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Oliverio Castañeda, el asesino en

serie de León
Oliverio Castañeda enamoró a la sociedad leonesa a inicios de los años 30. Un
caballero. Un farsante. Un asesino.

Oliverio Castañeda caminando por las calles del León. LA PRENSA / Dibujo de Luis
González Sevilla.

Dos de noviembre. Otra vez la misteriosa mujer deambula por el cementerio.


Unos la ven vestida de blanco, otros de negro. Siempre rondando el mismo lugar,
la tercera calle del cementerio. Al día siguiente de su aparición, la tumba gris
está florecida. Rojas, blancas y una que otra amarilla. Las flores silvestres
aparecen en un manojo sobre la plancha de concreto. Huele a pintura fresca, es
la pintura gris recién puesta. Las letras labradas en la superficie son ilegibles,
pero al centro una placa de metal dice: “Dr. Oliverio Castañeda – 7 de junio de
1936 – Mía es la venganza – Heb. 10: 30 – JFPC”.

Oliverio Castañeda Palacios. “El mata perros”. “El envenenador”. “El que mató a
los Gurdián”. Así lo recuerdan en León. Hay quienes incluso recitan una pequeña
biografía: “Él era guatemalteco, llegó con su esposa, vino a terminar su carrera
de Derecho en la UNAN”.
Ninguno de quienes hablan lo conoció. Él murió en 1933. Sin embargo, todos
tienen algo que decir de él. “Era un tipo inteligente, tanto que se defendió solo
en el juicio por asesinato”, dice un muchacho en el parque central de la ciudad.
“Era un hombre guapo. La mitad de las leonesas ricachonas andaban detrás de
él y la otra mitad ya había pasado por sus manos”, contesta la morena hermosa
que despacha en un comedor del centro. Suelta una risotada pícara, habla de él
como si ella también hubiera estado en su lista de enamoradas. En León, el
espíritu de Castañeda se pasea con la misma elegancia y cinismo con que lo
hacía en vida. La historia trágica del asesinato de su esposa y dos miembros de
la familia Gurdián permanece en el subconsciente colectivo de los leoneses 84
años después.

Hace unos ocho años “apareció” esta placa sobre la tumba de Castañeda, cuenta
Pablo Núñez, administrador del cementerio de Guadalupe.

Con la publicación de Castigo divino (1988), novela del escritor nicaragüense


Sergio Ramírez Mercado, este suceso se convirtió en una leyenda popular que
mezcla realidad y fantasía, una anécdota que ha fascinado por 26 años a los
lectores de Latinoamérica y Europa donde se ha distribuido la obra. ¿Castañeda
era culpable o inocente? No importa. El fantasma de Oliverio Castañeda pasea
libre y con elegancia por las calles de León y en los recuerdos de quienes
conocen su historia.

Llegaron en el tren de la tarde. Una fila de maletas pasó por la puerta principal
del hotel La Esfinge. La mujer bajita, curvilínea y bien vestida entró de la mano
de un flaco anteojudo vestido de luto. Oliverio Castañeda y su esposa Martha
Jerez llegaron a León en 1932. Ella lo acompañaba para terminar sus estudios
de Derecho. Se instalaron en el cuarto con mejor vista del segundo piso, justo
en la esquina que daba al cruce en cruz de la calle. Una vista privilegiada desde
donde se divisaba el centro de la ciudad. El recorrido del ojo empezaba en el
corredor del caserón esquina opuesta al hotel.

Oliverio Castañeda, de 25 años, fue condenado en diciembre de 1933 por el


asesinato de su esposa, Martha Jerez, Enna y Enrique Gurdián. LA PRENSA /
Cortesía de Sergio Ramírez.

En la Facultad de Derecho, Oliverio destacó como un alumno sagaz y pronto fue


estableciendo relaciones con las familias de la aristocracia leonesa, las más
adineradas. Los Gurdián. Sus vecinos de enfrente, a quienes veía todas tardes
sacar sus mecedoras para sentarse en la acera a ver la vida pasar.

Aun cuando las diferentes ramas de esta familia parecen haber jurado silencio
eterno en lo que respecta a la historia o se declaran lejanas a los protagonistas
de la tragedia, en León la versión incómoda es un secreto a voces. Luego de
enviudar súbitamente por la muerte de Martha a causa de misteriosos y fuertes
dolores estomacales, Castañeda se hospedó como invitado en la casa de la
familia de don Enrique Gurdián, empresario y administrador de la empresa
aguadora de León. Ahí empezó el culebrón. Que si Enna Gurdián, la hija,
sucumbió ante el encanto de Castañeda, que si su prima se convirtió en su
primer rival y que luego otras mujeres dentro y fuera de la familia estarían en la
lista de conquistas del Casanova guatemalteco. Escándalo.

Sin comprobarse ninguno de estos rumores y con declaraciones encontradas


durante todo el proceso, para diciembre de 1933 Oliverio Castañeda cargaba
con tres acusaciones de asesinato en su contra.

Martha murió en febrero de ese año, Enna a inicio de noviembre y don Enrique
una semana después que su hija. Según las autopsias y los reportes de
toxicología que recoge el documento “Proceso Castañeda”, los tres murieron por
envenenamiento con estricnina. No faltaron hipótesis del mecanismo con el cual
habría matado cada uno; que si a la esposa la envenenó a través de los
medicamentos, que si a Enna le espolvoreó con estricnina la comida o que si
mató a don Enrique al estilo “ruleta rusa”, con las cápsulas que le daba. Tragedia.

Él era el único sospechoso de las tres muertes. A inicios de ese año había
liderado una purga de perros callejeros en León, utilizando estricnina en trozos
de carne cruda como señuelo. Los dedos acusadores de la élite leonesa
apuntaban hacia él, mientras el resto del pueblo empezó a verlo con
conmiseración. Las causas de los crímenes se debatían entre dinero, pasión o
simple patología criminal. Misterio.

CASTIGO DIVINO
Fresia Vanegas y su hijo David Sampson Vanegas. Ella es nieta de Juan de Dios
Vanegas, abogado acusador en el proceso de Castañeda.

A doña Fresia Vanegas no le cae muy bien el escritor Sergio Ramírez Mercado.
Lo respeta, dice, pero no lo quiere. “Ese señor escribió cosas que no eran en su
libro. Puso cosas que mi padre nunca hubiera dicho, que no hizo. Pero bueno, él
tiene derecho a escribir y yo tengo derecho a estar molesta”, rezonga Vanegas,
hija del abogado Alí Vanegas y nieta del doctor Juan de Dios Vanegas, abogado
acusador de Oliverio Castañeda, contratado por la familia Gurdián.

Se refiere a la novela Castigo divino que publicó en 1988 el escritor, basado en


la historia de los envenenamientos perpetrados por Castañeda en 1933 y los
documentos legales del proceso judicial. Su padre y su abuelo son personajes
reales en la novela de Ramírez Mercado. “Tengo antipatía por el doctor Ramírez,
aunque él sea una lumbrera. Ahí hay cosas que no son ciertas, asociar a mi
padre con los mataperros, poner a hablar a gente que nunca estuvo ahí, cuidar
de no poner el apellido Gurdián para tapar la honra de la familia”.

La familia Vanegas prefiere los relatos de Juan de Dios Vanegas, el abogado


que por 500 córdobas de esa época se encargó de representar a la familia
Gurdián en su acusación a Castañeda. “Tenía como ocho años cuando escuché
hablar de Oliverio Castañeda. Como crecí en un ambiente de abogados lo que
se hablaba en mi casa no eran los rumores de la calle, sino la historia real”,
sostiene Fresia Vanegas, de 79 años, también abogada y escritora.

Doña Fresia y su nieto, David Eduardo Sampson Vanegas, de 47 años, se han


encargado de documentar y recuperar la memoria del patriarca de la familia. El
principal es un documento marrón, Proceso Castañeda dice la pasta roída por el
tiempo. Es la compilación del desarrollo del caso de cabo a rabo.

“Cuando él llegó se hospedó en la esquina opuesta a la casa de los Gurdián y


de una manera rápida hizo amistad con esa familia. Ellos eran conservadores en
sus relaciones, pero este joven elegante, educado, inteligente se ganó su
confianza rápido. Además, tenía un atractivo especial, más que bien parecido
tenía eso que llaman los artistas, sex appeal”, cuenta Vanegas. Hasta ahí, todo
concuerda con la narración de Ramírez. Aunque a la apariencia de catrín de
Castañeda, ataviado en trajes de negro riguroso, sombrero y bastón, le agregó
una capa que el personaje real nunca usó. Blanco, pelo liso, domado hacia atrás
con goma y un par de lentes redondos que le daban el toque de intelectual. No
era el hombre de rostro anguloso o fornido, no parecía galán de telenovela; era
más bien delgado, de rostro fino e inexpresivo. “Pero tenía una personalidad
arrebatadora”, dice Vanegas.
LOS AIRES DEL VIEJO LEÓN

El antiguo hotel La Esfinge, donde se hospedó Oliverio y su esposa al llegar de


Guatemala a finales de 1932, es ahora sede de la UCAN.

Ochenta y un años después “La banca maldita” del parque La Merced, que en la
novela de Ramírez es una mesa de la Casa Prío, se confunde entre las bancas
que de día son oasis para los caminantes que buscan aplacar la fatiga del
caluroso León, las que en las tardes sirven de nido de las parejas en arrumacos,
las mismas que por la madrugada se convierten en camas para indigentes.

En cambio la Casa Prío es un punto de referencia en la ciudad, aun cuando el


distinguido Agustín “El Capi” Prío Largaespada haya muerto en 2007 y el lugar
ya no reciba clientes en busca de charlas, dulces o reposterías. Ahora es un
restaurante.
El distinguido Hotel la Esfinge donde se hospedó Castañeda ahora es sede de
la UCAN, donde se pasean los universitarios que saben de la historia, pero
desconocen que en el clausurado segundo piso está la habitación que Oliverio
compartió con Martha, la ventana desde la que veía a las Gurdián, y ellas lo
veían a él.

La esquina opuesta al viejo hotel ya no es más “la Casa de los Gurdián”, se


convirtió en el sobrio hotel colonial Enrique III. Su propietario, Enrique Flores,
también se sabe la historia y exhibe en la recepción del lugar un ejemplar de la
última edición de Castigo divino, con la dramática imagen de portada de un
volcán estallando al fondo, mientras una pareja se contempla embelesada.
La Casa del Obrero, la celda de la cárcel la 21 y el cementerio de Guadalupe son
los otros puntos geográficos de la historia. Los tres míticos y conservados a
pesar del tiempo y la desidia que se evidencian en las paredes gastadas. Solo la
Casa del Obrero luce como nueva, será rebautizada como museo.

Sayda Peralta, periodista y abogada, es una de los muchos leoneses que se


saben la historia. La de los Gurdián y la de los Contreras. La “real” y la
“inventada”. La escuchó de su abuela, su madre y en las calles, también sabe la
que le contó el escritor a través de la primera edición de la novela que leyó en
los 90 y que aún conserva como una reliquia. “La gente sabe de Oliverio, no solo
por el libro del doctor Ramírez, sino porque se involucraron personajes
importantes de la ciudad como el fiscal Mariano Fiallos Gil, rector de la UNAN, el
doctor Juan Derbyshire y el Capi Prío. Además aquí la misma gente se encarga
de crear leyendas en torno al personaje o agarrar partes de la historia como
dichos populares”, expone Peralta.

La vieja costumbre leonesa de sentarse al final de la tarde a ver la vida pasar o


a hablar de la gente que pasa es una de las formas por las que esta historia
continúa circulando en la ciudad. La estricnina se usa como broma para
“amenazar” y el “Oli, Oli, ¿qué me has dado?”, suena a manera de burla. “Es una
historia terrible por las muertes, y la familia Gurdián que habita aquí no habla de
eso, pero no deja fascinar por la fuerza del personaje. Sería una pena que se
pierda, es parte de las historias leonesas”, comenta Peralta, quien habla de
Castañeda como encantada por aquel hombre traje oscuro, espejuelos y bastón.

“Cuando él cae en desgracia, que le achacan la muerte de su esposa, doña


Martha, la de la muchachita Gurdián y su papá, toda la élite leonesa que andaba
detrás de él se le volteó. Es ahí cuando el pueblo, la gente humilde, lo toma como
bandera y lo defienden porque sienten que era un asunto de venganza por el
escándalo familiar. Era ver a ricos y pobres enfrentados por este señor”, cuenta
Fresia Vanegas.

Cuando ocurrió el suceso ella no había nacido, pero Vanegas recuerda que aún
años después de aquel juicio, su padre, Alí Vanegas, a veces entraba a la casa
como un torbellino arreado por los diablos, seguido a paso pasmoso por su
abuelo el doctor Juan de Dios Vanegas, el viejecillo manso y sabio.
Luego de la sentencia, Castañeda fue trasladado de nuevo a su celda en La 21.
Ahí un grupo de guardias lo ayudó a salir, pero antes de que lograra correr, ellos
mismos le dispararon bajo la premisa de la Ley Fuga. LA PRENSA / Cortesía de
Sergio Ramírez.

“A ellos les gritaban de todo en la calle, pero mi abuelo era leña verde, no se
encendía con nada, en cambio mi papá se peleaba con la gente que atacaba a
mi abuelo por haber defendido a los Gurdián”, comenta. A Juan de Dios Vanegas
no le perturbaba la carga haber sido el abogado contratado por la familia Gurdián
para acusar al “protegido” del pueblo que fue condenado culpable y luego
purgado por la Guardia Nacional.

El día de audiencia León se agitaba. Una hora antes de la cita empezaba la


romería rumbo a la Casa del Obrero, donde se realizaban las sesiones del caso.
Ataviadas con sus mejores vestidos, peinaditas y olorosas a agua de flores, un
tropel de mujeres se tomaba el corredor. Una suerte de ejército femenino que se
declaraba fiel a Oliverio Castañeda, se sentaban en las sillas y bancas colocadas
frente al estrado. Todas buscando la mejor vista, el mejor lugar desde donde
pudieran divisar al hombre vestido de saco y pantalones oscuros, camisa blanca
y corbata. El del inconfundible pelo brillante de tanta goma, domado con un
partido al lado, y un par de lentes redondos que remataban su pose de caballero
intelectual. Un dandi sin dinero pero con bastón y un séquito que defendía su
inocencia a ojos cerrados.

El resto de curiosos que no cabía en los pasillos se arremolinaba en el patio. Sin


artefactos que difundieran el sonido con propiedad, los testimonios que se
ventilaban en el estrado iban pasando de boca en boca. Las versiones de
aquellas declaraciones de testigos e implicados son un eco que hasta ahora
resuena en las calles de León.
Una romería de mujeres llegaba a cada audiencia del caso. LA PRENSA /
Cortesía de Sergio Ramírez.

Para Ramírez Mercado los personajes de ese tipo siempre conquistan el


inconsciente colectivo, se vuelven atractivos para la población, traspasan
generaciones, como ha ocurrido en este caso. La inteligencia, encanto y la
sutileza de Oliverio Castañeda destacan entre sus cualidades de asesino.

“No hay arma más sutil que el veneno, eso revela parte de su personalidad. Era
un tipo astuto, sigiloso y mitómano, a base de mentiras y misterio fue creando
una fama de interesante e irresistible. Su arma era reptar hasta sus víctimas”,
explica el escritor.
Doña Fresia Vanegas lo define en una palabra: seductor. “Él sedujo a hombres
y mujeres por igual. A ella las enamoraba con su aspecto de galán y a ellos con
su porte intelectual. Era locuaz y sabía manejarse en los círculos de la alta
sociedad”, comenta Vanegas. Aunque fue este mismo círculo el que lo condenó
cuando se destapó la olla podrida que mezclaba las tres muertes.
Él se defendió hasta el final aduciendo su inocencia. “Yo nunca le di medicinas
ni a Enna, ni al señor Enrique. No hay pruebas de eso”, “¿quién en su sano juicio
comería una pierna de pollo que sabe amargo?”, “¿cómo no van a encontrar
sustancias tóxicas en un cuerpo que está en descomposición?”, refutaba
Castañeda en su autodefensa.

“Yo sí creo que Oliverio era culpable”, sentencia el doctor Ramírez. “Aunque no
hubo unanimidad para dictar pena de muerte, fue condenado por asesinato atroz.
Un envenenamiento tiene todos los agravantes de la premeditación y alevosía”.
“Somoza era arribista, se había casado con una mujer de la alta sociedad
leonesa y quería quedar bien con el círculo. Le aplicaron la Ley Fuga. Quería
congraciarse, demostrar el poder absoluto que tenía”, agrega.
A pesar del final trágico de la historia real, Ramírez admira la sagacidad del
personaje y no deja de sorprenderle el refinamiento de la técnica criminal para
llevar a cabo los asesinatos. “Leyendo y leyendo los archivos es interesante ver
cómo él refutaba cada hipótesis que lo acusaba. A pesar de que él con toda
razón les explicó que no había forma de comer algo que tuviera aunque sea un
poco de estricnina, por su sabor a hiel, igual lo condenaron. Yo encontré la clave.
Él usaba el procedimiento de la ruleta rusa por medio de las cápsulas, ni él ni las
víctimas sabían en qué momento ocurriría la muerte”, expone el escritor.

El escritor Sergio Ramírez Mercado se topó con el caso de Oliverio en los años
60, cuando era estudiante de Derecho en la UNAN. Fue hasta 1983 que empezó
a escribir “Castigo divino”, publicada en 1988.

La primera vez que Sergio Ramírez Mercado escuchó el nombre de Oliverio


Castañeda fue en su clase de proceso penal en la UNAN León, allá por 1960.
Pero fue hasta 1983 que empezó a tejer su novela.

“Desde que leí el caso supe que estaba frente a un personaje de novela. Había
dos folletos impresos por la familia Gurdián donde contaban el caso, pero cuando
analizabas te dabas cuenta que hacía falta un montón de información. Si tenés
el cómo o el cuándo, tenés que buscar el porqué. Sin el porqué no hay crónica,
no hay novela. Lo que el documento callaba uno fácilmente lo escuchaba en las
calles, en las comiderías. La gente hablaba de las intrigas, de los celos, de lo
turbio que había en esa historia y así empecé a
buscar lo que estaba escondido”, comenta Ramírez Mercado.

Un historia demasiado turbia para poner en evidencia a todos sus personajes,


por lo que el escritor, amigo de algunos descendientes de la familia, decidió
rebautizar a los agraviados en su novela como la familia Contreras.
“LA 21” Y LAS MUJERES

En esta celda de la cárcel 21 vivió sus últimos días Oliverio Castañeda.

Una puerta, una ventana en lo alto y una suerte de baño donde por el mismo
agujero que se iba el agua al bañarse, corrían las excretas de los cinco o seis
reos que cabían en el lugar. Es la primera celda a la izquierda, entrando por el
único portón de acceso a “La 21”, la famosa cárcel leonesa que desde 1921
hasta finales de los 70 fue fortaleza de castigos y torturas a los reos comunes y
presos políticos. Oliverio Castañeda estuvo en este cuarto oscuro.

“Esta era la celda de los asesinos, había una para los violadores y otra para los
reos comunes. Según la información que hemos recopilado, él solo pudo haber
estado aquí y en la de reos comunes por un tiempo”, expone Frank Rivera,
administrador del Museo de Mitos y Leyendas de León.

Por una ventanita diminuta que se abre en la puerta de metal, entraban los aliños
de comida que recibía Castañeda. Aliños perfumados, aliños con cartas, aliños
con la solidaridad de la gente que lo convirtió en el inocente del pueblo que era
condenado por los poderosos de la ciudad.

“Se dice que sus enamoradas venían aquí a visitarlo, le traían comida, cosas
para mantenerse, pero lo que querían era verlo”, comenta Rivera. Todavía hay
quienes llegan buscando la historia del paso de Oliverio en diciembre del 33 por
esta cárcel. Visitantes nacionales o turistas extranjeros que han leído Castigo
divino, hasta solicitan un muñeco de Castañeda para exponerlo en el lugar. “Es
algo que estamos valorando, aunque él no es un personaje de leyenda, que es
en lo que nos enfocamos aquí”.

De aquí Oliverio salió por sus propios pies. La misma Guardia Nacional que lo
había arrestado semanas antes, le ofrece en la celda un uniforme militar como
camufle para escapar en un jeep y luego le tocaría correr por su cuenta. Cuando
estaba listo para correr los militares le dispararon. “Lo llevaron a tirar allá en el
muro del cementerio San Felipe”, dijo Agustín “El Capi” Prío Largaespada en una
entrevista concedida a La Prensa en octubre de 2005.

Róger Sáenz conoció a uno de los verdugos de Castañeda.

Don Róger Sáenz Centeno, leonés de 83 años, respalda esta versión. “Yo
conocía a Alfonso Jirón, él era guardia y fue el carcelero que estuvo en La 21
con Oliverio. Él iba en el vehículo que lo sacó, me contó que lo llevaron por una
bajada de piedra allá por el cementerio de San Felipe. Ni tiempo le dio de correr
lejos. Tenían órdenes de disparar”, cuenta Sáenz quien también conoció al
doctor Derbyshire y otros personajes de la historia real, además de haber leído
la novela de Sergio Ramírez Mercado.

Le aplicaron la Ley Fuga. “Somoza se inventó la famosa ‘Ley Fuga’, así purgaban
a los presos políticos o los prisioneros que representaran un riesgo para él. ‘Se
le fusiló en intento de fuga’, decían cuando aparecían los muertos”, explicó en
una entrevista a Magazine, Roberto Sánchez Ramírez, periodista e historiador,
al referirse a la pena de muerte y al emblemático caso del abogado
guatemalteco.

84 años después de aquel suceso todavía se habla de él. Aún sin parientes en
Nicaragua, la tumba de este guatemalteco que llegó a Nicaragua para terminar
sus estudios en Derecho no solo está en buenas condiciones, es una de las más
buscadas por los visitantes extranjeros que llegan a la ciudad. Quieren saber
dónde fue enterrado el envenenador de Castigo divino.

“Aquí viene gente de todos lados a preguntar por la tumba del señor Castañeda”,
cuenta Pablo Núñez, administrador del Cementerio de Guadalupe. “Llevo más
de diez años escuchando a los trabajadores de una mujer de blanco que llega a
arreglar la tumba. Los 2 o 3 de noviembre el lugar aparece limpio, pintado de gris
y enflorado, con una veladora encendida al centro”, cuenta Núñez, quien
recuerda también que hace cinco años “apareció” esa placa de cobre sobre la
lápida.

A Pablo Núñez los historiadores Roberto Sánchez y el leonés Carlos Dip, le


contaron que los restos de Oliverio Castañeda fueron exhumados dos años
después de haberlo sepultado en el Cementerio de Guadalupe y que fueron
enviados a Zacapa, Guatemala, su ciudad natal, “pero no tenemos registro de
las exhumaciones de esa época, no se sabe quién estuvo a cargo del
procedimiento”. Y puede que nunca se sepa. Lo cierto es que la tumba de
Castañeda no deja de florecer cada año. En la tercera calle del cementerio, una
cuadra al Este y tres metros al Sur, está la lápida gris con la inscripción que habla
de venganza y la devoción de alguien que cada noviembre llega a pintar sus
recuerdos, a honrar su memoria con flores y a prender una vela para que nadie
se olvide del famoso envenenador.

(Este reportaje se publicó en octubre de 2014 originalmente en la revista


Magazine bajo el título “Oli, Oli…”)

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