Está en la página 1de 91

Boys Don’t Cry - Malorie Blackman ©50 -

€ Foro Dark Guardians o http://darkguardians.foros-activos.es/forum

Sinopsis
A Dante, le espera un futuro brillante en la universidad y una carrera como periodista, pero el día que está previsto que
estos lleguen, su antigua novia Melanie regresa inesperadamente… con una bebé. Él asume que ella está ayudando a
alguna amiga. Le dice a Dante que la vigile mientras hace unas 3 compras. Dante a regañadientes le responde que
mantendrá un ojo sobre la bebita Emma para que Mel pueda conseguir lo que necesita y así cuando vuelva, preguntarle
qué demonios está pasando, pero cuando las horas pasan y Mel no regresa, el futuro de Dante de repente parece
menos brillante y más lleno de pañales…

1
Dante
Teléfono en mano, sonreí al texto que mi chica Collette me había enviado. Mi sonrisa no duró mucho. Estaba muy
nervioso. Jueves. ¡El día del resultado de admisión!
Debo admitir que no esperaba estar tan nervioso. Sabía con certeza que lo había hecho bien. Lo que quiero decir es, que
casi lo sabía con certeza. Pero era el casi el asesino. Entre tener mis papeles de examen de aceptación y tenerlos
evaluados, había un mundo de posibilidades. La persona que realiza la revisión podría haber estrellado su coche o haber
tenido una discusión con su pareja —cualquier cosa
podría haber pasado para poner al evaluador de la prueba de mal humor por lo
4 que luego se las tomaría con mi examen. ¡Diablos! Un rayo cósmico podría haber golpeado a mi examen y cambiado
todas las respuestas y no para mejor —por lo que sabía.
—No seas estúpido —has aprobado, —me dije.
Era simple. Yo tenía que aprobar. No había otra opción.
Cuatro buenos “Aprobado” de nivel, era todo lo que necesitaba. Entonces estaba en la universidad. Arriba, arriba y
fuera de aquí. Y un año antes que todos mis amigos.
Usted ha aprobado…
Un pensamiento positivo. Traté de desenterrar la confianza de algún lugar en lo más profundo. Entonces me sentí
incluso más estúpido y dejé de intentarlo. Pero era como mi padre siempre decía: “La tentación se apoya en el timbre
de la puerta, pero la oportunidad golpea una sola vez.” Y yo sabía muy bien que mis niveles de A eran mi mejor
oportunidad no solo para empezar con buen pie, sino también para despegar y volar. Papá estaba lleno de citas de
galletas de la fortuna como esa. Sus “lecciones de la vida” como él las llamaba, eran sermones aburridos que mi
hermano Adam y yo habíamos escuchado antes por lo menos un millón de veces.
Pero cada vez que tratábamos de decírselo a papá, él replicaba: “Desperdicié todas las oportunidades que la vida puso
en mi camino. Que me cuelguen si voy a dejar que mis hijos hagan lo mismo.” En otras palabras, ¡duro!
Dante, deja de preocuparte. Has aprobado…
La universidad era sólo el medio para un fin. Quiero decir, sí, estaba deseando ir a la universidad, conocer gente nueva,
aprender cosas nuevas, estar en un lugar diferente y ser totalmente independiente. Pero estaba mirando mucho más
allá. Una vez que tuviera un trabajo decente, las cosas serían diferentes —o al menos lo serían cuando pagara mi
préstamo estudiantil. Pero el punto es que mi familia no tendría que rasguñar por cada centavo. Ni siquiera podía
recordar la última vez que tuvimos unas vacaciones en el extranjero.
Tres pasos impacientes me llevaron a la ventana del salón. Empujando a un lado la cortina de color gris sucio con efecto
servilleta, mire hacia arriba y hacia abajo de la carretera. La mañana de agosto ya era luminosa y soleada. Tal vez era un
buen augurio —si alguien cree en esas cosas. En voz alta, yo no creía.
¿Dónde diablos estaba el cartero?
¿No sabía que tenía todo mi futuro en su cartera? Es gracioso como una hoja de
papel iba a cambiar el resto de mi vida. 5
Necesito aprobar mi examen… Realmente necesito aprobar…
Las palabras se reproducían en mi mente como una frase recurrente de una canción en verdad irritante. Yo jamás, jamás
deseé tanto algo en mi vida.
Tal vez porque mis resultados A de los exámenes de nivel eran mi vida. Todo mi futuro se basaba en una hoja de papel y
en unas pocas letras al principio del alfabeto —cuanto más cerca de la parte superior, mejor.
Dejé caer la cortina en su lugar, limpiando mis polvorientas manos en mis pantalones vaqueros. ¿Qué era lo que tenía el
polvo de las cortinas que les hacía parecer casi pegajosas? Miré las cortinas críticamente. ¿Cuándo fue la última vez que
habían visto agua y detergente? ¿Cuándo fue la primera vez, ya que estamos? Habían estado colgadas desde que ayudé
a mamá a colocarlas. ¿Cuándo fue eso? ¿Hace unos nueve años, más o menos? Cada vez que me tocaba pasar la
aspiradora, yo aspiraba las cortinas con la manguera, con la esperanza de deshacerme de un poco de polvo de esa
manera. Sin embargo, las cortinas se habían vuelto demasiado frágiles para soportar ese tratamiento. Papá prometió
bajarlas y lavarlas o comprar otras nuevas, pero por alguna razón nunca llegó a hacerlo. Mirando alrededor del cuarto,
me preguntaba ¿qué podía hacer para pasar el tiempo? Algo para ocupar mi mente… algo para pensar en otra cosa…
Sonó el timbre —como una señal. Yo estaba en la puerta en una corazonada, lanzándome para abrirla con temor
ansioso.
No era el cartero.
Era Melanie.
Me quedé mirándola. Me tomó un par de segundos registrar el hecho de que no estaba sola. Contemplé el contenido
del cochecito a su lado.
—Hola, Dante.
No dije palabra. El bebé en el cochecito tenía toda mi atención.
—¿P-puedo pasar?
—Er… si. Por supuesto. —Me hice a un lado. Melanie pasó el coche delante de mí. Cerré la puerta detrás de ella,
frunciendo el ceño. Se quedó de pie en el pasillo, mordiendo la esquina de su labio inferior. Me observaba expectante,
como una actriz esperando su señal. Pero ella sabía dónde estaba la sala de estar, había estado aquí antes.
—Entra, —Le indiqué la puerta abierta.
Mientras la seguía, mis pensamientos revolotean como abejas bailarinas. ¿Qué 6 estaba haciendo ella aquí? No la había
visto en… como un año y medio. ¿Qué es lo que quiere?
—¿Eres niñera? —Señalé al bulto en el coche.
—Sí, se puede decir que sí —dijo Melanie, mirando el montón de fotos familiares que papá había colocado en el alféizar
de la ventana, a cada lado del jarrón de cristal de plomo favorito de mamá, y alrededor de la sala.
Algunas eran de mías; más de Adam y la mayoría de mi mamá. Pero no había ninguna de ella durante el año pasado
antes de que muriera. Recuerdo que papá había querido tomarle alguna —siempre estaba tomando fotos— pero mamá
no se lo permitió. Y después de su muerte, no había tocado la cámara de nuevo. Mel saltaba de foto a foto,
estudiándolas atentamente antes de continuar. Para ser honesto, yo no veía qué era tan fascinante. Mientras Melanie
miraba las fotos, aproveché la oportunidad para echarle un ojo. Parecía la misma de siempre, tal vez un poco más
delgada, pero eso era todo. Estaba vestida con unos jeans negros y una chaqueta color azul oscuro sobre una remera
azul claro. Su cabello castaño oscuro era más corto que la última vez que la vi, corto y en punta. Pero ella seguía siendo
impresionante, con los ojos marrones más grandes que había visto, enmarcados por las más largas y oscuras pestañas.
Mire hacia el bulto en el coche, que estaba mirando fascinado la luz en medio del techo.
—¿Cómo se llama?
—Su nombre es Emma. —Pausa—. ¿Quieres cargarla?
—No. Quiero decir, er… no, gracias. —Las palabras salieron en una oleada de pánico. ¿Melanie estaba loca o qué? De
ninguna manera quería sostener a un bebé. Y todavía no me decía qué hacía aquí. No es que no estuviera contento de
verla. Solo que había pasado mucho tiempo, eso era todo. Melanie había abandonado la escuela hace un año y medio
atrás, y yo no la había visto ni sabido de ella desde entonces. Hasta donde yo sabía, nadie lo había hecho.
Y ahora estaba en mi casa.
Como si leyera mi mente, Melanie dijo:
—Me fui a vivir con mi tía. Estoy de vuelta por el día visitando a un amigo y, solo estaba de paso y pensé en venir y decir
hola. Espero que no te importe.
Negué con la cabeza y saqué a relucir una sonrisa, sintiéndome inesperadamente incómodo.
—Me voy hoy, en realidad, —continuó Melanie. 7
—De vuelta a la casa de tu tía, —asumí.
—No. Al norte. Me quedaré con unos amigos por un tiempo.
—Eso está bien.
Silencio.
—¿Puedo traerte algo? ¿Una bebida? —le dije al fin.
—Er… ¿un poco de agua? Un poco de agua estaría bien.
Me dirigí a la cocina y llené un vaso del grifo. —Ahí tienes. —Se lo entregué una vez que regresé a la sala de estar.
El vaso se sacudió un poco en su camino hacia sus labios. Melanie tomó dos o tres tragos y luego lo dejó en el alfeizar de
la ventana. Cogió una caja del bolsillo de su chaqueta y sacó un cigarrillo, empujándolo entre sus labios. —¿Te importa si
fumo? —preguntó ella, la llama del encendedor ya acercándose al final del cigarrillo.
—Er… no, pero a mi papá y a Adam sí. Especialmente a Adam. Él es un fascista anti-cigarrillos y los dos estarán de vuelta
pronto.
—¿Qué tan pronto? —preguntó Melanie con brusquedad.
Me encogí de hombros. —Treinta minutos más o menos.
¿Por qué el tono de urgencia en su voz? Por un momento me miró casi con… pánico.
—Oh, está bien. Pues bien, el olor habrá desaparecido para entonces, —dijo Mel, encendiéndolo de todos modos.
Maldita sea. A decir verdad, yo no estaba interesado en los cigarrillos tampoco. Melanie aspiró el cigarrillo como si
estuviera tratando de succionar todo el tabaco por su garganta. Cerró los ojos durante unos segundos, luego una oleada
de vapor gris salió de su nariz. Repugnante. Y el olor ya estaba llenando la habitación. Suspiré para mis adentros. Adam
va a ponerse loco. Melanie abrió los ojos y me miró, pero no dijo ni una palabra. Inhaló de su cigarrillo otra vez como si
fuera un tubo de oxígeno y su única fuente de aire.
—No sabía que fumabas, —le dije.
—Empecé hace casi un año. Es uno de los pocos placeres que me queda. —dijo Melanie.
Nos miramos. El silencio se extendió entre nosotros como un elástico tirante. Oh Dios. ¿Qué iba a decir ahora?
—Así que… ¿cómo estás? ¿Qué has estado haciendo? —No era mucho pero era lo 8 único que pude encontrar para
preguntar.
—He estado cuidando a Emma. —respondió Melanie.
—Quiero decir, ¿aparte de eso? —insistí un poco desesperado.
Una ligera sonrisa curvó una de las esquinas de la boca de Melanie. Ella se encogió de hombros, pero no contestó.
Volvió la cabeza para seguir mirando la habitación.
Silencio.
La bebé empezó a gorjear.
Un poco de ruido para romper el silencio estridente. Gracias a Dios por eso.
—¿Qué hay de ti? —Preguntó Melanie, retirando al bebé del coche y sosteniéndolo en el lado izquierdo de su cuerpo
mientras movía el cigarrillo a la derecha de sus labios—. ¿Qué has estado haciendo? —Sus ojos no estaban puestos en
mí, sin embargo. Estaba mirando la cara de la cosa en sus brazos. La cosa gorgoteaba más fuerte, tratando de acercarse
más a ella—. ¿Cuáles son tus planes ahora que has hecho tus niveles A, Dante?
Por primera vez desde que había llegado, ella me miró directamente y no apartó de inmediato su mirada. Y la mirada de
sus ojos era sorprendente. Su rostro no había cambiado mucho desde la última vez que la había visto, pero sus ojos sí.
Ellos parecían… mayores de alguna manera. Y tristes. Sacudí la cabeza. Era mi imaginación, corriendo en otra dirección
nuevamente. Melanie había envejecido por exactamente la misma cantidad de tiempo que yo.
—Estoy esperando los resultados de mi examen, —le dije—. Se supone que llegaran hoy.
—¿Cómo crees que lo hiciste?
Cruzando los dedos, los sostuve en alto. —He trabajado muy duro, pero si le dices a alguien, ¡te cazaré!
—Dios no permita que nadie se entere de que en realidad estás… enmendado. No te preocupes, tu secreto está a salvo
conmigo. —Melanie sonrió.
—Si he pasado, me voy a la universidad para hacer historia.
—¿Y después?
—Periodismo. Quiero ser periodista. Quiero escribir cosas que todo el mundo quiera leer.
—¿Quieres trabajar para una revista de chismes? —preguntó Melanie.
—¡Diablos, no! No un reportero de celebridades. Qué aburrido sería, ¿entrevistando a cabezas huecas sin talento que
son famosos por absolutamente 9 nada salvo ser famosos? No, gracias. —le dije, alterándome por el tema—. Quiero
cubrir las noticias apropiadas. Guerras y política, cosas como esas.
—Ah, eso suena más como el Dante que conozco. —dijo Melanie—. ¿Por qué?
La pregunta me tomó por sorpresa. —¿Perdón?
—¿Por qué informar sobre ese tipo de cosas significa tanto para ti?
Me encogí de hombros. —Me gusta la verdad, supongo. Alguien tiene que asegurarse de que la verdad sea dicha.
—¿Y ese alguien eres tú?
¿Qué tan pomposo debo haber parecido? Avergonzado, sonreí. —¿No lo sabías? Dante León Bridgeman es solo mi
nombre en la Tierra. En mi planeta se me conoce como Dante-Eón, luchando por la verdad, la justicia y los juegos de
computadora gratis para todos.
Melanie negó con la cabeza, sus labios temblando. —Estoy empezando a recordar porqué solías gustarme tanto.
¿Solía? —¿Tiempo pasado?
Ella bajó la mirada hacia el bebé en sus brazos. —He tenido otras cosas en mente desde que nos separamos, Dante.
—Como.
—Como Emma, por ejemplo.
—¿De quién es hija? ¿Es algún pariente?
Justo en ese momento, la bebé comenzó a gimotear. ¡Diablos! Sonaba como si la cosa estuviera siendo torturada por un
largo y fuerte grito.
—Necesita un cambio de pañal, —dijo Melanie—. Sostenla durante un segundo.
Tengo que deshacerme del cigarrillo.
Melanie empujó el bebé hacia mí y ya se estaba dando la vuelta así que no tuve más remedio que tomarla. Ella salió de
la sala y se dirigió a la cocina. Deshacerse de su cigarrillo ahora era puramente académico. La habitación entera
apestaba. Sostuve a la bebé con los brazos extendidos, tirando hacia atrás mi cabeza como una tortuga, para poner la
mayor distancia entre esa cosa y yo. Se oyó el ruido de agua cayendo del grifo, luego el golpe de la tapa del contenedor
cerrándose. Mi audición fue aumentada hasta el máximo mientras esperaba por el instante en que podría devolver esta
cosa que tenía en mis manos.
Mel volvió a entrar en la habitación. Con manos expertas, abrió la descomunal 10 bolsa azul marino colgada en la parte
posterior del coche y sacó una pálida alfombra amarillo bebé de plástico decorada con flores multicolores. La tumbó en
el suelo, alisándola hacia fuera. Luego vino un pañal desechable, una pequeña bolsa de plástico naranja y algunas
toallitas para la piel de bebé. Con una sonrisa triste, Melanie tomó al bebé de mis dóciles manos. Sin intención, mi alivio
fue audible. ¡Pero maldita sea! No quería hacer eso otra vez. Vi como Melanie se arrodillaba en la alfombra para colocar
al bebé sobre la alfombrilla de plástico.
Mientras yo abría las ventanas, Mel empezó a decir un montón de basura.
Palabras como:
—¿Voy a cambiar el pañal ahora? Si, lo haré. ¡Oh, sí lo haré!
Y se estaba poniendo peor. Afligido, observé como Melanie desataba el enterito todo-en-uno amarillo, y con cuidado
extraía las piernas del bebé de la ropa. ¿No iba a cambiar el pañal del bebé sobre la alfombra, verdad? Parecía que sí.
¡Qué asqueroso! Yo quería detenerla pero, ¿qué podía decir? Observé con horror como Melanie desabrochó el pañal
desechable.
¡Urgh!

Estaba lleno hasta rebosar de caca. Pegajosa, sucia, ultra-apestosa caca de bebé. Me sorprendió lograr mantener mi
desayuno en mi estómago. Pero me di vuelta y retrocedí rápidamente. No podría haberme movido más rápido si al
pañal le hubiesen brotado piernas y hubiese comenzado a perseguirme por toda la habitación.
—Deberías ver esto, —dijo Melanie—. Podrías aprender algo.
¡Sí, claro!
—Es bastante sencillo, —continuó Melanie—. Levantas las piernas ligeramente por los tobillos hasta que su trasero esté
fuera del pañal, luego lo secas hasta que esté lindo y limpio. —Dejó las toallitas en el pañal sucio—. Entonces retiras el
pañal viejo y colocas uno limpio debajo de ella. Luego lo fijas de esta manera, asegurándote de que no está demasiado
ajustado ni demasiado suelto. Ves. Es tan simple que incluso tú podrías hacerlo.
—Sí, pero ¿Por qué querría? —le pregunté.
Quiero decir, ¡duh!
Después de colocar el pañal sucio en la bolsa naranja y hacer un nudo en la parte superior de la misma, Melanie cerró el
enterito, antes de sostener a Emma contra ella, meciéndose suavemente. Las pestañas increíblemente largas del bebé
11 revoloteaban contra sus mejillas mientras sus ojos se cerraban. Melanie me tendió la bolsa del pañal sucio. Retrocedí
con horror.
—¿Podrías poner esto en la papelera, por favor? —Ella sonrió.
—Er…la cocina está en el mismo lugar. Ayúdate tu misma.
—¿Te importaría sostener a Emma entonces?
Oh Dios. ¿Caca o bebé? ¿Bebé o caca?
Tomé la bolsa del pañal de la mano de Mel, sosteniéndola con el brazo extendido entre el pulgar y el dedo índice.
Comencé llevándola con cautela, pero decidí que más rápido sería mejor. Mucho mejor. Así que corrí a la cocina, lo dejé
caer en la papelera de pedal, y luego me lavé las manos en el fregadero de la cocina como si estuviera por realizar una
cirugía. Me dirigí de nuevo a la sala de estar, con el zumbido de la risa de Melanie en mis oídos. Melanie me miró y
sonrió, sus ojos arrugados con diversión. Yo no sabía lo que era tan divertido, pero la sonrisa con dientes de Melanie
trajo un torrente de recuerdos espontáneamente. Recuerdos de cosas que no había olvidado exactamente, pero
recuerdos que había enterrado en algún lugar donde no eran fácilmente accesibles. Me senté, más confundido que
nunca. ¿Qué era lo que estaba haciendo Melanie aquí? De alguna manera, “solo de paso” no sonaba muy convincente.
—Mel, ¿por qué...?
—Shh, se ha quedado dormida, —susurró Melanie. Puso a la bebé en su coche y fue tan gentil, que la bebé no se movió
ni una sola vez. Melanie se enderezó, mordiendo repetidamente un lado de su labio inferior. Me quedé sentado. De
repente, como si decidiera algo en el fragor del momento, Melanie rebuscó en su gran bolsa de bebé y sacó una hoja
doblada de color beige-rosa.
—Lee esto, —dijo, empujando el papel hacia mí.
Dudé. —¿Qué es?
—Léelo.
Frunciendo el ceño, lo tomé de su mano y lo desdoblé.
La miré fijamente. —¿Tú… tú eres la madre del bebé?
Melanie asintió lentamente. —Dante, yo… no sé cómo decir esto sin… bueno, sin solo decirlo.
Ella no tenía que decir nada. El certificado de nacimiento explicaba mucho y decía muy poco. Melanie había tenido un
bebé. Ella era madre. Tuve problemas para asumirlo. Melanie tenía mi edad. ¿Y tenía un hijo?
—Dante, tengo que decirte algo…
Melanie no tenía diecinueve todavía. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida para tener un hijo a nuestra edad? ¿No
había oído hablar de la píldora?
Los hijos eran para personas en sus treinta y tantos años que tuvieran hipotecas, un empleo estable y buenos ahorros
en el banco. Los niños eran para aquellas personas tristes que no tenían nada que hacer en sus vidas.
—Dante, ¿estás escuchando?
—¿Ah? —Yo todavía estaba tratando meter en mi cabeza el hecho de que Melanie era mamá.
Melanie tomó una respiración profunda, seguida de cerca por otra. —Dante, tú eres el padre. Emma es nuestra hija.

2
Adam
¿Cuánto apestaba esto? Me había despertado con un dolor de cabeza y mi mañana fue rápidamente cuesta abajo
desde entonces. Cometí el error de no ocultar lo mucho que me dolía la cabeza cuando bajé a desayunar.
—Adam, ¿otro dolor de cabeza? —Papá frunció el ceño mientras me sentaba a la mesa de la cocina.
Asentí. Miles de ñus iban en estampida por mi cabeza. De nuevo.
—¿Es uno de los malos? —preguntó papá.
—No es uno bueno. —Me froté las sienes con los dedos de adelante hacia atrás. Durante el último par de semanas,
había estado teniendo irregulares, pero terribles
dolores de cabeza. 15
—¿Por qué no pones más de tu parte y tomas algunos analgésicos? —gruñó mi hermano Dante.
—Porque mi cuerpo es un templo —le informé—. Tú sabes que no creo en lo de tomar analgésicos.
—Apenas se puede considerar como “tomar píldoras” si te tomas un par de paracetamol cuando te duele la cabeza —
argumentó Dante.
—No voy a tomar ningún comprimido. ¿De acuerdo? —contesté bruscamente.
—Sufre entonces —dijo Dante uniformemente.
—Ya es suficiente, Adam —dijo papá—. Es hora de que vayas al médico. De ninguna manera. Quiero decir, de ninguna
manera. —No es tan malo, papá — negué rápidamente.
—Adam, has estado teniendo demasiados dolores de cabeza recientemente. —Es el calor —le dije, apartando mi tazón
de copos de maíz. Solo de verlos me dieron ganas de vomitar—. Solo necesito descansar un rato. Se siente como el
comienzo de una migraña.
—Has estado teniendo dolores de cabeza desde el partido contra la escuela Colliers Green —dijo Dante pensativo—.
¿Estás seguro de que estás…?
—No empieces a molestar tú también, —le dije.
Dante me dio una mirada helada. —Bueno, perdón por preocuparme.
—No necesito que andes cacareando alrededor mío como una madre gallina —le dije a mi hermano. Fue un poco
injusto, lo sé. Pero la única palabra peor que “doctor” en mi vocabulario, era “hospital”. Gotas de sudor ya estaban
irrumpiendo por todo mi cuerpo —y yo odio sudar.
—¿Qué partido? —preguntó papá.
—No fue gran cosa, —le dije. Realmente no quería entrar en esto ahora.
—Al parecer la pelota golpeó la cabeza de Adam —dijo Dante—. Por suerte su cabeza está completamente vacía, así
que no hubo ningún daño.
—Adam, tú nunca me dijiste eso —Papá frunció el ceño.
—No había nada que decir —le conteste—. Solo cabeceé la pelota cuando debería haberla esquivado.
—Me sorprende que te hayan elegido a ti para el partido —dijo Dante—. Están cayendo muy bajo ahí.
—Escucha, Dante, ¿Por qué no…? —Me estaba poniendo franca y completamente nervioso.
—Dante, eso en verdad no está ayudando, —interrumpió papá. 16
—Me callo entonces —dijo Dante, centrándose de nuevo en su tazón de copos de trigo.
—Papá no es necesario ir al médico. Es solo un dolor de cabeza. —Papá y Dante lo hacían empeorar. Solo necesitaba un
lugar oscuro y tranquilo.
Papá sacudió la cabeza. —Adam, ¿qué pasa contigo y todo lo medicinal?
—No todas las cosas medicinales. Estoy más que feliz de llevar un yeso medicado. Papá se puso de pie. —Nop. No esta
vez, Adam. Agarra tus zapatos. Te voy a llevar al médico.
No. No. NO.
—Pero te tienes que ir a trabajar. Si vamos al médico ahora, vamos a tener que esperar una hora antes de que nos vea
—le dije, la desesperación introduciéndose en mi voz.
—Es inevitable —dijo papá con dureza—. Como no puedo confiar en que vayas tú mismo, voy a tener que llevarte. —Se
puso de pie—. Llamaré al trabajo y les diré que voy a llegar tarde. Adam, ve y prepárate.
Cuando papá salió de la habitación, Dante levantó la cabeza y me sonrió.

—Dante, tienes que sacarme de esto, —le supliqué.


—No puedo hacerlo, amigo. No esta vez. Lo siento —Dante sonrió, sin sentirlo en absoluto—. Míralo de esta manera, al
menos solo vas al médico, no a la temida palabra con “H”.
—Muchísimas gracias —Fruncí el ceño.
—Cuando quieras, cara-de-sarna —dijo mi hermano—. Cuando quieras.
Así que ahí estaba yo, sentado en el auto de camino a la consulta del médico, y ni por mi vida se me ocurría una sola
cosa que pudiera hacer para salir de allí.

3
Dante
Las palabras de Melanie me golpearon como una bala entre los ojos. Pestañeé, buscando en su expresión una señal,
algún signo, cualquier indicio de que esto era alguna broma. Pero la expresión de Melanie no cambió. Me levanté del
reposabrazos listo para devolverle sus palabras, solo que mis piernas comenzaron a disolverse por lo que colapsé y me
senté. Mi mirada nunca abandonó el rostro de Melanie. No hablé. No podía hablar. No podía pensar, por cierto no sobre
el sonido de mi corazón latiendo como los puñetazos de un boxeador de peso pesado. Me senté esperando, dispuesto,
deseando que Melanie se retractara. ¡Ja! No es cierto. Sólo bromeaba. Tonta Abril. Te lo has creído. Pero ella no dijo
ninguna de esas cosas. No era verdad. ¿Cómo podría ser verdad?
Mi estómago estaba pesado. Una seca pesadez. Mi cuerpo comenzaba a temblar, desde muy adentro y yendo hacia
fuera como ondas en la superficie de un estanque. Mi corazón no era lo único que estaba golpeando. Mi cabeza
comenzaba a doler.
Comencé a recordar cosas que no quería.
La noche de la fiesta de mi amigo Rick. El día siguiente al del Boxeo, hace como dos años. Diecinueve, no, veinte meses
atrás para ser exactos. Los padres de Rick estaban fuera por las fiestas, dejando a Rick y a su hermana mayor, solos en
casa. Excepto que la hermana de Rick decidió pasar algunos días con su novio. Dejando a Rick solo, para irse de juerga.
Bebí demasiado esa noche. Pero también lo hizo Melanie. Lo hicieron todos.
Recuerdo esa noche como si viera una serie de instantáneas. Y mientras más tarde se hacía, las instantáneas se volvían
más borrosas. Melanie y yo llevábamos saliendo solo un par de meses. Y tuve una Navidad genial. Recibí la guitarra
eléctrica por la que había estado molestando a mi papá, incluso sabiendo que él realmente no podía permitírsela.
Melanie me compró un reloj. Yo le compré un collar. Camino a la fiesta, le advertí que su collar podría poner verde su
cuello. —Está bien —se rió—. Necesitarás una inyección contra el tétano cuando uses tu reloj. Creo que es justo
advertirte.
Ambos reímos y comenzamos a besarnos, y para el momento en que llegamos a la casa de Rick se había convertido en
un largo, largo beso, antes de que Rick abriera su puerta y nos arrastrara dentro. Bailamos. Y bebimos. Y nos liamos.
Bailamos un poco más. Bebimos un poco más. Nos liamos un poco más. 19
Alguien gritó que nos buscáramos un cuarto. Así que unos minutos después, entre risas, nos escabullimos e hicimos
justo eso. Recuerdo a Melanie reír mientras subíamos las escaleras. Estábamos tomados de las manos, creo, pero no
estoy muy seguro. Fuimos al primer cuarto que encontramos y entramos. Y tomé otro trago de mi bebida. Y Melanie
reía. Y empezamos a besarnos. Más instantáneas. Era la primera vez... para ambos. La primera y única vez.
Y toda la cosa... bueno, terminó antes de que tan siquiera comenzara. Había sido una carrera de “pestañea y pierde”, no
una maratón pulida y practicada. A decir verdad, me sentí desanimado. Recuerdo haber pensado ¿Entonces esto es?
¿Esto es todo? ¿Así que cómo podría uno solo encuentro, que duró solo eso...? No, esa no es la palabra. Eso no duró. No
iba a durar. Y por cierto no en la forma de... de...
—Oh, mi Dios... Mi mirada se desvió de Melanie al aún dormido contenido del cochecito. Un bebé. Un hijo. ¿Mi hija?
—No te creo. —Me paré otra vez—. Mi nombre ni siquiera está en el certificado de nacimiento. ¿Cómo puedes estar
segura de que es mía?

4
Adam
—Papá, en realidad no necesito estar aquí. —La desesperación en mi voz era muy evidente, pero no pude evitarlo.
—Adam, lo necesitas para superar esta fobia que tienes a los médicos. —Papá frunció el ceño—. Bueno, veremos a la
doctora Planter y luego nos iremos. ¿De acuerdo? No, no estaba de acuerdo.
Si me levantaba y corría, ¿cuánto tiempo tendría antes de que papá me alcanzara? Pensé seriamente en la respuesta,
pero finalmente decidí no hacerlo. Yo tenía velocidad pero papá tenía resistencia. Él sólo me esperaría y me arrastraría
de vuelta aquí. Y encima de eso, estaría cabreado conmigo. 21
Aguanta ahí dentro, Adam. En menos de diez minutos, todo habrá terminado. El doctor me dirá que tome unos
calmantes y nos arrojará afuera y eso será todo. Y entonces papá me dejará tranquilo.
Miré alrededor de la sala de espera del médico, que contenía seis filas de cinco sillas, y carteles de salud, que cubrían,
tanto como era posible, las desastrosas paredes pintadas de verde lima. La sala de espera estaba medio llena, en su
mayoría con madres y sus hijos o viejos debiluchos de más de cuarenta. Y la mitad de la gente en la sala tosía. Quiero
decir, ¿qué pasa con eso? Es agosto, por el amor de Dios. ¿Quién se resfría en agosto? Sólo Dios sabía que gérmenes
estaba respirando. ¿Qué estábamos siquiera haciendo aquí? Me dolía la cabeza, así de simple. ¿Desde cuándo alguien
necesita ver a un médico por un dolor de cabeza? Había intentado decírselo a papá los diez minutos que tomó el viaje
en auto para llegar hasta aquí, pero él no quiso escuchar. Una vez que se le mete algo en sus calzoncillos, acerca de lo
que sea, eso es todo. Caso cerrado. Fin de la historia.
Dante es justo igual.
—Adam Bridgeman a la sala cinco, por favor. Adam Bridgeman a la sala cinco, por favor.
El anuncio llegó a través del altoparlante y el sistema de mensajería electrónico desplazable en la pared de la parte
delantera de la sala de espera, decía lo mismo.
Papá ya estaba de pie.
—Tú puedes esperar aquí si gustas, papá. Voy a ir yo solo.
Papá levantó una ceja. —Está bien, hijo. Voy a entrar contigo.
Suspiré y me puse de pie. Eso era exactamente lo que yo temía. Este día estaba resultando realmente una mierda —y
aún ni siquiera era mediodía.

5
Dante
Los labios de Melanie se endurecieron, sus ojos café se volvieron oscura obsidiana.
Su expresión se endureció como si se hubiera convertido en piedra.
—No ando acostándome con cualquiera, Dante. Además no he estado con nadie más que tú —declaró fríamente—. Y si
lo dices otra vez, te abofetearé. Para tu información, no pude poner tu nombre en el certificado de nacimiento porque
tú no estabas conmigo cuando fui a registrar a Emma. Me dijeron que solo podía poner tú nombre como el del papá si
estábamos casados o si tú estabas presente. Me miró. Yo la miré, encontrando cada vez más difícil respirar. Entonces
Melanie suspiró.
—Mira, yo... yo no vine aquí para discutir contigo. Esa no era mi intención.
—Entonces, ¿por qué viniste?
Melanie buscó los cigarrillos en su bolso. Tomó uno y se lo estaba llevando a los labios cuando inesperadamente lo
partió en dos. El tabaco roció la alfombra. Mel metió las dos mitades a su bolsillo antes de deslizar una temblorosa
mano por su cabello.
—Dante, necesito hablar contigo pero se me está acabando el tiempo.
—No lo entiendo. No entendía un montón de cosas. Melanie entró a mi casa y tiró una bomba en toda mi vida. Una
bomba que estaba durmiendo pacíficamente en este cochecito.
—¿Cómo... cómo fue que no te hiciste un aborto?
Melanie me miró y se encogió de hombros. Un encogimiento que significaba muy poco, pero combinado con su sombría
expresión, mostraba todo lo contrario. —Dante, lo pensé. No pensé en nada más por días y semanas. Incluso fui donde
mi doctor así él podía enviarme a mi hospital local para terminarlo. Pero al final no lo hice.
—¿Por qué no?
—Porque al momento de enterarme que estaba embarazada, Emma nunca me pareció algo tan poco real para mí. Así
que ¿cómo podría terminarlo? Yo simplemente no pude hacerlo.
—¿Tú... tú pensaste en darla en adopción cuando naciera?
Melanie me estudió, su rostro era una máscara.
—Me culpas —dijo en voz baja.
—No. No, no lo hago. Yo sólo... sólo estoy tratando de comprender todo esto.
Tratando. Y fallando.
—Me tomó un vistazo a Emma y supe que tampoco podría hacerlo. Mi tía hizo su mejor esfuerzo para persuadirme de
darla en adopción, pero no pude. Mi madre ya me había echado por quedar embarazada y mi tía solo me dejó
quedarme porque le dije que la entregaría en adopción cuando naciera.
Los ojos de Melanie brillaban con lágrimas no derramadas.
—Pero la primera vez que vi a Emma, se sintió como la única cosa que tenía en todo el mundo. Si la perdiera, no tendría
nada...
—¿Tu mamá te echó? —Yo no sabía qué decir, cómo reaccionar a eso. ¿Cómo pudieron diez olvidables minutos sin
importancia, poner nuestras vidas
completamente de cabeza?—. ¿Por qué no me contaste? 24
La más leves de las sonrisas.
—¿Qué hubieras hecho, Dante?
—Yo... yo... no tengo idea. Pero atravesar todo eso sola...
—Dante, tienes problemas al sostener una bolsa de pañales. Sostenías a Emma como si fuera una bomba de tiempo. Así
que ¿qué es lo que crees que podrías haber hecho?
Mi mirada en blanco fue respuesta suficiente, creo.
—Exactamente —dijo Melanie—. Ese es el porqué no le di tu nombre a los encargados del registro cuando preguntaron
por el padre. —¿Pero tu tía te dejó quedarte después que naciera la bebé?
—Sip. Solo temporalmente —dijo Mel—. Pero ahora debo encontrar algún otro lugar para vivir.
—¿Es el porqué tú y la bebé se dirigen hacia el norte? ¿A causa de tu tía? — pregunté.
Melanie asintió. Miró su reloj.
—Dante, ¿podrías hacerme un favor?
—¿Qué?
—¿Podrías cuidar a Emma por un rato? Necesito pasarme por las tiendas y comprar más pañales y unas cosas más.
¡Demonios, no!
—¿Por qué no puedes llevar eso contigo?
—Deja de llamarla “eso”. Y a Emma no le gusta que la muevan tan pronto como se queda dormida. Se despertará y
llorará y será realmente miserable.
¿Cómo eso era mi problema, exactamente?
Excepto que la bebé se supone que es... mi... mi... mía. Comencé a girar para mirarla, pero no pude. Si no miro... si no la
conozco entonces no sería real. Nada de esto sería real. Desearía que apareciera alguien frente a mí que me dijera qué
pensar y cómo sentir. Porque yo no tenía ni idea. Todo lo que siento es... miedo. Borra eso, aterrado. El corazón
acelerado, sudor frío, dolor de estómago, abrumadoramente aterrador. ¿Qué es lo que Melanie quiere de mí?
Empecé a sacudir la cabeza.
—Por favor, Dante —me engatusó Melanie—. Estaré de regreso mucho antes de que Emma se despierte, lo prometo.
Ella dormirá por un par de horas.
—Melanie, si ella se despierta yo no tengo la menor idea de qué hacer. —Y Dios 25 sabe que esa era la verdad.
—No tendrás que hacer nada. Estaré de regreso en quince minutos o menos. ¿Está bien? —Melanie ya estaba
levantándose y yendo a la puerta principal.
—No puedes simplemente dejarme eso —protesté.
—Al menos podrías llamar a Emma “ella” en vez de “eso”.
—Melanie, en serio —dije—. No hay forma de que dejes un bebé aquí.
—Oh, sobreponte, Dante. Volveré, ¿no es así?
—No puedes dejar a tu bebé aquí —insistí, mi voz sonó como un cristal roto con un toque de pánico—. Yo iba saliendo.
—Sip, pero no inmediatamente. Dijiste que estabas esperando los resultados de tu examen. Volveré pronto —Melanie
iba ahora atravesando la puerta principal abierta—. Y ella no es solo “mi” bebé. Ella es tuya también. Recuérdalo.
—Melanie, espera. No es correcto. No puedes solo...
Pero ella ya estaba cruzando la calle.
—Te veo en un minuto.

—¿Por qué no voy yo a comprar las cosas que necesitas y tu puedes cuidar de tu bebé? —grité detrás de ella.
Melanie se volteó pero no se acercó. Su mirada se mantuvo alejada de la mía. Si no lo supiera mejor, hubiese pensado
que ella estaba solo a un suspiro de las lágrimas. —Dante, ¿qué marca de pañales compro? ¿Qué tipo de comida le
gusta a Emma? ¿Qué pongo en su piel cada noche después de bañarla? ¿Qué pomada uso cuando tiene una rozadura
por su pañal? ¿Qué libro le leo cada noche antes que se vaya a dormir?
—Bueno, no vas a encontrar todo eso ahora, ¿o sí? —señalé—. Así que sólo dime qué comprar y lo traeré.
—Dante, ¿cuál es tu problema? ¿Te preocupa que vaya a saltar y te muerda los tobillos o algo? Regresaré pronto. ¿Está
bien? Y luego podremos tener una charla apropiada.
No, no estaba bien. Y no quería hablar ni nada más con Melanie. Yo quería, necesitaba que ella se fuera con su bebé y
nunca regresara. Si solo pudiese regresar a la cama y borrar mi mañana, despertar y comenzar otra vez. Con la
frustración en aumento, observé como Melanie caminaba. Con cada paso que daba lejos de mí, el nudo dentro de mi
estómago crecía. Volví a entrar. Quería cerrar de golpe la 26 puerta principal y seguir golpeándola hasta que la cosa se
cayera de sus bisagras, pero no podía lidiar con la bebé despierta antes que Melanie regresara.
Tengo una niña. Llamada Emma. Mi hija... Oh, Dios... ¿Qué es lo que iba a hacer? Papá... ¿Qué es lo que mi papá va a
decir? ¿Y mi hermano? ¿Y mis amigos? Oh, Dios... El timbre de la puerta. Melanie. Ha regresado. Gracias a los dioses.
Pero eso fue rápido... Oh... ya lo entendí. Ella va a decirme que todo era una broma. Probablemente lo arregló con mi
compañero, Joshua. Esta era la clase de cosas que él haría. Josh por nombre y josh por naturaleza. Si es que esto era su
idea de una broma, entonces cuando lo tuviera a mi alcance, ¡me lanzaría sobre él! Partí a abrir la puerta.
—¡Hola! Un paquete de su papá que necesita su firma y unas cartas —dijo el cartero alegremente.
Aturdido, escribí mi firma sobre la caja electrónica con el lápiz sin tinta que me facilitó el cartero. Me entregó un sobre
acolchado tamaño oficio y varias cartas. La carta de arriba estaba dirigida a mí. Levanté mi cabeza para agradecer al
cartero pero él ya estaba de camino a la siguiente casa.
Al cerrar la puerta, me medio caí, medio me apoyé en ella. No me quería mover del lugar. Y ciertamente no quería ir al
salón. A decir verdad, estaba petrificado por volver ahí. Y si me quedaba tal cual, con mis ojos cerrados y esperaba,
entonces, tal vez, sólo tal vez, nada de esto sería real.
Puse el sobre de papá y lo que parecían dos facturas en la mesa del teléfono del pasillo. En piloto automático, abrí la
carta dirigida a mí. Eran los resultados de mi examen. Sintiéndome congelado y muy solo, bajé la vista al trozo de papel
en mi mano. Cuatro Sobresalientes. En el salón, la bebé comenzó a llorar. 27

6
Dante
Me senté en el sillón en frente del cochecito y vi la cara arrugada de la bebé, lágrimas fluyendo como riachuelos de sus
ojos y por sus mejillas. Me miraba justo como yo la miraba a ella. Se me ocurrió que en ese momento la bebé y yo
sentíamos exactamente lo mismo. Y me refiero a exactamente lo mismo.
El bebé lloraba y lloraba y luego lloraba un poco más. Tenía suerte. Dios sabe que quería unírmele, pero no podía, los
chicos no lloran, mi papá siempre nos decía eso a mi hermano y a mí, además, ¿qué bien haría eso?
Dos minutos se convirtieron en cinco, y esos cinco en diez, y todo iba cada vez más alto. Mi cabeza iba a explotar. No me
podía quedar en la misma habitación más tiempo, simplemente no podía. Poniéndome de pie de un salto, dejé la
habitación, 28 cerrando la puerta firmemente detrás de mí. Rumbo a la cocina, me serví un vaso de jugo de manzana y
me lo bebí de un sorbo, contando los momentos hasta que el timbre de la puerta sonara, ¿dónde rayos estaba Melanie?
Quince minutos vinieron y fueron duplicados. El ruido en la sala todavía continuaba, pero el quejido estridente fue
reemplazado por algo más agotado y resentido, caminé por el pasillo, todavía tratando de hacerme una idea de cómo
mi vida estaba amenazando con disolverme.
Mantente fuerte, Dante. Entrar en pánico no resolverá nada.
Melanie volvería pronto, tomaría al bebé y se iría al norte y nadie sabría nunca ni siquiera que estuvieron aquí. Nadie
sabría nada más. Podría continuar con mi vida y ella lo podría hacer con la suya.
En alguna parte de mi cincuentenario circuito por la sala, mi teléfono sonó en mi bolsillo. El número era desconocido.
—¿Hola?
—Dante, soy yo. Melanie.
—¿Dónde demonios estás? Dijiste que estarías aquí en quince minutos. Eso fue hace casi una hora.
Silencio.
Cálmate, Dante. Me forcé a respirar profundo. —Mel, ¿dónde estás?
—Lo siento mucho. —Y Melanie sonaba genuinamente alterada.
—Bueno, mientras te encuentres de camino ahora.
—No lo estoy.
¿Qué…? —¿Perdón?
—No estoy de camino.
—Bueno ¿cuánto tiempo tardarás en volver entonces?
—Dante, no volveré.
—¿Ah?
—No puedo hacerle frente, Dante. He tratado y tratado pero no puedo. Necesito algo de tiempo para poner mis
pensamientos en orden. Así que supongo que Emma estará mejor contigo, tú eres su papá.
Cayendo de un avión sin paracaídas. Cayendo una y otra vez, el suelo yendo hacia arriba para encontrarse conmigo. No
puedo pensar en otra forma para describir ese momento. Cayendo duro y fuerte y sabiendo que no había ninguna
escapatoria…
—Melanie, no puedes hacer esto. No puedo simplemente dejármela a mí porque
estás teniendo un mal día. 29
—¿Un mal día? ¿Crees que eso es todo esto?
—Mira, sólo vuelve y podemos hablar acerca de eso, —dije, todavía tratando desesperadamente de mantener la calma.
—¿Crees que quiero hacer esto? —El constante de sonido de mocos siendo sorbidos en las palabras de Mel me decía
que si ella no estaba ya llorando, estaba muy cerca de ello—. Detesto dejar a Emma, pero no tengo opción.
—¿De qué estás hablando? Tienes una opción. Es tu hija.
—Ella también es tu hija.
—Pero eres su mamá.
—Y tú eres su papá, —replicó Melanie—. ¿Qué sé acerca de la educación de un niño? No es como si mi papá se hubiera
preocupado lo suficiente de mí o de mi hermana para quedarse y mi mamá tuvo dos trabajos sólo para poner comida en
la mesa. Yo sola me levanté, Dante. No sé cómo levantar a nadie más y yo…Yo amo a Emma demasiado como para
arruinar su vida.
—Melanie, no puedes dejarla acá.
—Tengo que hacerlo, Dante. Si se queda conmigo, me temo que…

—¿Temes qué?
Melanie no contestaba.
—Contéstame. ¿Temes qué? —grité.
—Lo que podría suceder… lo que podría hacer… —La voz de Melanie estaba apenas encima de un susurro ahora.
—No entiendo…
—Dante, amo a nuestra hija, lo hago, moriría por ella, pero no tengo una vida. Emma y yo vivimos en el piso de mía del
tamaño de un armario debajo de las escaleras con ninguna posibilidad de conseguir algo mejor. Renuncié a mi vida, a
mis amigos, a mis sueños por Emma, y a veces cuando sólo somos ella y yo, y ella no deja de llorar… A veces los
pensamientos en mi mente me asustan. Las cosas que hago… Las cosas que quiero hacer me asustan. Emma merece
estar con alguien que pueda cuidar de ella apropiadamente.
Oh mi Dios… —Ese no soy yo, —protesté, apenas entendiendo lo que Mel estaba diciendo—. No sé ni la primera cosa
acerca de bebés.
—Tal vez no, pero aprenderás. Siempre tuviste más paciencia que yo. Y tienes a tu papá, a tu mamá, a tu hermano, una
casa grande, y a tus amigos.
Tenía que estar bromeando. —Mel, no hagas esto… 30
—Lo siento, Dante. Me iré ahora, hacia al norte por un tiempo.
Sacudí mi cabeza frenéticamente. —Melanie, por favor. No puedes. No puedes simplemente irte…
—Lo siento, Dante. Dile a Emma…dile que la amo.
—Melanie…
Pero ella colgó. Inmediatamente traté de llamarla otra vez pero su número estaba bloqueado. Miré a mi teléfono,
incapaz y reacio a creer en lo que había sucedido. Me tomó unos pocos momentos darme cuenta de que estaba
temblando, realmente temblando.
¿Era esto alguna clase de broma enfermiza?
El doloroso, constante retorcijón de mi estómago me dijo otra cosa.
Desechada. Melanie había abandonado a su bebé conmigo y dónde estaba ahora, solo Dios lo sabía. Ella estaba libre y
tranquila. ¿Y yo? A mí me habían dejado con una niña que supuestamente era mía. Bueno, diablos, no. Yo estaría en la
universidad en menos de un mes y no había modo de que dejara que Melanie y un bebé arruinaran mis planes, sin
mencionar mi vida. De ninguna forma.
El bebé cada vez hacía más ruido. Mi mundo estaba dando vueltas y fuera de control como agua bajando por un
desagüe, tenía que hacer algo con el maldito ruido. Yendo hacia el cochecito, miré hacia la cosa que se suponía era mi
bebé…mi hija. La palabra provocó un terremoto dentro de mí con una magnitud de diez en la escala de Richter. ¿Cómo
podía tener una hija? ¿Diez minutos de no mucho con Melanie y ahora tengo esta cosa gritándome? Y era tan fuerte
que no podía ni escuchar mis pensamientos.
—¿Podrías, por favor, dejar de llorar… solo por cinco minutos? —Las palabras estaban fuera de mi boca antes de que
me diera cuenta de cuán ridículas eran.
Como si pudiera razonar con la cosa en el cochecito.
Oh Dios, el ruido.
Haz algo… rápido.
Empujé el cochecito de forma que quedara en frente de la ventana. Tal vez si la cosa miraba para afuera, encontraría
algo con que distraerse y pararía de llorar. Saqué mi teléfono y me dirigí a la cocina donde no se podía oír el lamento
del bebé.
—Collete, ¿recuerdas a Melanie? Melanie Dyson —lancé antes de que ella pudiera
apenas decir hola. 31
—¿La chica que desapareció después de Navidad hace un tiempo?
—Sí, esa es.
—Por supuesto que la recuerdo. ¿Qué pasa con ella?
—Ustedes dos eran amigas, ¿o no?
—Bueno, no éramos enemigas pero no intercambiábamos diarios tampoco si eso es lo que quieres decir.
—Yo… supongo que no tienes su móvil actual o el número de su tía o dirección ¿o sí?
—No. ¿Y por qué de entre todas las cosas, tendría los datos detallados de la tía de Mel? —Podía imaginarme el ceño
fruncido de Collete.
—Bueno, Mel se fue a vivir con sus tíos así que pensé que podrías… —¿Cómo sabes eso?
—Mel me lo dijo.
—¿Cuándo te dijo eso?
Maldita sea. —Er…hace un tiempo.

—Espera, ¿ella era tu novia en aquellos días, no? ¿Por qué de pronto estás tan interesado en contactarla?
—Por ninguna razón en particular, —repliqué débilmente—. Solo me estaba preguntando por ella, eso es todo.
—Extraño momento para preguntarse por ella, —comentó Collete.
—¿Y sabrías cómo puedo ponerme en contacto con ella? —pregunté de nuevo, tratando de refrenar mi impaciencia.
—Nop. Lo siento, Dante. No tengo ni idea.
—Oh, está bien. ¿Sabes de alguien que podría saber entonces?
—No. Hasta donde sé, Melanie no se mantuvo en contacto con nadie.
Maldita sea. ¿Qué haría ahora?
—¿Tienes los resultados de tu examen? —preguntó Collete.
—Sí. Cuatro Sobresalientes. —la ignoré.
—Eso es fantástico. Felicitaciones. ¡Sabía que podrías pasar los exámenes, Señor Científico de Calle, Cabeza de Huevo!
—Gracias, creo.
¿Qué era lo que iba a hacer?
—¿Bueno? —replicó Collete. 32
—¿Qué?
—¿No me preguntarás acerca de los resultados de mi examen entonces? — preguntó, sonando un poco furiosa.
—Sí, claro. Estaba a punto de hacerlo. ¿Conseguiste las puntuaciones que querías? —Sí. Tres Sobresalientes y un
Aprobado. —El calor en la voz de Collete me dejó frío—. Así que iremos a la misma universidad. Diferentes facultades
pero la misma. No puedo esperar.
—Tampoco puedo esperar —repliqué ligeramente.
Collete y yo habíamos aplicado para la misma universidad más por suerte que por planes. Ella quería estudiar Ingeniería
de Sistemas con la posibilidad de convertirse en diseñadora de juegos, Collete estaba determinada a tener una carrera
que le diera un nombre y una fortuna. Su hermana mayor, Verónica, según Collete, era una trabajadora social recibía un
pago miserable por hacer un trabajo ingrato. Sonaba realmente poco atractivo.
—Aprenderé de los errores de la carrera de mi hermana, —Collete me había dicho, más de una vez.
¿Y yo? Yo siempre había querido ser periodista, desde que mamá murió. Nuestra primera opción de universidad estaba
a casi doscientos cuarenta kilómetros, lo que me venía bien, deseaba irme de casa y ser independiente, y más que eso,
si soy honesto, deseaba tener que preocuparme de Adam solo a larga distancia, él era mi hermano y me preocupaba por
él, pero Dios sabía que representaba un duro trabajo.
—Será tan estupendo, —decía Collete, entusiasmada—. ¿Todavía estás listo para celebrar mañana en la noche? Será
divertido ver a todos antes de que nos dispersemos por las cuatro esquinas de la tierra. Nunca entendí esa frase, la
tierra es una esfera, ¿así que cómo podría tener cuatro esquinas?
—El timbre de la puerta —mentí—. Me tengo que ir, hablamos luego. —Colgué antes de que Collete dijera otra palabra.
¿Qué era lo que iba a hacer?
Tenía que hacer algo… miré a mi reloj, papá y Adam volverían pronto. Tenía una hora o menos para tratar de solucionar
este desastre, tal vez… ¿tal vez podía esconderla hasta que me las arreglara para rastrear a Melanie?
Qué estúpida idea. ¿Cómo demonios iba a esconder a un bebé? Pero no podía organizar mis pensamientos siguiendo
alguna clase de orden de sensibilidad. 33 Nunca me di cuenta antes, pero el pánico era una ser vivo, y había echado
raíces dentro de mí y fue, implacablemente y sin tregua, carcomiéndose mi cuerpo entero.
Al menos el bebé había parado de llorar ahora.
Maldita sea. Mi error. Obviamente estaba tomándose un respiro para recargar su energía y para rellenar sus pulmones,
porque ahora estaba berreando incluso más alto que antes. Cerré la puerta de la cocina de nuevo.
Pasé los siguientes diez minutos llamando a amigos y amigos de amigos, tratando de encontrar a alguien, cualquiera que
pudiera darme más información acerca de dónde podría estar Melanie. No tuve suerte. Cuando abandonó la escuela,
cortó contacto no sólo conmigo, sino también con todos aquellos que ambos conocíamos. Después de veinte minutos,
tuve que admitir mi derrota. Aquellos que la recordaban no tenían ni idea de su paradero actual. Luego tuve otra idea.
Usé mi teléfono para revisar Facebook, si Mel estaba en Facebook, tal vez podía mandarle un mensaje o encontrar si
teníamos amigos en común que pudieran saber su locación. Pero ella no estaba en Facebook tampoco, traté todas las
variaciones de su nombre en que pude pensar –Mel, Melanie, Lanie, Lani, su primer nombre, su segundo nombre, su
apellido y cualquier cosa en medio pero seguía sin tener suerte.
Estaba bien y verdaderamente jodido.
Tenía que irme.
Caminé hacia la puerta principal, el sonido del bebé llorando envolviéndose a mí alrededor. Agarrándome.
Asfixiándome. Abrí la puerta, todo instinto diciéndome: corre.
Vete de ahí.
Escapa.
Pero el bebé todavía estaba sollozando en la sala…
Azotando la puerta principal, me volví y subí las escaleras de dos o tres hasta que llegué a mi habitación. Me arrojé a mi
cama, mirando al poster de Beyoncé en mi techo.
¿Qué era lo que iba a hacer?
No podía simplemente quedarme ahí, haciendo nada.
Necesitaba conseguir que Melanie volviera y se llevara a su hija, ¿pero cómo, si yo no tenía su número actual o la
dirección a la que se dirigía? Ni siquiera tenía el 34 nombre de su tía, ni hablar de otros datos para contactarla. Las
paredes se estaban cerrando en torno a mí y no había nada que pudiera hacer al respecto.
Me quedé mirando al techo, a la nada, y esperé.
Por una idea.
Por inspiración.
Por el regreso de Mel.
Por el final de esta pesadilla.
Por mi alarma sonando y despertándome.
Por una salida… Y esperé.
Después de casi diez minutos, el sonido de la planta baja, finalmente se desvaneció antes de cesar por completo. No me
moví. Conté cada fracción de segundo después de eso, esperando por el sonido del metal contra el metal, por el sonido
de una llave siendo volteada en la puerta principal.

7
Adam
—No voy a ir, papá.
—Oh, por el amor de Dios. —Papá agarró el volante apretándolo notablemente—. Adam, solo te vas hacer un examen
de sangre y un análisis. Eso es todo. ¿Por qué haces tanto drama por eso?
—No voy a ir.
El suspiro de papá fue largo y sentido, pero si pensaba que yo estaba bromeando, se equivocaba. Ni caballos salvajes
podrían arrastrarme dentro del hospital de nuevo. ¿Realmente papá pensaba que era muy joven como para recordar lo
que le ocurrió a mamá en uno de esos lugares? Si lo creía, entonces estaba equivocado. Yo había visto como mi mamá
se consumía mientras los médicos y el hospital le 35 chupaban la vida. Papá no entendía. Ni Dante. Ellos habían pensado
que yo era muy joven para saber lo que estaba ocurriendo en el momento, entonces nunca contestaron mis preguntas
adecuadamente o simplemente me ignoraban cuando quería saber sobre mamá y su enfermedad. No soy estúpido. Sé
que mamá murió de cáncer cervical. Lo sé. Pero ella quería venir a casa. Odiaba estar en el hospital, ella me lo contó. Y
no la habían dejado irse.
—La doctora Planter dijo que solo te enviaba por unos exámenes para ser precavidos, —dijo papá.
—También dijo que probablemente no era nada, solo una combinación del clima, fatiga y el estrés extra que siento por
mis exámenes, —le recordé a papá.
—Sí, pero no dolerá hacerte las pruebas.
Me volví a mirar por la ventana. No tenía sentido discutir, y además probablemente mis dolores de cabeza se
detendrían cuando llegáramos a la cita para el análisis.
Papá recordó encender la radio justo cuando nos cambiamos a nuestro carril. ¿Por qué molestarse cuando íbamos a
estar en casa en menos de un minuto? No era como si fuéramos a escuchar más de un verso a lo sumo. Papá empezó a
cantar en el momento en que reconoció la melodía. Y sonaba sangrientamente horrendo. No podía llevar el ritmo de la
melodía. —Papá tus cantos apestan, —le dije.
Nos detuvimos frente a la casa y papá apagó el motor. —Ustedes, chicos, simplemente no aprecian mis estilos musicales
únicos, —me informó con altanería. —Sigue diciéndote eso, —Abrí la puerta y esperé fuera del carro, incapaz de
escuchar otro ruido insoportable. Miré nuestra casa adosada con su puerta frontal color azul oscuro, los marcos de los
ventanales pintados de blanco y su alta compuerta de madera a un lado. Como un abrigo muy gastado pero confortable,
nuestra casa era especial en una forma que no era obvia. Era algo que no podía ser visto, solo se podía sentir. Y no era
lujosa de forma alguna, pero me alegraba de verla. Aunque mamá ya no estaba con nosotros, a veces cuando estaba
solo en casa o solo en un cuarto, juraría que podía oírla, casi oler la esencia a rosas que solía utilizar, casi oírla reír como
si se hallara en la otra habitación. Casi.
Es por eso que amaba nuestra casa. Es por eso que hasta donde yo sé, nunca quise vivir en otro lugar. Me dirigí al
sendero de mi jardín y giré mi llave en la puerta, con papá siguiéndome atrás, todavía hablándome de sus estilos
musicales. Juro 36 que hacía que mi dolor de cabeza empeorara.

8
Dante
Me senté despacio, mis dedos curvándose en la alfombra azul.
—Dante, estamos de vuelta. —La voz de Adam se oyó desde el pasillo—.
¿Llegaron los resultados de tu examen? ¿Cómo lo hiciste? Apuesto a que pasaste.
—¿Pasaste? —La voz de papá siguió la de Adam hacía arriba.
Me dirigí a la parte superior de la escalera, donde me senté. Mi corazón estaba golpeando contra mis costillas. Papá y
Adam me miraron expectantes.
—Entonces, ¿cómo te fue? —preguntó Adam con impaciencia.
—Cuatro Sobresalientes.
—¡Lo sabía! —dijo Adam con una enorme sonrisa en su rostro.
—Así que te las arreglaste para pasar, ¿verdad? —dijo papá. 37
Me tragué la decepción ardiendo dentro de mí. Pero, ¿qué esperaba yo? ¿Elogios por conseguir mi nivel ‘A’ a los
diecisiete años en lugar de los dieciocho? ¿Elogios por trabajar duro? Algo de esperanza.
—Sí. Me las arreglé para pasar.
—Bien por ti. No te esfuerces, papá, pensé con amargura. Nos miramos. Adam miró de mi padre a mí y de vuelta otra
vez, desconcertado — de la forma en que mi hermano lucía desconcertado cada vez que papá y yo teníamos una
‘conversación’.
—¿Irás a la universidad entonces? —dijo papá.
Me obligué a no mirar hacia la sala de estar. —Ese es el plan. Papá dio un resoplido antes de dirigirse a la cocina. —Si yo
tuviera tus posibilidades, sería millonario en estos momentos.
Y si tuviera una libra por cada vez que he oído eso yo sería un multimillonario en estos momentos.
Papá se volvió hacia mi hermano menor. —Adam, haré un café antes de irme al trabajo. ¿Quieres uno? Puedes utilizarlo
para tomarte un par de analgésicos.
—No, gracias —respondió mi hermano.
—¿Quieres tomar algo, Dante? Yo era una idea de último momento. —No, gracias, papá.
Mis puños estaban apretados, y ni aún por mi vida, podía hacer que mis manos se relajaran. ¿Mataría a mi padre
mostrar un poco más de entusiasmo?
—Así que eso significa que te irás de aquí y podré mudarme a tu dormitorio. ¡Sí! —Adam dio un puñetazo al aire.
Entonces, su mano voló a su sien y dejó escapar un gemido. ¡Que le sirva!
Fruncí el ceño. —Trata de no extrañarme demasiado.
—¿Estás bromeando? No te extrañaré en absoluto, —se burlaba Adam, todavía frotándose su sien—. Papá, ¿puedo
volver a pintar la habitación de Dante cuando se vaya? —gritó hacia la cocina, antes de volverse hacia mí—. Todos esos
patéticos posters tuyos pueden venirse abajo para empezar. —¿Para ser reemplazados por qué? ¿Posters de mariposas?
—Mariposas y huracanes, —dijo Adam, haciendo referencia a una canción de su
banda favorita. 38
—Mariposas y gatitos de ojos grandes, querrás decir.
Adam echó un vistazo alrededor para asegurarse de que papá no estaba mirando, antes de agitar dos dedos en mi
dirección. Si sólo papá pudiera ver lo que Adam, su pequeño ángel, levantaba a sus espaldas.
Y todo el tiempo, en la sala de estar...
Esto era insoportable —como esperar que el otro zapato caiga. Un zapato de hormigón, soltado desde una gran altura y
cayendo directamente a la parte superior de mi cabeza. Miré hacia la puerta entreabierta del salón —Adam empezó a
subir las escaleras, con una sonrisa lejana ante la perspectiva de conseguir mi dormitorio.
—Entonces, ¿qué ha dicho el médico, cara de sarna? —Le pregunté.
La sonrisa de mi hermano desapareció. —Ella quiere mandarme al hospital local para un examen de sangre.
—¿Qué te pasa?
—Nada —aparte del hecho de que tú eres mi hermano, —respondió Adam.
Estaba a punto de darle a Adam la respuesta que se merecía cuando un inconfundible sonido provino de la sala de estar.
Nada tan robusto como antes, pero aún igual de sonoro e inoportuno. La cabeza de Adam dio vuelta hacia la dirección
del ruido. Y el hecho de que el ruido hubiera comenzado abruptamente significaba que no podía ser la televisión o el
estéreo. No había manera de que saliera de esta.
—¿Qué demonios...? —Papá salió de la cocina.
Me levanté lentamente, mi corazón saltó y mi estómago dio un vuelco. Papá se dirigió a la sala de estar, seguido de
cerca por Adam. Me dirigí a la planta baja, cada paso como de plomo.
—Dante, ¿que está pasando? ¿Por qué hay un bebé aquí?
Yo estaba en la puerta de la sala de estar cuando papá le frunció el ceño al bebé. Se volvió hacia mí cuando no obtuvo
respuesta.
—¿Dante?
—Es... Melanie lo trajo. Temprano esta mañana. ¿La recuerdas? Melanie Dyson. Su nombre... el nombre del bebé es
Emma. Emma Dyson.
—¿Melanie está aquí? —Papá miró hacia el techo con el ceño fruncido. —¿Ella está
arriba? 39
—¡Ooh! Dante está arriba con una novia. —Adam sonrió.
En ese momento yo realmente, realmente quería golpearlo.
—Ella no es mi novia. Y no está arriba. Se ha ido...
—¿Adónde? —preguntó papá.
—Dijo que iba por algunos pañales y otras cosas para la bebé —le respondí—. Pero ella... ella...
—¿Qué? —El ceño fruncido de mi padre se profundizó.
Tragué saliva. —Ella no va a volver.
—¿Qué demonios…? —Papá miró de mí a la bebé, y viceversa—. ¿Por qué dejaría a su hermana pequeña aquí? ¿Ha
habido un accidente?
—No es su hermana. —Tomé una respiración profunda—. Es su hija.
—¿Su hija? ¿Por qué razón en la tierra traería...? —Papá me estudió, entornando los ojos—. Adam, sube a tu habitación
y haz algo.
—¿Como qué?
—No sé. Encuentra algo —espetó papá—. Y cierra la puerta detrás de ti.
La mirada de mi padre me invadió como un faro, dejándome sin un lugar donde ocultarme.

9
Adam

Traducido por Valen JV


Papá casi nunca me hablaba tan bruscamente, así que sabía que esto era serio. Desplacé mi mirada de papá a Dante y
de vuelta. Se estaban mirando. Mi dolor de cabeza y yo habíamos quedado en el olvido. Pero por lo menos mi dolor de
cabeza comenzaba a desaparecer, gracias a Dios. De ahora en adelante, otro dolor de cabeza y mantendría esa
información estrictamente para mí mismo.
¿Qué estaba pasando?
Salí de la habitación, sin cerrar completamente la puerta. Pisoteé arriba y abajo los dos primeros escalones, silenciando
mis pasos poco a poco para simular que estaba subiendo toda la escalera. Entonces caminé de puntillas hacia la puerta
entreabierta de la sala de estar. De ninguna manera me iba a perder esto. Tenía un 40 sin número de preguntas dando
vueltas en mi cabeza y yo no creía en eso de revolcarse felizmente en la ignorancia. No tenía la más mínima idea de lo
que estaba pasando, pero iba a asegurarme de descubrirlo.

10
Dante
De mala gana, fui a sentarme al sillón. Papá echó hacia atrás el cochecito, la mirada fija en su contenido mientras los
segundos pasaban. Cómo me hubiera gustado saber lo que estaba pensando. La bebé lo miró con atención, sus brazos
extendidos. Papá se llevó al bebé lloriqueando por su cochecito y se la acercó a su pecho. El llanto se detuvo casi al
instante. Puso su cabeza sobre el hombro de papá, que miro por la ventana, dándome la espalda. Pasó el tiempo, en
vacíos latidos. Finalmente se dio la vuelta.
—¿Dante, qué está pasando? —preguntó papá en voz baja.
—Melanie vino esta mañana… —comencé
—Ya habías dicho eso —interrumpió papá—. ¿Por qué dejó a su hija aquí? ¿Y qué 41 quieres decir con eso de que ella
no va a volver?
—Mel la dejo aquí porque dijo… ella no puede enfrentarlo. —Ya no miré a papá. No podía. Estaba inclinado hacia
adelante, hablando con la alfombra, casi doblado por el peso sobre mis hombros.
—¿Por qué dejó su hija aquí, Dante?
Silencio.
—Dante, te hice una pregunta.
—Ella dijo… Melanie dijo… dijo que es mi hija. Me dijo que yo soy el padre. —El prolongado silencio, profundo, hizo que
mi cabeza se alzara, aunque a regañadientes. Me senté lentamente. Necesitaba saber lo que papá estaba pensando y
sintiendo en ese momento, sin importar lo doloroso que fuera. Papá me miró, los ojos muy abiertos, la boca abierta de
sorpresa. Con un poco de esfuerzo se repuso.
—¿Esta es tu hija? —preguntó, con los ojos puestos en mi cara.
—No lo sé.
—¿Pero podría serlo?
—…Sí —murmuré.
—Tú, maldito idiota estúpido —dijo papá con intensidad—. Eres un estúpido, estúpido…
Su voz era muy suave. Demasiado tranquilo. Mucho. Debería gritar más.
Los ojos de mi padre se cerraron y apartó su rostro de mí. Abrió los ojos, pero todavía no podía mirarme. Y maldita sea,
pero dolía respirar mientras lo observaba. Cuando finalmente volvió a mirarme, su mirada afilada me clavó en la butaca.
Meneó la cabeza lentamente.
Vamos, papá. Dame el discurso, llámame de todo. Idiota… descuidado… irresponsable… tonto… imprudente… —aquellas
eran solamente algunas de las palabras que ya repiqueteaban alrededor de mi cabeza.
—¿Cómo puedes ser tan jodidamente estúpido?
Ah, aquí venía. La temperatura de su voz fue en aumento.
—Nunca me preocupé por ti de la manera en la que me preocupé por Adam porque pensé que tú tenías sentido común.
Tu madre siempre dijo que tú eras el sensato. Dijo que Adam era el idealista, el soñador, y que tú eras el que tenía la
cabeza en su lugar.
El fulgor de desprecio de mi padre me provocaba una hemorragia interna. —
¿Sabes algo? Por primera vez, me alegro de que tu madre no esté cerca para ver 42 esto.
La última púa encontró su objetivo, más que cualquier otra de las críticas de papá.
Con un corte profundo.
La voz de papá era antinaturalmente calmada. —Dante, no sé qué decirte. Estoy muy decepcionado de ti. Me has
decepcionado, pero mucho peor, te has decepcionado a ti mismo —Como si no supiera eso.
Papá sacudió la cabeza. —Simplemente no lo entiendes, ¿verdad? Quería que aspiraras a algo más elevado que tener un
hijo a los diecisiete años, por el amor de Dios. Pensé que te había educado para ser algo más que un cliché.
¿Es esto realmente lo que papá pensaba que yo quería para mí? Yo quería hacer algo con mi vida, ser alguien. Yo no
quería nada de esto. ¿Acaso no entendía? Papá miró el paquete que se retorcía en sus brazos. —¿Así que su madre ha
huido y te ha dejado con la bebé?
Asentí con la cabeza.
Papá sonrió tristemente. —Que irónico.
—¿Qué quieres decir?

Hacer de fugitivo suele ser de la provincia del hombre, no de la mujer —dijo papá. Se acerco a mí—. Adelante, Sostenla.
—¿Qué?
—¿No has sostenido a tu hija todavía?
Negué con la cabeza. Sólo con el brazo extendido, cuando Mel había entrado en la cocina. —En realidad no —le dije.
Tampoco quería. ¿No podía ver eso?
—Cógela, Dante.
—¿Y si la dejo caer?
—No lo harás—dijo papá— Solo sostenla como si lo quisieras.
Yo no me moví. No quería sostener a esa cosa. Pero uno de nosotros se tenía que mover y sabía que no iba a ser mi
papá. Tomé la cosa, sosteniéndola torpemente.
Se retorció en mis manos, a punto de llorar de nuevo.
—Sostenla bien —dijo papá.
¿Cómo demonios funciona esto? Aterrorizado, iba a soltarla, la atraje más cerca hacia mi pecho y reajuste mi apretón
hasta que su mejilla estuviera contra mi hombro. Por suerte, se acomodó y se quedó inmóvil. Llevó una pequeña mano
apretada en un puño contra mi camiseta. Despedía un olor a bebé, como loción para bebes y leche. Su cuerpo era cálido
contra el mío. Su pelo era suave y sedoso 43 debajo de mi barbilla.
Y yo lo odiaba.
Papá se sentó en el sofá. —Dime todo lo que pasó esta mañana —dijo con voz acerada.
Así que le conté —la versión editada, pero aún aquello sonaba condenatorio. Cuando terminé, el negó con la cabeza,
sus ojos entrecerrados mientras me contemplaba. Él estaba más allá de enojado, pero a diferencia de la mayoría de los
seres humanos normales, el más enojado se convirtió en el más silencioso.
—¿Tu y Melanie dormían juntos muy seguido?
Mi cara empezó a arder. Este no era el tipo de cosa que yo quería discutir con mi padre.
—Fue solo una vez, papá. Solo una vez. En la fiesta de Rick. Y ambos habíamos estado tomando.
—¿No demasiado borracho como para tener relaciones sexuales, pero demasiado borracho como para usar un condón?
—dijo papá mordazmente.
—Fue solo una vez… —murmuré.
Una vez es suficiente, Dante. Estas sosteniendo la prueba en tus brazos —dijo papá—. ¿O es que Collette o alguna otra
chica va a aparecer en mi puerta con otra prueba de otro niño en sus brazos?
—No, papá. Sólo lo he… lo he hecho con Melanie, y sólo una vez. —Mi voz estaba por debajo de un susurro. Papá
apenas podía oírme. Pero, maldita sea, mi cara estaba tan caliente que podría haber aprovisionado la central de
calefacción para toda la ciudad. Papá me estudió. Obviamente, decidió que yo estaba diciendo la verdad —lo que era
cierto— porque su expresión era relajada, pero solo ligeramente. —No puedo creer que tú y Melanie tuvieran un hijo y
yo sólo sé de ella ahora.
—Yo también me enteré hoy. —Traté de defenderme.
—¿No sabías que Mel estaba embarazada? —preguntó papá, con voz aguda.
Negué con la cabeza.
—¿Alguna vez te tomaste la molestia de averiguar?
Mi cara se encendió aún más. Mi silencio fue suficiente respuesta para los dos. —Dante, pensé que te había criado bien,
no malcriado. Tuvimos la charla acerca de tomar precauciones y ser responsable cuando estás en una relación. ¿Por qué
diablos no escuchaste? —Para ser honesto, la desilusión en su voz hizo un corte 44 mucho más profundo que cualquier
palabra fuerte y enojada que pudiera haber dicho. Tendría que subir a la cima del Monte Everest para alcanzar una mala
situación de vida.
—Nunca se me ocurrió que ella podría estar embarazada —protesté.
—¿No sabes cómo se hacen los bebés, entonces? —Preguntó papá—. Insististe en que nosotros no teníamos que
hablarte de los pájaros y las abejas, ya que eso estaba siendo cubierto por la escuela. ¿Me mentiste?
Todo mi cuerpo estaba tan ardiente ahora, que en cualquier momento se podría quemar espontáneamente.
—Estaba cubierto por la escuela —le contesté.
—¿Te saltaste esas lecciones?
—No, papá
—Entonces, ¿cómo no se te ocurrió?
—Pensé… pensé que Mel había tomado la píldora o algo así. —Sonaba patético, incluso para mis oídos—. Ella nunca me
dijo que estaba embarazada. Ella ni siquiera menciono la posibilidad. Y entonces dejó la escuela y eso fue todo.
Se necesitan dos para hacer un bebé, Dante. No importa lo que creas, o supongas, debiste asegurarte muy bien que no
podía quedar embarazada usando un condón.
El bebé en mis brazos se movía. Alejé mi cara de su cabeza, con ganas de tener el menor contacto posible.
—Dante, sostén a tu hija correctamente. Ella no es una bolsa de basura maloliente. Tomé una respiración profunda y
dejé de alejarla. La habitación estaba tranquila, mientras papá y yo tratábamos de entender lo que estaba sucediendo.
—Papá, ¿Qué voy a hacer? —Las palabras se tambalearon mientras salían de mi boca. Pero estaba atrapado y golpeado
y metido en esto y no podía pensar en una salida aunque se me fuera la vida en ello. En mi interior, estaba temblando y
no podía encontrar la manera de detenerme. —Me voy a la universidad en un par de semanas. ¿Cómo puedo cuidar un
bebe si me voy a la Uni?
Él se me quedó viendo fijamente.
—¿Papá? —Le susurré tras una larga pausa.
Tenía su atención una vez más.
Él negó con la cabeza. —Dante, tienes un hijo ahora, una hija. Mírala bien. Su
nombre es Emma. 45
Me miró, y luego desvió la mirada. Yo casi no podía respirar. Mi garganta estaba sufriendo tanto, como si me hubieran
dado un puñetazo ahí. Y la cabeza me latía con fuerza. Yo estaba sosteniendo un bebé. Uno real, vivo, viva, que
respiraba. La comprensión de eso me aterraba más que cualquier otra cosa.
—No puedo cuidar de ella, papá.
—No tienes elección, hijo.
—¿Tal vez podría ponerla en adopción o para ser acogida?
Las palabras apenas habían salido de mi boca antes de darme cuenta que había cometido un error —al decirlo en voz
alta.
—¿Entregarías a tu propia carne y sangre por que ella es… inconveniente? — Preguntó papá—. Y la adopción significa
renunciar a tu propia hija para siempre.
¿Eso es realmente lo que quieres?
Sí. Tengo diecisiete años, por amor de Dios.
Por supuesto que no quería cargar con un niño a los diecisiete años. Una ola de culpa ácida se extendió sobre mí, pero
no podía evitarlo. Yo no quería ni necesitaba que la opinión de mi padre me hundiera aun más. Aunque Dios sabía, mi

autoestima estaba en algún lugar en el fondo de una fosa marina. Pero la niña en mis brazos era como una pared de
ladrillo entre mí y el resto de mi vida. Quería que se moviera. No iba a dejar que esta cosa en mis brazos arruinara todos
mis planes, mi futuro arruinado, la ruina de toda mi vida.
—Además, no hay manera en que puedas poner a tu hija en adopción sin el consentimiento de su madre. Y dijiste que
no sabes donde esta Melanie. —Papá frunció el ceño—. Y en cuanto a lo de la acogida, dudo que incluso se pueda hacer
eso sin la opinión de Melanie. ¿Cuál es tu plan? ¿Dejar a tu propia hija en cualquier puerta en cualquier lugar?
—Por supuesto que no —negué sorprendido.
¿Papá de verdad me cree capaz de tal cosa? Justo cuando pensaba que su opinión de mi no podía caer más bajo.
—Dante, si tu hija no estuviera en la sala, aquí y ahora…
Los labios de mi padre se comprimieron en una línea de sangre. —No sé lo que haría. Todavía no puedo creer que hayas
sido tan estúpido. ¿Crees que esto solo te afecta a ti? No es así. Todos vamos a tener que vivir con las consecuencias de
tus acciones.
—Yo no estoy aquí sentado felicitándome, papá. —Le dije. 46
Silencio.
—Realmente no veo que tengas muchas opciones aquí, Dante —dijo papá lentamente.
Al instante supe lo que quería decir. —Papá, no tengo dinero, ni trabajo, no hay manera de cuidarla. Solo tengo mi
certificado de primer nivel, por amor de Dios. —Dante, para y toma un respiro y escucha con mucha atención. Tienes
una hija. Si la entregas o te la quedas, tú mundo ha cambiado y eso va a seguir siendo así. Nada de lo que digas o hagas
va a alterar el hecho de que tienes una hija. Es necesario que metas ese hecho en tu mente y lo aceptes, así como yo
tendré que hacerlo.
—¿Qué demonios le puedo dar a un bebe?
—Lo mismo que te di a ti y a tu hermano. Un techo sobre su cabeza, comida en la mesa y… y estar allí. Que cuenta más
que un infierno.
Pero yo apenas lo oía. ¿Por qué no me escuchaba? Tenía que resolver mi propia vida primero. Hasta que hubiera hecho
eso, ¿cómo podría ser responsable de alguien más?
—¿Así que cuidaras al bebé mientras yo voy a la universidad entonces? — pregunté.
Papá se empezó a reír, una parodia de la dura realidad. —Tengo un trabajo de tiempo completo, Dante. ¿Cómo
exactamente se supone que voy a trabajar y cuidar de tu hija al mismo tiempo?
—¿Cómo voy a ir a la Universidad y cuidar a un bebe al mismo tiempo? — protesté, lanzándole sus palabras de vuelta.
—No se puede… —Dijo papá. Sus ojos marrón oscuro, mirándome.
—Yo… yo… —Miré a la niña en mis brazos, que ahora dormía en paz.
Las palabras de papá dejaron de resonar en mi cabeza como una campana gigante. —Si alguien no puede adaptarse,
estoy seguro de que es lo mejor para el niño que se lo lleven y lo coloquen con padres adoptivos… solo por un tiempo—
. Todavía no estaba listo para renunciar a esa opción.
Papá me miro. —¿Así que quieres hacer lo mismo que Mel y dejar a tu hija? ¿Con extraños?
—Soy un extraño para ella —señalé.
—Pero no tienes que serlo, Dante. Tienes que tomar una decisión. Probablemente
la más importante de tu vida. 47
—Pero, ¿Qué pasa con la Uni?
—¿Qué pasa con Emma? —respondió papá.
—Pero no tengo ni idea de cómo cuidar de ella. —Papa todavía no estaba escuchando.
—Solo tendrás que aprender —dijo papá—. ¿Quieres jugar juegos de adultos?
Bueno, ese derecho viene con ella incluida.
Oh Dios…
Papá me contemplaba y al bebé en mis brazos. —Dan, ¿te acuerdas cuando tenías ocho años y nos pediste a tu madre y
a mí un perro?
Aquí venia. La lección de vida. La analogía. El “este caso es el mismo que este otro”, cuando obviamente no lo era.
—Sí, papá. Lo recuerdo —suspiré.
Y me acordaba —por desgracia. Rogué y rogué a mamá y papá por un perro.
Cualquier tipo de perro y no me quejaría.
Sí, me gustaría cuidar de él.
Sí, me gustaría sacarlo a pasear todos los días.
Sí, me gustaría darle de comer, cepillarlo y cuidar de él.
No, yo nunca lo abandonaría. Nunca jamás.
Así que mi padre tomó una decisión. No pidió mi opinión. No habló de ello primero. Regresó a casa con un pez de
colores. ¡Un pez de colores! ¿Cómo era un pez de colores, incluso de cerca algo parecido a un perro? ¿Cómo iba a crear
lazos con un pez?
—Insististe una y otra vez hasta que nuestras cabezas sonaron —continuó mi padre—. ¿Y qué trato alcanzamos
finalmente? —Nosotros no alcanzamos un trato —Murmuré.
—Sí, lo hicimos —argumento papá—. Te dije que si podías cuidar de los peces de colores tres meses, tan solo tres
meses, entonces íbamos a darte un perro para tu próximo cumpleaños.
—¿Cómo es que eso tiene algo que ver con esto? —Le pregunté. La petulancia de mi voz sonó como Adam, pero no
pude evitarlo.
—¿Cuánto tiempo vivieron los peces de colores, Dante?
—No veo…
—¿Cuánto tiempo? —interrumpió papá.
—Dos semanas —respondí de mala gana. 48
—Ocho días —corrigió papá.
Tener un perro nunca se volvió a mencionar.
—Dan, tienes una hija ahora. Su nombre es Emma. Y tienes que entender ese hecho, rápido. No es un pez de colores
que puedes olvidar y luego tirar por el inodoro cuando no funciona. No es un perro que puedes regresar a la tienda de
mascotas o a un refugio para perros cuando has tenido suficiente. Ella es un ser humano que tú creaste. No puedes
escaparte, no esta vez, no sin siquiera tratar de hacer que funcione. La vida no funciona de esa manera, ni siquiera a los
diecisiete años.
—Un montón de otros chicos escapan, en circunstancias similares —señalé. —Tú no eres ‘otros chicos’ —dijo papá—.
Tú eres mi hijo y yo sé que te he enseñado más que eso. No huyas como una especie de cobarde cuando se enfrenta con
un problema, especialmente uno de su propia creación.
—Entonces, ¿qué se supone que debo hacer?
—Tomar una respiración profunda, crecer y ser un hombre. Tienes una hija ahora…
Papá y yo nos miramos. No se dijo una palabra. Pero yo sabía lo que estaba diciendo. En una contienda entre ir a la
universidad y el cuidado de una niña que se suponía que era mía, por lo que a mi padre respectaba, no había concurso.
Cerré los ojos. No sirvió de nada.
—¿Dante?
—Papá, ya sé lo que quieres que haga —le espeté—. Pero entonces, ¿qué? ¿Sirvo hamburguesas o barro las calles el
resto de mi vida? —¿O me siento detrás de un escritorio todo el día haciendo malabares con reclamaciones de seguros y
me muero de aburrimiento como mi padre?
—Si eso es necesario, sí —respondió mi padre—. Haz lo que sea legal y necesario para hacer dinero. Incluso si Melanie
volviera en este mismo instante y se llevara lejos a Emma, todavía serías económicamente responsable de tu hija
durante los siguientes dieciocho años. Piensa en eso. Y no hay vergüenza en la forma de trabajo que consigas para
mantener a tu familia.
¿Familia? Papá y Adam eran mi familia. Yo no quería ni necesitaba a nadie más.
Este bebé nunca me pertenecería ni sería querido por mí.
Si papá no hubiera estado aquí, hubiera puesto la cosa que tenía en mis brazos en
el suelo y perforado las paredes hasta que mis manos sangraran. 49
—Dante, mira a tu hija —dijo papá.
—¿Qué?
Papá se puso de pie y se acerco a mí. Ajustó mi agarre del bebé hasta que estuvo en el hueco de mi brazo, los ojos
cerrados, su rosto se volvió hacia mí. Era la primera vez que había tenido que mirarla, verla correctamente. Su cara
redonda, con mejillas regordetas y una boca pequeña de color rosa.
Tal cantidad de ruido que podría proceder de esa boca. Su pelo negro enmarcando su cabeza como sombrero de
natación. Y tenia las pestañas larguísimas que se extendían por sus mejillas mientras ella dormía. Estaba caliente y aún
en mis brazos, como agotada por tanto llorar como yo. No sé lo que papá estaba esperando. ¿Pensaba que miraría hacia
abajo y decidiría que mover un tirón de hamburguesas para el resto de mi vida sería un pequeño precio que debía pagar
por tener esta cosa en mi vida? ¿Pensó que el que yo la sostuviera en mis brazos iba a hacer que de repente me diera
cuenta de lo mucho que la amaba? Bueno, no era así. No sentí nada.
Y eso, mas que cualquier otra cosa, me asustó como el infierno aún más.

11
Adam

¡Oh. Por. Dios! ¿Estaba oyendo bien?


¿Dante tiene un hijo?
Ups. Alguien viene hacia mí.
Tiempo de esfumarme. Temporalmente, por supuesto.

12
Dante
Papá se pasó una mano sobre la cabeza. —Dios, qué desastre —dijo para sí mismo más que para mí—. Y ya voy tarde al
trabajo. Les dije que estaría allá al mediodía como muy tarde—. Se encaminó hacia la puerta.
—Papá... —luché por hablar pero no pude decir otra palabra. Quería gritarle que se quedara, que me ayudara, que
arreglara esto. No quería que se fuera. En ese momento, podía haber sido la única criatura viviente del planeta Júpiter.
Me había sentido así desde que Emma había entrado a mi vida.
Emma...
Y ahora mi papá me había abandonado a mi estupidez y Dios sabe que no me merecía nada mejor, pero necesitaba a
alguien, algún lugar, que me ayudara. —Hola Ian, soy yo, Tyler. Lo siento, algo ha surgido. No podré regresar al trabajo
en la tarde después de todo... No, no, Adam está bien. Bueno ha sido enviado al
51 hospital para más exámenes pero no está peor. No... Quiero decir, sí, pero te explicaré cuando te vea, ¿ok? No, nada
así... sí, nos vemos mañana. —El teléfono del pasillo sonó como si lo hubiesen puesto en su lugar sobre la mesa solo
segundos antes de que papá volviera a entrar a la habitación.
—Gracias —la palabra fue algo más que un suspiro pero fue sentido de corazón.
—Oh, Dante —suspiró papá—. Se supone que deberías ser más inteligente que...
Pausa. Fruncí el ceño, no lo estaba entendiendo. —¿Que…?
—Más inteligente que... esto, Dante. Se supone que debes de saber que las acciones tienen consecuencias. Se supone
que debes ser más inteligente para no terminar con un niño a tu edad.
Pero yo no era más inteligente así que ¿cuál era el punto de seguir con eso?
Papá se dirigió hacia el cochecito y tiró el bolso grande de las manijas. Sentado en el sofá, abrió el bolso y empezó a
sacar su contenido. Alimento para bebé, un biberón, algunas servilletas, un libro con las esquinas rotas, un sobre de
tamaño A5 repleto de papeles, un todo en uno de bebé con broches de presión en el frente, un par de toallitas para
bebé en una bolsa ligeramente cerrada en el tope, una taza para comida, un par de jarras con comida para bebé. Papá
sacó un puñado de papeles del sobre, deslumbrado mientras los examinaba.
—¿Qué son? —pregunté.
—Reportes médicos, por su aspecto —Empujó los papeles de nuevo a donde los encontró—. Pueden esperar. Necesito
pensar.
¿Sobre qué necesitaba pensar? Yo era el único hundido hasta el cuello en porquería.
Papá debe haber leído mi expresión, porque respondió a mi pregunta no formulada. —Prioridades. Ambos necesitamos
concentrarnos en las prioridades ahora —dio un suspiro—. Desearía que tu madre estuviera aquí. Ella era mucho mejor
que yo siendo práctica.
—¿A qué tipo de prioridades te refieres? —Pregunté.
—Bueno, para empezar, Emma necesita comida y un lugar donde dormir. Yo ni siquiera había llegado tan lejos en mis
pensamientos. —Quieres decir, ¿como una cuna?
—Por supuesto.
Miré alrededor de la sala de estar dudosamente. —Una cuna se va a ver un poco fuera de lugar aquí.
Papa asintió con la cabeza. —Es por eso que estará a los pies de tu cama.
¿Estaba bromeando? —¿Qué? No...
—¿Dónde más va a ir, Dante? —Papá miro su reloj—. Será mejor dirigirse al centro comercial ahora, de lo contrario no
voy a encontrar un lugar para aparcar.
—¿Va a dormir en mi habitación? —Pregunté espantado. 52
—Por supuesto, de esa forma si Emma llora en la noche te puedes levantar y cambiarla, alimentarla y mecerla hasta que
vuelva a dormirse.
Demonios —Soy un tipo que necesita sus ocho horas por noche sin interrupciones.
—Bienvenido al mundo de la paternidad —dijo papá con una sonrisa en su rostro. Caminó hacia la puerta volviéndose
hacia mí cuando llego a ella. —Ah, ¿Dante?
—¿Si papá?
—Puedes llamar a Emma “esto” en lugar de “ella” hasta que esté acumulando su pensión pero eso no cambiara nada.
Ahora ¿Estarás bien por una hora más o menos?
No.
—¿Dante? —Papá volvió a entrar en la habitación—. Yo sé que esto es un poco insólito, hijo. Demonios, es una
conmoción para todos incluyendo a Emma. Pero tú puedes y pasarás por esto, si no haces nada estúpido.
—¿Como qué? —¿A que se refería?
—Solo... aguanta ahí, ¿ok? Estaré de vuelta pronto —Y con eso dejo la habitación. Luego... —¿Adam, qué demonios?
Cuando esté teniendo una conversación privada, no escuches tras la puerta cerrada ¿Escuchaste?
—Sí, papá —vino la respuesta contrariada como falsos pechos de silicón.
Mi hermano era el curioso. Adam amaba conocer los asuntos de todo el mundo.

Pero no había forma para esconder lo que estaba pasando.


—Volveré tan pronto como pueda. Dante, cuida de tu hermano y de Emma hasta que regrese.
—Sí, papá —Me levanté para colocar a la bebé de nuevo en su coche pero inmediatamente comenzó a revolverse y a
lloriquear lastimeramente a pesar de que todavía estaba medio dormida. Me di por vencido y volví a sentarme. La bebé
se tranquilizo a la vez.
En el momento en que la puerta de entrada se cerró, la puerta de la sala de estar se abrió.
—¿He oído bien? —preguntó Adam, con los ojos redondos y brillantes como la luna llena.
—¿Qué has oído?
—¿Tienes un hija?
Tengo una hija....
Me encogí de hombros. Todavía no estaba dispuesto a admitir eso, no sin un poco más que la palabra de Melanie. —
Esta es Emma.
—Whoa... —Adam se me quedó mirando todavía con sus ojos muy abiertos, las cejas arqueadas y su boca en forma de
O. Su expresión era un cóctel confuso de incredulidad, asombro y admiración. —¿Puedo cargarla? — Se acercó de
puntillas
a mí, como si sus pisadas fueran a despertar a la bebé. 53
Me levanté de nuevo, estirando los brazos para entregarla. Pero luego dudé.
—Er... en primer lugar es mejor que te sientes —aconsejé.
Adam se sentó de inmediato, sin discusión. Estiró sus brazos impaciente por sostenerla. Y sin embargo dudé.
—No voy a dejarla caer —prometió Adam—. Por favor ¿puedo cargarla?
Coloqué a la bebé en sus brazos. Se reacomodó y se agitó, expulsando una pierna, pero no se despertó. Adam
cuidadosamente reajustó su agarre para que la bebé estuviera segura en sus brazos. Se sacudió lentamente antes de
besarle la frente.
—Es hermosa —dijo Adam— Hola, Emma. ¿No eres hermosa? Seguro debe ser por tu madre porque seguro que no
conseguiste la buena apariencia de tu padre.
—Tú eres mi hermano, Adam. ¿Qué dice eso de ti? —le hice notar.
—Que la buena apariencia te pasó por alto y espero a que yo naciera —me informó Adam—. Es preciosa, huele a
productos frescos —mi hermano levantó la cabeza para sonreírme pero solo por un segundo. No podía soportar apartar
su mirada de la bebe. Siguió hablando, su voz apenas un susurro. —Hola Emma, soy Adam. Soy el hermano de tu papá.
Espera... ¡Wow! Soy tío. Emma, yo soy tu tío Adam. Eso me hizo asustó. Mi hermano era tío a los dieciséis años de edad.
Maldita sea. Y Adam estaba tan feliz —no sólo su rostro, sino que su cuerpo parecía delirar de alegría. La bebé abrió los
ojos. ¡Oh, no! Yo contuve la respiración, esperando que la cacofonía comenzara. La bebé miró a mi hermano y sonrió.
Entonces cerró sus ojos y se fue directo a dormir.
—Yo soy tu tío Adam y te amo —Adam besó a Emma una vez más en la frente antes de sostener a la bebé más cerca de
sí.
Emma le había sonreído. Nunca había oído a Adam decir que amaba a nadie. Pero solo así, él amaba a la bebé. ¿Cómo
funciona? ¿Y por qué me hacía sentir así. . . tan vacío?

13
Dante
Adam no quiso regresar a Emma lo que, para ser honesto, estaba muy bien para mí. Yo tenía cosas que hacer —como
tratar desesperadamente de encontrar una manera de salir de mi situación.
Entré en Internet y busqué adopción, acogida, Melanie Dyson y las pruebas de paternidad. Parecía que papá estaba en
lo cierto acerca de la adopción —sería sangrientamente difícil, si no imposible, sin el consentimiento de Melanie. Buscar
información sobre la acogida fue aún más difícil. De la información que me las arreglé para encontrar, acoger parecía
más probable que adoptar, pero incluso eso estaría implicado y complicado. Había sitio web tras sitio web sobre
convertirse en un cuidadoso criador, pero muy poca sobre poner a un niño en 55 lugares de acogida. Aparentemente
tenían que estar involucrados todo tipo de trabajadores de la salud y trabajadores sociales. Más personas para
presenciar el desastre que había hecho. Y parecía que la gran mayoría de niños eran llevados a lugares de acogida
debido a sus padres, y no llevados a centros de acogida por sus padres.
Cada página que escaneé sobre crianza me hizo sentir más y más sub-humano. Se suponía que era mi niño, mi hija, y
aquí estaba yo buscando la manera de deshacerme de ella. Pero no estaba pensando solo en mí, juro que no era así.
Quiero decir, ¿qué tengo yo para ofrecerle a un bebé? A pesar de lo que papá dijo, estaría mucho mejor sin mí.
Pero primero lo primero. No tendría un pie en lo legal hasta que de una vez por todas descubra si el bebé era realmente
mío. Lo que significaba una prueba de ADN. Pero, ¿cómo podría obtener una de las que se realizan sin tener uno de
esos programas donde la gente le dice a la nación entera su vida privada sólo para ser aleccionados y arengados por el
anfitrión antes de que los resultados del ADN sean producidos? No se lo imaginan —en absoluto. Busqué en Google
pruebas de ADN, no esperaba mucho. Para mi sorpresa, había un montón de organizaciones en línea que llevaban a
cabo pruebas de ADN para establecer la paternidad. Examine los detalles.
Se veía bastante claro. Si les daba la mayor parte de mi bien ganado dinero, me enviarían un kit de ADN. Tenía que
limpiar el interior de mi boca para sacar células de la mejilla —lo que ellos llaman un hisopo bucal— con lo que parecía
un bastoncillo de algodón. Y tenía que hacer lo mismo con el bebé, entonces enviar los hisopos. Cinco días después me
iban a enviar los resultados y sabría de una vez por todas si era o no, el papá del bebé. No es que no le creyera a
Melanie exactamente, pero podría haber cometido un error. Ella debe de haber cometido un error, a pesar de lo que
dijo. Era posible. Tenía que saberlo con certeza. Ninguna otra cosa podría suceder hasta que lo supiera de una manera u
otra. Llamé al número proporcionado por el sitio que parecía más pulido y profesional que todos los demás. Bajando la
voz, así sonaría más... madura, le di a la mujer en el otro extremo de la línea mis datos y el número de mi única tarjeta
de débito. La cuota era más de la mitad de todo el dinero que tenía en el mundo, pero si el resultado fuese el que yo
quería, eso sería un pequeño precio a pagar. Cuando terminé en mi computadora, me dirigí hacia las escaleras. Adam
estaba exactamente donde lo había dejado. Cuando entré en la habitación, me 56 sonrió, susurrando —Todavía está
dormida.
Papá ya tenía un plan de acción que él estaba siguiendo y Adam estaba dispuesto a aceptar. Los dos estaban nadando.
Yo era el único que me ahogaba. Me desplomé en la silla junto a Adam y vi cómo cargaba al bebé de una manera
natural, como si no fuera nada del otro mundo, como si hubiera estado haciéndolo desde hace años.
Como si fuera la cosa más fácil del mundo.
—Ella es hermosa —dijo Adam suavemente—. "Eres muy afortunado.
—¿Afortunado? —¿Estaba bromeando?
—Sí. Tienes la oportunidad de ser amado incondicionalmente —al menos hasta que Emma se dé cuenta de lo cabeza
sucia que eres, lo que probablemente va a ocurrir cuando ella sea adolescente. Ahí es cuando la mayoría de los niños se
dan cuenta que sus padres son una mierda.
—¿Ah, sí? —le dije secamente—. Sabes mucho a pesar que eres la mitad de un chico de dieciséis años.
—Podre ser más pequeño, más delgado y más joven que tú, pero en todo lo demás, soy más grande.
Me reí, y se sintió y sonó extraño —y bueno. Este día ya había durado para siempre y yo ni siquiera había estado en el
mismo planeta que una sonrisa desde que me desperté.
—Modesto como siempre, Adam —le dije. Pero lo era, estaba en lo cierto. Adam fue uno de los que pasaron los
exámenes con el mínimo esfuerzo. En realidad, no era sólo en los exámenes, era la vida en general. Yo, en cambio, tuve
que sudar tinta por mis tripas.
Divertido, inteligente y bien parecido, todo venia tan fácilmente para él. —Un día voy a ser un actor famoso. —Adam
nos había sorprendido a mi padre y a mí con sus planes para su carrera como actor desde que tenía doce años—. Quiero
ser un actor más que nada en el mundo. Vivo, como, respiro y sueño para ser actor. Quiero decir, ¡por favor! —¿Así
como yo sueño ser una estrella del pop? —Me burlé.
—No, porque el tuyo sólo es un sueño. Cantas como una puerta chirriante. ¡Los genes de papá! Pero mi sueño se hará
realidad algún día —dijo Adam—. Mírame. Soy hermoso y puedo actuar mejor que cualquiera de la escuela. De hecho,
es sólo mi modestia la que me impide ser ¡perfecto!
Quiero decir, ¡por favor! —Señoras y señores, el ego ha aterrizado. 57 —Adam, no pongas tu corazón en lo de ser actor.
Es muy poco probable —le dijo papá.
Adam se había preparado para hacerle frente a papá directamente. —Así era ir a la luna, o inventar la penicilina, pero ya
fue hecho. Las cosas poco probables ocurren todos los días. Y si lo deseo lo suficiente, voy a hacerlo ¡a pesar de lo que
tú pienses!
—Debes tener un plan de respaldo, en caso de que no suceda —le advirtió papá cuando se hizo evidente que Adam
estaba realmente grave.
Adam se limitó a sacudir la cabeza. —Un plan de respaldo significa que en alguna parte de mi cabeza, creo que podría
fallar y esa palabra no está en mi vocabulario.
Además tengo demasiado talento como para fracasar.
Papá y yo habíamos intercambiado una mirada ante eso.
Y en cuanto a usar el baño cada mañana, ¡olvídalo! Si papá o yo queríamos tener alguna posibilidad de usarlo antes del
mediodía, teníamos que ponernos unos jetpacks para llegar allí antes que mi hermano. Una vez que Adam entraba al
baño, eso era todo. Como mi hermano explicó, tenía que limpiar, tonificar e hidratar la piel para evitar que luciera
como un camino de grava —sus palabras— por lo general le tomaba más de treinta a cuarenta minutos mínimo. Quiero
decir, nadie tiene tanta piel, ¡por amor de Dios!
Mi hermano, Adam.
Me sonrió ahora, volviendo a Emma. —¿Quieres cargarla por un momento?
—No, está bien. Lo estás haciendo bien —le contesté.
Adam suspiró, mirándome casi. . . triste.
—¿Qué te pasa? —Le pregunté.
—Me encantaría ser padre algún día —dijo Adam—. No va a pasar sin embargo. —No hay nada que te impida conocer a
la chica correcta algún día, sentar cabeza y tener a un equipo de fútbol de niños, si quieres.
Adam me miró. —¿Me veo como el tipo de persona que podría establecerse con una buena mujer?
—Cosas más extrañas han sucedido. —Me encogí de hombros.
—Si me establezco, no va a ser con una mujer buena y lo que es más…
—Bien —le interrumpí—. Ve por una mala mujer entonces. Se supone que sería más divertido de todos modos.
—No estaría con una mujer de todos… —comenzó Adam. 58
—Adam, no quiero hablar de eso. —Me di la vuelta.
—No —dijo Adam, pensativo—. Nunca lo haces.
Eso no era justo. —Eres demasiado joven para saber quién o qué eres realmente — le dije.
—¿Qué edad tenías cuando descubriste quién y qué eras realmente? —preguntó Adam.
—Maldita sea, Adam —le espeté.
—¡Ah! ¿Sabes que siempre me golpeabas en cabeza cuando te preguntaba algo que no podías responder?
—No lo hacía —protesté—. Y todo lo que estoy diciendo es que esto es solo una fase que estás pasando y lo superaras.
—¿Tu atravesaste esa fase?
—Bueno, no, pero en algún lugar leí que un montón de chicos lo hicieron.
—Hmmm... ¿Una fase? Entonces, ¿cuándo planeas superar la tuya?
—¿Qué?
—¿Esa fase heterosexual por la que estás pasando?
—¡Maldita sea, Adam!
—Sólo pregunto —dijo Adam—. Te diré algo… cuando superes tu fase, superare la mía.
Lo fulmine con la mirada. —Mi situación es completamente diferente —y lo sabes. —¿Por qué? ¿Por qué hay más como
tú? Hay más morenas que pelirrojas. ¿Eso hace a las pelirrojas anormales solo porque no son la mayoría? —Has
desentendido deliberadamente lo que estoy tratando de decir.
—No, lo entiendo perfectamente —dijo Adam—. Tengo curiosidad sobre este siglo de las luces que
sigues hablando. Esta edad misteriosa cuando me convierta en ti.
—Simplemente no quiero verte salir lastimado.
Mi hermano me miró, una leve sonrisa en su rostro. —Lo sé, Dante. Pero es mi vida, no la tuya. ¿De qué estás tan
asustado? Lo que soy no es contagioso.
—No seas estúpido. Yo sólo… —comencé, entonces sacudí mi cabeza—. No importa.
—Adelante. Dilo.
—Estoy preocupado por ti… ¿de acuerdo? —admití—. Necesitas estar más...
—¿En el closet? 59
—No. Por supuesto que no. Bueno, no exactamente. Sólo tienes que escoger tus momentos.
Adam frunció el ceño. —¿Los momentos para hablar de cosas que son importantes para mí? ¿O los momentos en que
preferirías que no lo hiciera?
Estaba cambiando mis palabras deliberadamente. —No soy el malo aquí, Adam.
—Ni yo tampoco —me informó mi hermano.
Silencio.
—Sé eso —le dije al fin.
—Me alegra oírlo.
—Demonios, pero eres un trabajo duro —suspiré.
—No jure delante de su hija, por favor. ¡Boca de alcantarilla!
Me reí, luego me detuve abruptamente. Espera un segundo... ¿Desde cuándo “demonios” es jurar? Pero entonces, no
quería que Emma se convirtiera en el tipo de niño que daba vueltas jurando y rejurando.
Una niña pequeña. . . Maldita sea, ¿qué estaba pensando? Este bebé saldría de mi vida antes de que tuviera la
oportunidad de dar sus primeros pasos de todos modos.
—¿Amas a Melanie? —preguntó Adam de forma inesperada.
No hubo una pausa antes que negara con la cabeza.
—Eso es una vergüenza —dijo Adam.
—¿Por qué?
—Bueno, alguien tan especial como tu hija debería haber sido... hecha con amor.
—No debería haber sido hecha en absoluto.
—Podría, debería, debió —señaló a Adam—. Ella está aquí ahora y no va a ir a ninguna parte.
—El jurado aún está deliberando sobre ella —le dije.
—¿Crees que Melanie vuelva por ella?
—Si hay un Dios —le contesté.
Mi hermano abrió la boca para hablar, sólo para cerrarla de nuevo sin decir una palabra. Nos sentamos en silencio
durante un rato. No sé lo que pasaba por la mente de Adam, pero sus palabras zumbaban en mi cabeza. Miré a la bebé
que dormía en sus brazos —tan pequeña, tan indefensa. 60
Mi hija, Emma...
Debería haber sido hecha con amor...
Sí, ella... debería haberlo sido.
Ahí estaba de nuevo —el dolor como si me hubieran dado un puñetazo en la garganta. Cerré mis ojos, esperando
impacientemente hasta que pude volver a abrirlos sin avergonzarme a mí mismo. ¿Y qué fue lo primero que vi? A Adam
besando a Emma en la frente. Una vez más. Cómo envidiaba a mi hermano. Su estado mental por defecto era confiar en
todos y aceptar todo hasta que tuviese una razón para no hacerlo. Eso es lo que me hizo estar tan preocupado por él.
Era tan ingenuo. Junto a él, me sentía como el bastardo más cínico en el universo.
14
Adam
Pobre Dante. No puedo dejar de sentir lástima por él. Sé que debe ser un impacto de los mil demonios; enterarte de
repente de que eres papá y un padre soltero, todo eso el mismo día, pero parece que está al borde de un acantilado y
cree que sin importar lo que haga, va a caer. No puede ver cómo de bella es su hija —lo que es realmente sorprendente
teniendo en cuenta quien es su padre. ¡Y su rostro cuando le dije que era poco probable que yo fuera ser un papá! No
oculto lo que soy, pero mi familia no me anima exactamente a hacer pública mi condición tampoco. Papá simplemente
ignora el hecho de que soy gay, como si fuera algún animal extraño en la habitación y que si no le presta
atención, simplemente se desvanecerá en la nada. 61
Y Dante actúa como si esto fuera una moda pasajera que llego este año, pero que voy a desechar en el momento en que
algo nuevo aparezca.
Por amor de Dios, he sabido que era gay desde que tenía trece años.
Y lo que es más, me gusta. Creo que me encanta.
Sólo desearía que mi padre y Dante pudieran aceptarlo y relajarse.

15
Dante
Cuando papá finalmente regresó a casa, le llevo tres viajes al auto para traer todas las cosas que acababa de comprar.
Juro que llegó a casa con las tres cuartas partes del contenido de la tienda de bebé en la que había estado. Después de
diez minutos desempacando el auto, la sala de estar era una carrera de obstáculos. Apoyada en la pared junto a la
puerta, se encontraba, lista para ser armada, la cuna embalada en un caja que ocupaba el primer plano, había
suficientes pañales desechables para absorber toda el agua en el Canal Ingles, una mochila porta bebé que te permite
llevar un bebé contra tu pecho quedando tus brazos libres, una botella de baño de bebé, crema humectante para bebé,
crema para dermatitis por el pañal del bebé y otro productos farmacéuticos de bebé, cubiertos de bebé, botellas de
bebé para sustituir las que Mel había dejado, un esterilizador de botellas, ropa
de cama de bebé, una silla alta, algunos juguetes como una pelota suave y un oso
62 de peluche, un par de libros con imágenes, un vestido y otras prendas de vestir para bebé, zapatitos de bebé,
toallitas húmedas para bebé —bebé, bebé, bebé.
Adam me entregó de nuevo a una Emma —ahora despierta— y revoloteaba alrededor de la habitación como si fuera
Navidad y cada cosa nueva fuera para él. Parpadeando como un búho sorprendido, miré de Emma a todas las cosas que
algo tan pequeño necesitaba y viceversa.
—Esto debe haber costado una fortuna —dije, todavía conmocionado por la cantidad que papá había comparado.
—Solo iba a comprar una cuna, algunos pañales y un cambio de ropa —dijo papá tristemente.
Lo miré fijamente.
—Son para mi nieta ¿de acuerdo? —Y si no lo conociera mejor, juraría que le daba vergüenza—. Todo lo demás después
de esto te corresponde a ti.
¿A mí...? Estaría quebrado en una semana. Y todas estas cosas... Papá había comprado todas estas cosas como si
pensara que Emma se quedaba por un tiempo, mucho tiempo. Ella iba a estar aquí un día o dos, tal vez una semana
cuando mucho —solo hasta que obtuviera los resultados de la prueba de ADN.
Emma se retorcía en mis brazos, extendiendo los brazos hacia las cosas en la alfombra. Por los extraños e impacientes
ruidos que estaba haciendo, estaba tan emocionada como Adam.
—Ella quiere que la dejes en el suelo —dijo papá—. Quiere explorar.
—¿Es seguro?
Papá me sonrió. – Sí, solo estate listo para levantarla si ves que está a punto de tocar algo que no debe.
Con el ceño fruncido, puse a la bebé en una de las pocas zonas descubiertas de la alfombra. Emma salió como una bala,
¡nunca había visto a nadie moverse así de rápido en cuatro patas! Todos explotamos en risas, luego nos miramos unos a
otros con sorpresa. No era frecuente en estos días que compartiéramos una risa, fui el primero en detenerme, estaba
tan lejos de tener ánimos de reír como era posible estarlo.
Emma gateó hasta el sofá y luego intentó levantarse. Aterrizó dos veces en su trasero, pero no lloró ni protestó, ella
seguía intentando. Finalmente logró ponerse de pie tambaleándose un poco pero permaneciendo en posición vertical.
—¿Puede caminar? —pregunté sorprendido.
—Todavía no. Aunque puede estar parada. Así que el caminar no está demasiado lejos —dijo papá.
Emma empujó un paquete de toallitas húmedas para bebé hacia ella y se sentó con un golpe seco, teniendo las toallitas
con ella. Examinó el paquete como si fuera verdaderamente fascinante. Los minutos pasaban mientras todos la
mirábamos. Ella estaba fascinada por algo tan trivial como toallitas para bebés. —Lo primero es lo primero —dijo papá
después de unos momentos— Tenemos que resolver lo de la cuna, Adam puedes ayudarme a armarla mientras Dante
se encarga de Emma.
Los ojos de Adam se abrieron y se señaló a sí mismo —¿Yo? Papá, estas no son las manos de un trabajador manual.
—Bueno, no puedo hacerlo yo solo —papá frunció el ceño.
—Bien, entonces yo me ocupo de Emma. Dante te puede ayudar a levantarla y rotarla.
Papá suspiró. —Adam, Dante tiene que pasar tiempo con su hija. Él tiene que acostumbrarse a estar con ella y ella tiene
que llegar a conocerlo. Es por eso que vas ayudarme tú en su lugar.
—Eso no es justo —se quejó Adam.
—Lo siento por ti —dijo papá arqueando una ceja— Ahora mueve tu trasero y ayúdame a llevar esta cuna al piso de
arriba. Adam volvió a fruncir el ceño hacia mí. Sonreí. Suponía un cambio para él ser el que se llevara las reprimendas de
papá. ¡Me encantaba!
—Bueno, deja que vaya a cambiarme de ropa por lo menos —dijo Adam—. No voy a arruinar una de mis camisetas
favoritas.
Adam salió por la puerta antes de que papá pudiera detenerlo. Papá levantó los ojos hacia el cielo y sacudió la cabeza.
—Esa locura en él es gen de tu madre, no mío —dijo papá. Luego— Dante, no dejes que tu hija mastique el plástico.
Volví la cabeza. Emma ahora tenía la esquina del paquete de toallitas en su boca y estaba chupándola. Lo saqué de sus
manos.
—No. No pongas eso en tu boca.
Emma me miró indignada. Sus labios fruncidos y sus ojos arrugados. Demonios. Sabía lo que venía.
—Aquí Emma, mira esto —Agarré el balón de fieltro multicolor que papá acababa de comprar y se lo entregue —¿Ves la
pelota bonita?
Emma tomó el balón y después de girarlo en sus manos lo levantó a su boca y empezó a masticarlo.
¡Uf, desastre evitado! Cuando me levanté mi padre tenía una sonrisa en su rostro.
—¿Qué? —pregunté.
—Nada —respondió papá.
Bueno, claramente era algo pero él no estaba dispuesto a compartirlo.
Adam regresó escaleras abajo, vistiendo jeans y camiseta diferentes. Los colores 64 habían cambiado pero el estilo era
exactamente el mismo. Por su expresión, papá estaba pensando lo mismo que yo. Miró a Adam de arriba abajo y
levantó una ceja, pero no dijo nada.
—Adam agarra esto y vamos a empezar —dijo— Dante te quedas aquí y empieza a ordenar estas cosas. Y asegúrate de
mantener un ojo en tu hija.
—¿De verdad crees que ella es mía? —Las palabras salieron disparadas antes de que pudiera frenarlas.
Adam y papá se volvieron para mirarme.
—No importa —murmuré.
—Claro que es tuya —dijo Adam—. Ella se parece a ti, para empezar.
—Pensé que se suponía que todos los bebes se parecen a Winston Churchill —dije, mirando a Emma dudosamente.
Se echó a reír —Sí, aproximadamente un día, después que nacen. Después de eso toman su propio aspecto. Y Adam está
en lo correcto. Ella se parece a ti. No podía verlo para ser honesto. Pero tan solo había empezado a mirar.
—Papá cuando estés en mi habitación, ¿podrías descolgar el poster de Beyoncé, por favor?
Papa intentó y fracasó al reprimir una sonrisa —¿Por qué? Mi cara comenzó a arder. Decidí no morder el anzuelo. Por
suerte mi padre me sacó de mi miseria al no presionarme.
—Sí, no hay problema hijo.
No hice caso de la sonrisa de complicidad en la cara de papá.
Adam se puso en cuclillas y colocó la punta de sus dedos debajo de la caja.
—Apuesto a que esto me hace salir ampollas —refunfuñó. Papá rodó los ojos —Esto va a ser doloroso —suspiró.

16
Adam
Bueno, eso fue profundamente desagradable. Recuérdenme nunca volver a hacerlo.
Aunque, fue por una buena causa. Por mi sobrina. Todavía no puedo acostumbrarme a decir eso. Mi sobrina. Sin
embargo, me gusta como suena. A pesar de lo extraño que ‘sobrina’ puede sonar, apuesto que ‘hija’ suena aún más
extraño para mi hermano. Pobre Dante. Ha estado a un nanosegundo de vomitar sus entrañas petrificadas desde que
papá y yo de regresamos de la palabra con ‘D’. Hablando de un conejo atrapado en los reflectores. Papá está siendo
todo eficiente y organizado, con la esperanza de que Dante siga su ejemplo y continúe con las cosas ya que obviamente
no puede rehuirlas. Pero no creo que Dante lo vea de esa manera en realidad. Yo todavía no puedo superarlo.
Dante —el señor Científico, el señor Verdad, Justicia y el camino de Bridgeman, el 66 señor cada-segundo-de-mi-vida-
está-planeado-por-los-siguientes-diez-años- tuvo un hijo.
Una hermosa bebé. Es un conejillo lleno de secretos, ¿no? Loco por el estudio de día. Semental por la noche. ¡Ja! No
puedo esperar para molestarlo con eso. En realidad no debería hostigarlo cuando esté deprimido, pero es la primera vez
que recuerdo que realmente lo echa a perder.
Se supone que Dante es el sensato, ¿no es cierto?
Para ser honesto, me hirió un poco escuchar a papá decir eso. Hablando de los fisgones que nunca escuchan nada
bueno sobre sí mismos. Pero Dante no monopolizaba el mercado en lo que a cerebro respectaba.
Pienso que Emma escaleras abajo lo demostró. Y el señor Playboy ni si quiera me dijo que ya no era virgen. Sin importar
lo que le haya dicho a papá, me pregunto ¿con cuántas niñas ha dormido en realidad?
Que Dios nos ayude si más mujeres vienen a llamar a la puerta, alegando que él es el papá.
Es una lástima que él no amara a Melanie, sin embargo.
Es hora de salir de esta ducha antes de convertirme en una ciruela pasa. Pero por lo menos una ducha me ha hecho
sentir humano de nuevo.

17
Dante
Cuando mi padre llegó abajo cuarenta minutos después, tenía la cara como un puñado de carne picada y sus ojos
estaban ardiendo.
—¿Qué pasa?
—Tu hermano no ha dejado de quejarse desde el momento en que se apoderó de la caja hasta el momento en que giré
el último tornillo —dijo papá—. Ahora tengo un condenado dolor de cabeza.
—¿Dónde está?
—Tomando una ducha. Apretar unas saetas y usar un destornillador al parecer, lo ha dejado sucio como una pocilga. —
Papá se dejó caer en el sillón y vio como
Emma examinaba su nuevo osito de peluche, metiéndole los dedos en los oídos—.
¿No se lo has quitado desde que subimos? —me preguntó. 67
Negué con la cabeza. —Ha estado muy bien jugando con sus juguetes.
—¿Has hablado con ella?
—¿Y decirle qué?
Papá suspiró. —Dante, tienes que hablar con ella todo el tiempo. ¿Cómo crees que va a aprender a hablar si no hablas
con ella?
—¿Qué debo decir?
—Cualquier cosa —dijo papá, y agregó rápidamente—, cualquier cosa que sea apropiada.
—Sí, papá. No soy completamente estúpido. —A pesar de la evidencia, ahora hurgando en los ojos del osito de peluche,
podría sugerir lo contrario.
—Yo nunca dije que lo fueras —suspiró papá—. Tienes que dejar de pensar que cada palabra que digo que es una
crítica.
—Podría haberme engañado —Las palabras salieron disparadas de mi boca como balas.
Papá volvió a suspirar. —Lo sé. . . a veces soy un poco duro contigo. . .
—¿A veces? —Me burlé—. Ni siquiera puedo recordar la última vez que me felicitaras por algo. ¿Cuándo fue la última
vez que me dijiste: "Bien hecho, Dante?" Diablos, ¿cuándo fue la primera vez?
—¿Y por qué te debería elogiar? ¿Por llamar a alguna chica y tener una hija a los diecisiete años?
—No, papá. No estoy esperando que me alabes por ello —le dije con rabia—. Pero de vez en cuando, sólo de vez en
cuando, una palabra de elogio o aliento estaría bien.
—Yo te he alabado, cuando has hecho algo para merecerlo.
—¿Qué? ¿Cuatro Sobresalientes para mis niveles A no fueron lo suficiente? ¿Conseguir las calificaciones para ir a la
universidad no fue lo suficientemente bueno?
—Por supuesto que es suficientemente bueno. Lo hiciste bien —dijo papá.
¡Oh, Dios mío! —No te esfuerces —le contesté.
—Lo digo en serio. Obtuviste buenos resultados y estoy feliz por ti.
—Sí, y si uso el telescopio de Jodrell Bank quizás podría ser capaz de detectarlo.
Nada de lo que haga será nunca lo suficientemente bueno para ti, ¿verdad?
—Ahora estamos hablando de basura —rechazó papá.
—¿En serio? En lo que a ti respecta, siempre he sido —y siempre voy a ser— un
total desperdicio de espacio. 68
—Eso no es cierto. Pero tenía tantas esperanzas en ti. Quería que hicieras algo con tu vida, ser alguien.
—En lugar de lo que soy ¿lo cual es una metida de pata con una hija? Bueno, lo soy. Lo siento, papá. Lo siento, lo siento,
lo siento.
—No me grites…
Emma empezó a chillar. No sólo a llorar, sino chillar.
—Emma tiene la razón. La forma en que dos se estaban gritando el uno al otro haría llorar a cualquiera —dijo a Adam
desde la puerta—. ¿Cuál es su problema? Papá se puso de pie. Adam se dirigió a Emma, pero llegué primero y la recogí.
—Está bien, Emma —le susurré—. Lo siento. Está bien —La sostuve, mi mano moviéndose lentamente acariciando su
espalda, susurrando palabras de disculpa en su oído. Me volví para ver a Adam y a papá de pie detrás de mí.
—¿Quieres que yo la tome? —Pregunto papá.
¿Y demostrarle a mi padre que esta vez, como todas las demás en mi vida, era un fracasado? Negué con la cabeza. —No
necesito tu ayuda. Lo puedo manejar. Emma seguía moviendo la cabeza, tratando de mirar por encima de mi hombro.
Me tomó unos segundos, pero finalmente me di cuenta por qué.
—Emma, tu madre no está aquí. Ella se ha ido y te ha dejado —conmigo. Ella no está aquí. Y no va a volver.
—Dante, no lo digas eso a la niña —me amonestó papá.
—¿Por qué no? Es la verdad, ¿no? —dije—. Emma, tú y yo estamos en el mismo barco.
No sé si Emma me haya entendido, probablemente no, pero se tranquilizó un poco después de eso, apoyando la cabeza
en mi hombro. Yo estaba aquí, su mamá no estaba. Y por lo menos en este momento, por lo que a Emma se refiere,
había hecho algo bien.

18
Dante
No pude dormir esa noche. No era Emma me mantuviera despierto, no lo hizo.
Para mi sorpresa, ella durmió toda la noche, así que fue un resultado inesperado. No, lo que me mantuvo despierto fue
otra cosa. El miedo, como un animal hambriento royendo en mí. Miedo al futuro. Miedo a lo desconocido. Miedo como
nunca he sentido antes. Más de una vez me levanté y me situé al lado de la cama, sólo mirando a Emma. Una vez, dos
veces a lo más, le acaricié la mejilla o el pelo antes de que comprendiera lo que tenia hacer. Pero cuanto más miraba,
más miedo tenía ―y no por mí, sino por ella. Se merecía más de lo que yo podía darle. Se merecía más que ser
abandonada por su madre. Francamente se merecía algo mejor. Pero creo que nadie puede elegir a sus padres.
Simplemente tenías que 70 cargar con lo que tenías.
Había sido una noche extraña después de que papá y yo tuvimos nuestra pelea. Después de una de nuestras mega-
discusiones, por lo general me voy a mi habitación, papá se retiraría a la suya y Adam se quedaría abajo viendo la
televisión solo.
Pero no esta vez.
Papá se puso a armar la silla alta, mientras que Adam se ponía de rodillas y comenzaba a hacerle caras graciosas a
Emma, haciéndola carcajearse. Traté de ser útil, clasificando todas las cosas que mi padre había comprado. Pero todo lo
que hice fue cambiarlos de un lugar de un sofá al otro y viceversa. Cuando papá salió de la habitación para llevar la silla
a la cocina, Adam rondó sobre mí.
―¿Qué demonios, Dante? ¿Cuál es tu problema? ―preguntó, moderando su tono de voz después de una rápida mirada
a Emma.
―¿Qué?
―Papá está haciendo su mejor esfuerzo. ¿No puedes siquiera poner algo de tu parte?
―Espera un minuto ―comencé. Un gemido de Emma y su rostro arrugado por la ansiedad me obligaron a sonreír y
cambiar mi tono también. Tomé una respiración profunda―. Estoy más que dispuesto a reunirme con papá a mitad del
camino, pero él no va a dar un paso en mi dirección ―hablaba en voz baja para Emma no se alarmara―. ¿Lo oíste decir
“felicitaciones” o “bien hecho” cuando le dije de los resultados de mi examen? Porque yo no.
―No, no he oído eso ―admitió mi hermano, adoptando la misma cantaleta en tono dulzón por el bien de Emma―.
Pero no he oído un solo “gracias” cuando viste lo que papá compró para Emma tampoco.
―Ya he dicho gracias.
―No, no lo hiciste ―insistió Adam―. El problema contigo y papá es que son demasiado parecidos.
―¿Estás loco? ―Estaba indignado―. Yo no me parezco en nada a él.
―Sí, sigues diciéndote eso ―se despidió Adam. Se dio la vuelta de nuevo hacia
Emma y empezó a poner más caras. Luego la levantó y la puso de pie―. Vamos, Emma. Camina hacia tu papá. Ve
adelante. Camina hacia tu papá.
Eso me puso en marcha. La palabra “papá” arañó mi piel como fuertes uñas. Papá
volvió a entrar en la habitación. 71
―¿No quieres caminar hacia tu papá? No te culpo ―dijo Adam, pensando que estaba siendo gracioso―. Camina hacia
tu abuelo en su lugar. ¿Puedes decir "abuelo"?
―¡Oh, Dios mío! ―exclamó papá―. ¿“Abuelo”? Ni siquiera tengo cuarenta todavía.
Papá hizo que sonara como si los treinta y nueve años, estuvieran a eras de distancia de los cuarenta.
A medida que la noche avanzaba, Adam no cedía. Juro que no se detuvo para respirar ni una vez. Papá y yo todo lo
contrario. ¡Demonios! No dijimos prácticamente nada. Papá y yo transportábamos cosas nuevas de Emma hacia arriba,
a mi habitación, y a la cocina cuando era necesario, sin apenas una palabra entre nosotros. Me mantuve mirándolo a
escondidas.
Papá…
Es curioso cómo antes de hoy, esa palabra significaba simplemente una persona que siempre está allí, pero en el fondo,
como fondo de pantalla. Es curioso cómo esa pequeña palabra ahora podía viajar tan lejos y tan profunda. Una vez que
la sala de estar estuvo limpia, excepto de los juguetes de Emma y uno o dos de sus nuevos libros, nos quedamos abajo.
No sé por qué papá y Adam se quedaron donde estaban, pero me sentí aliviado. Debo admitir, que estaba más que un
poco nervioso de estar a solas con un bebé.
Maldita sea, todavía no podía acostumbrarse a la palabra ―bebé.
Papá encendió el televisor, simulando que estaba viendo algún programa de preguntas u otro, pero apenas quitaba sus
ojos de Emma. Adam yacía sobre la alfombra y charlaba con Emma sobre todos sus nuevos juguetes y cualquier cosa
que le venía a la cabeza. Me senté en el sillón y solo miré. La atmósfera sólo cambio cuando Emma comenzó a gimotear,
lo que rápidamente se convirtió en algo más significativo.
―Tienes que darle de comer, darle un baño y prepararla para la cama ―me informó papá.
Ante mi mirada afligida, dijo: ―A riesgo de estar entregando mi cabeza, ¿quieres un poco de ayuda? ―Había adoptado
el mismo tono que había utilizado antes con Emma.
La habitación quedó en silencio. Sin los borboteos ininteligibles de Emma, sin la charla incesante de mi hermano. Los
dos estaban mirándome como si supieran 72 exactamente lo que estaba pasando. Me volví hacia mi padre.
―Sí, por favor ―murmuré.
―¿Perdón? ―Papá ahuecó una mano alrededor de su oreja―. No alcancé a oír eso.
Adam, el inmaduro, se echó a reír.
Emma miró de mí a Adam y se echó a reír también. Los labios de mi padre se movieron. Y entonces, de pronto, todos
nos estábamos riendo. Riendo como si acabáramos de escuchar la mejor broma del mundo, cuando ni siquiera era tan
gracioso. Supongo que después de la jornada que cada uno de nosotros había tenido, teníamos que dejar salir algo de
vapor.
Pero lo que realmente tenía ganas de hacer no estaba en el menú.
Papá aniquiló unos macarrones con queso en el microondas, luego hirvió algunos guisantes y zanahorias. Él instruyó y
supervisó como los trituraba, mezclándolo todo y alimentaba a Emma. Papá me dijo que siempre tomara el primer
bocado yo para medir la temperatura, pero ¡duh! Yo ya había imaginado eso por mi cuenta. Para mi sorpresa y leve
repugnancia, a Emma le encantó. Le di la cuchara para que comiera sola, pero terminó cubriendo la silla alta y a mí más
que su boca, por lo que me hice cargo.
Después de eso, papá me dijo qué hacer y miraba mientras le daba un baño a Emma y la ponía en la cama. El baño fue
agotador ―y estresante. Quedé tan mojado como Emma con todas lo que salpicó. Y no pude apartar mis ojos de ella un
solo segundo. Tenía visiones de que se deslizaría en el agua incluso si parpadeaba durante demasiado tiempo. Para el
momento en que estuvo con su pijama puesto y en su cuna, yo estaba hecho polvo. No se trataba sólo de todas las
cosas físicas, de la alimentación y baño y cambio de pañales y tratar de convencerla de acostarse y dormir un poco. Era
el cansancio mental de tener que concentrarse y prestar atención a cada segundo. ¿Y la gente hacía esto
voluntariamente?
Tratar de hacerla dormir fue lo más agotador. Cada vez que la bajaba, se estiraba en posición vertical y quedaba
colgando a un lado de la cuna. Después de la tercera o cuarta vez de hacer esto, se puso a llorar. Una vez más.
―Está en una habitación extraña, y no está acostumbrada a ti todavía ―dijo papá desde la puerta de mi dormitorio.
―Entonces, ¿qué debo hacer? 73
―Siéntala en tu regazo y léele o canta o algo así ―sugirió papá.
―¿Cantar?
Papá sonrió. ―Eso es lo que yo solía hacer contigo.
―¿En serio? ―Le pregunté, sorprendido.
―Sí ―Papá se revolvió un poco y miró hacia abajo, como si sintiera haberlo compartido.
―Sin embargo, tu canto es horrible.
Papá me miró, arqueando una ceja. ―No parecía molestarte cuando eras un bebé.
―Eso es porque no podía protestar y no conocía nada mejor ―le respondí. ―¡Es verdad! ―Papá sonrió―. Si yo fuera
tú haría lo más que pudiera por Emma a esta edad. En poco tiempo ella estará viéndote como si fueras un viejo chocho
pedo que no sabe absolutamente nada ―si siquiera se molesta en mirarte.
Las palabras de mi padre hicieron eco por toda la habitación.
―¿Es así como te trato?
―La mayoría de las veces ―sí ―dijo papá―. Pero eso es lo que sucede cuando los hijos se hacen mayores. Al menos
Adam todavía piensa que hay un poco de vida en el viejo perro todavía.
Papá y yo nos miramos.
Me di la vuelta al principio. ―Voy a leerle a ella. Creo que se molestará bastante si tiene que escucharme cantar.
Cogiéndola, me fui a mi cama y me senté, colocando cuidadosamente a Emma en mi regazo, con la espalda contra mi
pecho. Ligeramente inclinado para coger uno de sus libros de la hora de dormir a los pies de mi cama, sostuve el libro
en frente de los dos y lo abrí. Pero fui condenadamente torpe.
―Si dejas que se apoye contra tu brazo, entonces los dos estarán más cómodos y probablemente se quedará dormida
más rápido ―aconsejó papá.
Lo cual tengo que admitir que funcionó mucho mejor. Leí el libro de imágenes dos veces, explicando las imágenes por
las que pasaba antes de que Emma finalmente se quedara dormida. Entonces me moví como una tortuga artrítica para
llevarla a su cuna, rezando cada segundo que no se fuera a despertar. Yo incluso la recosté sin despertarla, después de
apoyar su cabeza de la manera que papá me dijo. El día había terminado finalmente. El miedo no.
Cuando la casa estuvo quieta y oscura y todo el mundo estuvo por fin dormido, encendí nuestro ordenador,
permitiendo que la luz del monitor me bañara. Una escritura en la dirección web, pulsar unas pocas teclas y un par de
clics en el ratón y estaba en la página deseada. Me senté por, no sé cuánto tiempo, simplemente mirando la pantalla.
Maldita sea, tenía que hacer esto. No podía renunciar a mi futuro, no podía. Confirmé que iba a ocupar mi lugar en la
universidad. Ahora sólo tenía que asegurarme de que ocurriera.
Apagué la computadora, y volví a mi habitación caminando de puntillas antes de caer en la cama.
Cuando finalmente sentí el sueño deslizarse sobre mí, cerré los ojos, pensando, Cuando me despierte, las cosas
volverán a la normalidad. Voy a tener mi vida de vuelta. Me desperté de ese sueño extraño donde había terminado con
una bebé que era una aterradora extraña.

19
Dante
Me desperté con el sonido de un maullido lastimero, como si el gato de al lado estuviera molesto o algo así. Con los ojos
cerrados, mentalmente me di un manotazo tratando de alejar el ruido. Entonces me acordé. Me las arreglé para
mantener los ojos abiertos, Emma estaba de pie, agarrándose de los barrotes de su cuna, mirándome. Cuanto más me
acercaba a ella, más me golpeaba el olor. Y el olor era terrible. Quiero decir, realmente muy, muy malo. En el camino me
capturó la garganta y la nariz. No necesitaba ser un científico para saber que estaba a punto de estar metido hasta las
rodillas en popó de bebé. Maldita sea, yo no firmé para esto.
Tenía que haber alguna salida. Yo no iba a cargar con una niña que hasta podría no 75 ser mía. Los niños son realmente,
espantosos, malolientes y exigentes sin descanso. Yo no necesitaba esto. Mi vida ya estaba llena. No había lugar para
Emma. Yo no iba a jugar este juego, poniendo mi vida en suspenso durante los siguientes dieciocho años. De ninguna
manera. Pero por ahora, me gustaría hacer lo que tenía que hacer. Sólo por ahora.
Diez minutos más tarde, el ataque a la mayor parte de mis sentidos se había terminado. Pero Emma seguía llorando.
―¿Qué pasa ahora? ―Le pregunté, con la irritación más que evidente en mi voz. Ya la había cambiado, limpiado, y ella
no estaba cansada, ya que sólo acababa de despertar ―¿cuál era el problema?
Debe tener hambre, me di cuenta. A regañadientes, la levanté, me dirigí hacia las escaleras. Papá ya estaba vestido con
su traje y corbata, y estaba sentado a la mesa de la cocina con Adam.
―Hola, Emma ―dijo Adam sonriendo.
―Buenos días, ángel ―dijo papá. ¡Y seguro que no estaba hablando a mí!
¡Y buenos días a ustedes también!
―He hecho un poco de papilla ―dijo papá―. La tuya está en el microondas. La de Emma está en la cocina, enfriándose.
Senté a Emma en su silla. ―No tengo hambre. ¿Podrías hacerlo tú, por favor? Voy a volver a mi habitación ―le dije a
papá.
―No sin tu hija, no ―dijo papá.
―¿Qué?
―Donde tú vayas, ella va ―dijo papá frialdad―. No se tiene todo al alcance de la mano cada vez que uno lo desee.
Papá y yo intercambiamos una mirada de hostilidad mutua. Pero yo podía leer su expresión como uno de los libros de
dibujitos de Emma. Si me iba a mi cuarto, se aseguraría de que Emma se uniera a mí unos cinco segundos más tarde.
Con un suspiro, le puse la papilla en uno de los tazones que papá le había comprado junto con la cuchara a juego. Tomé
una cucharada para verificar la temperatura, pero realmente deseé no haberlo hecho. Era blanda, hasta el punto de
estar totalmente sin gusto a nada.
―¿Qué pasa con esto? ―Le pregunté a papá.
―Es probable de que esté sin sal. Los niños de la edad de Emma no pueden soportar una gran cantidad de sal ―me dijo
papá.
Mi plato de papilla estaba el horno de microondas, haciéndome señas. Yo estaba dispuesto a empaparla en jarabe de
arce y consumirla. Me moría de hambre. Puse la papilla de Emma en su silla, entregándole su cuchara de plástico y me
dirigí hacia el microondas para conseguir mi desayuno.
―¡Cuidado! ―gritó papá.
Me volví inmediatamente tratando de interceptarlo como un arquero de futbol. Sin embargo no funcionó, la papilla de
Emma cayó al suelo, y un nanosegundo después, su plato. Su cuchara me dio en cabeza.
Un momento de silencio. Luego la sala estalló. Papá y Adam soltaron una carcajada y empezaron a reírse. Emma empezó
a llorar. Mi cabeza estaba empezando a doler ―y no sólo por el golpe del mango de la cuchara, en la parte posterior.
―Dante, qué es lo que sucede cuando se quitan los ojo de la pelota ―me dijo papá cuando logró controlarse.
Agarrando algunos paños de cocina, me puse a limpiar el desorden en el suelo.
Papá se levantó y sirvió otra porción de papilla para bebés y la leche en la cacerola. Adam sacó a Emma de su silla y
empezó a mecerla. Y yo todo en lo que podía pensar era, ¿supón que tuviera que hacer esto yo solo? ¿Supón que
tuviera que limpiar el desorden y hacer más desayuno y calmar Emma sin ayuda, yo solo? ¿Esto lo que Melanie había
tenido que hacer sola, día tras día?
―Está bien, cariño. Está bien ―la tranquilizó Adam.
―¿Quieres dármela a mí? ―preguntó papá, abriendo sus brazos.
―No, está bien. Ya la tengo ―dijo Adam.
Las manos de papá bajaron de mala gana a sus costados. Allí estaba otra vez, una llama ardiente en la boca del
estómago mientras yo arreglaba la cocina. Me incorporé lentamente. La mitad del desastre de papilla todavía estaba en
el piso, pero no me importó. ¿Qué era lo que mi padre y Adam estaban haciendo? Desayunar, charlar, todo normal
como si nada fuera diferente. Había caído en un agujero de conejo.
―¿Por qué están actuando así? ―Les pregunté.
―¿Así cómo?
―Como si fuera normal ―señalé a Emma―. Como si el que ella esté aquí fuera la cosa más normal del mundo.
―Dante. . . ―Papá me miró. 77
―¿Qué? ―Yo ni siquiera intentaba esconder mi amargura―. ¿Qué es esto? Me han dejado con un bebé, mi vida se está
yendo por el inodoro y ustedes continúan como si fuera normal, como si no fuera gran cosa. Muchas gracias.
―Alguien se despertó en el lado equivocado de la cama ―se entrometió Adam. Di un paso hacia él.
Papá se interpuso entre nosotros. ―Dante, cálmate ―advirtió.
―Papá, esto es una mierda. Ambos se están comportando como si nada estuviera mal.
―¿Cómo te gustaría que nos comportemos, Dante? ―preguntó papá de manera tajante―. ¿Hay que gritar?¿ Romper
cosas? ¿Dar patada en todas las puertas? ¿Qué?
―¡Ella no pertenece aquí! ―Grité.
―Dante, ella te pertenece ―dijo papá en voz baja. Él no me escuchaba, pero nunca lo hacía. Emma seguía llorando.
Su labio inferior temblaba y me miraba con temor, como si estuviera asustada de mí o algo así. Es esa mirada lo que me
llegó.
Papá y yo no podríamos seguir adelante, podemos tener nuestras diferencias, pero yo nunca lo había mirado la forma
en que ella me estaba mirando ahora. Cerré los ojos y respiré hondo.
Cuando pude confiar en mí mismo para hablar, abrí los ojos y dije: ―No te preocupes, Emma. Voy a limpiar este
desastre y tu abuelo le hará un poco más papilla. ¿De acuerdo?
Ella se relajó visiblemente al notar cambió en mi voz.
―Abuelo. . . me va a tomar algún tiempo acostumbrarme ―dijo papá―. No hay nada como los niños para que uno se
sienta decrépito.
La rabia en mi interior se extinguía. Ahora sólo era susurró a mi alrededor como una brisa de ácido, asfixia y corrosivos.
Tenía que cargar con ello. Unos días más como máximo, y luego recuperaré mi vida. Podía aguantar unos días más.
Mientras que limpiaba del resto del desastre en el piso, me quedé con un ojo fijo sobre papá para ver lo que estaba
haciendo. Hacer papilla para mí significaba verter un poco, añadiendo poco de leche, atacarla con la batidora, luego
ahogarla en almíbar. La versión para bebés parecía más complicada.
―¿Por qué has comprado leche de cabra? ―Le pregunté cuando me di cuenta de la caja de cartón en la mano de
papá―. Nadie en esta casa toma esas cosas.
―A los bebés les resulta más fácil de digerir que la leche de vaca ―me informó Adam antes de que papá pudiera abrir la
boca. Ante mi mirada atónita, dijo― ¿Qué? Lo busqué la noche anterior.
―¿Por qué? ―dije.
―Sólo en caso de que te caiga un árbol encima y tenga que hacerme cargo durante un tiempo ―respondió Adam―. Tú
sabes, yo siempre tengo en cuenta los peores escenarios. Me gusta estar preparado.
Negué con la cabeza. ―Maldita sea, Adam, sí que eres raro. ―Los peores escenarios con los que él salía no solo estaban
fuera de escala, sino fuera de este mundo. Toma dos.
Esta vez el desayuno de Emma fue más exitoso. Después de probar la temperatura yo mismo, le di de comer cucharada
tras cucharada suavemente. Ella parecía estar disfrutando de alguna manera. Con cada cucharada que comía, el día
nuevo empezaba a pesar sobre mí.
―Papá, ¿a qué hora llegas a casa?
Papá se encogió de hombros. ―Louise se va esta noche, así que todos vamos a ir al bar para darle una despedida
adecuada, entonces ¿tal vez alrededor de las diez?
―Ya veo.
―¿Por qué?
―Por nada ―le respondí.
Pero no era nada. Era algo grande. Yo iba a estar a solas con Emma y no tenía ni idea de qué hacer con ella todo el día.
Además debía ir a tomar una copa con mis compañeros después. ¿Cómo haría para ir a trabajar? Ni para salvar mi vida,
podía ver cómo encajaba el bebé alrededor de todas las otras cosas que quería hacer, con mi día. Mi año. Mi vida.
―voy a ir al centro comercial con Ramona más tarde ―dijo Adam.
―Oh Dios mío ―suspiró papá―. ¿Qué vas a comprar esta vez?
―Sólo cosas de la escuela, papá ―respondió Adam, como si la mantequilla no se derritiera.
―Lo creeré cuando lo vea ―resopló papá―. Adam, no vayas a gastar dinero que no tengo.
―Como si fuera hacerlo.
―Sí, claro ―mi padre estaba poco convencido. Así que incluso Adam iba a salir. Estudié a Emma, deslicé las manos
sobre mi cabeza. ¿Qué iba a hacer?
Papá suspiró. ―Te puedo ayudar con Emma este fin de semana, Dante, pero realmente tengo que volver al trabajo.
―Lo sé, papá ―le contesté.
Papá me estaba estudiando. Se puso de pie y se quitó la corbata con un suspiro. ―Está bien, Dante, voy a llamar por
teléfono y decir que estoy enfermo o algo así pero este es el último día, yo me voy a salir de esto.
―¿En serio? ¿En serio? ―Eché un vistazo a Adam, antes de volver a papá―.
Gracias. Te lo agradezco.
―Hmmm ―dijo papá de mala gana. Pero no me importó. Él no iba a dejarme solo. ―Pero todavía voy a la despedida de
Louise esta noche. Eso si que no me lo voy a perder ―advirtió papá―. Vas a estar bien porque Emma duerme por la
noche. Me iré, y sólo voy a estar fuera una hora o dos años. ¿De acuerdo?
―De acuerdo. No hay problema. Gracias, papá. ―Por el momento, me conformaría con cualquier tipo de ayuda que
me pudiera dar.
El resto del día no fue nada espectacular. Tuve que cambiar la ropa de Emma porque se había bañado en papilla.
Entonces papá me ayudó a establecer una rutina tanto para mí como para el bebé. Cambio de pañales, desayuno,
tiempo de juego, la siesta, cambio de pañales, almuerzo, tiempo de juego, cambio de pañales, cena, tiempo de juego,
baño, pañales y a la cama.
―Es la única manera en las que nos las arreglamos con ustedes ―me dijo papá―. He creado un horario para saber que
lo que deberíamos hacer en cualquier hora del día.
Sonaba un poco reglamentado para mí, pero como fuera funcionaba. Y al menos sabría en dónde estaba en la línea de
tiempo. Josh y un número de mis otros amigos llamaron por teléfono durante el día para preguntar acerca de los
resultados de mi examen y para charlar sobre la próxima fiesta. Por mucho que quería hablar, no pude. Tuve que
atender a Emma. Pero le prometí a cada uno de los que llamó por teléfono que los vería mas tarde. La fiesta era mi
oasis, la cita con la normalidad que necesitaba desesperadamente.
Por la tarde, mi papa me sugirió sacara a pasear a Emma en su cochecito, pero yo no estaba listo para eso.
La única cosa buena que era que Emma ya se había acostumbrando a mi cara, porque no volvió a poner esa mirada de
inquietud cuando la recogí. Así que me había despertado y mis ojos se abrieron por la mañana y luego de un abrir y
cerrar ya era tarde y mi padre se dirigía hacia la puerta para ir con sus amigos a la despedida.
―¿Seguro que va a estar bien? ―preguntó.
Asentí con la cabeza. ―Sí, voy a estar bien. Pásalo bien. Di hola a Louise por mí.
―Yo la había visto dos veces y estaba bien.
―Bueno, Emma está bañada y lista para ir la cama, así que todo lo que tienes que hacer es leerle hasta que se duerma,
luego ponerla en su cuna. Estaré de vuelta pronto, una hora o dos como máximo. Si me necesitas, me llamas, ¿de
acuerdo?
―Papá, voy a estar bien ―insistí.
Esperé unos pocos segundos después de que la puerta principal se cerró antes de regresar a la sala de estar. Adam
jugaba con Emma y su pelota, complacido. ―Adam, ¿puedes cuidar a Emma por mí? Me tengo que cambiar.
―¿Para qué? ―Adam frunció el ceño.
―La fiesta de fin de curso es en la Belle Bar ―le recordé―. Empieza en menos de una hora.
―Envíales un mensaje a Josh y a los otros y diles que no puedes ir.
―¿Estás loco? ―dije, horrorizado―. Esta será mi última oportunidad de ver a la mitad de ellos. Y va a ser una gran
noche. No me perdería esto por nadie ni nada.
Eché un vistazo a una ajena Emma, que estaba sentada en la alfombra ahora jugando con los animales de la granja, uno
de los juguetes que mi papá le había comprado.
―¿Qué pasa con Emma?
―¿Qué pasa con ella?
―¿Vas a dejarla sola? ―Adam se escandalizó.
―Por supuesto que no. Tú estás aquí. ¿No puedes cuidarla por mí?
―¿Yo? Lo siento, pero no, me voy a encontrar con mis amigos en el BB en. . . Adam miró su reloj y exclamó: ―¡Cuarenta
minutos! Tengo que ir y prepararme ―se puso de pie.
―Espera ―tuve que tirar de él cuando ya estaba prácticamente fuera de la 81 habitación―. Está bien, te voy a pagar.
Adam negó con la cabeza. ―Voy a salir. Yo no soy el que tiene un niño y no una vida.
Apenas logré contenerme de decirle a dónde se podía ir y qué podía hacer cuando dijo eso.
―Adam, ella es tu sobrina ―le dije. No quería que él supiera lo mucho que sus propias palabras me habían picado.
―Ella es tu hija ―señaló a Adam―. Creo que es lo primero.
―Oh, vamos. Podes reunirte con tus amigos en cualquier momento. ―No estaba dispuesto a darme por vencido―.
Pero la mía es el final de una era, una vez en la vida.
―Dante, no voy a cambiar mis planes.
―¿Ni siquiera por su sobrina?
Adam le sonrió a Emma. ―Buen intento. Nos vemos cuando regrese. Adiós, Emma. Cuida de tu papá. Y salió por la
puerta. Pero si él o papá o cualquier otra persona pensaban que yo me iba a quedar en casa, estaban completamente
equivocados. De ninguna manera me quedaría en casa esta noche. Emma tendría que venir conmigo.

20
Dante
Los segundos y terceros pensamientos se lanzaron alrededor de mi cabeza mientras estaba fuera del Bar Belle.
Habíamos comido en este lugar en varias ocasiones antes y había sido grandioso, un ambiente animado, pero ahora que
pienso sobre ello, nunca había visto realmente niños pequeños o bebés ahí. Emma estaba dormida en su porta bebé, su
cara vuelta hacia un lado contra mi pecho, pero no podría garantizar que permanecería de esa forma una vez que
hubiera entrado. Solo eran las 07:30, pero mirando a través de la ventana, vi que el lugar estaba un poco más lleno de la
mitad. Aunque no podría ver a Adam, lo cual quizá era mejor. Ojalá que él no me hubiera notado tampoco. Un rápido
saludo a mis amigos, tal vez un trago y después podría irme…
Revisando a Emma mientras estaba dormida, entré. El olor a cerveza agria, vino dulce, ligero perfume y axilas sudorosas
―todo mezclado y otras cosas― me golpeó de inmediato, seguido rápidamente por el ruido de las charlas, risas y
alguna clase de vieja música de jazz. Copas sonando, una puerta golpeando en algún lugar en la distancia ―cada sonido
vibrando. El problema era, que para llegar al área de restaurant tenías que caminar por el ruidoso bar. Miré a Emma
ansiosamente. Era más tarde de su hora de dormir y sonaba como que estaba dormida, pero ¿por cuánto tiempo se
quedaría así?
―¡Dante! Estamos por aquí. ―La voz de Collette sonó sobre el ruido en general. Volteando, la vi poniéndose de pie y
dirigiéndose hacia mí. Josh, Logan y al menos siete u ocho personas más estaban en una esquina del restaurant. Se
sentaron en una mesa larga donde había bebidas y botanas. Collette se veía bien como siempre. Vestía una camiseta
rojo sangre y unos jeans negros. Sus grandes ojos cafés y almendrados brillaban mientras me sonreía. Su cabello estaba
recogido en una coleta trenzada hacia atrás, y aretes como largas y delgadas gotas de oro caían sobre su piel. Mi amigo
Josh estaba sentado a su lado. Como era usual, su cabello castaño claro había sido peinado con gel separándose por
milímetros como siempre. Estaba sosteniendo su botella de cerveza como si fuera un amigo que no hubiera visto en
mucho tiempo y por la vidriosa y feliz mirada en sus ojos azul oscuro, ésta no era la primera.
Miré hacia abajo a Emma de nuevo. ¿Cómo la iba a explicar? Mi decisión de traerla conmigo estaba comenzando a oler
como uno de sus pañales usados. Esto podría tornarse complicado. Me dirigí hacia Collette y los demás.
―¡Hey amigo! ―Josh sonrío mientras me acercaba.
―¡Hola! ―sonreí.
―¿Qué demonios? ―Josh no fue el único en exclamar, al fijarse en lo que estaba llevando.
―Así que, ¿cómo están todos? ―pregunté, como si no hubiera nada mal.
Josh movió sus pies así que podría sentarme entre él y Collette.
―Hola Collette ―sonreí, inclinándome hacia adelante.
Ella trató de contestarme el beso de saludo, pero la bebé se interpuso en el camino. ―¿Qué es eso? ―Josh apuntó
hacia el contenido del porta-bebé atado alrededor de la parte superior de mi cuerpo.
―¿A qué se parece? ¿Una patata?
―¿Trajiste un bebé? ―preguntó Logan.
Logan era delgado pero fuerte. Corría al menos diez kilómetros cada día antes o después de la escuela y estaba en muy
buena forma ―y demonios, se aseguraba que todos supieran eso.
―¿Se supone que ahora eres niñera?
―¿Te volviste loco?
―¿Trajiste a un niño aquí?”
Las preguntas volaban alrededor de mi cabeza como moscas alrededor de un cadáver.
―¿Es niña o niño?
―¿Está dormido?”
―No va hacerse popó o vomitar o cualquier cosa repugnante en la mesa, ¿verdad? ―¡Creo que Josh tiene mejores
modales en la mesa que esos! ―contesté a la horrible pregunta de Amy.
―¡Oye! ―exclamó Josh.
―¿De quién es el niño?
Esa era la pregunta que había estado temiendo. Y mi novia Collette era la persona que la estaba haciendo.
―Esta… ella… ella es mi familiar. Esta es, ella es… bueno… un familiar cercano. Y si, se suponía que estaba de niñera
pero no quería perderme esto. ―Estaba balbuceando.
―¿Cómo se llama?
―¿Por qué diablos la has traído?
―¡¿No es linda?!
―¿Qué edad tiene?
―Su nombre es Emma. ―Seleccioné la pregunta más fácil para contestar.
―¡Hola Dante! ―La voz de Adam sonó detrás de mí. Mi corazón se desplomó―.
¡Oh mi Dios! ¿Trajiste a Emma?
―Sí, ¿y qué? ―me volví a mi asiento, desafiándolo a hacer algo al respecto.
―¿Cómo es que Dante se quedó atascado cuidando a su familiar y tú no?
―preguntó Collette.
Lo fulminé con la mirada ―mis ojos entrecerrados con el significado cargados con la amenaza. De alguna manera debe
de haber captado el mensaje porque, a pesar de que parecía claramente impresionado, no dijo nada. No era que
estuviera 85 tratando de esconder la verdad exactamente. Solo quería decirles a mis amigos acerca de Emma cuando lo
considerara oportuno y a mi manera.
―¿Qué te trae por aquí? ―le pregunté a mi hermano. No era que en realidad me interesara su respuesta. Simplemente
no lo quería aquí cuando iniciara el juego. ―¿Mis amigos aún no han llegado? ―replicó Adam, acariciando la mejilla de
Emma con un dedo―. ¿Puedo quedarme con ustedes chicos mientras llegan?
―Demonios, no ―chasqueó Josh―. Esto es una fiesta privada. No estás invitado. Bueno, no quería a mi hermano
quedándose alrededor de nosotros tampoco, pero no había justamente vehemencia en la voz de Josh, era veneno.
―Dante, dile a tu hermano que se pierda ―ordenó Josh―. No lo queremos.
Mi ceño se profundizó.
―Lo escuchaste ―se unió Logan―. Piérdete.
―Esperen… ―comencé.
―¿Esperar para qué? ―me desafió Josh.
Abrí la boca para hablar, solo que mi hermano se me adelantó. ―Dante, olvídalo.
No importa. ―Adam puso una mano en mi hombro―. Te veré después.
Levanté la mirada hacia mi hermano, pero no me estaba mirando. En su lugar, él y Josh se estaban mirando uno al otro,
la misma expresión beligerante en ambos rostros.
Adam se giró bruscamente y se alejó. Volteé hacia mis amigos. ―Josh, era mi hermano con quien estabas hablando.
―¿Y eso qué?
―Que sí alguien tiene que decirle que se pierda, debo ser yo, no tú. Y Logan, eso va para ti también ―dije.
―Lo siento, pero tu hermano me pone los pelos de punta ―dijo Josh.
¿Qué demonios…?
―¿Por qué Adam te pondría los pelos de punta? ―pregunté lentamente.
Un silencio incómodo se levantó alrededor de nuestro grupo. Contra mi pecho, Emma estaba comenzando a removerse.
―¿Bueno? ―persistí.
―Él sólo lo hace. ―Josh trató de hacer caso omiso de su comentario―. La forma en que siempre está alrededor tuyo y
mira a… todo el mundo…
¿Mirar…? ―Que montón de…
―Además, Dante, no queríamos a algún niño pequeño estorbando alrededor de 86 nosotros ―interrumpió Logan.
Mire hacia él y hacia Josh de nuevo. ¿Estaban hablando acerca de cualquier niño pequeño en general o específicamente
acerca de mi hermano pequeño?
¿Por qué no le preguntaba directamente a Josh? ¿Tenía miedo de la respuesta? Josh y yo habíamos sido compañeros
desde que ambos habíamos iniciado la escuela secundaria, yo de diez y Josh de once años. Logan llegó a nuestra escuela
cuando tenía dieciséis e inmediatamente se enganchó a nosotros por alguna razón. Y para mi sorpresa, Josh había
decidido dejar que se uniera. Logan había sido un elemento permanente desde entonces. Pero había algo un poco fuera
de lugar por lo qué ni él ni Josh se atrevían a mirarme a los ojos.
―Está bien, Josh, ¿qué está pasando? ―pregunté.
Josh se encogió de hombros. ―Nada. Vamos, Dante. Tú tampoco quieres a tu hermano con nosotros más de lo que yo
lo quiero.
―Chicos necesitan calmarse. Despertarán a la bebé ―dijo Collette.
Por la forma en que Emma estaba comenzando a retorcerse contra mi pecho, era demasiado tarde para preocuparse
por eso. Emma abrió sus ojos, tomó un segundo para checar su entorno, levantó su vista hacia mí ―y lloró.
Maldita sea.
Desabroché el porta-bebé y traté de tomar a Emma en mis brazos, pero la música estaba de repente tan fuerte y las
risas tan estridentes y las luces tan brillantes y el olor de la cerveza era nauseabundo. Miré abajo hacia Emma, sintiendo
el mundo a través de cada poro como quizá ella estaba sintiéndolo también.
Y era horrible, como el sonido que haces al retorcer el plástico.
Y no había traído su pañalera así que no había comida, ni pañales, ni libro, nada. El hecho de estar tan poco preparado
se frotaba contra mi piel como papel de lija.
―Está bien, Emma. Te llevaré a casa ―le susurré mientras se aferraba a mi camiseta. Nunca debería haberla traído aquí
en primer lugar. Estúpida, estúpida idea.
―Dios, ella es un poco fea, ¿no? ―Logan se rió mientras la miraba llorar.
Mi sangre detuvo su flujo, mi corazón detuvo su latido, mis pulmones dejaron de trabajar ―solo por un segundo. Pero
eso fue suficiente. Miré abajo hacia Emma, su rostro apretado y cerrado en sí mismo, sus ojos arrugados mientras
sollozaba en su miseria. Adam tenía razón. Ella era… hermosa. Realmente hermosa.
Me paré, regresando a Emma de nuevo a su porta-bebé, gentilmente girando su cabeza así ella podría estar cómoda
contra mi pecho. ―Primero que todo, Logan, nadie luce en su mejor forma cuando está llorando. Y la segunda cosa y
más importante, si vuelves a llamar “fea” a mi hija de nuevo, te daré un puñetazo en la cara. Se tornó en silencio.
Observé a Logan. No necesitaba lanzar miradas en clave o levantar la voz para que él supiera lo que quería decir con
cada sílaba. Lo miré. Tenía la cara como una comadreja y con una mirada disimulada, se veía astucia en sus ojos. ¿Y
tenía el coraje de llamar fea a Emma? Miré alrededor. Todos los ojos estaban sobre mí.
Bueno, ahora le había dicho a él y a todos ellos acerca de Emma. Cuando había decidido que lo haría a su debido tiempo
y a mi manera, esto definitivamente no era lo que tenía en mente.
―¿Tu hija? ―Collette fue la primera en hablar.
―Es correcto.
―¿Tu hija? ―repitió Josh.
Mis amigos me estaban mirando como si acabara de bajarme de una nave espacial. Entonces Josh comenzó a reírse.
―¡Ja, ja! Muy buena, Dan. Muy buena broma.
Algunos de los otros comenzaron a reírse también. Más que nada. Me estaban mirando esperando una señal. Un ‘Te
atrapé’ de mi parte y que me revolcara por los pasillos de risa ―bueno, alrededor de las mesas a cualquier velocidad.
Una palabra y estaría fuera del anzuelo. Emma sería mi secreto, un secreto familiar. Un secreto… bajé la mirada a
Emma. Estaba mirándome, aún llorando. Besé su frente, antes de volver la mirada directamente a Collette. Había tantas
cosas que había querido decirle, tantas cosas que había querido contarle antes de que este momento llegara. Solo una,
¿podría mi vida transcurrir acorde a mi agenda?
―Emma es mi hija y la llevaré a casa. Que todos tengan una gran noche.
Me giré y me dirigí hacia la puerta. Detrás de mí, un coro de exclamaciones y preguntas comenzaron, pero nada de eso
me detuvo.
―Espera, Dante ―.Collette estaba a mi lado antes de que pudiera poner un pie en la calle. Ella me miraba y luego a
Emma y de vuelta a mí―. Tú… ¿no estabas 88 bromeando?
No dije nada. Si era una broma era sobre mí, no hecha por mí.
―¿Quién es la madre?
Pausa. ―Melanie Dyson.
―¿Mel? ―Los ojos de Collette me miraron con reproche―. ¿Todo este tiempo has estado saliendo con Melanie a mis
espaldas?
―Collette, tu deberías saber que soy mejor que eso. Mel y yo nos separamos después de la fiesta de navidad de Rick.
Eso fue hace casi dos años atrás. Y como el resto de ustedes, no la he visto… no la había visto desde entonces.
―¿Qué edad tiene esa cosa? ―Collette señaló a Emma.
Levanté una ceja. ―Emma tiene… once meses. Cumplirá un año el próximo mes. Y ella no es ‘esa cosa’.
―Está bien, lo siento. Pero no comprendo. ¿Cómo es que no me dijiste que tenías una hija?
―Yo lo supe ayer. Mel volvió y trajo a Emma con ella.
―¿Ustedes dos van a volver?
―No.
Collette se veía en shock como si vistiera un vestido de neón. No es que pudiera culparla. Yo debería haber estado en el
Bar Belle, brindando con una cerveza fría y celebrando mis resultados de nivel A con mis amigos y Collette. Se supone
que mi cabeza debería estar zumbando con planes, esquemas y más sueños acerca de la universidad. Ahora todo mi
horizonte está lleno de Emma y nada más. La risa que se destilaba fuera del Bar Belle se burlaba de mí. Quería alejarme
de ahí.
―¿No sabías que Mel estaba embarazada?
―No, no lo sabía.
―¿Es por eso que ella dejó la escuela abruptamente?
―Supongo. Realmente no estaba de humor para las veinte preguntas. Y las risas dentro del Bar Belle comenzaban a
molestarme.
―¿Dónde está Mel? ¿Por qué no la trajiste esta noche?
―Ella se fue.
―¿Se ha ido? ―Collette frunció el ceño.
―Si, se ha ido. Se fue a vivir con sus amigos y se deshizo de Emma, dejándola conmigo. Mel no quería a Emma y
tampoco yo, pero estoy atascado con ella ―dije. 89 En el momento en que dejé salir las palabras de mi boca, quise
retirar lo dicho. Miré hacia Emma. Ahora que estaba fuera del restaurant, había dejado de llorar pero todavía estaba
despierta. Cerré mis ojos. Maldición. No hubiera podido decir porque lo hice pero estoy seguro que no lo quería decir
enfrente de ella. Maldición. Lo siento, Emma… Ahí estaba de nuevo, el duro, doloroso nudo en mi garganta que se me
hacía tan difícil pasar, me hacía difícil respirar.
―Realmente me tengo que ir ahora ―dije cansinamente―. Te llamaré mañana, ¿está bien?
―¿Puedo venir si quieres? ―ofreció Collette.
―Sí, está bien. De cualquier forma, te veo después. Me giré y me alejé caminando. Tenía que llevar a Emma a casa.
Tenía que llevar a mi hija a casa.

21
Adam
Josh es un cabeza hueca. Si la manera de ser de la gente se reflejara en su aspecto exterior, entonces Josh se vería como
un retrato de Dorian Gary. Realmente es un pequeño sapo tóxico. Yo sé exactamente por qué él no quiere que me una
al grupo de Dante. Bueno, no era difícil de entender.
Yo solo tenía que pasar por delante de la mesa de Josh para que él se quedara de piedra en el momento en que me veía.
Dante no estaba por ninguna parte, por lo que Josh salió con uno de sus habituales comentarios estúpidos, estimulado
por esa mierda conmovedora, Logan. Logan realmente piensa que él lo es todo, con sus diseños desteñidos y su actitud
de diseñador y su padre productor de música, que tuvo un par de listas de éxitos en la Edad de Piedra. Quiero decir, ¿a
quién le importa? ―aparte de Logan. Josh repartió insultos mientras Logan se reía por mucho tiempo y más alto de lo
necesario. ¡Idiota! Josh estaba sirviendo a manos 90 llenas y siguió adelante. Josh realmente no valía mi tiempo ni
esfuerzo. No iba a permitir que ni él ni nadie arruinaran mi noche.
En dirección a la barra, me moví entremedio de la gente haciendo un progreso dolorosamente lento. Era mi ronda pero
ahora el lugar estaba abarrotado. Estrechando los codos traté de atraer la atención de uno de los camareros. Dante
debió haber estado chiflado al pensar que podía traer a Emma a este lugar. No pude evitar preguntarme dónde se había
metido mi hermano. ¿Tal vez había salido afuera por un rato? Ya había comprobado los baños, pensando que tal vez
Dante le había ido a cambiar el pañal a Emma pero no estaba allí. Tal vez, solo tal vez, había recuperado el sentido
después de todo y se habían ido a casa.
―¿Ellos siquiera sirven a los de tu tipo aquí? ―me susurró una voz al oído. Me di la vuelta, sabiendo mientras lo hacía,
quién estaba justo detrás de mí. Y no me equivoqué, para bien o para mal.
―¿Cómo logras mantenerte en pie sin que tus nudillos estén arrastrando sobre el suelo? ―pregunté con desprecio.
―¿Qué?
―Exactamente ―Me di la vuelta moviendo el dinero en mi mano mientras trataba de que me sirvieran.
―Crees que eres inteligente ¿verdad? ―susurró Josh en mi oído.
―Y apuesto y talentoso ―Volví la cabeza un poco para informarle― No te olvides de aquello. Silencio.
Luego para mi sorpresa Josh comenzó a reírse ―Piensas mucho sobre ti mismo ¿cierto?
―Sí, pero no soy el único ―le dije. Él se río más fuerte. Me di la vuelta ahora sospechando. ¡Dios mío! De verdad estaba
sonriendo ¿Por qué? ¿Estaba bien? Él estaba tramando algo.
―¿Qué estas tomando? ―preguntó Josh.
―¿Por qué?
―Porque compraré para ti ―dijo Josh. Mis ojos entrecerrados. ―Por el pinchazo de mis pulgares... ―¿Qué? ¿Qué paso
con tus dedos?
―Nada. Es solo una cita de Macbeth
―¿Por qué estas escupiendo a Shakespeare? Por el pinchazo de mis pulgares, algo malo está por venir. Sin embargo, no
iba a terminar la frase en voz alta. No era tan estúpido. Pero me puse inmediatamente en guardia.
Josh sin duda estaba tramando algo.

22
Dante
La puerta de mi habitación se abrió alrededor de dos segundos antes de que me golpeara repetidamente la cabeza con
ella. Salté hacia atrás con Emma en mis brazos. Ella seguía gritando.
―¿Qué está pasando? ―Preguntó papá cansado.
―Estaba a punto de ir por ti ―admití, las palabras salieron casi arrastrándose, estaba tan cansado―. Necesito tu ayuda,
papá. Emma no deja de llorar. Me está causando dolor de cabeza.
―¿Tiene hambre?
―No, traté de calentar un poco de leche, pero ella no la quería. Y el pañal está seco y he comprobado su cuna en caso
de que algo en ella la estuviera haciendo sentir incómoda, pero está bien. ¿Por qué llora constantemente?
―Dante, tu hija aún no puede hablar, así que ¿qué otra manera se supone que tenga
92 para hacerte saber que algo está mal?
―Papá, no entiendes. ¿Cómo demonios se supone que debo saber lo que está mal con ella, entonces? No soy telépata.
―No, tú eres el que no entiende ―dijo papá―. No necesitas ser telépata, solo tienes que escucharla y responder. Tu
mamá me dijo que tú y tu hermano solían tener diferentes llantos cuando quería cosas diferentes. Jenny dijo que ambos
tenían un llanto de tono alto cuando estaban hambrientos y un llanto más bajo y agudo cuando su pañal necesitaba
cambiarse. Tal vez sea cosa de mujeres o de mamá porque yo no podía oír la diferencia.
Maldita sea. La última cosa que necesitaba a las endemoniadas dos y treinta de la mañana era un paseo por los
recuerdos.
―¿Y eso en qué ayuda? Sigo sin saber que va mal con ella ―me rompí.
―Lo que hice en su lugar, ya que no tenía los oídos expertos de tu madre, tuve que probar todo. Revisaba sus pañales,
trataba de alimentarlos, me aseguraba de que no estuviera demasiado caliente o demasiado frio o muy seco. Dante,
tienes que trabajar por un proceso de descarte.
―Pero eso requiere demasiado tiempo ―protesté.
―¿Y qué estás apurado por hacer exactamente? ―pregunto papá, levantando las cejas
―Dormir ―dije lastimeramente. En ese momento hubiera pagado un buen dineral por poder dormir un poco.
―Bueno, a menos que quieras estar de arriba a abajo con Emma toda la noche, te sugiero que trates de averiguar lo
que le pasa ―dijo papá―. Pásamela.
Con mucho gusto. Le di a Emma, con los brazos cansados cayendo a mis costados. Vi como mi padre puso una mano en
la frente de Emma y en sus mejillas.
―Hmmm...
―¿Qué? ¿Está bien? ―Le pregunté, repentina e inexplicablemente ansioso. ―Bueno, está un poco caliente y está
goteando como una fuente de agua ―dijo papá―. Emma, dulce guisante, solo voy a mirar tus encías. ―Usando el lado
de su dedo índice, papá movió el labio superior de Emma, después el labio inferior, para poder ver.
―¿Necesita un médico? ―le pregunté―. ¿Debo llamar a un médico?
―No es necesario. Le están saliendo los dientes ―dijo papá. Me entregó a Emma de nuevo.
―Espera aquí. Ya vuelvo. ―Y desapareció de mi cuarto. Regresó agitando un tubo de gel dental en su mano y
sonriendo. ―¿No estás agradecido de que haya hecho todas las compras?
¿Agradecido? En ese momento yo sólo quería inclinarme y adorar sus pies
sudorosos. 93
―Siéntate con ella en tu regazo y luego puedes aplicar algo de esto en sus encías.
―¿Es seguro? ―Le pregunté.
Papá me miró, claramente impresionado. ―Lo comprobé primero, Dante. Lo he hecho una o dos veces antes.
―De acuerdo. No hay necesidad de saltarme a la yugular ―murmuré.
―Es seguro para los niños mayores de dos meses ―me informó papá―. ¿Tus dedos están limpios?
―Por supuesto. ―Fruncí el ceño.
Papá apretó un poco del gel en mi dedo índice y observó mientras lo aplicaba lo más suavemente posible sobre las
encías de Emma, donde dos dientes de abajo se comenzaban a mostrar. Emma estaba masticando en mi dedo conforme
lo aplicaba, pero no me dolía. Supongo que estaba tan entusiasmada como yo, de que iban a dejar de dolerle las encías.
Papá espero conmigo por otros cinco minutos, hasta que Emma se relajó y finalmente se quedo dormida. Moviéndome
como zombi puse a Emma en su cuna, cubriéndola hasta la cintura con su manta de bebé. Entonces caí en mi propia
cama, demasiado cansado para hacer otra cosa.
―Buenas noches, hijo ―Sólo era vagamente consciente de papá envolviéndome con mi edredón.
―Buenas noches, papá ―murmuré. Y estaba fuera de combate.
―Vamos, Emma, sólo unos cuantos bocados más ―rogué.
Cada uno de mis párpados se sentían como si fueran de plomo sólido mientras luchaba por mantenerlos abiertos.
―¡Abre, Emma! ―le dije, moviendo la cuchara en frente de sus labios firmemente cerrados―. ¡Aquí viene el avión!
Pero ella no tenía apetito y yo no podía decir que la culpara. Probablemente estaba tan cansada como yo, pero si no
comía ahora, todo el horario de alimentación del día sería la historia. Sabía que se suponía que fuera flexible en cuanto
a estas cosas siendo un chico joven, pero la flexibilidad y el cansancio en realidad no van de la mano. Y me sentía como
si no hubiera hecho más que cerrar los ojos para dormir antes de que fuera de día y la hora para abrirlos de nuevo.
―Vamos, Emma. Por favor, come un poco más de este deliciosas gachas de plátano. ―Me incliné hacia delante y abrí la
boca para mostrarle cómo debe hacerse. Emma extendió la mano y sus dedos diminutos tocaron mi mejilla. Me quedé
helado. Nos miramos el uno al otro con atención. Emma me acarició la mejilla y sonrió. Eso es todo lo que era, una
sonrisa. Poco a poco me alejé, sintiendo una
extraña sensación y no estoy seguro del por qué. 94
Por fin termine de darle a Emma su desayuno y ahora estaba bebiendo el jugo de su vaso pequeño a prueba de
derrames. Yo calculé que tenía alrededor de un minuto ―dos, si tenía suerte― para devorar mi tazón de cereal y un par
de tazas de café antes de que empezara a agitarse para que la sacara de su sillita alta. A Emma le encantaba explorar y
por el momento, de todas las habitaciones de la casa, la cocina era su favorita. Miré alrededor de la sala, dubitativo.
Hace dos días había sido solo una cocina. Sí, el piso había estado un poco pegajoso y las superficies de trabajo
necesitaban un poco de limpieza, pero había sido perfectamente funcional y no había pensado en ello ni una sola vez, ni
hablar de una segunda. Ahora se trataba de una trampa mortal, con los peligros ocultos que acechan en cada letal
esquina afilada y cada peligro en la alacena.
Ya había usado cada anti-bacterial para limpiar que teníamos en la casa para limpiar el piso, las manijas de las alacenas y
todas las superficies de trabajo. La cocina no se había visto tan bien en años. Sólo entonces dejé que Emma gateara
mientras yo hacía el desayuno, pero debo de haber roto algunos récords de velocidad ya una docena de veces al alejar a
Emma de los potenciales peligros. Ni siquiera eran las nueve aún y me sentía como si hubiera corrido medio maratón.
Estaba hecho polvo. Adam entró en la habitación, dándose la vuelta para salir en el momento en que me vio. Pero
demasiado tarde. Yo estaba de pie en un segundo.
―Adam, ¿qué le pasó a tu boca?
―Nada. ―Adam hizo una pausa antes de volver a la cocina―. Buenos días, Emma. ―le sonrió, sólo para hacer una
mueca de dolor, su mano voló a su boca. Su labio superior estaba hinchado y el labio inferior partido, enrojecido y con
mal aspecto.
―La "Nada" no te corta el labio ―fruncí el ceño―. ¿Qué pasó?
―Me caí otra vez.
―¿Y aterrizaste en tu cara?
―Fue un accidente ―dijo Adam―. Y voy a vivir, así que déjame en paz. Además, ¿por qué te importa?
―¿Qué? Por supuesto que me importa. Eres mi hermano.
―Cuando te conviene.
―¿Qué se supone que significa eso? ―No hubo respuesta―. ¿Cuál es tu problema? ―le pregunté, exasperado.
―No saltaste exactamente en mi defensa la noche anterior ―dijo Adam, su voz afilada con resentimiento.
―Lo hice, en realidad ―le contesté, sabiendo al instante de lo que estaba hablando―. Le dije a Josh que no te hablara
de esa manera. Ese es mi trabajo.
Mi intento de una broma fracaso miserablemente. Adam me miró con expresión pétrea.
―Espera un minuto, ¿Josh te hizo eso? ―le pregunté. 95
―Ya te lo he dicho, me caí.
Examiné a mi hermano, pero él me miró a los ojos y no apartó la mirada. Si Josh hubiera sido responsable de su labio
partido, mi hermano me lo diría. ¿Lo haría. . . ? ―¿Qué harías si Josh me hubiera hecho esto? ―preguntó Adam,
señalando sus labios.
―No sé, pero me gustaría hacer algo.
―¿Contra Josh
―Contra el mismísimo Wolverine ―le aseguré―. Nadie le hace eso a mi hermano.
Adam sonrió débilmente. ―Bueno, no es necesario tomársela con Wolverine ―o
Josh. Aunque nunca voy a entender por qué andas con ese perdedor.
Para empezar, tiene el rostro como un jamón extendido sobre un sapo. Me eché a reír. ―¿Te importa? Él es mi
compañero.3 ―¿Por qué?
―¿Huh?
―¿Por qué eres amigo de él? Y ese Logan es aún peor. ¿Por qué dejas que Josh se salga con la suya diciendo y haciendo
lo que quiera? ―¿Cómo qué? ―¿A dónde quería Adam ir a parar?
―No importa ―suspiró Adam.
Pero a mí me importaba.
Bueno, a veces, Josh salía con cosas que me hacían. . . temblar, no era su intención, en realidad no. Además, cuando
empecé en la secundaria Mayfield Manor, yo era una mala hierba. Sí, lo admito. De mala gana.
Y al igual que los tiburones que detectan la sangre en el agua, un par de chicos de un curso superior, comenzaron a
centrar su atención en mí. Pequeñas grandes cosas como tirarme mis libros, empujar de mi hombro la mochila y usarla
como una pelota de fútbol, cosas así. Bueno, fue Josh el que estuvo a mi lado y les hizo frente. ―No quieren hacer esto
―les dijo Josh―. Quiero decir, ustedes realmente no quieren hacerlo.
Y debe haber sido algo en la manera en que lo dijo porque dieron marcha atrás y nunca me preocupé después de eso. Y
desde ese día Josh y yo empezamos a salir juntos. No le gustaban los libros que yo leía, las películas que había visto, la
música que escuchaba, pero que estaba bien porque aprendí como es él.
―Él es mi compañero ―le dije otra vez.
―Dante, sólo ves lo que quieres ver ―suspiró Adam―. Ese siempre ha sido tu problema.
―¿Ah, sí? Así que dime qué es lo que crees que me estoy perdiendo.
Adam me miró pero no respondió. Entrecerré los ojos. 96
―¿Pasó algo en el bar Belle después de que me fui la noche anterior? ―Le pregunté.
―No pasó nada ―dijo Adam débilmente, alejándose de mí.
Él estaba ocultando algo. Yo siempre sabía cuándo estaba ocultando algo.
―¿Adam?
Adam se volvió hacia mí y sonrió. ―Deja de quejarte. Te preocupas demasiado. Probablemente sea cierto. Después de
que mamá murió, parecía que encima de todo había heredado a Adam, lo que apestaba con una cereza encima.
―¿Entonces tus amigos fueron al BB? ―Le pregunté.
―Sí… Eventualmente.
―¿Quiénes?
―Anne al cubo.
―¿Pedón?
―Roxanne, Leanne y Diane ―Adam sonrió―. Así que todo el mundo las llama Anne al cubo.
―Un nombre que tú has inventado, ¿sin duda?
―Por supuesto ―se pavoneó Adam.
Naturalmente.
¿Por qué eran chicas la mayoría de los amigos cercanos de Adam?
―Entonces, ¿qué hiciste? ―Le pregunté.
―Nos reímos mayormente.
―¿De qué hablaron?
―Películas y actores que nos gustan a todos, en su mayoría.
―Maldita sea, Adam.
―¿Qué? Voy a ser un actor así que tengo que estar al día con todas las cosas teatrales ―dijo Adam―. Y no maldigas
delante de tu hija.
Un rápido vistazo a Emma estableció que ella no estaba prestando atención a nuestra conversación, pero que tendría
que poner un ojo en eso en el futuro.
―¿No había chicos en tu grupo, anoche? ―le pregunté.
―No, Dylan y Zach no aparecieron, lo cual estuvo bien por mí. Era sólo yo y tres chicas pendientes de cada una de mis
palabras.
―Sí, claro ―me burlé.
―Es cierto. Era mi oportunidad de brillar ―sonrió Adam.
Oh, Dios mío.
―¿Por qué no puedes ser más como…?
―¿Tú?
―Otros chicos ―le dije.
―Soy un líder, no un seguidor ―me informó Adam con altanería―. A diferencia de otros que podría mencionar.
―¿Qué significa eso? 97
―Significa que no tengo miedo de ser diferente.
―Ser diferente va conseguirte una patada en el trasero.
―No contigo cuidándome ―Adam sonrió―. Y cuida tu lenguaje ―boca de alcantarilla.
Si Emma no hubiera estado presente, él hubiera presenciado en toda regla, en cinco actos, el espectáculo de ‘boca de
alcantarilla’.
―¿Has decidido lo que vamos a hacer acerca de tu lugar en la universidad? ―preguntó Adam antes de probar su yogurt
mezclado con harina de avena y uvas (muy bueno para la piel al parecer).
―No ―admití―. Todavía no.
―¿Estás esperando por inspiración divina?
―No. Esperando al cartero ―le contesté.
―¿Perdón?
―No importa. ―No estaba preparado para decirle a Adam o a papá acerca de lo de tomarme una prueba de ADN. Aún
no. Ellos no lo entenderían. Pensarían que estaba tratando de salirme de algo.
Papá dio vueltas por la cocina, rascándose el trasero y bostezando, sus calzoncillos colgando bajo sus caderas. Gracias a
Dios yo ya había terminando mi desayuno.
―Papá, ¿te importa? ―le pregunté, poniendo la mano delante de los ojos de Emma.
―Tu nieta necesitará años de terapia, papá ―dijo Adam.
―Oh, ya vuelvo ―dijo papá, ya estaba girando cuando finalmente vio la cara de Adam― ¿Qué diablos te pasó?
―Tropecé y caí ―dijo Adam.
Papá frunció el ceño ―¿No te funcionan bien los malditos ojos?
―Papá, ¿te importaría no maldecir frente a Emma, por favor? ―le dije―. No quiero que ella herede tu lengua mal
hablada.
―Cabrón descarado.
―¡Papá!
―De acuerdo, está bien. Lo siento Emma. Y Adam ten más cuidado. ―Papá murmuró para sí mismo todo el camino
hasta las escaleras. Adam y yo intercambiamos una sonrisa. Emma bajó la mano y se rió.
Papá volvió vestido con la bata verde oscuro que le había comprado para su cumpleaños hace unos tres años. Lo había
visto en ella precisamente un par de veces, el día en que se la di y hoy.
―¿Feliz? ―preguntó al entrar en la cocina.
―Estoy seguro de que Emma lo está ―hablé por ella.
―Hola, ángel. ―Papá se dirigió directamente a Emma y la levantó de su sillita alta.
La alzó por sobre su cabeza, sonriéndole―. ¿Cómo está mi preciosidad?
―Hablas como Gollum ―se rió Adam. 98
―Tu tío es un bruto descarado. Oh, sí lo es, oh, sí que lo es ―dijo papá.
―Papá, no delante de Emma, por favor ―suspiré.
―Lo siento, tu abuelo en verdad lo siente Emma. ¡Maldita sea, abuelo! Todavía no puedo acostumbrarme a la forma en
que la palabra me hace sentir tan malditamente viejo.
―¡Papá! ―dijimos Adam y yo al unísono.
―Oh sí, lo siento ―dijo papá tristemente―. Emma, eres un bebé muy bueno, ¿no es así? ¿No eres un buen bebé?
―¿Un buen bebé? ¿Te acuerdas que estuve levantado la mayor parte de la noche anterior con ella? ¿No? ―dije con
amargura.
Papá se volvió hacia mí. ―Dante, considerarte afortunado de que ella no es una recién nacida. Los bebés recién nacidos
despiertan cada dos horas durante toda la noche, con hambre. Por lo menos, ustedes lo hicieron, ¿ven estas arrugas
alrededor de mis ojos? Son gracias a ustedes dos.
―Las tienes porque no te hidratas ―dijo Adam.4
―Prefiero tener las arrugas ―dijo papá―. Entonces, ¿cómo tiene los dientes Emma esta mañana?
―Bueno, ya no está llorando, pero todavía me babea. ―Dije recordando cómo me había empapado la camiseta desde
el momento en que había llevado a Emma abajo para el desayuno.
―A ninguna mujer podría caérsele la baba por ti por cualquier otra razón ―dijo Adam.
Mi hermano realmente pensaba que era gracioso.
El sonido metálico del buzón anunció la llegada del cartero. Me dirigí a la puerta de entrada antes de que nadie pudiera
moverse. Había llegado. Mi prueba de ADN había llegado.

23
Dante
Arrojando las otras dos cartas en la mesa del salón, grité, “ya vuelvo,” antes de subir las escaleras. Necesitaba estar solo
mientras planeaba lo que necesitaba hacer. Desgarrando el paquete, cuidadosamente coloqué su contenido sobre mi
cama. Había tres empaques de muestras de diferente color; uno azul, uno rosa y uno amarillo. Azul para el papá, rosa
para la mamá y amarillo para el bebé. Vaya estereotipo. Afortunadamente para mí, esta prueba no requería una
muestra de Melanie para establecer la paternidad. Cada empaque de muestra tenía indicaciones sobre lo que
necesitaba ser completado antes de poner la muestra dentro del mismo. Junto a los empaques, había dos páginas de
instrucciones, un empaque de repuesto y tres paquetes plásticos con dos hisopos cada uno. Acorde a las instrucciones,
no debía beber café o té por al menos cuatro horas antes de tomar mi muestra de la boca y tenía que espera al menos
dos horas después de que Emma hubiera comido para tomar su muestra de la boca. Aun podía sentir el sabor 100 de la
taza de café que acababa de tomar así que ahora tenía que esperar. Maldición. Cada hisopo estaba envuelto en un
empaque de plástico esterilizado, que solo debían ser abiertos justo antes de ser usados, y las instrucciones decían en
letras mayúsculas que la punta de los hisopos no podrían ser tocados en ningún momento. Están previstos dos hisopos
por persona, y cada uno debía dejarse al menos una hora y media antes de ser colocado en el empaque de la muestra.
Podía elegir entre recibir los resultados por correo convencional o por correo electrónico. Había pensado mucho acerca
de eso. El correo electrónico era rápido, pero todos nosotros compartíamos una computadora y estaba seguro como el
infierno de que no quería que Adam o mi padre vieran los resultados antes que yo. Ni siquiera quería que ellos supieran
lo que estaba haciendo, no aún. Así que sería por el lento correo convencional.
Ahora que la prueba estaba aquí, solo quería seguir adelante con ella. En lugar de eso tenía que esperar hasta un poco
antes de la hora del almuerzo. Después debía esperar entre cuatro a siete días por los resultados. Me puse a pensar
acerca de las primeras horas en la mañana muy temprano, meciéndome de arriba abajo, de arriba abajo tratando de
que Emma se durmiera. Incluso mis noches ya no me pertenecían nunca más. Lo chistoso era, que cuando ella estaba
despierta, no podía dejar de mirarla, de mirar hacia ella.
Mi hija, Emma… ¿Mi hija Emma?
―Solo necesito saber la verdad ―susurré al silencio dentro de mi habitación.
Eso es todo lo que quería, la verdad.
Entonces, ¿cómo es que aún me sentía culpable por dudar de que Emma fuera mía?
Después de ordenar y recoger las cosas de mi cama y esconderlas en mi cajón de abajo, busqué mi teléfono celular el
cual había dejado apagado y recargando toda la noche. En un reflejo lo encendí y lo coloqué en mi bolsillo y apenas puse
mi contraseña y el código del SIM, el teléfono empezó a sonar. Siete llamadas pérdidas de números de mis amigos y un
par de mensajes de esos mismos números. A alguien en verdad le urgía localizarme. Puse el teléfono en el bolsillo de mi
pantalón antes de lanzarme escaleras abajo. Acababa de llegar al tope de las escaleras cuando el timbre de la puerta
sonó. Abrí la puerta. Era Collette. Bueno, no había tardado mucho tiempo.
―¿Puedo entrar?
Me hice a un lado para dejarla pasar, cerrando la puerta una vez que ella había entrado. Estábamos de pie el uno frente
al otro, con una torpe vergüenza aleteando como un ave entre nosotros. Ella se inclinó hacia adelante. Un beso breve le
siguió, más por un gesto cordial que por otra cosa.
―Dante, ¿cómo estás? ¿Estás bien? ―preguntó Collette.
―Bien. ―Me encogí de hombros, lo que demostraba que obviamente no lo estaba.
―¿Cómo está… ella?
―¿Emma? Está bien. Está en la cocina.
Indiqué el camino, sintiéndome realmente incómodo. Ayer, había estado tan molesto con Logan que no me había
importado nadie más ahí. Pero ahora, me siento acalorado un poco más allá de la vergüenza, casi demasiado cercano a
la preocupación. Collette era mi novia. Habíamos intercambiado un montón de besos y alguna sesión de caricias, dos o
veinte, pero nada más. Y yo estaba aquí con un hijo.
―Hola Adam. Hola Señor Bridgeman ―dijo Collette mientras entrábamos en la cocina.
―Ah, hola, Collette. Disculpa que esté en bata ―dijo papá, mirándome con dagas en los ojos.
Adam inclinó la cabeza en dirección a Collette antes de continuar con su desayuno. Collette miró hacia Emma pero no
dijo nada.
―Justo me iba a cambiar ―dijo papá, indicando la bata que llevaba. Se escabulló de nosotros, siguiéndome con la
mirada. ¡Eso le enseñaría!
―¿No vas a decirle hola a Emma entonces? ―preguntó Adam. Curioso, pero había estado pensando lo mismo.
Collette estaba momentáneamente desconcertada. ―Ah, sí. Claro. Hola Emma.
Collette caminó hacia la bebé y torpemente le dio unas palmaditas en la cabeza.
Adam levantó una ceja. Ceñuda, Emma miró hacia Collette. Me apresuré y tomé a Emma y la saqué de su silla antes de
que pudiera protestar ante la única forma en que Collette sabía acariciar un bebé.
―¿Así que ésta es tu hija? ―dijo Collette. Podía ver que ella estaba esforzándose por encontrar algo apropiado que
decir.
―No te rondan muchas ideas ―dijo Adam.
Collette le lanzó una mirada impaciente. Emma rodeó un brazo alrededor de mi cuello y miró a Collette de arriba abajo
como si no estuviera muy impresionada. Tuve que morder mi labio pero Adam no fue muy discreto.
―Dante, tu hija es una persona inteligente ―dijo Adam mientras se levantaba y se dirigía al lavavajillas―. Ella debió
heredar el cerebro de su mamá. Emma comenzó a reírse alegremente. Collete frunció el ceño. ―Adam, no eres
gracioso.
―Emma piensa que lo soy ―replicó Adam. Lo cual hizo que me mordiera el labio más fuerte. Había algo acerca de la
risa de Emma que era contagioso. Así que juzgando por la glacial expresión de Collette ella era inmune.
Dante, se parece a ti ―dijo Collette.
―Nadie es tan desafortunado ―Adam bromeó.
―Dante, ¿podemos salir a dar un paseo o algo así? ―dijo Collette, exasperada―. Me gustaría hablar contigo en
privado.
―Adam, ¿podrías…?
―No, no podría ser niñera ―interrumpió Adam.
―Podríamos llevar a Emma con nosotros ―sugirió Collette―. ¿Tal vez al parque? ¿Pasear a Emma? ¿A la luz del día?
―Podríamos llevarla en su cochecito ―dijo Collette. Ah Dios. Empujar un cochecito… tomé una profunda respiración.
Quiero decir, no era que yo estuviera… avergonzado de Emma. No lo estaba. Yo solo… la gente estaba obligada a verme.
Lancé una mirada hacia afuera por ventana de la cocina. Era un hermoso día con cielo azul y no había señales de nubes,
así que incluso no podría usar el clima como una excusa para negarme.
―¿Te gustaría salir a dar un paseo? ―pregunté a Emma. Ella me sonrió. Y lo tomé como un sí―. Ya regresamos ―le dije
a Collette―. Toma algo del refrigerador si gustas.
Subí las escaleras con Emma y cambié su mameluco por uno de sus nuevos vestidos que papá le compró. Sus piernas
pataleaban constantemente como si estuviera corriendo en bicicleta en el triatlón. Solo fueron mis reflejos súper
rápidos los que la detuvieron de salir pataleando como campanadas fuera de mis brazos. Le puse alguna clase de
botines en sus pies y estábamos listos para salir. Alcancé el rellano del pasillo justo cuando papá salía del baño.
―Debiste haberme dicho que Collette iba a venir esta mañana temprano ―me advirtió.
―No sabía que iba a venir ―le repliqué.
―Hmmm ―Papá se calmó un poco―. ¿Vas a salir?
―Sí, pensamos que deberíamos llevar a Emma al parque.
―No sin un sombrero sobre su cabeza ―gruñó papá―. Se está cocinando ahí fuera. ¿Quieres que a la niña le dé un
golpe de calor? ¿Dónde está el gorro rosa de algodón que le compré?
―En mi cajón ―contesté.
―Bueno, haría mucho más bien sobre su cabeza ―dijo papá, con una pequeña sonrisa― recuerdo que tú tenías el
gorrito amarillo más adorable y solías llorar cuando cualquiera de los dos, tu mamá o yo, te lo quitábamos.
―Ja, Ja, papá.
―Estoy seguro que debe de haber algunas fotos tuyas con tu pequeño y dulce gorro si quisiera enseñárselas a Collette.
―Papá sonrío ampliamente.
―Oh, me muero de risa ―dije agriamente antes de regresar a mi cuarto para 103 tomar el sombrero de Emma. Detrás
de mí, papá reía entre dientes. Emma ahora tenía uno de los tres cajones de mi cómoda. Todas las cosas que estaban
ahí fueron arrojadas en el cajón de arriba de mi armario. Puse a Emma en su cuna y hurgué dentro del cajón hasta que
encontré su gorro. En el momento en el que lo puse sobre su cabeza, ella sacó su mano para tratar de quitárselo.
―No te culpo ―le dije―. Pero vamos a salir ahora y te protegerá del sol.
―Nnaaah, nnaaagh… ―dijo Emma.
―Te escucho ―le contesté―. Pero es por tu propio bien. Nos dirigimos escaleras abajo. Collette me siguió hacia el
recibidor y observó mientras ponía Emma en su carriola. Revisé la pañalera de Emma para asegurarme que tenía
pañales de repuesto y estábamos listos para irnos.
―Nos vemos después, papá ―le grité.
Apareció en lo alto de las escaleras, totalmente vestido en jeans y una camiseta azul, gracias a Dios. ―Disfruten su
paseo. Collette abrió la puerta de enfrente y salimos hacia el sol.
Nunca antes había empujado una carriola, y para ser honesto se sentía un poco extraño. Diferente. Desconocido.
―¿Quieres que la empuje? ―Collette preguntó a mi lado.
―No, está bien. Lo he hecho antes ―le dije.
Caminamos en silencio por un rato. Honestamente no podía pensar en nada que decir ―algo que nunca antes había
pasado entre Collette y yo.
―Lo siento ―dijo Collette finalmente.
―¿Por qué?
―Que te hayan dejado con un niño que no quieres. ― Collette solo estaba repitiendo lo que había dicho la noche
anterior, entonces ¿por qué eso me molestaba?
―Fui estúpido, eso es todo.
―¿Te dijo Melanie cuando regresaba?
―No. Eso puede ser la próxima semana o el próximo año. O nunca.
―¿Qué vas a hacer?
―No estoy seguro. Estoy pensando en mis opciones ―dije.
―¿Qué hay acerca de la universidad?
―Todavía tengo la esperanza de ir, pero… ―me encogí de hombros. No necesitaba decir nada más. Silencio.
―¿Qué hubieras hecho si Melanie no hubiera regresado antes de que tu hubieras iniciado la universidad?
Me encogí de hombros de nuevo. ―Solo estoy tratando de ordenar esto y así aun poder ir a la universidad, pero tomará
una semana o dos antes de que tenga alguna u otra forma de saber mis opciones.
―¿Qué estas planeando?
―No quiero decirlo aún ―Forcé una sonrisa―. No quiero echarle la mala suerte. Depositar todas mis esperanzas en una
prueba de ADN era como aferrarse a un clavo ardiendo, pero era todo lo que tenía. Si Emma… si ella no era mi hija,
entonces podría tomarla de la mano y llevarla a Servicios Sociales con la consciencia tranquila. Pero si era lo contrario y
ella era mi hija…
―Nnnaaaa… wwaan… ―balbuceó Emma. Miré sobre la carriola. ―¿Qué te pasa? Emma estaba pataleando y ondulando
sus manos y no se veía del todo feliz.
―¿Qué está mal? ―preguntó Collette.
―Creo que tiene sed ―contesté.
Bueno, hacía calor. El sol estaba pegando como si estuviera de mal humor. Emma estaba gimoteando, y francamente no
podía culparla. No fue mi idea salir en primer lugar. Estábamos solo a medio camino del parque y estaba comenzando a
sentirme como una hoja de lechuga marchita.
―Nos vendría bien algo de beber ―decidí. A unas cuantas tiendas más a lo largo de la calle había un negocio de
periódicos que también vendían comestibles. Di vuelta a la carriola y entramos todos. Dirigiéndonos al refrigerador,
agarré un cartón de jugo de naranja para Emma, una lata de cerveza de jengibre fría para mí y un batido de fresa y
plátano para Collette porque sabía que era su favorito. Después nos unimos a la fila de personas que habían tenido
exactamente la misma idea.
En la fila, una mujer rubia de mediana edad volteó directamente hacia nosotros, para revisar quien estaba detrás de
ella, supongo. Ella se veía harta y aburrida, pero en el momento en que captó a Emma fue toda sonrisas.
―Hola, pétalo ―dijo la mujer, agachándose hacia abajo para sonreír en la pobre cara de Emma. Tiré de la carriola de
Emma ligeramente. ¡O sea! ―Es hermosa―la mujer me sonrió―. Y no se parece a ti.
Como había deseado que la gente dejara de decir eso. ―Hum… ―contesté sin comprometerme.
―¿Qué edad tiene tu hermana? ―preguntó la mujer.
―Eh…
―No es su hermana, es su hija ―le informó Collette.
¿Por qué razón en el mundo, Collete le ofrecería información a la mujer aunque ni siquiera la pidiera?
La expresión de la mujer cambió dramáticamente. Sus ojos se abrieron, su boca se abrió en shock. ―¿Es tu hija?
―preguntó, escandalizada. Tampoco lo dijo en voz baja. Más personas en la fila se giraron a mirarnos. Mi rostro
comenzó a arder. 105 ―¿Ella es tu hija? ―repitió la mujer, incluso en voz más alta que antes solo en el caso de que
hubiera alguien en el país que no la había escuchado en la primera ocasión. ―¿Qué edad tienes? ―continúo,
entrecerrando los ojos.
No es de tu incumbencia, la edad que tengo, pensé beligerantemente. Eché un vistazo hacia Collette. Ella miraba hacia
abajo, avergonzada.
―¿Bueno? ―la mujer persistía.
―Diecisiete ―dije de mala gana.
Como una cirugía plástica instantánea. Sus ojos marrones casi alcanzan la línea de su teñido cabello rubio.
―¿Diecisiete?
Oh por Dios. El eco en la tienda era realmente asombroso. La mujer miró a Collette de arriba abajo como si Collette no
fuera lo suficientemente buena.
―No me mire a mí. No es mi bebé ―proclamó Collette―. Solo soy una amiga. No tiene nada que ver conmigo.
Miré a Collette, que tenía una cara llena de indignación. Sus labios se parecían a un paraguas en una lluvia torrencial.
Una mirada reveló que ciertamente la rubia no le creía. ―Niños teniendo niños ―chismeó la mujer―. Y sin duda no
están trabajando y están viviendo de la beneficencia.
―No es de su incumbencia de que estoy viviendo ―el último comentario me hizo chasquear como una galleta de
jengibre.
―Si me importa cuando es el dinero de mis impuestos lo que cubre los gastos de beneficencia infantil y el subsidio para
los buscadores de empleo y cualquier otra cosa como esa que derrochadores como tú toman del estado.
―¿Disculpe? ―ella no estaba diciendo realmente lo que yo creía que ella estaba diciendo, ¿o sí?
―Diecisiete y con un hijo. ―La mujer sacudió la cabeza.
―Para su información, no tomó ningún maldito centavo del estado ―dije furioso. ―Dante, solo déjalo. ―Collette trató
de poner una tranquilizadora mano en mi brazo pero estaba tan sangrientamente enojado, que vigorosamente con un
encogimiento de hombros la retiré.
―Usted no sabe nada sobre mí, así que ¿por qué me esté hablando de esa manera? ―Mira, no quiero ningún problema
en mi tienda ―dijo el tendero detrás de su mostrador.
―Déjenlo en paz ―elevó la voz una mujer detrás de mí. Me di la vuelta para ver quién estaba hablando. Una morena
con un cuerpo cansado, hundido a la altura de su cara llena de cansancio y flacidez que estaba sosteniendo de la mano a
un pequeño niño de seis o siete años de edad―. Al menos él está dentro de la vida de su hijita. Al menos no se echó a
correr como un montón de hombres lo hacen. ―La 106 morena puso un brazo alrededor de su chico para acercarlo a
ella mientras hablaba.
Sus palabras debieron haberme hecho sentir mejor, pero no lo hicieron.
La mujer rubia que me estaba haciendo pasar un mal rato frunció los labios y me favoreció con una última mirada
inmunda antes de darse la vuelta e irse. Otros en la fila delante de ella me estaban viendo con distintos grados de
desaprobación.
―¿Qué? ―pregunté, escupiendo la palabra con intenso resentimiento.
Todos ellos hicieron un gran espectáculo al volverse hacia el frente.
Y todo lo que yo quería hacer era golpear las lámparas de luz de día o algo. O alguien. Y todo lo que quería hacer era
saltar al primer tren, destino: cualquier lugar, con nada más que la ropa que estaba vistiendo y nada más. Y todo lo que
quería hacer era sumergirme en un hoyo negro y esconderme.
Eso me pegó como una tonelada de ladrillos. Estaba en una situación perdida ―una situación perdida.
Irónico que cuando había ahorrado y comprado mi teléfono, éste había venido con toda clase de información.
Cuando papá había comprado nuestra computadora familiar, ésta había venido con toda clase de instrucciones.
Cuando Melanie se deshizo de Emma conmigo, no hubo nada. Ningún manual, ninguna sesión de información, ningún
curso intensivo, nada. Estaba haciendo lo mejor, pero si Emma se quedaba conmigo, cada persona que conozca sentiría
que ellos podrían comentar, condenar o criticar. Y si Emma… se iba, sería el mismo trato.
No importaba que hiciera, no importaba qué tan duro lo intentara, nunca iba a ser suficiente.

24
Adam
Algunos días los recuerdos me envuelven y me mantienen arropado y cálido y a salvo. Y algunos días los recuerdos me
envuelven, puntiagudos y afilados como alambre de púas oxidado. ¿Cómo puede ser que los mismos recuerdos
provoquen dos sentimientos tan completamente diferentes? Hoy estoy pensando en mi mamá. Y duele.
25
Dante
A pesar de que todos mis instintos me decían que volviera a casa, no lo hice. ¿Iba realmente a consentir que alguna
persona vieja arruinara mi día? El veredicto ya estaba decidido. Tres calles y no demasiada conversación después,
llegamos al parque, en el cual empujar el cochecito se hacía muy sencillo. En el camino, lo había tenido que girar hacia la
calzada al menos tres o cuatro veces por los gilipollas desconsiderados que aparcaban sus coches más dentro que fuera
de la acera, haciendo imposible el paso a un cochecito. Antes de tener a Emma, ni siquiera lo había notado. Ahora
quería rayar cada coche que obstaculizase mi camino.
Una vez que alcanzamos el campo de juego de los niños, puse a Emma en un 109 columpio para bebés, después de
comprobarlo cuidadosamente para estar seguro de que no había forma de que ella pudiera escaparse. Luego empujé su
espalda suavemente hacia delante. Le encantaba, reía sin parar. Sonreí conforme la escuchaba regocijarse por una cosa
tan pequeña como era un columpio de bebé. Mientras la risa de Emma me envolvía, la tormenta que todavía rugía en
mi interior comenzó a desvanecerse y morir. Eché un vistazo al campo de juegos, notando que los otros niños se
divertían. Había pasado bastante tiempo desde que yo había jugado allí. Escuchar las risas y los gritos me traía
recuerdos lejanos de cuánto solía gustarme este lugar. Lo extraño era que debía haberlo olvidado. No es que no hubiese
considerado tener una esposa y mis propios hijos algún día. Para ser honesto, era una de esas cosas que consideraba
inevitables, como una hipoteca o pagar impuestos. Si esto sólo fuera diez o quince años más adelante, entonces no
tendría problema en hacerlo. Ningún problema en absoluto. No era Emma la que estaba equivocada, sólo lo era la
sincronización del tiempo. Sólo mi mala sincronización del tiempo.
―Esto resulta extraño ―dijo Colette.
―Sí, lo sé ―estuve de acuerdo.
Nos quedamos allí de pié, juntos pero separados. Continué columpiando a Emma.
―Entonces, ¿cómo estuvo el Bar Belle anoche? ―pregunté al fin.
―Para serte sincera, llegué unos treinta minutos después que tú. Realmente no tenía muchas ganas de festejar ―dijo
Colette.
Intercambiamos una mirada llena de significado. Sonreí a modo de disculpa.
―¿Se dijo algo sobre mí mientras estuviste allí?
―No mucho. ―Ante sonrisa torcida, Colette se rió―. Vale, fuiste… mencionado.
―Por supuesto.
―Uno o dos estaban sorprendidos de que tuvieras una niña y pensaban que fue algo un poco inesperado. Logan dijo
que por lo menos eso demostraba que no eras impotente, sólo tonterías, pero eso es algo que él diría. Lucy pensó que
tenía que ser una tomadura de pelo y Josh… no importa.
―No, dímelo. ¿Qué dijo Josh?
Collette cambió su peso de un pie al otro, incapaz y reacia a encontrarse con mi mirada.
―Collette, ¿qué fue lo que dijo?
―No fue gran cosa. Sólo hizo algún comentario sobre tu hija y tu hermano.
―¿Qué tipo de comentario? ―Era como intentar sacarle sangre a una piedra. 110 Sólo cuando Emma protestó me di
cuenta de que había dejado de columpiarla.
Volví a hacerlo otra vez.
Collette suspiró. ―Dijo que vivir con Emma era probablemente lo más cercano que Adam estaría nunca del sexo
opuesto. Pero no te preocupes, Adam le dijo a dónde ir.
―¿Josh le dijo eso a Adam? ―pregunté bruscamente.
―Adam estaba caminando un poco más allá de nuestro grupo y Josh se sobresaltó. Sabes que le gusta cuándo Logan
está cerca, lo incita, pero Adam las daba tan bien como las recibía.
Maldita sea. Eso era lo que me temía.
―No te preocupes. Adam es muy capaz de cuidarse a sí mismo.
― Sí, lo sé ―dije.
Adam tenía una lengua que era como una cuchilla, apostaría mi dinero a que ganaría cualquier discusión, pero no todas
las discusiones se libraban con palabras. Necesitaba tener unas palabras con mi hermano. Realmente no entendía esa
antipatía entre mi hermano y Josh. Ambos tenían un sentido del humor similar, el mismo grado de confianza en sí
mismos y ambos vivieron sus vidas al menos quince minutos antes que el resto de nosotros, así que ¿por qué tanta
hostilidad?
Recordaba una excursión escolar a París cuando tenía catorce años. En nuestro camino de vuelta al hotel desde algún
museo u otra cosa, la señora Caper, nuestra profesora, nos dijo que había algo realmente extraño en la siguiente calle
por la que bajaríamos. Era un famoso hecho que por alguna razón inexplicable, viajar por esa calle hacía que los dedos
de los pies de todo el mundo cambiasen de color. Bien, por supuesto todos quisimos ver eso. Había un auténtico
murmullo de excitación en el autobús mientras todo el mundo empezaba a sacarse los zapatos y calcetines, yo incluido,
y comenzaba a mirarse los pies.
Todos excepto Josh.
―Ooh, es verdad. ¡Los dedos de mis pies son naranjas! ―dijo alguien, creo que era Ben.
―¡Estúpido! ―Josh me dio un codazo desde donde yo estaba inclinado aún, examinando mi enorme pie.
―¿Eh?
―Mira por la ventana ―dijo Josh.
Perplejo, me senté bien y lo hice. Al momento siguiente mis ojos estaban como 111 platos y mirando. ¡Sex shops por
todas partes! Las cosas que vi en aquellas ventanas fueron la mejor educación que recibí a lo largo de todo el viaje a
París. Miré alrededor del autobús. Todos excepto Josh y yo, y los profesores, estaban comprobando los dedos de sus
pies.
―La señora Caper sólo dijo eso para que no miráramos por la ventana y viéramos todas las sex shops ―dijo Josh
confirmando sólo lo que yo justo acababa de notar.
―¡Mis dedos son azules! ¡Los dedos de mis pies son azules! ¡Funciona de verdad!
―exclamó Paul.
Josh y yo ahogamos una risa para nosotros mismos. Incluso ahora, sólo pensar en eso trae una sonrisa a mi cara. Y
cuando se lo conté a Adam aquella noche se supuso el engaño mucho antes de lo que yo lo lograra. Adivinó la
estratagema que la señora Caper había hecho para impedirnos mirar por la ventana. Como dije, quince minutos antes
que el resto de nosotros.
―Dante, ¿qué pasa si… ―la voz de Collette me trajo de vuelta al presente.
―¿Si?
―¿Si Melanie no regresara nunca?

―Realmente no lo sé ―respondí.
Silencio…
―Dante, ¿qué hay de malo en mi?
―¿Eh? ¿Qué quieres decir?
Collette tomó una profunda respiración. ―¿Cómo es que tienes una hija con Melanie pero nunca has querido más que
un beso y un abrazo mío?
La miré fijamente. ¿Estaba hablando en serio? Donde Collette había tenido problemas para mirarme a los ojos antes
ahora me miraba fijamente.
―Nunca dijiste que quisieras dar un paso más ―dije.
―Eso se debe a que nunca preguntaste
―¿Habrías…? ―eché una rápida mirada a Emma―. ¿Habrías querido si te lo hubiese preguntado?
Collette se encogió de hombros. ―Sinceramente no lo sé, pero nunca me diste la oportunidad de hacer esa elección,
¿verdad? Entonces, ¿qué hay de malo en mí Dante?
―Nada, te lo prometo.
―Entonces, ¿cómo es que quisiste a Mel pero no a mí?
Suspiré. ―No es tan simple. 112
―Explícamelo entonces.
Oh Dios. Esto era muy incómodo.
Me tomé un momento para encontrar las palabras adecuadas. ―Collette, ¿recuerdas una fiesta de Rick hace un par de
años? El día siguiente al día de San Esteban.
Collette asintió con la cabeza.
―Bien, ese día fue cuando pasó algo entre Mel y yo, pero ambos estábamos borrachos y deseosos de que alguien
apareciera en la habitación en cualquier momento, así que fue… Bien, no era la mejor de las circunstancias. ―Me ardían
las mejillas, realmente no quería decir mucho más sobre aquello. Collette asintió de nuevo para mostrar que lo había
entendido―. Aquella fue la única vez ―dije―. Y tampoco fue algo sobre lo que escribirías a tus padres. Pero tú y yo…
Bien, había estado pensando un montón sobre nosotros dos juntos antes de que Mel volviera con Emma. Pero vives en
casa y yo también y yo quería que mi primera vez contigo fuera diferente de lo que fue con Mel.
―¿Diferente cómo?
―Quería que fuese en algún lugar donde ambos pudiésemos tomarnos nuestro tiempo sin tener que preocuparnos por
ser interrumpidos. Pensé que quizás en la uni cuando ambos tuviéramos nuestras habitaciones… ―Oh, ya veo.
Sonreí ligeramente. ―Como dije, había estado dándole vueltas pero ahora está
Emma…
―Sí ―Collette miró a Emma pensativamente.
―Así que, ¿qué estás planeando ahora? ―Le pregunté a Collette.
―Mis planes no han cambiado. Aún quiero obtener mi título y hacer algo con mi vida.
―¿Y si no puedo unirme a ti? ―Era realmente injusto que se lo preguntara pero necesitaba saberlo.
―Dante de verdad me gustas pero voy a ir a la universidad. Voy a hacer una carrera. Tengo planes. Quiero tener una
vida. Todo eso… ―El gesto de Collette era generoso pero ella también debía haber señalado a Emma―. Todo esto es un
poco… abrumador.
Para mí también. ¿No podía nadie reconocerlo? Pero recibí el mensaje. Esto no era
a lo que Collette se había apuntado. 113
―Lo entiendo ―dije. Y lo hice. Mi tiempo perdido me había golpeado de nuevo. ―No es razonable que hayas tenido
que renunciar a todos tus sueños por algo que no estaba planeado ni buscado ―dijo Collette, la ira le dio un tono a su
voz. No era tan simple. El “algo” a lo que ella se refería era un “alguien”. Un alguien al que, en la actualidad, yo estaba
empujando en un columpio. Un alguien que me había mantenido despierto la mayor parte de la noche, pero un alguien
que sólo había reído una vez haciéndome sonreír. Una persona real, viva y que respira, y eso marcaba toda la
diferencia.
―Debería haber algo que podamos hacer. ―Collette negó con la cabeza.
―No veo qué ―respondí―. Emma no ha venido con un botón de encendido y apagado que yo pueda usar los próximos
tres años mientras obtengo mi título.
―No voy a renunciar ―dijo Collette.
Pero ella tenía que saber que no había nada que ella o yo pudiésemos hacer.
Pasamos otra media hora en el campo de juegos. Sujeté a Emma en vertical todo el camino de bajada por el tobogán de
bebés y lo repetimos unas cuantas veces. Luego, la puse en el balancín de bebés, aguantándola mientras Collette
impulsaba el otro extremo arriba y abajo. Y todo el tiempo Collette y yo discutimos sobre la uni, el colegio, los amigos,
política, incluso del tiempo; pero no de Emma.
Y no hubo más conversación sobre nosotros dos.
Nos dirigimos a casa después de eso. Invité a entrar a Collette pero ella se negó.
―Tengo muchas cosas que ordenar antes de irme a la universidad ―dijo.
Esa habría sido mi señal para decir, “yo también”.
No dije nada.
―Te llamaré pronto, ¿vale? ―dijo Collette.
―Vale.
―No te preocupes, Dante. Lo solucionaremos ―dijo Collette antes de inclinarse para darme un beso. Y mientras la
besaba no podría evitar preguntarme si esta sería la última vez. Ella y yo no tardaríamos en vivir en mundos diferentes.
Entré. El silencioso frío de las paredes fue más que una bienvenida.
Aflojando las correas del cochecito, llevé a Emma directamente escaleras arriba y cerré la puerta de mi habitación
firmemente detrás de mí. Tomé una muestra de su mejilla. Me tomé una muestra de la mía. Dejé los hisopos a dos
tercios dentro y a un tercio fuera de mi escritorio para que pudieran secarse. Emma se sentó en la alfombra, explorando
antes de leer uno de sus libros de dibujos. Me senté en mi 114 cama y la observé mientras esperaba a que mi antigua
vida volviera.
Emma me miró y sonrió antes de volver a su libro. La miré e intenté descifrar exactamente lo que sentía pero tuve que
abandonar. El cóctel de pensamientos y sentimientos que me recorrían por todas partes estaban demasiado mezclados
como para descifrarlos.
Una vez que los hisopos estuvieron secos los puse en la colección exacta de sobres y los sellé antes de ponerlos de
nuevo en el sobre de respuesta. Tiempo de salir otra vez. Sólo me lavaría las manos, luego haría esto.
En el baño me miré en el espejo sobre el lavabo. ¿Era mi imaginación o mi cara estaba más delgada? No estaba
comiendo regularmente. Sólo mangué un tentempié aquí y allá cuando Emma estaba durmiendo la siesta. Y en el
momento en el que ella estaba en la cama, estaba demasiado hecho polvo como para molestarme en comer. Cuidar a
un niño era emplear en el las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. No era un infierno pero no daba tiempo
para nada más. Estaba sólo secándome las manos cuando una extraña y sepulcral sensación se deslizó sobre mí. La
puerta de mi habitación… ¿había cerrado la puerta de mi habitación o no? Salí al rellano. Emma se arrastraba a lo largo
del pasillo a un segundo de la cima de las escaleras y aún en movimiento.
―¡Emma!
Emma se giró hacia mí pero sus manos estaban pasando la cima de las escaleras en ese momento. Su impulso fue
cabecear hacia adelante.
―¡EMMA! ―Nunca había gritado tan fuerte o me había movido tan rápido. Emma gritó, su cuerpo se inclinó hacia
delante. La levanté pero justo a tiempo y fue sólo pura suerte que no me cayera y bajara rodando por las escaleras con
ella en brazos. Emma estaba gimoteando ahora y Dios sabe que yo sabía cómo se sentía.
―¡EMMA, NO VUELVAS A HACER ESO NUNCA!
Ella gritó incluso más fuerte ante eso. No estaba ayudando en el asunto pero tenía que gritar más que el sonido de mi
clamoroso corazón. Me sentía enfermo. Mi sangre había sido reemplazada por adrenalina para cogerla a tiempo pero
ahora en realidad me sentía físicamente enfermo. Mi cabeza estaba llena de imágenes de lo que podría haber pasado y
todas porque había dejado la puerta de mi habitación entreabierta. Medio me derrumbé, medio me senté en el rellano,
Emma aún gimoteaba en mis brazos. Me eché hacia atrás y adelante lentamente mientras 115 arrastraba aire a mis
pulmones.
―Lo siento, Emma, lo siento. ―Las palabras fueron dichas con suavidad y cordialidad. No era culpa suya. Yo era el que
había dejado la puerta de mi habitación abierta. La abracé incluso más estrechamente―. Lo siento.
Y estaba arrepentido y por algo más que por la puerta de mi dormitorio.
Esos eran cinco años de mi vida, justo allí.
Papá solía decir eso, cuando Adam o yo hacíamos alguna travesura de la que él luego tenía que sacarnos decía: ―Estos
son otros cinco años de mi vida ―era lo que él siempre decía después de gritarnos.
Por primera vez sabía exactamente lo que quería decir.
―¿Qué está pasando? ¿Qué son todos esos gritos? ―Papá emergió de la cocina.
―Nada, papá. ―Me levanté, mis piernas aún temblaban.
Papá frunció el ceño hacia mí. ―¿Estás bien?
―Sí, estoy bien.
Todavía agarraba a Emma, me dirigí a mi habitación. Necesitaba comprar una barrera para la cima de las escaleras lo
más pronto posible. El coste pondría una abolladura considerable en lo que me quedaba de dinero pero de todas
formas no iba a pasar por eso otra vez. El sobre que contenía los hisopos yacía en la cama, burlándose de mí. Me senté
al lado de ellas y acuné a Emma entre mis brazos hasta que se tranquilizó. Agarrando el sobre hice pistas mientras
sujetaba firmemente a Emma.
No habría más accidentes o incidentes.
Menos de un minuto más tarde, Emma estaba de vuelta en su cochecito y yo estaba paseándola hacia el buzón de
correos más cercano. Pero cuando me puse frente a él por alguna razón no podía entrar, vacilaba. Miré a Emma, la cual
estaba intentando comerse los dedos de sus pies. Bajé la vista al marrón A5 sellado en el sobre en mi mano.
Y todavía vacilaba.
¿Qué demonios pasaba conmigo?
―Esto no es por ella o por mí ―me dije a mí mismo―. Esto es por la verdad. Y ya había pagado un montón de dinero
para esto, así que no podía permitirme el lujo de abandonar ahora. Forzándome a mí mismo a concentrarme en lo que
estaba en mi mano antes que en lo que estaba en el cochecito metí el sobre en el buzón. Estaba haciendo lo correcto.
¿No es así?

26
Dante
Esa noche, Emma simplemente no se quedaba tranquila. Supongo que sus dientes la estaban molestando, lo que
significaba que sus dientes nos iban a molestar a todos. Le froté un poco de ungüento para dientes de leche en las
encías y en la dura cáscara de sus dos emergentes dientes de abajo, pero no parecía hacer mucha diferencia. La mecí, la
paseé de arriba abajo, la levante alto, incluso intenté tocar mis canciones favoritas en un volumen bajo para tratar de
conseguir que se durmiera ―pero nada, y me refiero a que nada funcionó. Además, el teléfono no paraba de sonar. No
había respondido a ninguno de los mensajes o textos en mi móvil así que mis amigos habían recurrido al uso de nuestro
teléfono fijo. Para el momento en que mi padre había tomado el quinto mensaje, se estaba empezando a enojar mucho.
―Dante, yo no soy tu secretario de eventos sociales ―me dijo―. La próxima vez, contesta tú.
Luego, para colmo, sonó el timbre. Como yo ya estaba de pie meciendo a Emma, me dirigí a la puerta antes de que papá
o Adam tuvieran la oportunidad de ponerse de pie.
Era la tía Jackie.
¡Maldita sea! La viña de la familia estaba trabajando horas extras. En el momento en que abrí la puerta y la vi, mi
corazón hizo tanto ruido como una bomba. Emma echó un vistazo a mi tía y lloro más fuerte. Era muy perspicaz.
En cuanto a mi tía siempre me hacía sentir. . . nostalgia, supongo. Ella y mi madre habían sido gemelas, aunque no
idénticas, pero lo bastante parecidas para que cada vez que la veía, viera a mi madre. Sin embargo, su aspecto había
sido el comienzo y el final de sus similitudes. Mama había sido la miel, mientras que mi tía era el vinagre. Mamá siempre
tenía una sonrisa preparada. Se necesitaba una ley del Parlamento para que los labios de mi tía, se hicieran hacia arriba.
Y a partir de la expresión de su rostro, estaba a punto de conseguirlo ―los dos cañones. Tía Jackie dio a Emma una
mirada significativa. ―Veo que las noticias son correctas. Has sido un chico ocupado. ―Ella se lanzó directamente con
este gancho verbal a la barbilla. Luego se tocó la mejilla. De mala gana le di un beso, siguiendo nuestra costumbre. Me
alejé de ella bastante rápido en el momento en que le planté el beso. Emma se retorcía en mis brazos. Aterrorizado de
que se me fuera a caer, traté de ponerla en el suelo, pero ella gritó más fuerte. Con un suspiro, me la puse de nuevo en
mi hombro. Tía Jackie dio a Emma una larga y dura mirada antes de volver su atención hacia mí.
Aquí viene, pensé, preparándome.
―¿Puedes decir la palabra “anticonceptivo" o es que son demasiadas sílabas para que las puedas entender?
Gancho de derecha a la sien.
―Hola, tía Jackie ―dije débilmente. Dudo que siquiera me escuchara por el sonido del llanto de Emma, que era
probablemente igual de bueno. El tono de mi voz se quedó demasiado bajo.
―En serio pensaba que eras más astuto ―dijo mi tía.
Gancho izquierdo al estómago.
―Pero al igual que el noventa y nueve por ciento de los hombres, no tienes suficiente sangre en tu cuerpo para que tu
cerebro y tu willy funcionen de forma simultánea.
Mi sangre se volvió lava, y no sólo en mi cara, pero todo mi cuerpo estaba ardiendo de vergüenza.
Golpe de gracia ―y fuera de combate.
―Hhmm, dámela ―tía Jackie levantó sus brazos.
Yo no estaba interesado en entregar a Emma a la misericordia de tía Jackie, pero 118 mi tía no era una mujer que
aceptara un no por respuesta. Tía Jackie tocó suavemente el cabello de Emma y le acarició la mejilla, antes de poner a
mi hija contra su hombro y balancearla suavemente. Pero Emma continuó llorando.
―¿Qué le pasa? ―preguntó mi tía.
―Le están saliendo los dientes.
―¡Ah! ¿Los dientes te están dando trabajo, amor? ―le dijo a Emma―. Bueno, yo tengo más. . . de. . . veinte y los
dientes todavía me dan trabajo. Si no fueran tan útiles, me los sacaría todos. Yo no sabía si reír o quitarle a mi hija. ¡¡Mi
hija!!. . .
―Dante, te ves cansado.
―Lo estoy ―admití.
―Acostúmbrate a estarlo.
Estúpido de mí. Por un breve instante pensé que en realidad iba a tener simpatía de su parte. Tía Jackie puso su mano
libre debajo de mi barbilla y me dio un apretón.
―Cariño, no te rindas. Sí, no tuviste cuidado, pero también tuviste mala suerte.
Esperé el siguiente golpe. Como ninguno apareció, traté de sonreír, pero mi cara se tambaleó.
―Sigue resistiendo, ¿está bien? ―dijo mi tía―. Todo esto debe de ser abrumador pero por ahora solo tienes que
sobrevivir día a día.
―Estoy tratando tía Jackie, pero es duro. ―Pude hablar solo en un susurro. Un poco más fuerte y las palabras me
hubieran ahogado.
―¿Y Emma tiene la atención de todos? ―pregunto la tía Jackie con una sonrisa.
Sus palabras me sorprendieron.
―Algo por el estilo ―admití.
―Cariño, resiste.
―Ya estoy resistiendo hasta con las puntas de mis pies ―le dije.
―Resiste con la punta de tus dedos si tienes que hacerlo ―dijo la tía Jackie.
―¿Qué tal si lo arruino?
―No crees que a todos los que son padres les preocupa lo mismo.
―¿En serio? ¿Incluso cuando están viejos, y en sus treinta?
La tía Jackie sonrió. ―Si incluso cuando están viejos.
―Pero, tia Jackie, ¿qué tal si fracaso? Emma es una persona real, viva. Arruino esto y alguien más sufre.
―¿Quieres un consejo? ―Yo asentí con cautela―. Haz lo mejor que puedas, cariño. Es lo único que puedes hacer. Si te
puedes ver en el espejo y saber que 119 hiciste lo mejor que pudiste, entonces te adelantas al juego.
―¿Tía Jackie como es que tu nunca tuviste hijos? ―Pregunte.
Mi tía me miró como preguntándose, tratando de decidir qué decir. Entonces dijo en un suspiro. ―Estaba desesperada
por convertirme en madre, de hecho. Quedé embarazada cuatro veces, pero cada vez tuve un aborto.
―Oh, no lo sabía ―dije, no sabiendo que decir después―. Decidiste no intentarlo después de eso.
―Después de mi cuarto aborto, me dijeron que no podía tener hijos. Fue cuando mi ex huyo.
―¿Por eso fue que tú y el tío Peter se divorciaron? ―dije, sorprendido. Mi tía Jackie asintió.
―Qué desgraciado.
Tía Jackie sonrió tristemente, sacudiendo su cabeza. ―No lo era. Solo estaba tan desesperado por ser padre como yo
por convertirme en madre. Pero el podía huir de la situación, y yo no. Así es como son las cosas, Dante. Algunos pueden
huir, otros no pueden.
Tíaa Jackie y yo nos quedamos viendo, y por ese momento, nos entendimos mutuamente.
―Jackie, deberías avisarme cuando vayas a venir. ―Papá salió de la sala.

Tía Jackie frunció sus labios. ―Oh, así que ahora necesitas una advertencia.
―No quise decirlo de la forma que salió ―dijo papá con un suspiro.
Había algo raro en la forma en que papá y tía Jackie actuaban cuando estaban juntos. Parecía como si se vigilaran entre
ellos, como dos animales rondándose. Aún cuando mamá estaba viva, no puedo recordar que papá y mi tía tuvieran
mucho que decirse.
―¿Por qué todavía estás en el pasillo? ―preguntó papá.
―Estoy hablando con mi sobrino.
―Jackie, el chico no necesita uno de tus sermones ―dijo papá.
―No, ¿pero tal vez la verdad le pueda servir?
―¿Qué quieres decir? ―pregunté.
―Si, Jackie ―dijo papa, poniéndose a su máxima altura, levantando su mandíbula―. Por qué no nos dices qué quieres
decir.
Y no necesitaba tener súper visión para ver la mirada que se dieron. La temperatura del pasillo decayó radicalmente a
cero.
―¿Qué pasa tía Jackie?
―No seas tan sensible, Tyler ―le dijo tía Jackie a papá―. Todo lo que quería decir es que tú puedes ayudar a Dante, si
él te da la oportunidad, porque los has cuidado a él y su hermano tú solo, estos últimos años.
Tomó un par de segundos pero mi papá se relajó y mi tía Jackie hizo lo mismo, 120 tomándolo como ejemplo.
―Oh, ya veo.
Él, tal vez. Yo no. Había algo que no era del todo correcto aquí.
―Mírense los dos, tenemos sillas. ¿Por qué no se sientan? ―dijo papá.
―Jackie, ¿quieres una taza de té?
―Me encantaría ―dijo mi tía.
Papá se dirigió a la cocina.
―¿Han tenido tú y tu padre una charla de corazón a corazón sobre esto? ―Tía Jackie bajo su voz para preguntar.
―¿Sobre qué?
―Sobre cómo te sientes, sobre cómo estás llevando la situación.
―Por supuesto que no. Además, las chicas hacen eso ―no los chicos.
Tía Jackie sacudió la cabeza. ―Dante, eres igual que tu padre.
―No, no lo soy ―lo negué. Adam había dicho lo mismo y no me gustaba tampoco. Tía Jackie me dio una sabia
sonrisa―. Ten, creo que tu hija prefiere que tú la sostengas
Me regresó a Emma. Para mi sorpresa, Emma se acurrucó contra mi hombro y de verdad se calmó.

Asegurándome de que estaba segura en mis brazos, incliné mi cabeza sobre ella brevemente. Mi tía Jackie me dio una
mirada significativa. Me incorporé, moviendo mi cabeza lejos de la de Emma.
―¿Qué? ―pregunte.
―Dante, no te… subestimes ―me dijo mi tía.
―¿Qué quieres decir?
Mi tía Jackie suspiró. ―Recuerdo cuán… retraído te volviste después de que murió tu madre. Creo que la muerte de
Jenny te hizo… desconfiar de los cambios.
―Aún no te entiendo. ―Fruncí el ceño.
―Todo lo que digo es que no dejes que el pasado te haga temeroso de llegar a conocer a tu hija.
¿Eso era lo que ella pensaba que me pasaba? Si era así, qué equivocada estaba. Pero no iba a discutir con ella. Nos
dirigimos hacia la sala.
―Hola tía Jackie ―Adam se levantó y el dio un abrazo a nuestra tía. Adam hacía las cosas con más facilidad que yo.
―¿Qué tal, Adam, cómo te trata la vida? ―Preguntó la tía Jackie, sus ojos se estrecharon al notar su labio cortado.
―No te preocupes por esto ―Adam se rió de ello―. Me caí, eso es todo. ―¿Otras heridas?
―No.
―Hhmm… qué graciosa y peculiar caída que solo lastimó tu labio y nada mas… La tía Jackie no estaba más convencida
que yo. Adam se encogió de hombros pero permaneció evasivo.
―Así que, ¿cómo te encuentras? ―le preguntó tía Jackie a mi hermano.
―Tengo un pequeño dolor de cabeza, pero aparte de eso, estoy bien ―dijo Adam. Solo escuché la mitad de lo que mi
tía Jackie y mi hermano platicaron sobre sus zapatos y un musical que la tía Jackie había visto recientemente en el teatro
y otras tonterías de ese tipo. Las palabras de mi tía seguían sonando en mi cabeza. Puse a Emma en mi regazo hasta que
se retorció para que la soltara. La tía Jackie vio como Emma se arrastro aquí, allá y en todos lados, explorando cada
parte de la sala. A la primera señal de peligro potencial, me levantaba pero nada pasaba. Eso sí, yo estaba subiendo y
bajando como un yo-yo, por si acaso. Emma usó el brazo del sillón para ponerse de pie. Viendo a su alrededor, a mí, mi
hermano y mi tía. ―Camina hacia papá ―dijo la tía Jackie―. Vamos, cariño, camina hacia papá. Emma volteó la cabeza
hacia mí inmediatamente. Ya sabía quién era yo. Sólo esa acción hizo que mi corazón se volviera loco dentro de mí.
¿Había algo más que biología para la familia? ¿Funcionaba también alguna clase de instinto? Mentalmente sacudí mi
cabeza. ¿Qué demonios? Todo tipo de pensamientos extraños parecían haber asumido el control ―pensamientos de
Emma a los cinco y a los quince y a los treinta y cinco años. Pensamientos de jugar al fútbol con ella, salir de vacaciones,
llevarla a la escuela, hablando de arte y política y de la música y la verdad, la enseñándole cosas. . . Fantaseando que ella
se quedara…
Las manos de Emma salieron del sillón. Me puse en cuclillas y abrí mis brazos. ―Vamos, Emma. Camina hacia. . . mí.
―Sonreí.
Dio dos, luego tres pasos antes de caer directamente a mis brazos. ¡Pero había caminado! ¡Hacia mí!
Adam empezó a aplaudir extasiado. Tía Jackie estaba haciendo ohh y ahh. Tomé a Emma y la subí por sobre mi cabeza.
Ella me sonrió. Le sonreí de vuelta.
―Niña lista ―le dije―. Esos son mis genes ―No había cómo explicar el orgullo que sentí en ese momento. La abrace
fuerte―. ¿No eres una niña lista? ―dije suavemente.
Estaba a punto de darle un beso en la frente, pero entonces me acordé de la carta que había dejado en el buzón antes.
Puse Emma en la alfombra de nuevo. Inmediatamente se arrastró lejos a jugar con uno de sus juguetes. Cuando alcé la
vista, la tía Jackie y Adam me estaban mirando.
Sin decir una palabra, me dirigí a mi cuarto.
Necesitaba estar solo ―sólo por un rato.
A pesar de todo lo que me prometí a mí mismo, Emma estaba afectando a mi forma de pensar.

27
Adam
Me giré hacia la izquierda, me volví hacia la derecha, me tendí de espalda, me di una vuelta para acostarme sobre mi
estómago. Cogí mi almohada y enterré mi cabeza en ella. No estaba bien, todavía podía escuchar los gemidos de Emma.
A este ritmo, cuando fuera de día, las bolsas debajo de mis ojos serían del tamaño de las maletas para las vacaciones.
No podía soportarlo más. Saltando fuera de la cama, me dirigí a la puerta siguiente, al cuarto de Dante. Quiero decir,
¿qué estaba haciendo? ¿Solo dejándola llorar en su cuna? Sin molestarme por tocar, abrí la puerta de su cuarto. Dante
estaba sosteniendo a Emma y paseándose de un lado a otro.
―¿Por cuánto tiempo seguirá esto entonces? ―le pregunté. 123
La mirada atónita de Dante se transformó rápidamente en una mirada resplandeciente de sangre helada. ―¿Me estás
tomando el pelo? ―me preguntó con su voz entrecortada y staccato.
Hice una mueca empezando a pensar que quizás me precipité un poco.
―Bueno lo siento, pero ¿cómo supone que pueda dormir con todo este ruido?
―¿Y cómo se supone que te vas a volver a sentar alguna vez más si termino pateándote el culo? ―preguntó Dante. Su
expresión me dijo lo que las palabras no podían, que estaba a solo nanosegundos de cumplir su amenaza.
―¿Quieres un poco ayuda? ―me ofrecí en forma de disculpa.
―Haz que pare de llorar y te daré lo que quieras ―dijo Dante.
―Luces completamente agotado ―le dije.
―Trata de andar de un lado para otro con una bebé llorando por dos horas y veremos cómo terminas al final de eso
―espetó Dante.
―Quizás la sostienes de la forma equivocada ―sugerí. No tenía ni la menor idea de lo que estaba hablando, pero
sonaba razonable.
―¿Por qué no vienes aquí y me enseñas cómo se debería de hacer? ―dijo Dante.
―Porque el señor Brigeman solo crío a un hijo estúpido, no a dos ―le dije.
Sólo salí de la habitación justamente antes de que su almohada me golpeara en la cabeza.
Sin embargo, Dante rió de último. El llanto de Emma me mantuvo despierto por al menos otra hora. Para cuando la casa
estuvo en silencio, yo estaba mucho más que cansado. Medio despierto, medio dormido, me prometí que la próxima
vez, al pasar por una farmacia, estallaría en la compra de una docena de cajas de condones para Dante. A pesar de que
era algo así como bloquear la puerta del establo con la yegua adentro después de haber sido bien y verdaderamente
fecundada.

28
Dante
En los próximos días me tropecé y caí en una extraña domesticidad. Mis días, noches y pensamientos parecían girar
absolutamente en torno a Emma. El diario que papá había escrito para mí fue un salvavidas. Por lo menos porque podía
engañarme de que en cierto modo sabía lo que me estaba haciendo.
Más o menos.
Para ser honesto, a comparación con todo lo que había escuchado ―y temido― acerca del cuidado de bebés, Emma no
era tan mala. Supongo que porque no era una recién nacida. No estoy diciendo que no fuera un trabajo duro, porque lo
era, seguro como el infierno. Exigía una atención constante y concentración. Melanie no solo me había aventado a
Emma, sino que había arrojado una camisa de fuerza y ansiedad sobre mí que no podía quitarme. ¿Estaba
sobrealimentando o subalimentando a Emma? Estaba dándole los alimentos correctos ¿verdad? ¿Estaba
haciendo suficiente ejercicio? 125
¿Estaba lo suficientemente caliente? ¿Se enfriaba lo suficiente? ¿Dormía lo suficiente? ¿Suficiente atención?
¿Suficiente?
Y, sin embargo, a pesar de sentir que estaba metiendo la pata a cada segundo, Emma seguía sonriéndome y cuando la
cargaba, ella se aferraba a mi cuello como. . . como si yo le importara. Y cuando soplé frambuesas en su estómago, se rió
como si fuera la cosa más divertida del mundo.
Ahora que se podía poner de pie, se tambaleaba por aquí, por allá y en todas partes. Y quiero decir, en todas partes. Ella
se apoderó de unas chanclas de papá y comenzó a golpearlas contra el reproductor de DVD que estaba en el piso en la
sala de estar mientras yo estaba ocupado en el baño. Cuando la bandeja del DVD saltó, Emma decidió que lo que la
chancla quería realmente era ir pasar a través del agujero en el centro de la bandeja de DVD y todo lo que necesitaba
era un poco más de fuerza bruta y persuasión. Cuando entré en la habitación, la bandeja crujía amenazadoramente. Un
empujón más y se hubiera roto completamente.
―No, Emma. Eso es malo. No debes hacer eso ―le dije, arrojando la chancla lejos de ella.
Una breve mirada de sorpresa, luego arrugó los ojos, abrió la boca y gimió. ―Emma, no puedes poner tu chancla allí. No
fue diseñado para eso. Tú usas chanclas en los pies de esta manera. ―Y procedí a demostrar―. O puedes utilizar la
chancla como un balón de fútbol y cabecearla, o puedes usarla como un sombrero. ―Me la puse en la cabeza y me
empecé a pasear por la habitación como una modelo en una pasarela. Emma comenzó a reírse, gracias a Dios. Rabieta
mayor evitada. Así que lo hice otra vez, ahora realmente creyéndome el cuento.
―Dante está usando lo último en chanclas de diseño. Esta chancla se hizo en la mejor sala de emergencias. . . material
sintético y el forro es puro de. . . material sintético.
―¿Algo que quieras decirme? ―bromeó Adam desde la puerta.
Me di la vuelta. La chancla voló de mi cabeza. Adam me dio una ronda de aplausos. Riendo, se unió a Emma e hice una
profunda reverencia a mis fans.
No pasaba un día sin que yo tuviera que arreglar algo Emma había
'rediseñado'. Al igual que cuando se las arregló para sacar dos de las perillas de la estufa en la cocina antes de que
pudiera detenerla. Yo las acomodé de nuevo, esperando que nadie se diera cuenta. Esa misma noche, cuando mi padre
se estaba calentando un poco de sopa para la cena, una de las perillas se le quedó en la mano.
―¡Dante!
La fascinación de Emma por las chanclas continuó. La miré sumergir una de las chanclas de papá en el baño del piso de
abajo. Después de decirle a Emma que lo que hacía estaba mal y era una travesura, enjuagué la chancla y la puse de
nuevo en el salón, con la esperanza de que papá no llegara a casa durante el tiempo necesario para que se secase y no
se diese cuenta. No hubo suerte.
―¡Dante!
Una vez, yo estaba en la sala de estar con Emma hablándole sobre cada uno de sus juguetes de animales de granja. La
mañana era razonablemente soleada, aunque era más nublada que otras veces. Emma estaba golpeando la cabeza de
una vaca y una cabra al mismo tiempo cuando un rayo de luz de repente golpeó el vacío jarrón de cristal de la ventana y
una gran cantidad de colores de arco iris comenzó a bailar a través de la pared de color crema en frente de nosotros. Los
animales en las manos de Emma golpearon la alfombra, ella se los quitó de las manos y las rodillas, como un disparo.
Usando sus manos contra la pared, se empujó para ponerse de pie. Recargándose con una mano, intentó arrebatar los
colores que bailaban en la pared con la otra mano, riendo con alegría mientras lo hacía. Y a pesar de mí mismo, no pude
evitar reírme con ella. ¡Qué sorprendente poder encontrar tanta alegría en los colores!
Y mientras miraba, me di cuenta de que las payasadas de Emma no eran lo que me llegaba tanto, sino ella misma. Tenía
que contenerme de reír muy fuerte con ella, o sonreírle durante mucho tiempo, o dejarla entrar en mi cabeza
demasiado.
Yo no la quería dentro de mi cabeza.
Mi vida ya estaba dando vueltas tan rápido que no tenía idea de qué camino tomar. Mis pensamientos y sentimientos
estaban por todo el lugar, y con cada día que pasaba se ponían peor, no mejor.
Y encima de todo eso, Adam estaba tramando algo. No tenía qué ser un genio para darme cuenta. Su nueva rutina se
volvió rápidamente predecible. Ducha a las seis y media de cada noche por lo menos durante veinte minutos, por lo
menos otros treinta minutos para vestirse, gastando alrededor de diez minutos en el pelo, saliendo de la casa entre las
siete y media o siete cuarenta y cinco.
Y no llegaba a casa hasta las diez cada noche. Una vez o dos y yo tal vez no me habría dado cuenta. Pero empezó a salir
todas las noches, lo que era raro para mi hermano. Papá tuvo que trabajar hasta tarde para compensar el par de días
que había faltado cuando Emma llegó por primera vez, así que no estuvo en la casa para interrogar a mi hermano como
me hubiese gustado. Por lo tanto, se redujo a mí.
―¿Dónde has estado? ¿Otra vez?
―Afuera ―respondió Adam.
―Eso ya lo sé. ¿Afuera donde?
―Afuera, afuera.
Mi hermano estaba siendo incluso más molesto que de costumbre. ―Adam, ¿a dónde vas?
―¿Cómo es que eso te incumbe? ―Adam frunció el ceño.
―En caso de que algo te suceda ―argumenté.
―¿Y cómo es que el saber a dónde voy a evitar que me pase algo? ―Preguntó Adam.
Como he dicho, malditamente molesto.
―¿Así que no me vas a decir?
―Dante, Emma es tu hija, no yo ―dijo Adam―. Te veré más tarde.
Y salió por la puerta.
¿Por qué estaba siendo tan reservado? Negué con la cabeza, Adam tenía razón. Emma era la que necesitaba cuidados,
no mi hermano, y si quería jugar al hombre misterioso era su problema.
Los días en que estaba sola en casa con Emma fueron los más estresantes. Papá llamó por teléfono a cada hora para
asegurarse de que todo estaba bien. Yo no sabía si resentir sus chequeos regulares o estar agradecido por ellos. Me
decidí por un lugar en el medio.
Pero esta constante de no saber qué hacer después estaba rumiando en mi cabeza. Tenía que tomar algunas decisiones
difíciles. No podía permitirme el lujo de perder más tiempo en vacilaciones. No era justo para Emma para empezar. Y a
pesar de que ahora tenía un hijo, eso no me impedía tratar de aferrarme a algo de mi antigua vida, pero no parecía
estar funcionando. Llamé a Collette ―más de una vez―, pero todo lo que obtuve fue su correo de voz o el contestador
automático. Traté de llamar por teléfono a Josh, pero él tenía planes todas las noches de la semana por lo que no podía
venir. Algunos de mis otros compañeros como Ricky, Ben y Darren vinieron a verme, pero Emma exigió y obtuvo la
mayor parte de mi atención por lo que no se quedaron mucho tiempo.
Mis otros amigos estaban ocupados durante el día y no podía salir por la noche, no sin que papá pudiera garantizar que
estaría en casa a tiempo para hacer de niñero. El sábado por la mañana trajo la llovizna, el cartero y los resultados de
ADN ―en ese orden. Una mirada al sobre blanco y al instante supe lo que era.
Una respiración profunda tras otra mientras trataba de controlar mi acelerado corazón. Esto era lo que quería ―una
prueba positiva. Y había llegado al fin. Me quedé atorado.
―Dante, abre el condenado sobre ―me dije. Y sin embargo, se mantuvo cerrado en mis manos.
―Annggg. . . annggg. ―Emma me estaba llamando desde su silla alta en la cocina. Tomando mi carta y otras tres para
papá, regresé a la cocina, las aventé en la superficie del escritorio mientras iba a ver lo que pasaba con Emma.
Ella había dejado caer la cuchara en el suelo. No es que darle una cuchara fuera efectivo. Por lo general, terminaban en
el regazo o en el suelo, pero papá dijo que no dolía comenzar temprano para acostumbrarse a la sensación de la misma.
―Buenos días, cariño. Buenos días, Dan ―bostezó Papá mientras entraba en la cocina.
―Hey, papá ―le contesté.
―Nnyaang ―dijo Emma.
Papá se acercó a la niña y le besó la parte superior de la cabeza. Él adoraba a su nieta. Llevé la cuchara de Emma al
fregadero para darle un lavado rápido antes de regresársela. Afuera, era otro día cálido y soleado. Quizá más tarde
volveríamos a ir al parque. A Emma le gustaba mucho. Además, me daba prestigio por no ser demasiado egocéntrico
como para sacar 'hermana pequeña'. En dos ocasiones distintas, diferentes chicas había entablado una conversación
conmigo cuando me vieron empujando a Emma en un columpio. ¡Así que tener un bebé tenía algunos beneficios
después de todo!
―Dante, ¿qué es esto?
Papá estaba mirando hacia abajo a la pieza semi-doblada de papel en su mano. Un vistazo a las otras cartas abiertas en
la superficie del escritorio contaba la historia completa.
―¿Has abierto mi carta? ―Acusé.
―Decía señor Bridgeman en el sobre. Pensé que era para mí.
―Decía el Sr. D. Bridgeman.
―La estaba abriendo en piloto automático y sólo registré el Bridgeman ―dijo papá―. ¿Qué es esto?
Cerré los ojos brevemente. Debería obtener el resultado por correo electrónico en caso de que fuera interceptado.
¿Alguna manera de salir de esta?
Por la mirada en el rostro de mi padre, no había muchas esperanzas. ¿Y es tan irónico que él leyera los resultados antes
de que yo hubiera tenido una oportunidad?
―¿Dante?
―Sabes lo que es. Ya lo has leído ―le dije.
―No todo ―negó papá―. He leído lo suficiente como para saber que no era mía, pero no todo el asunto. ―Era obvio
que había leído lo suficiente como para obtener la esencia de la misma.
Me incorporé y miré directamente a mi papá. ―Mandé pedir una prueba de
ADN. Estos son los resultados. 129
―¿Qué hiciste qué? ―me preguntó papá, asombrado.
―Yo necesitaba saber a ciencia cierta.
Papá me miró fijamente. ―Dante, cualquier persona con medio ojo podría ver que Emma es tuya.
―Yo necesitaba saber a ciencia cierta ―repetí.
―¿Todavía estás tratando de escapar de tus responsabilidades? ¿Es eso de lo que se trata todo esto? ―El tono de mi
padre era mordaz―. Y si esta prueba, dice Emma es tu hija, ¿vas a realizar otra prueba, y otra, y después otra hasta que
consigas la respuesta que quieres?
―No, papá.
Dudo que siquiera me escuchara. Lo había visto enojado conmigo antes, pero nunca como ahora. Su cuerpo estaba
rígido y sus labios se apretaban con tanta fuerza que prácticamente habían desaparecido.
―No estoy tratando de salir de nada, papá ―le dije en voz baja―. Sólo quería saber la verdad.
―¿La verdad? He aquí una noticia de última hora. La verdad no va cambiarse por ti.
―Ya lo sé.
―No creo que lo hagas, ―disparó papá de nuevo―. ¿Qué harán con tu plaza en la universidad, o ya la aceptaste porque
calculando Emma ―mi nieta― ya no será un problema cuando el plazo comience?
Nos miramos con diferentes grados de aversión.
―Papá, realmente no crees mucho en mí, ¿verdad? ―Le dije
―Yo no soy el que trata de encontrar una excusa para deshacerme de mi propio hijo.
―Ni yo ―le dije.
―¿Qué es esto entonces? ―Papá ondeó los resultados de ADN bajo mi nariz―. Ni siquiera los he leído ―le recordé―.
Tú los abriste, no yo.
Los ojos entrecerrados de papá eran acusadores. ―Y para tu información: ―continué― ya retiré mi confirmación de la
universidad. Hace dos días. Y cancelé mi préstamo estudiantil.
Eso lo sorprendió. ―¿En serio?
Asentí con la cabeza. ―Y si no me crees puedes llamar a la universidad o revisar mi solicitud en línea. Mi estado de la
aplicación no dice aceptada, dice retirada. La mano de papá cayó a su lado mientras él me miraba. Había dejado de
ondear la hoja de papel a mí alrededor. ―¿Por qué?
―Porque me di cuenta que no puedo ir a la universidad y cuidar a mi hija al mismo tiempo. ―Me encogí de hombros―.
Busqué guarderías y lugares de 130 niñeras para Emma mientras asisto a la UNI, pero no tengo esa cantidad de dinero. Y
si me voy a la universidad y consigo trabajo en las tardes y los fines de semana para pagar una guardería, ¿quién vería
después a Emma, mientras que yo estuviera trabajando? Creo que ya ha tenido lo suficiente en su vida ya.
―¿De verdad dejaste tu plaza en la universidad?
―Así es.
―¿Sabías cuál iba a ser el resultado de ADN? ―preguntó papá.
―No soy vidente papá. ―Le sonreí débilmente―. Pero todo el mundo, dice que Emma se parece a mí y ella se ríe como
Adam y es terca como tú, así que definitivamente es una Bridgeman. No necesito que un pedazo de papel me diga eso.
Papá frunció el ceño mirándolos resultados de ADN en su mano. ―Tal vez debas leer esto. ―Me tendió la hoja de papel.
Saqué a Emma de su silla, le acaricié, y besé en la frente. ―Tú dime lo que dice ―le dije, abrazando a Emma con más
fuerza.
Un silencio vigilante descendió sobre la cocina. El único sonido era el latido irregular de mi corazón. Emma era una
Bridgeman. Yo estaba un noventa y nueve por ciento seguro. Sin embargo, el restante por ciento de las dudas seguía
perturbándome. Y ahora, mientras me encontraba en la cocina, mi corazón latía con fuerza, el sudor en mi frente,
hicieron que me diera cuenta de que tenía miedo. Pero, ¿qué resultado me daba más miedo ―que Emma fuera mi hija
o que no lo fuera? Papá elevó la hoja de papel para leerlo correctamente. Sus labios comenzaron a moverse. ¿Por qué
no pude oír lo que decía?
―¿Perdón? ―Le dije.
―Emma es tu hija ―sonrió papá―. Está confirmado. Sin embargo, yo hubiese podido decirte eso. ¡De hecho, creo que
lo hice!
―Nnggghh. . . ―maulló Emma.
Relajé mis manos a su alrededor. Ya no tenía necesidad de aferrarme a ella tan herméticamente. Le sonreí, besándola
en la mejilla. Papá seguía hablando acerca cómo había perdido dinero y cómo debía escucharlo. Emma. . . Mi hija. . . Mi
hija, Emma.
―Hola, Emma ―dije en voz baja―. Di Papi. ¿Puedes decir "papá"?

29
Dante
Emma no era tan pesada para cargarla y yo le sonreía mucho más fácilmente después de eso. Podía vestir la verdad
como un traje a medida y tomar mis propias decisiones ahora. No hubo necesidad de analizar el porqué renuncié a mi
cupo en la universidad antes de saber el resultado del ADN. La razón era obvia: Emma necesitaba que la cuidaran, sin
que importara nada. Eso era todo lo que había que hacer. Y rechazar mi puesto en la universidad no significaba que no
pudiese ir el próximo año o al siguiente o en algún momento en el futuro.
Sólo había un problema.
¿Cómo se suponía que esto iba a funcionar en cuanto al dinero?
Ahora tenía a Emma en mi vida, necesitaba velar por ella. Sin la universidad en el 132 horizonte, eso significaba trabajar.
Pero, ¿cómo se suponía que iba a conseguir un trabajo, sin mencionar conservar uno, con un niño a cargo? Ya podía
verlo, yendo a entrevistas con Emma en su canguro sobre mi pecho. Eso podría derribar como una docena de globos. No
me podía permitir una guardería privada ―un par de llamadas telefónicas para consultar los precios rápidamente lo
confirmaron― y aparentemente Emma aún era muy pequeña para estar en una guardería. Además me dijeron que debí
poner su nombre en una lista de espera en el momento en que fue concebida para tener algún tipo de posibilidad de
conseguir un puesto antes de que ella misma tenga hijos.
Así que ¿cómo exactamente se suponía que iba a trabajar? ¿Cómo lo hacían los otros padres? No tenía ni idea. ¿Me
estaba perdiendo de algo crucial? ¿Era este algún secreto que solo le decían a los padres en sus veintes y treintas para
mostrarles cómo manejarlo?
Un par de sábados después de recibir el resultado de ADN, decidí llevar a Emma a caminar.
―Quieres ir a dar un paseo, ¿no es así? ―le pregunté a Emma mientras abría la puerta de niños arriba de las escaleras y
la cargué hasta abajo en el vestíbulo.
Colocándola en su moisés, abroché las hebillas de seguridad.
―Iré contigo ―dijo Adam mientras bajaba las escaleras detrás de nosotros.
Me sentía honrado ―y mis ojos café se lo decían tal cual.
―Sip, sip ―dijo Adam, leyendo mi expresión―. Sé que no he estado mucho por aquí.
―¿Mucho? Intenta con “no he estado por aquí en absoluto”.
―Bueno, estoy aquí ahora.
―¿No te duele la cabeza hoy? ―le pregunté.
―Nop.
Puse el dorso de mi mano sobre mi frente.
―¿Qué? ¿No hay “Oh, mi pobre cabeza. Debo ir a acostarme”? ―le pregunté, adoptando una voz femenina.
Pausa.
―Calla y muere, Dante –dijo Adam con amargura.
―Por favor recuerda que hay oídos jóvenes presente ―le recordé con una sonrisa.
Adam se agachó frente a Emma en su moisés. 133
―Perdona, Emma, pero ¡fui provocado!
―Entonces, ¿me vas a decir por qué te has levantado? ―pregunté.
―No.
―No estarás haciendo nada... estúpido, ¿verdad?
―Como ¿qué?
―Tú me dirás –dije.
―No, tú dime.
―Tú dime ―insistí.
―¿Por qué no me dices?
―¿Qué tal si tú me dices?
―Tú me has dicho que tenías obviamente uno o dos escenarios en mente. ―¡Oh, por Dios! Ambos díganse algo o
déjenlo ―dijo papá, emergiendo de la cocina―. Ustedes me van a dar un dolor de cabeza. Y Adam, no más salidas de
noche, por favor, no cuando tienes colegio al día siguiente. Y Dante, trata de recordar que debes dar un maduro ejemplo
a tu hermano menor y a Emma.
―¡Adam comenzó!

―¿A dónde van todos? –preguntó papá.


―Probablemente al parque ―repliqué―. Le daré a Emma una oportunidad de estirar las piernas ―ella iba por todo el
lugar ahora. Me mantenía en forma el tratar de mantenerla al día.
―¿Quieres que vaya contigo?
Pasmado ni siquiera comenzaba a describir mi reacción a la pregunta de mi papá.
Él dejó de acompañarnos al parque cuando tenía unos once o doce años.
―Sería grandioso, papá ―dijo Adam, antes de que pudiera recoger mi mandíbula del suelo.
Así que salimos.
―Yo la llevaré ―dijo papá antes de que llegáramos a la acera. Di un paso al lado para dejarlo, caminando a su derecha
entre el moisés y el camino. Se sentía un poco extraño el estar todos juntos caminando. No habíamos ido juntos al
parque o al cine no sólo hace meses sino hace años.
―¿Cómo es que no hemos hecho nada como esto en un tiempo? ―pregunté. ―Tú comenzaste a salir con tus amigos y
no querías que una torpe y antigua reliquia como yo estuviera alrededor ―se rió papá―. Y Adam siguió tu ejemplo,
así que fue algo redundante. Las alegrías de la paternidad. 134
Yo lo tomaba en cuenta. ¿No es cierto? ¿Fui yo quien hizo que se sintiera como si sobrara? Odiaba admitirlo, pero
probablemente así fue.
―¿Qué hay de las vacaciones del último año? ―dijo Adam―. Entonces estábamos juntos.
Papá nos llevó a un centro de vacaciones barato cerca de la costa. Era uno de esos lugares en el que “había una sonrisa
forzada en cada oración” y “patatas fritas en cada comida”, pero al final eran unas vacaciones fuera de casa. La primera
en un largo tiempo.
―¡Pff! Pagué por unas vacaciones y conduje hasta allá y regresé, y eso fue todo. Desde el momento en que llegamos al
resort ustedes dos se fueron e hicieron sus cosas y no les vi ni la sombra ―dijo papá―. Y Dante, tú no me querías cerca
de ti en la piscina en caso de que las chicas que rondaban me mirasen y huyeran. ¡Me hiciste sentir como Cuasimodo!
Miré de mi papá a Emma y otra vez a él.
―Realmente lo siento, papá ―dije suavemente―. Y nunca te agradecí apropiadamente por todas las cosas que le
trajiste a Emma y por tu ayuda con ella. Eso también lo lamento. Mi papá se sorprendió.
―No estaba recriminando, yo solo decía.
―Lo sé. Pero realmente lo siento.
―Disculpas aceptadas. Y no fue nada ―me sonrió papá.
Le devolví la sonrisa.
―Chicos, por favor. Me están avergonzando ―dijo mi hermano.
Todos nos reímos ―incluida Emma― y continuamos caminando.
―¡Hola!
―Buenos días.
―Hola.
―Hermoso día.
―Hey.
―Hola.
―Por Dios santo, Adam ―dije exasperado―. ¿Por qué de repente necesitas saludar a cada persona que vemos?
―Adam saludaba a cada persona que pasaba a dos metros de nosotros como si fueran amigos que hace mucho no
veíamos.
―No seas gruñón ni antisocial ―dijo mi hermano―. Deja eso para papá. 135 ―¡Oye! –exclamó papá.
―¿No puedo decir hola a la gente si quiero hacerlo? ―dijo mi hermano, ignorando la indignación de papá.
―Sí, pero tú permanente humor jovial me está poniendo de los nervios. Además es algo espeluznante ―le dije.
―Supéralo, Dante ―dijo Adam.
―Pahg... Pahg... ―balbuceó Emma, sus piernitas golpeaban a todos lados.
―¿Lo escucharon? ―le sonreí a mi papá y a mi hermano―. ¡Emma dijo “papá”! ―me puse en cuclillas frente al
moisés―. ¡Emma, has dicho “papá”! Eres muy lista. Dilo otra vez.
―Dijo “papá” y mi nalga izquierda ―rebatió Adam.
―Dante, creo que ella solo lo dijo al viento para ser honesto ―bromeó papá.
―Ustedes dos obviamente tienen serios problemas de oído ―dije con amargura―.
¿Quieren que nos detengamos en una farmacia para que los chequeen?
―Pahg...
―¡Ven! Emma está de acuerdo conmigo.
―¿Así que “Pahg” no solo significa “papá”, sino que también “Abuelo y tío Adam, vayan a una farmacia”? ―preguntó
papá.
No había escuchado a papá citar erróneamente versos de Shakespeare en mucho tiempo. Su dicho favorito era: “Tan
nítidos como los dientes de una serpiente son dos mocosos ingratos”. Era el que más le gustaba.
―Papá, Emma es un poco joven para tener tu versión de Shakespeare en ella ―dijo Adam.
―No, no lo es. Papá está en lo cierto. Ella es muy avanzada. Lo sacó de mí ―sonreí.
―Dante, sale del camino –papá me movió hacia un lado―. No soy Mary Poppins, no puedo volar sobre ti. Hice lo que
me pidió y seguimos caminando.
―¡Hola!
―¿Cómo estás?
Adam obtuvo dos saludos más de completos extraños antes de que apresara su boca con mi mano. Él luchó por quitarse
mi mano pero eso no iba a pasar, no sin algunas garantías primero.
―¡Te dejaré ir cuando me prometas que dejarás de ser tan jovial! ―señalé. 136 Adam finalmente asintió mientras que
mi papá sólo sacudió su cabeza. Como sea, de momento lo dejé ir, mi hermano se apartó como un murciélago fuera del
infierno. A una distancia segura. Adam se giró para darnos cara.
―¡Hola, mundo! –gritó a todo pulmón. Me carcajeé.
―Dante, es bueno escuchar tu risa otra vez ―dijo papá. Se siente bien, también.
―Pahg... ―Emma estuvo de acuerdo.

30
Adam
¿Cómo es posible ser tan feliz y tan miserable a la vez? He conocido a alguien. Y cuando estamos solos, él es genial. Es
profundo e inteligente y me hace reír muchísimo. Pero eso es cuando estamos solos.
Cuando hay otros a nuestro alrededor, es una historia diferente.
Desearía… desearía que no estuviera tan avergonzado de mí.
Y si pudiera dejar de sentirse tan avergonzado de sí mismo, entonces quizás podríamos tener una oportunidad.

31
Dante
Papá se había ido al trabajo y Adam había ido a la escuela y estábamos sólo Emma y yo en la casa. La mañana de otoño
estaba nublada, pero todavía cálida.
―¿Quieres ir al parque, Emma? ―Le pregunté.
Emma se contoneaba a su cochecito. ¡Ahí tenía mi respuesta! Emma sentada en mi regazo, me convenció con sus
suaves botitas en los pies. Pensé que volvería a caminar al parque y que haría una carrera alrededor una vez que
llegáramos allí. De esta manera estaría cansado después del almuerzo y tendría una siesta placentera. No fue tan
estresante cuidarla, al menos no de la misma manera que antes. Quiero decir, cuando ella comenzaba a llorar por algo y
yo no podía entender lo que era, requería todas las profundidades del océano de paciencia que 138 no sabía que poseía.
Pero además de eso, había algo que no esperaba. Soledad. Algunos de mis amigos vinieron a verme, pero una vez que la
novedad hubo desaparecido y su curiosidad fue satisfecha, dejaron de llamar. La mayoría de los días éramos sólo Emma
y yo hasta que papá y Adam volvían a casa. Los paseos por el centro comercial o al parque sirvieron para mantenernos
fuera de la casa, de lo contrario me hubiera vuelto completamente loco. Pero aún así, la vida era algo que estaba
pasándole a otras personas. La mía había sido puesta en espera.
Pero yo tenía Emma.
Cochecito en una mano y la mano de Emma firme en la otra, salimos de la casa.
―El parque es aquí, llegamos ―le dije a Emma.
Ella me miró y sonrió. Pero estábamos a menos de la mitad del camino cuando el cielo se rompió y comenzó a llover. Los
dos estábamos empapados en menos de un minuto. En mi cabeza estaba maldiciendo hasta por los codos. Quiero decir,
¡incluso mi ropa interior estaba empapada! A Emma, sin embargo, le encantó. Caminó a través de un charco y se rió
como un desagüe. Obviamente, se sintió tan bien que ella retiró su mano de la mía y se estrelló a través del charco una
y otra vez, riendo como una loca. ¿Quién hubiera pensado que un charco puede ser tan entretenido?
―Eres en parte un bebé acuático, ¿no? ―Sonreí. No me había dado cuenta antes, aunque Emma me hacía disfrutar de
sus baños de la tarde, pensé que era una cosa de bebés. ¿Tal vez debería tomar su baño en la piscina local? A ella le
encantaría eso.
―Vamos, Emma. Es hora de ir a casa ―le dije, levantándola y colocándola en el coche.
Una vez que la aseguré, me dirigí a casa lo más rápido posible. Cuando estuvimos en el interior, me sequé y cambié la
ropa de Emma. Lo último que cualquiera de nosotros necesitaba era coger un resfriado. Me cambié mi camiseta y me
quité los calcetines húmedos, luego nos dirigimos al piso de abajo. Después de un beso en la parte superior de la cabeza
y asegurarme de que ella estaba a salvo en la sala de estar, me dirigí a la cocina para empezar a lavar la ropa. Me estaba
convirtiendo en un dios doméstico y para ser honesto, lo odiaba un poco. Pero al menos no era todo el tiempo ―¡sólo
noventa y cinco por ciento de las veces! Estaba metiendo a algunas de las ropas sucias de Emma en la lavadora cuando
sonó el timbre. Enderezándome, fruncí el ceño. No esperaba a nadie. Tal vez fuera el 139 cartero. Nah, demasiado
pronto para el correo. Cualquier persona que no fuera un asesino del hacha y yo estaría feliz de detenerme y charlar.
Me dirigí a la puerta principal.
―Hola, Dante.
Estudié a la mujer en la puerta de mi casa. Me resultaba vagamente familiar. Era unos pocos centímetros más baja que
yo, su pelo negro estaba recogido en una coleta y llevaba un traje de falda gris con una blusa de color rosa. Su cara
estaba hecha por expertos y llevaba una bolsa descomunal por encima del hombro. Me tomó unos segundos
reconocerla.
―Er. . . Verónica, ¿no? ―le dije. Fueron sus ojos los que me ayudaron a identificarla. Tenía los mismos ojos rasgados de
Collette, su hermana.
―Así es ―sonrió―. ¿Puedo entrar?
¿Qué diablos estaba haciendo Verónica aquí?
―¿Le sucedió algo a Collette? ¿Ha tenido un accidente o algo así? ―pregunté, preocupado.
―No, no. Nada de eso ―Verónica se apresuró a tranquilizarme―. ¿Puedo entrar?
Aún más desconcertado, me hice a un lado. ―La primera puerta a la izquierda ―le indique la sala
de estar. Ella entró en la habitación, deteniéndose momentáneamente cuando vio a
Emma jugar con los animales de juguete. Y había un olor claramente apestoso flotando sobre de ella. El pañal
necesitaba cambiarse.
―¿Cómo está? ―Verónica preguntó―. Emma, ¿no?
―Sí, así es. Y ella está bien ―contesté.
¿Tengo que cambiarle el pañal a Emma ahora o esperar hasta que Verónica se vaya? Decidí esperar a que Verónica se
fuera. No quería parecer descortés por desaparecer con Emma en el momento en que ella se sentara. La hermana de
Collette se sentó en el sofá. Poco a poco me senté en el sillón de enfrente. Emma jugó en la alfombra entre nosotros.
Esperé a que Verónica para llegara al punto.
―Entonces, ¿cómo estás? ―Preguntó.
Mi ceño se profundizó. ―Bien, gracias. No estoy divirtiéndome, pero estoy seguro de que no has venido hasta aquí sólo
para preguntar por mi salud.
―Bueno, yo si… indirectamente. ―Tuve un mal presentimiento sobre esto. . .
―No sé si Collette te dijo, pero soy una trabajadora social.
Cada célula de mi cuerpo estaba en alerta roja. ―Sí, ella me lo dijo ―le dije con
cuidado, pensando en que todo esto era importante. 140
―Collette también me dijo que tu ex-novia apareció con un niño y. . . ―una rápida mirada a Emma―. ¿Ahora te
encuentras con que tienes que hacer frente a ese niño tú solo?
―Yo no soy el único. Mi papá y mi hermano están aquí para ayudar ―le dije. ¿Qué fue todo esto? ―¿Por qué estás
aquí?
―No te preocupes, esta es una visita no oficial. Acabo de llegar para ver cómo lo manejas ―dijo Verónica―. Collette,
dijo que eras profundamente infeliz. ―Lo superé ―Estoy superando más de lo que hubiera sido capaz, pero ella no
necesitaba saber eso.
―¿Pero no puede ser fácil? ―sugirió.
Me encogí de hombros, sin decir nada.
―Como ya he dicho, no estoy aquí en calidad de oficial, pero tengo un deber de cuidado para asegurarme de que Emma
se encuentre en un lugar estable, seguro y feliz.
Mi sangre corrió helada en las venas. ―¿Qué estás insinuando? ―Le pregunté lentamente―. ¿Qué dijo Collette?
―Collette no dice nada específico. Pero tener un hijo puede ser una perspectiva desalentadora para los padres
primerizos ―incluso cuando el niño se quiere. Tú sólo tienes diecisiete años y Emma no era. . . ―Otra rápida mirada a
mi hija―.Bueno, ella no fue una opción de vida que eligieras deliberadamente, ahora ¿o sí?
No dije nada. Yo estaba muy consciente de las minas terrestres esparcidas de repente a mi alrededor, a la espera de una
palabra fuera de lugar para activarse. ―Yo entiendo que estás tratando de encontrar una salida a tu situación actual
―continuó Verónica.
―Usted ha sido mal informada ―le contesté―. Emma es mi hija y mi responsabilidad. No estoy tratando de encontrar
una salida a nada.
Verónica se quedó perpleja. ―Pero te vas a la universidad.
―Retiré mi solicitud.
―Entonces, ¿qué intentas hacer ahora?
―Encontrar un trabajo para poder mantener a mi hija.
―¿Y quién cuidará a su hija mientras tú trabajas?
¿Por qué le interesaba todo eso? Me tragué lo que realmente quería decir con gran dificultad. Estaba muy consciente de
que esta mujer tenía el poder de hacer que 141 esto fuera de su incumbencia, pero con cada segundo que pasaba me
molestaba su presencia cada vez más.
―Estoy buscando un trabajo de tarde o de noche para que mi padre pueda cuidar de Emma mientras estoy trabajando.
―¿Qué clase de trabajo de noche.
―No sé. Todavía estoy buscando.
―¿Y qué pasara cuando tu padre no esté disponible para cuidar a la niña?
―Yo sólo voy a trabajar sobre una base, a tiempo parcial al principio, tal vez tres o cuatro noches a la semana. Papá y yo
tenemos la intención de organizar un calendario de noches en las que pueda cuidar de Emma yo mismo.
―Hhmm. . . ―dijo Verónica no muy convencida―. ¿Y qué sucederá cuando
Emma esté enferma o necesite de ti en casa y estés en el trabajo?
―Lo mismo que sucede con los otros padres en una situación similar ―le contesté―. Llego a casa a cuidar a mi hija.
―Hhmm. . . No estoy bromeando, Dante, pero ¿estás si quiera cerca de entender lo que pasa?

―¿Qué quiere decir?


―Puedo oler que el pañal de Emma que necesita cambiarse, pero no veo ninguna iniciativa de hacer algo al respecto
―dijo Verónica.
Cálmate, Dante. No dejes que te afecte.
―Sé que necesita un cambio de pañales, pero no me di cuenta de que permanecería usted tanto tiempo, de lo contrario
la hubiese cambiado ahora.
―No me dejes detenerte ―dijo Verónica.
¿Era esto una prueba?
Después de vacilar un momento, tomé la bolsa de Emma de su carrito por las asas, estaba apoyado contra la pared y me
puse a cambiar el pañal de Emma sin decir una palabra a Verónica. El resentimiento que sentí debió haber sido
abrasador, a través de su piel. Cuando ya había fijado pañal limpio de Emma, ella dijo, ―Dante, yo estoy de tu lado.
No tenía ganas de mirarla.
―¿Así que has decidido mantener Emma contigo?
―Ella es mi hija ―le contesté. Eso lo decía todo.
―¿De verdad lo has pensado bien?
¿Estaba hablando en serio? 142
―No en pensado en nada más. Sólo he tenido Emma de hace unas semanas. Todavía estoy aprendiendo, sigo
ajustándome. Pero sé que podría ser un buen padre si me dan la oportunidad.
―Tienes diecisiete años, Dante. No se puede esperar que tengas la paciencia o la aptitud para ello que un padre mayor
tiene.
Yo no tenía eso. ―Hay un montón de padres mayores que abusan de sus hijos. Hay un montón de padres mayores a los
que no les importan un comino sus hijos y los dejan valerse por sí mismos. Sé que sólo tengo diecisiete años. No puedo
evitarlo. Pero tendré dieciocho años en dos semanas y toda mi familia, no sólo yo, estamos decididos a hacer que esto
funcione.
―Me alegro de saberlo ―dijo Verónica― porque si siento que este no es el mejor ambiente para Emma, hay una serie
de pasos que puedo tomar.
Me puse de pie. ―¿Estás hablando de quitarme a mi hija?
―Eso sería un último recurso. Hay un buen número de pasos intermedios antes de que nosotros lleguemos a ese punto.
..
Pero yo no la escuché. Me incliné para recoger a Emma, ella me abrazó.
Apoyó la cabeza en mi hombro y empezó a chuparse el dedo pulgar. Quería decirle a Emma que no lo hiciera, ya que
haría que sus dientes crecieran hacia fuera, pero si le quitaba el dedo pulgar de la boca ¿creería Verónica que estaba
siendo cruel? ¿Sería una marca en mi contra?
―Dime algo ―pregunte con amargura―. ¿Estaríamos teniendo esta conversación si yo fuera la madre de Emma en
lugar de su padre? Verónica frunció el ceño. ―No veo cómo eso es relevante.
―¿No es así? Asume automáticamente que porque soy el padre de Emma, no su madre, estoy fallando. Bueno, vamos a
hablar de su madre. Melanie fue la que ni siquiera me dijo que estaba embarazada. Tampoco se molesto en hacerme
saber que tenía una hija cuando Emma nació. Melanie llegó aquí, me dijo que no confiaba en sí misma con Emma y tenía
miedo de lo que podía hacer, ella me dio a Emma a mí y salió corriendo. Ella es la que ha desaparecido en algún lugar
del norte, sin dejar su dirección. Y sin embargo ¿estás aquí lista para condenarme?
No grité, aunque Dios sabe que todo lo que quería hacer era gritarle a la perra y arrojarla por la ventana más cercana.
¿Cómo se atrevía? Y Collette era malditamente descarada.
―Puedo ver que estas molesto. ―Verónica se puso de pie. 143
―Por supuesto que estoy molesto. Usted está amenazando con quitarme a mi hija por la sencilla razón de mi edad y mi
género.
Verónica me escudriñó. ―Dante, aunque no lo creas, estoy de su lado. Esto realmente no es una visita oficial. Y puedo
ver que ya te has unido con tu hija. Y yo estoy aquí para hacer lo que pueda por ayudar. Pero esto requiere un
compromiso de por lo menos otros dieciocho años. Piensa en ello.
―Y como he dicho, yo ya estoy buscando un trabajo.
―Yo no estoy hablando sólo de tu empleo ―dijo Verónica.
―¿Entonces de qué?
―Hay una serie de otros factores a considerar.
―¿Cómo cuales?
―Por ejemplo, ¿dónde duerme Emma?
―En una cuna a los pies de mi cama ―le informé.
―Y dentro de cinco años, ¿donde dormirá?
¿Eh? ―No tengo ni idea.

―Mi punto es, que pronto va a necesitar su propia habitación ―dijo Verónica―. Tengo entendido por Collette que esta
es una casa de tres dormitorios. Usted, su papá y su hermano tienen cada uno su propio dormitorio. Entonces, ¿dónde
deja eso a Emma?
―Yo puedo compartir la habitación de mi hermano y Emma puede tener la mía cuando tenga edad suficiente ―le
dije―. Mi objetivo es tener mi propio apartamento, en algún momento para mí y Emma.
Yo estaba destinado a un montón de cosas ―mi propio apartamento, un buen trabajo, las perspectivas y una buena
vida para mí y mi hija, pero sería inútil decirle todas esas cosas.
―No es sólo eso ―dijo Verónica―. ¿La has llevado a su médico de cabecera para un chequeo? ¿Incluso la has
registrado en la consulta de su médico? Hay una serie de cosas que necesitan ser ordenadas si usted planea tener a su
hija con usted durante mucho tiempo. . .
―Bueno, yo no iba a hacer una cita para Emma para ver a un médico hasta que fue realmente estuviese enferma de
algo, pero está bien, voy a ordenar una revisión con el médico en la mañana. Voy a hacer lo que sea necesario. Pero
Emma se queda conmigo. Yo no voy a dejar a nadie llevarse a mi hija de mí lado ―le dije a ella 144 directamente.
Emma debe de haber sentido la tensión en mí porque comenzó a maullar. Unos segundos y ella estaba llorando.
―Te da crédito el que te sientas así ―Verónica sonrió―. Mira, voy a dejar mi número. Si necesita asesoramiento o
ayuda, sólo dame una llamada.
Ella hurgó en su bolso y sacó una tarjeta de visita. Vi como garabateaba su número de móvil en la parte posterior. Me
tendió la tarjeta, dudé, pero la tomé. ―Tengo otra cita ahora, pero permíteme insistir, hacemos todo en nuestro poder
para mantener la familia unida. Realmente estoy de tu lado.
Sí, claro.
―Tu hija es hermosa ―Verónica me sonrió―. Y no se parece a ti.
No dije nada.
―Adiós, Emma. ―Verónica extendió una mano hacia la mejilla de Emma, pero yo la moví tan lejos de ella como pude y
se dirigió hacia la puerta principal. Al abrirla, me puse de lado para que Verónica no tuviera problemas para salir. Ella me
tendió la mano. Yo sostenía Emma, por lo que no podía corresponder. ―Cuídate, y a
tu hija ―dijo Verónica, su mano cayó a su lado.
―Tengo la intención.
―Uno de mis colegas o yo, puede que estemos de vuelta dentro de las próximas semanas para conversar contigo y tu
padre, sólo para ver cómo se está haciendo todo.
Ella se dirigió hacia fuera, su último comentario sonando en mis oídos.
¿Fue una amenaza o una promesa?
De cualquier manera, yo estaba en problemas.

32
Dante
―Cálmate.
―Eso es fácil para ti decirlo, papá. ―Prácticamente estaba gritándole por el teléfono.
―Dante, ni siquiera era una visita oficial ―dijo papá.
―Pero como sea Verónica vino aquí. Aún así me interrogó. ¿Y si trata de llevarse a Emma lejos de mí?
―Estás siendo exagerado ―dijo papá―, dijiste que los trabajadores sociales utilizaban eso como último recurso. Las
autoridades no se llevaran a Emma lejos de ti a menos que ella esté en peligro, lo que obviamente no es así. Así que
tranquilízate.
Todo tipo de frases que sólo había oído en la televisión empezaron a correr por mi cabeza usando zapatos de pinchos.
Frases como «en el registro “de riesgo”» «juzgado de familia» y «casas de acogida». El Dante que sólo hace unas
semanas se había sentado en la computadora en busca de los procedimientos para poner un niño en cuidado de crianza
no era yo. Miré hacia atrás y ni siquiera reconocí a esa persona. ¿Que me decía eso? ¿Que tengas cuidado con lo que
deseas porque podrías conseguirlo?
Respiré hondo, tratando de seguir los consejos de mi padre.
―Papá, estoy. . . preocupado ―admití.
―Mira, ¿quieres que vaya a casa?
―¿Por qué? Verónica ya se ha ido.
―Lo sé. Pero volveré a casa si me necesitas.
―¿Harías eso? ―Le pregunté.
―Por supuesto que lo haría ―dijo papá con impaciencia―. Tú eres mi hijo, Dante. Si me necesitas, estaré en casa en un
latir de corazón. Bueno, tal vez dos latidos de corazón dependiendo de cómo estén corriendo los trenes.
―No, está bien papá ―dije, sintiéndome un poco menos agitado―. Pero gracias por la oferta.
―Bueno, si cambias de opinión, solo llámame. ¿De acuerdo?
―Sí, papá.
―Y no estoy trabajando hasta tarde esta noche así que voy a estar en casa alrededor de las seis y media.
―De acuerdo. Gracias.
―Dante, no dejes que esta mujer Verónica te agite. Emma está con su familia ahora y así es como se quedará. Hasta
luego, hijo. ―Papá dejó el teléfono. Se sentía bien. . . no, se sentía genial saber que tenía a mi papá de ayuda. Por
primera vez pensé en lo que todo esto debía ser para él. No podía haber sido fácil cuidar a mí y a mi hermano después
de que murió mamá, el solo con nosotros dos, además de una hipoteca y las facturas.
Y ahora en lugar de dos, había tres para quienes papá tenía que proveer. Necesitaba encontrar un trabajo a
toda prisa. Tenía que hacer que esto funcionara, ahora más que nunca. Pero primero lo primero. Tenía una llamada que
hacer.
―¿Hola?
―¿Collette?
―Al habla. Respiré profundamente, tratando de calmar la ira que estalló con el sonido de su voz.
―¿Hola? ―dijo.
―Acabo de tener una visita de su hermana ―dije en voz baja.
―¿Dante? Hola, ¿cómo te va?
―Acabo de tener una visita de Verónica ―repetí.
―Oh, bueno. Me prometió que iría a verte. Otra respiración profunda. Que no estaba funcionando.
―¿Le hablaste a tu hermana acerca de Emma y yo?
―Bueno, sí ―dijo Collette, sorprendida de que tuviera que preguntar―. Le dije cómo no conseguías hacerle frente.
―¿Por qué harías algo así? ―las palabras estaban saliendo más rápidas y fuertes. Otro respiro hondo. Relajarte, Dante.
No te pierdas.
―Yo estaba tratando de ayudar. De esta manera el bebé puede ser dado a adopción o al cuidado de un padre de crianza
y tú puedes continuar con tu vida ―dijo Collette―. Sólo te he visto tres veces desde que ella apareció en escena. Ella te
impide hacer todas las cosas que habíamos planeado hacer y echo de menos la manera en que las cosas solía ser.
Collette habló de mi hija como si Emma fuera una malla que necesitara ser derribada y pisoteada.
―Collette, ella tiene un nombre ―Emma. Y también pasa que Emma es mi hija.
―No por elección. Tuve que contenerme de responder durante unos segundos.
―¿Qué fue exactamente lo que le dijiste a tu hermana? ―Le pregunté cuándo pude confiar en mí mismo para hablar.
―Sólo lo que me dijiste ―respondió Collette― que te habían dejado a Emma y que no la querías.
―¡No tenías ningún derecho! ―Grité.
―¿Cómo dices?
―No tenías ningún derecho a meter las narices e interferir. No tenías derecho a lanzar a tu hermana sobre mí como un
pitbull sólo porque estabas sintiéndote 148 descuidada ―le dije con desprecio.
―Eso no es por lo qué lo hice. Yo estaba tratando de ayudar. . .
―¿Al permitir que tu hermana se lleve a Emma lejos de mí?
―Pero tú no la quieres. . .
―Collette, pon esto en tu cabeza porque sólo lo voy a decir una vez. Emma es mi hija y ella pertenece conmigo. Ella se
queda conmigo. Si no te gusta, entonces difícil. Dile a tu hermana que estoy bien saliendo adelante, muy bien, y que
ustedes dos pueden meter sus narices fuera de mis asuntos. Disfruta de la universidad ―y colgué. En
cuestión de segundos el teléfono estaba sonando. Acepté la llamada, e
inmediatamente colgué de nuevo. Espero que ahora haya captado el mensaje.
Me dirigí de nuevo al salón.
―Ven con papá, Emma ―le tendí la mano― Vamos a tomar una bebida. Emma se contoneó hacia mí y me tomó la
mano sin dudarlo. Su mano era cálida en la mía y era tan pequeña. Compartimos una sonrisa mientras abría camino
hacia la cocina. Poniéndola en su silla alta, serví un poco de jugo de grosella negra diluida en su biberón. Me levanté y
miré mientras ella lo tomaba con avidez. Arena o tierra o algo así estaban haciendo mis ojos parpadear. Y debí de haber
intentado tragar mi desayuno demasiado rápido porque se sentía como si hubiera una bola de hormigón pegada a mi
garganta.
―Tú te quedas con papá ―le dije a Emma en voz baja―. Te prometo que no le permitiré a nada ni a nadie cambiar eso.

33
Adam
No puedo seguir haciendo esto. Lo que soy no está mal. Lo que siento no es nada de qué avergonzarse. Pero eso es lo
que me hace sentir. ¿Por qué me invitó a salir? Fue su idea que nos juntáramos, no la mía. Pero creo que él me ve como
algún tipo de foco de luz que brilla sin piedad sobre él atrayéndole también mucha atención.
Quiero vivir mi vida en voz alta. Y él quiere que yo susurre mi camino por la vida como él. Quiere mantener su
verdadero “yo” escondido en las sombras, esperando que nadie se dé cuenta de él. No puedo vivir mi vida así.
No lo haré.
De verdad me gusta, pero creo que. . . Creo que es hora de ponerle fin. Nunca me había dado cuenta antes, pero ahora
él es mi “peor de los casos”.
Esto nunca va a funcionar hasta que él aprenda a ser feliz con lo que verdaderamente es. Estoy empezando a pensar
que eso nunca va a suceder. Algo que sé con certeza, es que está más allá de cualquier cosa que yo pueda decir o hacer
el que él se acepte a sí mismo. Y me estoy hartando de esperar.

34
Dante
La mañana siguiente me hallaba de tercero en la fila fuera de la consulta del médico, esperando a que abrieran. Un
cartel en la entrada avisaba que los cochecitos debían dejarse en el área de entrada y que no podían pasar de la
recepción, entonces saqué a Emma de su cochecito, sosteniéndola con una mano mientras plegaba el cochecito con la
otra. ¿Qué pasaba con todo este odio por los cochecitos a nivel nacional?
Por suerte no tuve que esperar mucho antes de que las puertas se abrieran. Las dos personas al frente de mí hicieron
sus citas en el mostrador de la recepción y se dirigieron hacia la sala de espera.
―¿Lo puedo ayudar en algo? ―preguntó la recepcionista cuando llegué y me acerqué.
―Hola, sí. Me gustaría registrar a Emma aquí con un doctor, por favor. Emma estaba viendo a la recepcionista con ávido
interés.
―¿Usted ya está registrado aquí? ―preguntó la recepcionista.
―Sí, lo estoy ―Le di su mi nombre y dirección, observando como ella veía miopemente a la pantalla a su izquierda―. Y,
¿qué edad tiene…su… Emma?
―Cumplirá un año el próximo lunes ―le informé.
La recepcionista frunció el ceño a la pantalla antes de volverse a mí con el ceño fruncido.
―¿Lleva consigo su tarjeta de seguro social, su fecha de nacimiento certificada y su libro rojo.
―¿Uh? Su… no. ¿Qué es el libro rojo?
―El libro sobre su información médica hasta la fecha. ―Ante mi mirada en blanco la recepcionista elaboró su
respuesta―. Contiene informes, por ejemplo, sobre todas las vacunas que le han inyectado hasta la fecha, los detalles
de su nacimiento, ese tipo de cosas. Y también necesitare una fotografía de identificación y el comprobante domicilio de
quién la esté registrando.
―¿Fotografía de identificación?
―El Pasaporte o la licencia de conducir y una factura de servicios que muestre la dirección.
¡Maldita sea! Pensé que estaría dentro y fuera en menos de un minuto. ―No tengo nada de eso ―negué con mi
cabeza―. Pensé que solo necesitaría su nombre, dirección, la fecha de nacimiento y eso sería todo.
La mujer detrás del escritorio me sonrió compasiva. ―Me temo que no. Quizás podrías decirla a tú mamá que venga y la
registre una vez que tenga todo los documentos apropiados juntos.
―Mi mamá está muerta ―le contesté.
―Oh ―La mujer parecía apenada―. Bueno, ¿y qué hay de tú papá? ¿Sería posible que viniera y registrara a tú
hermana? Oh Dios.
―Emma es mi hija. Mi papá es su abuelo ―dije aún tratando mantener mi tono de voz normal.
―¿Tú hija?
Aquí vamos de nuevo, me dije para mis adentros. ―Sí, mi hija.
―Y tienes… ―la recepcionista se volvió a la pantalla―. Tienes diecisiete. 152 ―Dieciocho, en dos semanas.
―Ah, ya veo. Quizá la madre podría venir con los documentos necesarios y… ―¿Los hombres tienen prohibido
encargarse de este tipo de cosas? ―pregunté impaciente.
―No. No. Por supuesto que pueden, solo quiero decir que tal vez la madre tiene acceso a los documentos necesario y
podría aparecerse y…
―La madre de Emma ya no se halla cerca ―le expliqué, resentido hasta el infierno por el hecho de que tenía que
hacerlo yo―. Cuido de mi hija y todo lo que quiero hacer es registrarla con un doctor.
―Si pudieras volver con todas las cosas que te mencioné, entonces no debería de haber ningún problema ―dijo la
recepcionista.
Para ese momento todo lo que deseaba hacer era golpearme repetidamente la cabeza contra la mesa de la recepción.
―Está bien ―dije con mi paciencia colgando de un hilo―. Regresaré pronto. Di la vuelta y salí, ignorando las curiosas y
expectativas miradas de quienes había estado escuchando detrás de mí en la fila.
―Bueno Emma, esto será un B.D.D.N ―le dije mientras rearmaba el cochecito y le colocaba adentro―. Es decir “Buen
Dolor De Nalgas” ―le expliqué.
―Roaannnng… pluuuuff… ―convino Emma.
Una vez en casa, busqué por todos los documentos que Melanie había dejado atrás. Debí hacerlo antes. Y ahora que lo
pienso, me acuerdo de papá diciéndome que lo hiciera. En efecto había un libro rojo con letras doradas que decían
‘REGISTRO PERSONAL DE SALUD INFANTIL’.
Dentro había un número de páginas así como varias hojas sueltas y dobladas. Una hoja contenía los detalles del parto
del bebé. Me enteré que Melanie estuvo en labor de parto durante siete horas y once minutos, sufrió un desgarre de
segundo grado y pérdidas de sangre. Dios… sonaba horrible. ¿Quién había estado con Melanie cuando dio a luz? ¿Su
mamá? ¿Su tía? ¿O había estado sola? Nadie debería de pasar por algo así solo.
Ella debió decirme, darme la oportunidad de envolverme con la idea y avanzar. Debí estar allí. No solo por el bien de
Emma y el de Melanie, sino también por el mío. ¿Por qué Melanie no me contó?
¿Habrá pensado que tocaría fondo y huiría de la situación? ¿Habría intentado de convencerla que tuviera un aborto?
¿Me habría lavado las manos de todo el asunto?
No sabía. Miré abajo, hacia Emma sentada sobre la alfombra jugando con su osito, y sinceramente no lo sabía.
Había un montón de otras cosas en la hoja de la cuales no tenía ni la menor idea. Cosa como “puntuaciones Apgar” y
“Presentación: Occipito – Anterior”. ¿Acaso eso era español? Me prometí buscar todas y cada una de las palabras que
no entendí. Avanzando más por el libro vi todas las vacunas que Emma tenía. Debía de inyectarse otra entre los doce y
quince meses de edad., de lo cual no me había enterado. Había tablas de desarrollo, gráficos de peso y talla, páginas de
ayuda y asesoramiento y un par de páginas para comentarios en la parte posterior, los cuales asumí eran hechos por
una enfermera o tal vez un inspector de salud o algo por el estilo. No era gran cosa al final de cuentas, pero al menos
había ciertas lagunas.
Vacunas, trabajo y un lugar en una guardería pública, viendo escuelas locales, los indicadores de desarrollo, tenía que
unir mis acciones y ordenar todos esos, junto con otras cosas más. No me podía permitir aflojar, no si quería mantener a
mi hija. Y la quería. Pero necesitaba encontrar la forma de que todo eso pasara.

35
Adam
¡Oh Dios! Me gustaría que dejara de llamarme y mandarme mensajes de texto, me bombardea con correos electrónicos
y mensajes. Me está volviendo loco. Esta es la etapa en donde no me atrevo ni siquiera a encender el teléfono nunca
más. Se acabó. ¿Por qué el no entiende? ¿Cree que todo esto es fácil para mí? Esto no es lo que yo esperaba que
sucediera. Pensé que tal vez. . . Fui un estúpido.
¿Por qué no puede entender que yo estoy dándole lo que quiere ―sin complicaciones, recto-como-una-regla, una vida
aburrida-como-el-infierno? ¿Por qué simplemente no me deja en paz?

36
Dante
Emma tuvo su primer cumpleaños, con un pastel y una vela. Cantamos “feliz cumpleaños” y le ayudamos a soplar la
vela. A ella le encantó. Y también los juguetes y la ropa que recibió como regalo de mi padre, mi tía y mi hermano; más
animales de granja y un juego de bloques del alfabeto de papá, un vestido amarillo y botas a juego de parte de Adam y
dinero de la tía Jackie. Papá sacó su cámara, cuyo estuche estaba cubierto de polvo, y tomó suficientes fotos para llenar
una docena de álbumes de fotos. Era como en los viejos tiempos. Me hizo sonreír verlo trabajar con su cámara de
nuevo. Todos posamos sosteniendo a Emma, caminando con ella, levantándola sobre nuestras cabezas, meciéndola,
sentada en nuestros hombros (a ella en serio le gustó esa). Lo que fuera, papá quería una foto de eso. Y 156 a Adam le
encantaba, por supuesto. Pongan una cámara sobre él y brilla como champaña. Pero incluso él se hizo a un lado para
que Emma pudiera ser el centro de atención. Todos estábamos a su alrededor como abejas—y a ella le encantaba.
Fue un buen primer cumpleaños.
Una semana después fue mi turno. Mi cumpleaños número dieciocho llego pero estaba seguro como el infierno de que
no necesitaba un pastel y no quería regalos.
―Si quieren gastar dinero, cómprenle algo a Emma ―le dije a papá y a Adam. Papá no necesitó que se lo dijera dos
veces. No tenía planes de ir a alguna parte o de hacer algo para mi cumpleaños, pero papá impuso su voluntad:
―Dante, tú y tu hermano salgan y disfruten. Es tu cumpleaños, por amor de Dios. Vayan y cenen o vean una película—
yo pago.
―¿Qué hay de Emma? ―fruncí el ceño. Papá levantó una ceja. ―Yo la cuidare.
―Mmm… no creo que sea muy buena idea si Verónica se aparece ―dije yo.
No había tenido más noticias de Verónica, la hermana de Collete, pero no dudé ni por un segundo que ella regresaría.
Ella se abalanzaría sobre mí como la espada un Damocles.
―Verónica esto, Verónica lo otro ―rechazó mi papá―. Es tu cumpleaños. Solo tienes dieciocho una vez y no te hace
mal padre salir una noche sin tu hija de vez en cuando. Ve y disfruta. Adam saca a tu hermano y recuérdale como se
sienten los buenos tiempos. ―Metió la mano en su bolsillo y sacó algunas notas―. Vayan, ustedes dos. Salgan y
diviértanse un poco ―insistió. No estaba seguro de eso. Tomé a Emma y le expliqué. ―Papi va a salir, pero solo por un
rato. Estaré de vuelta antes de que lo notes.
―¡Oh, por Dios! ―exclamó papá―. Vas a salir un par de horas, no te vas a ir a una expedición a la Antártica. Emma
estará perfectamente conmigo. Ve. Para ser honesto, ¡se sentía bien dejar la casa y no estar empujando un coche! Papá
llevó a Emma hasta la puerta para vernos salir. ―Dile adiós a papi, ―le dijo a Emma― despídete de papi.
―Dannggghh ―dijo Emma, despidiéndose de mí.
―Adiós, Emma. Nos vemos pronto ―me despedí de vuelta. Realmente no estaba seguro de esto. Estaba a punto de
devolverme cuando Adam agarró mi brazo, arrastrándome lejos.
―Dante, deja de ser tan patéticamente triste ―me dijo.
―De acuerdo, de acuerdo ―le concedí. Con un último adiós a Emma, Adam y yo nos pusimos en camino.
―¿A dónde te apetece ir? ―le pregunté a mi hermano. Él se encogió de hombros ―¿El Bar de Belle?
―Siempre vamos allí ―puse una cara recordando la última vez que había estado en ese lugar―. ¿No quieres ir a un
lugar diferente para variar?
―El Bar de Belle será genial ―dijo Adam, entusiasmado.
―No, el Bar de Belle será como siempre.
―Eso fue lo que dije. Oh, vamos. Por favor ―Adam rogó.
―Oh, está bien ―acepté a regañadientes.
―¡Sí! ―Adam dio un salto, dando puñetazos al aire. Se volvió hacia mí con una gran sonrisa en la cara y un brillo
travieso en los ojos.
―¿Qué? ―instantáneamente estuve en guardia―. ¿Qué estas tramando?
―Nada ―replicó Adam como mantequilla que no se derrite.
―Hhmm... ―le dije mirándolo con sospecha― lo que sea que estés tramando, solo no me avergüences, ¿está bien?
―De acuerdo ―dijo mi hermano, sus ojos ― y todo su cuerpo― vibrando de la emoción.
El Bar de Belle estaba extrañamente lleno para un miércoles. Después de que nos dijeran que tendríamos que esperar
treinta minutos por una mesa, yo estaba más que listo y dispuesto para intentar en otro lugar.
―Estamos aquí ahora ―insistió mi hermano.
Así que estacionamos en el bar. Adam trató de ordenar una piña colada ¡como si eso fuera a pasar! Papá me mataría.
Para mí era legal ahora, pero preferí una cerveza de jengibre a cualquier cosa con alcohol. Adam se sentó con su piña
colada virgen, con mal humor porque no había permitido que le pusiera ron, pero él tenía la misma oportunidad de
beber ron u otro alcohol como Emma, estando conmigo. ―Solo necesito hablar con uno de los meseros ―dijo Adam,
saltando fuera de su silla― Ya vuelvo. Fue cuando lo noté.
―Adam, no.
―¿No qué?
―No le vas a decir a los camareros que es mi cumpleaños. No quiero un plato de helado con una bengala en él, muchas
gracias. Y está claro como el 158 infierno que todo el personal no quiere cantar "Feliz cumpleaños" para mí.
―Pero Dante…
―Lee mis labios ―claro que no.
―Eres tan miserable ―dijo Adam, volviendo a sentarse en su silla.
Mi hermano debía estar loco si alguna vez pensó que eso podría suceder. Sacudí mi cabeza y cambié de tema. Traté de
hablar de fútbol, pero Adam no sabía nada de fútbol ni de una bola de boliche, así que pronto abandoné la idea. Tenis,
cricket y atletismo fueron los únicos deportes que Adam conocía un poco. En lo que a mí respecta, el tenis fue una
pérdida de tiempo ―todos los jugadores realmente buenos, lo único que hacían era servir ases, lo cual era genial para
ellos, pero aburrido como el infierno de ver. Ver cricket era como ver las uñas de mis pies crecer y no había suficiente
contacto físico entre los atletas. Adam empezó a discutir sobre un diseñador u otro tipo pero se golpeó la cabeza
cuando notó que mis ojos se empezaban a poner vidriosos. Nos cambiamos al rugby, algún programa de comprar casas,
automovilismo y las hazañas de algunas estrellas de Hollywood o algunos con algo de éxito. Se me ocurrió mientras
luchaba por encontrar un tema que nos interesara a los dos, que no habíamos charlado, sólo nosotros, por algún
tiempo. Nos distanciamos en la medida en que ahora nos parecía tener muy poco en común.
Finalmente nos decidimos por la música. Por fin un tema donde no muchos se superponen. No muchos, pero algunos
―y yo tomaría lo que pudiera conseguir.
―Oye, Dante.
Giré en mi asiento. Josh, Paul Logan y estaban detrás de nosotros, esperando en la cola para ser vistos y sentarse. Me
sorprendió ver a Logan. Que había aplicado para hacer Política y Economía en la universidad y por lo que se cuenta
había logrado buenas notas para entrar. Así que ¿qué estaba haciendo por aquí? Pablo había encontrado un trabajo en
un concesionario de coches. Yo no estaba seguro acerca de Josh.
―Hola, chicos ― les dije.
―Hola, Josh ―dijo Adam.
Josh ni siquiera miró a mi hermano, y mucho menos le respondió.
―Dante, no te he visto en un tiempo ―me dijo. Adam se volvió hacia su piña colada virgen, luciendo. . . incómodo.
―Josh, mi hermano te dijo hola ―fruncí el ceño. 159
―Lo sé. Lo escuché ―dijo Josh.
―Entonces no lo ignores ―dije.
―Dante, déjalo. Está bien. En serio ―dijo Adam.
Pero no lo hice ―Adam, estoy harto de que Josh te trate como a una ventana ―le dije a mi hermano.
―Oh, por Dios. Hola, Adam. ¿Cómo va todo? ¿Feliz ahora, Dante? ―Extasiado. ―La actitud de Josh
hacia mi hermano realmente me molestaba. Yo no dejaría que nadie tratara a mi hija así, y de ninguna forma alguien
trataría así a mi hermano
―Chicos, cálmense ―dijo Paul―. Por Dios.
―Entonces, Paul, ¿cómo va el negocio en el concesionario de carros? ―Le pregunté―. ¡Y qué demonios te has hecho
en el cabello. El cabello marrón de Paul ahora era del color del jugo de naranja.
―Me apetecía un cambio ―Paul se encogió de hombros, pasándose los dedos por su cabello amarillo-naranja ―¿Qué
te parece?
―Er. . . ¿quieres que sea honesto? Pablo puso los ojos en blanco. ―No importa.
―¿Cómo es el negocio concesionario de coches? ―Repetí.
―Bueno.
―¿Trabajas por turnos? ―Le pregunté, preguntándome si podría haber un trabajo para mí.
―¿Estás bromeando? Yo no tomaría un trabajo donde tuviera que trabajar en turnos ―se burló Paul―. Soy como un
vampiro. Yo sólo cobro vida cuando se va el sol. ¡Míralo! Como si fuera la gran cosa. Pero no había trabajo para mí
entonces.
―¿Y tú, Logan? ―Le pregunté―. Pensé que te habías ido a la universidad.
―No, dentro de una semana ―contestó Logan.
―Oh, ya veo. Me volví hacia Josh. Estaba mirando directamente a mi hermano. Adam premeditadamente lo ignoraba.
―Josh, ¿estás bien? ―Le pregunté.
La atención de Josh fue hacia mí. ―Sí, estoy bien. ¿Qué has estado haciendo?
―Cuidando a mi hija, Emma.
―¿Qué otra cosa aparte de eso? ―Dijo Josh. Qué irónico. Una vez le pregunté Melanie lo que había estado haciendo,
aparte del cuidado de Emma. Me acordé de la sonrisa que ella me dio. Ahora me di cuenta de lo que significaba. Cuidar
a un niño es a tiempo completo, un asunto en todos los términos. Con razón Melanie no contestó a mi ignorancia.
Tengo la suerte de que no me golpeara en el estómago. Me encogí de hombros otra vez. No tenía sentido tratar de
corregir a Josh.
―Así que ¿qué estás haciendo aquí? ―preguntó Logan.
―Estamos celebrando el cumpleaños de Dante ―respondió Adán antes de que pudiera detenerlo.
Gemí para mis adentros.
―Oh sí, te iba a enviar un mensaje ―dijo Josh―. Feliz cumpleaños.
―Gracias. ―Me volví hacia mi cerveza de jengibre. Esperamos que Josh y los otros captaran la indirecta y regresaran a
su lugar en la fila.
―¿Quieren acompañarnos? ―Adam me sorprendió con la pregunta.
Miré a Adam, luego volteé para ver sus respuestas. Paul sonreía como si fuera la mejor idea desde la invención de la
rueda. Logan miraba a Josh, quien a su vez parecía tan incómodo como me sentía yo. Josh no quería que nos
sentáramos en grupo más de lo que yo lo hacía.
―Sí, está bien ―dijo Logan antes de que Josh o yo pudiéramos encontrar una excusa.
¿Qué carajos estaba planeando Adam? ¿Por qué él los había invitado a unírsenos? A él ni siquiera le gustaba Josh.
Tuvimos que esperar diez minutos más, ya que habíamos pasado de dos a cinco, pero al final nos llevaron a una mesa,
que era en realidad dos mesas cuadradas juntas. Me senté junto a Adam y junto a Logan. Josh estaba sentado junto a
Adam, con Paul a su lado. La conversación se inició tímidamente al principio, pero antes de notarlo había sonrisas y
bromas, como en los viejos tiempos. Y no fue tan malo, al principio. El único problema era, que mis compañeros estaban
tomando de nuevo cerveza como si fuera agua, de manera que cuando nuestros aperitivos llegaron a la mesa ellos no
sentían dolor. Más tragos con las entradas y después de ellas, así que, para cuando nuestros platos llegaron, las botanas
estaban volando alrededor de la mesa como insultos.
Avergonzado, miré a mi alrededor. Estábamos en el centro de toda la atención y si las miradas mataran todos
deberíamos ser embalsamados en ese momento. Los 161 camareros y camareras nos estaban mirando feo. Si los demás
no dejaban de hacer eso, nos echarían del lugar.
―Chicos, es mi cumpleaños y no quiero que me echen del Bar Belle en mi cumpleaños ―traté de razonar con ellos.
Podría haber estado hablando con los cubiertos por todo el bien que hizo.
Adam estaba metido en un plato de comida de conejo ―Creo que se llamaba Ensalada César en el menú― mientras
sonreía a las travesuras de los otros, como si lo de tirar alimentos fuera la broma más divertida que había oído en
mucho tiempo. ¿Yo? Yo estaba molesto.
―Josh, ¿puedo probar tus papas? ―preguntó Adam, con la mano en el plato. Josh agarró la muñeca de Adam,
retorciéndolo con saña. ―No quiero tu mano en mi comida, raro hijo de puta.
―Josh. . . ―Adam jadeó.
El silencio descendió sobre nuestra mesa como una tonelada de ladrillos. Yo estaba teniendo problemas para respirar.
Todo el cuerpo de Adam cayó. Inclinó la cabeza.
Instintivamente sabía que estaba a tan sólo unos momentos de las lágrimas.
Empujé la espalda de mi silla. ―Josh, deja a mi hermano. Ahora. Josh fruncía el ceño a Adam con un odio tan intenso
que caía sobre todos en la mesa como la lava. Yo estaba de pie. Josh soltó la muñeca de Adam. Adam llevó hacia atrás
su brazo, frotándose la muñeca izquierda con su mano derecha, con la cabeza todavía inclinada.
―Lo siento, Dante, pero no quiero que tu hermano toque mi comida ―dijo Josh, y agregó con saña ―Dios sabe lo que
puedo pescar.
Me acerqué a Josh, dispuesto a aplastar su cabeza en la mesa, pero Adam se levantó y me detuvo.
―Adam, hazte a un lado ―le ordené.
―Dan, no. No lo hagas. No vale la pena ―me dijo Adam―. Él es sólo un cobarde, un niño asustado con miedo a todo y a
todos.
Pero apenas escuché a mi hermano. Yo quería hacer hablar a mis puños. Si sólo Adam se apartara de mi maldito camino.
―No le vuelvas a hablar así a mi hermano ―le susurré a Josh.
―Josh, ¿qué quiso decir Adam? ―preguntó Logan― ¿Hay algo que quieras decirnos?
Con las fosas nasales dilatadas, Josh se puso en pie. Ahora bien, si mi hermano solo se moviera.
―Si ustedes, señores, no se pueden comportar, me temo que debo pedirles que se 162 vayan. ―La dueña apareció de
la nada, hasta que se ubicó en nuestra mesa. Detrás de ella tres fornidos meseros que parecían morirse por golpearnos.
―Vamos, muchachos ―dijo Josh, alejando su plato de carne y papas fritas con disgusto―. He perdido el apetito de
todos modos.
Miré alrededor de la mesa. Paul tenía una expresión de consternación, sin duda preguntándose cómo podía ser que se
estuvieran riendo y teniendo una guerra de comida hace unos minutos y estar al borde de una verdadera lucha en los
próximos. Los labios de Josh fruncidos, los puños apretados a sus costados. Y yo estaba más que listo para él. Pero fue
Logan quien me hizo parar. Estaba sonriendo. No se reía de mí y Adam, y el efecto que las palabras de Josh habían
tenido en nosotros. No, él estaba sonriendo.
Una ligera sonrisa, un secreto que se dirigía exclusivamente a Josh. Paul ya estaba de pie. Logan fue el último en
levantarse. Él y yo intercambiamos una mirada de odio mutuo cuando salía del restaurante después de Josh y Paul.
Adam volvió a sentarse en la mesa, con la cabeza inclinada. Puse una mano en el hombro de mi hermano. Estaba
temblando y haciendo todo lo posible para ocultarlo.
¡Que se vayan! pensé, mientras miraba la arrogancia de los demás.
Hasta que me di cuenta de que me habían dejado la maldita cuenta a mí. Bastardos.

37
Dante
―Debiste dejar que lo golpeara.― Todavía estaba furioso mientras Adam y yo caminábamos a casa.
Pagar la cuenta me había dejado limpio. Incluso con el dinero que papá me había dado para nuestra noche de salida,
haberme visto obligado a pagar una cuenta de tres comidas adicionales significaba que tenía que usar la tarjeta de
crédito. Mi cuenta bancaria ahora estaba vacía y no tenía idea de dónde iba a venir mi siguiente centavo. Pero eso no
era nada comparado con la furia que todavía sentía por todas las cosas que Josh le había dicho a mi hermano. Incluso
ahora las palabras de Josh quemaban agujeros en mi cabeza. Adam no había dicho mucho desde que los otros salieron
de Bar Belle. Es más, apenas había dicho nada en absoluto. Eso sí, yo tampoco estaba de un humor muy hablador.
Quería… no,
necesitaba llegar a casa. Por suerte, ya casi habíamos llegado. Un par de minutos
164 más y estaríamos adentro. En ese momento, lo único que quería hacer era abrazar a mi hija y tratar de encontrarle
el sentido al mundo, en ese orden. Lo único que quería era…
El tiempo se detuvo.
Oscuridad. Luego luces estrellándose detrás de mis ojos.
Estaba tumbado en el pavimento, mi cabeza palpitando, enormes campanas repicando sin cesar en mis oídos. Luché por
levantarme, sólo para caerme otra vez. El dolor de cabeza me estaba gritando.
Me tomó un minuto o dos darme cuenta del por qué no podía moverme. Alguien estaba de rodillas sobre mis piernas, y
mis brazos estaban siendo jalados hacia atrás.
Levanté mi cabeza. Josh estaba de pie directamente en frente de mi hermano, empujándolo hacia atrás hasta que la
espalda de Adam tocó la pared de ladrillo que componía el lado de la casa al final de nuestra calle. Y Josh siguió
empujando a mi hermano, dejándolo fuera de balance.
―Josh, detente. ¡Déjalo en paz!― Grité con desesperación.
Josh se volteó para reírse de mí, lo que sólo hizo que Logan y Paul tiraran más fuerte de mis brazos. Un grito de dolor
seguía disparándose por mis brazos y mi espalda. Iban a sacarme los brazos. Si simplemente pudiese liberar un brazo…
Una mano, eso era lo único que necesitaba. Pero el dolor de mis brazos no era nada comparado con lo que estaba
pasando dentro de mí mientras veía a Josh y a mi hermano.
Cada vez que Adam trataba de enderezarse, Josh lo empujaba de vuelta contra la pared. Pero eso no detuvo a mi
hermano de seguir intentándolo. Y Adam no apartó la mirada de Josh. Ni una sola vez.
―Eres asqueroso, pequeña hada. Eres un pequeño sucio maricón. Me pones la piel de gallina ―siseó Josh.
Cada palabra me dolía como un golpe vicioso. Me estremecí por todos los insultos.
Pero Adam no dijo ni una palabra.
―Homosexual. Maricón. Gay.― Josh dijo todos los nombres despectivos que se le ocurrió tirar a mi hermano y cada
nombre estuvo puntuado por un empujón. Cada palabra rugía dentro de mi cabeza como una bestia salvaje. Me resistí y
agité, pero ni Paul ni Logan aflojaron su agarre en ningún segundo.
―Josh, déjalo en paz, cabeza de mierda…
Y entonces Adam hizo algo que hizo que el mundo se detuviera. Apartó la mano de Josh a un lado, e inclinándose, lo
besó. Adam besó a Josh en los labios.
Paul y Logan se olvidaron de tirar de mis brazos. Yo me olvidé de luchar. Josh se olvidó de hablar, se olvidó de moverse.
Pero sólo por un segundo. Sólo un segundo. Luego estalló el infierno. Josh se volvió loco.
No había otra manera de describirlo. Gritó antes de lanzarse a mi hermano. Sus manos se transformaron en puños y
apaleó a mi hermano, golpeando la cara de Adam una y otra vez. Adam elevó sus manos para intentar protegerse pero
no sirvió de nada. Josh le estaba dando una golpiza. Adam cayó al suelo, poniéndose en posición fetal, sus manos aún
protegiendo su cabeza. Y Josh lo estaba golpeando y pateando sin ni siquiera una pausa de un segundo entre golpes.
Luché como un loco para liberarme y ayudar a mi hermano, pero yo aún estaba en el suelo, retenido a la fuerza. Logan
estaba de rodillas sobre mi espalda. Paul se movió para arrodillarse en mis piernas. Iban a quebrar mi columna
vertebral, mis piernas o ambas. Ambos se estaban metiendo en un extraño golpe, o dos, o tres, mientras que yo yacía
ahí, luchando e indefenso. Ahora Josh estaba erguido, pateando la cabeza de mi hermano, pisándola, una y otra vez.
―Siempre creíste que eras mejor que nosotros. Ibas a ir a la universidad, ibas a ser periodista y escribirías sobre la
verdad ―siseó Logan en mi oído―. Mírate. La verdad es que no tienes vida, ni trabajo, sólo tienes una hija, poco dinero
y un hermano maricón.
Me resistí, me agité y traté de patear a alguien pero me tenían neutralizado. Lo único que podía hacer era mover la
cabeza. Lo único que podía ver era a Josh y a mi hermano.
―APÁRTATE DE ÉL. JOSH, HIJO DE PERRA. APÁRTATE DE ÉL. DETENTE. POR AMOR DE DIOS. ¡LO ESTÁS MATANDO!
Todo lo que tenía eran palabras, pero a ellos no les estaban llegando… Josh todavía le estaba dando una paliza a mi
hermano. Sangre goteaba de los puños de Josh.
Y Adam no se estaba moviendo.
Paul se levantó de un salto. ―Josh, detente. Ya ha tenido suficiente. ―Paul trató de apartar a Josh, pero no era lo
suficientemente fuerte.
―Logan, por amor de Dios, ayúdame ―gritó Paul. Logan también se levantó, pero no se movió.
Retorciéndome como una serpiente, me puse de pie, con los puños preparados, y le di a Logan en un lado de la cabeza.
Se apartó de mí con un gruñido de dolor. Lo ataqué de nuevo, golpeándolo hasta que cayó al suelo y luego, como aún se
veía tan bien, le di un par de patadas para asegurarme de que se quedara en el suelo. Me abalancé sobre Josh. Mi brazo
alrededor de su cuello, lo arrastré hacia atrás con tanta fuerza y tan rápido que sólo sus talones estaban tocando el
suelo. Tumbándolo sin pensar dos veces, corrí hacia Adam, cayendo de rodillas al lado de mi hermano que estaba
tumbado sobre su costado. No podía distinguir ningún 166 rasgo de Adam. Toda su cara estaba cubierta de sangre.
―¿Adam…? ―susurré.
Bajé mi oreja hacia su boca y nariz. ¿Era esa su respiración contra mi cara, o sólo la brisa de la noche?
―Josh, tenemos que salir de aquí. ¡Ahora! ―le gritó Paul a Josh, aún tratando de alejarlo.
―¿Qué diablos está pasando aquí?― Un hombre fornido que solo llevaba los pantalones puestos salió de la casa más
cercana. ―Zoe, llama a la policía ―gritó sobre su hombro.
Di un salto para ver a Josh a los ojos. ―Vete ahora o iré a prisión por tu culpa. Juro que lo haré.
Dije las palabras en voz baja, pero decía en serio cada una de ellas. Con los puños apretados, esperé. La única forma en
que iban a alcanzar a mi hermano otra vez, era sobre mi cadáver.
―Josh, por amor de Dios. Vámonos ―suplicó Paul. Logan y Paul empezaron a caminar, arrastrando a Josh detrás de
ellos. Me arrodillé otra vez. La cara de Adam era un revoltijo de sangre, huesos y carne colgando. No sabía qué hacer.
¿Voltearlo? ¿Dejarlo? ¿Qué?
―¿Adam? ―Le acaricié la cabeza, susurrando en su oído― Adam, no mueras. Por favor, por favor no mueras.

38
Dante
El tiempo obviamente corría a un ritmo diferente en el hospital. Los segundos se arrastraban apáticamente como
burlándose. Me senté en la sala de espera semivacía, sintiéndome completamente solo.
Dos mujeres, una con el cabello recogido en una cola de caballo, la otra de cabello corto y oscuro se hicieron a un
costado, pasaron a través de las puertas automáticas y se dirigieron hacia el mostrador de la recepción. Las miré sin
curiosidad mientras entablaban una breve conversación con la recepcionista detrás del escritorio, hasta que la
recepcionista me señaló. Policía. Lo había esperado, pero aún así hizo que mi corazón golpeara mientras las dos mujeres
se dirigían hacia mí. Ambas llevaban pantalón de traje, la primera en color azul marino, la 168 morena de negro.
Me paré cuando se acercaron, decidiendo que sería mejor hacerles frente que quedarme mirando, como haría si me
quedaba sentado. ―¿Tú eres el que vino con la victima de agresión? ―Preguntó la mujer de azul marino.
Asentí con la cabeza.
―Soy la Sargento Ramona Crystal. Ella es mi colega, la Detective Samanta Kay. ¿Le importaría decirnos su nombre?
―Dante. Dante Bridgeman.
―Entonces, Dante, ¿Qué nos puedes contar? Silencio.
Yo no tenía ni idea de por dónde empezar. Vi como la sargento sacaba un cuaderno y un bolígrafo.
―¿Sabes el nombre de la víctima?
―Sí, él es mi hermano, Adam. Adam Bridgeman. Tiene dieciséis ―respondí.
―¿Qué paso? ―Pregunto la detective Kay. ―Nosotros… fuimos agredidos.
―¿Cuántos eran?
―Tres.
―Mira, ¿por qué no nos sentamos? ―Dijo la sargento. Se sentó en la silla a la izquierda de la que acababa de
desocupar. La policía se mantuvo de pie hasta que me senté, y luego se sentó a mi derecha.
―Puedo darme cuenta de que todavía estás en estado de shock, pero cualquier cosa que nos puedas decir ahora nos
ayudará a atrapar a los que hicieron esto mucho más rápido ―dijo la sargento Crystal― Tómese su tiempo y díganos
exactamente lo que sucedió.
―Adam y yo fuimos a… a celebrar mi cumpleaños… ―Oh dios, aun era mi cumpleaños… La palabra sabía como la bilis
en mi boca.
El sargento y la detective Kay intercambiaron una mirada. ―Continua ―urgió la sargento Crystal.
―Estábamos caminando a casa y dando la vuelta para llegar cuando fuimos agredidos.
―¿Sabes quién o reconociste a los que los atacaron? ―Pausa.
―¿Dante? ―urgió la sargento, con su pluma suspendida.
¿Por qué aun estaba vacilando? ¿Por qué debo mostrar lealtad a un cerdo como Josh? ¿Por qué incluso tenía que pesar
en ello?
―Josh Davis, Logan Pane y Paul Anders ―dije rápidamente antes de que pudiera cambiar de opinión― Logan y Paul me
sujetaron en el suelo. Josh fue el que golpeó a mi hermano. No dejaba de darle puñetazos y patadas a Adam en la
cabeza. Nunca se detuvo. Empecé a toser. Mi estomago subía y bajaba. Estaba a cuestión de segundos de estar
físicamente enfermo. Con la cabeza hacia atrás, tome profundas y rápidas respiraciones en un esfuerzo desesperado por
controlarme. Las oficiales me dieron unos momentos que agradecí. Finalmente bajé la cabeza con el sentimiento poco a
poco desvaneciéndose.
―¿Dónde ibas a celebrar tu cumpleaños? ―Preguntó la detective Kay.
―En el Bar Belle ―no omití la mirada que intercambiaron―. Adam y yo no estábamos bebiendo, si eso es lo que están
pensando. Adam tenía dos coladas vírgenes y yo estuve tomando cerveza de jengibre durante la noche, sin alcohol.
Josh, Logan y Paul estaban bebiendo sin embargo. Bebieron cerveza toda la noche. ―¿Entonces estuvieron con ustedes
en el Bar Belle? ―Preguntó la sargento, con la voz aguda.
―Adam y yo nos reunimos con ellos allí, pero no lo habíamos planeado. Compartimos una mesa, pero hubo una
discusión, por lo que ellos se fueron antes que nosotros.
La policía me interrogó durante otros veinte minutos, anotando cada palabra que decía, y me refiero a cada palabra.
Para cuando finalmente me dejaron en paz, yo estaba agotado. Incluso ahora me esforzaba no por entender qué había
pasado, sino por qué. Pensé que todo había acabado, hecho polvo y olvidado en el Bar Belle. Josh y yo éramos amigos,
sin duda ―incluso después de todo lo que había pasado en el restaurante. Tenía una vaga idea de que en la mañana,
cuando el zumbido de la cerveza se hubiera ido y la resaca de Josh se hiciera presente y cuando me las arreglara para
calmarme, Josh me llamaría para reírse de sus comentarios a mi hermano. Él pediría perdón, yo lo aceptaría y todos
siguiríamos adelante.
Entonces, ¿por qué estaba sentado ahora en el hospital, preguntándome si mi hermano iba a vivir o a morir?
Todo el camino hasta el hospital en la ambulancia, no podía dejar de temblar. El paramédico dentro de la ambulancia no
había parado de revisar a mi hermano ni por un segundo. Incluso antes de que lo metieran en la ambulancia, los dos 170
médicos habían luchado por despejar las vías respiratorias de Adam y estabilizarlo, tratando desesperadamente de
salvar la vida de mi hermano. Le habían puesto suero en el brazo, su cara estaba emborronada y una máscara de
oxígeno cubría su nariz y su boca. Su rostro estaba hinchado y distorsionado. Nada estaba en el lugar correcto. Después
de que lo metieron a la ambulancia, el médico condujo como un loco con las luces y sirenas al tope. Veía a mi hermano
yaciendo inconsciente de camino al hospital y no podía apartar mis ojos de él. No me atrevía. Tuve la sensación de que
si dejaba de mirar, si quiera por un instante, lo perdería para siempre.
Una vez que llegamos al hospital, se llevaron a Adam inmediatamente a sacarse una radiografía y al quirófano. Llamé a
papá, sin una idea clara de lo que iba a decir. Me contestó el teléfono después de un par de toques.
―Hola, Dante. Espero que ya estén de camino a casa. Se está haciendo tarde. ¿Te la pasaste bien? ―El tono alegre de
mi padre me sacudió― Y no te preocupes por Emma. Esta profundamente dormida.
―Papá, yo… Estoy en el hospital
―¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué paso? ―El cambio de su tono fue inmediato.
―Adam… golpearon a Adam. Papá, está muy malherido…
Un doctor calvo y fornido como una casa de ladrillos apareció de la nada delante de mí. Yo era alto, pero todavía tenía
que mirar hacia arriba para ver a este tipo.
―Dante, tengo que revisarte y realmente no deberías usar un móvil aquí.
―Estoy hablando con mi papá.
―Habla con él después de que me haya asegurado de que estés bien ―insistió el médico― ¿De acuerdo?
Tal vez mi papá escuchó el acoso del doctor. Tal vez el sonido de mi voz fue suficiente. De cualquier manera mi padre no
se quedó para obtener más detalles.
―Estoy en camino ―dijo con gravedad antes de colgar el teléfono.
―No necesito que me examinen. Quiero quedarme con mi hermano ―insistí, deslizando el móvil en el bolsillo de mi
pantalón.
―Está en buenas manos ―intentó tranquilizarme el médico―. Vamos a hacer nuestro trabajo. Pero mientras tanto
tenemos que revisarte.
Tenía pequeños cortes y rasguños y contusiones graves por la espalda y en las piernas. No me dolía, sin embargo, no
demasiado. Yo no tenía tiempo ni derecho a sentir dolor. Tenía que concentrarme en mi hermano. Papá llego al hospital
171 después de treinta o cuarenta minutos, llevaba a Emma dormida.
En el momento en que la vi, extendí la mano para cargarla.
―No, está bien ―dijo papá― Ya la tengo. No tiene sentido despertarla.
Así que nos sentamos en un intenso silencio después de la gran tormenta. Yo no había hecho nada más que rezar
durante las últimas horas, aún más de lo que lo había hecho en toda mi vida. Adam no podía morir. Simplemente no
podía. No me podía imaginar la vida sin él. No quería hacerlo.
El área de espera en la que nos dejaron después de que llegó papá era solamente un espacio plano de un pasillo con
unas cinco sillas grises de plástico y una máquina expendedora. Un hombre joven moreno como de treinta años estaba
allí cuando llegamos, pero después de un rato se levantó y se fue sin que una enfermera o un médico fueran a verlo.
Papá y yo nos sentamos en silencio, con Emma aún dormida en los brazos de papá.
―¿Qué paso? ―preguntó papá por fin. Yo estaba tan perdido en mis pensamientos que el sonido de su voz me
despertó.
―Fuimos agredidos ―le conteste.
―¿Por quién?
―Algunos viejos amigos de la escuela ―respondí.
―¿Tú sabes quien hizo esto? Mírame, Dante.
―Sí, los conozco ―contesté, mirándolo fijamente, sin querer ocultar nada.
―Dime todo lo que paso ―dijo papá.
Así que le dije. Todo
―¿Y este es el mismo Josh que solía ir a nuestra casa? ¿El que se suponía que era tu amigo? ―Preguntó papá.
Asentí con la cabeza. Papá cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared detrás de nuestras sillas.
―Esto es de lo que siempre tuve miedo ―dijo en voz baja.
¿Y yo qué podía decir acerca de eso? Nada. Nos sentamos en silencio durante mucho tiempo. Mucho tiempo.
―¿Le dijiste a la policía lo que me acabas de decir? ―dijo papá por fin.
Asentí con la cabeza. ―¿Todo eso?
―Sí, papá.
―¡Dante! ―Tía Jackie me llamó en el momento en que giró la esquina y nos vio. Se apresuró. Me puse de pie. Ella me
dio un abrazo provocándome una mueca de 172 dolor en mis brazos.
―Tyler.
―Jackie.
Papá y mi tía se saludaron, pero eso fue todo. Supongo que se había preocupado demasiado para tener cualquier tipo
de conversación. Tía Jackie se sentó a mi lado.
―¿Cómo esta? ¿Cómo esta Adam? ―Preguntó ella.
―No sabemos todavía ―respondió papá.
―Todavía lo están operando.
―¿Qué paso? ―Preguntó mi tía.
―Adam fue golpeado ―dijo papá.
―¿Qué? ¿Por quién? ―Preguntó mi tía en su tono agudo.
Miré hacia el suelo, al techo, a cualquier lugar, pero no a mi padre o a mi tía. ―Por ser gay ―dijo papá, su voz
amarga―. Pensé que esa basura de palizas a los homosexuales eran una cosa del pasado. Este es el siglo XXI o al menos
eso se supone.
―Oh Dios…
―Dios no tuvo nada que ver con eso ―dijo papá con dureza―. Solo unos maleantes homofóbicos que ni siquiera tienen
las agallas para hacer una pelea justa.
―¿Sabes quienes eran? ―Preguntó la tía Jackie.
―Algunos chicos que eran de mi clase ―le dije.
―¿Por qué dejaste que usaran a tu hermano como saco de arena? ―Preguntó papá.
Me volví hacia mi padre. ―Te lo dije, me habían inmovilizado. Intenté detenerlos pero no me podía mover.
―Se supone que debías de cuidar a tu hermano menor. Se supone que lo debes proteger ―espetó papá―. ¿Pensaste
que no lo sabría?
―Lo intenté, papá. Salieron de la nada.
―Debiste de haberte esforzado más.
―Tyler, eso no está ayudando ―dijo mi tía.
―Mantente fuera de esto, Jackie. Es mi hijo, quien está siendo operado. Es mi hijo el que está luchando por su vida.
―Y es tu hijo el que está sentado a tu lado que necesita una palabra amable de su padre― dijo tía Jackie. 173
Salté de la silla. ―Disculpen.
―¿A dónde vas? ―papá frunció el ceño. Necesitaba salir de allí.
―A lavarme las manos ―Me dirigí al sanitario de hombres antes de que papá o la tía Jackie pudieran decir una palabra.
No importaba lo mucho que mi papá me culpara, no podía ni empezar a compararse con lo mucho que me culpaba a mí
mismo. Pero sus palabras todavía me dolían. Mucho.
Una vez allí, me eché agua en la cara y me lavé las manos. Tenía la piel rosada en un par de nudillos donde había
golpeado a Logan. Me levanté viendo mi reflejo en el ancho espejo por encima de los tres receptores. Mis ojos brillaban
con lágrimas no derramadas, mis dientes estaban apretados con tanta fuerza que un músculo palpitaba todo el tiempo
en mi mandíbula. No podía soportar verme a mí mismo pero no me di la vuelta. Esto fue mi culpa.
Adam me había preguntado, más de una vez, ¿por qué dejar a Josh salirse con la suya? Mirándome en el espejo, ahora
me hacia la misma pregunta. ¿Por qué no había abofeteado a Josh cuando empezó a soltar su basura ignorante? Josh
era un enemigo de la igualdad de oportunidades.
Le molestaba todo el mundo: los viajeros, los musulmanes, judíos, gays y Dios sabía que lo que Josh había dicho sobre
mí y la gente negra a nuestras espaldas ―pero los homosexuales eran los más difamados. Cualquier cosa que llevara
que no fueran pantalones vaqueros y camisa era gay. La música que me gustaba era extra-gay. Los libros que leí fueron
súper gay. Y yo nunca le había cuestionado al respecto, ni una sola vez.
“Es solo una palabra. No significa nada”, estuve tratando de auto-convencerme. No importaba que las palabras dolieran.
No importaba que el impacto de las palabras durara más que el dolor físico. Pero yo no era gay ¿así que cual era el
problema? Se parecía a la forma en que Josh me habría llamado retrasado si hiciera algo que pensara que era idiota. La
palabra me sacudió, pero nunca lo llamé de esa manera o alguna otra. Eso no quiere decir nada… Sí, claro.
Adam había llamado a Josh un cobarde, pero Josh no era el único. Me aparté del espejo, incapaz y poco dispuesto a
mirarme un segundo más. Me dirigí de nuevo al largo pasillo hasta la pequeña sala de espera, donde estábamos
temiéndonos lo peor y esperando lo mejor.
―Sólo estoy diciendo, que siempre has sido demasiado duro con el chico, Ty. Y estás culpándolo de cosas que no son su
culpa ―dijo tía Jackie. 174
―No sabes de lo que estás hablando ―rechazó papá.
No doblé la esquina para entrar a la sala de espera. Tía Jackie y papá estaban hablando de mí. Me detuve y escuché.
―¿No lo hice? ¿Crees que yo y mi hermana no hablábamos? ¿Crees que ella no confiaba en mi? ―lo desafió mi tía―.
¿Crees que no sabía cuánto rencor les guardabas a ella y a Dante por lo que pasó?
―¿De qué estás hablando? Yo no le guardaba rencor. Me casé con ella, ¿no? ―dijo papá.
―Sí, pero no querías hacerlo, no al principio y te aseguraste que Jenny lo supiera.
―Eso no es justo. Yo era joven y estaba asustado, pero hice lo correcto ―dijo papá.
―Con muy poca gracia.
―Jackie dame un respiro. Solo tenía veinte años, por amor de Dios. No era la forma ideal para empezar un matrimonio.
―La única razón por la que pusiste un anillo en el dedo de mi hermana fue porque estaba embarazada de Dante. ¿Crees
que Jenny no sabía lo mucho que te molestaba ella y su hijo? Ella sabía que no la amabas.
―Esa es una maldita mentira ―papá negó categóricamente―. Cuando ella murió, yo quería morir también. Solo dos
cosas me levantaban de la cama cada mañana. Dante y Adam.
―Ty, todo lo que mi hermana quería era que la amaras.
―¿De qué diablos estás hablando? ―gritó papá―. Yo la amaba. Ella era toda mi vida.
―¿Entonces por qué nunca se lo dijiste? Ni una sola vez le dijiste que la amabas ―dijo tía Jackie.
―Yo… yo… yo la amaba ―replicó papá, su voz era tan baja que tuve que esforzarme para oírlo―. Jenny lo sabía. Nunca
he sido bueno con esa clase de palabras. Sin embargo, Jenny sabía lo mucho que significaba para mí.
―¿De la manera en que tus muchachos lo saben? ―Preguntó tía Jackie― ¿De la forma en que le demuestras a Dante
que lo amas cuando lo dejas o despides? ¿De la forma en que le demuestras a Adam que lo amas pero sin reconocer el
hecho de que es gay? ¿Es así como tus muchachos lo saben?
―Por supuesto que Adam es gay. He aceptado eso ―dijo mi padre enojado―. No me hagas ver como el malo aquí,
Jackie. El hecho es que no estoy de acuerdo con esa basura de mirarse el ombligo y hablar sobre los sentimientos cada
dos 175 segundos, que parece ser la moda en estos momentos.
―Nadie está pidiendo hablar de ello cada dos segundos, Tyler, pero no quieres hablar de ello en lo absoluto.
―Jackie, ¿qué le pude haber dicho a Adam? Vamos, ilumíname.
Un profundo silencio y luego un suspiro de mi tía. ―Tyler, no estoy aquí para discutir contigo. No es el momento ni el
lugar.
―Me alegro de que te des cuenta de eso ―dijo papá―. Es bueno ver que tu opinión de mi no ha cambiado ni un poco
desde el día que me casé con tu hermana.
―Eso no es cierto ―dijo tía Jackie―. Todo lo que he querido es lo mejor para ti, mi hermana y mis sobrinos.
―¿Y tú no crees que yo quiero eso también?
―¿Entonces por qué no le dijiste a Dante la verdad acerca de…?
Doblé la esquina. Al corriente de las palabras de la tía Jackie detenidas abruptamente. Papá y mi tía me miraron en
diferentes grados de shock. Cada uno de nosotros sabíamos que yo había oído cada palabra. El silencio entre nosotros lo
corté yo mismo. Pero conocer la verdad era aun peor. ―Te… te casaste con mi mamá porque ella estaba embarazada…
de mí. Los siglos pasaron antes de que pudiera susurrar algo. Este hecho explicaba tanto. Demasiado.
―Durante todo este tiempo, todos estos años me pregunté por qué nunca me miró ni me trató igual que Adam ―dije.
La respuesta era simple. Adam había sido planeado. Yo no. Y de repente, muchas cosas empezaron a tener sentido. Al
igual que cuando le dije a mi padre de mi resultado de nivel aprobado. Me acorde de su comentario: “Si yo hubiera
tenido la posibilidad sería un millonario ahora…”
―Es por eso que nada de lo que hice fue suficientemente bueno ―me di cuenta en voz alta―. Me hechas la culpa de
haber arruinado tu vida, por alejarte de todo lo que querías hacer.
Papá le entregó a tía Jackie a Emma antes de caminar rápidamente hacia mí. ―Escúchame, Dante. Estas equivocado
―dijo con urgencia―. Sí, tu madre y yo probablemente no nos hubiéramos casado si no hubiera estado embarazada de
ti, pero siempre me preocupe mucho por ti y por tu mamá. Yo todavía lo hago. ―Sin embargo, Adam nació con amor… y
yo no ―le dije, mis pensamientos girando en mi cabeza como las hojas de otoño en un huracán. Debería haber sido 176
creado con amor…
―Dante, no me estás escuchando. Si alguna vez te he hecho sentir como si no te amara, lo siento. Porque nunca, nunca
ha sido así. Y si te presione demasiado, es porque no quiero que cometas mis errores.
―Y yo fui tu mayor error… ―Traté de darle la espalda, pero mi padre puso sus manos sobre mis hombros para
detenerme.
―No, hijo, no lo fuiste ―insistió papá―. A veces las cosas que estás seguro de no querer se convierten en las que más
necesitas en este mundo. Tienes a Emma, así que sabes exactamente lo que quiero decir. Tú y tu mamá y Adam son las
únicas cosas por las que me preocupaba. Sí, tenía planes antes de que tu madre quedara embarazada. Iba a terminar la
universidad, iba a trabajar en el cine, tal vez como editor. No fue así. Pero si pudiera volver a vivir mi vida de nuevo, no
cambiaría nada. Ni una sola cosa. ¿Lo has entendido? ―Busqué en la cara de mi padre algo, pero no tenía idea de
que―. ¿Me crees, Dante? Es muy importante que me creas ―dijo papá con urgencia.
―¿Sr. Bridgeman? ―El cirujano apareció delante de nosotros, me ahorró el tener que responder.
―¿Cómo esta Adam? ¿Está bien? ―Papá dio un paso adelante. Yo no podía respirar. Mi corazón se había trasladado a
mi garganta y no podía respirar. Por favor…
―Adam tenía una serie de lesiones muy graves. La mandíbula y la nariz estaban rotas y la cuenca del ojo estaba
destrozada, pero nos las arreglamos para salvar su ojo. Además, tiene dos costillas rotas y contusiones graves en la
mayor parte del cuerpo. Pero esta fuera de peligro ahora y estable.
―¿Podemos verlo? ―Preguntó papá sombríamente.
―Solo por un momento. Tengo que advertirle que su rostro va a tomar mucho tiempo en sanar y que probablemente
tendrá una o dos cicatrices permanentes. Tuvimos que alambrar su mandíbula, realinear los huesos nasales y el tejido
circundante y tuvimos que utilizar placas metálicas y tornillos para mantener su pómulo derecho en su lugar. Solo
necesito que estén preparados para lo que van a ver.
Me volví hacia la tía Jackie y le tendí la mano para que me diera a mi hija. Tía
Jackie parecía que iba a decir algo, pero se lo pensó mejor. Me dio a Emma. 177 Levanté a Emma de manera que su
cabeza descansara sobre mi hombro. Apenas se movió, aún dormida. Mi hija olía fresca y limpia y nueva. Olía a
esperanza. Lo único que me mantenía en el plano racional en ese momento, dormía en mis brazos. Seguimos al cirujano
todo el camino. Era pasada media noche y yo estaba a punto de caer, pero seguí adelante un pie delante del otro.
―Oh, Dios mío… ―Papá suspiró.
El jadeo horrorizado de la tía Jackie cuando llegamos dijo todo y no fue suficiente. El cirujano había tratado de
prepararnos para lo que estábamos a punto de ver, pero esto fue mucho, mucho peor. Todo lo que podía hacer era
mirar. Quería darme la vuelta, pero no pude. La cara de Adam estaba irreconocible. Tenía una venda alrededor de la
mandíbula, debajo de la barbilla y alrededor para sujetar la parte superior de la cabeza. Su rostro estaba aun mas
hinchado, deforme y descolorido que antes. Tenía el aspecto de haber metido su cara en una maquina de cortar carne.
La máscara de oxígeno transparente sobre la boca y la nariz no hacía nada para ocultar sus heridas. Tenía un suero de
solución incolora corriendo de un brazo y una bolsa de sangre en el otro.
―Nuestra preocupación inmediata es su respiración ―nos informó el cirujano―. Adam sufrió fracturas de costillas
desplazadas, y eso con sus heridas faciales, tenemos que supervisar su respiración con mucho cuidado. Y aunque
salvamos su ojo derecho, es muy probable que su visión se perjudique como consecuencia de sus heridas. No está fuera
de peligro todavía ―Junto a mí, tía Jackie comenzó a llorar.
Tranquila, soltó lágrimas sinceras, que intentó pero no pudo controlar. Papá puso torpemente un brazo alrededor de
ella, tratando de ofrecer algún consuelo donde no existía. Papá siguió tragando, como si tuviera algo atorado en la
garganta. ―Adam es joven y fuerte y con tiempo y paciencia, no hay razón por la que no deba tener una excelente
recuperación ―el cirujano trato de tranquilizarnos. Adam… Mi hermoso hermano, Adam… Y en algún lugar, allá afuera,
Josh se estaba riendo por lo que había hecho. No importaba. Una vez que lo encontrara, su risa se detendría.

39
Dante
Dos días después, cuando papá, Emma y yo llegamos a la sala de post-operatorio a ver a mi hermano, su cama estaba
vacía… Papá corrió hacia la estación de enfermeras, mientras yo corrí empujando a Emma en su cochecito
estrechamente detrás de él.
―¿Dónde está mi hijo? ¿Bridgeman Adam? ―Papá exigió a dos enfermeros en la estación. Uno de ellos era un chico de
color terminando sus veinte, o a principios de los treinta, la otra era una mujer de mediana edad con arrugas en la
frente y el pelo rojo cogido en una cola de caballo alta.
―¡Oh, señor Bridgeman! Lo siento. Quiero decir, iba a alcanzarlo antes de que usted llegara a su cama ―dijo la
pelirroja―. ¿Quiere venir conmigo, por favor? 179 ―¿Dónde está mi hijo? ―preguntó papá de nuevo, con la voz como
un ronco susurro. Adam… Todo mi cuerpo se heló de repente. Tanto, que mi sangre al instante se congeló en mi
interior. No pienses. . . No asumas lo peor. . . La enfermera nos condujo a una pequeña sala de espera, haciéndonos
entrar primero antes de cerrar la puerta silenciosamente detrás de nosotros. ―Señor Bridgeman, hemos tenido que
llevar a Adam de regreso al quirófano ―dijo ella―. Una tomografía computarizada reveló una fractura del hueso
temporal con un hematoma subdural crónico subyacente. Ha sido llevado de vuelta al quirófano para drenar el
hematoma. Papá se desplomó en la silla más cercana. ―Oh, Dios mío.
―No estamos seguros de que la fractura temporal fuera parte del resultado de los recientes ataques. ¿Se ha estado
quejando Adam de dolores de cabeza recientemente?
―Bueno, sí ―Papá se quedó pensativo―. Y sus dolores de cabeza empezaron a hacerse tan graves que lo lleve a ver a
nuestro médico de cabecera hace unas semanas atrás. Todavía estamos esperando que nos den una cita para su
examen. ―Ah― dijo la enfermera―. ¿Sufrió algún tipo de lesión o golpe en la cabeza que podría haber causado las
jaquecas?
Papá me miro ―Dijiste que él estaba jugando un partido de fútbol americano cuando el balón le golpeó en la cabeza,
pero yo no veo cómo un balón de fútbol… ―Papá, no fue un partido de fútbol ―le interrumpí, horrorizado―. Fue un
partido de cricket.
―¿Qué? ―Papá me miró fijamente―. Pero Adam dijo que cabeceó el balón cuando debería haberse agachado. . . Oh,
Dios mío. . . Pensé que estaba hablando de una pelota de fútbol. Si hubiese sabido que estaba hablando de una pelota
de cricket, lo hubiera enviado directamente al hospital, sin importar lo mucho que protestara.
―Lo siento, pensé que lo sabías ―le dije. Pero la verdad es que no pensé mucho al respecto en ese momento, o en
cualquier momento.
―Bueno, eso explica muchas cosas ―dijo la enfermera.
―Pero por suerte para su hijo, mucha suerte, estaba en el lugar correcto en el 180 momento adecuado para conseguir
que lo asistieran inmediatamente.
―¿Por qué? ¿Qué pasó? ―Pregunté―. ¿Se desmayó o algo así? La enfermera me sonrió.
―El punto es que estábamos allí, disponibles para llevarlo directamente al quirófano. A este hecho es al que te tienes
que aferrar.
―¿Sobrevivirá? ―No pude resistir preguntar.
―No digas eso, Dan. Claro que sobrevivirá ―Papá respondió de manera exaltada. ―Drenar un hematoma subdural es
de hecho un proceso bastante sencillo y directo ―dijo la enfermera―. No se preocupen, Adam está en muy buenas
manos. Si quieren esperar aquí, les prometo que en el momento en que tengamos más noticias les haré saber.
―Gracias ―dijo papá. Me senté al lado de papá, meciendo lentamente a Emma de atrás hacia adelante en su cochecito.
Después de diez minutos, Emma empezó a agitarse para salir.
Desabroché su cinturón y la senté en mi rodilla. Aún estaba sin poder dormir.
―Papá ¿te importaría sostenerla por un segundo? ―Le entregué a Emma, y hurgué en la pañalera que estaba colgando
de los manubrios del cochecito. ―¿Quieres esto, Emma? ―alcé su osito de peluche―. ¿O tu libro? ―Alcé su libro de
figuras favorito con las esquinas mascadas.
Emma alzó su mano hacia su osito. Puse el libro en la bolsa y senté a Emma de vuelta en mis piernas antes de entregarle
su peluche. El único sonido en la habitación después de eso y durante un buen rato, fue Emma parloteándole a su osito
en lenguaje de bebé. Inconscientemente yo le peinaba el cabello.
―Papá, ¿crees que todo esto se le hará saber a Verónica y a Servicios Sociales?
―Hice la pregunta que me había estado consumiendo estos últimos días.
―¿Quieres decir sobre Adam recibiendo una paliza? ―Papá frunció el ceño.
―No, ¿lo de que estuve involucrado en una pelea callejera?
―No veo cómo o por qué. E incluso si sucede, ¿qué importa? Fuiste emboscado y tu hermano es la víctima aquí. Tú no
fuiste el instigador.
―¿Crees que ella lo verá de esa forma?
―Dante, deja de preocuparte por Verónica ―dijo papá, mirándome directamente a los ojos―. Emma no se va a ir a
ningún lado, te lo prometo. ¿Está bien?
―Está bien, papá. Nos sentamos a ver a Emma por un rato. La alcé y le di un beso en la mejilla, antes de recostar mi
cabeza junto a la de ella.
―Dante, quiero que sepas algo. Cuando volteé hacia papá, instintivamente supe que me había estado viendo.
―¿Sí, papá?
―Quiero que sepas lo orgulloso que estoy de ti ―dijo papá.
¿Ah? Pestañé como una lámpara dañada hacía él.
―No creo que te lo haya dicho, pero lo estoy. Estoy orgulloso de como te aplicaste y te fue tan bien con tus exámenes.
Y estoy orgulloso de la forma en que te has convertido en un verdadero padre para Emma.
No supe verdaderamente que decir. Esta era la primera vez.
―Gracias, papá ―dije silenciosamente.
―Y quiero que sepas algo más.
―¿Sí?
―Te quiero, hijo. Mucho.
Papá estaba mirando derecho, no hacia mí, pero no dudé ni un segundo de la sinceridad de sus palabras. Nunca me
había dicho eso antes, pero de la misma manera, yo nunca le había dicho esas palabras tampoco. Creo que papá y yo
somos parecidos después de todo. Tragué profundo.
―Yo…Yo también te quiero, papá.

40
Dante
―¿Dónde está él, Paul?
―No lo sé. Te juro que no lo sé. Déjame ir. ―Paul luchaba por salir de mi alcance, pero no se iría a ninguna parte. No
hasta que obtuviera algunas respuestas. Había pasado más de un mes desde que Adam había tenido su segunda
operación y estaba enfermo y cansado de esperar a que se hiciera justicia con los que habían puesto a mi hermano en el
hospital. Adam había estado en el hospital durante ocho días y aunque ahora estaba en casa, aún tenía que tomar todas
sus comidas a través de un sorbete —cuando podíamos persuadirlo de que comiera algo. Su mandíbula tenía que
permanecer cerrada por cable hasta dentro de dos semanas como mínimo. Y estaba con constante dolor. Mi hermano
sólo dejaba su habitación 183 para ir al baño y eso sólo después de que hacía que papá se llevara el espejo del baño.
Había renunciado a tratar de hablar, usando un bloc de notas para comunicarse. Y su rostro...
Había un patrón cruzado de cicatrices en el lado derecho de su cara y su ojo derecho estaba notablemente caído, el
resultado de la parálisis del nervio facial debido a la fractura de su hueso temporal. Los médicos dijeron que con el
tiempo y esfuerzo por parte de Adam podría mejorar. Sin embargo, Adam perdió la voluntad de hacer el esfuerzo. Ya no
silbaba más. Ni siquiera algo parecido. Y nunca sonreía. Ni siquiera lo intentaba.
Y los que le hicieron eso estaban por ahí en algún lugar riéndose de buena gana y bromeando sobre su obra.
Bueno, si la policía no iba a hacer su trabajo, entonces yo tendría que hacerlo por ellos. Empezando por la pequeña
comadreja de Paul. Había sido el más fácil de localizar. Sólo me había tomado tres llamadas telefónicas averiguar dónde
trabajaba. Papá había dejado de trabajar horas extras desde que Adam salió del hospital, así que fue fácil pedirle que
hiciera de niñera con la excusa de que tenía que ir a dar un paseo por un rato para aclarar mi cabeza. Esperé fuera del
concesionario donde Paul trabajaba, lo suficientemente lejos como para no ser visto, pero lo suficientemente cerca para
verle al momento en que salió. Luego era sólo cuestión de seguirlo hasta que se encontrara en un lugar aislado, lo
suficiente para que los dos tuviéramos una pequeña “charla”. Irónico que tuviera que ser en el parque.
No supo qué lo golpeó.
Y ahora estaba en el suelo, retorciéndose y revolviéndose como un pescado en un gancho, pero lo tenía y no lo dejaría
ir.
―Paul, no estoy jugando. ¿Dónde está Josh?
―En su casa, probablemente.
―Ya he estado allí. Su madre dijo que se estaba quedando contigo por unos días. Así que esta es la última vez que voy a
preguntar: ¿Dónde está Josh?
Paul me miró como un conejo sorprendido por los faros de un carro. ―Él... él... Golpeé con la palma de mi mano en el
suelo justo al lado de su cabeza. Y la maldita dolió, pero si él pensaba que yo estaba bromeando, lo iba a sacar de su
error de la manera dolorosa.
―La próxima no fallaré ―le advertí.
―Está donde Logan. Se queda en la casa de Logan por un par de días ―dijo 184 Paul, sus palabras suplicando por ser
escuchadas―. Sólo estoy cubriéndolo porque a la madre de Josh no le gusta Logan.
―Logan está en la universidad ―Fruncí el ceño―. Él me dijo en el restaurante que se iría a la universidad la semana
siguiente, así que deja de mentir. ―No estoy mintiendo. No lo estoy ―dijo Paul rápidamente, con los ojos llenos de
pánico mientras yo levantaba el puño―. No obtuvo las notas necesarias. Todavía está en casa. Juro que lo esta. Logan
fue el que mintió. Tienes que creerme.
―Hhmm... ―A pesar de todo, yo le creía. Me puse de pie, mis los ojos entrecerrados mientras consideraba qué hacer a
continuación.
Paul luchaba por sentarse. ―Yo... Siento lo de tu hermano...
Lo estampé contra el suelo tan duro como pude.
―No te atrevas a hablar de mi hermano ―escupí en él―. No te atrevas.
―Yo… lo siento... ―Paul tosió.
Me incorporé, preguntando fríamente ―¿Vas a llamar a Josh para advertirle que estoy detrás de él?
Paul sacudió la cabeza. ―Pero él ya sabe. Es por eso que muy rara vez se queda en su propia casa o cualquier lugar por
mucho tiempo.
Mis ojos estaban como rendijas mientras estudiaba a Paul, recordando la forma en que se había arrodillado sobre mí,
mientras que Josh le sacaba la mierda a patadas a mi hermano. En ese momento, quería tanto lastimarlo —pero quería
ponerme al día con Josh aún más. Así que Paul sólo tendría que esperar su turno. Él estaba mucho más abajo en mi lista
de prioridades. Lo que quería saber era ¿por qué todos estaban todavía en las calles después de lo que le habían hecho
a Adam? ¿Por qué la policía no los detuvo?
―¿La policía vino a verte? ―Le pregunté.
Paul bajó la mirada. ―Sí. Tuve que ir a la comisaría con mi mamá y papá. Yo fui puesto en libertad en espera de nuevas
investigaciones, pero me advirtieron que probablemente sería acusado de riña y acabaría en los tribunales. Le hicieron
lo mismo a Logan. ¿Riña? ¿Eso era todo?
―¿Y Josh?
―La policía no ha dado con él todavía ―dijo Paul― Pero mi papá dice que Josh será acusado de LCG seguro.
¿Lesiones corporales graves? No es suficiente. Ni siquiera en el mismo planeta que lo suficientemente bueno.
―Él debería haberse entregado ―le dije a Paul―. Habría estado más seguro de lo que estará cuando lo encuentre ―Me
incorporé―. Si llamas a Josh para advertirle, dile que no se moleste en correr porque voy a cazarlo por el mismísimo
infierno, si tengo que hacerlo ―Me volví para seguir caminando.
―No fue Josh... ―Paul gritó detrás de mí. Me volví con el ceño fruncido.
―Quiero decir, Josh... Josh le hizo daño a tu hermano, pero no fue... no fue él... ¿De qué estaba hablando?
―Quiero decir... que no fue culpa de Josh ―dijo Paul.
Me dirigí de nuevo hacía él. Ahora había cambiado mi lista de prioridades. Paul se alejó, encogiéndose en sí mismo al
ver la expresión asesina en mi cara. ―¿De quién es la culpa entonces? ―Pregunté en voz baja―. ¿De mi hermano?
―No. No ―respondió Paul con rapidez―. Yo sólo quería decir que todos nosotros habíamos estado bebiendo y Logan
fue el único... Logan...
―Escúpelo ―ordené con impaciencia.
―C-cuando salimos del Belle bar esa noche, Logan no dejaba en paz a Josh. Seseguía acusando a Josh acerca de ser...
ser lo mismo que Adam. Y Josh se estaba enojando cada vez más. Traté de decirle a Logan que se detuviera, pero él no
se detenía y luego Josh dijo que demostraría lo mucho que odiaba a los homosexuales. E incluso entonces Logan no
paraba de provocarlo. Por lo tanto, fue idea de Logan y de Josh esperar a que ustedes volvieran a casa y luego Josh
demostraría de una vez por todas que él no era uno de... él no era...
―Me hago una idea ―le dije fríamente.
―Yo no sabía que iba a ir tan lejos como lo hizo, lo juro. Nunca he visto a Josh perder la cabeza de esa manera, pero
nunca lo habría hecho si Logan no se hubiera seguido provocándolo.
Una conversación que tuve con Collette en el parque se deslizó en mi cabeza. ¿Qué era lo que había dicho?
“Sabes cómo es Josh cuando Logan le está incitando...”
Me pasé una mano por la cabeza, como si estuviera tratando de corregir mis pensamientos. ¿Lo había entendido mal?
¿Debería ser a Logan al que realmente debería perseguir? ¿Era en realidad él quien estaba ahí en el fondo tirando de las
186 cuerdas de todos como un titiritero malvado? Negué con la cabeza. Yo no podía permitir que las dudas y segundos
pensamientos entraran en mi cabeza. Ahora no. Había pasado las últimas semanas pensando en lo que tenía que hacer.
Y finalmente había llegado a una conclusión. Este no era momento de incertidumbre. Josh primero, y luego Logan.
―Paul, he aquí algunos consejos. Mantente alejado de mí y los míos, si sabes lo que es bueno para ti. Si me ves en la
calle, será mejor que cruces la vereda, porque la próxima vez que te vea, será tu turno.
Me di la vuelta y me alejé. Tiempo de encontrar a Josh.

41
Dante
Resultó ser más fácil de lo que pensé que sería. Sólo tuve que vigilar la casa de Logan por una noche sin éxito. En la
segunda noche, me volví a la calle de Logan y ahí estaba Josh caminando hacia mí, con su cabeza abajo, una mochila
abultada en su hombro.
Me detuve cuando lo vi acercarse. Llevaba pantalones de mezclilla, una sucia camiseta gris y la chaqueta de cuero
marrón que había conseguido en su decimosexto cumpleaños. Y con cada paso que daba, la furia tranquila dentro de mí
se levantaba un poco más alta y ardía un poco más fuerte. Cada paso que Josh daba compensaba fragmentos de
recuerdos instantáneos de las patadas que le había dado a mi hermano. Él se había escondido, esperando para
emboscar a 187 Adam. ¿Y por qué? ¿Debido a que Adam lo había insultado en el restaurante? Con la cabeza todavía
baja, Josh no podía verme, lo que me venía muy bien. Eché un vistazo alrededor. Había tres personas más por el camino,
pero se alejaban de nosotros. El aire de la noche de otoño estaba oscuro, frío y cortante, tal y como me sentía por
dentro.
Sonreí mientras Josh se acercaba cada vez más.
Estaba a aproximadamente dos metros de mí y acercándose, cuando por fin se dio cuenta de que algo andaba mal.
Levantó la cabeza. Al verme, sus ojos se agrandaron, su boca se abrió. Y echó a correr como si tuviera al mismísimo
diablo detrás de él —lo que, cuando llegue hasta él, no estaba muy lejos de la verdad.
Josh fue muy rápido.
Pero yo era más rápido.
Lo tiré al suelo como en el rugby, luego lo arrastré hasta ponerlo de pie, lanzándolo contra la pared más cercana tan
fuerte como pude. El aire salió de sus pulmones en un susurro de dolor por segunda vez en tantos segundos.
―Lo siento... Lo siento...
Josh soltó las palabras antes de que pudiera abrir mi boca. Puso las manos para defenderse de mí, pero yo las quité del
camino.
Mi mano estaba en su garganta. Lo miré a los ojos sin pestañear. Poco a poco mis dedos comenzaron a apretar el cuello.
―Lo siento... ―Josh se retorcía frenéticamente―. N-no era m-mi intención... Él no debió haberme besado.
Apreté el agarre. El rostro de Josh se estaba volviendo de color marrón rojizo ahora. Él necesitaba degustar algo de lo
que le había hecho a mi hermano. Imágenes de la policía, los tribunales, y la prisión revoloteaban en mi cabeza. Mi
agarre se aflojó, pero sólo por un segundo. Josh tenía que pagar. Mi hermano no merecía nada menos.
Y por el terror ampliándose en sus ojos, Josh sabía lo que venía. Siguió alejándose de mí como si estuviera tratando de
fusionarse con la pared detrás de él. Pero no iba a ir a ninguna parte. Los párpados de Josh comenzaron a revolotear
para cerrarse. Detente, Dante...
No. Maldita sea, tenía que pagar. ¡Demonios! Hubo una guerra en mi interior. Visiones de Emma bailaron a través de mi
resolución. Su sonrisa se 188 mantuvo mordiendo trozos de mi odio hacia Josh. Yo tenía que centrarme en Adam, no en
mi hija. Emma... Maldita sea. Yo estaba hecho un lío. Josh dejó de tirar. Inesperadamente, se inclinó hacia adelante en
su lugar. Y me dio un beso.
Lo solté de inmediato, limpiando mis labios con el dorso de mi mano. Josh se derrumbó en un montón a mis pies,
tosiendo y escupiendo mientras luchaba para tomar aliento.
―¡Eres un cabrón enfermo! ―grité―. Te voy a matar.
Josh puso las manos para tratar de empujarme lejos, pero no sirvió de nada. Los puños se me apretaron, apunté a su
cara y comencé a golpearlo con toda la furia que se desencadenó en mi interior. Se tapó la cabeza con los brazos,
acurrucándose en una bola para tratar de protegerse a sí mismo. Pero no hizo ninguna diferencia, no para mí.
―Ves ―dijo con voz entrecortada a través de los labios ensangrentados―. Nos odias, a los homosexuales, tanto como
yo.
Sus palabras me sacudieron como un rayo, deteniéndome a medio balanceo. Josh se puso a llorar. Grandes y
avergonzado sollozos incómodos, devanaron su cuerpo. Lo miré fijamente, sus palabras sonando en mi cabeza.
¿Nosotros los homosexuales...?
―¿Tú... eres gay?
Josh asintió, sollozando a mis pies.
―Yo... Yo no odio... Yo no soy como tú. Esto se trata de lo que le hiciste a mi hermano ―tartamudeé.
Pero a quién estaba tratando de convencer, ¿a Josh o a mí mismo? Aquí estaba yo de pie sobre él, con los puños
apretados, mi mente puesta en su destrucción. Había compuesto mi mente para hacerlo pagar.
¿Pagar?
No lo dulcifiques, Dante.
Me hice a la idea de hacerlo sufrir, hacerle soportar algo peor de lo que había inflingido a Adam. Lo tenía todo planeado.
Estaba todo fríamente calculado y no había pensado en otra cosa desde la noche en que había pasado. Papá y Adam 189
entre ellos podrían cuidar de Emma, si a mí me golpearan, Emma además tendría mi dormitorio para ella mucho antes.
Los servicios sociales no se la llevarían lejos de la única familia que conocía, al menos eso es en lo que contaba. Papá no
les permitiría llevarse a mi hija lejos de él. Ella sería mi único verdadero pesar, pero si Josh recibía su merecido, entonces
tal vez mi hermano pudiera seguir adelante y progresar con su vida.
Ojo por ojo.
Pero entonces Josh me había besado...
Y las últimas dudas persistentes que podría haber tenido sobre si debía o no dañarlo salieron de mi cabeza y todo lo que
quería hacer no era matarlo sino destruirlo. Pensé que lo odiaba por lo que le había hecho a mi hermano. Pero eso no
fue nada comparado con lo que había sentido cuando él me besó.
Entonces ¿en qué me convertía eso?
Me apoyé en la pared, la cabeza inclinada hacia atrás mientras trataba de descifrar las cosas.
A mi lado, los sollozos de Josh estaban empezando a disminuir. Respiró hondo, luchando por control. Vi como
lentamente se puso de pie, escupiendo la sangre en su boca. Nos miramos. Josh estaba temblando. Yo estaba quieto.
―Estará... ¿Adam va a estar bien?
Lo fulminé con la mirada. No podía hablar en serio. ¿Mi hermano se había escapado de estar a seis pies bajo tierra por
un pelo y Josh tenía el descaro de preguntar por su salud?
―¿Está tratando deliberadamente de provocarme?
Josh negó con la cabeza. ―No, yo... no... ―La leve insinuación de una sonrisa y hubiera sido él y yo de nuevo, pero la
expresión de Josh se mantuvo sombría―.
¿Podrías decirle a Adam... decirle que lo siento? ―preguntó Josh.
Con los puños apretados, me di la vuelta y me alejé.

Era mucho después de medianoche cuando por fin regresé a casa. Yo había caminado por un par de horas, sólo
pensando. Y mis pensamientos no habían sido placenteros, pero habían sido honestos. Al principio había pensado
seriamente en ir a por Logan. Cuando finalmente me enfrié, me di cuenta en qué medida todos habíamos participado,
Josh incluido —no es que yo tuviera alguna simpatía por 190 ese hijo de puta. Sin embargo, Logan era el que nos había
herido a todos, usándonos como juguetes mecánicos y chocándonos el uno contra el otro. Algunas personas, como
Collette y Adam habían visto debajo de la máscara de Logan. Yo no. Toda una vida atrás, yo había soñado con descubrir
la verdad y escribir sobre ella. Una broma, ya que ni siquiera sabía qué era cierto y qué era falso cuando estaba delante
de mis narices. Entonces, ¿qué debía hacer con Logan?
Al final decidí dejarlo pasar. Logan necesitaba que lo pusieran en su lugar—pero no sería el que lo hiciera. A decir
verdad, lo que necesitaba ahora era estar ahí para mi hija y mi hermano. Los dos me necesitaban más de lo que
necesitaba venganza. Cuando finalmente llegué a casa, todo lo que quería hacer era derrumbarme en la cama y dormir
sin soñar. A pesar de que intenté pasar de puntillas hacia mi dormitorio, por alguna razón, Emma se movió en su cuna y
se despertó de inmediato. Yo gemí para mis adentros mientras se ponía en posición vertical. Esta noche necesitaba
pasarla sin el dolor de dientes de Emma.
―Vuelve a dormir, Emma ―Traté de hacer que se acostara de nuevo, pero ella no lo entendía. Suspiré―. Emma, por
favor vuelve a dormir.
Emma abrió los brazos para que la alzara. Me di por vencido. Cualquier cosa por una vida tranquila. Me senté en mi
cama, sosteniendo a Emma mientras ella apoyaba la cabeza en mi hombro con satisfacción. La envidiaba tanto. El
mundo tenía mucho más sentido para ella que para mí.
―Pa…pá... ―dijo Emma.
Me quedé inmóvil por un momento. ―¿Qué dijiste? ―susurré, sosteniéndola así nuestros ojos quedarían al mismo
nivel.
―Pa…pá ―repitió.
―¿Quién es tu papi? ―Le pregunté, entonces me eché a reír al darme cuenta de lo que había dicho.
Emma apretó un dedo contra mi mejilla. ―Pa…pá…
Di un salto, tomando a Emma y corriendo a la habitación de papá. Encendiendo su luz, me dirigí a la cama.
―¡Papá! ¡Papá!
Papá se sentó de golpe, parpadeando, sus ojos aún vidriosos. ―¿Qué pasa? ¿Hay
algo mal con Emma? 191
―Escucha esto ―le dije―. Dilo de nuevo, Emma.
Emma no dijo nada. Su ceño profundizándose, papá me miró como si hubiera perdido el juicio.
―¿Quién soy yo, Emma? Dile al abuelo quien soy ―la convencí.
―¡Pa…pá!― Emma se rió y me reí a carcajadas. Lo había dicho una vez más. ¡Ella lo decía en serio! Le di vueltas
alrededor a Emma, levantándola por encima de mi cabeza y riendo mientras ella se reía conmigo.
―¿Has oído eso, papá? Ella dijo: “papá”.
―Eso está muy bien. Bien hecho, Emma. Ahora lárgate, Dante. Es la una de la mañana ―dijo papá, volviendo a caer
sobre su almohada, con sus ojos cerrados, con una expresión de completo dolor.
―Papá, ¿podrías ser menos grosero delante de Emma, por favor?
Papá abrió los ojos para mirarme. ―Dante. Vete. De aquí.
―Pero, papá…
El resplandor se convirtió en un ceño fruncido como un frío láser. ¡No estaba bromeando! Salí de su habitación, sin dejar
de sonreír.
―Así es, Emma ―le dije a mi hija mientras la metía de vuelta en su cuna―. Yo soy tu papá. Y papá te ama mucho,
mucho.

42
Dante
No era el único que se preocupaba por Adam. Le habían quitado los cables de la mandíbula y las vendas hacia mucho
que habían desaparecido pero mi hermano no se dejaba ver. Todavía no dejaba su dormitorio y apenas hablaba. Cuando
Adam comía ―con la insistencia de papa o porque yo lo fastidiaba― siempre lo hacía solo en su cuarto.
Muy rara vez iba abajo, y una vez que sus citas en el hospital se acabaron, no volvió a salir de casa.
Amigos de Adam ―masculinos y femeninos― vinieron a nuestra casa de visita, pero se negó a ver a ninguno. Después
de dos o tres veces de que ocurriese lo mismo, dejaron de llamar.
El lado izquierdo de la cara de Adam estaba casi de vuelta a la normalidad, pero el lado derecho parecía que había
sufrido un derrame cerebral o algo. Su ojo derecho todavía estaba notablemente caído y solo tenía alrededor del
cincuenta por ciento 193 de visión que solía tener en él. Tenía una cicatriz en su sien derecha y la piel encima de su
mejilla derecha estaba veteada y arrugada con cicatrices donde había necesitado un buen número de puntos para re-
ensamblar su mejilla. Los puntos hacia tiempo que habían sido eliminados pero las cicatrices estaban tomando su
tiempo en desaparecer.
Y Adam insistía en que no quería ver a Emma ni que ella lo viera.
Había surgido de su vida de estupor exactamente dos veces en tantos meses y eso fue porque Emma intento entrar en
su cuarto. En ambas ocasiones me gritó para que subiera y la sacase mientras seguía gritando para que se fuese. Y todo
esto lo hacía a espaldas de Emma. Ambas veces la había hecho a mares, lo cual, debo admitir, me molestó pero me las
arregle para contenerme. Con la justa.
―No hay necesidad de gritarla de esa manera ―le dije―. Ella solo quería estar con su tío. Te echa de menos.
―Deberías agradecérmelo ―dijo Adam, con la espalda aun hacia nosotros―. Por lo menos de esta manera no va a
tener pesadillas acerca de mi cara. ¿Podrías tomarla e irte, por favor?
Cuando Emma finalmente paró de llorar, intente explicárselo ―Emma, tu tío no está bien en este momento. ―Con
mucho cuidado me abrí camino a través de las palabras―. Algo le pasó en la cara y ahora su rostro no es el mismo, eso
está perjudicando a su corazón y no quiere que nadie lo vea así.
Emma suspiró, probablemente con más paciencia y comprensión de las que yo estaba sintiendo en ese preciso
momento.
Pobre Adam . . .
Torturé mi cerebro para encontrar la manera de ayudar a mi hermano, buscando alguna forma de hallar al verdadero
Adam de antes, pero simplemente no podía pensar en una forma de hacerlo.
Recibimos una buena noticia. Después de mi confrontación con Josh, un oficial de policía vino a nuestra casa dos días
después para decirnos que Josh se había entregado y que iba a ser acusado de Lesiones Corporales Graves según la
Sección 18, el cual, ella se esforzó en explicar, era un cargo más serio que Graves Lesiones Corporales según la Sección
20. Tuve que tomar su palabra en eso. Pasé a darle la buena noticia a Adam pero él no movió un párpado. Tuve que
decírselo dos veces antes de estar seguro de que me había oído. Allí no hubo ninguna reacción.
Mi hermano estaba roto y no tenía idea de cómo arreglarlo.
Todavía no podía encontrar un trabajo adecuado y papá hacía horas extra en el trabajo a menudo para llegar a fin de
mes. Finalmente había dado y firmado el Subsidio de Desempleo. Realmente odiaba hacerlo pero Emma necesitaba
pañales, ropa y comida y no era justo que papa tuviese que hacer todo por él mismo. Adam permanecía en su
habitación, papá estaba cansado todo el tiempo y yo me sentía 194 como el aprovechador que la mujer de la tienda
unos meses atrás me había dicho que era. Si no fuera por Emma hubiera sido muy poca la risa en nuestra casa.
Llegó el invierno y se fue sin ningún cambio. Adam ni siquiera vino abajo a compartir la cena de Navidad con nosotros.
Papá y yo hicimos un show para Emma, colocando un árbol de navidad y envolviendo sus regalos para ponerlos debajo y
cosas así, pero para ser honesto Navidad fue un fracaso importante en nuestra casa. En la noche, extraña, cuando Emma
me despertó con sus llantos porque le estaban saliendo sus dientes de arriba y tuve que mecerla hasta que se durmió,
podía escuchar a Adam andando de un lado para otro en su habitación. Y no una sino dos veces juro que podía escuchar
su llanto.
Después de las vacaciones de Navidad, papá insistió en que Adam tenía que volver a la escuela.
―No puedo. No estoy listo ―dijo Adam.
―Hijo, si sigues así, nunca estarás listo ―dijo papá.
―No estoy listo ―repitió Adam.
Y eso fue todo.
Al final, papá estaba tan preocupado, que llamo a nuestro médico de cabecera. ―¿Crees que debería decirle que la
Doctora Planter viene en camino a verlo? ―me pregunto papá.

Sacudí mi cabeza. ―Él solo te diría que la canceles, o llamaría a cirugía para hacerlo el mismo ―respondí―. Espera
hasta que ella llegue y entonces díselo.
Papa cabeceó, decidiendo tomar mi consejo.
En aquella última hora finalmente la Doctora Planter llego.
―Dante, corre al piso de arriba y dile a tu hermano que la doctora esta aquí ―dijo Papa, dándome una mirada
significativa.
Pensé que Adam se enfurecería cuando se lo dije. En realidad creía que incluso yo lo aceptaría. Pero para mi sorpresa,
no lo hizo. Lo consideró por unos momentos.
―Voy a verla, pero solo si puedo verla solo ―dijo Adam.
Fui a la parte superior de las escaleras. ―Doctora Planter, ¿sería posible que viniese, por favor?
Mientras la doctora iba entrando en la habitación de Adam. Negué con la cabeza a papá.
―Adam quiere verla a solas.
Papa frunció el entrecejo, pero no discutió. Cuando por fin salió la doctora del cuarto de Adam, papa y yo estábamos
esperando en el descansillo, preparados para abalanzarnos sobre ella.
―¿Cómo esta? ¿Va a estar bien? ―se aventuró papá―. Él no puede seguir de esta manera.
La doctora Planter negó con la cabeza. ―En mi opinión Adam no está preparado, 195 ni física ni emocionalmente, para
volver a la escuela todavía ―nos informo con el ceño fruncido―. Él no duerme en absoluto y como resultado sufre de
agotamiento mental, así que voy a prescribirle unas píldoras para dormir.
―¿Es eso seguro? ―papá parecía preocupado―. ¿No es un poco joven para píldoras para dormir?
―Bueno, ciertamente no es una solución a largo plazo. Los comprimidos que estoy prescribiendo son únicamente para
usar por una corta duración. Adam siente que si pudiese dormir bien por la noche, mejoraría en gran medida ―y me
inclino a estar de acuerdo con él. Sólo voy a prescribirle suficiente para dos semanas, no más que eso, pero debe
ayudarle a volver a un patrón de sueño regular. Me gustaría verlo de nuevo en un par de semanas ¿De acuerdo? Si no
está haciendo progresos para entonces, pienso que algún asesoramiento puede ayudar.
Papá asintió con la cabeza, aunque no estaba del todo feliz.
―Sr. Bridgeman sé que Adam no está entusiasmado con los doctores, pero realmente siento que esta es una de esas
ocasiones cuando necesita que le haga entrar en razón ―dijo.
―No se preocupes, la escucho ―respondió papá―. Es mi culpa. Debería haberla llamado mucho antes de esto.
La Dra. Planter escribió la prescripción para la medicación de Adam y se dirigió fuera. Y eso fue todo. No sé lo que había
estado esperando ―¿una cura, una especie de milagro instantáneo? Lo que fuera, no lo conseguí. Miraba fijamente la
puerta cerrada del cuarto de Adam y sentía como si hubiera un océano entre nosotros y no solo una puerta.
Mi hermano estaba alejándose de mí y no tenía idea de cómo detenerlo.
―Voy a guardar las píldoras, y darle una a Adam para tomar cada noche ―dijo papá, una vez que la doctora se hubo
marchado―. De esa manera todos sabremos dónde están y no habrá manera de que Adam tome dos en una noche por
error. Sabes cómo es tu hermano con los comprimidos.
Lo sabía, de hecho. Y esto era justo una muestra de que mi hermano sabía que necesitaba ayuda, tanto que incluso
había accedido a tomar las píldoras, para empezar.
¿Era una buena señal? ¿O estaba simplemente agarrándome a un clavo ardiendo? Elegí creer que en la primera.

43
Adam
Ahí está de nuevo, golpean a mi puerta. ¿Papá o Dante? En realidad no importa. No quiero ver a ninguno de ellos. ¿Por
qué no se lo pueden meter en la cabeza? No quiero ver a nadie ni hablar con nadie. Y no quiero que nadie me vea. Estoy
tan cansado. Cansado hasta los huesos. Tal vez las pastillas para dormir que el Dr. Planter sugirió serán de ayuda. Espero
que sí. No puedo seguir así. Tengo que hacer algo para recuperar mi vida. Todo lo que veo a través de mi ojo derecho es
una mancha y he perdido la visión periférica en él. Y a pesar de que todos los espejos en la casa han sido silenciados, mis
dedos y la ventana de mi dormitorio todavía me dicen la verdad: mi cara es un desastre.
El Sr. Marber, mi cirujano en el hospital, trató de decirme que tuve suerte. Si yo no hubiera estado en el hospital cuando
mi hematoma subdural decidió hacer presencia, podría haber muerto. Eso es lo que me dijo, me podría haber muerto.
¿Fue ese su intento de demostrarme que haber recibido una 197 paliza tenía un lado bueno? Si es así, fracasó
estrepitosamente. Aquí estoy en mi habitación y el futuro se extiende ante mí como una especie de desierto
implacable. Esta es mi vida.
Una vida en la que estoy demasiado marcado y demasiado asustado como para que nadie me vea. Traté de vivir mi vida
a voz en grito. Lo que tengo ahora no es ni siquiera un susurro. Es silencio.

44
Dante
Después de un par de semanas, Adam insistió en que las pastillas para dormir le habían hecho efecto y que no
necesitaba nada más. Se negaba categóricamente a ir a ver nuestro médico de cabecera por cualquier ayuda adicional y
todavía no salía de su habitación.
Así que seguimos como antes.
Y como si eso no fuera suficiente, Verónica hizo una cita para “discutir” el futuro de Emma con papá y conmigo. Y esta
vez la visita era oficial. Así que ese fue otro día que mi padre tuvo que faltar al trabajo.
En el día de que había amenazado con visitarnos, mi padre me advirtió: ―Dante, no seas estirado y por el amor de Dios
no pierdas los estribos. ¿De acuerdo? 198 ―¿Qué quieres decir?
―Te conozco. Le dejas decir lo que quiera sobre ti, pero si ella dice algo que te moleste sobre Emma, estallaras. ¡No!
Recuerda que estás haciendo esto por amor a Emma, así que sólo lo trágatelo ―dijo papá.
Asentí con la cabeza. Papá tenía razón. No podía permitirme el lujo de mostrar cualquier cosa, excepto mi mejor
comportamiento. Verónica llegó a nuestra casa alrededor de las dos y media y papá la escolto hasta la sala de estar.
―¿Puedo traerte algo de beber? ―pregunto papá―. ¿Té? ¿Café?
―No, gracias. Estoy bien ―dijo Verónica.
Fuera, la lluvia azotaba las ventanas. La vista era húmeda y gris, gris con sanguijuelas por grados en la sala de estar.
―¿Dónde está Emma hoy? ―preguntó Verónica con una sonrisa empalagosa.
―Está tomando su siesta de la tarde en este momento ―le contesté.
―Bueno, no vamos a molestarla, mientras esté aquí, pero me gustaría verla antes de irme.
La sonrisa falsa no se tambaleaba ni por un segundo.
―No hay problema ―intercambié la sonrisa de Verónica con una de las mías, igualmente falsa. La última vez que había
hablado con Collette, no había sido muy amable. No dudaba ni por un segundo que Collette le había contado cada
palabra que yo había dicho.
Papá indicó el sofá. Verónica se dirigió a la butaca y se sentó. Después de intercambiar una mirada, papá y yo nos
sentamos uno al lado del otro en el sofá. Verónica pidió ver el libro médico de Emma, que estábamos felices de entregar
porque todas las vacunas de mi hija estaban al día.
La conversación cortés que siguió estuvo entrelazada con preguntas.
Entre otras cosas, ella me preguntó si estaba recogiendo el subsidio familiar de Emma. No era así. Había pensado que
donde quiera que fuera, Melanie sigue recibiendo ese dinero. Para mi sorpresa, Verónica me dijo los pasos que
necesitaba seguir para asegurarme de recibir el dinero de los beneficios de niños de Emma en lugar de Melanie. Y ella
me dio un consejo acerca de cómo enmendar el certificado de nacimiento de Emma de manera que mi nombre
estuviera también en él. De esa manera tenia completas responsabilidades de padre y los derechos bajo la ley. Y yo
tenía que apresurarme con eso, porque era mejor hacerlo antes de que Emma tuviera dos años. Después de eso se
pondría más complicado. Tener mi nombre en 199 el certificado de nacimiento también lo haría más fácil para reclamar
los beneficios de niños para Emma, pero para ser honesto, no quería llamar demasiado la atención de las autoridades
sobre mí. Y ciertamente no quería vivir mi vida de ayuda en ayuda. Ya era lo suficientemente malo con que tuviera que
saltar por el aro para recoger la asignación de personas que buscan empleo. Necesitaba encontrar un trabajo decente
para mantener a Emma y a mí. Lo último que quería era coger el beneficio feliz de la vida. Demasiado orgullo, supongo,
como papá. Me quedé esperando la trampa, pero no apareció. Todo el asunto tomó cerca de una hora, pero ni siquiera
me acerqué a perder la calma y una gran parte de lo que Verónica dijo era realmente útil e informativo. El único
momento pegajoso llegó cuando Verónica preguntó: ―¿Qué tal le va a tu hermano, Adam? Tengo entendido que estaba
en el hospital hace un rato.
―Así es ―dijo papá uniformemente―. Pero está mucho mejor ahora y se pone más fuerte cada día.
―Me alegro ―Verónica sonrió. Y esta vez, la sonrisa era sincera―. ¿Hay algo que te gustaría preguntar o añadir Dante?
―No, no lo creo.
―Muy bien, entonces ―Verónica se puso de pie―. Si tan sólo pudiera ver a Emma, entonces me iré.
La llevé al piso de arriba. Emma estaba profundamente dormida en su cuna. Papá, Verónica y yo nos quedamos a un
lado de la cama mirándola por unos pocos momentos.
―¿Ya está hablando? ―preguntó Verónica.
―Sí, muy pocas palabras en realidad. Y más cada día ―le dije, incapaz de ocultar el orgullo en mi voz. Me incliné sobre
la cuna y peiné el cabello de mi hija. ―Ella significa mucho para ti, ¿no? ―La sonrisa genuina de Verónica iluminó sus
ojos.
―Sí, así es. Es mi hija. . . ―como si no fuera obvio―. Ella es mi mundo― admiti. La sonrisa de Verónica se ensanchó.
―Bueno, es hora de que me vaya. Espero haber sido de alguna utilidad para ambos.
―Sí, sí ―dijo papá, tendiéndole la mano. Verónica y papá estrecharon las manos.
―Gracias, Verónica ―sonreí, estrechando mi mano también. Ella y yo estrechamos las manos, un poco más firme y un
poco más tiempo de lo absolutamente necesario.
Cuando se fue, papá y yo intercambiamos una mirada de alivio y sonreímos. Eso 200 fue un poco de azul en un cielo
lleno de nubes grises.
La primavera por fin había llegado. Era el día antes del cumpleaños de Adam y mío.
Quería hacer algo muy especial para él. No pude comprar nada ya que estaba en banca rota. Pero tenía que hacer algo
para sacarlo de su letargo.
Dejando a Emma en la sala de estar, me dirigí hacia las escaleras para ver a mi hermano. Adam estaba sentado en su
silla mirando por la ventana hacia nuestro aislado jardín trasero como de costumbre, con la espalda hacia la puerta.
Estaba cada vez más y y más sensible acerca de que alguien viera su rostro ―incluso papá y yo.
―Hola, Adam ―le dije, obligándome a sonar optimista y alegre.
Él no respondió, pero de todos modos, no esperaba que hiciera lo contrario.
―¿Qué quieres para tu cumpleaños mañana? ―Silencio.
―Vamos. Debe haber algo que quieras. Y va a ser con el amor de Emma y mío ―le dije, con la esperanza de que hubiera
captado el mensaje.
―¿Puedo tener un espejo? Debo haber oído mal. ―¿Perdón?
―¿Puedo tener un espejo, por favor? ―Adam repitió.
―¿Qué? ¿Ahora? ―le pregunté, confundido.
―Sí, por favor.
No estaba seguro acerca de eso, pero mi padre todavía estaba en el trabajo, así que no podía preguntarle. Pensé en
llamarle, pero parecía tonto telefonear a papá sólo porque Adam quería un espejo. ¿No era una especie de progreso el
hecho de que Adam estuviera dispuesto a verse a la cara otra vez? Me apresuré a llegar al espejo del baño, que papá
había almacenado en el armario bajo las escaleras. Tal vez. . . tal vez por fin iba a tener a mi hermano de vuelta. Una vez
de vuelta en la habitación de Adam, giré el espejo para que estuviera vuelto hacia Adam. El poco a poco se volvió hacia
mí.
―¿Puedo sostenerlo para ti? ―Le pregunté.
Adam asintió.
Le di la vuelta a espejo, antes de levantarlo hasta que estuviera al nivel de la cara de Adam. El tiempo se detuvo
mientras Adam se estudiaba. La cicatriz de su sien era muy débil, al igual que las cicatrices dejadas por los puntos de
sutura en su mejilla.
Su mejilla derecha ya no estaba moteada, pero la piel no era suave como antes, tampoco. Lo más notable era la
desfiguración del ojo derecho que seguía estando notablemente caído.
Cuando Adam por fin habló, todo lo que dijo fue: ―Puedes quitarlo ahora ―bajé el espejo y me incliné contra la pared
al lado de la puerta.
―Creo que mi carrera como actor muerde el polvo ―dijo Adam.
―¿De qué estás hablando? Todavía podrías ser un actor. Vamos, mi hermano puede hacer lo que se le venga en mente
―le dije―. Y si eso no funciona, hay un montón de otras cosas que puedes hacer.
―Nunca he hecho un plan de respaldo, ¿recuerdas?
―Eso no quiere decir que no se pueda hacer ahora.
Adam no respondió.
―Tú. . . ¿Quieres hablar de eso esta noche? ―Le pregunté tímidamente.
―Hablar de ello no va a cambiar nada ―Adam se encogió de hombros.
―¿No ayudó cuando escuchaste que Josh había ido a la policía y se había entregado?
―En realidad no ―dijo Adam. Podríamos haber estado hablando sobre el color de nuestras tejas por toda la emoción
que mostraba.
Tenía que hacerle la pregunta que había estado molestando a todos estos meses.
―Adam, ¿por qué lo hiciste? Por Dios, ¿por qué lo besaste?
―Porque él. . . me dio un beso en primer lugar ―susurró Adam.
Lo miré fijamente. ―¿Qué?
―¿Te acuerdas de la noche de fin de año en el Bar Belle?
Asentí con la cabeza.
―Bueno, después de que saliste, Josh trató de besarme. No se lo permití. Por lo que me dio un puñetazo en su lugar.
Impresionado ni siquiera podía describir como me sentí en ese momento. ―¿En serio? ―le pregunté.
―¿Por qué iba a mentir, Dante?
―Pero cuando te pregunté, me dijiste que Josh no tenía nada que ver con eso ―le recordé.
Adán se encogió de hombros. ―Bueno, mentí entonces porque Josh era tu amigo y yo no quería causar problemas entre
los dos, pero no estoy mintiendo ahora. Josh 202 de verdad trató de besarme.
Mis ojos empezaban a doler de mirar tan duro a mi hermano.
¿Josh había intentado besar a Adam? ¿Y luego le dio un puñetazo en su lugar?
―Tu labio partido ―me acordé.
―Sí, ese fue Josh. Al día siguiente, llamó por teléfono para disculparse y me invitó a tomar una copa. Y después de eso
empezamos a salir juntos. . . ―dijo Adam. Me senté, aturdido, preguntándome si algo estaba mal con mi oído. Sentí
como si algo grande y pesado acabara de caer sobre mi cabeza.
Me di cuenta de que lo que me había caído era la verdad.
―¿Tu y. . . Josh? ―dije, aturdido.
―Nosotros solo pasábamos el tiempo juntos, íbamos al cine o a cenar ―dijo Adam, agregando en un susurro―. Era tan
feliz. . . Pensé que había encontrado a alguien.
Pensé que estábamos juntos.
Silencio.
No podría haber dicho una palabra en ese momento, incluso si quisiera. Ese debe haber sido el tiempo en que Adam
había estado fuera casi todas las noches. Que había sido muy feliz entonces. . .
Adam pareció perderse dentro de sí mismo por un tiempo, como si estuviera recordando aquel tiempo también. ―Pero
Josh odiaba ser visto conmigo ―dijo mi hermano en voz baja―. Él no quería hablar de cosas que realmente importaban.
Y encima me menospreciaba y hacía. . . comentarios homofóbicos cuando otros estaban alrededor. Realmente me
gustaba, Dante. Pero no podía estar con alguien que estaba viviendo una mentira como esa. . .
―¿Y qué pasó?
―Lo deje.
―¿Que hiciste qué?
―Sí ―El fantasma de una sonrisa se dibujó en la cara de Adán―. Aunque Josh no lo tomó muy bien. No dejaba de
llamarme y no me dejaba en paz, así que bloqueé sus llamadas telefónicas. Creo que eso fue lo que lo hizo que se
enojara tanto conmigo.
Y ahora al fin todo tuvo algún tipo de sentido, el antagonismo entre ellos, las miradas extrañas, los amargos
comentarios de Josh. Adam era gay y no le importaba quién lo supiera, incluyéndome a mí y a mi padre. Josh era gay y
no 203 podía lidiar con eso. Durante todo este tiempo, todos sus comentarios despectivos sobre los homosexuales ―y
la persona a la que mas despreciaba había sido él mismo.
―Hablando de arruinados ―Negué con la cabeza, todavía estaba tratando de ordenar mis pensamientos―. Todo esto. .
. este caos, ¿es porque Josh no podía admitirse a sí mismo que es gay? Por el amor de Dios, no es una
enfermedad contra la que puedes ser vacunado. Naces homosexual o naces heterosexual. Fin de la discusión.
―¿Y si eres bisexual?
―Los bisexuales nacen. . . ¡a horcajadas! Un pie en cada campo.
Adam me miró, con un extraño brillo en sus ojos.
―¿Qué? ―le pregunté.
―¿Así que ser gay no es sólo una fase?
―¿Qué? Por supuesto que no lo es. ¿En qué diablos estás. . . ? ―Y entonces recordé la conversación que Adam y yo
habíamos tenido, hacía toda una vida atrás, sobre la misma cosa.
―¡Maldita sea, Adam.
―¿Qué? Solo estaba preguntando ―Mi hermano sonrió.
―Sí, bueno, has dejado claro tu punto.
―No ―respondió Adam―. Tú lo has hecho por mí ―Mi hermano pensaba que era tan ingenioso.
―Así que tú y Josh... ―dije, volviendo al tema de más alta importancia en mi mente.
―Sí. Josh y yo.
A pesar de mí mismo, sentí pena por mi ex-mejor amigo ―no mucho, pero un poco― y eso me sorprendió. Era la última
persona que merecía cualquier simpatía, no después de lo que había hecho, y sin embargo así era como me sentía. Pero
eran los sentimientos de Adam los que importaban ahora, los míos eran irrelevantes.
―Tú. . . ¿alguna vez pensaste que Josh? Pausa.
―Todo el tiempo ―respondió Adam. Oh, Adam…
―¿No ayudaría el tratar de olvidarlo y seguir adelante? ―Le pregunté tentativamente.
―¿Cómo puedo hacer eso, Dante? Cada vez que toco mi rostro, me acuerdo. Cada vez que respiro, lo recuerdo ―¿Qué
podía decir a eso? Cuando éramos jóvenes, cada vez que Adam se hacía daño, yo lo arreglaba con un yeso o una bebida
o algunos dulces y entonces yo le daría un abrazo y continuaríamos.
Pero eso era cuando los dos éramos jóvenes.
―¿Sabes sobre la carta que recibí ayer? ―preguntó Adam.
―¿Sí? ―Yo fui quien la trajo arriba para él.
―Fue de parte de Josh ―dijo Adam.
¿Qué mie. . . ? ―¿Por qué te escribió? ¿Qué quería?
―Cálmate, Dante ―Adam sonrió débilmente.
Tomé una respiración profunda, pero las líneas de la sospecha y la ira arrugaron mi frente.
―A él no le está yendo demasiado bien en realidad ―dijo Adam.
―Mi corazón sangra ―le dije sarcásticamente―. ¿Te escribió para culparte por eso? ¿Dónde está la carta?
―La tiré ―dijo Adam.
―Muy bien también. Es lo mejor. ¿Qué más te dijo?
―No mucho. Excepto que lo sentía ―Lo siento, mi culo.
Mi hermano volvió a su silla y se sentó. Lo observé por unos momentos, mi ira desapareciendo mientras lo hacía.
¿Dónde estaba Adam? Ansiaba a mi hermano de regreso.
―Adam, ¿cuánto tiempo vas a estar en esta habitación? ―Adam no tuvo respuesta.
Siguió mirando por la ventana, sus hombros caídos, una completa actitud de derrota. Odiaba verlo así. No era mi
hermano sentado en la silla, era en realidad solo la cáscara de mi hermano.
―¿Papá? ―Emma se asomó por la puerta de la habitación de Adam. Adam se movió alrededor de su silla de modo que
ya no podíamos ver su perfil.
―Emma, te dejé en la sala de estar ―Fruncí el ceño hacia ella. No me había dado cuenta de que podía subir las
escaleras sin mí. Y sólo dejaba la puerta para niños
cerrada si Emma ya estaba arriba.
―Hoda, tito. . . ―La Versión de Emma de “Hola, Tío” saludó a Adam, la incertidumbre en su voz era muy evidente. No
había visto a Adam propiamente en las últimas semanas y podría probablemente recordarlo gritándole.
―Dante, podrías salir ¿por favor? ―dijo Adam, volviéndose aún más en su silla, así que teníamos una buena vista de la
parte posterior de la cabeza.
Emma se tambaleó en la habitación antes de que pudiera detenerla. ―Hoda tito, tito ―repitió―. Hoda.
Adam se puso rígido en su silla con el sonido de su voz cada vez más cerca. Él quería desesperadamente que cogiera
Emma y nos fuéramos, pero algo me detuvo. Emma se contoneaba alrededor de la silla para hacer frente a Adam. Ella lo
miró, entonces sonrió, con los brazos abiertos.
Adam miró a su sobrina.
Emma le retorcía los brazos de Adam, su significado claro. Poco a poco Adam se inclinó para recogerla. Solté el aire en
mis pulmones con un silbido. Yo ni siquiera me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Adam
colocó a Emma en su regazo. Me adelanté un paso en la habitación. Mi hermano tenía a Emma como si pudiera
romperse.
Me di cuenta con un sobresalto de que le estaba dando una oportunidad de huir, para correr y esconderse de su rostro.
Emma alzo una pequeña mano y acarició las cicatrices en la mejilla de Adam.
―¿Duele? ―le preguntó ella.
―Sí ―susurró Adam.
―¿Mucho?
―Mucho.
―¿Beso?
Adam suspiró y sonrió ―la primera sonrisa verdadera que había visto de él en mucho, mucho tiempo. ―Sí, por favor.
Emma se encaramó para ponerse de pie sobre el muslo de Adam, mientras él todavía la sujetaba.
Ella se inclinó y le besó la cicatriz montada en su mejilla, y luego envolvió ambos brazos alrededor de su cuello y lo
sostuvo tan fuerte como él la sostenía. Y yo podía ver desde donde estaba que Adam estaba llorando.

45
Adam
Emma enredó sus brazos alrededor de mi cuello y apretó su mejilla buena contra la mía mala y me abrazó como si nunca
me fuera a soltar, como si ella pudiera sentir cada cosa por la que yo estaba pasando.
Era tan extraño tenerla intentándolo y confortándome. Me aferré a ella y una vez que las lágrimas comenzaron, no se
detendrían. Y aun así Emma se aferró a mí. Ella no rehuyó mi rostro, ni una sola vez. No me miró como si yo fuera una
especie de raro tampoco. En su lugar, me besó la mejilla y me abrazó un poco más. Y lo que hizo que doliera tanto fue
que era exactamente igual a como mi madre me solía abrazarme.

46
Dante
Me desperté a la mañana siguiente, sintiéndome no sólo bien, sino muy bien. Adam finalmente había dejado ver su
cara a Emma. Eso tenía que ser una buena señal. Yo no esperaba milagros, por lo menos no los inmediatos, pero me
negaba a tomar los acontecimientos de la noche anterior como algo más que un buen augurio.
Y me habían llamado para una segunda entrevista para trabajar como cajero nocturno en la gasolinera local. No era
exactamente glamoroso pero al menos me gustaría estar haciendo algo de dinero. Así las cosas, yo sólo había sido capaz
de obtener una tarjeta para Adam en su cumpleaños. No me podía permitir otra cosa. Pero de ahora en adelante las
cosas sólo podían mejorar.
Saqué a Emma de su cuna y después vestirla, la llevé abajo para el desayuno. Papá ya estaba allí. Me había ganado.
―Buenos días, papá.
―Buenos días, Dante ―respondió mi padre con una sonrisa―. Buenos días, cariño. He hecho el desayuno para todos.
―Tocino, huevos revueltos, salchichas y frijoles sobre pan tostado? ―pregunté con esperanza.
―Croissants ―respondió papá.
Me conformaría con eso. Me pareció algo un poco más sabroso que el cereal habitual esta mañana. ―¿Debería subir y
ver si Adam quiere venir y unirse a nosotros? ―Le pregunté mientras ponía a Emma en su silla alta.
―¿Es probable? ―preguntó papá.
―Podría serlo. Él dejo que Emma viera su rostro ayer por la noche. ―Sonreí.
―¿En serio? ―dijo papá, sorprendido―. ¿Cómo lo lograste?
―Yo no lo hice. Emma lo hizo.
―Chica lista ―Papá sonrió, antes de volverse hacia mí―. Bueno, no perdemos nada con intentarlo.
Dio un beso a Emma en la parte superior de la cabeza. ―Papá volverá enseguida.
Subí las escaleras de dos en dos. Llamé a la puerta de Adam.
―Adam, ¿puedo pasar?
No hubo respuesta. ―¿Adam?
Aún no había respuesta.
Abrí la puerta y entré a la habitación de Adam. Las cortinas estaban abiertas y la luz del día bañaba la habitación, pero
Adam todavía estaba profundamente dormido.
―Despierta, cumpleañero ―sonreí―. ¿Vas a venir abajo y acompañarnos para el desayuno? ―Me acerqué a él―.
Despierta, ¡cabezota perezoso! Te tenemos un pastel de cumpleaños. ¿Quieres soplar las velas ahora, o después de la
cena de esta noche?
Me acerqué. Algo crujió bajo mis pies. Me agaché para recogerlo. Eran los fragmentos de una píldora. Una píldora para
dormir. . . Pero sin duda se las había terminado hace meses ¿cómo podía quedar alguna por aquí todavía? A menos que.
. . ¿a menos que Adam las hubiera guardado?
―¿Adam? ―Me incliné sobre él, sacudiendo su hombro. La cabeza de Adam se dejó caer hacia un lado. Lo sacudí más
duro―. Adam, ¡despierta!― Lo sacudí ahora con todas mis fuerzas.
Todo su cuerpo estaba lacio como espagueti cocido y sus ojos permanecían cerrados.
―¿ADAM? ADAM, DESPIERTA. ¡PAPÁ! ―grité.
Apenas estaba consciente de que papá estaba corriendo escaleras arriba mientras yo 209 seguía sacudiendo a Adam
una y otra vez, diciéndole, suplicándole que se despertara. Pero su piel estaba fría y pegajosa y yo estaba tan asustado
de que fuera demasiado tarde…
Los diez minutos siguientes fueron un torbellino. Papá se pusp pálido cuando le mostré la pastilla para dormir aplastada
en el suelo. De inmediato le comprobó el pulso. En todo caso, su piel se volvió aún más gris cuando él retiró la mano de
la muñeca de Adam. Papá inclinó la cabeza hacia el rostro de Adam para comprobar y ver si mi hermano estaba
respirando. . .
―Dante, el teléfono para pedir una ambulancia ―ordenó.
Yo no necesitaba que me lo dijeran dos veces. Llamé por teléfono mientras mi padre ponía a Adam en posición vertical y
lo sacaba de la cama. Envolviéndose uno de los brazos de Adán sobre los hombros, papá empezó a caminar de un lado al
otro.
―Adam, camina. ¿Me has oído? Un pie delante del otro. Camina.
Papá se paseaba de allá para acá, arrastrando a Adam con él. Yo quería ayudar pero Emma se puso a llorar abajo.
―¿Papá? ―gimió lastimeramente.
―Ve y quédate con tu hija ―me ordenó papá.
―Voy a traerla arrib…
―No ―dijo papá con fiereza.
―Pero…
―Dante, ella no necesita ver esto. Quédate con ella en el piso de abajo y deja entrar a los paramédicos en cuanto llegan
aquí.
Por mucho que yo quisiera discutir, sabía que mi padre tenía razón.
―Adam, camina. Vamos. Camina ―lo engatusó papá.
Adam se quejó, con la cabeza colgando hacia atrás, a continuación se desplomó hacia adelante como si todos los huesos
de su cuello hubieran desaparecido.
―Dante, ve. Emma te necesita ―dijo papá.
Sí, al igual que mi hermano. Pero hice lo que me dijo y me dirigí hacia las escaleras.
―Papá ―Emma dejó de chillar y extendió sus brazos hacia mí cuando entré en la cocina.
―Lo siento, amor ―dije, levantándola de la silla―. No fue mi intención dejarte sola.
―Parque ―dijo Emma.
―No, Emma. Hoy, no.
―Parque ―insistió Emma, rompiendo a llorar de nuevo.
―No. 210
Emma aullaba como un alma en pena, su llanto iba directamente a través de mi cabeza.
―Emma, no iremos al parque y se acabó. Vamos a ir otro día ―traté de razonar con ella. No estaba funcionando. La
dejé en el suelo. De repente volvió tan pesada. Pero a ella tampoco le gustó eso. Su llanto se hizo aún más fuerte.
―Parque. . . parque. . . ―pidió entre gritos. Yo no podía aguantar más.
―Emma, por amor de Dios, cállate.
Me miró por un momento aturdida, entonces realmente se largó a llorar. Si hubiera pensado que era fuerte antes, no
era nada comparado con lo que estaba saliendo de su boca ahora. Ella realmente estaba rompiéndome la cabeza. La
fulminé con la mirada, apretando mis puños lentamente. Estaba a punto de perder la cabeza.
Así que corrí. Fuera de la cocina y al cuarto de estar. Me escapé tan rápido como pude. Arrojándome en el sillón, hundí
mi cabeza en mis manos, horrorizado de mí mismo. No podía creer lo que había estado a punto de hacer.
El llanto de Emma se estaba acercando. Ella asomó la cabeza por la puerta, todavía sollozando, y me miró con una
incertidumbre que retorcía mis tripas. Tomé una respiración profunda. ―Lo siento, Emma ―Abrí los brazos.
Emma corrió hacia mí y la cogí... Sus lágrimas fueron amainando mientras me abrazaba con fuerza.
―Lo siento, papá.
―No tienes nada que lamentar ―le dije, alisándole el pelo una y otra vez―. Siento haberte gritado. Estoy preocupado
por el tío Adam, pero no debería haberme enojado contigo.
―Pobre Tito ―suspiró Emma.
Me tomó un tiempo antes de que yo pudiera confiar en mí mismo para hablar. ―Sí, pobre tío.
―¿Beso, papá?
Tragué, luego tragué de nuevo. ―Sí, por favor ―le susurré.
Emma me besó en la mejilla. La besé. Y todo el tiempo, no podía dejar de tragar. Me tomó un tiempo, pero finalmente
fui capaz de decir las únicas palabras que me importaban en ese momento. ―Te amo, Emma. Te quiero mucho, mucho.

47
Dante
Papá me hizo quedarme en casa con Emma mientras él iba en la ambulancia con Adam. Intenté discutírselo pero papá
no me hizo caso.
―Pienso que Emma es bastante más importante que ese hospital ahora, ¿no crees?
―dijo papá torvamente.
―Pero, ¿qué pasa con Adam? Debo estar con él.
―Yo estaré con él ―dijo papá―. Tú quédate aquí y ocúpate de tu hija.
Pero por primera vez tenía miedo de lo que podría suceder, de lo que podría hacer si ella lloraba otra vez sin parar. La
idea de hacerle daño a mi hija de alguna manera me ponía enfermo, me asustaba. Y, sin embargo, había estado tan
cerca… Saqué el móvil del bolsillo de mi pantalón. Necesitaba hacer una llamada.
Después de dos telefonazos, el teléfono al otro extremo fue descolgado.
―¿Diga? ―La tía Jackie sonaba molesta.
―Tía Jackie, yo…yo… ―¿Dante?
―Si…
―¿Has visto la hora que es? Sabes que soy alérgica a la luz del día antes del mediodía los sábados ―dijo de mal humor.
―Tía Jackie, yo… necesito tu ayuda… ―¿Por qué eran tan difíciles de decir esas palabras?
―¿Qué ha pasado? ―preguntó con aspereza.
Se lo expliqué todo, todo sobre Adam y las pastillas para dormir, todo sobre mi griterío a Emma y de lo que había estado
a punto de hacer.
―Voy para allá. ¿Me oyes? Estaré ahí lo antes posible ―dijo tía Jackie colgando el teléfono.
Emma se tambaleó hacia mí. ―Papi, tengo hambre ―me dijo.
Respiré hondo y sonreí. ―Bueno entonces, vamos a conseguir algo rico para comer.
Cogí su mano y la guié hacia la cocina. Senté a Emma en su silla alta, puse algunas uvas, unos gajos de naranja y unos
trocitos de plátano en un cuenco y lo situé frente a ella. Me quedé de pié y miré como Emma arremetía contra ello,
empuñando su cuchara como un arma mientras atacaba un trozo de plátano. Y yo aún no podía entender lo que casi me
sacó de mis casillas. Necesitaba salir de allí.
―Papi estará pronto de vuelta, Emma ―dije quedamente.
Me dirigí escaleras arriba hacia la habitación de Adam, con la necesidad de sentirme más cercano a él de alguna forma.
Perdía el tiempo dando vueltas por su habitación, ordenando las cosas de su escritorio, moviendo su silla lejos de la
ventana, estirando su edredón, levantando su almohada para sacudir el relleno. Había una hoja de papel doblada bajo la
almohada. La cogí, desdoblándola y empecé a leer.
Adam,
Sé que probablemente soy la última persona sobre la que quieres saber y no te culpo si tiras 213 esta carta
directamente a la papelera pero tengo la esperanza de que me des la oportunidad que yo nunca te di y leas esto hasta el
final.
Como seguramente ya sabes, voy a ser juzgado pronto. Mi abogado trató de reducir la condena actual a lesiones
corporales en lugar de graves lesiones corporales, pero la policía tiene fotos e informes médicos de lo que te hice, así
que parece poco probable. He sido advertido de que hay muchas posibilidades para mí de que pase mucho tiempo. Mi
madre se ha lavado las manos con el asunto y ninguno de mis amigos quiere saber nada. No los culpo. Y créeme, no
trato de conseguir tu simpatía. Después de lo que hice, sé que es imposible. Si me envían a prisión, tendré lo que me
merezco. Ya lo he aceptado. Pensé en llamarte para hablar contigo en persona en lugar de escribir esta carta pero tenías
razón sobre mí, soy un cobarde. Pero necesito decirte esto. Lo siento. Sé que son sólo palabras y llegan un poco
demasiado tarde, pero estoy realmente muy arrepentido de lo que ocurrió.
Incluso ahora, pienso en aquella noche y todavía no me puedo creer lo que hice.
Deseo pedirte un favor. Sé que no tengo derecho a pedírtelo pero te lo voy a preguntar de todas formas. ¿Me escribirías
cuando me encierren? Te escribiré y enviaré mi nueva dirección una vez que el juicio haya terminado. Si decides
ignorarme, lo entenderé. Pero tengo la esperanza de que te compadezcas de mí y me respondas. No tengo a nadie en
mi vida ya. ¿No es irónico? Tenía miedo de perder a todos mis amigos y familiares si no salía y paraba de intentar ser
algo que no era, pero los perdí de todas formas.
He oído que no has vuelto a la escuela aún. ¿Es debido a que, como yo, te sientes muerto por dentro? ¿Es debido a que
sientes que la vida ya no vale la pena? Tú dijiste una vez que tú y yo éramos muy parecidos, que sentíamos y
pensábamos lo mismo sobre muchos tipos de cosas. No puedo creer esto en este momento, pero puede que estuvieras
en lo cierto en aquello también. Supongo que es por eso por lo que pienso que sé como debes sentirte justo ahora.
Traicionado. Te dije cosas que nunca había dicho a ninguna otra persona, nunca. Éramos cercanos y te dije que me
importabas, lo que era cierto (y todavía lo es), y, sin embargo, pude hacerte algo como eso a ti.
Ahora piensas que el mundo está lleno de hipócritas y mentirosos como yo, ¿cuál es el punto? No puedo responderte a
eso. Sólo sé que no pasa un segundo en el que no lamente profundamente lo que hice.
Espero que me respondas esta carta. Supongo que eres mi última oportunidad para sentirme humano de nuevo. Pero si
tú no quieres o no lo haces o no puedes, lo entenderé. Cuídate mucho.
Tu amigo, Joshua.

Me senté en la cama de Adam y leí la carta desde el principio hasta el final. Tantas veces como para tirar la carta de Josh
en la papelera. Me constaba que Josh había estado en libertad bajo fianza pero eso era todo lo que sabía. La policía
había llamado a papá para decirle que aunque los cargos contra Josh eran serios, debían liberarlo bajo fianza,
permitiendo a Josh volver a casa porque se había entregado en la comisaría de policía. Si no lo hubiera hecho habría
sido encarcelado bajo custodia y habría aguardado su juicio en prisión.
Leí la carta una vez más pero sólo hizo que me confundiera incluso más. ¿Era esta la razón por la que Adam se había
tomado todas aquellas pastillas después de todo este tiempo? ¿Estaba Josh en lo cierto sobre cómo debía sentirse
Adam? ¿Había reabierto la carta viejas heridas sólo le había confirmado a Adam que no se había curado? Doblé la carta
y con desgana la coloqué debajo de la almohada de Adam.
―¿Papi?¿Papi? ―Me llamaba mi hija.
Me dirigí escaleras abajo, la cogí de su sillita y la sujeté apretujándola hasta que ella empezó a protestar y agitarse para
que la pusiera en el suelo. La guié de camino hacia la sala de estar para que ella pudiera jugar con sus juguetes mientras
yo permanecía en pié junto a la puerta, simplemente observándola.
Tía Jackie siempre cumplía su palabra. En menos de veinte minutos se encontraba en el recibidor dándome un abrazo de
oso.
―¿Cómo lo llevas? ―preguntó.
―Mejor ―dije.
―¿Dónde está Emma?
―En el salón, dibujando.
Tía Jackie cogió mi barbilla en su mano, escrutando mi cara. ―Estoy tan orgullosa de ti.
―¿Por qué? ¿Por perder los nervios y casi golpear a mi hija? ―dije despreciándome a mí mismo―. ¿Por no ser mejor
que Melanie? ―Mi tía tenía que estar bromeando.
Tía Jackie sonrió. ―Pero no le pegaste. Lo pensaste e hiciste lo contrario, cariño.
Recuérdalo. Lo resististe. Te alejaste y te diste la oportunidad de calmarte.
―Pero casi…
―Nadie se preocupa por el “casi”. Si el “casi” importara, de toda la población adulta habría sólo dos monjas que no
estrían en prisión ―rechazó tía Jackie con un gesto de su mano―. Para de ser tan duro contigo mismo y te diré por qué
más estoy orgullosa de ti. Tú pediste ayuda.
Bajo mi perpleja mirada, tía Jackie sonrió. ―Es cosa de hombres, cariño. Tu hombre interior no puede soportar pedir
ayuda. Lo considerarás un signo de debilidad, como si la gente te juzgara o no aceptara la idea, Dios nos libre, de que tú
no estés luchando.
Abrí la boca para discutir, pero mi boca se cerró sin articular palabra. No era cierto, pues bien…. No del todo.
―A Adam le pasa exactamente lo mismo, a pesar de su charla sobre estar en contacto con sus sentimientos ―suspiró
tía Jackie―. Levantado en su habitación, solo todos esos meses, demasiado hombre para decirle a alguien cuán
asustado estaba y cuán solo se sentía.
―No voy a permitirle hacerlo nunca más ―dije con determinación.
Si no fuera ya demasiado tarde…
No. No era demasiado tarde. Lo sentiría por dentro si Adam… Al igual que sentía por dentro si alguna vez perdiera a
Emma. No quería siquiera considerar esa posibilidad.
―Los días en que Adam se sentaba en su cuarto solo han acabado ―le dije a mi tía.
―¿Ah, sí?
―Sí ―dije firmemente―. Quiero demasiado a mi hermano como para permitirle desperdiciar su vida de esta manera.
―¿Le has dicho eso? ―preguntó mi tía.
―Bien, eh… no con tantas palabras. Pero él lo sabe ―discutí.
―De la forma en que sabes que tu padre te quiere ―dijo tía Jackie―. Pero apostaría algo a que no te importaría oír las
palabras.
Ella me dio una mirada significativa, haciendo que me hundiera.
Ese era el problema de tía Jackie. Era tan irritante como el infierno, especialmente cuando tenía razón. Supuse que,
como papá, me había molestado diciendo ese tipo de cosas. Más cosas que teníamos en común.
―¿Sabes algo sobre tu padre?
―Aún no. 216
―¿Papi? ―llamó Emma.
―Ya voy, Emma.
―¿Dónde está mi amorcito? ―La tía Jackie me apartó a un lado e hizo una línea directa hacia mi pobre hija.
―Escápate, Emma ―intenté decirle telepáticamente―. O si no prepárate. Tía Jackie está a punto de bajar.
Di un par de pasos, entonces paré. ¿Qué era lo que había dicho tía Jackie?
Tu hombre interior no puede soportar pedir ayuda…
Me impactó que no fuera el primer chico en ser padre soltero a los dieciocho años y desde luego no sería el último. Pero
no había un impresionante montón de información por allí escrita especialmente para nosotros. ¿Quizás… sólo quizás
podría hacer algo al respecto? Exprimí mi cerebro, poniendo la idea en segundo plano.
En ese preciso momento, había cosas mucho más urgentes de las que preocuparse.

48
Dante
Era la mañana anterior a que papá regresara a casa, y gracias a Dios que él no estaba solo. Adam lo acompañaba.
Estaba sorprendido de ver a mi hermano regresar a casa tan rápido, para ser honestos. Pensé que lo dejarían en el
hospital al menos por otra noche. Pero supongo que ellos necesitaban las camas. Estudié a Adam pero él no se veía
realmente diferente. No como papá. Papá se veía más que cansado, como si hubiera envejecido por lo menos cinco
años.
Una de las citas favoritas de papá se estrelló en mi cabeza: Otros cinco años perdidos de mi vida...
Solo que esta vez, ni siquiera se acercaba a ser gracioso. Recordé cuando Emma casi se cae por las escaleras, cuando se
golpeó los dedos con la tapa del inodoro, 217 cuando se cayó del tobogán en el parque para niños.
Cinco años perdidos de mi vida...
Me preguntaba con una irónica sonrisa, ¿podría la gente ser inmortal si no tuvieran hijos?
―Hola, Adam ―dije.
―Hola, Dante ―replicó Adam débilmente.
―Adam, ¿estás bien, amor? ―preguntó tía Jackie, saliendo de la sala de estar cargando a Emma.
―Estoy bien ―Adam no estaba como para contestar ninguna pregunta más. Se dirigió directamente a subir las
escaleras hasta su cuarto.
―¿Qué sucedió en el hospital? ―le pregunté a papá.
―Le lavaron su estómago y le dieron alguna clase de brebaje de carbón vegetal para evitar que siguiera absorbiendo
más hacia su sistema sanguíneo ―replicó papá―. Afortunadamente se tomó las tabletas temprano esta mañana. Si se
las hubiera tomado tarde en la noche y luego se ahogara...
Papá no necesitaba decir nada más. Miró hacia la parte superior de las escaleras, detrás de Adam, como no supiera qué
hacer ahora.
―Iré a hablar con él, papá ―comencé a subir las escaleras.
―No, yo debería... ―comenzó papá.
―Por favor, papá. Déjame ―dije. Papá suspiró.
―Está bien. Dios sabe que he tratado pero yo simplemente no veo como llegar a él. Subí las escaleras. Toqué una vez, y
entré al dormitorio de Adam. Estaba sentado otra vez en su silla mirando el jardín trasero.
―Hola, Adam.
―No recuerdo haberte invitado a pasar ―Adam ni siquiera se dio la vuelta para mirarme. Me senté sobre la cama.
―¿Cómo te sientes?
―Me arde la garganta ―dijo Adam―. Y realmente no estoy de humor para otro sermón.
―No voy a darte ninguno ―negué.
―Bien, porque quiero que me dejen solo. No. Nunca más.
―Leí la carta de Josh ―dije. Adam se puso rígido por un momento.
―No tenías derecho.
―Tampoco tú ―ambos sabíamos que no estaba hablando sobre leer la carta―.
Dime algo, ¿tuvo la carta algo que ver con... con lo que hiciste? Adam finalmente se dio la vuelta para enfrentarme.
―Dante, no puedo vivir así ―dijo―. Mírame. Mira mi rostro.
―Eres más que sólo tu maldita cara. ¡Hay más en ti que eso! ―le grité―. ¿Es por eso que lo hiciste? ¿Por cómo luces?
―No.
―Entonces, ¿por qué?
―Porque Josh tenía razón, Dante. ¿Cuál es el punto? Cuando llegas al final, ¿cuál es el punto?
Bajé la vista hasta mi regazo intentando encontrar las palabras adecuadas.
―El punto es, que tienes familia y amigos que te aman. Tienes un mundo allá fuera sólo para ti y que lo conquistes.
Tienes una vida que será todo lo que hagas con ella. Ése es el punto.
―Pero el mundo está lleno de gente como Josh que odia a todos ―incluyéndose a sí mismos― porque es demasiado
esfuerzo o están demasiado asustados para hacer algo más ―señaló Adam.
―¿Y cómo es que los cobardes que viven así son tu problema? ―pregunté. ―Dante, ¿no lo entiendes? Mira mi cara.
Mírala bien. Esto es por lo que ellos son mi problema.
Y le di un vistazo. Apreté mis puños y di una buena mirada. Mis labios permanecieron juntos y di una buena mirada.
Estreché mis ojos y aún así miré. Enojado, como un ave atrapada, que revoloteaba en mí pecho. Enojado con Josh,
Logan y Paul, enojado con el mundo entero. Enojado conmigo mismo.
―Eso es el porqué no puedes dejarles ganar, Adam ―dije finalmente―. Ese es el porqué tienes que seguir levantándote
cuando ellos te hacen caer. No debes sólo dejarlos.
―Dante, estoy cansado.
―También yo. ¿Tú crees que esto es en donde me veía a los dieciocho? ¿Tú crees 219 que esto es lo que yo quería?
Pero no me doy por vencido.
―Porque tu tienes a alguien por quien pelear. Tú tienes a Emma.
―Al igual que tú ―le contesté.
―No es lo mismo. Y tengo miedo, Dante.
―Todos tienen miedo, Adam. Si estos últimos meses me han enseñado algo, me ha enseñado eso.
―Pero tú no ―dijo Adam―. Eres como papá. Tú sigues con tu vida, sin importar lo que se atraviese. Me reí con dureza.
―¿Me estás tomando el pelo?
―¿A qué le tienes miedo? –me preguntó Adam sorprendido.
―Demonios, estaremos aquí hasta el próximo siglo si te digo la lista completa ―le conté―. Tengo miedo de ser padre.
Tengo miedo de ser un mal padre. Tengo miedo de no ser capaz de mantener a mi hija adecuadamente. Tengo miedo de
nunca encontrar una chica que quiera una relación conmigo porque tengo una hija por quien velar. Tengo miedo de que
si pongo mis sueños en pausa quizás nunca pueda tenerlos otra vez. Pero por sobre todo, tengo miedo de lo que pueda
pasar si Melanie regresa y quiere a Emma de regreso. He soñado con Melanie regresando y llevándose a mi hija lejos y
despierto cubierto por un sudor frío.
Adam se levantó y caminó hasta sentarse a mi lado.
―No la dejes. Llévala a la corte si es necesario ―él frunció el ceño.
Suspiré.
―Melanie es la mamá de Emma.
―Sip, pero Melanie la abandonó y tu has sido un papá genial.
―¿Lo he sido? Estuve así de cerca ―puse mi dedo gordo y el índice juntos y los levanté para que Adam los viera―, así
de cerca de perder la cabeza y pegarle a Emma hoy temprano.
Adam me miró, choqueado.
―¿Pero no lo hiciste?
―No lo hice. Me alejé. Pero es algo más a lo que tener miedo. Tengo miedo de convertirme en la clase de persona que
sucumbe y le pega a su propio hijo ―admití. Nos sentamos en silencio por un momento.
―¿Sabes a qué más le tengo miedo? ―le pregunté. 220
―¿A qué?
―A perderte.
Adam apartó la vista y la bajó a sus manos que estaban retorciéndose sobre su regazo.
―Por favor no vuelvas a hacerlo nunca más ―dije suavemente―. ¿Qué demonios te pasó?
―Celos.
―¿Ah?
―Emma viene a mi habitación, me besa en la mejilla y me abraza y luego ambos se van... y yo estaba solo otra vez. Y
nunca antes te había envidiado, Dante, pero cuando te fuiste con Emma, estaba celoso.
Pausa.
―Adam, yo he estado celoso de ti toda mi vida ―admití.
―¿En serio? ―dijo Adam, sorprendido―. ¿Por qué?
―Tú siempre has sido del tipo de persona que ve el vaso medio lleno. Mi vaso siempre está medio vacío. Y tú siempre
has sido capaz de ver lo mejor de las personas. Odio ver que lo hayas perdido.
―Tal vez ya lo había perdido ―susurró Adam.
―No lo creo. No lo creo ni por un segundo ―sacudí mi cabeza, junto con una risa dura―. De acuerdo con tía Jackie, tu
problema es que te has convertido muy rápido en hombre. Tú crees que no puedes pedir ayuda y que tú tienes que
pasar por todo esto solo.
―Así es como me siento ―admitió Adam.
―Oh, Adam, tú no estás solo. ¿No lo sabes? ―dije, mis ojos picaban―. Pero eso es lo que querías hacernos a mí y a
Emma y a papá. Nosotros ya hemos perdido a mamá. No pasa ni un día sin que piense en ella. Pero obviamente tú no le
das a mamá ni un pensamiento.
―¿Sobre qué diablos estás hablando? ―dijo Adam enojado―. Pienso en ella cada día. La extraño cada segundo. Tú y
papá piensan que era muy joven para recordar cuando ella murió, pero perderla fue como tener un agujero en el
corazón.
―Entonces, ¿cómo te atreves?
―¿Ah?
―¿Recuerdas lo que fue perder a mamá y luego tú quieres infligir más de lo 221 mismo a papá y a mí? ¿Quieres
dejarnos y que sigamos sin ti?
Adam se me quedó mirando en la medida que mis palabras le llegaban.
―Lo siento ―dijo suavemente, mirando sus manos otra vez.
―Adam, mírame ―esperé hasta que levantó su cabeza y me miró a los ojos―. Adam, eres mi hermano y te amo.
Muchísimo. No quiero perderte. No podría soportarlo.
La boca de Adam cayó abierta. Me estaba mirando como nunca antes lo había hecho.
―¿Tanto significa para ti? ―preguntó Adam maravillado―. Quiero decir, ¿tanto así?
―Por supuesto que sí, ¡tú, grandísimo idiota!
―Mejor que bajes la voz antes de que papá venga aquí pensando que algo anda mal ―dijo Adam, con el leve indicio de
una sonrisa en sus labios―. ¡Boca de escusado!
―No es divertido, Adam ―dije.
―Lo sé. Lo siento, Dante. No lo volveré a hacer.
―Prométemelo.
―Lo prometo. No vas a perderme ―sonrió Adam. Su mano se movió hacia mi cara. Pasó sus manos por mis mejillas.
Cuando las alejó, sus dedos estaban húmedos. Solo entonces me di cuenta porqué.
―¿No sabes que los chicos no lloran? ―Adam sonrió.
―Debería decirte algo que solo recientemente descubrí ―repliqué sin intentar esconder las lágrimas que rodaban por
mi rostro y ni siquiera un poco avergonzado de ellas―. Los chicos no lloran, pero los verdaderos hombres sí. Mi
hermano y yo nos abrazamos. Fue espontáneo y simultáneo y se sintió muy bien.
―Creo que será mejor que vaya a ayudar con la cena ―suspiré―. ¿Estarás bien?
Adam asintió.
―¿Te reunirás con nosotros abajo?
―Yo... tal vez mañana.
―Definitivamente mañana, ¿está bien?
―Está bien ―estuvo de acuerdo mi hermano.
―Te traeré arriba una bandeja con algo de comida ―dije. 222
―Gracias ―dijo Adam. Fui hacia la puerta pero me resistía a salir.
―Adam, yo...
―Dante, no voy a hacerlo de nuevo. Lo prometo ―dijo Adam―. Tendrás que confiar en mí.
―Lo hago. Al mirar hacia abajo, noté que el espejo del baño aún estaba apoyado contra la pared de Adam.
―Sólo me llevaré esto.
―No, déjalo ―dijo Adam. Después de un momento, dejé la habitación, cerrando suavemente la puerta detrás de mí.

49
Adam
En el momento en que la puerta se cerró, me recosté para recuperar la carta de Josh de debajo de mi almohada. No le
había mentido a Dante acerca de haberla botado.
La arrojé a la papelera sin leerla al momento en que me di cuenta de quién era. Pero después de un minuto o dos, la
saqué del basurero de nuevo. Y la leí y la releí, esperando que las palabras dejaran de lastimar.
Pero no lo hicieron.
Mi intención inicial ahora era volver a leerla, pero una vez que la tuve en mi mano, estaba renuente incluso a
extenderla. No quería leerla más pero no era capaz de tirarla o, al menos aún no. Al final la enterré en el fondo de mi
último cajón, debajo de un par de sweaters que no había usado en años. La carta había traído tantos 223 pensamientos
y sentimientos con los que creí que ya había lidiado.
Demasiados.
Me había tomado el primer par de pastillas para dormir por la noche cuando papá me las dio, pero después de esas
calculé que no las necesitaba más. Y a mí nunca me ha gustado tomar tabletas, así que solo las recolecté en algunos
pañuelos de papel y las empujé hasta el fondo del cajón. Pero la carta de Josh y la visita de Emma me habían dejado de
nuevo en el piso. No es que estuviera culpando a ninguno de los dos. Y ciertamente no a Emma.
Ella era tan encantadora. Y me di cuenta cuando me abrazó que era la primera vez que me habían abrazado en meses.
No era culpa de nadie sino mía, pero en ese momento me sentí tan increíblemente solo. Como si hubiese sido enterrado
vivo y hubiera una tonelada de soledad asfixiándome, aplastándome. Extrañaba a mis amigos, extrañaba la escuela y
extrañaba mi vida. El mundo estaba ocurriendo fuera de mi puerta y yo no era parte de él. Y más que nunca, extrañaba
a mi mamá. Echaba de menos ser elogiado y besado y reconfortado por ella. Cada vez que yo estaba herido ella me
abrazaba hasta que me sintiera mejor. Pero ella había muerto.
Y los abrazos se habían detenido.
Había permanecido despierto toda la noche simplemente pensando cómo todo el mundo, incluyéndome, sería mucho
mejor si yo no estuviera cerca. Y entonces todo el dolor y la soledad se detendrían. Y esta mañana temprano, me
recordé las pastillas para dormir… Era algo estúpido.
Estúpido, estúpido, estúpido.
Me di cuenta de eso mientras me quedaba dormido. Lágrimas de intenso arrepentimiento habían escapado de mis ojos
mientras yacía en mi cama, mi cabeza en la almohada, mis ojos cerrados. Pensaba en todas las cosas que tuve y en todas
las cosas que nunca tendría ahora porque me había tomado esas pastillas.
Realmente había creído que eso era todo. Pero, sigo aquí.
No estoy seguro de si Dante cree mi promesa de que nunca voy a intentarlo de nuevo. Pero lo dije en serio. No iré a
ninguna parte.
Me senté, inspeccionando mi habitación. Las paredes de color crema que me habían consolado durante los últimos
meses ahora parecían claustrofóbicas y opresivas. Caminé hasta el espejo, aún apoyado cerca de la pared. Mi ojo
derecho caído y mi mejilla derecha todavía tenían un par de cicatrices visibles. Pero solo un 224 par.
¡Demonios! Yo aún estaba de pie. ¡Ja!
Abrí mi puerta, me dirigí a las escaleras. Escuché voces que venían desde la cocina. La de tía Jackie era la más fuerte
como de costumbre. Y pude oír a Emma riéndose. Me encantaba escuchar su risa. Otra cosa que había extrañado todos
estos meses. Tomando una respiración profunda, entré en la habitación.
―Hola a todos ―Sonreí―. ¿Les importa si me uno a ustedes?
50
Dante
¡Maldición!, la voz de Adam fue tan inesperada que de hecho me hizo saltar. Me quede viéndolo como si fuera un
fantasma o algo así. Y no era el único. Emma recobró su compostura antes que todos nosotros.
―Tiito ―dijo Emma, empezando a tambalear hacia donde él, con sus brazos abiertos.
Adam la recogió sonriéndole. ―Hoola, Emma. ¿Cómo está mi sobrina favorita? El resto de la familia está haciendo
imitaciones realmente buenas de peces dorados en este momento. Cerré mi boca de golpe.
―¡Sabandija descarada! ―exclamó papá. 225
―¡Papá! ―le interrumpí―. Hay orejitas pequeñas escuchando.
Papá miró como disculpándose, pero solo por un momento. Mientras Adam ponía a Emma sobre sus pies, papá caminó
hacia él.
―¿Cómo te sientes, hijo?
―Adolorido ―replicó Adam. Adam y papá se miraron el uno al otro.
―Adam, quiero que sepas que si necesitas alguien con quien hablar, alguien para escucharte sin juzgarte, alguien que
siempre te cuide la espalda. Estoy aquí, ¿De acuerdo?
―Sí, papá ―Adam sonrió. Y luego, de la nada, papá abrazó a Adam. Solo tomó uno o dos segundos para que Adam lo
abrazara de vuelta. Un silencio extraño descendió sobre la cocina. Mientras miraba, mis ojos empezaron a lagrimear.
¡Oh, demonios! Una tos rápida y un giro de mi cabeza, me dieron la escusa para esconder mi vergüenza. Papá soltó a
Adam y todos entramos en un silencio incómodo, inseguros de qué hacer. ―Ahora yo ―dijo Emma, tendiendo sus
brazos hacia Adam y haciéndonos reír a todos. ¡Podría haberla besado! Mi hermano la sostuvo de nuevo.
―Cariño estás justo a tiempo para la cena ―dijo la tía Jackie.
―¿Qué es? ―preguntó Adam.
―Salchichas, puré de papas y guisantes ―dijo papá.
―No estoy seguro que mi garganta pueda con las salchichas, pero comeré un poco de puré ―dijo Adam.
Saqué unos cubiertos y la tía Jackie recogió unos platos del armario. Papá le agregó más mantequilla y leche a las papas,
y las trituró como si fueran el enemigo. Dieciséis salchichas horneadas ocupaban una cacerola descansando en la cocina,
fuera del camino. Adam se quedó en la cocina, alternando entre dar vueltas alrededor de Emma y levantándola sobre su
cabeza.
―Yo no haría eso si fuera tú ―le previne―. Acaba de tomar jugo.
―Estará bien ―rechazó Adam―. Deja el escánd...” Emma vomitó toda la camisa de Adam.
Por tercera vez en menos de cinco minutos, se produjo un atónito silencio. Yo fui quien lo rompió, gritando de la risa
seguido por la tía Jackie.
―Oh, cariño ―dijo papá antes de iniciar él también. Emma se echó a llorar. La tomé de las manos sin resistencia de
Adam, que aún estaba mirando el desastre en su camiseta.
―Te lo advertí ―le dije, antes de volverme a mi hija―. Está bien Emma. No tiene sentido llorar sobre el jugo de grosella
negra derramado.
Adam me miró. ―No eres gracioso ―luego hizo algo que no había visto en mucho, mucho tiempo. Empezó a reírse
también. Mi hermano loco por la limpieza tenía vomitada su camiseta y podía reírse de eso. Sacudió su cabeza. ―Me lo
merezco, ―dijo―ya vuelvo ―Salió de la cocina.
―No gotees sobre las alfombras ―le gritó papá después, poniendo la comida en el horno para mantenerla caliente.
Diez minutos después, una vez que Adam había tomado una ducha y cambiado su ropa, todos nos sentamos a comer.
―Está bien ―dije cogiendo mi cuchillo y apuntándolo hacia Adam. ―¿Quién eres y qué hiciste con mi hermano?
―¿Qué? ―Adam frunció el ceño.
―Duraste menos de diez minutos en la ducha ―le dije―. Tú no eres Adam. Pausa.
―Púdrete y muere, Dante ―respondió Adam, mostrando un ingenio chispeante y replicado.
―Maldita sea Adam, detén los juramentos sangrientos ―dijo papá.
―¡Tyler, Tyler, de verdad! ―suspiró mi tía. Y todos empezamos a reír de nuevo. Emma empezó a balbucear algo a
Adam, y tía Jackie y papá se sonrieron el uno al otro como compartiendo un recuerdo sobre su mamá y como siempre
regañaba a papá por su colorido uso del lenguaje. Yo en silencio y con cuidado bajé mi cuchillo y tenedor y solo los
miraba a todos. En este momento preciso, estaba feliz. Y en ese momento, era un sentimiento compartido por todos en
la mesa. Antes de que Emma llegara todos ocupábamos la misma casa y eso era todo. Pero ya no más. No había
respuesta para todas las preguntas, ni revelaciones cegadoras, realmente nada se había resuelto. Pero éramos una
familia y estábamos juntos. Y por ahora eso era todo lo que importaba. ///*FIN*///

También podría gustarte