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Day Cap 1
Day Cap 1
Un siglo de música grabada
Timothy Day
Capítulo I pp.13‐33
Hacer grabaciones
Los primeros cilindros y discos
Apenas hay grabaciones del siglo XIX que hayan llegado hasta nosotros. Las primeras de música clásica
fueron probablemente las que hiciera el pianista Josef Hofmann en 1887. Esto sucedía en Orange, en los
suburbios de Newark, Nueva Jersey, en el laboratorio de Thomas Alva Edison, que había sido el primero en
conseguir grabar y reproducir sonidos diez años antes. Hofmann era un prodigio de once años de edad y
pareció disfrutar con la experiencia —después terminaría por aborrecer hacer discos y ya de adulto apenas
grabó 2— y el día de Año Nuevo de 1890, Edison le regaló un fonógrafo que utilizó para hacer grabaciones
propias en su casa de Berlín. Quedó muy impresionado y le contó a Edison que un cilindro en el que se le oía
tocar era «realmente maravilloso»3. Parece que el pianista y director alemán Hans von Bülow (1830‐94) visitó
también el laboratorio y grabó para Edison una mazurka de Chopin, aunque también se cuenta que casi se
desmayó al escucharse4. Hay indicios de que también Edison grabó a von Bülow dirigiendo una interpretación
completa de la Sinfonía Heroica de Beethoven, entre otras obras orquestales, en la Metropolitan Opera House
de Nueva York 5. Pero nada de esto ha llegado hasta nosotros. Existen fragmentos de una versión de Israel en
Egipto de Händel, dirigida por August Manns en el Palacio de Cristal del sureste de Londres el 29 de junio de
1888 con un coro de 3.025 voces6, y una grabación de Brahms en la que toca parte de su Danza húngara núm.
1 en Sol menor, probablemente realizada en Viena en noviembre de 1889 7. La calidad original de este cilindro
de Brahms se desconoce; cuando se empezaron a hacer copias, décadas más tarde, estaba ya demasiado
deteriorado y poco se pudo hacer para evitar los crujidos y silbidos del ruido de superficie8.
Las primeras grabaciones en cilindro que fueron comercializadas en cualquier cantidad, se pusieron a la
venta en Estados Unidos en la década de 18909. Eran caras, costaban al menos cincuenta centavos, y se
vendían sobre todo para las máquinas tragaperras de tiendas, salones y hoteles. Si las grabaciones habían de
ser asequibles y generar así un capital suficiente como para mantener una operación comercial boyante, era
necesario encontrar un medio de duplicar los originales. En un principio, esto no era posible; los sonidos de un
grupo de tal vez seis u ocho músicos podían ser captados por diez grabadores de cilindro equipados con
sendas campanas gigantescas. De este modo, después de tres horas, el grupo podía haber tocado treinta veces
la misma marcha y se tendrían ya trescientos cilindros listos para vender. Si los músicos hubieran tenido el
coraje y la paciencia de seguir repitiendo «Marching through Georgia», la compañía no hubiera sido capaz de
pagarles, incluso si pudieran vender cada cilindro, como intentarían hacer, al precio de un dólar. Era peor para
un cantante solista, ya que la voz sólo podía ser captada por tres campanas de grabación a la vez. A finales de
la década de 1890 se había desarrollado un método que permitía la duplicación de al menos veinticinco
cilindros antes de que se gastara la impresión en cera original. De ese modo, una interpretación de un solista
podía generar ciento veinticinco cilindros. Aun así, esto significaba que si una grabación resultaba ser un éxito
comercial y reforzaba la reputación de un artista, éste se veía obligado a volver una y otra vez al estudio. Las
primeras grabaciones de gramófono aparecieron en el mercado en 1894, publicadas por la US Gramophone
Company de Emile Berliner, para ser vendidas sólo en Washington, D.C., y una de las razones del rápido éxito
del disco fue que en 1893 Berliner ideó un método para crear una copia maestra en metal a partir del original
en cera, con la que podían imprimirse duplicados, primero en goma dura y posteriormente en laca. El éxito de
la duplicación fue una de las razones fundamentales de la supremacía de los discos sobre los cilindros, que
eran además más incómodos, frágiles y difíciles de almacenar, aunque la Compañía Edison los siguió pro‐
duciendo hasta 1929.
¿Qué podía oírse en estos primeros cilindros y discos? Había marchas de Sousa, polkas, valses, himnos
nacionales, arreglos instrumentales de arias de ópera y de canciones populares, solos de clarinete y de corneta
con acompañamiento de piano, canciones y baladas como «Drink to me only», «Ta‐Ra‐Ra‐Boom‐De‐Ay» o
«The Star Spangled Banner». En el catálogo de cilindros de Columbia de 1898 sólo había una interpretación
clásica de un barítono francés llamado Bernard Bégué, que cantaba papeles secundarios en la Ópera de París y
en el Metropolitan de Nueva York. En los cilindros producidos por la Compañía Edison antes de la Primera
Guerra Mundial había docenas de canciones populares, arreglos del coro del Aleluya y del Largo de Händel, de
1
la Gran Marcha de Tannhäuser o de la Marcha de la Coronación de Le Prophète, así como marchas de Sousa o
Strauss, arreglos de himnos nacionales, canciones, la Banda Militar Británica tocando una versión de la
obertura de La flauta mágica de Mozart, Madame Pasquali cantando el Aria de las joyas del Fausto de
Gounod, canciones de Balfe como «Soñé que habitaba en salas de mármol», así como Maud Dewey imitando
al mirlo, al ruiseñor y al tordo. Entre los discos más famosos de Berliner en la década de 1890 se cuentan los
arreglos de canciones de Stephen Foster como «Mi viejo hogar de Kentucky», «La ciudad sagrada» de Stephen
Adams, el «Miserere» de II Trovatore de Verdi o el Intermezzo de Cavalleria rusticana de Mascagni.
En la primera década del siglo XX la Compañía Gramophone de Londres publicó, en unas doce o quince
caras, selecciones de conocidas óperas italianas cantadas por la plantilla de la Scala; en 1906 se publicaron
extractos del Mesías en veinticinco discos de una cara 10. Pero básicamente la Compañía editaba docenas de
arreglos tocados por la Coldstream Guards Band, oberturas de Flotow, Sullivan, Rossini o Auber, Egmont de
Beethoven, el Vals triste de Sibelius, la «Danza noruega» de Grieg, la «Marcha funebre» de Chopin o la
«Marcha húngara» de Berlioz. Había una gran cantidad de solos de banjo, algunas grabaciones de gaita, solos
de corneta, flauta, arpa, ocarina o «clarionet» y algún disco de violín: Kubelik tocando «La ronde des Lutins» de
Bazzini y la Habanera de Carmen, de Bizet; Fritz Kreisler tocando la «Romanza sin palabras» de Tchaikovsky y el
«Aria» de J. S. Bach; y lady Speyer tocando el «Capriccio all'antica» de Sinigaglia. Entre los solos de piano: Miss
Janotha, «Pianista de la corte de S.A.I. el Emperador Alemán», tocando la «Fuga» de Chopin, Vladimir de
Pachmann tocando «La Fileuse» op. 157 núm. 2 de Raff y el Rondo capriccioso op. 14 de Mendelssohn,
Wilhelm Backhaus tocando el «Harmonious Blacksmith» de Händel, Liebestraum de Liszt y el «Preludio» de
Rachmaninov. La categoría más grande de todas la formaban «las baladas y otras músicas de concierto». Allí se
incluían John McCormack cantando «The Minstrel Boy» y «I hear you calling», Thorpe Bates cantando «The
Midshipmite» de Stephen Adams y «La canción de amor del beduino» de Pinsuti, y Peter Dawson con «Rule,
Britannia», la Canción de la estrella de Tannhäuser y «Sinceridad» de Emilie Clarke.
Las diez arias de ópera que Caruso grabó para la Compañía de Gramófonos y Máquinas de Escribir de
Milán en una tarde de abril de 1902, entre las que se cuentan «Questa o quella» de Rigoletto, «Celeste Aida»
de Aida, «Una furtiva lacrima» de L'elisir d'amore de Donizetti y «E lucevan le stelle» de Tosca de Puccini (que
se había estrenado en enero de 1900), marcaron un punto de inflexión en la historia de la música grabada 11. El
cantante tenía veintiocho años. Había debutado en 1894 y en 1902 triunfaba en la Scala. Antes incluso de que
los discos se pusieran a la venta en Londres, la noticia de que Caruso los había grabado era suficiente para
convencer a siete de los principales cantantes de ópera que iban a cantar con él en el Covent Garden en esa
temporada de que debían firmar contratos con la Compañía Gramophone. Entre ellos estaban el bajo francés
Pol Plançon, los barítonos Anton van Rooy, David Bispham y Antonio Scotti, la soprano norteamericana
Suzanne Adams y la soprano dramática francesa Emma Calvé 12. Era importante que artistas de tanto prestigio
grabasen y pronto otros cantantes famosos lo hicieron también. Como el barítono inglés Charles Santley,
nacido en 1834 y alumno de uno de los más grandes profesores de canto del siglo XIX europeo, Manuel García,
cuyo padre, también de nombre Manuel, estrenó un buen numero de papeles rossinianos para tenor; o como
el «tenore robusto» italiano Francesco Tamagno (para el que Verdi había escrito el papel principal de Otello),
cuya voz hizo vibrar como si se aterrorizara a la gran araña del Covent Garden; o como el ruso Chaliapin, quien
junto con Caruso y Callas está considerado como uno de los cantantes de ópera más influyentes del siglo XX; o
como la soprano australiana Nellie Melba, quien gracias a sus «Noches Melba» del Covent Gaden, en la década
de 1890 atrajo a la ópera a la alta sociedad. Las grabaciones de estos cantantes contribuyeron a convencer al
público de que el gramófono y el fonógrafo eran algo más que entretenimientos estridentes de más que
dudoso gusto. Pero es exagerado afirmar, como se hace a menudo, que estos primeros discos de Caruso
marcaron la mayoría de edad del gramófono. En primer lugar, los ingleses desconfiaban de todos modos de los
cantantes de ópera, «sin duda los representantes más caprichosos e infantiles de toda la profesión», como
escribió el The Musical Times en 1889, «los intérpretes más imprudentemente adulados del mundo» 13. No
muchos hombres y mujeres ingleses eran devotos de la ópera italiana en la década de 1900. El disco de Caruso
de «Vesti la giubba» con su famoso sollozo emocional se reprodujo, poco después de su publicación, en una
demostración del gramófono para un grupo de señoras en un salón de Mayfair. No reaccionaron mientras
escuchaban; hubo un largo silencio al final hasta que una vieja dama levantó la vista de su ganchillo y señaló:
«Me parece que este hombre estaba bastante histérico [...]» 14.
Los catálogos de grabaciones se hallaban, en su mayoría, llenos de una sucesión de mediocridades
operísticas, de piezas de salón populares y de baladas trilladas, como serían consideradas por muchos músicos
serios de la época 15. ¿Por qué era así? Después de todo, era una época de intensa creatividad musical, uno de
los periodos más ricos de la historia de la música occidental. Los años inmediatamente anteriores a la Primera
Guerra Mundial vieron los estrenos de la Cuarta a la Novena sinfonía de Mahler y su Das Lied von derErde, de
Verklärte Nacht y los Gurrelieder de Schoenberg, de la Passacaglia y las Seis Piezas op. 6 de Webern, de los
2
tres ballets juveniles de Stravinsky, de Pelléas y Mélisande de Debussy y La mar de Ravel, de The Dream of
Gerontius, la Introducción y Allegro para orquesta de cuerda, el Cuarteto para cuerda, el Concierto para violín y
las dos primeras sinfonías de Elgar, y de la Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis de Vaughan Williams.
Muchos músicos se mostraron entusiasmados frente a las grabaciones desde el primer momento: Tchaikovsky
consideraba que grabar era «la más sorprendente, la más hermosa y la más interesante de las invenciones del
siglo XIX» y Anton Rubinstein saludó a Edison como el «salvador» de los artistas intérpretes 16. Fauré pensó
que una interpretación «grabada por el propio compositor [...] será capaz de atajar toda discusión previa [...]
será una guía incontestable para las generaciones venideras» 17. Debussy en 1904 afirmó que este nuevo
aparato aseguraría a la música «una inmortalidad completa y meticulosa» 18. De hecho, un buen número de
estas declaraciones entusiastas eran testimonios solicitados por quienes grababan; sin duda, los músicos
querían ser generosos con el «célebre electricista», como los periódicos llamaban a Edison, cuyo invento más
conocido fue la lámpara incandescente. Y, probablemente, la emoción de Josef Hofmann al ir al laboratorio de
Edison venía tanto de su interés por los artilugios como por la música. Fue Hofmann quien inventó después el
limpiaparabrisas 19. No era difícil percibir el enorme potencial de las grabaciones, pero, hoy por hoy, algunas
de las declaraciones parecen un tanto extravagantes.
La producción de una grabación era cara y desde el principio hubo que crear un mercado de masas. Así, en
la primera década del siglo XX no se encontraban en los catálogos de cilindros y de discos compositores como
Stravinsky o Schoenberg. Apenas algo de Mozart: Adelina Patti cantando «Voi che sapete», 20 Tetrazzini con el
mismo aria 21, Pauline Donalda cantando «Vedrai carino» de Don Giovanni22, y Selma Kurz cantando la «Reina
de la Noche» de La flauta mágica23. Muy poquito Bach: Wilhelm Backhaus tocando el Preludio y fuga en Do
sostenido mayor del primer libro de El Clave bien temperado 24. También muy poco Beethoven: Mark
Hambourg tocando los movimientos segundo y tercero de la sonata Claro de luna 25, y el Trío Renard
interpretando el Adagio del Trío con piano op. 11 26. ¿Por qué debía ser así?
La primera obra que grabó Elgar —corría enero de 1914— fue Carissima 27. Era, de hecho, el estreno
mundial de la pieza y se trataba que la grabación estuviese en las tiendas antes de que la música se publicara
para crear así una demanda de las partituras ya que, además de la versión orquestal, se publicaron en 1914
otras para piano solo, órgano solo, violín y piano, violonchelo y piano, una para piano y cuerda en 1920 y, ya
en 1924, arreglos para instrumentos de metal, instrumentos de lengüeta y banda militar. Es una pieza deliciosa
de música ligera y probablemente se vendió razonablemente bien. Había un mercado suficientemente grande
para ella, pero no existían mercados de masas para La consagración de la primavera o los Gurrelieder. Lo que
se vendía muy bien y alegraba los corazones de las compañías de grabación era él señor Harry Lauder
contando anécdotas de fútbol en el gramófono, con una música introductoria «excepcionalmente hermosa y
bien tocada», según se aseguraba a los posibles compradores.
Grabaciones acústicas
Pero tan importantes como la ausencia de un mercado de masas para la música clásica —la música seria o
«música permanente» como se la designaba en La enciclopedia universal de la música grabada en 1952,
mientras que hasta mediados de siglo se le había dado el nombre de «música de interés permanente»— eran
las limitaciones tecnológicas. El tiempo de escucha tanto de los discos de una sola cara como de los cilindros a
comienzos del siglo XX era de unos dos minutos. A finales de la década de 1920, una cara de un disco podía
durar hasta cuatro minutos y medio; un disco de diez pulgadas, dos minutos y tres cuartos. Muy
ocasionalmente se publicaban discos de doce pulgadas que pasaban de los cinco minutos. Era del todo
excepcional que una cara durase cinco minutos y medio, como sucedía con la cara uno de HMV DB 192 28, el
primer movimiento y parte del segundo del Cuarteto para cuerda en Re mayor, op. 33 núm. 6 de Haydn,
interpretado por el Cuarteto Pro Arte. Y estas limitaciones se prolongarían hasta finales de la era de la laca, a
mediados de siglo.
Carissima de Elgar se adaptaba bien a la extensión de cuatro minutos de un disco de doce pulgadas.
Hofmann grabó el Scherzo núm. 1 en Si menor, op. 20 de Chopin en abril de 1923 y su duración era de cuatro
minutos y treinta segundos 29; cuando hizo un rollo para piano de la misma obra, que fue publicado en 1926
(muchos de estos rollos podían durar hasta unos quince minutos), la interpretación duró ocho minutos y seis
segundos 30. En otras palabras, las obras sufrían constantes reducciones para el disco. El Scherzo de Chopin
podía haber entrado perfectamente en dos caras de un disco de doce pulgadas, pero, sin duda, la compañía
discográfica pensó que una versión reducida del Scherzo junto con un Nocturno en Fa sostenido mayor, op. 15
núm. 2 completo tenía más posibilidades de venderse bien a 8 chelines (40 peniques) que el Scherzo solo con
sus repeticiones y sin cortes. Esporádicamente se publicaron obras extensas: la rama italiana de la Compañía
3
Gramophone HMV grabó Ernani de Verdi en 1903, pero incluso con cortes ocupaba cuarenta discos de una
cara; la Quinta Sinfonía de Beethoven, grabada en noviembre de 1913 por la Orquesta Filarmónica de Berlín
dirigida por Arthur Nikisch, ocupaba ocho discos de una cara 31. Pero en Inglaterra el lote completo costaba
unas dos libras en una época en la que el salario medio semanal era de una libra, seis chelines y ocho peniques
(£1,33). La primera grabación de la Heroica de Beethoven por sir Henry Wood en 1922 omite prácticamente la
mitad de la música32. La grabación de Elgar de su Concierto para violín en 1916 duraba cerca de un cuarto de
hora, la tercera parte de la duración actual de la obra, publicada en cuatro caras con la cuarta para la cadencia
acompañada que casi pudo grabarse entera. En 1917 redujo la obertura Cockaigne, que dura cerca de un
cuarto de hora, para adaptarla a un disco de doce pulgadas de una cara de algo más de cuatro minutos de
duración. Joe Batten, director de la grabación de The Dream of Gerontius publicada en 1924 —en esa época
era un director habitual de la Compañía Edison Bell a quien se había encomendado la labor de elaborar un
catálogo de «buena» música después de la Primera Guerra—, pensaba que cortar una obra para grabar era
«una dura labor [...]. Pero tuvo que hacerse. De otro modo, mis jefes nunca hubieran estado convencidos de
que lo que tenía en mente era una propuesta vendible»33. Fue publicada en el sello Velvet Face en ocho discos
de dos caras de doce pulgadas cuyo precio era de cinco chelines y seis peniques cada uno (27,5 peniques), o de
dos libras y cinco chelines el álbum completo (£2,25). The Gramophone la describió como «esta selección tan
liberal» 34.
En los primeros días, hasta el final de las grabaciones acústicas, parece que las decisiones sobre los cortes,
al menos cuando había un solista implicado, se hacían con frecuencia en el estudio justo antes de fijar la
grabación. «¡Querían el vals de Fausto (que dura sus buenos diez minutos) pero sólo debía durar cuatro
minutos!», se lamentaba Busoni a su esposa después de un día de «sufrimiento» en el estudio, en noviembre
de 1919. «Eso significaba cortar deprisa, pegar e improvisar de forma que todavía quedase algo de sentido en
él [...]» 35. Rosa Ponselle recordaba haber cortado uno o dos compases aquí, uno o dos compases allá, «para
ganar uno o dos segundos» 36. Odiaba aún más el modo en que la limitación del tiempo podía dar al traste con
todo el sentido y el impacto emocional de un aria: en «Casta diva», por ejemplo, grabada en 1928, sólo se
pudo llevar al disco una de las dos estrofas del aria; en el teatro ella cantaba la segunda estrofa, decía,
completamente distinta, más fuerte en volumen y más oscura en color, tono y timbre. Todo eso se perdía en la
grabación 37. Sin duda muchos directores durante la primera mitad del siglo XX tenían que decidir cuándo se
debía parar al final de cada cara y lo preparaban meticulosamente antes de las sesiones de grabación.
Ormandy seguía hasta el preciso momento de cortar como si fuera a continuar, es decir, sin la más mínima
señal de rallentando. Stokowski, sin embargo, insistía en el ritardando al final de cada sección: «Hay que termi‐
nar cada grabación con gracia», solía decir. Pero esto irritaba a Josef Hofmann, quien despreciaba a
Rachmaninov por aceptar hacer eso cuando grababa con Stokowski38.
Sólo en ocasiones la vida imitaba las limitaciones tecnológicas: una de las primeras grabaciones
importantes del violonchelista Janos Starker, publicada en 1948, era la Sonata para violonchelo solo op. 8 de
Kodály 39. Starker encontró que uno de los cortes que hizo para la grabación mejoraba la obra y lo siguió
haciendo siempre en concierto; el compositor se enfadó mucho en un principio aunque puede, pensaba
Starker, que incluso estuviera de acuerdo con él 40.
De esta manera las grabaciones de canciones breves, de arias o de movimientos instrumentales tenían un
mayor sentido tanto artístico como económico. El que estos primeros catálogos contuvieran más canciones y
arias que solos de piano o de violín, o incluso menos obras breves para orquesta, era indicativo de otras
limitaciones tecnológicas.
En el proceso de grabación acústica, que prosiguió hasta que en 1925 se diseñó un sistema de
amplificación eléctrica, las vibraciones del sonido hacían que un grabador de zafiro hiciese un surco en un
disco de cera. Este era un sistema insuficiente y poco eficaz de capturar el sonido ya que sólo podía emplearse
una pequeña cantidad de energía para poner en marcha la aguja grabadora. Las ondas sonoras —la energía
acústica— de una voz cantando sola podía concentrarse de forma rudimentaria con ayuda de una campana,
pero el sonido de las cuerdas resonantes de un piano de cola, y menos aún la propagación de la fuente sonora
de una plantilla orquestal, eran muy difíciles de captar con éxito41. Nada podía hacerse con los sonidos muy
leves. Pero además, el proceso acústico podía reproducir sólo un espectro de frecuencia limitado. El oído
humano puede abarcar frecuencias de entre 20 y 20.000 ciclos por segundo; el proceso de grabación acústica
estaba limitado a un espectro de entre 168 y 2.000 ciclos, lo que significa que no podía reproducir todas las
frecuencias de las notas más graves que el Mi por. debajo del Do central, o las más agudas que el Do tres
octavas por encima del Do central. Esto no quería decir que las notas cuyas fundamentales estaban fuera de
4
este espectro fuesen inaudibles pero sí que los timbres característicos y las cualidades de todos los sonidos se
distorsionaban.
Los cantantes grababan mejor, lo que explica el predominio de las grabaciones vocales en los catálogos
acústicos, y entre ellos los mejores eran los tenores brillantes. El efecto de la pérdida de armónicos significaba
que una soprano de voz clara y pura podía sonar a veces lastimera o incluso etérea, a menudo distante y
misteriosa y con gran frecuencia penosamente débil. Un bajo rico podía sonar hueco o poco expresivo, una
contralto densa, sin filo de ninguna clase42. Las sibilantes se reproducían con dificultad; con frecuencia eran los
artistas del music‐hall, que tenían años de práctica articulando para la última fila del Hackney Empire un
sábado por la noche, los que mejor registraban en la campana de grabación y los que mejor pasaban a través
del ruido de superficie del cilindro o del disco. El cantante, por supuesto, podía cantar muy cerca de la
campana. De hecho, a menudo tenía su cabeza dentro de ella, aunque eso pudiera provocar dificultades para
los acompañantes. ¿Cómo podía comunicarse con el cantante, señaló uno de ellos, si todo lo que solía ver era
su trasero?43. Pero tampoco era todo tan simple para el cantante. Un cantante folk inglés que grabó para Percy
Grainger pensaba que interpretar para la campana era como cantar «con un bozal» 44. La aguja de grabación
era en extremo sensible y cuando el cantante proyectaba la voz en pasajes muy fuertes o poderosos o, como
dijo Edison, cuando el aparato de grabación tenía que lidiar con el tipo de sonido que un italiano hace cuando
se enamora la aguja saltaba y rompía un trozo de la cera del máster. Una soprano dramática debía acordarse
de retroceder tres pasos para sus «notas de pecho» y cinco o seis para el «registro medio‐agudo»46. Sin duda a
los cantantes esta danza les parecía difícil e inhibidora, incluso cuando se les ponían marcas de tiza en el
suelo47. Según un «experto» que la grabó, Adelina Patti, «[c]on su natural temperamento italiano [...] se daba
al movimiento exhibicionista, actuaba sus papeles» y le resultaba difícil quedarse quieta cuando era necesario
48
. El experto temía por el diafragma de grabación cuando Chaliapin estaba a unos nueve metros de la
campana con el pecho al descubierto cómo un boxeador49.
El piano grababa mucho peor que la voz cantada. Mark Hambourg describía el tono del piano grabado
acústicamente como «frágil y delgado, como la cuerda punteada de un banjo o de una guitarra. [...] Las obras
fuertes se reproducen mejor que las suaves», recordaba, «y los movimientos lentos y legato son imposibles de
obtener»50. Rachmaninov pensaba que el piano en sus primeras grabaciones para la Compañía Edison en
Nueva York, en abril de 1919, sonaba igual que una balalaika51. A menudo se modificaba el instrumento de
algún modo para intentar reproducirlo con mayor claridad; en 1900, en el estudio de la Compañía Musiphone
de Londres, el piano era vertical y estaba subido a una tarima de metro y medio; se le habían quitado las
partes frontales y traseras y se había dejado sólo el mecanismo y la tabla armónica, lo que implicaba que tenía
que haber alguien cerca del pianista sujetando la música52. Mark Hambourg describía el piano en el que grabó
para HMV entre 1909 y 1925 como «un viejo perol de hojalata de un piano [...] sin duda el peor afinado que he
tenido la suene de tocar»53. Gerald Moore grabó por primera vez para HMV en 1921 y describió la afinación de
su piano, que puede que Riera el mismo de Hambourg, como poseedora de todo «el esplendor de una
escupidera de bronce». Se dio cuenta de que la afinación se había modificado para la grabación limando los
fieltros de los martillos54.
También eran difíciles las grabaciones acústicas de los instrumentos de cuerda ya que tenían menos poder
de transporte y requerían mucho más espacio para tocar que un oboe o un clarinete. Estaba fuera de
consideración el grabar algo más de un pequeño grupo de instrumentos de cuerda e incluso en ese caso lo que
se conseguía era a veces un «murmullo fantasmal» 55. Para solucionar los problemas del violín, un inventor
alemán llamado Augustus Stroh, que trabajaba para la Oficina de Correos Británica, inventó un violín en el que
la caja acústica se había sustituido por un diafragma y una pequeña trompa o trompeta metálica; esto podía
elevarse o bajarse para proyectar el sonido directamente en la campana de grabación. El violín Stroh se utilizó
con frecuencia a partir de 1904 y durante unos diez años. Se usó. comercialmente por primera vez en abril de
ese año cuando Charles d'Alamine tocó la Fantasía militar op. 15 para violín y piano de Léonard Pero el
aparato de Stroh distorsionaba la afinación del instrumento. Una noticia de un periódico sobre un nuevo disco
en diciembre de 1904 tranquilizaba a los oyentes: «Kubelik ha realizado dos grabaciones con su propio
Stradivarius, no con un Stroh»57.
Así pues, el proceso acústico de grabación limitaba lo que se podía hacer con la música, afectaba de
diferentes maneras al modo en que los músicos interpretaban y distorsionaba seriamente los sonidos que en
realidad producían. Un gran número de intérpretes no podía siquiera ser grabado. Cuando un sello
discográfico o un catálogo anunciaban una orquesta se trataba siempre, de algún modo, de un grupo pequeño.
Alguna música orquestal no podía ser reducida adecuadamente, ya fuera porque la armonía estaba demasiado
implicada, o porque la orquestación era demasiado rica o sutil o atenuada, y, así, las grabaciones eran
implanteables: incluso si una compañía había decidido que podía vender suficientes copias de una grabación
de El castillo de Barbazul de Bartók o del Poema del éxtasis de Scriabin, nunca lo hubieran logrado con el
5
proceso acústico; tampoco habría sido posible con el Pierrot Lunaire de Schoenberg o con L'après‐midi d'un
faune de Debussy. En los primeros años de las grabaciones acústicas una «orquesta» podía estar compuesta
por una flauta, dos clarinetes, dos cornetas, dos trombones, un primer y un segundo violín Stroh, una viola y
un fagot tocando la parte del violonchelo. En los arreglos «orquestales» para el gramófono, muchos de los
instrumentos tocaban todo el tiempo y mientras que el sonido podía ser «aplastante en el estudio, sólo un
poco pasaba a la cera» 58. Cerca de la campana de grabación se disponían las cuerdas, el violonchelo subido a
veces a una plataforma móvil, con flautas, oboes y clarinetes casi metiendo los instrumentos entre los cuellos
de los músicos de cuerda; los fagotes se sentaban a menudo frente a los violines y debajo de la campana de
grabación; los cornos ingleses estaban más alejados, vueltos de espaldas de forma que las campanas de sus
instrumentos de dirigieran hacia la de grabación y valiéndose de espejos para ver al director; el resto de los
metales se disponían según conviniera, suficientemente alejados. Era difícil lograr cualquier contraste dinámi‐
co; si una madera tenía un solo, debía levantarse e inclinarse hacia delante, o incluso acercarse a toda prisa y
hacer una reverencia a la campana a una distancia de unos cinco centímetros59. Cuando Fritz Kreisler y Efrem
Zimbalist grabaron en 1915 el Doble Concierto para violín BWV 1043 de Bach les acompañaba un cuarteto de
cuerda 60, y cuando la Compañía Gramophone grabó música para maitines y vísperas en un estudio, en octubre
de 1924, el coro de la capilla de San Jorge, del castillo de Windsor, se componía de tres hombres, un alto, un
tenor y un bajo; para alguna de las obras se llamó a cuatro niños, para otras a cinco, seis o siete61.
Elgar reorquestó su Concierto para violín para grabarlo y añadió un arpa, que no estaba en la partitura
original, para reemplazar al resto del acompañamiento allá donde se requería suavidad y ligereza 62. Cuando
Joe Batten grabo El sueño de Geroncio de Elgar utilizó nueve instrumentos de cuerda en lugar de los entre
cuarenta y sesenta que hubiera pedido para una interpretación pública, un coro de ocho voces en lugar de uno
de entre sesenta y trescientas, y en lugar de un gran órgano un «sustituto convincente», como él mismo lo
llamó: una concertina bajo. Las sesiones de grabación duraron toda una semana y se llevaron a cabo en un
estudio de nueve metros por dos y medio63. En 1923 Gustav Holst afirmó que la tensión de grabar con tanta
estrechez Los planetas con miembros de la. Orquesta Sinfónica de Londres era más agotadora que nada de lo
que hubiera hecho antes; el primer trompa en esta ocasión era Aubrey Brain, conocido por su maestría
técnica, y llegó a fallar hasta trece ocasiones el ataque de Venus «como consecuencia de la insoportable
incomodidad física» 64.
El piano reproductor
Existía para los pianistas una alternativa frente al horror de tocar contrarreloj en un instrumento inferior
cuyo sonido se había empobrecido para la campana de grabación. Un pianista podía hacer un rollo para un
piano reproductor. Tocaba en un piano especial y cerraba un circuito eléctrico por medio de contactos que
había justo debajo de cada tecla; de ese modo se activaban una serie de lápices que hacían marcas en un rollo
de papel que giraba a velocidad estándar. La longitud y la separación entre las marcas correspondían
exactamente a los toques del intérprete sobre las teclas. El uso del pedal se grababa de forma similar. El rollo
se hacía recortando las marcas de lápiz y era posible grabar los matices dinámicos midiendo la velocidad de
cada martillo y registrándola mediante diferentes tipos de perforación. Para hacer sonar los rollos se
necesitaba un piano reproductor especial que estaba accionado por un motor eléctrico generador de succión.
El motor se conectaba a una barra de pistas horadada con una nota por cada tecla del piano y la barra
transmitía las variaciones en la presión del aire a los pequeños fuelles encargados de mover cada tecla. A
diferencia de la pianola, accionada por pedales como un armonio, el piano reproductor presentaba no sólo las
notas de las obras sino también interpretaciones de los artistas reales; en otras palabras, en sus rollos estaban
codificados las dinámicas y los tipos de articulación originales del intérprete.
Los primeros pianos reproductores se pusieron a la venta en Alemania en 1904 y su popularidad alcanzó
su cima en 1925, año en que la Compañía Aeolian, de Estados Unidos fabricó más de ciento noventa y dos mil
instrumentos. Existían varios sistemas que competían entre sí, pero la producción de los rollos estaba
dominada por tres compañías, «Welte‐Mignon», «Duo‐Art» de Aeolian y la Compañía Americana del Piano
«Ampico». Los tres sistemas no eran intercambiables. Casi todos los pianistas más importantes del momento
hicieron rollos en las primeras tres décadas del siglo XX y todos los mejores fabricantes de pianos incorporaron
el mecanismo del piano reproductor en alguno de sus instrumentos 65. Había conciertos públicos, interpre‐
taciones de concierto, recitales de lieder con pianos reproductores y recitales para dos pianos reproductores a
dúo. Los instrumentos eran caros, la versión del piano de cola costaba en los años veinte unas dos mil libras
esterlinas, y desaparecieron al cabo de unos años con la depresión económica norteamericana de los años
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treinta y con el auge de la radio y del gramófono, ambos más baratos y ambos con la capacidad de ampliar el
repertorio musical.
En los últimos años se han construido una serie de pianos reproductores y se han vuelto a publicar algunas
de aquellas grabaciones 66. Esto ha provocado una inmensa controversia. Los catálogos de Welte‐Mingon
ponderan que «el mecanismo de grabación fotoafina la forma de tocar [del pianista] nota a nota, al instante.
Su toque, sus matices, su acentuación, su expresión, todo lo que caracteriza la individualidad del artista es
fielmente reproducido [...]» 67. Eugen d'Albert recibió los discos reproductores Welte‐Mignon como una forma
de «transmitir [su] arte a la posteridad». Era «asombroso y muy emocionante» escucharse tocar, según decía
en el catálogo de la Compañía68. Darius Milhaud pensaba que los rollos Welte‐Mignon reproducían «con la
misma exactitud el detalle más nimio y los modos del artista [...] su interpretación personal» 69. Josef Lhévinne
creía que un rollo Welte‐Mignon reproducía su «interpretación exacta [...] con total exactitud en lo que se
refiere a tempo, toque y cualidad de la afinación» 70. Mark Hambourg consideraba que un rollo Welte‐Mignon
en el que él tocaba era «la perfecta reproducción de la pulsación, incluso en los matices más mínimos» 71.
Arthur Nikisch pensaba que era difícil de creer que «el propio artista no esté presente y tocando
perfectamente» 72. Al menos eso es lo que la compañía afirma qué decían. Pero en las últimas décadas se han
sucedido enérgicos debates sobre la fidelidad de los rollos originales, sobre hasta qué punto los rollos podían
ser editados y corregidos, hasta qué punto distintos tipos de rollos podían reproducir los matices
interpretativos, la seriedad con la que debían tomarse las firmas de los intérpretes en los catálogos de los
fabricantes, las circunstancias bajo las que, muchos años después, los pianistas comentaban la fidelidad de sus
rollos —¿hacían sus comentarios de memoria o habían escuchado grabaciones recientes de rollos procesados
inadecuadamente?— y hablaban sobre la habilidad y el conocimiento de los técnicos e ingenieros que
construían o restauraban los pianos reproductores en los que se habían hecho las últimas grabaciones.
En 1974 Abram Chasins recordaba haber hecho rollos para Duo‐Art en 1926. En esa época, dijo, los
consideraba con gran disgusto. «Realmente los odiaba, eran yertos, no eran naturales ni representativos.» Los
rollos de su maestro Hofmann «son casi los más angustiosos, porque les falta su individualidad», mientras que
consideraba los discos eléctricos que Hofmann hizo en Londres en 1931 «reproducciones fieles» por completo
de su manera de tocar 73. Artur Rubinstein idolatraba a Busoni y conocía muy bien su forma de hacer música:
tocaba «más misteriosamente» que otros pianistas, con «tal facilidad, tal elegancia, tal maestría» 74, «una
personalidad imponente», lo describía como «un brillante ejemplo para todos los músicos» 75. En 1964
Rubinstein escuchó una reedición en LP de Busoni tocando en rollos el Preludio en Re bemol op. 28 núm. 15 de
Chopin y la Paráfrasis de Rigoletto de Verdi‐Liszt: «Es una caricatura. Una distorsión», pensaba, «una
falsificación de su manera de tocar» 76. Un experto en pianos reproductores, si bien uno escéptico acerca de
las aseveraciones extravagantes que sobre ellos se hacían, comentaba en una colección de grabaciones
modernas de rollos Duo‐Art que podían haberse hecho para «sonar de modo más sensible y [...] ser
reproducidos con mucha más exactitud» y los definía como «[...] distorsiones insensibles de la noble forma de
tocar de los pianistas individuales presentados, repletas de un catálogo de efectos extraños e inhumanos,
como el fraseo espasmódico o el uso inapropiado del pedal». El fallo, en su opinión, estaba en quienes habían
«presentado» los rollos para esa grabación moderna77.
En 1962 Benno Moiseiwitsch escuchó cuatro cintas de rollos de piano Ampico que había grabado en los
últimos años de la década de 1920. No pretendía demasiado. Los rollos eran buenos, pensó, «en parte». En sus
interpretaciones de Ständchen S. 558/9 de Schubert‐Liszt y del Capriccio en Si menor op. 76 núm. 2 de Brahms
no estaba convencido de que algunos de los cambios de tempo fuesen muy auténticos, A veces encontraba
que aspectos de la interpretación que le disgustaban inmensamente era reproducciones fieles: «¡Cómo podía
ser tan estúpido!», era su simple explicación. Pero en otras ocasiones le «asombraba realmente» la fidelidad
con que se habían grabado sus sutilezas interpretativas. Si se era suficientemente paciente y cuidadoso al
hacer rollos para piano, era sin duda posible, creía, reproducir fielmente las intenciones del intérprete. Grabar
para el gramófono era irreal y un suplicio, pero cuando hacía rollos se recostaba en una silla, fumaba, bebía y
decía: «No, no, aquí quiero más crescendo, demasiado accelerando» y el técnico perforaba los agujeros según
las indicaciones de Moiseiwitsch. Le parecía muy agradable78.
No se pueden reconciliar estas opiniones encontradas. Dependen tanto de las expectativas del oyente
contemporáneo, del estado de ánimo de quien las pronuncia o de sus. motivos, que sería poco prudente
confiar demasiado en los rollos como fuentes de información sobre las prácticas interpretativas. Pero, además,
sería poco prudente confiar sin crítica alguna en los discos acústicos para obtener la misma información. Dada
la calidad de sonido de los gramófonos de la época es sin duda alarmante escuchar los sonidos reales de un
piano tocado por Debussy o por Mahler mediante el mecanismo reproductor. Y tal vez sea también importante
recordar que la mayor parte de los intérpretes han tenido siempre una impresión desagradable al escucharse
por primera vez. «¿Era yo, tras años de tocar en público, quien cometía errores que hubiera sido el primero en
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condenar en cualquiera de mis alumnos?», exclamó Max Pauer angustiado cuando se escuchó en una
grabación de 1913. «Apenas podía creer lo que oía, y la máquina implacable me mostraba que en algunos
pasajes las dos manos no iban exactamente juntas [...]» 79. La grabación acústica no era capaz de captar el
sonido del piano de un modo fidedigno, como podía hacerlo la grabación eléctrica, y los discos de 78 rpm
sufrieron la limitación de los cuatro minutos y medio de duración de sus caras. Ciertamente, las grabaciones
para piano reproductor pueden ser un complemento útil a la información que sobre las prácticas
interpretativas aportan las grabaciones para gramófono80.
Grabaciones eléctricas
La insatisfacción ante la grabación acústica surge sobre todo de su ineficacia para capturar la energía
acústica. La solución, según se sabe desde hace tiempo, residiría en la conversión de dicha energía, las ondas
sonoras, en impulsos eléctricos, que podían alargarse o aumentarse. Esto es, amplificarse. Fue la investigación
en la radio, o la «telegrafía sin cable», durante la Gran Guerra la que dio como resultado los primeros
micrófonos y amplificadores explotables, y fue en parte la amenaza al negocio, la competitividad que las
compañías discográficas encontraron en la radio, una constatación de que «la música hecha por máquinas no
tenía por qué sonar pequeña, apagada o áspera» 81, lo que llevó a las compañías a explotar las posibilidad es
de la grabación eléctrica. La grabación eléctrica82 podía capturar un espectro de frecuencia mayor, al principio
de entre 100 y 5.000 ciclos, y ya en 1934 se grababa fielmente un espectro de hasta 8.000 Hz. Frecuencias
graves, hasta ahora no escuchadas en grabaciones, daban peso y cuerpo al sonido, y las agudas añadían una
definición y un detalle que antes no existían, con las sibilantes reproducidas con más claridad y realidad. Un
sistema de microfonía de amplificación eléctrica era capaz de capturar sonidos de fuentes dispuestas en un
área extensa, así que ya no había necesidad de que los intérpretes se agolparan en lugares estrechos.
El director musical de la Compañía Vocalion recibió con alivio la «sensación de facilidad y realismo que
ahora es evidente en cualquier sesión orquestal. y que, antes de la llegada del micrófono, faltaba en el estudio
de grabación [...]»83. En abril de 1929 Rachmaninov grabó su Concierto para piano núm. 2 con los ciento diez
miembros de la Orquesta de Filadelfia y Leopold Stokowski, en la Academy of Music de Filadelfia84, la sala del
siglo XIX copia de la Scala y con un aforo de unas 3.000 personas, con los músicos dispuestos según
Rachmaninov «como si fuéramos a dar un concierto». Encontró la experiencia «emocionante» 85.
Probablemente las nuevas condiciones lo sorprendían aún más poderosamente porque había hecho una
grabación acústica de la misma obra con miembros de la Orquesta de Filadelfia y Leopold Stokowski sólo cinco
años antes 86. Casi todos los músicos que grababan sentían el proceso eléctrico como una liberación. Sin
embargo, unos pocos parecían lamentar la desaparición de la grabación acústica; el barítono Roy Henderson
recordaba la decepción que sintió al hacer por primera vez una grabación eléctrica, la apatía del estudio de la
Columbia, como los estudios de la BBC en que cantó, y cómo echaba de menos la resonancia de la campana de
grabación, que era «casi como cantar en el baño, o incluso mejor que en el baño»87.
Algunas de las primeras grabaciones orquestales explotaban el potencial de la libertad orquestal y del
realismo de la grabación. La primera grabación eléctrica publicada por Victor en julio de 1925 fue la Danse
macabre de Saint‐Saëns interpretada por la Orquesta de Filadelfia bajo la dirección de Stokowski, una obra de
«acrobacias orquestales», según la describe Roland Gelatt, «con su estruendoso xilófono obbligato y los
efectos de percusión dinámicos», en la que el potencial del nuevo sistema «se oía con un efecto excitante»88.
Los mismos intérpretes grabaron la Marcha eslava de Tchaikovsky y a finales de ese año HMV publicó la
primera grabación eléctrica sinfónica de la Cuarta Sinfonía de Tchaikovsky, interpretada por la Orquesta del
Royal Albert Hall y dirigida por Landon Ronald. Durante 1926 aparecieron grabaciones de la Sinfonía fantástica
completa, la Música del fuego mágico o el Viaje de Sigfrido, el Nocturno y el Scherzo del Sueño de una noche
de verano de Mendelssohn, la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák, la Primera Sinfonía de Brahms, la Séptima
de Beethoven, la Sinfonía en Re menor de Franck, Scheherazade de Rimski‐Korsakov, la Suite del Pájaro de
fuego de Stravinsky o la transcripción de la Toccata en Re menor de Bach. Todo ello para mostrar las primeras
grabaciones eléctricas en «todo su poder, luminosidad y sonido envolvente»89.
Habitualmente los fabricantes no dirigían la atención hacia la nueva tecnología; los ingenieros estaban
aprendiendo cómo usar mejor los micrófonos y el sonido de algunas de las primeras grabaciones era sin duda
metálico y estridente. Además, muchos oyentes no compraron inmediatamente los nuevos gramófonos
eléctricos para los nuevos discos sino que siguieron usando sus viejas máquinas acústicas. La máquina
importaba: un oyente describía cómo el disco en un aparato viejo de un amigo sonaba «como una compleja
lucha de gatos en un molino de mostaza», mientras que en su nuevo gramófono eléctrico el sonido lo
«sobrecogía» 90. Al igual que con todos los principales desarrollos tecnológicos subsiguientes en la historia de
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la grabación, éste causó bastante revuelo: «La exageración de las sibilantes en el nuevo método es
abominable, y a menudo hay cierta aspereza que recuerda alguno de los peores excesos del pasado. [...]
Suavidad y realidad han dado paso al grito [...] la música maravillosa se echa a perder por el tono atroz y
rechinante [...]»91. Pero el crítico musical Ernest Newman, muy influyente, recibió las grabaciones eléctricas
como «un gran paso adelante». «Por fin», dijo en julio de 1926, «una orquesta suena realmente como una
orquesta [...] [los sonidos] nos llegan con la voluptuosa excitación de la actualidad». Recibía de las grabaciones
eléctricas «el placer físico de la música apasionada» 92.
No sólo podía grabarse un gran número de músicos, dispuestos en un área extensa; ahora también se
podía captar la acústica del local de grabación, o eso se anunciaba. Fred Gaisberg, que hizo la famosa
grabación del coro de Temple Church cantando el Escucha mi plegaria de Mendelssohn, atribuía su éxito a la
«voz plateada» del agudo, la disciplina del coro y la «suave resonancia acústica de la iglesia» 93. De hecho, en
una grabación no se podía reproducir habitualmente mucho de la acústica particular de un lugar. El ruido de
superficie del disco de laca era un factor oscurecedor importante, pero al menos se podían conseguir
grabaciones en lugares de acústicas muy diferentes; en el verano de 1927 HMV ponderaba con orgullo sus
grabaciones eléctricas «realizadas en edificios históricos» como la abadía de York, el St John`s College de
Cambridge, el New College de Oxford, o las catedrales de Salisbury o Liverpool94.
El coro de la Royal Choral Society, de ochocientas voces, fue grabado durante una interpretación del
Mesías en el Albert Hall, el Sueño de Geroncio se grabó en la catedral de Worcester durante un concierto del
Three Choirs Festival, así como grandes bandas de mil músicos en el Crystal Palace. Se hicieron grabaciones
durante las. representaciones en el Covent Garden de Londres, en la Staatsoper de Berlín, en la Scala de. Milán
y en la Ópera de París. Muchas de estas aventuras tuvieron éxito y se publicaron como discos comerciales95.
Durante los años treinta se grabaron en Glyndebourne las óperas de Mozart Figaro, Così fan tutte y Don
Giovanni, no durante representaciones reales sino después del Festival de Ópera, tomando la sala como
estudio de grabación 96. Los músicos fueron de inmediato conscientes de la desaparición de la campana, de la
introducción del micrófono o de la liberación del constreñimiento físico. Pero no lo eran tanto de algunos
cambios revolucionarios en las prácticas de estudio que trajo consigo la grabación eléctrica. Sólo los
comprenderían gradualmente.
Desarrollos tecnológicos tras la Segunda Guerra Mundial
Tras la guerra, Decca produjo grabaciones que ampliaron el espectro de frecuencia hasta 14.000 Hz, casi el
límite del oído humano. Este desarrollo era el resultado del trabajo que durante la guerra realizó un ingeniero
de la Decca para el RAF Coastal Command, cuyos oficiales necesitaban esta respuesta al escuchar las señales
de sonar para poder distinguir entre los submarinos aliados y alemanes. Para ello, Decca proporcionó una serie
de grabaciones de prueba para este trabajo y diseñó después un micrófono para capturar sonidos transmitidos
por el aire. Fue publicado en junio de 1945 y se llamó «ffrr>, grabación de espectro de frecuencia completa,
porque podía dar cabida a armónicos que antes habían sido reducidos o eliminados en el disco. La grabación
sonaba con más riqueza y los críticos señalaban en particular la mejoría en el sonido de la cuerda. Entre las
primeras grabaciones «ffrr» que atrajeron gran parte de la atención por su calidad de sonido brillante se en‐
contraban los discos de la música para ballet de The Perfect Fool de Holst, con La cabalgata de las Walkirias 97,
El aprendiz de brujo de Dukas 98, el Don Juan op. 20 de Strauss Petrushka de Stravinsky tocado por la Orquesta
Filarmónica de Londres y dirigida por Ernest Ansermet 100, y «uno de los especímenes más brillantes de la
técnica "ffrr" de Decca», según Desmond Shawe‐Taylor, Noches en los jardines de España de Falla interpretada
por la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la dirección de Enrique Jordá, con Clifford Curzon como solista 101.
La laca, el principal componente utilizado para fabricar todos los discos entre 1896 y 1948, es un
compuesto resinoso que segregan tres insectos originarios de India; las reservas se agotaron durante la
Segunda Guerra Mundial y se encontró un sustituto en el vinilo, cuyo componente básico es el PVC, un
material de calidad mucho mayor. El vinilo permitía reducir la anchura de los surcos en los discos, llamados de
«surco fino» o de «microsurco», lo que requería el desarrollo de nuevas agujas, cartuchos fonocaptores y de
brazos, así como un plato giratorio más lento que giraba a una velocidad de 33 1/3 rpm en lugar de 78 rpm. El
ruido de superficie de los discos de laca, ese «constante ruido de fritura» como se describía, era el resultado
de la adición de rellenos abrasivos, como el polvo esmeril que se usaba para dar resistencia frente a los brazos
pesados. Con los discos de vinilo, ligeros y suaves, y las agujas de diamante o zafiro, extremadamente duras,
no se necesitaban estos rellenos. Se reducía en gran manera el ruido de fondo del disco y los pasajes
tranquilos, que en los discos de laca eran inaudibles, podían apreciarse. Pero la posibilidad de más de veinte
minutos en cada cara del disco era algo que los músicos no podían contemplar con puro placer. Ya era
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suficientemente difícil evitar las notas falsas o los pequeños deslices cuando se grababa para cuatro minutos y
medio. Si se pedía a los ejecutantes que mantuvieran la concentración durante veinte o veinticinco minutos y
que prestasen el tipo de atención absorbente a los detalles nimios que la grabación necesitaba, mientras que
al mismo tiempo intentaban conferir a su interpretación intensidad y entusiasmo, muchos, incluso los
virtuosos más dotados, no pasarían seguramente la prueba.
Por fortuna, los músicos iban a escapar a este destino. Los tipos de cintas de grabación desarrollados en la
década de los treinta no proporcionaban una calidad mejor que la de los discos de 78 rpm, pero estaba claro
que desde las radiodifusiones en tiempo de guerra los alemanes habían perfeccionado un nuevo tipo de cinta
magnética y el equipamiento fue descubierto cuando los aliados ocuparon Radio Luxemburgo en 1944.
Durante tres años los radiodifusores norteamericanos y las compañías de grabación utilizaron la cinta para
crear los másters, o copias maestras, y en los primeros años cincuenta todo el mundo usaba ya la cinta.
La cinta magnética, utilizada para el sonido en el cine desde comienzos de los años treinta, permitía captar
los sonidos sin rupturas y hacía posible grabar durante periodos largos sin interrupción: máquinas de dos
cintas podían seguir grabando sin parar. A diferencia de las ceras de grabación, la cinta podía instalarse
fácilmente y comenzar con sólo tocar un botón. Y además la cinta podía editarse: el material no deseado podía
desecharse y ser sustituido por material válido tomado de otra interpretación.
La grabación estereofónica, el estéreo —la primera grabación comercial en estéreo fue hecha por la RCA
en febrero de 1954, pero su uso no se generalizó en Estados Unidos y en el Reino Unido hasta el verano de
1958—, imitaba el mecanismo de audición binaural humano. Grababa dos señales de la misma fuente de
sonido y al reproducirla daba la impresión de un arco de sonido entre dos altavoces. Con el sonido monoaural
no había diferencia si los intercambios amorosos de dos amantes se grababan con los cantantes alejados, el
tenor a la derecha del escenario y la soprano a la izquierda, pero con el estéreo el oyente podía captarlo 102.
Pero su valor no residía sólo en estas simples antifonías. Al crear la ilusión del espacio y de la profundidad, el
estéreo hizo la música grabada más cercana y más intensa y, paradójicamente, permitió al oyente estar menos
pendiente del medio.
La introducción de las cintas de casete en 1963 ofrecía inicialmente a los oyentes una baja fidelidad (low‐
fi) pero una alternativa conveniente a los discos. Las casetes eran compactas, mucho más resistentes y no
sufrían los clics a los que tendían las superficies de los discos, por mucho cuidado que se tuviera con ellos. El
«siseo» de la cinta era un inconveniente y se distinguía con claridad entre la copia maestra y los LP, sobre todo
los estéreos. Pero el sistema Dolby de reducción de ruidos en la cinta se introdujo en los estudios Decca
británicos en 1966 y poco a poco fue adoptado universalmente para cintas y casetes. Añadía además otros
diez decibelios al espectro de potencia dinámica. A finales de los setenta muchas de las mejores casetes
rivalizaban con la calidad que podía obtenerse en los mejores LP, a pesar de que permanecía siempre la
dificultad, no solucionada por los fabricantes, de localizar los contenidos de la cinta 103.
No todos los desarrollos y mejoras genuinos en el sonido grabado han sido adoptados por todos. La
cuadrafonía (o cuadrofonía, o sonido cuadrasónico, o, más tarde, sonido «surround») es un sistema de
reproducción del sonido en cuatro canales que intenta recrear, aún con mayor realismo que el estéreo, la
impresión del sonido como si se estuviera en la sala de concierto y producir la sensación de que los muros de
la habitación en la que el oyente se sienta han desaparecido. Los primeros discos cuadrafónicos los hizo proba‐
blemente Acoustic Research, Inc., en Boston, Massachusetts, en 1968. En la edición de enero de 1972 de la
Schwann Record and Tape Guide había dos páginas de discos cuadrafónicos. En el Reino Unido se publicaron
los primeros lotes de discos de este tipo en 1972 y 1973. Muchos de los críticos apreciaron que la cuadrafonía
daba mayor realismo, riqueza, naturalidad e intensidad al sonido grabado 104, pero requería la adquisición de
cuatro altavoces y unidades asociadas de decodificación. Al público se le ofrecía simultáneamente una serie de
sistemas en competencia y no intercambiables. Las ventas de los discos de cuatro canales no fueron
suficientemente grandes como para persuadir a las compañías de seguir fabricándolos.
El disco negro de vinilo de doce pulgadas que se reproducía a una velocidad de 33 1/3 rpm proporcionaba
al menos veintitrés minutos en cada cara. Era extraño que una de ellas pasara de los treinta minutos, a pesar
de que Curlew River de Britten, con una duración de unos sesenta y nueve minutos, se ajustó en dos caras de
más de treinta cada una ya que Decca pensaba que «el talante de la obra se vería arruinado por una segunda
interrupción» 105. El disco de larga duración de doce pulgadas fue el portador principal de la música clásica
entre comienzos de los años cincuenta (aunque EMI siguiera produciendo discos de 78 rpm para el mercado
británico hasta 1961) y mediados de los ochenta. Las ventas de casetes de música clásica en el Reino Unido
alcanzaron las de LP en 1983. En 1988 los CD habían alcanzado a las casetes. En 1994 cerca del ochenta por
10
ciento de las ventas de música clásica eran CD, el veintiuno por ciento eran casetes y. menos de un uno por
ciento LP106.
El disco de larga duración fue un triunfo del conocimiento científico y de la habilidad tecnológica, pero sus
inconvenientes eran evidentes para todos los que hacían grabaciones y, algunos de ellos, incluso para los
aficionados a la música que los compraban en grandes cantidades. La transferencia de cinta a disco, la
corrosión mecánica de una copia maestra y la galvanización para producir moldes o marcas, era un proceso
complejo que exigía en parte algo de la habilidad del viejo relojero y adolecía de cierta propensión a los
percances. El disco negro resultante se rayaba fácilmente y era propenso a generar cargas de electricidad
estática que podían ser en sí mismas una fuente de ruido no deseado y que también atraían polvo y pelusa que
se acumulaban en la aguja e interferían la calidad del sonido. En la grabación analógica las ondas de sonido se
inscriben como un patrón continuo, como una onda que es una imitación, un «análogo» de los cambios en la
presión del aire de las ondas de sonido originales. Con la cinta analógica, el siseo de la cinta o los ruidos de los
micrófonos, o de otras partes del sistema de grabación, se mezclan con la información musical y todo tipo de
zumbidos o distorsiones de los complejos patrones de onda magnética se conservan y reproducen en
playback. Todas las discrepancias en la velocidad de repetición, todas las imperfecciones y gránulos de la cinta,
todas las rayaduras y partículas de polvo afectarán él elaborado trazado de las ondas y serán reproducidas
como ruido no deseado, como una interferencia del sonido musical.
Pero desde finales de los años sesenta las compañías telefónicas y las organizaciones de radiodifusión han
estado experimentando con la digitalización del sonido. En la grabación digital la onda sonora no se reproduce,
sino que se toman muestras a intervalos regulares, cerca de cincuenta mil veces por segundo, y cada toma se
codifica como una serie de pulsos o «dígitos» igual que se hace en los ordenadores. Al reproducirla, la
corriente de pulsos se examina, sencillamente se lee sin error y se reconstruyen las formas de onda originales.
Esto significa que el sonido digital se caracteriza por su limpieza, su definición, su brillo y su claridad. En el
estudio de grabación implicaba que el ruido del equipo de grabación debía reducirse y, en la medida de lo
posible, eliminarse. Zapatos ruidosos o suelos crujientes, las llaves de un fagot, ruidos que habrían
desaparecido en la grabación analógica, permanecían sin remedio en la grabación digital y se oían al
reproducirlos más que en la realidad 107. Incluso con las imperfecciones de las superficies vinílicas del LP, la
calidad mejorada y el silencio de fondo de las copias digitales pueden detectarse, como así sucedió cuando la
primera grabación digital comercial fue publicada en el Reino Unido: era el Concierto de Año Nuevo de la
Filarmónica de Viena en 1979, realizado a partir de cuatro interpretaciones en directo del programa de
Nochevieja y Año Nuevo 108. El disco compacto proporcionaba una soporte digital con todas las ventajas de
una copia maestra digital: un completo silencio de fondo, una amplitud de espectro dinámico, 96 dB, igual al
experimentado en un concierto en directo —el LP daba un espectro de 70 dB—, un espectro de frecuencia que
cubre todo el espectro de audición discernible por el oído humano y una ausencia de distorsiones de sonido.
Los procesos de masterización y prensado de un CD no provocan una pérdida de calidad o degradación alguna:
el CD en la tienda suena exactamente igual que la copia maestra del estudio. El disco mide doce centímetros
de diámetro y puede acumular música en ambas caras, aunque sólo se utilice una —la cara superior lleva los.
detalles del sello— que permite unos ochenta minutos de tiempo de escucha. Gira entre 300 y 500 rpm y se
lee. mediante un rayo láser que comienza por el radio interno. Está moldeado en PVC transparente y cubierto
de una microcapa de aluminio con una protección de barniz. Mientras que el LP de vinilo se deteriora
seriamente después de escucharlo unas veinte veces, y tras unas cien estará ya demasiado estropeado, un CD
no se deteriora con el uso cotidiano.
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