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Introducción

Una introducción y base para nuestro estudio…


En el capitulo uno, hace mención de porque, a pesar del comportamiento
que tenían los corintios, Pablo los pudo llamar “santos.” (1 Co. 1:2, 2 Co.
1:1). “En la actualidad, la palabra santo se usa muy poco fuera de la
iglesia católica romana u ortodoxa.” Cuando referimos a una persona
llamándole “santo” usualmente pensamos en una persona “amable y
llena de gracia que lee su Biblia a diario, ora, y es conocida por sus
buenas obras para los demás.” Esto nos lleva a preguntar, “¿cómo es
que el apóstol Pablo pudo referirse a los caóticos creyentes de Corinto
como santos?” “La respuesta radica en el significado que tiene esa
palabra en la Biblia.”
La frase de Pablo “a los santificados en Cristo Jesús y llamados a ser
santos,” provienen de la misma familia de términos griegos y significa
literalmente “el que ha sido separado para Dios.” En español se diría algo
así “a los separados en Cristo Jesús, llamados a ser separados.” Cada
creyente verdadero ha sido separado o apartado por Dios, para él” (Tito
2:14; 1 Co. 6:19-20). Entonces, ¿cómo llegamos a ser santos, si no es por
medio de nuestra conducta? “Si juntamos estos dos pasajes podemos
entender el significado de un santo. Es alguien a quien Cristo compró con
su propia sangre derramada en la cruz y lo ha separado para sí mismo para
que sea de su propiedad.”
“¿Qué significa, entonces, estar separados o apartados?” “Cada nuevo
creyente ha sido apartado por Dios, separado para él para ser
transformado a la semejanza de su Hijo Jesucristo.” Así llegamos a
entender como la Biblia puede referirse a cada creyente como un santo
posicionalmente delante de Dios por los cambios realizados en su vida
después de la salvación (2 Co. 5:17). Este cambio se describe de manera
profética en Ezequiel 36:26.
No pasan muchos momentos cuando no pecamos en pensamiento,
actitud, palabra o hecho. Es una tendencia de la carne, seguir los deseos
engañosos de nuestro corazón (Gá. 5:17; 1 Pe. 2:11), estamos en un
cambio progresivo que nunca termina en esta vida. Esto podemos usarlo
como una excusa para seguir pecando, una tendencia de seguir
haciendo lo malo, un pretexto para vivir en conformidad con nuestro
pecado y así generar los pecados respetables. “La guerra constante entre
la carne y el Espíritu que se describe en [estos pasajes] se libra todos los
días en el corazón de todo creyente.”
De alguna manera todos somos parte de los corintios, santos llamados a
ser santos, pues nuestro carácter, obras, pensamientos, motivaciones,
actitudes demuestran la presencia de pecado. “Podríamos resumir la
carta de Pablo con la siguiente declaración: ‘Ustedes son santos. Por
favor, ¡Actuen como tales!” Todo pecado en nuestra vida, toda
conformidad con el, toda pequeña acción, actitud, pensamiento que vaya
acompañado de pecado, “es una conducta indigna de un santo, de un
cristiano”, por lo tanto no hay pecado aceptable para los santos, no hay
pecado que no ofenda a Dios. “Uno de nuestros problemas es que no
estamos conscientes de que somos santos y mucho menos de la
responsabilidad que conlleva esa nueva posición que exige que vivamos
como tales.”Todo pecado va en contra de la santidad de Dios, va en
contra de lo que es y se espera de nuestra santidad. “Así que sigamos
adelante con nuestro estudio y hablamos del pecado y la forma en que
negamos que existe en nuestra vida.”
La desaparición del Pecado

En un libro escrito en el año 1973 llamado Whatever Became of


Sin?(¿Qué Sucedió con el Pecado?), el autor Karl Menninger escribió:
“La palabra ‘pecado’, que parece haber desaparecido de nuestro
vocabulario, fue un término orgullosos, muy fuerte, siniestro y grave…
Pero la palabra se ha ido. Casi ha desaparecido por completo; tanto ella
como lo que evoca. ¿Por qué? ¿Será que nadie peca? ¿O será que ya
nadie cree en el pecado?” El autor Peter Barnes escribió lo siguiente en
un artículo titulado, “What! Me? A Sinner?” (“¡Cómo! ¿Yo? ¿Un
Pecador?”): En la Inglaterra del siglo veinte, C. S. Lewis escribió: ‘El
obstáculo que más encuentro es el total desconocimiento que
tienen acerca del pecado quienes me escuchan; no tienen la más
mínima noción de lo que este significa.’ Y en el año 2001, el erudito
en el Nuevo Testamento D. A. Carson comentó que el aspecto más
frustrante de evangelizar dentro de las universidades es que los alumnos
no tienen idea de lo que es el pecado, ‘Saben muy bien cómo cometerlo,
pero no entienden lo que significa.’” Estas citas sólo confirman lo que es
muy claro a la vista de los observadores: El pecado y todo lo que
representa, literalmente ha desaparecido de nuestra cultura.

Lamentablemente, la idea del pecado también ha desaparecido de


muchas iglesias. De hecho, hemos dejado de usar en nuestro
vocabulario las palabras bíblicas fuertes acerca del pecado. La gente ya
no comete adulterio, ahora tiene una aventura. Los ejecutivos de las
compañías no roban, sólo cometen fraudes. En nuestras iglesias
conservadoras, en muchos casos la idea del pecado se aplica sólo a
aquellos que cometen pecados tan flagrantes como el aborto, la
homosexualidad y el homicidio, o los crímenes escandalosos de los
ejecutivos de empresas. Es muy fácil condenar a quienes cometen esos
pecados tan obvios y al mismo tiempo ignorar nuestros propios pecados
de chisme, orgullo, envidia, amargura y lujuria.

Es común observar que estamos más preocupados


por el pecado de la sociedad
que por el que cometemos los santos.

De hecho, con frecuencia nos permitimos cometer lo que llamo pecados


“respetables” o “aceptables sin ningún remordimiento. Es muy fácil
salirnos por la tangente diciendo que estos últimos pecados no son tan
malos como los más vergonzosos de nuestra sociedad. Pero Dios no nos
ha dado autoridad para establecer distinciones entre los pecados
(Santiago 2:10).

Acepto que algunos pecados son más graves que otros. Según nosotros, es
preferible que nos culpen de haber mirado a una mujer con lujuria, a que nos
acusen de adulterio (Mateo 5:27-28). Creemos que es preferible enojarnos con
alguien que matarlo. Pero el Señor dijo que el que asesina o se enoja con su
hermano es igualmente culpable de juicio (Mateo 5:21-22). Según nuestros
valores humanos con sus leyes civiles, consideramos que hay una gran diferencia
entre un “ciudadano que cumple la ley” y que ocasionalmente recibe una multa
de tránsito, con alguien que vive una vida “sin ley”, en desacato y abierta
rebeldía a todas las leyes. Pero la Biblia no hace tal diferencia entre personas.
Más bien, simplemente dice que el pecado, sin excepción, es infracción de la ley
(1 Juan 3:4).

En la cultura griega, la palabra pecado significaba originalmente “errar al


blanco”, es decir no atinarle al centro del blanco. Hay algo de verdad en esa idea
en la actualidad. Sin embargo, en muchas ocasiones nuestros pecados no se
deben a nuestro fracaso por lograr algo [el blanco], sino a la ambición interna de
satisfacer nuestros deseos (Santiago 1:14). Decimos un chisme o codiciamos
porque el placer momentáneo es mayor que nuestro deseo de agradar a Dios.

El pecado es pecado. Aun los que toleramos en nuestra vida. Todos son graves
delante de los ojos de Dios. Nuestro orgullo religioso, la crítica, el vocabulario
agresivo contra los demás, la impaciencia y el enojo; aún nuestra ansiedad
(Filipenses 4:6). Todos estos son pecados graves delante del Señor. Solo la
obediencia perfecta cumple el elevado estándar de la ley (Gálatas 3:10). Cristo
fue hecho maldición por nosotros para redimirnos de la maldición de la ley
(Gálatas 3:13). Aún así, el hecho persiste: consentimos pecados en nuestra vida
que parecen insignificantes pero que merecen la maldición de Dios.

Si esta observación parece muy ruda y punzante para aplicarla a todos los
creyentes, permítame responder con rapidez diciendo que hay muchas personas
piadosas y humildes que son las honrosas excepciones a esta regla. De hecho, la
paradoja es que esas personas cuyas vidas reflejan mejor el fruto del Espíritu son
las más sensibles y gimen internamente por los pecados “aceptables” que
cometen. Pero también hay una gran multitud que está pronto para juzgar el
pecado flagrante de la sociedad y que, sin embargo, permanece orgullosamente
insensible a sus propios pecados. Y muchos de nosotros vivimos entre los unos y
los otros. El punto principal es que todos nuestros pecados, son reprensibles a la
vista de Dios y merecen castigo.
La malignidad del Pecado

¡Cáncer! Es una palabra aterradora que provoca una sensación de


desmayo y, en muchas ocasiones, desesperanza. Otro término para
describir el cáncer es malignidad. En el ámbito médico esa palabra
describe un tumor que tiene un extraordinario potencial para crecer y se
expande invadiendo los tejidos contiguos. Sistemáticamente provoca
metástasis en otros lados del cuerpo. Si se le deja sin atender, la
malignidad tiende a infiltrarse y extenderse por todo el cuerpo.
Finalmente, provoca la muerte. No nos sorprende entonces que el cáncer
y la malignidad sean palabras tan temibles.

El pecado es una malignidad espiritual y moral. Si se la deja sin control,


puede diseminarse por todo nuestro interior y contaminar todas las áreas de
nuestra vida. Y lo que es peor, con toda seguridad provocará una “metástasis” a
partir de nosotros y se extenderá hacia los creyentes que nos rodean. Nadie vive
en una isla espiritual o social. Nuestras actitudes, palabras, acciones y hasta
nuestros pensamientos más íntimos, afectan a nuestro prójimo.

Nuestra manera de hablar, sea acerca de otros o con ellos, destruye o edifica a los
demás (Efesios 4:29). Nuestras palabras pueden corromper la mente de los
oyentes o pueden impartirles gracia. Ese es el poder de nuestro hablar. Sin
embargo, el pecado es mucho más que un hecho… es un principio o fuerza
moral que se anida en nuestro corazón y ser interior. El Apóstol Pablo llama
a este principio la carne (o naturaleza pecaminosa). Pablo habla de ella como si
se tratara de una persona (Romanos 7:8-11;Gálatas 5:17).
La siguiente es una verdad que necesitamos entender muy bien:
Aunque nuestros corazones han sido renovados y hemos sido liberados del
dominio absoluto del pecado, y aunque el Espíritu de Dios mora dentro de
nuestro cuerpo, el principio del pecado todavía nos acecha por dentro y libra
una guerra contra nuestra alma.

Si no reconocemos esa realidad desastrosa, estamos abonando una tierra fértil


donde crecerán y florecerán nuestros pecados “respetables” o “aceptables.” Los
que somos creyentes tendemos a evaluar nuestro carácter y conducta con base en
el comportamiento moral de la cultura en que vivimos. Puesto que por lo general
vivimos bajo una norma moral más alta que la de la sociedad, es muy fácil
sentirnos bien con nosotros mismos y asumir que Dios siente exactamente lo
mismo. Nos resistimos a reconocer la realidad de que el pecado todavía mora en
nosotros.

El cáncer es una buena analogía para entender la manera en que opera el pecado
en nuestra vida, especialmente cuando nos referimos al que aceptamos y
consentimos. El pecado aceptable es sutil en el sentido de que nos engaña al
pensar que no es tan malo o haciéndonos creer que no es pecado. Piense en los
pecados que consentimos como impaciencia, orgullo, resentimiento, frustración y
auto-conmiseración. ¿Le parecen odiosos y perniciosos? Tan peligroso es tolerar
esos pecados en nuestra vida espiritual como ignorar el cáncer que ha invadido
nuestro cuerpo.

Hasta ahora hemos visto al pecado desde el punto de vista de cómo nos afecta.
Vimos su tendencia maligna en nuestra vida y en la de nuestro prójimo. Sin
embargo, el tema más importante es cómo nuestro pecado afecta a Dios. Alguien
ha descrito al pecado como una traición cósmica. Si esto parece una exageración,
considere un momento lo que significa la palabra transgresión en la Biblia, en
especial en Levítico 16:21. Su significado es rebelión contra la autoridad, en este
caso, la del Señor. Así que cuando digo un chisme, me estoy rebelando contra
Dios. Cuando albergo resentimiento contra alguien en vez de perdonar en mi
corazón, estoy en franca rebelión contra él.

En Isaías 6:1-8 el profeta tuvo una visión acerca de Dios en su grandiosa


majestad. La triple repetición de la palabra santo (v. 3) se dice que Dios es
infinitamente santo. Cuando se usa para describir a Dios, el término santo habla
de su majestad infinita y transcendente. Describe su soberanía para reinar sobre
toda la creación. Por lo tanto, cuando pecamos, es decir, cuando violamos la ley
divina en cualquier forma, ya sea que la consideremos leve o no, nos rebelamos
contra su soberana autoridad y su transcendente majestad. Para decirlo en pocas
palabras, nuestro pecado es un atentado contra el reino majestuoso y
soberano de Dios.

Observe el uso de la palabra menospreciar en los versículos 2 de Samuel 12:9-


10. Podemos ver entonces que el pecado es menosprecio de la ley divina. Pero
también entendemos que menospreciar la ley del Señor significa despreciarlo a
Él. Por tanto, cuando nos permitimos cometer cualquiera de los así llamados
pecados aceptables, no solamente damos evidencia de rechazar la ley divina, sino
que al mismo tiempo menospreciamos al Señor. Dios conoce nuestros
pensamientos (Salmo 139:1-4). Esto significa que toda nuestra rebelión, el
menosprecio de Dios y su ley, la tristeza que provocamos al Espíritu Santo, la
presunción de su gracia y todos nuestros pecados, se llevan a cabo ante la
presencia de Dios. El Señor perdona nuestro pecado porque Cristo derramó su
sangre por él, pero no lo tolera. Más bien, cada transgresión que cometemos, aun
el pecado sutil en el que ni pensamos, fue puesto sobre Cristo al llevar en sí la
maldición de Dios en nuestro lugar. Por sobre todas las cosas, en esto es en lo
que radica la malignidad del pecado. Cristo tuvo que sufrir por causa de él.
El remedio para el pecado

John Newton escribió un hermoso himno llamado, “Sublime Gracia.” No


obstante, en su juventud fue un comerciante de esclavos y capitán de
una nave que los transportaba desde África hacia los Estados Unidos de
América. Por cuestiones de salud, renunció a la vida en alta mar y se
hizo oficial de aduanas. Estudió teología y después se convirtió en
ministro. Pero aún siendo pastor, Newton nunca pudo olvidar la terrible
naturaleza de su maldad cuando comerciaba con esclavos. Al final de su
vida compartió con un amigo:

“Estoy perdiendo la memoria, pero sí recuerdo dos cosas:

soy un gran pecador y

Cristo es un gran Salvador.”

Siglos antes, Saulo de Tarso se convirtió en el gran Apóstol Pablo pero


también sentía culpable por haber cometido graves pecados. Hechos
7:54-8:1 describe su complicidad en la lapidación de Esteban. Hacia el
final de su vida, Pablo escribió que en su vida había sido “blasfemo,
perseguidor e insolente” (I Tim. 1:13). Pero en este mismo contexto dijo I
Timoteo 1:15. John Newton y el Apóstol Pablo se percibían como
grandes pecadores, pero con un grandioso Salvador. La mayoría de los
creyentes no podemos identificarnos con ninguno de ellos en cuanto a la
gravedad de nuestros pecados pasados porque tal vez nunca hemos
cometido adulterio, asesinado, traficado de drogas o estafado a la
empresa donde trabajamos. Sin embargo, aunque no he cometido
pecados grandes y escandalosos, sí he participado de chismes, he
criticado a los demás, he albergado resentimientos, he sido impaciente y
egoísta, he desconfiado en Dios en situaciones difíciles, he sucumbido al
materialismo y aun he permitido que mi equipo favorito de fútbol se
convierta en un ídolo para mí. Tengo que estar de acuerdo con Pablo en
que soy el primero de los pecadores. O para parafrasear las palabras de
John Newton: “Soy un gran pecador, pero tengo un gran Salvador”.

Tanto Pablo como Newton se describieron a sí mismos como pecadores,


en el tiempo verbal presente. Ninguno de ellos dijo fui; más bien dijeron
que soy. Podemos estar seguros de que desde que se convirtieron hasta
que murieron, el carácter de Newton y Pablo se fue haciendo semejante
al de Cristo. Pero el proceso de crecimiento involucraba ser cada vez
más conscientes y sensibles a las expresiones pecaminosas de la carne
que todavía influían en ellos. Por eso John Newton pudo decir: “Fui y
todavía sigo siendo un gran pecador, pero tengo un grandioso Salvador”.
Y cuando empecemos a confrontar nuestros pecados aceptables,
podremos decir lo mismo.

El remedio de nuestro pecado, ya sea éste escandaloso o aceptable, es


el evangelio en su aspecto más amplio. El evangelio es un mensaje;
estoy usando la palabra evangelio para definir la obra completa de Cristo
durante su vida, muerte y resurrección a favor nuestro y su obra actual
en nosotros a través de su Espíritu Santo. Cuando hablo del evangelio en
su aspecto más amplio, me refiero al hecho de que el Señor, en su obra
a favor nuestro y en nosotros, nos salva del castigo del pecado, pero
también de su dominio y poder reinante en nuestra vida. A partir del
capítulo 7 trataremos específicamente los pecados respetables en
nuestra vida. Pero antes de hacerlo, tenemos que examinar bien e
evangelio. Esto es necesario porque:

En primer lugar, el evangelio solo es para pecadores (I Tim. 1:15). Pero la


mayoría de los creyentes tienden a pensar que el evangelio es para los incrédulos,
para los que necesitan ser “salvos”. Sin embargo, aunque somos verdaderos
santos en el sentido de haber sido separados para Dios, todavía somos
practicantes del pecado. Así que el primer uso del evangelio como remedio para
nuestros pecados es labrar el terreno de nuestros corazones para que podamos ver
nuestra iniquidad. Si estamos dispuestos a aceptar cada día
nuestra condición de pecadores necesitados del evangelio, nuestro
corazón que consideramos muy justo queda desprotegido y nos
preparamos para enfrentar y aceptar la realidad de la impiedad que
todavía reside en nosotros.
En segundo lugar, el evangelio so sólo nos prepara para enfrentar nuestro pecado;
también nos libera para hacerlo. Generalmente, el hecho de reconocer nuestras
iniquidades nos hace sentir culpables. Por supuesto, nos sentimos culpables
porque losomos. Nuestro instinto es tratamos de minimizarlo. Pero no es posible
pretender resolver alguna manifestación particular de maldad, como la ira, hasta
que reconozcamos abiertamente su presencia e influencia en nuestra vida. Así
que necesitamos tener la seguridad de que nuestro pecado ha sido perdonado para
comenzar a enfrentarlo y, claro, corregirlo después. Necesitamos tener la
seguridad de que ese [pecado] ha sido perdonado; es decir, que Dios ya no lo
toma en cuenta. El evangelio nos provea esa seguridad (Romanos 4:7-8). ¿Por
qué Dios no nos inculpa de nuestro pecado? Porque es una deuda que Él ya puso
sobre Cristo (Isaías 53:6). En la medida en que entendamos en lo profundo de
nuestro ser esta gloriosa verdad del perdón divino de nuestros pecados a través de
Cristo, quedaremos libres para enfrentar honesta y humildemente las
manifestaciones particulares del pecado en nuestra vida. Por eso es útil afirmar
cada día lo que Newton decía: “Soy un gran pecador, pero tengo un gran
Salvador”.
En tercer lugar el evangelio nos motiva y da energía para enfrentar nuestro
pecado. No es suficiente aceptarlo con honestidad. Para usar una frase de las
Escrituras, significa que debemos hacerlo morir (Rom. 8:13; Col. 3:5). No
podemos comenzar a enfrentar laactividad del pecado en nuestra vida hasta que
hayamos lidiado con la culpabilidad que resulta de este. La seguridad de que
Dios ya no nos inculpa de nuestros pecados produce dos cosas. Primero, nos
asegura que Él está por nosotros y no contra nosotros (Rom. 8:31). Dios no nos
está mirando desde su trono celestial diciendo “¿Cuándo vas a cambiar?
¿Cuándo comenzarás a erradicar ese pecado?” Más bien, Él viene a nuestro lado
diciendo: Vamos a enfrentar este pecado, pero mientras tanto quiero que sepas
que no te inculpo por él.” Dios ya no es nuestro Juez; ahora es nuestro Padre
celestial, quien nos ama con un amor infinito. Y aún más, la seguridad de que
Dios ya no nos inculpa de pecado y que Él está con nosotros en nuestra lucha
contra este, nos produce una mayor gratitud por lo que ya ha hecho y está
haciendo a favor nuestro a través de Jesucristo.

El Poder del Espíritu Santo

En [la lección] anterior vimos que Dios eliminó la culpa de nuestros pecados por
medio de la muerte de su Hijo. Él no nos perdonó porque sea blando con
nosotros, sino porque su justicia ha sido satisfecha. El perdón absoluto de
nuestros pecados es tan real y firme como la realidad histórica de la muerte de
Cristo. Es importante entender esta maravillosa verdad del evangelio porque sólo
podemos enfrentar nuestros pecados “respetables” cuando sabemos que ya han
sido perdonados. En ocasiones nos encontramos luchando con alguna expresión
particular de iniquidad y entonces nos preguntamos si el evangelio puede
ayudarnos a contrarrestar el poder que esta ejerce en nuestras vidas.
Para responder a esta [duda] debemos entender que la limpieza del
poder del pecado se realiza en dos etapas. La primera es cuando
quedamos libres del dominio del pecado. Esto sucede de una vez y para
siempre y es completa para todos los creyentes. La segunda es la
libertad de la presencia y actividad del pecado, la cual es progresiva,
continua y dura el resto de nuestra vida en esta tierra. Pablo nos ayuda a
ver esa doble libertad en Romanos 6. En Romanos 6:2 Pablo dijo que
estamos muertos al pecado y en el verso 8, que estamos muertos con
Cristo. Es decir, a través de nuestra unión con Jesucristo en su muerte
morimos a la culpabilidad del pecado, y no solo a eso sino también
morimos al poder que reinaba en nuestra vida. Sin embargo, Pablo
también nos insta en Romanos 6:12. ¿Cómo podría reinar el pecado si
hemos muerto a él? Por decirlo de alguna manera, seguimos librando
una guerra de guerrillas en nuestro corazón. Pablo describió esa lucha
en Gálatas 5:17. Todos los días libramos esa batalla entre los deseos de
la carne y los del Espíritu.

En ese punto de nuestra lucha podemos llegar a pensar: Está muy bien
decir que el pecado ya no tiene dominio sobre mí, pero ¿qué de mi
experiencia diaria con lo que aún queda en mí de la presencia y la
actividad del pecado? ¿Será posible que el evangelio también me limpie
de eso? ¿Puedo esperar algún progreso en mi vida al hacer morir los
pecados sutiles con los que lucho? La respuesta de Pablo a esta
cuestión tan vital se encuentra en Gálatas 5:16. Andar en el Espíritu
significa vivir bajo la influencia y el control del Espíritu, en dependencia
estrecha de Él. Pablo dice que si hacemos esto no satisfaremos los
deseos de la carne. Hablando en términos prácticos, vivimos bajo la
influencia y el control del Espíritu cuando continuamente exponemos
nuestra mente a su voluntad moral y buscamos obedecerla tal como está
revelada en las Escrituras. Y ¿qué otra actividad?
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Hay un principio fundamental de la vida cristiana que yo he denominado


el principio de laresponsabilidad dependiente. Es decir, somos
responsables ante Dios de obedecer su Palabra y de hacer morir los
pecados de nuestra vida. Al mismo tiempo, nosotros no tenemos la
capacidad de llevar a cabo esa responsabilidad. Cuando andamos en el
Espíritu, vemos que Él obra en y a través de nosotros para limpiarnos de
los vestigios del poder del pecado que tenemos. Nunca lograremos la
perfección en esta vida, pero sí podemos ver algún progreso. Si con toda
sinceridad queremos enfrentar y corregir los pecados sutiles de nuestra
vida, podemos estar seguros de que el Espíritu Santo está actuando en y
a través de nosotros para lograrlo Filipenses 1:6. La verdad es que los
tres miembros de la divina Trinidad están involucrados en nuestra
transformación espiritual, pero son el Padre y el Hijo quienes obran a
través del Espíritu Santo que mora en nosotros I Corintios 6:19. No es
necesario creer de manera activa en esa gran verdad acerca del Espíritu
Santo. Lo que sí necesitamos creer es que cuando estamos procurando
resolver nuestros pecados sutiles, no estamos solos.

Una de las formas en que esa divina persona obra en nosotros es


produciendo convicción del pecado. Es decir, Él hace que comencemos a
aceptar que nuestro egoísmo, impaciencia o actitud de crítica en realidad
son pecados II Timoteo 3:16. Otra manera en que el Espíritu Santo
trabaja en nosotros es capacitándonos y dándonos la fuerza para
confrontar nuestro pecado Romanos 8:13; Filipenses 2:12-13. Es decir,
Él nos invita a trabajar confiando en que está obrando en nosotros.
En Filipenses 4:13 leemos la declaración de Pablo. Por tanto, nunca
debemos darnos por vencidos. Aunque parezca que no estamos
mejorando, Él sigue actuando en nosotros. Una manera más en la que el
Espíritu Santo produce nuestra transformación es permitiendo
circunstancias en nuestra vida para hacernos crecer espiritualmente. Si
somos propensos a estallar en ira pecaminosa, se nos presentarán
circunstancias que nos harán enojar. Si nos sentimos ansiosos con
facilidad, tendremos muchas oportunidades para enfrentar el pecado de
la ansiedad. Dios no nos tienta para que pequemos (Sant. 1:13-14), sino
que permite circunstancias en nuestra vida que nos dan la oportunidad
de hacer morir algún pecado sutil en particular que se ha convertido en
una característica de nuestra vida. Romanos 8:28 es un versículo que
muchos usamos para animarnos en tiempos difíciles. El “bien” del v. 28
se refiere al v. 29 donde habla de que seamos conformados a la imagen
del Hijo de Dios. Esto significa que el Espíritu Santo está obrando en
nuestra vida a través de las circunstancias que nos rodean para
hacernos más semejantes a Cristo.

Entonces, al estudiar la siguiente sección de este libro donde veremos


con detalle los pecados aceptables, consuélese. Recuerde que Cristo ya
pagó por la penalidad de nuestros pecados y ganó el perdón de ellos.
Después, envió a su Espíritu Santo a residir en nosotros para
capacitarnos y enfrentarlos. Asimismo, esté preparado para humillarse.
Instrucciones para confrontar

Hemos visto cuál es el remedio para el pecado así como el poder del Espíritu
Santo que actúa a nuestro favor. También vimos que debemos participar
activamente para enfrentar nuestra iniquidad. El Apóstol Pablo escribió que
debemos “hacer morir” las diferentes expresiones del pecado en nuestra vida:
“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis
morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8:13).

“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones


desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría” (Col. 3:5).

Esto abarca tanto los pecados evidentes que tratamos de evitar, así
como los que son más sutiles y tendemos a ignorar. No es suficiente con
aceptar que en efecto toleramos algunos de ellos. Tal vez nuestra actitud
es como la de otros que dicen: “después de todo, nadie es perfecto”.
Pero enfrentar honestamente esos pecados es muy diferente. No
podemos continuar ignorándolos como en el pasado. Antes de estudiar
algunas áreas específicas de los pecados aceptables de los creyentes,
quisiera presentar algunas instrucciones en cuanto a cómo confrontarlos.

1. Siempre debemos poner cualquier pecado bajo la luz del


evangelio.

Nuestra tendencia es que tan pronto como comenzamos a trabajar en un


área de pecado en nuestra vida, olvidamos el evangelio. Olvidamos que
Dios ya ha perdonado ese pecado gracias a la muerte de Cristo.

“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra


carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando
el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria,
quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Col. 2:13-14).

El Señor ha perdonado nuestros pecados, pero no solo eso sino que ha


acreditado a nuestra cuenta espiritual la justicia perfecta de Cristo. En
todas las áreas de la vida en las que hemos desobedecido Jesús fue
perfectamente obediente. Él fue crucificado por nuestros pecados. Tanto
en su vida sin pecado como en su muerte expiatoria, Jesús fue
perfectamente obediente y justo, y esa es la que nos ha sido acreditado a
todos los que creemos en Él.

“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada


por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia” (Rom.
3:21-22)

“ y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que
es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Fil. 3:9).
No hay motivación más grande para confrontar el pecado de nuestra vida
que saber estas dos gloriosas verdades del evangelio.

2. Debemos aprender a depender del poder habilitador del Espíritu


Santo.

Recuerde: es por medio de esa divina persona que podemos hacer morir
el pecado. “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el
Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8:13). No
importa cuánto hayamos crecido en lo espiritual, jamás lograremos
superar nuestra necesidad constante del poder del Espíritu Santo.
Nuestra vida espiritual puede compararse con el motor de un aparato
eléctrico. El motor hace el trabajo, pero para funcionar depende del la
fuente de poder externa que es la electricidad. Por tanto, debemos
cultivar una actitud de dependencia continua del Espíritu Santo.

3. Aunque dependemos totalmente del Espíritu Santo, al mismo


tiempo debemos reconocer que tenemos la gran responsabilidad de
dar pasos prácticos para enfrenta nuestro pecado.

La sabiduría de un escritor antiguo nos puede ayudar: “Trabaja como si


todo dependiera de ti, y al mismo tiempo confía como si no trabajaras.”

4. Debemos identificar áreas específicas de pecados aceptables.

Al ir leyendo cada capítulo, pida al Espíritu Santo que le ayude a ver si


existe algún patrón de pecado en su vida. Algo que puede ayudarle a
hacer morir el pecado es precisamente anticiparse a las circunstancias o
acontecimientos que lo provocan.

5. Debemos emplear algunas Escrituras específicas que se apliquen


a cada uno de los pecados sutiles.

Debemos memorizar, reflexionar y orar por el contiendo de esos textos y


pedirle a Dios que lo use para capacitarnos a confrontar nuestro pecado.
“En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal.
119:11). Guardar significa depositar para una necesidad futura. Eso es lo
que hacemos cuando guardamos versículos bíblicos en nuestro corazón.

6. Debemos cultivar la oración para pedir por los pecados que


toleramos en nuestra vida.
1. Orar por los pecados sutiles de manera planificada y consisten.
2. Orar brevemente cada vez que nos encontramos en situaciones que podrían
inducirnos a cometer el pecado.
7. Debemos involucrar a otros creyentes en nuestras luchas contra
el pecado sutil.

“Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si
cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere,
no habrá segundo que lo levante” (Ecl. 4:9-10).

Cuando llegue el momento en que empiece a seguir estas instrucciones recuerde


que su corazón es el campo de batalla entre su carne y el Espíritu “Porque el
deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos
se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”(Gal. 5:17).

Impiedad

Cuando hablo sobre el tema de las áreas específicas de pecados


honorable, algunos dicen que el orgullo es la causa y raíz de todos ellos.
Sin embargo, creo que existe otro pecado que es aún más básico, más
común y que tal vez es la verdadera raíz de todos los demás. Se trata del
pecado de la impiedad y en mayor o menor grado, todos somos
culpables de él. ¿Le sorprende esta declaración o quizá se siente
ofendido por ella? Nunca pensamos de nosotros mismos como gente
impía. Después de todo, somos cristianos, no somos ateos o gente
malvada. Asistimos a la iglesia, evitamos caer en pecados escandalosos,
llevamos vidas muy respetables. Según nuestro modo de pensar, los
impíos son los que viven vidas abiertamente inmorales. Entonces, ¿cómo
puedo yo decir que todos los creyentes somos impíos en cierto grado?
Contrario a lo que generalmente se piensa, la impiedad y la maldad
son diferentes. Alguien pude ser un ciudadano amable y respetable y, al
mismo tiempo, ser impío (Rom. 1:18). Observe que el apóstol Pablo hace
una diferencia entre impiedad e injusticia. La impiedad describe una
actitud hacia Dios. Un ateo o un secularista declarado es una persona
obviamente impía, pero también lo son muchas personas moralmente
decentes aun cuando afirmen que creen en Dios. La impiedad puede
definirse como un estilo de vida que no toma en cuenta a Dios, ni su
voluntad, ni su gloria, ni la dependencia de Él. Así que fácilmente
podemos ver que alguien puede tener una vida muy respetable y seguir
siendo un impío en el sentido de que Dios es totalmente irrelevante en su
vida. Todos los días andamos entre tales personas. Quizá van a la iglesia
varias horas el domingo, pero viven el resto de la semana como si Dios
no existiera. Lo triste de esto es que muchos creyentes también
tendemos a vivir sin pensar en Dios. En raras ocasiones pensamos en
nuestra dependencia de Él o en nuestra responsabilidad para con Él. En
ese sentido, no hay diferencia alguna entre nuestro prójimo amable y
decente, pero incrédulo, y nosotros.

Si leemos con cuidado el NT podremos reconocer cuán lejos estamos


de vivir a la altura del estándar bíblico de la piedad (Stg. 4:13-15). El
apóstol Santiago no condenó a la gente por hacer planes. Lo que sí
condenó es que lo haga sin reconocer que depende del Omnipotente.
Hacemos nuestros planes sin reconocer nuestra total dependencia del
Señor para llevarlos a cabo. Esa es una manifestación clara de impiedad.
De la misma manera, pocas veces pensamos en la responsabilidad que
tenemos ante Dios de vivir de acuerdo a su voluntad moral según se
revela en las Escrituras. Pocas veces pensamos en la voluntad divina
(Col. 1:9-10). El apóstol Pablo quiera que los colosenses fueran gente
piadosa. ¿Se parecen las oraciones que hacemos por nosotros, nuestra
familia y amigos a la de Pablo a favor de los colosenses? ¿O son más
como una lista de peticiones que presentamos a Dios para que
intervenga en las necesidades físicas y económicas de nuestros
familiares y amigos? Nuestras oraciones se centran en lo humano, no en
Dios, y en ese sentido somos impíos hasta cierto punto.

Según el apóstol Pablo, debemos vivir pensando que estamos en la


presencia de Dios buscando agradarlo en todo. Por ejemplo, observe lo
que el mismo apóstol dijo a los esclavos de la iglesia de Colosas en
cuanto a cómo debían servir a sus amos para ser piadosos (Col. 3:22-
24). El v. 23 establece el principio de que debemos esforzarnos para vivir
piadosamente en el contexto de nuestra vocación o profesión. ¿No es
verdad que en lugar de ello [muchos creyentes] desempeñan su trabajo
como sus compañeros incrédulos o impíos que sólo lo hacen para sí
mismos, para que los asciendan o les aumenten el sueldo, sin la menor
intención de agradar a Dios?

O consideremos a la iglesia de Corinto (I Cor. 10:31). La


palabra todo en el enunciado significa que se trata de todas las
actividades del día. Ese es el distintivo de una persona piadosa. ¿Qué
significa hacer todo para su gloria? Significa que cuando comemos,
manejamos, compramos o nos relacionamos con los demás, tenemos
una meta doble. Primero, deseamos hacer todo lo que agrada a Dios. En
segundo lugar, hacer todo para la gloria de Dios significa que deseamos
que todas las actividades del día honren a Dios ante los demás (Mt.
5:16). ¿Anhelamos de manera consciente y en oración darle gloria en lo
que decimos o hacemos cada día? ¿O actuamos sin tener consciencia
del Creador? Alguien puede ser moral y correcto y estar ocupado en el
servicio cristiano, pero aun así puede mostrar poco o ningún interés en
tener una relación íntima con Dios. Esa es una de las evidencias de la
impiedad.
La pregunta que debemos hacernos de manera honesta es la
siguiente: ¿Cuan impío soy? ¿Cuántas actividades diarias realizo que no
tienen relación con el Señor? Si nuestro hábito impío de pensar es parte
integral de nosotros, ¿cómo podemos confrontarlo? Pablo escribió a
Timoteo: “Ejercítate para la piedad” (I Tim. 4:7). El entrenamiento
implicaba, entre otras cosas, compromiso, consistencia y disciplina.
Nuestra meta en la búsqueda de la piedad debe ser vivir conscientes de
que estamos ante la presencia de Dios cada segundo de nuestra vida,
que somos responsables ante Él y que a Él daremos cuentas. Ore para
que Dios lo ayude a ser más consciente de que vive cada día ante sus
ojos que todo ven.

Ansiedad y Frustacion

La vida es difícil y, en ocasiones, muy dolorosa. Si estuviera de


vacaciones y mi auto se descompusiera en el camino, sería una situación
difícil de afrontar. Si fuera víctima de un accidente y quedara
discapacitado, sería muy doloroso. Por supuesto sabemos que hay
diferentes grados de dificultades y, hasta cierto punto, también de dolor.
Los problemas se dan en el contexto de las actividades rutinarias de la
vida y las responsabilidades cotidianas, pero el dolor es provocado por
eventos fuera de lo común. Así que, en este capítulo nos vamos a
enfocar en las dificultades de la vida diaria y cómo reaccionamos con
frecuencia ante la ansiedad y la frustración.

Ansiedad
Hace algunos años busqué en todo el Nuevo Testamento cuáles son las
cualidades de carácter cristiano que se enseñan por precepto o por
medio de ejemplos. Encontré que son veintisiete. No le sorprenderá
saber que el amor es el que menciona más (50 veces). Pero sí le
sorprenderá saber que lahumildad le sigue muy de cerca (40 menciones).
No obstante, lo que en realidad me asombró más fue saber que
la confianza en Dios en todas las circunstancias de nuestra vida se
encuentra en tercer lugar (13 veces). Lo opuesto de confiar en Dios se
manifiesta en alguna de estas dos actitudes: ansiedad o frustración. El
pasaje más prominente en el que enseña sobre el tema es Mateo 6:25-
34, pues usa la palabra afánseis veces. Otra expresión que el Señor
Jesús utilizó en cuanto a la ansiedad es: “No temáis”, o “no tengan
miedo” (ej. Mt. 10:31; Lc. 12:7). Pablo reforzó esta amonestación acerca
de la ansiedad en Filipenses 4:6. Y Pedro nos exhortó en I Pedro 5:7.
Cuando usted y yo decimos a alguien “no te anfanés” o “no temés”
tratamos de amonestarlo y darle ánimo. Pero cuando Jesús (o Pablo o
Pedro) nos dicen: “No os afanéis”, lo hacen con la fuerza de un mandato
moral. Es decir, la voluntad moral de Dios es que vivamos sin ansiedad.
O, para decirlo de manera más explícita, la ansiedad es un pecado.
Es pecado por dos razones. Primero, cuando somos presa de la ansiedad,
mostramos que creemos que el Altísimo no puede cuidar de nosotros y que
no lo hará en la circunstancia que nos está preocupando. [Segundo] El afán
es pecado porque significa que rechazamos la provisión divina en nuestra
vida. La provisión de Dios puede definirse de forma sencilla diciendo que
Él prepara todas las circunstancias y eventos del universo para gloria de
Él y beneficio de su pueblo. Tendemos a centrarnos en las causas
inmediatas que nos provocan ansiedad en vez de recordar que ellas
están bajo el control soberano de Dios. Puesto que he tenido que luchar
con la ansiedad en [cierta] área de mi vida, he llegado a la conclusión de
que mi ansiedad no se debe a que desconfío de Dios, sino a mi falta de
voluntad de someterme y aceptar con gozo su agenda para mi vida. El
mandato de Pablo de no estar afanosos va acompañado de la instrucción
de orar en cualquier situación que nos tiente a estar ansiosos Filipenses
4:6. Puede que usted sea o no tentado con frecuencia a caer en la
ansiedad como yo. Pero si así fuera, ¿puede usted reconocer cuáles son
las circunstancias que lo hacen ponerse ansioso?

Frustración
Un pecado relacionado con la ansiedad es el de la frustración. Por un
lado, la ansiedad incluye el temor, pero la frustración implica estar a
disgusto o enojado por cualquier cosa o persona que se interponga en
nuestros planes. No acepto la actuación invisible de Dios en cualquier
cosa que enciende mi frustración. En el calor del momento, tiendo a no
pensar en el Señor sino que me enfoco en la causa inmediata de mi
frustración. El pasaje de la Biblia que me ha ayudado a enfrentar la
frustración es el Salmo 139:16. “Todo aquello” se refiere no sólo a todos
los días de mi vida, sino que incluye los eventos y circunstancias de cada
día. Este pensamiento produce gran ánimo y consuelo. Así que cuando
algo sucede que me produce frustración, puedo citar el Salmo 139:16 y
decirle a Dios: “Esta circunstancia es parte de tu plan para mi vida
en este día. Ayúdame a reaccionar con fe, de manera que honre tu
nombre y tu voluntad providencial. Y, por favor, dame la sabiduría para
saber cómo enfrentar esta situación que me está provocando
frustración”. Observe cuales son los recursos que podemos utilizar para
afrontar la circunstancia que nos produce frustración: la aplicación
específica de las Escrituras y la dependencia del Espíritu Santo
expresada a través de la oración; estos nos ayudan a responder de
manera piadosa. A continuación, pidámosle sabiduría práctica para saber
cómo enfrentar la situación. En ocasiones Dios utiliza eventos que nos
producen frustración para llamar nuestra atención o para ayudarnos
crecer en un área específica.
La ansiedad y la frustración son pecados. No debemos tomarlas a la
ligera o minimizarlas considerándolas sólo reacciones para enfrentar los
acontecimientos difíciles de este mundo caído. Es cierto que nunca
lograremos completa libertad de la ansiedad o frustración en esta vida.
Pero tampoco debemos aceptarlas como parte de nuestro
temperamento.

Falta de contentamiento

El descontento es el sentimiento que surge cuando las circunstancias


adversas se prolongan sin cambio alguno y no podemos hacer nada para
modificarlas. Es un hecho que las advertencias más frecuentes de la
Biblia contra el descontento tienen que ver con el dinero y las
posesiones, pero aquí me gustaría hablar de un tipo de descontento que
tal vez es más común entre los cristianos comprometidos con Dios. Es
decir, la actitud que resulta de circunstancias que se alargan sin cambiar
y que se convierten en una prueba para nuestra fe.
> Un empleo que no satisface o por el que recibe un salario bajo

> Soledad en la edad madura o vejez

> Infertilidad

> Infelicidad en el matrimonio

> Discapacidad física o salud precaria… y hay otras.


Sus circunstancias quizá sean mucho más difíciles que las que me han
tocado vivir, pero la verdad es que lo que determina si tenemos falta de
contentamiento o no, es nuestra reacción a las circunstancias y no tanto
el grado de dificultad de ellas.

A fin y a cabo el descontento es un pecado.


El propósito fundamental de este estudio es ayudarnos a enfrentar la
presencia de muchos de los pecados sutiles que hay en nuestra vida y
reconocer el hecho de que los hemos ido tolerando y aceptando cada
vez más.

Salmo 139:16 puede ayudarnos a enfrentar las circunstancias que pueden


tentarnos a estar descontentos.
Mi embrión vieron tus ojos,
Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas
Que fueron luego formadas,
Sin faltar una de ellas.

Salmo 139:13 dice lo siguiente para quienes viven con discapacidades


físicas.
Porque tú formaste mis entrañas;
Tú me hiciste en el vientre de mi madre.

Job 1:21 nos ayuda cuando nos toca experimentar la decepción terrible y
humillante.
y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio,
y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.
Al tratar con la falta de contentamiento, probablemente he tocado fibras
sensibles. Quizá la situación se agrava más porque he dicho que la falta
de contentamiento es pecado. Tal vez usted está pensando: si él
conociera mí situación, no sería tan radical ni me sermonearía. Es
verdad, no conozco su situación particular, pero he luchado contra la falta
de contentamiento y se ha esforzado por vencerla con las verdades
bíblicas.

La ingratitud

Lucas registra una ocasión en la que Jesús se encontró con diez leprosos.Véase
Lucas 17:13-19. Cuando leemos esta historia pensamos:¿Cómo pudieron
aquellos nueve hombres ser tan malagradecidos y no volver a darle gracias a
Jesús? Sin embargo, muchos de nosotros somos culpables del mismo pecado de
ingratitud.
Espiritualmente hablando, nuestra enfermedad era mucho peor que la
enfermedad física de la lepra. No estábamos enfermos; estábamos
muertos espiritualmente. Pero en su gran misericordia y amor, Dios nos
atrajo hacia sí mismo y nos dio vida espiritual (Ef. 2:1-5). Además,
perdonó nuestros pecados a través de la muerte de su Hijo y nos cubrió
con la justicia impecable del mismo Jesucristo.
El hecho de haber recibido la vida espiritual de Jesús es un milagro
mucho más grande y sus beneficios son infinitamente mayores que haber
sido sanados de la lepra. No obstante, ¿cuántas veces hemos dado
gracias por nuestra salvación? ___________

Y si ha dado gracias, ¿lo hizo de manera superficial, como cuando


mucha gente agradece por los alimentos, o fue una expresión sincera de
gratitud por lo que Dios hizo a favor suyo en Cristo? ___________
La verdad es que toda nuestra vida debería ser una constante acción de
gracias. “ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de
algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las
cosas” (Hechos 17:25).

Todo lo que somos y tenemos es un don de él.


Necesitamos estar atentos a la advertencia que Dios hizo a los
Israelitas (Deut. 8:11-14, 17, 18).
La mayoría de la gente [espiritual] reconoce que todo lo que posee
proviene de Dios, pero, ¿cuán a menudo hace una pausa para
agradecérselo? __________________

Uno de los pecados “aceptables” es no agradecer a Dios la provisión


temporal y las bendiciones espirituales que nos ha prodigado ricamente,
porque damos por hecho que las merecemos. Es más, demasiados
cristianos no pensarían que este es un pecado. Sin embargo, Pablo
describe a la persona controlada por el Espíritu y dice: “dando siempre
gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor
Jesucristo” (Ef. 5:20).
Dar gracias al Creador por Sus bendiciones físicas y espirituales no es
sólo algo amable que hacemos, sino que es la voluntad moral de Dios. Si
no le damos a él lo que merece, entonces pecamos.

La vida está llena de eventos que nos retrasan, nos importunan,


obstruyen y bloquean alguno de nuestros planes. En medio de ellos,
debemos luchar contra la ansiedad y frustración. Pero cuando Dios nos
da la salida, o cuando vemos su mano librándonos de la posibilidad de
un evento parecido, debemos tomar un tiempo especial para
agradecérselo.
¿En Todas Las Circunstancias?
¿Debemos dar gracias a Dios cuando las circunstancias no resulten
como nosotros esperábamos?

La respuesta es _____ por diferentes razones (1 Tes. 5:18). Pablo nos


instruye a dar gracias EN toda circunstancia, aun por las que
no sentimos gratitud. ¿Nos está pidiendo Pablo que demos gracias
obligadamente y sólo por la fuerza de voluntad cuando nos sentimos
realmente decepcionados? ________
La respuesta a la pregunta radica en las promesas divinas que
encontramos enRomanos 8:28-29 y 38-39.
Pablo está diciendo que el Señor quiere que todas nuestras
circunstancias, sean buenas o sean malas (pero en el contexto que
Pablo tiene en mente, está hablando específicamente de las malas),
sean un instrumento de santificación para hacernos crecer más y más a
la semejanza de Jesús. Así que en situaciones que no resultan de la
manera que esperamos, debemos darle gracias a Dios porque él usará
esa situación de alguna manera para desarrollar en nosotros el carácter
cristiano.

En resumen, debemos tratar de desarrollar el hábito de dar gracias a


Dios constantemente. Pero por sobre todas cosas, debemos agradecerle
nuestra salvación y las oportunidades que tenemos para crecer
espiritualmente y ministrar.

Asimismo, debemos darle gracias por la abundancia de bendiciones


materiales que nos provee. Y luego, cuando las circunstancias se tornan
amargas y las cosas no resulten como hubiéramos querido, debemos
hacerlo por fe, por lo que él está haciendo a través de las circunstancias
para transformarnos a la imagen de su Hijo.

“Cuando muere la gratitud sobre el altar del corazón del hombre, aquel es casi
sin esperanza”
Bob Jones

El orgullo

De todos los personajes desagradables de la Biblia, probablemente


ninguno sea tan repulsivo como el fariseo que se creía muy justo en la
parábola de Jesús. Él oraba en el templo diciendo; “…Dios, te doy
gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos,
adúlteros, ni aun como este publicano” (Lucas 18:11). Pero la ironía es
que, al condenar a ese orgulloso fariseo, podemos caer fácilmente en la
misma actitud de creernos muy justos.

En esta lección trataremos el pecado del orgullo, pero no del orgullo en


general, sino de ciertas expresiones que son una tentación muy particular
para los creyentes. Se trata del orgullo de creernos muy justos, de
pensar que tenemos la doctrina correcta, de ser exitosos, o de tener un
espíritu independiente. Uno de los problemas del orgullo es que podemos
verlo en otros, pero no en nosotros. Estoy muy consciente de las
palabras de Pablo cuando dijo: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te
enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas?”
(Romanos 2:21).
ORGULLO POR CREERNOS MUY MORALES
Es fácil cometer este pecado de la superioridad moral y de auto-justicia
en la actualidad, cuando la sociedad en general comete abiertamente o
condona pecados flagrantes tales como la inmoralidad, los divorcios
fáciles, el estilo de vida homosexual, el aborto, el alcoholismo ya
drogadicción, la avaricia y otros pecados escandalosos. Pero dado que
nosotros no cometemos esos pecados tendemos a sentirnos moralmente
superiores y vemos con desdén y rechazo a quienes sí los cometen.
Puedo aventurarme a decir que, de todos los pecados sutiles que
trataremos en este estudio, el más común de todos es el orgullo a la
superioridad moral, y sólo le gana el pecado de la impiedad. ¿Cómo
podemos guardarnos de caer en este pecado? Primero, desarrollando
una actitud de humildad basada en la verdad que dice que “por la gracia
de Dios soy lo que soy”. Todos deberíamos decir con David: “He aquí, en
maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.” (Salmo
51:5). Otro medio por el cual podemos evitar el orgullo de sentirnos
mejores es identificándonos con el Señor ante la sociedad pecaminosa
en que vivimos, “y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para
levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han
multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta
el cielo” (Esdras 9:6). Al ver hoy en día a la sociedad en su degradación
moral, necesitamos asumir la actitud de Esdras. Hacerlo nos ayudará a
no caer en la tentación de creernos justos.

ORGULLO DE TENER LA DOCTRINA CORRECTA


Íntimamente relacionado con el anterior, está el orgullo doctrinal.
Consiste en creer que nuestra doctrina es la única correcta y que
cualquiera que crea algo diferente tiene una teología inferior. Aquellos
que nos preocupamos por la doctrina somos muy susceptibles a caer en
esta forma de orgullo. En otras palabras, esta forma de orgullo se basa
en la ignorancia; creemos que nuestro sistema particular de creencias,
cualesquiera que sean, es el correcto y adoptamos una actitud de
superioridad espiritual sobre los que creen otra cosa. “En cuanto a lo
sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento. El
conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1 Corintios 8:1). Pablo
estaba de acuerdo con su “conocimiento”; es decir, con la creencia
doctrinal respeto a no comer carne sacrificada a los ídolos, pero los
acusó de orgullo doctrinal; su “conocimiento” los había envanecido. Si su
convicción – ya sea calvinista, arminiana, dispensacionalista – o su
posición respecto a los últimos tiempos, o su rechazo a cualquier
posición doctrinal le hacen sentirse superior a quienes tienen otros
puntos de vista, entonces usted está cometiendo el pecado de orgullo
doctrinal.

ORGULLO DEL ÉXITO


“El alma del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los
diligentes será prosperada” (Proverbios 13:4). El apóstol Pablo exhortó a
Timoteo en cuanto a su ministerio: “Procura con diligencia presentarte a
Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa
bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). Las escrituras también
enseñanza que el éxito en cualquier área está bajo el control soberano
de Dios. “Jehová empobrece, y él enriquece; abate, y enaltece” (1
Samuel 2:7). La capacidad de victoria o éxito en cualquier área proviene,
en última instancia, de Dios. Desde el punto de vista humano, podría
parecer que hemos triunfado como resultado de nuestra gran tenacidad y
trabajo arduo. Pero, ¿quién nos dio ese espíritu emprendedor y el buen
juicio para los negocios que nos permitió lograrlo? Dios. “Porque ¿quién
te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por
qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4:7) Por lo
tanto, ¿qué tiene usted que no haya recibido? Nada.
Otro aspecto del orgullo del éxito es el deseo desmedido de que se nos
reconozca. ¿Cuál es nuestra actitud cuando hacemos bien un trabajo
específico y no recibimos reconocimiento? ¿Estamos dispuestos a
quedar en el anonimato, trabajando para el Señor, o nos ponemos
furiosos por la falta de alabanza? “Así también vosotros, cuando hayáis
hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos,
pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17:10).

ORGULLO DE TENER UN ESPÍRITU INDEPENDIENTE


Este se expresa en dos áreas principales: la resistencia a la autoridad,
especialmente a la espiritual, y la enseñanza. Por lo general estas dos
actitudes van de la mano. Cuando somos jóvenes tendemos a pensar
que lo sabemos todo. “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos;
porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta;
para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es
provechoso” (Hebreos 13:17).

El egoísmo

Podemos ser muy conocedores de la teología y correctos en nuestra


moralidad pero ser un fracaso en demostrar las virtudes del carácter
cristiano al cual Pablo llamó el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23).
Podemos ser ortodoxos en nuestra teología y sobrios en nuestra
moralidad y aun así estar tolerando en nuestra vida algunos de los
pecados sutiles y “aceptables” de los que hemos hablado. Creo que
todos tenemos “puntos ciegos”, defectos de carácter, o pecados sutiles de
los cuales no estamos conscientes. Quiera Dios que los enfrentemos, en
especial el egoísmo que hay en nosotros.
Al estudiar este pecado, será de mucha ayuda comenzar presentando la
verdad de que hemos nacido con una naturaleza egoísta. Aún después
de llegar a ser cristianos, todavía poseemos la carne que batalla contra el
Espíritu y una de sus manifestaciones as el egoísmo. Es difícil exponer el
egoísmo porque es más fácil detectarlo en los demás que en nosotros
mismos. Además, hay distintos grados de él así como de la sutileza que
empleamos al demostrarlo. El egoísmo de una persona podría ser burdo
y obvio. En general, a alguien así no le importa lo que los demás piensen
de él. Sin embargo, en la mayoría de nosotros sí nos importa la opinión
de los otros, así que nuestro egoísmo es más delicado y refinado.
El egoísmo se demuestra en muchas maneras, pero voy a centrarme en
cuatro áreas que podemos observar en nuestra vida como creyentes.

La primera es el egoísmo que se relaciona con nuestros intereses. “no


mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de
los otros” (Filipenses 2:4). Cuando usó las palabras “lo de los otros,”
Pablo se estaba refiriendo, sin lugar a dudas, a las preocupaciones y
necesidades de los demás. ¿Cuáles son las cosas que nos interesan?
_________________
Usando cualquier ejemplo específico podemos ilustrar nuestra tendencia
de centrarnos de tal modo en nuestros asuntos que mostramos poco o
ningún interés en los de los demás. Una buena prueba para medir el
grado de egoísmo que muestra por sus intereses sería que reflexionara
en alguna conversación que haya sostenido con alguna persona (o
pareja). Pregúntese cuánto tiempo pasó hablando de sus intereses
comparado con el tiempo que invirtió en hablar de los de la otra persona.
El egoísmo demuestra que lo único que nos preocupa son nuestros
asuntos. En 2 Timoteo 3:11-5, Pablo da una lista de pecados realmente
grotescos que se manifestarán en “los últimos días”, es decir, nuestra
época actual. El amante de sí mismo es una buena descripción de un
egoísta. Está preocupado sólo en sí mismo y sus conversaciones lo
reflejan.
Una segunda área donde se demuestra el egoísmo es en cuanto a
nuestro tiempo. Este es un don precioso y cada uno de nosotros
poseemos sólo una cantidad determinada de él cada día. Todos estamos
muy ocupados, así que es muy fácil volvernos egoístas con nuestro
tiempo. Podemos ser demasiado egoístas con nuestro tiempo y también
podemos serlo queriendo tomar innecesariamente el tiempo de los
demás. En cualquier caso, estamos pensando solamente en nosotros y
nuestras necesidades. Es raro escuchar a alguien decir: “yo haré tal cosa
por ti”. No obstante la Biblia dice “Sobrellevad los unos las cargas de los
otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2). Esto incluye que
podemos hacer algo más por alguien que sólo lo que nos corresponde.
Una tercera área donde se expresa el egoísmo es con nuestro dinero.
Este es un tema especialmente crucial para los creyentes. El apóstol
Pablo escribió en Romanos 12:15, “Gozaos con los que se gozan; llorad
con los que lloran.” Y el apóstol Juan escribió en 1 Juan 3:17, “Pero el
que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y
cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” Si los
tomamos juntos, estos versículos nos dicen que debemos tener
corazones compasivos hacia los que están en necesidad y luego
debemos poner esa compasión en acción por medio de nuestras
contribuciones. Debemos ser buenos mayordomos del dinero y no gastar
todo, o la mayoría, en nosotros. Hacerlo así es ser egoísta con nuestro
dinero y evidenciamos que no nos interesan las necesidades de los
demás.
La cuarta área de egoísmo que estudiaremos es ladesconsideración. Esta
característica puede mostrarse de varias maneras. La persona
desconsiderada nunca piensa en el impacto que sus actos pueden tener
sobre las demás personas. Cuando somos indiferentes al impacto que
tienen nuestras acciones sobre los demás, estamos siendo egoístas y
desconsiderados porque sólo pensamos en nosotros. También podemos
ser desconsiderados en cuanto a los sentimientos de los demás. La
persona cuya actitud es “digo lo que pienso, pésele a quien le pese” es
desconsiderada y egoísta.
Entonces, una persona que no es egoísta siempre equilibra sus necesidades y
deseos con los de los demás. Sospecho que todos tenemos inclinaciones egoístas
de una u otra manera, porque todavía vivimos en la carne pecaminosa que libra
una batalla contra nuestra alma. Así que, por favor, no deseche este estudio
como si no aplicara a usted.

Falta de Dominio Propio

En los tiempos bíblicos, lo más importante para una población eran los muros. Si
estos estaban fracturados, el ejército enemigo podía entrar y conquistarla.
Recordemos el relato de la caída de Jericó en el que Dios provocó que los muros
se derrumbaran y el ejército de Israel pudo avanzar con facilidad y tomar la
cuidad (Josué 6).
En la misma manera que una ciudad sin muros es vulnerable ante un
ejército invasor, así lo es la persona que carece de dominio propio, pues
queda expuesta a todo tipo de tentaciones. Lamentablemente, Salomón,
que fue quien escribió esa verdad de Proverbios 25:28, comprobó con su
vida en forma triste y dolorosa esas palabras. La Biblia registra que ese
rey tuvo seiscientas esposas y trescientas concubinas de todas las
naciones de las cuales el Señor había dicho al pueblo de Israel que no
debían tomar mujeres (1 Reyes 11:1-3). Pero Salomón dio rienda suelta a
sus pasiones e ignoró por completo la prohibición divina. Puesto que era
el soberano más poderoso de su época, tenía acceso a todo lo que
deseaba.
Pero, en vez de ejercer dominio propio, ignoró sus propias palabras de
sabiduría que sus pasiones se desbordaran. Salomón pagó un alto precio
por su falta de dominio propio. Sus mujeres apartaron su corazón de
Dios. Fue por esa causa que el Señor dividió su reino en los días de su
hijo Roboam.

Proverbios y las cartas del Nuevo Testamento tienen mucho que decir
acerca del dominio propio. Pablo lo menciona como uno de las
demostraciones del fruto de Espíritu (Gal. 5:22-23) y también lo incluye en
la lista de los desenfrenos que serán característicos de los últimos días (2
Tim. 3:3). Por otro lado, en varias ocasiones en sus dos cartas, Pedro
instó a los creyentes a ser sobrios, o auto controlados (1 Pe. 1:13; 4:7;
5:8; 2 Pe. 1:5).
A pesar de la enseñanza bíblica del dominio propio, sospecho que esta
es una virtud que no recibe atención concienzuda de parte de la mayoría
de los cristianos. Hemos establecido límites en nuestra cultura cristiana
con los cuales evitamos cometer ciertos pecados abiertos, pero dentro de
esas fronteras podríamos decir que vivimos como se nos antoja. Pocas
veces nos negamos a satisfacer nuestros deseos y emociones. La falta
de dominio propio bien podría ser uno de nuestros pecados
“respetables”. Y al tolerarlo nos hacemos más vulnerables a otros más.

¿Qué es el dominio propio? Es el control prudente o gobierno de nuestros


deseos, apetitos, impulsos, emociones y pasiones. Es saber decir
“no” cuando debemos hacerlo. Es la moderación de los deseos y
actividades legítimas y un freno absoluto en las áreas que son a todas
luces pecaminosas.
El dominio propio que aparece en la Biblia abarca todas las áreas de la
vida y requiere una guerra incesante contra las pasiones de la carne que
batallan contra nuestra alma (1 Pe. 2:11). Podríamos decir que el dominio
propio no es dominarnos por nosotros mismos gracias a nuestra fuerza
de voluntad, sino que es el control de uno mismo gracias al poder del
Espíritu Santo que opera en nosotros.
Aunque debemos ejercer dominio propio en todas las áreas de la vida, en este
estudio vamos a estudiar tres aspectos donde los cristianos fallan con demasiada
frecuencia.
El primero es el de comer y beber de mas. A lo que me refiero es la
tendencia constante de ceder ante nuestros deseos de ingerir ciertas
comidas y bebidas. No estoy tratando de hacer sentir culpables a los que
les encanta comer helados o beber gaseosos, o a quienes les encanta ir
a su cafetería favorita a tomar café todos los días. A lo que me refiero es
la falta de dominio propio, a la tendencia de controlar nuestros deseos de
tal manera que estos nos controlen, en vez de ser nosotros quienes los
controlemos.
Una segunda área de falta de dominio propio es el carácter del cristiano. A
algunos se les conoce por ser enojones o de mecha corta. Los estallidos
del temperamento están dirigidos, por lo general, a cualquiera que hace
algo que nos desagrada. Miren las advertencias contra la persona de
mecha corta enProverbios 14:17 y 16:23. Santiago amonesta a los
creyentes a ser tardos para airarnos (1:19).
La tercera área en la que muchos cristianos carecen de dominio propio es en
el área de las finanzas personales. No sólo los que están endeudados fallan
en el ejercicio del dominio propio en cuanto a lo que gastan. Mucha gente
adinerada, incluyendo algunos creyentes, gastan en todo lo que su
corazón desea. Son como el escritor de Eclesiastés 2:10.
Hay otras áreas en las que necesitamos aprender a autocontrolarnos, así
que le animo a reflexionar en su propia vida. ¿Hay deseos, apetitos o
emociones que, en cierta medida están fuera de su control?

La ira

Por lo general manifestamos nuestra ira con las personas que más amamos; es
decir, nuestro cónyuge, hijos, padres y hermanos, así como con nuestros
verdaderos hermanos en Cristo dentro de la iglesia. En una ocasión conocí a un
creyente que era el epítome de la gracia hacia las demás personas, pero de
continuo estaba airado contra su esposa e hijos. Afortunadamente, después de
algunos años Dios lo redarguyó y le ayudó a resolver su ira.
¿Qué es la ira? Muchos de nosotros podríamos decir: “No puedo definirla,
pero la reconozco cuando la veo, especialmente si se dirige hacia mí”. Mi
diccionario define la ira diciendo simplemente que es un fuerte sentimiento
de desagrado acompañado de antagonismo. Añadiría que por lo general va
acompañada de emociones, palabras y acciones pecaminosas que
hieren al objeto de nuestra ira.
El tema de la ira es amplio y muy complejo, y el propósito de este estudio
no es tratarlo a fondo. Para mantenernos dentro del objetivo de
ayudarnos a confrontar los pecados que toleramos en nuestras vidas,
voy a centrarme en el aspecto de la ira que inconscientemente
consideramos como un pecado “respetable. Para lograr ese propósito,
necesito mencionar el tema de la ira justificada.

Algunas personas razonan diciendo que su ira es justa. Creen que tienen
derecho a estar enojadas, dependiendo de la situación. ¿Cómo sabemos si
nuestra ira es justa o no?En primer lugar, la ira justa surge de una
percepción correcta de la verdadera maldad; es decir, de una violación a la
ley moral de Dios. Se centra en Él y su voluntad, no en nosotros y la nuestra. En
segundo, la ira justa siempre se autocontrola. Jamás provoca que alguien
pierda la cabeza o discuta de manera vengativa. El enfoque central de la
enseñanza bíblica acerca de esa emoción tiene que ver con nuestras
reacciones de ira pecaminosa ante las acciones o palabras de los
demás. El hecho de que respondamos al pecado real de otro no significa
que nuestra ira sea justa.
Otro tema en cuanto a la ira que no es parte del propósito de este libro es
la de la persona que está airado de continuo, o cuya ira le hace abusar
verbal o físicamente de otros. Esa persona necesita recibir buena
consejería bíblica y pastoral. Así que mantenemos nuestro enfoque en lo
que podríamos llamar ira común, la cual aceptamos de alguna manera
como parte de nuestra vida, pero que en realidad es pecado ante los ojos
de Dios.

Al enfrentar nuestra ira necesitamos reconocer que nadie nos provoca a


ella.Quizá las palabras o acciones de alguien podrían ser un pretexto
para enojarnos, pero la verdadera causa radica muy dentro de nosotros,
generalmente en nuestro orgullo, egoísmo, o deseo de controlarlo todo.
Podemos enojarnos porque alguien nos maltrata. O alguien dice un
chisme a nuestras espaldas y cuando nos enteramos nos enojamos.
¿Por qué? Muy probablemente porque nuestra reputación o carácter
están en tela de duda. Una vez más la causa es el orgullo.

18 Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los
buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar.

19 Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante


de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente.

20 Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si


haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de
Dios.

(1 Pedro 2:18-20)
Las instrucciones de Pedro para los esclavos son una aplicación
específica de un principio bíblico más general: Debemos responder a
cualquier trato injusto como si viniera del Señor. ¿Se encuentra esta
situación difícil o trato injusto bajo el control soberano de Dios, y él en su
infinita sabiduría y bondad lo está utilizando para conformarme más a la
imagen de Cristo? (Romanos 8:28; Hebreos 12:4-11).
Con demasiada frecuencia nuestra respuesta inmediata a una acción
injusta es la ira pecaminosa. Pero después del momento difícil, podemos
decidir si vamos a continuar airados, o podemos reflexionar en las
preguntas que he sugerido y permitir al Espíritu Santo que erradique
nuestro enojo.

Así que, ¿cómo tenemos que manejar la ira de tal forma que honre a Dios?
1. Debemos reconocerla sabiendo que es pecaminosa. Necesitamos
arrepentirnos no sólo de la ira, sino también del orgullo, el egoísmo y la
idolatría.
2. Después, necesitamos cambiar nuestra actitud hacia la persona o las
personas cuyas palabra o acciones la provocaron. (Efesios 4:32; Colosenses
3:13) Si ya externando nuestra ira, procuremos que nos perdone la persona
a quien herimos con nuestro enojo.
3. Finalmente, debemos entregar a Dios la ocasión de nuestra ira. Debemos
aceptar que cualquier situación que nos tiente a airarnos puede llevarnos a
una ira pecaminosa por un lado, o bien, a Cristo y su poder santificador.
Al principio de este estudio admití que el tema de la ira es complejo y que
el propósito no es agotarlo. Pero espero que le haya ayudado a
reconocer que la mayoría de nuestro enojo es pecaminoso, y aunque lo
justifiquemos y toleremos en nuestra vida, no es aceptable delante de
Dios.

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