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RESUMEN CAPÍTULO I
Las investigaciones nos muestran que el desarrollo del cerebro humano empieza poco
después de que el esperma haya penetrado en el óvulo. Millones de neuronas recorren
distancias asombrosas y en el lugar que se paren determinarán nuestro temperamento,
talentos, puntos flacos y rarezas, así como la calidad de los procesos de nuestro pensar.
Si las neuronas pierden su camino en sus largos viajes, será posible que el desarrollo
sufra perturbaciones; por eso, es tan importante que las mujeres embarazadas no
ingieran sustancias dañinas como el alcohol, la nicotina, las drogas y las toxinas ya que
pueden interrumpir la migración de estas. A medida que el cerebro envejece, las neuronas
débiles o que no se usan se eliminan para dejar las conexiones más eficientes para el
trabajo del cerebro. Aquí entra en acción el principio de «las usas o las pierdes». Las
conexiones de los circuitos se fortalecen o debilitan a lo largo de la vida según se las use.
Las neuronas y los circuitos de los que forman parte compiten con otras neuronas por su
supervivencia, y las mejor adaptadas al entorno sobreviven. El neurólogo y premio Nobel
Gerald Edelman, llama a ese proceso darwinismo neurológico.
Hay un debate que se ha originado por saber qué fuerza desempeña un papel mayor en
el desarrollo del cerebro, si los genes o el entorno (naturaleza o crianza). En sí, no
debería de haber debate alguno ya que lo que somos, en su mayor parte, es la interacción
de nuestros genes y nuestras experiencias. En algunos casos los genes son más
importantes, en otros lo es el entorno. Nunca podremos entender los genes de un
individuo fuera de un entorno, y nunca podremos estudiar los efectos del entorno en una
persona poniendo «a un lado» sus genes. Los genes ponen límites al comportamiento
humano, pero dentro de esos límites hay un espacio inmenso para la variación
determinado por la experiencia, la elección personal e incluso el azar. Además, los seres
humanos no somos prisioneros de nuestros genes o de nuestro entorno. Tenemos libre
albedrío. Sin embargo, las rutas neuronales que controlan las funciones básicas
necesarias para nuestra supervivencia están también determinadas por el mayor factor
medioambiental de nuestras vidas: el aprendizaje. Aunque puede que la flexibilidad del
cerebro disminuya con la edad, seguirá siendo plástico toda la vida, y se irá
reestructurando con lo que aprenda. La edad hace que sea más difícil redirigir y
establecer circuitos nuevos. Sin embargo, una mayor exigencia académica lleva a un
cerebro más flexible en la vejez. Gracias a su asombrosa plasticidad, el cerebro humano
modifica sin cesar sus conexiones y aprende, no solo por medio del estudio académico,
sino de la experiencia. Nosotros podemos fortalecer nuestras rutas neuronales ejercitando
el cerebro o simplemente podemos dejar que se deterioren. El principio es el mismo: O lo
usas, o lo pierdes.
APRECIACION CRÍTICA
Es interesante ver como Ratey explica de una manera tan sencilla la inmensa complejidad
de ese órgano que hasta hace poco me era tan importante y tan indiferente a la vez.
Muchos mitos (a los que me aferré) fueron derribados después de leer este primer
capítulo. Fue muy importante entender que aunque todos los cerebros tienen las mismas
características generales, cada uno de ellos es único y refleja tanto la dotación genética
de cada persona como las experiencias de su vida. Es decir, tanto los genes como el
entorno colaboran en la conformación de nuestro cerebro pero, somos nosotros quienes
determinamos lo que vamos a ser, no los genes ni nuestro entorno (aunque pueda ser
más difícil para quienes tengan ciertos genes o entornos como en el caso de Temple
Grandin). Para lograr eso tenemos que entender cómo se desarrolla el cerebro, solo así
podremos ejercitarlo y entrenarlo para que sea saludable y no longevo. Definitivamente,
es un libro de cabecera para quienes quieran dar un giro a su vida, ya que nunca es tarde
para remodelar nuestro cerebro.