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EL CEREBRO: MANUAL DE INSTRUCCIONES

RESUMEN CAPÍTULO I

El capítulo I titulado “Desarrollo” empieza contándonos la increíble historia de Temple


Grandin, una joven autista savant que hizo una serie de cosas inusuales para reconectar
sus circuitos cerebrales defectuosos y poder controlar así su conducta. Temple tuvo un
nacimiento normal, sin embargo, a partir de los seis meses se empezó a notar
manifestaciones de conductas inusuales en una recién nacida. Cuando tenía tres años,
los médicos dijeron que tenía “daños cerebrales”. Muy acertadamente, sus padres
contrataron una severa institutriz que supo estructurar para ella una rutina que le ayudó a
centrarse en sus actividades y escapar de los estímulos que la rodeaban, dolorosos para
su sistema nervioso demasiado sensible. A los 16 años sus padres la mandaron al rancho
que una tía tenía en Arizona y es allí donde observó una máquina grande con dos placas
de metal que comprimían los costados de las vacas y hacia que se relajen y se
tranquilicen. Esto hizo que Temple construyese una máquina de apretar humana que le
brindaba la estimulación táctil que anhelaba. Sin embargo, con casi treinta años, Temple
no había conseguido crear buenas relaciones sociales y esto hizo que ella usará dos
técnicas de entrenamiento para aprender a relacionarse satisfactoriamente con las demás
personas. Una de ellas fue la práctica en las puertas automáticas del supermercado
Safeway que le ayudó a abordar a las personas de manera apropiada. La otra consistió
en leer y memorizar las conversaciones de paz que el presidente Jimmy Carter mantuvo
con el egipcio Anuar Al-Sadat y el israelí Menajem Begin, esto le permitió guiar su
conducta mientras trataba con personas reales. Ella pudo dominar cada técnica con
mucha práctica y logró automatizarlas y aplicarlas. Desarrolló de adulta los circuitos
cerebrales que su desarrollo físico durante la infancia no le había proporcionado. Hoy en
día, Temple Grandin, lleva una vida profesional y social satisfactoria logrando un
doctorado en ciencias zoológicas y convirtiéndose en una experta de fama internacional
en el cuidado de los animales.

La experiencia de Temple nos muestra que el cerebro adulto, a diferencia de lo que se


creía antes, es a la vez plástico y resistente y está siempre dispuesto a aprender. Suele
compararse al cerebro con una jungla feraz de cien mil millones de neuronas que se
entretejen y forman una maraña interconectada que no para de cambiar. Estas
conexiones guían nuestros cuerpos y conductas a la vez que cada uno de nuestros
pensamientos y acciones modifican físicamente sus patrones. El cerebro, pues, tiene una
habilidad tremenda para compensar y modificar sus conexiones con la práctica, así como
lo hizo Temple. La estructura cerebral no está predeterminada y fijada. Todas nuestras
experiencias, pensamientos, acciones y emociones nos cambian la estructura de nuestro
cerebro.

Las investigaciones nos muestran que el desarrollo del cerebro humano empieza poco
después de que el esperma haya penetrado en el óvulo. Millones de neuronas recorren
distancias asombrosas y en el lugar que se paren determinarán nuestro temperamento,
talentos, puntos flacos y rarezas, así como la calidad de los procesos de nuestro pensar.
Si las neuronas pierden su camino en sus largos viajes, será posible que el desarrollo
sufra perturbaciones; por eso, es tan importante que las mujeres embarazadas no
ingieran sustancias dañinas como el alcohol, la nicotina, las drogas y las toxinas ya que
pueden interrumpir la migración de estas. A medida que el cerebro envejece, las neuronas
débiles o que no se usan se eliminan para dejar las conexiones más eficientes para el
trabajo del cerebro. Aquí entra en acción el principio de «las usas o las pierdes». Las
conexiones de los circuitos se fortalecen o debilitan a lo largo de la vida según se las use.
Las neuronas y los circuitos de los que forman parte compiten con otras neuronas por su
supervivencia, y las mejor adaptadas al entorno sobreviven. El neurólogo y premio Nobel
Gerald Edelman, llama a ese proceso darwinismo neurológico.

Hay un debate que se ha originado por saber qué fuerza desempeña un papel mayor en
el desarrollo del cerebro, si los genes o el entorno (naturaleza o crianza). En sí, no
debería de haber debate alguno ya que lo que somos, en su mayor parte, es la interacción
de nuestros genes y nuestras experiencias. En algunos casos los genes son más
importantes, en otros lo es el entorno. Nunca podremos entender los genes de un
individuo fuera de un entorno, y nunca podremos estudiar los efectos del entorno en una
persona poniendo «a un lado» sus genes. Los genes ponen límites al comportamiento
humano, pero dentro de esos límites hay un espacio inmenso para la variación
determinado por la experiencia, la elección personal e incluso el azar. Además, los seres
humanos no somos prisioneros de nuestros genes o de nuestro entorno. Tenemos libre
albedrío. Sin embargo, las rutas neuronales que controlan las funciones básicas
necesarias para nuestra supervivencia están también determinadas por el mayor factor
medioambiental de nuestras vidas: el aprendizaje. Aunque puede que la flexibilidad del
cerebro disminuya con la edad, seguirá siendo plástico toda la vida, y se irá
reestructurando con lo que aprenda. La edad hace que sea más difícil redirigir y
establecer circuitos nuevos. Sin embargo, una mayor exigencia académica lleva a un
cerebro más flexible en la vejez. Gracias a su asombrosa plasticidad, el cerebro humano
modifica sin cesar sus conexiones y aprende, no solo por medio del estudio académico,
sino de la experiencia. Nosotros podemos fortalecer nuestras rutas neuronales ejercitando
el cerebro o simplemente podemos dejar que se deterioren. El principio es el mismo: O lo
usas, o lo pierdes.

APRECIACION CRÍTICA

Es interesante ver como Ratey explica de una manera tan sencilla la inmensa complejidad
de ese órgano que hasta hace poco me era tan importante y tan indiferente a la vez.
Muchos mitos (a los que me aferré) fueron derribados después de leer este primer
capítulo. Fue muy importante entender que aunque todos los cerebros tienen las mismas
características generales, cada uno de ellos es único y refleja tanto la dotación genética
de cada persona como las experiencias de su vida. Es decir, tanto los genes como el
entorno colaboran en la conformación de nuestro cerebro pero, somos nosotros quienes
determinamos lo que vamos a ser, no los genes ni nuestro entorno (aunque pueda ser
más difícil para quienes tengan ciertos genes o entornos como en el caso de Temple
Grandin). Para lograr eso tenemos que entender cómo se desarrolla el cerebro, solo así
podremos ejercitarlo y entrenarlo para que sea saludable y no longevo. Definitivamente,
es un libro de cabecera para quienes quieran dar un giro a su vida, ya que nunca es tarde
para remodelar nuestro cerebro.

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