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Pecados Respetables
Pecados Respetables
Acepto que algunos pecados son más graves que otros. Según nosotros, es
preferible que nos culpen de haber mirado a una mujer con lujuria, a que nos
acusen de adulterio (Mateo 5:27-28). Creemos que es preferible enojarnos con
alguien que matarlo. Pero el Señor dijo que el que asesina o se enoja con su
hermano es igualmente culpable de juicio (Mateo 5:21-22). Según nuestros
valores humanos con sus leyes civiles, consideramos que hay una gran diferencia
entre un “ciudadano que cumple la ley” y que ocasionalmente recibe una multa
de tránsito, con alguien que vive una vida “sin ley”, en desacato y abierta
rebeldía a todas las leyes. Pero la Biblia no hace tal diferencia entre personas.
Más bien, simplemente dice que el pecado, sin excepción, es infracción de la ley
(1 Juan 3:4).
El pecado es pecado. Aun los que toleramos en nuestra vida. Todos son graves
delante de los ojos de Dios. Nuestro orgullo religioso, la crítica, el vocabulario
agresivo contra los demás, la impaciencia y el enojo; aún nuestra ansiedad
(Filipenses 4:6). Todos estos son pecados graves delante del Señor. Solo la
obediencia perfecta cumple el elevado estándar de la ley (Gálatas 3:10). Cristo
fue hecho maldición por nosotros para redimirnos de la maldición de la ley
(Gálatas 3:13). Aún así, el hecho persiste: consentimos pecados en nuestra vida
que parecen insignificantes pero que merecen la maldición de Dios.
Si esta observación parece muy ruda y punzante para aplicarla a todos los
creyentes, permítame responder con rapidez diciendo que hay muchas personas
piadosas y humildes que son las honrosas excepciones a esta regla. De hecho, la
paradoja es que esas personas cuyas vidas reflejan mejor el fruto del Espíritu son
las más sensibles y gimen internamente por los pecados “aceptables” que
cometen. Pero también hay una gran multitud que está pronto para juzgar el
pecado flagrante de la sociedad y que, sin embargo, permanece orgullosamente
insensible a sus propios pecados. Y muchos de nosotros vivimos entre los unos y
los otros. El punto principal es que todos nuestros pecados, son reprensibles a la
vista de Dios y merecen castigo.
La malignidad del Pecado
Nuestra manera de hablar, sea acerca de otros o con ellos, destruye o edifica a los
demás (Efesios 4:29). Nuestras palabras pueden corromper la mente de los
oyentes o pueden impartirles gracia. Ese es el poder de nuestro hablar. Sin
embargo, el pecado es mucho más que un hecho… es un principio o fuerza
moral que se anida en nuestro corazón y ser interior. El Apóstol Pablo llama
a este principio la carne (o naturaleza pecaminosa). Pablo habla de ella como si
se tratara de una persona (Romanos 7:8-11;Gálatas 5:17).
La siguiente es una verdad que necesitamos entender muy bien:
Aunque nuestros corazones han sido renovados y hemos sido liberados del
dominio absoluto del pecado, y aunque el Espíritu de Dios mora dentro de
nuestro cuerpo, el principio del pecado todavía nos acecha por dentro y libra
una guerra contra nuestra alma.
El cáncer es una buena analogía para entender la manera en que opera el pecado
en nuestra vida, especialmente cuando nos referimos al que aceptamos y
consentimos. El pecado aceptable es sutil en el sentido de que nos engaña al
pensar que no es tan malo o haciéndonos creer que no es pecado. Piense en los
pecados que consentimos como impaciencia, orgullo, resentimiento, frustración y
auto-conmiseración. ¿Le parecen odiosos y perniciosos? Tan peligroso es tolerar
esos pecados en nuestra vida espiritual como ignorar el cáncer que ha invadido
nuestro cuerpo.
Hasta ahora hemos visto al pecado desde el punto de vista de cómo nos afecta.
Vimos su tendencia maligna en nuestra vida y en la de nuestro prójimo. Sin
embargo, el tema más importante es cómo nuestro pecado afecta a Dios. Alguien
ha descrito al pecado como una traición cósmica. Si esto parece una exageración,
considere un momento lo que significa la palabra transgresión en la Biblia, en
especial en Levítico 16:21. Su significado es rebelión contra la autoridad, en este
caso, la del Señor. Así que cuando digo un chisme, me estoy rebelando contra
Dios. Cuando albergo resentimiento contra alguien en vez de perdonar en mi
corazón, estoy en franca rebelión contra él.
En [la lección] anterior vimos que Dios eliminó la culpa de nuestros pecados por
medio de la muerte de su Hijo. Él no nos perdonó porque sea blando con
nosotros, sino porque su justicia ha sido satisfecha. El perdón absoluto de
nuestros pecados es tan real y firme como la realidad histórica de la muerte de
Cristo. Es importante entender esta maravillosa verdad del evangelio porque sólo
podemos enfrentar nuestros pecados “respetables” cuando sabemos que ya han
sido perdonados. En ocasiones nos encontramos luchando con alguna expresión
particular de iniquidad y entonces nos preguntamos si el evangelio puede
ayudarnos a contrarrestar el poder que esta ejerce en nuestras vidas.
Para responder a esta [duda] debemos entender que la limpieza del
poder del pecado se realiza en dos etapas. La primera es cuando
quedamos libres del dominio del pecado. Esto sucede de una vez y para
siempre y es completa para todos los creyentes. La segunda es la
libertad de la presencia y actividad del pecado, la cual es progresiva,
continua y dura el resto de nuestra vida en esta tierra. Pablo nos ayuda a
ver esa doble libertad en Romanos 6. En Romanos 6:2 Pablo dijo que
estamos muertos al pecado y en el verso 8, que estamos muertos con
Cristo. Es decir, a través de nuestra unión con Jesucristo en su muerte
morimos a la culpabilidad del pecado, y no solo a eso sino también
morimos al poder que reinaba en nuestra vida. Sin embargo, Pablo
también nos insta en Romanos 6:12. ¿Cómo podría reinar el pecado si
hemos muerto a él? Por decirlo de alguna manera, seguimos librando
una guerra de guerrillas en nuestro corazón. Pablo describió esa lucha
en Gálatas 5:17. Todos los días libramos esa batalla entre los deseos de
la carne y los del Espíritu.
En ese punto de nuestra lucha podemos llegar a pensar: Está muy bien
decir que el pecado ya no tiene dominio sobre mí, pero ¿qué de mi
experiencia diaria con lo que aún queda en mí de la presencia y la
actividad del pecado? ¿Será posible que el evangelio también me limpie
de eso? ¿Puedo esperar algún progreso en mi vida al hacer morir los
pecados sutiles con los que lucho? La respuesta de Pablo a esta
cuestión tan vital se encuentra en Gálatas 5:16. Andar en el Espíritu
significa vivir bajo la influencia y el control del Espíritu, en dependencia
estrecha de Él. Pablo dice que si hacemos esto no satisfaremos los
deseos de la carne. Hablando en términos prácticos, vivimos bajo la
influencia y el control del Espíritu cuando continuamente exponemos
nuestra mente a su voluntad moral y buscamos obedecerla tal como está
revelada en las Escrituras. Y ¿qué otra actividad?
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Hemos visto cuál es el remedio para el pecado así como el poder del Espíritu
Santo que actúa a nuestro favor. También vimos que debemos participar
activamente para enfrentar nuestra iniquidad. El Apóstol Pablo escribió que
debemos “hacer morir” las diferentes expresiones del pecado en nuestra vida:
“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis
morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8:13).
Esto abarca tanto los pecados evidentes que tratamos de evitar, así
como los que son más sutiles y tendemos a ignorar. No es suficiente con
aceptar que en efecto toleramos algunos de ellos. Tal vez nuestra actitud
es como la de otros que dicen: “después de todo, nadie es perfecto”.
Pero enfrentar honestamente esos pecados es muy diferente. No
podemos continuar ignorándolos como en el pasado. Antes de estudiar
algunas áreas específicas de los pecados aceptables de los creyentes,
quisiera presentar algunas instrucciones en cuanto a cómo confrontarlos.
“ y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que
es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Fil. 3:9).
No hay motivación más grande para confrontar el pecado de nuestra vida
que saber estas dos gloriosas verdades del evangelio.
Recuerde: es por medio de esa divina persona que podemos hacer morir
el pecado. “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el
Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8:13). No
importa cuánto hayamos crecido en lo espiritual, jamás lograremos
superar nuestra necesidad constante del poder del Espíritu Santo.
Nuestra vida espiritual puede compararse con el motor de un aparato
eléctrico. El motor hace el trabajo, pero para funcionar depende del la
fuente de poder externa que es la electricidad. Por tanto, debemos
cultivar una actitud de dependencia continua del Espíritu Santo.
“Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si
cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere,
no habrá segundo que lo levante” (Ecl. 4:9-10).
Impiedad
Ansiedad y Frustacion
Ansiedad
Hace algunos años busqué en todo el Nuevo Testamento cuáles son las
cualidades de carácter cristiano que se enseñan por precepto o por
medio de ejemplos. Encontré que son veintisiete. No le sorprenderá
saber que el amor es el que menciona más (50 veces). Pero sí le
sorprenderá saber que lahumildad le sigue muy de cerca (40 menciones).
No obstante, lo que en realidad me asombró más fue saber que
la confianza en Dios en todas las circunstancias de nuestra vida se
encuentra en tercer lugar (13 veces). Lo opuesto de confiar en Dios se
manifiesta en alguna de estas dos actitudes: ansiedad o frustración. El
pasaje más prominente en el que enseña sobre el tema es Mateo 6:25-
34, pues usa la palabra afánseis veces. Otra expresión que el Señor
Jesús utilizó en cuanto a la ansiedad es: “No temáis”, o “no tengan
miedo” (ej. Mt. 10:31; Lc. 12:7). Pablo reforzó esta amonestación acerca
de la ansiedad en Filipenses 4:6. Y Pedro nos exhortó en I Pedro 5:7.
Cuando usted y yo decimos a alguien “no te anfanés” o “no temés”
tratamos de amonestarlo y darle ánimo. Pero cuando Jesús (o Pablo o
Pedro) nos dicen: “No os afanéis”, lo hacen con la fuerza de un mandato
moral. Es decir, la voluntad moral de Dios es que vivamos sin ansiedad.
O, para decirlo de manera más explícita, la ansiedad es un pecado.
Es pecado por dos razones. Primero, cuando somos presa de la ansiedad,
mostramos que creemos que el Altísimo no puede cuidar de nosotros y que
no lo hará en la circunstancia que nos está preocupando. [Segundo] El afán
es pecado porque significa que rechazamos la provisión divina en nuestra
vida. La provisión de Dios puede definirse de forma sencilla diciendo que
Él prepara todas las circunstancias y eventos del universo para gloria de
Él y beneficio de su pueblo. Tendemos a centrarnos en las causas
inmediatas que nos provocan ansiedad en vez de recordar que ellas
están bajo el control soberano de Dios. Puesto que he tenido que luchar
con la ansiedad en [cierta] área de mi vida, he llegado a la conclusión de
que mi ansiedad no se debe a que desconfío de Dios, sino a mi falta de
voluntad de someterme y aceptar con gozo su agenda para mi vida. El
mandato de Pablo de no estar afanosos va acompañado de la instrucción
de orar en cualquier situación que nos tiente a estar ansiosos Filipenses
4:6. Puede que usted sea o no tentado con frecuencia a caer en la
ansiedad como yo. Pero si así fuera, ¿puede usted reconocer cuáles son
las circunstancias que lo hacen ponerse ansioso?
Frustración
Un pecado relacionado con la ansiedad es el de la frustración. Por un
lado, la ansiedad incluye el temor, pero la frustración implica estar a
disgusto o enojado por cualquier cosa o persona que se interponga en
nuestros planes. No acepto la actuación invisible de Dios en cualquier
cosa que enciende mi frustración. En el calor del momento, tiendo a no
pensar en el Señor sino que me enfoco en la causa inmediata de mi
frustración. El pasaje de la Biblia que me ha ayudado a enfrentar la
frustración es el Salmo 139:16. “Todo aquello” se refiere no sólo a todos
los días de mi vida, sino que incluye los eventos y circunstancias de cada
día. Este pensamiento produce gran ánimo y consuelo. Así que cuando
algo sucede que me produce frustración, puedo citar el Salmo 139:16 y
decirle a Dios: “Esta circunstancia es parte de tu plan para mi vida
en este día. Ayúdame a reaccionar con fe, de manera que honre tu
nombre y tu voluntad providencial. Y, por favor, dame la sabiduría para
saber cómo enfrentar esta situación que me está provocando
frustración”. Observe cuales son los recursos que podemos utilizar para
afrontar la circunstancia que nos produce frustración: la aplicación
específica de las Escrituras y la dependencia del Espíritu Santo
expresada a través de la oración; estos nos ayudan a responder de
manera piadosa. A continuación, pidámosle sabiduría práctica para saber
cómo enfrentar la situación. En ocasiones Dios utiliza eventos que nos
producen frustración para llamar nuestra atención o para ayudarnos
crecer en un área específica.
La ansiedad y la frustración son pecados. No debemos tomarlas a la
ligera o minimizarlas considerándolas sólo reacciones para enfrentar los
acontecimientos difíciles de este mundo caído. Es cierto que nunca
lograremos completa libertad de la ansiedad o frustración en esta vida.
Pero tampoco debemos aceptarlas como parte de nuestro
temperamento.
Falta de contentamiento
> Infertilidad
Job 1:21 nos ayuda cuando nos toca experimentar la decepción terrible y
humillante.
y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio,
y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.
Al tratar con la falta de contentamiento, probablemente he tocado fibras
sensibles. Quizá la situación se agrava más porque he dicho que la falta
de contentamiento es pecado. Tal vez usted está pensando: si él
conociera mí situación, no sería tan radical ni me sermonearía. Es
verdad, no conozco su situación particular, pero he luchado contra la falta
de contentamiento y se ha esforzado por vencerla con las verdades
bíblicas.
La ingratitud
Lucas registra una ocasión en la que Jesús se encontró con diez leprosos.Véase
Lucas 17:13-19. Cuando leemos esta historia pensamos:¿Cómo pudieron
aquellos nueve hombres ser tan malagradecidos y no volver a darle gracias a
Jesús? Sin embargo, muchos de nosotros somos culpables del mismo pecado de
ingratitud.
Espiritualmente hablando, nuestra enfermedad era mucho peor que la
enfermedad física de la lepra. No estábamos enfermos; estábamos
muertos espiritualmente. Pero en su gran misericordia y amor, Dios nos
atrajo hacia sí mismo y nos dio vida espiritual (Ef. 2:1-5). Además,
perdonó nuestros pecados a través de la muerte de su Hijo y nos cubrió
con la justicia impecable del mismo Jesucristo.
El hecho de haber recibido la vida espiritual de Jesús es un milagro
mucho más grande y sus beneficios son infinitamente mayores que haber
sido sanados de la lepra. No obstante, ¿cuántas veces hemos dado
gracias por nuestra salvación? ___________
“Cuando muere la gratitud sobre el altar del corazón del hombre, aquel es casi
sin esperanza”
Bob Jones
El orgullo
El egoísmo
En los tiempos bíblicos, lo más importante para una población eran los muros. Si
estos estaban fracturados, el ejército enemigo podía entrar y conquistarla.
Recordemos el relato de la caída de Jericó en el que Dios provocó que los muros
se derrumbaran y el ejército de Israel pudo avanzar con facilidad y tomar la
cuidad (Josué 6).
En la misma manera que una ciudad sin muros es vulnerable ante un
ejército invasor, así lo es la persona que carece de dominio propio, pues
queda expuesta a todo tipo de tentaciones. Lamentablemente, Salomón,
que fue quien escribió esa verdad de Proverbios 25:28, comprobó con su
vida en forma triste y dolorosa esas palabras. La Biblia registra que ese
rey tuvo seiscientas esposas y trescientas concubinas de todas las
naciones de las cuales el Señor había dicho al pueblo de Israel que no
debían tomar mujeres (1 Reyes 11:1-3). Pero Salomón dio rienda suelta a
sus pasiones e ignoró por completo la prohibición divina. Puesto que era
el soberano más poderoso de su época, tenía acceso a todo lo que
deseaba.
Pero, en vez de ejercer dominio propio, ignoró sus propias palabras de
sabiduría que sus pasiones se desbordaran. Salomón pagó un alto precio
por su falta de dominio propio. Sus mujeres apartaron su corazón de
Dios. Fue por esa causa que el Señor dividió su reino en los días de su
hijo Roboam.
Proverbios y las cartas del Nuevo Testamento tienen mucho que decir
acerca del dominio propio. Pablo lo menciona como uno de las
demostraciones del fruto de Espíritu (Gal. 5:22-23) y también lo incluye en
la lista de los desenfrenos que serán característicos de los últimos días (2
Tim. 3:3). Por otro lado, en varias ocasiones en sus dos cartas, Pedro
instó a los creyentes a ser sobrios, o auto controlados (1 Pe. 1:13; 4:7;
5:8; 2 Pe. 1:5).
A pesar de la enseñanza bíblica del dominio propio, sospecho que esta
es una virtud que no recibe atención concienzuda de parte de la mayoría
de los cristianos. Hemos establecido límites en nuestra cultura cristiana
con los cuales evitamos cometer ciertos pecados abiertos, pero dentro de
esas fronteras podríamos decir que vivimos como se nos antoja. Pocas
veces nos negamos a satisfacer nuestros deseos y emociones. La falta
de dominio propio bien podría ser uno de nuestros pecados
“respetables”. Y al tolerarlo nos hacemos más vulnerables a otros más.
La ira
Por lo general manifestamos nuestra ira con las personas que más amamos; es
decir, nuestro cónyuge, hijos, padres y hermanos, así como con nuestros
verdaderos hermanos en Cristo dentro de la iglesia. En una ocasión conocí a un
creyente que era el epítome de la gracia hacia las demás personas, pero de
continuo estaba airado contra su esposa e hijos. Afortunadamente, después de
algunos años Dios lo redarguyó y le ayudó a resolver su ira.
¿Qué es la ira? Muchos de nosotros podríamos decir: “No puedo definirla,
pero la reconozco cuando la veo, especialmente si se dirige hacia mí”. Mi
diccionario define la ira diciendo simplemente que es un fuerte sentimiento
de desagrado acompañado de antagonismo. Añadiría que por lo general va
acompañada de emociones, palabras y acciones pecaminosas que
hieren al objeto de nuestra ira.
El tema de la ira es amplio y muy complejo, y el propósito de este estudio
no es tratarlo a fondo. Para mantenernos dentro del objetivo de
ayudarnos a confrontar los pecados que toleramos en nuestras vidas,
voy a centrarme en el aspecto de la ira que inconscientemente
consideramos como un pecado “respetable. Para lograr ese propósito,
necesito mencionar el tema de la ira justificada.
Algunas personas razonan diciendo que su ira es justa. Creen que tienen
derecho a estar enojadas, dependiendo de la situación. ¿Cómo sabemos si
nuestra ira es justa o no?En primer lugar, la ira justa surge de una
percepción correcta de la verdadera maldad; es decir, de una violación a la
ley moral de Dios. Se centra en Él y su voluntad, no en nosotros y la nuestra. En
segundo, la ira justa siempre se autocontrola. Jamás provoca que alguien
pierda la cabeza o discuta de manera vengativa. El enfoque central de la
enseñanza bíblica acerca de esa emoción tiene que ver con nuestras
reacciones de ira pecaminosa ante las acciones o palabras de los
demás. El hecho de que respondamos al pecado real de otro no significa
que nuestra ira sea justa.
Otro tema en cuanto a la ira que no es parte del propósito de este libro es
la de la persona que está airado de continuo, o cuya ira le hace abusar
verbal o físicamente de otros. Esa persona necesita recibir buena
consejería bíblica y pastoral. Así que mantenemos nuestro enfoque en lo
que podríamos llamar ira común, la cual aceptamos de alguna manera
como parte de nuestra vida, pero que en realidad es pecado ante los ojos
de Dios.
18 Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los
buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar.
(1 Pedro 2:18-20)
Las instrucciones de Pedro para los esclavos son una aplicación
específica de un principio bíblico más general: Debemos responder a
cualquier trato injusto como si viniera del Señor. ¿Se encuentra esta
situación difícil o trato injusto bajo el control soberano de Dios, y él en su
infinita sabiduría y bondad lo está utilizando para conformarme más a la
imagen de Cristo? (Romanos 8:28; Hebreos 12:4-11).
Con demasiada frecuencia nuestra respuesta inmediata a una acción
injusta es la ira pecaminosa. Pero después del momento difícil, podemos
decidir si vamos a continuar airados, o podemos reflexionar en las
preguntas que he sugerido y permitir al Espíritu Santo que erradique
nuestro enojo.
Así que, ¿cómo tenemos que manejar la ira de tal forma que honre a Dios?
1. Debemos reconocerla sabiendo que es pecaminosa. Necesitamos
arrepentirnos no sólo de la ira, sino también del orgullo, el egoísmo y la
idolatría.
2. Después, necesitamos cambiar nuestra actitud hacia la persona o las
personas cuyas palabra o acciones la provocaron. (Efesios 4:32; Colosenses
3:13) Si ya externando nuestra ira, procuremos que nos perdone la persona
a quien herimos con nuestro enojo.
3. Finalmente, debemos entregar a Dios la ocasión de nuestra ira. Debemos
aceptar que cualquier situación que nos tiente a airarnos puede llevarnos a
una ira pecaminosa por un lado, o bien, a Cristo y su poder santificador.
Al principio de este estudio admití que el tema de la ira es complejo y que
el propósito no es agotarlo. Pero espero que le haya ayudado a
reconocer que la mayoría de nuestro enojo es pecaminoso, y aunque lo
justifiquemos y toleremos en nuestra vida, no es aceptable delante de
Dios.