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Obras Literarias: José Marchena
Obras Literarias: José Marchena
Obras literarias
Tomo I
Índice
Introducción
Poesías
Odas
Elegías
Sátiras
Discursos
Epístolas
Silvas
Sonetos
Versos sueltos
Epigramas
Romances
Seguidillas
Heroidas
Elegía
Oda
Poemas
Poesías no incluidas en el manuscrito de París
Teatro
Polixena
El hipócrita
La escuela de las mujeres
Introducción
-I-
(Canto VI.)
(Canto III.)
Son poco más o menos los mismos pensamientos que pocos años después había
de expresar Quintana con tan brioso empuje en el soberbio principio de la
oda A Juan de Padilla:
Comienza el poeta por invocar los manes del virtuoso Sócrates, del
inflexible Catón,
que ignorados
del hombre mismo fueran tantos siglos...
Todavía hay que añadir a esta lista, no menos poblada que la de D. Juan,
los nombres de la bella Francisca, con quien el autor había ido en su
niñez a la escuela y que fue sin duda su pasión más inocente; los de las
tres hermanas Magdalena, Catalina y Alcinda, a quienes dirige versos más
bien galantes que amorosos; y el de aquella beldad peregrina que desde el
hesperio suelo pasó a las Galias, y que parece ser la misma a quien en
otra elegía llama Minerva Aglae.
Como Marchena, a pesar de su entusiasmo erótico, no tenía ni calor de
afectos ni viveza de fantasía, pero sí muchas humanidades y familiar trato
con los clásicos, resulta mucho más aventajado poeta cuando traduce o
imita que cuando expresa por cuenta propia sus versátiles enamoramientos.
Por eso los mejores trozos de esta primera época suya están en sus
traducciones de algunas elegías de Tibulo y de Ovidio, las cuales, a parte
de cierta bronquedad y dureza de estilo de que no pudo librarse nunca
Marchena ni en verso ni en prosa, y que contrastan con la blanda manera de
los poetas a quienes interpretaba, demuestran, por lo demás, un estudio
nada vulgar ni somero de la lengua poética castellana, y se recomiendan
por un agradable dejo arcaico. Marchena, por una contradicción que en su
tiempo no era rara, y que también observamos en Gallardo y en otros, era
furibundo revolucionario en todo menos en la literatura y en el lenguaje.
Su larga residencia en Francia, y el hábito continuo que tuvo de escribir
y aun de pensar en francés, pudo contagiar su estilo de bastantes
galicismos, especialmente en algunas traducciones que hizo, atropelladas y
de pane lucrando, pero luego se verificó en él una reacción violenta hasta
llegar a la manera artificiosa y latinizada del famoso discurso preliminar
de sus Lecciones de Filosofía Moral y Elocuencia.
La política, que tanta parte ocupó en la vida del Abate Marchena, no la
tiene menor en sus versos, y suele aparecer donde menos pudiera esperarse.
Hasta en las odas eróticas encuentra modo de ingerir el inevitable
ditirambo en loor de la Revolución Francesa:
Cayeron quebrantados
de calabozos hórridos y escuros
cerrojos y candados;
yacen por tierra los tremendos muros
terror del ciudadano,
horrible balüarte del tirano.
Los versos de esta oda son medianos y declamatorios, como casi todos los
versos líricos de su autor, pero tienen curiosidad histórica, por ser sin
disputa los más antiguos versos de propaganda revolucionaria compuestos en
España. Diez años antes de que Quintana pensase en escribir la oda A Juan
de Padilla y la oda A la Imprenta, exclamaba el Abate Marchena, aunque a
la verdad con bronco y desapacible acento:
Dulce filosofía,
tú los monstruos infames alanzaste;
tu clara luz fue guía
del divino Rousseau: tú amaestraste
al ingenio eminente
por quien es libre la francesa gente.
Excita al grande ejemplo
tu esfuerzo, Hesperia: rompe los pesados
grillos, y que en el templo
de Libertad de hoy más muestren colgados
del pueblo la vileza
y de los reyes la brutal fiereza.
El periódico de que Marchena fue colaborador era nada menos que el famoso
Ami du Peuple, dirigido y redactado en su mayor parte por Marat, oriundo
de España, aunque nacido en Suiza, y amigo de varios refugiados españoles,
especialmente de un cierto Guzmán que fue condenado a muerte en 1794 como
complicado en el proceso de Dantón. Quizá por mediación suya entró
Marchena en relaciones con el famoso terrorista; pero como en medio de
todos sus extravíos conservase siempre nuestro Abate cierto fondo de
humanidad y de hidalguía, no tardó en desavenirse con el tremendo y
sanguinario personaje a quien ayudaba con su pluma, y comenzó a mirar con
ceño las máximas de exterminio que en todos los números de aquel papel se
propalaban. No pasaron muchos meses sin que Marchena renegase enteramente
del bando jacobino y de los furiosos fanáticos o hipócritas perversos que
le dirigían, y se pasase a la fracción de los girondinos, a quienes
acompañó en próspera y adversa fortuna, ligándose especialmente con
Brissot. Y cuando Marat sucumbió bajo el hierro de Carlota Corday,
Marchena, que se hallaba entonces en las cárceles del Terror, saludó a la
hermosa tiranicida con un himno vengador, que no puede parangonarse
seguramente con la hermosa elegía de Andrés Chénier al mismo asunto, digna
de ser grabada en el más puro mármol de la antigüedad, pero que no deja de
contener versos enérgicos y expresiones dictadas por una exaltación
vehemente y sincera:
- II -
Las noticias que he podido adquirir de Santibáñez son muy escasas. Debía
de ser hombre de imaginación fantástica y exaltada. En sus mocedades
cantaba el amor libre, tema de una oda o silva que dirigió en consulta a
D. Tomás de Iriarte con una carta que parece escrita por un erotómano. Más
adelante cambió de rumbo, y se dedicó a trabajos de más provecho para su
reputación literaria. En la Universidad de Valencia, donde parece haber
estudiado y donde desempeñó alguna cátedra, leyó la oración latina
inaugural del curso de 1774 (Oratio de eloquentiae laude et praestantia,
habita ad Senatum et Academiam Valentinam in studiorum instauratione). En
1780 aparece en las actas de la Real Academia de Nobles Artes de San
Carlos de aquella ciudad, leyendo un romance heroico en la distribución de
premios generales, y en 1783 leyendo una silva. Son suyos, aunque no
llevan su nombre, los prólogos y notas de las espléndidas ediciones de las
Crónicas de D. Juan II y de los Reyes Católicos publicadas por el impresor
Benito Monfort en 1779 y 1780, verdaderos monumentos tipográficos, en que
es lástima que la corrección del texto no corresponda siempre a la belleza
y pulcritud de los tipos y de la estampación, que es de lo más perfecto
que nunca se vio en España. En 1782 Santibáñez estaba ya de profesor en el
Seminario de Vergara, y publicaba en Vitoria, bajo los auspicios de la
Sociedad Vascongada, diversos elogios fúnebres de sus consocios, el de D.
Ambrosio de Meade en 1782, el del Marqués González Castejón en 1784, el
del Conde de Peñaflorida (fundador de la Sociedad y del Seminario) en
1785. Tres años después le hallamos en Valladolid, donde publicó traducida
una de las Novelas Morales de Marmontel, La mala madre, con un prólogo muy
curioso, en que se trata de la antigüedad, progresos y utilidad de este
género de literatura (1780)25. Pero mucha más celebridad que esta
traducción tuvo otra que no lleva su nombre, y que ha sido atribuida con
error al abate Marchena, a pesar de que Quintana26 señala con precisión su
autor verdadero. Es la famosa Heroida de Heloísa a Abelardo, traducida
libremente, y no del original inglés de Pope, sino de la paráfrasis o
imitación francesa de Colardeau. Santibáñez añadió otra heroida original
suya, de Abelardo a Heloísa, imitada de otras francesas de aquel tiempo y
también de Ovidio y otros antiguos; y con todo ello formó el tomito de las
Cartas de Abelardo y Heloísa, que por la mezcla de sentimentalismo y
voluptuosidad que en ellas rebosa, y por las declamatorias imprecaciones
que contienen contra los votos monásticos y contra el celibato religioso,
fueron puestas por la Inquisición en su índice, sirviendo esto de
incentivo, como de costumbre, para que fuesen más ávidamente leídas por la
juventud de uno y otro sexo, en innumerables copias que corrieron
manuscritas27.
El estilo poético de Santibáñez es desaliñado y muchas veces prosaico,
pero algunos pasajes no carecen de pasión, y en conjunto las dos epístolas
se dejan leer sin hastío, dentro de su género ficticio y anticuado. En
prosa escribía mejor, y no era de los más incorrectos y galicistas de su
tiempo, a pesar de su intimidad con las ideas y los libros de Francia.
Pero ni en prosa ni en verso pasó nunca de una razonable medianía.
Llegaba a Francia como un arbitrista político, cargado de memorias y
proyectos para hacer la felicidad de España. Una de ellas se titula
Reflexiones imparciales de un Español a su nación sobre el partido que
debería tomar en las ocurrencias actuales, y lleva la fecha de Marzo de
179328. En ella Santibáñez, apartándose algo de las ideas de Marchena y
sus amigos, aboga, no por las antiguas cortes, sino por un nuevo cuerpo
político, una representación nacional, a la moderna.
Estalló en tanto la guerra en el Pirineo oriental, emprendiendo el general
Ricardos su campaña de 1793, la más gloriosa para nuestras armas desde los
días, ya lejanos, de Montemar y del Marqués de la Mina. Mientras el
inmortal caudillo aragonés se aprestaba a recoger los lauros inmarcesibles
de Masdeu, de Truillas, y del campamento atrincherado del Boulou, los
malos españoles a quienes su impío fanatismo había arrastrado a Francia se
ponían al servicio de la República para iniciar en las filas de nuestro
ejército la propaganda revolucionaria. Le Brun llamaba a París a Marchena
y a Hevia, para tratar de la organización definitiva de los comités de
Bayona y Perpiñán, y Santibáñez admitía el encargo de poner en castellano
la ley de 3 de Agosto de 1792, provocando a la deserción a los sargentos,
cabos y soldados.
Pero todavía hubo quien fuese más lejos en estos crímenes de lesa nación.
En las memorias ya citadas del vasco francés Reynón, extractadas por el
capitán Du Voisin, se leen los más curiosos detalles acerca de otro
revolucionario español, que llevó su insano furor hasta el punto de tomar
armas contra su patria. Permítase una leve digresión sobre este odioso
personaje.
Llamábase D. Primo Feliciano Martínez de Ballesteros, y había nacido en
Logroño por los años de 1745. Su familia era distinguida; su educación
esmerada. Sabía bien el latín, y hablaba con mucha soltura el italiano y
el francés. Era buen músico, y tocaba con talento el piano y el órgano. A
la edad de treinta años se estableció en Bayona, donde se ganaba la vida
como intérprete y profesor de lenguas. Decíase que había sido novicio de
los jesuitas, pero nunca pudo comprobarse. Hombre ingenioso y de ameno
trato, ganó en breve tiempo muchos amigos, a quienes divertía con su
gracia para contar anécdotas chistosas, y con sus originales y felices
ocurrencias, cuyo gusto sabía variar según la calidad de las gentes con
quien trataba. Escribiendo tenía menos donaire: publicó en castellano la
famosa Academia Asnal, con caricaturas en madera: una de las más insulsas
diatribas que se han escrito contra la Academia Española desde que en
tiempos inmediatos a su fundación D. Luis de Salazar y Castro rompió el
fuego en la Carta del Maestro de Niños y en la Jornada de los coches de
Madrid a Alcalá.
De estas escaramuzas literarias pasó pronto a otras de peor calidad. En la
guerra de 1793, no contento con provocar a la deserción a los soldados
españoles, intentó formar una legión de Miqueletes, que él se proponía
mandar con título de coronel. Llegó a reunir unos 200 hombres, que se
acuartelaron en el convento llamado de Dames de la Foi en Bayona. Allí se
encargó de educarlos en la doctrina revolucionaria otro español refugiado,
el ex-oficial de marina Rubín de Celis29, hombre instruido pero fanatizado
por las ideas humanitarias y filosóficas de la época. Celis daba
conferencias a los desertores, y les explicaba el catecismo de los
derechos del hombre. Pero esta instrucción teórica no bastaba para los
designios de Ballesteros, y además, antes que aquella tropa estuviese en
disposición de moverse, estalló una sangrienta reyerta entre el cuerpo 7.º
de voluntarios de Burdeos y los miqueletes españoles, la mayor parte de
los cuales determinaron volver a pasar la frontera y acogerse a indulto.
Ballesteros no se desanimó por eso, y con forajidos y vagabundos de todos
países formó una nueva legión, a la cual dio el nombre de Cazadores de las
Montañas. Con ellos entró en campaña, y no dieron mala cuenta de sí; pero
agotados en breve tiempo los recursos del coronel, tuvo que poner su
pequeña tropa a disposición del general La Bourdonnaye, que mandaba el
ejército de los Pirineos Occidentales. La Bourdonnaye le reconoció el
grado de comandante de batallón, y le incorporó a su Estado Mayor en
calidad de intérprete de lenguas extranjeras. Pero Ballesteros no conservó
mucho tiempo su posición ni su grado, porque es bien sabido que los
comisarios de la Convención hacían y deshacían diariamente generales y
oficiales30.
Quedó, pues, separado del servicio, y sólo mucho después remuneró el
gobierno de la República sus servicios con una módica pensión vitalicia de
800 francos, harto pequeña para quien se jactaba de que el gobierno
español había ofrecido cien mil reales por su cabeza. Aquí termina su
papel político. En la venta de bienes nacionales había comprado a bajo
precio la abadía de San Bernardo cerca de Bayona. Allí estableció una
fábrica de botellas, que fue devorada por un incendio. Entonces buscó
nueva y menos lícita industria, aprovechando sus conocimientos químicos
para falsificar el tabaco de España. Enriquecido por la falsificación y el
contrabando, alcanzó la avanzadísima edad de noventa años, y murió en
1830, «muy llorado (dice Reynón) por las muchachas del pueblo, muchas de
las cuales conservaban prendas de su amor»31.
Volvamos a Marchena y a su compañero Hevia, los cuales por este tiempo
empezaban a caer de la gracia del ministro Le Brun. Había entrado éste al
principio en sus planes, como lo prueba su correspondencia con el alcalde
de Bayona. En 8 de Marzo le escribía:
«Persisto en creer que Bayona es el punto más conveniente para
reunir a los patriotas españoles, y para trabajar en la regeneración
de su país... Conviene que el comité revolucionario empiece a
funcionar lo antes posible, pero ajustando su conducta a principios
de moderación y prudencia. Es evidente que el lenguaje de los
franceses regenerados y republicanos no puede todavía ser el de los
españoles. Éstos tienen que irse preparando gradualmente a digerir
los alimentos sólidos que les preparamos. Sobre todo, hay que
respetar durante algún tiempo ciertas preocupaciones ultramontanas,
que a la verdad son incompatibles con la libertad, pero que están
demasiado profundamente arraigadas en nuestros vecinos, para que
puedan ser destruidas de un golpe»32.
En 26 de Marzo añadía:
«Ya os he hablado de la organización de dos comités, uno en Bayona,
y otro en Perpiñán, y os he indicado los nombres de muchos de los
que deben ser sus miembros. Uno a esta lista dos españoles que están
aquí, Marchena y Hevia: partirán dentro de pocos días, y espero que
quedaréis satisfecho de su celo y de su talento»33.
- III -
Pero apartando tan importunos recuerdos, que no dejan en muy buen lugar el
patriotismo del crítico ni el del poeta, dudamos mucho que la Polixena,
aun representada por Máiquez que a tantas tragedias débiles dio por algún
tiempo apariencias de vida, hubiera podido triunfar en el teatro. El abate
Marchena era humanista muy docto, pero no tenía ninguna condición de poeta
dramático. Su tragedia es un ensayo de gabinete, que puede leerse con
cierto aprecio, el que merecen las cosas sensatas y los productos
laboriosos de la erudición y del estudio: hay en ella felices imitaciones
de Eurípides54, de Virgilio55, de Séneca el Trágico56, de Racine57, y de
otros clásicos antiguos y modernos: no falta nervio y majestad en la
locución; pero todo es allí acompasado y glacial; ni Pirro enamorado de
Polixena, ni Polixena fiel a la sombra de Aquiles, llegan a interesarnos:
la fábula, simplicísima de suyo, se desenvuelve no en acción sino en
largos y fatigosos discursos; y para colmo de desgracia, la versificación
es, con raras excepciones, intolerablemente dura, premiosa y, por decirlo
así, desarticulada. No hablemos de la plaga de asonantes indebidos, porque
éste es vicio general de todas las composiciones de Marchena, y en él más
disculpable que en otros por el largo tiempo que había pasado en tierras
extrañas, perdiendo el hábito de la peculiar harmonía de nuestra prosodia.
De todos modos estos versos faltos de fluidez y llenos de tropezones,
robustos a veces por el vigor de la sentencia pero ingratos casi siempre
al oído, y por añadidura mal cortados para el diálogo dramático, hubieran
hecho penoso efecto en un público acostumbrado a la sonora magnificencia
de los versos del Orestes, del Pelayo, del Óscar, del Polinice y de La
Muerte de Abel. La Polixena, además, hasta por lo inoportuno del tiempo en
que salió a luz, no fue leída ni por los literatos siquiera, cayendo en el
olvido más profundo, que quizá no merece del todo, aunque sea
manifiestamente muy inferior a la tragedia italiana de Niccolini sobre el
mismo argumento, premiada en 1811 por la Academia de la Crusca58.
El intruso rey Bonaparte nombró a Marchena director (o como entonces se
decía redactor) de la Gaceta y archivero mayor del Ministerio del Interior
(hoy de la Gobernación); incluyó su nombre en la lista de individuos que
habían de formar parte de una grande Academia o Instituto Nacional que
pensaba fundar59; le dio la condecoración de Caballero de la Orden
española creada por él (que Moratín llamaba burlescamente la cruz del
pentágono, y los patriotas la orden de la berengena); y le ayudó con una
subvención para que tradujera el teatro de Molière, secundando en esta
tarea a Moratín, que acababa de adaptar a la escena española, con
habilidad nunca igualada, La escuela de los maridos. Marchena puso en
castellano todas las comedias restantes, según afirma en sus Lecciones de
Filosofía Moral; pero desgraciadamente se ignora el paradero de esta
versión completa, que, a juzgar por las muestras que tenemos de ella,
hubiera sido la mejor obra de Marchena y la que sin escándalo de nadie
hubiese recomendado su nombre a la posteridad. Sólo llegaron a
representarse e imprimirse dos comedias, El hipócrita (Tartuffe), en 1811,
y La escuela de las mujeres, en 1812: ambas recibidas con grande aplauso,
especialmente la primera, en los teatros de la Cruz y del Príncipe60.
Estas traducciones, ya bastante raras, disfrutan de fama tradicional,
sancionada por el juicio de Lista y de Larra, y en gran parte merecida.
Marchena puso en ellas todo lo que podía poner un hombre que no había
nacido poeta cómico: su mucha y buena literatura, su profundo conocimiento
de las lenguas francesa y castellana. En la pureza de la dicción mostró
especial esmero, y, quizá por huir del galicismo, cayó alguna vez en giros
arcaicos y violentos.
«Sé a lo menos (pudo decir con orgullo al frente del Tartuffe) que
esta versión no está escrita en lengua franca; idioma que hablan
tantos en el día, y en que allá ellos se entienden... Declamen
cuanto quieran en buen hora contra los que saben el castellano los
que no le han estudiado... Nuestros traductores y muchos de nuestros
autores no han venido a caer en la cuenta de que como el latín se
aprende en los autores latinos, así ni más ni menos el castellano se
aprende en los castellanos».
Los versos son malos, pero aún es peor y más vergonzosa la idea. ¡Y no
temían estos hombres que se levantasen a turbar su sueño las sombras de
las inultas víctimas de Tarragona! No hay gloria literaria que alcance a
cohonestar tan indignas flaquezas, ni toda el agua del olvido bastará a
borrar aquella oda en que Moratín llamó al mariscal Suchet digno trasunto
del héroe de Vivar, porque había conquistado a Valencia como él!
Un curioso folleto publicado en 1813 con el título de Descripción
físico-moral de los tres satélites del tirano que acompañaban al intruso
José la primera vez que entró en Córdoba63, los cuales tres satélites eran
el Superintendente de Policía Amorós, el Comisario Regio Angulo, y nuestro
Marchena, nos ofrece del último esta curiosa semblanza:
«Marchena, presencia y aspecto de mono, canoso, flaco y enamorado
como él mismo, jorobado, cuerpo torcido, nariz aguileña, patituerto,
vivaracho de ojos aunque corto de vista, de mal color y peor
semblante, secretario del general Desolles, el segundo en la rapiña
de Córdoba después de la entrada de Dupont, y con quien vino de
Francia, donde se hallaba huido por su mala filosofía y peor
condición64».
Muy inferiores a ésta son las demás poesías de Marchena, que él con la
misma falta de modestia va poniendo por dechados en sus géneros
respectivos. Todas ellas figuran en la colección manuscrita de París,
siendo la más notable una Epístola sobre la libertad política, dirigida al
insigne geómetra español D. José M.ª Lanz, creador, juntamente con D.
Agustín Betancurt, de la nueva ciencia de la Cinemática70.
En general, esta epístola está pésimamente versificada, llena de
asonancias ilícitas, de sinéresis violentas y de cuñas prosaicas: muestra
patente deque el autor sudaba tinta en cada verso, obstinado en ser poeta
contra la voluntad de las hijas de la Memoria. Hay, no obstante, algunos
tercetos dignos de notarse por lo feliz de la idea o de la imagen, ya que
no de la expresión; y porque además nos dan el pensamiento político de su
autor acerca de la revolución después de pasados los primeros hervores de
ella:
Bien dijo Marchena que tal poesía era nueva en castellano, pero también ha
de confesarse que la nueva cuerda añadida por él a nuestra lira no produce
en sus manos más que sonidos discordes, ingratos y confusos.
También pagó tributo Marchena a uno de los más afectados, monótonos y
fastidiosos géneros que por aquellos días estuvieron en boga: al de las
epístolas heroidas, calcadas sobre la famosa de Pope, a la cual no llega
ni se acerca ninguna de sus imitaciones. ¿Quién no conoce la famosa
Epístola de Eloísa a Abelardo, que Colardeau imitó en francés, y que
Santibáñez, Maury y algunos otros, pusieron en castellano, tomándola ya
del original ya de la versión; para nocivo solaz de mancebos y doncellas
que veían allí canonizados los ímpetus eróticos, reprobadas las
austeridades monacales, y enaltecido sobre el matrimonio el amor
desinteresado y libre? Ciertamente que esta Eloísa nada tiene que ver con
la escolástica y apasionadísima amante de Abelardo, ni menos con la
ejemplar abadesa del Paracleto, sino que está trocada, por obra y gracia
de la elegante musa de Pope, en una miss inglesa, sentimental, bien
educada, vaporosa e inaguantable. ¿Dónde encontrar aquellas tan deliciosas
pedanterías de la Eloísa antigua, aquellas citas de Macrobio y de las
epístolas de Séneca, del Pastoral de San Gregorio y de la regla de San
Benito, aquellos juegos de palabras «oh inclementem clementiam! oh
infortunatam fortunam!» mezcladas con palabras de fuego sentidas y no
pensadas: «non matrimonii foedera, non dotes aliquas expectavi, non
denique meas vouptates aut voluntates, sed tuas, sicut ipse nosti,
adimplere studui... Quae regina vel praepotens femina gaudiis meis non
invidebit vel thalamis?... Et si uxoris nomen sanctius ac validius
videtur, dulcius mihi semper extilit amicae vocabulum, aut (si non
indigneris) concubinae vel scorti, ut quo me videlicet pro te amplius
humiliarem, ampliorem apud te consequerer gratiam, et sic excellentiae
tuae gloriam minus laederem... Quae cum ingemiscere debeam de commissis,
suspiro potius de amissis».
Después de leídas tales cartas, parece amanerada, aunque agradable
siempre, la Heroida de Pope, donde ha desaparecido todo este encanto de
franqueza y barbarie, de ardor vehementísimo y sincero. Así y todo, esta
ingeniosa falsificación de los sentimientos del siglo XVIII tuvo
portentoso éxito, y engendró una porción de imitaciones con el nombre de
heroidas, dado ya en la antigüedad latina por Ovidio a otras epístolas
galantes suyas, no menos infieles al carácter de los tiempos heroicos que
lo eran las de sus imitadores al espíritu de la Edad Media.
¿Pero cuál de las imitaciones de la heroida de Pope que hay en castellano
es la de Marchena? El Sr. Marqués de Valmar, doctísimo colector de
nuestros poetas del siglo XVIII, se inclina a atribuirle la más popular de
todas; la que se imprimió en Salamanca por Francisco de Toxar, en 1796,
con título de Cartas de Abelardo y Eloísa, en verso castellano, y fue
prohibida por un edicto de la Inquisición de 6 de Abril de 1799. El Sr.
Bergnes de las Casas, que imprimió en Barcelona en 1839, juntamente con el
texto latino de las cartas de Abelardo y el inglés de la epístola de Pope,
todas las imitaciones castellanas que pudo hallar de unas y otras,
atribuye a D. Vicente María Santibáñez, catedrático de humanidades en
Vergara, la susodicha famosa traducción que comienza:
- IV -
Marchena, después de compararse nada menos que con el Redentor del mundo,
echa al Capitán General la culpa de tan escandalosas escenas por haber
dirigido a varios socios una circular o exhorto secreto, preguntándoles si
en efecto el Abate había hablado contra la religión católica en alguna de
las sesiones públicas o secretas. Él niega terminantemente haberse ocupado
en tales asuntos; y como el general O'Donojú no estaba en olor de
santidad, sino que era antiguo afiliado de las sociedades secretas,
triunfa de él con punzante y maligna ironía, diciendo que no es el celo de
la casa del Señor lo que le devora.
Todo el resto de la vindicación está escrito en el mismo tono acre e
insolente. Marchena contrapone su crédito literario y su vieja historia
revolucionaria a la triste reputación militar de O'Donojú, que todavía no
era el hombre del convenio con Itúrbide, pero que ya había dado
suficientes pruebas de torpeza e ineptitud. Le echa en cara su doblez y
falso juego, en 1819, el haber conspirado a medias y haber faltado a su
compromiso con los liberales en el momento crítico. Y hablando de sí mismo
añade:
«La persecución se había de cohonestar con las más disparatadas
calumnias. Una carta he visto yo, escrita por un amigo de V. E., en
que afirmaba que Mac-Crohón, Marchena y otros perversos habían
pedido la cabeza de Codorniu (perdóneme V. E. si miento a este Juan
Rana de la literatura). ¿Qué diablos habíamos de hacer con la cabeza
de un Codorniu? Todavía, si hubiera yo proyectado un poema de La
Fontaine, pudiera aquella cabeza servir de modelo para el principal
héroe; mas para esto era forzoso que se mantuviera encima de sus
hombros. Viva el erudito secretario de la Sociedad Patriótica
sevillana quieto y sosegado; esgrima furibundos tajos con su espada
de palo; todo el mundo se reirá, con contorsiones, de sus
acometimientos, de sus necias malicias, y en nadie excitará afectos
de amor ni de odio; yo se lo aseguro sin temor de que nadie me
desmienta...
»De Codorniu, volvamos a V. E. ¿Y es verdad, señor, que lo que más
en mi discurso le ha irritado ha sido el haber hablado yo con el
alto aprecio que para mí se merecen Riego y sus compañeros? Ello es
cierto que es triste cosa no haber tenido parte en la restauración
de la libertad de la patria quien en aquella época hubiera podido
decidir oportunamente la contienda con sólo declararse. Mas también
hemos de atender a que el papel de espectante, si no es el más
glorioso, por lo menos es el más seguro, ya que la prudencia
persuade a abstenerse de coger laureles que pueden ir envueltos en
cipreses...
»Permítame V. E. que en pago de los daños que se ha esforzado en
causarme le dé un consejo, que, cuando de nada le sirviese, nunca
podrá serle nocivo; éste es que cuando quisiere asestar un tiro
contra alguno, se funde en pretextos que lleven algún color de
verosimilitud.
»En consecuencia, Sr. Excmo., ¿quién se ha de persuadir de que soy
yo un enemigo de la libertad, cuando tantas persecuciones he sufrido
por su causa; un hombre que anda pidiendo cabezas de majaderos,
cuando por espacio de diez y seis meses en mi primera juventud me vi
encerrado en los calabozos del jacobinismo?
»Cuando en España pocos esforzados varones escondían en lo más
recóndito de sus pechos el sacrosanto fuego de la libertad; cuando
ascendían los viles a condecoraciones y empleos, postrándose ante el
valido o sirviendo para infames tercerías con sus comblezas o las de
sus hermanos y parientes, entonces, en las mazmorras del execrable
Robespierre, al pie del cadalso, alzaba yo un grito en defensa de la
humanidad ultrajada por los desenfrenos de la más loca democracia.
Mas nunca los excesos del populacho me harán olvidar los
imprescriptibles derechos del pueblo: siempre sabré arrostrar la
prepotencia de los magnates lidiando por la libertad de mi
patria»76.
Odas
-I-
Sueño de Belisa
- II -
Belisa en el baile
- III -
El estío
- IV -
A Meléndez Valdés
A Chabanó87
- VI -
A Lícoris88
- VII -
La Revolución Francesa
- VIII -
La primavera
- IX -
El amor rendido
-X-
A Carlota Corday
El canto de Amarilis
Elegías
-I-
A Lícoris
A Amarilis
- III -
La ausencia
- IV -
Traducción de Tibulo
Sátiras
-I-
A Santibáñez92
Yo, aquel que la Academia no ha premiado,
ni de Bouillón el bárbaro diarista,
ni el bonazo Guarinos ha elogiado;
cuando me pica soy también coplista,
y enhilo a millaradas consonantes, 5
cual pudiera el más diestro repentista.
Que del seco Forner no los tajantes
reveses me amendrentan; no el graznido
de la chusma de cuervos discordantes.
¿Y quién a Vaca de Guzmán ha oído 10
de Clío tañer la trompa sonorosa,
que el disonante estruendo haya sufrido?
Las Dríades que habitaban en la undosa
margen de Henares, Columbano huyendo,
dejaron su morada deliciosa; 15
y mientras, en el Tormes con tremendo
desapacible son grazna Berilo,
y huyen las Ninfas el horrible estruendo.
Ninfas que del dulcísimo Batilo
oísteis la suave melodía, 20
¿dónde hallaréis contra Guerrero asilo?
¿Yo callar? ¿Y Trigueros cantaría
las majas y Lerena y la Riada,
con su insulsa y pesada grosería;
y de Iriarte la musa siempre helada 25
dramas tan regulares y tan fríos
como La señorita mal criada?
Pues ¿quién para escribir no cobra bríos,
viendo que hasta Forner tiene ya fama,
y de Huerta se loan los desvaríos? 30
No más, que ya la cólera se inflama,
ya la bilis rebosa a borbollones,
y ya brotan mis ojos viva llama.
Deja, amigo, que exhale en mis renglones
la rabia, y más que contra mí vomite 35
el bando de Forner mil maldiciones;
que no estimo siquiera en un ardite
su estúpida manada de escritores,
por más que alce el ahullido, y que más grite.
¡Desventurado siglo, en que de amores 40
Casal canta; Moncín y el ignorante
Labiano de comedias son autores!
¿Y no quieres que esgrima la tajante
espada de la mofa y la ironía
contra turba tan necia y tan pedante? 45
La adulación, la vil lisonja guía
las plumas, y se premian los escritos
que ostentan la más baja villanía.
Los pensamientos nobles93 son proscritos
antes de ver la luz, y sofocados 50
de la santa verdad los libres gritos.
Los libros a ministros dedicados
(archivos de vileza y de mentira)
por ellos los autores pensionados.
¿Pues quién esto contempla, y no se aíra? 55
¿Quién la literatura tan vilmente
la ve humillada, sin enojo ni ira?
Juraron mortal odio eternamente
la ciencia, el desengaño iluminado,
la potencia fiera y insolente. 60
El libro al poderoso dedicado
no contuvo jamás verdades duras,
que a los que pueden siempre han disgustado.
Derívase de fuentes tan impuras
hoy la ciencia de España, ¿y esperamos 65
ver sus aguas correr tersas y puras?
¡Oh cuán erradamente caminamos
al templo de la Fama, si siguiendo
de la vil protección las sendas vamos!
Que tal vez la grandeza va tejiendo 70
la red con beneficios, y cautiva
la ciencia que escapar no puede huyendo.
Busca el saber la libertad, y esquiva
el trato con el rico potentado
que frentes huella94 con la planta altiva. 75
Al esclavo el pensar no le fue dado;
Natura al que no hinca la rodilla
al tirano, este don ha reservado.
¿Y de la vil canalla que se humilla
al siervo de sus siervos, la ignorancia 80
quieres tú que me cause maravilla?
¿Te admira que trasplanten de la Francia
vocablos sin razón, y así amancillen
de nuestro idioma patrio la elegancia?95
¿Que por hurten escriban ellos pillen, 85
Hago el amor, no estoy enamorado,
Y que manden en jefe y no acaudillen?
¿Que escriban en estilo afrancesado
tan confuso que siempre el pensamiento
escurecido queda o embrollado? 90
Bien merecen entrar también en cuento
los pedantes secuaces del purismo,
que carecen de gusto y sentimiento;
que si Mena no dijo fanatismo
reprueban esta voz, y escrupulosos 95
buscan en Marïana panteísmo.
Hay escritores fieles, y celosos
observantes de plan y de unidades,
y de reglas que siguen rigorosos;
sujetos siempre a tales mezquindades 100
hacen versos a estilo de gaceta,
que maldicen del Pindo las deidades.
Cual si pudiera hacer obra perfeta
el autor de La niña mal criada,
en despecho de Apolo hecho poeta; 105
que por huir de Góngora la hinchada
dicción, escribe trabajosamente
epístolas en prosa mal rimada.
Naturaleza y arte juntamente
si no concurren, por ganar se afana 110
el nombre de poeta vanamente.
Mas calla ya, mi Musa; que la insana
caterva de ridículos copleros
si quieres extirpar, empresa es vana,
y esgrimen contra ti ya sus aceros. 115
Discursos
En la abertura de una Sociedad Literaria
Discurso primero96
Epístolas
-I-
A Emilia
Bella Emilia, perdón; yo te lo ruego
por tu belleza; ¡ah cielos! ¡mi osadía
cuánta disculpa tuvo! ¿Dó se halla
aquel que a tu hermosura indiferente
sin amarte97 te mira? ¿Quién tu dulce, 5
tu suave elocuencia escuchar pudo
sin la emoción más viva? ¿Y yo cuitado,
yo solo ¡ay triste! sentiré tus iras?
¿Te aplacas, bella Emilia? ¿Me perdonas?
A un eterno silencio me condeno; 10
no más de amor hablarte; no fue dado
a mí, mortal, la dicha soberana.
Seamos amigos, adorable Emilia;
si de amor no soy digno, podré al menos
serlo de la amistad: sencillo, franco, 15
jamás la vil lisonja, la mentira
infame mi conducta han afeado.
¡Mi corazón sensible cuántas veces
en lágrimas se exhala en las desdichas
de mis amigos! ¡Las perfidias bajas, 20
las mentidas caricias, las lisonjas
envenenadas, la insultante mofa
de los que fingen serlo, cuánto acíbar
sobre mi triste vida han derramado!
Almas villanas98, yo lo he merecido; 25
ingratos, yo os he amado; esto es bastante.
¡Ay! pasemos en blanco mis desdichas.
De mis falsos amigos las injurias
atroces, las envidias, los crueles
encarnizados odios olvidemos. 30
Seamos amigos, vuelvo a repetirlo,
de la santa amistad, y de las ciencias
al sagrario acogidos, los profanos
asestarán en balde sus saetas
contra nosotros. Ora, la balanza, 35
y el compás de Neutón en nuestra mano
teniendo, aquel cometa seguiremos
en su alongada elipse. Ora a Saturno,
y a Júpiter pesando las distancias
de Marte a nuestra tierra mediremos, 40
o bien por el calor de nuestro globo
su edad sabremos. Ora calculando,
el infinito mismo, que no es dado
al hombre conocer, numeraremos.
Otras veces, la historia recorriendo, 45
teatro vasto de horrores y miserias,
la suerte lamentable de la débil
humanidad, del despotismo injusto,
de la superstición, del falso celo
siempre oprimida compadeceremos. 50
O bien hasta el Eterno nuestras almas
por grados elevando, nuestras manos
puras de iniquidad levantaremos
a la extensión inmensa, do el muy alto
habita todo en todo; en respetoso, 55
en profundo silencio el bello orden,
la perfección que reina en el gran todo
absortos admirando, y en tranquila
paz el último día aguardaremos,
do el alma nuestra libre de cadenas, 60
de Marco Aurelio y Sócrates al lado,
en la contemplación del universo
gozará de placeres inefables.
- II -
A mi amigo Lanz99
Silvas
-I-
A cuatro hermanas
-I-
- II -
El sueño engañoso
Versos sueltos
-I-
- II -
Así cuando el alcázar del Olimpo,
el soberbio Mimante y los Titanes,
hórridos hijos de la dura tierra,
escalar intentaron, y de Atlante
el grave Pelïón agobió el hombro; 5
cuando cien lanzas blandeó Briareo,
de Encélado la mano poderosa,
arranca sierras y montañas lanza
contra el sagrado cielo, y ni el tremendo
rayo que Jove por los aires vibra 10
no le amedrenta, ni el feroz bramido
del Noto por Eolo desatado,
ni las olas que heridas del tridente
de Neptuno las tierras anegaban;
no el reluciente casco de Mavorte, 15
no le asustan de Apolo las saetas;
de Apolo que a la sierpe en otro tiempo
traspasó el cuerpo duro con mil flechas,
y en angustia rabiosa exhaló el alma
en negra podre y en veneno envuelta. 20
Tres veces tiembla la morada augusta
de las deidades: Venus y las Gracias
a lo último del cielo huyen medrosas;
las otras diosas siguen: los amores
se acogen a sus brazos, o en sus senos 25
se esconden, temerosos del peligro.
- III -105
La coronación se acerca
y mi pobre Musa helada
no pica de profetisa,
ni al rey vaticina hazañas.
En vano el frío Iriarte 5
sus insulsas coplas grazna,
y en lenguaje de Gaceta
a Carlos y Luisa canta.
¿Qué me importa que Forner
alce su tremenda vara, 10
y en duros y malos versos
haga por elogios sátiras?
¿Que el escritor cinco letras
acatamiento le haga,
qué a mí? ¿Fui yo por ventura 15
el autor de la Riada?
Por más que el necio106 Berilo
las ninfas de Salamanca
las atruene con sus cantos107
sin armonía ni gracia, 20
mi Musa en profundo sueño
y en vil ocio sepultada
a Moratín y a Batilo
no envidia lauro y guirnaldas.
Epigramas
-I-
- II -
Romances
-I-
- II -
El amor desdichado
Del Océano irritado
en las arenosas playas
que con Bayona confinan
un infeliz paseaba.
Desatados Euro y Noto 5
hasta los cielos levantan
las olas del mar airado,
y la deshecha borrasca
al mísero marinero
naufragio y muerte amenaza. 10
Lejos el llanto se escucha
de una hermosa que, abrazada
de su amante, al sordo cielo
¡ay! en balde piedad clama.
Luchando van con los vientos 15
en una delgada tabla,
cuando un fiero torbellino
los sepulta entre las aguas.
El Aquilón poderoso
los altos fresnos arranca; 20
uno y otro polo truena,
y las vecinas montañas
por las lóbregas cavernas
el eco horrendo dilatan.
Un corderillo azorado 25
dolientes balidos lanza;
por hallar su madre anhela,
y un lobo hambriento le asalta.
Horror y duelos respira
Naturaleza enlutada; 30
el pastor en ayes tristes
así sus penas lloraba:
«Desdenes, amor y celos
mi corazón despedazan;
mi llanto mueve las fieras 35
¡y tu pecho no apïada!
¡Oh! plega al Amor un día
que tu condición tirana
rendida a un joven altivo
ruegue sin ser escuchada. 40
Sumido en amargo lloro
la Aurora ¡ay triste! me halla;
tiende su manto la noche,
y mi dolor no se calma.
Anoche en ajenos brazos 45
vi tu imagen adorada
en sueños. ¡Cielos! la muerte
antes que tan crudas ansias.
¿Por qué hicisteis mi enemiga
tan bella y tan inhumana? 50
Róbale, Amor, su hermosura,
o su crudo pecho ablanda.
Divino Amor, si mi vida
en su aurora consagrada
fue a ti, si mis dulces versos 55
tal vez en lágrimas bañan
los sensibles corazones;
¡ay! amansa de una ingrata
la empedernida crueza,
y mi dolor crudo aplaca». 60
De la insensible Dorisa
así un pastor se quejaba,
y las compasivas Ninfas
lamentan sus tristes ansias;
mas de la ingrata pastora 65
jamás el desdén se ablanda.
Seguidillas
Primeras
A una dama
Y el seno palpitante
do Amor anida,
do sus flechas asesta
que nadie evita,
cesad, cantares; 40
pues Amor la ha formado,
que él la retrate.
Heroidas
-I-
Enone a Paris
(Traducción de Ovidio)
Heloísa a Abaelardo116
- III -
Abaelardo a Heloísa118
¡Oh vida, oh vanidad, oh error, oh nada!
¿Qué me quieres, bellísima Heloísa?
¿Por qué tu voz se escucha en esta tumba,
morada eterna de pavor y muerte?
De un Dios celoso los preceptos duros 5
tan sólo aquí se siguen, de natura
las suavísimas leyes olvidando;
amar es un delito. Sí, Heloísa;
Dios veda que te adore a tu Abaelardo
y sople el fuego que en tu amor le inflama; 10
el fuego que discurre por mis venas,
y que mi triste corazón abrasa.
¡Terrible suerte! mis verdugos crudos
mis órganos helaron, y la ardiente
llama que el alma mísera devora 15
no encuentra desahogo. Me consumo
en rabiosos esfuerzos impotentes,
los cielos y la tierra detestando.
Eterno Ser, cuyos milagros canta
el vulgo ciego ante el altar postrado, 20
del engaño riendo el sacerdote,
¿quieres verme rendido ante tus aras?
Vuélveme el sexo, y canto tus grandezas.
Melancólico libro, que dictado
fuiste sin duda por un alma triste; 25
Biblia, que haces de Dios un cruel tirano;
tú serás mi lectura eternamente.
¡Oh, cómo me complaces cuando pintas
los hombres y animales fluctuantes
en el abismo inmenso de las aguas 30
clamar en balde por favor al Cielo,
y la vida exhalar en mortal ansia!
Todo el linaje humano, reprobado
por el leve delito de uno solo,
me muestras arrastrando sus cadenas, 35
y condenado a enfermedad y muerte.
Mi gozo es retratarme estas ideas.
La desesperación fundó los claustros;
ella aquí me ha arrojado. Yo detesto
de los hombres, de Dios, y de mí mismo; 40
de Heloísa también, sí, de Heloísa.
Yo fragüé tus cadenas, yo tus votos
te forcé a pronunciar, yo te he arrancado
del mundo que adornaba tu hermosura.
Odio también este execrable monstruo, 45
que marchitó la más lozana rosa,
y en capullo cortó la flor más bella.
La desesperación ante mi lecho
hace la ronda, y en mi pecho anida
la mortal rabia; a mis cansados ojos 50
jamás se asoma el llanto. Di, Heloísa,
¿si reconoces tu infeliz amante
en tan fatal estado? Fueron tiempos
en que enjugaba compasivo el lloro
del triste que aliviaba en sus desdichas. 55
¡Cuántas veces mis lágrimas regaron
tus mejillas, la suerte lamentando
de el que la desventura perseguía!
La dulce compasión ya no se alberga
en este corazón, más que la roca 60
por el sumo dolor empedernido,
y hasta el consuelo de llorar me quita
la bárbara y crüel naturaleza.
Los celos y la envidia macilenta
son las pasiones que mi pecho ocupan, 65
y hasta del Dios que sirves tengo celos.
Cuando imagino que en el templo augusto
a Dios das un amor que a mí me debes,
execrando sus leyes sacrosantas,
el rival me declaro del Eterno. 70
El mundo todo contra mí conspira,
y todo me aborrece mortalmente;
yo vuelvo mal por mal, guerra por guerra.
Los monjes que sujeta a mis preceptos
la vil superstición y el fanatismo 75
son con cetro de hierro gobernados;
todos ven en su abad un enemigo.
La penitencia austera, amargo fruto
de desesperación que el pueblo mira
cual dádiva de Dios, y que los Cielos 80
airados en su cólera reparten,
en mi semblante mustio se retrata.
Ceñido de cilicios, soy yo propio
el más crudo enemigo de mí mismo,
y sufro mil tormentos que me impongo. 85
Debajo de mis plantas miro abierto
un abismo de penas y de horrores,
y la muerte afilando su guadaña
amenazarme su tremendo golpe.
Hiere; y descenderé tranquilamente 90
a la mansión eterna del espanto.
¿Del tirano que rige a los mortales
la rabia omnipotente puede acaso
castigarme con penas más horribles?
Allí yo te veré, veré a Heloísa, 95
y aumentará tu vista mi tormento,
tu vista que otro tiempo fue mi gloria.
Mi corazón se oprime; no me es dado
contemplar a mi amada en la desdicha.
Iehováh, que de contino en balde imploro, 100
si víctima tu saña necesita,
descarga sobre mí: ve aquí mi cuello.
Tú, amada, vuelve al mundo que dejaste;
ve, torna a las pasadas alegrías,
de un esqueleto olvida las memorias, 105
vil juguete de Dios y de los hombres.
Si quieres ser feliz huye del claustro;
renuncia de los votos imprudentes
que no pudiste hacer; rompe tus grillos.
El hombre jamás pierde sus derechos; 110
cobrar la libertad es siempre justo.
Dios eterno, perdona mis delirios.
Tú me has hecho apurar hasta las heces
el cáliz del dolor y la ignominia;
¿Y quieres que mi grito no resuene 115
y que sufra en silencio el crudo azote?
¡Oh, [...] es Dios en sus venganzas,
si no permite al infeliz ni el llanto!
¡Oh tú, que en otros tiempos animaste
este cadáver que ante mí contino 120
retrata los horrores de la muerte,
espíritu que habitas las regiones
por siempre impenetrables a los vivos,
ilumina a un mortal extraviado
que confusión y escuridad rodea! 125
¿Qué orden nuevo de cosas nos aguarda
en el reino espantoso de los muertos?
¿La miseria, el dolor, persiguen siempre
a los humanos tristes, y se ceban
en las cenizas yertas del difunto? 130
¿O es la huesa el camino de la dicha?
¿O más bien todo con la vida acaba?
Perseguido de ideas funerales,
la muerte miro como un trance horrible
que me ha de conducir a nuevas penas. 135
A veces en mis sueños me figuro
que, conducido por un caos inmenso,
soy presentado al trono del Muy Alto,
y el resplandor que en torno le rodea
me hace caer a tierra deslumbrado; 140
que me levanta el rayo fulminante,
y que el ángel tremendo de la muerte
la senda del Averno me señala,
y en la región del luto soy sumido,
condenado a tormentos sempiternos, 145
do son perpetuamente los humanos
víctima de las iras implacables
de un tirano crüel y omnipotente.
Despavorido me despierto, al Cielo,
a ese Cielo de bronce, alzando en balde 150
mis ayes doloridos y profundos.
¡Jesús, santo Jesús!, Tú que quisiste
morir crucificado entre ladrones;
mártir de la virtud, que el vulgo adora
como deidad, y que venera el sabio 155
como el más santo y justo de los hombres;
que contemplando el orden de los seres
admiras el gran todo, y las flaquezas
del humano linaje compadeces,
que evitó siempre tu virtud severa; 160
si las preces del justo pueden algo
con ese Dios que tú anunciaste al mundo,
suplícale que alivie mis quebrantos;
la desesperación que despedaza
mi corazón, que desvanezca luego 165
un rayo de su gracia poderosa.
¿En qué pudo ofenderle un desdichado
que amaba la virtud, que así le priva
de gozar por jamás algún contento?
Aparta ya, gran Dios, de mí tu soplo, 170
súmeme de una vez en el sepulcro,
y corta el hilo de tan triste vida.
Vosotros, monjes, que he mortificado
hasta haceros la vida detestable,
¿no tomáis la venganza? ¿Qué os detiene? 175
¿O queréis que respire en mi despecho?
Vosotros, que el silencio de las celdas,
la soledad medrosa de los claustros
y el lúgubre pavor del cementerio
excita a los proyectos más atroces; 180
espíritus crüeles que endurece
contra la humanidad la penitencia;
vosotros encendisteis las hogueras
del fanatismo; y el puñal agudo
clavasteis en el pecho del hereje; 185
que [...] a Dios a sangre y fuego,
[...] contra mí vuestros horrores.
¿Qué pena da a los monjes un delito?
¿Son éstos, Heloísa, de tu amante
Los suaves coloquios. ¿Dó se fueron 190
las deliciosas noches ¡ay! pasadas
en brazos del placer, cuando Heloísa
templaba con sus besos amorosos
el ardor de mi llama? ¡Suerte horrible!
Del deleite supremo el dulce cáliz 195
me dio a gustar natura, porque sienta
el valor infinito de la dicha
y el peso del dolor intolerable,
que para siempre morará conmigo.
Ya no invoco la muerte, que huye lejos 200
del mísero que vive en los ultrajes.
Ni el cuchillo crüel de mis verdugos,
ni mis suplicios, ni mi austera vida,
ni mi ayuno continuo, ni mis duelos,
nada basta a arrojarme en la fría tumba. 205
Las sombras pavorosas de los muertos
rondan en derredor de mí contino,
y a habitar me convidan sus mansiones;
en balde; que el destino aborrecido
me tiene fijo a la enemiga tierra, 210
y huye la muerte cuando yo la toco.
¡Oh Señor!, ¿para cuándo señalaste
el término a mis días tan ansiado?
¿Me has de dejar sufrir eternamente?
¿O quieres que publique tus loores 215
de la horrible desgracia perseguido?
Quebranta las cadenas que sujetan
mi cuello a la pasión; libre me hiciste,
tórname en libertad, tu don conserva.
Amada, oyó mis votos el Eterno. 220
La dulce calma vuelve a mis sentidos.
Ya va a herirme la muerte, y ya el descanso
de mis fatigas acercarse miro.
En el seno de un Dios, de un padre amante
de sus criaturas, las delicias todas 225
me aguardan de consuno; que en tus brazos
solamente gusté su vana sombra.
Aquí de los humanos los delirios
desparecen por siempre; un Dios piadoso
perdona a los errores invencibles 230
que graba la crianza en nuestras almas.
Felicidad y dicha inalterable
habitan las regiones fortunadas,
que de monstruos horrendos puebla el hombre.
Aquí nos hallaremos, Heloísa, 235
y nuestras almas con amor más tierno
se estrecharán en lazo indisoluble.
Vive feliz, y piensa en tu Abaelardo;
tu amor causó sus glorias y sus penas,
y ni en la postrer hora te ha olvidado. 240
Elegía
-V-
Traducción de Tibulo
Oda
- XII -
Traducción de Horacio
Vana sabiduría,
de tu resplandor falso deslumbrado,
ya largo tiempo erré sin norte o guía;
ora al camino por mi mal dejado
torno, y víctimas pías 5
a Jove inmolaré todos los días.
La fortuna inconstante
con impulso ruidoso precipita 20
cuanto alzaba al Olimpo su arrogante
frente, y con mano poderosa excita
el que en el polvo yace,
y aquel que escuro fuera brillar hace.
Poemas
-I-
La guerra de Caros120
(Traducción de Osián)
- II -
La guerra de Inistona123
Oda
A Cristo crucificado126
Apóstrofe a la libertad127
Epigrama de la Inquisición
Oda
Advertencia preliminar
-I-
¡Oh de la falleciente
noche brillante estrella!
Serena resplandece tu luz bella
en el claro Occidente;
tu dorado cabello fluctuante 5
vaga en tu frente hermosa,
y de tu nube sales majestuosa
la colina corriendo. En este llano
¿qué miras? El insano
huracán calló ya; lejos murmura 10
el arroyo sonante;
allá lejos, del bosque en la espesura,
en la roca escarpada
bramando va a estrellarse la irritada
onda del Océano, y susurrando 15
mil insectos nocturnos van volando.
¿Qué miras, luz hermosa?
Mas tú partes riendo; de la undosa
mar las olas acuden, y el luciente
cabello bañan. Salve, silencioso 20
astro resplandeciente,
enciende en tu luz pura
mi espirtu tenebroso,
e ilumina de Osián el alma obscura.
- II -
VINVELA
SILRICO
VINVELA
SILRICO
Si en el campo cayere,
alza mi tumba fría,
alza, Vinvela mía,
cuatro piedras musgosas en memoria 55
de mi doliente historia.
Así cuando viniere
el cazador, sentado
sobre el sepulcro helado,
aquí duerme un caudillo valeroso, 60
dirá, en blando reposo;
mi espíritu contento
mis loores oirá en el vago viento.
Cuando Silrico yazca desangrado
no te olvides, hermosa, de tu amado. 65
VINVELA
SILRICO
VINVELA
SILRICO
VINVELA
Dice, y desaparece
cual la niebla que el viento desvanece.
SILRICO
- III -
CRIMORA
CONAL
CRIMORA
CONAL
CRIMORA
CRIMORA
- IV -
- VI -
Catulli fragmentum131
Avertissement
Je suis fâché de ne pas avoir fait d'assez bonnes études dans ma jeunesse,
pour pouvoir dire en latin que le morceau, suivant s'est trouvé dans un
des manuscrits d'Herculanum qu'on vient de dérouler. Le premier vers de ce
morceau était après le 366.e du poème de Pélée et de Thétis:
Projiciet truncum submisso poplite corpus;
et j'espère qu'aucun âge ne l'arguera de mensonger:
Carmina, perfidiæ quod post nulla arguet ætas.
Si j'avois étudié la latinité dans le même collège que le célèbre docteur
en théologie Lallemand, éditeur d'un fragment de Pétrone, dont
l'authenticité fut démontrée dans le journal allemand intitulé Gazette
littéraire universelle de Jéna, je prouverois, par la comparaison de ce
morceau avec ce qui nous reste de Catulle, qu'il ne saurait être que de
lui; mais j'avoue mon insuffisance, et je laisse ce soin à des plumes plus
exercées que la mienne. Je sais d'ailleurs que tout homme qui a le malheur
de savoir analyser un courbe, ne peut trouver aucun charme à lire Virgile;
et comme je suis allé en mathématiques aussi loin que l'équation du second
degré, je suis condamné a ne plus lire les Géorgiques sans un extrême
dégoût. Mais comme il n'est pas démontré que Catulle entendît Euclide, je
crois que les vers suivants, qui sont sûrement de lui, ne déplairont pas.
J. Marchena.
Fragmentum
Teatro
Polixena
Tragedia en tres actos
POLIXENA.
HÉCUBA, su madre.
PIRRO, su amante.
TERPANDRA, su confidenta.
ELPENOR, confidente de PIRRO.
ULISES.
CALCAS.
Acto I
Escena I
POLIXENA, TERPANDRA.
Escena II139
PIRRO¿Y de Pirro
los ardientes suspiros, que a tus plantas
rendido exhala, tu altivez humillan?
¡Tu belleza, fatal siempre a mi casa,
a Aquiles dio la muerte, y a su hijo 195
quiere arrancar el alma en mortal ansia!
¡Que! Yo te ofrezco levantar de Troya
las torres por mí mismo derrocadas,
de tu madre enjugar el triste llanto,
coronar a Astianacte, y de su infancia 200
proteger la flaqueza con mi brazo
contra toda la Grecia conjurada.
¡Tú, soberbia, desprecias mis ofertas,
y desdeñas mi tierno amor, ingrata!
Señora, no os ofenda mi despecho; 205
veis cuál las ondas a los astros alza
del Helesponto el Aquilón airado,
tal mi ciega pasión agita el alma.
No así desvanezcáis en un instante,
crüel, mis lisonjeras esperanzas. 210
POLIXENAPirro, el día que el fuego de la Grecia
abrasó de Ilión el sacro alcázar,
odio inmortal juraron a los griegos
las reliquias de Frigia malhadadas.
Esclava vuestra soy, mas en cadenas 215
no olvido la rüina de mi patria.
Jamás de Polixena será esposo
el destructor de la ciudad troyana.
Escena III
PIRRO, ELPENOR.
ELPENORYa os obedezco,
Señor, alivie el cielo vuestras ansias.
(Vase.)141
Escena IV
PIRRO solo.
Sombra del grande Aquiles, si en los campos
donde los manes de los héroes vagan 310
de los mortales míseros las penas
te mueven, de mi llanto te apïada.
No es mi culpa, si al yugo el cuello uncido,
en amor abrasado de la hermana
de tu aleve homicida, ultrajo insano 315
¡oh padre! tu memoria venerada.
Una estrella enemiga de su gloria
al triste Pirro en su despecho arrastra.
Ni el miedo de su afrenta le detiene,
ni sus victorias que la Grecia canta, 320
ni de la patria el interés sagrado;
todo el amor lo vence de una esclava.
¡Así la altiva Troya, que diez años
de toda Grecia resistió a las armas,
que burló tanto tiempo de los dioses 325
la cólera por Paris excitada,
renacerá otra vez de sus cenizas,
y yo, que derribé las torres altas
de Pérgamo, alzaré contra la Grecia
de la reina de Frigia las murallas!... 330
Mas Hécuba se acerca. Dioses patrios,
dioses que castigasteis la dardania
perfidia, perdonad, si por mi mano
los muros de Ilión Venus levanta.
Escena V
HÉCUBA, PIRRO.
PIRROVenus alma,
oye mi juramento: Si abandona
a Polixena Pirro, que las aras 410
nupciales sean su tumba; que de Aquiles
la sombra en torno de él yerre indignada;
que a filos de una espada parricida
en edad juvenil exhale el alma.
Acto II
Escena I
HÉCUBA, ULISES.
ULISESNo señora,
la furia sediciosa contenida
fue por su autoridad, y por mis ruegos;
yo juré que jamás se cumpliría
tan fatal himeneo, y aplacado 45
cedió el motín. De vos pende la vida
de Astianacte, de hoy más. Si airado el pueblo
vuestro nieto a su enojo sacrifica,
culpa será de las funestas bodas
que con Pirro celebra vuestra hija. 50
HÉCUBAÍnclita Troya,
morada de los dioses, de la Frigia
reina, terror de Grecia, eterna gloria
del Asia, ¿quién podrá de entre rüinas 70
resucitar tú nombre? Tus valientes
héroes la tierra cubre, o la enemiga
llama los consumió; sirven en duro
cautiverio tus vírgenes; tus mismas
divinidades ¡ay! te abandonaron... 75
Si del pueblo la saña vengativa
excitan estas bodas, que su rabia
se calme; en inmortal lloro sumida
la triste Polixena, bien hallada
con su amargo dolor, a las caricias 80
de Pirro se rehúsa, y de Himeneo
obstinada los vínculos evita.
A los suspiros de su amante sorda,
y hasta a los ruegos de su madre misma,
quiere vivir en soledad eterna. 85
HÉCUBA¡Así el destino 95
implacable persigue las reliquias
deplorables de Troya!... Hécuba triste,
señor, a vuestras plantas se arrodilla,
e implora la piedad de su enemigo.
Ulises, esta mano, que teñida 100
tantas veces fue en sangre de los míos,
postrada beso. Mis caducos días
os muevan a piedad; de un tierno infante
salvad, Ulises, la inocente vida.
¡Ay! vos también sois padre, vuestro pecho 105
también al nombre filïal palpita.
Conservad a Astianacte; así Minerva
os torne a vuestra esposa fiel propicia;
así Laertes, vuestro anciano padre,
dilatada vejez contento viva. 110
ULISES (Yéndose.)
¡Madre desventurada!... Mas de Grecia
el interés sagrado tu familia 150
ha proscrito, y tan triste ministerio
de Agamenón el orden me destina.
Escena II
POLIXENASeñora, mi desdicha
ningún alivio admite; amarga pena
lentamente consume de mis días
el deplorable curso, y mi sepulcro
labra en la primavera de mi vida. 200
HÉCUBAPolixena, 205
en vano me lo ocultas; llama activa
de ardiente amor te abraza.
POLIXENA¡Santos dioses!
Señora, a vuestros pies una hija impía
vuestra piedad implora; el amor crudo
reina en mi corazón; ni las cenizas 210
de mi infelice patria, ni mis lloros,
ni de mi cautiverio la ignominia,
nada extingue el incendio que me abrasa.
Escena III
HÉCUBA, TERPANDRA.
Escena IV
HÉCUBA sola.
Escena V
PIRRO, ELPENOR, HÉCUBA.
PIRRO¿Polixena también?
HÉCUBASeñor, herida
de otra flecha...
HÉCUBA¡Dioses santos,
qué tigre de la Hircania en mi rüina
he irritado, y en daño de los míos! 355
Escena VI
PIRRO, ELPENOR.
PIRROLa Grecia asombrará la vengativa
saña de Pirro... Amigo, ¿ves de Aquiles
la sombra desangrada? En torno gira
de mí; ¿no ves cuál triste, macilenta,
de su pecho me muestra las heridas? 360
Acto III
Escena I
ULISES, CALCAS.
Escena II
TERPANDRANo, señora,
a las sombras que abulta un sueño vano
deis crédito; calmad vuestros temores.
POLIXENADe mi esposo
quiero aplacar la sombra con mi llanto. 80
Aquiles, si las ondas del Leteo
no borran en los míseros humanos
el sentimiento, si en la noche eterna
de los vivos el ruego es escuchado,
oye mi voz, esposo, no de Paris 85
me imputes la perfidia; el cielo santo
conoce mi inocencia.
TERPANDRAPolixena,
ved que agitada de terrores vanos
olvidáis que de Pirro los furores
vuestra vida amenazan. Despechado, 90
cual leona que pierde sus cachorros,
de vuestra vista así salió bramando.
¿Por qué le confesasteis, imprudente,
vuestro amor? ¿De este joven temerario
no tembláis de excitar la ira celosa? 95
TERPANDRALos funestos
presagios, santos dioses, haced vanos.
Escena III
Escena IV
PIRRODe mi insano
furor ten compasión, Calcas; Aquiles
ardió en los mismos fuegos inflamado. 180
Jamás en este sacrificio impío
Pirro consentirá; vibre en su daño
ora Alecto sus sierpes venenosas,
ora de Jove el encendido rayo
truene con ronco estrépito tremendo. 185
Escena V
PIRRO, ELPENOR.
FIN DE LA TRAGEDIA
El hipócrita
Comedia de Molière en cinco actos en verso
Traducida al castellano por D. José Marchena.
Madrid, MDCCCXI.
En la imprenta de Albán y Delcasse.
Impresores del ejército francés en España. Calle de carretas, núm. 31.
Advertencia
Excmo. Sr.:
La obra que a V. E. presento no es ofrenda de un subalterno a su superior;
es, sí, testimonio de gratitud a muchas y señaladas mercedes por largo
espacio de tiempo recibidas; y si confesarlas es parte de la paga, ¿no
debía yo aprovecharme de la primera ocasión que de hacerlo auténticamente
se me ofreciera? Los pocos que saben que el ilustre Casti, si gozó algún
desahogo en los postreros instantes de su dilatada vida, lo debió a la
munífica liberalidad de V. E., apreciarán el afecto que los sabios le
merecen; pero yo, que sólo en cultivar las letras me parezco a este
célebre poeta, y que no he dado a la luz pública escritos que igual
nombradía me hayan granjeado, no podía alegar motivos iguales para los
favores que de V. E. tengo recibidos.
El público escuchó tan benévolo la representación de esta comedia, y el
traductor recibió tantos parabienes por el acierto con que dicen que logró
trasladarla a nuestro idioma, que se ha persuadido, Excmo. Señor, a que
esta versión podrá no ser indigna de salir bajo los auspicios de V. E., y
así será ciertamente si los lectores confirman el voto de los
espectadores.
Dígnese, pues, V. E. de admitir este obsequio, prueba, si no de mérito
literario, de gratitud indeleble.
Madrid, 3 de Junio de 1811.
J. Marchena.
PERSONAJES
Acto I
Escena I
JUANASi...
DON ALEJANDROPero...
DOÑA TECLACaballero, 50
como hermano de mi nuera
a usted estimo y respeto;
mas, si fuera su marido,
le suplicara al momento
que se plantara en la calle,55
y no volviera aquí dentro.
Usted profesa unas máximas
que no agradan a los buenos;
¿qué quiere usted? Yo soy clara,
y digo aquello que siento. 60
Escena II
JUANAPues eso
es friolera comparado
con el loco devaneo
de su hijo. Jamás se ha visto
tal manía en hombre cuerdo. 270
En los pasados disturbios
se portó con mucho seso,
y se hizo estimar de todos,
sirviendo con mucho celo
al rey contra los rebeldes; 275
mas desde que aquí tenemos
a su amigo don Fidel,
el juïcio se le ha vuelto.
A madre, hijos y mujer,
y a sí propio quiere menos 280
que al hipocritón; de él solo
fía todos sus secretos;
no hace cosa que no sea
dictada por su consejo;
le llama hermano, le abraza 285
y le besa, como un tierno
amante hiciera a su dama;
en la mesa el primer puesto
le ha de ocupar don Fidel.
Se le cae la baba viendo 290
al puerco engullir por siete;
le hace el plato, y lo selecto
le aparta, y luego, si eructa,
le dice Dominus tecum.
En fin, loco está con él; 295
le mira como un perfecto
dechado; cita sus dichos
y sus obras por modelo
de virtud y santidad,
y por reliquias me temo 300
que ha de adorar sus vestidos.
Don Fidel, que le ve lelo,
y que quiere sacar baza,
le engaña con embelecos,
y aparentando virtud 305
le sonsaca su dinero.
Riñe cuanto hacemos todos;
hasta el bribón majadero
del mozo también le imita,
y hace de censor acerbo. 310
Ayer nos hizo el maldito
mil pedazos un pañuelo
de mi señora que halló
sobre un rosario, diciendo
que las pompas del demonio 315
era un pecado muy feo
el dejarlas en un sitio
donde están cosas del Cielo.
Escena III
Escena IV
DON PABLO, DON ALEJANDRO y JUANA.
Escena V
JUANA¡Don Fidel!
Gordo, colorado y fresco;
reventando de salud.
DON SIMPLICIO¡Pobrecito!
JUANADando gracias,
porque se lo daba, al Cielo, 360
dos perdices estofadas
y una pierna de carnero
cenó con frutas y dulces.
DON SIMPLICIO¡Pobrecito!
JUANAEl crecimiento
le duró la noche entera, 365
y no hizo más que dar vuelcos
en la cama, sin pegar
los ojos ni aun un momento,
tanto que hubo que velarla.
DON SIMPLICIO¡Pobrecito!
JUANAAl fin le hicieron
dos sangrías, y con ellas 375
se encontró aliviada luego.
JUANAPor cobrar
bríos contra el mal ajeno,
y recuperar la sangre
que perdió mi ama, su almuerzo 380
le hizo con medio jamón
y seis vasos de Burdeos.
DON SIMPLICIO¡Pobrecito!
Escena VI
DON PABLONorabuena;
no sé quién es, mas sospecho
lo que puede ser.
DON SIMPLICIOCierto:
como tú eres un doctor
de la Iglesia, un estupendo
teólogo, el Catón del mundo, 525
y somos locos y necios
los demás, escucharé
con humildad tus consejos,
y haré lo que tú me digas.
DON SIMPLICIOSegún.
DON PABLOBueno;
¿pero cumples tu palabra?
O sí o no, sin más rodeos.
Acto II
Escena I
DON SIMPLICIOPepita.
DOÑA PEPITAPadre.
Escena II
DON SIMPLICIO, DOÑA PEPITA, JUANA, que entra en puntillas, y se pone
detrás de DON SIMPLICIO, sin que éste la vea.
DOÑA PEPITA¡He!
DOÑA PEPITA¿Cómo?
JUANAYo no sé
si es un rumor en el aire, 55
o si tiene fundamento,
pero me hablaron denantes
de estas bodas, y yo dije
que era mentira al instante.
JUANACuento.
JUANANorabuena; le creemos,
para que usted no se enfade; 75
¿pero no es una vergüenza
que un hombre maduro, grave,
con la coleta tan larga,
tenga tan pocos alcances
que tome empeño en casar 80
con un drope despreciable
a su hija? Y que...
JUANAAsí lo dice
él; pero el hacer alarde
de hidalguía mal se aviene 110
con la humildad, ni ensalzarse
debe nunca un buen cristiano
por ser de noble linaje.
Hijos de Dios somos todos;
la soberbia perdió al ángel, 115
y... Pero usted se incomoda;
dejemos su cuna aparte,
y hablemos de su persona.
¿No fuera escándalo, y grande,
que a muchacha tan bonita 120
llevara hombre semejante?
¿Qué no dirían las gentes?
¿No serían de este lance
las que entender no se excusan
consecuencias muy probables? 125
Mucho arriesga la virtud
de una niña en dar al traste,
cuando sus inclinaciones
así las fuerzan sus padres;
la honradez de la mujer 130
pende, señor, en gran parte
de las prendas o defectos
del marido que le cabe.
Maridos conozco yo
que el buz la gente les hace, 135
y ellos se tienen la culpa
de que se anden sus mitades
como Dios quiere; que al fin
las mujeres son de carne,
y hay hombres de tal calaña, 140
tan raros y originales,
que serles fieles sería
tener la virtud de un ángel.
Quien da su hija a tal esposo
es ante Dios responsable 145
de los yerros que cometa,
hasta el día que enviudare.
DON SIMPLICIOBaste:
no malgastemos el tiempo
en oír sus necedades.
Yo sé lo que te conviene,
y lo miro como padre. 155
Es muy cierto que a don Carlos
di palabra de casarte
con él, mas luego he sabido
que es jugador, y si vale
decir verdad, mal cristiano. 160
Nunca he podido encontrarle
en sermones, en novenas,
en jubileos, ni en salves.
DON SIMPLICIODale;
no quiero que me la tengas.
DON SIMPLICIO¡Oigan!
JUANAAunque calle
no dejaré de pensar
que es solemne disparate
este matrimonio.
JUANA (Aparte.)
Rabiando estoy por hablar.
JUANA (Aparte.)
Sí; cara tiene de mico.
JUANA (Aparte.)
La lotería 220
con estas bodas le cae.
JUANAConmigo propia.
JUANADale:
no me da gana.
DON SIMPLICIOAtisbando
te estaba.
Escena III
DOÑA PEPITA¿Qué?
JUANADecirle
que nunca las voluntades
se llevan unas por otras, 270
que quien se casa no es padre,
sino usted, y que por tanto
un novio que no le agrade
a usted, no ha de ser su esposo,
que pues tanto elogio le hace 275
de su don Fidel, bien puede,
si quiere, con él casarse
mi amo, sin que impedimento
le ponga usted por su parte;
que quiere usted novio a gusto. 280
DOÑA PEPITAMás
que cuanto puedo explicarte.
DOÑA PEPITACierto.
JUANAQue no.
JUANAEstá echado
el fallo, y ha de casarse
usted con don Fidel.
JUANA¿Pues la Fidela
no es nombre muy apreciable?
Escena IV
DOÑA PEPITAEso
lo ha dispuesto así mi padre. 425
DOÑA PEPITANo.
DON CARLOS¿No?
DOÑA PEPITAYa.
DOÑA PEPITAAbur.
JUANAPoco a poco.
JUANA¡Por vida!...
DOÑA PEPITANo quiere hablarme:
yo me iré.
DOÑA PEPITASuelta.
JUANADale.
JUANANecedades
de entrambos...
(A DON CARLOS.)
Ella no quiere,
ni nunca querrá otro amante.
Yo lo juro en mi conciencia...
(A DOÑA PEPITA.)
Don Carlos no obsequia a nadie 565
sino a su Pepita; a nada
tanto anhela, como a darle
la mano; yo así lo fío.
JUANA¿Habrá
palique toda la tarde? 645
(JUANA los empuja por las espaldas, a cada uno por
distinta parte, y los fuerza a que se separen.)
Vaya usted por esa puerta,
y usted por estotra parte.
Acto III
Escena I
JUANASi es delirio, 50
y no puede contenerse
usted; sálgase, le digo.
Escena II
JUANA (Aparte.)
Baladrón de santidad.
JUANASólo decirle...
JUANANo atino
para qué.
JUANAAhora mismo. 90
Mas ya está aquí; yo me voy.
Escena III
DOÑA ELVIRAEstimo
los buenos deseos de usted,
que me prueban su cariño. 100
Sentémonos y estaremos
mejor.
DOÑA ELVIRADebo
a usted afecto muy fino. 110
Escena IV
DOÑA ELVIRADigo,
Alejandro, que...
Escena VI
DON ALEJANDRO¿Cómo?
DON SIMPLICIOSilencio.
DON ALEJANDRO¿Qué...?
DON SIMPLICIOCalla;
¿piensas que no sé el motivo
de tus enredos? Bien veo
que todos a este bendito
tienen aborrecimiento 455
en casa; criados, hijos
y mujer, y andan fraguando
mil embustes mal zurcidos,
para que yo le despida;
no lo lograréis, os digo; 460
cuanto más os empeñáis
en echarle, más me obstino
yo en que esté en casa; a fin
que no os quede más arbitrio,
y que rabie mi familia, 465
quiero que este día mismo
Pepita le dé su mano.
Escena VII
DON SIMPLICIO¡Ah!
Acto IV
Escena I
Escena II
Escena III
JUANA¿Qué, señor?...
DOÑA ELVIRAYo,
porque un hombre me requiebre,
ni me solicite, nunca
me enojo; sé defenderme, 220
y sin decir insolencias
jamás nadie se me atreve.
Una risa, una ironía
al más osado contiene
mejor que gritos y enfados. 225
No soy yo de las mujeres
que, como si fueran tigres,
esgrimen garras y dientes
en defensa de su honor,
y que embisten con la gente, 230
si se oyen llamar bonitas;
no; y el Cielo me preserve
de una virtud tan arisca;
mi recato es de otra especie;
urbanidad, complacencia, 235
frialdad; y todos pierden
conmigo las esperanzas,
así que me hablan tres veces.
DON SIMPLICIOHabladurías.
DON SIMPLICIOPaparrucha.
Escena IV
Escena V
DON FIDEL, DOÑA ELVIRA, y DON SIMPLICIO debajo de la mesa.
DOÑA ELVIRAFatal.
Escena VI
Escena VII
(Al tiempo que DON FIDEL viene con los brazos abiertos para abrazar
a DOÑA ELVIRA, ésta se retira, y ve DON FIDEL a DON SIMPLICIO.)
Escena VIII
DOÑA ELVIRA¿Cuál?
DOÑA ELVIRA¿Qué?
Acto V
Escena I
Escena III
DOÑA TECLA, DON SIMPLICIO, DOÑA ELVIRA, DON PABLO, DOÑA
PEPITA, DON
ALEJANDRO y JUANA.
JUANA¡Pobrecito!
DON SIMPLICIO¿Cómo?
DOÑA TECLASospechamos
siempre lo peor; las obras
santas se interpretan mal.
DON SIMPLICIOYo...
JUANA (Aparte.)
¿A este hombre don Celedonio,
o don Demonio le nombran?
Escena V
Escena VI
Escena VII
DOÑA ELVIRA¡Infame!
EL ALCALDEUsted.
JUANA¡Gracias al Cielo!
Escena VIII
FIN
Señor:
Testimonio indeleble de la protección que dispensa V. M. a las letras
humanas será esta traducción de Molière dada a luz a expensas de la
Imprenta Real por orden de V. M. En un tiempo en que las calamidades
públicas tanto han disminuido los recursos del Real Erario, la próvida
mano de V. M. halla todavía medios de amparar a los amantes de las Musas;
y en el reinado de V. M., en medio de los disturbios de una guerra
intestina, han resonado por la vez primera en el teatro de la Corte los
acentos del Príncipe de los antiguos y modernos cómicos, vueltos en idioma
castellano, no con aquella impropiedad y desaliño que en otras versiones
anteriores los habían afeado. Feliz yo si consigo no desmerecer, en las
comedias de este grande ingenio que me quedan por traducir, el concepto
que han debido a V. M. las que ya se han representado, y por el cual se ha
dignado permitirme que saliesen bajo su soberano auspicio.
Señor:
A los R. P. de V. M.
Josef Marchena.
Prólogo
Acto I
Escena I
Escena II
COSME¿Quién llama?
COSME¿Quién?
DON LIBORIOYo.
COSME¡Blasa!
BLASA¿Qué quieres?
COSMEAbre la puerta.
BLASAAbre tú.
COSMENo me da gana.
BLASANi a mí tampoco.
BLASA¿Quién da golpes?
BLASACosme.
COSME¿Qué dices?
COSMEAnda 330
Tú.
BLASA¿No ves que estoy majando?
BLASAVete.
COSMEVete
tú.
COSMEMañana. 340
Si he de abrir yo.
BLASAYa veremos.
COSMEPues ni tú.
BLASANi tú.
BLASA (Saliendo.)
Mientes, que estaba
antes yo.
COSMEUsted perdone.
COSMESeñor...
A Dios gra...
A Dios gracias
Estamos bue...
Escena III
BLASA¿Sentirlo? No.
DON LIBORIO¡No!
BLASASí tal.
Escena IV
DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME, BLASA.
Escena V
DON LIBORIO solo.)
Escena VI
DON LIBORIOLeandro.
DON LIBORIO¡Cuánta
dicha! ¿Cuándo llegó usted?
DON LEANDROYa
lo supe.
DON LIBORIOBasta.
¿Cómo encuentra usted la corte?
DON LEANDROBellos paseos y casas,
muchísimas diversiones.
DON LIBORIOQue sí
le conozco.
DON LIBORIOHe.
Escena VII
Acto II
Escena I
Escena II
COSME (Aparte.)
¿Le habrá 35
mordido un perro rabioso?
DON LIBORIO (Aparte.)
La respiración me falta.
Paf; sin remedio me ahogo;
la gota sudo tan gorda.
(A COSME y a BLASA.)
Malditos, ¿conque aquí un mozo 40
ha venido, mientras...?
(A BLASA que se quiere escapar.)
Mira,
si te mueves...
(A COSME, que también se quiere ir.)
Oyes, tonto,
si te meneas...
(A BLASA, que hace lo mismo.)
¿No he dicho
que te estés quieta?...
(A los dos, que se quieren ir.)
Pues voto
a Jesucristo que mato 45
a quien diere un paso solo.
¿Cómo fue el meterse en casa
ese hombre de mil demonios?
Vamos, responded apriesa;
sin pararse: pronto, pronto. 50
¿Conque no se me responde?
BLASA y
COSME¡Ay, ay!
Escena III
COSME, BLASA.
COSMEPorque es celoso. 90
BLASAYa se ve.
COSMEEso consiste
en que dejan a los otros
comer en su mismo plato,
porque no son tan ansiosos, 120
ni tan glotones.
BLASAEl amo
viene, si no me equivoco.
COSMEComo
que tendrá algún sentimiento. 125
Escena IV
Escena V
Escena VI
DOÑA ISABELITABueno.
DOÑA ISABELITAHermoso.
DOÑA ISABELITANo.
DOÑA ISABELITANunca
me fastidio yo.
DOÑA ISABELITAMe...
DON LIBORIO¿Qué?
DOÑA ISABELITACogió...
DON LIBORIOAdelante.
DOÑA ISABELITAEl...
DON LIBORIOVoto
a quien soy, no.
DON LIBORIOBien.
DOÑA ISABELITASí.
DON LIBORIOOtro
te pego: no, no, no, no.
¿Qué te cogió? Dilo pronto, 330
y no me hagas condenar.
DON LIBORIONo.
DON LIBORIOSí.
DON LIBORIOCierto.
DON LIBORIOSí.
DOÑA ISABELITA¿Cuándo?
Acto III
Escena I
BLASA¡Qué! Si entrambos
lo tenemos todo en la uña.
Buen perro nos quiso dar
el tal mocito.
COSMEQue nunca
beba yo vino, si entrare 45
más en casa, por más bulla
que meta; es un majadero.
Anteayer me dio una chupa
que tenía un desgarrón.
Escena II
(Regla primera.)
(Regla segunda.)
(Regla tercera.)
(Regla cuarta.)
(Regla quinta.)
(Regla sexta.)
(Regla sétima.)
(Regla octava.)
(Regla novena.)
(Regla décima.)
«Banquetes y paseos,
a la fuente del Berro en el verano
son meros devaneos,
y pruebas de juïcio poco sano;
que, aunque le den barato, 240
siempre el pobre marido paga el pato».
(Regla undécima.)
Escena III
Escena IV
DON LIBORIOAgur...
Escena V
Acto IV
Escena I
ESCRIBANOBasta
que yo el asunto dirija.
La dote que ella llevare,
antes que usted la reciba,
antecede tasación, 65
que hacen personas peritas,
que usted y la novia nombran;
y luego se formaliza
carta de pago y recibo.
DON LIBORIODale.
¿Quién diablos a usted le quita 130
que lo sepa, ni a qué viene
ahora esa tarabilla?
ESCRIBANOUsted, que está haciendo gestos,
como si fueran pamplinas
lo que digo.
ESCRIBANO (Solo.)
Él ha de tener su pizca
de loco, si no me engaño.
Escena III
COSMESeguro.
Escena IV
COSME¡Señor!
COSMEDice el escribano...
DON LIBORIODeja
que lo que quisiere diga; 160
y tratemos de otras cosas
más urgentes. La malicia
quiere deshonrarme, y fuera
para vosotros mancilla
que vuestro amo sin honor 165
viviera; se mofaría
todo el mundo de vosotros;
y así, como mi desdicha
cogiera a los dos, conviene
que siempre estéis a la mira, 170
y que el mocito no pueda...
COSMENo quiero.
DON LIBORIOBueno...
(A BLASA.)
Querida Blasita; 180
tú, que tienes una cara
tan bonitilla, tan linda...
BLASANoramala.
COSME¡Picarón!
BLASA¡Desvergonzado, bribón!
BLASA (Empujándole.)
Fuera de aquí.
COSMEDigo; si le parecía
a usted...
Escena V
Escena VII
Escena VIII
Escena IX
Acto V
Escena I
Escena II
DON LEANDROLeandro.
A su casa de usted iba,
y para un lance apurado.
Temprano sale a la calle. 25
Escena III
Escena IV
DON LIBORIOAlabo
la desvergüenza. ¿Y te atreves
en mi cara a confesarlo?
DON LIBORIONinguno.
Debo darme con un canto
en los pechos.¿Conque tú
no me quieres? Dilo claro.
Escena V
Escena VI
DON LIBORIOYa.
Escena VII
DON PABLOVengo...
DON LIBORIOYa me han informado
de todo.
DON LIBORIOSí.
Escena VIII
DON ENRIQUE, DON PABLO, DON ANTONIO, DON LEANDRO, DON
LIBORIO,
BLASA.
(Se va BLASA.)
(A DON LEANDRO.)
Yo me marcho
al lugar con ella al punto.
Amigo mío; en su caso 550
no hay más que tener paciencia,
y acordarse del adagio,
que hasta el fin nadie es dichoso.
Escena IX
DOÑA ISABELITA, DON PABLO, DON ENRIQUE, DON ANTONIO, DON
LIBORIO,
DON LEANDRO, COSME, BLASA.
DON PABLO¿Dónde va
usted? Espérese un rato. 580
DON LIBORIO¡Qué...!
Escena X
FIN
2006 - Reservados todos los derechos
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