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NADIE NACE HECHO:

EXPERIMENTÁNDONOS EN EL MUNDO
ES COMO NOS HACEMOS A NOSOTROS MISMOS
Por Paulo Freire
En: Política y Educación. Siglo XXI editores.
FRAGMENTOS

Nadie nace hecho. Nos vamos haciendo poco a poco, en la práctica social en que tomamos parte.
Yo no nací profesor ni marcado para serlo, aun cuando mi infancia y adolescencia estuvieron siempre llenas de
“sueños” en los que rara vez me vi encarnando una figura que no fuese la de profesor.
Tanto “jugué” a ser profesor en la adolescencia que cuando dicté mis primeras clases en el curso llamado entonces
de “admisión” en el Colegio Osvaldo Cruz de Recife, en los años cuarenta, no me resultaba fácil distinguir al profesor
imaginario del profesor del mundo real. Y era feliz en ambos mundos. Feliz cuando sólo soñaba que dictaba clases y feliz
cuando efectivamente enseñaba.
En realidad yo tenía desde niño cierto gusto docente que jamás perdí. Un gusto por enseñar y aprender que me
empujaba a la práctica de enseñar, que a su vez fue dando forma y sentido a aquel gusto. Ciertas dudas, ciertas
inquietudes, la certeza de que las cosas están siempre haciéndose y rehaciéndose, y en lugar de inseguro me sentía
firme en la comprensión que crecía en mí de que las personas no somos, sino que estamos siendo (…)
En realidad no me es posible separar lo que hay en mí de profesional de lo que soy como hombre. De lo que fui como
niño en Recife, nacido en el decenio de los veinte en una familia de clase media, acosada por la crisis de 1929. Niño
desafiado desde muy pronto por las injusticias sociales y muy pronto indignado contra los prejuicios raciales y de clase, y
más tarde también por los prejuicios acerca del sexo y las mujeres.
¿Cómo no percibir, por ejemplo, que en mi formación profesional participa un buen tiempo de mi adolescencia en
Jaboatao, cerca de Recife, donde no sólo jugué al futbol con niños de los arroyos y de los cerros, niños de las llamadas
clases menos afortunadas, sino que además aprendí con ellos lo que significaba comer poco o no comer?
Algunas opciones radicales –jamás sectarias- que me mueven hoy como educador, y por lo tanto como político,
empezaron a gestarse en aquel tiempo distante.
La Pedagogía del oprimido, escrita tanto tiempo después de aquellos juegos de futbol al lado de Toinho Morango, de
Reginaldo, de Gerson Macaco, de Dourado, pronto roídos por la tuberculosis, tiene que ver con el aprendizaje jamás
interrumpido que empecé en aquella época –el de la necesidad de la transformación, de la reinvención del mundo a
favor de las clases oprimidas (…)
En la infancia y en la adolescencia había tenido, entre otras, dos experiencias con profesoras que me retaban a
entender las cosas en lugar de hacerme memorizar mecánicamente trozos o retazos de pensamiento (…)
La manera siempre abierta como practiqué en casa, ejerciendo mi derecho a preguntar, a estar en desacuerdo, a
criticar, no puede ser ignorada en la comprensión de cómo vengo siendo profesor. De cómo, desde los comienzos de mi
indecisa práctica docente, yo ya me inclinaba, convencido, al diálogo, al respeto al alumno. La práctica del diálogo con
mis padres me había preparado para continuar viviéndola con mis alumnos (…)
En verdad, no nací marcado para ser profesor de esta manera, sino que llegué a serlo con la experiencia de mi
infancia, mi adolescencia y mi juventud (…) Me fui haciendo de esta manera en el cuerpo de las tramas, en la reflexión
sobre la acción, en la observación atenta de otras prácticas o de la práctica de otros sujetos, en la lectura persistente y
crítica de textos teóricos, no importa si estaba o no de acuerdo con ellos. Es imposible practicar el estar siendo de ese
modo sin una apertura a los diferentes y a las diferencias, con quienes y con los cuales siempre es probable que
aprendamos.
Una de las condiciones necesarias para convertirnos en intelectuales que no temen al cambio es la percepción y la
aceptación de que no hay vida en la inmovilidad. De que no hay progreso en el estancamiento. De que si soy, de verdad,
social y políticamente responsable, no puedo acomodarme a las estructuras injustas de la sociedad. No puedo,
traicionando la vida, bendecirlas.
Nadie nace hecho. Nos vamos haciendo poco a poco, en la práctica social en que tomamos parte.

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