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Cuando había vampiros en Avilés

La historiadora Arantza Margolles recopila los crímenes de la Asturias del primer tercio del siglo XX, entre los que
destaca el de Ramón Cuervo
23.12.2012 | 01:00
Cuando había vampiros en Avilés

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Oviedo, L. Á. VEGA

Asturias, en el primer tercio del siglo XX, se enfrentaba a un cambio de estructuras sin
precedentes. La sociedad rural de «La aldea perdida» descrita por Palacio Valdés se veía
asediada por la irrupción de la industrialización, con todo lo que ésta conllevaba: inmigración,
bolsas de pobreza y una violencia social y política que dejaba semanalmente un reguero de
cadáveres. Fue además un período estelar para el periodismo, especialmente el de «crónica
negra», con una explosión de publicaciones que daban cuenta con pelos, señales y gran
profusión de sangre de unos crímenes hoy en día ya olvidados. Una joven historiadora, la
gijonesa Arantza Margolles, los ha recuperado en un libro, «El crimen de ayer» que da cuenta
de 44 casos que espeluznaron a los asturianos de hace un siglo.

Margolles habla de «un choque entre la sociedad rural y urbana». El aumento de la


criminalidad causó una gran impresión en aquella Asturias de principios del XX y se generaron
movimientos contra el llamado «crimen de taberna», que tenía lugar en el único espacio para
el ocio que se reservaba a los obreros. La prensa constituía un altavoz de aquellos sangrientos
episodios. «Hay un montón de publicaciones, especialmente en las grandes ciudades, pero
también en la zona rural. En el Occidente, por ejemplo, llegó a haber diez de estos
periódicos», señala Margolles. «Se atacaban unos a otros acusándose de morbosos, y la
verdad es que todos caían en lo mismo», añade. Los medios de la época eran el ariete de una
sociedad que afrontaba cambios irreversibles. «Hay una lucha contra el nuevo tipo de crimen
que genera la sociedad moderna, que se contrapone al de antes, que era más leal, a cara
descubierta», sostiene la historiadora.

l Un mitin mortal. La violencia era constante. «Es raro encontrar una semana en la que no haya una reyerta o un muerto en esa época», asegura. De la frase que ha hecho
famosa Eugenio Suárez, editor de «El Caso», aquélla según la cual «antes se mataba más y mejor», Arantza Margolles se queda con la primera parte. «Desde luego que se
mataba más. La violencia era cotidiana, incluso la política. El libro se abre con la muerte del socialista Modesto Costales en un mitin de su organización en Gijón, en 1903, en
el que irrumpieron los anarquistas. A lo largo de los años diez hay muchísima violencia política, especialmente en las Cuencas, donde había muchos conflictos sociales. El
caso es que, conforme nos acercamos a la guerra civil, la criminalidad va bajando, quizá porque no se informaba de ella», señala la historiadora.

l Crimen sin castigo en Libardón. «Personalmente, me impresionó mucho el estrangulamiento de Libardón, en Colunga, perpetrado en 1928. La víctima fue Mercedes
Fernández, una mujer mayor, que vivía sola, puesto que tenía a sus familiares en Cuba. Aquel crimen generó una corriente de pánico. Había muchas mujeres solas en
aquella época. La Policía estuvo muy presionada para dar con el asesino; hubo detenidos, incluso en Madrid, pero al final no se dio con el asesino. Mi padre es de la zona y
me contaba una anécdota que expresa la psicosis que había. Su abuela vivía sola como la víctima, puesto que su marido había emigrado. Su abuelo volvió sin avisar y ella,
al escuchar ruido en la casa, cargó el trabuco y a punto estuvo de pegarle un tiro», asegura Margolles.

l El descuartizamiento de «El Xilu». Otro crimen que dejó huella fue el de Hermenegildo Álvarez, «El Xilu», cuyo cuerpo fue encontrado descuartizado en la playa que ahora
lleva su nombre en Muros de Nalón, en agosto de 1913. «Nunca se supo quién lo mató, ni apareció la cabeza. Hubo un tremendo desfile de sospechosos. Incluso el
corresponsal de "El Noroeste", Ramón Santos, que pasó tres años en la cárcel como sospechoso del crimen, por la simple razón de que él, un anticlerical, había escrito una
crónica muy sentida y mística del entierro», señala. Santos, al final, salió de la cárcel. «El Noroeste» hizo del suyo una especie de nuevo «caso Dreyfus», aquel que dividió a
la sociedad francesa hasta límites exasperantes en el cambio de siglo. Llegó a detenerse incluso a la hija de la víctima, a la que se encontró un bote con 8.000 pesetas que
había retirado de la vivienda del asesinado por miedo a que se lo quitasen. Otro crimen sin resolver.

l El crimen de sangre de Avilés. Arantza Margolles tiene predilección también por uno de los asesinatos más espeluznantes que se hayan cometido jamás en Asturias: el
crimen del vampiro de Avilés, Ramón Cuervo, «el de Paula», perpetrado el 19 de abril de 1917. Para investigar este crimen se pusieron medios, nunca vistos en Asturias, a
cargo de forenses llegados de Madrid. Asturias estaba abonada para los crímenes de vampiros después del truculento caso de la sierra de Gádor, en Almería, en el que unos
desalmados mataron a un niño de 7 años para que un agricultor enfermo de tuberculosis, «El Moruno», recuperase la salud. El vampiro de Avilés era un indiano enfermo de
tisis que, antes de salir de Cuba, había recibido el consejo de un curandero negro de beberse la sangre de un niño sano para recuperar la salud. La víctima, Manolín Torres,
de 8 años, estaba jugando ante la iglesia de la Magdalena cuando se le acercó un individuo alto y delgado, con aspecto de enfermo, preguntando por la fábrica de La Suiza
Avilesina. El niño se había prestado a acompañarlo, puesto que en ella trabajaba su padre. Manolín fue encontrado en La Arabuya, con dos cortes en el cuello y ni una gota
de sangre en el cuerpo. A Ramón «el de Paula» lo detuvieron al día siguiente en su casa de Llanera. Otro niño al que había intentado llevarse, José Fernández, «Carolo», lo
reconoció. El hombre terminó confesando. A sus vecinos de Llanera siempre les quedó la duda de que también hubiese matado a una niña que desaparecida poco después
de su regreso de Cuba.

l Más vampiros, esta vez en Teverga. Cuando se produjo el caso de Avilés, la sociedad asturiana ya estaba suficientemente sensibilizada con los crímenes de sangre, un tipo
de asesinato que en el centro de Europa se atribuía a los judíos, y basten como ejemplos los casos de Leopold Hilsner o Mendel Beilis. En junio de 1915 fue hallado en un
regato el cuerpo del niño Ángel Álvarez, al que le habían seccionado la garganta. Las miradas se volvieron hacia la familia de Juan Miranda Álvarez, que tenía un hijo
muriendo de tuberculosis. Un hijo de los Miranda aseguró haber visto un cazo con la sangre de Ángel Álvarez en casa. En ese momento irrumpió en escena Licinio González,
de 14 años, quien aseguró que él había matado al niño por encargo de Josefa Miranda. Luego se descubriría que mató a Ángel porque le estaba acusando de haber robado
dos pesetas a una vecina.

l Un vasín de vino tras el degüello. De entre los 44 casos que recoge «El crimen de ayer», destaca el del degollador de Cangas, laureano Sal Collar, que en octubre de 1914
y febrero de 1917 les cortó el cuello a cuatro personas: el matrimonio formado por Eduardo Fernández Castelar y Antonia Fernández, propietarios de una tabernilla en San
Pedro de Corias (Tineo) y a la octogenaria Juana Aumente y su nieta Carmen Rodríguez, de 17 años, en Vega de Rengos (Cangas del Narcea). En la prensa de la época
llamó la atención el desparpajo y la ausencia de cualquier remordimiento (el hombre parece haber sufrido una especie de retraso) con que Sal Collar confesó sus crímenes.

-¿Y Antonia?

-La Antonia escondióse bajo la cama.

-¿Y bien?

-Saquéla agarrándola polos pelos.

-¿Y qué hiciste?

-Corté-y el cuello y fui a beber un vasín de vino.

Genio y figura.

l Fue el criado. Uno de los crímenes más espeluznantes que aparecen en el libro fue el cometido por José García en una casería de Lugones, en agosto de 1920. García,
enjuto, bajito, sin ninguna instrucción, criado en casa de los Fernández, se tomó a mal que esta familia de labriegos diese a sus hijos una educación para encarar el futuro
con mejores perspectivas. El «enano» mató a la esposa -que acababa de tener un hijo- mientras cataba una vaca, y a tres de los niños de la familia les destrozó la cabeza
con una guadaña. Lo cogieron en Oviedo, con el poco dinero que encontró y la ropa aún manchada de sangre. Hubo que ponerle escolta policial para que no lo linchasen.

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