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Mahoma nació en el seno de una de las ramas pobres de la familia de Qurays, una
de las familias más ricas de La Meca, en Arabia, en fecha incierta, aunque los cronistas
musulmanes hacen coincidir con el 570.
El entorno del profeta era un mundo fragmentado: mientras que algunas ciudades,
como la Meca o Medina, eran habitadas por una enriquecida población ciudadana, enlazadas con
rutas comerciales que transportaban materiales preciosos (como la mirra) y que practicaban el
politeísmo, las extensiones desérticas que se extendían más allá daban cobijo a tribus nómadas
cuyo comportamiento era dictados por normas ancestrales, que serán asimiladas, al menos en
parte, por el Corán, y que vivían del saqueo y la guerra para conseguir botín, a costa de la riqueza
ciudadana.
Los problemas heredados por los abbasíes son los Omeyas: organización del
Imperio, oposición religiosa, dinastías locales (sobre todo en Persia y Africa del Norte) y las
enormes distancias. Buscando una centralización más eficaz, los abbasíes trasladan la capital a
Irak, donde fundan Bagdad. Harun al Raschid fue el último gran califa.
LA CONQUISTA DE LA PENINSULA
Las victorias de Musa fueron seguidas de la islamización de las tribus bereberes del norte de
Africa, y de su incorporación al ejército musulmán. La conquista de la península fue la salida a la
belicosidad de los nómadas. Entre los colaboradores de los musulmanes fugura un personaje, el
conde Don Julián, señor de Ceuta, cuya intervención parece haber sido decisiva. El era el primer
interesado en alejar a los bereberes de sus dominios. Así que puso a disposición de los
musulmanes los barcos y la experiencia naval de la población de la costa. La colaboración de Don
Julián fue, pues, vital para el primer desembarco de reconocimiento del bereber Tarif Ibn
Malluk.
El éxito de esta primera incursión animó a Musa, gobernador del norte de Africa, a enviar una
nueva, cuyo mando confió a su liberto Tariq Ibn Ziyad, al que nadie opuso resistencia por
hallarse Rodrigo combatiendo a los vascones. Es posible que durante el tiempo transcurrido entre
el desembarco en Gibraltar, en mayo del 711, y la llegada de Rodrigo al Sur, en julio del mismo
año, los musulmanes entraran en contacto con los partidarios de Vitiza; al iniciarse el combate,
éstos abandonaron al monarca y facilitaron la victoria musulmana en la Batalla de Guadalete. La
indiferencia de la población y el apoyo de los judíos completaron el éxito militar.
En tanto que el ejército visigodo huía en desbandada, las tropas musulmanas avanzaban
por las tierras de la Bética, o "Vandalucía", que pronto llamarían al-Andalus. Muchos jefes godos
habían capitulado ante las tropas musulmanas, y permanecieron al frente de sus distritos. Los
musulmanes les concedieron dos tipos de pactos: uno exigía sumisión plena a las autoridades
islámicas porque se les había puesto alguna resistencia; el otro reconocía a los sometidos
autonomía política. En uno y otro caso los cristianos, godos o indígenas, respetados en sus
personas y creencias, eran obligados al pago de los impuestos ordinarios: la capitación o
impuesto personal y la contribución territorial. Los conquistadores se repartieron las tierras que
habían ganado luchando. El quinto (jums) de las mismas correspondía al califa. El resto se
distribuía entre los guerreros. Los siervos o cultivadores del jums (quinteros), o sea, de las tierras
califales o fiscales, quedaron adscritos a las mismas, con la obligación de entregar al fisco el tercio
de los frutos todos los años.
Las comarcas de los Pirineos no fueron nunca ocupadas por los musulmanes, cuyo modo de
vida e insuficiencia numérica hacían que se limitaran a establecer guarniciones en el llano, con la
finalidad de prevenir posibles ataques y de exigir el pago de tributos. El alejamiento árabe
permitió el resurgir del particularismo de las poblaciones de montaña, que daría origen, años más
tarde, a diversos condados. Frente a los vascos, los árabes se limitaron a sustituir con grupos
bereberes a las guarniciones visigodas. Los conflictos entre árabes y bereberes, que terminaron
con la derrota y abandono de las guarniciones por estos últimos, facilitaron sin duda el avance de
los vascos orientales sobre el llano y la creacion de Pamplona a fines del siglo VIII.
Rivalidad Yemeníes (árabes del sur) y Qaysiés (árabes del norte): en sus orígenes, los
árabes del sur y los del norte se distinguieron entre sí por la forma de vida: sedentarios-
agricultores los yemeníes y nómadas-pastores los qaysíes. Los segundos atacaban con frecuencia
las caravanas de mercaderes y saqueaban los campos de cultivo, dando lugar a un enfrentamiento
que la solidaridad tribal hizo hereditario. En época de Mahoma, la Meca y Medina encarnaron
esta rivalidad, acrecentada por el control que los mercaderes de la primera ciudad ejercían sobre
los agricultores de la segunda. En años de sequía o de malas cosechas el campesino necesita
recurrir al préstamo, que no siempre es posible devolver a tiempo, y en muchos casos la
propiedad de la tierra pasaba a manos de los prestamistas, de los mercaderes de la Meca. Estos
consideran deshonroso el trabajo agrícola. Acogido por los medineses, Mahoma prohíbe el
préstamo usurario y dignifica el trabajo campesino al repartir tierras confiscadas a los judíos.
Los conflictos no desaparecen tras la conversión de todos los árabes al Islam; la
rivalidad entre Medina y la Meca se mantiene con motivo de la sucesión del profeta, el reparto de
tierras discriminatorio (omeyas), etc. El enfrentamiento en la península es la continuación de un
conflicto fundamentalmente tribal.
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Durante su reinado y los siguientes, los emires hacen frente a motines originados por la
compleja estructura de la sociedad de Al-Andalus: muladíes (cristianos convertidos al Islam),
mozárabes (cristianos que mantienen sus creencias), bereberes (musulmanes no árabes),
árabes (beladíes o sirios) y judíos. Convivencia y tolerancia religiosa, salvo en breves períodos.
llaman en su ayuda a los almorávides norteafricanos, acaudillados por Yusuf Ibn
Tashufin.
1085-1145 - Los almorávides detienen la expansión cristiana.
1145-1223 - Invasión y dominio de los almohades, que trasladan capital a Sevilla.
Triunfo en Alarcos (1195).
1212 - Batallas de las Navas de Tolosa, donde leoneses,
castellanos, navarros y aragoneses derrotan a los almohades.
1238 - Se funda la dinastía Nazarí de Granada, reconocida como
vasalla de Fernando III. Será pronto el último reino musulmán de la península.
1478 - Castilla y Aragón se unen bajo los Reyes Católicos, que en 1481
deciden emprender la batalla final contra Granada.
1492 - Supremacía cristiana (Fernando III el Santo).
Rendición de Granada (el problema social se
prolongará hasta el siglo XVII).
España se había convertido, a comienzos del siglo VIII, en un waliato dependiente del
califa de Damasco. Tan sólo los montes de Asturias, Cantabria y Vasconia y algunos valles
pirenaicos se vieron libres de invasores permanentes. Pero éstos no constituían, como hemos
visto, una unidad étnica. Tan sólo la fe islámica -para muchos de asimilación reciente- les
mantenía unidos. Arabes (divididos en dos clanes rivales: qaysíes y kalbíes), sirios, bereberes,
muladíes (o conversos del cristianismo al islamismo y, por tanto, "renegados" desde el punto de
vista cristiano), se odiaban entre sí. Por esto, el período de la primera mitad del siglo VIII, o de
los gobernadores (walies) dependientes del califato omeya de Damasco, está caracterizado por
las luchas rivales; y las relaciones de los que se habían refugiado en las montañas norteñas con los
cristianos que se habían quedado en tierras islámicas (mozárabes) y con los moriscos, colonos
aparceros de las huertas del Ebro, no se interrumpieron.
A estimular aún más las guerras civiles de este período contribuyó la llegada en el 741 de
unos 7.000 a 12.000 sirios, al mando de Balch, fugitivos en su mayor parte de la batalla de
Nafdura. Estos sirios recibieron en beneficio un tercio de los impuestos pagados por los
hispanogodos, a cambio de combatir a los bereberes2. Los sirios, conservando su agrupación
tribal, se distribuyeron por procedencias en distritos militarizados (yund), y fijaron su residencia
en el sur de España.
La situación de la península, periférica, y su falta de comunicación por tierra con los restantes
dominios musulmanes, facilitó su independencia con anterioridad a la de los territorios del norte
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Los bereberes norteafricanos, que habían sido utilizados como auxiliares en la conquista,
habían recibido las tierras de peor calidad; mientras los árabes se asentaban en las fértiles
comarcas andaluzas y en el valle del Ebro, los bereberes eran relegados a la Meseta y a las
zonas montañosas de Portugal, alejados, además de todo puesto de gobierno. Esta situación
dio de inferioridad provocó una gran sublevación, coincidiendo con uno de los enfrentamientos
entre árabes del Norte y del Sur.
de Africa. Los califas de Bagdad no renunciaron al control de la provincia disidente e intentaron
recuperarla, pero carentes de bases seguras en el norte de Africa y sin una flota suficiente, se
limitaron a enviar agentes abasíes para que, utilizando las rivalidades entre los musulmanes de Al-
Andalus, intentaran derrocar a la dinastía Omeya y devolver la provincia a la obediencia califal.
La sustitución de los omeyas por los abasíes tuvo lugar en el 750, con la deposición de Marwan
II por Abu-l-Abbas, que contaba con el apoyo de los chiíes y, sobre todo, el de los musulmanes
no árabes. Abd-al-Rahmán logró salvarse de la persecución abasí y halló apoyo para su causa en
la tribu bereber de Nafza. Con la victoria en la batalla de al-Musara (756) se inicia el emirato
omeya de la península.
Para hacer frente a esta situación, los omeyas crearon un ejército profesional integrado por
esclavos comprados en Europa y por contingentes bereberes. Esclavos y bereberes rivalizarán
entre sí y con la aristocracia árabe y terminarán por destruir y repartirse los dominios omeyas.
Concretamente, Abd-al-Rahmán reorganizó el ejército y confió el mando a personas de probada
fidelidad, reclutadas entre sus familiares y clientes omeyas escapados de las matanzas abasíes.
Sublevaciones como la del abasí al-Siqlabí (el esclavo) o la revuelta del bereber Wahid, fueron
aplastadas.
Las primeras defecciones en el bando de Umar empezaron a notarse a fines del siglo, cuando
anunció su conversión al cristianismo. Pretendía conseguir el apoyo de los cristianos del norte y
de los residentes en ciudades andaluzas, perdió el apoyo de los muladíes.
Por último, repasemos los resultados de las revueltas muladíes: en Granada y Sevilla se
produjeron revueltas importantes de muladíes y cristianos contra la opresión árabe. Mientras que
los árabes de Granada se limitaron a repartirse el territorio, en Sevilla el conflicto desembocó en
la independencia de la ciudad. Muladíes y cristianos sevillanos, en defensa de sus intereses
comerciales, se opusieron a su jefe árabe. Mérida, Toledo, Zaragoza, Granada, Sevilla y las
regiones montañesas de Córdoba y Jaén no son la únicas que escaparon al control de Córdoba.
Hay que añadir la región de Almería, donde surgió una república de navegantes y mercaderes
cuyos orígenes se remontan al conflicto muladí de Granada.
EL CALIFATO DE CORDOBA
Cuando Abd al Rahman III alcanza el poder (912) la herencia que recibe se
circunscribe tan sólo a los alrededores de Córdoba, porque el resto de Al-Andalus se halla en
poder de los diversos rebeldes que se han apoderado de territorios y ciudades. El Estado Omeya,
tan laboriosamente construido a lo largo de generaciones, se ha desintegrado casi totalmente. Y
sin embargo, la prodigiosa actividad y la inteligencia del nuevo emir darán una respuesta
contundente a la situación en pocos años; tras sofocar en el 917 los últimos rescoldos de la
sublevación más importante (la de Ibn Hafsún) va controlando las diversas partes de Andalucía de
forma efectiva (Sevilla, Granada, etc.). Tan sólo después de sofocar las últimas revueltas, el emir
hace indiscutible su autoridad convirtiéndose en califa.
Además, su asunción del título califal (año 929) le hace más fuerte frente al que se
va delineando como enemigo principal en el ámbito europeo: el imperio fatimí que ha surgido en
el norte de Africa (los fatimíes son la herejía chíi en una de sus ramas). Los fatimíes disputan a los
Omeyas la supremacía en el Mediterráneo occidental, y durante todo el siglo X la lucha por el
control del Norte de Africa se llevará las mejores energías del califato cordobés, empeñado
además en la lucha contra los cristianos del Norte, bastante activos y cuyas fronteras han situado
ya en el Duero.
Para reforzar su recién adquirido prestigio califal, Abd al Rahman III va a realizar
una reforma monetaria, que pone en circulación el oro amonedado el año 929 a su nombre y con
su título, moneda que va a ser base de su fuerza en Europa y en Africa del Norte, buscando
convertirse en una moneda de cambio universal. Una moneda de excelente calidad, que sirve para
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Umar ibn Hafsún encabezó el movimiento más trascendente. Recogiendo descontentos
de diverso signo y organizando una partida de guerrilleros, desplegó en al-Andalus una lucha
de guerrillas que hizo peligrar el emirato y llegó a constituir un auténtico Estado dentro de él,
con pleno dominio sobre extensas zonas del sur (desde Ronda hasta Ubeda) y con capitalidad
en el cerro de Bobastro (lugar aún no localizado por la arqueología).
el comercio y la guerra, y que circulará durante todo el califato.
El siguiente sucesor, Hisam II, menor de edad, verá como un militar, Ibn Abi
Amir, más conocido como Almanzor, elimina a todos sus rivales y se hace con el poder absoluto,
e incluso con algunas atribuciones califales. Para justificarse, emprende cerca de 53 campañas
contra los cristianos y atrae más y más bereberes a Al-Andalus. Esto creó un agotamiento en el
An-Andalus, del que no se recuperó. Finalmente, este proceso lleva a una guerra civil (1.009-
1.031). Los califas y pretendientes se suceden rápidamente y, por último, en 1.031 se declara
abolido el califato por el consejo municipal de Córdoba.
Sin embargo, la población andalusí rechazó a esta raza norteafricana que a veces
ni hablaba el árabe. Entre dificultades continuas, frente a los andalusíes y a los cristianos, un
nuevo enemigo iba a resultar fatal; este nuevo enemigo serán los almohades, una reacción
religiosa surgida en el Atlas marroquí frente a este pueblo que venía del desierto. En el 1.145 Al-
Andalus se ha desintegrado de nuevo.
Sigue a la caótica situación del fin de los almorávides un período oscuro, donde
surgen diversos reyezuelos o gobernadores, en cierto modo parecidos a los primeros Taifas.
Cádiz, Jerez y Arcos o Badajoz tienen su propio emir.
Poco a poco, los almohades, cuyo credo religoso difiere profundamente del
almorávide, conquistan toda la Península musulmana, recuperando Almería, que en 1.157 había
caido en manos de Alfonso VII. En 1.195 derrotan a los castellanos en Alarcos. Tan grave es la
situación, que en 1.212 se proclama la Cruzada general por toda Europa, contra los almohades; a
esta lucha se unen aragoneses y catalanes, navarros y algunos magnates portugueses y leoneses, y
por supuesto, los castellanos. Los almohades, por su parte, reúnen tropas por todo su extenso
imperio, del Níger al Tajo. El encuentro tiene lugar en julio de 1.212, y es una rotunda victoria
cristiana.
Por España pasan todos los productos que necesitan ambos mundos. Por otro
lado, Al Andalus provee de productos manufacturados y especias a Europa.
Los árabes constituyen una verdadera aristocracia que sustituye a los nobles
visigodos, que se reserva las mejores tierras, con los colonos y siervos que las cultivan, teniendo
el monopolio de las funciones militares y judiciales. Viven preferentemente en las ciudades. Los
sirios, llegados con Balch en el 741, fueron asentados manteniendo su organización: el "Chunds"
o cuerpos militares procedentes de Damasco, Jordán,
Palestina, Emesa, Quinnars y de Egipto.
Los enfrentamientos entre qaysíes y yemeníes no impiden que por encima de sus
diferencias todos se consideren árabes, es decir, privilegiados, y juntos combaten a los bereberes,
sus principales enemigos. La convivencia hará que en la época final del Califato no existan
diferencias entre la aristocracia de origen árabe y la de origen hispanogodo, aunque siempre se
mantuvo el prestigio árabe.
Los bereberes fueron utilizados por los árabes como simples auxiliares y jamás se
les permitió equipararse a ellos. Tras la conquista quedaron relegados a las zonas poco
urbanizadas y a las comarcas montañosas escasamente pobladas, con lo que se veían apartados de
los altos cargos urbanos y de las fuentes de riqueza, al no disponer de tieras fértiles ni de hombres
que trabajasen para ellos. La conversión al islamismo no los libró del pago del impuesto territorial
que, en principio, sólo tenían que pagar los no musulmanes. Se sublevaron y fueron derrotados,
con lo que permanecieron equiparados a los hispanomusulmanes y, como éstos, buscaron la
protección en una clientela de propietarios árabes para evitar pagar el impuesto, o se
concentraron en las ciudades. Al igual que los muladíes, participaron en las revueltas del siglo IX.
Sólo en el siglo X existía un grupo bereber cuyas actividades militares, como mercenarios, le
permitía alcanzar una posición social privilegiada y disputar a esclavos y árabes el control de Al-
Andalus.
El pueblo o Amma está formado por los artesanos y jornaleros bereberes, por los
muladíes y los libertos y también por los mozárabes y judíos no acomodados. Sobre el "Amma"
recae la presión fiscal y la desconfianza del poder. El empeoramiento de su situación fue
hábilmente utilizado por los mercaderes y alfaquíes del arrabal de Córdoba para suscitar las
revueltas que pusieron en peligro el trono de al-Hakam I, y que terminaron con la destrucción del
arrabal.
El emir y luego el califa eran autócratas que sin embargo podían pedir opinión al
Consejo, formado por los más importantes notables de origen árabe, que generalmente era tan
sólo la aristocracia quarysí, de su propia familia. El califa era además el imam del pueblo islamita,
y, por lo tanto, debía inspirar con la colaboración de los faquíes malikíes las normas de la vida de
la comunidad musulmana, de acuerdo con los principios coránicos y la tradición sunní. Soberano
autócrata, por ser jefe espiritual y temporal a la vez, podía disponer de la vida de sus súbditos,
presidía la oración del viernes en la mezquita mayor, juzgaba en última instancia, acuñaba moneda
con su nombre y regía la Hacienda a su gusto.
Al poder del califa sólo el Corán y la Tradición ponían límites. Sin embargo, los
poderes religiosos, profundamente confundidos con los civil y lo militar, eran enormes.
- Riu, Riu, Manuel: Edad Media (711-1500), Manual de Historia de España, Espasa Calpe,
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- Jackson, G.: Introducción a la España medieval, Alianza Ed., Madrid, 1985.
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- Mitre, E.: La España medieval. Sociedades, Estados, Culturas, Ediciones Istmo, Madrid,
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