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Cuadernos de Cine Documental 04

Prólogo de El negro del Narciso.


Joseph Conrad

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Toda obra que aspira, por humildemente que sea, a raleza que, debido a que la existencia es un comba-
elevarse a la altura del arte debe justificar su exis­tencia te, se esconde fatalmente tras otras virtudes más re-
en cada línea. Y el propio arte podría definirse como sistentes y más rudas. El mensaje del arte es menos
la tentativa de un espíritu indivi­dual para hacer justi- ruidoso, más profundo, menos preciso, más conmo-
cia, lo mejor que se pueda, al universo visible, trayen- vedor y más fácil de olvidar. No obstante, su efecto
do a la luz la verdad diversa y única que entraña cada dura siempre. La cambiante sabiduría de las genera-
uno de sus aspectos. Es el esfuerzo para descubrir ciones sucesivas hace que se abandonen las ideas,
en sus formas, en sus colores, en su luz, en sus som- que se pongan en tela de juicio los hechos, que se
bras, en los aspectos de la materia y los hechos de des­truyan las teorías. Pero el artista habla a esa parte
la vida misma, lo que le es fundamental, lo esencial y íntima de nuestro ser que no depende de la sabiduría,
perdurable —su cualidad más evocadora y más con- a lo que es en nosotros un don y no una adquisición,
vincente—, la verdad misma de su existencia. Así el y es, por consiguiente, más duradero. Habla a nues-
artista, al igual que el pensador o el hombre de cien- tra capacidad de alegría y de admiración, se dirige al
cia, busca la verdad, para sacarla a luz. Atraído por sentimiento del misterio que rodea nuestras vidas, a
las entrañas ocultas del mundo visible, el pensador se nuestro sentido de la piedad, de la belleza y del dolor,
adentra en la región de las ideas, el hombre de cien- al sentimiento que nos vincula con toda la creación; y
cia en el dominio de los hechos, de los que se des­ a la convicción sutil, pero invencible, de la solidaridad
prenden las verdades prácticas que convienen a esta que une la soledad de innumerables corazones: a esa
azarosa empresa que es nuestra vida. Hablan autori- solidaridad en los sueños, en el placer, en la tristeza,
zadamente a nuestro sentido común, a nuestra inteli- en los anhelos, en las ilusiones, en la esperanza y el
gencia, a nuestro deseo de paz o a nuestra inquietud, temor, que relaciona a cada hombre con su prójimo y
muchas veces a nuestros prejuicios, algunas a nues- mancomuna toda la humanidad, los muertos con los
tras limitaciones, con frecuencia a nuestro egoísmo, y vivos, y los vivos con aquellos que aun han de nacer.
casi siempre a nuestra credulidad. Y se escuchan sus Este encadenamiento de ideas, o más bien de senti-
palabras con respeto, porque al fin y al cabo, atañen mientos, es lo único que puede explicar, en cierta me-
a graves cuestiones, al cultivo de nuestro espíritu o la dida, la tentativa llevada a cabo en la siguiente narra-
preservación de nuestro cuer­po, a la realización de ción para presentar una aventura, tomada del oscuro
nuestras ambiciones, a la perfección de nuestros me- existir de unos cuantos individuos pertenecientes a la
dios y a la glorificación de nuestros éxitos. muchedumbre de gentes sencillas, ingenuas y sin voz.
En lo que atañe al artista, la cosa es muy distinta. Pues si lo que acabo de confesar contiene una parte
En presencia del mismo espectáculo enigmático, el ar- de la verdad, es evidente que no hay lugar alguno de
tista se repliega en sí mismo, y so­litario en esa región esplendor, ni oscuro rincón sobre la tierra que no me-
de esfuerzo y de lucha íntima, descubre los términos rezca, cuando menos, una mirada pasajera de admira-
de un mensaje dirigido a cualidades mucho menos ción o de piedad. Esa intención puede, entonces, jus- 75
evidentes en nosotros: a esa parte de nuestra natu- tificar el material de esta obra. Pero este prefacio, que
no es sino la confesión de una intención, no podría ción. Y si tiene la conciencia clara, deberá responder
concluir aquí, ya que la confesión no ha terminado. a aquellos que, en la plenitud de un saber que busca
Toda novela —por poco que se esfuerce para llegar un provecho inmediato, exigen que, sin demora, se los
a ser una obra de arte—, se dirige al temperamento. consuele, divierta o dé ejemplo, cuando no que se los
Y en verdad, lo mismo que en la pintura, la música y mejore, anime, asuste, violente o deleite; deberá res-
todas las demás artes, debe ser el llamado de un tem- ponderles lo siguiente: “El fin que me esfuerzo por al-
peramento a todos los demás innumerables tempe- canzar, sin otra ayuda que la de la palabra escrita, es
ramentos cuyo poder sutil e irresistible confiere a los hacerles comprender, hacerles sentir y, ante todo, ha-
acontecimientos efímeros su verdadero sentido y crea cerles ver. Esto, y sólo esto, simplemente. Si lo consi-
la atmósfera moral y emocional del lugar y del tiem- go ustedes encontrarán aquí, de acuerdo a sus mere-
po. Tal llamado, para producir su efecto, debe ser una cimientos, ánimo, consuelo, terror, deleite, todo lo que
impresión transmitida por los sentidos; y de hecho no puede complacerles, y acaso también ese atisbo de la
podría ser de otro modo, ya que el temperamento, lo verdad, que ustedes olvidaron reclamar”.
mismo individual que colectivo, no se halla sometido Sorprender y captar, en un momento de audacia, en
a la persuasión. Todo arte debe dirigirse en primer tér- el curso implacable del tiempo, una fase efímera de la
mino a los sentidos, y una concepción artística que se vida, no es sino el comienzo del trabajo. La tarea, em-
expresa con ayuda de la palabra escrita debe dirigirse prendida con ternura y con fe, consiste en mantener
a los sentidos si su intención profunda es alcanzar el resueltamente, sin vacilación ni temor, en presencia de
manantial mismo de nuestras emociones. Tendrá que todos y a la luz de una actitud sincera, este fragmen-
aspirar con todas sus fuerzas a la plasticidad de la es- to de vida. Consiste en mostrar su vibración, su color
cultura, al color de la pintura, a la mágica sugestión y su forma, y a través de su movilidad, su forma y su
de la música, que es el arte supremo. Y sólo median- color, revelar la sustancia misma de su verdad; des-
te una devoción absoluta e inquebrantable al perfecto cubrir el secreto evocador, la fuerza y la pasión que
acuerdo de la forma con la sustancia, sólo mediante se esconden en el corazón de cada instante. En este
un cuidado incesante del contorno y la sonoridad de la tipo de esfuerzo individual, con un poco de destreza y
frase, se podrá lograr la plasticidad y el color, y podrá de suerte, se puede a veces alcanzar una sinceridad
centellear furtivamente la luz de la sugestión mágica tan perfecta que, finalmente, la visión de dolor o de
en la trivial superficie de las palabras, de las pobres piedad, de terror o de júbilo, acabará despertando en
palabras, caducas, agotadas y desfiguradas por va- el corazón de los espectadores el sentimiento de una
rios siglos de empleo negligente. inquebrantable solidaridad, de esa solidaridad en los
Un esfuerzo sincero para llevar a cabo esta tarea crea- orígenes misteriosos, en el trabajo, en la alegría, en la
dora, para caminar por esta vía todo lo lejos que sus esperanza, en el destino incierto, que una a todos los
fuerzas le permitan, sin dejarse abatir por las vacilacio- hombres entre sí, y a la humanidad entera con el mun-
76 nes, el cansancio o los reproches, es la única justifica- do visible que habita.
ción valedera del que trabaja en una obra de imagina- Es evidente que quien, con razón o sin ella sigue ape-
gado a las convicciones que acabo de expresar, no Lo mismo ocurre con aquel que trabaja la obra de ar-
puede ser fiel a ninguna de las formas temporales de te. El arte es largo, la vida corta, y la verdad muy leja-
su arte. La parte duradera que traen consigo —esa na. Así, inseguro de las propias fuerzas para tan largo
verdad que todas ellas disimulan imperfectamente—, viaje, se pone uno a hablar del fin perseguido, del fin
será para él la más preciosa de las posesiones, pero del arte que, como la propia vida, es atrayente, difícil
todas ellas: Realismo, Romanticismo, Naturalismo, y de alcanzar, y está oscurecido por la bruma. No es la
aun el sentimentalismo (que, como los pobres, resulta conclusión de una lógica triunfante, no se encuentra
tan difícil de ahuyentar), todos esos dioses, al cabo de en la revelación de esos secretos que llamamos “leyes
algún tiempo de haber vivido en su compañía, tendrán de la naturaleza”. No es menos grande que ellos, sólo
que abandonarlo, aunque sea en el umbral del templo, que es más difícilmente accesible.
ante las dificultades que presenta su tarea. En esta pe- Detener por un momento las manos ocupadas en los
nosa soledad, la divisa del arte por el arte pierde la so- trabajos prácticos de la tierra, obligar a los hombres
noridad de su aparente inmoralidad. Se la oye resonar absortos en el lejano espectáculo de los éxitos ma-
a lo lejos, pronto no es ya sino un grito, y no tarda en teriales, a contemplar un momento en torno de ellos,
oírsela sólo como un suspiro, a menudo incomprensi- una visión de formas, de colores, de luz y de sombra;
ble, pero en ciertas ocasiones vagamente alentador. hacerlos detenerse, el tiempo de una mirada, de un
suspiro, de una sonrisa, esa es la finalidad, difícil y fu-
A veces, descansando a la sombra que bordea el ca- gitiva, y a muy pocos de nosotros concedida. Pero a
mino, observamos a lo lejos, en un campo, la actividad veces, por efecto de la gracia y del mérito, ese objeti-
de un labrador, y al cabo de un momento nos pregun- vo puede ser alcanzado. Y una vez alcanzado —¡oh,
tamos lánguidamente en qué se halla ocupado ese maravilla!— he aquí que toda la verdad de la vida se
hombre. Observamos los movimiento de su cuerpo, el encuentra en él: un instante de visión, un suspiro, una
balanceo de sus brazos; lo vemos encorvarse, erguir- sonrisa, y el retorno a un eterno reposo.
se, vacilar, comenzar de nuevo. El placer de una hora
de ocio puede aumentar cuando se conoce el obje-
to de su trabajo. Si sabemos que intenta levantar una 1897
piedra, abrir un foso, sacar un tronco, tomaremos más
interés en sus esfuerzos, hasta consentiremos que su
agitación perturbe la quietud del paisaje, y a poco que
nos sintamos de humor fraterno, hasta llegaremos a
disculpar su escaso éxito. Hemos comprendido lo que
quería hacer y, después de todo, ese hombre ha he-
cho lo que ha podido; no es culpa suya si, quizá, no
tenía la fuerza o la destreza necesarias. Perdonando, 77
seguimos nuestro camino, y olvidamos.

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