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Tiqqun 1, 1999

Fenomenología
de la vida
cotidiana
1) desde el fondo de un naufragio
Mein Sohn, es ist ein Nebelstreif.
GOETHE, Erlhönig

Hay instantes en que la enorme irrealidad de nuestro


mundo —que generalmente esconde los sedimentosde la
costumbre bajo una capa compacta de aparente concreción
— brota, del mismo modo que un espectro huyendo de una tumba
colapsada: la Ausencia.
A esta experiencia metafísica (porque se trata de una; muy
mal si esto sobresalta a los risueños y a los perros), que parece, es
verdad, ser una prima de la Náusea, tal como la describió Sartre —
pero aquí, lo que se devela es la inexistencia, antes que alguna
existencia temblorosa que la realidad ha estado de ahora en
adelante golpeando—, la he vuelto a encontrar nuevamente hace
poco.
Me encontraba en una calle ligeramente curva, a las
afueras de la ciudad en que vivo. Y había extrañamente allí, en
lugar de alguna otra cosa que no podía detener mi memoria, había,
digo, esta cosa, que no debía estar. Había una larga vitrina por
debajo de un letrero demasiado nuevo, brillante, inmaculado,
apoyado en el muro; sobre este letrero, se inscribía en caracteres
rígidos la palabra “PANADERÍA”. Se podían divisar, a través de la
vitrina, unos estantes que tenían cierta semejanza —e incluso,
ciertamente, una similitud bastante sincera— con aquellos que son
usados regularmente para exponer bollos o pasteles repugnantes,
estantes sin duda colocados allí para perfeccionar la confusión con
lugares familiares; pero yo no era incrédulo. Lo era aún menos
desde que el entusiasmo se había ido mucho más allá de lo creíble;
así, plantada detrás de estos estantes fantasmagóricos, se
levantaba con una posición expectante, perfectamente inmóvil, ¡la
panadera! — la panadera… y su delantal blanco. Y toda esta
combinación, firme ¡pero sin embargo dispersa! era más
evanescente que aquella
falsa mansión
enseguida
evaporada en brumas
de la que habló Mallarmé, más huidiza y más impalpable que
cualquier éter; y detrás, o en ella, yo no sé, porque era como si
aquella pantalla nebulosa, por tanta sutileza, se dejara confundir
con aquello que ya no cubría, como si estuviera tejida con sus
llantos mismos — terrible, la Nada.
Desestabilizado por tanta extrañeza, me decidí a entrar de
todos modos — caminé sobre el vacío. Ya me sentía como uno se
siente, o como uno cree sentir al estarse despertando, en algún
sueño muy borroso del que uno no olvida la sensación que lo ha
atravesado. Desde esa nube, la cual era también la nube de la
nada, mi cabeza y todo mi cuerpo estaban como sellados, y el
pensamiento mismo, el cual a veces sabe deslizarse también como
una espada de bronce, con silbido claro aunque grave, y mi
pensamiento mismo era esa nube, ese gas que se extendía como
si siguiera la ley física de los gases ideales. Toda la materia se
había fundido o estaba quizá sublimada, pero en cualquier caso
estaba muerta en aquel instante, para desaparecer. Finalmente
logré, vacilante, alcanzar a la tranquila panadera, que empujaba su
rol imposible hasta el punto de preguntarme, como música terrible
con una franquezadiabólica —porque el diablo destaca en los aires
cándidos—, qué era lo que deseaba. Su pregunta me hizo saltar.
No podía mirar a mi alrededor, toda esa nada me cegaba más allá
de lo pudiera soportar. Pronto me di cuenta de que la única
presencia que pudo absorber mi vista, retenerla un poco, en lugar
de referirla impermeablemente, de que el único islote
de existencia que pudo salvarme de todo este hundimiento, ¡o
mejor dicho! de este hundimiento de todo, era esta mujer,
disfrazada de panadera, con su rostro y sus brazos, emergiendo
solos desde el falaz traje. De pronto encontré en ella a un
encantador español que me perturbaba un poco, ¡pero mucho
menos que toda esa nada en la cual casi me ahogo! En fin, un
existente, en forma y en sustancia también… un ser-ahí que no se
desvaneció inmediatamente en otra parte. Pensé: es imposible que
esta mujer, que se encuentra delante de mí, en medio de toda esta
Nada, de todo este abismo rápidamente adornado como un
simulacro de panadería, crea en este decorado de cartón, en esta
penosa pantomima — ¡esta escena!, ¿así que estamos obligados
a actuarla? No… Le diré… Le diré que hace falta detener esto…
“Señorita, sabemos perfectamente, ¿no es así?, que todo esto no
es más que un absurdo chantaje, que usted no es una panadera,
que esto no es una panadería, y que sería absurdo que yo haga el
papel del cliente… La edad de interpretar a la mercancía ha
pasado, háblenos francamente y olvidemos todo esta horrible
decoración, la cual no engaña a nadie… Ignoro cómo encuentra
usted esta extraña situación, así que cuénteme, ¿de qué se trata
todo esto?” Esta réplica, la única razonable, y que me llenó
entonces mi espíritu como una evidencia salvadora, no podía aún
decirla, ya que todo mi ser, todavía nebuloso, seguía incapaz de
responderprácticamente a semejante mandato de la Razón,
especialmente porque un hombre había aparecido atrás,
grotescamente disfrazado como un panadero, haciéndome temer
que esta malvada pieza de teatro se transformaba en vodevil,
ramo definitivo sobre una insolencia que había durado mucho ya.
Así que balbuceaba ahora, ¡absurdo!, la petición inmotivada de un
número perfectamente aleatorio de barras de pan, posponiendo
toda aclaración de este asunto para más tarde. Siempre dubitativo,
casi entrando por completo al juego ahora, por algún vicio que me
era desconocido, coloqué algunas moneadas — para ver si esta
escena patafísica estaba verdaderamente decidida a seguir su
curso. Lo estaba, y lamentaba un poco mi mentira, porque después
de todo, yo quería la verdad, no panes. Salí entonces, despistado y
soñador después de semejante acontecimiento. Me hicieron notar,
a mi regreso, que el número de barras que había comprado (ni
siquiera imaginaba que lo que se estaba desenrollando en ese
momento portaba incluso un nombre) fue singularmente
inadecuado. Contaba así mi aventura, y después, sin hacerme
comprender, pensé acerca de esto, solo.
Lo que había sentido allá fue verdadero, no hay duda de
eso. Esta experiencia revelaba de manera brutal la irrealidad de
este mundo, la abstracción realizada que es el Espectáculo. Toda la
dimensión metafísica, por lo tanto total y plena hasta la esfera de
lo existencial, de este concepto me había aparecido claramente en
este modo de develamiento particular, y que no podría aparecer
más que como es verdaderamente, es decir como algo realmente
extraño, y finalmente planteando un problema cuya esencia misma
es la extrañeza absoluta, sólo en tanto que es vivida
como experiencia, como fenómeno. La costumbre es aquello que
hace olvidar al fenómeno en tanto que fenómeno, es decir lo
suprasensible — ¿debo agregar que la famosa afirmación de Hegel
también toma así una concreción fulgurante, es decir la potencia
de una revelación? Y sin embargo, la costumbre es precisamente
el mediocaracterístico de la metafísica mercantil, su manifestación,
que no manifiesta nunca más que el olvido de su carácter de
manifestación… Es por esto que la intuición prominente de la
Ausencia revela también que está ya superada como tal, porque se
presenta como manifestación del olvido de la manifestación, en
tanto que tal, es decir como develamiento del modo de
develamiento mercantil, como develamiento del Espectáculo. Es
una afirmación positivadel Mundo sobre sí mismo. Es precisamente
el retorno de toda realidad, y ya la posibilidad de su reapropiación.
Este torbellino de paradojas revela hasta qué punto mi experiencia
fue metafísico-crítica. Pensaba también en sensaciones
semejantes, e intentaba hacer una clasificación casi zoológica de
las diversas texturas que el fenómeno puede manifestar, desde la
mediovaporosa y mediolíquida melancolía hasta ese otro estado en
el que todo es, al contrario, marcado con el sello de una concreción
tan masiva que es sorprendente (y en realidad es entonces
sensiblemente muy concreta para no revelarse aún como, en
efecto, abstracta hasta el delirio). Todas estas
experiencias mágico-circunstanciales son evidentemente
inaccesibles al Bloom que ignora la soledad, como a menudo es el
caso. Nuestros contemporáneos, la mayor parte, obvian
habitualmente ante tales percepciones inapelables de la Nada, la
cual es incluso su nada, ¡nuestra nada de Bloom!, y que
les aterrorizan, concentrándolas respectivamente en sórdidas
acumulaciones que osan a veces llamar amistad, esa gran palabra
poderosa a la que las peores cucarachas no tienen ya miedo de
aplastar con sus pies inmundos, cuando declaran no menos
crudamente que se arrastran juntos. Hay también algunos
instrumentos que ofrecen un servicio semejante de olvido, de
modo equivalente a esa falaz proximidad: televisión, walkman,
minicomponente o radio encendido “para dar un fondo sonoro”,
etc. En fin, cuando aparece a pesar de todo, ese Diablo que es la
metafísica crítica, a pesar de todas las precauciones del Bloom,
este último puede todavía intentar poner una última falsificación,
con el uso tranquilizador de una palabra desprovista de sentido,
inventada o recuperada para casos similares: estrés, fatiga; en los
casos en que el Diablo llega incluso a través de la
ventana, depresión, o en fin, si el Bloom en cuestión proclama un
New-Agismo u otro joven-coolismo, podrá, antes que negar
directamente este fenómeno como fenómeno, exteriorizarlo y
equipararlo de modo general sobre el mercado del psicodelismo,
en tanto que experiencia puramente subjetiva 1, es decir
transformarlo en mala sustancialidad, al calificarlo simplemente
como alucinación. No hace falta decir que esta corta lista de
entretenimientos es por mucho no-exhaustiva.
Todas estas actitudes esbozan negativamente un terreno,
que haría falta precisar más antes y positivamente, y que sería
aquel de una actitud metafísica-crítica. Para verlo más de cerca,
ésta aparece como una suerte de unidadentre, por una parte, la
práctica de una dialéctica conceptualmente potente, y, por otra
parte, una cierta atención existencialista y un cierto dejar-ser,
también. Estas dos aproximaciones lejos de ser inconciliables se
encarnan unidas en aquel que sabe concebir y sentir el devenir,
que conoce al pensamiento como ciencia en el sentido en que lo
entendía Hegel, que conoce la determinación de la Figura, al
mismo tiempo que es bastante atento para detenerse sobre ciertos
momentos, antes de su supresión, hasta agotar el contenido, hasta
sumergirse (es lo que habían sentido ya los surrealistas, pero que
habían explicado de manera diferente — lo cual puede compararse
con lo que resumía André Breton sobre la actitud surrealista, en El
amor loco). Se trata de considerar a la Mirada como experiencia, y
por lo tanto como una cierta tensión entre dos momentos
sucesivos: el primer momento es la sensación del fenómeno, el
segundo su revelamiento como fenómeno. Cuando se le señala la
luna, el metafísico-crítico observa primero la luna, después el dedo.
El fenómeno se da primero en sí, después para sí, y el ser-para-
sí llega a fundar al ser-en-sí. El Paráclito no viene jamás
inmediatamente y está siempre ya ahí. Esta actitud metafísico-
crítica, explosivo-fija, estamutación de la mirada, la cual no es
ciega, no puede verdaderamente alcanzarse y conocerse ella
misma como tal sino al compartir todas estas sensaciones y su
análisis, estas experiencias mismas fueron o debieron ser vividas
solitariamente. De ahí esta rúbrica de fenomenología de la vida
cotidiana, que será permanente, hasta nuevo aviso.

1. En cuanto a nosotros, lejos de considerar semejante experiencia como


simplemente subjetiva, afirmamos por el contrario su carácter objetivo y
eminentemente político.

Ruinilio

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