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José Marchena

Obras literarias
Tomo I

Recogidas de manuscritos y raros


impresos con un estudio crítico-biográfico
de Marcelino Menéndez y Pelayo

Índice

Introducción
Poesías
Odas
Elegías
Sátiras
Discursos
Epístolas
Silvas
Sonetos
Versos sueltos
Epigramas
Romances
Seguidillas
Heroidas
Elegía
Oda
Poemas
Poesías no incluidas en el manuscrito de París
Teatro
Polixena
El hipócrita
La escuela de las mujeres

Introducción

-I-

Por iniciativa y generosas expensas de un preclaro vecino e insigne


bienhechor de la villa (hoy ciudad) de Utrera, D. Enrique de la Cuadra,
Marqués de San Marcial, cuya reciente pérdida deploramos todos los que nos
honrábamos con su amistad e hidalgo trato, salen a luz en estos dos
volúmenes todas las obras inéditas y sueltas que han podido hallarse del
famoso humanista andaluz D. José Marchena, más generalmente conocido por
el sobrenombre del Abate Marchena. Ya que al Sr. Cuadra privó su
inesperada muerte de ver terminada esta edición en que tanto empeño había
puesto, justo es que en la primera página de ella cumpla yo el triste
deber de estampar su honrado nombre, digno de vivir en la memoria de todos
sus conciudadanos como dechado de virtudes públicas y domésticas.
Ni el Sr. Cuadra al proyectar esta edición, ni yo al aceptar el encargo de
dirigirla insertando en ella todos los materiales inéditos que sobre
Marchena poseo, tuvimos otro propósito que el de hacer un libro de pura
erudición y destinado a correr en manos de muy pocas personas: advertencia
que no considero inútil para prevenir escrúpulos y justos recelos que el
nombre de Marchena trae fatalmente consigo. Este personaje, más famoso que
estimable, vivió una vida de turbulencia y escándalo, difundió
incansablemente las peores ideas de su tiempo, tomó parte muy enérgica en
la acción revolucionaria de 1793, y ha quedado en la historia como el más
radical de los iniciadores españoles de un orden de principios
diametralmente contrarios a los que el señor Cuadra profesó toda su vida y
a los que yo profeso. Y aunque la mayor parte de los escritos de Marchena
que aquí se estampan sean de índole puramente literaria, no deja de
advertirse en muchos de ellos el inflijo de la prava doctrina filosófica y
social con que el autor había nutrido su entendimiento. Hemos impreso,
pues, estas obras a título de mera curiosidad histórica, y en corto número
de ejemplares, para que corran únicamente en manos de los bibliófilos, sin
daño ni peligro de barras.
La vida del abate Marchena interesa tanto o más que sus escritos. Como
propagandista en España de la irreligiosa filosofía del siglo XVIII; como
representante de las tendencias revolucionarias de aquella edad en su
mayor grado de exaltación; como único heredero, en medio de la monotonía
ceremoniosa del siglo XVIII, del espíritu temerario, indisciplinado y de
aventura que lanzó a los españoles de otras edades a la conquista del
mundo físico y del mundo intelectual; como ejemplo lastimoso de talentos
malogrados y de condiciones geniales potentísimas, aunque el aire
tempestuoso de su época las hizo sólo eficaces para el mal, el abate
Marchena sale mucho de lo vulgar, y merece que su biografía sea escrita
con la posible claridad y distinción. Varias son las plumas que se han
ejercitado en ella desde los tiempos inmediatos a la muerte del turbulento
Abate. Los apuntamientos de Muriel en su Historia de Carlos IV1 y de
Miñano en las notas a su traducción de la Revolución Francesa de Thiers2,
son breves en demasía, pero merecen mucha atención por proceder de
contemporáneos que habían conocido y tratado a Marchena. El artículo de la
Biografía Universal de Michaud es digno de consultarse en lo que se
refiere a la estancia de Marchena en Francia. Son más extensos e
importantes los estudios de don Gaspar Bono Serrano3 y de Mr. Antoine de
Latour4, grandemente ampliados por D. Leopoldo A. de Cueto en los tomos
primero y tercero de su bella colección de Poetas líricos del siglo
XVIII5. Con todos estos datos y los que pudo proporcionarme mi diligencia,
tracé en 1881 un bosquejo de la vida de Marchena, en el tomo tercero de mi
Historia de los heterodoxos españoles. En los catorce años transcurridos
desde entonces, nuevos e importantes hallazgos, debidos en gran parte a un
eruditísimo escritor francés, gran conocedor de nuestras cosas6, han
venido a dar inesperada luz sobre los puntos más oscuros de la biografía
del Abate, y me permiten hoy rehacer aquel primer ensayo, añadiéndole gran
cantidad de cosas ignoradas o mal sabidas hasta ahora.
D. José Marchena Ruiz de Cueto, hijo de D. Antonio y de D.ª Josefa María,
nació en Utrera el 18 de Noviembre de 1768. Era hijo de un abogado, y no
de un labrador como generalmente se ha dicho.
Comenzó en Sevilla los estudios eclesiásticos, pero sin pasar de las
órdenes menores; aprendió maravillosamente la lengua latina, y luego se
dedicó al francés, leyendo la mayor parte de los libros impíos que en tan
gran número abortó aquel siglo, y que circulaban en gran copia entre los
estudiantes de la metrópoli andaluza, aun entre los teólogos. «He leído
(decía en 1791) todos los argumentos de los irreligiosos; he meditado, y
creo que me ha tocado en suerte una razonable dosis de espíritu
filosófico»7.
Quién le inició en tales misterios, no se sabe: sólo consta que antes de
cumplir veinte años hacía ya profesión de materialista e incrédulo, y era
escándalo de la Universidad. Ardiente e impetuoso, impaciente de toda
traba, aborrecedor de los términos medios y de las restricciones mentales,
e indócil a todo yugo, proclamaba en alta voz lo que sentía, con toda la
imprevisión y abandono de sus pocos años, y con todo el ardor y la
vehemencia propios de su condición inquieta y mal regida.
El primer escrito en que Marchena hizo alarde de tales ideas fue una carta
contra el celibato eclesiástico, y de paso contra los frailes, dirigida a
un profesor de Sagrada Escritura, que había calificado sus máximas de
perversas y opuestas al espíritu del Evangelio. Marchena quiere defenderse
y pasar todavía por cristiano, y aun por católico piadoso, pero con la
defensa empeora su causa. Verdad es que las mayores herejías las pone, por
vía de precaución retórica, en boca de un teólogo protestante. El señor de
Cueto, que dio la primera noticia de esta carta, hallada por él entre los
papeles de Forner, juzga rectamente de ella, diciendo que «es obra de un
mozo inexperto y desalumbrado, que no ve más razones que las que halagan
sus instintos y sus errores», y que en ella andan mezclados «sofismas
disolventes, pero sinceros, citas históricas sin juicio y sin exactitud...
sentimentalismo filosófico a la francesa, arranques de poesía novelesca»8.
Más importante es otra obra suya del mismo tiempo, que poseo, y que ahora
por primera vez se imprime, formando parte de esta colección. Es una
traducción completa del poema de Lucrecio De rerum natura, en versos
sueltos, la única que en tal forma existe en castellano9. El manuscrito no
parece original, sino copia de amanuense descuidado, aunque no del todo
imperito. No tiene expreso el nombre del traductor, pero sí sus cuatro
iniciales J. M. R. C., y al fin la fecha de 1791, sin prólogo, advertencia
ni nota alguna. La versificación, dura y desigual como lo es en todas las
poesías de Marchena, abunda en asonancias, cacofonías, prosaísmos y
asperezas de todo género, que llegan a hacer intolerable la lectura; pero
en los trozos de mayor empeño suele levantarse el traductor con
inspiración sincera, porque su fanatismo materialista le sostiene,
haciéndole poeta aunque a largos intervalos. En los trozos puramente
didácticos el estilo decae, arrastrándose pesado y soñoliento. Pululan los
desaliños y aun las faltas gramaticales, denunciando la labor de una mano
atropellada e inexperta.
Marchena, ya por aquellos tiempos, era gran latinista, y en general
entiende bien el texto; pero su gusto literario, siempre caprichoso e
inseguro, lo parece mucho más en este primer ensayo. Así es que entre
versos armoniosos y bien construidos, no titubea en intercalar otros que
hieren y lastiman el oído menos delicado y exigente: repite hasta la
saciedad determinadas palabras, en especial la de naturaleza; abusa de los
adverbios en mente, que son antipoéticos por su índole misma, y rara vez
acierta a conciliar la fidelidad con la elegancia, ni tampoco a reproducir
los peculiares caracteres del estilo de Lucrecio. Véanse algunos trozos
para muestra, así de los aciertos como de las caídas del traductor. Sea el
primero la famosa invocación a Venus: Aeneadum genitrix, divum hominumque
voluptas:

Engendradora del romano pueblo,


placer de hombres y dioses, alma Venus,
que bajo de la bóveda del cielo,
por do giran los astros resbalando,
pueblas el mar de voladoras naves
y la tierra fructífera fecundas:
por ti todo animal respira y vive;
de ti, diosa, de ti los vientos huyen,
ahuyentas con tu vista los nublados,
te ofrece flores la dedálea tierra,
las llanuras del mar contigo ríen,
y brilla en larga luz el claro cielo.
Al punto que galana primavera
la faz descubre, y su fecundo aliento
recobra ya Favonio desatado,
primero las ligeras aves cantan
tu bienvenida, oh diosa, porque al punto
con el amor sus pechos traspasaste;
en el momento, por alegres prados
retozan los ganados encendidos,
y atraviesan la férvida corriente.
Prendidos del hechizo de tus gracias
mueren todos los seres por seguirte
hacia do quieras, diosa, conducirlos,
y en las sierras altivas, y en los mares,
y en medio de los ríos caudalosos,
y en medio de los campos que florecen,
con blando amor tocando todo pecho,
haces que las especies se propaguen.

Tampoco carece de frases y detalles graciosos esta traducción de un


lozanísimo pasaje del mismo libro primero:

¿Tal vez perecen las copiosas lluvias


cuando las precipita el padre Éter
en el regazo de la madre tierra?
No, pues hermosos frutos se levantan,
las ramas de los árboles verdean,
crecen y se desgajan con el fruto,
sustentan a los hombres y alimañas,
de alegres niños pueblan las ciudades...
Y donde quiera, en los frondosos bosques
se oyen los cantos de las aves nuevas;
tienden las vacas de pacer cansadas
su ingente cuerpo por la verde alfombra,
y sale de sus ubres retestadas
copiosa y blanca leche; sus hijuelos,
de pocas fuerzas, por la tierna hierba
lascivos juguetean, conmovidos
del placer de mamar la pura leche.

Ni falta vigor y robustez en esta descripción de la tormenta:


La fuerza embravecida de los vientos
revuelve el mar, y las soberbias naves
sumerge, y desbarata los nublados;
con torbellino rápido corriendo
los campos a la vez, saca de cuajo
los corpulentos árboles; sacude
con soplo destructor los altos montes;
el ponto se enfurece con bramidos
y con murmullo aterrador se ensaña.
Pues son los vientos cuerpos invisibles
que barren tierra, mar y el alto cielo,
y esparcen por el aire los destrozos.
No de otro modo corren y arrebatan
que cuando un río de tranquilas aguas
de improviso sus márgenes extiende,
enriquecido de copiosas lluvias
que de los montes a torrentes bajan,
amontonando troncos y malezas;
ni los robustos puentes la avenida
resisten de las aguas impetuosas;
en larga lluvia rebosando el río,
con ímpetu estrellándose en los diques,
con horroroso estruendo los arranca,
y revuelve en sus ondas los peñascos...

Quizá en ninguno de sus trabajos poéticos mostró Marchena tanto brío de


dicción como traduciendo las imprecaciones del gran poeta naturalista.
Parece como que se sentía dentro de su casa y en terreno propio al
reproducir las blasfemias del poeta gentil contra los dioses; y los
elogios de aquel varón griego,

de cuya boca la verdad salía,


y de cuyas divinas invenciones
se asombra el universo, y cuya gloria,
triunfando de la muerte, se levanta
a lo más encumbrado de los cielos.

(Canto VI.)

¡Oh tú, ornamento de la griega gente,


que encendiste el primero entre tinieblas
la luz de la verdad!...
Yo voy en pos de ti; y estampo ahora
mis huellas en las tuyas, ni codicio
ser tanto tu rival, como imitarte
ansío enamorado. ¿Por ventura
entrará en desafío con los cisnes
la golondrina, o los temblantes chotos
volarán como el potro en la carrera?
Tú eres el padre del saber eterno,
y del modo que liban las abejas
en los bosques floríferos las mieles,
así también nosotros de tus libros
libamos las verdades inmortales...

(Canto III.)

No era Marchena bastante poeta para hacer una traducción clásica de


Lucrecio, pero estaba identificado con su pensamiento filosófico; era
apasionadísimo del autor y casi fanático de impiedad; y así traduciendo a
su poeta cobra, por virtud de este propio fanatismo, cierto calor
insólito, que contrasta con la descolorida y lánguida elegancia de otras
versiones anteriores a la suya, por ejemplo la francesa de Lagrange o la
misma italiana de Marchetti. Los buenos trozos de esta versión me parecen
superiores a casi todo lo que después hizo en verso; si es que la vanidad
de poseedor10 y editor no me engaña. Todavía quiero añadir uno más, en que
la expresión es generalmente feliz, adecuada y hasta graciosa:

Los sitios retirados del Pierio


recorro, por ninguna planta hollados;
me es gustoso llegar a íntegras fuentes
y agotarlas del todo, y me deleita,
cortando nuevas flores, coronarme
las sienes con guirnalda brilladora
con que no hayan ceñido la cabeza
de vate alguno las sagradas Musas;
primero, porque enseño cosas grandes
y trato de romper los fuertes nudos
de la superstición agobiadora,
y hablo en verso tan dulce, a la manera
que cuando intenta el médico a los niños
dar el ajenjo ingrato, se prepara
untándoles los bordes de la copa
con dulce y pura miel...
Marchena saludó con júbilo la sangrienta aurora de la revolución francesa,
y, si hemos de fiarnos de oscuras y vagas tradiciones, quiso romper a viva
fuerza los lazos de lo que él llamaba superstición agobiadora, y entró con
otros mozalbetes intonsos y con algún extranjero de baja ralea en una
descabellada tentativa de conspiración republicana, la cual tuvo el éxito
que puede imaginarse, dispersándose los modernos Brutos, y cayendo alguno
de ellos en las garras de la policía. Si tal conspiración existió
realmente, tuvo que ser muy anterior a la llamada del cerrillo de San
Blas, fraguada en 1795 por Picornell, Lax y otros. Marchena no estaba
entonces en España, y su nombre para nada figura en el proceso11, pero hay
indicios para creer que no era extraño a la trama, y que por lo menos
estaba en correspondencia con sus autores. Así recuerdo haberlo leído en
unos apuntes manuscritos del artillero D. Juan de Dios Gil de Lara,
contemporáneo y amigo de Marchena.
Todo este primer período de su vida está envuelto en densa oscuridad; y lo
más seguro es atenerse estrictamente a las pocas indicaciones que en sus
escritos dejó consignadas el mismo Marchena. En una carta escrita en
Bayona el 29 de Diciembre de 1792, y dirigida al ministro de negocios
extranjeros Le Brun, dice rotundamente que llevaba «seis años de
persecuciones en el país más esclavo de la tierra», y que «hacía ocho
meses había buscado asilo en Francia, porque la Inquisición quería
perderle»12. Si Marchena no exagera nada para captarse la gracia del
Ministro, su propaganda revolucionaria en España, o, más bien, según yo
creo, sus dimes y diretes con la Inquisición, se remontaban a 1788, lo
cual ciertamente era madrugar bastante: Marchena no tenía entonces más que
diez y nueve años. En la colección de sus poesías líricas, que ahora por
primera vez publicamos, hay suficientes indicios para creer que durante
esos seis años de persecuciones y de inquietud no residió constantemente
en Andalucía, sino que anduvo errante por varias partes de España,
entendiéndose con los pocos y oscuros prosélitos que ya contaban las
nuevas doctrinas, especialmente en la Universidad de Salamanca y en el
Seminario de Vergara. Las alusiones a las orillas del Tormes son
frecuentes en sus versos:

Belisa duerme: el céfiro suave


agita la violeta blandamente;
el arroyuelo corre mansamente,
y el padre Tormes con su ruido grave
teme inquietar su sueño regalado...
(Sueño de Belisa.)
Un delicioso otero
del Tormes rodeado
con su sombra süave nos convida...
(El Estío.)

En Salamanca o en Valladolid conoció a Meléndez, que fue, de los poetas


españoles de su tiempo, aquel a quien admiró más, y a cuya admiración
permaneció más constante. Uno de los últimos escritos de Marchena fue,
como más adelante veremos, la necrología del que estimaba como su maestro.
Una de sus más antiguas composiciones poéticas es la oda que le dedicó
cuando en Marzo de 1789 fue nombrado Meléndez alcalde del crimen de la
audiencia de Zaragoza, inaugurando así su carrera de magistrado y de
hombre público, que tantos sinsabores había de reportarle.

Temis torna a la tierra,


y en Celtiberia pone su morada...

exclamaba Marchena, en alas de su juvenil entusiasmo, y ya se figuraba ver


al dulce Batilo, vibrando la tajante espada contra el opresor poderoso y
contra el inicuo tirano. Los acontecimientos posteriores demostraron que
tal papel era el menos adecuado a la blanda y algo femenina naturaleza de
Meléndez.
Que Marchena residiera algún tiempo, o como alumno, o como profesor, en el
famoso Seminario de Vergara, centro principal del enciclopedismo en las
provincias vascongadas13, parece que indirectamente resulta de algunos
pasajes de sus obras poéticas; pero que sólo registrando cuidadosamente
los papeles que resten de aquel instituto de enseñanza podrá
documentalmente comprobarse. Los versos de nuestro Abate le presentan en
relación íntima con varios profesores de aquel centro. Y en primer lugar
con el catedrático de Física Chabaneau, en alabanza del cual compuso
aquella notable oda que principia:

Las humildes mansiones


desaparecen del linaje humano...

y en la cual, confesándose discípulo del aventajado físico francés


naturalizado en Guipúzcoa, exclama:

Las leyes de natura


sublimes y sencillas, ilustrado
con la antorcha febea,
la diosa ante tus ojos ha mostrado;
cómo una misma sea
la que del monte en la caverna oscura
forma el oro, y contiene
los mundos que en sus órbitas retiene.

Y en Vergara también debió de contraer amistad, que uno y otro habían de


estrechar en París durante la tempestad revolucionaria, con un profesor de
aquella escuela patriótica, entonces tan célebre como olvidado hoy, D.
Vicente María Santibáñez, natural de Valladolid, mediano poeta y exaltado
revolucionario, a quien dio entonces pasajera fama una traducción libre de
la Heroida de Eloísa a Abelardo de Pope (o más bien de su imitación
francesa de Corlardeau), traducción que corrió anónima, y que (como
veremos más adelante) ha sido erróneamente atribuida al Abate Marchena;
sirviendo hoy esta misma falsa atribución para confirmar la identidad de
ideas y propósitos que entre ambos escritores suponían sus contemporáneos.
A Santibáñez dedicó Marchena una sátira literaria en tercetos, que a
juzgar por las alusiones de su contexto hubo de escribirse hacia el año de
1791, puesto que en ella se habla, como de cosas recientes, de la comedia
de Iriarte La señorita malcriada, no representada hasta el 3 de Enero de
aquel año, aunque impresa desde 1788; del poema de Las Majas de Trigueros,
que es de 1789, y del Suplemento de Forner al artículo Trigueros en la
Biblioteca del doctor Guarinos, que es de 1790. En esta epístola de
Marchena, a vueltas de ataques virulentos, muchas veces desacordados,
contra los escritores de mérito más diverso (confundiendo en una misma
reprobación a hombres tan distinguidos como Forner e Iriarte, con ínfimos
y chabacanos copleros tales como Casal, Moncín y Laviano), no falta la
expresión de los ímpetus revolucionarios en que el autor y su amigo
Santibáñez coincidían:

Los pensamientos nobles son proscritos


antes de ver la luz, y sofocados
de la santa verdad los libres gritos.
[...]
Al esclavo el pensar no le fue dado;
natura al que no hinca la rodilla
al tirano, este don ha reservado.

Son poco más o menos los mismos pensamientos que pocos años después había
de expresar Quintana con tan brioso empuje en el soberbio principio de la
oda A Juan de Padilla:

Todo a humillar la humanidad conspira;


faltó su fuerza a la sagrada lira,
su privilegio al canto,
y al genio su poder...

Pero ¡qué distancia entre el verdadero poeta y el adocenado versificador


que a pesar del fanatismo que siente en el alma, no acierta a expresarle
sino con formas torpes, confusas y desgarbadas!
Para propagar sus ideas fundó Marchena, probablemente en colaboración con
Santibáñez, una llamada Sociedad Literaria, con visos de sociedad secreta
y de logia masónica. No hemos podido averiguar en qué punto de España
funcionaba, El único documento que nos queda de su existencia es un
discurso en verso suelto, que leyó Marchena en su abertura o inauguración,
y comienza:

¡Mísera humanidad! Las sombras sigue,


y afana por labrarse sus cadenas...

Comienza el poeta por invocar los manes del virtuoso Sócrates, del
inflexible Catón,

Y el que siguió sus huellas dignamente,


Rousseau, de la edad nuestra eterna gloria,
y modelo a los siglos venideros...

y luego, recordando pensamientos y frases de Lucrecio, a quien poco antes


había traducido, invitaba a sus amigos a aquel sereno templo de Minerva,
desde el cual podía el sabio contemplar tranquilo

El luchar de los vientos, las tormentas,


el Euro batallando con el Noto,
a su soplo agitado el mar insano,
y el naufragar amargo de los tristes
[...] que en las ondas
sañudas con dolor el alma exhalan.

Seguían las acostumbradas declamaciones contra el despotismo y la


intolerancia, y proponíase como principal ocupación de aquellas juntas el
estudio de los derechos del hombre,

que ignorados
del hombre mismo fueran tantos siglos...

in perjuicio de que con estas serias lucubraciones alternasen estudios más


amenos, y sobre todo el amable trato de las Musas; con lo cual Marchena
logra pretexto para sacrificar de nuevo a sus predilectas víctimas
literarias:
Ni negará Terpsícore sus sales
alguna vez, cuando burlar queramos
los fríos Irïartes, los Trigueros
insulsos y pesados, la insufrible
charla de Vaca, y el graznar continuo
de la caterva estúpida, que infecta
de dramas nuestro bárbaro teatro.
Apolo templará su acorde lira
cuando de Jovellanos y Batilo,
del dulce Moratín y Santivañes
los loores cantemos, por quien alzan
su voz las patrias Musas, que yacieran
en sueño profundísimo sumidas.

A esta misma sociedad, en la cual parece evidente el doble carácter de


academia literaria y de centro de conspiración más o menos platónica
(probablemente la más antigua de su género que se formó en España), aluden
estos otros versos de la epístola A Emilia:

De la santa amistad y de las ciencias


al sagrario acogidos, los profanos
asestarán en balde sus saetas
contra nosotros. Ora, la balanza
y el compás de Neutón en nuestra mano
teniendo, aquel cometa seguiremos
en su alongada elipse. Ora a Saturno
y a Júpiter pesando las distancias
de Marte a nuestra tierra mediremos,
o bien por el calor de nuestro globo
su edad sabremos. Ora calculando
el infinito mismo, que no es dado
al hombre conocer, numeraremos,
[...]
o bien hasta el Eterno nuestras almas
por grados elevando, nuestras manos
puras de iniquidad levantaremos
a la extensión inmensa, do el muy alto
habita todo en todo...
[...] y en tranquila
paz el último día aguardaremos,
do el alma nuestra, libre de cadenas,
de Marco Aurelio y Sócrates al lado,
en la contemplación del universo
gozará de placeres inefables...
La mayor parte de los versos de Marchena contenidos en el manuscrito de la
biblioteca de la Sorbona de que luego daremos cuenta, son indudablemente
anteriores a su salida de España. Abundan en esta colección las poesías
amorosas; y, contra lo que pudiera esperarse de la vehemente índole y del
temperamento inflamable de su autor, son casi todas extremadamente frías:
labor de pura imitación, en que el autor sigue por punto general las
huellas de Meléndez, sin vislumbre alguna de carácter propio. En la poesía
erótica Marchena resulta amanerado e insulso, y la flaqueza de sus dotes
poéticas parece más visible en este género que en ningún otro. Habiendo
sido hombre extraordinariamente sensual y libidinoso, según el testimonio
de todos los que le conocieron, ni siquiera acertó a expresar nunca con
calor estos bajos apetitos suyos. Pero, como materialista teórico y
práctico, quemó sucesivamente incienso en las aras de muchas deidades,
cuyo recuerdo queda en sus poesías: Belisa y la sabia Emilia, deidades del
Tormes la una y la otra: Licoris la del bruñido cabello de azabache y alta
frente, cuyas caricias le retenían en las orillas del Betis, y le hacían
olvidarse hasta

[...] del congreso sagrado


que en Francia destruyó la tiranía;

y a la cual invitaba al placer en agradables versos, mezclando


reminiscencias de Horacio, de Catulo y de Tibulo:

Tú escucha del Amor la soberana


voz que al deleite agora te convida;
que está la edad en su verdor lozana.
Huye la primavera de la vida
cual un ligero soplo, un breve instante,
y nunca torna, si una vez es ida.
Vendrá ¡ay! la vejez corva, y el amante
que agora sólo espera tus amores
y que esquivas más dura que diamante,
Lejos huirá de ti:...

Todavía hay que añadir a esta lista, no menos poblada que la de D. Juan,
los nombres de la bella Francisca, con quien el autor había ido en su
niñez a la escuela y que fue sin duda su pasión más inocente; los de las
tres hermanas Magdalena, Catalina y Alcinda, a quienes dirige versos más
bien galantes que amorosos; y el de aquella beldad peregrina que desde el
hesperio suelo pasó a las Galias, y que parece ser la misma a quien en
otra elegía llama Minerva Aglae.
Como Marchena, a pesar de su entusiasmo erótico, no tenía ni calor de
afectos ni viveza de fantasía, pero sí muchas humanidades y familiar trato
con los clásicos, resulta mucho más aventajado poeta cuando traduce o
imita que cuando expresa por cuenta propia sus versátiles enamoramientos.
Por eso los mejores trozos de esta primera época suya están en sus
traducciones de algunas elegías de Tibulo y de Ovidio, las cuales, a parte
de cierta bronquedad y dureza de estilo de que no pudo librarse nunca
Marchena ni en verso ni en prosa, y que contrastan con la blanda manera de
los poetas a quienes interpretaba, demuestran, por lo demás, un estudio
nada vulgar ni somero de la lengua poética castellana, y se recomiendan
por un agradable dejo arcaico. Marchena, por una contradicción que en su
tiempo no era rara, y que también observamos en Gallardo y en otros, era
furibundo revolucionario en todo menos en la literatura y en el lenguaje.
Su larga residencia en Francia, y el hábito continuo que tuvo de escribir
y aun de pensar en francés, pudo contagiar su estilo de bastantes
galicismos, especialmente en algunas traducciones que hizo, atropelladas y
de pane lucrando, pero luego se verificó en él una reacción violenta hasta
llegar a la manera artificiosa y latinizada del famoso discurso preliminar
de sus Lecciones de Filosofía Moral y Elocuencia.
La política, que tanta parte ocupó en la vida del Abate Marchena, no la
tiene menor en sus versos, y suele aparecer donde menos pudiera esperarse.
Hasta en las odas eróticas encuentra modo de ingerir el inevitable
ditirambo en loor de la Revolución Francesa:

El pueblo su voz santa


alza, que libertad al aire suena...
¿Quién podrá dignamente
cantar los manes de Rousseau, clamando
libertad a la gente,
del tirano el alcázar derrocando,
la soberbia humillada,
y la santa virtud al trono alzada?

La más antigua de sus poesías exclusivamente políticas parece compuesta


poco después de la toma de la Bastilla, a la cual aluden de un modo
terminante estos versos:

Cayeron quebrantados
de calabozos hórridos y escuros
cerrojos y candados;
yacen por tierra los tremendos muros
terror del ciudadano,
horrible balüarte del tirano.
Los versos de esta oda son medianos y declamatorios, como casi todos los
versos líricos de su autor, pero tienen curiosidad histórica, por ser sin
disputa los más antiguos versos de propaganda revolucionaria compuestos en
España. Diez años antes de que Quintana pensase en escribir la oda A Juan
de Padilla y la oda A la Imprenta, exclamaba el Abate Marchena, aunque a
la verdad con bronco y desapacible acento:

Dulce filosofía,
tú los monstruos infames alanzaste;
tu clara luz fue guía
del divino Rousseau: tú amaestraste
al ingenio eminente
por quien es libre la francesa gente.
Excita al grande ejemplo
tu esfuerzo, Hesperia: rompe los pesados
grillos, y que en el templo
de Libertad de hoy más muestren colgados
del pueblo la vileza
y de los reyes la brutal fiereza.

Quien tales versos escribía en 1791, es claro que no podía permanecer


mucho tiempo en España. No obstante su juventud y la oscuridad de su
persona, sus manejos no podían permanecer enteramente ocultos; y aunque
haya notoria exageración en los seis años de persecuciones que él se
atribuye, no hay duda que la atención del Santo Oficio hubo de fijarse en
él, y que, temeroso de ser encarcelado, buscó refugio en Gibraltar, donde
se embarcó para Francia en Mayo de 179214. Tenía entonces veinticuatro
años.
Un Mr. Reynón, de San Juan de Luz, que le conoció poco después de su
llegada, nos da muy curiosas noticias de su persona, en ciertas memorias
que dejó inéditas, y de las cuales hemos obtenido un extracto por
mediación de nuestro amigo el ilustre vascófilo inglés Mr. Wentworth
Webster, residente años hace en Sare15.
Reynón dice que Marchena era abogado, le supone equivocadamente hijo de
Madrid, y hace de él el siguiente retrato: «Su estatura no pasaba de
cuatro pies y ocho pulgadas. Tenía el rostro picado de viruelas y las
narices larguísimas. Era muy suelto de cuerpo y de lengua. Hablaba y
escribía bastante bien el francés. Le vimos por primera vez cuando llegó a
San Juan de Luz en 1792, entusiasmado hasta el delirio con la idea de
vivir en el país de la libertad, y de embriagarse con ella. Lo primero que
hizo fue alistarse en el club jacobino de Bayona, adoptando con furor
todos los principios de la Montaña. Formó parte de la Sociedad de los
Hermanos y Amigos Reunidos, en la cual se admitía la más ínfima canalla, y
hasta al verdugo mismo, cuyo nombre habían cambiado los Representantes de
la Convención en el de Vengador.
Marchena pronunció en este club un discurso que fue impreso aquel mismo
año en un cuaderno de 14 páginas en 8.º en casa de Duhart Fauvet, y que
era probablemente su primer escrito en francés. No hemos podido hallarle,
y sólo conocemos de él la siguiente frase campanuda que cita Reynón:
«Pongamos sobre nuestras cabezas el gorro de los hombres libres, y a
nuestros pies la corona de los reyes».
Reynón, que era furibundo realista, añade que el discurso de Marchena
estaba «lleno de infames pensamientos que sólo el espíritu del demonio
podía haber dictado»; pero a juzgar por la muestra, el demonio no se había
lucido mucho en su colaboración, y los infames pensamientos más traza
tienen de lugares comunes propios de una declamación estudiantil escrita
en la jerga revolucionaria de aquel tiempo.
«Marchena (añade Reynón) obtuvo un grande éxito de tribuna entre los
descamisados. Pero pareciéndole Bayona corto teatro para su
ambición, pasó muy pronto a París, donde escribió en un periódico
terrorista y formó parte del club de los jacobinos».

El periódico de que Marchena fue colaborador era nada menos que el famoso
Ami du Peuple, dirigido y redactado en su mayor parte por Marat, oriundo
de España, aunque nacido en Suiza, y amigo de varios refugiados españoles,
especialmente de un cierto Guzmán que fue condenado a muerte en 1794 como
complicado en el proceso de Dantón. Quizá por mediación suya entró
Marchena en relaciones con el famoso terrorista; pero como en medio de
todos sus extravíos conservase siempre nuestro Abate cierto fondo de
humanidad y de hidalguía, no tardó en desavenirse con el tremendo y
sanguinario personaje a quien ayudaba con su pluma, y comenzó a mirar con
ceño las máximas de exterminio que en todos los números de aquel papel se
propalaban. No pasaron muchos meses sin que Marchena renegase enteramente
del bando jacobino y de los furiosos fanáticos o hipócritas perversos que
le dirigían, y se pasase a la fracción de los girondinos, a quienes
acompañó en próspera y adversa fortuna, ligándose especialmente con
Brissot. Y cuando Marat sucumbió bajo el hierro de Carlota Corday,
Marchena, que se hallaba entonces en las cárceles del Terror, saludó a la
hermosa tiranicida con un himno vengador, que no puede parangonarse
seguramente con la hermosa elegía de Andrés Chénier al mismo asunto, digna
de ser grabada en el más puro mármol de la antigüedad, pero que no deja de
contener versos enérgicos y expresiones dictadas por una exaltación
vehemente y sincera:

Salve, deidad sagrada;


tú del monstruo sagrado libertaste
la patria; tú vengaste a los humanos;
tú a la Francia enseñaste
cuál usa el alma libre de la espada,
y cuál sabe inmolar a sus tiranos.
[...]
De tu pueblo infelice
sé deidad tutelar. ¡Oh! no permitas
que a la infame Montaña rinda el cuello.
Mas ¡ay! que en balde excitas
con tu ejemplo el vil pueblo que maldice
el brazo que le libra. ¡Ay que tan bello
heroísmo es perdido,
y pesa más el yugo aborrecido!
Que en las negras regiones
las Furias hieran con azote duro
del vil Marat el alma delincuente;
que en el Tártaro escuro
sufra pena debida a sus acciones,
y del gusano eterno el crudo diente
roa el pecho ponzoñoso,
¿será por eso el pueblo más dichoso?
La libertad perdida
¡ay! mal se cobra: en pos de la anarquía
el despotismo sigue en trono de oro;
su carro triunfal guía
la soberbia opresión; la frente erguida
va la desigualdad, y con desdoro
el pueblo envilecido
tira de su señor al carro uncido.
¡Oh diosa! los auspicios
funestos, de la Francia ten lejanos;
torne la libertad a nuestro suelo;
así con puras manos
los hombres libres gratos sacrificios
te ofrecerán, Carlota; tú, del cielo
donde asistes, clemente
protege siempre a la francesa gente.

Pero no adelantemos el curso de los sucesos. A fines de Diciembre de 1792


Marchena, que ya había roto definitivamente con la Montaña, fue
recomendado por Brissot al ministro de Relaciones Exteriores, Le Brun; y
le dirigió desde Bayona la curiosa carta que ya hemos tenido ocasión de
citar, en que, presentándose como «un amigo de la libertad que arde en
deseos de verla triunfante en su patria, sometida al más violento
despotismo por muchos siglos», le ofrece sus servicios para propagar las
ideas de la Revolución en España «si es que Francia piensa seriamente en
declarar la guerra a los Borbones españoles». Y como muestra de su
literatura propagandista, le envía varios ejemplares de una alocución a
los españoles, la cual había hecho imprimir y circular en la península,
dando motivo con esto a que el gobierno de Carlos IV mandase secuestrar
todos sus bienes.
Esta alocución está en castellano, como era natural, pero el autor se
finge francés; «yo no he estado nunca en vuestro país», dice; disimulación
que por lo visto no impidió que todos reconocieran su estilo, y que se
procediese contra él jurídicamente. Existen de ella dos textos diversos,
uno manuscrito y otro impreso. Contra lo que pudiera creerse, el primero
no es el esbozo del segundo, sino una refundición posterior que lleva la
fecha de 1793, con notables supresiones y adiciones. Entre lo suprimido
está una impertinente digresión literaria, en que Marchena (¡en un
manifiesto político!) se desataba contra varios escritores de su tiempo,
en especial contra Forner, a quien parece haber profesado particular
inquina, bien explicable por ser antípodas el uno del otro en sus
principios políticos y filosóficos16. El contenido político de ambas
proclamas es casi idéntico: en una y otra las invectivas contra la
Inquisición ocupan largo espacio, y en una y otra se aboga por la
inmediata reunión de Cortes, si bien en la primera predomina más el
espíritu histórico, se invocan los manes de Padilla, y hasta se solicita
para la obra de regeneración nacional el concurso del clero, de la nobleza
y de las clases privilegiadas. El Sr. Morel-Fatio hace notar oportunamente
que en ambos documentos hay muchas reminiscencias del famoso Avis aux
Espagnols de Condorcet. Para que se forme completa idea del extravagante y
declamatorio documento de Marchena, no tenido en cuenta hasta ahora por
los que han tratado de nuestra guerra contra la República Francesa en
1793, reproducimos aquí la segunda redacción íntegra, y los pasajes más
importantes de la primera que fueron suprimidos después17.
«AVISO AL PUEBLO ESPAÑOL»
»El tiempo llegó ya de ofreceros la verdad; en vano vuestro tirano
querría sofocarla; el pays de la libertad, el pueblo soverano os
ofrece un asilo en francia en el seno de los defensores de la
humanidad representada en los derechos imprescriptibles del hombre,
cuyas semillas fecundas producirán un día la felicidad de todas
naciones, derrivando de los sumptuosos tronos la superstición y la
tiranía para colocar sobre él la igualdad y la razón; puesto que la
naturaleza no destinó el hombre a ser esclavo del hombre; la
superstición y la ignorancia solo pudieron esclavisar los hombres;
pero, ahora que la razón se manifiesta, guerra a los hipócritas y
opresores.
»¿Quién creerá que una nación como la vuestra, se imagina que los
franceses se hacen entre ellos una guerra cruel? ¡Ah Españoles!
pueblo belicoso y magnanimo, avrid los ojos y aprended a aborrecer
los infames impostores que os engañan para esclavizaros;
representando os los franceses como enemigos de Dios... siendo así
que han jurado a la faz de los cielos fraternidad y tolerancia
reciproca; pues aquí el judío socorre el christiano, el protestante
socorre el católico; los odios de religión son desconocidos, el
hombre de bien es estimado, y el perverso despreciado. Si la
religión de Jesus es el sistema de la paz y de la caridad universal,
¿quienes son los verdaderos christianos? Creo son los que socorren a
los hombres como buenos hermanos, y no los que los persiguen, y
matan porque no adoptan sus ideas religiosas. Christo no vino armado
para inculcar su religión, predicó su doctrina sin forzar los
hombres a seguirla; y vuestra Inquisición no cesa de avrir sus
cavernas espantosas para llenarlas de aquellos18.
»Yo no he estado nunca en vuestra nación: el nombre solo de
Inquisición me hace erizar los cabellos: pero los viajeros que le
han corrido, y vuestros mejores libros que he leído, me han hecho
formar una idea cabal de vuestra nación. Decidme si vuestra
Inquisición no ha perseguido siempre mortalmente a los hombres de
talento desde Bartolomé de Carranza y fray Luis de León hasta
Olavide y Bails? La Bastilla tan detestada y con tanta razón entre
nosotros tiene algo de comparable con vuestro odioso y abominable
tribunal?...
»La Bastilla era una prisión de estado, como otras mil de la misma
especie, que el despotismo que sólo puede conservarse por medios
violentos mantiene en todas partes, pero ni los presos eran
deshonrados, ni la opinión pública infamaba las familias, ni la
infeliz víctima, se veía privada de todo consuelo; sus reclamaciones
llegaban a los ministros, y los ministros pueden aplacarse; ¿pero
quién aplacó jamás a un inquisidor?
»Las otras naciones han adelantado a pasos de gigante en la carrera
de las ciencias, y tú, patria de los Sénecas, de los Lucanos, de los
Quintilianos, de los Columelas, de los Silios, donde está, ¡ay! tu
antigua gloria? El ingenio se preparaba a tomar el vuelo, y el tizón
de la inquisición ha quemado sus alas; un padre Gumilla, un Masdeu,
un Forner esto es lo que oponen los Españoles a nuestro sublime
Rousseau, al divino pintor de la naturaleza nuestro gran Buffon, a
nuestro profundo historiador político el virtuoso Mably, al atrevido
Raynal, a nuestro harmonioso Delille y nuestro universal Voltaire.
»¿No es ya tiempo de que la nación sacuda el intolerable yugo de la
opresión del pensamiento? ¿No es tiempo de que el gobierno suprima
un tribunal de tinieblas que deshonra hasta el despotismo?... ¿A qué
fin hacer de los hombres unos seres autómatos? Tanto vale mandar a
hombres máquinas como dar cuerda a reloxes. El sistema actual del
gobierno parece ser el de aligerar el peso que carga sobre los
hombros de los Españoles, pero el primer paso de toda mejora es
destruir la inquisición por sus fundamentos. No calumniemos al
pueblo; los perversos pueden engañarle, pero quando se le presenta
el bien lo abraza con ansia, y besa con entusiasmo la mano de donde
le viene. Yo he consultado a muchos Españoles que viajan por mi
patria, todos anhelan ver la inquisición por tierra, pero algunos me
han insinuado que hai hombres de mala fe, que fingen creer que la
nación engañada podría oponerse a esta medida. ¡Oposición del pueblo
en España; donde el monarca es todo-poderoso, donde las luces no
obstante todas las precauciones se han difundido harto más de lo que
se piensa! ¡Ah! tiemblen más antes los tiranos de que el pueblo
oprimido en todos los puntos de contado no estalle con una esplosión
tan terrible, que destruya todos los hipócritas y todos los
opresores...
»Igualdad, humanidad, fraternidad, tolerancia, Españoles, este es en
cuatro palabras el sistema de los filósofos que algunos perversos os
hacen mirar como unos monstruos...
»Un solo medio os queda, Españoles, para destruir el despotismo
religioso; este es la convocación de vuestras cortes. No perdáis un
momento, sea Cortes, Cortes, el clamor universal...
»Españoles, el déficit de vuestro erario aumenta a medida que crecen
vuestras imposiciones; vuestro país que la naturaleza dotó de todo,
carece de todo, porque una constitución tabífica (sic), y un
gobierno famélico devoran vuestra más pura substancia. Campos de
Villalar sepultasteis acaso con los generosos Heroes defensores de
la libertad la energía, y el patriotismo de la Hesperia?... Manes de
Padilla, y tú grande alma de D.ª María Coronel (sic) que lloras en
la tumba la cobardía de tus descendientes, inspira a los Españoles
aquel valor con que defendiste en las murallas de Toledo las últimas
reliquias de la moribunda libertad. Clero, nobleza, clases
privilegiadas, ¿qué sois vosotras en un gobierno despótico? Las
primeras esclavas del Sultán. El despotismo es el verdadero
nivelador: ¿queréis ver la imagen de este gobierno? Tarquino
cortando los cogollos de las adormideras.
»La ignorancia más crasa de los principios fundamentales de la
formación de nuestras Cortes es la que puede hacer temer a la
nobleza la destrucción de las distinciones, al clero de sus
privilegios no abusivos, y a la corona de sus justas prerogativas.
En vano los ignorantes o los mal intencionados os asustan con el
ejemplo de la Francia; los estados generales de esta nación no
tenían reglas fixas ni límites invariables, y vuestras Cortes los
tienen, y bien señalados. La Francia necesitaba de una regeneración;
la España no necesita más que de una renovación. Esta verdad sólo
pueden contestarla los charlatanes de política que no saben que las
Cortes de Aragón y de Cataluña eran el mejor modelo de un gobierno
justamente contrapesado. Si mis ocupaciones me lo permiten; si el
pueblo español clama por las Cortes, yo escribiré, refugiado a un
pueblo libre, qué eran estas Cortes.
»Los franceses han hecho su Constitución con el fin de ser felices,
y no con el de hacer infelices a los demás hombres; por consiguiente
no quieren conquistar a nadie, no quieren apoderarse de ninguna
propiedad, pero lo que quieren es destruir los tiranos, que no
trabajando, aspiran a hacer uso y disponer de las propiedades y del
trabajo de los pobres a su fantasía, invirtiendo ese trabajo en sus
infames placeres, y en forjar hierros para aprisionar a los hombres,
a quienes para engañarlos los llaman queridos hijos y vasallos.
»Paz, y guerra llevarán consigo los Franceses; Paz a los hombres, y
Guerra a los tiranos Reyes.
»Si algún daño ocasionasen las tropas, la Francia jura y afianza
pagarlo como lo ha hecho en Courtray y Alemania»19.

- II -

Aunque el manifiesto de Marchena pareciese muy propio (como dice


Morel-Fatio) para convertirse en catecismo de los adeptos españoles de la
Revolución Francesa, no satisfizo sin embargo a todos los emigrados, entre
los cuales, por imposible que parezca, los había mucho más violentos que
él. Uno de los que le desaprobaron fue Guzmán (amigo de Dantón y furibundo
terrorista)20, el cual extendió sus críticas al lenguaje, que encontraba
bárbaro, y a las faltas de ortografía, que efectivamente hormiguean en la
proclama de Marchena21. Le Brun había organizado en la frontera dos
comités de propaganda revolucionaria compuestos de españoles, uno en
Bayona y otro en Perpiñán. Designado Marchena para formar parte de uno de
ellos, dirigió al Ministro en 23 de Diciembre de 1792 una Memoria en
francés, bastante más sensata que sus alocuciones.
«Nada es más contrario (decía) a los principios del buen juicio que
obrar sin un plan determinado. El comité revolucionario establecido
en las fronteras de España tiene por objeto preparar y acelerar la
revolución. Pero este fin tiene que ser muy vago, mientras no se
defina lo que se entiende por revolución, cuál debe ser la que ha de
operarse en España, y cuáles son los medios que se han de poner en
práctica para hacerla triunfar.
»Hay un axioma de eterna verdad en todas circunstancias y en todos
tiempos; y es que los hombres consultan más bien la experiencia de
lo que se ha hecho que lo que debería ser. Nunca hubiera llegado
Francia al grado de libertad de que ahora goza, y que va a
consolidarse por la caída de los tiranos que la rodean, si se
hubiese hablado en el primer momento de una Convención Nacional que
había de establecer la República sobre las ruinas del trono. Los
franceses del 88 creían de buena fe que sus mayores habían sido
libres en tanto que se dejó oír la voz de sus Estados Generales, y
no suspiraban más que por su restablecimiento. Los filósofos hombres
de estado que conocían toda la imperfección de estas corporaciones
aristocráticas se guardaban muy bien de entibiar el ardor impaciente
del pueblo. Creían, por el contrario, que el remedio de todas las
imperfecciones inherentes a la constitución de los Estados Generales
estaba en estas mismas asambleas, y solamente en ellas. La
experiencia ha mostrado que no se engañaban en esto.
»Hombres que no son ni filósofos ni estadistas se han aventurado a
decir que el comité revolucionario de España no debía hablar de la
convocatoria de Cortes; es decir, en otros términos, que el comité
revolucionario no debía hablar de revolución. Y entonces los
españoles podrían decir:
«Los franceses nos traen la libertad, según dicen, pero no nos la
prestan con las formas con que nosotros la hemos conocido. ¿Con qué
derecho pretenden prescribirnos reglas sobre la manera de ejercer
nuestra soberanía? ¿Con qué derecho se atreven a cambiar la manera
de expresar la voluntad general, que nosotros habíamos adoptado
antes que la nación hubiese decidido sobre sus inconvenientes? No es
la libertad lo que nos ofrecen: nos prescriben leyes imperiosas,
dándose por nuestros libertadores. No hemos hecho, pues, más que
cambiar de esclavitud, porque una nación es siempre esclava cuando
obedece a otra voluntad que la suya, ya sea esta voluntad la de un
rey, ya la de otro pueblo». ¿Y qué habría que responder a este
lenguaje? ¿Cómo queréis interesar a los demás pueblos para que
rompan sus cadenas cuando vean que les preparáis otras nuevas?
»Aun en los tiempos del más espantoso despotismo no olvida un pueblo
las instituciones que le han garantido en otros siglos una suma
mayor o menor de libertad. El pueblo español se acuerda siempre de
sus Cortes, y en el año 89 el público recibió con la más violenta
indignación una pieza en que se ultrajaba la memoria de D.ª María
Coronel22. Pero independientemente de estas razones universales, hay
otras peculiares de la nación española, las cuales demuestran
evidentemente que el único medio de hacer la revolución en España es
la pronta convocatoria de Cortes.
»Cuando se habla de Cortes en España hay que distinguir entre las de
Castilla, las de Aragón, las de Valencia, las de Cataluña y las de
Navarra. La organización de cada uno de estos cuerpos difería
enteramente de la de los otros. El poder y la influencia de los
municipios era mucho más considerable, y la autoridad estaba más
limitada en Cataluña que en ninguna otra parte. Se puede decir que
las Cortes de Castilla no tuvieron nunca un régimen muy fijo, y que
las que se celebraron durante el reinado de Carlos V diferían tanto
de los Concilios de Toledo, celebrados en tiempo de los reyes godos
(y que realmente no eran más que las asambleas de la nación), como
los Estados Generales de 1614 diferían de las Asambleas del Campo de
Marte en tiempos de Clodoveo. Así, nada es más fácil que dar a estas
Cortes una forma democrática sin desnaturalizarlas ni abolirlas del
todo, lo que indispondría a todos los españoles contra reformas en
que ellos no hubieran consentido.
»No debo parecer sospechoso de tibio amor a la libertad: hartos
sacrificios he hecho por esta divinidad para que se crea que yo
pueda apostatar de su culto. Pero examinemos fríamente si los
españoles son capaces, en el momento actual, de una libertad igual a
la que disfrutan los franceses. Ruego que se lean con atención estas
rápidas reflexiones, sugeridas únicamente por el interés de mi
patria y el de la humanidad.
»Hay que convenir en que la religión papista o católica ha echado
raíces más profundas en el suelo español que en el francés; y sería
temerario atacar de frente las preocupaciones religiosas...
»Por otra parte, el estado actual de España es muy diferente del de
Francia: no hay que buscar allí un Mirabeau, un Brissot o un
Condorcet. Sin duda, hay gentes ilustradas, pero no se encuentra uno
de esos grandes genios capaces de abrir los ojos a un pueblo entero,
y de regenerar la nación. Como los hombres que piensan no se
comunican con el pueblo; como el temor de la Inquisición obliga a
los hombres más ilustrados a aparentar que creen en las fábulas más
absurdas, todos los que no son verdaderamente filósofos están
imbuidos en las preocupaciones más groseras. Un hombre que se
respeta a sí mismo no se dedica en España al oficio de autor, porque
no se pueden imprimir más que frivolidades o libros ascéticos: por
eso no es posible ilustrarse sin adquirir el conocimiento de las
lenguas extranjeras. En este país no hay más que dos clases de
hombres, unos enteramente ilustrados, otros enteramente
supersticiosos.
»La manía de los mayorazgos, la indolencia de la nación oprimida por
los impuestos más gravosos que se pueden inventar, han ahogado la
industria y han concentrado en muy pocas manos casi toda la
propiedad territorial. Si empezamos por hablar de igualdad absoluta,
antes de haber preparado al pueblo gradualmente para disfrutar de
ella, podrá venir la ley agraria, esto es la rapiña, la anarquía y
la disolución social.
»Francia ha adoptado una constitución que hace de esta vasta nación
una república una e indivisible. La conformidad en las costumbres,
la cultura difundida casi igualmente por toda la superficie del
país, la hacen propia para esta institución. Pero España, cuyas
diversas provincias tienen usos y costumbres diferentes; España, con
la cual debe ser unido Portugal, no puede formar más que una
república federal. Para la felicidad de la nación, se puede y se
debe dejar subsistir las antiguas Cortes.
»Francia tiene, sin duda, el derecho de decir al pueblo español:
«tenéis un rey, que es mi enemigo natural; os haré la guerra hasta
que le hayáis precipitado del trono». Pero no tiene derecho para
constituir nuestra nación a su modo. España es la que debe darse a
sí propia una constitución. Las Cortes subsisten de derecho,
mientras el pueblo español no las haya abolido.
»Como tengo el mayor interés en que estas reflexiones sean leídas
por el ciudadano ministro, no añado ningún desarrollo a estas
indicaciones rápidas. Notaré solamente que es indispensable que el
comité tenga un punto de reunión o un presidente instruido a fondo
en la historia de España, hombre de Estado, y de carácter enérgico,
que pueda dar cierta formalidad a las operaciones, y encaminarlas a
un solo punto: el triunfo definitivo de la revolución.
»J. MARCHENA».

Esta Memoria, en que, a despecho de los errores propios del fanatismo


nivelador y de la abstracta política de aquel tiempo, no deja de campear
cierto espíritu tradicional e histórico, no pudo ser grata a la mayor
parte de los revolucionarios franceses, que odiaban de muerte el
federalismo, y no querían oír hablar de Cortes, ni de ninguna otra
institución representativa de los tiempos medios. Hubo, pues, una escisión
entre los que a todo trance querían, como el dantonista Guzmán y el
alcalde de Bayona Basterreche, implantar en España los principios de la
república una e indivisible, y los que podemos llamar federales, a cuyo
frente estaba Marchena con otros españoles amigos suyos.
Era de los principales el ciudadano Hevia, antiguo secretario de la
embajada de España en París, de la cual había desertado para pasarse al
campo enemigo, haciendo los más violentos alardes de furor demagógico, por
lo mismo que su origen era aristocrático, puesto que pertenecía a la
familia de los Marqueses del Real Transporte. Cuando llegó la guerra del
93, Hevia redactó una proclama mucho más violenta y desaforada que la de
Marchena, pues lo que su autor descendía a innobles insultos contra Carlos
IV y María Luisa, y, lo que es peor, contra la desdichada y heroica María
Antonieta, cuya cabeza iba a rodar pocos meses después en el patíbulo23.
Reconozcamos que Marchena, aun en el mayor arrebato de sus pasiones, jamás
se deshonró con estas abominables invectivas, y mostró siempre cierta
nobleza de alma que parece incompatible con el medio en que vivía.
Por lo demás, Hevia abundaba en el sentir político de Marchena en lo que
toca a la convocatoria de Cortes, como lo prueban ciertas Reflexiones que
apoyando las de su amigo dirigió al ministro Le Brun24.
«Francia (decía) no puede pensar en la anexión de España a la
República Francesa. El estado moral y físico de esta nación se opone
fuertemente a esta reunión. Un buen tratado de comercio que asegure
a Francia todas las ventajas que puede sacar de su situación
respecto de España, será el bien más precioso que pueda obtener en
esta guerra.
»Sostengo que si no se convocan las Cortes, la nación española no
tendrá ningún punto de reunión y será desgarrada por la más completa
anarquía, o se verá obligada a echarse en brazos de Francia.
»Esos señores del Comité de Bayona, que no quieren las Cortes,
querrán sin duda ser considerados como representantes de la nación
española. Pero si la nación no los quiere mirar como tales, ¿qué
podrán hacer?...
»Sin duda que hay que minar poco a poco la religión cristiana. La
teocracia debe desaparecer de la superficie de la tierra, juntamente
con la tiranía, a la cual sirve de apoyo. Pero no hemos de creer que
en poco tiempo se logrará descuajar esta planta parásita. Díganme de
buena fe si creen que un pueblo que tiene la desdicha (!) de ser
profundamente adicto a la religión cristiana puede ejercer la
plenitud de su soberanía...
»Aprovecho esta ocasión para ofrecer al ciudadano ministro el
resultado de las conversaciones que yo y el ciudadano Marchena hemos
tenido juntos sobre la organización del comité. Es indispensable que
haya un punto de reunión; que haya también un presidente dotado de
todas las cualidades propias para tal empleo. Los individuos de esta
Junta deben ocuparse en el estudio de la historia de España,
recordar al pueblo español las épocas en que gozaba de cierta suma
de libertad... Hay que poner mucho empeño en hacer aborrecible la
casa de Borbón, y sobre todo en disminuir el influjo de la
clerigalla en el espíritu del pueblo».

Otro de los más conspicuos individuos del grupo de Marchena era el ya


citado D. Vicente María Santibáñez, que acababa de llegar de España en
Enero de 1793, y a quien en los términos más eficaces recomendaba el
ciudadano Basterreche al ministro Le Brun, anunciándole de paso la próxima
llegada de otro escritor español todavía de más mérito, nada menos que de
un émulo de Cervantes, a quien por tales señas nadie descubrirá fácilmente
entre los ingenios de entonces.
«Ha llegado aquí (decía el Alcalde de Bayona en 20 de Enero) un
español recomendable por su talento y carácter: se llama Vicente
María Santibáñez: viene escapado como por milagro de las
persecuciones de la Inquisición y de la Corte. Era profesor de
Elocuencia y de Política en una universidad, pero hace algún tiempo
se había establecido en Madrid, donde cultivaba con éxito las bellas
letras. Es hombre que ha frecuentado la mejor sociedad, y que conoce
a fondo toda la máquina del gobierno español, y todavía mejor a los
individuos que la dirigen. Nos podrá ser extremadamente útil, porque
tiene conocimientos, mucho ingenio, y se expresa elocuentemente en
castellano, y, si es menester, en francés... Tengo motivos para
creer que dentro de poco veremos llegar también a uno de los
primeros escritores de aquella nación, a un émulo de Cervantes, si
es que puede escapar felizmente de las persecuciones que ya han
comenzado contra él».

Las noticias que he podido adquirir de Santibáñez son muy escasas. Debía
de ser hombre de imaginación fantástica y exaltada. En sus mocedades
cantaba el amor libre, tema de una oda o silva que dirigió en consulta a
D. Tomás de Iriarte con una carta que parece escrita por un erotómano. Más
adelante cambió de rumbo, y se dedicó a trabajos de más provecho para su
reputación literaria. En la Universidad de Valencia, donde parece haber
estudiado y donde desempeñó alguna cátedra, leyó la oración latina
inaugural del curso de 1774 (Oratio de eloquentiae laude et praestantia,
habita ad Senatum et Academiam Valentinam in studiorum instauratione). En
1780 aparece en las actas de la Real Academia de Nobles Artes de San
Carlos de aquella ciudad, leyendo un romance heroico en la distribución de
premios generales, y en 1783 leyendo una silva. Son suyos, aunque no
llevan su nombre, los prólogos y notas de las espléndidas ediciones de las
Crónicas de D. Juan II y de los Reyes Católicos publicadas por el impresor
Benito Monfort en 1779 y 1780, verdaderos monumentos tipográficos, en que
es lástima que la corrección del texto no corresponda siempre a la belleza
y pulcritud de los tipos y de la estampación, que es de lo más perfecto
que nunca se vio en España. En 1782 Santibáñez estaba ya de profesor en el
Seminario de Vergara, y publicaba en Vitoria, bajo los auspicios de la
Sociedad Vascongada, diversos elogios fúnebres de sus consocios, el de D.
Ambrosio de Meade en 1782, el del Marqués González Castejón en 1784, el
del Conde de Peñaflorida (fundador de la Sociedad y del Seminario) en
1785. Tres años después le hallamos en Valladolid, donde publicó traducida
una de las Novelas Morales de Marmontel, La mala madre, con un prólogo muy
curioso, en que se trata de la antigüedad, progresos y utilidad de este
género de literatura (1780)25. Pero mucha más celebridad que esta
traducción tuvo otra que no lleva su nombre, y que ha sido atribuida con
error al abate Marchena, a pesar de que Quintana26 señala con precisión su
autor verdadero. Es la famosa Heroida de Heloísa a Abelardo, traducida
libremente, y no del original inglés de Pope, sino de la paráfrasis o
imitación francesa de Colardeau. Santibáñez añadió otra heroida original
suya, de Abelardo a Heloísa, imitada de otras francesas de aquel tiempo y
también de Ovidio y otros antiguos; y con todo ello formó el tomito de las
Cartas de Abelardo y Heloísa, que por la mezcla de sentimentalismo y
voluptuosidad que en ellas rebosa, y por las declamatorias imprecaciones
que contienen contra los votos monásticos y contra el celibato religioso,
fueron puestas por la Inquisición en su índice, sirviendo esto de
incentivo, como de costumbre, para que fuesen más ávidamente leídas por la
juventud de uno y otro sexo, en innumerables copias que corrieron
manuscritas27.
El estilo poético de Santibáñez es desaliñado y muchas veces prosaico,
pero algunos pasajes no carecen de pasión, y en conjunto las dos epístolas
se dejan leer sin hastío, dentro de su género ficticio y anticuado. En
prosa escribía mejor, y no era de los más incorrectos y galicistas de su
tiempo, a pesar de su intimidad con las ideas y los libros de Francia.
Pero ni en prosa ni en verso pasó nunca de una razonable medianía.
Llegaba a Francia como un arbitrista político, cargado de memorias y
proyectos para hacer la felicidad de España. Una de ellas se titula
Reflexiones imparciales de un Español a su nación sobre el partido que
debería tomar en las ocurrencias actuales, y lleva la fecha de Marzo de
179328. En ella Santibáñez, apartándose algo de las ideas de Marchena y
sus amigos, aboga, no por las antiguas cortes, sino por un nuevo cuerpo
político, una representación nacional, a la moderna.
Estalló en tanto la guerra en el Pirineo oriental, emprendiendo el general
Ricardos su campaña de 1793, la más gloriosa para nuestras armas desde los
días, ya lejanos, de Montemar y del Marqués de la Mina. Mientras el
inmortal caudillo aragonés se aprestaba a recoger los lauros inmarcesibles
de Masdeu, de Truillas, y del campamento atrincherado del Boulou, los
malos españoles a quienes su impío fanatismo había arrastrado a Francia se
ponían al servicio de la República para iniciar en las filas de nuestro
ejército la propaganda revolucionaria. Le Brun llamaba a París a Marchena
y a Hevia, para tratar de la organización definitiva de los comités de
Bayona y Perpiñán, y Santibáñez admitía el encargo de poner en castellano
la ley de 3 de Agosto de 1792, provocando a la deserción a los sargentos,
cabos y soldados.
Pero todavía hubo quien fuese más lejos en estos crímenes de lesa nación.
En las memorias ya citadas del vasco francés Reynón, extractadas por el
capitán Du Voisin, se leen los más curiosos detalles acerca de otro
revolucionario español, que llevó su insano furor hasta el punto de tomar
armas contra su patria. Permítase una leve digresión sobre este odioso
personaje.
Llamábase D. Primo Feliciano Martínez de Ballesteros, y había nacido en
Logroño por los años de 1745. Su familia era distinguida; su educación
esmerada. Sabía bien el latín, y hablaba con mucha soltura el italiano y
el francés. Era buen músico, y tocaba con talento el piano y el órgano. A
la edad de treinta años se estableció en Bayona, donde se ganaba la vida
como intérprete y profesor de lenguas. Decíase que había sido novicio de
los jesuitas, pero nunca pudo comprobarse. Hombre ingenioso y de ameno
trato, ganó en breve tiempo muchos amigos, a quienes divertía con su
gracia para contar anécdotas chistosas, y con sus originales y felices
ocurrencias, cuyo gusto sabía variar según la calidad de las gentes con
quien trataba. Escribiendo tenía menos donaire: publicó en castellano la
famosa Academia Asnal, con caricaturas en madera: una de las más insulsas
diatribas que se han escrito contra la Academia Española desde que en
tiempos inmediatos a su fundación D. Luis de Salazar y Castro rompió el
fuego en la Carta del Maestro de Niños y en la Jornada de los coches de
Madrid a Alcalá.
De estas escaramuzas literarias pasó pronto a otras de peor calidad. En la
guerra de 1793, no contento con provocar a la deserción a los soldados
españoles, intentó formar una legión de Miqueletes, que él se proponía
mandar con título de coronel. Llegó a reunir unos 200 hombres, que se
acuartelaron en el convento llamado de Dames de la Foi en Bayona. Allí se
encargó de educarlos en la doctrina revolucionaria otro español refugiado,
el ex-oficial de marina Rubín de Celis29, hombre instruido pero fanatizado
por las ideas humanitarias y filosóficas de la época. Celis daba
conferencias a los desertores, y les explicaba el catecismo de los
derechos del hombre. Pero esta instrucción teórica no bastaba para los
designios de Ballesteros, y además, antes que aquella tropa estuviese en
disposición de moverse, estalló una sangrienta reyerta entre el cuerpo 7.º
de voluntarios de Burdeos y los miqueletes españoles, la mayor parte de
los cuales determinaron volver a pasar la frontera y acogerse a indulto.
Ballesteros no se desanimó por eso, y con forajidos y vagabundos de todos
países formó una nueva legión, a la cual dio el nombre de Cazadores de las
Montañas. Con ellos entró en campaña, y no dieron mala cuenta de sí; pero
agotados en breve tiempo los recursos del coronel, tuvo que poner su
pequeña tropa a disposición del general La Bourdonnaye, que mandaba el
ejército de los Pirineos Occidentales. La Bourdonnaye le reconoció el
grado de comandante de batallón, y le incorporó a su Estado Mayor en
calidad de intérprete de lenguas extranjeras. Pero Ballesteros no conservó
mucho tiempo su posición ni su grado, porque es bien sabido que los
comisarios de la Convención hacían y deshacían diariamente generales y
oficiales30.
Quedó, pues, separado del servicio, y sólo mucho después remuneró el
gobierno de la República sus servicios con una módica pensión vitalicia de
800 francos, harto pequeña para quien se jactaba de que el gobierno
español había ofrecido cien mil reales por su cabeza. Aquí termina su
papel político. En la venta de bienes nacionales había comprado a bajo
precio la abadía de San Bernardo cerca de Bayona. Allí estableció una
fábrica de botellas, que fue devorada por un incendio. Entonces buscó
nueva y menos lícita industria, aprovechando sus conocimientos químicos
para falsificar el tabaco de España. Enriquecido por la falsificación y el
contrabando, alcanzó la avanzadísima edad de noventa años, y murió en
1830, «muy llorado (dice Reynón) por las muchachas del pueblo, muchas de
las cuales conservaban prendas de su amor»31.
Volvamos a Marchena y a su compañero Hevia, los cuales por este tiempo
empezaban a caer de la gracia del ministro Le Brun. Había entrado éste al
principio en sus planes, como lo prueba su correspondencia con el alcalde
de Bayona. En 8 de Marzo le escribía:
«Persisto en creer que Bayona es el punto más conveniente para
reunir a los patriotas españoles, y para trabajar en la regeneración
de su país... Conviene que el comité revolucionario empiece a
funcionar lo antes posible, pero ajustando su conducta a principios
de moderación y prudencia. Es evidente que el lenguaje de los
franceses regenerados y republicanos no puede todavía ser el de los
españoles. Éstos tienen que irse preparando gradualmente a digerir
los alimentos sólidos que les preparamos. Sobre todo, hay que
respetar durante algún tiempo ciertas preocupaciones ultramontanas,
que a la verdad son incompatibles con la libertad, pero que están
demasiado profundamente arraigadas en nuestros vecinos, para que
puedan ser destruidas de un golpe»32.

En 26 de Marzo añadía:
«Ya os he hablado de la organización de dos comités, uno en Bayona,
y otro en Perpiñán, y os he indicado los nombres de muchos de los
que deben ser sus miembros. Uno a esta lista dos españoles que están
aquí, Marchena y Hevia: partirán dentro de pocos días, y espero que
quedaréis satisfecho de su celo y de su talento»33.

Pero los tiempos eran de recelo y desconfianza.


«El grupo francés (dice Morel-Fatio) quería a todo trance excluir de
los comités a Marchena y a Hevia, cuyo conocimiento de las cosas de
España, así como la superioridad de su cultura, mortificaban a las
medianías y a los ignorantes que tanto en Bayona como en Perpiñán
pretendían tomar la dirección de los negocios españoles».

Acordaron, pues, según era costumbre entonces, denunciarlos como


sospechosos de traición e incivismo. El ciudadano Taschereau, antiguo
agente secreto en Madrid encargado de espiar al embajador Bourgoing, y
otro ciudadano todavía más oscuro, llamado Carles, escriben a Le Brun
pintando a Marchena como un joven aturdido, que no tiene más que las
apariencias de un hombre instruido, y que posee en cambio toda la
presunción de un ignorante.
«Se le ha visto (añaden) variar muchas veces en sus principios
revolucionarios, entusiasmarse con los Bernardos, (Feuillants,
sociedad compuesta de moderados), declamar como un frenético contra
la famosa jornada del 10 de Agosto (asalto de las Tullerías, y caída
de la monarquía)... se le ha oído en Bayona decir a gritos: España a
la muerte. ¿Es esto patriotismo? Este hombre es sospechoso de todo
punto, y muchas cartas que ha escrito a Madrid pueden atestiguarlo.
Además, fuera de algunos conocimientos en moral y en política,
Marchena no sabe absolutamente nada, porque no ha meditado ni
reflexionado sobre nada. El otro colaborador, llamado Hevia, está
igualmente vacío que Marchena de buen sentido y de reflexión»34.

Estas denuncias surtieron su efecto en el ánimo del ministro, y cuando


Marchena y Hevia estaban a punto de salir de París para trasladarse a
Bayona, fueron arrestados por los comisarios de la sección de las Cuatro
Naciones como extranjeros y sospechosos. Apenas se enteró de ello Brissot,
amigo y protector de Marchena, se apresuró a intervenir en su favor,
solicitando que inmediatamente fuesen puestos en libertad los dos
emigrados españoles. Su carta a Le Brun es de 4 de Mayo, y dice así:
«Ciudadano Ministro:
»Acabo de saber que Marchena ha sido arrestado, y con él Hevia.
Parece increíble que se haya llegado a tales excesos contra hombres
a quienes el amor de la libertad ha traído a Francia, y que tantas
pruebas han dado de sus sentimientos cívicos. No sé a qué atribuir
el cambio de vuestras disposiciones respecto a ellos, y por qué,
después de haberlos nombrado para el comité revolucionario español,
en que podían ser tan útiles, habéis hecho borrar sus nombres sin
motivo alguno. Sea como quiera, hoy la desdicha pesa sobre ellos, y
al ministro de negocios extranjeros es a quien toca sacarlos de tal
situación. Podéis y debéis informar a la sección de todo lo que
sabéis sobre esos hombres, del empleo a que pensabais destinarles; y
puesto que ya no pueden servir a la República Francesa por haber
cambiado vuestra opinión en este punto, lo menos que podéis hacer es
darles un pasaporte para que salgan de Francia. Están proscriptos en
España como amigos de la Revolución francesa. ¿Los hemos de
proscribir aquí como españoles? Cuando un extranjero no tiene
embajador, al ministro de negocios extranjeros toca protegerle...
»J. P. BRISSOT».

Esta carta no convenció a Le Brun, que sólo se prestó a intervenir en


favor de Hevia, sin dignarse nombrar siquiera a su compañero. De todos
modos este primer encarcelamiento de Marchena no fue largo, ya porque se
le pusiera en libertad, ya porque lograra evadirse. Y entonces la gratitud
le unió más estrechamente que nunca con Brissot y los girondinos, cuyas
vicisitudes, prisiones y destierros compartió con noble y estoica
entereza.
No hay para qué repetir aquí lo que todo el mundo sabe y en cualquier
historia de la Revolución Francesa puede leerse. Proscritos los girondinos
en 2 de Junio de 1793, declarados traidores a la patria en 25 de Julio,
encarcelados u ocultos algunos de ellos, fueron los restantes a encender
la guerra civil en los departamentos del Mediodía, del Centro y del Este.
El principal foco de esta insurrección, que era federal en su tendencia
aunque no llevase tal nombre, fue la Normandía, a donde se dirigieron la
mayor parte de los representantes fugitivos de París, Buzot, Salle,
Barbaroux, Larivière, Gorsas, Louvet, Guadet, Pétion, y otros hasta el
número de veinte. Además de estos diputados bullían entre los caudillos de
la insurrección el periodista Girey-Dupré, un joven literato llamado
Riouffe, y el español Marchena, amigo de Brissot35. Constituyose en Caén
una asamblea central de resistencia a la opresión, y el general Félix
Wimffen se puso al frente de las fuerzas destinadas a marchar sobre París.
Pero fuese por la nulidad del general, o de los representantes, o por la
discordia de pareceres que entre ellos reinaba, aquella insurrección tuvo
un resultado no sólo infeliz sino ignominioso, y algunos cañonazos
disparados en Vernón el 13 de Julio bastaron para disiparla y reducir a la
obediencia de la Convención toda la Normandía. Y entonces comienza la
triste odisea de los girondinos, largamente relatada en las Memorias de
Louvet y de Meillan.
Empezaron por buscar asilo en Bretaña, con la esperanza de embarcarse allí
para la Gironda, donde contaban con elementos para la lucha; y, después de
increíbles penalidades, llegaron a Quimper, donde su amigo Duchâtel había
fletado una barca para conducirlos a Burdeos. Pero esta barca estaba en
mal estado, exigió grandes reparaciones, y no pudo partir hasta el 21 de
Agosto. En ella iban nueve viajeros: Cussy, Duchâtel, Bois-Guyón,
Girey-Dupré, Salle, Meillan, Bergoeing, Riouffe y Marchena.
La navegación fue feliz, y el 24, a prima noche, llegaron a la Gironda,
delante del pico de Ambés. Bergoeing y Meillan, únicos que conocían el
país, saltaron en tierra para informarse del estado de las cosas, y los
demás se quedaron a bordo hasta que sus colegas les diesen aviso de
desembarcar. A fines del mes de Setiembre llegó otro grupo de girondinos,
Guadet, Pétion, Valady, Barbaroux, que venían en una embarcación
procedente de Brest.
Terrible fue su desencanto, al saber que el movimiento de Burdeos y
Marsella había fracasado lo mismo que el de Normandía y Bretaña. Y aquí
dejaremos la palabra a un sobrino del girondino Guadet, que cuenta estos
sucesos con más pormenores que los que se contienen en las historias
generales, como que el autor consigna sus propias tradiciones de familia:
«Al saber tan tristes nuevas, los proscritos, reunidos en el Pico de
Ambés, no pensaron más que en ponerse en salvo. Guadet dejó a sus
amigos en una casa perteneciente a su suegro, y partió él mismo para
su pueblo natal, St. Emilion, residencia de su familia y de la mayor
parte de los amigos de su infancia. Allí esperaba encontrar
protección y asilo para sus colegas, a quienes prometió enviar un
emisario.
»Pero no faltó en el lugar de Ambés quien conociera a los diputados.
El mismo Guadet, con su confianza ordinaria, como dice Louvet, había
dado su nombre, y no era difícil adivinar quiénes podían ser los
otros. Pensaron, pues, que la prudencia exigía que se mantuviesen
cuidadosamente ocultos. Pero fue en vano, porque muy pronto fue
conocido el punto en que estaban refugiados. Supieron que un
ciudadano de aquellas cercanías, ardiente revolucionario, había
hecho un viaje a Burdeos, y que había vuelto trayendo consigo gente
desconocida: que se notaban en la casa conciliábulos y movimiento.
La inquietud de los diputados aumentaba, y Guadet no volvía, ni
enviaba aviso alguno.
»Dispuestos para cualquier suceso, se prepararon para la defensa,
hicieron barricadas, y se repartieron las armas de que disponían:
catorce pistolas, cinco sables y un fusil. Era de noche. Algunos se
acostaron vestidos, otros hicieron centinela, pero nadie se presentó
aquel día.
»A la noche siguiente llega un enviado de Guadet. Éste no había
podido encontrar más que una sola persona que se atreviese a recibir
a dos de sus colegas, pero se ocupaba en buscar asilo para los
demás.
»Con estas nuevas quedaron todos consternados. Entonces exclamó
Barbaroux: '¿Quién de nosotros puede pensar en salvarse solamente a
sí mismo, sin que le detenga el pensamiento de que mañana acaso no
existirán los que va a dejar aquí? ¡Por lo que a mí toca, no
abandonaré nunca a los compañeros de mis trabajos y de mi gloria!
¿No hay asilo más que para dos? Pues quedémonos todos, y muramos
juntos. ¿Pero Guadet, si conociese nuestra posición, no enviaría a
buscar más que dos? ¿No comprendería que lo más urgente es salir de
aquí? Hay quien ofrece asilo para dos de nosotros: Pues bien, para
cuatro o cinco días, si es menester, ¿no hemos de caber seis en el
lugar donde se espera a dos? Partamos todos.'
»Mientras así deliberaban, vino alguien a advertir que había mucho
ruido en la posada inmediata. Acababan de llegar treinta oficiales,
y se veían ya en aquellos contornos muchos destacamentos de la
guardia nacional, y algunas brigadas de gendarmería. Con esto quedó
cortada toda discusión. Partieron en silencio, siguieron a su guía
hacia la barca que los esperaba, y en esto les fue propicia la
fortuna, porque apenas habían abandonado la casa, cuando fue ya
asaltada.
»Muy cerca de la villa de St. Emilion estaba la casa del padre de
Guadet, separada de todas las demás habitaciones. Guadet (padre), un
hijo suyo y una hermana componían todo el personal de la casa. El
padre de Guadet era un viejo de setenta años: su aspecto, sus
maneras, su lenguaje anunciaban un hombre habituado a la autoridad:
sus hijos tenían por él profundo respeto y sumisión absoluta...
»A esta puerta vinieron a llamar el 27 de Setiembre los fugitivos
del Pico de Ambés. Fueron acogidos como hijos, como hermanos:
encontraron afecto, de parte del viejo, tierno interés, de parte de
sus hijos. Pero no podía haber seguridad para ellos en casa del
representante Guadet: a mitad del día que siguió a su llegada se les
vino a decir que el comandante de la expedición del Pico de Ambés
seguía sus huellas, que avanzaba al frente de cincuenta caballos, y
que venía seguido por un batallón revolucionario. Era domingo. Para
colmo de desdichas, un hombre que desde la mañana corría por
aquellos alrededores para buscarles un retiro más seguro, volvió por
la noche con la triste noticia de que nadie se atrevía a recibirlos.
Guadet quedó confundido (dice Louvet): ¡qué dignos de lástima
éramos, pero él todavía más que nosotros!
»¿Qué podían hacer ya? Separarse, puesto que, yendo perseguidos tan
de cerca, no convenía que marchasen juntos. Los proscritos se
separaron, dándose el último abrazo de despedida»36.

Marchena y algún otro tuvieron la temeridad de meterse en la misma ciudad


de Burdeos, y fueron, por tanto, de los primeros que cayeron en manos de
sus enemigos. Sobre este interesantísimo período de la vida de nuestro
autor derramaban mucha luz las Memorias de su amigo y compañero de
cautividad el marsellés Honorato Riouffe37. De ellas resulta que Marchena
fue preso en Burdeos el mismo día que Riouffe, es a saber el 4 de Octubre
de 1793, conducido con él a París, y encerrado en los calabozos de la
Conserjería. Riouffe le llama a secas el español, pero Mr. Thiers nos
descubre su nombre al contarnos la fuga de los girondinos por el Mediodía
de Francia:
«Barbaroux, Pétion, Salle, Louvet, Meilhan, Guadet, Kerbelégan,
Gorsas, Girey-Dupré, Marchena, joven español que había venido a
buscar la libertad en Francia, Riouffe, joven que por entusiasmo se
había unido a los girondinos, formaban este escuadrón de ilustres
fugitivos, perseguidos como traidores a la libertad»38.

Después de la prisión, Riouffe es más explícito:


«Me habían encarcelado (dice) juntamente con un español que había
venido a Francia a buscar la libertad bajo la garantía de la fe
nacional. Perseguido por la Inquisición religiosa de su país, había
caído en Francia en manos de la inquisición política de los comités
revolucionarios. No he conocido un alma más entera ni más
enérgicamente enamorada de la libertad, ni más digna de gozar de
ella. Fue su destino ser perseguido por la causa de la república, y
amarla cada vez más. Contar mis desgracias es contar las suyas.
Nuestra persecución tenía las mismas causas; los mismos hierros nos
habían encadenado; en las mismas prisiones nos encerraron, y un
mismo golpe debía acabar con nuestras vidas...».

El calabozo donde fueron encerrados Riouffe, Marchena y otros girondinos


tenía sobre la puerta el número 13. Allí escribían, discutían y se
solazaban con farsas de pésimo gusto. Todos ellos eran ateos, muy crudos,
muy verdes, y, para inicua diversión suya, vivía con ellos un pobre
benedictino, santo y pacientísimo varón, a quien se complacían en
atormentar de mil exquisitas maneras. Cuándo le robaban su breviario,
cuándo le apagaban la luz, cuándo interrumpían sus devotas oraciones con
el estribillo de alguna canción obscena. Todo lo llevaba con resignación
el infeliz monje, ofreciendo a Dios aquellas tribulaciones, sin perder
nunca la esperanza de convertir a alguno de aquellos desalmados. Ellos,
para contestar a sus sermones y argumentos, imaginaron levantar altar
contra altar, fundando un nuevo culto con himnos, fiestas y música. Al
flamante irrisorio dios le llamaron Ibrascha, y Riouffe redactó el símbolo
de la nueva secta, muy parecido a lo que fue luego el credo de los
theophilántropos. Y es lo más peregrino que el inventor llegó a tomarla
por lo serio, y todavía cuando muchos años después redactaba sus Memorias,
convertido ya en personaje grave y en funcionario del Imperio, no quiso
privar a la posteridad del fruto de aquellas lucubraciones, y las insertó
en toda su extensión, diciendo que «aquella religión (!) valía tanto como
cualquiera otra, y que sólo podría parecer pueril a espíritus
superficiales».
Las ceremonias del nuevo culto comenzaron con grande estrépito: entonaban
a media noche un coro los adoradores de Ibrascha, y el pobre monje quería
superar su voz cantando el de profundis; pero, débil y achacoso él,
fácilmente se sobreponía a sus cánticos el estruendo de aquella turba
desaforada. A ratos quería derribar la puerta del improvisado santuario, y
ellos le vociferaban: «¡Sacrílego, espíritu fuerte, incrédulo!».
En medio de esta impía mascarada adoleció gravemente Marchena, tanto que
en pocos días llegó a peligro de muerte. Apuraba el benedictino sus
esfuerzos para convertirle, pero él a todas sus cristianas exhortaciones
respondía con el grito de «Viva Ibrascha».
Y, sin embargo, en la misma cárcel teatro de estas pesadísimas bromas con
la eternidad y con la muerte, leía asiduamente Marchena la Guía de
pecadores de Fr. Luis de Granada. ¿Era todo entusiasmo por la belleza
literaria? ¿Era alguna reliquia del espíritu tradicional de la vieja
España? Algo habría de todo, y quizá lo aclaren estas palabras del mismo
Marchena al librero Faulí en Valencia el año 1813:
«¿Ve V. este volumen, que por lo ajado muestra haber sido tan
manoseado y leído como los breviarios viejos en que rezan
diariamente nuestros clérigos? Pues está así porque hace veinte años
que le llevo conmigo, sin que se pase día en que deje de leer en él
alguna página. Él me acompañó en los tiempos del Terror en las
cárceles de París; él me siguió en mi precipitada fuga con los
girondinos; él vino conmigo a las orillas del Rhin, a las montañas
de Suiza, a todas partes. Me pasa con este libro una cosa que apenas
sé explicarme. Ni lo puedo leer, ni puedo dejar de leerlo. No lo
puedo leer, porque convence mi entendimiento y mueve mi voluntad de
tal suerte que, mientras le estoy leyendo, me parece que soy tan
cristiano como V. y como las monjas, y como los misioneros que van a
morir por la fe católica en la China o en el Japón. No lo puedo
dejar de leer, porque no conozco en nuestro idioma libro más
admirable».

El hecho será todo lo extraño que se quiera, pero su explicación ha de


buscarse en las eternas contradicciones y en los insondables abismos del
alma humana, y no en el pueril recurso de decir que el abate Marchena
gustaba sólo en Fray Luis de la pureza y harmonía de la lengua. No cabe en
lo humano encariñarse hasta tal punto con un escritor cuyas ideas
totalmente se rechazan. No hay materia sin alma que la informe; ni nadie,
a no estar loco, se enamora de palabras vacías, sin parar mientes en su
contenido.
Pero tornemos a Marchena y a sus compañeros de prisión. Casi todos fueron
subiendo en el transcurso de pocos meses al cadalso. Los veintiún
diputados girondinos (Vergniaud, Gensonné, Brissot, Lassource, Lacaze,
Fauchet, Fonfrède, Ducos...) en 31 de Octubre; Mad. Roland, la ninfa
Egeria, la gran sacerdotisa de la Gironda, en 9 de Noviembre; el ministro
Le Brun en 27 de Diciembre; y antes y después otros más oscuros, sin
contar con los que perecieron en provincias, como Salle, Guadet y
Barbaroux, ejecutados en Burdeos; y los que como Roland, Condorcet y otros
muchos apelaron al suicidio por medio del puñal o del veneno.
Marchena fue de los pocos que salieron incólumes de aquella general
proscripción, ya por su calidad de extranjero, ya por ser figura de
segundo orden en su partido, a pesar de la notoriedad que tenía como
periodista y orador de club. Pero lo cierto es que, sintiéndose ofendido
por la preterición, había escrito a Robespierre aquellas extraordinarias
provocaciones, algo teatrales a la verdad, aunque el valor moral del autor
las explique y defienda: «Tirano, me has olvidado». «O mátame, o dame de
comer, tirano». Hay en todos estos apotegmas y frases sentenciosas del
tiempo de la Revolución algo de laconismo y de estoicismo de colegio, un
infantil empeño de remedar a Leónidas y al rey Agis, a Trasíbulo, a
Timoleón y a Tráseas, que echa a perder todo el efecto hasta en las
situaciones más solemnes. Yo no llamaré, como Latour y otros, sublimes
insolencias a las de Marchena, porque toda afectación, aun la de valor, me
parece mala y viciosa. La muerte se afrenta y se sufre honradamente cuando
viene; no se provoca con carteles de desafío, ni con botaratadas de
estudiante. Ni murieron así los grandes antiguos, aunque mueran así los
antiguos de teatro.
Pero los tiempos eran de retórica, y a Robespierre le encantó la audacia
de Marchena. Y aún hubo más: quiso atraérsele y comprar su pluma, a lo
cual Marchena se negó con digna altivez, continuando en la Conserjería,
siempre bajo el amago de la cuchilla revolucionaria, hasta que vino a
restituirle la libertad la caída y muerte de Robespierre en 9 de Thermidor
(27 de Julio de 1794).
La fortuna pareció sonreírle entonces. Le dieron un puesto, aunque
subalterno, en el Comité de Salvación Pública, y empezó a redactar con
Poulthier un nuevo periódico, El Amigo de las Leyes. Pero los
thermidorianos vencedores se dividieron al poco tiempo, y Marchena, cuyo
perpetuo destino era afiliarse a toda causa perdida, se declaró furibundo
enemigo de Tallien, Legendre y Fréron; escribió contra ellos venenosos
folletos39; perdió su empleo; se vio otra vez perseguido y obligado a
ocultarse; sentó, como en sus mocedades, plaza de conspirador, y fue
denunciado y proscrito, en 1795, como uno de los agitadores de las
secciones del pueblo de París en la jornada de 5 de Octubre contra la
Convención40.
Pasó aquella borrasca, pero no se aquietó el ánimo de Marchena. Al
contrario, en 1797 le vemos haciendo crudísima oposición al Directorio,
que para deshacerse de él no halló medio mejor que aplicarle la ley de 21
de Floreal contra los extranjeros sospechosos y arrojarle del territorio
de la República. Conducido por gente armada hasta la frontera de Suiza,
fue su primer pensamiento refugiarse en la casa de campo que tenía en
Coppet su antigua amiga Mad. de Stael, cuyos salones había frecuentado él
en París. Pero la futura Corina no quería indisponerse con el Directorio,
y además no gustaba de la insufrible mordacidad y del cinismo nada culto
de Marchena, a quien Chateaubriand (que le conoció en aquella casa) define
en sus Memorias de Ultratumba con dos rasgos indelebles: «Sabio inmundo y
aborto lleno de talento». Lo cierto es que la castellana de Coppet dio
hospitalidad a Marchena, pero con escasas muestras de cordialidad, y que a
los pocos días riñeron del todo, vengándose Marchena de Mad. de Stael con
espantosas murmuraciones.
Decidido a volver a Francia, entabló reclamación ante el Consejo de los
Quinientos para que se le reconocieran los derechos de ciudadano francés;
y mudándose los tiempos, según la vertiginosa rapidez que entonces
llevaban las cosas, logró no sólo lo que pedía sino un nombramiento de
oficial de estado mayor en el ejército del Rhin, que mandaba entonces el
general Moreau, célebre por su valor y por sus rigores disciplinarios.
Agregado Marchena a la oficina de contribuciones del ejército en 1801,
mostró desde luego aventajadas dotes de administrador militar laborioso e
íntegro, porque su entendimiento rápido y flexible le daba recursos y
habilidad para todo. Quiso Moreau en una ocasión tener la estadística de
una región no muy conocida de Alemania; y Marchena aprendió en poco tiempo
el alemán, leyó cuanto se había escrito sobre aquella comarca, y redactó
la estadística que el general pedía, con el mismo aplomo que hubiera
podido hacerlo un geógrafo del país.
Pero no bastaban la topografía ni la geodesia para llenar aquel espíritu
curioso, ávido de novedades y esencialmente literario: por eso en los
cuarteles de invierno del ejército del Rhin volvía sin querer los ojos a
aquellos dulces estudios clásicos que habían sido encanto de los alegres
días de su juventud en Sevilla. Entonces forjó su breve fragmento de
Petronio, fraude ingenioso, y cuya fama dura aún entre muchos que jamás le
han visto. Sus biógrafos han tenido muy oscuras e inexactas noticias de
él. Unos han supuesto que estaba en verso: otros han referido la
sospechosa anécdota de que habiendo compuesto Marchena una canción harto
libre en lengua francesa, y reprendiéndole por ella su general Moreau, se
disculpó con decir que no había hecho más que poner en francés un
fragmento inédito del Satyricon de Petronio, cuyo texto latino inventó
aquella misma noche, y se le presentó al día siguiente, cayendo todos en
el lazo.
Todo esto es inexacto, y hasta imposible, porque el fragmento no está en
verso, ni ha podido ser nunca materia de una canción, sino que es un trozo
narrativo, compuesto ad hoc para llenar una de las lagunas del Satyricon,
de tal suerte que apenas se comprendería si le desligásemos del cuadro de
la novela en que entra. Sabido es que esta singular novela de Petronio,
auctor purissimae impuritatis, monumento precioso para la historia de las
costumbres del primer siglo del Imperio, ha llegado a nosotros en un
estado deplorable, llena de vacíos y truncamientos, donde quizás haya
desaparecido lo más precioso, aunque haya quedado lo más obsceno. El deseo
de completar tan curiosa leyenda ha provocado supercherías, y también
errores de todo género, entre ellos aquel que con tanta gracia refiere
Voltaire en su Diccionario Filosófico. Leyó un humanista alemán en un
libro de otro italiano no menos sabio: «Habemus hic Petronium integrum,
quem saepe meis oculis vidi, non sine admiratione». El alemán no entendió
sino ponerse inmediatamente en camino para Bolonia, donde se decía que
estaba el Petronio entero. ¡Cuál no sería su asombro cuando le mostraron
en la iglesia mayor el cuerpo íntegro de San Petronio, patrono de aquella
religiosa ciudad!
Lo cierto es que la bibliografía de Petronio es una serie de fraudes
honestos. Cuando en 1622 apareció en Trau de Dalmacia el insigne fragmento
de la Cena de Trimalchión, que era el más extenso de la obra, y casi
duplicaba su volumen, no faltó un falsario llamado Nodot que,
aprovechándose del ruido que había hecho en toda la Europa literaria aquel
hallazgo, fingiese haber descubierto en Belgrado (Albagraeca) el año 1688
un nuevo ejemplar de Petronio, en que todas las lagunas estaban colmadas.
A nadie engañó tan mal hilada invención, porque los supuestos fragmentos
de Nodot están en muy mal latín, y abundan en groseros galicismos, como lo
pusieron de manifiesto Leibnitz, Crammer, Perizonio, Ricardo Bentley y
otros cultivadores de la antigüedad. Pero como quiera que los suplementos
de Nodot, a falta de otro mérito, tienen el de dar claridad y orden al
mutilado relato de Petronio, siguen admitiéndose tradicionalmente en las
mejores ediciones.
Marchena fue más afortunado, por lo mismo que su fragmento es muy corto, y
que puso en él los cinco sentidos, bebiendo los alientos al autor, con
aquella pasmosa facilidad que él tenía para remedar estilos ajenos. Toda
la malicia discreta, y la elegancia un poco relamida de Petronio,
atildadísimo cuentista de decadencia, han pasado a este trozo, que debe
incorporarse en la descripción de la monstruosa zambra nocturna de que son
actores Gitón, Quartilla, Pannychis y Embasicetas. Claro que un trozo de
esta especie, en que el autor no ha emulado sólo la pura latinidad de
Petronio, sino también su desvergüenza inaudita, no puede trasladarse
íntegro en esta colección; con todo eso, y a título de curiosidad
filológica, pongo en nota algunas líneas, que no ofrecen peligro, y que
bastan para dar idea de la manera del abate andaluz en este notable
ensayo41.
El éxito de esta facecia fue completísimo. Marchena la publicó con una
dedicatoria jocosa al ejército del Rhin42 y con seis largas notas de
erudición picaresca, que pasan, lo mismo que el texto, los límites de todo
razonable desenfado, por lo cual no nos hemos atrevido a incluirlas en la
colección de los escritos sueltos de Marchena. Estas notas son mucho más
largas que el texto que comentan, al modo que lo vemos en el Chef d'
oeuvre d' un inconnu, y en otros pasatiempos semejantes, cuyos autores han
querido satirizar la indigesta erudición con que suelen abrumar los
comentadores el texto que interpretan.
A pesar del tono de broma de las notas y del preámbulo, la falsificación
logró su efecto. Un profesor alemán demostró en la Gaceta Literaria
Universal de Jena la autenticidad de aquel fragmento: el Gobierno de la
Confederación Helvética mandó practicar investigaciones oficiales en busca
del códice del monasterio de S. Gall donde Marchena declaraba haber hecho
su descubrimiento. ¡Cuál sería la sorpresa y el desencanto de todos,
cuando Marchena declaró en los papeles periódicos ser único autor de aquel
bromazo literario! Y cuentan que hubo sabio del Norte que ni aun así quiso
desengañarse.
En las notas quiso alardear Marchena de poeta francés, así como en el
texto se había mostrado ingenioso poeta latino. Su traducción de la famosa
oda o fragmento segundo de Safo, tan mal traducida y tan desfigurada por
Boileau, no es ciertamente un modelo de buen gusto, y adolece de la
palabrería a que parece que inevitablemente arrastran los alejandrinos
franceses; pero tiene frases ardorosas y enérgicas que se acercan al
original griego (o a lo menos a la traducción de Catulo) más que la tibia
elegancia de Boileau, de Philips o de Luzán:

A peine je te vois, à peine je t' entends,


[...]
immobile, sans voix, accablée de langueur,
d' un tintement soudain mon oreille est frappée,
et d' un mage obscur ma vue enveloppée:
un feu vif et subtil se glisse dans mon cœur.

El tintinnant aures nunca se ha traducido mejor43.


Animado Marchena con el buen éxito de sus embustes, quiso repetirlos, pero
esta vez con menos fortuna, por aquello de non bis in idem. Escribió,
pues, cuarenta exámetros a nombre de Catulo, y como si fueran un trozo
perdido del canto de las Parcas en el bellísimo Epitalamio de Tetis y
Peleo, y los publicó en París el año de 1806, con un prefacio de burlas,
en que zahería poco caritativamente la pasada inocencia de los sesudos
filólogos alemanes.
«Si yo hubiera estudiado latinidad (decía) en el mismo colegio que
el célebre doctor en Teología Lallemand, editor de un fragmento de
Petronio, cuya autenticidad fue demostrada en la Gaceta de Jena, yo
probaría, comparando este trozo con todo lo demás que nos queda de
Catulo, que no podía menos de ser suyo; pero confieso mi
incapacidad, y dejo este cuidado a plumas más doctas que la mía44».

Pero esta vez el supuesto papiro herculanense no engañó a nadie, ni quizá


Marchena se había propuesto engañar. La insolencia del prefacio era
demasiado clara: los versos estaban llenos de alusiones a la Revolución
francesa y a los triunfos de Napoleón, y además se le habían escapado al
hábil latinista algunos descuidos de prosodia y ciertos arcaísmos
afectados, que Eichstaedt, profesor de Jena, notó burlescamente como
variantes.
El aliento lírico del supuesto fragmento de Catulo es muy superior al que
en todos sus versos castellanos mostró Marchena. ¡Fenómeno singular! Así
él como su contemporáneo Sánchez Barbero, con quien no deja de tener
algunas analogías, eran mucho más poetas usando la lengua sabia que la
lengua propia. Véase una muestra de esta segunda falsificación:

Virtutem herois non finiet Hellespontus:


victor lustrabit mundum, qua maxumus arva
æthiopum ditat Nilus, qua frigidus Ister
Germanum campos ambit, qua Thybridis unda
laeta fluentisona gaudet Saturnia tellus.
Currite, ducentes subtemina, currite, fusi.
Hunc durus Scytha, Germanus Dacusque pavebunt:
nam flammae similis, quom ardentia fulmina coelo
Juppiter iratus contorsit turbine mista,
si incidit in paleasque leves, stipulasque sonantes,
tunc Eurus rapidus miscens incendia victor
saevit, et exultans arva et silvas populatur:
hostes haud aliter prosternans alter Achilles,
corporum acervis ad mare iter fluviis praecludet.
Currite, ducentes subtemina, currite, fusi.
At non saevus erit, cum jam victoria laeta
lauro per populos spectandum ducat ovantem,
vincere non tantum norit, sed parcere victis.

No por hacer alarde de malos versos, sino para facilitar la inteligencia


del fragmento poético de Marchena a los que no puedan leerle en su
original, me atrevo a insertar aquí la traducción o paráfrasis que hice
veinte años ha, prescindiendo de los versos añadidos por Eichstaedt, y
limitándome a los de nuestro abate, el cual los enlaza con el elogio
profético de Aquiles que hay en el canto de las Parcas:

Mas ya traerán los siglos un héroe más excelso


invicto en las batallas más que ningún mortal:
será de estirpe Eácida, que sólo el fuerte Aquiles
a tal varón pudiera noble prosapia dar;
le admirarán los siglos, y en tanto nuestros dedos
de las humanas gentes los hados urdirán.
Cruzando los estambres, corred, husos ligeros:
del porvenir las telas fatídicos hilad.
Y no en el Helesponto se encerrará su gloria,
antes el orbe todo triunfante correrá;
los campos de Germania, que corta el Istro helado,
los que el Etíope Nilo fecundizando va,
la tierra de Saturno, de mieses abundosa,
do lame el rojo Tíber de Remo la ciudad.
Cruzando los estambres, etc.
De su valor ingente se asombrará el Germano,
y el Dacio y el Scita guerrero temblarán;
pues como la centella que Jove airado lanza
entre fragor de truenos y recia tempestad,
si prende en seca paja o en resonante espiga,
por campos y montañas extiéndese voraz,
así él con muertos cuerpos atajará los ríos
cuando soberbios corran a sumergirse al mar.
Cruzando los estambres, etc.
Mas cuando la victoria su frente coronare,
¡que brille la clemencia en su gloriosa faz!
Triunfando y perdonando someta a los vencidos,
y su triunfal carroza cien pueblos seguirán.
Cruzando los estambres, etc.
Estos serán los juegos en que el invicto Aquiles
los años ejercite de su primera edad;
y cuando rinda el hierro cansado el enemigo,
y al orbe retornare la fugitiva paz,
el hórrido caudillo, las armas ya depuestas,
en senectud gloriosa su pueblo regirá,
y al pueblo y al monarca los dioses sus mercedes,
como en el siglo de oro, sin tasa otorgarán.
Cruzando los estambres, etc.
Nunca el furor impío, su veste desgarrando
en intestinas lides el pueblo abrasará,
ni hermanos contra hermanos, ni padres contra hijos
en propia sangre el brazo feroces teñirán.
Cruzando los estambres, etc.
Desde la sacra era de Deucalión y Pirra
ninguna más dichosa que esta futura edad.
Cruzando los estambres, etc., etc.

Además de estos trabajos publicó Marchena en Francia muchos opúsculos


políticos y religiosos (o más bien irreligiosos) de que he logrado escasa
noticia, y también algunas traducciones, todo ello en lengua francesa.
Entre los escritos originales figuran un Ensayo de Teología, que fue
refutado por el doctor Heckel en la cuestión de los clérigos juramentados;
unas Reflexiones sobre los fugitivos franceses, escritas en 1795; y El
Espectador Francés, periódico de literatura y costumbres, que empezó a
publicar en 1796, en colaboración con Valmalette, y que no pasó del primer
tomo, reducido a pocos números45. En los Anales de Viajes insertó una
descripción de las Provincias Vascongadas.
Del inglés tradujo en 1802 la Ojeada del doctor Clarke sobre la fuerza,
opulencia y población de la Gran Bretaña, añadiendo por apéndice la
importante correspondencia inédita de David Hume y el Dr. Tucker. Del
italiano una obra muy extensa e importante, que hizo época en los estudios
orientales, el Viaje a la India del carmelita descalzo Fr. Paulino de San
Bartolomé, misionero apostólico en la costa del Malabar, y uno de los que
revelaron a Europa la existencia y los misterios de la lengua sanscrita y
de las religiones del Extremo Oriente. El libro original se había
publicado en Roma en 1796, dedicado al Papa Pío VI. La traducción de
Marchena, emprendida por encargo del librero Levrault, mereció la honra de
ser escrupulosamente revisada en sus dos primeros volúmenes por el sabio
Anquetil du Perron; y habiendo fallecido éste en 1805, su amigo y ejecutor
testamentario, el célebre arabista Silvestre de Sacy, se encargó de
dirigir la impresión del tercer volumen y del Atlas que sirve de
complemento a esta publicación. Las notas de Historia Natural son las
mismas que acompañan a la traducción alemana de J. R. Forster, profesor de
Mineralogía en Halle (1798); y al fin del tercer volumen se encuentra una
memoria original de Anquetil du Perron sobre la propiedad individual y
territorial en la India y en Egipto, leída en varias sesiones al Instituto
de Francia. Con todo este aparato de erudición oriental se presentó al
público la traducción de la obra del P. Paulino, que era quizá la
principal que hasta entonces se había escrito sobre la India, y puede
competir con los mejores viajes del siglo pasado, por ejemplo con el de
Volney a Siria y Egipto46.
Como se ve por estos últimos escritos, la actividad de Marchena parecía
dirigirse entonces a los libros de viajes y de geografía, alimento muy
adecuado para su índole movediza y aventurera. Pero el círculo de sus
estudios era tan vasto, que simultáneamente le vemos ocupado en una tarea
de historia jurídica, que por cierto nadie esperaría de él, y que prueba
su sagaz instinto, hasta en un género de erudición que apenas había
saludado. En 1798, hallándose en París con pocos recursos, solicitó del
Rey de España una pensión para dedicarse a investigaciones útiles a
nuestra historia en la Biblioteca Nacional de la República:
«Entre los manuscritos que hay en ella (decía) citaré algunas de las
leyes de los visigodos, inéditas y absolutamente desconocidas hasta
ahora, que se leen en un códice del siglo VII, donde están las obras
de San Jerónimo y Gennadio, De viris illustribus. Estas leyes se
hallan esparcidas en quince o veinte páginas, desde la 71 hasta la
144; y aunque se han raspado, y sobre el mismo pergamino se han
escrito los dos tratados citados, sin embargo, muchas de estas leyes
son aún legibles, y preciosísimas por su antigüedad, que sube hasta
el siglo VI, y por ser las fuentes de nuestra legislación. Muchos de
estos códices ilustran igualmente puntos muy esenciales de nuestra
historia civil y eclesiástica y de nuestra cronología, especialmente
desde Fernando I hasta los Reyes Católicos. Estos materiales son
indispensables para saber a fondo nuestra historia. Como el que
representa se haya ocupado con tesón en este género de
investigaciones y desee continuarlas, haciendo útiles para la nación
española sus trabajos literarios, y como para ello le fuera
necesario abandonar cualquiera otra ocupación, solicita sobre los
gastos extraordinarios de esta Embajada la pensión que fuere del
agrado de S. M. concederle».

El Ministro Saavedra pidió informe sobre esta petición de Marchena a


nuestro embajador en París D. José Nicolás de Azara, persona (como es
sabido) de grande ilustración y cultura literaria y artística, pero que,
por haber trocado en odio su antigua afición a los principios de la
Revolución francesa, no podía mirar con buenos ojos a los que en ella
habían tomado tan activa parte. Contestó, pues, al Ministro que Marchena
era una cabeza destornillada, alegando en prueba de ello que había
compuesto y publicado un libro en defensa del Ateísmo; que probablemente
sería el Ensayo de Teología, impreso el año anterior.
Con tales informes es claro que no había de prosperar la pretensión de
Marchena; y fue lástima; porque en vez de continuar perdiendo el tiempo en
tales teologías espinosistas, y en otras aberraciones más o menos
perjudiciales a su buen nombre, hubiera arrebatado a Knust la honra de
copiar el primero los fragmentos de la ley primitiva de los visigodos, que
aquél no leyó hasta 1828; y a Bluhme la de publicarlos, con casi medio
siglo de antelación, puesto que la edición de éste, única que tenemos
hasta ahora, no apareció hasta 184747. El haber fijado su atención en el
palimpsesto de París y haber comprendido toda su importancia en 1798, es
sin duda uno de los rasgos que más evidencian el claro entendimiento de
Marchena siempre que su monomanía enciclopedista no le perturbaba el
juicio48.
Después del proceso y destierro del general Moreau en 1804, Marchena, que
hasta entonces había sido secretario suyo y satélite de su política, se
hizo bonapartista y fogoso partidario del Imperio, en el cual veía
lógicamente la última etapa de la Revolución, y primera de lo que él
llamaba libertad de los pueblos, es decir el entronizamiento de las ideas
de Voltaire, difundidas por la poderosa voz de los cañones del César
corso. No entendía de otra libertad, ni de otro patriotismo Marchena,
aunque entonces pasase por moderado, y estuvieran ya lejanos aquellos días
de la Convención, en que osó escribir sobre la puerta de su casa: «Ici l'
on enseigne l' athéisme par principes».

- III -

La verdad es que Marchena no tuvo reparo en admitir el cargo de secretario


de Joaquín Murat, cuando en 1808 fue enviado por Napoleón a España49.
Acción es ésta que pesa terriblemente sobre su memoria, y más todavía
cuando recordamos que ni siquiera la sangre de Mayo bastó a separarle del
infame verdugo del Prado y de la Moncloa. ¡Cuán verdad es que, perdida la
fe religiosa, apenas tiene el patriotismo en España raíz ni consistencia;
ni apenas cabe en lo humano que quien reniega del agua del bautismo y
escarnece todo lo que sus padres adoraron y lo que por tantos siglos fue
el genio tutelar de su raza, y educó su espíritu, y formó su grandeza, y
se mezcló como grano de sal en todos los portentos de su historia, pueda
sentir por su gente amor que no sea retórica hueca y baladí como es
siempre el culto que se dirige al ente de razón que dicen Estado! Después
de un siglo de enciclopedia y de filosofía sensualista y utilitaria, sin
más norte moral que la conveniencia de cada ciudadano, es lógica la
conducta de Marchena, como lógico fue más adelante el Examen de los
delitos de infidelidad de Reinoso, que otros han llamado defensa de la
traición a la patria. Uno de los más abominables efectos del positivismo
filosófico y de la ideología política fue entonces amortiguar o apagar del
todo en las almas de muchos hombres cultos el desinteresado amor a la
patria. Viniera de donde viniera el destructor de la Inquisición y de los
frailes, de buen grado le aceptaban los afrancesados, y de buen grado le
servía Marchena.
Por aquellos días que antecedieron a la jornada de Bailén y a la primera
retirada del ejército invasor, solía concurrir a la tertulia de Quintana,
en quien por rara y feliz contradicción, digna de tan gran poeta como él
era, pudieron vivir juntos el entusiasmo por las ideas del siglo XVIII y
el patriotismo ferviente que le hizo abrazar desde los primeros momentos
la causa nacional. No todos sus tertulianos le imitaron en esto. En los
terribles folletos de Capmany publicados en Cádiz en 181150 pueden leerse
las semblanzas de algunos afrancesados y franceses con quienes Capmany
tropezó en casa del cantor de España Libre: tales como el reformador de la
Gimnástica Amorós, el abate Alea, Esménard, y Mr. Quillet (famoso
incautador de los cuadros del Escorial). Entre estos personajes figura
Marchena.
«Allí vi (dice Capmany) sabios y sabihondos, locos y cuerdos,
eruditos y legos, hombres sanos de corazón y otros de alma
corrompida... Allí vi al renegado de Dios y de su patria, al
prófugo, al apóstata y ateo Marchena, fautor, factor y espía de los
enemigos que entraron en Madrid con Murat».

Ya antes de este tiempo estaba Marchena en relaciones con Quintana y sus


amigos de Madrid. Algunas alusiones de los versos del Abate nos inducen a
creer que en sus mocedades cursó algún tiempo las aulas salmantinas, donde
pudo conocer a la mayor parte de ellos. Lo cierto es que desde 1804 fue
colaborador de las Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, firmando
con sus iniciales J. M.51, y presentándole al público los editores (de los
cuales el principal era Quintana) como «un español ausente de su patria,
más de doce años había, y que en medio de las vicisitudes de su fortuna no
había dejado de cultivar las musas castellanas». Allí se anunció que
proyectaba una nueva traducción de los poemas ossiánicos, más perfecta e
íntegra que las de Ortiz y Montengón; y se pusieron para muestra varios
trozos. Se conoce que a Marchena, falsario por vocación, le agradaban
todas las supercherías, aun las ajenas, y por eso traduciendo las
rapsodias del supuesto bardo caledonio anduvo más poeta que en la mayor
parte de sus versos originales; de tal suerte que es de lamentar la
pérdida de la versión entera, de la cual sólo quedan estos fragmentos, y
los dos poemas La Guerra de Caros y La Guerra de Inistona incluidos en el
manuscrito de París. Como la poesía ossiánica de Macpherson, no obstante
su notoria falsedad, conserva cierta importancia histórica, como primer
albor que fue del romanticismo nebuloso y melancólico, y como una de las
primeras tentativas de poesía artificialmente nacional y autónoma, quizás
no desagrade a los lectores ver estampado aquí, tal como le interpretó
Marchena, el famoso Himno al Sol con que termina el poema de Cárton: trozo
lírico curioso por haber servido de modelo al Himno al Sol de Espronceda:

¡Oh tú, que luminoso vas rodando


por la celeste esfera,
como de mis abuelos el bruñido
redondo escudo! ¡Oh sol! ¿De dó manando
en tu inmortal carrera
va, di, tu eterno resplandor lucido?
Radiante en tu belleza
majestuoso te muestras, y corridas
las estrellas esconden su cabeza
en las nubes; las ondas de Occidente
las luces de la luna oscurecidas
sepultan en su seno; reluciente
tú en tanto vas midiendo el amplio cielo.
¿Y quién podrá seguir tu inmenso vuelo?
Los robles empinados
del monte caen; el alto monte mismo
los siglos precipitan al abismo;
los mares irritados
ya menguan y ya crecen,
ora se calman y ora se embravecen.
La blanca luna en la celeste esfera
se pierde; mas tú ¡oh sol! en tu carrera
de eterna luz brillante
ostentas tu alma faz siempre radiante.
Cuando el mundo oscurece
la tormenta horrorosa, y cruje el trueno,
tú, rïendo sereno,
muestras tu frente hermosa
en las nubes, y el cielo se esclarece,
¡ay! que tus puros fuegos
en balde lucen, que los ojos ciegos
de Ossián no los ven más; ya tus cabellos
dorados vaguen bellos
en las bermejas nubes de Occidente,
Ya en las puertas se muevan de Orïente.
Pero también un día tu carrera
acaso tendrá fin como la mía;
y sepultado en sueño, en tu sombría
noche, no escucharás la lisonjera
voz de la roja aurora;
sol, en tu juventud gózate ahora.
Escasa es la edad yerta,
como la claridad de luna incierta
que brilla entre vapores nebulosos
y entre rotos nublados...

Estos versos, jugosos y entonados, aunque pobres de rima, son muestra


clarísima de que sus largas ausencias y destierros no habían sido parte a
que Marchena olvidara la dicción poética española, sin que todavía en
aquella fecha necesitara recurrir para abrillantarla o remozarla a los
extraños giros, inversiones y latinismos con que en sus últimos años afeó
cuanto compuso en prosa y verso.
A los pocos días de haber llegado Marchena a Madrid, donde todavía
imperaba, aunque solamente pro formula, el antiguo régimen, se creyó
obligado el inquisidor general D. Ramón José de Arce (varón, por otra
parte, de carácter tolerantísimo y latitudinario, y aun tildado de
complicidad con las nuevas ideas) a mandar prender al famoso girondino,
cuya estrepitosa notoriedad de ateo había llegado hasta España
escandalizando todos los oídos piadosos. Se le prendió, pues, y se mandó
recoger sus papeles (algunos de los cuales tengo yo a la vista); pero
Murat envió una compañía de granaderos, que le sacó a viva fuerza de las
cárceles del Santo Tribunal. Con esta ocasión compuso Marchena ocho versos
insulsos, que llamó epigrama, y que han tenido menos suerte que aquella su
famosa chanza contra el ministro Urquijo, desdichado traductor de La
Muerte de César de Voltaire:

Ayer en una fonda disputaban


de la chusma que dramas escribía
cuál entre todos el peor sería:
unos «Moncin», «Comella» otros gritaban:
«El más malo de todos, uno dijo,
es Voltaire traducido por Urquijo».

Otro recuerdo literario tenemos de Marchena, en este año de 1808. Es una


tragedia clásica, Polixena, impresa entonces52, pero no representada
nunca, por los motivos que el autor, muy pagado siempre de cualquier obra
suya, indica en el prólogo de sus Lecciones de Filosofía Moral:
«Su autor nunca quiso consentir en que se representara; no
atreviéndose a fiar la obra de actores que, exceptuando Máiquez, ni
la más leve tintura tienen de declamación trágica. Del mérito de
esta tragedia no soy yo juez competente; mis elogios parecerían
hijos de mi afecto, y si quisiera tratarla con rigor, me sucedería
lo que a Dédalo: bis patriae cecidere manus».

En el penúltimo número del Memorial Literario o Biblioteca Periódica de


Ciencias, Literatura y Artes; en el mismo que contiene los sanguinarios
bandos de Murat después del dos de Mayo, publicose un largo artículo
encomiástico de esta tragedia firmado con las iniciales M. de C., que eran
las de D. Mariano Carnerero, el cual entonces comenzaba su varia y azarosa
carrera de periodista y diplomático, protegido del Príncipe de la Paz,
afrancesado después de su caída, y finalmente camaleón político de todos
colores desde el liberal más exaltado hasta el realista más intransigente.
Carnerero, pues, correligionario político de Marchena a la sazón, y quizá
deseoso de entrar en el favor del Gran Duque de Berg por mediación de su
secretario, escribió en 10 de Mayo de 1808 (fecha nada oportuna para
hablar de otras tragedias que las que se representaban en la calle) un
pomposo elogio de la Polixena, que termina con estas curiosas palabras:
«El Sr. Marchena manifiesta bien los conocimientos inmensos que
posee en el arte difícil de la poesía dramática, y al mismo tiempo
prueba cuán estudiados tiene los grandes modelos, cuyas huellas
sigue con paso valiente. Desearíamos que esta tragedia se
representase, tanto por ver el efecto teatral que puede producir,
como porque es una de las poquísimas tragedias originales que
poseemos dignas de citarse con aplauso. Acaso (nos atrevemos a
decirlo sin rebozo) es la que más se acerca a las sublimes
producciones de los griegos y de Racine. ¿Pero dónde están los
actores? Los pocos que algo valían están separados y consumidos con
rencillas: pero, muy pronto, un gobierno activo y amante de las
artes va a decidir las necias querellas y a ponernos en el sendero
de la prosperidad, por el cual, al paso que las naciones se ilustran
y fomentan, las artes imitadoras son protegidas, recompensadas e
impelidas al punto de perfección que nunca tocan cuando almas frías
y destituidas de amor a las luces manejan a su albedrío la suerte de
sus semejantes. Entonces los literatos y los artistas ninguna
disculpa tendrán si no progresan y corren a rivalizar con los más
célebres modelos: entonces es interés nacional demostrar que si los
españoles no habían adelantado como era justo, no era por falta de
ingenio, y sólo sí por la fatalidad del indolente y viciado gobierno
bajo el cual han vivido por espacio de dos siglos».

No haremos alto en la frescura que suponen estos vaticinios estampados en


la misma página53 en que comienza aquella famosa orden del día:
«Soldados: el populacho de Madrid se ha sublevado, y ha llegado
hasta el asesinato... La sangre francesa ha sido derramada; clama
por la venganza».

Pero apartando tan importunos recuerdos, que no dejan en muy buen lugar el
patriotismo del crítico ni el del poeta, dudamos mucho que la Polixena,
aun representada por Máiquez que a tantas tragedias débiles dio por algún
tiempo apariencias de vida, hubiera podido triunfar en el teatro. El abate
Marchena era humanista muy docto, pero no tenía ninguna condición de poeta
dramático. Su tragedia es un ensayo de gabinete, que puede leerse con
cierto aprecio, el que merecen las cosas sensatas y los productos
laboriosos de la erudición y del estudio: hay en ella felices imitaciones
de Eurípides54, de Virgilio55, de Séneca el Trágico56, de Racine57, y de
otros clásicos antiguos y modernos: no falta nervio y majestad en la
locución; pero todo es allí acompasado y glacial; ni Pirro enamorado de
Polixena, ni Polixena fiel a la sombra de Aquiles, llegan a interesarnos:
la fábula, simplicísima de suyo, se desenvuelve no en acción sino en
largos y fatigosos discursos; y para colmo de desgracia, la versificación
es, con raras excepciones, intolerablemente dura, premiosa y, por decirlo
así, desarticulada. No hablemos de la plaga de asonantes indebidos, porque
éste es vicio general de todas las composiciones de Marchena, y en él más
disculpable que en otros por el largo tiempo que había pasado en tierras
extrañas, perdiendo el hábito de la peculiar harmonía de nuestra prosodia.
De todos modos estos versos faltos de fluidez y llenos de tropezones,
robustos a veces por el vigor de la sentencia pero ingratos casi siempre
al oído, y por añadidura mal cortados para el diálogo dramático, hubieran
hecho penoso efecto en un público acostumbrado a la sonora magnificencia
de los versos del Orestes, del Pelayo, del Óscar, del Polinice y de La
Muerte de Abel. La Polixena, además, hasta por lo inoportuno del tiempo en
que salió a luz, no fue leída ni por los literatos siquiera, cayendo en el
olvido más profundo, que quizá no merece del todo, aunque sea
manifiestamente muy inferior a la tragedia italiana de Niccolini sobre el
mismo argumento, premiada en 1811 por la Academia de la Crusca58.
El intruso rey Bonaparte nombró a Marchena director (o como entonces se
decía redactor) de la Gaceta y archivero mayor del Ministerio del Interior
(hoy de la Gobernación); incluyó su nombre en la lista de individuos que
habían de formar parte de una grande Academia o Instituto Nacional que
pensaba fundar59; le dio la condecoración de Caballero de la Orden
española creada por él (que Moratín llamaba burlescamente la cruz del
pentágono, y los patriotas la orden de la berengena); y le ayudó con una
subvención para que tradujera el teatro de Molière, secundando en esta
tarea a Moratín, que acababa de adaptar a la escena española, con
habilidad nunca igualada, La escuela de los maridos. Marchena puso en
castellano todas las comedias restantes, según afirma en sus Lecciones de
Filosofía Moral; pero desgraciadamente se ignora el paradero de esta
versión completa, que, a juzgar por las muestras que tenemos de ella,
hubiera sido la mejor obra de Marchena y la que sin escándalo de nadie
hubiese recomendado su nombre a la posteridad. Sólo llegaron a
representarse e imprimirse dos comedias, El hipócrita (Tartuffe), en 1811,
y La escuela de las mujeres, en 1812: ambas recibidas con grande aplauso,
especialmente la primera, en los teatros de la Cruz y del Príncipe60.
Estas traducciones, ya bastante raras, disfrutan de fama tradicional,
sancionada por el juicio de Lista y de Larra, y en gran parte merecida.
Marchena puso en ellas todo lo que podía poner un hombre que no había
nacido poeta cómico: su mucha y buena literatura, su profundo conocimiento
de las lenguas francesa y castellana. En la pureza de la dicción mostró
especial esmero, y, quizá por huir del galicismo, cayó alguna vez en giros
arcaicos y violentos.
«Sé a lo menos (pudo decir con orgullo al frente del Tartuffe) que
esta versión no está escrita en lengua franca; idioma que hablan
tantos en el día, y en que allá ellos se entienden... Declamen
cuanto quieran en buen hora contra los que saben el castellano los
que no le han estudiado... Nuestros traductores y muchos de nuestros
autores no han venido a caer en la cuenta de que como el latín se
aprende en los autores latinos, así ni más ni menos el castellano se
aprende en los castellanos».

El punto flaco de estas traducciones ya le indicó Lista con su tino y buen


gusto habituales, al dar cuenta de una representación del Tartuffe, en las
revistas dramáticas que en 1821 escribía en El Censor:
«El Sr. Marchena, en quien la literatura española acaba de perder
uno de sus ornamentos, y la libertad uno de sus más antiguos y
constantes defensores, ha traducido con toda verdad el pensamiento
de Molière, le ha hecho hablar español, y ha sabido conservar la
gracia y el enlace de las ideas; pero sus versos en el género cómico
carecen de la fluidez y harmonía que hemos notado en las
composiciones líricas de aquel sabio literato. Tiene la
versificación cómica un giro particular, y con el cual es muy
posible que no acierte un poeta muy estimable en otros géneros. La
harmonía cómica está ya irrevocablemente fijada en nuestra lengua
por los versos de El viejo y la niña, La mogigata y algunas escenas
de El Barón: y todo lo que se separe de las formas que presentan
estos modelos, no será más que prosa asonantada»61.

Con menos fundamento se ha tildado a Marchena (y lo mismo hubiera podido


tildarse a Moratín) de haber trasladado el escenario de estas comedias a
España, cambiando los nombres de los interlocutores. Devotos habrá de
Molière, sobre todo en Francia, a quienes esto parezca profanación
intolerable; pero hay que tener en cuenta que estos arreglos se hicieron
para la representación, y que si a unos, por saber el original de memoria,
puede disonar el oír los conceptos de Molière en boca de don Fidel, D.
Simplicio, D. Liborio Carrasco o D.ª Isabelita, todavía más ridículo e
intolerable sería para un auditorio español el que desfilaran por la
escena Mad. Pernelle, Orgon, Damis, Flipote, Sganarelle, y otros
personajes de nombres todavía más revesados y menos eufónicos. Si las
comedias de Molière tienen, como nadie niega, un fondo humano, poco
importará que este fondo se exprese por boca de Chrysale, o por boca de D.
Antonio.
Lo que principalmente falta a Marchena es gracejo y fuerza cómica. Pero el
talento del hombre donde quiera se muestra, aun en las cosas que parecen
más ajenas de su índole; y por eso las traducciones de Marchena se
levantan entre el vulgo de los arreglos dramáticos del siglo XVIII quantum
lenta solent inler viburna cupressi. Creo, sin embargo, que hubiera
acertado haciéndolas todas en prosa, en aquella prosa festiva, tan culta y
tan familiar a un tiempo, en que tradujo, años andando, los cuentos de
Voltaire. Pero fuesen en prosa o en verso, siempre habrá que deplorar la
pérdida de estas comedias, y también de las ilustraciones que Marchena
pensó añadirlas y cuyo plan expresa en el prólogo de La escuela de las
mujeres:
«Se irán publicando las comedias de Molière, cada una de por sí, y a
medida que se fueren representando. Como apéndice de esta versión,
saldrán adjuntas a algunas de ellas disertaciones acerca de nuestro
teatro, en que, sin disimular los gravísimos yerros en que
incurrieron nuestros antiguos poetas, haremos notar las hermosuras
que a vueltas de ellos en sus producciones se encuentran. Trataremos
en otras de la comedia francesa, del teatro cómico en general, etc.,
de modo que la colección de estos discursos pueda ser reputada por
una Poética de la Comedia».
No sabemos si algo de esto llegó a realizarse. Los papeles de Marchena
sufrieron, en su mayor parte, extravío después de su muerte, pero no hemos
de perder la esperanza de que algún día parezcan.
Además de las comedias de Molière, tradujo y dio a los actores Marchena
dos piezas cómicas francesas de menos cuenta, aunque muy celebradas
entonces: El amigo de los hombres y el egoísta (que es el Philinte del
convencional Fàbre de l' Églantine, que quiso presentar en ella una tesis
contradictoria de la de El misántropo) y Los dos yernos, del académico
Etienne, comedia ingeniosa que había tenido gran éxito en 1810. Faltan en
esta colección, por no haberse encontrado hasta ahora ejemplares de ellas.
Tanto escasean nuestras comedias de principios del siglo, y especialmente
las de los años que corresponden a la guerra de la Independencia.
A pesar de sus méritos literarios, cada día mayores, Marchena no hizo gran
fortuna, ni siquiera con los afrancesados62, lo cual ha de atribuirse a su
malísima lengua, afilada y cortante como un hacha, y a lo áspero, violento
y desigual de su carácter, cuyas rarezas, agriadas por su vida aventurera
y miserable, ni aun a sus mejores amigos perdonaban. Acompañó al rey José
en su viaje a Andalucía en 1810, y hospedado en Córdoba en casa del
penitenciario Arjona, escribió de concierto con él una oda laudatoria del
intruso monarca, refundiendo en parte otra que el mismo Arjona había
compuesto en 1796 para dar la bienvenida a Carlos IV. La oda no es tan
mala como pudiera esperarse de un parto lírico de dos ingenios; y tiene
algunos versos felices, por ejemplo aquellos en que convida a José a gozar
las delicias de las márgenes del Betis, en que el cantor de la venganza
argiva fingió la mansión de los bienaventurados y donde los fabulosos
reyes Argantonio y Gerión tuvieron su pacífico imperio. Pero son
intolerables las tristes adulaciones a la dominación extranjera, hasta
llamar al usurpador «delicias de España»:

Así el Betis se admira cuando goza


a tu influjo el descanso lisonjero,
al tiempo que de Marte el impio acero
aún al rebelde catalán destroza.

Los versos son malos, pero aún es peor y más vergonzosa la idea. ¡Y no
temían estos hombres que se levantasen a turbar su sueño las sombras de
las inultas víctimas de Tarragona! No hay gloria literaria que alcance a
cohonestar tan indignas flaquezas, ni toda el agua del olvido bastará a
borrar aquella oda en que Moratín llamó al mariscal Suchet digno trasunto
del héroe de Vivar, porque había conquistado a Valencia como él!
Un curioso folleto publicado en 1813 con el título de Descripción
físico-moral de los tres satélites del tirano que acompañaban al intruso
José la primera vez que entró en Córdoba63, los cuales tres satélites eran
el Superintendente de Policía Amorós, el Comisario Regio Angulo, y nuestro
Marchena, nos ofrece del último esta curiosa semblanza:
«Marchena, presencia y aspecto de mono, canoso, flaco y enamorado
como él mismo, jorobado, cuerpo torcido, nariz aguileña, patituerto,
vivaracho de ojos aunque corto de vista, de mal color y peor
semblante, secretario del general Desolles, el segundo en la rapiña
de Córdoba después de la entrada de Dupont, y con quien vino de
Francia, donde se hallaba huido por su mala filosofía y peor
condición64».

Ha de advertirse, en honor de la verdad y como nuevo testimonio de que


Marchena valía, aun moralmente, más que casi todas las gentes con quienes
tuvo la desgracia de unirse, que el anónimo autor del folleto se limita a
burlarse de su menuda persona, extravagante facha y ridículas pretensiones
amorosas, pero no le achaca ninguno de los asesinatos, rapiñas y
sacrilegios de que acusa a Amorós y a Angulo.
Siguió Marchena en 1813 la retirada del ejército francés a Valencia. Allí
solía concurrir de tertulia a la librería de D. Salvador Faulí, la cual
gustaba de convertir en cátedra de sus opiniones anti-religiosas. Los
mismos afrancesados solían escandalizarse, a fuer de varones graves y
moderados, y le impugnaban, aunque con tibieza, distinguiéndose en esto
Moratín y Meléndez. El librero temió por la inocencia de sus hijos, que
oían con la boca abierta aquel atajo de doctas blasfemias, y fue a pedir
cuentas a Marchena, a quien encontró leyendo la Guía de Pecadores. El
asombro que tal lectura le produjo acrecentose con las palabras del Abate,
que ya en otro lugar quedan referidas.
Ganada por los ejércitos aliados la batalla de Vitoria, Marchena volvió a
emigrar a Francia, estableciéndose primero en Nimes, y luego en
Montpellier y Burdeos, cada vez más pobre y hambriento, y cada vez más
arrogante y descomedido. En 28 de Setiembre de 1817 escribía Moratín al
abate Melón:
«Marchena preso en Nimes por una de aquellas prontitudes de que
adolece; dícese que le juzgará un consejo de guerra, a causa de que
insultó y desafió a todo un cuerpo de guardia. Yo no desafío a
nadie, y nadie se mete conmigo. (Y en postdata añade): Parece que ya
no arcabucean a Marchena, y todo se ha compuesto con una áspera
reprimenda, espolvoreada de adjetivos».

Como recurso de su miseria, a la vez que como medio de propaganda,


emprendió Marchena para editores franceses la traducción de varios libros,
de los que por antonomasia se llamaban prohibidos, piedras angulares de la
escuela enciclopédica. Vulgarizó, pues, las Cartas Persianas de
Montesquieu, el Emilio y la Nueva Eloísa de Rousseau, los Cuentos y
novelas de Voltaire (Cándido, Micromegas, Zadig, El Ingenuo, etc.), el
Manual de los Inquisidores del abate Morellet (extracto infiel del
Directorium Inquisitorum de Eymerich), el Compendio del origen de todos
los Cultos de Dupuis (libro tan ruidoso entonces como olvidado hoy, en que
se explican todas las religiones por la astronomía y el símbolo zodiacal),
las Ruinas de Palmira de Volney, cierto Tratado de la Libertad Religiosa
de un Mr. Benoist, y alguna obra histórica, como la titulada Europa
después del Congreso de Aquisgram, por el abate De Pradt65. En un
prospecto que repartió en 1819 anunciaba además que muy en breve
publicaría el Essai sur les moeurs y el Siglo de Luis XIV; y quizá hiciera
alguna otra versión que no ha llegado a mis manos; porque Marchena inundó
literalmente a España de engendros volterianos, y a pesar de todas las
trabas puestas a su circulación por el gobierno absoluto de Fernando VII,
estos libros, introducidos de contrabando por la frontera francesa,
llevaron por todas partes su maléfica influencia, contagiando a gran parte
de la juventud, especialmente a los estudiantes, entre quienes corrían con
profusión, como sabemos por testimonios dignos de fe respecto de Alcalá,
Salamanca y Sevilla. Por desgracia, algunas de estas versiones estaban
escritas con tal primor y arte, y en tan pura lengua castellana, que
hacían mucho más temible y peligroso el veneno. Otras eran atropelladas y
de pane lucrando, hechas por el Abate para salir del día, con rapidez de
menesteroso y sin intención literaria. De aquí enormes desigualdades de
estilo, según el humor del intérprete y según la mayor o menor largueza de
los libreros que hacían trabajar a Marchena a destajo. Apenas puede
creerse que salieran de la misma pluma la deplorable versión de las Cartas
Persianas, que parece de un principiante; la extravagantísima del Emilio,
atestada de arcaísmos, transposiciones desabridas y giros inarmónicos; y
la fácil y castiza y donosa de Cándido, de Micromegas y de El Ingenuo, que
casi compiten en gracia y limpieza de estilo con los cuentos originales.
Esta traducción, muy justamente ponderada por D. Juan Valera, en cuyo
primoroso estilo parece haber ejercido alguna remota influencia, prueba lo
que Marchena era capaz de hacer en prosa castellana cuando se ponía a ello
con algún cuidado y no caía en la tentación de latinizar a todo trapo,
como en el famoso discurso de que hablaré después. El mérito de la
traducción de las Novelas puede apreciarse con una sencilla comparación.
Moratín, uno de los perfectos modelos, quizá el más perfecto de su tiempo,
en la prosa festiva y familiar, tradujo también el Cándido de Voltaire66.
La traducción es muy digna de su talento, aunque por justos reparos no
figure en la colección de sus obras; y sin embargo, con todos los respetos
debidos a tal maestro de lenguaje, no nos atrevemos a decir que venza en
gracejo y blanda ironía a la de Marchena. Y aunque parezca cosa baladí, y
que está al alcance de cualquier jornalero literario, la traducción de un
libro francés en prosa, no debe de ser tan fácil la empresa cuando se
trata de castellanizar lo que se traduce, respetando el giro y propiedad
de nuestra lengua. Los versos franceses suelen ganar puestos en
castellano, pero las buenas traducciones en prosa son tan raras que en
todo el fárrago de la literatura del siglo XVIII sólo recordamos, como
dignas de especial y entera alabanza, el Gil Blas del P. Isla (a quien
bien pueden perdonarse algunas infidelidades al texto original y algunos
galicismos leves, en gracia del vigor, animación y naturalidad del
conjunto), el delicioso Robinsón de D. Tomás de Iriarte, y las ya citadas
de Moratín y Marchena.
Pero el trabajo más meritorio y más celebrado de nuestro Abate por
aquellos días fue la colección de trozos selectos de nuestros clásicos,
intitulada Lecciones de Filosofía Moral y Elocuencia67. La colección en sí
parece pobre y mal ordenada, comparándola con otras antologías del mismo
tiempo o poco anteriores, como el Teatro crítico de la Elocuencia española
de Capmany o la de Poesías Selectas que formó Quintana. Pero lo notable es
un discurso preliminar y un exordio, en que Marchena teje a su modo la
historia literaria de España, y nos da en breve y sustancioso resumen sus
opiniones críticas e históricas, y hasta morales y religiosas. Lejos están
ya de nosotros los tiempos en que este discurso fue puesto en las nubes,
aun por literatos que no participaban de las aberraciones políticas y
religiosas de Marchena. D. Juan M.ª Mauri, por ejemplo, en su Espagne
Poétique, aun deplorando «el lenguaje afectado, extraño y trivialmente
indígena» de Marchena, estima que este trozo crítico es, por otra parte,
«el mejor compuesto, el más nutrido de ideas, el más vigoroso que se haya
publicado nunca».
Usando de una expresión vulgarísima, pero muy enérgica, tengo que decir
que se cae el alma a los pies cuando engolosinado uno con tales
ponderaciones acomete la lectura del célebre discurso, y quiere apurar los
quilates de la ciencia crítica de Marchena. Hoy que el libro ha perdido
aquella misteriosa aureola que le prestaban de consuno la prohibición y el
correr a sombra de tejado, pasma tanto estruendo por cosa tan mediana. La
decantada perfección lingüística de Marchena en este fragmento, que quiso
presentar como pieza de examen, estriba en usar monótona y afectadamente
del hipérbaton latino con el verbo al fin de la cláusula, venga o no a
cuento, y aunque desgarre los oídos; en embutir donde quiera las
locuciones muy más, cabe, so capa, y eso más que, sobre todo esta última
que se le antojaba muy castiza no sé por qué razón; en encrespar toda la
oración con vocablos altisonantes revueltos con otros de bajísima y
plebeya ralea; en llenar la prosa de fastidiosísimos versos endecasílabos,
y en torcer y descoyuntar de mil modos la frase, dándose casi siempre tal
maña que escoge, para rematar el período, la combinación más áspera y
chillona. Muy loable era el purismo teórico de Marchena, excelente la
doctrina que sobre este particular profesaba68, y en algunas de sus
traducciones no hay duda que predicó con el ejemplo. Pero si sólo le
juzgásemos por esta muestra de su prosa original, muy menguado tendríamos
que suponer el estudio que había hecho de los clásicos, puesto que no le
habían enseñado lo primero que debe aprenderse de ellos: la naturalidad.
Estilo más enfático y pedantesco que el del tal discurso apenas le conozco
en castellano, digo entre las cosas castellanas que merecen ser leídas.
Porque lo merece sin duda, aunque esté lleno de gravísimos errores de
hecho y de derecho, y escrito con rencorosa saña de sectario, que traspira
desde las primeras líneas. La erudición de Marchena en cosas españolas era
cortísima. Hombre de vasta lectura latina y francesa, había saludado muy
pocos libros castellanos, aunque éstos los sabía de memoria. Garcilaso, el
bachiller La Torre, Cervantes, ambos Luises, Mariana, Hurtado de Mendoza,
Herrera y Rioja, Quevedo y Solís, Meléndez y Moratín, constituían para él
nuestro tesoro literario. De ellos y pocos más formó su colección: de
ellos casi solos trata en el Discurso preliminar. La poesía de la Edad
Media es para él letra muerta, aun después de las publicaciones de
Sánchez: de los romances tampoco sabe nada, o lo confunde todo, y ni uno
solo de los históricos, cuanto más de los viejos, admite en su colección.
Los juicios sobre autores del siglo XVI suelen ser de una petulancia y
ligereza intolerables: llama a las obras de Santa Teresa adefesios que
excitan la indignación y el desprecio, y no copia una sola línea de ellas.
Tampoco del venerable Juan de Ávila, ni de otro alguno de los predicadores
españoles, porque son «títeres espirituales». Los ascéticos, con excepción
de Fray Luis de Granada, le parecen mezquinos y risibles: las obras
místicas y de devoción, cáfila de desatinos y extravagancias, disparatadas
paparruchas. Los Nombres de Cristo, del Maestro León, le agradan por el
estilo; ¡lástima que el argumento sea de tan poca importancia, como que
nada vale! De obras filosóficas no se hable, porque tales ciencias (basta
que lo diga Marchena bajo su palabra) nunca se han cultivado ni podídose
cultivar en España, donde el abominable tribunal de la Inquisición
aherrojó los entendimientos, privándolos de la libertad de pensar. ¿Ni qué
luz ha de esperarse de los historiadores, esclavos del estúpido fanatismo,
y llenos de milagros y patrañas? Borrémoslos, pues, sin detenernos en más
averiguaciones y deslindes.
Por este sistema de exclusión prosigue Marchena hasta quedarse con
Cervantes y con media docena de poetas. Tan extremado en la alabanza como
antes lo fue en el vituperio, no sólo afirma que nuestros líricos vencen
con gran exceso a los demás de Europa, porque resulta, según su cálculo y
teorías, que el fanatismo, calentando la imaginación, despierta y aviva el
estro poético, sino que se arroja a decir que la canción A las Ruinas de
Itálica vale más que todas las odas de Píndaro y Horacio juntas: tremenda
andaluzada que ni siquiera en un hijo de Utrera, paisano del verdadero
autor de la oda, puede tolerarse. Bella es la canción de las Ruinas, y
tuvo en su tiempo la novedad de la inspiración arqueológica; pero ¡cuántas
composiciones líricas la vencen, aun dentro de nuestro Parnaso! Marchena,
amontonando yerro sobre yerro, continúa atribuyendo (como D. Luis José
Velázquez) los versos del Bachiller La Torre a Quevedo: cita como prueba
de la fuerza y originalidad de la dicción poética de éste una traducción
de Horacio, que es del Brocense; y finalmente decreta, sin ningún género
de salvedades, el principado de la lírica a los andaluces, poniéndose él
mismo en el coro (y nada menos que al lado del Divino Herrera), no sin
anunciar que ya vendrá día en que la posteridad le alce un monumento,
vengándole de sus inicuos opresores.
Y, sin embargo, la crítica de Marchena no es vulgar, ni mucho menos,
aunque diste harto de ser la mejor de su tiempo, como han pretendido
algunos. Faltan en ella cualidades preciosas que otros tuvieron: el
delicado análisis que Capmany, antes y mejor que nadie, aplicó a nuestra
prosa; el hondo sentido de la forma poética, la insinuante moderación, el
toque sobrio y firme de Quintana; la lucidez y simpática elegancia de
Martínez de la Rosa; el buen instinto, generoso y amplio de Lista; el
vigor dialéctico que muestra Reinoso aun sujeto por las trabas de la árida
ideología de su tiempo. En cambio, Marchena, hombre de cultura más extensa
que profunda, pero cultura notable al cabo y en algunos puntos superior a
la de casi todos sus coetáneos, tiene, a falta del juicio, que es la
facultad que menos le acompañó en sus obras ni en su vida, una libertad de
espíritu aventurera e indisciplinada, que muchas veces le descarría, pero
que también le sugiere casuales aciertos, expresados por él con su
ingénita bizarría y con aquel original desenfado propio de su temperamento
de polemista curtido en las más recias tormentas revolucionarias. De vez
en cuando centellean en aquellas extrañas páginas algunas intuiciones
felices, algunos rasgos críticos de primer orden: tal es el juicio del
Quijote; tal alguna consideración sobre el teatro español, perdida entre
mucho desvarío que quiere ser pintura de nuestro estado social en el siglo
XVII, tan desconocido para Marchena como podía serlo el XIV; la distinción
entre la verdad poética y la filosófica: tal lo que dice del platonismo
erótico: tal el hermoso paralelo entre Fr. Luis de Granada y Fr. Luis de
León considerado como prosista, que es quizá el mejor trozo que escribió
Marchena, por más que algo le perjudique la forma retórica de la simetría
y la antítesis: tal el buen gusto con que en pocos y chistosos rasgos
tilda el castellano de Cienfuegos, en quien le agradaban las ideas, y le
repugnaba el neologismo. Pero repito que todos estos brillantes destellos
lucen en medio de una noche caliginosa; y a cada paso va el lector
tropezando, ya con afirmaciones gratuitas, ya con juicios radicalmente
falsos, ya con ignorancias de detalle, ya con alardes intempestivos de
ateísmo y despreocupación, ya con brutales y sañudas injurias contra
España, ya con vilísimos rasgos de mala fe. En literatura, su criterio es
el de Boileau; y aunque esto parezca inverosímil, un hombre como Marchena,
que en materias religiosas, políticas y sociales llevaba hasta la
temeridad su ansia de novedades y sólo vivía del escándalo y por el
escándalo, en literatura es, como su maestro Voltaire, acólito sumiso de
la iglesia neo-clásica; observador fiel de los cánones y prácticas de los
preceptistas del siglo de Luis XIV, y furibundo enemigo de los modernos
estudios y teorías sobre la belleza y el arte, de «esa nueva oscurísima
escolástica, con nombre de Estética, que califica de romántico o novelesco
cuanto desatino la cabeza de un orate imaginarse pueda». Para Marchena,
como para todos los volterianos rezagados, para José M.ª Chénier, para
Daunou, para La Harpe antes y después de su conversión, Racine y Molière
continuaban siendo las columnas de Hércules del arte. En su crítica y en
su estética (si es lícito usar aquí este nombre por él tan aborrecido) no
le cuadraba mal a Marchena ese apodo de abate que quizá con intención
sarcástica añadían siempre a su apellido sus contemporáneos: porque en
esto continuaba siendo un abate del siglo XVIII. A Shakespeare le llama
lodazal de la más repugnante barbarie; a Byron ni aun le nombra; de Goethe
no conoce o no quiere conocer más que el Werther.
Juzgadas con este criterio nuestras letras, todo en ellas había de parecer
excepcional y monstruoso. Restringido arbitrariamente el principio de
imitación, que el realismo español había interpretado con tan amplio
sentido; entendida con espíritu mezquino la antigüedad misma (¿ni qué otra
cosa había de esperarse de quien dice que Esquilo violó las reglas del
drama, es decir las reglas del abate D'Aubignac?); convertidos en pauta y
ejemplar único los artificiales productos de una cultura cortesana y
refinadísima, flores por la mayor parte de invernadero, sólo el buen gusto
y el instinto de lo bello podían salvar al crítico en los pormenores y en
la aplicación de sus reglas, y ciertamente salvan más de una vez a
Marchena. Pero aun en estos casos es tan inseguro y contradictorio su
juicio, parecen tan caprichosos sus amores y sus odios, y tan podrida está
la raíz de su criterio histórico, que los mismos esfuerzos que hace para
dar a su crítica carácter trascendental y entretejer la historia literaria
con los hilos de la historia externa, sólo sirven para despeñarle. Bien
puede decirse que todo autor español comienza por desagradarle en el mero
hecho de ser español y católico; y necesita un gran esfuerzo para
sobreponerse a esta prevención. No concibe literatura grande y floreciente
sin espíritu irreligioso; y cegado por tal manía, ora se empeña en
demostrar que los españoles de la Edad Media eran muy tolerantes y hasta
indiferentes en religión, como si no protestaran de lo contrario las
hogueras que encendió San Fernando, las matanzas de judíos, los actos de
la Inquisición catalana, y todos nuestros cuerpos legales; ora se atreve a
poner lengua (caso raro en un español) en la veneranda figura de la Reina
Católica, a quien llama «implacable en sus venganzas, y sin fe en la
conducta pública»; ora coloca al libelista Fray Pablo Sarpi en puesto más
eminente que a todos nuestros historiadores, por el solo hecho de haber
sido tenido por protestante aunque solapado; ora desprecia como bárbara
cáfila de expresiones escolásticas la ciencia de Santo Tomás y de Suárez;
ora niega porque sí, y por quitar una gloria más a su patria, la realidad
del mapa geodésico del maestro Esquivel, de que dan fe por vista de ojos
Ambrosio de Morales y otros testigos irrecusables; ora explica la
sabiduría de Luis Vives por haberse educado fuera de la Península
(olvidando sin duda sus vehementes diatribas contra la universidad de
París); ora califica de patraña un hecho tan judicialmente comprobado como
el asesinato del Niño de la Guardia; ora imagina desbarrando que los
monopantos de Quevedo son los jesuitas; ora calumnia feamente a la
Inquisición, atribuyéndola el desarrollo del molinosismo, que ella castigó
sin paz y sin tregua; ora nos enseña como profundo descubrimiento
filosófico que los inmundos trágicos de la Epístola Moral son «nuestros
frailes, los más torpes y disolutos de los mortales, encenagados en los
más hediondos vicios, escoria del linaje humano». Pero lo más curioso y
extravagante es la razón que da para no incluir en su colección mayor
número de trozos de Fr. Luis de Granada, a pesar de lo muy persuadido que
estaba del soberano mérito de este escritor, que parece haber sido el
predilecto suyo entre los nuestros. ¡La razón es que le tenía por inmoral!
Y ciertamente que su moral era todo lo más contrario a la extraña moral de
Marchena, el cual en otra parte de este abigarrado discurso, donde todo es
intemperante, el pensamiento y la expresión, truena con frases tan
estrambóticas como grande es la aberración de las ideas, contra «la moral
ascética, enemiga de los deleites sensuales en que la reproducción del
humano linaje se vincula, tras de los cuales corren ambos sexos a porfía».
Él profesa la moral de la naturaleza, «la de Trasíbulo y Timoleón»; y en
cuanto a dogma, no nos dice claro si por aquella fecha era ateo o
panteísta, puesto caso que del deísmo de Voltaire había ya pasado, y no
aceptaba ningún género de Teodicea, dejando en la categoría de los asertos
más o menos verosímiles y sujetos al cálculo de probabilidades, «la
existencia de una o muchas naturalezas increadas, distintas de la materia,
y señoras de ella; la multiplicidad de sustancias en el ser humano; la
incorruptibilidad de unas cuando se corrompen las otras».
Qui habitat in coelis irridebit eos; y en verdad que parece ironía de la
Providencia que la nombradía literaria de aquel desalmado jacobino, que en
París abrió cátedra de ateísmo, ande vinculada principalmente (¿quién
había de decirlo?) a una oda de asunto religioso, la oda A Cristo
crucificado. De esta feliz inspiración quedó el autor tan satisfecho, que
con su habitual e inverosímil franqueza, no sólo la pone por modelo en su
colección de clásicos, sino que la elogia cándidamente en el preámbulo, y,
comparándose con Chateaubriand, cuya fama de poeta cristiano le sacaba de
quicio, y de cuyos Mártires decía que «son una ensalada compuesta de mil
yerbas, acedas aquéllas, saladas estotras, y que juntas forman el más
repugnante y asqueroso almodrote que gustar pudo el paladar humano»,
exclama con estudiantil desgarro: «Entre el poema de Los Mártires y la oda
A Cristo crucificado media esta diferencia: que Chateaubriand no sabe lo
que cree, y cree lo que no sabe, y el autor de la oda sabe lo que no cree
y no cree lo que sabe».
La inmodestia del autor, por una parte, y por otra los excesivos elogios
que en todo tiempo han tributado a esta oda los críticos de la escuela
literaria a que el autor pertenecía, contribuyen a que la composición de
Marchena no haga en todos los lectores el efecto que por su robusta
entonación debiera. El autor la admiró por todos y antes que todos, se
decretó por ella una estatua, y nada nos dejó que admirar. Así y todo, es
pieza notable, algo artificial y pomposa, demasiado herreriana con
imitaciones muy directas, desigual en la versificación, desproporcionada
en sus miembros, pequeña para tan grandioso plan, que quiere ser nada
menos que la exposición de toda la economía del Cristianismo; y, por
último, fría y poco fervorosa, como era de temer del autor, aunque muchos
con exceso de buena fe hayan creído descubrir en ella verdadero espíritu
religioso. Si lo que Marchena se propuso, según parece, fue demostrar que
sin fe pueden tratarse magistralmente los temas sagrados, la erró de medio
a medio, y su oda es la mejor prueba contra su tesis. Fácil es a un hombre
de talento y de muchas humanidades calcar frases de los libros santos y
frases de León y de Herrera, y zurcirlas en una oda, que no será ni mejor
ni peor que todas las odas de escuela; pero de esto al arranque espontáneo
de la inspiración religiosa, ¡cuánto camino! Júzguese por las primeras
estancias de la oda de Marchena, que, si bien compuestas de taracea,
tienen ciertamente rotundidad y número, y vienen a ser las mejores de esta
composición, en que todo es cabeza, como si el autor, fatigado de tan
valiente principio, se hubiese dormido al medio de la jornada:

Canto al Verbo divino,


no cuando inmenso, en piélagos de gloria,
más allá de mil mundos resplandece,
y los celestes coros de contino
Dios le aclaman, y el Padre se embebece
en la perfecta forma no creada69,
ni cuando de victoria
la cien ceñida, el rayo fulminaba,
y de Luzbel la altiva frente hollaba,
lanzando al hondo Averno,
entre humo pestilente y fuego eterno,
la hueste contra el Padre conjurada.
No le canto tremendo,
en nube envuelto horrísono-tonante,
del Faraón el pecho endureciendo,
sus fuertes en las olas sepultando
que en los abismos de la mar se hundieron,
porque en brazo pujante
Tú, Señor, los tocaste, y al momento,
cual humo que disipa el raudo viento,
no fueron: la mar vino,
y los tragó en inmenso remolino,
y Amón y Canaán se estremecieron.

Muy inferiores a ésta son las demás poesías de Marchena, que él con la
misma falta de modestia va poniendo por dechados en sus géneros
respectivos. Todas ellas figuran en la colección manuscrita de París,
siendo la más notable una Epístola sobre la libertad política, dirigida al
insigne geómetra español D. José M.ª Lanz, creador, juntamente con D.
Agustín Betancurt, de la nueva ciencia de la Cinemática70.
En general, esta epístola está pésimamente versificada, llena de
asonancias ilícitas, de sinéresis violentas y de cuñas prosaicas: muestra
patente deque el autor sudaba tinta en cada verso, obstinado en ser poeta
contra la voluntad de las hijas de la Memoria. Hay, no obstante, algunos
tercetos dignos de notarse por lo feliz de la idea o de la imagen, ya que
no de la expresión; y porque además nos dan el pensamiento político de su
autor acerca de la revolución después de pasados los primeros hervores de
ella:

Tal la revolución francesa ha sido


cual tormenta que inunda las campañas,
los frutos arrancando del ejido;
empero el despotismo las entrañas
deseca de la tierra donde habita,
cual el volcán que hierve en las montañas.

Queriendo mostrar el autor que todos los excesos revolucionarios son


consecuencia del despotismo, y que él nutre y educa la revolución a sus
pechos, usa de esta notable comparación:

Así en Milton los monstruos del abismo


devoran con rabioso ávido diente
de quien les diera el ser el seno mismo.

Tampoco carece de cierta originalidad Marchena, como primer cantor español


de la duda, y precursor en esto de Núñez de Arce y otros modernos:

¡Dulce esperanza, ven a consolarme!


¿Quién sabe si es la muerte mejor vida?
¿Quien me dio el ser, no puede conservarme
más allá de la tumba? ¿Está ceñida
a este bajo planeta su potencia?
¿El inmenso poder hay quién lo mida?
¿Qué es el alma? ¿Conozco yo su esencia?
Yo existo. ¿Dónde iré? ¿De dó he venido?
¿Por qué el crimen repugna a mi conciencia?

Bien dijo Marchena que tal poesía era nueva en castellano, pero también ha
de confesarse que la nueva cuerda añadida por él a nuestra lira no produce
en sus manos más que sonidos discordes, ingratos y confusos.
También pagó tributo Marchena a uno de los más afectados, monótonos y
fastidiosos géneros que por aquellos días estuvieron en boga: al de las
epístolas heroidas, calcadas sobre la famosa de Pope, a la cual no llega
ni se acerca ninguna de sus imitaciones. ¿Quién no conoce la famosa
Epístola de Eloísa a Abelardo, que Colardeau imitó en francés, y que
Santibáñez, Maury y algunos otros, pusieron en castellano, tomándola ya
del original ya de la versión; para nocivo solaz de mancebos y doncellas
que veían allí canonizados los ímpetus eróticos, reprobadas las
austeridades monacales, y enaltecido sobre el matrimonio el amor
desinteresado y libre? Ciertamente que esta Eloísa nada tiene que ver con
la escolástica y apasionadísima amante de Abelardo, ni menos con la
ejemplar abadesa del Paracleto, sino que está trocada, por obra y gracia
de la elegante musa de Pope, en una miss inglesa, sentimental, bien
educada, vaporosa e inaguantable. ¿Dónde encontrar aquellas tan deliciosas
pedanterías de la Eloísa antigua, aquellas citas de Macrobio y de las
epístolas de Séneca, del Pastoral de San Gregorio y de la regla de San
Benito, aquellos juegos de palabras «oh inclementem clementiam! oh
infortunatam fortunam!» mezcladas con palabras de fuego sentidas y no
pensadas: «non matrimonii foedera, non dotes aliquas expectavi, non
denique meas vouptates aut voluntates, sed tuas, sicut ipse nosti,
adimplere studui... Quae regina vel praepotens femina gaudiis meis non
invidebit vel thalamis?... Et si uxoris nomen sanctius ac validius
videtur, dulcius mihi semper extilit amicae vocabulum, aut (si non
indigneris) concubinae vel scorti, ut quo me videlicet pro te amplius
humiliarem, ampliorem apud te consequerer gratiam, et sic excellentiae
tuae gloriam minus laederem... Quae cum ingemiscere debeam de commissis,
suspiro potius de amissis».
Después de leídas tales cartas, parece amanerada, aunque agradable
siempre, la Heroida de Pope, donde ha desaparecido todo este encanto de
franqueza y barbarie, de ardor vehementísimo y sincero. Así y todo, esta
ingeniosa falsificación de los sentimientos del siglo XVIII tuvo
portentoso éxito, y engendró una porción de imitaciones con el nombre de
heroidas, dado ya en la antigüedad latina por Ovidio a otras epístolas
galantes suyas, no menos infieles al carácter de los tiempos heroicos que
lo eran las de sus imitadores al espíritu de la Edad Media.
¿Pero cuál de las imitaciones de la heroida de Pope que hay en castellano
es la de Marchena? El Sr. Marqués de Valmar, doctísimo colector de
nuestros poetas del siglo XVIII, se inclina a atribuirle la más popular de
todas; la que se imprimió en Salamanca por Francisco de Toxar, en 1796,
con título de Cartas de Abelardo y Eloísa, en verso castellano, y fue
prohibida por un edicto de la Inquisición de 6 de Abril de 1799. El Sr.
Bergnes de las Casas, que imprimió en Barcelona en 1839, juntamente con el
texto latino de las cartas de Abelardo y el inglés de la epístola de Pope,
todas las imitaciones castellanas que pudo hallar de unas y otras,
atribuye a D. Vicente María Santibáñez, catedrático de humanidades en
Vergara, la susodicha famosa traducción que comienza:

En este silencioso y triste albergue,


de la inocencia venerable asilo...

y da como anónima la respuesta, que parece obra original del traductor de


la primera epístola, si bien muy inferior a ella en condiciones
literarias, porque ya el original de Pope o de Colardeau no sostenía la
flaca vena de su autor:

¿Quién pudiera pensar que en tantos años


de penitente y retirada vida...

El hallazgo del manuscrito de París ha venido a resolver la cuestión,


puesto que en él aparecen dos epístolas de Eloísa y Abelardo, enteramente
originales del abate Marchena y mucho más libres e impías que las que se
imprimieron en Salamanca, y de las cuales una, por lo menos, es de
Santibáñez, según el testimonio irrecusable de Quintana, que le había
conocido y tratado mucho, como también a Marchena71. No es maravilla que
tratándose de autores tan análogos en su vida y en sus ideas, y de
composiciones sobre el mismo asunto, se hayan confundido las especies.
Conste, pues, que las heroidas de Marchena son las que empiezan:

Sepulturas horribles, tumbas frías...


¡Oh vida, oh vanidad, oh error, oh nada...72
Así éstas como la mayor parte de las poesías líricas de Marchena se
imprimen en esta colección por vez primera, fielmente copiadas por el
docto profesor y querido amigo nuestro Mr. Alfred Morel-Fatio de un códice
autógrafo de Marchena, que se conserva hoy en la Biblioteca de la Sorbona,
y procede de la librería de Mr. Lefebure de Fourcy, antiguo catedrático de
la facultad de Ciencias73. De muchas de estas composiciones ya se ha ido
haciendo mérito en el curso de esta biografía. Todas ellas parecen
compuestas antes de 1808; y sin duda por eso no figura en el manuscrito de
París la canción A Cristo crucificado, que debe de ser posterior.

- IV -

Cuando la revolución de 1820 abrió a los afrancesados las puertas de


España, Marchena fue de los que regresaron, muy esperanzado, sin duda, de
ver premiados bajo el nuevo régimen sus servicios a las ideas liberales,
que ciertamente eran más antiguos que los de ningún otro español. Pero
nada logró, porque la tacha de traidor a la patria le cerraba todo camino
en un tiempo en que las heridas del año 1808 manaban sangre todavía; y los
mismos afrancesados que apenas habían comenzado su laboriosa tarea para
irse rehabilitando en la opinión (como al fin lo consiguieron en los
últimos años de Fernando VII, llegando a ejercer grande influencia en sus
consejos como autores o fautores de la teoría del despotismo ilustrado),
huían de Marchena, clérigo apóstata, cuyo radicalismo político y
religioso, todavía raro en España, bastaba para comprometer cualquier
partido a que él se afiliase. Bien a su costa lo experimentó en Sevilla, a
donde le llevaron sin duda los recuerdos de su juventud y el apego al
suelo natal. Sevilla era entonces un pueblo eminentemente realista, donde
las ideas constitucionales sólo eran profesadas por una minoría exigua, al
revés de lo que acontecía en Cádiz, Barcelona y otras ciudades marítimas.
Uno de los biógrafos de Marchena74, cuyos recuerdos personales se remontan
bastante lejos, da sobre este punto curiosas y autorizadas noticias.
«La gente liberal en Sevilla era entonces baladí. La mayoría de lo
que se llama pueblo, casi toda la nobleza y los propietarios y
labradores pertenecían en ideas al absolutismo, fomentado por el
numeroso y alto clero y por los más de los frailes.
»El bando liberal se componía de muy pocas personas importantes de
la ciudad: comerciantes, tenderos, oficiales retirados, ociosos y
vagabundos, alguna tropa de la guarnición y de los aficionados a
alborotos.
»Se decía entonces por fina ironía que todo el pueblo junto en el
café del Turco había promovido tal o cual asonada, en cuya frase se
pintaba gráficamente cuán reducido número de personas contaba el
partido liberal en Sevilla...».
Al principio Marchena fue bien recibido por los liberales sevillanos, e
ingresó a título honorífico en una Sociedad Patriótica que allí había, no
menos tumultuosa que sus análogas de Madrid, aunque menos perniciosa en
sus efectos, los cuales tenían más de bufo que de trágico, reduciéndose a
sandias peroratas sobre los artículos del código constitucional, y a otras
efusiones declamatorias propias de la candidez política de aquellos
tiempos. A Marchena, que no sólo había visto revoluciones de verdad sino
que había sido actor en ellas, le parecía todo aquello una absurda
mojiganga; y como no se recataba de decirlo a los propios adeptos, con
toda la malignidad sarcástica propia de su carácter violento y
atrabiliario, se atrajo en poco tiempo muchos enemigos que no le
perdonaban aquella continua e implacable burla. Además, entre los
patriotas del año 20, aunque la irreligión hubiese comenzado a hacer
estragos y estuviese de moda cierto descreimiento, había no pocos hombres
sinceramente cristianos y aun devotos, que no pasaban más allá de la
libertad política, y para quienes era un escándalo la impiedad que
cínicamente afectaba Marchena. A los pocos meses de su llegada había
tenido la habilidad de ponerse mal, casi a un mismo tiempo, con los
frailes de Sevilla y con el Capitán General, que era al mismo tiempo Jefe
Político de la provincia. Las cosas acontecieron de este modo:
Las cortes de 1820 acababan de dar una ley (que Fernando VII sancionó a la
fuerza y bajo el amago de un motín) extinguiendo las órdenes monacales y
reformando las regulares. Para celebrar este decreto, la Sociedad
Patriótica de Sevilla encargó un discurso a Marchena. Este discurso, que
gustó en el primer momento (quizá porque la mayor parte del auditorio no
le entendió del todo), fue impreso por aclamación general, y entonces es
cuando se vio la gravedad de las conclusiones racionalistas que la
inexperta Sociedad había prohijado. Se trataba, en efecto, de un ardiente
alegato en pro de la libertad de cultos, o más bien del naturalismo y del
indiferentismo religioso, pero envuelto en cierta fraseología mística, que
podía deslumbrar a los incautos. Marchena preguntaba entre otras cosas:
«¿No pertenecen al Criador, al Conservador del Universo, el hombre y
sus obras todas, y la tierra que habita y el cielo que le cobija y
cuantos seres animados e inanimados en su inmenso seno la naturaleza
encierra? ¿Es la morada de Jehováh el monte de Garizim? ¿Es peculio
privativo suyo el templo de Júpiter Capitolino, la mezquita de la
Meca o las paredes del Vaticano? ¿No es su dominio el capullo que
alberga al insecto imperceptible, como la vasta órbita que describe
el más remoto planeta? La tierra y cuantos en ella moran, el orbe
entero y cuanto en él se contiene son del Señor, dicen los salmos de
los hebreos. Un don solo puede tributar el hombre al Altísimo; y ese
es el único grato a sus ojos: un pecho amante de la virtud, una
razón despojada de los desvaríos de la superstición, una vida
conforme a los preceptos del Verbo, esto es, de la razón divina, que
estableció el invariable orden de los seres, y por la razón de las
necesidades físicas enseñó a los humanos las relaciones que con Dios
y con sus semejantes los estrechan... Los tiranos son los verdaderos
rebeldes a la Divinidad, los enemigos de la eterna razón increada,
los que han formado parcialidades y coligádose contra el Señor y su
Cristo, mas que el Cristo ha de quebrantar con cetro de hierro, cual
vasos de frágil arcilla»75.

Un fraile impugnó desde el púlpito el folleto del ciudadano Marchena; y el


ciudadano Marchena, dando una muestra de intolerancia no rara entre los
que teóricamente blasonan más de libre-pensadores, denunció al fraile a
las iras de la Sociedad Patriótica, y aun procuró, aunque inútilmente, que
se hiciese pesquisa judicial contra él. Todo ello consta por la carta al
general O'Donojú, que citaremos luego:
«Puesto que todas las expresiones de dicho discurso se hubiesen
pronunciado delante de un inmenso concurso de sujetos de toda clase,
no desaprobando ninguno una sola de ellas y aplaudiéndolas todos;
puesto que estuviera ya impreso y patente a la censura de todos,
todavía un fraile llamado Salado tuvo la increíble avilantez de
predicar un domingo en Omnium Sanctorum (una de las iglesias a donde
acude más plebe, y, por consiguiente, más gente pronta a enardecerse
por las irritaciones del fanatismo) que el abate Marchena era un
hereje que quería trastornar la religión católica.
»Tan escandalosa tentativa de asonada no solamente permanece impune,
mas ni siquiera ha tenido por conveniente V. E. hacer en la materia
la más ligera pesquisa, si bien la excitación desde el púlpito
contra un ciudadano que se nombra formalmente sea un delito nuevo
desde el principio de las conmociones de España; y este primer
ejemplo se ha dado impunemente en el pueblo cuya seguridad ha sido
encomendada a V. E. No es esto articular una queja contra V. E. Bien
me hago cargo de lo arduo del empeño de encontrar testigos que
declarasen sobre un sermón predicado un domingo en una iglesia llena
de gente. La delación que de él se hizo en la Sociedad, y que
también está consignada en La Espada Sevillana, pareció sin duda a
V. E. una denuncia vaga: por eso no ha querido hacer diligencias que
probablemente ningún efecto producirían».

Pronto surgió otra disidencia en el seno de la Sociedad. El ciudadano


Mac-Crohón, correligionario y amigo íntimo de Marchena, leyó una noche
cierto manifiesto de los oficiales del batallón de Asturias (el que había
mandado Riego) en que se hacían graves cargos al general O'Donojú. A
muchos de los concurrentes pareció tal manifiesto una insensatez y una
violación de los principios más elementales de la disciplina militar; pero
Marchena se encaramó en la tribuna para sostener que los oficiales
manifestantes estaban dentro de «la verdadera doctrina de los pueblos
libres acerca de las quejas de los ciudadanos contra los magistrados y
gobernantes», y que no hacían más que cumplir con la «obligación sagrada
del ciudadano».
Publicábase a la sazón un periódico titulado La Espada Sevillana, órgano
oficioso de la Sociedad, pero todavía más del Capitán General, que había
confiado la redacción a su médico, llamado Codorniu. En La Espada, pues,
salió un comunicado que firmaba El Ocioso: de tono asaz agrio, contra el
manifiesto de los oficiales de Asturias, y contra los oradores que le
habían apoyado en la Sociedad Patriótica. Y aquí prosigue la narración del
abate Marchena, dirigiéndose al mismísimo general O'Donojú.
«El socio Mac-Crohón, ultrajado en una postdata del artículo
comunicado salió a vindicar su honor: seguile yo, y los aplausos del
público nos acompañaron a uno y a otro. Acuérdome que en mi
razonamiento dije que ni conocía ni quería conocer a V. E. Lo
primero V. E. sabe ser muy cierto; lo segundo sé yo que no lo es
menos. Probé que no debían los miembros de la Sociedad seguir
subscribiéndose a un periódico que, costeado por ellos, insertaba
violentas censuras de papeles leídos con aprobación del Cuerpo, y de
socios que en vez de haber sido llamados al orden se les había
escuchado con satisfacción general...
»Al siguiente día se formó, por los que llevaban la voz, un
conciliábulo con nombre de sesión secreta; y sin citarme, sin mi
noticia, sin hacerme cargo ninguno, sin saber siquiera si pensaba yo
en disculparme, fallan mi expulsión de la Sociedad. Tan ajeno estaba
yo de esta decisión, que habiendo por acaso sabido que se celebraba
sesión secreta en el teatro de San Pablo, fui a ella, y pedí la
palabra para hablar sobre no sé qué asunto que a la sazón se estaba
ventilando, cuando un fraile dominico, llamado Fr. Becerro, digno
presidente de la Sociedad Patriótica de Sevilla, encarándose a mí
con tan furibundo ademán como si me notificara que por auto del
Santo Oficio iba a ser relajado al brazo seglar, con estentórea voz
me preguntó si ignoraba yo la decisión que se acababa de tomar por
la Sociedad. Respondile (como era la verdad) que nada sabía de ella.
Y alargándome, con toda la insolencia y descortesía frailesca, el
registro de las actas, me dio a leer la resolución de mi expulsión.
Quise hablar, y me cerró la boca diciendo que la Sociedad no se
volvía nunca atrás en sus decisiones. «Si es así (dije yo entonces)
la infamia de ésta recaerá sobre mí o sobre ella. Sobre mí estoy
seguro de que no ha de caer. Concluyan ustedes el dilema». «Sobre
nosotros (respondieron unos quince que formaban el conventículo)».
«No retratan ustedes mal (repuse saliéndome) a los judíos verdugos
de Cristo. Sanguis eius super nos et super filios nostros» (!!).

Marchena, después de compararse nada menos que con el Redentor del mundo,
echa al Capitán General la culpa de tan escandalosas escenas por haber
dirigido a varios socios una circular o exhorto secreto, preguntándoles si
en efecto el Abate había hablado contra la religión católica en alguna de
las sesiones públicas o secretas. Él niega terminantemente haberse ocupado
en tales asuntos; y como el general O'Donojú no estaba en olor de
santidad, sino que era antiguo afiliado de las sociedades secretas,
triunfa de él con punzante y maligna ironía, diciendo que no es el celo de
la casa del Señor lo que le devora.
Todo el resto de la vindicación está escrito en el mismo tono acre e
insolente. Marchena contrapone su crédito literario y su vieja historia
revolucionaria a la triste reputación militar de O'Donojú, que todavía no
era el hombre del convenio con Itúrbide, pero que ya había dado
suficientes pruebas de torpeza e ineptitud. Le echa en cara su doblez y
falso juego, en 1819, el haber conspirado a medias y haber faltado a su
compromiso con los liberales en el momento crítico. Y hablando de sí mismo
añade:
«La persecución se había de cohonestar con las más disparatadas
calumnias. Una carta he visto yo, escrita por un amigo de V. E., en
que afirmaba que Mac-Crohón, Marchena y otros perversos habían
pedido la cabeza de Codorniu (perdóneme V. E. si miento a este Juan
Rana de la literatura). ¿Qué diablos habíamos de hacer con la cabeza
de un Codorniu? Todavía, si hubiera yo proyectado un poema de La
Fontaine, pudiera aquella cabeza servir de modelo para el principal
héroe; mas para esto era forzoso que se mantuviera encima de sus
hombros. Viva el erudito secretario de la Sociedad Patriótica
sevillana quieto y sosegado; esgrima furibundos tajos con su espada
de palo; todo el mundo se reirá, con contorsiones, de sus
acometimientos, de sus necias malicias, y en nadie excitará afectos
de amor ni de odio; yo se lo aseguro sin temor de que nadie me
desmienta...
»De Codorniu, volvamos a V. E. ¿Y es verdad, señor, que lo que más
en mi discurso le ha irritado ha sido el haber hablado yo con el
alto aprecio que para mí se merecen Riego y sus compañeros? Ello es
cierto que es triste cosa no haber tenido parte en la restauración
de la libertad de la patria quien en aquella época hubiera podido
decidir oportunamente la contienda con sólo declararse. Mas también
hemos de atender a que el papel de espectante, si no es el más
glorioso, por lo menos es el más seguro, ya que la prudencia
persuade a abstenerse de coger laureles que pueden ir envueltos en
cipreses...
»Permítame V. E. que en pago de los daños que se ha esforzado en
causarme le dé un consejo, que, cuando de nada le sirviese, nunca
podrá serle nocivo; éste es que cuando quisiere asestar un tiro
contra alguno, se funde en pretextos que lleven algún color de
verosimilitud.
»En consecuencia, Sr. Excmo., ¿quién se ha de persuadir de que soy
yo un enemigo de la libertad, cuando tantas persecuciones he sufrido
por su causa; un hombre que anda pidiendo cabezas de majaderos,
cuando por espacio de diez y seis meses en mi primera juventud me vi
encerrado en los calabozos del jacobinismo?
»Cuando en España pocos esforzados varones escondían en lo más
recóndito de sus pechos el sacrosanto fuego de la libertad; cuando
ascendían los viles a condecoraciones y empleos, postrándose ante el
valido o sirviendo para infames tercerías con sus comblezas o las de
sus hermanos y parientes, entonces, en las mazmorras del execrable
Robespierre, al pie del cadalso, alzaba yo un grito en defensa de la
humanidad ultrajada por los desenfrenos de la más loca democracia.
Mas nunca los excesos del populacho me harán olvidar los
imprescriptibles derechos del pueblo: siempre sabré arrostrar la
prepotencia de los magnates lidiando por la libertad de mi
patria»76.

Esta carta, cuyo final es elocuente, y que en todo su contexto es una


curiosa muestra de la acerada prosa política del abate Marchena, fue
escrita en Osuna el 6 de Diciembre de 1820, y publicada inmediatamente en
el Diario de Cádiz. Su éxito fue grande, no sólo entre los liberales
exaltados, sino entre los muchos enemigos de toda especie que tenía
O'Donojú, y entre los realistas burlones que tanto partido sacaban de
estas discordias domésticas de sus adversarios. Para contrarrestar el
efecto de las diatribas de Marchena (a quien todos temían, aunque casi
nadie le estimase) se publicó una impugnación de su carta por un socio de
la Reunión Patriótica de Sevilla77. Es papel bastante candoroso y
pobremente escrito, pero del cual pueden sacarse algunas especies útiles
para la biografía de Marchena, y sobre todo para juzgar del mal
predicamento en que entonces le tenían sus paisanos. A ello contribuía
mucho su calidad de afrancesado; y este punto flaco es el primero en que
el impugnador le hiere:
«Esos son los que clavaron el puñal en el seno de la Madre Patria en
la aciaga época de la dominación francesa... Aunque hoy con una
falsa hipocresía se ostentan patriotas, su pasada conducta los
desmiente... No han adoptado estos monstruos las ideas liberales
sino para desacreditarlas y envilecerlas...
»El ídolo de la independencia nacional no les devuelve los falsos
ósculos con que reconocen, al parecer, su soberanía, ni tiene por
bien expiados sus errores por una débil analogía con el actual
sistema... Bien a su costa lo ha experimentado el abate Marchena
cuando después de algunos aplausos, hijos del momento y arrancados
por sorpresa, se vio confundido y avergonzado por los mismos que
antes le celebraban con entusiasmo... No era ya posible a una
sociedad que anhelaba por la instrucción y seguridad del Pueblo
Sevillano, poder abrigar por más tiempo un ciudadano de ideas tan
heterogéneas y alarmantes, sin arriesgar su existencia misma y
autorizar esta dañosa franqueza de hablar en sentidos opuestos a los
de la muchedumbre, cuando ésta camina de acuerdo con las
disposiciones del Gobierno».

Entrando el anónimo en el examen del que llama envenenado papel, empieza


por rechazar el inmodesto paralelo que Marchena hacía entre su persona y
la de Juan Jacobo Rousseau, y entre su carta a O'Donojú y la carta del
ciudadano de Ginebra al Arzobispo de París con motivo de la prohibición
del Emilio.
«¿Qué obras pueden igualar a este nuevo autor con aquel célebre
filósofo, si ya no es el desenfreno de sus pensamientos e ideas en
materias de religión? Sepa el señor Marchena que la comparación
hubiera sido más propia si se hubiese acordado de Esopo y de sus
fábulas, ya que (aun olvidada la semejanza de su persona) a este
género pertenecen todos los hechos y particularidades que refiere...
¿Quién ha escrito entre nosotros contra las obras de este autor,
cuando no se conocen ni pueden conocerse?...
»Él es un extranjero en su propio país, por los muchos años de
ausencia y sus relaciones y enlaces íntimos con algunos de los
personajes de la revolución francesa, que nada tiene de común con la
nuestra, a excepción de los principios generales del derecho de la
naturaleza y de las gentes...».

Sobre la entrada de Marchena en la Sociedad Patriótica, y su expulsión de


ella, da estos por menores:
«Precipitose aquella reunión hasta el punto de creer al ciudadano
Marchena muy proporcionado para desvanecer en la muchedumbre las
ideas góticas de una educación mal dirigida, y hacerla entrar en los
senderos luminosos de nuestra felicidad pública y particular. Pero
¡oh! ¡cuánto se engañó en esta elección, nacida de sus buenos
deseos! A los primeros pasos descubrió este nuevo socio unas ideas
que chocaban directamente con las de la Constitución y del Gobierno.
»Pudieran citarse muchos que le oyeron pronunciar con escándalo
algunas máximas contrarias diametralmente a la piedad de los
pueblos; y alarmó con esta novedad a muchos espíritus incautos, que
o no supieron o no pudieron discernir entre los sentimientos
extraviados del abate Marchena y los puros y razonables de los
verdaderos liberales, amantes de su Religión y de su Patria. El
mismo discurso que leyó en la tribuna, relativo a la extinción
monacal, en medio de los estériles aplausos que arrancó su veloz y
rápida lectura, dio muestras inequívocas del poco aprecio que
merecía a su autor la Representación Nacional, cuyas decisiones
censuraba imprudentemente, para desacreditarla en el ánimo pacífico
y sencillo de estos Andaluces... La Sociedad misma lo creyó así, y
no pudo menos que atalayar la conducta posterior de este individuo,
a quien desgraciadamente había honrado con la confianza de
introducirlo en su seno.
»Se observó con mucho sentimiento que el ciudadano Marchena se había
convertido en un triste objeto de murmuración pública, trascendental
entonces al mismo cuerpo que le prestó tan fácil acogida. Los
predicadores de la moral evangélica, entre ellos Fray Bartolomé
Salado, del orden de San Francisco, tuvieron la imprudencia de
citarle nominalmente en el púlpito por un enemigo tan encarnizado de
la Religión como del sistema constitucional. Si bien fue muy
reparable esta franqueza, la Sociedad no podía ni debía impedirla...
Un ciudadano que haya merecido siempre alguna opinión de regularidad
y acierto en su conducta, puede acaso aventurar alguna proposición
que esté en oposición verdadera o aparente con las ideas comunes, y
encontrará acaso docilidad en los ánimos para oír y examinar sus
pruebas con detención y escrupulosidad. Pero cuando esta libertad se
nota en un hombre nuevo (por decirlo así) entre nosotros, y
alimentado en reinos extraños con una licencia nada compatible con
nuestras costumbres actuales, toda tentativa es un insulto, y todo
extravío de pensamiento arrastra en pos de sí la indignación del
pueblo...
»Este raro suceso acabó de fijar la atención de la Sociedad sobre
este individuo, y se vio obligada dolorosamente a expulsarle de su
gremio y exigirle el diploma...
»¿Por qué aspiraba el ciudadano Marchena a que el Gobierno Político
de Sevilla desvaneciese en el pueblo la opinión que le habían
acarreado sus imprudencias en los cafés y tertulias, en los teatros
y corrillos de todas clases y condiciones? ¿Por qué no usó, como
podía, de la libertad de la imprenta, para apologizar sus
sentimientos, o más bien para presentarlos en un sentido católico y
constitucional, único medio de obtener hoy los sufragios de los
liberales prudentes y aun de la muchedumbre? ¿Por qué no hizo una
denuncia formal contra el predicador que le injuriaba, y en los
juzgados señalados por la ley? ¿Quién le ha sugerido que la
gobernación política estaba autorizada para proceder de oficio sobre
agravios particulares?
[...]
»Con estos preliminares no debió parecer importuna la exclusión de
este socio, que no observaba las leyes del Estado, ni las del
reglamento interior de la Sociedad, y aspiraba a ser nada menos que
un dictador absoluto, contra todo el sistema establecido para la
unión y conformidad de los socios... Fue tal su frenesí de hacer
vagar al pueblo por espacios imaginarios y quiméricos, que la
Reunión Patriótica tuvo que optar entre o perder para siempre su
crédito, o ahuyentar de su seno a un individuo que hacía peligrar su
existencia».

El folleto termina con vindicar de los ataques y vituperios de Marchena al


general O'Donojú y al ciudadano Codorniu, «Protomédico del ejército
constitucional»; y con echar en cara al Abate sus cuarenta años de
expatriación voluntaria o forzada, «bañándose en las delicias voluptuosas
de París».
Esta pequeña escaramuza fue quizá el último acto de la agitada vida
política de Marchena, que, impopular ya entre los liberales andaluces,
pues a los anatemas de la Sociedad Patriótica de Sevilla se habían unido
las de Lebrija, Écija y otros puntos78; denunciado en públicos documentos
como sedicioso anarquista por haber dicho en una especie de meeting,
celebrado en el teatro, que la patria estaba en peligro y que se requerían
enérgicas medidas de salvación, incluso la convocatoria de Cortes
extraordinarias, es decir de una Convención análoga a la de Francia;
determinó alejarse de un medio tan inhospitalario para sus ideas, y
trasladar su residencia a la corte, como lo verificó a fines de 1820,
después de haber pasado una corta temporada en Osuna, al lado de su amigo
el médico y diputado a Cortes D. Antonio García, padre de nuestro docto
maestro de hebreo D. Antonio M.ª García Blanco, a quien en sus
conversaciones familiares oímos más de una vez hacer mérito de la
impresión que en su fantasía de niño había hecho la singular persona del
abate Marchena. En las Memorias que dejó impresas, pero no publicadas ni
aun terminadas, dice del Abate:
«Era tan pequeño, que sentado en una silla de la sala de mi casa no
le alcanzaban los pies al suelo: fue a casa a despedirse para
Madrid, porque siempre fue amigo y de la tertulia de mi padre, con
D. Manuel de Arjona, Penitenciario de Córdoba, y su hermano D. José,
Asistente de Sevilla después, y privado del rey Fernando VII».

Luego cuenta que en su casa tuvieron disputa el año 8 Marchena y el P.


Manuel Gil, de los clérigos menores, y que el segundo no acertó a
contestar al primero, a pesar de toda su facundia. Pero no puede menos de
haber error en la fecha, puesto que Marchena no volvió a Andalucía hasta
1810, y entonces por primera vez pudo conocerle García Blanco, que tenía a
la sazón nueve años, lo cual explica la vaguedad y confusión de este
primer recuerdo suyo consignado por él en 188779.
Pocos meses de vida restaban a Marchena. No sabemos que publicase ya
ningún escrito, a no ser que sea suya, como lo parece por las iniciales y
por el estilo, una traducción de la Vida de Teseo, según el texto griego
de Plutarco, cuyas Vidas Paralelas se había propuesto traducir (según
conjeturamos) en competencia con la versión, que entonces empezaba a
salir, de D. Antonio Lanz Romanillos. La de Marchena (si realmente es
suya, como creemos) no pasó de esta primera biografía.
Sus días estaban contados, y, apenas llegó a Madrid, hubo de adolecer
gravemente. Sólo así se explica que nunca subiese a la tribuna de la
Fontana de Oro, donde se discutían entonces con tanto o más calor que en
Sevilla los actos del general O'Donojú, a quien atacaron reciamente varios
oradores, entre ellos Alcalá Galano, D. Manuel Núñez, D. José Peino y D.
Juan Mac-Crhon Henestrosa, grande amigo de Marchena, a quien acogió en su
casa, y que en ella murió.
Mac-Crhon es precisamente quien nos ha trasmitido los únicos pormenores
que tenemos acerca de la enfermedad y muerte del abate Marchena. El pasaje
es tan curioso; y tan raro, por no decir desconocido, el folleto en que se
halla80, que no se llevará a mal que le traslademos íntegro. Contestando
Mac-Crhon a los ataques de un anónimo de Sevilla (G. A. F.), que quizá sea
el mismo que escribió la impugnación antes citada, dice refiriéndose a su
amigo:
«Esta persona a quien con no menos criminalidad que ignorancia trata
de disfamar el folletista, es el digno don José Marchena, el cual,
aunque yace en el sepulcro, vive en la memoria de todos los sabios
de Europa, entre los cuales hay quien trabaja con los objetos de dar
a conocer a su Patria lo que en su muerte ha perdido, y de que la
posteridad le conserve el lugar que no le conservó la Sociedad
Patriótica de Sevilla.
»Su singular talento, sus extraordinarios y profundos conocimientos,
su mérito literario, su carácter noble y sostenido, lo sólido de sus
principios, la rigidez de su conducta, y su sublime amor a la
libertad, formaban un conjunto admirable que le conciliaba el
respeto y veneración de cuantos llegaban a conocerle. Su muerte ha
sido generalmente sentida en la corte; y en el discurso de su
enfermedad recibió repetidas pruebas del aprecio que no podía menos
de tributarse a una persona tan digna. Mi casa no cesó de ser
concurrida de personas del mayor carácter y representación, que
venían de continuo a saber el estado de su salud: de las cuales la
mayor parte no tenían con él otro conocimiento que la noticia de su
crédito.
»He querido desahogar mi corazón haciendo este tan breve cuanto
justo elogio de un amigo que ha exhalado sus últimos suspiros entre
mis brazos, y voy a dar a su disfamador la contestación que él me
dejó encargada pusiese de su parte en este discurso, que ya estaba
empezado antes que falleciese.
»Pocos instantes antes del que fue su postrero me llamó, y a
presencia del general Quiroga, del Marqués de Almenara, de D. Manuel
Cambronero y D. Ramón de Ceruti, me dijo: 'Diga usted al folletista
que ha pretendido infamarme, que si quiere vivir feliz aun en medio
de las mayores desgracias, y descender a la tumba con la serenidad
que yo desciendo, que aprenda a ser hombre de bien'.
»Esta lección moral producida en el crítico período de la muerte,
que tan aplaudida fue de los que la escucharon, como admirada de
todos aquellos en quienes se ha divulgado la noticia, da la idea más
exacta de la rectitud de principios de Marchena, y del temple
superior de su alma. Su nombre ocupará un lugar distinguido, tanto
en la historia política como en la literaria; y los tiros que contra
él dirigió la malicia, sorprendiendo la sencillez, si bien surtieron
el efecto de herir su amor propio en el hecho que se cita, nunca
podrán eclipsar la gloria de su mérito, fundada en bases sólidas e
indestructibles».

Este folleto está fechado en 26 de Febrero de 1821. Muy poco anterior


debió de ser la muerte de Marchena, que, como acabamos de ver, no falleció
en el abandono y en la indigencia, según generalmente se creía, sino bajo
el techo hospitalario de un fraternal amigo, y rodeado de personas muy
distinguidas en aquel tiempo. Lo que no hemos podido averiguar a ciencia
cierta es si murió dentro o fuera del gremio de la Iglesia. No faltan
biógrafos que den por averiguada su conversión: yo ni la afirmo ni la
niego, pero la encuentro verosímil. Consta por una nota autógrafa del
diligentísimo don Bartolomé J. Gallardo que los funerales del abate
Marchena se celebraron en la parroquia de Santa Cruz, costeados por
Mac-Crhon, y asistiendo a ellos el referido Gallardo, que apuntó la
noticia como lo apuntaba todo. El hecho de haberse dado sepultura
eclesiástica a un heterodoxo público y escandaloso como Marchena, y
haberse celebrado oficios por su alma, parece una prueba indirecta de que
se reconcilió con la Iglesia en sus últimos momentos. Por otra parte, la
impenitencia final es rarísima entre españoles, y en tiempo de Marchena lo
era mucho más.
Nada sé tampoco de los discursos que se dice que algunos afrancesados
pronunciaron en su entierro.
Quizá en los periódicos de aquel tiempo, que no me es fácil repasar ahora,
podrá encontrarse algún vestigio de ellos. Ya por entonces comenzaba a
introducirse en España esta pagana y escandalosa costumbre de los
discursos funerales, que por entonces arraigó poco, pero que más adelante
sirvió para profanar los entierros de Larra, de Espronceda, de Quintana,
sin contar otros más recientes y en su línea no menos famosos. Por
fortuna, ahora está otra vez olvidada, y nadie piensa en restablecerla, lo
cual prueba la formalidad intrínseca de nuestro carácter nacional, que no
admite bromas con la muerte. Oraciones y sufragios, que no pedantescas
exhibiciones de la vanidad de los vivos, es lo que reclaman los difuntos,
a quienes poco puede aprovechar semejante garrulería si se cumple en ellos
la terrible sentencia: Laudantur ubi non sunt, cruciantur ubi sunt.
Marchena legó, al morir, sus papeles y libros a su amigo Mac-Crhon. Si,
como creemos, existen descendientes de este caballero, no debemos perder
la esperanza de que algún día aparezca, en todo o en parte, esta herencia
literaria, que pudo ser muy valiosa si en ella se incluían, por ejemplo,
la traducción completa de Molière y la historia del teatro español que
Marchena tenía proyectada en 1819, según indica en el prólogo de sus
Lecciones81. Por las vicisitudes de su errante vida, otros escritos suyos
hubieron de quedar dispersos por varias partes de España y Francia. Aún no
hace muchos años que el manuscrito de su biografía de Meléndez Valdés se
conservaba en poder de Mr. Pierquin, médico de Montpellier y rector de la
Academia de Grenoble.
Hoy se ignora el paradero de este escrito, que probablemente hubiera sido
curioso, porque Marchena trató muy íntimamente a Meléndez antes y después
de su emigración, y con su genial franqueza consignaría acaso pormenores
que Quintana omitió en la biografía de su maestro.
Tal fue Marchena, a quien acaso nadie ha definido mejor que Chateaubriand,
llamándole «sabio inmundo y aborto lleno de talento». Propagandista de
impiedad con celo de misionero y de apóstol, corruptor de una gran parte
de la juventud española por medio siglo largo, sectario intransigente y
fanático, estético tímido y crítico arrojado, medianísimo poeta, aunque
alguna vez llegase a simular la inspiración a fuerza de terquedad y de
artificio, acerado polemista político, prosador desigual aunque jugoso y
de bríos, hombre de negaciones absolutas, en las cuales adoraba tanto como
otros en las afirmaciones, enamoradísimo de sí propio, henchido de
vanagloria y de soberbia, que le daban sus muchas letras, las varias
lenguas muertas y vivas que manejaba como maestro, la prodigiosa variedad
de conocimientos con que había nutrido su espíritu, y la facilidad con que
alternativamente remedaba a los autores más diversos: a Benito Espinosa,
al divino Herrera, a Catulo o a Petronio82. El viento de la incredulidad,
lo descabellado de su vida, la intemperancia de su carácter en quien todo
fue violento y extremoso, inutilizaron en él admirables cualidades
nativas; y hoy sólo nos queda de tanta brillantez, que pasó como fuego
fatuo (¡semejante ¡ay! a tantas otras brillanteces meridionales!) algunas
traducciones, algunos versos, unas cuantas páginas de prosa más original
que bella, el recuerdo de la novela de su vida, y el recuerdo mucho más
triste de su influencia diabólica y de su talento estragado por la
impiedad y el desenfreno.
Para completar el retrato de tal personaje, que en lo bueno y en lo malo
rebasó tanto el nivel ordinario, añadiremos que, según relación de sus
contemporáneos, era pequeñísimo de estatura, muy moreno y aun casi
bronceado de tez, y horriblemente feo, en términos que más que persona
humana parecía un sátiro de las selvas83. Cínico hasta un punto increíble
en palabras y en acciones, vivía como Diógenes y hablaba como Antístenes.
Durante una temporada llevó en su compañía un jabalí que había domesticado
y que hacía dormir a los pies de su cama; y cuando, por descuido de una
criada, el animal se rompió las patas, Marchena, muy condolido, le compuso
una elegía en dísticos latinos, convidó a sus amigos a un banquete, les
dio a comer la carne del jabalí, y a los postres les leyó el epicedio84. A
pesar de su fealdad y de su ateísmo, de su mala lengua y de su pobreza, se
creía amado de todas las mujeres, lo cual le expuso a lances ridículos y a
veces sangrientos85.
Todas estas y otras extravagancias que aquí se omiten prueban que Marchena
fue toda su vida un estudiantón perdulario y medio loco, con mucha ciencia
y mucha gracia, pero sin seriedad ni reposo en nada. Y con todo había en
su alma cualidades nobles y generosas. Su valor rayaba en temeridad, y le
tuvo de todos géneros, no sólo audaz y pendenciero, sino, lo que vale más,
estoico y sereno. En sus amistades fue constante, y fervoroso hasta el
sacrificio, como lo mostró compartiendo la suerte de los girondinos, con
quienes sólo le ligaba su agradecimiento a Brissot. En materias de dinero
era incorruptible, y cumplía al pie de la letra con la austeridad
republicana que tantos otros traían solamente en los labios. Cuando, en
tiempo del Directorio, se enriquecían a río revuelto todos los que iban
con algún oficio o comisión a las provincias conquistadas, Marchena,
recaudador de contribuciones en el territorio ocupado por el ejército del
Rin, volvió a París tan pobre como había salido, lo cual, sin ser gran
hazaña, pareció increíble a mucha gente: tal andaba entonces la moralidad
administrativa.
Cuantos trataron a Marchena, fuesen favorables o adversos a sus ideas,
desde Brissot hasta el Conde de Beugnot, desde Chateaubriand y Mad. de
Stael hasta Moratín, Maury, Miñano y Lista, vieron en aquel busca-ruidos
intelectual algo que no era vulgar, y que le hacía parecer de la raza de
los grandes emprendedores y de los grandes polígrafos. En el siglo XVII
quizá hubiera emulado las glorias de Quevedo, con quien le comparó Maury,
y con quien no deja de ofrecer remotas analogías por la variedad de sus
estudios, en que predominaba la cultura clásica, por su vena sarcástica,
por los caprichos de su humor excéntrico, por lo vagabundo de su espíritu,
por la fiereza y altanería de su condición, y hasta por los revueltos
casos de su vida. Pero no conviene llevar más lejos el paralelo, porque
sería favorecer demasiado a Marchena. Quevedo pudo desarrollar
completamente su genialidad en un medio adecuado a ella; y hasta las
trabas que encontró le sirvieron para saltar con más fuerza. Por el
contrario Marchena, nacido y educado en el siglo XVIII, sin fe, sin patria
y hasta sin lengua, no pudo dejar más nombre que el siempre turbio y
contestable que se adquiere con falsificaciones literarias, o en el
estruendo de las saturnales políticas.
M. MENÉNDEZ Y PELAYO.
Poesías

Odas

-I-

Sueño de Belisa

Belisa duerme: el céfiro suave


agita la violeta blandamente;
el arroyuelo corre mansamente,
y el padre Tormes con su ruido grave
teme inquietar su sueño regalado; 5
el Sol desde el Ocaso
lanza lánguidos rayos;
el Amor recostado
sobre el tierno regazo
de Belisa, le guarda el dulce sueño. 10
El cefirillo vivo
en fragantes olores empapado,
retozón y lascivo
ora el seno nevado
agita licencioso, 15
ora más atrevido
el labio sonrosado,
el labio de carmín besa amoroso.
¡Oh sueños verdaderos,
sueños que a los mortales 20
dicha pronosticáis o desventura86!
Venid, venid ligeros:
ablandad ¡ay! la dura
condición de Belisa, y sus desdenes;
y mis acerbos males 25
mudad en un instante en dulces bienes.
Pintadle mi cariño respetoso,
y mi amante constancia y mi firmeza,
y mi ardiente pasión impetuosa;
quizá que ella piadosa 30
deponga su fiereza,
y me quiera una vez hacer dichoso.
Sueño; pues tú amansaste los rigores
de la que el dulce canto
de Batilo esquivaba, 35
de Batilo el honor de los pastores;
si te mueve mi llanto,
mi llanto que apiadara la onza brava,
de mi Belisa muda los desvíos
y... Mas ella despierta, 40
y su dulce sonrisa
es una prueba cierta
de que el Sueño escuchó los votos míos.
Mas ¡ay! que ella me llama; fuente pura,
pintadas florecillas, 45
y vosotras parleras avecillas
celebrad a porfía mi ventura.

- II -

Belisa en el baile

Cual rosa sobresale entre las flores,


o cual la luna en la mitad del cielo
a las estrellas todas señorea;
cual entre chozas de pajiza aldea
se levanta del suelo 5
el erguido palacio; así Belisa
abrasando de amor a mil pastores
entre las zagalejas sobresales,
y todos los zagales
la danza y las pastoras descuidando 10
absortos a Belisa están mirando...
Los sus ojos de fuego
que de un azul brillante
el Amor ha pintado
doquiera que los pone abrasa luego; 15
ni hay corazón helado
que su mirar no encienda en un instante.
El rubio y rizo pelo
en ondas mil de oro al aire dado
por el cuello nevado 20
desciende en largas trenzas hasta el suelo.
Cual se ve entre celajes
Febo en Abril sereno
ya cerca de Ocidente,
tal por entre las gasas y plumajes 25
se columbra tal vez el blanco seno
y su pecho que late blandamente.
Mas ella a danzar sale: las zagalas
le ceden envidiosas
el puesto: avergonzadas 30
la maldicen llorosas
con su belleza airadas;
mas la pastora amable
desarma su furor con risa afable.
¡Cuán concertadas son sus cabriolas! 35
¡Cuán muelle el paso! ¡Qué animado el gesto!
¡Qué viveza en la acción! ¡Cuánta finura
del cuerpo en el contorno delicado!
Las Gracias y el Amor la han maestrado
y a rendir corazones la han dispuesto. 40
¡Oh fatal condición! ¡Oh pena dura!
Belisa, que los Cielos han formado
para inspirar amor a los mortales,
de amorosos cuidados
exenta y libre su poder ignora. 45
Amor; tu harpón dorado
asesta y hiere de Belisa el pecho;
yo besaré gustoso mis cadenas;
voluntario me echo
el dogal apretado, 50
y de hoy más tu cautivo me confieso,
si tus grillos de lirios y azucenas
a mi Belisa echases
y en una misma cárcel nos juntases.

- III -

El estío

Del álamo frondoso


las verdes hojas ya se han marchitado;
el segador cansado
en mitad de la mies toma reposo.
Por aquí un arroyuelo bullicioso 5
con aguas cristalinas corrió antes,
ora un aire inflamado
y de la seca arena el polvo ardiente
enciende al fatigado pasajero.
Un delicioso otero 10
del Tormes rodeado
con su sombra suave nos convida,
do el aromado ambiente
del céfiro empapado
en olores fragantes 15
de millares de flores
su blando soplo espira a los amantes.
Todo respira amores;
las tiernas palomillas
con ardientes arrullos repetidos 20
muestran su amor; las tristes tortolillas
con profundos gemidos.
Allí, mi bella Emilia, viviremos
lejos del mundo, libres de cuidados;
las vacas por el día ordeñaremos; 25
ornaré yo tus sienes
de azucenas y rosas,
y en amantes delicias anegados
de la vida las sendas espinosas
sembraremos de bienes. 30
Emilia, bella Emilia, ¿qué tardamos?
Huye la vida, y vuela presurosa;
antes que nos sepulte eterno sueño
¡ay! ¿por qué los placeres no gustamos?
Olvidemos la ciencia fastidiosa, 35
depongamos el ceño,
a Amor sacrifiquemos
y sus dulces deleites ¡ay! gocemos.

- IV -

A Meléndez Valdés

Desciende, del sagrado


monte, Calíope santa, y las loores
de Batilo me inspira; dí cuál fuera
de los brazos de Baco y los amores
por Temis arrancado; 5
cuál la Diosa severa
blandir le enseña la amenazadora
espada del delito vengadora.
La espada que tajante
en tu mano, Batilo, al poderoso 10
opresor amenaza herida y muerte.
Ya pálido el malvado poderoso
vacilar su constante
potencia de tu fuerte
brazo impelida mira, y ya caído 15
asombro es del tirano aborrecido.
Temis torna a la tierra
y en Celtiberia pone su morada;
por ti, justo Batilo, desde el cielo
a los mortales otra vez bajada; 20
la codicia, la guerra
sangrienta, ya del suelo
celtíbero huyen lejos, y vencidos
al cielo alzan los monstruos sus bramidos.
Otro tiempo el Tonante 25
sus rayos encendidos fulminaba
contra el tirano duro y ambicioso;
su fuego abrasador aniquilaba
las puertas de diamante,
y el déspota orgulloso 30
mientras fiado en la lealtad dormía
de sus guardas, con ellos junto ardía.
Tal el desapiadado
Lycaón, y tal el suegro de Linceo
sufren pena y tormentos inmortales; 35
que no borran del pálido Leteo
las aguas el pecado,
ni se acaban los males,
antes Alecto del azote armada
cruda castiga la nación malvada. 40
Mas ora el inocente
opaco bosque, y la floresta amena
de Júpiter airado los rigores
siente, y burla el perverso de la pena
debida a sus horrores, 45
y el cielo le consiente;
Huyamos ¡ay! las tierras habitadas
de iniquidad y vicios infectadas.
-V-

A Chabanó87

Las humildes mansiones


desaparecen del linaje humano,
y las nubes preñadas
mis plantas huellan: lejos ¡oh profano
vulgo! a ti no son dadas 5
las sagradas armónicas canciones
oír que Apolo inspira,
no el oír los tonos de la acorde lira.
Rásgase el mortal velo,
que al hombre siempre encubre tenebroso 10
los sublimes arcanos,
que intenta en vano escudriñar curioso;
y a ti, Chabanó, en manos
de la sabia Minerva, al alto cielo
arrebatado veo, 15
cual lo fuera en otro tiempo Prometeo.
Las leyes de natura
sublimes y sencillas, ilustrado
con la antorcha Febea
la Diosa ante tus ojos ha mostrado; 20
cómo una misma sea
la que del monte en la caverna escura
forma el oro y contiene
los mundos que en sus órbitas retiene.
El oro apetecido, 25
que guerra y muertes trujo a los mortales
y que escondiera en vano
la tierra en sus entrañas: ya los males,
la codicia, el insano
furor a luz se muestran, del sumido 30
pozo con él parecen;
inocencia y candor desaparecen.
El mercader las naves
avaro apresta; el Aquilón sañudo
en vano se embravece, 35
y las olas del mar azota crudo;
el oro que se ofrece
a su esperanza busca y las suaves
playas trueca cuidoso
por el mar alterado y borrascoso. 40
No así bajo el reinado
del buen Saturno; que en inalterable
paz el mundo vivía,
y la doncella tímida y amable
su favor concedía 45
por premio de sus ansias a su amado;
mas ora la riqueza
¡oh mengua! compra y goza la belleza.

- VI -

A Lícoris88

Después de un año entero


Venus ¡ay! no te cansas de abrasarme,
ni tú, Cupido fiero,
con inmortal dolor de atormentarme,
aunque en llanto sumido, 5
y de pena me tengas consumido.
El congreso sagrado
que en Francia destruyó la tiranía
por otros sea loado,
y del brazo francés la valentía, 10
que hiende en un instante
del despotismo el muro de diamante.
El pueblo su voz santa
alza, que libertad al aire suena;
el opresor se espanta, 15
y la copa del duelo bebe llena
que en crueza ceñido
ya hizo apurar al pobre desvalido.
¿Quién podrá dignamente
cantar los manes de Rousseau, clamando 20
libertad a la gente,
del tirano el alcázar derrocando,
la soberbia humillada,
y la santa virtud al trono alzada?
Que yo en amor ardiendo 25
sólo a Lícoris canto noche y día,
Lícoris repitiendo
por la montaña y por la selva umbría,
la cítara tocando,
y de mis ansias el ardor templando. 30
Los besos amorosos
que cogí de su boca regalada,
más dulces, más sabrosos
que la ambrósia por Hebe derramada;
su blanda resistencia 35
que grata convidaba a más licencia.
Y mis glorias pasadas
canto por siempre ¡ay! ya desparecidas,
tan por mi mal halladas
y cual tenue vapor desvanecidas. 40
¡Oh tiempo, cuál volaste,
y en qué dolor sumido me dejaste!

- VII -

La Revolución Francesa

Suena tu blanda lira,


Aristo, de las Ninfas tan amada,
cuando a Filis suspira,
y en la grata armonía embelesada
la tropa de pastores 5
escucha los suavísimos amores.
Mientras mi bronco acento
dice del despotismo derrocado
de su sublime asiento,
y con fuertes cadenas aherrojado 10
el llanto doloroso
al pueblo de la Francia tan gustoso.
Cayeron quebrantados
de calabozos hórridos y escuros
cerrojos y candados; 15
yacen por tierra los tremendos muros
terror del ciudadano,
horrible baluarte del tirano.
La libertad del cielo
desciende, y la virtud dura y severa; 20
huye del francés suelo
el lujo seductor, la lisonjera
corrupción, el desorden;
reinan las leyes con la paz y el orden.
El fanatismo insano 25
agitando sus sierpes ponzoñosas
vencido clama en vano;
húndese en las regiones espantosas,
y con él es sumida
la intolerancia atroz aborrecida. 30
Dulce filosofía,
tú los monstruos infames alanzaste;
tu clara luz fue guía
del divino Rousseau, y tú amaestraste
el ingenio eminente 35
por quien es libre la francesa gente.
Excita al grande ejemplo
tu esfuerzo, Hesperia: rompe los pesados
grillos, y que en el templo
de Libertad de hoy más muestren colgados 40
del pueblo la vileza,
y de los Reyes la brutal fiereza.

- VIII -

La primavera

¿Ves, hermosa, la fuente que bullendo


el céfiro menea blandamente?
Amor la agita: mira su corriente
hacia el amado arroyo huir riendo.
Mira volar la abeja susurrante 5
en torno de las violas olorosas,
y su néctar le ofrecen amorosas,
zagala; que es la flor también amante.
¿No escuchas gorgear los ruiseñores,
de aguda flecha el tierno pecho heridos, 10
y en melodiosos trinos no aprendidos
explicar sus dulcísimos amores?
¿No ves las palomillas amorosas
exhalar sus arrullos inflamados?
¿Los pichones no ves enamorados 15
responder en querellas cariñosas?
Todo es amor; la alegre primavera,
al universo nueva vida dando,
naturaleza yerta va inflamando,
que Enero con su escarcha entorpeciera. 20
Y tú, por más que lo rehuyas dura,
has de rendir a Amor el cuello erguido,
que todo se avasalla ¡ay! a Cupido:
tal es la ley eterna de natura.

- IX -

El amor rendido

Las pesadas cadenas


del despotismo atroz ufano hollando,
cantemos, lira mía,
el acordado tono al cielo alzando,
la presente alegría 5
y las pasadas penas;
libertad sacrosanta, tú me inspira;
que sólo libertad suene mi lira.
Mientras fue mi morada
la esclava Hesperia, del rapaz Cupido 10
la flecha penetrante
de aguda llaga el corazón ha herido;
hoy peto de diamante
a su punta acerada
oponer quiero, y, de firmeza armado, 15
sus amenazas arrostrar osado.
¡Oh deidad inclemente!
¡Oh Cupido implacable! ¡Oh santo cielo!
¿Qué beldad peregrina
Viene a las Galias del hesperio suelo? 20
¡Oh belleza divina!
A tus pies reverente
me postro humilde, y ante ti rendido,
Amor, confieso a voces, me ha vencido.
Al duro yugo atado 25
la cerviz humillada, al fiero en vano
perdón ¡ay Dios! le pido;
que en mis lloros se ceba el inhumano,
y al carro en triunfo uncido,
con el dedo mostrado, 30
el quebrantado cuerpo puede apenas
arrastrar las gravísimas cadenas.
De mis ojos cansados
huyó por siempre el apacible sueño,
y en perenes raudales 35
de amargo llanto el porfiado empeño
de mis penosos males
en mi daño obstinados
¡ay! los ha para siempre convertido,
y en quebranto inmortal ¡ay! me ha sumido. 40
Deidades sacrosantas
que en Olimpo subido hacéis manida,
muévaos mi humilde ruego;
apagad en mi pecho la encendida
llama de amante fuego; 45
postrado a vuestras plantas,
de vos aguarda un triste este consuelo;
mas ¡ay! que al desdichado es sordo el cielo.
¡Oh deidad sobrehumana!
A ti fue dado, hermosa, solamente 50
la pasada alegría
tornar ¡ay triste! al corazón doliente;
ablanda, diosa mía,
tu condición tirana;
mira cuál a tus pies ruego amoroso; 55
di una sola palabra, y soy dichoso.

-X-

A Carlota Corday

¡Oh pueblo malhadado!


Con mil cadenas tu cerviz altiva
amarrará a su carro la anarquía;
de libertad te priva
el padre de los dioses indignado, 5
en pena de tu infame cobardía,
hasta que con altares
la diosa que ofendiste aplacares.
De Bruto el alma santa,
rasgando las esferas celestiales, 10
en ti vino, y tu diestra generosa
de sus armas fatales
a los tiranos, ciñe. ¡Ay! cuál levanta
el vulgo vil al cielo su espantosa
voz por su soberano, 15
muerto, Carlota, por tu noble mano.
El fragoso camino
es este del Olimpo; el inflexible
Catón y Marco Aurelio por él fueron;
por él siguió el terrible 20
azote de los reyes, el divino
Rousseau; por él los dioses concedieron
escalar las moradas
a las divinidades reservadas.
Salve, deidad sagrada; 25
tú del monstruo Sangriento libertaste
la patria; tú vengaste a los humanos;
tú a la Francia enseñaste
cuál usa el alma libre de la espada,
y cuál sabe inmolar a sus tiranos; 30
tú abriste la carrera,
y en la lid te lanzaste la primera.
De tu pueblo infelice
sé deidad tutelar: ¡Oh! no permitas
que a la infame Montaña rinda el cuello. 35
Mas ¡ay! que en balde excitas
con tu ejemplo el vil pueblo que maldice
el brazo que le libra. ¡Ay! que tan bello
heroísmo es perdido,
y pesa más el yugo aborrecido. 40
Que en las negras regiones
las Furias hieran con azote duro
del vil Marat el alma delincuente;
que en el Tártaro escuro
sufra pena debida a sus acciones, 45
y del gusano eterno el crudo diente
roa el pecho ponzoñoso,
¿será por eso el pueblo más dichoso?
La libertad perdida
¡ay! mal se cobra; en pos de la anarquía 50
el despotismo sigue en trono de oro;
su carro triunfal guía
la soberbia opresión; la frente erguida
va la desigualdad, y con desdoro
el pueblo envilecido 55
tira de su señor al yugo uncido.
¡Oh diosa! los auspicios
funestos, de la Francia ten lejanos;
torne la libertad a nuestro suelo;
así con puras manos 60
los hombres libres gratos sacrificios
te ofrecerán, Carlota; tú del cielo
donde asistes, clemente
protege siempre la francesa gente.
- XI -

El canto de Amarilis

Quitad allá las ciencias,


dejadme mis amores.
allá dispute el sabio,
otro piense, y yo goce.
Denme a mí de Amarilis 5
oír los cantos acordes,
que encienden en mi pecho
mil amantes ardores.
Que Florián a Trigueros
le colme de loores, 10
que Forner satirice,
y Guarinos elogie;
y que estas necedades
diviertan a la corte,
¿qué a mí, que odio los lauros 15
de Minerva y Mavorte?
¡Oh, pueda yo beodo
las suavísimas voces
escuchar de Amarilis,
y arder en sus amores! 20
La vida es deleznable,
veloz el tiempo corre;
pues gocemos placeres,
y evitemos dolores.
¿No ves marchito el prado, 25
y secas ya las flores?
¿No ves de escarcha y hielos
coronados los montes?
Unas en pos de otras
se van las estaciones; 30
la juventud con ellas
¡ay! huye y los amores.
Ligero el tiempo vuela;
pues ¡ah! no le malogres.
¿Qué sabes si más vida 35
te conceden los dioses?
Ya he visto yo los filos
de las tajantes hoces
segar la seca espiga
con las lozanas flores. 40
Vivamos y gocemos
antes que triste llores
tu engaño, y tu hermosura
la llames y no torne.

Elegías

-I-

A Lícoris

Del airado Mavorte la crueza


¡oh! no cantes, mi lira, ni la insana
sed de sangre, el furor y la fiereza.
Mas di de Venus, reina soberana
de Pafos, el poder; di los amores 5
y de las Gracias la belleza humana.
Canta del dios vendado los loores,
de Cupido certero las doradas
flechas, su blanda risa, y sus favores.
Deja, Cupido santo, las preciadas 10
aras de Chipre, y en tu fuego ardiente
enciende mis entrañas frías y heladas.
¡Oh mil veces fatal ruego, imprudente
súplica, por mi mal bien acogida!
¡Oh condición de Amor cruda, inclemente! 15
Baja de Olimpo el pérfido, y fingida
piedad muestra en su rostro y apostura
dulce el falso, y sonrisa fementida.
«Del Betis a la orilla una hermosura
(amarla es tu destino eternamente) 20
te ofrezco; parte, corre a tu ventura».
Dijo y voló; yo loco encontinente
el Manzanares dejo, y desalado
al Betis corro con anhelo ardiente.
Ya no hay más libertad ¡ay! ya aherrojado 25
Lícoris en durísimas prisiones
me tiene, al duro remo ¡ay! amarrado.
Yo triste los pesados eslabones
arrastro, mientras que tormenta horrible
levantan en mi pecho las pasiones. 30
Amor en fuego ardiente, inextinguible,
me abrasa sin cesar; jamás la hoguera
aparta, que esquivar me es imposible;
que el crüel me persigue por doquiera,
cual cierva a quien fatal punta acerada 35
el costado rompió con llaga fiera;
que el monte, el llano corre la cuitada,
el doliente bramido al cielo alzando,
del rabioso dolor siempre aquejada.
Así mi cruda pena va aumentando 40
la aguda flecha con que Amor me ha herido,
siempre el enfermo pecho lastimando;
la imagen de Licoris, el bruñido
cabello de azabache, la alta frente,
el sonrosado labio, el cuello erguido, 45
y el hablar, y el reír suavemente
Amor grabó con punta de diamante
en el mezquino corazón doliente.
Mora Licoris en mi pecho amante,
Licoris mora en él; vos amadores, 50
de Gnido desertad la ara humeante.
Ved cuál la abandonaron los amores
y a Lícoris festivos rodeando
de guirnaldas la ciñen de mil flores.
El sangriento Cupido está aguzando 55
la inevitable flecha, y falsa risa
va por sus labios pérfidos vagando.
¿Quién de mi dulce bien vio la sonrisa,
y cantar pudo la ambición, la guerra
que los tronos trastorna, rompe y pisa? 60
Obra de un dios maligno es nuestra tierra;
el duelo la pasea de contino,
que todo bien lejos de sí destierra.
Y cuando el placer muestra su divino
rostro, nosotros necios le esquivamos, 65
¡oh del error efeto el más indino!
Que la flor de la vida así pasamos;
la vejez nos señala el tenebroso
ataúd, que en vano tristes evitamos.
Gusta, Lícoris mía, el delicioso 70
néctar de amor, agora que te es dado
del tiempo del placer nuestro envidioso,
y nunca sin desdicha despreciado.
- II -

A Amarilis

Soledad deliciosa, bosque umbrío


¡ay, cómo en tu retiro busco en vano
alivio al inmortal quebranto mío!
Me hirió de Amor la poderosa mano,
de Amor la flecha aguda envenenada 5
que contra mí lanzara el inhumano.
¡Oh mil veces feliz edad dorada
en que fue la ternura y la firmeza
del constante amador siempre premiada!
Agora al rendimiento, a la fineza 10
se retribuye indiferencia fría,
al obsequio humillado cruel dureza.
¿Qué mal dios en su cólera daría
el siempre infame honor a los mortales,
que tanto de natura los desvía? 15
Él el pudor nos trajo, él sus fatales
leyes a Amor impuso, y él los bienes
más dulces transformó en acerbos males.
De mi dulce enemiga los desdenes
el acaso los causa, y hace en llanto 20
mis ojos dos raudales ¡ay! perenes.
Sigue, Amarilis, de Cupido santo
las leyes, del amor sigue el sendero
exento de pesar y de quebranto.
Honor, de la natura comunero, 25
ejercite en el vulgo su tirana
dominación y su poder severo.
Tú escucha del Amor la soberana
voz, que al deleite agora te convida;
que esta la edad en su verdor lozana. 30
Huye la primavera de la vida
cual un ligero soplo, un breve instante,
y nunca torna si una vez es ida.
Vendrá ¡ay! la vejez corva, y el amante
que agora sólo espira tus amores, 35
y que esquivas más dura que diamante,
Lejos huirá de ti; de adoradores
la turba que te cerca de contino,
cual brillo suele de caducas flores
tal desparecerá; que del destino 40
esta es la ley severa, inexorable;
éste de la hermosura el hado indino.
Tal la purpúrea rosa, que al amable
Céfiro abrió su seno, el soplo airado
del vendaval deshoja, y despreciable 45
yace y marchita en el florido prado.

- III -

La ausencia

De la eterna manida del lamento


pálidos habitantes, malhadados
reinos a do jamás cupo el contento,
no; jamás vuestros dioses enojados
tormentos inventaron que igualasen 5
la ausencia a que me fuerzan ¡ay! los hados.
No plugo al crudo cielo que bañasen
de Adur las ondas mis cenizas hiertas
y plácidos mis manes reposasen.
Yace aquí un amador, yacen sus muertas 10
esperanzas, el túmulo diría,
su fe constante, y sus finezas ciertas.
Tal vez sobre mi tumba lloraría
ceñido de ciprés un fiel amante
de su ingrata señora la falsía. 15
Mi sombra en torno del sepulcro errante
sus lloros enjugara, y su quebranto
compadeciera, y su penar constante.
Bella Minerva Aglae, de tu llanto
una lágrima acaso regaría 20
los huesos de quien vivo te amó tanto.
¡Oh, cuál de tu dolor ufana iría
mi alma a morar en los Elisios prados,
y mi ventura alegre cantaría!
Jamás del dulce Orfeo los acordados 25
tonos con mis canciones se igualaran;
y fueran otra vez embelesados
del Tártaro los monstruos, y cesaran
las ondas del Leteo su corriente,
y las tremendas Furias se aplacaran. 30
Mas ¡ay! de ti, mi dulce bien, ausente,
ronca suena mi lira, y triste lloro
vierten mis ojos hechos larga fuente.
Estos mis cantos son: Minerva adoro;
¿dó estás, Minerva Aglae? ¿no me entiendes? 35
Sólo se escucha el murmurar sonoro
del Sena, y mis sollozos; ¿y no atiendes,
ingrata, a mi dolor? ¿Y yo ando en vano?
¿Y tú mi fuego más y más enciendes?
En esto que de ti me hallo lejano, 40
Eco responde solo a mis querellas;
yo en llanto amargo me deshago insano.
¿Por qué la Fama, di, pregona bellas
de este Sena las Ninfas tan preciadas?
¿Junto a Minerva Aglae qué son ellas? 45
De su hermosura así son eclipsadas,
como del alma Venus la belleza
sus émulas confunde despechadas.
El duro Amor ceñido de crueza
la sigue a todas partes; con halagos 50
el falso va escondiendo su fiereza.
¡Guarte, mortales tristes! ¡Qué de estragos!
¡Cuántos de letal flecha son heridos!
¡Qué días les prepara Amor aciagos!
Llévate ¡oh deidad cruda! tus mentidos 55
favores, y tus glorias lisonjeras,
y tórname mis bienes ¡ay! perdidos;
¡Ay! tórname mi alma y paz primeras.

- IV -

Traducción de Tibulo

(Elegía primera del libro segundo)

Los frutos y los campos consagremos;


únanse vuestras voces a la mía,
y el rito antiguo alegres celebremos.
¡Oh Baco! ¡Oh santo dios de la alegría!
De pámpanos la frente coronada 5
ven; y tú, madre Ceres, tú le guía.
Repose el labrador y la cansada
tierra en el día solemne, y cuelgue ociosa
la dura reja a la labor usada.
Libres los bueyes sean de la penosa 10
coyunda, y sueltos pasten, coronados
de adelfa entrambos cuernos y de rosa.
Todos nuestros afanes89 sean sagrados;
matronas y doncellas en tal día
descansen de la rueca y los hilados. 15
¡Lejos del ara los que la ambrosía
en la pasada noche habéis gustado
y el néctar de la diosa de Idalía!
Pureza y castidad han agradado
siempre a los dioses; puro sea el vestido; 20
cada uno en lustral agua sea lavado.
Ved cuál al sacrificio conducido
el cándido escuadrón lleva al cordero,
y de lauro el cabello va ceñido.
Deidades tutelares del Hespero 25
suelo, a vos la labranza, y labradores
consagro; proteged ¡oh! mi lindero.
Fértil cosecha las frondosas flores
¡oh! no anuncien en vano; la inocente
oveja huya del lobo los furores. 30
Y el colono feliz, tranquilamente,
viendo sus trojes llenas, descuidado
y alegre al grande fuego se caliente.
De rústicos en torno rodeado
los verá en juego levantar contentos 35
chocillas con el mimbre más delgado.
Mas los dioses escuchan mis acentos;
ved, ved cuál de la víctima el dichoso
aspecto los anuncia al voto atentos.
Del padre Baco el néctar delicioso 40
traed, y en torno brindemos y bebamos,
ni entre un brindis y otro haya reposo.
Beodos el día festivo celebramos:
¡Oh Baco! honren la fiesta tus furores
santos, y ni caídos nos rindamos. 45
Mas cantemos del vino en los ardores
el nombre augusto de Mesala ausente,
de yedra coronados y de flores.
¡Oh vencedor de la aquitana gente,
noble Mesala! Tú que honras triunfante 50
a tu abuelo y remoto descendiente;
tú propicio me inspira, mientras cante
de los agrestes dioses los loores
al compás de la cítara sonante.
Los campos canto, y sus habitadores 55
celestes, que a trocar nos enseñaron
la bellota en manjares mil mejores.
De palma los primeros levantaron
al labrador la rústica cabaña,
y de agostada hierba la techaron. 60
Al formidable toro con la maña
astuta sujetaron al arado,
y al bosque confinaron la alimaña.
Entonces la manzana se ha ingertado,
y el seco huerto del humor sediento 65
en el amigo riego se ha empapado.
También el viñador pisó contento
en el ancho lagar la uva dorada,
cantando a Baco en armonioso acento.
El rico don de Ceres, la tostada 70
espiga de los campos la cogemos
cuando lanza el León llama abrasada.
Al campo la sabrosa miel debemos,
cuando a la abeja Hiblea sus panales
de agrestes flores fabricar la vemos. 75
Del rústico trabajo los mortales
fatigados cantaron dulcemente
cantilenas en versos desiguales;
y de la flauta al son plácidamente
celebraron en himnos las deidades 80
celestes y su brazo omnipotente.
Guió el grosero coro en las edades
de oro, de mosto el labrador teñido,
cantando de Lyeo las bondades.
El cabrito de Baco aborrecido 85
le dio el pastor en don, que entonces fuera
por el cabrón el hato conducido.
Ornó de agreste flor la cabellera
del lar antiguo el zagalejo ufano,
cuando colora el Mayo la pradera. 90
Pace la oveja el abundoso llano;
cubre el lomo el vellón, que de contino
de la doncella emplea la tierna mano.
La femenil labor del campo vino,
de do el huso, la rueca y el hilado, 95
al menos fuerte sexo útil destino.
Alguna que el trabajo ha fatigado
de ti canta, Minerva, las loores;
suena la lanzadera en tanto al lado.
En los amenos campos, entre flores, 100
entre el galán novillo y el ligero
potro nació también el dios de amores90.
Aquí se ejercitó también el fiero
en lanzar el harpón ¡ay! diestramente,
tan penetrable agora, y tan certero. 105
Y no el ganado, la doncella siente
la cruda herida, y doma el inhumano
la condición del joven más valiente.
El oro desperdicia el mozo insano
por él; de su ingratísima aterido 110
ronda las puertas el cascado anciano;
y la doncella hermosa sin rüido
las plantas mueve, y frustra la cuidosa
madre que vela con atento oído.
Palpando por la estancia tenebrosa 115
camina a do la atiende el fiel amante,
y descansa en sus brazos amorosa.
Infeliz el que flecha penetrante
hirió de Amor, y bienaventurado
el que le vio este dios de buen talante. 120
Ven también a la fiesta, dios vendado;
mas lejos de nosotros ten tu ardiente
saeta; ¡ay! ten lejos el harpón dorado.
Cantad al dios de amor: abiertamente
le invoque cada uno a la majada, 125
y a su pecho le llame ocultamente,
o a voces el que quiera: ¿ya enredada
no veis la tropa en fuegos amorosos,
y la danza lasciva ya empezada?
Jugad, que los caballos tenebrosos 130
unce la noche; el escuadrón lucido
de astros ya la siguen silenciosos.
Y en pos viene el Morfeo adormecido,
que las alas batiendo91 tardamente
espira sueño, y deja en él sumido 135
el hombre y la alimaña juntamente.

Sátiras

-I-

A Santibáñez92
Yo, aquel que la Academia no ha premiado,
ni de Bouillón el bárbaro diarista,
ni el bonazo Guarinos ha elogiado;
cuando me pica soy también coplista,
y enhilo a millaradas consonantes, 5
cual pudiera el más diestro repentista.
Que del seco Forner no los tajantes
reveses me amendrentan; no el graznido
de la chusma de cuervos discordantes.
¿Y quién a Vaca de Guzmán ha oído 10
de Clío tañer la trompa sonorosa,
que el disonante estruendo haya sufrido?
Las Dríades que habitaban en la undosa
margen de Henares, Columbano huyendo,
dejaron su morada deliciosa; 15
y mientras, en el Tormes con tremendo
desapacible son grazna Berilo,
y huyen las Ninfas el horrible estruendo.
Ninfas que del dulcísimo Batilo
oísteis la suave melodía, 20
¿dónde hallaréis contra Guerrero asilo?
¿Yo callar? ¿Y Trigueros cantaría
las majas y Lerena y la Riada,
con su insulsa y pesada grosería;
y de Iriarte la musa siempre helada 25
dramas tan regulares y tan fríos
como La señorita mal criada?
Pues ¿quién para escribir no cobra bríos,
viendo que hasta Forner tiene ya fama,
y de Huerta se loan los desvaríos? 30
No más, que ya la cólera se inflama,
ya la bilis rebosa a borbollones,
y ya brotan mis ojos viva llama.
Deja, amigo, que exhale en mis renglones
la rabia, y más que contra mí vomite 35
el bando de Forner mil maldiciones;
que no estimo siquiera en un ardite
su estúpida manada de escritores,
por más que alce el ahullido, y que más grite.
¡Desventurado siglo, en que de amores 40
Casal canta; Moncín y el ignorante
Labiano de comedias son autores!
¿Y no quieres que esgrima la tajante
espada de la mofa y la ironía
contra turba tan necia y tan pedante? 45
La adulación, la vil lisonja guía
las plumas, y se premian los escritos
que ostentan la más baja villanía.
Los pensamientos nobles93 son proscritos
antes de ver la luz, y sofocados 50
de la santa verdad los libres gritos.
Los libros a ministros dedicados
(archivos de vileza y de mentira)
por ellos los autores pensionados.
¿Pues quién esto contempla, y no se aíra? 55
¿Quién la literatura tan vilmente
la ve humillada, sin enojo ni ira?
Juraron mortal odio eternamente
la ciencia, el desengaño iluminado,
la potencia fiera y insolente. 60
El libro al poderoso dedicado
no contuvo jamás verdades duras,
que a los que pueden siempre han disgustado.
Derívase de fuentes tan impuras
hoy la ciencia de España, ¿y esperamos 65
ver sus aguas correr tersas y puras?
¡Oh cuán erradamente caminamos
al templo de la Fama, si siguiendo
de la vil protección las sendas vamos!
Que tal vez la grandeza va tejiendo 70
la red con beneficios, y cautiva
la ciencia que escapar no puede huyendo.
Busca el saber la libertad, y esquiva
el trato con el rico potentado
que frentes huella94 con la planta altiva. 75
Al esclavo el pensar no le fue dado;
Natura al que no hinca la rodilla
al tirano, este don ha reservado.
¿Y de la vil canalla que se humilla
al siervo de sus siervos, la ignorancia 80
quieres tú que me cause maravilla?
¿Te admira que trasplanten de la Francia
vocablos sin razón, y así amancillen
de nuestro idioma patrio la elegancia?95
¿Que por hurten escriban ellos pillen, 85
Hago el amor, no estoy enamorado,
Y que manden en jefe y no acaudillen?
¿Que escriban en estilo afrancesado
tan confuso que siempre el pensamiento
escurecido queda o embrollado? 90
Bien merecen entrar también en cuento
los pedantes secuaces del purismo,
que carecen de gusto y sentimiento;
que si Mena no dijo fanatismo
reprueban esta voz, y escrupulosos 95
buscan en Marïana panteísmo.
Hay escritores fieles, y celosos
observantes de plan y de unidades,
y de reglas que siguen rigorosos;
sujetos siempre a tales mezquindades 100
hacen versos a estilo de gaceta,
que maldicen del Pindo las deidades.
Cual si pudiera hacer obra perfeta
el autor de La niña mal criada,
en despecho de Apolo hecho poeta; 105
que por huir de Góngora la hinchada
dicción, escribe trabajosamente
epístolas en prosa mal rimada.
Naturaleza y arte juntamente
si no concurren, por ganar se afana 110
el nombre de poeta vanamente.
Mas calla ya, mi Musa; que la insana
caterva de ridículos copleros
si quieres extirpar, empresa es vana,
y esgrimen contra ti ya sus aceros. 115

Discursos
En la abertura de una Sociedad Literaria

Discurso primero96

¡Mísera humanidad! Las sombras sigue,


y afana por labrarse sus cadenas.
En pos de los honores desalado
el ambicioso corre, que huyen lejos
cuando su mano casi les da alcance. 5
Entre montones de oro vive hambriento
el macilento avaro, que no toca
jamás los sacos de metal preñados:
Tántalo entre manzanas y agua pura,
que la hambre y sed devoran sus entrañas. 10
El hombre es infeliz, mientras la amable
filosofía le muestra las veredas
de la felicidad. Sendas trilladas
de pocos, y de pocos conocidas,
de la inmortalidad al sacro templo 15
la virtud y el saber tan sólo guían.
El virtuoso Sócrates, el santo
inflexible Catón fueron por ellas,
y el que siguió sus huellas dignamente
Rousseau, de la edad nuestra eterna gloria, 20
y modelo a los siglos venideros.
Busquemos el saber, y los amores.
Las honras, los caudales y los puestos
ocupen al profano. De Minerva
éste sea, amigos, el sagrado templo. 25
El sabio, del Olimpo ve tranquilo
el luchar de los vientos, las tormentas,
el Euro batallando con el Noto,
a su soplo agitado el mar insano,
y el naufragar amargo de los tristes 30
contempla compasivo, que en las ondas
sañudas con dolor el alma exhalan.
Así el mal difundido por la tierra
observaremos siempre: el despotismo
asolar y mandar, la intolerancia 35
ensangrentar la espada, y escudarse
de la piedad con el broquel sagrado.
Y cuál el fanatismo atroz desnuda
la religión de su sagrada veste,
mientras la inerme diosa pide al cielo 40
que tan horribles monstruos extermine,
y la convierta a su esplendor antiguo.
Los derechos del hombre, que ignorados
del hombre mismo fueran tantos siglos,
derechos que atropellan en las Cortes 45
los déspotas soberbios, los soeces
infames cortesanos, vil canalla
indigna de la vida y luz del día,
tal vez estudiaremos; las sagradas
obligaciones que natura impone, 50
y que la sociedad y Dios prescriben
ocupación serán de nuestras juntas.
También a veces las amables Musas
nos recrearán de otros estudios serios,
ni negará Terpsícore sus sales 55
alguna vez, cuando burlar queramos
los fríos Iriartes, los Trigueros
insulsos y pesados, la insufrible
charla de Vaca, y el graznar contino
de la caterva estúpida, que infecta 60
de dramas nuestro bárbaro teatro.
Apolo templará su acorde lira
cuando de Jovellanos y Batilo,
del dulce Moratín y Santivañes
los loores cantemos, por quien alzan 65
su voz las patrias Musas, que yacieran
en sueño profundísimo sumidas.
¡Oh cuánto la amistad, y de la gloria
sagrado ardor me inflama! ¡Oh, cómo espero
recorrer la carrera denodado 70
que a mi vista se ofrece! Ciencias, artes,
todo con vuestro auxilio se me allana,
que a la constante aplicación, al tiempo,
y a la amistad juiciosa y ilustrada
ningún conocimiento se resiste. 75
Cuando el viejo Saturno fue arrojado
por Jove de su reino, que con leyes
tan iguales y justas gobernara,
el bien y la virtud huyeron lejos
del malhadado mundo, y alanzada 80
la amistad fue con ellos juntamente.
La vil esclavitud cubrió la tierra,
la ensangrentó la guerra; el perdurable
duelo la consumió y el llanto eterno.
Ya caminaba a pasos de gigante 85
la humanidad al término postrero,
cuando a la tierra torna compasiva
la afligida amistad; el llanto enjuga
al triste, y le consuela en sus miserias;
lamenta las desdichas, indulgente 90
perdona los defectos y, las culpas
de la naturaleza inseparables
en el frágil mortal; suave aligera
el peso insoportable de la vida.
Ella aquí nos ha unido: sus favores 95
¡oh! no desperdiciemos; merezcamos
gozar eternamente sus delicias.
Virtud y humanidad fueron sus padres:
amemos la virtud, y tiernamente
amémonos también, sin que los odios, 100
los celos, las disputas literarias,
fuentes de tan crüeles enemigas,
nuestra fiel amistad jamás alteren.

Epístolas

-I-

A Emilia
Bella Emilia, perdón; yo te lo ruego
por tu belleza; ¡ah cielos! ¡mi osadía
cuánta disculpa tuvo! ¿Dó se halla
aquel que a tu hermosura indiferente
sin amarte97 te mira? ¿Quién tu dulce, 5
tu suave elocuencia escuchar pudo
sin la emoción más viva? ¿Y yo cuitado,
yo solo ¡ay triste! sentiré tus iras?
¿Te aplacas, bella Emilia? ¿Me perdonas?
A un eterno silencio me condeno; 10
no más de amor hablarte; no fue dado
a mí, mortal, la dicha soberana.
Seamos amigos, adorable Emilia;
si de amor no soy digno, podré al menos
serlo de la amistad: sencillo, franco, 15
jamás la vil lisonja, la mentira
infame mi conducta han afeado.
¡Mi corazón sensible cuántas veces
en lágrimas se exhala en las desdichas
de mis amigos! ¡Las perfidias bajas, 20
las mentidas caricias, las lisonjas
envenenadas, la insultante mofa
de los que fingen serlo, cuánto acíbar
sobre mi triste vida han derramado!
Almas villanas98, yo lo he merecido; 25
ingratos, yo os he amado; esto es bastante.
¡Ay! pasemos en blanco mis desdichas.
De mis falsos amigos las injurias
atroces, las envidias, los crueles
encarnizados odios olvidemos. 30
Seamos amigos, vuelvo a repetirlo,
de la santa amistad, y de las ciencias
al sagrario acogidos, los profanos
asestarán en balde sus saetas
contra nosotros. Ora, la balanza, 35
y el compás de Neutón en nuestra mano
teniendo, aquel cometa seguiremos
en su alongada elipse. Ora a Saturno,
y a Júpiter pesando las distancias
de Marte a nuestra tierra mediremos, 40
o bien por el calor de nuestro globo
su edad sabremos. Ora calculando,
el infinito mismo, que no es dado
al hombre conocer, numeraremos.
Otras veces, la historia recorriendo, 45
teatro vasto de horrores y miserias,
la suerte lamentable de la débil
humanidad, del despotismo injusto,
de la superstición, del falso celo
siempre oprimida compadeceremos. 50
O bien hasta el Eterno nuestras almas
por grados elevando, nuestras manos
puras de iniquidad levantaremos
a la extensión inmensa, do el muy alto
habita todo en todo; en respetoso, 55
en profundo silencio el bello orden,
la perfección que reina en el gran todo
absortos admirando, y en tranquila
paz el último día aguardaremos,
do el alma nuestra libre de cadenas, 60
de Marco Aurelio y Sócrates al lado,
en la contemplación del universo
gozará de placeres inefables.

- II -

A mi amigo Lanz99

¡Oh dulce Lanz! Mi juventud lozana


ya para siempre huyó, cual agostada
rosa, que brilla sólo una mañana.
Cerca está ya de mí la fatigada
corva vejez, de muerte precursora, 5
de achaques y quebrantos rodeada.
¿Dó estás, oh juventud? ¿Dónde está agora
de aquel semblante mío la frescura?
¿Dónde del claro Tormes la pastora
que del cáliz de amor ¡ay! la dulzura 10
me dio a gustar? Mi luz es eclipsada;
ya sepultado ¡ay! yago en noche escura.
Pronto la férrea Parca no aplacada
irresistible va a precipitarme
en el voraz abismo de la nada. 15
Dulce esperanza ¡oh! ven a consolarme:
¿Quién sabe si es la muerte mejor vida?
¿Quien me dio el ser no puede conservarme
mas allá de la tumba? ¿Está ceñida
a este bajo planeta su potencia? 20
¿El inmenso poder hay quien le mida?
¿Qué es el alma? ¿Conozco yo su esencia?
Yo existo; ¿dónde iré? ¿de dó he venido?
¿Por qué el crimen repugna a mi conciencia?
Si de toda moral la norma ha sido 25
nuestro propio interés, ¿por qué en la historia
siempre el perverso vive aborrecido?
¿Me es de Nerón odiosa la memoria
porque temo morir de sus crueldades
víctima? ¿Qué interés tengo en la gloria 30
de Foción? ¿Qué me importan las maldades
del infame Tiberio? ¿De Trajano
qué bien hacerme pueden las bondades?
No calumniemos el linaje humano:
el malo a las ideas generosas 35
un vil origen atribuye en vano.
No, Lanz: de las acciones virtuosas
estímulo es la noble simpatía;
El egoísmo vil de las viciosas.
De Helvecio errada la filosofía 40
convence en esta parte la conciencia,
que es de nuestra razón la mejor guía.
Vano fuera alegarnos la experiencia,
que sólo enseñar puede lo que ha sido;
quien lo que debe ser dice es la ciencia. 45
Tiranos y impostores se han unido
para ahogar la virtud, y yo me admiro
que sus esfuerzos más no hayan podido.
En todas partes la violencia miro
sobre el trono sentada, y exhalando 50
la libertad el último suspiro.
Del despotismo el horroroso bando;
la vil superstición, la intolerancia
la sanguinosa espada blandeando;
la feroz anarquía que la Francia 55
corre, y tala y asuela; cual abrasa
celeste rayo la suntuosa estancia
de reyes, junto con la humilde casa
del pobre labrador, y vuela ardiente,
consumiéndolo todo por do pasa. 60
¿Qué haces? ¿Dó te despeñas, imprudente
pueblo? ¿La libertad sin moral quieres?
¿Qué Dios te sopla este furor demente?
¿Piensas, atropellando tus deberes,
que más sean tus derechos respetados? 65
¡De cuán fatal error víctima eres!
Así es; los pueblos desmoralizados
hoy sus cadenas rompen, y otro día
se forjan grillos mucho más pesados.
De la ignorancia siempre la anarquía 70
ha sido inseparable compañera,
como la libertad lo es de Sofía100.
Mas todos los delitos que esta fiera
comete, culpa son del despotismo,
en cuyo horrible seno ella naciera. 75
Así en Milton los monstruos del abismo
devoran con rabioso ávido diente
de quien les diera el ser el seno mismo.
¡Ah! sepamos templar hasta la ardiente
ansia del bien; el hombre es perfectible, 80
pero se perfecciona lentamente.
¿El efecto fatal de la terrible
revolución francesa cuál ha sido?
La guerra general, un lujo horrible,
el orbe por dos pueblos oprimido, 85
repúblicas y reinos devorados,
de Europa el equilibrio destruido;
de la filosofía los sagrados
principios por la chusma de escritores
con descaro increíble calumniados; 90
de cuanto del delirio en los furores
un populacho vil ejecutara,
culpados los más célebres autores.
El amor del trabajo, do cifrara
sus virtudes la clase laboriosa, 95
ora la sed del mando reemplazara.
Donde los proletarios su horrorosa
dominación ejercen, ¿la anarquía
qué vínculo social disolver no osa?
En el abismo de la tiranía 100
al pueblo precipita la licencia,
que por sus falsas máximas se guía.
Así el Vesubio lanza con violencia
de sus entrañas rocas inflamadas,
de la atracción venciendo la potencia. 105
Mas luego por su peso arrebatadas
caen, y abrasan los campos convecinos,
y sepultan ciudades desoladas.
Tal un pueblo empeora sus destinos,
cuando se entrega a locas sugestiones 110
de demagogos de alentar indinos.
Con las horribles exageraciones
de la revolución el despotismo
perpetuamente asusta a las naciones.
Como si el más absurdo fanatismo 115
de un vulgo vil fuera razón bastante
para que en un profundo parasismo
los pueblos se durmiesen, y triunfante
de los, esfuerzos de animosos pechos
la soberbia opresión fuera arrogante. 120
El hombre jamás pierde sus derechos;
cobrar la libertad es siempre justo;
rompamos nuestros grillos; que deshechos
al suelo caigan, y que pongan susto,
cayendo, a los tiranos macilentos 125
que nos oprimen con su cetro injusto.
Sofisma es confundir con los violentos
furores de la plebe arrebatada
de una nación los grandes movimientos.
Cuando la propiedad es respetada, 130
cuando la humanidad al pueblo guía,
cuando toda opinión es tolerada,
¿puede nacer acaso la anarquía
de una revolución sólo funesta
a los fautores de la tiranía? 135
Nueva lógica, amado Lanz, es ésta,
olvidar la violencia perdurable
del déspota, y la furia descompuesta
alegar de la plebe, cuya instable
cólera se apacigua en un momento, 140
como las olas de la mar mudable.
Más de tres siglos hace que el sangriento
infame tribunal del Santo Oficio
oprime a España con furor violento.
Y dos años, no más, el ejercicio 145
fatal de la anarquía duró en Francia;
¿cuál causa de los dos más perjüicio?
¿La riqueza, el comercio, la abundancia
de cuál de los dos pueblos han huido?
¿Dó esta el saber, y dónde la ignorancia? 150
Tal la revolución francesa ha sido
cual tormenta que asuela las campañas,
los frutos arrastrando del ejido.
Empero el despotismo las entrañas
deseca de la tierra donde habita; 155
cual el volcán que vive en las montañas,
y con perpetuo movimiento agita
el suelo, que su lava esteriliza,
y, cuanto más destruye, más se irrita.
La esclavitud es quien desmoraliza 160
los pueblos, quien sofoca los talentos,
y quien toda virtud inutiliza.
Ni tampoco están libres de violentos
vaivenes las naciones más esclavas,
y de internos terribles movimientos. 165
Cual mugen del Océano las bravas
olas, cuando la tierra se estremece,
y la mar rompe sus ferradas trabas;
un pueblo esclavo, cuando se embravece,
con sus cadenas se arma, y desbocado, 170
ningún delito en su furor le empece.
Contemplemos el suelo malhadado
de la Persia infeliz, de la Turquía,
por un dueño absoluto dominado.
Las discordias civiles, la anarquía 175
son siempre inseparables compañeras
del despotismo, y de la tiranía.
Y de consuno las monstruosas fieras
sangre beben, de sangre se alimentan,
y las naciones devorando enteras, 180
con llanto y sangre se sustentan.

Silvas

-I-

A cuatro hermanas

La villana avaricia, el insaciable


amor del mando y del poder supremo
las bajas tierras oprimido habían;
abrumados gemían
los hombres bajo el cetro intolerable, 5
y del dolor en el violento extremo
los dioses invocaban,
que sordos a sus ruegos se mostraban.
Amor, tú consolaste
la humanidad; tú su deshecho llanto 10
piadoso le enjugaste,
trocando en alegría su quebranto.
Tú las cuatro Beldades
formaste a hermosear mi patrio suelo;
la belleza les diste de deidades 15
moradoras del Cielo.
Por ellas ha tornado,
por ellas el placer al mundo; humean
por ellas los altares,
do sacrifica el pueblo enamorado 20
en el templo de Amor, y de cantares
amantes la armonía
hinche el templo de dulce melodía.
¿El poder, la riqueza,
qué valen comparados 25
con el placer que ofrece la belleza?
Que los mortales son más desdichados
cuanto más de natura desviados.
Apolo: si otro tiempo penetrante
flecha de amor te hirió, si la inhumana 30
Dafne adoraste en vano, si en pos de ella
montes y valles recorriste amante,
en vano reprehendiéndote Diana,
templa para cantar ninfa más bella
la cítara dorada, 35
derrama en mis cantares tal dulzura,
que la suprema gracia y la hermosura
sea en ellos dignamente celebrada.
Canta tú los sencillos
juguetes, los placeres inocentes 40
que a la bella Francisca la ocupaban
en su primera edad. Mil amorcillos
ya entonces preparaban
el sonante carcaj y flecha ardiente.
¡Oh tiempo! ¿Dónde por mi mal te has ido101? 45
Dulce satisfacción de la inocencia,
¡ay! cuán más deliciosa que el mentido
placer del mundo y que la falsa ciencia!
Canta de Madalena la belleza;
las gracias de la hermosa Catalina, 50
de Alcinda la viveza,
el sabroso reír, la habla divina,
y su mirar que el pecho de diamante
torna de blanda cera en un instante.
Diosa de los amores, 55
¡oh Venus! si ser quieres festejada
del bando de amadores,
pon aquí tu morada,
aquí do está aguzando eternamente
Amor sangriento la saeta ardiente. 60
Y yo desesperado
de pintar tal belleza
doy fin al tosco canto,
que nunca fue a mi humilde Musa dado
elevarse a la alteza 65
que pide Apolo para empeño tanto.
Sonetos

-I-

A una dama que cenó con el autor102

Dase Dios por manjar a su escogido


pueblo en la pascual cena misteriosa;
Cristo es comida y mesa deliciosa
del hombre de amor tanto confundido.
Jesús asiste en gloria y prez ceñido 5
eternamente con su amada Esposa;
¡de amor omnipotente portentosa
hazaña! En tierra mora, al Cielo es ido.
Tú que por diosa adora el alma mía,
bellísima Amarilis, a ti es dado 10
hacer tan gran milagro nuevamente.
Cristo se ha dado a sí en la Eucaristía:
¡ay! tú date a mi pecho enamorado,
y vivirás en él eternamente.

- II -

El sueño engañoso

Al tiempo que los hombres y animales


en hondo sueño yacen sepultados,
soñé ante mí los pueblos ver postrados103
alzarme104 rey de todos los mortales.
Rendí el cetro a las plantas celestiales 5
de Alcinda, y mis suspiros inflamados
benignamente fueron escuchados;
me envidiaron los dioses inmortales.
Huyó lejos el sueño, mas no huyeron
las memorias con él de mi ventura, 10
la triste imagen de mi bien fingido.
El mando y el poder desparecieron.
¡Oh de un desventurado suerte dura!
Amor quedó, mas lo demás es ido.

Versos sueltos

-I-

Mortal, débil mortal, tal es tu suerte;


los placeres más dulces nos fastidian;
Venus, la diosa Venus, que hermosea
la tierra que vivimos, y las flores
a manos llenas sobre el hombre esparce; 5
Venus, sagrada diosa, sus delicias
niega al mortal profano y corrompido,
que en un serrallo obscuro impenetrable
de eunucos y de esclavos rodeado
del dulce amor ignora los delirios. 10
¡Cuántas veces, amigo, cuántas veces
de amor en los placeres anegado
en ardientes suspiros el sensible,
el inflamado corazón se exhala
en brazos de mi Doris! ¡Cuántas veces 15
sus lágrimas mis besos enjugaron!
Y cuando Amor nos dio su dulce néctar...
nuestros sentidos todos embriagados
en deleites divinos, nuestra alma
gustó la dicha y el placer supremo. 20

- II -
Así cuando el alcázar del Olimpo,
el soberbio Mimante y los Titanes,
hórridos hijos de la dura tierra,
escalar intentaron, y de Atlante
el grave Pelïón agobió el hombro; 5
cuando cien lanzas blandeó Briareo,
de Encélado la mano poderosa,
arranca sierras y montañas lanza
contra el sagrado cielo, y ni el tremendo
rayo que Jove por los aires vibra 10
no le amedrenta, ni el feroz bramido
del Noto por Eolo desatado,
ni las olas que heridas del tridente
de Neptuno las tierras anegaban;
no el reluciente casco de Mavorte, 15
no le asustan de Apolo las saetas;
de Apolo que a la sierpe en otro tiempo
traspasó el cuerpo duro con mil flechas,
y en angustia rabiosa exhaló el alma
en negra podre y en veneno envuelta. 20
Tres veces tiembla la morada augusta
de las deidades: Venus y las Gracias
a lo último del cielo huyen medrosas;
las otras diosas siguen: los amores
se acogen a sus brazos, o en sus senos 25
se esconden, temerosos del peligro.

- III -105

La coronación se acerca
y mi pobre Musa helada
no pica de profetisa,
ni al rey vaticina hazañas.
En vano el frío Iriarte 5
sus insulsas coplas grazna,
y en lenguaje de Gaceta
a Carlos y Luisa canta.
¿Qué me importa que Forner
alce su tremenda vara, 10
y en duros y malos versos
haga por elogios sátiras?
¿Que el escritor cinco letras
acatamiento le haga,
qué a mí? ¿Fui yo por ventura 15
el autor de la Riada?
Por más que el necio106 Berilo
las ninfas de Salamanca
las atruene con sus cantos107
sin armonía ni gracia, 20
mi Musa en profundo sueño
y en vil ocio sepultada
a Moratín y a Batilo
no envidia lauro y guirnaldas.

Epigramas

-I-

Sobre la traducción de la muerte de César108

Ayer en una fonda disputaban


de la chusma que dramas escribía,
cuál entre todos el peor sería;
unos Moncín, Comella otros gritaban.
El más malo de todos, uno dijo, 5
es Volter traducido por Urquijo.

- II -

Sobre la crítica de esta traducción por un italiano

¡Sagacidad de crítico estupenda!


El que la impugnación de Urquijo lea
de su obra formará cabal idea
aunque una letra de español no entienda.
Basta saber que escribe en castellano 5
como su impugnador en italiano.

Romances

-I-

En la profesión de una monja

Desciende del alto Cielo,


devoción alma; mi lengua
mueve porque cante digna
del muy alto la grandeza;
del gran Dios que los espacios 5
tenebrosos de la inmensa
extensión sembró de soles,
y del caos la noche eterna
llenó de luciente día,
y no del hombre desdeña 10
la virtud, que al justo ofrece
inefable recompensa;
cuando de Dios en el seno,
disipadas las tinieblas
mortales, absorto admire 15
de los seres la cadena;
el orden, las inefables
leyes, con que los planetas
rechazados y atraídos
corren órbitas inmensas. 20
¡Oh cuán bienaventurada
la que huyendo las riquezas,
y deleites mundanales,
que nunca el corazón llenan,
Dios, el hombre y la natura 25
lejos del mundo contempla,
del fanatismo enemiga,
y de la impía licencia!
No víctima del capricho
paternal llora en la celda 30
su amarga soledad triste,
su forzada continencia.
Mas al Eterno elevando
manos limpias de impureza,
de sus loores el incienso 35
grato al Altísimo llega.
¿Por qué la tajante espada
de Temis no se ensangrienta
contra el padre, que tirano
de sus hijas las condena 40
a una reclusión forzada,
do entre lamentos y penas
inmortales le maldicen,
y detestan la existencia?
¿Y Tú, eterno Dios, tus rayos 45
para cuándo los reservas,
si tu religión sagrada
es velo de la violencia?
No así tú, que despreciando
los halagos, la terneza 50
materna, a Dios te consagras,
en manos de Dios te entregas.
Guarda atenta su ley santa;
la superstición destierra,
que torna en mezquina y baja 55
de Dios la sublime idea.
Ama a los hombres; el claustro
no de esta ley te dispensa,
la más antigua y más santa
que dictó naturaleza; 60
con paciencia los defectos
de tus hermanas tolera;
la intolerancia aborrece
Dios más que nada en la tierra.
¡Oh Dios de misericordia!109 65
Derramadla a manos llenas
sobre la que se consagra
por virgen y esposa vuestra.

- II -

El amor desdichado
Del Océano irritado
en las arenosas playas
que con Bayona confinan
un infeliz paseaba.
Desatados Euro y Noto 5
hasta los cielos levantan
las olas del mar airado,
y la deshecha borrasca
al mísero marinero
naufragio y muerte amenaza. 10
Lejos el llanto se escucha
de una hermosa que, abrazada
de su amante, al sordo cielo
¡ay! en balde piedad clama.
Luchando van con los vientos 15
en una delgada tabla,
cuando un fiero torbellino
los sepulta entre las aguas.
El Aquilón poderoso
los altos fresnos arranca; 20
uno y otro polo truena,
y las vecinas montañas
por las lóbregas cavernas
el eco horrendo dilatan.
Un corderillo azorado 25
dolientes balidos lanza;
por hallar su madre anhela,
y un lobo hambriento le asalta.
Horror y duelos respira
Naturaleza enlutada; 30
el pastor en ayes tristes
así sus penas lloraba:
«Desdenes, amor y celos
mi corazón despedazan;
mi llanto mueve las fieras 35
¡y tu pecho no apïada!
¡Oh! plega al Amor un día
que tu condición tirana
rendida a un joven altivo
ruegue sin ser escuchada. 40
Sumido en amargo lloro
la Aurora ¡ay triste! me halla;
tiende su manto la noche,
y mi dolor no se calma.
Anoche en ajenos brazos 45
vi tu imagen adorada
en sueños. ¡Cielos! la muerte
antes que tan crudas ansias.
¿Por qué hicisteis mi enemiga
tan bella y tan inhumana? 50
Róbale, Amor, su hermosura,
o su crudo pecho ablanda.
Divino Amor, si mi vida
en su aurora consagrada
fue a ti, si mis dulces versos 55
tal vez en lágrimas bañan
los sensibles corazones;
¡ay! amansa de una ingrata
la empedernida crueza,
y mi dolor crudo aplaca». 60
De la insensible Dorisa
así un pastor se quejaba,
y las compasivas Ninfas
lamentan sus tristes ansias;
mas de la ingrata pastora 65
jamás el desdén se ablanda.

Seguidillas

Primeras

A una dama

Ven, Musa chocarrera,


sopla benigna,
inspírame unas coplas
de seguidillas.
Ven sin tardanza, 5
y mira que una hermosa
ha de escucharnos.

Que de las avarientas


el oro es cebo,
pero de las hermosas 10
el dulce verso;
que el pecho altivo
rinde y en llama torna
el hielo frío.

Mas no; tú, rapaz, hijo 15


de Venus bella,
dicta tú loores dignos
de tal belleza;
que las beldades
celebrar dignamente 20
sólo Amor sabe.

Dinos tú cuál hechiza


si canta o toca,
y cuál calle, ría, o hable
siempre enamora; 25
y cuál pendiente
mil amadores de ella
el alma tienen.

No así entre las estrellas


brilla el lucero, 30
como entre mil preciosas
su rostro bello,
y el cuello erguido
del duro yugo exento
del cruel Cupido. 35

Y el seno palpitante
do Amor anida,
do sus flechas asesta
que nadie evita,
cesad, cantares; 40
pues Amor la ha formado,
que él la retrate.

Heroidas

-I-
Enone a Paris

(Traducción de Ovidio)

¡Ah! si tu nuevo dueño te consiente


las cláusulas leer de ajena mano,
lee las querellas de mi amor ardiente.
Tus mortales ofensas, inhumano,
Enone en estas selvas celebrada, 5
tuya, si tú lo sufres, llora en vano.
¿Qué deidad con nosotros enojada
se opone a nuestro amor? Para perderte
¿en qué, mísera, pude ser culpada?
¡Ay! culpada sufrir mi cruda suerte 10
mejor supiera; un pecho delincuente
firme resiste a su dolor y fuerte.
Tu nombre, ilustre agora y eminente,
escuro fue cuando te dio la mano
Enone, hija del claro Simoente. 15
Paris, agora príncipe troyano,
esclavo era; yo ninfa; a hacer mi esposo
de un siervo me forzó el amor tirano.
Al abrigo de un álamo frondoso,
tendidos sobre el muelle y verde lecho, 20
el ganado nos vio tomar reposo.
Tal vez cubiertos del pajizo techo,
de la inclemente nieve defendidos,
yacimos juntos ¡ay! en lazo estrecho.
¿Quién te indicó las peñas do escondidos 25
sus cachorros dejar suele la fiera,
do se acogen los corzos perseguidos?
De tus afanes grata compañera,
yo las redes manchadas ya tendía,
los perros ya animaba en la carrera. 30
El plátano frondoso, la haya umbría
muestran en sus cortezas estampado
mi nombre, que tu amor grabara un día.
Y crece con el árbol levantado
el celebrado nombre; el amor mío 35
¡oh! con él sea a las nubes elevado.
Está plantado un álamo sombrío,
a do escribieras tú tu ardor amante,
a las frescas orillas de este río.
¡Oh! vive eterno tú, do el inconstante 40
grabó este verso en tu corteza dura,
jurando por los dioses ser constante.
«Antes corriendo contra su natura
de Xanto la onda tornará a sus fuentes,
que vivir pueda yo sin tu hermosura». 45
Tornad donde nacisteis, ¡oh corrientes
de Xanto! presurosas; apagados
yacen fuegos un tiempo tan ardientes.
Infaustos a mi amor ¡ay! son los hados:
desde el aciago día que la diosa 50
Juno y Palas guerrera, desechados
los decentes arreos, y la hermosa
Venus desnuda su árbitro te hicieron,
a calmar comenzó tu ansia amorosa.
Mis miembros de temor se entorpecieron, 55
y corrió por mis huesos un frío hielo,
cuando tales prodigios se dijeron.
Los ancianos peritos en el vuelo
de las aves consulto amedrentada;
todos me anuncian enojado el cielo. 60
Por el hacha tajante derribada
cae la haya en tierra y sesga con ligeras110
velas la mar, en nave transformada111.
Antes que «A Dios te queda» me dijeras112
lloraste: ¡ay! ¡cuánto fue tu llanto honroso, 65
si este nuevo amor torpe consideras!113
Lloraste, y lloré yo, y el abundoso
llanto por nuestros rostros confundido,
de ambos los pechos anegó copioso.
Cual olmo a la amorosa vid asido 70
abrazada la tiene estrechamente,
tal a tus brazos fue mi cuello unido.
Tus excusas burló toda tu gente
viendo acusar de tu tardanza al viento,
cuando soplaba más propiciamente. 75
¡Ah! ¡con cuán doloroso y triste acento
«Queda a Dios» me dijiste, y amoroso
en mi boca exhalaste tu lamento!
Corren las naves por el mar undoso,
hienden los remos114 las espumas canas, 80
las velas hinche el Euro poderoso.
A las olas se mezclan ¡ay! mis vanas
lágrimas, y del mar en las llanuras
miro correr las naos ya lejanas.
Entonces con fervientes preces puras 85
tu pronta vuelta a las Nereidas ruego;
tu vuelta, causa de mis penas duras115.
¡Mis votos te trajeron, y otro fuego
te inflama, ingrato! ¡Por tu nueva esposa
fatigó ¡ay! los altares mi amor ciego! 90
Ya se avista la armada en la anchurosa
mar, que cual la montaña levantada,
tal resiste a su furia procelosa.
No bien tu nave veo, desalada,
a lanzarme en tus brazos anhelando, 95
correr intento por la onda salada.
En esto, desdichada, veo temblando
purpurados arreos, de ti ajenos,
en lo alto de la proa tremolando.
Ya surcados del mar los vastos senos 100
ancla en tierra la nave: absorta miro
otra mujer; ¡ay! ¿qué esperaba menos?
Ni basta a mi dolor; ¡ay! no respiro
de saña, cuando veo que amoroso
en su boca exhalabas un suspiro. 105
Despedazando entonces el rabioso
pecho, furiosa mis cabellos meso,
y tiño en sangre el rostro doloroso.
Mis penas, triste, de llorar no ceso;
Ida escuchó mil veces mi querella, 110
que de mis males ¡ay! no alivia el peso.
Así el penar que causa esa tu bella
sienta un día de su amante abandonada
y acuse en balde su fatal estrella.
Ora, ingrato, te sigue la robada 115
amiga al casto lecho de su esposo,
sin temer riesgos de la mar airada.
Mas ¡ay! cuando pastor menesteroso
de tu señor guardabas el ganado,
sólo a Enone el ser tuya fue glorioso. 120
No admiro tu opulencia, no el dorado
alcázar, ni de Príamo ser la nuera
anhelo; sólo a ser tuya he aspirado.
No porque de una ninfa a Príamo fuera,
aunque rey, la alianza ignominiosa, 125
y Héctor gloriarse de ella no pudiera.
Si aspiro a ser de un príncipe la esposa,
bien sienta una diadema en mi cabeza,
ni indigna soy de suerte tan gloriosa.
Del tálamo dorado la riqueza 130
mejor me está que del humilde lecho
de secas hojas de haya la pobreza.
No amenazan mil riesgos a tu pecho
por mi amor, ni las naos de Mycena
vengarán el insulto a su rey hecho. 135
Esta dote consigo trae Helena;
la guerra enciende, Menelao furioso
tu adúltera reclama a Troya ajena.
Si de restituirla estás dudoso,
consulta al invencible Héctor tu hermano, 140
o pregunta a Deífobo juicioso;
al sabio Anténor y a tu padre anciano,
que la edad enseñara a ser prudente,
que los dos te darán consejo sano.
Mal la carrera empiezas, torpemente 145
tu patria a tu pasión sacrificando;
Grecia es justa; tu amor es impudente.
¡Necio! en Helena vives, confiando
que con tal veleidad de ti prendada
constante sea su nuevo amante amando. 150
Cual llora Menelao la violada
fe del conyugal lecho, y su pureza
por extranjera huella amancillada,
así tú llorarás; que la limpieza
del pudor ¡ay! se mancha una vez sola, 155
ni lava arte ninguna la impureza.
Arde en tu amante llama agora; viola
Menelao un tiempo de su amor perdida;
ora la fe de esposa infiel viola.
¡Andrómaca feliz, que a Héctor unida 160
goza de casto amor suaves contentos!
Tan dulce debió, ingrato, ser mi vida.
Ligero, cual las hojas de los vientos
juguete, que a las nubes van alzadas,
volando en torbellinos turbulentos; 165
y como las aristas abrasadas
en el Agosto por el sol ardiente
que por los aires corren exhaladas.
¡Ay! del estro profético la mente
Casandra llena, me predijo un día 170
los crudos males que ora mi alma siente.
«¿Qué haces, mísera Enone?» me decía,
«Necia, que de la mar aras la orilla,
y siembras ¡ay! en vano la ola fría.
»Viene novilla griega (¡oh vil mancilla!) 175
a ti, a la regia estirpe, y el troyano
suelo viene a perder griega novilla.
»Sumid ¡oh dioses! en el mar insano
la torpe nave; en sangre va teñido
por esta nave el Helesponto cano». 180
Del fatídico ardor el pecho herido
así habló; los cabellos en mi frente
se erizan, el fatal anuncio oído.
¡Mísera! mis desdichas ciertamente
predijiste; novilla más dichosa 185
pace en mis pastos ¡ay! tranquilamente.
Cierto adúltera ha sido, aunque es hermosa;
prendada del amor de un extranjero,
abandonar sus dioses patrios osa.
Ni fuiste tú su robador primero; 190
ya un Teseo de su patria la arrancara,
si fue Teseo su nombre verdadero.
¿Crees que a su padre intacta la tornara
joven y amante? Si quién me dijera
esto ignoras, Amor me lo enseñara. 195
Di, si quieres: violencia fue extranjera,
y cela así la culpa cometida;
si fue robada, al rapto causa diera.
Enone la fe guarda prometida,
y no sigue el ejemplo que le has dado, 200
infiel, aunque por ti tan ofendida.
Los Sátiros lascivos me han amado,
yo en los espesos bosques me escondía,
y en vano por hallarme han anhelado.
Y al Fauno que los cuernos se ceñía 205
del verde pino que en el Ida crece
en amor inflamó la beldad mía.
Y el fundador de Troya, el que merece
la palma de la cítara y del canto,
con las primicias mías se ensoberbece. 210
Ni sin violencia las llevara tanto
Dios, que en reñida lucha le arrancara
el cabello, anegada en triste llanto.
Y no el metal precioso, ni la rara
esmeralda me dio, que torpemente 215
el oro compra la beldad avara.
El dios el arte médica eminente
me enseñó y sus secretos misteriosos
que los males alivian del doliente;
las hierbas saludables, los preciosos 220
aromas que produce la natura,
y sanan los dolores más penosos.
¡Mísera! que de amor la llaga dura
ni la remedian hierbas saludables,
ni toda mi arte médica la cura. 225
Herido de sus flechas penetrables
su autor pació de Admeto la vacada
y sintió los tormentos incurables.
La salud que tornarme no fue dada
a planta alguna, ¡oh numen poderoso, 230
tú sólo puedes darme malhadada!
Ten, ingrato, piedad de un amoroso
pecho, que no tiñeran, no, mis manos
en frigia sangre el Xanto caudaloso.
Tuya, crudo, en los años más lozanos 235
de su primera edad Enone ha sido,
y si mis blandos ruegos no son vanos
siempre conmigo vivirás, conmigo.
- II -

Heloísa a Abaelardo116

Sepulturas horribles, tumbas frías,


también Amor persigue entre vosotras
al mísero mortal, que su saeta
no evita ni entre lóbregos sepulcros.
La letra es de Abaelardo; letra cara, 5
que el ojo amortiguado inunda en llanto,
y el labio sella con amargo beso
¡ay! dulce un tiempo, cuando Dios quería.

Lejos de ti, mi dulce amor, y lejos


del mundo y del placer, eterno lloro 10
¡mísera! me consume; en él sumida
me halla la Aurora, en él la escura noche.
Huye de mí el descanso; horribles sombras
mi sueño cercan de temor helado.
Terrible Dios, ¿son estos tus consuelos, 15
tu gracia, tus auxilios eficaces?
¡Oh vanos nombres que pronuncia el vulgo,
que así cual se disipa el humo al viento,
tal desvanece el duelo y la desgracia!

Vuelve, Abaelardo, a mí, vuelve; en tus brazos 20


el placer gustaré que me promete
la Religión, mientras la amarga copa
me da a apurar de acíbar y veneno.
De los verdugos el cuchillo infame
no te ha quitado todo, no; tus gracias, 25
el hablar apacible, la sonrisa,
la hechicera elocuencia, el amor mío,
todo tienes aún; ¿crüel, lo dudas?
Ven, descansa en mis brazos; mis caricias,
mis halagos, mis besos encendidos 30
te lo confirmarán; supersticiosos
terrores no te asombren; el Eterno
grabó de la virtud el indeleble
Amor en los mortales; de natura
sigue las leyes que el Criador impuso. 35
Mentiras son las otras de los hombres
que de Dios en el nombre al hombre oprimen
y la vida envenenan y acibaran.
No, no es delito amar; es ley eterna,
obligación sagrada, que los seres 40
en amigable paz une y concilia;
la yedra ama la vid, la loba al lobo,
al hombre la mujer, ama a Abaelardo
Heloísa infeliz; leyes tiranas
se oponen a su amor. ¡Ah! quebrantemos 45
grillos que sólo la opinión los forja,
a Dios indignan y a natura oprimen.
¡Infelice! ¿Qué digo? ¿Dó me arrastra
mi pasión malhadada? ¡Yo, la esposa
de Dios, a un hombre adoro, por él gimo! 50
¡Yo, que deshecha en llanto ante las aras
ofrecí a un Dios celoso en holocausto
un corazón!... ¡Ah mísera! ¿Era tuyo
ese don? ¡Oh perjura! Tú quisiste
engañar a tu Dios, que vengativo 55
castiga tu impiedad con duro azote.
Aquel aciago día, de horror lleno,
miro siempre delante, en que forzada
pronuncié votos que abomina el Cielo.
El Ángel tutelar cubrió su rostro 60
herido de dolor; tronó la esfera,
el carro de Iohaváh corrió las nubes;
subió el remordimiento del abismo
a morar en mi pecho; en mis entrañas
insaciable se ceba de contino. 65
Cual un veloz relámpago pasaron
los tiempos del placer y los amores,
para más no tornar. Aquel día alegre
en que cedí a tus ruegos obstinados
¡ah! ¿quién creyera que fatal origen 70
fuese de tanto mal? El bien supremo
no es dado a los mortales. Desparecen
cual sombra los deleites, y manida
la desesperación, el llanto, el luto
hicieron en la tierra eternamente. 75
De Citerea a las plantas no fue Adonis
más ardiente, más tierno que Abaelardo
de Heloísa a los pies. Cielos, ¿la gloria
que ofrecéis a los justos es la sombra
de la que yo gusté? Los celestiales 80
se cubrieron los rostros envidiosos
de tan suprema dicha, que con mano
pródiga nos dio Amor. Las importunas
obligaciones de Himeneo, las trabas
de la opinión, nuestros contentos puros 85
no los aguaron, que tranquilos, libres
de la naturaleza la divina
inspiración seguimos, despreciando
las arbitrarias leyes que obedece
el vulgo ciegamente y burla el sabio. 90
Amor, rey de los hombres y de todo
cuanto vive y respira, sus influjos
aparta del profano que atrevido
osó imponerle sujeción y leyes.
Él es ley a sí mismo, y huye lejos 95
los grillos con que pueblos corrompidos
aprisionarle intentan insensatos.
Aquella noche... su memoria horrible
perezca entre los hombres; las estrellas
le nieguen su luz pura... los verdugos 100
los puñales afilan, luce el hierro.
Abaelardo, ¿tú duermes? ¡miserable!
¿Dónde estaba Heloísa? ¿Su amoroso
pecho no te abroquela, no te libra?
¿La vengativa cólera del Cielo, 105
su desesperación ¡ah! no la excita?
¿Y hay un Dios vengador?... La Deidad, sorda,
no oye del inocente los lamentos.
Triunfa la iniquidad... la sangre corre,
la sangre de Abaelardo; el desdichado 110
en ella se revuelca... ¡no eres hombre
y vives (¡oh dolor!) y yo respiro!
Es de la atrocidad y del delito
juguete el justo; los ardientes rayos
derruecan las altísimas montañas; 115
la tempestad y el cielo airado burla
el infame y perverso delincuente.
¿Y no preside a la afligida tierra
o la fatalidad o el ciego acaso?
¿Dó me despeño, triste? El negro abismo 120
se abre a mis plantas, su espantosa boca
me sume; ¡desdichada! las blasfemias
ya no me aterran; el delito horrendo
por doquiera me sigue; en todas partes
sólo encuentro amargura y desconsuelo. 125
¡Jesús, mi buen Jesús, a Ti me acojo!
Dios hombre compasivo, Tú mis llagas
¡oh Señor! Tú las sana, tus auxilios
desciendan sobre mí, Tú los raudales
de tu misericordia en mí derrama. 130
Omnipotente Dios, ¿podrá tu diestra
borrar en mí la imagen de Abaelardo,
imagen vencedora de tu gracia,
y vencedora de la muerte misma?
Ven, dueño amado, arráncame del seno 135
de un Dios amante que piadoso extiende
a mí sus brazos... y que yo detesto.
¡Oh vosotras que nunca habéis sentido
las encendidas llamas del profano
Amor que a mí me abrasa noche y día, 140
que ignoráis117 el placer y la violencia
del deleite que pródiga natura
reparte a los que cumplen con sus leyes;
vosotras, mis hermanas, que contentas
vivís en vuestro encierro voluntario, 145
que visiones fantásticas arroban!
¡Vuestra felicidad ¡oh! cuánto envidio,
y vuestra dicha imaginaria! El Cielo
me dio en su indignación la ciencia triste
que la superstición ahuyenta lejos, 150
y su mentida gloria. Ella consuela
la flaca humanidad en sus desgracias;
ella da cuerpo a las fingidas sombras,
que la verdad severa desvanece
desconsolando al mismo que ilumina. 155
¿Qué religión profesas, Abaelardo,
o qué Dios es el tuyo? ¿Qué; el Eterno
ve la infelicidad de sus criaturas,
y en ella se complace? ¿La tristeza
y la pena le aplacan? ¿Son contrarias 160
las leyes naturales a las suyas?
¡Ah! no te asusten los espectros vanos,
de la superstición escuros hijos.
Sólo naturaleza es inmudable,
y sus preceptos santos; los delirios 165
desparecen por fin, y las creencias
más arraigadas las destruye el tiempo.
Tu amor es la primera, la más santa
obligación que el mismo Dios me impuso,
y a ti también, ingrato, que así olvidas, 170
pérfido, los sagrados juramentos
que tantas veces ante el Cielo hiciste
de amarme eternamente. ¿De ese modo
cumples con tus promesas? En la tierra
ya no hay más fe, más ley: de su Heloísa 175
despreciada huye lejos Abaelardo,
sin que el amor antiguo le detenga
ni las amargas lágrimas que vierte.
¿Qué temes, desgraciado? ¿No es ya muerta
Naturaleza en ti? Ya su imperiosa 180
voz calló para siempre; mis cariños
ya no pueden moverte; ven, amado,
tu esposa desolada te lo ruega,
tu Heloísa infeliz. ¡Ay! hubo tiempo
que fue su voluntad tu ley suprema, 185
y hasta de sus caprichos fuiste esclavo.
Redúceme, Abaelardo, al buen camino
que abandono por ti; ven, aplaquemos
juntos a la Deidad que vengativa
con eternos suplicios me amenaza, 190
suplicios ¡ay! tan poco merecidos.
¿El lugar destinado a los amantes
es el Infierno acaso? ¿El fuego eterno
el galardón que Dios ha reservado
a las almas sensibles? ¡Ah! no es éste 195
el Hacedor benéfico que anuncia
la conciencia: mi amor no es un delito
ni una mortal de su Criador la esposa.
El vulgo que elevarse a Dios no sabe
mezquina torna la sublime idea 200
de la divinidad; a él son debidos
delirios que lamentan los piadosos,
y que befa con risa el bando impío.
Mas ¡ay, que mi pasión nada la enfrena!
ni de la santa Religión la augusta 205
majestad, los misterios adorables;
ni la cercana muerte, ni el tremendo
Dios que me ha de juzgar... Huye; los montes,
los mares pon en medio de tu estancia
y esta mansión del llanto, do Heloísa 210
la muerte invoca a sus gemidos sorda.
La pompa funeral, el aparato
de horror y destrucción ¡oh cuánto alegra
el ánima mezquina! Aquel descanso
inalterable, aquella paz profunda 215
que nada turba en el sepulcro frío,
¿será que venga para mí? La muerte
evita al desdichado. Su guadaña
siega la flor lozana, y deja ileso
el tallo seco y las marchitas hojas. 220
¡Oh Supremo Hacedor! ¿Por qué negaste
facultad en su vida al desdichado
que abruma la existencia y cansa el mundo?
Las puertas de la muerte están abiertas
perpetuamente al infeliz; seguro 225
puerto ofrece a la nao combatida
de la deshecha tempestad la huesa.
Al vulgo que en la muerte ve otra vida
este error le detenga... ¡Oh Dios, perdona
de mi flaca razón el desvarío, 230
de mi pasión el desenfreno horrible!
Respeto tu ley santa, humilde adoro
tu Religión, que la razón cautiva,
y que del tierno amor hace un delito.
La desesperación del negro Infierno 235
a la sima me arrastra, do sumida
fuera ya, mas la Mano omnipotente
mi flaqueza sostiene compasiva.
Anoche, al tiempo que descansa el mundo,
cuando vela el cuidado, el vengativo 240
remordimiento ante el dorado lecho
del tirano y las sombras macilentas
salen de su prisión, cuando los muertos
pálidos de las tumbas se levantan,
mi dolor exhalaba en llanto amargo 245
ante un negro ataúd: el santo templo
se estremece, las lámparas se extinguen,
el cabello se eriza, voz tremenda
resuena en mis oídos. «Heloísa,
nada temas», me dice, «ya la muerte 250
te ofrece en el sepulcro eterno asilo,
y ya Dios abre sus amantes brazos,
y en su seno te acoge. Yo, tu hermana,
ardí de amor cual tú, mas la encendida
llama apagó esta tierra y este hielo. 255
El Eterno, que el vulgo representa
cual tirano implacable, ve indulgente
de la frágil criatura el extravío,
le perdona sus culpas y consuela
sus quebrantos con gloria perdurable. 260
Ven; descansa conmigo». Sí, mi amada,
ya se anublan mis ojos, ya no late
el pulso amortecido; tú, Abaelardo,
queda a Dios para siempre, y tus cenizas
y mis helados huesos un sepulcro 265
contenga; así en los siglos venideros
del amor más constante y desdichado
serán nuestras desgracias el ejemplo.

- III -

Abaelardo a Heloísa118
¡Oh vida, oh vanidad, oh error, oh nada!
¿Qué me quieres, bellísima Heloísa?
¿Por qué tu voz se escucha en esta tumba,
morada eterna de pavor y muerte?
De un Dios celoso los preceptos duros 5
tan sólo aquí se siguen, de natura
las suavísimas leyes olvidando;
amar es un delito. Sí, Heloísa;
Dios veda que te adore a tu Abaelardo
y sople el fuego que en tu amor le inflama; 10
el fuego que discurre por mis venas,
y que mi triste corazón abrasa.
¡Terrible suerte! mis verdugos crudos
mis órganos helaron, y la ardiente
llama que el alma mísera devora 15
no encuentra desahogo. Me consumo
en rabiosos esfuerzos impotentes,
los cielos y la tierra detestando.
Eterno Ser, cuyos milagros canta
el vulgo ciego ante el altar postrado, 20
del engaño riendo el sacerdote,
¿quieres verme rendido ante tus aras?
Vuélveme el sexo, y canto tus grandezas.
Melancólico libro, que dictado
fuiste sin duda por un alma triste; 25
Biblia, que haces de Dios un cruel tirano;
tú serás mi lectura eternamente.
¡Oh, cómo me complaces cuando pintas
los hombres y animales fluctuantes
en el abismo inmenso de las aguas 30
clamar en balde por favor al Cielo,
y la vida exhalar en mortal ansia!
Todo el linaje humano, reprobado
por el leve delito de uno solo,
me muestras arrastrando sus cadenas, 35
y condenado a enfermedad y muerte.
Mi gozo es retratarme estas ideas.
La desesperación fundó los claustros;
ella aquí me ha arrojado. Yo detesto
de los hombres, de Dios, y de mí mismo; 40
de Heloísa también, sí, de Heloísa.
Yo fragüé tus cadenas, yo tus votos
te forcé a pronunciar, yo te he arrancado
del mundo que adornaba tu hermosura.
Odio también este execrable monstruo, 45
que marchitó la más lozana rosa,
y en capullo cortó la flor más bella.
La desesperación ante mi lecho
hace la ronda, y en mi pecho anida
la mortal rabia; a mis cansados ojos 50
jamás se asoma el llanto. Di, Heloísa,
¿si reconoces tu infeliz amante
en tan fatal estado? Fueron tiempos
en que enjugaba compasivo el lloro
del triste que aliviaba en sus desdichas. 55
¡Cuántas veces mis lágrimas regaron
tus mejillas, la suerte lamentando
de el que la desventura perseguía!
La dulce compasión ya no se alberga
en este corazón, más que la roca 60
por el sumo dolor empedernido,
y hasta el consuelo de llorar me quita
la bárbara y crüel naturaleza.
Los celos y la envidia macilenta
son las pasiones que mi pecho ocupan, 65
y hasta del Dios que sirves tengo celos.
Cuando imagino que en el templo augusto
a Dios das un amor que a mí me debes,
execrando sus leyes sacrosantas,
el rival me declaro del Eterno. 70
El mundo todo contra mí conspira,
y todo me aborrece mortalmente;
yo vuelvo mal por mal, guerra por guerra.
Los monjes que sujeta a mis preceptos
la vil superstición y el fanatismo 75
son con cetro de hierro gobernados;
todos ven en su abad un enemigo.
La penitencia austera, amargo fruto
de desesperación que el pueblo mira
cual dádiva de Dios, y que los Cielos 80
airados en su cólera reparten,
en mi semblante mustio se retrata.
Ceñido de cilicios, soy yo propio
el más crudo enemigo de mí mismo,
y sufro mil tormentos que me impongo. 85
Debajo de mis plantas miro abierto
un abismo de penas y de horrores,
y la muerte afilando su guadaña
amenazarme su tremendo golpe.
Hiere; y descenderé tranquilamente 90
a la mansión eterna del espanto.
¿Del tirano que rige a los mortales
la rabia omnipotente puede acaso
castigarme con penas más horribles?
Allí yo te veré, veré a Heloísa, 95
y aumentará tu vista mi tormento,
tu vista que otro tiempo fue mi gloria.
Mi corazón se oprime; no me es dado
contemplar a mi amada en la desdicha.
Iehováh, que de contino en balde imploro, 100
si víctima tu saña necesita,
descarga sobre mí: ve aquí mi cuello.
Tú, amada, vuelve al mundo que dejaste;
ve, torna a las pasadas alegrías,
de un esqueleto olvida las memorias, 105
vil juguete de Dios y de los hombres.
Si quieres ser feliz huye del claustro;
renuncia de los votos imprudentes
que no pudiste hacer; rompe tus grillos.
El hombre jamás pierde sus derechos; 110
cobrar la libertad es siempre justo.
Dios eterno, perdona mis delirios.
Tú me has hecho apurar hasta las heces
el cáliz del dolor y la ignominia;
¿Y quieres que mi grito no resuene 115
y que sufra en silencio el crudo azote?
¡Oh, [...] es Dios en sus venganzas,
si no permite al infeliz ni el llanto!
¡Oh tú, que en otros tiempos animaste
este cadáver que ante mí contino 120
retrata los horrores de la muerte,
espíritu que habitas las regiones
por siempre impenetrables a los vivos,
ilumina a un mortal extraviado
que confusión y escuridad rodea! 125
¿Qué orden nuevo de cosas nos aguarda
en el reino espantoso de los muertos?
¿La miseria, el dolor, persiguen siempre
a los humanos tristes, y se ceban
en las cenizas yertas del difunto? 130
¿O es la huesa el camino de la dicha?
¿O más bien todo con la vida acaba?
Perseguido de ideas funerales,
la muerte miro como un trance horrible
que me ha de conducir a nuevas penas. 135
A veces en mis sueños me figuro
que, conducido por un caos inmenso,
soy presentado al trono del Muy Alto,
y el resplandor que en torno le rodea
me hace caer a tierra deslumbrado; 140
que me levanta el rayo fulminante,
y que el ángel tremendo de la muerte
la senda del Averno me señala,
y en la región del luto soy sumido,
condenado a tormentos sempiternos, 145
do son perpetuamente los humanos
víctima de las iras implacables
de un tirano crüel y omnipotente.
Despavorido me despierto, al Cielo,
a ese Cielo de bronce, alzando en balde 150
mis ayes doloridos y profundos.
¡Jesús, santo Jesús!, Tú que quisiste
morir crucificado entre ladrones;
mártir de la virtud, que el vulgo adora
como deidad, y que venera el sabio 155
como el más santo y justo de los hombres;
que contemplando el orden de los seres
admiras el gran todo, y las flaquezas
del humano linaje compadeces,
que evitó siempre tu virtud severa; 160
si las preces del justo pueden algo
con ese Dios que tú anunciaste al mundo,
suplícale que alivie mis quebrantos;
la desesperación que despedaza
mi corazón, que desvanezca luego 165
un rayo de su gracia poderosa.
¿En qué pudo ofenderle un desdichado
que amaba la virtud, que así le priva
de gozar por jamás algún contento?
Aparta ya, gran Dios, de mí tu soplo, 170
súmeme de una vez en el sepulcro,
y corta el hilo de tan triste vida.
Vosotros, monjes, que he mortificado
hasta haceros la vida detestable,
¿no tomáis la venganza? ¿Qué os detiene? 175
¿O queréis que respire en mi despecho?
Vosotros, que el silencio de las celdas,
la soledad medrosa de los claustros
y el lúgubre pavor del cementerio
excita a los proyectos más atroces; 180
espíritus crüeles que endurece
contra la humanidad la penitencia;
vosotros encendisteis las hogueras
del fanatismo; y el puñal agudo
clavasteis en el pecho del hereje; 185
que [...] a Dios a sangre y fuego,
[...] contra mí vuestros horrores.
¿Qué pena da a los monjes un delito?
¿Son éstos, Heloísa, de tu amante
Los suaves coloquios. ¿Dó se fueron 190
las deliciosas noches ¡ay! pasadas
en brazos del placer, cuando Heloísa
templaba con sus besos amorosos
el ardor de mi llama? ¡Suerte horrible!
Del deleite supremo el dulce cáliz 195
me dio a gustar natura, porque sienta
el valor infinito de la dicha
y el peso del dolor intolerable,
que para siempre morará conmigo.
Ya no invoco la muerte, que huye lejos 200
del mísero que vive en los ultrajes.
Ni el cuchillo crüel de mis verdugos,
ni mis suplicios, ni mi austera vida,
ni mi ayuno continuo, ni mis duelos,
nada basta a arrojarme en la fría tumba. 205
Las sombras pavorosas de los muertos
rondan en derredor de mí contino,
y a habitar me convidan sus mansiones;
en balde; que el destino aborrecido
me tiene fijo a la enemiga tierra, 210
y huye la muerte cuando yo la toco.
¡Oh Señor!, ¿para cuándo señalaste
el término a mis días tan ansiado?
¿Me has de dejar sufrir eternamente?
¿O quieres que publique tus loores 215
de la horrible desgracia perseguido?
Quebranta las cadenas que sujetan
mi cuello a la pasión; libre me hiciste,
tórname en libertad, tu don conserva.
Amada, oyó mis votos el Eterno. 220
La dulce calma vuelve a mis sentidos.
Ya va a herirme la muerte, y ya el descanso
de mis fatigas acercarse miro.
En el seno de un Dios, de un padre amante
de sus criaturas, las delicias todas 225
me aguardan de consuno; que en tus brazos
solamente gusté su vana sombra.
Aquí de los humanos los delirios
desparecen por siempre; un Dios piadoso
perdona a los errores invencibles 230
que graba la crianza en nuestras almas.
Felicidad y dicha inalterable
habitan las regiones fortunadas,
que de monstruos horrendos puebla el hombre.
Aquí nos hallaremos, Heloísa, 235
y nuestras almas con amor más tierno
se estrecharán en lazo indisoluble.
Vive feliz, y piensa en tu Abaelardo;
tu amor causó sus glorias y sus penas,
y ni en la postrer hora te ha olvidado. 240

Elegía
-V-

Traducción de Tibulo

Llena el vaso otra vez; mis fatigados


ojos por tu potencia irresistible
¡oh Baco! en sueño yazgan sepultados.
Espira sueño ¡oh Baco! Tú insensible,
Tú sólo, hacerme puedes a mi suerte; 5
¡oh suerte con mi amor cruda, inflexible!
Cerrada está con un candado fuerte
la puerta de mi amada, y su celosa
guarda todos sus pasos ¡ay! advierte.
Puerta dura, ¡ojalá la procelosa 10
lluvia te embata, y te consuma el trueno
que Jove lanza en mano poderosa!
Puerta, ábrete a mis ruegos; de mi seno
los sollozos te ablanden; sin rüido
cedan tus quicios, de sentido ajeno. 15
Si contra ti furioso he prorrumpido,
en mi cabeza caigan maldiciones
que en tu daño sin seso he proferido.
No te olvides ¡oh puerta! de mis dones,
la guirnalda de flores que te ornara, 20
mis preces, mis dulcísimas razones.
Mas tú nada receles, Delia cara;
osa frustrar tu guardia vigilante;
Venus dio su favor a quien osara.
Venus la senda enseña al mozo amante 25
que ignorara, y adiestra la doncella
a abrir la puerta muda y palpitante.
También muestra de amor la diosa bella
el lecho abandonar furtivamente
y sin ruido estampar la blanca huella; 30
y delante el marido impertinente
hablar con expresivas ojeadas,
que el amador comprende solamente.
Ni a todos estas artes les son dadas;
mas a quien diligente deja el lecho, 35
ni las tinieblas de la noche heladas
le asustan. Citerea de su pecho
propicia aparta el aguzado acero,
y en vano el salteador vela en su acecho;
que es seguro y sagrado aquel sendero 40
por do va el amador de un dios guardado
contra los lazos del mortal artero.
No de las noches del Diciembre helado
la escarcha me dañara, o la furiosa
lluvia del cielo; en aguas desatado. 45
Nunca tendré mi pena por gravosa
si a abrir mi Delia viene al fin su puerta,
y por señas me llama silenciosa.
Hombre o mujer, si alguno hallarme acierta,
lejos tenga la luz; que el dios Cupido 50
veda que sea mi gloria descubierta.
No de vuestras pisadas el rüido
me asuste, ni mi nombre preguntando
acerquéis el fanal aborrecido.
Quien sin pensar me viere, que jurando 55
por los dioses sagrados lo desmienta;
tal es de Venus poderoso el bando.
Si alguno hablar osare, el furor sienta
de la diosa implacable que engendrada
fue de sangre y espuma turbulenta; 60
mas ni entonces tu esposa creerá nada.
Tal me dijo una maga verdadera,
cuya arte en mi favor está empleada.
Una noche serena yo la viera
que la luna a su voz huyó medrosa 65
y que el rayo torcía su carrera.
Su canto abre la tierra119 y la espantosa
tumba dejan los manes al conjuro
do la yerta ceniza en paz reposa.
Agora llama con imperio duro 70
el Infierno, o con leche rociados
sus espíritus torna al reino escuro.
A su arbitrio disipa los nublados,
a su arbitrio los días más serenos
en pardas nubes van encapotados. 75
Ella sola conoce los venenos
de Colcos; de los perros infernales
sola ella calma los rabiosos senos.
Ella misma compuso estos fatales
cantos; dilos tres veces, Delia mía, 80
y cántalos en tres tiempos iguales.
El envidioso en vano le diría
a tu esposo mi amor; aun si nos viera
yacer juntos, sus ojos no creería.
Mas tú huye de otro amor, que su ceguera 85
será en mi favor sólo, y otro amante
esconderse a su vista no pudiera.
¿Qué no creeré de maga que es bastante,
según dijo, a romper del amor mío
las firmes ataduras de diamante? 90
Cuando la noche tiende el manto frío,
inmolará por mí negros corderos
a las deidades del Averno umbrío.
No que yo no te amara, mas que fueras
blanda a mi amor pedía, Delia hermosa, 95
que eternamente tú en mi amor ardieras,
que la vida sin ti me fuese odiosa.

Oda

- XII -

Traducción de Horacio

Vana sabiduría,
de tu resplandor falso deslumbrado,
ya largo tiempo erré sin norte o guía;
ora al camino por mi mal dejado
torno, y víctimas pías 5
a Jove inmolaré todos los días.

A Jove que, lanzando


con diestra firme el rayo fulminante,
hendiendo va las nubes, y volando
en alígero carro rutilante 10
por el cielo sereno,
crujen entrambos polos a su trueno.

Las selváticas tierras,


los caudalosos ríos, el Averno
y cuanto monstruo pavoroso encierras 15
en tus entrañas, horroroso Infierno,
todo a Jove obedece,
todo su rayo horrísono estremece.

La fortuna inconstante
con impulso ruidoso precipita 20
cuanto alzaba al Olimpo su arrogante
frente, y con mano poderosa excita
el que en el polvo yace,
y aquel que escuro fuera brillar hace.

Poemas

-I-

La guerra de Caros120

(Traducción de Osián)

Dame, Malvina mía,


el harpa, dame: que la luz del canto
en el alma de Osián se enciende súbita.
Cual es el campo cuando escura noche
las colinas en torno cubre, y crecen 5
lentamente las sombras en el valle
del Sol, tal, ¡oh Malvina! a mi Óscar veo
junto la roca del limoso Crona.
Mas la forma de Óscar es cual la niebla
del desierto que el rayo de Occidente 10
colora de su luz; tal es la amable
forma de Óscar; ¡oh vientos
que sopláis en Arvén, huid lejos de ella!
¿Quién viene hacia mi Óscar? Júbilo escuro
brilla en su rostro; sus cabellos canos 15
el viento mece; en un bastón se apoya,
y cánticos murmura, y torna a Caros
miradas repetidas; Ryno el bardo
este es; Ryno, del canto el mensajero
a la hueste enemiga. -¿Qué hace, ¡oh Ryno! 20
Caros, rey de las naves?- Óscar dice:
-¿Despliega, di, las alas de su orgullo,
bardo de antiguos tiempos?- Las despliega,
replica el bardo, -Óscar, pero al asilo
de amontonadas piedras, de sus muros 25
atónito te mira, Óscar terrible
cual de la noche el tenebroso espíritu
que las olas agita,
y furioso en sus naos las precipita.-
-Príncipe de mis bardos,- Óscar dice,- 30
la lanza de Fingal toma, en su punta
fija la llama, blándela a los vientos;
ve, dile a Caros que de Óscar el arco
arde por la batalla, fatigado
de la caza de Cona; que los fuertes 35
están lejos, que joven es mi brazo;
convídale con cantos a la guerra,
dile que deje sus amigas ondas.-
Cánticos murmurando, Ryno parte;
Óscar alza el clamor cual el estruendo 40
de la campana, cuando de Togorma
se agita el mar cercano, y en sus árboles
silban los vientos rápidos; los héroes
de Arvén le oyeron, y se aunaron súbito:
tal después de las lluvias los torrentes 45
se precipitan raudos de los montes
en el orgullo de su curso. Ryno
se acerca al fuerte Caros, y blandea
la centellante lanza. -¡Oh tú, -le dice,-
tú que habitas las olas inconstantes! 50
Sus, ven a la batalla de Óscar; lejos
está Fingal; el canto de los bardos
oye en Morvén, de su palacio el viento
se mece en sus cabellos; su terrible
lanza pende a su lado; cual la luna 55
escurecida es el escudo; ven
al combate de Óscar; solo está el héroe.-
Caros no vino al raudo Carón. Ryno
se tornó con su canto. Negra noche
Crona cubre; la fiesta de las conchas 60
se extiende; arden cien robles a los vientos,
brilla pálida luz en la maleza.
Por entre el resplandor de Arvén las sombras
pasan, y muestran sus escuras formas
de lejos. A Comala un meteoro 65
medio descubre; triste y tenebroso
aparece Idalán cual luna escura
por entre espesa nieve de la noche.
-¿Quién causa tu tristeza? -dice Ryno.
Él sólo ve al caudillo.- ¿Tu tristeza 70
quién la causa, Idalán? ¿No has recibido
tu gloria? ¿No se oyeron ya los cantos
de Osián? Tú de tu nube te inclinaste
por oír el canto del morvenio bardo.
Tu sombra cabalgó sobre los vientos 75
brillante. -¿Qué, tus ojos, -Óscar dice,-
ven a Idalán cual meteoro escuro
de la noche? Di, Ryno, cuál cayera
Idalán en los días de mis padres,
tan famoso; su nombre vive eterno 80
en las rocas de Cona; yo mil veces
de sus colinas viera los torrentes.
-Fingal, -replicó el bardo,- de sus guerras
a Idalán expelió; triste era el alma
de Fingal por Comala, ni sus ojos 85
sufren la vista del caudillo; solo,
con silenciosos pasos, tristemente,
lento Idalán se embosca en la maleza.
Ambos sus brazos cuelgan, sus cabellos
sueltos sobre su frente el viento mece, 90
la lágrima en sus ojos abatidos
está, en lo hondo de su pecho un ¡ay!
medio acallado. Solitario, escuro,
erró tres días; y llegó al palacio
de Lamor, el palacio de sus padres, 95
musgoso cabe el Balva. Bajo un árbol
sentado está Lamor solo; su gente
toda sigue a Idalán en los combates;
sus pies baña el torrente, su cabeza
cana sobre su báculo se apoya, 100
ciegos sus ojos son de años cargados.
Lamor murmura el canto
de los pasados tiempos.
De las pisadas de Idalán el ruido
a los oídos llega del anciano, 105
y del hijo los pasos reconoce.
-¿Qué, torna el hijo de Lamor, o escucho
de su espíritu el ruido? ¡Oh tú, del viejo
Lamor hijo! ¿Moriste en las arenas
del Carón? Y si oyeron mis oídos 110
tus huellas, ¿dó están, di, los esforzados
en la guerra, Idalán? ¿Dó está mi pueblo
que tornó tantas veces del combate
con sus escudos resonantes? ¿Yacen
los fuertes del Carón en las arenas? 115
-No, -dice el joven suspirando,- el pueblo
de Lamor vive, y es famoso en guerras,
¡oh padre! Idalán sólo no es famoso,
¡ah! no es famoso más. Yo en las arenas
de Balva habitaré solo, y en tanto 120
de la batalla crecerá el estrépito.
-Mas no tus padres se sentaron solos,
-dijo el orgullo de Lamor;- tus padres
no se sentaron solos en la arena
del Balva, en tanto que crujía el estruendo 125
del combate jamás. ¿Ves tú esa tumba?
Mis ojos no la ven; en ella yace
el noble Gormalón, que de la guerra
jamás huyera. «Ven ¡oh tú! famoso
en la guerra, me dice: de tu padre 130
ven a la tumba». ¡Oh Gormalón, famoso
cual puedo ser! El hijo del combate
huyó.- Idalán responde con sollozos:
-¿Por qué atormentas, rey del bando Balva,
mi espíritu? Lamor, yo nunca huyera; 135
por Cómala, Fingal triste, sus guerras121
ha rehusado a Idalán; «huye, me dijo,
a los canos arroyos de tu tierra;
consúmete cual roble deshojado
que los vientos lanzaron sobre el Balva 140
para más no crecer.»-
-¿Y cómo podré yo,- Lamor replica,
ver de Idalán las solitarias huellas?
¿Vivirá él fijo en mis torrentes canos,
y mil serán famosos en batallas? 145
Espíritu del noble
Gormalón, guía a Lamor a su morada;
sus ojos son escuros, su alma triste,
su hijo perdió su fama.
-¿Dó adquiriré yo fama, -dijo el joven,- 150
para que el alma de Lamor se alegre?
¿De dónde tornar puedo yo con gloria,
para que suene en sus oídos grato
el ruido de mis armas? Si a la caza
voy de las ciervas, no se oirá mi nombre; 155
cuando yo tornaré de la colina,
no alegre halagará Lamor mis perros,
y no se informará de sus montañas,
ni del ciervo ojinegro de sus selvas.-
-Yo caeré, -Lamor dijo,- cual un roble 160
deshojado; en la roca se elevaba,
los vientos le abatieron. Mi alma triste
por mi hijo Idalán en las colinas
vagará. ¿Vos de nieblas su presencia
me ocultaréis espesas? Ve, hijo mío, 165
de Lamor a la sala; allí las armas
de nuestros padres penden; trae la espada
de Gormalón; el héroe a un enemigo
la arrancara.- Idalán trujo la espada
con todas sus correas retorcidas, 170
y la entregó a su padre; el héroe cano
tocó la punta con la mano y dijo:
-Condúceme a la tumba,
hijo, de Gormalón, que se levanta
tras de aquel árbol de sonantes hojas. 175
Marchitado está el césped, y la brisa
oigo que silba aquí; cerca murmura
la fuentecilla, y corren hacia el Balva
sus aguas; aquí quiero reposarme,
que es medio día; el sol está en el campo.- 180
Idalán le condujo
de Gormalón al túmulo; el anciano
de su hijo hirió el costado; juntos duermen;
sus antiguos palacios caen en polvo;
espíritus se ven el medio día; 185
el valle es silencioso,
y el pueblo arredra de Lamor la tumba.
-Hijo de antiguos tiempos, -Óscar dijo,-
triste es tu historia; el alma mía suspira
por Idalán, que en juventud temprana 190
cayó. Sobre los vientos del desierto
vuela, y en tierra extraña agora yerra.
Vosotros, hijos de Morvén sonante,
id al encuentro de los enemigos
de Fingal; que la noche pase en cantos, 195
y observad el ejército de Caros.
Yo voy al pueblo de otros tiempos, sombras
del silencioso Arvén, a do mis padres
escuros en sus nubes asentados
ven las futuras guerras. ¿Tú, Idalano, 200
cual un medio extinguido meteoro
no estás aquí? Parece en mi presencia
en tu dolor, jefe del bando Balva.-
Los héroes marchan, y los cantos alzan.
Óscar con pasos lentos la colina 205
trepa; los meteoros de la noche
parecen a su vista en la maleza;
un torrente lejano suena sordo;
de un huracán el soplo interrumpido
silba por entre los ancianos robles. 210
Detrás de su colina roja, escura,
la luna en la mitad de su creciente
se abate; en la maleza flacas voces
se oyen; Óscar desenvainó la espada:
-Vos, espíritus -dice- de mis padres, 215
vos que contra los reyes de la tierra
combatisteis, venid y reveladme
de los futuros tiempos las hazañas;
o cuando razonáis en vuestras huecas
mansiones y en los campos del valiente 220
vuestros hijos miráis, vuestros discursos
decidme cuáles son.-
A la voz de su nieto poderoso
tremor de su colina vino; nube,
cual el potro extranjero, sus aéreos 225
miembros sostiene; niebla escurecida
de Lano es su vestido; mortal niebla
a las gentes, un verde meteoro
medio extinguido por espada lleva;
informe y tenebroso es su semblante. 230
Tres veces suspiró Tremor; tres veces
espantables los vientos de la noche
rugieron; luengas fueron sus razones
con Óscar, mas el eco solamente
vino a nuestros oídos tenebroso, 235
cual son historias de remotos tiempos
antes que amaneciera luz del canto.
Desvaneciose lento al fin cual niebla
que los rayos del sol en la colina
derriten, ¡oh Malvina! Óscar fue triste 240
desde entonces; escuro, pensativo,
cual el sol cuando cubre negra nube
su rostro, y disipando las tinieblas
otra vez mira las colinas verdes
del Cona, tal Óscar a veces era, 245
porque de su linaje
previó de entonces la fatal rüina.
Óscar pasó la noche con sus padres;
el alba de Carón en las arenas
le halló; de un verde valle rodeado 250
un sepulcro se eleva, monumento
de los antiguos días, y a lo lejos,
erguiendo al viento sus ancianos pinos,
alzan bajas colinas su cabeza.
Los guerreros de Caros aquí estaban, 255
que la noche el arroyo vadearan;
cual troncos de altos pinos parecían,
cuando pálida luz del alba raya.
Junto a la tumba Óscar se para y alza
tres veces su terrible grito; en torno 260
resuenan las colinas cavernosas,
saltan los ciervos azorados122, huyen
amedrentadas en sus negras nubes
las espantadas sombras de los muertos;
tan terrible la voz de mi Óscar era, 265
llamando a la batalla a sus amigos.
Mil espadas se alzaron; se alzó el pueblo
de Caros. ¿Por qué lloras, oh Malvina?
Mi hijo, aunque solo, es bravo. Cual un rayo
es de celeste luz Óscar, en torno 270
gira, y el pueblo cae; su mano es brazo
de espíritu que sale de la nube;
su forma es invisible,
mas en el valle en tropa el pueblo muere.
Óscar mira acercarse el enemigo, 275
y en el silencio escuro de su fuerza
se para. -¿Estoy yo solo, -dice,- en medio
de miles de enemigos? Muchas lanzas
aquí parecen, muchos ojos miro
torvo-rotantes. ¿Tornareme huyendo 280
al Crona? Mas mis padres nunca huyeron;
la señal de su brazo en mil batallas
impresa está. También Óscar famoso
un día será. Vosotros, de mis padres
espíritus escuros, mis hazañas 285
en la guerra mirad; si caigo ¡oh padres!
cual el linaje del Morvén sonante
seré famoso en los futuros tiempos.-
Óscar se para, y en su puesto crece
cual un arroyo en el estrecho valle. 290
Acercose el combate, mas cayeron,
y en sangre se tiñó de Óscar la espada.
Oyó Crona el estrépito, y su gente
cual cien torrentes corre; huyen de Caros
los guerreros. Óscar, cual por reflujo 295
de la mar el peñasco abandonado,
tal permanece incontrastable. En tanto
Caros se avanza turbulento, escuro,
con todos sus caballos, cual el rápido
torrente; los pequeños arroyuelos 300
se pierden en su curso, y se estremece
la tierra en torno; brillan en los aires
diez mil espadas; de ala en ala corre
la batalla... ¿A qué más canta batallas
Osián? ¡Ah! nunca brillará en la guerra 305
mi acero ya. Yo con dolor recuerdo,
al sentir la flaqueza de mi brazo,
mis días juveniles. ¡Oh! felices
aquellos que en los días de su gloria
en juventud cayeron, ni las tumbas 310
de sus amigos vieron, ni las cuerdas
del arco de la guerra al débil brazo
rehusaron de ceder. ¡Oh tú felice,
Óscar, en medio de tu torbellino
sonante; tú los campos de tu fama 315
visitas, donde Caros huyó lejos
de tu luciente espada!
Bella hija de Toscar, el alma mía
tinieblas cubren; ni la forma veo
de mi Óscar en Carón, ni veo su imagen 320
ya sobre Crona; el viento impetuoso
lejos le arrastra; triste de su padre
el corazón está; mas tú, Malvina,
al ruido de mis selvas me conduce,
de los torrentes raudos de mis montes 325
al estruendo. El sonido de la caza
quiero escuchar en Cona, meditando
en los pasados años. Dame el harpa
¡oh virgen! que pulsar pueda sus cuerdas
cuando en el alma mía 330
raye la luz del canto.
Acércate ¡oh Malvina!, aprende el canto
que escucharán los venideros días.
Tiempos vendrán que de los hombres flacos
los hijos alzarán la voz en Cona, 335
y mirando estas rocas
«Aquí Osián ha morado»,
dirán, y admirarán los capitanes
de los pasados años, el linaje
que ya no es más. En tanto ¡oh mi Malvina! 340
cabalgando en las alas de los vientos
mugientes, asentados en las nubes,
nuestras voces se oirán en el desierto;
de la roca los vientos
dirán de nuestros cantos los acentos. 345

- II -

La guerra de Inistona123

Sueño es del cazador en la colina


nuestra edad juvenil; serenos rayos
del sol le aduermen, mas despierta en medio
de hórrida tempestad; el trueno estalla,
el huracán los árboles sacude; 5
él se recuerda del luciente día,
y de sus dulces sueños. ¿Cuándo ¡ah! cuándo
tornará, Osián, tu juventud lozana?
¿Cuándo más de las armas el estrépito
sonará grato en mis oídos? ¿Cuándo 10
iré yo, cual mi Óscar, resplandeciente
en la luz de mi acero? Vos colinas
del Cona, vos torrentes de mi patria,
atentos escuchad la voz del bardo.
El canto raya, cual sereno día, 15
en el alma de Osián; de los pasados
tiempos las alegrías
goza plácidamente el bardo anciano.
Selma, tus torres miro,
veo de tus altos muros sombreados 20
los robles; de tus rápidos torrentes
escucho el murmurar; tus generosos
héroes están aquí; mí noble padre
descuella en medio de ellos apoyado
al broquel de Tremor; su lanza cuelga 25
de la muralla; con atento oído
el Rey escucha el canto de sus bardos,
que de su verde edad dicen la gloria,
y de su brazo la invencible fuerza.
Óscar, tornado en tanto de la caza, 30
oye los nobles hechos de su abuelo;
sus ojos de mil lágrimas se inundan,
y de rubor se cubre su semblante.
El escudo de Brano, que pendía
de la muralla, arranca; al viento blande 35
la centellante punta de mi lanza,
y al jefe de Morvén en voces trémulas
le dice con palabras mal formadas:
-Fingal, Rey de los héroes, y tú, padre
Osián, tú después de él segundo en gloria 40
guerrera, vuestros nombres en los cantos
suenan con fama; vuestra edad temprana
ilustró la vitoria; mas cual niebla
del Cona así yo soy. Óscar parece,
y se disipa al punto. Nunca el bardo 45
su nombre cantará, ni en la maleza
el cazador visitará su tumba.
Dejadme combatir en Inistona,
héroes; lejana entonces de vosotros
de mis hazañas estará la escena, 50
y el rumor de mi muerte a vuestro oído
jamás vendrá; mas cantará mi nombre
el extranjero bardo, y mi gloriosa
muerte celebrará la virgen tierra;
sobre mi tumba llorará el valiente 55
de la lejana tierra; en los convites
los bardos cantarán: «Oíd las proezas
de Óscar, el hijo de la tierra extraña.»-
-Hijo del nombre mío, -Fingal responde,-
Óscar, tuyo ha de ser este combate. 60
Aprestad ¡oh! la nao cavernosa
que a mi héroe en Inistona desembarque.
Hijo del hijo mío, a ti la gloria
de nuestro nombre fío; tú del ilustre
linaje eres también; que nunca diga 65
el extranjero al recordar tu nombre:
«Flaco es el brazo de Morvén en guerra».
Cual fulminante rayo en la batalla
tal has de ser, mas en la paz suave
cual es el sol ya cerca de su Ocaso. 70
Ve, di a Anir que yo guardo en mi memoria
de nuestra edad lozana los combates,
cuando luchamos ambos en los días
de la hermosa Agandeca.-
Las velas ya despliegan, y los vientos 75
silban en las correas de los mástiles.
Las olas baten las musgosas rocas,
y el Océano formidable ruge.
Del alto mar la tierra de las selvas
descubre Óscar, y rápido del Runa 80
aporta a la ensenada.
A Anir, Rey de las lanzas, de aquí envía
su reluciente acero; el héroe cano
de mi padre la espada reconoce,
y sus ojos mil lágrimas inundan, 85
que de su fuerza juvenil se acuerda,
cuando tres veces blandeó su lanza
contra Fingal a vista de Agandeca.
Los otros héroes combatir los vieron
de lejos, como luchan en las nubes 90
dos espectros nocturnos irritados.
Mas ora yo soy viejo, -el Rey prosigue,-
mi acero en mi palacio cuelga inútil;
guerrero de Morvén, ya fueron tiempos
do vio Anir de las lanzas la batalla; 95
agora está marchito y macilento,
cual el roble de Lano.
Ya no tengo más hijos que te lleven
contentos al palacio de sus padres.
Desangrado Argón yace en el sepulcro, 100
y Ruro no es ya más; del extranjero
mi hija habita las salas, y mi muerte
por ver anhela; su terrible esposo,
diez mil lanzas guiando, cual la nube
de mil muertes cargada, así de Lano 105
desciende. Mas ven, hijo del sonante
Morvén, del viejo Anir ven a la fiesta.
Tres días duró el convite de las conchas;
el cuarto Anir el nombre de Óscar supo,
y se alegraron juntos persiguiendo 110
los jabalís del Runa; fatigados,
cabe una fuente de musgosas peñas
los héroes se pararon.
Anir esconde en vano el llanto triste
que baña sus mejillas, y en sollozos 115
interrumpidos dice: -Aquí reposan
los hijos de mi amor; este árbol cubre
el sepulcro de Argón, y de mi Ruro
esta piedra es la tumba. Amados hijos,
¿en la estrecha mansión de vuestro padre 120
no oís el lamento? ¿Y cuando del desierto
los vientos soplan, no me habláis acaso
al ruido de las hojas agitadas?-
-Rey de Inistona ¡ah! dime cuál cayeron
de tu edad juvenil los caros hijos, 125
-le dice Óscar.- Sobre sus tumbas corre
el fiero jabalí, mas su descanso
no turba; que en las nubes persiguiendo
van nebulosos ciervos, y tendiendo
sus arcos lanzan las aéreas flechas. 130
Tus hijos en sus juegos juveniles,
Anir, aún se ejercitan, y contentos
en la región habitan de los vientos.-
-Cormalo, -el Rey replica,- a diez mil lanzas
manda; Cormalo habita cabe el Lano 135
que vapores mortíferos exhala.
A mi palacio vino, y de la justa
la gloria pretendió; bello era el joven,
cual del naciente sol el primer rayo,
y pocos en la justa de la lanza 140
le igualaban; mis héroes a Cormalo
cedieron todos; él ganó la palma;
mi hija de él se prendó; mi Argón, mi Ruro
tornaron de la caza, y de su orgullo
las lágrimas corrieron. 145
De los dos héroes las miradas mudas
erraban con furor sobre los bravos
de Runa, que cedieran en la justa
el triunfo al extranjero.
Tres días duró el convite; vino el cuarto, 150
y mi Argón y Cormalo combatieron.
¿Mas quién pudo igualarse en el combate
a Argón? Cedió Cormalo; mas su orgullo
llenó su pecho de furiosa rabia,
y meditó en secreto dar la muerte 155
a mis dos hijos. Juntos las colinas
del Runa recorrían persiguiendo
las ciervas; la saeta de Cormalo
sin ser vista voló; mi Argón, mi Ruro
cayeron ¡ay! bañados en su sangre. 160
Él vino de su amor a la doncella,
la virgen de Inistona de los luengos
cabellos; por el hiermo huyeron ambos;
solo se quedó Anir; viene la noche,
el día raya, y ni Argón ni Ruro tornan. 165
Al fin vimos su perro más amado,
su fiel Runar, el corredor ligero,
que con ahullidos dolorosos entra
en mi palacio, y con mirada triste
el sitio de su muerte nos indica. 170
Nosotros le seguimos, y mis hijos
aquí encontramos; cerca de este arroyo
los sepultamos; este es mi retiro
cuando torno cansado de la caza;
aquí agobiado, cual un viejo roble, 175
mis ojos vierten siempre amargo llanto.
-Runán, -exclama Óscar,- Rey de las lanzas;
Ogar, llamad, llamad a mis valientes
héroes, los hijos de Morvén. Hoy vamos
al Lano, cuyas ondas pestilentes 180
mil vapores mortíferos exhalan.
Corto será tu gozo,
Cormalo; que la muerte
en la punta asentada
perpetuamente está de nuestra espada. 185
Por el desierto marchan, cual la nube
tempestuosa, que los vientos rápidos
por la maleza arrastran, de relámpagos
y de truenos preñada; el ruido horrísono
de las selvas anuncia la tormenta. 190
De Óscar el cuerno suena la batalla,
y del Lano se agitan encrespadas
las olas todas; de Cormalo en torno
a su sonante escudo se ayuntaron
del negro lago los escuros hijos. 195
Óscar combate, como suele, en guerra;
y Cormalo a los filos de su espada
muere; los hijos del terrible Lano
buscan asilo en sus profundos valles.
El Héroe la doncella de Inistona 200
tornó al palacio de su anciano padre.
Brilló el rostro de Anir en alegría,
y bendijo a mi Óscar de las espadas
valeroso caudillo.
¡Cuál fue de Osián el gozo cuando viera 205
la vela de su Óscar tendida al viento!
Así cuando el viajante tristemente
desconocidas tierras atraviesa,
y la noche terrible y sus espectros
con sus escuras sombras le rodean; 210
nube de luz en el Oriente asoma,
y su pecho de júbilo se llena.
Con cantos le llevamos a las salas
de Selma, do la fiesta de las conchas
celebraba Fingal; de Óscar el nombre 215
mil bardos elevaron; al sonido
Morvén respondió en ecos.
Aquí Malvina estaba;
su voz era cual harpa melodiosa,
cuando la brisa que murmura dulce 220
al caer de la tarde a los oídos
lleva el son agradable.
¡Oh vosotros que veis la luz del día,
conducidme a una roca
de mis colinas, rodeada en torno 225
de espesos avellanos, y de robles
susurrantes; que el sitio de mi sueño
sea verde, y el estruendo del torrente
suene lejano; toma ¡oh mi Malvina!
el harpa; entona ¡oh virgen! los amables 230
cantos de Selma, porque el sueño pueda
mi alma embargar en sus serenos gozos
y124 de mi juventud los dulces sueños,
y los días de Fingal poderoso
otra vez tornen. Selma, ya tus torres, 235
tus árboles, tus muros sombreados
miro; los Héroes de Morvén ya veo,
y ya escucho los cantos de los bardos.
Óscar la espada de Cormalo esgrime;
mil jóvenes la admiran, y contemplan 240
atónitos el hijo de mi fama,
celebrando la fuerza de su brazo;
de su padre en los ojos ven el gozo,
y aspiran a igual nombre en la memoria.
Héroes valientes de Morvén, sin gloria 245
no quedaréis; mi espíritu se inflama
mil veces en el canto, y se recuerda
de los amigos de la edad pasada.
Mas el sueño desciende en pasos lentos,
al son del harpa plácida; 250
y nacen en el alma mil contentos
con sus gratas imágenes.
No mi reposo
con el ruidoso
son turbéis de la caza125. 255
El bardo anciano
huye el profano
discurso, y se solaza
conversando
con el bando 260
de sus antepasados
los reyes esforzados.
Vos, hijos de la caza, el son ruidoso
tened lejano;
no interrumpáis el sueño delicioso 265
del bardo anciano.

Poesías no incluidas en el manuscrito de París

Oda

A Cristo crucificado126

Canto el Verbo divino:


no cuando inmenso en piélago de gloria
mas allá de mil mundos resplandece,
y los celestes coros de contino
Dios le aclaman, y el Padre se embebece 5
en la perfecta forma no criada;
ni cuando, de victoria
la sien ceñida, el rayo fulminaba,
y de Luzbel la altiva frente hollaba,
lanzando al hondo Infierno, 10
entre humo pestilente y fuego eterno,
la hueste contra el Padre levantada.
No le canto tremendo,
en nube envuelto horrísono-tonante,
severas leyes a Israel dictando, 15
del Faraón el pecho endureciendo,
sus fuertes en las olas sepultando,
que en los abismos de la mar se hundieron;
porque en brazo pujante
Tú, Señor, los tocaste, y al momento, 20
cual humo que disipa el raudo viento,
no fueron; la mar vino
y los tragó en inmenso remolino,
y Amón y Canaán se estremecieron.
Ni en el postrero día, 25
acrisolando el orbe con su fuego,
le cantaré, su soplo penetrando
los vastos reinos de la muerte fría,
que arrancarse su presa ve bramando.
Truena el Verbo, los mundos se estremecen, 30
al voraz tiempo luego
la eternidad en sus abismos sume,
y lo que es, fue, y será, todo consume;
empero eterno vive
el malo, eterna pena le recibe, 35
los justos gloria eterna se merecen.
Señor, cantarte quiero
por los humanos en la Cruz clavado,
el almo cielo uniendo al bajo mundo,
libre ya el hombre, y el tirano fiero 40
por siempre encadenado en el profundo
Infierno con coyundas de diamante;
do el pendón del pecado
tremolaba, brillando la Cruz santa,
tu Cruz, que al rey del hondo abismo espanta, 45
cuando al escuro imperio
descendiste, del duro cautiverio
tus escogidos a librar triunfante.
¿Qué es de tu antigua gloria,
fiero enemigo del mortal linaje? 50
¿Dó los blasones que te envanecían,
dó está de Adán la culpa y su memoria,
dó los que Rey del siglo te decían?
¡Cómo el Hijo del hombre tu cabeza
quebrantó con ultraje! 55
Tú que en tu fuerza ufano te gozabas,
tú que la erguida frente levantabas
más que de Horeb la cumbre,
¡oh coloso de inmensa pesadumbre!
yaces, postrada al suelo ya tu alteza. 60
Del Oriente al Ocaso
en alas de mil ángeles pasea
tu vencedora Cruz, Verbo divino;
ni es de hoy más Israel único vaso
de elección, que al altísimo destino 65
de hijos de Dios nos elevó tu muerte;
con tu Sangre la fea
mancilla de la culpa en nos lavaste,
y cual los querubines nos tornaste.
¡Oh gloria sin segundo 70
al Redentor, al Salvador del mundo,
por quien nos cabe tan felice suerte!
Ya miro el venturoso
día que tu Cruz santa el orbe hermana
con vínculo de amor indisoluble; 75
plácida caridad, almo reposo,
y paz perpetua reinan; la voluble
fraude tragó el Infierno en su honda sima;
la libertad cristiana
para siempre ahuyentó la tiranía, 80
y los tiranos bajo quien gemía
triste el linaje humano
derrueca el Cristo con potente mano,
que no quiere que al hombre el hombre oprima.
Sí, que nuestra ley santa 85
es ley de libertad, y los tiranos
en balde se coligan contra el Verbo;
Él los quebrantará con fuerza tanta,
cual león que destroza el flaco ciervo,
cual rompe el barro frágil metal duro; 90
iguales los cristianos
y libres vivirán siempre sin sustos,
el Cristo reinará sobre sus justos;
el orbe renovado
de la Sión celeste fiel traslado 95
será, Señor, bajo tu cetro puro.
¡Cuál mi inflamado pecho
ansía por ver tu gloria y las venturas
del linaje humanal que redimiste!
Ya de la edad presente el coto estrecho 100
traspaso, y veo volar la serie triste
de los males del tiempo venidero,
y las culpas futuras;
mas tu gracia, Señor, omnipotente
desciende en fin, y tórnase inocente 105
el mundo iluminado
con tu ley, y en tu amor santificado,
y despojado del Adán primero.

Apóstrofe a la libertad127

¡Oh lauro inmarcesible, oh glorïoso


hado de nación libre, quien te alcanza,
llamarse con verdad puede dichoso!
Libertad, libertad; tú la esperanza
eres de cuanto espíritu brioso 5
el despotismo en sus mazmorras lanza.
Los pueblos que benéfica visitas,
a vida nueva al punto resucitas.
El pueblo de Minerva, el de Quirino,
si la historia pregona sus loores, 10
y si con esplendor lucen divino,
del tiempo y del olvido vencedores,
a la libertad deben su destino.
La libertad regó las bellas flores
que la sien de Fabricio y Decio ornaron, 15
y a Foción y a Arístides coronaron.

A Jefferson y a Washington inflamas


en tu sagrado amor, y otro hemisferio
consume luego entre voraces llamas
los monumentos de su cautiverio. 20
Tu santo ardor por la nación derramas,
y de las leyes fundas el imperio,
siempre absoluto, porque siempre justo,
que la igualdad social mantiene augusto.

Epigrama de la Inquisición

La horrible Inquisición, ese coloso


que del cieno nació de Flegetonte,
y mamó de Megera el ponzoñoso
jugo, y bebió el azufre de Aqueronte,
aún agita sus teas horroroso, 5
y entre ruinas descuella, cual el monte
de Olimpo en Grecia mísera desierta
su frente esconde entre las nubes yerta.

Oda

Al rey intruso José Napoleón cuando entró en Córdoba en 1810128


De rosas y de mirto coronadas
canten del Betis las festivas Drías
al sol benigno que de luces pías
viene a dorar sus márgenes sagradas;
sol de más dulce encanto 5
que al que de luz fulgente
visten las bellas Horas áureo manto;
y al grato rayo de su ardor clemente
la hermosa turba, en danzas extendida,
nuevo amor las inflame y nueva vida. 10

Venció de Alecto la infernal caterva,


y de Pirene hasta el hercúleo estrecho
ardió en su llama el español deshecho.
Nada la muerte a su furor reserva;
yaces, mísera España, 15
desolada al combate
de la propia opresión y de la extraña;
mas de la doble muerte que te abate,
tu rey, astro de vida, te rescata
y el bien por tu ancho término dilata. 20

Tal, esplendor benéfico sembrando,


de entre las ondas del rosado Oriente
nace del día el padre refulgente,
los plácidos celajes matizando;
y del Indo distante 25
esparce el almo aliento
en el carro de nítido diamante,
al orbe mustio, de su luz sediento;
hasta que la cuadriga voladora
pisa otra vez los reinos de la Aurora. 30

Así el Betis te admira cuando goza


a tu influjo el descanso lisonjero,
al tiempo que de Marte el impio acero
aún al rebelde catalán destroza.
La paz que en tu semblante 35
y que en tu pecho mora,
nos fue presagio del feliz instante,
término de la Parca destructora.
gózale grata, en fin ¡oh patria mía!
y honra a tu rey en himnos de alegría. 40

No el despótico error más inhumano


te oprimirá en ignoble cautiverio,
ni negará el laurel que en el imperio
del primer Carlos pretendiste en vano;
aurora sepultada 45
en nubiloso día
fue aquella tu esperanza malograda,
mas ya suelta la férrea tiranía,
no clames, Betis, en tu orilla amena
por las glorias del Támesis y el Sena. 50

Reinará la abundancia, y en su seno


verás domar al piélago tus robles,
y no quebrados tus intentos nobles,
tu nombre antiguo gozarás de lleno;
dos siglos son pasados, 55
¡oh España! que no existes,
cuando a impulso de genios elevados
te ves nacer de entre fragmentos tristes;
por tanta hazaña ¡oh Palas! ya previenes
el más digno laurel de regias sienes. 60

Y así ¡oh gran rey! a su región te llama


en que sólo ser puedes coronado,
donde el Betis, del Tíber envidiado,
por los tartesios campos se derrama;
la antigüedad sagrada 65
aquí al árbol dio asiento
que es de la dulce paz insignia amada,
y del culto de Palas ornamento;
y aquí, de ciencia y paz doble corona
hoy ha de darte el coro de Helicona. 70

Aquí el Elíseo campo venturoso


pintó el cantor de la venganza argiva,
y Argantonio y Gerión copia festiva
aquí gozaron en feliz reposo.
Aquí naturaleza 75
prodigó sus delicias,
porque del mar vencieran la aspereza
púnicas proras, griegas y fenicias,
hasta que la fortuna dio al romano
el confín del incauto turdetano. 80

Febo de luz, más pródigo, le baña;


vos dadle luz de amor más encendida;
que él es, señor, delicia de la vida,
como vos sois delicia de la España;
ni recuerda memorias 85
más de Minerva o Marte;
que, despreciando sus antiguas
ya su gloria mayor pone en amarte;
gozad, gozad su amor, y eternamente
orne su verde oliva vuestra frente. 90

Muestras de una traducción de los poemas de Osián129

Advertencia preliminar

Tal vez no se ha presentado en la literatura poética de este último medio


siglo un fenómeno tan extraño como la aparición de las poesías de Osián.
Decir a nuestros humanistas que en el siglo cuarto de la era vulgar
florecía entre los rudos habitantes de las montañas de Escocia un talento
sublime comparable según algunos con Homero, era trastornar todas las
ideas que se tenían anteriormente del influjo de la civilización sobre la
formación de los talentos. Osadía era decirlo, y ninguno lo hubiera
creído, si el mismo que lo anunció no acompañara su noticia con la
publicación de las obras del poeta que proclamaba. Ellas, a la verdad, no
salieron en la lengua en que se habían escrito; pero el estilo, las
imágenes, las costumbres y el fondo de las ideas, todo parecía
corresponder a la época en que se las suponía, y todo contribuyó a
aumentar la confusión y la novedad.
El profesor Blair escribió una disertación en que, suponiendo la
autenticidad de aquellas poesías, manifestó muy a la larga las bellezas
que hay esparcidas en ellas. Pero Johnson, crítico no menos respetable que
Blair, negó la verdad del hecho, y aseguró que los escritos de Osián eran
una ficción de Macferson, su editor. Esta cuestión fue una señal de guerra
entre los literatos ingleses, en que con menos moderación de la que
correspondía, todos se trataron recíprocamente de falsarios y de
impostores.
Nosotros estamos muy lejos para calificar justamente las pruebas de hecho
alegadas por unos y por otros; y cabalmente esta clase de pruebas son las
más decisivas en un punto de hecho como es éste. Sin embargo, las pruebas
morales no dejan de tener su fuerza, y en esta parte quizá los osianistas
tienen ventaja sobre sus adversarios.
¿Cómo es posible, dicen éstos, que entre los feroces moradores de Escocia,
dados solamente a la caza y a la guerra en aquella época, se encontrasen
caracteres tan grandes, tan generosos y tan nobles como los de Fingal,
Catmor, Óscar y otros que brillan en los poemas de Osián? ¿Y no son tan
imposibles de existir como de imaginarse por un poeta, viviendo en medio
de aquellos guerreros semi bárbaros? Mas aun cuando efectivamente
existiesen, y aun cuando haya habido un poeta que los celebrase, ¿quién
que no sea un imbécil creerá que sus obras han podido conservarse sin
auxilio alguno de la escritura y por la tradición sola?
A esto responden los partidarios de Osián, que los poemas de Homero, mucho
más dilatados todavía, se conservaron por la tradición sin auxilio de la
escritura, que entre los árabes vagabundos pasan los cuentos de generación
en generación sin alterarse, y que es preciso que suceda así entre pueblos
en quienes no siendo común el uso de escribir, debe por lo mismo
cultivarse más la facultad de la memoria. La elevación y nobleza de los
caracteres de Osián no deben ser tampoco por sí solos una prueba de su
suposición, a menos de probarse que los sentimientos generosos son dote
exclusiva de los pueblos civilizados, y mucho menos cuando en el resto de
los poemas no se descubre el menor vestigio, la menor huella de las ideas
y costumbres modernas. ¿Cómo es posible, preguntan ellos a su vez, que un
escritor de nuestros días pueda desnudarse así de las impresiones que han
dominado su espíritu por toda su vida? ¿Ni cómo suponer que un hombre, por
muy exento de amor propio que esté, se despoje así de la gloria que le
darían estos escritos, para atribuírsela entera a un bardo desconocido y
oscuro? ¿Este fenómeno moral, no es más imposible de explicarse que la
existencia de un talento sublime en medio de una nación inculta sí, pero
amante en extremo de la gloria y de la poesía?
Este último argumento es poderoso sin duda; pero supone un mérito
sobresaliente en las obras del bardo escocés; mérito que sus adversarios
le niegan. Obscuro, hinchado en su estilo, monótono en sus imágenes, pobre
y estrecho en sus ideas, Osián no es a sus ojos sino autor de una jerga
ininteligible y contagiosa, y bárbaros y sacrílegos todos los que han
comparado su poesía con la de Homero y Virgilio.
Es difícil, sin embargo, conciliar este desprecio con la aceptación
inmensa que estos poemas han logrado en Europa. Le Tourneur los dio a
conocer en francés en elegante prosa; Cesarotti en excelentes versos
italianos; los mejores poetas de Alemania los tradujeron y los imitaron; y
la poesía de casi todas las naciones de Europa se atavió de una
muchedumbre de giros nuevos y atrevidos suministrados por Osián.
«¡Oh qué especie de mundo aquel donde me conduce este escritor
sublime!, dice el alemán Goethe: ¡andar errando por llanuras que
resuenan al ruido de los vientos borrascosos en que vienen las
nubes, y ver al rayo incierto de la luna sentados sobre ellas los
espíritus de los antepasados! ¡Oír desde la montaña los débiles
gemidos que estos mismos espíritus arrojan desde el fondo de las
cavernas, gemidos que se mezclan con el rumor de los torrentes y con
los lamentos que exhala la tierna doncella junto al musgoso sepulcro
de su amante! Cuando encuentro a este bardo, encanecido por los
años, buscando en la vasta extensión de aquellos campos las huellas
de sus padres, y encontrar ¡ay! solamente las piedras que cubren sus
sepulturas; cuando se vuelve gimiendo hacia la estrella de la tarde
que ya se oculta en el mar, y su alma heroica siente revivir la idea
de los tiempos en que aquel astro iluminaba con sus rayos los
peligros de los valientes; cuando leo en su frente su dolor
profundo, y veo a este héroe, el último de su raza, triste, abatido,
y con un pie ya en el sepulcro; ¡oh, cómo la presencia de las
sombras de sus mayores es un manantial donde está bebiendo
continuamente deleite a un tiempo y melancolía! ¡Oh, cómo al fijarse
sobre la tierra fría y contemplando la yerba que la cubre, exclama
dolorosamente!: Vendrá el viajero, que me conoció en mi gloria,
vendrá y preguntará: ¿dónde está aquel cantor digno hijo de Fingal?
Y sus pies hollarán mi tumba, mientras que me demande inútilmente a
la tierra».

Tal es el carácter que distingue eminentemente a Osián de todos los poetas


del mundo: carácter que le hará eternamente la delicia de todas las almas
tiernas inclinadas a la contemplación y a la melancolía. Su talento
poético, aunque sublime a veces, y enérgico y atrevido casi siempre, no
puede ser comparado ni en riqueza ni en variedad con el de Homero y
Virgilio: pero la naturaleza física y moral que el poeta céltico tuvo
delante de sí, estaba tan distante, y era tan diferente de la que pintaron
el griego y el latino, que en la balanza imparcial del juicio deben sin
duda alguna inspirar más admiración las eminentes prendas que le adornan,
que disgusto las que le faltan130.
Los Sres. Ortiz y Montengón han emprendido en diversas épocas presentar en
castellano las obras de este ingenio extraordinario; pero uno y otro han
abandonado su proyecto sin concluirle. Otro español ausente de su patria
más de doce años ha, y que en medio de las vicisitudes de su fortuna no ha
dejado de cultivar las musas castellanas, tiene enteramente traducido a
Osián en nuestra lengua, y se propone publicarle. Pero queriendo antes
tantear la opinión del público sobre su trabajo, ha remitido diferentes
trozos al autor de este artículo con una carta, en que entre otras cosas
dice lo siguiente:
«Volviendo a mi Osián, le diré a Vmd. que pienso añadir a la
traducción las notas más importantes de Macferson, Cesarotti y el
traductor alemán, poner varias mías, traducir la disertación crítica
de Blair que en francés no lo está, y concluir con una larga
disertación mía sobre la historia de los celtas, o, por mejor decir,
de los pueblos primitivos que habitaban las islas Británicas y el
continente de Europa desde el Rhin hasta el estrecho de Gibraltar, y
desde el cabo de San Vicente hasta la gran Grecia. Porque me parece
probado que los etruscos eran pueblos célticos, y los romanos una
colonia etrusca mezclada con griegos de la Italia meridional llamada
Grecia Magna. La fundación de Roma no es menos obscura que la de
Nínive y Babilonia: pero sabemos que la tradición de Rómulo y Remo
es muy moderna, y que antes del siglo de Augusto el griego Evandro
era tenido generalmente por el primer fundador de esta ciudad. Tito
Livio, cuya primera Década es toda entera una novela muy
entretenida, acreditó la tradición adoptada por los historiadores
que vinieron después, aunque ya en tiempo de Cicerón los romanos se
miraban como el pueblo de Marte, y los hijos de Quirino por una
equivocación venida de la voz Quirites mal interpretada».
Nosotros nos prestamos gustosos a las miras del autor, y no siendo
posible, atendidos los límites de nuestra obra, insertar todos los ensayos
que nos ha remitido, pondremos en el número siguiente los diferentes
trozos que basten a dar a conocer al público el carácter de la traducción
y el sistema observado en ella.
Manuel José Quintana.

-I-

Invocación al Héspero en la Introducción a los Cantos de Selma

¡Oh de la falleciente
noche brillante estrella!
Serena resplandece tu luz bella
en el claro Occidente;
tu dorado cabello fluctuante 5
vaga en tu frente hermosa,
y de tu nube sales majestuosa
la colina corriendo. En este llano
¿qué miras? El insano
huracán calló ya; lejos murmura 10
el arroyo sonante;
allá lejos, del bosque en la espesura,
en la roca escarpada
bramando va a estrellarse la irritada
onda del Océano, y susurrando 15
mil insectos nocturnos van volando.
¿Qué miras, luz hermosa?
Mas tú partes riendo; de la undosa
mar las olas acuden, y el luciente
cabello bañan. Salve, silencioso 20
astro resplandeciente,
enciende en tu luz pura
mi espirtu tenebroso,
e ilumina de Osián el alma obscura.
- II -

Diálogo entre Vinvela y Silrico en el poema de Carrictura

VINVELA

Hijo es de la colina el amor mío;


al viento va sonando
su arco, y sus perros siguen palpitando
el basto ciervo por el bosque umbrío:
hijo es de la colina el amor mío. 5
¿Cuál, di, es de tu reposo
el sitio delicioso?
¿Duermes tú cabe la fuente,
o junto al raudo torrente,
que del monte con estruendo 10
baja rugiendo?
El viento que se embravece
silbando los juncos mece,
y la niebla huye volando
la colina despejando. 15
Yo desde aquella roca
quiero ver a mi amado,
sin ser vista; así un día
de la caza tornado
le vi junto al anciano 20
roble de Brano.
El alto descollaba,
y a todos sus iguales
se aventajaba.

SILRICO

¿Qué voz escucho, amable 25


suave cual viento de la primavera?
Yo no oigo el agradable
son de la fuente, ni la voz parlera
del aura en las montañas
que susurrante espira entre las cañas. 30
Lejos, Vinvela mía,
lejos voy, de Fingal a la lid fiera.
Ni en la colina umbría
seguirán ya mis perros mi carrera;
ni veré tu hermosura 35
las huellas estampar en la llanura,
brillante, cual el arco varïado
de colores pintado,
o cual de luna cándida
en los mares diáfanos 40
refleja el resplandor.

VINVELA

¿Así partes, Silrico, y desolada


Vinvela quedará?
El corzo sin temor en la escarpada
roca paciendo está, 45
ni teme del desierto el viento fuerte
ni el árbol silbador,
que allá lejos al campo de la muerte
es ido el cazador.
Vos, extranjeros, hijos del undoso 50
mar, ¡ay! dejadme a mí silencio hermoso.

SILRICO

Si en el campo cayere,
alza mi tumba fría,
alza, Vinvela mía,
cuatro piedras musgosas en memoria 55
de mi doliente historia.
Así cuando viniere
el cazador, sentado
sobre el sepulcro helado,
aquí duerme un caudillo valeroso, 60
dirá, en blando reposo;
mi espíritu contento
mis loores oirá en el vago viento.
Cuando Silrico yazca desangrado
no te olvides, hermosa, de tu amado. 65

VINVELA

Si mi Silrico ¡ay! muere,


¿qué será de su amada?
Mísera, desolada
por siempre ¡ay! viviré.
Errante, sin consuelo, 70
por el bosque sombrío,
por el undoso río
siempre te buscaré.
Aquí, diré, dormía
mi cazador amado 75
de cazar fatigado
en la floresta umbría.
¡Ay! Silrico, si mueres,
¿qué será de tu amada?
Vinvela desolada 80
por siempre vivirá.
¡Ah! también yo me acuerdo del caudillo,
dijo el Rey de Morvén: en la pelea
fuego devorador era su saña.
Mas ora no lo veo. 85
En la colina le encontrara un día,
pálido el rostro de color de muerte,
la frente torva, de suspiros hondos
preñado el pecho, en descompuestos pasos
al hiermo caminaba; 90
mas ora a mis caudillos no acompaña
cuando suena el escudo de la guerra.
¿Habita acaso en la morada estrecha
el jefe de Carmora?
Crazán, replica Ulino, 95
entona de Silrico el triste canto,
cuando el héroe tornara a sus colinas,
y su amada Vinvela era ya muerta.
Sobre su tumba reposaba el mísero,
y viva la creía. 100
Hermosa pasear la ve en el valle;
mas su brillante forma
rápida se disipa.
Cual el rayo del sol huye en el campo,
y cual tenue vapor se desvanece. 105
Escucha de Silrico
el canto, que es suave, pero triste.

SILRICO

Cabe la pura fuente estoy sentado;


los vientos silban en la verde encina;
un árbol susurrar oigo agitado. 110
Del lago se enturbió la cristalina
cerúlea faz, el corzo apresurado
desciende volador de la colina,
los torrentes inundan la maleza,
cubierto el campo miro de tristeza. 115
Todo está triste, oscuro y silencioso
y tristes son también mis pensamientos;
muestra, ¡oh cara Vinvela! el rostro hermoso,
y tus cabellos sueltos a los vientos;
cese de hoy más tu llanto doloroso, 120
amada, y sean alegres tus acentos;
tú, caro esposo, torna a consolarte
y a casa de tu padre va a llevarte.
¿Pero quién es aquella
que, cual rayo de luz en la llanura, 125
ornada de hermosura
va, cual la luna del Otoño bella,
como el sol que en el cielo se pasea
después de tempestad, y el monte orea?
Sobre las altas rocas 130
vienes, Vinvela amada,
pero ronca es tu voz y fatigada
como de las montañas
la brisa va silbando por las cañas.

VINVELA

¿Y tornas salvo, amado, 135


de la guerra? ¿Dó están tus compañeros?
Yo tu muerte he escuchado,
y te lloré con ayes lastimeros.

SILRICO

Sí, solo torno, hermosa,


sólo yo torno: todos ¡ay! cayeron 140
mis amigos; sus tumbas erigieron
en la llanura undosa
mis manos. Mas, sumida en tu tristeza,
¿Por qué estás sola, amada, en la maleza?

VINVELA

Sola estoy, ¡oh Silrico! en la morada 145


pálida, fría;
sola en la umbría
mansión helada.
Por ti Vinvela vivió,
por ti de dolor murió. 150

Dice, y desaparece
cual la niebla que el viento desvanece.

SILRICO

¿Dónde huyes rápida?


Mira mis lágrimas
correr por ti. 155
Venga en alas de los céfiros
tu bella imagen plácida,
dulce Vinvela, a mí.
Hermosa fuiste
mientras viviste, 160
y hermosa ora también me pareciste.
Yo sentado en la colina,
o en la fuente cristalina,
en ti siempre pensaré.
De tu voz dulce el sonido, 165
amada, llegue a mi oído,
cuando yo más triste esté.

- III -

Diálogo entre Conal y Crimora extractado del mismo poema de Carrictura

CRIMORA

¿Quién viene del collado


cual nube con el rayo de Occidente
teñida? Su voz recia es como el viento,
pero dulce es su acento
como el arpa que suena blandamente 5
de Carrilo armonioso... ¿No es mi amado?
¿Por qué, Conal, estás escurecido
y de acero ceñido?
¿De Fingal poderoso
no vive ya el linaje valeroso? 10
¿Quién tu frente escurece,
Conal, y así tu espíritu entristece?

CONAL

Todos viven, amada;


serenos tornan de la caza agora;
cual torrentes de luz de la escarpada 15
colina bajan; como fuego ardiente
sus escudos brillantes el sol dora,
y su terrible voz suena rugiente.
Mas la guerra, amor mío, está cercana;
tremendo Dargo ha de venir mañana. 20

CRIMORA

Conal, yo veo sus velas, como espesa


niebla en la mar escura,
que a la playa se acercan lentamente;
mucha, Dargo, es tu gente.

CONAL

Tráeme, amada, la dura 25


cota acerada de Rinval valiente,
el escudo esplendente
que así reluce cual la luna llena
que por el cielo puro va serena.

CRIMORA

Aquí el escudo tienes de Rinval, 30


mas a mi padre no le defendió,
que por la lanza de Gormal cayó;
¡ah! tú también puedes caer, Conal.
CONAL

Morir bien puedo, amada,


pero por ti mi tumba será alzada. 35
Dos pardas peñas frías
dirán mi nombre a los futuros días.
Sobre mi túmulo
tu melancólico
pecho palpitará; 40
y tu ojo lánguido
amargas lágrimas
por Conal verterá.
Mas aunque eres amable
cual luz del cielo pura, 45
y muy más agradable
que de la blanda brisa la frescura,
quedar no puede tu Conal contigo;
Crimora, alza la tumba de tu amigo.

CRIMORA

Dame esas relucientes 50


armas, la lanza de bruñido acero,
y esa espada, que quiero
yo también encontrar con tus valientes
a ese Dargo tan fiero.
Adiós, rocas de Arvén; 55
ciervos, quedad adiós;
arroyos de Morvén,
¡ah! nunca tornaremos más los dos.
Lejos el sitio está
do nuestra tumba fría se alzará. 60

- IV -

Pintura de Fingal y canto de los bardos al principio del poema de Carlón


¿Quién es aquel que viene
de la tierra extranjera, de sus miles
en torno rodeado? El sol le dora
con sus luces radiantes, con sus sueltos
cabellos juega el viento del otero, 5
plácido es su semblante, de la guerra
sereno torna cual suave rayo
del sol que sale de encarnada nube
del Ocidente y el risueño valle
de Cona alumbra. ¿Quién otro sería 10
que el hijo de Conal, el Rey famoso
de generosos hechos? Sus colinas
contento mira, y a sus bardos manda
que entonen sus mil voces armoniosas.

Ya por el campo huyeron espantadas, 15


desbaratadas,
las legiones fieras
que de extranjeras
tierras acudieron;
todos huyeron. 20
Con dolor profundo
el Rey del mundo
ve nuestra victoria,
y nuestra gloria
mira envidioso; 25
blande furioso
la paterna espada,
su vista airada
hacia Morvén tornando,
y en balde nuestra hueste amenazando. 30
Ya por el campo huyeron espantadas,
desbaratadas,
las legiones fieras
que de extranjeras
tierras acudieron; 35
todos huyeron.
Así cantaban los acordes bardos
de Selma en el palacio; mil lumbreras
de la extranjera tierra relucían
del pueblo en medio, y el festín alegre 40
en torno se extendía.
-V-

Canto de Fingal en honor de la desgraciada Moyna, en el poema de Cartón

Fingal, alzando el canto,


dijo con voz armónica:

¡Oh bardos! las loores


de Moyna malhadada
entonad; vuestro canto 5
el espíritu invoque de la hermosa.
¡Sombra desventurada!
De Morvén en las selvas te reposa,
do mil vírgenes duermen, los amores
de los héroes valientes, el encanto 10
de los años pasados.

De Balcluta, ¡ay! los muros elevados


yo los he visto al suelo derrocados.
El fuego resonante
sus torres consumió, ni de la gente 15
se escuchan ya las voces; el torrente
sus ondas tornó atrás, que interrumpiera
el muro derribado su carrera,
y en ronco son bramará ondisonante.
Ora en las salas del banquete crece 20
el cardo, el viento silba meneando
el musgo y el raposo va mirando
por las ventanas, la alta yerba mece
su cabeza a los vientos; desolada,
Moyna, está tu morada; 25
tu palacio paterno
yace sumido en el silencio eterno.
Alzad, ¡oh bardos! el doliente llanto
sobre la tierra de los extranjeros;
cayeron los primeros, 30
mas nosotros también un día caeremos,
y sólo viviremos
en el suave melodioso canto.
Hijo del tiempo alado,
¿a qué levantas ¡ay! el torreado 35
palacio? Vendrá día
que del desierto el huracán furioso
soplando le derrueque; ¿ya espantoso
no le escuchas aullar en tu vacía
sala, y silbar por entre los gastados 40
escudos de los años horadados?
Mas venga cuando quiera
el torbellino rugidor, mi nombre
vivirá eternamente, y el renombre
de mi diestra guerrera 45
dirá la voz del bardo pregonera.
Alzad el armonioso
cántico, y la alegría
mi palacio serene en este día.
Cuando tú caigas, hijo luminoso 50
del cielo, si tu luz ha de eclipsarse,
si tu almo resplandor ha de apagarse,
¡oh sol! cual de Fingal la valentía,
nuestro nombre glorioso
no morirá contigo, que esplendente 55
vivirá en la memoria eternamente.

- VI -

Apóstrofe al Sol, con que termina el poema de Cartón

¡Oh tú que luminoso vas rodando


por la celeste esfera
como de mis abuelos el bruñido
redondo escudo; ¡oh sol! ¿de dó manando
en tu inmortal carrera 5
va, di, tu eterno resplandor lucido?
Radiante en tu belleza
majestuoso te muestras, y corridas
las estrellas esconden su cabeza
en las nubes; las ondas de Ocidente 10
las luces de la luna escurecidas
sepultan en su seno; reluciente
tú en tanto solo vas midiendo el cielo.
¿Qué quién puede seguir tu inmenso vuelo?
Los robles empinados 15
del monte caen; el alto monte mismo
los siglos precipitan al abismo;
los mares irritados
ya menguan, y ya crecen,
ora se calman, y ora se embravecen; 20
la blanca luna en la celeste esfera
se pierde, mas tú, ¡oh sol! en tu carrera
de eternal luz brillante
ostentas tu alma faz siempre radiante.
Cuando el mundo escurece 25
la tormenta horrorosa
y el relámpago vuela, y cruje el trueno,
tú, riendo sereno,
muestras tu frente hermosa
en las nubes, y el cielo se esclarece. 30
¡Ay, que tus puros fuegos
en balde lucen, que los ojos ciegos
de Osián no los ven más; ya tus cabellos
dorados vaguen bellos
en las bermejas nubes de Occidente, 35
ya en las puertas se mezclen del Oriente!
Pero también un día tu carrera
acaso tendrá fin como la mía,
y sepultado en sueño en tu sombría
nube no escucharás la lisonjera 40
voz de la roja Aurora;
sol, en tu juventud gózate agora.
Escura es la edad hierta,
como la claridad de luna incierta
que brilla entre vapores nebulosos, 45
y entre rotos nublados; con violento
soplo del Norte el viento
en la llanura silba, y temerosos,
su curso suspendiendo,
los peregrinos oyen el estruendo. 50

Catulli fragmentum131

Avertissement

Je suis fâché de ne pas avoir fait d'assez bonnes études dans ma jeunesse,
pour pouvoir dire en latin que le morceau, suivant s'est trouvé dans un
des manuscrits d'Herculanum qu'on vient de dérouler. Le premier vers de ce
morceau était après le 366.e du poème de Pélée et de Thétis:
Projiciet truncum submisso poplite corpus;
et j'espère qu'aucun âge ne l'arguera de mensonger:
Carmina, perfidiæ quod post nulla arguet ætas.
Si j'avois étudié la latinité dans le même collège que le célèbre docteur
en théologie Lallemand, éditeur d'un fragment de Pétrone, dont
l'authenticité fut démontrée dans le journal allemand intitulé Gazette
littéraire universelle de Jéna, je prouverois, par la comparaison de ce
morceau avec ce qui nous reste de Catulle, qu'il ne saurait être que de
lui; mais j'avoue mon insuffisance, et je laisse ce soin à des plumes plus
exercées que la mienne. Je sais d'ailleurs que tout homme qui a le malheur
de savoir analyser un courbe, ne peut trouver aucun charme à lire Virgile;
et comme je suis allé en mathématiques aussi loin que l'équation du second
degré, je suis condamné a ne plus lire les Géorgiques sans un extrême
dégoût. Mais comme il n'est pas démontré que Catulle entendît Euclide, je
crois que les vers suivants, qui sont sûrement de lui, ne déplairont pas.
J. Marchena.

Fragmentum

Iam veniet tempus, quo alius se huic conferat heros132


Fortuna belli potior, præclarior armis,
æaciæ stirpis; nec posset nisi ab Achille
maximus hic nasci133, quem sæcula mirabuntur,
dum digiti nostri fatalia vellera nebunt. 5
Currite, ducentes subtemina, currite fusi.
Virtutem herois non finiet134 Hellespontus.
Victor lustrabit mundum, qua maximus arva
Æthiopum ditat Nilus, qua frigidus Hister
Germanum campos ambit, qua Thybridis unda 10
læta fluentisona gaudet Saturnia tellus.
Currite, ducentes subtemina, currite fusi.
Hunc durus Scytha, Germanus Dacusque pavebunt,
nam flammæ similis, quom ardentia fulmina cæli
Juppiter iratus contorsit turbine mista, 15
si incidit in paleasque leves, stipulasque sonantes,
tunc Eurus rapidus miscens incendia victor
Sævit, et exsultans arva et silvas populatur;
hostes haud aliter prosternens alter Achilles
corporum acervis ad mare iter fluviis præcludet. 20
Currite, ducentes subtemina, currite fusi.
At non sævus erit, cum jam victoria læta
lauro per populos spectandum ducat ovantem;
vincere non tantum norit, sed parcere victis.
Currite, ducentes subtemina, currite fusi. 25
Hos juvenis ludos sciet edere fortis Achilles,
sed cum jam domitus projiciat hostis tela,
cum redeat pax fesso orbi, tunc aurea sæcla
incipient denuo135 cum dux maturior armis
tutus ab hoste regat populum, longaque senecta 30
di faciles Regem meritum gentemque beabunt.
Currite, ducentes subtemina, currite fusi.
Hoc duce nunquam exercebit Discordia cives,
non scissa palla Furor impius exseret arma,
oderit et gnatum pater136 et gnata parentem. 35
Currite, ducentes subtemina, currite fusi.
Ex quo Deucalion lapides jactavit, ad usque
peliden Gallum nulla hac felicior ætas.
Currite, ducentes subteinina, currite fusi.

Versos añadidos por Eichstäedt

Nam velut, ardenti posuit quom fulmina dextra


ignipotens, lætam fecundat copia terram;
sic, ubi pacatis hastam defixerit arvis
Heros, incolumem Fortuna tuebitur orbem.
Currite, ducentes subtemina, currite fusi. 5
Læta resurget humus, Martis depressa tumultu;
læta revisentur lætis sacraria Divum,
Musarum ante alios, placida quas sede, flagellum
sanguineum quatiens, nuper Bellona fugarat.
Currite, ducentes subtemina, currite fusi. 10
Straverat innumeris tumidum Pythona sagittis
Phœbus, et æsculæ capiebat frondis honorem,
neve operis famam possit delere vetustas,
instituit sacros celebri certamine ludos.
Currite, ducentes subtemina, currite fusi. 15
Terrorem populis magna vi sternet Achilles,
sacratoque decus lauri de monte reportans,
ne facti famam possit delere vetustas,
Pythia in urbe nova Phœbeius instaurabit.
Currite, ducentes subtemina, currite fusi. 20

Traducción castellana del fragmento de Marchena


Mas ya traerán los siglos un héroe más excelso,
invicto en las batallas, y armipotente asaz;
será de estirpe Eácida; que sólo el fuerte Aquiles
a tal varón pudiera noble prosapia dar.
Le admirarán los siglos, y en tanto nuestros dedos 5
de las humanas gentes los hados urdirán;
Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros;
del porvenir las telas fatídicos hilad.
Y no en el Helesponto se encerrará su gloria,
antes el orbe todo triunfante correrá, 10
los campos de Germania que corta el Istro helado,
los que el etiope Nilo fecundizando va,
la tierra de Saturno, de mieses abundosa,
do lame el rojo Tíber de Remo la ciudad.
Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros; 15
del porvenir las telas fatídicos hilad.
De su valor ingente se asombrará el germano,
y el dacio y el scita guerrero temblarán,
pues como la centella que Jove airado lanza
entre fragor de truenos y recia tempestad, 20
si prende en seca paja o en resonante espiga
por campos y montañas extiéndese voraz;
así él con muertos cuerpos atajará los ríos,
cuando soberbios corren a despeñarse al mar.
Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros; 25
del porvenir las telas fatídicos hilad.
Mas cuando la victoria su frente coronare,
anime la clemencia su soberana faz;
venciendo y perdonando someta a los vencidos,
y su triunfal carroza cien pueblos seguirán. 30
Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros;
del porvenir las telas fatídicos hilad.
Estos serán los juegos en que el invicto Aquiles
los años ejercite de su primera edad;
y cuando rinda el hierro cansado el enemigo 35
y al orbe retornare la fugitiva paz,
el hórrido caudillo, las armas ya depuestas,
en senectud gloriosa su pueblo regirá,
y al pueblo y al monarca los dioses sus mercedes,
como en el siglo de oro, sin tasa otorgarán. 40
Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros;
del porvenir las telas fatídicos hilad.
Nunca el furor impío, su veste desgarrando,
en importunas lides abrase la ciudad,
ni hermanos contra hermanos, ni padres contra hijos, 45
tiñan en propia sangre el brazo criminal.
Desde la santa era de Deucalión y Pirra,
ninguna más dichosa que esta futura edad.
Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros;
del porvenir las telas fatídicos hilad. 50
M. Menéndez y Pelayo.

Teatro

Polixena
Tragedia en tres actos

Por Don José Marchena


Madrid: en la imprenta de Sancha. Año de 1808
PERSONAJES

POLIXENA.
HÉCUBA, su madre.
PIRRO, su amante.
TERPANDRA, su confidenta.
ELPENOR, confidente de PIRRO.
ULISES.
CALCAS.

Acto I

La escena en el primero y segundo acto representa la tienda real de Pirro,


el campo de los Mirmidones, el Helesponto, y a lo lejos las ruinas de
Troya.

Escena I
POLIXENA, TERPANDRA.

TERPANDRAAl fin, señora, la inhumana suerte


cesa de perseguiros; hoy esclava,
mañana seréis reina; cetro y solio,
rendido Pirro, pone a vuestras plantas;
mañana el sacro Pérgamo renace. 5

POLIXENAAquí fue Troya, aquí se levantaban


las altas torres de Ilión, que Pirro
derribó altivo; allí se ven las aras
de las voraces llamas consumidas,
do su acero bañó la sangre helada 10
de mi padre ¡oh dolor! ¿Y de este monstruo
me hallarán los suspiros más humana?
El hijo generoso de la diosa
¡oh cuánto menos crudo fue, Terpandra!
De Priamo el llanto le ablandó; piadoso 15
alzó del suelo su vejez postrada,
y de Héctor el cadáver dio a sus ruegos...
Memoria de un esposo, que idolatra
mi pecho, de tu amor arde más viva,
sin extinguirse por jamás la llama. 20
De mi constante corazón tu imagen
jamás un nuevo amor podrá borrarla;
ora ruegue a mis plantas Pirro humilde,
ora amenace altivo, ni su saña
me asusta, ni me ablandan sus suspiros. 25

TERPANDRA¡Vos de Príamo hija, vos troyana,


del gran Héctor lloráis el homicida,
el crüel enemigo de la patria!
¿No se os acuerda el júbilo de Troya,
el día que por Paris fue vengada 30
tanta sangre vertida por Aquiles,
que del Janto tiñó las puras aguas?

POLIXENA¿Por qué me acuerdas ese horrible día?


¡Mísera! Coronada de guirnaldas,
embriagada de amor y de placeres 35
fidelidad juraba ante las aras.
El templo137 se estremece de repente,
el polo truena, el piélago levanta
sus ondas a los astros, del cuchillo
moribunda la víctima se escapa, 40
y bramando amedrenta al sacerdote;
el estruendo espantoso de las armas
se oye por todas partes; a mi esposo
mil aceradas picas amenazan.
Paris desnuda el reluciente acero, 45
mis lloros son en balde, desmayada
caigo en el suelo, a mi socorro vuela
mi esposo, y ¡oh dolor! de mil espadas
traspasado, abrazado de mi cuello,
sobre mi amante pecho el alma exhala. 50
Al abrirse otra vez mis tristes ojos
a la importuna luz, me hallo bañada
en la sangre de Aquiles; de Himeneo
con su sangre humeó la nupcial ara.
¡Oh cruda suerte, que predijo en vano 55
la no creída y siempre fiel Casandra!
En sacro ardor fatídico encendida,
«Huye de este himeneo, dijo, hermana;
Alecto enciende las nupciales teas,
Aquiles arde en ellas; ya las llamas 60
extienden su furor por todas partes.
¡Ay, que hoguera voraz a Troya abrasa,
y a ti entre sus cenizas te sepulta!»138.

TERPANDRALos dioses no han querido fuesen vanas


de Casandra las tristes predicciones. 65
Mas vos vivís aún; las esperanzas
de la infelice Troya en vos se fundan;
Pirro por vuestro amante se declara.
Del pequeño Astianacte las cadenas
vais a romper, de vuestra madre anciana 70
vais en fin a enjugar el llanto amargo...
Pero él mismo se acerca.

POLIXENA¡Ay Dios! Terpandra,


ven, evitemos un coloquio triste.

Escena II139

PIRRO, ELPENOR, POLIXENA, TERPANDRA.

PIRROSeñora, vuestra suerte desdichada


respeta Pirro, ni interrumpe necio 75
el legítimo llanto que derraman
vuestros ojos, a fin que oigáis piadosa
mis ardientes suspiros, y mis ansias.
Un interés más tierno y más sagrado,
Polixena, me trae a vuestras plantas. 80
Amotinado el vulgo sedicioso
en amenazas contra vos se exhala,
y la muerte alevosa de mi padre
quiere que en vuestra sangre sea vengada.
Mas no os asusten sus clamores vanos; 85
Neoptolemo os protege; de esa insana
muchedumbre el furor tiembla a mi vista.
Porque la Grecia vea cuán poco espantan
a mi valor los gritos sediciosos,
hoy, señora, postrado a vuestras plantas, 90
si aceptáis mi homenaje, amor eterno
os juraré rendido ante las aras.
Los mismos que ora piden vuestra muerte
adorarán en vos su soberana.
Así el vulgar furor asusta a Pirro. 95

POLIXENASeñor, los riesgos de una triste esclava


poco deben moveros. Vuestro acero
ensangrentó de Príamo las canas;
a vos acusan las troyanas madres,
cuyos hijos al mar llevan las raudas 100
ondas del Simoente; mi familia
a los filos murió de vuestra espada.
¡Oh! si de Aquiles la irritada sombra
con mi sangre en su túmulo se aplaca,
contenta ofrezco el cuello a la cuchilla. 105

PIRRO¡Bárbara Polixena! ¿Así no basta


a tu crueza ver llorar a Pirro
sus hazañas, sus triunfos, y su fama,
sin que de una victoria aborrecida
le acuerdes siempre la memoria amarga?... 110
Señora, vos podéis de la alta Troya
levantar las murallas arruinadas.
Mi mano, que rompió las fuertes puertas
de durísimo bronce, que guardaban
de Príamo el palacio, sabrá un día 115
alzar del Ilión el sacro alcázar.
¿Qué a mí de Menelao los agravios,
o el robo de su Elena? ¿Las escuadras
de Pérgamo talaron enemigas
de Epiro acaso las fecundas playas? 120
Cual ya otra vez mi padre generoso
del infelice Príamo enjugaba
el llanto, y de Héctor el helado tronco
dio compasivo a su vejez postrada,
yo elevaré a Astianacte al patrio solio; 125
del soberbio Ilión las torres altas
admirará otra vez el Simoente,
y la señora altiva de la Asia,
Troya, renacerá de sus cenizas.

POLIXENANo, señor, de tan locas esperanzas 130


vano es lisonjearse; la opulenta
Troya fue; sus almenas encumbradas,
los muros elevados por Neptuno,
el simulacro celestial de Palas,
todo la voraz llama ha consumido. 135
El brazo de Héctor mismo no bastara
a tornar a Ilión su antigua gloria.
Las deidades, propicias a las armas
de los griegos, a Troya abandonaron;
del venerable Príamo la clara 140
prosapia ha perecido a hierro y fuego;
Hécuba y Polixena son esclavas;
el hijo del grande Héctor en la cuna
ignora todavía sus desgracias.

PIRROCuanto mayores son vuestras desdichas, 145


más gloria será mía repararlas.
La Grecia sabe ya por experiencia
cuánto la ira de Aquiles costó cara.
Del rey de reyes la cerviz altiva
ante mi padre se inclinó humillada, 150
implorando su auxilio contra Troya,
mientras Héctor las naos incendiaba,
y las tiendas y el campo de los griegos;
sin mí, vos lo sabéis, Troya burlara
de Grecia los esfuerzos impotentes; 155
las astucias de Ulises fueran vanas,
las artes de Sinón, y la osadía
del hijo de Tideo, sin mi espada.
en defensa de vos y de Astianacte,
Polixena, emplearé de hoy más las armas 160
que tan funestas ¡ay! fueron a Troya.
¿Qué deidad contra vos y Príamo airada
os ocultó a mi vista antes del día
fatal de la infeliz ciudad Dardania?
Mejor que el Paladión protegería165
vuestra hermosura la nación troyana,
y vuestro padre reinaría dichoso
sobre los ricos pueblos de la Asia.

POLIXENALos cielos son testigos, que perenne


raudal de lloro mis mejillas baña, 170
desde el aciago día que en mis brazos
el magnánimo Aquiles rindió el alma.
Entonces ¡ay! me dijo la experiencia
cuán fatal es el fuego de las aras
nupciales de la triste Polixena. 175
Viuda sin ser esposa, abandonada
a mi amargo dolor, juré a los dioses
que jamás de Himeneo la guirnalda
mis sienes ceñiría. Ora que yace
en cenizas mi patria sepultada, 180
mis hermanos, mi padre, a hierro muertos,
¿queréis, señor, que a los altares vaya
a ofreceros mi fe? ¿Las teas nupciales
queréis que encienda en las ardientes llamas
que aún devoran a Troya? ¿Que en el templo, 185
testigo del ultraje de Casandra,
a Pirro dé su mano Polixena?
Señor, si por la suerte de las armas
esclava vuestra soy, en mis desdichas
no olvido que de Júpiter la clara 190
sangre corre en mis venas.

PIRRO¿Y de Pirro
los ardientes suspiros, que a tus plantas
rendido exhala, tu altivez humillan?
¡Tu belleza, fatal siempre a mi casa,
a Aquiles dio la muerte, y a su hijo 195
quiere arrancar el alma en mortal ansia!
¡Que! Yo te ofrezco levantar de Troya
las torres por mí mismo derrocadas,
de tu madre enjugar el triste llanto,
coronar a Astianacte, y de su infancia 200
proteger la flaqueza con mi brazo
contra toda la Grecia conjurada.
¡Tú, soberbia, desprecias mis ofertas,
y desdeñas mi tierno amor, ingrata!
Señora, no os ofenda mi despecho; 205
veis cuál las ondas a los astros alza
del Helesponto el Aquilón airado,
tal mi ciega pasión agita el alma.
No así desvanezcáis en un instante,
crüel, mis lisonjeras esperanzas. 210
POLIXENAPirro, el día que el fuego de la Grecia
abrasó de Ilión el sacro alcázar,
odio inmortal juraron a los griegos
las reliquias de Frigia malhadadas.
Esclava vuestra soy, mas en cadenas 215
no olvido la rüina de mi patria.
Jamás de Polixena será esposo
el destructor de la ciudad troyana.

PIRRO¡Así del odio vuestro la violencia,


ingrata Polixena, nada aplaca! 220
Vos burláis de mi amor; el triste Pirro,
juguete vil de sus amantes ansias,
llora en balde a los pies de su cautiva,
arrostra en su defensa la indignada
Grecia. ¡Ay! ¿por qué de Paris la certera 225
flecha en mi sangre no tiñó las aguas
del Simoente, cuando con su muerte
a mi padre mi acero dio venganza?

POLIXENADe romper un coloquio tan penoso,


Señor, dadme licencia: ven, Terpandra. 230
(Vanse.)140

Escena III

PIRRO, ELPENOR.

PIRRO¡La crüel me abandona!... Así de Pirro


se postra la altivez ante una esclava.
El vencedor de Eneas, quien al valiente
Deífobo dio la muerte en la batalla,
olvidando su gloria y su decoro, 235
gime a los pies de una mujer troyana.
¿Viste, Elpenor, cuál con desdén altivo
de mi pasión se burla? ¡Y yo a la saña
de la indignada Grecia opongo el pecho,
yo arrostro sus furores!... Irritada 240
la sombra de mi padre en el Cocito
desconsolada sin venganza vaga.
¡De mi pasión furiosa yo arrastrado,
olvidado de Aquiles, a mi patria
infiel, mi ciego amor ¡ay! resucita 245
de Troya las difuntas esperanzas!
¿Qué puedo ¡ay triste! hacer, si toda Venus
en lo hondo de mi pecho aposentada
con mis tormentos implacable venga
la muerte de su Paris, y su cara 250
Troya?... Elpenor, amigo, luz más pura
luce a mis ojos, mi dolor se aplaca.
Huyamos al Epiro; los inmensos,
los sagrados deberes del monarca
calmarán los tormentos del amante.255

ELPENOR¡Cuánto, señor, a vuestro amigo es grata


resolución tan noble! Vuestro heroico
ardimiento la Frigia vio asombrada
invencible en las lides de Belona.
Hoy, de vos mismo vencedor, la Fama 260
vuestros loores cantará, y la Grecia
repetirá de Pirro las hazañas.

PIRRO¡Oh dioses, cuán acerba es mi desdicha!


Enamorado Aquiles de Deidamia
vio coronar sus ansias, de Teseo 265
la Amazona templó la ardiente llama;
a mí un amor funesto me consume,
y nada mi dolor agudo calma.

ELPENOREl desdoro, señor, que de esos grandes


héroes la vida tan gloriosa mancha, 270
las deidades con vos más favorables
os evitan benignas. La grande alma
de Pirro huirá los vergonzosos grillos,
que a Hércules despojado de su clava,
y en femeniles trajes disfrazado, 275
de una mujer al carro encadenaban.
Olvidad un amor odioso a Grecia.

PIRRO¿Y cuál de la princesa malhadada


será la suerte? El vulgo amotinado,
furioso quiere a Aquiles inmolarla. 280
¿Quién podrá contener su enojo ciego,
si la abandono yo?
ELPENORSeñor, la insana
cólera de la plebe, cual al viento
el humo se disipa, el tiempo calma.
El troyano Panteo de Polixena 285
podrá enjugar las lágrimas amargas,
a ella unido en los lazos de Himeneo.

PIRRO¡Polixena otro esposo!... La inhumana


Megera vibre contra mí sus sierpes
antes que yo tal sufra... Oye, ¿esa esclava 290
osa amar algún otro? Por los manes
de mi padre, Elpenor, te ruego nada
me ocultes. ¡Ah! si un pérfido cautivo
es mi rival, de Pirro la venganza
asombrará la Grecia.

ELPENORVuestros celos 295


calmad, señor; en lágrimas bañada
la triste Polixena noche y día
lamenta de contino sus desgracias,
y del amor ignora los deleites.

PIRRO¡Ay! del fuego violento que me abrasa 300


ten piedad, Elpenor. Toca mi pecho:
¿ves cuál arde encendido en voraz llama?
¿Qué importa que otro amante Polixena
no escuche, si mis ruegos no la ablandan?
Tiempo es de terminar ya mis tormentos. 305
Corre, Elpenor amigo, a Hécuba llama;
yo aquí la aguardaré.

ELPENORYa os obedezco,
Señor, alivie el cielo vuestras ansias.
(Vase.)141

Escena IV

PIRRO solo.
Sombra del grande Aquiles, si en los campos
donde los manes de los héroes vagan 310
de los mortales míseros las penas
te mueven, de mi llanto te apïada.
No es mi culpa, si al yugo el cuello uncido,
en amor abrasado de la hermana
de tu aleve homicida, ultrajo insano 315
¡oh padre! tu memoria venerada.
Una estrella enemiga de su gloria
al triste Pirro en su despecho arrastra.
Ni el miedo de su afrenta le detiene,
ni sus victorias que la Grecia canta, 320
ni de la patria el interés sagrado;
todo el amor lo vence de una esclava.
¡Así la altiva Troya, que diez años
de toda Grecia resistió a las armas,
que burló tanto tiempo de los dioses 325
la cólera por Paris excitada,
renacerá otra vez de sus cenizas,
y yo, que derribé las torres altas
de Pérgamo, alzaré contra la Grecia
de la reina de Frigia las murallas!... 330
Mas Hécuba se acerca. Dioses patrios,
dioses que castigasteis la dardania
perfidia, perdonad, si por mi mano
los muros de Ilión Venus levanta.

Escena V

HÉCUBA, PIRRO.

HÉCUBA¿Vos me llamáis, señor? ¿Qué otros quebrantos 335


aguardan a esta anciana desdichada?
¿Los griegos han resuelto de Astianacte
la muerte? ¿Las deidades no se cansan
de perseguir a una infeliz cautiva?

PIRROReina de los troyanos malhadada, 340


calmad vuestro dolor; un sol más puro
luce de hoy más a vuestra triste patria.
HÉCUBA¡Mi patria! ¿Existe acaso? De los dioses
la morada escogida, el sacro alcázar,
es un montón de polvo y de cenizas. 345
Del infelice Príamo las heladas
reliquias son el pasto de las fieras.
Al viento han esparcido las profanas
manos del vencedor los fríos despojos
de los reyes que Troya veneraba. 350

PIRROHécuba, los humanos son juguete


de la fatalidad; la suerte varia
eleva y precipita ciegamente
al labrador humilde, y al monarca;
Príamo en su juventud gimió cautivo; 355
Hércules derribó ya las murallas
de Pérgamo otra vez, y más altiva
Troya se levantó. De Héctor la clara
sangre puede asustar aún a Micenas.
Yo142, señora, me encargo de la infancia 360
del pequeño Astianacte; en su defensa
yo arrostraré de Agamenón las armas,
hasta tornarle el cetro de la Frigia.

HÉCUBA¿Qué oigo? ¿El hijo de Aquiles la prosapia


de Héctor defenderá? ¿Quién tal prodigio 365
obró?

PIRROMi ciego amor; la beldad rara


de Polixena; Venus que mi pecho
en fuego inextinguible cruda abrasa.
De vos pende mi vida, vos de Troya
podéis alzar los muros; esta espada, 370
a Frigia tan fatal, contra la Grecia
señalará sus filos; las ancianas
madres, los niños tiernos, las doncellas,
ora en penoso cautiverio esclavas,
otra vez tornarán a Troya libres. 375

HÉCUBAHécuba de tan vanas esperanzas


está desengañada. Para siempre
de Dárdano ¡ay! cayó la ciudad alta.
El día que trujo con funesto auspicio
de Menelao la esposa a nuestras playas, 380
entonces ¡ay! juraron la rüina
de Troya las deidades enojadas.
De Príamo la familia floreciente,
tantos hijos, de Frigia la esperanza,
todos han perecido en los combates; 385
ni a Héctor su valentía, ni su edad flaca
valió a Troilo, ni el templo de Minerva
pudo salvar a la infeliz Casandra.

PIRROSeñora, a reparar tan graves daños


estad segura que mi brazo basta. 390
Pirro esposo feliz de Polixena
¿qué no podrá intentar? Por las sagradas
deidades, por los manes de mi padre,
juro143 de proteger contra las armas
de Grecia a Polixena, y a Astianacte. 395
Del vulgo el furor ciego ante las aras
quiere inmolar en vano a vuestra hija.
Yo la defiendo.

HÉCUBA¡Oh madre desdichada!


¿Qué oigo? ¿De Polixena el sacrificio
pide el pueblo? ¡Deidades sacrosantas! 400
Señor, postrada a vuestros pies imploro
vuestra piedad con lágrimas amargas.
Humillada a los pies del homicida
de su esposo, la reina desgraciada
de los troyanos con copioso llanto 405
desconsolada inunda vuestras plantas.
Defended la inocente Polixena;
yo os la doy por esposa.

PIRROVenus alma,
oye mi juramento: Si abandona
a Polixena Pirro, que las aras 410
nupciales sean su tumba; que de Aquiles
la sombra en torno de él yerre indignada;
que a filos de una espada parricida
en edad juvenil exhale el alma.

HÉCUBASeñor, a juramentos tan solemnes 415


una madre se fia. Júpiter haga
que este día sereno luzca a Troya,
y faustos los nupciales fuegos ardan.
FIN DEL PRIMER ACTO

Acto II

Escena I

HÉCUBA, ULISES.

ULISESSeñora, perdonad, si atropellando


el respeto debido a la desdicha,
Ulises hoy penetra en vuestra estancia;
bien sé cuánto es odiosa mi visita.
El necio vulgo, que con nombres falsos 5
las virtudes de vicios califica,
imputa a mi prudencia cautelosa,
que nombra malas artes y perfidia,
de Troya la catástrofe sangrienta.
¡Ay! ¿por qué la discordia sopló impía 10
en ambos campos su furor insano?
En balde ofrecí yo de paz la oliva
a Troya, que de Paris la arrogancia
prefirió de su patria la rüina,
que compró Agamenón a tanta costa. 15

HÉCUBA¿Por qué, señor, de esta infeliz cautiva


renováis el dolor? ¿Pensáis acaso
que del curso fatal de mi desdicha
he olvidado la historia lamentable,
para que con crueldad tan exquisita 20
contempléis de esta anciana malhadada
las llagas mal cerradas todavía?

ULISESLos cielos son testigos que de Ulises


no fue jamás crueza tan indigna.
El interés sagrado de mi patria, 25
y los riesgos que corren las reliquias
de la sangre de Príamo deplorable,
a vos me traen, señora.

HÉCUBA¡Oh Dios! ¿Mi hija,


Astianacte, peligran? ¿Cuáles riesgos
hoy amenazan su inocente vida? 30

ULISESDe las nupcias de Pirro y Polixena


el rumor esparcido al pueblo excita
contra vuestra familia; en todas partes
el vulgo exhala sus rabiosas iras
en sediciosos gritos, y, cercado 35
el pabellón real de los Atridas,
quiere forzar la estancia de Astianacte,
y dar su tierno cuello a la cuchilla.

HÉCUBA¿Y el rey de reyes triunfador de Troya


obedece al impulso de una impía 40
muchedumbre sin freno?

ULISESNo señora,
la furia sediciosa contenida
fue por su autoridad, y por mis ruegos;
yo juré que jamás se cumpliría
tan fatal himeneo, y aplacado 45
cedió el motín. De vos pende la vida
de Astianacte, de hoy más. Si airado el pueblo
vuestro nieto a su enojo sacrifica,
culpa será de las funestas bodas
que con Pirro celebra vuestra hija. 50

HÉCUBA¡Así contra la infancia sin defensa


se señala de Grecia la enemiga;
contra un cautivo mísero en la cuna
mueve sus armas la falange argiva,
y de bárbaras trata las naciones 55
extranjeras! Al Geta, al crudo Scita,
amansan la hermosura y la inocencia;
de este pueblo feroz la furia impía,
la beldad, la niñez, tornan más brava.

ULISESLa Grecia tiembla que de sus cenizas 60


se levante Ilión, que el Escamandro
segunda vez sus ondas vea teñidas
en sangre de sus héroes, si Himeneo
une en vínculos firmes la divina
descendencia de Dárdano y de Tetis; 65
este miedo su ciega rabia excita;
fácil será aplacarla.

HÉCUBAÍnclita Troya,
morada de los dioses, de la Frigia
reina, terror de Grecia, eterna gloria
del Asia, ¿quién podrá de entre rüinas 70
resucitar tú nombre? Tus valientes
héroes la tierra cubre, o la enemiga
llama los consumió; sirven en duro
cautiverio tus vírgenes; tus mismas
divinidades ¡ay! te abandonaron... 75
Si del pueblo la saña vengativa
excitan estas bodas, que su rabia
se calme; en inmortal lloro sumida
la triste Polixena, bien hallada
con su amargo dolor, a las caricias 80
de Pirro se rehúsa, y de Himeneo
obstinada los vínculos evita.
A los suspiros de su amante sorda,
y hasta a los ruegos de su madre misma,
quiere vivir en soledad eterna. 85

ULISESAgamenón perdone; la enemiga


de Ulises feneció cuando la llama
en pavesas redujo las altivas
murallas de Ilión... Grandes peligros
a Astianacte amenazan; los Atridas 90
han resuelto su muerte, si hoy la mano
no da a otro esposo Polixena, y priva
a Pirro de esperanza para siempre.
El interés que vuestra suerte inspira
me arranca este secreto.

HÉCUBA¡Así el destino 95
implacable persigue las reliquias
deplorables de Troya!... Hécuba triste,
señor, a vuestras plantas se arrodilla,
e implora la piedad de su enemigo.
Ulises, esta mano, que teñida 100
tantas veces fue en sangre de los míos,
postrada beso. Mis caducos días
os muevan a piedad; de un tierno infante
salvad, Ulises, la inocente vida.
¡Ay! vos también sois padre, vuestro pecho 105
también al nombre filïal palpita.
Conservad a Astianacte; así Minerva
os torne a vuestra esposa fiel propicia;
así Laertes, vuestro anciano padre,
dilatada vejez contento viva. 110

ULISESHécuba, vos sabéis que vuestro nieto


cupo en suerte cautivo a los Atridas;
ellos solos son dueños absolutos.

HÉCUBASeñor, vuestra elocuencia persuasiva


arrastra al rey de reyes a su impulso; 115
tantas veces funesta a mi familia,
usadla en mi favor una vez sola.

ULISES¿A quién no apiadarán vuestras desdichas?


Señora, sosegad; de vuestro nieto
Ulises guarda la inocente vida, 120
si vos frustráis de Pirro la esperanza,
uniendo a otro himeneo vuestra hija,
y los temores disipáis de Grecia.

HÉCUBAPolixena infeliz yace sumida


en llanto doloroso; hórrido luto 125
viste la malhadada, desde el día
que a dar la mano a Aquiles a las aras
fue con tristes auspicios conducida;
¿y queréis que los trajes funerales
tan de repente trueque en las festivas 130
pompas del himeneo? ¿Que en servidumbre
de los dioses la sangre esclarecida
nazca?

ULISESSi no me engaña mi prudencia,


una insana pasión el pecho agita
de vuestra malhadada Polixena. 135
¿No veis cuál huye las demás cautivas?
¿Cuál en las selvas vaga, y cuál al cielo
en ayes profundísimos suspira?
Vos podéis penetrar este misterio;
a una madre tan tierna, ¿qué podría 140
esconder Polixena? Así de Pirro
se entibiará el amor, desvanecidas
sus esperanzas, cuando en otros fuegos
vea la princesa arder.

HÉCUBADe sus desdichas,


y no de amor, proceden sus suspiros... 145
Mas aquí la infelice se encamina;
yo voy a consolarla. De Astianacte,
señor, proteged vos la tierna vida.

ULISES (Yéndose.)
¡Madre desventurada!... Mas de Grecia
el interés sagrado tu familia 150
ha proscrito, y tan triste ministerio
de Agamenón el orden me destina.

Escena II

POLIXENA, TERPANDRA, HÉCUBA.

POLIXENA¡Oh cuánto abruma144 al triste la existencia!


¡Oh cuán pesados grillos a la vida
me encadenan! Terpandra, el real arreo 155
ajeno es de una mísera cautiva.
¿Por qué mis sienes ciñe esta guirnalda,
cual víctima a las aras conducida?
(Viendo a su madre.)
Amada madre, sólo en vuestros brazos
halla consuelo vuestra infeliz hija. 160

HÉCUBAVen, descansa en mi seno, único apoyo


de mi cansada edad; sola reliquia
de tantos hijos míos, como yacen
sin vida en las campañas de la Frigia.
Por ti sola de madre el dulce nombre 165
escuchan mis oídos con delicia.
¿Mas qué mortal tristeza te consume?
¿Por qué tus compañeras siempre evitas,
y en las selvas te internas silenciosa?
POLIXENADe los humanos huyo así la vista 170
a mis ojos odiosa, sin testigos
mis lágrimas inundan mis mejillas;
Eco sola repite mis tormentos.

HÉCUBA¿Mas por qué de tu madre las caricias


huyes? ¿Por qué insensible a los halagos 175
de Pirro?...

POLIXENASu pasión insana irrita


mi enojo. ¿Qué? ¿Aspirar osa a mi mano
de mi familia el bárbaro homicida?
Yo vi al triste Polites huir en balde
de su furor y antes las aras mismas 180
Pirro en su corazón clavar tres veces
el puñal; yo le vi con befa impía
insultar los Penates impotentes,
que tan mal protegieron mi familia.
El dardo que lanzó con mano flaca 185
mi débil padre, yo le vi con risa
mofar; yo vi las canas venerables
teñir en roja sangre su cuchilla.
¡Oh! mas antes la triste Polixena
pasto sea de las fieras de la Libia, 190
que a tan fatal coyunda dé su cuello.

HÉCUBA¡Oh de tantos monarcas hija digna!


Los hados no permiten que tan noble
indignación escuches; hoy cautiva
eres de Pirro; él solo tus cadenas 195
puede romper.

POLIXENASeñora, mi desdicha
ningún alivio admite; amarga pena
lentamente consume de mis días
el deplorable curso, y mi sepulcro
labra en la primavera de mi vida. 200

HÉCUBAHija, ¿por qué tu madre tus quebrantos


ignora? ¡Tú de mí te desconfías!
¡Tú me escondes tus penas! ¡Mi terneza
¡Oh, cuán mal es por ti correspondida!
POLIXENAMi mal es sin remedio.

HÉCUBAPolixena, 205
en vano me lo ocultas; llama activa
de ardiente amor te abraza.

POLIXENA¡Santos dioses!
Señora, a vuestros pies una hija impía
vuestra piedad implora; el amor crudo
reina en mi corazón; ni las cenizas 210
de mi infelice patria, ni mis lloros,
ni de mi cautiverio la ignominia,
nada extingue el incendio que me abrasa.

HÉCUBA¿Qué, tú, Venus, que siempre tan propicia


a los troyanos fuiste, ora contraria 215
de tu Paris persigues la familia?
Hija desventurada, ¿quién tus fuegos
enciende?

POLIXENADulce madre, de una indigna


pasión no penetréis ¡ay! el misterio.
El rubor que colora mis mejillas 220
la confusión os dice de la hermana
de Héctor.

HÉCUBAVen a mis brazos, hija mía,


¿quién mejor que tu madre, de tu llanto
puede agotar la vena? Tú, divina
protectora de Troya, Venus alma, 225
de esta infeliz calma el dolor benigna.

POLIXENAMadre, adiós, permitidme que en mi estancia


un momento dé curso a mis desdichas.

Escena III
HÉCUBA, TERPANDRA.

HÉCUBACorre, Terpandra, a dar aviso a Pirro


que Hécuba quiere hablarle... De este día, 230
con tan fatal auspicio amanecido,
los dioses tutelares de la Frigia
desmientan favorables los presagios.

Escena IV

HÉCUBA sola.

HÉCUBA¿A qué nuevos quebrantos la afligida


Hécuba se reserva? ¿De los dioses 235
la venganza implacable me destina
a lloros más acerbos? ¿De amargura
no está apurado el cáliz todavía?
Ayer reina del Asia, hoy en cadenas;
ayer de tantos hijos de la Frigia 240
esperanza y honor, madre dichosa,
que a filos yacen hoy de la cuchilla
enemiga, cual hoz tajante siega
la flor lozana con la seca espiga.
¿Qué valió a Paris su certera flecha; 245
su fuerza, de los griegos tan temida,
a Héctor, en cuyos hombros descansaban
los destinos de Troya; su osadía
guerrera a Troilo, en años no maduros;
a Casandra infeliz nunca creída 250
la inspiración fatídica de Apolo?
Polixena, Astianacte, de los días
caducos de esta anciana único apoyo;
las deidades a Príamo propicias
os preserven piadosas de tan grandes 255
peligros como corre vuestra vida.
Mas Pirro y Elpenor aquí se acercan.

Escena V
PIRRO, ELPENOR, HÉCUBA.

PIRRO¿Qué me ordenáis, señora? ¿De mi dicha


ne dais el fausto anuncio? ¿Vuestros ruegos
ablandaron al fin de vuestra esquiva 260
Polixena el rigor? Hablad, señora;
¿mas el rostro volvéis? ¿Vuestras mejillas
copioso llanto inunda? ¿Qué presagios
funestos ¡ay! vuestro dolor indica?
¿Quién se opone a mi amor?

HÉCUBALa Grecia entera 265


contra vos indignada; los Atridas;
los dioses; de Astianacte los peligros.

PIRROPirro no tiembla de arrostrar las iras


impotentes de Grecia; ¿soy yo acaso
siervo de Agamenón? ¿Yo, de la altiva 270
Epiro rey, del fuerte Aquiles hijo,
adoraré sus leyes con rendida
sumisión? ¿Cuando, padre sin entrañas,
a Ifigenia inmoló su mano impía,
Pirro impidió su bárbara crueza? 275

HÉCUBAAstianacte perder debe la vida,


si se cumple himeneo tan funesto.
Este designio bárbaro me intima
en este instante el hijo de Laertes;
vos sabéis que, en poder de los Atridas, 280
nada puede oponerse a sus furores.

PIRROJúpiter, vengador de la perfidia,


oye mis juramentos; hoy de Atreo
perecerá la descendencia impía;
hoy arderá cual Troya el campo griego. 285
¡A mi padre arrancó ya su injusticia
la cautiva Briseida, a mi himeneo
ora se opone!

HÉCUBAPirro, vuestras iras


calmad, ¡oh Dios! Vuestro furor insano
de Astianacte la muerte precipita. 290
Pensad que en su poder vive cautivo,
que al rumor más ligero la cuchilla,
pendiente ora de un hilo, su cabeza
dividirá. ¿Qué puede a los Atridas
contener? ¿No atropellan los derechos 295
que veneran los pueblos de la Libia?

PIRRO¿Pensáis que resistir puede a mi acero


ni Agamenón, ni la falange argiva?
Cual con brazo pujante en otro tiempo,
las torres derribé, que defendían 300
el alcázar de Pérgamo, con muerte
de mil héroes valientes de la Frigia,
tal hoy los escuadrones de Micenas
huirán despavoridos a mi vista.

HÉCUBA¡Mísero infante! ¡Anciana malhadada! 305


¿Dó os arrastra, señor, la vengativa
saña? ¿No veis que ese imprudente arrojo
de los Atridas el furor irrita
contra el tierno Astianacte?... Por los manes
de vuestro padre Aquiles, por la vida 310
de Deidamia, olvidad de Polixena
el amor; ¿una mísera cautiva
puede ser vuestra esposa sin desdoro?

PIRROAntes de Apolo el resplandor se extinga,


y el Simoente torne atrás sus ondas, 315
que yo deje de amar a la divina
Polixena. Mi gloria, mi ventura,
de ella sola dependen; Pirro olvida
por ella la palestra pavorosa,
el sudor de la lucha le fatiga, 320
y el marcial ejercicio le es gravoso;
sus amigos más fieles le fastidian.
Sólo mi amor me ocupa; ¡de Cibeles
el sacro bosque Ideo mis encendidas
lágrimas cuántas veces ¡ay! regaron! 325

HÉCUBAToda la Grecia, Polixena misma,


repugna a un himeneo tan funesto.

PIRRO¿Polixena también?
HÉCUBASeñor, herida
de otra flecha...

PIRRO¡Un rival me es preferido!


¿Quién osa disputar de su cautiva 330
el corazón a Pirro? Más valiera
que consumido en las cenizas frías
de Ilión, o en el Janto sumergido
vagara de Aqueronte a las orillas,
sin sepultura, sin consuelo, errante, 335
que ofrecerse a mis iras vengativas.
¿Quién es ese rival? Decidlo, esclava.

HÉCUBA¡Madre desconsolada! ¡Infeliz hija!


¡Qué imprudencia es la mía! Del falso Ulises
la astucia reconozco y la perfidia... 340
Señor, a vuestros pies...

PIRROSombra del grande


Aquiles, que irritaba en las estigias
mansiones mi amor ciego, hoy aplacada
en la tumba serás con sangre frigia.
Hecatombe de víctimas troyanas 345
tu hijo te inmolará; tu esposa impía,
que te arrastró a las aras de Himeneo
para darte la muerte, con su indigna
sangre hoy saciará ¡oh padre! tu venganza.
Este día, fatal a las reliquias 350
de Laomedonte pérfido, de Troya
borrará la memoria aborrecida.
Idos de mi presencia.

HÉCUBA¡Dioses santos,
qué tigre de la Hircania en mi rüina
he irritado, y en daño de los míos! 355

Escena VI

PIRRO, ELPENOR.
PIRROLa Grecia asombrará la vengativa
saña de Pirro... Amigo, ¿ves de Aquiles
la sombra desangrada? En torno gira
de mí; ¿no ves cuál triste, macilenta,
de su pecho me muestra las heridas? 360

ELPENORNo os engañe, señor, la ilusión vana


de vuestra pasión ciega falaz hija.
Las sombras de los muertos no abandonan
jamás del Flegetonte las orillas
por turbar el descanso de los vivos. 365

PIRRO¡Este es el galardón que a mis rendidas


ansias ¡ay! reservaba Polixena!
¡Qué! ¿A los pies de una mísera cautiva
lloró el hijo de Aquiles humillado,
y de un rival dichoso preferida 370
verá la llama a sus suspiros tiernos?

ELPENOREl crudo amor que vuestro pecho agita


con falsos miedos os deslumbra acaso.
¿Quién sabe si de Ulises seducida
Hécuba habrá fingido que otros fuegos 375
inflaman en amor su infeliz hija,
por evitar las bodas que la asustan,
y de Astianacte conservar la vida?
¿No escuchasteis, señor, cuál acusaba
del hijo de Laertes la perfidia, 380
cuando vuestro furor amenazaba
de las reliquias frigias la rüina?

PIRRODulce amigo, tú solo a un malhadado


tornas a renacer a nueva vida.
Ve, corre a la infeliz Hécuba, aplaca 385
su dolor, la violencia de mis iras
en mi nombre la excusa; Neoptolemo
toda su suerte a tu amistad la fía;
¿sabes si el corazón de Polixena
en otros fuegos arde, o si fingida, 390
por consejo de Ulises, es su llama?

ELPENORSeñor, más bien de Polixena misma


sabréis lo cierto; vedla, que de cuanto
Hécuba os dijo luego sea instruida;
haced que ante las aras de Himeneo 395
os dé la fe de esposa en este día,
o descubra su pecho, si inflamado
por otro amante más feliz suspira.

PIRROA tus sabios consejos obedezco.


Madre del crudo amor, Venus impía, 400
basten a tu venganza los tormentos
que Pirro sufrió ya, de tu enemiga
cese al fin el furor; así mi incienso
arderá en tus altares noche y día.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Acto III

Es de noche. La escena representa el túmulo de Aquiles ornado de cipreses,


y el fuego sagrado que arde a sus manes.

Escena I

ULISES, CALCAS.

ULISESEl fuego de los griegos en pavesas


redujo la enemiga Troya en vano,
mientras respire, Calcas, el linaje
de Héctor. Sacrifiquemos al sagrado
interés general otros respetos; 5
perezca Polixena, no temamos
la nota de crüel, si con su muerte
tantas vidas se compran... Ya diez años
corrió la sangre pura de la Grecia,
y bañaron las aguas de Escamandro 10
los huesos de sus héroes insepultos.

CALCASMas ¿cómo piensas del amor insano


triunfar de Neoptolemo? ¿No conoces
de su ciego furor arrebatado
el ímpetu fogoso? De los dioses 15
yo invocaré la voluntad en vano;
él burlará las órdenes del cielo,
mis voces y los dioses despreciando.

ULISESMal de su juventud tumultuosa


juzgas; de sus pasiones dominado, 20
de la impiedad insano, pasar debe
a la superstición sin intervalo.
La fortuna nos sirve. Polixena
no cura sus furores ni sus llantos;
Hécuba por mis artes seducida 25
repugna a este himeneo; Pirro irritado
a su rabia sin freno se abandona.
Tan preciosos momentos no perdamos.
Muera con Polixena la esperanza
de los cautivos míseros troyanos... 30
Mas aquí la infelice se encamina;
oigamos. Calcas, ¿qué suceso extraño
al túmulo de Aquiles la conduce?
A estos tristes cipreces retirados
podremos escucharla sin ser vistos. 35

Escena II

ULISES y CALCAS en el fondo del teatro. POLIXENA, TERPANDRA.

TERPANDRA¿Dó dirigís, señora, vuestros pasos?


La noche en la mitad de su carrera
guía silenciosa su estrellado carro;
su blando soplo espira a los mortales
el apacible sueño; todo el campo 40
olvida las fatigas de Belona,
en plácido reposo descansando:
¡Y vos veláis inquieta, sin sosiego!

POLIXENADe las negras regiones del espanto


los habitantes pálidos las frías 45
moradas abandonan, y de helado
pavor cercan mi pecho.

TERPANDRANo, señora,
a las sombras que abulta un sueño vano
deis crédito; calmad vuestros temores.

POLIXENA¡Ah! no fue sueño, mas fatal presagio 50


de mi suerte la imagen que me asusta.
Apenas Neoptolemo despechado
me abandonó, de sus rabiosos celos
agitado, terrible, amenazando
mi muerte, por mi sangre un hielo frío 55
discurrió; mis sentidos un desmayo
embargó. Yo vi entonces de Himeneo
(¿Fue sueño, o realidad?) el fuego sacro
arder en los altares; yo vi a Pirro
arrastrarme por fuerza, y de su mano 60
triste presente hacerme en mi despecho;
mas cuando yo pensé verme en sus brazos,
me encuentro en los de Aquiles; en suspiros
encendidos mi tierno amor exhalo;
mi esposo ¡ay! no responde a mis caricias; 65
mas silencioso, asiéndome la mano,
por ásperos senderos tortuosos
me conduce a un escuro bosque vasto,
y desparece luego de mi vista.
En vano yo, anegada en triste llanto, 70
Aquiles a los vientos repetía;
nada, Terpandra, de este inmenso campo
interrumpe el silencio pavoroso;
los vientos son sin voz: malignos rayos
de Diana entre nubes le iluminan: 75
«Aquí (dijo una voz llena de espanto)
será, infeliz, por siempre tu morada»145.

TERPANDRAPerded, señora, de temor tan vano


la funesta memoria.

POLIXENADe mi esposo
quiero aplacar la sombra con mi llanto. 80
Aquiles, si las ondas del Leteo
no borran en los míseros humanos
el sentimiento, si en la noche eterna
de los vivos el ruego es escuchado,
oye mi voz, esposo, no de Paris 85
me imputes la perfidia; el cielo santo
conoce mi inocencia.

TERPANDRAPolixena,
ved que agitada de terrores vanos
olvidáis que de Pirro los furores
vuestra vida amenazan. Despechado, 90
cual leona que pierde sus cachorros,
de vuestra vista así salió bramando.
¿Por qué le confesasteis, imprudente,
vuestro amor? ¿De este joven temerario
no tembláis de excitar la ira celosa? 95

POLIXENA¿Qué pude hacer ¡ay triste! si, embriagado


en amor, me arrastraba a los altares
en mi despecho? ¿Si el incienso sacro
ya humeaba en las aras de Himeneo?
¿Debí, perjura, a Pirro dar la mano, 100
olvidando de Aquiles la memoria?

TERPANDRAMas ¿por qué no calmasteis su irritado


furor celoso, haciendo que en su padre
su rival viese?

POLIXENADe un amor insano


víctima desgraciada, mi ignominia, 105
mis vergonzosos fuegos sepultados
en mi pecho serán eternamente.
El crüel homicida de mi hermano
adoro sin pudor, el que en la sangre
troyana tantas veces tiñó el Janto; 110
¿y quieres que el amor que me consume
publique en altas voces, olvidando
cuanto debo a mi gloria, y a mi patria?
¿Que de mi madre los caducos años
indignados desciendan a la tumba? 115
¿Pero no es Pirro aquél? ¡Ay Dios! huyamos,
Terpandra, sus furores.

TERPANDRALos funestos
presagios, santos dioses, haced vanos.

Escena III

PIRRO, POLIXENA, TERPANDRA, ELPENOR.

PIRRO¡Oh sombra de mi padre generosa!


Hoy serás aplacada; los esclavos 120
de Frigia teñirán en su vil sangre
tu sepulcro... ¿Qué miro? ¡Cielos santos,
esta impiedad sufrís! ¡Qué, de mi padre
una esclava profana así el sagrado
túmulo, y turba sus cenizas frías! 125
¿Quién aquí ha conducido vuestros pasos?

POLIXENASeñor, de la infelice Polixena


mueva vuestra piedad el triste llanto.
Los dioses son testigos que de Aquiles
los manes son por mí tan venerados, 130
cual por vos mismo, Pirro, pueden serlo.

PIRRO¡A Aquiles veneráis! ¿De vuestros falsos


cariños engañado, no fue muerto,
cuando os daba de esposo fiel la mano,
por la flecha de Paris alevoso? 135
De otro amante prendada, con engaños
vos tendisteis las redes, do cautivo
pereció el triste en lazos apretados.

POLIXENA¡Yo culpada de Aquiles en la muerte,


señor!

PIRROVuestro rubor, vuestro embarazo, 140


dicen vuestro delito; ¿a este sepulcro,
en medio de la noche, quién os trajo?
Responded.

POLIXENA¡Ay de mí! Madre, Terpandra,


libradme de su enojo. Dioses patrios,
mi vida defended, y mi inocencia. 145

PIRRO¿Cómo así enmudecéis?

POLIXENA¡Ay! los presagios


de mi sueño se cumplen; de mi muerte
en vuestra frente irrevocable el fallo
escrito está. Terpandra, tal su imagen
esta noche ha turbado mi descanso. 150
¿Ves cuál lanzan sus ojos vivo fuego?
¿Dónde me ocultaré? ¿Quién de su airado
enojo me liberta? Héctor valiente,
perdona a Polixena tus agravios,
y defiende su vida.

TERPANDRAA la infelice 155


Hécuba corro a hablar; ella el insano
furor podrá aplacar de Neoptolemo;
venid, señora, de este sitio huyamos.

PIRRO¿Adónde evitarás el justo enojo


de Pirro, que en tu daño has indignado? 160

Escena IV

ULISES, CALCAS, PIRRO, ELPENOR.

CALCASLa sombra no aplacada de tu padre,


Pirro, de las regiones del espanto
abandonando la morada horrible,
me envía a ti. Sus manes no vengados
la sangre de las víctimas desechan, 165
ni del incienso el humo les es grato.
Polixena a los dioses infernales
debe ser inmolada; así en los campos
Estigios cesará el furor de Aquiles.
PIRROAdivino impostor, ¿quién te ha enseñado 170
del Tártaro y de Olimpo los secretos?
¿Se cura el reino del olvido acaso
del mundo de los vivos? ¿A la muerte
sobrevive en los míseros humanos
la sed siempre implacable de venganza? 175

CALCAS¿Adónde de tu amor arrebatado


te arrastra el desenfreno? ¡De tu padre
las cenizas insultas!

PIRRODe mi insano
furor ten compasión, Calcas; Aquiles
ardió en los mismos fuegos inflamado. 180
Jamás en este sacrificio impío
Pirro consentirá; vibre en su daño
ora Alecto sus sierpes venenosas,
ora de Jove el encendido rayo
truene con ronco estrépito tremendo. 185

ULISESCalcas, ya de los míseros troyanos


corrió bastante sangre; ya de Paris
con la muerte, vengó el valiente brazo
de Pirro el himeneo de su padre;
que Polixena viva; que, a su amado 190
unida en lazo estrecho, las desdichas
olvide de su patria, y sus quebrantos.

PIRRO¡Unida con su amado Polixena!


¿Quién es, Ulises, el infame esclavo
que osó aspirar así de mi cautiva 195
a obtener, en despecho mío, la mano?

ULISESPirro, de Polixena los amores


a nadie son ocultos; todo el campo
sabe tu pasión ciega, y sus desdenes;
de tu rival la dicha, y tus insanos 200
furores.

PIRRO¡Así Pirro de una esclava


juguete vil, verá su amor burlado
de toda Grecia, y con vergüenza suya
triunfará de sus ansias un troyano!
Venga, Pirro infeliz, venga a tu padre. 205
¡Una sierva te ultraja, malhadado;
de Aquiles turba las cenizas yertas,
y tú te exhalas en suspiros vanos;
ni a Aquiles vengas, si tu afrenta curas!
Ve, Calcas, de mi padre los sagrados 210
preceptos cumple, Polixena muera;
yo mismo inmolaré de mil esclavos
frigios grata hecatombe a sus cenizas;
perezca de los pérfidos troyanos
entre los hombres la memoria impía. 215

CALCASVen, Ulises, a Pirro obedezcamos.

Escena V

PIRRO, ELPENOR.

PIRROMuere, infeliz, de tu perfidia aleve,


de tu llama recibe el digno pago.
Y tú, sombra de Aquiles generosa,
si tan costoso sacrificio es grato 220
a tus manes, arranca de mi pecho
el dardo del amor envenenado...
¿Quién es, dime Elpenor, el vil cautivo
que osó aspirar sacrílego a su mano?
Por no ver mi venganza, en su carrera 225
tornará atrás Apolo sus caballos.

ELPENORSeñor, de un velo espeso este misterio


la princesa cubrió, con obstinado
silencio; de Terpandra solamente
la infelice fiaba sus quebrantos. 230
Deshecha en llanto, en soledad profunda,
la presencia de griegos y troyanos
igualmente importuna era a sus ojos.
Mas de Hécuba los pasos fatigados
apoyando Terpandra, aquí se acerca. 235
Ella os informará, señor, de cuanto
de su pecho fiaba su señora.
Escena VI

HÉCUBA, TERPANDRA, PIRRO, ELPENOR.

HÉCUBAPirro, ¿vos de las furias agitado


la muerte amenazáis de Polixena?
Ved adónde os arrastra vuestro insano 240
furor; de vuestro padre la memoria
es el rival de la princesa amado.

PIRRO¡Dioses, qué escucho!

HÉCUBADe la fiel Terpandra


os podéis informar; ella los llantos
de mi hija triste cariñosa enjuga; 245
sus pechos su niñez alimentaron,
y en la próspera suerte y en la adversa
su maternal afecto de su lado
no se aparta jamás; de Polixena
la confianza paga amor tan raro; 250
ella os dirá, señor, la misteriosa
causa de sus desdenes obstinados.

PIRRO¡Oh Venus implacable! Un sudor frío


discurre por mis venas; ¿Pirro insano,
Pirro qué hiciste? ¡Ay Dios! la fiel esposa 255
de Aquiles a su sombra has inmolado.

HÉCUBA¡Madre desventurada! ¡Día funesto!


¿A qué nuevos tormentos, dioses santos,
reserváis esta madre desdichada?
¿Adónde mi hija está?

PIRROCorre; el infausto 260


sacrificio, Elpenor, a impedir vuela.
Escena VII

HÉCUBA, TERPANDRA, PIRRO.

HÉCUBA¿Qué sacrificio es éste? ¿Qué presagios


vuestra inquietud me anuncia? ¿Polixena
qué se hizo? Vuestro rostro demudado,
vuestra siniestra amarillez indican 265
a esta infeliz anciana graves daños.

PIRRO¡Pérfidas artes del astuto Ulises!


¡Impostura de Calcas! ¿Para cuándo
sus iras guarda Jove, si no vibra
contra vosotros su encendido rayo? 270
¿O la casualidad ciega fulmina
esos fuegos que temen los humanos?

HÉCUBA¿Quién vuestro enojo excita? ¿Dónde, Pirro,


está ¡ay Dios! Polixena? A vuestro lado
Terpandra la dejó, cuando a decirme 275
vino vuestro furor.

PIRRO¡Oh, dioses, cuánto


tarda Elpenor! ¿Si la cuchilla impía
se habrá en su tierno cuello ensangrentado?

HÉCUBA¿Qué escucho? ¡Polixena ha perecido


víctima de tus celos! Dioses sacros, 280
que el perjurio vengáis y la crueza,
oíd de una madre los acerbos llantos.
Hija, de mi vejez único apoyo,
¿quién te arrancó de mis amantes brazos?
¡Ay! tórname mi hija.

PIRRO¡Oh día funesto! 285


¡Oh infeliz madre! ¡Oh Pirro malhadado!
Escena VIII

PIRRO, ELPENOR, HÉCUBA, TERPANDRA.

PIRRO¿Qué es de la desgraciada Polixena?

ELPENORMis suspiros, señor, mi lloro amargo,


ya os han dicho cuál fue su triste suerte.
Los griegos en el templo convocados, 290
compasivos la vieron a las aras,
coronada de flores, ir temblando.
Su beldad peregrina, sus desdichas,
la pasada fortuna, de sus años
la juventud florida, cual la rosa 295
que en capullo deshoja el soplo airado
del vendaval, el corazón más duro
ablandan; Calcas ya prepara el sacro
cuchillo, ya la venda fatal ciñe
su frente, y descubierto ya el nevado 300
virginal seno al mortal golpe ofrece.
«Griegos, exclama entonces, vuestro llanto
enjugad; feliz yo, si con mi muerte
de Aquiles la irritada sombra aplaco.
Aquiles fue mi esposo y mi amor solo; 305
con él unida, en los Elíseos campos
eternamente viviré contenta.
Perdóneme mi madre, si, olvidando
cuanto debo a mi patria, muero amante
del héroe tan fatal a los troyanos. 310
Sin mi muerte, por siempre este secreto
en mi pecho estaría sepultado;
el instante fatal ¡ay! me le arranca».
Dijo; Calcas tembló cuando su mano
escondió en sus entrañas el sangriento 315
puñal; del alto templo resonaron
las bóvedas con llanto doloroso.
Confundido de griegos y troyanos
se escucha entonces, por la vez primera,
alzarse al cielo el grito lastimado. 320
Entonces yo llegué; mas ya su sangre
bañaba los altares, y mi tardo
auxilio valió sólo a ver del pueblo
sin provecho crecer el dolor vano.146

HÉCUBAMonstruo, más despiadado que los tigres 325


de Hircania, duro más que los peñascos
del Cáucaso, ve, gózate en la muerte
de una tierna doncella; ve, inhumano,
sacia tu sed en su caliente sangre.
Y vos, que castigáis de los malvados 330
los delitos, crujid el duro azote,
vengativas Euménides, vibrando
vuestras sierpes sangrientas; de su padre
en torno giren de él los irritados
manes; sus roncos gritos funerales 335
interrumpan por siempre su descanso.

(TERPANDRA se lleva a HÉCUBA.)

PIRROPerdona, oh padre; ¡ay Dios! ¿por qué tu rostro


me amenaza? ¿Qué espectro malhadado
me persigue?... ¡Ceñida de culebras
una mujer!... Del reino del espanto 340
las furias, en mi daño conjuradas,
la mansión tenebrosa abandonaron.

ELPENORVenid, señor, las naves os aguardan;


de esta tierra fatal al punto huyamos.

FIN DE LA TRAGEDIA

El hipócrita
Comedia de Molière en cinco actos en verso
Traducida al castellano por D. José Marchena.
Madrid, MDCCCXI.
En la imprenta de Albán y Delcasse.
Impresores del ejército francés en España. Calle de carretas, núm. 31.

Advertencia

No se me esconde cuán apartado va de un autor un intérprete, por exacto,


elegante y puro que éste sea; pero aquel que atienda a las muchas
dificultades que la traducción de una comedia de Molière ofrece, todavía
verá que es acreedor a elogio quien todas las haya superado. Est tamen hic
quoque virtus. Yo no sé si lo he conseguido, pero sé, a lo menos, que esta
versión no está escrita en lengua franca; idioma que tantos hablan en el
día, y en que allá ellos se entienden. Declamen cuanto quieran en buen
hora contra los que saben el castellano aquellos que no le han estudiado;
yo confieso que me agrada más el estilo lírico de Rioja que el de
Salanoba, y hallo más que imitar en los buenos trozos de La Bella
malmaridada o en La Escolástica celosa de Lope que en lo más selecto y
atildado del Hombre singular o Catalina primera. Nuestro traductores y
muchos de nuestros autores no han venido a caer en cuenta de que como el
latín se aprende en los autores latinos, ni más ni menos el castellano se
aprende en los castellanos; verdad recóndita sin duda, que, si no les es
dable empero alcanzar a ella, no errarán en admitirla como cierta, cuando
no probada. Así, en vez de escribir contra los que leen nuestros autores
clásicos, los estudiarán, y sabrán alguna de las lenguas de Europa.

Al excelentísimo señor Marqués de Almenara, Ministro de lo interior, etc.,


etc.

Excmo. Sr.:
La obra que a V. E. presento no es ofrenda de un subalterno a su superior;
es, sí, testimonio de gratitud a muchas y señaladas mercedes por largo
espacio de tiempo recibidas; y si confesarlas es parte de la paga, ¿no
debía yo aprovecharme de la primera ocasión que de hacerlo auténticamente
se me ofreciera? Los pocos que saben que el ilustre Casti, si gozó algún
desahogo en los postreros instantes de su dilatada vida, lo debió a la
munífica liberalidad de V. E., apreciarán el afecto que los sabios le
merecen; pero yo, que sólo en cultivar las letras me parezco a este
célebre poeta, y que no he dado a la luz pública escritos que igual
nombradía me hayan granjeado, no podía alegar motivos iguales para los
favores que de V. E. tengo recibidos.
El público escuchó tan benévolo la representación de esta comedia, y el
traductor recibió tantos parabienes por el acierto con que dicen que logró
trasladarla a nuestro idioma, que se ha persuadido, Excmo. Señor, a que
esta versión podrá no ser indigna de salir bajo los auspicios de V. E., y
así será ciertamente si los lectores confirman el voto de los
espectadores.
Dígnese, pues, V. E. de admitir este obsequio, prueba, si no de mérito
literario, de gratitud indeleble.
Madrid, 3 de Junio de 1811.
J. Marchena.

PERSONAJES

DOÑA TECLA, madre de DON SIMPLICIO.


DON SIMPLICIO, marido de DOÑA ELVIRA.
DOÑA ELVIRA, mujer de DON SIMPLICIO.
DON ALEJANDRO, hijo de DON SIMPLICIO.
DOÑA PEPITA, hija de DON SIMPLICIO.
DON CARLOS, amante de DOÑA PEPITA.
DON PABLO, cuñado de DON SIMPLICIO.
DON FIDEL, hipócrita.
JUANA, criada de DOÑA PEPITA.
DON CELEDONIO, escribano.
UN ALCALDE DE BARRIO.
FELIPA, criada de DOÑA TECLA.

La escena es en Madrid, en casa de DON SIMPLICIO.

Acto I

Escena I

DOÑA TECLA, DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON PABLO, DON


ALEJANDRO,
JUANA y PEPITA.

DOÑA TECLAAnda, Felipa, más vivo,


que me vea libre de ellos.
DOÑA ELVIRATal paso lleva usted, madre,
que alcanzarla no podemos.

DOÑA TECLANo te canses más, Elvira, 5


en seguirme; cumplimientos
ya sabes que no me gustan.

DOÑA ELVIRASeñora, aquí sólo hacemos


lo que es nuestra obligación;
¿mas por qué con tal despecho 10
se va usted de nuestra casa?

DOÑA TECLAPorque aguantar más no puedo


lo que en ella pasa; vaya;
esta casa es un infierno;
es un escándalo; nadie, 15
nadie sigue mis consejos;
sin respeto a los mayores,
cantando y hablando recio,
que parece una ginebra.

JUANASi...

DOÑA TECLATú siempre andas metiendo 20


en todo tu cucharada,
mas que nunca venga a cuento;
eres muy entremetida,
y charlas por cuatro.

DON ALEJANDROPero...

DOÑA TECLAEn una palabra, chico, 25


Tú no eres más que un tontuelo;
mírame, que soy tu abuela,
y te lo digo, y le tengo
pronosticado a tu padre
que tú has de ser con el tiempo 30
una mala cabecilla,
y darle mil sentimientos.

DOÑA PEPITAPero abuela...


DOÑA TECLANietecita,
con los ojos en el suelo,
que parece que no quiebras 35
un plato; yo te prometo
que más temo el agua mansa
que la brava, y que te entiendo
tus maulas.

DOÑA ELVIRAMadre, nosotros

DOÑA TECLAElvira, esto no va bueno, 40


tu conducta no me gusta;
tú debes darles ejemplo,
como hacía la difunta,
de economía, de arreglo.
Tú, siempre el vestido rico, 45
los moños, los embelecos.
La que a su marido quiere,
y no trata de cortejos,
no anda tan engalanada.

DON PABLOSeñora, usted...

DOÑA TECLACaballero, 50
como hermano de mi nuera
a usted estimo y respeto;
mas, si fuera su marido,
le suplicara al momento
que se plantara en la calle,55
y no volviera aquí dentro.
Usted profesa unas máximas
que no agradan a los buenos;
¿qué quiere usted? Yo soy clara,
y digo aquello que siento. 60

DON ALEJANDROSólo don Fidel le peta


a usted, y no sé...

DOÑA TECLAEs muy cierto;


ese es un justo; ¡ojalá
que siguierais sus consejos
todos! Tú, como eres loco,65
siempre le andas zahiriendo,
y a fe que me enfadas mucho.

DON ALEJANDROPues cierto que fuera acuerdo


aguantar que un mogigato
hipocritón se haga dueño 70
de mi casa, y no podamos
gozar ningún pasatiempo
sin pedirle antes licencia.

JUANAVaya; y si nos atenemos


a sus palabras, no hay cosa 75
en que no se ofenda al cielo:
todo dice que es pecado.

DOÑA TECLAY dice muy bien el siervo


de Dios; para ir a la gloria
el camino es muy estrecho. 80
Mi hijo le respeta y quiere;
sigan ustedes su ejemplo.

DON ALEJANDRONo, abuela, padre ni nadie


logrará que tenga afecto
a ese hombre yo, y mentiría 85
si dijera que le puedo
llevar en paciencia; en breve
tendremos un sentimiento,
si continúa el bribón
haciendo de amo aquí dentro. 90

JUANA¿No es cosa que escandaliza


ver a un pobre pordiosero,
que, cuando se metió en casa,
estaba el maldito en cueros,
mandar, disponer de todo 95
como si fuera él el dueño?

DOÑA TECLAPesia a mí, mejor irían


las cosas por los consejos
de ese santo encaminadas.

JUANAUsted cree que es muy bueno. 100


Pero yo, que le conozco,
digo que es un embustero,
gazmoño.

DOÑA TECLA¡Lengua maldita!

JUANANi su criado Lorenzo


ni el amo son de fiar. 105

DOÑA TECLAEl criado no me meto


en averiguar si es malo;
el amo sé que es muy bueno.
Ustedes le quieren mal
porque no se anda en rodeos 110
y reprehende sus vicios;
porque con un santo celo
defiende la ley de Dios,
y porque no es lisonjero
con el pecado.

JUANAEstá bien. 115


¿Pero por qué, hace algún tiempo,
que se pone dado al diablo
cuando viene alguien a vernos?
¿De una visita inocente
acaso se enoja el cielo? 120
Aquí para entre nosotros,
si va a decir lo que pienso,
él está de mi señora
enamorado y con celos.

DOÑA TECLACalla, calla, y mira bien 125


lo que hablas. El devaneo
de mi nuera, las visitas,
tanto lacayo y cochero
ahí plantado, tanto coche
a la puerta dan perpetuo 130
pábulo a murmuración
de las gentes; yo bien creo
que no hay ofensa de Dios,
pero el escándalo es cierto.

DON PABLOA las lenguas maldicientes 135


¿quién puede poner silencio?
Bueno sería, señora,
que con los que más queremos
riñéramos por temor
de que murmuren los necios; 140
y ni aun así callarían.
Señora, no nos curemos
de lo que digan los tontos;
sigamos por el sendero
recto, y dejemos que el vulgo 145
hable cuanto quiera luego.

JUANA¿Si será nuestra vecina


Alfonsa quien va diciendo
mal de nosotros? Bien puede,
porque siempre son aquellos 150
que tienen para callar
más motivos los primeros
que tiran, y con más furia,
la piedra al tejado ajeno.
La amistad más inocente 155
la convierten al momento
en mala, y van pregonando
los imaginados yerros
de los otros, que así esperan
encubrir los verdaderos 160
que ellos cometen, o acaso
disculpar sus desaciertos,
descargando en otros parte
del público vituperio
que se tienen granjeado. 165

DOÑA TECLANada de eso viene a cuento.


Doña Ana, que es una santa,
que sólo piensa en el cielo,
habla mucho mal de ustedes,
y me lo han dicho sujetos 170
que la ven muy a menudo.

JUANA¡Buena autoridad por cierto!


Verdad es que esa señora
sirve a Dios con mucho celo,
y que ha dejado del mundo 175
las pompas y devaneos,
pero ya el mundo le había
vuelto la espalda primero.
Con sus reverendas canas
mal se avienen los contentos 180
mundanales, y ella quiere
con mentidos embelecos
de virtud y santidad
disimularnos del tiempo
los estragos. Así son 185
tantos falsos beaterios.
Se acaba la mocedad
y con ella los cortejos.
Tristes y desamparadas,
¿Queda entonces otro medio 190
para no desesperarse
más que pensar en el cielo?
Afectando austeridad,
y con semblante severo,
las nuevas santas censuran 195
a las demás, reprendiendo
toda amistad inocente,
todo honesto pasatiempo,
no por caridad cristiana;
¿que es caridad? Ni por pienso; 200
por envidia solamente
de que otras gocen contentos
que ellas disfrutaron antes,
mas que para siempre huyeron
con la juventud.

DOÑA TECLABien dicho. 205


(A ELVIRA.)
Elvira, estos son los cuentos
que te gustan; la criada
charlando siempre por ciento
y los demás calladitos;
pero al fin, yo también quiero 210
hablar a mi vez, y digo
que nunca pudo haber hecho
mi Simplicio mejor cosa
que traer a casa un sujeto
tan santo, y que aquí ha venido 215
por disposición del cielo
para llevarlos a ustedes
por el camino derecho
de salvación, y sacarlos
de pecado. Todos esos 220
bailes, festines, visitas,
comedias y otros festejos
son invenciones del diablo,
con que procura perdernos.
Jamás en ellos se escuchan 225
palabras santas, ni ejemplos
sacados de los sermones,
sino equívocos, requiebros,
y a veces murmuración
del prójimo; y del estruendo 230
de estas diversiones salen,
hasta los hombres más cuerdos,
atontadas las cabezas,
oyéndose en un momento
veinte mil habladurías. 235
Así dijo con acierto
un predicador muy grave,
que eran estos pasatiempos
la torre de Babilonia,
porque babean por ellos 240
los tontos y los bolonios;
y para seguir mi cuento,
el predicador...
(A DON PABLO.)
Parece
que el señor se está riendo;
vaya usted a buscar monos 245
que le diviertan...
(A DOÑA ELVIRA.)
No quiero
hablar más; adiós, Elvira;
di que me emplumen si vuelvo
a poner aquí los pies,
aunque se juntara el cielo 250
con la tierra...
(Da una bofetada a FELIPA.)
Anda, maldita:
¡Qué sorna y qué contoneo!
Yo te enseñaré a que mires
las musarañas, jumento;
vamos, anda, aguija, vivo. 255

Escena II

DON PABLO y JUANA.

DON PABLOVaya con Dios, que no quiero


acompañarla, no sea
que me diga otros denuestos.
Cuidado que la abuelita...
JUANASi se oyera llamar eso 260
bueno le pusiera, vaya,
a usted; dijera a lo menos
que para llamarla abuela
no es tan vieja.

DON PABLO¡Qué mal genio


gasta, y qué pasión le tiene 265
a su don Fidel!

JUANAPues eso
es friolera comparado
con el loco devaneo
de su hijo. Jamás se ha visto
tal manía en hombre cuerdo. 270
En los pasados disturbios
se portó con mucho seso,
y se hizo estimar de todos,
sirviendo con mucho celo
al rey contra los rebeldes; 275
mas desde que aquí tenemos
a su amigo don Fidel,
el juïcio se le ha vuelto.
A madre, hijos y mujer,
y a sí propio quiere menos 280
que al hipocritón; de él solo
fía todos sus secretos;
no hace cosa que no sea
dictada por su consejo;
le llama hermano, le abraza 285
y le besa, como un tierno
amante hiciera a su dama;
en la mesa el primer puesto
le ha de ocupar don Fidel.
Se le cae la baba viendo 290
al puerco engullir por siete;
le hace el plato, y lo selecto
le aparta, y luego, si eructa,
le dice Dominus tecum.
En fin, loco está con él; 295
le mira como un perfecto
dechado; cita sus dichos
y sus obras por modelo
de virtud y santidad,
y por reliquias me temo 300
que ha de adorar sus vestidos.
Don Fidel, que le ve lelo,
y que quiere sacar baza,
le engaña con embelecos,
y aparentando virtud 305
le sonsaca su dinero.
Riñe cuanto hacemos todos;
hasta el bribón majadero
del mozo también le imita,
y hace de censor acerbo. 310
Ayer nos hizo el maldito
mil pedazos un pañuelo
de mi señora que halló
sobre un rosario, diciendo
que las pompas del demonio 315
era un pecado muy feo
el dejarlas en un sitio
donde están cosas del Cielo.

Escena III

DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON ALEJANDRO, DON PABLO y


JUANA.

DOÑA ELVIRA (A DON PABLO.)


Muy bien has hecho en quedarte,
que allá fuera de improperios 320
nos ha llenado. Mas voy
al instante a mi aposento
a aguardar a mi marido,
que ahí viene.

DON PABLOPues yo le espero


aquí para hablarle a solas 325
dos palabras y irme luego.

Escena IV
DON PABLO, DON ALEJANDRO y JUANA.

DON ALEJANDRODígale usted por Dios, tío,


que acelere el casamiento
de mi hermana; yo no sé,
pero mucho me recelo 330
que don Fidel pone estorbos
a unión que tanto deseo.
Si Carlitos y mi hermana
se quieren, yo no estoy menos
prendado de la hermanita 335
de Carlos, y este himeneo...

JUANAAllí viene mi señor.

Escena V

DON SIMPLICIO, DON PABLO y JUANA.

DON SIMPLICIOHermano, Dios te dé buenos


días.

DON PABLOCon bien Él te traiga;


¿el campo estará algo seco? 340

DON SIMPLICIOJuana... Permíteme, hermano,


que me informe en un momento
de lo que aquí haya ocurrido.
(A JUANA.)
¿No hay cosa alguna de nuevo
estos dos días que falto? 345
¿Está todo el mundo bueno?

JUANAAntes de ayer mi señora


tuvo un calenturón recio
con una fuerte jaqueca,
y un vómito muy violento. 350
DON SIMPLICIO¿Y don Fidel?

JUANA¡Don Fidel!
Gordo, colorado y fresco;
reventando de salud.

DON SIMPLICIO¡Pobrecito!

JUANAY a más de esto


una gran inapetencia, 355
que fue tal que no hubo medio
de hacerla tomar ni un caldo
para conciliar el sueño.

DON SIMPLICIO¿Y don Fidel?

JUANADando gracias,
porque se lo daba, al Cielo, 360
dos perdices estofadas
y una pierna de carnero
cenó con frutas y dulces.

DON SIMPLICIO¡Pobrecito!

JUANAEl crecimiento
le duró la noche entera, 365
y no hizo más que dar vuelcos
en la cama, sin pegar
los ojos ni aun un momento,
tanto que hubo que velarla.

DON SIMPLICIO¿Y don Fidel?

JUANAEn un sueño 370


se llevó toda la noche,
a pierna suelta durmiendo,
mientras los demás velaban.

DON SIMPLICIO¡Pobrecito!
JUANAAl fin le hicieron
dos sangrías, y con ellas 375
se encontró aliviada luego.

DON SIMPLICIO¿Y don Fidel?

JUANAPor cobrar
bríos contra el mal ajeno,
y recuperar la sangre
que perdió mi ama, su almuerzo 380
le hizo con medio jamón
y seis vasos de Burdeos.

DON SIMPLICIO¡Pobrecito!

JUANAPor fin ambos,


gracias a Dios, están buenos;
yo voy a decir al ama, 385
señor, con qué sentimiento
ha sabido usted su mal.

Escena VI

DON SIMPLICIO y DON PABLO.

DON PABLOYa ves cuál se está riendo


en tu presencia de ti,
y tiene razón; no quiero 390
enfadarte; mas ¿quién vio
tal locura en hombre cuerdo?
¿Te ha dado un hechizo acaso
don Fidel, que no contento
con traértele a tu casa, 395
y sacarle del extremo
de miseria en que se hallaba,
dejas por él todo, y luego?...
DON SIMPLICIOVete poco a poco, hermano;
no le conoces, por eso 400
hablas así.

DON PABLONorabuena;
no sé quién es, mas sospecho
lo que puede ser.

DON SIMPLICIOAh, Pablo,


¡qué rico tesoro tengo
en él! Si le conocieras 405
me lo dirías; ¡qué bueno,
qué virtuoso, qué santo!
Un hombre; vaya, no puedo
encarecértelo; un hombre...
Quien escucha sus consejos 410
siempre vive en paz profunda;
nada turba su sosiego,
y mira todo este mundo
como un puñado de estiércol.
Yo con su conversación 415
estoy hecho un hombre nuevo;
me he desprendido de todos
mis amigos y mis deudos.
Hijos, hermanos, mujer,
y madre, si en un momento 420
se murieran a mi vista,
no me importara ni un bledo.

DON PABLOSon afectos muy humanos.

DON SIMPLICIO¡Válgame Dios, cuando pienso


en cómo le conocí, 425
todavía me enternezco!
No faltaba ningún día
de la iglesia; muy modesto
se ponía de rodillas
junto a mí, mirando al suelo. 430
Rezaba con un fervor
tan ardiente el Padre nuestro,
que hasta en el coro se oían
sus gritos y sus lamentos,
y con mucha devoción 435
mil veces besaba el suelo.
Al salir siempre me daba
agua bendita en el hueco
de su mano; su criado,
que era imitador perfecto 440
de su devoción, me dijo
quién era muy por extenso,
y el estado de miseria
en que estaba; yo, sabiendo
su necesidad, le daba 445
limosna; mas él modesto
decía: la mitad sobra;
ah, señor, yo no merezco
tanta piedad; y si no
se lo tomaba iba luego 450
a repartirlo a los pobres
en mi presencia; con esto
me tocó el Cielo, le traje
a mi casa, y satisfecho
vivo con su compañía, 455
cual no podré encarecerlo.
Lo corrige y lo censura
todo, y seis veces más celos
tiene de mi mujer propia
que yo mismo (no exagero), 460
y me avisa si sospecha
que alguien le dice requiebros;
¡tanto le duele mi honor!
Pero su devoto celo
es ya tan escrupuloso, 465
que el defecto más ligero
en que incurra le parece
grave ofensa contra el Cielo.
Seis días ha le picó
una pulga estando haciendo 470
oración mental, y al punto
con mil lloros y lamentos
se acusó de que la había
muerto con mucho despecho.

DON PABLOSin duda te estás burlando, 475


o bien has perdido el seso;
¡vive Dios que tal locura!...

DON SIMPLICIOHermano, vamos con tiento,


que eso es hablar con muy poca
religión, y yo me temo 480
que has de tener que sentir,
y que el castigo del Cielo
te ha de coger algún día.
DON PABLOEse estribillo perpetuo
no se os cae de la boca; 485
porque vosotros sois ciegos
pensáis que somos impíos
todos cuantos claro vemos.
Quien desprecia a los gazmoños
y sus vanos embelecos, 490
se os figura que a las cosas
santas no tiene respeto.
Mas todos esos discursos
nunca me han metido miedo;
Dios que ve los corazones 495
bien sabe como yo pienso.
Yo no me dejo engañar
de esos viles embusteros
que afectan la devoción,
como otros fingen denuedo. 500
Así como los valientes
nunca se jactan de serlo,
tampoco afectan piedad
los devotos verdaderos.
Mas tú confundes, hermano, 505
al hipócrita embustero
con el amigo de Dios,
venerando al fariseo
cual debieras al apóstol.
Los que mienten santo celo 510
en vez de oro nos dan plomo,
y son unos monederos
falsos de la Religión,
que seducen a los necios
con sus fingidas virtudes 515
y con su lenguaje artero.
No, hermano, de la razón
la moderación es sello,
y sello característico,
como del vicio el exceso; 520
quien la exagera la estraga;
baste por ahora.

DON SIMPLICIOCierto:
como tú eres un doctor
de la Iglesia, un estupendo
teólogo, el Catón del mundo, 525
y somos locos y necios
los demás, escucharé
con humildad tus consejos,
y haré lo que tú me digas.

DON PABLONo, hermano, yo no pretendo 530


ser doctor, ni saber más
que los otros, pero pienso
que sé distinguir el grano
de la paja, el oro terso
de la alquimia vil, y cuanto 535
a los justos reverencio,
execro la hipocresía;
y como no hay en el suelo
cosa más noble que el santo
celo y el fervor sincero, 540
tampoco la hay más odiosa,
ni más digna de desprecio
que la infame hipocresía,
que ese farisaico celo
de los torpes histrïones 545
de virtud, el sacrilegio
de su falsa devoción,
que cubriendo con el velo
de la Religión sagrada
la sentina de su pecho, 550
abusan del nombre santo
de Dios y compran a precio
de su mentida piedad
honras, cargos, y el respeto
del pueblo y de los magnates; 555
que aspirar fingen al Cielo
para granjear riquezas,
y que, anacoretas nuevos,
en los empleos más altos
predican el menosprecio 560
de las pompas mundanales,
y en palacio hablan del yermo;
la hiel en el corazón,
la miel en el labio; arteros,
implacables enemigos 565
de los hombres de talento,
que motejan como impíos,
y siempre el puñal blandiendo
de sus viperinas lenguas
asesinan los perversos 570
con capa de religión.
Pero la vista apartemos
de estos devotos del siglo,
que son sepulcros infectos
los que merecen el nombre 575
de justos, los que de ejemplo
ilustre pueden servirnos,
los que veneran los buenos
no ostentan esa bambolla
de religión y de celo; 580
a nadie acusan de impío;
ruegan a Dios que al sendero
recto traiga al pecador;
no corrigen con acerbos
dicterios a sus hermanos, 585
reprehenden nuestros yerros
con su virtud acendrada,
y no creen de ligero
las apariencias del vicio
en el prójimo; que el bueno 590
no piensa mal de los otros
fácilmente; los ajenos
pecados los compadecen;
tienen aborrecimiento
a la culpa y no al culpado, 595
sabiendo que agrada al Cielo
la humildad y la indulgencia
y que el justo no es soberbio,
este es el original
del cristiano verdadero, 600
y tu don Fidel en nada
se parece a tal modelo;
tú de buena fe le alabas,
pero en un falso concepto
le tienes, su hipocresía 605
con la virtud confundiendo.

DON SIMPLICIO¿Has acabado ya, Pablo?

DON PABLOSí, ya acabé.

DON SIMPLICIOLo celebro.


Pues adiós.

DON PABLOAguarda un rato,


que hablar de otra cosa quiero; 610
bien sabes que don Carlitos
anhela por ser tu yerno,
y que tú le has prometido
casarle con tu hija.
DON SIMPLICIOEs cierto.

DON PABLOQue está señalado el día. 615

DON SIMPLICIOTodo es verdad.

DON PABLO¿Y a qué efecto


lo dilatas?

DON SIMPLICIONo lo sé.

DON PABLO¿Has mudado pensamiento?

DON SIMPLICIOPuede ser.

DON PABLO¿A tu palabra


faltar quieres?

DON SIMPLICIONo digo eso. 620

DON PABLOYo no veo otro motivo


que ser pueda impedimento.

DON SIMPLICIOSegún.

DON PABLOExplícate, y deja


aparte tantos rodeos.
Carlos me dijo que hablara 625
contigo.

DON SIMPLICIOGracias al Cielo.

DON PABLO¿Pero qué he de responderle?

DON SIMPLICIOLo que más te venga a cuento.


DON PABLO¿Cómo he de decirle nada,
si no sé a qué estás resuelto? 630

DON SIMPLICIOA hacer aquello que fuere


la voluntad de Dios.

DON PABLOBueno;
¿pero cumples tu palabra?
O sí o no, sin más rodeos.

DON SIMPLICIODios te guíe.

DON PABLOBuenos vamos; 635


que suceda un desmán temo
a su amor; quiero avisarle,
y procurar el remedio.

Acto II

Escena I

DON SIMPLICIO y DOÑA PEPITA.

DON SIMPLICIOPepita.

DOÑA PEPITAPadre.

DON SIMPLICIOMás cerca,


que quiero a solas hablarte.
DOÑA PEPITA (A DON SIMPLICIO que registra un gabinete.)
¿Qué mira usted?

DON SIMPLICIOEs por ver


si está escuchándonos alguien;
para servir de escondite 5
ese retrete es paraje
a propósito. Bien va,
que no está fisgando nadie.
Pepita, yo sé que tienes
una índole muy suave, 10
y te he querido bien siempre
por tu condición amable.

DOÑA PEPITAAgradezco muy de veras


tan tierno cariño, padre.

DON SIMPLICIOBien dicho; pero si quieres 15


conservarle y aumentarle,
me has de procurar dar gusto.

DOÑA PEPITAAsí lo hago en todo lance.

DON SIMPLICIOHablas bien: ¿y qué me dices


de don Fidel? 20

DOÑA PEPITA¿Quién? ¿Yo, padre?

DON SIMPLICIOTú: mira cómo respondes.

DOÑA PEPITA¡Ay señor! Lo que gustare


usted diré.

Escena II
DON SIMPLICIO, DOÑA PEPITA, JUANA, que entra en puntillas, y se pone
detrás de DON SIMPLICIO, sin que éste la vea.

DON SIMPLICIOAsí va bueno.


Di que te parece amable, 25
que sus prendas te cautivan,
que tiene cumplidas partes
para marido, y que quieres
que yo te mande al instante
que le des mano de esposo, 30
sin que un punto lo dilates.
¡He!

DOÑA PEPITA¡He!

DON SIMPLICIO¿Qué es?

DOÑA PEPITA¿Cómo?

DON SIMPLICIO¿Qué dices?


Habla.

DOÑA PEPITATemo equivocarme.

DON SIMPLICIO¿Y por qué?

DOÑA PEPITA¿Quién quiere usted


que le diga que es amable 35
a mis ojos, que cautiva
mi pecho, y que usted me mande
que le dé mano de esposo?

DON SIMPLICIODon Fidel.

DOÑA PEPITA¡Qué disparate!


¿Si eso no es cierto, a qué viene 40
decir mentira tan grande?

DON SIMPLICIOYo quiero que sea cierto,


y breve, y sin replicarme,
que lo tengo así dispuesto,
y mi orden debe bastarte. 45

DOÑA PEPITA¿Quiere usted, padre?...

DON SIMPLICIOSí; quiero


sin tardanza emparentarme
con don Fidel, siendo tú
su esposa.
(Viendo a JUANA.)
Di, ¿qué es lo que haces
plantada ahí? Pues me gusta, 50
y cierto que es admirable
la curiosidad, oyendo
lo que decimos; el lance
está bueno.

JUANAYo no sé
si es un rumor en el aire, 55
o si tiene fundamento,
pero me hablaron denantes
de estas bodas, y yo dije
que era mentira al instante.

DON SIMPLICIO¡Hola! ¿Conque no lo crees? 60

JUANANi aunque me lo digan frailes


descalzos, ni se lo creo.
a usted propio. ¡Disparate!

DON SIMPLICIOPues yo te haré que lo creas.

JUANAUsted quiere chancearse. 65

DON SIMPLICIOPronto veremos si es cierto.

JUANACuento.

DON SIMPLICIOPues no es por burlarme


lo que digo; no, hija mía.

JUANANo haga usted caso de padre,


señorita.

DON SIMPLICIO¿Cómo qué? 70

JUANASi se cansa usted en balde;


que no queremos creerle.

DON SIMPLICIOSi me enfado, voto a sanes...

JUANANorabuena; le creemos,
para que usted no se enfade; 75
¿pero no es una vergüenza
que un hombre maduro, grave,
con la coleta tan larga,
tenga tan pocos alcances
que tome empeño en casar 80
con un drope despreciable
a su hija? Y que...

DON SIMPLICIOEscucha, Juana:


tú te tomas facultades
que no me gustan; ¿me entiendes?

JUANASeñor, por Dios no se enfade 85


usted, y dígame en plata:
¿piensa que debe casarse
la niña con un beato?
¿No ve usted cuánto más vale
que piense en la gloria? ¿Y no es 90
cargo de conciencia darle
una muchacha tan rica
a un mendigo miserable
como don Fidel?

DON SIMPLICIOSi es pobre,


su indigencia respetarse 95
debe más que la opulencia
de ciento que papel hacen
en el siglo; no cuidando
de los bienes temporales,
le privaron de la herencia 100
que le dejaron sus padres,
los malvados; pero yo
le daré la mano, y antes
de mucho recobrará
el lustre de su linaje, 105
y sus pingües mayorazgos,
que es rico y de hidalga sangre
don Fidel.

JUANAAsí lo dice
él; pero el hacer alarde
de hidalguía mal se aviene 110
con la humildad, ni ensalzarse
debe nunca un buen cristiano
por ser de noble linaje.
Hijos de Dios somos todos;
la soberbia perdió al ángel, 115
y... Pero usted se incomoda;
dejemos su cuna aparte,
y hablemos de su persona.
¿No fuera escándalo, y grande,
que a muchacha tan bonita 120
llevara hombre semejante?
¿Qué no dirían las gentes?
¿No serían de este lance
las que entender no se excusan
consecuencias muy probables? 125
Mucho arriesga la virtud
de una niña en dar al traste,
cuando sus inclinaciones
así las fuerzan sus padres;
la honradez de la mujer 130
pende, señor, en gran parte
de las prendas o defectos
del marido que le cabe.
Maridos conozco yo
que el buz la gente les hace, 135
y ellos se tienen la culpa
de que se anden sus mitades
como Dios quiere; que al fin
las mujeres son de carne,
y hay hombres de tal calaña, 140
tan raros y originales,
que serles fieles sería
tener la virtud de un ángel.
Quien da su hija a tal esposo
es ante Dios responsable 145
de los yerros que cometa,
hasta el día que enviudare.

DON SIMPLICIO¿No sé yo mi obligación,


que vienes ahora a darme
lecciones?

JUANAY más valiera 150


que usted las tomara.

DON SIMPLICIOBaste:
no malgastemos el tiempo
en oír sus necedades.
Yo sé lo que te conviene,
y lo miro como padre. 155
Es muy cierto que a don Carlos
di palabra de casarte
con él, mas luego he sabido
que es jugador, y si vale
decir verdad, mal cristiano. 160
Nunca he podido encontrarle
en sermones, en novenas,
en jubileos, ni en salves.

JUANAEso faltara, que fuera


a la propia hora a toparse 165
con usted, como hacen otros.

DON SIMPLICIOLo que te digo es que calles;


nadie te pregunta nada.
Por fin el otro es un ángel,
un amigo verdadero 170
de Dios, y de celestiales
gustos será su himeneo
un manantial abundante.
Viviréis como angelitos,
como tórtolas amantes, 175
entre cariños y arrullos,
sin contiendas ni debates,
y harás de él lo que quisieres.

JUANA¿De él? Lo que hará es un cofrade


de san Marcos.
DON SIMPLICIO¡Hay tal pico! 180

JUANASi es su estrella irremediable,


si no puede ser por menos,
señor, ni hay virtud que baste
a no meterle en el gremio.

DON SIMPLICIOYa te he dicho que te calles, 185


y no metas tu cuchara
donde no te llama nadie.

JUANAYo hablo por su bien de usted.

DON SIMPLICIOMi bien no te importa; no hables


más palabra.

JUANASi no fuera 190


por la ley que tengo...

DON SIMPLICIODale;
no quiero que me la tengas.

JUANANo, señor, que aunque usted rabie


le quiero tener ley.

DON SIMPLICIO¡Oigan!

JUANAY no he consentir que ande 195


en lenguas su honor de usted
por tamaño disparate.

DON SIMPLICIO¿Conque, ello, no has de callar?

JUANANo señor, porque se me hace


a fe cargo de conciencia 200
sufrir boda semejante.
DON SIMPLICIOCalla, diablo, que el Infierno
envió para tentarme.

JUANA¿Usted es santo y se enfada?

DON SIMPLICIOY mucho, no has de chistarme, 205


o yo te haré que obedezcas
lo que te mando.

JUANAAunque calle
no dejaré de pensar
que es solemne disparate
este matrimonio.

DON SIMPLICIOPiensa 210


lo que quieras, y no me hables...
Con madurez lo he mirado,
(A su hija.)
y te conviene este enlace.

JUANA (Aparte.)
Rabiando estoy por hablar.

DON SIMPLICIONo es de las más agradables 215


su figura, mas tampoco
es de las más repugnantes...

JUANA (Aparte.)
Sí; cara tiene de mico.

DON SIMPLICIOY cuando no te gustare


su facha...

JUANA (Aparte.)
La lotería 220
con estas bodas le cae.

(DON SIMPLICIO se vuelve hacia JUANA, y la está


escuchando con los brazos cruzados, y mirándola de hito
en hito.)
Si estuviera en el pellejo
de la niña, de este enlace,
a fe de quien soy, no había
el muy drope de alabarse. 225
No bien fuera su mujer,
cuando supiera vengarme.

DON SIMPLICIO (A JUANA.)


¿Conque, ello, no se hace caso
de lo que yo digo? ¡Es lance!

JUANA¿Quién hablaba con usted? 230

DON SIMPLICIO¿Pues con quién hablabas antes?

JUANAConmigo propia.

DON SIMPLICIOEstá bien.


(Aparte.)
Un bofetón he de darle
para castigar su mucha
desvergüenza... Que te cases 235

(Se dispone a dar una bofetada a JUANA, y a cada palabra


que dice a su hija se vuelve a mirar si aquélla habla.
JUANA se está quieta, y sin despegar los labios.)

con don Fidel he resuelto,


y que se haga lo más antes
esta boda. ¿En qué consiste,
(A JUANA.)
Juana, que contigo no hables?

JUANANo tengo más que decirme. 240

DON SIMPLICIOUna palabrita.

JUANADale:
no me da gana.

DON SIMPLICIOAtisbando
te estaba.

JUANASí; a buena parte.

DON SIMPLICIOEn fin, hija, sé obediente,


cásate con él, y dame 245
gusto.

JUANA (Huyendo a todo correr.)


Yo no me casara,
aunque viva me majasen.

DON SIMPLICIO (Después de haber querido dar un bofetón


a JUANA, y darle en vago.)
Tienes contigo un demonio
del Infierno; que me maten
si puedo un punto con ella 250
vivir sin desesperarme,
y sin ofender a Dios.
Me voy a tomar el aire,
porque estoy tan irritado
que me temo que ha de darme 255
un tabardillo pintado.

Escena III

DOÑA PEPITA y JUANA.

JUANA¿Está usted muda? ¿O qué diantre


le sucede, que me deja
que yo responda a su padre,
como si debiera yo 260
con don Fidel desposarme?
Estoy tonta: ¡a tal locura
ni siquiera replicarle!

DOÑA PEPITA¿Qué querías tú que hiciera


en tan apretado trance? 265
JUANATodo lo que es necesario
para precaver tan grande
disparate.

DOÑA PEPITA¿Qué?

JUANADecirle
que nunca las voluntades
se llevan unas por otras, 270
que quien se casa no es padre,
sino usted, y que por tanto
un novio que no le agrade
a usted, no ha de ser su esposo,
que pues tanto elogio le hace 275
de su don Fidel, bien puede,
si quiere, con él casarse
mi amo, sin que impedimento
le ponga usted por su parte;
que quiere usted novio a gusto. 280

DOÑA PEPITASi tiene en las voluntades


tal dominio un padre siempre,
que no acerté a replicarle.

JUANAPoco a poco: don Carlitos


quiere bien; y usted lo sabe. 285
Claro: ¿usted le quiere o no?

DOÑA PEPITA¡Qué extraña pregunta me haces!


¿No te lo he dicho cien veces?
¿No te he descubierto ya antes
mi pecho otras ciento? ¿No 290
conoces mi amor constante?

JUANA¿Y qué sé yo si la lengua


mintió, o si usted a olvidarse
ha llegado de él?

DOÑA PEPITA¡Yo, Juana!


¿Cómo tanto agravio me haces? 295
¿No te he dicho que le adoro?
¿No lo has visto? ¿No lo sabes?

JUANA¿Conque usted le quiere?

DOÑA PEPITAMás
que cuanto puedo explicarte.

JUANA¿Y él le quiere a usted también? 300

DOÑA PEPITAEso no puede dudarse.

JUANA¿Y ustedes ambos anhelan


porque cuanto antes los casen?

DOÑA PEPITACierto.

JUANA¿Y qué resuelve usted


hacer con ese danzante 305
de don Fidel? Con entrambos
no es posible desposarse.

DOÑA PEPITAAntes quitarme la vida.

JUANAEl remedio es admirable;


así se sale de todo, 310
y por camino suave;
no hubiera yo dado en ello...
Vaya, me llevan mil diantres
cuando oigo tales respuestas.

DOÑA PEPITA¡Qué condición de vinagre 315


tienes! ¡Me ves apurada,
y en tan apretado trance
ni te dueles de mi suerte!

JUANA¡Dolerme de quien no sabe


chistar, cuando llega el caso, 320
y habla después de matarse,
y dice mil tonterías!
DOÑA PEPITASi tengo miedo a mi padre.

JUANAEl amor quiere entereza.

DOÑA PEPITA¿Pues qué, no soy yo constante? 325


¿No toca a Carlos hacer
que padre con él me case?

JUANA¿Y si su padre de usted


es un terco sin alcances,
que se mete en la cabeza 330
que usted ha de desposarse
con don Fidel, y no cumple
lo que prometió a su amante,
qué culpa tiene don Carlos?

DOÑA PEPITA¿Cómo quieres que declare 335


que don Fidel me repugna,
sin respetar a mi padre,
y olvide el pudor del sexo,
para que las gentes hablen,
y de niña antojadiza 340
y desenvuelta me traten?

JUANANo quiero tal; no por cierto;


si usted pretende casarse
con don Fidel, ¿quién lo estorba?
Fuera mucho disparate. 345
Es un sujeto de prendas
don Fidel, y muy amable.
¡Todo un don Fidel! No es nada.
¡Un personaje tan grave!
Reciba usted, señorita, 350
mi parabién del enlace.
¡Cuánto lo celebraremos
todos! Y hemos de llevarle
en palmas; si es mucho cuento.
Buen mozo, de ilustre sangre, 355
la cutis muy reluciente,
orejas como un tomate.
¡Qué dicha la de vivir
con marido tan amable!
DOÑA PEPITA¡Dios mío!

JUANA¡Con qué alegría 360


oirá usted que la llamen
la Fidela! ¿No es verdad?

DOÑA PEPITAPor Dios, Juana, no me mates


con tus razones, y dime
de qué modo he de zafarme 365
de este odioso casamiento,
que haré cuanto tú me mandes.

JUANANo, señorita, que es justo


que las hijas a sus padres
obedezcan, aunque quieran 370
que con un jimio se casen.
¿Y de qué se queja usted?
En breve irá usted muy grave
con su esposo a Ciempozuelos,
que es su pueblo, y el alcalde 375
vendrá a recibir a ustedes;
en pos de él los principales
personajes del lugar:
el escribano, el sochantre;
el dómine y el barbero 380
darán a ustedes un baile,
donde estarán las señoras
con vuelos angelicales.
Habrá hipocrás, limonada,
y barquillos, sin que falte 385
tamboril, gaita gallega,
y barberillo que cante
las seguidillas boleras.
¡Con qué salero y donaire!

DOÑA PEPITATú quieres que yo me muera; 390


por Dios te pido me saques
de este ahogo.

JUANAY en poca agua.

DOÑA PEPITA Juana, por Dios.


JUANA¡Qué me place!
Con eso aprenderá usted
a dejar de ser cobarde. 395

DOÑA PEPITA¡Juana de mi corazón!

JUANAQue no.

DOÑA PEPITASi mis ruegos valen


algo contigo...

JUANAEstá echado
el fallo, y ha de casarse
usted con don Fidel.

DOÑA PEPITAJuana, 400


mira cómo lloro; dame
consejo.

JUANA¿Pues la Fidela
no es nombre muy apreciable?

DOÑA PEPITAEn fin, pues mi triste suerte


no ha conseguido ablandarte, 405
yo sé un remedio infalible
para salir de mis males,
y mi desesperación
muy breve sabrá tomarle.
(DOÑA PEPITA se quiere ir y JUANA la detiene.)

JUANAVenga aquí usted, señorita. 410


Fuerza será me apiade,
y que me duela su pena.

DOÑA PEPITAMira, Juana, si adelante


pasa mi padre en su empeño,
el pesar ha de acabarme. 415

JUANACon maña se encuentra al cabo


remedio a todos los males;
ya le buscaremos... Pero
ahí tiene usted a su amante.

Escena IV

DON CARLOS, DOÑA PEPITA y JUANA.

DON CARLOSSeñorita, una noticia 420


me dan ahora en la calle,
que es ciertamente plausible.

DOÑA PEPITA¿Y cuál?

DON CARLOSQue va a desposarse


don Fidel con usted.

DOÑA PEPITAEso
lo ha dispuesto así mi padre. 425

DON CARLOS¡Su padre de usted!

DOÑA PEPITANo quiere


ya que con usted me case,
y me propone esta boda.

DON CARLOS¿De veras?

DOÑA PEPITAY tanto que hace


para que yo venga en ello 430
esfuerzos muy eficaces.

DON CARLOS¿Y qué piensa usted hacer?


DOÑA PEPITA¿Qué sé yo?

DON CARLOSPues muy buen lance


hemos echado a fe mía.
¿Conque usted aun no lo sabe? 435

DOÑA PEPITANo.

DON CARLOS¿No?

DOÑA PEPITADeme usted consejo.

DON CARLOSMi consejo es que se case


usted con ese hombre al punto.

DOÑA PEPITA¿Quiere usted?

DON CARLOS¿Qué duda cabe?

DOÑA PEPITA¿De veras?

DON CARLOS¿Quién lo pregunta? 440


¿Pues dónde pudiera hallarse
esposo con tantas prendas?

DOÑA PEPITASi usted aprueba este enlace,


yo también.

DON CARLOSYa me parece


que le aprobaba usted antes. 445

DOÑA PEPITACelebro infinito, Carlos,


que sea usted de ese dictamen.

DON CARLOSSí, señora, porque veo


que le es a usted agradable.
DOÑA PEPITAPues yo por dar a usted gusto 450
pienso seguirle al instante.

JUANA (Retirándose al fondo del teatro.)


Veamos en lo que para.

DON CARLOS¡Que así una falsa me engañe!


¡Que así me fingiera amor!

DOÑA PEPITAHablar más de eso es en balde; 455


usted me ha dicho que debo
con don Fidel desposarme,
y yo sigo sus consejos,
y le declaro que a darle
la mano al otro estoy pronta. 460

DON CARLOSSeñorita, no se canse


usted en dar por disculpa
que yo lo aconsejo; acabe
de confesar que estas bodas
le petan.

DOÑA PEPITASi así le place 465


a usted, lo confesaré.

DON CARLOSY que su pecho inconstante


jamás me quiso de veras.

DOÑA PEPITAAquello que más le agrade


puede usted pensar.

DON CARLOSSí; sí; 470


mas de un agravio tan grande
yo me vengaré, y acaso
por no sufrir tal desaire,
a otra le daré mi mano;
que sé que no ha de faltarme 475
quien me quiera dar consuelo.

DOÑA PEPITA¿En eso qué duda cabe?


El mérito que le adorna
a usted es tan relevante...

DON CARLOSBien sé que valgo muy poco; 480


mas dejemos eso aparte.
Bien claro lo prueba usted,
pero sin hacer alarde
de mis prendas, puede ser
que halle mujer más constante 485
que a mi obsequio corresponda.

DOÑA PEPITAY de mí, como mudable,


se olvidará usted muy breve.

DON CARLOSO procuraré olvidarme


a lo menos; quien desecha 490
amor tan fino y constante
merece que su desdén
con mayor desdén se pague.
Si no es posible borrar
en el corazón su imagen, 495
fuera a lo menos vileza
seguir mostrándose amante
de quien así corresponde.

DOÑA PEPITAMe parece muy loable


resolución tan heroica. 500

DON CARLOSY todos han de alabarme.


¿O quisiera usted acaso
que con ánimo cobarde
la viera pasar a brazos
ajenos, y yo constante, 505
adorando sus desprecios,
no pensara en consolarme
con dama menos ingrata?

DOÑA PEPITA¿Yo he dicho tal disparate?


Lo único que a mí me pesa 510
es que no esté hecho.

DON CARLOSAl instante


lo haré si usted me lo manda.
DOÑA PEPITAVaya usted; por mí ya es tarde.

DON CARLOSVoyme, ingrata, que ya es mucha


paciencia a tanto desaire. 515
(Da un paso hacia la puerta.)

DOÑA PEPITABien está.

DON CARLOS (Volviéndose atrás.)


Acuérdese usted
de los agravios y ultrajes
con que me forzó a dejarla.

DOÑA PEPITAYa.

DON CARLOS (Volviéndose otra vez atrás.)


Ejemplo de ser mudable
me dio usted.

DOÑA PEPITASí; yo le he dado. 520

DON CARLOS (A la puerta.)


Será usted servida; baste.

DOÑA PEPITAEso quiero yo.

DON CARLOS (Volviéndose atrás otra vez.)


En mi vida
no he de volver a acordarme
de usted, ni a verla.

DOÑA PEPITABien hecho.

DON CARLOS (Volviendo la cara cuando va a salir.)


¿He?
DOÑA PEPITA¿Qué?

DON CARLOSPuede que me engañe. 525


¿Llamaba usted?

DOÑA PEPITA¡Yo! Usted sueña.

DON CARLOSSalgo al fin de estos umbrales


para siempre; adiós.
(Se va muy despacio.)

DOÑA PEPITAAbur.

JUANA (A DOÑA PEPITA.)


Parece escena de orates.
¿Pierden ustedes el seso? 530
Nunca vi dos locos tales.
Yo los dejaba por ver
en que pararía el lance.
Oiga usted, caballerito.
(Coge a DON CARLOS por un brazo.)

DON CARLOS (Haciendo que se resiste.)


Haz el favor de soltarme. 535

JUANAVenga usted aquí.

DON CARLOSNo, no;


bien has visto sus desaires.
Estoy resuelto a dejarla.

JUANAPoco a poco.

DON CARLOSNo te canses,


que no he de verla jamás. 540

JUANA¡Por vida!...
DOÑA PEPITANo quiere hablarme:
yo me iré.

JUANA (Dejando a DON CARLOS, y corriendo tras de DOÑA


PEPITA.)
¿Dónde va usted?
Esta es otra.

DOÑA PEPITASuelta.

JUANADale.

DOÑA PEPITANo pienses en detenerme.

DON CARLOS (Aparte.)


Ya veo yo que es en balde 545
estarme aquí, que mi vista
la incomoda, y evitarle
quiero con irme su pena.

JUANA (Dejando a DOÑA PEPITA, y corriendo tras de DON


CARLOS.)
Ya escampa: es cosa del diantre.
¡Otra vez! ¿Quieren ustedes 550
venir aquí? ¡Voto a sanes!
(Coge a DON CARLOS y a DOÑA PEPITA, y los trae por la
mano.)

DON CARLOS (A JUANA.)


¿Qué intentas?

DOÑA PEPITA (A JUANA.)


¿Qué es lo que quieres?

JUANALo primero hacer las paces,


y después encontrar medio
para salir de este trance. 555
(A DON CARLOS.)
¿Está usted en su juïcio?
DON CARLOS¿Pues no has visto sus desaires?

JUANA (A DOÑA PEPITA.)


¿Si usted no ha perdido el seso,
a qué ha venido enfadarse?

DOÑA PEPITA¿No has visto con qué insolencia 560


me ha tratado?

JUANANecedades
de entrambos...
(A DON CARLOS.)
Ella no quiere,
ni nunca querrá otro amante.
Yo lo juro en mi conciencia...
(A DOÑA PEPITA.)
Don Carlos no obsequia a nadie 565
sino a su Pepita; a nada
tanto anhela, como a darle
la mano; yo así lo fío.

DOÑA PEPITA (A JUANA.)


¿A qué viene aconsejarme
que me despose con otro? 570

DON CARLOS (A JUANA.)


¿Y en un caso semejante,
por qué ella me lo pregunta?

JUANALocura por ambas partes.


Vaya; dense ambos las manos.
(A DON CARLOS.)
Traiga usted, sin replicarme. 575

DON CARLOS (Alargando la mano a JUANA.)


¿Para qué quieres mi mano?

JUANA (A DOÑA PEPITA.)


La de usted.

DOÑA PEPITA (Alargando también la suya.)


Si eso no vale
nada.

JUANAVamos, aquí entrambos:


si todavía no saben
ustedes cuánto se quieren. 580

(DOÑA PEPITA y DON CARLOS están un poco de tiempo agarrados de las


manos sin mirarse uno a otro.)

DON CARLOS (Volviéndose a DOÑA PEPITA.)


¿Qué, no quiere usted mirarme?
¿Aun no se acabó el enfado?

(DOÑA PEPITA se vuelve a mirar a DON CARLOS, sonriéndose.)

JUANA¡Qué locos son los amantes!

DON CARLOS (A DOÑA PEPITA.)


¿Pero no tengo motivos,
diga usted, para quejarme 585
amargamente? ¡Que sea
usted tan mala! ¡Un desaire
tan cruel!

DOÑA PEPITAEso es; yo soy


la culpada en este lance.
¡Ingrato!

JUANAPara otro tiempo 590


dejemos esos debates,
y tratemos de evitar
este aborrecido enlace.

DOÑA PEPITADinos lo que hemos de hacer.

JUANANo hay para qué atosigarse; 595


remedio habrá para todo.
(A DOÑA PEPITA.)
Mi amo no sabe lo que hace.
(A DON CARLOS.)
No puede ser lo que intenta.
(A DOÑA PEPITA.)
Usted haga por llevarle
la corriente, aparentando 600
que está pronta a desposarse
con su don Fidel, porque
de ese modo no se escame,
y acelere el matrimonio;
que como éste se dilate, 605
ya encontraremos salida.
Ya dice usted a su padre,
que se le anda la cabeza,
que la jaqueca le parte
las sienes; luego otro día 610
hace porque se derrame
la sal en la mesa, y grita:
¡Qué agüero tan deplorable!
Ora sueña que en un pozo
de colodrillo se cae. 615
Por fin, lo mejor del cuento
es que para desposarse
ha de decir usted sí,
y como puede en el lance
decir no, sin más trabajo, 620
no hay a fe por qué asustarse.
Lo que importa es que no vean
juntos a los dos amantes
por ahora...
(A DON CARLOS.)
Salga usted,
señor galán, al instante, 625
y vea a todos sus amigos,
que de sus promesas hablen
a mi amo, y que le convenzan
con razones eficaces.
(A DOÑA PEPITA.)
Usted, señorita, al punto, 630
procure al tío empeñarle,
y también a su madrastra,
que la quiere como madre.

DON CARLOS (A DOÑA PEPITA.)


Más del amor de usted fío,
mi Pepita, que de nadie. 635
DOÑA PEPITA (A DON CARLOS.)
Yo no sé cuál ha de ser
la voluntad de mi padre;
mas a escoger otro dueño
sé que no podrá forzarme.

DON CARLOS¡Qué dulce es esa promesa 640


a mi corazón amante!

JUANANo se hartarán de charlar,


aunque estén eternidades.
Fuera, digo.

DON CARLOS (Volviéndose atrás.)


En fin.

JUANA¿Habrá
palique toda la tarde? 645
(JUANA los empuja por las espaldas, a cada uno por
distinta parte, y los fuerza a que se separen.)
Vaya usted por esa puerta,
y usted por estotra parte.

Acto III

Escena I

DON ALEJANDRO y JUANA.

DON ALEJANDROPártame un rayo del cielo;


pase yo plaza de indigno,
de soez y de cobarde,
si no hiciere un desatino
con ese infame echacantos. 5

JUANAConténgase usted por Cristo;


hasta aquí cuanto tememos
aún no ha pasado del dicho,
y para llegar al hecho
mucho falta.

DON ALEJANDRO¡Vil mendigo! 10


No tengas recelo, Juana.
Yo le cortaré los bríos.

JUANAGaste usted, por Dios, cachaza,


que nunca por ser tan vivo
le queda títere a vida; 15
ya sabe usted el ahínco
con que su madrastra anhela
a casar a don Carlitos
con Pepita, y que los ama,
mas que si fueran sus hijos, 20
a ustedes; que aunque muchacha
y hermosa tiene juïcio.
Don Fidel se muestra siempre
con mi señora muy fino,
y hace cuanto ella le manda; 25
yo, sospecho, señorito,
que está enamorado de ella,
que fuera lance muy digno
de contar; ello es que intenta
rogarle que del designio 30
de dar la mano a Pepita
se desista, y que me ha dicho
que le cite en esta sala;
yo me temo que el maldito
salga con una pamema. 35
Todavía no he podido
verle, que dice el criado
que con pecho muy contrito
está en oración mental,
y interrumpir ejercicio 40
tan santo, fuera una acción
propia de Lucifer mismo.
Yo he dicho que le esperaba
aquí; conque, señorito,
marcharse y dejarme sola. 45
DON ALEJANDRONo me muevo de este sitio;
que he de oír lo que responde.

JUANAVamos; no sea usted niño,


que conviene que estén solos.

DON ALEJANDRONo chistaré.

JUANASi es delirio, 50
y no puede contenerse
usted; sálgase, le digo.

DON ALEJANDROYa verás que no me enfado.

JUANA¡Jesús; que ya viene! Vivo.


Escóndase usted ahí. 55

(DON ALEJANDRO se va a esconder a un gabinete que hay en el fondo


del teatro.)

Escena II

DON FIDEL y JUANA.

DON FIDEL (Hablando en voz alta a su criado, que está


dentro, así que ve a JUANA.)
Lorenzo, guarda el cilicio
con las disciplinas, si alguien
me busca; voy ahora mismo
a visitar a los presos,
y dar a estos pobrecitos 60
lo que a mí me han entregado
devotos caritativos.

JUANA (Aparte.)
Baladrón de santidad.

DON FIDELSegún Lorenzo me dijo


me llamaba usted: ¿qué quiere? 65

JUANASólo decirle...

DON FIDEL (Sacando un pañuelo del bolsillo, y


tirándosele.)
¡Dios mío!
Coja usted ese pañuelo
antes de hablar más.

JUANANo atino
para qué.

DON FIDELCubra ese pecho.


¡Jesús! Yo me escandalizo 70
de verla tan inmodesta.
Ese traje ya le he dicho
que es ocasión de pecado.

JUANAPues, por Jesucristo vivo,


¡qué poco trabajo cuesta 75
al espíritu maligno
para hacer a usted pecar!
No es mala ocurrencia; y digo,
aunque esté usted como estaba
Adán en el Paraíso, 80
quiero, si me tienta el diablo,
caerme muerta aquí mismo.

DON FIDELHable usted con más modestia,


o me iré.

JUANANo, que yo digo


mi recado en dos palabras: 85
mi ama quiere en este sitio
hablar con usted un rato.

DON FIDEL¡Ay; con el alma!


JUANA (Aparte.)
Está visto.
Ciertos son los toros; vamos.

DON FIDEL¿Viene luego?

JUANAAhora mismo. 90
Mas ya está aquí; yo me voy.

Escena III

DOÑA ELVIRA y DON FIDEL.

DON FIDELSeñora; el cielo propicio


salud espiritual
y corporal, como pido
a Dios en mis oraciones, 95
aunque pecador indigno,
a usted dé, y de bienes colme
tan preciosa vida.

DOÑA ELVIRAEstimo
los buenos deseos de usted,
que me prueban su cariño. 100
Sentémonos y estaremos
mejor.

DON FIDEL (Sentado.)


¿Quedan aún vestigios
del mal de usted?

DOÑA ELVIRA (Sentada.)


No señor.
Como si no hubiera sido
nada, estoy.
DON FIDEL Mis oraciones 105
sin duda nada han podido
con Dios, pero en todas ellas
le pedía con ahínco
el alivio de usted.

DOÑA ELVIRADebo
a usted afecto muy fino. 110

DON FIDELUna salud tan preciosa


merece ser de continuo
el blanco de mis cuidados;
y yo por su pronto alivio
hubiera dado la mía. 115

DOÑA ELVIRACierto, usted es un prodigio


de la caridad cristiana.

DON FIDEL Si con los méritos mido


mi celo, me quedo corto.

DOÑA ELVIRAYo he venido con designio 120


de hablar a usted de un asunto
a solas.

DON FIDELMucho ha que aspiro


a esa dicha yo también.
¡Oh cuánto al Cielo he pedido
que me deparara el caso 125
de ver a usted sin testigos,
y hasta aquí no lo he logrado!

DOÑA ELVIRALo que yo de usted exijo


es que me hable sin rebozo.

(DON ALEJANDRO sin salir entreabre la puerta del retrete, en que


está escondido, para oír lo que dicen.)

DON FIDELY yo a nada tanto aspiro 130


como a descubrir a usted
todo entero el pecho mío,
y asegurarle no crea
que, si enojado me ha visto
gritar contra sus visitas, 135
me guía ningún motivo
de odio, que antes es efecto
del más sincero cariño,
del fervor más acendrado.

DOÑA ELVIRATambién yo así lo imagino; 140


celo de mi salvación.

DON FIDEL (Cogiendo la mano a DOÑA ELVIRA y apretándole


los dedos.)
Sí señora, y tan activo...

DOÑA ELVIRASuelte usted, que me lastima.

DON FIDEL Fue por fervor excesivo;


que no es mi ánimo hacer mal 145
a usted, y hubiera querido
más antes...
(Pone la mano en las rodillas de DOÑA ELVIRA.)

DOÑA ELVIRAFuera la mano.

DON FIDEL¡Qué tejido éste tan fino!

DOÑA ELVIRADéjeme usted, porque tengo


muchas cosquillas.
(DOÑA ELVIRA desvía la silla, y DON FIDEL acerca la
suya.)

DON FIDEL (Andando con el pañuelo de DOÑA ELVIRA.)


¡Muy lindo 150
punto! ¡Si trabajan hoy
de un modo tan exquisito!

DOÑA ELVIRA Verdad es; pero tratemos


de nuestro asunto; Simplicio
quiere casar a Pepita 155
con usted, según me han dicho,
y faltar a su palabra...
¿Es cierto?

DON FIDELSí; algo me dijo


ayer don Simplicio, pero
la ventura a que yo aspiro 160
no es esa; que en otra parte
respiran los atractivos
de la celestial belleza,
de quien soy el siervo indigno.

DOÑA ELVIRABien sé que usted sólo anhela 165


a servir a Dios.

DON FIDELNo abrigo


un corazón en mi pecho,
señora, de mármol frío.

DOÑA ELVIRAYa; pero está de las cosas


de este mundo desprendido. 170

DON FIDELNo, señora; los afectos


más fervorosos y píos
no apagan los terrenales;
que agrada a Dios ser querido,
y alabado en las hechuras 175
perfectas que su mano hizo,
como las que se parecen
a usted; pero su divino
pincel luce en ese rostro,
donde Dios ostentar quiso 180
todo su poder, formando
el dechado más cumplido
de celestial hermosura,
y confieso que no he visto
tanta perfección sin dar 185
gracias al Autor divino
de la belleza, y sentir
en mi pecho el fuego activo
de amor; que en ese semblante,
Elvira, un trasunto miro 190
de la angélica hermosura.
Yo me recelé al principio
que era mi amor tentación
del espíritu maligno,
y de huir de la presencia 195
de usted propósito fijo
en mi corazón formé;
mas meditándolo, he visto
que sin caer en pecado
puedo amar ese divino 200
conjunto de perfecciones,
que no puede haber delito
donde el escándalo falta;
en esto, señora, fío
sea de mi corazón 205
a usted grato el sacrificio;
bien sé que es mucha osadía
que sujeto tan indigno
presuma hacer tal ofrenda;
pero, no obstante, confío 210
que, aunque mis merecimientos
a la corona que aspiro
no puedan ser acreedores,
suplirá usted con benigno
pecho lo mucho que falta 215
a su siervo, que el destino
suyo en manos de usted deja.
De su soberano arbitrio
pende mi infierno o mi gloria,
según severo o propicio 220
el fallo fuere que aguardo.

DOÑA ELVIRAConfieso que me ha cogido


de nuevas ese discurso;
él es cierto que es muy fino,
pero me parece extraño, 225
y en verdad que no concibo
que un devoto como usted
en tal yerro haya incurrido.
¿Qué dirá el mundo, si entiende
semejante desvarío? 230

DON FIDEL Aunque devoto, soy hombre,


y como tal no resisto
a esa celestial belleza.
Ni pienso, ni raciocino,
cuando extático contemplo 235
tanta beldad. No me admiro
que condene usted mi amor;
mas si cometo un delito,
obro, hermosísima Elvira,
sin libertad ni albedrío, 240
porque todo le rendí
así que vi tanto hechizo;
y la dulzura inefable
de esos ojos peregrinos
dio con mi flaqueza en tierra; 245
llantos, ayunos, cilicios,
todo fue en balde; mil veces
mis miradas, mis suspiros,
antes ya han dicho, señora,
lo que con la boca digo 250
en esta ocasión; si usted
quiere con pecho benigno
dar a las tribulaciones
de su indigno esclavo alivio,
y abajar hasta mi nada 255
sus gracias desde el impíreo
de su divina hermosura,
juro que no habrá tenido
más fervoroso devoto.
La honra no corre peligro 260
conmigo, ni hay que temer
que yo quebrante el sigilo,
como hacen mil pisaverdes,
que apenas han conseguido
los favores de una dama 265
cuando vuelan a decirlo
a todos cuantos encuentran,
profanando los impíos
torpemente aquellas aras
donde ofrecen sacrificios. 270
Los devotos, como yo,
con más cautela vivimos,
y los secretos de amor
jamás a nadie decimos,
porque nuestra buena fama 275
en que no sean sabidos
estriba; y así, señora,
quien a nuestro afecto fino
corresponde está segura
de hallar gustos sin peligros, 280
y sin escándalo amor.

DOÑA ELVIRATodo eso está muy bien dicho;


habla usted con elocuencia;
pero si yo se lo digo
a mi marido, ¿no teme 285
que se le entibie el cariño
de hermano que le profesa?

DON FIDEL Yo sé que el pecho benigno


de usted sabrá perdonar
discursos que, aunque atrevidos, 290
son hijos del ciego amor
que en mi corazón abrigo.
No soy ángel; y hombre flaco,
cuando esa belleza miro
conozco que soy de carne. 295

DOÑA ELVIRAOtras metieran ruïdo;


yo no pienso así; mi esposo
no sabrá lo que se ha dicho
aquí, pero en pago de ello
de usted una cosa exijo, 300
y es que se empeñe con fuerza
para que una mi marido
a Pepita con don Carlos,
y no ejerza usted dominio
en prenda que ya es ajena. 305

Escena IV

DOÑA ELVIRA, DON ALEJANDRO y DON FIDEL.

DON ALEJANDRO (Saliendo del retrete donde estaba


escondido.)
No, señora, he de decirlo
todo; desde ese retrete,
adonde estaba escondido,
he escuchado las infamias,
las traiciones de ese inicuo. 310
El Cielo para vengarme
que aquí me escondiera quiso,
y para que sus maldades
tuviesen justo castigo.
En fin, mi padre sabrá 315
quién es ese vil indigno
que se atreve a requebrar
a su mujer.
DOÑA ELVIRANo, querido;
basta con que tenga cuenta
en adelante consigo, 320
y merezca su perdón;
por mi amor te lo suplico;
no digas nada a tu padre;
de tan necios desvaríos
hace burla una mujer, 325
y no lleva a su marido
cuentecillos de esta especie.

DON ALEJANDROUsted tiene sus principios,


y yo los míos; no quiero
que se queden sin castigo 330
de este hipocritón infame
los pensamientos lascivos.
Harto tiempo ha que el perverso
nos tiene a todos en vilo,
y que obedece mi padre 335
sus antojos y caprichos,
que se opone a que mi hermana
se despose con mi amigo,
y yo con la suya; en fin,
el Cielo sin duda quiso 340
depararme esta ocasión
de descubrir los designios
de su corazón dañado,
y pues el Cielo propicio
me la ofrece, mal haría 345
en desperdiciarla.

DOÑA ELVIRADigo,
Alejandro, que...

DON ALEJANDROEs en balde;


de alegría no respiro.
gustaré de la venganza
el placer tan exquisito. 350
A decírselo a mi padre
vuelo en este instante mismo;
pero aquí viene; el bribón
va a llevar su merecido.
Escena V

DON SIMPLICIO, DOÑA ELVIRA, DON ALEJANDRO y DON FIDEL.

DON ALEJANDROMe alegro que llegue usted 355


tan a tiempo; su cariño,
cierto, se le paga bien
el señor; de fiel amigo
cumple las obligaciones
como quien es; aquí mismo 360
ha intentado deshonrar
a usted; yo propio testigo
he sido de los requiebros
que a mi madrastra le ha dicho,
declarándole su amor. 365
Ella había prometido
callar, como es tan prudente;
pero yo, que soy más vivo,
quiero que usted sepa el pago
de todos los beneficios 370
que está haciendo a su beato.

DOÑA ELVIRACierto es que no hubiera dicho


este secreto a mi esposo;
si tú me hubieras creído,
Alejandro, nunca habría 375
llegado hasta sus oídos
tan desagradable escena;
mujer que tiene principios
de honra calla y se defiende.

Escena VI

DON SIMPLICIO, DON ALEJANDRO y DON FIDEL.

DON SIMPLICIO¿Un proceder tan inicuo 380


es creíble? ¡Cielo santo!
DON FIDELSí, hermano, soy un indigno
pecador, todo abrumado
de iniquidad y de vicios;
soy el hombre más perverso, 385
más villano de este siglo;
mi vida es una sentina
de maldades y delitos,
y al fin quiere darme el Cielo
el merecido castigo, 390
y por más grave que sea
esta acusación, es fijo
que no iguala a los pecados
que yo tengo cometidos.
Crea usted lo que le dicen, 395
hermano; como un indigno
arrójeme de su casa;
sin quejarme me resigno
a cuantos baldones quiera;
que más tengo merecido. 400

DON SIMPLICIO (A su hijo.)


Pícaro; ¡y con tus mentiras
querías de este bendito
manchar la reputación!

DON ALEJANDRO¿Qué, quiere usted desmentirnos


porque con falsa humildad...? 405

DON SIMPLICIO Calla, Lucifer maldito.

DON FIDELDéjele usted que hable, hermano,


y crea cuanto le ha dicho;
¿pues por qué a cuanto me imputa
no quiere usted dar oídos? 410
¿No soy yo acaso capaz
de más atroces delitos?
Mi exterior es el de un santo;
¿pero todo cuanto digo
no puede ser fingimiento? 415
No le engañen, hermanito,
las mentidas apariencias;
todos viven persuadidos
a que yo soy un dechado
de virtudes, un bendito; 420
pluguiera a Dios fuese cierto;
soy un pecador inicuo.
(Hablando con DON ALEJANDRO.)
Mejor me conoce usted;
tráteme usted, hijo mío,
de infame, aleve, villano, 425
de impostor y de asesino;
bien merezco estos baldones,
y en nada los contradigo;
de rodillas los escucho,
como castigo debido 430
a mis enormes pecados.

DON SIMPLICIO (A DON FIDEL.)


Por Dios, basta, hermano mío.
(A su hijo.)
¡Pícaro, y no te arrepientes!

DON ALEJANDRO¿Pues a usted le han seducido...?

DON SIMPLICIOCalla, lengua del demonio... 435


(A DON FIDEL.)
Hermano, mi único amigo,
levántese usted...
(A su hijo.)
¡Infame!

DON ALEJANDRO¿Cómo?

DON SIMPLICIOQue calles te he dicho.

DON ALEJANDRONo puedo aguantar. ¿Qué; usted...?

DON SIMPLICIOSi me chistas, voto a Cristo, 440


te rompa brazos y piernas.

DON FIDELHermano, por Dios lo pido;


no se altere usted; primero
sufriré el mayor castigo
que consentir que le toque. 445
DON SIMPLICIO (A su hijo.)
¡Ingrato!

DON FIDELSe lo suplico,


si es menester, de rodillas.
perdone, por Dios, a su hijo.

DON SIMPLICIO (Poniéndose también de rodillas y


abrazando a DON FIDEL.)
¡Ay! cuánta bondad, hermano...
(A su hijo.)
¿Lo ves, lo ves? Di, maldito. 450

DON ALEJANDRO¿Con qué...?

DON SIMPLICIOSilencio.

DON ALEJANDRO¿Qué...?

DON SIMPLICIOCalla;
¿piensas que no sé el motivo
de tus enredos? Bien veo
que todos a este bendito
tienen aborrecimiento 455
en casa; criados, hijos
y mujer, y andan fraguando
mil embustes mal zurcidos,
para que yo le despida;
no lo lograréis, os digo; 460
cuanto más os empeñáis
en echarle, más me obstino
yo en que esté en casa; a fin
que no os quede más arbitrio,
y que rabie mi familia, 465
quiero que este día mismo
Pepita le dé su mano.

DON ALEJANDRO¡Forzarla a que por marido


le admita!

DON SIMPLICIO¡Pues no, bribón!


Y esta noche, lo repito, 470
se ha de hacer el matrimonio.
Ya veremos si os obligo
a que me obedezcáis todos.
Vamos, ven aquí, mal hijo;
pide perdón al señor 475
de los embustes que has dicho.

DON ALEJANDRO¡A ese infame mogigato!


¿Está usté en su juïcio?

DON SIMPLICIO¡Aún le dices picardías!


Un palo...
(A DON FIDEL.)
Por Jesucristo 480
déjeme usted que le mate...
(A su hijo.)
Vete de mi casa, digo,
y no me entres más en ella.

DON ALEJANDROVoyme, pero yo le fío


al ladrón...

DON SIMPLICIOSalte al instante, 485


bribonazo; yo te privo
de mi vista y de mi herencia,
y amén de eso te maldigo.

Escena VII

DON SIMPLICIO y DON FIDEL.

DON SIMPLICIO¡A un santo agraviarle así!

DON FIDELPerdonadle vos, Dios mío, 490


como yo le he perdonado...
(A DON SIMPLICIO.)
No sabe usted lo afligido,
que estoy de que me calumnien
con mi querido hermanito.

DON SIMPLICIO¡Ay Dios!

DON FIDELDe pensarlo sólo 495


siento en mí un dolor tan vivo,
que se me salta del pecho
el corazón. ¡Qué suplicio!
La pesadumbre me quita
el aliento y el sentido. 500
Me muero, hermano, me muero.

DON SIMPLICIO (Echa a correr llorando hacia la puerta


por donde ha echado a su hijo.)
Por el santo más bendito
te juro, bribón, que siento
haberte dejado vivo...
(A DON FIDEL.)
Consuélese usted, hermano, 505
y no se altere.

DON FIDELEstá visto;


es necesario acabar
de una vez con los continuos
disturbios que en la familia
causo, y por tanto le pido 510
a usted, hermano, permita
que me vaya.

DON SIMPLICIO¡Qué delirio!


¡Irse usted!

DON FIDEL Si me aborrecen,


y me achacan mil delitos.

DON SIMPLICIO¿Les doy yo crédito acaso? 515

DON FIDELMe supondrán mil designios


perversos, y sabe Dios
si a fuerza de repetirlos
lograrán que usted los crea.
DON SIMPLICIONunca, nunca, hermano mío. 520

DON FIDELUna mujer tiene tanta


influencia en su marido,
que al fin hace cuanto quiere.

DON SIMPLICIONo, no.

DON FIDELCon irme les quito


la ocasión de calumniarme. 525

DON SIMPLICIOMi hermano, mi dulce amigo;


no puedo vivir ni un punto
sin usted.

DON FIDELPues si es preciso


yo me mortificaré;
no obstante, hermano, suplico 530
si puede ser.

DON SIMPLICIO¡Ah!

DON FIDELNo se hable


más del caso; lo que exijo
es que me permita usted
huir de su esposa; sí, amigo,
la honra es cosa delicada; 535
¡el mundo forma juïcios
tan errados!...

DON SIMPLICIONo, señor,


es solemne desatino;
quiero que esté usted con ella
siempre; el mayor gusto mío 540
es que rabie, que murmure
la gente; porque no estimo
ni un ardite el qué dirán,
tratándose de un amigo
como usted, y en prueba de ello 545
mi sucesión determino
dejarle, haciéndole entera
donación ahora mismo
de mis bienes; que tal yerno
vale más que mujer, hijos 550
y parientes; ¿no la acepta
usted, hermano querido?

DON FIDELDios mío, tu voluntad


cúmplase en tu siervo indigno.

DON SIMPLICIOPues a otorgar la escritura 555


sin dilación, hermanito,
y mas que luego la envidia
aseste todos sus tiros.

Acto IV

Escena I

DON PABLO y DON FIDEL.

DON PABLOTodo el mundo lo murmura,


sí; bien puede usted creerme;
todos dicen que su padre
anduvo muy imprudente,
y culpan a usted también; 5
y a fe que celebro haberle
encontrado, por decirle
a usted en razones breves
mi sentir. Yo no averiguo
si lo que dice la gente 10
es la verdad, y supongo,
contra lo que todos creen,
que mi sobrino mintió,
y que usted está inocente.
Usted que es tan buen cristiano 15
perdonar su agravio debe,
y no consentir que un padre
al hijo de su casa eche;
es general el escándalo,
y le digo francamente 20
a usted, que reconciliarle
con su padre le conviene,
y que el asunto no pase
adelante; Dios no quiere
la muerte del pecador; 25
quien no perdona le ofende.

DON FIDEL¡Ay, Señor! Yo le perdono


mi agravio, sin que me quede
ningún rencor en el pecho;
si puedo servirle, cuente 30
con cuanto yo tengo y valgo,
en lo que favorecerle
sin pecar sea posible;
mas si él a esta casa vuelve,
es necesario que yo 35
sin más dilación la deje.
Después de su infame acción,
¿qué no dirían las gentes,
y qué escándalo sería
si junto con él viviese? 40
Pensarían, con razón,
que de un hecho tan aleve
soy culpado, y que temiendo
que consiga convencerme
don Alejandro, he tomado 45
la resolución prudente
de olvidar todo, fingiendo
que la caridad me mueve,
porque él oculte mis yerros.

DON PABLOSon razones aparentes, 50


que no pueden persuadirme;
deslindar los intereses
de Dios a usted no le toca;
si mi sobrino le ofende,
de Dios le vendrá el castigo, 55
que no quiere que le venguen
hombres flacos; que perdonen
sus injurias, eso quiere.
¿Y qué importa lo que diga
el mundo? Nuestros deberes 60
Dios sólo es quien los prescribe.
¿No mandan sus santas leyes
el perdón de los agravios?
¿Pues luego, qué a cuento viene
cuando cumplimos con Dios 65
lo que pensaren las gentes?

DON FIDELYa he dicho que le perdono,


sin que ningún rencor quede
en mi pecho; así de Dios
el precepto se obedece; 70
¿pero después de la afrenta
que hoy mismo acaba de hacerme,
manda Dios que viva yo
con ese niño?

DON PABLO¿Y que acepte


usted quiere Dios, acaso, 75
lo que no le pertenece?
Porque mi hermano es un tonto,
y le da lo que no tiene
facultades para dar,
¿usted admitirlo debe? 80

DON FIDELAquellos que me conozcan


sabrán que todos los bienes
del mundo no me hacen mella,
y que su brillo aparente
no deslumbra mis sentidos; 85
si mi ánimo se resuelve
a admitir la donación
que mi hermano quiso hacerme,
es por evitar pecados
infalibles, si cayese 90
su herencia en manos perversas.
¡Cuántos, Dios mío, te ofenden
con el caudal que les das!
Yo me serviré de él siempre
para provecho del prójimo 95
y honra del Omnipotente.

DON PABLOPierda usted esos recelos,


que tanto en su pecho pueden,
que al legítimo heredero
lo que Dios le da pretende 100
quitarle; y de su caudal
que goce con paz le deje.
¿No ve usted que vale más
que él malgaste sus haberes,
sin que usted quiera usurparle 105
lo que le han dado las leyes?
Ni sé cómo tal propuesta
pudo escucharla quien tiene
renombre de timorato.
¿Qué regla de piedad puede 110
legitimar la codicia
de quien sin pudor intente
privar de la sucesión
a un hijo? Y demos que hubiese
antipatía tan grande 115
entre los dos, que no fuere
posible que viva usted
con mi sobrino; ¿es prudente
que salga el hijo de casa,
y el extraño en ella quede? 120
Si usted quiere que le tengan
por justo, marcharse debe
al punto...

DON FIDELSon ya las cuatro,


y no puedo detenerme,
porque no he rezado aún 125
el Miserere, y es viernes.
Perdone usted, si le dejo.

DON PABLO (Quedándose solo.)


Hola... ¡Hipocritón solemne!

Escena II

DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON PABLO y JUANA.

JUANA (A DON PABLO.)


Hable usted en su favor;
la pobre está de tal suerte 130
que da lástima mirarla;
sin remedio se nos muere,
si la violenta su padre,
como resuelto lo tiene,
a dar la mano al beato 135
esta noche; vea si puede
convencerle con razones.
Pero don Simplicio viene.

Escena III

DON SIMPLICIO, DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON PABLO y


JUANA.

DON SIMPLICIOSeñores, me alegro mucho


de hallarlos juntos a ustedes... 140
(A DOÑA PEPITA.)
Tú, para que te diviertas,
ahí tienes esos papeles;
ya sabes su contenido.

DOÑA PEPITA (De rodillas a los pies de su padre.)


Por el Dios omnipotente
que ve mi tormento, padre, 145
y por todo cuanto puede
mover a usted a piedad,
le ruego que no se empeñe
en concluir estas bodas;
padre, señor, no me fuerce 150
usted a que de la vida
que le he debido deteste;
no exija usted obediencia
tan costosa, si no quiere
que su hija desventurada 155
siempre por morir anhele.
Si me veda usted que sea
de aquel que mi amor merece,
y que antes me prometió,
¡ay, padre! no me violente 160
dándome a quien aborrezco;
no a su hija así desespere,
pretendiendo que obedezca
a tan tiránicas leyes.
De rodillas se lo ruego. 165
DON SIMPLICIO (Conociendo que se va a enternecer.)
¡Corazón, tú te enterneces!
Fuera la flaqueza humana.

DOÑA PEPITAAmado padre, no piense


usted que envidio los dones
que hace a don Fidel; bien puede 170
darle todas sus riquezas,
y añadir a ellas mis bienes,
que con gusto se los cedo;
mas no quiera usted hacerle
dueño también de mí propia; 175
permítame que me encierre
en un convento, y consagre
al Cielo con penitente
corazón mi amarga vida.

DON SIMPLICIO ¿Qué tal? Como no las dejen 180


casarse con sus galanes,
dicen que quieren meterse
monjas. ¡Buena vocación!
Levanta. Si te parece
repugnante este marido, 185
ese más mérito adquieres,
que mortificas tu cuerpo,
y tu casamiento ofreces
en desquite de tus culpas
a Dios; vamos, no me quiebres 190
la cabeza con tus lloros.

JUANA¿Qué, señor?...

DON SIMPLICIOTú has de meterte


en tu costura, y no más.

DON PABLOSi a los consejos atiendes


de la razón...

DON SIMPLICIO Tus consejos, 195


hermano, son muy prudentes,
muy sabios, muy acertados;
pero aquí no se te quieren.
DOÑA ELVIRA (A DON SIMPLICIO.)
Viendo lo que está pasando
no sé cómo hablar acierte. 200
Es preciso que estés ciego,
pues lance tan evidente,
como el que pasó conmigo,
te empeñas en no creerle,
aunque te lo afirman todos. 205

DON SIMPLICIO ¡Oh! no me engañan ustedes;


¿piensas tú que no adivino
el caso? Si tú andas siempre
por complacer a mi hijito;
y porque yo no riñese 210
con él, ya se ve, apoyaste
sus embolismos soeces
contra aquel siervo de Dios.
¡Para quien crea en mujeres!
Además de que no estabas 215
alterada, y en tan fuerte
lance te irritaras.

DOÑA ELVIRAYo,
porque un hombre me requiebre,
ni me solicite, nunca
me enojo; sé defenderme, 220
y sin decir insolencias
jamás nadie se me atreve.
Una risa, una ironía
al más osado contiene
mejor que gritos y enfados. 225
No soy yo de las mujeres
que, como si fueran tigres,
esgrimen garras y dientes
en defensa de su honor,
y que embisten con la gente, 230
si se oyen llamar bonitas;
no; y el Cielo me preserve
de una virtud tan arisca;
mi recato es de otra especie;
urbanidad, complacencia, 235
frialdad; y todos pierden
conmigo las esperanzas,
así que me hablan tres veces.

DON SIMPLICIOPor fin yo sé la verdad.


DOÑA ELVIRA¡Hay tal capricho! ¿Y si vieses 240
la cosa, qué me dirías?
¿Te estarías en tus trece?
Mira que no es imposible.

DON SIMPLICIO¿El verlo?

DOÑA ELVIRA¿Qué duda tiene?

DON SIMPLICIOHabladurías.

DOÑA ELVIRAApuesto 245


que, como en ello me empeñe,
lo ves con tus propios ojos.

DON SIMPLICIOPaparrucha.

DOÑA ELVIRAEs cosa fuerte;


si no digo que nos creas;
pero, responde, ¿si en este 250
sitio te hacemos su infamia
tocar y ver claramente,
quedarás desengañado?

DON SIMPLICIOEntonces... ¿Pero a qué viene


decir cosas imposibles? 255

DOÑA ELVIRAYa ha mucho que me desmientes,


y sacarte de tu error
debo, para que no pienses
que yo he dado testimonio
falso contra el inocente. 260
Tú vas a ver la verdad.

DON SIMPLICIO¡Qué me place! Sea breve;


ya veremos cómo sales
del pantano en que te metes.

DOÑA ELVIRA (A JUANA.)


Dile que venga.

JUANA (A DOÑA ELVIRA.)


Es muy diestro, 265
y en las redes que le tienden
temo que no ha de caer.

DOÑA ELVIRA (A JUANA.)


Sí, que la que bien se quiere
en los lazos que nos pone
con facilidad nos prende, 270
y más cuando el amor propio
a lisonjearnos viene.
Haz que baje sin tardanza,
(A DON PABLO y DOÑA PEPITA.)
y váyanse al punto ustedes.

Escena IV

DOÑA ELVIRA y DON SIMPLICIO.

DOÑA ELVIRATú debajo de esta mesa 275


ven al instante a meterte.

DON SIMPLICIO ¿Yo?

DOÑA ELVIRATú; y lo que más importa


para el caso es esconderse
bien.

DON SIMPLICIO¡Debajo de la mesa!

DOÑA ELVIRA¡Ay Dios mío! No te inquietes 280


en averiguar por qué;
éntrate, que así conviene,
y no has de meter ruïdo,
para que no se sospeche
don Fidel que estás ahí. 285

DON SIMPLICIOConfesemos que no puede


darse más condescendencia;
pero porque todos queden
por embusteros, me allano
a hacer cuanto me dijeres. 290

DOÑA ELVIRANo nos lo echarás en cara.


(A DON SIMPLICIO, que está debajo de la mesa.)
Mira: para convencerte
voy a tratar de un asunto
que en boca de las mujeres
propias es muy peliagudo; 295
así, antes que él venga, advierte
que, si le digo requiebros,
es para que manifieste
su maldad en tu presencia,
para que su disfraz deje, 300
y descubra la torpeza
de su corazón, albergue
de impostura y de lascivia;
para que veas patente
su villana hipocresía. 305
Tú podrás, cuando estuvieres
convencido de su infamia,
hacer que este juego cese,
saliendo de tu escondite;
a ti toca protegerme, 310
y estorbar que llegue el lance
a más que aquello que fuere
necesario, para que
ninguna duda te quede.
En fin, como en este asunto 315
son tuyos los intereses
que median, puedes hacer
lo que a cuento te viniere...
Pero don Fidel se acerca;
chito, y trata de esconderte. 320

Escena V
DON FIDEL, DOÑA ELVIRA, y DON SIMPLICIO debajo de la mesa.

DON FIDELJuana me ha dicho, señora,


que a solas quiere usted verme.

DOÑA ELVIRAY es para cosas secretas:


mire usted, por si sucede
lo que antes, si escucha alguno, 325
y tras sí la puerta cierre.

(DON FIDEL va a cerrar la puerta y vuelve.)

No quiero que se repita


la escena; que me estremece
la memoria del peligro
que usted corrió, sin que fuesen 330
mis ruegos con Alejandro
parte para que no diese
cuenta a su padre de todo;
y fue mi susto tan fuerte
que ni desmentirle supe. 335
Por fin el Cielo clemente
lo ha dispuesto mejor todo.
La estimación en que tiene
a usted mi esposo disipa
la nube, y sin que sospeche 340
nada, me manda que viva
y que esté con usted siempre;
porque pretende arrostrar
cuanto dijere la gente;
de suerte que sin que nadie 345
nos lo note, ni nos cele,
puedo encerrarme yo sola
aquí con usted, y hacerle
sabedor de los secretos
de un pecho, que acaso cede 350
a sus amorosas ansias
después de un plazo muy breve.

DON FIDELNo comprendo ese lenguaje,


señora, y muy mal se aviene
con lo que dijo usted antes. 355

DOÑA ELVIRA Mal conoce a las mujeres


usted, cuando así le arredran
sus afectados desdenes.
¿Una defensa tan flaca
no sabe usted lo que quiere 360
decir? El pudor combate
con nuestros afectos siempre
en los primeros instantes,
y aunque el amor triunfe y reine
en el pecho, la vergüenza 365
se opone a que se confiese
el vencimiento, y la boca
habla contra lo que siente
el corazón; la voz niega,
mas lo que niega concede. 370
Una confesión tan clara
a usted podrá parecerle
prueba de mi liviandad;
pero el extraño accidente
de esta tarde me disculpe; 375
y diga usted, ¿si no fuese
por el amor que le tengo,
hubiera tan blandamente
escuchado sus requiebros?
Si no quise que dijese 380
nada Alejandro a su padre,
¿qué más prueba darse puede
de que me agrada su amor?
Y el haber hecho tan fuertes
instancias para que usted 385
el casamiento deseche
que le propone mi esposo,
¿no es un indicio evidente
de que no quiero que nadie
en ese corazón reine; 390
de que una rival me enoja?

DON FIDELCierto, es dulzura celeste


oír de una boca amada
tanta gloria prometerse;
miel destila de esos labios, 395
y toda mi ánima siente
tanta bienaventuranza,
que a toda expresión excede.
Pero es, señora, tan grande
la ventura de mi suerte, 400
que a creerla no me atrevo;
¿y quién sabe si no es éste
un artificio fraguado
a fin de que yo deseche
la boda que me proponen? 405
Hablando, en fin, claramente,
para que yo a persuadirme
del afecto de usted llegue,
es preciso que algún trago
de celestiales placeres 410
me dé usted, y en mi alma plante
su favor la rama verde
de fe constante y sincera.

DOÑA ELVIRA (Después de toser para avisar a su marido.)

¿Tanto quiere usted tan breve?


¿Todo el amor de mi pecho 415
tan presto apurar pretende?
Le confieso que le aprecio,
¿y para satisfacerle
no le basta, que al instante
el último favor quiere? 420

DON FIDELSiempre es corta la esperanza


de aquel que nada merece,
ni son de fiar palabras
que tanta dicha prometen.
No creeré mi ventura, 425
señora, hasta que me diere
prendas usted de cariño;
mientras las obras no hubieren
confirmado las palabras,
dudaré de su amor siempre. 430

DOÑA ELVIRASeñor don Fidel, el suyo


impone tan duras leyes,
que me asusta usted de veras.
¡Que ansíe con tan vehemente
ardor por ver sus deseos 435
satisfechos, sin que deje
un breve espacio de tregua,
en que el corazón aliente!
¿Es justo tanto rigor?
¡Exigir lo que pretende 440
sin dar una hora de plazo,
y abusar impunemente
de las flaquezas ajenas,
y del amor que le tienen!

DON FIDEL ¿Mas si con benignidad 445


ve usted mi amor, a qué viene
negarme prendas seguras
del suyo?

DOÑA ELVIRA¿Y si consintiese,


no se ofendería el Cielo
de que tanto habla usted siempre? 450

DON FIDELVaya; si no es más que el Cielo


por lo que usted se detiene,
chico estorbo es a fe mía,
y ni mentarse merece.

DOÑA ELVIRAPues luego, ¿a qué hablan del Cielo 455


y tanto miedo nos meten?

DON FIDELTan ridículos temores


yo los disiparé en breve,
señora, porque sé el arte
de hacer que nunca atormenten 460
los escrúpulos; el Cielo
nos veda ciertos placeres,
es verdad; pero es muy fácil
con el Cielo componerse.
Hay cierta ciencia que enseña 465
a ensanchar nuestros deberes,
o estrecharlos; es conforme
lo uno o lo otro nos conviene.
Cuando las obras son malas,
a la rectitud se atiende 470
de la intención, porque Dios
nunca desea la muerte
del pecador, y con poco
se contenta. Muy en breve
sabrá usted esta doctrina. 475
Déjeme que yo la lleve
por la mano al paraíso,
y no se asuste por leves
parvidades de materia.
Todo el pecado que hubiere 480
en esto caiga en mis hombros,
y no hay miedo que me pese...

(DOÑA ELVIRA tose con más fuerza.)

Mucho tose usted, señora.


DOÑA ELVIRASí; todo el pecho me duele.

DON FIDEL¿Gusta usted de mi alfeñique? 485

DOÑA ELVIRAEs tos tan rancia y tan fuerte,


que no he de hallar alfeñiques,
a mi ver, que la remedien.

DON FIDELEs triste cosa.

DOÑA ELVIRAFatal.

DON FIDEL En fin, para que no quede 490


escrúpulo, sepa usted
que del escándalo pende
el pecado; ya lo dije
otra vez, y considere
que con acciones ocultas 495
jamás el Cielo se ofende.
Quien disimula no peca.

DOÑA ELVIRA (Después de toser y dar golpes sobre la


mesa.)
Habré al fin de resolverme
a ceder a usted, pues veo
que si a todo cuanto quiere 500
no me allano, no hay pensar
que quieran aquí creerme.
Sin duda que es cosa triste
que hasta tanto extremo llegue,
pero si doy este paso, 505
es porque no se convencen
sin él de lo que yo digo;
porque exigen ciertas gentes
desengaños tan palpables,
y pruebas de tal especie 510
que... En fin, si alguno se agravia
con esta acción, no se queje
de mí; la culpa no es mía;
protesto estar inocente,
y que cedo a la violencia. 515
DON FIDELSeñora, nada recele
usted; sobre mi cabeza...

DOÑA ELVIRASalga usted por si estuviese


Simplicio en el corredor,
y vuelva si no le viere. 520

DON FIDELEsa es precaución inútil;


que es hombre con quien se puede
jugar como con un niño,
y le tengo de tal suerte
que, aun viéndolo, nunca crea 525
cosa que a mí no me pete.

DOÑA ELVIRANo importa; salga usted fuera,


y escudriñe atentamente
todas las piezas vecinas,
por lo que suceder puede. 530

Escena VI

DON SIMPLICIO y DOÑA ELVIRA.

DON SIMPLICIO (Saliendo de debajo de la mesa.)


¡Jesús, qué hombre tan infame!
Vaya, vaya; es una peste
infernal, no vuelvo en mí.

DOÑA ELVIRASimplicio, ¡qué vivo que eres!


¿A qué sales todavía? 535
Extraño que te aceleres
tanto; vuelve a tu escondite,
y aguarda hasta el fin; ¿no temes
hacer un juïcio malo?
Saldrás de dudas muy breve. 540

DON SIMPLICIOPongo a que hombre más perverso


ni en el Infierno se encuentre.
DOÑA ELVIRA¡Dios mío! Las apariencias
te engañan. ¿Quién sabe? A veces
resultan falsas aquellas 545
que más ciertas nos parecen.
Para no errar te aconsejo
que sin decir nada esperes
hasta el remate de todo.
(DOÑA ELVIRA pone a DON SIMPLICIO detrás de ella.)

Escena VII

DON SIMPLICIO, DOÑA ELVIRA y DON FIDEL.

DON FIDEL (Sin ver a DON SIMPLICIO.)


La fortuna favorece 550
mis gustos; de mirar vengo
esos cuartos, y no hay gente.
Mi tierno amor...

(Al tiempo que DON FIDEL viene con los brazos abiertos para abrazar
a DOÑA ELVIRA, ésta se retira, y ve DON FIDEL a DON SIMPLICIO.)

DON SIMPLICIO (Deteniendo a DON FIDEL.)


Cepos quedos.
Procure usted contenerse.
¡Cáspita, qué amor tan fino! 555
¿Conque el siervo de Dios quiere
ponerme lo que usted sabe?
¡Un santo que así se deje
llevar de la tentación!
¡Se casa con mi hija, y quiere 560
gozar también mi mujer!
Yo creí que en burlas fuese.
He aguantado largo rato,
pensando que era juguete,
y que iba a mudar de estilo. 565
Ya tengo lo suficiente,
sin que usted pase adelante.
DOÑA ELVIRA (A DON FIDEL.)
Astucia mi acción parece,
mas no estuvo en mí evitarla.

DON FIDEL (A DON SIMPLICIO.)


¿Piensa usted?...

DON SIMPLICIOEn lo que piense. 570


Mutis de casa al momento,
sin más dimes ni diretes.

DON FIDEL Mi intento...

DON SIMPLICIO Es gastar parola,


y lo que aquí se requiere
es irse pronto a la calle. 575

DON FIDELUsted es quien luego debe


irse; usted que hace de dueño;
la casa me pertenece
a mí solo; yo lo haré
constar cuando el tiempo llegue. 580
Vano es que con viles artes
ultrajarme aquí se piense;
yo haré ver que tengo medios
para castigar aleves,
y confundir impostores, 585
vengando al Cielo, que ofenden,
y haciendo que se arrepientan
cuantos agraviarme intenten.

Escena VIII

DOÑA ELVIRA y DON SIMPLICIO.

DOÑA ELVIRA¿Qué es lo que quiere decir?


¿Qué modo de hablar es éste? 590

DON SIMPLICIOA fe que yo no me río,


y que temo un accidente.

DOÑA ELVIRA¿Cuál?

DON SIMPLICIO He hecho un gran disparate;


no sé qué remedio tiene.
Esta donación me inquieta. 595

DOÑA ELVIRA¿Qué donación?

DON SIMPLICIODe mis bienes,


y es negocio concluido.

DOÑA ELVIRA¿Qué?

DON SIMPLICIO Ya lo sabrás. Lo urgente


es ver si no se ha llevado
una arquita con papeles. 600

Acto V

Escena I

DON SIMPLICIO y DON PABLO.

DON PABLO¿Adónde vas tan de priesa?


DON SIMPLICIO¿Qué sé yo?

DON PABLOLa primer cosa


es pensar lo que has de hacer
para salir de zozobras.

DON SIMPLICIOLo que a mi me hace perder 5


el juïcio y me incomoda,
más que otra cosa es la arquita.

DON PABLO¿Pues tanto esa arquita importa?

DON SIMPLICIO El amigo perseguido


que mi corazón aun llora 10
al irse me la encargó,
y su caudal, vida y honra
dijo que de estos papeles
dependían.

DON PABLO¿Pues qué loca


idea te hizo ponerla 15
en manos de otra persona?

DON SIMPLICIOEscrúpulo de conciencia.


Contele toda la historia
a ese bribonazo, y él
con su mónita devota 20
me persuadió se la diera,
diciendo ser fácil cosa
que el juez hiciera pesquisas;
si echaba requisitorias,
yo, sin cargar mi conciencia, 25
y con doblez oficiosa,
decía que no tenía
ni papeles, ni las otras
cosas que me preguntaran,
y que así juraba contra 30
la verdad, y sin pecar.

DON PABLOHermano, veo que toman


tus asuntos mal semblante;
la donación, esa historia,
el haberte fiado de él... 35
Confieso que me acongoja
cuanto me dices, y entonces
ha sido una acción muy loca
insultarle, como has hecho;
que tiene prendas de sobra 40
para darte que sentir.

DON SIMPLICIO¡Qué; con facha tan devota


esconder tanta doblez,
tanta maldad horrorosa;
conmigo que le di asilo 45
cuando pedía limosna!
Si otro santurrón me engaña,
mándole que ha de ser obra
de romanos; como al diablo
la cruz haré a las personas 50
que me hablen de devoción.

DON PABLOSimplicio; eso es dar en otra


exageración peor.
Mas tú nunca te reportas;
y por huir de un error 55
das en el opuesto ahora.
Un pícaro te engañaba
con capa de religiosa
piedad, y por eso piensas
ya que las almas devotas, 60
que sirven a Dios con celo,
son como ese infame todas.
Si así lo crees, hermano,
torpemente te equivocas.
Deja, deja a los impíos 65
que consecuencias tan tontas
saquen, y que hagan rechifla
de la piedad, porque es moda.
Tú ama la virtud, respeta
a las personas piadosas; 70
mas no creas en palabras,
atento sólo a las obras;
aborrece la villana
hipocresía, mas honra
la virtud pura y sincera, 75
y la religión adora;
y advierte que vale más,
hermano, pecar por sobra
que por falta de respeto
en cosas de tanta monta. 80
Escena II

DON SIMPLICIO, DON PABLO y DON ALEJANDRO.

DON ALEJANDRO¿Padre, es cierto que un bribón


sin vergüenza le provoca
a usted, sin guardar de tantos
beneficios la memoria,
y que tiene la insolencia 85
de amenazarnos ahora
que ha de echarnos de esta casa?

DON SIMPLICIOAsí es, hijo: mi congoja


es crüel en este lance.

DON ALEJANDROEse pleito a mí me toca. 90


Ambas orejas le corto,
y salimos de zozobra
en un instante; bien puede
decir que llegó su hora.

DON PABLOBueno; eso se llama hablar 95


con la ligereza propia
de un muchacho atolondrado;
modera esa furia loca;
que vivimos bajo un justo
gobierno, y el que se porta 100
con violencia halla castigo,
sin que el favor le socorra.

Escena III
DOÑA TECLA, DON SIMPLICIO, DOÑA ELVIRA, DON PABLO, DOÑA
PEPITA, DON
ALEJANDRO y JUANA.

DOÑA TECLA¿Qué es esto hijo? Aquí me cuentan


un montón de horribles cosas.

DON SIMPLICIOGrandes novedades, madre, 105


que acabo de ver ahora
yo mismo. Ve usted qué fruto
he sacado de mi boba
bondad: un pobre mendigo,
que de beneficios colma 110
mi necedad, que le trato
cual pudiera a la persona
más allegada, le doy
mi caudal, y a mi hija propia,
y al mismo tiempo el villano 115
a mi mujer enamora,
y procura deshonrarme;
esto no basta; se arroja
hasta amenazarme ingrato
con dádivas que mi tonta 120
confianza le tiene hechas;
afana por ver si logra
despojarme de mis bienes,
y ponerme en la horrorosa
miseria, de que yo necio 125
le he sacado; esta es mi historia.

JUANA¡Pobrecito!

DOÑA TECLAHijo, no creo


que hiciera acción tan odiosa.

DON SIMPLICIO¿Cómo?

DOÑA TECLALos buenos son siempre


envidiados.

DON SIMPLICIOEsta es otra; 130


¿qué quiere usted decir, madre?
DOÑA TECLAQue es tu casa una Liorna,
y que todos le aborrecen.

DON SIMPLICIO¿Y para el caso qué importa?

DOÑA TECLACuando eras niño, te dije 135


que las gentes virtuosas
eran las más perseguidas;
que la envidia es la ponzoña
que nunca muere en el mundo,
porque se van las personas 140
envidiosas, y ella queda.

DON SIMPLICIOY lo que yo digo ahora


¿qué tiene que ver con eso?

DOÑA TECLATe habrán contado una historia


sin pies, ni cabeza.

DON SIMPLICIOCalle. 145


¿Pues no he dicho ya, señora,
que lo he visto yo, yo mismo?

DOÑA TECLAHay lenguas murmuradoras.

DON SIMPLICIOEsto es para condenarse.


Una vez, ciento y mil otras 150
repito que yo lo he visto.

DOÑA TECLADe las lenguas ponzoñosas


ninguno puede librarse.

DON SIMPLICIOUsted, madre, me provoca


con las réplicas que tiene 155
y sus reflexiones tontas.
Si he dicho ya que lo he visto;
visto, ¿lo oye usted ahora?
Visto con mis propios ojos.
Pues no está mala la sorna. 160
¿Quiere usted oírlo más?
DOÑA TECLA¡Dios mío! Son engañosas
las apariencias; mil veces
el más lince se equivoca.
No siempre es bueno juzgar 165
uno por su vista propia.

DON SIMPLICIO¡Por vida de...!

DOÑA TECLASospechamos
siempre lo peor; las obras
santas se interpretan mal.

DON SIMPLICIO¿Qué interpretar, ni qué alforjas, 170


si abrazaba a mi mujer?

DOÑA TECLAAntes que de una persona


se hable mal, es necesario
saber de fijo las cosas.

DON SIMPLICIO¿Qué más fijo quiere usted? 175


El diablo no diría otra.
¿Conque había de aguardar
hasta que...? Usted está tonta.

DOÑA TECLAEn fin, es alma muy cándida,


muy devota y religiosa, 180
y las cosas que le achacan
saldrá que son falsas todas.

DON SIMPLICIOEs mucho disparatar;


no sé si fuera usted otra
que mi madre lo que haría. 185

JUANA (A DON SIMPLICIO.)


Así va, señor, la bola;
usted no quiso creer,
y no le creen ahora.

DON PABLOGastamos en frioleras,


que maldita cosa importan, 190
tiempo, y mientras sus medidas
sin duda el pícaro toma.

DON ALEJANDRO¿Piensa usted que llegue a tanto


su descaro?

DOÑA ELVIRATengo poca


inteligencia en asuntos, 195
mas pienso que tan odiosa
demanda no ose entablarla.

DON PABLO (A DON SIMPLICIO.)


No te fíes; hay personas
que protegen a los malos;
este lance de su boca 200
oído, parecerá
una acción que le es honrosa,
y con menos fundamento
he visto yo que se atollan
otros, sin poder salir 205
a salvo. ¿Quién le provoca
con las armas que él tenía?

DON SIMPLICIOCierto, pero al ver su odiosa


soberbia y su hipocresía,
confieso que perdí toda 210
la razón y la paciencia.

DOÑA ELVIRASi, cuando pasó la historia,


hubiera sabido yo
lo que había, ¿quién ignora
que hubiera excusado el lance 215
que tanto nos desazona,
y mis...?

DON SIMPLICIO (A JUANA, viendo entrar a DON CELEDONIO.)

¿Qué me quiere ese hombre?


Sabe a qué fin se le antoja
verme, y dile que se vaya,
que su visita incomoda. 220
Escena IV

DON SIMPLICIO, DOÑA TECLA, DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON


PABLO, DON
ALEJANDRO, JUANA y DON CELEDONIO.

DON CELEDONIO (A JUANA, en el fondo del teatro.)


Dios le dé salud, hermana,
y después allá la gloria.
Quisiera hablar dos palabras
al amo, si nadie estorba.

JUANAEstá con gente, y no puede 225


hablar con nadie.

DON CELEDONIONo importa,


que yo no seré importuno;
es asunto de muy pocas
razones, y gustará
de saberle de mi boca. 230

JUANA¿Su nombre de usted?

DON CELEDONIOMi nombre


es lo que menos importa.
Dígale usted que me envía
don Fidel, y para cosas
de su bien.

JUANA (A DON SIMPLICIO.)


Dice que viene 235
para negocios de monta
de parte de don Fidel,
y que será muy gustosa
su comisión.

DON PABLO (A DON SIMPLICIO.)


Pues oigamos
lo que ese hombre nos proponga. 240
DON SIMPLICIO (A DON PABLO.)
¿Si me habla de componerse,
qué quieres que le responda?

DON PABLOSerá forzoso escucharle


en tu situación penosa.

DON CELEDONIO (A DON SIMPLICIO.)


El Señor nos dé su gracia 245
y confunda a quien se oponga
a su bien de usted; que así
esta ánima pecadora
lo pide en sus oraciones.

DON SIMPLICIO (En voz baja a DON PABLO.)


Este exordio se acomoda 250
muy bien con lo que yo pienso.

DON CELEDONIOHe recibido mil honras


de esta casa, y señor padre
siempre como cosa propia
me miraba.

DON SIMPLICIOSiento mucho 255


no conocer la persona
de usted; dígame su nombre.

DON CELEDONIODon Celedonio de Porras,


natural de Mondoñedo,
y por más que se carcoma 260
la envidia, soy escribano
con mis títulos en forma.
Cuarenta años ha que ejerzo
esta profesión gloriosa.
Y vengo con su licencia, 265
y sin consentir demora,
a notificar un auto.

DON SIMPLICIO¿Qué; usted viene...?


DON CELEDONIOEs cosa corta,
que está dicha en dos palabras;
providencia ejecutoria 270
de proceder al despojo
de casa, y que ni personas
ni muebles en ella queden,
sin permitir moratoria.

DON SIMPLICIO¡Yo salir de aquí!

DON CELEDONIO¿Usted sabe, 275


señor, que es la casa ahora
del buen señor don Fidel,
que por un contrato en forma,
otorgado ante escribano,
y que tengo aquí en mi bolsa, 280
dueño es del caudal de usted,
sin que ninguno le tosa?

DON ALEJANDRO (A DON CELEDONIO.)


Es mucha la desvergüenza.

DON CELEDONIO (A DON ALEJANDRO.)


A mí no me comisionan
para tratar con usted, 285
caballerito; a quien toca
(Señalando a DON SIMPLICIO.)
Responder es al señor,
que es un sujeto de forma,
y respeta a la justicia.

DON SIMPLICIOYo...

DON CELEDONIOSí señor, y me consta 290


que no haría resistencia
por un millón; que es persona
prudente y muy timorata
el señor, y no le enoja
que yo cumpla con mi oficio. 295

DON ALEJANDRO¿A que se gana una soba


de palos bien asentados
su mónita socarrona?
DON CELEDONIO (A DON SIMPLICIO.)
Haga usted que salga o calle
su hijo; que fuera penosa 300
precisión certificar
palabras tan injuriosas.

JUANA (Aparte.)
¿A este hombre don Celedonio,
o don Demonio le nombran?

DON CELEDONIOTengo, señor, tierno afecto 305


a las almas religiosas
y buenas, y en prueba de ello,
y del celo que me abona,
practico estas diligencias,
porque algún otro no escojan 310
que procediese con menos
suavidad; que hay personas
de muy poco miramiento.

DON SIMPLICIOPues es acción cariñosa


el echarme de mi casa. 315

DON CELEDONIOPero permito demora,


y el cumplimiento del auto
no pienso poner por obra
hasta mañana temprano,
si Dios quiere; yo las cosas 320
no las llevo por el filo.
Porque todo vaya en forma,
usted antes de acostarse
hará que me entreguen todas
las llaves; yo mandaré 325
a diez hombres de mucha honra
que pasen aquí la noche;
mientras que ustedes reposan
velan ellos, y así nadie
nada de la casa toma. 330
Mañana al amanecer
saca usted todas sus cosas,
y se las lleva, y se va
adonde más le acomoda.
Mis mozos ayudarán; 335
son todos gente mañosa
y robusta; a fe que nada
se desgracie ni se rompa.
Soy hombre muy servicial
y bondoso, sin lisonja. 340
Señor don Simplicio: yo
aguardo de usted la propia
bondad, y que su familia
a mi oficio no se oponga.

DON SIMPLICIO (Aparte.)


¡De lo poco que me queda 345
de mejor gana cien onzas
diera yo por asentar
en su cara socarrona
el bofetón más bien dado!

DON PABLO (A DON SIMPLICIO.)


Vamos, hermano, una poca 350
de paciencia.

DON ALEJANDRONo sé cómo


me contengo, que la boca
no le he bañado ya en sangre.

JUANAPregunto: ¿en esa corcoba,


qué sentaría mejor, 355
o garrote, o cachiporra?

DON CELEDONIOHija, modere esa lengua,


y sepa, por si lo ignora,
que también para mujeres
hay castigo, si provocan. 360

DON PABLO (A DON CELEDONIO.)


Traiga usted ese papel,
y déjenos.

DON CELEDONIOEn buen hora;


hasta luego; Dios les dé
a ustedes su santa gloria.

DON SIMPLICIOY Satanás el infierno 365


a ti, y quien te comisiona.

Escena V

DON SIMPLICIO, DOÑA TECLA, DOÑA ELVIRA, DON PABLO, DOÑA


PEPITA, DON
ALEJANDRO y JUANA.

DON SIMPLICIO¿Qué tal, madre, miento yo?


Por el auto que me emboca
saque usted si tiene el alma
bien infame y bien traidora 370
el gazmoño hipocritón.

DOÑA TECLA¡Jesús! Me he quedado tonta;


como la que ve visiones.

JUANA (A DON SIMPLICIO.)


No señor, todas sus obras
se encaminan al provecho 375
del prójimo y mayor honra
de Dios; los bienes terrenos
son cosas muy transitorias,
y suelen dañar al alma;
por eso su fervorosa 380
caridad a usted le quita
ese peso que le estorba
para el camino del cielo.

DON SIMPLICIOSiempre has de ser habladora;


calla y déjanos en paz. 385

DON PABLO (A DON SIMPLICIO.)


Tomemos medidas prontas
para salir de este apuro.

DOÑA ELVIRAHaz al público notoria


su ingratitud y osadía;
con su conducta alevosa 390
las cláusulas del contrato
ese perverso las borra;
que no es posible que triunfe
iniquidad tan odiosa.

Escena VI

DON CARLOS, DON SIMPLICIO, DOÑA TECLA, DOÑA ELVIRA, DON


PABLO, DOÑA
PEPITA, DON ALEJANDRO y JUANA.

DON CARLOS Señor don Simplicio, siento 395


darle un pesar, pero importa
mucho que usted ponga en cobro
al momento su persona;
un amigo íntimo mío,
que acaso en ello viola 400
el secreto que es debido
en cosas de Estado, ahora
me avisa que está mandado
prender a usted, y que sola
la fuga puede librarle. 405
Una hora ha la venenosa
serpiente, que abrigó usted
de traición y de alevosas
correspondencias le acusa;
la delación corrobora 410
presentando al Soberano
una arquita que usted, contra
las leyes de fiel vasallo,
guardaba, donde están todas
las piezas de un fugitivo 415
reo de Estado; no informa
de más mi amigo; mas sé
que hay orden para la pronta
prisión de usted, y el villano
acompañará en persona 420
a el que ha de arrestar a usted.

DON PABLOAsí el hipócrita colma


su maldad, y sus derechos
con esta acción corrobora,
fingiendo que eres traidor. 425

DON SIMPLICIOVaya; el hombre, sin lisonja,


es un maldito animal.

DON CARLOS Vamos; que cualquier demora


puede ser a usted funesta.
Ahí tiene usted esa bolsa 430
con mil doblones; mi coche
nos aguarda hace media hora.
No perdamos un instante,
que estos golpes, si se estorban,
es poniendo tierra en medio. 435
Mi amistad no le abandona
a usted hasta estar en parte
segura.

DON SIMPLICIO¡Cuánto a la heroica


amis tad de usted le debo!
Ruego al Cielo que me ponga 440
en estado de pagar
una acción tan generosa.
Y tú, Pablo, ten cuidado.

DON PABLONo te detengas; con todas


tus cosas tendré yo cuenta, 445
como con las mías propias.

Escena VII

DON FIDEL, UN ALCALDE DE CORTE, DOÑA TECLA, DOÑA ELVIRA,


DON
SIMPLICIO, DON PABLO, DOÑA PEPITA, DON CARLOS, DON
ALEJANDRO y
JUANA.

DON FIDEL (Deteniendo a DON SIMPLICIO.)


Despacio, señor, despacio;
no es menester que usted corra
tanto para encontrar casa;
el Soberano le aloja 450
en la cárcel.

DON SIMPLICIO¡Ah villano!


¡Con qué bella acción coronas
tus infamias! ¡Digna paga
de quien a pícaros honra!

DON FIDEL Con todas esas infamias 455


no piense usted que me enoja;
que se las ofrezco a Dios.

DON PABLOEdifica tan devota


moderación.

DON ALEJANDRO¡El perverso


cómo del Cielo se mofa! 460

DON FIDELEn vano por irritarme


me denuestan y baldonan;
quien cumple con sus deberes
vanos clamores arrostra.

DOÑA PEPITAPor cierto la comisión 465


con que usted viene es honrosa.
¡Soplón!

DON FIDELEn servir al Rey


no puede caber deshonra.

DON SIMPLICIO¿Te acuerdas, bribón mendigo,


que te daba de limosna 470
de comer pan a mi mesa?

DON FIDELNo me olvido de las honras


que puedo deber a usted;
pero media la persona
sagrada del Soberano, 475
que toda gratitud borra
en mi pecho, que leal
sacrificara a su gloria
amigos, parientes, hijos.

DOÑA ELVIRA¡Infame!

JUANA¡Cómo blasona 480


de virtud el muy soez!

DON PABLO Pues si es tan buen patriota


usted, como aquí se jacta,
¿por qué aguardaba hasta ahora
a delatar a mi hermano, 485
cuando ha visto que a su esposa
requiebra usted, y de casa,
porque así lo exige la honra,
le despide? Y si es culpado,
¿para qué admite con pronta 490
voluntad la donación
que con mano generosa
de todo su caudal le hace?
Cosas tan contradictorias
yo no acierto a concertarlas. 495

DON FIDEL (Al ALCALDE de Corte.)


Bulla tan escandalosa
durará, señor Alcalde,
hasta cumplir con lo que obra
el expediente, y así
haga usted justicia pronta. 500

EL ALCALDESerá usted servido al punto,


y pues la justicia invoca,
la ejecutaré al instante.
Sin réplica ni demora
dese usted al Rey.

DON FIDEL¡Yo preso! 505

EL ALCALDEUsted.

DON FIDEL¿Por qué?


EL ALCALDEEso no toca
a usted preguntar; mas quiero
que estos señores conozcan
la historia de un impostor.
(A DON SIMPLICIO.)
Aliente usted: no está ahora 510
en el tiempo en que reinaba
la hipocresía engañosa;
un Soberano ilustrado
disipa sus cautelosas
nieblas, por mucho que artera 515
en sus vapores se esconda.
De la religión amante,
sabe discernir las sombras
de la luz; y, el falso celo,
que con color se arrebola 520
de piedad y devoción,
toda su saña provoca.
De este hipócrita villano
las virtudes impostoras
mal podían engañarle, 525
que muy más artificiosas
mentiras penetrar sabe;
de una mirada vio todas
las maldades de este infame,
en su corazón las hondas 530
raíces que echó el delito;
y cuando con engañosa
astucia a su bienhechor
acusa, la vengadora
justicia del Cielo quiere 535
que el príncipe en él conozca
a un célebre delincuente,
cuyos hechos epilogan
tanta negra iniquidad
que llenara mil historias. 540
Para evitar su castigo
el fingido nombre toma
de don Fidel, ocultando
el suyo, que tanto asombra.
Indignado el Soberano 545
de su conducta alevosa,
que así con su ingratitud
sus graves delitos colma,
quiso ver dónde llegaba
de su desvergüenza loca 550
el exceso, y me encargó
que le trajese, con sola
la intención que reparase
los males que ustedes lloran.
La autoridad soberana 555
del Monarca le despoja
de la donación que usted
(A DON SIMPLICIO.)
le hizo de su hacienda toda,
le restituye sus bienes,
y su clemencia perdona 560
la ofensa de haber guardado
con reserva misteriosa
la fe a su amigo proscrito;
así el príncipe corona
el celo que por su causa 565
muestra usted en las discordias
civiles que nos agitan;
que siempre su protectora
diestra ampara a quien le sirve,
y si en su alma grande poca 570
impresión hace el agravio,
el servicio no se borra.

JUANA¡Gracias al Cielo!

DOÑA TECLAYa aliento.

DOÑA ELVIRA¡Qué suerte tan venturosa!

DOÑA PEPITA¿Quién lo dijera?

DON SIMPLICIO (A DON FIDEL, que el ALCALDE se lleva


consigo.)
Anda, infame. 575

Escena VIII

DOÑA TECLA, DON SIMPLICIO, DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON


PABLO, DON
CARLOS, DON ALEJANDRO y JUANA.

DON PABLOMira, hermano, que deshonras


el triunfo con insultar
a ese hombre; harto dolorosa
es su suerte; antes al Cielo
su perdón por él implora; 580
que arrepentido sus culpas
llore, porque pïadosa
la bondad del Soberano
temple su castigo. Ahora
ve a dar las gracias de tantos 585
favores de que te colma
el Monarca, y a sus plantas
reconocido te postra.

DON SIMPLICIODices bien: vamos al punto


de su bondad generosa 590
a tributarle rendidas
gracias, y luego las bodas
de Pepita dispondremos
con Carlos, que su amorosa
constancia de ser premiada 595
mucho ha que es merecedora.

FIN

La escuela de las mujeres


Comedia en cinco actos en verso de Molière

Traducida por D. José Marchena.


De orden superior.
Madrid, en la Imprenta Real.
Año de 1812.

Al rey nuestro señor

Señor:
Testimonio indeleble de la protección que dispensa V. M. a las letras
humanas será esta traducción de Molière dada a luz a expensas de la
Imprenta Real por orden de V. M. En un tiempo en que las calamidades
públicas tanto han disminuido los recursos del Real Erario, la próvida
mano de V. M. halla todavía medios de amparar a los amantes de las Musas;
y en el reinado de V. M., en medio de los disturbios de una guerra
intestina, han resonado por la vez primera en el teatro de la Corte los
acentos del Príncipe de los antiguos y modernos cómicos, vueltos en idioma
castellano, no con aquella impropiedad y desaliño que en otras versiones
anteriores los habían afeado. Feliz yo si consigo no desmerecer, en las
comedias de este grande ingenio que me quedan por traducir, el concepto
que han debido a V. M. las que ya se han representado, y por el cual se ha
dignado permitirme que saliesen bajo su soberano auspicio.
Señor:
A los R. P. de V. M.
Josef Marchena.

Prólogo

Sale a luz la Escuela de las Mujeres de Molière, representada en el teatro


de la Corte, y traducida por la misma pluma que puso en castellano el
Hipócrita. Sucesivamente se irán publicando las otras comedias de Molière;
y si el traductor da felice cima a tan ardua empresa, sacará el público
español la imponderable utilidad de poseer en el idioma patrio el más
perfecto dechado de la buena comedia; y los extranjeros que quieran
aprender nuestra lengua el de hallar un libro que, con las comedias de
Moratín y otros pocos más de los coetáneos, les enseñe la habla castellana
sin resabios de idiotismos o afrancesados o tudescos, y en todo caso
bárbaros, que ésta desconoce.
Se irán publicando las comedias de Molière cada una de por sí, y a medida
que se fueren representando. Como apéndice de esta versión saldrán,
adjuntas a algunas de ellas, disertaciones acerca de nuestro teatro, en
que, sin disimular los gravísimos yerros en que incurrieron nuestros
antiguos poetas, haremos notar las hermosuras que a vueltas de ellos en
sus producciones se encuentran. Trataremos en otras de la comedia
francesa, del teatro cómico en general, etc.; de modo que la colección de
estos discursos pueda ser reputada por una Poética de la Comedia.
PERSONAJES

DON LIBORIO, o el Vizconde del Atochal.


DOÑA ISABELITA, hija de DON ENRIQUE.
DON LEANDRO, amante de DOÑA ISABELITA, hijo de DON PABLO.
DON ANTONIO, amigo de DON LIBORIO.
DON ENRIQUE, cuñado de DON ANTONIO y padre de DOÑA ISABELITA.
DON PABLO, padre de DON LEANDRO y amigo de DON LIBORIO.
COSME, villano, criado de DON LIBORIO.
BLASA, villana, criada de DON LIBORIO.
UN ESCRIBANO.

La escena en Madrid plazuela de las Comendadoras de Santiago.

Acto I

Escena I

DON ANTONIO, DON LIBORIO.

DON ANTONIO¿Dice usted que va a casarse?

DON LIBORIO Y sin pasar de mañana.

DON ANTONIOAmigo, aquí estamos solos,


y nadie oye lo que se habla.
¿Quiere usted que diga claro 5
lo que pienso? Aventurada
resolución me parece
la de usted, y aun temeraria.
Mucho temo que estas bodas
le han de salir a la cara. 10

DON LIBORIONo extraño yo esos temores.


Usted, sin salir de casa,
acaso encuentra motivos
justos de miedo, y le espanta
mi suerte ya de antemano. 15
Yo la frente levantada
andaré siempre, y no hay miedo
que me la agobie la carga.

DON ANTONIOEsos, compadre, son golpes


de la fortuna voltaria, 20
que no pueden remediarse,
y son precauciones vanas
y necias cuantas se toman
contra ellos. Aquí la causa
de que me asusten sus bodas 25
es tanta pesada chanza
con que usted a mil maridos
los zahiere en todas cuantas
ocasiones se presentan,
pregonando cuanto indaga 30
sobre ocultos galanteos.

DON LIBORIO¿Quién, sin ser Job, aguantara


la paciencia y sufrimiento
de tanto marido que anda
por Madrid? En esta tierra 35
son de condición tan mansa
los hombres, que es un prodigio.
Aquél sin cesar afana
por amontonar dinero,
que luego su mujer gasta 40
con quien le mete en el gremio.
De estotro es menos contraria
la estrella, que mil galanes
a su esposa la regalan,
y él muy sosegado piensa45
que obsequian así sus raras
virtudes, y el muy babieca
no advierte su propia infamia.
Uno mete mucha bulla,
que no le sirve de nada; 50
otro lo consiente todo;
y así que ve entrar en casa
el cortejo, en diligencia
coge el sombrero, y se marcha.
Aquélla dice al marido 55
que la requiebra con ansia
don Cirilo, y le recibe
muy tiesa y muy remilgada
cuando está el tonto delante,
que se le cae la baba, 60
y compadece al galán,
sin que haya para ello causa.
Otra se feria mil joyas,
y dice que juega y gana;
y sin saber a qué juego, 65
el marido se lo traga,
dándole gracias a Dios
de que le pinten las cartas
bien a su mujer. Por fin,
es cuento que no se acaba 70
la historia de los maridos.
¿Y quiere usted que yo no haga
escarnio de tanto necio
como...?

DON ANTONIOY si la suerte varia


le mete en la cofradía 75
a usted, ¿no ve con qué ganas
le van a hacer el buz todos?
Y no mal se le empleara.
También yo oigo a muchas gentes
que de galanteos hablan 80
y refieren mil historias,
o verdaderas o falsas,
de maridos engañados,
y de mujeres livianas.
Pero aunque yo desapruebe 85
la sobrada tolerancia
de muchos, y nunca aguante
ciertas cosas en mi casa,
que otros llevan con paciencia,
nunca digo una palabra; 90
porque puede ser que un día
me coja la rueda, y hagan
burla de mí los burlados.
Así que, si de mi mala
estrella el influjo quiere 95
que alguna desdicha humana
venga sobre mi cabeza,
si de ella las gentes hablan,
tendré al menos el consuelo
que lo dirán en voz baja; 100
y acaso se encontrará
también alguna buen alma
que se duela de mi suerte;
pero usted, compadre, se halla
en situación muy distinta; 105
y habiendo siempre hecho tanta
rechifla de los maridos
que motejan de cachaza,
guarte si no anda derecho;
que en las calles y en las plazas, 110
no lluevan sobre usted pullas,
y no tomen tal venganza
los agraviados...

DON LIBORIO¡Dios mío!


No tema usted que tal hagan.
Aquel que me la pegare, 115
a fe que ha de tener maña.
¿Piensa usted que no sé yo
las picardías, las trampas
que acostumbran las mujeres,
y con que a los tontos clavan? 120
Para que no puedan darme
papilla, la que se casa
conmigo es tan inocente
como los niños que maman.

DON ANTONIO¿Y quiere usted que una tonta... 125

DON LIBORIOUna tonta es una alhaja


para no volverse tonto.
No pretendo poner tacha
a su mujer de usted; pero
una discreta es muy mala 130
de guardar; sí, amigo mío;
algunos sé yo que rabian
porque sus mitades son
ladinas. No es mala carga;
una marisabidilla 135
que hable en culto, escriba cartas
en francés, componga coplas,
y vengan a visitarla
los marqueses, los autores
le lean versos, y el mandria 140
del marido en un rincón
se esté, sin que ninguno haga
caso de él; y si pregunta
alguno ¿quién es? madama
responda: ese es mi marido. 145
No quiero mujer con tanta
inteligencia; la mía,
si de hacer cuartetas tratan
de repente, y dan por pie
guárdate del agua mansa, 150
quiero que responda al cabo
de una media hora muy larga
San Crispín fue zapatero;
pretendo, en una palabra,
que sea tan ignorante, 155
que esté su ciencia cifrada
en coser, hacer calceta,
rezar, y con eso basta.

DON ANTONIO¿Es usted aficionado


a las simples?

DON LIBORIOY con tantas 160


veras, que una tonta fea
más que una aguda me agrada
con hermosura.

DON ANTONIO¿El talento,


la beldad...?

DON LIBORIOLa honradez basta.

DON ANTONIO¿Pero cómo quiere usted 165


que una simple sea honrada,
ni sepa serlo? Además
de ser muy pesada carga
el pasar con una boba
toda su vida, es fianza 170
mala para la mollera
de un marido la ignorancia
de su mujer. Una aguda,
cuando a su obligación falta,
es porque quiere; una tonta 175
sin saber que nos agravia
nos puede dar que sentir.

DON LIBORIOA un argumento de tanta


fuerza respondo, compadre,
como hizo Teresa Panza 180
a Sancho cuando quería
que fuera condesa Sancha.
El día que con mujer
discreta yo me casara,
aquel día hiciera cuenta 185
que por mi entierro doblaban.

DON ANTONIONo hablo más.

DON LIBORIO Cada uno tiene


sus ideas, y, se trata
de hallar novia que me pete.
Mi caudal es el que basta 190
para escoger por esposa
mujer que no tenga nada,
y que blasonar no pueda
de riqueza o sangre hidalga.
La que me va a dar la mano 195
es hija de una villana;
cuatro años no más tenía
cuando me prendó su cara,
que es bonitilla y graciosa;
su madre estaba muy falta 200
de conveniencias, y a más
de otros seis hijos cargada;
yo se la pedí, y, contenta
me la dio; para criarla
escogí unas monjas pobres 205
de un pueblo allá de la Alcarria,
y la puse a pupilaje.
Di orden que no le enseñaran
cosa que pudiera abrirle
los ojos; y su ignorancia, 210
gracias a Dios, es tan grande,
que excede a mis esperanzas.
La he sacado del convento,
viendo que me deparaba
en ella el Cielo mujer 215
cual anhelé por hallarla
siempre en vano; la he traído
conmigo; y como mi casa
está en el centro, y no quiero
que vengan a visitarla 220
mis conocidos, tomé
otra en esta solitaria
plazuela, para que viva
ella; y para que nunca haya
tapujos de vecindad, 225
la alquilé toda. En compaña
suya tengo dos criados,
simples como ella. Tan larga
historia he contado, amigo,
a usted, porque vea cuántas 230
precauciones he tomado
para evitar la desgracia
de otros maridos; y como
tengo tanta confianza
en usted, para cenar 235
hoy le convido en su casa.
Usted la conocerá,
y dirá si es acertada
mi elección.

DON ANTONIOEn hora buena.

DON LIBORIOUsted verá si le agrada 240


su persona y su inocencia.

DON ANTONIOSobre la última me basta


con lo que me ha dicho usted.

DON LIBORIO Pues no la exagero en nada,


y acaso me quedo corto. 245
A cada instante me pasma
con su candor; cosas dice
que me hacen a carcajadas
soltar la risa; tres días
hace que me preguntaba 250
si las mujeres parían
los muchachos por la manga
de la camisa.

DON ANTONIOMe alegro,


señor Carrasco...

DON LIBORIOEs extraña


cosa que me llame siempre 255
usted así.

DON ANTONIOPor más que haga,


el título de Vizconde
del Atochal se me pasa.
¿Y quién diablos le metió
a usted en que titulara 260
a los cuarenta y dos años,
cuando nadie de su casa
fue Barón ni Conde nunca?
¡El dinero que malgasta
para comprar ese título, 265
y en lanzas y media anata,
en mejorar sus haciendas
cuánto mejor se empleara!

DON LIBORIO Además de que así doy


nuevo realce a mi casa, 270
me suena bien al oído
cuando el Vizconde me llaman.

DON ANTONIO¡Raro capricho por cierto!


El apellido que usaban
nuestros padres repugnar, 275
tomando una enrevesada
denominación, en prueba
de que corre sangre hidalga
por nuestras venas. Me acuerdo
de un zapatero que ansiaba 280
porque sus hijos tuvieran
apellido de prosapia
ilustre; al tal zapatero
Gil Fernández le nombraban,
y aunque estaba bien, casó 285
con una que mendigaba,
sólo porque su apellido
era de Córdoba; aún anda
hoy por Madrid, y Fernández
de Córdoba a su hijo llaman. 290

DON LIBORIOPudiera usted excusar


el cuento; en una palabra,
Vizconde del Atochal
es el nombre que me agrada,
y el de Liborio Carrasco 295
siempre desazón me causa.

DON ANTONIOSegún eso, muchas gentes


a usted, amigo, le enfadan,
y yo he visto sobreescritos...

DON LIBORIOLos que escriben esas cartas 300


no saben que he titulado.
Pero usted...

DON ANTONIOCompadre, basta;


que yo me acostumbraré
en adelante, sin falta,
a llamar a usted Vizconde 305
del Atochal.

DON LIBORIO Voyme a casa


de mi novia a verla un rato,
que he llegado esta mañana
de la hacienda, y no la he visto.

DON ANTONIO (Aparte yéndose.)


Es de condición extraña. 310
Tiene su vena de loco.

DON LIBORIOLa cabeza algo tocada.


¡En tocando ciertas cuerdas
de tal modo disparata!
Cuando un hombre se encasqueta 315
con algo, no se lo sacan
de la cabeza.
(Llamando a la puerta.)
Abran luego.
Muchachos: ¿no oyen?

Escena II

DON LIBORIO, COSME y BLASA, dentro de casa.

COSME¿Quién llama?

DON LIBORIOAbre aquí.


(Aparte.)
¡Con cuánto gusto
me recibirán en casa 320
habiendo estado diez días
en el campo!

COSME¿Quién?

DON LIBORIOYo.

COSME¡Blasa!

BLASA¿Qué quieres?

COSMEAbre la puerta.

BLASAAbre tú.

COSMENo me da gana.

BLASANi a mí tampoco.

DON LIBORIOPor cierto 325


no está la contienda mala.
¡Y yo en la calle! ¿No me oyen?

BLASA¿Quién da golpes?

DON LIBORIO¡Oh, mal haya!


Yo soy, yo.

BLASACosme.

COSME¿Qué dices?

BLASAQue es el amo, ¿no oyes?

COSMEAnda 330
Tú.
BLASA¿No ves que estoy majando?

COSMEY yo porque no se salga


el canario, estoy teniendo
cuidado con esta jaula.

DON LIBORIOEl que no abriere al instante 335


ni un solo bocado cata
en tres días.

BLASA¿A qué vienes,


si voy yo?

COSMEPues no está mala.


Antes soy yo.

BLASAVete.

COSMEVete
tú.

BLASAYo quiero abrir.

COSMEMañana. 340
Si he de abrir yo.

BLASAYa veremos.

COSMEPues ni tú.

BLASANi tú.

DON LIBORIOYa pasa


de raya la tontería.
COSME (Saliendo a la puerta.)
Yo he sido.

BLASA (Saliendo.)
Mientes, que estaba
antes yo.

COSMESi no estuviera 345


el amo aquí, te enseñara
yo.

DON LIBORIO (Recibiendo un manotazo de COSME.)


¡Pícaro!

COSMEUsted perdone.

DON LIBORIO¡Haya bruto!

COSMESi es muy mala,


señor.

DON LIBORIOEa, callen ambos,


y respondan. ¿Hay en casa, 350
Cosme, alguna novedad?

COSMESeñor...

(DON LIBORIO le quita el sombrero de la cabeza, y COSME


se le vuelve, a poner.)

A Dios gra...

(DON LIBORIO se le quita otra vez, y COSME se le pone.)

A Dios gracias
Estamos bue...

DON LIBORIO (Quitándole el sombrero y tirándole.)


Majadero,
¡el sombrero puesto me hablas!
COSMEEs verdad; si soy un bruto. 355

DON LIBORIO (A COSME.)


Corre, y di que baje al ama.

Escena III

DON LIBORIO, BLASA.

DON LIBORIO¿Ha sentido Isabelita


mucho estos días mi falta?

BLASA¿Sentirlo? No.

DON LIBORIO¡No!

BLASASí tal.

DON LIBORIOPues ¿por qué?

BLASASe figuraba 360


cada instante que venía
usted, y así a la ventana
se asomaba cuando oía
ruido; y un macho con carga,
cualquier caballo o borrico, 365
que por la calle pasara,
se pensaba que era usted.

Escena IV
DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME, BLASA.

DON LIBORIO¡Con la costura agarrada!


¡Buena señal! Isabel,
¿no te alegras de verme, habla, 370
de vuelta de mi viaje?

DOÑA ISABELITA¡Ay! Sí señor, a Dios gracias.

DON LIBORIOYo también celebro mucho


verte tan buena y tan guapa.
¿Ha ido bien?

DOÑA ISABELITAMenos las pulgas, 375


que por las noches me matan.

DON LIBORIOYa tendrás quien las espante.

DOÑA ISABELITAMe alegro.

DON LIBORIOYa lo pensaba


así yo. ¿Qué estás haciendo?

DOÑA ISABELITAUn jubón de mangas largas. 380


Las camisas de dormir
de usted ya están acabadas.

DON LIBORIOEstá muy bien; anda arriba,


y un rato muy breve aguarda,
que quiero evacuar ahora 385
un asunto de importancia.

Escena V
DON LIBORIO solo.)

DON LIBORIODíganme ustedes, señoras,


las cultas latiniparlas,
las que repasan novelas,
y de prosa y verso fallan, 390
si todo su saber vale
tanto como la ignorancia
ingenua, el candor amable
de esta inocente muchacha.
Aquel que porque su novia 395
es noble y rica se casa,
no se queje, si después
le aconteciere desgracia...

Escena VI

DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DON LEANDRO¿Qué miro? ¿Me engaño? ¿Es él?


No... sí... no... sí tal... la cara... 400
Le...

DON LEANDROSeñor don Li...

DON LIBORIOLeandro.

DON LEANDROSeñor don Liborio.

DON LIBORIO¡Cuánta
dicha! ¿Cuándo llegó usted?

DON LEANDROAyer hizo una semana.

DON LIBORIO ¿De veras?


DON LEANDROEstuve a verle 405
a usted; mas no le hallé en casa.

DON LIBORIOEstaba en el campo.

DON LEANDROYa
lo supe.

DON LIBORIOEl Cielo me valga.


¡Qué alto que está, qué buen mozo!
¡Quien le vio que no me daba 410
más arriba que mi muslo!

DON LEANDROYa usted ve.

DON LIBORIO¿Y padre en qué trata?


¿Está bueno? ¡Qué sujeto
tan lindo! ¡Qué bella pasta!
A mí me interesan tanto 415
sus cosas; sí, pues ya pasa
de cuatro años que le vi
la postrer vez, y ni carta
he tenido desde entonces
suya.

DON LEANDROPues más salud gasta 420


que usted y que yo, robusto
y alegre como una pascua.
Cuando me vine a Madrid,
para usted me dio una carta;
pero en otra posterior 425
me avisa de su llegada
a la corte muy en breve,
y no me dice la causa
de su venida. ¿Conoce
usted a un hombre que llaman...? 430
No me acuerdo... Él es indiano,
y viene de Guatemala
Muy rico.

DON LIBORIOSi usted no dice


su nombre...
DON LEANDROTengo tan mala
memoria... ¡Ah! sí, don Enrique. 435

DON LIBORIONo le conozco.

DON LEANDROPues me habla


de él mi padre cual si yo
debiera tener muy largas
noticias de este sujeto,
y juntos los dos viajan 440
en un coche de colleras
que viene a Madrid.

(DON LEANDRO entrega una carta de DON PABLO a DON LIBORIO.)

DON LIBORIO¡Con cuánta


satisfacción le veré
cuando quiera honrar mi casa!
(Habiendo leído la carta.)
Todos estos cumplimientos 445
son cosa muy excusada
tratando con un amigo;
sin gastar pólvora en salvas
disponga usted de mi bolsa.

DON LEANDROPues le cojo la palabra 450


a usted, amigo, al instante;
justamente me hacen falta
cien doblones.

DON LIBORIOAquí están;


quiso Dios que los llevara.
Guárdese usted el bolsillo 455
también.

DON LEANDROUn recibo...

DON LIBORIOBasta.
¿Cómo encuentra usted la corte?
DON LEANDROBellos paseos y casas,
muchísimas diversiones.

DON LIBORIOAquí, amigo, nunca faltan. 460


Sobre todo los que gustan
de galantear las damas
tienen siempre en qué emplearse;
que se halla tal abundancia
de mujeres, que es portento, 465
y todas de buena pasta.
Los maridos muy bondosos;
las morenas y las blancas
de una índole tan suave,
que es bendición obsequiarlas. 470
¡Y cuántos enredos urden!
Si es una comedia; vaya,
¿a que en este corto tiempo
que hace que llegó usted, anda
metido ya con alguna? 475
Hábleme usted a las claras.
Querido, los buenos mozos
en muy pocos días ganan
mucha tierra, y los maridos
con ellos corren borrasca. 480

DON LEANDROSi he de decir la verdad,


aquí en esta misma plaza
traigo cierto galanteo
entre manos, y no en mala
situación.

DON LIBORIO (Aparte.)


¡Qué bueno es eso! 485
Esto es lo que yo aguardaba,
qué contar y qué reír
a costa de alguien que clava
su casta mitad.

DON LEANDROMas fío


que de entre los dos no salga 490
el secreto.

DON LIBORIONo por cierto.


DON LEANDROSon cosas tan delicadas,
que si a divulgarse llegan
se echa a perder la maraña.
Es el caso que una hermosa 495
me tiene prendada el alma,
y he logrado introducirme
en su casa con mi maña;
y no va mal el negocio;
lo digo sin alabanza. 500

DON LIBORIO (Riéndose.)


¿Y es?

DON LEANDRO (Enseñándole la casa de DOÑA ISABELITA.)


Una niña, que habita
en esa casa inmediata
dada de verde; inocente,
como que ha sido criada
sin trato de gente, en fuerza 505
de la condición extraña
de quien le dio educación,
que es hombre de ideas raras.
Pero, aunque tan ignorante,
tiene mil sencillas gracias 510
que cautivan; unos ojos
tan tiernos, unas miradas
tan expresivas; yo al punto
que la vi le rendí el alma.
Pero acaso usted conoce 515
la beldad que me arrebata
los sentidos; es su nombre
Isabelita.

DON LIBORIO (Aparte.)


¡Qué rabia!

DON LEANDROQuien la guarda es un ricote,


que me parece se llama 520
el Vizconde del Tronchal,
o Estuchal, si no me engaña
la memoria; un ente raro,
manïaco, según hablan
las gentes; ¿es conocido 525
de usted?
DON LIBORIO (Aparte.)
El hombre me ensalza.

DON LEANDRO¿Qué me dice usted?

DON LIBORIOQue sí
le conozco.

DON LEANDRO¿Y no me engañan?


¿Es loco?

DON LIBORIOHe.

DON LEANDRO¿Qué es he? ¿Sí?


Pues; cuando lo dicen tantas 530
gentes, no han de equivocarse
todos; la cosa está clara.
Y celoso como un diablo;
un majadero de marca.
Ello es que yo estoy perdido 535
de amor de la beldad rara
de Isabelita; es un dije;
y a fe mía que dejarla
en manos de ese mostrenco
fuera cosa que clamara 540
venganza al cielo; el dinero
que usted me ha prestado es para
dar a esta aventura cima,
porque el oro, amigo, allana
estorbos, vence imposibles, 545
y en amor y en guerra acaba
con las más arduas empresas.
¿Pero usted no dice nada,
y está serio? ¿Desaprueba
que siga la comenzada 550
aventura?

DON LIBORIONo; tenía


la cabeza algo...

DON LEANDROLe cansa


a usted la conversación.
Agur; iré a dar las gracias
por sus favores a usted. 555

DON LIBORIO (Creyendo que se ha ido.)


Satanás mismo...

DON LEANDRO (Volviendo.)


Que nada
sepa nadie de este lance;
reserva y silencio.

DON LIBORIO (Creyendo lo mismo.)


El alma
se me...

DON LEANDRO (Volviendo.)


No lo diga usted
a padre, que se enfadara. 560

DON LIBORIO (Creyendo que vuelve.)


¡Ah...!

Escena VII

DON LIBORIO solo.

DON LIBORIO¡Ah! ¡Qué rato me ha dado!


Nunca he tenido más mala
media hora. ¡Con qué imprudencia
el tronera me contaba
a mí propio sus amores! 565
Con mi título se engaña.
Es cierto; y no se podía
figurar con quién hablaba.
¡Qué atolondrado! ¡Qué loco!
Jamás vi tal tarambana. 570
Pero yo también debía
aguardar que se explicara,
habiendo aguantado tanto.
Cierto que fue mucha falta
de juicio no dejarle 575
que siguiera con su charla,
y averiguar de raíz
el estado en que se hallaba
su galanteo maldito.
Busquémosle sin tardanza, 580
que no puede haber andado
mucho; y sepamos con maña
si está ya muy adelante
su amor. Es mucha desgracia
averiguar ciertas cosas, 585
que más valiera ignorarlas.

Acto II

Escena I

DON LIBORIO solo.

DON LIBORIOMirándolo bien, he sido


en no encontrarle dichoso;
que no me hubiera podido
reportar, porque estoy todo
inmutado, y no conviene 5
que él sepa que soy yo propio
quien a Isabelita guarda;
pero no soy yo tan tonto
que deje que un mozalbete,
que apenas le apunta el bozo, 10
confunda todas mis tretas.
No; que yo sabré muy pronto
oponer a sus amores
insuperables estorbos.
Averigüemos primero 15
en qué estado está el negocio.
Yo ya miro a la muchacha
como si fuera su esposo;
no puede dar un tropiezo
sin que ceda en mi desdoro 20
y en mi deshonra; sin duda
fue tentación del demonio
el irme y dejarla sola.
¡Qué viaje tan costoso!
Maldita mi ausencia sea. 25
(Llama a la puerta.)

Escena II

DON LIBORIO, COSME, BLASA.

COSMEEsta vez abrimos pronto,


que...

DON LIBORIO Silencio. Ven aquí.


Anda acá tú. ¿Qué, estáis sordos?
Con viveza, o juro a Dios...

BLASA¡Si pone usted unos ojos, 30


señor, que me mete un miedo!

DON LIBORIOBribones, ¡ese es el modo


de cumplir con lo que mando!

BLASA (Hincándose de rodillas.)


¡Ay, señor! Por San Antonio
no me coma usted.

COSME (Aparte.)
¿Le habrá 35
mordido un perro rabioso?
DON LIBORIO (Aparte.)
La respiración me falta.
Paf; sin remedio me ahogo;
la gota sudo tan gorda.
(A COSME y a BLASA.)
Malditos, ¿conque aquí un mozo 40
ha venido, mientras...?
(A BLASA que se quiere escapar.)
Mira,
si te mueves...
(A COSME, que también se quiere ir.)
Oyes, tonto,
si te meneas...
(A BLASA, que hace lo mismo.)
¿No he dicho
que te estés quieta?...
(A los dos, que se quieren ir.)
Pues voto
a Jesucristo que mato 45
a quien diere un paso solo.
¿Cómo fue el meterse en casa
ese hombre de mil demonios?
Vamos, responded apriesa;
sin pararse: pronto, pronto. 50
¿Conque no se me responde?

BLASA y
COSME¡Ay, ay!

COSME (Hincándose otra vez de rodillas.)


Señor, si estoy tonto
con el susto.

BLASA (Hincándose también de rodillas.)


Si no acierto.

DON LIBORIO (Aparte.)


Hecho una sopa estoy todo
de sudor; mejor será 55
que aguarde a cobrar un poco
el aliento. ¿Quién dijera,
cuando le veía con otros
muchachos andar tirando
cantos y jugando al toro, 60
que había de darme tanto
que sentir en siendo mozo?
Estoy que pierdo el juïcio.
Más vale saberlo todo
de la propia boca de ella. 65
Moderemos el enojo,
y averigüemos el caso
sin cólera ni alboroto.
Paciencia, pecho, paciencia.
(A COSME y a BLASA.)
Subid al punto vosotros, 70
y que baje Isabelita.
Esperad.
(Aparte.)
Mas bien escojo
ir a llamarla yo mismo.
Le dirían lo furioso
que me he puesto, y no conviene 75
que lo sepa...
(A COSME y a BLASA.)
En este propio
sitio me habéis de aguardar.

Escena III

COSME, BLASA.

BLASA¡Jesús, Cosme, qué rabioso!


De pies a cabeza tiemblo.
Si parecía un demonio. 80
¡Y qué feo que se pone!

COSME¿No te dije yo que el otro


le enfadaría? ¿Lo ves?

BLASA¿Por qué querrá que nosotros


la guardemos a nuestra ama 85
tanto, y se pone hecho un toro
cuando un mozo viene a verla?

COSMEEso, Blasa, es que los mozos


le dan celos.

BLASA¿Y por qué


se los dan?

COSMEPorque es celoso. 90

BLASA¿Pues por qué lo es, y por qué


echa fuego por los ojos?

COSMEConsiste eso en que los celos...


¿me entiendes...? son cosa... como
si te clavaran a ti 95
treinta agujas... Mira: si otro,
cuando tienes muchas ganas,
y estás comiéndote un pollo,
te quitara la mitad,
y se la zampara, ¡poco 100
te enfadaras!

BLASAYa se ve.

COSMEPues, Blasa, del mismo modo


viene a ser, pintiparado.
Figúrate que es el pollo
la mujer; que el hombre tiene 105
ganas, y viene un goloso
a comerse una pechuga,
o cosa tal; el demonio
se le reviste en el cuerpo
con mucha razón al otro. 110

BLASA¿Pero por qué no se enfadan,


como hace mi señor, todos?
¿No ves tantas señoritas,
que andan con señores mozos,
y muy majos, sin que riñan 115
los maridos? Pues conozco
a muchas yo.

COSMEEso consiste
en que dejan a los otros
comer en su mismo plato,
porque no son tan ansiosos, 120
ni tan glotones.

BLASAEl amo
viene, si no me equivoco.

COSMETienes buena vista; él es.

BLASA¡Qué triste que viene!

COSMEComo
que tendrá algún sentimiento. 125

Escena IV

DON LIBORIO, COSME, BLASA.

DON LIBORIO (Aparte.)


Un filósofo famoso
de Grecia dio un buen consejo,
que debieran seguir todos,
al emperador Augusto;
y fue, que si mucho enojo 130
alguna cosa le diera,
en voz baja y con reposo
dijera el abecedario
entero, que es un buen modo
de que se temple la cólera. 135
Yo lo veo por mí propio
en este lance; ya estoy
más sosegado, y con tono
natural; a Isabelita
podré hablar, y saber todo 140
cuanto pasa de su boca,
y averiguar con mañoso
artificio si ha llegado
el chasco a ser tanto como
me recelo. Estando el día 145
tan sereno y tan hermoso,
la he llamado con achaque
de pasear, porque a fondo
me cuente el maldito lance
que me trae vuelto tonto. 150
Aquí esta ya.

Escena V

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME, BLASA.

DON LIBORIOIsabel, vamos


(A COSME y a BLASA.)
Vosotros, adentro pronto.

Escena VI

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA.

DON LIBORIOBueno está el paseo.

DOÑA ISABELITABueno.

DON LIBORIO¡Y qué hermoso el cielo!

DOÑA ISABELITAHermoso.

DON LIBORIO¿Qué hay de nuevo?

DOÑA ISABELITAQue se ha muerto 155


aquel gatito tan mono.
DON LIBORIO¡Qué desgracia! Pero es fuerza
conformarse, que al fin somos
mortales; hoy se fue el gato,
mañana iremos nosotros. 160
¿Ha llovido algo estos días?

DOÑA ISABELITANo.

DON LIBORIOMientras estabais solos,


¿no te fastidiabas?

DOÑA ISABELITANunca
me fastidio yo.

DON LIBORIO Di, en todo


este tiempo, ¿qué te has hecho? 165

DOÑA ISABELITASeis camisas y seis gorros.

DON LIBORIO (Después de haber estado pensativo un rato.)

¡Ah! ¡Cómo miente la gente!


Vaya, ¡qué tales embrollos
levantan! ¡Pues no me han dicho
los vecinos que aquí un mozo 170
entraba todos los días,
y estaba las horas solo
contigo! ¡Malditas lenguas,
y mentiras de envidiosos!
Yo quise apostar a que era 175
todo falso testimonio.

DOÑA ISABELITA¡Jesús! Pues hubiera usted


perdido la apuesta.

DON LIBORIO¿Qué oigo?


¿Conque es la verdad que un hombre...?

DOÑA ISABELITATan verdad, que un punto solo 180


no se apartaba de casa.
Siempre junto a mí.

DON LIBORIO (Aparte, en voz baja.)


¡Donoso
va el cuento! Pero a lo menos
es tal su candor, que en todo
dirá la pura verdad. 185
(Recio.)
Pero si no me equivoco
te dije que a nadie vieras
hasta volver yo.

DOÑA ISABELITAMas, como


sucedió el lance, no pude
hacer menos; y lo propio 190
hubiera hecho usted que yo.

DON LIBORIOPuede; cuéntale.

DOÑA ISABELITAEs gracioso,


y extraño sobremanera.
Estaba yo haciendo un gorro
al balcón, cuando hete aquí 195
que acierta a pasar un mozo
muy lindo; mira, y se quita,
el sombrero; con que al pronto,
para que él no se pensara
que trataba con un topo, 200
le hice yo mi cortesía;
él muy atento con otro
besamanos corresponde;
yo, sin quitar de él los ojos,
le hago cortesía nueva; 205
la tercera vez lo propio
sucede; y yo, siempre lista,
con otra le correspondo.
Se va, y vuelve, y pasa varias
veces, y con mucho modo 210
me quita siempre el sombrero;
yo, plantada como un tronco
en el balcón, le miraba
de hito en hito, sin que en todo
el día diera puntada, 215
siendo en mí lance forzoso
pagarle sus cortesías
con otras, porque este mozo
no dijera que tenía
más crianza que yo; y como 220
no hubiera sido porque
vino la noche, los ojos
no hubiera quitado de él.

DON LIBORIONo va mal.

DOÑA ISABELITAPues luego al otro


día una vieja me viene 225
a ver, y hablándome en tono
muy compasivo, me dice:
«Bendiga Dios ese rostro
tan bello, hija, y le conserve
tan lozano y tan hermoso 230
muchos años; pero usted
no abuse de sus preciosos
dones, que le ofendería,
y sepa que un lindo mozo
le tiene muy mal herido...». 235

DON LIBORIO¡Haya bruja del demonio!

DOÑA ISABELITA¡Yo le tengo, digo, herido!


«Sí, dice, y muy peligroso
que es su estado; es aquel joven
de ayer». Señora, mi asombro, 240
hago yo, es mucho: ¿cayó,
mientras pasaba ese mozo,
un ladrillo del balcón
sin verlo yo? «No; sus ojos,
me hace la vieja, hija mía, 245
han causado este trastorno;
y si usted no lo remedia,
le enterraremos muy pronto».
Mucho lo siento. ¿En qué puedo,
le hago yo, darle socorro? 250
«Hija, me dice la vieja,
verla es lo que anhela sólo;
él sanará con su vista
de la herida que sus ojos
le hicieron». Con mil amores 255
venga al punto, le respondo,
visíteme cuando guste.
DON LIBORIO (Aparte.)
Vieja, que Lucifer propio
trajo a mi casa, el infierno
te pague tu pïadoso 260
mensaje.

DOÑA ISABELITADe esta manera


sanó el mancebo muy pronto.
Diga usted, ¿tuve razón?
Si se hubiera el pobre mozo
muerto por no darle yo 265
remedio tan fácil, ¿cómo
hubiera dado a Dios cuenta?
Si veo matar un pollo
echo a llorar; ¡y dejara
morir a un hombre que sólo 270
con visitarme sanaba!

DON LIBORIO (En voz baja, aparte.)


Puede alegar en su abono
su ignorancia; culpa es mía.
¡Que haya sido yo tan tonto
que con mi ausencia dejara 275
expuesta al diente del lobo
esta simple corderilla!
Mucho me temo que el loco
se haya propasado a cosas,
si no encontró con estorbos, 280
sobremanera pesadas.

DOÑA ISABELITA¿Qué es eso? O yo me equivoco,


o gruñe usted entre dientes;
¿le parece mal mi modo
de proceder?

DON LIBORIONo por cierto. 285


Pero dime ahora, ¿ese mozo
qué hacía cuando se hallaba
contigo en visita solo?

DOÑA ISABELITA¡Ay! estaba tan contento;


no cabía en sí de gozo; 290
sanó luego de su achaque;
¡me ha dado un medallón de oro
tan bonito! Y Cosme y Blasa,
vaya, no le quieren poco,
que les da tanto dinero; 295
así le queremos todos;
y usted también le querría
si le viera entre nosotros.

DON LIBORIO¿Pero qué hacía contigo,


cuando ambos estabais solos? 300

DOÑA ISABELITADecirme que me quería


mucho; que tenía un rostro
muy peregrino; y mil cosas
tan bonitas, y en un tono
tan amable, que en mi vida 305
tuve ratos más gustosos
que mientras se las oía;
¡y aun de acordarme me pongo
tan encendida!

DON LIBORIO (En voz baja, aparte.)


¡Funesto
examen, en que el curioso 310
es a quien le dan tormento!
(En voz alta.)
Y dime, después de todos
esos requiebros, ¿te hacía
algún cariño amoroso?

DOÑA ISABELITANo es nada; se le bañaban 315


en tierno llanto los ojos,
y me cogía las manos,
y me las besaba, loco
de gozo.

DON LIBORIO¿Y no te cogió


más que la mano ese mozo? 320
(Viendo que se ha quedado confusa.)
¡Hu!

DOÑA ISABELITAMe...

DON LIBORIO¿Qué?
DOÑA ISABELITACogió...

DON LIBORIOAdelante.

DOÑA ISABELITAEl...

DON LIBORIO¿El qué?

DOÑA ISABELITANo acierto cómo


decirlo, que ha de reñirme
usted.

DON LIBORIONo haré.

DOÑA ISABELITASí tal.

DON LIBORIOVoto
a quien soy, no.

DOÑA ISABELITADeme usted 325


palabra.

DON LIBORIOBien.

DOÑA ISABELITASi conozco


que se ha de enfadar usted
si lo digo.

DON LIBORIONo tal.

DOÑA ISABELITASí.

DON LIBORIOOtro
te pego: no, no, no, no.
¿Qué te cogió? Dilo pronto, 330
y no me hagas condenar.

DOÑA ISABELITAMe cogió...

DON LIBORIO (Aparte.)


¡Yo no sé cómo
no reviento!

DOÑA ISABELITAMe cogió


aquel collar tan hermoso
de aljófar, que me dio usted 335
el día de San Liborio.
Yo no lo pude estorbar.

DON LIBORIO (Tomando respiración.)


Salimos en fin de ahogo,
si cogió sólo el collar.
¿Pero no te hizo tampoco 340
más que besarte las manos?

DOÑA ISABELITA¿Pues qué, señor don Liborio,


se hacen acaso otras cosas?

DON LIBORIONo; pero como ese mozo


me dices que estaba malo, 345
bien te pudo pedir otro
remedio para su achaque.

DOÑA ISABELITA No hizo; y, por darle socorro,


si él otra cosa me pide,
al instante se la otorgo. 350

DON LIBORIO (Aparte, en voz baja.)


Demos mil gracias a Dios;
no he sido poco dichoso
en que haya parado en esto;
pero hago solemne voto
de no quejarme de nadie, 355
si segunda vez me expongo.
(En voz alta.)
Este lance, Isabelita,
es de tu candor abono.
No te riño; a lo hecho pecho;
pero de veras te exhorto 360
a que huyas de ese galán;
que su designio no es otro
que el de burlarse de ti,
y satisfacer su antojo.

DOÑA ISABELITA¿Qué? No señor. Si me ha dicho 365


más de cien veces él propio
que siempre me ha de querer.

DON LIBORIONo conoces su alevoso


pecho, Isabel; pero sabe
que quien medallones de oro 370
toma, y escucha requiebros
de esos pisaverdes locos,
permitiendo que le besen
las manos, y le hagan otros
cariños, hace un pecado 375
mortal, y aquel que mas odio
le tiene Dios.

DOÑA ISABELITA¡Un pecado!


¿Y por qué le causa enojo
a Dios eso?

DON LIBORIO¿Por qué, dices?


Porque son pecaminosos 380
esos gustos, y los veda
la ley de Dios.

DOÑA ISABELITA¿Pero cómo


se enoja el Cielo por cosas
que se hacen con tanto gozo?
Jamás he tenido ratos, 385
hasta ahora, tan gustosos,
ni supe que los hubiese.

DON LIBORIOCierto que es muy delicioso


esto de hacerse cariños;
pero, porque sea como 390
Dios manda, es fuerza casarse.
DOÑA ISABELITA¿Y qué, no alcanza el enojo
de Dios a los que se casan,
ni pecan?

DON LIBORIONo.

DOÑA ISABELITA¡Qué gracioso!


Pues cáseme usted al punto, 395
que eso se despacha pronto.

DON LIBORIOMás lo anhelo yo que tú,


y para casarte sólo
he venido de mi hacienda.

DOÑA ISABELITA ¿De veras?

DON LIBORIOSí.

DOÑA ISABELITA¡Qué alborozo! 400

DON LIBORIONo dudo yo que te guste,


querida, este matrimonio.

DOÑA ISABELITA¿Quiere usted que ambos nos...?

DON LIBORIOCierto.

DOÑA ISABELITATengo de hacer tantos cocos


y tantos mimos a usted. 405

DON LIBORIOVerás si te correspondo.

DOÑA ISABELITAMire usted; si se chancea,


de veras que me incomodo.
¿Me dice usted la verdad?

DON LIBORIOTú lo verás, y muy pronto. 410


DOÑA ISABELITA¿Nos casaremos?

DON LIBORIOSí.

DOÑA ISABELITA¿Cuándo?

DON LIBORIOEsta noche.

DOÑA ISABELITA (Riéndose.)


¿Sí? ¡Qué gozo!
¡Esta noche!

DON LIBORIO¿Qué, te ríes?

DOÑA ISABELITASí señor.

DON LIBORIOYo no tengo otro


gusto que dártele a ti. 415

DOÑA ISABELITANo puede haber matrimonio


más a mi placer; mañana
le podré llamar mi esposo.
Vaya usted por él.

DON LIBORIO¿Por quién?

DOÑA ISABELITA¿Por quién será? Por el otro. 420

DON LIBORIO¡El otro! Buena la hicimos.


No se trata aquí de esotro.
El que con usted se casa
no es, señora, el lindo mozo
que adolece de una herida 425
mortal que hicieron sus ojos.
Déjele usted que se muera;
que desde ahora dispongo
que no me entre nunca en casa.
Has de hacer oídos sordos, 430
si te hablare; y si llamare,
darás con la puerta al mono
en los hocicos, y luego
con un guijarro bien gordo,
que le tires del balcón, 435
le echarás de aquí, que a todo
tengo yo de estar presente,
sin que él lo sepa. ¿Qué modo
es ese? ¿Qué estás gruñendo?

DOÑA ISABELITA¡Qué lástima! ¡Es tan buen mozo! 440

DON LIBORIO¿Qué se entiende?

DOÑA ISABELITASi no tengo


corazón...

DON LIBORIOSi chistas, voto


a Dios que... vamos arriba.

DOÑA ISABELITA¿Quiere usted...?

DON LIBORIOLo que dispongo


quiero que, sin replicarme, 445
se obedezca; vamos pronto.

Acto III

Escena I

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME, BLASA.


DON LIBORIOSí; te has portado muy bien;
has cumplido sin disputa
con cuanto yo te mandé.
El mancebito sin duda
que se habrá quedado helado. 5
Tanto vale, Isabel, una
persona que a salvamento
nuestra inocencia conduzca.
Tú te hallabas en camino
de perdición; y segura 10
era tu condenación,
si un momento más escuchas
a quien quería engañarte.
Todos son unos en suma
los mozalbetes del día; 15
pelo bien cortado, mucha
chorrera muy bien plegada,
y con esto más diablura
esconden que Satanás;
siempre están fraguando alguna 20
malicia por dar al traste
con aquella, que descuida
la guarda de su virtud.
Por fin, de esta barahunda
has salido con honor; 25
y, según se me barrunta,
la piedra que le tiraste
no le ha dejado con muchas
esperanzas de que tú
alientes más sus locuras; 30
y lo que acabas de hacer
a que acelere estas nupcias
me persuade; mas antes
quiero que escuches en suma
todas las obligaciones 35
de una doncella que muda
de estado; tú retenerlas
con mucho esmero procura.
(A COSME y a BLASA.)
Una silla aquí a la puerta;
y si alguno no ejecuta 40
lo que mando...

BLASA¡Qué! Si entrambos
lo tenemos todo en la uña.
Buen perro nos quiso dar
el tal mocito.
COSMEQue nunca
beba yo vino, si entrare 45
más en casa, por más bulla
que meta; es un majadero.
Anteayer me dio una chupa
que tenía un desgarrón.

DON LIBORIOPues sin tardanza ninguna 50


traed lo que tengo dicho
para comer.
(A COSME.)
Tú pregunta
por el vecino escribano,
que quiero que la escritura
de mi casamiento otorgue, 55
con lo demás que me cumpla.

Escena II

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA.

DON LIBORIO (Sentado.)


Óyeme con atención:
suelta, Isabel, la costura,
y no has de pestañearme
mientras yo hable, que es de mucha 60
importancia lo que voy
a decir, y quiere suma
meditación... De hito en hito
mirando; no pierdas una
palabra; los ojos puestos 65
(Señalando la frente.)
aquí... Tienes la fortuna
de que me case contigo.
Da gracias de tu ventura
a Dios mil veces al día;
porque, siendo tú de cuna 70
villana, mi bondad quiso,
sacándote de tu oscura
condición, llamarte mía,
y a Vizcondesa te encumbra
del Atochal, despreciando 75
veinte hidalgas cejijuntas,
y algunas lindas y ricas.
En fin, Isabel, tú ocupas
mi lecho; y porque más bien
tus obligaciones cumplas, 80
siempre has de tener presente
que cuanto eres, a mi mucha
bondad se lo debes todo.
Piénsalo así, y no presumas
jamás alzarte a mayores, 85
porque yo tampoco nunca
de esta boda me arrepienta.
El matrimonio no es chufla,
Isabel; que trae consigo
obligaciones de mucha 90
entidad; y yo no quiero
que, por ser mi esposa, arguyas
que has de hacer lo que quisieres,
y vivir a tus anchuras.
El marido ha de mandar 95
solo en casa, y sin excusa
la mujer obedecerle,
que la potencia absoluta
pertenece a los calzones,
y el sexo imberbe sin duda 100
nace esclavo del barbado.
Aunque la mujer es una
mitad del género humano,
no por eso se concluya
que sea igual al varón; 105
que fuera poca cordura.
Una es mitad soberana,
otra vasalla, y se ajusta
en todo por la que manda;
una es árbitra absoluta, 110
y la otra su humilde esclava.
Lo que ves que una criatura
hace por obedecer
a cuanto su padre gusta;
cuanto un buen criado al amo; 115
cuanto un donado procura
contentar al guardïán,
y el bisoño de recluta
al sargento, es friolera
todo para la profunda 120
veneración y respeto,
humildad y compostura
con que una mujer casada,
que con su obligación cumpla,
ha de mirar a su esposo, 125
a su jefe, a su amo, en suma,
a su soberano dueño.
La mujer que no se asusta
cuando el marido le pone
ceño, y no se queda muda, 130
y sin levantar los ojos
de la tierra, sin disputa
es una mala mujer.
En el día se hallan muchas
que no siguen estas reglas; 135
no imites nunca esas sucias,
y mira cómo las gentes
de su conducta murmuran.
El diablo anda siempre listo,
y hacernos caer procura 140
en tentación; y por eso,
Isabel, te encargo que huyas
de esos mancebitos lindos;
piensa que de tu conducta
pende mi honra, y que con poco 145
se amancilla o se deslustra,
porque el honor no consiente
que se anden con él en burlas,
y el demonio en el infierno
tiene calderas profundas 150
de azufre y de pez ardiendo
para castigar las culpas
de las que contra el honor
pecan; no, pues no hablo en burlas,
sino muy de veras: cuenta, 155
Isabel, con que si escuchas
dócil todos mis consejos,
tendrás el alma más pura
y cándida que un armiño.
Pero si el diablo, que busca 160
ocasión para perderte,
lo logra, quedas más sucia
y más negra que un tizón,
y cuando mueras, sin duda
te vas derecha al infierno 165
como un huso, para nunca
jamás ver a Dios; el Cielo
de tamaña desventura
te libre. La cortesía...
Así va bien... Mira, estudia 170
un papelito que voy
a darte, y que encierra en suma
cuanto deben las casadas
hacer, y merece mucha
contemplación; no conozco 175
a su autor; pero es de pluma
bien cortada, y no era lerdo.
Apréndeme una por una
estas reglas de memoria,
hasta tenerlas en la uña 180
como el beabá, que en esto
nunca daña lo que abunda.
Léelas, a ver si aciertas,
(Se levanta.)
o tropiezas en alguna.

(Reglas del matrimonio u obligaciones de la mujer casada con su


ejercicio cotidiano.)

(Regla primera.)

DOÑA ISABELITA (Leyendo.)


«La que al conyugal lecho 185
el sacramento santo introdujere,
grabe bien en su pecho
que aunque en doscientas lo contrario viere
su esposo para sí solo la quiere».

DON LIBORIOYo te explicaré otro día 190


esta máxima profunda;
ahora lo que conviene
es que sigas la lectura.

DOÑA ISABELITA (Siguiendo.)

(Regla segunda.)

«Nunca en vanos arreos


dinero y tiempo gaste inútilmente; 195
cuando de su marido los deseos
satisfechos están, es suficiente;
ni importa parecer a todos fea,
con que para su esposo no lo sea».

(Regla tercera.)

«Una mujer honrada 200


no estila colorete,
pastas de olor, perfumes ni pomada.
Quien tales cosas a gastar se mete,
no lo hace por petar a su marido,
sino por agradar a algún querido». 205

(Regla cuarta.)

«Los ojos en el suelo


clavados siempre, o puestos en el cielo,
por la calle los lleve,
porque sólo a su esposo mirar debe».

(Regla quinta.)

«Visitas no reciba 210


de otros que los amigos del marido,
que en esto la opinión de honrada estriba;
y es, uso muy valido
que los que más a ver la mujer vengan,
menos que hacer con el marido tengan». 215

(Regla sexta.)

«Regalos nunca admita,


que en el siglo presente
el que da solicita,
y la que toma, en dar también consiente».

(Regla sétima.)

«Tinta, papel y pluma 220


la que tiene recato siempre excusa;
escríbalo el marido todo en suma,
que la honrada mujer ni firmar usa».

(Regla octava.)

«De toda concurrencia


huya, porque es funesta a la inocencia. 225
Allí contra el honor de los esposos
conspiran mil ociosos.
Cuando concursos tales prohibidos
estén, irá mejor a los maridos».

(Regla novena.)

«La mujer recatada 230


de aficionarse al juego
líbrese más que de caer al fuego;
porque a veces perdiendo una jugada,
aventurarse suele
aquello que al marido más le duele». 235

(Regla décima.)

«Banquetes y paseos,
a la fuente del Berro en el verano
son meros devaneos,
y pruebas de juïcio poco sano;
que, aunque le den barato, 240
siempre el pobre marido paga el pato».

(Regla undécima.)

DON LIBORIOLuego, cuando tú estés sola,


acabarás la lectura;
después yo te explicaré
las reglas una por una. 245
Me acuerdo ahora que tengo
un asunto, que es de mucha
entidad, que despachar.
Muy presto volveré; estudia
ese libro, y no le pierdas. 250
Si el escribano pregunta
por mí, dile que me espere.

Escena III

DON LIBORIO solo.

DON LIBORIOCierto, fue mucha fortuna


haber topado con tal
mujer, con alma tan pura. 255
Es más blanda que una cera;
la forma que más me cumpla
le puedo dar a mi antojo.
En poco estuvo sin duda
que su sobrada inocencia 260
me trajese desventura;
pero vale más que peque
por simple que por aguda,
porque a males de esta especie
fácilmente se halla cura; 265
y una simple los consejos
de su esposo los escucha
con docilidad; y si otros
la descaminan alguna
vez, vuelve al camino recto, 270
así que se lo insinúa
su marido... ¡Oh! no es lo mismo
mujer discreta, picuda,
culta y marisabidilla,
que no hay mollera segura 275
de desmán con ella, haciendo
de nuestros consejos burla,
y tratando nuestras máximas
de chochez y paparruchas
de antaño; y si se les planta 280
en el caletre, no hay duda;
hemos de entrar en el gremio
sin apelación ni excusa;
que no hay precaución que valga
contra sus artes y astucias, 285
y su habilidad les sirve
para que mejor encubran
sus vicios con el afeite
de recato y compostura.
Vaya; peor que el demonio 290
es una mujer astuta.
¡A cuántos conozco yo
que, por su mala ventura,
no me dejarán mentir!
Pero en medio de esta bulla 295
estará mi mancebito
maldiciendo su fortuna.
Bien empleado le está.
No callan cosa ninguna
estos galanes del día; 300
un secreto los asusta;
si se ven favorecidos
de una dama, lo divulgan
al momento, y se ahorcaran
si todas sus aventuras 305
no las supiera la gente;
y tan poco disimulan
su vanidad, que a mi ver
aquella que los escucha
ha perdido la cabeza, 310
y que... aquí viene. ¡Qué mustia
cara tiene! Averigüemos
el motivo de su angustia.

Escena IV

DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DO N LEANDROVengo de casa de usted.


Parece estrella sin duda 315
que nunca pueda encontrarle.
Al fin querrá mi fortuna...

DON LIBORIOPor Dios, dejemos, amigo,


ceremonias importunas,
que en amistad tan antigua 320
enojan, si no se excusan.
Tantas personas malgastan
el tiempo en esas tontunas,
que no es cordura imitarlas.
(Poniéndose el sombrero.)
Esto es decir que se cubra 325
usted. Vamos; ¿los amores
siguen bien? ¿Esa aventura
va viento en popa? Yo estaba
algo distraído en unas
reflexiones, cuando usted 330
me la contó. Pero es mucha
la presteza con que va;
y el galanteo se anuncia
con tan próspero semblante,
que aguardo buenas resultas. 335

DON LEANDROSeñor don Liborio, ahora


el lance de aspecto muda;
que ha sucedido a mi amor
un gran revés de fortuna.

DON LIBORIO¿Cómo así?

DON LEANDROLa suerte adversa, 340


que siempre de amor se burla,
trajo al tutor de la niña
a Madrid.

DON LIBORIO¡Qué desventura!

DON LEANDROY es lo peor que ha sabido


la correspondencia oculta 345
de ambos.

DON LIBORIO¿De dónde mil diablos?

DON LEANDRONo sé; la cosa es segura.


Esta mañana a las once,
que es la hora que ella acostumbra
recibirme, me presento, 350
cuando, saliendo con furia,
el muchacho y la criada,
me gritan: es importuna
su visita de usted. Fuera;
vaya a buscar aventuras; 355
y en los hocicos me dieron
con la puerta con gran bulla.

DON LIBORIO¡Con la puerta en los hocicos!

DON LEANDROEn los hocicos.

DON LIBORIOSin duda


es mucho chasco.

DON LEANDROLes quise 360


hablar por la cerradura
de la puerta; pero a todo
respondían: es tontuna,
no quiere el amo que usted
entre en casa.

DON LIBORIO¿Conque, en suma, 365


ellos no abrieron?
DON LEANDRO¡Sí, abrir!
Para sacarme de dudas,
Isabel, desde el balcón,
me lo dijo en voz muy dura,
y tirándome un guijarro. 370

DON LIBORIO¿Un guijarro?

DON LEANDRO¡Qué pregunta!


Guijarro, y de buen tamaño,
que, en pago de mis ternuras,
me tiró ella con su mano.

DON LIBORIOMándole mala ventura, 375


amigo, a su amor de usted.
Digo, y, si usted se descuida,
le abre un palmo de cabeza.

DON LEANDROEn verdad me descoyunta


el hombre con su venida. 380

DON LIBORIOTambién a mí me da mucha


pena; sí, a fe de quien soy.

DON LEANDROEn pensarlo se me apura


la paciencia.

DON LIBORIOPero creo


que hallará usted compostura. 385

DON LEANDROVeremos de encontrar treta


que en su casa me introduzca,
sin que lo huela el celoso.

DON LIBORIOEn eso no hay poner duda.


Ello es que la niña quiere 390
a usted.

DON LEANDROEs cosa segura.


DON LIBORIOPues lo logrará.

DON LEANDROLo espero


así.

DON LIBORIOLo que más le asusta


a usted es aquel maldito
guijarro; pero se apura 395
sin motivo.

DON LEANDROEso es muy cierto.


Al punto la mano oculta
conocí de aquel vestiglo,
que en guarda de mi hermosura
anda siempre vigilante. 400
Pero la parte más chusca
de la historia es la que queda
por contar, y es una astucia
de la niña, que me deja
atónito, y que yo nunca 405
de su inocencia aguardara.
Cierto es que el amor aguza
el ingenio del más topo;
la inteligencia más ruda
la convierte en un instante 410
en lince; transforma y muda
al hombre en otro distinto,
y mudanzas absolutas
en un punto, cual si fuera
encanto, las ejecuta. 415
Hace pródigo al avaro;
al rústico sin cultura
hombre de buenos modales;
al cobarde, que se asusta
de todo, le infunde aliento; 420
y a la simple vuelve astuta.
El amor este milagro
ha obrado con la hermosura
de Isabel; porque, fingiendo
que me denuesta y me insulta, 425
dijo, al tirarme la piedra,
alzando la voz: excusa
usted de hacerme visitas,
que su vista me importuna;
ahí lleva usted mi respuesta; 430
y el guijarro, que le asusta
a usted tanto, me traía,
¿lo dirá usted? carta suya;
y tan apropiada al lance
en que se halla, y que se ajusta 435
de modo a su situación,
que la mujer más aguda
y más discreta no hubiera
dictado mejor ninguna.
Es mucho maestro amor; 440
aquello que él no ejecuta,
nadie lo conseguirá.
¿Qué dice usted? ¿No es astuta
la invención para una niña
tan inocente y tan pura? 445
¿Qué piensa usted de la esquela?
¿Le parece bien la astucia?
Y digo, ¿en esta comedia
el celoso qué figura
está haciendo? ¿No es verdad? 450
Hable usted.

DON LIBORIOSí; es cosa chusca.


(DON LIBORIO se ríe de mala gana.)

DON LEANDRONo ríe usted lo bastante.


Mire usted que es brava burla.
El hombre, al ver que yo quiero
a la muchacha, se asusta, 455
se atrinchera y fortifica
con guijarros, como en una
ciudadela amenazada
de asalto, y con mucha furia
a la gente de su casa 460
toda contra mí la azuza;
mientras la niña inocente
de las máquinas que el usa
se vale para escribirme,
y con sus ardides frustra 465
del celoso impertinente
la vigilancia importuna.
Yo, no obstante que su vuelta
mis esperanzas destruya,
reviento de risa, amigo, 470
al contemplar esta burla.
¡Pero usted está tan serio!
DON LIBORIO (Riéndose de mala gana.)
Perdone usted, que me gusta,
y me río cuanto puedo.

DON LEANDROPues no ha de haber cosa oculta 475


entre los dos; conque así
quiero que de mi hermosura
oiga usted leer la carta.
No verá usted de una culta
el estilo; pero sí 480
el candor y la ternura
de un amor casto, inocente;
bondad angélica; suma
inocencia, y del afecto
primero la impresión pura. 485

DON LIBORIO (Aparte, bajo.)


¡Bribona! De eso te sirve
saber escribir. ¡Es mucha
maldad! Y eso que previne
que no te enseñaran nunca.

DON LEANDRO (Leyendo.) «Quisiera escribir a usted, y no sé cómo,


ni por dónde empezar. Me vienen mil ideas, que deseara que usted las
supiera, y no sé cómo decírselas, ni me fío de mis palabras. Ahora
que empiezo a ver que me han dejado muy ignorante, me recelo de
decir cosas que sean malas, o que no sea bueno decirlas. Y, cierto,
que no sé lo que usted me ha hecho; pero sí que siento a par de
muerte lo que me hacen que haga contra usted, y que será para mí de
mucho sentimiento el estar sin usted, y que quisiera ser suya. Acaso
es malo decir esto; pero yo no puedo menos de decirlo; y quisiera,
si fuera posible, que no fuese malo escribirlo. Me dicen
continuamente que todos los mozos engañan, que no se les debe dar
oídos, y, que todo lo que usted dice es mentira; pero le aseguro a
usted que todavía no me he podido figurar que no me trate usted
verdad, y que sus palabras me agradan tanto, que no me puedo
persuadir a que sean falsas. Dígame usted la verdad sin rebozo,
porque como yo no tengo picardía, fuera mucha maldad si usted me
engañara, y me parece que me moriría de la pesadumbre».
DON LIBORIO (Aparte.)
¡Perra!

DON LEANDRO¿Qué tiene usted?


DON LIBORIONada. 490
Es tos.

DON LEANDRO¿Ve usted qué ternura


en la expresión? Es un pasmo
que una niña que así educan,
y en tanta sujeción tienen,
tan buen natural descubra. 495
Cierto que es una maldad,
que no merece disculpa,
haber dejado en tinieblas
de ignorancia tan oscura
inteligencia que luce 500
tanto, así que amor la alumbra;
de amor es este prodigio;
y si la suerte me ayuda,
como yo lo espero, el bruto
que la tiene entre sus uñas, 505
el pícaro, el majadero,
el infame, le asegura
mi...

DON LIBORIOAgur...

DON LEANDRO¿Se va usted tan pronto?

DON LIBORIOSiento mucho que me ocurra


un asunto muy urgente. 510

DON LEANDROQuiere mi mala fortuna


que la tenga tan guardada,
que lo que más dificulta
la empresa es no poder verla.
Dígame usted, ¿no barrunta 515
algún medio de que yo
en la casa me introduzca?
Hablo con toda franqueza,
porque entre amigos hay mutua
obligación de servirse 520
en casos tales; discurra
usted que mozo, criada,
en fin, todos se conjuran
contra mí, y por más esfuerzos
que haga, ninguno me escucha. 525
Tenía una buena vieja,
que me servía con mucha
fidelidad, y que, cierto,
era un portento de astucia,
de la madre Celestina 530
traslado, y de calenturas
se murió habrá cuatro días.

DON LIBORIOLo pensaré a mis anchuras.


Más bien a usted es factible
que algún medio se le ocurra. 535

DON LEANDROPues adiós, hasta más ver...

Escena V

DON LIBORIO solo.

DON LIBORIO¿Habrá alguien que tanto sufra,


y que no reviente? El hombre
toda mi paciencia apura.
No sé cómo me contengo 540
sin que él conozca la zurra
que me está pegando; y, digo,
¿la bribona tiene astucias?
¿Quién diablos le enseñaría
tanta maldad? Y no hay duda, 545
ella quiere al picaruelo,
y me aborrece, y se burla
de mí; ¡pues estamos buenos!
Y lo que más me trabuca
los sentidos, y me pone 550
en una mortal angustia,
es que la quiero de veras,
de suerte que quien usurpa
mi puesto en su corazón,
dos heridas me hace en una, 555
en mi honor y en mi cariño...
¡Con que un mocosuelo frustra
mi prudencia, y coge el fruto
de mi afán...! Mi más segura
venganza fuera dejarla 560
arrastrar de quien la empuja
hacia su perdición; pero
fuera mucha desventura
perder la que tanto adoro.
¿De qué sirven mis profundas 565
meditaciones, si al cabo
de mis años me subyuga
una chicuela sin padres,
sin caudal, de baja cuna,
que desdeña mi cariño, 570
que de mis penas se burla,
y olvida mis beneficios;
y, aunque nada se me encubra,
más la quiero cuanto más
aborrecerla procura 575
mi pecho? ¡Ah loco! ¿No tienes
vergüenza de la censura
de los demás? Me daría
mil bofetadas por una.
Entraré a ver con qué cara 580
la bribona disimula
tan infame alevosía.
Si contra mí se conjuran
los hados, y es signo mío
que hasta mi mollera cunda 585
el mal de tantos maridos,
dame a lo menos, fortuna,
la resignación que sobra
a otros para que lo sufra.

Acto IV

Escena I

DON LIBORIO solo.


DON LIBORIONo puedo parar; no sé
qué hacerme, ni qué medidas
tomar; pierdo la cabeza.
¿Qué haré para que las miras
del mancebito arrimón 5
queden frustradas? La niña,
¡qué imperturbable descaro!,
no, no la turba mi vista;
y aunque ve que estoy sin mí,
mi presencia no la agita. 10
Mientras más desasosiego
tengo, ella está más tranquila
y más risueña; y con todo,
cuanto me enoja y me irrita
más la chica, me parece 15
más hermosa todavía.
Rabio, grito, me consumo,
y nunca la vi más linda;
nunca sus ojos más bellos
me han parecido que hoy día; 20
nunca estuve tan prendado.
Vaya, la cosa está vista:
si me la birla el mocoso
ha de costarme la vida.
¿Pues qué? ¡Haberla yo criado, 25
tomando tan exquisitas
precauciones, y con tanto
esmero, desde muy niña,
para casarme con ella,
cuando fuera grandecita; 30
trabajar, hace trece años,
en prepararla a ser mía;
cifrar en una esperanza
tan halagüeña mi dicha;
y ahora, que sazonado 35
el fruto, ya a cogerle iba,
vendrá el otro con sus manos
lavadas, porque a la chica
le ha petado su figura,
a dejarme frío! ¡Linda 40
cosa fuera, muy donosa!
No, amiguito, no en mis días.
O yo he de perder el nombre
que tengo, o todas sus miras
le han de salir al revés; 45
que no me ha de dar papilla,
como a los niños que maman,
ni hacerme objeto de risa.
Escena II

Un ESCRIBANO, DON LIBORIO.

ESCRIBANOAquí está; a buena hora vengo.


Tenga usted muy buenos días. 50
A otorgar esa escritura,
pues que corre tanta prisa,
soy venido.

DON LIBORIO (Sin ver al ESCRIBANO, y creyendo que está


solo.)
¿Cómo haré?

ESCRIBANO¿Qué hay que hacer? Se formaliza


conforme a derecho.

DON LIBORIO (Lo mismo.)


Quiero 55
tomar muy bien mis medidas.

ESCRIBANOPues no se recele usted


que yo una cláusula escriba
que le perjudique.

DON LIBORIO (Lo mismo.)


Importa
cerrar bien a la malicia 60
todos los portillos.

ESCRIBANOBasta
que yo el asunto dirija.
La dote que ella llevare,
antes que usted la reciba,
antecede tasación, 65
que hacen personas peritas,
que usted y la novia nombran;
y luego se formaliza
carta de pago y recibo.

DON LIBORIO (Lo mismo.)


Si la gente se malicia 70
algo, en todas las tertulias
seré el platillo de risa.

ESCRIBANONadie tiene que saberlo,


si los testigos que firman
son hombres de bien, y callan. 75

DON LIBORIO (Lo mismo.)


¿Y qué he de hacer con la niña,
si me sucede un desmán?

ESCRIBANOPor una ley de Partidas,


de la cuarta marital
heredará, si no es rica. 80

DON LIBORIO (Lo mismo.)


El mucho amor que le tengo
me saca de mis casillas.

ESCRIBANOPues dotarla en ese caso.

DON LIBORIO (Lo mismo.)


No atino, por vida mía,
de qué modo he de tratarla. 85

ESCRIBANOEs disposición precisa


de nuestras leyes de Toro,
que a la mujer en Castilla
la décima de sus bienes
el marido a dar se ciña, 90
cuando más; pero esta ley
es muy fácil eludirla.

DON LIBORIO (Lo mismo.)


Sí...
(Ve al ESCRIBANO, y se calla.)
ESCRIBANOLos bienes gananciales
a ambos cónyuges se aplican
por igual, y es ley sentada 95
en los reinos de Castilla.
La donación propier nuptias...

DON LIBORIO¿El qué?

ESCRIBANOEs cosa muy distinta.


El cónyuge, que a su esposa
la tiene en mucha valía, 100
puede otorgarle escritura
de arras, y en ella se obliga
a darle de cuanto tiene
la décima; le da vistas,
esto es, joyas y preseas 105
que las leyes de Partidas
denominan donadíos;
ni tampoco se le quita
la facultad de donarle,
Causa mortis, lo que elija, 110
y de un modo irrevocable...
Parece que usted me mira...
¿No hablo conforme a derecho?
¿O vengo a que aquí me digan
mi obligación de escribano? 115
Pues, cierto, que no sabría
ahora lo que es la dote,
la largueza esponsalicia,
los bienes antifernales.
¿No sé que se comunican 120
los gananciales, constante
matrimonio, acá en Castilla,
y que compete el dominio
al marido mientras viva?
¿Ignoro que el usufructo 125
de los dotales se aplica
a cargas del matrimonio?
Por eso los administra
el marido, mientras...

DON LIBORIODale.
¿Quién diablos a usted le quita 130
que lo sepa, ni a qué viene
ahora esa tarabilla?
ESCRIBANOUsted, que está haciendo gestos,
como si fueran pamplinas
lo que digo.

DON LIBORIOLleve el diablo 135


al hombre y su letanía.
Agur; en estando solo
siga usted con su maldita
jerigonza hasta mañana.

ESCRIBANO¿No me llamaron con prisa 140


a otorgar una escritura?

DON LIBORIOSí; pero será otro día,


que han ocurrido otras cosas.
Pues trae el hombre bonita
conversación para el lance. 145

ESCRIBANO (Solo.)
Él ha de tener su pizca
de loco, si no me engaño.

Escena III

El ESCRIBANO, COSME, BLASA.

ESCRIBANO (Yendo hacia COSME y BLASA, que salen.)


¿No es cierto que me quería
hablar el amo?

COSMESeguro.

ESCRIBANOPues cuidado que le digan 150


ustedes, así que venga,
que es un sandio, con manías
de loco.
BLASASe lo diremos
sin falta.

COSMEEso es cuenta mía.

Escena IV

DON LIBORIO, COSME, BLASA.

COSME¡Señor!

DON LIBORIOVenid acá, amigos 155


fieles, en quien se confían
mis designios; ya me han dado
de cuanto os debo noticias.

COSMEDice el escribano...

DON LIBORIODeja
que lo que quisiere diga; 160
y tratemos de otras cosas
más urgentes. La malicia
quiere deshonrarme, y fuera
para vosotros mancilla
que vuestro amo sin honor 165
viviera; se mofaría
todo el mundo de vosotros;
y así, como mi desdicha
cogiera a los dos, conviene
que siempre estéis a la mira, 170
y que el mocito no pueda...

BLASAToma; eso es cosa sabida;


lo mismo que el Padre nuestro.
DON LIBORIOSi os viene haciendo caricias,
no le escuchéis.

COSMENi por pienso. 175

BLASAPues a buen árbol se arrima.

DON LIBORIOSi te dice; Cosme, amigo,


ten lástima, por tu vida,
de mi tormento.

COSMENo quiero.

DON LIBORIOBueno...
(A BLASA.)
Querida Blasita; 180
tú, que tienes una cara
tan bonitilla, tan linda...

BLASANoramala.

DON LIBORIOAsí va bien.


(A COSME.)
Cuando algo, Cosme, te pida
más de aquello que Dios mande. 185

COSME¡Picarón!

DON LIBORIOBien, a fe mía.


(A BLASA.)
Blasa, mira que me muero,
si de mí no te lastimas.

BLASA¡Desvergonzado, bribón!

DON LIBORIO¡Qué bien dicho!


(A COSME.)
Cosme, mira 190
que yo no quiero que nadie,
sin que le pague, me sirva,
y que te he de premiar bien.
Ahí tienes cuatro doblitas
adelantadas; y tú, 195
Blasa, esa friolerilla
para feriarte un pañuelo.
(Ambos alargan la mano, y toman el dinero.)
No penséis que se limita
mi gratitud a tan poco.
Lo que ahora solicitan 200
mis ansias es ver al ama.

BLASA (Empujándole.)
Fuera de aquí.

DON LIBORIOMuy bien, hija.

COSME (Lo mismo.)


A la calle.

DON LIBORIO Bueno.

BLASA (Lo mismo.)


Presto.

DON LIBORIOBasta: tenéis bien sabida


la lección.

BLASAPues no; graciosa 205


condición gasta la niña.
¿Está a su gusto de usted?

DON LIBORIOMenos el que se reciba


el dinero.

BLASAEs una cosa


que siempre se nos olvida. 210

COSME¿Empezamos otra vez?


DON LIBORIONo; ya no se necesita.
Éntrense ustedes en casa.

COSMEDigo; si le parecía
a usted...

DON LIBORIOYa he dicho que no. 215


Cuidado con que a la mira
estéis; no quiero el dinero
que os he dado; mas de vista
nunca perdáis a Isabel,
ni dejéis entrar visitas. 220

Escena V

DON LIBORIO solo.

DON LIBORIOPara que no me la peguen,


el sastre de más arriba
quiero traerme al portal;
y ella no saldrá ni a misa,
si no es conmigo; y en casa 225
no me han de entrar amiguitas,
ni prenderas, ni mujeres
que vendan ricas basquiñas
de lance, buen chocolate
barato, o mantelería, 230
y con este achaque traigan
del cortejo la esquelita.
No; conmigo no hay emboque;
que tengo mucha malicia,
y he rodado por el mundo. 235
Mancebitos, los del día,
perro viejo todo es maulas;
conmigo no hay engañifas.
Escena VI

DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DON LEANDRO¡Cuánto celebro encontrarle


a usted! Es cosa de risa, 240
pero por poco me sale
cara, la que en esta misma
hora acaba de pasarme.
Me paré junto a la esquina,
cuando observo a su balcón 245
asomada Isabelita,
que estaba tomando el fresco;
me hace una seña; se esquiva,
y me abre por el postigo;
mas no estaba todavía 250
en su aposento con ella,
cuando el celoso con prisa
trepaba por la escalera.
En una tan repentina
desgracia, lo que ocurrió 255
más presto a la pobre niña
fue encerrarme en un armario.
Desde allí yo no le vía,
pero le oía dar pasos
descompasados; las sillas 260
tirarlas, dar de patadas
a un perrillo que le hacía
fiestas; dar grandes sollozos,
y romper hasta la china
que había en la rinconera 265
del retrete de la chica.
Sin duda que alguna cosa
ha averiguado este día
de la esquela de Isabel.
Después de escena tan linda, 270
sin hablar una palabra,
el gran bestia toma pipa,
y la muchacha asustada
me saca de mi garita,
y me manda que me vaya 275
al punto, por si volvía
el don Marcos; pero tengo
esta propia noche cita
en su cuarto; cuando esté
ya la gente recogida, 280
he de dar cinco palmadas,
que es la seña; Isabelita
abrirá el balcón, y yo
tengo escala prevenida,
y me subo a su aposento. 285
Amigo, tanta alegría
me tiene fuera de mí,
y rabiaba por decirla
a usted, que es tan buen amigo;
porque no es cumplida dicha 290
aquella que a los amigos
fieles no se comunica.
¿Qué tal? ¿Llevo en buen estado
mi amor? Pero estoy de prisa;
agur, que quiero poner 295
al punto las cosas listas.

Escena VII

DON LIBORIO solo.

DON LIBORIO¡Que así el influjo maligno


de mi estrella me persiga,
que ni respirar me deje!
Entrambos a dos se aplican 300
de tal manera a frustrar
de la vigilancia mía
los conatos, que es prodigio
que su intento no consigan.
¡Así yo, en mi edad madura, 305
seré escarnio de una niña
inocente, y de un rapaz
sin juïcio; yo que vía
desde el puerto los escollos,
donde otros maridos iban 310
a zozobrar, contemplando
la causa de sus desdichas;
que veinte años he pensado
en ver cómo encontraría
mujer, con quien no tuvieran 315
los mozalbetes cabida;
y que para conseguirlo
he tomado las medidas
más prudentes y acertadas!
Parece que la maligna 320
suerte del linaje humano
quiere que nadie se exima
de este fatal contratiempo;
pues que mi filosofía,
mi experiencia, mis profundas 325
meditaciones fallidas
vienen a salirme todas.
¡La senda que todos pisan
haberla dejado, y luego
cogerme la rueda misma 330
que a cuantos maridos andan
por el mundo! No en mis días;
no has de salir con la tuya,
aunque te empeñes, maldita
estrella. No; en mi poder 335
la chica está todavía.
Si ese diablo de mozuelo
de su corazón me priva,
veremos si lo demás
mi vigilancia le quita. 340
Esta noche, que él se piensa
pasarla en su compañía
alegremente, será
más negra que él imagina.
Por fin no es del todo malo, 345
que él mismo es el que me avisa
del riesgo que me amenaza,
y que tanto desatina,
que los favores que alcanza
de su propio rival fía. 350

Escena VIII

DON ANTONIO, DON LIBORIO.

DON ANTONIOPues ¿a qué hora cenaremos?


¿A las diez?

DON LIBORIO¡Buena noticia!


Hombre, no ceno, que ayuno.
DON ANTONIOEs muy graciosa salida.

DON LIBORIODéjeme usted, que me duele 355


la cabeza, y me fatiga
el hablar.

DON ANTONIO¿Y el casamiento


no dijo usted que se hacía
mañana?

DON LIBORIOY cuando no se haga,


¿qué importa?

DON ANTONIO¡Cómo se irrita 360


usted! Vamos; más sosiego.
¿Si acaso sucedería,
amigo, al amor de usted
cierta tribulacioncilla?
Apuesto a que es algo de eso. 365
El semblante así lo indica.

DON LIBORIOCuando hubiera sucedido,


nunca me parecería
a ciertos esposos mansos,
que lo toman todo a risa. 370

DON ANTONIOEs cosa rara, compadre,


que haya dado en tal manía
hombre de tanto talento
como usted, y que su dicha
la cifre toda en un punto 375
que es de tan poca valía
para aquellos que las cosas
sin preocupación miran.
Se parece usted al héroe
que nuestro Cervantes pinta, 380
discreto en todos asuntos,
y que siempre desatina
cuando vienen a tocar
su negra caballería.
Ser un logrero, un bellaco, 385
un mandria es menos mancilla,
en el dictamen de usted,
que incurrir en tal desdicha.
Pero ¿por qué se figura
usted que mi honra se cifra 390
en que mi mujer se porte
bien? ¿De culpa, que no es mía,
por qué he de pagar la pena
yo? ¿No es palpable injusticia
que ella cometa el delito, 395
y sea yo a quien castigan?
Este desmán de un marido,
no sé por qué, usted le mira
como un espantable monstruo,
cuyo aspecto atemoriza; 400
no es tanto como usted piensa;
y, cuando bien se examina,
la cosa (sin pasión) es
indiferente en sí misma,
y todo el daño depende 405
del modo de recibirla.
La prudencia está en un medio;
quien los extremos evita,
obra con juïcio, y nunca
sirve de plato de risa. 410
Hay maridos majaderos,
que ellos propios preconizan
a los galanes que obsequian
a sus mujeres; los instan
para que las acompañen 415
en paseos y en visitas;
van con ellos al teatro;
a su mesa los convidan;
de suerte que con razón
todos los ridiculizan. 420
No apruebo yo esta conducta;
mas tampoco aprobaría
dar en el extremo opuesto
de otros maridos, que gritan
como frenéticos cuando 425
en algún renuncio pillan
a sus mujeres; de modo
que ellos son los que publican
su propia afrenta, y su saña
del mundo el escarnio excita. 430
De ambos extremos un hombre
de juïcio se desvía
igualmente; y, si el influjo
de su estrella le destina
la suerte de otros maridos, 435
con paciencia se resigna,
como a daño irremediable,
que con quejas no se alivia,
y que al contrario se agrava,
cuanto en él más se cavila; 440
de modo que el mayor mal,
aun más que en la cosa misma,
en el modo de tomarla,
a mi parecer, se cifra.

DON LIBORIOPor sermón tan elocuente 445


debiera la cofradía
darle las gracias a usted,
y muchos se meterían
en el gremio, si le oyeran.

DON ANTONIOEso es cosa muy distinta 450


de lo que he dicho; un marido
que hace gala de que viva
su mujer a sus anchuras,
dije que me parecía
muy mal; pero, si la suerte 455
no se le muestra propicia,
haga como el que bien juega,
cuando los naipes le pintan
mal, y con su buena maña
el hado adverso corrija. 460

DON LIBORIOPues: comer, beber, dormir,


y sin dársele ni una higa.

DON ANTONIOCierto; y, para entre nosotros,


otras cosas me darían
mil veces más pesadumbre 465
que el azar, que atemoriza
a usted tanto; y si me dicen,
o que una mujer elija
que caiga en ciertas flaquezas,
o otra que esté en una riña 470
continua con su marido;
que alborote la familia
con sus gritos; los criados
cada día los despida;
y que, si lo llevo a mal, 475
con mucho fuero me diga,
que para eso es mujer fiel,
¿piensa usted que escogería
un demonio de esta especie?
Deje que se lo repita. 480
La paciencia de un marido
no es lo que usted se imagina,
que tiene sus cosas buenas.

DON LIBORIOPues no le tengo yo envidia


a quien goza esos contentos, 485
ni han de citarme en mi vida
como esposo cachazudo.
Primero que tal desdicha...

DON ANTONIO¡El mundo da tales vueltas!


¡Ay, compadre! Nadie diga 490
de esta agua no beberé.

DON LIBORIO¡Yo consentir!

DON ANTONIOPues sería


usted el primero; cierto.
¡Cuántos no se trocarían
por usted, ni por caudal 495
ni mérito, ni familia,
que lo llevan en paciencia!

DON LIBORIOPues yo tampoco querría


ser ellos, aunque me dieran
todo el oro de las Indias. 500
Vaya; mudemos de asunto,
que hablar de eso me fastidia.

DON ANTONIO¿Se enfada usted? Ya sabremos


qué es lo que tanto le irrita.
Compadre, adiós; sepa usted, 505
aunque otra cosa le digan,
que el que más jura que nunca
será de la cofradía
hermano mayor a veces
suele ser andando días. 510

DON LIBORIO Pues yo juro de no serlo,


aunque dos mil años viva;
y voy para precaverlo
al punto a tomar medidas.
(DON LIBORIO va con mucha prisa a llamar a su puerta.)

Escena IX

DON LIBORIO, COSME, BLASA.

DON LIBORIOAmigos; vosotros siempre 515


me dais pruebas repetidas
de cariño, y más que nunca
ahora se necesitan.
Si entrambos desempeñáis
bien el encargo que os fía 520
mi afecto, yo os daré paga
de tanto servicio digna.
El mozo, que ya sabéis,
intenta esta noche misma,
escalando los balcones, 525
al cuarto de Isabelita
entrarse, luego que se haya
recogido la familia.
Pero los tres estaremos
en vela; y cuando esté arriba, 530
ya en el postrer escalón,
silbo yo, y los dos aprisa
acudís, y a garrotazos
le magulláis las costillas,
y de modo que se quede 535
en la cama algunos días;
pero sin que me nombréis,
ni él pueda caer en malicia
de que soy yo quien lo mando.
¿Os atrevéis?

COSMEEsa es linda. 540


Para pegar garrotazos
ninguno mejor se pinta
que yo en todo mi lugar.

BLASA¿Te parece que la mía


acaso es mano de lana? 545
¿Es grano de anís la chica?
DON LIBORIOPues adentro, y punto en boca.
(Solo.)
Si los maridos del día
le dieran a los galanes,
que a sus mujeres visitan 550
y regalan, semejantes
lecciones caritativas,
los cofrades de San Marcos
fueran menos a fe mía.

Acto V

Escena I

DON LIBORIO, COSME, BLASA.

DON LIBORIOPicarones, ¿qué habéis hecho?

COSMELo que usted nos ha mandado.

DON LIBORIOYo, lo que os mandé, bribones,


fue que le dierais de palos,
pero no que le matarais. 5
¡En qué apuro nos hallamos!
¡Un cadáver a la puerta!
¿Y si de este asesinato
nos acusan, qué diremos?
Volved a casa, y cuidado 10
con que a ninguno digáis
que yo la orden os he dado
de pegarle.
(Quedándose solo.)
¡Qué desgracia!
¿Qué he de hacer en tal fracaso?
¿Qué dirá su pobre padre 15
cuando sepa el desgraciado
lance? Pero ya amanece.
¿Qué puedo hacer? Discurramos.

Escena II

DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DON LEANDRO (Aparte.)


Sepamos qué ha sucedido.

DON LIBORIO (Creyendo que está solo.)


¡Pensar...!
(Encontrándose con DON LEANDRO, sin conocerle.)

DON LEANDRO¿Quién está parado 20


a esa esquina? ¿Es don Liborio?

DON LIBORIOSí. ¿Y quién es usted?

DON LEANDROLeandro.
A su casa de usted iba,
y para un lance apurado.
Temprano sale a la calle. 25

DON LIBORIO (Aparte, bajo.)


Sin duda yo estoy soñando,
o es cosa de encantamento.

DON LEANDROHe tenido muy mal rato,


y doy mil gracias al cielo
por haberme deparado 30
hallar a usted en un lance
que le necesito tanto.
Amigo; todo ha salido
mejor que hubiera acertado
a desearlo; rodada 35
se me ha venido a las manos
la dicha, y por un suceso,
que a pique de malograrlo
todo me puso. No sé
cómo, ni por dónde diablos 40
supo la cita el celoso.
Ello es que ya estaba en lo alto
de la escala, y a deshora
dos hombres con varapalos
se asoman; yo, con el susto, 45
pongo el pie en falso y me caigo;
y mi caída me libra
de llevar cien garrotazos.
Ellos, así que me vieron
en el suelo, imaginaron 50
que yo, en fuerza de sus golpes,
estaba en tierra postrado;
y, como el dolor me tuvo
sin sentido un largo rato,
creyeron que estaba muerto. 55
Con esto sobresaltados,
culpándose el uno al otro
del soñado asesinato,
sin luz, y con mucho tiento
a tocarme se llegaron, 60
a ver si estaba difunto.
Yo en este tiempo callando
y sin resollar me estaba;
tanto que ellos no dudaron
de mi muerte, y sin tardanza 65
se huyeron muy asustados.
Pues cuando yo me iba a casa,
Isabelita, temblando
de hallarme sin vida, llega,
que atenta había escuchado 70
lo que ellos entre sí hablaban,
y en medio del embarazo
y la confusión, se había
del aposento escapado.
No puedo explicar a usted 75
su júbilo, al verme sano.
En fin, la amable muchacha,
sólo a su amor escuchando,
ha resuelto no volver
a su casa, y de mi cargo 80
deja su felicidad.
Vea usted, amigo, cuánto
arriesgara su inocencia
si con dobleces y engaños
caminara yo; mas no; 85
que me tiene tan prendado
su candor, que antes muriera
que abandonarla, y que en vano
mi padre se enojaría,
que ya estoy determinado; 90
y he de casarme con ella
aunque me costara caro.
Además de que mi padre
siempre me ha querido; y cuando
no tenga ya otro remedio, 95
nunca es el león tan bravo
que no se amanse; por fin,
amigo mío, salgamos
del día; luego del tiempo
sabremos aprovecharnos. 100
Lo que quiero que usted haga
por mí, en el crítico caso
en que me encuentro, es que dé
a mi Isabelita amparo
sólo por uno o dos días, 105
mientras yo otro albergue le hallo,
donde pueda estar sin susto
escondida, por si acaso
su Cerbero hace pesquisas.
Además, que fuera extraño, 110
y lo murmuraran mucho,
si se quedara en el cuarto
de un mozo una jovencita.
Por eso es más acertado
que usted, como buen amigo, 115
tome esta niña a su cargo,
y, como bien le parezca,
que la ponga a buen recaudo.
De tan generoso amigo
fío servicio tamaño. 120

DON LIBORIOCuente usted, amigo mío,


con todo cuanto yo valgo.

DON LEANDRO¿Con que me servirá usted


en lance tan apretado?

DON LIBORIOYa he dicho que sí, y no puede 125


el cielo darme más grato
momento en toda mi vida.
Jamás a nadie he sacado
de apuro con tanto gusto.

DON LEANDROCierto que son muy contados 130


los amigos como usted.
Yo me temía que acaso
desechara usted mis ruegos;
mas veo que es un dechado
de indulgencia; ha visto mundo, 135
y no le causan espanto
las locuras de los mozos.
Ahí queda con un criado
en esa esquina.

DON LIBORIO¿Y qué haremos?


Porque ya va haciendo claro, 140
y si la llevo conmigo,
pueden verme los criados,
y charlar; es más seguro
que a sitio más recatado
venga; aquella callejuela 145
ha de ser, si no me engaño,
buena; sí, que está algo oscura.
Pues, amigo, allí la aguardo.

DON LEANDROEs precaución muy prudente.


Luego la pongo en las manos 150
de usted, y me voy corriendo,
porque nadie entienda el caso.

DON LIBORIO (Solo.)


De buena gana, fortuna,
perdono los malos ratos
que me has dado, pues te debo 155
tan inopinado hallazgo.
(Se emboza en su capa, tapándose la cara.)

Escena III

DOÑA ISABELITA, DON LEANDRO, DON LIBORIO.


DON LEANDRO (A DOÑA ISABELITA.)
Va usted a parte segura;
no tenga ningún cuidado,
que es casa de mucha forma.
Vivir conmigo es echarlo 160
todo a perder; conque siga
a ese señor embozado.

DOÑA ISABELITA (A DON LEANDRO.)


¿Y qué; me deja usted sola?
(DON LIBORIO la coge de la mano, sin que ella le
conozca.)

DON LEANDROSi no es posible excusarlo.

DOÑA ISABELITA¿Y volverá usted muy presto? 165

DON LEANDRONunca, Isabelita, tanto


como desea mi amor.

DOÑA ISABELITANo tengo sin usted rato


de gusto.

DON LEANDROY yo sin mi amada


mal en todas partes me hallo. 170

DOÑA ISABELITANo tanto como yo quiero


a usted.
(DON LIBORIO tira de ella.)
¡Ay que me hacen daño!

DON LEANDROSe aventura mucho, hermosa,


en que nos vean a entrambos
en este sitio; por eso 175
el amigo, en cuyas manos
a usted dejo, nos da priesa
para que de aquí salgamos.

DOÑA ISABELITA¡Seguir a quien no conozco!


DON LEANDRODeseche usted esos vanos 180
temores, que es de fiar.

DOÑA ISABELITA¿Y mejor con mi Leandro


no estuviera?
(A DON LIBORIO, que tira otra vez de ella.)
Espere usted.

DON LEANDROAgur, que va ya clareando.

DOÑA ISABELITA¿Cuándo le he de ver a usted? 185

DON LEANDRODentro de muy breve rato.

DOÑA ISABELITA¡Dios mío, cuánto hasta entonces


el tiempo se me hará largo!

DON LEANDRO (Yéndose.)


Gracias al cielo, que tengo
ya mi ventura en mis manos, 190
y puedo dormir ahora
sin susto ni sobresalto.

Escena IV

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA.

DON LIBORIO (Embozado, y fingiendo la voz.)


Venga usted; que no es ahí
su alojamiento; su cuarto
está puesto en otra parte 195
más segura; allí a recaudo
estará esa personita.
(Descubriéndose.)
¿Me conoces?
DOÑA ISABELITA¡Ay!

DON LIBORIO¿Te espanto


con mi vista? ¿No es verdad?
¡Ah bribona! ¿Te has quedado 200
helada, porque no puedes
seguir ya con tu Leandro
tus coloquios amorosos;
porque ves que se acabaron
los requiebros y ternezas? 205

(DOÑA ISABELITA mira, por si ve a DON LEANDRO.)

No mires a todos lados;


que está tu galán muy lejos,
para poder darte amparo.
¡Ah, ah, tan niña, y ya sabes
jugar con tal desenfado 210
semejantes morisquetas!
¡Preguntas si los muchachos
no se paren por la manga
de la camisa, y tu cuarto
abres de noche a los mozos, 215
y te vas con gran descaro,
sin que lo sienta la tierra,
con tu cortejo! ¿Quién diablos
te enseñó a decir requiebros,
que charlabas más que cuatro 220
con el mozalbete? Y, digo,
sin duda se te ha quitado
el miedo de los difuntos,
que andas de noche con tanto
aliento. ¡Picaronaza! 225
¡Cometer yerro tamaño,
y a mis muchos beneficios
corresponder con tal pago!
¡Serpiente, que yo abrigué
en mi pecho, y con ingrato 230
ánimo a su bienhechor
pica, luego que ha cobrado
vigor!

DOÑA ISABELITA¿Por qué riñe usted?

DON LIBORIOPues cierto, que no es el caso


para alterarse.
DOÑA ISABELITANo veo 235
que haya yo hecho nada malo.

DON LIBORIO¿Conque no es acción infame


el irse con un muchacho?

DOÑA ISABELITASi es un hombre que pretende


darme de esposo la mano, 240
y usted me ha dicho que no era,
en casándose, pecado.

DON LIBORIOSí; pero yo te quería


para mi mujer; y claro
te lo he dicho varias veces. 245

DOÑA ISABELITAEs cierto; pero, tratando


verdad, para mi marido
me acomoda más Leandro.
Usted pinta el casamiento
de modo que pone espanto, 250
y, cuando él habla de ser
yo su mujer, me da tanto
gusto, que siento en el alma
que no estemos ya casados.

DON LIBORIO¡Pícara! Eso es que le quieres. 255

DOÑA ISABELITAMucho que le quiero.

DON LIBORIOAlabo
la desvergüenza. ¿Y te atreves
en mi cara a confesarlo?

DOÑA ISABELITA¿Pues no lo he de confesar,


si es la verdad?

DON LIBORIOBuenos vamos. 260


¿Y por qué le quieres? Di.
DOÑA ISABELITA ¡Ay, señor! ¿Lo sé yo acaso?
Él solo tiene la culpa;
mi amor vino sin pensarlo.

DON LIBORIO ¿Y por qué no combatías 265


ese amor?

DOÑA ISABELITA ¿Qué viene al caso


combatir lo que da gusto?

DON LIBORIO¿No sabías cuánto enfado


me dabas con ese amor?

DOÑA ISABELITANo por cierto; ¿pues qué daño 270


a usted se le hace?

DON LIBORIONinguno.
Debo darme con un canto
en los pechos.¿Conque tú
no me quieres? Dilo claro.

DOÑA ISABELITA¿A usted?

DON LIBORIOA mí.

DOÑA ISABELITA¡Ay! No señor. 275

DON LIBORIO¿Cómo no?

DOÑA ISABELITASi lo contrario


digo, miento.

DON LIBORIO¿Y por qué no


me quieres, mujer o diablo?

DOÑA ISABELITA¡Dios mío! ¿Tengo yo culpa?


¿Por qué usted, como Leandro, 280
no se hizo amar? Yo, a fe mía,
no se lo hubiera estorbado.

DON LIBORIOSi siempre en que me quisieras


puse todo mi conato,
y no sé en qué ha consistido, 285
que no he podido lograrlo.

DOÑA ISABELITASabrá más en la materia,


sin duda, el otro muchacho,
porque el hacerse querer
no le ha costado trabajo. 290

DON LIBORIO (Aparte.)


Miren ustedes si sabe
discurrir con desparpajo
la bobita. ¿Una doctora
respondiera más al caso?
¡Ay, qué mal la conocía! 295
Sin duda alguna, en tratando
de estas cosas, una boba
sabe más que un varón sabio...
(A DOÑA ISABELITA.)
Puesto que tan bien discurres,
¿te he mantenido con tanto 300
lujo, a fin que coja el fruto
otro de todos mis gastos?

DOÑA ISABELITANo, que piensa resarcirlo


todo, hasta el último ochavo.

DON LIBORIO (Aparte.)


Me vuela con sus respuestas. 305
(En voz alta.)
Norabuena; ¿y los cuidados
que tu educación me cuesta,
con qué, dime, ha de pagarlos?

DOÑA ISABELITASi vale decir verdad,


no pienso que sean tantos. 310

DON LIBORIO¿Pues no te he dado enseñanza?


DOÑA ISABELITACierto que ha sido un milagro,
y que me puedo alabar
de lo que me han enseñado.
¿Piensa usted que, aunque tan niña, 315
en mi ignorancia no caigo?
Pues me da mucha vergüenza
de que, teniendo mis años,
sé tan poco; y, si yo puedo,
pronto saldré de este estado. 320

DON LIBORIO¡Hola! Quieres ser doctora,


y que te instruya Leandro?

DOÑA ISABELITA¿Por qué no? Lo que yo sé,


si puedo decir que sé algo,
¿quién, sino él, me lo enseñó? 325
De suerte que en tantos años
menos a usted he debido
que en tres días al muchacho.

DON LIBORIONo sé cómo me contengo,


que no le pego un guantazo, 330
y de su maldita sorna
un bofetón bien vengado
me deja.

DOÑA ISABELITABien puede usted,


si satisface su agravio
con pegarme.

DON LIBORIO (Aparte.)


Esa mirada 335
y ese acento con mi enfado
acabaron ya, y mi amor
se olvida de todo cuanto
me ofendió. ¡Maldito amor!
¿Puede darse mayor flaco 340
que el querer bien? Las mujeres
son animales livianos,
frágiles, antojadizos;
sin cesar están fraguando
tretas para que los hombres 345
se den de veras al diablo;
en suma, son los peores
entes que Dios ha criado,
y nos morimos por ellas,
y gobernar nos dejamos 350
por sus cabezas al aire.
(A DOÑA ISABELITA.)
Esto se acabó ya; hagamos
las paces; yo te perdono,
picarilla, los agravios
que me has hecho, y mi cariño 355
te vuelvo, como antes; tanto
te quiero; tú, Isabelita,
también me querrás en pago.
¿No es así?

DOÑA ISABELITACon mucho gusto,


lo hiciera; pero es en vano 360
esforzarme, si no puedo.

DON LIBORIOSí podrás, monilla, vamos;


haz un esfuerzo. ¿No escuchas
este suspiro inflamado?
Mira qué tiernos que pongo 365
los ojos. ¿No ves qué guapo
que soy? Deja ese mocoso.
Sin duda el bribón te ha dado
algún hechizo; verás
qué buena vida pasamos 370
en matrimonio los dos.
Tendrás siempre barro a mano
para andar muy petimetra,
que es lo que te gusta tanto.
No te reñiré jamás, 375
aunque me gastaras cuanto
caudal tengo; todo el día
te estaré besuqueando
y haciendo mimos; por fin
verás que nunca regaño, 380
aunque tu conducta sea
tal... excuso hablar más claro.
(En voz baja, aparte.)
¡Hasta dónde una pasión
maldita puede arrastrarnos!
(Recio.)
Mi amor, en una palabra, 385
es tan grande, que me allano
a hacer cuanto tú quisieres.
¿Quieres experimentarlo,
ingrata? ¿Quieres que llore?
¿Quieres ver cómo me arranco 390
el pelo, cómo me doy
de golpes, cómo me mato?
Dime, crüel lo que quieres,
verás que al instante lo hago.

DOÑA ISABELITATodo lo que usted me dice 395


es gastar el tiempo en vano;
más hiciera solamente
con dos palabras Leandro.

DON LIBORIOEsto ya pasa de raya;


pues me sigues provocando, 400
saldrás luego de Madrid;
en San Fernando te encajo;
veremos si allí te olvidas
de ese guapito muchacho.

Escena V

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME.

COSMESeñor, no sé cómo ha sido; 405


pero, a mi ver, se ha marchado
el ama con el difunto.
Lo cierto es que faltan ambos.

DON LIBORIOAquí está; llévala a casa,


y enciérramela en un cuarto. 410
(Aparte.)
No la irá a buscar allí
el mocito acicalado;
y luego antes de dos horas
otro albergue le preparo
más seguro.
(A COSME.)
Echa la llave, 415
y mira bien que te encargo
que no la dejes ni un punto.
(Quedándose solo.)
Es muy factible que cuando
no le vea se le olvide
ese maldito Leandro. 420

Escena VI

DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DON LEANDRO¡Ah, sin mí estoy de pesar!


Señor don Liborio, el hado
me persigue; la beldad,
que con tantas veras amo,
me quieren quitar; mi padre 425
en este instante ha llegado
en posta, y viene a casarme,
sin haberme dicho el trato,
con la hija de don Enrique,
aquel poderoso indiano 430
por quien antes pregunté
a usted. Cuál mi sobresalto
puede ser, piénselo usted;
y, si en trance tan amargo
no encuentro quien me socorra, 435
ha de ser el postrer paso
de mi vida. Apenas supe
de mi desdicha el amago,
cuando, sin poder valerme,
por poco me da un desmayo. 440
En fin, oí que mi padre
estaba determinado
a venir a ver a usted,
y le gané por la mano.
Por Dios que no sepa nada, 445
del empeño en que yo me hallo,
y haga usted por disuadirle
de estas bodas, pues que tanto
influjo tiene con él.

DON LIBORIOYa entiendo.

DON LEANDROSi ahora alcanzo 450


que se dilaten, me basta.
Después...

DON LIBORIOPierda usted cuidado.

DON LEANDROToda mi esperanza tengo


en usted.

DON LIBORIOYa.

DON LEANDROEn este caso,


como de un padre, me fío 455
de usted... Pero ya han llegado.
Apártese aquí conmigo,
y óigame a solas un rato.

Escena VII

DON ENRIQUE, DON PABLO, DON ANTONIO, DON LEANDRO, DON


LIBORIO.

DON LEANDRO y DON LIBORIO se retiran a una esquina del tablado, y


hablan aparte.

DON ENRIQUE (A DON ANTONIO.)


Al punto que le hube visto
a usted, dije que era hermano 460
de mi difunta mujer,
que se le parece tanto,
que no vi en toda mi vida
otro tan cabal retrato,
¡Cuánto siento que la muerte 465
me la hubiera arrebatado,
cuando ya estaban las cosas
dispuestas para embarcarnos,
y cuando el hado, que siempre
le había sido contrario, 470
le permitía volver
sin temor al suelo patrio,
y en el seno de los suyos
hallar alivio a sus largos
afanes! Pero el destino 475
fue con nosotros escaso
de tanta dicha; y así
sólo resta consolarnos
de su dolorosa falta
con la niña que ha dejado; 480
y aunque yo deba tener
a dicha que dé su mano
al hijo de tal amigo,
como es el señor don Pablo,
si usted no aprueba este enlace, 485
no se dará en él más paso,

DON ANTONIOFuera dar muestras de loco


repugnar a lo que tanto
aprecio merece.

DON LIBORIO (Aparte a DON LEANDRO.)


Sí;
yo lo compondré.

DON LEANDRO (Aparte a DON LIBORIO.)


Cuidado 490
con...

DON LIBORIO (A DON LEANDRO, aparte.)


Nada recele usted.
(DON LIBORIO deja a DON LEANDRO para dar un abrazo a
DON PABLO.)

DON PABLO (A DON LIBORIO.)


¡Con cuánto gusto le abrazo
a usted!

DON LIBORIONo es menor mi gozo.

DON PABLOVengo...
DON LIBORIOYa me han informado
de todo.

DON PABLO¡Ya usted lo sabe! 495

DON LIBORIOSí.

DON PABLOMe alegro.

DON LIBORIODon Leandro


a estas bodas se resiste,
y en secreto me ha rogado
que le disuadiera de ellas
a usted; pero yo, al contrario, 500
soy de dictamen que deben
acelerarse, y que el caso
exige imperiosamente
que usted, sin darle más plazo,
a su hijo case al momento, 505
que es perder a los muchachos
tolerar sus desvaríos.

DON LEANDRO (Aparte.)


¡Bribón!

DON ANTONIOSi él a dar la mano


a mi sobrina repugna,
no me parece acertado 510
apremiarle; y como yo
piensa sin duda mi hermano.

DON LIBORIO¿Quiere usted que le gobierne


su hijo? Pues no fuera malo
que dispusiera el mocito, 515
y obedeciera el anciano;
sería el mundo al revés.
No, compadre, no; don Pablo
es amigo íntimo mío;
hace ya que nos tratamos 520
muchos años, y su honor
me interesa acaso tanto
como el mío; no se diga
que a su palabra ha faltado,
porque es su hijo un calavera, 525
y él no tuvo en este caso
la suficiente entereza.

DON PABLOBien dicho; no hay que dudarlo;


yo haré que mi hijo obedezca,
sea por fuerza o de grado. 530

DON ANTONIO (A DON LIBORIO.)


No sé por qué en este asunto
toma usted cartas con tanto
calor, no siendo pariente.

DON LIBORIOYo me entiendo.

DON PABLOSí; estimamos,


señor don Liborio...

DON ANTONIONo 535


quiere ser así llamado.
Vizconde del Atochal
se titula.

DON LIBORIONo hace al caso.

DON LEANDRO (Aparte.)


¡Qué escucho!

DON LIBORIO (A DON LEANDRO.)


Sí, amigo mío;
de esa manera me llamo, 540
¿qué quería usted que hiciera?

DON LEANDRO (Aparte.)


Vaya, está echado mi fallo.

Escena VIII
DON ENRIQUE, DON PABLO, DON ANTONIO, DON LEANDRO, DON
LIBORIO,
BLASA.

BLASASeñor, si no acude usted,


se escapará de las manos
Isabel, sin ser posible 545
retenerla, que ya un salto
quiso dar por el balcón.

DON LIBORIOQue venga aquí.

(Se va BLASA.)

(A DON LEANDRO.)
Yo me marcho
al lugar con ella al punto.
Amigo mío; en su caso 550
no hay más que tener paciencia,
y acordarse del adagio,
que hasta el fin nadie es dichoso.

DON LEANDRO (Aparte.)


¿Hay hombre más desdichado?
Y todo por culpa mía. 555

DON LIBORIO (A DON PABLO.)


Lo que hay que hacer es casarlos
cuanto antes; y mire usted
que soy de los convidados
a la boda.

DON PABLOEn eso estoy.

Escena IX
DOÑA ISABELITA, DON PABLO, DON ENRIQUE, DON ANTONIO, DON
LIBORIO,
DON LEANDRO, COSME, BLASA.

DON LIBORIO (A DOÑA ISABELITA.)


Venga aquí usted, niña, vamos. 560
¿Conque si no la detienen,
se echa del balcón abajo?
Aquí está su queridito.
Dígale adiós, que va largo
el que le vea otra vez. 565
(A DON LEANDRO.)
¿Cómo ha de ser? Es mal trago;
pero en amor hay sus quiebras,
y a veces lo que pensamos
suele salir al revés.

DOÑA ISABELITA¿Qué, me abandona Leandro? 570

DON LEANDROEstoy mortal; este día


será de mi vida el plazo.

DON LIBORIOVamos, vamos, parlanchina.

DOÑA ISABELITANo me he de mover un paso.

DON PABLO¿Qué significa esta bulla? 575


En ayunas nos quedamos
todos.

DON LIBORIONo es nada; otro día


lo explicaré más despacio.
Hasta más ver.

DON PABLO¿Dónde va
usted? Espérese un rato. 580

DON LIBORIOHaga usted el matrimonio


que le tengo aconsejado,
de su hijo, aunque él lo repugne.
DON PABLOSí, señor; en eso estamos.
¿Pero los que de estas bodas 585
habían a usted hablado,
no le dijeron también
que la novia, de que estamos
tratando, la tiene usted
en su casa ha muchos años; 590
que es la hija de don Enrique,
que de secreto contrajo
matrimonio con la hermana
de don Antonio? ¿Qué extraño
viaje es ese?

DON ANTONIOPor cierto, 595


compadre, que es usted raro.

DON LIBORIO¡Qué...!

DON ANTONIODon Enrique y mi hermana


de secreto se casaron,
y tuvieron esta niña,
que a la familia ocultaron. 600

DON PABLOY en un lugar se crió


con un apellido falso.

DON ANTONIOPor calumnias a salir


de España se vio obligado.

DON PABLOY se marchó a Guatemala, 605


con mil peligros lidiando.

DON ANTONIODonde hizo mucho caudal,


y ha vuelto a su patria ufano.

DON PABLOY ha buscado a la aldeana,


que de su hija se hizo cargo. 610

DON ANTONIO Que dice que se la dio


a usted hace muchos años.
DON PABLOY que usted por caridad
a la niña la ha criado.

DON ANTONIOY él, lleno el pecho de gozo, 615


la mujer a Madrid trajo.

DON PABLOQue vendrá luego al instante


a ponerlo todo en claro.

DON ANTONIO (A DON LIBORIO.)


Yo sospecho lo que tiene
a usted tan atosigado. 620
Pero dé gracias al cielo.
Si piensa que es mal tamaño
ser marido, y consentido,
el remedio está en su mano.
No se case el que no quiera 625
ser clïente de San Marcos.

DON LIBORIO (Se va, fuera de sí, y sin poder articular


palabra.)
¡Bú!

Escena X

DON ENRIQUE, DON PABLO, DON ANTONIO, DOÑA ISABELITA, DON


LEANDRO.

DON PABLO¿Por qué se va furioso?

DON LEANDRO¡Padre! ¡Qué feliz acaso!


Las bodas que usted trataba,
las había de antemano 630
concluido ya el amor,
y nos habíamos dado
Isabel y yo de ser
esposos palabra y mano.
Por ella me resistía 635
a dar cumplimiento al trato
hecho ya con don Enrique.
La fortuna lo ha guiado
mejor.

DON ENRIQUELuego que la vi,


impulsos me estaban dando, 640
sin poderme contener,
de darle dos mil abrazos.
¡Hija de mi corazón!

DON ANTONIOEste no es lugar, hermano,


para hacer esos extremos. 645
Bien cerca de casa estamos.
Vámonos, que allí podremos
sin escándalo abrazarnos
todos, y daremos gracias
a don Liborio de cuanto 650
hizo por Isabelita,
desde sus más tiernos años.

FIN
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