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PROEM IO, ESTUDIO IN T R O D U C T IV O ,

( SELECCIÓN Y ANÁLISIS DE LOS T E X T O S


POR

FRANCISCO LARROYO

EDITORIAL PORRÚA
AV. REPÚBLICA ARGENTINA 15. M ÉXICO

“ SEPAN CUANTOS...” N úm. 340


CURSO 1)E FILOSOFÍA POSITIVA
A N Á L IS IS

En 1826 Comte se halla en aptitud, merced a su interna evolución, de


ofrecer una nueva doctrina. Está maduro, por así decirlo, para redac­
tar el Curso de filosofía positiva, su obra mayor, en la que presenta los
materiales, ya ordenados, del positivismo. El autor, en efecto, expone
en ella una imagen de la realidad desde un punto de vista positivo, ello
es, una actitud que rehúye con desenfado y rechaza con énfasis toda
respuesta metafísica.
En el mencionado año (1826) recuerda Comte que compuso el
programa de un Curso de filosofía positiva que habría de impartiese en
72 lecciones, del l s de abril del propio año al l 2 de abril del año si­
guientes (1827). Constaba de cuatro partes.
I. Preliminares generales (2 lecciones).
1. Exposición del objeto del curso (1).
2. Exposición del plan (1).
II. Matemáticas (16 lecciones).
1. Cálculo (7).
2. Geometría (5).
3. Mecánica (4).
III. Ciencia de los cuerpos simples (30 lecciones).
1. Astronomía (10).
2. Física (10).
3. Química (10).
IV. Ciencia de los cuerpos organizados (24 lecciones).
1. Fisiología (10).
2. Física social (14).
El Curso no se inició en la fecha anunciada, sino en 1828; además,
hubo de interrumpirse. El exceso de trabajo le produjo a Comte una
inesperada crisis mental seguida de aguda depresión nerviosa. Por
fortuna supera pronto tan inoportuna peripecia y, ya restablecido,
reemprende en 1829 el Curso, con tan creciente éxito que vino a prodi­
garle pública fama y numerosos discípulos. Fruto de su labor docente
fiie la publicación del definitivo Curso defilosofía positiva, cuyo primer
volumen (de los seis de que consta) tuvo efecto en 1830. Los cinco
restantes, también publicados en París, se editaron a intervalos: 1833,
1835, 1838, 1839, 1842.
Esta edición (la princeps) consta de 60 lecciones, repartidas en
cinco tomos, París, Bachelier, Imprimeur, Libraire pour les sciences (Quai
des Agustins, 55), que la Sociedad positivista de enseñanza popular

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34 LA FILOSOFÍA POSITIVA

Superior, de París, dirigida por su fiel discípulo Pedro LafFite, reeditó


varias veces garantizando su autenticidad y difusión.
El tomo primero contiene, tras una. Advertencia, de suyo importan^
del autor, las nociones preliminares y los fundamentos de hfilosofa
matemática (lecciones 1-18). La primera lección expone el objeto
general del curso o sea la naturaleza e importancia de la filosofía posi­
tiva. La segunda, el plan o sea la caracterización y jerarquía de las
ciencias. Los temas de la filosofía matemática se extienden de la terce­
ra a la decimocuarta lección (cálculo y geometría). De la decimoquinta a
la decimoctava, en fin, se acomete el estudio de la mecánica racional en
sus dos formas: la estática y la dinámica. La filosofía positiva es insepara­
ble de las ciencias particulares; más: es la enciclopedia sistematizada del
saber científico. Esta noción ya está preformada claramente en los
Opuscules. Ahora se extiende y profundiza en el Cours.
El tomo segundo está consagrado a la filosofía astronómica y lafilo­
sofía física (19-34 lecciones). Manera de decir, conforme a su concepto
científico de la filosofía. Después de hablar de la filosofía de la astro­
nomía en general, se pasa a considerar en particular los temas del
método de observación, de las aplicaciones de la geometría a los movi­
mientos de los cuerpos celestes (incluyendo a la Tierra), de la ley déla
gravitación universal, de la estática y de la dinámica asimismo celestes.
De la lección 28 a la 34, de la filosofía física, en oportunas reflexiones
concernientes a la barología, térmica, acústica, óptica y electricidad. 1
Llenan el tomo tercero (lecciones 35-45) consideraciones acerca de
la filosofía química y la filosofía biológica. Respecto de la primera, la
meditación toca de frente la química inorgánica (sin omitir la elec­
troquímica y la química orgánica). Desde la lección 40 a la 45 se aborda
la biología en su aspecto filosófico. De inmediato se ofrece un examen ;
filosófico de las ciencias biológicas (de anatomía y f i s i o l o g í a ) . En se­
guida, se manipulan en su orden problemas de la vida vegetativa y»
vida animal. Muy atendible es la lección 45 en donde se habla en tono
elocuente de las funciones intelectuales en nexo con la vida orgánica*
Desde la biología se está ya dentro del grupo de las ciencias de os
cuerpos organizados.
La filosofía biológica trae consigo peculiares nociones de suyo j g
portantes. Aparece, preformado, el principio metodológico de an ~ a
y síntesis científicos que en la tercera etapa de la evolución fn°s J a
de Comte (en el Systéme) será desenvuelto ampliamente por su ap.JH
ción conjunta a biología y sociología. |jft
Los conceptos de órgano, función y medio llevan al autor a .
de que en biología la visión sintética (correlativa) del saber es i ^
cindible. Sólo relacionando las partes que lo constituyen dentro m
medio ambiente, se tiene una noción exacta de un organisrn0^.^,
Comte: “Dado el órgano o la modificación orgánica, hallar la y
o el acto, y a la recíproca”. Pero todo organismo, a su turno, n
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 35

desarrolla en un medio. Este es el conjunto de las circunstancias exte­


riores necesarias para la existencia de la vida orgánica. La biología, en
suma, ha de proceder correlacionando órganos, funciones y medio,
ello es, ha de proceder de manera sintética. En las ciencias precedentes
(astronomía, física, química) predomina la concepción analítica.
El tomo cuarto se ocupa de la parte dogmática de la filosofía social
(lecciones 46-51). (El término dogmático está concebido en su acepción
de punto fundamental de doctrina). Se inicia el tomo haciendo ver la
necesidad y oportunidad de la física social, ello es, la consideración
de los hechos sociales conforme a los métodos de la ciencia natural.
Tras de enjuiciar los caminos hasta entonces seguidos por la filosofía
en el estudio de las ciencias sociales, muestra cómo procede el método
positivo en tal empresa (lección 48). Ante todo, precisa establecer, las
relaciones de la física social con las otras ramas de la filosofía positiva
(lección 49). Las lecciones 50 y 51, respectivamente, abordan los funda­
mentos de la estática social (orden natural de las sociedades humanas)
y la dinámica social (el progreso natural de la humanidad).
El tomo quinto (lecciones 52-55) contempla en especial la parte
histórica de la filosofía social en todo lo que concierne al estado teológico
y al estado metafísico. Del tercer estado por el que ha atravesado la hu­
manidad, el estado positivo, se ocupará el tomo sexto. Para el estudio
de las tres edades del estado teológico, a saber, el fetichismo, el poli­
teísmo y el monoteísmo, están consagradas, en su orden, las lecciones
52,53 y 54. A la concepción teológica corresponde un régimen sacer­
dotal y militar, a la vez. Con el fetichismo nace este régimen; con el
politeísmo, se desenvuelve, y se consolida y legaliza con el monoteís­
mo. El estado metafísico (lección 55) es crítico respecto al teológico y
se prolonga hasta las sociedades modernas. Con el tiempo, empero,
apunta a una época revolucionaria, la cual va minando al régimen
teológico y militar en su conjunto. El gobierno militarista cede el lu­
gar poco a poco a un gobierno de legistas.
El tomo sexto y último contiene, tras un Prefacio personal (en don­
de Comte, ante los peligros que entraña una nueva doctrina, asegura
‘mantener con energía” su pensamiento) las lecciones 56-60, divididas
en dos partes: la parte histórica del estado positivo de la filosofía social
(56y 57), y las Conclusiones generales (58-60). En el estado positivo de la
humanidad: dentro del saber surge, poderosa, la creciente especia-
üzación de las ciencias, y en la política se opera una convergencia
Progresiva en favor de un régimen racional y pacifista. Contemplando
orígenes, proceso y resultados de la Revolución Francesa, o europea,
se advierte el inmediato futuro del género humano. A la luz de las
nuevas circunstancias se formula en la lección 58 una apreciación de
^njunto acerca de las posibilidades y eficacia del método positivo.
Finalmente se valora (lección 59) la filosofía positiva en general, y de
ahí se obtiene un juicio de la acción consecuente e inseparable que
conlleva el positivismo (lección 60).
56 LA FILOSOFÍA POSITIVA

Unas palabras finales sobre esta obra. El texto regulativo del Curso
de filosofía positiva es el de la primera edición, la única que apareció
en vida de Comte. En 1852, aún en vida del autor, tuvo efecto una
exacta reimpresión del primer volumen, autorizada. Muerto Comte
Emilio Littré dirigió tres reediciones sucesivas de toda la obra. Por
desgracia, aparecieron con no pocas faltas tipográficas, sobre todo la
última. En 1892, el discípulo ortodoxo de Comte, Pedro Laffitte, reeditó
nuevamente la obra estrictamente conforme a la primera, corrigiendo
las erratas de imprenta. Desde entonces, ésta es la más consultada.
N O CIÓ N DE LA FILOSO FÍA POSITIVA

Dado el em pleo constante (dentro de una acepción invariable) del vo-


cablo filosofía, en este curso, me ha parecido superfluo definirla de otro
modo que por el uso uniforme que hago de ella. La prim era lección
puede sgucQnsiderada, en particular como el análisls^It^ -^ ^ iT T ré n
exacta d e jo que denom ino filosofía p ositiva. Lamento, sin embargo,
haber tenido que aceptar el término Filosofía, tan abusivamente em ­
pleado en multitud de acepciones diversas; pero el adjetivo positiva
con que modifico su sentido, me parece suficiente para deshacer desde
luego todo equívoco, al menos para quienes conozcan bien su signifi­
cación. Me limitaré, p or ello, a declarar que uso^fe’-pglabramlosofía^
como la emplearon los antiguos, especialmente Aristótejc^, en strsrgni-
ficación de sistema general de las concepciones humanas. Añadiendo la
palabra positiva, anuncia esta manera especial de filosorarTque consiste
en ver en las teorías, cualquiera sea su orden de ideas, como dirigidas
a la coordinación de los hechos observados, lo cual constituye el ter­
cero y último estado de la filosofía general, primitivamente teológico
y después metafísico, según explico desde la primera lección.
Hay sin duda dem asiada analogía entre mi filosofía positiva y lo
que los sabios ingleses entienden, sobre todo desde Newton, por filo­
sofía natural. Pero no acepté esta denominación, ni la de filosofía de las
ciencias —quizá más precisa— porque ni una ni otra abarcan todas
las especies de fenómenos, mientras que la filosofía positiva en la que
implico el estudio de los fenómenos sociales además de todos los otros,
designa un m odo uniforme de razonar aplicable a cualesquiera temas
sobre los que puede ejercitarse el espíritu humano. Además, la expresión
filosofía natural es usada en Inglaterra para designar el conjunto de
las diversas ciencias de observación, incluyendo conocimientos muy
especiales, mientras que por filosofía positiva, y frente a ciencias posi­
tivas, entiendo sólo el estudio de las generalidades de las diversas
ciencias, interrogándolas como sumisas a un método único y com­
prensivas de las diferentes partes de un plan general de investigaciones.
La expresión que he debido construir es, así, a la vez, más extensa y
más restringida que dichas denominaciones análogas, las que en su fun­
damental carácter, a prim era vista podrían verse como equivalentes.*

* A d verten cia prelim inar. Versión de F. Larroyo.

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38 LA FILOSOFÍA POSITIVA

LA LEY DE LO S TR ES ESTADOS

Con la mira de explicar de modo conveniente la verdadera naturalezay


el carácter propio de la filosofía positiva, es indispensable contemplar
en general la marcha progresiva del espíritu humano, considerado¿1
su conjunto; pues ninguna concepción puede elaborarse con acierto»
no es por su historia.
Estudiando el desarrollo total de la inteligencia humana en las di*
versas esferas de su actividad, desde su primera y simple manifestación
hasta nuestros días, creo haber descubierto una gran ley fundamental,
a la que se halla sometido por una necesidad invariable, y que me pa­
rece poder determinar, sea sobre las pruebas racionales' suministradas
por el conocimiento de nuestra organización, sea sobre las verificaciones
históricas resultantes de un examen atento del pasado. Esta ley expre­
sa que cada una de nuestras concepciones principales, cada rama de
nuestros conocimientos, pasa sucesivamente por tres estados teóricos
diversos: el estado teológico o ficticio; el estadom ^tafí^^ y
el estado cientílico o positivoTEn otros términos: el espíritu humano por
su naturaleza emplea sucesivamente en cada una de sus investigado-
nes tres métodos deülosofár. cuvo carácter es esencialmentejHe^nte,
e inclusoxaHIcalmente opuesto: prím em gtm ^ después,
el m étodo metafísico v aTflnel método positivo. De ahí tres cíasesde
filosofía, o de sistemas generales de concepciones sobre el conjunto
de los fenómenos, que se excluyen mutuamente: el primero es el pun­
to de partida necesario de la inteligencia humana: el tercero su estado
fijo y definitivo; el segundo está destinado únicamente a servir de
transición.
En el estado teológico, el espíritu humano, dirigiendo esencial­
mente sus búsquedas hacía la n ah iral^ ¿Iid:írnfl de los seres, las causas
primeras y finales-de.tadT5s íos hechos que percibe, dicho brevemente,
hacíalos conocimientos absolutos, se im agina los fenómenos como
provocados por la acción directa y perm anente de agentes sobreña*
turales más o menos copiosos, cuva'arhitrária influencia explica*2
aparentes írfeguláriHades del universo.
En el estado metafísico. que no es en verdad sino u n a m era moo1'
ficación generaPdel primero, se sustituyen los agentes s obrenatura
por fuerzasab^tra^tas/verdadera s enrírtarT^ 7afostra ceiones Pers0l*J,
cadas) propias de los diversos seres del mundo y c o n c e b id a s cO J|l
capaces de engendrar por ellas mismas todos los f e n ó m e n o s obse
dos, y cuya explicación consiste entonces en atribuir a c ad ajjD ^
ellos cierta entidad. ^ |
'TCTfin, en eíestado positiyo, el espíritu Rumano, reco n o cien .
imposibilidad de llegar a nociones absoiiTtasprenuncia a busC2l^
g^n-y-~eLdestinojdel universo y a conocer las causas íntimas
fenómenos, para ver únicamente de descubrir, m e d í a n t e e T e »*i Jg
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 39

bien com binado del razonam iento y dg la observarjófri sn&ieye&^fec-


tivasrgS'cTecir, sus relaciones invariables de sucesión y de similitud. l|a
expn cacioñ de los hechos,TéduciHa entonces a~sii^é^1nü^T caíeyH io
es vaaino la re la aó n establecida entre los diverso<n£n órnen os pgrtlcu-3
lares y ciertos hechos generales que el p rogreso de las ciencias aspira
cada vez m as a reducir en ^um ero. """ " - ..... .......... ..........
La doctrina teológica llegó a la más alta evolución de que es suscep­
tible cuando vino a sustituir el ju ego vario de las numerosas divinidades
independientes que habían sido ideadas primitivamente, por la acción
providencial de un ser único. Asimismo, el último término de la doc­
trina m etafísica consiste en concebir, en vez de entidades particulares
diversas, una entidad muy general y única, la naturaleza, considerada
como fuente única de todos los fenómenos. De parecida manera, la
perfección del sistema positivo hacia la que tiende sin cesar, aun cuan­
do sea muy probable que no lo logre nunca, será el poder representarse
todos los fenóm enos observables como casos particulares de un solo
hecho general, acaso el de la gravitación.*

IMPORTANCIA DE LAS IDEAS

Las ideas gobiernan o desarreglan al mundo, o, en otros términos, el


m ecanism o social en general reposa en definitiva sobre opiniones...
La gran crisis política y m oral de las sociedades actuales se origina, en
último análisis, en la anarquía intelectual. Nuestro mayor de los daños
consiste, en efecto, en la profunda divergencia que existe ahora entre
todos los espíritus con respecto a todas las m áximas fundam entales
cuya fijeza es la prim era condición de un verdadero orden social. Mien­
tras las inteligencias individuales no reconozcan y acepten mediante
un sentimiento unánime, cierto número de i^eas generales capaces de
constituir una doctrina social común, no es posible ignorar que el
estado de las naciones continuará siendo, de m odo inexorable, esen­
cialmente revolucionario, a pesar de todos los paliativos políticos que
podrán adaptarse, y que, de hecho, sólo traerán consigo modificacio­
nes precarias.

RELA CIO N ES (LEYES) DE SU CESIÓ N Y SIM ILITU D ,


NO CAUSAS

Se advierte, así, por esta serie de consideraciones, que si la filosofía po­


sitiva es el verdadero estado definitivo de la inteligencia humana, hacia
el cual p rop en d e cada vez m ás, no por ello se ha dejado de em plear

* Tomo I. Versión'de F. Larroyo.


40 LA FILOSOFÍA POSITIVA

primero y necesariamente, y a lo largo de muchos siglos, ya como


método, ya comó^doütfmaprovisional7Tatita?oñaTgológica. filosofía
cuyo carácter es la espotífan^idad, y por esto m ismo la única posible
en los orígenes, la única que puede ofrecer un interés suficiente a
nuestro espíritu naciente. Es fácil adm itir ahora que, para pasar de
esta filosofía provisional a la filosofía definitiva, el espíritu humano
ha tenido que adoptar naturalmente, como filosofía transitoria, los
métodos y las doctrinas metafísicas. Esta última consideración es in- i
dispensable para completar la visión general de la gran ley que vengo
señalando.
Compréndese así, en efecto, que nuestro entendimiento, obligado a
avanzar por gradaciones casi insensibles, no podía pasar, bruscamente
y sin intermediarios, de la filosofía teológica a la filosofía positiva. La
teología y la física son tan hondamente incompatibles, sus concepciólB
nes tienen un carácter tan radicalmente opuesto, que antes de renunriar|¡
a las ideas de una para emplear las de la otra, la inteligencia humana §
ha tenido qué sérvirse de concepciones interm edias, de un carácter
híbrido, adeeuadás por ello para lograr gradualmente una transición. 5¡¡
Tal eseT3estino natural de las concepciones metafísicas: no tienen otra
utilidad efectiva. Al sustituir la acción sobrenatural directriz por una
entidad correspondiente e intrínseca, aun cuando ésta no sea concebí!
da en un principio más que como una emanación de la primera, el ?
hombre se ha habituado poco a poco a no considerar en el estudio de
los fenómenos sino los hechos en sí mismos, habiéndose utilizado!
gradualmente las nociones de estos agentes metafísicos, hasta llegara
ser, para cualquier espíritu recto, tan sólo nombres abstractos de fenó­
menos. No es posible imaginar por qué otro procedimiento hubiera
podido pasar nuestro entendimiento de las consideraciones sobrena­
turales a las consideraciones puramente naturales, ello es, del régim0^
teológico al régimen positivo.
Establecido de esta manera, una vez más, hasta donde me es posi*
ble hacerlo sin caer en una discusión especial que no sería oportuna
ahora, la ley general del desarrollo del espíritu humano, ta l como 1||
concibo, nos será ahora ya fácil determinar con precisión la n a tu ra l^ |
za propia de la filosofía positiva, objeto esencial de este d i s c u r s o ! ®
Por todo lo dicho, vemos que el carácter fundamental d e la fil°s0*
fía positiva consiste en captar todos los fenóm enos como suj et0AI|
leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento preciso y redue|M
al menor número posible son la meta de todos nuestros e sfu e rz ® !
considerando como absolutamente inaccesible para nosotros y va(|B
de sentido la búsqueda de lo que se llaman causas, sean primeraS,ILa
finales. Es inútil insistir demasiado en una actitud que hoy d*aj e H
hecho familiar a todos aquellos que han estudiado un poco a fon»|JÍJ
ciencias de observación. Ellos saben, en efecto, que en n u e s t r a s e * j M
caciones positivas, aun en las más perfectas, no tenemos en ^ ¡ 1
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 41

alguno la pretensión de exponer las causas generadoras de los fenó­


menos, puesto que jamás, haríamos nada más sino retrasar la dificultad;
queremos, por el contrario, examinar con exactitud las circunstancias que
la han producido, y enlazar las unas con las otras mediante relaciones
normales de sucesión y similitud.

RECORRIDO DE LA FILOSOFÍA POSITIVA

Una vez caracterizada la tarea de la filosofía positiva lo más exacta­


mente que me es dado hacerlo en este panorama de conjunto que
desarrollo a lo largo de este curso, debo examinar ahora a qué nivel de
formación ha llegado hoy día y qué es lo que falta para que acabe
de constituirse.
Respecto de esto, precisa considerar primero que las diferentes
ramas de nuestros conocimientos no han realizado con la misma velo­
cidad las tres grandes fases de su desarrollo mencionadas. Tampoco
han llegado simultáneamente al estado positivo. Tocante a ello existe
un orden invariable y necesario, que nuestros diversos modos de con­
cepción han seguido de manera obligada en su progresión, y cuyo
examen preciso es el complemento indispensable de la ley fundamen­
tal enunciada anteriormente. Este orden será el tema principal de la
próxima lección. Por ahora bástenos saber que está de acuerdo con
la variada naturaleza de los fenómenos y que está determinado por su
grado de generalidad, de simplicidad y de independencia recíproca,
tres consideraciones que, aunque distintas, concurren a un mismo fin.
Así, los fenómenos astronómicos primero, por ser los más generales, los
más simples y los más independientes de todos los demás; y sucesiva­
mente por las mismas razones han sido aproximados a teorías positivas
los fenómenos de la física terrestre propiamente dicha, los de la quí­
mica y finalmente los fenómenos fisiológicos.
No es dable señalar el origen preciso de esta revolución; pues
puede decirse con exactitud, como de todos los demás acontecimien­
tos humanos, que sé han realizado constantemente y de más en más,
principalmente después de los trabajos de Aristóteles y de la escuela
de Alejandría, y más tarde cuando se introdujeron las ciencias natu­
rales en la Europa occidental por los árabes. Con todo, puesto que
conviene fijar una fecha para precisar las ideas, señalaré lá del gran
movimiento dado al espíritu humano desde hace dos siglos por la
acción combinada de los preceptos de Bacon, las concepciones de
Descartes y los descubrimientos de Galileo, como el momento en que
i empezó a manifestarse en el mundo este espíritu de la filosofía positi-
i va, en oposición evidente con el espíritu teológico y metafísico. A la
f sazón, en efecto, las concepciones positivas se apartaron, de cierto, de
42 LA FILOSOFÍA POSITIVA

la mezcla supersticiosa y escolástica que más o menos ocultó el verda-


dero carácter de todos los precedentes trabajos.

FUTURO DE LA FILOSOFÍA POSITIVA. EL ESPECIALISMO

Es ley necesaria. Cada rama del sistema científico se desprende poco a


poco del tronco cuando adquiere bastante consistencia para emprender
un estudio separado, es decir, cuando ha llegado al punto en que puede
ocupar por ella sola la actividad permanente de ciertas inteligencias.
Sin duda alguna, a esta repartición de las diversas investigaciones entre
diferentes clases de científicos se debe el desarrollo tan extraordinario
que ha alcanzado al fin en nuestros días cada diversa clase de conocí- |
mientos humanos, y que manifiesta la imposibilidad, para los modernos,
de aquella universalidad de las investigaciones especiales, tan fácil y
frecuente en los tiempos antiguos. En una palabra, la división del
trabajo intelectual, cada vez más perfeccionada, es uno de los atri­
butos característicos muy significativo de la filosofía positiva.
Reconociendo las consecuencias prodigiosas de esta división, y
viendo ahora ya en ella la verdadera base fundamental de la organiza­
ción general del conjunto del saber, es imposible, por otra parte, no
conmoverse ante los graves inconvenientes que engendra en su estado
actual, por el excesivo particularismo de las ideas que ocupan exclusi­
vamente a cada inteligencia individual. Tal resultado es inevitable, sin
duda, como inherente al principio mismo de la división; es decir, que
de ninguna manera podremos equipararnos en este respecto a los an­
tiguos, en los que semejante superioridad no se debía sino al exiguo
desarrollo de sus conocimientos. Con todo, me parece que podemos
evitar con medios adecuados los efectos más perniciosos de la es-
pecialización exagerada, sin entorpecer la influencia vivificante de
la separación de las investigaciones. Hay que acometer el problema
con toda seriedad, porque estos inconvenientes, que por su naturaleza
tienden a acrecentarse sin límite, comienzan ya a ser muy percepti­
bles. Todos confiesan que las divisiones establecidas para un mayor
perfeccionamiento de nuestros trabajos entre las diferentes ramas de
la filosofía natural acaban por ser artificiales. No ignoremos que a
pesar de esta confesión, es ya muy pequeño en el mundo científico el
número de inteligencias que abarcan en su concepción el conjunto
incluso de una sola ciencia, que a su vez no es más que una parte del
todo. La mayoría se limita ya por completo a la consideración aislada
de una sección más o menos extensa de una ciencia determinada, sin
preocuparse demasiado a la relación de estos trabajos particulares con
el sistema general de los conocimientos positivos. Es muy urgente el
remediar este mal antes de que se torne mucho mayor. Hay que temef
que el espíritu humano acabe por perderse en medio de trabajos de
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 43

detalle. No nos engañemos; éste es el punto señaladamente débil por


el que los partidos de la filosofía teológica y de la filosofía metafí­
sica pueden combatir a la filosofía positiva con algunas perspectivas
de éxito.
El idóneo recurso de atajar la influencia corrosiva que parece ame­
nazar al futuro intelectual, a consecuencia de una especialización
demasiado grande en las investigaciones individuales, evidentemente
no podrá ser la vuelta a la antigua confusión de los trabajos encamina­
da a retrogradar el espíritu humano, y que felizmente hoy día se ha
hecho imposible. A la inversa, consiste en el perfeccionamiento de la
división misma del trabajo. Basta, en efecto, con hacer del estudio de
las generalidades científicas una gran especialidad más. Que una nue­
va clase de científicos, preparados por una educación adecuada, sin
entregarse al estudio especial de ninguna rama particular en la filoso­
fía natural, se ocupen únicamente, considerando en su estado actual
las diversas ciencias positivas, en determinar exactamente el espíritu
de cada una de ellas, de descubrir sus relaciones y enlaces de resumir, si
es posible, todos los principios propios en un número de principios
comunes, sin descuidar jam ás las máximas fundamentales del método
positivo. Por otro lado, que los otros científicos, antes de entregarse a
sus investigaciones respectivas, se hayan capacitado mediante una edu­
cación que se ocupe del conjunto de los conocimientos positivos, para
aprovecharse desde luego de las luces que provengan de estos científi­
cos entregados al estudio de las generalidades, y recíprocamente para
rectificar sus resultados, situación a la que los científicos se aproxi­
man ostensiblemente día con día. Cuando se satisfagan estas dos grandes
condiciones, y es claro que pueden cumplirse, la división del trabajo
en las ciencias podrá llegar, sin ningún peligro, tan lejos como exija
el desarrollo de los diversos órdenes de conocimiento. Una clase di-
l versa, en contacto permanente con todas las demás, que tenga como
f función propia y continua el vincular cada nuevo descubrimiento par-
\ ticular al sistema general, y no habrá ya que temer el que una señalada
j¡ preferencia concedida a los detalles impida jamás ver el conjunto.
i Dicho brevemente: se habrá constituido la organización moderna del
í mundo científico y no quedará sino desarrollarla, indefinidamente,
^ conservando siempre el mismo carácter.
I Formar del estudio de las generalidades científicas una sección apar-
,i te del gran trabajo intelectual, es simplemente éxtender la aplicación del
i mismo principio de división que sucesivamente ha ido separando las
^ diversas especialidades; pues mientras las diversas ciencias positivas
| han estado poco desarrolladas, sus relaciones mutuas no podían tener
j importancia suficiente para dar lugar, por lo menos de un modo perma-
¿ nente, a una clase particular de trabajos, y al mismo tiempo la necesidad
K este nuevo estudio era mucho menos urgente. Mas por ahora cada
h una de las ciencias ha adquirido por separado una extensión suficiente
f, para que sus mutuas relaciones puedan dar lugar a trabajos continuados,
sSl
-«a
44 LA FILOSOFÍA POSITIVA

al mismo tiempo que este nuevo orden de estudios se hace indispensa­


ble para prevenir la dispersión de las concepciones humanas.
Es ésta la manera como yo concibo el futuro de la filosofía positi­
va, dentro del sistema general de las ciencias positivas propiamente
dichas. Es ésta, por lo menos, la finalidad de este curso.

SISTEMA Y UNIDAD DEL MÉTODO

Al señalar por tarea a la filosofía positiva el resumir en un solo cuerpo


de doctrina homogénea el conjunto de los conocimientos adquiridos
propios de los diferentes órdenes de fenómenos naturales, estaba lejos
de mi pensamiento el querer proceder al estudio general de estos fe­
nómenos, considerando a todos ellos a manera de efectos múltiples de
un principio único, como sujetos a una misma y sola ley.
Si bien es preciso tratar en especial esta cuestión en la lección
próxima, creo desde ahora deber manifestarla, a fin de prevenir los
reproches muy mal fundados que podrán dirigirme quienes, a partir
de una visión falsa, clasificarían este curso entre los intentos de expli­
cación universal que aparecen a diario de espíritus completamente
extraños aTosTnétodos y a los conocimientos científicos. No se trata
de nada semejante; y el desarrollo de este curso dará una prueba feha-1
ciente a todos aquellos a quienes las aclaraciones contenidas en este
discurso hayan dejado alguna duda sobre el particular.
A tenor de mi conyicción personal, considero estos intentos de ex­
plicación universal deTodosloTIiechos me diante mí a ley única como
de sobra quim érí^ráun cuando sean intentados por lás inteligencias ,
más cqmp&tentes. Creo que los recursos del espíritu humano son dema­
siado aébiles y el universo demasiado complicado para lograr semejante
perfecc^n^aeñtífica, nuncaa^üeH roalcance, y además considero I
que es una idea demasiado halagüeña de los resultados que se obten- |
drían en caso de ser factible

Y a n o e s fo r z o s o e m it ir m á s a r g u n ie i iío s p a r a m o s t r a r q u e la jiflali’
d a d d e e s t e c u r s em o -es p r e s e n t a r todn s 1n T l ^ ^ m é n o s p a t^
sie n d o id é n tic o s e n e l fo n d o ,' e x c e p t o la v a r ie d a d d e su s circ u n sta n ciaSi
L a filo s o fía p o s itiv a , s e r ía , c la r o , m á s c o m p le t a s i p u d i e r a s e r así. Mas I
e s t a c o n d i c i ó n n o e s e n a b s o lu t o n e c e s jy d a p a r fl ¡sm e la b o r a c ió n siste- I
m á t ic a n i p a r a la r e a liz a c ió n d e g r a n d e s v gr a t a s g a n s e n rettrias paralas
q u e e s tá sin d u d a d e s t in a d a . N o h a y , e n e f e c t o y ^ T m i u f a o S i e c e s a n 3 I
q u e J a im id a d d e m é t o d o , la c u a l p u e d e y d e b e ^ íiB r - e v id e n té m e n te .
y se h a lla y g e s t a b le c I H a e n ^ u ^ a y o f p a r t e . T 0 na m e a Ia d o c trin a no e| I
n e c e s a r io q u e .s e a u n a , b a sta c o n q u e se a h o m o g é n e a . P o r gJUi3j-4 ^s<y ,.
d o b le p u n t o d e v ísta d e la ^ tó i 3 a d ‘d é^ m H o ^ b y d e la h o m o g e n eidad ^ I
¡ d o c t r in a s ,c o n s id e r e m o s e n éS te ¿w rso ia íí d i f e r e n t e T c I a s e s H e t e o r ¡ 1
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 45

positivas. Con la mira de disminuir, en la medida de lo posible, el


número de leyes generales necesarias para la explicación positiva de
los fenómenos naturales, lo cual es, en efecto, el fin filosófico de la
ciencia, estimamos como infundado aspirar nunca, aun en el futuro
más alejado, al intento de reducirlas rigurosamente a una sola ley.

ENCICLOPEDIA DE LAS CIENCIAS POSITIVAS

Las ciencias ofrecen en su variedad un carácter evidente. Constituyen


una enciclopedia, que proviene de las diversas clases de fenómenos
naturales que estudian. Es obvio, en efecto, que antes de emprender el
estudio metódico de alguna de las ciencias fundamentales hay que
prepararse necesariamente por el examen de las relativas a los fenóme­
nos anteriores de una escala enciclopédica, puesto que éstas influyen
siempre de modo preponderante sobre aquellas cuyas leyes se propo­
ne uno conocer. Dicha circunstancia es de tal modo sorprendente que,
a pesar de su extrema importancia práctica, no precisa insistir en este
momento sobre un principio que más tarde se reproducirá en otro
sitio consecuentemente en orden a cada ciencia fundamental. Sólo
habré de limitarme a hacer observar que, si es de suyo aplicable a la
educación general, lo es también particularmente a la educación espe­
cial de los hombres de ciencia.
Por ej., los físicos que no han estudiado antes astronomía, al menos
desde un punto de vísta,general: los QuímicoFque~antes de ocuparse
de su ciencia propia no han estudiado con anterioridad astronomía y
después físSraTIos fisiólogós que no se han preparado para $us traba­
jos especiales con un estudio preliminar de astronomía, de la físicay
de_la química^han omitido una de las condicionesIunclameíítales'~de su
formación intelectual. Esto es aún mucho más obvio para los espíritus
que quieren entregarse al estudio positivo de los fenómenos sociales
sin haber ,adquirido primero un conocimiento general de la astrono­
mía, de la física, de la química y de la fisiología.
Dado que dichas exigencias raramente se cumplen en la actuali­
dad y ninguna institución regular se ha organizado para cumplirlas,
se puede decir que aún no existe para los científicos una educación
verdaderamente racional. Apreciación tal es a mis ojos de tan gran im­
portancia que no temo atribuir, en parte, a este vicio de la educación
eHíctual estado de imperfección extrema en que aún vemos las ciencias
más difíciles, estado verdaderamente inferior a lo que prescribe, en
efecto, la naturaleza más complicada de los fenómenos estudiados.
En relación con la educación general, esta exigencia es aún mucho
más necesaria, Me parece de tal modo indispensable, que veo la ense­
ñanza científica como incapaz de realizar los resultados generales más
esenciales que está destinada a realizar en la sociedad para poder
46 LA FILOSOFÍA POSITIVA

renovar el sistema intelectual, si las diversas ramas principales de 1


filosofía natural no se estudian en un orden conveniente. No se olvide
que en casi todas las inteligencias, incluso las más elevadas, las ideas
permanecen de ordinario aprisionadas, según el orden de su primera
adquisición; y que, por consiguiente, es un mal, las más de las veces
irremediable, no haber empezado por donde se debe.*

CIENTIFICIDAD Y MÉTODO POSITIVO

Cuando se trata no sólo de saber lo que es el método positivo, sino de


tener de él un conocimiento lo bastante claro y profundo como para
utilizarlo efectivamente, hay que considerarlo actuando: hay que estu­
diar las diversas y g m n d i o s a s aplicaciones bien comprobadas que de él
ha hecho ^FéT^^itu hümanüTTri una palabra, sólo es posible llegar
a él mediante el examen filosófico deJasdencias. No es posible estu­
diar eí método aisladamenfeclelas investigaciones en que se emplea,
o resulta un estudio muerto, incapaz de fecundar el espíritu que a él se
dedique. Todo lo real que de él se puede decir cuando se le enfrenta
en abstracto, se reduce a generalidades tan vagas que en nada influi­
rán sobre el régimen intelectual. Si alguien establece lógicamente que
nuestros conocimientos debeCmndarsFen la observación^ que debe­
mos proceder a veces de ios principios y 'aTé¿fiSWT6s principios a los
hechos, u otros aforismos análogos, conocerá mucho menos el método
que si ha estudiado un poco profundamente una sola ciencia positiva,
aún sin intención filosófica. Por haber desconocido este hecho esen­
cial, nuestros psicólogos son inducidos a tomar sus ilusiones como
ciencia, creyendo comprender el método positivo por haber leído los
preceptos deBacon o los discursos de Djescartes.
No sé si más adelante se podrá hacer a pziari un verdadero curso
de método totalmente independiente deí estudio filosófico de las cien­
cias; pero estoy seguro de que hoy es irrealizable, pues los grandes
procedimientos lógicos no pueden aún ser explicados con la precisión
suficiente aisladamente de sus aplicaciones. Me atrevo a añadir, ade­
más, que, aun cuando tal empresa pudiese realizarse inmediatamente
-4o que, en efecto, es concebible—, sólo por el estudio de las apli­
caciones regulares de los procecíímientos científicos podríamos llegar
a formarnos un buen sistema de hábitos intelectuales, objeto esencial
del método. ^
Considerando, a través de este curso, la sucesión de las diversas
naturales, haré resaltar cuidadosamente una ley
clases d e fe n ó m en o s
filosófica muy importante y totalmente inadvertida hasta hoy, cuya
* Tomo I. Versión de F. Larroyo.
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 47

primera aplicación quiero señalar aquí. Consiste en que, a medida que


los fenómenos que ¿ a ^ q u e ^ ^udiax son más complicadoi? resultan
¿fias susceptibTeypor„su naturaleza, de m e^oT de exploración más
extensosju^iados^jir^que, (^^iríujego r^ ^ a^xactammpens^eión
pnir e j^ r e c im ie n to j^ a s dificultades y ^ u ^ é n toct^gEosTpor ello,
a pesar de esta armonía, las cienciaTdsHicadas a laZtenomenos más
complejos —siguiendo la escala^aetelopcdica establecida descteefcb-
mietrzo dtfesta obra— son la^m ás imfiejdgc^ l . Así, los fenómenos
astronómicos, pon ser los m¿s"sTttqiluij. defagn ser los que se encuen­
tren con medios de expltO ción más limitados
Nuestro arte de sacompon^-fin , de tres procedi­
mientos diferentes: r*; observación propiamente cGchg, o sea, examen '
dire0jO^e-l>i^ám ea3jQjLal como se presenta naturalmente; $j¡ L e x p e r i m e n - 1 j
tjáaón, o sea, contemplación del fenómeno más o. menos modificado por
cirpUTÍst'aiitiaraTtTfrciaies que jnterrabrr^^grpsampnfp buscando una *>
exploración más perfecta; y^L^comparació^ o sea, la consideración ^
gradual de una serie de casos análogos en que el fenómeno se vaya
simplificando cada vez más.

LA CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS

Para obtener una clasificación natural y positiva de las ciencias funda­


mentales, debemos buscar su fundamento en la comparación de los
diversos órdenes de fenómenos cuyas leyes procuran descubrir. Lo que
queremos determinar es la dependencia real de los diversos estudios
científicos, y sólo surgirá de la dependencia de los fenómenos corres­
pondientes.
Considerando así a todos los fenómenos observables, veremos que
es posible clasificarlos en un pequeño número de categorías naturales,
dispuestas de tal manera que el estudio racional de cada categoría se
funde en el conocimiento de las leyes principales de la categoría pre­
cedente y sea el f n n d a m b rrtó " d e i estudio de la siguiente. Este orden
es determinado^por-eUgrado ^ ^T^p^cMad^BTio que equivale a lo
mismo, por ef g j n ^ d^,¡¡g aqeralida^>de los fenómenos, de donde
resulta su depenáeHcialmcésivaW, por ella, la mayor o menor facili­
dad de su efrtedio. —'
En efecto, a priori se ve que los fenómenos más simples, los que
menos se complican con otros, son también los más generales, pues lo
que se observa en la mayoría de los.casos está, por ésto mismo, des­
prendido todo lo posible de las circunstancias propias de cada caso
separado. Hay, pues, que comenzar por el estudio de los fenómenos
más generales o más simples, continuando sucesivamente hasta los
más particulares o más complicados, si queremos concebir la filosofía
48 LA FILOSOFÍA POSITIVA

natural de un modo verdaderamente metódico; porque este orden de


generalidad o de simplicidad, al determinar necesariamente el enea,
denanuento racional de las diversas ciencias fundamentales por la
dependenciajsu££siva de sus fenómenos, fija su grado de facilidad.
A la \íez^porunaconsideración auxiliar que creo importante señalar
aquí y que converge exactamente con todas las precedentes, los fenó­
menos más generales o más simples, por ser necesariamente los más
extraños al nombre, debenser estudiadoscon una disposición de espí.
ritu más serena^, más raclgriai, lo que constituye un nuevo motivó para
qué las ciencias correspondientes se desarrollen m á s jápjdamente.
Habiendo indicado así la regla fundamental que debe presidirla
clasificación de las ciencias, puedo pasar inmediatamente a la construc­
ción de la escala enciclopédica conforme a la cual debe ser determinado
el plan de este curso y que cualquiera podrá apreciar valiéndose de las
consideraciones precedentes.
Una primera contemplación del conjunto de los fenómenos natu­
rales nos lleva a dividirlos en seguida, conforme al principio recién
establecido, en dosgrapdes clases principales: \La primera comprende
/ los fenómenos de los m ^rpos la-s^gn^dai lo s de los cuerpos
organizados. ~
Estos últimos son, evidentemente, más complicados y particulares
que los otros, y dependen de los precedentes, los que, por el contrario, j
k en modo alguno dependen de éstos. De aquí la necesidad de no estu-
1 diar los fenómenos fisiológicos sino después de hacerlo con los de los i
w cuerpos inorgánicos. De cualquier modo que se expliquen las diferencias |
IH que hay entre estas dos clases de seres, lo cierto es que se observan en I
los cuerpos vivos todos los fenómenos —mecánicos o químicos—que J
se dan en los cuerpos brutos, más un orden especial de fenómenos: los1
vitales propiamente dichos, los que tienden a la organización. N o se
trata aquí de examinar si las dos clases de cuerpos son o no de la mis- i
ma naturaleza, cuestión insolyhle que se agita mucho en nuestros días,
por resabios de hábitos teológicos y metafísicos; tal cuestión no cabe en
la filosofía positiva, que hace profesión formal de ignorar en absoluto
la naturaleza íntima de un cuerpo cualquiera. Pero no es indispensable v
considerar a los cuerpos brutos con naturaleza esencialmente diferen- *
te de la de los vivos, para reconocer la necesidad de la separación de
sus estudios.
Sin duda, no están aún suficientemente fijas las ideas sob re e l »
modo general de interpretar los fenómenos de los cuerpos vivos; pero»
sea cualquiera el partido que a tal respecto se pudiera tomar como con- i
secuencia de ulteriores progresos de la filosofía natural, la clasificación 1
que de ellos establecemos aquí no se vería afectada. En e fe c to , dése
por demostrado —lo que apenas permitiría entrever el estado p r e s e n t e
de la fisiología—que los fenómenos fisiológicos son siempre meros |
fenómenos mecánicos, eléctricos y químicos, modificados p o r la eS'i
tructura y composición propias de los cuerpos organizados, y n u e s t r a |
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 49

división fundamental no se conmovería. Porque continúa siendo cierto,


aun con tal hipótesis, que los fenómenos generales deben ser estudia­
dos antes de proceder al examen de las modificaciones especiales que
experimentan en ciertos seres del universo, como consecuencia de una
disposídoñ partTcular d é la s moléculas! Así, la división, que la mayo­
ría de los espíritus cultos fundan hoy en la diversidad de las leyes, se
mantiéríe7por n a tur al e za , m d e f.n r d a m ^ la subordina­
ción de los fé^oiné tanto, delo?estudios, sea cualquiera la
vecindad que pudiera establecerse entre ambas clases de cuerpos!
No hay lugar aquí a d e s ^ ^ F ^ T én sus diversas partes esenciales
la comparación general entre los cuerpos brutos y los vivos, pues será
examinado profundamente en la sección fisiológica de este curso. Basta
ahora haber reconocido, en principio, la necesidad lógica de separar
la ciencia de los prim eros de la que se refiere a los segundos, y de no
proceder al estudio de la físka orgánica sino después de haber estable­
cido las leyes generales de \afíúoaJj{oj^ájijj¡a.
Pasemos ahora a la determinación de la subdivisión principal de
que es susceptible, según la misma regla, cada una de las grandes
mitades de la filosofía natural.
Respecto a la f ísica inorgánica, vemos primero —ajustándonos siem­
pre al orden de generalidad y dependencia de los fenómenos— que
debe ser dividida en dosseccionesdisti.ntas, según que considere los
fenómenos generales del univérso o que estudteen_partteular los de
los cuerpos terrestres. De aquí la tísica celeste astronomía --geométrica
o mecánica^--y la física terrestre. La necesidad de esta división es
exactamente seméyañttra la de \S anterior.
Siendo los fenómprersi^rbnómíclfos los másjjenerales, simples y
abstractos de todos, la Filosolía natural debe comenzar, evidentemen­
te, por su estudio, ya qüeTás leyes a que están sujetos influyen sobre
las de todos los demás fenómenos, de los que son, a su vez, esencial­
mente independientes. En efecto, en todos los fenómenos de la física
terrestre se observan los efectos generales de la gravitación universal,
a más de los otros efectos qué les son peculiares y que modifican a los
primeros. De aquí que, cuando se analice el fenómeno terrestre más
simple —no ya uno químico sino uno meramente mecánico—$ se le
halle siempre más complejo que el fenómeno celeste más complicado.
Por eso, por ejemplo, el mero movimiento de un cuerpo grave, aun
tratándose de un sólido, presenta en realidad, teniendo en cuenta todas
sus circunstancias determinantes, un conjunto de investigaciones más
complicado que la más difícil cuestión astronómica. Tal considera­
ción muestra claramente cuán indispensable es separar con precisión
la física celeste de la terrestre, y no proceder al estudio de la segunda
sino después del de la primera, cuya base racional es.
La física terrestre se subdivide, a su vez y según el mismo princi­
pio, en dos porciones distintas, según que estudie a los cuerpos desde
el punto de vista mecánico o desde el químico; de donde surgen la
50 LA FILOSOFÍA POSITIVA

física propiamente dicha y la química. La concepción metódica de


ésta supone evidentemente el conocimiento previo de la otra, porque
todos los fenómenos químicos_son necesariamente máiTcomplicados
que los físicos, délos que (dependen sin influir sobre ellos. Se sabe, en
efecto, que toda acción química está sometida previamente a la in­
fluencia de la gravedad.-del.calor, de la electricidad, etc., presentando
además algo peculiar que modifica TafacciorfHe los agentes preceden­
tes. Esta consideración que presenta a la química como incapaz de
marchar sino después de la. física, la presenta a la vez como ciencia
distinta; porque, sea cualquiera la opinión que se adopte respecto alas
afinidades químicas, y aun no viendo en ellas —como es concebible—
sino modificaciones de la gravitación general producida por la figura
y disposición mutua de los átomos, resultaría evidente que la necesi­
dad de enfrentarse continuamente con esas condiciones especiales no
permitiría tratar a la química como un mero apéndice de la física. Se
estaría, pues, obligado en todos los casos, aunque sólo fuera por faci­
litar el estudio, a mantener la división y encadenamiento que hoy se
considera decisivo para la heterogeneidad délos fenórnenos.
Tal es la distribución racioñáfdeTásprincipales ramas de la cien­
cia general de los cuerpos brutos. Análoga división se establece, del
mismo modo, en la ciencia general de los cuerpos organizados.
Todos los seres vivos presentan dos órdenes de fenómenos esen­
cialmente distintos: los relativos al individuo, y los que conciernen a la
especie, sobre todo cuandcLgs soctafate. Referida al hombre, esta distin-
cíon es tundamental. El último orden de fenómenos es evidentemente
más compücado y particular que el primero, del que depende sin influir
sobre éL De aquí,dos grandes secciones en la física orgánica: la fisio-
j lojdíLprop iamente dicnaTylaT^^ en fa~pnmera.
En todos los Fenómenos socmles^e observa en primer término la
influencia de las leyes fisiológicas del individuo y, además, algo pecu-:
liar que modifica los efectos de aquélláTyque es debido a la acción de los
individuos entre sí, especialmente complicada en la especie humana
por la acción de cada generación sobre la que la sigue. Es, pues, evi­
dente que, para estudiar convenientemente los fenómenos sociales, hay
que partir de un conocimiento profundo de las leyes referentes a la
vida individual. Por otra parte, esta subordinación necesaria entre lo&
dos estudios no determina —como han creído algunos fisiólogos de
primer orden—que la física social sea un simple apéndice de la fisio^
logia. Aunque los fenómenos sean en verdad homogéneos, no son
idénticos, y la separación entre las dos ciencias es verdaderamente
fundamental, pues sería imposible tratar el estudio colectivo de la especie
como una pura deducción del estudio del individuo, ya que las condi­
ciones sociales que modifican la acción de las leyes fisiológicas son
precisamente entonces la consideración más esencial. Así, la física
social debe fundarse en un cuerpo propio de observaciones directas,
sin dejar de considerar como es debido su necesaria relación íntima
con la fisiología propiamente dicha.
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 51

Podría establecerse fácilmente una simetría perfecta entre la división


de la física orgánica y la antes expuesta para 1a inorgánica, recordando
la distinción vulgar de la fisiología própiameñte^trcha en vegetal y
animal. Sería fácil referir esta subdivisión al principio de clasificación
que constantemente hemos seguido, ya que los fenómenos de la vida
animal se presentan, en general al menos, como más complicados y
especiales que los de la vegetal; pero la búsqueda de esta simetría pre­
cisa tendría algo de pueril si nos llevase a desconocer o exagerar las
analogías reales o las diferencias efectivas de los fenómenos. Además,
la distinción entre la fisiología vegetal y la animal, que tiene gran
importancia en lo que he denominado física concreta. apenas tiene
alguna en la física abstracta, única de que aquí se trata. Él conocimiento
de las leyes generales de la vida, que debe ser —a nuestro entender—
el verdadero objeto dé la fisiología, exige la consideración simultánea
de toda la serie orgánica sin distinción entre vegetales y animales,
distinción que, por otra parte, se borra de día en día, a medida que
los fenómenos son estudiados más profundamente.
Persistiremos, pues, en no considerar sino una división en la física
orgánica, aunque hayamos establecido dos, sucesivas, en lo inorgánica.
Como resultado de esta disquisición, la filosofía positiva se halla, por
tanto, naturalmente dividida en cinco ciencias fundamentales, cuya
sucesión es determinada por una subordinación necesaria e invaria­
ble, fundada, independientemente de toda opinión hipotética, sobre
la mera comp^acion profundizada de los fenómenos correspondien­
tes; a saber Gastronomía JKsica química, fisiología v física social. La
primera consitferálósffenómenos más genérales, simples, abstractos y
alejados de la humanidad; éstos influyen sobre todos los demás sin ser
influidos por ellos. Los fenómenos considerados por la últimá son, al
contrario, los más particulares, complicados, concretos y directamente
interesantes para el hombre, dependen en más o en menos de todos los
precedentes, sin ejercer sobre ellos influencia alguna. Entre estos dos
extremos, los grados de especialidad, complicación y personalidad
de los fenómenos van en aumento gradual y en dependencia sucesiva. Tal
es la íntima relación general que la verdadera observación filosófica,
convenientemente empleada, en vez de vanas distinciones arbitrarias, nos
lleva a establecer entre las diversas ciencias fundamentales.*

LA MATEMÁTICA EN LA CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS

(...) Queda por considerar ahora una laguna inmensa y capital, que in­
tencionalmente pospuse en la fórmula enciclopédica, y que de seguro

* Tomo I. Versión de Demetrio Náñez. Comte. Selección de textos precedidos de un


estudio de René Hubert.
LA FILOSOFÍA POSITIVA

ha percibido el lector, De cierto no se ha señalado en nuestro sist


científico el lugar de la ciencia matemática. ema
La razón de omitirlo se explica por la importancia misma de est
ciencia, tan vasta y tan fundamental, al punto que la lección sigujent
se consagrará por entero a la determinación exacta de su verdadero
carácter general, y, por consiguiente, a la fijación precisa de su rang0
enciclopédico. Mas para no dejar incompleto, visto desde este ángui0
tan esencial, el gran cuadro que he tratado de esbozar en esta lección
debo indicar aquí someramente, de antemano, los resultados genera­
les del asunto^
Dado el actual desarrollo de nuestros conocimientos positivos, creo
que conviene mirar la ciencia matemática menos como una parte cons-
^tutiva de la filosofía natural] propiamente dicha que como siendo,
desdeDéscartes hastaTJewton, la verdaderajjase fundamental de esta
filosofía, aun cuando, para hablar con rigor, sea a la vez ambas cosas.
Hoy por hoy, de fijo la ciencia matemática es mucho menos importante
por los conocimientos muy reales y muy precisos que^ sin embargo, la
cOTTpóneiVdií'e^altiente, comTTconstituyenHo el instrumento más po- ;
derosó que puede emplear el espíritu humano en la investigación de |
las leyes de losieitómenQ^aturateSTj—““
Tratando de d a T a e s te FÉTSf)ec to u n a concepción perfectamente
clara y exacta, se verá que hay qtie dividir la ciencia matemática en dos :
grandes ciencias, cuyo carácter es esencialmente distinto: la matemati-
<ja abstracE57)^l calculó] tomando esta palabra en su mayor extensión
y la matemática-éoncret^jv que se integra de un lado, de l^ g e o m e triy
qenerctiy. por otra, de la OTgpZntcZTWgrónflZ/La parte c o n c r e t a se halla
necesariamente fundada en la parte abstracta, y se c o n v i e r t e a su vez ¡
en base directa de toda la filosofía natural, al contemplar, e n la medi­
da de lo posible, todos los fenómenos del universo como geom étricos
o como mecánicos.
La parte abstracta es la única puramente instrumental, ya que cu- ¡
bre una gran extensión admirable de la lógica natural d e un cierto ¡
orden de deducciones. La geometría y la mecánica, deben, por e l con- |
trario, ser consideradas como verdaderas ciencias naturales, fundadas,
como todas las demás, en la observación, aun cuando por la ¡e x tr e m a d a
simplicidad de los fenómenos llevan un grado de s is t e m a t i z a c i ó n infl*
nitamente más perfecto, lo que de continuo ha llevado a d e s c o n o c e r el
carácter experimental de los primeros principios. Estas dos ciencias
físicas tienen, empero, esto de particular: en el estado presente del
espíritu humano son ya, y serán cada vez más, empleadas como métod°
mucho más que como mera doctrina.
Hay más: es evidente que, colocando así la ciencia matemát^
a la cabeza de la filosofía positiva, no se hace sino extender más aún
aplicación de este mismo principio de clasificación, fundado sol*
la independencia sucesiva de las ciencias como resultado del grado o
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 53

abstracción de sus fenómenos respectivos, que nos ha proporcionado


la serie enciclopédica establecida en esta lección. No se hace ahora
sino restituir a esta serie su verdadero primer término, cuya importan­
cia propia exigía un examen especial más amplio. De cierto, se ve que
los fenómenos geométricos y mecánicos son los más generales, los
más simples de tocios, los los más
independientes de los demás, de los cuales^ por el contrario, son la
base. De manera parecida seconclEequé~suestudi^eáuh preliminar
indispensable para todos los demás órdenes de fenómenos. Por tanto,
es la ciencia matemática la que debe constituir el punto de partida de
toda educación científica racional, sea general, sea especial, lo cual
explica el uso universal que se ha establecido desde hacelargo tiempo
a este respecto, (ferina manera empírica; aunque primitivamente no
tuviera más causa que la mayor antigüedad en el desarrollo del saber.
(...) Este es el plan racional que guiará constantemente el estudio de
la filosofí^positiva. Resultado definitivo: la matemática, la astrono-
mía^fecfitsíea, la química, la fisiología, y la física social; tal es la fórmula
enciclopédica que. entre un gran numero^dé"clasificaciones que com­
prende las seis ciencias fuiftSamén^ la sola conforme
a la jerarquía natural invariable de los fenómenos.*

LA MATEMÁTICA

Para formarse una idea justa del objeto de la ciencia matemática consi­
derada en su conjunto, se puede partir, a falta de otra, de la definición
vaga e insignificante que de ella se da ordinariamente, diciendo que
es la ciencia de las magnitudes. o —lo que es más positivo—/g rúrijin.
* que tiene por objeto^'MédM^eJ¡as magnitudes.¡Este anticipo didácti-
I* co~eXTg^YiT3ls*:‘pr!€Kíísr5^^ , perola idea es justa, en el
fondo, y hasta suficientemente extensa, si se la concibe conveniente-
í mente. Interesa en tal materia, cuando nada lo prohíba, apoyarse en
|I nociones generalmente admitidas. Veamos cómo, partiendo de tan
f grosero esbozo, es posible elevarse a una verdadera definición de las
j matemáticas que corresponda a la importancia, extensión y dificultad
| de la ciencia.
La cuestión de medir una magnitud no presenta al espíritu otra
(( idea que la de la mera comparación inmediata de tal magnitud con
I otra semejante que se supone conocida y es tomada por unidad entre
todas las de su especie. Ásí, al limitarse a definir las matemáticas di­
ciendo que tienen por objeto la medida de las magnitudes, se da de
‘ ellas una idea muy imperfecta, pues es imposible ver así cómo hay
lugar, en tal sentido, para una ciencia cualquiera, y más para una cien-

* Tomo I. Versión de F. Larroyo.


54 LA FILOSOFÍA POSITIVA

cia tan vasta y profunda como la matemática. En vez de un inmen


encadenamiento de trabajos racionales amplísimos, que ofrecen a nuestra
actividad intelectual un alimento inagotable, la ciencia parecería consis­
tir sólo, según tal enunciado, en una mera sucesión de procedimientos
mecánicos, para obtener directamente, valiéndose de operaciones aná­
logas a la superposición de líneas, las relaciones de las cantidades que
hay que medir con aquellas por las cuales se quiere medirlas. Sin em­
bargo, esta definición no tiene en realidad otro defecto que el no ser
suficientemente profunda; no induce a error acerca del verdadero ob­
jeto final de las matemáticas, sino que presenta como directo a un
objeto que es, al contrario, casi siempre, muy indirecto, por lo que no
refleja la verdadera naturaleza de la ciencia.
Para reflejarla, hay que considerar un hecho general, fácil de com­
probar: que la medida directa de una magnitud, por superposición é
otro procedimiento semejante, es frecuentemente una operación total­
mente imposible para nosotros; de suerte que, si no tuviéramos para
determinar las magnitudes más medio que las comparaciones inmediatas,
estaríamos obligados a renunciar al conocimiento de la mayoría de las*
que nos interesan.
El método general constantemente empleado, la única evidencia|
concebible para conocer magnitudes que no permiten la medida
directa, consiste en referirlas a otras que sean susceptibles de ser deter­
minadas inmediatamente y según las cuales se llegue a descubrir las
primeras, mediante relaciones existentes entre unas y otras. Tal es el
objeto preciso de la ciencia matemática, tomada en su conjunto.

Llegamos así a definir con exactitud la matemática, asignándole


como objeto la medida indirecta de las magnitudes y diciendo que se
propone determinar las magnitudes unas por otras, conforme a las relacioS
nes precisas que existen entre ellas. Tal enunciado, en vez de dar sólo la
idea de un arte, como hacen las definiciones ordinarias, significa in­
mediatamente una verdadera ciencia, y la muestra compuesta de un
inmenso encadenamiento de operaciones intelectuales que pueden
complicarse mucho por la serie de intermediarios que habrá que esta­
blecer entre las cantidades desconocidas y las que permiten una medida
directa, por el número de variables coexistentes en la cuestión projj
puesta y por la naturaleza de las relaciones que proporcionarán entre
todas estas diversas magnitudes los fenómenos considerados. Conforme
a tal definición, el espíritu matemático consiste en mirar siempre como
unidas entre sí todas las cantidades que puede presentar un fenómeno
cualquiera, para deducirlas unas de otras. Y no hay, evidentemente,
fenómeno que no pueda dar lugar a consideraciones de este género; de
donde resulta la extensión naturalmente indefinida y hasta la rigurosa
universalidad lógica de la ciencia matemática.
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 55

LA FILOSOFÍA ASTRONÓMICA

La astronomía es la única ram a de la filosofía natural en cuyo estudio


el espíritu humano se ha liberado rigurosamente de toda influencia
teológica y metafísica, directa o indirecta, lo que facilita el presentar
con claridad su verdadero carácter filosófico. Pero, para proporcionarse
una justa idea general de la naturaleza y composición de estaciencia,
es indispensable salir de las definiciones vagas que habitualmente se
le dan y circunscribir con exactitud el verdadero campo de los cono­
cimientos positivos que podemos adquirir respecto a los astros.
Entre los tres sentidos capaces de mostrarnos la existencia de los
cuerpos lejanos, el de la vista es el único utilizable frente a los cuerpos
celestes; así, no habrá astronomía alguna para las especies ciegas, por
inteligentes que se las imagine; y, para nosotros mismos, los astros
oscuros, más numerosos quizá que los visibles, escapan a todo estudio
real, pudiendo todo lo más sospechar por inducción su existencia.
Toda investigación no reducible a meras observaciones visuales nos
está, pues, necesariamente prohibida respecto a los astros, que son
también, de todos los seres naturales, los que nos presentan relaciones
menos variadas.

Conforme a las consideraciones precedentes, creo poder definir


la astronomía con precisión y amplitud, asignándole como objeto el
descubrir las leyes de los fenómenos geométricos y mecánicos que nos
presentan los cuerpos celestes.
Para ajustarse a la realidad científica, hay que añadir a esta necesa­
ria limitación, referente a la naturaleza de los fenómenos observables,
otra relativa a los cuerpos susceptibles de tales exploraciones. Esta
última restricción no es absoluta, como la primera, e importa mucho
señalarlo; pero, en el estado actual de nuestros conocimientos, es casi
tan rigurosa.
Los espíritus filosóficos, a los que es extraño el estudio profundo
de la astronomía, y aun los mismos astrónomos, no han distinguido
suficientemente, en el conjunto de nuestras investigaciones celestes,
el punto de vista que denomino solar del que merece el nombre de
universal. Esta distinción me parece, sin embargo, indispensable para
separar claramente la parte de la ciencia que comporta una perfección
íntegra, de la que, por su naturaleza, sin ser, desde luego, puramente
conjetural, parece estar siempre en la infancia, al menos si se la compa­
ra con la primerá. La consideración del sistema solar de que formamos
parte nos ofrece inmediatamente un tema de estudio bien circunscri­
to, susceptible de exploración completa y capaz de conducirnos a los
conocimientos más satisfactorios. Al contrario, el pensamiento de lo
que llamamos universo es, por sí mismo, necesariamente indefinido,
de suerte que, por extensos que se supongan en el futuro nuestros
56 LA FILOSOFÍA POSITIVA

conocimientos reales en este género, jam ás podríam os elevarnos ala


verdadera concepción del conjunto de los astros. La diferencia es ho
bien notoria, ya que, al lado de la perfección adquirida en los dos
siglos últimos por la astronomía solar, en astronomía sideral no posee,
mos aún ni el prim ero y más sim ple elemento de toda investigación
positiva; la determinación de los intervalos estelares. Podremos presu­
mir —como procuraré explicar más adelante— que tales distancias no
tardarán en ser determinadas, al menos, entre ciertos límites y respecto a
muchas estrellas, conociendo así, por estos mismos astros, otros diver­
sos elementos importantes que la teoría está lista para deducir de estos
datos fundamentales, como son sus masas, etcétera; pero la importante
distinción establecida antes no será afectada por ello. Aunque llegásemos
un día a estudiar completamente los movimientos relativos de algunas
estrellas múltiples, esta noción, que sería desde luego valiosísima, sobre
todo si concerniera al grupo de que nuestro sol forma, probablemente,
parte, no nos dejaría menos apartados del verdadero conocimiento del
universo, que inevitablemente se nos escapará siempre.

Hay, pues, que separar más profundamente de lo que se acostumbra


el punto de vista solar y el punto de vista universal, la idea del mundo
y la del universo, por ser el primero el más elevado a que realmente
podemos llegar y por ser también el único que verdaderamente nos
interesa.
Así, sin renunciar enteramente a la esperanza de obtener algunos
conocimientos siderales, hay que concebir la astronomía positiva como
consistente esencialmente en el estudio geométrico y mecánico del
pequeño número de cuerpos celestes que componen el mundo de que
formamos parte. Sólo entre tales límites merece la astronomía el rango
supremo que por su perfección ocupa hoy entre las ciencias naturales.
En cuanto a esos astros innumerables diseminados por el cielo, apenas
tienen para el astrónomo más interés que el de servir de jalones en
nuestras observaciones, pudiendo sus posiciones ser miradas como fi­
ja s frente a los movimientos interiores de nuestro sistema, único objeto
esencial de nuestro estudio.

LA FÍSICA

Debemos circunscribir ahora con toda la claridad posible el v e r d a d e r o


campo de investigaciones de que se compone la física propiamente
dicha.
No separándola de la química, su conjunto tiene por objeto el
conocimiento de las leyes generales del mundo inorgánico. C a r a c t e r e s
bien definidos, que se analizarán exactamente más adelante, distin­
guen a este estudio total tanto de la ciencia de la vida que la sigue en
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 57

nuestra escala enciclopédica, como de la ciencia astronóm ica que en


ella la precede, y cuyo sim ple objeto —com o hemos visto— se reduce a
la consideración de los grandes cuerpos naturales en cuanto a sus
form as y m ovim ientos. Pero es, al contrario, muy difícil la distinción
entre la física y la quím ica, dificultad que aumenta de día en día por
las relaciones cad a vez m ás íntimas que el conjunto de los descubri­
m ientos m odernos desarrolla continuamente entre ambas. Tal división
es, sin em bargo, real e indispensable, aunque necesariamente menos
pronunciada que las dem ás separaciones contenidas en nuestra serie
enciclopédica fundam ental. Creo poder establecerla sólidamente de
acuerdo con tres consideraciones generales, distintas aunque equiva­
lentes, cada una de las cuales sería, quizá, en ciertos casos, insuficiente,
pero que, reunidas, no dejarán incertidumbre real alguna.
L a prim era consiste en el contraste característico ya entrevisto va­
gam ente p or los filósofos del siglo XVII, entre la generalidad necesaria
de las investigaciones verdaderam ente físicas y la especialidad no
menos inherente a las exploraciones puramente químicas. Toda consi­
deración de física propiam ente dicha es, por su naturaleza, más o
m enos aplicable a un cuerpo cualquiera; mientras que, al contrario,
toda idea quím ica concierne necesariamente a una acción peculiar a
ciertas sustancias, sea cualquiera la similitud que pudiéram os captar
entre los diversos casos. Esta fundamental oposición se señala siempre
claramente entre am bas categorías de fenómenos.

La segunda consideración elemental apta para distinguir la física


de la química ofrece m enos importancia y solidez que la anterior, aun­
que es susceptible de utilidad fehaciente. Consiste en señalar que en
física los fenóm enos considerados son siempre relativos a I&s masas,
m ientras en quím ica lo son a las moléculas; de donde ésta tomó su
antigua denom inación de física molecular. Aunque tal distinción no
está, en el fondo, desprovista de realidad, hay que reconocer, sin embar­
go, que las acciones puramente físicas son casi siempre tan moleculares
como las influencias químicas, cuando se las estudia de modo sufi­
cientem ente profundo. La gravedad misma nos presenta un ejemplo
irrebatible de ello.
Finalm ente, esta tercera observación general es quizá más con­
veniente que cualquiera otra p ara separar claramente los fenómenos
físicos de los quím icos. En los prim eros, la constitución de los cuer­
pos, es decir, el m odo de organización de sus partículas, puede hallarse
cambiado, aunque casi siempre permanece esencialmente intacto; pero
su naturaleza, o sea la composición de sus moléculas, se mantiene
constantemente inalterable. En los segundos, al contrario, no sólo hay
siem pre cam bio de estado en los cuerpos considerados, sino que la
acción m utua de éstos altera necesariamente su naturaleza, y hasta es
dicha m odificación lo que constituye esencialmente el fenómeno. La
m ayoría de los agentes considerados en física es sin duda capaz de
58 LA-FILOSOFÍA POSITIVA

operar, cuando su influencia es suficientemente enérgica o prolonga


da, composiciones y descomposiciones idénticas a las que determina
la acción química propiamente dicha; de donde resulta el enlace, tan
natural, éntre la física y la química. Pero, en tal grado de acción
salen, en efecto, del dominio de la primera para entrar en el de la
segunda.

El conjunto de las consideraciones precedentes me parece bastar


para definir con exactitud el objeto propio de la física, estrictamente
circunscrita a sus límites naturales. Se ve que esta ciencia consiste en
estudiar las leyes que rigen las propiedades generales de los cuerpos, ordi­
nariamente tomados en masa y constantemente colocados en circunstancias
susceptibles de mantener intacta la composición de sus moléculas y aun,
casi siempre, su estado de agregación. Además, el verdadero espíritu
filosófico exige siempre, como ya he recordado frecuentemente, que
toda ciencia digna de tal nombre esté evidentemente destinada a esta­
blecer con seguridad un orden correspondiente de previsión. Es, pues,
indispensable añadir, para completar tal definición, que el objeto final
de las teorías físicas es prever, lo más exactamente posible, todos los fenóme­
nos que haya de presentar un cuerpo colocado en un conjunto cualquiera
de circunstancias dadas, excluyendo siempre las que podrían desna­
turalizarle.*

LA QUÍMICA

Por vastos y complicados que sean en realidad los temas de la química,


la indicación clara del objeto de esta ciencia, la delimitación rigurosa
del campo de sus investigaciones, en una palabra: su definición, pre­
senta mucha menos dificultad que la que hemos experimentado en el
volumen anterior al tratar de la física. Hemos definido a ésta por con­
traste con la química y, por ello, nuestra operación actual está ya en
esencia preparada. Es así fácil caracterizar directa y tajantemente lo
que constituye los fenómenos verdaderamente químicos, pues todos
presentan una alteración más o menos completá, pero siempre apre-
ciable, en la constitución íntima de los cuerpos considerados; es decir,
una composición o una descomposición, y casi siempre ambas, referidas
al conjunto de sustancias que participan en la acción.

Para completar esta noción fundamental de los fenómenos quínj1'


eos, puede ser útil añadirle dos consideraciones secundarias que también
han sido indicadas indirectamente en el volumen anterior, al definir
la física: la más importante atañe a la naturaleza del fenómeno; la otra,
a sus condiciones generales.

* Tomo II. Versión española de D. Náñez.


CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 59

Toda sustancia es susceptible de una actividad química más o me­


nos variada y enérgica; por lo cual los fenómenos químicos han sido
justamente clasificados entre los fenómenos generales, cuya última
categoría constituyen, en el orden de complicación creciente; se distin­
guen también profundamente de los fenómenos fisiológicos, que, por
su naturaleza, son exclusivamente peculiares de ciertas sustancias, or­
ganizadas según ciertos modos. Sin embargo, es indudable que los
fenómenos químicos, sobre todo por contraste con los simples fenó­
menos físicos, presentan en cada caso algo de específico o, según la
enérgica expresión de Bergman, algo de electivo. No sólo cada uno de
los diferentes elementos materiales produce efectos químicos que
le son enteramente peculiares, sino que hay también innumerables
combinaciones de diversos órdenes, presentando en el campo quími­
co, aun los más análogos, ciertas diferencias fundamentales, que con
frecuencia proporcionan el único medio de caracterizarlos precisa­
mente. Por tanto, mientras que las propiedades físicas no presentan
esencialmente, de un cuerpo a otro, sino meras distinciones de grado, las
propiedades químicas son, al contrario, radicalmente específicas.1Unas
constituyen el fundamento común a toda existencia material, mientras
que las individuales se pronuncian gracias a las otras.
En segundo lugar, entre las condiciones extremadamente varia­
das, propias del desarrollo de los diversos fenómenos químicos, se ha
podido señalar esta condición fundamental y común, que está muy
lejos de ser suficiente, pero que se presenta siempre como indispensa­
ble: la necesidad del contacto inmediato de las partículas antagónicas, y,
por tanto, el estado fluido —líquido o gaseoso—de una al menos de
las sustancias consideradas. Cuando esta disposición no existe espon­
táneamente, hay que realizarla artificialmente liquidando la sustancia,
por fusión ígnea o por un disolvente cualquiera. Sin esta modificación
previa, la combinación no se realizaría, según refleja un célebre, y
exacto aforismo que se remonta a la infancia de la química. No existe
hasta aquí un solo ejemplo bien comprobado de acción química entre
dos cuerpos realmente sólidos, a no ser elevándolos a temperaturas
que hacen difícilmente apreciable el verdadero estado de agregación
de los cuerpos. Cuando ambas sustancias son líquidas es cuando la
acción química se manifiesta con más energía, si la leve diferencia de
densidades facilita una mezcla íntima. Nada mejor que tales observa­
ciones para comprobar claramente cómo los efectos químicos son, por

1 Esta especialidad fundamental de las diversas acciones químicas no desapa­


recería aunque se llegase, por una extensión exagerada de la teoría electro-química, a
presentar vagamente todos los fenómenos de composición y descomposición como
meros efectos eléctricos. Supuesto esto, la dificultad sólo sería aplazada, pues aún
quedaría firme que cada sustancia, simple o compuesta, manifiesta una naturaleza de
polaridad eléctrica peculiar. Sólo el lenguaje habría cambiado, como sucede frente
a todas las nociones científicas realmente fundadas sobre la inmutable considera­
ción de los fenómenos.
60 LA FILOSOFÍA POSITIVA

su naturaleza, eminentemente moleculares, sobre todo por oposición


a los efectos físicos, a la vez que demuestran una distinción esencial
aunque menos profunda, con los efectos fisiológicos, ya que la pro.1
ducción de éstos supone indispensablemente el concurso de sólidos y
fluidos, como veremos en la segunda parte de este volumen.
El conjunto de consideraciones precedentes puede ser exactamen­
te resumido señalando a la química el objeto general de estudiar las
leyes de los fenómenos de composición y de descomposición que resultan de
la acción molecular y específica de diversas sustancias, naturales o arti­
ficiales, entre sí.

LA BIOLOGÍA

No conozco más tentativa plenamente eficaz para satisfacer todas las


condiciones esenciales de una definición filosófica de la vida que la
de M. de Blainville, cuando hace quince años, en la bella introduc­
ción a su tratado de anatomía comparada, propuso caracterizar este
gran fenómeno por el doble movimiento intestino, general y continuo
a la vez, de composición y de descomposición, que constituye en efec­
to su verdadera naturaleza universal. Esta luminosa definición no me
parece dejar nada importante que desear, a no ser una indicación más
directa y explícita de estas dos condiciones fundamentales correlativas,
necesariamente inseparables del estado vivo: un organismo determina­
do y un medio conveniente. Pero tal crítica es secundaria por referirse
más a la fórmula que a la propia concepción. En efecto, el simple
enunciado de M. de Blainville sugiere el doble pensamiento de una
organización dispuesta de modo que permita esta continua renovación
íntima y de un medio susceptible a la vez de proporcionar la absor­
ción y provocar la exhalación, aunque habría sido más conveniente
introducir en la fórmula misma una mención expresa de esta armonía
fundamental. Salvo esta única modificación, es evidente que tal defini­
ción llena directamente, en la más justa medida, todas las prescripciones
principales inherentes a la naturaleza de tal sujeto, suficientemente
caracterizadas más arriba, pues presenta la exacta enunciación del único
fenómeno rigurosamente común a la totalidad de los seres vivos, con­
siderados en todas sus partes constituyentes y en todos sus diversos
modos de vitalidad, a la vez que excluye por su composición misma, a
todos los cuerpos realmente inertes. Tal es, a mi entender, la primera
base elemental de la verdadera filosofía biológica.

Este exacto análisis preliminar del fenómeno general que consti­


tuye el tema invariable de las especulaciones biológicas, nos facilitad
ahora una definición clara y precisa de la ciencia misma directamente
Considerada en su destino positivo más completo y más extenso. Hemos
reconocido, en efecto, que la idea de vida supone constantemente la
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 61

correlación necesaria de dos elementos indispensables: un organismo


apropiado y un m ed io1 conveniente. De la acción recíproca de estos
dos elementos resultan inevitablemente todos los diversos fenómenos
vitales, no sólo animales, como se piensa ordinariamente, sino también
orgánicos. De aquí que el gran problema permanente de la biología
positiva deba consistir en establecer, para todos los casos y conforme
al menor número de leyes invariables, una exacta armonía científica
entre estas dos inseparables potencias del conflicto vital y el acto mismo
que le constituye, previamente analizado; o sea: en unir constante­
mente, de modo general y especial, la doble idea de órgano y de medio
con la idea de función. En el fondo, esta segunda idea no es menos
doble que la primera; porque, conforme a la ley universal de la equiva­
lencia necesaria entre la reacción y la acción, el sistema ambiente no
modificará al organismo sin que éste ejerza a su vez sobre él la correspon­
diente influencia. La noción de función o de acto debe comprender,
en realidad, los dos resultados del conflicto, pero con la distinción
esencial de que, siendo la modificación orgánica, por su naturaleza, la
única verdaderamente importante en biología, se subestima frecuente­
mente la reacción sobre el medio, de donde resulta habitualmente la
acepción menos extensa de la palabra función, adscrita sólo a los actos
orgánicos, con independencia de sus consecuencias externas. De to­
dos modos, cuando el medio no es susceptible de una renovación
inmediata y facultativa, como ocurre al vegetal o al animal en reposo, el
biólogo tiene que considerar atentamente esta necesaria modificación
del ambiente, en vista de la influencia ulterior que ella pudiera ejercer
sobre el organismo. La acción de la especie humana, colectiva, sobre
el mundo exterior, principalmente en el estado de sociedad, único en
que puede desarrollarse, ¿no es para el biólogo un elemento de estudio
tan esencial como la propia modificación del hombre? Sin embargo, hay
que reconocer que tal consideración, respecto a cada organismo, per­
tenece más bien a su historia natural propiamente dicha que a su fisio­
logía, salvo en la restricción que acabo de indicar. Habrá, pues, pocos
inconvenientes en conservar aquí a la palabra, función su significación
más usual, aunque fuese más racional atribuirle toda su extensión filo­
sófica, empleándola para designar el conjunto de los resultados de la
acción recíproca continua entre el organismo y el medio.

1 Creo superfluo justificar expresamente el uso frecuente que en adelante haré


de la palabra medio para designar especialmente, de m odo claro y rápido, no sólo
el fluido en que el organism o está sumergido, sino, en general, el conjunto total
de las circunstancias exteriores de cualquier género, necesarias para la existencia de
cada organism o d eterm inado. Los que hayan meditado suficientemente sobre el
papel capital que debe llenar, en toda biología positiva, la idea correspondiente, no
me reprocharán, sin duda, la introducción de esta expresión nueva. Por mi parte,
la espon taneidad con que tan frecuentem ente se ha presentado a mi plum a, a
pesar de mi constante aversión p or el neologism o sistemático, apenas me permite
dudar que tal térm ino abstracto faltase realmente hasta ahora en la ciencia de los
cuerpos vivos.
62 LA FILOSOFÍA POSITIVA

Conforme a las nociones precedentes, la biología positiva debe,


pues, ser mirada como destinada a referir constantemente, en cada
caso determinado, el punto de vista anatómico y el fisiológico, o, en
otros términos, el estado estático y el dinámico. Esta relación perpetua
constituye su verdadero carácter filosófico. Colocado en un sistema
dado de circunstancias exteriores, un organismo definido debe actuar
siempre de modo necesariamente determinado; y, a la inversa, la misma
acción no será producida idénticamente por organismos verdadera­
mente distintos. Cabe, pues, concluir alternativamente o el acto por el
sujeto o el agente por el acto. Conocido previamente el sistema am­
biente, conforme al conjunto de las otras ciencias fundamentales, se ve
que el doble problema biológico puede ser planteado, lo más matemá­
ticamente posible, en estos términos generales: Dado el órgano o la
modificación orgánica, hallar la función o el acto, y a la recíproca. Tal
definición me parece satisfacer las principales condiciones filosóficas de
la ciencia biológica; me parece especialmente apropiada para subrayar
el fin necesario de previsión racional que tantas veces he presentado,
en las diversas partes de esta obra, como el destino característico de
toda ciencia real, opuesta a la mera erudición. Tal definición indica
claramente que la verdadera biología debe tender a permitirnos prever
cómo actuará, en determinadas circunstancias, un cierto organismo, o
por qué estado orgánico ha podido ser producido tal acto realizado.*

FÍSICA SOCIAL, ESTÁTICA Y DINÁMICA

Es con la mira de articular en la debida forma como lo exige la estruc­


tura razonable de esta obra, el destinar toda esta lección a ciertas ex­
plicaciones preliminares encaminadas a constituir ahora lo que llamo
física social. Tal empeño tiene en apariencia el carácter de abstracto.

La física social es el estudio positivo del conjunto de las leyes


fundamentales propias de los fenómenos sociales (...) Las posibilida­
des de elaborar la ciencia social a la manera de las ciencias positivas
ya establecidas como también señalar el verdadero carácter filosófico
de ella y echar sólidamente sus bases: he ahí el cometido.

La finalidad de la física social es advertir con nitidez el sistem a


de operaciones sucesivas, filosóficas y prácticas, que han de liberar a la
sociedad de su fatal tendencia a la disolución inminente y conducirla de
m odo directo a una nueva organización más progresiva y sólida
la asentada sobre la filosofía teológica.

* Tomo III. Versión española de D. Náñez.


CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA

L a nueva ciencia ten d rá d o s p artes, lógicam ente un idas: la parte


estática y la p a rte dinámica. El estu d io estático correspon de a la doc­
trina positiva d el orden, que consiste en la arm onía de las diversas
condiciones d e existen cia d e las sociedades hum anas. En cam bio, el
estudio din ám ico d e la vid a colectiva constituye la doctrina positiva
del progreso social. L o s d o s prin cipios, el orden y el progreso, repre­
sentan las d os nociones fundam entales cuya deplorable oposición trae
consigo el trastorn o d e las sociedades hum anas. La anatom ía o estáti­
ca social fo rm a la base, en la fisiología o dinám ica social arraiga el
im pulso histórico ren ovador.*

E L M É T O D O PO SITIV O EN LA SO CIO LO G ÍA .
LA CO M PARACIÓN H ISTÓ R IC A

En sociología, com o en biología, la exploración científica em plea con­


currentem ente los tres m odos fundamentales que he distinguido, desde
el segundo volum en d e este Curso, en el arte general de observar, a
saber, la observación p u ra, la experim entación propiam ente dicha, y,
en fin, el m étod o com parativo, esencialm ente ad ap tado a todo estu­
dio relativo a los cu erpos v iv o s.** Se trata aquí de apreciar de m anera
sumaria el rendim iento y el carácter propio de estos tres procedim ien­
tos sucesivos, en cuanto concierne a la naturaleza y metas, ya definidos
con antelación, de esta ciencia nueva.

U na m archa g rad u al nos conduce a la apreciación directa de esta


última parte del m étodo comparativo que debo distinguir, en sociología,
con el nom bre de método histórico, propiam ente dicho, en el que reside
esencialmente, p o r la naturaleza de tal ciencia, la única base fundamen­
tal en que realm ente puede descansar el sistem a de la lógica positiva.
La com paración histórica de los diversos estados consecutivos de
la h um anidad no es el único artífice científico de la nueva filosofía
política; su d esarro llo racional form ará tam bién directam ente el fon­
do m ism o de la ciencia en todo sentido. Precisam ente en esto debe
distinguirse la ciencia sociológica de la biológica propiam ente dicha,
como explicaré con detalles en la lección siguiente. En efecto, el princi­
pio positivo de esta indispensable separación filosófica resulta de cierta
influencia de las diversas gen eracion es hum anas sobre las generacio­
nes siguientes, la cual, grad u al y continuam ente acum ulada, acaba por
constituir la con sid eración p rep o n d eran te del estudio directo del de­
sarrollo social. H asta que tal p rep o n d eran cia no es reconocida, este
estudio positivo de la hum anidad debe parecer racionalmente un mero

* Tomo IV. Versión de F. Larroyo.


** No hay que olvidar que la sociología estudia al organismo social. Nota de F.
Larroyo.
LA FILOSOFÍA POSITIVA

prolongamiento espontáneo de la historia natural del hombre.


este carácter científico, muy conveniente si se limita a las primeras
generaciones, se borra cada vez más a medida que la evolución social
se manifiesta, y debe transformarse finalmente, cuando el movimiento
humano esté bien establecido, en un carácter nuevo, directamente propio
de la ciencia sociológica, en que deben prevalecer las consideraciones
históricas. Aunque este análisis histórico no parece destinado, por su
naturaleza, más que a la sociología dinámica, es, sin embargo, indudable
que alcanza al sistema entero de la ciencia, sin distinción de partes, en
virtud de su perfecta solidaridad. Además de que la dinámica social
constituye el principal objeto de la ciencia, se sabe —como antes
expliqué—que la estática social es, en el fondo, racionalmente insepa*
rabie de ella, a pesar de la utilidad real de tal distinción especulativa,
ya que las leyes de la existencia se manifiestan sobre todo durante el
movimiento.
No sólo desde el punto de vista científico propiamente dicho debe
el uso preponderante del método histórico dar a la sociología su principal
carácter filosófico, sino también, y quizá de un modo más pronun­
ciado, bajo el aspecto puramente lógico: En efecto, se debe reconocer
—como estableceré en la lección siguiente— que, con la creación de esta
nueva rama esencial del método comparativo, fundamental, la socio*
logia perfeccionará también a su vez, siguiendo un modo exclusivamen­
te reservado a ella, el conjunto del método positivo, en beneficio de
toda la filosofía natural, con tal importancia científica que apenas puede
ser hoy entrevista por los más claros espíritus. Desde ahora, podemos
señalar que este método histórico ofrece la verificación más natural y
la aplicación más extensa de ese atributo característico que hemos demos­
trado anteriormente en la marcha habitual de la ciencia sociológica,
y que consiste sobre todo en proceder del conjunto a los detalles.
Finalmente, hay que notar aquí, en el aspecto práctico, que la prepon­
derancia del método histórico en los estudios sociales tiene también la
feliz propiedad de desarrollar espontáneamente el sentimiento social,
poniendo en plena evidencia directa y continua este necesario enca­
denamiento de los diversos acontecimientos humanos que nos inspira
hoy, aun hacia los más lejanos, un interés inmediato, recordándonos
la influencia real que han ejercido en el advenimiento gradual de
nuestra propia civilización. Conforme a la bella observación de Condorcet»
ningún hombre culto pensará ahora, por ejemplo, en las batallas de
Maratón o Salamina, sin apreciar en seguida las importantes conse­
cuencias de ellas para los destinos actuales de la humanidad. Sería
inútil insistir más sobre tal propiedad, que recibirá durante todo el
volumen una aplicación continua explícita y, aun más, implícita.
es necesaria demostración formal alguna para comprobar la aptitu®
espontánea de la historia para destacar la íntima subordinación genera
de las diversas edades sociales. Sólo importa, a este respecto, no con*
fundir tal sentimiento de la solidaridad social con el interés simpá*1^
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 65

que deben excitar todos los aspectos de la vida humana y aun meras
ficciones análogas. El sentimiento de que aquí se trata es a la vez más
profundo —por resultar personal en cierto modo— y más reflexivo
—como resultante sobre todo de una convicción científica—* por lo
que no será convenientemente desarrollado por la historia vulgar en
el estado puramente descriptivo; pero sí lo será, y exclusivamente, por
la historia racional y positiva, tomada como ciencia real y que dispone
el conjunto de los acontecimientos humanos en series coordinadas
donde se muestra con evidencia su encadenamiento gradual.

Terminando esta previa apreciación general del método histórico


propiamente dicho, como constitutivo del mejor modo de exploración
sociológica, hay que subrayar que la nueva filosofía política, consa­
grando, tras un libre examen racional, las antiguas indicaciones de la
razón pública, restituye a la historia la total plenitud de sus derechos
científicos para servir de base indispensable a las especulaciones so­
ciales, a pesar de los sofismas, demasiado acreditados aún, de una
vana metafísica que tiende a desentenderse, en política, de toda con­
sideración amplia del pasado.*

EL PROGRESO SOCIAL
Los filósofos de la antigüedad, faltos de observaciones políticas sufi­
cientemente completas y extensas, carecieron de toda idea de progreso
social. Ninguno de ellos pudo sustraerse a la tendencia, entonces tan
universal como espontánea, de considerar al estado social de su tiempo
Como radicalmente inferior al de tiempos anteriores. Esta disposición
era natural y legítima, ya que la época de estos trabajos filosóficos coin­
cidía esencialmente —como explicaré después—con la de la necesaria
decadencia del régimen griego o romano. Y esta decadencia, que, conside­
rando el conjunto del pasado social, constituye un verdadero progreso
como preparación indispensable para el régimen más avanzado de
tiempos posteriores, no podía ser juzgada así por los antiguos, bien
ajenos a sospechar tal sucesión. He indicado ya, en la lección prece­
dente, el primer esbozo de la noción o, mejor, del sentimiento de
progreso de la humanidad como atribuirle al cristianismo, que, al procla­
mar la superioridad fundamental de la ley de Jesús sobre la de Moisés,
había formulado la idea, hasta entonces desconocida, de un estado más
perfecto que reemplazaba definitivamente a otro menos perfecto, que,
a su vez, y tiempo, había sido también indispensable.** Aunque el

* Tomo IV. Versiones españolas: del primer apartado, F. Larroyo; de los otros
tres, D. Náftez.
* * Hay que señalar que esta gran noción pertenece esencialmente al catolicismo,
del que el protestantismo la ha tomado imperfecta y aun viciosamente, no sólo por
su apelación vulgar e irracional a los tiempos de la Iglesia primitiva, sino también por su
66 LA FILOSOFÍA POSITIVA

catolicismo no haga así más que servir de órgano general al desarrollo


natural de la razón humana, esta preciosa labor no dejará de constituir
para los ojos imparciales de los verdaderos filósofos uno de sus más
bellos títulos, merecedores de eterno reconocimiento. Pero, indepen*
dientemente de los graves inconvenientes de misticismo y vaga oscuridad,
inherentes a todo empleo del método teológico, tal esbozo era en verdad
insuficiente para constituir un concepto científico del progreso social,
pues éste se hallaba cerrado por la fórmula misma que le proclama, por
estar entonces irrevocablemente limitado, del modo más absoluto, al
advenimiento del cristianismo, más allá del cual la humanidad no po­
dría dar un paso. Pero, estando ya, y para siempre, agotada la eficacia
social de toda filosofía teológica, es evidente que esta concepción presenta
para el porvenir un carácter esencialmente retrógrado confirmando
una irrecusable experiencia que no cesa de cumplirse ante nuestros
ojos. Observándolo científicamente, se ve que la condición de continui­
dad constituye un elemento indispensable de la noción definitiva del
progreso de la humanidad, noción que resultaría impotente para dirigir
el conjunto racional de las especulaciones sociales, si representase alf
progreso como limitado por naturaleza a un estado determinado, ya
hace tiempo logrado.
Por todo ello se ve que la verdadera idea de progreso, parcial o
total, pertenece necesaria y exclusivamente a la filosofía positiva, a laj
que ninguna otra podría suplantar en tal sentido. Sólo esta filosofía i
podrá descubrir la verdadera naturaleza del progreso social, es decir,
caracterizar el término final, jamás realizable, hacia el que tiende a
dirigir a la humanidad, y hacer conocer a la vez la marcha general de
este desarrollo gradual. Tal atribución es ya claramente verificada por el
origen totalmente moderno de las únicas ideas de progreso continuo
que tienen hoy un carácter verdaderamente racional y que se refiere
sobre todo al desarrollo efectivo de las ciencias positivas, de donde
aquéllas se derivan. La primera muestra satisfactoria del progreso ge­
neral pertenece a un filósofo esencialmente dirigido por el espíritu
geométrico, cuyo desarrollo, como tan frecuentemente he explicado,
debía preceder al de todo otro modo más complejo del espíritu cientí­
fico. Pero, sin asignar a esta observación personal una importancia
exagerada, resulta indudable que el sentimiento del progreso de las
ciencias es el único que pudo inspirar a Pascal este admirable aforismo
fundamental: “Toda la sucesión de los hombres durante la larga serie
de siglos debe ser considerada como un solo hombre, que subsiste
siempre y que aprende continuamente”. ¿Sobre qué otra base podía
reposar antes tal noción? Cualquiera que haya sido la eficacia de esta

tendencia, aun más ciega y no menos pronunciada, a proponer como guía de 'loj
pueblos modernos la parte más atrasada y peligrosa de las Sagradas Escrituras: la de la
antigüedad judaica. Además, el mahometismo, prolongando a su modo la mismft:
noción, no ha hecho más que intentar, sin mejora alguna, una grosera imitación^
evidentemente desprovista de toda originalidad.
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 67

primera visión, es preciso reconocer que las ideas de progreso necesa­


rio y continuo no han comenzado a adquirir verdadera consistencia
filosófica ni a reclamar la atención pública sino a raíz de la memora­
ble controversia del siglo anterior sobre la comparación general entre
los antiguos y los modernos. Esta discusión solemne, cuya importan­
cia ha sido hasta aquí poco apreciada, constituye, a mi entender, un
verdadero acontecimiento en la historia de la razón humana, que por
primera vez se atrevía a proclamar así su progreso. No es necesario
subrayar que el espíritu científico, era el principal animador de los
jefes de este gran movimiento filosófico, y constituía toda la fuerza
real de su argumentación general, a pesar de la dirección viciosa que
tenía en otros sentidos; hasta se ve que sus más ilustres adversarios,
por una contradicción bien decisiva, proclamaban preferir el cartesia­
nismo a la antigua filosofía.
Por sumarias que sean tales indicaciones, bastan para caracterizar
irrecusablemente el origen de nuestra noción fundamental del pro­
greso humano, que, espontáneamente nacido del desarrollo gradual
de las diversas ciencias positivas, aún halla hoy en ellas sus funda­
mentos más firmes. En el último siglo esta gran noción ha tendido a
abarcar cada vez más el movimiento político de la sociedad, extensión
final que, como antes indiqué, no podía adquirir verdadera importan­
cia propia hasta que el enérgico impulso determinado por la Revolu­
ción Francesa manifestase profundamente la tendencia necesaria de la
humanidad hacia un sistema político poco caracterizado aún, pero
desde luego radicalmente diferente del sistema antiguo. Sin embargo,
por indispensable que haya sido tal condición preliminar, está muy
lejos de ser suficiente, ya que, por su naturaleza, se limita esencial­
mente a dar una simple idea negativa del progreso social. Sólo a la
filosofía positiva, convenientemente completada por el estudio de los
fenómenos políticos, corresponde acabar lo que sólo ella comenzó,
representando en el orden político, igual que en el científico, la serie
íntegra de las transformaciones anteriores de la humanidad, como evo­
lución necesaria y continua de un desarrollo inevitable y espontáneo
cuya dirección final y marcha general están exactamente determina­
das por leyes plenamente naturales. El impulso revolucionario, sin el
que este gran trabajo hubiera sido ilusorio y aun imposible, no podría
anularse en sentido alguno. Hasta es evidente, como expliqué en el
capítulo anterior, que una preponderancia demasiado prolongada de
la metafísica revolucionaria tiende, por diversos modos, a estorbar la
sana concepción del progreso político. Sea como fuere, no hay que
extrañarse ahora si la noción general del progreso social permanece
aún vaga y oscura y, por tanto, incierta. Las ideas son todavía demasiado
poco avanzadas a este respecto para poder evitar que una confusión
capital que debe parecer a los científicos extremadamente grosera,
domine habitualmente a la mayoría de los espíritus actuales: Me refiero a
ese sofisma universal, que las menores nociones de filosofía matemática
68 LA FILOSOFÍA POSITIVA

deberían resolver en seguida, y que consiste en tomar un crecimien


continuo por un crecimiento ilimitado, sofisma que, para vergüenza i°
nuestro siglo, sirve casi siempre de base a las estériles controversias
diariamente se reproducen acerca de la tesis general del progreso social *

LA FILOSOFÍA SOCIOLÓGICA. CRÍTICA


DE LA ECONOMÍA POLÍTICA

La ley enciclopédica del saber muestra que los fenómenos más comunes
son siempre también los más esenciales en las ciencias positivas. Esta
reflexión, tan patente en astronomía, en física, en química y en biolo­
gía, es, por su naturaleza, más aplicable a los estudios sociológicos: a
medida que el orden de los fenómenos se complica y especializa más,
se confirma mejor tal principio.

Generalizando tanto como posible el conjunto de las considera- ¡


ciones precedentes acerca de nuestro limitado análisis histórico, se
puede fácilmente aceptar esta prescripción lógica a manera de último
grado susceptible de consistencia filosófica, si se reconoce ahora que
lejos de ser particular a la sociología, constituye en el fondo una nueva 1
aplicación de un principio esencial de la filosofía positiva.
Si nuestros economistas son, en realidad, los sucesores científicos de i
Adam Smith, que demuestren cuánto han perfeccionado y completado 1
eficazmente la doctrina de este maestro inmortal, cuáles descubrimien­
tos realmente nuevos agregaron a sus acertadas ideas iniciales, que, por j
el contrario aparecen desfiguradas por un vano y pueril despliegue de
formas científicas. Al considerar de manera imparcial, las estériles 1
disputas que los dividen acerca de los conceptos del valor, la utilidad 1
la producción, etcétera, ¿no se cree asistir a los extraños debates de los |
escolásticos de la Edad Media acerca de los atributos fundamentales de 1
sus entidades metafísicas puras, cuyo carácter se manifiesta cada vez j
más en las concepciones económicas, a medida que se dogmatizan y i
sutilizan más y más?

La economía política no puede aislarse del conjunto de la filoso^3 i


social... Pues por la naturaleza del asunto, en los estudios sociales» |
como en todos los que se relacionan con los cuerpos vivos, los diverso5 9
aspeaos generales se muestran como resultado de una necesidad, I
tuamente solidarios y racionalmente inseparables, al extremo de # j
no es posible dilucidarlos adecuadamente a unos mediante otros. 1
por ello que, cuando se abandona el mundo de las entidades paJ. I
abordar las especulaciones reales, es indudable que el análisis ecofl0' 1

• Tomo IV. Versión española de D. Náñez.


CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 69

mico o industrial de la sociedad no puede aplicarse positivamente,


haciendo abstracción de un examen intelectual, moral y político, ya
del pasado, ya incluso del presente. En suma: esta separación suminis­
tra un síntoma irrecusable de la naturaleza esencialmente metafísica
de las doctrinas que la convierten en su fundamento.*

LA SOCIOLOGÍA COMO FILOSOFÍA DE LA HISTORIA

Aunque la determinación abstracta de las leyes generales de la vida


individual descansa necesariamente, según la exacta observación de
Bacon, en hechos tomados de la historia efectiva de los diferentes
seres vivos, los espíritus científicos están ya habituados a separar pro­
fundamente las concepciones fisiológicas o anatómicas de su aplicación
ulterior a la apreciación concreta del modo real de existencia total
peculiar a cada organismo natural. Motivos esencialmente semejantes
deben impedir en adelante confundir la investigación abstracta de
las leyes fundamentales de la sociabilidad con la historia concreta de las
diversas sociedades humanas, cuya explicación satisfactoria no puede
resultar sino de un conocimiento ya muy avanzado del conjunto de
estas leyes. Así, por indispensable que sea la función que en sociología
debe llenar la historia —como he demostrado en el cap. 48—, alimen­
tando y dirigiendo sus principales especulaciones, se ve que su empleo
en ella debe mantenerse abstracto: Ello sería, en cierto modo, historia
sin nombres de personas ni aun de pueblos, si no se debiera evitar con
cuidado toda pueril afectación filosófica en privarse sistemáticamente
del uso de denominaciones que pueden contribuir mucho a esclarecer
la exposición y aun a facilitar y consolidar el pensamiento, sobre todo
en esta primera elaboración de la ciencia sociológica. Pero los motivos
de esta importante distinción lógica son aun más poderosos para el
estudio de la vida colectiva de la humanidad que para la biología
individual. Para apoyar mejor este gran precepto de filosofía positiva, he
establecido, en general, desde la lección 2a, que cada rama racional
de la historia natural, además de exigir directamente el conocimiento
previo de un orden correspondiente de leyes fundamentales, supone
siempre una aplicación combinada del conjunto de leyes relativas a
los diversos órdenes de fenómenos esenciales. Esta solidaridad necesa­
ria se verifica aun más pronunciadamente en el caso actual, pues sería
imposible, por ejemplo, concebir la historia efectiva de la humanidad
separadamente de la historia real del globo terrestre, teatro inevitable
de su actividad progresiva, y cuyos diversos estados sucesivos han debido
influir intensamente en la producción gradual de los acontecimientos
humanos, aun después de la época en que las condiciones físicas y

* Tomo V. Versión de F. Larroyo.


70 LA FILOSOFÍA POSITIVA

químicas de nuestro planeta han permitido la existencia continuad


hombre sobre él. Y no es menos cierto, a la inversa, que toda verdad
historia de la tierra exige necesariamente la consideración simultán^
de la historia de la humanidad, por la poderosa reacción, continu^
mente creciente, que el desarrollo de nuestra actividad ha debido ejeiter
en todas las edades, para modificar tan variadamente el estado general
de la superficie terrestre. Cuanto más se profundice este gran tema de
meditaciones, mejor se verá que la historia natural propiamente dicha
siempre sintética, no puede adquirir una verdadera racionalidad hasta
que todos los órdenes elementales de fenómenos no sean simultánea­
mente considerados en ella; mientras que, al contrario, la filosofía
natural propiamente dicha debe conservar un carácter eminentemente
analítico, sin el que no habría esperanza alguna de llegar a descubrir
las leyes fundamentales correspondientes a cada una de estas diversas
categorías generales. Tal oposición de visiones y métodos entre las dos
grandes secciones del sistema total de las especulaciones humanas,
debe hacer resaltar cuánto importa respetar escrupulosamente y hacer
cada vez más sensible esta indispensable división científica, sin la que
se puede asegurar que el estudio de la naturaleza no podría salir de su
confusión primitiva, sobre todo respecto a los fenómenos más complejos.
Así, la historia verdaderamente racional de los diferentes seres exis­
tentes, individuales o colectivos, no comenzará, bajo ningún aspecto, a
ser regularmente posible sino cuando el sistema entero de las ciencias
fundamentales haya sido previamente completado por la creación de
la sociología, como frecuentemente he explicado en esta obra. Hasta
entonces, la documentación histórica que se vaya recogiendo, en rela­
ción con un orden cualquiera de fenómenos, deberá reservarse como
material para la verdadera historia ulterior, en tiempos de madurez.
Su papel inmediato en la elaboración de la ciencia real se reduce a pro"
porcionar a las ramas correspondientes de la filosofía natural hechos
destinados a manifestar o a confirmar las leyes abstractas y generales
cuya investigación procura. Esta probada y necesaria subordinación
no puede presentar excepción alguna respecto a los fenómenos so­
ciales, donde es, al contrario, mucho más indispensable. Si todos
naturalistas coinciden hoy en que aún no puede concebirse la verda
dera historia de la tierra, no sólo por falta de documentos completoS’
sino, sobre todo, porque las diversas leyes naturales de que depende son
hasta ahora demasiado poco conocidas, icón cuánta más razón se debe
mirar como quimérica toda tentativa actual para constituir directamente
la historia mucho más compleja de las sociedades humanas! Es, plieS’
sensible que la sociología deba tomar exclusivamente de la incohere*'
te compilación de hechos impropiamente denom inada historia, Ja
enseñanzas susceptibles de poner en evidencia, según los principa
de la icorfa biológica del hombre, las leyes fundam entales de la socia­
bilidad; lo que exige casi siempre, para cada dato, una S e p a r a # *
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 71

especial y a veces muy delicada, para pasarle del estado concreto al


abstracto, despojándole de las circunstancias puramente particulares
y secundarias de clima, localidad, etc., sin alterar en él la parte verda­
deramente esencial y general de la observación.

DEL ESTADO PLENAMENTE POSITIVO

Conforme a este resumen general, nuestra apreciación histórica del con­


junto del pasado humano constituye evidentemente una verificación
decisiva de la teoría fundamental de evolución que he fundado y que
—me atrevo a decir—está tan plenamente demostrada como ninguna otra
'ley esencial de la filosofía natural. Desde los comienzos de la civiliza­
ción hasta la situación presente de los pueblos más adelantados, esta
teoría nos ha explicado, la inconsecuencia y sin pasión, el verdadero
.carácter de las grandes fases de la humanidad, la participación propia
de cada una de ellas en la eterna elaboración común y su exacta filiación,
poniendo en unidad perfecta y rigurosa continuidad en ese inmenso
espectáculo donde se ve de ordinario tanta confusión e incoherencia.
Una ley que ha podido llenar suficientemente tales condiciones no
puede pasar por un simple juego del espíritu filosófico y mantiene
efectivamente la expresión abstracta de la finalidad general. Tal ley
puede, pues, ser empleada ahora, con seguridad racional, en unir el con­
junto del porvenir con el del pasado, a pesar de la perpetua variedad
que caracteriza la sucesión social, cuya marcha, sin ser periódica, se
halla referida a esa regla constante que, casi imperceptible en el estudio
aislado de una fase demasiado circunscrita, resulta profundamente
irrecusable cuando se examina la progresión total. El uso gradual, de
esta gran ley nos ha conducido a determinar, al abrigo de todo ar­
bitrio, la tendencia general de la civilización actual, señalando con
rigurosa precisión el paso ya alcanzado por la evolución fundamental;
de donde resulta la indicación necesaria de la dirección que hay que
imprimir al movimiento sistemático para hacerle converger exactamente
con el movimiento espontáneo, fiemos reconocido claramente que lo
más selecto de la’ humanidad, después de haber agotado las fases suce­
sivas de la vida teológica y aun los diversos grados de la transición
metafísica llega ahora al advenimiento directo de la vida plenamente
positiva, cuyos principales elementos han recibido ya la necesaria ela­
boración parcial y no esperan más que su coordinación general para
constituir un nuevo sistema social, más homogéneo y estable que jamás
pudo serlo el sistema teológico, propio de la sociabilidad preliminar.
Esta indispensable coordinación debe ser, por su naturaleza, primero
intelectual, después moral y finalmente política, ya que la revolución
que se trata de consumar proviene, en último análisis, de la tendencia del
72 LA FILOSOFÍA POSITIVA

espíritu humano a reemplazar el método filosófico propio de su inf^


d a , por el que conviene a su madurez. Toda tentativa que no se remonte
hasta esta fuente lógica, será impotente contra el desorden actual, qUe
sin duda alguna, es ante todo mental. Pero, bajo este aspecto fun.
damental, el simple conocimiento de la ley de evolución viene a ser
el principio general de tal solución, estableciendo entera armonía en el
sistema total de nuestro entendimiento, por la universal preponderanda
así procurada al método positivo, tras su extensión directa e irrevoca­
ble al estudio racional de los fenómenos sociales, los únicos que hasta
hoy no han sido suficientemente interpretados por los espíritus más
avanzados. En segundo lugar, este extremo cumplimiento de la evolu­
ción intelectual tiende a hacer prevalecer en adelante el verdadero
espíritu de conjunto y, por tanto, el verdadero sentimiento del deber, a
él unido por naturaleza, conduciendo así naturalmente a la regenera­
ción moral. Las reglas morales no peligran hoy sino por su adherenda
exclusiva a concepciones teológicas justam ente desacreditadas; ellas
tomaran irresistible vigor cuando estén convenientemente encauzadas
con nociones positivas generalmente respetadas. Finalmente, bajo el j
aspecto político, es análogamente indudable que esta íntima renovación
de las doctrinas sociales no se cumpliría sin hacer surgir, por su eje­
cución misma, del seno de la anarquía actual, una nueva autoridad
espiritual que, después de haber disciplinado las inteligencias y recons­
truido las costumbres, se convertirá pacíficamente, en toda la extensión
del Occidente europeo, en la primera base esencial del régimen final de
la humanidad. Resulta así que la misma concepción filosófica que,
aplicada a nuestra situación, aclara en ella la verdadera naturaleza del
problema fundamental, proporciona espontáneamente, en todo senti­
do, el principio general de la verdadera solución y caracteriza así la
marcha necesaria de ella.*

EL INDUSTRIALISMO Y LA PAZ

(...) Aun se produce la guerra, pero tiende a desaparecer. Hay, en


efecto una contradicción entre la sociedad m oderna y el hecho bélico
y guerrero. Todos los espíritus filosóficos reconocen fácilmente, con
satisfacción, al mismo tiempo intelectual y moral, que ha llegado final'
mente el momento en que la guerra grave y duradera debe desaparecer
totalmente de la élite de la humanidad.

Los diversos medios generales de exploración racional, aplicable


a las investigaciones políticas, ya han contribuido e s p o n t á n e a m e n t e a

• Tomo VI. Versión española de D. Náñez.


CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA 73

la comprobación de un modo igualmente decisivo, de la inevitable


tendencia primitiva de la humanidad a una vida principalmente mili­
tar, y a su meta final, no menos irresistible, que es una existencia
esencialmente industrial. Asimismo, ninguna inteligencia un poco
avanzada rehusará en adelante reconocer, más o menos explícitamen­
te, el decaimiento constante del espíritu militar y el gradual predominio
del espíritu industrial, como una doble consecuencia necesaria de
nuestra evolución progresiva, que en nuestros días ha sido apreciada
de modo bastante sensato, en este sentido, por la mayoría de los que
se ocupan razonablemente de filosofía política. En una época en la
que por otra parte se manifiesta constantemente, en formas cada vez
más variadas, y con energía día a día más intensa, aún en el seno de
| los ejércitos, la característica repugnancia de las sociedades modernas
ante la vida guerrera; cuando, por ejemplo, la insuficiencia total de
las vocaciones militares es por doquier cada vez más irrecusable en
vista de que se agrava constantemente la obligación de apelar al reclu­
tamiento forzoso, rara vez seguido de una persistencia voluntaria; la
experiencia cotidiana sin duda nos dispensaría de cualquier demostra­
ción directa acerca de una idea que se ha difundido tan gradualmente en
el ámbito público. A pesar del inmenso y excepcional desarrollo de la
actividad militen; momentáneamente determinado, al comienzo de este
siglo, por el movimiento inevitable que debió suceder a irresistibles
circunstancias anormales, nuestro instinto industrial y pacífico no
demoró en retomar, de modo más rápido, el curso regular de su desarro­
llo preponderante, con el fin de asegurar realmente, en este aspecto, el
reposo fundamental del mundo civilizado, aunque la armonía euro­
pea a menudo deba parecer comprometida, a consecuencia de la falta
provisoria de toda organización sistemática de las relaciones interna­
cionales; lo cual, sin observar realmente la posibilidad de provocar la
guerra, de todos modos basta para inspirar a menudo peligrosas inquie­
tudes (...). Mientras la actividad industrial presenta espontáneamente
esta admirable propiedad de que es posible estimularla simultánea­
mente en todos los individuos y en todos los pueblos, sin que el impulso
de unos sea inconciliable con el de otros, es evidente, por el contrario,
que la plenitud de la vida militar en una parte notable de la humani­
dad supone y determina finalmente, en todo el resto, una inevitable
compresión, que constituye la principal función de un régimen tal
cuando se considera el conjunto del mundo civilizado. Asimismo, mien­
tras que la época industrial no implica otro término general que aquél,
aún indeterminado, que el sistema de las leyes naturales asigna a la
existencia progresiva de nuestra especie, la época militar ha venido
a estar, por obra de una imperiosa necesidad, limitada esencialmente al
tiempo de una realización suficientemente gradual de las condiciones
previas que ella estaba destinada a realizar.
74 LA FILOSOFÍA POSITIVA

MORAL Y POLITICA DE LA SOLIDARIDAD

Después de haber explicado las leyes naturales que, en el sistema de la


sociabilidad moderna, deben determinar la indispensable concentra­
ción de las riquezas en los jefes industriales, la filosofía positiva hará
comprender que poco importa a los intereses populares en qué manos se
encuentran actualmente los capitales, siempre que su empleo normal
sea necesariamente útil para la masa social. Ahora bien, esta condi­
ción esencial depende mucho más, por su naturaleza, de los medios
morales que de las medidas políticas. Los conceptos estrechos y las
pasiones odiosas desearían instituir legalmente, contra la acumulación
espontánea de los capitales, laboriosos obstáculos, a riesgo de parali­
zar directamente toda verdadera actividad social; pero es evidente que
esos procedimientos tiránicos tendrían eficacia real mucho menor que la|
reprobación universal, aplicada por la moral positiva a todo empleo
excesivamente egoísta de las riquezas privadas; reprobación tanto más
irresistible cuanto que los mismos que deberían sufrirla no estarían en
condiciones de recusar el principio, inculcado a todos por la educación
fundamental común, como lo demostró el catolicismo en la época de
su preponderancia (...) Pero, al señalar el pueblo la naturaleza esen­
cialmente moral de sus reclamos más graves, la misma filosofía hará
sentir necesariamente también a las clases superiores el peso de un
juicio tal, imponiéndoles con energía, en nombre de principios que
ya no es posible rechazar francamente, las grandes obligaciones mora­
les inherentes a su posición; de modo que, por ejemplo, en el asunto
de la propiedad, los ricos se considerarán moralmente como los deposi­
tarios necesarios de los capitales públicos, cuya utilización efectiva,
sin poder acarrear jamás ninguna responsabilidad política, salvo en
algunos casos excepcionales de aberración extrema, no por ello estará
menos sujeta una escrupulosa discusión moral, inevitablemente accesi­
ble a todos en las condiciones apropiadas, y cuya autoridad espiritual
será ulteriormente el órgano normal. De acuerdo con un estudio pro­
fundo de la evolución moderna, la filosofía positiva mostrará que, desde
la abolición de la servidumbre personal, y al margen de toda declama­
ción anárquica, las masas proletarias aún no están verdaderamente
incorporadas al sistema social; que el poder del capital, primero medio |
natural de emancipación y luego de independencia, ahora ha llegado a
ser exorbitante en las actividades cotidianas; aunque merezca ciertajusta
preponderancia que debe ejercer necesariamente, a causa de una ge­
neralidad y de una responsabilidad superiores, de acuerdo con la sana
teoríajerárquica. En una palabra, esta filosofía hará comprender que las
relaciones industriales, opresoras, deben sistematizarse con arreglo
a las leyes morales de la armonía universal.*

* Tomo VI. Versión de A. Leal, R. Aron, Las etapas del pensamiento sociolÓ*
gico. Bs. As.

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