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EL ISLAM Y LA PENINSULA IBERICA

INTRODUCCION: EL MUNDO MUSULMAN

Todo cuanto es y representa la civilización islámica, se halla en las páginas del


Corán, libro sagrado para los musulmanes, y revelado a ellos por boca de Mahoma, quien la
escuchó de Dios. Sin duda, el Corán no se escribió sino mucho más tarde de la muerte del
profeta. Es un libro en que se recogen toda serie de normas, recomendaciones, etc., sin orden
aparente, pues cuando se escribió, sin duda muchas partes se cambiaron o perdieron. Por otro
lado, los hadices o dichos de Mahoma, completan los vacíos del Corán.

Mahoma nació en el seno de una de las ramas pobres de la familia de Qurays, una
de las familias más ricas de La Meca, en Arabia, en fecha incierta, aunque los cronistas
musulmanes hacen coincidir con el 570.

El entorno del profeta era un mundo fragmentado: mientras que algunas ciudades,
como la Meca o Medina, eran habitadas por una enriquecida población ciudadana, enlazadas con
rutas comerciales que transportaban materiales preciosos (como la mirra) y que practicaban el
politeísmo, las extensiones desérticas que se extendían más allá daban cobijo a tribus nómadas
cuyo comportamiento era dictados por normas ancestrales, que serán asimiladas, al menos en
parte, por el Corán, y que vivían del saqueo y la guerra para conseguir botín, a costa de la riqueza
ciudadana.

Mahoma comienza a predicar hacia el 613, cuando ya tenía unos 40 años y se


había casado con Jadicha, una viuda mucho mayor y más rica que él; de ella nacería Fátima.

Reunió una pequeña Comunidad ("Umma"), compuesta por sus parientes,


algunos esclavos y libertos y los más pobres de la comunidad Quraysí. Se comporta entonces
como jefe de Estado, organizando la lucha contra los politeístas de la Meca. De aquí nace la
concepción de Umma (comunidad musulmana) que está por encima de la organización tribal y es
un Universo integrado frente a los no musulmanes. En el 630 entra como conquistador en la
Meca. Dos años después, muere dejando a la Umma sin sucesor, y sin nada dispuesto para ello.

El primer problema fue, pues, la sucesión de Mahoma, resoluta con la elección


por una comisión de jeques de Abu Bakr, primer califa (632-634). A éste le suceden tres califas
más (Umar, Utmán y Alí), que dirigen la expansión primera del Islam; este período de cuatro
califas es conocido entre los musulmanes como el de Califato Perfecto, porque según ellos, la
sucesión fue perfectamente legal y de acuerdo con los cánones elaborados por los teólogos.
Durante este período se conquista Egipto, arrebatándoselo a Bizancio. Alí, el último de estos
cuatro califas, era padre de los descendientes legítimos del Profeta, en su calidad de esposo de
Fátima; sin embargo, era cómplice de los asesinos de Utmán, cuya tribu y clan reclamaron
justicia, y capitaneados por Muawiya, gobernador de Siria, se enfrentaron con él. Eran los
Omeyas. De aquí nace la gran guerra civil del Islam. Los chíies fueron los partidarios de Alí,
mientras que sus enemigos fueron los sunníes; un tercer sector, los jarichíes, eran los
intransigentes, uno de los cuales asesinó a Alí en el 661. Así termina la primera expansión del
Islam.

La segunda expansión islámica está protagonizada por la dinastía Omeya, que es


la que reúne los más claros rasgos de arabismo en el Islam; integrada por miembros de la nobleza
quraysí, de los que Muawiya era un miembro colateral, su centro de gravedad será Siria. Los
problemas que deben afrontar son múltiples: la distancia a las provincias se convierte en un factor
de debilidad; la organización de los imperios es un impedimento para la expansión por sorpresa;
además problemas de orden interno se oponen a la expansión. Por ello, los Omeyas impondrán el
orden árabe partiendo de su familia, a la que hacen beneficiaria de los cargos de gobernadores.

Al período de Muawiya sucede (661-680) una oleada de nuevas conquistas,


difíciles sin embargo: la dura y larga guerra de Africa del Norte; tras muchas rebeliones bereberes,
en el 705 Musa Ibn Nusayr puede llamarse gobernador. En el 709, con la conquista de Ceuta,
puede decirse que el Magrib está conquistado. Por último, en el 711, los musulmanes se apoderan
de España.

Las luchas religiosas desgarran al Imperio, la oposición entre conquistadores y


conquistados se hace cruel, la dominación árabe se dificulta por las distancias... y así se llega al
levantamiento abbasí, otra familia que creará dinastía, que se alía con todos los opositores del
régimen Omeya, muy arraigado en Siria. De los Omeyas, al final, sólo se salvará Abd al Rahman,
que creará otro trono para su familia en España.

Los problemas heredados por los abbasíes son los Omeyas: organización del
Imperio, oposición religiosa, dinastías locales (sobre todo en Persia y Africa del Norte) y las
enormes distancias. Buscando una centralización más eficaz, los abbasíes trasladan la capital a
Irak, donde fundan Bagdad. Harun al Raschid fue el último gran califa.

LA CONQUISTA DE LA PENINSULA

Las victorias de Musa fueron seguidas de la islamización de las tribus bereberes del norte de
Africa, y de su incorporación al ejército musulmán. La conquista de la península fue la salida a la
belicosidad de los nómadas. Entre los colaboradores de los musulmanes fugura un personaje, el
conde Don Julián, señor de Ceuta, cuya intervención parece haber sido decisiva. El era el primer
interesado en alejar a los bereberes de sus dominios. Así que puso a disposición de los
musulmanes los barcos y la experiencia naval de la población de la costa. La colaboración de Don
Julián fue, pues, vital para el primer desembarco de reconocimiento del bereber Tarif Ibn
Malluk.

El éxito de esta primera incursión animó a Musa, gobernador del norte de Africa, a enviar una
nueva, cuyo mando confió a su liberto Tariq Ibn Ziyad, al que nadie opuso resistencia por
hallarse Rodrigo combatiendo a los vascones. Es posible que durante el tiempo transcurrido entre
el desembarco en Gibraltar, en mayo del 711, y la llegada de Rodrigo al Sur, en julio del mismo
año, los musulmanes entraran en contacto con los partidarios de Vitiza; al iniciarse el combate,
éstos abandonaron al monarca y facilitaron la victoria musulmana en la Batalla de Guadalete. La
indiferencia de la población y el apoyo de los judíos completaron el éxito militar.

En tanto que el ejército visigodo huía en desbandada, las tropas musulmanas avanzaban
por las tierras de la Bética, o "Vandalucía", que pronto llamarían al-Andalus. Muchos jefes godos
habían capitulado ante las tropas musulmanas, y permanecieron al frente de sus distritos. Los
musulmanes les concedieron dos tipos de pactos: uno exigía sumisión plena a las autoridades
islámicas porque se les había puesto alguna resistencia; el otro reconocía a los sometidos
autonomía política. En uno y otro caso los cristianos, godos o indígenas, respetados en sus
personas y creencias, eran obligados al pago de los impuestos ordinarios: la capitación o
impuesto personal y la contribución territorial. Los conquistadores se repartieron las tierras que
habían ganado luchando. El quinto (jums) de las mismas correspondía al califa. El resto se
distribuía entre los guerreros. Los siervos o cultivadores del jums (quinteros), o sea, de las tierras
califales o fiscales, quedaron adscritos a las mismas, con la obligación de entregar al fisco el tercio
de los frutos todos los años.

Aprovechando la desorganización de las comarcas fieles a Rodrigo, cuyos jefes habían


muerto o huido, Tariq avanzó hasta Toledo, que capituló sin ofrecer resistencia. Los resultados
militares y económicos de la campaña, proyectada en principio para librarse de los bereberes y
obtener botín, decidieron a Musa a intervenir personalmente al frente de los árabes acantonados
en Africa. Dirigió las campañas contra Medina Sidonia, Carmona, Alcalá de Guadaira, Sevilla y
Mérida, y confió a su hijo Abd-al-Aziz la ocupación de Málaga, Granada y Murcia. En la
comarca toledana se unieron los ejércitos de Musa y Tariq, y juntos penetraron en el valle del
Ebro y más tarde en Asturias y Galicia, sin apenas resistencias. La expansión se frenó en el 732,
con la derrota en Poitiers frente al carolingio Carlos Martel.

Las comarcas de los Pirineos no fueron nunca ocupadas por los musulmanes, cuyo modo de
vida e insuficiencia numérica hacían que se limitaran a establecer guarniciones en el llano, con la
finalidad de prevenir posibles ataques y de exigir el pago de tributos. El alejamiento árabe
permitió el resurgir del particularismo de las poblaciones de montaña, que daría origen, años más
tarde, a diversos condados. Frente a los vascos, los árabes se limitaron a sustituir con grupos
bereberes a las guarniciones visigodas. Los conflictos entre árabes y bereberes, que terminaron
con la derrota y abandono de las guarniciones por estos últimos, facilitaron sin duda el avance de
los vascos orientales sobre el llano y la creacion de Pamplona a fines del siglo VIII.

El foco principal de resistencia a los musulmanes se localiza en las montañas cantábricas y


asturianas, donde las tribus poco romanizadas, poco habituadas a aceptar un poder central,
hallaron el refuerzo de algunos nobles visigodos que les dieron cohesión, y en cierto modo, las
unificaron. Los restos del ejército visigodo se refugió en las montañas asturianas, donde en el 718
o en el 722, obtendrían la primera victoria importante sobre los musulmanes: Covadonga.

Rivalidad Yemeníes (árabes del sur) y Qaysiés (árabes del norte): en sus orígenes, los
árabes del sur y los del norte se distinguieron entre sí por la forma de vida: sedentarios-
agricultores los yemeníes y nómadas-pastores los qaysíes. Los segundos atacaban con frecuencia
las caravanas de mercaderes y saqueaban los campos de cultivo, dando lugar a un enfrentamiento
que la solidaridad tribal hizo hereditario. En época de Mahoma, la Meca y Medina encarnaron
esta rivalidad, acrecentada por el control que los mercaderes de la primera ciudad ejercían sobre
los agricultores de la segunda. En años de sequía o de malas cosechas el campesino necesita
recurrir al préstamo, que no siempre es posible devolver a tiempo, y en muchos casos la
propiedad de la tierra pasaba a manos de los prestamistas, de los mercaderes de la Meca. Estos
consideran deshonroso el trabajo agrícola. Acogido por los medineses, Mahoma prohíbe el
préstamo usurario y dignifica el trabajo campesino al repartir tierras confiscadas a los judíos.
Los conflictos no desaparecen tras la conversión de todos los árabes al Islam; la
rivalidad entre Medina y la Meca se mantiene con motivo de la sucesión del profeta, el reparto de
tierras discriminatorio (omeyas), etc. El enfrentamiento en la península es la continuación de un
conflicto fundamentalmente tribal.

En el norte de Africa, el descontento se acentuó o adquirió un matiz político al


tomar conciencia los bereberes de su situación de inferioridad gracias a la predicación de los
jarichíes, para quienes todos los creyentes son iguales ante Alá. El Jarichismo fue el vínculo de
unión de las tribus bereberes, que se sublevaron contra los árabes en el año 789.

CRONOLOGIA Y HECHOS MAS IMPORTANTES


DE LA DOMINACION MUSULMANA

711 - Tarik desembarca en Gibraltar, enviado por Musa.


- Batalla del Guadalete: derrota de don Rodrigo.
- Entrada en Toledo.
712 - Musa cruza el estrecho y toma Sevilla, Mérida, Zaragoza realiza
incursiones hacia Galicia, León y Asturias.
- Al-Andalus se integra en el Imperio Arabe en forma de Emirato o Waliato
Dependiente del Califato de Damasco.
722 - Batalla de Covadonga: comienzo de la resistencia asturiana.
732 - Batalla de Tours-Poitiers: Carlos Martel derrota a los árabes y frena su
expansión.
756-912 - Emirato Independiente de Córdoba.
756-788 - Abderrahmán I (de la familia omeya) rompe la
dependencia de los emires de Al-Andalus con el Califato
de Damasco y funda un nuevo Estado1.
796-822 - Alhakam I perfecciona el ejército.
822-852 - Abderrahmán II reorganiza Al-Andalus según modelos orientales
(Bagdad): centralización administrativa. Economía próspera (construcciones
públicas).
852-886 - Mohamed I: inestabilidad política (rebelión de Omar Ibn Hafsum
(880).
912-1035 - Califato Independiente de Córdoba.
912-961 - Abderrahmán III reunifica Al-Andalus y frena la
expansión astur-leonesa (Alfonso III). Su dominio se extiende a los reinos cristianos,
que le rinden vasallaje (León, Navarra, Castilla, Barcelona). En
se proclama Califa y jefe de los creyentes.
Durante su gobierno Al-Andalus llega al cénit
político, económico y cultural.
978-1002 - Almanzor, "hachib" de Hixam II, se alza con el poder. En sus
"aceifas" llega hasta Barcelona (985), León (988) y Santiago (997).
1035 - La alta burguesía cordobesa apoya la abolición del Califato: Al-
Andalus queda fragmentado en Estados independientes: los reinos
de Taifas.
1085 - Alfonso VI de Castilla toma Toledo, y las Taifas

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Durante su reinado y los siguientes, los emires hacen frente a motines originados por la
compleja estructura de la sociedad de Al-Andalus: muladíes (cristianos convertidos al Islam),
mozárabes (cristianos que mantienen sus creencias), bereberes (musulmanes no árabes),
árabes (beladíes o sirios) y judíos. Convivencia y tolerancia religiosa, salvo en breves períodos.
llaman en su ayuda a los almorávides norteafricanos, acaudillados por Yusuf Ibn
Tashufin.
1085-1145 - Los almorávides detienen la expansión cristiana.
1145-1223 - Invasión y dominio de los almohades, que trasladan capital a Sevilla.
Triunfo en Alarcos (1195).
1212 - Batallas de las Navas de Tolosa, donde leoneses,
castellanos, navarros y aragoneses derrotan a los almohades.
1238 - Se funda la dinastía Nazarí de Granada, reconocida como
vasalla de Fernando III. Será pronto el último reino musulmán de la península.
1478 - Castilla y Aragón se unen bajo los Reyes Católicos, que en 1481
deciden emprender la batalla final contra Granada.
1492 - Supremacía cristiana (Fernando III el Santo).
Rendición de Granada (el problema social se
prolongará hasta el siglo XVII).

EL WALIATO DEPENDIENTE DE DAMASCO

España se había convertido, a comienzos del siglo VIII, en un waliato dependiente del
califa de Damasco. Tan sólo los montes de Asturias, Cantabria y Vasconia y algunos valles
pirenaicos se vieron libres de invasores permanentes. Pero éstos no constituían, como hemos
visto, una unidad étnica. Tan sólo la fe islámica -para muchos de asimilación reciente- les
mantenía unidos. Arabes (divididos en dos clanes rivales: qaysíes y kalbíes), sirios, bereberes,
muladíes (o conversos del cristianismo al islamismo y, por tanto, "renegados" desde el punto de
vista cristiano), se odiaban entre sí. Por esto, el período de la primera mitad del siglo VIII, o de
los gobernadores (walies) dependientes del califato omeya de Damasco, está caracterizado por
las luchas rivales; y las relaciones de los que se habían refugiado en las montañas norteñas con los
cristianos que se habían quedado en tierras islámicas (mozárabes) y con los moriscos, colonos
aparceros de las huertas del Ebro, no se interrumpieron.

A estimular aún más las guerras civiles de este período contribuyó la llegada en el 741 de
unos 7.000 a 12.000 sirios, al mando de Balch, fugitivos en su mayor parte de la batalla de
Nafdura. Estos sirios recibieron en beneficio un tercio de los impuestos pagados por los
hispanogodos, a cambio de combatir a los bereberes2. Los sirios, conservando su agrupación
tribal, se distribuyeron por procedencias en distritos militarizados (yund), y fijaron su residencia
en el sur de España.

EL ELMIRATO INDEPENDIENTE (756-912)

La situación de la península, periférica, y su falta de comunicación por tierra con los restantes
dominios musulmanes, facilitó su independencia con anterioridad a la de los territorios del norte
2
Los bereberes norteafricanos, que habían sido utilizados como auxiliares en la conquista,
habían recibido las tierras de peor calidad; mientras los árabes se asentaban en las fértiles
comarcas andaluzas y en el valle del Ebro, los bereberes eran relegados a la Meseta y a las
zonas montañosas de Portugal, alejados, además de todo puesto de gobierno. Esta situación
dio de inferioridad provocó una gran sublevación, coincidiendo con uno de los enfrentamientos
entre árabes del Norte y del Sur.
de Africa. Los califas de Bagdad no renunciaron al control de la provincia disidente e intentaron
recuperarla, pero carentes de bases seguras en el norte de Africa y sin una flota suficiente, se
limitaron a enviar agentes abasíes para que, utilizando las rivalidades entre los musulmanes de Al-
Andalus, intentaran derrocar a la dinastía Omeya y devolver la provincia a la obediencia califal.
La sustitución de los omeyas por los abasíes tuvo lugar en el 750, con la deposición de Marwan
II por Abu-l-Abbas, que contaba con el apoyo de los chiíes y, sobre todo, el de los musulmanes
no árabes. Abd-al-Rahmán logró salvarse de la persecución abasí y halló apoyo para su causa en
la tribu bereber de Nafza. Con la victoria en la batalla de al-Musara (756) se inicia el emirato
omeya de la península.

El temor y el peligro de una recuperación abasí fueron decisivos en la historia de Al-Andalus.


Sin embargo, los mayores peligros para la nueva dinastía3 provinieron de las rebeliones de sus
propios súbditos (árabes, muladíes y cristianos), de los ataques de los reinos y condados
cristianos del norte -apoyados por los carolingios-, de las incursiones wikingas y de la presión de
los reinos musulmanes del norte de Africa, cuyo control era necesario para evitar nuevas
invasiones bereberes.

Para hacer frente a esta situación, los omeyas crearon un ejército profesional integrado por
esclavos comprados en Europa y por contingentes bereberes. Esclavos y bereberes rivalizarán
entre sí y con la aristocracia árabe y terminarán por destruir y repartirse los dominios omeyas.
Concretamente, Abd-al-Rahmán reorganizó el ejército y confió el mando a personas de probada
fidelidad, reclutadas entre sus familiares y clientes omeyas escapados de las matanzas abasíes.
Sublevaciones como la del abasí al-Siqlabí (el esclavo) o la revuelta del bereber Wahid, fueron
aplastadas.

Las sublevaciones andaluzas impidieron al Emir extender su autoridad sobre el norte de la


península, donde el reino astur fue casi olvidado y donde los gobernadores de Zaragoza y de
Barcelona disfrutaron de absoluta libertad e independencia.
Concretamente, las sublevaciones de los conversos (muladíes) del siglo IX, unos conflictos que
sustituían a los acaecidos entre árabes y contra los bereberes del siglo anterior. Los andaluces se
habían animado al ver los éxitos de los muladíes de Mérida, Toledo y Zaragoza (reinos
cristianos), dirigidos por notables locales. Pero, sus movimientos carecían de cohesión y se
originaban como protesta contra el pago de impuestos, por lo que eran fácilmente anulados.
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El hijo y sucesor de Abd al-Rahman I, Hisam I (788-796) fue un soberano pacificador, pero
no descuidó la cohesión del ejército con la administración civil. Confió las tareas de gobierno a
los faquíes o teólogos de la escuela ortodoxa malikí -que se iba a convertir de ahora en
adelante en la escuela oficial de la ortodoxia islámica en España-. Envió expedicciones anuales
contra sus vecinos cristianos del territorio asturiano y contra los francos de Cataluña y
Septimania, invirtiendo el botín el obras como la mezquita mayo de Córdoba.
Su hijo al-Hakam I (796-821) hizo frente a los descontentos gracias a la organización de
un ejército permanente, integrado por mercenarios bereberes y esclavos liberados de distintas
procedencias (europeos y africanos). Tomando, además, como modelo los mamelucos turcos,
organizó con jóvenes esclavos su guardia personal, compuesta por 5.000 hombres. Y creó un
cuerpo de 2.000 soldados cristianos de caballería, a sueldo.
El reinado de su hijo Abd al Rahman II (821-852) fue mucho más decisivo en la
islamización de al-Andalus. Tolerante con los cristianos de sus dominios, intensificó las luchas
contra los del reino astur (Alfonso II y Ramiro I), contra los vascos de Pamplona, contra la
familia muladí de los Banu Qasi que había establecido su señorío en el valle del Ebro y contra
los francos de Aragón y Cataluña. Reformó la administración estatal sustituyendo el sistema
sirio por el abbasí de influencia persa-sassaní, estableciendo en el cargo de hachib, visir o
primer ministro. Abd al Rahman II fue un espíritu culto, protector de artistas, amante de las
artes y del boato, deseoso de imitar en Córdoba las cortes de Constantinopla y de Bagdad.
Bajo su reinado y el de sus sucesores es cuando se producen los conflictos en Córdoba, Mérida
y Toledo y el levantamiento nacionalista de Umar ibn Hafsún.
Le sucedió Muhammad I, al-Mundir y Abd Allah.
El carácter socioeconómico de las revueltas muladíes del Sur se refleja en las siguientes
palabras de Umar Ibn Hafsum4: "Desde hace tiempo habeis tenido que soportar el yugo de este
sultán que os toma vuestros bienes y os pone cargas aplastantes, mientras los árabes os oprimen
con sus humillaciones y os tratan como esclavos". Se refiere de esta forma al exceso de impuestos
que se cobran a los musulmanes no árabes y a la situación de inferioridad que éstos padecen.

Las primeras defecciones en el bando de Umar empezaron a notarse a fines del siglo, cuando
anunció su conversión al cristianismo. Pretendía conseguir el apoyo de los cristianos del norte y
de los residentes en ciudades andaluzas, perdió el apoyo de los muladíes.

Por último, repasemos los resultados de las revueltas muladíes: en Granada y Sevilla se
produjeron revueltas importantes de muladíes y cristianos contra la opresión árabe. Mientras que
los árabes de Granada se limitaron a repartirse el territorio, en Sevilla el conflicto desembocó en
la independencia de la ciudad. Muladíes y cristianos sevillanos, en defensa de sus intereses
comerciales, se opusieron a su jefe árabe. Mérida, Toledo, Zaragoza, Granada, Sevilla y las
regiones montañesas de Córdoba y Jaén no son la únicas que escaparon al control de Córdoba.
Hay que añadir la región de Almería, donde surgió una república de navegantes y mercaderes
cuyos orígenes se remontan al conflicto muladí de Granada.

EL CALIFATO DE CORDOBA

Cuando Abd al Rahman III alcanza el poder (912) la herencia que recibe se
circunscribe tan sólo a los alrededores de Córdoba, porque el resto de Al-Andalus se halla en
poder de los diversos rebeldes que se han apoderado de territorios y ciudades. El Estado Omeya,
tan laboriosamente construido a lo largo de generaciones, se ha desintegrado casi totalmente. Y
sin embargo, la prodigiosa actividad y la inteligencia del nuevo emir darán una respuesta
contundente a la situación en pocos años; tras sofocar en el 917 los últimos rescoldos de la
sublevación más importante (la de Ibn Hafsún) va controlando las diversas partes de Andalucía de
forma efectiva (Sevilla, Granada, etc.). Tan sólo después de sofocar las últimas revueltas, el emir
hace indiscutible su autoridad convirtiéndose en califa.

Además, su asunción del título califal (año 929) le hace más fuerte frente al que se
va delineando como enemigo principal en el ámbito europeo: el imperio fatimí que ha surgido en
el norte de Africa (los fatimíes son la herejía chíi en una de sus ramas). Los fatimíes disputan a los
Omeyas la supremacía en el Mediterráneo occidental, y durante todo el siglo X la lucha por el
control del Norte de Africa se llevará las mejores energías del califato cordobés, empeñado
además en la lucha contra los cristianos del Norte, bastante activos y cuyas fronteras han situado
ya en el Duero.

Para reforzar su recién adquirido prestigio califal, Abd al Rahman III va a realizar
una reforma monetaria, que pone en circulación el oro amonedado el año 929 a su nombre y con
su título, moneda que va a ser base de su fuerza en Europa y en Africa del Norte, buscando
convertirse en una moneda de cambio universal. Una moneda de excelente calidad, que sirve para
4
Umar ibn Hafsún encabezó el movimiento más trascendente. Recogiendo descontentos
de diverso signo y organizando una partida de guerrilleros, desplegó en al-Andalus una lucha
de guerrillas que hizo peligrar el emirato y llegó a constituir un auténtico Estado dentro de él,
con pleno dominio sobre extensas zonas del sur (desde Ronda hasta Ubeda) y con capitalidad
en el cerro de Bobastro (lugar aún no localizado por la arqueología).
el comercio y la guerra, y que circulará durante todo el califato.

Muerto en el 961, al Hakam II (961-976), su hijo, le sucede. El protectorado


sobre los reinos cristianos se acentúa, y crece la tranquilidad en el Norte de Africa, tan
imprescindible para el control del oro sudanés, sin el cual la política califal no huebiera existido.
En el 975 el control sobre el Norte de Africa es completo, pero a cambio de una masiva
inmigración bereber a Al-Andalus (con sus familias, estructuras políticas, lengua, etc.).

El siguiente sucesor, Hisam II, menor de edad, verá como un militar, Ibn Abi
Amir, más conocido como Almanzor, elimina a todos sus rivales y se hace con el poder absoluto,
e incluso con algunas atribuciones califales. Para justificarse, emprende cerca de 53 campañas
contra los cristianos y atrae más y más bereberes a Al-Andalus. Esto creó un agotamiento en el
An-Andalus, del que no se recuperó. Finalmente, este proceso lleva a una guerra civil (1.009-
1.031). Los califas y pretendientes se suceden rápidamente y, por último, en 1.031 se declara
abolido el califato por el consejo municipal de Córdoba.

LOS PRIMEROS TAIFAS Y LOS ALMORAVIDES

En 1.031 la España musulmana estaba absolutamente fragmentada en diversos


reinos, que en principio parecen tener un origen étnico (bereberes y árabes) y cuyo número es
variable. Pronto cayeron en una espiral endemoniada: divididos entre ellos por sus rencillas, las
guerras era normal; buscando el apoyo militar cristiano, lo pagaban caro; y muchas veces, los
cristianos provocaban la guerra para hacerse pagar su protección... Así fue como bascula el peso
económico de uno a otro lado de la Península.

Finalmente, la abierta política conquistadora de Alfonso VI de Castilla y León


(que conquistó Toledo en 1.085, y cuyo súbdito el Cid había conquistado Valencia) provocó la
entrada de los almorávides, secta ortodoxa que acababa de conquistar el Norte de Africa. Estos
frenarán a los cristianos y unificarán el mundo musulmán.

Sin embargo, la población andalusí rechazó a esta raza norteafricana que a veces
ni hablaba el árabe. Entre dificultades continuas, frente a los andalusíes y a los cristianos, un
nuevo enemigo iba a resultar fatal; este nuevo enemigo serán los almohades, una reacción
religiosa surgida en el Atlas marroquí frente a este pueblo que venía del desierto. En el 1.145 Al-
Andalus se ha desintegrado de nuevo.

LOS SEGUNDOS TAIFAS Y LOS ALMOHADES

Sigue a la caótica situación del fin de los almorávides un período oscuro, donde
surgen diversos reyezuelos o gobernadores, en cierto modo parecidos a los primeros Taifas.
Cádiz, Jerez y Arcos o Badajoz tienen su propio emir.

Poco a poco, los almohades, cuyo credo religoso difiere profundamente del
almorávide, conquistan toda la Península musulmana, recuperando Almería, que en 1.157 había
caido en manos de Alfonso VII. En 1.195 derrotan a los castellanos en Alarcos. Tan grave es la
situación, que en 1.212 se proclama la Cruzada general por toda Europa, contra los almohades; a
esta lucha se unen aragoneses y catalanes, navarros y algunos magnates portugueses y leoneses, y
por supuesto, los castellanos. Los almohades, por su parte, reúnen tropas por todo su extenso
imperio, del Níger al Tajo. El encuentro tiene lugar en julio de 1.212, y es una rotunda victoria
cristiana.

LOS TERCEROS TAIFAS Y GRANADA

En 1.225, liquidados los problemas internos que tenían oupada a Castilla,


Fernando III comienza la guerra contra los musulmanes; toma Andújar y todo el valle medio del
Guadalquivir, siendo la consecuencia natural la caída de Córdoba, en 1.236. Esto fue un golpe
mortal para el Islam peninsular, cuya capital moral seguía siendo la vieja sede del Califato.

Mohammad Abu Abd Allah al Ahmar, señor de Arjona (1.230), viendo la


situación, decide salvar los restos: reconocido en Baza, Guadix y Granada, se somete como
vasallo a Fernando III, que confirma sus territorios; así fue fundada la dinastía Nazarí de Granada
(1.238). El rey cristiano sigue conquistando diversos territorios de la península, hasta quedar
aislada Granada como único territorio musulmán. Reino vasallo de Castilla, alterna los períodos
de sumisión con las peticiones de ayuda a los nuevos señores de Marruecos, los Benimerines.

Los problemas internos de Castilla, desde la muerte de Alfonso XI (1.350),


retrasaron el avance cristiano, a pesar de las rivalidades y las guerras civiles granadinas, que harán
al final más fácil la conquista. En 1.478, Castilla y Aragón se unen bajo el cetro de los Reyes
Católicos que en 1.481 deciden comenzar la batalla final.

REPERCUSIONES DEL ISLAM ESPAÑOL SOBRE EL RESTO DE EUROPA

Económicamente, la presencia del Islam español supone para la Europa de


aquellos tiempos (siglos VIII, IX y X) un balón de oxígeno, porque la inclusión de Al Andalus en
los circuitos comerciales mundiales que puso en marcha el imperio islámico suponen la entrada de
una serie de productos (tales como la sal, cuya producción en Europa era insuficiente)
alimenticios o de lujo (que pagaban las clases acomodadas de Centroeuropa) que permiten la
supervivencia del comercio.

La creación de un sistema bimetálico (plata y oro) introduce en Europa una


moneda de oro que permite la adquisición de materiales de lujo en España a cambio de esclavos y
materias primas, dando la primacía económica a la Península, por encima de la potencia
económica del Imperio Bizantino o los fatimíes.

Por España pasan todos los productos que necesitan ambos mundos. Por otro
lado, Al Andalus provee de productos manufacturados y especias a Europa.

Culturalmente, la España islámica es también un puente por el que Europa


recupera el perdido legado de la cultura clásica; las traducciones de Toledo en el siglo XIII no son
más que el punto más visible de una política cultural abierta; los califas de Córdoba eran
furibundos bibliófilos, y los libros, una pasión en Córdoba. Por último, se produce un fértil
intercambio de ideas e integración de culturas única.
LA SOCIEDAD MUSULMANA

MUSULMANES: teóricamente iguales, su situación social y económica es muy


diferente entre ellos mismos. Podemos encontrar desde grandes dignatarios y terratenientes hasta
cultivadores. Las causas de esta diferenciación son tres: origen étnico (para los conquistadores),
situación social y económica con anterioridad a la invasión (para los cristianos convertidos al
Islam que siguen viviendo en el campo) y funciones desempeñadas (para los hispanovisigodos
islamizados urbanos y para los esclavos).

Los árabes constituyen una verdadera aristocracia que sustituye a los nobles
visigodos, que se reserva las mejores tierras, con los colonos y siervos que las cultivan, teniendo
el monopolio de las funciones militares y judiciales. Viven preferentemente en las ciudades. Los
sirios, llegados con Balch en el 741, fueron asentados manteniendo su organización: el "Chunds"
o cuerpos militares procedentes de Damasco, Jordán,
Palestina, Emesa, Quinnars y de Egipto.

Los enfrentamientos entre qaysíes y yemeníes no impiden que por encima de sus
diferencias todos se consideren árabes, es decir, privilegiados, y juntos combaten a los bereberes,
sus principales enemigos. La convivencia hará que en la época final del Califato no existan
diferencias entre la aristocracia de origen árabe y la de origen hispanogodo, aunque siempre se
mantuvo el prestigio árabe.

Los bereberes fueron utilizados por los árabes como simples auxiliares y jamás se
les permitió equipararse a ellos. Tras la conquista quedaron relegados a las zonas poco
urbanizadas y a las comarcas montañosas escasamente pobladas, con lo que se veían apartados de
los altos cargos urbanos y de las fuentes de riqueza, al no disponer de tieras fértiles ni de hombres
que trabajasen para ellos. La conversión al islamismo no los libró del pago del impuesto territorial
que, en principio, sólo tenían que pagar los no musulmanes. Se sublevaron y fueron derrotados,
con lo que permanecieron equiparados a los hispanomusulmanes y, como éstos, buscaron la
protección en una clientela de propietarios árabes para evitar pagar el impuesto, o se
concentraron en las ciudades. Al igual que los muladíes, participaron en las revueltas del siglo IX.
Sólo en el siglo X existía un grupo bereber cuyas actividades militares, como mercenarios, le
permitía alcanzar una posición social privilegiada y disputar a esclavos y árabes el control de Al-
Andalus.

Los hispanovisigodos convertidos al Islam se dividen en dos grupos: la nobleza


vitizana y la masa de siervos, colonos y pequeños propietarios. La primera no logró igualarse a la
aristocracia árabe hasta época tardía. Sus miembros fueron los dirigentes de sublevaciones en las
que se mezclaba el afán de independencia con el deseo de equipararse a los árabes. El ejemplo
más representativo es el de los Banu Qasi. La situación de Umar Ibn Hafsum y de Ibn Marwan es
similar.

En cuanto a los segundos, las conversiones fueron numerosas entre los


trabajadores del campo, abandonados como estaban, religiosa y culturalmente, por el clero
visigodo. El Islam le debió ofrecer ventajas económicas y sociales notables. En las ciudades, sin
embargo, la mayor preparación cultural y la jerarquía eclesiástica hicieron que las conversiones
fueran menos. Pero, la instalación en los centros urbanos de la nobleza árabe y la emigración de
campesinos islamizados hicieron que los mozárabes se encontraran en minoría. Su situación
social, no obstante, era superior a la de los muladíes, al menos hasta mediados del siglo IX, es
decir, mientras los emires tuvieron necesidad de utilizar sus servicios como administradores
culturales preparados.

Los orientales se introdujeron el Al-Andalus a partir del reinado de Abd-al-


Rahmán II. La riqueza de los emires y su deseo de emular a los califas de Bagdad atrajeron a la
Corte Omeya a gran número de literatos, músicos y hombres de ciencia procedentes de Oriente,
que fueron bien acogidos y se integraron en la aristocracia árabe.

Los esclavos importados, comprados en principio para atender a las necesidades


del trabajo agrícola e industrial, también sirvieron para surtir a los harenes musulmanes y
proporcionar soldados al ejército califal. Estos últimos llegaron a disfrutar de una posición social
superior en muchos casos a la de los propios musulmanes libres. Adquirieron importancia
numérica y social en el siglo X, cuando los califas les confiaron numerosos cargos en la
administración y en el ejército, cargos reservados tradicionalmente a la aristocracia árabe. No es
extraño, por tanto, que desde los cargos palatinos y militares, los esclavos intentaran alzarse con
el poder a la muerte de Abd-al-Malik y crearan reinos independientes. El proceso es general en
todo el mundo islámico: los mercenarios y esclavos palatinos llegan a hacerse indispensables y
terminan sustituyendo a las dinastías reinantes.

NO MUSULMANES: el Islam acepta dentro de la sociedad a cristianos y judíos


por considerar que unos y otros poseen una parte de la verdad revelada. Pero además de razones
religiosas, detrás de esa tolerancia hay también razones económicas: las comunidades judías
resolvieron muchos problemas económicos en la expansión islámica, y la conversión masiva al
islamismo hubiera llevado consigo la supresión de los impuestos, personal y territorial, algo que a
los árabes no les interesa por suponer la pérdidad de una importante fuente de ingresos.

En Al-Andalus, y de acuerdo con las instrucciones del Califa Omar, no se permitió


a los mozárabes la construcción de nuevas iglesias, pero se les autorizó a conservar las
existentes. Sobre la población cristiana recayó el impuesto territorial ("jarach") por cada unidad
de superficie, y un impuesto personal ("chizya"). A estos impuestos legales se añadieron durante
los siglos IX y X, las contribuciones extraordinarias. La consideración de los mozárabes en las
ciudades estuvo, como hemos dicho, favorecida por el alto nivel cultural de sus miembros -los
cristianos eran consejeros de los emires y administradores de sus bienes-; pero, a medida que la
cultura islámico-oriental arraiga en Al-Andalus, los mozárabes pierden importancia y se inicia un
proceso de arabización de los cristianos. Contra este proceso, que afectaba a aspectos culturales
como el vestido y a la religión, reaccionan los mozárabes "intransigentes", dirigidos por Eulogio y
Alvaro.

Los mozárabes conservaron su organización eclesiástica, y los judíos


mantuvieron un lugar privilegiado, por su colaboración inicial con los musulmanes y el papel
económico desempeñado. Son mercaderes, artesanos especializados, médicos, filósofos, hombres
de letras.

CIUDADANOS Y CAMPESINOS. El modo de vida urbano condiciona la


existencia de grupos especializados que terminan diferenciándose socialmente. Entre los grupos
privilegiados (Jassa) podemos distinguir a la aristocracia árabe de terratenientes que fija su
residencia en la ciudad. Entre éstos se reclutan los altos funcionarios civiles y militares. Además,
dentro de la "Jassa" se distingue una nobleza de sangre, integrada por los miembros de la familia
Omeya, que reciben cuantiosas pensiones del príncipe. Los altos cargos parecen ser hereditarios o
mantenerse dentro de un número reducido de familias, hasta que se produce el ascenso social de
los libertos y esclavos en el siglo X.

Entre la "Jassa" y el pueblo llano se sitúa el grupo de los hombres de religión y


leyes, los intelectuales, los mercaderes acomodados, los artesanos de las industrias
especializadas, los pequeños funcionarios, los magistrados subalternos, etc.

El pueblo o Amma está formado por los artesanos y jornaleros bereberes, por los
muladíes y los libertos y también por los mozárabes y judíos no acomodados. Sobre el "Amma"
recae la presión fiscal y la desconfianza del poder. El empeoramiento de su situación fue
hábilmente utilizado por los mercaderes y alfaquíes del arrabal de Córdoba para suscitar las
revueltas que pusieron en peligro el trono de al-Hakam I, y que terminaron con la destrucción del
arrabal.

LA ORGANIZACION ADMINISTRATIVA Y MILITAR

La organización administrativa es gran parte una creación de Abd al Rahman II


(822-952) que la plagió del sistema administrativo abbasí de Bagdad, que tenía sus raíces en la
administración persa y helenística, llegada a aquellas tierras con Alejandro Magno.

La reforma de Abd al Rahman II tenía por objetivo centralizar el Estado. Para


facilitar la labor del Emir, se creaba la figura del hayib, idéntica a la del visir oriental, pero quizá
con atribuciones morales más amplias.

Sólo en el siglo X, los emires toman el título califal, fundamentalmente por


prestigio religioso y frente a la gran agresión perpetrada por los fatimíes norteafricanos y las
sectas cada vez más numerosas.

El emir y luego el califa eran autócratas que sin embargo podían pedir opinión al
Consejo, formado por los más importantes notables de origen árabe, que generalmente era tan
sólo la aristocracia quarysí, de su propia familia. El califa era además el imam del pueblo islamita,
y, por lo tanto, debía inspirar con la colaboración de los faquíes malikíes las normas de la vida de
la comunidad musulmana, de acuerdo con los principios coránicos y la tradición sunní. Soberano
autócrata, por ser jefe espiritual y temporal a la vez, podía disponer de la vida de sus súbditos,
presidía la oración del viernes en la mezquita mayor, juzgaba en última instancia, acuñaba moneda
con su nombre y regía la Hacienda a su gusto.

El hachib, o ministro de Estado, suplía al califa y era el jefe de directo de la


administración central. Con él colaboraban los visires o ministros, consejeros del califa. Unos y
otros percibían un sueldo por su trabajo, de acuerdo con su condición, y dones suplementarios.
Existían varios ministerios, tanto durante el emirato como durante el califato: uno para el ejército,
otro para la correspondencia o correos, cuyo visir solía ser a la vez jefe de la Cancillería para
coordinar mejor ambos servicios; otro para la contabilidad o Hacienda; otro para la represión de
los abusos del poder o Justicia, etc. Las oficinas centrales (kitaba), que radicaban en el propio
palacio califal, contaban con numerosos funcionarios o empleados.

Los distintos cargos evolucionaron a lo largo de la historia de al-Andalus, hasta


surgir verdaderas dinastías de cortesanos que se transmitían las funciones de padres a hijos, y
rivalizaban entre sí para obtener favores, y consiguientes beneficios, de los soberanos.

Al frente de las oficinas se hallaba un kátib o secretario de Estado, responsable de


la documentación oficial, y otro kátib alzimam, o secretario de Hacienda, se responsabilizaba de
la coordinación de los servicios de este ministerio. El califa además solía tener un secretario
particular (kátib jass), a quien dictaba las órdenes que debían pasar a los distintos visiratos. Para
la distribución de éstas por todo el territorio de al-Andalus se contaba con el servicio de correos
estatal (barid).

El sistema impositibo, aunque variable, se basaba en el doble impuesto personal y


territorial heredado de la Persia sassaní y del Imperio bizantino. Para el creyente islamita la
imposición coránica implicaba el pago del diezmo (zakat) de los rebaños, de la cosecha y de las
mercancías objeto de compraventa. Para el tributario no creyente (cristianos y judíos), el pago de
la capitación (yizya) que debían efectuar todos los varones mayores de edad, entregando una
cantidad mensual, y el impuesto territorial (jaray) pagadero en especies una vez al año (época de
la cosecha). Otros impuestos vinieron a sumarse a los anteriores, como la qabala (origen de la
alcabala castellana) sobre todo tipo de transacciones efectuadas en el zoco. Es posible que la
venalidad de los cargos públicos contribuyera también a nutrir las arcas del tesoro en repetidas
ocasiones.

En su calidad de jefe de la comunidad (imam) el soberano era el juez supremo.


Pero la administración de Justicia recaía en los jueces (qadíes), expertos en derecho coránico,
existentes en cada capital de cora y en cada marca. El cadí de Córdoba era el juez supremo de Al
Andalus, al cual se remitían los juicios difíciles. El ejercicio de la jurisprudencia en esta ciudad les
convertía de hecho en "jueces de jueces" y el prestigio de sus sentencias les hizo famosos,
respetados e imitados. Existían también magistrados superiores y de apelación. Una magistratura
singular fue la hisba, para la vigilancia de los zocos o mercados y de las costumbres y moralidad
pública. Se han conservado diversos tratados de hisba, que constituyen fuentes básicas para
conocer la vida de las ciudades de al-Andalus a partir del siglo XI, aunque no fueran escritos con
propósito historiográfico sino para servir de guía al prefecto del zoco (recaudación del diezmo,
cobro de rentas de bienes inmuebles, control de pesas y medidas, fijación de precios, etc.)

Como se habrá observado, la presencia del Corán en la ordenación de la vida social y


económica era patente, y en todos estos cargos los aspectos religiosos o morales se llegan a
fundir con los civiles.

Las provincias se organizaron en principio según la administración romana; cada


una de ellas tenía su propio valí o gobernador, que dependía directamente del Califa. Las
provincias -21 circunscripciones o coras- se distinguían de las marcas, que eran territorios
fronterizos, de menor extensión pero de mayor autonomía, en razón de su función militar.

Al poder del califa sólo el Corán y la Tradición ponían límites. Sin embargo, los
poderes religiosos, profundamente confundidos con los civil y lo militar, eran enormes.

En el plano militar, en los siglos VIII y IX y parte del X, el ejército se organizaba


en torno a los clanes y tribus a las que éstos pertenecían. Abd al Rahman III inicia una reforma
que continuará Al Mansur: de las tribus se pasa a los regimientos de profesionales de la guerra
ligados tan sólo por su fidelidad y su paga al dignatario máximo, el califa; estos regimientos se
componen de bereberes norteafricanos o de esclavos y también de nobles cristianos pasados al
"otro lado".
BIBLIOGRAFIA

- Riu, Riu, Manuel: Edad Media (711-1500), Manual de Historia de España, Espasa Calpe,
Madrid, 1989.
- Jackson, G.: Introducción a la España medieval, Alianza Ed., Madrid, 1985.
- Martín, J.L.: La Península en la Edad Media, Ed. Teide, Barcelona, 1976.
- Mitre, E.: La España medieval. Sociedades, Estados, Culturas, Ediciones Istmo, Madrid,
1979.
- Tuñón de Lara, M.; Valdeón Baruque, Julio; y Domínguez Ortiz, Antonio: Historia de España,
Labor, Barcelona, 1991.

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