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3 cuentos

El Hombre que lo tenia todo todo todo

Fecha de edición: Ciudad de Guatemala, 19 de octubre de 1899

El Hombre que lo Tenía Todo Todo Todo abrió los ojos muy asustado. Mientras dormía no
tenía nada. Despertó bajo la lluvia de las campanillas de los relojes. Mientras dormía no tenía
nada. Cien relojes despertadores, más de cien relojes. Mil re- lojes, más de mil relojes. Todos
sonando al mismo tiempo.
Un reloj de carambolas, detrás de los cristales biselados, mirábase el cuadrante con las horas
en números romanos, y las tres pelotitas doradas que acababan de hacer la carambola de la hora y el
tim- bre de alarma que alargaba un «¡Yo te despierto!
¡Yo te despierto! ¡Yo te despierto...!».
Un reloj que simulaba un globo terrestre, con un Ángel y un Esqueleto que con su dedo
descarnado señalaba las horas, en un cuadrante dorado, conse- guía hacerse oír, oír, oír... «¡Tú me
despiertas! ¡Tú me despiertas! ¡Tú me despiertas...!»
Un reloj cara negra, espectro luctuoso con nú- meros plateados, plañía: «¡Él se despierta! ¡Él
se despierta! ¡Él se despierta...!».
Un reloj de bronce ronco rezongaba a solas en
su rincón: «¡Nosotros nos despertamos! ¡Nosotros nos despertamos...!».
Un viejo reloj de faro, más farol que reloj, mar- tillaba al dar la hora: «¡Ellos despier-tan! ¡Ellos
despier-tan... tan... tan... tan...!».
Y un reloj-casita tirolesa de cucú melódico, con el pajarito mecánico a la puerta, repetía
imperati- vo: «¡Despertad vosotros cú-cú...! ¡Despertad vo- sotros cú... cú...!».
El Hombre que lo Tenía Todo Todo Todo metió el brazo bajo la cama y extrajo el menos
espera- do de los adminículos domésticos. Un paraguas o, como decía él, un «para-qué...».
Lo abrió en seguida. Es de mal agüero abrir el paraguas en una habitación, pero a él le urgía
in- terponer algo entre el campanilleo de los relojes y su persona.
Y ahora que sonaran. Ya él con el paraguas abier- to que sonaran. Los oiría como oír llover sobre
el paraguas.
Y así se oía el «Yo te despierto...», «Tú me des- piertas...», «Él se despierta...», «Nosotros nos
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des- pertamos...», «Ellos se despiertan...», «Despertad vosotros...».
Cerrar los ojos es no tener nada. Abrir los ojos es tenerlo todo.
El aguacero de los despertadores había pasado. Desperezose una, otra y otra vez, como si quisie-
ra dar de sí, hacerse más grande. Luego bostezó y, mientras bostezaba, palpó el lecho. Dormía
sobre sal. Sobre sal gruesa. Sobre un colchón de sal gruesa. Su piel de pescado caliente perdía durante
la no- che la manteca de la realidad, lo real, lo verdadero, la gordura de lo que no es sueño, en la
granuda sal
del mar.
Heredó la receta misteriosa de perder la gordura de las cosas existentes, la mantecosa realidad,
de sus padres y abuelos, que como él fue gente de res- piración de imán, mientras dormían.
Porque ese es su otro misterio. Su respiración de imán. No respiraba con los pulmones como el
res- to de los mortales, durante la noche, sino con dos grandes imanes escondidos en su espalda, y
por eso él mismo se definía como un hombre de omópla- tos de imán que dormía en un lecho de
sal gruesa, para deshacerse durante el sueño de la grasa de la realidad cotidiana y no atraer con
su respiración imantada cuanto metal había cerca.
Al respirar dormido, si le faltaba el colchón de sal, atraía con el aliento todo lo que era de
metal. Y de aquí que tuviera que usar la granuda sal marina como colchón. Evitar que lo
cubrieran con peligro de sepultarlo bajo su peso todos los objetos metálicos que atraía desde cien
metros a la redon- da. Poca plata, poco oro y mucha, mucha escoria,
casi siempre.
Cuando se descuidaba la servidumbre de reno- var su lecho de sal blanca, de sal gruesa,
amanecía con enormes tornillos viejos en las narices con- vertidas en tuercas, restos de
locomotoras en los brazos, ruedas herrumbrosas que le lastimaban los pabellones de la oreja,
cadenas sobre la boca, trastos de cocina sobre los ojos, martillos sin cabo sobre el pecho,
tenazas, restos de poleas, pedales de bicicleta. Y la lucha, al despertar, de despren- derse de
todo aquello, de salir de una armadura hecha de pedazos de hierro, fragmentos y obje- tos
metálicos. Oíasele entonces gritar ahogado en su caparazón que él mismo, que él solo, con solo
respirar mientras dormía, imantaba: montones de tuercas salitrosas, candados, tubos,
trébedes, llaves, válvulas, jaulas, grifos, estribos, frenos, ta- chuelas. Todo sobre él que apenas si
lograba por instantes sacar la cabeza por algún agujero y pedir auxilio.
La servidumbre acudía. Y empezaba una guerra de imanes, a cuales más potentes. Imanes con
ta- maño de cañones, de largos cañones, atraían como aspirándolas las más gruesas y pesadas
planchas de acero. Imanes diez mil veces más fuertes que la respiración imantada de aquel que lo
tenía todo, extraían clavos de todos los tamaños imaginados, desde los simples clavos bellotes
hasta los clavos de punta de cincel, sin olvidar los clavos de gota de
sebo, ni los clavos de herrar que buscaban en los imanes agujeros de herradura.
Desarmar al armado caballero no era fácil. Ar- madura sobre armadura hasta dar con él. Libre
yacía ahora sobre una alfombra persa, al lado de su cama, sin fuerzas para reclamar a los
edecanes el descuido de no haber cambiado la sal; después de cierto tiempo la sal pierde sus
virtudes, y exi- girles que de ahora en adelante no dejaran de ha- cerlo, pues eso ponía en peligro
su vida, fuera de los estropicios que causaban, destrozo de muebles, pulverización de espejos,
cristales y porcelanas en añicos, dada la fuerza con que penetraban, a través de puertas y ventanas
desprendidas de sus bisagras,20los objetos metálicos atraídos por su respiración.
Recapacitó. Se habían retirado los sirvientes que le ayudaron a levantarse de la alfombra. ¿Cuál
de sus pantuflas tomar?
Miles y miles en redor de su cama. Pantuflas y más pantuflas, sin hacer diferencia entre
pantuflas, chinelas y zapatillas en aquel mar en que las había de todas las formas y colores
imitando cisnes, co- nejos, estrellas, góndolas, corolas de flores, cual de seda, cual de pajilla china,
cual cubierta con piedras preciosas, cual de tejidas plumas de aves del paraíso o de colas de
pavorreales. A perderse de vista. Las orientales cubiertas de lentejuelas, con un piquillo levantado a
la altura del dedo grande, y en el pi-
quillo una campanita que sonaba a cascabel de tri- neo. Las italianas, papales, doradas y espumosas
de armiños. Los zuecos, galochas y chanclos, de una sola pieza, alineados en filas militares. Las
rituales para entrar a La Meca. Las de peregrino de cuero sin curtir. Las pantuflas con música. Las
pantuflas de saltar y volar que llevan en la suela apelmazadas millares y millares de pulgas. Quién no
sabe que las pulgas segregan una sustancia química que las hace saltar más de doscientas veces su
tamaño, y opri- midas por liberarse, más de cuatrocientas veces, sin necesidad de poner en
movimiento uno solo de sus músculos. Segrega la sustancia y salta.
Calzaría las pantuflas saltadoras. Gustaba por las mañanas, eso rejuvenece, hacer de
saltamontes o saltimbanqui. Echó mano a una larga caña de pes- car y con el anzuelo que tenía,
un gran anzuelo, empezó a pasearlo sobre el mar de pantuflas hasta pescar, una primero y otra
después, las pantuflas que le llevarían a saltos, enigmático y alegre, a su mesa de manjares
matinales.
Nadie de la servidumbre conocía el secreto de aquel moverse a saltos, el secreto de las
plantillas de sus pantuflas, plantillas de pulgas apelmazadas que merced a una sustancia que poseen
y segregan, saltan, saltan, saltan, como saltaba él inesperada- mente, lo que añadía la constante
sorpresa que hace llevadera la vida.
El desayuno estaba servido en el parque de los Cocodrilos, de los cocodrilos verdes, mohosos
de sueño a flor de un brazo de río, entre plantas y flo- res acuáticas.
Las monstruosas bestias de ojos oblicuos, blan- cas dentaduras triturantes y largas colas
móviles, emergían, entre nubes de insectos, en busca de luz solar que tragaban con las fauces
abiertas.
El Hombre que lo Tenía Todo Todo Todo acer- cose de un salto de pulgas en las plantillas,
tras- tumbó y por poco se va al agua, a preguntar a los terribles saurios a qué sabe el sol... se
come... se bebe... se sorbe... se lame... a qué sabe el sol... la luz o el calor...
Pero saltó. Este es el inconveniente de sus pan- tuflas de impulso pulgarín. Nunca sabía
cuándo iba a saltar. Inesperadamente lo alzaban en vilo, para depositarlo lejos de donde se
encontraba. Y no pudo oír, por eso, la respuesta de uno de los cocodrilos que dejó un reguero de
burbujas en el agua verde.
Y nadie oyó, salvo las hojas verdes, en forma de orejas de los nenúfares, lo que el cocodrilo
expli- caba del sabor del sol. Estos reptiles de muchos metros de largo son los animales de su
especie que más saliva tienen 22 en la boca, lo que hizo suponer al Hombre que lo Tenía Todo Todo
Todo la res- puesta:
«El sol sabe a saliva... a saliva de cuando se nos hace agua la boca...»
Y sí que no solo uno, sino todos salivaban a la vista de una venada volante que saltaba por
coque- tería, al par de aquel que brincaba por las pulgas. Andar de luces. Desandar de sombras.
Arbole- das. Troncos elásticos. Eucaliptos. Árboles de pi- mienta más altos, más altos, más en
las nubes. Y sube y baja de lianas serpentinas de los ramajes de árboles añosos, entre caer de
hojas, volar de pájaros azules, ir y venir de lagartijas, ardillas, monos y
mapaches, que saltaban a la par suya.
El Mayordomo y los sirvientes le esperaban para servir el desayuno.
Brinco y brinco, Don Pulguitas, Don Pulgón, llegó a la mesa y al sentarse, al solo poner las po-
saderas en la silla de cien patas azules, cien patas amarillas y cien patas negras, de asiento
acolchado y respaldo de laca tibia, se le salieron las pantuflas de los pies y escaparon a saltos
ensayando pasos de danzas.
El Mayordomo ordenó al personal que sirviera las frutas de pulpas regadas de polvo de canela,
las doradas naranjas, las rodajas de piña, antes de las leches desnatadas y el café de sombra,
mientras él calzaba con nuevas pantuflas los pies del toparca. Andar de luces. Desandar de
sombras. El sol adelante, luminoso, redondo, y los árboles detrás.
Cedros, caobos, pinos, cocoteros más aéreos que terrestres, árboles de cacao más terrestres
que aé- reos. Árboles de palmas de manos verdes abiertas. Humedad. Hormigueros. Avispas
negras con olor a miel ácida. Tiniebla de lo umbrío, sombra en la sombra en los bosquecillos del
Jardín de los Coco- drilos, tiniebla rasgada por relámpagos de pájaros de plumas de fuego.
Aguasoles. Ni luz sola. Ni agua sola. Mezcla de agua y sol en los sueños anegadizos y de sol
y agua en las alas de las libélulas, caballitos del diablo que pasean luces misteriosas, entre centellas
fosfo- rescentes de cocuyos y luciérnagas y fueguecillos de osamentas de animales –lo fatuo de los
huesos, se dijo el Hombre que lo Tenía Todo Todo Todo mientras bañaba su cara el humo de una
torreja de maíz tierno y trigueña miel de caña–, lo fatuo de los huesos en favilas de fuego fatuo ya
ceniza.
Trampolimpín, su perro, que no tenía nada nada nada, los perros nunca tienen nada, logró
escapar de la perrera y venía haciendo fiestas con la cabeza, con el cuerpo, con la cola, a besar los
pies del amo, pero se interpuso una lagartija que lo hizo girar en redondo y volverse a darle
alcance. Escurridiza, más susto que animal, desapareció en el agujero de un muro cubierto de
yedras. Paso a paso, menos efusivo, volviose Trampolimpín hacia su amo que apartándose la
pipa de la boca, escogía, entre un
millón de palillos que caían sobre la mesa, como lluvia, uno, solo uno, para mondarse los
dientes.
¿Adónde ir después del desayuno?
Casi se lo pregunta al remolinoso Trampolimpín que con la punta del hocico se perseguía la
cola, girando sobre sí mismo, como remolino, desespe- rado por la comezón de las pulgas. Las
pulgas que cayeron de sus pantuflas lo devoraban vivo.
Trampolimpín se detuvo lloroso, sin dejar de sa- cudirse. Comprendió que su amo le quería consul-
tar algo. Pero las pulgas no lo dejaban.
¿Adónde ir después del desayuno?, se pregunta- ba su amo, mientras apagaba la pipa.
Trampolimpín se le quedó 24 mirando. En los ojos de los perros hay distancias.
Lo miraban, a través de los ojos de Trampolim- pín, todas las distancias.
No faltaba sino escoger o que escogiera por él Trampolimpín que al presentir que ya el amo
había terminado de desayunar e iba a ponerse en pie, tras volverle a ver, cabeza para arriba, orejas
atentas, se echaba a andar por delante, para mostrarle el cami- no que debían seguir.
Pero esta vez, pobre Trampolimpín, el amo no le dejó la iniciativa. Se encaminó, a través del
Jardín de los Cocodrilos, a la jaula del Pájaro de Fuego, ave de pico ganchudo, ojos de espejitos
redondos y patas con espuelas de caballero.
A lo lejos, las jaurías ladraban interminablemen- te, en espera de aquel que
guiado por Trampolim- pín, los perros se lo agradecían tanto, a falta de otra cosa que
hacer, llegaba allí, tomaba sus armas, sus perdigones y acompañado de camperos
duchos y halconeros de medalla numismática, rígidos y flo- tantes, los llevaba de
cacería.
Ahora quedáronse las jaurías ladrando, revol- cándose, saltando, maldiciendo
a Trampolimpín por haber fallado en su maniobra.
Cañadas hacia lo hondo. Árboles blancos, abe- dules de plata temblorosa.
El Pájaro de Fuego dio media vuelta, luego una vuelta, otra media vuelta, los
dedos de sus patas uñudas ligeramente vueltos hacia adentro, los es- polones
fuera, en alto, agachando y levantando la cabeza en extraña ceremonia.
–Soliloqueando.... soli-loqueando... loqueando solo... –reverbera la voz en su
pico en gancho, para darse importancia, antes de saber a qué venía el Hombre
que lo Tenía Todo Todo Todo.
–Desde los ojos de mi perro Trampolimpín –dijo aquél–, me vieron distancias y
distancias...
–Distancia es el cielo... –aleteó el Pájaro de Fue- go.
–Lo sé, lo sé –contestó el que todo lo tenía, fro- tándose las manos–, me vio el
cielo... desde los ojos de Trampolimpín me vio el cielo...

La palomita blanca

Los cuentos los escribió Asturias en unas cartas para sus hijos, Rodrigo y Miguel Ángel de 8 y 6
años, entre enero y marzo de 1947. Él se encontraba en Guatemala y ellos en México con su
madre.

Había una vez una paloma muy pero muy blanca que se llamaba Pericles, era una paloma muy
juguetona que siempre esperaba las mejores oportunidades para poder aprender a volar pero no
podía, hasta que a las 3 semanas después de su nacimiento aprendió porfín a volar, y aprendió a
buscar su propio almuerzo, y casualmente Pericles estaba comiendo cuando encontró otra paloma
blanca que se llamaba Blanca y que entre ambos se gustaron y se hicieron pololos hasta que un día
encontraron una casa donde vivir, e hicieron un nido para tener los 10 mil huevos que puso Blanca
y cada paloma que nació era completamente muy blanca y hermosa, excepto una paloma que
tenía una mancha verde en la cabeza y eso la hacía ser única en su especie porque tenía una
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mancha verde y esa mancha ninguna paloma la tenía así que un día esa paloma con la mancha
verde se volvió un día el rey del mundo de las palomas, y Pericles vivió muy feliz con sus hijos y su
polola por toda la vida.

Corazón de Aguacate Miguel Ángel Asturias


Periquito
Periquito al principio de este cuento era muy curioso por saber que había adentro de ese
aguacate. Al final de el cuento Periquito aprendió la lección que su padre le había dicho.
Personaje Principal
Periquito era verde y tenia un pico filoso. Era alguien muy curioso e insistente con sus padres. Para
sus padres el era todavía un bebe muy curioso.
Dibujo
Parte Emocionante
En mi opinión personal la parte mas emocionante es cuando le dicen a periquito que hay una
ciencia en el aguacate. Esto me hizo pensar que era esa ciencia de el que hablaban. El tono del
autor en esta parte del libro fue muy misteriosa pero también seria al momento que se lo dijeron a
periquito.
Pagina:13 Párrafo:3
Tema
En este cuento el tema es curiosidad. Periquito insiste en querer ver la ciencia del aguacate. Fue
tan curioso que lo descubrió.
Poema
Periquito no seas tan curioso,
No busques lo que no debes,
Puede ser que sea peligroso,
Mejor quédate con lo que tienes.

Esa ciencia tu quieres,


Espera un poco mas,
Descubre solo si puedes,
No vayas mas.
Mi Final
Al final Periquito tarda mucho tiempo averiguando la verdadera ciencia del aguacate. Su padre le
dice que no puede averiguar hasta que el muera. Un día antes de que su padre muera, Periquito
por curioso averigua y es hechizado.
Opinión Personal
Este cuento me pareció bueno pero no me entretuvo tanto. Me pareció bastante confuso
entender la gracia del cuento por esa razón no lo disfrute tanto. Me gustaría cambiarle muchas
cosas a cuento para que se un cuento que me guste y entretenga mas.
Hay un incendio en un bosque y Periquito y su familia estan alli.
Durante este incendio 27Periquito ve un aguacate y su padre le dice que en el aguacate hay una
ciencia.
Periquito por muy curioso y necio abre el aguacate con su pico, en el centro se encontro con algo
negro y redondo.
3 historias

El señor presidente

Asturias comenzó a escribir la novela en la década de 1920 y la terminó en 1933

Resumen de El señor presidente

Esta novela, de Miguel Ángel Asturias cuenta con tres partes, en las cuales se desarrolla
la historia que sirve de excusa para colocar en escena los terribles excesos que puede traer
consigo una cruenta dictadura, así como la falta de Libertad. A continuación, resulta
pertinente entonces, hacer un breve resumen de cada una de sus partes:

Asturias comienza su novela, situando a un grupo de mendigos reunidos en “El portal del
señor”, en donde acostumbran a pasar la noche. Así mismo resalta el personaje de un
mendigo llamado Pelele, quien se queja de que el fantasma de su madre lo persigue. Ante
sus incomodidades, el coronoel José Perrales Sonriente, uno de los hombres duros del
presidente, no hace más que burlarse, situación que desata la ira de Pelele, quien termina
asesinando al militar, huyendo después en una especie de euforia.

Sin embargo, esta situación da pie para que el Presidente aproveche las circunstancias
para implicar a Eusebio Canales, militar retirado quien en algún momento integró su
grupo de hombres, así como al abogado Abel Carvajal. De esta manera, los militares a
servicio del Presidente comienzan a torturar a los mendigos, testigos del crimen, a fin de
que acusen a los hombres que quieren involucrar. De hecho llegan a matar a uno de los que
señala a Pelele como el culpable.

Así también, el Presidente envía a Miguel Cara de Ángel para que trame un plan que
provoque que el general Canales huya, lo cual terminaría de configurarlo como el
culpable perfecto. De esta manera, Cara de Ángel llega hasta un bar, en donde apropósito le
dice a Lucio Vásquez, cercano a Canales, que quiere secuestrar a Camila, hija de este
militar. Unos momentos después, Vázquez y Genaro Rodas, después de compartir en el bar,
salen a la calle. Al hacerlo, se topan con Pelele, Vásquez sin más le dispara. El crimen es
presenciado por un titiritero. Rodas queda impresionado, así que le cuenta a su esposa el
hecho, anunciándole también que la policía arrestará al día siguiente a Canales. Por otro
lado, Canales decide 28huir del país, justo a tiempo antes de que la policía allane su casa. No
obstante, Cara de Ángel logra tener a Camila, llevándola a una taberna.

Segunda parte

Tratando de hacer bien, la esposa de Rodas, Fedina se apresura en ir a la casa de Canales,


para advertirle del plan. Llega tarde, y para su mala suerte se topa frente a frente con un
asesor del Sr. Presidente, quien la arresta, acusándola de ser cómplice de Canales. Es una
de las escenas más fuertes de la novela, pues se describe a precisión cómo la mujer es
torturada para que indique el paradero de Canales, el cual por su puesto desconoce. Los
militares, entonces, le quitan a su bebé, y mientras tanto colocan cal en sus pechos, luego le
dan a su hijo, quien rechaza el sabor del seno de su madre, única fuente de alimento, lo
que termina matándolo de hambre.

Así mismo, Cara de Ángel comienza a buscar un hogar para Camila, encontrando que ni
siquiera su propia familia quiere recibirla, pues todos consideran que por ser la hija de un
enemigo de El señor presidente, pues podría traerle problemas. Extrañamente, este hombre
parece estar dividido, pues por una parte trata de defender a esta muchacha, y por otro
lado a veces quiere aprovecharse de ella también.

Cerca del final de esta parte de la historia, Camila enferma gravemente, situación que hace
que Cara de Ángel acuda rápidamente en su ayuda. Por otro lado, Fedina, quien ha sido
torturada, ha sufrido la muerte de su hijo, ahora es liberada y vendida a un prostíbulo por
parte del hombre del Presidente, que la arrestó. No obstante, logra salvarse de esa suerte,
siendo enviada a un hospital cuando las personas descubren que sostiene en los brazos
a su bebé muerto, sin querer soltarlo. Así mismo, se narra cómo el general Canales logra
pasar las fronteras del país, para escaparse.

Tercera parte

El final de esta historia, cuenta el encuentro de un sacristán y el abogado Carvajal, quienes


han sido recluidos en la misma celda. En paralelo se ve cómo la esposa de este abogado
trata de hablar con todas las personas influyentes que conoce para poder ayudar a su
esposo. Sin embargo, Carvajal –sin que su esposa consiga ayudarlo- y sin poder defenderse,
es condenado a la pena máxima: será ejecutado.

Por otro lado, Cara de Ángel recibe la revelación de que la única forma de salvar a Camila
es casándose con ella, si verdaderamente la ama. De esta forma, contraen matrimonio,
logrando recuperarse de la enfermedad que parecía llevársela. En cuanto a su padre, se
narra también cómo muere de forma repentina, mientras dedicaba sus fuerzas desde el
exilio para organizar una revolución subversiva que acabe con el régimen del señor
presidente. Según lo que plantea la historia, la muerte le es provocada cundo le informan
mentirosamente que el padrino de la boda de su hija, es su principal enemigo: el Señor
Presidente.

Los recién casados, sin sospechar nada, celebran que Cara de Ángel ha sido enviado a una
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misión diplomática. Creyendo que parten a la felicidad, se disponen a irse. En el
aeropuerto, Cara de Ángel es apresado por los hombres del presidente. Camila parte sola y
embarazada. Termina viviendo en el campo con su hijo Miguel. Cara de Ángel es
desaparecido, y llevado a una celda, en donde muere de tristeza cuando le cuentan
mentirosamente que su esposa se ha convertido en la querida del Presidente, noticia
que lo condena a muerte.

Epílogo

Finalmente, la obra cuenta con un capítulo, en donde se muestra cómo la dictadura del Sr.
Presidente va afectando a personas distintas cada vez. La novela termina entonces con
la voz de una mujer, recitando el rosario, y la respuesta de Kyrie Eleison, quien concluye
pidiendo para que el “Señor tenga Piedad”, en un juego de palabras, que apuntan
simultáneamente a Dios y al Señor Presidente, que parece el dueño de las vidas que
constantemente destruye. Sin embargo, hay quienes ven en ese final un canto a la
esperanza.

HOMBRES DE MAÍZ

POR MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS

Miguel Ángel Asturias fue un abogado, periodista y escritor guatemalteco, nacido en la


ciudad de Guatemala el 19 de octubre de 1899. Ganador de el Premio Nobel de Literatura
en el año 1967, este escritor viajó por varias partes de Europa pero jamás olvido sus raíces
guatemaltecas, escribiendo su primera obra, Leyendas de Guatemala, en el año de 1930.
Luego, en el año de 1946 escribe uno de sus libros más famoso, El Señor Presidente, para
luego escribir Hombres de Maíz, libro que es considerado como parte del movimiento
literario conocido como realismo mágico. La historia narra la creencia del pueblo Maya-
Quiché que el hombre viene del maíz, tal y como lo indica el Popol Vuh.

«—El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de llora le roben el sueño de los ojos.

—El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le boten los párpados con hacha…

—El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le chamusquen la ramazón de las pestañas
con las quemas que ponen la luna color de hormiga vieja… El Gaspar Ilóm movía la cabeza
de un lado a otro. Negar, moler la acusación del suelo que estaba dormido con su petate, su
sombra y su mujer y enterrado con sus muertos y su ombligo, sin poder deshacerse de una
culebra de seiscientas mil vueltas de lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, pájaros y
retumbos que sentía alrededor del cuerpo.»

De esta forma inicia el primer capítulo del libro Hombres de Maíz. De las primeras tres
líneas se puede observar, que habla de la tierra en forma de queja, es por eso que luego se
puede leer en dichas 30líneas a Gaspar Illóm moviendo la cabeza en forma de negación. Así
mismo, en estas líneas se observan muchas referencias de la naturaleza, como el bosque, la
serpiente, los pájaros, entre otros, esto por la razón que los mayas adoraban a la naturaleza
y a los dioses que anidaban en ella.

La primera historia, denominada “Gaspar Ilóm” centra su historia en la lucha del pueblo
maya y el pueblo ladino o “maicero” como lo llama el autor. Esta lucha se da ya que para
Gaspar Ilóm y para su pueblo, el maíz y la tierra, como se dijo anteriormente, es sagrado.
Pero los maiceros talaban los árboles y destruían la naturaleza para la siembra de maíz con
el fin de lucrar. Gaspar, al observar esta conducta de querer lucrar con tan sagrado bien
como es el maíz, inicia una lucha contra los ladinos para frenar esta conducta. Durante la
lucha entre el pueblo y los ladinos, encabezados por el Coronel Gonzalo Godoy, la policía
extermina al pueblo de Gaspar, este, aparentemente derrotado, decide ir al río y tirarse en
él. Esto, para los humanos es un fracaso, pero para Gaspar Illóm es una victoria ya que
entraría al mundo de los Dioses mayas. Esta victoria se logra, posteriormente, y de forma
representativa por el hijo que carga la esposa de Illóm, el cual vuelve a darle su valor
sagrado al maíz.

La segunda historia denominada “Machojón”, cuenta la historia de un hijo de Tomas


Machojón, personaje relevante en la historia ya que él representaba al pueblo indígena y su
señora esposa, la Vaca Manuela Machojón envenenó a Gaspar Ilóm, en el capítulo primero
de la narrativa. Cabe mencionar que Vaca Manuela Machojón, es la madrasta y madrina de
Machojón. Machojón, sale de su casa con la intención de ir a contraer matrimonio con
Calendario Reinoso, tal y como lo explica Miguel Ángel Asturias con una descripción muy
pintoresca:

«Machojón iba a la pedimenta de su futura. Una hija de la niña Cheba Reinosa, de los
Reinosas, de abajo de Sabaneta, en el camino que agarran los que van a la romería de
Candelaria. Agua graciosa y quesadilla en las árganas, un pañuelo de yerba para amarrarse
los sentidos, de repente le tocaba dormir en el sereno, y el sombrero oloroso, de aquello que
por donde lo dejara en la casa de la novia iba a güeler ocho días. Los amigos lo
encaminaron montados hasta los regadillos de Juan Rosendo.»

En camino, Machajón es quemado por las luciérnagas, como castigo por el crimen de su
padre y aparece entre llamas en los maizales ardiendo, de forma irónica.

“El Venado de las Siete-Rozas”, tercera historia del libro, cuenta la historia de un
curandero que guía a Nicho Aquino, personaje que se considera tiene un “nahual” o
segunda personalidad representada en un animal, según las costumbres mayas. Así mismo,
el curandero tiene su doble personalidad como Venado, tal y como lo indica el nombre del
capítulo, y, según la cultura maya, el venado es un símbolo de la desaparición. El capítulo
termina con la muerte del venado, el yo animal de este curandero. En este capítulo, también
se cuenta la historia de los hermanos Tecún, quienes tenían el afán de vengar a la Nana
Yaca, quien representa a la Madre Tierra, quien tiene grillos en el estomago y solo la
muerte de la familia Zacatón, ocho hermanos, podía curar. Es por lo tanto que los hermanos
Tecún matan a toda la familia aliviando el hipo de la Nana Yaca.
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El cuarto cuento se denomina “Coronel Chalo Godoy”, cuenta la historia del Coronel del
mismo nombre, quien lideraba una armada, que iban con destino a El Tembladero, un lugar
oscuro y tenebroso. Al llegar a dicho lugar, encuentran un cajón. Curioso por saber que hay
en su interior, el Coronel decide abrirlo mediante disparos al mismo, y al no ceder el
mismo, lo levanta para romperlo; al hacerlo, encuentra abajo del mismo a un “indio”
carguero, quien, luego de varias amenazas del Coronel, indica que este es el ataúd del
Venado de las Siete Rozas. El capitulo termina con que la tripulación y el carguero regresan
al Tembladero y mueren quemados.
Los ojos enterrados

Los ojos de los enterrados


La novela, escrita en 1956 y publicada en 1960

Había un salón llamado el “Granada” (salón de baile, bar, restaurante) este se encontraba en
la zona 1. Una mujer llamada Anastasia una mulata que asomaba la caratodo los días y
todas las mañanas a ese salón y decía una frase con una palabra algo vulgar cuando veía
que estaban unos gringos, ella tenía un sobrino el cual era su hijo y le decía que tuviera
cuidadocuando decía eso porque los gringos la podrán escuchar pero ella tranquilamente le
decía que no se preocupara, total ellos no entendían el castellano.
Un día este chicuelo entro a la Granada a pedirlimosna, aparento ser cojo para dar lastima,
algunos le dieron monedas otros le ofrecieron whisky pero después ya no lo querían allí
porque le empezaron a lanzar servilletas, este salió corriendo dellugar. El sobrino de
Anastasia quería ser repartidor de programas de cine para poder entrar gratis a el
cinematógrafo pero Anastasia estaba de acuerdo con eso, tiempo después empezaron a
anunciar lapelícula de “El gran dictador, Charles Chaplin” el sobrino desesperado
aprovecho a reunir nuevamente dinero en el Granada para poder ver la película ya que
había un alboroto y no le prestaban muchaatención a su pobreza pero en eso un hombre le
pregunto ¿Por qué debía tener padres? Y el chiquillo respondió que papa tal vez si tenía
pero mama no y le dijeron si se le había muerto y él dijo que noque su papa lo había hecho
en una su tia. Empezaron a carcajearse de la risa por lo que había dicho el chiquillo pero
después lo recibían con gusto en el lugar solo porque les había agradado pero estono fue
por mucho tiempo.

Anastasia y el sobrino fueron a la concordia muertos de hambre y regresaron a la Granada


se trataban de alejar de lugares que dieran hambre, cuando estuvieron allíencontraron a una
mujer que le decían la niña Gumer esta decia que vendía flores pero en si era que daba
servicios de prostitución y vendía drogas (iguanita de mar) esta se aprovechó de Anastasia
la dejo.

3 leyendas

Leyenda de la mascara de cristal


32
Acerca del autor.
Miguel Ángel Asturias Rosales (Ciudad de Guatemala, Guatemala, 19 de
octubre de 1899 – Madrid, 9 de junio de 1974) fue un escritor y diplomático
guatemalteco. Recibió el Premio Lenin de la Paz en 1965 y el Premio Nobel de
Literatura en 1967.

¡Y, sí, Nana la Lluvia, el que hacía los ídolos y. preparaba las cabezas de los
muertos, dejándolas desabrido hueso, betún encima, tenía las manos tres veces
doradas!
¡Y, sí, Nana la Lluvia, el que hacía los ídolos, cuidador de calaveras, huyó de los
hombres de piel de gusano blanco, incendiaron la ciudad entonces, y se refugió en
lo más inaccesible de sus montañas, allí donde la tierra se volvía nube!
¡Y, sí, Nana la Lluvia, el que hacía los dioses que lo hicieron a él, era Ambiastro,
tenía dos astros en lugar de manos!
¡Y, sí, Nana la Lluvia, Ambiastro huyó del hombre de piel de gusano blanco y se
hizo montaña, cima de montaña, sin inquietarle la ingrimitud de su refugio, la
soledad más sola, piedras y águilas, habituado a vivir oculto, a no mostrarse
mientras creaba las imágenes sacras, ídolos de barro y cebollín, y por la diligencia
que puso en darse compañía de dioses, héroes y animales que talló, esculpió,
modeló en piedra, madera y lodo, con los utensilios que trujo!
Y, sí, Nana la Lluvia, Ambiastro, faltando a su juramento de esculpir en piedra y
sólo en piedra, mientras durara su destierro, se dio licencia para tallar, en su caña
de fumador de tabaco, un grupo de monitos juguetones, asidos de la cola, los
brazos en alto como queriendo atrapar el humo, y en un grueso tronco de
manzanarrosa, el combate de la serpiente y el jaguar!
¡Y, sí, Nana la Lluvia!
Al nacer el día, luceros panzones y tenues albaluces, Ambiastro golpeaba el
tronco hueco de palo de manzanarrosa, para poner en movimiento, razón de ser
de la escultura, al jaguar, aliado de la luz, en su lucha a muerte con la noche,
serpiente inacabable, y producir sonido de retumbo, tal y como se acostumbraba
en las puertas de la ciudad, al asomar el lucero de las preciosas piedras.
Glorificado el lucero de la mañana, alabado todo lo que reverdecía, recortados los
desaparecidos de la memoria nocturna (…nadie hubiera tomado su camino y ellos
no regresarán…), Ambiastro juntaba astillas de madera seca y a un chispazo de
su pedernal nacía aquel que se consume solo y tan prontamente que jamás le dio
tiempo para esculpir su imagen de guacamayo de llamas bulliciosas. Encendido el
fuego, ponía a calentar agua de nube en un recipiente de barro y en espera del
hervor, soltaba los sentidos a vagar sin pensamiento, felices, fuera de la cueva en
que vivía. Montes, valles, lagos, volcanes apuraban sus ojos mientras perdía el
olfato en la borrachera de aromas frutales que subía de la tierra caliente, el tacto
en el pacto de no tocar nada y sentirlo todo, y el oído en las relojerías del rocío.
Al formarse las primeras burbujas, corrían como perlas de zoguillas desatadas por
la superficie del agua a punto de hervir, Ambiastro sacaba de un bucul amarillo un
puño de polvo de chile colorado, lo que cogían cinco dedos, y lo arrojaba al líquido
en ebullición. Un guacal de esta bebida roja, espesa, humeante, como sangre, era
su alimento y el de su familia, como llamaba a sus esculturas en piedra,
33
coloreadas del bermellón al naranja.
Sus gigantes, talla directa en la roca viva, bañados de plumas y collares de
máscaras pequeñas, guardaban la entrada de la cueva en que a los jugadores de
pelota, en bajorrelieve, seguían personajes con dos caras, la de la vida y la de la
muerte, danzarines atmosféricos, dioses de la lluvia, dioses solares con los ojos
muy abiertos, cilindros con figuras de animales en órbitas astrales, dioses de la
muerte esqueléticos, enzoguillados de estrellas, sacerdotes de cráneos alargados
y piedras duras, verdes, rojizas, negras, con representaciones calendáricas o
proféticas.
Pero ya la piedra le angustiaba y había que pensar en el mosaico. Desplegar
sobre las paredes y bóvedas de su vivienda subterránea, escenas de ceremonias
religiosas, danzas, asaeteamientos, cacerías, todo lo que él había visto antes de la
llegada de los hombres de piel de gusano blanco.
Apartó los ojos de un bosquecillo de árboles que ya sin fuerza para izarse, tan alto
habían nacido en las montañas azules, se retorcían y bajaban reptando por
laderas arenosas, pedregales y nidos de aguiluchos solitarios. Apartó los ojos de
estos árboles casi culebras, al reclamo de los que sembrados en estribaciones
más bajas, subían s ofrecerle sus copas de verdores fragantes y sus hondas
carnes amorosas. La tentación de la madera lo sacaba de su refugio poblado de
ídolos pétreos, gigantes minerales, piedras y más piedras, al mundo vegetal cálido
y perfumado de las florestas que recorría de noche como sonámbulo por caminos
de estrellas que llovían de los ramajes, y de día, traspuesto, enajenado, ansioso,
delirante, suelto a dejar la piedra, faltando a su promesa de no tocar árbol, arcilla o
materia blanda durante su destierro, y lanzarse a la multiplicación de sus criaturas
en palos llamarosa, palos carne-amarilla, humo-fuego, maderas que lejos de
oponer resistencia como la piedra, dura y artera, se entregaban a su magia,
blandas, ayudadoras, gozosas. Una conciencia remota las hacía preferir aquel
destino de esculturas de palo blanco, rival del marfil más fino, de ébanos
desafiadores del azabache, de caobas sólo comparables con el granate vinoso.
Dormir, imposible. Todo su mundo dé’ dioses, guerreros, sacerdotes esculpidos en
piedras duras, casi de joyería, le hacía sentir su cueva como sepultura de momia.
Que la madera no pasa de ser escultura para hoy y nada para mañana… Se.
mordía los labios. Por otra parte, su obra no era de pura complacencia. Enterraba
un mensaje. Escondía una cauda de cometas sin luz. Daba nacimiento a la
gemanística. Se llevó a la boca su caña de fumar, adornada con montos que
jugaban con el humo que tendía un veló entre él y su pensamiento. Aunque todo
quedaría sepultado si se desplomaba la caverna. Mejor la madera, esculpir dioses-
árboles, dioses-ceibas, esculturas con raíces, no sus granitos y mármoles sin
raigambre, esculturas de brazos gigantes, ramas que se vestirían de flores tan
enigmáticas como los jeroglíficos.
No supo de sus ojos. Estallaron. Ciego, Ciego. Estallaron luces al golpear con la
punta de su pedernal, mientras buscaba piedras duras, en una vera de cristal de
roca. Sus manos, sus brazos, su pecho bañados en rocío cortante. Se llevó los
dedos a la cara, sembrada de piquetazos de agujas, para buscarse los ojos. No
estaba ciego. Fue el deslumbramiento, el chispado, la explosión de la roca
luminosa. Olvidó sus piedras oscuras y la tentación de las maderas fragantes.
Tenía al alcance sus manos, pobres astros apagados, más allá del mar de jade y
34 la luz de un mediodía de diamantes, muerta y viva, fría y
la noche de obsidiana,
quemante, desnuda y enigmática, fija y en movimiento.
Esculpiría en cristal de roca, pero cómo trasladar aquella masa luminosa hasta su
caverna. Imposible. Más hacedero que él se trasladara a vivir allí. ¿Solo o con su
familia, sus piedras esculpidas, sus ídolos, sus gigantes? Reflexionó, la cabeza de
un lado a otro. No, no. No pensarlo. Desconocía todo parentesco con seres de
tiniebla.
Improvisó allí mismo, junto al peñasco de cristales, una cabaña, trajo al dios que
se consume solo y pronto, acarreó agua en un tinajas y en una piedra de mollejón
fue dando filo de navajuela a sus pedernales.
Nueva vida. La luz. El aire. La cabaña abierta al sol y de noche a la cristalería de
los astros.
Días y días de faena. Sin parar. Casi sin dormir. No podía más. Las manos
lastimadas, la cara herida, heridas que antes de cicatrizar eran cortadas por
nuevas heridas, lacerado y casi ciego por las astillas y el polvo finísimo del cuarzo,
reclamaba agua, agua, agua para beber y agua para bañar el pedazo de luz
cristalizada y purísima que iba tomando la forma de una cara.
El alba lo encontraba despierto, ansioso, desesperado porque tardaba en aclarar
el día y no pocas veces se le oyó barrer alrededor de la cabaña, no la basura, sino
la tiniebla. Sin acordarse de saludar al lucero de las preciosas piedras, qué mejor
saludo que golpear la roca de purísimo cuarzo de donde saltaban salvas de luz,
apenas amanecía continuaba su talla, falto de saliva, corto de aliento, empapado
en sudor de loco, en lucha con el pelo que se le venía a la cara sangrante, las
astillas heridoras, a los ojos llorosos, el polvo cegador, lo que le ponía iracundo,
pues perdía tiempo en ‘levantárselo con el envés de la mano. Y la exasperación
de afilar a cada momento sus utensilios, ya no de escultor, sino de lapidario.
Pero al fin la tenía, tallada en fuego blanco, pulida con el polvo del collar de ojos y
martajados caracoles. Su brillo cegaba y cuando se la puso — Máscara de Nana
la Lluvia — tuvo la sensación de vaciar su ser pasajero en una gota de agua
inmortal. ¡Pared geológica! ¡Sí, Nana la Lluvia! ¡Soberanía no rebelada! ¡Sí, Nana
la Lluvia! ¡Superficie sin paralelo! ¡Sí, Nana la Lluvia! ¡Lava respirable! ¡Sí, Nana la
Lluvia! ¡Dédalo de espejos! ¡Sí, Nana la Lluvia! ¡Tumba ritual! ¡Sí, Nana la lluvia!
¡Nivel de sueños luminosos! ¡Sí, Nana la Lluvia! ¡Máscara irremovible! ¡Sí, Nana la
Lluvia! ¡Obstáculo que afila sus contornos hasta anularlos para montar la guardia
de la eternidad despierta!
Paso a paso volvió a su cueva, no por sus olvidadas piedras, dioses, héroes y
figurillas de animales tallados en manantiales de tiniebla, sino por su caña de
hablar humo. No la encontraba. Halló el tabaco guiándose por el olor. Pero su
caña… su caña… su pequeña cerbatana, no de cazar pájaros, de cazar sueños…
Dejó la máscara luminosa sobre una esterilla tendida en lo que fue su lecho de
tablas de nogal y siguió buscando. Se la llevaxon los monitor esculpidos alrededor,
se consolaba, ella ran paco quiso quedarse en esta tenebrosa tumba, entre estos
ídolos y gi, gantas que dejaré soterrados abata que encontré un material digno de
gris manos de Ambiastro.
Se golpeaba en los’ objetos. La poca costumbre de andar en la oscuridad, se dijo.
Aunque más bien los objetos le saltan al paso y se golpeaban can él. Los
banquitos de tres pies a darle en las espinillas. Las mesas no esperaban, mesas y
bancos de trabajo, 35 se lé tiraban encima como fieras. Esquinazos, cajonatos,
patadas de mesas convertidas en bestias enfurecidas. Los tapexcos llenos de
trastes lo atacaban por la espalda, a matar, como si alguien los empujara, y allí la
de caerle encima ollas, jarros, potes, piedras de afilar, incensarios, tortugas,
caracoles, tambores de lengüetas, ocatinas, todo lo que él guardaba para
ahuyentar el silencio ton las fiestas del ruido, mientras los apartes, las tinajas, los
guacales, poseídos de un extraño furor, le golpeaban a más y mejor y del tedio se
desprendían, entre nubes de cuero de bestias de aullido, zogas y bejucos
flagelantes como culebras marcadoras.
Se refugió junto a la máscara. No realizaba bien lo que le sucedía. Seguía
creyendo que era él, poco acostumbrado ya al mundo subterráneo, el que se,
golpeaba en las cosas de su uso y su trabajo. Y efectivamente, al quedarse quieto
cesó el ataque, pausa en la que terco como era volvió a ver de un lado a otro,
cama preguntando a todos aquellos seres inanimados por su. caña de fumar. No
estaba. Se conformó con llevarse a la boca un puño de tabaco y masticarlo. Pero
algo extraño. Se movían la serpiente y el jaguar de su tambor de madera, aquel
con que saludaba al lucero de las preciosas luces. Y si las mesas, los tapexcos,
los bancos, las tinajas, los apaxtes, los guacales, se habían aquietado, ahora
bajaban y subían los párpados los gigantes de piedra. La tempestad agitaba sus
músculos. Cada brazo era un río. Avanzaban contra él. Levantó los astros
apagados de sus manos para defender la cara del puñetazo de una de esas
inmensas bestias. Maltrecha, sin respiración, el esternón hundido por el golpe de
aquel puño de gigante de piedra, un segundo golpe con la mano abierta le deshizo
la quijada. En la penumbra verdosa que quiere ser tiniebla y no puede,, luz y no
alcanza, movíanse en orden de batalla los escuadrones de flecheros creados por
él, nacidos de sus manos, de su artificio, de su magia. Primero por los flancos,
después de frente, sin dar gritos de combate, apuntaron sus arcos y dispararon
contra él flechas envenenadas. Un segundo grupo de guerreros, también hechos
por él, esculpidos en piedra por sus manos, tras abrirse en abanico y jugar a
mariposas, lo rodearon y clavaron con los aguijones de las cañas tostadas, en las
tablas de la cama en que yacía tendido junto a su máscara maravillosa. No lo
dudó. Se la puso. Debía salvarse. Huir. Romper el cero. Ese gran ojo redondo de
la muerte que no tiene dos ojos, como las calaveras, sino un inmenso y solitario
cero sobre la frente. Lo rompió, deshizo la cifra abstracta, antes de la unidad,
nada, y después de la unidad, todo, y corrió hacia la salida de la cueva, guardada
por ídolos también esculpidos por él en materiales de tiniebla. El ídolo de las
orejas de cabro, pelo de paxte y pechos de fruta. Le tocó las tetas y lo dejó pasar.
El ídolo de los veinticuatro diablos… viudo, castrado y honorable. Le saludó
reverente y lo dejó pasar. La mujer verde, Maribal, tejedora de salivas estériles. Le
dio la suya para preñarla y lo dejó pasar. El ídolo de los dedales de la luna
caliente. Le tocó el murciélago del galillo con la punta de la lengua en un boca a
boca espantoso, y lo dejó pasar. El ídolo del cenzontle negro, ombligo de
floripundia. Le sopló el ombligo para avivarle el celo y lo dejó pasar…
Noche de puercoespines. En cada espina, una gota luminosa de la máscara que
Ambiastro llevaba sobre la cara. Los ídolos lo dejaron pasar, pero ya iba muerto,
rodeado de flores amarillas por todas partes.
Los sacerdotes del eclipse, decían:
36
¡El que agrega criaturas de artificio a la creación, debe saber que esas criaturas se
rebelan, lo sepultan y ellas quedan!
Por la ciudad de los caballeros de piedra pasa el entierro de Ambiastro. No se
sabe si ríe o si llora, la máscara de cristal de roca que le oculta la cara. Lo llevan
sobre tablas de nogal fragante, los gigantes, los ídolos y los héroes de piedra
nacidos de sus manos, hieráticos, atormentados, arrogantes, y le sigue un pueblo
de figuras de barro amasadas con el llanto de Nana la Lluvia.
Leyenda del Sombrerón

Autor: Miguel Angel Asturias

En aquel apartado rincón del mundo, tierra prometida a una Reina por un
Navegante loco, la mano religiosa había construido el más hermoso templo al lado
de la divinidades que en cercanas horas fueran testigo de la idolatría del hombre
—el pecado más abominable a los ojos de Dios—, y al abrigo de los tiempo de
montañas y volcanes detenían con sus inmensas moles.
Los religiosos encargados del culto, corderos de corazón de león, por flaqueza
humana, sed de conocimientos, vanidad ante un mundo nuevo o solicitud hacia la
tradición espiritual que acarreaban navegantes y clérigos, se entregaron al cultivo
de las bellas artes y al estudio de las ciencias y la filosofía, descuidando sus
obligaciones y deberes a tal punto, que, como se sabrá el Día del juicio,
olvidábanse de abrir al templo, después de llamar a misa, y de cerrarlo concluidos
los oficios…
Y era de ver y era de oír y de saber las discusiones en que por días y noches se
enredaban los mas eruditos, trayendo a tal ocurrencia citas de textos sagrados, los
más raros y refundidos.
Y era de ver y era de oír y de saber la plácida tertulia de los poetas, el dulce
arrebato de los músicos y la inaplazable labor de los pintores, todos entregados a
construir mundos sobrenaturales con los recados y privilegios del arte.
Reza en viejas crónicas, entre apostillas frondosas de letra irregular, que a nada
se redujo la conversación de los filósofos y los sabios; pues, ni mencionan sus
nombres, para confundirles la Suprema Sabiduría les hizo oír una voz que les
mandaba se ahorraran el tiempo de escribir sus obras. Conversaron un siglo sin
entenderse nunca ni dar una plumada, y diz que cavilaban en tamaños errores.
De los artistas no hay mayores noticias. Nada se sabe de los músicos. En las
iglesias se topan pinturas empolvadas de imágenes que se destacan en fondos
pardos al pie de ventanas abiertas sobre panoramas curiosos por la novedad del
cielo y el sin número de volcanes. Entre los pintores hubo imagineros y a juzgar
por las esculturas de Cristos y Dolorosas que dejaron, deben haber sido tristes y
españoles. Eran admirables. Los literatos componían en verso, pero de su obra
sólo se conocen palabras sueltas.
Prosigamos. Mucho me he detenido en contar cuentos viejos, como dice Bernal
Díaz del Castillo en37“La Conquista de Nueva España”, historia que escribió para
contradecir a otro historiador; en suma, lo que hacen los historiadores.
Prosigamos con los monjes…
Entre los unos, sabios y filósofos, y los otros, artistas y locos, había uno a quien
llamaban a secas el Monje, por su celo religioso y santo temor de Dios y porque se
negaba a tomar parte en las discusiones de aquéllos en los pasatiempos de éstos,
juzgándoles a todos víctimas del demonio.
El Monje vivía en oración dulces y buenos días, cuando acertó a pasar, por la calle
que circunda los muros del convento, un niño jugando con una pelotita de hule.
Y sucedió…
Y sucedió, repito para tomar aliento, que por la pequeña y única ventana de su
celda, en uno de los rebotes, colóse la pelotita.
El religioso, que leía la Anunciación de Nuestra Señora en un libro de antes, vio
entrar el cuerpecito extraño, no sin turbarse, entrar y rebotar con agilidad midiendo
piso y pared, pared y piso, hasta perder el impulso y rodar a sus pies, como un
pajarito muerto. ¡Lo sobrenatural! Un escalofrío le cepilló la espalda.
El corazón le daba martillazos, como a la Virgen desustanciada en presencia del
Arcángel. Poco, necesitó, sin embargo, para recobrarse y reír entre dientes de la
pelotita. Sin cerrar el libro ni levantarse de su asiento, agachóse para tomarla del
suelo y devolverla, y a devolverla iba cuando una alegría inexplicable le hizo
cambiar de pensamiento: su contacto le produjo gozos de santo, gozos de artista,
gozos de niño…
Sorprendido, sin abrir bien sus ojillos de elefante, cálidos y castos, la apretó con
toda la mano, como quien hace un cariño, y la dejó caer en seguida, como quien
suelta una brasa; mas la pelotita, caprichosa y coqueta, dando un rebote en el
piso, devolvióse a sus manos tan ágil y tan presta que apenas si tuvo tiempo de
tomarla en el aire y correr a ocultarse con ella en la esquina más oscura de la
celda, como el que ha cometido un crimen.
Poco a poco se apoderaba del santo hombre un deseo loco de saltar y saltar como
la pelotita. Si su primer intento había sido devolverla, ahora no pensaba en
semejante cosa, palpando con los dedos complacidos su redondez de fruto,
recreándose en su blancura de armiño, tentado de llevársela a los labios y
estrecharla contra sus dientes manchados de tabaco; en el cielo de la boca le
palpitaba un millar de estrellas…
—¡La Tierra debe ser esto en manos del Creador! —pensó.
No lo dijo porque en ese instante se le fue de las manos —rebotadora inquietud—,
devolviéndose en el acto, con voluntad extraña, tras un salto, como una inquietud.
—¿Extraña o diabólica?…
Fruncía las cejas —brochas en las que la atención riega dentífrico invisible— y,
tras vanos temores, reconciliábase con la pelotita, digna de él y de toda alma
justa, por su afán elástico de levantarse al cielo.
Y así fue como en aquel convento, en tanto unos monjes cultivaban las Bellas
Artes y otros las Ciencias y la Filosofía, el nuestro jugaba en los corredores con la
pelotita.
Nubes, cielo, tamarindos… Ni un alma en la pereza del camino. De vez en
cuando, el paso celeroso de bandadas de pericas domingueras comiéndose el
silencio. El día salía de las narices de los bueyes, blanco, caliente, perfumado.
A la puerta del templo38 esperaba el monje, después de llamar a misa, la llegada de
los feligreses jugando con la pelotita que había olvidado en la celda. ¡Tan liviana,
tan ágil, tan blanca!, repetíase mentalmente. Luego, de viva voz, y entonces el eco
contestaba en la iglesia, saltando como un pensamiento:
¡Tan liviana, tan ágil, tan blanca!… Sería una lástima perderla. Esto le apenaba,
arreglándoselas para afirmar que no la perdería, que nunca le sería infiel, que con
él la enterrarían…, tan liviana, tan ágil, tan blanca…
¿Y si fuese el demonio?
Una sonrisa disipaba sus temores: era menos endemoniada que el Arte, las
Ciencias y la Filosofía, y, para no dejarse mal aconsejar por el miedo, tornaba a
las andadas, tentando de ir a traerla, enjuagándose con ella de rebote en
rebote…, tan liviana, tan ágil, tan blanca…
Por los caminos —aún no había calles en la ciudad trazada por un teniente para
ahorcar— llegaban a la iglesia hombres y mujeres ataviados con vistosos trajes,
sin que el religioso se diera cuenta, arrobado como estaba en sus pensamientos.
La iglesia era de piedras grandes; pero, en la hondura del cielo, sus torres y
cúpula perdían peso, haciéndose ligeras, aliviadas, sutiles. Tenía tres puertas
mayores en la entrada principal, y entre ellas, grupos de columnas salomónicas, y
altares dorados, y bóvedas y pisos de un suave color azul. Los santos estaban
como peces inmóviles en el acuoso resplandor del templo.
Por la atmósfera sosegada se esparcían tuteos de palomas, balidos de ganados,
trotes de recuas, gritos de arrieros. Los gritos abríanse como lazos en argollas
infinitas, abarcándolo todo: alas, besos, cantos. Los rebaños, al ir subiendo por las
colinas, formaban caminos blancos, que al cabo se borraban. Caminos blancos,
caminos móviles, caminitos de humo para jugar una pelota con un monje en la
mañana azul…
—¡Buenos días le dé Dios, señor!
La voz de una mujer sacó al monje de sus pensamientos. Traía de la mano a un
niño triste.
—¡Vengo, señor, a que, por vida suya, le eche los Evangelios a mi hijo, que desde
hace días está llora que llora, desde que perdió aquí, al costado del convento, una
pelota que, ha de saber su merced, los vecinos aseguraban era la imagen del
demonio…
(…tan liviana, tan ágil, tan blanca…)
El monje se detuvo de la puerta para no caer del susto, y, dando la espalda a la
madre y al niño, escapó hacia su celda, sin decir palabra, con los ojos nublados y
los brazos en alto.
Llegar allí y despedir la pelotita, todo fue uno.
—¡Lejos de mí, Satán! ¡Lejos de mí, Satán!
La pelota cayó fuera del convento —fiesta de brincos y rebrincos de corderillo en
libertad—, y, dando su salto inusitado, abrióse como por encanto en forma de
sombrero negro sobre la cabeza del niño, que corría tras ella. Era el sombrero del
demonio.
Y así nace al mundo el Sombrerón.

Leyenda de la Tatuana
39 Asturias
Autor: Miguel Angel

El Maestro Almendro tiene la barba rosada, fue uno de los sacerdotes que los
hombres blancos tocaron creyéndoles de oro, tanta riqueza vestían, y sabe el
secreto de las plantas que lo curan todo, el vocabulario de la obsidiana —piedra
que habla— y leer los jeroglíficos de las constelaciones.
Es el árbol que amaneció un día en el bosque donde está plantado, sin que
ninguno lo sembrara, como si lo hubieran llevado los fantasmas. El árbol que anda
… El árbol que cuenta los años de cuatrocientos días por las lunas que ha visto,
que ha visto muchas lunas, como todos los árboles, y que vino ya viejo del Lugar
de la Abundancia.
Al llenar la luna del Búho-Pescador (nombre de uno de los veinte meses del año
de cuatrocientos días), el Maestro Almendro repartió el alma entre los caminos.
Cuatro eran los caminos y se marcharon por opuestas direcciones hacia las cuatro
extremidades del cielo. La negra extremidad: Noche sortílega. La verde
extremidad: Tormenta primaveral. La roja extremidad: Guacamayo o éxtasis de
trópico. La blanca extremidad: Promesa de tierras nuevas. Cuatro eran los
caminos.
—¡Caminín! ¡Caminito!… —dijo al Camino Blanco una paloma blanca, pero el
Caminito Blanco no la oyó. Quería que le dieran el alma del Maestro, que cura de
sueños. Las palomas y los niños padecen de ese mal.
—¡Caminín! ¡Caminito! … —dijo al Camino Rojo un corazón rojo; pero el Camino
Rojo no lo oyó. Quería distraerlo para que olvidara el alma del Maestro. Los
corazones, como los ladrones, no devuelven las cosas olvidadas.
—¡Caminín! ¡Caminito!… —dijo al Camino Verde un emparrado verde, pero el
Camino Verde no lo oyó. Quería que con el alma del Maestro le desquitase algo
de su deuda de hojas y de sombra.
¿Cuántas lunas pasaron andando los caminos?
¿Cuántas lunas pasaron andando los caminos?
El más veloz, el Camino Negro, el camino al que ninguno hablo en el camino, se
detuvo en la ciudad, atravesó la plaza y en el barrio de los mercaderes, por un
ratito de descanso, dio el alma del Maestro al mercader de joyas sin precio.
Era la hora de los gatos blancos. Iban de un lado a otro. ¡Admiración de los
rosales! Las nubes parecían ropas en los tendederos del cielo.
Al saber el Maestro lo que el Camino Negro había hecho, tomó naturaleza humana
nuevamente, desnudándose de la forma vegetal de un riachuelo que nacía bajo la
luna ruboroso como una flor de almendro, y encaminóse a la ciudad.
Llegó al valle después de una jornada, en el primer dibujo de la tarde, a la hora en
que volvían los rebaños, conversando a los pastores, que contestaban
monosilábicamente a sus preguntas, extrañados, como ante una aparición, de su
túnica verde y su barba rosada.
En la ciudad se dirigió a Poniente. Hombres y mujeres rodeaban las pilas públicas.
El agua sonaba a besos al ir llenando los cántaros. Y guiado por las sombras, en
el barrio de los mercaderes encontró la parte de su alma vendida por el Camino
Negro al Mercader de Joyas sin precio. La guardaba en el fondo de una caja de
cristal con cerradores de oro.
Sin perder tiempo se acerco al Mercader, que en un rincón fumaba, a ofrecerle por
ella cien arrobas de40perlas.
El Mercader sonrió de la locura del Maestro. ¿Cien arrobas de perlas? ¡No, sus
joyas no tenían precio!
El Maestro aumentó la oferta. Los mercaderes se niegan hasta llenar su tanto. Le
daría esmeraldas, grandes como maíces, de cien en cien almudes, hasta formar
un lago de esmeraldas.
El Mercader sonrió de la locura del Maestro. ¿Un lago de esmeraldas? ¡No, sus
joyas no tenían precio!
Le daría amuletos, ojos de namik para llamar el agua, plumas contra la tempestad,
marihuana para su tabaco…
El Mercader se negó.
¡Le daría piedras preciosas para construir, a medio lago de esmeraldas, un palacio
de cuento!
El Mercader se negó. Sus joyas no tenían precio, y, además ¿a que seguir
hablando?, ese pedacito de alma lo quería para cambiarlo, en un mercado de
esclavas, por la esclava más bella.
Y todo fue inútil, inútil que el Maestro ofreciera y dijera, tanto como lo dijo, su
deseo de recobrar el alma. Los mercaderes no tienen corazón.
Una hebra de humo de tabaco separaba la realidad del sueño, los gatos negros de
los gatos blancos y al Mercader del extraño comprador, que al salir sacudió sus
sandalias en el quicio de la puerta. El polvo tiene maldición.
Después de un año de cuatrocientos días —sigue la leyenda— cruzaba los
caminos de la cordillera el Mercader. Volvía de países lejanos, acompañado de la
esclava comprada con el alma del Maestro, del pájaro flor, cuyo pico trocaba en
jacintos las gotitas de miel, y de un séquito de treinta servidores montados.
—¡No sabes —decía el Mercader a la esclava, arrendando su caballería— cómo
vas a vivir en la ciudad! ¡Tu casa será un palacio y a tus órdenes estarán todos
mis criados, yo el último, si así lo mandas tú!
—Allá —continuaba con la cara a mitad bañada por el Sol— todo será tuyo. ¡Eres
una joya, y yo soy el Mercader de joyas sin precio! ¡Vales un pedacito de alma que
no cambié por un lago de esmeraldas! … En una hamaca juntos veremos caer el
sol y levantarse el día, sin hacer nada, oyendo los cuentos de una vieja mañosa
que sabe mi destino. Mi destino, dice, está en los dedos de una mano gigante, y
sabrá el tuyo, si así lo pides tú.
La esclava se volvía al paisaje de colores diluidos en azules que la distancia iba
diluyendo a la vez. Los árboles tejían a los lados del camino una caprichosa
decoración de güipil. Las aves daban la impresión de volar dormidas, sin alas, en
la tranquilidad del cielo, y en el silencio de granito, el jadeo de las bestias, cuesta
arriba, cobraba acento humano.
La esclava iba desnuda. Sobre sus senos, hasta sus piernas, rodaba su cabellera
negra envuelta en un solo manojo, como una serpiente. El Mercader iba vestido de
oro, abrigadas las espaldas con una Manta de lana de chivo. Palúdico y
enamorado, al frío de su enfermedad se unía el temblor de su corazón. Y los
treinta servidores montados llegaban a la retina como las figuras de un sueño.
Repentinamente, aislados goterones rociaron el camino percibiéndose muy lejos,
en los abajaderos, el grito de los pastores que recogían los ganados, temerosos
de la tempestad. Las cabalgaduras apuraron el paso para ganar un refugio, pero
no tuvieron tiempo:41tras los goterones, el viento azotó las nubes, violentando
selvas hasta llegar al valle, que a la carrera se echaba encima las mantas mojadas
de la bruma, y los primeros relámpagos iluminaron el paisaje, como los fogonazos
de un fotógrafo loco que tomase instantáneas de tormenta.
Entre las caballerías que huían como asombros, rotas las riendas, ágiles las
piernas, grifa la crin al viento y las orejas vueltas hacia atrás, un tropezón del
caballo hizo rodar al Mercader al pie de un árbol, que, fulminado por el rayo en ese
instante, le tomó con las raíces como una mano que recoge una piedra, y le arrojó
al abismo.
En tanto, el Maestro Almendro, que se había quedado en la ciudad perdido,
deambulaba como loco por las calles, asustando a los niños, recogiendo basuras y
dirigiéndose de palabra a los asnos, a los bueyes y a los perros sin dueño, que
para e1 formaban con el hombre la colección de bestias de mirada triste.
—¿Cuántas lunas pasaron andando los caminos? … —preguntaba de puerta en
puerta a las gentes, que cerraban sin responderle, extrañadas, como ante una
aparición, de su túnica verde y su barba rosada.
Y pasado mucho tiempo, interrogando a todos, se detuvo a la puerta del Mercader
de Joyas sin precio a preguntar a la esclava, única sobreviviente de aquella
tempestad:
—¿Cuántas lunas pasaron andando los caminos? …
El sol, que iba sacando la cabeza de la camisa blanca del día, borraba en la
puerta, claveteada de oro y plata, la espalda del Maestro y la cara morena de la
que era un pedacito de su alma, joya que no compró con un lago de esmeraldas.
—¿Cuántas lunas pasaron andando los caminos?.. .
Entre los labios de la esclava se acurrucó la respuesta y endureció como sus
dientes. El Maestro callaba con insistencia de piedra misteriosa. Llenaba la luna
del Búho-Pescador. En silencio se lavaron la cara con los ojos, al mismo tiempo,
como dos amantes que han estado ausentes y se encuentran de pronto.
La escena fue turbada por ruidos insolentes. Venían a prenderles en nombre de
Dios y el Rey; por brujo a él y por endemoniada a ella. Entre cruces y espadas
bajaron a la cárcel, el Maestro con la barba rosada y la túnica verde, y la esclava
luciendo las carnes que de tan firmes parecían de oro.
Siete meses después, se les condenó a morir quemados en la Plaza Mayor. La
víspera de la ejecución, el Maestro acercóse a la esclava y con la uña le tatuó un
barquito en el brazo, diciéndole:
—Por virtud de este tatuaje, Tatuana, vas a huir siempre que te halles en peligro,
como vas a huir hoy. Mi voluntad es que seas libre como mi pensamiento; traza
este barquito en el muro, en el suelo, en el aire, donde quieras, cierra los ojos,
entra en él y vete…
¡Vete, pues mi pensamiento es más fuerte que ídolo de barro amasado con
cebollón!
¡Pues mi pensamiento es más dulce que la miel de las abejas que liban la flor del
suquinay!
¡Pues mi pensamiento es el que se torna invisible!
Sin perder un segundo la Tatuana hizo lo que el Maestro dijo: trazó el barquito,
cerró los ojos y entrando en él —el barquito se puso en movimiento—, escapó de
la prisión y de la muerte.
42
Y a la mañana siguiente, la mañana de la ejecución, los alguaciles encontraron en
la cárcel un árbol seco que tenía entre las ramas dos o tres florecitas de almendro,
rosadas todavía.

Acerca del autor.


Miguel Ángel Asturias Rosales (Ciudad de Guatemala, Guatemala, 19 de
octubre de 1899 – Madrid, 9 de junio de 1974) fue un escritor y diplomático
guatemalteco. Recibió el Premio Lenin de la Paz en 1965 y el Premio Nobel de
Literatura en 1967.
3 poesias

GUATEMALA

(Cantata)
1954
¡Patria de las perfectas luces, tuya del colibrí ligero, juego en voces
la ingenua, agraria y melodiosa fiesta, de la protesta de tus animales!
campos que cubren hoy brazos de cruces! Loros de verde que a tu oído gritan
¡Patria de los perfectos lagos, altos no ser del oro verde que ambicionan
espejos que tu mano acerca al cielo los que la libertad, Patria, te quitan.
para que vea Dios tantos estragos! Guacamayas que son tu plusvalía
¡Patria de los perfectos montes, cauda por el plumaje de oro, cielo y sangre,
de verdes curvas imantando auroras, proclamándote va su gritería...
hoy por cárcel te dan tus horizontes! ¡Patria de las perfectas aves, libre
¡Patria de los perfectos días, horas vive el quetzal y encarcelado muere,
de pájaros, de flores, de silencio la vida es libertad, Patria, lo sabes!
que ahora, ¡oh dolor!, son agonías! ¡Patria de los perfectos mares, tuyos
¡Patria de los perfectos cielos, dueña de tu profundidad y ricas costas,
de tardes de oro y noches de luceros, más salóbregos hoy por tus pesares!
alba y poniente que hoy visten tus duelos! ¡Patria de las perfectas mieses, antes
¡Patria de los perfectos valles, tienden que tuyas, júbilo del pueblo, gente
de volcán a volcán verdes hamacas con la que ahora en el pesar te creces!
que escuchan hoy llorar casas y calles! ¡Patria de los perfectos goces, hechos
¡Patria de los perfectos frutos, pulpa de sonido, color, sabor, aroma,
de paraíso en cáscara de luces, que ahora para quién no son atroces!
agridulces ahora por tus lutos! ¡Patria de las perfectas mieles, llanto
¡Patria del armadillo y la luciérnaga salado hoy, llanto en copa de amargura,
del pavoazul y el pájaro esmeralda, no la apartes de mí, no me consueles!
por la que llora sin cesar el grillo! ¡Patria de las perfectas siembras, calzan
¡Patria del monaguillo de los monos, con hambre de maíz sus pies desnudos,
el atelcolilargo, los venados, los que huyen hoy, tus machos y tus
los tapires, el pájaro amarillo hembras!
y los cenzontles reales, fuego en plumas

43 SALVE GUATEMALA

¡Salve Guatemala! Puertas de hueso y carne a la entrada del


¡Salve, Guatemala del anhelo y de las alas mundo,
rubias en la ciudad del grito, donde se lustran las
dos veces extraída del amor! botas
¡Salve, Guatemala del no callado musical con sangre, militares de muerte.
silencio! ¡No veas! Las espaldas del hombre
¡Salve, mano del Bien! encadenado
¡Salve mano de Dios! oculten la visión de las cárceles llenas, los
Puertas son las espaldas. No veas muros
extramuros. fusilados, los caminos huyendo pavoridos
¡No veas, lo que fue ameno entre campos de y el que la Patria un día tenía en sus relojes,
flores, hoy el filibustero le cuenta las jornadas
fiesta del poderío del hombre ciudadano, para que satisfaga su ambición de pirata...
hoy convertido en yugo, picota y sacristía! ¡Oh, tardanza del fuego, del huracán y el
¡Ciégate la ventura de no ver rayo!
y deja que nosotos no apartemos los ojos ¡Patria con su cintura de bisagra quebrada!
de ti que eres esposa, madre, hija, doncella, ¿Que otro atributo el suyo que su esbeltez?
hoy vendida al extraño! ¡Oh castigo! ¿Que otro atributo, en alto, que el cántaro con
¡Castigo! agua?
Nadie mueve los labios y todos ven ¿Que borceguí más fino que la piel de su
incrédulos, planta?
ven de día y de noche, lo que, Patria, no ¡Salid, filudas llamas y degollad cosechas!
veas, ¡Hay que incendiar la tierra contra el
al gran filibustero morder los onomásticos filibustero!
de tus senos granudos de tierra cariñosa, No es un mito el veneno que adormece y
huesudo carnicero, y a los que te vendieron enjuta,
cuidar que no interrumpa ninguno el festín de las cadenas del hielo, el vinagre en la
oro. esponja...
Sople el viento la antorcha de colores ¡Poblad de muerte el tiempo!
que pinta con su luz tu firmamento, ¡Poblad de muerte el mundo!
la noche oculte el día para siempre, ¡Ni una isla de vida!
el gran filibustero con ojos animales ¡Ni una isla de sueño!
devora intimidades de la Patria, ¡La Patria fue vendida al gran filibustero!
la palpa igual que un pelotero Los árboles se duermen en invierno.
y la aguija para que de vergüenza Así la Patria duerma mientras ellos imperen,
se desmaye en sus brazos... el gran filibustero y los mil cancerberos,
¿Por qué Dios es tan malo que no se apaga el así la Patria duerma mientras ellos dominen,
cielo? así la Patria duerma en espera del día
Sálgase el mar y barra con la tierra y los en que habrá que decir a las estrellas, brillen,
lagos, a las aguas reflejen la alegría sonora
tanta dulzura, tanta riqueza acumulada, de la cara del cielo y a los muertos despierten
un terremoto acabe con todo para siempre, que ha llegado la hora del hogar sin
el gran filibustero, baboso de tabaco, verdugos,
taladra con su idioma trepidante de la vida sin miedo, de la tierra sin amos,
el oído de aroma de la Patria, de la siembra y cosecha de los preciosos
que ya no tiene nombre... granos,
¿Por que Dios es tan malo que no se apaga el del día venturoso de abrir los brazos todos
cielo? para echarnos al cuello de la Patria querida
No hay tiempo44en las arenas y decirle con lluvia de júbilo en los ojos,
de las esclavitudes. estás entre tus hijos,
En las hojas, hay tiempo, y ellos están contigo.
en las ramas, los troncos y raíces,
hay ese tiempo vivo que es del que vive el
hombre
TECUN-UMAN

Tecún-Umán, el de las torres verdes, preciosos de victoria de relámpago


el de las altas torres verdes, verdes, y los penachos despenicados
el de las torres verdes, verdes, verdes, entre los estandartes de las tunas
y en fila india indios, indios, indios y el desmoronamiento de la tierra
incontables como cien mil zompopos: nublada y los lagos que apedrean
diez mil de flecha en pie de nube, mil con el tún de sus tumbos sin espuma.
de honda en pie de chopo, siete mil Tún, munición de guerra de Tecún
cerbateneros y mil filos de hacha que llama, clama, junta, saca hombres
en cada cumbre ala de mariposa de la tierra para guerrear el baile
caída en hormiguero de guerreros. de la guerra que es el baile del tún.
Tecún-Umán, el de las plumas verdes, Tún, tambor de guerra de Tecún,
el de las largas plumas verdes, verdes, ciego por dentro como el nido túnel
el de las plumas verdes, verdes, verdes, del colibrí gigante, del Quetzal,
verdes, verdes, Quetzal de varios frentes el colibrí gigante de Tecún.
y movibles alas en la batalla, Quetzal, imán del sol, Tecún, imán
en el aporreo de las mazorcas del tún, Quetzaltecún, sol y tún, tún-
de hombres de maíz que se desgranan bo del lago, tún-bo del monte, tún-
picoteados por pájaros de fuego, bo del verde, tún-bo del cielo, tún,
en red de muerte entre las piedras sueltas. tún, tún, tún-bo del verde corazón
Quetzalumán, el de las alas verdes del tún, palpitación de la primavera,
y larga cola verde, verde, verde, en la primera primavera tún-bo
verdes flechas verdes desde las torres de flores que bañó la tierra viva.
verdes, tatuado de tatuajes verdes. ¡Abuelo de ambidiestros! ¡Mano grande
Tecún-Umán, el de los atabales, para cubrirse el pecho con tlascalas
ruido tributario de la tempestad y españoles, fieras con cara humana!
en seco de los tamborones, cuero ¡Varón de Galibal y Señorío
de tamborón medio ternero, cuero de Quetzales en el patrimonio
de tamborón que lleva cuero, cuero testicular del cuenco de la honda,
adentro, cuero en medio, cuero afuera, y barba de pájaros goteantes
cuero de tamborón, bón, bón, borón, bón, hasta la última generación
bón, bón, borón, bón, bón, bón, borón, de jefes pintados con achiote rojo
bón, y pelo de frijol enredador
bón, borón, bón, bón, bón, borón, bón, en penachos de águilas cautivas!
45
bón, ¡Jefe de valentías y murallas
pepitoria de trueno que golpea de tribus de piedra brava y clanes
con pepitas gigantes en el hueso de volcanes con brazos! Fuego y lava.
del eco que desdobla el teponastle, ¿Quien se explica los volcanes sin
teponpón, teponpón, teponastle, brazos?
teponpón, teponpón, teponastle, ¡Raza de tempestad envuelta en plumas
tepón, teponpón, tepón, teponpón, de Quetzal, rojas, verdes, amarillas!
teponpón, teponpón, teponpón... ¡Quetzalumán, la serpiente coral
Quetzalumán, el de las tunas verdes, tiñe de miel de guerra el Sequijel
el de las altas tunas verdes, verdes, el desangrarse el Arbol del Augurio,
el de las tunas verdes, verdes, verdes. en el augurio de la sangre en lluvia,
Las astas de las lanzas con metales a la altura de los cerros quetzales
y frente al Gavilán de Extremadura! ¡Tecún-Umán! ¡Quetzalumán!
¡Tecún-Umán! No se corta su aliento porque sigue en las
Silencio en rama... llamas
Máscara de la noche agujereada... Una ciudad en armas en su sangre
Tortilla de ceniza y plumas muertas sigue, una ciudad con armadura
en los agarraderos de la sombra, de campanas en lugar de tún, dueña
más alla de la tiniebla, en la tiniebla de semilla de libertad en alas
y bajo la tiniebla sin curación. del colibrí gigante, del quetzal,
El Gavilán de Extremadura, uñas, semilla dulce al perforar la lengua
armadura y longinada lanza... en que ahora le llaman ¡Capitan!
¿A quién llamar sin agua en las pupilas? ¡Ya no es el tún! ¡Ya no es Tecún!
En las orejas de los caracoles sin viento ¡Ahora es el tán-tán de las campanas,
a quién llamar... a quién llamar...
Capitán!

3 obras

Viento fuerte

Este artículo destaca el realismo artístico y la verosimilitud -a partir de Jackobson, Barthes y


Kristeva- en la obra Viento Fuerte de Miguel Ángel Asturias. Se refiere aquí el realismo, como el
espíritu de la realidad expresada mediante un efecto de verosimilitud; efecto que constituye
un proceso de producción del texto ligado a fuentes y datos histórico- geográficos concretos, así
como a elementos referenciales del mundo cotidiano e imaginario del Ser y la Naturaleza de la
realidad guatemalteca ligada a la producción y comercialización bananera de la primera mitad del
S. XX.

Mulata de tal

Mulata de tal es, sin lugar a dudas, una de las grandes novelas olvidadas de la historia. Más que
incomprendida, fue deliberadamente silenciada por vicisitudes más vinculadas a la política
latinoamericana de fines de los años sesenta, así como a una inclinación estética modernizante y
eurocéntricamente cosmopolita por parte de los críticos dominantes de dicha época. Sin embargo,
cuando releemos la obra 46 de Asturias, surge una lectura que no sólo es bastante diferente de las
anteriores, sino tanto más rica y profunda.

Los ojos de los enterrados


Jaime Barrios Carrillo
jbarrios@siglo21.com.gt

El fascismo es aborrecible por su crueldad y cinismo. Su base es el desprecio al débil, la


prepotencia, el odio, la negación del otro. La negación de toda culpa, aunque las evidencias
sean demoledoras.
De tanto repetir que no es cierto, que es conspiración de comunistas, que es la extensión de
la guerra por otros medios, que es venganza y no justicia, los fachos descaradamente creen
que podrían evadir a la justicia.

Pero la historia los está alcanzando. No se puede esconder el sol con una mano ni con
muchas.

La impunidad está comenzando a terminar. Dudar del sistema judicial, de sus jueces, de sus
valientes fiscales, de los abogados que en todas las dependencias trabajan por rendir frutos
y aportar a que se haga justicia es inmoral e irresponsable.

El MP llevó varias decenas de cajas de cartón y las puso en el piso de la sala donde se lleva
a cabo el juicio. Ahí estaban las osamentas de 50 campesinos indígenas vilmente asesinados
después de haber sido torturados.

Fueron amarrados y después del tiro de gracia en la nuca o en el cráneo tirados a un pozo
del destacamento Las Tinajas cerca de Sepur Zarco. Son los restos mortales de los esposos,
hermanos y padres de las mujeres que están sentadas en la sala, víctimas de violaciones y
esclavismo en la base militar.

Es incuestionable el hecho de que el crimen sucedió. Ante los ojos civilizados resulta un
acto abominable por la macabra inquina con que fue cometido, por la desventaja de las
víctimas.

No son héroes los autores de estos crímenes horrendos, se trata de asesinos en serie. Una
violación de lesa humanidad cometida por individuos sumamente cobardes.

Indigna saber que aquellos indígenas de esa empobrecida zona rural de Guatemala no
estaban participando en el conflicto. No eran guerrilleros ni agitadores. Eran campesinos
que reclamaban sus tierras. Que tenían sueños como usted o como yo en un futuro mejor.

Afortunadamente la resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fue
aprobada en el año2000, enfatizando la perspectiva de género en las necesidades de las
mujeres y niñas afectadas en conflictos armados y su rehabilitación y reintegración en la
etapa de posconflicto. El caso Sepur Zarco es el primero en el hemisferio americano y
47
resultará emblemático. La vista del mundo está puesta sobre Guatemala.

De ahí que resulta alentador que el sistema de justicia esté funcionando, como afirma el
embajador de Estados Unidos Todd Robinson.

Es también una prueba crucial para mostrar que la banalidad del mal no puede ser impune
ni escapar de la ley, como escribe Jocke Nyberg en la prestigiosa revista sueca Omvärlden.

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