
acompañado por el elfo—. Ah, Kreacher...
—¿Sí, amo?
—Llámame Harry.
Bajaron a la cocina, y Harry abrió la puerta.
Se quedó sin habla.
Allí, sentados a la mesa, esperando por él, estaban los Weasley, con Hermione,
Fleur, Moody y Tonks.
—Ya creíamos que no vendrías, compañero —comentó Ron, levantándose—.
Estábamos muertos de hambre, y la cena se está enfriando. ¿Dónde estabas?
Harry no fue capaz de decir nada durante unos segundos.
—Es una larga historia —respondió, por fin.
Tras él, Kreacher cerró la puerta.
Hermione le mostró una silla, entre ella y Ginny, y Harry se sentó.
Estaba en casa. Con su familia.
Por fin.
46

Harry, Ron y Hermione

Harry terminó de ponerse su túnica de gala, se la colocó y luego comenzó a ponerse


los zapatos.
Por fin había llegado el día. El final de otra etapa en su vida.
—Harry —dijo Ron, entrando en su cuarto—. ¿En serio opinas que debo llevar
esta túnica? —Harry se volvió hacia su amigo, que vestía una túnica roja que hacía
juego con su pelo—. Hasta Kreacher se ha reído de mí...
—Bueno, si no te gusta, ponte otra —le aconsejó Harry, con simpleza.
—Hermione se ha empeñado en que me ponga ésta.
—Pues dile que no te gusta.
Ron salió del cuarto refunfuñando. Harry se rió, se ató los cordones de los zapatos
con un gesto de su mano y luego arregló su túnica, de un negro verdoso. Aquel día se
graduaban en la Academia de aurores, y eran los únicos. El año que habían entrado
ellos la Academia no había admitido a nadie más.
Mientras revisaba su aspecto, se encontró deseando que sus padres, Sirius, Lupin
y Dumbledore pudieran estar ahí, con él. Sabía que, en cierto modo, estaban, pero no
era lo mismo.
Suspiró.
Desde aquel día, ya hacía tres años, en que había hablado con ellos, pensaba en
ellos a menudo. A veces, incluso, se había planteado ir de nuevo al Departamento de
Misterios, a la Cámara de la Muerte, e intentar establece contacto de nuevo, pero
nunca lo había hecho. Desde aquel día no había vuelto a poner los pies en la novena
planta del Ministerio de Magia. Al fin y al cabo, sin la Antorcha de la Llama Verde y la
magia de Sirius sería inútil.
Miró hacia su estantería, donde aún tenía la Antorcha. Su capacidad para
encenderla había ido disminuyendo hasta desaparecer definitivamente unas dos
semanas después del final de su último año en Hogwarts, al igual que los últimos
retazos de la esencia de Voldemort en él.
Se observó de nuevo en el espejo.
Al igual que su cicatriz.
Cuando estaba en el colegio había deseado muchas veces poder deshacerse de
ella, para evitar las miradas, que lo señalaran con el dedo y demás cosas asociadas a
su fama, pero ahora que había sucedido no servía de nada. Era demasiado conocido y
famoso como para que la cicatriz importara. Y Ron y Hermione igual. Los tres habían
llegado a detestar la fama, y jamás habían concedido entrevistas a ninguno de los
periodistas que lo habían intentado.
Afortunadamente, todos aquellos a quienes se había interrogado sobre ellos
decían siempre lo mismo: «No les gusta la fama, sólo quieren vivir en paz.»
Y aquello había ido haciendo mella. Por supuesto, las miradas los seguían adónde
quiera que fuesen, pero la gente procuraba disimular, y eran muy pocos los que les
decían algo al respecto de quiénes eran. Hermione había dicho que lo hacían por
respeto a lo que habían dado al mundo: una era de paz.
—Estás muy guapo —comentó una voz a sus espaldas, sacándole de sus
pensamientos.
Harry se volvió para mirar a Ginny.
—Tú también.
Un fuerte ruido de voces procedente del piso superior les hizo mirar hacia el techo
al mismo tiempo.
—¿Qué les pasa a Ron y a Hermione?
—Creo que discuten por una túnica —respondió Ginny, y ambos se rieron—.
¿Crees que alguna vez dejarán de hacerlo?
—No —respondió Harry, con seguridad—. Forma parte de su forma de ser. A ellos
les divierte. De hecho, creo que si no discutieran sí deberíamos preocuparnos.
Ginny volvió a reír.
—Tengo ganas de que llegue la fiesta de esta noche —comentó—. Me apetece
verles a todos juntos, después de tanto tiempo.
—A mí también.
Después de la graduación que los convertiría a Ron, Hermione y él en aurores, se
celebraría una fiesta en la finca de los Potter del Valle de Godric, donde la casa en
donde antaño vivieran sus padres había sido reconstruida, idéntica a la antigua hasta
en el más mínimo detalle. En unos días, Harry, Ron, Hermione y Ginny se mudarían
allí y abandonarían la casa de los Black, aunque la seguirían usando cuando viniesen
a Londres. Kreacher también había aceptado la mudanza, aunque había dicho que,
cada vez que pudiera, se escaparía a Grimmauld Place.
A aquella fiesta estaban invitados todos los ex alumnos de Hogwarts que una vez
habían pertenecido al ED, así como miembros de la Orden del Fénix. Sería una
ocasión para reunirlos a todos.
Allí estarían Parvati y Lavender, que, aparte de regentar ahora la tienda que otrora
había sido de la señora Malkin, colaboraban con Corazón de Bruja.
Acudirían, también, Dean y Seamus. Ambos trabajaban en el Ministerio: Dean en
la sección de Encantamientos Experimentales, y Seamus en el Departamento de
Deportes y Juegos Mágicos.
Y Neville, que, en cuanto Sarah había terminado en Hogwarts, había aceptado el
puesto de profesor de Herbología. Sarah trabajaba en Honeydukes, como inventora de
nuevos dulces, y Ron ya se había declarado fan suyo.
Pensó en que vería de nuevo a Ernie Macmillan, a Padma, la hermana de Parvati,
a Justin Finch-Fletchley, a Susan Bones, a Terry Boot... A muchos no los veía desde
hacía años.
También vería a algunos profesores de Hogwarts, como la profesora McGonagall,
Flammingan, Hagrid e incluso a Snape. Aunque a éstos los veían mucho más a
menudo, pues Harry, Ron y Hermione acudían a menudo a Hogsmeade y a Hogwarts
a ver a Hagrid.
Pensar en aquello le hizo recordad, no supo por qué, a Draco Malfoy, al que no
había vuelto a ver. Sabía que no había acudido al juicio de su padre. También estaba
al tanto de que su madre había desaparecido y se ignoraba su paradero. Él se
ocupaba de los negocios de la familia, y, que Harry supiera, no se había casado
todavía. No solía dejarse ver en público.
Volvió a suspirar.
—Bueno, estoy listo —le dijo a Ginny—. ¿Vamos?
—Sí, a ver si están Ron y Hermione ya...
Bajaron al vestíbulo.
—Qué envidia me dais —se quejó Ginny—. Vosotros tendréis ahora dos meses de
vacaciones, antes de incorporaros como aurores. Yo, en cambio, el lunes tendré que
volver a San Mungo... —Ginny trabajaba como ayudante en el Centro de
Perfeccionamiento de Hechizos Curativos del Hospital. Hermione había participado en
algunos de sus proyectos, cuando los estudios para auror le dejaban tiempo, y no
descartaba trabajar allí en un futuro.
—Bueno, date cuenta de que nuestro entrenamiento ha sido muy duro...
—Ya, pero dos meses...
—Ya casi es la hora —se quejó Harry—. ¿Qué hacen esos dos? —preguntó,
mirando hacia la escalera.
Alguien llamó a la puerta, y ambos se volvieron para mirar. Ginny se acercó y
abrió, dejando pasar a Neville.
—¡Neville! —dijo Harry, sorprendido—. ¿Qué haces aquí? ¿Vas a ir con nosotros?
Pensé que irías directamente allí, con Sarah.
—Y así voy a hacerlo —confirmó Neville—. Además, tengo que ir a recoger a mis
padres...
—¿Ellos van a ir? —inquirió Harry.
—Claro. Ya sabes que te consideran una especie de hijo adoptivo... No se
perderían tu graduación como auror.
Harry sonrió. La recuperación de los padres de Neville había sido lenta y difícil,
pero había dado frutos. Y, aunque nunca serían los mismos de antes en cuanto a
carácter, se podía decir que su curación era casi completa. Ver cómo su hijo y su
nuera recobraban la lucidez había sido una gran alegría para la abuela de Neville, que
había muerto feliz, un año antes. Aquello había sido duro para él.
—¿Qué querías, entonces?
—Darte esto —respondió Neville, y sacó de uno de sus bolsillos un colgante de
plata con un cristal verdoso que tenía, en oro, las letras «LJ» dibujadas.
—¿Qué es esto?
—Mi madre lo tenía guardado en un antiguo baúl. Al parecer, fue un regalo de tu
madre a tu padre cuando le admitieron en la Academia de Aurores.
—¿Un...? —se sorprendió Harry.
—Sí. Tu padre lo perdió poco antes de morir, y mi madre lo encontró. Lo guardó
para devolvérselo, pero nunca tuvo ocasión. Mi madre se acordó de él ayer y me pidió
que te lo diera. Dijo que quizás te gustaría llevarlo hoy.
Harry estaba sin palabras.
—Claro que me gustaría. —dijo, finalmente. Volvió a contemplar el colgante—.
Muchísimas gracias, Neville... De verdad, muchas gracias...
—De nada, Harry —sonrió Neville—. Nos vemos dentro de un rato.
Neville desapareció, y Harry le entregó el colgante a Ginny.
—Pónmelo, por favor.
Ella se lo abrochó por detrás de su nuca, mientras Ron y Hermione bajaban por la
escalera.
—¡Por fin! —exclamó Harry—. ¿Qué hacíais?
Hermione estaba muy elegante y muy guapa, con una túnica negra de seda.
Llevaba en la frente la diadema que Ron le había regalado la Navidad del sexto curso,
una joya que sólo se había puesto en ocasiones muy especiales. Ron llevaba aún la
roja y no parecía nada convencido.
—Sigue sin acabar de gustarme esta túnica —protestó. Hermione le miró.
—Vamos... Pero si estás muy guapo. —Le sonrió, y Ron frunció el ceño—.
Además, te hace juego con el pelo y el rubí del anillo.
Ron estiró la mano y se la miró, cavilando.
Harry observó el anillo que tenía en su dedo anular. Hermione tenía uno
exactamente igual. Mirarlos le recordaba que pronto su vida cambiaría otra vez. Ron y
Hermione iban a casarse a finales del verano.
Aquellas alianzas, de hecho, habían sido idea suya. Ron le había comentado, casi
un año antes, que quería pedirle a Hermione que se casara con él, y había sido él,
Harry, quién le había hablado de la tradición muggle de los anillos de compromiso, que
Ron desconocía totalmente, pues no se usaba en el mundo mágico. La idea de pedirle
a Hermione que se casara con él al estilo muggle le había encantado a Ron, y éste
había hecho un montón de horas extra en la cada vez más exitosa tienda de Fred y
George (donde trabajaba a tiempo parcial para sacar dinero) para poder comprar los
anillos. Había querido que en ellos hubiera un rubí que hiciera juego con el pelo
Weasley., y luego los había hechizado, de forma que brillaban cuando los dos
portadores estaban cerca uno del otro.
Hermione se había echado a llorar de felicidad cuando Ron se lo había pedido, en
medio de una cena, allí, en Grimmauld Place, con Harry y Ginny. Harry le había
sugerido que lo hiciese en algún lugar más romántico, pero él había insistido en que
debía de ser una sorpresa.
Y vaya si lo había sido. Ron se había puesto a hablar de quidditch con Harry, y de
pronto se había arrodillado en el suelo ante Hermione y se lo había soltado. La chica
se había quedado tan sorprendida que había tardado varios segundos en reaccionar,
antes de echarse a llorar de emoción. Aunque la señora Weasley había llorado mucho
más que ella al enterarse, en una comida, en La Madriguera, celebrada al día
siguiente. Harry había pensado que la señora Weasley no habría llorado más si se
hubiera encontrado ante la Esfera de la Cámara del Amor.
—¡Oh, mi Ronnie! —había exclamado, sollozado, al tiempo que abrazaba a Ron
con todas sus fuerzas—. ¡Qué gran noticia! ¡La tercera boda en la familia! —Bill se
había casado con Fleur, y Charlie, con una chica rumana llamada Anna.
—Y última, al menos, durante un tiempo —había agregado Fred desde un sillón,
donde estaba sentado con George y Lee.
Harry, que estaba con ellos, se había reído. Fred salía con una de chica que había
estado en el equipo de quidditch de Ravenclaw, y George con Katie Bell, antigua
cazadora y capitana del equipo de Gryffindor. Lee, por su parte, al fin había tenido
éxitio, tras innumerables intentos en Hogwarts, y Angelina Johnson había aceptado
salir con él.
Entonces, Harry había mirado a Ginny, y el recuerdo de la visión de Dumbledore
en el Espejo de Oesed se le vino a la mente. Ésa había sido la primera vez que había
pensado en pedirle a Ginny que se casara con él.
El señor Weasley, al saberlo, también se había puesto muy contento, y le había
dicho a Ron, haciendo ruborizarse a Hermione, que no podía haber elegido mejor.
Luego, tras la emoción inicial y saber cómo había sido la pedida de mano, había
centrado su interés en la tradición muggle del intercambio de anillos.
Por supuesto, los padres de Hermione se habían sentido también muy felices al
saberlo. Para ellos, Ron y Harry eran también como hijos, y sabían que nadie cuidaría
mejor de Hermione que ellos dos.
Harry había sido el primero en hacerles un regalo, dos semanas después de que
Ron y Hermione se hubieran comprometido: los había reunido a ambos en el salón y
les había hecho entrega de un documento que los convertía en dueños de una finca
situada justo al lado de la suya, en el Valle de Godric, donde los dos podrían construir
su casa. Era obvio que no podían vivir siempre juntos, pero sabían que nunca serían
capaces de separarse demasiado. Además, Ron y él había hecho planes para unir los
jardines de las partes traseras de las dos fincas y hacer un pequeño campo de
quidditch.
—Bueno, podemos irnos, ¿no? —dijo Ginny—. Voy a avisar a Kreacher, que está
en la cocina, vuelvo ahora. —Y salió rumbo a las sótano.
—¿De veras crees que estoy guapo? —le preguntó Ron a Hermione. Ella se rió.
—Claro que sí, Ron. El auror más guapo de todo el Ministerio.
—¡Eh! —protestó Harry—. Ése creo que soy yo.
—Por supuesto que no —repuso Ron.
—Tal vez deberíamos hacer un concurso en Corazón de Bruja —opinó Harry.
—Tal vez. Esta noche se lo diremos a Parvati y a Lavender —respondió Ron.
Los tres se echaron a reír, y Harry miró a sus dos amigos.
El entrenamiento para auror y la edad le habían dado a ron una complexión más
fuerte, y su cara mostraba ahora mucha más determinación. Pero Harry, a veces, aún
veía en él a aquel delgado pelirrojo lleno de pecas que había entrado en su
compartimento del tren, con la nariz sucia, y le había pedido permiso para sentarse.
Hermione, por su parte, era una hermosa mujer de casi veintiún años, cuyos ojos
brillaban cada vez que estaba con ellos dos. Pero Harry también podía ver en ella a
aquella niña de pelo alborotado y largos incisivos que les había preguntado por un
sapo con aires de mandona.
Sus dos amigos. Ellos había ofrecido su vida por él ante lord Voldemort, y él la
había ofrecido por ellos.
Pero su vínculo y su amistad era más fuerte, y ni el más terrible de los magos
tenebrosos había logrado separarlos. Y nadie lo haría, nunca. Pasara lo que pasara,
siempre serían ellos tres.
Aunque Ron y Hermione se casaran. Aunque algún día también lo hicieran Harry y
Ginny. Siempre ellos tres.
Ginny se daba cuenta de eso, y a veces, como casualmente, los dejaba solos.
—¿Nos vamos? —sugirió ella, volviendo de la cocina, acompañada por Kreacher,
que llevaba un extraño traje de color azul marino con el que no parecía sentirse muy
cómodo. Ron no pudo resistir la tentación de vengarse, y se rió de él.
Harry sonrió y miró hacia otro lado. Contempló su reflejo en el espejo del recibidor,
y le pareció ver que era un niño de once años, asustado y sobrecogido ante su ingreso
en Hogwarts, el que le devolvía la mirada.
Aún podía ver dentro de sí, a veces, al viejo Harry. E incluso a veces, al ver su
reflejo en algún lugar, en algún escaparate, espejo, o ventana, no podía evitar echar
de menos su famosa, vieja, querida y también odiaba cicatriz.

FIN

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